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Spanish Pages [211] Year 1984
Juan David García Bacca
INVITACIÓN A FILOSOFAR SEGÚN .ESPÍRITU
Y
LETRA DE
ANTONIO MACHADO
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íAl A�lr[f{]�@�@§ l_QJ EDITORIAL DEL HOMBRE
Diseño gráfico: AUDIOVISA Muntaner, 445, 4.º, l.ª 08021 Barcelona Primera edición en Anthropos Edito rial del Hombre· noviembre 1984 ·
© Juan David García Bacca, 1967, 1984 © GRUPO A, 1984 Edita: Anthropos, Editorial del Homb re Enrique Granados,
114 08008 Barcelona Tel.: (93) 217 25 45 84-85887-50-6 Depósito legal: B. 35.049-1984 ISBN:
Compo ición: Linotype Marqués, Rep. Portuguesa, 29 Badalona � Impresión: Diagráfic S.A., Constitució n, 19 08014 Barcelona Impre
o
en España
- Printed in Spain
PALABRAS INICIALES
«Escribir para el pueblo... ¡qué más quisiera yo! Deseo ' >
de escribir para el pueblo aprendí de él cuanto pude,
mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoy, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, del saber popular. Siempre que advirtáis un tono eguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo.» Así hablaba Antonio Machado, poniéndolo modesta mente en boca de Juan de Mairena, quien, a su vez, modestamente también, decía repetir una sentencia de
su maestro: Abel Martín.
¡Ojalá todos pudiéramos inventarnos unos maestros, o maestros de maestros nuestros, a quienes atribuir lo mejor que nos acudiera! Pero en definitiva, todos: maes
tros de maestros, y maestros nuestros, somos discípulos del pueblo: Maestro tan discreto que no se ha dado nombre propio, y tan eficiente que nos hallamos enseña dos sin caer en cuenta de que lo hemos sido por un
maestro.
El Pueblo, en cuanto maestro, no nos humilla; y por
eso no nos sentimos humillados al reconocerlo por
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maestro, como somos proclives a sentirnos respecto de maestros nuestros con nombre propio, apenas creemos
-casi siempre ilusos o sietemesinos mentales- que somos ya algo nosotros: yo, con nombre propio. Aquí, en esta obrita, el autor ha intentado imitar a
Antonio Machado. No es, claro está, posible atribuirle todo lo que el autor escribe sobre los temas; al menos
que sentencias suyas, de Mairena o de Martín, que es lo mismo, los inspire en su desarrollo, ya que no en cuanto
a la letra, sí en cuanto al espíritu. También el autor
querría escribir para el Pueblo -para nuestros pueblos hispanoamericanos: sobre sus problemas seculares no resueltos por las secularmente llamadas soluciones, y escribir sobre sus nuevos problemas a cuya solución no
sólo no van a servir de nada las viejas, sino, de servir, lo serán de obstáculos. Aunque los temas y su desarrollo parezcan dirigidos a una clase distinguida, apelan a lo que, filósofos o no, tengan todos de pueblo, que aquí, en Hispanoamérica, es casi todo -por suerte.
El autor mismo ha tenido que hacer un esfuerzo para
descender a su estrato popular -de abuelos labradores; de padres, sencillos maestros de escuela. Esta obra es, pues, un acto de democracia.
JUAN D. GARCÍA BACCA Caracas, 26 de junio de 1965.
Nota: Las sentencias de A. Machado van indicadas en esta
obra por« . . . »; las que son leve retoque de ellas, por" ... "; las de otros autores, por « . ». Dada la índole sencilla, de tú a tú, en ..
puridad o privado, de esta obra he creído conveniente no citar
·n l texto páginas ni obras. Las palabras de Antonio Machado · tán tomadas de la edición Obras completas, Editorial Séneca, M xi o, 1940.
PARTE PRIMERA
ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
CAPÍTULO PRIMERO
HOMBRE
Y
HABLA
«El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el ¡ue no habla al hombre, no habla a nadie.»
1 Un hombre, los hombres; El Hombre
1) Todos, uno por uno, nos creemos ser individuos.
Ser cada uno, uno por uno, ejemplar único de una única edición posible. Lo de duplicados, triplicados ... , y lo de
doble perfecto, son, lo primero, cosas de imprenta; lo segundo, trucos de novela. A veces nos perturba un poco eso de gemelos; pero la palabrita de «yo» posee, creemos, la virtud mágica, de magia nominal, de hacer imposibles gemelos. Yo, lo soy únicamente yo. Eso sí que me lo sé yo; eso me lo soy.
Así será, mientras no lo diga y piense. Si digo «yo»,
eso mismo dicen todos y cada uno. La palabrita se me ascendió a universal, y ya no me sirve. Y si pienso en «yo», en qué es eso de ser yo -único, inmultiplicable... -,
tal concepto de yo es un universal, tan dilatado como hombre, al menos.
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Descartes no pudo decir en voz alta aquello de que «yo pienso», «yo existo», pues tales proposiciones son tan universales como las de «todo par es divisible por dos», o «toda circunferencia es curva plana, cerrada y centrada». Descartes intentab a pensar y decir «yo: Rena to Descartes, Señor Du Perron soy quien está pensando y quien está realmente pensand o, sea o no real aquello en que piense, y sea o no verdader o lo que diga, y haya o no haya nadie más en este mun do que se piense y diga YO».
Pero: «Palabra y piedra suel ta no tienen vuelta» -nos advierte el refrán. Si yo quiero pensar y hablar en serio de mí, sería preciso que las palabras yo, mí no las pudi se usar nadie, cual si hub � iera una ley que prohibie ra eficaz y automáticamente el que un hombre pudiese llevar mi nombre y apellidos. Tal ley no existe; cualquier palabra, soltada de la mano sing ular, no tiene vuelta a la mano; vuélvese universal, atm ósfera común; no es bumerang. .
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Sólo enovillándose, encapull ándose, encrisalidándo nos desesperadamente, y no solta ndo prendas de palabra o de pensamiento, consigamos tal vez uno por uno -sin poder ni querer saber nada unos de otros- dar un sentido inmediato, secreto -si lencioso de palabra y . pensam1en to- a eso de ser yo. El individuo, decían los clás icos griegos y medieva les, es inefable -ni se puede hablar de él ni él puede hablar de sí. Cuando Jehová dijo a Moisés: «yo soy el que soy», le pasó lo del poeta: «¿Ha bló el alma?; ¡ah! ya no fue el alma la que habló». ¿Ha bló Dios, y dijo yo? -ya no es Dios quien habló. Dijo lo que todos --que no somos dioses- decimos: «yo soy el que soy». Y si nos empeña mos benévolamente en saca r verdadera la palabra de Jehová: «que él, y sólo él, es el que es» -los demás no somos lo que somos: somos lo que nos han hecho ser y lo
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no
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están prorrogando d e ser-, Descartes nos dirá
o de Jehová lo es cualquiera --él por lo pronto
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aiga en cuenta de que «yo pienso» implica -de
11an
ra inmediata, sin terceros o tercerías- «que yo
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i ·to» --que «yo soy'el que soy». Mejor le hubiera ido a
·h vá callándose; el misterio, el silencio, el secreto son
pr sunciones de yo; condiciones necesarias -aunque no
ificientes y positivas- para que uno sea yo, único originalmente.
Plotino entendió mejor el problema, o la imposibili