Jean-Pierre Garnier: un sociólogo urbano a contracorriente 9788498887587


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Jean-Pierre Garnier: un sociólogo urbano a contracorriente
 9788498887587

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Rosa Tello (ed.)

JEAN-PIERRE GARNIER UN SOCIÓLOGO URBANO A CONTRACORRIENTE

Icaria   Espacios críticos

Este libro ha sido impreso en papel 100 % Amigo de los bosques, proveniente de bosques sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorin Free), para colaborar en una gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.

Diseño de la cubierta: Adriana Fabregas Imagen de la cubierta: Imagen de la Cité des 4000 en La Courneuve (periferia de París) a partir de una fotografía de Julien Muguet

© RosaTello © Jean-PierreGarnier ©

De esta edición Icaria editorial, s. a. Are de Sant Cristofol, 11-23

08003 Barcelona icariaeditorial. com

www.

ISBN: 978-84-9888-758-7 Depósito legal: B 25275-2016 Primera edición: enero de 2017 Fotocomposición: TextGrafic Impreso en Romanya/Valls, s. a. Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)

Printed in Spain. Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial

ÍNDICE

Introducción, Rosa Tello  7

I. Entre la crítica y la provocación: un recorrido por la vida y la obra de Jean-Pierre Garnier, Rosa Tello  15 Urbanista, geógrafo, sociólogo, filósofo   21 Jean-Pierre Garnier lefebvriano  29 Difusor del pensamiento crítico-heterodoxo  32 París, su ciudad  37

II. Conversando con Jean-Pierre Garnier: debates y combates, Rosa Tello  45 III. Antología de textos  75 Una ciudad, una revolución: La Habana. De lo urbano a lo político, Jean-Pierre Garnier  75 Ciudades nuevas o periferias organizadas, Jean-Pierre Garnier  88 El trasfondo de los mapas, Jean-Pierre Garnier  105 La crítica radical, ¿tiene todavía derecho de admisión?, Jean-Pierre Garnier  124 Una violencia eminentemente contemporánea. El espacio público urbano como escena «post-histórica», Jean-Pierre Garnier  151

La «sociedad del riesgo»: ¿un miedo que tranquiliza?, Jean-Pierre Garnier  172 El espacio urbano, el Estado y la pequeña burguesía intelectual: la radicalidad crítica en cuestión, Jean-Pierre Garnier  189

IV. Texto inédito  203

La reapropiación colectiva del espacio urbano: entre activismo y teoricismo, Jean-Pierre Garnier  203

V. Jean-Pierre Garnier, una voz a contracorriente, Rosa Tello  227 Crítica al urbanismo capitalista y el derecho a la ciudad   229 El papel de clase de los intelectuales y los expertos político-sociales de izquierda  235 El poder de la palabra: neolengua, conceptos, nociones   240 Olvidos u omisiones implícitas en el discurso   245

Selección de la bibliografía de Jean-Pierre Garnier, Rosa Tello  251

INTRODUCCIÓN Rosa Tello

Como en los demás libros de esta colección, en este se pretende dar a conocer el pensamiento de uno de los críticos más implacables al urbanismo capitalista y su correspondiente ideología. Desde que en 1976 se publicó «Planificación urbana y neocapitalismo» en el cuaderno número 6 de la recién creada GeoCrítica, pocas veces se han publicado en castellano las obras del sociólogo urbano francés Jean-Pierre Garnier. Habrá que esperar a 2006 para que se publiquen un conjunto de artículos de este prolífico intelectual, demoledor con la ideología que se desprende de las políticas y prácticas socio-urbanísticas del Estado. La influencia del opúsculo «Planificación urbana y neocapitalismo» en la formación del pensamiento crítico de los geógrafos licenciados por la Universidad de Barcelona ha alcanzado varias generaciones, al punto que todavía hoy esta pequeña obra forma parte de lecturas obligatorias de algunas asignaturas de los estudios en Geografía de dicha universidad. Ampliar el espectro crítico sobre el urbanismo, su ideología y sus acciones parece algo indispensable hoy, sobre todo después que las ensalzadas políticas urbanas no solo de Barcelona, sino de muchas otras ciudades, han dado como resultado una división social y espacial mucho más profunda de lo que cabe esperar de los discursos urbanísticos oficiales. En Barcelona, desde los años ochenta pocas voces se han levantado contra el discurso urbanístico-político que justifica7

ba el emprendimiento de las reformas urbanas orientadas hacia la construcción de una ciudad espectacular para atraer capital y consumo foráneos (especulación inmobiliaria y turismo). Pocas voces cuestionaron el cacareado e internacionalizado «modelo Barcelona». Las voces disidentes fueron silenciadas e invisibilizadas, especialmente en el último decenio del siglo pasado. La mayoría de intelectuales, incluso de aquellos que cabía esperar críticos, se adhirieron al discurso dominante. Solo recientemente, cuando es demasiado evidente el desastre socio-espacial que nos dejaron aquellos años de aquiescencia, aparece con fuerza un movimiento social con un discurso y prácticas críticas al urbanismo neoliberal que ha impregnado las políticas públicas de la ciudad. Parece, pues, oportuno dar a conocer la voz de un inconformista inveterado que no ha ahorrado críticas a la ideología y a los ideólogos de las políticas públicas de los gobiernos supuestos de «izquierdas» que desde los años ochenta han ido explanando el camino al capitalismo neoliberal, palpable en casi todas las ciudades del mundo. Una voz que no solo es implacable con la forma neoliberal del capitalismo, sino que, a través de los análisis de los discursos urbanísticos, del de sus ideólogos y de las críticas a las prácticas derivadas de las políticas públicas, ahonda en el análisis del urbanismo capitalista para mostrar cómo sus estratagemas consiguen mantener la relación de clase entre dominadores y dominados. Su voz se alza intolerante y demoledora contra la difusión, uso y aplicación de conceptos como derecho a la ciudad, participación, sostenibilidad… que tergiversan su sentido originario. Su palabra es cáustica hacia los académicos que, aun teniendo un pensamiento crítico sobre el urbanismo y el sistema capitalista que lo alimenta, están en sus torres de marfil, alejados de los movimientos sociales que se resisten a las agresiones del sistema y se debaten para conseguir una nueva sociedad. 8

Con este libro se quiere dar visibilidad a una voz intolerante, ácida y crítica hacia las trampas ideológicas de las políticas urbanas y del urbanismo que ponen en funcionamiento los intelectuales de lo urbano cómplices del Estado, ejecutor del urbanismo capitalista en todos sus aspectos. Al mismo tiempo se quiere dar una visión de la evolución de su pensamiento que, aun permaneciendo crítico y fiel a la ideología marxiana y lefebvriana en que se formó, se ha ido transformando sucesivamente hacia una crítica del pensamiento crítico dominante de la llamada ideología de izquierdas. La evolución de su propio pensamiento y de las temáticas que plantea da cuenta también de la trasformación del discurso intelectual de izquierdas dominante, en la medida en que sus escritos se van centrando en cuestionar, desde un punto de vista marxiano y de clase, dicho discurso. Con este fin se ha seleccionado una serie escritos —capítulos de libro y artículos aparecidos en prestigiosas revistas científicas de ciencias sociales como Espaces et Sociétés o en publicaciones de ideología libertaria como Réfractions— que, creemos, muestran los rasgos dominantes del pensamiento crítico de Jean-Pierre Garnier en relación con la sociedad y los espacios urbanos. La mayor parte de los artículos que se han seleccionado plantean, avant la lettre y de forma crítica, temáticas de fondo que solo bastante más tarde se generalizarán como cuestiones fundamentales que afrontar tanto en el ámbito intelectual como en el socio-político. Indirectamente se plantean cuestiones como el nexo entre experiencia e investigación, la falta de neutralidad de las representaciones cartográficas, la producción política del miedo, o la advertencia de que si el discurso crítico radical no va acompañado de acción, cae en saco roto. Sin embargo, a pesar de que la temática es diversa, en todos los artículos se percibe netamente un hilo conductor que, como el estilo de un músico o un pintor, marca la obra de este artista de la crítica político-social. Su música es 9

el análisis del papel de clase de la pequeña burguesía intelectual en el mantenimiento del sistema de dominación de una clase minoritaria detentora del poder y del capital sobre las clases populares. El primer artículo, escrito en 1973, corresponde a la introducción de su primer libro, Une ville, une révolution: La Havane. De l’urbain au politique, derivado de su primera tesis doctoral. Evidentemente, una introducción no es el núcleo central de un libro, pero en este caso su interés radica en el enfoque ideológico del que parte y las cuestiones metodológicas que plantea. Tanto la manera de dirimir los puntos de partida ideológicos como los metodológicos tienen interés en cuanto que enlazan ideología, metodología y la experiencia personal de vivir en una sociedad, la cubana, que se estaba transformando después de un profundo cambio de sistema político-económico. El artículo «Ciudades nuevas o periferias organizadas» [«Villes nouvelles ou banlieues organisées»], escrito en 1974, se centra en el cuestionamiento de las políticas de desarrollo territorial francés de los años setenta que en realidad polarizan el territorio en torno a la capital a pesar de que el discurso público dice todo lo contrario. Resalta cómo esta política territorial está orientada a reforzar las regiones urbanas más próximas a los potentes polos económicos de los países vecinos para que sean más competitivas a escala internacional. Desentraña al mismo tiempo cómo el nuevo modelo de urbanización, producción masiva de vivienda articulada en torno a centralidades secundarias —ciudades nuevas—, es una forma de urbanización controlada para garantizar un mercado laboral suficientemente amplio a las nuevas instalaciones industriales. De hecho, este artículo es como un preludio a escala territorial de la futura crítica de las políticas urbanas neoliberales basadas en la producción de ciudades competitivas. El tercer texto, «El trasfondo de los mapas» [«Le dessous des cartes»] (1991), es un capítulo de un libro colectivo sobre 10

geografía y contestación. Este artículo cuestiona que las representaciones cartográficas sean neutras, que no impongan una imagen de la realidad sesgada por la ambigüedad de las cifras que la alimentan. Cuestiona también la neutralidad de la ciencia y la subyugación de la investigación a los intereses de quien la financia. En el título del artículo «La crítica radical ¿tiene todavía derecho de admisión?» [«La critique radicale a-t-elle encore droit de cité?»], escrito en el año 2001, Jean-Pierre Garnier pone en práctica su diversión preferida: el juego de palabras. Juega con droit de cité y droit à la ville, respectivamente «derecho de admisión» y «derecho a la ciudad», conceptos que nada tienen que ver entre sí, pero que utiliza irónicamente para referirse a que los intelectuales críticos, fieles todavía al concepto lefebvriano, están mal vistos y casi expulsados de los círculos intelectuales de la izquierda oficial. Bajo este punto de vista, parte de que la mayoría de los profesionales de las ciencias sociales aceptan como verdad universal que el capitalismo es el único sistema posible y a partir de esto desarrollan su discurso con nuevos conceptos que de algún modo contribuyen a crear consenso social y en consecuencia a perpetuar el sistema de dominación. Y no solo procede a un análisis crítico de la ideología, sino también de la metodología como instrumento ideológico que refuerza las posturas tendentes a perpetuar el control y el conformismo social. El artículo «Una violencia eminentemente contemporánea. El espacio público urbano como escena ‘post-histórica’» [«Une violence éminemment contemporaine. L’espace public urbain comme scène ‘post-historique’»], publicado en 2007, es una reflexión de cómo desde las ciencias sociales se valora y analiza la violencia urbana de los jóvenes marginados en los suburbios de las grandes ciudades. Trata de cómo los discursos sociológico y político, en lugar de afrontar los problemas reales derivados de la falta de perspectivas sociales y económicas de los jóvenes de 11

barrios marginados que usan la calle para expresar violentamente su malestar, enfatizan más la inseguridad para conseguir apaciguar una sociedad que al mismo tiempo está siendo violentada por el capital a causa de la desarticulación de las relaciones de fuerza entre dominadores y dominados. «La ‘sociedad del riesgo’: ¿un miedo que tranquiliza?» [«La ‘société du risque’: une peur qui rassure?»], escrito en 2007, trata sobre cómo los gobiernos de las sociedades llamadas democráticas producen sutilmente el miedo a través del discurso, entre otros, sobre el riesgo. Se articulan los argumentos para valorar este discurso en torno a tres conceptos ampliamente difundidos y vulgarizados: el riesgo y su prevención, la sostenibilidad y el desarrollo sostenible y la intranquilidad social y la seguridad ciudadana. Analiza finamente cómo los argumentos tecno-científicos en torno a la producción del riesgo y su prevención, interconectados con los del desarrollo sostenible, son condición necesaria para convencer a la sociedad de sus responsabilidades medioambientales y de ahí su compromiso con este futuro desarrollo. La incertidumbre intrínseca que conllevan ambas argumentaciones tiende a desencadenar la inseguridad social, agravada por el incremento de la violencia urbana o de las violentas acciones «terroristas», que necesariamente requiere prevención e intervención del Estado. En la argumentación de fondo del artículo se aprecia claramente al Estado como el principal agente productor de miedo. «El espacio urbano, el Estado y la pequeña burguesía intelectual: la radicalidad crítica en cuestión» [«L’espace urbain, l’État et la petite bourgeoisie intellectuelle: la radicalité critique en question»], escrito en 2012, trata de la difícil cuestión de cómo llegar al cambio de sociedad a través de la acción, si el pensamiento crítico permanece encerrado en el ámbito de académico. A partir de ahí, a la luz de los planteamientos de Henri Lefebvre, se plantea una vez más el papel de la clase y la responsabilidad de los intelectuales críticos, incluidos los 12

lefebvrianos, en la perpetuación del sistema de dominación. Valora el cómo y el porqué algunas movilizaciones urbanas recientes no han ido más allá de ser protestas simbólicas, que no han logrado implicar profundamente a la clase dominada ni ha hecho mella en el sistema de dominación. El artículo inédito «La reapropiación colectiva del espacio urbano: entre activismo y teoricismo» trata de los movimientos sociales que han empezado con una larga ocupación de espacios públicos. Por una parte, desde el punto de vista teórico, considera que se han puesto excesivas ilusiones en la apropiación real del espacio público, puesto que detrás de las ocupaciones no ha habido ni programas ni objetivos que apuntaran hacia el cambio de sistema. Por otra parte, centrándose en el reciente movimiento francés Nuit Debout, muestra cómo su organización no ha logrado extenderlo más allá de los espacios públicos centrales y sus líderes o portavoces han orientado el movimiento hacia una forma de protesta más que hacia un cambio social. El estilo literario de Jean-Pierre Garnier está repleto de juegos de palabras, de guiños y sobrentendidos que se refieren tanto a la actualidad socio-política del momento que están escritos como a la producción intelectual en el área de las ciencias sociales en Francia principalmente. Las abundantes precisiones y aclaraciones que reafirman sus puntos de vista dan lugar a largas frases que muestran al mismo tiempo sus convicciones y sus amplios conocimientos. Hay que advertir además que sus textos están plagados de palabras entrecomilladas que señalan al lector de que se trata de un concepto criticable en cuanto al significado y el uso, o a veces las utiliza para resaltar la intención irónica. Al traducir no ha sido fácil mantener la riqueza, la precisión, la ironía implícita o el juego de palabras que impregnan los textos. Cuando hemos creído que la traducción quizá podía mermar el sentido del texto, hemos tenido que recurrir a la 13

aquiescencia del autor, muy buen conocedor del español, para garantizar la correcta translación de un idioma a otro. Quizás en algunos casos el texto resultante pierda la brillantez original, pero en todo caso la responsabilidad es nuestra. Los frecuentes contactos con Jean-Pierre Garnier a propósito de la elaboración del libro nos han permitido entablar, o más bien continuar, un intenso e interesante debate sobre el espacio urbano, sobre sus actores, cómo y a quién corresponde cambiarlo, sin encontrar respuestas porque, hemos concluido, no nos corresponde a nosotros los intelectuales darlas, sino a la acción colectiva de quienes están implicados en la lucha por la transformación de la ciudad y la sociedad. En este libro, pues, no se encontrarán soluciones a los problemas sociales y urbanos que nos ha traído el largo devenir del capital, sino preguntas, muchos interrogantes y profundas reflexiones sobre la problemática urbana en sus aspectos teóricos y prácticos, sobre los distintos actores, sobre sus papeles en la reproducción de la relaciones de dominación. No, no hay respuestas, solo una profunda reflexión. El devenir social es impredecible.

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l.

ENTRE LA CRÍTICA Y LA PROVOCACIÓN: UN RECORRIDO POR LA VIDA Y LA OBRA DE JEAN-PIERRE GARNIER

Rosa Tello

Como después de la lluvia corre el agua desbordada, así fluye el torrente de palabras e ideas de Jean-Pierre Garnier. Fiel a sí mismo, a sus ideas e ideales, Jean-Pierre Garnier ha reali­ zado desde que lo conocí, a inicios de los años setenta, una sistemática crítica a la urbanización capitalista de la ciudad y, sobre todo, a la ideología urbanística en que se ha basado el capital para «racionalizar» el territorio, en particular las áreas metropolitanas. Ha resaltado el papel que ha realizado y reali­ za la clase media intelectual en los procesos políticos de orga­ nización y polarización de los territorios. Y ha desmenuzado implacablemente los conceptos que la mencionada clase crea para construir un discurso urbanístico que justifica las accio­ nes público/privadas sobre el espacio, sobre la producción del espacio urbano. Su sistemática crítica al «pensamiento único o, más exacta­ mente, al pensamiento unánime» sobre lo socio-urbano y sus prácticas nos influyó a mí y a otros geógrafos de mi generación cuando, invitado por Horacio Capel, estuvo en la Universidad de Barcelona en 1 973 para darnos un curso sobre el urbanis­ mo en Francia. En la España de aquellos momentos, el planea­ miento urbano realizado por profesionales «progresistas» se nos presentaba como tabla de salvación ante los desmanes de la especulación urbana de la dictadura franquista. Sin embar­ go, el análisis crítico que hacía Jean-Pierre Garnier del orde­ namiento territorial y del planeamiento urbano en Francia nos

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puso en evidencia que el urbanismo era un instrumento del poder político instituido. Su crítica se sustentaba, y se sustenta todavía hoy, en la obra de Henri Lefebvre. Así, de la mano de Jean-Pierre Garnier conocimos el pensamiento lefebvriano sobre lo urbano. No solo en las clases, o mejor dicho en el seminario que nos impartió, se debatía incansablemente, sino que las discu­ siones se prolongaban hasta altas horas de la noche en casa de alguien para seguir ernbebiéndonos del pensamiento crítico que, a esas horas, ya abarcaba al sistema político, y de las posi­ bilidades de transformarlo revolucionariarnente. Según nos cuenta, su visión política del mundo, su posi­ ción crítica hacia las instituciones y el pensamiento dominante viene de lejos, de muy lej os, de cuando era niño. Su padre, de formación e ideas anarquistas, con la intención de transmitir­ le una visión crítica de la sociedad, le mostraba lo j ocoso de las ceremonias civiles (desfiles o actos electorales) y religiosas (misas o procesiones). Así, desde muy j oven consideró los ac­ tos públicos institucionales corno algo no serio, una comedia, algo no respetable: un crítico de la sociedad del espectáculo avant la lettre. Ahora sigue siendo crítico de la sociedad del espectáculo, pero espectacularizando su propio discurso con provocaciones verbales y escritas. Sus libros, sus artículos, sus opiniones, expresadas en entrevistas o blogs, están siempre en el filo entre la crítica y la provocación. Desde que nació el 30 de agosto de 1 940 hasta finalizar sus estudios de enseñanza secundaria vivió en Le Mans, en aquella época una pequeña ciudad conservadora recién ocupada por el ejército alemán, situada en la región del Loira. Allí, cuan­ do realizaba los estudios de secundaria, tuvo la gran suerte de encontrar profeso res de francés, historia y sobre todo de filosofía que le enseñaron a estructurar su espíritu crítico y a desarrollarlo de manera argumentada. Esto lo inclinó más hacia las humanidades que a las ciencias. Su buena preparación 16

y buenos resultados en los estudios le permitieron entrar en el selecto y selectivo Lycée Henri IV de la capital francesa, un centro de excelencia que preparaba, y todavía hoy lo hace, a los mejores estudiantes de Francia para entrar en la también selectiva É cole Normale Supérieure de París. Rondaba el año 1 957-58; Francia estaba en plena guerra contra la independencia de Argelia y en París se concentra­ ban los movimientos de solidaridad con el pueblo argelino. Jean-Pierre Garnier, por supuesto, se comprometió con la lucha anticolonial, de modo que sus estudios y su actividad política se le mezclaron. Dominaron sus actividades políti­ cas por encima de la disciplina de estudio. Por otra parte, la orientación curricular que ofrecía la Grande É cole no le estimulaba intelectualmente, por lo que declinó prepararse para pasar el examen de entrada a la É cole Normale de París, pero obtuvo el título de «certificado de estudios literarios ge­ nerales», ya extinguido, con el que pudo entrar en la vida uni­ versitaria matriculándose en la licenciatura de inglés. No fue muy buen alumno porque las actividades extrauniversitarias, el cine, el teatro, la música, los viaj es, la política o las muj eres (siempre ha sido un gran seductor, en todos los sentidos), le resultaron mucho más interesantes que los estudios. Se dedi­ có sobre todo a ayudar activamente a los resistentes argelinos que estaban en Francia. La amenaza paterna de enviarlo a trabaj ar a una fábrica, si no tomaba en serio los estudios, junto a su implicación en los movimientos políticos del momento, lo decidieron a ini­ ciar la licenciatura en ciencias políticas en el Institut d' É tudes Politiques de París porque el ambiente del Instituto era de iz­ quierdas y muchos estudiantes estaban comprometidos con la resistencia argelina; todos ansiaban la paz, temían que los man­ daran a combatir a Argelia. Acabó los estudios poco después de haberse firmado la paz, en 1 963, sin decantarse por ninguna especialización pro-

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fesional, pero en aquel período conocido como «de los 30 glo­ riosos» había muchas posibilidades de escoger. La posibilidad se presentó gracias al profesor del lnstitut d' É tudes Politiques Louis Chevalier, autor del famoso libro Classes laborieuses et classes dangereuses ( 1 958), con quien había debatido intensa­ mente en sus seminarios. Al terminar la carrera, le propuso entrar a trabajar en el lnstitut d'Urbanisme de la Région de Paris diciéndole: Usted escribe bien y esto es suficiente para entrar a tra­ bajar en el Instituto de Urbanismo. Está bien pagado. No hace falta ser un genio para trabajar en urbanismo. Usted aprenderá fácilmente lo esencial y durante su tiempo libre podrá hacer lo que le gusta, escribir artículos o libros sobre temas artísticos o políticos . . . A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta no se enseñaba urbanismo en el lnstitut d' É tudes Politiques. El lnstitut d' Aménagement et d'Urbanisme de la Région Parisienne (IAURP), dirigido por Paul Delouvrier, delegado de Gobierno del Distrito de la Región de París nombrado direc­ tamente por De Gaulle (Debré, Delouvrier y Hirsch, 2003), estaba elaborando el Schéma Directeur d' Aménagement et d'Urbanisme de la Région de Paris (SDAURP). El director del departamento de programación del Instituto tuvo que explicar a Jean-Pierre Garnier en qué consistía el urbanismo y cuál se­ ría su tarea: El urbanismo y el ordenamiento urbano requieren un pen­ samiento tecnocrático y burocrático que se asimila rápida­ mente. Usted solo tiene que reescribir y sintetizar los tex­ tos de los arquitectos. Los arquitectos escriben muy mal y estarán muy contentos de que alguien escriba por ellos. Al mismo tiempo, usted aprenderá urbanismo. Ponga estos 18

planos y estos textos en buen francés, agradable y seduc­ tor, sobre todo para los periodistas. Ese fue el inicio de su aprendizaje del urbanismo. De modo que la redacción final del famoso SDAURP, ese modelo de planeamiento urbano que cuando estudiábamos era uno de nuestros referentes, se debe a un aprendiz de urbanista. La visión crítica del urbanismo se le presentó en el ejercicio de sus cualidades literarias cuando, una vez finalizada la redac­ ción del mencionado Plan Director, el Instituto de Urbanismo lo envió a trabajar al Conseil d'Administration du District de la Région de París. Su trabajo consistía en ayudar al consejero/ ponente de dicho organismo, Roland Nungesser, a redactar el dictamen del Consejo sobre el Plan Director de la Región de París (Nungesser, 1964). Este, con la intención de conseguir su promoción política, pidió a Jean-Pierre Garnier un informe crítico sobre el Plan que él mismo había estructurado y redac­ tado. Según nos cuenta, lo analizó críticamente aplicando de manera velada la crítica marxiana, es decir, poniendo de relie­ ve cómo los objetivos del Plan Director solo eran propaganda ideológica y cómo las propuestas concretas de transformación territorial respondían a las nece­ sidades y expectativas del capital para modernizar las estructu­ ras territoriales. Esta crítica dio los resultados que esperaba el Consejero: fue nombrado secre­ tario de Estado de Vivienda. Por experiencia propia, Jean-Pierre Garnier empezó a vislumbrar claramente cómo los intelectua­ les al servicio de la política eran el instrumento de la burguesía En Cuba en mayo de 1968 (foto para ejercer su poder. El flamanced ida por Jean-Pierre Garnier). 19

te secretario de Estado de la Vivienda le propuso formar parte de su gabinete porque «usted es muy eficaz». Jean-Pierre Gamier rechazó la oferta pretextando divergencias políticas, porque en aquel entonces militaba en la organización trotskista Juventud Comunista Revolucionaria. Y aquí llegó la lección: «Si usted es de izquierdas, no importa. A los 40 años, muchos socialistas se han vuelto conservadores. Usted no está obligado a esperar tan­ to tiempo». Tenía 25 años. A esta edad vivía la contradicción de ser (o eso creía) un revolucionario trotskista y trabajar para organismos políticos de un Estado de derechas. Como ya había adquirido suficiente conocimiento en el campo profesional del urbanismo, decidió ir a trabajar al Instituto de Planificación Física (IPF) de Cuba para resolver esta contradicción: al menos allí había un Estado de izquierdas y además revolucionario, o eso creía. Durante unas vacaciones en Cuba aprovechó para establecer contactos con el equipo de redacción del Plan Director de La Habana y para solicitar trabajo en este organismo. En 1 967 obtuvo el permiso para trabajar allá y se integró en el equipo del Plan Director de La Habana. Permaneció allí cinco años. En 1 97 1 fue expulsado por contrarrevolucionario. ¡ Ironías de la vida! Así que Jean-Pierre Garnier no vivió en París la experien­ cia de mayo de 1 968 y eso le permitió después tener un dis­ tanciamiento crítico sobre esta «revolución». Según él, Mayo del 68 no fue ninguna revolución, sino una insurrección de neo-pequeños burgueses frustrados, porque su creciente peso (demográfico, económico, institucional, cultural) como clase no se traducía en un peso político equivalente; por esto su re­ belión contra el gobierno se convirtió en una disparatada opo­ sición contra el régimen de la V República y contra el capita­ lismo. Esta opinión, que siempre ha defendido, 1 le ha valido l. •Los neo-pequeño burgueses radicales de mayo del 68 formaban una clase de frustados que veían cómo se les escapaban sus oportunidades,. (Lémi, 2010).

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los calificativos de purista, provocador, ayatolá . . . de muchos de los protagonistas de aquel movimiento, entre ellos Daniel Cohn-Bendit; calificativos, sobre todo el de provocador, que ha asumido y cultivado durante toda su vida como signo de identidad. En Cuba tuvo la oportunidad de conocer a distintos urba­ nistas franceses y profesores universitarios, muchos de ellos afiliados o afines al Partido Comunista Francés, que viajaban allí para conocer en directo la planificación urbana de un país revolucionario. Los colegas cubanos los remitían ajean-Pierre Garnier para que les hiciera las oportunas explicaciones. Luego, estos contactos le fueron útiles para encontrar trabajo cuando regresó a Francia en 1 97 1 . Cuando llegó, encontró dos opor­ tunidades para escoger profesión y empleo: una, como técnico en el Instituto de Urbanismo de Grenoble, a través de su direc­ tor; otra, como profesor universitario, a través del director del Departamento de Geografía de la Universidad de Toulouse-Le Mirail, Bernard Kayser. Se decantó por la investigación y la enseñanza. En los inicios de su carrera universitaria, entre 1 976 y 1 977, también ej erció de consejero técnico en la Direction Départementale de l' É quipement de Seine-Maritime para la elaboración del Schéma d'Aménagement du Littoral.

Urbanista, geógrafo, sociólogo, filósofo

Mientras enseñó sociología urbana en la licenciatura de Geografía como profesor asociado en la Universidad de Toulouse-Le Mirail, entre 1 971 y 1 974, realizó su primera tesis en sociología: Une ville, une révolution: La Havane. De l'urbain au politique

que, dirigida por Raymond Ledrut (Ledrut, 1 968) y publicada rápidamente en Anthropos en 1 973 (Garnier, 1 973). Esta con­ sistió en una crítica de la planificación urbana de Cuba a través del estudio de la evolución de la política urbana llevada a cabo 21

para transformar La Habana, que le sirvió para demostrar que el régimen castrista no era socialista. Fue en esta época cuando, a través de una Acción Integrada entre su universidad y la de Barcelona, realizó una estancia de tres meses en el Departamento de Geografía de la entonces Facultad de Filosofía y Letras. Ahí empezó su larga amistad con Horacio Capel y también el lar­ go debate intelectual que han sostenido acerca de lo urbano. Un debate que todavía hoy sigue en pie, tal como lo prueban numerosos artículos publicados en Geo-Critica desde 1 976, en especial, el de «Treinta objeciones a Horacio Capel» (Gamier, 201 l b). Con el título de doctor, Jean-Pierre Gamier ya podía ac­ ceder a un puesto de encargado de curso que no se lo ofre­ ció la Universidad de Toulouse-Le Mirail por desavenencias políticas con el director del Departamento de Geografía. En cambio, sí le ofrecieron la oportunidad de enseñar sociología urbana sus colegas de la Universidad de París, a inicios del curso 1 9 75-76. En 1 977 entró a formar parte de la plantilla de profesores de la É cole Spéciale d' Architecture en París, donde permaneció hasta 2005. Por supuesto, su enseñanza ha con­ sistido siempre en una visión crítica de la urbanización, del urbanismo y de las políticas urbanas capitalistas y sus conse­ cuencias socio-políticas. En la Universidad de París realizó su segunda tesis. U na tesis doble sobre política urbana; una tesis a cuatro manos redactada conjuntamente con su amigo Denis Goldschmidt (ya fallecido) y dirigida por Pierre Di Meglio. Formalmente presentaron una tesis cada uno en el Departamento de Urbanismo de la Universidad de París-Este Créteil, en 1 977. Evidentemente, el enfoque de la tesis era abiertamente mar­ xiano. Examinaban los distintos aspectos del cambio de rum­ bo de la política urbana durante los años setenta en base al análisis de la evolución de la relaciones de clase en Francia desde la postguerra. La tesis se había dividido formalmen-

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te en dos. En una se explicaba por qué y cómo el gobier­ no de derechas francés empezó a usar los valores, ideales y reivindicaciones de la pequeña burguesía intelectual sobre lo urbano, para lanzar una nueva política urbana, no solo en los ámbitos urbanístico y arquitectónico sino también en el cultural, el institucional y el social. En la otra, estudiando la sucesiva incorporación de miembros de la mencionada clase en las instituciones públicas locales y cómo esta las utiliza­ ba, trataron de demostrar que la conquista electoral de los ayuntamientos y la creación de asociaciones de vecinos vin­ culadas a las luchas urbanas eran parte de la estrategia de la clase burguesa dominante para controlar el poder local en el conjunto del país. Una estrategia del poder que reflej aba la división de las tareas de dominación de la burguesía: a escala nacional, se estimulaba a las formaciones políticas de dere­ chas y, a escala local, se impulsaba paulatinamente a las for­ maciones políticas de izquierdas. A escala local, la pequeña burguesía intelectual ej ercía un papel fundamental para « no cambiar de sociedad sino cambiar la sociedad » . Con esta do­ ble tesis, que se publicó en dos libros, La comédie urbaine ou La Cité sans classes y Le socialisme a visage urbain. Essai sur la local-démocratie, Garnier y Goldschmidt ( 1 977, 1 978) demostraron que la burguesía había utilizado a la pequeña burguesía intelectual francesa «como soporte de Estado» -según expresión de Henri Lefebvre-, como aliada de clase para renovar la política urbana, integrándola a través de las elecciones y dándole la responsabilidad de la gestión de las ciudades. Esta tesis marcará el decurso del pensamiento de Jean-Pierre Garnier basado en el papel neutralizador de la clase media intelectual como productora de ideología para mitigar la fuerza de los movimientos sociales urbanos . Jean-Pierre Garnier ha dejado de lado la crítica intelectual a la ideología conservadora. Siempre ha pensado que el pensa­ miento y las actitudes de los conservadores, o «de derechas», son

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coherentes, cualidad que no tienen los intelectuales franceses «de izquierdas». En consecuencia su crítica se ha orientado hacia las posiciones ideológicas y actitudes de la «izquierda oficial», esta izquierda que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, estaba vinculada al Partido Comunista y luego al Partido Socialista ha influido en la creación de pensamiento académico y cultural del país. Con esta crítica ha ido ganándose la enemistad de muchos intelectuales influyentes en la producción de conocimiento so­ bre el Estado y lo urbano, entre los que se encuentran Manuel Castells, Fran�ois Ascher, Alain Touraine, Michel Maffesoli, Michel Wieviorka, Fran�ois Dubet, Didier Lapeyronie, André Glucksman, y un largo etcétera. Las dos mencionadas tesis vinieron a echar leña al fuego al intenso debate que, iniciado a propósito de los plantea­ mientos de Foucault sobre el poder y el Estado, sostenía la iz­ quierda internacional sobre el papel de las clases sociales en el Estado, desde finales de los sesenta. Debate que encabezaban Nicos Poulantzas y Ralph Miliband (Miliband, 1 969, 1 970; Poulantzas, 1 968, 1 969, 1 974, 1 976) y del que Henri Lefebvre (Lefebvre, 1 976-78) no quedó ajeno. Este debate internacional se encendió y enriqueció a finales de los años setenta cuan­ do se incorporaron nuevos jóvenes intelectuales como los franceses Jean-Pierre Garnier y Denis Goldschmidt, el irlan­ dés John Holloway (Holloway y Picciotto, 1 978) o el sueco Goran Therborn ( 1 978), entre otros, dando lugar a dos puntos de vista claramente diferenciados sobre las estrategias política; para transformar el Estado y en consecuencia el sistema ca­ pitalista. Este debate enfrentaba marxianos y estructuralistas. Los primeros consideraban que el Estado es simplemente un instrumento en manos de una clase social determinada y que para transformar el sistema capitalista hay que derrocar a esta clase; los segundos consideraban que la burguesía como clase no es homogénea y está demasiado centrada en sus procesos de acumulación de capital para controlar el Estado y por ello las

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otras clases tienen posibilidades de controlarlo. Por supuesto la argumentación de Jean-Pierre Garnier estaba y está todavía dentro de la primera postura.2 Una vez más, Jean-Pierre Garnier, tuvo suerte en su profe­ sión. Cuando Jean-Pierre Chevenement fue nombrado minis­ tro de Investigación y Tecnología en 1 98 1 del gobierno presi­ dido por Fran�ois Mitterrand, convocó a Jean-Pierre Garnier para proponerle que aceptara un puesto de investigador en el Centre National de la Recherche Scientifique {CNRS) dado que, según le manifestó, no tenía ninguna posibilidad de hacer carrera como profesor universitario, a pesar de sus dos docto­ rados, debido al número de enemigos que se había ganado con sus libros y artículos. La actividad intelectual Jean-Pierre Garnier se afianzó a partir del momento en que entró a formar parte del CNRS como ingénieur de recherche en 1 982 continuando la temática iniciada con sus tesis: el papel de la clase intelectual como in­ termediaria de la clase burguesa dominante y las consecuencias de la espacialización de las políticas urbanas. Es decir, siguió cultivando enemigos, si cabe, más intensamente. En Francia, ser investigador del CNRS obliga a incorporase a algún laboratorio de investigación de alguna universidad y a participar en los proyectos que los impulsan. Como investi­ gador, pues, ha estado vinculado a distintos centros: primero . se incorporó al Laboratorio de Geografía Rural del Institut de Géographie de la Universidad de París I; en 1 985 a la Maison de la Géographie de Montpellier hasta inicios de los noven­ ta; después a la Unité de Recherche Associée de Philosophie

2. Parece que la progresiva e intensa penetración del neoliberalismo en las cs­ tructur:s del Estado y las consecuentes políticas pusieron fin a este debate a finales de los anos 80, dando la razón a los primeros. Sin embargo, las recientes conquistas de los poderes políticos locales por la «nueva izquierda• española y griega proba­ blem�nte replantearán de nuevo este debate sobre el Estado en el que Jean-Pierre Garmer, a buen seguro, se implicará.

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Politique, É conomique et Sociale de la Universidad de París X-Nanterre hasta inicios de este nuevo siglo; y finalmente, hasta su jubilación en 2007, se incorporó al lnstitut Parisien de Recherche: Architecture, Urbanistique, Société (IPRAUS) de la É cole N ationale Supérieure d 'Architecture de Paris­ B elleville. En Francia los geógrafos fueron más reacios que otros in­ telectuales -filósofos, sociólogos- a las críticas al «socialis­ mo real» y al totalitarismo. Y, aunque se desvincularan muy discretamente del Partido Comunista y tuvieran posiciones críticas, muchos permanecieron fieles a los principios de la pla­ nificación territorial de la Unión Soviética cuya experiencia y resultados aclamaba y difundía el Partido Comunista Francés (Bataillon, 2006, 2009). Así pues, las críticas de Jean-Pierre Garnier a las obras y posiciones políticas de los geógrafos con quienes colaboró, especialmente con Bernard Kayser y Roger Brunet, fueron obstáculos para su carrera profesional. Sin em­ bargo, parece que para él estos obstáculos se han convertido a lo largo de su vida más bien en estímulos que refuerzan sus convicciones políticas y la certeza de que la crítica al pensa­ miento unánime es cada vez más necesaria. Hay que tener en cuenta, no obstante, que desde el momento en que adquirió la categoría de funcionario del CNRS ya no corría riesgo algu­ no de quedarse en paro cuando sus posiciones críticas creaban conflicto en su grupo de investigación; en este caso solo tenía que cambiar de laboratorio y por tanto de universidad para se­ guir teniendo empleo que, por otra parte, siempre lo encontró a través de relaciones de compañerismo profesional y político. Con Bernard Kayser sus desavenencias fueron netamen­ te políticas. Cuando estaba en la Universidad de Toulouse-Le Mirail Jean-Pierre Garnier se había implicado con el movi­ miento estudiantil y con el de apoyo a la lucha antifranquista que en aquellos momentos tomaban un cariz bastante violento en Toulouse. Y cuando en 1 974 tenía que renovar el contrato

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como profesor ayudante, Kayser se lo negó en razón de que había sido contratado para desarrollar análisis críticos de la ur­ banización capitalista e impulsar seminarios y debates, pero no para contribuir a la agitación izquierdista de la universidad junto a los estudiantes activistas. No obstante pronto encontró trabajo en la Universidad de París a través de sus buenas rela­ ciones con colegas de allí. Con Roger Brunet las desavenencias fueron ideológicas. En 1 984 el geógrafo Roger Brunet fundó en Montpellier la Maison de la Géographie y el grupo RECLUS [Réseau d'Étude des Changements daos les Localisations et les Unités Spatiales]3 e invitó a Jean-Pierre Garnier a incorporarse en él. Su relación procedía de cuando ambos formaban parte del comité de re­ dacción de la revista crítica NON! Como es bien conocido en el campo de la geografía, Brunet basó el estudio de las relaciones entre espacio y sociedad utilizando innovadores métodos de representación cartográfica: los «coremas» (Brunet, Ferras y Théry, 1 992). Jean-Pierre Garnier pronto criticó abiertamente este enfoque (Garnier, 1988a) tanto por excesivamente tecnó­ crata y poco analítico de las relaciones de producción socio-es­ paciales, como por el abandono de la reflexión teórica y crítica de las problemáticas de la ordenación del territorio, el urba­ nismo y la política urbana que había impuesto Roger Brunet, «transformando el grupo de investigación en una agencia de estudios al servicio de los poderes instituidos, nacionales, re­ gionales o locales» según nos explica. Esta crítica le valió cierta relegación que se fue intensificando a lo largo de los casi diez años que permaneció en la Maison de la Géographie como in­ vestigador. Aunque colaboró en el Atlas des multinationales y Montpellier Europole {Garnier, 1 98 8c), la remisión casi total de su trabaj o en el grupo RECLUS le permitió escribir La deu-

. �·El grupo tenía como objetivo crear una •base de datos mundial de las loca­ hzac1ones que cambian•. 27

xieme droite (Garnier y Janover, 1986), obra que extremó las

desavenencias con Brunet. El artículo «Le dessous de cartes», que aquí hemos traducido, es una crítica al Atlas mondial des libertés4 y es asimismo una muestra del tipo de críticas que realiza Jean-Pierre Garnier cuando un intelectual, con el que ha colaborado de alguna u otra manera y con el que ha estado de acuerdo con su pensamiento crítico, cambia de enfoque y se suma al pensamiento «políticamente correcto».

En Jaisalmer (Rajastán), sobre la arena del desierto debido a una avería de autocar (1980) (foto cedida por Jean-Pierre Garnier).

En 199 1, cuando rompió definitivamente con Brunet, aprovechó sus avenencias políticas e ideológicas con el di­ rector de la Unité de Recherche Associée de Philosophie Politique, Économique et Sociale de la Universidad de París X-Nanterre, Georges Labica, para solicitarle que lo aceptara en su grupo de investigación, cosa que hizo inmediatamente (Labica, 1995). 4. Obra del equipo RECLUS dirigida por Brunet, apoyada por las asociacio­ nes Médecins sans frontieres y Reporters sans frontieres, realizada a partir de la base de datos Freedom House de la fundación americana National Endowment for Democracy y financiada con fondos del Ministerio de Asuntos Exteriores francés.

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Como investigador ha llevado su reflexión hacia las distin­ tas formas de espacialización de la dominación. Su temática se ha centrado sobre, por una parte, la política urbana [la politi­ que de ville] y la violencia urbana, especialmente en los barrios periféricos ( Garnier, 1 996a, 1 997, 2000b ) ; y, por otra, sobre cómo las intervenciones de las iniciativas público/privadas en el espacio público -en los aspectos arquitectónico, cultural, festivo y represivo- producen efectos socio-culturales sobre la cotidianeidad ciudadana (Garnier, 1 995, 2000a). En estos temas, su punto de vista ha sido especialmente crítico con el discurso dominante y con las actitudes políticas y acciones de los intelectuales de «izquierdas» que han colaborado con las instituciones públicas, especialmente con los poderes locales (Garnier y Janover, 1 994).

}can-Pierre Garnier lefebvriano

Jean-Pierre Garnier descubrió a Lefebvre estando en Cuba. Un arquitecto italiano que trabajaba con él, regresando de un viaje a Italia, le trajo El derecho a la ciudad, recién publicado.5 Ambos colaboraban en el Plan Director de La Habana, así que trataron de aplicar algunos de los criterios lefebvrianos: recha­ zo de la división funcional del espacio en zonas separadas y especializadas, promoción de la centralidad urbana en barrios periféricos, integración de equipamientos sociales y viviendas. Sin embargo, estas propuestas se dejaron de lado: la nueva orientación «pro-soviética» de la Revolución cubana a partir de 1 969-70 no permitía orientaciones heterodoxas. Cuando regresó a Francia en 1 97 1 , buscó sistemáticamente las publica­ ciones de Lefebvre y se empapó de su ideología. La lectura de El derecho a la ciudad, de La Revolución urbana y del artículo 5.

La primera edición es de 1 968.

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del primer número de Espaces et Sociétés (Lefebvre, 1 970) le ayudaron a estructurar el pensamiento crítico sobre lo urba­ no, porque, según él, hasta entonces no poseía instrumentos ni fundamentos teóricos específicos en que basar la crítica de la urbanización capitalista. El pensamiento lefebvriano cayó en campo abonado. Jean­ Pierre Garnier había leído a autores críticos del pensamien­ to marxista-leninista (Ante Ciliga, Anton Pannekoek, Paul Mattick, Rosa Luxemburg, Maximilien Rubel, Otto Rühle . . . o a otros más contemporáneos como Cornelius Castoriadis, Ernest Mandel y Charles Bettelheim) para alimentar los debates vinculados a su militancia política, primero en grupos trotskis­ tas y luego en grupos libertarios; también había profundizado en el estudio de la obra de Marx para sus tesis. Por tanto, la obra de Lefebvre le aportó tanto elementos para el análisis crítico de lo urbano y la vinculación con las políticas públicas, como para el análisis del papel de las clases en el Estado. Análisis que acabó de completar en los años ochenta con la lectura de Bourdieu, especialmente su teoría sobre la dominación. En Francia, cuando la izquierda oficial llegó al poder con la elección de Mitterrand en 1 9 8 1 como presidente de la re­ pública, muchos universitarios especializados en lo urbano se incorporaron en las estructuras del Estado. Integrados en los organismos estatales, fueron dejando de lado el pensamiento crítico de lo urbano, de modo que las ideas lefebvrianas de poco les servían para la política pública urbana (más bien les estorbaban), de manera que se marginaron rápidamente, a pe­ sar de que Henri Lefebvre vivió todavía hasta 1 99 1 . Algunos intelectuales, entre ellos Jean-Pierre Garnier, mantuvieron vivo el pensamiento de Henri Lefebvre, pero fueron demasiado po­ cos para que las nuevas generaciones de urbanistas, sociólogos, geógrafos . . . se formaran en el espíritu crítico de lo urbano. Hubo que esperar veinte años para que se reavivara de nuevo en Francia la obra de Henri Lefebvre, a partir, sin embargo, 30

de la mano de los geógrafos radicales David Harvey, Edward Soja, Don Mitchell o Neil Smith,algunas de cuyas obras no se empezaron a traducir hasta principios de presente siglo. Durante este largo mutismo lefebvriano, Jean-Pierre Garnier fue un resistente, un «retro» según lo calificaron en aquella época. En este período siguió publicando libros y ar­ tículos críticos sobre lo urbano,las políticas públicas urbanas, la urbanización capitalista (Garnier, 1980, 1982, 1985, 1987, 1988b,1989,1990,1993a,1993b,1994a,1994b,1996b,2000b) tratando de aplicar los conceptos de Lefebvre a las políticas urbanas aunque en esta época no fuera un autor de referencia obligada. Y hasta hoy ha escrito libros, artículos y ha dado conferencias para explicar la manipulación, la deformación o la falsificación del pensamiento de Lefebvre (Garnier, 2015), sobre todo del concepto del derecho a la ciudad.

En París, marzo de 2013 (foto de Núria Benach).

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Consciente o inconscientemente Jean-Pierre Garnier es le­ febvriano no solo conceptualmente sino que, como el mismo Henri Lefebvre, «no ha separado lo vivido de lo conocido» .6 Su profesión y su actividad política han sido siempre dos fa­ cetas que apenas se han distinguido en el día a día. Su discurso ha sido siempre crítico hacia el pensamiento dominante de la izquierda que él califica de «rosa-verde» . En sus actividades extraprofesionales, fuera de las aulas, ha predominado la im­ plicación en organizaciones y movimientos sociales radicales y críticos con el sistema capitalista, con las políticas públicas urbanas y con los discursos de los partidos dominantes, y es­ pecialmente con los de izquierda.

Difusor del pensamiento crítico-heterodoxo

Como intelectual, como activista y como provocador Jean­ Pierre Garnier se ha implicado en los distintos medios de difu­ sión del pensamiento crítico heterodoxo. Entró a formar parte del consej o de redacción de Espaces et Sociétés en 1 979 donde permaneció hasta 20 1 3 . Según nos cuenta, dejó el consej o de redacción, aunque no su vinculación con la revista, porque coordinar números, asistir a reuniones, evaluar artículos, escribir reseñas, etc. se le había convertido en un trabaj o cada vez más pesado y, aparte, porque consideró que había que impulsar a jóvenes intelectuales críticos a tomar el relevo. Desde los años noventa también formó parte del consej o de redacción de L'Homme et la Société, en el que todavía per­ manece, aunque durante cuatro o cinco años salió del consej o

6. «Lefebvre nunca ha separado lo vivido de lo conocido. A Lefebvre poco le impona el estatuto epistemológico del concepto. Lo que le impona es su trayecto en la práctica, en lo vivido» (Hess y Weigand, 2007).

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como forma de protesta por unos anículos que habían produ­ cido algún conflicto interno. Como la mayoría de revistas, Espaces et Sociétés y L'Homme et la Société publican notas críticas de lectura sobre obras re­ lativamente recientes. Jean-Pierre Garnier, como miembro de ambos consejos de redacción, ha publicado y publica todavía regularmente críticas de libros en cada una de estas revistas. Esto supone que, por una pane, está muy bien informado de la producción científica en el ámbito social y urbano y, por otra, que ha tenido la posibilidad de expresar y confrontar su propio pensamiento con el de otros intelectuales tanto franceses como extranjeros. Según nos confiesa, en sus inicios como pane de dichos consej os de redacción, escogía obras de autores con los que no estaba de acuerdo, de manera que esto le permitía reforzar tanto su propio pensamiento sobre lo urbano, como realizar duras críticas a los intelectuales que formaban pane de la pequeña burguesía intelectual, o realizar el desmantelamien­ to de los nuevos términos, «novlangue»7, «puestos al servicio del orden urbano, social y tecnológico que imponen las clases dominantes» (Garnier, 201 l a). Actualmente solo hace críticas de los libros que le gustan, de autores con los que coincide con sus puntos de vista y afines con sus posturas ideológicas. Ha publicado en distintas revistas de ciencias sociales bien conocidas en los medios universitarios como Critique

Politique, L'Espace Géographique, Économies et Sociétés, Métropolis, Geo-Critica, Cidades, Ciudades, Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Social, Revista Brasileira de Estudos Urbanos e Regionais, etc. Al mismo tiempo que formaba pane de estas dos revis­ tas críticas especializadas en ciencias sociales y colabora�a en 7. El término «novlangue» es la traducción literal de «newspeah, neologismo . introducido por George Orwell en 1984 para identificar una lengua tan simplifica­ da en el léxico y la sintaxis que imposibilita la expresión de ideas subversivas y la formulación de críticas (Garnier, 1 984).

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HECHOS

CONTEXTO

REFERENTES

PRINCIPALES

HISTÓRICOS

POLITICO..CULTURAL

TEÓRICOS

OBRAS

15-M 2010

Primavera árabe

Une vio/ence eminentment urbaine Contra los territorios del poder

critica del urbanismo neoliberal

Afaganistim

lra k 2000

1990

Torres gemelas Revueltas suburbios franceses

Guerra lrak Guerra Medio Oriente Guerra Yugoslavia Caída muro Berlín pensamiento marxiano

1980

Revolu ción claveles Giscard d' Estaing Pompidou

1970

F i n de

De Gaulle

M ayo del68

Guerra Vietnam F in guerra Argel i a

1960

1smo

Gobierno Miterrand

Revolución

cubana

anarquismo libertario

neoliberal movim iento autónomo

ant iimperialismo an anticolonialismo

Guerr a Argelia De Ga ulle e n

el poder marxismo-leninismo

1950

11 Guerra Mundial

34

adis Franz F annon Roland Barthes J.-P. Sartre

COLABORACIÓN EN REVISTAS

COMPROMISO

ETAPAS

POLITICO

PROFESIONALES

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JubHado y dedicado a la

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práctica de la resistencia urbana y política

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de la izquierda

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]ean-Pierre Garnier

El gobierno basado en el miedo es una receta tan vieja como la dominación. Desde la Antigüedad hasta las dictaduras buro­ cráticas y policiales que gobiernan en algunas partes del plane­ ta, pasando por los regímenes totalitarios de funesta memoria, los gobernantes jamás han renunciado a engendrar temor para conseguir la obediencia de los gobernados. Sin embargo, ahora se sabe, incluso sin haber leído los Cuadernos de prisión de Gramsci, que para llevar a cabo una política . . . de riesgo es mejor, al menos a largo plazo, el consen­ timiento que la coerción para lograr que los dominados acep­ ten su condición. Son múltiples las maneras de conseguirlo y de ordinario los logros «democráticos» de la oligarquía capita­ lista se miden por el rasero del consentimiento. Uno reciente­ mente aparecido merece atención en la medida que el miedo es de nuevo su principal ingrediente, aunque instrumentalizado de tal forma que mediante una paradójica inversión de sentido se transforma en adhesión. Esta extraña alquimia opera en tres tiempos; a cada uno le corresponde un elemento ideológico específico que conviene implantar en «los cerebros disponibles», por decirlo según pa­ labras de un gran pope de la manipulación mediática de masas.

" Traducido por Rosa Tello del original francés: «La 'société du risque': une peur qui rassure?», Réfractions, 1 9 (2007-08): pp. 7- 1 8.

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El primer tiempo, el de la inquietud, o sea de la angustia, se de­ dica a verter en dichos cerebros todas las buenas (o sobre todo las malas) razones para que se asusten de cómo va, o cómo no va, el mundo con el fin de persuadirles de que ahora viven, y en adelante vivirán, en una sociedad regida por el riesgo. El segundo tiempo es el de la conjuración; el riesgo, bajo sus dife­ rentes facetas se exorciza gracias a la aplicación de una panacea universal útil para cualquier finalidad: «el principio de pre­ vención» . El tercer tiempo es el alivio que provoca una buena noticia: el «desarrollo sostenible»; un alivio, condicionado y provisional, que explica que los otros dos tiempos tienen que estar permanentemente actualizados para que este tercero sea constante -veremos cómo- y tenga plenos efectos. Estos rasgos permiten distinguir el miedo brutal, que propagan los regímenes represivos en el cuerpo social, del miedo insidioso, que se infunde en las mentes «en democracia» para asegurar su docilidad. En el primer caso, la amenaza proviene categó­ ricamente del poder del Estado en sí mismo; en el segundo, viene de «otra parte», aunque con la noción de «sociedad del riesgo» -volveremos sobre esto- no se sabe demasiado bien quien amenaza a quien: si la sociedad creando «el riesgo» o este culpando a la sociedad. Sea lo que sea, el miedo no emana de la misma fuente, por lo menos para los que deben sentirlo. Aunque el Estado se autodefina liberal y no autoritario, vamos a ver cómo en su versión «democrática» sigue siendo el Estado -incluyendo sus diferentes ramas locales descentralizadas y las instituciones paraestatales que subvenciona- quien or­ questa el miedo. El estado liberal se diferencia netamente del de las versiones dictatoriales por otra característica: se benefi­ cia de una multitud de colaboradores que ni tan solo hay ne­ cesidad de disciplinar; algunos incluso colaboran sin que se les haya encargado. Así pues, empezamos por estos, cronología obliga, para descifrar la partitura de esta musiquita del «ries­ go» cada vez más ensordecedora.

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El riesgo en todos los azimuts o como aclimatar el miedo

Según las evaluaciones de profetas de los tiempos postmoder­ nos, que los políticos adeptos a la «tercera vía» socio-liberal principalmente escuchan, como los sociólogos Ulrich Bech o Anthony Giddens, 1 «nosotros» ya hemos entrado en la «socie­ dad del riesgo», tan diferente de la «sociedad industrial» como esta lo ha sido de la precedente «sociedad agraria» . Dejemos de lado estos calificativos {los retomaremos más adelante) que minimizan las relaciones sociales de producción que estructu­ ran (o han estructurado) estas sociedades, orientan su desarro­ llo y que definen las dos primeras como capitalistas, con todo lo que implica en cuanto a valores y finalidades de su funciona­ miento. Lo que molesta a primera vista de la precedente aser­ ción es el pronombre «nosotros» . Pero solo a primera vista, porque, como se verá, en realidad su uso no es aj eno al engaño; es incluso un corolario ineludible. Pronombre de connotaciones etnocéntricas, «nosotros» aparece constantemente en el discurso de muchos pensadores o investigadores, que los medios de comunicación difunden, cuando se les solicita sus conocimientos para poner de ma­ nifiesto el rumbo que ha tomado la evolución de «nuestras» sociedades. Se trate de ocio, de información, de movilidad, de prácticas alimenticias, indumentarias o eróticas y de otras «cuestiones sociales», siempre «nuestros» hábitos, «nuestros» deseos, «nuestras» aprensiones, «nuestras » maneras de pensar están en el discurso. Pero, bien mirado, se trata de los de la pequeña burguesía intelectual, dado que los expertos capaci­ tados para tratar estos temas pertenecen a esta clase y dado, sobre todo, que es manifiesta su incapacidad básica para tomar distancia del ethos de su medio, a pesar de sus pretensiones de 1. Estos dos maestros del pensamiento del •post-socialismo• tienen sus epígonos en Francia, en particular el economista Jean-Pierre Dupuy y el filósofo Bruno Latour.

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«neutralidad axiológica». Ciertamente hay que admitir que la supuesta llegada de la «sociedad del riesgo» no se presenta de la misma manera para la «gente de arriba» -incluyendo los miembros de las «clases medias urbanas y cultivadas» que a lo sumo solo enfrentaran algunos contratiempos-, que para «los de abajo», atrapados en sus realidades. Si, por ejemplo, los «responsables» políticos o económi­ cos corren riesgos, en general es porque los han escogido. Sin embargo, raramente son ellos quienes sufren las consecuen­ cias. (Todos habrán previsto paracaídas, dorados o no, para aterrizar suavemente en caso de verse expulsados de un go­ bierno o un consejo de dirección por haber tomado decisio­ nes catastróficas). En cuanto a las figuras de pro del complejo mediático-intelectual, que han hecho suyo el «paradigma del riesgo» para explicar la marcha del mundo, cabe preguntarse qué arriesgan haciendo de serviciales portavoces en esta época de conformismo generalizado en la que el ridículo ya no mata a nadie desde hace mucho; sobre todo porque muchos han he­ cho una lucrativa carrera como especialistas de «prevención o gestión de riesgos». Casi siempre se olvida que los riesgos son prerrogativa de los poderosos, a tal punto que, baj o el nombre de «cultura del riesgo», se acaba ensalzando la «opción de ries­ go» cuando se trata de empresarios particularmente audaces y afortunados. Por el contrario, los pobres, cuyas condiciones de existen­ cia precaria están impuestas, han de sobrevivir a los riesgos cotidianos que efectivamente corren y no pueden «gestionar» los futuros, es decir, anticiparlos como simples incidentes. Estos riesgos escapan del control a los obreros y empleados. Por ej emplo, la pobreza no es un riesgo cualquiera sino el ma­ yor riesgo que corre quien vive por encima de su «umbral», oficial o no; o, para los más desfavorecidos, la pobreza es una seria realidad que comporta riesgos inmediatos muy concre­ tos: enfermedad, abandono de niños, ruptura conyugal, pér1 75

dida de alojamiento, mendicidad y muerte prematura, etapa final del «desarraigo» . Pero evidentemente no son este tipo de riesgos -que para los explotados se han multiplicado con la globalización y la flexibilización de la economía- los que prefieren evidenciar los teóricos de la «sociedad del riesgo» . Esto n o quiere decir que n o los consideren, pero s u función es precisamente producir un discurso complementario -para que lo vulgaricen los medios- capaz de ahogar el pez de la fragilización profesional, psicológica y existencial de las clases dominadas, vinculada a las nuevas modalidades de la acumula­ ción de capital, en el mar de incertidumbres que impregna a la sociedad entera.2 De ahí este «nosotros» totalizador que llama a la unión ante la adversidad; y también culpabilizador porque impone la responsabilidad común. Tal como los buenos após­ toles del «desarrollo sostenible» les gusta sugerir: «debemos revisar nuestros modos de vida», pero sobre todo no empren­ derla con el modo de producción capitalista. Sin duda la noción de riesgo no data de ayer.3 Pero ha sido necesario esperar hasta finales del siglo XX para que esta noción se erija en paradigma capaz de dar sentido a lo que acontece a las sociedades y a la humanidad -restringidas a las occiden­ tales- sometidas a nuevos peligros de amplitud y gravedad sin precedentes. La lista, de sobra conocida y sin fin, no hace falta reproducirla aquí. En cambio, sí interesa detenerse en el propio concepto de « riesgo» que engloba estos peligros, o más exactamente, detenerse en la representación global que se pro-

2. Desde este punto de vista, la temática «sociedad del riesgo», en la que todo el mundo está embarcado, juega un rol análogo al de la «inseguridad urbana»: crear una distracción ideológica para dejar en la sombra la «inseguridad social» de las clases populares y medias. 3. La palabra se remonta al siglo XVI; y aún más atrás se usaba la «cosa» cuando incluso no había ningún término para designarlo. Riesgo deriva de la palabra anti­ gua italiana risco que usaban armadores, comerciantes y banqueros venecianos y, en panicular, genoveses para designar los peligros de origen natural (tormentas) o hu­ mano (piratas, daños) inherentes al transpone marítimo de carga a larga distancia.

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pone (o impone) para poner de relieve el principio en que se fundamenta: la degeneración sistemática de las contradiccio­ nes de un modo de producción, que ha llegado a un estado de desarrollo tal, que se manifiesta ante todo como un modo de destrucción tanto de la naturaleza como de la humanidad. Según Ulrich Beck, hace falta romper con la concepción tradicional de riesgo ligada a la idea progresista de moderni­ dad -que él bautiza como «primera modernidad» por estar ya superada-, porque se asienta en el principio «poder construir objetos y mundos técnicos sin prever las consecuencia» (Beck, 2003). El cientifismo, ideología dominante desde el último tercio del siglo XIX, ha excluido toda forma de racionalidad que no fuera instrumental. Desde entonces, ha correspondido a los expertos de la tecno-ciencia definir el riesgo y desplegar las técnicas racionales de probabilidad y cálculo para prever y prevenir los riesgos que se esperan en el futuro. Sin embar­ go, Ulrich Beck obj eta que la evaluación del riesgo, a pesar de estar rodeada de todas las garantías de cientificidad, sigue siendo subjetiva y parcial, pues depende de puntos de vista particulares que, por más informados y fundamentados que estén, son incapaces de abarcar la complejidad de la sociedad global; y, por otra parte, el lenguaje especializado que emplean los expertos puede embaucar al público en lugar de informar­ le. De ahí, siempre según Ulrich Beck, el paso necesario a una nueva fase, ya en marcha, de la modernidad: la «modernidad flexible». El postulado de partida, que se presenta -debidamente­ como constatación, es que «hagamos los que hagamos nos esperamos consecuencias inesperadas» (Beck, 2003) (el noso­ tros, que indistintamente mezcla agentes activos y pasivos, es de rigor ahora más que nunca), porque hoy sería imposible imputar los riesgos a causas externas, es decir, al orden natural cuyos efectos son previsibles, por lo menos dentro del límite de los avances científicos y técnicos. Pues con la «moderniza1 77

ción finalizada», que Ulrich Beck identifica como un triunfo del sistema industrial ya sin fronteras, desaparece la externali­ dad; y ahora el riesgo internalizado se convierte en sistémico, como lo muestran por ejemplo los nuevos peligros de orden ecológico que engendra la misma sociedad moderna. La mo­ dernización finalizada en términos materiales no puede seguir su curso, ella misma tiene que adaptar de alguna manera el or­ den productivo para dar lugar al orden cognitivo. Así se con­ vierte en autorreferencial -es decir «reflexiva»- para abrir una (auto)crítica del productivismo, cientifismo y tecnicismo que son causa de los nuevos riesgos a enfrentar. Es lícito preguntarse, a la vista de lo precedente, qué lu­ gar ocupa el fenómeno del terrorismo que ha contribuido, como es sabido, a reactivar los debates en torno a la consi­ deración del riesgo como una condición sine qua non para la supervivencia de las sociedades contemporáneas.4 La ex­ plicación de Ulrich Beck revela los límites de la capacidad explicativa de su teorización del riesgo, límites inherentes a su posicionamiento político-ideológico. Aunque presuma de apoyar a la «economía social del mercado» y a las plumas de la crítica social, su posicionamiento es fundamentalmente conservador.5 El sociólogo alemán distingue entre los riesgos que forman «parte de la sociedad global del riesgo» como «peligros ecológicos y económicos» y las nuevas amenazas

4. Según las prospectivas de la lucha antiterrorista el «terrorismo internacio­ nal» está solo en un estado artesanal. Al contrario del terrorismo del Estado, que excluye de sus preocupaciones (salvo cuando se trata de Estados granujas) los riesgos •industriales» (nuclear, bacteriológico o químico) pues los niega como tales y no forman parte de su panoplia. 5. Algún día será necesario proceder a la revisión de una denominación incon­ trolada. Si se compara la ideología anticuada y regresiva de un G. W. Bush y de sus consejeros con la perspicaz y moderna de un Tony Blair y de sus spin doctors o con la de sus equivalentes •continentales• europeos (D. Strauss-Kahn, G. Schroeder, M. D'Alema, J.L. Zapatero, etc.), debería ser evidente que se les podría aplicar mucho mejor la etiqueta •social-liberalismo• de la que son representantes, en lugar de la de •neo-conservador•.

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terroristas, cuya toma de conciencia se aceleró después del atentado del 1 1 de septiembre. Si los primeros se consideran como consecuencias involuntarias de acciones intencionadas, las actividades terroristas se presentan como catástrofes deli­ beradamente provocadas (Beck, 2003 ) En otras palabras, es­ tas no tendrían nada que ver con la dinámica propia de la so­ ciedad global del riesgo, su carácter «voluntario» es suficiente para situar a sus autores fuera de ella, por no decir fuera de la humanidad civilizada. Se habrá percibido que el «nosotros», que generalmente prevalece en los discursos sobre el «riesgo», no se usa en este caso, por lo tanto ha dejado de ser implícitamente incluyente para ser excluyente porque se está frente a «ellos» y, teniendo en cuenta su invisibilidad, es conveniente vigilar y movilizarse contra las comunidades sospechosas de darles refugio. Incluso si esto significa dar rienda suelta a los medios de comunicación para neutralizar este supuesto riesgo adicional para la «socie­ dad global» que ya tiene bastante que hacer con los que ella misma genera. .

El principio de prevención o cómo domesticar el miedo

Ulrich Beck en su obra base,6 escrita bastante antes del colapso de las Twin Towers, había lanzado esta advertencia: «la socie­ dad del riesgo es la sociedad de la catástrofe [subrayado del autor]. El estado de excepción amenaza con convertirse en un estado normal». Desde entonces la «amenaza» se ha concre­ tado ampliamente. Inundaciones, incendios, sequías, intoxi­ caciones, asfixias, radiaciones, explosiones, mareas negras, epizootias y otras pandemias (más mortales unas que otras), calentamiento climático (en los años 80 aún era hipótesis), 6. La société du risque. Sur la voie d'une autre modernité, editado en 1986, no será traducido y publicado en Francia hasta el año 2001 (Aubier).

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crecimiento continuo de la polución del aire y de las aguas, agotamiento de los recursos naturales, industrialización a ul­ tranza de los productos alimenticios y urbanización incontro­ lada dej an entrever una perspectiva de catástrofe «global» que ha acabado dando lugar a un zafarrancho de combate general y permanente. Salvo que este «estado de excepción» regulari­ zado, que hace unos veinte años se percibía como una «ame­ naza», ahora la mayoría lo percibe -más adelante se verá­ como tranquilizador, aunque no tiene nada de tranquilizador, por lo menos para quien no ha renunciado todavía a los ideales de emancipación, a pesar de que sea de buen tono declararlos obsoletos. El paso del «estado de excepción» normal, según el augu­ rio de Ulrich Beck, al estado de excepción normalizador se ha realizado rápidamente. Tanto más rápido cuanto que la multi­ plicación de atentados terroristas en el corazón mismo de las metrópolis occidentales -sin olvidar la recurrente eferves­ cencia de zonas de exclusión en Francia- lo ha transformado prácticamente en estado de emergencia. No hace falta insistir, ya ha corrido mucha tinta, sobre la conversión de un Estado «social»/ abusivamente calificado así por los nostálgicos de la socialdemocracia, en un «Estado criminal» . Centrémonos más en lo que es específico del modo de gobierno; sería erróneo atribuirle un resurgimiento de autoritarismo, como hacen al­ gunas interpretaciones bien intencionadas pero simplistas, ya que no se trata de fascismo. Desde los toques de queda para menores de edad hasta las órdenes de anti-mendicidad, a la proliferación de cámaras de

7. Recordemos cuando menos que es el miedo al •socialismo» (en cualquiera de sus proyectos), y no el altruismo, lo que ha impulsado a los políticos e intelectuales representantes de las clases dominantes a promover leyes «sociales», confirmando así la ley sociológica según la cual la burguesía solo acepta las reformas, en el sentido progresista del término, es decir, favorables a las clases populares, bajo la amenaza, fantaseada o no, de revolución.

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video-vigilancia, a la multiplicación de controles biométricos, a los Planes Vigipirate8 invasores de la privacidad, a «ejecuciones extrajudiciales» (asesinatos de resistentes u opositores), «en­ tregas extraordinarias» ( externalización de la tortura a Estados . extranjeros), con los innumerables «daños colaterales» que acompañan a estas prácticas, las mentes ingenuas podrían con­ cluir que los regímenes democráticos que autorizan todo esto toman un giro claramente represivo, si no dictatorial. Eso sería malentender el significado de la transformación del Estado. A diferencia de la sociedad totalitaria que Orwell describió para advertir a sus contemporáneos del riesgo --categórica­ mente político y en absoluto «ecológico» ni «tecnológico» ni «económico»- de la aterradora regresión de un régimen que presentó como «el peor con excepción de todos los demás», la «sociedad del riesgo» está equipada con un antídoto que, lejos de hundir a la población en un estado de terror continuo, tiene la virtud evitarlo o anularlo: el «principio de prevención» . El concepto original se ceñía a la protección del medio ambiente, en el sentido naturalista del término;9 veinte años más tarde, el principio de prevención se extiende a todas las esferas de la ac­ tividad humana; la salvaguarda del planeta justifica la inclusión de todo tipo amenazas que comportan estas actividades. Pero precisamente, en nombre y en base a este principio, las mencio­ nadas prácticas y otras semejantes, es decir, el aumento continuo de la violencia física y simbólica estatal, que parece evidente, pasa desapercibida para la mayoría de los ciudadanos. Prueba de su carácter innegablemente ideológico, a pesar de lo que diga el ejército de expertos para hacer creer lo conta-

8. Es el sistema nacional de alena en Francia, creado en 1978 por el presidente Valéry Giscard d'Estaing. Desde entonces ha sido actualizado tres veces: en 1 995 (con la campaña terrorista islámica), en el 2000, y en 2003. 9. Oficialmente esta expresión apareció en la Cana de la Naturaleza de las Naciones Unidas de 1 982 y se retomó en un anículo de la Conferencia de Río de 1 992, y en el mismo año en el Tratado de Maastricht.

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rio, «el principio de prevención» muestra de manera relevant e las nuevas relaciones entre ciencia y política. Por un lado, «una fracción, incluso reducida, de la comunidad científica puede acogerse a él en nombre de los nuevos conocimientos sobre el análisis del riesgo, de sus incertidumbres y de sus consecuen­ cias a mediano y largo plazo; pero, por otro lado, la falta de conocimiento no puede servir de argumento para no ponerlo en práctica» (Choplet, 2007). Y lo que vale para el « medio am­ biente» vale, con toda seguridad, para los seres humanos que envuelve ... o que lo envuelven. 1 0 E n u n artículo resultante d e los trabajos d e l a Conferencia de Rio se decía que «en caso de amenaza de graves o irreversi­ bles daños, la ausencia de certidumbre científica no debe ser­ vir de pretexto para retrasar la adopción de medidas eficaces para prevenir la degradación del medio ambiente» . Dicho de otro modo, «del lado científico, aunque falte conocimiento, no hay que ser prudentes y hay que alertar a políticos y a la opinión pública»; por parte del Estado, único responsable de tomar medidas indispensables frente a los riesgos, «hay que actuar porque hay incertidumbre» (Choplet, 2007). Por lo tan­ to, las autoridades políticas pueden prescindir perfectamente del conocimiento científico para decidir si iniciar o no este tipo de medidas. En ambos casos, la aplicación del principio prevención incumbe al Estado, que siempre podrá orientarlo aplicándolo indistintamente a objetos inanimados o a sujetos vivos responsables de participar en los riesgos que se detec­ ten. Además, los gobernantes, cuando y donde requieran el apoyo de las ciencias humanas, sacando provecho de que su cientificidad está más reivindicada que probada -a pesar de lo que digan los miembros de la comunidad científica-, podrán

10. N. de la T.: •Pour les humains qu'il environne . . . ou qui l'environnent• Juego de palabras a partir del concepto de medio ambiente, que en francés es en­ vironement.

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escoger a los colaboradores más serviciales, que rápidamente hallarán lo que el Estado espera de ellos en la «sociedad del riesgo»: aplicar el principio de prevención para «racionalizar» -en el sentido de legitimar y hacer eficiente- la dominación, razón de ser de facto de algunas disciplinas de las ciencias so­ ciales desde su nacimiento. Este caj ón de sastre que es el concepto «medio ambien­ te», cuyo significado ha estado asociado durante mucho tiem­ po a cuestiones de orden exclusivamente ecológico centradas en componentes materiales (o animales) del «marco de vida», incluye ya elementos «humanos» . Esto, en un contexto domi­ nado por la idea de « riesgo», solo se puede referir al tema que hace furor actualmente: la « seguridad» . En esta perspectiva, un «medio ambiente seguro» es pues un entorno protegido contra los siempre temibles perjuicios de «las poblaciones en riesgo» («jóvenes en riesgo», «familias en riesgo», «minorías en riesgo», etc.). En este aspecto es sintomático, por poner solo un ejemplo, que la generalización de la video-vigilancia de los espacios públicos en el plan de «lucha contra la violencia urbana y las incivilidades» pueda equipararse a «una medida preventiva y/o supuestamente protectora para luchar contra un tipo de peligro, que podría calificarse de social [ . . . ], como si se tratara de dispositivos técnicos o reglamentarios conce­ bidos para neutralizar peligros de origen natural o industrial» (Bétin y Martinais, 2007). No es muy sorprendente que esta amalgama, tan confusa como arbitraria, se convierta en mone­ da corriente, cuando se da relevancia a la hipótesis de reifica­ ción inevitable y generalizada de las relaciones humanas en el régimen capitalista. A fin de cuentas, el campo urbano es sin duda, junto con el militar, el «campo» donde esta aplicación desviada del prin­ cipio prevención está destinada a alcanzar mayor importancia. Cada vez más a menudo, por otra parte, estos dos campos se juntan en uno solo. ¿ No están las ciudades llamadas a ser «el

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campo de batalla de las guerras de cuarta generación», si se cree en las estrategias de la OTAN ? Sin duda, esta es la razón de que unos veinte años atrás se invitara a investigadores france­ ses, escogidos de entre los que se dedicaban a la seguridad ba­ sada en «violencias urbanas», a informar al comité de «riesgos mayores» de esta belicosa institución. En cualquier caso, si hay «sociedad del riesgo», hay que pensar que en primer lugar se materializa bajo forma de «ciu­ dad del riesgo». Ciudades y riesgos, Temores en las ciudades, La ciudad inquieta, El miedo de los suburbios . . Jamás se aca­ baría de nombrar los títulos de libros, artículos, informes, se­ minarios, coloquios o cursos dedicados a la seguridad de los espacios urbanos, o, por usar la j erga indígena, de la «seguri­ dad de los territorios urbanos».1 1 Es cierto que las ciudades son particularmente vulnerables, pero ¿ no será solo porque a la mayor parte de la población que concentran le es cada vez más difícil distinguir el amigo del enemigo ? Sin embargo, aumentar la alarma de «nesgo», con el pretexto del «principio de prevención», para justificar la instau­ ración de una sociedad de control generalizado ¿ no compor­ ta también el riesgo, si así se puede expresar, de aumentar los temores de los supuestos beneficiados en lugar de calmarlos ? Pero esto sería tanto como olvidar la operación mágica capaz de transmutar el pánico en sensación de euforia: el anuncio urbi et orbi de la llegada de la era del «desarrollo sostenible». .

1 1 . El •derecho a la seguridad» que figura en el tercer lugar en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1 971, detrás del derecho de libertad y de propiedad y delante de •la resistencia a la opresión», estaba orien­ tado inicialmente a proteger al ciudadano de la arbitrariedad poder del estado. La •seguridad» se vació rápidamente de su contenido original liberador para legitimar el sentido inverso: la seguridad del estado contra los tejemanejes de los •malos ciudadanos». Un sentido que este término conservó cuando en 1997 el Ministro del Interior Jean-Pierre Chevenement lo exhumó para dar valor •republicano», o sea de •izquierdas» a la intensificación de la represión contra los •salvajes». Desde entonces, un lacayo graduado se esfuerza para erigir esta noción connotada negati­ vamente en un •concepto» dotado de positividad.

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El desarrollo sostenible o cómo disipar el miedo

Si hay que creer a los «creadores de alertas» (whistle blowers) de la «sociedad del riesgo», su llegada habría frustrado las pre­ visiones de Marx y las de sus seguidores y, en general, las de los utópicos que han soñado con la hipótesis comunista de la so­ ciedad. En efecto, la «sociedad industrial» ha salido de «la es­ cena de la historia mundial» por la «puerta trasera de los efec­ tos inducidos por ella misma», «y no por una explosión polí­ tica (revolución, elección democrática), única salida que hasta entonces habían considerado los libros de teoría social » . 1 2 L a literatura d e divulgación sobre l a promesa d e «desarro­ llo sostenible», que se vanagloria de ser elegantemente discre­ ta, no tiene nada que envidiar en cuanto a relato de ficción al «libro de imágenes de la teoría social», que muy oportuna­ mente U. Beck ha omitido señalar como crítico, es decir, como negativo y utópico, no utopista. 1 3 Sirva como muestra, entre otras muchas, la presentación de las «claves para construir una ciudad más sostenible» que ha realizado el Departamento de «Homme et Societé» del CNRS. Estas claves elaboradas por fieles investigadores abren las puertas de un reino encantado: «Devolver la ciudad al hombre», «Techo para todos », «Barrios sin guetos», «El fin del automóvil», «Avance de la ciudad verde». 14 Y la prosa que describe a grandes rasgos las diversas facetas de esta «ciudad renovada» es agua del mismo pozo. Es casi como «mañana, se afeitará gratis»; sí, como en el reino má­ gico de Disney, este rediseño de la «Ciudad Radiante» persis­ te, aunque ahora implícitamente, bajo el dominio del perenne postulado de la «economía de mercado» . Esto no ofende, sin embargo, a la cohorte de escribas contratados para relatar sus

12. U. Bcck, La société du risque, op. cit. 13. Para distinguir entre «utópico" y «utopista» consultar la obra de Henri Lefebvre. 14. Le journal du CNRS, 197 (2007).

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maravillas científicas; sería fácil de demostrar, si fuera nuestro propósito, que en las próximas décadas es probable que la con­ tinuidad del desarrollo urbano, «equilibrado, solidario y res­ ponsable», por retomar la melodía de sus trovadores, resultará insostenible, en el pleno sentido del término (Garnier, 2005). En el camino entre un futuro esplendoroso y un no futuro, la promesa de «desarrollo sostenible», repetida hasta la sacie­ dad, pretende en realidad matar dos páj aros de un tiro. Como ideología que sustituye a la del «crecimiento», se asegura a la «opinión pública», debidamente adiestrada para creerlo, que la consecución del desarrollo no solo es posible en el plano eco­ lógico, sino también deseable éticamente, puesto que el respe­ to a los «derechos sociales de los trabajadores» y a la «diver­ sidad cultural» son garantía de sostenibilidad. Desde el punto de vista económico, esta promesa permitirá a la acumulación de capital empezar con buen pie reciclando el imperativo eco­ lógico en beneficio propio, como ya lo ha evidenciado en los jugosos mercados abiertos con la señal de «bio» y «HQE»15• Last but not least, en el plano político -sería más apropiado calificarlo de «policial»- sostenibilidad solo puede rimar con «seguridad», aunque esta está expurgada de sus connotaciones inquietantes para que juegue, por el contrario, un papel tran­ quilizante. Lo demuestra, por ej emplo, la convocatoria de pro­ yectos sobre «territorios urbanos y seguridad» del PUCA (Plan de Urbanismo, Construcción, Arquitectura), organismo del ex-Ministerio de Transporte, Equipamiento, Turismo y Mar, rebautizado, como es debido, Ministerio del Equipamiento y Ordenación Territorial Sostenible (Ministere des Transports, 2007). Algunas mentes inquietas podrían percibir «la pres­ cripción de seguridad, que condiciona fuertemente o incluso

1 5. N. de la T.: Haute Qualité En'Vironnementale es la cenificación francesa

para la construcción nible.

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y

gestión de edificios según prácticas para la calidad soste­

ostensiblemente la configuración y las prácticas del espacio p úblico» como amenaza a las funciones tradicionales (lugar de libre acceso, de contactos y de comercio informal, de ma­ nifestaciones ... ). Que estén tranquilos: aunque «la seguridad concierne a todos los componentes y funciones urbanas» solo se aplica a «todo lo relacionado con el disfrute pacífico y el compartir espacios públicos». Nada que ver, pues, con la su­ misión insidiosa de los habitantes de la ciudad a no se sabe qué orden de seguridad. Muchos municipios ya lo han comprendi­ do: los «concejales de tranquilidad pública» han reemplazado a los «concejales de seguridad». De hecho, este tipo de precauciones oratorias no deberían crear ilusiones duraderas. Mientras los investigadores se j actan de las «fecundas trasformaciones conceptuales» (Ministere des Transports, 2007), dando sentido político a sus contribuciones «científicas», se esfuerzan también por ocultar que la noción de «sociedad del riesgo» y sus derivadas («sociedad vulnera­ ble», «ciudad inquieta», etc.) son desestabilizadoras. No hay nada de tranquilizador cuando se afirma que detrás de estas expresiones «se ordenan dispositivos, saberes y técnicas que permiten a una sociedad ampliamente urbanizada aprehender los peligros que la amenazan, o más bien aprehender los peli­ gros por los que se cree amenazada» (Bétin y Martinais, 2007). ¿ Lapsus involuntario o negociado ? «Aprehender», es dejarse llevar por el espíritu, pero también es considerar algo con mie­ do. ¡Todo un programa ! Construida como verdadero imperativo categórico para preservar al sistema social de cualquier presumible «perjui­ cio», la seguridad, cuya presunta calidad va de la mano con la fragilidad, solo puede persuadir a todo el mundo (salvo una minoría de refractarios) que se acepte sin pestañear y acoja con satisfacción, o incluso a veces se reclame con contundencia, la aplicación de medidas cada vez más drásticas que atentan contra las libertades, excepto las de consumir. Esto explica que

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la promesa de «desarrollo sostenible» se enfatice con conti­ nuas referencias al «principio de prevención», pues de no res­ petarse, dicha promesa sería irrealizable, así como tampoco se afrontarían los innumerables riesgos que solo se gestionarían según este principio. Baste con decir que en este circuito ce­ rrado ideológico el miedo funciona como carburante. No se sabe muy bien si el « miedo al mañana», que aqueja hoy a una gran parte de la población, se refiere a un futuro inquietante o al miedo a la precariedad del presente. Referencias

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EL ESPACIO URBANO, EL ESTADO

Y

LA PEQUEÑA

BURGUESÍA INTELECTUAL: LA RADICALIDAD CRÍTICA EN

CUESTIÓN*

]ean-Pierre Gamier

Siguiendo a Henri Lefebvre y citándolo, el geógrafo « radical» David Harvey concluía su artículo sobre «El derecho a la ciu­ dad» con esta afirmación perentoria: «la revolución debe ser urbana, en el sentido amplio del término, o no será» (Harvey, 2009). ¿ Qué decir sobre esto ? Si estas palabras tienen sentido, dejan entender, más allá de la retórica, que la apropiación popular efectiva del espacio urbano y el poder colectivo de realizarla, que define el dere­ cho de la ciudad según D. Harvey, no se podrán llevar a la práctica sin violencia. La violencia de los poderosos en cada coyuntura. H. Lefebvre ya afirmaba que «una transformación de la sociedad, supone la posesión y gestión colectiva del es­ pacio, mediante la intervención permanente de los 'interesa­ dos', con sus múltiples, diversos e incluso contradictorios in­ tereses. En consecuencia, el enfrentamiento» (Lefebvre, 1 97 4 ). Enfrentamiento contra los que poseen riqueza, que no dej arán de resistirse económica e institucionalmente con la ayuda de los medios de comunicación -que controlan- y, en último término, recurriendo a sus susodichas fuerzas del orden. Es

* Traducido por Rosa Tello del original francés: «L'espace urbain, l'É tat et la petite bourgeoisie intellectuelle: la radicalité critique en question», Divergences 2. Revue libertaire internationale en ligne, 32 (7 de octubre de 2012) [https://diver­ gences2.divergences.be/spip.php?anicle85]. Texto anteriormente presentado en el Colloque «Espaces et rapports sociaux de domination•, París, Université de Paris­ Est, 20-21 de septiembre de 2012.

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ilusorio suponer que la burguesía se dejará desposeer pacífi ­ camente del poder de configurar la ciudad según sus interes es . A parte de que puede contar con el apoyo de los gestores y tecnócratas -sin olvidar la cohorte de expertos (universitario s e investigadores) que trabajan para ellos-, en quienes ha dele­ gado el poder local encargándoles la dirección de las políticas urbanas. De hecho, en el ámbito urbano se ha conformado un frente de clases, que, aunque no se asuma y mucho menos se presente como tal, reagrupa, por una parte, a financieros, empresarios, constructores, promotores, etc., es decir, la burguesía, y, por otra parte, a los políticos electos (regidores), sus consejeros, sus planificadores, sus especialistas en «problemas urbanos», es decir, una élite local que pertenece a las capas superiores y medias de la clase media asalariada, la pequeña burguesía inte­ lectual. Si la clase dirigente puede influir, por diversas vías, en la orientación de las políticas de planificación urbana, no es ella quien las define y las pone en práctica. Esta función recae so­ bre los miembros de una clase cuyos análisis «radicales» de la urbanización capitalista raramente la ponen de relieve y cues­ tionan. Se trata de la clase media y mediadora, dotada de capital intelectual y del consecuente capital cultural, estructuralmente encargada de hacer de puente entre los dominadores, a quienes corresponden las tareas de dirección, y los dominados, a quie­ nes atañen las tareas de ejecución. La razón de ser de esta clase y su destino están ligados a los de la burguesía; esto autoriza a designarla como «pequeña burguesía intelectual». Las tareas de mediación, organización, control, inculca ­ ción, incumben a esta clase mediadora. Evidentemente, le co­ rresponden también las tareas de elaboración y aplicación de la política urbana, en particular del urbanismo. Ahora bien, esta política solo puede llevarse a cabo desde el aparto de Estado, a escala central y sobre todo a escala local. En este este aspecto,

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la pequeña burguesía intelectual, por las relaciones sociales de las que es portadora, juega un papel clave -aunque subordi­ nado- en la urbanización capitalista, en tanto que, siguiendo a P. Bourdieu, actor dominado de la dominación. Esta política consiste ante todo en organizar el espacio ur­ bano, tanto física como socialmente, para convertirlo en una estructura ordenada y susceptible de atraer ante todo a em­ presarios, financieros, promotores, constructores, así como a la «materia gris» (ingenieros, profesionales, investigadores, creadores, proyectistas de todo género), cuyas llegadas con­ dicionan el despegue y la prosperidad de las ciudades, parti­ cularmente de las grandes aglomeraciones bautizadas como «metrópolis». Baj o el signo de la « gobernanza» y del consor­ cio «público-privado», se pone en funcionamiento una gestión de los «intereses de la Ciudad» que se presenta como técnica, consensuada y despolitizada. En realidad se trata de una co­ gestión que encuentra su fundamento sociológico y político en una colaboración de facto entre la burguesía y una pequeña burguesía intelectual cuyos intereses, aspiraciones y valores no amenazan en absoluto, en tiempos normales, la soberanía de la primera. Bien al contrario. Como prueba de la moderni­ zación de la dominación capitalista de los últimos decenios, bajo el impulso de la «contestación neo-pequeño burguesa», la realización de esta cogestión se inscribe en el proceso que H. Lefebvre, uno de los primeros en ponerlo de relieve, ha caracterizado como el proceso de la reproducción de la rela­ ciones de producción, dinámica que combina dialécticamente el «cambio social» (político, institucional, ideológico y «so­ cietal») y la continuidad capitalista (explotación, dominación, alienación), condicionándose mutuamente mediante las rela­ ciones de dominación (Lefebvre, 1 973 ). H. Lefebvre, en El derecho a la ciudad, cuando evoca el fu­ turo horizonte de la metrópoli capitalista, prefigura la «ciudad ideal, la Nueva Atenas», como un centro ocupado y mante-

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nido por los «nuevos Patrones» que poseen este espacio pri­ vilegiado, «sin que tengan necesariamente toda la propiedad» (Lefebvre, 1 968: 1 35), en cuyo entorno, en el espacio periféri­ co, se distribuyen según un orden j erárquico una multitud de personas «que se hacen cargo de servicios diversos establecidos según las reglas de los Patrones». Se preguntaba H. Lefebvre « ¿ no se trata verdaderamente de la Nueva Atenas, con una mi­ noría de ciudadanos libres que poseen un lugar social y lo dis­ frutan dominando una enorme masa de esclavos, en principio efectivamente libres pero quizá voluntariamente servidores, a los que tratan y manipulan según los métodos racionales ?» (Lefebvre, 1 968: 1 36). No obstante, en esa masa avasallada, él distinguía entre obreros y empleados, dicho de otro modo entre el proletariado, directamente sometido a la esclavitud salarial, y «subordinados privilegiados: administradores, in­ genieros, artistas, escritores, animadores o informadores» . Sin olvidar a los «intelectuales, los sociólogos en primer lugar», a quienes H . Lefebvre no dudaba en catalogarlos como «fun­ cionarios del Estado, del Orden, del hecho consumado, baj o pretexto d e empirismo y de rigor, d e cientificidad» (Lefebvre, 1 968). De entre estas categorías de asalariados diplomados se puede reconocer a la pequeña burguesía intelectual y, de entre ellos, a los especialistas en investigación urbana. A ojos de H. Lefebvre, no hacen falta argumentos para afirmar la sumisión de estos happy few: «para clasificarlos es suficiente quizá sus ingresos y presunciones» . Este «éxito del capitalismo d e estado» e n e l arte d e l a do­ mesticación ha sido «cuidadosamente preparado», añade H. Lefebvre (Lefebvre, 1 968). El capitalismo de Estado, aparte del «planeamiento de los diversos guetos urbanos, ha organizado un sector rigurosamente competitivo para los estudiosos y la ciencia: los laboratorios de investigación y las universidades donde estudiosos e intelectuales se enfrentan de manera pura­ mente competitiva, con un celo digno del mejor empleo, para .

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mayor provecho de los Patrones de la economía y de la polí­ tica, para la gloria y gozo de los Olímpicos» (Lefebvre, 1 968: 1 3 7). Así, bastante antes de la «revolución de Mayo del 68» (seguido de la caída de la «contestación» y de la normalización de los contestatarios) H. Lefebvre entrevió ya que la mayor inquietud que alentaría el espíritu de la investigación univer­ sitaria sería la lucha por las plazas, más que la lucha de clases, y por los planes de carrera, en lugar del proyecto de sociedad. Por esto, en los países de capitalismo avanzado, la hege­ monía de la clase dirigente reposa sobre una alianza implícita y efectiva con la «clase reinante», la pequeña burguesía inte­ lectual. Sus organizaciones representativas -los partidos de gobierno rosa-verdes (socio-liberales y ecologistas)- ejercen el poder del Estado subordinadamente. En virtud de su com­ promiso con la burguesía encuadran las clases populares en los diferentes niveles de las instituciones estatales o para-estatales, incluidas las asociaciones. En este aspecto se puede decir, siguiendo a A. Gramsci, que los regidores locales y tecnócratas, economistas, urbanis­ tas, arquitectos, paisajistas, investigadores, profesores y comu­ nicadores forman parte, en compañía de los representantes del capital, del «bloque de poder» en el ámbito local, cumpliendo así, por la división social del trabajo, la función correspondien­ te a su clase: funcionar como intelectuales orgánicos del pro­ yecto de orden social -urbano- de las sucesivas burguesías. Si las clases dominadas se sublevaran contra la domina­ ción capitalista, no solo en los lugares de trabajo sino también tratando realmente de reapropiarse del espacio urbano (y no mediante acciones simbólicas como las de los indignados es­ pañoles o Occupy Wall Street protagonizadas por las capas inferiores de diplomados de la pequeña burguesía intelectual acosadas por la proletarización y el desclasamiento), se enfren­ tarían ineluctablemente con las fuerzas militar-policiales que interpondría la burguesía en coalición con las franjas superio-

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res de la pequeña burguesía. Teniendo en cuenta este aspecto, la ilusión de una «revolución urbana» pacifica debe descartarse de inmediato. En los estudios urbanos, la urbanización del mundo da lu­ gar a numerosas conjeturas. Sin embargo, en ninguno se consi­ dera que el mundo, perdurando tal cual es, es decir capitalista, podría ir hacia una intensificación de la lucha de clases en el frente urbano, una verdadera guerra social abierta o larvada. Solo los expertos policiales o militares, encargados de elaborar nuevas estrategias de mantenimiento del orden en las metró­ polis, consideran que estas constituirán los lugares principales del desarrollo de las futuras guerras, llamadas de «baja inten­ sidad» o bautizadas también de «cuarta generación» (Graham, 2012) . De cara a esta posibilidad, aparte de la formación y en­ trenamiento de los cuerpos represivos especializados en la lu­ cha contra-insurreccional, se han elaborado y perfeccionado sin tregua innumerables dispositivos high tech de vigilancia y de neutralización, probados y colocados para combatir a un enemigo cada vez más omnipresente y evasivo -que se per­ cibe a la vez como interior y exterior, global y local, real y virtual- que tiende a confundirse con los mismos ciudadanos, considerados cada uno de ellos como un insurgente potencial, probablemente un potencial terrorista. Dicho de otra forma, si se produj era la «revolución urbana», no sería «una cena de gala», retomando una expresión célebre del presidente Mao, sino una verdadera masacre, aunque quizá sofisticada, de quie­ nes puedan pensar lo contrario. Por supuesto que D. Harvey habla de «enfrentamiento en­ tre poseedores y desposeídos», y afirma que «las metrópolis se han convertido en los puntos de choque masivo de la acu­ mulación por desposesión que se impone a los débiles, baj o el impulso de los promotores que pretenden colonizar el espacio para los ricos» . D. Harvey llega incluso a preconizar «una lu­ cha global, principalmente contra el capital financiero, ya que 1 94

es a esta escala donde se realizan actualmente los procesos de urbanización» (Harvey, 2009), y añade una pregunta irónica que puede parecer provocadora en estos tiempos de consen­ so: «¿ osaremos hablar de lucha de clases ?» Pero la audacia del geógrafo radical se para ahí; es puramente verbal. La idea de que este «enfrentamiento», este «choque», esta «lucha» pueda tomar un cariz violento no parece aflorar, incluso cuando de­ plora los métodos violentos que emplea la policía para repri­ mir las manifestaciones. ¿ Quién ha afirmado triunfalmente varias veces: «hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase de los ricos, quien la ha declarado y estamos a punto de ganarla» ? Warren Buffet, una de las mayores fortunas del planeta. 1 De hecho hay que admitir que, en el frente urbano, quien detenta «el poder de remodelar el proceso de urbanización», retomando la formu­ lación de D. Harvey, es la burguesía, actualmente transnacio­ nalizada, que ejerce su poder través de una fracción de clase que le sirve de relevo para la dominación. Esta fracción de clase lleva a buen paso las reestructuraciones y transforma­ ciones permanentes de los territorios urbanos, paralelas a las transformaciones de la dinámica del capitalismo, mediante el cúmulo de regidores y las «elites» neo-pequeño burguesas del aparato de Estado, central o local, con sus equipos de ingenie­ ros, urbanistas, y arquitectos, sin olvidar los universitarios e investigadores en ciencias sociales expertos en problemas ur­ banos. Esto es evidente a la vista del tratamiento de shock que se hace a los squatters y a los que se oponen a ciertos proyectos de transformación urbana, sin olvidar el estado de sitio pre­ ventivo con despliegues militar-policiales en ciertas ciudades, cuando acogen alguna «cumbre» de dirigentes del capitalismo globalizado, para contener cualquier ofensiva popular que pretenda sustraer el espacio urbano de la iniciativa del capital. 1 . CNN, 25 de mayo de 2005 y New York Times, 26 de noviembre de 2008.

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¿ Estará condenado el «derecho a la ciudad» a ser de mo­ mento solo un tema de debate académico ? ¿A quién puede ser­ vir el retorno de un pensamiento crítico radical de lo urbano si permanece sin impacto en la realidad social de la ciudad ? ¿ Por qué criticar la urbanización capitalista, si esto no con­ duce a un cuestionamiento práctico, es decir por los hechos y no solamente con palabras, del sistema social cuyo producto es la urbanización ? ¿ De qué sirve repetir una vez más, como hacen Harvey y otros, que «el control colectivo del uso de los excedentes en el proceso de urbanización se convertirá en uno de los principales focos de la lucha política y de la lucha de clases», si uno no se preocupa, en primer lugar, para hacer este control efectivo, de controlar la producción del excedente, es decir de hacer frente a la explotación, núcleo de las relaciones capitalistas de producción ? D . Harvey en diversos artículos y conferencias recientes en las que ha abordado la cuestión de las relaciones entre la urbanización capitalista y la lucha de clases, se ha centrado en un punto que hasta el momento había dejado de lado: el del espacio urbano, no como objeto de lucha sino como terreno de lucha (Harvey, 201 1 ). Según él, esta lucha sigue confrontando, como Marx afirmó, dos clases, la burguesía y el proletariado, pero este no hay que reducirlo a la clase obrera solamente. A parte de que esta clase no ha dejado de disminuir numérica­ mente -al menos en los países capitalistas que primero se han desarrollado- a causa de la desindustrialización y de las deslocalizaciones, está cada vez más precarizada y fraccionada por la división creciente de las ramas de actividad y por la dis­ persión espacial de las unidades de producción. Sin embargo, si se dejan al margen las relaciones de producción del proleta­ riado en la fábrica, se constata que los trabajadores producen y reproducen también, y quizá sobre todo, la «vida urbana» . Evidentemente, esto es cierto para los trabaj adores de la cons­ trucción, pero también lo es para los maquinistas, los conduc-

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tores de autobuses, los trabajadores que hacen funcionar y mantienen las redes técnicas, y, en general, para los empleados de todos los servicios urbanos, públicos o privados. Cuando las reivindicaciones y manifestaciones del conjunto de estas categorías de trabaj adores, más allá de sus diferencias, provo­ can el bloqueo de la ciudad, esta se convierte en «centro de descontento», «hogar de la resistencia anticapitalista», «zona donde se pueda llevar a cabo una lucha seria» contra el orden establecido. Corresponde a D. Harvey deducir las «extraordi­ narias posibilidades que ofrece el poder político de las calles». Pues «el único poder de la izquierda, desprovista del poder del dinero» es «el poder de la gente en la calle», lo que implica que «se piensa en las diversas formas de utilizarlo de manera crea­ tiva para llamar la atención sobre las innumerables desigualda­ des e injusticias del sistema». No obstante, D. Harvey recono­ ce que este tipo de poder es vulnerable, como lo han probado a lo largo de la historia las insurrecciones populares derrotadas y más recientemente la represión violenta en Chile (Santiago), en Canadá (Montreal), en los Estados Unidos (Nueva York, Oakland). Además, estos movimientos permiten, en el mejor de los casos, arrancar como máximo algunas concesiones a la clase dominante, pero no amenazan para nada su dominio. El antropólogo Mike Davis, animado también por el es­ pectáculo de las manifestaciones recientes en el espacio públi­ co de los titulados acosados por la proletarización, detecta las primicias de un levantamiento popular generalizado contra el capitalismo en peligro. Opina que «el genio de ocupar Wall Street es haber liberado un trozo de terreno allá donde el pre­ cio del suelo es el más caro del mundo, y haber hecho de un espacio privatizado un ágora y un catalizador de la protesta» (Davis, 201 2). Esto no impidió que, en las oficinas de ambos lados, las pantallas de los ordenadores permanecieran ilumi­ nadas para seguir las cotizaciones de bolsa y que los brokers continuaran agitándose en las salas de cambio, incluso que al-

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gunos, aprovechando el momento del bocadillo, descendieran a la calle para ver más de cerca lo que pasaba o que, los más curiosos o audaces, fueran a charlar con los contestatarios. Pero a M. Davis poco le importa esto: «los banqueros deberían mostrarse más humildes e incluso empezar a temblar» protes­ ta. Y lanza una aclamación inflamada: «continuad recuperan­ do el espacio público y devolverlo al pueblo: reapropiaros de lo Común» . Una apropiación que no amenaza, sin embargo, quebrantar el mundo capitalista. Noción en boga que desde hace poco en ciertos círculos de intelligenzia, «lo Común» ha reemplazado comunismo como palabra de referencia central y horizonte de emancipación.2 Parece que todos estos universitarios radicalizados hayan olvidado la cuestión del poder. Ciertamente, el espacio público puede devenir el lugar privilegiado para movilizar a la gente, para organizar la expresión política de la protesta, pero con qué gente y con qué perspectiva. ¿ Con quién descender a la calle ? Dicho de otro modo ¿para qué hegemonía y con qué es­ trategia ? Estas cuestiones están ausentes de los propósitos y de las preocupaciones de los contestatarios del orden neoliberal. Ausencia característica, por otra parte, de la mayoría de dis­ cursos anticapitalistas de los intelectuales radicales, geógrafos o no. Y esto está relacionado con que no tienen en cuenta que entre las dos clases fundamentales del capitalismo, burguesía y proletariado, está la pequeña burguesía intelectual. Ahora bien, paradojalmente la mayor parte de los manifestantes, los más decididos y los militantes más activos, que ocupan las pla2. Concepto de consenso por excelencia puesto en órbita por el estratega políti­ co y •comunicador• de David Boillier, cantor muy apreciado en las cumbres inter­ nacionales del entretenimiento, para afrontar la «vulnerabilidad de nuestra Tierra­ madre•, de un «sistema de gobernanza mundial que podría cambiar nuestro hori­ zonte social y político». «Lo común• o los «comunes• -abreviación de «bienes comunes•- ha sido recuperado y reciclado como concepto •revolucionario• especialmente por la corriente negrista (del filósofo Antonio Negri) que ha pasado de post-marxista a anticomunista.

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zas provienen de esta clase, aunque en tiempos ordinarios es ella quien hace funcionar la reproducción de las relaciones ca­ pitalistas en la ciudad o en cualquier otra parte. Es verdad que afrontar el obstáculo que suponen estas cuestiones obligaría a los pensadores enardecidos de «radicali­ dad» a girar el proyector hacia el punto ciego, pero prefieren, conscientemente o no, dejar en la sombra el lugar que ocupa la pequeña burguesía intelectual, su propia clase, en la concep­ ción, organización, funcionamiento y uso del espacio urbano y no afrontar la ambigüedad política resultante, cuando algu­ nos de ellos lo escogen como objetivo y terreno para la lucha anticapitalista. ¿ Es que hay que decirles que en casa del herrero cuchara de palo ? Un periodista de Le Monde Diplomatique, en un artículo incisivo en el que deploraba la ausencia de lazos entre « mani­ festaciones populares y análisis eruditos», se preguntaba cómo conciliar la «cultura ilustrada y la cultura política» (Rimbert, 20 1 1 ), sin muchas ilusiones, parece. «Organizar las masas, de­ rribar el orden social, tomar el poder aquí y ahora, problemá­ ticas comunes de los revolucionarios», desde hace dos siglos, «no las ha resuelto la investigación universitaria, si es que algun día se las ha planteado». Sin embargo, estas problemáticas que estaban ausentes en la época turbulenta en que H. Lefebvre era autoridad en el campo de la investigación urbana, también lo están actualmente -dejando a parte las proclamas estrepitosas y frívolas de los grupos izquierdistas- a pesar de la emergn­ cia de una corriente «radical» en ciertos campus universitarios. No obstante, esto que podría parecer una paradoja, posible­ mente se podría explicar si se tiene en cuenta la naturaleza de clase de este «radicalismo de campus». Y ahí, todavía cabe citar a H. Lefebvre para dilucidar esta paradoj a. Aunque el tema justificaría por sí solo una obra entera, nos contentaremos con resumir en pocas palabras la razón por la cual la radicalidad crítica del pensamiento urbano elaborado

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en coto cerrado puede muy bien ir a la par con su inocuidad política. H. Lefebvre en su obra De L'État, que puede consi­ derarse como su obra mayor, expone en el libro 1 una tesis de «carácter central », según sus propios téminos, que desarrolla en los libros 111 y IV: « Las clases medias, pese su diversidad y a través de sus divergencias políticas sostienen, en el sen­ tido pleno de la palabra, al Estado: son soportes materiales­ soportes ideológicos, valga lo que valga, cueste lo que cueste» (Lefebvre, 1 975 ). Desde este punto de vista, los intelectuales de izquiera, incluidos los anticapitalistas, juegan el papel que les atribuye el Estado en la reproducción de las relaciones de producción. «En la democracia liberal, los intelectuales, entre los que hay que contar los de firme espíritu que mantienen su audacia, se ven encerrados en guetos: protegidos, neutralizados [ . . . ] En los países democráticos, el poder político se las com­ pone para que los intelectuales digan lo que piensan sin que esto sirva de nada» (Lefebvre, 1 975). De ahí el florecimiento de lo que H. Lefebvre llama «ideologías gueto» que a menudo toman la forma de discurso del discurso, del «metalenguaj e», de la «logologia» . En este aspecto H. Lefebvre, apuntando al estrauctural-marxismo althusseriano que profesaban sus co­ frades, los sociologos M. Castells, J. Loj kine, E . Preteceille, C. Topalov, F. Ascher . . . hace notar que «el discurso sobre el discurso marxista vale tanto como cualquier discurso sobre cualquier filósofo o pensador» . Y uno se siente tentado a decir hoy lo mismo a proposito de ciertos discursos sobre el pensa­ miento lefebvriano. La crítica de H. Lefebvre sobre la «logología» de inspira­ ción marxista todavía es válida hoy, cuando el retroceso popu­ lar de la crítica social (debilitamiento de los movimientos de masas, regresión de los sindicatos, involución de los partidos socialdemócratas y esterilización de las vanguardias revolucio­ narias) solo ha dado lugar al florecimiento de un academicismo radical, cuyos portavoces recogen, sin riesgos, beneficios pro-

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fesionales y mediáticos. Se puede, efectivamente, hacer carrera en la crítica a la urbanización capitalista -tal como lo hacen desde hace tiempo otros investigadores, los economistas «al­ termundistas» por ejemplo- centrándola en el modelo socio­ económico neoliberal, sin que esta influya mínimamente en desatar el descontento creciente de las clases dominadas para que se transformen en fuerza política susceptible de impulsar una contraofensiva. En este siglo que acaba de empezar, cuando la crisis no cesa de deteriorar y agravar las condiciones de existencia de las cla­ ses populares, ¿ no es el momento de enlazar de nuevo teoría y práctica, en lugar de contentarse con el teoricismo y hablar (o escribir) para no hacer nada con ello ? Cierto que no existen so­ luciones claves para crear este lazo, pero nada impide empezar buscar en otras «partes», allá donde haya alguna posibilidad de encontrarlas. Es decir, implicarse en las luchas concretas y con los que están decididos a luchar, alimentar la reflexión para la acción. Si no, disociado de toda práctica, el pensamiento ur­ bano de los teóricos críticos «radicales», que han tomado el relevo de H. Lefebvre, tendrá pocas posibilidades de ser «un pensamiento convertido en mundo»3 -excepto el reducido a la jet set de los coloquios y congresos universitarios interna­ cionales. Será solo un pensamiento a la moda, transitorio y sin impacto significativo en el curso de la historia. Referencias

DAVIS, Mike (20 1 2). Soyez réalistes, demandez l'impossible. París: Les Prairies Ordinaires.

G RAHAM, Stephen {20 1 2). Villes souscontrole. La militarisation de l'espace urbain. París: La Découverte.

3. Ponencia presentada en el coloquio internacional dedicado a Henri Lefebvre, los días 27 y 28 de septiembre de 20 1 1 en la Universidad de París Ouest-Nanterre­ La Défense.

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HARVEY, David (2009). «Le droit a la ville», Revue internationale des livres et des idées, 8. [trad. cast.: «El derecho a la ciudad», New Left Review, 53 (2008): pp. 23 -39] . HARVEY, David (201 1 ). Rebel Cities: From the Right t o the City to the Urban Revolution. Nueva York: Verso [trad. cast.: Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana. Madrid: Akal, 20 1 3] . LEFEBVRE, Henri (1 968). Le droit a la ville. París: Anthropos [trad. cast.: El derecho a la ciudad. Barcelona: Península, 1 969] . LEFEBVRE, Henri (1 973). La survie du capitalisme. La reproduction des rapports de production. París: Anthropos. LEFEBVRE, Henri ( 1 974). La production de l'espace. París: Anthropos [trad. cast.: La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing, 201 3]. LEFEBVRE, Henri (1 975). De l' État. (vol. 1). París: UGE. RIMBERT, Pierre (201 1 ). «La pensée critique prisonniere de l'enclos universitaire», Le Monde Diplomatique, enero.

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IV.

TEXTO INÉDITO

LA REAPROPIACIÓN COLECTIVA DEL ESPACIO URBANO: ENTRE ACTIVISMO

Y

TEORICISMO*

Jean-Pierre Gamier

«Reapropiarse del espacio urbano» . ¿ Qué significa este es­ logan ? El concepto de reapropiación aplicado a la ciudad es polisémico. Y, vamos a verlo, algo polémico. ¿ Reapropiación jurídica, colectiva, pública o popular, material, simbólica, par­ cial o total ? ¿ Permanente o temporal ? ¿ Pacífica o violenta ? En todo caso, este lema implica una cosa cierta: la ciudad tal como existe no pertenece a los ciudadanos, sino no habría la necesi­ dad de una (re)apropiación. ¿A quién, entonces, pertenece la ciudad ? « ¿ De quién es la ciudad ?» (Whose is the city ?) se preguntaba la Fundación H . Boll en un largo memorándum para la cumbre de Johannesburgo en 2002. «La ciudad ¿ para quién y por quién ?», una pregunta similar que hacía la UNESCO unos años antes, en la preparación de la cumbre de Hábitat II en 1 996 en Estambul. Preguntas puramente retóricas. «La ciudad es cosa de todos», proclaman concej ales y sus candidatos rivales durante las campañas elec­ torales, al igual que algunos investigadores que no tienen nada mejor que hacer que ser el eco de los políticos. Respuesta pu­ ramente demagógica. Todo el mundo sabe, en efecto, que la ciudad es, antes que nada, cosa de unos pocos, a saber: quienes tienen capacidad de decisión en la esfera pública (gobiernos, ayuntamientos, ejecutivos de alto rango, directores de instituciones públicas, " Traducido por Rosa Tello del original francés.

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tecnócratas de la planificación y del urbanismo . . . ) o en la pri­ vada (dirigentes de sociedades, managers de empresas trans­ nacionales o de oligopolios de la gran distribución comercial, promotores inmobiliarios, constructores y especuladores de toda condición . . . ). Por eso, la reivindicación del «derecho a la ciudad», con­ cepto acuñado por el sociólogo francés Henri Lefebvre, sigue más que nunca vigente. El sentido original era, como es bien conocido, el derecho de acceder a todo lo que delimita la cali­ dad de la vida urbana y también el derecho a cambiar la ciudad según las necesidades y los deseos de la mayoría de la gente, y no, como hasta hoy, según los intereses de una minoría. «El derecho a la ciudad va mucho más allá -aclara el geógrafo 'radical' David Harvey- del derecho de acceso individual a los recursos urbanos: se trata de un derecho a transformarnos a nosotros mismos transformando la ciudad conforme a nuestro deseo más anhelado». El derecho a la ciudad, prosigue Harvey, es «el poder colectivo para remodelar los procesos de urbani­ zación que deberían originar el desarrollo de nuevos lazos so­ ciales entre ciudadanos, una nueva relación con la Naturaleza, nuevas tecnologías, nuevos estilos de vida y nuevos valores es­ téticos con el fin de hacernos mejores». En definitiva, el auge de una verdadera civilización urbana radicalmente diferente -por no decir opuesta- a la que produce el modo de pro­ ducción capitalista. ¿ Quiénes son los depositarios legítimos del derecho a la ciudad ? En principio, es decir, según el principio de la demo­ cracia representativa, son los ciudadanos electores. «Todos los habitantes, todos los usuarios», añadirán los «izquierdo­ sos» contemporizadores de esa «democracia formal». Pero hay que considerar las categorías sociales que a menudo se olvidan en este inventario: las personas en situación de vul­ nerabilidad, los pobres, los sin techo, las muj eres a menudo aisladas, las personas mayores, los niños y los j óvenes, las 204

minorías étnicas, los inmigrantes, los desplazados, los refu­ giados . . . La conclusión que se puede sacar parece a priori ob­ via: apropiarse del espacio urbano supone la expropiación, por lo menos parcial, de la minoría que se lo ha apropiado. «Expropiar a los expropiadores» era la consigna de los obreros anarquistas del siglo XIX en el ámbito de la producción. ¿Vale esto en el ámbito urbano ? Parece que no. La reapropiación ha pasado de ser conflictiva en la época de las luchas urbanas, en los años setenta, a un eslogan bastante consensual, hasta tal punto que son incontables las ocasiones en que los poderes públicos (ministerios, ayuntamientos . . . ) incluyen en su pro­ paganda la «reapropiación ciudadana de la ciudad» o parte de ella. ¿ Cómo creer en esta patraña ? Las clases dirigentes que hasta ahora tienen el «poder de actuar sobre las condiciones generales que configuran los pro­ cesos de urbanización», según la definición de David Harvey del derecho a la ciudad, no estaban ni están dispuestas a aceptar sin reaccionar que la presión popular les desposea de este po­ der. Semejante perspectiva implicaría, en efecto, que también estarían despoj adas del poder de actuar sobre las condiciones generales que determinan no solo los procesos urbanos sino también muchos otros. En definitiva, esto significaría que las clases dirigentes tolerarían el estar privadas de su poder eco­ nómico y político, en otras palabras, tolerarían dej ar de ser clases dirigentes. Esto es desde luego un sueño, por no decir una hipótesis irreal o absurda. A pesar de ello, hay mucha gente que comparte la ilusión de que es posible una apropiación colectiva del espacio urbano sin provocar un enfrentamiento entre poseedores y desposeí­ dos, es decir, sin poner seriamente en j aque el modo de pro­ ducción capitalista que hace imposible dicha apropiación. Esto las lleva a comprometerse en dos sentidos: el activismo y el teoricismo. Dos callejones sin salida, a mi modo de ver.

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Activismo: movimientos sociales urbanos sin perspectivas políticas

En los años setenta del siglo pasado, conocidos en Francia como los años de la «contestación», las luchas urbanas se cir­ cunscribían en el marco de una ofensiva general contra el sis­ tema capitalista o quizá, más bien se creía que estaban circuns­ critas en ese marco, si se tiene en cuenta que la pequeña bur­ guesía intelectual radicalizada de la época -actor principal y a menudo exclusivo de estas luchas- era propensa a caer en un «revolucionarismo» idealista, desconectado de la realidad de las relaciones de fuerza a nivel nacional e internacional. Con todo, estas luchas se concebían como la apertura de un nuevo frente contra la dominación burguesa. La «cuestión urbana» -por citar el título del famoso libro de Manuel Castells considerado como la biblia por militantes, profesores e investigadores de izquierda en el campo urbano- junto con El derecho a la ciu­ dad de Henri Lefebvre eran, para todos ellos, indisociables de la «cuestión social», o sea, la puesta en tela de juicio teórica y práctica del modo de producción capitalista con un horizonte político: el paso al socialismo, cuando no al comunismo. Hoy en día, la urbanización del capital sigue como nunca su curso, reorganizando el territorio y en particular las ciu­ dades, cada vez a escalas más amplias y más profundamente que en los períodos anteriores. Pero, frente a las tendencias globales estructurales de la dinámica urbana capitalista, ahora las reacciones se limitan a luchas específicas y segmentadas en actitud defensiva: okupas de viviendas vacías, bloqueos de de­ sahucios, solidaridad con los sin-techo, movilizaciones contra los «grandes proyectos inútiles» , etc., sin ninguna perspectiva sintética de emancipación colectiva. La acción se convierte así en un medio para alcanzar objetivos limitados y a corto plazo, o en un simple medio de alerta y de protesta o, incluso, en una finalidad en sí misma.

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De manera significativa, las palabras «socialismo» y «co­ munismo» han desaparecido del vocabulario de los activistas y se han reemplazado por una referencia vaga y consensual a no se sabe qué ideal de «ciudadanía». En el mejor de los casos, solo se denuncia el neoliberalismo, como si el capitalismo fue­ se ya asumido como el único horizonte posible de nuestros tiempos y de los que vayan a venir. Contrariamente a lo que Henri Lefebvre profetizaba ayer y lo que David Harvey espera todavía hoy, la reivindicación del «derecho a la ciudad» sigue siendo un «encantamiento» . N o h a dado lugar a ningún movimiento social consistente capaz de subvertir el orden urbano establecido, lo que no es de extrañar, cuando la mayoría de los movimientos sociales urbanos que han reclamado este derecho durante los últimos años, lo han hecho con vistas a conseguir un compromiso con las autoridades, siguiendo la dialéctica integradora clásica (y clasista, como veremos): conflicto-negociación-compromiso. Sus líderes negocian sin llevar la lucha más allá, con actitud de adaptación a un sistema que produce segregación, desposesión y relegación urbanas de las clases populares. «La ciudad ¿ se quema ?» Este es el título en forma interroga­ tiva de un número de la revista francesa Mouvements, dedicado a las tensiones urbanas (Bourdeau et al., 201 3). Este título un poco alarmista y sensacionalista remite a las actuales tensiones urbanas: revueltas de los jóvenes en los polígonos de viviendas sociales, oposición a la renovación urbana, reinvindicaciones en cuanto al uso del espacio público, etc. Sin embargo, no es una llamada a la insurrección urbana. Por el contrario, «parece -se lamentan los universitarios firmantes del editorial de este nú­ mero-- que seguimos sin disponer de la manguera de incendios que nos permitiría apagar el fuego». Efectivamente, estos bom­ beros novatos de la investigación urbana hablan de una «reapro­ piación de la ciudad» que realizarán, según una lógica y con un objetivo, los «ciudadanos». Es decir, ciudadanos respetuosos de

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las normas políticas vigentes y de las autoridades públicas que las personifican. Y eso a través de la complementariedad y la articulación entre «acciones militantes desde abajo» y «políticas públicas desde arriba» que «llegarían a encontrase y unirse para elaborar y poner en marcha instrumentos compartidos que per­ mitan que la ciudadanía (re)tome las riendas de la ciudad». Aquí aparece la bien conocida estrategia de instrumenta­ lización de los movimientos urbanos. Según la opinión de los coordinadores del mencionado monográfico, la movilización de las asociaciones de vecinos y de los colectivos militantes de­ bería actuar como corta-[uegos frente a las revueltas urbanas. Existen, obviamente, múltiples dispositivos de «participación ciudadana» y mecanismos de «concertación», supuestamente diseñados para que los habitantes se vinculen a los propósitos de los proyectos urbanos y, eventualmente, también a la super­ visión de las correspondientes actuaciones. De hecho, se trata de estratagemas dirigidas a neutralizar la oposición y hacer que la población acepte estos proyectos, ya que los efectos reales de la denominada «democracia participativa» se limitan, cuan­ do más, a modificar algunos detalles. Es sobradamente conocido que, cuando están en juego proyectos urbanos importantes, el «participacionismo» redu­ ce la intervención de los ciudadanos a una simple recepción de información más o menos trivializada o, cuando más, a un «pacto» con los poderes públicos. Pacto necesariamente poco eficaz, si se tiene en cuenta que en realidad la mayoría de de­ cisiones se toman al margen de los ciudadanos y que la mayo­ ría de los agentes más poderosos de la urbanización capitalista (banqueros, industriales, constructores, promotores y especu­ ladores) nunca están involucrados en este diálogo pseudode­ mocrático. Cuando se consiguen estos pactos, solo se llega a medidas funcionales mínimas, como el optar por escoger entre diferentes opciones, que restringidas de antemano, excluyen cualquier alternativa real.

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En princ1p10, cuando un ayuntamiento pretende desa­ rrollar una nueva ordenación urbana y se compromete en un proceso de concertación con la población afectada, la decisión final, que debe integrar los acuerdos, corresponde a los polí­ ticos que detentan formalmente el poder. En la realidad, sin embargo, la discusión entre las partes, el intercambio de argu­ mentos, el hacer explícitos los puntos de vista de cada uno, etc. jamás llegan a poner en crisis un proyecto hasta el punto de tener que abandonarlo, ni siquiera alguna de sus grandes direc­ trices. De ahí que, «integrar los resultados de la concertación» solo significa para los promotores públicos y privados hacer algunas concesiones marginales. Todo esto queda muy lejos de cualquier «práctica colectiva que genere nuevos territorios de negociación y política común». Además, no hay que olvidar que, como muestran los es­ tudios sociológicos sobre el funcionamiento concreto de la «democracia participativa», el activismo en las asociaciones de vecinos, las asambleas de barrios y los mecanismos que su­ puestamente permiten la intervención del pueblo en la orga­ nización y el uso del espacio urbano los nutre principalmente -o casi exclusivamente--, la pequeña burguesía intelectual. En la mayoría de los casos, las clases populares están ausentes de las reuniones y debates. Son los neo-pequeños burgueses los que movilizan sus saberes profesionales y sus habilidades de militantes para «dialogar» con las autoridades, tanto más fá­ cilmente cuanto ambas pertenecen a la misma clase. Visto des­ de este ángulo, estas iniciativas generan efectivamente «nuevos territorios de negociación y política común». Como resulta evidente, no pueden predominar otros intereses ni reivindi­ caciones que los de esta clase, especialmente en los barrios en vías de gentrificación. Así, por ejemplo, en el caso de los pro­ yectos de transformación del espacio público, los nuevos veci­ nos pequeño-burgueses-intelectuales consiguen imponer que se eliminen de las aceras los comercios exóticos y populares,

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porque se consideran ruidosos, sucios e incómodos para los peatones, y que sean sustituidos por parterres y carriles bici . . . Para los poderes públicos locales, un ejemplo de los logros de la articulación entre «las acciones militantes desde abajo» y las «políticas públicas desde arriba» son los okupas culturales o artísticos. A diferencia de los squat precarios -que en con­ diciones de emergencia se preocupan solamente de resolver sus problemas de vivienda- y de los squat políticos -militantes que tratan de concienciar a los vecinos de un barrio popular y convencerles de resistir contra una «reconquista urbana» espon­ tanea (gentrificación) o planeada (renovación urbana) que con­ llevará tarde o temprano su evicción- los okupas artísticos o culturales contribuyen a menudo, sin querer, a estas transforma­ ciones urbanas, e incluso a veces las anticipan. Efectivamente, el objetivo prioritario de estos ocupantes es también resolver el problema de alojamiento, pero no solo tratan de encontrar una vivienda sino también un lugar económicamente accesible para realizar su actividad artística, convirtiéndolo en un taller, una galería, un estudio, etc . . . En varias ciudades de Francia estas estrategias culturalistas de activación de edificios abandonados y de revitalización de espacios en desuso dan lugar a una cola­ boración entre los okupas (que se no se consideran subversivos sino como agentes ciudadanos de una regeneración urbana) y poderes públicos que se muestran «comprensivos», en nombre de la «gestión participativa» de los recursos urbanos, de la co­ gestión e incluso de la autogestión de «lo común». Obviamente, la reacción de las autoridades locales es muy distinta según el tipo de squat. En el caso de los squat políti­ cos, cuyos militantes consideran que la requisa «salvaje» de las viviendas vacías es un primer paso para la reconquista popular del espacio urbano, la respuesta es la represión y la erradica­ ción: no se puede transigir con la burla de la propiedad privada o estatal ni poner obstáculos a los proyectos urbanísticos. En el caso de los okupas artísticos, dar vida a espacios abandona-

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dos y desechados, realizar conciertos, exposiciones, proyec­ ciones, espectáculos, debates y comidas festivas para llamar la atención de los ciudadanos y políticos sobre dichos espacios, hace que los inversores y especuladores descubran posibles te­ rrenos para la especulación. «En la ciudad densa, programada, cuadriculada, estandarizada, estos ocupantes abren brechas, espacios de respiro, de creación, de libertad», proclama el au­ tor de un artículo de la revista. De hecho, abren, sobre todo, nuevos territorios a la reconquista urbana. Ciertamente, se puede objetar que también los okupas políticos pueden aco­ ger y fomentar similares actividades lúdicas y festivas. Pero eso solo agrava su culpabilidad. Estas actividades, por su orientación y contenidos, además de servir para popularizar el lugar y fomentar la solidaridad entre los habitantes y los militantes okupas, sirven p ara politizar y movilizar a la gen­ te con una orientación anticapitalista. ¡ No hay que confundir «lo común» (concepto consensual que, desde hace poco, se ha puesto en boga en la filosofía y la sociología conformistas) con comunismo! A pesar de todo, la autocelebración del activismo «ciu­ dadanista» prosigue. «Otra ciudad es posible», repiten, cele­ brando sus intervenciones puntuales como «manifestaciones de una ciudanía urbana en plena reconfiguración», sin ver, o fingiendo no ver, que lo que vale para la sociedad vale también para la ciudad. Solo «se reconfigura» otra ciudad capitalista o una ciudad capitalista de otra forma, no una ciudad que no sea capitalista, con todos los defectos y taras que la caracterizan a expensas de las clases populares. Estos activistas imaginan que participan en el «enriquecimiento humano de nuestras ciudades y nuestras vidas urbanas», pero ninguno se atreve a combatir el poder de los ricos, es decir, de los pudientes. Por eso, esta «ciudad que se reconstruye desde abajo», a partir de sus iniciativas colectivas, no parece quitar el sueño a quienes siguen edificándola desde arriba.

Terminaré esta primera parte con dos citas. La primera está sacada de la revista ya mencionada. Retratos de una ciu­ dad militante es el título de una serie de entrevistas y relatos entusiastas de experiencias innovadoras en materia de desa­ rrollo cultural y de «transición ecológica» que llevaron a cabo okupas que, amparados por los poderes públicos, no cuestio­ nan ni la especulación, ni la segregación socio-espacial, ni el confinamiento de las clases populares, ni la mercantilización o la efusión consumista de la vida urbana. Para comentar es­ tas experiencias escoj o una cita del pope del situacionismo, Guy Debord. «Antes, solo se conspiraba contra el orden es­ tablecido. Hoy en día, conspirar a su favor es un oficio muy desarrollado» . Teoricismo:

un

radicalismo académico

En Francia desde principios de este siglo, paralelamente a este activismo despolitizado se observa un auge, o más bien un retorno, del pensamiento urbano poco sospechoso de con­ descendencia, involuntaria o no, hacia el orden establecido. Al contrario, una nueva generación de universitarios, entre los que destacan geógrafos y algunos sociólogos, sugestio­ nada por las tesis y análisis de Henri Lefebvre y de David Harvey, somete la urbanización capitalista a una crítica radical. Desgraciadamente, esta actividad teórica, por intensa que sea, no tiene impacto en la realidad social de la ciudad. Se podría explicar la poca influencia de este pensamiento porque solo lo comparten una minoría de investigadores y profesores. Pero la experiencia histórica enseña que las minorías pueden des­ empeñar un papel relevante en la evolución de las sociedades a poco que sean políticamente «activas». El problema de los uni­ versitarios franceses, que van a buscar los modelos «radicales» en los campus norteamericanos, es que su actividad se queda en lo puramente académico.

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¿ Por qué criticar pues la urbanización del capital, la apro­ piación privada del espacio urbano por una oligarquía y la desposesión de las clases populares, si esto no llega a poner contra las cuerdas de forma efectiva, es decir en los hechos y no solamente en palabras, al sistema social que produce este tipo de desarrollo urbano ? ¿ Por qué y para qué repetir, como lo hacen D . Harvey y otros, que «el control colectivo del uso de los excedentes de capital en los procesos de urbanización debe devenir uno de los puntos principales de focalización de las luchas políticas y de la lucha de clases», si en primer lugar no se reflexiona sobre los medios para realizar este control, para controlar primero la producción de estos excedentes y la propia explotación, corazón ambas de las relaciones de pro­ ducción capitalistas ? Recientemente D . Harvey, en artículos y conferencias so­ bre la cuestión de la relación entre la urbanización capitalista y la lucha de clases, se explica acerca de un punto que había de­ j ado de lado hasta ahora: el espacio urbano, ya no como objeto de lucha, sino como espacio de lucha (Harvey, 201 1 ). ¿ Pero, con qué obj etivos ? ¿ Con objetivos específicamente urbanos, es decir, que apuntan hacia la concepción, el funcionamiento y el uso del espacio urbano verdaderamente colectivos, demo­ cráticos y populares ? ¿ O con objetivos más generales de cam­ bio social apuntando hacia al neo-liberalismo, o sea el mismo capital, donde la ocupación del espacio público sería la manera esencial de protestar, resistir y reivindicar ? David Harvey y Mike Davis optan por el segundo punto de vista cuando dilucidan sobre la materialización de los recientes movimientos de ocupación masiva de plazas y calles que tuvie­ ron lugar a partir de 20 1 0, tales como la «Primavera Á rabe», Occupy Wall Street en los Estados Unidos, los Indignados es­ pañoles, las reuniones masivas de la Plaza Taksim y del par­ que Gezi en Estambul en 20 1 3, las manifestaciones en Brasil contra el Mundial de fútbol y las Olimpiadas de 20 1 4 y 20 1 6

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respectivamente, y las diversas manifestaciones de estudian­ tes en Inglaterra y Canadá. Todos estos movimientos cues­ tionan la política neoliberal, excepto las protestas brasileñas y turcas, que se pueden interpretar como críticas a proyectos urbanísticos y arquitectónicos sinónimos de mercantilización del espacio urbano y segregación socio-espacial, aunque los manifestantes aprovecharon la ocasión para fustigar el carácter autoritario y antipopular de los correspondientes gobiernos. Sin embargo, queda por saber si, como lo imagina D. Harvey y otros distinguidos teóricos de la geografía radical, la ocupación puntual y efímera de los espacios públicos cons­ tituye el elemento clave determinante para los futuros enfren­ tamientos de clase y de la lucha por la emancipación colectiva. No lo parece, visto el balance de los dos movimientos, el 1 5-M en España y la Nuit Debout en Francia, que desde el momento que aparecieron han sido objeto de numerosas teorizaciones optimistas. El balance político del movimiento de los Indignados se puede calificar de «modesto» . Cierto que en la primavera de 201 1 decenas de miles de manifestantes ocuparon durante más de tres semanas las plazas céntricas de las principales ciudades españolas, antes de desplegarse . . . o replegarse en los barrios populares. Desde luego, no pretendo subestimar la importan­ cia del movimiento de revuelta del pueblo griego en la plaza Syntagma en Atenas y otras en Tesalónica y Patrás contra las oligarquías europeas. Han «transformado el imaginario colec­ tivo, rompiendo el velo de resignación y de miedC'» que man­ tenía pasiva a la población frente a la reaccionaria regresión neo-liberal, como se afirma con toda razón en una de las con­ tribuciones en un excelente e instructivo librito: ¡Espabilemos! (Taibo, 20 1 2). Las prácticas espaciales de las acampadas, las asambleas y los comités surgidos del movimiento fueron unos de los logros más completos de la extensión y organización de la protesta. Los activistas del 1 5-M, combinando redes so-

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ciales y acampadas temporales, demostraron que mediante la práctica es posible inventar nuevos usos del espacio público y nuevos espacios políticos virtuales que dan lugar a una pro­ ducción de espacios. Pero, dejando al margen el aspecto simbólico, para exa­ minar los resultados concretos hay que ser menos entusiasta, es decir, más realista. Como observa el anarquista post-situa­ cionista Miquel Amorós en un texto polémico, pero estimu­ lante, a propósito de los dirigentes del 1 5-M y su ideología «ciudadanista» de «clase media», «la dominación capitalista -el sistema- no ha retrocedido un ápice» (Amorós, 201 1 ). También los Indignados vituperaban el todopoderoso poder de los «banqueros» y a sus cómplices de beneficio, los poli­ tiqueros de derechas y de izquierdas. Sin embargo, a media­ dos del año siguiente, mientras el Partido Popular, habiendo ganado de nuevo las elecciones, remataba la obra de «sanea­ miento económico» iniciada por el llamado Partido Socialista Obrero Español, más de 220.000 indignados se habían ido ya del territorio español en busca de trabaj o. Llegaron a países (en primer lugar, Argentina) capaces de ofrecerles los empleos que reclamaban en vano en su tierra. En el mismo período, casi el 70% de los jóvenes, según varios sondeos, se mostra­ ban dispuestos a irse de España ante la falta de perspectivas laborales. Estamos lejos del eslogan ultra-izquierdista que vo­ ciferaban los manifestantes franceses en Mayo del 68: « ¡Una sola solución, la revolución ! » . La «generación perdida» o «sin futuro» española, víctima del paro, de la sobrecualificación, de la precariedad laboral y de la inseguridad social en general, lo que susurraba más bien en voz baja era: «Una sola solu­ ción, la emigración» . Por supuesto que se puede objetar que el movimiento Indignados, al que le siguieron «mareas de ciu­ dadanos» que invadían las calles, por lo menos creó un nuevo partido, Podemos, que proponía «convertir la indignación en cambio político» . Pero ahora sabemos lo que ha sucedido: su

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«radicalismo» inicial se ha embutido en el electoralismo a ex­ pensa de las movilizaciones populares. La conquista mediante coaliciones con organizaciones «ciudadanas» de algunos ayun­ tamientos en 2014, entre los que se encuentran los más impor­ tantes del país, Madrid y Barcelona, no ha transformado fun­ damentalmente la vida cotidiana de los ciudadanos de las clases populares. Y la participación en las dos siguientes elecciones generales ha sido paralela a la normalización del partido, cuyo lider Pablo Iglesias, ansioso de recuperar parte del electorado del PSOE, no ha dudado en proclamarse socialdemócrata, ni ha olvidado elogiar a José Luis Rodríguez Zapatero e incluso, cara a la derecha, ha aumentado las referencias «patrióticas» en sus discursos. Así lo recordaba la militante comunista de Red Roja, Angeles Maestro, cuando comentaba el pobre resultado de la coalición Podemos-IU-Equo en las elecciones generales de 2016: « los cambios decisivos en la correlación de fuerzas no serán electorales» . Evidentemente esta deriva derechista n o s e puede conside­ rar como una traición personal de los dirigentes de Podemos. Esta evolución era previsible a poco que se hiciera un análisis sociológico; este partido que fustigaban la «casta» política­ económica del país pertenece a otra casta, la de los intelectua­ les, una nueva variedad de neo-conservadores, en el sentido propio de la palabra. No proponían ni salir del euro ni de Europa ni de la OTAN, es decir, no proponían hacer los prime­ ros pasos hacia una salida del capitalismo, como máximo pro­ ponían «cambiar las reglas políticas del juego». Hasta ahora no lo han conseguido. Lo mismo puede pasar al movimiento francés de ocupa­ ción de plazas Nuits Debout, muy influenciado inicialmente por el de Indignados españoles, aunque emergió en muy dis­ tintas condiciones. Este movimiento ha surgido a partir de una serie de amplias movilizaciones sindicales de los empleados del sector público, de profesores, de estudiantes de bachillerato

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contra la «ley laboral» que acentuaba la flexibilidad y por tan­ to la precariedad de los trabajadores. La idea fue de activistas «ciudadanistas» que mayoritariamente pertenecían al ámbito de los medios información «alternativos» (periódicos, radios y redes sociales). Gracias al enorme éxito del documental Merci Patron -realizado por el periodista Fran�ios Ruffin, redac­ tor jefe del mensual satíricoliberal Fakir- que ridiculizaba a Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia, estos activis­ tas decidieron invitar a la gente que participó en la gran ma­ nifestación del 3 1 de marzo de 201 6 a «hacer prolongación» (nombre que se da a las celebraciones de los partidos de fut­ bol) pasando una Nuit Rouge [noche roj a] -luego rebautiza­ da Nuit Debout- en una plaza bajo las estrellas, en lugar de ir como de costumbre a dormir después de haberse manifestado. ¿ Para qué ? La respuesta de los promotores de esta iniciativa, Fran�ois Ruffin a la cabeza, es sorprendente: «para darles miedo». Dar miedo a quién. A la «oligarquía» industrial y financiera, a los gobernantes «pseudo-socialistas» que son sus cómplices y ser­ vidores. Digámoslo de inmediato: lo que ha sucedido durante más de dos meses en las plaza de la República de París y de otras sesenta ciudades más no es para asustar la clase dirigente francesa. Para empezar, estas «ocupaciones de plazas» nocturnas, donde los participantes en pequeños grupos de discusión o en asamblea general se lanzaban a «arreglar el mundo» en pala­ bras, tenía algo de surrealista en un país sometido a un esta­ do de sitio que el gobierno ha promulgado y prolongado sin cesar en respuesta a los atentados yihadistas. La plaza de la República de París, erigida como el lugar emblemático de la «refundación de la democracia», se transmutaba en ágora re­ volucionaria de una capital controlada por las fuerzas del or­ den. Los virulentos discursos contra la nueva ley laboral (o «ley El Khomri», por el apellido de la Ministro de Trabajo) se

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alternaban con conciertos y espectáculos «antiliberales» con apoyo del alcalde de París, y además este «asalto ciudadano», si así se le puede llamar, estaba altamente protegido por la po­ licía. Pero no se podía saber si los robocops bien armados y petrechados estaban allí para defender a los autoproclamados insurrectos o para detener los ocasionales excesos de un movi­ miento cuyos portavoces no cesaba de reivindicar su carácter pacifista al mismo tiempo que reclamaba la rendición de em­ presarios y banqueros. En efecto, según los acuerdos negociados entre organi­ zadores del movimiento Nuit Debout y la policía, los ocu­ pantes se guardarían bien de impedir la circulación de alre­ dedor de las plazas y la desocuparían al amanecer. Es evi­ dente, pues, que la «efervescencia contestataria» de la plaza de la República no preocupó demasiado a los traders ni a los brokers que como si nada pasara se afanaban por llegar a los centros de negocios de la Opera, Montparnasse, Champs Elisées o La Défense. Un segundo elemento explica que la exaltación verbal de las plazas no haya inquietado a quienes estaba drigida. Persiste una brecha, o quizá una fosa, más marcada en Francia que en otras partes, entre las exageraciones « antiliberales» con las que las estrellas de la «izquierda de la izquierda» abrevan a sus lectores y auditores, y la preparación real de las mentes e incluso de los cuerpos para un enfrentamiento con las fuerzas del capital. Como siempre en ocasiones parecidas (Mayo del 68 o mayo de 1 9 8 1 con la elección de Mitterrand como presi­ dente de la República), la intelligentsia progresista se dio prisa en exagerar la importancia política del acontecimiento como si fuera el preludio de cambios sociales extraordinarios. Pero por más que los «nuitdebutistas», guiados por el principio de «horizontalidad» y por la «democracia directa», pensaran y creyeran que no tenían «representantes, líderes, potavoces», fue un grupo minoritario de periodistas, investigadores y ar-

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tistas el que no solo lanzó el movimiento, sino que también orientó su curso y expuso lo que convenía pensar, cosa que los medios de comunicación alternativos (Radio Debout, TV Debout, Le Bulletin Quotidien, el periódico gratuito en línea 20 Mille Luttes, la página web convergences-des-luttes.org, las numerosas cuentas de Twitter y Facebook, etc.) o la prensa comercial (le Monde, Libération, Le Nouvel Observateur . . . ) iban cambiando al hilo de los días . . . o de las noches. Cabe resaltar el papel clave que han tenido los profesio­ nales del community managing y del márketing. Desde Media Center, Póle Presse, Póle Communication o Póle Graphisme, estos profesionales dirigían la difusión de Nuits Debout en las redes sociales, amplificando a través de la comunicación digital el impacto de lo que se hacía y sobre todo lo que se decía en las plazas, sin dej ar a los espectadores o auditores la posibilidad de distinguir lo que separaba la realidad de la imagen que se difundía. Esto incluso les ocurría a muchos de los ocupantes que preferían seguir los acontecimientos a través de sus iPad o cualquier otro smartphone. U na vez más se verifica la máxima de Guy Debord en la Sociedad del espectáculo: «Todo lo que se ha vivido directamente queda distante en la representación», pero ahora de forma caricatu­ resca. Lógicamente estas condiciones de falta de distancia crí­ tica suponían que con frecuencia los discursos prevalecieran sobre los actos hasta dominarlos . Esto dej aba el campo libre a los impostores y los bufones titulados del escenario «radical» para entregarse a las divagaciones más extravagantes sin que fueran contradichos. Así uno de los mentores de Fran�ois Ruffin y de los pro­ tagonistas de Nuits Debout, el economista Frédéric Lordon que se hace pasar por filósofo, quiza deslumbró a su audito­ rio cuando durante la primera Nuit Debout de la Plaza de la República anunciaba solemnemente «es posible que se esté a punto de hacer alguna cosa» . La gente, acogiendo con entu-

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siasmo esta hipótesis optimista y sibilina al mismo tiempo, olvidó preguntarse por el contenido, o sea la existencia, este «hacer». El 9 de abril, Frédéric Lordon en el mismo lugar y ante el mismo tipo de público decía: «Hace diez días era obligado usar el condicional y solo podíamos decir puede que estemos a punto de hacer algo. Creo que ahora se puede abandonar la prudencia gramatical: estamos a punto de hacer algo » . Pero esta vez, el supuesto «hacer algo» era hacer tam­ balear las bases de la ley laboral {ley El Khomri) y definía el futuro: «Hay una Radio Debout, una Télé D ebout, Dibuj os Debout. Todo está a punto de ponerse Debout [en pie] » . Este frenesí de verticalidad empezaba a conquistar la Francia e in­ cluso la Europa urbanas: «Sin contar las capitales de provin­ cia que han tenido Nuit Debout, también están a punto de inflamarse otras ciudades europeas como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Murcia, Bruselas, Lieja, Berlín » . Un simple repaso de la prensa de estas ciudades podría mostrar que esta exal­ tación era solo fuego de paja y que si hubiera habido Nuits Debout no habría mañanas. Si Frédéric Lordon merece atención, que por otra parte busca con sus bravatas agresivas contra el «ordoliberalismo» y la «eurocracia», es porque representa a estos subversivos subvencionados, herederos de los «intelectuales comprome­ tidos» de antaño. Nuits Debout le ofrecía la oportunidad de representar sin riesgo el papel de perdonavidas en el asalto al orden establecido. Aparentemnte movido por una descarga de adrenalina guerrera, prometía a los poderosos « aportarles no la paz, sino la catástrofe» en el sentido griego, es decir, su « reconversión», como precisaba doctamente según su habi­ tus de clase académica. U na reconversión bastante soft, pues­ to que se daba sin brutalidad. Es verdad que el obj etivo de la agenda «ciudadana», que es la suya, es de lo más moderado: «la república social »; sobre todo no socialista ni mucho me­ nos comunista. Por otra parte, hay que recordar que se debe a

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Frédéric Lordon que la Nuit Rouge pasara a nombrarse Nuit Debout, porque según él, rojo «tiene demasiadas connota­ ciones» , Efectivamente l a ideología d e sus correligionarios y d e la mayoría de «nuitsdebutistas», no es anticapitalista, sino que, por falta de otro calificativo, se puede llamar «altercapitalista», término apreciado por la asociación Attac y difundido por Le Monde Diplomatique. El cacareado «otro mundo es posible» es, no nos cansaremos de repetirlo, otro mundo capitalista o un mundo capitalista diferente, pero en absoluto un mundo dife­ rente del capitalista; solo se cuestiona su versión neoliberal. Este «capitalismo domesticado» con el que sueña otro mentor de Fran�ois Ruffin, el demógrafo y antropólogo Emmanuel Todd, es precisamente el único auténtico de la «Primavera francesa» (Ruffin, 201 6a). Próximo al político Jean-Luc Mélanchon, que no «trata de integrar el movimiento» pero le gustaría que «este lo integrara a él», según confiesa como presidenciable autopro­ clamado, el politólogo cercano al Parti de Gauche Gael Brustier propone una definición ideológicamente significativa de Nuit Debout: «el primer movimiento social post-marxista» (Desbos y Doucet, 20 1 6). No hay que ser adivino para predecir que este movimiento no irá muy lejos. Y una prueba más de lo que se viene diciendo está en el fracaso de exportar Nuit Debout a las zonas periféricas donde está aparcado el proletariado y hay una juventud pauperizada y sin futuro, hijos de padres inmigrados. Las escasas tentati­ vas que se han hecho para «deslocalizar» Nuit Debout se han saldado con un fiasco. Como no ha cesado de decir Fran�ois Ruffin la «unión entre intellos [intelectuales] y populos [pue­ blo]», es decir, entre la pequeña burguesía intelectual y las clases populares es la condición sine qua non del cambio de relación de fuerzas frente a la «oligarquía». Sin embargo, no se ha podido dar a causa de carácter de clase del movimiento Nuit Debout que se traslucía bien tanto en su composición social y 22 1

manera de funcionar como en los temas de debate y el estilo de las intervenciones. ¿ Qué tienen en común las clases medias del ámbito cul­ tural y universitario con los obreros y empleados que parti­ cipaban en las manifestaciones contra la ley laboral pero que después de una j ornada laboral no tenían ni la posibilidad ni las ganas de hacer de noctámbulos en asambleas generales in­ terminables o en grupos de discusión de las numerosas comi­ siones temáticas (casi un centenar) que no siempre abordaban temas de interés ? Y ¿ qué se puede decir de los jóvenes de los barrios periféricos, primeras víctimas de la violencia policial, controlados por sus fisonomías, y discriminados como sus padres, cuya suerte hasta ahora no había preocupado mucho a los «ciudadanistas» de los barrios gentrificados ? Cierto es que la precariedad golpea a cada tipo de población, pero no se vive ni gestiona de la misma manera si se tiene menos forma­ ción que la media y si se reside a unos cuantos kilómetros del centro urbano. Desde el punto de vista geográfico, los habi­ tantes de los polígonos de residencia social no viven la misma realidad. Solo hace falta hablar con ellos para comprender que baj o su punto de vista los activistas de Nuit Debout, for­ man parte de los privilegiados que a ellos les gusta vapulear. Como comentaba irónicamente Fran�ois Ruffin, dudando a posteriori de la razón de ser del movimiento Nuit Debout querer «inventar la democracia sobre 2 .500 m2» (superficie de la zona peatonal «ocupada» de la Plaza de la República) en un «París vaciado de sus clases populares», prueba un inega­ ble narcisismo de clase, tanto social como espacialmente, de los neo-pequeño burgueses que «comen, danzan, se abrazan, discuten también en Asambleas Generales, se inventan otro mundo» (Ruffin, 2 0 1 6b). Fran�ois Ruffin reconocía, aunque un poco tarde, que el movimiento se había metido en un callejón sin salida, haciendo creer con cierta arrogancia que cuando apenas había empezado 222

ya no se hizo muchas ilusiones sobre su orientación. «Si Nuit Debout se ha mostrado como un excelente lugar de expresión, no es un lugar de decisión. Por mi parte, nunca he tenido mu­ chas esperanzas. Desde la primera noche he notado los límites a causa de la sociología parisina -una masa de graduados, po­ cas clases populares, ninguna fábrica en los alrededores, una desconfianza en los sindicatos- que ha desembocado en una burocracia democrática sin voluntad de organizarse» (Peillon y Cailhol, 2016). El 20 de abril, en una conferencia en la Bolsa de Trabajo, Ruffin junto al inevitable Frédéric Lardon y el director de Le Monde Diplomatique, Serge Halimi, trataba de dar un segundo impulso a Nuit Debout trazando las grandes líneas de «la etapa de después» . Sin acuerdos después de un debate enredado y confuso, esta etapa quedó en suspenso. Pero la problemática que ha ocasionado la adhesión de la mayoría de los asistentes deja prever la continuación: «cómo prever la práctica ciudada­ na sin un proyecto político» . ¿ No será más bien un proyecto de políticos ? El movimiento Nuit Debout, construyéndose contra (o al lado) del sistema clásico de partidos, ha creado una temporalidad distinta a la de los plazos electorales y sus propias modalidades de producción política, muy distintas del seguidismo institucional. Para llegar a una transformación profunda del sistema so­ cial, es necesaria la interrupción de la normalidad institucional, lo cual supondría un bloqueo generalizado del país, con ocu­ paciones de los espacios públicos y de lugares de trabaj o. Sin embargo se sabe bien que esta no es la perspectiva que han di­ señado los organizadores de Nuit Debout; los más osados solo soñaban con cambiar la constitución de la V República por otra. Así Frédéric Lordon, en uno de sus arrebatos de tribuno, declaraba ante una multitud de fans reunidos en la plaza de la República: «hay que bloquear para que todo se desbloquee» esperando así destituir los poderes instituidos. Dicho de otro

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modo, «superar la experiencia ciudadana» no teminará con el ciudadanismo político. No obstante, es casi ineludible recordar el ej emplo espa­ ñol: el debilitamiento de los Indignados dio como « alterna­ tiva» la aparición de Podemos, con los resultados hoy se co­ nocen bien. De momento no se entrevé ningún partido nuevo de Nuit Debout en el panorama francés. Pero el hecho de que Fran�ois Ruffin haya conseguido que la Asamblea del 20 de abril prestara juramento de «j amás votar al Partido Socialista» a título de consolación por no haber llegado a definir la «eta­ pa de después» y el hecho de que junto con sus amigos haga campaña en este sentido en Fakir, confirman que el voto sigue siendo el arma absoluta del cambio social. Esto es del agrado de Jean-Luc Mélanchon cuyos partidarios ya se han infiltra­ do en las filas de los «nuitdebutistas» y tienen buenos puestos en el equipo que ha impuisado el movimiento. Un aspirante a presidente de la República que, de ganar, no garantiza que su reinado en el Elíseo será menos represivo que el de sus prede­ cesores, a juzgar por los repetidos elogios a «nuestra policía republicana» y por las condenas no menos frecuentes a los sin­ vergüenzas y «extremistas de izquierda» . A título de advertencia y sin querer anticiparme, termina­ ré refiriéndome al resultado de la autonomización de una for­ mación política inicialmente « radical» que, después de rom­ per con la base social que le llevó al poder ha decepcionado al pueblo: Syriza. En este caso también han sido los miembros de la casta universitaria quienes se han hecho cargo de la di­ rección y que ha acabado capitulando ante las imposiciones, los diktats de la «troika» . En el frente urbano la traición no ha sido menor. Según las ultimas noticias (27 de julio de 201 6), la policía del primer ministro Alexis Tsipras acaba de enviar la policía contra los okupas solidarios y autogestionarios de Tesalónica, la segunda ciudad del país (Youlountas, 201 6). La respuesta social no se hizo esperar: pocas horas después la

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sede de Syriza estaba ocupada y rodeada por decenas de mi­ litantes anarquistas. Referencias

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V. JEAN-PIERRE GARNIER, UNA VOZ A CONTRACORRIENTE

Rosa Tello

Los temas centrales de la obra de Jean-Pierre Garnier son la urbanización capitalista, sus consecuencias socio-espaciales y el papel que han jugado los técnicos e intelectuales especiali­ zados en lo urbano para justificar las políticas urbanas y las transformaciones territoriales y urbanas. Prácticamente toda su obra parte de un punto central. Considera el urbanismo y sus prácticas como instrumentos de intervención del Estado en el territorio y en el espacio urbano, para hacer posibles las estrategias de acumulación de capital de la clase dominante. Piensa que la ideología urbanística es uno de los instrumentos que el Estado usa para neutralizar las posibles oposiciones so­ ciales a las prácticas del urbanismo capitalista. Y valora muy críticamente el rol de sus ideólogos, de los intelectuales uni­ versitarios, que se han integrado en los organismos del Estado para hacer factibles las políticas urbanas, contrarias a menudo a los intereses de las clases populares. Su pensamiento, no solo crítico con el neoliberalismo, sino anticapitalista y antiestado, basa su análisis en Marx. Coherentemente con este análisis, parte del principio de la di­ visión de la sociedad en clases enfrentadas: la clase dominadora (burguesía) y la amplia clase dominada, «domesticada» por la ideología, cuya producción está al cargo de «la pequeña bur­ guesía intelectual» y cuya difusión, al cargo de los medios de comunicación que por supuesto la simplifican y banalizan. El concepto de clase social, en el sentido marxiano, atra­ viesa prácticamente toda su obra, incluso cuando la intelectua227

lidad francesa ya había renunciado a ese concepto y decretado que ya no existían las clases sociales. Por ello su obra hay que enmarcarla en los sucesivos contextos políticos-ideológicos que ha ido tomando el Estado francés a partir del último tercio del siglo pasado. Prácticamente su obra se inicia con la crítica al urbanismo, a través de análisis de los efectos socio-espaciales y económicos de las políticas urbanas y territoriales que se llevaron a cabo en la Cuba «post-revolución» hacia finales de los años sesenta. En esta obra se desmitifica la planificación urbana y territorial de la Habana, cuyas directrices y aplicaciones de las políticas de expansión de la ciudad arrebataban a los ciudadanos su dere­ cho a la ciudad. « La completa ausencia de participación de las masas y la carencia de debate democrático en la toma de deci­ siones condenaban la planificación cubana a la irracionalidad» (Garnier, 1 973: 1 74). Con el análisis de los sucesivos planes de desarrollo territorial y urbano contrastados con las sucesivas pérdidas de poder de los consej os vecinales, se desmitifica la aureola revolucionaria que en aquel entonces, a inicios de los años setenta, los movimientos de izquierda, especialmente los europeos, atribuían al Estado cubano. El poder continuaba estando monopolizado por un gru­ po que no quería ni oír hablar de compartirlo con los re­ presentantes de las capas proletarias, ni tampoco oír ha­ blar de sus posiciones ideológicas. En nombre del pueblo y después del proletariado, la vanguardia de la pequeña burguesía radicalizada, definiéndose y afirmándose como marxista-leninista, se había otorgado a sí misma el derecho a la gestión exclusiva y permanente del proceso revolucio­ nario. (Garnier, 1 973 : 2 1 9-220) Su encuentro-desencuentro con la revolución cubana mar­ ca profundamente la obra de Jean-Pierre Garnier, en el senti-

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do que su propia experiencia lo confronta con la idealización de los cambios sociales que pudieran aportar las revoluciones. Su experiencia le pone sobre la «pista» del papel de los inte­ lectuales en los movimientos revolucionarios o del papel de los representantes políticos de izquierdas en las estructuras de poder salidas de los procesos de cambio revolucionario. Pista que por supuesto no era ajena a sus bases ideológicas funda­ mentadas en los críticos del marxismo-leninismo. A partir de esta experiencia, sus reflexiones se encamina­ rán a mostrar las incongruencias del discurso oficial urbano, francés especialmente, frente a las prácticas de la urbanización capitalista y sus consecuencias socio-espaciales. Sus siguien­ tes reflexiones, principalmente en la obra La deuxieme droi­ te, pondrán énfasis en el papel que juegan los intelectuales de izquierdas, que pretenden o dicen pretender algún cambio social, cuando se ponen al servicio de gobiernos. Y estas re­ flexiones están enmarcadas en los vaivenes ideológicos de los partidos de izquierda franceses al colaborar con los gobiernos del país o detentar el poder estatal.

Crítica al urbanismo capitalista y el derecho a la ciudad

La acelerada urbanización de los años sesenta y setenta que en Francia, como en otros países de Europa, se concreta en la mo­ dernización de las infraestructuras territoriales {grandes vías de circulación, puertos y aeropuertos, grandes centros de dis­ tribución y construcción de ciudades nuevas -artículo aquí traducido-), es el punto del que parte Jean-Pierre Garnier para su crítica a la urbanización capitalista. Asimismo, la des­ centralización de la administración territorial francesa, que atribuye nuevos poderes a las administraciones locales, regio­ nales o departamentales donde progresivamente se involucran 229

técnicos e intelectuales vinculados a partidos de izquierda (el partido socialista y el comunista), le sirve de base para analizar el papel de la clase media intelectual en las políticas públicas urbanas y sociales para el desarrollo de las nuevas formas de dominio del capitalismo. La crítica a la urbanización capitalista la basa esencialmen­ te en la obra de Henri Lefebvre. Según Jean-Pierre Garnier la urbanización capitalista ha dado lugar a formas inéditas de salvajismo o de barbarie: la acentua­ ción de la segregación social que llega hasta un apartheid residencial real; la proliferación de violencias llamadas urbanas; la obsesión por la seguridad y la omnipresencia de dispositivos de control de la «población en riesgo»; la destrucción de los patrimonios urbanístico, arquitectónico y natural; la atrofia de la vida social y la desaparición de lugares de encuentro, etc. (Garnier, 201 0d: 8) Como marxiano y seguidor del pensamiento de Henri Lefebvre considera que la única manera de frenar esta catás­ trofe urbana es la instauración del «derecho a la ciudad» . Para Jean-Pierre Garnier, el derecho a la ciudad no es una quimera, no es un posible estado de poder social, sino una realidad que el mismo pudo experimentar y vivir en Cuba durante los cinco años que residió allí, a pesar de la planificación urbana. Fue entonces cuando los habitantes descubrieron que la ciudad representaba la vida cotidiana; que formaba parte de su propia existencia; que ellos la hacían existir; que era lo que ellos hacían de y en ella; que gracias a sus esfuerzos la ciudad podía traducir la voluntad de plenitud de vida solidaria y relativamente consciente de los miembros de la sociedad; que esta sociedad recibía y a la vez realizaba los servicios que antes se esperaban pasiva y vanamente

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que les fueran otorgados. Promover el uso activo del es­ pacio urbano era en ese momento promover la integración social de los individuos, enriquecer su propia experiencia personal a través del contacto directo con la realidad física y social del ambiente. [ . . . ] Los habitantes, convertidos en sujetos de la historia, se pusieron a explicar en los muros, y los muros expresaban, los acontecimientos esenciales de un período en que ellos mismos eran autores de los hechos (Garnier, 1 973 : 75). Sin embargo, aparte de precisar numerosas veces el sentido que Lefebvre dio al derecho a la ciudad y de estimar cuáles son las limitaciones de esta visión «utopiana» -que no utópica­ para que las clases populares lo puedan ejercer plenamente, analiza también, refiriéndose en especial a Francia, los elemen­ tos que impiden y dificultan su pleno ejercicio los tres aspectos básicos: el derecho a la centralidad, el derecho a la apropiación y el derecho a la participación. En cuanto al derecho a la centralidad considera que la ur­ banización capitalista ha expulsado de forma programada a las clases populares hacia periferías cada vez más alejadas «donde la vivienda, disociada de la vida social que ofrecía la ciudad, se ha reducido a una simple función instrumental que ignora el 'habitar', es decir, las diferentes maneras de ocupar un lu­ gar» (Garnier, 1 973 : 9), porque las clases dirigentes necesitan los espacios centrales y los recuperan mediante la rehabilita­ ción o renovación urbanas (Garnier, 2005). «De hecho, bajo el pretexto de reducir las 'bolsas de pobreza', se trata de disper­ sar los pobres, cuya concentración en zonas constreñidas es cada vez más difícil de 'gestionar', y de hacerlos menos visi­ bles para hacer una ciudad más presentable» (Garnier, 20 1 0d: 13 ). Mientras más se expanden las áreas urbanas, más se diluye centralidad y, en consecuencia, más se debilita la capacidad de organización de las clases populares para poder ejercer el de23 1

recho a la centralidad o para proporcionar a sus espacios el carácter central. La pérdida de centralidad de las clases populares está de­ terminada por las políticas de rehabilitación, «una renovación que va a la par, como todo el mundo sabe, con la renovación de la población de la barrios antiguos populares, expulsada sin preaviso . . . Esta desposesión por urbanización, retomando la terminología de David Harvey, ha sido bautizada gentrifica­ ción» (Garnier, 20 1 2a), concepto que pone en tela de juicio porque no va más allá del campo teórico. Por una parte, con­ sidera poco útil «la proliferación de estudios, críticos o no, so­ bre la gentrificación porque tienden a acentuarla, ya que este fenómeno al mismo tiempo que requiere análisis los motiva constantemente a fin de examinarlo, ubicarlo y sacar provecho intelectual, pero no logran ni frenarlo ni detenerlo» (Garnier, 2012a). Por otra parte, constata que la mayor parte de estos es­ tudios se centran más en los nuevos residentes que en la suerte que han corrido los desposeídos, cosa que atribuye al rol de clase de la mayoría de los investigadores ya que pertenece a la pequeña burguesía intelectual. Cabe resaltar el entroncamien­ to que hace entre los procesos de gentrificación y los procesos territoriales de colonización urbana. Asocio la gentrificación a la metropolización de la ciuda­ des, es decir a la concentración progresiva de centros de dirección de actividades financieras, de seguros, de nue­ vas tecnologías, de investigación que atraen a nueva po­ blación que busca vivienda. Las ciudades pequeñas que no constituyen zonas estratégicas para la instalación de estas actividades no conocen el mismo desarrollo urbano y en consecuencia no hay proceso de gentrificación. Esta afirmación la publica en una entrevista que le hace

Le Monde (Rescan, 2 0 1 5b). Y en otra que le hace una radio 232

libre marsellesa, refiriéndose a que la gentrificación desaloj a a las gentes de bajos recursos de sus lugares de residencia, afir­ ma, usando su diversión favorita del juego de palabras, que «el des-poblamiento es la expulsión del pueblo de los barrios populares»,1 que no de la población. En cuanto al derecho a la apropiación del espacio conside­ ra que se han desarrollado un concepto y unas prácticas frau­ dulentos. Según Lefebvre, producir el espacio equivale a pro­ ducir un espacio que responda a las necesidades y a los deseos de sus habitantes. Su apropiación equivale a acceder a él, ocu­ parlo y usarlo; es decir, la apropiación implica el pleno y total uso del espacio urbano para la vida cotidiana. Según Garnier, el sentido lefebvriano del uso del espacio es diametralmente opuesto al prevalente concepto de propiedad privada del es­ pacio urbano como producto que se puede y debe revalorizar. Por tanto, la producción capitalista del espacio y los discursos que la acompañan, a pesar de que se hagan en nombre del de­ recho a la ciudad, no ponen en tela de juicio los derechos de propiedad; esto equivaldría a «poner en peligro el fundamento de las relaciones de clase capitalistas y cambiar las que estas conllevan en el espacio urbano . . . Mientras tanto 'el derecho a la ciudad', es una práctica exclusiva reservada a las clases pu­ dientes y a las élites a su servicio» (Garnier, 201 0d). Mientras no se ejerza colectiva y organizadamente la apropiación del espacio urbano será imposible ejercer el derecho a la ciudad. La cuestión que queda por responder es cómo. En cuanto el derecho a la participación, Lefebvre consi­ dera que se debe realizar mediante la intervención directa de los interesados en la resolución de las transformaciones de su propio espacio cotidiano, y no a través de sus representantes

t. «Le dépeuplement, c'est virer le peuple des quartiers populaires»: juego de palabras que, para mantener el sentido de dépeuplement, debería traducirse como cdespueblomiento».

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y ni mediante el control de los técnicos urbanistas. Garnier considera que el «participacionismo», instituido para que los ciudadanos intervengan activamente en la organización y uso del espacio, no es resultado de la acción de los «interesados» sino que lo han establecido: los poderes públicos para neutralizar las reivindicaciones populares que podrían contravenir los intereses de las cla­ ses dominantes, al tiempo que dan la impresión -entién­ dase la ilusión- de favorecer la famosa participación de los habitantes en la toma de decisiones. (Garnier, 201 l a) En Francia, uno de los países pioneros en lanzar el discur­ so de la participación, ha habido tal número de proyectos ur­ banos en los que han participado organizaciones sociales me­ diatizadas por partidos de izquierda, que sus resultados per­ miten a Garnier decir que, cuando se ha logrado incorporar en algún proyecto, los acuerdos de una negociación, no cambian en absoluto el proyecto; solo se integran algunas concesiones marginales que no significan prácticamente nada para sus pro­ motores, sean públicos o privados. Atribuye la precariedad de resultados de la participación ciudadana a que «la izquierda ha perdido la capacidad de reflexión sobre la dimensión de clase de la urbanización contemporánea, tanto en los aspectos teó­ ricos y como en los políticos» (Garnier, 201 l c). Y a que «son los militantes de izquierdas, neo-pequeños burgueses, quienes movilizan sus saberes profesionales y sus aptitudes para 'dia­ logar' con las autoridades, tanto más fácilmente cuanto ambos pertenecen a la misma clase» (Garnier, 201 l a). Y lo que con­ siguen estos defensores del derecho a la ciudad, es eliminar la presencia física y activa del pueblo en los espacios urbanos. «Es como si existiera un compromiso tácito entre los defenso­ res del 'derecho a la ciudad' y las políticas públicas de renova­ ción urbana para despoblar los barrios populares, un compro-

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miso para desalojar al pueblo, para despoj arlo de su derecho a la ciudad, a la centralidad, por supuesto sin consentimiento ni participación real de los 'interesados'» (Garnier, 201 0b).

El papel de clase de los intelectuales y los expertos político-sociales de izquierda

La voz de Jean-Pierre Garnier es casi siempre disidente. Cuando nadie habla de revolución, él todavía la reclama. En sus escritos constata la necesidad de cambiar «de sociedad y no la sociedad» y en esta misma línea se implica en movimientos sociales cuyas las reivindicaciones, protestas y acciones están enfocadas a transformar el curso y el sentido de las políticas públicas en el ámbito socio-urbano. Y ahí es donde de nuevo manifiesta su disidencia; lleva la crítica hacia la incoherencia entre el discurso y prácticas de los intelectuales que a pesar de sus visiones críticas del sistema capitalista no se implican en los movimientos sociales. Su disidencia radica sobre todo en que hay que desenmas­ carar las sutilezas que los intelectuales de izquierdas elaboran para justificar las políticas públicas de los gobiernos en tanto que estas se orientan a reforzar el proceso de acumulación del capital. Algunas políticas públicas, especialmente las políti­ cas urbanísticas o las politiques de ville se manifiestan espe­ cialmente en el espacio urbano. Siguiendo a Henri Lefebvre, critica el ordenamiento territorial y la planificación urbana como instrumentos ideológicos y tecnocráticos del capital para adecuar los espacios a las necesidades del capital. Pero es­ tos instrumentos están creados y manej ados por profesionales, muchos de ellos intelectuales o profe sores de universidad, que habiendo sido de «izquierdas y críticos con el sistema capita­ lista» colaboran o han ayudado a racionalizar la producción capitalista del espacio. De ahí sus críticas . 235

Se pregunta una y otra vez por qué la izquierda ha perdi­ do la capacidad de reflexión sobre la dimensión de clase de la urbanización contemporánea y por sus consecuencias en los aspectos teórico y político. Partiendo de la teoría de la dominación de Bourdieu, ana­ liza el papel de la «pequeña burguesía intelectual» como «clase media y mediadora, dotada de capital intelectual y del conse­ cuente capital cultural, estructuralmente encargada de hacer de puente entre los dominadores, a quienes corresponden las ta­ reas de dirección, y los dominados, a quienes atañen las tareas de ejecución» (Garnier, 2 0 1 2b). Esta es una de las cuestiones que se repite casi sin cesar en sus escritos. Cuando habla de la pequeña burguesía intelectual se refiere siempre a los intelectuales de izquierda críticos con el sistema e ignora voluntariamente a los afines a este, porque considera tiempo perdido los posibles análisis del invariable pensamien­ to único.2 Sin embargo, creyendo que es de sabios rectificar, piensa que la discusión crítica de la ideología de izquierdas puede aportar nuevas perspectivas para lograr el pretendido cambio de sistema. Por eso es implacable con las obras de mu­ chos intelectuales que, como él, basan sus argumentaciones en el pensamiento de Marx, Ciliga, Rühle, Mattick, Pannekoek, Gramsci, Lefebvre . . . y otros críticos al marxismo-leninismo. Es implacable sobre todo cuando directa o indirectamente atri­ buyen a una vanguardia la dirección del cambio socio-político o cuando se trasluce en exceso su «economicismo», o cuando reflej an demasiada corrección política-institucional... o cuan­ do no hay coincidencia entre ideas y práctica. Considera que un intelectual que reflexiona críticamente sobre la sociedad y el sistema que la mantiene debe incluirse y comprometerse de

2. •La revista l'expanswn, publicación burguesa como no hay otra, tiene el mérito, como siempre ocurre cuando los burgueses se dirigen a sí mismos, de lla­ mar cínicamente las cosas y a la gente por su nombre» (Garnier, 2010c). ...

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alguna forma con los movimientos sociales que tratan de resis­ tir a los embates del sistema. Recrimina a los intelectuales con los que concuerda en sus análisis, como David Harvey, Mike Davis, Slavoj Z izek, John Holloway, John Bellamy Foster, entre otros, que solo teori­ cen en las aulas y que el estilo de sus escritos estén dirigidos a sus pares y no se impliquen con los movimientos sociales, por eso los denomina radicales de campus. Considera que los aná­ lisis teóricos deben ir acompañados de acciones que encami­ nen hacia el ejercicio real del derecho a la ciudad según Henri Lef ebvre, y sobre todo hacia el cambio de sociedad. Una y otra vez se pregunta en varios de sus artículos ¿ para qué criticar la urbanización capitalista solo con palabras si no están acompañados de acciones y hechos que cuestionen y fre­ nen el sistema social y en consecuencia su producto, la urba­ nización ? Así, a propósito de la crítica del libro colectivo Vil/es re­

belles. De New York a Sao Paulo, comment la rue affronte le nouvel ordre capitaliste (Garnier, 201 5b), realizado por soció­ logos, urbanistas y antropólogos brasileños y anglófonos (S. Z izek, D. Harvey, M. Davis), señala que en Francia los investi­ gadores de la conflictividad urbana normalmente escriben con un estilo que manifiesta que su mirada está realizada a vista de pájaro, de lejos, totalmente desconectada de las luchas lo­ cales, y que por ello sus escritos solo se dirigen a sus pares o a sus patrocinadores públicos; contrariamente, dice, los autores brasileños escriben de forma más directa dejando de lado la j erga académica y poniendo de manifiesto su compromiso sin que por ello dej en de lado la distancia crítica necesaria para dar mayor perspicacia a la lucha. Como prueba de la interacción brasileña entre académicos y sociedad, señala que el libro ha sobrepasado el ámbito de los especialistas y ya está en su cuar­ ta reedición, algo difícil que ocurra en nuestros países. Estas constataciones presuponen que la brecha entre teorización y

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práctica es mucho menos profunda en Brasil o en otros países de América Latina donde la financiación de la investigación en ciencias sociales todavía es predominantemente pública y don­ de los controles de •productividad intelectual» escapan quizá más del mercantilismo en comparación con el encorsetamiento universitario de los países anglosajones y europeos. En resu­ men viene a decir que los intelectuales de izquierdas de los paí­ ses latinoamericanos son más «revolucionarios» o están más comprometidos con los movimientos sociales que los de los países anglosajones y europeos. La pregunta que se le puede formular es si el salvajismo urbanístico, las pésimas condicio­ nes socio-urbanas, la profunda brecha social . . . son estímulos que incitan a la reflexión-acción, al acercamiento entre teoría y praxis. Y si fuera así ya no cabría esperar mucho más que teoría de los intelectuales los países dominantes. O quizá ya sea así. De alguna forma, lo que Garnier reclama a los estudiosos de lo urbano, en los que el mismo se incluye, es que sean ca­ paces de ser coherentes con sus posturas ideológicas y rompan con las estructuras de poder universitarias implicándose con los movimientos sociales urbanos. Es decir que cuando recri­ mina a los universitarios críticos con el sistema el que no sal­ gan del campus, indirectamente les atribuye, y se autoatribuye, la capacidad de romper, aunque sea débilmente, con la división social del trabajo y con la división funcional y social del espa­ cio, como si el tiempo con el que cuentan fuera infinito. Esta cuestión, la del tiempo disponible individual y colectivo, es una cuestión no resuelta, una cuestión que se ha tratado poco en ciencias sociales (Anisi, 1 995; Durán y Rogero, 2009). Y por supuesto Garnier no la aborda en su obra. También se pregunta con frecuencia cuál es el curso, el devenir y resultados de la «revolución urbana» sobre la que reflexionan los académicos a propósito de los recientes movi­ mientos de ocupación de los espacios públicos y de las grandes manifestaciones que se desencadenan como formas de protesta

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por las agresivas políticas públicas. Piensa que las valoraciones de los movimientos sociales, iniciados a principios de esta dé­ cada, son demasiado entusiastas en relación a los cambios que se planteaban y los resultados conseguidos. En este sentido plantea dos problemáticas que sobre las que se ha reflexionado relativamente poco: Una, en torno al tipo de organización de los movimientos y la falta de proyecto social. La otra en tor­ no al papel del espacio urbano como espacio casi exclusivo de lucha. La primera, no nueva, es que estos movimientos, a pesar de que se constituyan inicialmente de manera horizontal y buscando nuevas formas de organización colectiva, es decir, sin dirigentes, acaban siendo liderados por personas muy for­ madas con un amplio capital cultural (pequeña burguesía in­ telectual, según sus propias palabras) que más bien aspiran a cambiar el gobierno pero no de sociedad. Con esto se refiere naturalmente a los movimientos de Grecia, España y de los países árabes. Este, digamos, fracaso de la organización y del cambio social lo atribuye, no solo a lo relativamente efímero de los movimiento, como muchos lo han resaltado, sino a la falta de perspectivas y de construcción colectiva de un proyec­ to de cambio social. La segunda es que el protagonismo revolucionario que considera que «la ciudad está llamada a convertirse en el epi­ centro de las ofensivas decisivas contra el nuevo orden capita­ lista a lo largo del siglo XXI, según cierto radicalismo de cam­ pus» (Garnier, 201 5b), que si no se extiende más allá de los espacios centrales o simbólicos, es decir, si no se realiza una apropiación real de la totalidad del espacio urbano, es absurdo pensar en un cambio revolucionario de sistema, porque no va acompañado de una proceso de apropiación del medio econó­ mico, de cambio de sistema productivo o de apropiación de la plusvalía. Por otra parte, cualquier intento de cambio en este sentido sería, como lo ha sido y es en innumerables ocasio239

nes, reprimido con una violencia tanto más fuerte cuanto más potencialmente posible sea el cambio, a parte de la violencia urbana ya normalizada y generalizada que han instituido los poderes públicos. Al resaltar positivamente la organización horizontal y ne­ gativamente la carencia proyecto colectivo de futuro, se evi­ dencia una vez más su tendencia ideológica marxiana-liberta­ ria marcada por la atribución a la experiencia de la acción y a organización de las clases populares la capacidad de crear las condiciones del cambio de sistema sin la intervención de organizaciones políticas que lo dirijan. Condiciones que por supuesto no se pueden dar en absoluto por la vía pacífica. Este punto de vista ideológico le sitúa siempre en una posición disi­ dente del pensamiento de la ideología de izquierdas dominante de tendencia marxista. No es de extrañar por tanto su insis­ tencia crítica tanto sobre el pensamiento de los intelectuales anticapitalistas, como sobre la acción de los líderes políticos de izquierdas.

El poder de la palabra: neolengua, conceptos, .

nociones

Las palabras del poder raramente son inocentes. Las que se atribuyen a los cambios urbanos actuales no escapan de esta regla. Una neolengua metro-tecno-politana3 impuesta por las clases dominantes se ha puesto al servicio del orden urbano-social-tecnológico. Esta semántica pobre y repeti­ tiva, que ametralla hasta la náusea, es también un arma de guerra social (Garnier, 201 t b).

3. Aquí el juego de palabras metro-techno-politain, en francés, carga la ironía en politain que evoca a la palabra francesa poli, bien educado.

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Jean-Pierre Garnier tiene muy claro que el poder de la pa­ labra depende de quien la tiene y la difunde. «Pocas palabras bastan, no se requieren más, para promover o valorar fenó­ menos y prácticas del orden establecido, sea urbano o cual­ quier otro, así se consigue una forma de pensar que no invita a preguntarse por el significado político de lo que designan dichas palabras» (Garnier, 201 t b). Por ello no se cansa de des­ construir los nuevos términos que sucesivamente anegan los textos sobre las cuestiones políticas, sociales, urbanas . . . en el ámbito de las ciencias sociales. Términos o neo lengua que, en el sentido orweliano, esconden, escamotean el significado ver­ dadero de los fenómenos que designan; reescriben una nueva una realidad que enmascara la dominación y hace creíbles e incuestionables las relaciones sociales, la política urbana, la ur­ banización capitalista . . . la vida cotidiana en general. Una neo­ lengua que sustituye los términos que la ideología de izquier­ das antaño usaba para realizar sus reflexiones sobre el capital, la lucha de clases, la revolución. . . Hoy estos términos están proscritos, pasados de moda, no son políticamente correctos. Es en este sentido que Jean-Pierre Garnier la emprende contra el pensamiento de izquierdas al servicio del poder y en los úl­ timos años, cuando incluso la ideología neoliberal lo impreg­ na subrepticiamente, se dedica a ello mucho más constante e intensamente. Critica especialmente el lenguaje del pensa­ miento sobre lo urbano que a menudo adopta palabras de las ciencias médica, biológica, física que confieren un carácter de naturalidad a los fenómenos sociales o socio-urbanos, como metástasis del espacio urbano, regeneración urbana y/o social, mutación social, movilidad social, atractibilidad, dinamicidad, gravitacional. . . y un largo etcétera. Palabras que desfiguran los procesos socio-espaciales de producción del espacio en el sentido lefebvriano y que hacen suponer que la urbanización es un proceso natural contra el que nada se puede hacer o que hacen suponer que la sociedad es un todo homogéneo.

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Considera que el poder instituido legitima que socialmen­ te se asimilen como verdaderos los vocablos y el discurso que produce el medio intelectual, porque ignora o niega que los dominados tengan capacidad de pensamiento autónomo y po­ tencial de acción. Pero si se quiere conseguir una democracia distinta a la formal, es decir una democracia real, hay que hacer un esfuerzo para entender cómo los supuestos mudos hacen oír sus voces y mediante qué procesos puede desarrollarse esta nueva potencia salida desde abajo. Esto supondría ante todo escuchar lo que quieren y tienen que decir, en lugar de utilizar mecanismos pseudo-participativos o directamente la repre­ sión (Garnier, 201 5a). Por estas razones insiste en analizar el significado y lo que esconden de distintos neologismos de la reflexión crítica intelectual que incorpora el discurso político llamado de izquierdas. Se ensaña particularmente con nociones tan difundidas por los medios de comunicación y los discursos políticos que ya están casi incorporadas en el lenguaj e corriente. Nociones que acaban por crear una falsa realidad social. Así, la noción, que no concepto, «ciudadanía» hacen que se perciba la sociedad como un todo homogéneo normalizado y, por supuesto sin clases. De ahí se deriva el discurso sobre el «ciudadanismo» que en nombre de todos fragmenta la clase dominada en «nosotros» y los «otros», los pobres, los inadap­ tados, los marginales, los inmigrantes . . . a los que hay que tra­ tar especialmente o «integrar» a la normalidad o apartar por la inseguridad que crean. El sintagma «democracia participativa» es un pleonasmo que conjuga negación y denegación. Implícitamente se reco­ noce que no puede existir democracia en el sistema represen­ tativo y menos cuando está incorporada en el sistema capita­ lista, ambos oligárquicos; «participativa» hace creer que con algunos cambios institucionales se podría alcanzar el poder popular, algo que siempre rechazará la oligarquía del sistema 242

representativo. «La democracia participativa no puede ser otra cosa que una demagogia participativa» (Garnier, 201 0c). Gobernanza, otro pseudoconcepto importado de la jer­ ga empresarial. Práctica y semánticamente este vocablo indi­ ca que el Estado se concibe como empresa. Por tanto se ve obligado a dejar el lastre del autoritarismo y centralismo como formas tradicionales de intervención para adaptarse a la forma eficaz de gestión que exigen los accionistas, en este caso las instituciones internacionales representantes del capitalismo fi­ nanciero. Esta modernización del Estado se concreta tanto en la descentralización territorial y local, como en hacer rentables algunos sectores económicos mediante, por ejemplo, la priva­ tización de servicios públicos o de algunas empresas estatales y en eliminar los sectores deficitarios o demasiado costosos. En esta orquestación entre estado y capital, la gobernanza es el instrumento que ha de garantizar el beneficio. Gobernanza significa afrontar los crecientes poderes territoriales o locales y las reivindicaciones de la sociedad civil, incluidas las empresas y las sociedades de capital sin que entre en crisis el statu quo (Garnier, 201 0a). Equidad es otra noción de moda que, aunque no pueda incluirse como neolengua, se usa hasta la saciedad en el discur­ so político-social. Esconde que el sistema capitalista se fun­ damenta en la desigualdad laboral, económica, de poder . . y, en cambio la ética moralizante de origen cristiano de dar «a cada cual lo que le es debido» hace ver que el distribuidor, el que mide y reparte lo que es debido, es decir las instituciones públicas o privadas, pretende la igualdad y se comporta justa­ mente. El reparto equitativo no es lo mismo que la igualdad. Se trata de aparentes medidas justas, de medidas de proporcio­ nalidad que permiten hacer aceptable una forma de desigual­ dad inherente al el sistema capitalista puesto que considera la igualdad irrealizable o peligrosa para su propia continuidad (Garnier, 201 t a). .

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Cuando se pregunta a Jean-Pierre Garnier por qué no ha escrito sobre el término resiliencia, uno de los últimos que ha incorporado la neolengua, no consigue resistirse a la tentación de analizar y desentrañar el uso que se hace de él en el ámbi­ to de las ciencias sociales. El origen del vocablo pertenece al campo de la física; se refiere a la capacidad de un material para resistir ante cualquier presión y la tenacidad para recuperarse. De nuevo las ciencias sociales, primero la psicología y después las demás, toman prestado este concepto para dar visos de na­ turalidad a la presión, léase crisis, que ejerce el sistema capita­ lista sobre la sociedad. Psicológicamente la resiliencia remite a la resolución de crisis individuales, esencialmente angustia, temor, stress; socialmente, ante la falta de respuestas de carác­ ter político a los problemas que producen angustia, convierte los problemas sociales en problemas psicológicos individuales, negándoles su carácter político. Este pseudo-concepto, que tiene una connotación positiva y optimista, enmascara las so­ luciones tecnocráticas a los problemas sociales, derivados de las «políticas de reajustes» , para normalizarlos. Permite ges­ tionar las sucesivas crisis, al menos ideológicamente, esconder la intención de despolitizarlas y regularizarlas. En definitiva se individuliza y se medicaliza para despolitizar. Cuando se aplica a la ciudad se la convierte en un sujeto, un actor, un personaje. Como los ventrílocuos de antaño que hacían hablar sus títeres, los investigadores urbanos hacen hablar, sentir, decidir, actuar la llamada «ciudad resiliente» es decir, finalmente, el pseudo­ concepto que ellos han fraguado. Desde luego, en este tipo de ciudad no hay clases, ni luchas y sus mismos ciudadanos son también «resilientes». El lema es «adaptarse para sobrevivir». Reflexiona sobre nociones que tradicionalmente for­ man parte del léxico de las ciencias sociales y que son de uso tan común que apenas es visible el trasfondo que esconden. Distingue, por ejemplo, entre lo político y la política en el sen­ tido que esta enmascara a aquel bajo los discursos de los polí-

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ticos y de los investigadores en ciencias sociales. También, por ejemplo, respecto al discurso intelectual y político del binomio seguridad-inseguridad, tan asimilado socialmente gracias a su uso intensivo, considera que el término seguridad enmascara las políticas de control mediante la vigilancia, para asegurar la continuidad del sistema capitalista y mantener a la pobla­ ción enfrentada entre unos, normalizados, y otros clasificados como disminuidos, marginados, inmigrados . . . a los que hay que «integrar o tratar especialmente» y otros otros, los terro­ ristas, que hay que eliminar porque producen la inseguridad. Asimismo analiza la relación entre igualdad-desigualdad so­ cial, justicia-injusticia social y libertad. En primer lugar con­ sidera que cuando se analizan la desigualdad e injusticia socia­ les es determinante e inevitable considerar subjetivamente la igualdad y la justicia según la posición ideológica de quien lo realice. Pero paradójicamente la mayoría de discursos tienden a legitimar a aquellas. Las desigualdades crean estratos o capas sociales . . . jerarquías de funciones y poder que exigen a cada individuo normalizar comportamientos, actitudes, ideologías si aspira a subir para igualarse con los privilegiados de arriba. Pero la igualdad comportaría indiferenciación y en consecuen­ cia sería contrproductiva porque devastaría las bases de la in­ discutible libre competencia, la única libertad que garantiza la desigualdad social. Así la libertad es la facultad de una minoría para arrogarse los privilegios materiales, institucionales y sim­ bólicos en menoscabo de la mayoría (Garnier, 201 l a).

Olvidos u omisiones implícitas en el discurso

Jean-Pierre Garnier, como muchos otros que reflexionan crí­ ticamente sobre la dicotomía entre teoría y prácticas, parece que haya olvidado que el capitalismo expropia y se apodera de los recursos, entre ellos el tiempo. Quizá sea este el aspecto

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más olvidado en los análisis que realiza. Cuando, como mu­ chos otros intelectuales, considera que el ejercicio pleno del derecho a la ciudad solo es posible a partir de que las clases populares se apropien efectivamente del espacio urbano, me­ diante su plena participación en las decisiones y control de las políticas urbanas; cuando considera que el cambio de sociedad ha de partir de las clases populares o no se realizará, olvida que el tiempo disponible para dedicarlo a todas las tareas de orga­ nización, lucha, realizaciones y control de las mismas es real­ mente escaso. En sus escritos parece que olvide que el tiempo social disponible de las clases trabajadoras está secuestrado por la organización económica capitalista. Que los miembros de las clases trabaj adoras puedan dedicar tiempo a organizarse, defenderse para contrarrestar las «agresiones» de las políticas públicas del estado capitalista, hoy dominadas por la impronta neoliberal, implica disponer de tiempo, formación y algún tipo de proyecto de cambio, cosas que se han ido perdiendo pro­ gresiva e intensamente a medida que los embates neoliberales del sistema se han ido imponiendo. La disponibilidad de tiempo para luchar por el cambio social debería plantearse como una cuestión que fundamental para abordar realmente el cómo llegar a las transformaciones sociales anheladas. De alguna manera, Hernri Lefebvre puso en evidencia esta cuestión cuando en L'urbanisme aujourd'hui constata que, mientras el tiempo vivido, o el valor de uso del tiempo, desaparece y pierde forma e interés social porque el espacio político lo rechaza por peligroso para el poder, solo queda el tiempo de trabajo, o el valor de cambio del tiempo, porque el espacio económico se subordina a él. Sin embargo, a pesar de que constata que los movimientos sociales son ex­ presión del valor de uso del tiempo, pospone su reconquista al utópico ejercicio del derecho a la ciudad. Mientras tanto no se ha abordado demasiado el cómo organizarse espacial y so­ cialmente para disponer del tiempo social para la reconquista 246

del tiempo vivido. Quizá sean los bancos de tiempo los prime­ ros esbozos para esta reconquista, sin embargo actualmente tienen todavía un carácter muy utilitario condicionado por la desregulación de las condiciones de producción y vinculado generalmente a la necesidad mercantilizada de sobrevivencia y a la desregulación y consecuente escasez de servicios sociales públicos. Queda pendiente una larga reflexión, por supuesto crítica sobre esta cuestión, sobre todo cuando la intensifica­ ción y expansión de la urbanización, ya globales, han ido se­ cuestrando todavía más el tiempo de vida. Jean-Pierre Garnier constata varias veces que voluntaria o involuntariamente se ignora la capacidad de pensamiento pro­ pio de las clases populares, como también constata que la do­ mesticación escolar lanza a los jóvenes de hoy a la obediencia y al consumismo, cuando no los arroj a directamente al vanda­ lismo. Sin embargo, omite reflexionar cómo tergiversar esta, digamos carencia de formación crítica, tan fundamental para la creación de pensamiento propio. También evoca a menudo el poder que tiene los medios de comunicación para imponer el discurso de la clase dominante, pero solo aborda indirecta­ mente el cómo contrarrestar esta imposición discursiva. Sí, lo aborda indirectamente en sus innumerables recriminaciones a los intelectuales críticos de izquierdas por no conjugar teoría y práctica. Aunque presupone una relación dialéctica entre am­ bas, en sus críticas no es demasiado explícito sobre si la prác­ tica de unos pocos enseñará a la mayoría que se mueve para el cambio de sociedad o sí las prácticas de los movimientos sociales enriquecerán los puntos de vista teóricos. En síntesis, en la obra de Garnier, la cuestión de la formación crítica de las clases populares como potencial revolucionario se revela esen­ cial aunque la reflexión concreta sobre ella queda en segundo plano. Cierto que es difícil relacionar lo socio-urbano con la adquisición del espíritu crítico pero, aunque difícil es un deba­ te que debería abrirse si se quiere un cambio social profundo.

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Con críticas y omisiones la obra de Jean-Pierre Garnier se alimenta de la polémica porque «para mí la polémica es la for­ ma de profundizar en determinadas cuestiones» dice. Y piensa que para construir una sociedad nueva se debe destruir el siste­ ma capitalista y reemplazarlo por otro que todavía nadie sabe cuál va a ser, y este desconocimiento es lo que abre siempre nuevas preguntas, nuevas reflexiones en un debate que siempre queda abierto. Y así es su obra, disidente, polémica y a contra­ corriente.

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SELECCIÓN DE LA B IBLIOGRAFÍA DE JEAN-PIERRE GARNIER

Rosa Tello

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