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Spanish Pages [283] Year 2005
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Violencia, p. 1
I JORNADAS DE ESTUDIO, REFLEXIÓN Y OPINIÓN SOBRE VIOLENCIA
I JORNADAS DE ESTUDIO, REFLEXIÓN Y OPINIÓN SOBRE VIOLENCIA
Violencia, p. 3
Producidas en su totalidad por A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES y realizadas bajo convenio con la UNIVERSIDAD DE SEVILLA (U.S.) y la UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA (U.N.I.A). Días 22, 23, 24 y 25 de noviembre de 2005 Edificio Expo (Isla de La Cartuja, Sevilla)
Padilla Libros Editores & Libreros Sevilla
© De los autores © De la presente edición: A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES D.LEGAL SEISBN: 84-8434-367-7 ISBN: 978-84-8434-367-7 PADILLA LIBROS EDITORES & LIBREROS C/ Feria no 4 –local uno– 41003 Sevilla (España) Impreso por
SALUDO A LOS CONGRESISTAS
Querido/a amigo/a:
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ESDE La Organización de las Primeras Jornadas Violencia te damos la más sincera bienvenida y nos sentimos tremendamente honrados de poder contar con tu presencia. Una vez más A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES ha reunido a más 500 personas para debatir, reflexionar, aprender y sacar provecho, a la manera de cada cual, sobre un tema, sobre una idea, sobre un concepto. Esto es, en definitiva una experiencia del conocimiento, un movimiento voluntario y positivo de gente con inquietudes y con necesidades concretas y definidas. En los últimos cuatro años más de 5.000 personas, de todas las edades, pero en especial jóvenes universitarios de entre los 18 y los 25 años, han participado de una forma directa y pujante en las múltiples actividades que hemos ido produciendo tanto en España como en el extranjero: congresos, cursos, jornadas temáticas, conciertos, charlas, mesas redondas y un largo &c. y esperamos y deseamos poder seguir cumpliendo satisfactoriamente tus necesidades. Por todo, es para nosotros un orgullo, y una enorme responsabilidad, dar respuesta a la necesidad de actividades culturales de calidad que, de forma cada vez más palpable, es demandada por una sociedad que se muestra en cada momento más exigente y menos dispuesta a tolerar sucedáneos. 5
Audax sed cogita. Sé valiente y piensa o, sé valiente, luego piensa, son dos de las posibles traducciones del lema por el que nos movemos y que pretendemos fomentar desde A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES. Nuestro aval no es ya entonces el pasado, si no el futuro y los próximos proyectos que no son más que la respuesta a las sugerencias, peticiones y demandas, hechas por todos los que con voz firme se han acercado a nosotros. Por todo, muchas gracias.
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NORMAS GENERALES
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A Organización de este evento se sitúa dentro de la línea de trabajo que, A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES como productora de actividades culturales, tiene programada para esta temporada. Las características de este evento, como todo acto que sume más de 500 personas, nos hacen exponer, para su obligado y riguroso cumplimiento, una serie de normas que habrán de ser observadas y respetadas por todos los asistentes: • La Organización se reserva el derecho de alterar o cambiar el programa. No se admiten devoluciones o cambios en la inscripción. • La Organización podrá denegar el acceso o expulsar del recinto a aquellas personas de las que pueda racionalmente presumirse, que van a crear una situación de riesgo o peligro para él mismo u otros congresistas, de alboroto, o aparenten estados de intoxicación o conmoción, o que incumpla esta relación de normas. • Cualquier daño o desperfecto ocasionado por un asistente en el Edifico Expo conllevará la denuncia del mismo por La Organización a la Dirección del Edificio Expo para que ésta inicie los trámites pertinentes, no haciéndose La Organización responsable del mismo ni del daño cometido. • El uso de la placa acreditativa es obligatorio. Por motivos de seguridad no se permitirá el acceso al auditorio a quien no la presente o le sea requerida. Si se olvidara, o perdiera, 7
acudan a la Organización para solventar el problema lo antes posible. • Está terminantemente prohibido fumar, beber o comer dentro de las instalaciones del Edificio Expo salvo en los sitios debidamente especificados para ello. Les recordamos que el Edificio Expo es una edificación en régimen de propiedad privada estatal, esto incluye escaleras y jardines exteriores como zonas propias del inmueble de carácter privado. • Queda prohibida cualquier filmación, grabación o reproducción en el interior del recinto salvo autorización expresa de la Organización (esto incluye cualquier soporte de reproducción de música, radio, videojuego o similar). • Rogamos desconecten sus teléfonos móviles durante las conferencias, comunicaciones, mesas redondas u otras actividades. • Se ruega silencio durante las exposiciones. • Se ruega máxima puntualidad a los congresistas para no interrumpir el desarrollo de la actividad congresual. • Toda conferencia, debate, charla o mesa redonda no termina hasta que concluya el turno de preguntas y respuestas. • Todo asistente tiene la obligación de respetar estas normas para el buen funcionamiento del evento. Control de asistencia La asistencia a las jornadas no es obligatoria salvo, lógicamente, para aquellas personas que deseen recibir un certificado de asistencia. Aquellos que deseen recibir el certificado de asistencia y así beneficiarse de la convalidación del mismo por 3 créditos de libre configuración reconocidos por la Universidad de Sevilla y la Universidad Internacional de Andalucía, tendrán que demostrar su asistencia a un mínimo, del 80% de las jornadas tal y como exigen dichas entidades (6 medias jornadas de las 7 medias jornadas totales). 8
El sistema de control de asistencia redunda en el propio interés del asistente por demostrarla. Cada asistente se responsabiliza de demostrar su asistencia a las jornadas. A cada asistente se le ha entregado una placa acreditativa con un código de barras personalizado la cual tendrá que llevar siempre consigo y en lugar visible, durante los cuatro días de actividad. En la entrada de la sala se dispondrán lectores de códigos de barras. El registro de su código de barras por un ordenador hará las veces de firma. Siga las indicaciones de la organización para agilizar esta operación. Al término del congreso, previo a la entrega de certificados un programa informático hará el recuento de la asistencia de cada cual y dispondrá quienes de ellos son aptos para recibir el certificado de asistencia y cuales no. La organización tendrá preparado además el clásico sistema de firmas que será usado si aparece algún problema técnico. Todo asistente que habiendo sido declarado no apto desee inspeccionar su computo de asistencia deberá dirigirse a la Organización durante la entrega de certificados. Para retirar el certificado de asistencia debe entregarse a la Organización la placa acreditativa y “la respuesta a una pregunta” que se hará pública mediante carteles en la tarde del jueves 24 y en la pagina web www.corchea69.com. Esta pregunta forma parte de un sistema de evaluación que nos solicitan las Universidades. Esta entrega se hará el día y hora fijado en el programa, no pudiéndose solicitar con anterioridad o posterioridad a esta fecha (salvo por causa “muy justificada”). Ante cualquier duda consulte con el personal autorizado.
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PRESENTACIÓN
I JORNADAS DE ESTUDIO, REFLEXIÓN Y OPINIÓN SOBRE VIOLENCIA
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S HABITUAL QUE NOS ACERQUEMOS AL TÉRMIno violencia como un problema, como una aberración que necesita ser erradicada. En otras ocasiones se trata de un modo paternalista, se la juzga en virtud de su necesidad o su pertinencia, o desde su ligazón intrínseca a la naturaleza del ser humano, «el hombre es un lobo para el hombre» diría Hobbes, y, por ende, llegamos a reconocer la violencia en todos los seres animados e inanimados del cosmos. Pero lo que pretendemos en estas Jornadas que hemos dado a llamar simplemente violencia es no tildar el concepto con artículos que la humanicen y personalicen, no criticar ni condenar a priori por que sea lo “políticamente correcto”, ni tampoco ensalzarla ni alabarla por el mero afán de llamar la atención sin otra intención de ser excéntricos, out siders o puros fanáticos. Violencia es un hecho, violencia es constatable. Violencia es estudiable. Tratemos de saber más y así tener herramientas para poder emitir un juicio propio. Haremos una división, meramente orientativa, en dos ramas claramente diferenciadas para introducirnos en este estudio durante los cuatro días de actividad: Dentro de la primera rama un primer estadio sería un nivel de violencia mundial, esto es, entre naciones. Conflictos bélicos, 11
luchas de poder y dominación, embargos políticos y ostracismos a naciones por sus ideas, su raza o su credo Un segundo estadio sería violencia (englobado en el primero) dentro de un mismo marco nacional, en un mismo estado entre las fuerzas opresoras totalitarias, movimientos separatistas radicales; terrorismos, luchas puramente políticas y sus herramientas: medios de masa La segunda rama se subdividiría en: Violencia de persona a persona. Entre jefes y empleados, entre compañeros de trabajo, clase, vecindario, entre parejas afectivas. Entre desconocidos, transeúntes, seguidores de equipos deportivos, tribus urbanas... El último estadio de violencia es la del sujeto hacía sí mismo. Trastornos mentales, depresivos, maniáticos. Autodestructivos, personas carentes de todo estímulo por seguir viviendo que no buscan más que el dolor y sensaciones tan extremas que redundan en su propia condición de persona perdida para la sociedad activa.... ¿Poe, Baudelaire, Rimbaud, el vecino de al lado...? Esto no es más que un breve esquema, unas rápidas pinceladas muy matizables. La controversia está servida desde el albor de los tiempos, y parece que con los años no hemos hecho otra cosa más que refinarla y perfeccionarla. Las películas que otrora hacían salir a la gente asustadas y compungidas de los cines hoy quizá nos hagan reír y tacharlas de burdas parodias. Los medios de comunicación quizá estén haciendo del ser humano otro tipo de animal, si no político, quizá más apolítico, desligado del sentimiento de saberse igual que el resto de sus congéneres. La empatía es un bien escaso y la solidaridad se traduce en tarjetas de felicitaciones navideñas y con un gesto tan banal purificamos nuestras conciencias a modo de catarsis pecuniaria... ¿es esto un paso atrás? ¿es la deshumanización el precio de una globalización iniciada por Alejandro Magno y continuada por Julio Cesar, Felipe II, Napoleón, Hitler o Bill Gates? Quizá no consigamos dar respuestas a estas preguntas durante los cuatro días que nos quedan por delante, pero ojalá consigamos sembrar la semilla 12
de la duda, de la incertidumbre y de la necesidad de ahondar un poco más en este mundo que se nos presenta como el de la comunicación y la información. Utilicemos las herramientas que se nos brindan, seamos valientes e intentemos pensar por nosotros mismos. Nuestro objetivo Sentada sobre un banco de piedra en la rivera de un tranquilo paseo fluvial, una niña, de escasa edad, sujeta entre sus brazos un bebé. La escena es observada al menos por dos adultos que aparentemente tratan de indicarle como ha de posar para el retrato que estamos observando. Situada al la derecha de la niña, se encuentra una muñeca de porcelana de grandes dimensiones. La imagen, a pesar de su belleza, discutible o no, carece de cualquier elemento que justifique el título sobreimpreso de las jornadas. Sin embargo este no es ignorado. Antes de que el espectador sea advertido y por lo tanto condicionado con estas líneas, la palabra “violencia” actúa de reactivo en el conjunto de la imagen, y hace que una escena relativamente cotidiana, y completamente inocente, comience a transmitirnos sensaciones relacionadas con la violencia, la imaginación empieza a funcionar y genera historias violentas que convergen o divergen en la escena. Algo no violento se convierte en algo violento de forma “artificial”, sin que a penas no demos cuenta si no se nos advierte. La violencia es patrimonio del hombre ya que sólo este es capaz de percibirla como tal, no se encuentra en la naturaleza, sino en la interpretación subjetiva que de ella hacemos. Admiramos el fruto de nuestro propio ingenio, las herramientas que hemos inventado, aquellas con las que nos valemos para nuestros propósitos violentos, y las ensalzamos hasta el rango de míticas (la espada Tizona del Cid, las cámaras de torturas de la inquisición, los aviones de combate, los tanques y vehículos militares, los venenos y máquinas de matar lícitas como la guillotina o la silla eléctrica), pero no es nuestro propósito, hoy, admirar ni ensalzar, si no comprender. Debemos saber qué tiene aquello que 13
percibimos que tanto nos atrae y ser consecuentes luego con nuestro juicio y acciones. El viaje del conocimiento, esta propedéutica que pretendemos, se inicia desde el sempiterno conocimiento de uno mismo, del análisis de nuestros sentimientos y cómo nos afectan los agentes del medio, nuestra cultura. Sólo así conseguiremos las herramientas que nos son necesarias para afrontar una vida cabal en un mundo aparentemente de locos. El objetivo de estas jornadas no es otro que el de ayudar de alguna forma a proporcionar parte de esas herramientas a un auditorio que, presumiblemente, ha se ser hábil en el manejo de estas para considerarse ciudadanos integrados del siglo XXI. A.C.CORCHEA 69 PRODUCCIONES
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PARTICIPANTES EN EL PROYECTO
Organización La preproducción, producción y postproducción de las jornadas corre a cargo de A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES. Así como la elección del tema, la disposición de los bloques temáticos y la elección de los conferenciantes. Las Jornadas VIOLENCIA es una actividad que se acoge a convenio con la Universidad de Sevilla y la Universidad Internacional de Andalucía, reconociendo esta primera a los asistentes que así lo demanden y acrediten su asistencia a las Jornadas con tres créditos de libre configuración curricular. Patrocinio El principal patrocinador de las Jornadas VIOLENCIA es la empresa estatal AGESA, la cual gestiona, entre muchos más inmuebles, el salón del edificio Expo. El pasado seis de Octubre tuvo a bien firmarse un convenio de mutua colaboración entre AGESA y A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES, el cual asegura la pervivencia de nuestras magníficas relaciones en el futuro. Así pues es de obligado merecimiento celebrar la buena disposición y el buen talante de AGESA a la hora de apoyar las iniciativas culturales que modestamente A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES presenta. En otro orden debemos destacar las enormes facilidades que desde la UNIVERSIDAD DE SEVILLA se nos brindan y la generosa ayuda que siempre nos dan a la hora de publicitar nuestros eventos, y aún más estas Jornadas Violencia. Siendo los alumnos de la misma los que en su mayoría copan el aforo del congreso nos 15
sentimos en la obligación de nombrar a la UNIVERSIDAD DE SEVILLA, si no bien patrocinador directo del evento, sí copatrocinador del mismo. Colaboración Es un honor contar con la colaboración de la UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA la cual respalda institucionalmente estás Jornadas reconociendo su valor docente y su calidad de contenidos. Esperamos que en el futuro sigamos estrechando lazos y consigamos, definitivamente, urdir una red de actos culturales que sean la columna vertebral de una región tan necesitada de los mismos como es Andalucía. A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES ha redoblado sus esfuerzos en la producción de las Jornadas Violencia dando a sus asistentes una herramienta única de estudio y trabajo. El libro que tienes entre tus manos es el trabajo de meses de antelación a la inauguración de las jornadas para poder ofrecer un testimonio de primerísima mano sobre lo que durante estos días sucederá, sobré qué se dirá y cómo. Pero esta labor habría sido del todo imposible sin la inestimable colaboración de PADILLA LIBROS EDITORES Y LIBREROS y su principal responsable el maestro editor MANUEL PADILLA BERDEJO. Esperamos que en ocasiones sucesivas siempre podamos contar con sus inestimables conocimientos en el mundo del libro y la cultura, y que Sevilla siempre pueda beneficiarse de la existencia de personas como él.
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COMITÉ CIENTÍFICO Presidente DAVID PASTOR VICO Secretario FRANCISCO ANAYA BENÍTEZ
Violencia, p. 17
Vocales RAFAEL VALENCIA FRANCISCO LIRA EVA GONZÁLEZ LEZCANO SUSANA MARTÍNEZ RESÉNDIZ
PROGRAMA
Martes 22/XI/2005 9.30-11.00h. Acreditaciones. 11.30-13.30h. Acto inaugural Inauguración a cargo del presidente de las Jornadas, Representantes de los patrocinadores. Representantes de las instituciones. 16.30-20.00h. Proyección académica de la película: La naranja mecánica (E. KUBRICK, 1971). -RecesoComentarios y reflexión sobre el film La naranja mecánica. Conferencia de JUAN CARLOS SUÁREZ VILLEGAS Miércoles 23/XI/2005 10:00-11.45h. Conferencia: JUAN JOSÉ TAMAYO Tema: “Paz y violencia en las religiones”. 12.00-14.00h. Conferencia: RAFAEL VALENCIA Tema: “Violencia y Terrorismo”. 16.30-18.00h. Ponecias: JOSÉ BARRIENTOS RASTROJO. Tema: “Violencia de Género y Orientación Filosófica”. JORGE RODRÍGUEZ LÓPEZ. Tema: “El arte de la guerra” de Sun Tzu La racionalización taoísta de la violencia en el siglo I a.C.”
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18.15-20.00h. Mesa redonda JUAN JOSÉ TAMAYO RAFAEL VALENCIA Tema: “Violencia de poderes” Presenta: FRANCISCO LIRA Jueves 24/XI/2005 10.00-14.00h. Proyección académica de la película: Ciudad de Dios (FERNANDO MEIRELLES, Kátia Luna, 2002) -RecesoComentarios y reflexión sobre el film Ciudad de Dios. Conferencia de ISABEL RAMÍREZ LUQUE 16.30-18.00h. Ponencias. ALBERTO FLORES MARTÍNEZ Tema: “Los medios de comunicacióny la violencia en el deporte; una relación siempre conflictiva”. RAQUEL LÓPEZ RODRÍGUEZ Tema: “Arte contemporáneo y violencia” JUAN ANTONIO CAMPOS Tema: “Zombi. ¿El reflejo filosófico del hombre violento?”. 18.15-20.00h. Conferencia. Mª ÁNGELES ANTUÑA Tema: “Violencia y la mente criminal”. Viernes 25/XI/2005 (DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA A LA MUJER).
10.00-11.15h. Conferencia. MARGARITA PINTOs Tema: “Violencia género desde las religiones”. 11.30-12.45h. Conferencia. JESÚS GARCÍA Tema: “Violencia doméstica: datos y mitos”. 13-14h. Coloquio conjunto. 14.30h.-15.30h. Entrega de certificados de asistencia.
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CONFERENCIAS
VIOLENCIA Y MENTE CRIMINAL
Violencia, p. 23
por MARÍA DE LOS ÁNGELES ANTUÑA
Mª DE LOS ÁNGELES ANTUÑA BELLERÍN, doctora en Psicología y profesora titular de la Universidad de Sevilla. Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos. Impartición de asignaturas: “Teorías de la Personalidad”, 1º curso de Psicología. Facultad de Psicología, Universidad de Sevilla; “Psicología Sistemática de la Personalidad”. 2ª curso de Psicología, Facultad de Psicología, Universidad de Sevilla. “Psicología de las Organizaciones, Policial, Judicial y Penitenciaria”, Instituto Andaluz Interuniversitario de Criminología. Universidad de Sevilla; Cursos de Doctorado impatidos: “Victimología”, desde 1997 hasta la actualidad, Facultad de Psicología, Universidad de Sevilla. Proyecto subvencionado: “Variables psicológicas moduladoras de la capacidad de ruptura con el agresor en mujeres víctimas de maltrato doméstico en el Partido Judicial de Sevilla”. Financiado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (Secretaría General de Asuntos Sociales, Instituto de la Mujer) en el marco del Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica 2000-2003 (expediente I+D+I 88/00). Capítulos de libros: Rodríguez Franco, L. y Antuña Bellerín, M.A. (1987), “Planteamientos clínicos en la valoración de los trastornos de la Personalidad”, en Blanco Picabia, A. (Ed.): Apuntes de diagnóstico clínico (pp. 133-156). Valencia. Rodríguez Franco, L. y Antuña Bellerín, M.A. (1995). “El concepto de personalidad”, en Blanco Picabia, A. (Ed.): Fundamentos de Psicología (pp. 163-175). Valencia: Tirant Lo Blanch. Antuña Bellerín, M.A. (1.999): “Entrenamiento en habilidades sociales en delincuentes”, en Lozano Oyola, J. F. y Gómez de Terreros, M. (Eds): Avances en salud mental infanto-juvenil (pp. 199-210). Universidad de Sevilla: Fundación Reina Mercedes. Pelechano Barberá, V., Rodríguez Franco, L., García Martínez, J. y Antuña Bellerín, M.A. (2000): “Estabilidad, consistencia y cambio en personalidad”, en Pelechano Barberá, V. (Dir.): Psicología sistemática de la personalidad (pp. 135-176). Barcelona: Ariel Psicología. Rodríguez Díaz, J., Rodríguez Franco, L., Paíno, S. y Antuña Bellerín, M.A. (2001): “Teoría estructural de la personalidad de Eysenck”, en Clemente, M. y Espinosa, P. (Coords.): La mente criminal: Teorías explicativas del delito desde la Psicología Jurídica (pp. 79-92). Madrid: Dykinson.
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Antuña Bellerín, M.A., Rodríguez Franco, L., Rodríguez Díaz, J. y Paíno Quesada, S. (2001): “Teorías de la búsqueda de sensaciones”, en Clemente, M. y Espinosa, P. (Coords.): La mente criminal: Teorías explicativas del delito desde la Psicología Jurídica (pp. 93-105). Madrid: Dykinson. Rodríguez Franco, L., Antuña Bellerín, M.A., Rodríguez Díaz, J. y Paíno Quesada, S. (2001): “Control personal y conducta delictiva”, en Clemente, M. y Espinosa, P. (Coords.): La mente criminal: Teorías explicativas del delito desde la Psicología Jurídica (pp. 117-129). Madrid: Dykinson. Rodríguez Díaz, F.J., Rodríguez Franco, L. y Antuña Bellerín, M.A. (2001): “Maltrato en la mujer adicta: análisis para la intervención”, en Blanco Zamora, P.; Palacios Ajuria, L. y Sirvent Ruiz, C. (Coords.): I Simposium nacional sobre adicción en la mujer (pp. 245-255). Madrid: Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales). Artículos revistas: Rodríguez Franco, L., Antuña Bellerín, M.A. y Rodríguez Díaz, F.J. (2001): “Psicología y violencia doméstica: un nuevo reto hacia un viejo problema”. Acta Colombiana de Psicología, 6, pp. 67-76. Ponencias en congresos: “Delincuencia Juvenil”, presentada en el Congreso: II Ciclo de Charlas Coloquio sobre Psicología Jurídica, celebrado en Sevilla en 1.993. y organizado por el Colegio Oficial de Psicólogos-Andalucía Occidental. “El menor en la sociedad: los retos”, presentada en las Jornadas-coloquio del Aula cultural de Criminología, celebradas en Sevilla en 1996 y organizadas por el Instituto Interuniversitario de Criminología y Extensión Universitaria, Universidad de Sevilla. “Intervención psicológica en el maltrato de parejas”, presentada en el I Symposium sobre Psicología Jurídica, celebrado en Granada en 1998 y organizado por la Asociación Española de Psicología Conductual. “Eficacia de los tratamientos conductuales aplicados a delincuentes”, presentado en el congreso “Conducta criminal: Intervención “, celebrado en Sevilla en Diciembre de 1998 y organizado por el Grupo de investigación CTS-301 (Alteración Mental y Conductas Desviadas). “Propuestas de la Psicología para la realidad sevillana”, presentada en las Jornadas sobre el maltrato doméstico: intervención psicológica, médica, jurídica y policial, celebrado en 1999, en Sevilla y organizado por la Asociación de Psicólogos para la Promoción de la Salud, (A.S.U.P.S) y la Facultad de Psicología de Sevilla. “Asesinos en serie”, presentada en el Symposium Internacional sobre Intervención en Violencia Familiar y Social, celebrado en Granada en 2000 y organizado por la Asociación Española de Psicología Conductual. “Aportaciones de la Psicología al estudio del asesino en serie”, presentada en el Symposium sobre psicópatas, asesinos en serie y conducta antisocial, celebrado en Granada en 2001 y organizado por la Asociación Española de Psicología Conductual. “Permanencia de la víctima con el maltratador en la violencia de género”, presentada en el Symposium Nacional sobre Maltrato Psicológico, celebrado en Granada en 2004 y organizado por la Asociación Española de Psicología.
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VIOLENCIA Y MENTE CRIMINAL
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(Resumen)
S indudable el interés creciente, tanto teórico como práctico, por el conocimiento del comportamiento criminal. El caso más extremo de personas con este tipo de comportamiento es el de los denominados “asesinos en serie”, en su mayor parte psicópatas. Popularmente, el asesino en serie es un tipo de delincuente conocido sobre todo a través de los medios de comunicación y la cinematografía, siendo aún escaso el conocimiento proveniente del ámbito científico. Fue a partir de los años 80 e impulsado, entre otros, por R. Ressler, antiguo coronel del FBI y psicólogo, cuando se inició el estudio de estos individuos. Fácilmente son confundidos diferentes tipos de asesinos, entre ellos el “normal”, “de masas” y “en serie” siendo necesaria la aclaración de estos términos. Asímismo es necesario conocer las diversas tipologías de asesinos en serie realizadas utilizando diversos criterios, tales como la movilidad geográfica en la comisión de los asesinatos, la motivación, grado de organización de la conducta criminal, etc., que pueden aportar un conocimiento útil para establecer el perfil del asesino, facilitando así su identificación y detención. Las investigaciones realizadas desde el ámbito psicológico muestran cómo un alto porcentaje de asesinos en serie presentan historias infantiles de abuso emocional, abuso físico, malas relaciones con los padres, abandono del hogar por parte del 27
padre, etc., lo que conlleva plantearse la posibilidad de que al menos parte de estos individuos sean producto o víctimas del ambiente. Pero, para muchos, resulta cada vez más evidente que la conducta antisocial (desde robos ocasionales, pasando por secuestros y delitos sexuales, hasta el canibalismo) se debe no sólo a influencias ambientales como la familia, sino también a causas biológicas. Sin embargo, no parece existir un gen delincuente responsable de un comportamiento delictivo, aunque sí cierto funcionamiento anómalo que podría predisponer a la violencia criminal. Por ello, son múltiples las teorías elaboradas que intentan dar respuesta de posibles etiologías de este tipo de comportamiento, si bien el resultado final ha de ser necesariamente un modelo integrador que recoja las aportaciones vertidas no sólo desde la Psicología, sino también por otras disciplinas implicadas en su investigación y clarificación, evitando así tener una perspectiva parcial del problema. La psicopatía no se puede entender únicamente, en términos de influencias ambientales y sociales. Pero tampoco únicamente en términos de factores biológicos. La psicopatía nace de complejas interacciones entre ambos factores.
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VIOLENCIA DOMÉSTICA: DATOS Y MITOS
Violencia, p. 29
por JESÚS GARCÍA
JESÚS GARCÍA. Nacido en Villena (Alicante) en 1964, es profesor titular de Universidad del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos de la Universidad de Sevilla. Es licenciado en Psicología en la Universitat de València-Estudi General y doctor en Psicología. Universitat de València-Estudi General por su tesis doctoral: Evaluación y rehabilitación de la memoria cotidiana. Trabajó como terapeuta en la práctica privada desde 1987 hasta 1991 y es terapeuta acreditado por la Asociación Española de Psicoterapias Cognitivas (ASEPCO) y la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapia (FEAP). Terapeuta didacta de ASEPCO y miembro de la Junta Directiva de ASEPCO. Además es miembro de las siguientes asociaciones científicas: Asociación Española de Psicoterapias Cognitivas (ASEPCO), European Association of Personality Psychology (EAPP), Society for Constructivism in Human Sciences (SCHS), Constructivist Psychology Network (CPN),y el International Society of Dialogical Self (ISCS). Ha sido secretario y Vicedecano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla. En la actualidad es director del Secretariado de Convergencia Europea de la Universidad de Sevilla. Especialista en psicología de la personalidad y psicoterapia. Se interesa por los vínculos entre ambas dentro del marco de la psicología narrativa. Es autor de más de 60 comunicaciones, talleres, capítulos y artículos sobre narrativas del yo, dominios de la personalidad y terapias narrativas y constructivistas, profundizando en el ámbito terapéutico en los enfoques narrativos de los problemas de violencia (violencia de género y conducta antisocial). Ha participado como investigador, entre otros proyectos de investigación financiados, en el Proyecto del Instituto de la Mujer Variables psicológicas moduladoras de la relación víctima agresor en el partido judicial de Sevilla (2001-2004) y en el Proyecto de la Excma. Diputación de Sevilla Fomento de factores psicológicos de protección y mejora en poblaciones multiproblemáticas con posibilidad de presentar conducta antisocial (2003-2004), del cual fue investigador principal.
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1. INTRODUCCIÓN: LA DESCRIPCIÓN ESTADÍSTICA DE LA
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VIOLENCIA DOMÉSTICA
A violencia contra las mujeres por parte de sus parejas masculinas se está convirtiendo en uno de los principales problemas de orden psicosocial de nuestra época. El problema es grave tanto en términos de frecuencia de casos, como de incidencia de los mismos. No sólo estamos ante una situación que ha venido generando una media de 60 muertes anuales en el último sexenio,1 lo que constituye el indicador de coste más grave, sino que las pérdidas a medio plazo en términos de necesidad de asistencia médica y psicológica, desestructuración familiar, pérdida de oportunidades de formación, número de horas de trabajo pérdidas, etc. son incalculables. Las cargas del fenómeno a largo plazo, sobre todo el efecto del maltrato en la mujer superviviente y en su descendencia son también inestimables. Todo esto sin considerar el efecto que esta situación tiene en el deterioro de las condiciones de vida del propio maltratador y las consecuencias personales y socioeconómicas que ello conlleva. La violencia de género se puede considerar un grave problema de salud pública (Heise y García Moreno, 2002; Roberts, Lawrence, Williams y Raphael, 1998). Las repercusiones psicológicas del maltrato y el abuso físico son un factor de riesgo de salud a largo plazo (Koss, Koss y Woodruff, 1991). El maltrato 1
Todos los datos estadísticos están referidos a España, salvo que se indique expresamente lo contrario.
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es un factor que genera trastornos y síntomas psicopatológicos de varios tipos como depresión, estrés postraumático, baja autoestima, sentimientos de culpa, etc. (Echeburúa y Corral, 1998; Golding, 1999; Matud, 1994) El Instituto de la Mujer (2005) viene elaborando una serie de estadísticas que demuestran la extensión de problema de la violencia de género. Entre 2002 y 2004 se dio una media anual de 50.309 denuncias por agresiones formuladas por mujeres hacia sus parejas o exparejas de cualquier tipo. En el mismo período, la media de denuncias por malos tratos formuladas por varones hacia las mujeres que convivían o habían convivido con ellos fueron 8865; es decir, si tomamos como indicador positivo de la violencia entre géneros el número de denuncias formuladas, los varones son entre seis y siete veces más violentos que las mujeres. En cuanto a muertes, han sido 364 las mujeres muertas por sus compañeros sentimentales en el período comprendido entre 1999 y 2004, produciéndose casi un 63% de las mismas mientras la pareja convivía o mantenía la relación. En ese mismo sexenio, el número de mujeres muertas por un varón de su círculo social próximo (amigo o familiar) distinto de su pareja fueron 72 y el número de mujeres asesinadas por un varón al que no estaban vinculadas familiarmente fueron 64. Si atendemos al fenómeno opuesto, las muertes de varones a manos de sus parejas, las estadísticas indican que la incidencia es casi siete veces menor. Durante el quinquenio 1997-2001, fueron 32 los varones asesinados por sus mujeres, mientras que murieron 195 mujeres a manos de sus compañeros2 (Avilés Ferre, 2002). Por tanto sólo el 14,01% de las muertes corresponden a varones, los peores efectos de la violencia en la pareja recaen claramente en la mujer. 2
En este caso, la fuente de datos no es el Instituto de la Mujer, sino el Programa Estadístico de Seguridad del Ministerio del Interior que incluye datos de los cuerpos de seguridad del estado de carácter nacional, pero no de las policías de las Comunidades Autónomas.
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El índice medio de prevalencia anual de muertes por cada millón de mujeres ha sido de 3,03 durante ese mismo sexenio. Las Comunidades Autónomas con una mayor casuística son Baleares y Canarias (ambas por encima de 9,69 casos anuales por millón). Otras Comunidades que se encuentran por encima de la media fueron País Valenciano (5,03), Ceuta (4,56), La Rioja (4,11) y Andalucía (3,51). Las comunidades que tuvieron una prevalencia menor fueron País Vasco (1,17), Asturias (0,74) y Melilla (donde no se registró ningún caso). En cuanto a la edad de las víctimas y también para el mismo se sexenio, se produjeron muertes en todos los grupos de edad, incluyendo el de menos de 16. No obstante, los mayores porcentajes se dan entre los 31-40 años (31,86%), seguido del comprendido entre los 21-36 años, con un 27,19% de las víctimas. La tendencia es que el número de muertes descienda a medida que las edades se alejan de los intervalos mencionados. Habitualmente la pareja maltratadora es la primera de la mujer (en más de la mitad de los casos), aunque en torno al 12% de los casos han tenido ya antes una pareja que la maltrataba. En lo referido a la duración de la relación de maltrato, no hay datos claros pero la media es superior a los 10 años (Fontanil et al., 2002; Rodríguez Franco, García Martínez, Antuña Bellerín y Cantón Román, 2003). En la mayoría de los casos la relación con el agresor comienza en la juventud o antes, aunque se dan casos de inicio del abuso en todas las edades. En cuanto a la población de residencia de las víctimas de malos tratos, el Informe del Instituto de la Mujer de 1999 indica que el porcentaje de mujeres víctimas de malos tratos declarados (auto-reconocidos) es más alto en los grandes núcleos urbanos. Los porcentajes son del 4,6% en las ciudades de más de 200.000 habitantes, 4,4 en las ciudades entre 50.000 y 200.000, del 4,1% en los municipios de entre 10.000 y 50.000 personas, 3,2% en los pueblos de entre 2000 y 10000 y del 3,6% en los núcleos de menos de 2.000 habitantes. No obstante, la encuesta incluía una serie de preguntas que permitían detectar si los malos tratos se 33
habían producido con independencia de lo informado. Utilizando este descriptor de maltrato técnico, los porcentajes aumentaban y se igualaban para los cinco grupos de municipios, puesto que las variaciones de frecuencia oscilaban entre el 12,2% y el 12,6%. Si se tiene en cuenta la nacionalidad de las víctimas la prevalencia por millón en el caso de las mujeres españolas fue de 2,30, mientras que la de las mujeres extranjeras fue casi siete veces más alta (14,69). Entre las extranjeras es significativo el número de casos producido entre mujeres latinoamericanas (32). Es cierto que los inmigrantes procedentes de Iberoamérica constituyen el mayor grupo, no obstante, las cifras absolutas de asesinatos de mujeres dentro del mismo son mucho más altas que las de los otros dos grupos relevantes de inmigrantes, las africanas (incluyendo las magrebies), entre las que se registraron sólo 9 feminicidios y las procedentes de otros países de la Unión Europea, entre las que si dieron 13 muertes. Las tasas de prevalencia por millón de las muertes de mujeres cometidas por las parejas o ex parejas de las mismas en otros países europeos durante el año 2000 variaron entre 1,83 casos en Países Bajos, hasta los 12,62 en Rumania. No obstante, entre los países con tasas más altas se encuentran algunos con altos índices de calidad de vida como Finlandia (8,65), Noruega (6,58), Luxemburgo (5,56), Dinamarca (5,42) y Suecia (4,59). La media europea para los treces países de los que se dispone de datos fue de 4,58. La prevalencia en España en 2000 fue de 2,44. Por debajo de esta cifra sólo se encontraban Polonia (1,85), los ya citados Países Bajos e Islandia, donde no se registró ningún caso. No obstante, estos datos no reflejan las creencias de los ciudadanos de estos países. El eurobarometro de junio de 1999 preguntó acerca de la percepción de la violencia de género y sobre la necesidad de castigar la misma. Los países que la percibían como un problema más relevante fueron España (a la cabeza), Reino Unido, Irlanda e Italia, en los que al menos el 80% de la 34
muestra percibía la violencia de género como un problema. Los países en los que había una menor percepción del problema fueron Luxemburgo y Dinamarca, con porcentajes comprendidos entre el 45 y el 55%. En cuanto a la necesidad de castigar esas conductas, fueron Italia y España los países que valoraban más positivamente la persecución de estos delitos, con porcentajes entre el 60 y el 70% de las respuestas. La menor percepción de rechazo se tenía en Portugal (45%) y Grecia (22%). Ampliando tanto el marco geográfico, como el indicador objetivo, las cifras se disparan. Durante la década de 1990 se realizaron encuestas al respecto en estados tan diversos como Nicaragua, Chile, México, Bangladesh, Reino Unido, Suiza, Canadá y Estados Unidos. Los malos tratos hacia las mujeres dentro de la pareja (no únicamente los asesinatos) registraron porcentajes anuales que variaban entre el 30,2% de Nicaragua y el 1,3 de Estados Unidos (Avilés Farré, 2002). Estudios de tipo clínico (no basados en encuestas) indican que en los Estados Unidos el maltrato a la mujer se sitúa entre el 18 y el 37% del total a lo largo de la vida y que el 18% de las mujeres son maltratadas cada año (Avis, 1992). En general, los países menos desarrollados informan de un número mayor de mujeres maltratadas que los desarrollados, pero ningún estado está exento de este fenómeno. Un último dato, los asesinatos de mujeres son extraños si tenemos en cuenta el número total de homicidios que tienen lugar, pero son porcentualmente más frecuentes en las sociedades que son menos violentas, en las que ocurren menos homicidios (Avilés Farré, 2002). Es decir, en la medida que una sociedad se regula mejor y disminuye el riesgo general para sus ciudadanos, las mujeres están relativamente más desprotegidas, puesto que las tasas de violencia contra ellas disminuyen menos que para la población general. Este maremagnum de datos ayuda a confirmar que el problema de la violencia doméstica se extiende a lo largo de todos los grupos de edad, en todas las nacionalidades, tanto en contextos 35
de alto desarrollo socioeconómico como en los de bajo. Obviamente, las muertes se dan fundamentalmente entre mujeres jóvenes y maduras, es decir, durante los momentos de la vida en los que es más probable tener una relación de pareja o que esta se haya disuelto. Las cifras indican también otros elementos básicos, la falta de integración social es un factor de riesgo para la violencia de género (de ahí que la prevalencia sea más alta entre las inmigrantes) y que las muertes suelen ser cometidas en la practica totalidad de los casos por varones próximos a las mujeres, especialmente por sus parejas. Sólo el 12,8% de las muertes son cometidas por un varón con el que no se tienen vínculos. Otra conclusión relevante es que la violencia del varón hacia la mujer es abrumadoramente más importante y frecuente que el caso contrario. Por tanto, estamos ante dos fenómenos distintos que, probablemente, obedecen a leyes y procesos plenamente diferenciados. Por último, la extensión del problema de la violencia de género es mayor de lo que las cifras demuestran, puesto que hay muchísimo dato oculto, no denunciado. Cuando se describe la incidencia según criterios técnicos, los datos suben muchísimo. Por otro lado, cabe estar vigilante ante la gravedad del problema, puesto que la percepción social puede rebajar la repercusión de la misma. Se puede afirmar por tanto que la violencia de género se da en todos los ámbitos geográficos, poblacionales, sociales y educativos, si bien los factores asociados a la pobreza y la falta de integración social pueden actuar como factores de riesgo a la hora de incrementar la frecuencia de la misma. 2. LA NATURALEZA DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA La mera descripción del fenómeno permite ver que éste se caracteriza como un tipo de violencia que el varón ejerce contra la mujer (es más frecuente) y además es más lesiva (causa más daños) y más letal (causas muchas más muertes y lesiones graves). No obstante, la característica fundamental es su finalidad: 36
lograr el control de la mujer a través del uso de la fuerza, la amenaza y/o la denigración. Es decir, la violencia se usa no para conseguir algo que no tiene o para forzar una situación, sino para mantener e incrementar un status quo de desigualdad (Jacobson y Gottman, 1998). Lógicamente, esto no niega la existencia de violencia contra el varón por parte de la mujer, ni siquiera de una violencia intensa, pero, en la mayoría de los casos está violencia no tiene la funcionalidad de control mencionada. En dicho intento de control intervienen una serie de elementos que suelen co-ocurrir. Esos elementos de coerción son de cuatro tipos: a) Agresiones físicas (golpes, patadas, empujones). En los casos más graves se trata de auténticas palizas y, en ocasiones, cursan con el uso de armas (cuchillos, escopetas) o atropellos con vehículos. b) Abuso psicológico que incluye todo un rosario de acciones o verbalizaciones destinadas a intimidar, menospreciar, marginar o humillar a la mujer. c) Control de las actividades de la mujer (restricción de contactos con amistades o familiares, control de llamadas o cartas) y restricción del acceso a bienes y servicios (limitación de uso del dinero, prohibición de acudir a profesionales, etc.). d) Relaciones sexuales forzadas. Lo habitual es que se den todos ellos. En el caso de que se de la violencia física está presente invariablemente el maltrato psicológico, puesto que la agresión constituye en sí misma una forma de amenaza y coerción. Lo relevante es que esta constelación de tipos de agresión constituye un patrón de comportamiento (es decir, es una pauta permanente de actuación dirigida a la consecución del control y que permite controlar los ciclos de discusión dentro de la pareja o de la familia (Dutton, 1992; Jacobson y Gottman, 1998; 37
Walter, 1994). De hecho, la actuación del agresor es tremendamente voluntaria e intencional, cuando no claramente planificada. El número de casos de agresión a la cónyuge relacionados con trastornos psicóticos o estados disociativos, que podrían asociarse a una falta de control o voluntariedad, es bajísimo (Dutton, 1995). Swanson, Holzer, Ganju, y Jono, (1990), mencionan que sólo un pequeño número de los agresores padece algún tipo de psicopatología, sea o no psicótico, con independencia de que muestren patrones de comportamiento de control. Dicho patrón se revela especialmente en los ciclos de discusión de la pareja. El conflicto entendido como diferencia de pareceres y como forma de negociar el significado de acciones contrapuestas es consustancial a todos sistema humano. El problema es como se resuelven las situaciones de conflicto en las parejas en las que hay un maltratador. Se han descrito varios ciclos de discusión, pero todos ellos contemplan tres grandes elementos (Jacobson y Gottman, 1998; Walker, 1979): a) El motivo de la discusión no es negociado (es decir, no responde a ningún significado compartido como problemático) sino que es el maltratador el que decide que ese elemento constituye un problema a desavenencia. b) Ciclos de tensión aguda seguidos de arrepentimiento por parte del agresor y de promesas de reestructuración y cambio que se retroalimentan continuamente. c) Dentro de cada discusión, la finalización de la misma es controlada por el maltratador que decide, bien por abandono, bien por imposición que esta ha terminado. En este sentido, las agresiones no son continuas pero sí cíclicas. Lo constante es el ciclo que es lo que constituye el patrón relacional, no la violencia en sí. En general estos patrones de relación comienzan a establecerse en los primeros años de convivencia, de modo que se transforman en el modo en que el varón controla a su compañera. Sin embargo, es posible que estos ciclos se hayan definido durante 38
el noviazgo (fase previa a la convivencia) de modo que delimiten ya el formato de comunicación ira-arrepentimiento-control como la vía de resolver las negociaciones dentro de la pareja. Al parecer, las conductas de abuso psicológico son más frecuentes durante el noviazgo de lo que se podría pensar, aunque sólo un pequeño número de adolescentes se considera a sí misma una mujer maltratada (Rodríguez Franco, Garcia Martínez, Antuña Bellerín y Cano García, 2002). La violencia doméstica comparte con otras formas de violencia una serie de procesos psicosociales (Peyrú y Corsi, 2003) que: a) La hacen invisible o no relevante en términos sociales. De hecho, la mayor parte del abuso (el psicológico) suele ser difícil de justificar o demostrar en términos jurídicos y la violencia doméstica se naturaliza en términos de agresiones físicas y toma relevancia únicamente como tal. Es decir, se oculta la naturaleza real de la violencia. b) La naturalizan como algo lógico, habitual de modo que no hay nada desviado que esté ocurriendo. El proceso de violencia se controla desde la jerarquía correspondiente (social o familiar) y se discrimina o margina a lo diferente (la víctima). La violencia preocupa sólo si se dirige contra la jerarquía (el varón). c) Logran insensibilizar a la victima y a la sociedad, mediante un sistema de dar más de lo mismo, de forma que para que un hecho termine siendo relevante tiene que ser más atroz que el anterior. d) Encubren la violencia, es decir, se trata de no hacerla pública o evidente. En este caso el varón no admite directamente que ataca o margina a su mujer. La sociedad por su parte tiende a considerar estos hechos como elementos privados o lesivos para la organización social. El efecto psicológico y social de todos estos procesos es negar la valía del otro, el otro (la mujer) en este caso dejar de ser 39
un sujeto de la acción y pasa a ser un mero objeto, algo que se puede manipular y que no tiene voz dentro de la interacción social. Si el otro no es otro, sino que es meramente algo, puede ser directamente atacado, puesto que no es parte activa en la situación. 2.1. El perfil psicológico del agresor Diversos estudios se han encargado de investigar las características que pueden manifestar los agresores. Algunos autores han propuesto como respuesta diversas tipologías de agresores (Dutton y Golant, 1995; Holtzwoth-Munroe, Meehan, Herron, Rehman y Stuart, 2003; Jacobson y Gottman, 1998; Saunders, 1992) que se podrían resumir del siguiente modo: a) Un pequeño grupo de psicópatas. b) Un grupo de hipercontrolados, emocionalmente distantes e interesados en el control de la relación, que constituirían en torno al 20% del total. Su perfil agresivo y antisocial puede ser relativamente generalizado. Este tipo sería más peligroso durante la relación que una vez esta ha finalizado, puesto que las oportunidades de ejercer control son menores. c) Un tercer grupo de dependientes emocionales, interesados en perpetuar la relación de control y que probablemente sólo son violentos con la pareja, que constituirían en torno al 75% del total. La agresividad de los miembros de este grupo. Los perfiles distan de estar claros, puesto que los distintos estudios no dan tipologías completamente coincidentes entre sí y los solapamientos entre categorías son posibles (psicópata-controlador, controlador-dependiente) e, incluso, el grupo de Holzwoth-Munroe et al. (2003) plantea que el agresor únicamente familiar podría distinguirse de la gama dependiente y antisocial. 40
En este sentido, los estudios que plantean una constelación o perfil psicológico del agresor doméstico pueden ser más productivos. Diversos estudios han concluido que las características básicas de éste son un bajo control de la ira y una alta hostilidad. Además aparecen otra serie de elementos como baja autoestima, impulsividad (factor que podría estar asociado a su vez a las altas puntuaciones en ira) y deficientes habilidades de afrontamiento (Matud, Padilla y Gutiérrez, 2005). La depresión mayor y el trastorno de personalidad antisocial son más prevalentes entre los maltratadotes domésticos que en el resto de la población (Dinwidee, 1992); aunque es difícil encontrar maltratadores que tengan diagnósticos psicopatológicos (Swanson et al., 1990). Por otra parte, suelen abusar del alcohol. La frecuencia de este problema es varia entre diferentes estudios, pero se puede situar entre el 19% y el 50% (Roberts, 1988; Sarasua, Zubizarreta, Echeburúa y del Corral, 1994). Los datos sobre si las agresiones se producen cuando se está borracho varían mucho de unos estudios a otros por porcentajes entre el 25 y el 85% (Roberts, 1988; Kauffman y Strauss, 1987). Los datos acerca del uso de otras drogas están poco investigados. Lo que está claro es que la ingesta de alcohol no es la causa de las agresiones, sino en todo caso un modulador de su peligrosidad, en el sentido de que el hecho de estar bebido puede utilizarse como excusa para una teórica falta de control. En cuanto a los antecedentes de maltrato en la familia del agresor los datos indican que se da entre el 30 y el 45% de los casos. Lo que sí parece es que haber observado la violencia en casa hace más probable la emergencia de las conductas violentas (Rouse, 1984), si bien esto no está tan claro para aquellos que fueron víctimas directas y no meros observadores. Vivir en una familia violenta crea un caldo de cultivo para que esas conductas se conformen como una forma viable de relación en la pareja. Pero uno de los factores que más contribuye a cerrar el perfil del agresor es defender un sistema de valores que asocian la masculinidad a la resolución, el control, la autosuficiencia, la 41
racionalidad y la posesión, a tribuyendo a la mujer características opuestas. En este sentido, suelen ser también celosos, puesto que desde su punto de vista la mujer intenta seducir como patrón habitual de conducta. Es decir, parece que la mentalidad patriarcal esta en la base de la violencia doméstica (Medina, 1994; Velázquez, 2003), así como el criterio patriarcal de construcción del estereotipo de masculinidad (Corsi y Bonino, 2003). Un dibujo a vuelapluma del perfil de riesgo para localizar a un maltratador sería el que hace Suárez (1994): a) Discrepancia entre la conducta pública (amistosa, preocupada) y privada (maltrato, control). b) Minimización de la propia conducta violenta c) Responsabilizar a otros de la violencia. d) Conductas de control y coerción. e) Mostar una actitud de posesión y celos. f) Manipulación de los hijos para aliarse contra la mujer. g) Abusos de sustancias (especialmente alcohol). h) Resistencia al cambio, no viendo necesario un cambio de conducta. 2.2. El perfil de la superviviente Los resultados de la mayor parte de los estudios indican que no hay un perfil previo de la mujer que se involucra en una relación de maltrato. De hecho casi cualquier mujer puede iniciar una relación con un maltratador y vivir esta desafortunada experiencia. Lo que si ocurre es que aquellas mujeres que han convivido con un maltratador suelen desarrollar un patrón relativamente común de características a causa de la experiencia de maltrato. El estado general de salud se deteriora y los riesgos de salud a medio y largo plazo se incrementan (Koss, Koss y Goodruff, 1991). Pero quizá lo más evidente sea el impacto psicológico. Se desarrollan dos grandes tipos de sintomatologías, por un lado, síntomas generales de ansiedad y sobre depresivos y, por otro, una sintomatología ansiosa específica compatible con el trastorno 42
por estrés postraumático (Golding, 1999; Zubizarreta, Sarasua, Echeburúa, de Corral, Sauca y Emparanza, 1994). En esta última dirección, se puede identificar el estado de las mujeres maltratadas con el de soldados que han luchado en guerras, supervivientes de catástrofes naturales o grandes accidentes o personas que han sufrido un intento de asesinato, ya que su sintomatología es similar. Vivir en circunstancias crónicas y cíclicas de agresiones y sobre todo de coerción, control y minusvaloración genera un estado en el que la persona que sufre estas agresiones termina reviviendo continuamente esas situaciones y experimentando una gran ansiedad. Por otra parte, la vida se transforma en una especie de círculo cerrado donde nada tiene sentido y la situación de maltrato termina transformándose en la única forma posible de vivir (Sewell, 1994). También aparecen reacciones que llevan a justificar la situación que se vive y a sentirse culpable y merecedora de los castigos que experimenta, es decir, termina por asumir la versión del agresor acerca de su propia identidad y empieza a ser dependiente de él y a desarrollar ansiedad y una autoestima y autoeficacia muy bajas (Echeburúa y de Corral, 1998; Matud, 1994; Orava, McLeod y Sharpe, 1996). Otra posibles reacciones, aunque mucho menos comunes, son la tendencia al suicido o el uso abusivo de medicamentos y drogas (Echeburúa y de Corral, 1998; Golding, 1999). En general dejar una relación abusiva es un proceso largo, la media de la relaciones de maltrato suele superar los 10 años. Muchas mujeres no abandonan nunca a sus agresores debido a problemas económicos o presiones sociales y familiares (en la mayoría de los casos) o a la imposibilidad de superar su estado dependencia (en sólo unos pocos). Los factores económicos y de la situación social después de la separación son claves para el tratamiento de estos casos, puesto que es necesario reinventar la vida de la mujer sin su agresor. Igual que hay un ciclo de la comunicación violenta, hay un ciclo que determina el proceso de separación. Sus fases no están 43
bien definidas pero incluyen una fase de negación del maltrato y/o de creencia en la capacidad de cambiar a la pareja, fases de autoinculpación y fases de sufrimiento o dolor. Habitualmente la decisión para la separación se toma por superación de umbrales que la propia superviviente ve como intolerables (ya ha pasado demasiado tiempo, ya se ha sufrido mucho, ha empezado a agredir a los hijos, me ha atacado con un arma por primera vez, etc.) y que varían mucho mujer a mujer. La celeridad del cambio y posibles regresos a fases anteriores son también muy variables. En este sentido, se pueden distinguir tres tipos de mujeres en función de su capacidad para reorganizar su vida cuando inician la asistencia a una terapia. Uno de ellos sería el de mujeres resilientes. Estas mujeres, a pesar de la situación de maltrato son capaces de mantener su sentido de la identidad personal relativamente íntegro y son pueden definir bien sus metas personales, la sintomatología que experimentan es moderada-leve y se reduce a la gama ansiosa y depresiva. Un segundo grupo sería el de mujeres con un importante grado de afectación psicológica (síntomas moderados-graves de tipo ansioso-depresivo) y que tienen una definición confusa tanto de su identidad como de sus metas. El tercer grupo es el que incluye, además de la situación del segundo, características de estrés postraumático y una definición personal todavía dependiente del agresor. Un estudio sobre una pequeña muestra clínica determinó que los porcentajes que se observan de estos tres tipos son, aproximadamente, el 29,16% para el grupo de mujeres resilientes, el 58,23% para el grupo con sintomatología clínica y el 12,50% para el grupo con síntomas postraumáticos (Garcia Martínez, 2004b). La distribución de este último grupo corresponde al porcentaje de población que desarrolla una reacción postraumática después de haberse vista sometida a un trauma potencial. Para finalizar con este apartado, indicar dos elementos de riesgo desde la perspectiva de la mujer que se ve sometida a la violencia doméstica. Por un lado, haber sido víctima de maltrato en la infancia o haber vivido en una familia en la que el padre 44
maltrataba a la madre (Echeburúa, de Corral, Sarasua, Zubizarreta y Sauca, 1990). Este proceso es compatible tanto con los modelos de aprendizaje social como con los modelos narrativos que afirman que verse inmersa en una situación de maltrato genera un modelo mental en el que las relaciones interpersonales se definan como viables en función precisamente de la reproducción de dicha situación. Eso hace que sólo se pueda dar sentido a las relaciones y volverlas predecibles si cuadran con dicho modelo mental (Sewell, 1994). Esta explicación es la que habitualmente se da a las experiencias postraumáticas. Una importante línea de investigación que respaldaría esta explicación narrativa sería comprobar si los antecedentes de maltrato son más prevalentes entre las mujeres maltratadas que desarrollan sintomatología postraumática. El segundo componente de riesgo sería que la configuración general de la personalidad tendería a una configuración dependiente bien en la línea de un trastorno de personalidad dependiente o simplemente seguir los criterios de un apego de tipo ansioso. En estos casos, la mujer tendería a buscar compulsivamente la protección o los cuidados de alguien potencialmente seductor ya satisfacer sus necesidades. Si se tiene en cuenta que los maltratadores, en tanto que celosos y dependientes, pueden mostrar conductas de extrema atención en las primeras fases de la relación, entonces las mujeres con una tendencia al apego ansioso podrían verse más atraídas por este tipo de varón, potencialmente peligroso. En cualquier caso, también hace falta investigación para comprobar si antes del inicio de la relación de maltrato, hay mayor prevalencia del apego ansioso entre las mujeres maltratadas que entre la población general. El problema es que este trabajo requeriría un diseño de tipo longitudinal bastante difícil de llevar a cabo. El hecho de que pudiera haber un alto índice de personalidades dependientes entre las mujeres ya maltratadas podrías ser perfectamente una consecuencia del propio maltrato que cuadraría con la mayor parte de la sintomatología que muestran estas mujeres (baja autoestima, sentimientos 45
de autoinculpación, necesidad de satisfacer al otro), más que una causa o un mediador del mismo. No obstante, es necesario recordar que, con independencia de estos factores de riesgo, no se ha detectado ningún perfil psicológico que de cuenta ni de la totalidad ni de un porcentaje relevante de las mujeres maltratadas. Esto es, la violencia doméstica está más ligada a mediadores vinculados al agresor que con mediadores ligados a la víctima. 2.3. Algunas alternativas terapéuticas Se han planteado muchas formas de intervención tanto sobre las mujeres agredidas como sobre los varones maltratadores. Las terapias destinadas a la mujer que ha experimentado el maltrato deben atender a dos aspectos básicos: a) Ser sensible y respetar la necesidad de comprensión y ayuda de la víctima, lo que implica que toda información debe ser recabada con un consentimiento expreso por parte de esta (Matud, Padilla y Gutiérrez, 2005; Velázquez, 2003; Walker, 1994); b) analizar los componentes relacionados con la patrón de violencia y control, los efectos psicológicos del maltrato, las estrategias usadas para enfrentarse y/o escapar al abuso, así como los factores que modularon las respuestas al abuso y las estrategias de afrontamiento (Dutton, 1992). En general, el formato terapéutico debe estar en la lógica de una terapia del trauma (Walker, 1994). Estos objetivos se pueden cubrir tanto con enfoques de terapia individual como de grupo y usando técnicas basadas tanto en los enfoques conductual-cognitivos como en los narrativos. Si atendemos a las trastornos más prevalentes (depresión, estrés postraumático) parece que los tratamientos conductualcognitivos deben ser los más adecuados, puesto que han demostrado ya su eficacia para este tipo de trastornos (Foa, Rothbaum, Riggss y Murdock, 1991). No obstante, si se tiene en cuenta el tipo de proceso psicológico de construcción de la identidad que define al problema del maltrato doméstico, parece que un 46
modelo terapéutico narrativo se ajustaría más a la naturaleza del caso (Sewell, 1997). Además, los modelos narrativos también son ampliamente utilizados en los tratamientos de experiencias traumáticas (Neimeyer, 2000). Los enfoques narrativos permiten reconstruir el sentido del abuso en los propios términos de la mujer maltratada y permiten encontrar elementos y episodios resolutivos y de autocrecimiento en su propia experiencia vital (Garcia Martínez, 2004a; Keskiven, 2004), lo cual los hace casar teóricamente bien con dos de los principios básicos de las terapias en casos de maltrato: a) que la intervención busque la recuperación de un trauma; y b) que proporciones recursos a la cliente. Las terapias de corte narrativo se centran sobre todo en la reconstrucción de la identidad de la víctima, siendo las estrategias de control de síntomas y desarrollo de habilidades medios para lograr este fin. Por su parte, los tratamientos conductual-cognitivos hacen énfasis en el desarrollo de habilidades como factor básico de la recuperación y no dan tanta relevancia al trabajo con la identidad de la víctima. La idea es que dominando un conjunto de estrategias y habilidades es posible hacer frente a los problemas que la situación de maltrato ha causado (Echeburúa y de Corral, 1998; Matud, Padilla y Gutiérrez, 2005). Estas terapias suelen incluir paquetes o técnicas destinadas a aumentar la seguridad de la mujer, reducir la sintomatología ansiosa y depresiva asociada, incrementar la autoestima, mejorar las estrategias de afrontamiento y de resolución de problemas, mejorar las habilidades sociales y de comunicación y reformular las creencias disfuncionales acerca de los estereotipos de género y la autoinculpación (Echeburúa y de Corral, 1998; Matud, Padilla y Gutiérrez, 2005; Webb, 1992). El tratamiento de los agresores se centra es posiblemente siempre que estos estén mínimamente motivados para cambiar. Las técnicas que se aplican buscan fomentar su empatía, enseñarles a controlar los impulsos violentos y que aprendan estrategias de resolución de conflictos. También se abordan cuestiones como 47
las creencias disfuncionales sobre los estereotipos de género y el manejo de la emoción negativa (Echeburúa y de Corral, 1998; Echeburúa, Amor y Fernández-Montalvo, 2002). Los acercamientos narrativos también se han ocupado del tratamiento de los agresores, haciendo énfasis fundamentalmente en el cambio de sentido de las experiencias que solían disparar la agresión, reestructurándolas en términos de significados más colaborativos. Otro de sus objetivos es generar un sentido de respeto del otro a través del fomento de experiencias de elaboración compartida de significados (Brownlee, Ginter y Tranter, 1998; Viney, Truneckova, Weekes y Oades, 1999). En general, las terapias con los agresores suelen tener un formato básicamente individual, con algunas sesiones de terapia de pareja. No obstante, algunos formatos narrativos utilizan terapias grupales para determinados tipos de agresores, especialmente predelincuentes. En general, la terapia de pareja (trabajo simultáneo con la víctima y agresor) no suele ser frecuente. Cuando se usa, se conjugan sesiones individuales con el agresor y sesiones conjuntas de la pareja. El criterio fundamental para su empleo es el abandono de toda violencia física por parte del agresor (Redondo Jurado, 2004; Velázquez, 2003). Las sesiones individuales se ocupan de trabajar los aspectos ya mencionados en el párrafo anterior (control de la ira, asunción de responsabilidad, etc.). Las sesiones de trabajo conjunto se dedican a mejorar las habilidades de comunicación de la pareja, a fomentar la escucha activa y a desmontar las técnicas de manipulación que usa el agresor para controlar la relación (Redondo Jurado, 2004). Desde una perspectiva sistémica, la terapia familiar se utiliza también cuando el agresor y/o la víctima proceden de familias que ya han experimentado maltrato (Cirillo y di Blasio, 1995) con el objetivo de eliminar las pautas de comunicación violenta que están sobreaprendidas en este tipo de familias
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3. MITOS SOBRE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA Vistos los datos y perfiles expuestos en los dos primeros puntos, se pueden discutir algunos mitos y falsas creencias ligadas al problema de la violencia doméstica. Dichos mitos están extraídos de los listados expuestos por Corsi (1994) y Jacobson y Gottman (1998). 3.1. Mitos sobre la incidencia del problema y sus componentes Mito 1. La violencia doméstica no es frecuente. A la vista de los datos se puede deducir que es un fenómeno desgraciadamente frecuente. En términos globales el 50% de las familias podrán tener algún miembro sometido a alguna forma de abuso a lo largo de su vida y la incidencia media mundial del maltrato doméstico a la mujer oscila entre el 10-15% del total de mujeres. No obstante y como en todas las clases de violencia, la incidencia real de este fenómeno puede ser más alta de lo que las cifras indican. Muchos casos no son denunciados por la presión social o simplemente porque no se consideran algo anormal o deplorable en algunos contextos socio-culturales. El fenómeno de la invisibilización (Peyrú y Corsi, 2003) es algo que siempre debe ser tenido en cuenta a la hora de hablar de la incidencia de la violencia doméstica. Mito 2. Lo grave es el maltrato físico Este mito es otra manifestación de la invisibilización de la violencia, de modo que sólo es violento lo palpable, es este caso una herida o un golpe. Es cierto que es la violencia física la que en último término puede matar a una mujer. No obstante, es el uso de la violencia psicológica lo que consigue que la mujer agredida genere mecanismos de sumisión y autodenigración y por lo tanto la subordinación de la mujer, por lo que debe ser considerada tan grave que la propia violencia física. 49
La investigación indica que es más habitual la combinación de formas de agresión que la existencia aislada de la violencia física que, por otra parte, casi nunca se da sin violencia psicológica y que esta combinación produce consecuencias más graves que cuando una de las formas de violencia se da en solitario (Sarasua, Zubizarreta, Echeburúa y de Corral, 1994). 3.2. Mitos sobre las causas sociales y genéticas de la violencia doméstica Mito 3. La violencia doméstica está ligada a la exclusión social Los datos demuestran que no hay ningún nivel socioeducativo o socioeconómico en el que no se den casos de violencia doméstica. Es cierto, no obstante, que los datos suelen indicar una mayor frecuencia en sociedades menos desarrolladas y en clases sociales más bajas (Cantor y Straus, 1987), aunque se encuentran maltratadores en todos los estratos sociales (Echeburúa et al., 1990; Honrnung, McCullogh y Sugimoto, 1987). Al parecer las condiciones psiocosociales de las clases más bajas fomentan actitudes favorables a la resistencia física y la fortaleza corporal como elementos de la masculinidad y de resolución de problemas, lo que hace más probable agredir (Miller, Geertz y Cutter, 1961). Pero es necesario recordar que, en términos relativos, es en las sociedades menos violentas donde se dan más casos de violencia contra las mujeres. Esto debe hacer pensar que una parte importante de este fenómeno esta oculto en las capas más desarrolladas, en las que el modus operandi de los agresores no cursa tanto con la agresión física sino con el maltrato psicológico y económico, así como con estrategias de inculpación de la mujer. Este tipo de violencia es menos demostrable en términos legales y sociales y se adecua más a los criterios de invisibilización. Esto hace que sean las clases más bajas las que llenen las estadísticas de la criminalidad (Wolfgang y Ferracuti, 1967). 50
Por último, muchas de las mujeres maltratadas y que se separan finalmente de su pareja ven extremadamente reducidos sus medios económicos, pasando a engrosar las capas socialmente más deprimidas, lo que puede estar inflando de modo artificioso el número de personas socialmente excluidas ligadas a la violencia doméstica. Por tanto, la exclusión social es un modulador claro de la violencia doméstica pero no una causa directa ni necesaria de la misma. Mito 4. Tanto las mujeres como los varones son agresores potenciales Este mito proclama la universalidad de la agresión y, por tanto, iguala las posibilidades de que un varón agreda a una mujer con lo opuesto. Con independencia de que la agresividad es un componente de la actividad humana, parece que incluso biológicamente los varones tienden a ser más agresivos que las mujeres en nuestra especie (Niehoff, 2002). No obstante, no se puede confundir agresividad con violencia, puesto que esta es el producto de la socialización de las potencialidades agresivas de la especie y, es por tanto, completamente cultural (Peyrú y Corsi, 2003). En este sentido, hay diferencias claras en la agresividad entre géneros, puesto que el 90% del total de las muertes violentas de cualquier clase son causadas por varones. Probablemente, la construcción cultural de la masculinidad como activa, resolutiva y dirigida a objetivos externos está en la base de este fenómeno (Corsi y Bonino, 2003). No son, por tanto, comparables las violencias femenina y masculina, ya que la segunda además de más frecuente y más mortífera está ligada a claros objetivos de control, por lo que ambos tipos obedecen a patrones claramente diferenciados. Mito 5. La violencia es innata Se trata de una manifestación fuerte del mito número 9. Si 51
la violencia es innata, ello implica que poco puede hacerse para evitarla. Este mito tiene dos implicaciones relevantes. La primera es que las terapias destinadas a regular o acabar con los comportamientos violentos son superfluas. En general, faltan muchos datos para valorar si las terapias destinadas a los maltratadores y agresores en general son útiles. Pero algunas investigaciones aportan datos esperanzadores en este sentido (Echeburúa, de Corral, Fernández-Montalvo y Amor, 2004; Viney, Truneckova, Weekes y Oades, 1999). La segunda implicación es la pretendida causa de fondo de la inviabilidad de las terapias: lo genético es inmutable. Pero toda acción humana es, de por sí, la interacción entre aspectos genéticos y ambientales. Si logramos alterar esta segunda clase de componentes, aunque sea mínimamente, se puede tener un gran efecto sobre la interacción final resultante. Y eso es posible conseguirlo con varias formas de intervención psicológica y psicosocial, tanto en la vertiente terapéutica como en la preventiva. Aquí es necesario recordar la diferencia entre agresividad y violencia ya mencionada, la agresividad sería el componente genético menos maleable, pero la violencia es el producto cultural que se puede –y debe– cambiar. 3.3. Mitos sobre los agresores Mito 6. La violencia doméstica está ligada a la psicopatología Como ya se ha indicado, menos del 10% de los agresores pueden ser diagnosticados según los criterios psiquiátricos o psicológicos habituales (CIE-10; MDE-IV). Es cierto que las prevalencias del trastorno antisocial de la personalidad y la depresión mayor son más altas entre los maltratadotes que entre la población general, pero esto no cubre más que una pequeña parte del total de varones que son violentos con sus parejas. Por otro lado, la presencia de cuadros psicóticos que podrían hacer pensar que no hay control voluntario de las acciones por parte del agresor es despreciable. 52
Sí es cierto, no obstante, que los indicadores de psicopatología son más altos entre las mujeres que han sido maltratadas que entre la población general (especialmente cuadros ansiosos y depresivos y el trastorno por estrés postraumático). Los indicadores patológicos no sólo están ligados en este caso a los de tipo mental, sino también a los de salud general (incluyendo la salud orgánica). Por tanto, se puede afirmar que la violencia doméstica no es consecuencia de una psicopatología del agresor en la mayor parte de los casos, mientras que es causa de trastornos psicológicos en la mayor parte de las víctimas. Mito 7. La violencia doméstica está causada por la adicción Como ya se ha indicado anteriormente, no hay un solapamiento entre los grupos de adictos (especialmente al alcohol) y los maltratadores. Se dan tanto adictos que no maltratan, como maltratadores que no consumen substancias y estas combinaciones son mayoría en ambos casos. No obstante, la adicción incrementa la posibilidad de que los actos cometidos en la relación de maltrato sean más graves, si bien no tanto por el hecho de que los episodios álgidos tengan lugar mientras el agresor está intoxicado por la substancia, como por el hecho de que los maltratadores que son consumidores de alcohol u otras drogas tienden a ser más agresivos y violentos que los maltratadores que no son adictos. En este sentido, el abuso de sustancias es un factor de riesgo en cuanto a la posibilidad de ser un maltratador, pero no una causa directa de ello. Mito 8. Todos los agresores son iguales Los datos indican que no hay un prototipo general de agresor. Es posible diferenciar dos grandes subgrupos (el de los antisociales y de los dependientes) y cada uno de ellos se define por una serie de indicadores específicos del modo en que intentan controlar la situación. 53
Pero muchos varones violentos comparten características de ambos grupos. Por tanto, es mejor en términos de tratamiento e intervención considerar a cada agresor como un caso distinto. Los perfiles generales que pueden servir para discriminar el riesgo de ser un posible agresor (por ejemplo, los utilizados por Suárez, 1994), son útiles como meros marcadores de riesgo no para definir que un varón violento es necesariamente sí y sólo así. Mito 9. La violencia contra las mujeres depende de contextos oportunos Este mito asume que los agresores aprovechan descuidos o asunciones de riesgo por parte de la mujer para actuar. En el fondo, defiende la idea de que los agresores son violadores que atacan a víctimas desconocidas despreocupadas por su propia seguridad. Los datos afirman todo lo contrario, la mayor parte de las agresiones y muertes de mujeres (85%) se dan en el hogar y el agresor es un miembro de su familia, habitualmente su pareja. Por otro lado, las violaciones (relaciones sexuales forzadas) son el doble de frecuentes en el ámbito del hogar que por parte de un agresor externo desconocido. En relación con este mito, hay que tener en cuenta también los fenómenos de ocultación relacionados con la invisibilización que de la violencia de género se lleva a cabo entre las familias de las víctimas, de modo que las cifras de agresiones por parte de familiares y parejas pueden ser realmente aún más altas. Mito 10. Los agresores no pueden controlar la ira Es cierto que los problemas con el control de la ira y de la hostilidad son las características que mejor definen a los hombres maltratadores pero, en muy pocos casos están presentes patologías psicóticas o disociativas que son las patologías que determinan la imposibilidad de controlarla realmente. Es decir, no se debe confundir el déficit con la imposibilidad. Por tanto, el agresor siempre tiene la posibilidad de decidir no 54
ser violento (y esto es cierto para cualquier forma de violencia cotidiana, no sólo la violencia doméstica). Pero el agresor no se controla hace porque le resulta más útil, más eficaz y menos costoso en términos personales no controlarse. El bajo control de la ira es un factor de riesgo que modula la violencia pero no es una causa aislada de ello. De hecho, la dificultad para controlarse determina el alto uso de conductas hostiles, como la violencia resulta útil se potencia este curso de conducta, de modo que el ciclo violencia-utilidad termina hiper-aprendiéndose como una forma viable de relación interpersonal. 3.4. Mitos sobre las mujeres agredidas Mito 11. La violencia doméstica es incompatible con mantener la relación Nada más lejos de la verdad, casi el 50% de las mujeres maltratadas no se separa de su agresor o vuelve a convivir con él tras un período de separación. Las causas de este fenómeno son realmente complejas pero entre ellas se encuentran al menos tres factores: a) los problemas económicos de la víctima; b) las presiones sociales y familiares que esta puede recibir en el sentido de qué está siendo culpable de romper la pareja y no darle una nueva oportunidad a su marido; c) en algunos casos, la propia historia de relación de la pareja que esta fundamentada en mecanismos anómalos de negociación familiar en los que la violencia funciona como un elemento básico de la relación. En estos casos, los períodos de ternura y arrepentimiento típicos del ciclo de la violencia se transforman en reforzadores inmediatos de la continuidad de la relación. Por otro lado, las mujeres que optan por separarse y lo logran, lo hacen después de un período bastante largo de convivencia (que puede durar más de una década), por lo que muchas veces los años en que la pareja convive pudiendo ser tantos como los que esta separada. Precisamente el hecho de que las mujeres no ser separan de sus agresores o lo hacen después de una larga convivencia es el motivo principal por el que también es necesario 55
poner en marcha programas de tratamiento de los agresores (Echeburúa, de Corral, Fernández-Montalvo y Amor, 2004). Mito 12. La mujer maltratada es masoquista En ningún caso ninguna relación víctima-agresor es masoquista, puesto que este tipo de relación es deseada y negociada por ambas partes, con independencia de los componentes patológicos que conlleva. En el caso del maltrato doméstico, la mujer no quiere ser maltratada e intenta evitar la agresión y/o defenderse de ella. El hecho de que algunas (pocas) mujeres puedan presentar algunos perfiles de riesgo (apego ansioso, historia previa de maltrato) no quiere decir que busquen intencionalmente una relación de victimización, sino que ello es un factor de riesgo para que se involucren con varones maltratadotes. Por otra parte, son muy pocas las mujeres maltratadas que presentan estos perfiles. Mito 13. La violencia cesa con el cambio de conducta de la mujer Este mito es peligrosísimo, puesto que en él subyace una visión completamente machista de la situación. El hecho de que se pueda pensar que el maltrato cesaría si la mujer se comportara de determinado modo supone, en primer lugar, que hay una forma correcta de relacionarse o manejarse y, en segundo, que dicha forma debe ser sancionada como tal por el varón. Dicho de otra forma: si se hace lo que el varón quiere, no hay problemas; lo que supone que el control por parte de éste debe ser total. Con independencia del sesgo patriarcal que subyace a este mito, los datos indican que el control de los ciclos relaciones de violencia recae siempre en el varón. Es decir, con independencia de lo que la mujer haga, es su compañero violento quien decide si algo es punible o no, quien considera que la mujer ha cometido un error o no y quien decide que se debe acabar la discusión o la agresión. Por tanto, los ciclos anómalos de relación existen, pero están controlados por el agresor. 56
Si esto es así, la mujer puede hacer bien poco para acabar con la situación, salvo defenderse e intentar mitigar los efectos de la agresión. En este sentido, no se debe olvidar que el culpable es siempre el agresor nunca la víctima y que debe pagar por ello en los términos que contemple la legislación. Lo cual no quiere decir que no se deba tanto intentar cambiar los elementos psicosociales que hacen del varón un agresor, como atender las necesidades y problemas de la mujer agredida. Mito 14. La mujer maltratada provoca la violencia Este mito es una versión fuerte del anterior y, por tanto, un reflejo más puro de una mentalidad patriarcal. Por tanto los datos que se deben usar para disolver este mito son exactamente los mismos que los expuestos para el anterior. En términos gráficos, este mito indica que la culpa de la violación se debe a que la chica lleva minifalda (prenda que no debería llevar según el caldo de cultivo cultural de tipo patriarcal que subyace a la argumentación) y no al comportamiento violento e incontrolado del agresor. Es decir, con este mito se transforma a la víctima en culpable, lo cual es una manifestación clarísima de la naturalización de la violencia doméstica. 4. FACTORES DE RIESGO Este punto está dedicado a presentar de una forma resumida los diferentes factores moduladores que median el complejo problema de la violencia doméstica. En general, podemos agrupar dichos factores en tres grandes grupos que interaccionan entre sí. Por otro lado, cada uno de los factores dentro de cada grupo interacciona tanto con los otros factores de su nivel como con el resto de componentes de los otros dos niveles. Esto hace que no podamos determinar de modo claro qué factores de riesgo son más relevantes en general, puesto que su importancia dependerá de cada caso, en función de que otros factores están presentes y cual es la intensidad o gravedad de los mismos. 57
4.1. El ámbito de la cultura y el contexto social Si se ha considerar algún factor como el más relevante, este es sin duda el entorno cultural de tipo patriarcal en el que nos movemos. Este caldo de cultivo ha fomentado históricamente un tipo de relaciones y estereotipos sociales que determinan lo varonil como eficaz, lógico y resolutivo y lo femenino como emocional, pasivo e ineficiente (Corsi y Bonino, 2003; Medina, 1994; Velázquez, 2003). Este grupo de factores constituiría el nivel macro de los componentes de riesgo. A esto hay que añadir una serie de mecanismos de control que conforman una cultura de la violencia a partir de ese poso común de tipo patriarcal. Esa cultura de la violencia hace énfasis en aspectos como la inmediatez de los resultados, el control necesario del otro como elemento de riesgo y la negación de este como persona relevante o sujeto de derechos (Peyrú y Corsi, 2003; Velázquez 2003). Estos mecanismos son comunes a toda forma de violencia pero se aplican en cada caso a una víctima concreta, en este caso, a la mujer con la que se convive. La combinación de una ideología patriarcal de fondo con una cultura de la violencia pone en marcha una serie de relaciones estereotipadas. Mientras que el estilo relacional sigue las pautas descritas por el prototipo (subordinación de la mujer en este caso) el sistema permanece más o menos estable. Pero en la medida que surge alguna discrepancia o algún elemento que se sale fuera del prototipo, se ponen en marcha una serie de medidas correctoras, tanto de orden social como individual, con el fin de restaurar la situación de control. Esas medidas correctoras incluyen el uso de la degradación del otro, la hostilidad y la violencia directa (Velásquez, 2003). Una parte importante de este proceso de enculturación en la cultura patriarcal permanece oculto, puesto que se ve beneficiado por los diversos instrumentos de invisibilización de la violencia (Peyrú y Corsi, 2003). Quizá la mejor herramienta que fomenta este invisibilización es el lenguaje cotidiano que fomenta una ideología 58
segregacionista y debilitadora de la mujer (y, en general, de cualquier víctima). En general, se puede entender el lenguaje como una construcción social que transmite de modo generalizado el punto de vista del sector dominante en una relación social determinada (Velázquez, 2003). Sobre este factor cultural generalizado de tipo ideológico, se añadiría el efecto de otra discriminación social, la que tiene que ver con la pobreza y la exclusión social, que como ya he indicado, constituye otro factor de riesgo del maltrato doméstico. 4.2. Los factores familiares Un segundo grupo de factores de riesgo lo constituyen los antecedentes familiares, que sería el nivel intermedio en cuánto a su extensión de los distintos niveles de riesgo. Proceder de una familia con antecedentes de violencia es un factor de riesgo tanto para el agresor como para la víctima. Como ya he indicado, distintos estudios indican que en torno la 30% de los agresores proceden de una familia maltratadora. En cuanto a la mujer, las cifras son menos claras, pero las mujeres maltratadas proceden de familias abusadoras al menos en un 20% de los casos. Vivir en una de estas familias supone verse sometido a un patrón de aprendizaje disfuncional. Muchas de estas familias son multiproblemáticas y sus patrones de relación pueden tanto sobrevalorar el control de sus miembros como destacar por su ausencia de normas, factores ambos que hacen prevalecer la violencia como una forma rápida y fácil de conseguir objetivos, en lugar de negociarlos (Iturralde, 2003). Los ciclos de violencia-arrepentimiento-violencia que caracterizan al maltrato doméstico también son aprendidos como forma viable de relación por las personas expuestas a ellos desde la infancia. 4.3. Personalidad y estilo relacional Estos factores constituyen el nivel micro que modula la violencia doméstica. Se trata de las características ya comentadas del agresor, la agredida y del estilo relacional de ambos. 59
En cuánto al agresor los factores básicos son su necesidad de control y su tendencia a la impulsividad, componentes que estimulan su bajo control de la ira. Otras características a tener en cuenta son el retraimiento social, la baja autoestima y las escasas estrategias de afrontamiento del varón que maltrata. Estos tres componentes no se pueden entender sin atender a un marco cultural de tipo patriarcal, ya que en la medida en que no son resolutivos ni activos (están lejos del estereotipo de varón de éxito) necesitan más una víctima propiciatoria para acercarse a dicho patrón (tener y disfrutar de algún tipo de control). Dicha víctima tiene que estar prescrita culturalmente (ser un sujeto definido como débil en la cultura, es este caso la mujer), puesto que no pueden enfrentarse a un opositor fuerte, dadas sus propias características psicológicas. En cuanto a la mujer maltratada, serían factores de riesgo la personalidad dependiente y el apego ansioso. Es posible que estas características sean la base de la conformación de una identidad traumática, si bien no se disponen de estudios de tipo longitudinal que permitan aclarar esta cuestión. Naturalmente, sí es cierto lo contrario, la vivencia de una situación de abuso puede generar comportamientos dependientes. En cualquier caso, un porcentaje relativamente importante de las mujeres que son maltratadas (bien en su familia de origen, bien por su pareja) terminan conformando un patrón de interpretación de caracterizado por una falta de sentido de la realidad, en el que las cosas sólo tienen sentido si se ve a si misma como una víctima y como merecedora de castigos. Es necesario recordar que los componentes de personalidad y estilo relacional del varón son un factor de riesgo mucho más detrminante que los de la mujer, puesto que la mayoría de los varones agresores muestran muchos o todos de esos indicadores, mientras que sólo una pequeña parte de las mujeres maltratadas se caracterizan por los indicadores mencionados. No obstante, esas escasas mujeres que manifiestan dichos indicadores tienen una ligera mayor probabilidad de involucrarse con una pareja 60
agresora y es más probable también que las consecuencias del maltrato sean más graves para ellas. Dentro de los componentes de la relación es también un factor de riesgo la duración de la misma, siendo más probable que la gravedad del maltrato sea mayor cuanto más tiempo se ha convivido con el agresor. En algunos casos, especialmente si el varón responde al tipo inestable-independiente, hay un repunte del riesgo de ser agredida en los primeros momentos de ruptura de la pareja (Jacobson y Gottman, 1998). Otro factor de riesgo es el historial de maltrato de la mujer, por tanto es conveniente estudiar cuando empezó este y cómo. En el caso de que la mujer haya pasado por varias relaciones abusivas con diversas parejas, el riesgo de maltrato por parte de la actual es mayor. 5.UN PANORAMA GENERAL DE LA VIOLENCIA Y ALGUNAS ACLARACIONES TERMINOLÓGICAS
Para finalizar quisiera aclarar algunos elementos terminológicos siguiendo a Corsi (2003) he utilizado el término violencia doméstica porque es el que mejor define el tipo de fenómeno al que me quería referir: la violencia del varón contra la mujer con la que convive. El término violencia de género sería un término más amplio, más abarcador que incluiría cualquier tipo de intento de perpetuar jerarquías patriarcales. Por tanto, en este se incluyen tanto el maltrato de la pareja por parte del varón, la violación, el abuso de niñas, la prostitución, etc. Violencia doméstica sería aquella manifestación de la violencia de género dentro del hogar o, si se quiere, dentro de una relación de pareja heterosexual en cualquiera de sus variante. El concepto de violencia familia se refiere al abuso de poder dentro de relaciones familiares, por tanto tiene un énfasis transgeneracional, a diferencia de la violencia doméstica que se refiere a relaciones entre iguales (dentro de una misma generación) y afecta no sólo a mujeres, sino a otro tipo de personas con menor jerarquía social (afecta a las mujeres y la infancia). 61
Estas clases de violencia comparten con otras manifestaciones de las violencias cotidianas varios elementos, fundamentalmente la negación del otro como sujeto relevante y el abuso sobre poblaciones vulnerables. Las violencias cotidianas se caracterizan precisamente por estos dos elementos, son formas de hostilidad que afectan a personas concretas que dentro de una estructura social están en posiciones desfavorecidas. Son muchas estas formas de violencia, entre ellas podemos encontrar: 1) El abuso de personas mayores (ancianos y ancianas). 2) El abuso de menores. 3) El maltrato de discapacitados psíquicos o físicos. 4) La agresión contra iguales desautorizados (considerados como inferiores) que incluiría: a) El matonismo (abuso de iguales con los que se mantiene algún tipo de vínculo, habitualmente escolar). b) El vandalismo y otros comportamientos antisociales dirigidos contra personas (que no incluyen una relación entre agresor y víctima). Todas estas formas de violencia cotidiana reflejan la idea estereotipada de un agresor potente y que puede ser reconocido socialmente como tal (es mayor, varón, más capacitado y con un estatus más alto). Por tanto, es fácil ocultar dicha violencia en términos del uso de la autoridad. Es decir, el agresor puede ser visto como alguien que esta cuidando, supervisando o controlando la conducta de alguien jerárquicamente inferior. No obstante, hay otras dos formas de violencia cotidiana en las cuáles la visualización social de la víctima no corresponde a la de alguien inferior. Se trata del abuso del menor hacia sus padres, fenómeno cuya incidencia va en aumento y los escasos casos de maltrato de la mujer hacia su pareja. En ambos casos la víctima es a priori socialmente más relevante, debería ocupar una jerarquía social mayor en términos tradicionales, puesto que es mayor o varón (según el caso). Lo cierto es que estos dos fenómenos comparten con el resto de violencias cotidianas el 62
aspecto de la desautorización y negación del otro lo que, dentro del microsistema en que se dan, degrada socialmente a la víctima. Por tanto, y aunque sea de forma paradójica, estamos en el mismo caso: el ataque a una víctima socialmente propiciatoria porque es débil y diferente. En cuanto a la violencia de la mujer hacia su pareja masculina, ya hemos visto que su incidencia es muy baja. Naturalmente, cada caso es importante para las víctimas que lo sufren pero no se puede suponer siquiera que se trate de un problema social numéricamente relevante. La topografía de este tipo de violencia es fundamentalmente verbal y psicológica, aunque también puede cursar con agresiones físicas. Sin embargo, no está claro que no se trate de violencia de género. Pero cuidado, no es violencia de género en el sentido de que haya una ideología generalizada que busque la sumisión del varón. Este complejo cultural simplemente no existe, cuando sí hay una ideología patriarcal. En la inmensa mayoría de estos pocos casos, las mujeres reprochan y marginan a sus parejas por no ser capaces de cumplir con las tareas de asertividad, defensa, protección, virilidad, provisión, etc. Es decir, les acusan de no ser suficientemente masculinos según el prototipo social. Por tanto, la mujer está acusando y marginando al varón por desviarse de la ideología patriarcal (Velázquez, 2003). De algún modo, el código social y de valores que subyace a este fenómeno es el mismo que en el de la violencia de género. El problema es que no se están cumpliendo las expectativas y, en este caso, la mujer exige que se alcancen. Como esto no se logra se inicia un ciclo de violencia, cuya razón última es precisamente el mismo patrón ideológico que subyace a la violencia de género. Para terminar, hay muchos fenómenos de violencia y, aunque todos ellos comparten una serie de características generales, no podemos afirmar cuáles son las causas generales de los mismos. Hay muchas causas de la violencia, no todas se dan en todos los casos y además interactúan entre sí. Sólo podremos abordar la violencia si tenemos siempre presente que se trata de un 63
fenómeno complejo, que carece de recetas generales y que necesitará mucho trabajo y mucha creatividad si queremos empezar a resolverlo. BIBLIOGRAFÍA Avilés Farré, J.: (2002). La violencia contra la mujer en la España de hoy: el ámbito familiar. Madrid. Grupo de Estudios Estratégicos, Análisis nº 47. Avis, J. M. (1992): “Where are all the family therapist? Abuse and violence within the families and family’s response”, Journal of Marital and Family Therapy, 18, 225-232. Brownlee, K.; Ginter, C; Tranter, D. (1998): “Narrative intervention with men who batter: An appraisal and extension of the Jenkins model”, Family-Therapy, 25, 85-96. Cirillo, S. y di Blasio, P. (1995): “Cómo interrumpir el ciclo repetitivo de la violencia en la familia”, en A. Espina, B. Pumar y M. Garrido (Comps.). Problemáticas familiares actuales y terapia familiar, pp. 319-326. Valencia. Promolibro. Corsi J. (1994): “Una mirada abarcativa sobre el problema de la violencia familiar”, en J. Corsi (comp.). Violencia familiar. Una mirada interdisciplinar sobre un grave problema social, pp. 15-65. Buenos Aires. Paidós. Corsi, J. (2003): “La violencia en el contexto familiar como problema social”, en J. Corsi (Comp.): Maltrato y abuso en el ámbito doméstico. Fundamentos teóricos para el estudio de la violencia en las relaciones familiares, pp. 15-40. Buenos Aires. Paidós. Corsi, J. y Bonino, L. (2003): “Violencia y género: la construcción de la masculinidad como factor de riesgo”, en J. Corsi y G. M. Peyrú (Coords.). Violencias sociales, pgs. 117-138. Barcelona. Ariel. Dinwidee, S. (1992). “Psychiatric disorders among wife batterers”, Comprehensive Psychiatry, 33, 411-416. Dutton, D. G. y Golant, S. K. (1995): The batterer. Nueva York. Basic Books (traducción al castellano: El golpeador. Un perfil psicológico. Buenos Aires. Paidós. 1997). Dutton, M. A. (1992): Empowering and healing the battered women. Nueva York. Springer. Echeburúa, E. y de Corral, P. (1998): Manual de violencia familiar. Madrid. Siglo XXI. Echeburúa, E.; Amor, P.J. y Fernández Montalvo, J. (2002): Vivir sin violencia. Madrid. Pirámide. Echeburúa, E.; de Corral, P.; Fernández-Montalvo, J. y Amor, P.J. (2004):“¿Se puede y debe tratar psicológicamente a los hombres violentos contra la pareja”, Papeles del psicólogo, 88, 10-19.
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VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES
Violencia, p. 69
por MARGARITA PINTOS DE CEA-NAHARRO
MARGARITA PINTOS DE CEA-NAHARRO. Nacida en Madrid en 1947, Margarita se define como Teóloga feminista. Es profesora en el Colegio Alemán de Madrid y miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Directora del Seminario de Teología Feminista, cuyos últimos trabajos se centran en la recuperación de nuestras antepasadas que configuran nuestra genealogía como cristianas feministas y el desarrollo del discurso teológico feminista sobre Dios. Profesora Invitada en la Universidad Carlos III con cursos sobre “la Mujer en las religiones monoteístas”; “Violencia sobre las mujeres”, y “Cuestiones de género”. Colaboradora en el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid, con cursos sobre “Género y Religión”. Y trabaja con grupos de mujeres, colectivos de vida religiosa, grupos de espiritualidad... Publicaciones: La mujer en la iglesia; Mujeres y hombres en la construcción del pensamiento occidental; artículos en obras colectivas: Teología feminista; ética feminista; Historia del feminismo; ecofeminismo y espiritualidad; Historia de las mujeres en la perspectiva de género; María en clave feminista, etc. 70
Mi padre se emborrachaba y pegaba a su mujer ahora yo lavo los platos y le pego a mi mujer.
L
1. INTRODUCCIÓN
A reunión de las palabras violencia-agresividad no es casual: tiene un sentido social y político nada desdeñable. La agresividad ha sido estudiada como una característica o rasgo de la personalidad, mayoritariamente masculina, que en el caso que nos ocupa y aplicada sobre las mujeres se traduce en malos tratos de toda índole, llegando incluso hasta la muerte. Cuando el maltrato a las mujeres se ha convertido en un tema que afecta los Derechos Humanos y al propio concepto de democracia, el vocablo se ha deslizado a violencia. Se define la violencia como «fuerza física, acción o tratamiento brutales o injuriosos». En su sentido más elemental es un intento de coartar, restringir, limitar o frustrar el ejercicio y la realización de la libertad esencial y efectiva de un ser humano. La violencia trata de destruir no sólo el cuerpo sino también el espíritu. En cuanto forma de opresión social, la violencia constituye un fenómeno estructural que está en las normas, símbolos, prácticas y hábitos indiscutidos que integran una sociedad o grupo La mitología cristiana, base de la cultura occidental, nos ha dado dos imágenes de mujer: la virgen-madre y la prostituta arrepentida. Las mujeres individualmente sintetizamos ambos mitos y muchos hombres se relacionan con nosotras desde esta dualidad o ambigüedad. 71
Cuando los hechos violentos se producen en la familia o con la pareja no se reconocen como “violentos, incluso por quien los sufre, mientras que si los mismos hechos se producen en el ámbito público son reconocidos y penalizados. 2. SOCIEDAD HETERO-PATRIARCAL DE GÉNERO Vivimos en una sociedad hetero-patriarcal de género. Su construcción parece que se remonta al principio de los tiempos cuando el ser humano se convirtió en sedentario, pero muchos siglos nos va a costar su deconstrucción. Se basa en el principio dogmático de la debilidad intrínseca de las mujeres y del correspondiente papel de protección y tutelaje de quienes poseen como atributos naturales el poder, la fuerza y la agresividad. Los hombres se atribuyen el derecho a ejercer la violencia y las mujeres deben padecerla con obediencia y resignación En esta “sociedad heterónoma” una parte importante de sus miembros son considerados menores de edad permanentes y sin capacidad moral para tomar decisiones, aunque afecten a su propia vida e historia. Constatamos que este colectivo está mayoritariamente formado por mujeres y que salir de él es un proceso lento, laborioso, y muchas veces a costa de la propia vida. Desde la proclamación de los Derechos de la mujer y la ciudadana en 1791 por Olympe de Gouges, una mujer de pueblo y de tendencias políticas moderadas, que dedicó la declaración a la reina María Antonieta, con quien finalmente compartiría un mismo destino bajo la guillotina. Un año después en 1792, la inglesa Mary Wollstonecraft redactará la famosa obra Vindicación de los derechos de la mujer a partir de las reivindicaciones de los cuadernos de quejas que terminan en afirmación de derechos. Es el paso del nivel individual de queja al movimiento colectivo y además en la plaza pública. La cuestión toma forma de debate democrático y se convierte por primera vez de forma explícita en una cuestión política. Pero el derecho napoleónico, que ha llegado hasta nuestros días, plasmó de forma contundente el lugar y 72
la función de las mujeres: ser madres y esposas y no “hombres de Estado”. Tenemos que esperar casi un siglo para descubrir el movimiento sufragista como clamor universal que reclama no sólo el derecho al voto, sino la igualdad en todos los terrenos apelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y liberales. Es a mediados del siglo XX (1949) cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos enuncia que «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», pero el paradigma “GÉNERO” ha permitido excluir de la condición de “ser humano” a la mayor parte de la población que no fuera varón heterosexual. Sin embargo a comienzos del siglo XXI podemos afirmar que la igualdad entre hombres y mujeres es un derecho humano fundamental y es la piedra angular de toda sociedad democrática que aspire a la justicia social, a la mayoría de edad de todos sus individuos y a la realización de los Derechos Humanos. Esta “sociedad heterónoma se organiza de manera patriarcal”. En ella unos individuos, asumen el poder y la responsabilidad en función de SU GÉNERO, y el resto se convierten en personas subordinadas y dependientes. Es la desigualdad el paradigma de su configuración. De aquí surge la exclusión de los diferentes tanto por género, raza, clase, orientación sexual, país de origen, etc., creando así un ámbito material y cultural que le es propio y que favorece su continuidad, siendo la universalidad y la longevidad sus aliados más poderosos. Este sistema patriarcal se ejerce a través de la “coerción y del consentimiento”. Las sociedades de mayor violencia represiva patriarcal tienen altos niveles de aceptación de sus normas por el efecto de la socialización, sin tener que apelar al recurso extremo de la violencia. Este sería el caso de las sociedades occidentales, en las cuales la ley prohíbe la discriminación por razones de sexo pero no por ello el colectivo femenino deja de sufrir coerción en el campo laboral, educativo, religioso, sexual (violaciones, aborto, malos tratos, abusos sexuales, desigual salarial...). 73
Si además esta coerción va unida con una actitud de consentimiento por amor, el mantenimiento del patriarcado será total. En el patriarcado contemporáneo el amor es un pilar de la dominación masculina, ya que, estadísticamente, la inversión amorosa de la mujer es mayor: da más de lo que recibe. La mayoría de las mujeres están sub-alimentadas en cuanto al amor se refiere. De esta manera, la hegemonía masculina no deriva de impedimentos legales o religiosos, sino de la propia dinámica de las inversiones afectivas, de las necesidades e intereses de ambos sexos socializados de manera diferente. Aún en los casos en que hay no hay dependencia económica, sigue habiendo patriarcado. Si profundizamos un poco vemos observaremos que las personas excluidas por el patriarcado son en su inmensa mayoría mujeres. Es en función de “nuestro género” que somos relegadas a los márgenes. Pero ¿qué es esto del género? En la escuela aprendimos que había género masculino, femenino y neutro, y que cuando se asociaban un nombre masculino y otro femenino se les califican con un adjetivo en masculino, por “ser este género más noble”. La cuestión es que el lenguaje configura la realidad y existe aquello que nombramos, por eso muchas veces lo femenino o permanece oculto o ni siquiera existe. El género alude a la construcción sociocultural, histórica, que los grupos humanos elaboran sobre las diferencias anatómicas naturales del sexo. La biología nos viene dada, pero el género nos lo impone el contexto social y cultural que nos rodea desde la infancia. Por eso decimos los niños tienen que... y las niñas deben ... diferenciándolos con una construcción simbólica que contiene un conjunto de atributos asignados a las personas a partir del sexo. La teoría feminista tiene como objetivo poner de manifiesto que las tareas asignadas históricamente a las mujeres no tienen su origen en la naturaleza, sino en la sociedad. Esta noción de que los géneros son construcciones culturales tiene una dimensión política que culmina en palabras que formula así Kate Millet, «lo personal es político». Politizar el 74
espacio privado (aquello que el patriarcado había designado como ámbito de la naturaleza) ha sido la tarea política central del movimiento feminista, por eso no estoy de acuerdo en hablar de violencia “doméstica” como explicaré más adelante. Es esta configuración hetero-patriarcal-genérica la que provoca y hace surgir la violencia contra las mujeres y la exclusión de los colectivos que sobreviven en los márgenes. Sus manifestaciones para afirmarse son múltiples: valoración por lo que se tiene; imposición de decisiones, engaño, infidelidad, abandono, violencia afectiva y corporal: gritos, maltrato, humillación, ultraje erótico, secuestro emocional, golpes, tortura y finalmente muerte. 3. VIOLENCIA CONTRA NUESTROS CUERPOS “Nuestros cuerpos” se convierten en un campo de batalla. En ellos libramos nuestras luchas cotidianas para defender nuestra dignidad como personas. Para este tipo de sociedad, es la utilización de nuestro sexo lo que nos dignifica, (“La mujer se salvará por la maternidad” afirma la tradición de paulina) no nuestras personas. Y yo me pregunto ¿es más digno trabajar durante una jornada interminable sin salario, o por un salario que apenas nos da para vivir, o ser trabajadora sexual? ¿Son nuestros órganos genitales reproductivos utilizados según las normas de la sociedad patriarcal heterosexual lo que nos hace dignas?.. En los últimos años ha tenido lugar un incremento considerable de denuncias por “malos tratos”. Cuadro nº 1 En 1998 ascendían a 19.535. A 29 de octubre de 2005, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, ha contabilizado 51.382 en los seis primeros meses de este año, lo que supone un aumento del 8% con respecto al año 2004. De éstas 5.420 (el 10,5%) acabaron siendo retiradas por las víctimas. El total de víctimas en el primer semestre ha sido de 54.594, de las cuales 48.300 son mujeres (88,5%) y 6.294 (11,5%) son hombres. 75
Las órdenes de protección solicitadas han aumentado en un 18% con respecto al año pasado. Se han acordado 15.330 (76%) y se denegaron 4.749 (24%). Estos datos no demuestran que los delitos hayan aumentado, sino que las víctimas acuden a los juzgados por hechos por los que antes no acudían a la vista de que existe una mejor respuesta por los poderes públicos y judiciales. También explica el aumento el que el Código Penal tipifica como delito conductas que antes eran faltas como las coacciones o las amenazas. Según el informe sobre población de la ONU «una de cada tres mujeres en la UE baja a una de cada 5) ha sido golpeada, forzada a mantener relaciones sexuales o ha padecido abusos». El número de mujeres “muertas” por violencia de género dentro del ámbito familiar desde el año 1999 hasta setiembre de 2005 han pasado de 69, 87, 74, 83, 102, 105 y éste año llevamos 60 hasta setiembre. Según el informe de la ONU, la violencia machista provoca tantas víctimas como el cáncer entre las mujeres de 15 a 44 años y más que los accidentes de tráfico y la malaria juntos. Los nombres de estas mujeres merecen nuestro recuerdo y lectura. Desde 1997 a 2005, ha tenido lugar un aumento de la denuncia de los delitos conocidos como “abusos, acoso y agresión sexual”. Es la violencia que se contabiliza en marcas, golpes, cuchilladas, ablaciones injustificadas por supuestas tradiciones, bofetadas, empujones, desprecios, insultos gritos... cuyo extremo es “la violación”, y que cada cinco días arrebata la vida a una mujer en nuestro país, el núcleo esencial de la opresión patriarcal sobre las mujeres. No me gusta hablar de violencia sexual, porque impide su delimitación, prefiero nombrar como violencia erótica la que se presenta como síntesis política de la opresión de las mujeres, porque implica apropiación y daño, cosificación de la mujer, objeto de placer y destrucción para la afirmación del otro. En el cuerpo de los seres humanos reside el poder y con él lo 76
ejercemos. Una manera de apropiarnos del cuerpo de otro/a es ejercer sobre él nuestro poder a través de la violencia. Este es el ámbito de la violación: se ejerce la fuerza física, emocional e intelectual y el uso del “pene” que la mujer no tiene, para demostrar su superioridad, recalcar las diferencias entre los géneros y simbolizar el sometimiento de la mujer al poder físico, que en este caso se convierte en político, del hombre. La violación contribuye a la reproducción cultural del género en su conjunto y de las relaciones patriarcales. Para la legislación sólo hay violación si hay penetración “vaginal” por la fuerza y como demuestra una sentencia de la Audiencia de Barcelona, si la violada era “virgen”. Esto supone que las violaciones dentro del matrimonio no existen para la justicia. (El País 4-4-01). Son quizás estas sentencias las que hacen que «los abusos sin penetración sean más frecuentes». Para el feminismo la apropiación erótica de la mujer es el núcleo de la violación por ser un ultraje a la intimidad y a la integridad de las mujeres como personas. En los estudios que se hacen con las víctimas de violaciones casi siempre aparecen unas constantes: el violador es un conocido de la víctima que tiene su confianza, la elige porque es vulnerable, no por su atractivo físico, no es un acto de pasión sino de agresión, su pene sustituye al puñal, al arma, al puñetazo... ¡En cuántas guerras el cuerpo de las mujeres se ha convertido en el lugar en el que mancillar el honor patrio! La violación en tiempos de guerra es una manera de dominar a los vencidos y de demostrarles la propia superioridad. Sin embargo, nos encontramos con una fuerte resistencia a considerar la violación como un crimen de guerra. Las guerras son la causa de otras muchas violencias como los campos de refugiados, los desplazados o el tráfico de mujeres, un negocio multimillonario tolerado, porque beneficia a estados y políticas. Se define como tráfico de mujeres todos aquellos actos en los que se utiliza el reclutamiento y el desplazamiento para trabajos o servicios, dentro y a través de fronteras nacionales, 77
por medio de violencia, abuso de autoridad o posición dominante, cautiverio por deuda, engaño y otras formas de coerción. Aunque resulta imposible conocer a ciencia cierta la realidad de este fenómeno, Naciones Unidas ha cifrado su número en cuatro millones de mujeres que son vendidas para la prostitución o para matrimonios forzados y en dos millones las niñas que eran introducidas en el comercio sexual. Es un negocio global que afecta a todas las regiones del planeta. En Madrid los días 26 al 28 de octubre últimos, ha tenido lugar un Congreso en el que se ha buscado determinar el alcance del tráfico comercial de mujeres y niño/as con fines de explotación sexual, incluyendo la pornografía, la prostitución y el “turismo sexual” (una nueva clase de colonización). El objetivo a largo plazo es establecer leyes nacionales efectivas que frenen este tipo de explotación comercial de mujeres y niños, y crear una convención internacional que comprometa a todos los países a acabar con esta forma de violación de los derechos humanos. Una dificultad importante es la carencia de instrumentos legales efectivos a nivel nacional e internacional y la desconfianza de que exista voluntad política para frenar este problema. Los datos, según la Guardia Civil, son que el 80% de las mujeres prostituídas en España lo son en locales de carretera, y el 98% de ellas son extranjeras. En España se compran un millón de servicios sexuales al día. El incesto y los abusos eróticos con niñas y niños constituyen otro tipo de violación. Este crimen se prolonga durante años y sus víctimas son sometidas, no sólo por la fuerza, sino también mediante los vínculos de la fidelidad y la dependencia. Podemos recordar la noticia sobre los cientos de menores En cuanto a los campos de refugiados y a los desplazados, la mayoría mujeres y niños, que viven en condiciones infrahumanas. Y por si esto no fuera bastante son sometidas a toda clase de abusos por cooperantes de algunas ONG’s, empleados de los gobiernos locales y fuerzas de paz internacionales. Al menos 40 organizaciones están implicadas. Estas son algunas situaciones 78
que recoge el informe de la ONU, la mayoría son niñas entre 13 y 18 años: Cuando el hombre grande va a hacer el amor con una niña pequeña por dinero, se van a la casa y cierran la puerta. Cuando el hombre grande ha hecho su trabajo, le da a la niña pequeña dinero o un regalo.
Los que mejor pagan son los cascos azules, hasta 300 dólares a cambio de sexo. En ocasiones paga uno y todo un grupo abusa de la misma niña. Cuando mamá me mandó al río a lavar los platos, un casco azul me pidió que me desnudara para sacarme una foto. Cuando le pedí dinero me dijo que a los niños no se les daba dinero y me dio sólo una galleta. En esta comunidad (Guinea) nadie puede tener acceso a la comida sin antes tener relaciones sexuales. Dicen “un kilo por sexo”; si no tienes una esposa, una hermana o una hija para ofrecer a los trabajadores de las ONG, es difícil tener acceso a la ayuda. Si ves a una mujer llevando comida sobre la cabeza, ya sabes cómo la ha conseguido.
Los bienes ofrecidos a cambio de los abusos eróticos van desde una galleta a medicamentos, pasando por buenas notas en la escuela, el transporte a la ciudad más cercana en coche y pequeñas cantidades de dinero. Es la pobreza y la falta de alimentos lo que obliga a las refugiadas a permitir el abuso sexual por parte de los trabajadores humanitarios, convirtiéndose la prostitución en el único modo de sobrevivir en los campos de refugiados. Una de las consecuencias son el alto número de embarazos no deseados, y la imposibilidad de abortar en la mayoría de estos países. (Guinea, Liberia, Sierra Leona...) Al lado de estas “esclavitudes” tenemos que soportar la hipocresía de instituciones y gobiernos que marginan a “las trabajadoras sexuales” en una situación a-legal, de precariedad y vulnerabilidad. 79
La mujer ha sido educada por ser víctima, para sentirse culpable, para sacrificarse. Así se ha ido forjando nuestra identidad personal y de género: somos víctimas y cómplices con el poder que nos oprime, maltrata y mata. Perdonar, olvidar y silenciar es un acto de complicidad y puede no ser siempre un buen consejo o un principio ético. Si después de todo esto seguimos creyendo que la violencia es “doméstica”, es eludir nuestra responsabilidad como ciudadanos/as del planeta. La gran casa donde habita la familia humana es un lugar dañino y peligroso para las mujeres y para otros colectivos considerado “no personas”, porque su bien más preciado, la vida, se la arrebatan. Además de una “habitación propia” (Virginia Wolf) necesitamos preguntarnos ¿en qué casa? En la que vivimos ahora nos llegan mensajes que no nos gustan: eres un objeto para mirar, para servir; tu lugar es subsidiario y secundario, tu ámbito de realización es la reproducción; la creación no te pertenece; el lenguaje, la ciencia y la teología te las podemos prestar un rato para que juegues con nuestras reglas, porque sino no te tomaremos en serio, etc... En este entorno es más difícil sobrevivir que ser una mártir muerta. Las sobrevivientes necesitan personificar la memoria, recordar, para no someterse al terror o al olvido (desaparecidas) y en esto empeñan su tiempo colectivos de mujeres que no quieren dejar en herencia un mundo como el nuestro. Muchas veces creemos que al no ser golpeadas o agredidas físicamente, no somos víctimas de violencia –en la calle, casa, trabajo, escuela...– Estamos habituadas a vivir en las relaciones desiguales, “poder sobre”, entonces ciertas formas de violencia se tornan tan “normales” que ya no las reconocemos como tales. Sin embargo sentimos miedo en situaciones cotidianas. Podemos visualizar alguna de estas situaciones: Fíjate en ella atentamente. Cruza una calle de la ciudad sujetando su portafolio y su bolso de la compra. O baja por un camino polvoriento, balanceando 80
un cesto sobre su cabeza. O se apresura hacia su automóvil aparcado, llevando de la mano a un niño pequeño. O marcha con paso cansino hacia la casa de regreso del campo, con un bebé sujeto a las espaldas. De repente oye tras de sí unos pasos. Rápidos, pesados. Son pasos de hombre. Cae enseguida en la cuenta, igual que sabe por instinto que no debe volver la vista. Apresura su marcha a la vez que se le acelera el pulso. Tiene miedo. Podría ser un violador. Podría ser un soldado, un gamberro, un ladrón, un asesino. O puede que no sea nada de eso. Quizá se trate simplemente de un hombre que tiene prisa. Y quizá camina a su ritmo normal. Pero ella le tiene miedo. Le tiene miedo sólo porque es un hombre. Y tiene motivos para temerle. No se sentiría igual –en la calle de una ciudad cualquiera, por un camino polvoriento, en el aparcamiento o en el campo– si lo que oyera tras de sí fueran los pasos de otra mujer. Son los pasos de un hombre los que la atemorizan. Es una sensación que comparte con todos los demás seres humanos de género femenino. Es la democratización del miedo.
Sandra Lee Barky en su obra Foucault, feminidad, y modernización del poder patriarcal (Boston 98), ha señalado tres prácticas socioculturales normativas que producen un cuerpo sumiso y disponible como ideal de la feminidad. El primer conjunto trata de producir “el cuerpo femenino ideal”, imponiéndole un determinado volumen y una complexión general cuyas medidas 90-60-90 gusta a los hombres. Son las imágenes publicitarias las que nos exigen tener este cuerpo que sume a muchas mujeres en anorexias y bulimias que si no les cuesta la vida, socava la autoafirmación y la autoestima y fomenta la tendencia de las mujeres a silenciar y minusvalorar sus propias percepciones, creencias, ideas o sentimientos. El segundo tipo de prácticas trata de crear un cuerpo femenino “dócil” potenciando unos gestos, posturas y movimientos que expresen timidez y sumisión, evitando ser excesivamente espontánea en público y se refuerza con un determinado tipo de indumentaria. A través del vestido, los movimientos, los gestos 81
y las sonrisas, las mujeres deben causar la impresión de ser delicadas, agradables y sumisas, “femeninas” en una palabra. El tercer tipo de prácticas se encamina a que el cuerpo se convierta en una superficie puramente ornamental. Deben modelarse y maquillarse conforme a las normas que rigen el ideal de belleza (Barbie, rubia y de ojos azules, es el paradigma de es norma racista de feminidad). El arte de la depilación, o del peinado o de la cirugía estética se convierten en un requisito indispensable para aspirar a un puesto de trabajo bien remunerado y a la promoción social. (las industrias de los cosméticos facturan 20.000 millones de dólares en el mundo). Por no hablar de la belleza que nos ofrecen las cremas anti-arrugas y demás... Cuando el sistema no consigue un cuerpo femenino ideal, dócil y ornamental entonces las agresiones físicas están permitidas. En 31 países aún se aplican penas como el marcaje con fuego, amputación de miembros, flagelación, rociar la cara con ácido, o la lapidación (Safiya-Nigeria) y lo que tienen en común quienes sufren estas agresiones es su condición de mujer. Otra cuestión en relación con nuestro cuerpo son los Derechos Reproductivos. Su primera formulación tiene lugar en la Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994, y reaparece con idéntica redacción al año siguiente en la IV Conferencia Mundial de la Mujer, en Pekín. En el plan de acción se afirma: Los derechos reproductivos abarcan ciertos derechos humanos que ya están reconocidos en las leyes nacionales, en los documentos internacionales sobre derechos humanos y en otros documentos pertinentes de las Naciones Unidas aprobados por consenso. Estos derechos se basan en el reconocimiento del derecho básico de todas las parejas e individuos a decidir libre y responsablemente el número de hijos, el espaciamiento de los nacimientos y el intervalo entre estos, y a disponer de la información y de los medios para ello y el derecho a alcanzar el nivel más elevado de salud sexual y reproductiva. También incluye el derecho a adoptar decisiones relativas a la reproducción sin sufrir discriminación, coacciones, ni violencia, de conformidad con lo establecido 82
en los documentos de derechos humanos. En el ejercicio de este derecho, las parejas y los individuos deben tener en cuenta las necesidades de sus hijos nacidos y futuros y sus obligaciones con la comunidad. La promoción del ejercicio responsable de esos derechos de todos debe ser la base primordial de las políticas y programas estatales y comunitarios en la esfera de la salud reproductiva, incluida la planificación de la familia.
Sin embargo algunos países amparándose en la salud reproductiva han esterilizado a poblaciones enteras, o imponen leyes obligatorias de aborto para regular el índice de natalidad (China o la India). Estas actuaciones son otra manera que tiene el patriarcado de ejercer violencia sobre los cuerpos de las mujeres, generalmente sobre las más pobres. 4. VIOLENCIA EN EL MERCADO LABORAL Aunque en las sociedades occidentales actuales la ley prohíbe la discriminación por razones de sexo, no por ello el colectivo femenino deja de sufrir la coerción de un mercado laboral que le es desfavorable y que con sus salarios más bajos y sus empleos menos prestigiosos (o bloqueadas sus posibilidades de ascenso) obliga a entrar en una dinámica de subordinación a muchas mujeres que viven en pareja matrimonial o estable. El trabajo valorado social y políticamente es el productivo que tiene compensación económica, el trabajo reproductivo como es gratuito no tiene valor de marcado. Han sido factores económicos y demográficos los que han favorecido la entrada masiva de las mujeres en la actividad extra-doméstica remunerada sobre todo en los países industrializados después de las dos guerras mundiales, sin embargo todavía dedicamos 7h y 22’ diarias al trabajo doméstico frente a las 3h y 10’ que dedican los hombres. En cuanto a los salarios, en los países desarrollados las mujeres ganan un 23% menos que los hombres, ampliándose hasta el 27% en las naciones pobres. 83
Es España la población femenina representa el 51,10%. La tasa de actividad entre la población femenina de más de 16 años queda así reflejada en el cuadro comparativo “Ocupados 1” y actividad económica. Hay que tener en cuenta que el estado civil es una variable claramente asociada a la tasa de actividad. Las mujeres separadas o divorciadas tienen la tasa más alta el 74% similar a los hombres; después las solteras el 55,5% a 10 puntos de los hombres (65%); las casadas el 37,90%, frente al 65% de los hombres; y las viudas el 7,3%. Mientras las bajas de los permisos de maternidad en su totalidad, ascienden a 190.547 (99,03%) entre las madres; 1.875 son los pedidos por los padres (0,97%). En la Conferencia Europea de Ministros sobre Violencia contra las Mujeres, se constató que una de cada cinco mujeres de la U.E. había sufrido violencia en el ámbito de la familia y una de cada tres a nivel mundial. Apuntaron como causa principal el alto índice de paro entre la población femenina, que motiva las desigualdades entre las parejas, dando lugar a manifestaciones violentas por aquella parte que se siente más fuerte económicamente. La tasa media de la zona euro en paro femenino es de 10,3 (7,1 hombres) siendo en España de 18,4 (9,3 hombres) y de 31,2 (20,0 hombres) en menores de 25 años (Fuente Eurostat, diciembre 2001). De todas las desigualdades de género la más importante y la que determina la desigualdad social entre mujeres y hombres es la posición que estos ocupan en la producción de la existencia como apuntábamos más arriba. Es a partir de la primera división del trabajo, cuando se acepta que la producción es cosa de hombres y la reproducción es cosa de mujeres, y cuando surge el primer criterio de valoración según el cual se considera que la producción es riqueza y la reproducción gratuidad. Si el par axiológico es riqueza y pobreza, lo masculino y la producción es riqueza, aunque lo realicen también las mujeres y aunque determinadas características de esa producción integren aspectos 84
que podrían considerarse femeninos, y lo femenino y la reproducción son pobreza, aunque la asuman los hombres e integren aspectos que podían considerarse masculinos. La distinción entre producción y reproducción es la que permite plantearse en sentido del concepto de la feminización de la pobreza, porque mientras esta distinción sea operativa, la pobreza estará ligada a la reproducción y por ello feminizada y cobrándose la vida de demasiadas mujeres porque al poder le interesa poco lo que no es productivo. 5. VIOLENCIA DESDE EL PODER Esta sociedad hetero-patriarcal-genérica ha situado a las mujeres en los márgenes y las ha privado del ejercicio público del poder. Son los estados y sus sistemas legislativos los que sostienen la exclusión de la mayoría de sus miembros, para no renunciar a la sociedad del bienestar para unos pocos. La participación en los órganos de poder para transformar la sociedad es vital para la supervivencia de estos marginados. Sólo el 15,9% de las parlamentarias del mundo son mujeres. En sólo 6 países se han legislado cuotas de participación. En España tanto en el Congreso de los Diputados, como en el Senado el número de mujeres ha ido subiendo progresivamente sin retroceder.
392
394
389
407
5,87
8,38 13,88 15,97
409
416
Totales 1982 al 2008
23,96
31,73
% Mujeres
CUADRO: MUJERES EN EL CONGRESO
85
266
287
294
299
308
4,51 4,88 11,56 12,37 13,96
317
TOTAL SENADORAS/ES (*)
23,03
% Mujeres
CUADRO: MUJERES EN EL SENADO
Con respecto al ámbito de la judicatura quiero destacar a la juez Raimunda de Peñafort Lorente Martínez (Granada, 1952). Ha renunciado a su puesto en la Audiencia Nacional para desempeñar un cargo menos prestigioso y peor pagado: está al frente de uno de los nuevos juzgados creados para combatir las agresiones machistas, el número 1 de Violencia sobre la Mujer de Madrid. Allí es una “juez de cabecera” para maltratadas. A costa del sueño, esta magistrada, profesora, criminóloga y madre en solitario de tres hijos ha puesto el punto final a Una juez frente al maltrato (Plaza y Janés lo publicará a mediados de octubre). Es un libro con 12 historias reales que persigue un doble objetivo: denunciar y ayudar. Está dedicado a Andrea, una niña de siete años. «La mató su padre en un régimen de visitas. La madre le había denunciado 48 veces y sólo logró tres respuestas judiciales». En el ámbito de los funcionarios de carrera el 45,16 son mujeres, pero su aportación a los altos cargos de la Administración es de 22,28%. En el Tribunal Constitucional hay 2 magistradas de 12. 6. VIOLENCIA EN EL ÁMBITO DE LO SIMBÓLICO Pero es en el ámbito de lo simbólico donde el pensamiento feminista nos pone de manifiesto los tipos de sexismo que cotidianamente aparecen en la vida de las mujeres: el hostil y el benevolente. 86
El sexismo hostil, es fácil de identificar. Con ironía se resume en el popular refrán: “la mujer, en casa y con la pata quebrada”. Considera a las mujeres inferiores y por tanto deben estar subordinadas y ser dependientes. El sexismo benevolente no aparece de manera clara y distinta, porque se manifiesta en actitudes que consideran de forma estereotipada y limitada ciertos roles y que se manifiestan en un tono afectivo y positivo. Subsiste en la vida cotidiana, en la familia, en el trabajo y en las relaciones sociales: “Encárgate tú de cocinar, porque yo soy un desastre y a ti se te da muy bien”; “Hay que ver lo bien que entiendes a los niños; yo no. Me pongo nervioso. Menos mal que estás tú aquí”. Un tono afectuoso cargado de valoración positiva que, según los psicólogos sociales Peter Glick y Susan Fiske, hace que se caiga en la trampa, sintiéndose imprescindibles, pero sin tener conciencia de que lo que se está apreciando en ella es la ejecución de un papel que le ha sido asignado por tradición y que resulta poco atractivo para el hombre. Este sexismo benevolente es muy difícil de erradicar por su calidad de oculto tras los hábitos y por la carga gratificante-tramposa que sostiene. Pese a que existan leyes que sostienen la igualdad, si las mujeres y los hombres no dejan de participan en este juego ambivalente, seguiremos contribuyendo a la cultura de la discriminación de género. Así nos encontramos con la violencia simbólica que se refleja en una única imagen de “la mujer-mujer” creada por los medios de comunicación, por las instituciones religiosas, por las construcciones nacionales. Las mujeres son débiles: pueden ser nuestras víctimas; tratándolas afectuosamente la podemos conseguir: objeto sexual fácil; etc... son algunos de los atavismos culturales que históricamente y de forma colectiva han funcionado y todavía, en algunos aspectos, siguen presente en el universo colectivo simbólico. Voy a detenerme en el de la virginidad. 87
En algunas culturas, la violación se ha castigado muy duramente, incluso con la pena de muerte, pero siempre y cuando la víctima fuese virgen. Lo que realmente se pretendía proteger era la virginidad como bien supremo y en otros casos el honor del padre o del esposo. La preservación del linaje y la certeza de la paternidad eran objetivos determinantes en el castigo de este tipo de delitos. En cualquier caso, la mujer como ser humano vejado y humillado, no tenía demasiada importancia. Es más, su prestigio y valor social se reducía a cero después de sufrir una violación. Esta baja estima de la mujer violada se ha mantenido a través de los tiempos a causa de esa mitificación de la virginidad que se aprecia en todas las culturas. Tradición e Historia han exigido a la mujer la defensa de su honestidad hasta la muerte si fuera necesario. Un ejemplo lo encontramos en el proceso de beatificación de María Goretti, en el que Pío XII, argumentaba y describía en sus páginas la agresión, no como un ataque brutal que en buena lógica repugnaba a María, una niña de doce años, sino como ejemplo de la santidad que «le hizo renunciar a un atractivo placer» por defender su honestidad. Según esta interpretación, lo esperado de la agresión era la producción de placer: sólo la resistencia de la víctima explicable porque atentaba contra su virginidad, convierte dicha agresión en especialmente indeseable. Pero además, la cultura, las religiones y los mitos han colocado a la mujer en un plano de absoluta inferioridad. Desde el Génesis hasta la Torá judía, pasando por Pablo de Tarso, el Corán e incluso los filósofos del XIX y XX, cuyo paradigma podemos encontrar en Schopenhauer, se han empleado ríos de tinta en demostrar la poquedad de la mujer, su debilidad mental y su dependencia del sexo “fuerte”. Estas indefensas mujeres tienen que enfrentarse con una realidad incuestionable: el varón, ser superior, siente unos impulsos eróticos que no puede controlar quedando las mujeres encargadas de defender su honor. Si tiene lugar una violación, o bien ella es la inductora o ha consentido, o había suavizado las barreras de protección. 88
Así el varón queda disculpado y la mujer culpabilizada. Tampoco podemos despreciar la iconografía religiosa que seguramente hemos internalizado sin darnos cuenta: • Evas, pecadoras, arrastrando al resto del género humano al caos. • Magdalenas arrepentidas a los pies de un hombre que nos salva. • Judits fuertes y violentas que matamos a los enemigos, los hombres. • Reinas decorativas o presidentas que utilizan el poder como venganza. • Prostitutas viciosas que les gusta venderse a los instintos del macho. • Trabajadoras rebeldes que exigen con autoridad sus derechos en lugar de aceptar sumisamente lo que “el jefe” les quiere regalar. 7. A MODO DE CONCLUSIÓN Ante todas estas agresiones violentas que sufrimos las mujeres merecería la pena intentar dar una respuesta eficaz. Al menos podemos empezar por estas: más denuncias, más información, más recursos, más formación, un grito y una petición. Empezaré por esta última: quiero y pido que el hecho de ser mujer se considere patrimonio de la humanidad (al mismo nivel que los budas de Afganistán o las muchas ciudades y lugares de nuestro planeta) debido al riesgo que supone la pertenencia a éste género femenino. Más denuncias: no solamente del secretismo que envuelve muchísimas veces la violencia sexual, sino sobre todo de la mentalidad que estimula la libertad sexual para los hombres, confundiendo a veces las relaciones eróticas con las agresiones, mientras que no sólo se niega esa libertad a las mujeres, sino que las acusa y las degrada si osan hacer un uso similar de la 89
misma. A partir de la entrada en vigor de la Ley Integral contra la violencia de género en enero de este año, la sociedad está más concienciada con el lema “TOLERANCIA 0”, pero cuando el agresor que puede ejercer acoso moral y no físico es un vecino o un hermano parece que se nos olvida. Más información: acerca de los derechos y recursos disponibles, así como sobre la forma en que han de comportarse las mujeres ante una agresión. Un aprendizaje desde la escuela en la no violencia y en el respeto a la dignidad del semejante es un buen camino que podemos practicar ya. Más recursos y más formación: siempre son necesarios sobre todo si se utilizan en la formación de las personas que reciben la información de las agresiones (cursos de jueces: no asistió ninguno, sólo secretarios de juzgado). La Ley de Ayudas a Víctimas de Delitos Violentos sigue excluyendo a las víctimas de violencia psicológica tanto de las indemnizaciones como del resto de los derechos. Y por último el grito que muchas mujeres dejaron en las calles el 8 de marzo de 2002: «SI NOSOTRAS CALLÁRAMOS GRITARÍAN LAS PIEDRAs». APÉNDICE MEMORIA FISCALÍA-VIOLENCIA DOMÉSTICA (2004) La Memoria, presentada hoy por el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, explica que el “constante” incremento detectado en los últimos años parece responder «más que al incremento real de estas conductas a una renovada decisión de las víctimas de denunciar los hechos». El número de muertes violentas consumadas ascendió de 45 a 47, habiéndose pasado de 9 asesinatos consumados en 2003 a 18 en 2004, descendiendo, por contra, de 36 a 29 el de homicidios consumados. La Memoria señala que únicamente han descendido los juicios de faltas ordinarios, un 52%, de 7.525 a 3.604, lo que se debe a la reforma que reputa como delito infracciones anteriormente constitutivas de falta. 90
El crecimiento, aún siendo “espectacular” en relación con el número de diligencias previas, que casi se ha duplicado (aumentan en un 90%, de 12.132 a 23.073) es especialmente significativo tanto en relación con los procedimientos abreviados, que se incrementan en un 326,6 por ciento (de 1.396 a 5.956), como en el caso de las diligencias urgentes de juicio rápido que crecen en un 564%, de 3.659 a 24.328. La Memoria reconoce que es “especialmente preocupante” la elevación observada en relación con el número de procedimientos seguidos por sumario –que experimentaron un incremento del 72%, de 61 a 105- y jurado– del 55%, de 29 a 45–. También se observa un incremento del 17,9% en el número de expedientes abiertos contra menores de edad por conductas de maltrato dirigidas de ordinario contra los propios progenitores al pasar de 145 a 171; así como un aumento del 47% de los juicios inmediatos de faltas al pasar de 5.669 a 8.349. El 86,8% de las víctimas son mujeres (52.093), mientras que respecto al sexo del agresor, en un 88,9% fueron hombres (52.064), según relata la Memoria, que hace hincapié en que aunque bajaron las agresiones entre cónyuges o ex cónyuges han subido las que tienen lugar entre quienes son o han sido parejas de hecho. Pese a ello, el año pasado se detectó un ligero descenso, del 88,6 al 86,8%, en el número de casos en que la mujer ha aparecido como víctima y un repunte, del 8,7 al 11,1%, en los casos en que ha sido agresora. Respecto al análisis de la edad de las víctimas el resultado es similar al de ejercicios anteriores y así el 52% (22.047) se sitúa entre 31 y 50 años; el 30,9 (13.082) entre 18 y 30; un 3,4 son menores de 18 años (1.445) y un 13,7 mayores de 50 (5.816). En cuanto a los agresores, un 57,2% (21.099) está comprendido entre 31 y 50 años y un 28,8 (10.609) entre 18 y 30, según recoge la Memoria, que explica que en 2004 se registraron 4.576 retiradas de denuncias de las víctimas, 1.837 más que en 2003. La Fiscalía General destaca el alto porcentaje de sentencias condenatorias, tanto en juicios por delito (77,5%), como por falta (65,9%), lo que representa un 73 por ciento de sentencias condenatorias sobre el total de 15.011 sentencias dictadas por delito y falta durante 2004. La FGE se suma a la «preocupación del resto de los poderes públicos» por encontrar un marco jurídico adecuado para la 91
persecución de este tipo de delitos y, en consecuencia, señala que la iniciativa plasmada en el Anteproyecto de Ley Orgánica Integral de Medidas contra la violencia ejercida sobre la mujer “no puede merecer sino el reconocimiento expreso de su oportunidad y acierto”. '(181&,$63250$/2675$726352'8&,'26325/$3$5(-$ 2(;3$5(-$6(*Ò15(/$&,Ï1&21(//$$8725$
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