La construcción del sujeto ético
 9789501242874, 9501242870

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Silvia Bleichmar

La construcción del sujeto ético

PAIDÓS Buenos Aires Barcelona México

Diseño de cubierta: Gustavo Macri Motivo de cubierta: AdPamassum (1932, fragmento), de Paul Klee. Kunstmuseum Bern, Berna.

Bleichmar, Silvia La construcción del sujeto ético.- 1a ed.- Buenos Aires: Paidós, 2011. 544 p.; 22x13 cm. ISBN 978-950-12-4287-4 1. Psicoanálisis. I. Título. CDD 150.195

I a edición, 2011

©

2011, Herederos de Silvia Bleichmar

©

2011 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Independencia 1682/1686, Buenos Aires - Argentina E-mail: [email protected] www.paidosargentina.com.ar

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11 .7 2 3 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Impreso en Gráfica Laf, Monteagudo 741, Villa Lynch, en mayo de 2011 Tirada: 3.500 ejemplares ISBN 978-950-12-4287-4



Indice

Agradecimientos............................................................................ Prólogo, Eva Tabakian................................................................... 1. Premisas de constitución de la ética en el sujeto psíquico.................................................................................... 2. El sentimiento de soledad...................................................... Envidia, rivalidad, celos, lugar de los sentimientos negativos................................................................................. 4. El yo no es un desprendimiento modificado del inconciente.............................................................................. 5. Acerca de la crueldad.............................................................. 6. Pensar la pulsión de muerte................................................... 7. Lo inscripto, lo representable, lo irrepresentable.............. 8. De la autopreservación de sí mismo al cuidado de! semejante................................................................................. 9. Mitos y teorías del psicoanálisis respecto a la construc­ ción del sujeto ético............................................................... 10. Revisión del complejo de Edipo y su relación con la constitución del superyó....................................................... 11. El complejo de Edipo y la construcción de legalidades: tensiones entre moral y ética................................................ 12. Revisando las teorías vigentes acerca de los orígenes del superyó.............................................................................. 13. La articulación de los enunciados del superyó en su matriz cultural-ideológica..................................................... 14. Perversión y psicopatía: enlaces, relaciones y diferencias entre ambas............................................................................. 15. La sexualidad: lo público y lo privado en la sociedad contemporánea..................................................... .................. 16. Un caso clínico paradigmático..............................................

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17. Repetición de lo traumático................................................. 18. El desvío innatista de Melanie Klein: tendencias crimi­ nales en niños normales......................................................... 19. La transferencia no es mera repetición sino neocreación. 20. Envidia y celos en la clínica.................................................. 21. Del lugar del padre................................................................. 22. La normatividad y la ley........................................................ 23. La ética del analista, ¿en el límite o en el centro del contrato analítico?.................................................................. 24. Balance teórico........................................................................

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Agradecimientos

A los discípulos de Silvia Bleichmar que participaron con sus preguntas del enriquecimiento del seminario, a los colegas y amigos que formaron parte de este libro desde sus inicios: Facundo Blestcher, Jimena Rodrigo y María Cristina Perdomo, a Marina Calvo y Carlos Schenquerman que hicieron el artesanal trabajo de pulir el diamante en bruto de las desgrabaciones hasta transformarlo en este virtuoso material que respeta al pie de la letra el tradicional estilo coloquial de la autora, con el agregado de las notas al pie. AI equipo editorial de Paidós: Eva Tabakian, Emilce Paz, Federi­ co Rubi y Ana Ojeda, por este libro, y retrospectivamente, también a Moira Irigoyen, por el anterior.

Prólogo

La construcción del sujeto ético, seminario dictado por Silvia Bleichmar en 2006, plantea desde su inicio la cuestión del estatu­ to del discurso psicoanalítico y su incidencia en la cultura en su sentido más amplio. Como anticipo, ella alguna vez dijo que “si el psicoanálisis de niños lleva más de un siglo abordando los efectos de la represión en la constitución subjetiva, e incluso señalando las incidencias de la sexualidad del adulto en la conformación del psiquismo infan­ til, es ya hora de explorar de manera cuidadosa los modos con los cuales el sujeto ético se constituye también en ese entramado que determina la cultura. Tal vez una época en la cual la propuesta de goce se ofrece como relevo de la felicidad imposible, propiciando modos más des-subjetivizantes de relación al otro en los cuales se desconstruye la relación intersubjetiva para que el eficientismo permita una inclusión que garantice la supervivencia, torna más imperioso que nunca que los analistas nos volquemos a la revi­ sión de las condiciones de constitución del sujeto ético desde una perspectiva que no se someta ni al naturalismo ni al pensamiento místico.”1 “El discurso vacío de una parte del psicoanálisis se ha conver­ tido, en estos tiempos, en el peor enemigo del mismo psicoanáli­ sis.” Según la visión de la autora, este estatuto está absolutamente ligado a la concepción de la construcción del sujeto y su relación con la ética. Ese es el motivo por el cual el seminario se abre con la propuesta de releer, en la teoría y sus autores, las premisas de la

1. S. Bleichmar, “As condigoes de humanizagáo”, en Rosely Gazire Melgago (com p.), A etica na atenqao ao bebe: psicanalise, saude, educado, San Pablo, Casa del Psi­ cólogo, 2 0 0 6 .

constitución subjetiva. En este marco, se ponen a consideración y trabajo, planteos de Freud, Klein, Winnicott, Bion, Laplanche, Lacan, entre otros. Recordaba Silvia Bleichmar que “Emmanuel Levinas, el gran filósofo de la ética del siglo XX , afirmó que se tiene muy en cuenta que el ser humano es el único animal capaz de matar a distancia, pero no se considera lo suficiente esta virtud extraordinaria que significa, desde el punto de vista moral, que sea capaz de morir por alguien que no es de su propia tribu. La ética, afirma Levinas, es el reconocimiento de esa presencia inquietante del otro capaz de arrancarme de mi solipsismo, de mi egoísmo, para volcarme a las responsabilidades infinitas que desde él me convocan. ¿No es este el modelo mismo de la relación originaria, relación que convoca al adulto de modo ilimitado, haciéndolo responsable no solo de la supervivencia de la cría humana sino de la conmoción profunda que lleva al intento de evitamiento de todo sufrimiento, en este caso no solo físico sino moral?”2 El acento que Bleichmar quiere y consigue imprimir a su seminario es la contraposición del sujeto ético al sujeto disci­ plinado, ideal de las nuevas sociedades de consumo. El tema de la voracidad, articulado con la envidia y los celos, da cuenta de la mirada lúcida de una intelectual que interroga el estado de situación. Ella afirma, entonces, que el sujeto disciplinado no es el sujeto ético, y que no es cuestión de discutir sobre los lími­ tes, sino sobre las legalidades que lo constituyen y plantea que el proceso de humanización es un movimiento de desadaptación de lo biológico originario, proceso en el cual se irán constituyendo a posteriori las posibilidades de que el ser humano que allí se va plasmando tome a su cargo su propia autoconservación por medios que ya no son naturales, sino efecto de los modos con los cuales su época le brinda las posibilidades de articularlo. En este marco, concede también especial consideración a la ética del analista, que en su concepción no se reduce solo al ejer­ cicio de la técnica y la observancia de la abstinencia, sino que se extiende a la posición del analista frente al sujeto que sufre. En este aspecto, sostiene una diferencia con Lacan, a quien le adjudica una ética solo referida al bien hacer, es decir, a la correc­ ta aplicación del método: “Porque esta aplicación del método

Duede resultar absolutamente insuficiente para la recomposición del otro, o inclusive, llevar a su destrucción. Y porque, además, el contrato ha sido confundido con la palabra del analista. Se da por sentado que todo lo que hace el analista en su consultorio es analítico, cuando en verdad el contrato es.parte de la ética inter­ subjetiva y no del fantasma del paciente, como tampoco debe serlo del analista. Por ello, debemos reposicionar estos aspectos contractuales, sobre todo en una época en la cual la cuestión se ha invertido y lo que estamos tratando de acotar no es solamente el poder del analista, sino la perversión del sistema”. El resultado de esta perversión se percibe en la transformación del paciente en usuario o cliente o ver al analista solo como un proveedor o empleado que es interpelado como tal y ya no como el sujeto del saber. Por ello, plantea que las condiciones del contrato ético se sostienen desde los primeros tiempos de la vida, más allá de las transformaciones de la subjetividad a las cuales asistimos y que corresponde a los psicoanalistas estar a la altura de los tiem­ pos, para que la potencialidad explicativa y transformadora de la teoría y la práctica puedan seguir acompañando los tiempos de infancia y aliviando el sufrimiento a los cuales los seres humanos se confrontan. No es un dato menor señalar que cada tema tratado en el seminario lleva el sello de su autora, y está ilustrado con ejem­ plos de la clínica que fluyen en el discurso, entramándose con los planteos y los cuestionamientos teóricos. Con claridad y preci­ sión, rasgos dominantes de su estilo, con una fuerte convicción en sus posiciones respecto de las problemáticas que plantea el psicoanálisis, Silvia Bleichmar propone en estas páginas una vía para repensar las cuestiones de la subjetividad, de la ética y de las encrucijadas que los tiempos de hoy nos plantean.. E

va

T a b a k ia n

Capítulo 1

Premisas de constitución de la ética en el sujeto psíquico

Empezamos un nuevo año y me alegra mucho tenerlos y contar de nuevo con este espacio para poder pensar diversas temáticas en forma conjunta El tema nos convoca a todos; hoy -en especial- es un día en que resulta necesario debatir y pensar bien estas cuestiones, para rela­ cionarlas, por ejemplo, con lo ocurrido con la muerte de un adoles­ cente en Palermo Chico.1 Este hecho da cuenta de que la violencia no deriva de la pobreza, sino de la forma como se ha deconstruido la noción de semejante, y también de las condiciones de paranoi­ zación y de impunidad que vive la sociedad argentina desde hace años. Tenemos que utilizar nuestro tiempo para idear nuevos recur­ sos teóricos y prácticos. Sería patético que mañana salieran algunos analistas a decir que esto es efecto de la pulsión de muerte o que la adolescencia es violenta por definición; sería absurdo y encubridor. El discurso vacío de una parte del psicoanálisis se ha convertido, en estos tiempos, en el peor enemigo del mismo psicoanálisis. Debemos estudiar los fenómenos en sus mediaciones, en sus de­ terminaciones, así como también encontrar explicaciones teóricas y prácticas, sabiendo además que las repeticiones solo producen,

" Clase del 10 de abril de 2 0 0 6 . 1- U n joven de 16 años murió el 9 de abril de 2 0 0 6 en la zona de Palerm o C h ico, después de haber sido atacado por una patota integrada por al menos nueve adolescentes de entre 14 y 17 años, todos vecinos de la zona. Se trata de un barrio ¡ se a una víctima, atacar con violencia, arrebatar bolsos, extorsionan o robar a mano armada o forzar a otro a una actividad sexual, vio+ lar, asaltar o en raros casos asesinar. No sé si ustedes se dan cuenta del nivel ideológico lamentable que plantea todo esto. Desde Robin Hood en adelante, hasta San Martín, son todos social disorders. Ni ha­ blar de Facundo Quiroga. Días atrás discutí con una periodista que dijo: “Bin Laden, el guerrillero”. Y le contesté: “¿Usted considera a Quiroga un terrorista, entonces? Si Bin Laden es un guerrillero* Facundo Quiroga es un terrorista”. Continúo con el planteo del DSM-IV: la destrucción deliberada de otras personas sería un hecho característico de ese trastorno. Por ejemplo, si los piqueteros tiran piedras al McDonald’s son todos social disorders. Determina que los niños con ese trastorno, y antes de los trece años de edad, permanecen fuera de casa en horas nocturnas, a pesar de la prohibición de sus madres -ninguno de nosotros se salva, me parece-. Dice que pueden existir fugas de casa durante la noche y que, para que sea considerado como síntoma de trastorno disocia^ la fuga debe haber ocurrido por lo menos dos veces. Esto nos remite a lo que Foucault decía del pasaje de las sociedades represivas a las sociedades disciplinarias,6 esto es el gulag absolutamente solo que instaurado en todo el país, no en un espacio especial. Aquí la categoría de perversión ha desaparecido, y lo que se han establecido, entonces, son formas amorfas en las cuales todo lo que ocurre respecto al prójimo se piensa sin que se sepa quién es el pró­ jimo para el sujeto; ahí se presenta la cuestión que les vengo plan­ teando: si hay o no hay categoría de prójimo, de semejante. Esto es lo que define el problema de la perversión o la psicopatía, no que la categoría de prójimo esté definida por el sistema. El Frente Vital era, sin duda, alguien que tenía muy estructurada la categoría de prójimo. Por eso la madre, más allá de que estaba en contra de que él ejerciera acciones delictivas, le grita a la policía por el asesinato, porque no considera que la policía había hecho justicia sino que fue un crimen a mansalva. Esto es muy interesante porque plantea que la madre del Frente Vital, más allá de ser una mujer que fuera cus­ todio en un supermercado, tiene claro por dónde pasa el concepto de semejante y los enfrentamientos definitorios que constituyen los problemas de Argentina.

Bueno, también, el DSM -IV desarrolla la cuestión de la prevalencia. Dice que la prevalencia dé trastorno disocial se ha incre­ mentado en las últimas décadas, siendo más elevada en las ciudades que en las zonas rurales y que las tasas varían en función de la na­ turaleza de la población estudiada En las mujeres, por ejemplo, el índice se mueve entre el 2% y el 9%. En cambio, en los varones de entre 20 y 18 años, la tasa oscilaría entre el 16% y el 19%. Adver­ tirán que estamos hablando de población y que es una concepción diagnóstica que nosotros prácticamente no empleamos, no se nos ocurriría. Alguna vez conté de un paciente mío que les había robado dinero a los padres y empezó un análisis. Un chico que había sido muy dañado; era muy sensible, muy culto, había entrado en una granja colectiva en Israel con los padres y fue muy atacado por no ser machista, ni brutal ni nada de eso. Cuando yo lo conocí era un adolescente temprano, de 14 años. Vivía en México en ese momen­ to y fue un paciente maravilloso. Un día les dijo a los padres: “Yo no sé por qué me mandan con Silvia. Yo nunca les hubiera robado lo que ella les cobra”. Como pueden apreciar, era un muchacho brillante. En realidad él no era un psicópata; estaba atravesando una etapa complicada de su vida, donde le pasaban muchas cosas y la forma en que ponía en evidencia eso era el robo de dinero, cosa que es frecuente en niños y jóvenes, y muy particularmente con dinero de los padres. Volvamos al concepto de psicopatía. En psicoanálisis ha quedado muy acotado; en Freud ustedes saben que no aparece. Para Freud el mundo se divide en neuróticos y en mala gente. Cuando le dice a Eduardo Weiss: “No atienda a esa persona que es una mala per­ sona”, cuando habla de los pacientes ordinarios que cuando entran dejan la puerta abierta como diciendo “igual no va a venir otro”, nunca se le ocurre tachar de delictivas estas conductas ni de asocía­ les. Las considera rasgos morales; no las considera rasgos psicopatológicos. Eso empieza con la Escuela Inglesa y fundamentalmente con los americanos. En la Escuela Inglesa la psicopatía aparece más asociada a la manía, absolutamente. La idea es que, en la medida en que la manía es un triunfo sobre el superyó y en última instancia lo que se intenta controlar son las ansiedades depresivas intensas o las ansiedades persecutorias intensas, y ambas están relacionadas con el superyó precoz, en ese sentido -la manía y la psicopatía- quedan anudadas. A tal punto que, en la Argentina, en los años sesenta, se hizo un simposio de la Asociación Psicoanalítica Argentina sobre manía y psicopatía, y se publicaron dos tomos, uno de manía y otro

de psicopatía.7 En realidad son muy poco fecundos los debates de esa época; su enfoque es -podría decirse- casi teológico sobre la teoría, no se relacionan con el paciente real, así como ocurre con algunas posiciones lacanianas. . Psicópata es el que está fuera de toda legalidad. Días atrás leía un texto sobre psicopatía en Internet, precisamen­ te para trabajar con ustedes, de un psicoanalista que tiene un cen­ tro especializado en atención en psicopatías, aquí en Buenos Aires. Mencionaba un diálogo entre él y otro psicoanalista, y decía que este le había dicho que la psicopatía es el goce del otro. Uno podría pensar de qué otro se trata; no era del marido o del otro que está con uno, y lo daña. No, se refería al Otro Grande. El que está capturado es el psicópata, no la víctima, que está capturado en su goce por el Otro Grande. El texto de los kleinianos es parecido. Estas formula­ ciones resultan muy sesudas, pero no sirven para la clínica -lo único que hacen es tranquilizar los nervios de los que los leen-, ni para trabajar ni para entender, salvo algunos casos. En algunas formula­ ciones más generales, es interesante pensar la manera en que opera la relación entre la psicopatía y el superyó. Vale decir, yo diría que la psicopatía no es un fracaso parcial en la relación al otro, ni tampoco un trastabillamiento hacia la ley. La psicopatía es un esfuerzo per­ manente por estar por encima de toda legalidad, pero no al modo de las personalidades de excepción, que lo que plantean es el cambio de las legalidades existentes y no simplemente su transgresión. Esto lo pueden observar en cualquier plano: lo pueden hacer los surrea­ listas en el plano del arte; Picasso, en el plano de la pintura, más allá de su psicopatología personal; lo pueden hacer los revolucionarios. En el caso de la psicopatía no hay de ninguna manera un proyecto de recambio, sino solamente un placer por la transgresión de la ley existente, pero la ley no sólo como ley social sino básicamente en los términos éticos que les he planteado respecto del otro. Voy a contar una pequeña y desagradable historia que me pasó, la única vez que conocí un psicópata de verdad, que me hizo pensar

7.

Publicado en “M anía y psicopatía”, Simposium de la Asociación Psicoanalítica

Argentina, 1 9 6 4 . Tam bién en Psicoanálisis de la manía y la psicopatía, Buenos Aires, Paidós, 1966.

que la categoría tiene cierto sentido pero muy, muy acotadamente. Era un discípulo mío que robó recaudación del pago de colegiaturas, en una situación en la que no se sabía quién lo había hecho y que resultó muy impactante porque fue en una fiesta de fin de año. No quisimos informarlo a los colegas porque se hubiera generado en ese momento una situación de paranoia generalizada, y no era correcto para quienes no eran partícipes de la situación. Lo que hicimos fue cambiar, a partir de ese momento, el método de pago: en lugar de pagar con un sobre, la gente le pagaba directamente a la secretaria. Dos meses después, alguien preguntó el porqué del cambio. Cuando alguien hace la pregunta, si hay un enigma, es a la búsqueda de una respuesta, con lo cual, era tiempo de informar. Yo estaba con este alumno-discípulo-ayudante a mi lado y dije: “El motivo es que en la fiesta de fin de año fue robado el dinero de los sobres y nosotros decidimos no decirlo hasta que no surgiera de ustedes la pregun­ ta”. Cuando termina la reunión, este muchacho me dice: “¿Por qué dijiste eso?”, y lo hace de una manera muy extraña, con un tono de interpelación brutal desde el lugar del amo. No fue una pregunta. Esa noche le dije a mi marido “Te voy a decir algo loco que se me acaba de ocurrir y es tan loco que apenas puedo pensarlo. Creo que fulanito es el que robó”, y él me dijo: “Yo creo mucho en tus intui­ ciones, pero, si pensás eso tenés que demostrarlo, y la única forma en este caso es hacer que lo confiese”. Con lo cual, empezó una si­ tuación en la que, al modo de Crimen y castigo, yo iba cercando esto. Un día, por ejemplo, tuve una conversación con él donde le dije que esto que había pasado me parecía muy grave y me dijo: “¿Tan grave te parece?”. Los dos nos seguíamos haciendo los tontos; él seguía con su argumento y yo con el mío. Eso lo aprendí de Dostoievski, no es invención mía, y después de Columbo y ahora de Monk.8 Un día decidí jugarme el todo por el todo y lo cité una mañana de sábado en mi casa. Entró, se sentó y me dijo: “Silvia, acá está pasando algo muy grave. Tú crees que yo robé el dinero”. Y yo le respondí: “Fulano, te vieron”. Entonces se derrumbó y me dijo: “Yo estoy loco”. “No, no estás loco, no estás esquizofrénico, ni sos un psicótico. Vos creés que si me robás a mí, le podés robar a cualquiera y hacer cualquier cosa porque podés engañar a la humanidad.” A partir de esto me empiezo a enterar de cosas que nadie me había contado: tenía actos delictivos

8. de E .]

T anto Colum bo, com o M onk son dos detectives de series de televisión. [N.

previos, le había dicho a mucha gente que yo me estaba psicotizando, que pensaba que él me había robado. Me pidió una conversación privada, cuando vino escuché un ruido y al salir vi que estaba suelto el caño del gas. Vino a decirme lo siguiente: “Silvia, tú qué piensas, ¿yo me tengo que analizar con Fulano o con Mengano?”; el prime­ ro era un analista muy conocido como especializado en psicóticos, el otro era un analista tradicional. “Mirá, vos querés saber si yo te considero un psicótico o un neurótico. Y yo no te considero ninguna de esas cosas, te considero un cretino.” Yo no le creía para derivarlo. Pasó un tiempo y me fui enterando de cosas espeluznantes de este sujeto. Un tiempo después, me enteré de que estaba preso porque había entrado a robar un banco, seduciendo a una empleada y que mató a un guardia a martillazos. Ese era un psicópata, no solamente por la simulación, por el ca­ rácter delictivo, por el deseo de triunfo sobre toda institución en el sentido más profundo del término. En esa época tuvimos un debate sobre qué era lo adecuado hacer, y alguien me dijo: “Mirá, el psi­ cópata lo único que ama es a la madre, y como vos sos un sustituto a vos te va a decir la verdad”. No ama a nadie, es mentira, ni a la madre. Esta historia a mí me enseñó muchas cosas. Días después yo di una clase explicando por qué la verdad es un bien que debe ser suministrado con prudencia. E l psicoanálisis puede ser una coartada para el psicópata. Él era muy angelical. ¿Se acuerdan del ángel de Teorema?9 Había algo de eso. Tiene que ver también con Robledo Puch10 o con Astiz11

9. Teorema, film de 1 9 6 8 , dirigido por P ier P aolo Pasolini, con Terence Stamp (en el papel del ángel), Silvana M angano, y M assim o G irotti. [N. de E .] 10. Carlos Robledo P uch , llamado el “Angel N e g ro ”, o el “Angel Rubio”, con apenas 2 0 años, consum ó el espeluznante récord de once muertes en un año. C uan­ do fue detenido, en 1 9 7 2, sorprendió al país con su cara de niño y su falta total de arrepentim iento. Aún cum ple condena en Sierra Chica. [N. de E .] 11. Alfredo Astiz: sus apodos más conocidos son “Angel Rubio”, “C uervo”, “G onzalo”, “A lberto E scu d ero ”, “Gustavo el niño”, “E l verdugo de C órd oba”, tam ­ bién fue apodado “E l Angel de la M u erte”. F u e jefe de operaciones de la E S M A y brazo ejecutor de la dictadura m ilitar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983. Se hizo conocido p or cu atro casos paradigmáticos que lo convirtieron en un icono de la represión y la impunidad. [N . de E .]

lo que les estoy contando. Justamente una de las cosas que caracteriza a estos personajes es la ausencia de pudor en el delito y la mentira. Si yo tuviera que analizarlo, me preguntaría si está en condiciones de ser analizado. Un psicópata no está en condiciones de hacer transferen­ cias en la medida en que no hay objetos amorosos constituidos. Con lo cual el análisis le sirve de coartada en muchos casos; es la historia repetida del “dame tiempo, me estoy analizando para resolverlo”, y siguen haciendo lo mismo. A mí lo que me interesa es la estructura metapsicológica. Metapsicológicamente lo que ustedes ven aquí es a alguien que no establece transferencia. Aparentemente tiene una profunda transferencia de discípulo conmigo, que yo creo que se le estaba produciendo, pero entonces, ¿qué hizo? Atacó y destruyó todo nexo posible mostrando que él era invencible frente a mí. En segundo lugar, podía pasar de un modelo delictivo a otro, no había principios en esto. Podía robarles a los propios compañeros, robarme a mí, que era su supervisora y amiga además. Ahora bien, ¿qué diferencia hay con lo que Helen Deutsch describe como la personalidad as ifi12 que es lo que pintó Woody Alien en Zelig?13 Lo vamos a trabajar porque aquí es necesario hacer algunas diferencias respecto de lo que se lla­ man conductas delictivas. Una, relacionada con los códigos, como en el caso del Frente. En el caso del Frente Vital, no hay motivos para pensar que era una psicopatía. Si uno hubiera tenido la posibilidad de analizarlo, hubiera pensado que era una persona decepcionada y que esa forma de enfrentar la vida y la muerte podía llevarlo a su propia muerte. Pero para preservarlo a él, no porque pensara que era un social disorder ni una psicopatía, sino porque pensaba que podía llegar a dañarse a sí mismo y de romper el proyecto reivindicatorío de dig­ nificación que él tenía con la villa. Con lo cual, esta clase de chicos, como lo era el Frente Vital, son como algunos históricos guerrilleros que pasaron de bandidos a guerrilleros, como es el caso de Emiliano Zapata. Pasa lo mismo con Marulanda, en Colombia.14 Marulanda

12. H . Deutsch, “T h e Im postor”, Rev. Psych. Qiiarterly, vol. XXTV, n° 4, 1995. 13. Zelig (1 9 8 3 ) es una com edia del director W oody Alien, en la que se en tre­ mezcla su hum or característico, su pasión por el jazz y sus obsesiones (el sexo, la psicología, la identidad, la sociedad). Acá se conoció con el subtítulo de “E l hom bre cam aleón”, por la afección del protagonista, que tom aba las características físicas de las personas con las que interactuaba. [N . de E .] 14. P edro Antonio M arín (nacido en Genova, Colom bia, el 12 de mayo de 1930 y fallecido en M eta, Colom bia, el 26 de m arzo de 2 008), alias Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo. [N . de E .]

era un muchacho al que le matan la familia, se va a la Sierra, se hace delincuente, hasta que ciertas fuerzas revolucionarias lo cooptan y se convierte en un líder. Esto es muy interesante; en los proyectos en los que yo he trabajado con menores infractores, lo que uno trata de detectar siempre es gente como El Frente Vital, precisamente. ¿Por qué? Porque son los que se pueden convertir en líderes comunitarios en el mejor sentido: no de la adaptación al sistema sino de la transfor­ mación de metas solidarias con otros para ayudar a crear condiciones de salida de la marginalidad y la pobreza. Si vale conservarlo, cómo se define metapsicológicamente el concepto de psicopatía. Tengo acá una pregunta: cómo se define metapsicológicamente y si vale la pena conservar el concepto de psicopatía. En mi opiniónj este es el único caso en el que yo pensé que lo podía usar. No es un concepto que yo use a menudo y mucho menos para describir conductas de la gente. Una cosa que impresiona de estos casos es la ausencia de vergüenza y de pudor. Cuando yo cuento la conver­ sación con este muchacho, lo que me impacta de él es que me dice mirándome a los ojos: “Silvia, tú estás loca. Tú piensas que yo te robé”. Le digo: “No a mí; en primer lugar, a todos. Pero en segundo lugar, te vieron”. Ahí deja de mirarme a los ojos y se derrumba, y se convierte en un “pobre enfermo que ha hecho daño a causa de su enfermedad”. En él hay una falla gravísima donde la sensación que uno tiene es que son animales acosados que se defienden siempre como si estuvieran en el medio de un peligro en el cual el otro es un obstáculo para su defensa. Entonces, la primera cuestión es la siguiente: ¿qué estructura hay allí? El yo funciona, de eso no hay duda. Los códigos se conocen perfectamente; sino, no se los podría transgredir; no hay anomia. Esto me parece fundamental, porque a veces se confunde la anomia con la conducta transgresora. Entonces, hay que diferenciarlas. La anomia se produce en muchas situaciones -por ejemplo, en migra­ ciones o en momentos de duelo serio- en que el sujeto es arrancado de los órdenes de subjetividad que ló sostienen. Por ejemplo, en los casos de pérdida de familiares cercanos en algunos chicos asilados, pérdida de los padres, o de figuras de contención. Aparece también en adopciones, relacionado con la idea envidiosa de que los padres adoptivos tienen todo lo que la familia de origen no tiene.¿Qué otra

diferencia podemos establecer? No es una psicosis. No solo no hay alucinaciones ni delirio, sino que hay un increíble manejo de la rea­ lidad. Un hiper-manejo de la realidad, un hiper-conocimiento de la realidad. Es más, no es un autismo, hay teoría de la mente; a tal punto que lo que lo caracteriza es la posibilidad de la lectura de la mente del otro para saber en qué lugar colocarse. No hay capacidad de transferencia en la medida en que no están constituidos los vín­ culos básicos que posibilitan la transferencia. El otro día, cuando hablábamos del sepultamiento del Edipo, yo me fui muy contenta con esta idea que propuse -que yo misma me di cuenta mientras la estaba produciendo con ustedes- de la posibilidad de que el Edipo, en realidad, más allá de lo que se reprime o lo que se sepulta, lo interesante es que libera, en su terminación, libido para investir otros objetos. Con lo cual, la respuesta a la pregunta que formula Laplanche de si la represión del Edipo implica la represión de toda la sexualidad, es no, en caso de que esté articulada, porque precisamente lo que posibilita es la circulación, por ejemplo, cuando les digo que la maestra es el primer objeto exogámico, o la vecinita. Yo tengo una nieta de cinco años, que tiene un novio hace dos, que vive en el séptimo piso. Él le deja mensajes que dicen: “Este es el 8 mensaje que te dejo”. Cuando ella recibe a algún otro amigo, él se sienta en la habitación, cruzado de brazos, a observar. Ahí estamos con un niño que no se sabe muy bien si ha desplazado el Edipo hasta ella, o lo ha resuelto con su madre; no está muy claro quién es la ma­ dre de él. De todas maneras, lo interesante es que los primeros obje­ tos exogámicos son estos objetos de enamoramiento en los cuales se realizan realmente aquellas historias fallidas del Edipo; lo que queda inconcluso se puede transferir. Yo acá uso el concepto de transfe­ rencia de transferencia, como lo plantea Laplanche, para marcar, precisamente, cómo la idea de un objeto exogámico que no guarde resto del objeto edípico es una aberración. Es una aberración porque en realidad sería imposible amar a alguien que no guarde huellas anteriores. Con lo cual, es imposible enamorarse si no se ha estable­ cido previamente un vínculo con los objetos originarios. Del mismo modo, entonces, para establecer transferencia tiene -como dice Laplanche- que hacer transferencia de transferencia. Se ha instalado un sujeto supuesto saber sobre los padres y se traslada al analista; se ha constituido un enigma y se traslada al análisis. En fin, en el caso de este muchacho es extraordinario porque él no estaba recibido y pasó a jugar de analista. Con lo cual él se convirtió en la esfinge. Él tenía respuestas a todas las preguntas, no el otro. Con lo cual había

una burla nuevamente sobre la nueva categoría de legalización que implicaba estar instituido como analista. ¿Quién lo instituía a él? La que conté fue una situación muy problemática, muy dolorosa y al mismo tiempo una enseñanza espectacular para mí desde todo punto de vista. Les diría, entonces, que no es un Asperger, no falla la teoría de la mente ni hay una inteligencia preconciente que se caracte­ rice precisamente por la desobjetalización. En la psicopatía lo que está desobjetalizado es el otro, no el propio sujeto. Este amor a sí mismo no pasa por la tensión con los ideales sino por constituirse permanen­ temente en el ideal. Hay un triunfo sobre la conciencia moral y hay una fusión con el ideal del yo. El yo ideal se pliega al ideal del yo, lo que determina características propias. Yo no sé si esto alcanza para definir una entidad psicopatológica pero sí un tipo de funcionamiento psíquico sobre el cual hay que estar alerta en el caso de que uno lo en­ cuentre realmente; porque además una de las cosas que ocurre es que este tipo de personas... ¿Por qué no les digo pacientes? Porque nunca se constituyen como pacientes, consultan en el momento de tener que salvar el pellejo muchas veces para evitar el encarcelamiento, o para evitar la sanción legal, con lo cual es muy problemático esto. En este momento, en Buenos Aires, hay dos situaciones paradojales: una es la del muchacho que disparó un arma en la vía pública, en el barrio de Belgrano, que está internado en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda,15 y otra es el odontólogo Barreda16 y su posi­

15. Seis médicos psiquiatras estudiaban en la unidad ppnal del H ospital Borda a M artín Ríos (2 0 años), un joven procesado y detenido por los ataques a tiros de la avenida Cabildo, en el barrio p orteño de Belgrano. E l m uchacho estuvo allí después de que una jueza, M aría D olores Fontbona, aceptara la propuesta de los peritos de “observar” a Ríos, quien fue acusado de haber matado “p o r p lacer” en uno de esos ataques a Alfredo M arcen ac (18 años), y de intentar m atar a otras seis personas. [N. de E.] 16. E l dom ingo 15 de noviembre de 1992, el dentista R icardo Barreda discutió con Gladys M e D onald, su mujer. Después, buscó una escopeta calibre 16,5 que le había regalado su suegra y asesinó a las cuatro mujeres que vivían con él en la casa de la calle 4 8 , entre 11 y 12, de L a Plata: su hija Adriana, de 2 4 años, su esposa, su suegra y su otra hija C ecilia de 2 6. Barreda fue condenado a reclusión perpetua en el juicio oral y público con m ayor audiencia de la historia penal argentina. F u e condenado por el delito de triple hom icidio calificado y hom icidio simple. “L o volvería a hacer porque vivía en un infierno y me tenían loco”, dijo el dentista desde la cárcel. D uran ­ te el juicio oral, el odontólogo quiso justificar su brutal com portam iento: “E ra n ellas o yo ”, declaró. Según su abogado defensor, hoy el odontólogo sigue pensando que si no las m ataba, ellas lo hubieran matado a él. 1N. de E .]

bilidad de que salga libre. Allí, con ellos, se nos presenta un nuevo problema que es el de la relación entre la psicosis paranoide y la es­ quizofrenia, y la cuestión de la imputabilidad o la inimputabilidad, y si hay formas del odio justificadas. Como dice el odontólogo: “Ellas se burlaron, yo busqué la escopeta, le pegué un tiro, y la otra viene y saltó por encima del cadáver de la abuela y yo le disparé”, y lo cuenta así, sin ninguna tonalidad porque está describiendo un hecho que él considera natural y objetivo. Sí, es un psicótico, pero su locura no lo hace excarcelable. Qué relación tiene la psicopatía con la perversión es el otro pun­ to a diferenciar. A mí no me convence superponerlos. Se pueden superponer claramente en el caso de una estructuración como la que estoy describiendo, y que podríamos buscarle un nombre que no sea psicopatía. Pero en el caso de una estructuración así, ¿en qué se diferenciaría de un cuadro en el que hubiera perversión? Intervención: Le quería preguntar si estas personas, los psicópatas o los sujetos que estamos tratando de cercar como psicopatías, no tienen objetos de odio. Es muy posible. Lo que ocurre es que los afectos aparecen solo en el pasaje al acto, y no lo formulan como odio. Justamente, cuando este joven mata a alguien, en un banco, a martillazos en la cabeza, por algo lo mató a martillazos en la cabeza. No sé si conmigo sintió el odio como para poder hacerlo, tal vez sintió el deseo de hacerlo y no el odio. Es muy posible que justamente se produzca lo que Lacan define como diferencia en el pasaje de la agresividad a la agresión donde el odio se expresa en acto y no en representación. No lo sé, es muy difícil saberlo porque habría que explorar más situaciones. Que hay odio no hay la menor duda, aparece en acto. En mi caso no es por odio, en mi caso es por triunfo sobre el superyó, y por mostrar que él es más chingón que “el analista más chingón del mun­ do”. En el caso en que mata al guardia del banco a martillazos, hay odio indudablemente; nadie tiene por qué, para cometer un delito, matar a alguien a martillazos. El delito se puede cometer sin hacer esas cosas y lo muestran las diferencias en las cuales se ejerce a veces la delincuencia juvenil. No es lo mismo el arrebatamiento de un objeto que asesinar brutalmente a alguien, ni siquiera por miedo, en algunos momentos por placer. Entonces, el placer de matar está siempre ligado al odio, al rencor, al resentimiento. No existe el pla­ cer de matar sin odio. Entonces, uno puede perfectamente volver a

las causas que lo produjeron, pero el problema es el siguiente: entre las causas que lo produjeron y el sujeto que lo comete, hay metabolización y transformación. Las causas pueden servir para entender pero no para justificar. Esto es central. Que un padre abusador haya sido abusado en la infancia no justifica que sea un abusador; permite entender por qué lo hace. Más, ante cada chico abusado se siente la angustia de que él mismo pueda convertirse en abusador. En otros casos no, puede devenir un gran defensor de otro. Pero el destino de estas representaciones va a ser muy complejo. Por eso digo que el odio está. El problema es que está emplazado a veces con el objeto equivocado. En general no se ejerce la acción de odio contra el ob­ jeto que lo produjo de origen. Este es uno de los puncos que tienen estas estructuras. No es lo mismo que el caso del sobrino de von Hug-Hellmuth,17 a quien ella le ha hecho realmente maldades es­ pantosas, desde analizarlo para manipularlo hasta hacerlo viajar solo, huérfano, a los 6 años, en tren; hasta que un día el chico la mata a balazos. Ahí sí, él mató a esta madre sustituía que le hizo tanto daño. Eso sí da cuenta del odio generado por el objeto que produjo el daño. Lo que caracteriza a estos cuadros es que casi nunca se ejerce el daño sobre el objeto que lo produjo, sino sobre otros. En el caso que les conté lo interesante es que, además, la cuestión está definida en función de relaciones de poder; el tipo intentó de­ moler mi imagen pública como una forma de protegerse. Entonces, él no solo triunfaría sobre mí, sino que quería demostrarle a todo el mundo que yo era una pobre enferma que se estaba psicotizando y que había que buscar nuevos maestros. Intervención-. ¿Había envidia en el sujeto que robó? El problema es el siguiente: ¿Sentía verdaderamente envidia? Es posible, pero la envidia que sentía ¿en qué se transformaba inme­

17. H erm ine von H ug-H ellm uth declaró en 1920, en el C ongreso de L a H aya al fin de su conferencia consagrada a la técnica del análisis del niño: “Yo considero que es imposible analizar a su propio hijo. P rim ero porque el niño no revela casi nunca sus deseos y sus pensam ientos más íntimos a su padre o a su m adre, no les devela enteram ente ni su conciente, ni su inconciente, enseguida porque, en este caso, el analista debería pasar por una construcción, y el narcisism o de los padres soportaría con dificultad la franqueza psicoanalítica del niño”. Sin lugar a duda H . von H ug-H ellm uth hablaba con conocim iento de causa, ella que intentó sin éxito, y m ortalm ente a costa suya, analizar a su propio sobrino. [N. de E .]

diatamente? Antes de descubrirlo, la envidia que él podía sentir por mí -porque claro, no era admiración, por el problema del ideal del yo, por lo cual era envidia- ¿en qué se transformaba? Primero, en deseo de querer ocupar el mismo estamento que yo, y en segundo lugar, en deseo de atacar mis realizaciones y mostrar que él era más inteligente, que yo era una pobre tonta a la que él podía robar sin ser descubierto. Esto tiene que ver con la envidia, por eso Melanie Klein lo va a relacionar indudablemente con el tema del persegui­ dor. El problema es si esa envidia está simbolizada en el sujeto o si está reprimida. Esto es difícil de saber debido a que no son muy analizables estos sujetos, ese es el punto. Intervención-. Respecto a esto último que decía, ¿habría posibilidad de pensar una transferencia en relación al odio en tanto afecto ligador en juego y no lo amoroso? Podría ser perfectamente. Pero, en general, lo que caracteriza a estos personajes son las formas que van tomando en ellos la repre­ sentación del sujeto. Por ejemplo, el odio en transferencia puede transformarse y hacerse presente como denigración. En muchos ca­ sos es así, es denigratorio; en otros casos, puede transformarse en formas de hostilidad, pero muy rara vez bajo un modo violento ma­ nifiesto, abierto. Esto es precisamente lo que caracteriza estas formas estructurales; es lo que los mexicanos llaman un “chinga quedito”: te destruyo despacito, o “cuchillito de palo”, así lo llaman también. El “chinga quedito” es el que ataca, pero de tal manera que el agredido -la víctima- no se da cuenta de lo que el otro le está haciendo. Esto se vincula con lo que cierto kleinismo detectó sobre la identificación proyectiva y la parasitación que puede establecer en la cabeza del otro, ligándolo a la envidia. Lo interesante de ese muchacho es que él no inoculaba en el otro sentimiento de odio, sino de amor, de deseo de protección. Es diferente al paciente psicótico que descri­ be Bion, que no inocula sentimientos de ternura, sino que ataca la cabeza del analista. Son matices para tener en cuenta; sobre todo, estoy tratando de abrir estos temas para no encasillarnos en inter­ pretaciones sobre cuestiones estructurales o formas de organización fantasmática que luego impiden acercarnos al objeto y poder modi­ ficarlo. Por eso, a la pregunta de si la transferencia puede ser hostil o llena de odio, contesto que sí, que puede ser, sobre todo cuando el tratamiento está determinado por un tercero. Por ejemplo, en situa­ ciones carcelarias, donde el detenido se siente acosado, y además lo

que le pasa a este tipo de sujetos es el temor de que se le metan a él en la cabeza, y ahí puede sentirse acosado y con mucha rabia. Esto se puede ver en las películas, y es así; en esos casos sin duda tienen asesores que trabajan en las penitenciarías, no es que lo inventan. Para finalizar, les quiero contar algo muy gracioso: es una estafa que sufrió Al Capone.18 A Al Capone una vez lo fue a ver un señoi que se hacía pasar por conde, el cual le pidió 50 mil dólares para un negocio; le explicó cuál era y que en tanto tiempo le iba a dar tanta ganancia. Al Capone mucho no le creyó pero le resultó simpático el personaje y aceptó. Al tiempo, cuando se venció el plazo, aquel señor fue a verlo y le dijo que el negocio había fracasado y que no tenía el dinero para devolverle. Entonces, Al Capone habló largamente de formas de morir agónicas que se caracterizaban por la tortura y el sufrimiento, y no la muerte inmediata. El tipo, cuando Al Capone terminó de hablar, entendió muy bien lo que este le decía; entonces le dijo: “Bueno, yo voy a vender todo lo que me queda y le voy a pagar”. Al poco, tiempo, regresó con los 50 mil dólares y se los de­ volvió. Al Capone se conmovió por la actitud y le regaló 5 mil. Esa era la estafa Ahora, esto es muy interesante. ¿Por qué nos produce risa? Por­ que es una picardía entre atorrantes. Más allá de que habría que discutir sobre qué estructuras se constituye cada sujeto que participa de la mafia -porque es sabido que los códigos éticos de la mafia son muy estrictos, sobre todo los códigos familiares, los morales, el tema del silencio, la protección del otro, el tema del buchoneo-,19 tienen códigos muy estrictos. Con lo cual, habría que ver qué personajes gozan en las acciones que realizan y cuáles no. No es la institución de pertenencia lo que define al sujeto, sino el tipo de alianza y trans­ ferencia que este hace con la institución a la que pertenece. Es lo que marca la diferencia entre la pertenencia ideológica y la psicopatía, o los modos brutales de la agresión desimbolizada.

18. Alphonse G abriel Capone (Nápoles, 17 de enero de 1899 enero de 1 9 4 7 ), más conocido com o Al Capone. [N . de E .] 19. B uchoneo: delación, en la jerga de habla hispana. [N . de E .]

M iam i, 25 de

Capítulo 14

Perversión y psicopatía: enlaces, relaciones y diferencias entre ambas*

En la última reunión, donde trabajamos sobre el tema de la psi­ copatía, señalamos algunos ejes que podían ser útiles metapsicológicamente y para la práctica clínica. Además surgió, de alguna manera, un tema que abordaremos el año próximo: la psicopatología; hace muchos años que no nos ocupamos de ella, y realmente vale la pena darle una vuelta de tuerca y repensarla en los términos clásicos y en los actuales. Y uno de los temas que aparecía con interrogantes es la cuestión de la perversión. Perversión y psicopatía: ¿qué enlaces, relaciones y diferencias pueden establecerse entre ambas? Yo voy a puntuar algunas diferencias, pero me parece interesante abordar la cuestión de la ley desde el punto de vista del impersonal del superyó. Con esto quiero decir que, si hay algo que caracteriza al superyó es la impersonalidad, en tanto responde al imperativo categórico; se trata de una ley taxativa, que no trae beneficios, sino que simplemente pauta los límites de la propia acción. Más todavía, pauta los límites de la propia acción en relación con el semejante: “No matarás”. El “no matarás” no es “evitarás matar para que no te maten”; el man­ dato es muy claro, es no matarás al otro, o “no desearás a la mujer del prójimo”. Como decía un amigo lacaniano: “¿Y cuál si no?”, en la medida en que toda mujer es de alguien, si no es del marido es del padre o del hermano. Yo insisto mucho respecto a la constitu­ ción de las estructuraciones éticas que van armando las propiedades del superyó, el prerrequisito edípico, en el sentido de que la ley no proviene de la prohibición edípica sino que se va planteando previa­ mente en relación con el semejante. Por ejemplo, la función que yo le otorgo al control de esfínteres es en términos de primera renuncia por amor al otro, y no por rehusamiento o para frustración del otro.

En realidad es la primera renuncia en la que el sujeto se niega a sí mismo un goce por amor al otro y por amor a sí mismo, en tanto sí mismo es amado por el otro. La ética y las leyes del Deuteronomio. Días atrás, a partir de un debate público en el que participé sobre la ética, volví a leer las leyes del Deuteronomio, y encontré algunas cosas interesantes. Alguna vez yo mencioné la cuestión de la prohi­ bición de la defecación, pero me pareció que era importante que les leyera directamente del libro Quinto de la Biblia. Allí, en la parte de Leyes sanitarias, dice: “Cuando salieras a campaña contra tus enemigos te guardaras de toda cosa mala”. ¿Qué es cosa mala? “S hubiera en medio de ti algo que no fuera limpio por razón de alguna impureza acontecida de noche, saldrás afuera del campamento y no entrarás en él.” “Pero al caer la noche te lavarás con agua y cuando se hubiese puesto el sol podrás volver a entrar al campamento. Tendrá su lugar fuera del campamento donde salgas, tendrás también entre tus armas una estaca y cuando estuvieras allí afuera cavarás con ella y luego al volverte cubrirás tu excremento.” Es clarísimo de qué está hablando, de la preservación del campamento y lo plantea como una ley sanitaria pero, en realidad, es una ley moral, donde lo que se plantea es no perturbar o dañar al otro. Entonces, como planteo, ¿de dónde proviene esto? No existe todavía —desde ya- una teoría del contagio ni de la bacteria, aunque esto sea llamado ley sanitaria. No sé si el subtítulo es el establecido originariamente o fue agregado en forma posterior a esta versión de la Biblia. De todas maneras, lo que me parece importante es el carácter de imperativo categórico y su trascendencia. ¿Qué quiere decir? Que es heterónomo, que proviene de la ley de Dios y el sujeto lo asume como propio, y es para no ofen­ derlo. Y dice además: “Porque Jehová es tu Dios, sal del medio de tu campamento para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti. Por tanto, tu campamento debe de ser santo para que Él no vea en ti cosa inmunda y se vuelva en pos de ti”. Aquí la idea no se centra en la limpieza y el contagio, sino en la pureza del sujeto, y se plantea como primera ley sanitaria el control de las evacuaciones y, además, su entierro. Vale decir, su no exposición pública. Esto me parece interesantísimo, en tanto aparece como una de las primeras leyes que no está en los mandamientos, pero posee una importancia cen­ tral, también en la clínica. ¿Por qué? Sabemos que hay dos tipos de encopresis infantiles (o juveniles). Aquella que se produce de manera

psicótica o por elementos psicóticos, por disociación, donde el suje­ to ni siquiera siente su propio olor, como si no pudiera apropiarse del agujero del cuerpo. El sujeto no tiene apropiación de su propio esfínter, el cuerpo le es ajeno; con lo cual la evacuación no se consti­ tuye como “un acto destinado a”, o de voluntad, sino, simplemente, de libramiento esfinteriano, del mismo modo en que se puede pro­ ducir en los primeros tiempos de la vida, pero en este caso bajo una forma en la cual la disociación obstaculiza que el sujeto se adueñe del cuerpo. Otro tipo de encopresis infantil se puede dar bajo un modo que toma las características de un ataque al otro, no necesariamente atravesado por la agresión, sino más bien por la constitución de un placer donde el otro no cuenta. Aquí me parece que estamos en el meollo del asunto. Cuando Melanie Klein interpreta estas cuestio­ nes, lo hace desde el fantasma: si el otro hace esto, me está atacando. Ella toma lo producido como la causa que lo determina, y esto ade­ más se usa después para el análisis de la contratransferencia: “Si yo siento esto, es porque esto es lo que el sujeto me quiere hacer sentir”. Esto no es necesariamente así; la indiferencia puede ser el efecto, no de una disociación, sino de un no tomar en cuenta al otro. Que el otro lo pueda vivir como una agresión, es cierto. Un ejemplo. El concepto de violencia silenciosa a nivel familiar, los modos de violencia silenciosa hoy son muy tomados en cuenta, pero no necesariamente suponen una forma de agresión, sino de desconocimiento del otro. En la medida en que es una forma de des­ conocimiento del otro, produce rabia, salvo que el otro significativo, en el caso de los niños pequeños, actúe de tal manera su descono­ cimiento, que sólo produzca una decepción que pueda llevar a una formación aurista primaria o secundaria, en particular secundaria. Quiero decir, que deje de haber llamado de reconocimiento, o que deje de haber llamado o reclamo en la medida en que no hay pala­ bra que pueda convocar al otro. Esto es lo que Bettelheim1 también explora en relación con las víctimas de los campos de concentración o de exterminio, el hecho de que la palabra -o el grito- pierde efica­ cia, en la medida en que el otro es incapaz de escucharlo o redobla la apuesta de maltrato. Es lo que ocurre también con algunos niños cuando lloran, que determina que el adulto los golpee más y les diga: “¿Te gusta?, ¿querés más?”, lo cual es terriblemente perverso.

1.

B. Bettelheim, “Individuo y masa en situaciones límite”, en Sobrevivir, Barce­

lona, Grijalbo, 1981.

Rebelión no es lo mismo que transgresión. Entonces, la cuestión es: ¿qué determina que alguien renuncie al goce? Indudablemente no es la prohibición; es el amor al otro que acompaña la prohibición. Sin amor al otro no hay renuncia al goce. Esto es muy interesante cuando se intenta instaurar la ley en el interior del análisis y se tiene poco en cuenta qué capacidad de transferencia hay. Porque la ley puede ser impuesta solo por aquel que de alguna manera está investido; no alcanza con el carácter de legislador solamente, sino que debe ser amado como legislador. Esto es lo que pone en juego el problema de la transmisión de la ley. No solamente los excedentes o excesos que aparecen, que son inevitables en su transmisión, sino también la hostilidad que siente el adulto por la transgresión del niño, el hecho de que el niño percibe el enojo del adulto, la posible pérdida de amor del otro. Por eso, yo insisto mucho en preguntarles a los padres más que cómo pautan, qué sien­ ten cuando se comete la transgresión. Me interesa mucho más saber qué les pasa con la trasgresión de los niños, que cómo la “limitan” o pautan. Porque la pautación está atravesada por la forma en la cual la transgresión repercute en nosotros. Más todavía, si tomamos la diferencia entre ley y derecho -la distancia que puede haber en el hecho de que la ley nunca termina de recubrir totalmente el derecho de las partes o del sujeto-, en ese sentido, la transgresión, de acuer­ do a de qué tipo sea, puede producir rabia o placer. Por ejemplo, que un chico se rebele ante el adulto puede ser vivido con simpatía cuando hay una ideología familiar donde lo contestatario es bien visto. Pero además, la rebelión no es lo mismo que la transgresión. La rebelión es una respuesta al otro mientras que la transgresión es paralela.a la función del otro. La rebelión implica reconocer al otro en su función y, al mismo tiempo, destituirlo de esa función. En ese sentido, plantea la posibilidad de, precisamente, levantarse contra la ley. De levantarse contra la ley, en términos también universales, kantianos: “Esa ley que no es justa para mí, tampoco es justa para los demás”. Esto es lo que marca la diferencia entre la búsqueda de transformación de las legalidades y la transgresión de las legalidades. Aunque la transgresión pueda constituir un primer paso, en algunos casos. O sea que hay una enorme diferencia entre la rebelión contra la ley y la transgresión de la ley, aunque a veces para poder rebelarse hay que transgredirlas. El problema, básicamente, es si el sujeto que transgrede piensa que aquello que transgrede debe constituirse en

ley universal. Allí está el imperativo kantiano: “Actúa de tal manera que tu conducta pueda ser tomada como ley universal”. Con lo cual, yo defino el universo. Si yo pienso que está bien que los pobres les saquen a los ricos, entonces yo estoy transgrediendo la ley de los ricos, pero, a la vez, instalando una ley diferente respecto al universo al cual me dirijo. Si yo sostengo que toda la vida han sido robados y expropiados, y entonces cuando roban y expropian lo único que hacen es responder, no se plantea la transformación de la legalidad, eso tendrá un destino inoperante. Con lo cual, vuelvo a la cuestión del imperativo superyoico, que tiene que ver con cierta universali­ dad aunque esta transgreda la ley existente. Retomo el tema de Antígona y la relación -dada por Creonteentre la ley de la ciudad y la ley consuetudinaria; a esta última ella se acoge, transgrediendo la ley de la ciudad y -también- la del tirano, ley aceptada.2 Con lo cual, cuando ella se rebela, lo hace en nombre de otra legalidad: no es solamente porque es su hermano, sino por­ que debe enterrarse a los muertos. Ahí nos ubicamos en el terreno del imperativo categórico: vale para todos, sea quien sea. El superyó y los imperativos categóricos. Volviendo al superyó, es importante marcar su característica impersonal: “No se hace, no se puede, no se debe”; y la forma misma de su formulación está implicada en este modo: los nenes no hacen eso, las mujeres no hacen tal cosa. Un problema que se presenta es si la ley es de carácter universal o, simplemente, una transición histó­ rica. Otra cuestión con el imperativo categórico: si este posee carac­ terísticas universales, o si los imperativos morales de una época se transforman en supuestos imperativos categóricos. El mandato de la virginidad, por ejemplo. Yo me pregunté muchas veces por qué Dios querría que las mujeres sean vírgenes; no se me ocurre cuál sería su razón, a quién atacaría, a quién dañaría el que no lo sean. Entonces, es indudable que hay imperativos universales, por ejemplo, cuando Lacan pone el acento en la segregación urinaria.

2. E l de Antígona representa el conflicto entre la ley del tirano y la ley hum a­ na del entierro a los muertos. Recordem os que Antígona era una joven griega que quería enterrar al herm ano. C reonte, convertido en rey de le b a s , dictamina que por haber traicionado a su patria, Polinices no será enterrado dignamente y se lo dejará en las afueras de la ciudad al arbitrio de los cuervos y los perros. [N. de E.]

Lacan plantea cómo la cultura constituyó la segregación urinaria. ¿Recuerdan el ejemplo de “caballeros y damas” donde el sujeto se coloca inversamente a su propio cartel: el chico dice “estamos en damas” y la chica dice “estamos en caballeros” y están viendo los carteles de los baños de la estación? En realidad, me parece que la subordinación a la ley de la segregación urinaria tiene más relación con algo del orden del género y de la diferencia anatómica, que con algo del orden del imperativo universal. Porque, en las casas particulares, no hay ningún problema con que hombres y mujeres usemos los mismos baños; con lo cual, la regla de segregación urina­ ria es una forma en la cual la sociedad contemporánea ha marcado la cuestión de género. Respecto a este tema, ayer me Hegó algo muy impresionante por correo de una persona de Córdoba con la que hemos estado trabajando estas cuestiones. Me adjunta una foto de unos baños públicos que hay en Suiza, que poseen cámaras Gesell, donde el que está adentro no es visto, pero sí puede ver el exterior, y el que está afuera no ve el interior, por supuesto. Lo que se preserva es el acto solitario, pero, al mismo tiempo, este acto se realiza en público, al menos en la representación del sujeto que lo está ejecu­ tando. La pregunta que uno se hace es: ¿cuál es la funcionalidad?, ¿a quién se le ocurrió?, ¿cuál será la razón por la cual la hicieron? En realidad, en mucha gente este dispositivo debe producir inhibición, porque en la medida en que uno ve, siente que es visto. Es muy difícil abstraer del ver el ser visto. En algunos casos debe propiciar fantasías exhibicionistas. Una pregunta que podría hacerse es si no hay algo perverso que circula en esto. Es difícil entender algunas cuestiones actuales, donde se observa cierta pérdida del pudor. Por ejemplo, cuando se habla de impudicia, se hace alusión al exhibi­ cionismo; cuando se habla de atentado a la moral o de impudicia, se suele hablar del travestismo en la calle. Ahora, ¿qué pasa con un señor que es visto haciendo pis? De esto se desprende un tema muy interesante, que es la fantasía de anonimato del que está adentro. Pero lo importante es que el señor no tenía otra posibilidad de ejer­ cer la micción que no fuera esa. Estaba determinada la situación, salvo que se sacara el saco y lo colgara dentro del baño. No sé si advierten las cosas a que obliga todo esto. Volviendo entonces a la cuestión del superyó, me interesa marcar que el problema no está en la llamada ley del padre, sino en el modo en que se constituye la relación al semejante y en la transmisión que se ejerce de esto. Cuando Melanie Klein dice que Erna era tan sádi­ ca que hasta le mordía el pecho a la madre, como contaba la madre,

antes de tener dientes, uno entiende que hay una cierta significación atribuida al niño por parte del adulto. Pero al mismo tiempo hay una significación paranoide del lado de la madre, pero no relaciona­ da con un imperativo categórico -no es “no morderás”, porque en realidad todavía no tenía dientes-; Melanie Klein lo interpreta como sadismo a partir del decir de la madre. Volviendo al Deuteronomio, son muy interesantes las leyes humanitarias que pautan las relaciones intersubjetivas. Por ejemplo: “No entregarás a tu Señor el siervo que huyera a ti de su amo”. Es decir, si a uno llega un siervo que se escapó, no se lo debe entregar al dueño, sino protegerlo. “Morará contigo en medio de ti en un lugar que escogiere en alguna de tus ciudades donde a bien tuviere, no le oprimirás.” Aquí se va definiendo un juego muy complejo en relación con el lugar del semejante -uno de los temas que estamos tratando vinculados con el imperativo categórico: cómo se define el semejante-. Podría decirse que hay aspectos que son universales; lo del siervo aparece como universal. “Cuando entregares a tu prójimo alguna cosa prestada, no entrarás en su casa para tomarle prenda, te quedarás fuera y el hombre a quien prestares te sacará la prenda. Y si el hombre fuese pobre, no te acostarás reteniendo aún su prenda, sin falta devolverás la prenda cuando el otro se ponga para que pueda dormir en su ropa y te bendiga.” Pero al mismo tiempo, habien­ do premisas universales, hay otras que plantean: “No exigirás de tu hermano interés de dinero ni interés de comestible ni de cosa algu­ na que se suele exigir interés”. Hasta ese momento está prohibida, indudablemente, la usura. Sin embargo, dice: “Del extraño podrás exigir interés, mas de tu hermano no lo exigirás.” Aquí se observa una oscilación en el concepto de semejante; hay leyes que son universales, y otras que dejan de ser universales y se ubican solo como patrimonio de aquellos que uno considera sus semejantes. Esto ya está planteado de inicio. Con lo cual, el “no matarás es universal”, el “no robarás es universal”. Más que “no matarás”, es “no asesinarás”, porque no está condenada la guerra, sino que lo que se condena es el asesinato y el asesinato en benefi­ cio propio. El homicidio, no la guerra. No condena todo lo que es dar muerte, condena lo que es dar muerte para satisfacer un deseo egoísta. Aquí se advierte la diferencia entre matar y asesinar, donde se puede matar al otro en el marco de una guerra, pero no se puede asesinar al otro. Está planteado de inicio, como universal categórico, el asesi­ nar, no el matar. Más todavía, sí permite la lapidación, u otras cosas

increíbles en el texto. Por ejemplo: “No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habi­ tan en tu tierra dentro de tus ciudades. En su día le darás su jornal y no se pondrá el sol sin dárselo. Los padres no morirán por los hijos ni los hijos por los padres, cada uno morirá por su pecado. No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de su viuda”. Una cosa extraordinaria: “Cuando alguno fuera recién casado no saldrá a la guerra ni en ninguna cosa se le ocupará. Libre estará en su casa por un año para alegrar a la mujer que tomó”. Otra cuestión muy interesante: “Cuando vendi­ mies tu viña no rebuscarás tras de ti. Será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda”. Se acuerdan de que Lacan toma esto respecto a las espigas y a la cuestión de lo sobrante, Y con la vio­ lación. “Si una mujer virgen fuera violada en el campo, el hombre que la violó debe tomarla a cargo, casarse con ella o indemnizar a la familia. Pero si esto ocurriera en la ciudad, y ella pudiera gritar, serán lapidados los dos.” Los dos. Vale decir que se considera aquí la posibilidad de defensa de la víctima o no; y, ¿cómo definir víctima? Es apasionante esta cuestión de la legislación ancestral. Si apareciera un cadáver en el medio del campo y no se supiera quién mató a esa persona -porque no existía CSP en esa época-, entonces, se medirá la distancia al pueblo más cercano, y dicho pueblo deberá hacer una ofrenda y otras cosas más en el campo, con la sangre de una oveja, para lavar el pecado cometido. El tema se resuelve por cercanía geo­ gráfica. Son formas de dar legislación a aspectos no pensados hasta ese momento. E l imperativo categórico y el ideal del yo. Lo que llama la atención es que en ningún momento dice por qué se debe hacer algo, siempre se dice: porque Dios te amará, o Dios se enojará, o Dios te castigará. Pero en ningún momento se da una razón pragmática: la razón de la instrumentación de la ley tiene relación con algo del orden del imperativo categórico, pero al

3. CSI: Crivie Scene Investigation (Investigación en la escena del crim en) es una serie de televisión ficcional estadounidense que se centra en torno a un grupo de científicos forenses, investigando los crím enes que en ella suceden. F u e creada por Anthony E . Zuiker y transmitida p or prim era vez el 6 de octubre de 2 0 0 0 en los Estados U nidos. [N. de E.]

mismo tiempo con algo que es trascendente, y heterónomo, depende de la ley del otro. Una vez que se inscribe la ley, cada sujeto la siente como propia y su transgresión le hace sentir que es una ofensa. ¿Una ofensa a quién? A Dios. Aquí surge el tema de que Dios aparece como un mediador entre los hombres; con lo cual, la culpa hacia el otro queda planteada como culpa trascendente. Por supuesto, esto después adoptará otras características en la historia, donde el sujeto lo que debe plantearse es que la culpabilidad es con el otro. De todas maneras, en el imperativo categórico, no queda definido a quién está destinado el bien o el mal, sino si agrada o desagrada a Dios. En ese sentido, entonces, pueden pensarse los antecedentes en la constitución subjetiva. Vale decir, el hecho de que también en la constitución subjetiva, lo que el niño incorpora tiene relación con el amar o ser amado y con cómo solo puede amarse a sí mismo a partir de ser amado por el otro. En esa medida, entonces, se presenta la relación con el ideal del yo, el sentirse acorde con las posibilida­ des que tiene acerca de sí mismo y de ser amado por el otro. Esto -creo- nos introduce directamente en el problema de la psicopatía y la perversión, en tanto, precisamente, la posibilidad de transferencia, de registrar al otro, es la condición de un tratamiento. Si no es por amor al otro o por amor a sí mismo, ¿por qué el sujeto renunciaría al goce, en tanto vergüenza por el ejercicio de ese goce"1 En ese sentido, no es amor a sí mismo en cuanto a sentirse parte del yo ideal, sino en tanto cumple con ciertos requisitos que impone el ideal del yo o la conciencia moral. El problema de la psicopatía entonces, queda de alguna manera ordenado, se relaciona con este triunfo sobre la ley, en tanto fusión del yo ideal con el ideal del yo. Desde el punto de vista de la perversión, la situación es comple­ tamente otra. En primer lugar, el problema de la perversión es el siguiente: arrastramos una teoría de la fijación. Recién con Lacan se rompe esta idea y aparece la idea de perversión como estructura. En Melanie Klein, la perversión aparece como defensa frente a las ansiedades psicóticas, es una forma de ordenamiento de la libido para evitar la desestructuración, el splitting. En Lacan es estructura, ¿estructura determinada desde dónde? Determinada precisamente por la ausencia de la inscripción del nombre del padre o la metá­ fora paterna. La pregunta que uno se hace, entonces, respecto a la perversión, es la siguiente: ¿por qué no se produjo una psicosis? La explicación es tan general que resulta muy difícil, en la aplicación de esas fórmulas, encontrar una combinatoria que pueda explicar

la particularidad no solo de las estructuras clínicas sino también de los sujetos singulares. Ahora, es indudable que en algunos casos la perversión viene a ligar libido para evitar la deconstrucción, en la medida no de la fijación en sentido histórico sino de la fijación libi­ dinal que posibilita una cierta organización a partir de un modo de descarga privilegiado que queda fijado y que posibilita que el sujeto no estalle ante el aumento de la excitación endógena o de las canti­ dades endógenas. En los cuadros donde uno ve descriptas situacio­ nes graves de perversión, siempre aparece la acción del sujeto como un “crescendo”, que encuentra un desembocar en la acción perversa. En otros casos, se estabiliza bajo una forma de rutina sexual. En esta estabilización podría decirse que el sujeto se coloca frente a su compulsión perversa desde un lugar donde se instala como un espectador gozoso de su propia perversión. Ahí se constituye la per­ versión como estructura clínica y no simplemente como efecto de la compulsión. A diferencia de la psicopatía, no se puede hablar de perversión si no hay goce. Esto quiere decir que en la perversión, sea sadismo moral o sadismo erógeno, hay algo del orden de un goce en la forma de desubjetivación, que permite la apropiación de algo del otro; mientras que en la psicopatía, es una instrumentación la que se establece al servicio de la realización de ciertas premisas que el sujeto necesita desde el punto de vista más narcisístico que eróge­ no. En la psicopatía, si el sujeto siente -como el caso que contaba el otro día- que puede mentir, siente que logró un triunfo sobre el superyó que de alguna manera tiene las características de un logro vinculado a una fusión con el ideal del yo y a una victoria sobre la conciencia moral, pero no necesariamente un goce erógeno. A veces se combinan ambos, otras no, a veces hay dominancia de un cuadro sobre otro. Es necesario diferenciar el polimorfismo perverso de las condiciones que pueden conducir a la organización de una compul­ sión perversa en la infancia y, por supuesto, de la estructura clínica de la perversión -en el sentido de que ya en la infancia pueden ser plasmados modos estructurales que van a dar cuenta de cómo se va articulando una organización perversa. Y no solamente debe medir­ se la forma del goce, sino el emplazamiento amoroso hacia el objeto. Una de las cosas que se producen es la imposibilidad de establecer un vínculo de amor con el objeto, una relación de amor en términos de intersubjetivación. Cuando días atrás me preguntaban si no hay rabia en esas acciones. Indudablemente; hay formas de odio muy profundo en algunas acciones perversas, pero en otros casos hay pura indiferencia y resolución del goce. Es eso, justamente, lo que

anuda la perversidad o no a la estructura, el goce moral, no solo la resolución de la tensión erógena puesta en juego. Con lo cual, el sujeto no quiere indudablemente renunciar, no solo porque tiene miedo de desorganizarse, sino porque no entiende cuál sería el beneficio de la renuncia. Esto me parece muy importan­ te a tener en cuenta. La cuestión que se plantearía es si una estructura y otra son homologables, porque en la perversión también hay transgresión pero es de un tipo diferente. En ella, la transgresión se relaciona con un goce erógeno, por un lado, y sostiene una ligazón directa con el sadomasoquismo, por otro; mientras que en la psicopatía está directamente ligada al narcisismo y no necesariamente al sadoma­ soquismo, aunque las acciones en la psicopatía puedan estar dadas por la falta de amor pero no necesariamente por el odio. Respecto a la perversión, es importante precisar qué nivel de transformación es posible, lo cual estará determinado por el posicionamiento que el sujeto tenga respecto del síntoma. Ayer tuve una entrevista con una niña de 10 años que estuvo expuesta a una experiencia de sobreadaptación durante mucho tiempo, y que últimamente ha hecho una apropiación de la madre, donde hay un goce histérico con un aspecto de rabia muy fuerte. Se notaban anas miraditas, una forma de esconderse en el cuerpo de la madre, De repente la madre le dijo: “Bueno, pero quieras o no, yo me voy a ir de viaje. Me voy a ir una semana porque yo no tengo una nena de dos años, tengo una de 10. Con lo cual, ya me puedo ir de viaje”. Entonces, la niña la miró como diciendo: “¿Cómo se te ocu­ rre?”; y la madre le dijo: “Mirá, yo entiendo que hayas necesitado pegarte a mí. Pero la cuestión es si yo quiero seguir viviendo pegada a vos a esta altura”. Por supuesto la nena miraba medio horrorizada a la madre, porque esta le seguía diciendo: “Hay muchas formas de quererse a medida que uno crece y, si no, yo no voy a poder vivir sin vos y vos sin mí, y entonces cuando vayas creciendo.. . A lo cual la niña le dice: “Bueno, yo puedo vivir siempre con vos”. Esto es cierto, pero se observa allí una actitud de apropiación histérica. En reali­ dad, ¿dónde estaba la base de esta historia? Estaba en la irrupción de una corriente hostil reprimida, donde la madre dice: “Bueno, yo nunca fui muy pegoteada”, con lo cual, había una especie de deuda pendiente respecto a esta apropiación. Pero la niña había hecho una sobreadaptación y ahora no podía desprenderse; entonces, estaba dispuesta a renunciar a campamentos, a cualquier cosa con chicos de su edad. La pregunta era si estaba dispuesta a renunciar por amor o

para mantener un goce apropiatorio en el cual lo fundamental fuera la hostilidad y no la corriente amorosa. Yo por supuesto no lo inter*. preté en estos términos, no correspondía, era una primera entrevistá con la madre y con la hija. Lo único que dije a ambas fue lo siguien^ te: “Yo creo que cuando uno depende tanto de otro a veces debe darle mucha rabia, porque esto no le permite a uno ninguna libertad y además porque está pendiente del otro. Con lo cual, me parece que se está armando un circuito complicado, donde cuanto más pegada está a esta mamá, más rabia le puede surgir por no poder liberarse de esto”. Entonces, abrí ese espacio, sin interpretárselo como una defensa frente a la hostilidad, sino entendiendo la hostilidad como un efecto de la dialéctica del amo y el esclavo, podría decirse. De todas maneras, aquí hay un cierto sadismo en el modo de apropian ción del objeto, muy común en la histeria infantil. En la histeria adulta también, pero en las niñas esto es muy clásico en la relación con las madres, y luego en la relación con los analistas. Volviendo a la psicopatía y la manía, es indudable que en esta niña se pone en juego una histeria, no una psicopatía ni tampoco un cuadro de perversión. Es una histeria que tuvo un proceso de sobreadaptación, que ahora se fractura y donde hay, entonces, un goce sádico; goce que es efecto de la fractura y que también está marcando la tensión narcisista con el sometimiento. Con lo cual, yo no pensaría jamás que lo que hay primariamente aquí es sadismo, sino una falla en la posibilidad de reconocimiento de la presencian ausencia del objeto y de instaurarla en sus relaciones de triangula­ ción. Por otro lado, tiene una hermana menor. Perversión moral y perversión erógena, sadismo y masoquismo. Respecto a la perversión, habría dos cuestiones a tener en cuenta. En primer lugar, la diferencia entre perversión moral y perversión erógena; esto tiene que ver con la diferencia entre sadismo moral y sadismo erógeno, masoquismo moral y masoquismo erógeno. Res­ pecto al masoquismo, solo podemos hablar de que hay perversión cuando hay masoquismo erógeno. En el caso del masoquismo moral, yo no he visto nunca perversión; sí he visto formas de anudamiento de estructuras melancólicas o neuróticas. En muchos casos de his­ teria lo que está presente no es el deseo de sufrir, sino la posibilidad de renunciar a la expectativa de placer, con lo cual quedan anuda­ das las relaciones a partir de algo no resuelto, que se espera que un

día se resuelva, que un día se le dé, pero que en realidad la somete n un intenso sufrimiento. Es como un apostador que no se puede levantar de la mesa de juego mientras está perdiendo. Esta es una cuestión muy importante a considerar, y a veces hay que posicionarlo como un síntoma y no empezar a analizar la ligazón amorosa, que es muy diferente. Yo tuve en tratamiento a una mujer que tenía lina relación, con un hombre casado, que le producía mucho sufri­ miento. Ella no lo podía dejar porque él no tendría un lugar dónde ir a vivir. Además, este hombre le pedía que ella se hiciera cargo de gastos suyos. Era indudable que esta mujer se estaba metiendo en una situación terrible y de uso brutal por parte del otro, quien, no sé si era un psicópata o no, pero indudablemente era un poco ines­ crupuloso. De entrada yo marqué ahí la instauración de un síntoma; ella me presentaba todo esto, con lo cual, lo tenía claro, de alguna manera. Si esto era un síntoma, entonces ella debía analizarse, no para ver si seguía o no con él, sino para ver cómo resolvía el síntoma, que son dos cosas diferentes. Esto marca una diferencia en la direc­ ción de la cura. Uno reubica el motivo de consulta: “Usted no está acá para saber si ama o no ama a Fulano o si Fulano la ama o no la ¡una a usted, sino para entender por qué está en una relación que le produce tanto sufrimiento”. Este tipo de definición a veces resulta enormemente aliviante para el otro, y le permite después pregun­ tarse qué hace con eso, pero en principio no lo enreda en la relación amor-odio como un problema de la subjetividad. En esta mujer no había masoquismo, porque cuando pudo terminar la relación estaba muy aliviada, muy contenta, se sentía mucho más libre y sentía que había puesto corte a algo que la estaba dañando enormemente. En otros casos uno puede decir que sí, que hay masoquismo moral, que hay un cierto goce de estar instalado en una posición de sufrimiento. La pregunta es por qué un sujeto se instala en esa posición sufriente, si esa es su manera de no darle el gusto a quien quiere ayudarlo a salir de allí, o porque podría ser atacada por la envidia -como dirían los kleinianos- de objetos internos, en caso de abandonar esa posi­ ción sufriente. Esto es mucho más común que lo anterior, vale decir, que hay un terrible temor a salir de un lugar de sufrimiento, porque el castigo, por parte de los objetos internos, puede ser enorme. Esto es más común en las mujeres que en los hombres y, paradójicamen­ te, está más ligado a la madre que al padre. Lo lamento por las femi­ nistas, pero esto se relaciona más con la envidia de la madre hacia la hija que con el cercenamiento que el padre ejerce respecto de la hija mujer. Se vincula con el temor de ser atacada por una madre

insatisfecha en ios momentos en que la hija logra niveles de realiza­ ción. Aquí tampoco estamos en el campo del masoquismo, sino en el de la neurosis y el fantasma. En el campo del masoquismo estamos en el caso de aquella paciente que se mordía la parte inferior de la boca hasta sangrársela; ella trabajaba de azafata y era prostitu­ ta, y tenía una historia de intromisiones sexuales brutales por parte de los padres. Era un caso de masoquismo erógeno, donde ella no entendía por qué se mordía hasta desgarrarse y al mismo tiempo no podía dejar de sentir cierto placer en ese desgarramiento. Allí hay una vuelta contra la persona propia, en el sentido más estricto. Con lo cual, había que establecer una mediación, faltaba el mediador. Atacar al otro, atacarse a sí mismo; faltaba el otro y el campo de la transferencia podía constituirlo. En el caso de ciertas modalidades compulsivas perversas, se puede trabajar muy bien, sobre todo cuan­ do uno le puede mostrar al sujeto que él está atrapado por el goce y que no es tan libre como piensa, sino, por el contrario, se encuentra totalmente sometido en la medida en que no puede elegir el obje­ to, porque el objeto que busca tiene que ser un objeto aquiescente a ese goce. De manera que en algunos casos lo que se produce es una disociación entre el deseo de armar una relación con alguien y la imposibilidad de establecerla en términos que no sean de apro­ piación gozosa; entonces el sujeto está atado a un tipo de relación sexual que no le permite la movilidad de su objeto de elección, por­ que debe partir -al revés- de la premisa, de la compulsión o de la perversión, para poder a acceder al objeto. Esto ocurre incluso en la condición fetichista donde, precisamente, la captura está dada por los rasgos y no por la integración del objeto. Entonces, con respecto a la relación entre psicopatía y perver­ sión: hay casos que quedan anudados donde perversión y psicopatía se combinan. Esto, porque en realidad no hay proceso de subjetivación del otro. Intervención-. ¿Podemos pensar en ciertos criterios clínicos para ar­ mar un perfil del abusador sexual? No, por lo siguiente. El abuso es una manifestación. Podría decirT se que hay ciertos rasgos comunes en los abusadores, pero otros elementos que no. Por ejemplo, puede haber abusadores psicóticos, o abusadores perversos, o aquellos en los que se combina el podef narcisista con la apropiación de los más débiles y donde el abuso forma parte de un manejo general del poder. El caso del Obispo de

Santa Fe.4 Se acuerdan de que una de las cosas que hizo fue que a uno de los chicos lo había citado haciéndolo entrar a ver su relación con otro en la cama; con lo cual, ahí se combinaba el aspecto de poder con la cuestión del abuso y la perversidad, no solamente la perversión. Hay otros casos donde sujetos son abusados bajo formas compulsivas y se sienten profundamente dolidos y dañados, pero al mismo tiempo no les resulta fácil modificar esto. El de la película El hombre del bosque,5 es un sujeto que en última instancia termina planteándose su identificación con la víctima y a partir de eso puede renunciar y salir del lugar de victimario. Él se había instalado como victimario precisamente para evitar el lugar de la víctima. De mane­ ra que es muy complejo. Yo no creo que se pueda hablar de un único o universal cuadro clínico del abusador. Creo que en algún tipo de abusadores hay ciertos rasgos que son comunes, por ejemplo, cierta renegación de las consecuencias de la acción, no necesariamente la desubjetivación del otro. Es como si en algunos casos no mediara la relación acción-consecuencia. Otros elementos bastante comu­ nes podrían ser la imperatividad del tiempo, un tiempo no determi­ nado a futuro sino un tiempo signado por la inmediatez, que está vinculado a la compulsión. En unos casos hay una patología social del abuso, mientras que en otros no. El hecho de que el turismo español vaya a Malasia a hacer paidofilia marca que han definido la condición de semejante de un modo tal donde dan salida a su goce preservando a los suyos, algo sin duda horroroso. Lo cual es mucho más perverso, porque da a entender que los niños malayos no son seres humanos -como sí lo son los españoles- para quien ejerce ese turismo sexual.

4 . El ex arzobispo de Sanca F e, Edgardo Storni, fue condenado el 30 de diciem­ bre de 2 0 0 3 a ocho años de prisión por abuso sexual agravado por el vínculo (los jóvenes que eran seminaristas en la casa de estudios católicos en esa provincia). [N. de E .] 5. E l hombre del bosque ( The Woodsman): film estadounidense de 2 004, con Kevin JJacon y Kyra Sedgwick, dirigido por N icole Kassell. Después de pasar doce años en prisión por abuso sexual infantil, el protagonista llega a una ciudad, se instala en un pequeño departam ento situado frente a una escuela primaria y consigue un trabajo en un aserradero. A lo largo de la película, se enfrenta a sus propios deseos, pensa­ mientos y sentimientos. E l film se ocupa de lo difícil de la reinserción social, de la soledad en la que está inmerso el protagonista, que se siente diferente a los demás y tiene que enfrentar sus propios miedos a la reincidencia. [N. de E.]

E l sujeto es atrapado por el goce. Intervención: ¿Qué es el goce? ¿Qué limitación tiene el estatuto del goce? En términos teóricos y de fecundidad clínica, yo diferenciaría el goce como algo en lo que el sujeto queda fijado bajo una forma en la cual es capturado y que tiene la característica de ejercerse siempre sobre una forma en la cual -Lacan diría- no se encadena o no se arti­ cula en la cadena significante; en realidad, queda suelto. En términos clínicos, les diría que lo que caracteriza al goce es que el sujeto no es el que goza, sino que el goce es el que atrapa al sujeto. Vale decir, que es una forma de resolución de la tensión libidinal, psíquico somática, relacionada con una forma de descarga en la cual el sujeto queda fijado y que no se puede lograr articular en el conjunto de su vida psíquica; el goce, pues, captura una enorme cantidad de libido para organizarse, que, por supuesto, no entra dentro del plano de subjetivación. No está regido por el principio de placer, sino por el más allá del principio de placer o por el más acá del principio de placer. Entonces, no logra nunca una estabilidad psíquica como la que arti­ cula el placer. Intervención: ¿Qué diferencia hay con la compulsión? La compulsión es la forma en la que se manifiesta en muchos casos el ejercicio del goce. El problema de la compulsión es el siguiente: el sujeto ejerce la acción; temporariamente aparece la libido en la tensión psíquica, pero resulta absolutamente insatisfactorio, con lo cual tiende a reproducirse. Además, tienden a disminuirse los pla­ zos entre una acción y otra, a incrementarse la necesidad de ejercer una extensión cada vez mayor del modo de la compulsión. Con lo cual, lo que plantea el goce es, precisamente, su no subordinación al principio de placer. En la medida en que no hay subordinación al principio del placer, no hay placer en el sujeto, sino atrapamiento en el goce como forma de descarga. Lo primero que se debe localizar, entonces, es cómo está colocado el sujeto frente al goce: si lo vive como angustioso, si lo vive como sintónico, si le parece que tiene derecho a él, de qué manera se ha articulado el sistema de represen­ taciones yoicas respecto al goce.

Intervención: Es el eje de la estructura. No sé si es el eje, pero distingue, precisamente, lo articulable y lo no articulable, y la diferencia entre el análisis de lo reprimido y la elaboración de aquello que no logra un estatuto definitivo en el psi­ quismo. El goce está muy vinculado a lo que yo he trabajado como del orden de lo arcaico, no de lo originario. Entonces, los trauma­ tismos severos, sobre todo cuando se dan con intromisión sexual, propician el goce. En el libro Paradojas de la sexualidad masculina6 yo relato el caso de un muchacho que se masturba con la palanca del coche sin que él sienta placer en hacerlo; él logra una descarga, y al mismo tiempo, esto entra en contradicción con toda su estructura amorosa sostenida en relación con su esposa y lo heterosexual. Él está atrapado en una situación; y las preguntas que surgen son: cómo se logra esta renuncia, si se logra por instalación de la ley, o por liga­ zón, y de qué manera se constituyó ese síntoma. Retomando la pregunta, yo diría que lo que está en el eje de los problemas -no de la psicopatología pero sí del funcionamiento psí­ quico- es el estatuto de la representación: ligada, no ligada, librada a la compulsión, capaz de ser articulada, capaz de ser resimbolizada, reprimida, no reprimida. En ese sentido, considero muy importante esto. Intervención-. Recién, respecto a cómo definía la cuestión del goce, pensaba que la fijación del sujeto al modo de operar su resolución de tensión no significa fijación libidinal, ¿no? La pregunta, en fin, es si hay una diferencia entre fijación del sujeto y fijación libidinal y cuál sería. Precisamente, una de las cuestiones que intenté diferenciar en algún momento era la fijación del sujeto de la fijación al inconciente. En la fijación al inconciente, esto queda articulado de alguna mane­ ra, reprimido, ordenado en algún sistema. En la fijación del sujeto al goce, no hay fijación al inconciente ni a un sistema psíquico. La representación circula; es el sujeto el que está fijado y no la repre­ sentación. Es la representación -o el goce- el que captura al sujeto, y no aquello sobre lo que sujeto puede ejercer una cierta acción de represión o de censura. La diferencia está justamente en este con­

cepto de fijación: fijación al sujeto o fijación al inconciente; en el primer caso hay captura, en el segundo represión. Intervención: ¿La diferencia sería el sentimiento de culpa? No, en algunos casos de perversión no hay culpa. Intervención-, Pero, ¿puede haber? Puede haberla en los casos de compulsiones, por supuesto. En las psicopatías el sentimiento de culpa está ausente, pero en la per­ versión puede estar presente; esto se ve muy claramente en sujetos» golpeadores con un goce sádico que después, por supuesto, Renten culpa. Aquí quiero diferenciar entre culpa y temor a la pérdida del ob­ jeto. Tienen cosas en común, pero no son lo mismo. La culpa es un sentimiento intrasubjetivo, relacionado con la conciencia moral, mientras que el temor a la pérdida del objeto se vincula con la depen-, dencia intersubjetiva. Por supuesto que la culpa puede conducir al temor a la pérdida del objeto, como en el caso de la nena que acabo de contar, pero aquí estamos en el plano de la neurosis. En la neuro­ sis, el ataque fantasmático al objeto lleva al temor de su pérdida por culpa, aunque ni siquiera se haya ejercido la acción. Esto es plantea­ do claramente por Freud. Pero el sentimiento de culpabilidad es un sentimiento ajeno a la psicopatía, absolutamente ajeno. No es el caso de la perversión y de la psicosis. Hablando de culpabilidad, estoy profundamente conmovida por lo de Günter Grass.7 Ha sido uno de los autores que más he respeta-' do en los últimos treinta años, que más me ha conmocionado, el de El Tambor de hojalata.s Lo revelado muestra además que hay algo en él respetable, el poder enunciarlo -cosa que nadie hace-y el sentirse responsable de haber pertenecido a las SS; porque no es lo mismo la situación de los chicos que fueron llevados a pelear por Hitler que

7. E l escritor alemán G ünter Grass confesó, a punto de cum plir los 80 años, ha­ ber servido en las W affen-SS de H itler a los 17 años y abrió la caja de las preguntas no tanto sobre qué pasó entonces, sino más bien por qué tan largo silencio. Así lo hizo, en su autobiografía Beim Haeuten der Zwiebel, publicada en Berlín, 2 0 0 6 . T ra­ ducción al español: Pelando la cebolla, M adrid, Alfaguara, 2 0 0 7 . [N . de E .] 8. E l Tambor de hojalata es un novela fundamental d entro de la obra de G ünter Grass, luego llevada al cine p or el director alemán Volkor Schlóndorff. [N. de E .]

los que entraron a las SS. Además, dice que no disparó ni un tiro, que estuvo en el frente ruso. De todas maneras, lo impactante es que no pueda morir sin confesarlo, lo cual habla de esta distancia que hay entre él y un perverso. En él, por supuesto, hay un acto incalifi­ cable desde el punto de vista ético. Su biógrafo está absolutamente desolado y a todos nos ha conmovido mucho que Günter Grass haya pertenecido a las SS. Pero al mismo tiempo, hay algo impactante en él que ratifica su obra posterior, en la medida en que no puede morir sin decirlo, y en que lo hace público en sus memorias, por supuesto, desde un lugar de culpabilidad. Esto me parece que es muy intere­ sante. Es decir, no es que uno perdone su pertenencia a las SS, pero volviendo a nuestro tema- el hecho de que sienta culpa en algún lugar lo torna respetable.

Capítulo 15

La sexualidad: lo público y lo privado en la sociedad contemporánea*

Hoy quiero tratar dos temas, uno que empezamos a trabajar en la última reunión y tiene que ver con el pasaje de lo privado a lo

público en relación con la sexualidad. Y el otro, acerca del debate actual sobre la enseñanza de educación sexual en las escuelas, que comenzaría a los cinco años, cuestión que me parece importante. Cuando fui consultada, porque el Ministerio de Educación realizó una consulta a una cantidad de gente a quienes llaman “exper­ tos” -yo detesto esa palabra porque si hay un tema en el que uno nunca va a ser experto es sobre sexualidad, por suerte, siempre liay algo que aprender, si no sería patética la vida-, una de las cosas que yo dije es que me preocupaban dos extremos: uno era la naturalización del sexo y el otro era la moralización del sexo. Son dos extremos con los que hay que tener cuidado. En general, el eje se ha mantenido en una oscilación permanente, y yo creo que es incorrecto seguir planteando el sexo como algo natural, más aún cuando el problema central hoy no es la información lino el procesamiento de la información. Porque información es lo que les sobra a los niños, el problema es cómo la procesan. Con lo cual, me parece muy importante que la educación vaya inscri­ biéndose en materias escolares, en una especie de conciencia de la socialización. Yo soy poco partidaria de que se imparta educación lexual específica. Yo creo que las palabras sobre la sexualidad son palabras sexualizantes, con lo cual no hay que partir de lo que uno quiere transmitirle al niño sino de lo que él se pregunta y le mquieta, para ver de qué manera eso puede procesarse. Por ello, me pareció muy importante que se tuviera en cuenta en los

programas que se elaboren las preguntas de los niños para que esto pueda tener sentido. Quizás explicarles hoy ciertas cosas a los chicos parezca absurdo dado que saben muchísimo; el tema es que no saben qué hacer con esa información. Yo les he dado algunos ejemplos de niños que atiendo que me han impresionado, como aquel que me ha explicado largamente qué era un coito y cuando yo le pregunté si sabía que así se hacían los hijos, me dijo: “No me digas, esa no la sabía”. Nunca había juntado sexualidad y engen­ dramiento, a diferencia de lo que pensaba Freud. Jamás se le había ocurrido que ese acto de placer podía servir para engendrar. Con lo cual, se puede advertir la vetustez de nuestras teorías de que los niños están preocupados por la sexualidad de los padres porque les hacen hermanitos. Es una de las trabas serias qué tiene relación con la fantasía sexual del analista de que sus padres solo tuvieron relaciones para engendrarlo. Con lo cual, pensar que la sexualidad tiene como destino la procreación es un prejuicio actual del psi­ coanálisis que debe modificarse. Al mismo tiempo, nuestro interés es rescatar la sexualidad como algo del orden social, ni religioso', ni natural. Allí radica la diferencia entre ética y moral, entre las formas condenatorias moralistas de la sexualidad versus las formas éticas de la sexualidad. Dentro de una concepción moralista, se ha considerado totalmente correcta la sexualidad dentro del matri­ monio, aunque es sabido que muchas veces las formas de ejerci­ cio de la sexualidad intramatrimonial pueden ser profundamente antiéticas. Me refiero a las formas de abuso intramatrimonial, a las formas de abuso psíquico, y no solo del hombre hacia la mujer, sino de ella al hombre; en su rehusamiento o en su exigencia, a veces hay formas de violencia psíquica con un desconocimiento del otro. De manera que no se trata solamente de la violencia física ejercida tradicionalmente a partir del machismo, sino de la violencia en general en las relaciones intramatrimoniales, que lle­ gan muchas veces al escarnio público en las cosas que las parejas se dicen frente a terceros. Volvamos a la diferencia entre ética y moral: el matrimonio no es ninguna garantía de ética, a lo sumo es una necesidad histórica de ciertas formas de la sociedad. Del mismo modo ocurre con ciertas prácticas de la sexualidad. Por ejemplo, la homosexualidad ha sido considerada tradicionalmente inmoral, cuando nosotros sabemos perfectamente que pueden establecerse relaciones muy éticas en el interior de relaciones homosexuales y muy poco éticas entre hetero­ sexuales. O sea que no pasa por ahí la cuestión.

Quiero trabajar con ustedes, del libro Sexualidades occidentales,* de Philippe Aries, Béjin y Foucault, que fue editado por Paidós a fines de los ochenta, un párrafo que tiene relación con lo hablado en la última reunión y con lo que estamos enfocando ahora. Dice: “En las sociedades precedentes a la nuestra -habla de las sociedades más tradicionales de los ochenta-, la sexualidad se mantenía acota­ da, bien en la procreación y entonces era legítima, bien dentro de la perversidad, y entonces, era condenable”. Está muy clara aquí la concepción moral religiosa respecto a una sexualidad destinada a engendrar y -por supuesto- establecida dentro de las leyes de la propiedad matrimonial. Porque la relación entre engendramiento y matrimonio está ligada a las leyes de la propiedad, claramente. “[...] y entonces era condenable. Pero fuera de estas limitaciones, el senti­ miento era libre.” Y aquí plantea algo muy interesante: sentimiento y sexualidad no estaban totalmente anudados; esto dice él en los ochenta. Y luego: “Sin embargo, en la actualidad, el sentimiento se centra en la familia, que en otros tiempos no lo monopolizaba. Por eso la amistad jugaba el importante papel que hemos señalado. Pero el sentimiento que unía a los hombres excedía a la amistad, incluso en un sentido amplio, ya que daba pie a toda una serie de relaciones serviciales que hoy han sido reemplazadas por el sistema de contra­ tación”. Esto es muy interesante: que las relaciones de amistad son reemplazadas por relaciones de contrato, esto se ve mucho en el trabajo. Y dice: “Entonces, la vida social estaba organizada a partir de relaciones personales de dependencia y patronazgo y también de ayuda mutua. Las prestaciones de servicios o las relaciones de trabajo eran relaciones directas de hombre a hombre que evolucio­ naban de la amistad y de la confianza hacia la explotación y el odio -odio que tanto recuerda al amor-, Pero, como quiera que fuese, eran relaciones que nunca caían en la indiferencia o en el anonima­ to”. Y posteriormente: “Se vivía, pues, en una sentimentalidad a la vez difusa y aleatoria que no estaba sino parcialmente determinada por el nacimiento, la vecindad, y que era catalizada por los encuen­ tros fortuitos, por los flechazos”. Lo que él plantea, de las sociedades tradicionales, en realidad está muy relacionado con lo que fue la sociedad casi hasta fines del siglo XX. Las relaciones de amistad,

1.

P. Aries, “Reflexiones en torno a la historia de la homosexualidad”, en P. Aries,

A. Béjin, M . Foucault y otros, Sexualidades occidentales, Barcelona, Paidós, 1987, págs. 1 03 -1 1 2 .

el café en la Argentina, por ejemplo. Los celos de las mujeres por el hombre que se iba al café no eran por otras mujeres; se sabía claramente que el encuentro era con los amigos. Los celos en las relaciones de amistad estaban directamente relacionados con esta cuestión del descubrimiento de que había un amor que se dispersaba en otros; ese es uno de los grandes temas de las parejas: la tolerancia a un amor que puede investir otros objetos que no sean solamente el sí mismo. Entonces, el amor no consiste en mirar al otro, sino en poder mirar los dos juntos hacia un tercer polo, cosa que me pare­ ce absolutamente extraordinaria como definición, porque en reali­ dad es imposible el sostenimiento del amor sin proyecto; se pued© sostener la pasión pero no se puede sostener el amor sin proyecte* Volviendo a esta cuestión de la diferencia entre las sociedades tra­ dicionales y las nuestras, es indudable que esto apunta a que se ha producido una fractura de esa sentimentalidad en la sociedad. En la sociedad argentina, la amistad sigue ocupando un lugar muy impor-j tante e, inclusive, se mantienen ambas formas. Por ejemplo, en los acontecimientos de diciembre del 2001 en nuestro país,2 la gente iba a manifestar su descontento en familia, lo cual indicaba que había un repliegue de las formas comunitarias de inserción hacia el grupo familiar; no se iba con los movimientos políticos, salvo los militantes muy organizados, sino que se iba con el círculo íntimo. Eso fue algo totalmente novedoso porque tuvo que ver con una recomposición de los enlaces básicos de la sociedad. Pero al mismo tiempo comparatía una propuesta social, con lo cual, había un encuentro con otros desde la unidad que los constituía. Quienes piensan que la familia

2. L a crisis política de diciembre de 2001 en A rgentina surgió co m o consecuen­ cia de una crisis financiera generada por la restricción a la extracción de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ah orro, denominada Comáis to, cuyo objeto era bancarizar la econom ía y m antener recursos dentro del sistema financiero. E l 19 de diciembre de 2001 hubo im portantes saqueos a su perm ercado! y otra clase de tiendas en distintos puntos del conurbano de la Ciudad de Buenos Aires. Esa n oche el presidente D e la Rúa decretó el E stad o de sitio; posteriorm ent| en la ciudad de Buenos Aires salieron miles de personas a la calle a protestar contra la política económ ica del G obierno. L a m ayor parte de los participantes de dichas protestas fueron autoconvocados, es decir que no respondían a partidos políticos o m ovimientos sociales concretos. Su lema popular, acom pañado de golpes en cace­ rolas [Cacerolazos], fue: “Que se vayan todos”. E n los incidentes registrados durante esos días 3 9 personas fueron muertas p or las fuerzas policiales y de seguridad. Estos hechos condujeron a la renuncia del presidente Fern and o de la Rúa el 2 0 de diciem-, bre de 2 0 0 1 , y a una situación de acefalía presidencial. [N . de E .]

está acabada o desintegrada en este país porque hay más divorcios, menos matrimonios y jefas y jefes de hogar que no están en pareja están totalmente confundidos, porque de lo que se trata es de nuevas formas de familia, nuevos agrupamientos, lazos que tienen relación con la asimetría y con la protección del otro. La deshumanización del semejante por el capitalismo salvaje. Ahora quiero retomar el tema de la definición de universo del lemejante Más adelante vamos a trabajar sobre un texto de Melanie Klein sobre las tendencias criminales de los niños normales, porque vamos a ver cómo se definen algunas cosas, y armar un contrapunto entre Zygmunt Bauman, que es un sociólogo polaco que vive en Inglaterra, y Melanie Klein, quien a fines de la década del veinte, era fiel representante de un psicoanálisis que apuntaba a la esperanza de un mundo mejor. Hay un libro muy interesante de Bauman que se llama Moder­ nidad y holocausto,3 donde él plantea que no hay precisamente una aposición entre modernidad y holocausto, sino que esta es la forma máxima de expresión de la burocracia moderna. La descripción es extraordinaria porque tiene mucha relación con las formas actuales de deshumanización más allá de la criminalidad, en el marco de las relaciones sociales. Presten atención al siguiente ejemplo y observen üi puede -o no- aplicarse a las formas en las cuales hoy se define la ingeniería industrial o la reingeniería empresarial: “Hace unos años M destacó la mediación de la acción como una de las característiCns más notables y esenciales de la sociedad moderna”. Yo quiero ndelantarles lo siguiente: a mí la descripción de Bauman me parece extraordinaria, pero no coincido en que esto sea la sociedad moder­ an. Esto es el sistema capitalista degradado, no es la modernidad la (¡ue ha producido esta situación. Es una forma de la modernidad