La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 9781407360256, 9781407360263

En este libro se lleva a cabo un estudio de las características y la evolución de la cultura material durante la Edad de

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Otros textos de interés
Agradecimientos
Contenido
Lista de Figuras y Tablas
1. Historia de la investigación
1.1. De A. Schulten a M.A. García Guinea
1.2. Los años 80 y 90 del siglo XX
1.3. La arqueología de la Edad del Hierro en el siglo XXI
2. Marco geográfico, cronológico y yacimientos analizados
2.1. Marco geográfico
2.2. Marco cronológico
2.3. Yacimientos analizados
3. Yacimientos de la Primera Edad del Hierro
3.1. El castro de Alto de la Garma
3.1.1. Localización
3.1.2. Historiografía
3.1.3. Estructuras
3.1.4. Registro material
3.1.4.1. La producción cerámica
3.1.4.2. Metalurgia
3.1.4.3. Fauna y carporrestos
3.1.4.4. Otros materiales
3.1.5. Cronología
3.2. El yacimiento al aire libre de El Ostrero
3.2.1. Historiografía
3.2.2. Localización y estructuras
3.2.3. Registro material
3.2.3.1. La producción cerámica
3.2.3.2. Otros materiales no abióticos
3.2.3.3. Los moluscos marinos y terrestres
3.2.3.4. Mamíferos
3.2.3.5. Restos antracológicos
3.2.4. Cronología
3.3. El castro de Argüeso-Fontibre
3.3.1. Localización
3.3.2. Historiografía
3.3.3. Estructuras
3.3.4. Registro material
3.3.4.1. La producción cerámica
3.3.4.2. Metalurgia
3.3.4.3. Otros materiales
3.3.4.4. Cronología
3.4. El castro de La Lomba
3.4.1. Localización
3.4.2. Historiografía
3.4.3. Estructuras
3.4.4. Registro material
3.4.4.1. La producción cerámica
3.4.4.2. Metalurgia
3.4.4.3. Otros materiales
3.4.5. Cronología
3.5. El Alto del Gurugú
3.5.1. Localización
3.5.2. Historiografía
3.5.3. Estructuras
3.5.4. Registro material
3.5.4.1. La producción cerámica
3.5.4.2. Otros materiales
3.5.5. Cronología
3.6. Castro de Castilnegro
3.6.1. Localización
3.6.2. Historiografía
3.6.3. Estructuras
3.6.4. Registro material
3.6.4.1. La producción cerámica
3.6.4.2. Metalurgia
3.6.4.3. Fauna
3.6.4.4. Otros materiales
3.6.5. Cronología
3.7. Otros hallazgos
3.7.1. El Caldero de Cabárceno
3.7.2. La fíbula de Bárago (Vega de Liébana)
3.7.3. La punta de lanza de Riaño de Ibio
4. Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro
4.1. El castro de Las Rabas
4.1.1. Localización
4.1.2. Historiografía
4.1.3. Estructuras
4.1.3.1. Defensas
4.1.3.2. Estructuras de hábitat
4.1.4. Registro material
4.1.4.1. La producción cerámica
4.1.4.2. Metalurgia
4.1.4.3. Restos óseos
4.1.4.4. Otros materiales
4.1.4.5. Material militar romano
4.1.5. Cronología
4.2. EL castro de Monte Ornedo
4.2.1. Localización
4.2.2. Historiografía
4.2.3. Estructuras
4.2.4. Registro material
4.2.4.1. Materiales prerromanos
4.2.4.2. Material militar romano
4.2.4.3. Material de adscripción cronocultural dudosa
4.2.5. Cronología
4.3. La cueva del Aspio
4.3.1. Localización
4.3.2. Descripción de la cavidad
4.3.3. Historiografía
4.3.4. Registro material
4.3.4.1. El segundo depósito
4.3.4.2. El Área 2
4.3.5. Cronología e interpretación
4.4. Abrigo del Puyo
4.4.1. Localización e historiografía
4.4.2. Registro material
4.4.2.1. Área prospectada
4.4.2.2. Calicata de la izquierda
4.4.2.3. Estructura tumular
4.4.2.4. Otros materiales posteriores a la intervención de 1985
4.4.3. Cronología
4.5. Cueva de Cofresnedo
4.5.1. Localización e historiografía
4.5.2. Registro material
4.5.2.1. Depósito de la diaclasa V3
4.5.2.2. Sala del lago
4.5.2.3. Sala pendants
4.5.2.4. Piezas sin localización
4.5.3. Cronología
4.6. Cueva de El Calero II
4.6.1. Localización e historiografía
4.6.2. Registro material
4.6.3. Cronología
4.7. Cueva de Barandas
4.7.1. Localización e historiografía
4.7.2. Registro material
4.7.3. Cronología
4.8. Cueva de El Covarón
4.8.1. Localización e historiografía
4.8.2. Registro material
4.8.3. Cronología
4.9. Cueva de la Brazada o la Brasada
4.9.1. Localización e historiografía
4.9.2. Registro material
4.9.3. Cronología
4.10. Cueva del Agua
4.10.1. Localización e historiografía
4.10.2. Registro material
4.10.3. Cronología
4.11. Cueva de Callejonda
4.11.1. Localización e historiografía
4.11.2. Registro material
4.11.3. Cronología
4.12. Cueva de la Llosa o La Arena
4.12.1. Localización e historiografía
4.12.2. Registro material
4.12.3. Cronología
4.13. Cueva de Coquisera, Cuquisera o Codisera
4.13.1. Localización e historiografía
4.13.2. Registro material
4.13.3. Cronología
4.14. Cueva Grande o Los Corrales
4.14.1. Localización e historiografía
4.14.2. Registro material
4.14.3. Cronología
4.15. Cueva de Peña Sota III
4.15.1. Localización e historiografía
4.15.2. Registro material
4.15.3. Cronología
4.16. Cueva de Lamadrid
4.16.1. Localización e historiografía
4.16.2. Registro material
4.16.3. Cronología
4.17. Cueva de La Lastrilla
4.17.1. Localización e historiografía
4.17.2. Registro material
4.17.3. Cronología
4.18. Cueva de Coventosa
4.18.1. Localización e historiografía
4.18.2. Registro material
4.18.3. Cronología
4.19. Cueva de Las Cáscaras
4.19.1. Localización e historiografía
4.19.2. Registro material
4.19.3. Cronología
4.20. Cueva de Riclones
4.20.1. Localización e historiografía
4.20.2. Registro material
4.20.3. Cronología
4.21. Cueva de Cubrizas
4.21.1. Localización e historiografía
4.21.2. Registro material
4.21.3. Cronología
4.22. Cueva del Cigudal
4.22.1. Localización e historiografía
4.22.2. Registro material
4.22.3. Cronología
4.23. Cueva de Villegas II
4.23.1. Localización e historiografía
4.23.2. Registro material
4.23.3. Cronología
4.24. Cueva de Covará o Covarada
4.24.1. Localización e historiografía
4.24.2. Registro material
4.24.3. Cronología
4.25. El castro de la Peña de Sámano y la Cueva de Ziguste
4.25.1. Localización e historiografía
4.25.2. Estructuras
4.25.3. Registro material
4.25.4. Cronología
4.26. Otros yacimientos y hallazgos
4.26.1. La cuenta oculada de Hinojedo
4.26.2. El Castro de El Cincho (Santillana del Mar)
4.26.3. Fíbula de Monte Mijedo (Santoña)
4.26.4. La fíbula de Cueto del Agua
5. La cultura material de la Primera Edad del Hierro en Cantabria (VIII a.C.–V/IV a.C.)
5.1. La cerámica de la Primera Edad del Hierro
5.1.1. Rasgos tecnológicos
5.1.2. Rasgos morfológicos
5.1.3. Rasgos decorativos
5.1.4. Funcionalidad
5.2. La metalurgia
5.3. Fauna y restos vegetales
5.4. Otros materiales
6. La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.)
6.1. La cerámica de la Segunda Edad del Hierro
6.1.1. La cerámica a mano
6.1.1.1. Rasgos tecnológicos
6.1.1.2. Rasgos morfológicos
6.1.1.3. Rasgos decorativos
6.1.1.4. Funcionalidad
6.1.2. La cerámica a torno
6.1.2.1. Rasgos tecnológicos
6.1.2.2. Rasgos morfológicos
6.1.2.3. Rasgos decorativos
6.1.2.4. Funcionalidad
6.1.3. La cerámica campaniense o de imitación
6.2. La metalurgia
6.2.1. Bronce, plata y oro
6.2.2. Hierro
6.2.3. Metales romanos
6.3. Fauna y restos vegetales
6.4. Restos humanos
6.5. Otros materiales
6.6. El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria
7. Conclusiones
Bibliografía
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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)
 9781407360256, 9781407360263

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) R A FA E L B O L A D O D E L C A S T I L L O

B A R I N T E R NAT I O NA L S E R I E S 3 1 1 1

2022

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) R A FA E L B O L A D O D E L C A S T I L L O

B A R I N T E R NAT I O NA L S E R I E S 3 1 1 1

2022

Published in 2022 by BAR Publishing, Oxford, UK BAR International Series 3111 La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) isbn   978 isbn   978

1 4073 6025 6 paperback 1 4073 6026 3 e-format

doi  https://doi.org/10.30861/9781407360256

A catalogue record for this book is available from the British Library © Rafael Bolado del Castillo 2022 C ov er

i m age  

Cerámica a torno de la Cueva del Aspio

The Author’s moral rights under the 1988 UK Copyright, Designs and Patents Act are hereby expressly asserted. All rights reserved. No part of this work may be copied, reproduced, stored, sold, distributed, scanned, saved in any form of digital format or transmitted in any form digitally, without the written permission of the Publisher. Links to third party websites are provided by BAR Publishing in good faith and for information only. BAR Publishing disclaims any responsibility for the materials contained in any third-party website referenced in this work.

BAR titles are available from: BAR Publishing 122 Banbury Rd, Oxford, [email protected] www.barpublishing.com

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7 bp,

uk

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Agradecimientos El trabajo que a continuación se presenta, aun teniendo un único firmante, no puedo evitar considerarlo como una obra colectiva que ha podido salir adelante en gran medida por el apoyo personal y científico recibido de muchas personas, sin el cual nada de esto hubiera sido posible. Sin ningún orden particular debo dar las gracias a Esteban Álvarez, Inés López Dóriga, Oriol López Bultó, Marián Cueto, Edgar Camarós, Luis Teira, Yolanda Díaz Casado, Silvia Carnicero, Alicia Ruiz Gutiérrez, Ángeles Valle, Mariano Luis Serna Gancedo, Eduardo Peralta, Paloma Uzquiano, Carlos Lamalfa, Lois Ladra, José Yravedra, Pablo Pérez Vidiella, Joaquín Callejo Gómez, Lino Mantecón, Javier Marcos, Peter Smith, Eduardo Palacios, Javier Peñil, Alberto Gómez Castanedo, Roberto Ontañón, Jesús Tapia, Jorge Ángel Vallejo, Patricia Fernández y a todos aquellos de los que seguramente me olvido. A mis antiguos compañeros del MUPAC, Eva María Pereda, Adriana Chauvin y Esteban Pereda. A Pedro Ángel Fernández Vega, gracias al cual pude formar parte de la historia de yacimientos y proyectos en lo que nunca pensé poder trabajar. A Miriam Cubas, por sus consejos y porque ningún yacimiento está lo suficientemente lejos, aunque sea “ritual”. A José Ángel Hierro Gárate (Chángel) y Enrique Gutiérrez Cuenca (Quique), mis grandes mentores de los que día a día sigo aprendiendo. A Pablo Arias, por hacer fácil lo que parecía imposible. A Yasuji, Kumiko, Hiro y Yoko, quienes siempre me acogen con una sonrisa. A mi padre, con quien compartí, comparto y compartiré toda mi pasión por la arqueología. A mi hermano, por su apoyo incondicional. A mi madre, el pilar fundamental en todos los momentos. A Kenshin, realmente un corazón humilde. Y a Tomoko, por hacer que cada día sea un sueño.

iv

Hijo cuando empujes, y el esfuerzo sea baldío no te olvides de esos amaneceres, que otros construyeron para ti. Cuando andes, cuando pares, cuando el camino se te haga interminable mira siempre, de dónde llegas, de dónde partes, la herencia de los que hicieron posible que acabe la tarde. Apóyate en esa suerte que tuviste al sentirles, al tratarles. Francisco Javier Bolado Rebolledo Todo ya ha sido alguna vez, todo ya ha pasado alguna vez. Y todo ya ha sido descrito alguna vez. Vysogota de Corvo A. Sapkowski, La Dama del Lago Celtic...is a magic bag, into which anything may be put, and out of which almost anything may come...anything is possible in the fabulous Celtic twilight, which is not so much a twilight of the gods as of the reason. J.R.R. Tolkien, English and Welsh

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Contenido Lista de Figuras y Tablas................................................................................................................................................. xiii 1. Historia de la investigación........................................................................................................................................... 1 1.1. De A. Schulten a M.A. García Guinea...................................................................................................................... 1 1.2. Los años 80 y 90 del siglo XX.................................................................................................................................. 3 1.3. La arqueología de la Edad del Hierro en el siglo XXI.............................................................................................. 5 2. Marco geográfico, cronológico y yacimientos analizados..........................................................................................11 2.1. Marco geográfico.................................................................................................................................................... 11 2.2. Marco cronológico.................................................................................................................................................. 13 2.3. Yacimientos analizados........................................................................................................................................... 16 3. Yacimientos de la Primera Edad del Hierro.............................................................................................................. 19 3.1. El castro del Alto de la Garma................................................................................................................................ 19 3.1.1. Localización.................................................................................................................................................. 19 3.1.2. Historiografía................................................................................................................................................ 19 3.1.3. Estructuras..................................................................................................................................................... 19 3.1.4. Registro material........................................................................................................................................... 21 3.1.4.1. La producción cerámica................................................................................................................... 21 3.1.4.2. Metalurgia........................................................................................................................................ 26 3.1.4.3. Fauna y carporrestos......................................................................................................................... 27 3.1.4.4. Otros materiales................................................................................................................................ 29 3.1.5. Cronología..................................................................................................................................................... 29 3.2. El yacimiento al aire libre de El Ostrero................................................................................................................. 30 3.2.1. Historiografía................................................................................................................................................ 30 3.2.2. Localización y estructuras............................................................................................................................. 30 3.2.3. Registro material........................................................................................................................................... 30 3.2.3.1. La producción cerámica................................................................................................................... 31 3.2.3.2. Otros materiales no abióticos........................................................................................................... 31 3.2.3.3. Los moluscos marinos y terrestres................................................................................................... 32 3.2.3.4. Mamíferos........................................................................................................................................ 34 3.2.3.5. Restos antracológicos....................................................................................................................... 35 3.2.4. Cronología..................................................................................................................................................... 35 3.3. El castro de Argüeso-Fontibre................................................................................................................................. 35 3.3.1. Localización.................................................................................................................................................. 35 3.3.2. Historiografía................................................................................................................................................ 35 3.3.3. Estructuras..................................................................................................................................................... 36 3.3.4. Registro material........................................................................................................................................... 37 3.3.4.1. La producción cerámica................................................................................................................... 37 3.3.4.2. Metalurgia........................................................................................................................................ 41 3.3.4.3. Otros materiales................................................................................................................................ 48 3.3.4.4. Cronología........................................................................................................................................ 48 3.4. El castro de La Lomba ........................................................................................................................................... 51 3.4.1. Localización.................................................................................................................................................. 51 3.4.2. Historiografía................................................................................................................................................ 51 3.4.3. Estructuras..................................................................................................................................................... 52 3.4.4. Registro material........................................................................................................................................... 52 3.4.4.1. La producción cerámica................................................................................................................... 52 3.4.4.2. Metalurgia........................................................................................................................................ 55 3.4.4.3. Otros materiales................................................................................................................................ 55 3.4.5. Cronología..................................................................................................................................................... 55 3.5. El Alto del Gurugú.................................................................................................................................................. 56 3.5.1. Localización.................................................................................................................................................. 56 3.5.2. Historiografía................................................................................................................................................ 56 3.5.3. Estructuras..................................................................................................................................................... 56 vii

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 3.5.4. Registro material........................................................................................................................................... 56 3.5.4.1. La producción cerámica................................................................................................................... 57 3.5.4.2. Otros materiales................................................................................................................................ 57 3.5.5. Cronología..................................................................................................................................................... 57 3.6. El castro de Castilnegro.......................................................................................................................................... 59 3.6.1. Localización.................................................................................................................................................. 59 3.6.2. Historiografía................................................................................................................................................ 59 3.6.3. Estructuras..................................................................................................................................................... 59 3.6.4. Registro material........................................................................................................................................... 60 3.6.4.1. La producción cerámica................................................................................................................... 60 3.6.4.2. Metalurgia........................................................................................................................................ 67 3.6.4.3. Fauna................................................................................................................................................ 67 3.6.4.4. Otros materiales................................................................................................................................ 69 3.6.5. Cronología..................................................................................................................................................... 69 3.7. Otros hallazgos........................................................................................................................................................ 70 3.7.1. El caldero de Cabárceno................................................................................................................................ 70 3.7.2. La fíbula de Bárago (Vega de Liébana)......................................................................................................... 71 3.7.3. La punta de lanza de Riaño de Ibio............................................................................................................... 71 4. Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro............................................................................................................. 73 4.1. El castro de Las Rabas............................................................................................................................................ 73 4.1.1. Localización.................................................................................................................................................. 73 4.1.2. Historiografía................................................................................................................................................ 73 4.1.3. Estructuras..................................................................................................................................................... 79 4.1.3.1. Defensas........................................................................................................................................... 79 4.1.3.2. Estructuras de hábitat....................................................................................................................... 81 4.1.4. Registro material........................................................................................................................................... 83 4.1.4.1. La producción cerámica................................................................................................................... 84 4.1.4.2. Metalurgia...................................................................................................................................... 138 4.1.4.3. Restos óseos................................................................................................................................... 160 4.1.4.4. Otros materiales.............................................................................................................................. 165 4.1.4.5. Material militar romano................................................................................................................. 168 4.1.5. Cronología................................................................................................................................................... 169 4.2. EL castro de Monte Ornedo.................................................................................................................................. 172 4.2.1. Localización................................................................................................................................................ 172 4.2.2. Historiografía.............................................................................................................................................. 172 4.2.3. Estructuras................................................................................................................................................... 172 4.2.4. Registro material......................................................................................................................................... 174 4.2.4.1. Materiales prerromanos.................................................................................................................. 174 4.2.4.2. Material militar romano................................................................................................................. 182 4.2.4.3. Material de adscripción cronocultural dudosa............................................................................... 184 4.2.5. Cronología................................................................................................................................................... 186 4.3. La cueva del Aspio................................................................................................................................................ 186 4.3.1. Localización................................................................................................................................................ 186 4.3.2. Descripción de la cavidad........................................................................................................................... 186 4.3.3. Historiografía.............................................................................................................................................. 186 4.3.4. Registro material......................................................................................................................................... 189 4.3.4.1. El segundo depósito....................................................................................................................... 189 4.3.4.2. El Área 2......................................................................................................................................... 189 4.3.5. Cronología e interpretación......................................................................................................................... 203 4.4. Abrigo del Puyo.................................................................................................................................................... 204 4.4.1. Localización e historiografía....................................................................................................................... 204 4.4.2. Registro material......................................................................................................................................... 206 4.4.2.1. Área prospectada............................................................................................................................ 207 4.4.2.2. Calicata de la izquierda.................................................................................................................. 207 4.4.2.3. Estructura tumular.......................................................................................................................... 207 4.4.2.4. Otros materiales posteriores a la intervención de 1985.................................................................. 209 4.4.3. Cronología................................................................................................................................................... 209 4.5. Cueva de Cofresnedo............................................................................................................................................ 210 4.5.1. Localización e historiografía....................................................................................................................... 210 viii

Contenido 4.5.2. Registro material......................................................................................................................................... 211 4.5.2.1. Depósito de la diaclasa V3............................................................................................................. 211 4.5.2.2. Sala del lago................................................................................................................................... 211 4.5.2.3. Sala pendants.................................................................................................................................. 212 4.5.2.4. Piezas sin localización.................................................................................................................... 214 4.5.3. Cronología................................................................................................................................................... 215 4.6. Cueva de El Calero II............................................................................................................................................ 215 4.6.1. Localización e historiografía....................................................................................................................... 215 4.6.2. Registro material......................................................................................................................................... 217 4.6.3. Cronología................................................................................................................................................... 218 4.7. Cueva de Barandas................................................................................................................................................ 218 4.7.1. Localización e historiografía....................................................................................................................... 218 4.7.2. Registro material......................................................................................................................................... 219 4.7.3. Cronología................................................................................................................................................... 220 4.8. Cueva de El Covarón............................................................................................................................................ 220 4.8.1. Localización e historiografía....................................................................................................................... 220 4.8.2. Registro material......................................................................................................................................... 220 4.8.3. Cronología................................................................................................................................................... 224 4.9. Cueva de la Brazada o la Brasada......................................................................................................................... 224 4.9.1. Localización e historiografía....................................................................................................................... 224 4.9.2. Registro material......................................................................................................................................... 224 4.9.3. Cronología................................................................................................................................................... 224 4.10. Cueva del Agua................................................................................................................................................... 225 4.10.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 225 4.10.2. Registro material....................................................................................................................................... 225 4.10.3. Cronología................................................................................................................................................. 226 4.11. Cueva de Callejonda............................................................................................................................................ 227 4.11.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 227 4.11.2. Registro material....................................................................................................................................... 229 4.11.3. Cronología................................................................................................................................................. 229 4.12. Cueva de la Llosa o La Arena............................................................................................................................. 230 4.12.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 230 4.12.2. Registro material....................................................................................................................................... 230 4.12.3. Cronología................................................................................................................................................. 231 4.13. Cueva de Coquisera, Cuquisera o Codisera........................................................................................................ 231 4.13.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 231 4.13.2. Registro material....................................................................................................................................... 233 4.13.3. Cronología................................................................................................................................................. 233 4.14. Cueva Grande o Los Corrales............................................................................................................................. 233 4.14.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 233 4.14.2. Registro material....................................................................................................................................... 236 4.14.3. Cronología................................................................................................................................................. 236 4.15. Cueva de Peña Sota III........................................................................................................................................ 237 4.15.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 237 4.15.2. Registro material....................................................................................................................................... 237 4.15.3. Cronología................................................................................................................................................. 239 4.16. Cueva de Lamadrid............................................................................................................................................. 239 4.16.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 239 4.16.2. Registro material....................................................................................................................................... 241 4.16.3. Cronología................................................................................................................................................. 241 4.17. Cueva de La Lastrilla.......................................................................................................................................... 241 4.17.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 241 4.17.2. Registro material....................................................................................................................................... 243 4.17.3. Cronología................................................................................................................................................. 244 4.18. Cueva de Coventosa............................................................................................................................................ 244 4.18.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 244 4.18.2. Registro material....................................................................................................................................... 246 4.18.3. Cronología................................................................................................................................................. 248 4.19. Cueva de Las Cáscaras........................................................................................................................................ 248 4.19.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 248 ix

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.19.2. Registro material....................................................................................................................................... 248 4.19.3. Cronología................................................................................................................................................. 250 4.20. Cueva de Riclones............................................................................................................................................... 250 4.20.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 250 4.20.2. Registro material....................................................................................................................................... 251 4.20.3. Cronología................................................................................................................................................. 252 4.21. Cueva de Cubrizas.............................................................................................................................................. 252 4.21.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 252 4.21.2. Registro material....................................................................................................................................... 254 4.21.3. Cronología................................................................................................................................................. 254 4.22. Cueva del Cigudal............................................................................................................................................... 254 4.22.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 254 4.22.2. Registro material....................................................................................................................................... 254 4.22.3. Cronología................................................................................................................................................. 254 4.23. Cueva de Villegas II............................................................................................................................................ 256 4.23.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 256 4.23.2. Registro material....................................................................................................................................... 256 4.23.3. Cronología................................................................................................................................................. 256 4.24. Cueva de Covará o Covarada.............................................................................................................................. 256 4.24.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 256 4.24.2. Registro material....................................................................................................................................... 257 4.24.3. Cronología................................................................................................................................................. 258 4.25. El castro de la Peña de Sámano y la Cueva de Ziguste....................................................................................... 258 4.25.1. Localización e historiografía..................................................................................................................... 258 4.25.2. Estructuras................................................................................................................................................. 258 4.25.3. Registro material....................................................................................................................................... 260 4.25.4. Cronología................................................................................................................................................. 261 4.26. Otros yacimientos y hallazgos............................................................................................................................ 262 4.26.1. La cuenta oculada de Hinojedo................................................................................................................. 262 4.26.2. El Castro de El Cincho (Santillana del Mar)............................................................................................. 262 4.26.3. Fíbula de Monte Mijedo (Santoña)........................................................................................................... 263 4.26.4. La fíbula de Cueto del Agua...................................................................................................................... 263 5. La cultura material de la Primera Edad del Hierro en Cantabria (VIII a.C.–V/IV a.C.).................................. 265 5.1. La cerámica de la Primera Edad del Hierro.......................................................................................................... 265 5.1.1. Rasgos tecnológicos.................................................................................................................................... 265 5.1.2. Rasgos morfológicos................................................................................................................................... 265 5.1.3. Rasgos decorativos...................................................................................................................................... 266 5.1.4. Funcionalidad.............................................................................................................................................. 267 5.2. La metalurgia........................................................................................................................................................ 270 5.3. Fauna y restos vegetales........................................................................................................................................ 271 5.4. Otros materiales.................................................................................................................................................... 271 6. La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.)............................................ 273 6.1. La cerámica de la Segunda Edad del Hierro......................................................................................................... 273 6.1.1. La cerámica a mano..................................................................................................................................... 273 6.1.1.1. Rasgos tecnológicos....................................................................................................................... 273 6.1.1.2. Rasgos morfológicos...................................................................................................................... 273 6.1.1.3. Rasgos decorativos......................................................................................................................... 274 6.1.1.4. Funcionalidad................................................................................................................................. 277 6.1.2. La cerámica a torno..................................................................................................................................... 281 6.1.2.1. Rasgos tecnológicos....................................................................................................................... 281 6.1.2.2. Rasgos morfológicos...................................................................................................................... 281 6.1.2.3. Rasgos decorativos......................................................................................................................... 282 6.1.2.4. Funcionalidad................................................................................................................................. 283 6.1.3. La cerámica campaniense o de imitación.................................................................................................... 287 6.2. La metalurgia........................................................................................................................................................ 287 6.2.1. Bronce, plata y oro...................................................................................................................................... 287 6.2.2. Hierro.......................................................................................................................................................... 289 6.2.3. Metales romanos......................................................................................................................................... 290 x

Contenido 6.3. Fauna y restos vegetales........................................................................................................................................ 290 6.4. Restos humanos..................................................................................................................................................... 292 6.5. Otros materiales.................................................................................................................................................... 292 6.6. El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria.............................................................................. 293 7. Conclusiones............................................................................................................................................................... 295 Bibliografía...................................................................................................................................................................... 299

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Lista de Figuras y Tablas Figura 1.1. Casto de la Mora y Obregón en la cima de Santa Marina del Monte Ornedo (1898–1905) ............................ 2 Figura 1.2. Excavaciones en el castro de Las Rabas (1968–1969) ...................................................................................... 2 Figura 2.1. Marco geográfico y yacimientos arqueológicos estudiados. ........................................................................... 12 Tabla 2.2. Dataciones absolutas de la Edad del Hierro en Cantabria................................................................................. 15 Tabla 2.3. Yacimientos de la Edad del Hierro analizados................................................................................................... 17 Figura 3.1. Topografía del Alto de la Garma y áreas excavadas......................................................................................... 20 Tabla 3.2. Distribución del conjunto cerámico en función de su área de procedencia....................................................... 22 Tabla 3.3. Tratamientos superficiales.................................................................................................................................. 22 Figura 3.4. Morfología de bordes y bases........................................................................................................................... 23 Figura 3.5. Bordes............................................................................................................................................................... 24 Figura 3.6. Motivos decorativos documentados en el conjunto cerámico.......................................................................... 25 Figura 3.7. Motivos decorativos documentados en el conjunto cerámico.......................................................................... 26 Figura 3.8. Morfología de las bases.................................................................................................................................... 27 Figura 3.9. Metales: 1) regatón; 2) punzón/lezna; 3) posible talón de hacha..................................................................... 28 Figura 3.10. Fauna identificada........................................................................................................................................... 29 Figura 3.11. Cerámicas de la Edad del Hierro.................................................................................................................... 32 Figura 3.12. Cerámicas de la Edad del Hierro.................................................................................................................... 33 Figura 3.13. Materiales romanos: 1 a 3) cerámica común; 4) cabeza de anillo o botón con pasta vítrea.......................... 34 Tabla 3.14. Restos osteológicos.......................................................................................................................................... 35 Tabla 3.15. Tratamientos superficiales................................................................................................................................ 38 Figura 3.16. Bordes............................................................................................................................................................. 40 Figura 3.17. Bordes decorados............................................................................................................................................ 41 Figura 3.18. Bordes con decoración impresa...................................................................................................................... 42 Figura 3.19. Bordes con decoración incisa y combinación de incisiones y digitaciones................................................... 43 Figura 3.20. Decoraciones incisas complejas..................................................................................................................... 44 Figura 3.21. Galbos con decoraciones incisas e impresas.................................................................................................. 45 Figura 3.22. Bases planas. A) simples; B) perfil ondulado; C) pie indicado; D) pie indicado con fondo rehundido......... 46

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Figura 3.23. Formas cerámicas........................................................................................................................................... 47 Figura 3.24. 1) asas; 2) tapadera; 3) jarra con asa decorada; 4) fichas............................................................................... 48 Figura 3.25. 1) canino atrófico perforado; 2) posible punzón; 3) pasador en T; 4) bronce; 5) objetos de bronce; 6) aguja; 7) chapa decorada; 8) chapa remachada; 9) cuchillo; 10) remaches; 11) objeto de bronce; 12) anilla; 13) objeto de bronce.......................................................................................................................................... 49 Figura 3.26. Conglomerado de pared pintado..................................................................................................................... 50 Tabla 3.27. Tratamientos superficiales................................................................................................................................ 52 Figura 3.28. 1 y 2) bordes y galbos decorados; 3) bordes.................................................................................................. 53 Figura 3.29. 1) bases; 2) cuchillo........................................................................................................................................ 54 Figura 3.30. Colección cerámica según Serna (2002)........................................................................................................ 58 Tabla 3.31. Tratamientos superficiales................................................................................................................................ 60 Figura 3.32. Bordes: 1) planos horizontales; 2) plano horizontal con engrosamiento al interior; 3) plano horizontal con engrosamiento al exterior; 4) cóncavo simétrico; 5) redondeado simétrico; 6) apuntado; 7) vueltos al exterior........ 62 Figura 3.33. Bordes con decoración impresa digitada........................................................................................................ 63 Figura 3.34. 1) borde con decoración incisa lineal e impresa ungulada y digitada (dibujo a partir de Valle y Serna, 2003); 2) bordes y galbos con decoración digitada; 3) bordes y galbo con decoración incisa; 4) ficha.............. 64 Figura 3.35. Bases planas. 1) simples; 2) perfil ondulado; 3) con pie indicado................................................................. 65 Figura 3.36. Formas............................................................................................................................................................ 66 Figura 3.37. 1) talón de hacha; 2) posible pulsera; 3) pasador en T; 4) objetos de bronce; 5) aguja (Dibujos según Valle y Serna, 2003)..................................................................................................................... 68 Tabla 3.38. Restos de fauna................................................................................................................................................ 68 Figura 3.39. Caldero de Cabárceno..................................................................................................................................... 70 Figura 3.40. Figura de Bárago según J. Gonzalez Echegaray (1983)................................................................................. 71 Figura 3.41. Punta de lanza de Riaño de Ibio..................................................................................................................... 72 Figura 4.1. Localización de las distintas catas y sondeos................................................................................................... 74 Figura 4.2. Sector I de 1986 a partir de Vega et alii, 1986................................................................................................. 76 Figura 4.3. Sector II de 1986 a partir de Vega et alii, 1986................................................................................................ 77 Figura 4.4. Sector II de 1986 a partir de Vega et alii, 1986................................................................................................ 78 Figura 4.5. Plano del Sector 3 de 2011 y 2013................................................................................................................... 80 Figura 4.6. Lajas hincadas.................................................................................................................................................. 82 Tabla 4.7. Tratamientos superficiales.................................................................................................................................. 85 Figura 4.8. Motivos decorativos de la cerámica a mano..................................................................................................... 87 Figura 4.9. Motivos decorativos de la cerámica a mano..................................................................................................... 88 xiv

Lista de Figuras y Tablas Figura 4.10. Formas de la cerámica a mano....................................................................................................................... 89 Figura 4.11. Cerámica a mano. Forma I............................................................................................................................. 90 Figura 4.12. Cerámica a mano. Forma II: 1) Forma II/1; 2) Formas II/ 2 a 6.................................................................... 91 Figura 4.13. Cerámica a mano. 1) Forma III; 2) Forma IV................................................................................................. 93 Figura 4.14. Cerámica a mano. 1) Forma IV; 2) Forma V; 3) Forma VI; 4) Forma VII..................................................... 94 Figura 4.15. Cerámica a mano. 1) Forma VIII; 2) Forma IX; 3) Forma X; 4) Forma XI; 5) Forma XII........................... 95 Figura 4.16. 1) fusayolas; 2) fichas cerámicas.................................................................................................................... 96 Figura 4.17. Fichas cerámicas............................................................................................................................................. 97 Figura 4.18. Decoraciones impresas unguladas.................................................................................................................. 98 Figura 4.19. Decoraciones impresas digitadas.................................................................................................................... 99 Figura 4.20. Decoraciones impresas digitadas.................................................................................................................. 100 Figura 4.21. Decoraciones impresas digitadas y de arrastre de dedo............................................................................... 101 Figura 4.22. Decoraciones impresas de arrastre de dedo y digitaciones.......................................................................... 102 Figura 4.23. Decoraciones impresas de arrastre de dedo.................................................................................................. 103 Figura 4.24. Decoración impresa con instrumento y estampillada................................................................................... 104 Figura 4.25. Decoración impresa estampillada................................................................................................................. 105 Figura 4.26. Decoración impresa estampillada................................................................................................................. 106 Figura 4.27. Decoración impresa estampillada................................................................................................................. 107 Figura 4.28. Decoración impresa estampillada................................................................................................................. 108 Figura 4.29. Decoración incisa......................................................................................................................................... 109 Figura 4.30. Decoración incisa......................................................................................................................................... 110 Figura 4.31. Decoración incisa..........................................................................................................................................111 Figura 4.32. Decoración incisa......................................................................................................................................... 112 Figura 4.33. Decoración plástica...................................................................................................................................... 113 Figura 4.34. Decoración incisa e impresa......................................................................................................................... 114 Figura 4.35. Decoración incisa e impresa......................................................................................................................... 115 Figura 4.36. Decoración incisa e impresa......................................................................................................................... 116 Figura 4.37. Decoración incisa e impresa......................................................................................................................... 117 Figura 4.38. Asas. 1) sesión circular; 2) sección triangular; 3) sección cuadrangular; 4) sección circular concéntrica; 5) sección circular con rebaje lateral izquierdo; 6) sección semicircular; 7) sección con doble rebaje lateral; 8) sección irregular y 9) sección con rebaje lateral derecho............................................................ 118

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Figura 4.39. Asas. 1) sección ovoidal y 2) sección rectangular........................................................................................ 119 Figura 4.40. Asas. 1) sección rectangular y 2) sección bilobulada................................................................................... 120 Figura 4.41. Asas. 1) sección bilobulada y 2) sección trilobulada.................................................................................... 121 Figura 4.42. Bases planas simples.................................................................................................................................... 122 Figura 4.43. Bases: perfil ondulado (1b), perfil ondulado con acanaladura interior (1b1), pie indicado (1c).................. 123 Tabla 4.44. Tratamientos superficiales.............................................................................................................................. 124 Figura 4.45. Decoraciones de la cerámica a torno............................................................................................................ 124 Figura 4.46. Formas de la cerámica a torno...................................................................................................................... 126 Figura 4.47. Cerámica a torno. Forma I............................................................................................................................ 127 Figura 4.48. Cerámica a torno. 1) Forma II; 2) Forma III; 3) Forma IV; 4) Forma V; 5) Forma VI; 6) Forma VII; 7) Forma VIII y 8) Forma IX..................................................................................................................... 128 Figura 4.49. Cerámica a torno. 1) Forma X; 2) Forma XI; 3) Forma XII y 4) Forma XIII/1........................................... 130 Figura 4.50. Cerámica a torno. 1) Forma XIII/1 y 2) Forma XIII/2................................................................................. 132 Figura 4.51. Cerámica a torno. 1) Forma XIII/2; 2) Forma XIII/3; 3) Forma XIV; 4) Forma XV y 5) Forma XVI........ 133 Figura 4.52. Bases. 1) bases planas simples; 2) bases planas con fondo rehundido; 3) base plana de perfil ondulado con acanaladura inferior; 4) base plana de perfil ondulado y 5) base con perforaciones................................. 134 Figura 4.53. 1) cordones lisos e incisiones y 2) decoración pintada lineal....................................................................... 135 Figura 4.54. 1) decoración pintada lineal y 2) decoración pintada geométrica................................................................ 136 Figura 4.55. Cerámica campaniense o de imitación. 1) tapadera; 2) vaso y 3) galbo decorado....................................... 137 Figura 4.56. Tésera del castro de Las Rabas (izq.) y tésera de la R.A.H. (dcha.)............................................................. 140 Figura 4.57. Fíbulas de aro sin resorte “omega”............................................................................................................... 143 Figura 4.58. Fíbulas de aro sin resorte “omega”............................................................................................................... 144 Figura 4.59. 1 a 9) fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal; 10) fíbula de pie vuelto o de tipo La Tène; 11) fíbula zoomorfa esquematizada; 12 y 13) agujas de fíbula......................................................................... 147 Figura 4.60. Fíbulas dadas a conocer por J. Ruiz Cobo (1996b)...................................................................................... 148 Figura 4.61. Conjunto 2 de las placas articuladas............................................................................................................. 149 Figura 4.62. Conjunto 1 de las placas articuladas............................................................................................................. 150 Figura 4.63. Elementos de guarnicionería........................................................................................................................ 151 Figura 4.64. Elementos de guarnicionería........................................................................................................................ 152 Figura 4.65. Restos de armamento de hierro (1 a 7 y 11) y bronce (8 a 10 y 12 a 16)..................................................... 154 Figura 4.66. 1) placas; 2) pata de équido; 3) varilla de torques; 4) agujas; 5) dolabra; 6) ficha/pesa; 7) asa; 8 a 12 y 14) objetos de bronce; 15) remates decorativos.................................................................................................. 155

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Lista de Figuras y Tablas Figura 4.67. Regatones..................................................................................................................................................... 157 Figura 4.68. Cuchillos....................................................................................................................................................... 158 Figura 4.69. Objetos de hierro. 1) azada; 2) hacha; 3) hacha; 4) anilla de sujeción; 5) aguijada; 6) bocado de caballo; 7 y 8) grapas de carrillera; 9) campano; 10) cabeza de martillo; 11) broca; 12) anzuelo y 13) pinzas.......... 159 Figura 4.70. Objetos de hierro.......................................................................................................................................... 160 Figura 4.71. Mangos......................................................................................................................................................... 161 Figura 4.72. Objetos fabricados en asta o hueso............................................................................................................... 162 Figura 4.73. A) fragmento de cráneo conservado; B) visión externa de la lesión frontal; C) vista interna/ endocraneal de la lesión frontal y acompañantes y D) osteoma....................................................................................... 163 Figura 4.74. Conglomerados de pared de cabaña............................................................................................................. 165 Figura 4.75. Cuenta oculada............................................................................................................................................. 166 Figura 4.76. Restos líticos................................................................................................................................................. 167 Figura 4.77. Restos romanos. 1 y 2) fragmentos de balteus; 3) hebilla en D; 4) hebilla en D con placas; 5) placas para hebilla; 6) botón; 7) oricalarium specillum; 8) pinzas; 9) puntas de flecha; 10 y 11) cerámica común romana...... 168 Figura 4.78. Clavi caligae................................................................................................................................................. 170 Figura 4.79. Molino circular............................................................................................................................................. 171 Figura 4.80. Croquis de Monte Ornedo según Fernandez Vega et alii, 2022................................................................... 173 Figura 4.81. Cerámica a mano (3 a 5) y cerámica a torno (1 y 2).................................................................................... 175 Figura 4.82. Fíbulas: 1 a 4) fíbulas de aro sin resorte “omega”; 4 a 8) fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal; 9) fíbula zoomorfa esquematizada y 10) fíbula de doble resorte.......................................................... 177 Figura 4.83. Signa equitum: 1) Monte Ornedo; 2) Rueda de Pisuerga; 3 y 4) castro de la Ulaña.................................... 179 Figura 4.84. 1) botones; 2) eslabones amorcillados; 3 a 5) placas de cinturón o correaje; 6) colgante y 7) hebilla en D................................................................................................................................................................... 181 Figura 4.85. 1) pernio de puerta; 2) asas; 3) escoplo. Dibujos a partir de Fernandez Vega et alii, 2014......................... 182 Figura 4.86. 1) pelta; 2) cluvus caligale; 3 a 5) fíbulas tipo Alesia; 6) placas para hebilla; 7) hacha; 8 y 9) fíbulas de aro sin resorte “omega”; 10) objeto decorativo de plata; 11) trisquel decorativo; 12) remates decorativos; 13 a 15) placas de bronce; 16) objeto indeterminado de bronce y 17) pasador................................................................ 183 Figura 4.87. 1) pugio; 2) pilum incendiarium (Fernandez Vega et alii, 2014); 3) clavijas de tienda de campaña; 4) placa de tahalí o cinturón; 5) fíbula de aro sin resorte “omega”; 6) eslabón amorcillado; 7) placa decorada; 8) hebilla en D; 9) botón; 10) posible placa de arreo de caballo y 11) hacha................................................................... 185 Figura 4.88. 1) piezas de arreo de caballo; 2) puntas de lanza; 3) regatones; 4) punta de jabalina y 5) cuchillos........... 187 Figura 4.89. Plano de la cavidad y situación del Área 2................................................................................................... 188 Tabla 4.90. Tratamientos superficiales.............................................................................................................................. 190 Figura 4.91. Formas cerámicas......................................................................................................................................... 192 Figura 4.92. Cerámica a torno pintada.............................................................................................................................. 193 xvii

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Figura 4.93. Metales: 1) pinzas o tenazas; 2) hoz; 3) objeto apuntado; 4) hoja de puñal; 5) clavija; 6) placa de bronce y 7) remaches y chapa de bronce........................................................................................................ 194 Tabla 4.94. Especies identificadas.................................................................................................................................... 195 Figura 4.95. 1) pieza circular; 2) pieza rectangular y 3) pieza con apéndice................................................................... 196 Figura 4.96. Peines de telar............................................................................................................................................... 198 Figura 4.97. Espada de telar.............................................................................................................................................. 199 Tabla 4.98. Carporrestos vegetales documentados........................................................................................................... 201 Tabla 4.99. Isótopos estables de los carbones de roble..................................................................................................... 202 Tabla 4.100. Isótopos estables de los granos de trigo....................................................................................................... 202 Tabla 4.101. Especies identificadas.................................................................................................................................. 202 Figura 4.102. Topografía del Abrigo del Puyo según San Miguel et alii, 1991............................................................... 205 Figura 4.103. Plano de la estructura tumular excavada según San Miguel et alii, 1991.................................................. 206 Figura 4.104. 1) bordes y 2) bases.................................................................................................................................... 208 Figura 4.105. Fíbula de pie vuelto.................................................................................................................................... 209 Figura 4.106. Plano de la cavidad según Ruiz Cobo y Smith, 2003................................................................................. 210 Figura 4.107. 1 a 3) cerámica de la diaclasa V3 y 4 y 5) cerámicas de la sala del lago................................................... 212 Figura 4.108. 1 a 3) cerámica a mano; 4) hoja de puñal; 5) placa de bronce; 6) disco de puñal; 7) cuenta oculada y 8) placa de suspensión...................................................................................................................... 213 Figura 4.109. 1) bordes de cerámica a mano; 2) galbo decorado..................................................................................... 216 Figura 4.110. Plano de la cavidad y zona de la muestra de la Edad del Hierro................................................................ 217 Figura 4.111. Galería con posibles restos de la Edad del Hierro...................................................................................... 218 Figura 4.112. Plano de la cavidad y dispersión de hallazgos según Smith et alii, 2013................................................... 219 Figura 4.113. Bordes y bases fabricados a mano.............................................................................................................. 221 Figura 4.114. Placas de bronce......................................................................................................................................... 222 Figura 4.115. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 222 Figura 4.116. 1 a 4) cerámica a mano; 5) fíbula y 6) placa de hierro............................................................................... 223 Figura 4.117. Plano de la cavidad a partir de AEC Lobetum............................................................................................ 225 Figura 4.118. Cerámica a mano........................................................................................................................................ 226 Figura 4.119. Plano de la cavidad según León (2010)...................................................................................................... 227 Figura 4.120. Placa de bronce........................................................................................................................................... 227 Figura 4.121. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 228

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Lista de Figuras y Tablas Figura 4.122. 1) placa de cinturón o correaje y 2) eslabones amorcillados...................................................................... 229 Figura 4.123. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 230 Figura 4.124. 1) cerámica a mano; 2) elemento decorativo de vaina de puñal y 3) arandela........................................... 231 Figura 4.125. Plano de la cavidad según R. Rincón......................................................................................................... 232 Figura 4.126. 1 a 3 y 6) cerámica a mano; 4) fíbula de aro sin resorte “omega” y 5) aguja............................................ 234 Figura 4.127. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 235 Figura 4.128. 1) galbos decorados y 2) borde................................................................................................................... 237 Figura 4.129. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 238 Figura 4.130. Tahalí.......................................................................................................................................................... 239 Figura 4.131. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 240 Figura 4.132. Restos cerámicos........................................................................................................................................ 242 Figura 4.133. Plano de la boca II y sondeos realizados por R. Rincón (1982)................................................................. 243 Figura 4.134. 1) vasija fabricada a torno; 2) vasija fabricada a mano; 3) fichas y 4) galbo decorado............................. 244 Figura 4.135. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 245 Figura 4.136. 1) borde fabricado a mano decorado; 2) cuellos fabricados a mano decorados y 3 a 5) placas de bronce............................................................................................................................................................ 247 Figura 4.137. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 249 Figura 4.138. Galbo con decoración pintada.................................................................................................................... 250 Figura 4.139. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 251 Figura 4.140. Vasija.......................................................................................................................................................... 252 Figura 4.141. Plano y galbo decorado.............................................................................................................................. 253 Figura 4.142. Plano de la cavidad y bordes...................................................................................................................... 255 Figura 4.143. Plano de la cavidad y vasija........................................................................................................................ 256 Figura 4.144. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 257 Figura 4.145. 1) vasija con decoración impresa y 2) fragmentos de tapadera.................................................................. 259 Figura 4.146. Plano del castro. 1) puerta de la Sanganza; 2) puerta de Vallegón y 3) cueva de Ziguste......................... 260 Figura 4.147. Plano de la cavidad..................................................................................................................................... 261 Figura 4.148. 1) fíbula y 2) fusayola................................................................................................................................. 261 Figura 4.149. Cuenta oculada de Hinojedo....................................................................................................................... 262 Figura 4.150. Anilla y placas............................................................................................................................................ 263 Figura 4.151. Fíbula de Monte Mijedo............................................................................................................................. 264 xix

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Figura 4.152. Fíbula de Cueto del Agua........................................................................................................................... 264 Tabla 5.1. Grosores por parte morfológica (mm)............................................................................................................. 266 Figura 5.2. Motivos decorativos....................................................................................................................................... 267 Figura 5.3. Formas cerámicas........................................................................................................................................... 268 Tabla 6.1. Grosores por parte morfológica (mm)............................................................................................................. 274 Figura 6.2. Motivos decorativos....................................................................................................................................... 276 Figura 6.3. Motivos decorativos....................................................................................................................................... 277 Figura 6.4. Formas cerámicas........................................................................................................................................... 278 Figura 6.5. Motivos decorativos....................................................................................................................................... 282 Figura 6.6. Formas cerámicas........................................................................................................................................... 284

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1 Historia de la investigación A pesar del gran interés social que tiene la Edad del Hierro en Cantabria, en gran medida debido al enfrentamiento de los cántabros con Roma, la arqueología de este periodo aún se encuentra en un estado que podemos considerar embrionario, algo que se aprecia a la perfección cuando realizamos un rápido repaso por los avances arqueológicos más relevantes conocidos hasta ahora.

referencia a molinos, afiladeras, hierros, cerámica pintada que relaciona con la cerámica ibérica, y algunos restos de adobes quemados y cenizas que son la prueba que usa para afirmar que existieron cabañas de planta circular. El poblado, según A. Schulten (1942; 1943), fue destruido durante las Guerras Cántabras. Medio siglo después tenemos noticias, pero no información precisa ni materiales, de las “rebuscas”, en palabras de García y Bellido (1956: 171), que junto con J. González Echegaray (1966) llevaron a cabo en el castro de Cañeda (Campoo de Enmedio), sin obtener ningún resultado de interés. En 1964, M.A. García Guinea y J. González Echegaray retoman las investigaciones en Monte Ornedo, concretamente en el recinto interior de Santa Marina, en el cual descubren múltiples restos medievales y los cimientos de la ermita que da nombre al lugar. De todo el lote de piezas exhumadas solamente un fragmento de terra sigillata, un cuchillo afalcatado y un denario republicado acuñado en Sicilia entre el 209 a.C. y el 208 a.C. les permiten intuir una posible ocupación anterior al episodio de conquista (Bohigas, 1978).

1.1. De A. Schulten a M.A. García Guinea Los orígenes de las investigaciones, desde el punto de vista arqueológico, acontecen en un marco científico en donde el debate se centra en la filiación étnica de los cántabros. Dos son las teorías predominantes: aquella que, influida por las incipientes tendencias regionalistas, considera que se trata de un pueblo de origen céltico (Assas, 1867; Fernández Guerra, 1868; Lafuente, 1877; Cabré, 1920); y la hipótesis que, encabezada por P. Bosch Gimpera (1932; 1974), sostiene que los cántabros eran íberos de la cultura de El Argar que llegaron a través del valle del Ebro. Tras sus excavaciones en Monte Ornedo A. Schulten considera que eran fundamentalmente un núcleo celto-ligur sobre el que a partir del año 300 a.C. se impuso una capa ibérica procedente del Mediterráneo. La tesis celtista fue la que se asentó a partir de este momento siendo defendida por autores como J. Carballo (1948) o J. González Echegaray (1966), e influyendo en las conclusiones de las excavaciones del castro de Las Rabas (García Guinea y Rincón, 1970). Este trabajo, junto con la intervención de A. Schulten en Valdeolea, fue la única base arqueológica procedente de Cantabria, la cual se incluyó en los trabajos de síntesis que surgieron tras la estela de la obra Los Cántabros de J. González Echegaray (1966); una base escasa que no conseguirá superar el peso de los argumentos lingüísticos y de las fuentes clásicas en un discurso centrado en exclusiva en la Segunda Edad del Hierro.

No será hasta el año 1968 y 1969 cuando, de la mano de M.A. García Guinea y R. Rincón (García Guinea y Rincón, 1970; García Guinea, 1997, 1999), y tras la continua insistencia de Adolfo Peña, se inicien los trabajos en el castro de Las Rabas (Campoo de Enmedio), un yacimiento que será usado como base y referencia imprescindible en todas las interpretaciones de la Edad del Hierro realizadas desde entonces (Figura 1.2). Durante estos dos años las distintas áreas abiertas posibilitaron recuperar información acerca de las estructuras defensivas del poblado y su registro material, mientras que las estructuras de hábitat les resultaron esquivas, al igual que la obtención de una secuencia estratigráfica. El registro material recuperado les lleva a asociar el yacimiento con los niveles IIa y IIc de Soto de Medinilla (García Guinea y Rincón, 1970: 29), datándolo así entre los siglos II-I a.C. (García Guinea y Rincón, 1970: 34), aunque no descartan que pudiera existir una primera ocupación durante el siglo III a.C. que estaría en relación con las cerámicas negruzcas semiespatuladas con acanaladuras (García Guinea y Rincón, 1970: 29). Para estos autores sus habitantes practicarían una economía primitiva basada en el pastoreo, la caza y la agricultura residual de cereales y legumbres, desarrollando una cultura material caracterizada por las pervivencias hallstáticas, las similitudes con la cultura de los verracos (cerámicas estampilladas) y las fuertes influencias del mundo celtibérico (García Guinea y Rincón, 1970: 35). Su final, aun sin hallarse pruebas directas, es relacionado con las Guerras Cántabras.

Las primeras excavaciones de las que tenemos constancia en Cantabria son las realizadas por A. Schulten en Monte Ornedo (Valdeolea). En 1906, poco antes de que el investigador alemán tomase rumbo hacia Numancia, descubre en la cima de Santa Marina los restos de lo que interpreta como un castro prerromano (Figura 1.1). Advierte de la presencia, en la falda más accesible, de cinco defensas, cuatro de ellas terreras y una construida con doble paramento de piedra en torno a la que se erigiría el acceso al poblado, adoptando una forma de esviaje. La puerta era de madera y a ella vincula varios objetos de hierro que hoy se encuentran depositados en el Museo Arqueológico Nacional. Hacia Ornedo señala igualmente la existencia de tres defensas y un foso que no llegan a ser excavados. Entre los escasos materiales recuperados hace

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 1.1. Casto de la Mora y Obregón en la cima de Santa Marina del Monte Ornedo (1898–1905) (Foto del Fondo Ángel de la Mora, Centro de Documentación de la Imagen de Santander, CDIS, Ayuntamiento de Santander. Diario Montañes 26/03/2013).

Figura 1.2. Excavaciones en el castro de Las Rabas (1968–1969) (Fotografía: ©Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria).

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 Historia de la investigación 1.2. Los años 80 y 90 del siglo XX

resultados de la datación publicada años después (Morlote et alii, 1996: 276; Arias, 1999: 253) y que termina por convertir a este yacimiento dentro de la historiografía en la única necrópolis de la Edad del Hierro de la que tenemos constancia hasta ahora en Cantabria.

A partir de la década de los 80 del siglo XX, con la creación de la Comunidad Autónoma de Cantabria y de la Universidad de Cantabria, se producirá en buena medida un incremento de los estudios centrados en la Edad del Hierro. No obstante, la mayor parte de ellos heredarán las tendencias ya citadas: una investigación centrada en la Segunda Edad del Hierro, eclipsada por los cántabros y las Guerras Cántabras, basada principalmente en argumentos derivados de las fuentes clásicas y la lingüística, con escaso peso de la arqueología. Claros ejemplos son los debates acerca de la existencia de cántabros cismontanos y transmontanos, como consecuencia de la falta de proyectos arqueológicos (Rincón, 1985; Iglesias, 1986–1987; De Blas y Fernández Manzano, 1992; Solana, 1998), o la consideración de los cántabros como un pueblo precelta (Gómez-Tabanera, 1991; Almagro Gorbea y Ruiz Zapatero, 1992; Peralta, 2003). Solamente un pequeño grupo vinculado a la Universidad de Cantabria y, especialmente, al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria y al Instituto Sautuola comenzarán a intensificar el trabajo de campo introduciendo en el debate científico paulatinamente aspectos hasta ahora marginales o desconocidos como la Primera Edad del Hierro o el uso de las cuevas. En lo concerniente a la cultura material, debido en gran medida a la intermitencia de las excavaciones y a la falta de estudios, su repercusión será muy limitada, llegado incluso a estar ausente en trabajos de referencia como la obra Los cántabros antes de Roma de E. Peralta (2003).

Este mismo año R. Rincón (1985) publica, en el marco de la Historia de Cantabria dirigida por M.A. García Guinea, una síntesis de la Edad del Hierro en la que se incluyen la mayor parte de los datos arqueológicos disponibles hasta el momento, observándose una importante influencia de los trabajos realizados en el castro de Las Rabas. P. Smith (1985) da a conocer también varias piezas que relaciona con la Edad del Hierro y que fueron halladas en distintas cuevas del valle de Matienzo, entre las que se encuentran las cuevas de Cofresnedo, Cuatribú, Codisera, Barandas y la cueva del Agua; estos hallazgos los vincula con zonas de enterramientos que podrían suponer pervivencias de las prácticas desarrolladas durante la Edad del Bronce. Miguel Ángel Marcos García (1985) presenta igualmente en estos meses su memoria de licenciatura titulada Revisión de los materiales arqueológicos del yacimiento de Celada Marlantes, conservados en el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología, que fue resumida con posterioridad en un breve artículo (Marcos García, 1987–88–89: 235–244) y en la que destaca su estudio de la cerámica. Según este autor existen cuatro tipos de producciones (romana, campaniense, celtibérica y a mano) que le permiten diferenciar tres momentos dentro del castro: Celada Marlantes A, B y C. El primero, CMA, transcurre desde el siglo IV a.C. hasta la primera mitad del siglo III a.C., caracterizándose por mantener formas arcaicas con ungulaciones en los labios y decoración a base de pezones, mamelones e impresiones triangulares o romboidales. Entre la segunda mitad del siglo II a.C. y el siglo I a.C. se abandonan estos arcaísmos y comienzan a producirse vasijas a mano con decoraciones a base de impresiones, estampillados y digitaciones, mientras de forma simultánea aparecen las primeras cerámicas celtibéricas fruto de los contactos con los valles del Duero y del Ebro: estaríamos así ante CM-B. Por último, CM-C, transcurre entre la segunda mitad del siglo II a.C. y el siglo I a.C., un periodo en el que junto a las formas más elaboradas de cerámica prerromana conviven las cerámicas celtibéricas pintadas y las escasas muestras de cerámica campaniense y cerámica común romana.

A estos momentos responde la intervención arqueológica realizada en 1984 en el yacimiento de El Ostrero (Camargo) bajo la dirección del C. Lamalfa en la cual, con carácter de urgencia, se puso al descubierto un conchero compuesto principalmente por ostras, navajas, almejas finas, navallón, mejillón, almeja de fango, berberecho, almeja vieja y almejón de sangre junto con algunos fragmentos cerámicos (Lamalfa et alii, 1998). Estos, junto con una reciente datación (Bolado et alii, 2022), ha permitido situar el conchero en la Primera Edad del Hierro, y reconocer una fase romana. Un año después, en 1985 y también con carácter de urgencia como consecuencia de la alteración que podía ocasionar una plantación de pinos, M.A. García Guinea interviene en el abrigo de El Puyo (Miera) (San Miguel et alii, 1991: 162–163; Fernández Acebo, 2010: 557– 556). Junto a la prospección realizada y la excavación de tres sondeos en distintos puntos del abrigo, se trabajó sobre uno de los 23 túmulos documentados. Este, una vez retiradas las unidades de piedras y a unos 80 cm de profundidad, proporcionó un nivel negruzco de cenizas, huesos calcinados, restos líticos y fragmentos cerámicos que se extendían por toda la superficie. Entre la cerámica llegaron a distinguir ollas, vasos, cuencos y vasijas de perfil en S, mientras que una falange suscitaba dudas acerca de su posible pertenencia a un humano. Todo ello podría responder a una necrópolis de la Segunda Edad del Hierro, una fecha que se verá confirmada por los

Al año siguiente, el mismo en el que ve la luz el breve estado de la cuestión publicado por R. Bohigas (1986– 1987), Raúl Vega, Regino Rincón y Eduardo Van den Eynde realizan la segunda intervención arqueológica en el castro de Las Rabas, la cual ha permanecido inédita hasta ahora. De la memoria existente llama la atención las referencias hacia la presencia de hogares y la fijación del momento de fundación del yacimiento entre el año 220 a.C. y el 179 a.C. Un origen que sería consecuencia del “violento” proceso de celtiberización que se da por buena parte del norte peninsular y que motivará la destrucción y el abandono, así como la creación, de numerosos castros; idea ya planteada por R. Rincón (1985). El 3

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Muñoz Fernández et alii (1996b) llevan a cabo una interesante síntesis sobre el denominado arte esquemático abstracto, un tipo de representación al que ya hacía referencia el propio M. Sanz de Sautuola (1880), quien las interpreta como marcas topográficas o el resultado de la acción de las antorchas. Breuil y Obermaier (1935) fecharon este tipo de arte entre el Paleolítico y época visigoda y no es hasta los trabajos de A. Llanos (1961; 1966; 1977), quien considera que son representaciones funerarias de entre el Bronce final y la romanización, cuando se adapta esta interpretación en Cantabria (Muñoz y Serna, 1985). En nuestra región, al documentarse en el lugar donde había restos identificados como de la Edad del Hierro o romanos se estableció una relación directa con ambas épocas. El listado de cuevas que en este momento contaban con arte esquemático abstracto ascendía a 79 cavidades.

reflejo de la difusión de esta nueva cultura lo encuentran en las cerámicas celtibéricas, las cuales convivirán con elementos arcaizantes justificados por la lejanía del poblado respecto a los principales núcleos celtibéricos (Vega et alii, 1986). Inéditas hasta la presente investigación son también las primeras excavaciones realizadas en el castro de ArgüesoFontibre (Hermandad de Campoo de Suso) en 1990–1991 bajo la dirección de E. Van den Eynde Ceruti, con las cuales se quiso comprobar el potencial arqueológico del yacimiento y esclarecer su adscripción cronocultural. Las únicas noticias existentes acerca de esta campaña nos hablan de la intervención en la muralla sudeste y en un vertedero (Van den Eynde, 2000). En ambos casos se incide en la abundancia de hallazgos cerámicos y metálicos, realizando una caracterización breve de los primeros: “se trata, generalmente, de grandes vasijas de almacenamiento, ollas y pequeños cuencos, con panzas globulares (grandes vasijas) y bordes exvasados (ollas y cuencos), de pastas porosas y desgrasantes de caliza y cuarzo. El color de las pastas varía del gris oscuro al rojo, en relación con modalidades de cocción en atmósfera bien reductora, bien oxidante. La superficie de las vasijas aparece comúnmente alisada, y solo excepcionalmente con bruñido y marcas de espátula. Por lo que respecta a las decoraciones suelen ser digitaciones (marcas de dedos) en bordes y labios. También aparecen ungulaciones e incisiones en panzas” (Van den Eynde, 2000). Es precisamente la exclusiva presencia de cerámica a mano la que lleva a situar al poblado en la Primera Edad del Hierro.

En este mismo volumen Y. Díaz Casado (1996) defiende que las hipótesis acerca del arte esquemático abstracto en Cantabria son apriorísticas y sin base sólida, siendo imposible establecer una asociación directa con los materiales arqueológicos, los cuales pudieran pertenecer a otras épocas. Esta visión crítica, que sostendrá en estudios posteriores (Díaz Casado, 1999), en cierta medida se vio apoyada con el tiempo por las distintas dataciones que fueron desplazando estas marcas hacia la Edad Media. Es el caso, por ejemplo, de las cuevas de El Calero II (Piélagos) y el Portillo del Arenal (Piélagos) (Muñoz y Molote, 2000a; Smith, 2007), la cueva de la Cuevona (Camargo) (Muñoz y Molote, 2000b), la cueva de Coburruyo (Ruesga) (Ruiz Cobo, 2000; Ruiz Cobo y Smith, 2003), las cuevas de cueva Roja (Ruesga), Cofresnedo (Matienzo) y las Grajas (Ruesga) (Ruiz Cobo y Smith, 2003) o la cueva de las Injanas o Anjanas (Valdáliga) (Marcos y Rasines, 2002; Marcos et alii, 2003). A pesar de ello, aunque minoritaria, la hipótesis que relaciona estas representaciones con depósitos de la Edad del Hierro sigue manteniéndose (De Luis, 2014).

En 1996 salen a la luz las actas de la primera reunión sobre la Edad del Hierro en Cantabria, celebradas en Santander el año anterior, bajo el título de La Arqueología de los Cántabros. En ellas se tratan tres temas que centrarán parte del debate científico desde entonces: la cultura material, el arte esquemático abstracto y el uso de las cuevas. En lo concerniente a la cultura material destacan los trabajos de J. Ruiz Cobo (1996a y b) sobre la cerámica de la Edad del Hierro y las fíbulas de pie vuelto. En el primero de ellos, aunque centrado en el sector central de la cornisa cantábrica y sin llevar a cabo un estudio completo de los conjuntos cerámicos, este autor realiza una propuesta que distribuye la colección en ocho grupos atendiendo tanto a aspectos morfológicos como formales, y en los que se incluyen piezas que hoy día sabemos que no pueden adscribirse a este periodo. Entre sus conclusiones son de destacar la vinculación de las vasijas en cueva con recipientes funerarios o la datación de las ollas de perfil en S en la Segunda Edad del Hierro.

Relacionado directamente con el tema anterior, Morlote et alii (1996) afrontan el uso funerario de las cuevas en Cantabria, una hipótesis arraigada tras el artículo de P. Smith y E. Muñoz sobre las ocupaciones en cueva durante la Edad del Hierro (Smith y Muñoz, 1984), que encuentra sus orígenes en la interpretación que Calderón de la Vara (1955) hace de una de las vasijas halladas en cueva de Luma (Comillas) la cual, con restos de ceniza, es considera una urna de incineración. Dentro de las 59 cavidades que son analizadas, los autores prestan especial atención a la cerámica, la cual es dividida entre recipientes funerarios y de ajuar, distinguiendo dos grandes tipos: las vasijas tipo Brazada, de gran tamaño, y las ollas de perfil en S, las cuales con el tiempo han resultado en algunos casos pertenecer a épocas posteriores (Muñoz y Gómez Arozamena, 2004; Gutiérrez Cuenca y Hierro, 2012). La hipótesis funeraria se extendió ampliamente entre los distintos investigadores (García Alonso y Bohigas, 1995; Obregón, 2000; Peralta, 2003; Ruiz Cobo et alii, 2007; Smith y Muñoz, 2010) comenzando a ser aislada en favor

Por lo que respecta a las fíbulas de pie vuelto propone una clasificación de este tipo de piezas en once grupos, todos ellos de la Segunda Edad del Hierro. La muestra empleada abarca los distintos ejemplares del territorio de los antiguos cántabros, dando a conocer algunas piezas inéditas que nunca han llegado a ser depositadas, como en el caso del castro de Las Rabas. 4

 Historia de la investigación de una interpretación simbólica o ritual desde comienzos del siglo XXI (Ruiz Cobo et alii, 2007; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009; Smith y Muñoz, 2010; Smith et alii, 2013; De Luis, 2014).

el abandono del recinto fortificado (Peralta, 2015a: 138). El yacimiento no aporta ningún resto material prerromano aunque, bajo el barracón romano, se ha obtenido una datación que nos lleva hasta la Segunda Edad del Hierro, (Peralta, 2000), momento al cual pudieran pertenecer también algunas de las estructuras situadas entre las dos murallas exteriores, destacando un edificio de falsa bóveda y factura ciclópea en el que se ha querido ver una sauna (Peralta, 2003: 291; Póo et alii, 2010: 295–296).

1.3. La arqueología de la Edad del Hierro en el siglo XXI Entre finales del siglo XX y comienzos de siglo XXI se produce un giro drástico en los estudios de la Edad del Hierro, adquiriendo por primera vez mayor protagonismo la arqueología frente a las fuentes clásicas o la lingüística. Distintos equipos de investigación vinculados al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, a la Universidad de Cantabria y arqueólogos independientes pondrán en marcha proyectos destinados a conocer el poblamiento de enclaves de la Primera y, especialmente, de la Segunda Edad del Hierro, concentrando una gran parte de los esfuerzos en aspectos poliorcéticos relacionados tanto con las defesas como con los asaltos acontecidos durante las Guerras Cántabras. Es de destacar que, a pesar del aumento de las investigaciones, sigue existiendo una considerable laguna en el conocimiento de la cultura material del periodo, algo que, en parte, se incrementa por la falta de publicación de buena parte de los materiales hallados durante estos años.

El tercero de los proyectos se enmarca en el Estudio integral del complejo arqueológico de La Garma (Omoño, Ribamontán al Monte), dentro del cual se intervino en el castro del Alto de la Garma trabajándose en 13 sectores orientados a conocer tanto su sistema defensivo como el hábitat interno (Pereda, 1999; Arias et alii, 2000, 2008, 2010). Gracias a ellos se pudo documentar un yacimiento de la Primera Edad del Hierro con dos defensas pertenecientes a dos momentos constructivos distintos. En el interior se identificaron restos de varias estructuras de habitación de planta circular de entre 6 y 7 m de diámetro, que solían adosarse a las murallas o situarse próximas a ellas. Su construcción se realizó mediante zócalos pétreos sobre los que se dispusieron entramados de varas y postes destinados a sustentar un tejado orgánico. El exterior e interior de las paredes quedaría recubierto mediante manteado de barro, como prueban los restos recuperados. Una de las cabañas proporcionó granos de Hordeum vulgare y Triticum sp. que fueron datados entre los siglos VII-VI a.C. El registro material recuperado fue escaso, no obstante, junto a piezas aisladas como un punzón, un posible talón de hacha de bronce o restos de molinos, destacan los estudios realizados sobre los carporrestos, la fauna y la producción cerámica (Arias y Ontañón, 2008; Arias et alii, 2010; Bolado et alii, 2015a; Sánchez et alii, 2016). En base a ellos ha sido posible constatar materialmente la existencia de una producción agrícola basada en el trigo y la cebada y la práctica de una ganadería centrada en el Bos taurus y los ovicaprinos, que se complementaría con la caza de ciervo.

El inicio de esta fase lo podemos situar en 1996 cuando comienzan tres de los grandes proyectos. El primero de ellos, desarrollado hasta 2005, tuvo como objetivo el castro de la Peña de Sámano (Castro Urdiales) (Molinero et alii, 1992; Bohigas et alii, 1999; Bohigas y Unzueta, 2000; Bohigas et alii, 2008; Bohigas y Unzueta, 2009; 2011). En él, el equipo dirigido por R. Bohigas y M. Unzueta pudo confirmar la existencia de un complejo sistema defensivo, así como un urbanismo de cabañas circulares y rectangulares con zócalo pétreo que pudo estar articulado por calles. Estas estructuras estarían en uso durante la Segunda Edad del Hierro llegando hasta los primeros momentos de la presencia romana, como parecen indicar las dataciones por termoluminiscencia. En algunas zonas pudo percibirse la existencia de una fase anterior protagonizada por estructuras perecederas levantadas con postes que podrían estar relacionadas con la fecha proporcionada por un fragmento cerámico hallado en el relleno de uno de ellos, el cual nos lleva hasta el Bronce final o la Primera Edad del Hierro. Entre sus materiales, aún inéditos, destaca la fíbula de apéndice caudal o de la Tène de la cueva de Ziguste y una fusayola pétrea decorada con cuartos crecientes en una de sus superficies (Bohigas et alii 2003).

En 1997 A. Ruiz Gutiérrez retoma durante una campaña los trabajos en el castro de Argüeso-Fontibre (Hermandad de Campoo de Suso) en un intento de ahondar en la cronología y las características de su hábitat (Ruiz Gutiérrez, 1999a; 2000; 2007). Los dos sondeos realizados únicamente aportaron restos materiales, principalmente cerámicos, fauna, bronce y conglomerados de pared de cabaña, los cuales vincula con estructuras cercanas. Las características de la cerámica, pertenecientes a vasijas de almacenaje de panzas globulares, ollas de perfil en S y cuencos con ocasionales decoraciones digitadas, unguladas e incisas, le lleva a fechar el yacimiento, como ya hiciera E. Van den Eynde (2000), en la Primera Edad del Hierro, pudiendo ser abandonado durante la transición a la Segunda Edad del Hierro.

El segundo de los proyectos, dirigido por E. Peralta, afrontó hasta el año 2005 el estudio del castro de la Espina del Gallego (Corvera de Toranzo, Arenas de Iguña y Anievas) (Peralta, 1999a; 1999b; 2000; Peralta et alii, 2000; Peralta, 2002b; 2002c; 2003; 2008; 2015; Póo et alii, 2010). Un recinto fortificado con tres líneas de defensa de las cuales solamente la intermedia y exterior se relacionan con la fase prerromana (Póo et alii, 2010), aunque en el caso de la exterior E. Peralta considera que fue levantada o rehecha por la guarnición romana que se asentó en la cima tras

Este también es el año en el que se inicia el denominado proyecto El poblamiento prehistórico al aire libre al sur de la Bahía de Santander (Valle, 2000; Valle y Serna, 2003; Valle, 2008, 2010), que durará hasta el año 2005 y 5

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) (Rincón, 1985; García Alonso y Bohigas, 1995; Morlote et alii, 1996; González Echegaray, 1999; Ruiz Cobo, 1999; Peralta, 2003; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009). No obstante, la datación de varios de los individuos en la Edad del Bronce abrió la posibilidad a que alguno de los depósitos tuvieran un carácter votivo, como en la sala pendats y en la galería inferior (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 160–168; Ruiz Cobo y Smith, 2008), manteniéndose la hipótesis funeraria para la gatera G-4, la sala de la columna y la sala del lago al entender las vasijas tipo Brazada como urnas funerarias (Ruiz Cobo y Smith, 2003; Ruiz Cobo y Smith, 2008).

se centrará en la investigación del castro de Castilnegro (Medio Cudeyo-Liérganes). A lo largo de las sucesivas campañas pudo documentarse un recinto fortificado compuesto por dos líneas concéntricas de muralla de hasta 6 m de anchura que eran auxiliadas ocasionalmente por una tercera allí donde las características naturales del terreno lo hacían necesario, o por dos líneas defensivas en el sur. Dos de sus accesos fueron excavados, identificándose en la zona de la acrópolis una puerta acodada a modo de esviaje de 80 cm de anchura y, al oeste, un acceso de 90 cm de anchura que transcurría de forma transversal a la muralla. Entre los materiales recuperados destacan piezas como un pasador en T, un fragmento de talón de hacha de dos anillas o una colección cerámica donde podemos observar como mantiene unas características propias de las producciones de la Primera Edad del Hierro. El test de fitolitos realizado en algunos de los molinos posibilitó detectar Quercus sp. en cuatro y Triticum dicoccum en uno, mientras que el estudio de la fauna determinó la presencia de Bos Taurus y Sus domesticus. En base a las dataciones absolutas realizadas y a algunos de los materiales se fechó el enclave entre el siglo VII a.C. y los siglos II/I a.C. (Valle, 2000; Valle y Serna, 2003; Valle, 2008; 2010), situándonos la única fecha de radiocarbono obtenida de la base de la muralla de la acrópolis entre los siglos VI a.C. y IV a.C.

Estos mismos investigadores, en el año 2010, llevaron a cabo en la cueva de Barandas una recogida de muestras de huesos y cerámica para, a través de su datación, intentar clarificar la atribución cronológica del yacimiento. Las piezas seleccionadas fueron un fragmento de una de las vasijas de tipo Brazada, que fue datada en una genérica Edad del Hierro; un calcáneo y un fragmento de tibia humanos, fechados entre los siglos I d.C. y III d.C.; y un fémur de Bos sp. que se sitúa entre los siglos II a.C. y el I d.C. Los resultados de esta intervención reinciden en la desvinculación de algunos depósitos en cueva con la funcionalidad funeraria para orientarse hacia aspectos más simbólicos o cultuales relacionados con el mundo ctónico (Smith et alii, 2013).

En el marco de este mismo proyecto dirigido por A. Valle, entre 1997 y 1998 se intervino también en el yacimiento del Alto del Gurugú (El Astillero) (Serna et alii, 1996; Valle, 2000; Serna, 2002: 34; Valle y Serna, 2010) del cual los materiales procedentes de las distintas tallas y las dataciones realizadas les llevan a establecer un amplio arco cronológico que se inicia en el IV milenio a.C. y finaliza en época romana. Entre los materiales que pudieran adscribirse a la Edad del Hierro destacan algunos fragmentos cerámicos con digitaciones e incisiones lineales en los labios y bajo el borde que son puestos en relación con las piezas de Castilnegro.

Entre 2009 y 2010 la empresa Tanea Documentación y Conservación S.L., bajo la dirección de Y. Díaz Casado y ante la posible instalación de una cantera de caliza en el conocido castro de la Lomba (Requejo, Campoo de Enmedio), desarrolló una intervención de urgencia en el lugar (Díaz Casado, 2014a; 2014b). El sondeo 2, uno de los tres realizados tras la ejecución de una prospección visual, geofísica y con detector de metales, proporcionó abundantes restos materiales adscribibles a la Edad del Hierro. Entre ellos destacan un cuchillo afalcatado, fragmentos de enlucido de pared de cabaña con improntas de ramaje, restos de fauna entre los que se identifican vaca, ovicaprinos, suidos y cérvidos, y múltiples fragmentos cerámicos cuyas características los acercan a la Primera Edad del Hierro. Una propuesta cronológica que se vio confirmada por la datación de un carbón y un hueso entre los siglos VI a.C. y V a.C. (Díaz Casado, 2014b: 395).

Pocos años después, entre 2001 y 2002, J. Ruiz Cobo y P. Smith, dentro del Proyecto de la Prehistoria Reciente de Matienzo, excavan la cueva de Cofresnedo (Matienzo, Ruesga). De las trece zonas con interés arqueológico que llegan a diferenciar, en seis identifican restos que son vinculados a la Edad del Hierro: vestíbulo V3, la gatera G-4, la sala pendants, la sala del lago, la sala de la columna y la galería final (Ruiz Cobo y Smith, 2001; Ruiz Cobo y Smith, 2003; Bermejo et alii, 2008: 149–150). En la sala de la columna la datación de un fragmento cerámico confirma esta adscripción (Ruiz Cobo y Smith, 2001: 136; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 169–170; Bermejo et alii, 2008: 149–150) mientras que en la galería final un grano de cereal es datado entre los siglos II a.C. y I d.C. (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 90; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009: 179; Smith et alii, 2013: 111). Los distintos depósitos, formados principalmente por restos cerámicos entre los que se reconocen vasijas del tipo Brazada, una hoja de puñal, una cuenta oculada o una placa de suspensión de puñal, fueron considerados inicialmente, por su relación con unidades cenicientas y restos humanos, como ajuares funerarios

Durante la primera década del siglo XXI, entre el año 2009 y 2012, el equipo dirigido por P.A. Fernández Vega retomó los trabajos en el castro de Las Rabas (Campoo de Enmedio) con el fin de afrontar tres grandes objetivos: documentar los momentos finales del enclave, estudiar el hábitat intramuros y ahondar en el conocimiento del sistema defensivo meridional. Las prospecciones con detector de metales permitieron confirmar la existencia de un asalto violento durante las Guerras Cántabras, al cual pertenecen el medio centenar de tachuelas de sandalia y las puntas de flecha de tipo sirio (Fernández Vega et alii, 2012). Hacia el sureste pudieron excavarse los restos de una cabaña de unos 3 m de diámetros que fue construida directamente en la roca madre, aprovechando un aterrazamiento natural, y levantada su estructura a base postes y entramados de 6

 Historia de la investigación madera que eran revestidos con manteado de barro. En su interior se conservaban algunos fragmentos cerámicos a torno, afiladeras, restos de un caldero de bronce y unas singulares placas de cinturón articuladas del mismo metal. Un fragmento de madera permitió datar la cabaña entre la primera mitad del siglo IV y la primera mitad del siglo II a.C., considerándose la posibilidad de que su destrucción se debiera a un episodio violento desconocido con el cual también podría relacionarse el cráneo de mujer fechado entre finales del siglo V a.C. y mediados del siglo IV a.C. (Bolado et alii, 2019). En lo concerniente al sistema defensivo los nuevos trabajos pudieron comprobar la existencia de una muralla externa de doble paramento que transcurría de forma paralela a la muralla interna, consistente en un aterrazamiento con la cara externa armada. Hacia el noroeste se creó un acceso que obligaba a circular por un pasillo que transita entre ambas defensas y que asciende hasta el interior del castro.

por varias vasijas, cereal, una hoja de puñal, una hoz, fauna, unas pinzas de banquete o fuego, una fusayola y herramientas de madera relacionadas con la actividad textil, fue interpretado, por tanto, como ofrendas que responderían a un culto desconocido. Este incremento de las cuevas relacionadas con actividades simbólicas y su disociación con el mundo funerario motivó así mismo la puesta en marcha en el año 2019 del proyecto El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria, dentro del cual se han realizado dataciones de restos humanos, que tradicionalmente fueron asociados a materiales de la Edad del Hierro, procedentes de cinco cavidades: cueva de Lamadrid (Riotuerto), cueva de El Calero II (Piélagos), cueva de la Graciosa I (Medio Cudeyo), cueva de la Graciosa II (Medio Cudeyo) y cueva de Callejonda (San Felices de Buelna) (Bolado et alii, 2020b). De todas ellas solamente la cueva de Lamadrid proporcionó una fecha de entre los siglos II a.C. y el siglo I d.C., perteneciendo el resto a momentos prehistóricos más antiguos, lo que posibilita desestimar nuevamente usos funerarios en algunas cavidades y confirmar la inexistencia de enterramientos atípicos, sacrificios humanos o el culto de las cabezas cortadas en el caso de las cuevas de la Graciosa I y II (Fernández Acebo et alii, 2004: 82; De Luis, 2014: 146; Torres Martínez, 2011: 402).

Entre los restos materiales recuperados son de destacar una varilla de torques, denarios celtibéricos de Turiasu y Sekobirikes, su conjunto cerámico, parcialmente publicado (Bolado et alii, 2019), en el que se aprecia la importancia que adquiere la cerámica a torno, o la tésera anepígrafa de oso (Fernández Vega y Bolado, 2011a). Así mismo es de destacar el estudio realizado en la vaguada del yacimiento que permite desestimar, por el momento, que se trate de un área de necrópolis (Bolado et alii, 2019).

Las últimas intervenciones centradas en la Edad del Hierro que se han realizado en Cantabria son las dirigidas por J. Marcos y L. Mantecón en el castro del Cincho (Santillana del Mar), las cuales han puesto al descubierto un enclave con dos fases: una primera caracterizada por mostrar una defensa de tipo murus gallicus, y una segunda con una muralla de doble paramento que se apoyaría en la primera (Mantecón y Marcos, 2014; Marcos y Mantecón, 2016). Entre los materiales publicados es de destacar la documentación de un aplique para la sujeción y suspensión de las correas de una caetra fabricada en madera de fresno (Mantecón y Marcos, 2014: 168–184; Marcos y Mantecón, 2016: 33–42; Mantecón y Marcos, 2018).

El mismo equipo, entre 2004 y 2013, fue el encargado de continuar con los trabajos en Monte Ornedo (Valdeolea) (Fernández Vega y Bolado, 2011b; Fernández Vega et alii, 2014, 2015). Gracias a ellos fue posible confirmar la existencia de la puerta identificada por Schulten y reconocer una muralla que recorrería prácticamente todo el monte hasta acotar un área de casi 20 ha. Esta se fabricó mediante doble paramento, mientras que las defensas terreras del este están formadas por un terraplén y un foso, algo que les lleva a relacionarlas con un antecastro, aunque sin descartar su pertenecía al campamento sito en la cima de Santa Marina, convirtiéndose así en un vallum dúplex. Es precisamente entre estas defensas y la puerta donde se han documentado las evidencias de un enfrentamiento entre las tropas romanas y la población prerromana (Fernández Vega y Bolado, 2011b). No obstante, si por algo destacan los trabajos realizados en este yacimiento es por el descubrimiento de una sauna (Fernández Vega et alii, 2014) cuyas dataciones la sitúan entre finales del siglo III a.C. y mediados del I a.C.

Desde el punto de vista arqueológico no debemos olvidarnos de mencionar la publicación de algunos trabajos centrados en materiales de gran interés, como es el caso de las dos cajitas celtibéricas halladas en CamesaRebolledo (Valdeolea), tras las que podrían esconderse pervivencias prerromanas o tradiciones locales durante la romanización (Fernández Vega et alii, 2010); los peines y la espada de telar de la cueva del Aspio, que nos acercan a la tecnología de la madera de la Edad del Hierro así como a conocer su aprovechamiento (Bolado et alii, 2020a); o la identificación de un modelo de fíbula tras el que pudiera esconderse una interpretación local de las fíbulas de caballito (Bolado y Fernández Vega, 2018).

Entre 2013 y 2017 realizamos las excavaciones en la cueva del Aspio (Ruesga), entre cuyos objetivos estaba verificar la existencia de enterramientos de la Edad del Hierro en el tercer depósito, ahora denominado Área 2 (Bolado et alii, 2015b: 137–138; Bolado y Cubas, 2016: 108–109). Los resultados de la intervención permitieron confirmar la ausencia de restos humanos y relacionar las manchas cenicientas, que se habían vinculado a restos de incineraciones, con carporrestos datados entre finales del siglo II a.C. y finales del I a.C. El conjunto formado

Si bien este trabajo tiene un marco geográfico centrado exclusivamente en Cantabria, no podemos evitar hacer una breve referencia a las últimas novedades procedentes de los proyectos de investigación que se están desarrollando en estos últimos años dentro del territorio cántabro ya 7

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) que, de forma directa o indirecta, influyen en nuestra investigación.

las excavaciones han puesto al descubierto una muralla de doble paramento relleno de piedras irregulares, asentada sobre roca madre a dos alturas, con una anchura media de entre 3 m y 4 m. Delante de la defensa se estableció un foso de sección triangular de 4 m de ancho y 2 m de profundidad que discurre por buena parte del perímetro. El borde del foso cuenta con una serie de piedras que pudieron servir para fijar una defensa perecedera de tipo empalizada (Torres Martínez y Martínez Velasco, 2012; Torres Martínez, 2015: 120; Martínez Velasco y Torres Martínez, 2016: 131). El equipo de investigación considera que todo este sistema se vería a su vez complementado por un multivallado exterior fechado en la Segunda Edad del Hierro que, en un área de 90 ha, crearía un paisaje de terrazas defensivas que facilitaría el acceso al agua y dificultaría el acercamiento a las puertas, tanto a la a infantería como a la artillería y máquinas de asedio (Torres Martínez, 2015: 120; Martínez Velasco y Torres Martínez, 2016: 131–133).

En Palencia son de destacar los trabajos desarrollados en El Castro (Santibáñez de la Peña) en donde se halla el poblado protagonista del conocido asedio de La Loma. Las excavaciones desarrolladas entre 2003 y 2022, junto al destacado sistema de asedio militar romano y a los restos materiales vinculados con él, han posibilitado documentar un enclave prerromano férreamente fortificado que destaca por la muralla y foso del noroeste y norte los cuales, en la zona excavada, llegan a alcanzar los 17 m de anchura (Peralta, 2007; 2015c). La muralla, especialmente por la cara interna, conserva parte del alzado llegándose a documentar dos fases, de las que la más antigua fue reaprovechada para acceder al paseo de ronda de la más moderna. Se levantó a base de dos grandes lienzos en cada cara de la muralla que han sido rellenados con materiales sólidos, rematándose con una empalizada de madera revestida de manteado, de la que quedarían evidencias en el foso (Peralta, 2015c: 94–95). Llama la atención que pudo tratarse de una construcción de módulos (Fernández Acebo et alii, 2010: 604; Peralta, 2015c: 96) y emplearse en el lienzo exterior una técnica similar a la de las murallas vitrificadas que la dotarían de mayor solidez (Fernández Acebo et alii, 2010: 603– 604). El foso, en V, aprovecha una grieta natural que fue acondicionada, alcanzando una anchura en la boca de 3,90 m y más de 4 m de profundad. El borde superior de la cara interna fue reforzado con un pequeño muro que pudo servir de base para el establecimiento de postes o estacas relacionados con un posible parapeto intermedio (Fernández Acebo et alii, 2010: 604; Peralta, 2015c: 94). Este sistema se complementaba por el sur con un bastión de planta curvada adosado a la cara externa de la muralla. Al interior tenemos constancia de la existencia de cabañas próximas a las murallas, así como evidencias materiales y niveles que permiten datar el yacimiento entre la Primera Edad del Hierro y la llegada de Roma, momento en el que es asediado y asaltado (Peralta et alii, 2011: 153–155; Peralta, 2015c; Peralta et alii, 2021).

Al interior de la muralla de la terraza sur se han podido distinguir distintas fases entre las que serían de nuestro interés la fase II, coincidente con la conquista romana y con estructuras cuadrangulares con zócalos de piedra y paredes con estructuras vegetales recubiertas con arcilla; la fase III, perteneciente a los momentos anteriores a la toma del castro, protagonizados por viviendas rectangulares con esquinas redondeadas cimentadas en losas de piedra y muros de materiales perecederos enlucidos con arcilla y pintura; la fase IV, de viviendas elípticas con el mismo sistema constructivo y materiales adscritos a la Primera y Segunda Edad del Hierro; y la fase V, localizada en puntos determinados que aportan evidencias del Bronce final. De dos de estas estructuras citadas, correspondientes a las fases II y III, proceden los enterramientos de dos perinatales, algo frecuente en la Edad del Hierro peninsular pero desconocido hasta ahora en la Edad del Hierro del territorio cántabro. Unos enterramientos atípicos que son relacionados con los ritos de paso de las edades: al no alcanzar estos el rango suficiente dentro de la sociedad no fueron incinerados y depositados en la necrópolis (Torres Martínez et alii, 2012a). Sobre esta tenemos también noticias acerca de la excavación de nuevos hoyos de incineración cubiertos por un túmulo de piedras de grandes dimensiones que pudiera haber sido usado por los miembros de una misma familia (Torres Martínez y Martínez Velasco, 2012).

De forma casi paralela en el tiempo, en 2004, se inició una nueva etapa en la investigación de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia). Gran parte de los esfuerzos se han centrado en la documentación del sistema defensivo, redefiniendo el mismo a partir de las prospecciones y la excavación, lo que ha llevado en primera instancia a desestimar la estructura de la conocida acrópolis como prerromana para pasar a formar parte de los castella militares romanos (Torres Martínez, 2007: 86– 89; Torres Martínez y Serna 2010: 79–85; Torres Martínez et alii, 2011; Torres Martínez y Martínez Velasco, 2012; Torres Martínez, 2015: 126–129). Se han reconocido igualmente tres entradas con caminos de acceso acondicionados, fortificaciones auxiliares en el caso de la norte y la noroeste, y accesos mediante sistemas de esviaje o acodados (Torres Martínez y Martínez Velasco, 2012; Torres Martínez, 2015: 118–120; Martínez Velasco y Torres Martínez, 2016: 130–131). Cerca de la puerta sur

El registro material, en proceso de estudio, parece ser enormemente amplio y consolida ese arco cronológico propuesto entre el Bronce final y la conquista romana. Son de destacar los restos de fauna de bóvidos, suidos y ovicaprinos; la producción de cerámica a mano con decoraciones diversas y la cerámica a torno oxidante lisa y con decoración a peine; un hacha pulimentada (Torres Martínez et alii, 2011–2012); elementos de bronce como fíbulas, brazaletes o hebillas y de hierro relacionados con armas y herramientas; o piezas que evidencian la existencia de unas relaciones fluidas con su entorno, como las cuentas de pasta vítrea (Torres Martínez et alii, 2013b) 8

 Historia de la investigación o un denario de la ceca de Turiasu y otro partido de Bolskan (Torres Martínez, 2015: 117; Martínez Velasco y Torres Martínez, 2016: 137–139). No obstante, hay dos hallazgos que destacan sobre los demás por las implicaciones que traen consigo. El primero de ellos es la tésera de hospitalidad hallada en el nivel 3 del área 3, identificado con la destrucción del oppidum, que representa en bronce la mitad trasera de un porcino (Torres Martínez y Ballester, 2014). En el anverso se dispone una inscripción en una sola línea, contorneando la pieza, en la que se cree ver una variedad del alfabeto ibérico en una lengua de tipo céltico distinta a la celtibérica que podría relacionarse con la lengua que se escribía y leía en este territorio (Torres Martínez y Ballester, 2014; Martínez Velasco y Torres Martínez, 2016: 142). Su ruptura, mediante corte artificial, es explicada bien debido a un reciclaje de la pieza para su refundición o bien como la consecuencia de una ceremonia de finalización o anulación del pacto.

la vivienda dos, caracterizada por la presencia de estructuras adosadas de contorno circular e integrada por cinco estructuras; y la vivienda tres compuesta por cuatro estructuras rectangulares adosadas a la muralla norte. En todas ellas se constata una construcción a base de zócalos de piedra, paredes de materiales orgánicos, un suelo a base de tierra pisada o losas planas de piedra y una techumbre vegetal que, en la vivienda uno, pudo ser de una vertiente (Cisneros y López Noriega, 2005b: 98; Cisneros, 2006: 37). La vivienda uno y dos fueron ocupadas durante la Segunda Edad del Hierro, pudiendo llegar la vivienda dos hasta finales de la Primera Edad del Hierro. Su final, por abandono o incendio, debió acontecer a mediados del siglo I a.C., sin relacionarse con las Guerras Cántabras (Cisneros y López Noriega, 2005b). Resta destacar las estructuras 55 y 141 que, por su localización próxima a dos puertas y su peculiar forma rectangular rematada en uno de sus lados en exedra, pudieran responder a una estructura defensiva o de carácter público (Cisneros, 2006: 43–45; Cisneros et alii, 2011: 70).

El segundo de los hallazgos al que nos referíamos es más bien una noticia acerca de la aparición de un fragmento de rejilla de horno de doble cámara y de cerámicas torneadas y decoradas sin cocer. Estos simples objetos abren el camino hacia una nueva interpretación sobre el origen de la denominada cerámica celtibérica la cual, de confirmarse, dejaría de ser una evidencia exclusiva de las relaciones comerciales con los valles del Ebro y del Duero, para convertirse también en una producción local (Torres Martínez, 2015: 116).

Dentro del conjunto de materiales, entre los que encontramos distintos útiles y herramientas de hierro, bronces diversos, molinos, un colgante lítico o un denario celtibérico de Turiaso (Cisneros y López Noriega, 2004: 12–13; Cisneros et alii, 2011), destacan dos estudios arqueofaunísticos que revelan la presencia de vaca, cabra, oveja, cerdo, jabalí y caballo (Blasco, 2005; Marín y Cisneros, 2008), y una caracterización de la producción cerámica que es dividida en dos grupos: un primer grupo de cerámicas reductoras en las que se aprecia el uso del torno sobre arcillas poco aptas para ello, que fecharían entre finales del siglo IV a.C. y principios del III a.C.; y un segundo grupo, que abarca desde el 300 a.C. hasta mediados del I a.C., caracterizado por las cerámicas a torno oxidantes (Cisneros y López Noriega, 2004: 17–18; Álvarez, 2005; Cisneros et alii, 2011).

En la provincia de Burgos destacan los trabajos realizados en el castro de la Ulaña (Humada) (Cisneros y López Noriega, 2004; Cisneros, 2004; 2005; Cisneros y López Noriega, 2005a, 2007; Cisneros et alii, 2011). En sus 586 hectáreas se han distinguido y excavado dos murallas, una situada en el flanco norte que se adapta al terreno protegiendo la zona más vulnerable, y otra transversal que divide el yacimiento por el interior. Ambas defensas son de doble paramento relleno con una anchura muy similar, 3,1/3,5 m para la primera y 3,5 m para la segunda, no siendo contemporáneas. Inicialmente se levantó la muralla norte la cual, tras ser destruida parcialmente, se reconstruye a la vez que se erige la muralla transversal. A partir de las dataciones absolutas y los materiales recuperados, se puede afirmar que ya estaría levantada hacia mediados del siglo III a.C. y mediados del siglo II a.C. (Cisneros y López Noriega, 2004:18). La vaguada exterior, que ocupa 301 hectáreas, junto con una docena de bancales y aterrazamientos, complementaría las defensas y ayudaría a controlar y dirigir el acceso al enclave a través de las puertas en embudo conocidas (Cisneros y López Noriega, 2004; 2005).

De esta forma, y con el apoyo de las dataciones absolutas, vemos que la vida del castro podría llevarse hasta los momentos finales de la Primera Edad del Hierro, siendo abandonado en la segunda mitad del siglo I a.C., justo antes de la llegada de las tropas romanas o bien por un acuerdo con las mismas (Cisneros y López Noriega, 2004: 22; 2005c: 149–158). Para el equipo de investigación las defensas de La Ulaña sin duda eran disuasorias y efectivas contra un enemigo del entorno, pero poco útiles y prácticas, ante los recursos humanos necesarios para cubrirlas, contra Roma. Esto pudo motivar el abandono del enclave originando el comienzo de un cambio de patrón en el poblamiento que los dirigiría hacia Peña Amaya (Amaya, Burgos) (Cisneros et alii, 2011: 73,74 y 77). En este lugar siempre ha sobrevolado la sombra de un hábitat de la Edad del Hierro, representada por múltiples objetos (Quintana, 2008a; 2008b), pero nunca se han podido localizar los niveles de ocupación, algo que parece que incluso ha sido esquivo a las intervenciones realizadas entre los años 2000 y 2002, destacando solo hallazgos descontextualizados como un cuchillo afalcatado y dos cerámicas con decoración pintada –una copa y un cuenco carenado- que

En el interior del poblado se han descubierto 179 estructuras de habitación de plantas variables. Por el momento se distinguen un total de 24 unidades de ocupación o viviendas compuestas por 68 estructuras (Cisneros 2002; Cisneros y López Noriega, 2005b; Cisneros, 2006: 36–45). De todas ellas se han excavado tres viviendas: la vivienda uno, formada por dos estructuras circulares y dos rectangulares; 9

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) podrían relacionarse con las cerámicas tardoceltibéricas o de tradición indígena (Quintana, 2008a: 237; Cisneros et alii, 2005: 567; Quintana, 2017).

sus características estructurales hacen que sea considerado como un edificio comunal que pudiera estar relacionado con la práctica de rituales (González Gómez et alii, 2015: 194–195; 2016: 19–22, 38).

Interesante resulta también en el territorio burgalés la visión de I. Ruiz Vélez (2009) sobre el individuo hallado en 1976 en la cueva de Ojo Guareña (Merindad de Sotoscueva), que relaciona con algún tipo de ritual de iniciación de las cofradías guerreras, o las nuevas prospecciones que, a falta de excavaciones arqueológicas, pueden llegar a descubrir en torno a una veintena de enclaves de la Edad del Hierro entre los que, sin lugar a dudas, toma protagonismo el de Peña Dulla (Merindad de Sotoscueva) (Ruiz Vélez, et alii, 2014; Bohigas et alii, 2015; Bougon et alii, 2015).

La muralla del poblado, por su parte, fue realizada con doble paramento a hueso relleno de tierra y piedras hasta alcanzar una anchura que oscila entre los 2/3 m. Existen evidencias de su destrucción intencionada lo que unido a los niveles de incendio detectados en el interior y en la puerta, a las dataciones absolutas y a algunas evidencias de material militar romano, hacen sugerir que el final de esta fase pueda relacionarse con la conquista del norte (González Gómez et alii, 2015: 199; 2016: 20 y 36).

Hacia la parte más occidental del territorio cántabro son de señalar, por último, estudios como el de G. E. Adán (2007) para el castro de Caravia (Asturias), en el que compara sus resultados con los de las excavaciones de Aurelio de Llano y Roza de Ampudia, extendiendo así la vida del castro, a partir de la cerámica, hasta el siglo IV a.C., con sospechas de existir ocupaciones anteriores. Noticias interesantes, aunque sean puntuales, tenemos también de Corao (Asturias) acerca de la ocupación de los valles gracias a las cerámicas recuperadas durante un seguimiento arqueológico en la AS-114 (Requejo 2003– 2004; Requejo y Gutiérrez, 2009; Requejo y Álvarez, 2013); al igual que de interés son también los primeros resultados de las excavaciones desarrolladas en la Peña del Castro (La Ercina, León). Las investigaciones iniciadas en el año 2013 están desvelando la existencia de un poblado que inicia su ocupación en la Primera Edad del Hierro. Esta fase por el momento está representada por una tapadera y un vaso bitroncocónico hallados en el sondeo 3 (González Gómez et alii, 2015: 198). A los siglos V-III a.C. responden dos viviendas ovales con zócalo, suelo de arcilla apisonada y paredes de entramado vegetal y barro, así como varios niveles inferiores de acondicionamiento del sustrato geológico (todos de los sectores 1 y 4), sobre los que se levantaron en una fase más moderna otras dos viviendas de planta ovalada y una rectangular (González Gómez et alii, 2015; 2016). Todas ellas fueron construidas con las mismas características anteriormente citadas, siendo destacable la denominada Estructura 05. En esta se conservan restos de revoco y pintura y dos enterramientos perinatales en la zona de la puerta junto a otro de un ovino joven con marcas de sacrifico (González Gómez et alii, 2015: 195–196). De todas las cabañas se ha recuperado abundante material que permite extraer información de las distintas actividades económicas desarrolladas, algo que las lleva a ser consideradas como unidades de producción (González Gómez et alii, 2016: 37). Frente a esta arquitectura doméstica privada destaca un edificio de 7,47 m x 7,19 m situado junto a la puerta de acceso al castro (Estructura 04), con planta en forma de D. Su materia prima difiere de la empleada en las cabañas y muralla, construyéndose totalmente en arenisca rojiza. Contaba con una techumbre asimétrica, un acceso sobreelevado con escalones y una división interna en tres estancias. El material hallado en la Estancia C así como 10

2 Marco geográfico, cronológico y yacimientos analizados 2.1. Marco geográfico

del Cordel (Comunidad de Campoo-Cabuérniga), que atraviesa Cabuérniga en dirección a Torrelavega en donde se une el Besaya, otro de los ríos principales procedente de Fresno del Río (Campoo de Enmedio), para desembocar juntos en la ría de Suances. Un poco más al oriente fluye el río Pas, el cual se forma a partir de distintos arroyos procedentes de Peñas Negras y Castro Valnera (Vega de Pas) uniéndose al mar en la ría de Mogro (Miengo y Piélagos). La bahía de Santander sirve de desembocadura para el río Miera, cuyo nacimiento tiene lugar en el lado cántabro de Castro Valnera (San Roque de Riomiera) y al cual se unen los ríos Cubas y Mina. En el Portillo del Asón (Soba) nace el río homónimo, al que se unen las aguas del río Gándara y Carranza que comunican con el mar Cantábrico a través de la ría de Treto (Santoña, Argoños, Bárcena de Cicero, Escalante, Laredo y Colindres). El río más oriental es el Agüera, cuyo nacimiento se localiza en terrenos del Valle de Villaverde (Cantabria) y Arcentales (Vizcaya), desembocando en la ría de Oriñón (Castro Urdiales, Cantabria).

La delimitación geográfica que ha servido de base para nuestra investigación se ciñe a los límites que conforman la actual comunidad autónoma de Cantabria. Dicho territorio, colindante al oeste con el Principado de Asturias, al este con la provincia de Vizcaya (País Vasco), y al sur con las provincias castellanoleonesas de León, Palencia y Burgos, abarca una superficie de unos 5000 km2. Su interior se divide en tres zonas geográficas bien diferenciadas. La más septentrional, conocida como La Marina, comprende la línea de costa y la primera decena de kilómetros hacia el interior; La Montaña abarca la parte correspondiente con la cordillera Cantábrica; y el ámbito conocido como Campoo-Los Valles supone el área de transición con la meseta, donde las planicies toman paulatinamente el protagonismo (Figura 2.1). Desde el punto de vista montañoso el territorio cántabro destaca por los distintos accidentes geográficos que forman parte de la cordillera Cantábrica. El más singular es sin duda el macizo de los Picos de Europa en cual, situado al occidente, encontramos altitudes superiores a los 2000 m como Torre Blanca (2615 m), Peña Vieja (2613 m), Peña Prieta (2536 m) o Peña Remoña (2240 m). A medida que avanzamos hacia el este el desarrollo de distintas sierras como la Sierra del Escudo de Cabuérniga, la Sierra de Peña Sagra, La Sierra de Peña Labra, los Montes de Ucieda, La Sierra de Bárcena Mayor, la Sierra del Escudo, la Sierra de Hornijo o la Sierra de Breñas, conforman la separación de las tierras del litoral y las tierras del interior, organizando a su vez la red hidrográfica en tres cuencas. La cuenca del Ebro, cuyo río nace en el Pico Tres Mares, de las aguas del río Hijar, emanando en Fontibre (Campoo de Suso) por una surgencia fósil para dirigirse hacia el este, atravesando Reinosa y cruzando la península hasta llegar a Tarragona. La cuenca del río Duero, que está representada gracias al río Camesa el cual, tras nacer en Peña Rubia, cruza los términos municipales de Valdeprado del Río y Valdeolea para, en Aguilar de Campoo, convertirse en uno de sus afluentes. La tercera cuenca hidrográfica es la del Cantábrico la cual se compone de ocho ríos principales que fluyen de norte a sur en un corto desarrollo del que surgen abruptos valles. De oeste a este podemos mencionar el río Deva, que nace en Fuente Dé, a las faldas de los Picos de Europa, desembocando en la ría de Tina Mayor (Val de San Vicente, Cantabria y Ribadedeva, Asturias) mientras a su paso da forma al Desfiladero de la Hermida. En la ría de Tina Menor (Val de San Vicente), situada a escasos 3 km de la anterior, desemboca el río Nansa, el cual nace al píe de Peña Labra (Polaciones). Seguidamente nos encontramos con el río Saja procedente de La Sierra

Actualmente Cantabria cuenta con un clima principalmente atlántico u oceánico, templado y húmedo, caracterizado por unos veranos e inviernos suaves y unas precipitaciones medias que se sitúan en torno a los 1200 mm/año en la costa y 2400 mm/año en las zonas montañosas. Las temperaturas medias se aproximan a los 15ºC, siendo frecuentes las nieves en las zonas altas entre los meses de noviembre y marzo y la ausencia de sequía, pues siempre existe un mínimo de precipitación. No obstante, las comarcas de Liébana y de CampooLos Valles, abandonan esta norma. Las características geográficas de la primera, aislada por los Picos de Europa y las cimas de Peña Sagra, la dotan de un microclima con evidentes rasgos mediterráneos y contrastes más extremos, con temperaturas que oscilan entre los −10ºC en enero y los 40ºC en verano. Campoo-Los Valles, por su parte, disfruta igualmente de un clima de tipo mediterráneo condicionado tanto por su cercanía con la meseta como por el apantallamiento de los frentes del noroeste por parte de la cordillera Cantábrica. El resultado es la existencia de una menor nubosidad, una mayor insolación, inviernos fríos, largos y nevados, con mínimas que llegan a alcanzar los −15ºC, y veranos secos y cálidos con máximas cercanas a los 40ºC. En ambas comarcas las lluvias apenas alcanzan los 700 mm/año. Durante la Edad del Hierro, el ambiente climático parece que no distó mucho del actual, enmarcándose en las mismas condiciones a las que quedó sujeta el resto de Europa durante el último milenio antes de Cristo (Carracedo y García Codrón, 2008: 26). Los datos

11

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

12 Figura 2.1. Marco geográfico y yacimientos arqueológicos estudiados. 1) Castro del Alto de la Garma. 2) Yacimiento al aire libre de El Ostrero. 3) Castro de Argüeso-Fontibre. 4) Castro de La Lomba. 5) Yacimiento del Alto del Gurugú. 6) Castro de Castilnegro. 7) Caldero de Cabárceno. 8) Fíbula de Bárago. 9) Lanza de Riaño de Ibio. 10) Castro de Las Rabas. 11) Castro de Monte Ornedo. 12) Cueva del Aspio. 13) Abrigo del Puyo. 14) Cueva de Cofresnedo. 15) Cueva de El Calero II. 16) Cueva de Barandas. 17) Cueva de El Covarón. 18) Cueva de la Brazada o Brasada. 19) Cueva del Agua. 20) Cueva de Callejonda. 21) Cueva de La Llosa o La Arena. 22) Cueva de Coquisera, Cuquisera o Codisera. 23) Cueva Grande o Lo Corrales. 24) Cueva de Peña Sota III. 25) Cueva de Lamadrid. 26) Cueva de La Lastrilla. 27) Cueva de Coventosa. 28) Cueva de las Cáscaras. 29) Cueva de Riclones. 30) Cueva de Cubrizas. 31) Cueva del Cigudal. 32) Cueva de Villegas II. 33) Cueva de Covará o Covarada. 34) Castro de la Peña de Sámano y Cueva de Ziguste. 35) Cuenta oculada de El Castro. 36) Castro de El Cincho. 37) Fíbula de Monte Mijedo. 38) Fíbula de Cueto del Agua (mapa E. Gutiérrez Cuenca).

 Marco geográfico, cronológico y yacimientos analizados disponibles nos hablan de un enfriamiento progresivo entre los siglos XIII-VII a.C. con un aumento de las precipitaciones y unas temperaturas medias de hasta 2ºC por debajo de las establecidas para el siglo XX (Ibáñez, 1999). La consecuencia directa fue un descenso de la cota de nieve de en torno a 200 m, zonas más húmedas o pantanosas y un aumento de los caudales de los ríos (Torres Martínez, 2011: 31–32). Hacia finales del siglo VII a.C. y hasta finales del V a.C. tiene lugar un proceso de calentamiento que elevó las medias térmicas hasta situarse unos 0,5ºC por debajo de las establecidas para el siglo XX, aunque con ambientes de mayor humedad. En la segunda mitad del siglo V a.C. se inició nuevamente un periodo de enfriamiento que alcanzó los niveles del siglo VIII a.C., con temperaturas medias de entre 1,2ºC y 2ºC por debajo de las establecidas para el siglo XX (Ibáñez, 1999), pero de mayor brevedad pues hacia el siglo III a.C. se impone un nuevo calentamiento que perdurará hasta el siglo IV d.C., dejando temperaturas medias de unos 0,5ºC por encima de las actuales (Ibáñez, 1999; Torres Martínez, 2011: 31–32).

generada por el pueblo cántabro. Una tribu cuyos confines alcanzaron el este de Asturias, el norte de León, Burgos y Palencia mientras que, al oriente de Cantabria, el limes con los autrigones pudo situarse en el río Asón, sus montes colindantes y la cima de Cerredo (Peralta, 2003; Cisneros et alii, 2008). No obstante, al tratarse de una investigación que afronta tanto la Primera como la Segunda Edad del Hierro y cuyo objeto de estudio son las colecciones arqueológicas, resulta más práctico y abarcable acotar el ámbito geográfico al territorio administrativo actual, especialmente en un estado del conocimiento muy embrionario. De esta forma, al centralizarse los depósitos en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, ha sido posible analizar la mayoría de ellos, al igual que afrontar la realización de algunas de las intervenciones arqueológicas que presentamos mediante su tramitación con el Gobierno de Cantabria. El uso de las circunscripciones administrativas actuales como marcos geográficos para estudios de la Edad del Hierro no es algo novedoso pudiéndolos encontrar, entre otros territorios, en Asturias (Maya, 1989; Camino, 1995a; Fanjul, 2005), País Vasco (Peñalver, 2001; Peñalver y San José, 2012), Aragón (Asensio, 1995), Extremadura (Almagro-Gorbea y Martín, 1994) o Soria (Romero, 1991). Las comunidades autónomas, como ya afirmara M. R. González Morales (1994: 8) se han convertido en un condicionante efectivo de la investigación arqueológica que, ocasionalmente, resulta más pragmático que los límites geográficos.

Esta situación conllevó una transformación del paisaje, aunque quizás no de la misma magnitud que la derivada del factor antrópico, el cual producirá una autentica construcción del entorno para su aprovechamiento. Los estudios palinológicos para Cantabria son prácticamente inexistentes, por lo que es necesario extrapolar información de las comunidades vecinas. Quizás la más importante sea la procedente del Lago Enol (Asturias) en donde, desde el final de la Edad del Bronce, se detecta una disminución del roble, el pinar y el avellano en beneficio del haya, el castaño y el nogal. Una tendencia que parece relacionarse con el incremento de las actividades pastoriles y la progresiva deforestación, que traerá consigo el aumento de la superficie de matorrales (López Merino, 2009). En Comeya (Asturias) (Ruiz Zapata et alii, 2001a; Jiménez Sánchez et alii, 2003), Cortegero (Asturias) (Ruiz Zapata et alii, 2001b; Jiménez Sánchez et alii, 2003), Puerto de Tarna (Asturias) (Ruiz Zapata et alii, 2000; Jiménez Sánchez et alii, 2003) y Las Dueñas (Cudillero, Asturias) (López Merino et alii 2006) se observan los mismos índices, destacando esta última por mostrar un incremento de los alisos como consecuencia, muy probablemente, del aumento de las precipitaciones y las zonas húmedas durante el último milenio a.C.

2.2. Marco cronológico Los límites cronológicos establecidos en este estudio abarcan el periodo conocido como Edad del Hierro, un momento que comprende prácticamente todo el último milenio antes de Cristo y que basa su periodización en la propuesta de Hildebrand formulada en 1874 en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas celebrado en Estocolmo, a partir de la cual dividió la Edad del Hierro en dos periodos en base a dos yacimientos: Hallstatt (Austria); y La Tène (Suiza) (Ruiz Zapatero, 2001). La cultura de Hallstatt se desarrolló desde mediados del siglo VIII a.C. hasta mediados del siglo V a.C., abarcando un amplio territorio desde el Atlántico al alto Danubio, que dejaría al margen a la península ibérica, las tierras altas del Reino Unido, así como Italia y la zona nórdica. El horizonte de La Tène, por su parte, se extendió desde mediados del siglo V a.C. hasta la conquista romana, aumentando su radio de influencia a la totalidad de las Islas Británicas, el norte de Italia, el medio y bajo Danubio y, de forma más efímera y tardía, a las riberas del sur del Báltico.

La reducción de la masa forestal y el aumento de los matorrales se aprecia también en las turberas de Cueto de la Avellanosa (Mariscal, 1983), Puertos de Riofrío (Menéndez y Florschütz, 1963), Los Tornos (Peñalba, 1994; Muñoz Sobrino et alii, 2005), Saldropo (García Antón et alii, 1989; Peñalba, 1994), Atxuri, Belate (Peñalba, 1994) y en la Sierra de Ancares-Pozo do Carballal, Suárbol, Brañas de Lamela, A Golada, Porto Ancares, A Cespedosa I y A Cespedosa II- (Muñoz Sobrino et alii, 1997), donde el castaño, el haya y el nogal ganan presencia.

Desde la formulación de esta propuesta, los continuos avances en la investigación han posibilitado su adaptación a los distintos contextos territoriales y su consiguiente renombramiento, subdividiéndose en algunas zonas en múltiples subfases mientras que, en otras áreas, se emplea una genérica Primera y Segunda Edad del Hierro. La península ibérica es un claro ejemplo a este respecto así, en el territorio celtíbero, podemos ver cómo se establecen cuatro fases comprendidas entre los siglos VIII a.C. y el cambio

Somos conscientes que la elección de este marco geográfico puede llegar a suscitar algunas dudas, especialmente en el momento en el que nos adentramos en la Segunda Edad del Hierro y afrontamos el estudio de la cultura material 13

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) de era (Protoceltibérico, Celtibérico antiguo, Celtibérico pleno, Celtibérico tardío) (Lorrio, 1997); en el solar íbero se diferencian entre el siglo VII a.C. y el 50 a.C. cinco fases denominadas correlativamente desde el Ibérico I (Quesada, 2017); y en el occidente de la Mesera norte la Primera Edad del Hierro (950/800-400 a.C.) es subdividida en Soto inicial y pleno en el suroeste de la cuenca del Duero, y en Bronce final-Orientalizante, Orientalizante y Postorientalizante en el valle medio del tajo, siendo la Segunda Edad del Hierro (400-50 a.C.) una fase única (Rodríguez Hernández, 2018). Para la zona centro occidental de la cordillera Cantábrica C. Marín (2011) propone una cronología articulada en Primera y Segunda Edad del Hierro, que denomina como fase I y fase II, las cuales se subdividen en tres y dos subfases: la fase Ia (1000 cal AC-825/800 cal AC), coincidente con el Bronce final, responde al inicio del poblamiento estable en la llanura sedimentaria del Duero y al norte de Portugal y sur de Galicia; la fase Ib (825/800 cal AC-600 cal AC) está representada por el arraigo del poblamiento estable en la zona centro occidental de la cordillera Cantábrica; la fase Ic (600 cal AC-400 cal AC) se define como el momento de transición a la Segunda Edad del Hierro; y, por último, las fases IIa (400 cal AC-200 cal AC) y IIb (200 cal AC-19 a.C.) que comprenden toda la Segunda Edad del Hierro, finalizando con la llegada de Roma.

con el surgimiento de los poblados fortificados en altura entre los que podemos destacar los castros del Alto de la Garma, Castilnegro, Argüeso-Fontibre o La Lomba (Arias y Armendáriz, 2007: 67). Ese nuevo poblamiento para E. Peralta (2003) acontece, como se propone en el territorio vettón (Álvarez-Sanchís, 1999) o en el valle medio del Duero (Sacristán, 1986), por la sustitución del horizonte Cogotas I del Bronce final por el nuevo horizonte Soto, algo que tiene lugar en el siglo VIII a.C. Desde el punto de vista del registro arqueológico, las evidencias que se recogen en los distintos trabajos resultan muy escasas, limitándose a los yacimientos anteriormente señalados y a un conjunto de objetos de cita recurrente entre los que encontramos la punta de lanza de Riaño de Ibio, la fíbula de doble resorte de Bárago, el caldero de Cabárceno, el vaso troncocónico de la Cervajera, la contera de vaina de la cueva de Juan Gómez e incluso algunas vasijas procedentes de las cuevas de Cudón, Coventosa o la Brasada (De Blas y Fernández, 1992; García Alonso y Bohigas, 1995; Arias, 1999; González Echegaray, 1999; Arias y Armendáriz, 2007; Bolado et alii, 2012a). El comienzo de la Segunda Edad del Hierro se fija entre finales del siglo V a.C. y comienzos del siglo IV a.C., momento en el que se produce un abandono de parte de los enclaves fortificados y se crean nuevos núcleos fuertemente defendidos que, con el paso del tiempo, especialmente entre los siglos II-I a.C., se irán convirtiendo en algunos casos en oppida, a modo de lo que se observa en Monte Ornedo o, más al sur, en Monte Bernorio y La Ulaña (Arias, 1999; Peralta, 2003; Arias y Armendáriz, 2007; Bolado et alii, 2012a). En esta época se produce también la difusión, desarrollo y adopción de la metalurgia del hierro en Cantabria, relegando al bronce principalmente a objetos de adorno. Esta generalización del uso del hierro, como se propone para Asturias (Villa, 2002a; Fanjul y Marín, 2006; Villa et alii 2008), pudo tener lugar en torno al siglo IV a.C. y en este sentido, como veremos, apunta la representatividad de objetos de bronce y hierro en los yacimientos de la Primera y Segunda Edad del Hierro analizados. Casi de forma simultánea parece que se produjo la llegada del torno de alfarero. Las primeras formas cerámicas fabricadas a torno y cocidas en atmósferas oxidantes procedentes del castro de Las Rabas, conocidas comúnmente como cerámica celtibérica, pueden llevarse a partir de paralelos hasta el siglo IV a.C. Dos galbos de este mismo yacimiento fueron recuperados del suelo de una cabaña datada en 2175±30 (Poz-32924) (Fernández Vega et alii, 2012). Conforme nos acercamos a los siglos II-I a.C., junto al protagonismo que adquieren los cántabros como pueblo, tiene lugar un incremento de las relaciones socioeconómicas con los núcleos de los valles del Duero y del Ebro así como de la región cantábrica algo que, en el registro arqueológico, queda evidenciado por la aparición de elementos alóctonos como denarios celtibéricos, cerámica campaniense o de imitación, torques de oro, téseras de hospitalidad, cuentas oculadas, etc. Esta ruptura del aislacionismo material ha sido denominada como “celtiberización” y se han fijado sus inicios en el siglo III a.C. (Rincón, 1985; Peralta, 2003). Para algunos autores incluso pudo llegar a ser

Más sencillas son las propuestas que encontramos para el noroeste donde se trabaja sobre una Primera Edad del Hierro, situada entre los siglos IX a.C. y finales del V a.C., y una Segunda Edad del Hierro que abarca desde comienzos del siglo IV a.C. hasta los inicios del siglo I d.C. (González Ruibal, 2006–2007). Esta misma división es empleada en el valle medio del Tajo, situándose la transición entre ambos periodos en los siglos V-IV a.C. y finalizando en el siglo I a.C. (Torres Rodríguez, 2013), y en el norte de Soria, en donde se distingue una Primera Edad del Hierro que se extiende entre los siglos VII-V a.C. y una Segunda Edad del Hierro que se inicia a finales del siglo V a.C. o comienzos del siglo IV a.C. y termina en el siglo I a.C. (Romero, 1991). En Euskal Herria se diferencia entre una Primera Edad del Hierro que transcurre entre los siglos IX-V a.C. y una Segunda Edad del Hierro que se inicia en el siglo V a.C. y finaliza en el siglo I a.C. (Peñalver, 2008); un marco cronológico que se mantiene a la hora de referirse a Guipúzcoa en donde las dataciones de radiocarbono más antiguas, procedentes del castro de Buruntza (Andoain), nos llevan hasta 3000±60 BP (Ua-231-0) y 2810±90 BP (I-16127), momento de transición entre el Bronce final y la Primera Edad del Hierro (Peñalver y San José, 2012: 51–57, 223–224). Por lo que respecta a Cantabria, y en buena medida como consecuencia directa de la falta de trabajos de síntesis, siempre se ha tendido a considerar la Edad del Hierro como un periodo caracterizado por la indefinición cronológica (De Blas y Fernández, 1992: 399; Cisneros et alii 2008: 63–64). No obstante, a pesar de ello, parece existir un consenso entre los investigadores para reconocer la existencia de una Primera y Segunda Edad del Hierro. El inicio de la Primera Edad del Hierro suele establecerse entre los siglos IX-VIII a.C., coincidiendo 14

 Marco geográfico, cronológico y yacimientos analizados un proceso violento por la irrupción repentina de estos materiales dentro del registro (Rincón 1985: 195; Vega et alii, 1986). El final de la Segunda Edad del Hierro viene de la mano de las Guerras Cántabras (29-19 a.C.), una contienda durante la cual gran parte de los poblados son asaltados o asediados por las tropas romanas, dejando tras de sí un considerable registro arqueológico formado por materiales militares romanos y estructuras campamentales que, aprovechando los antiguos enclaves, garantizaron el control del territorio, de las vías de comunicación y, por consiguiente, la progresiva romanización.

subdividida en una Primera Edad del Hierro que discurre entre el siglo VIII y los siglos V/IV a.C., y una Segunda Edad del Hierro que transita desde el siglo IV a.C. hasta la conquista romana. Esta propuesta, como iremos viendo a lo largo de este trabajo, encuentra una sólida base dentro del registro arqueológico, destacando en este sentido los datos extraídos de las producciones cerámicas o de elementos que nos proporcionan dataciones como las fíbulas, el armamento o los objetos alóctonos. Datos que a su vez se ajustan a los resultados de las 39 dataciones absolutas publicadas hasta el momento, de las cuales 13 pertenecen a yacimientos enmarcados en la Primera Edad del Hierro y 26 a enclaves de la Segunda Edad del Hierro (Tabla 2.2).

De esta forma el marco cronológico en el que se centra nuestra investigación abarca una Edad del Hierro

Tabla 2.2. Dataciones absolutas de la Edad del Hierro en Cantabria Yacimiento

Método de datación

Referencia de laboratorio

Datación BP

Castro de la Peña de Sámano

TL



2800±280

El Ostrero

C14

OxA-32.298

2766±66

Cueva de Barandas

TL

MADN-5917BIN

2672±168

Castro del Alto de la Garma

C14

AA-45.565

2475±45

Castro de Castilnegro

TL

MAD-2103

2474±249

Cueva de Cofresnedo

TL

MAD-2466

2435±233

Castro de La Lomba

C14

UGa-7193

2420±25

Alto del Gurugú

TL

MAD-2101

2381±184

Castro de Castilnegro

TL

MAD-3016

2364±299

Castro de La Lomba

C14

UGa-7194

2380±20

Castro de Castilnegro

C14

Poz-7442

2360±35

Castro de Castilnegro

TL

MAD-3017

2344±244

Castro de Castilnegro

TL

MAD-2102

2302±220

Cueva de El Calero II

TL

MAD-671

2285±204

Castro de Las Rabas

14

C

Poz-40.283

2285±30

Abrigo de El Puyo

14

C

Beta-70.814

2240±80

Castro de El Cincho

14

C

Beta-438.063

2220±30

Castro de Las Rabas

14

C

Poz-32.924

2175±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-37.504

2140±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-53.223

2120±35

Cueva del Aspio

14

C

Poz-32.923

2120±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-45.374

2120±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-53.224

2120±30

Castro de la Espina del Gallego

14

C

AA-29.659

2110±60

Castro de Monte Ornedo

14

C

GrN_29.267

2100±20

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-38.821

2095±35

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-32.925

2095±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-45.375

2080±30 (Continued)

15

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Tabla 2.2. Dataciones absolutas de la Edad del Hierro en Cantabria (Continued) Yacimiento

Método de datación

Referencia de laboratorio

Datación BP

Cueva de Cofresnedo

14

C

Poz-26.430

2055±30

Cueva de Lamadrid

14

C

CNA5211

2058±27

Cueva de Barandas

14

C

CNA1356

2049±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-53.225

2040±30

Cueva del Aspio

14

C

Poz-59.160

2020±30

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-37.505

2020±30

Castro de la Peña de Sámano

TL



2000±20

Castro de la Peña de Sámano

TL



2000±20

Castro de la Peña de Sámano

TL



2000±20

Castro de Monte Ornedo

14

C

Poz-37.503

1999±30

Cueva del Aspio

14

C

Poz-59.161

1985±30

2.3. Yacimientos analizados

el Inventario Arqueológico de Cantabria (INVAC), una fuente viva en constante actualización en la que se recogen todos los elementos incluidos en los anteriores trabajos mencionados. El acceso a la misma, gracias a las facilidades dadas por la Sección de Patrimonio Cultural del Gobierno de Cantabria, nos permitió observar que 215 registros se atribuían a la Edad del Hierro. Entre ellos se encontraban nueve hallazgos casuales (cuatro de carácter epigráfico), 63 yacimientos al aire libre y 143 cavidades. De los 206 yacimientos 40 habían sido objeto de excavación, aunque solamente en 15 de los proyectos científicos se habían establecido objetivos centrados en la Edad del Hierro.

La obtención de un listado de yacimientos adscritos a la Edad del Hierro en Cantabria empleando como base la bibliografía existente tiene un resultado muy impreciso pues, aparte del incremento que se produce con el paso de los años ante la identificación de nuevos enclaves, la adscripción cronocultural en gran parte de los casos se basa en consideraciones subjetivas derivadas de las estructuras defensivas reconocidas en superficie o de materiales hallados durante las prospecciones visuales, siendo minoritarios los datos procedentes de excavaciones científicas. Haciendo un rápido repaso a los catálogos existentes observamos cómo a mediados del siglo XX J. Carvallo (1952) ya recoge siete yacimientos, todos al aire libre. Catorce años después J. González Echegaray (1966) incremente la cifra a 14 yacimientos al aire libre, incluyendo el abrigo del Puyo en las sucesivas revisiones de su obra. A. Arredondo (1976–1977) considera que son 116 los lugares al aire libre que conservan restos de la Edad del Hierro mientras que, en el estado de la cuestión realizado por R. Bohigas en 1986–1987, la cifra se reduce a 15 yacimientos al aire libre y siete cavidades. La carta arqueológica de Cantabria del año 1987 (Muñoz et alii, 1987) incluye 76 yacimientos relacionados con la Edad el Hierro, dos al aire libre y 74 cavidades. E. Peralta y A. Ocejo (1996) citan 16 castros y siete cavidades con ocupaciones prerromanas, convirtiéndose en 35 los castros al aire libre en un estudio posterior dentro de los cuales nueve son definidos como dudosos (Peralta y Muñoz, 1997). E. Peralta, en la publicación de su tesis doctoral (Peralta, 2003) tiene en consideración 86 yacimientos, 53 al aire libre y 33 cuevas. Una nueva recopilación realizada por M. Cisneros reduce a 64 los yacimientos a tener en cuenta, 44 al aire libre y 20 en cueva (Cisneros et alii, 2008), mientras que en la última obra publicada centrada en la Edad del Hierro en Cantabria (Serna et alii, 2010) se recogen 63 al aire libre y 129 cuevas (Smith y Muñoz, 2010).

Estos 206 enclaves constituyeron la base del análisis inicial, procediéndose a tramitar el acceso a las colecciones conservadas y depositadas en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. Del total se pudieron colecciones recuperadas de 143 yacimientos, estando los materiales arqueológicos de los restantes 62 en paradero desconocido o bien dentro del propio yacimiento, al tratarse en este último caso de piezas publicadas pero no recogidas. El orden de estudio de los yacimientos no fue aleatorio sino que se comenzó por aquellos que contaban con contextos claros de la Edad del Hierro, bien debido a que poseían dataciones absolutas o bien porque la adscripción cronocultural resulta evidente por la datación relativa que proporcionaban algunos materiales. Este grupo de yacimientos lo conforman los castros del Alto de la Garma, Argüeso-Fontibre, La Lomba, Castilnegro y el yacimiento al aire libre de El Ostero para la Primera Edad del Hierro, y los castros de Las Rabas, Monte Ornedo, Peña de Sámano, el abrigo del Puyo y las cuevas de El Aspio y Cofresnedo para la Segunda Edad de Hierro. Gracias a ellos se pudieron definir las características de la cultura material del periodo, posibilitando desestimar aquellos yacimientos cuyas colecciones resultaban dudosas o bien pertenecían a otros momentos de la Prehistoria reciente o Romanización. El resultado de este análisis crítico fue la creación de un corpus final formado por 32 yacimientos y seis hallazgos casuales (Tabla 2.3).

Esta situación aconsejó que, a la hora de establecer un corpus preliminar de estudio, la fuente a emplear fuese 16

 Marco geográfico, cronológico y yacimientos analizados Tabla 2.3. Yacimientos de la Edad del Hierro analizados

Hemos de señalar que, ante la falta de restos materiales vinculables al periodo, hemos desestimado dentro de este corpus el castro de la Espina del Gallego (Corvera de Toranzo, Arenas de Iguña y Anievas) (Peralta, 1999a; 1999b; 2000; Peralta et alii, 2000; Peralta, 2002b; 2002c; 2003; 2008; 2015; Póo et alii, 2010). Este recinto fortificado de 3,2 ha conserva tres murallas, con anchuras medias de 2,5 m, que protegen las laderas oeste y sur, las únicas accesibles. Con la fase prerromana se relaciona la muralla intermedia, de 3,30/3,40 m de anchura con doble paramento, foso, contrafoso y un acceso cegado (Póo et alii, 2010). La muralla exterior, de 3,4 m de anchura con paramento externo, cuñas de cimentación y relleno de mampuestos y grava para rampa interior también ha sido relacionada con la fase prerromana, aunque E. Peralta considera que fue levantada o rehecha por la guarnición romana que se asienta en la cima tras el abandono del recinto fortificado (Peralta, 2015a: 138). Es precisamente bajo el barracón romano donde se ha obtenido una fecha de radiocarbono de 2110±60 BP (AA-29659) que permite afianzar la existencia de un sustrato de la Segunda Edad del Hierro (Peralta, 2000), momento al cual pudieran pertenecer algunas de las estructuras situada entre las dos murallas exteriores, como es el caso de un edificio de falsa bóveda y factura ciclópea en el que se ha querido ver una sauna (Peralta, 2003: 291; Póo et alii, 2010: 295–296).

Primera Edad del Hierro Nombre del yacimiento

Tipo de yacimiento

Castro del Alto de la Garma

Aire libre

El Ostrero

Aire libre

Castro de Argüeso-Fontibre

Aire libre

Castro de La Lomba

Aire libre

Alto del Gurugú

Aire libre

Castro de Castilnegro

Aire libre

Caldero de Cabárceno

Hallazgo casual

Fíbula de Bárago

Hallazgo casual

Lanza de Riaño de Ibio

Hallazgo casual

Segunda Edad del Hierro Nombre del yacimiento

Tipo de yacimiento

Castro de Las Rabas

Aire libre

Castro de Monte Ornedo

Aire libre

Abrigo del Puyo

Abrigo

Cueva del Aspio

Cueva

Cueva de El Covarón

Cueva

Cueva de la Brazada o Brasada Cueva Cueva del Agua

Cueva

Cueva de Callejonda

Cueva

Cueva de La Llosa

Cueva

Cueva de Coquisera

Cueva

Cueva Grande

Cueva

Peña Sota III

Cueva

Cueva de Lamadrid

Cueva

Cueva del Calero II

Cueva

Cueva de La Lastrilla

Cueva

Cueva de Coventosa

Cueva

Cueva de Barandas

Cueva

Cueva de Cofresnedo

Cueva

Cueva de las Cáscaras

Cueva

Cueva de Riclones

Cueva

Cueva de Cubrizas

Cueva

Cueva del Cigudal

Cueva

Cueva de Villegas II

Cueva

Cueva de Covará

Cueva

Castro de la Peña de Sámano

Aire libre

Fíbula de Cueto del Agua

Hallazgo casual

Cuenta de Hinojedo

Hallazgo casual

Castro de El Cincho

Aire libre

Fíbula de Monte Mijedo

Hallazgo casual

Las cavidades de la Graciosa I y II (Sobremazas, Medio Cudeyo), en las cuales se cita la presencia de fragmentos de ollas de perfil en S y cerámica tardoceltibérica asociadas a restos humanos (Bohigas et alii, 1984: 142; Rasines 1986– 1988; Morlote et alii, 1996: 236–238; Valle y Serna, 2003: 386–387; Fernández Acebo et alii, 2004: 80–83), han sido igualmente desestimadas. Dentro de los materiales depositados no hemos hallado ninguna evidencia de producciones cerámicas de la Edad del Hierro y la datación de tres de los cráneos realizadas en el marco del proyecto El uso de la cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria -uno de la Graciosa I (4522±27, CNA5212) y dos de la Graciosa II (4194±27, CNA5213 y 4202±27, CNA5214)- permite trasladar los contextos a finales del IV milenio a.C. y el III milenio a.C. (Bolado et alii, 2020b). De esta forma quedan invalidadas las interpretaciones que veían en estos restos pruebas de sacrificios rituales o del culto de las cabezas cortadas (Fernández Acebo et alii, 2004: 82; De Luis, 2014: 146; Torres Martínez, 2011: 402). Tampoco se han tenido en cuenta en este trabajo aquellos materiales que, aun respondiendo morfológica y tipológicamente a la Edad del Hierro, han sido hallados en contextos posteriores a las Guerras Cántabras para los que, por el momento, no hay evidencias de niveles prerromanos. Este grupo de pervivencias de la cultura material prerromana, habituales durante el proceso de romanización, están representadas en Cantabria, entre otras piezas, por los fragmentos de posible cerámica campaniense o de imitación y las cajitas celtibéricas de Camesa-Rebolledo (Valdeolea) (Fernández Vega et alii, 2010), la fíbula anular hispánica expuesta en el Museo Marítimo del Cantábrico procedente del entorno de 17

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Flaviobriga (Castro Urdiales) o las estelas discoideas con representaciones astrales y guerreros (Frankowski, 1920; Calderón y De Rueda, 1934; Gómez Ortiz, 1938; Calderón y De Rueda, 1945; Carballo, 1948; González Echegaray, 1950; Iglesias, 1976; González de Riancho, 1988; Frankowski, 1989; Peralta, 1989, 1990; Pérez Rodríguez y Nuño, 1995; Vega de la Torre, 1995; Peralta, 1996). En el yacimiento romano de Retortillo (Campoo de Enmedio) es donde quizás adquieren mayor protagonismo, destacando un idolillo de clara factura prerromana (Hernández Morales, 1946: 15; Solana, 1981: 312; Peralta 2003: 79) y algunas fíbulas fechadas en un momento de La Tène temprano incluidas en el tipo de fíbulas simétricas (Lenerz de Wilde, 1991: 32–36) o pertenecientes al grupo 7D y 8A2 de Argente (1994) (Hernández Morales, 1946: 102 y 107). Tenemos noticias también de la recuperación de cerámica prerromana a mano de ollas de perfil en S, cerámica a torno pintada y de un fragmento de tahalí del tipo Monte Bernorio procedentes de las excavaciones efectuadas en el sector de la iglesia (Iglesias, 2000: 39–40; Iglesias y Cepeda, 2008: 109–203) que, por el momento, no puede remontarse más allá del fin del conflicto bélico (Cepeda e Iglesias, 2015).

18

3 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.1. El castro del Alto de la Garma

3.1.3. Estructuras

3.1.1. Localización

El castro del Alto de la Garma abarca una superficie aproximada de unos 18.000 m2, tomando una forma ovoide que le es dada por la propia defensa, la cual, sin lugar a dudas, aprovechó la orografía de la cima durante sus 450 m de desarrollo para incrementar su función primaria (Figura 3.1).

El castro del Alto de la Garma se sitúa en la localidad de Omoño (Ribamontán al Monte), muy cerca de la margen oriental de la bahía de Santander y sobre un monte homónimo de 186 m de altitud. Desde su cima se obtiene un amplio dominio del territorio abarcando por el norte parte de la costa central y las pequeñas altitudes de Alto del Tirado (145 m), El Espinal (171 m) y Pico de Funegra (179 m); por el este las planicies del valle del río Miera hasta llegar incluso a la zona meridional de la bahía de Santander; por el sur el pequeño valle conformado por el río Polientes hasta las cimas de Calero Mariñero (161 m), La Loma (201 m), La Virgen del Camino (212 m) y Lludias (157); mientras que por el este rápidamente se encuentra con los Altos del Somo (171 y 181 m), que le impiden acceder a los terrenos de Liermo.

En toda esta extensión se han excavado un total de 11 sectores con un doble objetivo: profundizar en el conocimiento del sistema defensivo y de su hábitat interno (Pereda, 1999; Arias et alii, 2000; Arias y Ontañón, 2008; Arias et alii, 2010). En lo que respecta a las estructuras defensivas el enclave cuenta con dos cercas pertenecientes a dos momentos constructivos distintos. La más antigua está levantada a partir de un lienzo irregular exterior de piedra, dispuesta en seco, que contuvo seguramente un terraplén interior. La segunda muralla, construida con una base doble paramento de mampostería en la mayor parte de su trazado, presentaba también un aspecto ataludado y fue asentada directamente sobre el terreno. Su relleno se hizo con piedra y tierra, en una proporción que varía en función de la disponibilidad local de los materiales. Su anchura media alcanzó los 3 m, con unos paramentos de 65 cm de anchura máxima en los sectores 7 y 7b y de 1 m para el paramento interno del sector 1, el cual solo conserva las hiladas de base. La nueva cerca redujo ligeramente el perímetro defensivo del castro, observándose a lo largo de su desarrollo tramos en los que se levanta ex novo (sectores 6 y 7) y zonas donde aprovecha el lienzo exterior de la primera muralla a modo de apoyo (sector 1). Ambas murallas probablemente estarían rematadas por una empalizada de madera a la que quizás podría corresponder el agujero de poste del sector 1 de 15 cm de profundidad y 6 cm de diámetro que aparece en la parte superior del talud de la muralla (Pereda 1999: 71).

3.1.2. Historiografía Las primeras noticias escritas del yacimiento proceden de Arturo Arredondo (1976–1977: 546) quien, bajo el topónimo de Pico Garma, observa terrazas muradas megalíticas y los restos de un poblado cántabro parcialmente urbanizado y alterado por los cultivos y eucaliptales. No obstante, existe un testimonio oral de Inocencio de la Vega Blanco, propietario de parte de los terrenos del castro, en el que recuerda como a su padre, durante la transformación del robledal en pradera en los años 30 del siglo pasado, le llamaron la atención unos terraplenes que, a su juicio, debieron ser hechos por los hombres. Así mismo, por las laderas del recinto, localiza varios fragmentos de molino (Pereda, 1999). En 1996, en el marco del proyecto Estudio integral del complejo arqueológico de La Garma (Omoño, Ribamontán al Monte) dirigido por P. Arias Cabal y R. Ontañón Peredo, dan comienzo las intervenciones científicas en el complejo arqueológico. J. M. Ayllón, E. Muñoz, M.A. Valle y M.L. Serna realizarán la identificación definitiva del recinto fortificado, documentando sus defensas y recogiendo diverso material lítico y cerámico.

El sector 6 es, sin lugar a dudas, el área donde mejor pueden observase los dos tipos de murallas. Aquí los trabajos de excavación permitieron documentar una primera defensa que contaría con un lienzo exterior de unos 80 cm de anchura máxima y una altura superior a los 2,5 m. El terraplén de acceso a la misma, si existió, no ha dejado ningún tipo de evidencia, aunque lo que sí se observa es la clara intención de aterrazar la zona, creando en la parte posterior una superficie nivelada óptima para la ocupación. A escasos tres metros hacia el interior se levanta la segunda de las murallas la cual aprovechó no sólo la plataforma, sino la materia prima de la primera para dar forma a una base de doble paramento rellena con una anchura de unos 3 m.

A partir de ese momento se sucederán distintas intervenciones y estudios arqueológicos hasta día de hoy, excavándose una superficie de aproximadamente 500 m2 (Pereda 1999; Arias et alii, 1999, 2000, 2005, 2008, 2010; Bolado et alii, 2015).

19

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.1. Topografía del Alto de la Garma y áreas excavadas (Arias et alii, 2010).

La puerta o puertas de acceso al recinto nos son por el momento desconocidas. Se ha propuesto la existencia de una de ellas en el sector 8 donde los trabajos de excavación documentaron un engrosamiento de la base de la muralla más reciente y su interrupción en el límite sur. Desafortunadamente se trata de una zona fuertemente alterada por una pista forestal, por lo que se tuvo que acudir a la fotografía aérea para intentar dar forma a un sistema de ingreso oblicuo en esviaje. Este contaría con la ayuda de las fuertes pendientes, de una segunda terraza

exterior culminada con un parapeto que estrecharía y controlaría el acceso desde el norte, y con un posible bastión oriental identificado en el engrosamiento de la muralla del sector 8. De los 11 sectores excavados solamente tres (sectores 1, 6 y 11) han permitido documentar restos de estructuras de habitación y, en todos los casos, en un mal estado de conservación. En el sector 11, próximo a la muralla, se halló el desarrollo parcial de un zócalo de tendencia circular 20

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro asentado en el nivel de descomposición de la roca madre, la cual era usada como pavimento interior; algo muy similar a lo que sucede en el sector 6 en donde, adosado a la muralla de doble paramento, aparece un zócalo de una hilada y planta oval que se interrumpe por el oeste. Es en el sector 1 donde se documenta la estructura de habitación más destacable, tanto por su estado de conservación como por haber proporcionado la única datación por 14C actualmente disponible. Se trata de una cabaña delimitada por un zócalo de 4,5 m de longitud y 75 cm de anchura máxima, con dos hiladas de piedra arenisca, asentado directamente sobre la roca madre y coetáneo estratigráficamente al primer recinto defensivo. En torno al pequeño arco de círculo que se conserva, y que delimitaba una cabaña de aproximadamente siete metros de diámetro, como en los sectores 6 y 11, se recuperaron restos de mineral de hierro, escorias, mateado de barro y cerámica, además de una pequeña concentración de cereal que incluía restos de Hordeum vulgare y Triticum sp. Son estas semillas las que han proporcionado una datación radiocarbónica de 2475±45 BP (AA-45565, con una calibración que nos sitúa entre el 772-418 cal BC, según la curva IntCal20, procesada con el programa OxCal 4.4) (Bronk Ramsey, 2009; Reimer et alii, 2020) que, por asociación directa, permite inicialmente situar entre los siglos VIII-V a.C. la construcción de la cabaña e, igualmente, proponer la misma cronología para la primera muralla. No obstante la mayor parte de las intersecciones y los cuartiles centrales de la probabilidad sitúan la fecha más antigua en el siglo VII a.C., acotando la calibración entre el 691-524 cal BC. La formación de un podsol entre la primera y la segunda obra defensiva, parece indicar un lapso de tiempo no inferior a un siglo para su erección (Arias et alii, 2010). Cabe destacar la existencia de un muro recto de arenisca que fue adosado al zócalo con posterioridad.

mencionada base de doble paramento y una estratigrafía simple compuesta por un total de cuatro niveles: capa de humus (N1), derrumbe de muralla mezclado con tierra oscura (N2), unidad de tierra rojiza (N3) y paramentos de la muralla (N4). Una vez realizado del estudio de los materiales hemos podido comprobar como la mayoría de ellos procede del nivel 3, siendo de especial relevancia el material cerámico. Este lo podemos encontrar tanto al exterior como al interior, pero sus máximas concentraciones proceden de los cuadros correspondientes con el relleno de la muralla. De esta forma la dispersión de la cerámica nos permite ver como la muralla del siglo V-IV a.C. se construyó sobre el nivel de ocupación más antiguo (N3), quizás ya abandonado en ese momento. El sedimento de este, entre el que existe abundante material antrópico, fue aprovechado para el relleno de la defensa, como sucedió en el castro de Moriyón (Villaviciosa, Asturias) (Camino, 1999: 159–160, 2000: 31). 3.1.4. Registro material El registro material procedente del castro del Alto de la Garma está compuesto por un total de 2342 piezas distribuidas proporcionalmente de la siguiente forma: un 49,3% (n=1155) corresponde al conjunto cerámico, el 31% (n=725) a restos de conglomerados de barro, el 9,8% (n=229) a mineral de hierro, el 4,9% (n=115) a distintos tipos de escorias, el 2,3% (n=55) a restos de fauna, el 0,8% (n=18) a objetos metálicos y el restante 1,9% (n=45) lo conforman distintos objetos entre los que se incluyen minerales, fósiles, piezas líticas o carporrestos. 3.1.4.1. La producción cerámica Se trata de la única colección cerámica procedente de unos de los yacimientos estudiados en la que se han recogido todos los datos métricos por fragmento, independientemente de sus características morfotipológicas. Esto es debido a que el estudio cerámico fue objeto de un estudio monográfico enmarcado en el Estudio integral del complejo arqueológico de La Garma (Bolado et alii, 2015a).

El sistema constructivo de las cabañas se completaría con distintos materiales orgánicos. Los abundantes restos de conglomerado de barro delatan la existencia de unas paredes de postes y entramados de zarzo, levantadas sobre zócalos, que lo sujetarían. Sobre ellos se sustentaría además una techumbre orgánica de la que no se ha conservado ningún vestigio.

Como ya adelantamos, la totalidad del conjunto cerámico asciende a la cantidad de 1155 fragmentos, no obstante hemos de descartar siete, de procedencia superficial, por mostrar características técnicas modernas como el vidriado. El resto, 1148, aparecen distribuidos de forma bastante heterogénea en las zonas excavadas (Tabla 3.2).

El castro del Alto de la Garma cuenta por tanto con al menos dos momentos constructivos contrastables. El primero de ellos tuvo lugar entre los siglos VII-VI a.C., cuando se levantó la primera defensa de paramento externo y terraplén la cual, no sólo tuvo una función poliorcética sino también urbanística, pues facilitó la creación de una terraza para levantar, al menos, la cabaña del sector 1. Un siglo después y por motivos que desconocemos, se lleva a cabo la construcción de la muralla de doble paramento, aprovechando a su predecesora en algunos tramos y reduciendo ligeramente el perímetro defensivo (Arias et alii, 2010).

Todos los niveles, en mayor o menor medida, aportan alguna evidencia cerámica; sin embargo, se aprecian acumulaciones significativas que se deben poner en relación con la ocupación del yacimiento y con el segundo momento constructivo. De esta forma podemos ver como los niveles de ocupación 3 y 4 del sector 1, asociados a los cereales mencionados más arriba y a la estructura habitacional, aportan 388 restos; en los sectores 7 y 7b por su parte se documentan 112 y 38 fragmentos respectivamente, de los cuales 69 fragmentos proceden del relleno de la muralla, corroborando, como ya vimos, la existencia de ese segundo momento constructivo. Ha sido

Desde el punto de vista estratigráfico solamente en los sectores 7 y 7b podemos corroborar la existencia del segundo momento. En esta zona se excavaron sendas catas paralelas de 7 × 3 m y 7 × 2 m respectivamente separadas por una distancia de dos metros. Ambas exhumaron la ya 21

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Tabla 3.2. Distribución del conjunto cerámico en función de su área de procedencia Sector de excavación Número de restos

Porcentaje

1

796

69,4%

2

3

0,26%

3

0

0%

4

1

0,09%

5

75

6,5%

6

82

7,14%

7

112

9,75%

7B

38

3,31%

8

15

1,3%

5

0,43%

21

1,82%

9 Superficial TOTAL

Las cerámicas presentan en general una textura porosa, debido fundamentalmente a los procesos de alteración postdeposicional. En muchos casos se han observado procesos de disolución de los desgrasantes, especialmente de aquéllos de naturaleza carbonatada. La disolución de la calcita se observa de forma preferente en la superficie de los fragmentos y podría estar relacionada con su enterramiento en un medio ácido, con las acciones de lixiviado debido a la pluviosidad o con la actividad hídrica del suelo.

1148

Con la excepción de cuatro piezas procedentes de la recogida superficial, las trazas observadas en la superficie de los fragmentos reflejan manufacturas realizadas a mano. Ello supone por tanto que nos encontramos ante un conjunto elaborado casi en su totalidad en un momento previo a la introducción del torno en Cantabria, cuyos primeros indicios se datan en la Segunda Edad del Hierro (Cubas et alii, 2013). Este aspecto posiblemente esté relacionado con la escasez de la cocción oxidante (0,5%) y el predominio de la cocción alternante (77,4%) y reductora (22,1%) entre los fragmentos estudiados.

100

imposible relacionar los distintos rasgos morfológicos y tipológicos de las cerámicas con las unidades estratigráficas y momentos constructivos.

Las trazas tecnológicas relacionadas con los tratamientos superficiales son muy escasas. La mayor parte del conjunto carece de tratamiento superficial (61% de las superficies exteriores y 64% de las interiores) y, entre éstos, el más frecuente es la regularización de ambas superficies (38,8% en la exterior y 35,5% en la interior). Marginalmente se documenta el bruñido (0,1% en ambas superficies), el raspado (0,1% para la superficie exterior y 0,2% para la interior), el espatulado (0,1% para la interior) o la combinación del raspado y regularizado (0,1% en la superficie interior) (Tabla 3.3).

La cerámica se caracteriza por un elevado índice de fragmentación y por el pequeño tamaño de los fragmentos conservados, cuyas dimensiones máximas alcanzan 11,67 cm de longitud, con una media de 2,03±0,9 cm y 11,7 cm de anchura (µ: 1,69±0,91 cm). No se han identificado recipientes completos ni perfiles reconstruibles. 3.1.4.1.1. Rasgos tecnológicos Los fragmentos presentan un grosor medio de 7,44±2,11 mm, debiéndose precisar que en su cálculo únicamente se han considerado los fragmentos que conservan ambas superficies y que, por tanto, permiten calcular el grosor real (n=702). Si atendemos a las partes morfológicas más relevantes observamos como los bordes presentan un grosor máximo de 9,94±3,77 mm, las bases de 10,53±3,26, los cuellos de 8,05±2,12 mm y los galbos de 7,09±1,50 mm. El análisis tecnológico realizado mediante lupa binocular refleja la presencia de distintos tipos de inclusiones no plásticas de naturaleza mineral de carácter carbonatado (calcita) y silíceo (cuarzo). Únicamente se han observado fragmentos de roca de textura ofítica en uno de los fragmentos. El tamaño, la morfología y la elevada recurrencia de algunos minerales, como la calcita y el cuarzo, nos hace ver en ellos su posible uso como desgrasante.

3.1.4.1.2. Rasgos morfológicos Aunque, como señalábamos más arriba, no ha sido posible documentar ningún perfil ni morfología completa, sí hemos reconocido un cierto número de fragmentos morfológicamente representativos, entendiendo como tal bordes, cuellos y bases. Dentro de éstos, destaca la presencia de los fragmentos de borde, que constituyen un 6,2% (n=72) del conjunto. Atendiendo a la tabla tipológica en la que se basa este trabajo (Figura 3.4), encontramos entre los bordes una mayor representatividad de los planos horizontales, con un 31,9%, siendo el 43,3% de tendencia exvasada y el 56,6% de tendencia recta. Solamente en uno de ellos puede apreciarse el arranque de un cuello rectilíneo y vertical.

Tabla 3.3. Tratamientos superficiales Tratamiento superficie exterior Regularizado

Regularizado-Raspado

Raspado

Bruñido

Espatulado

Carece

TOTAL

445

0

1

1

0

701

1148

1

735

1148

Tratamiento superficie interior 408

1

2

1

22

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.4. Morfología de bordes y bases (a partir de Caro, 2006).

Seguidamente, con un 30,5%, tenemos los bordes plano horizontales con engrosamiento al exterior, entre los que el 18,1% muestran una tendencia exvasada frente a un 81,8% con tendencia recta. Los bordes convexos simétricos constituyen el 23,6%, un 52,9% de tendencia exvasada y un 47% recta. Con una menor representatividad, el 6,9%, tenemos a los bordes biselados al exterior, el 40% de tendencia exvasada y el 60% recta; los bordes biselados al exterior con engrosamiento, todos de tendencia recta,

constituyen el 5,5% mientras que solo hallamos un ejemplar de borde vuelto hacia el exterior (Figura 3.5). De todos ellos únicamente dos nos han permitido conocer el diámetro de la boca, de 16 cm y 25 cm respectivamente (Figura 3.6 y 3.7). Los cuellos muestran en todos los casos una morfología rectilínea y exvasada, mientras que las bases poseen una 23

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.5. Bordes.

escasa variabilidad morfológica, siendo el 78,9% de bases planas simples. Las restantes bases se reparten entre las planas de fondo plano y perfil ondulado (15,7%) y una base plana con pie indicado.

3.1.4.1.3. Rasgos decorativos Las decoraciones constituyen un escaso porcentaje dentro del conjunto cerámico analizado (3,4%). En todos los casos se localizan en la superficie exterior de los fragmentos, observándose un predominio de las decoraciones realizadas en los bordes (79,4%), seguidas de los galbos (17,9%) y las bases (2,5%) (Figuras 3.5 a 3.7).

Cabe señalar una de las bases que aparece decorada en su exterior mediante una línea de digitaciones paralela a la superficie de apoyo (Figura 3.8). 24

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.6. Motivos decorativos documentados en el conjunto cerámico.

Las técnicas decorativas documentadas son la impresión y la incisión y, en un único caso, la combinación de ambas. La impresión (56,4%) está realizada mayoritariamente a partir de digitaciones, exceptuando un único ejemplo de ungulación, mientras que la incisión (41%) se caracteriza por sencillos motivos lineales.

La poca representatividad de la muestra impide establecer relaciones entre partes morfológicas y tipos decorativos. No obstante cabe señalar que los bordes concentran las digitaciones o ungulaciones seriadas (48,7%), las incisiones lineales oblicuas (28,2%) y el único motivo múltiple. 25

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.7. Motivos decorativos documentados en el conjunto cerámico.

3.1.4.1.4. Funcionalidad

El primero de los bronces fue hallado en el nivel de derrumbe de la muralla. Se trata de un punzón o lezna de sección cuadrangular en el cuerpo y trapezoidal en la punta con una longitud de 10 cm, una anchura de 6 cm y un grosor de 4,7 cm (Figura 3.9, 3). La segunda de las piezas, hallada en superficie, presenta una forma de tendencia rectangular con dos molduras que recorren el centro de la pieza por las dos caras y una acanaladura de unos 0,5 cm dispuesta por cada uno de los laterales. Es de destacar igualmente la existencia de una perforación circular que atraviesa la pieza longitudinalmente (Figura 3.9, 2). A simple vista su morfología recuerda a un posible talón de hacha de anillas que pudiera haber sido reaprovechado para su refundición, algo no extraño en estos momentos y que puede verse en distintos yacimientos de su entorno cultural. Puede ser el caso, por ejemplo, del talón de hacha hallado en el castro de Castilnegro (Medio Cudeyo-Liérganes) (Valle y Serna, 2013: 372, fig. 6,1; Valle, 2010: 481, fig.8,1),

En el caso de la cerámica del Alto de la Garma no se han podido reconstruir perfiles completos que permitan realizar una inferencia sobre la funcionalidad a la que estuvo destinada el recipiente. No obstante ha sido posible determinar una función concreta a partir de tres fragmentos los cuales, en su superficie interior, conservan evidencias de fundición y nos ponen, por tanto, ante un crisol. 3.1.4.2. Metalurgia La producción metalúrgica es insignificante, estando compuesto ese 0,76% del total del registro material, mayoritariamente, por fragmentos de hierro modernos o hierros indeterminados procedentes de niveles superficiales. Solamente son de destacar dos objetos de bronce, un resto de fundición del mismo metal y una pieza de hierro. 26

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.8. Morfología de las bases.

el hacha plana del castro de Las Rabas (García Guinea y Rincón, 1970: fig. 22,2) o la espada del Cerro de la Maza (Merindad de Valdeporres, Burgos) (Bolado et alii, 2012a: 48). No obstante, este supuesto talón no parece responder, por el momento, a ninguna de las tipologías existentes para las hachas de la Edad del Bronce.

nos encontramos ante uno de los primeros objetos de hierro conocidos, hasta el momento, en la Cantabria actual. Los numerosos restos de escorias (n=55) y minerales de hierro (n=115) tampoco nos permiten corroborar la existencia de una metalurgia del hierro. Las primeras, como señalaron Arias et alii (2010: 510), sí pudieran responder a algún tipo de actividad de esta índole, pero debería relacionarse con ocupaciones temporales de época histórica. El mineral de hierro por su parte, aunque susceptible de ser utilizado, es propio de los suelos cretácicos de arenisca.

Todas las piezas de bronce, incluido el resto de fundición de apenas 3,7 × 1,8 cm, han sido analizadas a través del microscopio electrónico de barrido (SEM), revelando una composición de bronce binario para el caso del talón, con un 95,9% de Cu y un 3,6% de Sn, y una composición ternaria para el punzón o lezna y para el resto de función. En estos casos sus estructuras estarían compuesta por 89,5% Cu, 8,2% Sn, 2,3% Pb y 90,9% Cu, 5,3 Sn y 3, 5 Pb.

Junto a ello hemos de descartar también la existencia de estructuras que puedan relacionarse con esta actividad. Solamente tres fragmentos de crisol nos indican que se trabajó con metales con un bajo punto de fusión. Todas las piezas proceden del sector 1, del interior de la cabaña y de niveles vinculados a la misma. Su parte interior muestra una característica capa vítrea de tonalidad verdosa que pudiera esconder trazas de fundiciones de base cobre. Este hecho nos llevó a realizar análisis a través del SEM con un resultado negativo, no se logró detectar ningún elemento metálico.

El único objeto de hierro destacable fue hallado en el sector 5 formando parte del relleno de la muralla. Se trata del extremo distal macizo, la punta, de un posible regatón cuya superficie está altamente mineralizada. Sus dimensiones no superan los 6 cm de altura, 1,3 cm de anchura y 0,9 cm de grosor (Figura 3.9, 1). La documentación de este pequeño regatón en el relleno de la muralla podría llevarnos a relacionarlo con el primer momento constructivo, fechado entre los siglos VII-VI a.C., explicando su localización por un proceso similar al descrito en el sector 7 y 7b con las cerámicas. En estas fechas resulta inviable pensar en el desarrollo de la metalurgia del hierro en Cantabria, por lo que de formar parte de esta fase deberíamos relacionarlo con algún tipo de intercambio. No obstante, nos decantamos por vincularlo al segundo momento constructivo (V-IV a.C.). El relleno, en este sector, pudo contar con una mezcla de aportes de ambas fases o quizás, el regatón, deba de relacionarse con el derrumbe de la muralla. Lo que sí parece claro es que

Las características de estas tres pequeñas piezas hacen innegable pensar que estemos ante los restos de un crisol y, por tanto, ante la evidencia de algún tipo de metalurgia que, seguramente, fuese de base cobre. Otra cosa sería intentar vincular la estructura del sector 1 con esta actividad, algo para lo que carecemos de pruebas. 3.1.4.3. Fauna y carporrestos El Alto de la Garma es uno de los tres únicos enclaves de la Edad del Hierro en Cantabria que cuentan con estudio faunísticos. Desafortunadamente el número de restos 27

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.9. Metales: 1) regatón; 2) punzón/lezna; 3) posible talón de hacha.

28

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.1.4.4. Otros materiales

conservados es muy escaso, 55, algo que en buena medida se debe a la acidez propia de los suelos de arenisca. Según el análisis realizado por M. Cueto Rapado “…los restos se presentan fragmentarios y, en caso del grupo mayoritario, parecen haber sido expuestos a la acción de una fuente de calor intensa y prolongada, aunque no directamente al fuego. El grado de fragmentación no es, empero, muy alto, y permite la determinación de la especie y procedencia anatómica de los restos. Desgraciadamente, el reducido tamaño de la muestra impide establecer inferencia cuantitativa alguna, ya que el número mínimo de individuos por especie no supera en ningún caso la unidad. El espectro incluye especies silvestres (ciervo) y domésticas (bovino y caprino)” (Arias et alii, 2010: 510) (Figura 3.10).

Poco queda por destacar del registro arqueológico de este castro salvo citar la existencia de ocho posibles fragmentos líticos relacionables con manos de molino o metates. 3.1.5. Cronología El castro del Alto de la Garma cuenta con un total de seis dataciones absolutas, cinco de termoluminiscencia y una de radiocarbono (Arias y Ontañón, 2008: 57–60; Arias et alii, 2010: 511). Las dos más antiguas (MAD2090 -3438±380 BP- y MAD-2091 -3380±366 BP-), procedentes de un galbo y un cuello liso, nos llevan lejos de la Edad del Hierro, hacia mediados del II milenio a.C. coincidiendo con los momentos de uso de cavidades cercanas como las de la Garma A, Garma B y Peredo. No resultaría extraño que la cima del monte fuera ocupada por estas gentes y que sus restos, con las posteriores remociones y acondicionamientos del terreno, pasasen a formar parte del derrumbe de muralla.

Los distintos restos óseos serían la evidencia del consumo de al menos un Bos taurus, una Ovis aries/Capra hircus y un Cervus elaphus, y, por tanto, un indicio de la cabaña ganadera y las especies cinegéticas. Algo que, por otra parte, no resulta extraño con lo poco que sabemos de las poblaciones de la Primera Edad del Hierro en la región cantábrica.

La siguiente datación en el tiempo es proporcionada por una de las semillas de Triticum sp. recuperadas en el sector 1 (AA-45565 -2475±45 BP-). Esta, a pesar de la supuesta precisión que suelen proporcionar este tipo de muestras, por su corta vida, calibrada a dos sigma con la curva atmosférica IntCal20 (Reimer et alii, 2020), nos muestra un amplio margen que nos sitúa entre el 772 y el 418 cal BC. A pesar de que, estrictamente, la datación podría

Junto al zócalo de cabaña del sector 1 se recogió también una acumulación de cereales entre los que la Dra. Lydia Zapata pudo distinguir ejemples de Hordeum vulgare y Triticum sp. (Arias y Ontañon, 2008: 52; Arias et alii, 2010: 510). La muestra es igualmente escasa, pero revela la existencia de un aprovechamiento agrícola de los terrenos colindantes.

Figura 3.10. Fauna identificada.

29

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) establecer un arco temporal entre los siglos VIII y V a.C., la cronología más probable, donde están la mayor parte de las intersecciones y cuartiles centrales de probabilidad, nos sitúa entre los siglos VII-VI. Como ya señalamos, la relevancia de esta datación no radica exclusivamente en la fechación del trigo sino en que este se haya en una posición estratigráfica coetánea a una cabaña y a la primera de las murallas, lo que permite fechar ambas estructuras.

de los distintos autores situándose también en una genérica Edad del Hierro (Rincón, 1985: 196; Serna et alii, 1996: 87), en un momento indígeno-romano (Muñoz y Malpelo, 1992a:15) o del cambio de era (Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 669), o en época romana (Muñoz et alii, 2007a: 94). Entre 2017 y 2018 un equipo multidisciplinar realizó una revisión de todo el registro existente, pudiéndolo fechar por radiocarbono en la Primera Edad del Hierro (Bolado et alii, 2022).

Las restantes fechas de termoluminiscencia (MAD-2520 -1937±168 BP-, MAD-2523 -1865±199 BP- y MAD2522 -1618±141 BP-) resultan difíciles de explicar. Quizás respondan a algún tipo de ocupación temporal o puedan ser la consecuencia de un incendio que ha alterado los resultados (Arias et alii, 2010: 512). De cualquiera de las formas lo que por el momento parece claro es que no pueden relacionarse directamente con la ocupación que tuvo lugar durante el último milenio a.C., la cual, por el registro material conservado, podemos afirmar que no tiene continuidad durante la Segunda Edad del Hierro.

3.2.2. Localización y estructuras El yacimiento de El Ostrero, del que hoy solo se conservan 2 metros cuadrados (Muñoz y Malpelo, 1992a: 414; Muñoz et alii, 2007a: 94), se encontraba localizado en el municipio de Camargo (Cantabria), concretamente en el suroeste de la loma de Glorio del Alto Maliaño desde donde se divisa la ría de Boo (bahía de Santander) de la que dista apenas medio kilómetro. Aparentemente parecía tomar una forma tumular de unos 5–6 m de diámetro y 1 m de altura, aunque desde el mismo momento de su descubrimiento, ya se advertía que había sufrido una fuerte alteración derivada de la cercana cantera, la construcción de viviendas y las actividades agrícolas.

El material estudiado imposibilita por sí mismo la obtención de dataciones relativas basadas en estudios tipológico-comparativos. No obstante, el apoyo dado por la fechación del trigo enmarca la producción cerámica en la Primera Edad del Hierro, coincidiendo muchos de los rasgos documentados en el Alto de a Garma con las producciones de otros enclaves del momento. Son los casos, por ejemplo, de los castros de Argüeso-Fontibre, Castilnegro o del yacimiento al aire libre de El Ostrero, que pueden verse en este mismo capítulo.

En lo que respecta a su secuencia estratigráfica, distintos trabajos hacen referencia a la existencia de dos niveles. El primero estaría compuesto por tierras de coloración grisácea de unos 20–50 cm donde sitúan la mayor parte de los restos malacológicos. Inmediatamente debajo se dispondría un estrato arcilloso de tonalidad amarillenta con menor cantidad de material y abundantes bloques de caliza sueltos (Muñoz y Malpelo, 1992a: 14; Valle y Serna, 2003: 384–386; Muñoz et alii, 2007a: 94). El estudio de materiales que hemos realizado permite confirmar la existencia de estas dos unidades estratigráficas las cuales, según los inventarios y las siglas, son denominadas como nivel I y nivel II (entre piedras).

No podemos cerrar este apartado sin aludir a la identificación de un paleosuleo parcialmente podsolidizado en el segundo ciclo edafogenético (Arias et alii, 2010: 505). Su creación supone el paso de más de 100 años y su situación entre los dos sistemas de murallas han permitido confirmar la existencia de los dos momentos constructivos, algo corroborado también por el relleno de la segunda muralla. Entre los siglos VII-VI a.C. estaría erigida la defensa con lienzo exterior y terraplén y, al menos, la cabaña del sector 1, dando paso en el siglo V a.C. a una muralla de doble paramento que permanecerá en uso hasta finales de la Primera Edad del Hierro o comienzos de la Segunda.

3.2.3. Registro material El registro material recuperado se compone de un total de 16.376 piezas, de las cuales el 93,7% lo conforma el conjunto malacológico. La producción cerámica está representada por un 3,1%, seguida por los conglomerados de pared de barro (1,4%) y los fragmentos de mineral (1,1%). En proporciones inferiores al 1% se sitúa el resto del registro destacando un elemento de bronce, fauna terrestre, escorias, carbones, un fragmento latericio, materiales líticos, un resto de tégula, un fósil y dos posibles elementos de molienda.

3.2. El yacimiento al aire libre de El Ostrero 3.2.1. Historiografía El yacimiento fue descubierto por J.R. Cavia en 1983 quien advirtió de su estado de conservación, lo que motivó que en 1984, bajo la dirección de C. Lamalfa, se llevase a cabo una excavación arqueológica en un área aproximada de 5 × 6 m, subdividida en cuadros de 1 × 1 m (Lamalfa et alii, 1998: 143; Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 653–654).

En lo que respecta a su distribución en función de su nivel estratigráfico únicamente tenemos datos para 6968 piezas, de las que 4069 proceden del nivel I y 2899 del nivel II (entre piedras). Las 46 restantes se hallaron en superficie o en zonas de revuelto. El material, independientemente de su adscripción cultural, se encuentra distribuido por ambas unidades lo que nos obliga a tener cautela con

El estudio de los materiales recuperados llevó a interpretar el lugar como un basurero al aire libre generado durante la Segunda Edad de Hierro (Lamalfa et alii, 1998: 155). Esta adscripción cronológica ha variado ligeramente en función 30

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro las interpretaciones estratigráficas. A pesar de ello es de destacar que el conjunto del registro vinculable a la Edad del Hierro lo compone un 99,6% del total, lo que incita a pesar en el 0,4% restante como una contaminación ocasional de un nivel no detectado de un yacimiento desconocido, bien durante el proceso de excavación o bien como consecuencia de la actividad agrícola. En este sentido nos gustaría señalar las noticias acerca de la existencia de estructuras soterradas, algunas de planta rectangular, localizadas en las prados situados por debajo del yacimiento (Muñoz et alii, 2007a: 94).

sobre las planas de perfil ondulado (n=1) y las de pie indicado (n=1) (Figura 3.11). Los cuellos muestran en todos los casos una morfología rectilínea y exvasada. Los elementos complementarios como asas o tapaderas están ausentes dentro del registro, no obstante uno de los bordes muestra un rebaje interior acusado que pudiera estar destinado al acople de algún tipo de tapadera (Figura 3.12, 3).

3.2.3.1. La producción cerámica

Respecto a los motivos decorativos únicamente se han documentado impresiones de digitaciones en los labios de tres bordes (Figura 3.12).

3.2.3.1.1. La cerámica a mano

3.2.3.1.1.3. Funcionalidad

El conjunto cerámico representa el segundo grupo de materiales más relevante dentro del registro, recogiéndose un total de 500 fragmentos en los que se detectan tres tipos de producciones: cinco galbos se relacionan con cerámica moderna, 70 piezas con cerámica común romana (14 del nivel I, 29 del nivel II y 27 sin nivel específico) y 425 con cerámica a mano prerromana (9 del nivel superficial, 58 del nivel I, 54 del nivel II y 304 sin nivel).

No se han podido reconstruir perfiles completos, aunque un acercamiento a los mismos puede ser afrontado parcialmente desde algunas de sus partes morfológicas. De esta forma vemos como las bocas oscilan entre los 30 cm y 14,4 cm de diámetro dando lugar a formas, ya puedan ser de almacenaje o vasijas de pequeño tamaño, que van a tender a ser cerradas. Solamente parte del desarrollo de un cuello con su cuerpo (Figura 3.11, 1) y de un borde con parte de su cuerpo (Figura 3.11, 2) nos permiten apuntar la existencia de formas esféricas u ovoides. Los fondos, por su parte, muestran un diámetro comprendido entre los 8 cm y 11 cm, reincidiendo en la existencia de grandes y pequeñas vasijas.

3.2.3.1.1.1. Rasgos tecnológicos Los bordes, aun siendo escasos, muestran un grosor medio de 6,5±1,9 mm mientras que las bases, por su parte, tienen un grosor medio de 11,6±2 mm. Todos los fragmentos que forman parte del conjunto prerromano presentan trazas de una manufactura realizada a mano. Su coloración refleja un predomino de la cocción en atmósferas alternantes (65,9%) frente a reductoras (34,1%). A pesar de que se ha propuesto la utilización de desgrasantes de calcita y/o cuarzo y mica (Lamalfa et alii, 1998: 146), el análisis realizado no permite un acercamiento a la mineralogía de las producciones cerámicas.

3.2.3.1.2. La cerámica romana En lo referente a la cerámica común romana se han identificar un total de 70 restos de los cuales 67 son galbos y tres bordes. Estos últimos muestran una tendencia exvasada, siendo dos planos (horizontal y biselado hacia el exterior) y otro vuelto hacia el exterior (Figura 3.13, 1 a 3). Sus superficies interiores y exteriores se hayan regularizadas, documentándose un único caso de raspado exterior. El grado de fragmentación del pequeño conjunto continúa siendo alto para acercarnos a conocer las formas representadas o su funcionalidad. Únicamente hemos podido obtener un diámetro de 12 cm para uno de los bordes que parece situarnos ante un vaso o una olla que podría formar parte del tipo 500 y 700 de Martínez Salcedo (2004) (Figura 3.13, 1).

Las trazas tecnológicas relacionadas con los tratamientos superficiales indican la regularización de las superficies tanto interior como exterior, con trazas de bruñido y raspado exterior en dos fragmentos de borde y un caso de raspado exterior en una base. 3.2.3.1.1.2. Rasgos morfológicos y decorativos La parte morfológica más representada es el galbo (95,1%), seguida de los bordes (2,8%), los fondos (1,2%) y los cuellos (0,9%). Aun siendo escasa la muestra de bordes y fondos, 17 piezas, podemos observar un predominio de los bordes planos (n=6), tanto plano horizontal como biselados al exterior, seguido de los bordes vueltos hacia el exterior (n=3) y de los bordes redondeados (n=3), simétricos y asimétricos al interior (Figura 29, 2 a 5 y 30). La tendencia que muestran es mayoritariamente exvasada (n=7), con un único ejemplar de tendencia recta en un borde plano horizontal y cuatro de tendencia indeterminada (un borde plano horizontal y tres bordes vueltos al exterior). Las bases son todas ellas planas destacando las simples (n=3)

Relacionado con la producción cerámica romana y procedente del nivel II, debemos destacar un fragmento de tégula de 7,6 cm por 4,7 cm, con un grosor máximo de 2,8 cm y desgrasantes de mineral de hierro. 3.2.3.2. Otros materiales no abióticos Junto a la cerámica, por su proporción dentro del registro (1,4%), resulta destacable la presencia de restos de conglomerado de barro relacionados con el revestimiento de paredes construidas con estructuras orgánicas. De los 231 fragmentos buena parte conservan las improntas del ramaje sobre el que se adhirieron y en un único caso se 31

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.11. Cerámicas de la Edad del Hierro.

han detectado evidencias de enlucido de color rosáceo en su cara vista (Bolado et alii, 2022). Todos ellos son claras evidencias de la existencia de algún tipo de estructura en las proximidades, de funcionalidad desconocida, que quizás pudo llegar a formar parte de un núcleo de habitación (Muñoz et alii, 2007a: 94; Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 651).

electrónico de barrido (SEM) con microsonda de energía dispersiva de rayos X (EDX) realizados en el Laboratorio de la División de Ciencia Ingeniería de los Materiales de la Universidad de Cantabria por J. Setién Marquínez y E. Ruiz Martínez, con la colaboración de I. Montero Ruiz (CSIC), los cuales reflejan un alto contenido en silicio. La presencia de este tipo de material durante la Edad del Hierro en Cantabria se limita exclusivamente a las cuentas oculadas de pasta vítrea (Ruiz Cobo y Smith, 2001; Bolado y Fernández, 2010; Bolado et alii, 2010; Ontañón, 2010), las cuales se fechan en momentos avanzados, lo que nos obliga a incluir a esta pieza dentro del lote de materiales romanos, periodo durante el que se extienden las producciones de vidrio en la región. Esta vinculación de la cabeza de anillo o botón con el mundo romano ya fue propuesta por Muñoz y Malpelo (1992: 14) y Serna et alii (1996: 87).

De forma más aislada se han recuperado restos de mineral de hierro, escorias, carbones, industria lítica (a destacar una lasca de sílex con retoque marginal, cuatro posibles fragmentos de afiladera o molino de arenisca y cuatro fragmentos de metate de molino barquiforme del mismo material), dos objetos de hierro y uno de bronce. Este último, de forma circular de 1,2 × 1,3 cm, muestra un reverso plano con restos de óxido de hierro pertenecientes a un posible vástago o pequeña pieza que fijaría el material introducido por la concavidad del anverso (Figura 3.13, 4). El objeto fue identificado como una posible cabeza de anillo o botón engastado con un material de color verdoso y textura vidriosa, que pudiera tratarse de ámbar o pasta vítrea (Lamalfa et alii, 1998: 150). Los análisis realizados por Enrique Peñalver han desestimado la primera de las hipótesis mientras que la segunda se ha visto ratificada gracias a los resultados obtenidos con el microscopio

Se ha citado también la presencia de una hoja de cuchillo que no ha sido localizada entre el material depositado (Valle y Serna, 2003: 384–386). 3.2.3.3. Los moluscos marinos y terrestres El estudio malacológico fue realizado por E. Álvarez Fernández (Bolado et alii, 2022), documentándose un 32

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.12. Cerámicas de la Edad del Hierro.

total de 15.337 conchas de moluscos marinos. Teniendo en cuenta las que poseen contexto estratigráfico, y basándose en el NMI, se observa un predominio casi exclusivo de los bivalvos recogidos en la zona mesolitoral e infralitoral, tanto en sustratos rocosos como arenosos, fangosos y con cascajo. Las ostras (familia Ostreidae), las navajas (superfamilia Solenoidea) y las almejas finas (Ruditapes decussatus), en este orden, representan ca. 92% y ca. 98% del total de moluscos recuperados.

La población de ostras alcanza en el nivel II el 44,2% y el 64% en el nivel I. El NMI se calculó a partir de las valvas izquierdas (cóncavas). En el estudio realizado en 1998 de los moluscos se identificó, además de la ostra plana O. edulis, la denominada ostra portuguesa, Magallana angulata (Lamalfa et alii, 1998: 53). Sin embargo, los análisis filogenéticos señalan que el origen de esta última especie es asiático y que posiblemente fue introducida de forma fortuita en la costa atlántica europea en los siglos XVI o XVII, bajo los cascos de las embarcaciones (Batista 33

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.13. Materiales romanos: 1 a 3) cerámica común; 4) cabeza de anillo o botón con pasta vítrea.

et alii, 2005; FAO, 2005; Ranson, 1960). Por tanto, es muy posible que todos los restos de El Ostrero pertenezcan a la especie O. edulis.

Los estudios biométricos (altura máxima) en las valvas planas de Ostrea edulis revelaron que hay un aporte de ostras de diferentes tamaños, aunque dominan los ejemplares de 70/80 mm de altura. No se observan diferencias significativas a nivel poblacional entre las ostras de los diferentes niveles estratigráficos.

Además de las ostras, aunque con menos porcentaje, destacaban las navajas (Solen sp.) (21,7% en el nivel I y 33,6% sin nivel) y las almejas finas (Ruditapes decussatus) (12,2% en el nivel I y 17% sin nivel). El resto, lo conforman otras especies de bivalvos recogidas como alimento (el navallón Lutraria lutraria, el mejillón Mytilus sp., la almeja de fango Scrobicularia plana, el berberecho Cerastoderma sp., la almeja vieja Venus verrucosa y el almejón de sangre Callista chione). También se han identificado restos de corruco Acanthocardia tuberculata y de vieira Pecten maximus. Dado que estas dos son especies típicas de la zona infralitoral, es posible que sus conchas vacías fueran cogidas en la playa. Completaban el registro cuatro gasterópodos, una lapa (Patella sp.) y un bígaro (Littorina littorea), posiblemente aprovechados como alimento, y dos Tritia reticulata.

En lo referente a los moluscos terrestres, se han identificado 22 restos. Las conchas de estos invertebrados están representadas por siete ejemplares de Cepaea nemoralis (dos en el nivel I, tres en el nivel II y dos sin nivel) y uno de Cornu aspersum (sin nivel). Con el objeto de determinar la cronología del yacimiento, fue seleccionado un ejemplar de una valva de Ostrea edulis de la base de la secuencia (nivel II) para realizar una datación radiocarbónica cuya calibración a dos sigma se sitúa entre el 780 y el 560 cal BC (OxA-32298: 2766 ± 26 BP, 13C: 1,84) (Bolado et alii, 2022). 3.2.3.4. Mamíferos El número de fragmentos óseos de mamíferos es muy escaso, con un mal estado de conservación, un elevado índice de fragmentación y superficies muy alteradas. El estudio realizado por M. Cueto (Bolado et alii, 2022) de los 44 fragmentos conservados ha posibilitado identificar 15 a nivel anatómico y taxonómico: Bos taurus, Sus domesticus y Caprinae. La edad de muerte de los individuos se ha

La mayor parte de las conchas están fracturadas antrópicamente, bien durante el proceso de consumo, de abandono o durante el proceso de excavación y almacenamiento del material. Esta fracturación afecta a las especies con las conchas más finas. Algunas de las valvas de ostras presentan fracturas en los bordes, que nos indica la forma de abrirlas para su consumo. 34

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro Tabla 3.14. Restos osteológicos  

Edad

NR

NMI

Bos taurus

6

1





1

Sus domesticus

5

1

1





Caprinae

4

1



1



Total

15

3

1

1

1

 

cerámica común romana, un fragmento de tégula y una cabeza de anillo o botón con engaste, probablemente de pasta vítrea, que nos indica la presencia de una ocupación o uso esporádico en época romana, y cuyos niveles pudieron entremezclarse con los prerromanos por alteraciones postdeposicionales.

Infantil Subadulto Adulto

Por lo que respecta a la interpretación del yacimiento, todos los autores son unánimes al considerarlo un vertedero procedente de una zona de hábitat próxima no identificada (Lamalfa et alii, 1998: 153–154; Valle y Serna, 2003: 384–386; Muñoz et alii, 2007a: 94; Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 651). Una hipótesis a la cual, con las evidencias mostradas, hemos de sumarnos.

podido estimar a partir de los dientes (Tabla 3.14). Todos los restos pertenecen a animales domésticos de distintos rangos de edad.

3.3. El castro de Argüeso-Fontibre

La mala conservación de las superficies óseas no ha permitido identificar marcas de corte relacionadas con la gestión de las carcasas. Se debe destacar la intensa actividad de carroñeo sobre la tibia de Bos taurus en la que se observa, incluso, la pérdida del tejido esponjoso de la epífisis. El resultado es una diáfisis con un perfil irregular en sierra, de bordes muy redondeados y con una ausencia total de la epífisis. Dada la dureza de la epífisis distal de una tibia, la acción de carroñeo debió producirse durante un tiempo muy prolongado.

3.3.1. Localización El presente poblado se sitúa sobre la cima de El Castro (1059 m), la cual se adentra mayoritariamente en terrenos de la localidad de Argüeso y más tímidamente, por el sudeste, en Fontibre. Hacia el norte y este queda flanqueada por las elevaciones de La Lastra (1044 m), el Alto del Hornero (1175 m), Peñas del Abrejón (1133 m) y Coto Linares (1140 m), mientras que hacia el sur y oeste se abren amplias zonas de valle por las que fluyen los ríos Hijar y Ebro en dirección a Reinosa.

3.2.3.5. Restos antracológicos

3.3.2. Historiografía

El análisis realizado por P. Uzquiano de las muestras de carbón (Bolado et alii, 2022) ha identificado restos de robles caducifolios (Quercus t. robur) (n=10) y de Laurus nobilis (n=1), un resultado acorde con la síntesis antracológica de la bahía de Santander durante la Edad del Hierro, en la cual abundarían los robledales acidófilos (Quercus robur) y los encinares cantábricos (Uzquiano, 2018).

Las primeras noticias, según recoge A. Ruiz Gutiérrez (1999a), pudieran retrotraerse a los años 70 del siglo XX, momento en el que se tiene constancia de denuncias que advertían sobre la existencia de actividades furtivas en su entorno. No obstante la primera referencia escrita se la debemos a A. Arredondo, quien lo incluye en su inventario como un poblado cántabro llamado “Campana-Fontibre” (Arredondo, 1976–1977: 547). En 1986–1987, bajo la denominación de Fontibre, aparece citado por R. Bohigas (1986–1987) quien señala la presencia en el yacimiento de cerámicas con “dedadas en la panza junto a las uñadas en los bordes, asociados a trozos de arcilla con improntas de varas, que sugieren edificaciones de madera recubiertas de barro seco”. Ese mismo año M.A. Marcos García realiza una descripción del enclave detectando diversas defensas artificiales: al noroeste “tres alomamientos defensivos que se suceden de abajo a arriba” con fosos, pudiendo el superior tener un lienzo de muralla; al suroeste identifica los restos de un canchal que rodea toda la cumbre y que pudiera relacionarse con una defensa derruida; y al sudeste observa “una terraza que se encuentra defendida por un lienzo de muralla con una altura que oscila entre el metro y metro y medio y una anchura de tres metros”, complementada por debajo por dos alomamientos defensivos. Desde el punto de vista material hace referencia a la existencia de cerámica hecha a mano, porosa, con abundante desgrasante de mica y molinos barquiformes (Marcos García, 1986–1987: 481–482). En 1989, en el marco de una campaña de prospecciones por Valderredible

3.2.4. Cronología Gracias a la datación realizada podemos fechar el yacimiento de El Ostrero entre el 780 y el 560 cal BC, es decir, en la Primera la Edad del Hierro. A este momento responden las características del conjunto cerámico, concretamente los tres bordes exvasados con decoración impresa mediante digitaciones en los labios, que pueden relacionarse con los conjuntos cerámicos de otros yacimientos cántabros contemporáneos incluidos en este catálogo como el castro de Castilnegro (Valle, 2010; Valle y Serna, 2003), el Alto de La Garma (Bolado et alii, 2015), Argüeso-Fontibre (Ruiz Gutiérrez, 1999) y la Lomba (Díaz Casado, 2014b). El hecho de que la producción cerámica estudiada sea mayoritariamente a mano nos invita a proponer, como término ante quem, la introducción de las producciones a torno en Cantabria, algo que tiene lugar en la transición entre los siglos IV y III a.C. (Cubas et alii, 2013). Si bien, lo más probable es que se trate de un aprovechamiento puntual muy localizado en el tiempo, quizás entre los siglos VIII-VI a.C. Junto a este momento, al que pertenecen la mayor parte de los materiales, existe otro pequeño conjunto formado por 35

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) y Campoo, fue prospectado por E. García-Soto (2000), al cual accede a través de J. M. Iglesias y A. Ocejo, el último de los cuales le muestra restos cerámicos que le recuerdan a los hallados en el castro de Las Rabas.

de tonalidad negruzca, se recuperaron 110 fragmentos de conglomerados de pared de cabaña con improntas, mientras que la U.E. 6, de tierra arcillosa de color marrón rojizo, mostraba alteraciones causadas por el fuego. Todo ello lleva a interpretar el área como una zona de hábitat en cuyo entorno pudieron disponerse cabañas (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 56–57). El sondeo 2, de 2 × 2 m, se replanteó en la parte central de la cima a la búsqueda de la zona de hábitat, obteniéndose unos resultados negativos y 17 fragmentos cerámicos que definen en la memoria como “muy rodados” (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 57; 1999b; 2000: 341).

Bajo el nombre de Argüeso lo encontramos en la obra de Fraile (1990: 124 y 626 Nº42), quien realiza una breve descripción del enclave destacando la presencia de varias líneas defensivas, foso, aterrazamientos para el acondicionamiento del terreno y dos posibles accesos hacia el sur. Describe distintos materiales hallados en superficie como restos de fauna, astas o elementos de molienda de arenisca. Si bien, lo que más le llama la atención es la cerámica realizada a mano, entre las que identifica fondos planos simples y de perfil ondulado, bordes exvasados o vueltos y decoraciones a base de “incisiones digitales en cuellos y bocas; incisiones de bandas paralelas triples formando dientes de sierra; incisiones de trazos paralelos breves, con direcciones diversas y desordenadas”. No reconoce forma alguna, aunque los grandes fragmentos le llevan a pensar en grandes tinajas.

El estudio de los materiales, por el protagonismo que adquieren, se focalizó en la colección cerámica, la cual es exclusivamente de factura manual. A los desgrasantes anteriormente citados añade la mica, identificando el alisado en la mitad de las superficies y tres señales de espatulado o bruñido. Desde el punto de vista formal distingue vasijas de almacenaje de panzas globulares y bordes verticales o inclinados hacia el interior con labios engrosado, y ollas y cuencos (o vasos de paredes delgadas) de perfil en S con bordes exvasados y labios de distintas secciones. Las bases son planas o con pie anular. Entre los motivos decorativos empleados documenta digitaciones en los bordes y labios, ungulaciones, incisiones (algunas con motivos ajedrezados) y, en un caso, la combinación de digitaciones y ungulaciones (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 58–59; 2000: 341; 2007). Nuevamente es la falta de cerámica a torno la que lleva a fecharlo en la Primera Edad del Hierro, pudiendo ser abandonado en la transición a la Segunda Edad del Hierro (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 569–60; 1999b; 2000: 342; 2007).

En 1990–1991 se llevó a cabo la primera excavación arqueológica bajo la dirección de E. Van den Eynde Ceruti, la cual se centró en comprobar su potencial arqueológico y esclarecer la adscripción cronocultural. Para ello se abrieron sondeos en distintas áreas, destacando la ladera noreste, que identificaron con un vertedero, y la muralla sudeste. En todos los casos se alude a la abundancia de hallazgos cerámicos y metálicos, realizando una caracterización breve de los primeros: “se trata, generalmente, de grandes vasijas de almacenamiento, ollas y pequeños cuencos, con panzas globulares (grandes vasijas) y bordes exvasados (ollas y cuencos), de pastas porosas y desgrasantes de caliza y cuarzo. El color de las pastas varía del gris oscuro al rojo, en relación con modalidades de cocción en atmósfera bien reductora, bien oxidante. La superficie de las vasijas aparece comúnmente alisada, y solo excepcionalmente con bruñido y marcas de espátula. Por lo que respecta a las decoraciones suelen ser digitaciones (marcas de dedos) en bordes y labios. También aparecen ungulaciones e incisiones en panzas” (Van den Eynde, 2000). Es precisamente la exclusiva presencia de cerámica a mano la que lleva a situar el poblado en la Primera Edad del Hierro.

3.3.3. Estructuras El castro de Argüeso-Fontibre se considera que llegó a ocupar un área de unos 53.000 m2. Esta quedaría enmarcada hacia el oeste y este por las fuertes pendientes, que funcionaron como defensas naturales, mientras que hacia el noroeste y sudeste se levantaron distintas estructuras destinadas a proteger los límites más expuestos. Su evidente contraste con la orografía de la cima ha permitido a todos los investigadores reconocerlas. En el extremo sudeste, sobre una superficie aterrazada que fue aprovechada para usos agrícolas, se documentan los restos de una muralla fabricada con doble paramento de piedras calizas colocadas en seco y relleno de piedras pequeñas y medianas. La cara externa se halla parcialmente oculta y en un peor estado de conservación que la interna, la cual llega a alzarse hasta los 1,5 m. Su anchura pudo alcanzar entre 3 m (Marcos, 1986–1987: 481–482) y 4,30 m (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 57; 2007; 2010: 365–366), siendo aún hoy posible seguirla durante 45/50 m. En los otros 50 m restantes de la terraza la defensa ha desaparecido, algo que se explica por el reaprovechamiento de la piedra para construcciones locales y para los propios lindes de los prados cercanos. No obstante, llama la atención que no solamente han desaparecido, de haber estado, los grandes sillares, sino también el abundante relleno, cuyo reciclaje

Seis años más tarde, en 1997, A. Ruiz Gutiérrez inicia una nueva campaña centrada en la realización de dos sondeos y una prospección, con el objeto de ahondar en la cronología y las características del hábitat (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 55; 2000: 341; 2007). El primero de los sondeos, de 4 × 4 m, se replanteó al sudeste de recinto, en un área que ya había proporcionado distintos fragmentos cerámicos y de la que se recuperaron 514 más, junto a restos de fauna, conglomerados de pared de cabaña y elementos de bronce. De las ocho unidades estratigráficas reconocidas se puso el énfasis sobre dos de ellas, la U.E. 3 y la U.E. 6, al proceder de estas la mayor parte del material. En la U.E. 3, de tierra orgánica 36

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro es más complejo. Esto nos hace plantearnos la posibilidad de que pudiéramos estar ante una estructura defensiva inacabada y abandonada por motivos que desconocemos. Si bien no es algo habitual, sí se conocen obras durante la Edad del Hierro que no llegaron a concluirse, como es el caso del castro de La Forca (Grado, Asturias) (Camino et alii, 2009), el tercer recinto de la Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra, Ávila) (González-Tablas, 2009) o Ladle Hill (Hanst, Hampshire. Inglaterra) (Piggott, 1931). Al sur de la muralla, a escasos 30 m, se han reconocido entre uno (Ruiz Gutiérrez, 1999a: 57; 2007; 2010: 365) y dos alomamientos defensivos artificiales, lugar donde E. Van den Eynde excavó, y que pudo funcionar como defensa auxiliar.

de conglomerado de barro, observa que pudieran estar construidas con paredes de entramado de varas vegetales revestidas de barro, desarrollando plantas circulares u ovales al tomar como paralelos cercanos las estructuras de los castros de Monte Bernorio (Villarés de Valdivia, Palencia) y los Baraones (Valdegama, Palencia). 3.3.4. Registro material En total, procedentes de ambas campañas, contamos con 8773 piezas, a las que hay que sumar 34 de origen indeterminado. El 61,3% (n=5401) está formado por el conjunto cerámico, seguido de los restos de fauna (35,5%, n=3129), los fragmentos de conglomerados de barro (2%, n=178) y, en proporciones inferiores al 1%, objetos de bronce (n=50), lítica (n=6), objetos de hierro (n=5), escorias (n=2), minerales (n=1) y evidencias malacológicas (n=1). Solamente 2899 piezas cuentan con referencias hacia el nivel de procedencia (2007 en las campañas de 1990/1991 y el total de las de 1997, 892). De las primeras campañas carecemos de cualquier información, lo que nos impide realizar apreciaciones al respecto. En cuanto a la intervención de 1997 hemos advertido diferencias en el cómputo entre el inventario original y el material conservado en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. Según los inventarios proporcionados por A. Ruiz Gutiérrez, se recuperaron un total de 1391 piezas del sondeo 1 (751 restos óseos, 514 fragmentos cerámicos, 124 conglomerados de barro y dos bronces), 25 del sondeo 2 (17 fragmentos cerámicos y ocho restos de conglomerado de barro) y 60 de la prospección (un molino barquiforme de arenisca, 25 conglomerados de barro, 32 fragmentos cerámicos y dos restos de fauna). En el sondeo 1, el 89,1% de las piezas se vinculan a la U.E. 3 (n=1240) y el 9,4% (n=131) a la U.E. 6, mientras que las restantes, en proporciones inferiores al 1%, proceden de la U.E. 2 (n=6), la U.E.3–6 (n=12) y la U.E.7 (n=2). En el sondeo 2 seis piezas fueron recuperadas de la U.E. 2, 11 de la U.E.2–3 y ocho de la U.E.4.

En el extremo noroeste tanto M.A. Marcos como A. Ruiz Gutiérrez aluden a tres defensas concéntricas (Marcos, 1986–1987: 481–482; Ruiz Gutiérrez, 1999a: 58; 2007; 2010: 365–366), considerando la primera dudosa. La superior, que es seguida por el este durante 25 m y por el oeste durante 30 m de forma lineal y durante 60 m discontinua, pudo contar con foso y con lienzos. El tratamiento de los datos LiDAR junto con el análisis de las ortofotos de 1988/1991 confirman la presencia de estas tres líneas defensivas, aunque con algunas particularidades distintas a las descritas hasta ahora. La más externa, con un desarrollo visible de unos 220 m y una anchura de 5–6 m, circunda el extremo noroeste, dirigiéndose hacia ambas laderas y desapareciendo allí donde la pendiente natural la hace innecesaria. Muy posiblemente reaparezca por el lado suroeste, conectando quizás con la muralla inacabada, como ya señalara Marcos (1986–1987: 481) al referir la existencia de un canchal de derrumbe. La segunda defensa, con un desarrollo de 80 m y una anchura de 5–6 m, en vez de ser concéntrica puede observarse como en su extremo oeste casi parte del interior de la primera, trazando una línea recta hasta la cresta de la cima, donde forma un ángulo obtuso que la pone en dirección hacia las pendientes orientales, donde desaparece. La última de las defensas sí adquiere una forma concéntrica con respecto a la primera, siguiéndose durante 110 m y mostrando una anchura de 10–11 m. Por el este es interrumpida por las fuertes pendientes, mientras que al oeste es plausible que desaparezca donde acaba la primera defensa. Unos 100 m hacia el noroeste de la primera defensa, se aprecian otras dos líneas concéntricas de menor entidad que, por su disposición, pudieran haber formado parte de la estructura del poblado, bien desde un punto de vista defensivo o económico, pudiendo haber servido para aterrazar los terrenos inmediatos para su aprovechamiento. De confirmarse esta interpretación de las defensas la extensión del castro podría alcanzar los 84.000 m2, con un eje mayor noroeste-sudeste que pasaría de los 486 m a los 651 m, y un eje menor que oscilaría entre los 75–115 m (Bolado, 2018).

El material que se encuentra depositado en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, está compuesto exclusivamente por 892 piezas, todas ellas procedentes del sondeo 1: seis de la U.E. 2 y 886 de la U.E.3. Las 499 piezas restantes, así como los registros del sondeo 2 y de la prospección, no han podido ser consultados. Como veremos a continuación, las características tipológicas de los materiales, especialmente el cerámico y los metales, posibilitan adscribirlos a un mismo periodo. Algo que, unido a la falta de información estratigráfica de las campañas de 1990/1991 y a la existencia de un único nivel fértil en los materiales estudiados de 1997, hace aconsejable analizar los registros de forma conjunta. 3.3.4.1. La producción cerámica

Las estructuras vinculadas al hábitat del poblado nos son desconocidas, solamente A. Ruiz Gutiérrez (1999a: 59– 60; 2000: 342; 2007; 2010: 366–367), a partir de los restos

El conjunto cerámico está compuesto por 5401 fragmentos, entre los que se incluyen siete fichas y dos fragmentos de cerámica a torno. Estos últimos son dos galbos lisos, uno 37

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) de ellos carenado, cocidos en atmósfera oxidante. Carecen de nivel estratigráfico y área de procedencia, siendo incluidos en una bolsa denominada “Varios”. Esto, unido a la ausencia de cualquier otra pieza similar, nos obliga a tener que desestimarlos. Los restantes 5392 fragmentos, fabricados a mano, constituyen la base del análisis.

(n=2) y redondeados con engrosamiento exterior (n=1). Los bordes vueltos al exterior representan el 5,5%, mientras que de los apuntados y cóncavos simétricos encontramos dos y un ejemplar. En cinco casos no ha podido ser determinado el tipo. La tendencia de los bordes se ha podido determinar en 87 casos, comprobándose un predomino de la exvasada (59,8%) frente a la recta (37,9% y entrante (2,3%). El 34,6% de los bordes planos son exvasados, concentrándose sobre todo en los planos horizontales (n=11) y, en menor medida, en los biselados al exterior (n=3), planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=3) y biselados al interior (n=1). Los bordes redondeados abarcan el 51,9% de esta tendencia, la cual se focaliza en los simétricos (n=25) frente a los asimétricos al interior (n=1) y exterior (n=1). En cinco bordes vueltos (9,62%), un borde apuntado y un borde cóncavo simétrico también puede documentarse.

3.3.4.1.1. Rasgos tecnológicos Los bordes presentan un grosor medio de 9,6±3,6 mm, las bases de 11,15±3 mm y los cuellos de 7,9±2,2 mm. Salvo las dos piezas citadas, todos los fragmentos conservan trazas propias de una manufactura realizada a mano. La atmosfera de cocción predominante ha sido la alternante (80,8%), documentándose la reductora en el 18,8% de los casos y la oxidante en el 0,4%. A excepción de cinco superficies exteriores y cinco interiores, se ha observado en las demás trazas tecnológicas de distintos tratamientos. El más común es el regularizado, que se documenta en el 94,4% de las superficies exteriores y en el 96,9% de las interiores. El raspado queda relegado a un 4% de las superficies exteriores y a un 2,7% de las interiores, seguido por el bruñido, aplicado en el 1,4% de las superficies exteriores y en el 0,2% de las interiores, y el espatulado, que se identifica en el 0,1% de las superficies exteriores y en el 0,1% de las interiores. La combinación de tratamientos solamente se observa en una superficie exterior en donde coexisten raspado y espatulado (Tabla 3.15).

La tendencia recta es empleada principalmente por los bordes planos (87,9%), especialmente por los planos horizontales (n=13) y planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=13); dos casos están presentes en los biselados al exterior con engrosamiento y uno en un borde biselado al exterior. El restante 12,1% lo encontramos en los redondeados simétricos (n=3) y asimétricos al exterior. Un borde plano con engrosamiento al exterior y otro redondeado simétrico son los únicos exponentes de la tendencia entrante.

3.3.4.1.2. Rasgos morfológicos De los 5392 fragmentos analizados el 90,5% está conformado por galbos. Los bordes representan el 5,7% del conjunto, las bases el 2,4% y los cuellos el 1,3%. Mucho más escaso son los elementos complementarios, entre los que se documentan cuatro asas y un fragmento de tapadera.

Dentro de los cuellos existe cierta variabilidad, predominando los rectilíneos exvasados frente a los rectilíneos verticales y entrantes y los cóncavos verticales y exvasados. Las 131 bases responden al tipo plano, dentro del cual las simples son las que mayor protagonismo tienen (n=64). Encontramos también numerosos ejemplos con perfil ondulado (n=33), siendo menos frecuentes las de pie indicado (n=13) y pie indicado con fondo rehundido (n=7). En 14 casos el tipo morfológico no ha podido ser determinado.

Dentro de los bordes (n=309) existe un predominio de los de tipo plano (49,84%), entre los que encontramos planos horizontales (n=72), planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=50), biselados al exterior (n=25), biselados al exterior con engrosamiento (n=3), planos horizontales con engrosamiento al interior (n=3), y un borde biselado al interior. Los bordes redondeados alcanzan una proporción ligeramente inferior (42,07%), siendo la mayor parte de ellos de tipo simétrico (n=120), con muestras de los asimétricos al exterior (n=7) e interior

Las cuatro asas desarrollan secciones circulares (n=2) y rectangulares (n=2). Existe un quinto ejemplar, de sección con tendencia rectangular, que forma parte del borde de una jarra o taza.

Tabla 3.15. Tratamientos superficiales Tratamiento superficie exterior Bruñido

Raspado

Raspado-Espatulado

Espatulado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

77

218

1

4

5087

5

5392

Tratamiento superficie interior Bruñido

Raspado

Espatulado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

12

146

5

5224

5

5392

38

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.3.4.1.3. Rasgos decorativos

(n=14) y 21–40 cm (n=22), concretamente en el tramo 11– 15 cm (n=9) y 31–35 cm (n=9), restando diez bordes en el tramo 41–65 cm. Por su parte, los diámetros extraídos de las bases (n=36) oscilan entre los 5 cm y los 34 cm, si bien 32 de ellos desarrollan fondos de entre 5 y 15 cm, siendo escasos los ejemplos de bases superiores a 16 cm (n=4). Los tramos con mayor representación son el conformado por bases de entre 6–10 cm (n=21) y 11–15 cm (n=9) de diámetro.

Las decoraciones, en relación al resto del conjunto, son escasas, representando el 3,1% (n=165). Los motivos siempre son realizados en la superficie externa, concentrándose en los bordes (53,4%) y en los galbos (44,2%), con escasos ejemplos en las asas (1,8%) y bases (0,6%). Las técnicas documentadas son la impresión y la incisión, existiendo seis casos en los que se combinan ambas. La impresión (50,9%) está representada casi exclusivamente por digitaciones, con la salvedad de dos ungulaciones y dos impresiones realizadas con instrumento, una de las cuales tiene como resultado motivos circulares (Figuras 3.17, 3.18 y 3.21). La incisión por su parte (45,5%) desarrolla motivos lineales simples, sean verticales, horizontales o diagonales, en el 82,7% de los casos, mientras que, en el restante 17,3%, hallamos incisiones en V y en zigzag, simples o paralelas, con distintas orientaciones, y motivos complejos en los que se combinan las anteriores con las incisiones lineales (Figura 3.21) hasta llegar a conformar figuras geométricas como grandes aspas rellenas de líneas incisas paralelas o posibles ajedrezados (Figuras 3.20 y 3.21).

A nivel formal, resulta imposible reconocer tipos completos no obstante, con los datos presentados y el desarrollo gráfico de las piezas, se puede realizar una propuesta en base a 11 tipos, entre los que predominan las formas cerradas (n=24) frente a las abiertas (n=6): • Forma 1: tapaderas. Está representada por un pequeño fragmento de apenas 3,2 cm de anchura de borde plano, sobre el que es imposible conocer su diámetro (Figuras 3.23, I y 3.24, 2). • Forma 2: taza o jarra. El registro cuenta con un único ejemplar compuesto por un borde biselado al exterior de tendencia exvasada con un diámetro de boca de 8 cm. Posee con un asa de sección con tendencia rectangular sobre cuya superficie se disponen motivos decorativos inciso lineales (Figura 3.23, II). • Forma 3: vasos o cuencos. Este tipo es propuesto a partir de cuatro bordes con escaso desarrollo que parecen carecer de cuello. Sus cuerpos adquieren una tendencia exvasada, leve o pronunciada, respecto al borde que llegaría hasta la base. No hay una preferencia hacia el tipo de borde empleado. El resultado son formas abiertas de entre 14 cm y 21 cm de diámetro de boca que podrían identificarse con vasos o cuencos (Figura 3.23, III). • Forma 4: plato o escudilla. Un borde redondeado simétrico es el único exponente de este grupo. Su tendencia exvasada da lugar a una forma abierta con un diámetro de boca de 34 cm cuyo arranque de perfil se asemeja a las escudillas o platos (Figura 3.23, IV). • Forma 5. Se trata de una pequeña vasija caracterizada por contar con un borde redondeado simétrico exvasado de corto recorrido, con un cuello ligeramente cóncavo desde el que arranca un cuerpo de tendencia esférica. El único ejemplar documentado cuenta con una boca de 14 cm de diámetro (Figura 3.23, V). • Forma 6. Pequeñas vasijas de bordes redondeados simétricos y tendencia exvasada que dan lugar a formas cerradas y cuerpos que parecen tender hacia formas esféricas u ovoidales. Sus bocas se mantienen entre los 12–13 cm de diámetro. En el registro se han identificado tres y una cuarta, con menor desarrollo del cuerpo, que podría formar parte de este (Figura 3.23, VI). Por sus dimensiones pudieron llegar a funcionar como vasos. • Forma 7. Se haya vinculada directamente con la anterior al caracterizarse por contar con bordes de tipo variado, con tendencia exvasada, que muestran un arranque del cuerpo que nos permite saber que estamos ante formas cerradas. La disociación con el grupo anterior radica tanto en la ausencia de uniformidad en el tipo de borde empleado como en el diámetro de la boca. En este grupo

El análisis de la relación entre técnicas decorativas y las partes morfológicas permite observar en los galbos un ligero predomino de la incisión (n=43), frente a la impresión (n=29), con un único caso en el que se combinan ambas (Figura 3.21). En los bordes, por el contrario, son más comunes las impresiones (n=54) que las incisiones (n=30), combinándose ambas técnicas en cuatro casos. Las digitaciones seriadas son el motivo impreso más habitual localizándose en el 61,1% de los casos en el labio y en 14,8% bajo él; en el restante 24,1% se ejecuta en ambas partes del borde (Figura 3, 22). En los bordes con incisiones en el 63,3% de ellos la decoración es a base de líneas paralelas en los labios, ejecutándose motivos idénticos o más complejos bajo ellos en el 23,3% de los casos; solamente en cuatro fragmentos se da la incisión en estas dos zonas (Figuras 3.19 y 3.20). En relación con el resto del conjunto la combinación de motivos decorativos, con cuatro casos, resulta más frecuente también en los bordes, y dentro de ella aquella que muestra incisiones lineales y paralelas en los labios y digitaciones bajo él (n=3), documentándose la disposición inversa en un caso (Figuras 3.19 y 3.21). La única base decorada conserva una línea de digitaciones (Figura 3.22), mientras que en las asas se documentan incisiones lineales y en V y la combinación entre una digitación y una incisión en aspa. 3.3.4.1.4. Funcionalidad El alto grado de fragmentación impide la reconstrucción de perfiles completos, debiendo extraer los datos de las partes morfológicas más significativas. Un total de 46 bordes nos han permitido conocer el diámetro de su boca, oscilando entre los 8 cm y los 63 cm (Figuras 3.16 y 3.17). Las mayores concentraciones las encontramos en los tramos 6–20 cm 39

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.16. Bordes.

oscila entre los 28 cm y los 63 cm, lo que nos sitúa ante vasijas de mediano y gran tamaño que pudieran haber sido destinadas al almacenaje. En total son once los fragmentos que dan forma a este tipo, cinco de los cuales pueden relacionarse entre sí, bien como parte de una misma pieza o como un subtipo dentro de esta forma. Este estaría caracterizado por poseer un borde plano biselado al exterior, una boca de entre 34 cm y 50 cm de diámetro y una decoración dispuesta bajo el borde y en el cuerpo a base de incisiones combinadas de motivos en zigzag verticales sobre líneas horizontales, bajo las que hay formas espigadas (Figura 3.23, VII). • Forma 8. Vasijas de borde ligeramente exvasado y cuello poco pronunciado que pudiera desembocar en cuerpos de tendencia troncocónica, como los recogidos en la forma 11. Los cuatro ejemplares documentados poseen unos diámetros de boca de entre 30 cm y 45 cm, propios de formas cerradas de gran tamaño, posiblemente vinculadas al almacenaje. Dos muestran digitaciones bajo el labio y en el labio, mientras un tercero ha sido decorado con incisiones en zigzag paralelas en el labio y su interior, motivo que se repite

en el cuerpo separado por líneas incisas horizontales (Figura 3.23, VIII). • Forma 9. Aun no pudiendo identificar en este grupo ningún perfil de amplio desarrollo, existen un conjunto de bordes con unas características comunes que permiten su agrupación. Se trata de bordes planos en sus distintas variantes con una tendencia entrante que da lugar a formas cerradas. Sus diámetros oscilan entre los 16 cm y 52 cm, lo que nos indica que seguramente fueron destinadas a distintas funciones. De las cuatro piezas que componen esta forma, tres han sido decoradas con digitaciones en el labio (Figura 3.23, IX). • Forma 10. Como sucede con la anterior, se trata de un grupo de siete bordes cuyas características comunes nos permiten aunarlos. En esta ocasión coexisten tipos planos y redondeados con una tendencia siempre vertical, al igual que los cuellos, que crean formas cerradas. El diámetro de las bocas oscila entre los 20 cm y los 53 cm, creando vasijas destinadas a diversos usos. En cuatro de las piezas se observa una decoración a base de digitaciones, disponiéndose en el labio, bajo él, o en ambas partes (Figura 3.23, X). 40

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.17. Bordes decorados.

3.3.4.2. Metalurgia

• Forma 11. Esta forma aúna dos galbos que permiten descubrir tras ellos formas con tendencia troncocónica y, en el caso de la carenada, bitroncocónica. Ambas cuentan con decoración incisa, documentándose motivos de bandas de líneas diagonales con direcciones opuestas, y una figura geométrica de un aspa rellena de líneas incisas paralelas bajo una línea incisa horizontal, que es enmarcada por líneas verticales para dar paso a una nueva escena desconocida. Los cuerpos tienen un diámetro de 26 cm y 36 cm (Figura 3.23, XI).

Los objetos metálicos y restos derivados de la actividad metalúrgica, como es el caso de dos escorias, no suponen más del 0,6% del registro, estando mayoritariamente representado por piezas de bronce (n=50). Entre ellas podemos encontrar bronces indeterminados, 26 pequeños clavos con la cabeza aplanada, cinco anillas, objetos alargados de sección cuadrangular, esférica o elíptica con un extremo apuntado a modo de punzón (Figura 3.25, 5); un fragmento de bronce con tendencia circular y rebaje en el extremo distal que puede identificarse con un pendiente (Figura 3.25, 4), una aguja (Figura 3.25, 6), un elemento de guarnicionería con decoración troquelada de círculos concéntricos (Figura 3.25, 7) y un pasador en T (Figura 3.25, 3). Este último está compuesto por un sencillo vástago recto de 3,9 cm de longitud y 0,5 cm de altura, de sección circular, a cuyos extremos se disponen sendos remates con forma semiesférica de 1,1 cm de anchura por 1 cm de altura y 1 cm de anchura por 1,1 cm de altura. Los análisis realizados revelan que nos encontramos ante un bronce ternario compuesto por cobre

3.3.4.1.5. Otros objetos cerámicos Dentro del conjunto cerámico debemos señalar la existencia de siete fichas realizas a partir de galbos (Figura 3.24, 4). Cuatro de ellas muestran restos de lo que fue su perforación central, mientras que en las otras tres simplemente sus bordes han sido rebajados para dotarlas de forma circular. Sus dimensiones son variables independientemente del tipo, teniendo la más pequeña y completa 1,5 cm de altura y la más grande, fragmentada, 3,5 cm. 41

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.18. Bordes con decoración impresa.

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 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.19. Bordes con decoración incisa y combinación de incisiones y digitaciones.

(78%), estaño (19%) y plomo (3%). Tipológicamente se incluye en el tipo C de Palol (1955–1956: 98), caracterizado por tratarse de un elemento único que funcionaría de forma independiente o complementado por otro pasador complejo. El paralelo más cercano procede de la acrópolis del castro de Castilnegro, un pasador del tipo C que es fechado entre los siglos IV-II a.C. (Valle y Serna, 2003: 373; Valle, 2008; 2010: 480). No obstante, esta área cuenta con una datación de radiocarbono de la base de la muralla que la sitúa entre los siglos VI-IV a.C. (Valle, 2008; 2010: 478–480), lo que hace plausible que el pasador en T hallado sea fechado en ese momento. Pasadores en T de tipo C con fechas similares podemos encontrarlos igualmente en los momentos más

antiguos de la Campa Torres (Gijón, Asturias), concretamente en el estrato VII del sector XX, el cual está fechado entre los siglos VI-V a.C. (Maya y Cuesta, 2001: 124–126). Otros tres se documentan en el poblado de la Primera Edad del Hierro del Picu Castiellu de la Collada, que nuevamente es situado en la fase Ib de Marín (Maya y Escortell, 1972: 44–45; Maya, 1983–1984: 194. Marín, 2011: 242). Cinco son las piezas de hierro identificadas en todo el registro, cuatro de ellas indeterminables y una quinta que corresponde con un cuchillo de 18,7 cm de longitud, fragmentado en su extremo distal, con enmangue en espiga (Figura 3.25, 9). 43

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.20. Decoraciones incisas complejas.

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 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.21. Galbos con decoraciones incisas e impresas.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.22. Bases planas. A) simples; B) perfil ondulado; C) pie indicado; D) pie indicado con fondo rehundido.

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 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.23. Formas cerámicas.

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.24. 1) asas; 2) tapadera; 3) jarra con asa decorada; 4) fichas.

Esta evidente desproporción entre los objetos de bronce con respecto a los de hierro puede suponer un indicativo de la escasa adopción de la metalurgia del hierro durante la vida del poblado.

2022), Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Torres-Martínez, 2012b), en Dessobriga (Osorno y Melgar de Fernamental, Palencia y Burgos) (Misiego et alii, 2003: 50–53), La Ercina (León) (González Gómez et alii, 2015: 195–196) o, con motivos estampillados, en el castro de Las Rabas (Bolado y Fernández Vega, 2010: 411–42, fig. 4 y 5; Bolado et alii, 2010: 87, fig.5,1).

3.3.4.3. Otros materiales A. Ruiz Gutiérrez, a partir de los restos de conglomerados de pared, ya advertía de la existencia en el entorno de cabañas levantadas con paredes fabricadas a partir de una estructura orgánica de varas de madera que era recubierta por barro. Los 178 fragmentos conservados son prueba de ello, en los cuales es frecuente observar las improntas dejadas en su cara interna por las varas. Su cara externa ha sido alisada en todos los casos, conservando dos de ellos un tratamiento decorativo a base de una capa de enlucido de tonalidad blanquecina sobre la que se ha dispuesto otra capa de color granate (Figura 3.26). Fueron hallados durante las campañas de 1990–1991 en la muralla sudeste, lo que nos incita a pensar en la existencia de estructuras próximas a esta que, aun desconociendo su forma, nos permiten saber que sus paredes, o parte de ellas, fueron decoradas (Bolado, 2018). Una práctica habitual que ha sido documentada, entre otros lugares, en El Ostrero (Bolado et alii,

Dentro de la abundante fauna, a la espera de que sea estudiada, podemos señalar la presencia de un posible punzón, que habría que relacionar con la actividad textil (Figura 3.25, 2), y un canino atrófico de ciervo perforado empleado como colgante (Figura 3.25, 1). La lítica proporciona una afiladera, un fragmento de molino y tres piezas indeterminadas que conservan restos de una superficie útil (Bolado, 2018). Debemos citar por último una valva de Cardium edule, cuya vinculación con el yacimiento, al ser el único ejemplar existente, debemos considerar como dudosa. 3.3.4.4. Cronología La ausencia de dataciones absolutas nos obliga a realizar una propuesta cronológica a partir de la información 48

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.25. 1) canino atrófico perforado; 2) posible punzón; 3) pasador en T; 4) bronce; 5) objetos de bronce; 6) aguja; 7) chapa decorada; 8) chapa remachada; 9) cuchillo; 10) remaches; 11) objeto de bronce; 12) anilla; 13) objeto de bronce.

conjunta que se pueden extraer del pasador en T y de la colección cerámica. El primero de ellos, como hemos visto, puede ser fechado entre los siglos VI-IV a.C., aunque no debemos olvidar que este tipo de piezas tampoco son extrañas dentro de los momentos más avanzados. Así en la

misma Campa Torres aparece el tipo C en el primer nivel de cenizas del sector XII, fechado en los siglos II-I a.C., o en niveles más antiguos al siglo II a.C. en el testigo XVIIIXIX (Maya y Cuesta, 2001: 124–126), mientras que en el El Castiellu del Llagú (Latores, Asturias) son fechados 49

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.26. Conglomerado de pared pintado.

et alii, 2010: 511; Valle, 2010: 487–488; Díaz Casado, 2014b: 397 y 397; Bolado et alii, 2022). Así mismo, motivos incisos como las aspas en un cuerpo carenado, los ajedrezados o las incisiones múltiples con cierta tendencia al barroquismo, remiten a momentos del Bronce final y de la Primera Edad del Hierro. Podemos encontrar paralelos en el Cerro de San Antonio (Madrid) (Blasco et alii, 1991: 33, 75, 81, 119) fechado entre los siglos VIII-VI a.C.; en el yacimiento del Bronce final-Primera Edad del Hierro de Las Camas (Villaverde, Madrid) (Agustí et alii, 2012: fig. 21 y 22) o en el Palomar de Pintado (Toledo) de la Primera Edad del Hierro (Carrobles y Pereira, 2012: figs. 6 a 8, 11 y 12). Al Hierro I responden también los ejemplos de

en la Segunda Edad del Hierro o momentos de transición (Berrocal et alii, 2002: 180–182). Un uso tardío que también se documenta en el resto del territorio peninsular (Villaverde, 1993). Por sí mismo, el pasador, dificultaría la aproximación cronológica. No obstante, el conjunto cerámico resulta muy coherente y uniforme con las características de las producciones de la Primera Edad del Hierro documentadas en los yacimientos del Alto de la Garma, El Ostrero, La Lomba o Castilnegro, cuyas dataciones absolutas nos sitúan entre los siglos VII-V a.C., VIII-VI a.C., VI-V a.C. y VI-II a.C. (Arias y Ontañón, 2008: 57–60; Arias 50

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro Muñoz, 1997; Cisneros et alii, 2008: 98, nº155; Martínez Velasco, 2010).

Torrique (Noblejas, Toledo) (Urbina, 2015: fig. 5) y del norte del Jucar (Soria y Mata, 2001–2002), mientras que la pieza con un aspa incisa hallada en Cabezo del Lugar (Teruel) remite a momentos transicionales (Díaz et alii, 2011: fig. 4 y 5). Hacia el norte peninsular, y vinculados también a la Primera Edad del Hierro, encontramos motivos incisos complejos y con tendencia a ocupar gran parte de la vasija, a modo de lo visto en Argüeso-Fontibre, en Dessobriga (Osorno y Melgar de Fernamental, Palencia y Burgos) (Misiego et alii, 2003: 60 y 62).

Entre los años 2009 y 2010 la empresa Tanea Documentación y Conservación S.L., con motivo del permiso de investigación ANA Nº 16.577 para la extracción de caliza, procedió a realizar una intervención arqueológica de urgencia articulada en dos fases (Díaz Casado, 2014a y b). La primera de ellas comprendió una prospección visual, electromagnética y geofísica, que permitió acotar seis zonas con altas anomalías magnéticas. En la número 6, de donde procedían los datos más significativos, se llevaron a cabo en la segunda fase tres sondeos. El sondeo 1 resultó estéril, mientras que en el sondeo 3 se documentaron dos fragmentos de cerámica reductora. Fue en el sondeo 2, de 1,5 × 2 m y una potencia de 1,5 m, donde se obtuvo el grueso del material. En él se identificaron cuatro niveles estratigráficos, el tercero de los cuales, denominado nivel II, es el que puede considerarse como fértil. Durante su excavación se distinguieron tres tramos. Entre los 50–60 cm de potencia se disponía el tramo 1, caracterizado por las manchas anaranjadas relacionadas con los mateados de barro y la aparición de algún hueso. El tramo 2 (60–90 cm de potencia) llamó su atención por la abundancia de clastos de tamaño pequeño y mediano con un aumento progresivo de los restos arqueológicos, mientras que en el tramo 3 (90–120 cm de potencia) el sedimento se tornaba amarillento a la vez que el material arqueológico comenzaba a perder representatividad.

Todo ello posibilita fechar el poblado de Argüeso-Fontibre de forma clara en la Primera Edad del Hierro. La colección cerámica y el pasador en T fijarían un arco cronológico entre los siglos VIII/VII-V/IV a.C. el cual, si no consideramos como pervivencias las decoraciones incisas complejas de aspas, ajedrezados y lineales múltiples, podría llegar a trasladar sus orígenes hasta el Bronce final. El término ante quem podemos extraerlo de la ausencia ya señalada de cerámica realizada a torno y de la escasa presencia de objetos de hierro, cuyo uso generalizado en la meseta Norte tiene lugar en el siglo VI a.C. (Álvarez et alii, 2016: 156– 157), llegando a Asturias en siglo IV a.C. (Villa, 2002a: 153; Fanjul y Marín, 2006; Villa et alii, 2008: 787). Una fecha que coincide con la del regatón del Alto de la Garma y que nos lleva a proponer el siglo V-IV a.C. como posible final de la ocupación. El hallazgo de objetos de hierro antes de la generalización de su metalurgia es explicable por los intercambios o el comercio entre poblaciones, existiendo evidencias firmes de su presencia en el norte peninsular desde finales del siglo VII a.C. y, en la meseta Occidental y el valle medio del Duero, en los siglos IX-VIII (Álvarez et alii, 2016: 156–157).

En el estudio de materiales que se efectuó (Díaz Casado, 2014b: 396–397) se realizan interesantes apreciaciones sobre el conjunto cerámico, advirtiendo sobre la existencia de bordes redondeados y tres planos, que son los únicos decorados mediante incisiones lineales. Esta técnica la documentan también en algunos galbos, destacando los autores la existencia en las cerámicas rojizas de engobes en mal estado de conservación. Las pastas poseen tonalidades negras y rojizas con el alma negra, mostrando algunas superficies interiores líneas que pudieran derivarse del uso del torno lento, aunque su factura sea principalmente manual.

3.4. El castro de La Lomba 3.4.1. Localización El yacimiento se alza sobre la cima denominada La Lomba (877 m), situada entre las localidades de Cañeda, Requejo y Aldueso (Campoo de Enmedio), desde la cual se obtiene un amplio dominio visual de la cuenca de Reinosa desde el oeste al sureste, llegando a alcanzar la Sierra del Endino (1496 m), La Poza (1092) o el Cotío (1162 m). Hacia el norte, tras el río Besaya, rápidamente se alzan las cimas de La Cabaña (888 m) y La Dehesa (899), mientras que por el este queda enmarcado por El Cerro (972 m). Su posición supone un punto privilegiado de control del paso natural que atraviesa la cordillera Cantábrica en dirección a la costa.

A nivel tipológico hacen referencia a restos de “dos vasitos de fondo plano y paredes rectas de cerámica negra y lisa con fino desgrasante de calcita” y de una “vasija de gran capacidad para el almacenamiento”. Algunos fragmentos incluso se relacionan con ollas y cuencos de tamaño medio. Entre los 203 restos de fauna identificables constataron la presencia de bóvidos, ovicaprinos, cérvidos y suidos (Díaz Casado, 2014b: 397). Junto a ellos destaca por último el conjunto metálico compuesto por un clavo de hierro y un puñal afalcatado fabricado con el mismo metal.

3.4.2. Historiografía Fue descubierto por M.A. Fraile quien lo recoge bajo el nombre de Aldueso, realizando una breve descripción del mismo y haciendo referencia a la existencia de fragmentos cerámicos a mano y a torno muy pequeños, algunos decorados con “incisiones sobre bocas formando sogueados” (Fraile, 1990: 129–130, 627 nº47). Este autor lo adscribe a la Edad del Hierro, algo que ha sido seguido por el resto de la bibliografía (Peralta, 2003: 52; Peralta y

El tramo 2 del nivel 2 se dató por radiocarbono a partir de un carbón y un hueso cuyos resultados fueron 2420±25 (UGa-7193) y 2380±20 (UGa-7194), lo que les permite fecharlo a finales del siglo V a.C. (Díaz Casado, 2014b: 395). 51

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 3.4.3. Estructuras

3.4.4.1. La producción cerámica

M.A. Fraile identifica un acceso al sur y varios terraplenes defensivos dispuestos al sur, este y norte, pudiendo llegar a dividir el recinto por el interior (Fraile, 1990: 129–130). A. Martínez Velasco (2010: 434–435), por su parte, hace hincapié sobre algunas terrazas del suroeste que se prolongan por el sur y un escalonamiento próximo a la cima en el noroeste; el acceso, del que no halla evidencias, lo sitúa en la zona meridional. El plano que acompaña a este último trabajo recoge más defensas indígenas, disponiéndose por el sur, este y norte, en donde se considera que pueden llegar a ser dobles. Por el contrario, las prospecciones realizadas por Tanea Documentación y Conservación S.L. no pudieron identificar ninguna de las estructuras citadas (Díaz Casado, 2014a).

El conjunto cerámico está compuesto por 131 fragmentos, todos ellos precedentes del tramo 2 del nivel II. Hemos desechado el galbo aislado hallado del sondeo 3 e incluido los 16 fragmentos recogidos durante la “limpieza general” del sondeo 2, al mostrar unas características técnicas y morfológicas acordes con las del resto. Muy posiblemente se trata de material procedente del mismo tramo desprendido de los cortes o desplazado durante el proceso de excavación. 3.4.4.1.1. Rasgos tecnológicos El total de la colección muestra trazas tecnológicas propias de una producción fabricada a mano, no percibiéndose la existencia de marcas de torno. La atmosfera de cocción predominante es la alternante (64,9%) frente a la reductora (35,1%) y los escasos bordes y bases presentan unos grosores medios de 9,9±3,9 mm y 9,6±3 mm respectivamente, mientras que en los cuellos es de 6±0,5 mm.

Con estos datos resulta arriesgado fijar los límites del poblado o hablar sobre sus estructuras habitacionales y defensivas, no obstante lo más probable es que ocupase, al menos, todo el espolón de la Lomba, aprovechando las defensas naturales orientales y la abundante superficie interior plana. Esto nos situaría ante un yacimiento que pudo ocupar unos 67.000 m2 con un eje oeste-este que oscila entre los 145 m y los 65 m, y un eje mayor norestesuroeste que alcanza los 690 m.

El tratamiento más común aplicado en ambas superficies es el regularizado, documentándose trazas del mismo en el 90,8% de las superficies exteriores y en el 84,7% de las interiores. Menos habitual es el raspado, presente en el 5,3% de las superficies interiores y en 9,2% de las interiores; el bruñido, identificado en una superficie exterior, y el espatulado, que solo aparece en una superficie interior. En cuatro superficies exteriores y siete interiores no se aprecia ninguna traza derivada de su tratamiento (Tabla 3.27).

3.4.4. Registro material El registro al que hemos tenido acceso está compuesto por un total de 622 piezas. El conjunto más abundante es el representado por los restos de fauna (67,5%, n=420), seguido de la producción cerámica (21,2%, n=132), los fragmentos de conglomerado de barro (9,3%, n=58), las muestras de carbón (1,2%, n=7), los restos líticos (0,5%, n=3) y los objetos de hierro (0,3%, n=2). Como ya señalara Y. Díaz Casado (2014b: 396) la mayor parte de los materiales proceden del nivel II, concretamente del tramo II, al que se adscriben un total de 552 restos. Sin referencias precisas hay otros 34, pero sus coordenadas los llevan hasta este mismo tramo, algo que no sucede con 10 restos óseos y con 16 fragmentos cerámicos hallados durante la “limpieza general”.

3.4.4.1.2. Rasgos morfológicos De los 131 fragmentos analizados, el 84% está conformado por galbos. Los bordes representan el 8,4% del conjunto, las bases el 4,6% y los cuellos el 3%. No se ha documentado ningún elemento complementario. Los 11 bordes conservados son todos planos en sus distintas variantes, destacando los biselados al exterior (n=5), los planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=3), los planos horizontales (n=1) y los biselados al exterior con engrosamiento (n=2) (Figura 3.28, 1 y 3). La tendencia, a excepción de un caso en el que no se ha podido determinar, se reparte de forma proporcional entre exvasada y recta. Cabe destacar como la primera se concentra en los bordes

Del sondeo 1 procede un fragmento de molino o afiladera de arenisca, del sondeo 3 un galbo de cerámica reductora a mano y, durante las labores de prospección, se recogieron tres conglomerados de barro y otro fragmento de posible afiladera. Tabla 3.27. Tratamientos superficiales

Tratamiento superficie exterior Bruñido

Raspado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

1

7

119

4

131

Tratamiento superficie interior Espatulado

Raspado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

1

12

111

7

131

52

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.28. 1 y 2) bordes y galbos decorados; 3) bordes.

53

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) oblicuos hacia el exterior mientras que la recta se reparte entre el resto de tipos.

3.4.4.1.3. Rasgos decorativos Motivos decorativos se documentan en el 6,1% (n=8) de las piezas que componen la colección. En todos los casos se realizan en la superficie exterior concentrándose en los bordes (50%) y en los galbos (50%) (Figura 3.28, 1y 2). La técnica más empleada es la incisión, la cual

Las seis bases responden al tipo plano, encontrando un ejemplar simple, una base de perfil ondulado y dos piezas con pie indicado; las dos bases restantes no han podido ser determinadas (Figura 3.29, 1).

Figura 3.29. 1) bases; 2) cuchillo.

54

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro del siglo III a.C. y mediados del siglo II a.C. (Jimeno et alii, 2005: 73), o en las necrópolis celtibéricas de Aguilar de Anguita (Guadalajara), Alpanseque (Soria), Quintanas de Gormaz (Soria) y en la autrigona de Miraveche (Burgos) (Stary, 1994: tafel 18, 21, 33 y 54). Como vemos se trata de un tipo de objeto con una larga vida, lo que lo inhabilita para usarlo como base para dataciones relativas. Afortunadamente el nivel estratigráfico y el tramo del que proceden cuentan con dataciones absolutas.

aparece en siete de las piezas. En todos los casos se trata de incisiones lineales simples o paralelas, a excepción de un borde donde el motivo se vuelve más complejo, combinando un motivo en zigzag que en algunos tramos pudo llegar a ser doble. La impresión se documenta solamente en un borde, el cual muestra ungulaciones paralelas en el labio. En este caso la relación entre técnicas decorativas y partes morfológicas no resulta relevante ante el predominio de la incisión. No obstante, en el caso de los bordes cabe señalar que todos los motivos decorativos se disponen en el labio.

3.4.4.3. Otros materiales La fauna, con 420 restos procedentes del tramo 2 del nivel II del sondeo 2, constituye una relevante fuente de información en la que no hemos podido profundizar, debiendo mantener las identificaciones de Y. Díaz Casado (2014b: 397) sobre 203 huesos que permiten documentar la presencia de bóvidos, ovicaprinos, cérvidos y suidos.

3.4.4.1.4. Funcionalidad El alto grado de fragmentación existente ha imposibilitado la reconstrucción de perfiles completos, obteniéndose únicamente una información parcial procedente de un borde y cuatro bases. Del primero sabemos que contó con una boca de 34 cm de diámetro cuyo cuello, de escaso desarrollo, no permite saber con seguridad si estamos ante una forma cerrada o abierta. Las cuatro bases, por su parte, muestran unos diámetros que oscilan entre los 6 cm y 15 cm. Esta última medida podría indicarnos la presencia de una vasija de grandes dimensiones, quizás de almacenaje, que podría ir pareja a diámetros de boca como el citado (Figura 3.28, 1).

La excavación del sondeo 2 no posibilitó documentar estructuras, aunque sí se recogieron 55 fragmentos de conglomerados de barro procedentes del mismo nivel y tramo que delatan su presencia en el entorno inmediato. Varías de ellas muestran en el reverso improntas de varas y ramajes que sirvieron para fijarlos en un entramado orgánico. Su cara vista fue alisada, no conservándose restos de enlucido o pintura. No sería extraño que todos estos restos, junto a los tres hallados durante las labores de prospección visual, pudieran relacionarse con estructuras de hábitat intramuros, cuya forma desconocemos.

3.4.4.2. Metalurgia Los objetos metálicos están representados por dos piezas, ambas procedentes del tramo 2 del nivel II del sondeo 2: un hierro alargado de sección cuadrangular indeterminable y un cuchillo (Figura 3.29, 2). Este último, de 17,7 cm de longitud y una altura máxima de 2,2 cm conserva una hoja con un ligero afalcatamiento medial y un rebaje en la parte superior de la punta que le hace conformar un ángulo obtuso. Para el enmangue la hoja fue rebajada a lo largo de 3,8 cm hasta conseguir una altura de 1,6 cm, disponiéndose al menos dos perforaciones, de las que se conserva una, para acoger unas cachas orgánicas fijadas por remaches metálicos. La aparición de cuchillos afalcatados en contextos de la Edad del Hierro resulta algo común. Podemos encontrar ejemplos en el cercano castro de Las Rabas (García Guinea y Rincón, 1970: fig. 16 y 24, lam. XIII y XVI; Bolado et alii, 2019), en la Peña del Castro (La Ercina, León) (González Gómez et alii, 2016: 31–32), en las necrópolis de Las Ruedas (Valladolid) (San Mínguez et alii, 2003: 187–188), Numancia (Soria) (Jimeno et alii, 2005: 274–278) y Arcóbriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) (Lorrio y Sánchez, 2009: 157–158) entre otros, o en los yacimientos de la Segunda Edad del Hierro de Ávila, donde se documentan desde el siglo VII/V a.C. (Mateos y Sánchez Nicolás, 2013). Paralelos semejantes al ejemplar de la Lomba los tenemos en la punta de cuchillo del siglo I a.C. de la Campa Torres (Gijón) (Maya y Cuesta, 2001: 147, fig.81,1), en la necrópolis segoviana de Dehesa de Ayllón - fechada entre los siglos VI a.C. y mediados del V a.C.- (Barrio, 2006: 58–59), en la tumba 20 de la necrópolis de Numancia datada entre mediados

Por lo que respecta a los tres restos líticos existentes, dos de ellos, procedentes del sondeo 1 y de la prospección visual, son fragmentos de arenisca que conservan una superficie útil, lo que puede relacionarlos con afiladeras o molinos. El tercero, del sondeo 2, se trata de un simple canto de cuarcita. 3.4.5. Cronología En el tramo 2 del nivel II del sondeo 2 se han realizado dos dataciones absolutas a partir de un carbón y un resto óseo. Los resultados, 2420±25 (UGa-7193) y 2380±20 (UGa-7194), nos sitúan a dos sigma y en el rango de probabilidades más alto entre el 548 y 404 cal BC y entre el 517 y 396 cal BC, lo que permite fechar el único nivel arqueológico, y por tanto la ocupación del enclave, entre mediados del siglo VI a.C. y finales del siglo V a.C. De forma indirecta también hacen posible datar en este momento el conjunto cerámico y los objetos de hierro. Algo que nos ayuda a profundizar en la caracterización de las producciones cerámicas de la Primera Edad del Hierro, junto a las colecciones ya presentadas del Alto de la Garma, del yacimiento de El Ostrero o del castro de ArgüesoFontibre, y nos pone sobre la pista del conocimiento de la metalurgia del hierro o del uso de los primeros objetos de hierro. 55

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 3.5. El Alto del Gurugú

Entre los materiales adscritos a la Edad del Hierro destaca la producción cerámica procedente de las dos primeras tallas, la cual fechan en el siglo IV a.C., estableciéndose paralelos con piezas del cercano castro de Castilnegro. Señalan la identificación de restos de vajilla de mesa representados por “vasos de pared delgada, perfil hemiesférico y borde reentrante, pellizcado hacia el interior y biselado hacia fuera, decorado con incisiones a uña o digitaciones” (Valle y Serna 2010: 471).

3.5.1. Localización El yacimiento, de extensión desconocida, se localiza en la zona de Trascueto, en el extremo noreste de una loma alargada de unos 2300 m de eje máximo en cuyo lado opuesto encontramos el Alto de la Venta. El Gurugú, con sus 50–60 metros sobre el nivel del mar posee un amplio dominio visual de toda la bahía de Santander por el norte, este y sur, mientras que por el oeste divisa las praderías de Revilla y Escobedo hasta toparse con las cimas de las formaciones de la Llastra (103 m), Verdenueva (139 m), Peñas Negras (199 m) y Las Lastras (282 m).

3.5.3. Estructuras Los resultados de la excavación arqueológica no han permitido documentar estructura alguna. No obstante, junto a la posible defensa citada, se ha señalado, a partir de análisis de ortofotos, la existencia de dos anillos concéntricos defensivos con posibles fosos dispuesto de forma perimetral a la cima. Según recoge Valle y Serna (2010: 472) el más claro es el interior, “que describe una forma ovalada de unos 330 m de eje mayor y encerraría una superficie cercana a 4 ha”, fechando todo el sistema en la Edad del Hierro. Otras marcas en el terreno son relacionadas con la fase romana del yacimiento (Valle y Serna, 2010: 472). Algunas de estas estructuras formarían parte de los parapetos de sección tumuliforme citados a finales del siglo XX (Serna et alii, 1996: 87).

3.5.2. Historiografía Las primeras evidencias arqueológicas procedentes de la zona fueron halladas en la década de los 90 por parte de los miembros de C.A.E.A.P., los cuales recogieron restos cerámicos, líticos y fragmentos de molinos barquiformes que se adscribieron a la Edad del Hierro. Estos aparecían en los cortes del terreno, dentro de un nivel terroso con abundante caliza de pequeñas dimensiones (Serna et alii, 1996; Valle, 2000; Serna, 2002: 34; Valle y Serna, 2010). En 1997 y 1998, bajo la dirección de Ángeles Valle y en el marco del proyecto El poblamiento prehistórico al aire libre en el arco sur de la bahía de Santander, se llevó a cabo una intervención arqueológica en la zona consistente en una prospección, limpieza y sondeos arqueológicos. Durante los trabajos de prospección se puso al descubierto un corte de 1,7 cm de altura en cuyo extremo meridional identificaron una estructura formada por dos muros paralelos rellenos de material arcilloso que relacionan con una posible estructura defensiva (Valle y Serna, 2010: 470).

3.5.4. Registro material El registro material estudiado está compuesto por 458 piezas de las cuales 451 proceden del sondeo 5, cinco del sondeo 2 y dos del sondeo 1. En estos dos últimos sondeos, como ya se mencionara, no hay material reseñable, estando formado por fragmentos de arenisca, teja y un sílex. Por lo que respecta al sondeo 5, la distribución por tallas observada tanto en las siglas como en el inventario facilitado por A. Valle, no coincide con lo referido en las publicaciones existentes. Si por un lado parte de la talla 1 y 2 son las adscribibles a la Edad del Hierro, varios fragmentos cuyas características los incluyen en este periodo forman parte de las tallas 4, 6 y 7. Esto nos obliga, a la hora de proceder a realizar el estudio de materiales, a considerar como tallas a tener en cuenta la 4, 5, 6 y 7, debiendo desechar las anteriores y posteriores ante la falta de información. De esta forma contamos con un total de 357 piezas: el 86,8% (n=310) lo conforman los restos cerámicos, tras los cuales se sitúan los restos de arcilla (4,8%, n=17), fauna (3,1%, n=11), minerales (2,8%, n=10) y piezas líticas (1,4%, n=5). En proporciones inferiores al 1% se documentan carbones (n=2) y restos de muestras tomadas (n=2).

Con el fin de delimitar la extensión del yacimiento se realizó sobre la cima un total de cinco sondeos, cuatro de los cuales no aportaron resultados. En el sondeo 5, “tras profundizar 0,75 m se obtuvo un perfil con un primer horizonte orgánico estéril (“0”) de escaso desarrollo, constatándose a continuación la existencia de un importante paquete con material prehistórico, localizado en el plano de contacto entre dos horizontes edáficos A-B, formados sobre el sustrato margocalizo, y con una gran riqueza de material arqueológico” (Valle 2000; Valle y Serna, 2010: 470). Las dataciones procedentes de la talla 2 y 3, con 10 cm de diferencia entre una y otra, les llevan a establecer un arco cronológico entre el 3200 a.C. y el siglo IV a.C., que culmina con materiales romanos latericios procedentes de la parte final de la talla 1 (Valle y Serna, 2010: 470). A pesar de la controversia que pueda suscitar la interpretación o identificación de distintas épocas en tallas de un mismo nivel, lo consideran como algo plausible al no existir contaminaciones posteriores y mantener la coherencia estratigráfica.

La distribución de materiales dentro de estas tallas no aporta información relevante, siendo únicamente destacable la mayor presencia de los fragmentos cerámicos en las tallas 4 y 6.

56

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro Al considerarse las cuatro tallas contemporáneas y ser inviable realizar cualquier tipo de diferenciación entre ellas, se ha procedido a realizar el estudio de los materiales de forma conjunta.

son motivos lineales sencillos y paralelos que se localizan en un galbo y sobre un labio (Figura 3.30, 5). A pesar de la escasa muestra se aprecia una tendencia dentro de la colección a decorar los labios y la zona inferior a estos con ambas técnicas.

3.5.4.1. La producción cerámica

3.5.4.1.4. Funcionalidad

El conjunto cerámico recuperado de las tallas 4 a 7 está compuesto por un total de 310 fragmentos, los cuales pertenecen todos a un mismo tipo de producción.

A pesar de las referencias sobre la existencia de vasos vinculados a vasijas de mesa, la colección analizada, con un alto grado de fragmentación, impide la reconstrucción de perfiles completos o parciales. Solamente una de las bases nos proporciona un diámetro de 6 cm (Figura 3.30, 8).

3.5.4.1.1. Rasgos tecnológicos Todas las piezas conservan trazas tecnológicas de una manufactura a mano. La atmosfera predominante en su cocción ha sido la alternante (56,1%), sin existir una gran diferencia con respecto a la reductora (43,6%). Lo ejemplos que nos acercan a la cocción oxidante son aislados, representado solamente el 0,3% de los casos. Los bordes nos han proporcionado unos grosores medios de 11±5,06 mm mientras las bases, por su parte, alcanzan los 10,25±2,5 mm.

3.5.4.2. Otros materiales Las restantes 47 piezas no suponen una gran fuente de información. Encontramos entre ellas 17 fragmentos de arcilla endurecida cuyo pequeño tamaño y falta de improntas imposibilitan su relación con los conglomerados de barro utilizados en las estructuras de la época, 11 restos de fauna indeterminables, nueve minerales de hierro y uno de ocre, dos carbones y cinco piezas líticas representadas por un fragmento de ofita, dos de arenisca, un canto de cuarcita y una lasca de fractura de sílex con retoque abrupto en un lado.

El tratamiento aplicado en todo el conjunto y en ambas superficies es el regularizado. 3.5.4.1.2. Rasgos morfológicos

3.5.5. Cronología

De los 310 fragmentos conservados los galbos representan el 96,1% del conjunto. Los bordes y las bases quedan relegados al 2,3% y 1,3% respectivamente, mientras que solo existe un ejemplar de cuello.

El yacimiento de El Alto del Gurugú ha proporcionado dos dataciones de termolumiscencia. Una de ellas, realizada sobre un fragmento cerámico de la talla 3, ofrece una fecha de 5214±445 (MAD-2100) mientras que la segunda, vinculada a la talla 2, es fechada en 2381±184 (MAD2101). Esto ha llevado a fechar la talla 2 en el siglo IV a.C. y la talla 3 en el Neolítico (Valle, 2000; Valle y Serna, 2010: 470).

Dentro de los bordes existentes seis de ellos se incluyen dentro del tipo plano, teniendo representación los planos con engrosamiento al exterior (n=3), los planos horizontales (n=2) y los biselados al exterior con engrosamiento (n=1). Junto a ellos existe un ejemplar de borde vuelto hacia el exterior. La tendencia se ha podido observar en seis de ellos siendo recta en tres, exvasada en dos y entrante en uno. No existe una correspondencia entre tendencia y tipo de borde (Figura 3.30, 1 a 7, 5 y 7).

Por lo que respecta a la Edad del Hierro, una vez obtenido el intervalo de la datación se desdibuja la precisión propuesta, situándonos en un arco temporal cuyo momento más antiguo nos lleva hasta el siglo VIII a. C. para finalizar una vez avanzado el siglo I a.C. Un amplio margen propio de la aplicación de esta técnica en estos momentos que debe ser ajustado a partir de las características morfológicas y decorativas de la colección cerámica. Como hemos visto para los yacimientos anteriores, el empleo de digitaciones sobre el labio y bajo él, en este caso sobre bordes planos, resulta un motivo habitual en los yacimientos de la Primera Edad del Hierro estudiados, con claros exponentes en Argüeso-Fontibre. Digitaciones e incisiones en serie dispuestas en el labio se documentan también en el Alto de la Garma, La Lomba, Castilnegro o El Ostrero. Estos paralelos, tres de ellos localizados en las inmediaciones de la misma bahía, junto a la datación por termoluminiscencia, nos permiten fijar la ocupación de la Edad del Hierro en su primera etapa, posiblemente entre los siglos VIII-V a.C.

Las cuatro bases responden al tipo plano, repartiéndose de forma proporcional entre las bases planas simples y las de perfil ondulado (Figura 3.30, 8 y 9). 3.5.4.1.3. Rasgos decorativos Motivos decorativos se documentan en el 1,9% (n=6) de los fragmentos cerámicos. La superficie que los acoge es la exterior concentrándose en los bordes (66,7%) y los galbos (33,3%). La técnica más empleada es la impresión, la cual se centra en series de digitaciones que se disponen bajo el cuello, en los labios y bajo estos. En dos ocasiones se combinan las series en y bajo labios (Figura 3.30, 1 y 3), siendo otro caso la serie realiza en el labio doble (Figura 3.30, 2). Los dos exponentes de la técnica incisa

57

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.30. Colección cerámica según Serna (2002).

Los momentos más antiguos del yacimiento, calibrada la otra datación, podrían situarse entre finales del V milenio a.C. y finales del IV milenio a.C., mientas que los fragmentos de tégulas romanas responderían a una ocupación que pudiera relacionarse con el yacimiento

situado a escasos 200 m (Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 655). Por lo que respecta a su funcionalidad o entidad, no contamos con información suficiente para podernos pronunciar. 58

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.6. El castro de Castilnegro

murado que se disponía en la cabecera del pequeño valle natural (Valle, 2008; 2010).

3.6.1. Localización

Al este y oeste se conservan sendos accesos. El más singular es el documentado en la acrópolis (Área I) el cual adquiere forma de esviaje con un pequeño pasillo de 80 cm de anchura. Los paramentos exteriores y laterales fueron armados mientras que hacia el interior no, existiendo una simple acumulación de piedras que podría servir de base para una rampa de acceso a la defensa. En torno a esta puerta se excavó un área de 128 m2 de la que se recogieron, entre otros objetos, múltiples fragmentos cerámicos, una fíbula de hierro, restos de un crisol, un hacha de talón y anillas fragmentada, un pasador en T datado entre los siglos IV-II a.C. y varios fragmentos de molino. La superficie de siete de ellos fue analizada, detectándose en el test de fitolitos Quercus sp. en cuatro y Triticum dicoccum en uno. En esta zona se han realizado a su vez cinco dataciones absolutas, cuatro de termoluminiscencia que confirman la existencia de una ocupación durante la Edad del Hierro (MAD-2102, 2302±220 BP; MAD-2103, 2474±249 BP; MAD-3016, 2364±299 BP; MAD-3017, 2344±244 BP) y una sobre un hueso recuperado en la base de la muralla que ha sido datado en 2360±35 BP (Poz-7442), lo que lleva a fechar la fundación de esta defensa entre la segunda mitad del siglo VI a.C. y la primera mitad del siglo IV a.C. (Valle, 2000; Valle y Serna, 2003; Valle, 2008; 2010).

El yacimiento se alza en torno a la Peña Mora (455 m), la cual pertenece a la Sierra de Peñacabarga (LiérganesMedio Cudeyo). Desde su cima se obtiene un amplio dominio visual de todo el entorno. Hacia el norte y oeste permite un control efectivo de los terrenos de los actuales municipios de Camargo, Villaescusa, Marina de Cudeyo así como de la bahía de Santander, de las rías de Solía y San Salvador y de la desembocadura del río Miera. Por el este el límite lo constituye la cima de Peña Cabarga (567 m) mientras que, por el sur, a sus faldas, se extienden las planicies de Piélagos y Penagos, alcanzando la vista hasta las cimas que conforman la divisoria con el valle del Asón. 3.6.2. Historiografía El castro fue dado a conocer en 1997 por Esteban Velasco Agudo y Virgilio Fernández Acebo. Ese mismo año Ángeles Valle, en el marco del proyecto El poblamiento prehistórico al aire libre al sur de la Bahía de Santander, comienza su estudio, el cual es articulado en tres fases: una primera que conllevó la realización en 1997 de una prospección superficial; una segunda realizada en 1998 consistente en el replanteo de ocho sondeos y un levantamiento topográfico; y una tercera en la que, entre 1999 y 2005, se llevó a cabo la excavación de distintas áreas del recinto (Valle, 2000; 2010).

Este acceso a su vez se articulaba al exterior con un pasillo natural profundo y estrecho (Área II) en cuyos laterales, sobre una diaclasa, se crearon plataformas de las que solo quedan acumulaciones de piedras. Muy posiblemente entre ambas se depusiese algún tipo de estructura que daría al acceso una apariencia semisubterránea (Valle, 2010: 480–482).

3.6.3. Estructuras El yacimientos se estima que ocupó un área de 5,5 ha, la cual estaría protegida por varias murallas dispuestas de forma concéntrica que, allí donde el lapiaz y el terreno lo permitía, eran suprimidas. Hacia el norte se han documentado dos líneas de defensa auxiliadas ocasionalmente por una tercera de desarrollo más irregular. La más interna se ajusta a la acrópolis durante 120 m, mientras que la externa, ceñida a la cumbre, puede seguirse durante unos 200 m. Esta fue excavada en el Área IV, permitiendo conocer así su sistema constructivo, el cual se caracterizaba por presentar una cara externa armada mientras que hacia el interior se disponía una simple acumulación de piedras que favorecerían el acceso a través de una rampa a la parte alta de la muralla. En su parte media se identificó otro lienzo interno que pudo servir para dotar de mayor solidez a la estructura, como sucede en las defensas de los poblados salmantinos de Yecla la Vieja y Castillo de Saldañuela (Marín Valls, 1985: 109–110), aunque no se descarta que tenga que ver con dos fases constructivas distintas. Esta particularidad se aprecia igualmente en la muralla del Área V. La anchura documentada de la defensa alcanza los 5,5 m (Valle, 2008; 2010: 476; 484–485). Hacia el sur, el único acceso existente estaba protegido por dos defensas más cortas adaptadas al terreno construidas mediante un paramento externo con posible empalizada y un aterrazamiento

El Área V, localizada en la zona occidental del castro, puso al descubierto la otra de las puertas de 90 cm de anchura y un desarrollo transversal a la muralla durante 6 m. La fractura del pasillo, ocasionada en un momento desconocido con la intención de ampliarlo, llegó hasta la muralla, lo que ha permitido que podamos conocer su estructura interna, observándose en la parte media un refuerzo creado con bloques de mampostería. Los materiales aparecidos en el entorno llevan a fechar la construcción de esta estructura entre el siglo V a.C. y el siglo I a.C. (Valle, 2008; 2010: 485–486) A pesar de los esfuerzos realizados, durante las distintas campañas no se han documentado restos de estructuras de habitación, algo que explican a causa de la destrucción ocasionada por las plantaciones de pinos realizadas durante la década de los 60 del siglo XX o por las numerosas actividades medievales documentadas en el castro (Valle, 2008: 164). Desde el punto de vista estratigráfico no existen particularidades para cada zona. Todo el yacimiento posee en composición edáfica simple a base de un nivel de humus y una unidad arcillosa de 10–15 cm sin aporte material, a la que le sigue un paquete fértil donde destacan 59

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) principalmente los fragmentos cerámicos y de molino. Tras esta continúa una capa estéril con abundante mineral de hierro que constituye el techo de una nueva unidad fértil que llega a estar en contacto con el lapiaz. Sobre este último horizonte se asienta la muralla del castro (Valle y Serna, 2003: 362; Valle, 2010: 477–478).

a la información de los inventarios observamos que la mayor concentración de materiales procede del entorno de la puerta este, donde se recuperaron 4388 piezas. En la puerta oeste se documentan 641 objetos mientras que 645 y 181 se recuperaron de una cubeta de combustión y de una estructura tumular situadas en la acrópolis. Diecisiete piezas se exhumaron en el área meridional, 23 son hallazgos superficiales y para 349 carecemos de datos precisos. Ninguna de las piezas cuenta con información acerca de su nivel estratigráfico de origen, por lo que debemos asumir que en su mayoría proceden de uno de los niveles fértiles que aportan restos materiales idénticos. Esta particularidad se ha apreciado igualmente a lo largo del estudio de la colección, durante el cual hemos observado como las piezas, indiferentemente del área de procedencia, muestran unas características muy homogéneas, especialmente la colección cerámica. Este hecho unido a la falta de información estratigráfica nos ha llevado a realizar el análisis del registro de forma conjunta.

Entre el conjunto de materiales recuperado la cerámica ha sido el elemento más significativo. Los estudios realizados la definen como una producción reductora, fabricada a mano, de pastas groseras y toscas con desgrasantes calcíticos y férricos, entre cuyas formas se distinguen vasos, platos, cuencos, ollas de cocina globulares (tanto de perfil en S como con bordes rectos y aplastados), orzas de almacenaje y un crisol. La decoración aplicada se basa en impresiones de digitaciones en los bordes, así como estriados realizados con objetos punzantes; en los galbos, por su parte, destacan las series de ungulaciones, las incisiones oblicuas y el “esgrafiado a punta de navaja de aspecto alfabetiforme”. Solamente un borde suscita la duda sobre su posible fabricación a torno (Valle, 2000; Valle y Serna, 2003: 367–369).

3.6.4.1. La producción cerámica El conjunto cerámico está compuesto por 4248 fragmentos, entre los que se incluyen 15 fragmentos de cerámica medieval, 16 de cerámica moderna y un pequeño galbo de 17 × 8 mm de adscripción cronocultural indeterminada. Los restantes 4215 fragmentos más una ficha, fabricados todos ellos a mano, constituyen el total de la población que sirve de base para el análisis.

Junto a la cerámica adquieren importancia los numerosos fragmentos de metates y manos de molino, el conglomerado de pared y los escasos objetos metálicos, entre los que suele señalarse una fíbula de hierro, agujas de bronce, una posible pulsera de bronce, un pasador en T y un fragmento de hacha de talón y anillas (Valle, 2000; Valle y Serna, 2003; Valle, 2008; 2010). Parte de estos objetos, junto a las distintas dataciones absolutas, llevan a considerar que la ocupación del castro tuvo lugar entre la segunda mitad del siglo VI a.C. y el siglo II a.C. (Valle, 2010: 487), no descartándose que tras elementos como el talón de hacha haya una fundación temprana (Valle, 2008).

3.6.4.1.1. Rasgos tecnológicos Los bordes presentan un grosor medio de 10±3,79 mm, las bases de 10±2,42 mm y los cuellos de 7±1,85 mm, conservando todas las piezas trazas de su fabricación a mano. La atmósfera de cocción predominante es la alternante (63%), documentándose la reductora en el 37% de los casos.

3.6.4. Registro material El registro de castro de Castilnegro está compuesto por 6916 piezas. El 61,4% (n=4248) está formado por el conjunto cerámico, seguido por los objetos y restos líticos (23,1%, n=1599), los fragmentos de arcilla cocida (5,4%, n=375), la fauna (3,9%, n=267), los carbones (3%, n=205) y las escorias (1,8%, n=127). En proporciones inferiores al 1% hallamos distintos minerales (n=56), objetos de bronce (n=11) y hierro (n=7), ocres (n=7), restos malacológicos (n=6), carporrestos (n=3), maderas (n=2), piezas contemporáneas (n=2) e industria ósea (n=1). Atendiendo

A excepción de 926 superficies exteriores y 1157 interiores, en el resto de fragmentos se han documentado trazas tecnológicas derivadas de la aplicación de tres tratamientos (Tabla 3.31). El más empleado es el regularizado, presente en el 74,2% de las superficies exteriores y en el 69,5% de las interiores. El raspado se identifica en el 3,8% de las superficies exteriores y en el 3% de las interiores, mientras que el bruñido solo aparece en una superficie exterior.

Tabla 3.31. Tratamientos superficiales Tratamiento superficie exterior Bruñido

Raspado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

1

160

3128

926

4215

Tratamiento superficie interior Raspado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

127

2931

1157

4215

60

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.6.4.1.2. Rasgos morfológicos

concentrándose en los bordes (78,1%) y en los galbos (17,1%), con un único ejemplo en una base. Las técnicas documentadas son la impresión y la incisión, existiendo un caso en el que se combinan ambas. La impresión (70,7%) está representada principalmente por digitaciones, conviviendo con una ungulación y una impresión ovalada realizada con un instrumento (Figura 3.33 y 3.34, 2). La incisión (26,8%) desarrolla en todos los casos motivos lineales simples, ya sean verticales, horizontales o diagonales (Figura 3.34, 3). La única combinación de motivos une incisiones lineales paralelas realizadas en el labio con dos series horizontales de ungulaciones dispuestas en el galbo (Figura 3.34, 1).

De los 4215 fragmentos analizados el 94,2% corresponde a galbos. Los bordes alcanzan el 4%, las bases el 1,3% y los cuellos el 0,45%. El porcentaje restante lo constituye el perfil completo de un crisol. Entre los bordes, incluido el de la vasija de perfil completo (n=169), el tipo plano es el más utilizado (68%), documentándose bordes planos con engrosamiento hacia el exterior (n=49), planos horizontales (n=48), biselados al exterior (n=16) e interior (n=1), y planos horizontales con engrosamiento al interior (n=1). Los bordes redondeados se emplean en el 17,7% de los casos, predominando los bordes redondeados simétricos (n=26) frente a los asimétricos al interior (n=2) y exterior (n=2). Los bordes vueltos hacia el exterior representan el 8,9%, mientras que solamente tenemos dos cóncavos simétricos y un borde apuntado. En seis casos no ha podido identificarse el tipo al que pertenecen (Figura 3.32).

La relación existente entre las técnicas decorativas y las partes morfológicas permite observar cómo el 78% de los motivos decorativos se disponen en los bordes, siendo frecuente hallar digitaciones (n=21), incisiones lineales (n=9) y la única impresión con instrumento. Los galbos, por su parte, acogen el 17,1% de los motivos, observándose impresiones digitadas (n=5) y unguladas en el caso combinado (n=1) e incisiones (n=2). Una serie de digitaciones es el único motivo que se ha aplicado en una base (Figuras 3.35, 2).

La tendencia se ha podido determinar en 86 casos, comprobándose la existencia de un predomino de la exvasada (72,1%) frente a la recta (24,4%) y la entrante (3,5%). El 33,9% de los bordes planos son exvasados, concentrándose esta tendencia entre los bordes planos horizontales (n=16), biselados al exterior (n=13) y planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=10). En los bordes redondeados supone el 36,7%, siendo casi exclusiva de los bordes redondeados simétricos (n=10) y con un único representante dentro del tipo asimétrico al interior. En los bordes apuntados (n=1) y vueltos hacia el exterior (n=11) es la única tendencia documentada, mientras que en los bordes cóncavos simétricos no se ha podido determinar.

3.6.4.1.4. Funcionalidad Una de las características del conjunto cerámico del castro de Castilnegro es su alto grado de fragmentación lo que, salvo en un caso, imposibilita el reconocimiento de perfiles completos, debiendo extraerse los datos de aquellas partes morfológicas más significativas que proporcionan algún tipo de información. Seis bordes nos permiten conocer el diámetro de boca, el cual oscila entre los 7 cm y los 52 cm. La mayor concentración la encontramos en el tramo 11–15 cm, en donde se sitúan cuatro bordes, restando un ejemplar de 7 cm y otro de 52 cm que, por sus dimensiones, tuvo que desempeñar una función de almacenaje. Las dos bases de donde se ha podido obtener este dato nos proporcionan un diámetro de 5 cm y 10 cm.

La tendencia recta se emplea en el 17,4% de los bordes planos, especialmente entre los bordes planos con engrosamiento hacia el exterior (n=12) y los planos horizontales (n=6), existiendo un solo ejemplo dentro de los biselados al interior y de los planos horizontales con engrosamiento al interior.

A nivel formal, junto al único perfil completo, se puede proponer la existencia de otros tres tipos que equipararían la representación de las formas abiertas (n=2) con las cerradas (n=2): • Forma 1: crisol. Dentro del conjunto cerámico contamos con un fragmento de crisol que conserva el perfil completo. Se trata de un recipiente ligeramente cerrado con un borde redondeado asimétrico al interior y una base plana con pie indicado. Desconocemos el diámetro de la boca y de la base. Su funcionalidad está determinada por los restos de cobre o bronce adherido a la superficie interior fruto de la fundición de estos metales (Figura 3.36, 1). • Forma 2: vaso. Se trata de una forma abierta representada por un único fragmento que muestra un borde vuelto hacia el exterior con tendencia exvasada cuyo diámetro de boca alcanza los 7 cm. El arranque del cuerpo parece situarnos ante una tendencia semiesférica de base desconocida. La superficie

Un borde plano horizontal y dos redondeados simétricos son los únicos exponentes de la tendencia entrante. El alto grado de fragmentación del conjunto ha dificultado la identificación del tipo de cuello reconociéndose, entre los 19 existentes, cinco rectilíneos exvasados y uno cóncavo vertical. Por su parte, las 57 bases, incluida la vasija que conserva el perfil completo, son de tipo plano (Figura 3.35), predominando las de perfil ondulado (n=22) y simple (n=16) frente a las de pie indicado (n=8); en ocho casos no se ha podido identificar el tipo morfológico. 3.6.4.1.3. Rasgos decorativos Dentro del conjunto cerámico las decoraciones son muy escasas, apareciendo en el 1% de las piezas. Los motivos siempre se realizan sobre la superficie exterior, 61

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.32. Bordes: 1) planos horizontales; 2) plano horizontal con engrosamiento al interior; 3) plano horizontal con engrosamiento al exterior; 4) cóncavo simétrico; 5) redondeado simétrico; 6) apuntado; 7) vueltos al exterior.

exterior muestra una decoración incisa a base de líneas verticales paralelas (Figura 3.36, 2). • Forma 3: fuentes o platos. Siete pequeños bordes constituyen la única evidencia de la existencia de estas formas abiertas. Cuatro son de borde plano

horizontal y tres redondeado simétrico. Una de las piezas conserva una decoración a base de líneas incisas oblicuas. Ninguno de ellos ha permitido obtener su diámetro de boca, si bien A. Valle propone para dos bordes diámetros de boca de 62

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.33. Bordes con decoración impresa digitada.

63

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.34. 1) borde con decoración incisa lineal e impresa ungulada y digitada (dibujo a partir de Valle y Serna, 2003); 2) bordes y galbos con decoración digitada; 3) bordes y galbo con decoración incisa; 4) ficha.

24 cm (Valle y Serna, 2003: fig.4; Valle, 2010, fig.7) (Figura 3.36, 3). • Forma 4: vasijas cerradas de borde redondeado simétrico con cuerpo aparentemente de tendencia semiesférica. Esta forma está compuesta por dos

fragmentos pertenecientes a una misma pieza para la que ha sido imposible determinar el diámetro de boca. A. Valle considera que una de ellas pudo contar con una boca de 20 cm de diámetro (Valle y Serna, 2003: fig. 4; Valle, 2010: fig. 7) (Figura 3.36, 4). 64

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro

Figura 3.35. Bases planas. 1) simples; 2) perfil ondulado; 3) con pie indicado.

65

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.36. Formas (cuatro primeros dibujos a partir de Valle y Serna, 2003).

66

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.6.4.1.5. Otros objetos cerámicos

el resto del territorio peninsular (Villaverde, 1993). En el caso de Castilnegro, como veremos, es la producción cerámica junto a la datación de 14C existente, las que nos van a permitir retrasar la cronología de esta pieza, no pudiéndola considerar posterior al siglo IV a.C.

Dentro del conjunto cerámico hay que destacar la presencia de una ficha fragmentada con perforación central realizada sobre un galbo de cocción alternante (Figura 3.34, 4). 3.6.4.2. Metalurgia

El talón, perteneciente a un hacha de anillas, fue descubierto en el Área I. Fabricada a partir de un bronce ternario, posee una longitud máxima de 5,3 cm, una anchura en el extremo proximal de 1 cm y de 1,5 cm en el distal, y un grosor máximo de 1,5 cm (Figura 3.37, 1). La fractura de la pieza y su hallazgo en niveles de la Edad del Hierro, en los cuales existen evidencias de actividad metalúrgica, llevan a considerarlo como un material de reciclaje, sin desestimar que tras él pudieran esconderse las huellas de una ocupación más antigua con la que también se podría relacionar el caldero de Cabárceno, el hacha de talón y anillas de San Vitores o el hacha de talón y una anilla de Peña Cabarga (Valle, 2010).

Los objetos metálicos y las escorias, que podrían ser residuos de la actividad metalúrgica, no suponen más del 1,8% del registro, debiéndose mantener la cautela a la hora de relacionar con esta los distintos minerales de hierro recogidos, ya que este elemento geológico es uno de los más comunes en toda la Sierra de Peñacabarga. Dentro de los 11 objetos de bronce existentes, entre los que tenemos un remate decorativo con cabeza esférica (Figura 3.37, 4), una pequeña chapa, una arandela de 1,6 cm de diámetro, una aguja (Figura 3.37, 5), dos fragmentos pertenecientes a una posible pulsera (Figura 3.37, 2) y tres piezas indeterminadas, destacan dos objetos: un pasado el T y el talón de un hacha de anillas. El pasador en T está formado por un sencillo vástago recto de 3,9 cm de longitud con sección circular de 0,5 m de diámetro, en cuyos extremos se disponen dos remates decorativos con forma cónica suavizada de 1,1 cm de anchura por 1,2 cm de altura y 1 cm de anchura por 1,3 cm de altura (Figura 3.37, 3). Los análisis realizados sobre la pieza revelan que se trata de bronce ternario. Tipológicamente se incluye en el tipo C de Palol (1955–1956: 98), caracterizado por tratarse de un elemento único que funcionaría de forma independiente o complementado por otro pasador complejo. Su paralelo más próximo lo hallamos en el castro de ArgüesoFontibre, un yacimiento que a partir de sus materiales hemos podido situar entre los siglos VIII/VII-V/IV a.C. Valle y Serna consideran que esta pieza ha de fecharse entre los siglos IV-II a.C. (Valle y Serna, 2003: 373.; Valle, 2008; 2010: 480), no obstante debemos tener en cuenta que procede de un área, la acrópolis, que cuenta con una datación de radiocarbono de la base de la muralla que la sitúa entre los siglos VI-IV a.C. A parte del paralelo citado, conocemos pasadores similares procedentes de los niveles más antiguos de la Campa Torres (Gijón, Asturias), concretamente en el estrato VII del sector XX, el cual está fechado entre los siglos VI-V a.C. (Maya y Cuesta, 2001: 124–126). Otros tres se documentaron en el poblado de la Primera Edad del Hierro del Picu Castiellu de la Collada, que es situado en la fase Ib de Marín (Maya y Escortell, 1972: 44–45; Maya, 1983–1984: 194. Marín, 2011: 242). Ha de señalarse que los pasadores en T no son piezas exclusivas de la Primera Edad del Hierro, documentándose igualmente el tipo C en la Campa Torres en el primer nivel de cenizas del sector XII, fechado en los siglos II-I a.C., o en niveles más antiguos al siglo II a.C. en el testigo XVIII-XIX (Maya y Cuesta, 2001: 124–126), mientras que en el El Castiellu del Llagú (Latores, Asturias) son datados en la Segunda Edad del Hierro o momentos de transición (Berrocal et alii, 2002: 180–182). Un uso tardío que también se documenta en

En hierro contamos con un total de siete piezas, cinco objetos indeterminados, la parte proximal de un cuchillo con enmangue en espiga de adscripción cronocultural dudosa al hallarse en superficie, y un posible fragmento de fíbula. Esta estaría representada por parte de un puente y la prolongación de un pie con remate trapezoidal, perteneciendo a una fíbula que debería incluirse dentro del 7 de Argente (1994: 78–83; Valle y Serna, 2003; Valle, 2008; 2010). No obstante, la pieza conservada no nos permite llegar a estas mismas conclusiones, no advirtiéndose el puente, la prolongación, su remate o los restos de una posible cama por lo que, por el momento, debemos considerarla como un objeto indeterminado compuesto por un vástago y una cabeza cuadrangular. 3.6.4.3. Fauna El registro cuenta con 267 restos de fauna de mamíferos y seis malacológicos, de los cuales P. Castaños estudió aquellos que habían sido recuperados hasta la campaña de 2001. De los 40 restos analizados se identificaron anatómica y taxonómicamente 28, procedentes de la zona de la acrópolis, entre los que se distinguen tres especies: Bos taurus, Sus domesticus y Cerastoderma sp. (Valle, 2010: 487) (Tabla 3.38). Según se recoge en el informe que nos ha sido facilitado por A. Valle, “hay 19 fragmentos dentarios de ganado vacuno de los que cinco corresponde a la arcada inferior y el resto al maxilar superior. Todos parecen corresponder a 2 o 3 individuos jóvenes cuya edad oscilaba entre los 12 y 27 meses”. El ganado porcino, representado por siete restos, está formado por “molariformes: uno inferior y los demás superiores” que hay que relacionar con “dos individuos distintos cuya edad al morir estaba entre los 12 y 14 meses”. La especie Cerastoderma sp. aparece representada en el yacimiento por dos valvas que pertenecieron a dos individuos distintos. Aun siendo escasa la muestra analizada, los resultados son coherentes comparados con los estudios efectuados en los 67

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 3.37. 1) talón de hacha; 2) posible pulsera; 3) pasador en T; 4) objetos de bronce; 5) aguja (Dibujos según Valle y Serna, 2003). Tabla 3.38. Restos de fauna 43A

43Z

44A

44Z

45A

45Z

Totales

Bos taurus

1



13

2

2

1

19

Sus domesticus





5

1

1



7

Cerastoderma sp.





1

1





2

Indeterminables

1

2

7



2



12

Totales

2

2

26

4

5

1

40

68

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro 3.6.5. Cronología

yacimientos de la Primera Edad del Hierro del Alto de la Garma y El Ostrero, en donde están representadas ambas especies y, en este último, también el berberecho.

La cronología propuesta para el castro de Castilnegro ha ido oscilando a lo largo de las distintas publicaciones entre el siglo VII a.C. y el siglo I a.C. (Valle, 2000; Valle y Serna, 2003; Valle, 2008), fijándose en el trabajo más reciente su ocupación entre el siglo VI a.C. y el siglo II a.C. (Valle, 2010). Todas estas propuestas se apoyan en el resultado obtenido de las dataciones absolutas y de la datación relativa que proporciona el pasador en T. En el caso de las primeras contamos con cuatro dataciones obtenidas por termoluminiscencia y una a través del análisis por 14 C de un hueso, todos ellos materiales procedentes de la acrópolis. Los resultados de la termoluminiscencia, una vez efectuada su calibración, impiden cualquier tipo de precisión, situándonos en un arco temporal que, siendo estrictos, oscilaría entre el siglo X a.C. y el siglo III d.C. (MAD-2103, 2474±249 BP; MAD-3016, 2364±299 BP; MAD-3017, 2344±244 BP; MAD-2102, 2302±220 BP). La datación por 14C, calibrada a dos sigma (Poz-7442, 2360±35 BP), resulta mucho más concluyente, fechando la base de la muralla y, por tanto, su construcción, entre el 543 y el 381 cal BC. El pasador en T, por su parte, ha sido datado recurrentemente entre el siglo IV-II a.C. (Valle y Serna, 2003; Valle, 2008; 2010). No obstante, como hemos visto, se trata de un tipo de pieza para el cual contamos con paralelos en la Primera y en la Segunda Edad del Hierro.

3.6.4.4. Otros materiales Las piezas agrupadas dentro de la lítica suponen un 23,1% (n=1599) del total, del cual, el 65,2% (n=1043) está formado por fragmentos de arenisca, cuarcita, ofita y sílex de atribución dudosa. El tipo de pieza que mayoritariamente aparecer representadas son los molinos de mano de tipo barquiforme, tanto metates muy fracturados (n=461) como manos de molino (n=59). En ambos casos la materia prima predominante es la arenisca, la cuarcita y la ofita. La funcionalidad de los mismos ha sido confirmada mediante los análisis de fitolitos realizados en siete de ellos, resultado cuatro positivos para Quercus sp. y uno para Triticum dicoccum (Valle, 2010). En otros casos no se descarta que fueran utilizados para el machado de mineral de hierro previo a la reducción del metal, aunque su ocupación sea previa a la introducción de esta metalurgia, e incluso su alto grado de fragmentación ha llegado a explicarse por una destrucción simbólica (Valle y Serna, 2003: 369). Resta por citar 18 fragmentos relacionados con afiladeras, dos posibles tapaderas y 16 piezas de industria lítica entre las que destacan lascas de sílex y cuarcita, un fragmento de una punta de retoque plano, un buril y un raspador de sílex o dos azuelas de cuarcita.

Es el conjunto cerámico el que nos va a permitir realizar el ajuste cronológico tanto al pasador como a las dataciones por termoluminiscencia. Esta producción, caracterizada por su manufactura manual y una decoración donde priman las impresiones digitadas e incisiones lineales en los labios, resulta coherente con las colecciones analizadas en los yacimientos de la Primera Edad del Hierro del Alto de la Garma, El Ostrero o La Lomba, cuyas dataciones absolutas los sitúan entre los siglos VII-V a.C., VIII-VI a.C. y VI-V a.C. (Arias y Ontañón, 2008: 57–60; Arias et alii, 2010: 511; Díaz Casado, 2014b: 397 y 397; Bolado et alii, 2022). A nivel tipológico, dado el alto grado de fragmentación, resulta inviable establecer comparaciones entre formas.

Las excavaciones en el entorno de la puerta este, situada en la acrópolis, permitieron recuperar 375 fragmentos de conglomerado de pared o arcilla cocida. El reducido tamaño que muestran impide el reconocimiento de las improntas de varas a las que pudieron adherirse algo que, unido a la ausencia de restos de estructuras, dificulta que podamos relacionar estos restos con el revestimiento empleado habitualmente en las cabañas. Las actividades medievales desarrolladas en el entorno así como la plantación de pinos realizada en el siglo XX pueden servir para explicar su total destrucción (Valle, 2008: 164), aunque no debemos obviar otras posibilidades como que aún no hayan sido descubiertas, resultando esquivas por su escaso número al ser este enclave más una fortificación destinada a la defensa y aprovechamiento de recursos, que un poblado; o que los restos de manteado deban relacionarse con las murallas. El barro, entre otros usos documentados, es empleado en el recubrimiento de los parapetos superiores de las murallas realizados con zarzo de Monte Bernorio (Torres-Martínez et alii, 2012) o para unir y trabar lo sillares de los lienzos, como se documenta, entre otros lugares, en el cerco de Bolumburu (Vizcaya) (Cepeda et alii, 2009) o en el cerro de la Mesa (Toledo) (Ortega y Del Valle, 2004).

Todo ello nos incita a situar este yacimiento, como ya hiciera C. Marín al incluirlo en su fase Ib (Marín, 2011), en la Primera Edad del Hierro. La fecha de la base de la muralla podría servirnos para fijar el momento de fundación del yacimiento en el siglo VI a.C., mientras que la ausencia de cerámica a torno y la escasa presencia de objetos de hierro, al igual que expusimos en el caso de Argüeso-Fontibre, podría considerarse como terminus ante quem, lo que no prolongaría la vida del castro más allá de siglo IV a.C. A parte del fragmento de hacha de talón, posiblemente amortizado para su refundido, no disponemos de ningún otro elemento que nos advierta de la existencia de una ocupación más antigua.

El registro del castro de Castilnegro se completa con 205 carbones no determinados, siete ocres, tres carporrestos de adscripción dudosa (avellana, bellota y una semilla no determinada), dos fragmentos de madera y una aparente cuenta de 5 × 5 mm de hueso descubierta durante la limpieza de la acrópolis.

Esta propuesta cronológica pondría en duda, ante el desconocimiento de la metalurgia del hierro, que se tratase de un enclave cuya función principal sería la explotación 69

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) de las vetas de este mineral (Peralta, 2003: 110 y 294; Valle y Serna, 2003). La difícil topografía del lugar y la ausencia de cualquier estructura de hábitat complican a la vez su interpretación como poblado y apuntan, como pudiera ser el caso de la Espina del Gallego (Peralta, 1999a; 1999b; 2003; 2000; Peralta et alii, 2000; Peralta, 2002b; 2002c; 2008; 2015; Póo et alii, 2010), hacia un recinto fortificado entre cuyas finalidades principales se englobarían la defensiva, disuasoria y el control del territorio.

(Villarén de Valdivia, Palencia) (Schubart, 1961; Esparza, 1982) y Pendia (Boal, Asturias) (Maya, 1986–1987), del remache de O Neixón (Coruña) datado a mediados de la Edad del Hierro (Acuña, 1976), de los fragmentos de El Castillo de Camoca (Villaviciosa, Asturias) fechados entre los siglos VIII a.C. y VI a.C., y de los de Picu Castiellu de Moriyón (Villaviciosa, Asturias), datados entre los siglos IV a.C. y III a.C. (Camino 1995b; 1999). En la Campa Torres (Gijón, Asturias) existen restos desde su fase fundacional hasta niveles del siglo III-II a.C. (Maya y Cuesta, 2001). Los niveles del siglo VII-V a.C. de Los Castillejos (Sanchorreja, Ávila) aportan varios fragmentos (González-Tablas, 1990; González-Tablas y Domínguez, 2002). Del siglo VII a.C. son los hallados en el castro de La Mazada (Zamora) (Esparza y Larrazabal, 2000) y hasta el VI-V a.C. nos llevan los recuperados en Santa Olaia (Figueira da Foz, Portugal) (Schubart, 1961), mientras que en Frijão varios fragmentos de caldero de remaches de bronce son datados entre el siglo IV a.C. y el siglo II a.C. (Fontes, 2013). Por lo que respecta a los paralelos más próximos al caldero de Cabárceno, el ejemplar de Lois (León) quizás pudiera relacionarse con un hacha o pico de hierro, lo que como pronto, de ser real este vínuclo, nos llevaría a la Segunda Edad del Hierro (Schubart, 1961; De Blas, 2007), mientras que las piezas del castro de A Peneda (Redondela, Pontevedra), con partes de hierro, es posible que procedan de un contexto castreño romanizado (Blanco, 1957; Armanda, 2003). A época romana se han vinculado también los ejemplares del castro de Taboexa (As Neves, Pontevedra) y Villaceid (Soto y Amío, León) (Morán, 1962; Peña Santos, 1992; Armanda, 2003), lo que evidencia una larga vida para este útil.

3.7. Otros hallazgos 3.7.1. El caldero de Cabárceno En 1912 los mineros que trabajaban en un pozo de la Mina Crespa de Cabárceno (Villaescusa) se encontraron a 15 m de profundidad, en un surco en V característico de la geografía del Macizo de Peña Cabarga, un singular caldero del bronce (García y Bellido, 1941b; De Blas, 2007). La pieza, fabricada a partir de cuatro chapas unidas con remaches de cabeza cónica, tiene 37,5 cm de altura y un diámetro máximo de 54 cm (Figura 3.39). El borde, exvasado, cuenta con dos asas circulares sujetas por argollas (Fernández Manzano y Guerra, 2003; Arias, 2018). Tradicionalmente fue atribuido a los momentos finales de la Edad del Bronce identificándose con el tipo B1 de Leeds a partir de los remaches (Leeds, 1930; Rincón, 1985; De Blas y Fernández Manzano, 1992; Moure e Iglesias, 1995). No obstante, su cronología no resulta del todo cerrada pues si bien existen ejemplos del segundo milenio antes de Cristo como el de Coto da Pena e Isleham (Britton, 1960; Silva, 1986), en la península ibérica los restos de calderos documentados tienden hacia fechas más modernas. Es el caso, por ejemplo, de los fragmentos de Monte Bernorio

Aunque carecemos de un contexto claro, no podemos obviar que en el entorno inmediato de la zona del hallazgo

Figura 3.39. Caldero de Cabárceno (Fotografía: ©MAS/Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria).

70

 Yacimientos de la Primera Edad del Hierro del caldero de Cabárceno se alza el castro de Castilnegro el cual, como hemos visto, puede fecharse entre los siglos VI-IV a.C. Esto nos obliga a plantearnos la posibilidad de que la pieza pudiera tener su origen en sus ocupantes, bien sea de un posible núcleo principal en alto o secundario en llano dependiente del primero, algo que resultaría coherente con las dataciones de los ejemplos citados. De esta forma, como otros autores con anterioridad, podríamos proponer su inclusión en la Edad del Hierro (Peralta y Ocejo, 1996; Arias, 1999; Arias y Armendáriz, 2007).

1983). De la fíbula, hoy en paradero desconocido, solo contamos con las imágenes publicadas, suficiente para incluirla dentro del grupo 3 de Argente referido a las fíbulas de doble resorte, concretamente al subtipo 3D que se caracteriza por mostrar un puente en forma de cruz. Conservaba un puente de 9 cm de longitud máxima con forma cruciforme cóncava y una decoración a base de líneas incisas que lo contornean creando rombos centrales. Entre las líneas, a modo de relleno, el autor distingue puntos que pudieran ser decorativos. Uno de los brazos mostraba una de las espiras del resorte (Figura 3.40).

Por lo que respecta al uso dado, debe de ser desestimada cualquier relación con el aprovechamiento del mineral de hierro pues, si nuestra propuesta es correcta, se fecharía en un momento donde esta metalurgia se encuentra en estado embrionario. El depósito intencionado bajo tierra responde más bien a un acto cultual o simbólico desconocido que pudo a su vez estar relacionado con un banquete ritual (Fernández Manzano y Arias, 1999; Fernández Manzano y Guerra, 2003, De Blas, 2007 y Arias, 2018).

J. González Echegaray la asimila cronológicamente a ejemplares catalanes del siglo V a.C. y meseteños y del valle del Ebro, como Cortes de Navarra, que sitúa entre el 650 a.C. y el 550 a.C. Argente (1994: 57–58) no se aleja en demasía de la propuesta original, datando su subtipo 3D entre el siglo VI a.C. y mediados del siglo IV a.C. La falta de un contexto arqueológico nos lleva a dar por buena esta última propuesta, considerando por tanto la fíbula de Bárago como una pieza de la Primera Edad del Hierro o, a lo sumo, de comienzos de la Segunda Edad del Hierro.

3.7.2. La fíbula de Bárago (Vega de Liébana)

3.7.3. La punta de lanza de Riaño de Ibio

En 1983 J. González Echegaray daba a conocer esta pieza que fue hallada en 1981 por el cazador Gregorio González Pardueles en el Collado del Salce (González Echegaray,

En diciembre de 1972 el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria adquirió una punta de lanza

Figura 3.40. Figura de Bárago según J. Gonzalez Echegaray (1983).

71

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) hallada de forma casual por José Antonio Gómez Ruiz en uno de sus terrenos situados a la margen izquierda del río Saja (Deibe, 1986–1988). La pieza, muy estilizada, posee una longitud total de 49,5 cm, de los que 40 cm corresponden a la hoja de sección romboidal y 9,5 cm al enmangue tubular que era fijado mediante remaches (Fi­ gura 3.41). Este tipo de punta de lanza resulta único dentro del catálogo conocido en Cantabria debiendo buscar paralelos en Monte Bernorio, Quintanas de Gormaz (Soria), Echauri (Navarra) y Alcacer do Sal (Alentejo, Portugal) (Schüle, 1969). Paralelos más alejados los hallamos en las lanzas de Rumia (Polonia), Vallbys (Gotland, Suecia), Övra Alebäck (Öland, Suecia), Simblegard (Bornholm,

Dinamarca), Mutyn (Krolewieckij, Ucrania) y Ljubljanica (Kamin, Eslovenia), todas las cuales son fechadas en la Segunda Edad del Hierro (Gaspari y Laharnar, 2016). Esta arma, fuera de contexto arqueológico, resulta de difícil catalogación pues su evolución tipológica en el tiempo es, en muchas ocasiones, casi inapreciable. En el caso de Riaño de Ibio, su grandes dimensiones y forma estilizada permiten ponerla en relación con los ejemplares citados lo que, como ya propuso Deibe (1986–1988: 68), nos lleva a fecharla entre finales de la Primera Edad del Hierro y la Segunda Edad del Hierro.

Figura 3.41. Punta de lanza de Riaño de Ibio (Fotografía: ©Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria).

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4 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro 4.1. El castro de Las Rabas

Entre 1968 y 1969 tuvo lugar la primera intervención arqueológica en la que se abrieron un total de diez catas, ocho en 1968 y dos en 1969 (Figura 4.1). Durante el primer año se excavó al noroeste de la cumbre la Cata 1; la Cata 2, localizada en el centro del yacimiento; las Catas 3A y B en la zona norte de la vaguada, cuyo principal objetivo era documentar niveles estratigráficos; la Cata 4, planteada en el este con la esperanza de hallar estructuras; la Cata Trinchera, abierta unos pocos metros más al norte de la Cata 4 prolongando hacia el oeste los restos de un área de excavación furtiva; la Cata Sembrado, realizada en la vertiente sur; y la Cata Poblado, un área próxima a las vías de ferrocarril. Al año siguiente la excavación se completó con la Cata 3C, en la misma zona de sus homónimas compañeras, y con la Cata Tierra Julia, localizada en la vaguada este. Esta última resultó ser de una gran potencia, alcanzando los 1,50-2 m (García Guinea y Rincón: 1970: 10–11; Rincón, 1985: 186).

4.1.1. Localización El castro de Las Rabas (992,92 m) se ubica al noroeste del pueblo de Celada Marlantes, en el término municipal de Cervatos, sobre una cima de la que recibe el nombre y la vaguada que conforma junto al Alto de La Mayuela. Hacia el norte y noroeste se encuentra enmarcado por la línea de cumbres compuesta por El Pedrón (979 m), el Alto de La Mayuela (1069 m), La Poza (1092 m) y Peñacutral (1085 m), cimas que continúan desarrollándose desde el noreste hacia el sureste a través de El Cotío (1163 m), Las Quintanas (1100 m), el Piñueco (1061 m), Monte Matanzas (1283 m) e Hito Alto (1164 m). Por el contrario, adquiere un perfecto control de la vía de penetración natural que, desde la meseta, y atravesando el puerto de montaña de Pozazal, nos lleva hasta la cuenca de Reinosa y a los pasos de la cordillera en dirección a la costa, quedando flanqueada hacia el oeste por el Canteruco (1016 m), Fombellida (1012 m), La Lastra (1115 m), Las Lombas (934 m), Los Tres Hermanos (969 m) y la Sierra Venta de la Loma.

Los resultados de estas campañas se recogieron en una pequeña obra titulada El asentamiento cántabro de Celada Marlantes (García Guinea y Rincón, 1970), en donde quedan plasmadas las primeras impresiones del enclave, así como el estudio preliminar de una parte de los materiales. Según sus investigadores, el castro de Las Rabas era un poblado relacionable con los niveles IIa y IIc de Soto de Medinilla (García Guinea y Rincón, 1970: 29), cuya vida útil enmarcan cronológicamente entre los siglos II-I a.C. (García Guinea y Rincón, 1970: 34), aunque no descartan que pudiera existir una primera ocupación durante el siglo III a.C. que estaría en relación con las cerámicas negruzcas semiespatuladas con acanaladuras (García Guinea y Rincón, 1970: 29). Sus habitantes practicaron una economía primitiva basada en el pastoreo, la caza y la agricultura residual de cereales y legumbres, desarrollando una cultura material caracterizada por las pervivencias hallstáticas, las similitudes con la cultura de los verracos (cerámicas estampilladas) y las fuertes influencias del mundo celtibérico (García Guinea y Rincón, 1970: 35). Por lo que respecta a los momentos finales del poblado, aún sin pruebas materiales, intuyeron que podría tratarse de una consecuencia del enfrentamiento con Roma acontecido a finales del siglo I a.C. (García Guinea y Rincón, 1970: 34).

4.1.2. Historiografía M.A. García Guinea y R. Rincón (1970: 9) llevan el descubrimiento del castro hasta el año 1952, momento en el que la comarca fue explorada en busca de la continuidad de la calzada romana que desde Herrera de Pisuerga (Palencia) se dirige hacia el norte. No obstante, aunque sin duda fue paso obligado para los encargados de esta investigación, los resultados publicados no aportaron ninguna información al respecto (García Bellido, 1956: 178–179). Las primeras noticias contrastables de las que disponemos nos llevan hasta las prospecciones que Adolfo Peña, antiguo capataz del yacimiento romano de Retortillo y miembro de la Institución Cultural de Cantabria, realizó por las inmediaciones del enclave (García Guinea y Rincón, 1970: 9; García Guinea, 1997: 25). Según relata M. A. García Guinea (1997: 25), eran habituales las visitas que recibía en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria durante su etapa como director por parte de Adolfo de la Peña en las que, junto a algunos materiales procedentes de Retortillo, le entregaba fragmentos cerámicos recogidos durante sus paseos por el castro. “Que tiene que venir Ud. a verlo, que es un sitio que promete mucho”, le insistía frecuentemente (García Guinea, 1997: 25) en un intento de incentivar su curiosidad que no obtendrá respuesta hasta finales de 1960.

A pesar de las múltiples catas abiertas no se llegaron a documentar niveles estratigráficos, considerando que todos los materiales proceden de una misma unidad en la que, con posterioridad, creen que no hay aportes anteriores o posteriores a los siglos II-I a.C. (García Guinea, 1999: 101). Según refieren M.A. García Guinea y R. Rincón, en todas las Catas 3, destinadas a la búsqueda de una secuencia

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.1. Localización de las distintas catas y sondeos.

estratigráfica, “a pesar de profundizar en una… hasta más de 2 m, los restos arqueológicos aparecidos tienen todos idéntica factura y características”. Esta misma conclusión se extrae del análisis que realizan de forma individualizada de las tres catas. En la Cata 3A observan “niveles de ceniza alternando con tierra y arcilla rojiza, como quemada”. Si bien, desde los 20 cm y hasta los 2,2 m, no detectan variaciones en el material, recogiéndose junto a diversos elementos de guarnicionería de bronce o una fíbula de aro sin resorte “omega” (Mariné, 2001: 258–272), abundante cerámica a mano y cerámica oxidante a torno, la cual aparece en menor proporción (García Guinea y Rincón, 1970: 14). Todo ello les lleva a concluir que únicamente existe un único nivel arqueológico que se asienta sobre arcillas grises estériles (García Guinea y Rincón, 1970: 15). En la Cata 3B y 3C se repiten las mismas pautas, alcanzándose potencias de más de dos metros que, casi desde el nivel superficial, proporcionan materiales de similares características, destacando la cerámica a mano y cerámica a torno oxidante, fragmentos de cuchillos y un cuchillo afalcatado completo, restos de mangos de asta, elementos de guarnicionería, una hebilla

en D y tres tipos de fíbulas: 8A y 8A2 de Argente (1994: 84–95) y fíbulas de aro sin resorte “omega” (Mariné, 2001: 258–272). La Cata Tierra Julia, aun distando ligeramente de las anteriores, muestra “unas características semejantes” con potencias superiores a los dos metros (García Guinea y Rincón, 1970: 18). Dieciséis años después, Miguel Ángel Marcos García (1985), bajo la dirección de José Manuel Iglesias Gil, presentó la memoria de licenciatura titulada Revisión de los materiales arqueológicos del yacimiento de Celada Marlantes, conservados en el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología, resumida con posterioridad en un breve artículo (Marcos García, 1987–88–89: 235– 244). En ella, se intenta llevar a cabo el estudio completo del yacimiento a través del análisis de las estructuras conservadas y, principalmente, del estudio del conjunto de materiales, algo que, conforme avanza en su discurso, pasa a un segundo plano centrando su interés en la colección cerámica. Es precisamente en este aspecto donde realiza las principales aportaciones, identificando restos de cerámica 74

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro campaniense y cerámica común romana y presentando la primera propuesta tipológica para el conjunto cerámico. Para ello se basa en el trabajo de A. Castiella (1977), en el cual se distinguen siete formas dentro del grupo de cerámica celtibérica y ocho en el de cerámica indígena, la cual es dividida a su vez en cerámica de cocina y mesa y recipientes de almacenaje a partir de la terminación de sus superficies. Atendiendo a los motivos decorativos y a las formas identificadas distingue tres momentos que denomina Celada Marlantes A, B y C. El primero, CM-A, transcurre desde el siglo IV a.C. hasta la primera mitad del siglo III a.C., caracterizándose por mantener formas arcaicas con ungulaciones en los labios y decoración a base de pezones, mamelones e impresiones triangulares o romboidales. Entre la segunda mitad del siglo II a.C. y el siglo I a.C. se abandonan estos arcaísmos y comienzan a producirse vasijas a mano con decoraciones a base de impresiones, estampillados y digitaciones, mientras de forma simultánea aparecen las primeras cerámicas celtibéricas fruto de los contactos con los valles del Duero y del Ebro: estaríamos así ante CM-B. Por último, CMC, transcurre entre la segunda mitad del siglo II a.C. y el siglo I a.C., un periodo en el que junto a las formas más elaboradas de cerámica prerromana conviven las cerámicas celtibéricas pintadas y las escasas muestras de cerámica campaniense y cerámica común romana.

Los materiales recuperados llevan a los autores a fijar la fundación del castro en el siglo III a.C., concretamente entre el año 220 a.C. y el 179 a.C., como consecuencia del “violento” proceso de celtiberización que se da por buena parte del norte peninsular y que motivará la destrucción y el abandono, así como la creación, de numerosos castros. El reflejo de la difusión de esta nueva cultura lo encuentran en las cerámicas celtibéricas, las cuales convivirán con elementos arcaizantes justificados por la lejanía del poblado respecto a los principales núcleos celtibéricos (Vega et alii, 1986). Entre 2009 y 2013, nuevamente vinculado al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria y bajo la dirección de Pedro Ángel Fernández Vega, se ejecutó un nuevo proyecto de investigación con un triple objetivo: ahondar en el conocimiento de las estructuras defensivas y del hábitat del castro, comprobar la existencia de un final violento a manos de las legiones de Roma y contextualizar los materiales procedentes de las Catas 3 y Tierra Julia, los cuales habían sido relacionados con una posible necrópolis (Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 651). La primera actuación se basó en la realización de una prospección electromagnética intensiva por todo el entorno del enclave. Los resultados de la misma permitieron distinguir, junto a diversos restos prerromanos, dos concentraciones de materiales militares romanos (clavi caligae principalmente): al noroeste, en la zona más próxima a los campamentos de La Poza y el castellum de El Pedrón, y en torno a las defensas meridionales conservadas en la Cata Poblado (Fernández Vega et alii, 2012). De esta forma se pudo confirmar la existencia de un asalto al castro durante las Guerras Cántabras.

En 1986 Raúl Vega, Regino Rincón y Eduardo Van den Eynde realizan la segunda intervención arqueológica en el castro de Las Rabas, la cual hasta ahora ha permanecido inédita. Según recogen en el informe de la intervención, las “nuevas excavaciones se centraron en el lugar conocido como “Poblado”, desarrollándose en dos fases sucesivas y abarcando una totalidad de 14 áreas de 3 × 3 metros, separadas por testigos de 1 metro. Al tiempo, examinadas las secciones del terreno obtenidas en la totalidad de las campañas, se realizó un corte estratigráfico en el punto de mayor acumulación de restos, a la búsqueda de algún tipo de serie en la continuidad de niveles” (Vega et alii, 1986). Los planos conservados y el estudio de materiales revelan la existencia de un Sector 1 compuesto por cuatro cuadros de 3 × 3 m separados por testigos de 1 m, un Sector 2 compuesto por 12 cuadros de 3 × 3 m separados por testigos de 1 m al que se une el sondeo destinado a la búsqueda de secuencia estratigráfica denominado Tr. Sondeos, y un área conocida como Sondeo Cenizales de la que no tenemos más información.

En la concentración más septentrional, la presencia de una pronunciada depresión que pudiera relacionarse con un foso defensivo motivó que fuera sondeada para su comprobación (Sondeo 1/2009). La poca entidad de las evidencias, así como la inexistencia de restos de murallas o de su cimentación, llevaron a interpretar el lugar como una formación natural que pudo ser reaprovechada en época de conflicto (Fernández Vega et alii, 2012: 218–221). Entre el año 2011 y 2013, con el fin de documentar el sistema defensivo ya identificado en la Cata Poblado, se abrió el Sondeo 3. Como veremos en el siguiente apartado, se trata de un área compleja compuesta por una terraza con paramento exterior, una muralla de doble paramento y un acceso. Por su parte, el Sondeo 2/2011, de 2 × 1 m, y el Sondeo 2/2010, de 4 × 4 m, se replantearon en zonas al interior con tendencia aterrazada ante la posibilidad de que pudieran haber sido aprovechadas para el levantamiento de estructuras de hábitat. Los resultados obtenidos fueron infructuosos en ambas áreas, aunque no sucedió así en el Sondeo 1/2010, de 4 × 2,5 m, donde el hallazgo de unas placas articuladas durante la prospección electromagnética puso al descubierto los restos de una cabaña de planta circular.

A diferencia de las campañas de 1968–1969, en esta ocasión los planos nos indican que llegaron a distinguirse niveles arqueológicos para los que solo disponemos de una información descriptiva (Figuras 4.2 a 4.4). En el Sector 1 se documentaron cinco niveles, en el Sector 2 seis y en Tr. Sondeo ocho. La diferencia en las tres zonas radica en el nivel III, el cual en Tr. Sondeo se subdivide en tres unidades (IIIa –cenizal de capas rojas-, IIIb –cenizal de capas grisesy IIIc –cenizal negro y hogares) mientras que en las otras dos áreas solo está representado el nivel IIIc. En las dos zonas del Sector 2 se identifica igualmente un nivel entre el IIIc y el IV para el que no se tiene ningún dato. 75

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.2. Sector I de 1986 a partir de Vega et alii, 1986.

La historiografía más relevante del enclave podemos completarla con tres trabajos centrados en tres piezas singulares: una ocarina de asta (Gomarín, 1984), un as perforado de Cneo Pompeyo (Bolado, 2009a) y una tésera de oso (Fernández Vega y Bolado, 2011a); y con cuatro trabajos de síntesis. En 1985 Regino Rincón, en el capítulo de la Historia de Cantabria: Prehistoria, Edades Antigua y Media titulado Las Culturas del Metal, afronta de nuevo el estudio del yacimiento y, al igual que M.A. García Guinea en dos publicaciones posteriores (García Guinea, 1997; 1999), continúa manteniendo las primeras interpretaciones ya conocidas. En 2006 retomamos la revisión integral del

yacimiento, plasmándose parcialmente en el trabajo de máster presentado en la Universidad de Cantabria bajo el título El castro de Las Rabas y el Bellum Cantabricum: una propuesta para el estudio de la Edad del Hierro en Cantabria (Bolado, 2008), en donde se realizó una reinterpretación de las estructuras defensivas y se aportaron nuevas pruebas que vinculaban el fin del castro con las Guerras Cántabras. La publicación y consolidación de los resultados (Bolado y Fernández Vega, 2010a; Bolado et alii, 2011) permitió sentar las bases para iniciar las últimas campañas realizadas desde el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. 76

77  Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.3. Sector II de 1986 a partir de Vega et alii, 1986.

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

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Figura 4.4. Sector II de 1986 a partir de Vega et alii, 1986.

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro 4.1.3. Estructuras

espacio a modo de paseo de ronda (Bolado, 2008; Bolado y Fernández Vega, 2010a: 408–411; Bolado et alii, 2010: 88). Este hecho hizo que nos planteásemos la posibilidad de que cada una pudiera pertenecer a un momento constructivo diferente, a dos fases que bien podrían responder a una refortificación del yacimiento o incluso pertenecer a culturas distintas. Una hipótesis esta última sustentada en la habitual práctica por parte del ejército romano de establecer barracones o castella en poblados conquistados durante las Guerras Cántabras (Peralta, 2000: 363–364; 2002a: 328–330; 2003: 275; 2008: 153– 155; Peralta et alii, 2000: 290–291).

El poblado se extiende por una superficie aproximada de unas 10 ha, con límites bastante claros hacia el norte, oeste y sur. Su margen septentrional queda delimitado aparentemente por el foso natural cuya depresión toma dirección sur-suroeste por la media ladera hasta llegar al lugar donde aún se conservan los restos de un acceso defendido por murallas. Hacia el sur los límites del castro quedan marcados por la leve continuación del amurallamiento que se aprecia sobre el terreno y por las pronunciadas pendientes que ponen fin al altozano, bajo las cuales fluye del río Marlantes. El desnivel se mantiene hacia el norte donde, junto con la Mayuela, se crea una pequeña vaguada que antaño fue aprovechada para la plantación de patatas. Es en esta zona donde los límites se vuelven más difusos discrepándose si pudieran estar conformados sencillamente por la vaguada o si, por el contrario, se levantarían a modo de defensas (pétreas o de madera) en los extremos orientales con el fin de aprovechar la posición elevada como ventaja táctica y militar.

Desde el punto de vista cronológico, más allá de las consideraciones generales para el yacimiento, A. Esparza, P. Moret y E. Peralta, tomando como paralelo la muralla interna y el bastión de la acrópolis de Monte Bernorio, hoy adscritos al mundo militar romano (Torres-Martínez et alii, 2011; Torres Martínez, 2007; 2015), propusieron que la muralla interior perteneciese al siglo I a.C. (Esparza, 1982: 399; Moret, 1996: 16–17; Peralta, 2003: 60).

4.1.3.1. Defensas

Parte de estas hipótesis e interpretaciones fueron confirmadas por el Sondeo 3 realizado en 2011 y 2013, el cual se extendió por una superficie de 196 m2 (Figura 4.5). La muralla exterior (U.E. 6, 9 y 10) fue efectivamente fabricada con un doble paramento relleno cuya anchura alcanzaba los 3,5 m. La muralla interior, por su parte, fue creada de forma aterrazada con un único paramento adaptándose a la pendiente existente (U.E.3, 4 y 14). Ambas estructuras parecen mantener un mismo trazado paralelo en dirección noroeste-sureste, no obstante se aprecia como la muralla interna realiza un giro hacia el este creando una forma angulosa. Esta inflexión tiene lugar en el mismo punto donde en la cara interna de la muralla exterior de documentó una estructura de la que solo se conservan dos muros en ángulo recto de 3,5 m y 2 m (U.E. 7 y 8). La explicación a la misma la encontramos 18 m al noroeste donde se pudo descubrir un pequeño acceso de apenas un metro de ancho el cual estaba flanqueado por restos de muros, quizás pertenecientes a dos estructuras muy mal conservadas. Esta puerta del castro, la única conocida hasta el momento, obligaba a transitar por un pasillo estrecho entre las dos defensas, ampliándose paulatinamente hasta llegar a la citada estructura adosada a la cara interna de la muralla exterior, la cual pudo jugar algún papel en el control del acceso. En su parte inicial el suelo contaba con una pavimentación de piedra pequeña que no se conserva en el resto del área. Solamente en el punto donde la muralla interna realiza el giro se conservan varias losas escalonadas. El acondicionamiento de las entradas no es algo extraño en el mundo prerromano documentándose en poblados como Monte Ornedo (Schulten, 1942: 7), Monte Bernorio (Torres Martínez, 2015: 126–128), Dessobriga (Misiego et alii, 2003: 46), La Corono/El Pesadero (Misiego et alii, 2013: 188) o Ulaca (Álvarez-Sanchís et alii, 2008: 342).

Las únicas estructuras defensivas documentadas son las existentes en el sur donde, en origen, se distinguieron dos murallas. M.A. García Guinea y R. Rincón (1970: 16–18; García Guinea, 1997: 5), el equipo que intervino en 1986 (Vega et alii, 1986) y M.A. Marcos García (1985) relacionan ambas murallas entre sí considerándolas contemporáneas, pero sin entrar a describir su sistema constructivo. La muralla interna, que llegan a seguir durante 50 metros en dirección suroeste-sur, mostraba un único paramento externo de unas 5–6 hiladas, que era complementado por un foso, una hilera de piedras hincadas y una empalizada de la que se dice que se conservaron los agujeros de poste. Hacia su extremo este señalan la existencia de un leve giro que conformaría un recodo, interpretado como una de las puertas de acceso al castro (García Guinea y Rincón, 1970: 17; Rincón, 1985: 186). La muralla externa, que discurre paralela a la primera a unos ocho metros de distancia, es entendida como una defensa pasajera a modo de trincheras. Fraile López coincide con lo dicho para la muralla interna, aunque cree que el ángulo que conforma hacia el este no sería tan pronunciado de no haber sido sobreexcavado. Para este autor el trazado de ambas no es paralelo sino que la defensa externa se desarrolla en dirección noroeste-sureste, prolongándose el extremo noroeste hacia la muralla interna con el fin de estrechar el espacio entre las mismas y dar lugar a una entrada en embudo (Fraile, 1990:133) En las investigaciones que iniciamos a comienzos del siglo XXI hicimos hincapié en las diferencias constructivas de ambas murallas. La muralla externa mostraba un doble paramento relleno de ripio mientras que la muralla interna se creó a partir de una sólida cara externa asentada en la roca madre, cuya parte posterior fue reforzada con tierra y rocas, creándose quizás también una rampa y un pequeño

A lo largo de unos 20 m, delante del paramento de la muralla interior y con una separación inferior al metro de anchura, se documentaron dos paramentos que pudieran responder 79

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

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Figura 4.5. Plano del Sector 3 de 2011 y 2013.

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro a nuevas estructuras. Lamentablemente la finalización del proyecto impidió que se afrontase su estudio.

como al sur no supone que debamos descartarlo como parte del sistema defensivo.

Gran parte de la zona trabajada se hallaba fuertemente alterada al haber sido un área previamente excavada en 1968, 1969 y 1986, lo que dificultó la identificación de unidades estratigráficas que no fueran estructuras o niveles naturales. Solamente el corte que se generó al noroeste durante la campaña de 2011 permitió distinguir dos unidades que vinculamos con dos posibles suelos (U.E. 5 y 11), sobre los que se asienta un paquete de tierra rubefactada con carbones (U.E. 13). En los tres casos parten desde la muralla interna hasta llegar a la estructura intramuros, donde se interrumpen. De las 5664 piezas halladas en este sondeo 518 proceden de las unidades 5 y 11. La U.E. 5 ha proporcionado 310 restos óseos, nueve restos de bronce, 11 galbos de cerámica a torno y uno de cerámica a mano oxidante, un fragmento de hierro, otro de material constructivo y una fíbula zoomorfa esquematizada. La U.E. 11 ha facilitado 181 restos óseos y 3 galbos de cerámica a torno. La fíbula, fechada entre los siglos II-I a.C., permite datar la U.E. 5 en este momento, convirtiendo la U.E. 11 en un episodio más antiguo, si bien inicialmente no se aprecian diferencias desde el punto de vista del registro material. Lo que sí parece evidente es que la escasa entidad de los restos conservados indica que el sistema defensivo fue destruido hasta los cimientos.

En lo referente a la hilera de piedras hincadas citada por varios autores, que ha sido puesta en relación con los chevaux-de-frise (Rincón, 1985: 186; Vega et alii, 1986; García Guinea, 1997: 27), aun no habiendo sido documentada durante las últimas campañas, sí que ha podido ser observada en varias fotografías antiguas (Fig­ ura 4.6). Esta está formada por una hilera lajas dispuesta a escasos centímetros de la base del lienzo de la muralla interior, conformando una especie de pasillo o canal de uso desconocido que no parece extenderse por toda la estructura. Su forma y discurrir lineal no continuo impide que lo podamos considerar como parte de un campo de piedras hincadas, más cuando se localizaría al interior de la muralla externa, en pleno acceso al castro. 4.1.3.2. Estructuras de hábitat Las primeras noticias que encontramos sobre evidencias de hábitat en el poblado proceden de la memoria de la campaña de 1986, en donde se recoge que “…la zona de habitación, que como decíamos se extiende por el lado contrario a la muralla, al abrigo de miradas y con fácil huida a Campoo a través de Peña Cutral, debió estar formado en su tiempo por un conjunto de chozas de adobe con suelo de pequeñas losas de areniscas” (Vega et alii, 1986). R. Rincón (1985: 186) y M.A. Fraile (1990: 132) coinciden también en extender el área de viviendas hacia la zona extramuros de la vaguada mientras M.A. García Guinea (1997: 4–5; 1999: 102), sin referirse a ninguna zona en concreto del poblado, precisa un poco más la definición de las cabañas describiéndolas como estructuras de adobe de planta circular, con techos de ramaje y suelo de arenisca. Ninguna de estas hipótesis se sustentaba sobre pruebas materiales ni estratigráficas, aunque años después se dieran a conocer tres fragmentos de conglomerado de cabaña, uno de ellos decorado con impresiones circulares, procedentes del Área 3 y la Cata 4.

Las referencias hacia la existencia de restos de empalizada (Marcos García, 1985: 19; 1986–1987: 480; Rincón, 1985: 186; Vega et alii, 1986. García Guinea, 1997: 5), que con toda seguridad remataron las defensas, piedras hincadas (Rincón, 1985: 186; Vega et alii, 1986; García Guinea, 1997: 27) y un foso (García Guinea y Rincón, 1970: lam. IV; Fraile, 1990: 132; Bolado, 2008; Bolado y Fernández Vega, 2010a: 410; Bolado et alii, 2010: 88; Fraile, 1990: 132; Vega et alii, 1986), no han podido ser confirmadas en el área excavada. El foso se consideró tradicionalmente que fue excavado para proteger todo el lado occidental del castro, quedando bien conservado en la zona norte, donde podría alcanzar los 2,3 m de anchura (Bolado et alii, 2010: 88; Bolado y Fernández Vega, 2010: 408–410). En este último punto, con el fin de corroborar su existencia, se replanteó el Sondeo 1/2009 de 17 × 2 m (Fernández Vega et alii, 2012: 218–221). Durante su excavación se documentaron ocho unidades estratigráficas, tres de ellas de composición natural y geológica (U.E. 1, 6 y 8), tres niveles de relleno (U.E. 2, 4 y 6) y una unidad que, por su formación y ubicación, podía haberse interpretado como el relleno de una hipotética muralla de doble paramento que nunca existió (U.E. 7). La entidad de todas ellas, a pesar de haberse propuesto que existieron estructuras defensivas (Bohigas, 2011: 8), impide afirmar que se hubieran construido, fueran en positivo o en negativo. Nos encontramos por tanto ante un área donde los caprichos de la geología del terreno han creado una depresión natural que no descartamos que, en algún momento, fuera reavivada y mejorada para su aprovechamiento, como prueban los lascados de la roca madre. La inexistencia de restos del foso tanto al norte

Este pequeño hallazgo habría la posibilidad a que la zona de la vaguada, donde se abrieron las Catas 3A, 3B, 3C y la Cata Tierra Julia, realmente hubiera podido acoger alguna estructura de habitación, algo que motivó que en el año 2011 se realizase el Sondeo 1 (Bolado et alii, 2019). La cata, de 3 × 3 m y con una potencia máxima de 2,5 m, se replanteó en la zona septentrional de la vaguada, próxima al área ocupada por las antiguas catas, documentándose durante su excavación un total de seis unidades estratigráficas: – U.E.1: capa vegetal. – U.E.2: unidad compacta de tierra negruzca mezclada con piedras de tamaño pequeño y mediano. – U.E.3: nivel compacto de piedras medianas y pequeñas con escasa tierra. – U.E.4: unidad de tierra negruzca suelta con escasa piedra. – U.E.5: nivel plástico de tierras marrones. – U.E.6: roca madre 81

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.6. Lajas hincadas. Foto: ©Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria.

Ninguna de ellas aportó estructura alguna, proporcionando materiales contemporáneos entre si desde la U.E.1 a la U.E. 4. En total se recuperaron 2904 piezas: 2271 fragmentos óseos, 396 restos de cerámica a torno, 166 de cerámica a mano, 24 bronces, 30 piezas de hierro, tres restos de fíbula, dos materiales romanos y 12 piezas de materiales diversos. De todos ellos el 77% procede de la U.E. 4, lo que parece indicarnos que se trata del nivel original. La U.E. 2 y 3 seguramente respondan a niveles artificiales de aterrazamiento creados con el aporte de tierras de las proximidades, lo que explicaría el escaso material proporcionado.

con prácticas funerarias, descartando a su vez el análisis osteológico preliminar la presencia de restos humanos. Con los datos de que disponemos, la hipótesis más plausible para la vaguada es que hubiera sido aprovechada como zona de vertedero extramuros, y quizás de acceso natural (Fraile, 1990: 131–133; Bolado et alii, 2010: 91; Bolado y Fernández 2010: 409; Bolado et alii, 2019). Dicha funcionalidad explicaría el conjunto de materiales recuperado durante 2011, caracterizado por un alto grado de fragmentación de las piezas y un predomino de la fauna. De esta forma la U.E. 4 se identificaría con los restos de un basurero, una práctica que resulta frecuente en la Edad del Hierro y que también pude verse en el oppidum de la Ulaña (Humada, Burgos) (Marín y Cisneros, 2008: 152).

Los resultados de esta intervención permiten descartar por el momento que la vaguada fuese empleada como zona de hábitat, la cual, como prueban los restos de la Cata 4 y de la cabaña del Sondeo 1/2010, se establecería en la zona alta de la loma. Los pocos fragmentos de conglomerado de pared hallados en la vaguada podrían explicarse por movimientos postdeposicionales o antrópicos, o como consecuencia de la destrucción del yacimiento durante las Guerras Cántabras.

La única cabaña documentada en el castro de Las Rabas se localiza en el extremo sureste el poblado, a unos 950 m de altitud. Allí, el hallazgo de unas placas articuladas durante la prospección electromagnética de 2009, reveló la existencia de abundantes conglomerados de pared que, debido al calor al que fueron sometidos, habían adquirido una textura compacta que sellaba y protegía tanto las placas como distintos restos de madera quemada. No fue hasta el año 2010 cuando se pudo replantear el Sondeo 1/2010 y poner así al descubierto los restos de una estructura de habitación (Fernández Vega et alii, 2012: 224–228). Esta mostraba una planta

Este sondeo permite descartar igualmente la interpretación de la Cata Tierra Julia como una zona de necrópolis en base a la estratigrafía cenicienta citada por M.A. García Guinea y al cráneo aparecido en 1969 (Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 651). No se han podido identificar evidencias de cremaciones ni de materiales que puedan relacionarse 82

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro con tendencia circular de aproximadamente 3 m de diámetro, habiéndose construido directamente sobre la roca madre aprovechando un aterrazamiento natural que fue acondicionado en su parte norte-noroeste. La estructura se fabricó íntegramente con material orgánico. El esqueleto lo formaban dos partes: unos postes perimetrales hincados, agrupados de tres en tres, de los que se conservaban ocho, y los entramados de varas sobre los que iría posteriormente adherido el conglomerado de pared, tanto interiormente como exteriormente, de los que sólo nos han llegado sus negativos. El techo estaría formado igualmente por un entramado de varas y troncos maestros cubiertos de material vegetal mientras que, para el suelo, se empleó una sencilla y fina capa de tierra pisada. En él aún se conservaban dos pequeños galbos de cerámica oxidante a torno, un remache de bronce, múltiples plaquitas y chapas del mismo metal de pequeño tamaño y muy deterioradas por la acción del fuego, dos fragmentos de arenisca de lo que parece que fueron afiladeras y varios fragmentos óseos, tanto dentro como fuera de la estructura. Curiosamente aquellos que se encontraban en el interior, bajo el conglomerado, se hallaban completamente calcinados mientras que los recuperados del exterior, como los restos de suido, no presentaban estas alteraciones.

materiales recuperados, 19 en total, procedían del único nivel fértil (U.E.2), de escasa potencia y con ausencia total de estructuras, suelos o cualquier alteración que pudiese vincularse con acciones antrópicas. Entre todas las piezas, junto a algunos restos óseos, hierros y bronces amorfos, destacan dos chapas de guarnicionería con decoración lineal y remaches y dos posibles remates de prolongaciones de fíbulas del tipo 8A2 de Argente (1994: 84–95). El sondeo restante (Sondeo 1/2011) se dispuso en el extremo sureste, en una de las zonas de mayor altitud del castro donde podía apreciarse una plataforma cuyo extremo occidental quedaba delimitado por un aparente doble terraplén. Sus características hacían sospechar un origen antrópico, pudiendo constituir los restos de una posible acrópolis. El sondeo, de 8 × 1 m, descartó esta posibilidad evidenciando que se trataba de una formación geológica de la cual no se recuperó ningún material arqueológico. 4.1.4. Registro material El registro material recuperado del castro de Las Rabas se compone de un total de 22.831 piezas. Entre ellas los restos de fauna son los que adquieren una mayor representación con 11.679 fragmentos (51,2%), seguidos por el conjunto cerámico que, con 9575 elementos, alcanza el 41,9 % del registro. En proporciones muy inferiores se sitúan los objetos de hierro (2,5%, n=581) y bronce (1,7%, n=382), los conglomerados de pared (0,8%, n=194), el material militar romano (0,3%, n=70), los restos líticos (0,2%, n=50) y las escorias de hierro (0,2%, n=42). Por debajo de la decena de ejemplares tenemos fusayolas (n=9), monedas (n=6), industria ósea (n=3), restos humanos (n=1), ocres (n=1), una cuenta oculada y una varilla de torques de oro. Bajo la denominación “otros” se han incluido 236 objetos postmedievales y fósiles entre los que destacan los restos de cerámica vidriada.

Buena parte de los fragmentos de bronce y el remache debemos de asociarlos, sin lugar a dudas, con el conjunto de placas y cadenas, al cual también debemos vincular un nuevo objeto de bronce altamente deteriorado que fue hallado en suelo de la estructura y que pudiera responder a algún tipo de recipiente. El mal estado de conservación de la cabaña se debe a dos factores. Por un lado al proceso de destrucción al que fue sometido, representado por las evidencias de incendio y los materiales calcinados y, por otro, a su ubicación pues, a pesar de aprovechar el aterrazamiento natural como base, parte de su desarrollo quedaría fuera del mismo, obligando de esta forma a sus constructores a salvar el desnivel mediante algún tipo de relleno o estructura voladiza que no se ha conservado y que, con su destrucción, precipito parte de la estructura pendiente abajo.

Si analizamos la distribución del material por cata y sondeo observamos que 10.676 piezas carecen de una localización exacta, mientras que de las restantes 12.155 conocemos la zona de procedencia de 6653 y de 5502 su zona de procedencia y nivel estratigráfico. Atendiendo a las distintas campañas realizadas se aprecia cómo es en las más antiguas donde se ha producido la mayor pérdida de información, pues de las 18.729 piezas documentadas solamente hemos podido relacionar con las zonas excavadas 3697. Para ello, ante la ausencia de un inventario, nos hemos basado en las referencias publicadas en la monografía de 1970, en las etiquetas de las bolsas y, con mayor cautela, en las siglas. Estas últimas aparecen en una pequeña proporción de las piezas y no siguen una seriación única, siendo muy variables las denominaciones empleadas, lo que ha dificultado la clasificación e imposibilitado, en muchos casos, conocer la información que contenían. En cuanto a la ausencia de referencias estratigráficas, resulta comprensible al interpretarse que el yacimiento estaba formado por un único nivel.

Un fragmento procedente de una madera apuntada vinculada con las placas articuladas fue datado en 2175±30BP (Poz-32.924), lo que permite situar la estructura entre la primera mitad del siglo IV a.C. y la primera mitad del siglo II a.C. En 2010 y 2011 se realizaron otros dos sondeos al interior del enclave con el fin de detectar nuevas estructuras de hábitat o intramuros. El primero de ellos (Sondeo 2/2010), se dispuso en un aterrazamientos situado al suroeste, en la misma área donde el año anterior se recuperó un fragmento de varilla de torques, un denario celtibérico acuñado en Turiaso y un enganche de tahalí. El sondeo, de 4 × 4 m, estaba formado por tres unidades estratigráficas (U.E.1: humus; U.E.2: nivel de tierra con piedra de pequeño y mediano tamaño y U.E.3: roca madre). Los pocos 83

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) La información existente de la campaña de 1986 no es mucho mejor. Nuevamente nos encontramos ante la ausencia de un inventario, debiendo extraer toda la información posible de las etiquetas y de las ocasionales siglas. Esto nos ha permitido realizar una distribución del material por sectores y sondeos y, en el caso de 2025 piezas, conocer su nivel estratigráfico. De ellas 125 pertenecen al nivel I del Sector 1, 243 al nivel II del Sector 1 y 1657 al nivel II del Sector 2. Para los restantes tres niveles del Sector 1 y cinco niveles del Sector 2 no hay datos disponibles, aunque sí se conservan restos materiales vinculados a ambas zonas. Esta laguna en la información del registro nos obliga a considerar los datos extraídos como insuficientes a la hora de proceder a interpretar ambos sectores.

tipos de producciones: cerámica a mano (n=7210, 75,6%), cerámica a torno (n=2276, 23,87%), cerámica campaniense o de imitación (n=14, 0,14%), cerámica común romana (n=2, 0,02%) y cerámica medieval (n=35, 0,37%). Esta última, al no ser objeto de este trabajo, ha sido desestimada, articulándose el estudio en torno a las restantes producciones. 4.1.4.1.1. Cerámica a mano 4.1.4.1.1.1. Rasgos tecnológicos De los 7210 fragmentos existentes, las medidas tomadas en 937 de los bordes y 404 de las bases que conservan ambas superficies nos muestran un grosor medio de 6,69±3,39 mm y 4,45±1,27 mm respectivamente; en los cuellos (n=152) la cifra es de 4,08±1,16 mm. Todas las piezas conservan trazas propias de una manufactura realizada a mano, no existiendo una atmosfera de cocción predominante. En el 50,6% (n=3650) de los casos ha sido alternante, en 48,2% (n=3477) reductora y, de forma minoritaria, oxidante en el 1,2% (n=83) de las piezas.

Durante las campañas realizas entre 2009 y 2013 la recogida sistemática de datos posibilitó la correcta vinculación del registro por área y, en cuatro de los sondeos, por nivel estratigráfico. De ellos son de destacar el Sondeo 1/2010, donde las 232 piezas halladas se relacionan con la cabañas y sus distintas unidades constructivas (U.E.1=1, U.E.2=1, U.E.3=230); el Sondeo 1/2011, cuya U.E.4 es la más fértil con 2236 piezas frente a 74 de la U.E.1, 285 de la U.E.2, cinco de la U.E.5 y dos de la U.E.6; y el Sondeo 3/2011, en donde el material se distribuye por nueve unidades estratigráficas: 76 en la U.E.1, siete en la U.E.3, siete en la U.E.4, 303 en la U.E.5, 11 en la U.E. 8, 32 en la U.E. 9, siete en la U.E. 10, 153 en la U.E.11 y seis en la U.E.12.

Salvo 53 superficies exteriores y 68 interiores, el resto de ellas muestran trazas tecnológicas de distintos tratamientos. El más frecuente de todos es el regularizado, documentado en el 80,8% de las superficies exteriores y en el 90,1% de las interiores. El raspado está presente en el 8% de las superficies exteriores y en el 7,9% de las interiores. El bruñido adquiere proporciones similares en las superficies exteriores con un 7,5%, mientras en las interiores solamente se documenta en el 0,6% de los casos. El espatulado, por su parte, se identifica en el 1,2% de las superficies exteriores y en el 0,2% de las interiores. La combinación de tratamientos no supone una práctica habitual, siendo más frecuente en la superficie exterior. El bruñido junto con el espatulado se observa en el 1,5% de las superficies exteriores y 0,1% de las interiores, el bruñido y el raspado se documenta en el 0,2% de las exteriores y 0,1% de las interiores, mientras que las combinaciones raspado-espatulado y regularizadoraspado solo están presentes en una y dos superficies exteriores (Tabla 4.7).

A pesar de que M.A. Marcos García (1985), a partir de los restos cerámicos, distinguiese tres momentos en el poblado, los datos estratigráficos de los que disponemos hasta ahora impiden hablar de más de una ocupación. En los sectores 1 y 2 de 1986 resultan insuficientes, mientras que los sondeos 2/2009, 1/2010, 2/2010 y 2/2011 o no aportan información al respecto o esta se circunscribe únicamente a las estructuras descubiertas. Lo mismo sucede en el Sondeo 3/2011 donde, junto a las estructuras defensivas y de acceso, solo se identifican dos posibles niveles de suelo (U.E.5 y U.E.11). U.E.5 se fecha entre el II-I a.C. siendo posible que U.E.11 responda a un momento anterior. No obstante, la falta de diferencias entre los registros de materiales de ambas unidades nos impide confirmarlo. El Sondeo 1/2011 no resulta más esclarecedor pues, como ya señalamos, parece tratarse de un área donde existe un único nivel fértil el cual se ha visto alterado y contaminado por los aterrazamientos agrícolas posteriores (Bolado et alii, 2019).

4.1.4.1.1.2. Rasgos morfológicos

4.1.4.1. La producción cerámica

Del total del conjunto el 72% son galbos. Los bordes representan el 13,2%, las bases el 6,6% y los cuellos el 5%. Junto a estas partes debemos tener en cuenta también los elementos complementarios como las asas (2,7%) y las tapaderas (0,2%). Una de las vasijas conserva su desarrollo completo y en diez casos presentan una gran parte del mismo. Esta particularidad, a la hora de realizar el estudio morfológico, ha hecho que tengamos en cuenta dentro del mismo cada una de sus partes de forma independiente. En 21 casos, el fragmento cerámico no ha podido identificarse desde el punto de vista morfológico.

El conjunto cerámico está compuesto por 9537 fragmentos y 38 fichas. Dentro de él se pueden distinguir cinco

En lo que respecta a los bordes (n=961) existe un claro predominio de los de tipo plano (75,3%), entre los que

La ausencia de fases de ocupación y las características tipológicas uniformes del material, con la salvedad de los restos romanos vinculados a la fase de conquista del poblado, nos obligan a realizar un estudio de las colecciones del yacimiento en conjunto, el cual se enmarca en la Segunda Edad del Hierro.

84

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro Tabla 4.7. Tratamientos superficiales Tratamiento superficie exterior Bruñido Raspado Regularizado Espatulado 537

580

5829

87

Espatulado y bruñido

Raspado y espatulado

108

1

Raspado y Raspado No se TOTAL regularizado y bruñido conserva 2

13

53

7210

Tratamiento superficie interior Bruñido Raspado Regularizado Espatulado 43

570

6500

17

Bruñido y espatulado

Bruñido y raspado

No se conserva

TOTAL

7

5

68

7210

se identifican planos horizontales (n=311), biselados al exterior (n=292), planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=92), biselados al interior (n=16) y planos biselados al exterior con engrosamiento (n=13). Los bordes redondeados constituyen el 20,8% de la población siendo la mayor parte de ellos del tipo simétrico (n=154), seguido de los asimétricos al exterior (n=30) e interior (n=16). Los bordes vueltos al exterior representan el 1% (n=10), mientras que en proporciones inferiores encontramos apuntados (n=5), cóncavos simétricos (n=4), rebordeados al exterior (n=3), engrosados (n=2) y agudos (n=1). En doce casos el tipo de borde no ha podido ser determinado.

con engrosamiento al exterior (n=16), biselados al exterior (n=3), biselados al interior (n=2) y planos biselados al exterior con engrosamiento (n=1). El restante 8,8% se reparte entre bordes apuntados (1%, n=1) y redondeados (7,8%, n=8), donde hay seis ejemplos dentro de los simétricos, uno en los asimétricos al exterior y otro en los asimétricos al interior. La morfología de los cuellos señala una convivencia proporcional entre los rectilíneos verticales y exvasados (30,5% y 24,1%) y los cóncavos verticales (23,4%). Los cóncavos entrantes y exvasados adquieren proporciones del 7,7% y del 14,1%. El 0,6% restante no ha podido ser determinado.

La tendencia de los bordes se ha podido documentar en 924 de ellos, existiendo un predominio de la exvasada (54%) frente a la recta (35%) y la entrante (11%). El 47,8% de los bordes planos son exvasados, concentrándose esta tendencia en los planos biselados al exterior (n=257) y, en menor medida, en los planos horizontales (n=61), planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=11), planos biselados al exterior con engrosamiento (n=10) y biselados al interior (n=7). En los bordes redondeados esta tendencia resulta igualmente mayoritaria estando presente en el 69% de ellos, principalmente en los simétricos (n=99) frente a los asimétricos al interior (n=13) y exterior (n=26). En los bordes vueltos al exterior (n=8), rebordeados al exterior (n=3) y agudos (n=1) es la única tendencia documentada, mientras que se identifica en dos bordes apuntados y en un borde cóncavo simétrico.

Entre las 476 bases analizadas se han podido distinguir seis tipos, todo ellos planos (Figuras 4.42 y 4.43). Los más comunes son el plano simple (n=195) y el plano de perfil ondulado (n=153). Dos piezas pertenecen a una variante de este último caracterizada por la presencia de una acanaladura interior, ocho a bases con pie indicado, y de las bases rehundidas y rehundidas con pie indicado hallamos un ejemplar. En 116 piezas el tipo no ha podido ser determinado. En lo concerniente a las 193 asas hemos procedido a clasificarlas a partir de su sección. Las más frecuentes son las circulares (n=46) y rectangulares (n=45), seguidas de las bilobuladas (n=28), trilobuladas (n=21) y las ovoidales (n=17). De forma aislada encontramos ejemplos de asas con secciones circulares con rebajes laterales (n=6), cuadrangulares (n=3), semicirculares (n=1), triangulares (n=1), circulares concéntricas (n=1) e irregulares (n=1). En 23 piezas no se ha podido determinar la sección (Figuras 4.38 a 4.41).

La tendencia recta es empleada principalmente en los bordes planos (84,2%), especialmente en los planos horizontales (n=173). En menor medida aparece en los bordes planos con engrosamiento al exterior (n=63), biselados al exterior (n=29), biselados al interior (n=6) y biselados al exterior con engrosamiento (n=1). Un 13,9% se concentra en los bordes redondeados, especialmente en los simétricos (n=40); tres casos están presentes en los biselados al exterior y dos en los biselados al interior. Esta tendencia es la única existente en los bordes engrosados (n=2) y mayoritaria en los bordes cóncavos simétricos (n=2). Entre los bordes apuntados aparece en una única ocasión.

4.1.4.1.1.3. Rasgos decorativos Dentro del conjunto de cerámica a mano, las piezas que presentan algún tipo de decoración representan el 5,7% (n=408). Todos los motivos se realizan siempre sobre la superficie externa concentrándose principalmente en los galbos (71,6%) y en los bordes (21,8%), con escasos ejemplos en las asas (5,6%), en las tapaderas (0,7%) y en las bases (0,3%). Las técnicas documentadas son la incisión, la impresión, la aplicación de motivos plásticos, y la combinación de impresión e incisión e impresión y

La tendencia restante, la entrante, también se concentra principalmente entre los bordes planos (91,2%). La vinculación más frecuente es con los bordes planos horizontales (n=71), seguidos de los planos horizontales 85

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) aplicación de motivos plásticos. La impresión (54,2%) está representada por 12 motivos decorativos distintos. Entre ellos el más común es el digitado, bien mediante digitaciones simples o seriadas (40,7%), arrastres de dedo lineales (15,4%), o la combinación de ambos (2,3%). Los estampillados constituyen el 28,5% de las impresiones identificándose motivos circulares (n=51), rectangulares (n=8), triangulares (n=1) y combinaciones de circulares y rectangulares (n=3). Las ungulaciones simples o seriadas se documentan en diez piezas, el puntillado en dos y las impresiones realizadas con instrumento en 17. Estas últimas pueden clasificarse en impresiones con punta (n=12), ovaladas (n=3) e indeterminadas (n=2) (Figuras 4.8, 4.9, 4.18 a 4.28). La incisión (33,8%) desarrolla por su parte seis tipos de motivos: lineales (42,8%), en V y zigzag (38,4%), en espiga (8,7%), ondas (8,7%) y, en un caso, se combinan las incisiones lineales y de ondas (Figuras 4.8, 4.29 a 4.32). Los cordones lisos, documentados en 15 casos, y los mamelones identificados en dos fragmentos, son los únicos motivos empleados dentro de la técnica plástica (Figura 4.9 y 4.33).

más comunes son las digitaciones, arrastres de dedo y la combinación de ambas (63,2%). Los estampillados constituyen el 25,3%, siendo más utilizados los circulares (n=39) que los rectangulares (n=2), la combinación de estos (n=2) o los triangulares (n=1). Ungulaciones se documentan en el 3,5% de los casos, impresiones con instrumento en el 6,9% y puntillados en el 1,2%. Los motivos incisos desarrollados en los galbos son cuatro: incisiones en V o zigzag (49,4%), lineales (34,2%), ondas (15,2%) y espigas (1,3%). Las incisiones en V o zigzag con estampillados circulares en los ángulos agudos son el motivo combinado más empleado en los galbos (75%), debiéndose considerar como infrecuente la aparición de incisiones en espiga con digitaciones o impresiones ovoidales, el uso de mamelones con digitaciones y la realización de puntillados junto con pellizcos. Los cordones lisos y los mamelones son los únicos motivos plásticos existentes, concentrándose en exclusiva en esta parte morfológica. Las bases solo cuentan con un ejemplar decorado en el cual se desarrollan una serie de digitaciones a modo de las bases de la Primera Edad del Hierro procedentes de los castros del Alto de la Garma (Bolado et alii, 2015: fig. 13), Argüeso-Fontibre (Ruiz Gutiérrez, 2010: fig. 2.3) y Castilnegro (Valle y Serna, 2003: fig. 5, 22). En las tapaderas encontramos aplicada la técnica impresa en tres casos, realizándose estampillados (circulares y rectangulares) en dos ocasiones y digitaciones en una; la incisión, con motivos lineales complejos, está presente solo en un fragmento. Por último, en las asas se documenta el empleo de la incisión y la impresión de forma casi igualitaria (n=12 y n=11 respectivamente). Las incisiones más frecuentemente realizadas son en espiga (n=5), seguidas de las lineales (n=3), en V (n=3) y en aspa (n=1). Entre las impresiones contamos con cinco asas con digitaciones, cinco con estampillados rectangulares y una con impresiones ovales.

En lo que respecta a la combinación de técnicas y motivos decorativos, la composición más común es la formada por incisiones en V o zigzag cuyos ángulos agudos inferiores son rematados por estampillas circulares (n=24). Las incisiones en espiga y las impresiones ovoidales conviven en dos casos, al igual que las incisiones en espiga con las digitaciones y las incisiones lineales con los estampillados circulares. La incisión lineal junto a las digitaciones, las incisiones en V o zigzag y las digitaciones y el puntillado unido a los pellizcos de la pasta se documentan en un único caso cada una (Figuras 4.9, 4.34 a 4.37). La relación entre las técnicas decorativas y las partes morfológicas nos indica en los bordes la existencia de un mayor predominio de la incisión (52,8%) frente a la impresión (36%), representando la combinación de ambos el 11,2%. Dentro de la incisión existe una preferencia por las incisiones lineales (61,7%), las cuales en el 69% de los casos se localizan en el labio y el porcentaje restante bajo él, al igual que sucede con las incisiones en V y zigzag (23,4%), en espiga (12,8%) y con las incisiones lineales combinadas con ondas (2,1%). Las impresiones en los bordes se sitúan siempre bajo el labio, estando protagonizadas por digitaciones y arrastres de dedo (37,5%), estampillados circulares y circulares junto con rectangulares (37,5%), ungulaciones (12,5%) e impresiones ovoidales e indeterminadas realizadas con un instrumento desconocido (12,5%). La combinación de motivos solo se da en diez casos en la parte baja del borde: seis incisiones en V o zigzag con estampillados circular en los ángulos agudos, dos incisiones lineales con estampillados circulares, una incisión en V o zigzag con digitación y una incisión lineal con digitación.

4.1.4.1.1.4. Funcionalidad El castro de Las Rabas, debido a la gran cantidad de restos cerámicos y a su excelente estado de conservación, supone una oportunidad única para acercarnos a conocer las formas cerámicas que pudieron emplearse durante Segunda Edad del Hierro en nuestra región. El grado de fragmentación del conjunto, aun siendo menor que el de la mayor parte de yacimientos, dificulta el reconocimiento de perfiles completos, algo que solo se ha logrado en un caso. No obstante, resulta más común la documentación de piezas que conservan la mitad o tres cuartas partes del perfil, lo que se ha podido constatar en casi una treintena de casos. Atendiendo primeramente a los bordes y a los diámetros que se han podido extraer de ellos, nos encontramos que los 350 oscilan entre los 6 cm y los 38 cm de diámetro de boca. Las mayores concentraciones se producen en los tramos 11–15 cm (n=148), 6–10 cm (n=84) y 16–20 cm (n=81). Veinticinco bordes poseen diámetros de entre 21 cm y 25 cm, ocho de entre 26 cm y 30 cm, dos de entre 31 cm y 35 cm y otros dos de entre 36 cm y 40 cm.

En los galbos, por el contrario, resulta más habitual la impresión (59,6%, n=174) frente a la incisión (27,1%, n=79), siendo escasa la combinación de técnicas (8,2%) y la aplicación de motivos plásticos (5,1%). Las impresiones 86

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.8. Motivos decorativos de la cerámica a mano.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

88

Figura 4.9. Motivos decorativos de la cerámica a mano.

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.10. Formas de la cerámica a mano.

Los diámetros de las bases por su parte se sitúan entre los 4 cm y los 29 cm, con una mayor concentración en los tramos 6–10 cm (n=93) y 11–15 cm (n=62). De forma minoritaria ocho bases aportan medidas encuadrables en el tramo 16–20 cm, cuatro en el tramo 1–5 cm, dos en el tramo 26–30 cm y una en el tramo 21–25 cm.

preferencia por las formas cerradas, habiéndose podido identificar un total de 334 frente a 10 formas abiertas. El análisis de los perfiles de las distintas piezas ha posibilitado reconocer un total de 12 formas (Figura 4.10): • Forma I: tapaderas. En el castro de Las Rabas de han identificado un total de doce ejemplares, todas ellas de forma circular con un diámetro que oscila entre los 9 cm

Desde el punto de vista formal, sin entrar en aspectos tipológicos, llama la atención la existencia de una 89

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.11. Cerámica a mano. Forma I.

y los 15 cm. Dos conservan en la parte central un asa y una tercera el arranque de la misma. Como ya indicamos, en cuatro casos se conservan motivos decorativos a base de impresiones digitadas y estampilladas e incisiones complejas (Figura 4.10 y 4.11). • Forma II: jarra o taza. En este grupo hemos incluidos aquellas vasijas provistas de asa cuyo pequeño y mediano tamaño las ponen en relación con los recipientes de mesa de tipo jarra o taza. Hemos podido diferenciar seis subtipos:

◦ Forma II/1. Formado por 11 ejemplares, en este subtipo nos encontramos con vasijas caracterizadas por contar con bordes redondeados simétricos (n=4) y bordes planos de tipo biselado al exterior (n=2), plano con engrosamiento al exterior (n=1) y plano biselado al exterior con engrosamiento (n=1). La tendencia predominante es la exvasada (n=6), identificándose la recta en dos casos. Salvo un ejemplar donde la boca alcanza los 20,2 cm, en el resto de piezas donde se ha podido obtener esta 90

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.12. Cerámica a mano. Forma II: 1) Forma II/1; 2) Formas II/ 2 a 6.

medida oscila entre los 9 cm y los 13 cm. Entre los cuellos hay un predominio de los rectilíneos y exvasados (n=5) frente a los rectilíneos verticales (n=2). Los cuerpos, de tendencia esférica, ovoidal cerrada y elipsoide horizontal, no llegan a superar a los diámetros de la boca, creándose en todo

momento formas cerradas. La existencia en tres casos de bruñidos en la superficie exterior apoyan la posible identificación de este subtipo como contenedores de líquidos, lo que, unido a sus dimensiones de boca, hace que lo relacionemos con jarras (Figura 4.10 y 4.12). 91

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) ◦ Forma II/2. El único ejemplar conservado lo forma un borde perteneciente a una vasija con borde biselado al exterior y tendencia entrante cuyo diámetro de boca alcanza los 6,8 cm. Cuenta con un asa que, en su arranque, presenta la impresión de una única digitación. Su forma, marcadamente cerrada hace que nos inclinemos en identificarla como una jarra (Figura 4.10 y 4.12). ◦ Forma II/3. Este subtipo, representado por una única pieza, posee un borde plano de tendencia recta, con una boca de 9 cm de diámetro, y un cuello cóncavo vertical. Desde el cuello arranca un asa de sección con tendencia rectangular que presenta una decoración a base de estampillas rectangulares. El poco desarrollo que se aprecia del cuerpo parece indicarnos que será esférico u ovoidal, creando una forma cerrada que relacionamos con una jarra (Figura 4.10 y 4.12). ◦ Forma II/4. Nuevamente contamos con una única pieza adscrita a este subtipo. En esta ocasión se trata de un galbo con diámetro máximo 9,2 cm del cual parte un asa de sección rectangular. La pieza desarrolla un cuerpo con tendencia esférica u ovoidal. Sin conocer el perfil completo, especialmente su mitad superior, resulta difícil determinar si se trata de una jarra o una taza, aunque sus dimensiones nos hagan decantarnos por esta última (Figura 4.10 y 4.12). ◦ Forma II/5. Nos encontramos ante una vasija con borde apuntado y tendencia entrante con un cuerpo esférico que permite crear una forma cerrada. El único ejemplar conservado posee un diámetro de boca de 9,8 cm. Entre el borde y la mitad del cuerpo se dispuso un asa del que solo se conservan los dos arranques. Su forma nos hace pensar más en una taza que en una jarra, si bien sus dimensiones son superiores a las usuales, por lo que es posible que estemos ante una vasija híbrida que pudo desempeñar ambas funciones (Figura 4.10 y 4.12). ◦ Forma II/6. Se trata de una taza, cuyo único ejemplar disponible conserva un perfil casi completo. Está formada por un borde redondeado asimétrico al interior de tendencia exvasada, con un diámetro de boca de 10,4 cm y un cuello rectilíneo y exvasado. El cuerpo, ligeramente esférico, no supera los 10,6 cm de diámetro máximo, lo que nos sitúa ante una forma levemente cerrada. Sobre su superficie se ha dispuesto una decoración impresa a base de dos líneas horizontales paralelas de ungulaciones. Cuanta con un asa de la que solo se conservan los arranques, uno en el borde y otro en el cuerpo (Figura 4.10 y 4.12). • Forma III: vasos. Este tipo está formado por seis ejemplares caracterizados por poseer bordes biselados al exterior (n=3) y bordes redondeados simétricos (n=3), que en todos los casos cuentan con una tendencia exvasada. Los cuellos, salvo en











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un caso que es cóncavo y vertical, son rectilíneos y exvasados, dando paso a cuerpos que tienden hacia formas esféricas u ovoidales cerradas. Los diámetros de las bocas oscilan entre los 9 cm y los 15 cm, identificándose cuatro formas abiertas y dos cerradas (Figura 4.10 y 4.13). Forma IV. Vasijas cerradas con borde de tendencia exvasada y cuerpo esférico u ovoidal abierto. Se trata de un amplio grupo compuesto por un total de 27 piezas. Se emplean habitualmente bordes planos, existiendo una preferencia por los biselados al exterior (n=17) frente a los planos horizontales (n=1). Seis son redondeados, de tipo simétrico (n=4), asimétrico al interior (n=1) y asimétrico al exterior (=1), y hay un único caso de borde vuelto al exterior. Entre los cuellos son comunes los rectilíneos exvasados (n=13) y cóncavos exvasados (n=11), con solo dos cóncavos verticales y uno rectilíneo vertical. Desde el punto de vista funcional los diámetros de las bocas, que oscilan entre los 7 cm y los 38,6 cm, ya nos sirven de indicativo para advertir que es una forma con un uso variable, dentro de la cual podemos encontrar tanto vasos como vasijas de almacenaje (Figuras 4.10, 4.13 y 4.14). Forma V. Dos piezas conforman este tipo caracterizado por poseer bordes planos biselados al exterior con una pronunciada tendencia exvasada y cuellos rectilíneos exvasados. El cuerpo nos es desconocido, aunque el desarrollo de la pieza nos hace pensar en cuerpos esféricos u ovoidales. Las bocas cuentan con diámetros de 11 cm y 21 cm y crean formas abiertas. Los dos ejemplares con que contamos muestran decoración impresa a base digitaciones y estampillados circulares dispuestos de forma lineal (Figura 4.10 y 4.14). Forma VI. Este tipo está representado por una especie de recipiente plano, a modo de pequeño plato, de 7 cm de diámetro. Cuenta con un borde redondeado de tipo simétrico y una decoración en el labio a base de incisiones lineales paralelas (Figura 4.10 y 4.14). Forma VII: cuencos. Cuatro bordes nos han permito identificar en ellos cuencos, tanto de forma abierta (n=2) como cerrada (n=2), aunque solo uno conserva el perfil casi completo, desarrollando un cuerpo semiesférico. Los bordes son de tipo plano horizontal (n=2), plano biselado al interior (n=1) y redondeado simétrico (n=1), con tendencias rectas (n=2), entrantes (n=1) y exvasadas (1). Los diámetros de boca oscilan entre los 11 cm y los 16 cm de diámetro. Solo uno de los cuencos conserva decoración impresa a base de ungulaciones bajo el borde (Figura 4.10 y 4.14). Forma VIII: crisol. Se trata de una forma abierta cuyo único ejemplar muestra un borde redondeado y un cuerpo con tendencia semiesférica. El diámetro de boca es de 19 cm. Los restos de bronce adheridos en el interior son un claro indicativo de su funcionalidad (Figura 4.10 y 4.15).

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.13. Cerámica a mano. 1) Forma III; 2) Forma IV.

• Forma IX. Los dos bordes que dan origen a este tipo describen una forma cerrada con borde plano, bien horizontal o biselado al exterior, de tendencia recta o exvasada, y un inicio de cuerpo que parece tender hacia un desarrollo elipsoidal u ovoidal. Los cuellos

son rectilíneos verticales y exvasados. Solamente una de las piezas nos proporciona un diámetro de boca de 10 cm. Carecemos de elementos que nos ayuden a acercarnos a conocer su funcionalidad (Figura 4.10 y 4.15).

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.14. Cerámica a mano. 1) Forma IV; 2) Forma V; 3) Forma VI; 4) Forma VII.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.15. Cerámica a mano. 1) Forma VIII; 2) Forma IX; 3) Forma X; 4) Forma XI; 5) Forma XII.

• Forma X. Vasijas de forma cerrada caracterizadas por presentar un cuerpo con tendencia a desarrollar formas elipsoides horizontales. Los cinco bordes que lo representan son de tipo plano (horizontal y biselado al interior) y redondeados simétricos, con tendencias verticales en tres casos y entrante en uno. Los cuellos conservados son rectilíneos y verticales (n=2) y cóncavo y vertical (n=1). El diámetro de la boca oscila entre los 8 cm y 14 cm. Con los datos disponibles no podemos relacionar esta forma con un uso determinado (Figura 4.10 y 4.15). • Forma XI. Se trata de una pequeña olla con forma cerrada, borde redondeado simétrico y cuerpo cuyo arranque parece sugerir una forma esférica. Posee un diámetro de boca de 8 cm (Figura 4.10 y 4.15). • Forma XII. Dentro de este tipo hemos recogido un borde entrante de tipo plano horizontal con un diámetro de boca de 12 cm que pertenece a una forma cerrada de la que desconocemos el cuerpo (Figura 4.10 y 4.15).

con perforación central mientras que las dos restantes sencillamente han visto rebajados sus bordes. Sus dimensiones oscilan entre los 1,5 cm y los 5 cm de altura máxima (Figura 4.16 y 4.17). Fabricadas a mano y sometidas a cocciones reductoras y alternantes, se conservan ocho fusayolas, siete de sección rectangular con tendencia ovoidal y una de sección bitroncocónica (Figura 4.16). Sus dimensiones oscilan entre los 3 cm y los 5 cm de altura máxima. Dos de ellas conservan en una y en las dos superficies una decoración a base de puntillados lineales dispuesto de forma radial desde la perforación. 4.1.4.1.2. Cerámica a torno 4.1.4.1.2.1. Rasgos tecnológicos Este tipo de producción está representado por un total de 2276 fragmentos. Las medidas tomadas en 117 bordes y 50 bases proporcionan un grosor medio de 3,86±2,07 mm y 5,52±3,34 mm; en los cuellos (n=12) la cifra es de 2,91±1,16 mm. Todas las piezas conservan trazas de su factura a torno, cociéndose siempre en atmósferas oxidantes. El tratamiento superficial más empleado es el regularizado, el cual se identifica en el 94,4% de las superficies exteriores y en el 93,7% de las interiores. El raspado lo encontramos en el 0,5% de las superficies exteriores frente al 3,5% de las interiores, mientras que el bruñido aparece en el 1% de las superficies exteriores

Por último, no podemos cerrar este apartado sin señalar la existencia de dos bases sobre cuyo fondo se conservan restos de perforaciones, lo que nos hace plantearnos que fueran usadas como coladores (Figuras 4.42 y 4.43). 4.1.4.1.1.5. Otros objetos cerámicos Dentro del conjunto cerámico existen 26 fichas realizadas todas ellas sobre fragmentos de galbo, 24 cuentan

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.16. 1) fusayolas; 2) fichas cerámicas.

y en el 0,2% de las interiores. Solo hay en ejemplo de espatulado en el exterior y carecemos de datos para 92 superficies exteriores y 59 interiores (Tabla 4.44).

bordes alcanzan el 5,4%, las bases el 2,6% y los cuellos el 1,5%. Tres piezas conservan un desarrollo casi completo y en dos casos no se ha podido determinar la parte morfológica.

4.1.4.1.2.2. Rasgos morfológicos

Entre los bordes (n=126), en cuya población se han incluido los dos pertenecientes a vasijas semicompletas, no se aprecia el predomino de un tipo sobre el resto.

El conjunto de cerámica a torno se compone principalmente de galbos, los cuales representan un 90,2% del total. Los 96

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.17. Fichas cerámicas.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.18. Decoraciones impresas unguladas.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.19. Decoraciones impresas digitadas.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.20. Decoraciones impresas digitadas.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.21. Decoraciones impresas digitadas y de arrastre de dedo.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.22. Decoraciones impresas de arrastre de dedo y digitaciones.

Los bordes redondeados representan el 38,1% de los ejemplares, repartiéndose entre simétricos (n=23), asimétricos al interior (n=23) y asimétricos al exterior (n=2). El 23,8% (n=30) son bordes vueltos hacia el exterior y el 19,8% planos, distribuidos entre planos horizontales (n=8), biselados al interior (n=5),

biselados al exterior (n=1) y planos con engrosamiento al exterior (n=11). Junto a ellos encontramos seis bordes apuntados, tres bordes engrosados, un ejemplar de borde cóncavo simétrico y un borde rebordeado al exterior. En 12 casos no se ha podido identificar el tipo al que pertenecen. 102

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.23. Decoraciones impresas de arrastre de dedo.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.24. Decoración impresa con instrumento y estampillada.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.25. Decoración impresa estampillada.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.26. Decoración impresa estampillada.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.27. Decoración impresa estampillada.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.28. Decoración impresa estampillada.

La tendencia es principalmente exvasada (50%), seguida de la entrante (25,4%) y de la recta (11,9%), existiendo un 12,7% de piezas en las que no se ha podido determinar. El 40% de los bordes planos son exvasados, concentrándose en los planos horizontales (n=5) y biselados al interior (n=4), con un solo ejemplar dentro de los planos con engrosamiento exterior. En los bordes redondeados esta tendencia constituye el 47,9%, repartiéndose de forma equitativa entre los tipos simétricos (n=11) y asimétricos al

interior (n=11), con un solo ejemplar dentro los asimétricos al exterior. El 80% de los bordes vueltos al exterior (n=24) son exvasados, como el único borde rebordeado al exterior o cinco de los seis bordes apuntados. La los los los 108

tendencia recta se emplea principalmente dentro de bordes redondeados (53,3%), concentrándose en asimétricos al exterior (n=6) y simétricos (n=2). En bordes planos está presente en dos bordes planos

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.29. Decoración incisa.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.30. Decoración incisa.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.31. Decoración incisa.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.32. Decoración incisa.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.33. Decoración plástica.

horizontales, un biselado al interior y un biselado al exterior. Los tres ejemplares restantes los encontramos dentro de los bordes vueltos al exterior (n=2) y apuntados (n=1).

La morfología de los cuellos que ha podido ser reconocida nos indica una preferencia por los cuellos rectilíneos y exvasados (34,9%) y los cóncavos y exvasados (37,2%), frente a los rectilíneos verticales (16,3%) y los rectilíneos entrantes (11,6%).

La tendencia entrante se concentra igualmente en los bordes redondeados (53,1%), documentándose 11 casos en los bordes simétricos, seis en los asimétricos al interior y uno en los asimétricos al exterior. Entre los bordes planos supone el 31,3%, vinculándose con los bordes planos con engrosamiento al exterior (n=9); y con los planos horizontales (n=1). Está tendencia es la única identificada en los bordes engrosados (n=3) y cóncavos simétricos (n=1), mientras que entre los bordes vueltos al exterior se da en un caso.

Las 60 bases analizadas pueden agruparse en siete tipos, quedando 25 sin poder determinarse. El más común es el perteneciente a las bases planas con fondo rehundido (n=16), seguido de las bases planas con fondo rehundido y pie indicado (n=9) y las bases planas con perfil ondulado (n=5). De las bases planas simples, planas de perfil ondulado con una pequeña acanaladura interior, planas de

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.34. Decoración incisa e impresa.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.35. Decoración incisa e impresa.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.36. Decoración incisa e impresa.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.37. Decoración incisa e impresa.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.38. Asas. 1) sesión circular; 2) sección triangular; 3) sección cuadrangular; 4) sección circular concéntrica; 5) sección circular con rebaje lateral izquierdo; 6) sección semicircular; 7) sección con doble rebaje lateral; 8) sección irregular y 9) sección con rebaje lateral derecho.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.39. Asas. 1) sección ovoidal y 2) sección rectangular.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.40. Asas. 1) sección rectangular y 2) sección bilobulada.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.41. Asas. 1) sección bilobulada y 2) sección trilobulada.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.42. Bases planas simples.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.43. Bases: perfil ondulado (1b), perfil ondulado con acanaladura interior (1b1), pie indicado (1c).

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Tabla 4.44. Tratamientos superficiales Tratamiento superficie exterior Bruñido

Raspado

Regularizado

Espatulado

No se conserva

TOTAL

12

23

2148

1

92

2276

Tratamiento superficie interior Bruñido

Raspado

Regularizado

No se conserva

TOTAL

4

80

2133

59

2276

perfil redondeado y bases de pie de copa, solo contamos con un ejemplar.

(Fig­ura 4.45). Las incisiones lineales, que no se distribuyen a lo largo de la vasija, sino que se localizan en zonas concretas, son creadas aprovechando el giro del torno y conservadas a pesar de la aplicación de los distintos tratamientos superficiales, lo que nos hace desechar que se traten de marcas generadas por esta herramienta. No encontramos explicación para una posible funcionalidad de las mismas por lo que, sin descartar esta opción categóricamente, las consideramos por el momento como decorativas.

4.1.4.1.2.3. Rasgos decorativos El 9,2% (n=210) de los fragmentos de cerámica a torno cuentan con algún tipo de decoración. Salvo en un caso, en todos se realiza en la superficie externa, concentrándose principalmente en lo galbos (90%) y, en menor medida, en los bordes (10%). Las técnicas documentadas son la incisión, la impresión, la aplicación de motivos plásticos y la pintura. La incisión (52,4%) está representada exclusivamente por incisiones lineales. Solamente un galbo constituye una excepción al mostrar una retícula, aunque no parece ser esta la decoración original de la pieza sino consecuencia de un reaprovechamiento posterior

La impresión, empleada en el 16,2% de los casos, desarrolla siempre en la superficie exterior el mismo motivo a base de arrastres lineales realizados con el dedo, de forma similar a lo que nos encontramos en la cerámica a mano. En la superficie interior en un solo caso se identifica un motivo formado por dos bandas de impresiones paralelas

Figura 4.45. Decoraciones de la cerámica a torno.

124

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro realizadas con un instrumento en cuyo extremo tiene al menos siete púas. Esta ausencia de variabilidad en la decoración también la encontramos dentro de la aplicación de motivos plásticos donde el único que se documenta es el cordón liso horizontal, que suele emplearse de forma aislada, apareciendo en un único caso dos paralelos (Figura 4.45 y 4.53).

• Forma I. Vasijas cerradas de labio exvasado y cuerpo carenado con tendencia esférica. Se trata del segundo tipo más común dentro del yacimiento, representado por 13 piezas, todas ellas con tendencia exvasada, y con un diámetro de boca que oscila entre los 13 cm y los 17 cm. Los tipos de borde empleados son muy variables documentándose bordes planos biselados al interior (n=3), bordes redondeados simétricos (n=1) y asimétricos al interior (n=3), bordes apuntados (n=1), bordes vueltos al exterior (n=4) y bordes rebordeados al exterior (n=1). Entre los cuellos documentados existe una preferencia por los cóncavos y verticales (n=6) y rectilíneos y exvasados (n=3) frente a los rectilíneos y verticales (n=1), cóncavos y entrantes (n=1) y cóncavos y exvasados (n=1). Ninguna de las piezas cuenta con decoración (Figura 4.46 y 4.47).

La pintura se observa en el 23,8% de las piezas decoradas (Figura 4.45), siendo el motivo más usado la lineal horizontal el cual, de forma individual o en bandas de líneas horizontales paralelas, circunda la vasija (n=45). Los círculos concéntricos se documentan en un caso y la combinación de motivos lineales con semicírculos concéntricos en otro. Resta citar una composición geométrica compleja creada a partir de una banda de dos líneas sobre la que se dibujan dos segmentos de círculo en cuyo interior hay líneas verticales paralelas. Encima de estas se disponen otros dos arcos en medio de los cuales hay un pequeño cuadrado con el interior dividido en cuatro partes, y cerca del límite superior del fragmento se aprecia otro trazo en dirección diagonal (Figura 4.45 y 4.53).

Está forma, que se documenta también en Monte Ornedo (Fernández Vega et alii, 2014: fig. 6,1), es de gran difusión, especialmente en la zona celtíbera y en el valle del Ebro. Se asimila a la forma XVI de Wattenberg (1978: 32–33, 59), al tipo 5 de Sánchez Climent (2016: 343–348), a los vasos caliciformes que forman el tipo 11 de Alfaro (2018: 164–166) y a la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–174). A. Castiella las fecha entre los siglos IV-I a.C. (Castiella, 1977: 318) y A. Sánchez Climent entre los siglos V/IV-I a.C. En Carratiermes se sitúan entre finales del siglo V a.C. y el siglo III a.C. y E. Wattenberg las considera del siglo I a.C.

Dos galbos acogen las únicas representaciones astrales y zoomorfas existentes en Cantabria en la cerámica a torno. La primera de ellas se trata de una esvástica enmarcada por líneas horizontales, que pudo tener otra escena inferior de la que solo se conservan algunas líneas oblicuas (Figura 4.45 y 4.54). El motivo zoomorfo por su parte representa, sobre líneas horizontales, un ave a la izquierda y una posible figura arbórea a la derecha. Motivos como los citados son comunes en momentos avanzados de la Segunda Edad del Hierro, documentándose por toda la Celtiberia y territorio vacceo (Wattenberg, 1963; Lorrio, 1997: 239–247; Sanz Mínguez et alii, 2003; Alfayé, 2010b: 558).

• Forma II. Vasijas abiertas de labio exvasado y carena marcada que las otorga una forma de apariencia acampanada. El castro de Las Rabas ha proporcionado cuatro ejemplares, dos bordes y dos galbos. Los bordes son de tipo vuelto con bocas de 14 cm y 18 cm. En tres de los casos existe decoración pintada lineal y geométrica compleja (Figura 4.46 y 4.48).

4.1.4.1.2.4. Funcionalidad Esta producción, al igual que el resto de la colección cerámica, se ve afectada por al alto grado de fragmentación, lo que ha influido en el reconocimiento de formas y funcionalidades. A pesar de ello contamos con cinco vasijas que conservan tres cuartas partes del perfil y cuatro en las que se reconoce la mitad del mismo. De 67 de los bordes hemos podido extraer el diámetro, observándose la mayor concentración en el tramo 11–15 cm (n=21), seguida de los tramos 26–30 cm (n=15), 21–25 cm (n=14) y 16–20 cm (n=12). Dos bordes se incluyen en el tramo 31–35 cm y solo un ejemplar forma parte del tramo 6–10 cm, 41–45 cm y 46–50 cm. En lo que respecta a las bases solo tenemos datos para los diámetros de 14 de ellas: nueve pertenecen al tramo 6–10 cm, tres al tramo 16–20 cm, una al tramo 1–5 cm y la restante al tramo 11–15 cm.

Esta forma es usualmente interpretada como variante de la anterior, engrosando la forma 5 de Sánchez Climent (2016: 343–348), la forma 11 de Alfaro (2018: 164–166) o la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 174–175). Dentro de la tipología de E. Wattenberg podría incluirse en las formas X, XII o XIII (Wattenberg, 1978: 29–30, 56–57). En todos los casos se mantienen las mismas propuestas cronológicas, a excepción de E. Wattenberg que las sitúa entre los siglos II-I a.C. Otros paralelos fechados en la Segunda Edad del Hierro los podemos encontrar en los Castros de Lastra (Caranca, Álava) (López de Heredia, 2011: 547) y Manganeses II (Manganeses de la Polvorosa, Zamora), donde coincide con su forma 4 (Misiego et alii, 2013: fig. 71).

Como sucediera con la cerámica a mano, nuevamente observamos una preferencia por las formas cerradas (n=48) frente a las abiertas (n=13).

• Forma III. Vasijas abiertas de pequeñas dimensiones y labio exvasado cuyo cuerpo, posiblemente semiesférico o semiovoidal, tiene una tendencia a desarrollarse

El análisis de los perfiles de las distintas piezas ha posibilitado reconocer un total de 16 formas (Figura 4.46): 125

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.46. Formas de la cerámica a torno.

hacia el interior. Contamos con dos ejemplares cuyos bordes, redondeado simétrico y vuelto hacia el exterior, dan lugar a bocas de 14 cm y 16 cm de diámetro. Uno de ellos conserva una decoración en el labio a base de líneas paralelas pintadas (Figura 4.46 y 4.48).

Por sus características podría incluirse dentro de la forma XVIII de Wattenberg (1978: 34, 60–61), la forma 7 de Sánchez Climent (2016: 353–356), la forma 9 de Alfaro (2018: 159–163) o la forma VI de Carratiermes. A. Castiella (1977: 338) las fecha entre los siglos IV-II 126

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.47. Cerámica a torno. Forma I.

a.C., una propuesta que mantiene E. Alfaro, mientras que para Carratiermes se considera que se usarían entre finales del siglo V a.C. y mediados del siglo IV a.C. E. Wattenberg las sitúa este tipo en el siglo I a.C. y A. Sánchez Climent entre los siglos V-IV y I a.C.

cuyas paredes se abren hacia el exterior. Solamente contamos con un ejemplar caracterizado por presentar un borde redondeado simétrico cuyo diámetro de boca alcanza los 16 cm. En la zona del cuello tiene de una línea horizontal pintada (Figura 4.46 y 4.48).

• Forma IV. Vasija de borde exvasado casi vuelto con cuello rectilíneo que da lugar a una forma cerrada

El escaso de desarrollo de la pieza impide establecer comparaciones precisas con otras tipologías, no 127

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.48. Cerámica a torno. 1) Forma II; 2) Forma III; 3) Forma IV; 4) Forma V; 5) Forma VI; 6) Forma VII; 7) Forma VIII y 8) Forma IX.

128

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro obstante, con los datos de los que disponemos, podríamos asimilarla con las formas 8 y 9 de Sánchez Climent (2016: 357–368), con la forma 9 de Alfaro (2018: 159–163) o con las formas I a III de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 169–173). Las formas de A. Sánchez Climent son fechadas entre los siglos V-IV a.C. y II-I. a.C.; E. Alfaro las sitúa entre los siglos IV-II a.C. y en Carratiermes las tres formas se enmarcan entre finales del siglo V a.C. y el siglo II a.C.

forma 2 de Alfaro (2018: 142–145) o la forma VIII y IX de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 178–179). E. Wattenberg y E. Alfaro lo fechan entre los siglos II-I a.C. A. Sánchez Climent atrasa su origen hasta mediados del siglo IV a.C. y en Carratiermes ambas formas se sitúan entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo III a.C. Paralelos próximos los podemos hallar en los niveles de la Segunda Edad del Hierro de Monte Bernorio (Torres-Martínez et alii, 2012: fig. 7,14)

• Forma V. Vasija con leve tendencia exvasada y cuello casi vertical cuyas paredes se abren hacia el exterior dando lugar a una forma cerrada. El único ejemplar conservado tiene un borde de tipo redondeado asimétrico y un diámetro de boca de 15 cm (Figura 4.46 y 4.48).

• Forma IX. Cuenco semiesférico. Las tres piezas disponibles tienen bordes planos horizontales (n=2) y redondeados simétricos (n=1). Los diámetros de boca oscilan entre los 17 cm y los 15 cm (Figura 4.46 y 4.48). Este tipo es asimilable a la forma XIX de Wattenberg (1978: 36, 61–62), a la forma la 2 de Sánchez Climent (2016: 327–330), a la forma 2 de Alfaro (2018: 142– 145) y a la forma VII de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 176–178). Como ya vimos, estos autores la fechan entre los siglos IV-III a.C., la misma propuesta que existe para las piezas de Carratiermes. En Manganeses II se relaciona con la forma 2, que es incluida en la Segunda Edad del Hierro (Misiego et alii, 2013: fig. 71).

La ausencia de un mayor desarrollo impide obtener más información, si bien es posible que pueda estar relacionada con la forma anterior. • Forma VI. Vasija de forma cerrada con borde entrante, cuello rectilíneo y cuerpo con tendencia esférica u ovoidal. Contamos con un único ejemplar caracterizado por mostrar un borde redondeado simétrico con un diámetro de boca de 11 cm (Figura 4.46 y 4.48). Este tipo podría incluirse dentro de la forma 8 de Sánchez Climent (2016: 357–362), fechada entre los siglos V-IV a.C. y II-I a.C., o dentro de la forma III de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–173), datada entre los siglos IV-III a.C.

• Forma X. Vasijas de cuerpo ovoidal abierto con decoración pintada. Con este tipo hemos querido agrupar dos galbos de 14 cm y 15 cm de diámetro que parecen pertenecer a una misma forma. La primera de ellas muestra, sobre líneas horizontales, un ave a la izquierda y una posible representación arbórea a la derecha. La segunda desarrolla una esvástica enmarcada por líneas horizontales, que pudo tener otra escena inferior de la que solo se conservan algunas líneas oblicuas. El escaso desarrollo del fragmento conservado impide que podamos relacionarlas con formas conocidas (Figura 4.46 y 4.49). • Forma XI. Tinaja de perfil entrante. El único ejemplar del que disponemos representa una vasija de forma cerrada con borde redondeado simétrico de tendencia entrante y un diámetro de boca de 29 cm. Bajo el borde se dispone una moldura o cordón liso que circunda la pieza. Sus grandes dimensiones nos hacen vincularla con el almacenaje (Figura 4.46 y 4.49).

• Forma VII. Plato de borde exvasado y perfil curvo en su parte inferior que crea una moldura. La única pieza identificada cuenta con un borde plano horizontal con una boca de 15 cm de diámetro (Figura 4.46 y 4.48). Esta forma de Las Rabas es equiparable a la forma XX de Wattenberg (1978: 36, 62), a la forma 1 de Sánchez Climent (2016: 323–326), a la forma 7 de Alfaro (2018: 155–168) y a la IX de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 179). E. Wattenberg la fecha en el siglo I a.C. mientras que A. Sánchez Climent considera que su origen está en la cerámica de la I Edad Hierro de la meseta, extendiéndose a partir de los siglos V-IV a.C. hasta época celtiberromana. En Carratiermes establecen el siglo IV a.C. como el momento de su desarrollo.

Este tipo se relaciona con la forma 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y la forma 1 de Alfaro (2018: 142–145), las cuales son fechadas en la Segunda Edad del Hierro, poniendo A. Sánchez Climent su posible origen en el siglo V-IV a.C., momento en el que a estos recipientes se les dota de gran envergadura.

• Forma VIII. Cuenco bajo o escudilla con forma semiesférica. Nuevamente contamos con un único ejemplar con un amplio desarrollo conservado. Tiene un borde de tipo plano horizontal y un diámetro de boca que alcanza los 18 cm (Figura 4.46 y 4.48).

• Forma XII. Tinajas con estrangulamiento pronunciado en el borde. Este tipo está integrado por dos bordes, uno de tipo plano engrosado hacia el exterior y otro vuelto hacia el exterior, bajo los cuales hay un marcado estrangulamiento que provoca el pronunciamiento del

A cuencos bajos o escudillas como este corresponde la forma XIX de Wattenberg (1978: 36, 61–62), la forma 2 de Sánchez Climent (2016: 327–330), la 129

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.49. Cerámica a torno. 1) Forma X; 2) Forma XI; 3) Forma XII y 4) Forma XIII/1.

hombro. Poseen unos diámetros de boca de 27 cm y 40 cm, creando formas cerradas. Sus grandes dimensiones las vinculan con vasijas destinadas al almacenaje (Figura 4.46 y 4.49).

La forma se incluye dentro de los tipos 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y la forma 1 de Alfaro (2018: 142–145) anteriormente mencionados. Piezas similares, enmarcadas en la Segunda Edad del Hierro, 130

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro se han documentado en Monte Bernorio (TorresMartínez et alii, 2012: fig. 7,1 y 7,9).

del siglo II a.C. y mediados del siglo I a.C. y A. Sánchez Climent mantiene la propuesta de A. Castiella (1978: 318), datándolas entre los siglos IV-I a.C. En Carratiermes por su parte se fechan entre la segunda mitad del siglo V a.C. y la primera mitad del siglo III a.C.

• Forma XIII. Tinajas de labio grueso y forma cerrada. Se trata del tipo más común dentro de los grandes recipientes, habiéndose documentado un total de 35 piezas. En función de sus características pueden agruparse en tres variantes: ◦ Forma XIII/1. Está representada por vasijas de labio grueso cuyos diámetros de boca oscilan entre los 21 cm y los 49 cm. El tipo de borde empleado es bastante variable encontrando bordes planos (engrosado al exterior -n=1- y biselado al exterior -n=1-), redondeados (simétrico –n=2- y asimétrico al interior –n=3-), bordes apuntados (n=1) y engrosados (n=1). Lo mismo sucede con su tendencia, siendo entrante en cuatro casos, exvasada en dos y recta en tres (Figuras 4.46, 4.49 y 4.50). ◦ Forma XIII/2. Las 14 piezas que conforman el grupo se caracterizan por contar con un labio grueso bajo el cual se dispone un cordón liso que circunda la vasija. Los diámetros documentados oscilan entre los 19 cm y 34 cm, empleándose bordes de tipo plano horizontal con engrosamiento al exterior (n=6), redondeado simétrico (n=2) y asimétrico al interior (n=3) y bordes engrosados (n=2). La tendencia preferente es la entrante (n=11) frente a la recta (n=2). En un caso no hemos podido determinar el tipo de borde y tendencia (Figuras 4.46, 4.50 y 4.51). ◦ Forma XIII/3. Tinaja de labio grueso con cordón liso en el comienzo del cuerpo que circunda la pieza. Se han identificado dos piezas, ambas con borde redondeado simétrico y tendencia entrante. El diámetro de boca oscila entre los 29 cm y 30 cm (Figura 4.46 y 4.51).

• Forma XV. Copa. Este grupo está representando únicamente por un pie de copa cuya base alcanza los 6 cm de diámetro. Se trata de una forma habitual dentro de la cerámica a torno de la Segunda Edad del Hierro, como se refleja en los tipos I a IV de Wattenberg (1978: 23–25 y 51–52), la forma 4 de Sánchez Climent (2016: 337–342) y la forma 3 de Alfaro (2018: 142–149). E. Wattenberg las sitúa entre los siglos II-I a.C. y A. Sánchez Climent considera que se usan desde el siglo V-IV a.C. hasta el siglo I a.C. (Figura 4.46 y 4.51). • Forma XVI. El presente tipo está constituido por una base plana rehundida con cuerpo fusiforme horizontal en cuya parte superior tiende a estrecharse. Presenta un diámetro de base de 16 cm (Figura 4.46 y 4.51). A pesar del escaso desarrollo del fragmento conservado su característica forma permite relacionarlo con las jarras o jarros que conforman el tipo V de Wattenberg (1978: 25–26 y 53), el tipo 16 de Sánchez Climent (2016: 391–394) o la forma XIII de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 186–187). E. Wattenberg propone para ella una fecha de entre finales del siglo II a.C. y el siglo I a.C., A. Sánchez Climent aboga por un origen en el siglo V-IV a.C. hasta caer en desuso en el siglo I a.C. y en Carratiermes se fechan entre el siglo II a.C. y comienzos del siglo I d.C. Otra posibilidad a tener en cuenta es que se trate de una de las botellas incluidas en la forma 16 de Sánchez Climent (2016: 395–396), las cuales fecha entre los siglos II-I a.C.

La forma XIII, con todas sus variantes, por sus grandes dimensiones, debe ponerse en relación con el almacenaje, asimilándose nuevamente con las citadas formas 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y 1 de Alfaro (2018: 142–145). Otros paralelos fechados en la Segunda Edad del Hierro los podemos encontrar en los yacimientos de Manganeses II –donde coincide con sus formas 12 y 13- (Misiego et alii, 2013: fig. 71), Dessobriga (Misiego et alii, 2003: 66) y el poblado de la Hoya (López de Heredia, 2011: 553 y 554).

Debemos señalar por último la existencia de una base plana rehundida que presenta dos perforaciones. La fragmentación de la misma y su escaso desarrollo nos hacen descartarla como forma, no obstante resulta sugerente pensar en un posible colador (Figura 4.52, 5). 4.1.4.1.2.5. Otros objetos cerámicos En el conjunto de cerámica a torno se documentan 12 fichas fabricadas a partir del reaprovechamiento de galbos (Figura 4.16 y 4.17). Ocho de ellas han sido perforadas por su parte central mientras que, en las cuatro restantes, simplemente se han rebajado los bordes para darles una forma circular. Sus dimensiones oscilan entre los 1,5 cm y los 6,5 cm.

• Forma XIV. Vaso de cuello exvasado rectilíneo con cuerpo con forma de tendencia elipsoide horizontal. La única pieza que representa esta forma conserva la parte central de su desarrollo, careciendo de borde y de base. El diámetro máximo del cuerpo obtenido alcanza los 10 cm (Figura 4.46 y 4.51).

4.1.4.1.3. Cerámica campaniense o de imitación

Este tipo lo podemos relacionar con la forma XV de Wattenberg (1978: 32 y 58), la forma 5 de Sánchez Climent (2016: 409–412), la forma 12 de Alfaro (2018: 164–166) y la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–174). E. Wattenberg la fecha entre mediados

La existencia de restos de cerámica campaniense fueron dados a conocer por primera vez por M.A. Marcos García (1985: 107, 145–146; 1987–88–89: 239–240) el cual distingue cuatro bordes y una tapadera. Este autor atribuye uno de los bordes al Campaniense A en su forma 22, según 131

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.50. Cerámica a torno. 1) Forma XIII/1 y 2) Forma XIII/2.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.51. Cerámica a torno. 1) Forma XIII/2; 2) Forma XIII/3; 3) Forma XIV; 4) Forma XV y 5) Forma XVI.

Lamboglia, y la tapadera y otro borde al Campaniense B, en sus formas 14 y 2 de Lamboglia respectivamente.

características dadas por M.A. Marcos y sostienen que debe tratarse, por tanto, del tipo Morel 2681a1, correspondiente con Beltrán 72 (Beltrán, 1978; Morel, 1981). Toda esta nueva clasificación fue realizada a partir de los datos aportados por M.A. Marcos García pues, según recogen en la nota 67 de su artículo: “Desgraciadamente, a pesar de los intentos que hemos efectuado para localizar dichos fragmentos de campaniense...no los hemos hallado”.

J.R. Aja, M. Cisneros, A. Díez y P. López (Aja et alii 1999) discrepan unos años más tarde sobre la tipología dada por M.A. Marcos García. Aceptan el tipo B2 de Lamboglia, que enlazan con Morel 1222a1 y Beltrán 7, pero consideran que el tipo Lamboglia 22 no puede responder a las 133

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.52. Bases. 1) bases planas simples; 2) bases planas con fondo rehundido; 3) base plana de perfil ondulado con acanaladura inferior; 4) base plana de perfil ondulado y 5) base con perforaciones.

Durante la revisión del registro material hemos podido identificar 14 fragmentos: diez galbos, dos cuellos, un borde y un fragmento de tapadera. Tres son de origen desconocido, cinco provienen de la Cata 3A, cuatro del nivel II del Sector 1, cuadro 1a, y dos del nivel II del

Sector 2, cuadro C2, lo que desestima que estas piezas se hallen localizadas en un punto concreto del yacimiento. A nivel tipológico solamente podemos obtener algún dato del borde y la tapadera. El primero pertenece a un pequeño 134

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.53. 1) cordones lisos e incisiones y 2) decoración pintada lineal.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.54. 1) decoración pintada lineal y 2) decoración pintada geométrica.

vaso de 12 cm de diámetro de boca que ha sido identificado como parte de la forma Lamboglia B2 (Marcos, 1985: 107), Morel 1222a1, Beltrán 7 (Aja et alii, 1999) y Morel 1221a1 o 1221b1 (Bolado y Fernández Vega, 2010a) (Figura 4.55, 2). La tapadera, de 25 cm de diámetro, corresponde a la forma 14 de Lamboglia (Marcos, 1985: 107) (Figura 4.55, 1).

4.1.4.1.4. Cerámica común romana Dos bordes, uno de procedencia desconocida y el otro recuperado en el nivel II del Sector II, cuadro C3, pueden vincularse con este tipo de producción. El primero se trata de un borde vuelto hacia el exterior con tendencia exvasada, cocción alternante y cuya boca alcanza un diámetro de 16 cm (Figura 4.77, 10).

Solamente uno de los galbos conserva una decoración a base de rebajes (Figura 4.55, 3).

La otra pieza forma parte de un plato de 29 cm de diámetro de boca (Figura 4.77, 11). Su borde es plano y con una ligera tendencia exvasada, fue cocido en atmósfera reductora y la base es de tipo plano simple. Su forma nos permite incluirlo dentro de la tipología de platos y fuentes de A. Martínez Salcedo, concretamente de los tipos 102, 105, 106 y 114 (Martínez Salcedo, 2004: 104–105, 110– 112 y 120).

Todas estas piezas se aproximan a las formas del Campaniense B, fechadas entre el siglo II a.C. y la primera mitad del siglo I a.C. No obstante, la falta de conservación del barniz en todas ellas, fruto de su baja calidad, puede suponer la prueba de que estemos ante imitaciones procedentes de los valles del Ebro o del Duero (Mínguez y Sáenz, 2007; Adroher y Caballero, 2012). Una identificación que estaría en consonancia con la ausencia en el poblado de niveles de ocupación romana.

La documentación de estas dos piezas podría abrir la posibilidad a que exista algún tipo de ocupación del 136

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.55. Cerámica campaniense o de imitación. 1) tapadera; 2) vaso y 3) galbo decorado.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) castro durante época romana. No obstante, la falta de más materiales con esta adscripción cultural no militar y la ausencia de niveles estratigráficos o estructuras posteriores a las Guerras Cántabras, nos impiden, por el momento, ahondar en esta posibilidad.

4.1.4.2.2. Numismática Del castro proceden un total de cinco denarios celtibéricos, uno de procedencia desconocida hallado durante las campañas de 1968–1969 (García Guinea, Rincón, 1970, 35; fig. 32, 5, Lam. XX, 3), otro citado por J.R. Vega de la Torre (1982: 236, nota 7) de la ceca de Turiaso perteneciente a un vecino de Matamorosa, y tres recuperados durante las prospecciones magnéticas de las campañas de 2009–2013 (Fernández Vega et alii, 2012: 234–235):

4.1.4.2. Metalurgia Los objetos metálicos y restos derivados de la actividad metalúrgica, como es el caso de las escorias, no suponen más del 4,44% del registro (n=1013). De este pequeño porcentaje el 57,45% (n=584) son objetos de hierro y el 37,61% (n=381) objetos de bronce. El 4,15% (n=42) lo componen restos de escorias y solamente contamos con un objeto de oro. La numismática (n=6), por las características especiales y singulares que tiene este tipo de material, no se ha agrupado por materia prima, contando con cinco numerarios de plata y dos de bronce. La mayor parte de los objetos son indeterminables por lo que solamente nos referiremos a aquellos que han podido ser identificados.

• Denario celtibérico de Turiasu (García Guinea y Rincón, 1970, 35; fig. 32, 5, Lam. XX, 3). AG. Módulo: 19,02 mm. Peso: 3,84 gr. Cuños: 1h. Anverso: cabeza masculina barbada con torques punteado a derecha, delante tu, detrás ka y bajo el cuello ś. Reverso: Jinete lancero a derecha con patas del caballo sobre leyenda; sobre exergo tu.ŕ.i.a.s.u. V ceca 55, 51.7 CNH 266.31– 33, 267–34, MLH 51.3–4, DCPH 6. 2, 377–378. • Denario celtibérico de Turiasu. AG. Módulo: 17,66 mm. Peso: 2,9 gr. Cuños: 10h. Anverso: Cabeza masculina barbada con toques punteado a derecha, delante tu, detrás ka y bajo el cuello ś. Reverso: Jinete lancero a derecha, con patas del caballo sobre leyenda; sobre exergo tu.ŕ.i.a.s.u. V ceca 55, 51.7 CNH 266.31– 33, 267–34. DCPH 6.ª 19 MLH 51.3–4. • Denario celtibérico de Sekobirikes. AG. Módulo: 19,52 mm. Peso: 4 gr. Cuños: 1h. Anverso: Cabeza masculina con torques a derecha, detrás creciente lunar, bajo el cuello ś. Reverso: Jinete lancero a derecha, a veces con clámide o los dos pies visibles. Sobre exergo ś.e.ko. bi.ŕ.i.ke.s. V ceca 26, 37.1–2. CNH 292.5–10. DCPH 3.ª 4. MLH 89.1.1–1.2. • Denario celtibérico de Sekobirikes. AG. Módulo: 19,81 mm. Peso: 3,2 gr. Cuños: 12h. Anverso: Cabeza masculina con torques a derecha, detrás creciente lunar, bajo el cuello ś. Reverso: Jinete lancero a derecha, a veces con clámide o los dos pies visibles. Sobre exergo ś.e.ko.bi.ŕ.i.ke.s. V ceca 26, 37.1–2. CNH 292.5–10. DCPH 3.ª 4. MLH 89.1.1–1.2.

4.1.4.2.1. Objetos de oro La única pieza fabricada en este metal es un fragmento de varilla de torques de bronce de 10,3 cm de longitud que posee una sección circular que oscila entre los 7,2 mm y los 6 mm de diámetro (Fernández Vega et alii, 2012: 235, figs. 10,2 y 11). Está compuesto por un alma metálica de bronce que asoma en su extremo inferior para dejar lugar a una de las terminaciones, la cual no se ha conservado, y un alambre de oro enrollado por su superficie que le sirve de decoración (Figura 4.66, 3). El otro extremo muestra unas evidentes marcas de corte que sugieren que la pieza fue reaprovechada con posterioridad por su valor metálico, bien en sentido monetario o metalúrgico. La poca representatividad de la pieza debido a su fragmentación solo nos permite asimilarla a alguno de los modelos de los tipos IV y VI de Hautenauve (2005:108), recordándonos también a ejemplares asturianos como el torques de Langreo (Maya, 1987–1988: 140) o la varilla de torques 33.133 de Cangas de Onís (Asturias), fechada entre los siglos III-I a.C. (García Vuelta, 2001:110–112, 116, 118–120). No parece existir duda sobre su adscripción a la Segunda Edad del Hierro, pero debemos ser cautos a la hora de realizar mayores precisiones cronológicas, ya que este tipo de piezas se catalogan por sus remates. Tampoco existe una correlación clara entre la técnica empleada y la cronología, siendo frecuente que se entremezclen elementos técnicos antiguos y modernos (Hautenauve, 2005: 117–118).

Todos los denarios muestran un perfecto estado de conservación, tanto el anverso como el reverso no presentan el desgaste propio de su uso y circulación, por lo que puede que se trate de ejemplares que fueron atesorados; una práctica esta que se aprecia también en otros denarios hallados en territorio cántabro (Bolado, 2009b; Fernández Vega y Bolado, 2011b: 311; Peralta et alii, 2011: 154–155) y que quizás podría explicarse por el desconocimiento que, según Estrabón (III, 3, 7), tenían los cántabros de la moneda, realizando los intercambios en especie o mediante pequeñas láminas de plata recortadas. Ese valor que conferían a este metal sería el valor que daban al numerario y el objeto último del atesoramiento.

Su presencia, dada su excepcionalidad, puede interpretarse como fruto de las relaciones socioeconómicas existentes con las poblaciones del entorno. Si atendemos a los paralelos más cercanos podríamos proponer como origen la zona vadiniense o astur.

Uno de los denarios de Turiasu tiene un peso inferior al del resto de monedas, convirtiéndola en una acuñación irregular. Esto puede deberse a sus menores dimensiones

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro aunque, hasta que no conozcamos su composición, no debemos descartar que se trate de un denario forrado.

La pieza es un pequeño bronce de pátina de color verde oliva, realizado seguramente con la técnica de la cera perdida. Tiene unas dimensiones de 4,9 cm x 3,8 cm x 0,5 cm y un peso de 25,2 gr. En su anverso (la cara donde se desarrolla el bulto redondo) se aprecia la representación de oso visto desde una perspectiva cenital (a modo de una piel extendida) cuya superficie es decorada por líneas incisas paralelas en el cuello, hocico y en los extremos de las patas, delimitando unas zarpas que aparecen remarcadas por un rebaje semicircular con incisiones a modo de garras. El reverso, por su parte, es completamente liso y plano, acogiendo un total de seis agujeros (uno en cada extremo de las patas y tres en el cuerpo) que servirían de hembras de unión para confrontar una pieza hermana como la tésera conservada en la Real Academia de la Historia que, por otro lado, constituye nuestro paralelo más cercano (Figura 4.56).

Dentro del territorio cántabro se conocen otros cinco ejemplares de Turiasu procedentes del yacimiento de Monte Cildá (Ollero de Pisuerga, Palencia) (García Guinea et alii, 1966: fig. 2b, nº 8; Bolado, 2009b: 320–321), del castro de la Ulaña (Humada, Burgos) (Cisneros, 2004: 97; Cisneros y López, 2004: 18, fig. 11), del castro de El Castro (Santibáñez de la Peña, Palencia) (Peralta et alii, 2011: 154–155), de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Martínez Velasco y Gil de Muro, 2016) y del hallazgo casual de Soto Iruz (Santiurde de Toranzo, Cantabria) (García y Bellido, 1956: 198–199; Cepeda, 1999: 260; Bolado, 2009b: 320). De Sekobirikes, por su parte, tenemos noticias de dos ejemplares pertenecientes al hallazgo casual de Soto Iruz (Santiurde de Toranzo, Cantabria) (García y Bellido, 1956: 198–199; Vega de la Torre, 1982: 238; Cepeda, 1999: 260), una pieza forrada procedente de Retortillo (Reinosa, Cantabria) (Iglesias, 1985: 56 y 58; Cepeda, 1999: 266 y 268), un denario recuperado por Romualdo Moro en Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia) (Moro, 1891a: 430 y 432; García Guinea et alii, 1966: 20), un ejemplar del castro de la Canalina (Morgovejo, León) (Peralta, 2003: 60) y dos (Moro, 1891b: 5, 10 y 12; Abascal, 1999: 222) o tres (Cisneros et alii, 2011: 65) piezas halladas de Amaya (Burgos). A este último yacimiento se vinculan además, no sin ciertas dudas, cuarenta denarios de Sekobirikes de la Colección Monteverde (Quintana, 2008a: 235–236), 19 más que A. Schulten (1942: 14) vio en manos de un particular y un último que se encuentra depositado en el Museo de Burgos (Quintana, 2008a: 236).

De procedencia desconocida, el ejemplar de la R.A.H. presenta una representación cenital idéntica, unas dimensiones muy similares (4,8 cm x 3,8 cm x 0,7 cm) y un peso de 32 gr (Gómez Moreno, 1949: 311, nº 87; Almagro Basch, 1982: 201–202, 207–208; 1983: 15– 17; Lorrio, 1997: fig. 138.1, lam. VII, 3; Untermann, 1997: 542–544, nº K.0.4; Almagro-Gorbea, 2001: 277; Almagro-Gorbea et alii, 2001: 434, nº 141; Gorrochategui, 2001: 205; Almagro-Gorbea, 2003: 218–219; 2004: 293, 340–341; Jordán 2004: 240; Jimeno 2005: nº 260). Su anverso recuerda inmediatamente a la pieza cántabra, diferenciándose de esta únicamente por leves matices como pueden ser la interrupción de las líneas incisas en las patas posteriores o el hocico menos anguloso. El reverso, plano, ofrece siete remaches cuyo fin sería servir de acople a una pieza hembra como la de Las Rabas. Entre ellos, hacia la pata delantera derecha, se dispone la inscripción celtibérica libiaka, un adjetivo derivado del nombre de población de Libia en el que Almagro Basch (1984: 16–17) ve a la Libiana de Ptolomeo (II, 6, 57), situada en el territorio de Segobriga, pero que autores como Tovar (1948: 79–80) o Untermann (1997: 542, nº K.0.4.) relacionan con la riojana Libia de los Berones y los Libienses, citada por Plinio (III, 24) y recogida en el Itinerario de Antonino (394, 2).

Cronológicamente todos ellos nos llevan a finales del siglo II a.C. y el siglo I a.C., explicándose su presencia por un incremento de las relaciones con los núcleos de población de los valles del Ebro y del Duero. Menos probable es su vinculación con la participación de mercenarios cántabros en las Guerras Sertorianas (Bolado, 2009b: 325–326) o, como propone Gonzalbes (2009: 87), que pudieran relacionarse con la presencia del ejército romano.

Ambas piezas fueron fabricadas en bronces ternarios. El ejemplar de Las Rabas se compone de un 84,5% de Cu, un 13,7% de Sn y un 1,7% de Pb, mientras que la pieza de la R.A.H. tiene 77,2% de Cu, 9,22 de Sn y 12, 5 de Pb (Almagro-Gorbea, 2004: 421).

En cuanto a las dos monedas de bronce citadas, su estado de conservación las hace inidentificables, presentando tanto el anverso como el reverso lisos. Tienen unos módulos de 27,7 mm y 27 mm y un peso de 8,6 gr y 7,3 gr. 4.1.4.2.3. Objetos de bronce

Dentro de los cuatro grandes grupos en que se dividen las téseras -anepígrafas, epígrafas con lengua y escritura celtibérica, epígrafas con escritura latina y lengua celtibérica, y epígrafas con escritura y lengua latinas (Abascal, 2002: 24; Torija y Baquedano, 2007: 286, 297)-, el ejemplar de Las Rabas se incluye en el primero de ellos. Aunque cuantitativamente menor, el corpus de téseras sin inscripción no deja de ser relevante, destacando en él piezas como las téseras procedentes de El Escorial (Madrid) (Almagro-Gorbea, 2004: nº 613. Nº 613a),

4.1.4.2.3.1. La tésera de oso La tésera del castro de Las Rabas es la única pieza de estas características conocida hasta el momento en Cantabria (Fernández Vega y Bolado, 2011a). Su hallazgo se produjo durante las prospecciones electromagnéticas realizadas en 2009 en un área próxima a un aterrazamiento agrícola situado en la zona sur de la parte media de la loma.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.56. Tésera del castro de Las Rabas (izq.) y tésera de la R.A.H. (dcha.).

la cabeza, el toro y los ejemplares geométricos de La Custodia (Navarra) (Labeaga y Untermann, 1993–1994: 47–48; Labeaga, 1999–2000: 161–162; Almagro-Gorbea, 2004: 616); el caballo, el pez y la pieza rectangular con escotaduras de Sasamón (Burgos) (Torija y Baquedano, 2007: 278–281); las téseras de Alcácer do Sal (Alentejo, Portugal) (Pérez Vilatela, 1999: 501); la cabeza de toro de Villasviejas de Tamuja (Cáceres) (Almagro-Gorbea 2004: nº 602); las piezas con forma de cabeza, cabeza lobuna, piña o capullo, cubo, bicónica y abstracta de procedencia desconocida y conservadas en la Real Academia de la Historia (Almagro-Gorbea, 2004: nº 685, 687, 694, 695, 697 y 698); las cabezas de diversas procedencias recogidas por Almagro-Gorbea (2004: 303) o el supuesto perro de Ávila que parece tener su pareja en una tésera epígrafa de similares características conservada en el Museo Arqueológico Nacional (Almagro-Gorbea y Turiel, 2003: 376–377; Almagro-Gorbea, 2004: nº 594). De Villaricos procede también lo que ha sido identificado como una tésera anepígrafa que, en este caso, fue realizada sobre material óseo (Fernández Maestro, 1991: 453).

La ausencia de inscripción podría explicarse por tratarse de una sociedad donde la capacidad para leer y escribir no estaba al alcance de todas las personas, dándose mayor importancia a la forma y símbolo de la tésera con la que se sellaba el acuerdo, que a la presencia de una formula ininteligible para uno o ambos contrayentes (AlmagroGorbea, 2004: 305; Ramírez Sánchez, 2005: 281). La representación en forma de oso visto desde una perspectiva cenital destaca por su singularidad. Un simple vistazo a los motivos de las téseras zoomorfas hispanas o a la iconografía y representaciones animalísticas más habituales, nos muestra cómo los convencionalismos artísticos dan forma a las figuras de perfil, no desde el aire, por lo que la selección de su perspectiva, al igual que la forma de oso, no fue aleatoria. Ejemplos de animales representados desde una perspectiva cenital los encontramos recogidos en trabajos como los de Romero y Sanz (1992), Blanco García (1997) o Abarquero Moras (2006–2007), destacando piezas como el vaso del poblado de Azaila (Cabré, 1944: 68, fig. 55, lam. 33.2), la tapadera para el horno de Pintia (Sanz y 140

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro Velasco 2003: 79), el vaso de los lobos procedente de Eras de San Blas (Burgos) (Abarquero, 2006–2007: 188–193), las vasijas de Cauca (Blanco García, 1997: 185–187), las cerámicas con decoración plástica de Eras del Bosque (Palencia) (Taracena, 1947: 90–91, lam. XXIX; Carretero y Guerrero 1990: 373–374, 381), algunas fíbulas/colgantes (Álvarez Ossorio, 1941: 160–161, lam. CLXIV; Jimeno 2005: nº 128), la famosa representación del Cernnunos numantino (Romero, 1973: 37–50; 1976a: 24; 155–158 y 161; 1976b: 383–385; Alfayé, 2003: 77–79) o el cánido de caldero de Gundestrup (Dinamarca).

y un camafeo de South Shields, que dejan patente la existencia de este culto en las islas (Green, 2004: 181). De la importancia del oso y su simbología parece hacerse eco igualmente la piel de oso, representada por las falanges de las extremidades, que apareció en la tumba del Señor de Clemency (Luxemburgo), fechada en el siglo I d.C. (Poux, 2005), un símbolo que puede ser puesto en relación con el poder del guerrero o la soberanía y preeminencia política (Pena, 2004). Por lo que respecta a la península ibérica hemos de referirnos brevemente al teónimo Arconi procedente de un epígrafe hallado en Riba de Saelices (Guadalajara) (Olivares, 2002: 118). La raíz arc-, según Albertos (1952: 50), pudiera identificarse con la celto-iliria art-, lo que relacionaría a la divinidad Arco con Artio y, por consiguiente, con los osos, al igual que sucedería con el antropónimo Arco, común entre los lusitanos, o nombres de ciudad como Arcobriga. No obstante, según Michelena, la raíz art- es la única forma celta presente en el nombre de oso (Michelena, 1961: 201).

Su significado, más allá de una genérica caracterización mágico-religiosa, es difícil de precisar, existiendo posiblemente innumerables particularismos en función del objeto o figura representada. No sería extraño por tanto ver en ellos a dioses, seres mágicos, mitológicos y sagrados, formando parte de escenas del imaginario religioso y popular o, simplemente, ejerciendo un carácter apotropaico, protegiendo los productos de sus contenedores, los hornos, o a sus poseedores (Blanco García, 1997: 197–198; Abarquero, 2006–2007: 199–204). En el caso de la tésera de Las Rabas, el oso creemos que debe ser puesto en relación con la divinidad garante del pacto de hospitalidad, debiendo dejarse en un lugar secundario la posibilidad de que se trate de la representación del animal sacrificado para ratificar el pacto. Esta misma propuesta podría plantearse para la tésera de Arcobriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) en la cual Jordán (2004: 242) ve un oso, mientras otros autores identifican la representación de un buey o toro mayor (Torija y Baquedano, 2007: 274–275, 292). Existe una tercera posibilidad a tener en cuenta: que nos encontremos ante el símbolo de un núcleo de población estrechamente relacionado con los osos y lo que representan, el cual sería el promotor del pacto.

Es de destacar también como, cada vez de forma más frecuente y gracias a los análisis arqueofaunísticos, el oso aparece representado dentro de los registros arqueológicos de los yacimientos adscribibles a la Edad del Bronce y Edad del Hierro. Entre otros muchos tenemos constancia de los documentados en los niveles B1 al A2 del poblado de la Hoya (Biasteri, Álava) (Peñalver, 2008: 251), los restos aparecidos entre los desechos de alimentación, fechados entre los años 725–575 a.C., de las estructuras del yacimiento de Can Roqueta (Barcelona) (Albizuri y Maroto, 2008) o los catalogados en los yacimientos de Moncín (Zaragoza) (Legge 1994), Pic dels Corbs (Castellón) (Sarrión, 2005), La Morranda (Castellón) (Iborra, 2004), Mas Castellar (Girona) (Colominas, 2004– 2005. 2006), la Fonorella (Girona) (Estévez, 1977; Pons, 1984) o en Turó de Can Olivé (Barcelona) (Barberá et alii, 1960–1961).

El oso, al igual que el jabalí, encuentra su lugar dentro de la mitología celta siendo el protagonista, en su papel de víctima y animal maligno, de las cacerías de los héroes (Almagro-Gorbea, 2003: 218–219). Conocemos también una divinidad relacionada directamente con este animal, la diosa Artio. Una moradora de los bosques estrechamente vinculada con los osos como prueba su propio nombre o la famosa pieza broncínea de Muri (Berna, Suiza) en la que, sobre la inscripción DEAE ARTIONI / LICINIA SABINILLA, se representa a la diosa sentada con una copa con frutas de las que ofrece a un oso que se encuentra frente a ella (CIL XIII 5160). Otras evidencias las hallamos en Ernzen y Walsdörfer Wege (Alemania), de donde tenemos noticias de dos inscripciones dedicadas a Artio (CIL, XIII, 4113 y 4203); en Stockstadt (Alemania), donde un fragmento de pedestal reza “ [deae A]rtioni… “(CIL, XIII, 11.789); en Hedderheim (Alemania), en donde para un fragmento de lápida se ha propuesto la misma transcripción (CIL, XIII, 7375), o en las tierras galas de Beaucroissant (Ìsere, Francia), donde en una inscripción se atestigua un Mercurius Artaius (CIL, XII, 2.199) (Sánchez Ruipérez, 1951: 89–91; Green, 2004: 40, 162 y 181). En Britania existen también algunos pequeños amuletos, como los hallados en Malton, Bootle y York,

Escasos hoy, los osos debieron ser habitantes habituales de nuestros montes conviviendo y, ocasionalmente, interrelacionándose con los pobladores de las cercanías. Su carácter fiero no debió tardar en calar en el ámbito cultual de la sociedad, convirtiéndose en un animal mágico y religioso en torno al cual brotaron cultos como el de la diosa Artio y, posiblemente, también la diosa Arcos, o creencias que le harían formar parte, como animal maligno, de las cacerías heroicas y mitológicas. A modo anecdótico, en la Historia de los Animales de Claudio Eliano, existen dos pasajes en los que, a nuestro juicio, queda bien resaltado ese carácter fiero y maligno del oso. En el primer de ellos Eudemo cuenta como una osa, tras adentrarse en la guarida de un león y matar a sus cachorros, busca refugio en lo alto de un árbol ante la inminente venganza de sus padres los cuales, con la ayuda de un leñador, terminan despedazándola (Claudio Eliano III, 21). El segundo pasaje se hace eco de una situación similar en la que, nuevamente un león, se venga del oso que dio muerte al perro con el 141

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) convivían (Claudio Eliano III, 21). Las citadas cacerías heroicas debieron encontrar su representación terrenal en las cacerías llevadas a cabo por los distintos grupos de guerreros para los cuales, la caza del oso, no solo proporcionaría un aporte cárnico y material, sino que también, con su muerte y el esfuerzo que de ella se deriva, ensalzarían su valor y valentía.



A pesar de esta propuesta que relaciona la iconografía de la tésera de Las Rabas con una posible deidad vinculada con los osos, hemos de reconocer que aproximarse a comprender y desvelar el significado oculto tras esta representación cenital es una labor que, con los datos de que disponemos, queda, por el momento, lejos de nuestro alcance.



Respecto a su cronología, somos partidarios de seguir la propuesta del ejemplar de la Real Academia de la Historia, fechado entre los siglos II-I a.C., coincidiendo con el período de mayor auge de este castro y, posiblemente, del resto de poblados cántabros ubicados en los límites meridionales. A estos momentos avanzados de la Edad del Hierro responden también las téseras cántabras de Monte Cildá (Peralta, 1993: 223–226; 2003: 143–145), Monte Bernorio (Torres Martínez et alii, 2013a; TorresMartínez y Ballester, 2014) y El Otero (Jordán, 2014; Peralta, 2018).



4.1.4.2.3.2. Fíbulas En bronce contamos con un total de 40 piezas relacionadas con fíbulas que pueden agruparse en fíbulas de aro sin resorte “omega” (n=26), fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal (n=9), fíbulas de pie vuelto o de tipo La Tène (n=1), fíbulas zoomorfas esquematizadas (n=1) y piezas vinculadas a fíbulas (n=3). 4.1.4.2.3.2.1. Fíbulas de aro sin resorte “omega” – Fíbula completa procedente la U.E.4 del Sondeo 1/2011 (Figura 4.57, 2). El puente, de sección circular de 3,49 mm x 3,36 mm, tiene una longitud de 2,5 cm y una altura desde las terminaciones de 2,4 cm. Estas, de 1,2 cm y 1,2 cm de longitud, están rematadas en formas bitroncocónicas de 4,35 mm x 3,33 mm y 4,1 mm x 3,84 mm. La aguja, de 2,8 cm de longitud, tiene una sección de tendencia rectangular con incisiones longitudinales y verticales en el extremo proximal. Sobre la superficie del puente se adaptan al mismo suaves acanaladuras decorativas. Forma parte del tipo 35.1.a.1 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001: 258–272). – Fíbula completa procedente del nivel II del Sector 2, cuadro C1 (Figura 4.57, 3). El puente, de sección circular de 4,1 mm x 3,5 mm, muestra una longitud de 2,7 cm y una altura desde las terminaciones de 2,6 cm. Estás tienen una longitud de 1,4 cm y 1,1 cm y unos remates bitroncocónicos de 5,89 mm x 4,35 mm y 5,38 mm x 4,35 mm respectivamente. La aguja, de sección circular de 3,33 mm de diámetro máximo, conserva una







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longitud de 2,8 cm y una línea longitudinal decorativa en la arandela. Forma parte del tipo 35.1.a.1 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001: 258–272). Fíbula completa de procedencia desconocida (Figura 4.57, 4). Presenta un puente de sección de circular de 5,38 mm x 4,8 mm cuya longitud alcanza los 3,7 cm y su altura desde las terminaciones 3,9 cm. Estas tienen una longitud de 1,28 cm y 1,23 cm con unos remates de molduraciones anulares de 5,12 mm x 3,58 mm y 4,61 mm x 3,58 mm. La aguja, de 3,84 cm es de sección circular de 2,05 mm. En la base de la argolla presenta una decoración a base de tres líneas paralelas. Forma parte del tipo 35.1.a.2 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001:258–272). Fíbula procedente de la Cata 1 (Figura 4.57, 5). Conserva un puente de sección poligonal de 4,1 mm x 3,58 mm, con una longitud y una altura desde las terminaciones de 4,1 cm. Solamente conserva una terminación, de 1,2 cm de longitud, rematada en una molduración anular de 5,89 mm x 3,58 mm. La aguja, de 2,82 mm de diámetro, tiene una longitud de 4,3 cm y una decoración a base de tres líneas paralelas sobre la argolla. El puente muestra a su vez una decoración a base de líneas longitudinales de SSS paralelas troqueladas. Forma parte del tipo 35.1.a.2 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b9 de Mariné (2001:258–272). Fíbula completa procedente de la Cata Tierra Julia (Figura 4.57, 6). Tiene un puente de sección circular de 5,7 mm x 5,4 mm, con una longitud de 3 cm y una altura desde las terminaciones de 3,5 cm. La aguja, también de sección circular de 2,82 mm de diámetro, tiene una longitud de 3,4 cm. Las terminaciones poseen una longitud de 1,5 cm y 1,2 cm, estando rematadas con molduras anulares de 5,5 mm x 4,7 mm y 6,5 mm x 4,7 mm respectivamente. La superficie del puente conserva restos de una decoración a base de líneas paralelas de SSS troqueladas dispuestas a lo largo de su desarrollo. En la zona de la argolla de la aguja se conservan restos de líneas paralelas decorativas verticales y horizontales. Forma parte del tipo 35.1.a.2 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001: 258–272). Puente de fíbula procedente del nivel II del Sector 2, cuadro B2 (Figura 4.57, 8). De sección circular de 4,6 mm × 4,35 mm, tiene una longitud y una altura de 4,7 cm. Carece de terminaciones y conserva una aguja de 2,7 cm con sección ovoidal de 2,3 mm × 1,79 mm. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001: 258–272). Puente de fíbula de procedencia desconocida (Figura 4.57, 9). La pieza, fragmentada, carece de terminaciones poseyendo una longitud de 3,2 cm y una altura de 3,1 cm. Su sección es circular de 4,1 mm × 3,53 mm. En el puente conserva la argolla de la aguja. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001: 258–272). Fragmento de puente de procedencia desconocida (Figura 4.58, 1). Se trata de medio puente sin terminaciones de 3,3 cm de altura por 1,6 cm de longitud con una sección ovalada de 4,63 mm × 3,07

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.57. Fíbulas de aro sin resorte “omega”.

mm. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207– 225) o 21.2.b2 de Mariné (2001: 258–272). – Fíbula completa procedente del nivel II del Sector 2, cuadro B2 (Figura 4.58, 4). El puente, de sección

cuadrada al bies de 4,85 mm × 3,93 mm, tiene una longitud de 3,3 cm y una altura desde las terminaciones de 3,5 cm. Estas presentan una longitud de 1,4 cm y 1,5 cm, estando rematadas por molduraciones anulares 143

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.58. Fíbulas de aro sin resorte “omega”.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro













de 5,79 mm × 3,85 mm y 5,03 mm × 4,23 mm. La superficie del puente conserva una decoración a base de una línea de SSS troqueladas que se debió disponer por las dos caras. La aguja, de 3,7 cm de longitud y una sección circular de 2,3 mm × 1,8 mm, conserva en la argolla una decoración a base de tres líneas paralelas. Forma parte del tipo 35.1.b.2 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b3 de Mariné (2001: 258–272). Puente de fíbula procedente de la Cata 3B (Figura 4.58, 5). Tiene una longitud de 3,3 cm y una altura de 3,5 cm, con una sección cuadrada al bies de 5,89 mm × 4,87 mm. Sobre su superficie se conserva una decoración a base de líneas paralelas enmarcadas, a modo de jamba, por líneas que recorren el desarrollo de todas sus caras. Carece de terminaciones. Forma parte del tipo 35.1.b de Erice (1995:207–225) o 21.2.b3 de Mariné (2001: 258–272). Puente de fíbula procedente del nivel III del Sector 1, cuadro 1a (Figura 4.58, 6). Tiene una longitud de 3,2 cm y una altura de 2,8 cm, con una sección cuadrada al bies de 3,84 mm × 3,07 mm. Sobre su superficie se conserva una decoración a base de líneas longitudinales que siguen el desarrollo del puente, una por cada cara. Carece de terminaciones. Forma parte del tipo 35.1.b de Erice (1995:207–225) o 21.2.b3 de Mariné (2001: 258–272). Puente de fíbula hallado en la U.E.2 del Sondeo/2011 (Figura 4.58, 7). Conserva una longitud de 3,1 cm y una altura de 2,9 cm. Tiene una sección de tendencia rectangular de 5,38 mm × 1,79 mm que ha sido alterada por un troquelado decorativo en ambas a base de líneas paralelas a modo de sogueado. Atendiendo a la sección podría incluirse en el tipo 35.1.c de Erice (1995:207– 225) o 21.2.a2 de Mariné (2001: 258–272). Fíbula procedente del nivel II del Sector 2, cuadro B2 (Figura 4.58, 8). El puente, de sección rectangular de 6,15 mm × 1,79 mm, tiene una longitud de 4,2 cm y una altura desde las terminaciones de 4,4 cm. Estas, de 1,92 cm y 1,79 cm de longitud muestran un remate apuntado. La aguja, de sección circular de 1,79 mm de diámetro, se haya fragmentada a la altura de la argolla, conservando una longitud de 3,9 cm. Forma parte del tipo 35.1.c de Erice (1995:207–225) o 21.2.a de Mariné (2001: 258–272). Fíbula de bronce fragmentada procedente de la Cata 3B (Figura 4.58, 9). Está representada por medio puente de sección rectangular de 5,2 mm × 2,4 mm con una longitud de 1,8 cm y una altura desde la terminación de 3,8 cm. Esta, con una longitud 1,2 cm tiene un remate trapezoidal de 5,8 mm × 5,1 mm. En la superficie del puente se advierten restos de una decoración de líneas verticales paralelas. Forma parte del tipo 35.1.c de Erice (1995:207–225) o 21.2.a2 de Mariné (2001: 258–272). Fíbula completa procedente de la Cata Tierra Julia (Figura 4.58, 10). Posee un puente de sección con tendencia rectangular de 5,64 mm × 2,9 mm, con una longitud de 3,1 cm y una altura desde las terminaciones de 3,3 cm. La aguja, sin decoración y con sección rectangular de 2,48 mm × 1,61 mm, tiene una longitud de 3,5 cm. Las terminaciones, de 1,3 cm de longitud,











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están rematadas con molduras anilladas de 8,3 mm × 5,5 mm y 8,1 mm × 4,9 mm. Forma parte del tipo 35.1.c de Erice (1995:207–225) o 21.2.a.2 de Mariné (2001: 258–272). Puente de fíbula hallado en el cuadro C2 del Sector 2 (Figura 4.58, 11). De sección con tendencia rectangular de 4,61 mm × 2,43 mm, tiene una longitud de 3,5 cm y una altura de 2,8 cm. En una de sus superficies existe una decoración a base de dos bandas de líneas paralelas que se desarrollan a lo largo del puente. Conserva restos de lo que fue la argolla de la aguja. Forma parte del tipo 35.1.c de Erice (1995:207–225) o 21.2.a de Mariné (2001: 258–272). Fíbula completa procedente de la Cata 3C (Figura 4.58, 12). El puente, de sección lobulada de 4,2 mm × 4,8 mm, posee una longitud de 3,4 cm y una altura desde las terminaciones de 3,7 cm. La aguja, de sección circular de 2,3 mm, tiene una longitud de 3,5 cm. Las terminaciones, de 2 cm y 1,7 cm de longitud, están rematadas en molduras anulares de 6,1 mm × 4,1 mm y 4,8 mm × 4,3 mm. La aguja, en la argolla, conserva dos líneas troqueladas paralelas decorativas. Forma parte del tipo 35.1.d de Erice (1995: 207–225) o 21.2.b6 de Mariné (2001: 258–272). Puente de procedencia desconocida (Figura 4.58, 13). De sección lobulada de 7,17 mm × 6,92 mm, muestra una longitud de 3 cm y una altura de 2,9 cm. Carece de terminaciones. Forma parte del tipo 35.1.d de Erice (1995: 207–225) o 21.2.b6 de Mariné (2001: 258–272). Fragmento de puente de procedencia desconocida (Figura 4.58, 14). Conserva una longitud de 2,9 cm y una sección lobulada de 5,89 mm × 4,87 mm. Forma parte del tipo 35.1.d de Erice (1995: 207–225) o 21.2.b10 de Mariné (2001: 258–272). Fragmento de puente recuperado durante las prospecciones de A. Peña (Figura 4.58, 15). Tiene 2,8 cm de longitud y una sección de tendencia rectangularovoidal de 6,41 mm × 3,58 mm. De forma genérica se le puede incluir en los tipos 35 y 21 de Erice (1995: 207–225) y Mariné (2001: 258–272). Aguja de 3,7 cm de longitud y sección circular de 3,54 mm de diámetro de procedencia desconocida (Figura 4.58, 16). Aguja de 3,3 cm de longitud y sección circular de 3,05 mm de diámetro procedente de la U.E. 7 del Sondeo 1/2009. Conserva en el extremo proximal dos líneas paralelas decorativas (Figura 4.58, 17). Aguja de 2,9 cm de longitud y sección circular de 2,4 mm de diámetro procedente de la U.E. 4 del Sondeo 1/2011 (Figura 4.58, 18). Aguja de 4,3 cm de longitud y sección circular de 2,61 mm de diámetro recuperada durante las prospecciones de A. Peña (Figura 4.58, 19). En la argolla conserva una decoración a base líneas paralelas verticales y horizontales. Aguja de 2,9 cm de longitud y sección circular de 3,2 mm de diámetro procedente del cuadro C2 del Sector 2. Aguja de 3,9 cm de longitud y sección circular de 7,5 mm procedente del nivel 2 del Sector 2, cuadro C1.

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.1.4.2.3.2.2. Fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal – Fíbula completa procedente de la Cata Tierra Julia perteneciente al tipo 8A2 de Argente (1994: 88) (Figura 4.59, 1). Presenta un puente de perfil semicircular de 5,5 cm de longitud y una altura de 2,1 cm que desarrolla una aleta por ambos lados del pronunciado nervio central, otorgándole una sección con forma de sombrero de 5,9 mm × 15,9 mm. El pie cuenta con una profunda mortaja ovoidal y una prolongación soldada al puente de tipo torre con cuatro escotaduras. La prolongación tiene un pasador que la atraviesa verticalmente. La aguja, de 3,8 cm de longitud, es de sección cuadrangular y da origen al resorte del muelle, de tres espirales a cada lado del puente; este, de 3 cm × 5,4 cm, es semicircular y pronunciado, tiene una sección semicircular y se une al puente mediante un pasador longitudinal. Tanto el puente como el resorte poseen una decoración lineal que sigue su desarrollo longitudinal. En el caso del puente en ambos extremos se observan también líneas transversales respecto al motivo principal. – Fíbula procedente de la Cata 1 perteneciente al tipo 8A2 de Argente (1994: 88) (Figura 4.59, 2). Tiene un puente de perfil semicircular de 5,1 cm de longitud y 2,5 cm que, por ambos lados del pronunciado nervio central, desarrolla una aleta que da a su sección forma de sombrero de 11,5 mm × 6,4 mm. El pie posee una mortaja con forma irregular y una prolongación, soldada al puente en su mitad inferior, de tipo torre con cuatro escotaduras. Aunque carece de aguja conserva parte del resorte del muelle. Este de 4 cm × 2,7 cm es semicircular, como su sección, y pronunciado; conserva tres de los muelles por los que atravesaría el pasador que lo uniría con el puente. Tanto el puente como el resorte poseen una decoración lineal que sigue su desarrollo longitudinal. En la mitad inferior de la prolongación del pie se observan restos de lo que podría ser un motivo creado a base de líneas paralelas horizontales. – Puente de fíbula procedente de la Cata 3B que forma parte del grupo 8A2 de Argente (1994: 88) (Figura 4.59, 3). Presenta un perfil semicircular de 5 cm de longitud y 2,1 cm de altura que desarrolla una aleta por ambos lados del pronunciado nervio central, otorgándole una sección con forma de sombrero de 18,4 mm × 4,4 mm. El pie cuenta con una mortaja rectangular y una prolongación soldada al puente de tipo torre circular en cuya parte superior existe un hueco que pudo acoger algún remate decorativo. Conserva el agujero para el resorte. – Puente de fíbula procedente de la Cata 3C que forma parte del grupo 8A de Argente (1994: 84–95) (Figura 4.59, 4). Muestra un perfil semicircular pronunciado de 4,4 cm de longitud y 2,2 cm de altura que desarrolla una aleta por ambos lados de su base central, otorgándole una sección lobulada o con forma de sombrero de 7,5 mm × 11,9 mm. Conserva el agujero para el resorte y tanto la mortaja como la prolongación del pie han desaparecido. – Remante decorativo hallado en la U.E. 2 del Sondeo 2/2010 perteneciente a la prolongación del pie de una fíbula de tipo 8A de Argente (1994: 84–95) (Figura 4.59, 5). Posee una forma trapezoidal con molduras









anulares que es atravesada en su parte media por un pasador que lo fijaría a la prolongación. En su parte superior ha sido decorada con un aspa doble y pequeñas incisiones en torno al borde. Mide 1,9 cm × 1,6 cm. Remate decorativo hallado durante las labores de prospección magnética de 2011 perteneciente a la prolongación del pie de una fíbula de tipo 8A de Argente (1994: 84–95) (Figura 4.59, 6). De forma trapezoidal con molduras anulares marcadas, cuenta en la parte superior con una decoración a base de un aspa doble. Esta parte conserva igualmente un pequeño círculo sellado que acoge el pasador que lo fijaría con la prolongación del pie. Mide 1,7 cm × 1,3 cm. Remate decorativo hallado durante las labores de prospección magnética de 2009 perteneciente a la prolongación del pie de una fíbula de tipo 8A de Argente (1994: 84–95) (Figura 4.59, 7). Muestra una forma trapezoidal con molduras anulares marcadas. En la parte superior se ha decorado mediante un aspa mientras que en las molduras del cuerpo se disponen tres líneas que lo circundan. La pieza conserva los vanos de entrada y salida para la introducción de un pasador que lo fijase a la prolongación del pie. Mide 1,4 cm × 1,4 cm. Prolongación de pie hallada durante las labores de prospección magnética de 2009 perteneciente a una fíbula de tipo 8A2 de Argente (1994: 88) (Figura 4.59, 8). Presenta una longitud de 3,1 cm y un remate discoidal de 1,8 cm de diámetro. Bajo este se dispone una decoración a base de líneas horizontales y bandas de líneas verticales paralelas que, en ambos casos, circundan la pieza. En su parte inferior se aprecia un apéndice que posibilitaría unir la prolongación al pie. Las marcas de la parte inferior nos indican que estuvo parcialmente soldado al puente. Remante decorativo hallado en la U.E. 2 del Sondeo 2/2010 perteneciente a la prolongación del pie de una fíbula de tipo 8A de Argente (1994: 84–95) (Figura 4.59, 9). Posee una forma circular de 1,6 cm × 1,5 cm que conserva en superficie una decoración a base de una triple aspa rematada en su parte central por una pequeña esfera. Por el borde dos líneas paralelas circundan la pieza, siendo interrumpidas por tres pequeñas esferas.

4.1.4.2.3.2.3. Fíbula de pie vuelto o de tipo La Tène – Puente de procedencia desconocida (Figura 4.59, 10). Fue realizado a partir de una lámina de sección rectangular de 11,7 mm × 1,2 mm, creando un perfil semicircular pronunciado de 4,2 cm de longitud y 2,3 cm de altura que conserva el arranque de la prolongación del pie donde se dispone la cama para la aguja. Esta se crea a partir de un sencillo recorte en el pie y un leve levantamiento de la lámina en la parte lateral. Por su exterior se realizó una decoración de líneas verticales paralelas. El puente, por su parte, muestra líneas longitudinales por los bordes. La escasa conservación de la pieza dificulta su inclusión dentro de un único tipo, pudiendo formar parte del 7 u 8A3 de Argente (1994: 78–83, 88–89). 146

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.59. 1 a 9) fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal; 10) fíbula de pie vuelto o de tipo La Tène; 11) fíbula zoomorfa esquematizada; 12 y 13) agujas de fíbula.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.1.4.2.3.2.4. Fíbula zoomorfa esquematizada

Junto a todas las piezas citadas debemos señalar la existencia de otras seis fíbulas dadas a conocer por J. Ruiz Cobo (1996b) pertenecientes a una colección privada (Figura 4.60). Este autor las incluye dentro de sus tipos propios denominados “fíbulas de cono”, “fíbulas de cono con apéndice lenticular” y “fíbulas de pie cilíndrico integrado”. Todos ellos forman parte del tipo 8A2 de Argente.

– Puente procedente del nivel 5, cuadro B6, del Sondeo 3 de 2011 y 2013 (Figura 4.59, 11). Se trata de un puente con tendencia rectangular de 3,9 cm de longitud, 2,5 cm de altura y 7 mm de grosor, que fue fabricado con una aleación de bronce binario en donde el cobre representa el 88,05% y el estaño el 9,52%. En la parte superior izquierda y en la prolongación inferior proximal se aprecian pequeñas fracturas que nos impiden identificar el recorte o moldeado de la parte medial inferior para las prolongaciones. En la distal no se conserva ningún resto de la cama, mientras que en la proximal se aprecian indicios de la perforación destinada al pasador para el resorte. Ambas caras fueron decoradas con una línea de cinco círculos concéntricos troquelados que, ocasionalmente, son interrumpidos por las perforaciones. Esto nos indica por tanto que fueron realizadas con posterioridad, disponiéndose por los bordes laterales y superior para la fijación de anillas.

Desde el punto de vista cronológico, las fíbulas de aro sin resorte “omega” son de gran imprecisión, documentándose desde el siglo V a.C. hasta el VII d.C. sin apenas variaciones formales (Erice, 1995: 212–215; Mariné, 2001: 268–272). M. Mariné (2001: 258–272) plantea la posibilidad de que se trate de una creación autóctona del siglo I a.C., la cual derivó de las anulares hispanas, aunque no descarta la posibilidad de un origen multifocal. Su difusión y dispersión pudo verse favorecido por las continuas luchas que acogerá la península, extendiéndose gracias al ejército romano. J.L. Argente (1994: 93–95) sitúa el grupo 8A de fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal entre finales del siglo V a.C. y el siglo II a.C. Más precisión proporciona el tipo 8A2, el cual fecha entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo II a.C. El único ejemplar de fíbula de pie vuelto, o quizás tipo 8A3 de Argente, en función de su identificación variaría ligeramente su cronología. Argente fecha las fíbulas de pie vuelto entre mediados del siglo VI a.C. y el siglo III a.C., situando los tipos 7A y 7B entre mediados del siglo VI a.C. y mediados del siglo IV a.C. y los tipos 7C y 7D entre finales del siglo V a.C. y el siglo III a.C. (Argente, 1994: 78–83); el tipo 8A3 por su parte considera que se emplea

4.1.4.2.3.2.5. Otras piezas vinculadas a fíbulas – Aguja de 4,4 cm de longitud de sección circular con tres espirales que formarían parte del resorte (Figura 4.59, 12). – Aguja de 3,4 cm de longitud y sección circular que conserva tres espirales vinculadas al resorte (Figura 4.59, 13). – Fragmento de muelle de tres espirales de 1,5 cm de longitud y 7,3 mm de altura.

Figura 4.60. Fíbulas dadas a conocer por J. Ruiz Cobo (1996b).

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro entre la segunda mitad del siglo IV a.C. y la primera mitad del siglo III a.C. (Argente, 1994: 93–95).

fig. 13), se emplean a modo de arandelas para fijar los remaches, decorándose en ocasiones con círculos concéntricos o bandas circulares con líneas paralelas en su interior. Los “pendientes amorcillados” por su parte son frecuentemente interpretados como tal, como elemento de adorno personal. No obstante los dos únicos documentados que no aparecen aislados pueden interpretarse como eslabones de cadenas o como elementos decorativos pinjantes. Este último caso es destacable en el conjunto de placas articuladas recuperadas en 2009 del interior de la cabaña, el cual podemos dividir en dos grupos (Figura 4.61 y 4.62). El primero de ellos lo compone las placas de mayores dimensiones: dos piezas de tendencia rectangular, articuladas y con el contorno anillado y decorado con “pendientes amorcillados”. La primera de ellas, que conformaría la cabeza del conjunto, desarrolla en un extremo una prolongación circular sobre la que se alza un pequeño pomo mientras que, la segunda, en su extremo distal conserva parte de lo que parece un pasador para algún tipo de correaje. La unión de ambas se realiza mediante un sistema de bisagra: un pasador dispuesto en la primera placa que deja, en su media altura, sitio para el enganche de la segunda placa a través de una prolongación hueca que ha llegado a nuestros días fragmentada. La primera de las placas tiene unas dimensiones de 13,5 cm de anchura por 4,3 cm de altura, mientras que la segunda conserva 8,6 cm de anchura por 4,1 cm de altura.

La fíbula zoomorfa esquematizada se trata de un ejemplar para el que solo contamos con tres paralelos más: Monte Ornedo (Valdeolea), La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) y La Muela (Villamartín de Sotoscueva, Burgos). Este hecho, unido a sus características formales, hace que pueda tratarse, como veremos y como ya se ha propuesto, de un modelo propio que es fechado entre los siglos III-II a.C. y las Guerras Cántabras (Peralta, 2007: 495; Bolado y Fernández Vega, 2018). 4.1.4.2.3.3. Elementos de guarnicionería Uno de los objetos más comunes que conforman el conjunto de piezas de bronce son las pequeñas chapas que, con una finalidad decorativa, adornaban diferentes tipos de correajes (Figura 4.63 y 4.64). La característica común que podemos encontrar en la mayoría de ellas es la presencia de perforaciones, situadas habitualmente en la parte central o en los extremos, que posibilitaría su fijación a partir de remaches. Algunas piezas han conservado una segunda placa que nos indica que el correaje iría entre ambas. La pieza exterior no es raro que dispusiese de motivos decorativos a base de bandas de líneas horizontales paralelas, círculos concéntricos, SSS, bandas verticales y horizontales con pequeñas esferas en el interior, bandas rellanas con líneas transversales paralelas o motivos más complejos como el sogueado.

Ambas piezas cuentan con una decoración original a base de dos bandas de líneas incisas dispuestas paralelas a los bordes. Decimos decoración original porque, en el friso liso que quedaría entre ambas, se han realizado de forma manual motivos irregulares de aspas, llevándose a cabo una personalización del objeto por parte del usuario. Los motivos decorativos se completan con el pomo

Junto a las placas encontramos múltiples botones y “pendientes amorcillados” (Figura 4.64). Los botones, como puede comprobarse en las placas de Rueda de Pisuerga (Palencia) (Bolado y Fernández Vega, 2010a:

Figura 4.61. Conjunto 2 de las placas articuladas.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.62. Conjunto 1 de las placas articuladas.

decorado en su base con molduras circulares concéntricas escalonadas y, en su superficie, con un octapétalo inciso; y con el conjunto de anillas y “pendientes amorcillados” que flanquean los márgenes de las placas. Puede apreciarse como la fragilidad de estos motivos pinjantes ha provocado la fractura y perdida de muchos de ellos y, en algunas ocasiones, la reparación de los mismos, como puede verse

en la existencia de perforaciones que carecen de un patrón en su disposición. El segundo grupo, formado igualmente por dos placas, se compone de una pieza circular de 5,2 cm de diámetro que se articula con una placa rectangular alargada de 10,2 cm de anchura por 1,8 cm de altura que parte de su zona medial. 150

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.63. Elementos de guarnicionería.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.64. Elementos de guarnicionería.

152

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro Ambas tienen sus extremos anillados, desarrollando una decoración a base de líneas incisas paralelas, en el caso del ejemplar rectangular, y motivos incisos de círculos concéntricos que toman como eje un mamelón metálico en la pieza circular. En este caso la decoración fue elaborada tanto en el anverso como en el reverso.

incisas horizontales paralelas, mientras que su mitad inferior recoge una decoración basada en una banda de líneas incisas horizontales paralelas y dos bandas troqueladas por cada uno de los bordes que, hasta llegar a su extremo apuntado, se rellenan con pequeños círculos en altorrelieve. El tahalí más grande (Figura 4.65, 16) cuenta con una primera parte con forma rectangular en cuya superficie se dispone una decoración a base de líneas incisas verticales y bandas de SSS troqueladas por ambos lados, dejando un espacio central liso. El desarrollo de esta decoración se interrumpe por dos bandas de líneas incisas horizontales paralelas. La segunda parte adquiere una forma triangular que culmina en su parte inferior con el característico gancho. La decoración que se observa es a base de una banda de líneas incisas horizontales paralelas en su parte superior y por tres bandas troqueladas de círculos en altorrelieve que enmarcan la forma triangular, dejando en su interior nuevamente un espacio liso. En el reverso de la parte superior de la pieza, en la zona de los remaches, se conservan los restos de una placa de hierro. Esta pieza la relacionamos inicialmente (Fernández Vega et alii, 2012: 240) con los puñales Miraveche-Monte Bernorio (Griño, 1989: 47–62; Sanz Mínguez, 1990: 182), aunque se trata de un elemento que aparece asociado a puñales de frontón o bidiscoidales en las tumbas 78 y 82 de La Mercadera, en la tumba 55 de La Osera, en las tumbas 5, 6 y 14 de Osma (Griño, 1989: 48; Sanz Mínguez; 1990: 186) o, con formas muy similares, vinculados a puñales en espiga (De Pablo, 2010: 383–384). Este último autor relaciona estas cuatro piezas con el denominado puñal de filos curvos (De Pablo, 2010, 2012 y 2014), del cual hay múltiples ejemplos en el registro de la Edad del Hierro de Cantabria.

El conjunto se completa con una tercera pieza compuesta por dos grupos de cadenas con “pendientes amorcillados” como eslabones en los que se pueden apreciar las alteraciones sufridas por las altas temperaturas, encontrándose varios de los eslabones soldados unos a otros hasta distorsionar su forma original. El primero de ellos se compone de una cadena sencilla con una acumulación de eslabones en uno de sus extremos mientras que, el segundo, consta de tres brazos unidos en su parte superior por una cadenilla. El brazo central se subdivide a su vez en dos nuevos brazos de eslabones uno de los cuales, en su extremo, conserva un pasador con decoración incisa y una perforación distal de 4,8 cm de anchura por 4 mm de diámetro. Estas piezas pueden relacionarse con otros objetos similares hallados en la necrópolis de Villanueva de Teba (Burgos), como las placas articuladas con un extremo en garfio del Grupo IV de cinturones (Ruiz Vélez, 2005: 24–29, lam. VIII, IX, fig. 6, 11, 13, 14 y 15). En el caso de Las Rabas el garfio pudo sustituirse por un pomo que se uniría a una pieza hembra. El segundo grupo de placas y las cadenas desconocemos como se articularían con las primeras aunque sí suponemos que todas ellas darían forma a un cinturón desde el que sería posible sustentar una espada o puñal. Cronológicamente las piezas de la necrópolis de Villanueva de Teba se enmarcan entre los siglos III y I a.C. (Ruiz Vélez, 2005: 6–7), vinculándose con tipo de cinturones articulados con los puñales de filos curvos cuyo origen se establece en el siglo II a.C. (Pablo, 2010: 373–375, 385–387). Al hallarse en el interior de la cabaña, se puede tomar como fecha para las mismas la datación realizada, lo que las situaría entre la primera mitad del siglo IV a.C. y la primera mitad del siglo II a.C.

Las otras cuatro piezas que pueden relacionarse con armamento son más difíciles de determinar. Dos de ellas (Figura 4.65, 13 y 14), por su extremo con forma de gancho, pueden ser puestas en relación con tahalíes, otra con algún elemento decorativo de una empuñadura (Figura 4.65, 12) y, la restante, la hemos relacionado con una posible abrazadera de una vaina de puñal (Figura 4.65, 8) (Bolado et alii, 2019).

4.1.4.2.3.4. Otros objetos de bronce Dentro de este grupo podemos señalar la existencia de ocho piezas que pudieran estar vinculadas con armamento de las cuales, cuatro, no ofrecen ninguna duda. Entre las últimas encontramos una lámina exterior perteneciente a la empuñadura de un puñal posiblemente bidiscoidal (Kavanagh, 2008) que conserva una decoración a base de círculos concéntricos (Figura 4.65, 9), un disco decorativo perteneciente a la parte inferior de una vaina (Figura 4.65, 10) y dos tahalíes (Figura 4.65, 15 y 16). El más pequeño (Figura 4.65, 15) está formado por una chapa de bronce y una contrachapa de hierro, ambas de forma triangular, que se unen por tres remaches de cabeza circular. La pieza de hierro sobresale ligeramente en su parte inferior, doblándose hacia el exterior sin entrar en contacto con la chapa de bronce. Esta conserva varios motivos decorativos: en su mitad superior vemos que el borde tiene pequeñas incisiones verticales paralelas acompañadas por tres bandas de líneas

Entre los objetos de uso cotidiano podemos destacar las agujas, que nos llevan hacia la actividad textil (Figura 4.66, 4), el asa de un pequeño recipiente (Figura 4.66, 7), una pesa con perforación central y decoración a base de círculos de 29 gr (Figura 4.66, 6), cuentas de collar (Figura 4.66, 8 y 9), remaches decorativos (Figura 4.66, 15), un posible punzón o cincel (Figura 4.66, 13) y elementos de adorno indeterminados (Figura 4.66, 1, 10, 11, 12 y 14). Resta por último referirnos a dos piezas que deben ser puestas en relación con esculturas de pequeño tamaño. La primera es una pata de équido en cuya parte superior se observa una decoración a base de líneas incisas que circundan el tobillo y, un poco más arriba, marcas de corte que pudieran indicarnos un reaprovechamiento de la pieza (Figura 4.66, 2). La segunda de ellas se trata de una pequeña dolabra con perforación central y decoración de 153

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.65. Restos de armamento de hierro (1 a 7 y 11) y bronce (8 a 10 y 12 a 16).

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.66. 1) placas; 2) pata de équido; 3) varilla de torques; 4) agujas; 5) dolabra; 6) ficha/pesa; 7) asa; 8 a 12 y 14) objetos de bronce; 15) remates decorativos.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) líneas paralelas destinada a un mango que formaría parte de una pequeña escultura (Figura 4.66, 5).

– Fragmento de puente de fíbula procedente de la Cata 1 (Figura 4.58, 3). Se conserva un tercio del mismo con una altura de 3,5 cm y una sección elipsoidal de 6,92 mm × 3,33 mm. Carece de terminaciones. En el puente parecen apreciarse los restos de la argolla de la aguja. Su sección no responde a ninguna de los tipos propuestos por Erice (1995: 207–225) o Mariné (2001: 258–272) por lo que engrosa los tipos 35 y 21 de forma genérica.

4.1.4.2.4. Objetos de hierro 4.1.4.2.4.1. Fíbulas Se han identificado un total de siete fíbulas, todas ellas pertenecientes al tipo de fíbulas de aro sin resorte “omega”:

Como puede apreciarse no existe variabilidad dentro de las fíbulas fabricadas en hierro, tratándose en todos los casos de fíbulas de aro sin resorte “omega” lisas cuyas terminaciones se han formado simplemente mediante el doblez del aro, sin crear ningún remate decorativo.

– Fíbula procedente de la Cata Poblado de la que se conserva la mitad de un puente de sección circular de 3,53 mm de diámetro, una longitud de 2,4 cm y una altura desde la terminación de 4,1 cm (Figura 4.57, 7). Esta, de 1,2 cm está adosada al puente y carece de remate, formándose simplemente mediante el doblez del mismo. La aguja, de sección circular de 2,8 mm de diámetro tiene un longitud de 3,2 cm. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001:258–272). – Fíbula de aro sin resorte “omega” completa procedente de la Cata 1 (Figura 4.57, 1). Conserva un puente, de sección circular de 4,3 × 3,8 mm, con una longitud de 4,7 cm y una altura desde las terminaciones de 4,9 cm. Estas, de 18,7 × 2,8 mm y 1,53 mm × 3 mm se forman a partir del doblez de puente. La aguja, también de sección circular de 3,5 mm de diámetro, tiene una longitud de 3,2 cm. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001:258–272). – Puente de fíbula procedente de la Cata 1 (Figura 4.57, 10). Posee una longitud y una anchura de 3,3 cm y una sección circular de 5,89 mm × 5,64 mm. Las terminaciones, al igual que la aguja, no se conservan. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001: 258–272). – Puente de fíbula procedente de la Cata Poblado (Figura 4.57, 11). La pieza, de sección circular de 6,15 mm de diámetro, está fragmentada en tres partes, lo que nos impide saber su longitud y altura. Carece de terminaciones. En el puente parecen apreciarse restos de lo que fue la argolla de la aguja. Forma parte del tipo 35.1.a de Erice (1995:207–225) o 21.2.b1 de Mariné (2001:258–272). – Puente de fíbula procedente de la Cata Poblado (Figura 4.57, 12). De sección cuadrada al bies de 5,38 mm × 4,6 mm, presenta una longitud de 4,6 cm y una altura desde las terminaciones de 4,9 cm. Estas miden 1,84 cm y 1,51 cm de longitud, no apreciándose remates, por lo que parece indicar que se han creado simplemente mediante el doblez del puente. De la aguja se conserva la argolla. Forma parte del tipo 35.1.b de Erice (1995:207–225) o 21.2.b3 de Mariné (2001:258–272). – Puente de fíbula posiblemente procedente de la zona de la vaguada (Figura 4.58, 2). De sección elipsoidal de 7,2 mm × 3,1 mm, se trata de la mitad de un puente de 2,2 cm longitud y 5,5 cm de altura. Carece de terminaciones. Su sección no responde a ninguno de los tipos propuestos por Erice (1995: 207–225) o Mariné (2001: 258–272) por lo que engrosa los tipos 35 y 21 de forma genérica.

Desde el punto de vista cronológico debemos extrapolar las mismas consideraciones realizadas para las piezas de bronce, debiendo situarlas en el caso de Las Rabas a finales de la Segunda Edad del Hierro. 4.1.4.2.4.2. Armamento Las 21 piezas agrupadas en este apartado forman parte de las armas ofensivas. Entre ellas encontramos cuatro puntas de lanza, de las que solamente una muestra restos de nervadura central (Figura 4.65, 2 a 5). El sistema de enmangue se conserva en dos, siendo este de tipo tubular. Relacionado con ellas se documenta una punta de sección cuadrangular de 9 cm de longitud y enmangue tubular que pudiera pertenecer a un arma arrojadiza de tipo dardo (Figura 4.65, 6). Las armas de asta se hallan representadas igualmente por 13 regatones, todos ellos de enmangue tubular, los cuales se dispondrían en el extremo inferior de la lanza para permitir que fuera clavada al suelo (Figura 4.67). Las armas de puño, junto a las piezas de bronce citadas con anterioridad, están representadas por la parte proximal de una hoja fragmentada con enmangue en espiga que, por sus dimensiones, nos hace desvincularla de un cuchillo (Figura 4.65, 11). En trabajos anteriores hemos identificado como arma de puño un cuchillo de más de 30 cm de longitud con mango de asta, expuesto en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, que debe de ser descartado como tal (García Guinea y Rincón, 1970: lam. XIII,1; Bolado y Fernández Vega, 2010a: fig. 11,2). Su hoja está formada por distintos fragmentos de cuchillo que no tienen relación entre sí. A su vez, la hoja desarrolla un sistema de enmangue desconocido que no resulta acorde con los restos de enmangue en espiga del mango. Igualmente debemos descartar, por el momento, una vaina de puñal de procedencia desconocida fabricada íntegramente en hierro (Figura 4.65, 1), ya que no responde a las características de las empleadas durante la Segunda Edad del Hierro o de los puñales bidiscoidales y de filos curvos que se pudieron estar en uso en el poblado (Kavanagh, 2008; De Pablo, 2010, 2012, 2014). 4.1.4.2.4.3. Otros objetos de hierro Dentro del resto de objetos de hierro destacan los cuchillos, un objeto de uso cotidiano muy representado en el que 156

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.67. Regatones.

observamos cierta variabilidad. Atendiendo a su filo encontramos cuchillos rectos (Figura 4.68, 5, 6, 7, 10, 11 y 14), con afalcatamiento pronunciado (Figura 4.68, 1, 2 y 3) y con afalcatamiento leve (Figura 4.68, 4, 8 y 9). Si nos fijamos en el sistema de enmangue observamos solamente dos tipos, en espiga (Figura 4.68, 5, 13, 14, 15, 17 y 25) y mediante remaches que fijarían cachas de material orgánico (Figura 4.68, 1, 2, 4, 6, 7, 8 y 16); solamente en un cuchillo (Figura 4.68, 1) se han documentado cachas de hierro. De forma excepcional hemos identificado un cuchillo con mango enterizo de metal, algo que nos suscita dudas sobre su contemporaneidad con el resto de piezas (Figura 4.68, 12).

ha llegado hasta nuestros días (García Guinea y Rincón, 1970: 17–18). Dos fragmentos de hacha (Figura 4.69, 2 y 3) y una broca (Figura 4.69, 11) nos remiten al trabajo de la madera, un anzuelo (Figura 4.69, 12) al aprovechamiento de los recursos fluviales, y un campano (Figura 4.69, 9), una anilla (Figura 4.69, 4) y tres elementos de arreo de caballo llaman nuestra atención hacia la ganadería, el uso del caballo y la presencia de jinetes. Este último conjunto está formado por un bocado de filete de tipo 4.2 de la necrópolis de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 71–90) que conserva el cañón y la cama curva derecha (Figura 4.69, 6) y dos grapas de carrillera: una sencilla, con anilla de sección circular unida al agarre de la correa (Figura 4.69, 7), y otra formada por una anilla de sección circular articulada al agarrador. Esta última (Figura 4.69, 8) conserva una decoración realizada a base de pequeñas láminas paralelas de latón dispuestas de forma vertical

Vinculados con las actividades agrícolas el castro ha proporcionado una posible azada (Figura 4.69, 1), una aguijada (Figura 4.69, 5) (Barril, 1999: 98–99, Fig. 5), y hay noticias de una hoz con enmangue de hueso que no 157

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.68. Cuchillos.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.69. Objetos de hierro. 1) azada; 2) hacha; 3) hacha; 4) anilla de sujeción; 5) aguijada; 6) bocado de caballo; 7 y 8) grapas de carrillera; 9) campano; 10) cabeza de martillo; 11) broca; 12) anzuelo y 13) pinzas.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.1.4.3. Restos óseos

que la asemejan a las piezas de bocado de Las Cogotas (Ávila) (Lenerz de Wilde, 1984: Taf. 66; Kurtz, 1986–87: 459–472) o La Osera (Ávila) (Lenerz de Wilde, 1984: Taf. 26–27, 36), enmarcadas en la Segunda Edad del Hierro (Quesada, 2005: 116–123).

4.1.4.3.1. Artefactos óseos Dentro de los objetos fabricados en asta y hueso el más común de todos es el mango. Este lo podemos encontrar como objeto acabado o, la mayor parte de las veces, como un fragmento de asta que ha sido previamente preparada para la obtención del mango mediante su rebaje con cuchillo y que, posteriormente, ha sido desechado por su fractura o motivos que desconocemos.

Podemos citar por último una pequeña cabeza de martillo, parte de unas pinzas (Figura 4.69, 10 y 13) y diversos objetos de utilidad indeterminada como chapas, un posible pomo de mango, placas o varillas con terminación acincelada (Figura 4.70).

Figura 4.70. Objetos de hierro.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro Dentro de los mangos acabados podemos distinguir tres tipos. El primero de ellos, representado por una única pieza, se trata de un mango que desarrolla en su extremo distal un ángulo recto para favorecer el agarre (Figura 4.71, 1), algo que pudiera ponerlo en relación

con las hoces (Liesau y Blasco, 1999: Fig. 3, 1 a 4). El segundo tipo es el destinado a las herramientas con enmangue en espiga. Para ellas se crea un mango de sección circular o poligonal en cuyo extremo de contacto con la hoja se ejecuta un pequeño vaciado

Figura 4.71. Mangos.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) donde será introducida la espiga (Figura 4.71, 3 a 7 y Figura 4.72, 1 a 6). En los dos únicos casos donde la espiga se conserva puede observarse como la unión de ambas partes queda fijada a partir de remaches (Figura 4.71, 3 y 5), algo que también sucedería en un tercer mango (Figura 4.71, 7). El tercer tipo, más escaso, sería el de los mangos formados a partir de dos cachas que fijarían la hoja a través de remaches (Figura 4.71, 2, 8 y Figura 4.72, 8).

de incisiones lineales, en zigzag o en círculos concéntricos (Figura 4.71, 3, 4, 7, 8 y Figura 4.72, 3 y 6) a modo de piezas como las de Carasta (Álava) (Filloy y Gil, 2000: 184, nº 8), la necrópolis de Las Madrigueras (Cuenca) (Liesau y Blasco, 1999: fig. 5, 5) o Langa de Duero (Soria) (Liesau y Blasco, 1999: fig. 3, 7). El registro del castro de Las Rabas proporciona también dos agujas, una de ellas con la cabeza decorada con aspas incisas (Figura 4.72, 13 y 16), un punzón (Figura 4.72, 15), una posible espátula (Figura 4.72, 10), un botón con perforación central (Figura 4.72, 14), un objeto con

La mayor parte de los mangos poseen una superficie lisa, aunque no resulta extraño encontrar decoraciones a base

Figura 4.72. Objetos fabricados en asta o hueso.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro forma de cabeza de martillo con perforación central de funcionalidad desconocida (Figura 4.72, 1) y varios objetos indeterminados en lo que se muestran trazas decorativas o perforaciones (Figura 4.72, 7, 9 y 12)

realizada a partir del desgaste dental y del cierre de las suturas craneales determinó que se trataba de un individuo adulto maduro, quizás de entre 35–45 años, según la clasificación de Brothwell (1965) para la determinación del grupo etario de poblaciones antiguas en base al desgaste dental.

4.1.4.3.2. Restos humanos En la Cata Tierra Julia el equipo de M.A. García Guinea y R. Rincón (1970: 36, lams. XXIII y XXIV) descubrió parte de un cráneo cuyo estudio ha sido realizado y publicado medio siglo después (Bolado et alii, 2019). Según se recoge en este, se trata de un fragmento de esplacnocráneo formado por el maxilar superior derecho y la región orbitaria derecha, así como la pared lateral derecha de la órbita y fosa nasal izquierda, en continuidad con el hueso frontal y esfenoides derecho (Figura 4.73). Conserva dos piezas dentales y en la región frontal se observa una lesión que atraviesa el hueso de lado a lado, apreciándose también en la cara interna tres lesiones que afectan solamente a esta zona.

A nivel patológico se observa una lesión redondeada, hiperostótica, de unos 3 cm de diámetro y escaso relieve localizado en la región central del hueso frontal, justo por encima de la glabela, que es compatible con un osteoma. No obstante, las lesiones más llamativas son de tipo traumático. La primera, denominada lesión A, la encontramos en la región frontal derecha, con forma alargada irregular de 32 mm de longitud máxima y 19 mm de anchura máxima y unos bordes irregulares y de perfil suave debido probablemente a las alteraciones tafonómicas. En la tabla interna (endocráneo) las dimensiones son ligeramente inferiores, 29,1 mm de longitud y 18,7 mm de anchura, y los bordes son más nítidos y abruptos. A nivel endocraneal existen otras tres lesiones romboidales, denominadas lesiones B, que se relacionan con fracturas o hundimientos de la tabla interna del hueso. Todas las lesiones presentan una coloración similar al resto del hueso lo que indica que se produjeron en el hueso fresco, algo que descarta que

Las características craneales, reborde orbitario de grado 2 y glabela de grado 1–2 (Acsadi y Nemeskeri, 1970), escaso relieve de las crotáfites (punto de inserción de músculo temporal) y verticalidad frontal, orientan hacia el sexo femenino del individuo. La determinación de la edad,

Figura 4.73. A) fragmento de cráneo conservado; B) visión externa de la lesión frontal; C) vista interna/endocraneal de la lesión frontal y acompañantes y D) osteoma. Foto: S. Carnicero (Bolado et alii, 2019).

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) fueran originadas durante el proceso de excavación. En ninguno de los casos existen evidencias de regeneración ósea, lo que hace inviable que el individuo sobreviviese a las lesiones traumáticas.

área se dispusiese la necrópolis del poblado (Ruiz Cobo y Muñoz, 2010: 651), la cual podría extenderse por parte de la vaguada a modo de lo que sucede en el oppidum de Monte Bernorio (San Valero 1944; 1960; Torres Martínez et alii, 2017a). No obstante los datos de los que disponemos nos obligan a desestimar esta interpretación: 1) el Sondeo 1/2011 no identificó restos de incineraciones; 2) la conservación del propio cráneo no resulta acorde a la práctica funeraria imperante en la Segunda Edad del Hierro en la que el difunto era cremado y sus huesos machacados (Lorrio, 1997: 345–348; Torres Martínez, 2011: 533–538); y 3) el estudio del cráneo revela que tuvo un final violento acontecido en la primera mitad del siglo IV a.C. a base de varias lesiones punzantes realizadas desde la base del cráneo. El cuerpo desconocemos si fue abandonado en esta zona o si el cráneo procede de algún área del yacimiento donde pudo ejercer algún tipo de función. En este sentido resulta sugerente pensar en la posibilidad de que jugase un papel ritual o cultual a modo de la calota craneal femenina del Bronce final hallada en la acrópolis de Chao Sanmartín (Grandas de Salime, Asturias), o de la mandíbula de los niveles antiguos hallada en el interior de la muralla de la Campa Torres (Gijón), también posiblemente femenina, las cuales pudieran estar indicando una apropiación simbólica de distintos espacios (Mercadal, 2001; Villa y Cabo, 2003; Marín, 2011: 35). Otros restos humanos que quizás tuvieran un papel ritual son los tres individuos que reposaban en el interior de un torreón de Bílbilis (Catalayud, Zaragoza) (Alfayé, 2010c: 224–225), interpretados como producto de un ritual fundacional (Martín Bueno, 1975; 1982; Curchin, 2004:189–190), aunque no sin ciertas dudas (Alfayé, 2010c: 224–225). En Ercavica (Cañaveruelas, Cuenca) se recuperaron del interior de un pozo de las termas dos cadáveres interpretados como sacrificios fundacionales (Barroso y Morín, 1997: 257, 269–270), aunque también pueden responder a enterramientos tardíos (Lorrio, 2001:113; Alfayé, 2010c: 225). En el poblado de Atxa (Vitoria, Álava) y Peñahitero (Fitero, Navarra) se ha propuesto una función profiláctica para los enterramientos de las murallas y los espacios liminales intramuros (Alfayé, 2010c: 225), mientras que en La Hoya (Laguardia, Álava) existen restos que se han relacionado con las cabezas cortadas (Llanos, 2007–2008), al igual que sucede en Numancia (Garray, Soria) (Taracena, 1943: 163–164; Sopeña, 1987: 105) o con los cráneos expuestos de Ullastret (Gerona) (Pujol, 1979).

Las lesiones B fueron realizadas desde una dirección posterior dada su localización endocraneal. La lesión A, por su parte, tiene unas dimensiones mayores al exterior que al interior. Como ya señaló S. Carnicero (Bolado et alii, 2019), desde el punto de vista forense, las lesiones producidas en los huesos planos presentan un diámetro menor en el orificio de entrada que en el de salida, por lo que se puede deducir que también se produjo desde la parte posterior de la cabeza y se correspondería con el orificio de salida de una herida producida por un objeto penetrante, cuyo orificio de entrada se encontraría, presumiblemente, en la región occipital de cráneo. La lesión A presenta un borde agudo y otro aparentemente romo, visibles tanto al exterior como al interior. Su morfología en compatible con una herida inciso-contusa causada por un objeto con un solo filo que, según indican las lesiones semicirculares a nivel central, podría poseer una nervadura central marcada. A estas características no responden ninguno de los objetos empleados durante la Edad del Hierro salvo las puntas de lanza, pudiendo ser por tanto esta arma de asta la causante de las lesiones. Si bien es cierto que una lanza es un arma de doble filo y las dos lesiones semicirculares no presentan el mismo eje central, no hemos encontrado ningún otro objeto que pudiera producirla. Es posible que las marcas características propias de los objetos de doble filo hayan desaparecido como consecuencia de alteraciones tafonómicas y postdeposicionales. Para las lesiones B S. Carnicero realizó un diagnóstico diferencial entre lesiones producidas por carnívoros y lesiones producidas por un arma punzante. Las distancias entre las tres lesiones no son similares ni constantes y muestran un pronunciado hundimiento de la tabla interna, con una fragmentación en bloque, o simplemente ha desaparecido, algo impropio de las lesiones causadas por los carnívoros, que suelen ser más redondeadas y con un hundimiento sutil de la cortical. Las dimensiones de los orificios son a su vez mayores que las de los colmillos de los carnívoros más comunes (Camarós et alii, 2015) y la localización de las lesiones no es la más habitual, ya que suelen buscar zonas ricas en médula. En aquellos casos donde se han documentado marcas de carnívoro en el cráneo, han sido localizadas en la cara externa, siendo muy extrañas las lesiones endocraneales (Bright, 2011). Esto nos lleva a descartar el origen animal de las lesiones, acercándonos a la hipótesis antrópica.

La exposición de cráneos en la entrada de los poblados ha sido una de las hipótesis planteadas para el cráneo de Las Rabas, dado el orificio que muestra (Torres Martínez, 2011: 401). No es descartable que alguna de las tres lesiones, o varias de ellas, sean consecuencia de un posible acto de exposición, aunque parece más bien que estemos ante la evidencia de actos violentos con consecuencias fatales, sean de origen doméstico o de un enfrentamiento entre comunidades. En el antiguo solar de los cántabros, historiográficamente la violencia ha sido capitalizada por las Guerras Cántabras, obviándose o enmascarando conflictos que pudieron darse con anterioridad y que, como consecuencia de una sociedad

El cráneo ha sido datado en 2285±30 BP (Poz-40283) cuya calibración a dos sigma y con el mayor rango de probabilidad (56,1%) lo sitúa entre 403 y el 351 cal BC. Los restos humanos, junto a la descripción estratigráfica de la Cata Tierra Julia como cenicienta, llevaron a plantear a algunos autores la posibilidad de que en esta 164

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro de marcado carácter guerrero, serían habituales (Quesada, 2003; García Alonso, 2015). Cabe recordar en este sentido los individuos muertos en la Hoya durante una presunta incursión (Llanos, 2007–2008: 1275–1276). En el caso de Las Rabas la datación obtenida de la cabaña destruida y la del cráneo son coincidentes en el siglo IV a.C. lo que nos ha llevado a plantear que el castro sufrió algún episodio violento que supuso el fin para ambos; sin desestimar que pudiera tratarse de dos conflictos distintos anteriores a las Guerras Cántabras (Bolado et alii, 2019).

ellos, 30 son de procedencia desconocida, tres se hallaron en la Cata 4, uno en la Cata Poblado, otro en el Área 3 correspondiente con la vaguada y 15 se recuperaron en 1986, repartiéndose entre el Sector 1 (n=12), Sector 2 (n=2) y el Sondeo Cenizales (n=1). En su mayoría son pequeños fragmentos muy rodados, que no conservan ninguna de las caras vistas. Solamente en siete casos se han podido documentar, conservándose en cuatro restos decorativos. Dos de ellos, por ambas caras y uno de los laterales, muestran motivos impresos realizados mediante el arrastre del dedo y digitaciones, una composición que también se documenta en la cerámica (Figura 4.74, 1 y 2). Un tercer conglomerado, con improntas de las varas que lo sostuvieron en su cara interna, presenta una decoración impresa a base de círculos estampillados dispuestos de forma lineal (Figura 4.74, 3), mientras que en otra de las piezas se aprecian restos de una sutil incisión lineal (Figura 4.74, 6). En todos estos casos la cara donde se ha dispuesto la decoración has sido preparada previamente mediante un alisado y un enlucido. Todos estos elementos reinciden en la existencia de estructuras cuyo esqueleto era levantado con un entramado de varas de madera que, posteriormente, se revestían con conglomerados de barro.

4.1.4.3.3. Fauna De las 22.831 piezas que componen el registro del yacimiento, 11.679 son restos de fauna. Estos no han podido ser estudiados, pero contamos con una valoración preliminar realizada por J. Yravedra que nos permite conocer algunas de las especies recuperadas del Sondeo 1/2011. Entre los 2271 restos hallamos bóvidos (n=66), suidos (n=58), vaca (n=53), ovicaprinos (n=52), caballo (n=31), ciervo (n=5), perro (n=4) y jabalí (n=2). Todos los restos identificados proceden de los niveles 2, 3 y 4. 4.1.4.4. Otros materiales

Otras dos piezas, fabricadas con el mismo material, desconocemos si sirvieron para revestir paredes, aunque parecen ser elementos constructivos. Una de ellas posee

Al margen de la cabaña documentada en 2010, se conocían otros 50 fragmentos de conglomerado de pared. De todos

Figura 4.74. Conglomerados de pared de cabaña.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) una moldura central y extremos rebajados (Figura 4.74, 5) y la otra cuenta con dos digitaciones en cuyo nexo de unión se superpone una tercera de menores dimensiones (Figura 4.74, 4).

el «ojo» había recibido tantas gotas superpuestas como se quisiera, las gotas se alisaban para permitir que las capas más profundas aparecieran en la superficie como anillos (Ruano, 1995: 262). Hallazgos similares en Cantabria los encontramos en el yacimiento de El Castro (Hinojedo, Cantabria) (Ontañón, 1995 y 2010), en la cueva de Cofresnedo (Matienzo, Cantabria) (Ruiz Cobo y Smith, 2001: 123) y en el yacimiento romano de Retortillo (Campoo de Enmedio). En el entorno más inmediato podemos citar los ejemplares de la Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia), Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Torres Martínez et alii, 2013b) o la Campa Torres (Gijón) (Maya y Cuesta, 2001: 229, fig.154). En Monte Bernorio las piezas halladas en el Área 3 son

Durante la campaña de 1986, en el nivel III del Sector 1, cuadro 1d, se recuperó una de las conocidas como “cuentas púnicas” (Figura 4.75). De apenas 9 mm de longitud, se trata de una cuenta de collar de pasta vítrea del tipo A de Eisen (Ruano, 1995: Fig. 4) cuya decoración, según Ruano, se realizaba colocando sobre la matriz una gota de cristal y enrollándola en ella mientras la matriz estaba blanda. En lo alto de esta zona otra gota de diferente color se situaba y enrollaba de la misma manera. Cuando

Figura 4.75. Cuenta oculada.

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro fechadas entre los siglos III-I a.C. y en la Campa Torres entre los siglos IV-I a.C., lo que coincide con el periodo de ocupación del poblado. En todos los casos existe un consenso a la hora de interpretarlas como elementos procedentes de las relaciones comerciales, bien por vía terrestre o marítima.

pieza más común son los fragmentos de afiladeras (n=15), caracterizados por mostrar una o las dos superficies útiles (Figura 4.76, 2 a 4 y 6 a 8). Los molinos están representados por tres piezas. En todos los casos son de tipo rotatorio y se encuentran fragmentados, habiendo sido reaprovechados como material constructivo para levantar los muros situados delante de la muralla interna (Figura 4.79). Los molinos de tipo barquiforme, tan comunes en la Edad del Hierro, solo están representados en el registro de forma indirecta por una mano de molino. M.A. García Guinea y R. Rincón (1970: lam. XX, 2) hacían referencia a la existencia de un colgante de procedencia desconocida fabricado en piedra, no obstante lo hemos desestimado al considerar que se trata de un badajo de campano cuyo

Por último, hemos de referirnos brevemente a los restos líticos de los que solamente contamos con 50 piezas. Entre ellos podemos señalar la presencia de tres fragmentos de sílex, dos raspadores del mismo material (Figura 4.76, 5), nueve hojas de trillo y una piedra de fusil de cronologías modernas, dos fichas con perforación central, un posible percutor y 12 piezas de uso indeterminado. El tipo de

Figura 4.76. Restos líticos.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.77. Restos romanos. 1 y 2) fragmentos de balteus; 3) hebilla en D; 4) hebilla en D con placas; 5) placas para hebilla; 6) botón; 7) oricalarium specillum; 8) pinzas; 9) puntas de flecha; 10 y 11) cerámica común romana.

Vega et alii, 2012: 231–232). La operación militar contó con un castra principalis (La Poza) (2006; 2007; 2008) y, al menos, un castellum situado en El Pedrón (Cervatos) (Bolado et alii, 2010: 92–93; Fernández Vega et alii, 2012: 221–224,) desde los cuales se produjo un asalto por dos flancos: uno, el más intenso, se localizó en el extremo norte del castro, y el segundo lo encontramos al sur del enclave, en la zona donde se documentan las dos defensas y el acceso al poblado.

uso se extiende en el tiempo hasta nuestros días, lo que imposibilita vincularlo con la Edad del Hierro. 4.1.4.5. Material militar romano El castro de Las Rabas encontró su final durante las Guerras Cántabras, posiblemente en el año 25 a.C. a manos de Antistio, quien dirigió las legiones hasta el corazón de Cantabria (Bolado et alii, 2012b: 143–159; Fernández 168

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro Martínez y Serna, 2011: 77, fig.5; Torres-Martínez et alii, 2013c: 65–66).

Desde el punto de vista material el resultado es el hallazgo de un interesante conjunto de restos militares romanos que se entremezclan con los elementos prerromanos, llegando a pasar desapercibidos. Es el caso de lo sucedido durante las primeras campañas en cuya colección C. Fernández Ibáñez identificó dos placas caladas de bronce que podrían vincularse con una placa de cinturón y con una de las láminas decorativas de una vaina de gladius (Fernández Ibáñez, 1999: 254; 2006: 260–261), relacionándose esta última también con un balteus (Figura 4.77, 1 y 2) (Bolado y Fernández Vega, 2010a: 422, fig. 17; Bolado et alii, 2010: 90, fig. 6.1a y b). Poco tiempo después se dieron a conocer otras tres piezas: un as perforado de Cneo Pompeyo (Bolado, 2009a; Bolado et alii, 2010: 90, fig. 6.2), una hebilla en D decorada de balteus (Figura 4.77, 3) (Bolado et alii, 2010: 90–91, fig. 6.3b) y una segunda hebilla con pasador y chapa de bronce de menores dimensiones identificada como un elemento de sujeción para las espadas (Figura 4.77, 4) (Bolado et alii, 2010: 90–91, fig. 6.3a).

Debemos citar por último un botón decorativo que pudo ir fijado a un arnés o a una de las tiras de un cingulum (Figura 4.77, 6) (Feugère, 2002: 94, fig. 11, 52; 109–110, fig. 17, 144–146; 118, fig. 21, 207–208; James, 2004: 93–95; Bishop y Coulston, 2006: 109–110; Fernández Vega et alii, 2012: 246) con paralelos en Santa Marina (Valdeolea) o el Pedrón (Fernández Vega y Bolado, 2011b: 317, fig.16.4; Fernández Vega et alii, 2012: fig. 26,2); unas placas rectangulares procedente de la U.E. 4 del Sondeo 1/2011 de 4,5 × 2 cm con decoración lineal destinadas a acoger un hebilla, posiblemente en D (Figura 4.77, 5) con paralelos en Monte Ornedo (Cantabria) y Retortillo (Cantabria) (Fernández Vega y Bolado, 2011b: 322; Bolado et alii, 2019) y un oricalarium specillum, procedente del mismo nivel y zona (Bolado et alii, 2019), de 5 cm de longitud, con un vástago retorcido y un extremo distal terminado en cucharita, muy común en los yacimientos romanos (Santapau, 2003: 290; Tendero y Lara, 2003: 202, 208–210; Martín y García, 2013; García Carretero y Martín, 2017) (Figura 4.77, 7). En el extremo proximal se dispone una perforación donde se conserva una argolla. Esta cuenta a su vez con otras dos pequeñas argollas que estarían destinadas a otros dos útiles, los cuales, como se aprecia en los ejemplares de Corona de San Salvador (Sabiñánigo, Huesca), Bilbilis (Catalayud, Zaragoza) y Tiermes (Montejo de Tiermes, Soria), serían unas pinzas y una sonda punzante o estilete. Su adscripción cultural es indudablemente romana, desempeñando una función de higiene personal o médico-quirúrgica.

Durante las campañas de 2009 a 2013, este corpus se vio ligeramente incrementado gracias a centrar uno de los objetivos en conocer los momentos finales del yacimiento. Las clavi caligae, también conocidas como tachuelas de sandalia, fueron las piezas más frecuentemente recuperadas y más esclarecedoras, pues constituyen una de las evidencias arqueológicas más características del paso de las legiones romanas, documentándose en distintos escenarios y campamentos de las Guerras Cántabras como el asedio de la Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) (Peralta, 2003: 306; 2007: 493–494), los castra de La Poza (Campoo de Enmedio, Cantabria) (Cepeda, 2006: 687), los campamentos de Monte Cildá (Corvera de Toranzo y Arenas de Iguña, Cantabria) (Peralta, 2002b: 179–180; 2007: 494; 2008:155), Castillejo (Pomar de Valdivia, Palencia) (Peralta, 2002b:176; 2003: 303; 2007: 494), Campo de las Cercas (Puente Viesgo-San Felices de Buelna, Cantabria) (Peralta, 2002b: 181; 2007: 494; 2008: 156) y La Muela (Villamartín de Sotoscueva, Burgos) (Peralta, 2002b: 178; 2003: 306; 2004: 36; 2007: 494) o los enclaves de Monte Bernorio (Villarén, Palencia) (Torres Martínez, 2007: 88–89; Torres Martínez y Serna, 2011: 77 y 82; Torres Martínez et alii, 2011), Santa Marina (Valdeolea) (Fernández Vega y Bolado, 2011b: 322 fig. 20,9) y la Espina del Gallego (Anievas-Arenas de IguñaCorvera de Toranzo) (Peralta, 2003: 313).

Esta misma función pudieran desempeñar los restos de unas pinzas procedentes de la Cata 1 de 1968 pues, como relata Lucilio (401, FHA IV), forman parte de la impedimenta militar romana, pudiéndose relacionar con las volsella (Figura 4.77, 8). No obstante debemos tener en cuenta que se trata de un tipo de objeto que no resulta extraño en yacimientos prerromanos (Lorrio, 1997: 232–233), especialmente en contextos cerrados como necrópolis. 4.1.5. Cronología El castro de Las Rabas cuenta con dos dataciones absolutas procedentes de la cabaña (2175±30BP) y del cráneo (2285±30 BP), lo que nos permite establecer un arco cronológico sólido de entre el 405 y el 163 cal BC.

En Las Rabas contamos con un total de 55 clavi caligae, en diferentes estados de conservación, en los que se pueden reconocer los tipos A1, B2, C13 y D7 de Alesia (BrouquierReddé, 1997; Brouquier-Reddé et alii, 2001; Fernández Vega et alii, 2012: 240 y fig. 15). Su dispersión es la que posibilita confirmar la existencia de un asalto realizado en dos flancos (Figura 4.78). Junto a ellas aparecieron dos puntas de flecha de tipo sirio, a las que hay que sumar otras dos más recuperadas en 1968–1969 (Figura 4.77, 9). Este tipo de proyectiles parecen ser empleados por los arqueros que participaron en las Guerras Cántabras (Peralta, 2007: 497–500), hallándose ejemplares muy similares en Monte Bernorio (Torres Martínez, 2007: 89, fig.5; Torres

Junto a ellas contamos a su vez con distintos objetos que nos aportan dataciones relativas. Uno de los principales son las fíbulas. Dentro de estas los momentos más antiguos parece estar representados por una posible fíbula de pie vuelto o de tipo La Tène o de apéndice caudal 8A3 de Argente. De tratarse de un ejemplar de pie vuelto podría fecharse entre mediados del siglo VI a.C. y el siglo III a.C. (Argente, 1994: 78–83) mientras el tipo 8A3 es usado entre la segunda mitad del siglo IV a.C. y la primera mitad del siglo III a.C. (Argente, 1994: 93–95). Los modelos 8A y 8A2 del tipo La Tène o de apéndice caudal 8A2 son 169

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.78. Clavi caligae.

170

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.79. Molino circular

fechados por su parte entre finales del siglo V a.C. y el siglo II a.C. y entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo II a.C. (Argente, (1994: 93–95). La fíbula zoomorfa esquematizada nos sitúa entre los siglos III-II a.C. y las Guerras Cántabras (Bolado y Fernández Vega, 2018: 161– 162) mientras que las fíbulas de aro sin resorte “omega” no deben alejarse de los siglos II-I a.C. (Erice, 1995: 212– 215; Mariné, 2001: 268–272).

amplia Segunda Edad del Hierro (Fernández Vega et alii, 2012: 235). La cerámica a mano no permite realizar mayores precisiones que el torques mientras que para las formas de cerámica a torno hallamos paralelos entre los siglos V-IV a.C. y el siglo I a.C. (Sánchez Climent, 2016; Alfaro 2018). La producción campaniense o de imitación, aún escasa, nos proporciona fechas de entre los siglos II-I a.C.

La tésera de oso se fecha entre los siglos II-I a.C. (Fernández Vega y Bolado, 2011a: 48), casi igual que los denarios, los cuales datan de entre finales del siglo II a.C. y el siglo I a.C. Las placas articuladas de bronce halladas en la cabaña se fechan entre los siglos III-I a.C. (Fernández Vega et alii, 2012: 228), al igual que la cuenta oculada, la cual podría llegar hasta el siglo IV a.C. (Maya y Cuesta, 2001: 229, fig.154; Torres Martínez et alii, 2013b: 135–136). Los distintos restos vinculados a puñales de filos curvos se sitúan entre los siglos II-I a.C. (De Pablo, 2010: 375–389 2012: 52–54; 2014: 291–292) y la varilla de torques se ubica en una

Los materiales militares romanos nos fijan el momento final de la ocupación prerromana durante las Guerras Cántabras, siendo muy probable que aconteciese en torno a la campaña del año 25 a.C. realizada por Antistio, quien penetró por el centro de Cantabria (Bolado et alii, 2012b: 143–159; Fernández Vega et alii, 2012: 231–232). Todo ello nos permite fechar el castro de Las Rabas entre el siglo IV a.C. y el Bellum Cantabricum, apreciándose una fase a partir del siglo III-II a.C. en la que parecen incrementarse las relaciones socioeconómicas tanto con las poblaciones de los valles del Duero y del Ebro, como 171

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) con las situadas al norte de la cordillera Cantábrica. Algo que explicaría el incremente de objetos singulares como la varilla de torques, la tésera de hospitalidad, la cerámica campaniense o de imitación, el numerario celtibérico, los restos de puñales de filos curvos o la cuenta oculada.

pintada, la cual relaciona con la cerámica ibérica. En la cima de Ornedo por su parte reconoce en el lado oriental tres nuevas defensas, una con foso, hallando nuevos fragmentos cerámicos que le llevan a proponer que se trata de otro castro coetáneo al de Santa Marina.

4.2. El castro de Monte Ornedo

Respecto al hábitat, durante la excavación en la que denomina “muralla sur” señala la presencia de una acumulación de cenizas y tierra quemada de 1,8 m de diámetro, rodeada de piedras, que identifica con los restos de una cabaña circular a semejanza de las que conoce en los castros gallegos. A 70 m de la misma muralla contamos con una breve referencia acerca de la existencia de una nueva estructura de 20 m × 20 m.

4.2.1. Localización El castro de Monte Ornedo, situado al septentrión de Mataporquera (Valdeolea) se extiende por las dos cimas que lo conforman, Ornedo y Santa Marina, de 1170 m y 1181 m de altitud. Hacia el norte acoge, junto a El Valle (972 m), Valdenes (981 m), Tras Castillo (999 m) y Argadillo (978 m), al pueblo de Castrillo del Haya desde donde, por poniente, fluye el río Camesa en dirección surnorte. Por la parte meridional se abre un valle de tierras bajas que permite llevar nuestra vista más allá del castro de Monte Bernorio (Villarén, Palencia), quedando bajo su control hacia el sureste la vía de acceso natural que, desde la meseta, se dirige a Reinosa hasta ocultarse por el este y noreste tras las cumbres de El Otero II (1183 m), Las Mazuelas (1002 m), Piedras Albas (1002 m), La Puente (1001 m) y El Puerto de Pozazal (1057 m)

En 1956 A. García y Bellido (1956: 178) hace referencia al yacimiento denominándolo como castro de Castrillo del Haya. Según este autor fue excavado por Adolfo Peña quien halla muros de mampostería. Durante la exploración que realiza en 1955 llega a apreciar “dos trincheras casi circulares rodeadas por unas murallas (?) y unas construcciones que parecen casas como las conocidas en los castros galaico-portugueses y asturianos”. M.A. García Guinea y J. González Echegaray dan comienzo en 1964 a una nueva campaña de excavaciones en la que centran sus esfuerzos en el recinto interior reconocido por Schulten. Los resultados permanecen inéditos, conociéndose únicamente una revisión realizada sobre el conjunto cerámico que solo permite afirmar que en la Alta Edad Media existió una ocupación intensa en Santa Marina (Bohigas, 1978). Dentro del conjunto de materiales de esta campaña tres objetos escapan a esta interpretación: un fragmento de terra sigillata, un cuchillo de hoja afalcatada y un denario acuñado en Sicilia con la efigie de Roma con yelmo alado dentro de un borde circular punteado en el anverso y, en reverso, los Dióscuros (Castor y Pólux) cabalgando hacia derecha con lanza en ristre y ROMA en exergo en cartela rectangular. Esta acuñación, identificada como RRC77/1c, tuvo lugar entre el 209 y el 208 a.C. perdurando su uso, como demuestra su desgaste, hasta casi el cambio era (Vega de la Torre, 1982; Fernández Vega y Bolado, 2011: 311–312).

4.2.2. Historiografía Las primeras noticias acerca de la existencia de un yacimiento en Monte Ornedo proceden de Ángel de los Ríos y Ríos quien advierte de la existencia de varios vallados que relaciona con el castra aestiva de la legio IIII Macedonica, cuyo campamento de invierno sitúa en el pueblo de Castrillo del Haya. A su vez hace referencia a la ermita de Santa Marina que fue demolida en 1822, un proceso durante el cual aparecieron varias piedras terminales que fueron reaprovechadas por los vecinos (Ríos y Ríos, 1889). En 1906 A. Schulten realizó la primera intervención arqueológica en el lugar, identificándolo con un castro prerromano (Schulten, 1942; 1943). El investigador alemán distinguió un recinto interior provisto de cuatro puertas y otro exterior que, hoy día, sabemos que pertenecen a un castellum romano (interior) y a un yacimiento prerromano (exterior) (Fernández Vega y Bolado, 2010; 2011b; Fernández Vega et alii, 2015; 2022). Por el este, en el camino de acceso hacia la cima de Santa Marina, advierte la existencia de cinco defensas, cuatro de las cuales son terreras. La superior está formada por dos paramentos rellenos con una anchura de 3,6 m, articulándose en torno al acceso principal del poblado. Según describe este consta de corredor de 4 m de ancho que es cerrado por un muro oblicuo de 6 m de lago y 50 cm de grueso, con una abertura en el comedio de 2,4 m en la que se disponía una puerta de madera cuyos hierros, hoy depositados en el Museo Arqueológico Nacional, pudo recuperar. En el suelo empedrado del corredor resultaba frecuente el hallazgo de adobes quemados y cenizas que, según él, respondían a la toma del castro durante las Guerras Cántabras. Otros restos materiales recuperados fueron molinos, afiladeras, hierros y cerámica

Entre 2004 y 2013, bajo la dirección de P.A. Fernández Vega, se llevaron a cabo distintas intervenciones que, como veremos a continuación posibilitaron documentar las murallas, una sauna, el asalto al poblado y las estructuras campamentales romanas. 4.2.3. Estructuras El poblado de Monte Ornedo se extiende por un área de 19,9 ha que abarca ambas cimas. Junto a las pendientes naturales el enclave fue protegido por una muralla, que pudo llegar a ser doble en algunos tramos, dispuesta de tal forma que circundaba el monte (Figura 4.80). Su factura, como ya señalara Schulten, estaba compuesta por un doble paramento relleno, algo que en 2012 ha podido ser corroborado en el norte y noreste, donde se ha 172

173  Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.80. Croquis de Monte Ornedo según Fernandez Vega et alii, 2022.

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) documentado una anchura de muralla de 2,7 m y 2,4 m respectivamente. La base de la misma, en su tramo norte, ha sido datada en 2030±30 BP, cuya calibración a dos sigma en el mayor rango de probabilidad la sitúa entre el 108 cal BC y el 69 cal AD. El acceso principal, descrito por Schulten, se ubicaría al este, pudiéndose entrever otro a partir de la fotografía aérea en la zona sur, el cual tendría forma de esviaje (Fernández Vega et alii, 2015; 2022).

(Fernández Vega y Bolado, 2011b). Tras la conquista las murallas fueron desmanteladas, conservando solo aquellas partes que pudieron ser reaprovechas para el establecimiento en la cima de Santa Marina de un castellum. Este ocupó un área de 16.452 m2 articulando sus defensas a base de un foso y un agger. El foso es una fossa punica de 1,75 m de profundidad y 2,4 m de ancho. El agger por su parte contó con al menos dos momentos constructivos, uno primero a base de un terraplén, que posteriormente fue modificado para reforzarlo con un lienzo exterior y, quizás, uno interior (Fernández Vega et alii, 2015). Las defensas dispuestas al este, por su factura, deben ser interpretadas como elementos defensivos auxiliares del campamento, los cuales pudieron ser levantados en una primera fase ante al clima bélico existente (Fernández Vega y Bolado, 2010; 2011b; Fernández Vega et alii, 2022).

La única estructura sin funcionalidad poliorcética de la Edad del Hierro documentada se trata de un edificio de planta trapezoidal adaptada a las terrazas del terreno, construido intramuros en la vertiente sur de enclave, que ha sido interpretado como una sauna. Posee unas dimensiones de 4,25 m de largo por 16,30 m de ancho en la zona oeste y 10,30 m en el extremo este, ocupando un área de 303,74 m2 con las estructuras anexas. En la terraza septentrional se diferenciaron dos zonas: una al oeste con una gran sala con pasillo y un patio central abierto con cisterna en su lateral para la recogida de aguas, y otra al este dotada de una sala y una sauna de arcilla. En la terraza sur, no excavada en su totalidad, se descubrió al exterior un pasillo o rampa de acceso, una pequeña estructura anexa al este y un cenizal (Fernández Vega et alii, 2014).

4.2.4. Registro material El registró material procedente de Monte Ornedo, al tratarse de un yacimiento aún en estudio, no ha podido ser analizado de forma completa, habiéndose podido acceder únicamente a 478 piezas. Nueve de ellas proceden de recogidas superficiales, de la campaña de A. Schulten y de la campaña de 1964, mientras que 469 son objetos recuperados durante la prospección electromagnética que fue realizada en el año 2009 (Fernández Vega y Bolado, 2011b). Estos últimos tienen la particularidad de ser mayoritariamente piezas metálicas halladas en una zona de combate o dentro del campamento militar romano, un establecimiento temporal que, salvo las estructuras defensivas, no genera niveles estratigráficos. La consecuencia inmediata en lo relativo al material es la imposibilidad de vincular con el mundo indígena o romano buena parte de los objetos que carecen de elementos definitorios culturalmente hablando. Es el caso, por ejemplo, de algunas armas y herramientas como lanzas o hachas, elementos de adorno o las fíbulas de tipo anular sin resorte “omega”. A todo este lote debemos sumar las 17 piezas halladas durante la excavación de la sauna (Fernández Vega et alii, 2014) y una contera de vaina inédita a la que hace referencia De Pablo (2014).

Los muros de carga eran de mampostería con cara vista externa, mientras que el interior se realiza en tierra compactada con abundante cascajo y piedra suelta. Algunas zonas contarían con muros levantados con entramados de madera revestidos de conglomerado de barro o tapiales de tierra y cascajo de piedra. El ancho de los muros oscila entre los 95 cm y los 105 cm. El suelo es de tierra apisonada y la techumbre, ante la ausencia de tejas, debió ser orgánica. Dispuso de dos accesos, uno al oeste con puerta de madera y herrajes de hierro y otro más pequeño al este (Fernández Vega et alii, 2014). Del edificio se han obtenido cuatro dataciones absolutas por radiocarbono. Dos proceden de la gran sala, donde se fechó un tablón carbonizado localizado bajo el conglomerado de barro (2120±30 BP, Poz-45374), cuya calibración a dos sigma nos sitúa con la mayor probabilidad entre el 201 y el 49 cal BC, y un carbón hallado sobre el nivel de manteado en la parte alta del derrumbe (2095±35 BP, Poz-38821), cuya calibración a dos sigma nos sitúa con la mayor probabilidad entre el 200 y el 37 cal BC. Un carbón del nivel 7 del derrumbe del vaso proporcionó una fecha de 2120±35 BP (Poz-53223), calibrada a dos sigma con la mayor probabilidad entre el 206 y el 43 cal BC, y los restos del astil de un posible pilum incendiarium permitió situarlo en 2080±30BP (Poz-45375), cuya calibración a dos sigma con la mayor probabilidad nos sitúa entre el 175 y el 26 cal BC. El edificio estuvo en un uso por tanto entre los siglos II a.C. y I a.C., siendo incendiado y destruido durante las Guerras Cántabras (Fernández Vega et alii, 2014).

En total, por tanto, estaríamos ante 496 objetos de los cuales 37 pueden vincularse sin duda con los pobladores del castro, 21 con las tropas romanas y 22 podrían pertenecer a ambas realidades. Los restantes registros lo conforman elementos derivados de la Guerra Civil Española (n=362), seis monedas medievales y modernas, dos cerámicas y dos objetos metálicos modernos, un fragmento de terra sigillata, ocho escorias, un plomo y 34 objetos de hierro indeterminables. 4.2.4.1. Materiales prerromanos 4.2.4.1.1. La producción cerámica

Este episodio violento, que supuso el fin de la ocupación prerromana, quedó así mismo plasmado en el enfrentamiento entre contingentes cántabros y romanos que tuvo lugar en las proximidades de la puerta principal

El exiguo conjunto cerámico existente está representado por seis fragmentos, cuatro de cerámica a mano y dos fabricados a torno. Dentro de la producción a mano 174

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro tenemos una ficha, dos bordes y una base. Tanto los bordes como la base fueron cocidos en atmósferas alternantes y poseen las superficies regularizadas. Los bordes son de tipo redondeado asimétrico al exterior y plano horizontal con engrosamiento al exterior. El primero de ellos, de 3,2 mm grosor, muestra una tendencia exvasada con un cuello rectilíneo tras el que emerge un cuerpo de tendencia esférica. El diámetro de boca alcanza los 9 cm, lo que nos sitúa ante un vaso (Figura 4.81, 3). El otro borde tiene un grosor de 1,1 cm y una tendencia recta. Su escaso desarrollo nos impide reconocer su perfil, aunque hemos podido obtener un diámetro de boca de 14 cm de diámetro (Figura 4.81, 5). La base es de tipo plano simple y la ficha,

con perforación central, fue realizada a partir de un galbo reductor (Figura 4.81, 4). La cerámica oxidante a torno está representada por un borde y la parte medial de una base. El borde, de 3 mm de grosor y redondeado simétrico, muestra ambas superficies regularizadas, un cuello rectilíneo y exvasado, al igual que su tendencia, y cuenta con un diámetro de boca de 18 cm (Figura 4.81, 1). A pesar de tratarse de un pequeño fragmento, el arranque del perfil y las características descritas nos permiten identificarlo con la forma I de cerámica a torno del castro de Las Rabas. Un recipiente de gran difusión que es asimilado a la forma XVI de

Figura 4.81. Cerámica a mano (3 a 5) y cerámica a torno (1 y 2).

175

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Wattenberg (1978: 32–33, 59), al tipo 5 de Sánchez Climent (2016: 343–348), a los vasos caliciformes que forman el tipo 11 de Alfaro (2018: 164–166) y a la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–174). Como ya se señaló con anterioridad, A. Castiella los fecha entre los siglos IV-I a.C. (Castiella, 1977: 318) y A. Sánchez Climent entre los siglos V/IV-I a.C. En Carratiermes se sitúan entre finales del siglo V a.C. y el siglo III a.C. y E. Wattenberg los considera del siglo I a.C.

dentro del tipo 35.1.d de Erice (1995:207–225) o 21.2.b8 de Mariné (2001: 258–272). – Puente de fíbula sin terminaciones de 3,5 cm de longitud y 3,1 cm de altura con sección poligonal de 4,3 mm × 3,7 mm (Figura 4.82, 4). Sobre su superficie se desarrolla por todas sus caras una decoración lineal de SSS troqueladas. Se conserva la parte proximal de la aguja la cual presenta una sección ovoidal de 3,7 mm × 2,6 mm y una decoración a base de cuatro líneas incisas paralelas dispuestas en la argolla. Forma parte del tipo 35.1 de Erice (1995:207–225) o 21.2.b9 de Mariné (2001: 258–272).

La base, al tratarse de la parte media del recipiente, no aporta información significativa, pudiendo únicamente señalar que forma parte de uno de los tipos rehundidos (Figura 4.81, 2).

4.2.4.1.2.1.1.2. Fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal

4.2.4.1.2. Metalurgia

– Puente de fíbula perteneciente al tipo 8AI2 de Argente (1994: 88). Posee una longitud de 2,7 cm, una altura de 1,6 cm y una longitud del píe de 1 cm. Es amplio, de forma rómbica y sección oval, y muestra una decoración de aspa a base de una doble línea incisa. En los vértices de los lados mayores se dispone un remate circular. Los remates de las prolongaciones, de 1,6 cm y 2 cm de altura y 2,1 cm de longitud, representan cabezas de caballo estilizadas (Figura 4.82, 5). – Puente de fíbula de bronce de tipo 8AI2 de Argente (1994: 88). Con 1,9 cm de longitud, 1,9 cm de altura desde el puente y 1,1 cm de longitud del pie, se trata de una pieza robusta de sección ovalada en su parte superior. Los remates de las prolongaciones, de 1,9 cm y 2 cm de altura y 1 cm y 1,2 cm de longitud, representan cabezas de ánades estilizadas (Fig­ura 4.82, 6). – Puente de fíbula incluido en el grupo 8A de Argente (1994: 88). Presenta un perfil semicircular de 2,2 cm de longitud y 2,1 cm de altura que desarrolla una aleta a ambos lados del pronunciado nervio central, otorgándole una sección con forma de sombrero de 21,2 mm × 6,5 mm. El arranque del pie cuenta con media forma horquillada que serviría para fijar la prolongación. La superficie del puente fue decorada por ambos lados con líneas incisas paralelas en la zona más cercana al arranque del pie (Figura 4.82, 7). – Prolongación de pie de una fíbula de tipo 8A2 de Argente (1994: 88). La pieza, con una altura de 3,5 cm y un grosor de 6,3 mm en el vástago, cuenta con un remate discoidal de 2,3 cm de diámetro y una decoración de líneas incisas paralelas y horizontales en el vástago. El rebaje en la parte más próxima al pie indica que no fue fundido con el puente de la fíbula a la que pertenece, sino que se hizo por partes y luego se soldaron (Figura 4.82, 8).

Los 28 objetos que conforman este apartado podemos dividirlos entre objetos de bronce (n=21) y objetos de hierro (n=7). 4.2.4.1.2.1. Objetos de bronce 4.2.4.1.2.1.1. Fíbulas Contamos con un total de diez ejemplares. Al escenario de contienda que se desarrolló ante las puertas del poblado pertenecen cuatro fíbulas de tipo La Tène y una fíbula zoomorfa esquematizada. Cuatro fíbulas de aro sin resorte “omega” se descubrieron en el vaso de la sauna y una fíbula de doble resorte fue hallada al interior de poblado. 4.2.4.1.2.1.1.1. Fíbulas de aro sin resorte “omega” – Fíbula completa (Figura 4.82, 1). Posee un puente de sección de tendencia circular con baquetón resaltado de 9 mm × 8,6 mm con una longitud de 5,1 cm y una altura desde las terminaciones de 5,4 cm. Estas, de 2,2 cm × 1,2 cm y 2,3 cm × 1,2 cm, están rematadas en formas bitroncocónicas de 1 cm × 1,2 cm con una moldura anular central. El puente conserva una decoración a base de dos líneas de triángulos troquelados que recorrían su parte central. La aguja, de 5,1 cm de longitud, tiene una sección circular de 4,1 mm de diámetro en su parte media. La pieza puede incluirse en el tipo 35.1.a.1 Erice (1995: 207–225) o 21.2.b8 de Mariné (2001: 258–272). – Puente de fíbula de 3,8 cm de longitud y 3,7 cm de altura desde las terminaciones con sección de tendencia circular con baquetón resaltado de 6,9 mm × 7,3 mm (Figura 4.82, 2). Solamente se conserva una terminación de 16,3 mm × 7,5 mm en su posición original, hallándose la otra fragmentada. El remate conservado es de tipo bitroncocónico de 5,2 mm × 7,5 mm. Forma parte del tipo 35.1.a. de Erice (1995:207–225) o 21.2.b8 de Mariné (2001: 258–272). – Puente de fíbula de 3,4 cm de longitud y 2,9 cm de altura con sección lobulada de 5,8 mm × 8,8 mm que carece de terminaciones (Figura 4.82, 3). Se incluye

4.2.4.1.2.1.1.3. Fíbula zoomorfa esquematizada – Puente de fíbula de tendencia rectangular de 4,2 cm de longitud, 3 cm de altura y 0,66 mm de grosor, con recorte o moldeado en la parte medial inferior para las prolongaciones de los lados. En la parte inferior de la prolongación distal preserva el comienzo de lo 176

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.82. Fíbulas: 1 a 4) fíbulas de aro sin resorte “omega” (Fernandez Vega et alii, 2014); 4 a 8) fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal; 9) fíbula zoomorfa esquematizada y 10) fíbula de doble resorte.

que sería el arranque de la cama de la aguja, mientras que en la proximal observamos la parte superior de la perforación destinada al pasador del resorte. En ambas caras se desarrolla una decoración a base de dos líneas paralelas de cuatro círculos concéntricos troquelados que toman como eje una perforación. Los tres bordes muestran igualmente restos de perforaciones destinadas a las anillas, de las cuales se ha conservado una. La ruptura de la decoración troquelada por estas indica que se realizó con posterioridad a la misma (Figura 4.82, 9).

4.2.4.1.2.1.1.4. Fíbula de doble resorte – Puente de 6,5 cm de longitud y 1,3 cm de altura con forma de cinta y sección rectangular. Conserva parte de los dos resortes compuesto cada uno por tres espiras (Figura 4.82, 10). Esta fíbula se incluye dentro del tipo 3B de Argente (1994: 51–58). Atendiendo al valor cronológico de las fíbulas, los ejemplares de aro sin resorte “omega” suelen resultar por sí mismos imprecisos, documentándose desde el siglo V a.C. 177

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) hasta el VII d.C. sin apenas variaciones formales (Erice, 1995: 212–215; Mariné, 2001: 268–272). M. Mariné (2001: 258–272) plantea la posibilidad de que se trate de una creación autóctona del siglo I a.C., la cual derivó de las anulares hispanas, aunque no descarta la posibilidad de un origen multifocal. Su difusión y dispersión para este autor pudo tomar como vehículo al ejército romano, el cual tuvo que hacer frente a numerosos conflictos en la península en los últimos siglos de la Edad del Hierro. En el caso de las fíbulas de Monte Ornedo, todas proceden del nivel inferior de relleno del vaso de la sauna (nivel 9). El nivel 7, inmediatamente encima de este, fue datado por 14C entre el siglo II a.C. y I a.C., lo que nos permite considerar que estas fíbulas no son más tardías del siglo II a.C. ni posteriores al momento de destrucción del edificio acontecido durante las Guerras Cántabras.

caballo contrapuestos de 3,5 cm de longitud y 2,3 cm de altura. Las crines y la zona del morro han sido decoradas con incisiones de espigas y la cabeza presenta una moldura que divide el cuello de la cabeza, pudiendo representar las orejas. El vástago cuenta a su vez con una pequeña pieza móvil y rectangular perforada de 1,2 cm × 9,54 mm que funcionaría de tope (Figura 4.83, 1). Dentro del territorio ocupado por los antiguos cántabros contamos con tres paralelos para esta pieza. Dos de ellos proceden del castro de la Ulaña (Humada, Burgos) de los cuales uno, es prácticamente idéntico al signum de Monte Ornedo, con un cuerpo principal con dos prótomos de caballo contrapuestos separados por una moldura central. Las crines están remarcadas por la curvatura de la pieza y separadas de la cabeza por una nueva moldura tras la que podrían esconderse las orejas. La boca está representada por una incisión y el hocico de una de ellas muestra incisiones paralelas. El vástago no se conserva (Figura 4.83, 3). La otra pieza conserva igualmente el cuerpo principal sin el sistema de enmangue. En ella se aprecian nuevamente dos prótomos de caballo contrapuestos estilizados con una leve moldura entre la crin y la cabeza a modo de orejas. La parte central de la pieza posee una perforación circular a cada lado de la cual, y bajo la zona de la crin, hallamos una decoración troquelada a base de sendos círculos concéntricos (Figura 4.83, 4). Las piezas, en paradero desconocido, han sido descritas y dibujadas a partir de la única fotografía conocida, por lo que no disponemos de sus medidas (Peralta, 2003: 135–137).

El grupo 8A de Argente de fíbulas de tipo La Tène o de apéndice caudal es fechado por este autor entre finales del siglo V a.C. y el siglo II a.C. (Argente, 1994: 93–95). Su variante 8A2 es situada entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo II a.C., mientras que las fíbulas de doble prolongación (tipo 8AI2) Cabré y Morán (1977:140–141) las datan entre finales del siglo IV a.C. y principios del III a.C., alargando su final Argente (1994: 93 y 100) hasta el primer cuarto del siglo II a.C. M.L. Cerdeño (1978: 605–616) las lleva hasta el siglo VI a.C. Las piezas de Monte Ornedo son las únicas conocidas por el momento en Cantabria y aparecen en un contexto de enfrentamiento bélico datado a finales del siglo I a.C. Esto nos permite establecer sin dudas su uso durante este siglo, siendo muy probable que podamos extenderlo a los dos últimos siglos de ocupación de poblado, momento en el que está constatado un incremento de los contactos socioeconómicos con otros núcleos de los valles del Ebro y de Duero.

El tercer paralelo procede del poblado de Rueda de Pisuerga (Palencia) (Figura 4.83, 2). De este signum se conserva parte de su cuerpo principal y un prótomo de caballo que estaría contrapuesto a un segundo, desaparecido, separados por una moldura central. La figura del caballo cuenta con una crin remarcada por un rebaje y una moldura que la separa de la cabeza, pudiendo representar las orejas. Sobre su cuerpo se dispone una decoración a base de cuatro impresiones circulares y, sobre la moldura central, incisiones oblicuas que se cruzan. En ambos casos se repite en la otra cara de la pieza. El hocico cuenta con una pequeña incisión vertical. La pieza posee una longitud de 2,4 cm y una altura de 2 cm (Martínez y Fernández, 2017: 204–208).

El grupo 3B de fíbulas de doble resorte es fechado entre la segunda mitad del siglo VI a.C. y finales del siglo V a.C. (Argente, 1994: 51–58), lo que podría indicarnos la existencia de una ocupación más antigua que la hasta ahora conocida. En cuanto a la fíbula zoomorfa esquematizada supone un ejemplo más, junto a las piezas del castro de Las Rabas, La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) y La Muela (Villamartín de Sotoscueva, Burgos), de un tipo de fíbula cuyas características formales singulares hacen que pueda tratarse de un modelo local que ha sido fechado entre los siglos III-II a.C. y las Guerras Cántabras (Peralta, 2007: 495; Bolado y Fernández Vega, 2018).

El lugar de hallazgo de todas ellas y las características comunes que poseen ha llevado a considerarlas como un objeto propio de la Edad del Hierro del territorio cántabro que estaría en relación con las élites ecuestres (Bolado y Fernández Vega, 2018). Respecto a su cronología, tomando como referencia la propuesta de A. Lorrio y R. Graells para los signa del valle del Ebro y Numancia (Lorrio y Graells, 2013), se ha propuesta una datación de entre finales del siglo II a.C. y el siglo I a.C. (Martínez y Fernández, 2017: 214–216), algo que coincide tanto con la cronología de Monte Ornedo como con el escenario de enfrentamiento en el que aparecen, acontecido durante las Guerras Cántabras.

4.2.4.1.2.1.2. Signum equitum En el escenario de contienda se documentó una singular pieza identificada con un signum equitum (Fernández Vega y Bolado, 2011: 324) compuesto por un vástago de sección cuadrangular de 3,84 mm × 3,73 mm, con decoración incisa en zigzag por dos de sus caras, que sustenta un cuerpo principal en el que se alzan dos prótomos de 178

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.83. Signa equitum: 1) Monte Ornedo; 2) Rueda de Pisuerga; 3 y 4) castro de la Ulaña.

179

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Aeste pequeño corpus habría que unir, aunque constituyendo un tipo distinto, una pieza descontextualizada procedente de Monte Bernorio formada por dos prótomos contrapuestos, posiblemente de équidos, con orejas marcadas, que ha sido identificada con un signum por su relación formal con su homóloga de Altikogaña (Eraul, Navarra) (Navarro, 1939: 235; Martínez y Argandoña, 2016; Martínez y Fernández, 2017: 211).

la aguja, la cual posee una longitud de 2,5 cm. La placa de bronce se une a la hebilla y a la aguja a través de un pasador que conserva un remate esférico lateral. Sobre sus lados se observa una decoración troquelada a base de líneas paralelas en los lados cortos y una banda de SSS enmarcadas por dos líneas de círculos en el lado largo. Dos remaches de hierro fijarían la pieza al cinturón o correaje de cuero (Figura 4.84, 7). Su relación con la sauna, aun procediendo de un área no completamente excavada, nos lleva a considerarla como un material prerromano del siglo II-I a.C. No obstante, debemos señalar que en este tipo de piezas la adscripción cronocultural dista mucho de ser exclusiva pues aparecen vinculadas tanto al mundo militar romano de las Guerras Cántabras (Fernández Vega y Bolado, 2010; Bolado et alii, 2010; 2019) como en contextos de la Segunda Edad del Hierro: tumba 140 de la necrópolis celtibérica de Numancia (Jimeno et alii, 2005: 147), Monte Bernorio (Torres Martínez et alii, 2012: 146) o necrópolis del Burgo de Osma (tumbas 18-MAN y 12 MAN) (Lorrio, 1997: 223).

Por lo que respecta a la funcionalidad de todos ellos, su pequeño tamaño los convierte en inservibles a la hora de ser empleados como estandarte por lo que resulta más plausible que funcionasen como remates de cetros (Martínez y Fernández, 2017: 216), sin descartarse su posible uso decorativo en objetos como cascos, a modo de remate cenital. 4.2.4.1.2.1.3. Otros objetos de bronce Incluimos aquí dos botones discoidales de guarnicionería (Figura 4.84, 1), tres eslabones amorcillados (Figura 4.84, 2) y tres placas de bronce. La primera de ellas, rectangular, posee dos remaches en uno de los extremos que sujetan una lámina alargada con una decoración a base de una línea incisa central de SSS que, a ambos lados, deja dos filas de círculos concéntricos (Figura 4.84, 3). Otra de las placas es una pieza con tendencia rectangular, con cuatro escotaduras y uno de los extremos estrechado, cuya superficie ha sido decorada con bandas de líneas verticales incisas paralelas y pequeñas incisiones horizontales en los lados más cortos; los remaches indican que la pieza fue sujetada a algún tipo de correaje o cinturón (Figura 4.84, 5). La placa restante, también rectangular, posee un remache en cada esquina y una superficie con una decoración dispuesta en los lados más cortos de la pieza, dejando así la parte central lisa. La composición decorativa se crea a partir de bandas de líneas incisas paralelas que enmarcan, en cada lado, otras dos bandas de motivos troquelados. La primera, en la línea de los remaches, se compone de formas en 8 paralelas con dos círculos en relieve en su interior. La segunda, por su parte, da lugar a triángulos paralelos rellenos con círculos en relieve que se rematan igualmente con un motivo circular. El reverso de la pieza acoge dos placas rectangulares que nos indican que fue sujetada a un correaje o cinturón (Figura 4.84, 4).

4.2.4.1.2.2. Objetos de hierro Todos los objetos fabricados en este metal que pueden adscribirse al mundo prerromano no lo hacen por sus características formales o tipológicas, sino por su aparición en el contexto cerrado de la sauna. Allí, en la gran sala se recogió un pernio con remate cónico con restos de pintura roja relacionado con la puerta de acceso (Figura 4.85, 1) (Fernández Vega et alii, 2014: 181, fig.7). En el patio abierto fueron documentadas dos asas de caldero con tres alcayatas (Figura 4.85, 2) y un escoplo de 20,2 cm de longitud, con una sección rectangular de 14,8 mm × 18 mm con filo a bisel de 29 mm y un pequeño saliente rectangular a mitad de la hoja (Fernández Vega et alii, 2014: 181, fig.7). El enmangue en espiga, de 7,5 cm, destinado para una pieza orgánica, se complementaba con un aro de sujeción de 46,3 mm de diámetro (Figura 4.85, 3). Esta pieza encuentra paralelos en un ejemplar de Retortillo (Campoo de Enmedio) (Iglesias, 2002: 173– 175) o en la cueva de Reyes (Matienzo) (Smith, 1996), esta última de cronología dudosa. 4.2.4.1.3. Molinos Hemos de señalar en este apartado la documentación de tres fragmentos de molino de arenisca procedentes de recogidas superficiales. Uno de ellos, de 37,5 cm de longitud y 24,6 cm de altura, pertenece al tipo barquiforme. Los otros dos ejemplares son fragmentos de molino circular de 35,9 cm × 14,6 cm y 26 × 15,4 cm, un modelo que ya está documentado en el siglo V a.C. en el mundo ibérico (Buxó et alii, 2010; Quesada et alii, 2014). Lo encontramos también en los castros de la Segunda Edad del Hierro de El Cerco de Bolumburu (Zalla, Bizkaia) (Cepeda et alii, 2014), La Ulaña (Humada, Burgos) (Marín y Cisneros, 2008: 158) y en las ocupaciones de finales del último milenio antes de Cristo de yacimientos asturianos como Taramundi, Caravia, Pendia o Chao Samartín (Villa, 2013). En Cantabria otros ejemplares datados en la Edad del Hierro proceden de la cueva de Cofresnedo (Ruiz

En la misma zona de enfrentamiento bélico de donde proceden las piezas anteriores, se recuperó medio colgante de sección rectangular con una terminación apuntada formada a partir del estrechamiento del cuerpo. En ambas caras posee una decoración que lo recorre a base de una acanaladura central con líneas en relieve paralelas en su interior, y dos líneas de SSS troqueladas (Figura 4.84, 6). El espacio que conforma la terraza más baja de la sauna proporcionó una hebilla de cinturón en D unida a una chapa de bronce. La parte de la hebilla, de 4,4 cm × 2,6 cm y una sección rectangular de 3,9 mm × 3,2 mm, posee restos de una decoración de círculos troquelados dispuestos en dos líneas a lo largo de su superficie, un motivo que se repite en 180

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.84. 1) botones; 2) eslabones amorcillados; 3 a 5) placas de cinturón o correaje; 6) colgante y 7) hebilla en D (Fernandez Vega et alii, 2014).

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.85. 1) pernio de puerta; 2) asas; 3) escoplo. Dibujos a partir de Fernandez Vega et alii, 2014.

Cobo y Smith, 2003: 139–146), o el castro de El Cincho (Mantecón y Marcos, 2014: 167), no descartando que las piezas halladas en el castro de Las Rabas sean también de este momento.

directa o indirecta con el proceso de conquista del poblado (Fernández Vega y Bolado, 2011; Fernández Vega et alii, 2014). Del área donde tuvo lugar el enfrentamiento entre ambos contendientes procede una pelta decorativa relacionada con la caballería (Fernández Vega y Bolado, 2011: 321–322; Bishop y Coulston, 2006: 120) (Figura 4.86, 1); unas placas de bronce destinadas a acoger una hebilla en D (Fernández Vega y Bolado, 2011: 322) (Figura 4.86, 6); un hacha (Fernández Vega y Bolado, 2011: 322)

4.2.4.2. Material militar romano Monte Ornedo ha proporcionado 21 objetos perteneciente al mundo militar romano los cuales se relacionan de forma 182

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro (Figura 4.86, 7), una tachuela de sandalia (Fernández Vega y Bolado, 2011: 322) (Figura 4.86, 2), un as partido acuñado en Bilbilis entre mediados del siglo II a.C. y comienzos del I a.C. (Fernández Vega y Bolado, 2011: 321) y tres fíbulas de tipo Alesia (Figura 4.86, 3 a 5), las cuales

se incluyen en los tipos 19.1 de Erice (1995: 91–111) y 8.1 de Mariné (2001: 200–207), fechándose entre la segunda mitad del siglo I a.C. y los primeros años del cambio de era. Este objeto, perteneciente sin lugar a dudas al ejército romano, el cual se encarga de su difusión geográfica,

Figura 4.86. 1) pelta; 2) cluvus caligale; 3 a 5) fíbulas tipo Alesia; 6) placas para hebilla; 7) hacha; 8 y 9) fíbulas de aro sin resorte “omega”; 10) objeto decorativo de plata; 11) trisquel decorativo; 12) remates decorativos; 13 a 15) placas de bronce; 16) objeto indeterminado de bronce y 17) pasador.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) • Denario celtibérico de Arekoratikos (Fernández Vega y Bolado, 2011: 311). AG. Módulo: 18,41 mm. Peso: 4 gr. Cuños: 12h. Anverso: Cabeza masculina con torques a derecha, detrás círculo con glóbulo (menos probable ku). Reverso: Jinete lancero a derecha, debajo, sobre exergo, a.ŕ.e.ko.ŕ.a.ta. V ceca 34,40.10, 11. CNH 274.25, 26, 28. MLH 52–7.8. DCPH 5ª.15.

aparece con frecuencia en los distintos escenarios de las Guerras Cántabras, habiéndose documentado en el asedio de la Loma (Peralta, 2007: 495, fig. 2. 7–8), en el castro de Monte Bernorio (Villarén, Palencia) (San Valero, 1960: fig. 6.6; Fernández Ibáñez, 1999; 2006: 260–261, fig. 2.2) y en el yacimiento de Monte Cildá (Ollero de Pisuerga, Palencia) (García Guinea et alii, 1973: fig. 16.3; Mariné, 2001: nº 128).

La pieza, acuñada a comienzos del siglo I a.C., fue recuperada de uno de los aggeres del castellum, lo que, en primera instancia, invita a relacionarlo con las tropas allí acampadas. No obstante, la moneda presenta un desgaste impropio de una circulación prolongada, una característica que se repite, como hemos visto, en el numerario del castro de Las Rabas, y que quizás evidencie su atesoramiento. Esta práctica, documentada en varias ocasiones en el territorio cántabro, podría explicarse por el valor que le conferían los cántabros a este metal noble y, por tanto, haría plausible que fuese vinculada con el poblado de la Edad del Hierro (Bolado, 2009b; Fernández Vega y Bolado, 2011b: 311; Peralta et alii, 2011: 154–155). Su presencia en el agger podría explicarse al formar parte del sedimento del poblado que los legionarios excavaron, removieron y aprovecharon para levantar la defensa.

Del interior de recinto campamental, junto al mencionado denario republicano, hemos de destacar dos clavijas de tienda de campaña (Fernández Vega y Bolado, 2011: 314–315) (Figura 4.87, 3), una placa de tahalí o cinturón con decoración incisa y de semicircunferencias a base de círculos concéntricos (Fernández Vega y Bolado, 2011: 315–317) (Figura 4.87, 4), una placa de bronce (Fernández Vega y Bolado, 2011: 318) (Figura 4.87, 7), un eslabón amorcillado (Fernández Vega y Bolado, 2011: 318) (Figura 4.87, 6), un botón decorativo (Fernández Vega y Bolado, 2011: 317) (Figura 4.87, 9), un hacha (Figura 4.87, 11), una hebilla en D (Fernández Vega y Bolado, 2011: 318) (Figura 4.87, 8), dos piezas relacionadas con elementos de caballería entre las que destaca una placa decorada con láminas de cobre (Fernández Vega y Bolado, 2011: 318 y 332) (Figura 4.87, 10) y una fíbula de aro sin resorte “omega” (Fernández Vega y Bolado, 2011: 315) (Figura 4.87, 5). Esta, está representada solamente por un puente de 3,2 cm de longitud y una altura de 3 cm cuya sección, de 6,6 mm × 6 mm es lobulada, lo que la incluye dentro del tipo 35.1.d de Erice (1995: 207–225) o tipo 21.2.b6 de Mariné (2001: 258–272). Mención aparte merecen el pugio de semidisco o de pomo en D que ha sido relacionado con el modelo Dangstetten (Fernández Vega y Bolado, 2011: 312–314; Fernández Ibáñez, 2015: 330) (Figura 4.87, 1) y el pilum incendiarium hallado en el cenizal exterior de la sauna, el cual puede asimilarse a algunas plainrods militares romanas de menores dimensiones conocidas en Šmihel (Eslovenia) (Horvat, 2002: 186; Fernández Vega et alii, 2014: 185–186) (Figura 4.87, 2). Su aparición permite dar una explicación al incendio y destrucción del edificio, algo que tuvo lugar durante las Guerras Cántabras. Así parece corroborarlo a su vez la datación de un resto de su astil en 2080±30BP (Poz-45375), cuya calibración a dos sigma con la mayor probabilidad nos sitúa entre el 175 y el 26 cal BC.

En el escenario de combate a las puertas del enclave esta indefinición cultural la tenemos en dos fíbulas de aro sin resorte “omega”: – Puente de fíbula de 3,5 m de longitud y 3,4 cm de altura con una sección romboidal de 7,9 mm × 4,9 mm (Figura 4.86, 8). Su superficie fue decorada con líneas incisas paralelas que marcan su desarrollo. Carece de terminaciones. Se incluye dentro del tipo 35.1.b de Erice (1995: 208–210) o 21.2.b4 de Mariné (2001: 265). – Puente de fíbula de 3,7 cm de longitud y 3,4 cm de altura con sección poligonal de 5,5 mm × 5,3 mm (Figura 4.86, 9). La superficie fue decorada con bandas de círculos troquelados en relieve que se dispusieron en cada una de las caras. Carece de terminaciones. Puede incluirse en el tipo 21.2.b9 de Mariné (2001:266–267). Este tipo de fíbula, que estuvo en uso desde el siglo V a.C. hasta el VII d.C., aunque para el caso de la península pueda tratarse de una creación autóctona del siglo I a.C. (Erice, 1995: 212–215; Mariné, 2001: 268–272), aparece tanto en contextos prerromanos como campamentales romanos, véanse los ejemplos del castro de Las Rabas y del foso del castro de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) (Peralta, 2007: 495–496) o las documentadas en el campamento de La Muela (Villamartín de Sotoscueva, Burgos) (Peralta, 2006: fig.8; 2007: 495–496). La misma situación puede darse en Monte Ornedo de cuya sauna, fechada entre los siglos II-I a.C., proceden cuatro ejemplares, mientras que en interior del castellum se halló otra. Ante esta situación resulta imposible pronunciarse acerca de si los dos puentes de fíbula formaron parte de la impedimenta de un legionario romano o de un habitante del poblado.

4.2.4.3. Material de adscripción cronocultural dudosa No todos los materiales pueden ser atribuidos de forma categórica a cántabros o romanos pues son múltiples las armas, herramientas o elementos de adorno que fueron empleados por ambos. Solamente un contexto arqueológico claro posibilitaría realizar una atribución correcta de estos y el caso de Monte Ornedo, donde parte de los hallazgos se producen en un escenario de contienda o aparecen en un castellum situado sobre el poblado que no genera unidades estratigráficas, no podemos considerarlo uno de ellos. Un ejemplo evidente es el denario celtibérico de Arekoratas: 184

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.87. 1) pugio; 2) pilum incendiarium (Fernandez Vega et alii, 2014); 3) clavijas de tienda de campaña; 4) placa de tahalí o cinturón; 5) fíbula de aro sin resorte “omega”; 6) eslabón amorcillado; 7) placa decorada; 8) hebilla en D; 9) botón; 10) posible placa de arreo de caballo y 11) hacha.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) En este apartado debemos incluir además un objeto decorativo de plata (Figura 4.86, 10) un fragmento de chapa con restos decorativos troquelados de un trisquel (Figura 4.86, 11), tres placas de bronce (Figura 4.86, 13 a 15), dos remaches decorativos (Figura 4.86, 12), un pasador (Figura 4.86, 17), un objeto indeterminado de bronce (Figura 4.86, 16), dos cuchillos (Figura 4.88, 5), tres regatones (Figura 4.88, 3), una punta de jabalina (Figura 4.88, 4), dos piezas de arreo de caballo (Figura 4.88, 1) y dos puntas de lanza (Figura 4.88, 2) (Fernández Vega y Bolado, 2011: 327–332).

85 cal AD mientras que la segunda es la referida al astil del pilum incendiarium, el cual es datado entre el 175 y el 26 cal BC. En ambos casos se han tenido en cuenta los rangos de probabilidad mayores de la calibración a dos sigma. 4.3. La cueva del Aspio 4.3.1. Localización La cueva del Aspio se localiza en la margen derecha del valle medio del río Asón, a 350 m de altitud sobre la Sierra Verde, por encima de los Pandillos. Hacia el sur y oeste queda oculta por las cimas del Mazo del Cubío del Jabalí (395 m), el Alto Ancillo (519 m) y el Porrón de las Colinas (514 m), mientras que hacia el norte, tras la densa vegetación, se obtiene un amplio dominio del cauce del Asón, el cual queda flanqueado por la Sierra de Mullir, los Montes del Infierno, la Sierra Alcomba y el Alto la Llana (546 m).

4.2.5. Cronología El yacimiento de Monte Ornedo cuenta con once dataciones absolutas, de las cuales nueve nos sitúan a finales de la Edad del Hierro (Fernández Vega et alii, 2022. Tomando como referencia los mayores rangos de probabilidad en las calibraciones a dos sigma vemos como Poz38.821 (2095±35), Poz-45.374 (2120±30) y Poz-53.223 (2120±35), permiten datar la sauna entre el 206 y el 37 cal BC; Poz-53.225 (2030±30) fecha la muralla de doble paramento entre el 108 cal BC y el 69 cal AD; mientras que GnR 29.267 (2100±20), Poz-32.925 (2095±30), Poz-37.504 (2140±30), Poz-37.505 (2020±30) y Poz53.224 (2120±30) advierten de la existencia de niveles prerromanos, alterados en ocasiones por la construcción de las defensas romanas, que son fechados entre el 209 cal BC y el 78 cal AD.

4.3.2. Descripción de la cavidad La cueva se caracteriza por sus grandes dimensiones como puede apreciarse en su boca, de 28 m de anchura por unos 3,5 m de altura, o en el vestíbulo de 45 m de anchura por 12 m de altura (Figura 4.89). Ambas zonas están repletas de grandes bloques pétreos con coladas estalagmíticas hacia la parte derecha. El suelo es levemente descendente, lo que ha favorecido la erosión derivada del agua emanada de las paredes, dejando a la vista grandes testigos de los niveles antiguos así como coladas aisladas.

Este marco cronológico resulta coherente con la datación que se deriva de objetos como las fíbulas de aro sin resorte “omega” (siglos II-I a.C.), la fíbula zoomorfa esquematizada (siglos III/II-I a.C.) o el signum equitum (Fernández Vega et alii, 2014; Martínez y Fernández, 2017; Bolado y Fernández Vega, 2018). Las propuestas cronológicas para las fíbulas de tipo 8A, 8AI y 8AI2 de Argente (1994), basadas en los datos de la meseta, y el borde de cerámica a torno, abren la posibilidad de atrasar un poco el origen conocido del poblado hasta finales del siglo V a.C. o el siglo IV a.C., coincidiendo con el comienzo de la Segunda Edad del Hierro (Argente, 1994: 51–58). De esta forma se explicaría a su vez el hallazgo de la fíbula de doble resorte del grupo 3B de Argente que es fechada entre la segunda mitad del siglo VI a.C. y finales del siglo V a.C.

El área vestibular encuentra su fin en una zona de grandes rocas, a unos 50 m de la boca, desde donde la galería continúa con similares proporciones y con la misma orientación, siendo de mayores dimensiones los bloques y coladas conforme avanzamos. A 120 m de la boca, en una de estas zonas, destaca una rampa junto a la pared izquierda donde se hallaron los materiales más significativos. La galería continúa en la misma tónica hasta los 180 m de desarrollo, lugar donde se documentaron varias pinturas rupestres. A partir de aquí la cavidad se colmata, estando muy erosionada y volviéndose su recorrido muy complicado. Este transita ahora por un falso piso superior que gira hacia el norte y luego al oeste hasta acabar en pequeños conductos descendentes colmatados. 4.3.3. Historiografía

El final de la ocupación prerromana tuvo lugar durante las Guerras Cántabras, muy posiblemente en torno al año 25 a.C., momento en el que Antistio penetra con sus legiones hacia el corazón de Cantabria, asaltando, entre otros lugares, Monte Bernorio o el castro de Las Rabas. El escenario de enfrentamiento a las puertas del poblado, los materiales militares romanos, habituales en otros escenarios propios de las Guerras Cántabras, y el posterior levantamiento de un castellum para el control del territorio y las rutas de abastecimiento, son las pruebas de ello. Con esta fase deben ponerse en relación Poz-37.503 (1990±30) y Poz-45.375 (2080±30). La primera fecha una capa carbonosa del agger del castellum entre el 46 cal BC y el

Las primeras noticias sobre la existencia de esta cavidad proceden del Grupo de Exploraciones Subterráneas del Club Montañés de Barcelona (G.E.S.) quienes, en torno a 1961, exploraron los primeros 400 m. Dos años más tarde es visitada por el Grupo Juvenil de Espeleología (G.J.E.) de la Organización Juvenil Española (O.J.E.) y por la Asociación Espeleológica Ramaliega (A.E.R.) sin aportar novedades. La exploración completa de la parte hoy conocida es realizada en 1964 por el A.E.R y el G.E.S. (Anónimo, 1964: 27–28. Mugnier, 1969: 124). En 1970 J.M del Moral de la Campa hace las primeras referencias hacia 186

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.88. 1) piezas de arreo de caballo; 2) puntas de lanza; 3) regatones; 4) punta de jabalina y 5) cuchillos.

187

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.89. Plano de la cavidad y situación del Área 2.

la existencia de materiales arqueológicos, concretamente cerámica prehistórica (Moral, 1980–1981: 31–32).

cerámica a torno y los restos de una jarra oxidante con asa de cinta (Serna et alii, 1994: 371–374). La tipología de las piezas líticas llevó a proponer la existencia de una ocupación en algún momento del Epipaleolítico, mientras que la jarra evidenciaba un uso de la zona durante la Edad Media. 2. Primer depósito. Este se localiza al fondo del vestíbulo, a 60 m de la boca y en la parte centro-izquierda, justo en una enorme explanada delimitada por bloques calizos. Aquí el suelo grisáceo presenta un abundante número de carbones, esquirlas de hueso, así como cerámica a mano entre la que destacan los restos de una orza con decoración plástica y digitaciones características de la Edad del Bronce en Cantabria (Serna et alii, 1994: 374). 3. Segundo depósito. Lo encontramos a 20 m del primer depósito y a 80 m de la boca, en una acumulación de bloques pétreos en cuya superficie aparecen restos cerámicos y óseos (Serna et alii, 1994: 374–375).

Según recogen Serna et alii (1994) fue usada repetidas veces por los miembros de la O.J.E. como zona para la realización de torneos de velocidad contrarreloj lo que, muy posiblemente, ha conllevado la fragmentación y dispersión de parte de los materiales arqueológicos. A finales del siglo XX fue visitada por los miembros del C.A.E.A.P. y del A.E.R. quienes hallaron diversos materiales arqueológicos y paneles de arte esquemático abstracto, pudiendo diferenciar cinco zonas de interés (Serna et alii, 1994): 1. Vestíbulo. De esta área se recuperaron 63 piezas en sílex (raspadores, buriles, lascas…), dos percutores de arenisca, un disco calizo, dos esquirlas óseas, restos de cabra, cuatro galbos de cerámica a mano, tres galbos de 188

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro o sin carbonizar (U.E. 1004 y 1005). Las dos unidades restantes (U.E. 1001 y 1003) se identifican con arcillas geológicas.

Su adscripción cronocultural, fijada en la Segunda Edad del Hierro y “época indígeno-romana”, se basó en los restos de ollitas de perfil en S (Serna et alii, 1994: 387). 4. Tercer depósito. Se sitúa a 120 m de la boca, en una zona de enormes bloques que colmatan parte de la galería. Todos los materiales fueron encontrados dispersos en un área de 40 m2, junto a una rampa sita en la pared izquierda. En total se documentaron 44 objetos destacando la presencia de varias vasijas de cerámica a mano casi competas, una vasija de cerámica a torno pintada y un conjunto de ocho peines de telar de madera (Serna et alii, 1994: 375–385). Cronológicamente todo el depósito es fechado entre la Segunda Edad del Hierro y época romana. 5. A unos 175 m de la boca se identificaron cinco paneles en los cuales se observan motivos esquemáticoabstractos realizados con pintura carbonosa. Fueron fechados, de acuerdo con la tendencia interpretativa del momento, entre finales de la Segunda Edad del Hierro y época romana (Serna et alii, 1994: 385, 390–391).

4.3.4. Registro material El registro material que ha sido vinculado a la Edad del Hierro procede de dos zonas de la cavidad: el segundo depósito y el Área 2. 4.3.4.1. El segundo depósito Este pequeño registro lo forman nueve fragmentos cerámicos fabricados a mano: tres galbos, tres bases y tres bordes (Serna et alii, 1994: lám. V). Las bases son todas planas de perfil ondulado, con dos diámetros documentados de 10 cm y 13 cm. Los bordes están representados por un ejemplar de tipo redondeado simétrico de tendencia recta y dos planos de tendencia exvasada en sus variedades de plano oblicuo hacia el interior y plano engrosado al exterior. Este último, con un diámetro de boca de 14 cm, desarrolla un cuerpo con tendencia ovoidal que permitiría incluirlo en la forma I que proponemos para el yacimiento (Serna et alii, 1994: lám. V.1). El borde plano oblicuo hacia el interior desarrolla un diámetro de boca de 16 cm. La superficie interior de todas las piezas ha sido regulariza. La exterior ha sido regularizada en seis ocasiones, raspada en una y bruñida en un borde y una base. Ninguna de las piezas cuenta con decoración.

En 2013 y hasta 2018 retomamos las intervenciones arqueológicas en la cavidad con el objetivo de documentar las distintas ocupaciones que tuvieron lugar. A lo largo de estos años se ha podido constatar la existencia de una ocupación del área vestibular durante el Paleolítico superior (Bolado et alii, 2015b: 138–140; Bolado y Cubas, 2016: 104–107, 110–111), así como un uso esporádico del mismo durante la Edad Media (Hierro et alii, 2017) y como lugar de enterramiento entre finales del Calcolítico y comienzos de la Edad del Bronce. La prospección intensiva realiza confirmó igualmente la presencia de restos de este último periodo en la zona intermedia de la cavidad. En lo que respecta a la Edad del Hierro todos los esfuerzos se centraron en la excavación del tercer depósito, que fue rebautizado como Área 2 (Bolado et alii, 2015b: 137–138, 140–141; Bolado y Cubas, 2016: 108–110, 113–115; Bolado et alii, 2017; 2022), mientras que la ausencia de nuevas evidencias en torno al segundo depósito hizo que se desestimase cualquier tipo de actuación en torno a él.

Aunque existan indicios tecnológicos y morfológicos acordes con la producción de cerámica a mano durante la Edad del Hierro en Cantabria, la falta de un contexto claro y de indicadores determinantes en las piezas que posibiliten su adscripción cronocultural precisa, nos obliga a mantener con cautela su vinculación al periodo. 4.3.4.2. El Área 2 El conjunto de materiales recuperado del Área 2, incluidos los objetos hallados en 1994, asciende a un total de 1520 piezas. Como veremos a continuación, las características tipológicas de muchos de ellos, así como las dataciones absolutas disponibles, abogan por su contemporaneidad, por lo que los consideramos parte de un mismo depósito. Este hecho aconseja que el estudio de materiales sea realizado de forma conjunta.

Sumida en una zona de total oscuridad sin relación visual con la boca, la intervención arqueológica desarrollada en el Área 2 ha posibilitado ampliar el área de dispersión de los hallazgos a unos 275 m2. Esta se caracteriza por presentar una topografía muy irregular compuesta por grandes bloques desprendidos de la pared que llegan a crear un desnivel de más de 3 m. Durante la excavación, la cual se estructuró allí donde fue posible en cuadros de 1 m × 1m, se documentaron un total de siete unidades estratigráficas. La primera de ellas (U.E. 1000) estaba formada por piedras calizas de mediano y gran tamaño, producto de los procesos erosivos de la cavidad, extendiéndose casi de forma uniforme. Bajo ésta y entre sus bloques se localiza todo el material arqueológico el cual, en ocasiones, usa como base concentraciones de carporrestos, bien carbonizados (U.E. 1002 y 1006)

La mayor representatividad dentro del registro disponible la compone el conjunto cerámico, con un 56,5% (n=859). La fauna alcanza el 33,9% (n=515), siendo 174 restos de microfauna. Las piezas de madera ascienden a 56 (3,7%) y los objetos metálicos (14 de bronce y siete de hierro) no suponen más del 1,4%. En proporciones inferiores al 1% se documentan carbones (n=11), minerales (n=9), restos malacológicos (n=8) y una fusayola. Los carporrestos han sido contabilizados de forma independiente, habiéndose obtenido un total de 40 bolsas procedentes, mayoritariamente, de la flotación de todo el sedimento de la U.E. 1002. 189

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.3.4.2.1. La producción cerámica

El grupo de bordes, incluidos los de las vasijas completas (n=68), está mayoritariamente representado por los de tipo plano (67,6%), dentro de los cuales adquieren mayor relevancia los biselados al exterior (n=24) frente a los planos horizontales con engrosamiento al exterior (n=11), los planos horizontales (n=10), y los biselados al interior (n=1). Los bordes redondeados suponen el 17,6%, siendo todos ellos del tipo simétrico (n=12). Del tipo apuntado se han identificado cuatro piezas mientras que los bordes vueltos hacia el exterior cuentan con una población de tres. Una de las piezas es de tipo indeterminado mientras que las dos restantes son muy irregulares, evolucionando a lo largo de su desarrollo de un borde plano horizontal a uno redondeado o de un borde apuntado a uno vuelto hacia el exterior.

El conjunto cerámico está compuesto por 859 fragmentos, de los cuales 841 forman parte de la producción fabricada a mano y 18 de la producción fabricada a torno. 4.3.4.2.1.1. La cerámica a mano 4.3.4.2.1.1.1. Rasgos tecnológicos Las medidas obtenidas de los bordes nos sitúan ante un grosor medio de 8,12±1,3 mm, ascendiendo en el caso de las bases hasta los 9,97±2,44 mm mientras que en los cuellos es de 7,9±2,2 mm. Todos los fragmentos analizados conservan trazas de su factura a mano. La cocción ha sido realizada en dos tipos de atmósferas. En el 65% de los casos se aprecia en las superficies y en las pastas tonalidades oscuras propias de una cocción reductora, mientras que en el restante 35% de los fragmentos responde a cocciones alternantes.

La tendencia se ha podido determinar en 65 de ellos. En el 89,7% es exvasada, recta en el 5,9% e indeterminada en el 4,4%. En función del tipo de borde observamos que la tendencia exvasada es exclusiva en los redondeados, apuntados, vueltos hacia el exterior e indeterminados. Resulta también predominante en los bordes planos, salvo en aquellos con engrosamiento hacia el exterior donde, en cuatro casos, la tendencia es recta.

Trazas tecnológicas vinculadas a los distintos tratamientos de las superficies cerámicas se documentan en 814 de las superficies exteriores y 826 de las interiores. El regularizado es el tratamiento utilizado de forma más recurrente en ambas caras (54,6% de las exteriores y 82,6% de las interiores). Tras él, en las superficies exteriores se emplea el espatulado (15,2%), el espatulado junto al bruñido (12%), el bruñido (8,8%) y raspado (5,5%). La combinación de raspado y espatulado se ha identificado en cinco ocasiones y la de raspado y bruñido en una. En las superficies interiores, tras el regularizado, el tratamiento más frecuente es el raspado (10,2%), al cual le sigue el espatulado (4,8%) y, en casos puntuales, la combinación de bruñido y espatulado (0,4%) y el bruñido (0,2%) (Tabla 4.90).

Entre los 24 cuellos, a los que debemos sumar los tres de las piezas completas, se ha podido definir el tipo de 21. El más común es el rectilíneo exvasado (n=15), siendo destacable la presencia de cuellos cóncavos verticales (n=3) y exvasados (n=3). Todas las bases (n=65), incluidas las de las vasijas completas, se incluyen dentro del tipo plano. El grupo más numeroso es el de perfil ondulado (n=37), siendo escasos los ejemplares simples (n=5) y los de pie indicado (n=2). En 21 casos el tipo no ha podido ser determinado.

Los análisis petrográficos realizados por C. Olaetxea a cinco de las piezas revelan un predominio de la calcita y caliza como desgrasante, apareciendo de forma más aislada minerales de cuarzo, de mica y de moscovita (Olaetxea, 2000: 167–168, 184).

Las dos asas conservadas presentan una sección rectangular, una de ellas con tendencia cóncava. 4.3.4.2.1.1.3. Rasgos decorativos

4.3.4.2.1.1.2. Rasgos morfológicos

Los motivos decorativos solo están presentes en el 1,5% de los casos (n=13). Siempre se desarrollan sobre la superficie exterior concentrándose en los galbos y en tres bordes. Las técnicas documentadas son la incisión y la impresión, las cuales aparecen de forma simultánea en dos ocasiones. La incisión (53,8%) está representada por motivos lineales

De las 841 piezas que componen el conjunto cerámico, los galbos representan el 81,5%. Los bordes alcanzan el 7,7%, las bases el 7,4%, los cuellos el 2,8% y las asas el 0,2%. El restante 0,4% hace referencia a tres vasijas completas. Tabla 4.90. Tratamientos superficiales

Tratamiento superficie exterior Bruñido

Raspado

Regularizado

Espatulado

Espatulado y bruñido

Raspado y bruñido

Raspado y espatulado

No se conserva

TOTAL

74

46

459

128

101

1

5

27

841

Tratamiento superficie interior Bruñido

Raspado

Regularizado

Espatulado

Bruñido y espatulado

No se conserva

TOTAL

2

86

695

40

3

15

841

190

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro simples. La impresión (30,8%) desarrolla motivos impresos con punta (n=1), digitaciones en grupos de tres (n=3), digitaciones lineales u onduladas mediante el arrastre del dedo (n=1), y estampillados de impresiones circulares (n=3), circulares en grupos de tres (n=1) y triangulares (n=1). Parte de los fragmentos, especialmente los que combinan técnicas, pueden ponerse en relación con una de las formas identificadas en el yacimiento. Esta presenta una decoración a base de incisiones lineales y paralelas en el labio, dos líneas de triángulos estampillados paralelas que circundan la pieza en la zona del galbo próxima al cuello, y una impresión ondulada mediante arrastre de dedo que en las zonas cóncavas y convexas es complementada por tres estampillados circulares (Figura 4.91, II).

ondulado. La boca tiene un diámetro de 20 cm y la base de 10 cm. El labio acoge una decoración a base de pequeñas incisiones paralelas mientras que en el cuerpo se disponen dos líneas de triángulos estampillados paralelas, una impresión ondulada mediante arrastre de dedo y estampillados circulares en grupos de tres en las zonas cóncavas y convexas de la ondulación (Figura 4.91, II). • Forma III. Vasijas con borde exvasado y cuerpo de tendencia esférica. Se han conservado dos ejemplares cuyos perfiles solo representan los 2/3 superiores. Ambos casos cuentan con un borde de tipo redondeado simétrico y un diámetro de boca muy similar: 18 cm y 21 cm. El cuerpo de una de ellas, en la parte cercana al cuello, muestra una decoración a base de grupos de tres digitaciones que circundan el recipiente (Figura 4.91, III). • Forma IV. Vasos con borde exvasado de tipo redondeado simétrico y plano oblicuo hacia el exterior, cuerpo de tendencia esférica y base plana de perfil ondulado o pie indicado. Se conservan restos de cuatro ejemplares, dos de ellos con el perfil completo. El diámetro de las bocas oscila entre los 9 cm y 12 cm mientras que en las dos bases es de 7 cm y 8 cm. Dos de los bordes conservan evidencias de la presencia de asas, por lo que podrían ser parte de la forma en algunos casos. Ninguno de los recipientes conserva decoración (Figura 4.91, IV). • Forma V. Taza o jarra. Grupo formado por un borde de tipo redondeado simétrico con cuello rectilíneo y exvasado con un diámetro de boca de 9 cm. Conserva el arranque de un asa de sección rectangular (Fig­ura 4.91, V).

En la relación entre técnicas decorativas y las partes morfológicas podemos observar como en los bordes únicamente se emplean motivos incisos, mientras que los galbos acogen ambos. 4.3.4.2.1.1.4. Funcionalidad La cueva del Aspio es uno de los yacimientos de la Segunda Edad del Hierro cuya colección cerámica presenta un menor grado de fragmentación. Esto ha posibilitado agrupar la mayoría de las partes morfológica más significativas en un total de 31 vasijas, seis de las cuales conservan el perfil completo y cinco dos tercios del mismo. El diámetro de sus bocas oscila entre los 9 cm y los 33 cm. La mayor parte de ellas se concentran entre los 11 cm y 25 cm (n=25), concretamente en el tramo 16–20 cm (n=10), 11–15 cm (n=9) y 21–25 cm (n=6). Los cinco ejemplares restantes se incluyen dentro del tramo 6–10 cm (n=2), 26–30 cm (n=2) y 31–35 cm (n=1).

En lo que respecta a los posibles usos de las vasijas, la forma IV y V, a tenor de su morfología, podría haber sido empleada para el consumo de líquidos. No obstante, la única prueba documental que tenemos sobre este aspecto procede de una base perteneciente a una forma I. Durante la excavación en su interior aparecieron adheridos un importante grupo de carporrestos carbonizados, de lo que se infiere que esta vasija sirvió para contenerlos. La enorme cantidad de cereal recuperado y la vinculación de varios fragmentos con las UU.EE. 1002, 1004, 1005 y 1006, permite extender esta función en la cavidad para el resto de vasijas incluidas en esta forma.

En las bases se ha podido obtener el diámetro en 19 de ellas, doce de las cuales se incluyen en el tramo 11–15 cm y siete en el tramo 6–10 cm. A nivel tipológico, entre las 31 vasijas, el desarrollo conservado en 12 de ellas nos permite distinguir cuatro formas. Las 19 restantes no pueden adscribirse a una u otra, si bien nos permiten confirmar que todas las formas existentes son cerradas (Figura 4.91, VII): • Forma I. Vasijas con borde exvasado, cuerpo de tendencia ovoidal y base plana. Se conservan un total de cinco recipientes, cuatro de los cuales muestran un diámetro de boca de entre 13 cm y 33 cm. Los bordes son todos planos, bien de tipo biselado al interior, biselado al exterior o con engrosamiento al exterior. Las cuatro bases existentes conservan un diámetro de entre 9 cm y 13 cm. Todas ellas son planas y responden a tres tipos distintos: una simple, dos de perfil ondulado y una de pie indicado. Ninguno de los recipientes conserva decoración (Figura 4.91, I). • Forma II. El único ejemplar existente cuenta con un borde exvasado que oscila entre plano simple y redondeado simétrico, cuerpo de tendencia ovoidal con el hombro pronunciado y base plana de perfil

4.3.4.2.1.2. La cerámica a torno La producción de cerámica a torno está compuesta por 18 fragmentos, todos los cuales forman parte de una misma vasija cuyo borde, con tendencia exvasada, no se ha conservado (Figura 4.91, VI y 4.92). La base, de 6,5 cm de diámetro, es de tipo plana cóncava con tacón, con un grosor medio de 8,22±0,86 mm. El cuerpo, con forma de elipsoide horizontal y un grosor medio de 3,09±0,39 mm, posee un diámetro máximo de 15 cm. Su superficie ha sido decorada con motivos pintados que conforman una composición de cuatro líneas paralelas de ondas, enmarcadas a cada lado por cuatro líneas verticales, una horizontal en el cuello, y 191

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.91. Formas cerámicas.

dos horizontales en la parte inferior. Esquemas decorativos similares los encontramos en un galbo del poblado de Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia) cuyos orígenes pueden remontarse al siglo I a.C. (García Guinea, et alii, 1973: fig. 12, 6); en una vasija fechada entre los siglos II-I a.C. del yacimiento de Tariego (Palencia) (Wattenberg García, 1978: 34) y en dos recipientes de la tumba 19 de la necrópolis de Ucero (Soria), datados en su cuarta y última

fase que se desarrolla principalmente entre los siglos III-II a.C. (García Soto, 1990: 34–36). Esta pieza sería la única representante de la forma VI del yacimiento (Figura 4.91, VI). En función de sus características morfológicas puede relacionarse con la forma IX de Wattenberg García (1978: 28–29), el grupo V de Pintia (Sanz et alii, 2003), la forma 17 de Sánchez 192

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.92. Cerámica a torno pintada.

1). Por paralelos sabemos que este tipo de pieza suele relacionarse con el fuego y la manipulación de las ascuas, hallándose en contextos domésticos como en Numancia (Lorrio, 1997: 236, fig. 98) y en ámbitos necropolitanos, donde se las vincula con los banquetes rituales. Entre estas últimas podemos destacar las piezas halladas en Arcóbriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) (Lorrio y Sánchez, 2009: 159–164, 353–354), en la Osera (Chamartín de la Sierra, Ávila) (Cabré y Cabré, 1933: lám. VI; Cabré et alii, 1950: lám. LXXX; Baquedano y Escorza, 1996: 186 y 192), en la necrópolis de El Castillo (Castejón, Navarra) (Faro, 2015a: 88–89) o los ejemplares miniaturizados de Las Ruedas (Padillas de Duero, Valladolid) (Sanz Mínguez, 1997a: 419; Romero, Sanz y Górriz, 2009: 244; Sanz Mínguez y Romero, 2010: 406–409).

Climent (2015: 395–396) –fechada entre los siglos II-I a.C.-, la forma 8 de Alfaro (2018: 158–159), o los ejemplares de Soto de Medinilla (Valladolid), cuyo cuello no es muy cerrado (Wattenberg, 1959: tabla II, 13; IV, 2). En todos los casos se identifican con vasos o botellas. 4.3.4.2.1.3. Otros objetos cerámicos El conjunto de objetos fabricados con arcilla se completa con una fusayola de 4,2 cm de diámetro y 3 cm de grosor. Un símbolo de la actividad textil que la pone en relación directa con los peines y la espada de telar de madera. 4.3.4.2.2. Metalurgia La metalurgia del bronce está representada 14 objetos. Doce de ellos son pequeños remaches de cabeza semicircular y uno da forma a una pequeña chapa indeterminable (Figura 4.93, 7). La pieza restante es una placa de 3,3 cm por 2,7 cm y un grosor de 1,08 m. Posee dos perforaciones centrales y dos apéndices destinados a acoger un pasador independiente que la uniese a otra placa o una hebilla, lo que permite ponerla en relación con un cinturón o correaje (Figura 4.93, 6).

A escasos 70 cm se depositaron una hoz y una hoja puñal (Figura 4.93, 2 y 3). La hoz conserva una longitud de 15,2 cm y una altura de 11,6 cm. Su parte proximal cuenta con dos perforaciones y dos remaches para el enmangue. Como útil agrícola es común hallarlo dentro de los poblados de la Edad del Hierro, véanse los casos de Intxur (AlbizturTolosa, Guipúzcoa) (Peñalver, 2004: 288), Castrejón de Capote (Higuera la Real, Badajoz) y Pedrâo (Setubal, Portugal) (Berrocal-Rangel, 1992: 148–149), el Cerro de la Gavia (Madrid) (Morín et alii, 2005: 158–159), La Bastida de les Alcussses (Moixent, Valencia) (Pérez Jordá et alii, 2011: 99 fig. 7, 102 fig. 12B), El Raso (Candeleda, Ávila) (Fernández Gómez y López, 1990: fig.10) o la hoz, hoy desaparecida, del castro de Las Rabas (García Guinea y Rincón, 1970: 18). No obstante, en función del particular contexto del Aspio, el valor que adquiere esta herramienta debe ser considerado como simbólico, en consonancia con las hoces documentadas en algunas necrópolis. Este es el caso de Numancia (Garray, Soria) (Jimeno et alii, 2004: 281–284), Carratiermes (Montejo de Tiermes, Soria) (Argente et alii, 2001: 127), La Mercadera (Rioseco de Soria, Soria), Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila)

En hierro, junto a dos objetos indeterminados, uno apuntado y una especie de clavija con cabeza ensanchada con perforación central (Figura 4.93, 3 y 5), se recuperaron tres piezas de singular interés, muy próximas unas de otras. La primera de ellas se trata de unas pinzas o tenazas de 49,6 cm de longitud. Consta de dos partes, idénticas, que se dividen a su vez en tres: un extremo distal de forma triangular alargado, un cuerpo principal rectangular de unos 2,7 cm de altura, y una parte proximal con rebaje en la zona de unión con la parte central cuyo extremo es vuelto sobre sí mismo para crear dos argollas. Esta zona es la que serviría de unión entre las dos piezas, las cuales conservan un grosor máximo de 13,58 mm (Figura 4.93, 193

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.93. Metales: 1) pinzas o tenazas; 2) hoz; 3) objeto apuntado; 4) hoja de puñal; 5) clavija; 6) placa de bronce y 7) remaches y chapa de bronce.

194

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro o el Cigarralejo (Mula, Murcia) (Lorrio, 1997: 233–234). En el Alto Duero suelen asociarse a armas, considerándose un elemento de prestigio que podría reflejar el control de la producción agrícola o la posesión de la tierra (Lorrio, 1997: 234).

corteza de madera no determinada. Teniendo en cuenta la consideración de las piezas como herramientas o elementos informes, se observa una recurrencia destacable con los taxones. La totalidad de las piezas identificadas como Buxus sempervirens corresponden a herramientas, más concretamente a los ocho peines. Por el contrario, la totalidad de las piezas identificadas como Corylus avellana, Fraxinus sp., rosácea/maloidea y como corteza no determinable, corresponden a piezas de madera consideradas como elementos informes. Por otro lado, las piezas de Quercus sp. caducifolio son consideradas tanto como herramientas (n=4) como elementos informes (n=7).

La hoja de puñal, de forma ligeramente pistiliforme, posee una longitud de 16 cm con nervadura central (Figura 4.93, 4). Su anchura en los hombros es de 3,8 cm y de 2,8 cm en la parte media. No se conservan restos de la espiga, de la empuñadura ni de la vaina. Su forma, como ya propusiera De Pablo (2014: 288–290), permite incluirla dentro de los puñales de filos curvos, los cuales se fechan entre los siglos II-I a.C. (De Pablo, 2010, 2012, 2014).

Gracias a la curvatura de los anillos de crecimiento se ha podido determinar el diámetro original de la materia primera obtenida, observándose diferencias en el diámetro de las ramas o troncos. Podemos apreciar como la materia prima de mayor tamaño corresponde, por lo general, a madera de roble, siendo fundamentalmente ramas grandes o troncos pequeños. En el caso del boj, el diámetro medio de la materia prima denota la utilización de troncos o de ramas grandes. Los casos del fresno, avellano y rosácea/ maloidea son difícilmente comparables por el reducido número de artefactos estudiados (3 en cada caso). A pesar de ello se observa un diámetro mayor en el caso del fresno (entre 3 y 11 cm), seguido por la rosácea/maloidea (2- 5 cm), y el avellano (1–2,5 cm). De acuerdo con las características naturales de estas especies, se trataría en todos los casos de ramas de pequeño tamaño.

4.3.4.2.3. Materiales orgánicos 4.3.4.2.3.1. Madera De los 56 restos de madera, 12 de los objetos recuperados en 1994 y 18 de los restos procedentes de las nuevas campañas han sido analizados a nivel anatómico y morfológico-traceológico por O. López Bultó con el fin de conocer las especies leñosas empleadas y, en el caso de las herramientas (n=12), su proceso de fabricación (Bolado et alii, 2020a). Junto a estas la clasificación preliminar permitió distinguir 17 elementos informes. Las herramientas ya fueron parcialmente descritas a nivel morfológico (Serna et alii, 1994). De las 30 piezas analizados, 28 han podido ser determinadas a nivel taxonómico (93,33%). En una de ellas, aunque indeterminable, se ha podido establecer que se trata de corteza de madera. En total se han identificado cinco taxones diferentes: Buxus sempervirens (boj), Corylus avellana (avellano), Fraxinus sp. (fresno), Quercus sp. subespecie caducifolia (roble) y rosácea/ maloidea, siendo el roble y el boj los principales taxones identificados (Tabla 4.94). Se trata de taxones cuya presencia ya ha sido documentada en cronologías cercanas en la región (Buxó y Piqué, 2008) y que por sus propiedades ecológicas fácilmente podrían crecer de forma natural en las cercanías de la cueva.

El estudio tecnológico se ha centrado exclusivamente en las 12 piezas consideradas como herramientas: peines, espada, pieza circular, pieza rectangular y pieza con apéndice. Ninguna de las tres últimas ha podido ser identificada a nivel tipológico y funcional. La pieza circular, de 6,2 cm de longitud, 15,5 cm de ancho y 0,8 cm de grosor fue fabricada a partir de un tronco de Quercus sp. caducifolio de 27,6 cm de diámetro mínimo (Figura 4.95, 1). A partir de su morfología y de la orientación de anillos se aprecian cuatro marcas de desgajado o serrado del tronco original, una por cada cara. Seguidamente ambas caras han sido formateadas. Las aristas resultantes han sido suavizadas y redondeadas mediante cuatro marcas de corte las cuales, al ser continuas, nos permiten saber que fueron realizadas con una herramienta tipo cuchillo. Al mismo tiempo se han creado, cortando la madera, las escotaduras laterales. Por último, con una herramienta perforadora se creó un agujero que atraviesa de lado a lado la pieza. A nivel funcional no se aprecian trazas de uso.

Contamos por tanto con un total de seis materias primas leñosas: cinco taxones leñosos identificados y una Tabla 4.94. Especies identificadas Nº

%

Buxus sempervirens

Taxón

 8

28,57

Corylus

 3

10,71

Fraxinus sp.

 3

10,71

Quercus sp. caducifolio

11

39,29

Rosácea/Maloidea

 3

10,71

Total determinado

28

100

Corteza ND

 1

3,33

Fauna

 1

3,33

Total

30

100

El estado de conservación de la pieza rectangular de 11 cm de longitud, 4,4 cm de ancho y 4,2 cm de grosor, fabricada en un tronco de Quercus sp. caducifolio de 16,1 cm de diámetro mínimo, dificulta la observación de las marcas de trabajo (Figura 4.95, 2). A pesar de ello es posible identificar cinco marcas de desgajado o corte, una en cada una de las caras observables, salvo en la cara más próxima a la cortical, y evidencias del formateado 195

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.95. 1) pieza circular; 2) pieza rectangular y 3) pieza con apéndice.

196

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro de la pieza, tanto para otorgarle la forma cubicular actual como para crear el agujero. Las aristas resultantes han sido redondeadas. A nivel funcional se pueden observar marcas de aplastamiento (separación de fibras vegetales) en el interior del agujero, así como la presencia de algunas semillas adheridas, por lo que se puede concluir fue usado, aunque desconozcamos su uso específico.

valor decorativo o un significado funcional que nos es desconocido (Figura 4.96, 1 y 4). A nivel funcional se documentan en las caras laterales de tres de los peines (Figura 4.96, 1, 5 y 7) estrías que tanto por su orientación como por su localización deben ser consideradas como consecuencia de su uso. Más dudosas son las muescas identificadas en el extremo distal de las púas de todos los peines que, aunque de forma individual pudieran responder a factores diversos, el hecho de que aparezcan de forma recurrente permiten plantear que se deban al uso.

La pieza con apéndice, de 9,5 cm de longitud, 5,3 cm de ancho y 3,8 cm de grosor, fue creada sobre un tronco original de Quercus sp. caducifolio de 26,5 cm de diámetro mínimo (Figura 4.95, 3), puede observarse cómo al menos se han realizado cinco trabajos de desgajado o serrado de la madera que afectan a todas las caras observables, salvo la más próxima a la cortical del tronco. Aunque no se conservan las trazas, podemos suponer el proceso de formateado en el cuerpo del artefacto, en la punta y en el agujero. A nivel funcional se aprecian marcas de aplastado/fricción en el interior del agujero, lo que nuevamente incide en su uso, sin poder especificar la función concreta.

Uno de los peines ha sido datado por radiocarbono en 2120±30 BP (Poz-32923), cuya calibración a dos sigma en el mayor intervalo de probabilidad lo sitúa entre el 201 cal BC y el 49 cal BC (Bolado et alii, 2020a). Este resultado, que hacemos extensible al resto de peines y piezas de telar, resulta coherente con las otras dataciones absolutas obtenidas para el Área 2 (Bolado et alii 2015b: 140; 2022). La relación de los peines con las labores textiles está bien documentada en la Prehistoria reciente de la península ibérica (Barandiarán, 1968; Font de Tarradell, 1970; Spindler y Da Veiga, 1973; Agorreta et alii, 1975; Almagro, 1977; Aubet, 1978, 1980, 1981; Moreno, 1984; Lorenzo, 1985; Tejera, 1985; Caprile, 1986; Castro, 1988; Comendador, 1998; Bonet y Mata, 2002; Mata et alii, 2017). Mayoritariamente se trata de piezas fabricadas en hueso (Solacueva de Lagazmonte y Castro de Barbería en Álava; Serreta de Alcoy, Alcudia y La Barsella en Alicante; Puig Castellar en Barcelona; Castillo de Medellín en Extremadura; Cueva Alta de Montefrío, Granada; Huerto Pimentel en Sevilla; San Jorge en Teruel; Puntal dels Llops en Valencia; Moncín en Zaragoza) y marfil (Los Millares en Almería; Cartago en Murcia; Roça do Casal do Meio, Portugal; Acebuchal, Cruz del Negro, Bencarrón, Santa Lucía y Setefilla en Sevilla) o metal (Landatxo, Álava; As Silgadas, Pontevedra).

Casi todas las piezas a nivel visual muestran cambios de coloración en la superficie, algo que puede confundirse con señales de la acción del fuego. No obstante se trata de cambios de coloración resultantes de procesos tafonómicos: deshidratación, oxidación, etc. 4.3.4.2.3.2. Peines de telar Dentro de los objetos de madera destacan los ocho peines fabricados en boj. Estos mantienen unas longitudes que oscilan entre los 12,5 cm y 15,3 cm, poseyendo entre 15 y 19 púas con una longitud de entre 6 cm y 7,2 cm (Figura 4.96). Todos presentan los mismos procesos de trabajo: extracción, formateado y acabado. Durante el proceso de extracción se observa en todos los casos un trabajo de serrado o desgajado del tronco original, empleándose para ello herramientas metálicas de tipo sierra, cuña o percutor. A pesar de la similitud en sus características morfométricas se ha identificado la extracción de hasta cuatro tipos de soporte: ½ del tronco, ⅓ del tronco, ¼ del tronco y ⅛ del tronco. En seis casos se procedió a la extracción de la corteza, mientras que en los dos restantes posiblemente no fue necesario debido a su posición en el tronco, ya que apenas aprovechan la cara cortical de la madera. El proceso de formateado es el mismo en los ocho peines, presentado en todos los casos evidencias de elaboración del soporte, del bisel, de las púas y del pomo. En esta última parte es el único punto donde se ha podido documentar de forma directa marcas de corte producidas con una herramienta metálica de tipo cuchillo o sierra. En el resto de partes el trabajo se identifica de forma indirecta, debido a la acción del pulido realizado durante la fase de acabado. Las herramientas que intervienen en este proceso deben ser cortantes y de tipo lija para las púas (azuela, formón, cuchillo o lima). El acabado final conlleva el pulido, detectado en las púas de todos los peines y en la superficie de dos de ellos, y la realización de dos marcas (aspa y punciones circulares) que pudieran tener un

El uso de la madera como soporte en este tipo de objetos, si bien es menos frecuente ante las dificultades que presenta su conservación, a nivel peninsular está ya documentado en el Neolítico antiguo en la Draga (Girona) (Bosch et alii, 2006). Otros ejemplos del Calcolítico y la Edad del Bronce aparecen en los yacimientos de el Argar, el Oficio y en los Millares (Almería), Blanquizares de Lebor (Murcia) (Siret y Siret, 1890) y la Cueva de los Murciélagos (Granada) (López, 1980). No obstante es el área balear donde más peines prehistóricos de madera se han hallado. De allí proceden los ejemplares de Cova Menut y Cales Coves (Veny, 1982), los cuatro de Cova Murada, los de Cova des Carritx (Llull et alii, 1999), Son Ferragut (Buxó y Piqué, 2008), los nueve fragmentos de Can Martorellet (Pons, 2009) y el de Son Maimo (Picornell, 2012). Por último, como elementos más recientes, hay que añadir los cuatro peines fechados en la Edad del Bronce de la Cueva del Moro en Huesca (Rodanés y Alcolea, 2017). Todos los peines de madera que se han analizado a nivel anatómico se han identificado como madera de boj, a pesar de no ser 197

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.96. Peines de telar.

198

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.97. Espada de telar.

una materia prima abundante; solamente los peines de Son Maimo y de Cova Murada se han fabricado en Erica sp. (Picornell, 2012). La explicación por esta predilección la encontramos, como en el Aspio, en que el boj es una madera de grano muy fino y gran dureza, lo que la convierte en una materia prima excelente para la elaboración de las púas y el desempeño de la función de las mismas.

1988: 252–253). Los tipos británicos, por su parte, se relacionan directamente con el trabajo de tejer (Jope, 2000), bien sea para escardar y mantener firme la trama, o para la elaboración de trenzas y bordes ornamentales (Tuohy, 2000: 139). Muchos de ellos muestran una profusa y compleja decoración, algo que en primera instancia podría relacionarse con las dos marcas halladas en dos de los peines del Aspio. No obstante, su sencillez posiblemente nos dirija hacia marcas cuyo significado nos es desconocido, pudiendo esconder algún código útil vinculado a su función.

Dentro de este pequeño corpus peninsular de peines, independientemente de la materia prima, se aprecian diferencias tipológicas y formales, existiendo una significativa variabilidad que, curiosamente, no permite identificar paralelos para los peines del Aspio. Los parecidos morfológicos más cercanos los encontramos en los peines de la Edad del Hierro de las Islas Británicas los cuales, nuevamente, están fabricados casi en exclusividad en hueso y asta. Podemos citar, entre otras, las piezas de Blaise Castle Hill (Bristol) (Rahtz y Brown, 1959: 151), los peines del asentamiento de Battlestbury Hillfort (Warminster) (Ellis y Powell, 2008: 67–68, fig. 4.9, 14– 15), los ejemplares de la Segunda Edad del Hierro de Glastonbury y Meare (Somerset) (Coles, 1987; Tuohy, 2000; 2001), las piezas de Stanton Low (North Bucks) (Britnell, 1972), Danebury (Hampshire) (Cunliffe, 1991: 444–446; Tuohy, 2000), Radley (Berks), Maiden Castle (Dorset) y South Cadbury (Somerset) (Tuohy, 2000), o los distintos ejemplares hallados en el Támesis y depositados en el British Museum. Este tipo de peine se caracteriza por poseer una forma alargada de tendencia rectangular o triangular que suele medir entre 7 cm y 22 cm (Tuohy, 2000: 137), con un promedio de 15 cm, medidas similares a los ejemplares del Aspio, que oscilan entre los 12,5 cm y los 15,3 cm.

4.3.4.2.3.3. Espada de telar La espada de telar, con una longitud total de 34 cm, está formada por un vástago de sección elíptica de 10,5 cm de longitud, 2,1 cm de altura y 1,5 cm de grosor y un extremo lanceolado de 23,5 cm de longitud, 3,7 cm de altura y 0,4 cm de grosor (Figura 4.97). El tronco original, de Quercus sp. caducifolio, según la curvatura de los anillos de crecimiento tuvo un diámetro mínimo de 21,1 cm. A pesar de que la alta fragmentación del objeto dificulta su análisis, se pueden realizar algunas apreciaciones a nivel tecnológico. Su morfología y la orientación en los anillos de crecimiento permiten diferenciar cuatro marcas de desgajado o serrado/corte; una por cada una de las caras observables. En el extremo apuntado presenta fracturas recientes, mientras que el extremo utilizado como mango muestra marcas tecnológicas de corte que le confieren la forma actual. La morfología del vástago induce a pensar en la existencia de un trabajo de formateado con alguna herramienta constante. A nivel funcional no se han observado trazas de uso. La pieza presenta una clara similitud con las swords beater o weaving swords, herramientas destinadas a golpear o apretar el hilo durante la elaboración de la trama textil cuyas longitudes oscilan entre los 25 cm y

En la península ibérica los peines prehistóricos se relacionan con los trabajos textiles suaves o el suavizado de las telas una vez terminadas, descartándose su uso para cardar lana o ajustar las tramas de los telares (Castro, 199

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 75 cm (McGregor, 1985; Mazow, 2017: 7). Hoffman (1964) considera que tienen sus orígenes en la Edad del Bronce siendo múltiples los ejemplos conocidos a nivel etnográfico. El soporte sobre el que se fabricaron se cree que fue mayoritariamente orgánico, lo que ha hecho que en muchos casos no se conserven, explicándose así la casi inexistencia de ejemplares prehistóricos (McGregor, 1985: 188; Gleba y Mannering, 2012: 16). No es este el caso de las weaving swords de época anglosajona y vikinga, para las que se conocen ejemplares en hueso o madera en Groenlandia (Østergård, 2004: 56) como la pieza hallada en la tumba de Herjofsnes (Nørlund, 1924: 58, 224; Østergård, 2004: 56) o en la granja de Narsaq, ambas del siglo XI (Vebæk, 1993: 36). En Kornsá (Islandia) se recuperó un mango óseo de weaving sword (Mehler, 2007: 233, fig. 7) y de hueso de ballena es la documentada en Hvítárholt IV (Milek, 2012: 105). Ejemplos de hierro de época vikinga los tenemos en las tumbas femeninas Ka10, Ka16, Ka294–296 de la necrópolis escandinava de Kaupang (Vestfold, Noruega) (Gardeła, 2013: 288–289), en Barking Abbey y York. En esta última localidad, en el 16–22 de Coppergate, la espada de telar posee un mango de madera, apareciendo con un casco anglosajón que permite fechar ambos objetos en el siglo VIII (Tweddle, 1992: 40–47). A épocas más antiguas, entre el siglo I a.C. y el siglo I d.C., responde el fragmento óseo de weaving sword del yacimiento de Magdalensberg (Corintia, Austria) (Gostenčnik, 2001: 385 fig.5,7) o la espada de tipo hitita hallada en la tumba de Mileto (Turquía) (Mazow, 2017).

momento solamente se ha podido analizar una pequeña parte, centrándose el estudio arqueobotánico realizado por Inés López Dóriga en la cuantificación e identificación taxonómica y anatómica. La singular conservación de los restos vegetales se debe a tres procesos: carbonización, mineralización y desecación. Los distintos tipos de carporrestos se ven afectados por ellos lo que sirve de indicativo para considerar que son el resultado de una misma actividad. Por lo que respecta a la carbonización, el grado de incidencia en los granos es variable, de lo que se deduce una exposición al fuego no uniforme: mientras hay granos completos que conservan el cascabillo, otros lo han perdido y se ha protruido y erosionado el endospermo. El cascabillo es un elemento más frágil, convirtiéndose en ceniza a inferior temperatura que los granos (Boardman y Jones, 1990). Sin embargo, el aspecto de la mayor parte de los granos protrusionados con el aspecto de palomitas de maíz (Walsh, 2017) indica que la exposición al fuego ocurrió dentro del cascabillo y a temperaturas en torno a los 250ºC en atmósfera oxidante. Las semillas no carbonizadas conservadas no están intactas, el endospermo, rico en almidón, aceites y grasas, ha desaparecido. Lo que se ha preservado es solo el cascabillo el cual, por su alto contenido en fibras, es más resistente a los factores de destrucción de la materia orgánica y más proclive a la preservación por fenómenos de desecación (Henry et alii, 2017) o mineralización parcial (Lyons y Orchard, 2007). Los contextos en cueva con temperatura estable y escasa iluminación (con el consecuente escaso número de microorganismos, como insectos, hongos y bacterias) permiten la preservación de materia orgánica de forma más prolongada que al aire libre (Hansen, 2001).

En lo que respecta al uso de la madera como soporte principal, los paralelos son escasos. Entre los pocos hallados destaca la pieza expuesta en la vitrina 6 de la sala I en el Museo Territorial del Lago de Bolsena (Italia) -nº 3160-. Esta procede el yacimiento villanovano del siglo IX a.C. de Gran Carro, actualmente sumergido en Lago de Bolsena (Tamburini, 1995). Posee una longitud de 67,5 cm y una anchura de 6,4 cm, un mango se sección circular y una hoja lanceolada apuntada. De madera desconocida, inicialmente fue asimilada con una posible pala de piragua (Fioravanti, 1994: 17, fig. 12c) aunque actualmente, según la información facilitada por el director del museo P. Tamburini, es interpretada como una espátula textil. Su forma y dimensiones permiten incluirla dentro de las weaving swords, convirtiéndose en el paralelo más próximo al ejemplar del Aspio (Bolado et alii, 2020a).

En cuanto a la mineralización de algunos granos, hemos advertido la presencia de dos tipos distintos como consecuencia de dos procesos diferentes. La mayor parte de los casos de mineralización son ejemplos de cascabillo vacíos, mineralizados por fosfatización, un fenómeno que se produce por la sustitución del carbono por fosfato, siendo frecuente en los depósitos ricos en materia fecal o con alto contenido de materia orgánica sin ventilación (Karkanas y Goldberg, 2010; McCobb et alii, 2003). En casos más aislados se ha documentado la mineralización de carporrestos completos, previamente carbonizados, por su contacto con metales.

Mucho más reciente, del siglo XV, de madera y también esclarecedora a nivel identificativo, es la pieza de madera de 42 cm de Åbo Akademi (Turku, Finlandia) (Kirjavainen, 2006: 5, fig. 3A).

Según observamos en la tabla 4.98, entre los carporrestos analizados hasta el momento hay un claro protagonismo de los granos carbonizados y sin carbonizar de panizo (Setaria itálica) con cáscara y sin paja, algunos germinados o mineralizados. Junto a ellos existen algunas impurezas procedentes de otros cultivos domésticos (trigo espelta, cebada y posiblemente centeno y avena). La cebada es de la variedad vestida (Hordeum vulgare var. vulgare) en los casos que ha podido ser determinada. El centeno no ha podido ser determinado con total seguridad debido a la mala conservación. La avena (Avena sp.) no

4.3.4.2.3.4. Carporrestos Como ya mencionamos, las unidades estratigráficas 1002, 1004, 1005, 1006 se caracterizaban por la abundante presencia de carporrestos. En el caso de las tres últimas se procedió a la toma de distintas muestras mientras que en la U.E. 1002, ante la aparente alta concentración existente, se flotó todo el sedimento extraído. Por el 200

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro Tabla 4.98. Carporrestos vegetales documentados Área

2

2

2

2

2

A2

B2

B1

B2

A2

1002

1002

1002

1002

1002

Campaña





2013

2013

2013

Número de muestra

1

2

3

4

5

Vol. flot (ml.)







100

30

Cuadro UE

Total

Carbonizadas Avena sp. semilla



2



5



7

cf. Avena sp. semilla







4



4

Poaceae semilla

3





27



30

Hordeum vulgare semilla



2



3



5

Hordeum vulgare subsp. vulgare semilla





1





1

cf. Secale cereale semilla





4





4

Triticum spelta base de gluma

7



1



3

11

Triticum spelta base de espiguilla

3





3



6

Triticum spelta fragmento de semilla

150

2







152

Triticum spelta semilla

135

39

63

65

40

342

Triticeae embrion









5

5

Triticeae fragmento de semilla





29

18

17

64

Setaria italica semilla





1057





1057

77000

0

560

27300

10500

110



0,8

39

15



Fragmento de tejido vegetal indeterminado

x





x

x



Fragmento de carbón de madera

x



x

x





Setaria italica semilla (estimación) Setaria italica semilla (ml.) (average 1.05 ml = 735 n)

115360

Mineralizadas Poaceae barba







1



1

Poaceae semilla







1



1

Setaria italica semilla fosfatizada







95

22

117

Setaria italica semilla con oxido de cobre







2



2

Rubus sp. semilla







1



1

Tejido vegetal indeterminado







x

x



Desecadas Setaria italica cascabillo







x





Madera







x





Heces pequeño mamífero







x





Heces herbívoro mediano







x















  Total carporrestos cuantificables (NMI)

201

117170

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Tabla 4.100. Isótopos estables de los granos de trigo

es determinable a nivel de especie en base a la morfología del grano, y en ausencia de bases de lema (parte del cascabillo), no es posible establecer si se trataba de avena doméstica o silvestre.

Sample ID

d13C

d13C aire Discriminación

sbu0101b

−22,79

−6,41

16,76

4,30

Salvo la posible avena silvestre no se documentan por el momento malas hierbas. No obstante, sí debemos señalar la presencia de otras partes del cereal como bases de espiguilla y fragmentos de paja. Hemos de señalar también la presencia de una semilla de mora o frambuesa (Rubus sp.) mineralizada, posiblemente asociada a una dispersión endozoocórica. El carbón de madera es también muy escaso, perteneciendo el existente a ramitas y partes de troncos.

sbu0102b

−23,24

−6,41

17,23

5,59

sbu0103b

−22,30

−6,41

16,25

2,71

sbu0104b

−23,60

−6,41

17,60

5,86

sbu0105b

−23,60

−6,41

17,61

2,81

sbu0106b

−23,45

−6,41

17,45

4,42

sbu0107b

−23,65

−6,41

17,65

4,09

sbu0108b

−23,54

−6,41

17,54

7,37

Un grano de Setaria italica y otro de Triticum spelta procedente de la U.E. 1002 fueron datados por radiocarbono. El primero de ellos proporcionó una fecha de 2020±30 (Poz-59160) con una calibración en el intervalo dos sigma de mayor probabilidad entre el 58 cal BC y el 78 cal AD. El segundo fue datado en 1985±30 (Poz-59161), cuya calibración en el intervalo dos sigma con mayor probabilidad nos sitúa entre el 44 cal BC y el 85 cal AD.

sbu0109b

−23,30

−6,41

17,30

4,30

sbu0110b

−23,88

−6,41

17,90

2,58

granos, los cuales nos sitúan ante un cultivo de secano con unas condiciones hídricas casi óptimas. Así mismo, el 15N de estos últimos sugiere un buen estado nutricional del cultivo con aplicaciones de fertilización orgánica adecuadas (Tabla 4.100).

La numerosa cantidad de carporrestos conservada posibilitó igualmente la realización de análisis de la composición isotópica de carbono (13C) y nitrógeno (15N) con el fin de obtener datos sobre las condiciones de los cultivos que fueron amortizados y la climatología del momento (Ferrio et alii, 2006; Voltas et alii, 2008). Para ello, se seleccionaron diez carbones de roble y diez semillas de trigo que fueron enviadas al Departamento de Producción Vegetal y Ciencia Forestal de la Universidad de Lleida. Las muestras arbóreas proporcionaron unos resultados con escasa variabilidad, obteniéndose un valor promedio de 19,37 por mil que es considerado alto o muy alto, correspondiéndose con pluviometrías anuales superiores a 800 mm (Tabla 4.99). Estas características ambientales son coherentes con los resultados de los

4.3.4.2.3.5. Fauna El estudio de la fauna, realizado por Marián Cueto, se ha realizado sobre 321 de los 341 restos de macrofauna, identificándose a nivel taxonómico 20 de ellos (Tabla 4.101). La determinación taxonómica del resto se ha visto condicionada por el alto grado de fragmentación existente, no superando la mayor parte de los restos los 2 cm. Tabla 4.101. Especies identificadas Área 2

Tabla 4.99. Isótopos estables de los carbones de roble

NMI

Cervus elaphus

1

1

C. Capreolus

2

1

Bos sp.

5

1

1

Capra sp.

6

1

1

Rupicapra pyrenaica

4

1

1

Sus domesticus

1

1

1

Sus sp.

1

1

1 2

4

1

2

4

1

Sample ID

d13C

d13C aire

cbu0101a

−24,93

−6,41

18,99

cbu0102a

−26,30

−6,41

20,43

cbu0103a

−25,13

−6,41

19,20

cbu0104a

−25,12

−6,41

19,20

cbu0105a

−25,25

−6,41

19,33

Subtotal determinados

20

7

cbu0106a

−25,33

−6,41

19,41

M. grande

2

_

cbu0107a

−25,26

−6,41

19,34

M. medio-grande

3

_

cbu0108a

−25,29

−6,41

19,37

M. medio

59

_

cbu0109a

−25,14

−6,41

19,22

M. pequeño

5

_

cbu0110a

−25,12

−6,41

19,20

No determinado

232

_

19,37

TOTAL

321

7

202

NMI por edades

NR

Discriminación isotópica

PROMEDIO

d15N

infantil juvenil adulto 1 1

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro El estudio tafonómico de las superficies advierte sobre la existencia de alteraciones antrópicas y naturales. Por lo que respecta a las primeras, las cuales confirma que se trata de conjunto producto de la actividad humana, un 23,7% (n=81) de los restos han sufrido alteraciones térmicas: 53 muestran una coloración marrón o negra y 28 una tonalidad que va del gris al blanco. Estas diferentes coloraciones responden a la temperatura y tiempo de exposición al fuego que sufrieron estos restos, siendo los blancos y grises los que más alterados se han visto. De estos huesos 72 son menores de 2 cm lo que podría llevarnos a explicar el alto grado de fragmentación a partir de la exposición al fuego sufrida, un elemento que debilita su estructura y hace que sea más fácil su ruptura. Aunque escasa, también se han detectado marcas de corte realizadas con objetos metálicos con filo.

A la hora de interpretar el Área 2 de la cueva del Aspio lo primero que tenemos que descartar es su uso como zona de habitación pues, a un lugar de total oscuridad e impracticable sin restos de estructuras, se une el hecho de que el uso de las cavidades como hábitat no responde a los patrones de poblamiento de la época. Durante la Edad del Hierro los grupos humanos se asientan en poblados fortificados alzados en posiciones dominantes, de mayor o menor envergadura, de los cuales suelen depender asentamientos menores como granjas o aldeas (Peralta, 2003: 47–78; Cisneros, 2008: 63–81). El uso de las cuevas en Cantabria siempre se ha vinculado a funciones funerarias y rituales (Morlote et alii, 1996; Smith y Muñoz, 2010; Torres Martínez, 2011: 469–471; De Luis, 2014), sin descartarse su aprovechamiento de forma esporádica como refugio, especialmente como consecuencia del pastoreo y movimiento del ganado (Torres Martínez, 2011: 469).

Entre las alteraciones no antrópicas podemos citar procesos de meteorización, como consecuencia de una exposición prolongada al aire libre de algunos de los huesos (n=1), los huesos con concreciones (n=9) y las marcas dejadas por la actividad de los carnívoros (n=4).

El conjunto de materiales documentados, como ya se ha propuesto, bien podría responder por tanto a los restos de un ajuar funerario (Serna et alii, 1994: 391–394; González Echegaray, 1999: 257–262; Peralta, 2003: 109; Ruiz Cobo et alii, 2007: 91). En la península ibérica este es el contexto habitual de los depósitos de peines, independientemente de su cronología (Rodanés y Alcolea, 2017), y resulta recurrente, aunque no exclusivo, en las sweaving swords. La relación de la hoz con armamento hemos visto que está igualmente documentada en los ajuares de distintas necrópolis de la península ibérica, especialmente en el Alto Duero, y las pinzas y los restos de fauna termoalterados y con marcas de corte de Cervus elaphus, C. Capreolus, Bos sp. Capra sp. Rupicapra pyrenaica, Sus domesticus y Sus sp. evidencian la existencia de un banquete ritual, una de las prácticas más atestiguadas durante las ceremonias funerarias, en la que no es extraño que exista una asociación con las armas. Este vínculo ha sido documentado en el noroeste peninsular (González Ruibal, 2006–2007: 591–595).

Dentro de los materiales orgánicos no debemos olvidar mencionar la existencia de una valva de Cerastoderma tuberculatum. 4.3.5. Cronología e interpretación Las tres dataciones absolutas existentes -2120±30 BP (Poz-32923), 2020±30 (Poz-59160) y 1985±30 (Poz59161)-, crean un arco temporal que posibilita situar inicialmente el depósito entre los siglos II a.C.-I d.C. Sobre este podemos realizar dos acotaciones para ajustar ambos extremos temporales. Por lo que respecta al límite más antiguo debemos tener en cuenta que puede estar afectado por el “efecto madera vieja” (Olsen et alii, 2013), siendo imposible calcular cuánto tiempo fueron utilizados los peines y en qué momento se decidió que fuesen amortizados. Son por tanto las dataciones de los granos de cereal, más precisas que las de madera, las que nos ayudan corregir la fecha más antigua del depósito de los peines, pudiendo situarla en el siglo I a.C.

El inconveniente hacia la interpretación funeraria radica en que, tras la flotación de todo el sedimento y la realización del estudio del material óseo, no se han hallado restos humanos, lo que permite descartar que estemos ante un ajuar. Esto no quiere decir que el valor simbólico de las piezas y los rituales documentados desaparezcan, sino que cambia la función final que desempeñan, pasando a ser entendidas como un conjunto de ofrendas. A ellas se unirían además las vasijas con cereal, conteniendo principalmente granos de panizo que se encontraban en estado relativamente avanzado de procesado (trillado pero no descascarillado) (Hillman, 1981), y cuya carbonización intencional y ocultación carecen de explicación funcional. El cereal podemos encontrarlo como un elemento más de las prácticas rituales documentadas en Frijao (Braga, Portugal) (Tereso y Fontes, 2014; Martín-Seijo et alii, 2015) y en la Puerta oeste de la Bastida de les Alcusses (Moixente, Valencia) (Vives-Ferrándiz et alii, 2015: 294–297, 299–300), vinculado en ambos casos a actos de comensalía. En el caso del Área 2 del Aspio, tanto del proceso de carbonización del grano como de la práctica del

Los mismos cereales, en este caso el grano de trigo, podrían llevar la fecha más reciente hasta finales del siglo I d.C. No obstante son el resto de materiales depositados, de marcado carácter prerromano, los que nos permiten volver a fijar el siglo I a.C. como terminus ante quem. Como vimos, el puñal de filos curvos es fechado entre los siglos II-I a.C., las pinzas o tenazas de banquete son propias de las necrópolis de la Segunda Edad del Hierro y los paralelos, tanto formales como decorativos, de la vasija a torno se sitúan entre los siglos III-I a.C. Tenemos por tanto un conjunto de materiales que fue depositado, muy probablemente, a lo largo del siglo I a.C. Nada nos indica que todas las piezas fuesen dejadas en un mismo momento, por lo que no debemos desechar la posibilidad que el conjunto fuese generado en varias fases. 203

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) banquete no hay evidencias, por lo que tuvo que realizarse fuera de la cavidad, trayéndose con posterioridad la parte escogida y destinada como ofrenda.

Entre todas las estructuras se han distinguido al menos 23 túmulos de planta circular y oblonga, cuyas dimensiones oscilan entre uno y cuatro metros de diámetro, y seis metros de eje mayor en las ovoidales. Su altura no supera el metro y solamente en un caso el túmulo ha sido creado fuera del abrigo (San Miguel et alii, 1991: 162–163; Fernández Acebo, 2010: 558).

Por tanto, estamos ante un conjunto de carácter ritual formado por armas, elementos vinculados a la manufactura textil, aperos agrícolas, objetos de adorno, cereales, vasijas y evidencias de un banquete. La elección del lugar no fue aleatoria, buscándose una zona apartada, profunda y oscura de la cavidad, donde los grandes bloques de caliza sirvieron de repisas y de base para depositar los objetos. El paso del tiempo, junto con la acción de los animales y los hombres y la propia actividad geológica de la cueva, debió provocar el desplazamiento de algunos de los objetos y la ruptura de buena parte de los recipientes, dispersándose su contenido (cereal y fauna) para dar forma a las unidades estratigráficas 1002, 1004, 1005 y 1006. Los datos que tenemos de la cueva de Cofresnedo (Matienzo) parecen indicar que es posible que podamos estar ante una práctica de características similares (Ruiz Cobo y Smith, 2003).

El yacimiento fue descubierto por V. Fernández Acebo en 1976 quien entre este año y 1980 realiza una recogida superficial de materiales, así como un reconocimiento y un croquis de las estructuras. En 1981 miembros del C.A.E.A.P. visitan nuevamente el lugar hallando algunos fragmentos de cerámica prehistórica. Cuatro años después, en 1985, ante la alteración que podría derivarse de una plantación de pinos, se llevó a cabo la única intervención arqueológica realizada hasta ahora bajo la dirección de M.A. García Guinea. El objetivo de la misma era la documentación de las distintas partes del yacimiento, para lo cual se realizó una prospección, se intervino en una de las estructuras tumulares y se replantearon otros tres sondeos en distintos puntos del abrigo (Figura 4.102): dos se realizaron en la zona oriental, proporcionando evidencias prehistóricas y magdalenienses, y el tercero se abrió en el lado opuesto, en una zona donde se había identificado una cerámica incisa de tipo Cogotas I, que apenas aportó materiales (San Miguel et alii, 1991: 163; Fernández Acebo, 2010: 554–556).

El uso de las cavidades para estos fines en la Hispania céltica no resulta extraño (Alfayé, 2009) constituyendo por sí mismas, por sus condiciones propias, un espacio liminal que da paso, en palabras de Alfayé (2010a: 194– 196) “a una geografía sensitiva extrema, a un mundo fenomenológico radicalmente diferenciado del ordinario y, por ello, intrínsecamente numinoso”. Un espacio que suele ser la morada o la vía de comunicación con los dioses, convirtiéndose en un elemento fundamental de la cosmogonía de las sociedades que la utilizan.

La recogida superficial posibilitó la documentación de 102 piezas: 17 restos líticos, 11 fragmentos cerámicos fabricados a mano, cinco fragmentos cerámicos fabricados a torno, 67 huesos, un elemento de industria ósea y un objeto metálico. La adscripción cronocultural de los mismos, dada su variabilidad, resultó ser muy problemática, no obstante, llegan a distinguir varias ocupaciones que datan en el Paleolítico superior o Epipaleolítico, la Edad del Bronce, la Edad del Hierro y épocas modernas, con las que podrían relacionarse buena parte de las estructuras no tumuliformes (San Miguel et alii, 1991: 163–167).

4.4. Abrigo del Puyo 4.4.1. Localización e historiografía El abrigo del Puyo se localiza en el municipio de Miera, a 575 m de altitud sobre la ladera norte de la Peña de Hoyas. Consta de una boca de unos 48 m de anchura, con orientación norte, que da paso a un amplio vestíbulo de 60 m de anchura por 40 m de longitud con abundantes bloques. Tanto en su entorno inmediato como hacia el interior se observan distintos tipos de estructuras adscritas a diferentes épocas. Las primeras se hallan en la zona de acceso, donde se identifican restos de dos líneas de muros de hasta 60 cm de altura, con un desarrollo paralelo a la entrada, y una estructura tumuliforme de un metro de diámetro por 40 cm de altura. La boca conserva evidencias de un muro de cierre mientras que, en el extremo occidental se reconocen tres recintos adosados a la pared con vanos de acceso y hacia el suroeste existe una estructura semicircular adosada a la pared, con puerta adintelada de reducidas dimensiones, en cuyo interior se aprecia una urna excavada delimitada por lajas. En el centro del vestíbulo un murete de 80 cm de altura rodea un bloque natural y al este se conservan restos de un muro que parece apoyar en la pared del abrigo. Por último, hacia el lado oriental próximo a la entrada se reconocen otros tres muros (San Miguel et alii, 1991: 162–163; Fernández Acebo, 2010: 557–556).

La cata más occidental, denominada “calicata de la izquierda”, abarcó cuatro cuadros de 1 m2 cada uno (B1, B2, C1 y C2). El cuadro B1 fue el más rico y el único que se excavó hasta los 55 cm de profundidad, abandonándose los restantes tras agotar los niveles superficiales. En total se identificaron cinco niveles: el 0 y I se relacionan con el Aziliense, el II con el Magdaleniense y algunos restos cerámicos del primer nivel son adscritos al Bronce final o Edad del Hierro (San Miguel et alii, 1991: 167–172). La cata oriental, a la que se refieren como “calicata de la cabaña de la pared derecha”, se situó dentro de una de las estructuras, documentándose cuatro niveles. En la unidad superficial se identificó un nivel cerámico casi estéril que es datado en la Edad del Hierro, mientras que los restos óseos y líticos que se suceden en los siguientes niveles son considerados del Magdaleniense superior (San Miguel et alii, 1991: 181–182). 204

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.102. Topografía del Abrigo del Puyo según San Miguel et alii, 1991.

La otra cata oriental, denominada “calicata de la zona derecha”, se compuso de tres subcuadrículas que permitieron reconocer cuatro niveles prácticamente estériles, lo que impidió que se extrajeran datos de interés (San Miguel et alii, 1991: 180–181).

formaban arcillas plásticas amarillentas. A escasos metros a la derecha del túmulo se cita la ejecución de un pequeño sondeo para comprobar las diferencias estratigráficas del que no tenemos más información (San Miguel et alii, 1991: 172–173).

Por último, la cata practicada en un túmulo llamada “calicata del centro”, se dispuso en medio de una estructura en mal estado de conservación, de planta circular de poco más de 2 m de diámetro, que estaba formada por una acumulación de piedras de mediano tamaño y bloques más grandes en su entorno exterior. El área excavada se extendió por una superficie de 4 m2, afectando a los cuadros S1 y S2 y, de formar parcial, a los cuadros R1, R2, S3 y T2 (Figura 4.103). Tras la acumulación de piedras inicial se detectó una segunda con distintos tamaños que usaban de base arcillas plásticas; entre ambas alcanzaban una potencia que oscilaba entre 50 cm y 80 cm. Una vez retiradas surgió un nivel negruzco de cenizas y huesos calcinados de entre 3 cm y 6 cm, conocido como nivel C que, con una potencia de 20 cm, ocupaba toda la superficie excavada. Bajo él se dispone un paquete de arcillas quemadas de tonalidad azul grisácea que se asentaba sobre una concreción ferruginosa. El último nivel lo

El nivel de cenizas (nivel C) es el que mayores restos materiales ha proporcionado, destacándose la presencia de 174 fragmentos cerámicos entre los que distinguen dos cuencos, una ollita, cinco ollas con diámetros de boca de entre 12 cm y 18,8 cm, tres vasos globulares, cinco vasos medianos de entre 9 cm y 12,5 cm de diámetro y seis vasos grandes de entre 14,5 cm y 26,4 cm de diámetro de boca. La industria lítica está representada por 14 objetos (siete de sílex, entre los que se incluyen dos raspadores, dos de cuarcita y cinco de arenisca) y la ósea por cuatro piezas. Se documentan a su vez un resto malacológico (Helix nemoralis), seis carbones y 325 pequeños huesos, todos quemados. Entre ellos han sido identificados ovicaprinos (n=36), Bos taurus (n=14), Sus domesticus (n=4), Cervus elaphus (n=3) y Rupicapra pyrenaica (n=1). Una falange genera dudas sobre su posible pertenencia a un humano, 35 restos no fueron determinados y 231 son indeterminables (San Miguel et alii, 1991: 175–179). 205

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.103. Plano de la estructura tumular excavada según San Miguel et alii, 1991.

A pesar de la excavación realizada, el equipo de investigación considera que la funcionalidad de la estructura es difícil de dilucidar pues, aunque pudiera en primera instancia interpretarse como funeraria, la diversidad del registro hallado, así como su estado, les lleva a mostrar cautela. Lo mismo sucede en cuanto a la propuesta cronológica para la cual, aunque consideran que la cerámica pudiera adscribirse a la Segunda Edad del Hierro gracias a las ollas de perfil en S, prefieren esperar a los resultados de la datación por 14C antes de pronunciarse (San Miguel et alii, 1991: 180 y 184). Esta, cuya muestra se tomó del nivel C, proporcionó una fecha de 2240±80 BP (Beta-70814), cuya calibración a dos sigma nos sitúa con la mayor probabilidad entre el 423 y el 49 cal BC y, por tanto, lleva a este nivel hasta la Segunda Edad del Hierro (Morlote et alii, 1996: 276; Arias, 1999: 253).

En la década de los 90 del siglo XX E. Peralta, durante su vista al yacimiento, descubre en las cercanías de un túmulo arrasado el remate decorativo de la prolongación del pie de una a fíbula que cataloga dentro del tipo de torrecilla o de cubo, fechándola entre el siglo IV a.C. y III a.C. (Peralta y Ocejo, 1996: 46–47). También, con posterioridad a la intervención arqueológica, se recogieron del túmulo excavado tres colgantes realizados sobre Nassa reticulata (Fernández Acebo, 2010: 560; Morlote et alii, 1996: 276). 4.4.2. Registro material El conjunto de materiales recuperados de la intervención arqueológica realizada en 1985 está formado por 1046 piezas. La distribución de estas por las respectivas áreas resulta un trabajo complejo ante la falta de información, 206

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro debiendo atender a distintos datos para intentar obtener una aproximación. A la “calicata de la izquierda” hemos logrado atribuir 372 piezas a partir del nombre (cata de la izquierda) y de los cuadros (B1, B2, B3. BI, BII, C-, C1, C2, CI y CII) fijados en el depósito; al no haber referencias a un cuadro C54, C-54 y C57, las piezas con esta referencia se han incluido en esta cata. Con la cata realizada en la estructura tumular se han podido relacionar 535 objetos gracias a la referencia “túmulo” de las bolsas y a los cuadros (RI, RII, R2, SI, SII, SIII, TII y TIII). Un total de 85 piezas proceden de las distintas superficies diferenciadas durante la prospección y para 54 objetos no hemos obtenido ningún dato. Este pequeño grupo está formado por 27 restos líticos, 19 huesos, una hebilla moderna que podría corresponder con la hallada durante la prospección y siete pequeños fragmentos de cerámica a mano (tres bordes, tres galbos y un cuello).

(n=2) y un resto malacológico, únicamente cuenta con dos fragmentos cerámicos procedentes del cuadro CI, sectores 1 y 8. En ambos casos se trata de galbos lisos, fabricados a mano y cocidos en atmósfera reductora y alternante. El mayor de ellos mide 2,6 cm × 2,1 cm y el otro 1,3 cm × 1 cm lo que, unido a la ausencia de elementos característicos de las producciones de la Edad del Hierro, imposibilita su vinculación con la misma. 4.4.2.3. Estructura tumular De la excavación del túmulo se conservan 535 piezas de las cuales 332 carecen de nivel, una procede del nivel I, otra del nivel II y 201 del nivel IV. No existe ningún dato que permita equiparar los niveles citados con los recogidos en la publicación, por lo que es imposible saber cuántas piezas proceden del nivel C. Al ser este el que mayor cantidad de material proporcionó, resulta sugerente pensar que puede tratarse del nivel IV. Esta identificación encontraría apoyo en el hecho de que la pieza del nivel II se trata de un asa vidriada mientras que la del nivel I es un resto lítico superficial.

Tanto durante la prospección como en las dos catas se citan restos de la Edad del Hierro. Lo mismo sucede en la llamada “calicata de la cabaña de la pared derecha”, si bien no hemos podido individualizar los materiales de esta área que, muy probablemente, se incluyen dentro de las 54 piezas para las que no poseemos datos.

Este nivel IV proporciona 105 restos óseos, nueve líticos y 87 fragmentos cerámicos. Estos últimos han sido fabricados a mano y cocidos en atmósferas alternantes (n=58) y reductoras (n=29). Las superficies conservan trazas de los distintos tratamientos aplicados, siendo el más frecuente el regularizado, que es utilizado en el 86,2% de las superficies exteriores y en el 91,9% de las interiores; el raspado, que se identifica en el 13,8% de las superficies exteriores y en el 4,6% de las interiores, y el espatulado, presente en el 3,5% de las superficies interiores.

4.4.2.1. Área prospectada Entre los distintos objetos recogidos durante la prospección del abrigo, en las zonas C y CH se citan materiales de la Edad del Hierro y, en la zona E, se recoge un galbo que es vinculado con el horizonte Cogotas I (San Miguel et alii, 1991: 166–167). La revisión de materiales que hemos realizado nos ha permitido comprobar que en la zona CH todos los restos existentes pertenecen a fauna mientras que de la zona C tenemos dos piezas líticas y cuatro fragmentos cerámicos. Entre estos últimos tres pertenecen a producciones modernas y el restante se trata de un galbo de 5,8 cm × 3,4 cm, fabricado a mano y sometido a cocción alternante, sobre cuya superficie se dispone un cordón liso decorativo. Sus características, aunque permiten considerarlo como parte de una producción prehistórica, resultan insuficientes para afirmar que se trata de una cerámica de la Edad del Hierro, pudiendo también pertenecer a la Edad del Bronce, un momento donde el empleo de este motivo decorativo es habitual (Cubas et alii, 2013).

A nivel morfológico la parte más representada es el galbo (79,3%), seguida de los bordes (16,1%), las bases (3,5%) y los cuellos (1,1%). Los bordes, cuyo grosor medio es de 8±1,37 mm, son mayoritariamente planos (n=13), con doce ejemplares del tipo plano horizontal y uno biselado hacia el exterior (Figura 4.104, 1). El grupo de bordes redondeados está representado por un solo borde redondeado asimétrico al interior. Por lo que respecta a sus tendencias, la recta se da solamente en ocho bordes planos horizontales, y la exvasada se reconoce en cuatro bordes planos horizontales, uno biselado al exterior y en el borde redondeado. La fragmentación del conjunto es tan alta que ha sido imposible reconocer formas, perfiles u obtener los diámetros de la boca.

Por lo que respecta al fragmento cerámico recuperado de la zona E, se trata de un galbo alternante de 2,9 cm × 3,8 cm, con carena marcada, que fue fabricado a mano. Conserva una decoración a base de incisiones lineales y pequeñas punciones que, por nuestra parte, también consideramos que lo ponen en relación con el horizonte cerámico Cogotas I (Abarquero, 2005).

El único cuello existente es rectilíneo y exvasado. Las bases (n=3) poseen un grosor máximo de 8±2 mm, dos se incluyen en el tipo plano de perfil ondulado y la restante es plana simple, siendo imposible conocer sus diámetros (Figura 4.104, 2).

4.4.2.2. Calicata de la izquierda

Ninguno de los fragmentos cerámicos de este nivel IV conserva restos decorativos.

En esta área con la Edad del Hierro o el Bronce final fueron relacionadas varias cerámicas (San Miguel et alii, 1991: 171). No obstante, el registro material de la zona, compuesto por fauna (n=238), lítica (n=129), industria ósea

Las 332 piezas sin nivel se distribuyen en 222 restos óseos, 99 fragmentos cerámicos, siete piezas líticas, tres restos malacológicos y un fragmento de arenisca. La colección de 207

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.104. 1) bordes y 2) bases.

208

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro cerámica forma parte de manera íntegra de una producción realizada a mano que, en el 62,6% de los casos, ha sido cocida en atmósfera alternante y, en el 37,4%, reductora. De siete piezas no se conservan trazas de tratamiento en ninguna de las superficies mientras que entre las restantes el regularizado se documenta en el 89,9% de las superficies exteriores y en el 91,9 % de las interiores. El raspado se ha aplicado en dos superficies exteriores y una interior, y el espatulado en una exterior. A nivel morfológico los galbos suponen el 93,9% del total, estando los bordes representados por tres piezas, los cuellos por otras dos, y las bases por una. Los bordes, con un grosor medio de 10±2,8 mm, son planos horizontales con tendencia exvasada en dos casos y recta en otro. Sus reducidas dimensiones impiden realizar interpretaciones formales o conocer su diámetro de boca. De los dos cuellos, uno no puede determinarse mientras que el otro es rectilíneo y exvasado. La base, por su parte, es de tipo plano simple, no habiendo sido posible obtener su diámetro. Nuevamente ninguna de las piezas conserva motivos decorativos. Dentro del registro perteneciente a la estructura tumular la colección cerámica constituye el elemento más relevante a la hora de establecer una vinculación con la Edad del Hierro ya que las características técnicas y morfológicas descritas responden, en rasgos generales, a lo visto hasta ahora en otros yacimientos. No obstante, por sí misma no es determinante, siendo fundamental la datación obtenida del nivel C para poder confirmar esta adscripción cronocultural y situarla así en la Segunda Edad del Hierro.

Figura 4.105. Fíbula de pie vuelto.

situarlo en la Segunda Edad del Hierro, entre finales del siglo V a.C. y la primera mitad del siglo I a.C. Una fecha que se ve corroborada por la datación relativa que proporciona el remate de fíbula de pie vuelto cuyo tipo, 7D de Argente, es fijado entre los siglos IV a.C. y III a.C. En base a las estructuras tumulares existentes y al nivel ceniciento (nivel C), que aportaba abundante material cerámico y restos óseos quemados, el yacimiento ha sido interpretado sucesivamente como una necrópolis de incineración (San Miguel et alii, 1991: 184; Morlote et alii, 1996: 275–276; Peralta y Ocejo, 1996: 46–47; Fernández Acebo, 2010; Torres Martínez, 2010: 711), llegando a identificar V. Fernández (2010: 558) el túmulo excavado con un ustrinum. Los propios autores de la excavación, a pesar de acercarse hacia la hipótesis funeraria, no se mostraron categóricos en sus conclusiones al considerar que el material aportado resultaba poco significativo y reconocer que los datos obtenidos eran parciales, siendo necesario intervenir en otras estructuras tumulares (San Miguel et alii, 1991: 179–180). Esta misma cautela, ante la falta de pruebas concluyentes, es trasmitida por M.R. González Morales (1999).

4.4.2.4. Otros materiales posteriores a la intervención de 1985 Procedentes de otras recogidas superficiales el registro material del abrigo del Puyo cuenta con 32 restos óseos, seis galbos alternantes de reducidas dimensiones y un remate de fíbula. Este está formado por el extremo distal de la prolongación del pie, de 1,5 cm de longitud, y un remate con forma de dado rómbico de 17,4 mm × 19,5 mm sobre el que se ha dispuesto una decoración de líneas incisas que enmarcan un motivo troquelado de círculos concéntricos. Esta composición solo se conserva en una de las caras del remate (Figura 4.105). Aunque se ha interpretado como parte de una fíbula de torrecilla o de cubo, debemos incluirlo dentro del tipo 7D de Argente, correspondiente a las fíbulas de pie vuelto (Argente, 1994:78–83). En el propio catálogo utilizado por este autor se recoge una pieza casi idéntica, con los mismos motivos decorativos, procedente de la necrópolis de Carratiermes (Argente, 1994: 295, nº430). La cronología propuesta para este grupo nos sitúa entre los siglos IV a.C. y III a.C., algo que resulta acorde con la datación absoluta.

Sin lugar a dudas, hasta que no se proceda a la excavación de más túmulos y se confirme la presencia de restos humanos, no podremos afirmar que estemos ante un espacio funerario. No obstante, hay que señalar que el uso de estructuras tumulares durante la Segunda Edad del Hierro con este fin está documentado en Monte Bernorio en donde, junto a los enterramientos con ricos ajuares (Moro, 1891a; San Valero, 1944; 1960), se han encontrado sencillas fosas sin apenas restos que han sido interpretadas

4.4.3. Cronología El uso del abrigo del Puyo durante la Edad del Hierro, gracias a la datación por radiocarbono existente, podemos 209

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) como “tumbas invisibles” (Torres Martínez et alii, 2017a). Los propios restos de fauna con evidentes marcas de fuego, podrían suponer un argumento a favor de esta hipótesis si los consideramos evidencias materiales de un banquete funerario (Peralta y Ocejo, 1996: 46–47; De Luis, 2014: 146).

la galería final (Figura 4.106) (Ruiz Cobo y Smith, 2001; Ruiz Cobo y Smith, 2003; Bermejo et alii, 2008: 149–150). La diaclasa V3 se trata de una grieta de entre 1 m y 50 cm de anchura con una profundidad de 8 m. En ella se excavó un área de 4 m2 en el que se identificaron dos cubetas con fauna doméstica y varios fragmentos cerámicos que consideran que pertenecerían a cuatro vasos de tipo Brazada. Junto a ellos se documentarán varias manos de molino, un canto rodado con dos de sus caras con marcas de uso y un molino circular cuyos paralelos con algunas piezas de Numancia les lleva a fecharlo en el siglo II a.C. (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 139–146).

4.5. Cueva de Cofresnedo 4.5.1. Localización e historiografía Esta cavidad, de 375 m de desarrollo, se encuentra situada al noroeste de la localidad de Matienzo (Ruesga), a 235 m de altitud sobre la falda oriental de El Naso. Desde su boca, de unos 10 m de anchura, se accede a un amplio vestíbulo del que parte una galería que se desarrolla de forma continua, observándose algunas gateras en los laterales (Fernández Gutiérrez, 1966; Ruiz Cobo y Smith, 2003). Las primeras noticias acerca de la existencia de restos arqueológicos datan de 1964 cuando la Sección de Espeleología del Seminario Sautuola descubre tanto cerámicas como restos humanos en las galerías interiores (Begines, 1966). Un año después replantean diversas catas sin obtenerse resultados. En 1980 el C.A.E.A.P. identifica nuevos restos cerámicos, óseos y marcas de carbón, a los que dos años después se suman varias piezas metálicas y nuevos restos humanos recogidos por la Sociedad Espeleológica de la Universidad de Manchester (Smith, 1985; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 85–86). En 1983 Peter Smith recoge otro conjunto de piezas entre las que destacan un anillo metálico, una cuenta de collar y un clavo de bronce (Smith, 1985), descubriendo en 1991 pinturas rojas paleolíticas y los restos de un cesto en la galería final. Entre el año 2000 y 2001 fue estudiada y excavada dentro del Proyecto de investigación sobre la Prehistoria reciente de Matienzo liderado por J. Ruiz Cobo y P. Smith. Estos distinguen un total de trece zonas de interés arqueológico: vestíbulo, diaclasas del vestíbulo (V0, V3 y V5), gatera G-4, galería del balcón, galería principal, sala del bloque, sala pendants, repisa del belén, sala del lago y galería final. De todas ellas se vinculan a la Edad del Hierro los restos recuperados de la diaclasa del vestíbulo V3, la gatera G-4, la sala pendants, la sala del lago, la sala de la columna y

La gatera G-4, de 1,5 m × 1,5 m y con forma triangular, se localiza a unos 65 m de la boca. De su interior, junto a los múltiples restos humanos de al menos dos individuos datados en 3410±50 (GrA-17739), se recogieron cinco fragmentos cerámicos de las cubetas de la galería, tres bordes y dos galbos. Estos se cree que formaban parte de una misma vasija de tipo Brazada cuya boca poseía un diámetro de entre 32 cm y 40 cm. Junto a ella se recogió un pequeño fragmento de bronce de sección circular perteneciente a un punzón ya recuperado en 1983 (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 87–88, 147–156). Frente a esta gatera se dispone la sala de la columna (Figura 4.106), de 12 m × 12 m, lugar de donde proceden algunos fragmentos cerámicos relacionados con el tipo Brazada y de donde, entre los que aún se hayan in situ, se tomó una muestra para su datación por termoluminiscencia. El resultado fue de 2435±233 (MAD-2466) (Ruiz Cobo y Smith, 2001: 136; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 169–170; Bermejo et alii, 2008: 149–150). A 160 m de la boca se sitúa la sala pendants en la cual, en 1963 y 1964 ya se recogió algún fragmento cerámico por parte de la Sección de Espeleología del Seminario Sautuola. En 1980 exploradores vinculados al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria identifican nuevas piezas arqueológicas y arte esquemático abstracto, descubriendo dos años después miembros de las expediciones espeleológicas británicas nuevos fragmentos cerámicos próximos a un puñal, un hacha, un regatón y

Figura 4.106. Plano de la cavidad según Ruiz Cobo y Smith, 2003.

210

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro algunas piezas que podrían relacionarse con una vaina. En 1983 se suma a la lista de objetos un anillo, una cuenta oculada y, a finales de la década de los ochenta, una placa de bronce. La intervención desarrollada en el año 2001 tuvo como finalidad crear un mapa de dispersión de los hallazgos que quedaban en la zona, obtener algunas muestras cerámicas para compararlas con las depositadas en el museo y documentar el relleno de algunas de las cubetas de la sala. Para la consecución de estos objetivos se trabajó sobre un área de 60 m2, destacando los cuadros C4 y C5 en donde, tras la retirada de la capa de concreción superficial, aparecieron algunas cerámicas y abundantes restos humanos; todos parecen pertenecer a un solo individuo que fue datado en 3000±60 BP (GrA-20269). Los fragmentos cerámicos resultaron abundantes en el cuadro A11, mientras que del cuadro B11 procede un objeto de hierro, relacionado con la vaina o el sistema de suspensión del puñal recuperado con anterioridad, y del E7 una placa de bronce. Dentro del conjunto cerámico descubierto destaca la presencia de cuatro bordes, tres de los cuales pertenecen a vasijas de tipo Brazada cuyo diámetro de boca es de 17 cm y 19 cm. Toda el área analizada presentaba una relevante acumulación de carbones (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 160–168).

las últimas campañas, los datos procedentes tanto de las siglas como del inventario permiten conocer la situación de 236 piezas mientras que, en el caso del depósito antiguo, solamente tenemos datos para 28. En este caso no proceden de un inventario o siglas, sino de noticias antiguas. El estudio de materiales no se ha realizado de forma conjunta, sino atendiendo de los distintos depósitos articulados a lo largo de la cavidad cuyos materiales pueden adscribirse a la Edad del Hierro. 4.5.2.1. Depósito de la diaclasa V3 A esta zona corresponden un total de 14 piezas formadas por un fragmento de molino circular y 13 fragmentos cerámicos. Entre estos últimos cuatro bordes pertenecen a las producciones de la Edad del Bronce, cinco bordes y un galbo fabricados a mano son indeterminables, y tres fragmentos conservan características propias de la cerámica de la Edad del Hierro. Se trata de dos bordes y una base cocidos en atmósferas reductoras. Los bordes, ambos de tendencia exvasada y cuello rectilíneo y exvasado con un grosor medio de 9,5±2,12, son de tipo plano biselado al exterior y redondeado simétrico. El arranque del cuerpo conservado nos sitúa ante dos formas cerradas con cuerpo de tendencia esférica u ovoidal a modo de las formas I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas (Figura 4.107, 1 y 2). La base, plana de perfil ondulado y con un grosor máximo de 12 mm, tiene un diámetro de 13 cm (Figura 4.107, 3).

De la sala del lago, a 200 m de la boca, se conocían varios fragmentos cerámicos que aparecían en dos concentraciones distantes entre sí unos 3 m. Durante las últimas intervenciones se procedió a documentarlas advirtiéndose que podrían formar parte de una misma vasija de tipo Brazada con un diámetro de boca de 28 cm y 14 cm de base (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 168–169).

El fragmento de molino circular, de 17,5 cm × 13 cm, fue fechado, a partir de paralelos con Numancia, en torno al siglo II a.C. (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 139–146), algo que resultaría acorde con el hallazgo de cerámica de la Edad del Hierro. Este tipo de piezas las encontramos ya en el siglo V a.C. en el mundo ibérico (Buxó et alii, 2010; Quesada et alii, 2014), en los castros de la Segunda Edad del Hierro de El Cerco de Bolumburu (Zalla, Bizkaia) (Cepeda et alii, 2014), La Ulaña (Humada, Burgos) (Marín y Cisneros, 2008: 158) y en las ocupaciones de finales del último milenio antes de Cristo de yacimientos asturianos como Taramundi, Caravia, Pendia o Chao Samartín (Villa, 2013). En Cantabria existen ejemplares documentados en yacimientos de la Segunda Edad del Hierro como Monte Ornedo o El Cincho (Mantecón y Marcos, 2014: 167). No obstante, no debemos olvidar que los molinos, sean circulares o de vaivén, no permiten por sí mismos obtener dataciones relativas al extenderse su uso en el tiempo sin apenas variaciones formales. En el caso de la diaclasa V3, su relación con cerámicas que pudieran pertenecer a formas de la Segunda Edad del Hierro justifica que consideremos su vinculación como algo plausible.

Por último, en la galería final, a escasos metros del cesto de mimbre que es considerado como tardoantiguo o medieval, junto a la pared del fondo existe una concentración de carporrestos sobre la superficie de la que procede una datación de un grano de cereal fechado en 2055±30 BP (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 90; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009: 179; Smith et alii, 2013: 111). En 2015 pudimos identificar semillas de trigo y mijo o panizo. 4.5.2. Registro material El registro material de la cueva de Cofresnedo está formado por 1197 piezas entre las que encontramos 865 fragmentos de cerámica fabricada a mano, 317 fragmentos cerámicos de la Edad del Bronce, uno perteneciente a una producción moderna, seis bronces, cuatro hierros, dos molinos, una cuenta oculada, un sílex, carbones, restos humanos y fauna. En su conjunto el registro procede de dos depósitos distintos. A las exploraciones antiguas corresponden 957 piezas, tres bolsas de fauna y una de restos humanos, y 241 objetos, junto con una bolsa de microfauna y tres de carbones, fueron recogidos durante las intervenciones desarrolladas por J. Ruiz Cobo y P. Smith. La gran diferencia entre ambos depósitos radica en la información existente acerca del lugar de procedencia de las piezas. De

4.5.2.2. Sala del lago De esta zona contamos con un total de 15 fragmentos cerámicos fabricados a mano. Trece de ellos, galbos, son indeterminables desde el punto de vista cronocultural, mientras que los dos restantes, un borde y una base, 211

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) presentan características que les podría acercar a la Edad del Hierro. El borde, cocido en atmósfera alternante, tiene un grosor de 1 cm. Pertenece al grupo de bordes redondeados simétricos, mostrando una tendencia exvasada y un cuello rectilíneo y exvasado. El escaso arranque del cuerpo parece situarnos ante una forma de tendencia esférica u ovoidal que pertenecería a una vasija cerrada cuyo diámetro de boca alcanza los 26 cm. Al igual que sucedía de la diaclasa V3, esta puede también estar en relación con las formas I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas (Figura 4.107, 4). La base, por su parte, cocida en atmósfera reductora, posee un grosor de 9 mm y pertenece al tipo de bases planas simples, desarrollando un diámetro de 14 cm (Figura 4.107, 5). Estas dos piezas han sido consideradas como parte de una misma vasija (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 168–169).

bronce, tres de hierro, una un resto de fauna y la restante una cuenta oculada. El conjunto cerámico, fabricado en su totalidad a mano, carece en su mayoría de elementos que nos permitan adscribirlo a la Edad del Hierro, a lo que debemos sumar la existencia de un uso funerario de la zona durante la Edad del Bronce con el cual no sería extraño que deban relacionarse parte de los fragmentos; este sería el caso de tres bases, dos cuellos y 82 galbos. Las cinco piezas restantes están representadas por tres bordes, una base y una vasija semicompleta. Los bordes, dos cocidos en atmósferas reductoras y uno en alternante, muestran un grosor medio de 10±1,15 mm. Todos son de tipo plano horizontal con tendencia exvasada y cuello, en los dos casos en que se conserva, de tipo rectilíneo y exvasado. Las superficies han sido regularizadas en dos casos mientras que el restante muestra un espatulado exterior y un raspado interior. Dos de los bordes nos sitúan ante vasijas cerradas con un diámetro de boca de 17 cm y 23 cm (Figura 4.108, 2 y 3). El arranque del cuerpo de una de ellas induce a pensar en una forma esférica u ovoidal,

4.5.2.3. Sala pendants Un centenar de piezas junto con una bolsa de microfauna y tres de carbones fueron recuperadas de esta zona. De ellas 92 constituyen la colección cerámica, tres son objetos de

Figura 4.107. 1 a 3) cerámica de la diaclasa V3 y 4 y 5) cerámicas de la sala del lago (Dibujos Ruiz Cobo y Smith, 2003).

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.108. 1 a 3) cerámica a mano (dibujo 1 y 2 a partir de Ruiz Cobo y Smith, 2003); 4) hoja de puñal (Ruiz Cobo y Smith, 2003); 5) placa de bronce (Ruiz Cobo y Smith, 2003); 6) disco de puñal (Ruiz Cobo y Smith, 2003); 7) cuenta oculada y 8) placa de suspensión (Ruiz Cobo y Smith, 2003).

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) coincidiendo con los tipos I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas. La vasija semicompleta (Figura 4.108, 1) responde igualmente a esta forma. El recipiente, que conserva el borde, la base y gran parte del cuerpo, se trata de una vasija cerrada con cuerpo de tendencia ovoidal abierta, cuya superficie exterior fue espatulada y la interior raspada. El borde, de 10 mm de grosor, es plano biselado al exterior y exvasado con cuello rectilíneo, alcanzando un diámetro de boca de 40 cm. La base, de 16 mm de grosor, es plana de perfil ondulado con un diámetro de 22 cm. Carlos Olaetxea realizó un análisis petrográfico de la vasija observando que su pasta estaba formada por romboedros de calcita no muy bien cristalizada, calcita de cuevas y cuarzos. Una composición muy similar a la aportada por otro borde de procedencia desconocida dentro de la cavidad en el que se detectan abundantes calcitas de cueva, calcitas bien cristalizadas y muy pocos cuarzos (Olaetxea, 2000: 167).

anterioridad fue relacionado con una vaina de puñal o un sistema de suspensión para la misma (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 164), no obstante su forma nos lleva a ponerla en relación con la parte media de la empuñadura de un puñal bidiscoidal (Kavanagh, 2008). La pieza conservada en Cofresnedo se trataría de una de las cachas férricas de la misma, la cual en su reverso estaría unida a una pieza de material orgánico que se fijaría a la espiga, decorándose al exterior con una placa de bronce. La hoja de puñal y el fragmento de empuñadura, a tenor de las interpretaciones existentes, nos situarían ante dos puñales distintos, uno bidiscoidal del que solo quedaría parte de la empuñadura, y otro de filos curvos del que solo pervivió la hoja. Sin negar esta posibilidad, la inexistencia de nuevas piezas que puedan relacionarse con uno u otro modelo y la aparición de ambas en la misma sala, nos hacen plantearnos que pudieran formar parte de un mismo arma, un puñal en el que convivirían características de los dos tipos. Ambos modelos son fechados entre los siglos III/II a.C.- I a.C., por lo que se puede proponer esta cronología para las piezas de Cofresnedo (Kavanagh, 2008; De Pablo, 2010, 2012, 2014).

La base que resta por citar se trata de una pieza cocida en atmósfera alternante con ambas superficies regularizadas, que pertenece al tipo de bases planas simples. Su diámetro no ha podido ser obtenido. En bronce contamos con un pequeño anillo liso de 1,6 cm × 1,4 cm creado a partir de una lámina rectangular doblada, una placa rectangular muy fragmentada de 3,6 cm × 2,5 cm con perforación para remache en uno de sus extremos y restos de decoración troquelada a base de pequeños círculos que conformarían un motivo desconocido (Figura 4.108, 5), y una placa que ha sido relacionada con el sistema de suspensión de una daga (Fernández Ibáñez, 2001) (Figura 4.108, 8). Esta, de 2,6 cm × 4,9 cm, posee una forma rectangular con uno de los extremos redondeados y tres remaches dispuesto a lo largo de la pieza en su parte media. Su superficie acoge una decoración troquelada a base de dos bandas longitudinales de SSS enmarcadas por líneas longitudinales, y dos líneas paralelas de círculos dispuestas por tres cuartas partes del contorno de la pieza. Esta debe ser puesta en relación con los otros dos elementos de hierro pertenecientes a un arma de puño que fueron hallados en la sala. El primero de ellos se trata de una hoja de puñal de forma pistiliforme con nervadura central y una longitud de 17,7 cm. Su anchura en los hombros es de 4,4 cm y de 2,9 cm en su parte media (Figura 4.108, 4). No se conservan restos de la espiga, de la empuñadura o de la vaina. Sus descubridores lo relacionaron inicialmente con un puñal de tipo Monte Bernorio para, con posterioridad, ser incluido dentro de los puñales bidiscoidales (Ruiz Cobo, 1999: 36; Fernández Ibáñez, 2001: 201 y 202; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 87). Recientemente su forma ha permitido agruparlo dentro de los puñales de filos curvos (De Pablo, 2010: 364 y 368).

La última pieza de hierro recuperada se trata de un hacha o azadilla cuya adscripción a la Edad del Hierro puede suscitar dudas al tratarse de una herramienta cuya evolución tipológica en el tiempo es casi nula y no contar con un contexto cerrado.

La segunda de las piezas es una placa de hierro de 3,9 cm de longitud en cuya parte central se produce un pronunciado ensanchamiento que conforma un disco (Figura 4.108, 6). En su parte central cuenta con un remache de hierro y restos de oxidación de bronce, lo que nos induce a pensar que sobre este debió existir una lámina decorativa. Con

El conjunto de piezas para el que no disponemos de localización alcanza las 1051, junto con una bolsa con restos humanos y tres con restos de fauna. Entre ellas encontramos una punta de flecha y 311 fragmentos cerámicos de la Edad del Bronce, un bronce, un objeto de hierro indeterminado, una cerámica moderna, un

Resta para finalizar hacer referencia a una cuenta de collar de pasta vítrea de 11 mm × 8 mm de tipo oculada que se asemeja al grupo G de Eisen (Ruano, 1995: fig. 4), el cual se caracteriza por tener dos variedades alternantes de ojos con distintos coloreados (Figura 4.108, 7). La presencia de estas piezas en el registro de la Edad del Hierro en Cantabria es bien conocida, pudiendo encontrar ejemplos en el castro de Las Rabas (Bolado y Fernández Vega, 2010a: 420, fig. 15), en el yacimiento de El Castro (Hinojedo, Cantabria) (Ontañón, 1995 y 2010) o en el yacimiento romano de Retortillo (Campoo de Enmedio). Son conocidas también cuentas oculadas en la Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia), Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Torres Martínez et alii, 2013b) o la Campa Torres (Gijón) (Maya y Cuesta, 2001: 229, fig.154). En Monte Bernorio las piezas halladas en el Área 3 son fechadas entre los siglos III-I a.C. y en la Campa Torres entre los siglos IV-I a.C., considerándose en todos los casos que son objetos alóctonos procedentes de las relaciones comerciales mantenidas con otros núcleos, bien por vía terrestre o marítima. 4.5.2.4. Piezas sin localización

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 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro fragmento de mano de molino y 735 cerámicas fabricadas a mano de difícil adscripción cronocultural. Este es el caso de 21 bordes, un cuello y tres bases que presentan unas características técnicas y morfológicas que pudieran coincidir con las de las producciones de la Edad del Hierro, pero su estado fragmentario y falta de contexto aconsejan desestimarlas. No sucede lo mismo con un galbo y seis bordes. El galbo, perteneciente a una vasija reductora con ambas superficies regularizadas, conserva una decoración impresa a base de dos líneas horizontales paralelas de impresiones de tendencia triangular realizadas con un instrumento, bajo las que se disponen lo que parece ser un zigzag realizado mediante el arrastre del dedo. Impresiones con instrumento con la misma disposición las encontramos en el castro de Las Rabas, al igual que motivos en zigzag, verticales y horizontales creados mediante el arrastre del dedo. Esta técnica, de uso extendido durante la Segunda Edad del Hierro, es aplicada igualmente en una de las vasijas de la cueva del Aspio para crear un motivo ondulado.

y el siglo I a.C. (Fernández Ibáñez, 2001; Kavanagh, 2008; De Pablo, 2010, 2012, 2014). En la sala de la columna un fragmento cerámico fue datado en 2435±233 (MAD-2466) (Ruiz Cobo y Smith, 2001: 136; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 169–170; Bermejo et alii, 2008: 149–150), llevándonos así a una genérica Edad del Hierro, mientras que en la galería final el cereal datado en 2055±30 BP y calibrado a dos sigma nos sitúa entre el 160 cal BC y el 22 cal AD (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 90; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009: 179; Smith et alii, 2013: 111). El hecho de que fueran varias las zonas utilizadas para realizar los depósitos podría indicar que estos fueron efectuados en varios momentos de la Segunda Edad del Hierro aunque, por el momento, no podemos confirmarlo. En cuanto a la funcionalidad de los depósitos la relación espacial de varias de las piezas con restos humanos y carbones llevó a considerarlos inicialmente como parte de posibles ajuares funerarios (Rincón, 1985; García Alonso y Bohigas, 1995; Morlote et alii, 1996; González Echegaray, 1999; Ruiz Cobo, 1999; Peralta, 2003; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009). Tras las dataciones que situaban en la Edad del Bronce algunos restos humanos y las nuevas investigaciones, está hipótesis se desestimó para la diaclasa V3, mientras que para la gatera G-4, la sala de la columna y la sala del lago se mantuvo apoyándose en la existencia de carbones y vasijas del tipo denominado Brazada, las cuales relacionan con urnas (Ruiz Cobo y Smith, 2003; Ruiz Cobo y Smith, 2008). En la sala pendants se sigue la misma argumentación, aunque se abre la posibilidad a que parte del depósito tenga un carácter votivo (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 160–168; Ruiz Cobo y Smith, 2008). Una función que puede repetirse en la galería final con la acumulación de cereal, de donde también se recuperó en una repisa un objeto de plata relacionado con una contera junto a algunos fragmentos cerámicos hoy desaparecidos (Ruiz Cobo y Smith, 2003: 87–88; Bolado y Cubas, 2016; Bolado et alii, 2020a).

Los bordes, salvo en un caso en el que no se ha podido determinar, pertenecen a recipientes alternantes de tendencia exvasada y cuello rectilíneo y exvasado. Todas las superficies conservan trazas de haberse aplicado tratamientos superficiales, existiendo una preferencia en la superficie exterior por el regularizado (n=4) frente al espatulado (n=2). En la superficie interior se aplica el regularizado en tres casos, el raspado en dos y el espatulado en una. Los bordes se agrupan en bordes de tipo plano y redondeado. Entre los primeros se identifican dos planos horizontales y uno biselado al exterior, mientras que los redondeados son de tipo simétrico. Todos ellos pertenecían a formas cerradas, con un diámetro de boca que oscila entre los 16 cm y los 32 cm, en las que se aprecian las características que definen a los tipos I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas (Figura 4.109, 1): vasijas con borde exvasado y cuerpo de tendencia globular u ovoidal. Dos de ellos conservan restos muy deteriorados de una decoración impresa a base de una línea horizontal de digitaciones dispuesta en la zona del cuello (Figura 4.109, 2), un motivo común a lo largo de la Edad del Hierro que podemos encontrar en piezas del poblado de Argüeso-Fontibre, el Alto de la Garma, el yacimiento de El Gurugú, el castro de Las Rabas, la cueva de Coquisera o la cueva de Coventosa.

4.6. Cueva de El Calero II 4.6.1. Localización e historiografía La cueva de El Calero II se alza a 45 m de altitud sobre la falda oeste de una pequeña loma que mira a los barrios de la Lastra y Soito (Puente Arce, Piélagos), situados en la margen occidental del río Pas. Se trata de una pequeña cavidad fósil de 220 m de desarrollo con una boca de apenas un metro de altura por un metro de anchura. Desde esta se accede a un vestíbulo cuyo fondo está cerrado por un muro de piedras. Tras él se continúa por una galería descendente y recta que gira a la derecha hasta llevarnos a otra sala en cuyo fondo se abre una nueva galería ascendente que se dirige hasta una boca colmatada (Figura 4.110). El material arqueológico se halla disperso por toda la cavidad (Crespo et alii, 2007).

4.5.3. Cronología A tenor de las dataciones absolutas existentes y del registro material analizado, podemos afirmar que durante la Segunda Edad del Hierro varias zonas de la cueva fueron aprovechadas. En la diaclasa del vestíbulo V3 y en la sala del lago se documentan restos de formas cerámicas relacionables con los tipos I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas. Estos aparecen también en la sala pendants, en donde a su vez una hoja de puñal de filos curvos, parte de una empuñadura de un puñal bidiscoidal, una placa de la suspensión de su vaina y una cuenta oculada crean un arco cronológico de entre el siglo III a.C.

La cueva fue descubierta en los años noventa del siglo XX por miembros del C.A.E.A.P. y G.E.I.S., siendo 215

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.109. 1) bordes de cerámica a mano; 2) galbo decorado.

216

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.110. Plano de la cavidad y zona de la muestra de la Edad del Hierro (Muñoz et alii, 2007b).

estudiada en 1995 por E. Muñoz y J.M. Morlote (Muñoz y Morlote, 2000a). Entre los restos materiales descubiertos en superficie identificaron industria lítica, placas de bronce, carbones, restos humanos y diversos fragmentos cerámicos. Varios restos óseos y fragmentos cerámicos fueron fechados. Por 14C se dató uno de los dos individuos infantiles localizados en una oquedad estalagmítica del interior (AA-29651, 760±55BP), una de las pinturas negras del gran panel (AA-20046, 25185±450 BP), una de las marcas negras de la sala central (AA-20047, 1227±93 BP) y un carbón procedente de una acumulación de la gran sala (AA-29652, 1265±60 BP). Recientemente en el marco del proyecto El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria se ha fechado un fragmento de tibia humana en 3442±27 BP (CNA5208) y un molar humano en 3419±27 BP (CNA5208) (Bolado et alii, 2020b). A través de termoluminiscencia se dató un fragmento cerámico de un recodo interior asociado a restos humanos (MAD-668,

5482±422 BP); una pieza perteneciente a una olla estriada (MAD-672, 1129±90 BP); un fragmento de olla de perfil en S recuperado al inicio de la galería de las pinturas (MAD672, 1904±148 BP), y un gran vaso completo, bruñido y liso, con pie anular indicado, descubierto en la galería que conduce a la gran sala (MAD-671, 2285±204 BP) (Figuras 4.110 y 4.111). Este aparece asociado a carbones vegetales, al igual que los restos de otras vasijas descubiertas en la cueva las cuales, ocasionalmente, cuentan en su entorno con placas finas de bronce (Muñoz y Morlote, 2000a; Muñoz et alii, 2007b). 4.6.2. Registro material Los materiales citados fueron estudiados in situ, por lo que no hemos tenido acceso a los mismos. El único depósito existente en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria está formado por una bolsa con restos 217

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.111. Galería con posibles restos de la Edad del Hierro.

malacológicos y 25 piezas entre las que encontramos diez fragmentos de cerámica medieval, once de cerámica moderna, dos restos de fauna, un pequeño borde indeterminado y un mineral.

localiza en lo alto de un pequeño cantil de difícil acceso, dando paso a dos salas separadas por espeleotemas. A la izquierda se desarrolla una tercera sala, la más amplia, a la que se accede tras descender unos dos metros. Hacia el noroeste una rampa sube hasta una galería de 80 m, mientras que por el norte una pequeña gatera desemboca en otra pequeña sala (Figura 4.112) (Muñoz, 1996: 90 y 104; Ruiz Cobo y Smith, 1999: 245–247; Bermejo et alii, 2008: 214; Smith et alii, 2013).

4.6.3. Cronología Las dos dataciones por termoluminiscencia procedentes de dos vasijas distintas permiten confirmar que, durante la Edad del Hierro, la cueva de El Calero II recibió algún tipo de uso. No obstante, a pesar de que se ha llegado a considerar que la vasija bruñida con pie anular pertenece al siglo IV a.C. (Crespo et alii, 2007), ambas fechas impiden cualquier precisión: MAD-671 (2285±204 BP) podría oscilar entre el siglo VII a.C. y el siglo II d.C., mientras que MAD-672 (1904±148 BP) podría situarse entre el siglo IV a.C. y el siglo II d.C. En este último caso, la olla de perfil en S tampoco es determinante por sí misma, al tratarse de una forma que se documenta desde la Segunda Edad del Hierro hasta la Edad Media (Crespo et alii, 2007; Muñoz et alii, 2007b), con claras semejanzas en el tipo romano Vegas 1 (Gutiérrez y Hierro, 2007).

El yacimiento arqueológico se distribuye principalmente por la primera sala, a la derecha de una rampa descendente. La zona ha sido subdividida a partir de los bloques existentes, distinguiéndose las denominadas Fosa 1 y 2 (Smith et alii, 2013). Los restos arqueológicos fueron descubiertos en 1982 durante la exploración espeleológica de la cavidad, momento en el que se recuperaron varios fragmentos cerámicos, restos humanos y algunas piezas de bronce y hierro. Varios de los objetos fueron adscritos a la Edad del Hierro como es el caso de al menos cuatro vasos tipo Brazada, una olla de perfil en S y dos placas de bronce (Smith, 1983; 1985; Muñoz, 1996: 90 y 104; Bermejo et alii, 2008: 214; Smith et alii, 2013). Las vasijas de tipo Brazada son descritas como recipientes lisos de fondo plano, con bordes vueltos hacia fuera de tipo plano y una superficie exterior que suele estar raspada. Los diámetros de las bocas oscilan entre los 21 cm y los 25 cm mientras que los de las bases se encuentran entre los 12 cm y los 16 cm (Smith, 1985; Smith et alii, 2013: 103–104). El recipiente de perfil en S, por su parte, posee 12 cm de

4.7. Cueva de Barandas 4.7.1. Localización e historiografía La cueva de Barandas se alza a 208 m de altitud sobre el valle de La Vega, Matienzo (Ruesga), muy próxima a la cavidad de Cubío Redondo. Su boca, de apenas 1 m, se 218

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.112. Plano de la cavidad y dispersión de hallazgos según Smith et alii, 2013.

situ de nuevos restos humanos, que llevan a considerar que únicamente fue depositado un individuo masculino, y a la identificación taxonómica de 45 restos de fauna, entre los que advierten la presencia de ovicaprinos (n=22), Bos taurus (n=19) y Canis familiaris (n=4) (Smith et alii, 2013: 105–107).

diámetro de boca y 9 cm de diámetro de base (Smith, 1985; Bermejo et alii, 2008; Smith et alii, 2013: 103–104). En el año 2010 se realizó una recogida de muestras de huesos y cerámica para, a través de su datación, intentar clarificar la atribución cronológica del yacimiento. Las piezas seleccionadas fueron un fragmento de una de las vasijas de tipo Brazada (la denominada vasija 3) procedente de la rampa de la sala 1, que proporcionó un resultado de 2672±168 BP (MADN-5917BIN); dos restos humanos (un calcáneo y la parte proximal de una tibia derecha) fechados en 1875±35 BP (CNA1119) y 1910±25 BP (CNA1120); y un fémur de Bos taurus (Smith et alii, 2013: 105), cuyo resultado lo sitúa en 2049±30 BP (CNA1356) (Smith et alii, 2013: 105). Así mismo, durante esta campaña de procedió a la identificación in

4.7.2. Registro material La colección depositada en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria procedente de la cueva de Barandas está compuesta por 47 piezas y una bolsa con diversos restos humanos. Entre ellas encontramos ocho objetos de hierro indeterminables, una moneda moderna fabricada en aluminio, 16 huesos humanos los cuales, como hemos visto, pertenecerían a un mismo individuo 219

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) de época romana, dos placas de bronce y 18 fragmentos cerámicos. Estos últimos muestran unas características homogéneas lo que, unido a la datación de la vasija 3, nos permite considerarlas como parte de una misma producción. A nivel tecnológico podemos observar que todas las piezas fueron fabricadas a mano, siendo la mitad cocida en atmosferas reductoras y la otra mitad en alternantes. Los bordes poseen un grosor medio de 8±2,33 mm y las bases de 12±1,5 mm conservando todas las superficies trazas de haber acogido algún tipo de tratamiento. El más frecuentemente identificado en ambas es el regularizado, empleado en el 50% de las superficies exteriores y en el 55% de las interiores. El raspado se documenta en el 38,9% de las superficies exteriores y en el 33,3% de las interiores, el espatulado en el 11,1% de las superficies exteriores y en el 5,5% de las interiores, y la combinación de este con el raspado queda relegada a una superficie interior.

cual se ha fechado la vasija 3, proporcionando una datación de 2672±168 BP (MADN-5917BIN) que nos sitúa en una genérica Edad del Hierro. Los paralelos establecidos con las formas I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas, permiten ajustar esta cronología y proponer para el depósito un origen en algún momento de la Segunda Edad del Hierro. Tradicionalmente el yacimiento fue interpretado desde el punto de vista funerario (Morlote et alii, 1996: 249; Bermejo et alii, 2008: 214; Smith y Muñoz, 2010: 690) pero, a partir de la datación de los restos humanos y de la cerámica, se ha producido una disociación entre ambos, lo que ha llevado a considerar que los materiales de la Edad del Hierro podrían responder a ofrendas vinculadas con un ritual desconocido que quizás tenga que ver con el mundo ctónico (Smith et alii, 2013). 4.8. Cueva de El Covarón

Entre los 18 fragmentos la parte más representada son los bordes (61,1%, n=11), seguida de las bases (22,2%, n=4), los galbos (11,1%, n=2) y los cuellos (5,6%, n=1). Dentro de los bordes el grupo más común es el borde plano en su tipo plano horizontal (n=7). Los bordes redondeados están representados por dos ejemplares de tipo simétrico, los bordes apuntados por una pieza y, el restante, no ha podido ser determinado. En todos los casos muestran una tendencia exvasada.

4.8.1. Localización e historiografía La cavidad la encontramos a 375 m de altitud sobre el extremo septentrional de la Peña Yagos, al este de la localidad de Mortesante (Miera) y al sur de Agustina (Riotuerto), quedando enmarcada por los cauces del Barranco del Recuvillo y del río Miera. Descubierta en 1982 por el C.A.E.A.P., la cueva posee una boca de unos 13 m de anchura con orientación este. El vestíbulo, de unos 18 m × 12 m, cuenta con un doble desarrollo: hacia la izquierda se prolonga en una amplia galería que lleva a una salita, mientras que de frente continúa unos 15 m hasta llegar a un laminador (Figura 4.115). Los restos materiales recogidos en superficie se localizaron en la parte izquierda del vestíbulo y al fondo del mismo (Morlote et alii, 1996: 247–248), siendo interpretados por los distintos autores como evidencias relacionadas con enterramientos de la Segunda Edad del Hierro (Muñoz et alii, 1988; Morlote et alii, 1996: 247–248; González Echegaray, 1999: 257–262; Peralta, 2003: 70). Al fondo de las dos galerías secundarias se descubrieron también restos de arte esquemático-abstracto mientras que en la entrada del laminador se conservan algunos grabados.

El único cuello conservado es de tipo rectilíneo y exvasado. En cuanto a las bases son todas planas, una de tipo simple y tres de perfil ondulado. Desde el punto de vista funcional es inviable identificar o reconstruir perfiles completos. Únicamente seis bordes que conservan el cuello y el arranque del cuerpo, nos permitirían aproximar sus formas a los tipos I, III y IV de la cueva del Aspio y IV del castro de Las Rabas, caracterizados por tratarse de vasijas con tendencia exvasada y cuerpo esférico u ovoidal (Figura 4.113). En el caso de la cueva de Barandas el diámetro de las bocas oscila entre los 12 cm y los 25 cm, mientras que en las cuatro bases conservadas fluctúa entre los 9 cm y los 18 cm (Figura 4.113). Resta referirnos a las dos placas de bronce rectangulares con remaches y perforación para estos en los extremos. A simple vista podría tratarse de dos elementos de guarnicionería vinculados a un correaje o cinturón a modo de las piezas halladas en la cueva del Aspio, Cofresnedo o la cueva del Agua. No obstante, la decoración realizada a base de un troquelado en zigzag que ha perforado la superficie no encuentra paralelos en la Edad del Hierro en Cantabria por lo que, por el momento, resulta aconsejable desvincular estas piezas de las cerámicas (Figura 4.114).

4.8.2. Registro material El registro conservado de El Covarón procede en su totalidad de la recogida superficial, alcanzando un total de 33 piezas. Entre ellas encontramos 27 fragmentos cerámicos, dos piezas de cuarcita vinculables a posibles afiladeras o molinos, un fragmento de teja, una placa de hierro, una fíbula de bronce y una vértebra lumbar humana. Todo el conjunto procede de dos zonas, la parte izquierda del vestíbulo y el fondo del mismo, no obstante carecemos de datos o de un inventario que nos permita realizar una distribución de las piezas. Únicamente, gracias al trabajo de Morlote et alii (1996: 247–248), conocemos la localización de algunas de ellas.

4.7.3. Cronología La Edad del Hierro en la cueva de Barandas está representada exclusivamente por el conjunto cerámico del 220

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.113. Bordes y bases fabricados a mano.

221

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) y exvasado, muestran las dos superficies regularizadas. El único tipo de borde identificado es plano horizontal de 1 cm de grosor, siendo posible que el otro pertenezca al mismo grupo, aunque su fragmentación nos impide confirmarlo. El escaso desarrollo de las piezas imposibilita reconocer forma alguna, si bien una de las piezas posee un diámetro de boca de 31 cm (Figura 4.116, 1) mientras que la otra cuenta con un diámetro desde el hombro de 16 cm (Figura 4.116, 2). En ambos casos las formas que se crean son cerradas pudiendo relacionarse, tanto desde el punto de vista técnico como morfológico y tipológico, con las formas I y III de la cueva del Aspio y la forma IV del castro de Las Rabas, todas ellas fechadas en la Segunda Edad del Hierro. Las dos bases existentes, una alternante y otra reductora, forman parte del grupo de bases planas, engrosando una de ellas el grupo de bases de perfil ondulado (Figura 4.116, 3) y la otra el de bases planas con pie indicado (Figura 4.116, 4). Ambas cuentan con las dos superficies regularizadas, unos grosores de 0,8 cm y 0,4 cm, y desarrollan unos diámetros de 10 cm y 7 cm. En el fondo del vestíbulo, en un pequeño pozo estalagmítico, se recogió una placa de hierro con dos remaches (Figura 4.116, 6) y, a escasos 5 cm (Morlote et alii, 1996: 248), una fíbula perteneciente al tipo 8A2 de Argente (1994: 84–95) (Figura 4.116, 5). Esta está formada por un puente de perfil semicircular de 3,9 cm de longitud y 1,6 cm una altura que desarrolla una sección con forma de sombrero con un pronunciado nervio central de 19,72 mm × 6,99 mm. El pie cuenta con una mortaja rectangular y una prolongación soldada al puente que posiblemente se une al pie por un

Figura 4.114. Placas de bronce.

Del vestíbulo sabemos con seguridad que procede el fragmento de teja, la vértebra humana, los dos fragmentos de molinos o afiladeras y cuatro restos cerámicos. Esto últimos han sido fabricados a mano y cocidos en atmósferas reductoras (n=2) y alternantes (n=2). A nivel morfológico encontramos dos bordes y dos bases. Los bordes, ambos de tendencia exvasada con cuello rectilíneo

Figura 4.115. Plano de la cavidad (Fernandez Acebo, 1988).

222

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.116. 1 a 4) cerámica a mano; 5) fíbula y 6) placa de hierro.

vástago que lo atraviesa verticalmente. El remate de la prolongación es discoidal de 16,33 mm × 17,72 mm. La parte posterior del puente conserva la perforación que acogería el pasador para el resorte y la aguja. La superficie del puente conserva una decoración a base de líneas paralelas y dos resaltes en las aletas, mientras que en la prolongación se combinan las líneas paralelas y oblicuas. La forma de la prolongación junto con el remate se aleja

ligeramente de la representación en torre del tipo 8A2, no obstante mantiene el resto de características, por lo que puede tratarse de una interpretación o evolución de la misma, acercándose a algunas de las piezas del castro de Las Rabas. El resto del registro está formado por 23 fragmentos cerámicos de pequeñas dimensiones fabricados a mano 223

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.9.2. Registro material

y cocidos en atmósferas alternantes y reductoras de apariencia prehistórica. Entre ellos hallamos 18 galbos, cuatro bases indeterminables y un borde plano horizontal y exvasado de 8 mm de grosor, con cuello rectilíneo exvasado, ambas superficies regularizadas y un diámetro de boca de 11 cm. Las características de todos estos fragmentos no desentonarían dentro de las producciones cerámicas de la Segunda Edad del Hierro, especialmente el borde, el cual se asemeja a los otros hallados en la cavidad.

La colección conservada en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria está compuesta, junto a la vasija completa, por otros tres fragmentos cerámicos cuya procedencia dentro de la cavidad es desconocida. Dos de ellos son galbos pertenecientes a una misma pieza que fue fabricada a mano y cocida en atmósfera alternante. Conservan ambas superficies regularizadas y una pronunciada carena que la aleja de las formas propias de la Edad del Hierro documentadas hasta ahora. La pieza restante es un borde, también fabricado a mano en atmósfera reductora, que muestra restos en la superficie exterior de regularizado y en la interior de espatulado; es de tipo plano horizontal y tendencia recta, pero sus pequeñas dimensiones imposibilitan cualquier tipo de identificación.

4.8.3. Cronología Gracias a la fíbula de tipo 8A2 de Argente (1994: 84–95) sabemos que la cueva fue utilizada durante la Segunda Edad del Hierro, concretamente, siguiendo su propuesta cronológica, entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo II a.C. Esta datación relativa, junto a los paralelos propuestos para la cerámica procedentes de la cueva del Aspio y el castro de Las Rabas, permite a su vez fechar los bordes recuperados en la zona izquierda del vestíbulo en este momento.

La vasija completa se trata de una pieza fabricada a mano y cocida en atmósfera alternante, cuyas superficies han sido regularizadas. El borde es de tipo plano biselado al interior con tendencia exvasada y cuello rectilíneo y exvasado. El cuerpo tiene forma ovoidal abierta y la base es de tipo plano de perfil ondulado. Posee una altura de 30 cm, un diámetro de boca de 24 cm, un diámetro de cuerpo de 28 cm y un diámetro de base de 15 cm (Figura 4.118, 1). Esta pieza, que ha servido para definir el tipo cerámico Brazada o Brasada, puede ponerse en relación con la forma I de la cueva del Aspio y la forma IV del castro de Las Rabas.

En lo referente al uso de la cavidad, la información disponible nos impide saber si nos encontramos ante los restos de prácticas cultuales o de una ocupación temporal de la misma. La hipótesis funeraria consideramos que debe ser desestimada debido a la falta de una relación contrastable de la vértebra con los restos de la Edad del Hierro y por la propia conservación del hueso. La práctica funeraria instaurada en la Segunda Edad del Hierro es la incineración (Lorrio, 1997: 345–348; Torres Martínez, 2011: 533–538), lo que conlleva el quemado, machacado y selección de los huesos para su enterramiento, algo incompatible, como sucede con la vértebra, con la conservación de huesos completos o la ausencia de marcas de quemado. Estos restos humanos posiblemente respondan a un uso luctuoso de la cavidad en momentos anteriores o posteriores a la Edad del Hierro.

J. Ruiz Cobo et alii (2007: 175) aluden a una segunda pieza de procedencia desconocida perteneciente a un vaso de borde redondeado exvasado con cuello cóncavo y exvasado cuya superficie exterior fue regularizada y la interior raspada. El diámetro de la boca alcanza los 13 cm, desarrollando un cuerpo de tendencia esférica u ovoidal abierta (Figura 4.118, 2). Desde el punto de vista formal podría incluirse dentro de la forma IV del castro de Las Rabas o de la I, III y IV de la cueva del Aspio. No obstante, al no haber sido posible su consulta y desconocer su procedencia debemos desestimarla.

4.9. Cueva de la Brazada o la Brasada 4.9.1. Localización e historiografía La cueva de la Brazada o Brasada se ubica bajo las laderas de Lledes y sobre la localidad de Selores (Ruesga), a 250 m de altitud y escasos 650 m del río Asón. Su boca es de pequeñas dimensiones, dando paso a un estrecho corredor que conecta con una sala alargada al final de la cual hay una doble sima. Desde este punto la cueva conecta con otra galería mayor, desarrollándose hacia izquierda y derecha (Figura 4.117).

4.9.3. Cronología El único elemento con el que contamos para realizar una aproximación cronológica es el recipiente completo. Como ya mencionamos, este puede relacionarse, tanto desde el punto de vista técnico, morfológico como formal, con las formas I de la cueva del Aspio y Cofresnedo, lo que nos permite situar la pieza y el uso que se le dio dentro de la cueva entre el siglo IV a.C. y el siglo I a.C. Algunos autores han relacionado la vasija con un enterramiento individual (Morlote at alii., 1996: 273) mientras que, para otros, la ausencia de restos de incineraciones lo convierten en un depósito que responde a otra finalidad de tipo cultual (Ruiz Cobo et alii, 2007: 94). Por el momento la falta de nuevas evidencias impide esclarecer este interrogante.

El yacimiento arqueológico fue descubierto por P. Huré, miembro del Spéléo Club de Dijon, en la década de los 50 del siglo XX. Este, en la zona de las simas, a unos 50 m de la boca y en una pequeña oquedad, descubrió una vasija completa que en su interior contenía pequeños fragmentos de carbón y que aparece asociada a más restos de ceniza y carbón vegetal (Chaline, 1965: 25; Ruiz Cobo et alii, 2007: 91 y 175). 224

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.117. Plano de la cavidad a partir de AEC Lobetum (http://matienzocaves.org.uk).

4.10. Cueva del Agua

1966: 80–83; Ullastre, 1975: 76–82; Ruiz Cobo y Smith, 1999: 247; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 25–26; Bermejo et alii, 2008: 216–217). En el vestíbulo se descubrieron restos vinculados con un nivel de ocupación paleolítico y, junto a la pared derecha, cerca de la entrada, P. Smith recogió una placa de bronce y dos pequeños fragmentos cerámicos que relacionó con la Edad del Hierro (Smith, 1985: 60) (Figura 4.119).

4.10.1. Localización e historiografía La cueva del Agua se localiza a 165 m de altitud sobre la falda meridional de la cima de El Naso (Ruesga). La cavidad, de 1968 m de desarrollo, funciona como un sumidero del río Comediante a su paso por la localidad de La Vega. La boca, con orientación sur, posee unos 10 m de anchura. Desde ella se accede a un vestíbulo que termina en un caos de bloques tras el que fluye el río a través de galerías, cascadas y lagos. Fue explorada por la Sección Espeleológica del Seminario Sautuola, descrita parcialmente por J.C. Fernández Gutiérrez y explorada en la década de los 60 por el Grupo de Exploraciones Subterráneas del CMB de Barcelona (Fernández Gutiérrez,

4.10.2. Registro material De la cavidad el registro con el que contamos es únicamente el citado. Las dos pequeñas cerámicas son galbos fabricados a mano y cocidos en atmósferas reductoras, siendo imposible realizar mayores precisiones. La placa, por su parte, es una pieza cuadrangular de bronce 225

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.118. Cerámica a mano (dibujos a partir de Ruiz Cobo et alii, 2007).

de 4,9 cm × 4,2 cm con un grosor de 9 mm. Posee seis perforaciones dispuestas longitudinalmente de tres en tres en dos laterales, conservando una de ellas el remache con cabeza semicircular. Los bordes han sido decorados con bandas de líneas paralelas troqueladas que, en uno de los lados, es doble. En la zona del anverso donde se conserva el remache se observan restos de hierro que pertenecerían a una placa interior. Esta serviría de base para un correaje o cinturón que sería decorado por la cara vista con la pieza que ha llegado hasta nosotros (Figura 4.120). C. Fernández Ibáñez (2001: 202) la incluye dentro del tipo C1B1 de broches de Lorrio (1997: 178–188) representado por placas rectangulares con remaches hemiesféricos en el centro y las esquinas. A. Lorrio los sitúa entre sus fases IIA y IIB que data entre finales del siglo IV a.C. y el siglo III a.C.

la sitúa en el Hierro II, C. Fernández Ibáñez (2001: 202), siguiendo a A. Lorrio, entre finales del siglo IV a.C. y el siglo III a.C., mientras que para E. Peralta (2003: 72) la placa se trata de una pieza del siglo I a.C. que pudiera obedecer a influjos del equipamiento militar romano. Elementos de guarnicionería con la misma decoración los hemos visto en el castro de Las Rabas y los podemos encontrar en la hebilla hallada en el ámbito 9 de la sauna de Santa Marina (Fernández Vega et alii, 2014: fig. 14) o en la recuperada en Monte Bernorio (Torres-Martínez et alii, 2012: fig.10), todos ellos de la Segunda Edad del Hierro. Placas y chapas vinculadas con cinturones o correajes no son extrañas tampoco dentro de contextos en cueva de finales de la Edad del Hierro. Entre otros, podemos citar los ejemplos de la cueva del Aspio (Bolado et alii, 2020a), la placa de suspensión de puñal de la cueva de Cofresnedo (Fernández Ibáñez, 2001: 200–201; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 119 y 121; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 164–165), la pieza de la cueva de la Cerrosa (Peñamellera Baja, Asturias) (Serna y Fanjul, 2018; De Luis et alii, 2021) o la placa de la cueva de Callejonda, la cual parece ser el paralelo más próximo (Morlote et alii, 1996: 226; Smith y Muñoz, 2010: fig. 3,2).

4.10.3. Cronología La placa de bronce es el único elemento que ha permitido llevar esta cavidad hasta la Edad del Hierro (Smith, 1985: 60; Bermejo et alii, 2008: 216–217). S. De Luis (2014: 141) 226

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.119. Plano de la cavidad según León (2010).

Figura 4.120. Placa de bronce.

Con todo lo expuesto podemos afirmar que en los siglos finales de la Segunda Edad del Hierro la cueva del Agua fue aprovechada de alguna forma. Dilucidar el uso que se le dio resulta actualmente inviable, debiéndose desestimar la hipótesis funeraria al no existir elementos que la avalen (Smith, 1985; Morlote et alii, 1996).

Buelna). La boca de la cavidad, con una orientación oeste, posee unos 3 m de anchura por unos 2,5/3 m de altura. Desde ella se accede a una galería baja y ancha de 10 m de longitud por la que se llega a una sala donde se hallaron los distintos restos arqueológicos. Desde este punto continua su desarrollo durante más de 40 m a través de pequeñas galerías y gateras (Figura 4.121). Su exploración y prospección fue llevada a cabo por el C.A.E.A.P en 1987 y años posteriores.

4.11. Cueva de Callejonda 4.11.1. Localización e historiografía

Según recogen Morlote et alii (1996: 226), los materiales se ubicaban en dos salitas contiguas. En la primera aparecían los restos de una olla de perfil en S, un galbo

La cueva de Callejonda se sitúa a 267 m de altitud sobre la ladera sur del Monte Redondo (Tarriba, San Felices de 227

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.121. Plano de la cavidad (Muñoz et alii, 1993).

228

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro bruñido, varios fragmentos cerámicos con impregnaciones plásticas y decoraciones de cordones, dos placas de bronce, un pendiente de tipo arandela, una cuenta de cobre y dos restos de cráneo con evidencias de haber sido quemados. En la sala interna se documentaron varios fragmentos cerámicos más de orzas con impregnaciones plásticas, una cuenta cilíndrica de bronce y un fémur humano con marcas de fuego. 4.11.2. Registro material El registro material de la cueva de Callejonda está compuesto por un total de 22 piezas, todas procedentes de una recogida superficial y de las que no tenemos información acerca de su lugar de hallazgo. Trece de ellas componen el conjunto cerámico, dentro del cual siete son galbos fabricados a mano que responden a las características señaladas por Molote et alii (1996: 226): galbos pertenecientes a la parte inferior de una vasija tipo orza con impregnaciones plásticas y cordones decorativos. Este tipo de vasijas son frecuentes en contextos funerarios de finales del Calcolítico y la Edad del Bronce en Cantabria (Cubas et alii, 2013: 74–76), debiéndose desvincular de la Edad del Hierro. Cinco galbos, cuatro de ellos fabricados a mano y otro a torno, debido a sus pequeñas dimensiones, imposibilitan cualquier apreciación. El fragmento cerámico que resta por citar se trata de un borde de tipo plano horizontal con tendencia exvasada y ambas superficies regularizadas que ha sido cocido en atmósfera alternante. Su factura nos sitúa sin lugar a dudas ante una producción prehistórica, no obstante las pequeñas dimensiones de la pieza, la ausencia de elementos característicos y el escaso desarrollo del perfil desaconsejan adscribirlo de forma categórica a la Edad del Hierro. Junto a la cerámica se hallaron siete objetos de bronce. El más singular de todos se trata de una placa decorativa para correaje o cinturón de tendencia rectangular de 4,6 cm × 3,6 cm, con uno de los extremos partido. Esta era fijada al cuero a partir de cinco remaches dispuestos en sus extremos de los cuales se conservan dos in situ y otros tres partidos. El contorno de la placa está decorado con una banda troquelada de SSS enmarcada a cada lado por una línea de círculos en altorrelieve y dos líneas longitudinales (Figura 4.122, 1). Las otras piezas a destacar son dos “pendientes amorcillados” y cuatro pequeñas chapas de bronce, una con perforación para remache y otra con remache, lo que nos lleva a vincularas nuevamente con algún cinturón o correaje (Figura 4.122, 2). Esta pieza, como sucede con la placa de la cueva del Agua o del Molino, puede incluirse dentro del tipo C1B1 de broches de A. Lorrio (1997: 178– 188), representado por placas rectangulares con remaches hemiesféricos en el centro y las esquinas, que este autor fecha entre finales del siglo IV a.C. y el siglo III a.C.

Figura 4.122. 1) placa de cinturón o correaje y 2) eslabones amorcillados.

de una posible tibia que hemos fechado por radiocarbono en 4723±27 BP (CNA5210). 4.11.3. Cronología El conjunto de materiales analizado nos permite distinguir dos depósitos situados en la misma sala, pero pertenecientes a dos momentos diferentes. El primero de ellos, formado por los restos de una orza con impregnaciones plásticas y decoración de cordones, debe ser fechado entre finales del Calcolítico y la Edad del Bronce mientras que el segundo, representado por el grupo de objetos metálicos, puede ser llevado a finales de la Segunda Edad del Hierro. En este

El registro material conservado se completa con dos restos humanos: un pequeño fragmento de cráneo y una diáfisis

229

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) caso la placa rectangular de guarnicionería para cinturón o correaje tiene su paralelo más cercano en la pieza de la cueva del Agua o del Molino, la cual hemos fechado en esta misma fase. Así mismo encuentra múltiples semejanzas dentro de los conjuntos del castro de Las Rabas y la cueva de Cofresnedo donde se repiten las decoraciones troqueladas de SSS, tanto en chapas de bronce como en las fíbulas de aro sin resorte “omega” que, junto con las de Monte Ornedo y la cueva de Coquisera (Bermejo et alii, 2008: 155; Smith y Muñoz, 2010: fig. 3,3), hemos fechado entre los siglos II-I a.C. Procedentes de otras cavidades tenemos constancia de objetos de similares características vinculados a correajes o cinturones, como la placa de la cueva del Aspio (Bolado et alii, 2020a), la placa de suspensión de puñal de la cueva de Cofresnedo (Fernández Ibáñez, 2001: 200–201; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 119 y 121; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 164–165), o las piezas de la cueva de la Cerrosa (Peñamellera Baja, Asturias) (Serna y Fanjul, 2018; De Luis et alii, 2021), todas las cuales se fechan en la Segunda Edad del Hierro. Esta misma cronología es la propuesta para Callejonda por J.M. Morlote et alii (1996) y S. De Luis (2014: 141), situándola P. Smith y E. Muñoz (2010: 679) en una genérica Edad del Hierro.

Figura 4.123. Plano de la cavidad (Ruiz Cobo et alii, 2007).

Muñoz, 2010: 688). Recientemente se ha dado a conocer un remate de torques y una fíbula de aro sin resorte “omega” (Martínez y De Luis, 2021). 4.12.2. Registro material

En lo que respecta a su uso se han vinculado los restos de la Edad del Hierro con hasta dos posibles enterramientos, tomándose como base para ello los dos restos humanos recuperados (Molorte et alii, 1996: 226; Ruiz Cobo, 1996a: 122; Peralta, 2003: 68; Smith y Muñoz, 2010: 690). No obstante, esta interpretación, tras los resultados de la datación, debe de ser desechada.

El conjunto de materiales al que hemos tenido acceso está compuesto por un total de 20 piezas: 11 fragmentos cerámicos, siete restos de fauna y dos bronces. El conjunto cerámico ha sido fabricado en su totalidad a mano, cocido en atmosferas alternantes y reductoras y cuenta con ambas superficies regularizadas. A nivel morfológico encontramos ocho galbos, dos bordes y una base. Los bordes son de tipo redondeado simétrico y plano horizontal, mostrando ambos una tendencia exvasada y un cuello rectilíneo exvasado. Sus dimensiones 2,1 cm × 2,6 cm y 4,4 cm × 2,5 cm respectivamente, imposibilitan cualquier reconocimiento formal, así como la obtención de los diámetros de boca, lo que nos impide adscribirlos por si mismos a la Edad del Hierro. La base es de tipo plana simple con las superficies regularizadas y un diámetro de 8 cm (Figura 4.124, 1).

4.12. Cueva de la Llosa o La Arena 4.12.1. Localización e historiografía La cueva de Llosa o la Arena se alza a 625 m sobre la ladera noreste de la Peña Lavalle y La Rasa y el río Asón, próximas a la localidad de Socueva (Arredondo). Su boca, de unos 10 m de ancho por 3 m de alto, tiene una orientación sur. Desde ella se accede a un vestíbulo de 14 m de anchura y 16 m de longitud que da paso a una baja pero amplia sala que alcanza los 35 m de desarrollo. Al fondo un pequeño corredor lleva a una sala final de 6 m de anchura y 10 m de longitud que fue aprovechada como refugio para el ganado (Figura 4.123).

Entre los objetos de bronce tenemos una arandela de 2,3 cm de diámetro (Figura 4.124, 3) y una pieza decorativa circular que presenta un remache esférico central del que parten tres bandas circulares concéntricas de líneas paralelas troqueladas, que son complementadas en la parte exterior de la pieza por un círculo de esferas (Figura 4.124, 2). Este objeto ha sido identificado con uno de los círculos decorativos que se disponían en la contera de las vainas de los puñales, concretamente de los puñales de filos curvos (De Pablo, 2014: 288–290).

El yacimiento arqueológico, descubierto en la década de los 80 por el C.A.E.A.P., se localiza en la parte izquierda del vestíbulo, junto a la pared y en zona de penumbra. Entre los restos citados por la bibliografía encontramos dos bordes, uno de ellos de una olla de perfil en “S”, un fragmento de base, ocho galbos, una pieza metálica circular relacionada con un posible adorno de caballería o una vaina de puñal, un cuerno de cabra que pudo ser empleado como mango y abundantes restos de fauna (Marco Martínez et alii, 1994: 49–50; Morlote et alii, 1996: 269–270; Ruiz Cobo et alii, 2007: 142; Smith y

En cuanto al remate de torques, este se ha incluido, de forma genérica, dentro de la familia de torques rematados en tampones, la cual es fechada entre finales del siglo IV a.C. y comienzos del siglo III a.C. (Martínez 230

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.124. 1) cerámica a mano; 2) elemento decorativo de vaina de puñal y 3) arandela.

4.13. Cueva de Coquisera, Cuquisera o Codisera

y De Luis, 2021). La datación de la fíbula, por su parte, queda condicionada a cómo se interpreten los elementos decorativos del puente, si como numerales latinos (XII) o motivos ornamentales, lo que la haría fluctuar entre época romana y prerromana (Bolado, 2019–2020; Martínez y De Luis, 2021).

4.13.1. Localización e historiografía La cueva de Coquisera o Codisera la encontramos a 500 m de altitud sobre la falda oriental de la cima del Monte Beralta, en el paraje de Las Berillas situado al sur de Matienzo (Ruesga). Tiene una boca de unos 17 m de anchura, con orientación norte, que da paso a una amplia galería descendente con distintas simas. Este sistema complejo se desarrolla a lo largo de varias galerías situadas en distintos niveles hasta alcanzar los 2300 m de desarrollo. Pasado el vestíbulo y bordeando una sima por la izquierda se llega a una plataforma con la zona central rehundida, un lugar donde en la década de los 70 del siglo XX el grupo espeleológico P.U.S.C.I.A.T.I.C.A. dirigido por A. Pinto, el S.E.E.S. y el E.E.M. descubrieron el depósito arqueológico que ha sido vinculado a la Edad del Hierro (Fernández Gutiérrez, 1966: 30–36; Smith, 1985: 56–57; Smith y Ruiz Cobo, 1999: 244; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 21; Bermejo et alii, 2008: 148, 210–211; León, 2010: 501–505). Este parecía distribuirse entre bloques dentro de un área de tendencia circular de aproximadamente 4 m de diámetro caracterizada por mostrar una concentración de carbones y huesos fracturados, algunos quemados, entre los que distinguen bóvidos y ovicaprinos. Llama la atención la presencia en el lado izquierdo y al fondo de sendas alineaciones de piedras (Figura 4.125).

4.12.3. Cronología El depósito de la cueva de La Llosa o la Arena ha sido tradicionalmente fechado en la Edad del Hierro (Morlote et alii, 1996; Smith y Muñoz, 2010: 679), aunque no sin ciertas dudas (Ruiz Cobo et alii 2007: 142). Es precisamente el elemento decorativo de la vaina de puñal y el remate de torques los que pueden aportar algo de luz en la cronología de la cueva, pues los puñales de filos curvos son un tipo de arma de puño que es fechada entre los entre los siglos II-I a.C. (De Pablo, 2010: 375–389, 2012: 52–54, 2014: 291–292), mientras que el remate de torques forma parte de los torques rematados en tampones que son fechados entre finales del siglo IV a.C. y comienzos del siglo III a.C. Los bordes y la base cerámica, al igual que la arandela de bronce, no desentonarían en un conjunto de finales de la Edad del Hierro, siendo semejantes en tipo y forma a otras piezas vistas en yacimientos contemporáneos como la cueva del Aspio, la cueva de Cofresnedo o el castro de Las Rabas. No obstante, desconocemos su relación espacial precisa o si han sido afectadas por movimientos postdeposicionales por lo que, ante la falta de una intervención arqueológica centrada en el depósito, debemos ser cautelosos a la hora de establecer una vinculación directa.

Entre los materiales recuperados destacan distintos fragmentos cerámicos, algunos en conexión, pertenecientes a ollas globulares de perfil en S y vasijas tipo Brazada, una aguja de hueso y otra metálica, y una fíbula de aro sin resorte “omega” (Smith, 1985: 56–57; Morlote et alii, 231

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

232 Figura 4.125. Plano de la cavidad según R. Rincón (Fernández Gutierrez, 1966).

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro un puente de sección rectangular de 4,1 mm × 1,8 mm con una longitud de 3,4 cm y una altura desde las terminaciones de 3,8 cm. Una de ellas ha sido doblada mientras que la otra posee una longitud de 1,4 cm. Las terminaciones decorativas se realizan en ambos casos a partir de un remate rectangular de 5,4 mm × 4,1 mm con decoración anular. Ambas superficies conservan una decoración troquelada a base de SSS dispuestas de forma lineal a lo largo del desarrollo del puente. Forma parte del tipo 35.1.c de Erice (1995:207–225) o 21.2.a2 de Mariné (2001: 258–272) (Figura 4.126, 4). Piezas similares las encontramos en el castro de Las Rabas, donde se repite a su vez la decoración de SSS tanto en las fíbulas como en otros elementos de guarnicionería, al igual que en la placa de la cueva de Callejonda o en el enganche para vaina de la cueva de Cofresnedo (Fernández Ibáñez, 2001: 200–201; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 119 y 121; Ruiz Cobo y Smith, 2003: 164–165).

1996: 273; Ruiz Cobo y Smith, 1999: 244; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 21; Bermejo et alii, 2008: 148, 210–211; León, 2010: 503–504). Más allá de la galería principal, tras un pequeño lago, los miembros del E.E.M descubrieron una punta de flecha de base cobre. 4.13.2. Registro material El registro al que hemos accedido está compuesto por 42 piezas: 36 fragmentos cerámicos, tres restos de fauna, dos objetos de bronce y una aguja de hueso o asta. El conjunto cerámico ha sido en su totalidad fabricado a mano y cocido en una atmósfera reductora. Las dos superficies han sido regularizadas en 33 casos, en otros dos el espatulado exterior convive con un raspado y un regularizado interior, y el restante presenta una superficie exterior regularizada y una interior raspada. Morfológicamente contamos con 24 galbos, un cuello, cuatro bases y siete bordes. Entre los bordes, cuyo grosor medio es de 7,33±0,81 mm, cuatro forman parte del grupo de bordes planos, en sus variantes plano horizontal (n=2) y plano biselado al exterior, y dos son bordes redondeados simétricos; en el restante no se ha podido determinar. En todos los casos poseen una tendencia exvasada y un cuello de tipo rectilíneo exvasado. En sus superficies exteriores predomina el regularizado (n=5) frente al espatulado (solo documentado en un borde plano horizontal y en otro biselado al exterior), mientras que al interior se ha empleado el regularizado (n=5) y el raspado (n=2), presente este último en un borde plano biselado al exterior y en otro redondeado simétrico. Cinco de ellos imposibilitan por si mismos cualquier adscripción cronocultural debido a su estado fragmentario. Los dos restantes, por su parte, conservan un mayor desarrollo lo que nos facilita establecer relaciones formales. Uno de ellos, el borde plano horizontal, posee un diámetro de boca de 15 cm y un cuerpo de tendencia esférica u ovoidal abierta que crea una forma cerrada (Figura 4.126, 2); el otro, de borde redondeado simétrico y forma cerrada, tiene 17 cm de diámetro de boca y restos de una decoración impresa a base de digitaciones dispuestas en una línea horizontal bajo el cuello (Figura 4.126, 1). En el caso del primero parece tratarse de una vasija cuya forma es similar a la I y III de la cueva del Aspio o a la IV del castro de Las Rabas, ambas fechadas en la Segunda Edad del Hierro. El escaso desarrollo del segundo borde ofrece más dificultades para su identificación tipológica, no obstante podría vincularse con las mismas formas citadas y su decoración encuentra paralelos en el yacimiento de Las Rabas.

De los dos huesos conservados uno pertenece a un ovicaprino mientras que la aguja de hueso o asta (Figura 4.126, 5), aun siendo indeterminable por sí misma, podría encontrar paralelos dentro de la Edad del Hierro en Cantabria en los castros de Argüeso-Fontibre y el castro de Las Rabas. 4.13.3. Cronología El depósito de la cueva de Coquisera, salvo la punta de flecha, ha sido datado en la Edad del Hierro sin ofrecer duda alguna (Smith, 1985: 56–57; Morlote et alii, 1996: 273; Smith y Ruiz Cobo, 1999: 244; Bermejo et alii, 2008: 210–211; Smith y Muñoz, 2010: 679). La cronología de la fíbula de aro sin resorte “omega”, que posiblemente no se aleje de los siglos II-I a.C. (Erice, 1995: 212–215; Mariné, 2001: 268–272; Ruiz Cobo y Smith, 2001: 21; Smith et alii, 2013: 111), nos permite situar el conjunto en la Segunda Edad del Hierro, algo que, a su vez, encontraría su apoyo en los dos bordes cuyos perfiles vinculamos a las formas I y III de la cueva del Aspio y a la forma IV del castro de Las Rabas, todas datadas en los siglos finales del último milenio antes de Cristo. Esta propuesta nos lleva a plantearnos la posibilidad de que el resto de fragmentos cerámicos y la aguja de hueso formasen parte del mismo depósito. Ninguno de ellos, por sus características tanto técnicas como morfológicas, resultaría, como hemos visto, extraño dentro de un contexto de la Segunda Edad del Hierro. En lo que respecta al uso dado a la cueva, se ha interpretado como un lugar de enterramiento (Smith, 1985; Morlote et alii 1996), no obstante carecemos de las evidencias materiales que permitan corroborarlo.

Las cuatro bases, con un grosor medio de 8,05±0,16 mm y todas con las superficies regularizadas, son de tipo plano simple (n=2), plano con perfil ondulado (n=1) y plano con pie indicado (n=1). Solamente en un caso hemos podido obtener su diámetro el cual asciende a 12 cm (Figura 4.126, 3).

4.14. Cueva Grande o Los Corrales 4.14.1. Localización e historiografía

Los dos objetos de bronce están representados por una punta de flecha hallada más lejos del depósito del que proceden el resto de materiales, cuya tipología la sitúa en la Edad del Bronce, y una fíbula de aro sin resorte “omega”. Esta posee

La cueva Grande o Los Corrales se localiza en el municipio de Castro Urdiales, en la ladera noroeste del 233

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.126. 1 a 3 y 6) cerámica a mano; 4) fíbula de aro sin resorte “omega” y 5) aguja.

Pico de La Cruz, a 153 metros de altitud. De unos 170 m de desarrollo, posee una boca con orientación este de unos 20 m de anchura y 4 m de altura que da paso a un amplio vestíbulo de mayores dimensiones. Al fondo se

divide en dos galerías, siendo la derecha la que acoge la gran mayoría de los restos arqueológicos que comprenden distintas ocupaciones que van desde el Paleolítico superior hasta la Edad Media (Figura 4.127). 234

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.127. Plano de la cavidad (Molinero, 2000).

Las primeras noticias acerca de la existencia de un yacimiento arqueológico se deben a F. González Cuadra quien, en la década de los 60 del siglo XX, dio a conocer un grabado animal. En 1974 el Grupo Espeleológico La Lastrilla y la Sección Espeleológica del Seminario Sautuola hallaron los primeros materiales en la zona del vestíbulo, los cuales, hoy desaparecidos, consideran que proceden de antiguas remociones acontecidas en la entrada. En 1982 J.T. Molinero recoge un lote de cerámicas de las escombreras del lado derecho de la entrada y diez años después, nuevamente el Grupo Espeleológico La Lastrilla, durante la exploración completa de la cavidad, descubre nuevos restos líticos, óseos, cerámicos y malacológicos, así como una figura de ciervo grabada y un panel de trazos

pintados en negro. En 1993, un equipo de la Universidad de Cantabria identifica nuevos grabados (González Sainz et alii, 1994; Molinero, 1998; González Sainz et alii, 2000; Molinero, 2000). Las piezas vinculadas a la Edad del Hierro son exclusivamente fragmentos cerámicos, un tipo de material que aparece en las dos zonas de la cueva: la Zona A, en donde se recogen en las escombreras de antiguas excavaciones realizadas al exterior e interior del vestíbulo, y la Zona B, en cuyo acceso y últimos 12 m se identifica cerámica común romana y cerámica medieval (González Sainz et alii, 1994: 40). J.M. Morlote et alii (1996: 274–275) hacen referencia a dos depósitos, 235

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) antigua está representada por ocho galbos y una base de tipo plano simple cuya factura nos hace incluirla de forma genérica dentro de la cerámica prehistórica. Dos bordes pertenecen a la cerámica común romana y otros dos constituyen evidencias de terra sigillata, concretamente de una forma Ritterling 8 (Ritterling, 1911; Álvarez Santos, 2005) y una tapadera. Un borde y dos galbos se agrupan dentro de las producciones modernas y los ocho fragmentos restantes representan a la cerámica a torno prerromana. Entre estos, fabricados en su totalidad a torno y cocidos en atmósferas oxidantes, encontramos un borde de 1,1 cm de grosor y siete galbos cuyo grosor medio es de 4,71±0,48 mm. El tratamiento superficial predominante en los galbos es el regularizado, con tres ejemplos en la superficie exterior e interior. El bruñido se aplica en dos superficies exteriores, estando acompañado en la superficie interior por un raspado. La superficie restante no muestra trazas de tratamientos. Dos de los galbos conservan restos de decoración pintada en la superficie exterior a base de una línea horizontal (Figura 4.128, 1). El borde, de tipo plano horizontal con engrosamiento al exterior, tiene una tendencia entrante, una superficie exterior regularizada y una interior raspada (Figura 4.128, 2). La boca alcanza los 20 cm de diámetro y, a pesar del escaso desarrollo del perfil, creemos que puede ponerse en relación con la forma XIII/1 del castro de Las Rabas: tinajas destinadas originalmente al almacenaje, que oscilan entre los 21 cm y 49 cm de boca.

uno localizado en la Zona B, a unos 8 m de la entrada, formado por cerámica a mano y un fragmento de olla de cerámica común romana; y un segundo depósito situado al fondo de esta misma galería en el que encontramos restos de terra sigillata y cerámica pintada identificada como tardoceltibérica. La cerámica a mano recogida estaba compuesta por 30 fragmentos, 18 procedentes de la entrada y 12 descubiertos en los primeros 8 m de la Zona B los cuales, a pesar de su poca expresividad, son fechados entre finales del siglo VIII a.C. y la romanización, destacando entre ellos un fragmento de tapadera (González Sainz et alii, 1994: 50; Molinero, 2000:155–156). La cerámica romana es subdividida en tres grupos: terra sigillata, con dos fragmentos de TSG pertenecientes a una forma Dragendorff 18/31 y 32 y un borde de TSH de una forma Mezquíriz 2 hallados al final de la Zona B (Dragendorff, 1895; Mezquíriz, 1961); cerámica común, representada por el borde de una olla con el labio decorado con acanaladuras concéntricas, que es descubierto al inicio de la galería B; y cerámica a torno pintada, que conforma un conjunto de siete piezas las cuales aparecen junto al fragmento de Dragendorff 32 (González Sainz et alii, 1994: 51–52). La cerámica medieval, representada por un borde datado en el siglo XII, es recogida al final de la Zona B, conocida como la Sala de los Grabados (González Sainz et alii, 1994: 53).

4.14.3. Cronología

Hemos de señalar por último las noticias acerca del hallazgo en 1974 en el vestíbulo de la cueva de un pequeño cuchillo afalcatado que aún conservaba los remaches de la empuñadura. La pieza, depositada en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, hoy se encuentra en paradero desconocido (González Sainz et alii, 1994: 50; Molinero, 2000: 155).

En lo que a la Edad del Hierro se refiere, cueva Grande o Los Corrales cuenta únicamente con ocho fragmentos de cerámica a torno y un cuchillo afalcatado hoy desaparecido. El borde documentado es el único que nos permite realizar una propuesta cronológica tomando como base su semejanza con la forma XIII/1 del castro de Las Rabas, la cual es asimilada a las formas 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y 1 de Alfaro (2018: 142–145), que son fechadas entre el siglo IV y I a.C. Esta inclusión dentro de la Segunda Edad del Hierro ha sido compartida por P. Smith y E. Muñoz (2010: 679) mientras que S. de Luis (2014: 142) propone una genérica Edad del Hierro. J.M. Morlote et alii (1996: 222, 274– 275) consideran que el uso dado a la cavidad tuvo lugar durante la romanización del territorio, interpretando las cerámicas como pervivencias materiales de la fase anterior.

4.14.2. Registro material El registro material de cueva Grande está compuesto por un total de 42 piezas, todas ellas cerámicas. Dieciocho carecen de una localización exacta dentro de la cueva mientras que los 24 fragmentos restantes proceden de una denominada galería B. El primero grupo está formado exclusivamente por galbos fabricados a mano. Quince de ellos impiden cualquier tipo de adscripción cronocultural por sí mismos, mientras que los tres restantes pertenecen a una de las características orzas con impregnaciones plásticas y cordones decorativos habituales en los contextos funerarios de finales del Calcolítico y la Edad del Bronce de nuestra región (Cubas et alii, 2013: 74–76). Muy posiblemente con ella debamos relacionar los restos humanos identificados en el vestíbulo que fueron vinculados a la Edad del Hierro (González Sainz et alii, 1994: 50).

La funcionalidad del depósito localizado en la galería B, con los datos de los que disponemos y la falta de una intervención arqueológica más amplia, es difícil de determinar. La única hipótesis existente, la funeraria (González Sainz et alii, 1994: 51 y 69; Morlote et alii, 1996), basada en la relación de los restos humanos del vestíbulo con algunos fragmentos cerámicos prehistóricos debemos, por el momento, desecharla, al tratarse estos últimos de fragmentos de una orza de finales del Calcolítico y la Edad del Bronce que permiten situar la inhumación en este momento.

Dentro del grupo cerámico recogido en la galería B podemos reconocer cinco tipos de producciones. La más 236

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.128. 1) galbos decorados y 2) borde.

4.15. Cueva de Peña Sota III

inferior, recuperándose también en la zona del laminador que da acceso a la sala final un posible tahalí. Cerca de este se observaron restos de fauna, carbones y distintos restos humanos entre bloques que se relacionan con al menos dos individuos. Entre ellos se señala la presencia de vértebras, un coxis, un fémur, dos tibias rotas y tres húmeros, dos fracturados y uno completo (Ruiz Cobo et alii, 2007: 154– 155). Todos los restos humanos permanecen en la cueva.

4.15.1. Localización e historiografía La cueva de Peña Sota III se encuentra localizada en el municipio de Soba, a 280 m de altitud sobre la falda oriental de Peña Sota, frente al cauce del río Asón y al Barranco Huerto del Rey. La cavidad posee dos bocas. La superior, con orientación norte y de 5 m de anchura por 3 m de altura, da acceso a un vestíbulo descendente de 17 m de longitud, donde se aprecian restos de varios muros, que lleva hasta una sala baja de 10,5 m × 9 m. Desde aquí y tras atravesar un laminador se llega hasta el vestíbulo de la segunda boca, de 6 m × 12 m, la cual se abre hacia un acantilado. La sala que comunica ambos vestíbulos acoge una galería de 32 m de longitud que se dirige hacia el interior, hasta otra galería con restos de hogares y cenizales junto a la pared izquierda (Morlote et alii, 1996: 272; Ruiz Cobo et alii, 2007: 154–155) (Figura 4.129).

4.15.2. Registro material El Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria cuenta con un total de 11 piezas procedentes de esta cavidad para las que no tenemos ninguna referencia sobre su localización. Nueve son fragmentos cerámicos, de los cuales tres pertenecen a producciones modernas y seis, un borde y cinco galbos, impiden cualquier tipo de identificación ante su estado fragmentario y la ausencia de elementos característicos. Junto a ellos encontramos un resto de fauna indeterminado y una pieza de bronce que ha sido identifica como un posible tahalí, por lo que podemos confirmar que es la descubierta en la rampa inferior del laminador que da acceso a la sala final (Morlote et alii, 1996: 272; Ruiz Cobo et alii, 2007: 155).

La exploración de la cueva a nivel espeleológico data de la década de los años 60 del siglo XX, corriendo a cargo de C. Mugnier (1969). El yacimiento arqueológico, por su parte, fue descubierto por los miembros del C.A.E.A.P., quienes realizan una prospección superficial e identificaron restos materiales en varios puntos de la cavidad, así como pinturas esquemático-abstractas. En el vestíbulo inferior se documentaron restos de fauna, carbones y sílex que son relacionados con una ocupación durante el Mesolítico o Epipaleolítico. Al fondo del vestíbulo, en el lado derecho, se recogen dos galbos de cerámica fabricada a mano y, en una salita próxima al vestíbulo inferior, donde se reconocieron dos estructuras rectangulares relacionadas con el pastoreo, se hallaron tres galbos y un cuerno de cabra. Nuevos fragmentos cerámicos (un galbo, un cuello y un borde) son descubiertos al comienzo de la rampa

Esta pieza, de 13,9 cm de longitud, estaba formada por una placa de hierro, posiblemente triangular, de la que solo se conservan tres fragmentos sobre cuyos laterales, en la cara vista, se disponían dos delgadas láminas de bronce fijadas con remaches que la recorrían longitudinalmente. Sobre ellas se dispuso una decoración troquelada a base de dos líneas que enmarcaban una banda de SSS. Ambas piezas, que utilizarían de base un correaje de cuero, tenían un perfil curvo, desarrollando en su extremo distal un apéndice en forma de gancho que serviría para unirse a la vaina del puñal. El extremo proximal bien iría fijado directamente 237

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.129. Plano de la cavidad (Mugnier, 1969).

a un cinturón a quizás poseyese una prolongación que se dirigiese hacia el mismo (Figura 4.130). Todo ello no sitúa, como ya se planteó, ante un tahalí perteneciente a un puñal de tipo Monte Bernorio-Miraveche. Por sus características, considerando que no tenía ninguna prolongación, se

puede relacionar con el tipo IV de Griño, para el cual cita ejemplares en Miraveche (Burgos), Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) y Villamorón (Burgos) (Griñó, 1989). La decoración de SSS es documentada igualmente por esta autora en este tipo de puñales que 238

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro data en la Segunda Edad del Hierro (Griño, 1986–1987: 302, 305–306). C. Sanz Mínguez incluye este modelo de tahalí en la fase formativa y de desarrollo 1, la cual fecha a comienzos del siglo IV a.C. (Sanz Mínguez, 1990: 176– 178; Sanz Mínguez y Carrascal, 2013: 34–35). Otros autores consideran que tras esta pieza metálica se esconden los restos de una empuñadura. No obstante, no existen paralelos que permitan confirmarlo (Smith y Muñiz Fernández, 2010: fig.10,2). 4.15.3. Cronología El tahalí es la única pieza que nos permite confirmar que, durante la Segunda Edad del Hierro, se le dio algún tipo de uso a la sala final de la cueva, una propuesta cronológica que coincide con las impresiones de J.M. Morlote et alii (1996) y P. Smith y E. Muñoz (2010). J. Ruiz Cobo et alii (2007: 155) y S. de Luis (2014: 141), por su parte, hacen referencia a una genérica Edad del Hierro. La cercanía de los restos humanos con el tahalí llevó a proponer que formase parte de un contexto funerario (Morlote et alii, 1996), pero los huesos carecen de cualquier evidencia de cremación o incineración encontrándose, en algunos casos, completos, lo que nos aleja de la práctica funeraria extendida durante la Segunda Edad del Hierro (Lorrio, 1997: 345–348; Torres Martínez, 2011: 533–538). Si a ello sumamos además la documentación de otros usos u ocupaciones prehistóricas e históricas y la falta de una intervención arqueológica que permita analizar la sala y el resto de hallazgos, nos vemos obligados a desestimar un uso funerario coetáneo al tahalí. 4.16. Cueva de Lamadrid 4.16.1. Localización e historiografía La cueva de Lamadrid la encontramos en el municipio de Riotuerto, a unos 172 m de altitud sobre una pequeña loma que se alza al este de la Mies del Cementerio y Casa Labín. Su boca, descendente entre grandes bloques, hacia la derecha lleva a una sala donde se recogieron distintos restos que fueron relacionados con un posible depósito sepulcral. Más adelante, tras superar un escalón de un metro, se llega una pronunciada rampa sobre la que se descubrieron diversos fragmentos cerámicos y restos óseos. Desde este punto la galería continúa descendiendo hasta el fondo. Antes de llegar al estrechamiento final, una nueva galería toma dirección oeste para continuar paralela a la principal hasta casi enlazar con el posible enterramiento; en la conexión entre ambas se identificaron nuevos fragmentos cerámicos (Figura 4.131). La cavidad fue descubierta a finales de los años sesenta o comienzos de los setenta por un grupo francés de espeleología. Estos informaron del hallazgo al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria desde donde se procedió a su exploración, recogiéndose así varios fragmentos cerámicos relacionados con ollas de perfil en

Figura 4.130. Tahalí.

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.131. Plano de la cavidad (Pinto et alii, 1996).

S. Años después fue estudiada por el C.A.E.A.P. quienes, junto a “materiales acumulados en montones por los investigadores anteriores”, reconocieron distintos restos en superficie distribuidos en seis zonas (Pintó, 1980–1981: 30; Morlote et alii, 1996: 242–245; Pintó et alii, 1996: 29–30):

de tres vasijas, un fragmento de arenisca y varios restos óseos. – Zona B. Ubicada a la izquierda del área anterior, proporcionó fragmentos de ocho vasijas, entre las que destacan orzas con decoración plástica y una olla de perfil en S, una valva de Cerastoderma tuberculata, restos óseos y varios restos humanos entre los que señalan una costilla, una clavícula y un fragmento de cráneo.

– Zona A. Se trata de la parte central del inicio de la rampa de la sala, lugar en el que se identificaron restos 240

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro – Zona C. Fue identificada en la parte superior izquierda de la sala, entre bloques de mediano y gran tamaño. Allí se recogieron fragmentos de nueve vasijas, entre las que, nuevamente, señalan la presencia de orzas con decoración plástica y ollas de perfil en S, y una cabeza de fémur humano quemado. – Zona D. De este área, situada en la misma rampa pero en un plano inferior, proceden varios fragmentos cerámicos, algunos de orzas con impregnaciones plásticas, y una cabeza de fémur quemado con lo que interpretan como una perforación circular. – Zona E. Dispuesta bajo la anterior, de ella proceden tres pequeños huesos, dos de los cuales poseen marcas de corte. – Zona F. Circunscrita a la parte inferior de la rampa, entre bloques, de aquí procede un canto de arenisca, un percutor y varios fragmentos cerámicos, entre ellos parte de una vasija con impregnaciones plásticas.

en el labio (Figura 4.132), un motivo que, como hemos visto, es habitual en la primera fase de la Edad del Hierro, aunque no exclusivo, documentándose de forma frecuente en la Edad del Bronce. Si a ello unimos que el escaso desarrollo de la pieza no resulta acorde con las formas conocidas, es muy probable que se trate de una vasija que debemos poner en relación con el periodo anterior. 4.16.3. Cronología Distintas piezas recuperadas de los depósitos localizados en la cueva de Lamadrid han servido para proponer un uso durante la Edad del Hierro (Morlote et alii, 1996; Smith y Muñoz, 2010; De Luis, 2014) el cual, algunos autores, basándose en los restos humanos, les ha llevado a considerar que pudo ser funerario (Morlote et alii, 1996: 245). En el marco del proyecto El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria se ha procedido a la datación de un fragmento de húmero cuyo resultado ha sido 2058±27 BP (CNA5211), con una calibración a dos sigma cuya mayor probabilidad lo sitúa entre el 156 cal BC y el 16 cal AD (Bolado et alii, 2020b). Esta fecha abre las puertas al aprovechamiento de la cavidad como lugar de enterramiento durante finales de la Edad del Hierro y resulta acorde con los bordes que nos indican la presencia de formas de la Segunda Edad del Hierro, momento en el cual la cavidad fue aprovechada.

4.16.2. Registro material Lo primero que debemos señalar respecto al registro material de la cueva de Lamadrid depositado en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, es que carece de cualquier tipo de información relativa a su lugar de hallazgo o acerca de la relación existente entre las piezas, lo que imposibilita la interpretación de conjunto de forma diferenciada o la vinculación de los restos de fauna o los restos humanos con piezas que permitirían avanzar adscripciones cronoculturales, como es el caso de la cerámica. Esta está representada por un total de 686 piezas, entre las que podemos distinguir 220 fragmentos que forman parte de una producción característica de finales del Calcolítico y la Edad del Bronce (Cubas et alii, 2013) entre la que encontramos los restos de orzas con impregnaciones plásticas, y 465 fragmentos fabricados a mano con características poco definitorias. Entre estos últimos podemos singularizar nueve bordes fabricados a mano, cinco cocidos en atmósferas reductoras y cuatro en alternantes. De tendencia exvasada, conservan unos tratamientos superficiales en donde al exterior observamos el raspado (n=7), regularizado (n=1) y la combinación del bruñido y el raspado (n=1), mientras que al interior el raspado (n=6) convive con el regularizado (n=3). Los bordes son de tipo plano, con predominio de los biselados al exterior (n=3) sobre los planos horizontales (n=2), y redondeados simétricos (n=3). El cuello es rectilíneo y exvasado en los siete casos donde se conserva. Las dimensiones de siete de los bordes son lo suficientemente grandes como para obtener el diámetro de la boca, el cual oscila entre los 13 cm y los 44 cm. Así mismo, nos facilitan reconocer en algunos casos la parte inicial del perfil de alguna de las vasijas, pudiendo ponerlas en relación, aunque no sin cierta cautela por el escaso desarrollo, con las formas IV del castro de Las Rabas y la I, II y III de la cueva del Aspio, todas de la Segunda Edad de Hierro.

4.17. Cueva de La Lastrilla 4.17.1. Localización e historiografía La cueva de La Lastrilla se ubica en el municipio de Castro Urdiales, a 68 metros de altitud sobre la ladera este de La Lastrilla, localizada al suroeste de la población de Sangazo. La cavidad está formada por una surgencia activa de grandes dimensiones por donde circula y sale el agua de todo el sistema que se desarrolla en el macizo de Punta Peña-Montealegre. Posee tres bocas orientadas al este, siendo las más relevantes la boca III, que da acceso a una galería con arte rupestre, y la boca II, que conserva distintos restos arqueológicos (Molinero, 2000: 241–257; León, 2010: 187–193) (Figura 4.133). La primera referencia existente de La Lastrilla data de 1896, no obstante, desde el punto de vista arqueológico, debemos avanzar hasta la década de los 50 y 60 del siglo XX, cuando el equipo de Camineros de la Diputación realiza una prospección en el lugar. El primer panel de grabados fue descubierto por F. González Cuadra entre 1960 y 1970 quien, a su vez, excavó varios enterramientos, el yacimiento paleolítico de la boca II y el yacimiento de la boca III (Molinero, 2000: 241–257; León, 2010: 187– 193). En 1975 es explorada por R. Rincón y el Sección de Espeleología del Seminario Sautuola (S.E.S.S.), realizándose varias catas en la entrada inferior (boca II) en las que hallan restos de la Edad del Bronce y varios enterramientos con ajuar (Rincón, 1976; 1982; Muñoz, 1992; Muñoz y Malpelo, 1992b; Molinero, 2000: 241–257;

Uno de los bordes conserva restos de una decoración realizada a base de impresiones de digitaciones dispuestas 241

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.132. Restos cerámicos.

León, 2010: 187–193). En 1988 Y. Díaz Casado (1988) da a conocer nuevas muestras pictóricas. J.T. Molinero, en 1992, presenta nuevos materiales de la Edad del Bronce (Molinero y Arozamena, 1992) y solo un año después J.F. Arozamena realiza una revisión y actualización del arte rupestre (Molinero y Arozamena, 1993). Las intervenciones espeleológicas practicadas sucesivamente desde 1975 hasta

hoy por el Grupo Espeleológico La Lastrilla (G.E.L.L.) y el G.E. Esparta, han ido aportando paulatinamente a su vez nuevos descubrimientos arqueológicos. Gran parte de los yacimientos de la cavidad han sufrido fuertes alteraciones siendo destrozados en ocasiones, como recoge Arozamena (1979: 4), por las excavaciones

242

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.133. Plano de la boca II y sondeos realizados por R. Rincón (1982).

furtivas protagonizadas por los vecinos de la zona con el único afán del coleccionismo.

ovoidal abierta o esférica. Sobre la superficie se conserva una decoración impresa a base de tres estampillados rectangulares con divisiones internas cuyos paralelos más inmediatos nos llevan a las producciones documentadas en el castro de Las Rabas (Figura 4.134, 2).

4.17.2. Registro material El depósito existente de la cueva de La Lastrilla está formado por 789 piezas individualizadas y 15 bolsas con restos líticos, fauna y restos malacológicos que, de forma indistinta, son atribuidos al Paleolítico, Edad del Bronce, la Prehistoria o a momentos romanos. La revisión del material que hemos realizado no ha podido basarse en inventarios preexistentes, por lo que todos los datos referentes a su localización proceden de la información recogida de las etiquetas y siglas.

El segundo borde fue fabricado a torno y cocido en atmósfera oxidante. Presenta un borde vuelto hacia el exterior con tendencia exvasada de 2 mm de grosor, un cuello rectilíneo y exvasado y un diámetro de boca de 12 cm. A pesar del escaso fragmento conservado podemos confirmar que se trata de una forma cerrada vinculable con las vasijas carenadas que conforman el tipo I de la producción a torno del castro de Las Rabas (Figura 4.134, 1). Esta, con paralelos también en Monte Ornedo, como hemos visto se asimila a la forma XVI de Wattenberg (1978: 32–33, 59), al tipo 5 de Sánchez Climent (2016: 343–348), a los vasos caliciformes que forman el tipo 11 de Alfaro (2018: 164–166) y a la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–174).

Del conjunto total 99 restos y seis pequeñas bolsas de lítica, fauna y malacología son consecuencia de recogidas superficiales por zonas indeterminadas; cinco fragmentos cerámicos y cinco bolsas de restos líticos y fauna fueron hallados durante la instalación del cerramiento de la cueva; 197 fragmentos cerámicos depositados en el año 2007 se recuperaron del sondeo 1; y 458 objetos junto, con cuatro pequeñas bolsas de malacología y fauna, proceden de las excavaciones de R. Rincón.

Junto a ellos, y con la misma procedencia, hemos documentado dos fichas perforadas, una realizada reaprovechando un galbo reductor fabricado a mano y otra sobre un galbo oxidante fabricado a torno (Figura 4.134, 3). Por sí mismas no aportan mayor información y carecemos de datos acerca de su relación estratigráfica respecto a los bordes, no obstante su presencia no desentonaría en un contexto de la Segunda Edad del Hierro.

Es precisamente en estas donde hemos podido individualizar dos bordes cerámicos procedentes de la Cata A realizada en la boca II, que pueden adscribirse a la Segunda Edad del Hierro (Rincón, 1982). El primero de ellos forma parte de un posible vaso cuya bisectriz, ante su estado fragmentario, ha sido imposible de obtener. Fue fabricado a mano y cocido en atmósfera reductora, regularizándose ambas superficies. El borde es de tipo plano biselado hacia el exterior con tendencia exvasada y cuello rectilíneo exvasado que desarrolla un arranque del cuerpo que nos sitúa ante una forma cerrada con tendencia

Por último, procedente del nivel V del sondeo 1 del depósito de 2007, hallamos un galbo con decoración impresa a base de estampillados circulares concéntricos que, nuevamente, encuentra paralelos cercanos dentro del registro que hemos estudiado en el castro de Las Rabas (Figura 4.134, 4).

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La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.134. 1) vasija fabricada a torno; 2) vasija fabricada a mano; 3) fichas y 4) galbo decorado.

4.17.3. Cronología

que en Carratiermes son datadas entre finales del siglo V a.C. y el siglo III a.C. (Argente et alii., 2001: 173–174).

La cueva de la Lastrilla acoge distintas ocupaciones y usos que se extienden desde el Paleolítico hasta momentos modernos. Uno de ellos, focalizado en el vestíbulo de la boca II, aconteció en el último milenio antes de Cristo, quedando como evidencias materiales dos bordes cerámicos y, posiblemente, dos fichas perforadas y un galbo con decoración impresa. Gracias a los primeros podemos acotar un poco más este margen temporal y situarlo en la Segunda Edad del Hierro, pues tanto la decoración estampillada como la forma de la cerámica a torno encuentran sus paralelos en las producciones del castro de Las Rabas. Así mismo existen numerosos paralelos para la forma de la vasija a torno a lo largo de la meseta Norte y valle del Ebro que A. Castiella fecha entre los siglos IV-I a.C. (Castiella, 1977: 318), A. Sánchez Climent (2016: 343–348) entre los siglos V/IV-I a.C. y E. Wattenberg (1978: 32–33, 59) en el siglo I a.C.; mientras

Por lo que respecta al tipo de uso u ocupación que le fue dado a la cavidad, con los datos disponibles resulta imposible plantear cualquier hipótesis. 4.18. Cueva de Coventosa 4.18.1. Localización e historiografía La cueva de Coventosa se encuentra ubicada en el municipio de Arredondo, al norte de la localidad de Val del Asón y a 310 m de altitud sobre la ladera oriental de La Rasa. La cavidad posee una boca de unos 20 m × 10 m que desemboca en un vestíbulo de 25 m × 30 m lleno de bloques. Al fondo un estrechamiento de 3 m × 2 m nos lleva por una rampa hacia la entrada de este sistema que alcanza los 32,5 km (Figura 4.135). 244

245  Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.135. Plano de la cavidad (León, 2010).

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) El yacimiento fue descubierto por un pastor local hacia 1930 quien, en la zona exterior del vestíbulo y bajo piedras, halló un conjunto de 20 piezas de hierro de las que hoy solo se conservan 10 rejas de arado y una punta de lanza con enmangue tubular. Los Camineros de la Diputación excavaron esta área en la década de los 50 del siglo XX y, en 1981, miembros del C.A.E.A.P. descubren el yacimiento existente al interior (León, 1993; Morlote et alii, 1996: 251–252; Ruiz Cobo et alii, 2007: 143–147).

con ejemplares de Izana (Soria) (Taracena, 1927: 17), Turmiel (Guadalajara) (Barril, 1993), Las Quintanas de Langa de Duero (Soria) (Taracena, 1929: lam. XI.3), Castilsabás (Huesca), Monte Bernorio (Palencia) (San Valero, 1960; Barril, 1995), la Hoya (Álava) (Llanos, 1983: 16), La Porida (Asturias) (Maya, 1986–1987: 90, fig. 25) y Berreaga (Unzueta, 1993), considera que deben fecharse en la Segunda Edad del Hierro. Por nuestra parte no creemos que su vinculación con la Edad del Hierro sea tan clara. El contexto en el que aparecieron nos es totalmente desconocido y, por el momento, ninguna de las piezas procedentes del vestíbulo puede fecharse de forma segura en el último milenio antes de Cristo. En cuanto a los paralelos, si bien es cierto que está constatado el empleo de las rejas en muchos yacimientos de la Segunda Edad del Hierro, como los citados, hemos de tener en cuenta que este objeto se trata de un útil cuya evolución en el tiempo es apenas apreciable. En el propio trabajo de M. Barril la autora cita piezas asimilables a las rejas de Coventosa cuya procedencia podría ser romana, como sucede en el caso de Monte Cildá (Palencia) (García Guinea et alii, 1973: fig. 17,5; Ruiz Gutiérrez, 1993: 281) o en el enclave de Walthamstow (Rees, 1979: fig. 56 y 58). Las diferencias métricas que aprecia, aunque no es descartable que se deben a aspectos cronológicos, podrían responder a factores más atemporales como puede ser el tipo de agricultura desarrollada o los condicionantes de los propios suelos (Urbina et alii, 2005: 162–163).

El yacimiento de la Edad del Hierro es localizado en el vestíbulo y al interior. En la primera de las zonas estaría representado por la ocultación de diversos objetos de hierro entre los que se encuentran las diez rejas de arado, que M. Barril data en la Segunda Edad del Hierro (Barril, 2001). Junto a ellas se cita la presencia de fragmentos cerámicos y un molino de atribución más dudosa (Ruiz Cobo et alii, 2007: 143–147). Hacia el interior, en la rampa del fondo de una gran sala cuya primera parte está cubierta de bloques, se diferencian cuatro depósitos (Morlote et alii, 1996: 251–252; Ruiz Cobo et alii, 2007: 143–147): en la explana de la base de la rampa se documentaron cuatro fragmentos cerámicos que se relacionan con vasijas de tipo Brazada, varios fragmentos cerámicos indeterminables, restos líticos y un parietal humano; al comienzo de la gran colada se recogió un fragmento cerámico del tipo Brazada y varios más indeterminados; en torno a la sima se detectaron restos de un nuevo vaso Brazada decorado junto a piezas de otras cuatro vasijas, placas de bronce y fragmentos de cerámica a torno considera como tardoceltibérica; por último, en la parte superior de la colada, dentro de oquedades naturales retocadas, se recuperaron diversos fragmentos de vasijas asociadas a carbones entre las que destaca un nuevo vaso Brazada.

En la zona de las cazoletas referida en las etiquetas y siglas, que debemos relacionar con el área donde se describen las oquedades naturales retocadas (Morlote et alii, 1996: 253–254; Ruiz Cobo et alii, 2007: 143–147), entre las 491 piezas solamente podemos singularizar tres bronces y tres fragmentos cerámicos, perteneciendo el resto de piezas a una producción moderna (n=4) y a vasijas fabricadas a mano y sometidas a cocciones alternantes y reductoras que carecen de características específicas que permitan adscribirlas a un periodo concreto (n=481). Los tres elementos de bronce están conformados por chapas: una fragmentada y lisa con dos perforaciones (Figura 4.136, 5); otra rectangular con cuatro perforaciones, dos con remaches, que fue decorada en sus márgenes más prolongados por líneas paralelas longitudinales (Figura 4.136, 4); y una placa triangular, con al menos tres agujeros para remaches de los que conserva uno, y una decoración a base de dos bandas de líneas longitudinales y otra dispuesta por el contorno de SSS, a la que se une por uno de los extremos superiores una argolla de hierro partida (Figura 4.136, 3). La funcionalidad de estas piezas, aunque nos es desconocida, debe ser puesta en relación con algún tipo de correaje o cinturón. La placa lisa se situaría al interior del mismo mientras que las otras dos conformarían la cara vista. La argolla debió servir de base para un enganche, quizás suspensorio, siendo sugerente pensar en que se trata de una solución diferente adoptada para un puñal, a modo de los modelos de filos curvos o bidiscoidales (Kavanagh, 2008; De Pablo, 2010; 2012; 2014). Otros autores han propuesto que estas piezas puedan formar parte de un arreo de caballo para el que carecemos de paralelos (Morlote

4.18.2. Registro material Las distintas recogidas superficiales que se han realizado han creado un registro formado por 702 piezas y dos pequeñas bolsas de fauna y lítica. De todas ellas conocemos la localización de 616 piezas, una información que, ante la falta de un inventario, hemos obtenido de las etiquetas y siglas conservadas. Del vestíbulo proceden 19 piezas: dos restos de fauna, cinco cerámicas modernas, dos cerámicas de la Edad del Bronce y diez rejas de arado. A la zona de las oquedades o cazoletas corresponden 491 piezas formadas por tres bronces y 488 fragmentos cerámicos. Otras 106 cerámicas proceden de una zona denominada “fondo bajo” para la que no hemos encontrado equiparación. Realizando un análisis por área observamos que ninguna de las piezas del vestíbulo puede adscribirse de forma segura a la Edad del Hierro. Las rejas de arado son los objetos más relevantes de esta zona, las cuales fueron fechadas inicialmente en época romana por J. González Echegaray (1971). M. Barril llevó a cabo su estudio, incluyéndolas dentro del grupo de rejas denominado socketed share en sus tipos 2.2 y 3 (Barril, 2001). Para esta autora, a partir de parámetros métricos y paralelos formales que establece 246

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.136. 1) borde fabricado a mano decorado; 2) cuellos fabricados a mano decorados y 3 a 5) placas de bronce.

et alii, 1996: 255; Smith y Muñoz, 2010: 688; De Luis, 2014: 148). Este tipo de bronces, junto con la característica decoración lineal y de SSS, engrosan habitualmente el grupo de elementos de guarnicionería de los yacimientos de la Segunda Edad del Hierro, documentándose de forma frecuente en Cantabria, como hemos visto, en el castro de Las Rabas, Monte Ornedo, la cueva del Agua, la cueva del Aspio o la cueva de Cofresnedo.

Los tres fragmentos cerámicos que hemos destacado han sido fabricados a mano y cocidos en atmósferas reductoras. Dos de ellos, cuellos, tienen ambas superficies raspadas mientras que el fragmento restante, un borde de 10 mm de grosor, ha sido totalmente regularizado. Este es de tipo plano biselado al exterior con tendencia recta. Los tres conservan motivos decorativos impresos. En el borde se han dispuesto en el labio, realizándose con un instrumento 247

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) plano (Figura 4.136, 1). En el caso de los cuellos se trata de digitaciones ejecutadas en una serie horizontal localizadas en el arranque del cuerpo; ambos pudieran pertenecer a una misma pieza (Figura 4.136, 2). La irregularidad de la superficie de los cuellos imposibilita la obtención de sus diámetros mientras que del borde se extrae un diámetro de boca de 38 cm. En los tres casos el escaso desarrollo de las piezas impide el reconocimiento de formas. A pesar de ello debemos señalar que ambas decoraciones se documentan en contextos tanto de la Primera como de la Segunda Edad del Hierro, como hemos visto en el caso de los yacimientos al aire libre de Argüeso-Fontibre, el Alto de La Garma, el Gurugú, la Lomba o el castro de las Rabas. En la cueva de Coquisera, junto con una fíbula de aro sin resorte “omega”, tenemos un borde en cuyo arranque de cuerpo se dispone el mismo motivo digitado. Proponer una datación en base a estos tres fragmentos cerámicos, a pesar de los paralelos, resulta arriesgado, no obstante, si atendemos también a los tres fragmentos de bronce, es posible sugerir que en esta zona interior existiera un contexto de la Segunda Edad del Hierro del que podrían formar parte algunas otras bases y bordes que engrosan el conjunto, aunque sus características impidan confirmarlo actualmente.

algunos autores, en base al resto humano procedente del vestíbulo, interpretaron la cavidad como una necrópolis de incineración extensa (Morlote et alii, 1996: 254). Otros investigadores, por su parte, consideran que los distintos restos atribuidos a la Edad del Hierro son evidencias de rituales (Barril, 2001; Smith y Muñoz, 2010: 690–691; De Luis, 2014), incluidas las rejas de arado, tras la que podría hallarse una ocultación derivada de un momento de inestabilidad sociopolítica (Smith y Muñiz, 2010: 689). Por el momento, dejando al margen el depósito de vestíbulo, sobre el cual ya nos hemos pronunciado, la hipótesis funeraria debe ser desestimada pues el único hueso conservado, procedente del vestíbulo y de gran tamaño, no responde a las prácticas funerarias imperantes durante la Segunda Edad del Hierro (Lorrio, 1997: 345– 348; Torres Martínez, 2011: 533–538). Parece tratarse más bien de parte de un enterramiento que estaría en relación con los fragmentos de orzas con impregnaciones plásticas propias de contextos funerarios de finales del Calcolítico y la Edad del Bronce (Cubas et alii, 2013: 74–76). 4.19. Cueva de Las Cáscaras 4.19.1. Localización e historiografía

Entre las 106 piezas cuyas referencias nos llevan a la zona denominada “fondo bajo” y las 86 para las que no tenemos información, no existe ningún objeto que pueda relacionarse con la cultura material de la Edad del Hierro. En su mayoría (n=188) se trata de fragmentos cerámicos que proceden de producciones de la Edad del Bronce, modernas o que sabemos que han sido fabricadas a mano, pero resultan inclasificables por su estado fragmentario y poco significativo. Las cuatro piezas restantes son un resto de fauna, una escoria, una pieza lítica y un resto humano, el cual podría coincidir con el recogido en el vestíbulo (Morlote et alii, 1996: 251).

La cavidad la encontramos en el municipio de Alfoz de Lloredo, al noroeste del paraje de Hoyo Pilurgo y sobre la falda oriental de la Encornijada, a 279 m de altitud. Se trata de un sumidero fósil de 60 m de desarrollo con una boca de 2 m × 2 m desde la que se accede a un pequeño vestíbulo descendente de 7 m × 4 m con una pequeña angostura a la izquierda. Desde aquí se abre una galería que lleva hasta una sala húmeda (Figura 4.137). El yacimiento, localizado en la zona del vestíbulo, fue descubierto por R. Moro durante su búsqueda de calamina en la cueva, para lo cual barrenó la entrada descubriendo los restos humanos y varios huesos que fueron trasladados al museo del Marqués de Comillas. En 1910 J. Carballo llevó a cabo una excavación y en la década de los ochenta del siglo XX las exploraciones realizadas por el Grupo Espeleológico de Cabezón de la Sal permitieron recoger varios fragmentos cerámicos. Miembros del C.A.E.A.P., posteriormente, llegan a distinguir dos niveles de conchero que adscriben al Neolítico (Carballo, 1910; 1924; Bohigas et alii, 1984; Gómez et alii, 1992; Echeverría y Herrasti, 1994). Algunos de los fragmentos de cerámica a torno fueron identificados como cerámica tardoceltibérica, lo que permitió proponer la existencia de algún tipo de uso durante la Segunda Edad del Hierro (Valle et alii, 1996: 107; Smith y Muñoz, 2010).

4.18.3. Cronología Cronológicamente, al margen de las ocupaciones y usos detectados durante el Aziliense, la Edad del Bronce y la Edad Media, existe un consenso entre los distintos autores a la hora de considerar que, durante la Segunda Edad del Hierro, e incluso la romanización, fue aprovechada (Morlote et alii, 1996: 222; Barril, 2001; Ruiz Cobo et alii, 2007: 143–147; Smith y Muñoz, 2010), siendo prueba de ello tanto los depósitos del vestíbulo como del interior. Si bien las rejas de arado no permiten, a nuestro juicio, confirmar esta propuesta cronológica para el vestíbulo, los tres bronces y los tres fragmentos cerámicos destacados sí confirman la existencia de un depósito en el interior de la cavidad en la segunda mitad del último milenio antes de Cristo. Esta datación podría verse apoyada a su vez por un borde de cerámica tardoceltibérica, aparecido en la zona de los bronces, que es citado pero que no se encuentra dentro del conjunto de materiales depositados (Morlote et alii, 1996: 253).

4.19.2. Registro material Junto al enterramiento, el registro de materiales conservado está compuesto por once piezas, todas ellas cerámicas. Dos pertenecen a producciones modernas, cuatro a producciones medievales con decoración pintada y otras cuatro son galbos alternantes fabricados a mano de difícil adscripción cronocultural. El fragmento restante

En cuanto a su funcionalidad, a pesar de los pocos datos disponibles y la ausencia de contextos cerrados, 248

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.137. Plano de la cavidad (Muñoz et alii, 1993).

249

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.138. Galbo con decoración pintada.

4.20. Cueva de Riclones

es un galbo oxidante fabricado a torno de 3 mm de grosor con ambas superficies regularizadas. Hacia el exterior conserva restos de una decoración pintada tras la que se advierte un motivo geométrico compuesto por dos líneas horizontales entre las que se dibujaron tres líneas de ondas (Figura 4.138). Esta misma composición ha sido documentada en la forma V de la cueva del Aspio (Serna et alii, 1994; Bolado y Cubas, 1996; Bolado et alii, 2020a), en un galbo del poblado de Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia), cuyos orígenes pueden remontarse al siglo I a.C. (García Guinea et alii, 1973: fig. 12, 6), en una vasija fechada entre los siglos II-I a.C. del yacimiento de Tariego (Palencia, España) (Wattenberg, 1978: 34) y en dos recipientes de la tumba 19 de la necrópolis de Ucero (Soria, España), datados en su cuarta y última fase que se desarrolla principalmente entre los siglos III-II a.C. (García Soto, 1990: 34–36).

4.20.1. Localización e historiografía La cueva se localiza al sureste de pueblo de Riclones (Rionansa), a 197 m de altitud sobre la falda septentrional del paraje de Veyares que forma parte de los Picos de Ozalba. Su boca, de 25 m de ancho, da paso un amplio vestíbulo que desemboca en una gran sala de 20 m × 14 m cuya parte final está ocupada por una colada estalagmítica ascendente (Figura 4.139). Por la pared derecha se desarrollan dos galerías descendentes que acaban uniéndose mientras que al fondo de la gran sala esta continúa por una galería durante unos 35 m. El yacimiento arqueológico fue descubierto en la década de los ochenta del siglo XX por un vecino del lugar quien, en una de las galerías que se desarrollan hacia la derecha, halló una vasija cerámica completa. Poco tiempo después fue investigada por el C.A.E.A.P. advirtiendo la presencia de nuevos fragmentos cerámicos que quizás pertenecerían a otra vasija, marcas negras y parte de un peroné humano (Speleo, 1981; Muñoz et alii, 1993; Muñoz y Ruiz Cobo, 2010: 187–188). Entre los materiales publicados se destacan dos vasijas de perfil en S de cuello corto fabricadas a torneta que fueron datadas inicialmente en la Edad del Hierro (Morlote et alii, 1996: 254), aunque a día de hoy son consideradas tardoantiguas (Muñoz y Ruiz Cobo, 2010: 187–188).

4.19.3. Cronología El mencionado fragmento de cerámica a torno nos permite confirmar la existencia de una ocupación o uso de la cueva de Las Cáscaras durante la Segunda Edad del Hierro, muy posiblemente entre los siglos III a.C. y I a.C. La funcionalidad exacta, con los datos disponibles, nos es desconocida. No obstante, las características de la cavidad nos permiten desechar cualquier uso habitacional.

250

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.139. Plano de la cavidad (Speleo, 1981).

4.20.2. Registro material

forma ligeramente esférica que termina en una base de tipo plano simple con 8 mm de grosor. El diámetro de la boca y de la base de esta vasija cerrada es de 10 cm y 8 cm respectivamente, alcanzando una altura máxima de 15 cm; unas dimensiones que, en su conjunto, nos permiten identificarla con un vaso (Figura 4.140).

La Cuevona de Riclones cuenta con un depósito formado por 16 fragmentos cerámicos: un asa medieval, diez galbos fabricados a mano de difícil adscripción cronocultural, y una vasija fragmentada que conserva el perfil completo. Esta fue fabricada a mano y cocida en atmósfera reductora. En su superficie exterior se aplicó un tratamiento que combina el espatulado y el bruñido mientras que el interior simplemente se regularizó. El borde, de 6 mm de grosor, es de tipo redondeado simétrico con tendencia exvasada, desarrollando un cuello cóncavo y exvasado del que parte un cuerpo de

El recipiente hallado en Riclones puede ponerse en relación con las cuatro vasijas que dan forma al tipo IV de cerámica a mano de la cueva del Aspio, en las cuales se observan todas las características descritas. De igual manera tendría cabida dentro de la forma IV de cerámica a mano del castro de Las Rabas.

251

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.140. Vasija.

4.20.3. Cronología

existente entre el Alto del Sel, Peña del Águila y La Lusa (Piélagos). La cavidad posee una boca de 1,5 m de altura y 1,7 m de anchura desde la que se accede a una amplia sala descendente con abundantes formaciones y bloques. Hacia la izquierda continúa a través de un laminador que lleva hasta una sima, continuando hacia la derecha por una galería recta hasta completar los 26 m de desarrollo que tiene la cueva (Figura 4.141). Los primeros materiales arqueológicos fueron descubiertos durante la exploración realizada por el grupo de espeleología G.E.Y.M.A. de Astillero, recuperando al fondo de la sima varios fragmentos de cerámica medieval que fueron depositados en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. En esas mismas fechas fue investigada por el C.A.E.A.P. quienes hallaron en superficie nuevos materiales, algunos

A partir de la relación establecida con la forma IV de la cueva del Aspio y del castro de Las Rabas, ambos contextos de la Segunda Edad del Hierro, podemos fechar el vaso en esta fase y, por lo tanto, considerar que a la cueva le fue dado un uso que desconocemos en la segunda mitad del último milenio antes de Cristo. 4.21. Cueva de Cubrizas 4.21.1. Localización e historiografía La cueva de Cubrizas se localiza al sureste del Barrio Posadorios, a 175 m de altitud sobre la pequeña depresión 252

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.141. Plano (Crespo et alii, 2007) y galbo decorado.

de ellos prehistóricos, al igual que sucedería durante la exploración realizada por J. Peñil, C. Lamalfa y E. Muñoz a comienzos de los años ochenta del siglo XX. En 1998 J.M. Morlote y E. Muñoz, miembros del C.A.E.A.P., realizan un sondeo en el corte de una antigua calicata que pudo

haber sido originada por los camineros de la Diputación, algo que explicaría el depósito de la mandíbula de oso clasificada por M. Meijide (Muñoz et alii, 1981–1982; Peñil et alii, 1986; Morlote et alii, 1996: 231–236; Morlote y Muñoz, 2000; Crespo et alii, 2007). 253

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 4.22. Cueva del Cigudal

En lo que a la Edad del Hierro se refiere existen varias referencias hacia la existencia de fragmentos cerámicos de tipo celtibérico o tardoceltibérico, entre los que algunos autores distinguen una vasija carenada de borde entrante que fue hallada al fondo de la galería de entrada (Bohigas et alii, 1984; Morlote et alii, 1996: 234; Peralta, 2003: 70; Valle y Serna, 2003; Muñoz et alii, 2007b). Otros, por su parte, la relacionan con la forma 20 de Castiella, un tipo que sigue produciéndose en época romana (Gutiérrez y Hierro, 2007). También han sido citadas posibles cerámicas pertenecientes a una vasija de tipo Brazada (Morlote et alii, 1996: 234).

4.22.1. Localización e historiografía La cavidad se localiza a 400 m de altitud sobre la falda sur de la Peña Tras situada al norte de la localidad de Mortesante (Miera). Presenta una boca de 4 m de altura y 7 m de anchura desde la que se accede a un amplio vestíbulo caracterizado por los grandes bloques. Desde aquí encontramos una galería en el lado derecho que se desarrolla durante 17 m y, en el fondo, otra que termina bifurcándose hasta dar lugar a dos pequeñas bocas (Figura 4.142). Los distintos materiales hallados en superficies fueron descubiertos por el C.A.E.A.P. en la década de los ochenta del siglo XX, concentrándose en el exterior de la cavidad y en las proximidades de un laminador existente en la galería del fondo. En la primera de las zonas se documentaron diversos fragmentos cerámicos relacionados con, al menos, siete vasijas de tipo Brazada. Al interior se identificaron nuevos fragmentos de esta forma cerámica, restos de una olla común romana, parte de una hoja de hierro, fauna y algunas piezas de arenisca (Fernández Acebo, 1988; Muñoz et alii, 1988; Molote et alii, 1996: 259–260). E. Peralta (2003: 72) considera que el cuchillo puede incluirse dentro del tipo de antenas reducidas.

4.21.2. Registro material En el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria se hayan depositadas 383 piezas junto a once bolsas de fauna, dos de carbones, dos de restos malacológicos y una de restos humanos procedentes de la cueva de Cubrizas. Entre ellas hemos podido identificar un resto malacológico, una fusayola, 16 sílex, 40 restos de fauna, dos bordes de cerámica común romana, 34 fragmentos de cerámica medieval y moderna, 59 restos de cerámica de la Edad del Bronce, y 228 piezas que forman el grupo de cerámica cuya adscripción cronocultural no puede ser determinada. Solamente dos piezas cerámicas, fabricadas a torno y cocidas en atmósfera oxidante, muestran unas características que permiten vincularlas a la Edad del Hierro. Una de ella se trata de la parte central de una base rehundida, un tipo muy común dentro del registro de la cerámica a torno de la Segunda Edad del Hierro, como hemos visto en el castro de Las Rabas. La otra es un galbo de 4 mm de grosor con leve carena y ambas superficies regularizadas, hacia cuyo exterior se conserva una decoración pintada a base de una línea horizontal (Figura 4.141). Este mismo motivo es recurrente en la producción a torno de la Edad del Hierro en Cantabria existiendo formas carenadas como la I y la II del castro de Las Rabas donde se dispone en el mismo lugar.

4.22.2. Registro material El registro material de esta cavidad al que hemos tenido acceso está compuesto por 96 fragmentos cerámicos. Entre ellos podemos distinguir dos galbos de fabricación moderna, un borde perteneciente a una olla de cerámica común romana que podría relacionarse con los tipos 704 y 711 de Martínez Salcedo (2004), 91 fragmentos de cerámica a mano de difícil adscripción cronocultural, y dos bordes, hallados al exterior de la cavidad, que podrían atribuirse a la Edad del Hierro (Figura 4.142). Ambos han sido fabricados a mano, cocidos en atmosferas reductoras y se les ha regularizado tanto la superficie exterior como la interior. El tipo de borde, en los dos casos, es plano biselado al exterior, desarrollando una tendencia exvasada. La homogeneidad descrita se interrumpe en los cuellos siendo uno de tipo rectilíneo y exvasado y el otro cóncavo y exvasado. A pesar de ello, es posible que ambos bordes, con un diámetro de boca de 17 cm y 18 cm respectivamente, formen parte de una misma vasija cuyo cuerpo, a partir de su arranque, parece tender hacia una forma esférica u ovoidal. Estas características, no sin ciertas cautelas, posibilitan su relación con las formas I, III y IV de la cueva del Aspio, IV del castro de Las Rabas y, de forma más aislada, con la IX de este último yacimiento.

A pesar de citarse restos pertenecientes a una vasija de tipo Brazada, no han sido identificados fragmentos de cerámica a mano que puedan fecharse en la Edad del Hierro. 4.21.3. Cronología El galbo y la base descritos y sus similitudes con los motivos decorativos y las formas I y II de cerámica a torno documentados en el castro de Las Rabas posibilitan, al menos, proponer su datación en la Segunda Edad del Hierro. El uso dado a las vasijas o a la cueva durante este momento nos es desconocido. Si bien se ha propuesto que puedan estar relacionadas con los restos humanos documentados (Morlote et alii, 1996), carecemos de pruebas o contextos que permitan corroborar esta hipótesis, siendo más plausible, por el estado de conservación de los huesos, que los restos humanos y las cerámicas de la Edad del Bronce formen parte del mismo conjunto.

El puñal al que se refieren varios autores se haya en paradero desconocido por lo que no ha podido ser consultado. 4.22.3. Cronología La relación de ambos bordes con las formas I, III y IV de la cueva del Aspio y IV y IX del castro de Las Rabas, permite fechar los fragmentos en la Segunda Edad del 254

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.142. Plano de la cavidad (Fernandez Acebo, 1988) y bordes.

255

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Hierro. Realizar cualquier propuesta acerca del uso que se les dio en la cavidad resulta por el momento, con los datos disponibles, inviable.

un fragmento de arenisca, cinco huesos animales, 14 cerámicas pertenecientes a una producción moderna, 38 fragmentos cerámicos relacionados con orzas troncocónicas con aplicaciones plásticas de finales del Calcolítico o la Edad del Bronce y un borde y un galbo fabricados a mano de difícil adscripción cronocultural. Las dos piezas restantes forman parte de una vasija fabricada a mano y cocida en atmósfera reductora cuyas superficies han sido regularizadas. El borde, de 4 mm de grosor, es de tipo redondeado simétrico con tendencia exvasada y un cuello rectilíneo y exvasado. El fragmento de cuerpo conservado nos permite reconocer aproximadamente la mitad del perfil del recipiente, mostrándonos una vasija cerrada con cuerpo de tendencia esférica. El diámetro de boca obtenido es de 14 cm (Figura 4.143). Esta forma puede ponerse en relación con los tipos IV del castro de Las Rabas y I, III y IV de la cueva del Aspio.

4.23. Cueva de Villegas II 4.23.1. Localización e historiografía La cueva de Villegas II se ubica a 68 m de altitud sobre el paraje denominado Hoya de Villegas, al sur de Cóbreces (Alfoz de Lloredo). Posee dos bocas muy próximas. La de la derecha, de 5,8 m de anchura y 2,5 m de altura, comunica con un vestíbulo de 17 m de longitud tras el que se llega a una sala de grandes dimensiones, desde la que parte una galería descendente. En el vestíbulo una serie de corredores intracomunicados dan paso al vestíbulo de la otra boca, la cual mide 11 m de anchura y 1,5 m de altura, prolongándose a través de una galería de 40 m (Figura 4.143). Sabemos que a comienzos del siglo XX fue explorada por H. Breuil con el objetivo de recuperar fauna prehistórica, aunque no hay constancia de que fuese él quien halló el yacimiento arqueológico del primero de los vestíbulos. Su descubrimiento, junto con las distintas marcas negras, debe atribuirse a los miembros del C.A.E.A.P. que, a mediados de los años ochenta del siglo XX, realizaron una prospección superficial. Entre los distintos materiales recuperados que fueron recuperados destacan fauna, restos humanos, restos malacológicos y parte de una olla globular que es datada en la Edad del Hierro (Muñoz et alii, 1988; Muñoz et alii, 1993; Morlote et alii, 1996: 276; Smith y Muñoz, 2010).

4.23.3. Cronología Los paralelos establecidos con la cueva del Aspio y el castro de Las Rabas permiten sugerir un aprovechamiento de funcionalidad desconocida de la cavidad durante la Segunda Edad del Hierro. Esta aproximación cronológica, sin otros materiales que le sirvan de apoyo, debe de ser tratada con cautela pues las características tanto técnicas como formales del recipiente no se alejan de algunas de las producciones cerámicas tardoantiguas que aparecen en las cuevas de nuestra región (Gutiérrez Cuenca y Hierro, 2012: 188–192).

4.23.2. Registro material

4.24. Cueva de Covará o Covarada

El conjunto de materiales procedentes de la cueva de Villegas II asciende a un total de 65 piezas, a las que debemos de sumar tres bolsas de fauna y dos bolsas con restos malacológicos. Entre las 65 piezas hemos podido identificar un resto humano, dos restos malacológicos,

4.24.1. Localización e historiografía La cueva de Covará o Covarada se alza a 450 m de altitud en la base del Cueto Agero, el cual se localiza al norte de la población de Allende (Cillorigo de Liébana). Posee una

Figura 4.143. Plano de la cavidad (Muñoz et alii, 1993) y vasija.

256

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro y Muñoz, 2010), en la Segunda Edad del Hierro (Valle et alii, 1996: 106) o en torno al cambio de era (Díez Castillo, 1993: 43, fig.8).

boca amplia, de 8 m de altura por 17 m de anchura desde la que se accede a un vestíbulo alterado por la actividad ganadera, de 16 m de longitud en cuya parte izquierda se dispone una gran colada (Figura 4.144). El yacimiento fue descubierto a mediados de la década de los ochenta del siglo XX por miembros del C.A.E.A.P. quienes recogieron en la superficie del vestíbulo diversos materiales arqueológicos. Entre ellos destacan la presencia de restos de fauna de ovicaprinos, sus domesticus y Vulpes vulpes; dos lascas y dos fragmentos de cantos de cuarcita y una hoja de sílex; y diversas cerámicas entre los que debemos señalar dos piezas con decoración impresa a peine y un borde con incisiones lineales y en zigzag (Valle et alii, 1996: 100–102). Estas han servido de base para fechar una de las ocupaciones en una genérica Edad del Hierro (Smith

4.24.2. Registro material El registro de la cueva de Covará o Covarada está formado por 81 piezas. Entre ellas encontramos cuatro fragmentos de cuarcita, una lasca de sílex, 39 restos de fauna y 37 fragmentos cerámicos en los que se incluyen cinco galbos y una base plana pertenecientes a una producción moderna; 26 galbos, un borde y una base fabricados a mano que no poseen ninguna característica que nos permita conocer su adscripción cronocultural; y tres fragmentos que podemos atribuir a la Segunda Edad del Hierro.

Figura 4.144. Plano de la cavidad (Muñoz et alii, 1996a).

257

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) El primero de ellos se trata de un borde fragmentado, de 8 mm de grosor, fabricado a mano, cocido en atmósfera reductora y con ambas superficies regularizadas. Se incluye dentro de los bordes redondeados asimétricos al exterior, con tendencia exvasada muy pronunciada, desarrollando un cuello rectilíneo y exvasado y un cuerpo que podría tomar una forma semiesférica o semiovoidal. El diámetro de la boca alcanza los 14 cm. Gracias a su buen estado de conservación es posible reconocer parte de su perfil, lo que nos sitúa ante una forma abierta tras la que podríamos identificar un vaso. Sobre su superficie se dispone una decoración impresa realizada con dos instrumentos distintos. En la zona interior del labio y bajo el cuello se realizan en líneas paralelas y diagonales impresiones creadas con un peine de siete y seis púas. En el cuerpo, bajo estas, apreciamos dos impresiones mal conservadas ejecutadas con un instrumento desconocido (Figura 4.145, 1). Aparecen una junto a la otra interrumpiéndose por la fractura del galbo, lo que nos indica que formaban parte de una composición lineal horizontal. El uso de impresiones con peine durante la Edad del Hierro en Cantabria solo está documentado en un cuenco del castro de Las Rabas perteneciente a la producción de cerámica a torno. Dentro de la cerámica a mano los ejemplos más próximos nos llevan hacia el cantábrico occidental, en donde se trata de una técnica decorativa de uso común (Marín, 2012). Podemos encontrarla, formando parte de composiciones más barrocas, en el castro de Coaña (Asturias) (García y Bellido, 1941a; Maya, 1986–1987), en el castro de Chao Samartín (Grandas de Salime, Asturias) (Villa, 1999) o en la Campa Torres (Gijón) (Maya y Cuesta, 2001). En este último yacimiento se documentan junto con las impresiones en espiga que aparecen en las ocupaciones prerromanas más modernas de los niveles VII y XII y en la capa superior de la cubeta 3 (Maya y Cuesta, 2001: 192, fig.142, 1, 5 y 7; fig. 143, 2). En Chao Samartín por su parte las vasijas con esta decoración son fechadas entre los siglos II a.C. y I d.C. (Villa, 1999). El ejemplo más cercano del que tenemos noticia procede de una de las tazas o vasos con asa de la cueva de la Zurra (Llanes, Asturias) sobre cuya superficie se dispone un motivo en espiga que circunda la pieza, el cual ha podido ser realizado con impresiones a peine (Arias et alii, 1986; Maya, 1996). Este conjunto ha sido datado en el Segunda Edad del Hierro (Maya, 1996: 290). En el castro de San L.luis esta decoración se ha identificado de forma indirecta al documentarse marcas realizadas con herramientas de cuatro o cinco púas para suturar los colombinos que podrían ser empleadas igualmente para realizar los raspados de las superficies y las impresiones decorativas (Marín y Jordá, 2007: 141).

lineales entre las que se desarrolla un zigzag (Figura 4.145, 2). El uso del zigzag es recurrente a lo largo de la Edad del Hierro aunque, por el momento, no tengamos en Cantabria paralelos para esta composición. En la Campa Torres podemos observarla aplicada bajo el cuello y borde en dos piezas procedentes de la cubeta del sector 6 que son fechadas en la Segunda Edad del Hierro (Maya y Cuesta, 2001: fig. 123, 8 y fig. 127,7).

Los otros dos fragmentos forman parte de una misma pieza fabricada a mano y cocida en atmósfera reductora cuyas superficies han sido regularizadas. A pesar de tratarse de piezas inferiores a los 3 cm de longitud, el perfil documentado nos permite considerar que estamos ante un fragmento de tapadera de diámetro desconocido. Su superficie fue decorada mediante incisiones que circundan la pieza, creando un motivo formado por dos incisiones

4.25.2. Estructuras

4.24.3. Cronología Los únicos elementos que nos permiten realizar una aproximación cronológica son los tres fragmentos cerámicos que hemos individualizado. Aunque a nivel formal resultan inconcluyentes, los motivos decorativos que poseen los ponen en relación con algunas producciones del cantábrico oriental, las cuales son fechadas en la Segunda Edad del Hierro, pudiendo alcanzar hasta la romanización. Esto nos lleva a proponer, por tanto, la existencia de una ocupación o uso de funcionalidad desconocida de la cavidad durante la Segunda Edad del Hierro. 4.25. El castro de la Peña de Sámano y la Cueva de Ziguste 4.25.1. Localización e historiografía El castro de la Peña de Sámano se ubica al sur de la localidad de Sámano (Castro Urdiales), sobre una peña homónima cuya cota más alta alcanza los 333 m. Desde su cima se obtiene un perfecto dominio visual hacia el norte, noreste y este de la desembocadura del río Mioño y las planicies de Sámano y Santullán. Hacia el suroeste y sur su línea visual se ve pronto interrumpida por la línea de cumbres que sirven de divisoria con el valle de Guriezo, destacando el Alto de la Mina (400 m), Monillo (466 m), Ilso de Anguía (597 m), Pajares (608 m) o Ventoso (725 m). Por el sureste se encuentra con La Peña de Otañes (474 m), tras la cual se alzan las cumbres de Otañes (393 m) y el Pico de la Cruz (432 m), para dar paso al valle que crea el río Mioño entre Otañes y Santullán. El yacimiento fue descubierto en 1975 por Félix González Cuadra, realizándose en 1978 una aproximación planimétrica al mismo con la ayuda del Grupo Espeleológico La Lastrilla. En 1992 se publican distintas piezas halladas en el castro, recuperándose más materiales en 1996, el mismo año en el que se inician las excavaciones hasta su finalización en el año 2003 (Molinero et alii, 1992; Bohigas et alii, 1999; 2008).

El poblado, de planta irregular, se extiende a lo largo de aproximadamente 10 ha, ocupando toda la cima, de la cual aprovecha parte de las pendientes como defensas naturales. Allí donde fue necesario se levantaron murallas de más de dos metros de ancho que son descritas como obras contra talud rematadas con un parapeto superior. 258

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.145. 1) vasija con decoración impresa y 2) fragmentos de tapadera.

En el lado norte pueden observarse ambos lienzos con un alzado de 1,6 m y una anchura de 2,4 m y en la defensa sureste uno de los sondeos documentó un ancho desde la base de 3,6 m (Bohigas et alii, 1999). El sistema defensivo se completa con dos accesos principales: la Puerta de La Sanganza y la Puerta de Vallegón. La primera, con el suelo pavimentado con piedras grandes planas y redondeadas de arenisca, se localiza al norte y adquiere forma de esviaje con corredor pronunciado entre la muralla y un posible

bastión. Al oeste se abre la Puerta de Vallegón consistente en una abertura en la muralla de 1,75 m de anchura por 4,7 m de longitud con el suelo pavimentado. Esta se ve auxiliada a su vez por dos portillos externos, el Portillo Alto y el Portillo Bajo, creando así un espacio entremuros, posiblemente auxiliado por bastiones, que controlaría el acceso a la puerta principal (Bohigas et alii, 1999; Bohigas y Unzueta, 2000; Bohigas et alii, 2008; Bohigas y Unzueta, 2009) (Figura 4.146). 259

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.146. Plano del castro (Bohigas y Unzueta, 2000). 1) puerta de la Sanganza; 2) puerta de Vallegón y 3) cueva de Ziguste.

Al interior del castro se han documentado distintas estructuras de hábitat, en concreto fondos de cabaña de planta circular, elíptica o con esquinas redondeadas. Sus paredes, levantadas con entramados vegetales recubiertos con conglomerados de pared, se apoyan en zócalos pétreos. Una de ellas, de planta circular irregular, fue excavada íntegramente, descubriéndose dos hogares superpuestos, uno excavado en el suelo y otro central sobre la roca madre. Algunas de las estructuras identificadas parecen articularse en torno a una calle que sugiere la existencia de un cierto urbanismo en el poblado (Bohigas et alii, 1999; 2008; Bohigas y Unzueta, 2009). Junto a estos restos constructivos existen referencias hacia la existencia de postes de madera que pudieran responder a estructuras íntegramente fabricadas con materiales orgánicos, las cuales son vinculadas a una fase antigua del castro (Bohigas y Unzueta, 2009).

4.25.3. Registro material

Intramuros encontramos también la cueva de Ziguste, la cual posee dos pequeñas bocas y una única sala de 73 m2 con una altura media de unos 2 m (Figura 4.147). Del entorno de su boca proceden una punta de lanza, un regatón, una punta de dardo, diez fragmentos cerámicos, cinco restos de fauna, 50 malacológicos, dos falanges y una fíbula catalogada como de tipo La Tène IIIB (Molinero et alii, 1992; Bohigas et alii, 1999; Molinero, 2000: 199–202).

A la fíbula de la cueva de Ziguste, por el contrario, sí hemos tenido acceso. Se trata de un ejemplar de fíbula de apéndice caudal o de la Tène incluida en el grupo 8 de Argente, concretamente en el subtipo 8B correspondiente a las fíbulas de La Tène II, diferenciadas respecto a las piezas de La Tène I por sujetar en la parte alta del puente la prolongación del pie (Argente, 1994: 89). La pieza, fragmentada, posee una longitud de 3,6 cm y una altura de 2,5 cm. Conserva parte del puente, la cama para la aguja

Los materiales que conforman el registro del castro de la Peña de Sámano, al tratarse de un yacimiento en estudio, no han podido ser consultados. Es por ello que solamente podemos hacer referencia a las escasas noticias existentes que nos hablan de la recuperación de un cuchillo y un fragmento de hoz en un fondo de cabaña, molinos circulares, afiladeras, piezas de sílex, cerámica a mano, cerámica celtibérica o tardoceltibérica, cerámica común romana, lanzas, una fíbula de torrecilla y varias de aro sin resorte “omega”, un posible extremo de torques, pulseras y un pendiente de bronce (Molinero et alii, 1992; Bohigas et alii, 2008; Bohigas y Unzueta, 2009). El único objeto sobre el que se ha realizado un estudio monográfico es una fusayola con una decoración en una de sus caras a base de cuartos crecientes realizados mediante punteado (Bohigas et alii, 2003) (Figura 4.148, 2).

260

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.147. Plano de la cavidad (Molinero, 2000).

Figura 4.148. 1) fíbula y 2) fusayola (Bohigas et alii, 2003).

4.25.4. Cronología

y la prolongación del pie doblada hacia el interior. La fractura no permite apreciar el contacto entre el puente y la prolongación, algo que se deduce por su desarrollo. El remate de la prolongación, de tendencia rectangular de 1,9 cm × 1,3 cm y con un extremo redondeado, muestra una doble decoración a base de una moldura en su parte distal y cuatro incisiones oblicuas en forma de V (Figura 4.148, 1). J.L. Argente (1994: 94) fecha este modelo entre el año 300 a.C. y finales del siglo I a.C.

A lo largo de estos años se han dado a conocer cuatro dataciones absolutas de termoluminiscencia. Una de ellas fue realizada sobre un fragmento cerámico hallado en un agujero de poste, proporcionando una datación de 2800±280 (Bohigas et alii, 2008). Las tres restantes dataron piezas procedentes de contextos indígenas en las que también se documentan materiales romanos, obteniéndose 261

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) fechas de 2000±20% BP (Bohigas y Unzueta, 2009). Esto ha llevado a plantear para el yacimiento una cronología que hunde sus raíces en la Edad del Bronce hasta alcanzar la época romana (Bohigas et alii, 1999; 2008; Bohigas y Unzueta, 2009). De esta forma las estructuras de postes se vincularían con los momentos más antiguos mientras que las cabañas con zócalos consideran que pertenecerían a la Segunda Edad del Hierro y a los primeros años del cambio de era. Algunos de los materiales parecen confirmar esta interpretación, como es el caso de la cerámica prerromana, la cerámica común romana y las fíbulas de torrecilla, de aro sin resorte “omega” y de La Tène II.

En Cantabria contamos con paralelos procedentes del castro de Las Rabas (Cervatos) (Bolado y Fernández Vega, 2010a: 420, fig. 15), la cueva de Cofresnedo (Matienzo, Cantabria) (Ruiz y Smith, 2001: 123) y Retortillo, todos ellos pertenecientes a la Segunda Edad del Hierro o inicios del cambio de era, lo que nos permite proponer, no sin cierta cautela, que la cuenta de Hinojedo pueda ser fechada en la segunda mitad del ultimo milenio antes de Cristo. 4.26.2. El Castro de El Cincho (Santillana del Mar) Desde el año 2014, y en sucesivas campañas, se está trabajando sobre este enclave costero situado a 271 m de altitud, cuyo anillo defensivo interior delimita un recinto de 3,58 ha, ampliándose a 6 ha si incluimos la defensa externa dispuesta en las zonas más accesibles (Mantecón y Marcos, 2014; Marcos y Mantecón, 2016). La excavación de la muralla principal posibilitó la diferenciación de dos fases constructivas. La defensa más antigua, con una anchura de 3,78 m, consta de dos paramentos de mampostería rellenos de arcilla, tierra y, más escasamente, piedra, apoyándose el exterior en la roca madre y el interior sobre arcillas. El protagonismo de la arcilla y tierra en el relleno de la muralla lleva a interpretarla como un murus gallicus a pesar de no hallar restos de las maderas que conformarían la estructura interna (Mantecón y Marcos, 2014: 162–163; Marcos y Mantecón, 2016: 14–22). El hallazgo de algunos materiales entre el lapiaz natural hacen sugerir que este estuviera al descubierto durante la ocupación del recinto y funcionase de defensa auxiliar a modo de campo de piedras hincadas (Mantecón y Marcos, 2014: 164–165; Marcos y Mantecón, 2016: 9). Sobre esta primera muralla se levanta una segunda defensa de 2,5 m de anchura construida con un doble paramento pétreo, del que solo se conserva la base y el relleno de piedra y tierra. El escaso derrumbe incita a pensar que su parte superior fue alzada con material orgánico (Mantecón y Marcos, 2014: 165; Marcos y Mantecón, 2016: 22–25). La muralla externa, por su parte, estaría formada por un lienzo exterior y uno interior terraplenado. En cuanto a los accesos el único apreciable se observa al noroeste, adquiriendo forma de un pronunciado esviaje (Marcos y Mantecón, 2016: 25–26).

4.26. Otros yacimientos y hallazgos 4.26.1. La cuenta oculada de Hinojedo Entre 1993 y 1994 se llevó a cabo una campaña de excavaciones en el yacimiento de El Castro (Hinojedo, Suances) que permitió documentar una zona de hábitat calcolítica (Ontañón, 1995; 2000). De forma aislada y descontextualizada se recuperaron piezas líticas del Paleolítico superior, cerámica medieval, una moneda de 1870, varios clavos de hierro y una cuenta oculada que podemos agrupar en el tipo A de Eisen (Ruano, 1995: Fig. 4), aunque no se dispongan los ojos en una fila regular (Figura 4.149).

Al ser un yacimiento en estudio a fecha de la redacción de esta investigación, no se ha podido acceder a los materiales del mismo. No obstante, en base a los artículos publicados, debemos señalar el hallazgo en 1953 de las dos piezas pertenecientes a un molino circular que es considerado de la Edad del Hierro, al que se unirían nuevas piezas procedentes de las recientes prospecciones realizadas (Mantecón y Marcos, 2014: 167; Marcos y Mantecón, 2016: 29–31). La producción cerámica se define como mayoritariamente fabricada a mano, destacando entre ella un borde perteneciente a una olla de cerámica común romana (Mantecón y Marcos, 2014: 167–168; Marcos y Mantecón, 2016: 32–33). Dentro de las piezas de hierro se ha puesto énfasis en un aplique para sujeción y suspensión de las correas de una caetra de unos 90 cm de diámetro

Figura 4.149. Cuenta oculada de Hinojedo.

262

 Yacimientos de la Segunda Edad del Hierro

Figura 4.150. Anilla y placas (Dibujo Mantecón y Marcos, 2014: 169).

que estaría fabricada con madera de fresno (Mantecón y Marcos, 2014: 168–184; Marcos y Mantecón, 2016: 33–42; Mantecón y Marcos, 2018) (Figura 4.150). Fue recuperada bajo el derrumbe de la muralla más reciente, concretamente cerca de la interfaz 1–2, a techo del horizonte 2, que se relaciona con la segunda fase constructiva. La datación de un carbón del cercano nivel 2 respecto a las piezas ha proporcionado una fecha de 2220±30 (Beta-438063), cuya calibración a dos sigma nos sitúa entre el 385 y el 197 cal BC, lo que podría ser considero como terminus ante quem tanto para los elementos de sujeción del escudo como para la primera fase de la muralla (Mantecón y Marcos, 2014: 183–184).

único indicio que nos permite saber que la prolongación se unía a este, permitiéndonos proponer a su vez su inclusión dentro del tipo 8A de Argente (1994:84–95) y, muy probablemente, en el tipo 8A2, el cual fecha entre la segunda mitad del siglo IV a.C. y la primera mitad del siglo II a.C. Una fecha coherente con los paralelos de la Segunda Edad del Hierro del castro de Las Rabas que hemos analizado con anterioridad aunque, ante la falta de un contexto arqueológico, no podemos descartar que pueda tratarse de una pervivencia del periodo, un objeto que pudo estar aun en uso tras la conquista romana.

Es necesario esperar a los nuevos resultados de las excavaciones para poder ahondar en las distintas fases de ocupación y su registro material asociado.

En 1996 E. Peralta y A. Ocejo (1996: 34) dieron a conocer una fíbula, clasificada como de torrecilla, procedente, junto con algunos fragmentos cerámicos de cerámica oxidante a torno muy rodados, de una topera. La pieza, de 5,4 cm de longitud y una altura de 3,9 cm, está formada por un puente de perfil y sección semicircular de 13,9 mm × 5,2 mm. La prolongación del pie, de 2,8 cm × 1,8 cm, adquiere forma de torre cónica, muy próxima al puente pero sin tocarlo. Conserva la cama para la aguja y el extremo con forma de argolla destinado al pasador para el resorte. Toda la pieza está profusamente decorada. Sobre el puente se disponen en los laterales y en su parte central, a modo de nervio, tres filas de esferas que lo recorren, las cuales son empleadas igualmente para rematar la torre. En ambas zonas se aprecian también decoraciones lineales dispuestas de forma longitudinal en el puente entre las líneas de esferas, y vertical en la torre. Conserva la cama para la aguja y el extremo perforado para el resorte (Figura 4.152). La pieza se incluye en el tipo 8A2 de Argente (1994: 84–95) en el cual se incluyen las fíbulas de apéndice caudal o La Tène cuya prolongación del pie está representada por una torre.

4.26.4. La fíbula de Cueto del Agua

4.26.3. Fíbula de Monte Mijedo (Santoña) En el año 2018 fue depositada en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria un fragmento de fíbula hallada en la zona del Astrón de Monte Hijedo (Santoña). La pieza se trata de un puente de perfil semicircular de 3,7 cm de longitud y 2,4 cm de altura que desarrolla una aleta a ambos lados de un pronunciado nervio central, otorgándole una sección con forma de sombrero de 22,2 mm × 9,3 mm (Figura 4.151). Su superficie muestra una decoración en ambos lados a base de una línea longitudinal que discurre por la parte alta del puente y una composición de círculos troquelados situados principalmente en la aleta. Hacia el extremo donde se localizaría el resorte conserva la mitad superior del vano por el que se dispondría el pasador. En el lado opuesto ha desaparecido el pie y la prolongación del mismo. Un rebaje en la parte inferior del puente es el 263

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 4.152. Fíbula de Cueto del Agua (Dibujo Peralta, 2003: 77).

carácter funerario (Serna, 2010: 250). Hasta ahora no se ha realizado ninguna excavación en el entorno que permita confirmar ninguna de las hipótesis por lo que debemos tratarlo como un hallazgo casual.

Figura 4.151. Fíbula de Monte Mijedo.

Para este autor debe fecharse entre mediados del siglo IV a.C. y finales del II a.C. (Argente, 1994: 93), una propuesta que es compartida por E. Peralta y A. Ocejo (1996: 34), siendo llevadas con posterioridad a los siglos II-I a.C. (Peralta, 1999a: 210; Peralta et alii, 2000: 289–290). La fíbula ha sido puesta en relación con el castro de Cueto del Agua o Ceja de Las Lombas (Arenas de Iguña), del cual se han destacado sus defensas y las estructuras tumulares interiores (Arredondo, 1976–1977: 551–552; Peralta y Ocejo, 1996: 32–34). En base a ella y a los posibles fragmentos de cerámica oxidante a torno, ha sido fechado en la Segunda Edad del Hierro (Peralta y Ocejo, 1996: 34; Peralta, 1999a: 210; Peralta et alii, 2000: 289– 290; Serna, 2010), considerándose la posibilidad de que la fíbula proceda de uno de los túmulos, pudiendo tener un 264

5 La cultura material de la Primera Edad del Hierro en Cantabria (VIII a.C.–V/IV a.C.) 5.1. La cerámica de la Primera Edad del Hierro

interiores carezcan de tratamiento alguno. Por el momento no disponemos de la información suficiente para establecer una relación entre funcionalidad y tratamiento superficial, aunque el bruñido y espatulado nos permiten sugerir su empleo con el fin de cerrar los poros de la superficie y favorecer el contenido de líquidos (Orton et alii 1997: 146). Las evidencias de bruñido y espatulado que hemos podido analizar no desarrollan motivos decorativos, por lo que debemos desechar la finalidad ornamental.

5.1.1. Rasgos tecnológicos El conjunto cerámico de la Primera Edad del Hierro analizado está compuesto por un solo tipo de producción formada por 11.621 fragmentos. Todo ellos, como se aprecia en las trazas dejadas durante su manufactura, han sido fabricados a mano. Los grosores de los bordes nos proporcionan unas medias que oscilan entre los 9,6 mm y los 11 mm, sirviendo de excepción la media de 6,5 mm obtenida en El Ostrero. En los cuellos este dato solamente se ha podido extraer de los yacimientos del Alto de La Garma, Argüeso-Fontibre y La Lomba, distribuyéndose las medias entre los 6 mm y los 8,05 mm. Las bases, por su parte, conservan unos grosores cuyas medias oscilan entre los 9,6 mm y los 11,6 mm (Tabla 5.1).

5.1.2. Rasgos morfológicos Dentro del conjunto de la producción el 92% (n=10.700) lo conforman los galbos. Los bordes representan el 5% (n=579) del conjunto, las bases el 1,9% (n=221) y los cuellos el 1% (n=115). Las asas están representadas en cuatro ocasiones y contamos con un único ejemplo de tapadera y una sola vasija de la que se conserva el perfil completo.

La atmosfera de cocción empleada mayoritariamente es la alternante, identificándose en el 72,7% (n=8443) de las piezas, mientras que la reductora se documenta en el 27,1% (n=3151) de ellas. Las evidencias de fragmentos cerámicos sometidos a cocciones oxidantes son casi inexistentes quedando relegados a un 0,2% (n=27). Esta distribución resulta coherente con el uso de hornos sencillos de una sola cámara y abiertos que, ocasionalmente, pudieran estar excavados en el suelo con el fin de obtener unos mejores resultados reductores. En ellos el fuego entra en contacto directo con las piezas, alcanzado temperaturas de entre 600º y 850º y otorgando a los recipientes coloraciones irregulares (Olaetxea, 2000). La sencillez y ausencia de estructuras en este tipo de horno, como se ha apreciado a nivel etnoarqueológico, hace que su identificación resulte muy esquiva, (González Urquijo et alii, 2001). Así mismo nos lleva a considerar estas producciones como algo local, a modo de lo que sucede en el País Vasco y Asturias (Olaetxea, 2000; Marín, 2012).

En los bordes empleados durante esta fase existe un claro predominio de los de tipo plano, los cuales representan el 60,1% (n=348) del total. Entre ellos hay una preferencia por los bordes planos horizontales (n=152) y planos horizontales con engrosamiento hacia el exterior (n=127). En menor medida se usan los bordes planos biselados al exterior (n=53) y, más testimonialmente, aparecen los biselados hacia el exterior con engrosamiento (n=10), los planos horizontales con engrosamiento al interior (n=4) y los biselados al interior (n=2). Los bordes redondeados suponen el 30,9% del total siendo mayoritarios los redondeados simétricos (n=165); los tipos asimétricos al interior y exterior están representados en cuatro y diez casos. Los bordes vueltos hacia el exterior alcanzan el 6,4% de la población (n=37) mientras que, de forma más aislada, encontramos ejemplos de bordes cóncavos simétricos (n=2) y apuntados (n=3). Solamente en nueve piezas no pudo ser determinado el tipo.

En lo referente a los tratamientos superficiales, el regularizado es el que adquiere mayor protagonismo, aplicándose en el 81,2% (n=9103) de las superficies exteriores y en el 80,3% (n=9001) de las interiores. El raspado se identifica en el 3,5% (n=388) de las superficies exteriores y en el 2,6% (n=287) de las interiores. El bruñido, por su parte, aunque escaso, lo documentamos en 0,7% (n=81) de las superficies exteriores y en el 0,1% (n=13) de las interiores, mientras que el espatulado (cuatro superficies exteriores y siete interiores) y la combinación de raspado y regularizado (una superficie interior) son casi anecdóticos. Resulta singular que un 14,6% (n=1636) de las superficies exteriores y un 17% (n=1904) de las superficies

La tendencia más comúnmente aplicada en los bordes es la exvasada (56,9%) y recta (40,9%), quedando relegada la entrante a un escaso 2,2%. El 45,4% de los bodes planos son exvasados, concentrándose esta tendencia sobre todo en los bordes planos horizontales (n=39), en los bordes biselados al exterior (n=25) y en los bordes con engrosamiento al exterior (n=18); un solo caso fue identificado en un borde biselado con engrosamiento al exterior. Los bordes redondeados conservan esta tendencia en el 75,7% de los casos, estando representada fundamentalmente en los bodes redondeados simétricos (n=46) y, de forma testimonial, en los asimétricos al interior y exterior con 265

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Tabla 5.1. Grosores por parte morfológica (mm)

en las bases (1,1%) y en las asas (0,8%). Las técnicas documentadas son la impresión (53,2%) y la incisión (43,7%), combinándose ambas en ocho ocasiones (3,1%). La impresión está representada casi exclusivamente por digitaciones (94,3%), las cuales suelen disponerse de forma lineal; las ungulaciones apenas alcanzan una proporción del 3,6% mientras que las impresiones de tendencia oval realizadas con la punta de un instrumento desconocido suponen el 2,1% (Figura 5.2). La incisión desarrolla mayoritariamente motivos lineales (86,6%), ya sean verticales, horizontales o diagonales. Las incisiones en V y en zigzag no superan el 6,2% mientras que los motivos que dibujan espigas y aspas aparecen en un fragmento cada uno. Ligeramente superior -4,5%- es la proporción que alcanzan los motivos incisos complejos que dan forma a composiciones geométricas o ajedrezados (Figura 5.2). La combinación de técnicas solamente se aprecia en el 3% del conjunto, predominando la combinación de incisiones lineales y digitaciones (87,5%) frente a las incisiones lineales y ungulaciones (12,5%) (Figura 5.2).

Primera Edad del Hierro Borde D.T.

Cuello

D.T.

Base

D.T.

3,77

8,05

2,12

10,53

3,26

6,5

1,9





11,6

2

ArgüesoFontibre

9,6

3,6

7,9

2,2

11,5

3

Lomba

9,9

3,9

6

0,5

9,6

3

Gurugú

11

5,06





10,25

2,5

Castilnegro

10

3,79





10

2,42

Alto de la Garma

9,94

Ostrero

dos ejemplos cada uno. Una proporción similar, 68%, la hallamos entre los bordes vueltos hacia el exterior, siendo la única que muestran los bordes apuntados y uno de los tres bordes cóncavos simétricos. La tendencia recta la encontramos en el 53% de los bordes planos distribuyéndose mayoritariamente entre los bodes planos con engrosamiento al exterior (n=46) y los planos horizontales (n=36); ocho casos se recogen en los biselados al exterior con engrosamiento, cuatro en los biselados al exterior, dos en los biselados al interior y uno en un borde plano horizontal con engrosamiento al interior. Entre los bordes redondeados supone el 19,7%, siendo los simétricos los que más ejemplares la conservan (n=11) en comparación con los asimétricos al interior (n=1) y exterior (n=1).

Motivos como las digitaciones, ungulaciones e incisiones lineales o en espiga podemos considerarlos elementos heredados de la Edad del Bronce (Camino y Viniegra, 1999: 242). Las composiciones complejas a base de ajedrezados, aspas o formas que tienden al barroquismo pudieran igualmente dirigir sus raíces hacia el Bronce final, sin descartar su origen en la Primera Edad del Hierro. Así encontramos claros paralelos en el Cerro de San Antonio (Madrid) (Blasco et alii, 1991: 33, 75, 81, 119) fechado entre los siglos VIII-VI a.C.; en el yacimiento del Bronce Final-Primera Edad del Hierro de Las Camas (Villaverde, Madrid) (Agustí et alii, 2012: fig. 21 y 22) o en el Palomar de Pintado (Toledo) de la Primera Edad del Hierro (Carrobles y Pereira, 2012: figs. 6 a 8, 11 y 12). Al Hierro I responden también los ejemplos de Torrique (Noblejas, Toledo) (Urbina, 2015: fig. 5) y del norte del Jucar (Soria y Mata, 2001–2002), mientras que la pieza con un aspa incisa hallada en Cabezo del Lugar (Teruel) remite a momentos transicionales (Díaz et alii, 2011: fig. 4 y 5). En el norte peninsular destacan las composiciones de la Primera Edad del Hierro de Dessobriga (Osorno y Melgar de Fernamental, Palencia y Burgos) (Misiego et alii, 2003: 60 y 62) las cuales, como en Argüeso-Fontibre, tienden a ocupar gran parte del recipiente.

Por su parte los seis casos de tendencia entrante se reparten entre los bordes redondeados simétricos (n=3), dos bordes planos con engrosamiento al exterior y un borde plano horizontal. Dentro de los cuellos existe una cierta variabilidad siendo los más frecuentes los cuellos rectilíneos exvasados (53,4%). Tras ellos, proporcionalmente, encontramos cuellos cóncavos exvasados (20,4%), rectilíneos verticales (18,4%) y cóncavos verticales (7,8%). Las bases utilizadas en la Primera Edad del Hierro son todas de tipo plano, existiendo una preferencia por las planas simples (45,5%, n=101) y las planas de perfil ondulado (27,9%, n=62). Un 11,7% responde a las bases planas de pie indicado (n=25) y siete representan al grupo de bases planas con fondo rehundido y pie indicado.

El análisis de la relación entre técnicas decorativas y las partes morfológicas permite observar en los bordes un predominio de la impresión (62,6%) frente a la incisión (33,7%). Las digitaciones seriadas dispuestas en y bajo el labio son el motivo más común (60,7%) seguido por las incisiones lineales (29,4%), las cuales de forma paralela se disponen en los labios. Más infrecuente es hallar en los bordes ungulaciones (n=2), incisiones en V (n=6), en espiga (n=1) o impresiones ovaladas (n=1). La combinación de motivos en esta parte morfológica permite observar en un caso la presencia de incisiones lineales y ungulaciones, disponiéndose las primeras bajo el borde y las segundas en el labio, y, en cinco casos, digitaciones e incisiones lineales: las digitaciones habitualmente ocupan

Las únicas cinco asas existentes, procedentes del castro de Argüeso-Fontibre, desarrollan secciones circulares (n=2) y rectangulares (n=3). 5.1.3. Rasgos decorativos Las piezas que han sido decoradas constituyen un 2,3% (n=263) del total de la producción cerámica de la Primera Edad del Hierro. En todos los casos la superficie trabajada es la externa, concentrándose los motivos en los bordes (62%) y en los galbos (36,1%), con escasos ejemplos 266

 La cultura material de la Primera Edad del Hierro en Cantabria (VIII a.C.–V/IV a.C.)

Figura 5.2. Motivos decorativos

la superficie del labio disponiéndose los motivos incisos bajo él, salvo en un caso en el que se invierte este orden.

e incisiones lineales. Las únicas tres bases decoradas cuentan con digitaciones seriadas próximas al final de la pieza mientras que en dos asas se aprecian incisiones lineales y la combinación de estas con digitaciones.

En los galbos el motivo decorativo más empleado son las incisiones lineales (51%) documentándose digitaciones en el 35,1% de los casos. Las incisiones complejas se identifican en el 5,3% de los galbos decorados, las ungulaciones en el 3,2%, las impresiones de tendencia ovalada en el 2,1% y, en proporciones del 1,1%, las incisiones en aspa, en V y la combinación de digitaciones

5.1.4. Funcionalidad Una de las características recurrentes del registro perteneciente a la producción cerámica de la Primera Edad del Hierro es alto grado de fragmentación, lo que 267

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) complica la reconstrucción de perfiles completos y nos obliga a extraer los datos para afrontar este apartado de algunas de las partes morfológicas. Un total de 58 bordes nos han permitido conocer el diámetro de boca de la vasija a la que pertenecieron, oscilando este entre los 6 cm y los 63 cm. Las mayores concentraciones las encontramos en los tramos 11–15 cm (n=14) y 31–35 cm (n=10), con seis ejemplares en el tramo 36–40 cm y cinco en los tramos 16–20 cm, 21–25 cm, 26–30 cm y 46–50 cm. Menos representación encontramos en el resto de rangos con dos piezas en el tramo 6–10 cm y 41–45 cm, tres en el tramo 51–55 cm y una en el tramo 61–65 cm. En las bases, por su parte, el diámetro obtenido en 46 de las piezas oscila entre los 5 cm y los 34 cm, si bien la mayoría se disponen entre el tramo 6–10 cm (n=28) y 11–15 cm (n=11). En el tramo 1–5 cm hallamos tres piezas, dos en el tramo 16–20 cm y una en el tramo 21–25 cm y 31–35 cm.

• Forma 1. Tapaderas. Contamos con un solo ejemplar de borde plano procedente de Argüeso-Fontibre. • Forma 2. Taza o jarra. Nuevamente contamos con un único ejemplar procedente de Argüeso-Fontibre compuesto por un borde biselado al exterior de tendencia exvasada con un diámetro de boca de 8 cm. Posee un asa de sección con tendencia rectangular sobre cuya superficie se disponen motivos decorativos inciso-lineales. • Forma 3. Vasos o cuencos. Recipientes abiertos con bordes de tendencia exvasada de tipo variable. El único fragmento de cuerpo conservado apunta hacia una tendencia semicircular. Las bases no se conservan en ninguno de los casos analizados y los diámetros de boca oscilan entre los 7 cm y 21 cm. Encontramos ejemplos en los castros de Argüeso-Fontibre y Castilnegro. • Forma 4. Se trata de platos grandes o escudillas de los cuales solamente poseemos un borde procedente de Argüeso-Fontibre. Este, de tipo redondeado simétrico, posee una tendencia exvasada que crea una forma abierta cuyo diámetro de boca asciende a 34 cm. • Forma 5. Platos. Siete son los bordes que pudieran dar cuerpo a esta forma, similar a la anterior, pero que hemos individualizado al no conocer sus diámetros y poder formar parte tanto de platos, fuentes como de

A nivel formal son escasos los recipientes que conservan el perfil completo debiendo tomar como base los datos presentados y el desarrollo gráfico de las piezas para realizar una propuesta tipológica. Gracias a ello hemos podido diferenciar un total de 14 formas entre las cuales el 77,7% de los recipientes identificados son cerrados y el 23,3% abiertos (Figura 5.3):

Figura 5.3. Formas cerámicas

268

 La cultura material de la Primera Edad del Hierro en Cantabria (VIII a.C.–V/IV a.C.)











escudillas; si bien hemos optado por denominar al grupo como platos. Todos proceden del registro del castro de Castilnegro. El tipo de borde empleado es plano horizontal y redondeado simétrico. Solamente uno posee una decoración a base de líneas incisas oblicuas. Forma 6. Vasija caracterizada por contar con un borde redondeado simétrico exvasado de corto recorrido, con un cuello ligeramente cóncavo desde el que arranca un cuerpo de tendencia esférica. El único ejemplar documentado procede del enclave de Argüeso-Fontibre y cuenta con una boca de 14 cm de diámetro. Forma 7. Crisol. De estos recipientes destinados a la actividad metalúrgica poseemos cuatro fragmentos, tres procedentes del Alto de la Garma y otro recuperado en el castro de Castilnegro. Todos ellos se caracterizan por poseer unas gruesas paredes y por la conservación en la cara interna de burbujas dejadas por la colada, así como por contener restos del metal trabajado. En el caso de Castilnegro se ha podido reconocer su perfil completo, lo que nos permite apreciar que estamos ante un recipiente ligeramente cerrado con un borde redondeado asimétrico al interior y una base plana con pie indicado. El diámetro de boca y de base no ha podido ser determinado. Forma 8. Vasijas de bordes redondeados simétricos y tendencia exvasada que dan lugar a formas cerradas y cuerpos que parecen tender hacia formas esféricas u ovoidales. Los diámetros de boca oscilan entre los 12 cm y 14 cm. Este grupo está compuesto por dos vasijas procedentes del yacimiento de El Ostrero y cuatro recuperadas en Argüeso-Fontibre. Forma 9. Recipientes con bordes de tipo variado con tendencia exvasada cuyo arranque del cuerpo nos permite saber que estamos ante formas cerradas. La disociación con el grupo anterior radica tanto en la ausencia de uniformidad en el tipo de borde empleado como en el diámetro de la boca. En este grupo esta medida oscila entre los 28 cm y los 63 cm, lo que nos sitúa ante vasijas de mediano y gran tamaño que pudieran haber sido destinadas al almacenaje. En total son once los fragmentos que componen esta forma, todos procedentes de Argüeso-Fontibre, cinco de los cuales pueden relacionarse entre sí, bien como parte de una misma pieza o como un subtipo dentro de esta forma. Este estaría caracterizado por poseer un borde plano biselado al exterior, una boca de entre 34 cm y 50 cm de diámetro y una decoración dispuesta bajo el borde y en el cuerpo a base de incisiones combinadas de motivos en zigzag verticales sobre líneas horizontales, bajo las que hay formas espigadas. Forma 10. Vasijas de borde ligeramente exvasado y cuello poco pronunciado que pudieran desembocar en cuerpos con tendencia troncocónica. Este grupo está formado por cuatro ejemplares procedentes del castro de Argüeso-Fontibre a los que se podría añadir un quinto documentado en Castilnegro. Los diámetros de boca oscilan entre los 30 cm y 45 cm, propios de formas cerradas de gran tamaño, posiblemente vinculadas al almacenaje. Dos muestran digitaciones









bajo el labio y sobre este; un tercero ha sido decorado con incisiones en zigzag paralelas en el labio y su interior, motivo que se repite en el cuerpo separado por líneas incisas horizontales; y la pieza de Castilnegro desarrolla una decoración de líneas incisas paralelas en el labio y dos series de ungulaciones paralelas bajo el borde. Forma 11. Recipientes que, aun no pudiendose identificar su perfil completo, cuentan con unos bordes cuyas características comunes nos llevan a agruparlos. Se trata de bordes planos en sus distintas variantes con una tendencia entrante que da lugar a formas cerradas. Sus diámetros oscilan entre los 16 cm y 52 cm, lo que nos indica que seguramente fueron vasijas con funcionalidad múltiple (mesa, almacenaje, etc.). De las cuatro piezas que componen esta forma, procedentes todas del yacimiento de Argüeso-Fontibre, tres han sido decoradas con digitaciones en el labio. Forma 12. Vasijas cerradas de borde redondeado simétrico con cuerpo aparentemente de tendencia semiesférica. Esta forma está compuesta por dos fragmentos pertenecientes a una misma pieza para los que ha sido imposible determinar el diámetro de boca. A. Valle no obstante considera que una de ellas pudo contar con una boca de 20 cm de diámetro (Valle y Serna, 2003: fig. 4; Valle, 2010: fig. 7). Forma 13. Grupo compuesto por siete bordes hallados en Argüeso-Fontibre cuyas características comunes nos permiten agruparlos en esta forma. Posee bordes planos y redondeados con una tendencia siempre vertical, al igual que los cuellos, que crean formas cerradas. El diámetro de las bocas oscila entre los 20 cm y los 53 cm, por lo que las vasijas pudieron destinarse a diversos usos. En cuatro de las piezas se observa una decoración a base de digitaciones, disponiéndose en el labio, bajo él, o en ambas partes. Forma 14. Esta forma se haya únicamente representada por dos galbos recuperados en Argüeso-Fontibre tras lo que se esconde una forma con tendencia troncocónica que, en el caso del fragmento carenado, se transforma en bitroncocónica. Ambas cuentan con decoración incisa, documentándose motivos de bandas de líneas diagonales con direcciones opuestas, y una figura geométrica de un aspa rellena de líneas incisas paralelas bajo una línea incisa horizontal, que es enmarcada por líneas verticales para dar paso a una nueva escena desconocida. Los cuerpos tienen un diámetro de 26 cm y 36 cm

Dentro del conjunto cerámico resta mencionar la presencia de ocho fichas realizadas a partir del reaprovechamiento de galbos de vasijas. Estos fueron perforados por la parte central y vieron sus bordes rebajados hasta adquirir la pieza una forma redondeada. Sus dimensiones varían entre el centímetro de altura y los 3 cm. En cuanto a su funcionalidad este tipo de objetos suele relacionarse con la actividad textil, disponiéndose en el extremo de los husos a modo de tope (Torres Martínez, 2011: 190–191), como se aprecia en algún ejemplar de La Custodia (Viana, Navarra) (Cruz, 1999–2000: 123). 269

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 5.2. La metalurgia

IV a.C. (Valle, 2008; 2010: 478–480). Esto hace plausible que el pasador pueda ser fechado en ese momento lo que resultaría coherente, como en el yacimiento campurriano, con el resto del registro material, especialmente las colecciones cerámicas. Pasadores en T de tipo C con fechas similares los hallamos igualmente en los momentos más antiguos de la Campa Torres (Gijón, Asturias), concretamente en el estrato VII del sector XX, el cual está fechado entre los siglos VI-V a.C. (Maya y Cuesta, 2001: 124–126). Otras tres han sido documentados en el poblado de la Primera Edad del Hierro del Picu Castiellu de la Collada (Siero, Asturias), que es situado en la fase Ib de Marín (Maya y Escortell, 1972: 44–45; Maya, 1983–1984: 194. Marín, 2011: 242).

Los objetos metálicos dentro del registro de materiales de los yacimientos de la Primera Edad del Hierro son sumamente escasos ascendiendo a un total de 66 piezas de bronce y 15 de hierro. Este protagonismo que adquiere el bronce se debe sin lugar a dudas a que la metalurgia del hierro y la generalización de su uso no se produce hasta finales de esta fase o comienzos de la siguiente. En la meseta Norte este proceso tiene lugar en el siglo VI a.C. (Álvarez et alii, 2016: 156–157) mientras que, para la región cantábrica, aun existiendo piezas más antiguas como el puñal de antenas de Os Castros de Taramundi (Asturias), el puñal de Chao Samartín (Grandas de Salime, Asturias), el punzón de la Campa Torres (Asturias), las barritas de El Castillo de Camoca (Asturias) o el clavo y piezas indeterminadas de Buruntza (San Sebastián, Guipúzcoa), se considera actualmente el siglo IV a.C. como el momento de su adopción. El origen de las piezas de hierro adscritas a momentos más antiguos se explica por los contactos que pudieron mantenerse con otros núcleos de población a través de las rutas atlánticas del metal o de los valles del Ebro y del Duero (Villa, 2002a: 153; Fanjul y Marín, 2006; Villa et alii, 2008: 787; Camino y Villa, 2014). En el caso de Cantabria las piezas de hierro más antiguas de las que tenemos constancia son las halladas en los castros del La Lomba, Alto de La Garma y Argüeso Fontibre. En el caso de la Lomba un cuchillo y un hierro alargado fueron hallados en el tramo 2 del Nivel II del sondeo 2, el cual fue fechado por radiocarbono entre mediados del siglo VI a.C. y comienzos del siglo IV a.C. Por su parte, un regatón del Alto de la Garma y las piezas de Argüeso Fontibre deben enmarcase a lo largo de la vida de los yacimientos, esto es, entre los siglos VIII-IV a.C. A pesar de la frecuente documentación de escorias, que podrían proceder de otro tipo de actividades que requiriesen hornos y combustiones altas, carecemos de evidencias, como restos de hornos o de herramientas de forja, que nos permitan afirmar que se trata de piezas fabricadas en el lugar por lo que, por el momento, debemos sumarnos a la hipótesis que las considera como fruto de las relaciones socioeconómicas establecidas con otros centros que sí que podría ser productores.

En bronce, junto a los fragmentos de crisol que evidencian la presencia de esta metalurgia, hallamos también elementos de guarnicionería decorados, punzones, un pendiente, una aguja, dos fragmentos de una posible pulsera y un talón de hacha de anillas fragmentado recuperado del castro de Castilnegro al que podría sumarse un segundo en las mismas condiciones procedente del Alto de la Garma, aunque que de identificación más dudosa. El estado de conservación de ambos parece indicarnos un reaprovechamiento de metal el cual sería refundido, como pudo suceder también con el hacha plana del castro de Las Rabas (García Guinea y Rincón, 1970: fig. 22,2) o la espada fracturada del Cerro de la Maza (Merindad de Valdeporres, Burgos) (Bolado et alii, 2012a: 48). Resta por último citar, en lo concerniente a los objetos de base cobre, al famoso caldero de Cabárceno cuyo contexto es sin duda enigmático. La tradición lo adscribió a los momentos finales de la Edad del Bronce al relacionarlo con sus semejantes del tipo B1 de Leeds (Leeds, 1930; Rincón, 1985; De Blas y Fernández Manzano, 1992; Moure e Iglesias, 1995). No obstante, como hemos visto, su cronología dista mucho de ser clara pues existen paralelos desde el II milenio antes de Cristo hasta época romana. En el norte peninsular podemos destacar los fragmentos de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Schubart, 1961; Esparza, 1982), Pendia (Boal, Asturias) (Maya, 1986–1987), el remache de O Neixón (Coruña) datado a mediados de la Edad del Hierro (Acuña, 1976), los fragmentos de El Castillo de Camoca (Villaviciosa, Asturias) fechados entre los siglos VIII a.C. y VI a.C., las piezas datadas entre los siglos IV a.C. y III a.C. de Picu Castiellu de Moriyón (Villaviciosa, Asturias), los fragmentos de la Campa Torres (Gijón, Asturias) de los siglos III a.C. y II a.C. (Maya y Cuesta, 2001), o los ya romanos procedentes de los castros de A Peneda (Redondela, Pontevedra) (Blanco, 1957; Armanda, 2003), Taboexa (As Neves, Pontevedra) y Villaceid (Soto y Amío, León) (Morán, 1962; Peña Santos, 1992; Armanda, 2003).

Entre los objetos de bronce destacan especialmente las fíbulas, las cuales nos han servido para datar varios de los yacimientos. En esta fase los tipos representados son las fíbulas de doble resorte y los pasadores en T. El primero está formado por un ejemplar con puente de cruz hallado en Bárago y otro con puente en cinta procedente de Monte Ornedo, los cuales pueden fecharse entre el siglo VI a.C. y mediados del siglo IV a.C. y entre mediados del siglo VI a.C. y el siglo V a.C. (Argente, 1994). Los dos pasadores en T, hallados en Argüeso-Fontibre y Castilnegro, son ambos del tipo C de Palol (1955–1956: 98), caracterizándose por tratarse de un elemento único que funcionaría de forma independiente o complementado por otro pasador complejo. La pieza de Castilnegro procede de la zona de la acrópolis, la cual cuenta con una datación de radiocarbono de la base de la muralla que la sitúa entre los siglos VI-

Quizás el cercano castro de Castilnegro pueda ser la clave para explicar el origen de esta excepcional pieza, lo que nos llevaría a sumarnos a las hipótesis que lo sitúan en la Edad del Hierro (Peralta y Ocejo, 1996; Arias, 1999; Arias y Armendáriz, 2007), concretamente en la primera 270

 La cultura material de la Primera Edad del Hierro en Cantabria (VIII a.C.–V/IV a.C.) sp.), almeja vieja (Venus verrucosa), almejón de sangre (Callista chione), lapa (Patella sp.), bígaro (Littorina littorea) y Tritia reticulata. Cerastoderma sp. ha sido identificada en Castilnegro (Valle, 2010: 487) y Cadium edule en el interior yacimiento de Argüeso-Fontibre, aunque en este caso, la falta de un contexto claro y de más evidencias de marisqueo hace que debemos poner en duda su vinculación con la Edad del Hierro.

de sus fases, de acuerdo a varios de los paralelos citados. De ser así el uso de la pieza debe alejarse de cualquier interpretación acerca del aprovechamiento del mineral de hierro de la zona, ya que nos encontramos en un momento donde esta metalurgia aún no se ha generalizado. Su ocultamiento podría responder más bien a un acto cultual o simbólico relacionado con un banquete ritual (Fernández Manzano y Arias, 1999; Fernández Manzano y Guerra, 2003, De Blas, 2007 y Arias, 2018).

El aprovechamiento de los estuarios fue algo común a lo largo de todo el periodo, incrementándose, especialmente en el área galaica, durante el cambio de era y los siglos de presencia romana (Torres-Martínez, 2011: 105–107). No obstante, también contamos con ejemplos para la Primera Edad del Hierro como son los concheros del castro de El Campón (Villaviciosa, Asturias) (Rodríguez López et alii, 2005; Bejeda, 2015), la Campa Torres (Gijón, Asturias) (Maya y Cuesta, 2001: 234), el castro de O Achadizo (Boiro, Galicia) (Rubiños et alii, 1999; Bejeda, 2015) o el castro de O Neixón (Boiro, Galicia) (Bejeda et alii, 2010; Bejeda, 2015).

Junto al regatón del Alto de la Garma, las armas de la Primera Edad del Hierro estarían representadas por la punta de lanza de Riaño de Ibio, la cual tuvo que ser considera como un elemento de prestigio. Los cuchillos, entre los que tenemos un ejemplar con enmangue en espiga y filo curvo de Argüeso-Fontibre y otro con enmangue de remaches y afalcatamiento del castro de la Lomba, si bien pudieron funcionar como arma, nada indica que debamos alejarlos de la categoría de herramientas utilitarias comunes. En Castilnegro existe otro ejemplar fragmentado de enmangue en espiga y cronología dudosa y de El Ostrero tenemos noticias de otra hoja que hoy día se encuentra en paradero desconocido (Valle y Serna, 2003: 384–386).

Junto con el Triticum dicoccum detectado en uno de los molinos de Castilnegro, la agricultura en esta fase está representada por los granos de Hordeum vulgare y Triticum sp. recuperados junto al zócalo de cabaña del Sector 1 (Arias y Ontañón, 2008: 52; Arias et alii, 2010: 510). Semillas de trigo han sido documentadas en los niveles de la Primera Edad del Hierro de los yacimientos asturianos sitos en la ría de Villaviciosa como El Campón, Camoca, Olivar y Moriyón (Camino, 1999). Igualmente, a este momento pertenecen los restos de Triticum aestium y Triticum dicoccum hallados en Dessobriga (Misiego et alii, 2003)

Las restantes piezas fabricadas en este metal pertenecen a objetos que no han podido ser determinados. 5.3. Fauna y restos vegetales La información que poseemos acerca del aprovechamiento de mamíferos es escasa, aun así disponemos de cuatro estudios realizados en el Alto de la Garma, Castilnegro, El Ostrero y La Lomba. En el primero de ellos, aun no pudiendo superar el NMI la unidad, se identificaron restos de Bos taurus, Ovis aries/Capra hircus y Cervus elaphus (Arias et alii: 510). En El Ostrero las especies identificadas fueron Bos taurus, Sus domesticus y Caprinae y en Castilnegro Bos taurus y Sus domesticus (Valle, 2010: 487). En La Lomba, por su parte, las identificaciones realizadas refieren la presencia de bóvidos, ovicaprinos, cérvidos y suidos (Díaz Casado, 2014b: 397). La información disponible en su conjunto es suficiente para dejarnos ver que, durante la Primera Edad del Hierro, el aporte cárnico tiene una doble procedencia: la caza y la ganadería. El ciervo es la especie cinegética más representada mientras que la ganadería se basó en Bos taurus, Sus domesticus y en ovicaprinos. Estos resultados resultan acordes con lo que se sabe de otras zonas peninsulares así, en el Carpetania, durante la Primera Edad del Hierro las especies más aprovechadas fueron la oveja y la cabra, seguida de la vaca y el cerdo (Yravedra y Estaca, 2014).

La muestra disponible no nos permite valorar el tipo de exploración al que fue sometida la tierra aunque, como mínimo, debemos considerar que fueron cultivados los terrenos colindantes a los núcleos de población. 5.4. Otros materiales Junto a la cerámica y los objetos metálicos son de frecuente aparición dentro de los distintos registros los restos de conglomerado o manteado de barro. En el Alto de la Garma ascienden a 229 los fragmentos, en El Ostrero a 231, Argüeso-Fontibre proporciona 178, la Lomba 55, el Gurugú 17 y Castilnegro 375. En su mayoría son de pequeño tamaño con una cara externa lisa y una interna en la que ocasionalmente se conservan improntas de los entramados de ramaje a los que estuvieron adheridos. Estas trazas vegetales son las que nos permiten interpretarlos como evidencias de una técnica constructiva que era empleada para el levantamiento de las paredes de las cabañas. Los interiores, lejos de un acabado tosco o simplemente alisado, como puede inferirse de un fragmento de ArgüesoFontibre y otro de El Ostrero, fueron ocasionalmente decorados mediante la aplicación de un enlucido sobre el que se pintaría, en estos casos con tonalidades rojizas. Esta práctica no es extraña a lo largo de la Edad del Hierro

En la zona costera el marisqueo supuso también un recurso alimenticio relevante. Un buen ejemplo es el yacimiento de El Ostrero donde, como vimos, el conchero estudiado estaba compuesto principalmente por ostras (familia Ostreidae), navajas (superfamilia Solenoidea), almejas finas (Ruditapes decussatus) y, en menor medida, navallón (Lutraria lutraria), mejillón (Mytilus sp.), almeja de fango (Scrobicularia plana), berberecho (Cerastoderma 271

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) pudiendo encontrar otros ejemplos en Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Torres-Martínez, 2012b), la Ercina (León) (González Gómez et alii, 2015: 195–196), Dessobriga (Osorno y Melgar de Fernamental, Palencia y Burgos) (Misiego et alii, 2003: 50–53), en los bancos corridos pintados de los poblados del horizonte Soto de Zorita de Valoria la Buena (Valladolid), Los Cuestos de la Estación de Benavente (Zamora) y la Plaza de San Martín de Ledesma (Salamanca) (Delibes y Romero, 2011: 71) o en los motivos estampillados del castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria) (Bolado y Fernández Vega, 2010: 411–42, fig. 4 y 5; Bolado et alii, 2010: 87, fig.5,1). A pesar de los numerosos fragmentos de conglomerado de barro existentes, apenas contamos para esta fase con restos de cabañas, siendo destacables únicamente las estructuras descubiertas en el Alto de La Garma. Con tendencia ovoidal, contaban con un zócalo pétreo sobre el que se levantaban paredes con entramados vegetales recubiertos de barro. La techumbre se armaría a partir de materiales orgánicos y el suelo lo conformó el mismo piso natural (Pereda, 1999; Arias et alii, 2000; Arias y Ontañón, 2008; Arias et alii, 2010). Otro grupo a destacar son los objetos líticos, entre los que encontramos algunas lascas, posibles azuelas, tapaderas, afiladeras y, especialmente, fragmentos relacionados con la actividad de molienda (metates y manos de molino), destacando la colección recuperada en el castro de Castilnegro en donde se conservan 461 fragmentos de metates y 59 de manos de molino. En la totalidad de yacimientos el tipo de molino representado en el conocido como barquiforme o de vaivén el cual ya se empleaba en fases prehistóricas anteriores. La materia prima predominante para su fabricación fue la arenisca, seguida de la cuarcita y la ofita. En Castilnegro el análisis de fitolitos resultó positivo para Quercus sp. en cuatro fragmentos y para Triticum dicoccum en uno (Valle, 2010), algo que nos sirve para, por un lado, ratificar la funcionalidad de este tipo de piezas y, por otro, documentar la existencia de dos tipos de harina: la de la bellota, como consecuencia de las actividades recolectoras, y la del trigo, fruto del desarrollo de la agricultura. Resta por último citar un punzón óseo del castro de Argüeso-Fontibre que debemos relacionar con la actividad textil, un canino atrófico de ciervo perforado del mismo yacimiento que fue empleado como colgante y las siempre habituales escorias que son puestas en relación con la actividad metalúrgica, aunque, en nuestro caso, no disponemos de estructuras ni evidencias que nos permitan establecerla de forma directa.

272

6 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) 6.1. La cerámica de la Segunda Edad del Hierro

de las interiores, mientras que el espatulado se observa en el 2,7% de las superficies exteriores (n=227) y en el 0,8% (n=63) de las interiores. La combinación de raspado y regularizado la encontramos en dos superficies exteriores, en otras seis el raspado aparece junto al espatulado y en 15 junto al bruñido. Por su parte la combinación bruñido y espatulado se aprecia en el 2,5% (n=210) de las superficies exteriores y en el 0,1% (n=10) de las interiores. El 1,1% (n=94) de las superficies exteriores y el 1,3% (n=105) de las interiores carecen de tratamiento. Es de señalar, entre todos los tratamientos documentados, el incremento del bruñido con respecto al periodo anterior el cual, si consideramos que las marcas de espatulado pueden ser consecuencia del uso de este instrumento para la obtención de superficies bruñidas, puede incrementar su proporción a un 12,7% de las superficies exteriores y un 1,4% de las interiores. Su aplicación no se realizaría por toda la pieza, sino que se concentra en el exterior en un intento de cerrar los poros de la superficie y favorecer el contenido de líquidos (Orton et alii 1997: 146). El incremento en el registro de vasijas de tipo jarra, vaso y taza, sin lugar a dudas, estaría tras este aumento detectado.

Dentro del conjunto cerámico de la Segunda Edad del Hierro hemos podido distinguir tres tipos de producciones con características propias: cerámica a mano, cerámica a torno y cerámica campaniense o de imitación. 6.1.1. La cerámica a mano 6.1.1.1. Rasgos tecnológicos Este tipo de producción está compuesta por 8361 fragmentos todos los cuales conservan trazas de su fabricación a mano. Los grosores obtenidos de los bordes proporcionan unas medias que oscilan entre los 6,9 mm y los 8,1 mm, sirviendo de excepción el caso de la cueva de Lamadrid en donde la media asciende hasta los 10,5 mm. En los cuellos este dato solo se ha podido obtener en el castro de Las Rabas y la cueva del Aspio, ofreciéndonos unas medias de 4,08 mm y 7,28 mm. Las bases conservan una media muy variable con valores mínimos de 4,45 mm y máximos de 11,5 mm. Este pequeño valor del castro de Las Rabas puede deberse a la gran presencia de pequeños vasos y jarras (Tabla 6.1).

6.1.1.2. Rasgos morfológicos

No existe una atmósfera de cocción predominante documentándose la reductora en el 50,2% (n=4201) de las piezas y la alternante en el 48,8% (n=4077) de los casos. La presencia de la cocción oxidante continúa siendo insignificante, alcanzando solamente 1% (n=83). Nuevamente, como ya vimos en la producción de la Primera Edad del Hierro, los valores para la atmosfera de cocción reductora y alternante resultan coherentes con el empleo de hornos sencillos abiertos compuestos por una sola cámara que, ocasionalmente, pudieran estar excavados en el suelo con el fin de obtener unos mejores resultados reductores. Las temperaturas alcanzadas oscilarían entre los 600º y 850º, otorgando a los recipientes coloraciones irregulares y diferenciales debido al contacto directo con el fuego (Olaetxea, 2000). La simplicidad del proceso nos lleva a considerar estas producciones como algo local, a modo de lo que se observa en el País Vasco y Asturias (Olaetxea, 2000; Marín, 2012).

Dentro del conjunto de la producción a mano el 72,5% (n=6063) lo conforman los galbos. Los bordes representan el 13,1% (n=1094) del conjunto, las bases el 6,7% (n=562) y los cuellos el 4,6% (n=389). Las asas alcanzan el 2,3% y contamos con 12 ejemplares de tapaderas. En diecinueve casos no pudo determinarse la parte morfológica. Durante la Segunda Edad del Hierro los bordes más empleados fueron los de tipo plano, los cuales representa el 74,7% (n=817) del total. Entre ellos los bordes de tipo plano horizontal (n=354) y biselados al exterior (n=328) son los más representados, distinguiéndose los bordes planos horizontales con engrosamiento al exterior en 104 ocasiones, los biselados al interior en 18 y los biselados al exterior con engrosamiento en 13. Los bordes redondeados alcanzan el 20,9% del total (n=229) distribuidos entre bordes simétricos (n=181), asimétricos al exterior (n=30) y asimétricos al interior (n=18). Los bordes vueltos hacia el exterior se identifican en 13 ocasiones, los apuntados en 10 y con forma de pico en una. Cuatro bordes pertenecen al grupo de los cóncavos simétricos, tres a los bordes rebordeados al exterior y dos a los bordes engrosados. En 15 casos no pudo determinarse el tipo.

El regularizado sigue siendo el tratamiento superficial más aplicado, detectándose en el 78% (n=6526) de las superficies exteriores y en el 89,1% (n=7420) de las interiores. El raspado se identifica en el 8% (n=670) de las superficies exteriores y en el 8,2% (n=688) de las interiores. El bruñido, por su parte, lo documentamos en el 7,3% (n=611) de las superficies exteriores y en el 0,5% (n=45)

La tendencia más frecuentemente aplicada es la exvasada (55,9%). La recta la hemos documentado en el 30,8% de 273

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Tabla 6.1. Grosores por parte morfológica (mm) Segunda Edad del Hierro Borde

D.T.

Cuello

D.T.

Base

D.T.

Las Rabas

6,69

3,39

4,08

1,16

4,45

1,27

Monte Ornedo

7,1

5,51









Aspio

8,16

1,3

7,28

0,84

10,23

2,19

Puyo

8

1,57





8,5

4,19

Cofresnedo

10

2,1





10,5

2,12

Barandas

8

2,33





12

1,5

Covarón

9

1,41





6

2,82

Coquisera

7,33

0,81





8,5

0,16

Lamadrid

10,5

2,24









Coventosa









11,5

2,12

Cigudal

7











los bordes y la entrante se reduce al 9,3% de ellos. El 51,8% de los bordes planos son exvasados, concentrándose sobre todo esta tendencia en los planos biselados al exterior (n=292) y planos horizontales (n=94) y, con menor presencia, en los planos con engrosamiento al exterior (n=18), biselados al exterior con engrosamiento (n=10) y biselados al exterior (n=9). Los bordes redondeados conservan esta tendencia en el 72,6% de los casos, estando representada fundamentalmente por los bordes de tipo simétrico (n=125) frente a los asimétricos al interior (n=27) y al exterior (n=15). El 76,9% de los bordes vueltos al exterior son exvasados, casi en igual proporción que los bordes apuntados (70%). Todos los bordes rebordeados al exterior y en forma de pico cuentan con esta tendencia, mientras que solo se identifica en un ejemplar de borde cóncavo simétrico.

entre los bordes redondeados con especial protagonismo en los bordes simétricos (n=6) frente los asimétricos al interior (n=1) y exterior (n=1). Un solo borde apuntado posee tendencia recta. Dentro de los cuellos en los que se ha podido determinar (n=380), el 28,7% pertenece al grupo de cuellos rectilíneos y verticales y el 27,4% al de cuellos rectilíneos y exvasados. El 22,9% está representado por los de tipo cóncavo y vertical y, con proporciones inferiores, hallamos a los cóncavos y exvasados (13,9%) y a los cóncavos y entrantes (7,1%). Las bases empleadas en la Segunda Edad del Hierro son todas de tipo plano predominando las planas simples (37%, n=208) y las planas de perfil ondulado (35,8%, n=201). Un 2,1% (n=12) son bases planas de pie indicado, dos conforman el grupo de bases planas de perfil ondulado con acanaladura inferior y tenemos solamente un ejemplo de bases planas de fondo rehundido y bases planas de fondo rehundido y pie indicado. En el 24,4% de los casos el tipo no pudo ser determinado.

La tendencia recta la encontramos principalmente dentro de los bordes planos (84,9%), distribuyéndose mayoritariamente entre los bordes planos horizontales (n=182), planos con engrosamiento al exterior (n=68) y biselados al exterior (n=30); seis casos se recogen en los bordes biselados al interior y uno en los biselados al exterior con engrosamiento. Entre los bordes redondeados supone el 19,6%, siendo los simétricos los que más ejemplares la conservan (n=40) en comparación con los asimétricos al interior (n=2) y los asimétricos al exterior (n=3). De forma aislada la tendencia recta puede documentarse entre los bordes cóncavos simétricos (n=3), los bordes apuntados (n=1) y los bordes engrosados (n=2).

En lo concerniente a las 195 asas, mayoritariamente procedentes del castro de Las Rabas, se han podido clasificar a partir de su sección. Las más habituales son las circulares (n=46) y rectangulares (n=47), seguidas de las bilobuladas (n=28), trilobuladas (n=21) y las ovoidales (n=17). De forma aislada encontramos ejemplos de asas con secciones circulares con rebajes laterales (n=6), cuadrangulares (n=3), semicirculares (n=1), triangulares (n=1), circulares concéntricas (n=1) e irregulares (n=1). En 23 piezas no se ha podido determinar la sección.

La tendencia entrante por su parte se concentra también en los bordes planos (91,1%), en donde se agrupa principalmente en los bordes planos horizontales (n=71) y bordes planos con engrosamiento al exterior (n=16), con escasa representación entre los bordes biselados al interior (n=2), exterior (n=3) y en los bordes biselados al exterior con engrosamiento (n=1). Ocho ejemplares se recogen

6.1.1.3. Rasgos decorativos Las piezas que cuentan con algún tipo de decoración constituyen el 5,8% (n=433) del total de la producción 274

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) cerámica de la Segunda Edad del Hierro. En todos los casos los motivos se desarrollan por la superficie exterior, concentrándose en los galbos (72%) y en los bordes (21,7%); en las asas la proporción asciende al 5,3%, las tapaderas son decoradas en tres ocasiones y solamente un fondo posee motivos decorativos. Las técnicas identificadas son la impresión (55,4%), la incisión (33%) y la plástica (3,9%), combinándose la impresión y la incisión en 32 ocasiones y la impresión y la plástica en una. La impresión está representada principalmente por digitaciones (41,3%), estampillados (26,7%) y arrastres de dedo (15%), siendo también destacable la presencia de impresiones con punta (5,8%), ungulaciones (4,2%), impresiones ovaladas (2,5%), impresiones triangulares (0,4%), puntillado (0,8%) e impresiones indeterminadas (1,2%) (Figura 6.2). La combinación de digitaciones y arrastres de dedos se observa en el 2,1% de las piezas con decoración impresa. Dentro de los estampillados la estampilla más empleada es la circular (79,7%), bien sea sencilla o radial. La rectangular con divisiones internas se utiliza en el 14% de los casos y la triangular en el 1,6%; en el 4,7% de las piezas donde se documentan se combinan las estampillas circulares y rectangulares. Las digitaciones y ungulaciones son, sin lugar a dudas, pervivencias de los gustos procedentes de la Primera Edad del Hierro, los cuales encuentran sus raíces en la Edad del Bronce (Camino y Viniegra, 1999: 242). Por el contrario, las decoraciones realizadas mediante el arrastre de dedo, el puntillado o los estampillados son propias del registro de la Segunda Edad de Hierro algo que, en el último caso, se observa también en los yacimientos asturianos o en Monte Bernorio (Marín, 2012: 173–190; Torres-Martínez et alii, 2017b).

motivos más comunes, dispuestos bajo el labio, son las digitaciones (30,3%) y los estampillados circulares. Las ungulaciones (n=4) se localizan en y bajo el labio mientras que en esta última localización se documentan los arrastres de dedo (n=2), las impresiones ovales o circulares (n=2), las impresiones indeterminadas (n=3) y la combinación de estampillados circulares y rectangulares (n=1). Las incisiones en los bordes están protagonizadas por las incisiones lineales en y bajo el labio (62,7%), seguidas por los motivos en V o zigzag bajo el labio (21,6%); seis incisiones en espiga y una de incisiones en ondas y lineales son halladas en esta misma localización. La combinación de motivos decorativos en los bordes es escasa, disponiéndose en todo caso siempre bajo el borde incisiones en V o zigzag con estampillados circulares (n=6), incisiones en V o zigzag con digitaciones (n=1) e incisiones lineales y digitaciones (n=1). Las incisiones lineales con estampillados circulares las hallamos tanto bajo el borde (n=1) como en el labio (incisión) y bajo el borde (estampillado) (n=1). El motivo impreso más común en los galbos son las digitaciones (42,7%), seguido de los estampillados circulares (20,3%) y los arrastres de dedo (17,7%). Las impresiones con punta se ejecutan en el 7,3% de los casos, siendo minoritarias, las ungulaciones (n=6), los estampillados rectangulares (n=3), las impresiones ovales o circulares (n=3), el puntillado (n=2), los estampillados triangulares (n=1) y las impresiones triangulares (n=1). En cinco casos se combinan los arrastres de dedo y digitaciones y en dos los estampillados circulares y rectangulares. Las incisiones predominantes en los galbos son las que desarrollan motivos en V o zigzag (48,1%) y lineales (34,6%); en doce ocasiones el motivo empleado son ondas, en uno espigas y en otra pieza se realiza un peinado decorativo. Esta parte morfológica es la única que acoge motivos plásticos, concretamente cordones lisos (n=15) y mamelones (n=2). En cuanto a la combinación de técnicas y motivos, en los galbos en el 75% de los casos se trata de incisiones en V o zigzag y estampillados circulares; en dos casos cada uno aparecen incisiones en espiga e impresiones ovoidales e incisiones en espiga y digitaciones, y en uno puntillados y pellizco y un mamelón con digitación.

La incisión desarrolla principalmente motivos lineales (43,8%) y en V o zigzag (36,8%). Las incisiones en espiga y ondas suponen cada una el 8,3%, las incisiones de peinado decorativo el 1,4% y las aspas el 0,7% (Figura 6.2). Este mismo porcentaje corresponde a los motivos conjuntos de incisiones lineales y ondas. Salvo el peinado, el resto de los motivos son realizados ya en la Primera Edad del Hierro, por lo que su presencia puede indicar una continuidad con la fase anterior. La combinación de técnicas esta principalmente representada por el uso conjunto de incisiones en V o zigzag con estampillados circulares (70,7%). Tras ellos un 5,9% corresponde a las incisiones en espiga e impresiones ovoidales, incisiones en espiga y digitaciones e incisiones lineales y estampillados circulares. Las incisiones lineales y digitaciones, incisiones en V o zigzag y digitaciones, mamelones y digitaciones y puntillado y pellizcos constituyen cada una el 2,9%. Por su parte la técnica plástica desarrolla cordones lisos en el 88,2% de los casos y mamelones en el 11,8% (Figura 6.3).

La única base decorada posee una serie de digitaciones a modo de las bases de la Primera Edad del Hierro procedentes de los castros del Alto de la Garma (Bolado et alii, 2015: fig. 13), Argüeso-Fontibre (Ruiz Gutiérrez, 2010: fig. 2.3) y Castilnegro (Valle y Serna, 2003: fig. 5, 22). En las tapaderas identificamos estampillados (circulares y rectangulares) en dos ocasiones y digitaciones en una; la incisión, con motivos lineales complejos, está presente solo en un fragmento. Por último, en las asas predominan las incisiones en espiga (n=5), seguidas de las lineales (n=3), en V o zigzag (n=3) y en aspa (n=1), mientras que los motivos impresos esta representados en cinco de ellas por digitaciones, en otros cinco por estampillados rectangulares y en una por impresiones ovaladas.

Si atendemos a la relación entre las técnicas decorativas y las partes morfológicas podemos observar como en los bordes la impresión alcanza el 13,8% de los casos, la incisión el 35,4% y la combinación de ambas el 2,9%. Los 275

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 6.2. Motivos decorativos

276

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.)

Figura 6.3. Motivos decorativos

6.1.1.4. Funcionalidad

un total de 14 formas entre las predominan las cerradas (96,7%) frente a las abiertas (3,3%) (Figura 6.4):

A pesar de que el grado de fragmentación del conjunto cerámico de la Segunda Edad del Hierro es menor que el de la Primea Edad del Hierro, sigue siendo lo suficientemente alto como para dificultar la reconstrucción de perfiles completos aunque, en este caso, contamos con algunos ejemplares en los que se ha podido reconocer. Nuevamente debemos recurrir a extraer la mayor cantidad de datos posibles de las partes morfológicas como es el caso de los diámetros de los bordes y las bases. De un total de 416 bordes hemos podido obtener el diámetro de la boca de la vasija a la que pertenecieron, los cuales oscilan entre los 6 cm y los 44 cm. Las mayores concentraciones las encontramos en los tramos 11–15 cm (n=163), 16–20 cm (n=101) y 6–10 cm (n=88). Menos representación obtienen los tramos 21–25 cm (n=38), 26–30 cm (n=13), 31–35 cm (n=6) 36–40 cm (n=6) y 41–45 cm (n=1). En las bases, por su parte, el diámetro de las 201 piezas en las que se ha podido extraer oscila entre los 4 cm y los 29 cm. La mayor parte de ellas se concentran en el tramo 6–10 cm (n=105) y 11–15 cm (n=79), con una menor representación de los tramos 16–20 cm (n=9), 1–5 cm (n=4), 21–25 cm (n=2) y 26–30 cm (n=2).

• Forma I. Tapaderas. Contamos con trece ejemplares procedentes del castro de Las Rabas y la cueva de Covará. Todas poseen forma circular con un diámetro que oscila entre los 9 cm y los 15 cm. Dos conservan en la parte central un asa y una tercera el arranque de la misma. En cuatro casos se documentan motivos decorativos a base de impresiones digitadas y estampilladas, incisiones complejas, e incisiones lineales y en zigzag. • Forma II. Vasos. Este tipo está formado por seis ejemplares hallados en el castro de Las Rabas, uno en la cueva de Covará y otro en la cueva de Lamadrid. Se caracterizan por poseer bordes biselados al exterior (n=3), bordes redondeados simétricos (n=3), bordes planos horizontales (n=1) y bordes redondeados asimétricos al exterior (n=1), que en todos los casos cuentan con una tendencia exvasada. Los cuellos, salvo en un caso que es cóncavo y vertical, son rectilíneos y exvasados, dando paso a cuerpos que tienden hacia formas esféricas u ovoidales cerradas. Los diámetros de las bocas oscilan entre los 9 cm y los 15 cm, identificándose cinco formas abiertas y dos cerradas. Uno de ellos muestra en el labio y bajo él una decoración a base de líneas paralelas y diagonales de impresiones creadas con un peine de siete y seis púas. • Forma III. Jarras o tazas. En este grupo hemos incluidos aquellas vasijas provistas de asa cuyo pequeño y mediano tamaño las ponen en relación con recipientes

Como ya mencionamos, a nivel formal son escasos los recipientes que conservan el perfil completo, debiendo de tomar como base para afrontar este aspecto aquellas piezas en donde el perfil observado alcanza gran parte de su desarrollo, así como los datos presentados y el desarrollo gráfico de las piezas. Esto nos ha permitido diferenciar 277

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 6.4. Formas cerámicas

278

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) de mesa de tipo jarra o taza. Hemos podido diferenciar seis subtipos, procedentes del castro de Las Rabas y la cueva del Aspio: ◦ Forma III/1. Formado por 12 ejemplares, en este subtipo nos encontramos con vasijas caracterizadas por contar con bordes redondeados simétricos (n=5) y bordes planos de tipo biselado al exterior (n=2), plano con engrosamiento al exterior (n=1) y plano biselado al exterior con engrosamiento (n=1). La tendencia predominante es la exvasada (n=7), identificándose la recta en dos casos. Salvo un ejemplar donde la boca alcanza los 20,2 cm, en el resto de piezas donde se ha podido obtener esta medida oscila entre los 9 cm y los 13 cm. Entre los cuellos hay un predominio de los rectilíneos y exvasados (n=6) frente a los rectilíneos verticales (n=2). Los cuerpos, de tendencia esférica, ovoidal cerrada y elipsoide horizontal, no llegan a superar a los diámetros de la boca, creándose en todo momento formas cerradas. Tres bruñidos exteriores apoyan la posible identificación de este subtipo como contenedores de líquidos, lo que, unido a sus dimensiones de la boca, hace que lo relacionemos con jarras. ◦ Forma III/2. El único ejemplar conservado lo forma un borde perteneciente a una vasija con borde biselado al exterior y tendencia entrante cuyo diámetro de boca alcanza los 6,8 cm. El asa, en su arranque, presenta la impresión de una única digitación. Su forma, marcadamente cerrada, hace que nos inclinemos en identificarla como una jarra. ◦ Forma III/3. Este subtipo, representado por una única pieza, posee un borde plano de tendencia recta, con una boca de 9 cm de diámetro, y un cuello cóncavo vertical. Desde el cuello arranca un asa de sección con tendencia rectangular que presenta una decoración a base de estampillas rectangulares. El poco desarrollo que se aprecia del cuerpo parece indicarnos que será esférico u ovoidal, creando una forma cerrada que relacionamos con una jarra. ◦ Forma III/4. Nuevamente contamos con una única pieza adscrita a este subtipo. En esta ocasión se trata de un galbo con un diámetro máximo de 9,2 cm del cual parte un asa de sección rectangular. La pieza desarrolla un cuerpo con tendencia esférica u ovoidal. Sin conocer el perfil completo, especialmente su mitad superior, resulta difícil determinar si se trata de una jarra o una taza, aunque sus dimensiones nos hagan decantarnos por esta última. ◦ Forma III/5. Nos encontramos ante una vasija con borde apuntado y tendencia entrante con un cuerpo esférico que permite crear una forma cerrada. El único ejemplar conservado posee un diámetro de boca de 9,8 cm. Entre el borde y la mitad del cuerpo se dispuso un asa del que solo se conservan los dos arranques. Su forma nos hace pensar más en una taza que en una jarra, si bien sus dimensiones son superiores a las usuales, por lo que es posible que estemos ante una vasija híbrida que pudo desempeñar ambas funciones.

◦ Forma III/6. Se trata de una taza, cuyo único ejemplar disponible conserva un perfil casi completo. Está formada por un borde redondeado asimétrico al interior de tendencia exvasada, con un diámetro de boca de 10,4 cm de diámetro y un cuello rectilíneo y exvasado. El cuerpo, ligeramente esférico, no supera los 10,6 cm de diámetro máximo, lo que nos sitúa ante una forma levemente cerrada. Sobre su superficie se ha dispuesto una decoración impresa a base de dos líneas horizontales paralelas de ungulaciones. Cuenta con un asa de la que solo se conservan los arranques, uno en el borde y otro en el cuerpo. • Forma IV. Recipientes con borde exvasado, cuerpo de tendencia ovoidal y base plana entre los cuales se diferencian tres subtipos: ◦ Forma IV/1. Vasos con borde exvasado de tipo redondeado simétrico, cuerpo de tendencia ovoidal y base plana de perfil ondulado o pie indicado. Se conservan restos de siete ejemplares procedentes de la cueva del Aspio, el castro de Las Rabas, la cueva de Riclones y Monte Ornedo. El diámetro de las bocas oscila entre los 8 cm y 12 cm mientras que en las dos bases es de 7 cm y 8 cm. Ninguno de los recipientes conserva decoración. ◦ Forma IV/II. Vaso con borde exvasado al exterior de tipo plano biselado al exterior cuyo cuerpo adquiere una tendencia esférica u ovoidal. El único ejemplar del que disponemos, procedente de la cueva del Aspio, cuenta con una boca de 11 cm de diámetro. Sobre el labio, como elemento característico, se aprecia el arranque de un asa. ◦ Forma IV/III. Vasijas con borde exvasado, cuerpo de tendencia ovoidal y base plana. Se conservan un total de nueve recipientes con gran desarrollo procedentes de las cuevas del Aspio, Brazada, Barandas y Villegas II. Los diámetros de sus bocas oscilan entre los 13 cm y los 40 cm. Entre los tipos de borde están representados los planos biselados al interior (n=2) y exterior (n=3), planos con engrosamiento al exterior (n=1) y redondeados simétricos (n=2); en un caso no ha podido ser determinado. Las seis bases conservadas tienen unos diámetros de entre 9 cm y 22 cm. Todas son planas distinguiéndose una plana simple, cuatro de perfil ondulado y una de pie indicado. La altura se ha podido obtener en la vasija de la Brazada, la cual asciende a 30 cm. A este tipo IV, de forma genérica, se podrían atribuir 25 de las piezas agrupadas en la forma IV del castro de Las Rabas, un borde de la cueva de El Covarón, dos de la cueva de Coquisera, seis de la cavidad de Lamadrid, seis de la cueva de Barandas, dos de la cueva de Cigudal, uno de la cueva de la Brazada y diez de la cueva de Cofresnedo. • Forma V. El único ejemplar existente procede de la cueva del Aspio. Cuenta con un borde exvasado que oscila entre plano simple y redondeado simétrico, 279

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)













cuerpo de tendencia ovoidal con el hombro pronunciado y base plana de perfil ondulado. La boca tiene un diámetro de 20 cm y la base de 10 cm. El labio acoge una decoración a base de pequeñas incisiones paralelas mientras que en el cuerpo se disponen dos líneas de triángulos estampillados paralelas, una impresión ondulada mediante arrastre de dedo y estampillados circulares en grupos de tres en las zonas cóncavas y convexas de la ondulación. Forma VI. Vasijas con borde exvasado y cuerpo de tendencia esférica. Se han conservado dos ejemplares procedentes de la cueva del Aspio cuyos perfiles solo representan los 2/3 superiores. Ambos casos cuentan con un borde de tipo redondeado simétrico y un diámetro de boca muy similar: 18 cm y 21 cm. El cuerpo de una de ellas, en la parte cercana al cuello, muestra una decoración a base de grupos de tres digitaciones que circundan el recipiente. Forma VII. Dos piezas halladas en el castro de Las Rabas conforman este tipo caracterizado por poseer bordes planos biselados al exterior con una pronunciada tendencia exvasada y cuellos rectilíneos exvasados. El cuerpo nos es desconocido, aunque el desarrollo de la pieza nos hace pensar en cuerpos esféricos u ovoidales. Las bocas cuentan con diámetros de 11 cm y 21 cm y crean formas abiertas. Los dos ejemplares con que contamos muestran una decoración impresa a base digitaciones y estampillados circulares dispuestos de forma lineal. Forma VIII. Tipo representado por un borde del castro de Las Rabas tras el que se aprecia una especie de recipiente plano, a modo de pequeño plato, de 7 cm de diámetro. Cuenta con un borde redondeado de tipo simétrico y una decoración en el labio a base de incisiones lineales paralelas. Forma IX. Cuencos. Cuatro bordes del depósito del castro de Las Rabas nos permiten reconocer cuecos, tanto de forma abierta (n=2) como cerrada (n=2), aunque solo uno conserva el perfil casi completo, desarrollando un cuerpo semiesférico. Los bordes son de tipo plano horizontal (n=2), plano biselado al interior (n=1) y redondeado simétrico (n=1), con tendencias rectas (n=2), entrantes (n=1) y exvasadas (1). Los diámetros de boca oscilan entre los 11 cm y los 16 cm de diámetro. Solo uno de los cuencos conserva decoración impresa a base de ungulaciones bajo el borde. Forma X. Crisol. Se trata de una forma abierta cuyo único ejemplar, recuperado en el castro de Las Rabas, muestra un borde redondeado y un cuerpo con tendencia semiesférica. El diámetro de boca es de 19 cm. Los restos de bronce adheridos en el interior son un claro indicativo de su funcionalidad. Forma XI. Dos bordes del castro de Las Rabas dan origen a este tipo caracterizado por mostrar una forma cerrada con borde plano, bien horizontal o biselado al exterior, de tendencia recta o exvasada, y un inicio de cuerpo que parece tender hacia un desarrollo elipsoidal u ovoidal. Los cuellos son rectilíneos verticales y exvasados. Solamente una de









las piezas nos proporciona un diámetro de boca de 10 cm. Forma XII. Vasijas de forma cerrada caracterizadas por presentar un cuerpo con tendencia a desarrollar formas elipsoides horizontales. Los cinco bordes del castro de Las Rabas que lo representan son de tipo plano (horizontal y biselado al interior) y redondeados simétricos, con tendencias verticales en tres casos y entrante en uno. Los cuellos conservados son rectilíneos y verticales (n=2) y cóncavo y vertical (n=1). El diámetro de la boca oscila entre los 8 cm y 14 cm de diámetro. Forma XIII. Forma representada por un borde del castro de Las Rabas que nos presenta una pequeña olla con forma cerrada, borde redondeado simétrico y cuerpo cuyo arranque parece sugerir una forma esférica. Posee un diámetro de boca de 8 cm. Forma XIV. Dentro de este tipo hemos recogido un borde del castro de Las Rabas entrante de tipo plano horizontal con un diámetro de boca de 12 cm que pertenece a una forma cerrada de la que desconocemos el cuerpo. Forma XV. Si bien no es una forma en sentido estricto, estas dos bases con perforaciones en el fondo podrían estar indicándonos la presencia de coladores. Pertenecientes al tipo de bases planas simples y de perfil ondulado, poseen unos diámetros de 10 cm y 17 cm.

En lo que respecta a los usos de cada una de las formas no ofrecen ninguna duda la I (tapaderas), mientras que las II, III, IV/1 y IV/2 pudieran haberse destinado para el consumo de líquidos. La forma XV, por las perforaciones, debió ser empleada posiblemente como colador. Para el resto de los tipos, sin otros datos, resulta imposible realizar cualquier propuesta. Únicamente podemos afirmar que una vasija de la forma IV/3 fue destinada para contener y ofrendar cereal en la cueva del Aspio. Dentro del conjunto cerámico debemos citar por último la presencia de fichas y fusayolas, las cuales deben relacionarse con la actividad textil, siendo dispuesta en el extremo de los husos a modo de tope (Castro, 1980; Torres Martínez, 2011: 190–191). Fichas hemos podido documentar un total de 26, todas ellas realizadas sobre fragmentos de galbos reaprovechados de vasijas rotas los cuales, sencillamente, vieron rebajados sus bordes. Sus dimensiones oscilan entre los 1,5 cm y los 5 cm de altura máxima. En dos casos las fichas no presentan perforación por lo que o bien nos encontramos con fichas que no han sido terminadas, o bien poseen otra funcionalidad. Las fusayolas, fabricadas a mano y sometidas a todo tipo de cocciones, están presentes en 9 casos. Siete de sección rectangular con tendencia ovoidal, una de sección bitroncocónica y otra de sección con tendencia rectangular con los laterales cóncavos. Sus dimensiones oscilan entre los 3 cm y los 5 cm de altura máxima. Dos de ellas conservan en una y en las dos superficies una decoración 280

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) 6.1.2.2. Rasgos morfológicos

a base de puntillados lineales dispuesto de forma radial desde la perforación.

Dentro del conjunto el 90,3% (n=2083) los conforman los galbos. Los bordes representan el 5,6% (n=129), las bases el 2,6% (n=61) y los cuellos el 1,5% (n=35).

6.1.2. La cerámica a torno 6.1.2.1. Rasgos tecnológicos

Entre los bordes (n=129), en cuya población se han incluido dos pertenecientes a vasijas semicompletas, no se aprecia el predomino de un tipo sobre el resto. Los bordes redondeados representan el 38% de los ejemplares, repartiéndose entre simétricos (n=24), asimétricos al interior (n=23) y asimétricos al exterior (n=2). El 24,8% (n=32) son bordes vueltos hacia el exterior y el 19,4% planos, distribuidos entre planos horizontales (n=8), biselados al interior (n=5), biselados al exterior (n=1) y planos con engrosamiento al exterior (n=11). Junto a ellos encontramos seis bordes apuntados, tres bordes engrosados, un ejemplar de borde cóncavo simétrico y un borde rebordeado al exterior. En 12 casos no se ha podido identificar el tipo al que pertenecen.

La cerámica a torno está formada por 2308 fragmentos todos los cuales conservan trazas de su modelado con este ingenio introducido en la Segunda Edad del Hierro en el norte peninsular. Las medias de los grosores obtenidas proceden de los registros del castro de Las Rabas y la cueva del Aspio. Para los bordes solo tenemos datos del primer yacimiento en donde llegan a los 3,86 mm. En los cuellos la media de grosor para Las Rabas es de 5,53 mm y 2,87 mm en el Aspio mientras que en las bases alcanzan los 2,91 mm y 8,22 mm respectivamente. La única cocción a la que es sometida esta producción, la cual presenta las pastas decantadas, es la oxidante. Como se aprecia en las tonalidades uniformes, el control de la temperatura que se ejerció fue muy estricto por lo que debió de realizarse en hornos de doble cámara que permitían separar las piezas de área de combustión, eliminando así cualquier rastro de marcas de quemado sobre las piezas. Si bien la temperatura alcanzada (800º-900º) no difiere mucho de la conseguida en los hornos empleados para las producciones a mano (López de Heredia, 2014: 446), la estructura requerida ahora es sumamente compleja, lo que indica una especialización del trabajo y de esta alfarería. Tradicionalmente la ausencia de restos de hornos y la supuesta poca presencia de esta producción en los yacimientos ha hecho que se considere como un elemento poco común que sería importado de algún alfar de los valles del Ebro y del Duero (Rincón, 1985: 191; Moure e Iglesias, 1995: 166–167; García Guinea, 1999: 103). No obstante, la proporción dentro del conjunto cerámico asciende al 21,6%, 23,9% en el caso de Las Rabas, de donde procede la mayoría de los restos. Este valor, por sí mismo, la convierte en un producto que podemos considerar de uso habitual en esta fase y cuya procedencia, a raíz de las noticias acerca de un fragmento de parrilla en Monte Bernorio (Torres Martínez et alii, 2012: 145–146) pudiera ser más cercana de lo que pensamos, hallándose dentro del propio territorio cántabro.

La tendencia es principalmente exvasada (50,4%), seguida de la entrante (26,4%) y de la recta (11,6%); en el 11,6% restante de los casos no se ha podido determinar. El 38,5% de los bordes planos son exvasados, concentrándose en los planos horizontales (n=5) y biselados al interior (n=4), con un solo ejemplar dentro de los planos con engrosamiento exterior. En los bordes redondeados esta tendencia constituye el 49%, repartiéndose de forma equitativa entre los tipos simétricos (n=12) y asimétrico al interior (n=11), con un solo ejemplar dentro los asimétricos al exterior. El 80,6% de los bordes vueltos al exterior (n=25) son exvasados, como el único borde rebordeado al exterior o cinco de los seis bordes apuntados. La tendencia recta se emplea principalmente dentro de los bordes redondeados (53,3%), concentrándose en los asimétricos al exterior (n=6) y simétricos (n=2). En los bordes planos está presente en dos bordes planos horizontales, un biselado al interior y un biselado al exterior. Los tres ejemplares restantes los encontramos dentro de los bordes vueltos al exterior (n=2) y apuntados (n=1). La tendencia entrante se concentra igualmente en los bordes redondeados (55,9%), documentándose 11 casos en los bordes simétricos, seis en los asimétricos al interior y uno en los asimétricos al exterior. Entre los bordes planos supone el 42,3%, vinculándose con los bordes planos con engrosamiento al exterior (n=10) y con los planos horizontales (n=1). Está tendencia es la única identificada en los bordes engrosados (n=3) y cóncavos simétricos (n=1), mientras que entre los bordes vueltos al exterior se da en un caso. En 15 bordes no pudo determinarse la tendencia.

Entre los tratamientos superficiales el regularizado es el más documentado en la cerámica a torno, aplicándose en el 94,1% (n=2172) de las superficies exteriores y en el 93% (n=2147) de las interiores. Mucho más escaso es el raspado que surge en el 0,5% (n=12) de las superficies exteriores y en el 4,2% (n=97) de las interiores. El bruñido se aplica en el 1,2% (n=28) de las superficies exteriores y en cuatro interiores, mientras que el espatulado solo se identifica en una superficie exterior. En el resto de casos no se ha podido determinar. Nuevamente el bruñido nos indica el esfuerzo realizado para intentar impermeabilizar la superficie exterior de algunos recipientes con el fin, seguramente, de favorecer la conservación de líquidos (Orton et alii 1997: 146).

Los cuellos (n=35) poseen una morfología que en el en el 34,9% de los casos es rectilínea y exvasada y en el 37,2% cóncava y exvasada. Los rectilíneos verticales ascienden al 16,3% y los rectilíneos entrantes al 11,6%. Las 61 bases analizadas se distribuyen en ocho tipos, quedando 25 sin poder ser determinadas. El más común 281

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) es el grupo de bases planas con fondo rehundido (n=16), seguido de las bases planas con fondo rehundido y pie indicado (n=9) y las bases planas con perfil ondulado (n=5). Las bases planas de perfil ondulado con una pequeña acanaladura interior están presentes en dos ocasiones y las bases planas simples, planas de perfil redondeado y bases de pie de copa, en una.

superficie interior, en un solo caso, se identifica un motivo formado por dos bandas de impresiones paralelas realizas con un instrumento en cuyo extremo tiene al menos siete púas. Los motivos plásticos son igualmente uniformes estando formados por cordones plásticos horizontales, que suelen emplearse de forma aislada, salvo en un caso en que aparecen dos paralelos (Figura 6.5).

6.1.2.3. Rasgos decorativos

La pintura se observa en el 25,6% de las piezas decoradas, siendo el motivo más usado el lineal horizontal el cual, de forma individual o en bandas de líneas horizontales paralelas, circunda la vasija (n=48). Los círculos concéntricos se documentan en un caso, la combinación de motivos lineales con semicírculos concéntricos en otro y las líneas horizontales de ondas paralelas en dos. Existe una composición geométrica compleja creada a partir de una banda de dos líneas sobre la que se dibujan dos segmentos de círculo en cuyo interior hay líneas verticales paralelas. Encima de estas se disponen otros dos arcos en medio de los cuales hay un pequeño cuadrado con el interior dividido en cuatro partes, y cerca del límite superior del fragmento se aprecia otro trazo en dirección diagonal (Figura 6.5).

El 9,3% (n=215) de los fragmentos de cerámica a torno han sido decorados. Los motivos, salvo en un caso, se realizan todos sobre la superficie externa. Las técnicas documentadas son la incisión, la impresión, la plástica y la pintura. La incisión (51,2%) está representada exclusivamente por incisiones lineales las cuales son creadas aprovechando el giro del torno y conservadas a pesar de la aplicación de los distintos tratamientos superficiales, lo que nos hace desechar que se traten de marcas generadas por esta herramienta. Solamente un galbo constituye una excepción al mostrar una retícula, aunque no parece ser esta la decoración original de la pieza sino consecuencia de un reaprovechamiento posterior (Figura 6.5).

Las representaciones astrales y zoomorfas están presentes en un caso cada una. La primera de ellas se trata de una esvástica enmarcada por líneas horizontales, que pudo tener otra escena inferior de la que solo se conservan

La impresión se emplea en el 15,8% de los casos, desarrollando siempre el mismo motivo a base de impresiones acanaladas realizadas con el dedo. En la

Figura 6.5. Motivos decorativos

282

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) algunas líneas oblicuas. El motivo zoomorfo por su parte representa, sobre líneas horizontales, un ave a la izquierda y una posible figura arbórea a la derecha. Motivos como los citados son comunes en momentos avanzados de la Segunda Edad del Hierro, documentándose por toda la Celtiberia y territorio vacceo (Wattenberg, 1963; Lorrio, 1997: 239–247; Sanz Mínguez et alii, 2003; Alfayé, 2010b: 558) (Figura 6.5).

Está forma, que pudiera también estar presente en Monte Ornedo (Fernández Vega et alii, 2014: fig. 6,1) y en la cueva de La Lastrilla, es de gran difusión, especialmente en la zona celtíbera y en el valle del Ebro. Se asimila a la forma XVI de Wattenberg (1978: 32–33, 59), al tipo 5 de Sánchez Climent (2016: 343–348), a los vasos caliciformes que forman el tipo 11 de Alfaro (2018: 164–166) y a la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–174). A. Castiella las fechas entre los siglos IV-I a.C. (Castiella, 1977: 318) y A. Sánchez Climent entre los siglos V/ IV-I a.C. En Carratiermes se sitúan entre finales del siglo V a.C. y el siglo III a.C. y E. Wattenberg los considera del siglo I a.C.

En cuanto a la relación entre partes morfológicas y motivos decorativos observamos que en el 90,2% de los casos se disponen en los galbos, especialmente la decoración pintada. Bajo el borde se documentan solamente dos incisiones lineales, ocho cordones lisos y once motivos lineales pintados; solo en un caso las líneas pintadas se disponen en el labio.

• Forma II. Vasijas abiertas de labio exvasado y carena marcada que las otorga una forma de apariencia acampanada. Los cuatro ejemplos de los que disponemos proceden del castro de Las Rabas, dos bordes y dos galbos. Los bordes son de tipo vuelto con bocas de 14 cm y 18 cm. En tres de los casos existe decoración pintada lineal y geométrica compleja.

6.1.2.4. Funcionalidad Esta producción, al igual que sucede con la cerámica a mano, se ve afectada por al alto grado de fragmentación, lo que influye directamente en el reconocimiento de formas y funcionalidades. A pesar de ello contamos con seis vasijas que conservan tres cuartas partes del perfil y cuatro en las que se reconoce la mitad del mismo. De 70 de los bordes hemos podido extrae el diámetro, el cual oscila entre los 8 cm y los 49 cm, observándose la mayor concentración en el tramo 11–15 cm (n=22), seguida de los tramos 26–30 cm (n=15), 21–25 cm (n=14) y 16–20 cm (n=14). Dos bordes se incluyen en el tramo 31–35 cm y solo un ejemplar forma parte del tramo 6–10 cm, 41–45 cm y 46– 50 cm. En lo que respecta a las bases solo tenemos datos para los diámetros de 14 de ellas, las cuales oscilan entre los 5 cm y los 17 cm; nueve pertenecen al tramo 6–10 cm, tres al tramo 16–20 cm, una al tramo 1–5 cm y la restante al tramo 11–15 cm.

Esta forma es usualmente interpretada como variante de la anterior, engrosando la forma 5 de Sánchez Climent (2016: 343–348), la forma 11 de Alfaro (2018: 164–166) o la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 174–175). Dentro de la tipología de E. Wattenberg podría formar parte de las formas X, XII o XIII (Wattenberg, 1978: 29–30, 56–57). En todos los casos se mantienen las mismas propuestas cronológicas, a excepción de E. Wattenberg que las sitúa entre los siglos II-I a.C. Otros paralelos fechados en la Segunda Edad del Hierro los podemos encontrar en los Castros de Lastra (Caranca, Álava) (López de Heredia, 2011: 547) y Manganeses II (Manganeses de la Polvorosa, Zamora), donde coincide con su forma 4 (Misiego et alii, 2013: fig. 71).

Como sucediera con la cerámica a mano, nuevamente observamos una preferencia por las formas cerradas (n=49) frente a las abiertas (n=13). El análisis de los perfiles de las distintas piezas ha posibilitado reconocer un total de 17 formas (Figura 6.6):

• Forma III. Vasijas abiertas de pequeñas dimensiones y labio exvasado cuyo cuerpo, posiblemente semiesférico o semiovoidal, tiene una tendencia a desarrollarse hacia el interior. Contamos con dos ejemplares hallados en el castro de Las Rabas cuyos bordes, redondeado simétrico y vuelto hacia el exterior, dan lugar a bocas de 14 cm y 16 cm de diámetro. Uno de ellos conserva una decoración en el labio a base de líneas paralelas pintadas.

• Forma I. Vasijas cerradas de labio exvasado y cuerpo carenado con tendencia esférica. El grupo está representado por 13 piezas procedentes del castro de Las Rabas, todas ellas con tendencia exvasada, y con un diámetro de boca que oscila entre los 13 cm y los 17 cm. Los tipos de borde empleados son muy variables documentándose bordes planos biselados al interior (n=3), bordes redondeados simétricos (n=1) y asimétricos al interior (n=3), bordes apuntados (n=1), bordes vueltos al exterior (n=4) y bordes rebordeados al exterior (n=1). Entre los cuellos documentados existe una preferencia por los cóncavos y verticales (n=6) y rectilíneos y exvasados (n=3) frente a los rectilíneos y verticales (n=1), cóncavos y entrantes (n=1) y cóncavos y exvasados (n=1). Ninguna de las piezas cuenta con decoración.

Por sus características podría incluirse dentro de la forma XVIII de Wattenberg (1978: 34, 60–61), la forma 7 de Sánchez Climent (2016: 353–356), la forma 9 de Alfaro (2018: 159–163) o la forma VI de Carratiermes. Castiella (1977: 338) las fecha entre los siglos IV-II a.C., una propuesta que mantiene E. Alfaro, mientras que para Carratiermes se considera que se usarían entre finales del siglo V a.C. y mediados del siglo IV a.C. E. Wattenberg las sitúa este tipo en el siglo I a.C. y A. Sánchez Climent entre los siglos V-IV y I a.C. 283

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España)

Figura 6.6. Formas cerámicas

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 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) • Forma IV. Vasija de borde exvasado casi vuelto con cuello rectilíneo que da lugar a una forma cerrada cuyas paredes se abren hacia el exterior. Solamente contamos con un ejemplar del castro de Las Rabas caracterizado por presentar un borde redondeado simétrico cuyo diámetro de boca alcanza los 16 cm. En la zona del cuello tiene una línea horizontal pintada.

• Forma VIII. Cuenco bajo o escudilla con forma semiesférica. Nuevamente contamos con un único ejemplar del castro de Las Rabas con un amplio desarrollo conservado. Tiene un borde de tipo plano horizontal y un diámetro de boca de 18 cm. A cuencos bajos o escudillas como esta corresponde la forma XIX de Wattenberg (1978: 36, 61–62), la forma 2 de Sánchez Climent (2016: 327–330), la forma 2 de Alfaro (2018: 142–145) o la forma VIII y IX de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 178–179). E. Wattenberg y E. Alfaro lo fechan entre los siglos II-I a.C. A. Sánchez Climent atrasa su origen hasta mediados del siglo IV a.C. y en Carratiermes ambas formas se sitúan entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo III a.C. Paralelos próximos los podemos hallar en los niveles de la Segunda Edad del Hierro de Monte Bernorio (Torres-Martínez et alii, 2012: fig. 7,14).

El escaso de desarrollo de la pieza impide establecer comparaciones precisas con otras tipologías, no obstante, con los datos de los que disponemos, podríamos asimilarla con las formas 8 y 9 de Sánchez Climent (2016: 357–368), con la forma 9 de Alfaro (2018: 159–163) o con las formas I a III de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 169–173). Las formas de A. Sánchez Climent son fechadas entre los siglos V-IV a.C. y II-I. a.C.; E. Alfaro las sitúa entre los siglos IVII a.C. y en Carratiermes las tres formas se enmarcan entre finales del siglo V a.C. y el siglo II a.C.

• Forma IX. Cuenco semiesférico. Las tres piezas disponibles tienen bordes planos horizontales (n=2) y redondeados simétricos (n=1). Los diámetros de boca oscilan entre los 17 cm y los 15 cm. Todas proceden del castro de Las Rabas.

• Forma V. Vasija con leve tendencia exvasada y cuello casi vertical cuyas paredes se abren hacia el exterior dando lugar a una forma cerrada. El único ejemplar procedente del castro de Las Rabas tiene un borde de tipo redondeado asimétrico con un diámetro de boca de 15 cm.

Este tipo es asimilable a la forma XIX de Wattenberg (1978: 36, 61–62), a la forma la 2 de Sánchez Climent (2016: 327–330), a la forma 2 de Alfaro (2018: 142– 145) y a la forma VII de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 176–178). Como ya vimos, estos autores la fechan entre los siglos IV-III a.C., la misma propuesta que existe para las piezas de Carratiermes. En Manganeses II se relaciona con la forma 2, que es incluida en la Segunda Edad del Hierro (Misiego et alii, 2013: fig. 71).

La ausencia de un mayor desarrollo impide obtener más información, si bien es posible que pueda estar relacionada con la forma anterior. • Forma VI. Vasija de forma cerrada con borde entrante, cuello rectilíneo y cuerpo con tendencia esférica u ovoidal. Contamos con un único ejemplar descubierto en el castro de Las Rabas caracterizado por mostrar un borde redondeado simétrico con un diámetro de boca de 11 cm.

• Forma X. Vasijas de cuerpo ovoidal abierto con decoración pintada. Con este tipo hemos querido agrupar dos galbos de 14 cm y 15 cm de diámetro, del castro de Las Rabas, que parecen pertenecer a una misma forma. La primera de ellas muestra, sobre líneas horizontales, un ave a la izquierda y una posible representación arbórea a la derecha. La segunda desarrolla una esvástica enmarcada por líneas horizontales, que pudo tener otra escena inferior de la que solo se conservan algunas líneas oblicuas. El escaso desarrollo del fragmento conservado impide que podamos relacionarlas con formas conocidas. • Forma XI. Tinaja de perfil entrante. El único ejemplar del que disponemos, hallado en el castro de Las Rabas, representa una vasija de forma cerrada con borde redondeado simétrico de tendencia entrante y un diámetro de boca de 29 cm. Bajo el borde se dispone una moldura o cordón liso que circunda la pieza. Sus grandes dimensiones nos hacen vincularla con el almacenaje.

Este tipo podría incluirse dentro de la forma 8 de Sánchez Climent (2016: 357–362), fechada entre los siglos V-IV a.C. y II-I a.C., o dentro de la forma III de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–173), datada entre los siglos IV-III a.C. • Forma VII. Plato de borde exvasado y perfil curvo en su parte inferior que crea una moldura. La única pieza que conforma este grupo, identificada dentro del depósito del castro de Las Rabas, cuenta con un borde plano horizontal con una boca de 15 cm de diámetro. Esta forma es equiparable a la forma XX de Wattenberg (1978: 36, 62), a la forma 1 de Sánchez Climent (2016: 323–326), a la forma 7 de Alfaro (2018: 155–168) y a la IX de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 179). E. Wattenberg la fecha en el siglo I a.C. mientras que A. Sánchez Climent considera que su origen está en la cerámica de la I Edad Hierro de la meseta, extendiéndose a partir de los siglos V-IV a.C. hasta época celtiberromana. En Carratiermes establecen el siglo IV a.C. como el momento de su desarrollo.

Este tipo se relaciona con la forma 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y la forma 1 de Alfaro (2018: 142–145), las cuales son fechadas en la Segunda Edad 285

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) del Hierro, poniendo A. Sánchez Climent su posible origen en el siglo V-IV a.C., momento en el que a estos recipientes se les dota de gran envergadura.

de Alfaro (2018: 142–145). Otros paralelos fechados en la Segunda Edad del Hierro los podemos encontrar en los yacimientos de Manganeses II –donde coincide con sus formas 12 y 13- (Misiego et alii, 2013: fig. 71), Dessobriga (Misiego et alii, 2003: 66) y el poblado de la Hoya (López de Heredia, 2011: 553 y 554).

• Forma XII. Tinajas con estrangulamiento pronunciado en el borde. Este tipo está integrado por dos bordes del castro de Las Rabas, uno de tipo plano engrosado hacia el exterior y otro vuelto hacia el exterior, bajo los cuales hay un marcado estrangulamiento que provoca el pronunciamiento del hombro. Poseen unos diámetros de boca de 27 cm y 40 cm, creando formas cerradas. Sus grandes dimensiones las vinculan con vasijas destinadas al almacenaje.

• Forma XIV. Vasija hallada en la cueva de Aspio sin borde, pero con tendencia exvasada. La base, de 6,5 cm de diámetro, es de tipo plana cóncava. El cuerpo, con forma de elipsoide horizontal, posee un diámetro máximo de 15 cm. Su superficie ha sido decorada con motivos pintados que conforman una composición de cuatro líneas paralelas de ondas, enmarcadas a cada lado por cuatro líneas verticales, una horizontal en el cuello, y dos horizontales en la parte inferior. Puede relacionarse con la forma IX de Wattenberg García (1978: 28–29), el grupo V de Pintia (Sanz et alii, 2003), la forma 17 de Sánchez Climent (2015: 395–396) –fechada entre los siglos II-I a.C.-, la forma 8 de Alfaro (2018: 158–159), o los ejemplares de Soto de Medinilla, cuyo cuello no es muy cerrado (Valladolid) (Wattenberg, 1959: tabla II, 13; IV, 2). En todos los casos se identifican con vasos o botellas.

La forma se incluye dentro de los tipos 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y la forma 1 de Alfaro (2018: 142–145) anteriormente mencionadas. Piezas similares, enmarcadas en la Segunda Edad del Hierro, se han documentado en Monte Bernorio (TorresMartínez et alii, 2012: fig. 7,1 y 7,9). • Forma XIII. Tinajas de labio grueso y forma cerrada. Se trata del tipo más común dentro de los grandes recipientes, habiéndose documentado un total de 36 piezas recuperadas del castro de Las Rabas y cueva Grande. En función de sus características pueden agruparse en tres variantes: ◦ Forma XIII/I. Está representada por vasijas de labio grueso cuyos diámetros de boca oscilan entre los 21 cm y los 49 cm. El tipo de borde empleado es bastante variable encontrando bordes planos (engrosado al exterior -n=1- y biselado al exterior -n=1-), redondeados (simétrico –n=2- y asimétrico al interior –n=3- ), bordes apuntados (n=1) y engrosados (n=1). Lo mismo sucede con su tendencia siendo entrante en cuatro casos, exvasada en dos y recta en tres. ◦ Forma XIII/2. Las 14 piezas que conforman el grupo se caracterizan por contar con un labio grueso bajo el cual se dispone un cordón liso que circunda la vasija. Los diámetros documentados oscilan entre los 19 cm y 34 cm, empleándose bordes de tipo plano horizontal con engrosamiento al exterior (n=6), redondeado simétrico (n=2) y asimétrico al interior (n=3) y bordes engrosados (n=2). La tendencia preferente es la entrante (n=11) frente a la recta (n=2). En un caso no hemos podido determinar el tipo de borde y tendencia. ◦ Forma XIII/3. Tinaja de labio grueso con cordón liso en el comienzo del cuerpo que circunda la pieza. Se han identificado tres piezas, dos con borde redondeado simétrico y una con borde plano horizontal engrosado al exterior. La tendencia es siempre entrante y diámetro de boca oscila entre los 20 cm y 30 cm.

Esquemas decorativos similares los encontramos en un galbo del poblado de Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia), cuyos orígenes pueden remontarse al siglo I a.C. (García Guinea et alii, 1973: fig. 12, 6); en una vasija fechada entre los siglos II-I a.C. del yacimiento de Tariego (Palencia) (Wattenberg, 1978: 34) y en dos recipientes de la tumba 19 de la necrópolis de Ucero (Soria), datados en su cuarta y última fase que se desarrolla principalmente entre los siglos III-II a.C. (García Soto, 1990: 34–36). • Forma XV. Vaso de cuello exvasado rectilíneo con cuerpo con forma de tendencia elipsoide horizontal. La única pieza que representa esta forma, procedente del castro de Las Rabas, conserva la parte central de su desarrollo, careciendo de borde y de base. El diámetro máximo del cuerpo obtenido alcanza los 10 cm. Este tipo lo podemos relacionar con la forma XV de Wattenberg (1978: 32 y 58), la forma 5 de Sánchez Climent (2016: 409–412), la forma 12 de Alfaro (2018: 164–166) y la forma IV de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 173–174). E. Wattenberg la fecha entre mediados del siglo II a.C. y mediados del siglo I a.C. y A. Sánchez Climent mantiene la propuesta de A. Castiella (1978: 318), datándolas entre los siglos IV-I a.C. En Carratiermes por su parte se fechan entre la segunda mitad del siglo V a.C. y la primera mitad del siglo III a.C. • Forma XVI. Copa. Este grupo está representando únicamente por un pie de copa del castro de Las Rabas cuya base alcanza los 6 cm de diámetro. Se trata de una forma habitual dentro de la cerámica a torno de la Segunda Edad del Hierro, como se refleja en los tipos I a IV de Wattenberg (1978: 23–25 y 51–52), la forma

La forma XIII con todas sus variantes, por sus grandes dimensiones, debe ponerse en relación con el almacenaje, asimilándose nuevamente con las citadas formas 22 de Sánchez Climent (2016: 409–412) y 1 286

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) 4 de Sánchez Climent (2016: 337–342) y la forma 3 de Alfaro (2018: 142–149). E. Wattenberg las sitúa entre los siglos II-I a.C. y A. Sánchez Climent considera que se usan desde el siglo V-IV a.C. hasta el siglo I a.C. • Forma XVII. El presente tipo está constituido por una base plana rehundida con cuerpo fusiforme horizontal en cuya parte superior tiende a estrecharse. Posee un diámetro de base de 16 cm y fue hallada en el castro de Las Rabas

(Marcos, 1985: 107). La decoración está presente en solo uno de los galbos, en el cual se realizan distintos rebajes. A nivel tipológico estas piezas pueden relacionarse con el Campaniense B y ser fechadas entre el siglo II a.C. y la primera mitad del siglo I a.C. No obstante, la conservación del característico barniz es paupérrima, lo que podría ser un indicativo de su baja calidad e incluso suponer una prueba de que estemos ante imitaciones (Mínguez y Sáenz, 2007; Adroher y Caballero, 2012).

A pesar del escaso desarrollo del fragmento conservado su característica forma permite relacionarlo con las jarras o jarros que conforma el tipo V de Wattenberg (1978: 25–26 y 53), el tipo 16 de Sánchez Climent (2016: 391–394) o la forma XIII de Carratiermes (Argente et alii, 2001: 186– 187). E. Wattenberg propone para ella una fecha de entre finales del siglo II a.C. y el siglo I a.C., A. Sánchez Climent aboga por un origen en el siglo V-IV a.C. hasta caer en desuso en el siglo I a.C. y en Carratiermes se fechan entre el siglo II a.C. y comienzos del siglo I d.C.

De una forma u otra se trata de una producción excepcionalmente escasa dentro del registro que puede llevar a plantearnos que estemos ante un objeto de uso no cotidiano dentro de la sociedad de la Segunda Edad del Hierro. Un elemento de prestigio fruto del comercio o de las relaciones sociopolíticas con otros núcleos de los valles del Ebro y del Duero, a través de las cuales llegarían otros objetos como los denarios celtibéricos, las cuentas oculadas, la tésera de hospitalidad, etc. 6.2. La metalurgia

Otra posibilidad a tener en cuenta es que se trate de una de las botellas incluidas la forma 16 de Sánchez Climent (2016: 395–396), las cuales fecha entre los siglos II-I a.C.

Los objetos metálicos que hemos podido vincular a la Segunda Edad del Hierro ascienden a un total de 1047 piezas. El 42% (n=440) lo constituyen los objetos de bronce y el 57,4% (n=607) los objetos fabricados en hierro. Cinco denarios celtibéricos representan a la plata y en oro se ha conservado un fragmento de torques. Como podemos observar, en comparación con la fase anterior en la que el bronce representa el 81,5% y el hierro el 18,5%, estas cifras son coherentes con la interpretación que propone la introducción y difusión de la metalurgia del hierro en el norte peninsular en torno al siglo IV a.C. (Villa, 2002a: 153; Fanjul y Marín, 2006; Villa et alii, 2008; Camino y Villa, 2014), convirtiéndose paulatinamente en un metal de uso común.

Por lo que respecta a la funcionalidad original de estos tipos consideramos que no presentan dudas las formas XV y XVI, las cuales se emplearían para contener líquidos. Las formas XI a XIII, por sus grandes dimensiones, debieron funcionar como recipientes de almacenaje, supliendo a las grandes vasijas que se emplearon durante la Primera Edad del Hierro y que, en la Segunda Edad del Hierro, desaparecen de las producciones a mano. Si bien los platos y los cuencos de las formas VII, VIII y IX pudieran ser empleados como vasija de mesa, no es descartable que, como el resto de las formas no citadas, desempeñasen múltiples funciones.

6.2.1. Bronce, plata y oro

Por último, debemos mencionar la presencia de 13 fichas fabricadas a partir del reaprovechamiento de galbos. Ocho están perforadas, lo que nos lleva a vincularas con la actividad textil y los husos (Castro, 1980; Torres Martínez, 2011: 190–191). Las cinco restantes carecen de perforación por lo que, como sucedía en la producción a mano, o bien nos encontramos con fichas que no han sido terminadas, o bien poseen otra funcionalidad. Sus dimensiones oscilan entre los 1,5 cm y los 6,5 cm.

El bronce parece haber sido destinado principalmente a objetos de adorno, vestimenta y piezas de pequeño tamaño en las cuales se deseaba obtener gran detalle. Entre todos ellos, por el número y la importancia que tienen para la datación de contextos, destacan las fíbulas. Contabilizando únicamente los puentes se han identificado un total de 52 que, si tenemos en cuenta para el cómputo también partes aisladas como las agujas o remates decorativos, la cifra podría ascender a 64. En esta fase están presentes un total de cinco tipos que hemos clasificado mayoritariamente en base a las propuestas de J.L. Argente (1994), R. Erice (1995) y M. Mariné (2001). El más común, con un máximo de 36 piezas procedentes del castro de Las Rabas, Monte Ornedo y la cueva de Coquisera, es el correspondiente con las fíbulas de aro sin resorte “omega”, datadas entre los siglos II-I a.C. (Mariné, 2001: 258–272), como confirman los ejemplares recuperados de la sauna de Monte Ornedo. Tras él, con 20 ejemplares, nos encontramos con las fíbulas de La Tène o de apéndice caudal (Argente, 1994) en donde encuentran representación cuatro subtipos: el

6.1.3. La cerámica campaniense o de imitación El castro de Las Rabas es el único que proporciona piezas vinculadas a este tipo de producción. En total se trata de 14 fragmentos distribuidos en diez galbos, dos cuellos, un borde y un fragmento de tapadera. El borde pertenece a un pequeño vaso de 12 cm de diámetro de boca que ha sido identificado como parte de la forma Lamboglia B2 (Marcos, 1985: 107), Morel 1222a1, Beltrán 7 (Aja et alii, 1999) y Morel 1221a1 o 1221b1 (Bolado y Fernández Vega, 2010a). La tapadera, por su parte, tiene 25 cm de diámetro, y corresponde a la forma 14 de Lamboglia 287

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 8A genérico ante la ausencia de la prolongación del pie o por conservarse únicamente el remate decorativo (n=6 máximo), cuyos ejemplares procedentes del castro de Las Rabas y Monte Ornedo podemos datar entre finales de siglo V a.C. y el siglo II a.C.; el 8A2, compuesto por 13 fíbulas halladas en el castro de Las Rabas, Monte Ornedo, Monte Mijedo, la cueva de El Covarón y cueto del Agua, que pueden fecharse entre mediados del siglo IV a.C. y finales del siglo II a.C.; el 8AI2, formado por las fíbulas de doble prolongación de Monte Ornedo con cabeza de ánade y caballo que es datado entre el siglo II a.C. y el siglo I a.C.; y el 8B cuyo único ejemplar, recuperado de la Peña de Sámano, es fechado entre el siglo IV a.C. y el siglo I a.C. El abrigo del Puyo aporta una fíbula de pie vuelto de tipo 7D, datada entre el siglo IV a.C. y el siglo III a.C. (Argente, 1994). Resta por citar tres fragmentos para los que no se ha podido determinar el tipo y dos puentes pertenecientes a fíbulas zoomorfas esquematizas que son fechadas entre los siglos III/II a.C. y el siglo I a.C. (Peralta, 2007: 495; Bolado y Fernández Vega, 2018). Este último grupo posee solo dos paralelos procedentes de territorio cántabro, uno del campamento de campaña de La Muela (Peralta 2003, 2004, 2007, 2009, 2015b), en donde se entremezcla el material indígena y romano, y otro del castro de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) (Peralta 2015c). Este hecho, junto a sus características formales casi idénticas, nos permite proponer, como ya sugiriera E. Peralta (2007: 495), que nos encontramos ante un modelo propio asentado en territorio cántabro.

La excesiva geometrización y esquematización nos hace ser cautos a la hora de proponer una identificación directa con las fíbulas de caballito, aunque no descartamos que podamos estar ante una variante de la misma, ante una reinterpretación local como pudo suceder con los ejemplares de Caravia (Asturias) (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 143 nº 112) y la Campa Torres (Gijón, Asturias) (Maya y Cuesta, 2001: 111, Fig. 51.1 y 2). Representaciones de équidos con cuerpos tan rectangulares pueden apreciarse sin duda como confusas o indeterminables, pero no son a priori extrañas. Podemos observar así cómo figuras esquemáticas de caballos son comunes entre algunas de las placas articuladas recuperadas de la necrópolis de Numancia (Soria), las cuales a su vez comparten frecuentemente escena con símbolos astrales lunares y solares (Jimeno et alii, 2005: 205–216). De todas ellas debemos destacar un grupo de placas articuladas recuperadas de la tumba 93. En cada una de ellas se representa la figura de un caballo con un cuerpo rectangular y patas completamente rectas, que se asemejaría al puente de las fíbulas cántabras (Jimeno et alii, 2005: 122, Fig. 81b, R-10). De tratarse de una nueva variante local de las fíbulas de caballito, siguiendo el trabajo de Almagro Gorbea y Torres (1999), se incluiría dentro del Grupo G, compuesto por fíbulas anilladas, un elemento que, según estos autores, aparte de ser decorativo podría tener una función apotropaica por el tintineo, a la vez que el movimiento de las mismas pudiera querer asemejarse a las crines y la cola (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 23–24). Cabe recordar además que en el territorio cántabro ya se conocían fíbulas de caballito con un puente de silueta más realista, que no deja dudas a identificaciones e interpretaciones, como sucede en los casos de la Ulaña o Monte Bernorio (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 136–137 nº79–83, 128 nº29). No obstante, no tendría que resultar excluyente si consideramos que pudiera deberse a diferentes “talleres”, uno de los cuales se establece en Monte Bernorio (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 61), o si se tratase de una evolución o interpretación más moderna de las mismas.

La esquematización o geometrización animal en fíbulas no es algo extraño existiendo ejemplares en La Custodia (Navarra), con piezas anilladas e identificadas con verracos que podrían llegar hasta el siglo III a.C. (Labeaga, 1999–2000:76–77, figs. 141–143); en el Museo Lázaro Galdiano, identificada con un verraco, anillada y fechada entre los siglos II-I a.C. (Sanz Mínguez, 1997b: 248–250); en el castro de Castrecías (Burgos), asimilada a un toro; el ejemplar anillado Numancia (Soria) (Argente, 1994: 249–250, Fig. 40, 342); o el también zoomorfo con anillas expuesto en el Museo Arqueológico de Asturias con el número de inventario 6664.

Con iconografía équida y de producción local, sin olvidarnos de la pata de caballo perteneciente a una escultura del castro de Las Rabas, tenemos también el signum equitum del siglo II-I a.C. hallado en Monte Ornedo, para el cual contamos con paralelos en el castro de la Ulaña (Humada, Burgos) (Peralta, 2003: 135–137) y en Rueda de Pisuerga (Palencia) (Martínez y Fernández, 2017: 204–208). Su funcionalidad nos resulta por el momento un poco esquiva, aunque usualmente son considerados distintivos de prestigio social inherentes a una aristocracia guerrera ecuestre, a la cual se vincularían también las fíbulas de caballito. Su pequeño tamaño los convierte en inservibles a la hora de ser empleados como estandarte, por lo que resulta más plausible que funcionasen como remates de cetros (Martínez y Fernández, 2017: 216), sin descartarse su posible uso decorativo en objetos como cascos, a modo de remate cenital.

Usualmente son los pequeños detalles como unos cuernos, unas prolongaciones que toman forma de cabeza, orejas u hocico o unas pequeñas marcas, las que permiten intuir el animal representado. En los ejemplares cántabros la geometrización es tal que no han llegado darse, delimitándose el cuerpo con ángulos rectos. No obstante, hemos de llamar la atención sobre la decoración a base de círculos concéntricos, un motivo decorativo que, si bien se documenta en distintos tipos de fíbulas zoomorfas (Argente, 1994: 90), en la meseta Norte y en el norte peninsular es común en las fíbulas de caballito. Distintos autores han valorado su posible significado: pudiera tratarse de un mero ornamento (Blasco y Alonso, 1985: 118), de una representación del arnés (Esparza, 1991: 544) o de símbolos solares que, junto con el caballo, aludirían a una divinidad solar, un referente mítico que fue tomado como símbolo por las élites ecuestres (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 70, 78–83).

En bronce podemos destacar también las diferentes agujas relacionadas con la actividad textil, colgantes, elementos pinjantes, cuentas de collar, asas, punzones, 288

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) pesas, remaches decorativos y los numerosos elementos de guarnicionería destinados a funcionar como elementos decorativos de correajes y cinturones. En este grupo debemos incluir las placas de cinturón como la rectangular de la cueva del Aspio y la rectangular con escotaduras de Monte Ornedo; las placas rectangulares de las cuevas del Agua y Callejonda que, siguiendo a C. Fernández Ibáñez (2001: 202), deben ser incluidas dentro del tipo C1B1 de broches de Lorrio (1997: 178–188) representado por placas rectangulares con remaches hemisféricos en el centro y las esquinas; y la hebilla en D procedente de Monter Ornedo.

Griño (Griñó, 1989), o el tahalí del castro de Las Rabas (Fernández Vega et alii, 2012: 240) que relacionamos inicialmente con los modelos Miraveche-Monte Bernorio (Griño, 1989: 47–62; Sanz Mínguez, 1990: 182) pero que vemos asociado a puñales de frontón o bidiscoidales en la tumbas 78 y 82 de La Mercadera, en la tumba 55 de La Osera, en las tumbas 5, 6 y 14 de Osma (Griño, 1989: 48; Sanz Mínguez; 1990: 186) o, con formas muy similares, vinculados a puñales en espiga (De Pablo, 2010: 383–384). Este último autor considera que puede formar parte de los puñales de filos curvos (De Pablo, 2010: 383–384), para los cuales en bronce contamos con representación a través de la placa decorativa de la cueva de la Llosa, de un tahalí de Monte Ornedo y de un disco de la parte inferior de una vaina, un tahalí, unas placas anillas y una lámina exterior de la empuñadura del castro de Las Rabas (De Pablo, 2014: 288–290); esta última también pudiera pertenecer a un puñal bidiscoidal (Kavanagh, 2008). Muy posiblemente con el puñal de filos curvos debamos relacionar las placas articuladas recuperadas de la cabaña del castro de Las Rabas para las que encontramos paralelos en las piezas de la necrópolis de Villanueva de Teba datada entre los siglos III a.C. y I a.C. (Ruiz Vélez, 2005: 6–7; De Pablo, 2010: 373–375, 385–387). En Coventosa, por su parte, la argolla de hierro fijada a una placa de bronce nos hace pensar en ella como en un elemento para la suspensión de un puñal a modo de los modelos de filos curvos o bidiscoidales (Kavanagh, 2008; De Pablo, 2010; 2012; 2014).

Quizás la tésera de hospitalidad del castro de Las Rabas pueda ser considera como el objeto más singular en bronce de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria. Gracias a ella y a los tres ejemplares conocidos dentro del territorio cántabro procedentes de Monte Cildá (Peralta, 1993: 223– 226; 2003: 143–145), Monte Bernorio (Torres Martínez et alii, 2013a; Torres-Martínez y Ballester, 2014) y El Otero (Jordán, 2014; Peralta, 2018) estamos en disposición de afirmar que la institución del hospitium (Ramírez Sánchez, 2005) no era ajena a Cantabria y los cántabros. Algo que, por otro lado, resulta lógico en un momento en el que las relaciones socioeconómicas con los valles de Duero y del Ebro, así como con los núcleos de población de la región cantábrica, debieron ser frecuentes. Fruto de ello es sin duda la importación de cerámica campaniense o de imitación, las cuentas oculadas de El Castro, la cueva de Cofresnedo o el castro de Las Rabas, o el fragmento de varilla de torques de oro de este último yacimiento. No debemos tampoco olvidarnos, al referirnos a las relaciones socioeconómicas, de los cinco denarios celtibéricos acuñados en Turiasu, Sekobirikes y Arekoratas. Estas piezas, de procedencia alóctona, presentan todas un estado de flor de cuño lo que nos indica que no fueron circuladas, sino atesoradas. Esto quizás pueda explicarse a través del relato de Estrabón (III, 3,7 y 8) según el cual el intercambio de mercancías o bienes en los pueblos montañeses se basó en el trueque o en lascas de plata, no encontrándose en ningún momento evidencias de la existencia de una economía monetal. Sin descartar su procedencia comercial, su origen pudo derivarse igualmente a través del famoso mercenariado cántabro. En las fechas cuando fueron acuñados estos denarios en la península ibérica se incrementaron los conflictos bélicos a causa de las campañas contra Sertorio y la guerra civil entre Cesar y Pompeyo. Durante su desarrollo fue imprescindible la contratación de contingentes militares locales y el aprovechamiento de las emisiones locales para el pago de la soldada de sus ejércitos, entre cuyas tropas se encontraban los cántabros. De esta forma, es posible que algunas de las piezas respondan a estos pagos, habiéndose atesorado más que por su valor monetal, por su contenido en plata.

Vemos por tanto que, en cuanto a las armas de puño, el bronce ya nos permite proponer la existencia de dos tipos de puñales en la Segunda Edad del Hierro: los puñales bidiscoidales y los puñales de filos curvos. 6.2.2. Hierro Continuando con el armamento podemos citar dentro de las armas ofensivas de puño dos hojas de puñal pertenecientes al tipo de filos curvos ya referido procedentes de las cuevas de Cofresnedo y el Aspio. Esta arma se caracteriza por poseer una hoja pistiliforme con nervadura central, sección plana, ocasionales acanaladuras paralelas a los filos y unos hombros que forman 90º con respecto al eje de la pieza. La hoja oscila entre los 17 cm y 24 cm de altura y los 4 cm a 6 cm de anchura. La espiga es solidaria a la hoja y de sección rectangular (De Pablo, 2012). En los dos ejemplares cántabros esta no se ha conservado, al igual que la vaina o la empuñadura, respondiendo las hojas, de 17,7 cm de altura y 16 cm de altura, a las características citadas. Este puñal, a partir de la propuesta de R. de Pablo (2010; 2012; 2014) y los contextos de las dos cavidades, podemos fecharlo en Cantabria en los siglos II-I a.C.

En bronce debemos citar por último algunos elementos que nos acercan al conocimiento del armamento empleado durante la Segunda Edad del Hierro. Un ejemplo de ello son los distintos tahalís y elementos de suspensión de puñales entre los que podemos citar la placa de Cofresnedo (Fernández Ibáñez, 2001), el tahalí de tipo Monte BernorioMiraveche de Peña Sota III perteneciente al tipo IV de

Una pequeña placa de hierro con un ensanchamiento central hallada en la cueva de Cofresnedo nos permite igualmente hacer visible a los puñales bidiscoidales (Kavanagh, 2008). En este caso nos encontraríamos ante los restos de una de las cachas férricas de la empuñadura, la cual en su reverso estaría unida a una pieza de material orgánico, hoy desaparecida, que se fijaría a la espiga, decorándose el exterior con una 289

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) placa de bronce, como se deduce de los restos de óxido de este metal que se observan sobre la superficie.

pequeño tamaño, chapas, un posible pomo de mango, placas, varillas con terminación acincelada o asas como las halladas en Monte Ornedo.

Otras armas ofensivas que podemos hallar en el registro son las lanzas, representadas por puntas con enmangue tubular y regatones que se dispondrían en el extremo inferior, y un posible dardo hallado en el castro de Las Rabas. Por su parte, para las armas defensivas solamente contamos con el elemento de sujeción de escudo del castro de El Cincho, que es puesto en relación con una caetra grande (Mantecón y Marcos, 2014).

6.2.3. Metales romanos El fin de la Edad del Hierro en Cantabria tuvo lugar durante las Guerras Cántabras y la irrupción del ejército romano en muchos de los poblados. En aquellos que han sido excavados, como es el caso del castro de Las Rabas y Monte Ornedo, este episodio ha quedado evidenciado dentro del registro material por los numerosos objetos que pueden relacionarse con la impedimenta y armamento miliar romano. Podemos citar entre ellos las clavi caligae, los botones de arnés o cingulum, un oricalarium specillum, placas caladas de balteus, un as perfora de Cneo Pompeyo, una pelta decorativa, hebillas en D, fíbulas de tipo Alesia, clavijas de tiendas de campaña, un pilum incendiarium o un singular el pugio de semidisco o de pomo en D que ha sido relacionado con el modelo Dangstetten (Fernández Vega y Bolado, 2011: 312–314; Fernández Ibáñez, 2015: 330).

Los cuchillos, entendidos como útil y no como arma, constituyen un grupo importante dentro de los objetos de hierro, procediendo en su mayoría del castro de Las Rabas y Monte Ornedo. Atendiendo al filo se documentan cuchillos rectos, con afalcatamiento pronunciado y con afalcatamiento leve. Si nos fijamos en el enmangue observamos solamente dos tipos, en espiga y mediante remaches que fijarían unas cachas de material orgánico. De forma excepcional se ha identificado un cuchillo con mango enterizo de metal en el castro de Las Rabas, aunque sobre él existen dudas acercar de su adscripción cronocultural.

6.3. Fauna y restos vegetales

Relacionados con actividades agrícolas podemos citar una hoz de la cueva del Aspio y la posible azada y aguijada del castro de Las Rabas. Al trabajo de la madera nos remiten las hachas y broca de este último yacimiento y el escoplo de Monte Ornedo, cuyos paralelos nos llevan a Retortillo (Iglesias, 2002: 173–175) y la cueva de Reyes (Smith, 1996), esta última de cronología dudosa. Un anzuelo del castro de Las Rabas nos indica la existencia de un aprovechamiento de los recursos fluviales y un campano junto con una anilla, dos grapas de carrillera y un bocado de filete de caballo de este mismo yacimiento llaman nuestra atención hacia la ganadería, el uso del caballo y la presencia de jinetes. Dentro de un contexto cultual pero con una funcionalidad vinculada a los banquetes o con el fuego y la manipulación de las ascuas podemos citar las pinzas de la cueva del Aspio, para las cuales contamos con paralelos domésticos en Numancia (Lorrio, 1997: 236, fig. 98) y en ámbitos necropolitanos en Arcóbriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) (Lorrio y Sánchez, 2009: 159–164, 353– 354), en la Osera (Chamartín de la Sierra, Ávila) (Cabré y Cabré, 1933: lám. VI; Cabré et alii, 1950: lám. LXXX; Baquedano y Escorza, 1996: 186 y 192), en la necrópolis de El Castillo (Castejón, Navarra) (Faro, 2015a: 88–89) o en Las Ruedas (Padillas de Duero, Valladolid) (Sanz Mínguez, 1997a: 419; Romero, Sanz y Górriz, 2009: 244; Sanz Mínguez y Romero, 2010: 406–409).

La información que tenemos a este respecto para la Segunda Edad Hierro es sumamente escasa ante la falta de estudios. En lo relativo a la fauna únicamente contamos con las identificaciones preliminares realizadas en el castro de Las Rabas por J. Yravedra quien identifica dentro del numeroso conjunto de restos del Sondeo 1/2011 ganado vacuno (n=66), suidos (n=58), vaca (n=53), ovicaprinos (n=52), caballo (n=31), ciervo (n=5), perro (n=4) y jabalí (n=2). En la cueva del Aspio, por su parte, el Área 2, estudiada por M. Cueto, proporciona Cervus elaphus (n=1), C. Capreolus (n=1), Bos sp. (n=5), Capra sp. (n=6), Rupicapra pyrenaica (n=4), Sus domesticus (n=1) Sus sp. (n=1). A ellos debemos sumar las evidencias indirectas que proporcionan los abundantes restos de asta empleados para la fabricación de mangos, punzones o agujas procedentes del castro de Las Rabas y que evidencia la actividad cinegética del momento. Estos datos, aunque exiguos para realizar una interpretación acerca de la actividad ganadera, podemos considerarlos coherentes con lo que sabemos de otros enclaves como el castro de la Ulaña (Humada, Burgos), en donde predominan los ovicaprinos y, en menor medida, el ganado vacuno y el porcino (Marín y Cisneros 2008). En la Carpetania en la Segunda Edad de Hierro los ovicaprinos mantienen su importancia a la vez que el ganado vacuno aumenta; tras ellos se documenta suidos y équidos (Yravedra y Estaca, 2014). En el yacimiento de La Corona/El Pesadero (Manganeses de la Polvorosa, Zamora) los datos procedentes de dos áreas (una de ellas basurero) el ganado vacuno alcanza proporciones de entre el 50,41% y el 44,2% y los ovicaprinos entre el 23,97% y el 35,71%. El cerdo disminuye al 6,64% y 8,18% relegando al caballo al 3,67% y 2,98% (Misiego et alii, 2013).

A modo de excepción, dentro de los objetos de adorno se conservan siete fíbulas fabricadas en hierro, todas ellas incluidas dentro del tipo de fíbulas de aro sin resorte “omega” fechado entre los siglos II a.C. y I a.C. (Mariné, 2001: 258–272). Podemos citar por último múltiples objetos de uso cotidiano procedentes del castro de Las Rabas, como una pequeña cabeza de martillo, parte de unas pinzas de 290

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) Esto ejemplos, junto con los datos de los que disponemos, nos sirven al menos para afirmar que nos encontramos ante una ganadería basada en las mismas especies que en la fase anterior, aunque con mayor presencia del caballo, y que era complementada por la caza, tanto de ciervo como de jabalí.

podido identificar la espada de telar, se empleó el roble (Bolado et alii, 2020a). El uso del boj para la fabricación de peines resulta habitual a lo largo de la Prehistoria, con ejemplos en la Draga (Girona) (Bosch et alii, 2006), en el Argar, el Oficio y en los Millares (Almería), Blanquizares de Lebor (Murcia) (Siret y Siret, 1890) y la Cueva de los Murciélagos (Granada) (López, 1980); en los yacimientos baleares de la Cova Menut y Cales Coves (Veny, 1982), la Cova Murada, la Cova des Carritx (Llull et alii, 1999), Son Ferragut (Buxó y Piqué, 2008), Can Martorellet (Pons, 2009) y Son Maimo (Picornell, 2012); y la oscense Cueva del Moro (Rodanés y Alcolea, 2017). No obstante, los peines cántabros se alejan de la tipología de los peines peninsulares, caracterizándose por poseer una forma alargada de tendencia rectangular o triangular con una longitud que oscila entre los 12,5 cm y los 15,3 cm. Los paralelos más próximos nos acerca hacia las Islas Británicas, hasta piezas como las de Blaise Castle Hill (Bristol) (Rahtz y Brown, 1959: 151), Battlestbury Hillfort (Warminster) (Ellis y Powell, 2008: 67–68, fig. 4.9, 14–15), Glastonbury y Meare (Somerset) (Coles, 1987; Tuohy, 2000; 2001), Stanton Low (North Bucks) (Britnell, 1972), Danebury (Hampshire) (Cunliffe, 1991: 444–446; Tuohy, 2000), Radley (Berks), Maiden Castle (Dorset) y South Cadbury (Somerset) (Tuohy, 2000), o los distintos ejemplares hallados en el Támesis y depositados en el British Museum.

La agricultura, junto a las herramientas que se le pueden asociar, encuentra un gran exponente en los carporrestos de la cueva del Aspio entre los que encontramos principalmente granos de panizo (Setaria italica) entremezclados con restos de trigo (Triticum sp), cebada (Hordeum vulgare) y centeno (Secale cereale). Diez de las semillas de trigo nos ofrecieron unos resultados sobre su composición isotópica de carbono (13C) y nitrógeno (15N) que nos permiten saber que se cultivaron en secano con unas condiciones hídricas casi óptimas y un buen estado nutricional derivado de la aplicación de fertilizantes orgánicos. Todos los citados cultivos están documentados a lo largo de la Edad del Hierro, así el trigo (Triticum sp) ha sido identificado en el Alto de la Garma (Arias et alii, 2010), Castilnegro (Valle, 2010), en Intxur (Albiztur-Tolosa, Guipúzcoa) (Peñalver, 2001), en Dessobriga (Osorno, Palencia) (Misiego et alii, 2003) o en los yacimientos de la ría de Villaviciosa (Asturias) (Camino, 1999). El panizo (Setaria italica) y mijo (Panicum miliaceum) se documenta en el castro de Moriyón (Villaviciosa, Asturias) (Camino, 1999; Barroso et alii, 2008), en el cerco de Bolumburu (Zalla, Vizcaya) (Cepeda et alii, 2014) o en múltiples yacimientos del Noroeste (Parcero et alii 2007). La cebada (Hordeum vulgare) también hace su aparición en el Alto de la Garma (Arias et alii, 2010), Dessobriga (Misiego et alii, 2003), la Campa Torres (Maya y Cuesta, 2001: 236–237) y en el castro de Moriyón (Camino, 1999), mientras que el centeno( Secale cereale) lo podemos encontrar en Langa de Duero (Ramil y Fernández Rodríguez, 1999: 309; Cubero, 1999: 52).

La predilección por el boj para este tipo de piezas se debe a que se trata de una madera de grano muy fino y gran dureza, lo que la convierte en una materia prima excelente para la elaboración de las púas y el desempeño de la función de las mismas. La espada de telar, por su parte, tampoco encuentra paralelos peninsulares, debiendo relacionarse con las swords beater o weaving swords para las que, en madera o hueso se conocen piezas de época anglosajona y vikinga en Groenlandia (Østergård, 2004: 56), en la tumba de Herjofsnes (Nørlund, 1924: 58, 224; Østergård, 2004: 56), en la granja de Narsaq, ambas del siglo XI (Vebæk, 1993: 36), en Kornsá (Islandia) (Mehler, 2007: 233, fig. 7) y en Hvítárholt IV (Milek, 2012: 105). Entre los siglos I a.C. y I d.C. se fecha el fragmento óseo del yacimiento de Magdalensberg (Corintia, Austria) (Gostenčnik, 2001: 385 fig.5,7). El paralelo formal más próximo que tenemos procede del yacimiento villanovano del siglo IX a.C. de “Gran Carro” (Tamburini, 1995).

El panizo y mijo debieron ser uno de los principales cereales cultivados en la zona norte peninsular debido a su gran adaptación a los climas atlánticos y al hecho de que se trata de un cultivo de ciclo corto que posibilita la obtención de más de una cosecha al año, garantizando así la creación de una reserva de alimentos en caso de que la cosecha de cereal de invierno (trigo o cebada) fuese poco beneficiosa (Parcero et alii 2007; Torres Martínez, 2011: 83–85). En lo referente a la madera, esquiva dentro del registro por su rápida descomposición, solamente contamos con las identificaciones realizadas en los restos procedentes del Área 2 de la cueva del Aspio. Allí hemos podido observar la presencia de Buxus sempervirens (boj), Corylus avellana (avellano), Fraxinus sp. (fresno), Quercus sp. subespecie caducifolia (roble) y Rosácea/ Maloidea, siendo el roble y el boj los principales taxones documentados. Este último fue la materia prima empleada para los ocho peines de telar, datados entre finales del siglo III a.C. y el siglo I a.C. mientras que en el resto de objetos que presentan trazas de haber sido manufacturados, entre los cuales solo hemos

Tanto los peines como la espada de telar nos ponen en relación directa con la actividad textil. Los primeros se vinculan directamente con el trabajo de tejer (Jope, 2000), bien sea para escardar y mantener firme la trama, o para la elaboración de trenzas y bordes ornamentales (Tuohy, 2000: 139). Las espadas, por su parte, serían herramientas destinadas a golpear o apretar el hilo durante la elaboración de la trama. Estos serían sus usos primarios, pero en el caso de la cueva del Aspio forman parte de un conjunto cultual que convierte a estos objetos en ofrendas (Bolado et alii, 2020a). 291

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) 6.4. Restos humanos

consecuencias fatales, sean de origen doméstico o de un enfrentamiento entre comunidades. En el antiguo solar de los cántabros, historiográficamente la violencia ha sido capitalizada por las Guerras Cántabras, obviándose o enmascarando conflictos que pudieron darse con anterioridad y que, como consecuencia de una sociedad de marcado carácter guerrero, serían habituales (Quesada, 2003; García Alonso, 2015). Cabe recordar en este sentido los individuos asesinados en la Hoya durante una presunta incursión (Llanos, 2007–2008: 1275–1276). En el caso de Las Rabas la datación obtenida de la cabaña destruida y la del cráneo son coincidentes en el siglo IV a.C. lo que nos lleva a plantear que el castro pudiera sufrir algún episodio violento que supuso el fin para ambos; sin desestimar tampoco que pudiera tratarse de dos conflictos distintos anteriores a las Guerras Cántabras (Bolado et alii, 2019).

Los únicos restos humanos de la Edad del Hierro en Cantabria hasta el momento son los fragmentos de cráneo hallados en la Cata Tierra Julia del castro de Las Rabas (Bolado et alii, 2019). Estos, pertenecientes a una mujer, de mediana edad, muestran una serie de lesiones perimortales producidas en el momento próximo a la muerte, sin poderse precisar si fueron la causa de su muerte o si se produjeron inmediatamente después de la misma. Como ya expusimos al hablar del castro de Las Rabas, el contexto del cráneo no puede ser relacionado con un área necropolitana próxima pues ni los recientes sondeos han permitido identificar nuevos restos humanos o enterramientos, ni la conservación del cráneo resulta acorde con la práctica funeraria establecida en la Segunda Edad del Hierro en la que el difunto era cremado y sus huesos machacados, seleccionándose solamente una parte para ser depositados con el ajuar (Lorrio, 1997: 345–348; Torres Martínez 2011: 533–538).

6.5. Otros materiales Otros materiales habituales dentro del registro arqueológico de la Segunda Edad del Hierro son los restos de conglomerado o manteado de barro que era aplicado sobre los entramados de madera que servían para construir las paredes de las cabañas. Las piezas procedentes de Monte Ornedo y el castro de Las Rabas, vinculadas a una sauna (Fernández Vega et alii, 2014) y a una cabaña de planta circular completamente construida con material orgánico (Fernández Vega et alii, 2012), son el mejor exponente que tenemos. Por norma hacia el interior de estas piezas se observa frecuentemente las improntas de los entramados de ramaje a los que estuvieron adheridas mientras que, hacia el exterior, cuando se conserva, se aprecia un acabado liso. En el caso de Las Rabas cuatro fragmentos conservan restos decorativos a base de motivos impresos realizados mediante el arrastre del dedo y digitaciones, a modo de la decoración que se aprecia en la cerámica a mano, incisiones lineales e impresiones de círculos estampillados dispuestos de forma lineal. En todos estos casos la cara donde se ha realizado la decoración ha sido preparada previamente mediante un alisado y un enlucido. La decoración de las cabañas a lo largo de la Edad del Hierro no es algo extraño pudiendo encontrar otros ejemplos en Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Torres-Martínez, 2012b), la Ercina (León) (González Gómez et alii, 2015: 195–196), Dessobriga (Osorno y Melgar de Fernamental, Palencia y Burgos) (Misiego et alii, 2003: 50–53), en los bancos corridos pintados de los poblados del horizonte Soto de Zorita de Valoria la Buena (Valladolid), Los Cuestos de la Estación de Benavente (Zamora) o en la Plaza de San Martín de Ledesma (Salamanca) (Delibes y Romero, 2011: 71). Sin olvidarnos de los ejemplos de la Primera Edad del Hierro vistos en el castro de Argüeso-Fontibre y en el yacimiento al aire libre de El Ostrero.

La conservación únicamente del cráneo resulta sugerente para pensar en la posibilidad de que jugase un papel ritual o cultual a modo de la calota craneal femenina del Bronce final hallada en la acrópolis de Chao Sanmartín (Grandas de Salime, Asturias), o de la mandíbula de los niveles antiguos hallada en el interior de la muralla de la Campa Torres (Gijón), también posiblemente femenina, las cuales pudieran estar indicando una apropiación simbólica de distintos espacios (Mercadal, 2001; Villa y Cabo, 2003; Marín, 2011: 35). Otros restos humanos que quizás tuvieran un papel ritual son los tres individuos que reposaban en el interior de un torreón de Bilbilis (Catalayud, Zaragoza) (Alfayé, 2010c: 224–225), interpretados como producto de un ritual fundacional (Martín Bueno, 1975; 1982; Curchin, 2004:189–190), aunque no sin ciertas dudas (Alfayé, 2010c: 224–225). En Ercavica (Cañaveruelas, Cuenca) se recuperaron del interior de un pozo de las termas dos cadáveres interpretados como sacrificios fundacionales (Barroso y Morín, 1997: 257, 269–270), aunque también pueden responder a enterramientos tardíos (Lorrio, 2001:113; Alfayé, 2010c: 225). En el poblado de Atxa (Vitoria, Álava) y Peñahitero (Fitero, Navarra) se ha propuesto una función profiláctica para los enterramientos de las murallas y los espacios liminales intramuros (Alfayé, 2010c: 225), mientras que en La Hoya (Laguardia, Álava) existen restos que se han relacionado con las cabezas cortadas (Llanos, 2007–2008), al igual que sucede en Numancia (Garray, Soria) (Taracena, 1943: 163–164; Sopeña, 1987: 105) o con los cráneos expuestos de Ullastret (Gerona) (Pujol, 1979). La exposición de cráneos en la entrada de los poblados ha sido una de las hipótesis planteadas para el cráneo de Las Rabas, dado el orificio que muestra (Torres Martínez, 2011: 401). No es descartable que alguna de las tres lesiones, o varias de ellas, sean consecuencia de un posible acto de exposición, aunque parece más bien que estemos ante la evidencia de actos violentos con

Dentro de los objetos líticos, entre los que encontramos algunas fichas vinculadas a la actividad textil, sílex y percutores, destacan las afiladeras (n=15), caracterizadas por mostrar una o dos superficies útiles, y los molinos. Los de tipo de vaivén o barquiforme están representados solo por una mano de molino procedente del castro de 292

 La cultura material de la Segunda Edad del Hierro en Cantabria (IV a.C.–I a.C.) Las Rabas y un metate de Monte Ornedo. Los molinos rotatorios o circulares, por su parte, cuentan con tres piezas del castro de Las Rabas, dos de Monte Ornedo, una del castro de El Cincho y, posiblemente, otra de la cueva de Cofresnedo. Estos constituyen los ejemplos más tempranos de esta herramienta en Cantabria, la cual hace su irrupción dentro del registro durante esta fase. En el siglo V a.C. ya los encontramos en el mundo ibérico (Buxó et alii, 2010; Quesada et alii, 2014), a la Segunda Edad del Hierro pertenecen las piezas de los castros de El Cerco de Bolumburu (Zalla, Bizkaia) (Cepeda et alii, 2014) y La Ulaña (Humada, Burgos) (Marín y Cisneros, 2008: 158), y lo vemos también en las ocupaciones de finales del último milenio antes de cristo de yacimientos asturianos como Taramundi, Caravia, Pendia o Chao Samartín (Villa, 2013).

Smith y E. Muñoz (2010) citan 129. Según el Inventario Arqueológico de Cantabria, la cantidad de cuevas que poseen restos de la Edad del Hierro asciende a fecha de este trabajo a un total de 143. La interpretación tradicional, gracias al hallazgo de restos humanos en muchas de ellas, ha sido la funeraria, entendiendo como ajuares el resto de materiales asociados (Smith, 1985; García Alonso y Bohigas, 1995; Morlote et alii, 1996; Peralta 2003; Smith y Muñoz, 2010; Torres Martínez, 2010; De Luis, 2014). No obstante, paulatinamente ha ido introduciéndose una nueva hipótesis que nos aproxima hacia un uso cultual (Ruiz Cobo y Smith, 2003; Muñoz et alii, 2007b; Ruiz Cobo et alii, 2007; Ruiz Cobo y Muñoz, 2009; Smith y Muñoz, 2010; Torres Martínez, 2010; Smith et alii, 2013; De Luis, 2014), llegando incluso algunos autores a distinguir ceremonias de sacrificios humanos, ritos de paso, banquetes o rituales con fuego (De Luis, 2014). La base material empleada para sustentar ambas hipótesis suele ser el hallazgo de restos de vasijas pertenecientes a las denominadas vasijas de perfil en S o tipo Brazada, las cuales son tradicionalmente datadas en este periodo. Ocasionalmente se relacionan con restos humanos, de los que se deriva el uso funerario del lugar, o con otro tipo de objetos metálicos y orgánicos, como los peines de la cueva del Aspio, que pudieron desempeñar la función de ajuar.

Resta por último citar, ante su singularidad, las tres cuentas oculadas de pasta vítrea recuperadas en Cantabria procedente del castro de Las Rabas (Bolado y Fernández Vega, 2010a: 420, fig. 15), El Castro (Hinojedo, Cantabria) (Ontañón, 1995 y 2010), y la cueva de Cofresnedo (Ruiz Cobo y Smith, 2001: 123). Las dos primeras se incluyen, a partir de la disposición de los ojos, dentro del grupo A de Eisen mientras que la restante puede relacionarse con el grupo G (Ruano, 1995: Fig. 4). Para todas ellas podemos encontrar paralelos el castro de la Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia), Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) (Torres Martínez et alii, 2013b) o la Campa Torres (Gijón) (Maya y Cuesta, 2001: 229, fig.154), datándose las halladas en el Área 3 de Monte Bernorio entre los siglos III-I a.C. y las procedentes de la Campa Torres entre los siglos IV-I a.C. En todos los casos existe un consenso a la hora de interpretarlas como elementos procedentes de las relaciones comerciales, bien por vía terrestre o marítima, lo que las convierte en un elemento más que, junto a objetos como la cerámica campaniense o de imitación, los torques, los denarios celtibéricos o la tésera de hospitalidad, delatan la existencia de unas habituales relaciones socioeconómicas con los núcleos poblacionales del entorno.

Una de las ventajas de realizar una caracterización de la cultura material de la Edad del Hierro a partir del contacto directo con los depósitos conservados es la de poder saber hasta qué punto los registros de las cuevas en los que se basan las citadas interpretaciones cuentan con materiales que podemos, con cierta seguridad, adscribir a este momento. De las 143 cuevas recogidas hemos tenido acceso a materiales de 106, de los cuales solamente en 22 estamos en disposición de afirmar que pueden vincularse a la Edad del Hierro. En 13 de ellas se conservan restos humanos que en algún momento sirvieron para apoyar la hipótesis funeraria. No obstante, las sucesivas dataciones que se han realizado en las últimas décadas han ido descartando que se trate de individuos de la Edad del Hierro. En la cueva de Cofresnedo los restos de la gatera G-4 y la Sala Pendats fueron datados en la Edad del Bronce (3410±50 -GrA-17739- y 3000±60 BP -GrA-20269-) (Smith 2003). En la cueva de Barandas los dos huesos humanos fechados se adentran en época romana (1875±35 BP -CNA1119- y 1910±25 BP -CNA1120-) (Smith et alii, 2013: 105). En la cueva de Callejonda las reciente muestras que hemos tomado acercan el individuo depositado al IV milenio antes de Cristo (4723±27, CNA5210). En la cueva del Calero II los huesos asociados a las vasijas datadas en la Edad del Hierro proporcionan fechas del II milenio a.C. (2442±27 -CNA5208- y 3419±27 -CNA5209-) y, en el caso de la cueva de Las Cáscaras, la datación de los restos humanos sabemos gracias a P. Arias y P.A. Fernández Vega, que nos aleja de este periodo. Solamente en la cueva de Lamadrid la datación de un húmero ofrece un resultado de 2058±27 BP (CNA5211), con una calibración a dos sigma que lo sitúa entre el 124 cal BC y el 1 cal AD, una fecha que puede situarse entre finales de la Segunda Edad del Hierro y el inicio de la romanización.

6.6. El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria Las cuevas constituyen un elemento muy frecuente dentro del paisaje de Cantabria, el cual, desde el Paleolítico y hasta la Edad del Bronce, fue aprovechado como hogar, refugio o lugar de enterramiento. Durante la Edad del Hierro era de suponer que estos espacios no fueran abandonados por lo que, a partir de la década de los años ochenta del siglo XX, la investigación centró parte de los esfuerzos en buscar vestigios en su interior. Los resultados fueron casi inmediatos, recogiéndose ya en el estado de la cuestión sobre el periodo realizado por R. Bohigas en 1986–1987 siete ejemplos (Bohigas, 1986–1987) y en Carta Arqueológica de Cantabria del año 1987 (Muñoz et alii, 1987) un total de 74. E. Peralta y A. Ocejo (1996) referencian solamente siete y en la publicación de la tesis doctoral del primero se recogen 33, mientras que J.M. Morlote et alii (1996) cita 59. M. Cisneros incluye en su síntesis sobre la Edad del Hierro 20, mientras P. 293

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) Restos humanos hallamos también en la cueva de El Covarón, Cueva Grande, Peña Sota III, la cueva de Cubrizas, la cueva de Villegas II y la cueva de Riclones. En estos casos, la falta de dataciones y dos aspectos relevantes nos llevan a desestimar su vinculación con la Edad del Hierro. El primero de ellos podemos aplicarlo a las cuevas de Villegas II, cueva Grande y Peña Sota III, en donde en los depósitos se conservan restos pertenecientes a vasijas tipo orza con impregnaciones plásticas y cordones decorativos. Un tipo de recipiente que en nuestra comunidad aparece asociado de forma recurrente a contextos funerarios de finales del Calcolítico y la Edad del Bronce (Cubas et alii, 2013: 74–76) y que, por tanto, nos podría estar indicando que los individuos depositados pudieran ser más antiguos.

El gran inconveniente hacia la interpretación funeraria radica en que, durante las campañas que desarrollamos en la cavidad entre los años 2013 y 2017, la flotación de todo el sedimento y el estudio de los huesos recuperados descartó la presencia de restos humanos y, por ende, que el conjunto de materiales pudiera ser interpretado como un ajuar. La mancha carbonosa a la que aludían los primeros trabajos no era otra cosa cereal, principalmente panizo, un tipo de resto que, si bien lo podemos encontrar formando parte de los ajuares (Faro Carballa, 2015a; 2015b), resulta también habitual en contextos rituales como se puede ver en Frijao (Braga, Portugal) (Tereso y Fontes, 2014; Martín-Seijo et alii, 2015) y en la Puerta oeste de la Bastida de les Alcusses (Moixente, Valencia) (Vives-Ferrándiz et alii, 2015: 294–297, 299–300), vinculado en ambos casos a actos de comensalía.

El segundo aspecto sobre el que tenemos que detenernos en la propia conservación de los huesos. Estos aparecen completos, o con gran desarrollo, y sin restos de marcas sobre su superficie que nos indique que fueron afectados por el fuego. Una práctica funeraria que se aleja de la establecida en la Segunda Edad del Hierro, momento al que se adscriben todas estas cavidades, en la que el difunto era cremado y sus huesos machacados, seleccionándose solamente una parte para ser depositados con el ajuar (Lorrio, 1997: 345–348; Torres Martínez, 2011: 533–538). Así sucede en el caso del oppidum de Monte Bernorio (San Valero 1944, 1960; Torres Martínez et alii 2017a) y muy posiblemente en al abrigo del Puyo (San Miguel Llamosas, et alii, 1991; Fernández Acebo, 2010). No obstante debemos señalar que, aunque muy escasas, sí se conocen inhumaciones en cuevas como la de Fuentenegroso (Asturias) (Barroso et alii, 2007a; 2007b; 2008) u Ojo Guareña (Burgos) (Ruiz Vélez, 2009), fechadas en ambos casos en la Primera Edad del Hierro.

Desechar su función como ajuar no implica descartar su carácter simbólico, más cuando se trata de un contexto que no responde a un espacio de habitación o aprovechamiento dentro de la cavidad. La única explicación posible que encontramos es que se trate de un conjunto de carácter oferente formado por armas, elementos relacionados con la manufactura textil, aperos agrícolas, objetos de adorno, cereales y vasijas, que fue depositado al interior de la cueva durante la Segunda Edad del Hierro, una práctica que parece repetirse en la cueva de Cofresnedo (Cantabria) (Ruiz Cobo y Smith 2003). Esta interpretación, unida a la imposibilidad de relacionar los restos humanos con los materiales de la Edad del Hierro en el resto de cuevas, nos lleva a pensar que el uso dado a las cavidades fuese mayoritariamente simbólico o cultual, sin desechar otros usos para los que por el momento no tenemos pruebas (refugio, ganadero, etc.). A estos fines responden otras cavidades peninsulares (Alfayé, 2009; Llanos et alii, 2011; Machause et alii, 2014) las cuales, como en las cántabras, por su condiciones y características pudieron ser consideradas por las gentes de este periodo como un espacio liminal que da paso, en palabras de S. Alfayé (2010a: 194–196) “a una geografía sensitiva extrema, a un mundo fenomenológico radicalmente diferenciado del ordinario y, por ello, intrínsecamente numinoso”. Un espacio que suele ser la morada o la vía de comunicación con los dioses, convirtiéndose en un elemento fundamental de la cosmogonía de las sociedades que la utilizan.

Otra de las bases que sirvieron para sustentar la hipótesis del uso funerario procedía de la cueva del Aspio, en donde el conjunto de restos recuperados de la actual Área 2 fue interpretado como el ajuar que acompañaría a una tumba o tumbas de incineración que estarían representadas por los restos de vasijas y las manchas carbonosas (Serna et alii, 1994: 391–394; González Echegaray, 1999: 257–262; Peralta, 2003: 109; Ruiz Cobo et alii, 2007: 91). Como ya vimos con anterioridad, este podría ser un contexto habitual para los peines, los cuales cuando aparecen fuera de áreas domésticas en la península ibérica suelen estar asociados, independientemente de su cronología, a enterramientos (Rodanés y Alcolea, 2017), al igual que sucede con las espadas de telar. La relación de la hoz con armamento está igualmente atestiguada en los ajuares de distintas necrópolis de la península ibérica, especialmente en el Alto Duero, y las pinzas y los restos de fauna termoalterados y con marcas de corte de Cervus elaphus, C. Capreolus, Bos sp., Capra sp., Rupicapra pyrenaica, Sus domesticus y Sus sp. evidencian la existencia de un banquete ritual, una de las prácticas más comunes durante las ceremonias funerarias, en la que no es extraño que exista una asociación con las armas. Este vínculo ha sido documentado en el noroeste peninsular (González Ruibal, 2006–2007: 591–595).

En este sentido no podemos cerrar este apartado sin mencionar este pequeño pasaje de la Ora Marítima de Avieno (240–245): “después nuevamente un cabo y el rico templo consagrado a la Diosa Infernal, con cueva en oculta oquedad y oscura cripta”. Esta deidad infernal ha sido relacionada con Ataecina (Schulten, 1955), la misma que inicialmente se consideró que podría estar tras el ara votiva de los siglos II-IV d.C. hallada en las cercanías de la cueva del Valle (Rasines). Actualmente se considera que la divinidad a la que fue dedicada está omitida, pudiendo tener un carácter local vinculado al arroyo Silencio o a la propia cueva (Iglesias y Ruiz Gutiérrez, 1998: 63–64) tras el que posiblemente se encuentra una pervivencia del culto que, en otro tiempo, se desarrolló en las cavidades de nuestra región. 294

7 Conclusiones Como hemos visto a lo largo de este trabajo, la Edad del Hierro en Cantabria constituye un periodo que, a pesar del amplio interés social y la amplia bibliografía existente, centrada fundamentalmente en los antiguos cántabros y su enfrentamiento con Roma, presenta una base arqueológica más limitada de lo que podemos suponer inicialmente y sobre la que es necesario continuar investigando.

cual se crean casi exclusivamente digitaciones dispuesta de forma lineal y, en casos puntuales, ungulaciones o impresiones de tendencia oval. La incisión acoge sobre todo motivos lineales, ya sean verticales horizontales o diagonales, documentándose puntualmente motivos en V o zigzag, aspas, espigas y motivos geométricos complejos. Tanto las digitaciones como las ungulaciones y las incisiones lineales y en espiga podemos considerarlas como elementos heredados de la Edad del Bronce. Desde el punto de vista funcional se han podido diferenciar un total de 14 formas entre las que hallamos tapaderas, tazas o jarras, vasos, cuencos, platos, crisoles y grandes vasijas destinadas al almacenaje. Los diámetros de boca oscilan entre los 6 cm y los 63 cm, aunque las mayores concentraciones las tenemos en los tramos 11–15 cm y 31– 35 cm. Las bases, por su parte, cuentan con un diámetro que oscila entre los 5 cm y los 34.

La evidencia más clara al respecto es el propio Inventario Arqueológico de Cantabria en el cual se recogen un total de 206 yacimientos adscritos a este periodo. De ellos 143 conservan depósitos en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, y solamente en 32 casos más seis hallazgos casuales estamos en disposición de poder afirmar que poseen materiales del periodo. Esta ha sido la base que hemos empleado para realizar una caracterización de la cultura material de la Edad del Hierro, la cual asciende a 65.749 piezas, entre las que se incluyen las colecciones inéditas procedentes de las campañas de los castros de Las Rabas y Argüeso-Fontibre, así como los resultados de las investigaciones que hemos desarrollado en el marco del Proyecto de intervención arqueológica de la cueva del Aspio (Ruesga) y del proyecto en curso denominado El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro en Cantabria.

En la Segunda Edad del Hierro la producción cerámica adquiere una cierta diversificación detectándose tres tipos. El más común es el correspondiente con la cerámica a mano la cual, como en la fase anterior, fue fabricada de forma local y doméstica. La cocción predominante continúa siendo al alternante y la reductora, acorde con el empleo de hornos sencillos de una cámara. Las superficies siguen regularizándose con una escasa representación del raspado, bruñido, espatulado y la combinación de tratamientos. En el caso de bruñido y los tratamientos que pudieran asociarse con este, su presencia, especialmente en la superficie exterior, es superior a la que encontramos en la Primera Edad del Hierro, algo que podemos explicar por el aumento de los recipientes tipo jarra, vaso y taza sobre los cuales se intenta impermeabilizar el exterior. Los bordes más empleados continúan siendo los de tipo plano en su variedad de plano horizontal, mientras que los bordes planos con engrosamiento al exterior son relegados a un tercer plano en favor de los biselados al exterior. La proporción de bordes redondeados es ligeramente inferior que en la fase anterior, aunque en ambas el tipo simétrico es el más común. El uso de los bordes vueltos al exterior disminuye y, por primera vez, hacen su aparición los bordes con forma de pico, los bordes rebordeados al exterior y los bordes engrosados. La tendencia preferente ahora es la exvasada, disminuyendo la recta e incrementándose ligeramente la entrante. Los cuellos atienden a las formas rectilíneas y verticales, rectilíneas y exvasadas, cóncavas y vertical y, más aisladamente, cóncava y exvasada y cóncava y entrante. En cuanto a las bases, se mantiene el empleo exclusivo de las bases planas con un amplio uso de las bases simples y de perfil ondulado y más aislado en el caso de las bases de pie indicado y fondo rehundido y pie indicado; por primera vez se documentan ejemplares de bases planas de fondo reunido y bases planas de perfil

En lo concerniente a la cerámica, uno de los materiales más abundantes, hemos observado cómo en la Primera Edad del Hierro está representada exclusivamente por una producción de factura manual, local y posiblemente doméstica, que es sometida a cocciones alternantes y reductoras. El tratamiento más aplicado sobre las superficies fue el regularizado, con escasa representación del raspado, bruñido, espatulado o de la combinación de tratamientos. Entre los bordes hay una preferencia por el uso de los de tipo plano, especialmente planos horizontales, planos horizontales con engrosamiento al exterior y planos biselados al exterior; mientras que los bordes redondeados, principalmente de tipo simétrico, alcanzan una menor representatividad, al igual que los bordes vueltos hacia el exterior. La tendencia que se observa alterna entre la exvasada y recta, siendo la entrante casi anecdótica. Los cuellos muestran cierta variabilidad morfológica documentándose en primer lugar cuellos rectilíneos exvasados seguidos de cuellos cóncavos exvasados, rectilíneos verticales y cóncavos verticales. Las bases, por su parte, son siempre de tipo plano con un predominio de las bases simples y de perfil ondulado sobre las de pie indicado o las de fondo rehundido y pie indicado. Desde el punto de vista decorativo solamente un 2,3% de la producción cuenta con algún tipo de motivo, los cuales se concentran principalmente en los bordes seguidos por los galbos y, con pocos ejemplos, en las bases y asas. La técnica más empleada es la impresión con la 295

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) ondulado con acanaladura interior. La proporción de piezas decoradas aumenta con respecto a la Primera Edad del Hierro alcanzando en esta ocasión el 5,8%. La parte morfológica donde más se concentran las decoraciones es ahora el galbo en vez de los bordes y se amplían las técnicas utilizadas, sumándose a la impresión y la incisión la plástica. Dentro de la impresión se continúan realizando digitaciones, ungulaciones e impresiones de tendencia oval a la vez que se introducen dos nuevos motivos: las composiciones ejecutada mediante el arrastre de dedos y los estampillados, entre lo que abundan los que emplean estampillas circulares, sean simples o radiadas. La incisión desarrolla principalmente motivos lineales y en V o zigzag, con ocasionales representaciones de espigas y ondas. Resulta también habitual la combinación de digitaciones y arrastres de dedo, así como de estampillados e incisiones en V o zigzag. La plástica, por su parte, está representada por cordones lisos y mamelones. Como vemos existe una mayor variabilidad decorativa con motivos heredados de la fase anterior (digitaciones, ungulaciones e incisiones en V o zigzag) y creaciones nuevas a base de arrastres de dedo y estampillados. A nivel funcional para la Segunda Edad del hierro se han distinguido 15 formas, en dos de las cuales se diferencian seis y tres subtipos respectivamente. Entre ellas hallamos tapaderas, vasos, jarras, tazas cuencos, posibles coladores y vasijas que pudiera haber sido empleadas para el almacenaje, constatándose en el caso de la cueva del Aspio la función del tipo IV/3 para ofrendar cereal. Los diámetros de boca, en conjunto, oscilan entre los 6 cm y los 44 cm, con concentraciones especialmente densas en los tramos 11–16 cm, 16–20 cm y 6–10 cm. Las bases, por su parte, mantienen unos diámetros que oscilan entre los 4 cm y los 29 cm, concentrándose principalmente en los tramos 6–10 cm y 11–15 cm.

y de perfil redondeado. La decoración se aplica en el 9,3% de las piezas detectándose cuatro tipos de técnicas: impresión, incisión, plástica y pintura. Las incisiones, el motivo más común, salvo en un caso en el que se crea una retícula, son todas lineales; la impresión desarrolla siempre suaves acanaladuras realizadas mediante el arrastre del dedo; y en la pintura se emplean con frecuencia motivos lineales, siendo poco comunes las representaciones astrales, zoomorfas, de círculos concéntricos o la combinación de motivos. Dentro de todo el conjunto se han podido distinguir 17 formas en una de las cuales se diferencian tres subtipos. Entre ellas hallamos cuencos, jarras, copas y vasijas de almacenaje que parecen sustituir a los grandes recipientes que eran empleados durante la Primera Edad del Hierro. Los diámetros de boca oscilan entre los 8 cm y los 49 cm, concentrándose especialmente en los tramos 11–15 cm, 26–30 cm, 21–25 cm y 16–20 cm. En las bases, por su parte, esta medida oscila entre los 5 cm y los 17 cm con una mayor representación del tramo 6–10 cm frente al resto. La tercera producción presente en la Segunda Edad del Hierro está formada solamente por 14 fragmentos cuyas características permiten relacionarlos inicialmente con la cerámica Campaniense B. No obstante, su factura y la paupérrima conservación del característico barniz presente en este tipo de vasijas abren la posibilidad a que estemos ante imitaciones que llegaron a Cantabria a través de comercio. Por lo que respecta a la metalurgia, en los depósitos de la Primera Edad del Hierro se aprecia un claro predominio de los objetos de bronce frente a las piezas de hierro, algo que resulta coherente al introducirse la metalurgia del hierro en el norte peninsular en torno al siglo IV a.C. Objetos como el regatón del castro del Alto de la Garma, el cuchillo del castro de la Lomba o las piezas del castro de Argüeso Fontibre, si bien son hasta ahora mismo las primeras evidencias de útiles de hierro contextualizadas en Cantabria, deben ser consideradas como objetos procedentes de las relaciones socioeconómica mantenidas con centros productores del interior peninsular. A ellas, aunque con ciertas dudas, podría sumarse también la punta de lanza de Riaño de Ibio.

La segunda producción utilizada durante la Segunda Edad del Hierro es la cerámica a torno, la cual ha sido fabricada mediante el uso de esta herramienta y cocida en atmosfera oxidante. Para ello fue necesario el empleo de hornos de doble cámara con los que ejercer un férreo control de la temperatura, lo que implica una especialización de esta alfarería. Respecto a la cerámica a mano representa un 21,6% del total de la colección cerámica de esta fase, una proporción que, si bien es menor, permite convertirla en un producto de uso habitual que, como puede inferirse de los restos de parrilla de horno hallados en Monte Bernorio, pudo tener un origen local. A nivel tecnológico se trata de una producción en la que las superficies han sido preferentemente regularizadas con puntuales ejemplos de raspado o bruñido. Los bordes más documentados son los redondeados, en sus tipos simétricos y asimétricos al interior, y los bordes vueltos hacia el exterior. Los bordes planos quedan relegados a un tercer puesto, decantándose entre ellos por los bordes con engrosamiento hacia el exterior, los planos horizontales y los biselados al interior. La mitad de la tendencia identificada es exvasada, tras la cual aparece la entrante y la recta. Las bases se reparten en ocho tipos, siendo el más común el de bases planas con fondo rehundido y bases planas con fondo rehundido y pie indicado. Es de destacar la documentación de una base de pie de copa así como bases planas simples

En bronce destacan las fíbulas, entre las que están representados los pasadores en T y las fíbulas de doble resorte con puente en forma de cruz y cinta. Hallamos también múltiples elementos de guarnicionería, punzones, pendientes, agujas y dos talones de hacha fragmentados que nos pueden estar indicando un reaprovechamiento de los metales. No podemos olvidarnos tampoco del famoso caldero de Cabárceno el cual, a partir de paralelos y su cercanía con el castro de Castilnegro, abre la posibilidad a que se trate de una pieza de la Primera Edad del Hierro en vez de la Edad del Bronce, como se ha interpretado tradicionalmente. Su ocultamiento podría responder a un acto ritual o simbólico vinculado a un banquete. En la Segunda Edad del Hierro, como consecuencia de la adopción y difusión de la metalurgia del hierro, las 296

 Conclusiones proporciones de objetos de bronce y hierro se invierten, siendo más común la documentación de los segundos. El bronce es destinado a objetos de adorno, vestimenta o a piezas de pequeño tamaño para las que es necesario una mayor precisión. Son de destacar las placas de cinturón, elementos de guarnicionería, agujas, cuentas de collar, pesas, punzones, elementos pinjantes y, especialmente, las fíbulas las cuales, junto con las de la Primera Edad del Hierro, nos han permitido crear el primer corpus para Cantabria y del primer cuadro cronotipológico. Entre ellas son mayoritarias las fíbulas de aro sin resorte “omega” y las fíbulas de La Tène o de apéndice caudal, con escasos ejemplos de fíbulas de pie vuelto. Se ha podido identificar un tipo nuevo de fíbula, denominado fíbulas zoomorfas esquematizadas tras el que puede esconderse una interpretación local de las fíbulas de caballito, datándose entre los siglos III/II a.C. y el siglo I a.C. De factura autóctona parece ser también el signum equitum que pudiera alzarse como un elemento de prestigio social relacionado con una aristocracia ecuestre a la cual también podrían pertenecer las citadas fíbulas.

de El Ostrero, se ha podido constatar igualmente el aprovechamiento de un recurso marítimo de primer orden como es el marisco, identificándose el consumo principalmente de ostras, navajas y almejas finas. En lo relativo a la agricultura en la Primera Edad del Hierro la documentación de granos de trigo y cebada en los castros del Alto de La Garma y Castilnegro aboga por su cultivo mientras que en la Segunda Edad del Hierro el importante conjunto de carporrestos procedente de la cueva del Aspio evidencian la existencia de cultivos de panizo, trigo, cebada y centeno, los cuales fueron cultivados en secano con una condiciones hídricas optimas y un buen estado nutricional derivado del uso de fertilizantes; cultivos en gran medida de ciclo corto que posibilitarían la obtención de más de una cosecha a lo largo del año. En la obtención harinas se aprecia una diferenciación en cuanto al útil empleado en ambas fases. En la Primera Edad del Hierro el único tipo de molino empleado es el de vaivén o barquiforme mientras que en la Segunda Edad del Hierro coexiste con el molino circular. Dentro de la lítica destacan también algunas afiladeras, restos de sílex y fichas que, como las fabricadas en cerámica son puestas en relación con la actividad textil al emplearse como topes de los husos. A esta labor responden igualmente los únicos objetos de madera conservados compuestos por ocho peines de boj y una espada de telar de madera cuyos paralelos nos llevan hasta las Islas Británicas o la cultura villanovana.

Junto a la cerámica campaniense o de imitación, las relaciones socioeconómicas con otros núcleos de población de los valles del Duero y del Ebro, así como de la región cantábrica, quedan evidenciadas dentro de registro con objetos como la tésera del castro de Las Rabas, la cual prueba a su vez el establecimiento de la institución del hospitium en el territorio. A este grupo debemos añadir también las cuentas oculadas, la varilla de torques de oro del castro de Las Rabas y los cinco denarios celtibéricos acuñados en Turiasu, Sekobirikes y Arekoratas.

Las estructuras de habitación, para las que en la Primera Edad del Hierro solo contamos con las cabañas de tendencia ovoidal con zócalo pétreo, techumbre y suelo de tierra pisada del castro del Alto de la Garma, y para la Segunda Edad del Hierro con la sauna de Monte Ornedo y la cabaña de tendencia circular fabricada completamente con materiales orgánicos del castro de Las Rabas, también están presentes dentro del registro de materiales. Esto se debe a la habitual documentación de fragmentos de mateado o conglomerado de barro que eran aplicados en los entramados vegetales con los que se construían las paredes. Hacia el interior suelen conservar las improntas arbóreas mientras que hacia el exterior hemos podido observar en varios fragmentos cómo se alisaba la superficie, enluciéndola ocasionalmente para decorarla mediante pinturas de tonos granates o impresiones digitadas y circulares, que nos alejan de la austera visión establecida.

Las armas, de forma indirecta, también se hallan representadas por diversas piezas de bronce como los tahalíes, placas y elementos decorativos asociados a puñales bidiscoidales y de filos curvos. Estas serán las armas preferentes de esta fase desde el punto de vista arqueológico, estando también representadas en hierro por dos hojas de puñal de filos curvos y una placa perteneciente a la empuñadura de puñal bidiscoidal. En este metal fueron fabricadas también las puntas de lanza con sus correspondientes regatones, un posible dardo y el único elemento relacionado con un arma de parada de tipo caetra grande representado por unas anillas de sujeción. El hierro sirvió igualmente para crear multitud de herramientas de uso cotidiano, como cuchillos, tanto de filos rectos como curvos; hoces, azadas y aguijadas que nos remiten a la actividad agrícola; escoplos, hachas y brocas propios del trabajo de la madera; anzuelos de pesca; y campanos y piezas de arreo de caballo propias de la actividad ganadera. Esta, aun siendo escasos los datos de los que disponemos, podemos afirmar que en ambas fases se basó en el aprovechamiento de ganado vacuno, ovicaprinos y suidos, con un incremento del caballo en la segunda fase. El aporte cárnico se complementaría con la caza de jabalí y ciervo, del cual a su vez se aprovecharían las astas para la fabricación principalmente de mangos. En la Primera Eda del Hierro, gracias al yacimiento

El uso de las cuevas durante la Edad del Hierro ha sido otro de los grandes objetivos que hemos podido afrontar gracias al análisis crítico realizado de los distintos yacimientos, así como a los nuevos datos generados. La hipótesis funeraria, salvo en el caso del abrigo del Puyo, ha quedado por el momento desestimada en base a la falta de pruebas que permitan relacionar los objetos y los restos humanos. Así mismo el hecho de que estos últimos conserven gran parte de su desarrollo nos indica que no responden a la práctica funeraria imperante, algo que confirman las dataciones existentes que, en las cuevas de Cofresnedo, Barandas, Callejonda, El Calero II y Las Cáscaras, trasladan 297

La cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria (España) las inhumaciones hacia momentos prehistóricos más antiguos. De la misma forma, las dataciones de los cráneos de la Graciosa I y II los ha desvinculado de las supuestas prácticas de sacrificios humanos o del culto de cabezas cortadas al ser datados entre finales del IV milenio a.C. y el III milenio a.C. La llave para obtener una explicación al uso que se da a las cavidades puede estar en la cueva del Aspio en donde hemos documentado un ritual compuesto por distintas ofrendas que es repetido en la cueva de Cofresnedo. Esta práctica pudiera extenderse al resto de cavidades, sin descartar esporádicos usos funerarios, lo que nos llevaría a considerar que estos espacios fueron entendidos como lugares liminales, numinosos, zonas que serían moradas o vías de comunicación con deidades o entidades propias de una cosmogonía que hoy nos es desconocida. En contra de lo que sucede en muchos de los periodos prehistóricos, el final de la Edad del Hierro acontece en un momento muy determinado: las Guerras Cántabras. La llegada de las legiones de Roma supone el asalto, destrucción y toma de gran parte de los poblados que finalmente serán abandonados. Este proceso, como hemos visto en los casos del castro de Las Rabas y Monte Ornedo, también está representado dentro de los depósitos de materiales, perteneciendo a estos momentos finales diversas piezas que se vinculan con la impedimenta militar romana, como tachuelas, fíbulas tipo alesia y restos de armamento, o con la propia castrametación, como son las clavijas de tienda de campaña. Objetos que marcan el final de una época y de una cultura material que irá olvidándose paulatinamente con la desaparición de las pervivencias que pueden identificarse durante el primer siglo de romanización. Con este trabajo hemos intentado llevar a cabo una sistematización de la cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria en un territorio del que poco se sabía. Hemos logrado caracterizar las distintas producciones cerámicas existentes, afrontar los orígenes de la metalurgia del hierro y estudiar distintos grupos de piezas entre los que destacan las relacionadas con el armamento, los objetos de madera de telar, las piezas de procedencia alóctona o las fíbulas, creando en este caso el primer corpus para la región. La fauna y la agricultura, tanto de forma indirecta a través de las herramientas, como de forma directa gracias a los restos óseos y carporrestos, se ha abierto igualmente hueco en un trabajo con el que hemos podido afrontar el uso de las cuevas durante el periodo. En su conjunto, el resultado de esta investigación, desarrollada desde una visión metodológica tradicional, sirve para cerrar una deuda arqueológica y un vacío en lo concerniente a la cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria, que esperamos que sirva de base para los proyectos actualmente en curso y los que están por venir.

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BAR IN TERNATIONA L SE RIE S 3111 ‘It is a substantial contribution to the study of the Iron Age in Cantabria, but also contains valuable knowledge regarding this time period in the northern Iberian Peninsula.’ Dr Ángel Villa Valdés, Museo Arqueológico de Asturias ‘This original research will be a key reference for this geographical area and period. It is a significant contribution to our knowledge of the Iron Age communities of Iberia.’ Dr María Martín Seijo, Universidad de Cantabria

En este libro se lleva a cabo un estudio de las características y la evolución de la cultura material de la Edad del Hierro en Cantabria. Para ello se ha procedido al análisis y estudio de todo el registro material procedente de los yacimientos adscritos a este periodo. Gracias a ello ha sido posible caracterizar la cultura material de la Primera y la Segunda Edad del Hierro, estudiar las distintas producciones cerámicas, conocer el momento de introducción del torno de alfarero y de la metalurgia del hierro, o afrontar distintos aspectos socioeconómicos como la agricultura, ganadería o el comercio empleando para ello únicamente los datos arqueológicos. Así mismo, se han incorporado al discurso los datos procedentes de las campañas inéditas realizadas en los castros de Argüeso-Fontibre (Campoo de Suso) y Las Rabas (Campoo de Enmedio), y se ha afrontado la problemática sobre el uso de las cuevas durante el periodo. This book studies the characteristics and evolution of material culture during the Iron Age in Cantabria. Analysis of the entire material record of the archaeological sites from this period has been carried out. It characterises the material culture of the Early and Late Iron Age by analysing pottery production and identifying the moment of introduction of the potter´s wheel and iron metallurgy. Additionally, socioeconomic activities such as agriculture, livestock and trade are examined through archaeological data. Finally, data from unpublished campaigns carried out in the hillforts of ArgüesoFontibre (Campoo de Suso) and Las Rabas (Campoo de Enmedio) have been included and issues of cave usage during this period is addressed. Rafael Bolado del Castillo es doctor en Arqueología Prehistórica por la Universidad de Cantabria y la Universidad Autónoma de Barcelona. Su línea de investigación principal se centra en el estudio de las sociedades de la Edad del Hierro del norte de la península ibérica, con especial énfasis en el uso de las cuevas. Rafael Bolado del Castillo has a doctorate in Prehistoric Archaeology from the University of Cantabria and the Autonomous University of Barcelona. His research focuses on Iron Age societies in the northern Iberian Peninsula, with special emphasis on the use of caves.

Printed in England