Introduccion A La Epistemologia Genetica 03

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

JEAN PIAGET

INTRODUCCION A LA EPISTEMOLOGIA GENETICA 3. El pensamiento biológico, psicológico y sociológico

T ítulo del original francés IN T R O D U C T IO N A L 'É P IS T É M O L O G IE G É N É T IQ U E I I I . La pensée biologique, la pensée psychologique et la pensée sociologique

Publicado por PRESSES U N IV E R S IT A IR E S D E FRA N G E © 1950, Presses Universítaires de France

Versión castellana de V IC T O R FISC H M A N

1* edición, 1975

- Í M P R E S O E N L A A R G E N T IN A Q ueda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Todos los derechos reservados

© C opyright de la edición castellana, by E D I T O R I A L P A ID O S , S.A .I.C .F . D efensa 599, 3er. piso - Buenos Aires

IN D IC E

T ercera

parte

E L PE N S A M IE N T O B IO L O G IC O C a pítulo 1:

La

estru ctu ra del conocim iento biológico

................ .............

1. Las clasificaciones zoológicas y botánicas, y los “agrupam ientos” lógicos de clases y d e re la c io n e s .............................................................................. .. 2. El concepto de especie ......................................................................................... 3. Los “agrupam ientos” lógicos de correspondencia y la anatom ía com­ parada ............................ .............................................................................................. 4. L a significación de la medición (biom etría) en las teorías de la herencia y de la v a r ia c ió n ................................................. ..................................................... 5. L a explicación en fisiología ............................................................................... 6. L a explicación en embriología y el desarrollo del in d iv id u o ................... 7. T otalidad y finalidad ............................................................................................. 8. Física y biología ...................................................................................................... .. 2:

C a p ít u l o

t a c ió n

La

s ig n if ic a c ió n

e p is t e m o l ó g ic a

de

las

t e o r ía s

de

la

13 15 25 32 38 47 53 59 66

a d a p­

Y D E L A E V O L U C I Ó N ........................................................................................

1. El fijismo vitalista, la teoría de la inteligencia-facultad y el conoci­ m iento de los universales ............. . . . ................................................................ 2. El preformismo biológico y el apriorism o ep istem o ló g ico ......................... 3. L a teoría de la “ emergencia” y la fe n o m e n o lo g ía ...................................... 4. El lamarckism o y el empirismo ep istem o ló g ico ............................................. 5. El mutacionism o y el pragm atism o co n v en c io n a lista .................................. 6. El interaccionism o biológico y epistemológico ............................................. 7. Conocim iento y vida: la evolución de los seres vivientes y la evolución

de la razón ......................... ........................... ..................

72 75 78 83 87 93 99

106

C uarta parte

EL P E N S A M IE N T O P S IC O L O G IC O , EL PE N S A M IE N T O S O C IO L O G IC O Y LA L O G IC A p s i c o l o g í a ......................................................................................

116

L a explicación fisiológica en psicología y sus l ím i te s ................................... Las pseudoexplicaciones p sic o ló g ic as................................................................. La explicación genética y o p e r a to r ia ............................................................... El paralelism o psicofisiológico.............................................................. ............... L a posición de la lógica .......................................................................................

119 132 137 147 156

C a p ítu lo

1. 2. 3. 4. 5.

3:

La

e x p lic a c ió n

en

C a p ít u l o

4:

L a e x p l ic a c ió n e n

s o c io l o g ía

.....................................................................................

16 1

1. Introducción. La explicación sociológica, la explicación biológica y la explicación psicológica .......................................................................................... 161 2. Las diversas significaciones del concepto de totalidad s o c ia l............... . . 170 3. L a explicación en sociología. A. Lo sincrónico y lo d ia c ró n ic o ............ 180 4. L a explicación en sociología. B. Ritm os, regulaciones y agrupam ientos 190 5. L a Explicación en sociología. C. Explicación real y reconstrucción for­ m al (o axiom ática) ................... ............................................................................. 199 6. El pensamiento sociocéntrico ............................................................................................................. , . 20 7. L ógica y sociedad. Las operaciones form ales yla c o o p e ra c ió n .................. 217 C o n clu sio n e s £ 1. ¡g2. fc3. %4.\ 5. 6. ¡k 7.

................................................................................................................ ..

233

El círculo de las ciencias . „ ................................................................................ 233 El sujeto y el objeto en el plano de la acción ................................ * • 237 El sujeto y el objeto en el pensam iento científico .....................................244 Construcción y re fle x ió n ....................................................................................... 251 ¿E l desarrollo de los conocimientos supone una dirección determ inada? 260 Las relaciones entre lo “superior” y lo “inferior” ....................................... 270 Las dos direcciones del pensam iento científico . . . ............................ .. 278

EL PENSAMIENTO BIOLOGICO El pensam iento del físico oscila entre el idealismo y el realismo, según que ponga el acento en las operaciones del sujeto que interviene en la toma de posesión del objeto o en las m odificaciones del objeto; el pensam iento del biólogo, po r el contrario, es resueltam ente realista. El biólogo nunca' duda acerca de la existencia efectiva de los seres que estudia; de este modo, le sería imposible im aginar que un microorganismo, cuyas reacciones pueden ser aprehendidas en ciertas situaciones y en otras, no, perdería su perm a­ nencia sustancial en el transcurso de estas últimas. E n ese sentido, el pensa­ m iento biológico se encuentra en las antípodas del pensam iento m atem ático : el m atem ático m ás convencido de la adecuación de los entes abstractos con la realidad física e incluso el m ás em pirista en su epistemología personal (lo que sucede en ciertos casos) considera inevitablem ente que los núm eros complejos, ideales, etcétera, son realidades construidas p o r el su jeto ; por su parte, el biólogo m ás idealista en su filosofía íntim a (lo que tam bién sucede a veces) no puede im pedirse creer, por ejemplo, que los num ulitos, fósiles en la actualidad, han efectivam ente vivido independientem ente del pensa­ m iento del paleontólogo y que los seres vivientes del presente tienen u n modo de existencia sem ejante al del naturalista que los observa. E l pensam iento biológico se contrapone tam bién al m atem ático en u n segundo aspecto (correlativo del precedente) : reduce la deducción a su m ínim um y no la convierte, en absoluto, en su principal instrum ento de trabajo. Le D antec, que soñaba con una biología deductiva, llegó a adm itir una serie de proposiciones, algunas de las cuales son cuanto menos objeta­ bles y, bajo pretexto de u n a deducción rigurosa, no obtuvo prácticam ente ningún resultado m ás que la construcción de u na m etafísica personal empa­ ren tad a con la de S í. H om ais. M ientras el físico deduce tan to como experi­ m enta, el biólogo, por su parte, no puede ab andonar sin grandes riesgos el terreno de la experim entación continua. N unca se h a intentado construir la axiom ática de la am eba o del camello, m ientras que toda la m atem ática y toda la m ecánica pueden ser axiom atizadas y que, incluso en microfísica, algunos espíritus deductivos h an axiom atizado u n espacio y un tiempo continuos, pese a que desde el p u n to de vista de las aplicaciones experi­ m entales inm ediatas ello no representaba ninguna utilidad. A hora bien, este carácter no deductivo del pensam iento biológico se origina en causas

profundas. E n prim er lugar, y naturalm ente, expresa la com plejidad consi­ derable de los fenómenos vitales; pero, en la m edida en que depende sólo d e ella, se p odría esperar u n progreso gradual de la construcción racio n al: en efecto, se puede esperar que algunos capítulos de fisiología alcanzarán u n día u n estado semideductivo, siempre que esta ciencia acentúe sus vínculos con la fisicoquímica. Pero la no deductibilidad de lo vital se basa en p articu la r en el carácter histórico de todo desarrollo viviente. P ara deducir, p o r ejem plo, la evolución de los invertebrados a los vertebrados en u n m odo sim ilar al que perm ite engendrar el grupo de la geom etría afín transform ando el grupo fundam ental de la geom etría proyectiva, se debería explicar la form a en que una cierta clase de gusanos pudo m odi­ ficarse y a d q u irir la estructura de un anfioxo: ahora bien, esta evolución de los gusanos a los procordados y a los vertebrados inferiores constituyó u n a historia real (vol. I I , cap. 2, imposible de reproducir en la actu a­ lid ad de acuerdo con los detalles de su pasado. L a historia, en efecto, no se repite o no se repite en grado suficiente como p ara p erm itir u n a reconstruc­ ción deductiva, ya que depende, en parte, de la m ezcla, es decir de la in ter­ ferencia entre u n núm ero considerable de secuencias causales relativam ente independientes unas de otras: este aspecto de insuficiente, determ inación o de scbredeterm inación que caracteriza al concepto de historia cuando se lo ap lica a hechos particulares (y no considerados globalm ente como en term o­ d inám ica) , asum e en biología u n a im portancia de p rim er p lan o y explica la resistencia de la realidad viviente a los m étodos deductivos. D e la m atem ática a la física y de ésta a la biología, observamos de este m cdo no u n a r e c ta ' sino u n a curva, que incluso se acen tú a de m ás en más. Dos orientaciones de pensam iento caracterizan sus. regiones extre­ m as : la deducción m atem ática, por un lado, y la experim entación biológica casi p u ra p o r el otrq; entre am bas, el vasto m ovim iento, sim ultáneam ente deductivo y experim ental, característico del pensam iento físico. L a direc­ ción del pensam iento que sigue la biología está o rien tad a en sentido inverso al de la m atem ática; esta curva, por lo tanto, ten d erá a constituir u n a especie de lazo. ¿Existe alg u n a indicación en lo que se refiere a su punto de cierre? A hora bien, p o r u n a p a ra d o ja singularm ente instructiva desde u n p u n to de vista epistemológico, se puede com probar que el pensam iento biológico cuya estructura es sum am ente realista y experim ental y reduce, aparentem ente a u n m ínim o la actividad del sujeto, se ocupa, precisam ente, de u n objeto que, en la realid ad de los hechos p o r él estudiados d a origen ?. esta actividad del sujeto. El objeto de la biología, en efecto, está repre­ sentado p o r el conjunto de los seres vivientes: pero el ser viviente constituye la infraestructura del ser actu an te y pensante, y el. m ecanism o de la vida conduce al de la actividad m ental en form a continua. P or u n lado, la biología es u n a ciencia experim ental y no deductiva, que reduce entonces a su más simple expresión la actividad del sujeto que alcanza su m áxim a expresión en las ciencias deductivas y m atem áticas; p o r o tra parte, sin em bargo, la biología es la prim era de las ciencias que se ocupa del sujeto com o tal. Se produce así u n a inversión total de las posiciones: en la m ate-

m átiea, el sujeto interviene com o constructor de los conceptos de su ciencia, y se reconoce en estos conceptos, en tanto que ellos reflejan la naturaleza de su espíritu. En biología, por el contrario, el sujeto interviene coim objeto propio de la ciencia; la biología, en efecto, estudia la organización viviente de la que la actividad m ental constituye u n a expresión particular, m ientras que esta actividad interviene en un m ín im u m en los conceptos em pleados por la biología, que se originan esencialm ente en la experiencia com o tal. Es cierto que, asi presentado, el círculo epistem ológico constituido poi las ciencias en su conjunto no se cierra con la biología, sino ta n sólo con las ciencias psicosociológicas que proceden de ella. L a biología, entonces, no se ocuparía aú n del conocim iento como tal, ya que sim plem ente prepara el análisis de la actividad m ental sin ocuparse de aquél en su propia terreno. Pero se debe com prender que el conocim iento, en tan to que originado en la actividad total, es decir como interacción entre el sujeto y los objetos, constituye u n caso p articu lar de las relaciones entre el organismo y su medio. Los objetos del conocim iento, en efecto, pertenecen al media en el que el organism o está inmerso, m ientras qu e la percepción, la motri­ cidad y la inteligencia son actividades del organism o. E n consecuencia, la¿ soluciones del problem a de la inteligencia e incluso del conocim iento están ya parcialm ente determ inadas, cuando no prejuzgadas, p o r el estudio pro­ piam ente biológico de las relaciones entre el organism o y el medio. A hora bien, sabemos que este estudio se ocu p a sobre todo de los pro­ blem as fundam entales de la adaptación y de la v ariación en general, ei decir, en realidad, de la evolución de los seres organizados ; la solución de estos problem as, en efecto, depende precisam ente de la relación, aú n m isteriosa, p o r otra, parte, de la variación con el medio. A hora bien, según que se dem uestre que la variación depende, o no, de las presiones exteriores al organism o, lo que explicaría su carácter adap tativ o p o r estas coacciones m ism as o si no, por el contrario, por u n a preform ación, p o r u n a selección a posteriori o m ediante algún otro m ecanism o; según la conclusión a la que se llegue, entonces, es evidente que las adaptaciones m entales, es decít las diversas form as de la inteligencia, se deberán • atrib u ir en su fuente sensoriomotriz y orgánica bien a u n a presión de las cosas o si no a estruc* turaciones endógenas, etc. E n consecuencia, el pensam iento biológíce interesa a la epistemología n o sólo en su form a, sino tam bién en su conténido, puesto que las soluciones a las que llegue en relación con los problem as esenciales de la ad aptación y de la evolución p roporcionarán, en última instancia, la clave de los mecanismos más profundos del conocimiento Estos problem as, es cierto, están lejos de haber sido resueltos; sin embargo, y a falta de u n a solución única actual, aquello qu e se deberá clasificar y com parar con las soluciones epistemológicas son las diversas soluciones, históricas y contem poráneas. E n el capítulo 1 estudiarem os el modo de conocim iento característico de la biología, considerada en su totalidad; luego, dedicarem os el capítulo 2 al exam en de las teorías d e la variación y de la evolución en sus relaciones con el problem a del conocimiento. Com probarem os entonces el sorprendente paralelism o que existe entre las

diversas soluciones entre las que ha oscilado la biología, en su esfuerzo por dom inar los problem as de la adaptación y de la evolucion, y las diferentes soluciones que la psicología de la inteligencia y la teoría ■del conocim iento exam inaron en lo que concierne al análisis de las funciones cognitivas y la construcción del saber hum ano.

LA ESTRUCTURA DEL CONOCIMIENTO BIOLOGICO E n este capítulo nos proponemos estudiar el conocim iento biológico como m odo particular de conocimiento, de la m ism a form a en que se ha intentado analizar, desde hace m ucho tiem po, los mecanismos del pensa­ m iento m atem ático y físico, y que, por nuestra parte, hemos intentado hacerlo en el transcurso de los dos volúmenes precedentes. Pero, y esto llam a la atención, se h a profundizado en m ucho m enor m ed id a el estudio epistemológico del pensam iento biológico que el que corresponde al conoci­ m iento físico y, sobre todo, m atem ático. Gomo lo acabam os de señalar, ello se debe sin duda al hecho de que el pensam iento biológico es antes que n ad a realista, se basa en la experiencia y, en consecuencia, recurre en un m ínim um a la actividad del sujeto, es decir a la creación teórica o a la deducción. Por ello, la epistemología, en general, h a descuidado el análisis del conocim iento biológico, por considerar que este conocimiento presenta u n interés inferior en la m edida en la que en él la construcción del sujeto se reduce a m uy poco. E n la m edida en la que se lo estudió, lo que retuvo particu larm en te la atención en el pensam iento biológico fueron los pro­ blem as metodológicos, en particu lar el problem a de la inducción experi­ m ental tal como se la em plea en las ciencias de la vida: la famosa Introduction a l’étude de la m édecine experim entóle, de C laude Bernard, consti­ tuye el m odelo de u n análisis de este tipo. Es cierto que algunos filósofos se vieron llevados a p la n tea r el problem a del conocimiento biológico en función de su posición epistemológica de conjunto. Desde u n punto de vista m etafísico como éste, el bergsonismo contrapuso al conocimiento lógico y m atem ático de la m ateria inorgánica las intuiciones irreductibles a la razón discursiva que caracterizarían no al saber propio de la biología científica, sino a la filosofía de la evolución creadora y de la duración pura. Sin em bargo, es evidente qiie estas posiciones conciernen en mayor m edida a la economía in te rn a de u n sistema p articu lar que a la episte­ mología del pensam iento biológico en general. A hora bien, el análisis epistemológico del pensam iento biológico es tanto más interesante cuanto que este pensam iento recurre en un m ínim um a la actividad del sujeto. E n efecto, este m ínim um no se reduce en absoluto

a cero, y es evidente que todo conocim iento sería imposible si así fuese. Al igual que la fisicoquímica, la biología clasifica los objetos sobre los que trabaja, dilucida sus relaciones bajo form a de leyes e in ten ta explicar causalm ente estas clasificaciones y estas leyes. Sólo que la estructura de estas clases, de estas leyes y de estas explicaciones, en lugar de alcanzar en todos los casos y con mayor o m enor facilidad un nivel m atem ático, conserva a m enudo u n carácter cualitativo o sim plem ente lógico, sin que las m ediciones den lugar a una deducción propiam ente dicha. Precisa­ m ente a causa de estas diferencias, sin embargo, y como es fácil de entender, presenta sum o interés la investigación acerca de esta actividad m ínim a del espíritu y la posibilidad de com parar de este m odo el conocim iento biológico bajo sus diversos aspectos con el conocim iento físico e incluso m atem ático: desde este p u n to de vista, el caso de la biología plan tea p o r el contrario u n problem a particularm ente im portante p ara la epistemología. E sta im portancia, incluso, es doble. Se caracteriza en prim er lugar por el hecho de que los conceptos biológicos elementales (elem entales tanto desde el p u n to de vista de la biología actual como del que corresponde a los conceptos históricos e incluso precientíficos), actu aro n como puntos de p a rtid a de algunas form as del pensam iento físico. D e este modo, y sin rem ontam os al animism o (que es u n biomorfismo generalizado al universo en su to ta lid a d ), la física de A ristóteles está totalm ente im pregnada por conceptos de origen biológico (com o lo hemos visto en el vol. I I, cap. 1, § 7) : los conceptos de u n movim iento parcialm ente espontáneo y tendiente hacia estados de reposo, de u n a fuerza sustancial com parable con una especie de actividad refleja ligada al organismo, de u n a finalidad general, sobre todo, constituyen ejemplos de estos conceptos extraídos de la obser­ vación biológica inm ediata. Es posible que en u n principio su aplicación al pensam iento físico lo haya desvirtuado, hasta el m om ento en que Galileo y Descartes pudieron reducirlo a ideas racionales; de todas m aneras, el análisis de la form ación de tales conceptos es extrem adam ente instructivo en lo que se refiere al funcionam iento del pensam iento científico en general. E n este hecho se origina la segunda razón, m ucho más im portante aún, que im pulsa a estudiar el conocimiento biológico: cabe preguntarse, en efecto, si algunos conceptos cualitativos comunes sirvieron sim ultáneam ente a la física y a la biología en sus estadios iniciales, ¿cómo es posible qu e la prim era los haya dejado atrás con ta n ta mayor rapidez y facilidad? ¿Se debe ad m itir que el conocimiento biológico, bajo sus form as cualitativas, constituye u n a etap a inicial necesaria, destinada a ser seguida tarde o tem prano por etapas m atem ático-deductivas, o p o r el contrario las vías de la física y de la biología h an divergido por causas m ás esenciales que las relacionadas con u n simple g rad o de com plejidad? P or el hecho mismo de que el conocim iento biológico reduce la deducción a su más simple expresión, presenta entonces sum o interés estudiar la m anera en que este pensam iento asim ila lo real. E n ese sentido, las operaciones lógicas de clasificación, que desem peñaron u n papel tan .im portante en el pensam iento biológico, p lantean desde un p rim er m om ento u n a p reg u n ta esencial: ¿L a naturaleza de las clasificaciones botánicas y zoológicas es sim ilar a la

de las clasificaciones quím icas y m ineralógicas, y su carácter actual anuncia una m atem atización creciente, o su estructura es p u ram en te lógica e irreductible a la cantidad extensiva o m étrica? D el m ism o m odo, las operaciones lógicas que intervienen en anatom ía co m parada m erecen un atento exam en, tanto desde el p unto de vista de su estru ctu ra de conjunto como de los “agrupam ientos” operatorios. E n todos estos cam pos tiene sumo interés el problem a del p ap el que desem peña en biología la medición, ya que es evidente que pese a que la m edición es utilizada constantem ente como auxiliar y conduce, incluso, a cálculos estadísticos y al estableci­ m iento de correlaciones h asta en el terreno de la m orfología, su utilización actual no supone sin más la m atem atización, ni tam poco, y sobre todo, la deductibilidad de lo vital. E n resumen, el problem a general reside en com parar las estructuras operatorias características del pensam iento bio­ lógico actual con las estructuras operatorias características del pensam iento físico y m atem ático, sin p reju z g ar acerca del futuro, pero considerando lo que se h a logrado hasta el m om ento en función de u n a historia tan prolongada com o la de la física. §

1. L a s

C LA SIFIC A C IO N ES ZOOLÓGICAS Y B O TA N ICA S, Y LO S "A G R U PA -

DE C LA SE S Y DE R EL A C IO N E S. T odos los conceptos elementales que se sitúan en el origen de las diferentes variedades del pensam iento científico, desde la m atem ática hasta la biología y la psico­ logía, revisten en su form a inicial u n a estructura sim plem ente lógica, constituida po r “agrupam ientos” operatorios (en el sentido en que defi­ nimos este térm ino en el vol. I, cap. 1, § 3 ). Sin em bargo, en el caso de la aritm ética, los agrupam ientos iniciales, un a vez constituidos b ajo su form a cualitativa o intensiva, d a n lugar a u n a cuantificación extensiva inm ediata. D e esta form a, la elaboración del concepto de núm ero (vol. I, cap. 1 , § 6 ) supone previam ente u n agrupam iento de las operaciones de clasificación y de las operaciones de seriación; sin em bargo, u n a vez construidos, estos agrupam ientos cualitativos de clases y de relaciones asimétricas transitivas pueden ser fusionados de inm ediato en u n todo único que despoja a los elementos de sus cualidades y retiene sólo el encaje y el orden como tales, lo que es suficiente p a ra la construcción del núm ero. D el mismo m odo, el espacio m étrico supone la existencia previa de los agrupam ientos cuyo objeto está representado por las operaciones intensivas de partición y de orden; sin em bargo, poco después de su construcción (y no inm ediatam ente después, como en el caso del núm ero) éstos se hacen igualm ente aptos p a ra fusionarse en u n a totalidad única, que constituye la m edición por desplazam iento de las partes que se h an convertido en igualables entre sí (gracias a la congruencia que estos desplazam ientos perm iten d e fin ir). Los grupos proyectivos y topológicos proceden tam bién de un pasaje gradual de lo intensivo a lo extensivo (vol. I, cap. 2 , § 8 ). El pensam iento físico n o escapa a este mismo proceso form ador, pero los agrupam ientos lógicos en los que se basan los principales conceptos cinemáticos y mecánicos, así como la constitución de los conceptos elem en­ tales de conservación y del atomism o, requieren más tiem po p ara cuanti* M IE N T O S ”

LÓGICOS

ficarse m étricam ente en el transcurso del desarrollo individual y han presentado el mismo retraso en el transcurso de la evolución histórica de los conceptos. D e este modo, la conservación de la m ateria y del atomismo fueron descubiertos por los “físicos” presocráticos m ucho antes de la com pro­ bación experimental de estos conceptos por p arte de la ciencia moderna. Es evidente, entonces, que el espíritu hum ano ha logrado construir tales esquemas de conocimiento sin el apoyo de las mediciones, y que fue­ ron adquiridos m ediante operaciones sim plem ente lógicas y cualitativas. L a psicología del niño perm ite com probar u n a hipótesis similar al mos­ tra r en form a precisa la m anera en que se efectúa la construcción de los conceptos elementales de conservación de la m ateria, del peso y, en algunos casos, del volumen físico y la form a en que un cierto ato­ m ismo se impone en conexión con esta conservación. A hora bien, hemos visto que tam bién en este caso los que conducen a estos resultados son los agrupam ientos de operaciones simplemente lógicas: la adición reversible dé las partes en u n todo supone al mismo tiem po la conservación de éste y su descomposición posible en corpúsculos hasta alcanzar un a escala que supera la percepción (vol. II, cap. 2, §§ 2 y 4 ). D el mismo modo, los conceptos cinemáticos dan lugar a agru p a­ m ientos cualitativos de carácter puram ente lógico antes de ser cuantificados. Así, la construcción del concepto de tiem po depende de operaciones de seriación y de adición de los intervalos independientes de toda m edida y que suponen sólo u n a coordinación cualitativa de las velocidades: del m ism o modo, el tiem po cualitativo subsiste ju n to al tiempo métrico, incluso u n a vez que éste se constituye de acuerdo con el modelo de la m étrica espacial. El concepto de velocidad, tam bién, íntim am ente unido al de tiem po da lugar, como hemos visto (vol. I I , cap. 1, § 4 ) , a ag ru p a­ m ientos cualitativos anteriores a toda cinem ática m atem ática, y el con­ cepto aristotélico de la velocidad se m antiene a ú n en este nivel intensivo. Sin embargo, la física se h a convertido en m atem ática tan pronto como se constituyó en ciencia, desde la estática de Arquímedes y la astronom ía antigua, luego a p artir del siglo xvn. En química, p o r el contrario, la fase cualitativa se prolongó d u ran te un tiempo mucho mayor. Se puede fijar el origen de la química científica en el momento en el que Lavoisier comenzó a m edir los pesos al comienzo y al final de las reacciones estudiadas. Pero, por un lado, la quím ica anterior a Lavoisier había, llevado ya a u n nivel bastante profundo el conocimiento de los cuerpos, sin utilizar la m edición propiam ente dicha. Por o tra parte, la utilización de la medición no provocó en absoluto un movim iento deductivo general antes de la constitución de la química física, pese a la deducción de la conservación del peso. L a clasificación de los elementos químicos, en particular, h a sido durante m ucho tiem po y en gran p arte cualitativa; sólp con la fam osa tabla de M endeleiev ella halló su principio bajo la form a de u n a seriación cuantitativa e incluso num érica que supera el m arco de las relaciones simplemente lógicas. L a posición de los elementos, en el sistema de la clasificación química, está determ inado así, en la

actualidad, por su peso atóm ico y algunas relaciones de o rden m atem ático entre estos pesos, las que no tienen nada en com ún con el principio dicotómico de los puros agrupam ientos lógicos. A hora bien, el gran interés de la clasificación biológica tal como se presenta en botánica y en zoología sistemática es, justam ente, el de haberse conservado como cualitativa hasta la actualidad; en consecuencia, hasta el presente, y en form a exclusiva, consiste en “agrupam ientos” lógicos» ¿ E sta situación es definitiva o la utilización de la biom etría combinada con el análisis de las leyes de la herencia conducirá en alg ú n momento a u n a clasificación m étrica o cuantitativa, sim ilar a la de la clasificación quím ica? Como es natural, no se debe prejuzgar en nada, pero, por más que seamos reservados en lo que al futuro se refiere, intentarem os de­ m ostrar que la clasificación botánica y zoológica h a fracasado hasta el m om ento en su esfuerzo por lograr una solución de este tip o ; ello pese a que el análisis de las razas p u ras no ignora n ad a acerca de u n a eventua­ lidad semejante, en el plano m uy lim itado y en consecuencia m ás accesible, de las relaciones entre pequeñas variaciones en el in terio r de una misma especie. A hora bien, lo que al parecer constituye la propiedad prim ordial del conocimiento científico, al menos en el cam po de las clasificaciones cons­ truidas hasta el presente, es este carácter esencialm ente lógico, por oposi­ ción a la estructuración m atem ática; p ara ser más precisos, esta utilización exclusiva de los “agrupam ientos” de operaciones cualitativas, p o r oposición a las operaciones extensivas y métricas. E n consecuencia, debemos anali­ zarlas con detenim iento desde el comienzo de este estudio. Recordemos, en un comienzo, el muy significativo hecho histórico representado por el nacim iento sim ultáneo de la clasificación zoológica y de la lógica form al como disciplina particular. Sabemos que en ciencias naturales Aristóteles realizó trabajos de anatom ía com parada y de clasifi­ cación muy superiores, en su espíritu biológico, a lo que escribió sobre la física y, sobre todo, a lo que com prendió en relación con el papel de la m atem ática. T am bién dejó u n a serie de observaciones .pertinentes en lo que se refiere a la diferencia de posición de los cetáceos y de los peces, sobre la homología de les pelos, de las espinas del erizo y de las plum as de los pájaros, sobre la distinción de los órganos y de los tejidos. Pese a que no elaboró por sí mismo u n a clasificación profunda de ¡os seres organizados, Aristóteles com prendió la idea central de la sistemática y propuso una clasificación jerárquica que ib a desde las form as más simples a las más complejas. A hora bien, a la determ inación d e los géneros o de las clases que supone u n a investigación de este tipo le corresponde el principio de ■esta lógica aristotélica; hasta la logística m oderna, se la erigió como modelo de u n a ciencia que alcanzó desde su nacim iento su estado definitivo: contrariam ente a la lógica d e las relaciones, entrevista p o r Leibniz y elaborada por los modernos bajo la influencia de preocupaciones fu n d a­ m entalm ente m atem áticas, la lógica de Aristóteles constituye, en efecto, y esencialmente, u n a lógica de las clases, es decir u n sistema de encajes

jerárquicos que el silogismo produce u n a vez construidos. T odo cuestionam iento del parentesco de este encaje de las clases lógicas y de la jerarquía de las clases- zoológicas es refutado por el hecho que la teoría de los géneros, alcanzada por la lógica, regía según el Estagirita al universo físico en su conjunto: el carácter biom órfico de la física de Aristóteles y de la totalidad de su ontología es lo suficientemente claro y perm ite que esta extensión del sistema de las clases dem uestre, entonces, la conexión entre esta lógica y las preocupaciones biológicas de su autor. Por o tra parte, la u nión de la lógica aristotélica y de la creencia vitalista en u n a jerarquía de las form as inm utables se h a perpetuado en las figuras de los grandes sistemáticos que representaron al espíritu biológico hasta la aparición del transformismo. Sabemos, en efecto, cómo L inneo llegó a utilizar en su Sistem a naturae (1735) u n a clasificación de conjunto basada en el principio de la nom en­ clatura binaria; con ello continuaba los trabajos de Bauhin, de Jo h n Ray, de T ournefort, etc. D e acuerdo con ese principio, se designa a todo ser viviente por su género y por la especie a la que pertenece: de esta form a L inneo designa al caracol comestible H elix pomatia, lo que constituye ,1a expresión sistemática de la definición lógica per genus et differentiam specific a m .' A los géneros mismos L inneo los encaja en “órdenes” y a éstos “en clases” (sin considerar aún a las “familias” en el interior de los órdenes ni a las “ramificaciones” por encim a de las “clases” ). De la m ism a forma en que Aristóteles consideraba a la jerarquía de las formas generales como constitutivas del universo entero, Linneo. considera a su clasificación como la expresión de la realidad biológica como tal, sobre todo en lo que con­ cierne a la especie, concebida como real e invariable: “existen tantas especies como las que salieron de manos del creador” . E sta concepción realista de la clasificación, reto m ad a po r B. y A. de Tussieu, etc., se perpetuó hasta Cuvier y Agassiz, es decir hasta la pléyade de los sistemá­ ticos fijistas que se opusieron a la hipótesis de la evolución. Los principios de la clasificación linneana y de su nom enclatura binomial, considerados independientem ente del realismo de la especie por su parte, fueron conser­ vados hasta el presente y los evolucionistas que, como Lam arck, atrib u ­ yeron u n a significación diferente al concepto de especie retuvieron sin em bargo íntegram ente el sistema de la clasificación por encaje jerárquico de las clases lógicas. M ás aún, cabe preguntarse si el sistema de las semejanzas jerarqui­ zadas sobre las que se basan tales encajes de clases no h a prefigurado, en realidad, la hipótesis evolucionista, al. conducir a los clasificadores a inves­ tigar las semejanzas “naturales” , y con ello los parentescos reales entre las especies consideradas como vecinas en la clasificación. Lo demostró. H. D audin en u n interesante estudio histórico sobre el desarrollo d e las clasifi­ caciones en la época de L am arck . 1 Este autor, en efecto, señaló en form a muy clara la m anera en que los grandes clasificadores h an proseguido sin 1 H . D audin: Les classes zoolo giques et l’idée de serie anímale en France a l’époque de Lam arck et de Cuvier (1790-1830). Alean. 1926, 2 vo!s.

cesar u n “orden n atu ra l considerado como un escalonamiento regular de las form as” ( I I , 332). Desde este punto de vista, u n a clasificación lógica se convierte en “n atu ra l” en la m edida en la. que logra incorporar todas las relaciones en juego y no sólo algunas escogidas en form a artificial. Ello provocó los problem as que debieron afron tar los clasificadores. En prim er lugar, se tratab a de constituir u n m arco lógico, cuyo carácter pre­ concebido y anticipatorió fue señalado po r H . D audin, teniendo en cuenta la m ateria que debía abarcar: este m arco consiste en u n a jerarq u ía de clases definidas por las semejanzas y las diferencias cualitativas, que pro­ ceden desde las semejanzas más especiales hasta las m ás generales. En segundo lugar, se debía entonces d ar un contenido a este m arco en forma natural y no artificial, es decir teniendo en cuenta todas las relaciones sin escogerlas artificialm ente: la clasificación “desde u n comienzo, se prohibió esta elección exclusiva de caracteres que adop tab an los «sistemas», los «métodos» artificiales; ella intentó constantem ente obtener u n a fiel expre­ sión del conjunto de las relaciones de sem ejanza que pueden presentar los seres vivientes y, p a ra ello, se limitó, en regla general, a llevar una cuenta exacta de todas las «relaciones»” ( I I , pág. 240). Pero, en tercer lugar, se debía establecer ú n a jerarquía entre estas relaciones consideradas en con­ junto, que no presentan, sin em bargo, u n a im portancia similar. Ello deter­ minó la búsqueda, difícil de conciliar con la precedente, de los caracteres más significativos: “ sigue siendo posible, tanto después como antes de Cuvier, repetir con de Blainvilte que el carácter «esencial» es, en realidad, el único aj que se debe considerar dom inador” (II, pág. 243). Esta “esencialidad” es la que perm ite, entonces, conciliar el orden jerárquico lógico eori el orden n atu ra l: aquél condujo, en efecto, a concebir las relaciones de semejanza, es decir de vecindad lógica, como la expresión de una “com unidad de naturaleza” (II, pág. 246) entre los seres clasifi­ cados en los mismos conjuntos. H abiendo partido de las semejanzas super­ ficiales, tom adas sin sistema fijo de la morfología externa, las clasificaciones, tendieron luego en form a cada vez más sistem ática a esclarecer relaciones más profundas, reveladas por la anatom ía com parada. Por ello, Cuvier form ula la idea de “planes comunes de organización” que caracterizan a cuatro ramificaciones yuxtapuestas y que van desde los más complejos a los m ás simples. A ello se debe tam bién, por último, que L am arck formule la hipótesis de una “serie” jerárquica propiam ente dicha que va de lo simple a lo complejo. De este modo, y en cierto sentido, la jerarquía lógica de las clases es la que condujo a la idea de descendencia: “D e este modo, creemos nosotros, es posible, sin paradojas llegar a la conclusión de que d u ra n te todo el tiempo en que la zoología se ocupó en p articu lar de establecer una clasificación «natural», aplicó, sin adoptarla, la idea rectora de las teorías de la descendencia” ( II, pág. 249). Sin embargo, y desde el p u n to de vista que por el mom ento nos interesa, cabe señalar que esta elaboración lógica de la clasificación se m antuvo, incluso en el caso de L am arck. independiente de la hipótesis evolucionista y se basó exclusivamente en la búsqueda de las relaciones “naturales” integrables en el sistema de los encajes jerárquicos: “Después

de haber concebido, en un prim er m om ento, un orden progresivo de perfección de los animales, después de haberlo considerado, luego, como el orden mismo de su producción, Lam arck, sin abandonar nunca comple­ tam ente este p u n to de vista, llegó, le n ta y penosamente, m ediante un trabajo tenaz y penetrante, a percibir que el punto capital residía en ordenar a las clases de acuerdo con las relaciones de parentesco probadas realm ente por la observación” ( II, pág. 200). Como podem os observar, entonces, la clasificación zoológica fue en un comienzo independiente de toda hipótesis transform ista (aunque la pre­ figuraba sin que los clasificadores mismos lo percibiesen), y luego fue soste­ nida, en su principio fundam ental, tanto por Jos partidarios como por los adversarios de esta hipótesis; esa clasificación zoológica y botánica consistió en una estructuración esencialmente lógica y cualitativa que hacía corres­ ponder, tan exactam ente como fuese posible, el encaje de las clases con las relaciones naturales manifiestas ante la observación (directa o perfeccio­ n a d a gracias a los métodos de la anatom ía co m p arad a). Nosotros conside­ ramos, entonces, que el problem a reside en determ inar en qué consiste esta estructuración, form a más simple de la actividad del sujeto. Lim itándose a asimilar las relaciones de semejanza y de diferencia a relaciones se basa en Jas interacciones descubiertas recientem ente entre las corrientes nerviosas aferentes: de este modo, dos corrientes aferentes suficientem ente próximas crean un “cam po polisináptico” , a causa de tales interacciones, y este cam po puede deform ar ias figuras. Cuando, por ejemplo, se perciben los lados de u n ángulo agudo cerca del vértice, su proxim idad determ ina en esta región una atracción entre ambos, lo que provoca u n acortam iento de estos lados y un aum ento del ángulo (véase la fig u ra ). En el caso de

la ilusión de M üller-Lyer, basta que este efecto se produzca en las puntas dirigidas hacia el exterior p ara que la línea m ediana de la figura se estire, m ientras que cuando las puntas están dirigidas hacia el interior el mismo efecto acorta la línea m ediana. Suponiendo que esta explicación sea exacta, y sobre todo, que sea posible generalizarla a las diferentes formas posibles de figura (incluido el caso de los ángulos obtusos), se plantea, entonces, el siguiente problem a: ¿ u n a explicación causal de este tipo puede dar cuenta de todos los aspectos psicológicos de la estructura perceptual descripta por M üller-Lyer? T al como lo dem ostraron perfectam ente los teóricos de la Form a, una percep­ ción constituye una totalidad de relaciones interdependientes; sin embargo, los partidarios de esta escuela consideraron de antem ano (en este punto la psicología anticipó los resultados-de la fisiología) que un a totalidad de B Ségal: ] ourn. de Psycho!., t. 1. págs. 21-35.

este tipo debía ser “isom orfa” a una totalidad fisiológica de la misma estru ctu ra: se com probó luego, precisam ente, que esta últim a estaba consti­ tuida por el cam po polisináptico. Sin em bargo, las relaciones entre sinapsis que caracterizan dicho cam po son relaciones causales que existen entre elementos nerviosos, o al menos son reconstituidos cómo tales por el neuró­ logo, m ientras que las relaciones percibidas en el seno de las figuras de conjunto sen relaciones de form a, de m agnitudes, etc., presentes cualitati­ vam ente en la conciencia del sujeto. P ara la fisiología, la interdependencia de estas relaciones constituye u n sistema de interacciones causales, mientras que para la percepción misma, y p ara la actividad mental, representa, por el contrario, un sistema de implicaciones m utuas. ¿Cómo analizar entonces este últim o sistema? Si se va más allá de la teoría de la Form a, que se contenta con una descripción global, se puede in te n ta r la form ulación de las relaciones mismas que constituyen a las totalidades perceptuales. A hora bien, la experiencia prueba que una de estas relaciones más generales consiste en lo siguiente: entre dos longitudes sensiblemente diferentes B > A, la percepción de la mayor desvaloriza a la m enor; en consecuencia, se percibe a B como mayor de lo que es en realidad, y se subestima a A. Tales modificaciones de las relaciones, com binadas entre sí, explican entonces la ilusión de Müller-Lyer. L a figura descubierta po r este autor, en efecto, puede reducirse a dos trapezoides unidos en uno de sus lados. A hora bien, en u n trapezoide se deben distinguir perceptualm ente por lo menos tres longitudes (dejando a un lado la altu ra) : el m ayor de los dos lados paralelos, es decir B, el menor, es decir A y la diferencia entre ambos, es decir A’. En virtu d de lo que B

precede, si A ’ < A (y n aturalm ente A’ < B) existe entonces una desvalo­ rización perceptual de la diferencia A’entre A y B, lo que significa una sobreestimación de A relativam ente a B y A’ : se explica de este m odo la ilusión. H aciendo v ariar de todas m aneras los valores de A ’, A y B, se puede adm inistrar la prueba de la intervención general de estos tipos de rela­ ciones: por ejem plo si A ’ > A, lo que se devalúa entonces es A, lo que provoca una inversión de la ilusión. Si la p u n ta está dirigida hacia el interior, las mismas relaciones se aplican en sentido inverso, etc . 0 En c J. Piaget y B. von A lbertini: “L ’illusion de M üller-Lyer”, Arch. de Psychol.

resumen, éste es un buen ejemplo de un sistema de relaciones interdependientes en el sentido de u n a implicación m utua, pese a que consideradas en sí mismas estas relaciones no son de naturaleza lógica sino que señalan deformaciones sistemáticas. Consideremos ahora el caso general de la relación perceptual A < B e intentem os dilucidar su significación desde el p u n to de vista del análisis psicológico, independientem ente de las causas fisiológicas de la deformación. P ara el sujeto consciente, la percepción de la relación A < B, conduce a u n a conciencia de diferencias entre los dos términos, y esta diferencia se acentúa hasta u n a cierta sobreestimación. Inversam ente, hay una con­ ciencia de igualdad A = B no sólo cuando A y B son objetivamente iguales, sino tam bién en vecindad de esta igualdad objetiva: en el interior de un cierto “um bral de igualdad” o “um bral diferencial” las pequeñas diferencias determ inan, entonces, un efecto no ya de contraste sino de igualación ilusoria. A hora bien, si se analizan estas impresiones de con­ traste y de igualación, se observa que el principio de todas estas relaciones perceptuales consiste en una especie de relatividad, que es similar a la que caracteriza a la inteligencia y sin embargo muy diferente de ella. El factor común está representado por el hecho de que nunca se considera a un elemento en sí mismo, sino siempre en relación con otros, con los que constituye u n sistema de conjunto cuyo caso más simple está representado por la relación binaria. Pero la relatividad de la inteligencia no altera los térm inos que se h a n puesto en relación, sino que los enriquece por esta relación misma. Por el contrario, la relatividad perceptual es deformante, ya que los térm inos de la relación como tales son desvalorizados o sobreevaluados en el sentido del contraste o si no de igualización ilusoria. L a famosa ley de W eber que atribuye a los um brales diferenciales un valor proporcional al de los términos com parados constituye, precisam ente, una de, las expresiones de esta relatividad p erc ep tu a l, deform ante. Señalemos, por o tra parte, que se la observa tam bién en campos p uram ente fisiológicos (sensibilidad de los nervios ante la excitación eléctrica, etc.) e incluso físicos, lo que nos servirá aún en mayor m edida p ara hacer un paralelo entre el sistema- de las implicaciones m entales y de las relaciones causales de orden físico-químico. A hora bien, esta relatividad perceptual general está ligada a un curioso fenómeno, que pasó inadvertido du ran te m ucho tiem po: el efecto de centralización . 7 Cuando el sujeto com para dos o varios objetos, sobre­ estima el elemento observado, en el m om ento de la centralización, y cuando las centralizaciones alternativas no conducen a un a compensación exacta de este efecto m om entáneo, la centralización como tal da lugar a u n a deformación sistemática. A p artir de estos datos se puede calcular el núm ero (relativo) de las centralizaciones posibles sobre dos o varias líneas (o superficies). L a relación de las centralizaciones reales y de los céntrajes posibles proporciona entonces una ley probabilista de las “centra­ 7 Lo hemos estudiado sistemáticamente con Lam bercier bajo la forma de “error de la norm a” . Véase Arch. de Psychol., xxix, 1943, págs. 173 y 255.

lizaciones relativas” que explican al mismo tiem po los efectos de contraste observados cuando la diferencia B > A es suficiente y los efectos de igualación ilusoria p a ra los valores vecinos a B = A. Estas composiciones de tipo probabilístico, que expresan esta especie de sorteo representado por las fijaciones reales de la m irada (o de u n órgano de los sentidos cual­ quiera) en relación con las centralizaciones posibles explican entonces en form a sim ultánea el principio de las ilusiones visuales y la ley de W eber.s Situándonos en este p unto de vista, se com prende con m ayor facilidad el necesario paralelism o entre la explicación fisiológica y el análisis psico­ lógico, así como el carácter específico e irreductible de cada uno de los dos tipos de conexión, causal e implicatorio. E n lo que se refiere a su paralelismo, es evidente, en efecto, que el mismo esquema probabilístico puede aplicarse al mismo tiem po a la compo­ sición de las relaciones presentes en la percepción consciente y de las rela­ ciones causales en juego en los procesos fisiológicos. Fisiológicamente, las interacciones entre sinapsis como así tam bién las relaciones entre el estímulo y la respuesta expresadas po r la ley de W eber cuando ésta se aplica a un cam po fisiológico p u ro pueden depender, am bas, de la probabilidad de encuentro entre elementos determ inados: de esta form a, e incluso en el cam po físico-químico inorgánico, la ley de W eber se aplica a la impresión de una placa fotográfica ya que expresa en ese caso el aum ento logarít­ mico de las probabilidades de confluencia entre los fotones y las partículas de sal de plata. Psicológicamente, se tra ta de las mismas probabilidades de confluencia que conectan las m agnitudes objetivas percibidas con las fija­ ciones posibles del órgano de los sentidos en acción (m irada, etc.). En consecuencia el paralelism o no debe sorprendernos, ya que el mismo esquema de confluencias probables se aplica de este modo, en form a simul­ tánea, a los intercam bios fisiológicos y a las conductas. Sin embargo, y de todas formas, las diferencias entre las dos series neurológicas y psicológicas es evidente. D esde un punto de vista fisiológico, el fenómeno se traduce en u n conjunto de relaciones causales entre elemen­ tos m ateriales y equivale de este m odo a u n sistema físico, hasta un punto tal que, en el caso de la ley de W eber, la m ism a ley logarítm ica se aplica tanto a algunos procesos físicos como a las respuestas fisiológicas; p o r otra parte, las interacciones características de u n cam po polisináptico, como es evidente, se asem ejan en mayor o m enor m edida a interacciones de carácter electrom agnético. Desde u n punto de vista psicológico, por el contrario, los mismos hechos se traducen bajo la form a de relaciones conscientes: ahora bien, y se tra ta de un fenómeno m u y interesante, estas relaciones pueden deducirse entonces parcialm ente u nas de otras, como si entre ellas existiese una especie de lógica y como si la percepción m isma expresase o encarnase esta lógica, plena, por otra parte, de paradojas en relación con la que caracteriza a la inteligencia. 8 J. Piaget: “Essai d’interprétation probabiliste de la loi de Weber et de celle des centrations relatives”, Arch. de Psychol., t. xxx, pág. 95,

¿E n qué consiste esta prelógica perceptual? Si se la com para con los “agrupam ientos” de operaciones inteligentes, ella es esencialmente irrever­ sible, no transitiva, no asociativa y sin identidad. Su irreversibilidád se caracteriza en especial po r “ transformaciones no compensadas” que tra ­ ducen las deform aciones mismas, es decir por las “ilusiones” que carac­ terizan a casi todas las percepciones (salvo en u n caso de com pensación completa entre las deform aciones). E sta prelógica se caracteriza entonces, esencialmente, p o r ser imposible de descomponer y contradictoria, si se la intenta expresar bajo u n a form a estricta. Sin embargo no es absurda, ya que a p artir de las dos relaciones AB y BG se puede prever u n a relación AC por composición probabilística. Pese a que esta prelógica no es reversible, ella señala, sin embargo, un juego de compensaciones aproxim adas y reemplaza de este m odo al sistema de las operaciones m ediante u n sistema de regulaciones o compensaciones que tienden hacia la reversibilidad, sin alcanzarla p o r completo. D e este modo, y al mismo tiempo que nos negamos a hablar de implicaciones propiam ente lógicas en el cam po perceptual, no es exagerado reconocer la existencia de un a cierta coherencia interna entre las relaciones percibidas, tanto más cuanto que las regulaciones que ella señala son u n prim er bosquejo sensoriomotor de las operaciones futuras de la inteligencia. El análisis psicológico basado en tales relaciones y en su composición aparece entonces, efectivamente, como refiriéndose en mayor m edida a un a especie de im plicación que a la causalidad, incluso si no se tra ta aú n de implicación lógica. Se puede decir, es cierto (como lo hemos hecho nosotros mismos) que las relaciones perceptuales están provistas de un género p a r­ ticular de causalidad, en el sentido de que la deformación característica de una de ellas provoca la aparición de otras deformaciones; pero esto es sólo una form a de expresar el hecho de que tales relaciones no son p u ra ­ mente deductivas. Son solidarias de la causalidad fisiológica y corresponden, de este modo, a conductas mixtas en la actividad del sujeto. Sin embargo, aquello en lo que el proceso psíquico como tal difiere del proceso psico­ lógico y le es irreductible, es precisam ente la implicación m u tu a de las relaciones en juego, por oposición al carácter causal de su concom itante nervioso. D e este modo, cuando el sujeto observa en u n gran cuadrado A’ B’ C ’ D ’ las mismas relaciones que en u n pequeño cuadrado A B G D, esta “transposición” se basa sin duda en la proporcionalidad de los valores característicos en los dos campos fisiológicos en juego, y por lo tanto en un sistema causal, ella se acom paña sin embargo, con u n a conciencia de semejanza que en sí misma no es de orden causal y que expresa simple­ mente la im plicación de las relaciones como tales. Paralelism o e irreductibilidad, tal es entonces, efectivamente, la rela­ ción entre la explicación fisiológica y el análisis psicológico. A hora bien, en tal caso se puede observar a qué conduce esta relación: el análisis p u ra ­ mente psicológico, en resumen, consiste sólo en un esfuerzo de reconstrucción deductiva o sem ideductiva del fenómeno que la fisiología explica en form a causal. Pero esta construcción corresponde, desarrollándola a la contenida en form a im plícita en los mecanismos mentales característicos del sujeto

m ism o: el psicólogo reconstituye el esquema que la percepción como tal ha elaborado por su propia cuenta, o, si se lo prefiere, el esquem a del psicólogo explícita los esquemas del sujeto. Se puede decir quizá que este análisis no p o d rá conducir entonces a ninguna explicación y que se lim itará a simples descripciones lógicas. Pero adm itam os que la explicación fisio­ lógica alcance u n estado de culm inación relativo y el análisis psicológico u n a coherencia deductiva suficiente: en dicho caso, ellas confluirían, en un m odo sim ilar a aquel en el que la deducción m atem ática confluye con la experiencia física. E n efecto, una fisiología acabada de la percepción y de la inteligencia sería u n a especie de física tanto deductiva como experi­ m ental : su aspecto deductivo se confundiría en parte, sin du d a, entonces, con el esquem a de implicaciones construido por la psicología p a ra recons­ tituir las semioperaciones en juego en la percepción y las relaciones en juego en la inteligencia.. Por o tra parte, sólo en ese m om ento se podrían descubrir las verdaderas relaciones que existen entre lo corporal y lo m e n ta l: todo el problem a, en efecto, residiría en elucidar si la lógica y la m atem ática que intervienen en esta fisiología exacta explicarían, al fin de cuentas, los datos experim entales de carácter fisiológico o a la inversa: por nuestra p arte, creemos que la asimilación sería recíproca y que esta asimilación recíproca conduciría, incluso, a la comprensión sim ultánea de las relaciones entre el espíritu y el cuerpo así como entre el sujeto y el objeto. Sin em bargo, suponiendo que la psicología de la percepción, de la representación y de la inteligencia culmine de este modo en u n vasto sistema de relaciones y de transform aciones entre sí, que conectarían las regulaciones perceptuales más elementales con las operaciones intelectuales más elevadas, ¿la dificultad no sería entoncés la de extender este tipo de interpretación al elem ento m otor o activo de la conducta y sobre todo a la afectividad? E n lo que se refiere a la motricidad, la situación es similar. ¿D e qué m odo, en efecto, u n movim iento provoca otro m ovim iento? Por un lado, en form a causal, es decir por coordinación neurom uscular, pero este condicionam iento causal indispensable de la actividad no explica la coherencia in te rn a de ésta, es decir el mecanismo de las transform aciones intencionales que son las únicas que otorgan u n a significación a los actos y a los movim ientos desde el punto de vista del sujeto. A hora bien, es evidente —y ello se observa, sin du d a alguna, a p artir de la conexión continua que existe, de este modo, u n a serie continua de implicaciones que p rep aran que estas transform aciones. intencionales dependen, nuevam ente, de la implicación y no de la ca u sa lid ad : cuando un bebé, por ejemplo, aprehende un objeto p a ra sacudirlo, cualquiera que sea la explicación fisiológica de esa conducta por los condicionam ientos reflejos, se puede decir que el esquema sensoriomotor de sacudir supone la utilización previa del esquema de aprehender y que la asim ilación del objeto a estos esquemas constituye u n encaje im plicatorio. Este encaje es análogo a la necesidad que enfrenta el sujeto de ordenar los objetos para contarlos, etc.; desde la implicación de los esquemas sensoriomotores hasta el encaje de las operaciones mismas, existe entre la acción exterior y las operaciones o acciones interiorizadas— progresivam ente los mecanismos operatorios más evolucionados.

L a coordinación m ental de las acciones intencionales conduce al pro­ blema de la vida afectiva. E n la actualidad, todo el m undo considera que la afectividad y los procesos intelectuales o cognitivos son indisoc.iables y constituyen los dos aspectos com plem entarios de toda conducta: el aspecto intelectual constituye lo que se puede designar como la “estructura” de la conducta, es decir las relaciones que conectan al sujeto con los objetos, m ientras que la vida afectiva constituye la economía o la “energética” de esta m ism a energía. A hora bien, si bien es fácil apreciar el papel de las implicaciones en el cam po de los estados cognitivos y de la m otricidad que los conecta o que los transform a, ¿podemos decir lo mismo en lo que se refiere a la energética, que, en u n prim er momento, parece ser p uram ente causal? Exam inemos en ese sentido una de las regulaciones afectivas más elementales que P. Ja n e t y C laparéde describieron en form a independiente, aunque en térm inos casi iguales.” Según Claparéde, el interés (sobre el que basaba toda su psicología funcional) es u n dinam ogenerador de la acción que actúa cuando un objeto es susceptible de satisfacer u n a nece­ sidad: el objeto reviste entonces la nueva propiedad de ser interesante, y el interés produce u n a liberación de las energías en reserva que facilitan la acción en la m edida en que el interés en juego es fuerte. En un lenguaje un poco diferente, Ja n et dice algo análogo en lo que se refiere al m eca­ nismo de los sentimientos elem entales: reguladores de la acción, ellos señalan en ella las conclusiones, felices o desgraciada? (alegría y tristeza), o si no la aceleración (fervor, esfuerzo, interés) o la detención (fatiga, depresión). Es evidente, entonces, que tales explicaciones recurren en prim er lugar a la causalidad fisiológica. Describir el interés como u n dinam ogenizador o como u n regulador que procede p o r aceleración supone postular de entrada la necesidad de u n a explicación fisiológica. ¿ Cuál es la naturaleza de las energías en juego, cómo Concebir u n a aceleración, cuál es el m eca­ nismo de u n a regulación energética (p o r oposición a las regulaciones de estructura que hem os exam inado en relación con la percepción) ? Sólo la fisiología podrá resolver todos estos problem as y en relación con ellos la psicología se lim ita describir, desde afuera y globalmente, conductas cuyos procesos son esencialm ente neurológicos. Sin embargo, un a vez que se acepta este papel de la causalidad psicológica, cabe preguntarse si en el mecanismo del interés, no hay rasgos que conciernan a la psicología como tai y que sean irreductibles a la idea de causa. Efectivam ente, y en analogía exacta con lo que hemos visto a propósito de las relaciones p er­ ceptuales, existe en ese sentido el vínculo particular que conecta un interés con otro: ahora bien, este vínculo pertenece nuevam ente al tipo de la im plicación y no al de la causalidad. Los intereses, en efecto, se generan unos a otros de acuerdo con estos encajes bien descriptos por C laparéde: p o r ejemplo, si A es interesante para el sujeto porque responde a un a de 9 P. Ja n e t: D e l’angoisse a l'extase, t. n, y C laparéde: Psychologie de Tenjant et pédagogie experiméntale. Ginebra (K ündig), cap. sobre “ L’intérét”.

sus necesidades, B, que es u n medio para, conseguir A, está revestido, por ello mismo, de un interés derivado, y C, que es un medio p a ra alcanzar B adquiere, a su vez, u n interés subordinado al de B y al de A, etc. Se puede observar, entonces, que estas cadenas de interés son, en realidad, encajes de relaciones, como en el caso de las relaciones estructurales, pero estable­ cidas, en este caso en tre “valores”, es decir propiedades de deseabilidad atribuidas a los objetos. D e este modo, estas cadenas se pueden com parar con las composiciones de relaciones perceptuales “con regulaciones que preceden las regulaciones” o si no incluso, en algunos casos, con las com po­ siciones lógicas, como sucede cuando las escalas de valores están estabili­ zadas po r norm as colectivas. P ara decirlo de o tra m anera, el elem ento del interés irreductible a la explicación fisiológica es el valor y el aspecto im plicativo del interés en oposición con su aspecto causal está representado por esta conexión entre los valores que revela la existencia de las escalas de valorización: escalas perm anentes o m om entáneas, según que dependan, en m ayor o m enor grado, de los intereses dom inantes del sujeto en el m om ento considerado. Es evidente que si esto es lo que sucede con los intereses, se podrá decir lo mismo de todos los sistemas afectivos. U n sistema o u n a emoción están ligados en form a necesaria a procesos neurológicos determ inados, que en algunos casos hacen, al parecer, inútil to d a explicación psicológica: de todas m aneras, los hechos de conciencia que acom pañan estos procesos expresan evaluaciones que se provocan unas a otras con m ayor o menor coherencia. E n u n principio (como en el cam po cognitivo), esta coherencia es débil, pero aum enta progresivam ente h asta los sentimientos superiores cuya estabilidad depende de una socialización grad u al de los sentimientos y de la intervención de la voluntad que, en la vida afectiva, desem peña un papel análogo, al de las operaciones en el terreno de la inteligencia. E n conclusión, lo que caracteriza a la explicación fisiológica, en psico­ logía al igual que en otros campos, es el hecho de ser exclusivamente cau sal: desde que .se recurre a la causalidad, la explicación organicista tiende entonces a extenderse en form a indefinida a costas de las explicaciones psicológicas. Sin em bargo, en las conductas m entales y en los hechos de conciencia calificados sigue existiendo un elem ento irreductible a la fisio­ logía por ser irreductible a la causalidad: nos referimos a la implicación de las relaciones, conceptos y operaciones en el cam po cognitivo, y de los valores de todo género (a p a rtir del simple placer hasta los valores indivi­ duales y m orales) en el plano afectivo. E sta implicación m ental, tanto cuando es de carácter cognitivo como afectivo, m antiene con la causalidad fisiológica u n a relación análoga 9 . la que se observa en las ciencias exactas entre la deducción y la realidad física misma. Sin embargo, no p o r ello se debe suponer que la psicología está predestinada a convertirse en una ciencia deductiva, ya que sólo los estados equilibrados finales, constituidos por los sistemas de operaciones intelectuales y p o r algunos sistemas de valores socializados pueden dar lugar a u n a axiomatización propiam ente dicha. E n los campos inferiores, como en el de la percepción por ejemplo,

la deducción, por el contrario, sólo toca en parte las relaciones en juego y sirve, antes que nada, para poner de manifiesto las singularidades que revela la experiencia. ¿ En qué consistirá, entonces, en psicología, la explica­ ción propiam ente dicha, es decir una explicación basada en el análisis de las implicaciones, de las que hemos hablado en este § 1 , pero que las explicarían y no simplemente describirían P Los psicólogos alemanes distinguieron en algunos casos u n a “verstehende Psychologie” y una “erklárende Psychologie” es decir la psicología que “com prende” y la que “explica” . L a p rim era se sitúa en el punto de vista del sujeto e intenta elucidar sus móviles de conducta y las conexiones entre sus estados de conciencia: lo que alcanza de este m odo es el campo de las implicaciones, si lo que precede es exacto. L a segunda se sitúa en el p u n to de vista de las causas y no de las razones: tiende entonces siempre hacia la explicación fisiológica. Pero es evidente que la psicología no puede resignarse a esta especie de ru p tu ra en dos partes separadas: la conducta es u n a unidad, y, salvo en algunos estados límites de equilibrio en los que tiende a ser puram ente lógica o puram ente axiológica, no se la po d ría “com prender” sin al mismo tiem po “explicarla” , ni tam poco a la inversa. Es evidente, en -efecto, que si las dos series constituidas por las causas fisiológicas y las implicaciones psíquicas son irreductibles u n a a otra, de todas formas ambas son indisociables: el papel de las explicaciones psicológicas, por oposición a la lógica o a la axiológica puras, es, de este modo, el de integrar la serie de las implicaciones en el contexto de las “conductas”, qu e com portan cada u n a de ellas, u n aspecto causal. En otros térm inos, la explicación psicológica consistirá en realizar la unión de las implicaciones de la con­ ciencia y de las causas orgánicas, de la m ism a form a e n que la explicación física consiste en conectar la deducción m atem ática y la experiencia. La analogía es com pleta en lo que concierne los estados de equilibrio intelectual, en los que se debe, simplemente, conectar la deducción lógica con la actividad orgánica. Sin embargo, en la inmensa m ayoría de los estados, las implicaciones de la conciencia son prelógicas, en proceso de devenir, y son solidarias de una historia no deductible en sí m ism a. ¿Cóm o se constituye entonces, concretamente, la explicación psicológica? § 2. L a s p s e u d o e x p l i c a c i o n e s p s i c o l ó g i c a s . Si la diferencia esencial entre lo psíquico y lo fisiológico se basa en la oposición y la causalidad, es evidente que la explicación psicológica no podría atrib u ir entonces, a la con­ ciencia, al espíritu o a los procesos m entales ni siquiera inconscientes, ningu­ n a “sustancia”, ni tampoco ninguna causalidad sustancial o “fuerza” , etc... es decir ninguna propiedad concebida sobre el modelo de la causalidad m aterial. Sin em bargo, muchas doctrinas psicológicas han invocado en form a sistemática estos conceptos de sustancia y de fuerza, y estas doctrinas reap a­ recieron m uchas veces en el transcurso de la historia y renacen aún en la actualidad en función de diversas preocupaciones filosóficas o sociales. Es inútil recordar que el concepto de un a sustancia espiritual, situada en el mismo causal que la m ateria interactuante con ella h a inspirado al

esplritualism o clásico, con su hipótesis de un alm a dotada de facultades com pletam ente constituidas y perm anentes y que se lo puede encontrar en la actualidad incluso en teorías psicomédicas tales como las de G. G. Jung. A hora bien, independientem ente del halo afectivo y místico que redea la intuición del “seelisch” , p ara determ inar el valor de las ideas de alm a-sustancia o de “ energía psíquica” , tales como fe invocan los adeptos de Ju n g basta señalar todo lo que estos conceptos contienen de específica­ m ente m aterialista. A partir del hecho de que el espíritu se sitúa en las antípodas de la m ateria, en la m edida en que el sujeto és capaz de com­ prensión y de evaluación, el esplritualismo llega a la conclusión no d e que el espíritu, en consecuencia, es inexplicable e incluso impensable en término de m a te ria ; considera por el contrario, que constituye, por su lado, una nueva m ateria o un doble de la m ateria m ism a: desde sus form as arcaicas del “doble” espiritual, del “aliento” , etc., hasta sus variedades modernas (que utilizan el térm ino de “energía” , tom ado de la psicología científica, en lugar de las palabras de aliento, de viento, etc., tom adas de la física ingenua) se limita, de este modo, a acom pañar la explicación fisiológica con u n a explicación de igual apariencia conceptual, pero verbal. El espiritualismo, entonces, se contenta con despojar a la m ateria de su visibilidad, de su espacialidad, de sus propiedades ponderables, etc., y, considerando que de este modo tiene acceso al espíritu, im agina simplemente u n a sus­ tancia provista de causalidad, aunque carente de todos los caracteres posi­ tivos que hacen inteligibles y utilizables, en ciencia, las ideas de sustancia y de causa. El esplritualismo, entonces, no sólo es un materialism o invertido, como siem pre se ha dicho, sino u n m aterialism o que omite las propiedades esenciales que oponen el reino del espíritu al de la m a teria: nos referimos al libre juego de una razón que com prende y evalúa construyendo sus rela­ ciones en un plano diferente al de los objetos, ya que interviene en forma activa en su tom a de posesión. L a acción del sujeto im aginada de acuerdo con el modelo de las acciones del objeto, tal es el espiritualismo, mientras que la actividad del sujeto debería ser explicado en reciprocidad con el objeto po r la interdependencia de sus caracteres sim ultáneam ente indisociables e irreductibles. A hora bien, por ajenas que puedan parecer en relación con el espiri­ tualism o clásico, todas las explicaciones psicológicas basadas en los con­ ceptos de sustancia y de fuerza participan, en m ayor o en m enor medida, de estas tesis iniciales. D e este modo, las teorías freudianas, que constituyen en psicología el modelo de u n a ciencia de la identidad en el sentido meyersoniano del térm ino, restablecen continuam ente, bajo la identidad del instinto o de los elementos inconscientes, la sustancia causal que constituye el m ito principal y sin cesar renaciente de la psicología no crítica (nos referimos a las teorías explicativas generales de Fretid, tal como la del “instinto” , etc., y no de los m uchos hechos nuevos que puso de manifiesto con gran é x ito ). Sabemos, en efecto, que la concepción freu d ian a del instinto no coincide ni con el concepto biológico de u n mecanismo hereditario com pletam ente

m ontado y relativam ente invariante, ni con el concepto psicosociológico de u n a serie de construcciones sobreagregadas desde afuera al instinto bioló­ gico: el instinto freudiano es u n a especie de fuerza sustancial o de, energía que se conserva ta l cual al mismo tiempo que se transfiere del m ism o objeto a otro. D esplazando al mismo tiempo sus “cargas” , sin alterar su identidad, el instinto se liga sucesivamente a u n cierto núm ero de objetos; en prim er lugar, el cuerpo propio, luego los padres, y después u n a sucesión de p er­ sonajes diversos. C ad a experiencia afectiva crea, al mismo tiem po, “ com­ plejos” de sentim ientos y recuerdos, que subsisten en form a definitiva en el inconsciente. E llo da lugar a que, en u na situación actual dada, se “identifique” inconscientem ente a las personas presentes con los modelos pasados: y a q u e las reacciones se m odifiquen a causa de estas identifica­ ciones, de estas transferencias, y de las “proyecciones” de los sentimientos anteriores sobre la realidad presente. A hora bien, en la actualidad todo el m undo acepta la estrecha relación descubierta por el freudismo, entre la afectividad de u n individuo y su pasado, en p articu lar infantil; pese a ello, las teorías explicativas del psico­ análisis enfrentaron u n a resistencia m uy neta por p arte de la psicología experim ental, precisam ente a causa de su sustancialismo. En efecto, a p a rtir del hecho de que existe u n a continuidad en las reacciones afectivas sucesivas de u n individuo en el transcurso de toda su vida, no se puede deducir que éstas sean m anifestaciones de u n a energía instintiva ú n ic a ; nada im pide, en efecto, que las nuevas estructuras que se construyen en cada etap a del des­ arrollo no se integren por asimilación recíproca a las estructuras anteriores. Además, y sobre todo, el hecho de que el pasado actúe sobre el presente no prueba la existencia de recuerdos inconscientes, ni tam poco de “senti­ m ientos” perm anentes que subsistirían en el inconsciente en estado de latencia durante los períodos en los que no se m anifestaran. P a ra explicar al conjunto de los hechos, basta con adm itir la existencia de “esquemas afectivos” que constituirían el aspecto afectivo de los esquemas de respuesta o consistirían en esquemas de respuestas relativos a las personas, com o los hay relativos a objetos cualesquiera. A hora bien, la asimilación de la gravitación celeste a la caída de los cuerpos no supone que N ew ton haya “identificado” en form a inconsciente los planetas con la m anzana que, según se dice, le sugirió su hipótesis; de la misma form a, la asimilación de las personas a un esquema de respuesta que consiste en luchar contra todo autoritarism o no supone, necesariam ente, u n a “identificación” de estas personas con los recuerdos inconscientes que se conservan desde la más tierna infancia en relación con un p ad re autoritario: es suficiente la explicación que adm ite que los modos de reaccionar construidos en relación con este últim o se conservaron a título de esquemas de conducta, esquemas al mismo tiempo cognitivos y afectivos; éstos, sin .embargo, a causa de su carácter íntim o, p u e­ den traducirse en form a simbólica én el pensam iento eidético (sueño, etc.) con m ayor facilidad aún que verbalm ente en el sistema de los signos colec­ tivos del lenguaje. Entonces, ta n pronto como se reem plaza la causalidad sustancial del instinto, de los sentimientos y de los recuerdos inconscientes por la continuidad m otriz de los esquemas de respuesta, se observa u n a

vez más cómo, ju n to con la serie causal constituida p o r los elementos fisio­ lógicos de estas conductas,, la serie propiam ente psicológica se reduce a implicaciones entre estos esquemas y los valores que ellos representan desde él punto de vista de la afectividad del sujeto. El sustancialismo psicológico, sin em bargo, asumió m uchas otras formas adem ás de la freudiana. L a más corriente es la que recurre al concepto de “síntesis” mental, concepto que los partidarios de u n a psicología explicativa contrapusieron al asociacionismo simple de modelo puram ente fisiológico. Sabemos que Fierre Ja n e t adoptó en un principio este punto de vista en su bella tesis sobre L ’autom atism e psychologique (1 8 8 9 ); en dicha tesis, p o r otra parte, se puede observar u n a tonalidad espiritualista bastante neta, debido sin duda a la influencia del filósofo Paul Ja n e t: la vida m ental consistiría en u n a je rarq u ía de sistemas subordinados norm alm ente a un p oder de síntesis total o conciencia del yo, pero susceptible de fu n c io n a r' en estado, aislado (es decir “ autom áticam ente” ) cuando se producen des­ integraciones m om entáneas o prolongadas de esta síntesis de conjunto. A hcra bien, ¿en qué consiste una síntesis, térm ino interm ediario entre el alm a sustancial y las asociaciones? Desde el punto de vista estático, ella se reduce a tan sólo la integración ordenada de las estructuras construidas sucesivamente en el transcurso del desarrollo. El propio P. Ja n e t fue seducido en un principio p o r el prim ero de estos dos puntos de vista, pero luego, se com prom etió en form a resuelta en la segunda dirección. Son am pliam ente conocidos los bellos trabajos que realizó desde entonces en el cam po de la psicología de las conductas; en ellos, analizó en form a simul­ tán ea la sucesión genética de las conductas y las operaciones de nivel m ental en el seno del sistema jerárquico que ellas constituyen m ediante su iñtegración progresiva. E sta psicología de las conductas conduce necesariam ente a una concepción operatoria de la inteligencia (en sus conexiones con la acción) y de la vida afectiva (concebida como el sistema de las regulaciones de esta misma acción) ; sin em bargo, y pese a eso, ella perduró en Jan et como nostalgia de su idea prim era de una fuerza de síntesis. La economía de las acciones, a través de los sentimientos elementales, consiste, en efecto, en regular la utilización de las energías dé que dispone el sujeto: sin em bargo, cabe preguntarse si estas energías, esta “fuerza” psicológica cuya regulación' se altera en las neurosis, es la expresión del funcionam iento del organismo o constituye una. energía específica. E n relación con este punto, Ja n e t invocó siempre los conocimientos futuros, pero no p o r ello osó dejar a u n lado la segunda hipótesis. F’. Janet, gracias a su control y su inform ación clínica, pudo evitar sin problem as los escollos del concepto de síntesis; otros autores, sin embargo, tales como Dwelshauwers, la consideraron como la explicación universal. A hora bien, pese a que desde un punto de vista descriptivo la idea de síntesis constituye ya un m odelo m uy vago, se la puede transform ar en concepto explicativo sólo si nos limitamos a la siguiente alternativa: la síntesis es el resultado de u n a fuerza de síntesis y se vuelve a caer en las dificultades características de la sustancia y de causalidad espirituales, o

si no “síntesis” significa, simplemente, “ sistema” v es necesario entonces elucidar las operaciones en juego que perm itan la sistematización. En este último caso sin embargo, la explicación por la síntesis se reduce la explica­ ción operatoria y se abandona entonces el plano de las interpretaciones que atribuyen al espíritu una “fuerza” p ara situarse en el de las im plica­ ciones en tre esquemas y relaciones. D e todas formas, el concepto de “síntesis” presentó una doble utilidad histórica. E n prim er lugar, constituyó una reacción m om entáneam ente eficaz co n tra las exageraciones del asociacionismo. Este modelo explicativo traducía directam ente las conexiones que dependen del sistema nervioso en térm inos de psicología, sin preocuparse por los caracteres específicos de la actividad m ental y, sobre todo, p o r su irreductibilidad respecto de todo desm em bram iento; la interpretación m ediante la síntesis, p o r su parte, tuvo al menos el m érito de insistir sobre la organización de conjunto del orga­ nismo. Esto le perm itió cum plir un segundo papel: al d ejar atrás en forma sim ultánea al esplritualismo y al asociacionismo, abrió el cam ino p ara un nuevo m odo de explicación: el que recurre, a las “totalidades” previas a las síntesis y a sus elementos. Sabemos q ue en 1890, es decir poco tiempo después de la publicación del prim er libro de P. Janet, von Ehrenfels des­ cubrió la existencia de propiedades perceptuales de conjunto, independientes de los elementos constituyentes y que se originan sólo en sus relaciones (por ejem plo una m elodía transpuesta con cambio de todas las no tas). Este descubrim iento culminó con la elaboración de Ja teoría de la form a en su aspecto actual, que confluyó con la explicación fisiológica: ah o ra bien, antes de ello él dio lugar a los trabajos de los autores agrupados a m enudo bajo el nom bre de escuela de Graz, entre los que A. M einong es el más representativo. L a im portancia de las doctrinas de M einong se origina en el hecho de haber intentado u n a explicación de conjunto de los hechos que corresponden al mismo tiempo a la percepción y a la inteligencia. E n ambos campos, en efecto, existen totalidades sobreagregadas a sus elementos constitutivos: las propiedades de conjunto en el orden de la percepción y los objetos complejos en el de la lógica. Pero este autor no considera, sin embargo, que estas totalidades sean formas de equilibrio dadas al mismo tiempo que los elementos y resultando fisiológicamente de su co ntacto: M einong piensa que ellas señalan la existencia de una “productividad” consciente y espon­ tánea, que las sobreagrega. a sus elementos. Ahora bien, la dificultad reside, precisam ente en ello: al explicar lo inferior por lo superior en el campo de la percepción, la teoría lleva a u n realismo de los conceptos y de los entes lógicos en el terreno de la inteligencia. Pero la historia del concepto de totalidad denunció la am bigüedad de esta posición. En lugar de considerar las sensaciones como elementos cons­ tituyentes de una totalidad que se superpondría conscientem ente a ellos, la teoría de la F orm a negó la existencia de todo elemento previo a la cons­ trucción de las estructuras totales. Estas se reducen, en consecuencia, a u n a simple form a de equilibrio, originada en la configuración del “cam po” p er­ ceptual considerado en su conjunto, y la explicación de las estructuras

debe ser buscada entonces en las leyes fisiológicas del circuito nervioso. Pero ya hemos visto (§ 1) de qué modo esta hipótesis fue confirm ada por el descubrim iento de los campos polisinápticos. Pero tam bién hemos visto que este género de explicaciones fisiológicas no excluye en nada, sino que p or el contrario requiere el análisis fisiológico de las relaciones percibidas y de sus conexiones implica ti vas. E n resumen, cualesquiera que sean los tipos de explicación propiam ente psicológicos a los que se recurra, su destino histórico es siempre el mismo: las sustancias, fuerzas y causas espirituales inventadas por el psicólogo se reducen a mecanismos fisiológicos, o si no, m anteniéndose en el terreno de la psicología pura, pierden poco a poco su carácter sustancial y causal y se reducen a un sistema de operaciones y de implicaciones. ¿Se debe llegar entonces a la conclusión de que la psicología propia­ m ente dicha está obligada por ello a convertirse, esencialmente, en una “psicología reflexiva” , térm ino con el que los filósofos designan el análisis introspectivo del pensam iento lógico, o u n a simple “psicología del pensa­ m iento” de acuerdo con el modelo del trabajo de la escuela de W urzburgo, realizados de acuerdo con el m étodo de la introspección provocada? Esta no es sin du d a la conclusión de lo que precede, ya que esos métodos carecen de la dimensión genética, condición necesaria y previa de toda investiga­ ción psicológica. A hora bien, la inversión de la perspectiva genética con­ duce tarde o tem prano a u n panlogisíno ilegítimo por generalizar a todos los niveles el sistema de las implicaciones acabadas que caracteriza los estados term inales de equilibrio del desarrollo . 1 0 A este logicismo estático, el análisis del desarrollo, po r el contrario, le contrapone la prim acía de la operación, es decir de la actividad que conduce desde la acción al pensa­ m iento, en lugar de partir del pensam iento ya plenam ente constituido. § 3. L a e x p l i c a c i ó n g e n é t i c a y o p e r a t o r i a . L a psicología se extiende | y oscila entre la fisiología y la lógica. T al es la conclusión a la que conduce la com paración de los diversos tipos de explicación com prendidos entre la psicorreflexología y la “psicología del pensam iento” . A la explicación p u ra­ m ente causal y organicista, característica de la fisiología, la realidad m ental escapa sólo bajo la form a de un sistema de operaciones ligadas entre sí m ediante implicaciones necesarias y no ya m ediante la causalidad. Al determ inism o neurológico se contrapone, de este modo, la necesidad opera­ toria; la dualidad de estos dos planos se afirm a con toda claridad cuando el sujeto alcanza el nivel de la deducción inteligente y de la voluntad moral, y cuando esta deducción espontánea desborda la experiencia de la realidad m aterial, de la m isma form a en que la voluntad contrapone los valores superiores a la tiran ía de los deseos o de los valores elementales. Sin em bargo, la conciencia de la necesidad surge sólo al térm ino de la evolución m ental. El hecho de que en este nivel term inal el sujeto logre agrupar entre sí las operaciones intelectuales en un sistema generador de implicaciones necesarias, o agrupar entre sí los valores m ediante la operación 10 Véase nuestra Psychologie de l’intelligtnce (Col. A. C olin), cap, n.

afectiva que es la voluntad, constituye u n prim er dato de hecho, esencial p a ra lo -constitución de u n a psicología operatoria, pero sin duda alguna insuficiente p ara com prender los estadios iniciales: el conocimiento psico­ lógico de las relaciones lógicas por sí solas o de los sentimientos morales po r sí solos, constituiría un poco eficaz instrum ento de análisis de ia inteli­ gencia o de la vida afectiva del niño antes de la aparición del lenguaje, o de los anim ales superiores en relación con los que se ignora todo acerca de la conciencia probable. E n consecuencia, y a p rim era vista, el hecho de reducir la psicología al cam po de las implicaciones operatorias parece lim itar abusivam ente el cam po de investigación y om itir el aspecto esencial de los mecanismos mentales. Sin embargo, la necesidad, que la conciencia experimenta, interior­ m ente en u n cierto nivel de su evolución, constituye, esencialmente, el índice de que las conductas h an alcanzado u n estado de equilibrio: ahora bien, quien dice equilibrio invoca, con ello, todo el proceso evolutivo que conduce a este estado term inal. Y quien dice evolución tendiente hacia u n a form a de equilibrio afirm a, con ello, que la comprensión de esta evolución debe tener en cuenta sim ultáneam ente estadios iniciales y el estado final. L a operación intelectual o voluntaria, así como las im plica­ ciones entre relaciones lógicas o valores superiores, no constituirá, como las ideas del alm a sustancial, de la “síntesis” o incluso de la “totalidad” , u n principio explicativo válido en todos los niveles; por el contrario, ella constituirá el problem a básico de la psicología operatoria, es decir la realidad a explicar como culm inación del proceso evolutivo del que ella representa sim plem ente una form a de equilibrip lograda en la actualidad en sus estados term inales. E n efecto, en el § 1 hemos insistido sobre el hecho de que los tipos de implicaciones que intervienen en los estados perceptuales o sensoriales elementales no son implicaciones completas, es decir conectadas p o r vínculos de necesidad entera: tales implicaciones incompletas, entonces, señalan la realidad de u n a intrincación inicial entre lo causal y la propia implicación, y se plantea, en consecuencia, el p ro ­ blem a de saber cómo la implicación com pleta o p u ra se construye progre­ sivamente. El problem a de las relaciones entre lo fisiológico y lo psicológico se presenta entonces en form a m uy diferente en el caso de un a psicología operatoria que en el de una psicología sustancialista. P ara esta últim a, existe desde un comienzo un cuerpo y u n espíritu, y éste está provisto entonces de todos los caracteres que lo definirán en el estado de plenitud: se lo deberá concebir simplemente, pues, bajo u n a form a virtual o po­ tencial en el transcurso de los estadios iniciales. L a psicología operatoria, p o r el contrario, será genética; ello quiere decir que, al definir el espíritu p o r la necesidad característica de las operaciones que se hace capaz de efectuar, esta psicología se negará a partir de estructuras a priori situadas en los comienzos del desarrollo y ubicará a la necesidad sólo al térm ino de este desarrollo. Este, entonces, consistirá en un a construcción real y el problem a fundam ental de la psicología o peratoria residirá en explicar cóm o esta construcción es posible y de qu é modo se efectúa, En conse-

cuencia, sólo en los estados term ínales la velación entre lo fisiológico y la conciencia se presentará bajo la form a de u n a relación entre la Causalidad m aterial, por un lado, y u n sistema de implicaciones puras, por el otro; en efecto, sólo las im plicaciones finales del desarrollo logran esta im plica­ ción en el sentido estricto del térm ino. E ntre los estados iniciales y estos estados terminales, p o r el contrario, la construcción del espíritu determ ina u n a diferenciación progresiva de la causalidad fisiológica y de la im plicación m ental. E n consecuencia, cabe preguntarse, entonces, cómo d ará cuenta la explicación genética de esta construcción y de esta diferenciación del concepto y de lo psíquico, sin recaer en las dificultades de la psicología sustancialista. E n este punto, precisam ente, el concepto de conducta revela a la vez su fecundidad y sus posibles equívocos. U n a conducta interiorizada como u n a operación de reunión ( l - f l - 2 o A ’ = B) es u n sistema de estados de conciencia conectados entre sí por vínculos de p u ra necesidad, ya que 2 (o B) no es causado sino im plicado por 1 -f- 1 (o A -j- A’) ; sin em bargo, decir que este sistema es u n a conducta interiorizada significa, p or o tra parte, afirm ar que deriva genéticam ente de conductas exteriores o efectivas, tales como la acción de reunir m anualm ente dos objetos en u n a única colección. A hora bien, esta conducta efectiva, p u n to de partida de la operación interior que se constituirá gracias a la composición rever­ sible de todas las acciones posibles ejecutadas sobre objetos simbólicos, no constituye, po r su p arte y en sus estadios iniciales u na operación pura; constituye, por el contrario, u n a realidad m ixta que com prende sim ultánea­ m ente movimientos del cuerpo, fisiológicamente condicionados, y estados de conciencia. D e este m odo, u n a conducta, en su estado inicial, participa en form a sim ultánea de la causalidad orgánica y de la im plicación cons­ ciente. Por ello, la única psicología explicativa es la que recurre a l a conducta por oposición a las psicologías de la conciencia, las que conducen sólo a la constitución d e ' u n a lógica y de u n a axioiogía introspectivas y ño operativas. Sin em bargo,.. p ara explicar las operaciones, la psicología i_de la conducta se. ve obligada a conectar las formas inferiores de implica­ ción con la causalidad orgánica misma. E n consecuencia, y a causa de la oscuridad característica de los estadios iniciales, cabe preguntarse si no lo hace a costas de u n equívoco fundam ental que consiste en confundir la vida y la inteligencia, o la causalidad y la implicación. No se debe negar, en efecto, que la psicología genética de las conductas no se prepone n ad a menos que conectar los dos términos extremos entre los que oscila la psicología, es decir la biología y la lógica; in ten ta hacerlo por medio de u n m ecanism o operatorio cuyas raíces se sitúan en la vida orgánica y cuyo desarrollo engendra las implicaciones lógico-matemáticas. P ara que quede claro, este program a equivale entonces a in ten tar el cierre del sector del círculo de las ciencias que se extiende entre la biología y la m atem ática, y este cierre com prende, precisam ente, el pasaje de lo orgánico a lo operatorio y, en consecuencia, de la causalidad a la implicación. ¿C óm o procede entonces el pensam iento psicológico p ara osar u n a expli­ cación sem ejante y de qué form a procede p a ra no caer ni en la reducción

deform ante de lo superior (implicación operatoria) a lo inferior (causa­ lidad orgánica), ni preform ar la prim era en el segundo? E l prim er punto que se debe señalar es el de que, en el seno mismo de la conducta, la conciencia no se reduce nunca al hecho orgánico, y en consecuencia la implicación (com pleta o incluso incom pleta) a la causa­ lidad; ello se debe a que bajo una form a u otra todos logran superar la dificultad gracias a u n principio de prudencia y de reducción m áxim a de las hipótesis: nos referimos al “principio de paralelism o” entre la conciencia y sus concomitantes orgánicos (volveremos a exam inar esto en el § 4 ) . E n consecuencia, no se debe nunca extraer p u ra y sim plem ente el hecho de conciencia (o de implicación) del hecho orgánico (o de causalidad), sino sólo buscar, en una conducta determ inada, a qué hecho orgánico puede “corresponder” (por simple isomorfismo y paralelism o) u n hecho dado de conciencia o de implicación. U n a vez que se acepta este principio por hipótesis (veremos en el § 4 sus ventajas y dificultades), podemos com probar que los dos hechos fu n ­ dam entales que satisfacen las condiciones necesarias y, por otra parte, suficientes para bosquejar la explicación operatoria de las implicaciones lógico-matemáticas pueden,-uno y otro, presentar un isomorfismo o p arale­ lismo sim ilares; ello quiere decir que, al mismo tiem po que revisten un a significación precisa desde el punto de vista de la im plicación consciente, corresponden a concomitantes cuya significación es igualm ente precisa desde el p u n to de vista de la causalidad o rgán ica: nos referimos a la existencia de form as encajadas y a la reversibilidad d e sus transformaciones posibles. E n efecto, hemos insistido (en el transcurso de todo el capítulo I) en la circunstancia notable representada p o r el hecho de que las “form as” creadas po r la organización vital se encuentran encajadas unas en otras de m an era tal que la clasificación de los seres vivientes h a constituido, sim ul­ táneam ente, la prim era de las estructuras del conocimiento de la biología y el p u n to de p artida de la lógica, formal. Com o es n atural, este hecho no significa que las implicaciones lógicas están preform adas en la actividad m crfogenética de la vida; sin embargo, entre esta actividad de la construc­ ción de las “formas” de la percepción y de la representación se pueden observar intermediarios, tales como las actividades reflejas e instintivas que prolongan las “formas” de los órganos al mismo tiempo que, por otra parte, engendran “formas” de actividad mental. E n segundo lugar, hemos visto (capítulo 2, §§ 2 y 6 ) que los biólogos contem poráneos consideran absolutam ente esencial a los diversos funciona­ m ientos anticipatorios de que da pruebas en su ontogénesis el organismo (y en consecuencia en sus mecanismos genéticos m ism os). A hora bien, los reflejes e instintos, por su parte, presentan constantem ente un p o d er anticipatorio similar; en la actualidad, entonces, nos vemos llevados a adm itir u n a doble serie de procesos de anticipación, unos orgánicos y los otros m entales, y entre ambos las conductas hereditarias de naturaleza refleja o instintiva. U n a vez señalado esto, es evidente que entre las an tici­ paciones elementales y los mecanismos operatorios se observa u n a serie continua de interm ediarios; de este modo, la reversibilidad característica de

las operaciones de la inteligencia es preparada p o r esta semirreversibílidad necesaria tan to p ara las anticipaciones m entales como orgánicas. E n conse­ cuencia, y u n a vez m ás, nos encontram os en presencia de u n mecanismo com ún a los hechos m entales y a los hechos biológicos; esto es tan to más im portante cuanto que esta anticipación interviene precisam ente en la morfogénesis (en la “ontogénesis preparatoria del futuro” como dice Cuén o t), es decir en las transform aciones de las ‘'form as” mismas. L a reversi­ bilidad operatoria, o más bien, los diversos tipos de regulaciones que culm inarán en esta reversibilidad pero que, por su p a rte y en diverso grado, presentan u n a sem irreversibílidad que aum enta en im portancia con los niveles sucesivos del desarrollo, tiene así u n concom itante orgánico posible en los funcionam ientos anticipatorios que operan ya en el seno de la m ateria viviente. D e m anera general, la im plicación m ental com porta entonces un isomorfo (o u n paralelo) en algunas estructuras causales orgánicas; éstas realizan por un lado la construcción de las “form as” vivientes encajables, y por o tra p arte los mecanismos anticipatorios provistos de u n comienzo de reversibilidad. Este últim o punto es especialm ente im portante, ya que la reversibilidad de las conductas desempeña, precisam ente, u n doble papel en una explicación operatoria que se relaciona al mismo tiempo con la implicación y con la causalidad: la reversibilidad lógica que se presenta bajo la form a de u n a inversión posible de las operaciones directas en opera­ ciones inversas, fundam enta la necesidad de las im plicaciones; la reversi­ bilidad psicológica o inversión de las acciones v de las conductas como tales, por su parte, conecta esta reversibilidad lógica de las implicaciones con u n mecanismo causal orgánico al que se-‘puede calificar de “conver­ tible” (tal como lo dice D uhem en relación con la reversibilidad física) y que concierne a la m otricidad misma. Se puede observar entonces que, gracias al principio del paralelismo, sobre cuya significación, por otra parte, se p lan tean problem as fundam en­ tales (véase § 1 ), el paralelo (sobre el que hemos insistido en el capí­ tulo 2 ) entre las explicaciones de la adaptación biológica y las explica­ ciones del conocim iento adquiere un sentido psicológico preciso; éste se relaciona con la interpretación de la inteligencia misma y de los meca­ nismos sensoriomotores que la preparan. D e este modo y como es natural no se cum ple, pero al menos se justifica, el tan ambicioso program a de la psicología genética: proporcionar una explicación de las operaciones de la inteligencia de características tales que conecte las realidades bioló­ gicas y lógicas, de acuerdo con u n a serie continua que conduzca desde las “form as” elementales de la conducta hasta las estructuras operatorias mismas. ¿Pero en qué consiste, entonces, en realidad, la explicación operatoria y de qué m odo conectará ella, m ediante el paralelismo psicofisiológico, la causalidad inherente al aspecto orgánico de las conductas con la implica­ ción inherente a las operaciones conscientes? En este punto, precisamente, interviene el concepto de equilibrio, en su doble sentido, causal o relativo a las implicaciones operatorias. El pasaje de un estadio genético a otro,

en efecto, consiste siem pre en u n pasaje de u n cam po más lim itado de equilibrio a u n cam po m ás am plio y, por lo tanto, de u n equilibrio menos estable (a causa de los límites mismos del campo de aplicación de las con­ ductas consideradas a u n equilibrio m ás estable, y como consecuencia de la prolongación del cam po de aplicación de las conductas recientem ente aparecidas). P or ejem plo, la percepción simple tiene u n cam po de equi­ librio lim itado, ya que n o supera el “cam po” de los objetos presentes y, por otra parte, este equilibrio es poco estable, debido a que la percepción se altera tan pronto como se cam bia uno de los objetos; la representación, por el contrario, al referirse a objetos tanto ausentes como presentes, p re ­ senta un equilibrio que al mismo tiempo es más am plio y más estable; esta am pliación y esta estabilidad aum entarán aú n m ás cuando la represen­ tación tenga como objeto las transformaciones como tales y no ya sólo los estados estáticos, etc. L a psicología operatoria será entonces, esencial­ m ente, una teoría de las formas de equilibrio y de los pasajes de u n a form a a o tra; po r o tra parte, las operaciones asumen u n a form a lógica propia­ m ente dicha al cabo de u n a evolución que se inicia por. m edio de conductas ajenas a toda lógica estricta (cf. la prelógica perceptual recordada en el § 1 ) y que conduce a un equilibrio cada vez m ás móvil y estable. A hora bien, en su p u n to de partida, el concepto de equilibrio, aplicado, a las conductas supone, sin duda, causalidad orgánica. Se dirá, p o r ejemplo, que u n hábito m otor está en equilibrio cuando n ad a lo m odifica, m ientras que no estaba aún, en absoluto, en equilibrio du ran te las fases de aprendizaje y dejará nuevam ente de estarlo cuando las circunstancias se m odifiquen: en este caso, el equilibrio supone u n conjunto de relaciones causales entre los movimientos, las reacciones sensoriales de natu raleza fisiológica y las acciones del medio. Sin embargo, incluso en esta fo rm a elem ental de con­ ducta equilibrada a este equilibrio causal se le puede ya hacer corresponder ün equilibrio entre relaciones .mentales y, por lo tanto, entre im plicaciones: desde el punto de vista intelectual existe un a estabilidad de las relaciones entre las señales perceptuales y los esquemas de acción y, desde el punto de vista afectivo, entre las significaciones atribuidas a los movimientos y a los objetos que ellos conciernen, así como tam bién entre los valores. Si en el otro extremo de la escala examinamos u n sistema de conceptos y de relaciones lógicas, direm os que está en equilibrio si se lo puede aplicar a nuevos contenidos sin que n ad a lo modifique, salvo el agregado de nuevas clases o de nuevas relaciones que no destruyan a las antiguas. En este equilibrio interviene sin duda, una vez más, un elem ento causal, que con­ cierne a los concom itantes orgánicos del pensam iento; este elemento, sin embargo, desempeña u n papel mucho menos notorio en las conductas in te­ riorizadas representadas por las operaciones lógicas que en las conductas exteriores que acabam os de exam inar en relación con el hábito m otor. El equilibrio entre implicaciones, por el contrario, es ev id en te: lo que lo revela es el “agrupam iento” mismo de las clases y de las relaciones, considerado como sistema de operaciones conscientes de composición reversible rigurosa. Se podría afirm ar entonces que, en las formas sucesivas de equilibrio de las conductas que se constituyen en el transcurso del desarrollo, el aspecto

causal del equilibrio desem peña un papel relativam ente decreciente y el aspecto im plicativo un papel que aum enta correlativam ente de im portancia. Sin em bargo, se debe decir algo más, ya que el vínculo de isomorfismo o de “paralelism o” entre estos dos aspectos de la conducta, causal e im pli­ cativo, es particularm ente im portante en el caso privilegiado del concepto de equilibrio. Se sabe, en efecto (hemos, insistido en vol. I, In tro d ., § 5 ), que, incluso en un cam po puram ente causal como el cam po físico, el concepto de equilibrio no está determ inado sólo p o r las relaciones de causalidad entre movim ientos reales o actuales, sino tam bién p o r relaciones de necesidad entre los movimientos posibles: el principio de las velocidades o trabajos virtuales, po r ejemplo, expresa el hecho de que u n sistema está en equilibrio cuando* conform e a las conexiones que le están ligadas, los trabajos tienen u n a resultante n ula; ello significa entonces que el equilibrio se realiza m ediante relaciones necesarias entre m ovim ientos posibles y no sólo reales. De este modo, u n equilibrio constituye u n estado que es tanto ideal como real, ya que depende de lo posible y de la necesidad condicional que caracteriza a este últim o; lo real conoce sólo grados más o menos aproxim ados de equilibrio en relación con esta form a ideal. A hora bien, en este sentido, la diferencia entre la realidad m ental y la realid ad física es, precisam ente, esencial: el equilibrio físico es deducido p o r el físico, y lo posible, lo necesario, o, en u n a palabra, lo ideal existen sólo en su espíritu, en tan to que éste reconstruye lo real; por el contrario, el equilibrio físico presenta como característica particu lar el hecho de que se im porte a la realidad m ental como tal y ello, incluso, en lo que se refiere al aspecto ideal de las form as de equilibrio (relaciones'necesarias entre transform aciones sim plem ente posibles). E n efecto, en las conductas propiam ente opera­ torias, el sujeto tiene conciencia tan to de las operaciones posibles como de las operaciones que realm ente efectúa (cuando, p o r ejem plo, reúne A -f- A’ = B, sabe que A = B — A’, por inversión posible de la operación d ire c ta ); sólo esta conciencia de las operaciones posibles otorga al sistema de conjunto su carácter de necesidad. P ara decirlo de otra m anera, el concepto de equilibrio perm ite concebir un isomorfismo (o “paralelism o” ) de conjunto entre lo m ental y fisiológico en lo qüe se refiere a ca d a un a de las form as de equilibrio que se suceden en el transcurso del desarrollo: a las transform aciones de un sistema que desde el p u n to de vista orgánico s o n . sim plem ente realizables y por lo tanto posibles, pero no ya o no aú n reales, corresponden, desde el p unto de vista de la conciencia, las im plica­ ciones mismas en tanto que relaciones necesarias' entre transform aciones reconstituidas o anticipadas; el cam po de lo ideal (en el sentido etimológico de la id e a ), que parece ser característico de la conciencia, corresponde, de este modo, al cam po de lo condicionalm ente posible en lo que se refiere al equilibrio causal orgánico. A hora bien, el .cam po del equilibrio se-am plía de estadio en estadio, y el equilibrio se hace tan to más estable cuanto más móvil, es decir conectado con anticipaciones más vastas; es evidente, entonces, que la im portancia de este aspecto de im plicación au m en ta con el desarrollo de las conductas, m ientras que el aspecto causal estricto (es decir real por oposición a lo posible) disminuye correlativam ente. Por ello.

la psicología de las conductas, que recurre a explicaciones basadas, al mismo tiem po, en la causalidad y en la im plicación (esta últim a en lo que se refiere a las conductas elementales) se hace progresivam ente menos causal y de m ás en más operatoria o im plicativa a m edida que se aleja de las form as primitivas y se aproxim a al equilibrio term inal. ¿P ero cómo explica ella el pasaje de u n a form a de equilibrio a otra, p o r oposición al equilibrio mismo? E n prim er lugar, y p ara explicar la ccntinuidad entre les estadios sucesivos del desarrollo, invoca un funciona­ m iento común en todos los niveles. E n efecto, si las estructuras varían, lo que está implicado en el hecho de que el equilibrio no se logra bajo la m ism a form a acabada en todos los niveles, la función es lo único que puede desem peñar el papel de invariante continuo. Señalemos, a este respecto, q u e la idea de función, considerada en el sentido de funcionam iento, p a rti­ cipa de la misma doble naturaleza, causal e im plicativa, que el propio concepto de equilibrio con el que, por otra parte, está estrechamente rela­ cionada. Cuando se dice, incluso en biología (equivocadam ente o n o ) , que “la función crea el órgano”, lo que se hace, sim plem ente, es m anifestar la existencia de u n a cierta relación entre estructuras en formación y las leyes de equilibrio que determ inan las relaciones del organism o con el medio al que ellas están sometidas; ello reduce la función a la idea de equilibrio. C laparéde enunció las constantes funcionales del desarrollo bajo la siguiente forma. L a actividad m ental es esencialm ente adaptación a las circunstancias exteriores, cualesquiera que sean las form as sucesivas de ad aptación; en caso de desequilibrio, la in adaptación se traduce bajo la form a de una necesidad y la readaptación o la reequilibración bajo la form a de u n a satisfacción. El desarrollo se caracteriza entonces m ediante una anticipación creciente de las necesidades y de las satisfacciones. Por nuestra parte, y al mismo tiempo que seguimos afirm ando la prim acía de la nece­ sidad y de la satisfacción com o marco funcional general d e cada conducta, hemos intentado analizar en m ayor grado el concepto de adaptación des­ componiéndolo bajo la form a de una relación entre dos funciones que se equilibran entre sí: toda conducta es, en prim er lugar, asimilación de los objetos a la actividad propia, es decir incorporación de estos objetos a esquemas que se originan en la repetición m ism a de las acciones (la que se debe, al mismo tiempo, a su ejercicio y a la m a d u ra c ió n ); por otra parte, existe u n a acomodación constante de estos esquemas al carácter del objeto. Así, toda^ necesidad es la expresión de u n a relación de conveniencia, entre un objeto exterior y un esquema de asimilación y toda satisfacción la expre­ sión de u n equilibrio entre la asimilación y la acom odación. D e este modo, y pese a que los esquemas de asimilación varían en su estructura al igual que las formas de acomodación, las dos funciones de acomodación y de asimilación, por su parte, son constantes. Por el contrario, la relación entre estas des funciones se transform a tam bién en el transcurso del desarrollo, y esta relación es lo que determ ina las diversas form as de equilibrio. E n un prim er momento son antagónicas, ya que por sus lim itaciones la actividad inicial oscila entre la conservación asim ilatoria y la variación acom odante;

luego, sin em bargo, la asim ilación y la acom odación term inan por apoyarse una en o tra en u n equilibrio perm anente que caracteriza a las operaciones: éstas, en efecto, constituyen sim ultáneam ente u n a asimilación constante de lo real a la actividad del sujeto y una acom odación continua de ésta a aquélla. A hora bien, u n equilibrio perm anente consiste, esencialmente, en una composición que es móvil, ya que se ad a p ta en form a constante a las modificaciones de lo real y, sobre todo, en u n a composición reversible: en efecto, u n a resultante nula de las modificaciones virtuales (la definición m ism a del equilibrio) supone la composición de las modificaciones directas e inversas. E n el caso específico del equilibrio operatorio, el equilibrio entre u n a acom odación que im ita toda nueva modificación de lo real y u n a asimilación que la vincula con las transform aciones anteriores deter­ m ina, por ello mismo, una reversibilidad indefinida. Los “agrupam ientos” y los “grupos” de operaciones aparecen entonces como las form as necesarias de equilibrio final de una evolución intelectual dirigida por las relaciones entre la asimilación y la acomodación. L a reversibilidad es la form a más característica del equilibrio final p orque expresa, al mismo tiem po, la necesidad operatoria de la inteligencia y el criterio general del logro de u n equilibrio p erm an en te; la construcción de las estructuras o “formas” sucesivas de la acción y del pensamiento, po r su parte, consistirá en u n a reversibilidad creciente. Se debe com prender esta reversibilidad creciente en u n doble sentido, al mismo tiem po causal (extensión y m ovilidad progresiva de las conductas) e implicativo (reversi­ bilidad operatoria) ; desde este doble punto de vista se origina en el ajuste recíproco entre la asimilación y la acomodación. Si hablam os ahora de la continuidad a la que ya nos hemos referido, entre las “form as” de la actividad orgánica y la de la inteligencia, podemos distinguir entonces tres grandes tipos de estructura que señalan el pasaje entre estas “formas” extrem as: los ritmos, las regulaciones y los agrupam ientos. E n el lím ite entre lo biológico y lo m ental, las “form as” de los órganos externos y del sistema nervioso se prolongan en conductas reflejas e instin­ tivas. E sta actividad hereditaria conduce a la satisfacción de las necesidades más elementales (succión, e tc .), pero esta asimilación inicial no com porta aú n ninguna acom odación ante las nuevas experiencias, ya que está regu­ lada por u n mecanismo com pletam ente organizado. Estos esquemas asimilatorios presentan entonces u n prim er tipo de estructura al que se puede designar como “ritm o” 1 1 y que se presenta bajo u n doble aspecto, al mismo tiem po fisiológico y m ental. El ritm o fisiológico constituido por las excitaciones, activaciones, luego inhibiciones y detenciones de los reflejos es u n a sucesión de causas y de efectos, m ientras que el ritm o psicológico que lo acom paña consiste en sistemas de relaciones que el propio sujeto siente y conoce; por lo tanto, se los puede definir en térm inos de implicación o de asimilación m ental: desde el punto de vista afectivo, se tra ta de la 11 Véase en relación con este tem a nuestro artículo “Le probléme neurologique de l’intériorisation des actions en upérations reversibles” , Arch. de Psychol., t. x x x i i (1949).

alternancia de las necesidades y de las satisfacciones que se repiten sin v a­ riación, y desde el ángulo cognitivo, del ciclo de las percepciones sucesivas y de los m ovim ientos que conducen de la una a la otra. Estos ritmos elemen­ tales constituyen de este m odo la prim era form a de equilibrio móvil de las conductas y se sitúan en el p unto de p artid a de la reversibilidad; ello es así pese a que los ritmos se diferencian en muy poco de los mecanismos fisiológicos. U n ritm o por sí solo no es un mecanismo reversible, ya que es unidireccional y que los retornos al p u n to de p artid a que señala son simples repeticiones, y no constituyen aún operaciones inversas (de signifi­ cación ta n plena como las operaciones directas). Pero él conduce a la reversibilidad po r interm edio de las regulaciones que luego examinaremos. Supongam os ahora que a los esquemas de asimilación iniciales se le incorporen nuevos elementos, que resultan de la acom odación a los datos de la experiencia o, p ara decirlo de otra m anera, que al simple ejercicio de los reflejos se le superpongan hábitos y percepciones m ás complejas. Y a no habrá,, entonces, ritmos puros, sino que los esquemas construidos de este m odo asum irán las formas de nuevas totalidades caracterizadas por sus desplazam ientos de equilibrio en el mom ento en el que se realiza cada acom odación imprevista. Sin embargo, y en virtud de la continuidad de la asimilación, estos desplazamientos de equilibrio no se efectuarán en cualquier sentido: ellos se orientarán en la dirección de u n a “m oderación” de la influencia exterior. H ab rá, de este modo, regulación. Desde las percepciones y desde los hábitos sensoriomotores hasta la inteligencia in tu i­ tiva y preoperatoria los únicos mecanismos d e regulación que preceden a las operaciones reversibles están constituidos por regulaciones de este tipo. Pese a que sólo son semirreversibles, m ientras subsisten los desplazamientos del equilibrio y éste no es perm anente, las regulaciones, sin embargo, preanuncian la reversibilidad; en efecto, culm inan en correcciones que se efectúan en sentido inverso al de tas deformaciones. P or últim o, cuando la regulación alcanza la reversibilidad total, como consecuencia de las articulaciones progresivas de la intuición, las relaciones en juego se com ponen en sistema de conjunto que se caracterizan por su transitividad, su asociatividad v su reversibilidad: de este modo, se alcanza el agrupam iento operatorio, en u n prim er m om ento bajo form as concretas y luego formales. Sólo en este últim o nivel las implicaciones, hasta ese m om ento incompletas, adquieren la significación estricta y com pleta que presentan en la lógica de las proposiciones. L a sucesión de los ritmos, regulaciones y agrupam ientos caracteriza, de este modo, el pasaje de las formas de equilibrio de unas a otras en el cam po cognitivo; ella se. m anifiesta tam bién en la explicación de los fenó­ menos afectivos, dado el carácter indisociable de los aspectos afectivos y cognitivos característicos de toda conducta. A los ritmos elementales de carácter sensoriomotor corresponden los ritmos afectivos de carácter instin­ tivo o em ocional (W allon, en particular, insistió sobre la conexión entre la emoción y el ritm o ). A las regulaciones estructurales corresponden las regulaciones de “economía de la acción”, como dice P. J a n e t p a ra carac­ terizar a los sentimientos elementales o las regulaciones de los intereses a

la m an era de Claparéde. Por últim o, a los agrupam ientos operatorios de la inteligencia corresponden los agrupam ientos estables y norm ativos de valores que constituyen los sentimientos sociales y m orales: las operaciones afectivas que las regulan están constituidas por los actos de voluntad. Estos se caracterizan por convertir a los valores en reversibles al determ inar la prim acía de los valores superiores, aunque débiles, sobre los valores infe­ riores, pero fuertes (m ediante u n a reclasificación de los valores en juego en u n a situación dada y un retorno a la escala perm anente del individuo que m anifiesta su v o lu n ta d ). Las form as sucesivas de equilibrio que, a p artir del ritm o psicobiológico, llegan a la reversibilidad operatoria por interm edio de los diversos niveles de regulaciones estructurales o afectivas, se orientan, de este modo, hacia la necesidad de las implicaciones lógicas. § 4. E l p a r a l e l i s m o p s i c o f i s i o l ó g i c o . Todo lo que precede supone la existencia de ü n cierto isomorfismo entre las form as de la conciencia, cuyo carácter irreductible se lim ita a un juego de implicaciones entre relaciones intelectuales o entre valores, y las formas orgánicas a las que se puede explicar en form a causal. Llegó entonces el m om ento de exam inar el alcance del famoso principio del “paralelism o”, el que debe afrontar, en realidad, el peso de todas las dificultades características de la explicación genética y, quizá, de la psicología en su totalidad. El “problem a del alm a y el cuerpo”, en efecto, es uno de los que plantean m ás dificultades p ara la constitución de u n a psicología científica; ésta, decidida a no escoger entre las soluciones metafísicas clásicas, se encontró, sin embargo, y por la fuerza m ism a de las cosas, en presencia de la doble serie de los fenómenos conscientes y fisiológicos. Incluso si se considera que la conducta es el objeto de la psicología, en to d a conducta se observa un aspecto m ental y un aspecto m aterial. Este hecho vuelve a p lan tear el mismo problem a. Las soluciones metafísicas del problem a pueden reducirse a cuatro tipos: las soluciones espiritualistas, que conciben al espíritu y al cuerpo como dos sustancias que in teractúan u n a sobre o tra; las soluciones materialistas, que creen en la sustancia del cuerpo y reducen el espíritu al nivel de epifenóm eno; las diversas soluciones idealistas que, inversam ente, conciben al cuerpo como el producto de los conceptos elaborados por el espíritu y las soluciones monistas que afirm an la identidad del cuerpo y del espíritu bajo sus diversas apariencias. El propósito de los psicólogos de constituir su disciplina en u na ciencia propiam ente dicha les prohibía to m ar partido entre estas diversas solu­ ciones; ellas, en efecto, consisten en posiciones filosóficas que desbordan a la experiencia y en relación con las que, en la actualidad, el acuerdo es imposible, por no existir pruebas experimentales. Ello no significa en absoluto, tal como la historia de las ciencias nos lo dem uestra, que un problem a filosófico sin solución científica concebible h asta u n momento dado no m odifique :¡u carácter con ulterioridad. E n la actualidad, sin

em bargo, los hechos no perm iten optar entre las cuatro soluciones filosó­ ficas conocidas, pese al gran interés que tendría p ara la psicología el hecho de poder com probar u n a de ellas con exclusión de las otras tres, o de poder h allar una quinta solución. Los psicólogos solucionaron entonces el problem a tal como se hace, o com o se hacía en el siglo xix en los casos análogos en el seno de las ciencias experimentales: m ediante decretos llamados “principios” y desti­ nados, no a resolver el problem a, sino a lograr que la investigación sea posible para todos los espíritus, independientem ente de su filosofía personal y sin exponerse a contradicciones por parte de la experiencia. Th. Flournoy dem ostró en form a a c a b a d a 1 2 este papel heurístico de los principios y justificó de este modo los dos principios adoptados por la psicología cientí­ fica p a ra poner fin a las controversias sin salida sobre las relaciones entre el alm a y el cuerpo. Al prim ero de estos principios se lo designa como “principio del paralelism o psicofisiológico” ; Flournoy lo enuncia del si­ guiente modo: “todo fenómeno psíquico tiene un concomitante fisiológico determ inado” (sin que, como es natural, lo recíproco sea verdadero). El segundo principio constituye una especie de corolario o comentario del prim ero; se trata del “principio de dualismo psicofisiológico” : no existe n in g ú n vínculo (de causalidad, interacción, etc..) entre los fenómenos psíqui­ cos y los fenómenos fisiológicos, salvo, precisamente, el de concomitancia. E n resumen, nos encontram os, entonces, en presencia de dos series de fenó­ m enos; cada térm ino de la una se explica por sus antecedentes sin que se p u ed a pasar de u n a serie a la otra. D e este modo, no se puede introducir u n estado de conciencia a título de causa en el seno de las energías fisiológicas (cuyos efectos, de este modo, pueden conservar su valor total sin atentar contra el principio de la conservación de la energía) ; d e la m ism a forma, u n hecho m aterial tam poco puede explicar un estado de conciencia. La psicología y la fisiología deberán entonces trab ajar en form a paralela,, lo que puede significar en colaboración estrecha (ya que hay concomitancia) pero sin que sus explicaciones interfieran. E sta posición suscitó un cierto núm ero de objeciones. En prim er lugar, el sentido com ún siente algunas dificultades p ara adm itir que cuando u n individuo decide levantar un brazo su decisión consciente no es la causa de este movimiento, o que, inversamente, cuando un vaso de vino tran s­ form a bruscamente su depresión en alegría, la acción m aterial del alcohol no es responsable de este nuevo estado de conciencia. A esto los paralelistas responden que no es la voluntad como estado de conciencia la que hace levantar el brazo, sino que lo que determ ina esta acción es el concom itante nervioso de esta decisión; y que el alcohol no actuó directam ente sobre la conciencia p a ra alegrarla, sino que lo hizo sobre el concomitante fisioló­ gico del estado de alegría. Por sutil que sea, desde el punto de vista lógico esta respuesta no puede ser atacada, si se adm iten los dos principios a título de premisas. Se puede com prender sin dificultad que un estado 1- Th. Flournoy: M étaphysique el psychotogie, 2“ ed., Ginebra (K ündig) y París (Fischbacher), 1919.

de conciencia no puede ac tu a r en form a directa sobre los músculos o sobre la corriente nerviosa, ni la estructura quím ica del alcohol directam ente sobre la conciencia; sin em bargo, parecería que en el prim er caso el estado de conciencia (decisión) h a actuado él mismo sobre su concom itante ner­ vioso (equivalente fisiológico de esta decisión), m ientras que, en el segundo, el concom itante nervioso (equivalente fisiológico de la alegría) parece haber actuado, inversam ente, sobre su estado de conciencia específico (con­ ciencia de la a le g ría ). D e acuerdo con la hipótesis del paralelismo, sin embargo, se atribuirá esta diferencia a las siguientes causas. E n el primer caso, se tra ta de u n com plejo de interacciones nerviosas no unívocamente determ inado por u n a causa exterior, lo que determ ina el hecho de que la decisión viene en parte desde el interior; en el segundo caso, p o r su parte, la conexión entre el alcohol ingerido y la emoción alegre, considerada cómo mecanismo nervioso, es m ás directa; la diferencia aparente de las relaciones entre la conciencia y su concom itante fisiológico en los dos casos discutidos se debería, entonces, a u n carácter interno o externo de las causas. Sin embargo, en el m arco de u n a hipótesis como ésta, el verdadero problem a es, entonces, el de dilucidar cuál es el poder de la conciencia y en qué consiste, en consecuencia, la explicación psicológica. E n el caso de la persona que levanta su brazo, se com prende perfectam ente que a la serie de las causas fisiológicas corresponde, en la conciencia, u n a serie p a ra ­ lela de motives psicológicos; pero en el caso, de aquella cuya depresión se transform a en. alegría bajo- el efecto de un vaso de vino, no se puede explicar m ediante la serie de los estados de conciencia cómo la alegría reemplazó a la depresión sin hacer intervenir el efecto del vino mismo: la serie psico­ lógica, entonces, parece ser discontinua. Por ello, algunos autores h an rechazado el principio del paralelismo. Algunos, como por ejemplo, P. Janet, p a ra restablecer una acción del espíritu sobre el cuerpo (lo que nos conduce nuevam ente, entonces, a la idea de una “fuerza” espiritual), y otros como H. Wallon, p ara reducir todo al organism o . 1 3 W allon considera que la conciencia aparece sólo de m anera lim itada, esporádica y bajo formas bien caracterizadas, que son, pues, solidarias siempre de u n aparato neurológico de nivel determ inado: la única explicación que se debe buscar entonces en psicología es la de las sucesiones genéticas en función de la m aduración nerviosa y de las interac­ ciones ordenadas por el sistema nervioso. W allon, por otra parte, ataca la interpretación del paralelism o form ulada por Hoeffding y no la de Flournoy; es decir, ataca, en m ayor grado, u n a . filosofía del paralelismo que u n a psicología experim ental; no tiene dificultades en dem ostrar que la. serie psicológica, entendida en el sentido causal, tal como la concibe H oeffding p ara acom pañar a la serie sociológica, es inoperante y se basa en postulados que van m ás allá de la experiencia. Sin embargo, y antes de rechazar el paralelismo, se debe investigar, precisam ente, si su condena de la concepción causal de la conciencia no 13 H. W allon: “ Le problém e biologique de la conscience” , en D uinas: Nouveau Traite de Psychologie.

perm ite sugerir u n concepto m ucho más fecundo del análisis específica­ m ente psicológico: el de la construcción de las relaciones y de sus im plica­ ciones por oposición a la causalidad fisiológica. Retomemos, desde este punto de vista, la discusión de los dos ejemplos escogidos, el de la decisión de levantar el brazo y el de la alegría producida p o r el alcohol. E n el prim er caso, es evidente que la decisión de un sujeto n o cons­ tituye un comienzo absoluto, ya que ella fue provocada por motivos precisos (tales como el deseo de alcanzar un objeto o la voluntad de m anifestar su opinión m ediante u n voto en u n a asamblea, etc.). Debemos considerar, entonces: 1 ? u n a serie fisiológica, constituida por la serie de las causas y de los efectos que vinculan entre sí los concomitantes nerviosos de los estados de conciencia y los m ovim ientos musculares del organismo. Esto no significa necesariam ente que cada idea, cada deseo, etc., corresponda térm ino a térm ino en u n a form a análoga a u n estado nervioso, y W allon no tiene dificultades en dem ostrar que u n a neurología sometida a un análisis psicológico de detalle como éste se vería expuesta a los peores errores (tal como lo dem uestra la historia de las teorías de la localización cerebral, que han sido ordinariam ente tributarias de la psicología de la época considerada). Pero ello significa que ningún estado de conciencia constituye u n a causa susceptible de actuar en el seno de los mecanismos nerviosos, los que se explican p o r sí mismos en u n a serie autónom a. 2 9 L a serie de los estados de conciencia no consiste entonces en u n a serie de causas y defectos, sino en u n a serie de relaciones operatorias o preoperatorias entre los conceptos y entre los valores: desde este p u n to d e vista, deseo, decisión y realización constituyen dos valores, uno de ellos caracteriza el efecto que se intenta obtener (deseo) y el otro actual (realización), trans­ formados uno en el otro m ediante u n factor (decisión) que, en el caso de que la voluntad intervenga, puede ser operatorio, o si no de simple regu­ lación. Pero ni esta voluntad ni esta regulación constituyen causas en sí mismas, ya que se lim itan a determ inar p o r im plicación los valores unos en función de los otros, y en función de todo el sistema anterior de las valorizaciones; además, en algunos casos se atribuye estos valores a percep­ ciones o a conceptos, etcétera, es decir, a sistemas de relaciones que dependen de regulaciones o de operaciones estructux’ales. D e este modo, el sistema de las valorizaciones (deseo, satisfacciones, etc.) es condicionado en todo m om ento por el desequilibrio o el equilibrio de las relaciones perceptuales y conceptuales que por su p arte se im plican entre sí, y tam bién es condi­ cionado por la escala de los valores en juego. 3? Existe, p o r último, un paralelismo entre ciertos elementos de serie causal fisiológica y la serie operatoria (o preoperatoria) psicológica. Pero este paralelism o concierne sólo a una p arte de la serie fisiológica ya que, al levantar el brazo, no. se toma en absoluto conciencia de todos los factores nerviosos y musculares que intervienen: se tiene conciencia sólo de aquello que puede traducirse en valores o en relaciones cognitivas, con la reserva de que las únicas causas que se hacen conscientes son aquellas que pueden ser vinculadas (m ediante semejanzas o diferencias cognitivas y m ediante refuerzos o contrastes de

valores) a los elementos anteriorm ente conscientes. E n consecuencia, sólo existe u n paralelism o entre las implicaciones; por un lado, y aquello que puede corresponderle en la causalidad fisiológica p o r el otro. Por ese motivo, no se puede afirm ar legítim am ente que u n a de las series actúe causalm ente sobre la o tra : hacerlas interferir sería un error análogo al que se com etería al afirm ar, a partir de la existencia de un a fuerza que atrae dos objetos entre sí, que esta fuerza es la causa de la relación "‘ 1 más 1 hacen 2” . Sin duda, la operación psicológica traduce la causalidad física al igual que la operación m atem ática ( 1 — {—1 = 2 ) traduce la modificación física que consiste en la reunión de dos cuerpos; en los dos casos, sin em­ bargo, se tra ta de u n a traducción que agrega algo al texto original, al mismo tiem po que deja escapar otros elementos. Exam inemos ahora el ejemplo del vino y de la alegría que produce. En este caso, nos encontram os en presencia de: 1" u n a serie fisiológica: la depresión nerviosa, la introducción del alcohol y la excitación emocional, al h ab er m odificado causalm ente un elemento exterior la depresión en excitación. 2 9 U n a serie psicológica concom itante: conciencia de la tristeza y conciencia de la alegría y, entre ambas, la acción consciente de beber el vino (acom pañada de percepciones diversas, de conceptos anteriores even­ tuales sobre el efecto del vino, de anticipaciones eventuales sobre u n cambio de estado, e tc .) . 3? Existe nuevam ente u n paralelismo, pero, aú n en mayor m edida que en el caso precedente, este . paralelismo aparece com o una traducción que puede ser más o menos com pleta según la experiencia anterior del individuo y el sistema de los conceptos de que disponga. En efecto, la diferencia entre esta segunda secuencia de fenómenos y la del brazo levantado reside en el hecho de que en este caso la causa exterior interviene entre el prim er estado (m ental y fisiológico) considerado y él segundo estado; de este modo, ningún vínculo causal fisiológico o ninguna operación psicológica conecta en form a directa la tristeza . inicial con la alegría final sin pasar p o r la causa exterior representada por la ingestión del alcohol. Pero caben entonces dos posibilidades. L a p rim era es la de que el sujeto no sepa n ad a del alcohol (o que lo bebió sin saberlo, etc.), pero la sucesión de los estados de tristeza y de alegría se caracteriza, sin embargo, p o r u n a cierta, continuidad que caracteriza precisam ente su n aturaleza psicológica: cuanto más profunda haya sido la tristeza inicial más intensa será por contraste la alegría y entre ambas, entonces, existirá no u n a relación operatoria que explique la transform ación de u n a en otra (de la m ism a form a en que tam poco h a actuado u n a causalidad fisiológica directa, ya que intervino una causa exterior), .sino u n a regulación cuasi perceptual de los valores; la diferencia es sobreestimada p o r causas rela­ cionadas con el desplazam iento del equilibrio. L a segunda posibilidad es la de que el sujeto tenga conciencia de haber bebido el vino y sepa algo scbre sus efectos; entonces, y adem ás la regulación afectiva precedente, intervendrá u n a reconstitución conceptual (con anticipaciones, e tc .), que reforzará o debilitará la regulación afectiva y que le añ a d irá u n a com­ prensión intuitiva o incluso operatoria de la transform ación producida. En este caso, nuevam ente la serie psicológica no es causal, sino que con­

siste en u n a tom a de conciencia más o menos adecuada en términos de implicaciones. En form a general, el paralelismo psicofisiológico es insostenible si se lo concibe como puesta en correspondencia de dos series causales autónom as; sin embargo, deja de serlo a partir del m om ento en que se concibe a la serie fisiológica como única causal y a la serie consciente como im plicatoria, es decir com o u n a construcción de relaciones que se determ inan unas a otras en diversos grados. Considerado de este modo, el paralelismo hace de la conciencia u n a traducción de la serie orgánica, traducción incom pleta ya que conserva sólo algunos pasajes, pero que proporciona una nueva inter­ pretación sobre éstcs, al añadir al simple m ecanism o causal el valor y la comprensión. Entonces, la conciencia, que crea, vínculos de im plicación entre los valores sentidos y entre las relaciones percibidas o concebidas, mantiene con las conexiones fisiológicas correspondientes u n a relación análoga a la que u n a relación lógica o m atem ática com porta en relación con el hecho físico que expresa: en ambos casos, existe u n a traducción más o menos com pleta, pero que enriquece al texto traducido al transponerlo al plano de los encadenam ientos implicativos. L a diferencia, sin embargo, es la siguiente. L a deducción m atem ática proporciona una im agen casi íntegra de los hechos físicos representados y los inserta en un conjunto de relaciones necesarias. La conciencia, por el contrario, incluso en el interior de las conductas como tales, es decir de las reacciones como tales que com portan po r definición un aspecto fisiológico (p o r oposición a las reacciones puram ente fisiológicas) no traduce, en relaciones implicativas más que una pequeña parte del proceso fisiológico que interviene en las con­ ductas inferiores, y alcanza una traducción com pleta de la conexión causal sólo en el terreno de las operaciones: en el ritm o, en efecto, lo esencial de la conducta es orgánico y la conciencia aprehende sólo u n a alternancia de estados unidos po r relaciones implicativas incom pletas; en las regulaciones cognitivas o afectivas, pese a que están m ejor encadenadas, las im plica­ ciones siguen siendo aún incompletas porque el proceso causal de la con­ ducta los desborda siempre parcialm ente; en los sistemas operatorios, p o r último, las implicaciones corresponden exactam ente a las conexiones cau ­ sales, reales o posibles, que intervienen en la conducta y alcanzan, en con­ secuencia, u n estado de necesidad com pleta: en efecto, cada relación consciente está determ inada por entero por el co n junto de las otras, sin que la causalidad orgánica tenga que colmar n in g u n a brecha. En este tercer caso, la im plicación consciente logra incluso desbordar con bastante rapidez la causalidad real, ya que tarde o tem prano to m a como objeto al conjunto de los posibles. ¿Converge la solución a la que llegamos con la de la teoría de la Forma y con la de Jaspers? Sabemos que la teoría de la Form a, debido s. la posición que adoptó en oposición a todo atomismo psicológico, no cree en un paralelism o elemento a elemento sino form a de conjunto a form a de conjunto. Este “principio de isomorfismo” expresa entonces el hecho de que a toda totalidad psíquica (percepción, acto de inteligencia, etc.) corres­

ponde una totalidad fisiológica (circuito de conjunto que conecta el objeto percibido con el cerebro po r interm edio de los órganos de los sentidos, pero sin elementos privilegiados tales como por ejemplo la imagen retiniana de las teorías atom ísticas). E n la actualidad no se puede menos que aceptar este isomorfismo; sin em bargo, y a nuestro parecer, se debe agregar que las “formas” psíquicas y las “formas” orgánicas no son similares con la excepción de la diferencia de la naturaleza consciente de las primeras. Sin ello, habría siempre u n a prim acía de la explicación fisiológica: a esto, precisamente, conduce la teoría de la Form a, que descuida la construcción de las relaciones en juego. A hora bien, u n a “form a” psíquica difiere de u n a “form a” fisiológica incluso “isomorfa” en el hecho de que las rela­ ciones que la constituyen están conectadas entre sí m ediante vínculos de implicación o de preim plicación y no de causalidad. Ello conduce entonces a la posición de Jaspers, a la que ya nos hemos referido: la psicología “explicativa” recurriría a los mecanismos fisiológicos, m ientras que la psicología “comprensiva” se referiría a los datos de la conciencia. Pero Jaspers deja fuera de su “verstehende Psychologie” al conocimiento lógico mismo, e insiste sobre los datos más primitivos de la conciencia. Estos consisten siempre en valores y relaciones cognitivas cuyos vínculos señalan u n a prelógica im plicatoria; por otra parte, la génesis de las operaciones lógicas presenta relaciones con toda esta organización previa de las relaciones. L a ru p tu ra de lo fisiológico y lo consciente es efectiva­ m ente la de la causa y de la implicación, sin que sea en absoluto necesario atribuir a esta últim a u n sentido intelectualista lim itado, ya que engloba todos los valores afectivos con las relaciones perceptuales e inteligentes. E n resumen, el principio de paralelismo psicofisiológico adquiere de este modo, al parecer, u n alcance que va m ucho más allá del de un simple principio heurístico. Su significación real no consiste sólo en afirm ar la concom itancia entre la vida de la conciencia y algunos mecanismos fisio­ lógicos; por el contrario, y al reducir la prim era a un sistema de im plica­ ciones y los segundos a sistemas de causas, dicho principio postula tam bién la posible adecuación de los dos tipos de explicaciones basadas respectiva­ m ente en estos dos tipos de conexiones. En ello reside el verdadero valor epistemológico de este principio: en últim o análisis, el principio de p arale­ lismo constituye, en efecto, u n instrum ento de colaboración entre dos métodos de pensam iento o dos lenguajes que se. deben trad u cir uno a otro: el lenguaje idealista de la reducción de lo real a los- juicios y a los valores de la conciencia, y el lenguaje realista de la explicación del espíritu por la fisiología. Debemos exam inar esto a título de conclusión. L a psicología es la ciencia de las conductas y las conductas son acciones que se prolongan en operaciones mentales. L a acción engendra esque­ mas que se organizan entre sí de acuerdo con algunos sistemas de ritmos y luego de regulaciones, cuya form a final de equilibrio es el agrupamiento operatorio. E l aspecto psicológico de la conducta es entonces el de una construcción de relaciones perceptuales o intuitivas, de conceptos y de valores, y esta construcción consiste en una productividad operatoria que acom paña en form a cada vez más com pleta a la causalidad fisiológica. E l

ritm o y la regulación engloban au n causas en su pro p ia contextura, m ien­ tras que la operación racional, en efecto, ya no es u n a causa, sino una fuente de necesidad cada vez m ás depurada: la razón que deduce no puede ser considerada como la causa de las conclusiones de esta deducción, ni tam poco la voluntad que decide puede ser considei'ada como u n a causa, ya que su acción consiste en desvalorizar un valor actual dem asiado fuerte y en revalorizar, m ediante el proceso inverso, u n valor anterior que estaría en vías de ser olvidado. L a voluntad, al igual que la razón, construyen entonces valores o conceptos, y no constituyen una causa de ningún hecho m aterial, pese a que su ejercicio supone, como es natural, u n a causalidad fisiológica concom itante (pero que, por su parte, no engendra valores ni conceptos). A hora bien, esta construcción en la que se com prom eten las im plica­ ciones conduce, al fin de cuentas, al im portante sistema de operaciones y de conceptos representados por las ideas de núm eros y de espacio, de tiempo, de m ateria y de causalidad misma. A hora bien, estos conceptos perm iten a la m atem ática y a los aspectos deductivos de la física superar la experiencia inm ediata y asim ilarla bajo la form a de u n a explicación racional. Desde este punto de vista, las realidades físico-químicas y fisio­ lógicas que dom inan, según parece, las formas elementales de la vida m ental (de las que son en p arte concomitantes, pero a las que, por otra parte, superan am pliam ente) dependen finalm ente d e ellas en la m edida en la que, a su vez, son com prendidas y reconstruidas p o r el pensamiento científico,, que es la form a más elevada de esta m isma vida m ental. Por ello (véase § 1 ), si la fisiología llega a constituirse como ciencia exacta y a perm itir la deducción m atem ática, esta asimilación de la m ateria por p arte de la deducción consciente será entonces tan fecunda como en física; en la fisiología' se podrá observar en ese momento u n doble paralelism o: el de la conciencia individual y de una p arte del organismo y el del organismo en su totalidad y u n a parte de la conciencia m atem ática. D e este modo, el principio de la explicación psicológica, que la distinción y el isomorfismo de las implicaciones y de las causas contribuyen a legitim izar y a diferenciar del principio de la explicación fisiológica, lejos de constituir un concepto secundario y superfluo, ta l como lo sostienen los organicistas, puede llegar a condicionar en algún m em ento a la p ro p ia fisiología. Inversam ente, sin embargó, es evidente que, al englobar toda conducta reacciones fisiológicas indispensables p ara su eficacia causal (por oposición a la construcción implicatoria que ella constituye psicológicam ente), la explicación fisiológica domina a la psicología en su otro extremo, es decir en lo que concierne a los comienzos y no al térm ino de la evolución m ental. Al oscilar entre la lógica (con la m atem ática) y la fisiología, la psicología no podría alcanzar ninguna explicación plena sin la ayuda de los datos biológicos. E n consecuencia, por un lado ella logra u na interpretación del pensamiento, y con ello de la deducción científica que dom ina o dom inará tarde o tem prano a la fisiología m ism a; por otra parte, sin embargo, la psicología está subordinada a la fisiología en lo que se. refiere a las raíces de su propio conocimiento. D e este m odo, observamos, u n a vez más, el circulo de las ciencias

sobre el que ta n a m enudo hemos insistido. Entonces, el interés del problem a que nos ocupa aquí se basa precisam ente en el hecho de que el círculo de los conocimientos científicos, que reposa en el del sujeto y del objeto, y el principio del paralelismo psicofisiológico, son estrechamente solidarios: este principio, en efecto, señala, bajo la prudente y quizá provisoria form a de u n a simple concomitancia, el punto de unión entre el lenguaje idealista o im plicatorio, característico del pensam iento psico­ lógico y m atem ático, y el lenguaje realista o causal, propio de la física y de la fisiología. P ara ser m ás precisos, de la misma form a en que la física ocupa la zona de unión entre la deducción m atem ática necesaria y la experiencia real o causal, en el otro extremo del diám etro de este círculo la psicología se sitúa en el p unto de unión entre la form a más com pleja de esta realidad física y causal (la realidad viviente) y la form a más elemental de la construcción de las relaciones conscientes que culm inarán en la deducción misma. E n consecuencia, el principio de paralelismo habla de simple concom itancia p ara no prejuzgar, sobre el modo de cierre de este círculo; sin em bargo, y como es natural, el problem a perm anece abierto en lo que se refiere a otros modos de cierre posible, es decir a otras rela­ ciones entre conducción m ental operatoria y la causalidad fisiológica. Gomo es obvio, la investigación científica misma y no la epistemología es quien debe resolver este problem a, es decir m antener el paralelismo o reem plazarlo m ediante u n a de las fórm ulas imprevistas que se pueden observar a lo largo de to d a la historia de las ciencias. Sin embargo, y a este respecto, queda al menos planteada una posibilidad por analogía con lo que se com probó en la evolución de otros problem as de fronteras: q ue.en algún m om ento la neurología y la psicología se asimilen recíproca­ m ente o constituyan u n a ciencia com ún tal como la “quím ica física” (o “quím ica teórica” ) situada entre la física y la química. Supongamos, en efecto, que u n a psicología operatoria se haga lo suficientemente precisa como p a ra p erm itir el cálculo y la deducción. No es en absoluto imposible que la construcción psicológica expresada en fórmulas logísticas o métricas (y probabilísticas) exprese tam bién en ese m om ento las relaciones más generales en juego en la fisiología abstracta o m atem ática. El paralelismo psicofisiológico, en dicho caso se convertiría nada más que en un p arale­ lismo de la deducción y de la experiencia. De todas formas, e independientem ente de lo que suceda en relación con este sueño, él nos m uestra u n a vez m ás que es inútil temer las así llam adas reducciones de lo superior a lo inferior; en efecto, en las ciencias exactas (de las que la biología desgraciadam ente está muy alejada) estas reducciones h a n conducido siempre a una asimilación recíproca, to d a vez que lo superior no estaba previam ente deform ado por simplificaciones ilegítimas. Por ejemplo, examinemos las relaciones de la gravitación con la geom etría del espacio real, o de la afinidad quím ica con la electri­ cidad, etc.; se com prenderá entonces que el problem a de las relaciones entre lo fisiológico y lo m ental está lejos de haber sido resuelto p o r las pretensiones organicistas y que el principio de paralelismo puede reservar múltiples sorpresas en su evolución fu tu ra .. Por analogía con lo que piensan

los físicos en lo que se refiere a las relaciones entre la vida y la físico-química (capítulo 1 , § 8 ), la biología, en efecto, sólo se p odrá convertir en “general” con la condición de englobar en sus explicaciones la que corresponde a los fenómenos mentales, sin anular su especificidad. E n consecuencia, será necesario concebir la existencia de mecanismos comunes a los dos campos a Ja vez (como por ejemplo, precisamente, los mecanismos de la cons­ trucción de las “formas”, de la anticipación, de la asimilación y de la acomodación, de su equilibrio más o menos reversible, e tc .) ; por su propia composición éstos deberán explicar, po r u n lado, las reacciones biológicas elementales (conservación de la form a, etc.) y, por o tra parte, las estruc­ turas m entales que conducen desde el ritm o orgánico hasta los agru p a­ mientos operatorios. Esta condición es necesaria p ara que sea posible com prender en form a simultánea, los dos aspectos siguientes: la m anera en que las operaciones del pensam iento pueden expresar lo real, en tanto sus raíces fisiológicas penetran hasta la m ateria físico-química y, p o r otra parte, pueden explicar el desarrollo del propio conocimiento, incluyendo al conocimiento biológico. M ientras tanto, el principio del paralelismo psicofisiológíco contribuye, precisamente, al cierre del círculo de las disci­ plinas científicas. § 5. L a p o s i c i ó n d e l a l ó g i c a . L a psicología es u na ciencia de obser­ vación y de experiencia que considera a las realidades lógicas sólo bajo la forma de las operaciones del pensam iento del propio sujeto, objeto de su estudio; y au n sólo cuando este pensam iento alcanza un cierto equilibrio y se hace entonces susceptible de composición propiam ente operatoria. La psicología encuentra las realidades psicológicas de la misma form a, al intentar explicar el desarrollo del pensam iento: el núm ero, el espacio y los conceptos fundam entales de la construcción m atem ática aparecen de este m odo como productos necesarios del desarrollo mental, solidarios de las operaciones lógicas mismas. Pero existe entonces un círculo, un círculo que los filósofos le reprochan a menudo a los psicólogos que estudian la form ación de la lógica: la lógica y la m atem ática, por su parte, se sitúan en el inicio de todas las ciencias, y las normas de la lógica constituyen la condición previa del pensamiento científico del psicólogo que, por otra parte, intenta recom poner su génesis. Este círculo es en efecto inevitable, pero, lejos de ser vicioso, señala, precisam ente, la existencia del círculo de las disciplinas científicas, en su conjunto, que acabamos de señalar. Pero el hecho de adm itir este último círculo plantea otra dificultad que los lógicos y los m atem áticos podrían objetar a la psicología. El p unto de p artid a de la serie de las ciencias, es decir la lógica y la m atem ática, se caracteriza por la deducción pura, y a las ciencias empíricas, tales eomo la biología, la psicología y la sociología se llega m ediante una serie de complicaciones no deducidas. Desde esta conclusión inductiva, ¿cómo será posible cerrar el círculo en el sentido de u n pasaje a la ciencia deductiva? P a ra ser precisos, la lógica estudiada por el lógico es un producto reflexivo de su propio pensamiento, o del m atem ático; la lógica que estudia el psicólogo, por su parte, es un a

deducción viviente y espontánea situada en el espíritu del sujeto de obser­ vación y no del psicólogo. ¿Cóm o es posible entonces conectar estos extremos p ara asegurar la continuidad del círculo? Si se lo plan tea desde el punto de vista de una lógica metafísica, que intenta alcanzar las verdades prim eras y perm anentes del pensam iento, el problem a no tiene salida. Pero esta pretensión a la universalidad en el tiempo y en el espacio choca con los hechos genéticos e históricos; éstos, p o r el contrario, sugieren la hipótesis de u n a variación posible de las estruc­ turas individuales y de las norm as colectivas: un a epistemología genética, que no conoce ni verdades eternas ni principios primeros no puede con­ siderar entonces que u n a lógica metafísica se sitúa en el p unto de p artid a de la ciencia. Por otra parte, y puesto que la m atem ática se basa en la lógica, no busca sus fundam entos en una lógica metafísica como ésta, sino, exclusivamente, en el cam po de la lógica que ha alcanzado el nivel cien­ tífico, la logística, provista de un algoritmo simbólico preciso. Hemos visto que en la actualidad los m atem áticos buscan la solución del problem a de los fundam entos en dos direcciones esenciales; a demás, no se avizoran otras posibles sin abandonar el cam po de los métodos científicos. Algunos inten tan explicar los conceptos m atem áticos por medio de la psico­ logía : Poincaré, por ejemplo, cuando interpreta el espacio y el grupo de los desplazamientos m ediante la m otricidad efectiva del organism o; otros basan los conceptos m atem áticos en los conceptos lógicos elementales y recurren a la logística. A hora bien, si como acabamos de suponerlo la lógica procede de la psicología, estas dos soluciones se reducirían en defi­ nitiva a u n a sola: intentarem os a continuación fundam entar esta posición. Debemos determ inar entonces la posición de la logística en el círculo de la ciencia. A hora bien, desde este punto de vista, el problem a se sim­ plifica en form a notable, ya que la logística, como es evidente, constituye el modelo de la ciencia axiom ática. El logístico procede en form a deduc­ tiva, a p artir del m ínim o de conceptos primeros de operaciones e intenta construir, en la form a más rigurosa que sea posible, el conjunto de las proposiciones que expresan la coherencia form al del pensamiento. Pero una axiomatización es siempre axiomatización de alguna cosa, y de una realidad que, antes de esta formalización particular, era accesible a u n conocimiento más directo: de este modo, la axiomatización del núm ero o del espacio ccnciem e a las realidades representadas por el núm ero o el espacio, cono­ cidas antes de las axiomatizaciones de Peano, de H ilbert, etc. A una axiom ática corresponde entonces u n a ciencia “real” , por oposición a “for­ m alizada” ( “real” significa simplemente que alcanzó un menor grado de formalización, independientem ente de ese grado). ¿Q ué axiom atiza en­ tonces la logística y cuál es la ciencia real que le corresponde en realidad? Se puede decir que la logística es la axiom atización de la lógica formal misma. ¿Pero de qué lógica form al, y qué es la lógica independientem ente de su axiom atización ? Si se tra ta de u n a lógica metafísica, volvemos a tropezar entonces no sólo con las dificultades genéticas que acabamos de señalar sino tam bién con el siguiente obstáculo fu n d am en tal: el hecho de que una lógica metafísica basa necesariam ente lo verdadero en alguna

realidad absoluta: las ideas, el pensam iento divino, etc.; ahora bien, en filosofía el absoluto presenta el inconveniente de ser siem pre relativo a los sistemas q u e lo m encionan, es decir, el de ser esencialmente variable. Si se renuncia entonces al absoluto, la lógica no puede sólo ser el análisis del pensam iento verdadero. C onsiderarla como la descripción de u n simple lenguaje sería lo mismo, ya que ese lenguaje debe ser regulado, entonces, de acuerdo con las norm as coherentes, lo que los conduce nuevam ente al pensam iento verdadero. ¿Pero qué significa entonces el térm ino “verda­ dero”, independientem ente de u n a axiomatización? P ara decirlo de otra m anera, ¿existe en la actualidad un lugar p ara u na lógica no axiomática, entre la psicología del pensam iento y la logística? E n realidad, la única diferencia esencial entre la lógica no axiom ática y la psicología de las operaciones formales se basa en el hecho de que la prim era acuerda a las proposiciones que estudia las propiedades de “verda­ dera” y de “falsa” m ientras que la psicología com prueba sim plem ente que los sujetos pensantes, estudiados m ediante sus diversos métodos, acuerdan espontáneam ente a las proposiciones que utilizan las mismas propiedades de verdaderas y de falsas. P ara decirlo de otro modo, las norm as que el lógico prescribe no son prescriptas por el psicólogo; sin embargo, el psicó­ logo reconoce el hecho de que los sujetos estudiados p o r la lógica se las prescriben a sí mismos (en conexión con la acción y la vida social, y en algunos estados de equilibrio situados al final del desarrollo del pensam iento individual). El problem a, entonces, es el de saber con qué derecho el lógico prescribe normas. Se puede considerar que lo hace en nom bre de una .axiomatización progresiva; pero en este caso se com prom ete en la dirección logística y la logística se convierte en la única lógica norm ativa, m ientras que el único estudio no axiomático del pensam iento será la psicología de las operaciones del pensamiento. Si prescribe normas pero no en nom bre de u n a axiom ática, se puede pensar que lo hace m ediante el examen de las norm as de su propio pensam iento, así como las de los otros: en dicho caso sin em bargo, el lógico no hace nada más de lo que hace la psicología, al lim itar sus análisis a los “hechos normativos”, sin ubicarlos en todo el contexto de su evolución. E n resumen, un a lógica no axiom ática no tiene ningún objeto en la ac tu a lid a d : o bien ella m isma legisla, y entonces debe axiom atizarse o si no describe simplemente lo que el pensam iento com ún considera como norm ativo, y entonces hace psicología. L a lógica no axio­ m ática cuya enseñanza p erd u ra sólo gracias a las tradiciones universitarias inmutables, tiende de este modo a escindirse en dos ram as, cuya única significación positiva se basa en su m u tu a distinción: la logística o disciplina axiom ática, y la psicología de las operaciones del pensam iento o disci­ plina experim ental. Entonces, y efectivamente, esta p arte de la psicología es la que constituye la ciencia real que corresponde a la axiomatización logística. E n consecuencia, y sin ningún tipo de equívoco, se puede decir que la logística es u n a axiomatización de las operaciones del pensam iento; además, se puede decir tam bién que la ciencia real correspondiente, es decir, la que estudia el mismo objeto pero sin axiomatizarlo, no es o tra que

la psicología de estas operaciones, es decir, el sector particular de la psico­ logía del pensam iento que se ocupa de las formas de equilibrio y de los modos de organización de las operaciones. R epartidas de este modo, las dos disciplinas encuentran entonces sus relaciones naturales e incluso la posibilidad de u n a colaboración fecunda. E n efecto, si como hemos inten­ tado dem ostrarlo en este capítulo, la explicación propiam ente psicológica consiste en u n a reconstrucción de las relaciones y de las operaciones efec­ tuadas por el propio sujeto mismo, p a ra este análisis tendría sumo interés el siguiente aspecto: nos referimos a los esquemas, incluso abstractos y simbólicos, que construye la logística p a ra explicar las conexiones entre operaciones formales. Estos esquemas, en efecto, traducen, idealizándolas, las estructuras m ás evolucionadas y más equilibradas del pensamiento. Por o tra parte, en la m edida en que la psicología genética pone de manifiesto el hecho de que el desarrollo de las operaciones no procede m ediante cons­ trucción de términos aislados, a los que a posteriori p o ndría en relación, sino m ediante sistemas de conjunto o totalidades operatorias susceptibles de composición transitiva y reversible, la logística tendrá por su parte iíiterés en axiom atizar estos conjuntos como tales y no sólo los elementos de que están compuestos. C ada problem a plantead o por un a de estas dos disciplinas presenta entonces u n a significación correspondiente en la otra, sin que por ello los métodos de la u n a p uedan ser aplicados en el terreno de la o tra . 1 4 U na vez señalado esto, se com prende de qué modo se cierra el círculo de la ciencias, gracias al conjunto de las disciplinas com prendidas entre la biología y la m atem ática; la logística, en efecto, es sólo la axiomatización de un sistema de hechos esencialm ente mentales y estos hechos, por otro lado, com portan u n a dim ensión psicofisiológica. Por otra parte, y en form a recíproca, se com prende por qué la psicología oscila entre la fisio­ logía y la lógica, sin confundirse con ninguna de ellas. Pese al creciente éxito de la. explicación fisiológica, en efecto, la necesidad operatoria le asigna aún límites. Inversam ente, sin em bargo, la psicología reconoce entre los hechos que estudia a la necesidad lógica, pero la analiza sólo como realidad que se afirm a progresivam ente en el transcurso del desarrollo m ental y que se diferencia en u n grado cada vez m ayor de la causalidad fisiológica: de este modo, la psicología no interfiere en n ad a con la lógica, que guarda p a ra sí el análisis axiomático de esta misma necesidad opera­ toria, aunque a partir de u n esquema abstracto y form al. Decir que la psicología se apoya en la lógica no significa, entonces, que se subordina a la logística; significa sólo que considera al hecho lógico del mismo modo que al hecho m atem ático y que puede recurrir entonces tanto a la logística como a la m atem ática p a ra facilitar su com prensión, pese a que los estudia por sus propios medios. Sin embargo, este cierre del círculo supone tam bién, como es obvio, 14 D e este modo, el estudio genético de los diversos “ agrupam ientos” de opera­ ciones (véase cap. i, S 3) nos h a perm itido form ularlos en el plano axiom ático de la logística (véase nuestro Traite de Logique, Colin, 1949): ahora bien, hubiese sido igualm ente natural seguir una dirección invetsa,

la intervención de la sociología, desde el doble punto de vista de las opera­ ciones consideradas a título de conductas; estas conductas, en efecto, son tanto sociales como individuales y tam bién suponen la intervención de la axiom atización logística, ya que ésta concierne por igual a las “proposi­ ciones” ligadas al lenguaje colectivo y a las operaciones en general.

LA EXPLICACION EN SOCIOLOGIA Al igual que la biología y que la psicología, la sociología interesa a la epistemología desde dos puntos de vista diferentes y com plem entarios: por un lado, constituye u n modo de conocimiento digno de ser estudiado por sí mismo, sobre todo en sus relaciones (de diferencia al igual que de sem ejanza) con el conocimiento psicológico; por otra partej el conoci­ miento sociológico condiciona a la epistemología en su objeto o en su propio contenido: el conocimiento hum ano, en efecto, es esencialmente colectivo y la vida social constituye uno de los factores esenciales de la form ación y del desarrollo de los conocimientos precientíficos y científicos. §

1.

I n t r o d u c c ió n .

La

e x p l ic a c ió n

s o c io l ó g ic a ,

la

e x p l ic a c ió n

Desde el primero de estos dos puntos de vista, el conocimiento sociológico tiene un evidente interés, y la epistemología genética o com parada debe en particular analizarse en sus relaciones con el conocimiento biológico y sobre todo con el conocimiento psicológico. Las relaciones de la sociología con la biología preanuncian ya la com­ plejidad de sus relaciones con la psicología. E n prim er lugar, y al igual que una psicología anim al, existe u n a sociología anim al (por otra parte, am bas disciplinas están estrecham ente ligadas, ya que las funciones m en­ tales de los animales que viven en sociedades están condicionadas n atu ra l­ m ente por esta vida social) ; las características de estas investigaciones, por otra parte,, pueden señalar la estrecha interacción del organismo vi­ viente y de las organizaciones sociales elementales: todos saben, en efecto, que en el seno de algunos organismos inferiores (celenterados, etc.) no se puede distinguir con criterios precisos los individuos, “colonias” (o reuniones de elementos semiindividuales interdependientes) de las sociedades propia­ m ente dichas. Pero a p a rtir de la sociología animal, el modo de explicación específicamente sociológico com ienza a distinguirse del análisis biológico; ello señala que el hecho social se diferencia ya del hecho orgánico y requiere, en consecuencia, un m odo específico de interpretación. Ju n to con las conductas propiam ente instintivas (es decir la composición hereditaria ligada a las estructuras orgánicas) que constituyen el aspecto esencial de las conductas animales en los animales sociales, podemos observar ya b io l ó g ic a

y

la

e x p l ic a c ió n

p s ic o l ó g ic a

.

interacciones “exteriores” (en relación con las composiciones innatas) entre individuos del mismo grupo fam iliar o gregario y que m odifican en m ayor o en m enor grado su conducta: el lenguaje gestual (danzas) de las abejas, descubierto por von Frisch, el lenguaje m ediante gritos de los vertebrados superiores (chim pancés, etc.), la educación basada en im itación (canto de los pájaros) y en am aestram iento (conductas depredadoras de los gatos, estudiadas por K u o ), etc. Estos hechos propiam ente sociales constituidos po r transm isiones externas e interacciones que m odifican la conducta in d i­ vidual suponen, entonces, un nuevo método de análisis, que concierne al conjunto del grupo considerado como sistema de interdependencias cons­ tructivas y no ya sólo u n a explicación biológica de las estructuras orgánicas o instintivas. E n segundo lugar, la sociología hu m an a m ism a está relacionada con la ram a de la biología representada por la antropología o estudio del hom bre físico en sus genotipos (razas y sus poblaciones fenotípicas). El concepto de raza fue utilizado por algunas ideologías políticas en sentidos m uy alejados de su significación biológica y se convirtió de este modo, en algunos casos, en u n simple símbolo afectivo antes que en u n concepto objetivo; pese a ello, no se ha resuelto aún el problem a de las relaciones entre los genotipos hum anos y las m entalidades colectivas, incluso si las sociedades más activas son aquellas en las que se observa u n a m ezcla más com pleta de los genes. Por o tra parte, la antropología estadística se con­ tinúa en form a natural en la dem ografía o al menos en el sector de la dem ografía que concierne a los aspectos biológicos de la población. Sin embargo y aún en mayor grado que la sociología anim al, las relaciones entre la sociología h um ana y la antropología o la dem ografía revelan la diferencia entre la explicación sociológica y la explicación biológica. M ientras que ésta tiene como objeto las condiciones internas (herencia) y los caracteres determinados por ellas, la explicación sociológica tiene como objeto a las transmisiones exteriores o las interacciones externas entre individuos y construye un conjunto de conceptos destinados a ex p licar. este modo sui generis de transm isión. De este modo, ella explicará por qué la m entalidad de u n pueblo depende en m ucho m enor grado de sü raza que de su historia económica, del desarrollo histórico de sus técnicas y de sus representaciones colectivas; esta “ historia”, en efecto, ya no es la de u n patrim onio heredi­ tario, sino la de un patrim onio cultural, es decir de un conjunto de conductas que se transm iten de generación en generación desde el exterior y con modificaciones que dependen del conjunto del grupo social. D e este modo, por otra parte, los aspectos biológicos del fenómeno dem ográfico (núm ero de nacimientos y de decesos, longevidad, m ortalidad en función de las clases de enfermedades, etc.) están subordinados estrecham ente a sistemas de valores (sobre todo económicos) y de reglas que son u n p ro ­ ducto de la interacción externa de los individuos. El análisis de las relaciones entre la m a d u ra ció n . nerviosa y las p re ­ siones de la educación en la socialización del individuo constituye un tercer punto de unión entre la biología y la sociología. E n este sentido, el desarrollo del niño presenta un campo de experiencias de gran interés en

lo que se refiere a la zona de enlace entre las transmisiones internas o here­ ditarias y las transmisiones externas, es decir sociales o educacionales. De este m odo, y adem ás de la asimilación de u n a lengua ya organizada o sistemas de signos colectivos que se transm iten de generación en generación por la vía de la educación, la adquisición del lenguaje supone u n a condición biológica previa (y característica de la especie h um ana, al menos de acuerdo con los conocimientos de que disponemos hasta ahora) : nos referimos a la capacidad de aprender un lenguaje articulado. A hora bien, esta capacidad se relaciona con un cierto nivel de desarrollo del sistema nervioso, más o menos precoz o tardío según los individuos y determ inado po r la acción de m aduraciones hereditarias. Lo mismo sucede en lo que se refiere a la adquisición de las operaciones intelectuales que suponen todas, al mismo tiempo, algunas interacciones colectivas y u n a cierta m adu­ ración orgánica necesaria p a ra su desarrollo. E n campos como éstos, la conexión y la diferencia entre la explicación biológica y la explicación sociológica son evidentes; hasta tal p unto que m uchos autores llegan a renunciar a toda explicación psicológica y a reabsorber com pletam ente la psicología en lo neurológico y lo social. Pero cuando se los analiza en grado suficiente y no se los trata ya en form a global y teórica, estos hechos plantean po r el contrario, y en forma especialm ente aguda, el problem a de las relaciones entre la explicación sociológica y la explicación psicológica. E n efecto, el aspecto notable de todos estos procesos que dependen de la m aduración y de la transmisión externa o educacional, reside en el hecho de que obedecen a un orden constante de desarrollo (independientem ente de la velocidad d e éste). De este modo, el lenguaje no se aprende en bloque, sino de acuerdo con una sucesión que se h a estudiado en m uchas ocasiones: la com prensión de los sustantivos (palabras-frases) precede a la de los verbos y ésta, por su parte, precede en m ucho a la de los adverbios y conjunciones que señalan las conexiones, las ideas, etc. Tam poco la adquisición de u n sistema de opera­ ciones se efectúa nunca de u n a sola vez, sino que presenta siem pre fases de organización notablem ente regulares. Es natu ral que los clínicos o los psicólogos preocupados por la aplicación de los conocimientos descuiden estos hechos y se lim iten al rendim iento y al estadio que caracterizan la culm inación de estas adquisiciones. Estos procesos genéticos son muy instructivos, por el contrario, en lo que se refiere a las relaciones de la m aduración con las transmisiones sociales. ¿L a sucesión de las fases de aprendizaje, en efecto, está regulada por las etapas de la propia m adu­ ración? No por entero, ya que los caracteres específicos de estas fases dependen de las realidades “ exteriores” al individúo: las categorías semán­ ticas o sintácticas del lenguaje constituyen u n criterio de aquéllas; o tam bién los sistemas de representaciones conceptúales o de preoperaciones; si esta sucesión estuviese determ inada por la m aduración, se debería adm itir, entonces, u n a preform ación o u n a anticipación hereditariá de los marcos sociales en el sistema nervioso. Esto constituiría u n a hipótesis molesta y sobre' todo inútil. ¿E stá re g u l.d a entonces la sucesión de estas fases de

adquisición por las interacciones sociales mismas? Es poco pro b ab le; en efecto, si bien la escuela inculca efectivamente al niño el sentido de las representaciones colectivas de acuerdo con un cierto p ro g ram a cronológico, el lenguaje y los modos usuales de razonamiento le son impuestos en bloque por el m edio: en cada estadio escoge algunos elementos y los asimila a su m entalidad de acuerdo con cierto orden, lo que señala que el niño no sufre en form a pasiva la presión de la “vida social” ni tam poco la de la “realidad física” consideradas en su totalidad, sino que opera u n a segre­ gación activa en lo que se le ofrece, y lo reconstruye a su m anera. E n tre lo biológico y lo social se encuentra entonces lo m ental; debemos buscar ah o ra una m anera de esclarecer, en form a prelim inar y simplemente introductoria, las relaciones que existen entre la explicación sociológica y la explicación psicológica. A hora bien, la gran diferencia que h ay entre las relaciones de la sociología con la biología y las de la sociología con la psicología reside en el hecho de que las últimas no constituyen vínculos de superposición o de sucesión jerárquicos, tal como las prim eras, sino vínculos de coordinación o incluso de interpenetración. P ara decirlo de otro modo, no existe u n a serie de tres términos sucesivos: biología —» psicología —» sociología, sino un pasaje sim ultáneo de la biología a la psicología y a la sociología unidas; estas dos últimas disciplinas, en efecto, tienen u n mismo objeto pero enfocado desde dos puntos de vista diferentes y com plem en­ tarios. L a causa reside en el hecho de que no hay tres naturalezas hum anas, el hom bre físico, el hom bre m ental y el hom bre social que se superponen o se suceden como los caracteres del feto, del niño y del ad u lto ; por el contrario, existe, por un lado, el organismo determ inado p o r los caracteres heredados así como por los mecanismos ontogenéticos y por el otro el conjunto de las conductas hum anas, cada u n a de las cuales, desde el naci­ m iento y en diversos grados, com portan u n aspecto m en tal y un aspecto social. E n su interdependencia, se puede com parar a las relaciones entre la psicología y la sociología con las relaciones que existen entre dos ciencias biológicas conexas, tales com o la embriología descriptiva y la anatom ía com parada, o la embriología causal y la teoría de la herencia (incluida la teoría de las variaciones o de la evolución) ; no así con las relaciones entre la física y la química antes de su fusión progresiva. Sin em bargo, la imagen es engañosa, ya que la ontogénesis y la filogénesis son más fáciles de disociar que el aspecto individual y el aspecto social de la conducta h u ­ m an a: podríam os prácticam ente com parar las relaciones de la psicología y de la sociología con las del número y del espacio. L a intervención de una relación de contigüidad, en efecto, es suficiente p a ra convertir en espacial todo “conjunto”, o toda relación algebraica y analítica. Todos los problemas que la explicación psicosociológica plantea se observan tam bién en relación con la explicación sociológica; existe, sin embargo, u n a diferencia: en ella el “nosotros” reem plaza al “yo” y las acciones y las “operaciones” , una vez completadas por el agregado de la dimensión colectiva, se convierten en interacciones, es decir en conductas que se m odifican unas a otras (de acuerdo con todos los niveles interca­

lados entre la lucha y la sinergia) o en formas de “cooperación” es decir en operaciones efectuadas en com ún o en correspondencia recíproca. Es cierto que esta aparición del “nosotros” constituye un problem a epistemológico n u evo: m ientras que en psicología el observador estudia sim plem ente la conducta de los otros sin estar necesariam ente él mismo afectado ( salvo en algunas situaciones particulares como la que caracteriza al método psicoanalítico), en sociología, el observador form a p arte por lo general de la totalidad que estudia o de una totalidad análoga o adversa. Ello deter­ m ina que u n conjunto considerable de “preconceptos”, de sentimientos, de postulados implícitos (morales, jurídicos, políticos, etc.) y de prejuicios de clase se interpongan entre el sujeto y el objeto de su investigación, y que la descentralización del prim ero, condición de toda objetividad, sea en ella infinitam ente más difícil que en otros campos. Pero si el “nosotros” es un concepto característico de la sociología, las dificultades que se suscitan en ella en relación con la im parcialidad y con el coraje intelectual requerido p ara la investigación intervienen ya en form a parcial en psicología: ello se debe precisam ente a que el hom bre es uno y que todas sus funciones mentales están igualm ente socializadas. En consecuencia, los diversos problem as referentes a la explicación sociológica que exam inarem os se corresponden con los que hem os discutido en relación con la psicología. Ello se com prueba, en p articu lar, en lo que se refiere al concepto central m ediante el que los sociólogos durkheim ianos intentaron rom per todos los vínculos entre la sociología y la psicología: el concepto de totalidad. U n a sociedad es u n todo irreductible a la sum a de sus partes, decía D urkheim , y que presenta, en consecuencia, nuevas pro­ piedades en relación con aquéllas, de la m isma form a en qu e la molécula, como síntesis, posee propiedades ignoradas por los átomos que la componen. A hora bien, en u n pasaje muy curioso (uno de los únicos en los que haya expresado su opinión' en psicología), D urkheim com para, d e acuerdo con u n a especie de proporción analógica, la relación de la conciencia colectiva con sus elementos individuales con la relación de u n estado de conciencia individual (considerado tam bién como u n todo) con los elementos orgá­ nicos en los que se basa. D e la m isma form a en que u n a representación colectiva (percepción, imagen, etc.) no es el producto de u n a simple asocia­ ción entre elementos orgánicos considerados en form a aislada, sino que constituye desde u n prim er m om ento u n a unidad caracterizada por sus pro­ piedades de conjunto, las representaciones colectivas son tam bién irreduc­ tibles a las representaciones individuales de las que com ponen la síntesis. A hora bien, esta com paración de D urkheim va más allá de lo que se podía presum ir en 1898;1 el concepto de totalidad no sólo es com ún a la socio­ logía y a la psicología, sino que además, este concepto es susceptible de diversas interpretaciones cuyo cuadro es paralelo en las dos disciplinas. A la totalidad por “em ergencia” , tal como la concibe D urkheim le corresponde en psicología, efectivamente, el concepto de form a total o de Gestalt, pero 1 E. D urkheim : “Représentations individuelles et représentations collectives” , R evue de M étaph. et de Morale, 1898.

las objeciones en contra de esta últim a concepción valen tam bién contra la totalidad durkheim iana y en ambos campos se pueden desarrollar con­ cepciones m ás relativistas del concepto de totalidad. Por otra parte, de la m isma form a en que en psicología se deben distinguir las explicaciones genéticas, cuyo objeto son los mecanismos del desarrollo, del análisis de los estados d e equilibrio como tales, existen tam bién tipos de explicación característicos de la sociología diacrónica o dinám ica (evolución histórica de las sociedades) y otros que caracterizan a la sociología sincrónica o estática (equilibrio social). E n ambos campos, psicológico y sociológico, se observan tam bién tres grandes tipos de estruc­ turas mencionados p o r los autores con diversos nombres y que se pueden reducir a los conceptos de ritm o, de regulaciones y de “agrupam ientos” . E n ambos campos, de la m ism a forma, y paralelam ente a explicaciones reales o concretas, se puede recurrir a esquemas axiom atizados; la utiliza­ ción de estos esquemas pone especialmente de m anifiesto la dualidad de las relaciones de im plicación (característica de los sistemas de normas, por ejem plo del encaje de las norm as jurídicas) y las relaciones de causalidad propiam ente dicha. E sta dualidad de las implicaciones inherentes a las representaciones co­ lectivas y de la causalidad que intervienen en la conducta social en ta n to que conducta plantea, en especial, un problem a fundam ental de explicación que que fue propuesto por la sociología m arxista y retom ado bajo otras formas por autores de tendencias muy diferentes, como p o r ejemplo V. Pareto: nos referimos al problem a de las relaciones entre la “infraestructura” y la “superestructura” . L a psicología logró com prender que los datos de la conciencia no explican n ad a a nivel causal y que la explicación causal debe rem ontar desde las conciencias a las conductas, es decir a la acción; de la m isma form a, la sociología, al descubrir la relatividad de las superestruc­ turas en relación con las infraestructuras invoca ta n to a las explicaciones ideológicas como a las explicaciones m ediante la acción; acciones ejecu­ tadas en com ún p ara garantizar la vida del grupo social en función de un cierto m edio m aterial; acciones concretas y técnicas y que se prolongan en representaciones colectivas en lugar de derivar de ellas en un comienzo, como aplicaciones. E l problem a de las relaciones entre la infraestructura y la superestructura está estrecham ente vinculado, en consecuencia, al de las relaciones entre la causalidad de las conductas y las implicaciones de la representación; esto es así tanto cuando estas implicaciones son prelógicas o incluso casi simbólicas, como en el caso de las ideologías variadas, que cuando ellas se coordinan en form a lógica como por ejemplo en las repre­ sentaciones colectivas racionales, de las que el pensam iento científico cons­ tituye el producto m ás auténtico. Esto nos conduce al segundo interés esencial que presenta el conoci­ miento sociológico desde el punto de vista de la epistemología genética. El pensam iento sociológico im porta en epistemología no sólo a título de modo específico de conocimiento, que se debe analizar al igual que otro: im porta tam bién porque el propio objetó de la investigación sociológica engloba el desarrollo de los conocimientos colectivos y, en especial, toda

la historia del pensam iento científico. E n este sentido, la epistemología gehética, que estudia el desarrollo de los conocimientos en el doble plano de su form ación psicológica y de su evolución histórica, depende en igual grado de la sociología y de la psicología; la sociogénesis de las diversas formas de conocimiento, en efecto, es igualm ente im portante que su psico­ génesis, ya que ambos aspectos son indisociables en to d a formación real. Desde este p unto de vista, se deben discutir en p articu lar dos problem as; de su solución, en efecto, depende en definitiva toda la epistemología genética: nos referimos al que concierne a las relaciones entre la sociogénesis y la psicogénesis en la form ación de los conceptos en el niño en el curso de socialización y al que se refiere a los mismos conceptos en la elaboración de los conceptos científicos y filosóficos que se sucedieron en la historia. L a interdependencia de la sociogénesis y de la psicogénesis se presenta en una forma, particularm ente n eta en el terreno de la psicología del niño, a la que nos hemos referido a m enudo p ara explicar la construcción d e los conceptos. A hora bien, esta referencia al. desarrollo intelectual del niño, considerado como embriogénesis m ental, cuyo valor hemos defendido al m encionar los servicios rendidos po r la embriología biológica a la anatom ía com parada (vol. I, Introducción, § 2 ), puede haber causado un cierto malestar en m ás de u n lector. Se ha podido pensar que la psicología del niño explicaría sin d u d a el m odo de form ación de los conceptos o d e las operaciones, si el niño pudiese ser estudiado en sí mismo, independiente­ m ente de toda influencia ad u lta y si el niño construyese así sus pensa­ mientos sin tom ar sus elementos esenciales en el medio social. ¿Pero qué es el niño en sí mismo y no se debe considerar acaso que los niños se definen siempre en relación con algunos medios colectivos muy determ inados? Ello parece evidente y si se ha ado p tad o el térm ino de “psicología del niño” para designar el estudio del desarrollo m ental individual; esto constituye, simple­ m ente, una referencia a los m étodos experimentales utilizados en esta disci­ plina: en realidad, y tan to en lo que se refiere a los conceptos explicativos que utiliza, como en relación con su objeto de investigación, al mismo tiempo que un sector de la psicología misma, la psicología del niño cons­ tituye un sector de la psicología que se ocupa del estudio de la socialización del individuo. Antes de insistir en ello, sin em bargo, señalemos, en prim er lugar que, lejos de constituir u n a objeción p a ra la utilización de los resul­ tados psicogenéticos en epistemología com parada, u n a interdependencia como la que acabam os de señalar entre los factores sociales, mentales y orgánicos en la génesis individual de los conceptos, refuerza por el con­ trario, el interés de esta form ación individual y realza la significación de sus estadios regulares: en efecto, es sum am ente llam ativo que, p a ra construir sus operaciones lógicas y num éricas, su representación del espacio euclidiano, del tiempo, de la velocidad, etc., etc., el niño, pese a las presiones sociales de todo tipo que le im ponen estos conceptos en su estado plenam ente desarrollado y com unicable, deba pasar nuevam ente p o r todas las etapas dé una reconstrucción intuitiva y luego operatoria. L a construcción de

las operaciones de adición lógica y de seriación, etc., necesarias p ara la constitución de una lógica concreta; la de las operaciones de correspon­ dencia biunívoca, con conservación de los conjuntos, necesarias p ara la génesis del núm ero; la de las intuiciones topológicas y de las operaciones de orden, etc., necesarias p ara la constitución del espacio; la seriación de los acontecimientos, el encaje de las duraciones y la intuición de los sobrepasam ientos, constitutivos del tiempo y de la velocidad, etcétera, adquieren de este modo un sentido epistemológico tan to más profundo cuanto que el niño está sumergido en u n m edio colectivo del que hubiese podido tom ar estos diversos conceptos en una form a com pletam ente elaborada. Ahora bien, en lugar de recibir estos conceptos com pletam ente constituidos, entre las representaciones del am biente el niño escoge sólo (com o lo hemos visto en el comienzo de este § 1 ) los elementos que puede asimilar de acuerdo con leyes precisas de sucesión operatoria. N o queremos abusar a este respecto de un- cierto tipo de com paraciones; sin em bargo, a p artir del hecho de que el desarrollo individual está parcial­ m ente condicionado por el medio social y de que la psicogénesis es p a r­ cialm ente una sociogénesis, podemos observar que no p o r ello la embriología m ental pierde interés en la epistemología com parada o gen ética; de la misma form a, la embriología orgánica se interesa en an ato m ía com parada pese a que la eifibriogénesis está determ inada parcialm ente por los genes o factores hereditarios. El desarrollo orgánico individual depende en algunos aspectos de la transmisión hereditaria; igualm ente, el desarrollo m ental individual está condicionado en p arte (adem ás los factores d e m aduración orgánica y de form ación m ental en sentido estricto) por las transmisiones sociales o educativas. En este sentido, un proceso es especialm ente interesante, tanto p ara la epistemología genética como desde el p u n to de vista de las rela­ ciones entre la sociología y la psicología: nos referim os a la existencia de lo que G. Bachelard y A. K oyré designaron con la m etáfora de “mutaciones intelectuales”. L a historia de las ideas científicas, dice así A. Koyré, “nos m uestra al espíritu hum ano enfrentado con la realid ad ; nos revela sus derrotas, sus victorias; nos m uestra qué esfuerzo sobrehum ano le costó cada paso sobre la vía de la intelección de lo real, esfuerzo que en algunos casos conduce a una verdadera «mutación» del intelecto h u m a n o : gracias a esta transform ación los conceptos, penosamente «inventados» por los grandes genios, se hacen no sólo accesibles sino tam bién fáciles, evidentes, p ara los escolares ” .2 Ello señala que en el siglo x x u n niño de 7 años, de 9 años o de 1 2 años, etc., tendrá otras ideas sobre el m ovim iento, la velocidad, el tiempo, el espacio, etc., de las que tenían los niños de la misma edad en el siglo x v i (es decir antes de Galileo y D escartes), en el siglo x antes de nuestra era, etc. Este hecho es evidente y señala con claridad el papel de las transmisiones sociales o educativas; su interés, sin em bargo, aum enta aun en alto grado cuando se percibe cuán poco pasivo es el espíritu del niño: si bien el escolar de 1 2 años que vive en el siglo x x puede pensar el movi­ 2 A. Koyré: A l’aube de la Science classique. H erm ann, 1939, pág. 15.

m iento cartesianam ente, no lo logra, indudablem ente, desde un primer m om ento; por el contrario, pasa a través de una serie de etapas previas, en cuyo transcurso llega incluso a resucitar sin saberlo el aunriepíoTctoK peripatético 3 del que las representaciones colectivas actuales, sin embargo, no contienen ninguna huella. E n otras palabras (y sin que naturalm ente sea necesario invocar un paralelism o térm ino a térm ino entre la ontogénesis, la filogénesis y la sociogénesis histórica), la “m utación intelectual” no se m anifiesta bajo la form a de un reemplazo puro y simple de las ideas antiguas p o r las nuevas: se produce, por el contrario, bajo la form a de una acelera­ ción del proceso psicogenético cuyas etapas se m antienen relativam ente constantes en su orden de sucesión, pero que sé suceden con mayor o menor rapidez en los distintos medios sociales. Estas aceleraciones o estos retrasos del desarrollo, en función de los medios colectivos, señalan en forma acabada la necesidad de recurrir a factores específicamente m entales: la “m utación intelectual” como factor de aceleración, en efecto, no podría explicarse sólo por la m aduración nerviosa (sin recurrir a la herencia de lo adquirido o a u n a preform ación an ticip ato ria), ni sólo m ediante la transm isión social (ya que ella es aceleración y no reem plazo), ni tam poco por la unión de estos dos procesos por sí misma (ya que uno de ellos es invariante y sólo el otro varía) ; la transmisión social acelera el desarrollo m ental individual debido a la siguiente causa (como ya lo hemos visto) : la m aduración orgánica proporciona potencialidades mentales, pero sin estructuración psicológica com pletam ente constituida; la transm isión social, por su parte, proporciona los elementos y el modelo de u n a construcción posible, pero sin im poner esta últim a en un bloque acabado. E ntre ambas existe una construcción operatoria que traduce en estructuras mentales las potencialidades ofrecidas por el sistema nervioso. Pero ella efectúa esta traducción sólo en función de interacciones entre los individuos y, en con­ secuencia, bajo la influencia aceleratoria o inhibitoria de los diferentes m odos reales de estas interacciones sociales. De este m odo, lo biológico invariante (en tanto que hereditario) se prolonga sim ultáneam ente en m ental y en social, y la interdependencia de estos dos últimos factores es lo único que puede explicar las aceleraciones o los retrasos del desarrollo en los diversos medios colectivos. D e este modo se com prueba que la sociogénesis de los conceptos actúa en el seno de la psicogénesis desde los estadios elementales del desarrollo; es evidente, sin embargo, que su influencia aum enta en progresión, por así decirlo, geométrica a m edida que se suceden los estadios ulteriores. Lo social interviene antes que el lenguaje por intermedio de los entrenamientos sensoriomotores, de la im itación, etc., pero sin que produzca una m odifi­ cación esencial de la inteligencia preverbal; su papel au m enta en form a considerable con el lenguaje, ya que apenas se constituye el pensamiento posibilita su intercambio. Com o lo veremos en el § 7, la construcción progresiva de las operaciones intelectuales supone una interdependencia creciente, entre los factores m entales y las interacciones interindividuales. 3 Véase Piaget: La causalité physique chez l'enfant. París, Alean.

U n a vez constituidas las operaciones, se establece por fin un equilibrio entre lo m ental y lo social, en el sentido de que el individuo que se h a convertido en u n m iem bro adulto de la sociedad no puede pensar ya al m argen de esta socialización acabada. Esto nos conduce al segundo problem a esencial que la epistemología genética le plan tea a la sociología: el problem a del papel de la sociedad en la elaboración de los conceptos históricos caracte­ rísticos de la filosofía y de los diversos tipos de conocimiento científico. A hora bien, el análisis sociológico desempeña en este sentido u n papel crítico cuya im portancia no se debería subestimar. L a sociología conecta en form a m uy estrecha el pensam iento con la acción, de la m ism a form a en que lo hace la psicología pero con la única diferencia de que en este caso se tra ta de las relaciones entre representaciones colectivas y conductas ejecutadas en com ún; al hacerlo, la sociología introduce, tarde o tem prano, en los modos de pensam iento comunes o diferenciados que intenta explicar, u n a distinción análoga a la que en el campo individual se puede realizar entre el pensam iento egocéntrico o subjetivo y el pensam iento descentra­ lizado u objetivo: ella reconocerá en algunas formas de pensam iento el reflejo de las preocupaciones del grupo lim itado al que el individuo perte­ nece, tanto cuando se trata del sociomorfismo descripto en las represen­ taciones colectivas d e las sociedades prim itivas como del sociocentrismo nacional o de clase, cada vez más sutil y disfrazado, que se observa en las ideologías y las m etafísicas; po r el contrario, en otras form as de pensa­ m iento discernirá la posibilidad de universalización v erdadera de las opera­ ciones en juego, tal com o sucede en el caso del pensam iento científico. E n lo que se refiere al análisis sociológico del pensam iento filosófico, un paso decisivo h a sido realizado gracias a los análisis de G. Lukács sobre los símbolos literarios y a los de L. G oldm ann sobre sistemas tan im portantes como los de K an t o de Pascal. Podemos concebir entonces desde este m om ento u n a interpretación de la historia de la filosofía en función de los diversos tipos de diferenciaciones sociales según las naciones y las clases de la sociedad. Volveremos a exam inar este punto a propósito de las relaciones entre la infraestructura y la superestructura (§ 6 ). E n lo que se refiere al análisis sociológico de las operaciones intelectuales mismas, cuyo papel en la historia de las técnicas y de las ciencias es evidente, volve­ remos a examinarlo a l térm ino de este capítulo (§ 7). § 2. L a s d i v e r s a s s i g n i f i c a c i o n e s d e l c o n c e p t o d e t o t a l i d a d s o c i a l .

P ara apreciar el alcance de la inversión de las perspectivas realizada p o r la sociología de los siglos xix y xx, n a d a es m ejor que analizar las filosofías sociales que im peraban en los siglos x v i i y x v i i i . ¿D e qué form a actúa Rousseau, por ejemplo, p ara substituir las explicaciones teológicas de? Discours sur l’histoire universalle (Discurso sobre la historia universal) m ediante u n a interpretación de la sociedad basada en la naturaleza y en las aptitudes naturales del hom bre? Rousseau im agina u n buen salvaje, p ro ­ visto de antem ano con todas las virtudes morales y u n a capacidad de representación intelectual tal que este individuo aislado, que nunca conoció a la sociedad, puede anticipar en su espíritu todas las ventajas jurídicas y

económicas de u n “contrato social” que lo vincule con sus semejantes. U na tesis como ésta reposa entonces en dos postulados fundam entales que ilustran en form a sum am ente clara los prejuicios perm anentes del sentido com ún contra los que debió luch ar y debe com batir aún la sociología cien­ tífica. Prim er postulado: existe u n a “naturaleza h u m an a” anterior a las interacciones sociales, innata en el individuo, y que contiene de antem ano todas las facultades intelectuales, morales, jurídicas, económicas,, etc., a los que la sociología, po r el contrario, considera como los productos más autén­ ticos de la vida en común. Segundo postulado, correlativo del p rim ero : las instituciones sociales constituyen el resultado derivado, intencional y en consecuencia artificial de las voluntades inspiradas p o r esta naturaleza hum ana, ya que sólo el individuo posee las características propiam ente “naturales” (cf. el derecho “n a tu ra l”, etcétera). L a inversión de las perspectivas a la que el descubrim iento del pro­ blem a sociológico dio lugar conduce, por el contrario, a p a rtir sólo de la realidad concreta que se le presenta al observador y a la experiencia, es decir la sociedad en su conjunto; tam bién, a considerar al individuo con sus conductas y su conducta m ental en función de esta totalidad y no com o u n elem ento preexistente al estado aislado y provisto de antem ano de las características indispensables p a ra d a r cuenta del todo social. “Se debe explicar al hom bre por la h um anidad y no a la h um anidad p o r el hom bre”, decía A, Gomte; sin em bargo, su ley de los tres estados, desti­ n ad a a proporcionar desde un prim er m om ento el esquema general de esta explicación, puso todo el acento sobre las “representaciones colectivas”, por oposición a los diversos tipos de conducta. Inauguró, de este modo una tradición sociológica abstracta que alcanzó su m áxim o nivel con Durkheim. “Lo que determ ina la form a de ser del hom bre no es su conciencia; su m anera de ser social, por el contrario, determ ina su conciencia”, dijo K. M arx, e inauguró de este, m odo u n a sociología de la conducta o sociología concreta, cuyo coincidencia con la fu tu ra psicología de la conducta fue entonces y de antem ano más fácil. El problem a planteado por la explicación sociológica se origina enton­ ces, desde u n prim er m om ento, en la utilización del concepto de totalidad. El individuo constituye el elem ento y la sociedad el todo. ¿Cóm o se debe concebir, pues, una totalidad que m odifique los elementos de que está form ada sin utilizar p ara ello n a d a m ás que los m ateriales tomados de estos elementos mismos? E l solo enunciado de u n problem a como éste m uestra en grado suficiente su estrecha analogía con todos los problemas de la construcción genética; de este modo, la explicación sociológica en­ cuentra u n simple caso particu lar de dicha construcción, pero de excepcional im portancia. P ara la epistemología, en consecuencia, es indispensable conocer el m odo en que el pensam iento sociológico intentó resolverlo. A hora bien, en este caso, al igual que en otros semejantes, la historia de las ideas m uestra que nos encontram os en presencia no de dos, sino de al menos tres soluciones posibles, y esa tercera puede incluso pjpsentar matices diversos. E n prim er lugar, el esquema atomístico que consiste en reconstituir el todo m ediante la composición aditiva de las propiedades

de los elementos. E n realidad, ningún sociólogo sostuvo nunca este punto de v ista: él se debe al sentido com ún y a las filosofías sociales presociológicas, que explicaban los caracteres del todo colectivo por los atributos de la naturaleza h u m an a innata en los individuos, sin apreciar que de este m odo invertían el orden de las causas y los efectos y explicaban a la sociedad m ediante los resultados de la socialización de los individuos. L a desgraciada discusión que enfrentó a T a rd e y a D urkheim en la solución de un problem a esencialm ente m al planteado, hizo creer que de este modo T ard e explicaba la sociedad m ediante el individuo: al recurrir a la imitación, a la oposi­ ción, etc., T ard e recurría en realidad a relaciones entre individuos, aunque sin apreciar que tales relaciones m odifican a los individuos en su estructura m ental; D urkheim , por su parte, cuando m encionaba la coacción ejercida p o r el todo social insistía con razón en las transform aciones que esta coacción producía en el seno de las conciencias individuales. Sin embargo, no com prendió la necesidad de expresar este proceso de conjunto en rela­ ciones concretas entre los individuos. L a segunda solución es, entonces, la de D urkheim , a la que se puede caracterizar m ediante el concepto de “emergencia” tal como lo desarrolló la biología (véase capítulo 2, § 3) y la psicología de la G estalt: el todo no es el resultado de la composición de elementos “estructurantes” , sino que agrega un conjunto de propiedades nuevas a los elementos que “estructura” . En lo que se refiere a estas propiedades, ellas emergen en form a espontánea de la reunión de los elementos y son irreductibles a toda composición aditiva, ya que consisten, esencialmente, en form as de organi­ zación o de equilibrio. P or ello, D urkheim se niega a to d a explicación psicogenética de los caracteres sociales; la explicación genética en socio­ logía, puede, en efecto, basarse sólo en la historia del todo social mismo, considerado en cada una de sus fases, a título de totalidad indivisible. . Sin em bargo, y pesé a que la explicación atom ística del todo social conduce a atrib u ir al todo social un conjunto de facultades acabadas, bajo la form a de u n espíritu hum ano dado y que escapa a to d a sociogénesis, la transferencia p u ra y simple de este espíritu hum ano al seno de la “conciencia colectiva” constituye tam bién u n a solución insuficiente; ello es así pese a sus ventajas positivas, es decir a la posibilidad de reconstituir la historia de esta nueva realidad que deja de ser in n ata e inm utable y se transform a en el transcurso de los siglos. L a conciencia colectiva, heredera de los poderes hasta el m om ento innatos o a p rio ri del espíritu, presenta, en efecto, el siguiente inconveniente: el de seguir siendo u n a conciencia, o u n núcleo inconsciente de emanaciones conscientes, es decir, hered ar elementos de esta sustancialización y de esta causalidad espiritual de los que la sociología descarga a la psicología, pero sólo para asumir a su vez todo el peso: la inversión de las posiciones es entonces sólo aparente y consiste en un simple desplazamiento de los problem as genéticos, sin reno­ vación real. Surge, pues, la tercera solución: la del relativismo y la de la socio­ logía concreta. Esta afirm a que el todo social no es ni u n a reunión de elementos anteriores ni u n a entidad nueva, sino u n sistema de relaciones.

C a d a u n a de éstas, como relación misma, engendra un a transform ación de los térm inos que vincula. E n consecuencia, el hecho de invocar un conjunto de interacciones no equivale, en absoluto, a recurrir a los carac­ teres individuales como tales. El m atiz individualista de m uchas sociologías de la interacción se origina entonces en m ucho m ayor grado en una psicología insuficiente que en las lagunas del concepto de interacción al que se explota en form a incom pleta. C uando T ard e o Pareto explican la vida social m ediante la im itación o por composiciones de “residuos” , se contentan, de este modo, con u n a psicología rudim entaria; atribuyendo en efecto al sujeto una lógica com pletam ente elaborada o un a colección de instintos perm anentes, sin pensar que estas entidades a las que consideran como datos dependen a su vez de interacciones más profundas. Baldwin, que era sociólogo y psicólogo, percibió perfectam ente, p o r el contrario, la, estrecha conexión que existe entre la conciencia m isma del “yo” y las interacciones de im itación, y fue el prim ero en plan tear el problem a fu n d a­ m ental de la “lógica genética” . Sin em bargo, el defecto común de la m ayor p arte de las explicaciones sociológicas es el de h ab er pretendido constituir desde un prim er m om ento u n a sociología de la conciencia o incluso del discurso; en la v ida social, al igual que en la vida individual, el pensam iento, por el contrario, procede de la acción. T am bién, una sociedad es esencialmente u n sistema de actividades, cuyas interacciones elem entales consisten, en sentido pleno, en acciones que se m odifican unas a otras de acuerdo con ciertas leyes de organización o de equilibrio: acciones técnicas de fabricación o de utilización, acciones económicas de producción y de distribución, acciones morales y jurídicas de colaboración o de coacción y de opresión, acciones intelectuales de com unicación, de búsqueda en com ún o de crítica m u tu a ; en resumen, de construcción colec­ tiva y de puesta en correspondencia de las operaciones. L a explicación de las representaciones colectivas o interacciones que m odifican la concien­ cia del individuo procede entonces del análisis de estas interacciones en la conducta misma. A hora bien, es evidente que desde este tercer p unto de vista no p ueden subsistir conflictos entre la explicación sociológica y la explicación psicológica; por el contrario, una y o tra contribuyen a elucidar los dos aspectos complementarios, individual e interindividual, de cada u n a de las conductas del hom bre en la sociedad, tanto cuando se tra ta de lucha, de cooperación como de te d a variedad interm ediaria de conducta hum ana. A dem ás de los factores orgánicos que condicionan desde el interior los mecanismos de la acción, toda acción supone en efecto dos tipos de interacción que la m odifican desde afuera y que son indisociables una de la otra: la interacción entre el sujeto y los objetos y la interacción entre el sujeto y los otros sujetos. D e este modo, la relación entre el sujeto y el objeto m aterial m odifica al sujeto y al objeto tanto p o r asimilación de éste a aquél, como de acom odación de aquél a éste. L o mismo ocurre en lo que se refiere a todo trabajo colectivo del hom bre sobre la naturaleza: “El trabajo es antes que n a d a u n proceso entre el hom bre y la n a tu ra ­ leza, un proceso en el que el hombre, por medio de su actividad, realiza,

regula y controla sus intercam bios con la naturaleza^ D e este modo, él mismo parece ser u n a fuerza natural frente a la n aturaleza m aterial. Pone en m ovim iento las fuerzas naturales que pertenecen a su naturaleza cor­ poral, brazos y piernas, cabeza y manos, p ara apropiarse de las substancias naturales en u n a form a que pueda utilizar p a ra su pro p ia vida. Al actu ar m ediante su movim iento sobre la naturaleza exterior y al transform arla,' transform a, al mismo tiempo, su propia naturaleza ” .4 Pero si la interacción entre el sujeto y el objeto los modifica: de este m odo a ambos, es evidente a fortiori que toda interacción entre sujetos individuales m odificará a estos unos en relación con los otros. La relación social constituye un a totalidad en sí misma, que produce nuevos caracteres que tran sío im an al individuo en su estructura m ental. Existe entonces u n a continuidad desde la interac­ ción entre dos individuos hasta la totalidad constituida p o r el conjunto; en definitiva, la totalidad así concebida consiste, al parecer, no en u n a sumó, de individuos y de u n a realidad superpuesta a los individuos, sino en un sistema de interacción que modifica a estos últimos en su estructura misma. D efinidos de e.ste m odo por las interacciones entre individuos, con transm isión exterior de los caracteres adquiridos (por oposición a la trans­ misión in te rn a de los mecanismos innato s), los hechos sociales son exacta­ m ente paralelos a los hechos mentales, con la única diferencia de que el “nosotros” reem plaza constantem ente al “yo” ( m o i [T.]) y la cooperación a las operaciones simples. A hora bien, los hechos m entales pueden ser clasificados de acuerdo con tres aspectos distintos, aunque indisociables, de toda conducta: la estructura de la conducta, que constituye su aspecto cognitivo (operaciones o preoperaciones), su energética o economía, que constituye su aspecto afectivo (valores) y los sistemas de índices o de símbolos que actúan como significantes de estas estructuras operatorias o de estos valores. Igualm ente’ los hechos sociales se reducen todos a tres tipos de interacciones interindividuales posibles. Su estructuración, en prim er lugar, agrega a la simple regularidad característica de las estructuraciones m entales u n elemento de obligación que em ana del carácter interindividual de las interacciones en juego: se traduce así en la existencia de las reglas. Los valores colectivos, en segundo lugar, difieren de los valores ligados a la simple relación entre sujeto y objeto por el hecho de que suponen un elemento de intercam bio interindividual. Por últim o, los significantes carac­ terísticos de las interacciones colectivas están constituidos por los signos convencionales, en oposición con los puros índices o símbolos accesibles al individuo independientem ente de la vida social. Reglas, valores de in ter­ cambio y signos constituyen, de este modo, los tres aspectos constitutivos de los hechos sociales, ya que toda conducta ejecutada en com ún se traduce necesariam ente en la constitución de normas, de valores y de significantes convencionales. Y ello es así tanto en relación con to d a lucha u opresión como con las diversas form as de colaboración, ya que incluso en la guerra 4 K . M arx: Le Capital. Ed. Kautsky, pág. 133. C itado por L. Goldm ann: “M arxism e et Psychologie” , Critique, .junio-julio de 1947, pág. 119.

o en la lucha de clases se defienden ciertos valores, se invocan ciertas reglas y se utilizan ciertos signos, independientem ente del alcance objetivo o .subjetivo de estos diversos elementos y de su nivel en relación con la superestructura o la infraestructura de las conductas en juego. L a existencia de las reglas, en prim er lugar, que se observa en toda sociedad, plantea u n problem a interesante en lo que se refiere a la natu­ raleza de las norm as en gen eral., L a acción individual com porta ya, en cierto sentido, un aspecto norm ativo, ligado a su eficacia y a su equilibrio adaptativo. Pero n ad a obliga a u n individuo a hacer bien lo que hace, ni la eficacia de sus acciones ni su regularidad equilibrada constituyen aun norm as obligatorias. El estudio de los hechos m entales en el niño muestra, p o r otra parte, que la conciencia de la obligación supone la relación entre al menos dos individuos, aquel que obliga m ediante sus órdenes o sus con­ signas y el que es obligado (respeto unilateral), o que se obligan ambos en form a recíproca (respeto m u tu o ). Además, es evidente que el individuo que obliga puede ser obligado por su parte por reglas que se retrotraen sucesivamente hasta las generaciones más alejadas de las que es heredero social. Además, estas reglas se aplican a todo y estructuran tan to los signos mismos (reglas gram aticales, etc.) y los valores (reglas morales y jurídicas) como los conceptos y las representaciones colectivas en general (lógica). E n lo que concierne a las reglas del pensam iento, ellas tienen u n a doble naturaleza: por u n lado, formas de equilibrio de las acciones individuales, en tanto que. ellas alcanzan u n estado de composición reversible; p o r el otro, son impuestas como norm as po r el sistema de las interacciones interindivi­ duales (veremos el por qué en el § 7 ). Ello señala, concretam ente, que si el individuo se ve conducido a introducir una cierta coherencia en sus acciones cuando pretende que éstas sean eficaces, está por el contrario obligado a esta coherencia cuando colabora con el prójim o: el im perativo hipotético de la acción individual corresponde a su im perativo categórico en el caso de la acción colectiva; se debe agregar que histórica y genética­ m ente estos dos im perativos son en u n principio sólo u n o ; el im perativo hipotético difiere sólo en form a secundaría porque la acción individualizada, p or su parte, se diferencia sólo progresivam ente dé la acción com ún (o vivida como t a l ) . E n segundo lugar, el hecho social se presenta bajo la form a de valores de intercam bio. El individuo po r sí mismo conoce algunos valores, deter­ m inados por sus intereses, sus placeres o sus penas y su afectividad en general; tales valores son sistematizados espontáneam ente en él gracias a los sistemas de regulaciones afectivas y estas regulaciones tienden hacia el equilibrio reversible que caracteriza a la voluntad (én paralelo con las operaciones intelectuales). Por o tra p arte,.su actividad propia, es suficiente p ara introducir u n a cierta cuantificación de los valores; como lo veremos a continuación, esto los com prom ete en el sentido del valor económico: la “ley del m enor esfuerzo” expresa de este modo la relación entre un trabajo m ínim um y un resultado m á x im u m ; el trab ajo en sí mismo y las fuerzas consumidas, en su realización, constituyen, de este'm odo, valores

p ara el individuo, que son com parados con los valores de los objetos que utiliza y que condicionan entonces a éstos; el papel de la escasez en el m eca­ nismo de las elecciones conduce tam bién a u n a cuantificación individual del valor. Pero estos valores, cualitativos o en partes cuantitativos, son variables y fluidos m ientras no den lugar a intercam bios. El valor de in te r­ cambio constituye de este modo el hecho nuevo que consolida socialmente los valores; también los transform a al d eterm inar que dependan no sólo de la relación entre un sujeto y los objetos, sino tam bién del sistema total de las relaciones entre dos o varios sujetos, p o r u n lado, y los objetos por el otro. .Por definición, los valores de intercam bio com prenden todo lo que puede d a r lugar a un intercam bio, desde los objetos que se utilizan p ara la acción práctica hasta las ideas y representaciones que dan lugar a u n intercam bio intelectual, incluyendo además los valores afectivos in terin d i­ viduales. Estos diversos valores siguen siendo cualitativos (es decir de cuantificación puram ente intensiva, vol. I, cap. 1, § 3 ) , m ientras resultan de un intercam bio no calculado, sino sim plem ente subordinado a regula­ ciones afectivas cualesquiera de la acción (intereses altruistas tanto como egoístas) ; por el contrario, se los llam a económicos 5 a p a rtir del m om ento en el que dan lugar a u n a cuantificación extensiva o m étrica, basada esta últim a en la m edida de los objetos o de los servicios intercam biados. P or ejemplo, u n intercam bio de ideas entre un estudiante de física y u n estu­ diante de filosofía no constituye un intercam bio económico m ientras se trate sólo de una libre conversación (incluso si este intercam bio es “intere­ sado” p o r ambas partes) ; en cambio, el intercam bio de u n a hora de física po r u n a hora de filosofía se convierte en u n intercam bio económico, incluso si las ideas intercam biadas sean las mismas que en el caso anterior: ello se debe a que el intercam bio ha sido “calculado” en form a intencional y que el tiem po de la conversación h a sido m edido (independientem ente del núm ero o de la im portancia de las id e a s). L a cuantificación del valor económico puede ser simplemente extensiva como en el caso de un trueque con evaluación aproxim ada o convertirse en m étrica (con construcción de m edidas comunes bajo la form a de diversas variedades de m oneda). L a relación entre las reglas y los valores es com pleja. Los durkheim ianós identifican estos dos términos, ya que consideran que toda coacción social constituye u n a obligación en su form a (y entonces un a regla) y u n valor en su contenido. Es exacto que nu n ca se observa un “campo” de valores sociales sin que este cam po esté enm arcado por reglas: de este modo, los valores económicos tienen como límite a u n conjunto de reglas morales y jurídicas, que por otra parte son elásticas y que proscriben determ inadas formas de robo (el robo, sin embargo, conduce al m á xim u m de beneficio contra u n m ínim um de pérdidas, como lo subrayó con fineza S a g e re t); los valores intelectuales están enm arcados por las reglas lógicas, y cuando 5 Véase nuestro artículo “Essai sur la théorie des valeurs qualitatives en sociologie statique”, Publ, Fac. Se. Écon, et Soc. de l’Université de Genéve, vol. nr,

págs. 31-79,

el conjunto de u n sistema está form alizado estas reglas, incluso, se con­ vierten en la única fuente de los valores de verdad y de falsedad; etc. De todas formas, sin em bargo, los valores pueden estar regulados en m ayor o m enor m edida, lo que señala en grado suficiente la realidad de estos dos tipos de hechos sociales. Al límite, u n valor puede incluso escapar m om en­ táneam ente a toda regla, como u n a idea que seduce a u n espíritu al m argen de toda reglam entación. E n el otro extremo, existen por el contrario valores a los que se puede llam ar norm ativos porque tienen valor sólo en función de reglas: por ejemplo, los valores morales, jurídicos o lógicos. Ello se debe a que la función esencial de la regla es la de conservar los valores y que el único medio social p a ra conservarlas es el de convertirlos en obligados u obligatorios. T odo valor tendiente a conservarse en el tiem po se hace entonces norm ativo: un intercam bio a crédito d a lugar a u na le tra de crédito y a una deuda que son valores regulados ju ríd icam en te; una hipótesis científica da lugar a u n a conversación lógica obligada en el trans­ curso de los razonamientos que la tienen como objeto; etcétera. Por último, el signo, o medio de expresión que sirve p a ra la transm i­ sión de las reglas y de los valores constituye el tercer aspecto del hecho social. El individuo por sí mismo, es decir independientem ente de toda interacción con su prójim o, logra constituir “símbolos” por sem ejanza entre el significante y el significado (como po r ejemplo la imagen m ental, el símbolo lúdico de los juegos de im aginación, el sueño, e tc .). El signo, por el contrario es arbitrario y supone en consecuencia u n a convención, explícita y libre como en los casos de los signos m atem áticos (llamados símbolos por el lenguaje com ente, pero que son en realidad signos), o tácito y obligado (lenguaje corriente, etc.). Los sistemas de signos son muchos y esenciales para la vidá social: los signos verbales, la escritura, los gestos y la m ím ica afectiva y de la am abilidad, las modas indum entarias (signos de clases sociales, de profesión, etc.), los ritos (mágicos, religiosos y políti­ cos, etc.) y así sucesivamente. Además, muchos signos se acom pañan con un simbolismo (en el sentido que hemos definido anteriorm ente) y el hecho es tan to m ás frecuente cuanto que las sociedades son más “prim itivas” y las representaciones colectivas menos abstractas, es decir menos socializadas. Los sistemas de signos engloban incluso algunos símbolos colectivos más complejos y semiconceptuales, como por ejemplo los mitos y relatos legenda­ rios, que son en m ayor grado más significantes que significados (pese a que son, por su parte, tam bién significados en relación con las palabras que los expresan) : en efecto, son portadores de u n a significación mística y afectiva que va m ás allá del relato mismo y de la que éste es el significante. Los mitos religiosos,, por su parte, se prolongan en mitos políticos: toda ideología social, incluidas las metafísicas, participa a este respecto del sistema de los signos en mayor grado que de las representaciones colectivas racionales; desde este punto de vista, constituye u n a especie de pensam iento simbólico cuya significación inconsciente supera am pliam ente los conceptos raciona­ lizados que representados po r sus significados. E n efecto, en u n a represen­ tación colectiva objetiva, el valor se origina en el concepto mismo, del que expresa la utilización adecuada, mientras que en u n a ideología el

concepto es sólo un símbolo de los Valores que le son atribuidos desde el exterior. D e esta m anera to d a interacción social se m anifiesta bajo la form a de reglas, de valores y de signos. L a misma sociedad, por otra parte, constituye u n Sistema de interacciones que se inician con las relaciones de los individuos dos a dos y se extienden hasta las interacciones entre cada uno de ellos y el conjunto de los otros, incluyendo las acciones de todos los individuos anteriores, es decir de todas las interacciones históricas, sobre los individuos actuales. Se aclara entonces el problem a d e com prender en qué sentido el pensam iento sociológico utiliza el concepto de “totalidad” . Al haberse excluido la posibilidad de que u n a totalidad se reduzca a un a sum a de individuos, ya que éstos son modificados por las propias inter­ acciones, y tam bién la solución de u n a totalidad que “emerge” sin otra interacción, quedan dos soluciones; éstas, p o r otra parte, pueden ser acep­ tadas en form a sim ultánea o u n a con exclusión de la otra. L a totalidad social podría estar constituida por u n a composición aditiva de todas las interacciones en juego. P o r el contrario, podría consistir tam bién en u n a “m ezcla”, en el sentido pirobabilístico del térm ino (vol. II, cap. 3 ), entre las interacciones, con interferencias complejas con resultados m ás o menos probables. L a totalidad social, por últim o, p odría ser parcialm ente sus­ ceptible de composición y perm anecer en parte en el estado de mezcla estadística. A hora bien, la tom a de partido entre estas diversas soluciones supone, precisam ente, el examen separado de los sistemas de signos, de valores y de reglas. E n efecto, ta n to cuando se tra ta de las diferentes formas del Estado, de las revoluciones, de las guerras, de la lucha de clases y de todos los fenómenos que se deben estudiar en sociología concreta, los antagonismos al igual que las formas de equilibrio relativo se reducen siempre a p ro ­ blem as de normas, de valores (cualitativos o económicos) y de signos (incluidas las ideologías); por ello, el conflicto de la arm onía de las acciones y de las fuerzas está polarizado necesariam ente de acuerdo con estos tres aspectos del hecho social. Sin embargo, el restablecim iento del equilibrio no podría efectuarse en fo rm a idéntica según que se trate del uno o del otro de estos mismos aspectos, el hecho de que nos vemos obligados a distinguirlos señala por sí solo, en efecto, u n a diversidad en los funciona­ m ientos respectivos; im p o rta señalar este hecho, p a ra caracterizar el con­ cepto de u n a totalidad social, por ideal que ésta sea. E n este sentido, el problem a puede ser form ulado del siguiente m odo: ¿los signos, los valores y las reglas son reductibles a composiciones lógicas? El problem a sociológico de la totalidad asume su p len a significación epistemológica desde el ángulo de este problem a de estructura. E n lo que se refiere a las norm as o las reglas, se puede observar, en prim er lugar, que, pese a que en algunos campos excepcionales, las reglas constituyen efectivamente sistemas con u n a composición racional o lógica, existen m uchos campos en los que las reglas no h a n logrado en absoluto ese estado de equilibrio coherente; ello se debe a que constituyen una

mezcla de elementos heterogéneos, heredados de diversos períodos de la historia o de la prehistoria sociales. E n este sentido, es instructivo com parar u n sistema de norm as intelectuales que rigen el pensam iento científico de u n a época y el sistema de las norm as morales im perantes en u n momento dado de la historia de una sociedad. T an to las prim eras norm as como las segundas pueden provenir de períodos históricos muy diferentes y haber form ado p a rte de contextos que en la actualidad serían inconciliables en sus conjuntos respectivos. Sin embargo, la sistematización de las normas racionales es, en la actualidad, al mismo tiem po móvil y estricta, es decir que sacrifica sin vacilaciones los antiguos principios cuando a éstos los contradicen otros m ás recientes. P or el contrario, la m oral de u n a sociedad se puede com parar con u n terreno compuesto, en el que la estratigrafía revela restos de épocas sucesivas, sim plem ente superpuestos o yuxtapuestos; algunos espíritus o algunos sectores de la sociedad logran u n a unificación relativa, com parable con la sistematización lógica realizada p o r la élite intelectual; esta élite moral enfrenta, sin em bargo, resistencias más grandes en sus esfuerzos renovadores, a causa del respeto p o r las tradiciones estable­ cidas. E n lo que se refiere al derecho la situación es interm ediaria; desde un p unto de vista formal, la jerarq u ía y las normas jurídicas que se extienden entre la constitución de u n estado y las “norm as individualizadas” constituye u n todo coherente; en su contenido, sin embargo, las leyes pueden contradecirse en form a parcial o, constituir al menos u n mosaico de elementos de origen heterogéneo y de intenciones contrarias. E n resumen, los sistemas de reglas oscilan entre los dos aspectos posibles de las totalidades colectivas: composición lógica o mezcla, lo que plantea los dos problemas de la influencia del desarollo histórico de las norm as sobre su estructura actual y de su form a de equilibrio propia. E n lo concerniente a los valores, el problem a es m ucho más complejo. Por cuanto no se , tra ta de valores normativos, es decir, regulados por norm as susceptibles de composición lógica, sino de intercam bios relativa­ m ente libres, es evidente que u n sistema de valores espontáneos está orien­ tado netam ente en la dirección de las totalidades de carácter estadístico, o mezclas caracterizadas po r interferencias fortuitas. Los valores econó­ micos en u n a economía no dirigida, así como los valores cualitativos en curso en u n a vida política som etida al juego de las partes o en las fluctua­ ciones de las m odas literarias y filosóficas, constituyen modelos de compo­ siciones aleatorias y no aditivas. E n consecuencia, sólo u n a subordinación de los valores a las normas puede perm itir su sistematización bajo la form a de totalidades lógicas. E n lo que se refiere a los signos, los trabajos de los lingüistas nos inform an en grado suficiente sobre la form a en que sus sistemas se originan en la interferencia de los factores históricos y de los factores de equilibrio; sobre todo nos inform an del m odo en que las irregularidades inherentes al lenguaje intelectual son perturbadas en todo m om ento por la acción de los valores inherentes al lenguaje afectivo. U n lenguaje, entonces, puede llegar a constituir u n a totalidad lógica sólo con la doble condición de u n a adecuación com pleta de los significantes a los significados, y de una

subordinación com pleta de los valores a las n o rm as: en realidad, ello sucede sólo en el caso de los lenguajes exclusivamente convencionales que expresan u n juego de conceptos que por su parte son tam bién com pletamente rigu­ rosos; es decir, del simbolismo logístico y m atem ático. F u era de u n tal estado límite, todo sistema de signos oscila entre la totalidad por com po­ sición lógica y la totalidad-m ezcla: éste es el caso, entre otros, del simbo­ lismo, de los mitos y de las ideologías, cualquiera que sea su racionalización aparente. En conclusión, las totalidades sociales oscilan entre dos tipos. E n uno de los extremos, las interacciones en juego son relativam ente regulares, pola­ rizadas por norm as u obligaciones perm anentes y constituyen sistemas susceptibles de composición; se presiente su analogía con los agrupam ientos operatorios en el caso en el que éstos fuesen aplicados a los intercambios y a las acciones jerarquizadas individuales como las operaciones intraindivi­ duales. E n el otro extremo, la totalidad social constituye u n a mezcla de interacciones que interfieren entre sí y cuyos modos de composición re­ cuerdan las regulaciones o los ritmos de la acción individual: el todo social ya no representa entonces la suma algebraica de estas interacciones, sino estructura de conjunto análoga a las G estalten psicológicas o físicas, es decir, a los sistemas en los que se agregan fuerzas nuevas a los componentes a causa del carácter probabilista de la composición. E n el sentido corriente del término, la “sociedad” es un compromiso entre estos dos tipos de totalidades. P ara explicar los hechos sociales relativos a tales totalidades, la sociología se encuentra entonces en presencia de dos tipos de problem as; el interés epistemológico de estos problem as se relaciona en especial con su correspondencia con los dos problemas centrales de la explicación psico­ lógica: el problem a de las relaciones entre la historia y el equibrio (entre los puntos de vista diacrónico y sincrónico) y el de los mecanismos mismos del equilibrio (ritm o,'regulaciones y agrupam ientos). § 3. L a

e x p l ic a c ió n e n

s o c io l o g ía .

’A . L o

s in c r ó n ic o

y l o d ia c r ó -

Como acabamos de ver al exam inarlo desde el punto de vista de las reglas, de los valores y de los signos, las dificultades características del problema de la totalidad social se relacionan con el problem a esencial de las relaciones entre la historia de los hechos sociales y el equilibrio de una sociedad considerada en un m om ento específico de su desarrollo: ¿ depende este equilibrio de la sucesión histórica de las interacciones o sólo de la interdependencia de las relaciones contem poráneas? Se observa de inmediato que este problem a se plantea en térm inos diferentes en lo que concierne a las reglas, cuya función es antes que n ad a la de garantizar la perm anencia en el tiempo, en el de los valores no normativos que expresan esencialmente u n estado m omentáneo del equilibrio de los intercam bios y en el de los signos que participan de am bas naturalezas. Este problem a de las relaciones entre la historia y el equilibrio se plantea ya en biología y en psicología (y en form a general en todos los campos en los que interviene el desarrollo histórico) ; sin embargo, es m ucho más delicado en sociología que en psicología. E n u n a evolución individual, n ic o

.

que comienza con el nacim iento y culm ina en el estado adulto o en la muerte, el equilibrio intelectual y afectivo aparece como el térm ino del desarrollo mismo; de este modo, se debe considerar que el equilibrio final es realizado por mecanismos relacionados con los que efectúan la sucesión de los estadios evolutivos. E n u n a sociedad, cuya m uerte en general es sólo m etafórica y cuyos estados de apogeo podrían ser com parados con la edad adulta de la vida sólo verbalmente, los problem as de equilibrio y de desarrollo se plantean en form a diferente; su relación presenta un conjunto de problem as esenciales: ¿se debe considerar que la evolución social tam ­ bién tiende a u n equilibrio final, con o sin reducciones previas, o ella consiste en una alternancia de fases más o menos equilibradas y de desequi­ librios m ás o menos profundos? ¿E n uno o en otro de estos casos, se pueden aplicar los mismos modos de explicación al devenir social y a las inter­ dependencias entre fenómenos simultáneos? Desde los comienzos de la sociología, A. Com te contraponía la so­ ciología estática o teoría del “orden”, es decir del equilibrio social, a la sociología dinám ica, o teoría del “progreso” , es decir de la evolución; esta descripción se m antuvo clásicamente bajo formas diversas. L a socio­ logía de K arl M arx com porta también, por su parte, u na teoría evolutiva, relacionada con la historia económica y política y u n a teoría del equilibrio, ligada al advenim iento del socialismo final; los caracteres de este equilibrio difieren en form a profunda de los mecanismos en juego en la evolución anterior (reabsorción del derecho en la m oral, desaparición del Estado baje el efecto de la estatización general, etc.). Incluso autores cómo D urkheim y Pareto, que tienen tendencia a sacrificar uno de estos aspectos en beneficio del otro (el prim ero insiste sobre todo en los procesos genéticos o históricos y el segundo en el mecanismo del equilibrio) se ven obligados a distinguir dos formas de relaciones: entre otras reglas, D urkheim plantea que la historia de. u n a estructura social no explica su función actual (regla que no siempre aplicó, como lo veremos enseguida) y P areto distingue la perm anencia de.las “clases” de residuos en la historia y la desigual distri­ bución de las mismas “clases” de residuos de acuerdo con las clases sociales de una sociedad considerada estadísticamente. Sin embargo, la distinción entre ambos puntos de vista se impuso en form a sistemática sólo con el advenim iento de la lingüística,.es decir con la más precisa de las disciplinas sociales, sin d uda alguna. T al como lo demostró F. de Saussure, se puede estudiar la lengua no sólo desde el punto de vista “diacrónico” , es decir de su evolución histórica, sino tam bién desde el punto de vista “sincrónico”, es decir como un sistema de elementos interdegendientes y en equilibrio en un m om ento dado de la h isto ria: ahora bien, no se puede afirm ar que los dos puntos de vista se correspondan, ya que la etimología de u n a palabra no es en absoluto suficiente para determ inar su significación en el sistema actual de la lengua. Esta signifi­ cación depende tam bién de las necesidades de com unicación y de expresión que se pueden experim entar en un momento dado, y el sistema sincrónico de estas necesidades puede m odificar los valores semánticos, en p arte inde­ pendientem ente de la historia de las palabras y de sus significaciones

anteriores . 6 A hora bien, se observa de inm ediato el carácter general de este problem a que planteó la lingüística saussuriana. Ya en biología, un órgano puede cam biar de función y órganos diferentes p ueden satisfacer sucesivamente u n a m ism a función: de este modo, la vejiga n atato ria de algunos dipneos desem peña el papel de pulm ón, etc. E n psicología, la evolu­ ción de los intereses (o valores intraindividuales) puede dar lugar a reestruc­ turaciones com pletas: lo que era simple conducta de compensación puede convertirse en el interés dom inante de un individuo, etc. E n sociología, en la historia de los ritos y de los mitos, en lo que concierne a los sistemas de signos, se pueden observar m últiples transform aciones de las significaciones; por ejemplo, cuando u n a nueva religión absorbe poco a poco y progresiva­ m ente las tradiciones autóctonas de las com arcas en las que se la introdujo. Podemos preguntarnos, entonces, hasta qué punto el dualismo de lo sincrónico y de lo diacrónico dom ina los diferentes aspectos de la vida social. Si pudiésemos abarcar en u n a sola m irada sintética el conjunto de los hechos sociales en u n mom ento dado de su historia, se p o d ría sin duda decir que cada estado depende del precedente en una serie evolutiva .continua. Pero se percibirían entonces interferencias de algunas interaccioJies; esta mezcla, precisam ente, determ ina modificaciones en la función (es decir en los valores y en las significaciones) de algunas estructuras, independientem ente de su historia anterior. A hora bien, las necesidades del análisis im ponen u n estudio en u n prim er momento separado de los diferentes aspectos de la sociedad; en consecuencia, no podem os conocer de antem ano la im portancia de estas interferencias. Nos vemos obligados por ello a distinguir en form a sistemática el p u n to de vista sincrónico, ligado al equilibrio, y el punto de vista diacrónico o del desarrollo. Ello da lugar a dos tipos de explicaciones diferentes en sociología, cuya con­ ciliación puede ser realizada sólo a posteriori: la explicación genética o histórica y la explicación funcional relacionada con la form a de equilibrio. Dos ejemplos perm itirán apreciar la necesidad de esta distinción: uno tom ado de D urkheim , que centralizó toda su doctrina en el m étodo histórico a costas de los problem as sincrónicos, y el otro d e Pareto que sacrificó el desarrollo al análisis del equilibrio. Se sabe que D urkheim sintió en form a m uy profunda la continuidad espiritual que liga las sociedades contem poráneas con su pasado, y ello hasta los estadios más elementales que él intentaba descubrir en las sociedades llam adas prim itivas en el sentido etnográfico (y no prehistórico) del térm ino. Por ello, cuando intentaba explicar nuestra lógica, nuestra m oral, nuestras instituciones jurídicas y sociales, etc., se rem ontaba sistemáticam ente hasta el análisis de las representaciones colectivas prim itivas u “originales” . A hora bien, e independientem ente de los problem as que plantea en lo qu e se refiere a la reconstitución exacta de los fenómenos sociales elementales y 6 Por ejemplo, “sin duda” h a term inado por significar “con duda” ; “puesto que” derivado de “después” (sucesión tem poral) expresa una relación intem poral de razón de consecuencia lógica; etcétera.

de las filiaciones que perm iten su continuidad con los fenómenos actuales, este método sociogenético conduce a resultados m uy diferentes según los tipos de relaciones estudiados. Cuando lo que se explica es la estructura de las ideas, racionales, morales, jurídicas, etc., el método tiene u n a fecun­ didad indudable. E n cualquier proposición que enunciamos, las palabras utilizadas derivan de lenguas anteriores y, de este modo, son solidarias, sucesivamente, de los idiomas m ás antiguos y más primitivos de la h u m a­ nidad; no sólo eso, sino que tam bién las raíces de los conceptos mismos, vehiculizados po r el lenguaje, se encuentran en un pasado indefinidam ente alejado o resultan de diferenciaciones a p a rtir de conceptos elementales. Sin embargo, cuando se debe pasar de la historia al valor actual d e las ideas, se p lan tea u n a dificultad general que D urkheim percibió perfecta­ m ente pero que no siempre supo evitar: la sociogénesis de las estructuras no explica sus funciones ulteriores, ya que, al integrarse en nuevas totali­ dades, estas estructuras pueden cam biar de significación. E n otros términos, si bien la estructura de un concepto depende efectivamente de su historia anterior, su valor depende de su posición funcional en la totalidad de la que form a parte en u n m om ento dado; la génesis determ ina el valor actual de los conceptos 7 sólo en el caso en que la historia consista en u n a suce­ sión de totalidades orientadas hacia u n equilibrio creciente. L a prohibición del incesto constituye u n buen ejemplo de ello; D urkheim la retro trae a la exogamia totém ica: dicha interpretación, que podemos aceptar a título de hipótesis, plantea de inm ediato el problem a de saber por qué, en tre los innum erables tabúes totémicos, éste es el único que se conservó a diferencia de tantos otros, que fueron totalmente; dejados a un lado p o r las sociedades originadas en el clan prim itivo;, ello se debe, evidentemente, a que los otros tabúes perdieron toda significación funcional, m ientras que la prohibición del incesto m antiene u n valor en nuestras sociedades a causa de factores actuales (o actuales por el m om ento), por ejemplo los revelados p o r la psicología freudiana. Pareto estudió en particular este aspecto sincrónico de las interacciones sociales. T o d a su teoría del equilibrio social se basa en la idea de la inter­ dependencia de les factores en un m om ento dado de la historia de una sociedad y sobre la constancia de las leyes de equilibrio independientem ente de la histeria de las sociedades particulares. D e este modo, se podría com parar a la sociedad con u n sistema de fuerzas en interacción mecánica, estas fuerzas estarían constituidas no por las normas, las representaciones colectivas, etc., sino por u n a realidad subyacente (hipótesis insp irad a por la de la infraestructura m a rx ista ): los “residuos” o intereses constantes, análogos a los instintos, que se sitúan en la base de las organizaciones sociales animales. A hora bien, Pareto distribuye a los residuos en seis grandes “clases”, y cada clase en “géneros” particulares; luego, se lim ita a dem ostrar que los géneros varían en el transcurso de las etapas del desarrollo social, pero que estas variaciones se compensan, de modo tal que las “clases” se m antienen por su p arte constantes (salvo de u n nivel o de u n a clase a otra T T al como sucede en la psicogénesis individual.

de la pirám ide social, en cada etapa considerada de la h isto ria ). Pero es evidente que esta ley de la constancia de los residuos en el tiem po depende p o r entero de la clasificación adoptada: siempre se puede proceder de un m odo tal que sea posible construir una clasificación en la que los “géneros” se com pensen m anteniendo invariantes las “ clases” ; ello exige la condi­ ción de escoger arbitrariam ente los elementos de estas últimas, de form a tal de disponer de las compensaciones necesarias. Por lo tanto, la clasifi­ cación de P areto sigue siendo, precisam ente, bastante arbitraria, porque cada u n a de sus “clases” es singularm ente heterogénea, como si él hubiese m anejado todos los elementos indispensables p ara m antener la constancia del conjunto, pese a las variaciones del detalle. El único medio p ara evitar este defecto sería el de buscar, lo que P areto no hizo, los parentescos genéticos reales entre las tendencias afectivas o intelectuales, reunidas en u n a m ism a categoría; ello supondría todo un trabajo histórico a la m anera del método durkheim iano, en lo que se refiere a las normas y representa­ ciones colectivas, o del método m arxista en lo que se refiere a las necesi­ dades elementales y a las técnicas. Se puede apreciar de este modo que la dificultad esencial inherente a toda teoría sociológica consiste en conciliar la explicación diacrónica de los fenómenos, es decir la de su génesis y su desarrollo, con la explicación sincrónica, es decir la del equilibrio. Ambos tipos de explicaciones son nece­ sarios, ya que u no solo no basta p ara d ar cuenta de los mecanismos carac­ terísticos del cam po del otro; todo parece indicar, sin embargo, que incluso su unificación a posteriori presenta m uchas dificultades; esto es lo que constituye el interés general del problem a, independientem ente de las teorías particulares exam inadas hasta el momento. En consecuencia, debemos In ten tar com prender las causas de este dualismo entre las explicaciones de la génesis y la del equilibrio, sin inmiscuirnos, por supuesto, en los debates de la sociología misma, y m anteniéndonos en el terreno exclusivo de las estructuras del conocimiento como tales, utilizadas por los sociólogos. A hora bien, estas causas son dos. L a prim era se relaciona con el con­ tenido mismo del pensamiento sociológico, es decir con la n aturaleza de esta totalidad social no íntegram ente susceptible de composición (porque se observan en ella elementos fortuitos y de desorden) a la que la explica­ ción sociológica debe adaptarse. L a segunda se debe a la estructura form al de este mismo pensam iento: mientras la explicación de la génesis es tanto m ás causal cuanto que se rem onta a las afecciones afectivas de que proceden los hechos sociales, las relaciones entre la historia y el equilibrio suponen u n análisis diferente de las reglas, de los valores y los signos, que corres­ ponden al cam po de las implicaciones; un equilibrio acabado d aría lugar incluso a su unificación bajo la form a de u n a subordinación del conjunto de los signos y de los valores a la necesidad norm ativa; ello conduciríaentonces a u n a explicación esencialmente im plicatoria de este equilibrio. E ste pasaje de lo causal a lo implicativo constituye, de este modo, la segunda causa de las dificultades inherentes a las explicaciones sociológicas. E xam i­ nemos ahora estas dos causas, una por una.

SiJ a totalidad social constituyese un sistema íntegram ente susceptible de composición, por composición lógica de las interacciones en juego, sin intervención de la mezcla fortuita o del desorden, es evidente que su desa­ rrollo histórico explicaría el conjunto de sus conexiones presentes; es decir las relaciones diacrónicas determ inarían todas las relaciones sincrónicas de sus elementos. C uando en las interacciones, por el contrario, interviene una mezcla, la historia de u n a totalidad no determ ina los elementos en relación con el equilibrio actual: cada estado particular constituye una totalidad estadística nueva, que no puede ser deducida en el detalle de las totalidades estadísticas precedentes. L a historia de u n sistema estadístico (mezcla) determ ina las form as ulteriores de equilibrio sólo cuando se tr a t a . de prever la form a de equilibrio de conjunto del sistema, independiente­ m ente del detalle de las relaciones entre elementos, y aun en el caso de una evolución extrem adam ente probable (como la evolución de la entropía en físic a ); de todas formas, cabe una reserva en lo que se refiere a las fluctua­ ciones siem pre posibles. Pero en u n sistema que rio consiste ni en una composición aditiva o lógica ni en p u ra mezcla y que oscila simplemente entre estos dos tipos (como la historia de la lengua) lo fortuito excluye el pasaje unívoco de lo diacrónico a lo sincrónico en lo que concierne al detalle de las relaciones. Desde este prim er p u n to de vista, Ja condición necesaria p ara una síntesis de lo diacrónico y de lo sincrónico sería que el conjunto de los hechos sociales estuviese sometido a las leyes de un a evolución dirigida, ^es decir que consistiesen en u n a equilibración gradual, como en la sucesión del estadio del desarrollo individual. Precisamente, esto es lo que intentaron los constructores de estas grandes “leyes de evoluciones” que, como la de Auguste Com te o de Spencer, intentan abarcar la totalidad de los hechos sociales. Pero estos intentos fueron bastante inconsistentes, por u n lado, a causa de la vaguedad de los conceptos utilizados (los tres estados, el pasaje de lo homogéneo a lo heterogéneo, la integración creciente, etc.) y, por otra parte, a causa de su optim ismo u n poco desconcertante. L a concepción m arxista de u n desarrollo de los hechos económicos orientado hacia un estado estable de equilibrio final revela por el contrario la existencia de las luchas y de las oposiciones continuas; equivale, entonces, a concebir la historia com o una serie de desequilibrios más o menos profundos que preceden u n a equilibración ulterior: en este caso existe, efectivamente, una previsión de conjunto, pero imprevisibilidad del detalle a causa del desorden mismo que las interacciones componentes señalan, lo que equivale a afirm ar la heterogeneidad actual de lo sincrónico y de lo diacrónico. Pero el problem a de lo diacrónico y de lo sincrónico se debe sobre todo a la estructura m ism a de la explicación sociológica, que oscila, al igual que la explicación psicológica, entre la causalidad y la implicación. Reglas, valores y signes proceden, en efecto, de la acción misma, ejecutada en com ún y cuyo objeto es la naturaleza, pero los tres dan lugar a relaciones que superan esta causalidad y constituyen implicaciones. A hora bien, es evidente que un a relación de causalidad es diacrónica, por estar ligada a una sucesión en el tiem po, m ientras que un vínculo de inaplicación ~es

sincrónico, ya que consiste en u n a relación necesaria y extem poránea. L a síntesis de lo diacrónico y de lo sincrónico dependerá entonces tam bién de^la^ correspondencia entre los elementos de im plicación y causalidad que operan en la explicación de los diferentes tipos de reglas, de valores y dé signos que intervienen en el seno de la vida social. A hora bien, es evidente que estos tres tipos de interacciones tienen precisam ente significaciones muy diferentes desde este punto de vista. Lo que caracteriza a las reglas es el hecho de d ar lugar a u n a conservación en el tiempo, y, en caso de modificaciones, a u n a regulación obligada de la transform ación misma. U n a regla com porta entonces un aspecto causal, ligado a las acciones de que procede y a la coacción que ejerce; tam bién, un aspecto implicativo, ligado a la obligación consciente qúe la caracteriza. L a evolución de un sistema de puras reglas tiende entonces p o r sí m ism a hacia un estado de equilibrio; en la m edida en que las transform aciones están por su p a rte reguladas, en el transcurso de esta evolución el equilibrio sólo puede aum en tar: existe entonces un a convergencia entre los factores diacrónicos y sincrónicos. L a situación de los valores no normativos, por el contrario, es m uy diferente. Procediendo tam bién de la acción (necesi­ dades, trabajos realizados, etc.). Los valores, cuando no están regulados, dependen deL-sistema de los intercam bios y de sus fluctuaciones: de este modo, expresan en form a p articular los procesos de equilibrio y señalan al máximum, la separación entre lo sincrónico y lo diacrónico; lo prueban las desvalorizaciones o revalorizaciones bruscas, cuyos ejemplos abundan en la vida económ ica y en la v id a política. Por ello, la historia de u n valor no norm ativo no podría determ inar su situación actual, m ientras que la historia de u n a norm a determ ina tanto más su carácter obligatorio actual cuanto que ella form a p arte de u n sistema m ás regulado. P o r últim o, el sistema de los signos depende al mismo tiempo de las explicaciones diacrónicas y sincrónicas; en este campo am bas son necesarias y se com pletan, __pero_nq se pueden fusionar entre sí, como sucede en el de las norm as o de las reglas. Si lo que precede es exacto, se com prende entonces la razón de que la diversidad de las explicaciones sociológicas sea aú n mayor que la de las explicaciones psicológicas. Se recuerda que estos últimos oscilan entre la causalidad y la implicación según que se acerquen al tipo organicista o al tipo lógico, y la explicación operatoria, p o r su parte, in ten ta realizar el pásaje entre la acción y la necesidad consciente. A hora bien, lo mismo sucede en relación con las explicaciones sociológicas, que oscilan entre el recurso a los factores m ateriales (población, medio geográfico y produc­ ciones económicas) y el recurso a la “conciencia colectiva” ;' entre ambos, la explicación operatoria que vincula las interacciones im plicatorias con las acciones mismas en su causalidad; pero, en relación con la psicología, a esto se le añ ad e la complicación siguiente: nos referimos al hecho de que cada u n a de estas variedades puede ser atribuida a la totalidad social corpo tal, concebida como causa única o como núcleo creador de todas esas normas, valores y expresiones simbólicos, o si no al- individuo mismo o también, por último, a las interacciones posibles entre los individuos.

Tres ejemplos nos dem ostrarán la necesidad de la explicación socio­ lógica de vincular las conexiones causales con los sistemas de implicaciones, aunque recurra a las totalidades mismas, a los individuos y a las inter­ acciones : los tom arem os de D urkheim , Pareto y M arx, es decir de tres tipos de pensamientos científicos ta n diferentes como es posible encontrar. El modelo durkheim iano está centralizado al mismo tiem po en las norm as y en la totalidad misma. Por un lado to d a causalidad social se reduce a la “coacción”, que es la presión de la totalidad del grupo sobre los individuos que la com ponen. Por otra parte, todas las implicaciones inherentes a la “conciencia colectiva” (o conjunto de las representaciones engendradas por la vida social) se reducen a relaciones entre norm as; los valores mismos constituyen sólo el contenido o el com plem ento indisociables de esta norm as (como el bien m oral en relación con el deber, o el valor económico en relación con la presión de las instituciones de inter­ cambio, e tc .). P or último, la causalidad inherente al todo social y el sistema de las implicaciones de la conciencia colectiva constituyen u n a unidad, ya que la coacción social es u n a fuerza o una causa, considerada objetivam ente en su m aterialidad y es, sim ultáneam ente, obligación y atracción, es decir, n orm a y valor considerada subjetivam ente en su repercusión sobre las con­ ciencias. D e este modo, la explicación durkheim iana es al mismo tiempo causal e im plicatoria (doble carácter com ún a todas las explicaciones sociológicas), pero su originalidad consiste en el hecho de que en ella todo está dado, en u n a sola unidad, sin graduación entre niveles inferiores en los que la causalidad tendría m ás im portancia que la implicación y niveles superiores en los que la relación se invertiría; ella consiste, además, en el hecho de que se atribuye esta unidad a la totalid ad social sin analizar las interacciones particulares y concretas. Si profundizam os la observación, un ejemplo escogido entre ciento es especialmente ilustrativo en relación con estos diferentes puntos de vista: nos reienm os al ejemplo de la explicación m ediante la que D urkheim explica la división del trabajo p o r el aum ento de volumen y de densidad de las sociedades segmentarias, cuyos tabiques divisorios desaparecerían p ara ser reemplazados p o r unidades más vastas; la diferenciación individual y la concurrencia darían lugar, entonces, a la división del trabajo económico y a la solidaridad “orgánica” . Se puede com probar, en prim er lugar, que esta explicación que aparentem ente es sólo causal, ya que recurre a u n factor dem ográfico, recurre, en realidad, a las relaciones de implicaciones tanto corno de causalidad: si la ru p tu ra de las divisiones entre clanes y la concentración social conduce, en efecto, ?. la liberación de los individuos, ello se debe a que algunas form as de. obligación y algunos valores (ligados al respeto de los ancianos, de las tradiciones, etc.) se m odifican bajo la influencia del volum en de los nuevos intercam bios interpsíquicos, es decir que se diferencian en otros valores y en otras obligaciones; por otra parte, de acuerdo con la hipótesis durkhei­ m iana el p apel de estas norm as y de ios valores, es decir de las relaciones implicativas mismas, es desde un comienzo esencial, ya que todas ellas em anarían en definitiva (con o sin diferenciación) del sentim iento de lo sagrado ligado a la exaltación de la conciencia colectiva. Incluso, el punto

débil de la explicación durkheim iana está representado p o r el exagerado papel atribuido a la conciencia colectiva a expensas de los factores econó­ micos de producción: pese a que en algunos casos los efectos de la densidad social sobre la liberación de los individuos son evidentes (p o r ejemplo en las grandes ciudades com paradas con las pequeñas o con las aldeas de un mismo p a ís ), no bastan, por sí solos, para explicar la diferenciación m ental y económ ica; lo dem uestran los grandes imperios orientales con una pobla­ ción ta n densa y tan poco diferenciada. E n consecuencia, no se puede descuidar el papel de la causalidad económica. E n form a general, la pobreza de las explicaciones durkheim ianas reside, justam ente, en el hecho de que consideran desde u n comienzo las norm as, valores y causas m ate­ riales en un mismo plano, fundiéndolos en u n a sola totalidad indiferenciada de naturaleza estadística, en lugar de realizar u n análisis de los diversos tipos de interacciones, que pueden ser heterogéneas y presentar relaciones variables entre sus elementos de causalidad y sus elementos de implicación. E l esquem a de Pareto constituye un segundo ejemplo de explicación sociológica; este esquema recurre, precisam ente, a las interacciones pero con u n a tendencia a considerar como innato en el individuo aquello que pod ría considerarse como el producto de estas interacciones: la lógica, por un lado, y las constantes afectivas o “residuos” , por el otro (cuya constancia, po r o tra p arte, debería ser p ro b ad a ). A prim era vista, la explicación de P areto parece ser esencialmente causal: en ella, el equilibrio social es asimilado a u n equilibrio mecánico, es decir, a u n a composición de fuerzas. Pero estas fuerzas son reducidas a tipos de tendencias instintivas que se m anifiestan en la conciencia de los individuos bajo la form a de sentimientos e incluso de ideas (las “derivaciones” ), es decir de implicaciones de todo tipo. Es cierto que, según Pareto, las formas superiores de implicaciones, es decir, las norm as morales y jurídicas y las representaciones colectivas de todo tipo no desempeñan ningún papel en el equilibrio social, salvo como vehículos de los sentimientos elementales que ellas refu erzan : análogam ente a la distinción marxista entre infraestructura y superestructura, Pareto, en efecto, considera que las ideologías (campo en el que ubica todo lo norm a­ tivo) son u n simple reflejo de los intereses reales; el sistema de este reflejo constituiría las “derivaciones”, por oposición a los “residuos” que serían la infraestructura. Sin embargo, e incluso si se adoptan las hipótesis de Pareto, estos residuos actúan sólo como tendencias afectivas o de intereses perm anentes; es decir, representan no sólo causas, sino tam bién, esencial­ m ente, valores, lo que nos conduce nuevam ente a u n sistema de implica­ ciones. Además, la debilidad del esquema de Pareto se debe a que considera que estos residuos son constantes, en ta n to tendencias instintivas características de los individuos: la lógica (en relación con la que n i siquiera concibe la posibilidad de que constituya un producto social) al igual que los residuos están de este m odo presentes de antemano, u n análisis psicológico y sobre todo sociológico m ás profundo lo hubiese convencido p o r el contrario, de que se trata, en dicho caso, de norm as y de valores que se originan en las interacciones y que no se lim itan a condi­ cionarlas. D e este modo, y tanto en Pareto com o en D urkheim , pese a que

uno es el antípod a del otro, las dificultades del sistema se originan en el hecho de que las causas y las implicaciones son presentadas desde el co­ mienzo en u n a proporción constante; según Pareto, en el todo social (la coacción) y de acuerdo con D urkheim , en los individuos. Por ello mismo, en ambos casos, el análisis de las interacciones se ve falseado, al no atribuirle los autores una realidad constructiva. C on el modelo explicativo de K. M arx, por el contrario, encontramos el ejemplo de u n análisis que tiene como objeto a las interacciones como tales, y que regula en form a distinta los elementos de causalidad y de im plicación según sus diferentes tipos. El punto de p artid a de la explica­ ción m arxista es causal: los que determ inan las prim eras form as del grupo social son los factores de producción, considerados como interacción estrecha entre el trabajo hum ano y la naturaleza. Sin embargo, ya desde este p unto de p artid a se m anifiesta un elemento de implicación: el trabajo, en efecto, está asociado con valores elementales y un sistema de valores es u n sistema im plicativo; además, tam bién, el trabajo es u n a acción y la eficacia de las acciones realizadas en com ún determ ina un elemento nor­ m ativo. D e este modo, y desde el principio, el modelo m arxista se sitúa en el terreno de la explicación operatoria, ya que la conducta del hom­ bre en sociedad determ ina su representación y no a la inversa, y la impli­ cación se desprende poco a poco de un sistema causal previo al que en p arte supera, pero que no reem plaza. Al producirse la diferenciación de la sociedad en clases y con las diversas relaciones de cooperación (en el seno de u n a clase) o de lucha y de coacción, las norm as, valores y signos (inclui­ das las ideologías) dan lugar a superestructuras diversas. A hora bien, se podría sentir la tentación de interpretar el modelo m arxista como una desvalorización de todos estos elementos de implicaciones, p o r oposición a la causalidad que caracteriza a la infraestructura. Pero basta considerar la form a en que M arx interp reta al equilibrio social, que según él se logra cuando se instaura el socialismo, p ara com probar el papel que él atribuye en dicho equilibrio a las norm as morales (que absorben entonces las reglas jurídicas y al propio Estado) y racionales (la ciencia absorbe por su lado las ideologías m etafísicas), así como los valores culturales en general. Ello perm ite com prender tam bién el papel creciente que M arx le atribuye a las implicaciones conscientes en las interacciones: hechas posibles por un mecanismo causal y económico subordinado a tales fines, las norm as y los valores constituirían, en un estado de equilibrio, u n sistema de implicaciones liberado de la causalidad económica y no ya alterado por ella. Se com prueba de este m odo que tres modelos explicativos tan dife­ rentes como los de D urkheim , M arx y Pareto conducen todos a tener sim ultáneam ente en cuent.a en la explicación sociológica a la causalidad y a la implicación. El problem a epistemológico que este hecho plantea es esencial y confluye con lo que ya hemos dicho en relación con lo diacrónico y lo sincrónico.5^ L a explicación diacrónica es sobre todo causal ,y la explicación sincrónica es sobre todo im plicativa; no debe entonces sorpren­ dernos que D urkheim y Pareto, cuyas doctrinas absorben lo sincrónico en

lo diacrónico o_ a, la inversa, fusionen en u n a única totalidad a la causalidad, por u n lado, y a las implicaciones norm ativas o axiológicas ■por el otro; la explicación m arxista, por el contrario, que disocia en m ucho mayor grado lo sincrónico de lo diacrónico, distingue tam bién los papeles respectivos de la causalidad y dé la implicación en los diversos tipos de interacción que señala. El problem a epistemológico, entonces, es el de apreh en d er la form a en que la causalidad y la implicación se vinculan u n a con o tra de acuerdo con las estructuras características de los niveles de interacciones sociales. El problem a interesa tanto desde el p u n to de vista del análisis de la explicación sociológica como desde el p u n to de vista de las aplicaciones de la sociología a la epistemología genética. E n el desarrollo m ental individual, que es u n a equilibración progresiva y no da lu g ar entonces a un a dualidad esencial entre los factores diacrónicos y sincrónicos, el pasaje de la causalidad a la implicación se efectúa de acuerdo con tres etapas fundam entales caracterizadas por proporciones distintas entre estos dos tipos de relaciones: los ritmos, las regulaciones y los agrupam ientos. ¿Sucede lo mismo en sociología? en s o c i o l o g í a . B. R i t m o s , r e g u l a c i o n e s y E n el análisis de las formas de equilibrio social se obser­ van, en realidad, estas tres estructuras. Sin embargo, podemos apreciar la siguiente diferencia con el desarrollo individual: la evolución social no consiste en una equilibración regular. E n consecuencia, la sucesión de estas estructuras no parece ser necesaria, salvo, precisam ente, en el único cam po en el que u n a evolución dirigida es posible: el de las normas racionales. E n psicología, el ritm o señala el lím ite entre lo m ental y lo fisiológico; del mismo modo, los terrenos límites entre los hechos m ateriales que con­ ciernen a la sociedad y las conductas sociales representan el centro y la ocasión de la constitución de ritmos sociales elementales (p o r oposición a las regulaciones con alternancias más o menos regulares, cuya periodicidad caracteriza a ciertos tipos de ritm o, aunque secundarios) . D e este modo, la actividad económica bajo la form a más simple (caza, pesca y agricultura) se relaciona con los ritmos naturales de las estaciones y del crecimiento de los animales y vegetales. De esta m anera, estos ritmos naturales incorpo­ rados en el ritm o de la producción, en virtud de la interacción del trabajo y de la naturaleza, constituyen el punto de p artid a de un a g ran cantidad de ritmos propiam ente sociales: alternancia de los trabajos, migraciones estacionales, fiestas fijadas por el calendario, etc. Surgidos del plano téc­ nico, estos ritmos afectan incluso a las representaciones colectivas originales. M . M auss y M . G ranet, en particular, los analizaron con sagacidad en el seno de estas representaciones.

§ 4.

L a e x p l ic a c ió n

a g r u p a m ie n t o s .

L a sucesión de las generaciones constituye u n ritm o sociológico especial­ m ente im portante que se perpetúa hasta los confines de lo biológico y lo social. T oda nuev a generación da lugar, a su vez, al mismo proceso educa­ cional que em ana de las presiones de la generación precedente y que crea

normas y valores para la generación siguiente; de este modo, y al mismo tiempo, esta sucesión periódica constituye u n perpetuo recomienzo y un instrum ento esencial de transm isión que vincula p o r recurrencia las socie­ dades más evolucionadas con las sociedades más primitivas. E ntre otras, la im portancia de este ritm o sem ejante se m anifiesta a p artir de las consi­ deraciones siguientes: se puede tener la plena seguridad de que si se lo m odifica en grado suficiente, de modo que se determ ine que las genera­ ciones se sucedan con m ucha m ayor rapidez o en form a m ucho más lenta, la sociedad entera se vería profundam ente transform ada; de esta m anera, podemos im aginar una sociedad en la que casi todos los individuos serían contemporáneos, habrían padecido en escaso grado las coacciones familiares y sociales de la generación precedente y ejercerían pocas sobre la generación siguiente. Podemos entrever así lo que podrían ser estas transformaciones, sobre todo desde el punto de vista de la dism inución de influencia de las tradiciones “sagradas” , etcétera. Desde que abandonam os las zonas de unión entre la naturaleza física o biológica y el hecho social y estudiamos los procesos característicos de este último, podemos observar, sin em bargo, que el ritm o es reemplazado por regulaciones m últiples originadas en la interferencia de diversos tipos de ritm o y, en consecuencia, en su transform ación en estructuras más complejas. Estas regulaciones, por contraposición a los agrupam ientos de que hablarem os luego, son las que estructuran la mayor p arte de las interacciones de intercam bio, así como la m ayor p arte de las coacciones del pasado sobre el presente. Ellas actúan entonces en form a preponderante en las totalidades estadísticas basadas en la mezcla, a las que nos referimos en el § 2. D e este modo y p ara discernir los diversos tipos de regulaciones conviene exam inar por separado los mecanismos del intercam bio y de la coacción. Por sí solo, un ^intercam bio cualquiera entre dos individuos x y x' (independientem ente del problem a de si un tal intercam bio es genética­ m ente prim itivo o no) constituye u n a fuente de regulaciones fáciles de discernir. Bajo su form a más general, se puede representar al esquema del intercam bio de la siguiente form a: cada acción de x sobre x ’ constituye un “servicio”, es decir u n valor r (x) sacrificado p o r x , (tiem po, trabajo, objetos o ideas, etc.) que conduce a u n a satisfacción (positiva o negativa) de x \ s (x') ; inversam ente, x ’ sacrifica los valores r (x ’) al actu ar sobre x, que experim enta la satisfacción s (* ). Sin embargo, en u n intercam bio cualquiera estos valores reales, que consisten en servicios o satisfacciones actuales, no son los únicos en juego. En efecto, la acción r (x ) de x sobre x’ puede no ser seguida (o no inm ediatam ente) po r u n a acción de retorno r (* ). Ello determ ina la intervención de dos tipos de valores virtuales: al haber experim entado la satisfacción s (x ’) x’ contrae u n a deuda í (x’) en favor de x, m ientras que esta m ism a deuda constituye un crédito v (x) p a ra x (o inversam ente hay deuda t (x) de x respecto de x ’ y crédito v (*’) en favor de x ’).. Estos valores virtuales tienen u n a im portancia muy general: los valores í (x ) o í (*’) pueden asum ir tanto la form a de la gratitud y del reconocimiento (en todos los sentidos del térm ino) que obligan al

individuo en diverso grado (en el sentido en el que se dice que alguien se considera “obligado” por alguien), como la de la deuda económica; por otra parte, los valores v (x ) o v (x’) expresan tanto el éxito, la autoridad, el crédito moral, logrados gracias a las acciones (r ) como el crédito econó­ mico. Y en caso de intercam bio inm ediato real, r (x) contra r (*’) y s (x ’) contra s ( x ) , los servicios o satisfacciones actuales pueden prolongarse en valores virtuales de reconocimiento de form a i y v o d a r lugar, bajo la misma form a t o v, a la anticipación de futuros valores reales, es decir de nuevos servicios o satisfacciones. El equilibrio del intercam bio está deter­ minado por las condiciones de igualdad r ( x) = s ( x’) = t (x’) = v (x) — r (x') = s (x) = t (x) = v (*’). Es evidente, sin em bargo, que este equilibrio es muy difícil de alcanzar: todas las desigualdades r (.*) g i (*’.); s (x’) í (*’) ; t {x’) S- v ( x) , etc., p o r el contrario, son posibles 8 si se desvaloriza o sobreestima los servicios prestados, se los olvida o se exagera su alcance en el recuerdo, se traduce estos recuerdos en u na estimación más o menos im portante de la pareja, etc. A hora bien, m ientras no exista u n a conservación obligatoria de estos valores de cambio (obligatoria por leyes morales o jurídicas), ellos son objeto sólo de simples regulaciones, es decir de evaluaciones intuitivas que oscilan alrededor del equilibrio sin alcanzarlo y conocen una conservación sólo aproxim ativa. Además, cada nuevo contexto llevará a un desplazam iento del equilibrio m om entánea­ m ente alcanzado, dando lugar no a composiciones lógicas de los nuevos valores Con los antiguos, sino a compensaciones aproxim adas, cuya n atu ­ raleza, u n a vez más, es simplemente reguladora. Si se pasa ahora de un a relación entre dos individuos a un sistema de relaciones que interfieren entre sí, como por ejemplo el sistema de las innumerables evaluaciones que determ inan el éxito o la reputación de u n individuo en el grupo social, se com prueba de inm ediato que la relación entre un individuo x y una colectividad B o X, etc., no es en absoluto una composición aditiva, sino que constituye una m ezcla; y esta m ezcla de interacciones, cada una de las cuales, po r su parte, está ya sometida a regulaciones (y no a operaciones reversibles), constituye un sistema de conjunto del tipo de las totalidades estadísticas, es decir, tales que el todo no es la suma algebraica de las relaciones aisladas, sino un simple com puesto probable. Podemos observar la presencia de estas regulaciones de conjunto en las fluctuaciones de los valores económicos en un régim en liberal, incluso en form a independiente de los factores objetivos relacionados con la pro­ ducción, la abundancia o la escasez de las m aterias prim as y con la circula­ ción: cuando ellas no están sometidas a u n sistema de norm as, los valores económicos tales como los precios que resultan de un equilibrio estadístico entre la oferta y la dem anda son sólo la expresión de un juego de regula­ ciones análogas a aquellas señaladas por el mecanismo espontáneo de los intereses en cualquier interacción de intercam bio no económico. Podemos 8

Véase el artículo ya citado sobre la Théorie des valeurs quaKtatives en

sociologie statique.

dem ostrar sin dificultad que el intercam bio económico elemental constituye u n caso específico de la form a general que acabam os de describir: el caso en el que intervienen sólo los valores reales (r y s en el simbolismo adop­ tado) ; sin embargo, tanto la evaluación de los servicios como la de las satisfacciones ( “ofelimidades” de Pareto, etc.) dependen, por su parte, de los valores virtuales anteriores o anticipados. Esto m uestra en grado sufi­ ciente el papel de las regulaciones en lo que puede parecer una simple lectura de u n a necesidad o de un interés inm ediato. La im portancia de los valores es especialm ente clara en el mecanismo de las crisis originadas en la sobreproducción. M ientras las pequeñas diferencias entre la pro­ ducción y el consumo determ inan pequeñas oscilaciones alrededor del punto de equilibrio entre estos dos procesos, las grandes diferencias que ocasionan las crisis periódicas, po r el contrario, provocan un desplazamiento de equi­ librios: ah o ra bien, estas pequeñas oscilaciones se originan en las correc­ ciones espontáneas de la colectividad económica que reacciona contra sus propios errores de previsión, lo que constituye, así, un juego completo de regulaciones (con anticipación, luego corrección); las grandes oscilaciones, por el contrario, m uestran el fracaso de estas regulaciones de detalle, lo que determ ina la crisis y el desplazam iento de equilibrio, pero señalan tam ­ bién la reconstitución de un nuevo equilibrio m om entáneo m ediante reaccio­ nes com pensatorias, es decir, nuevam ente, m ediante regulación (aunque de c o n ju n to ). D e este modo, en el caso de las crisis periódicas, se com prueba la m anera en que u n juego intrincado de regulaciones puede retom ar el aspecto de u n ritmo, aunque más com plejo y .menos regular que los ritmos elementales que hemos mencionado con anterioridad.® El carácter general de las regulaciones, que interviene en las interaccio­ nes de intercam bio tan to entre dos como entre un núm ero creciente de individuos, hasta incluir a la colectividad entera, reside entonces en el hecho de culm inar en estas compensaciones parciales, pero sin reversibilidad total y, en consecuencia, con desplazamientos lentos o bruscos de equilibrio Sólo en el caso de los valores convertidos en normativos p o r un sistema de reglas y en el caso de estas norm as mismas la composición supera el nivel de las simples regulaciones y alcanza la reversibilidad total y el equilibrio perm anente característicos de los agrupam ientos operacionales. Por el solo hecho de su carácter norm ativo, sin embargo, no todo sistema de norm as alcanza este nivel del agrupam iento reversible, ya que existen sistemas de interacciones semi normativos que perm anecen en el estado de regulaciones: nos referimos, p ara ser más precisos, a las compensaciones parciales que definen la com pensación que se extiende hasta el límite inferior de las estructuras con reversibilidad total, y sólo los sistemas de reglas acabadas, integrables desde u n punto de vista lógico, alcanzan la propiedad de agrupam ientos operacionales. Este hecho supone entonces la existencia de u n a serie de interm ediarios entre las dos estructuras. 9 E n relación con las regulaciones económicas, véanse los trabajos de E. y G. Guillaum e sobre la “economía racional” .

D e este modo, en particular, las expresiones ejercidas por la opinión publica o las coacciones políticas determ inan la form ación de imperativos que superan la simple valorización espontánea y alcanzan u n carácter n o r­ m ativo de diverso grado: ellas dependen en p arte de los intereses que actúan en los intercam bios. Por o tra parte, sin embargo, im ponen todo tipo de reglas que van desde los simples hábitos hasta las coacciones de carácter m oral e intelectual; en ese caso, sin embargo, se tra ta sólo de u n a m oral exterior y legalista y de u n a racionalidad m ás próxim a a la razón de Estado que a la razón a secas. D urkheim señaló que la opinión pública siempre se encontraba en retraso en relación con las corrientes profundas que atraviesan la sociedad; ella constituye, de este modo, el modelo de u n a totalidad que es, al mismo tiempo, estadística, en tanto vínculo de in ter­ ferencias m últiples y desordenadas y, tam bién, sin embargo, parcialm ente norm ativa, ya que obliga a los individuos de diversas m aneras: dado su carácter sim plem ente probabilístico y relativam ente poco ordenado (por oposición a los sistemas intelectuales, morales y jurídicos bien estructurados), es evidente, entonces, que depende de simples regulaciones y no de un agrupam iento operatorio. E n lo que se refiere a la coacción política, la situación es similar, en la m edida en que los intereses y el cálculo interfieren en ella con la norm a y en la m edida en que éstas son impuestas por presiones diversas en lugar de conquistar a los espíritus sólo por su necesidad in te rn a : ello da lu g ar a compromisos, que constituyen la form a consciente o inten­ cional de la regulación, por oposición a la operación lógica o moral. Se debe decir exactam ente lo mismo de u n conjunto de otras varie­ dades de coacciones de gran im portancia histórica o actual sobre la form a­ ción de las normas colectivas, pero cuyo funcionam iento tam poco supera, en general, el nivel de la regulación, pese a las apariencias de composición racional. Nos referimos a las coacciones que em anan de las subcolectividades que disponen de sus medios específicos de presión: clases sociales, Iglesia, fam ilia y espuela. E n el § 5 volveremos a exam inar las ideologías de clases, las que plantean el problem a de las relaciones entre la in fra­ estructura y la superestructura. Las coacciones familiares y sociales, por el contrario, ilustran en form a especialmente simple el mecanismo de las reglas m orales e intelectuales que se sitúan a m itad de camino entre la regulación y la composición totalm ente norm ativa. E n efecto, en la m edida en que, incluso cuando su contenido se asem eja a las norm as adm itidas por la élite m oral o científica de la sociedad considerada en ese m om ento de su historia, las verdades éticas o racionales se im ponen por u n a coacción educacional fam iliar o social, en lugar de ser vividas nuevam ente o redescu­ biertas bajo el efecto de u n a libre colaboración, su carácter se modifica ipso fa d o . Se subordinan, en efecto, a un factor de obediencia o de autoridad que depende de la regulación y no ya de la composición lógica: ta n to la obediencia moral, ta l como se la puede observar en u n a fam ilia patriarcal o en la fam ilia conyugal m oderna durante los primeros años de la v id a de los niños y la autoridad intelectual de la tradición o del maestro, tal como se observa sin discontinuidad desde la “iniciación” p racticada en las tribus “prim itivas” hasta la vida escolar contem poránea (al menos en las escuelas

no transform adas aún p o r los métodos llam ados “activos” ) recurren, efecti­ vam ente, a u n factor com ún de transm isión: el respeto unilateral. A hora bien, al subordinar lo bueno y lo verdadero a la obligación de seguir un modelo, este sistema conduce sólo a u n sistema de regulaciones y no de operaciones. E n últim o análisis, el problem a de la obediencia se reduce siempre a la siguiente alternativa: ¿se razona por obediencia o se obedece por razón? E n el prim er caso, la obediencia prim a sobre la razón y cons­ tituye sólo u n a norm a incom pleta, de carácter regulador y no operatoria. E n el segundo caso, la razón p rim a sobre ia obediencia, hasta elim inarla bajo su form a de sumisión espiritual; el sistema, entonces, es enteram ente norm ativo al originarse la norm a de subordinación unilateral en u n a delegación de la norm a racional. , E n el problem a de las relaciones jurídicas se puede observar con espe­ cial claridad este conflicto. D icho problem a es muy curioso; en efecto, es evidente que, en lo que a su form a se refiere, un sistema de reglas jurídicas constituye el modelo de u n conjunto de interacciones sociales que adquieren la estructura del agrupam iento operatorio. No es menos evidente, sin embargo, que en su contenido un sistema de leyes puede, al conferirles u n a form a legal, justificar y legitim ar todo, incluso los peores abusos: en su contenido, en consecuencia, el agrupam iento de las norm as jurídicas podrá validar indiferentem ente un conjunto de conductas que pueden ser no rm a­ tivas (morales, racionales, etc.), o las interacciones en relación con las que acabamos de com probar que perm anecían en el nivel de la regulación. Este problem a, sin em bargo, no es específico del derecho y parece originarse en la distinción entre las formas y su contenido; ésta señala el advenim iento de la estructura operatoria, por oposición a las estructuras reguladoras cuya form a y contenido perm anecen indisociables: en el cam po de las reglas lógicas podemos, encontrarnos tam bién en presencia de u n sistema de propo­ siciones form alm ente correcto, aunque de contenido falso p o r estar basado en premisas erróneas. P ara clasificar las norm as jurídicas en el cuadro de las form as de equilibrio situadas entre el ritm o, la regulación y el agrupam iento, se deben situar previam ente en ella los sistemas de reglas lógicas y morales. Sin duda, y en efecto, las interacciones, intelectuales constituyen el ejemplo más instructivo desde el p u n to de vista del pasaje de las regula­ ciones a los agrupam ientos operatorios. M ientras en la construcción de los sistemas de representaciones colectivas intervienen los elementos de coacción originados en la tradición, en el poder, en la clase social, etc., el pensam iento está sometido a u n juego de valores y de obligaciones que no crea; ello equivale a decir que en dichos casos el pensam iento no consiste en absoluto en u n sistema de norm as autónom as: su heteronom ía basta por sí sola p ara indicar su dependencia respecto de las regulaciones examinadas con anterioridad. M ás precisam ente, un m odo colectivo de pensam iento compelido a justificar el p u n to de vista de u n grupo social consiste en sí mismo en u n sistema de regulaciones intelectuales cuyas leyes no son en absoluto las leyes de la operación p u ra y que logran sólo form as de equilibrio inestables, gracias a la acción de compensaciones m om entáneas. Como lo

veremos nuevam ente en los §§ 6 y 7, la condición de equilibrio de las reglas racionales es la de que expresen el mecanismo autónomo de una p u ra cooperación, es decir de u n sistema de operaciones realizadas en común o por reciprocidad entre las operaciones de los p articip an tes: en lu g ar de trad u cir u n sistema de tradiciones obligatorias, la cooperación, que es la fuente de los “ agrupamientos’’ de operaciones racionales, se lim ita de este m odo a prolongar el sistema- de las acciones y de las técnicas. E sta m ism a transición de la autoridad a la reciprocidad o de la coacción a la cooperación señala el pasaje entre lo seminormativo m oral, que depende tam bién de las regulaciones inherentes al respeto unilateral, y los agrupa­ mientos de reglas autónomas de conducta basados en el respeto m utuo. En el cam po m oral, al igual que en el terreno de las norm as lógicas, el equi­ librio depende entonces de una cooperación que se origina en la reciprocidad directa de las acciones, por oposición a las coacciones enum eradas más arrib a . 1 0 Si exam inam os nuevam ente al problem a planteado por el agrupa­ m iento de las reglas jurídicas, podemos com prender la p ara d o ja del dualismo entre sus form as y sus contenidos. En su form a u n sistema de leyes consti­ tuye sin du d a el modelo de u n conjunto de interacciones sociales agrupadas entre sí po r composición aditiva y lógica. U n conjunto de reglas de derecho presenta, en efecto, u n a estructura tal que cad a individuo que pertenece al gru p o social considerado se encuentra vinculado con cada uno de los otros m ediante un sistema bien definido de obligaciones y de derechos, sin que en el seno de este sistema intervenga n ad a más que la sum a lógica de tales relaciones encajadas. Como lo hemos señalado en el § 2, ello no significa en absoluto que esta totalidad consista en la simple reunión de los individuos q u e la componen, como si estos individuos dispusiesen de antem ano de los derechos o estuviesen vinculados de antem ano por las obligaciones q u e actúan en el sistema con anterioridad a su construcción (com o lo piensan los teóricos de derecho n a tu ra l). Ello no significa tam poco que u n a relación dada, extraída del sistema, pudiese existir tal cual, fuera de este sistema. Pero señala que, dado el sistema de las relaciones como u n a totalidad, este todo puede ser descompuesto en relaciones elemen­ tales, subordinadas o coordinadas unas a otras, cuya composición aditiva lo reconstituirá en form a íntegra. E n ese sentido existe u n agrupam iento operatorio ya que las relaciones que confieren derechos e im ponen simul­ táneam ente obligaciones son producidas por operaciones constructivas de la realidad ju ríd ic a: estas operaciones son, de este modo, los decretos del soberano, las órdenes de los superiores jerárquicos, los votos de u na cám ara de diputados, el voto del pueblo entero, siempre que estas operaciones basen su validez en reglas de su composición (definidas p o r u n a constitución, etc.). Sin em bargo, y pese a que este sistema constituye en su form a un agrupam iento, en relación con su contenido se p lantean dos problemas solidarios y cuya solución conduce a distinguir la coherencia aparente de ciertas estructuras jurídicas y la coherencia real de algunas otras: el pro10 Cf. nuestra obra sobre L e jugem ent moral de Venfant. Alean, 1927.

bíerrla del equilibrio jurídico y el de las relaciones entre la norm a jurídica y las norm as intelectuales o morales. D esde el p u nto de vista del equilibrio, es evidente que, por coherente que sea en lo que se refiere a su forma, n ad a garantiza a un sistema jurídico u n poder de coacción o de conservación, si sus contradicciones con los otros valores y las otras normas en juego en una sociedad dan lugar a conflictos y conducen a la revolución. Parecería entonces que el equilibrio del sistema de las normas jurídicas no depende de su form a sino de su contenido, es decir del papel desempeñado po r las reglas jurídicas como instrum entos u obstáculos ea la distribución de los valores. Ello equivale sin duda a lo que se produce en u n sistema de representaciones colectivas cuyo equilibrio intelectual no está garantizado sólo por la coherencia formal, sino tam bién por la adecuación con lo real. Sin embargo, esta analogía entre las norm as jurídicas y las norm as lógicas señala, precisam ente, que el problem a es más com plejo desde el p unto de vista de la form a, ya que las reglas que garantizan la coherencia lógica supe nen la adecuación posible a cualquier contenido y no son quebrantadas por el solo hecho de que un contenido verdadero reem place a un contenido erróneo: de este modo, lo que caracteriza a una estructura form al en equilibrio en el cam po inte­ lectual es el hecho de perm itir u n a transformación, de los principios, sin quebrantar la continuidad del sistema. Así pues, si se com paran los sistemas jurídicos en equilibrio con los que no lo están, se puede observar que si bien el equilibrio depende, efectivamente, de la adecuación d e la estructura form al a su contenido real, tam bién puede ser realizado por la form a, en el sentido en que, en el cam po jurídico, al igual que en todos los campos operatorios, la estabilidad del equilibrio depende de la m o vilidad: en derecho, al igual que en otros campos, u n a form a en equilibrio es aquella que garantiza la regulación de sus propias transformaciones (por ejemplo, un a constitución que regula sus propias modificaciones, e tc .) ; p o r su parte, u n a form a cerrada estáticam ente está en equilibrio inestable y, pese a las apariencias, es sólo u n agrupam iento incompleto, ya que no com porta transformaciones posibles eñ lo que se refiere a las normas superiores. Esto nos conduce a la relación de las reglas jurídicas con las reglas lógicas y m orales: si bien el equilibrio de las prim eras está ligado a su capacidad de transform ación y de adaptación, de todos modos es evidente que, en función de su equilibración, ellas convergirán con estos otros dos tipos de normas. D e no ser así, se produciría u n a inadaptación del conte­ nido de las norm as jurídicas en relación con los otros aspectos de la vida social o, si no, u n a contradicción entre la form a y el contenido. E n este sentido, la convergencia entre las reglas jurídicas y las norm as lógicas es m uy c la ra : en efecto, en el seno de las prim eras no podría haber ninguna contradicción en los diversos niveles de su elaboración, so p en a de invali­ dación de las norm as inferiores contrarias a las superiores; esta estructura lógica y necesaria de la construcción jurídica es suficiente p ara p ro b ar su correspondencia con las norm as racionales en vigor en la sociedad consi­ derada. E n lo que se refiere a las normas morales, los juristas elaboraron u n a serie de criterios que perm iten distinguirlas de las normas jurídicas;

sin em bargo, y ta l como intentam os señalarlo en otra obra , 1 1 el análisis de cada uno de estos criterios revela por el contrario, la existencia de mecanis­ mos comunes que desde u n p u n to de vista sociológico son m ucho más im portantes que sus diferencias. L a única diferencia esencial que los separa es al parecer la de que el derecho no interviene en las relaciones entre personas, sino que considera en los individuos sólo sus funciones (posición en el grupo social) y sus servicios (posición en.los intercam bios interindivid u alés). D e este m odo, establece reglas transpersonales, es decir reglas cuyas relaciones perm iten la sustitución de los individuos con idéntica función o servicio; la moral, p o r el contrario, corresponde sólo a las relaciones perso­ nales, en las que los individuos nunca son enteram ente sustituibles. Por ello, siempre es posible realizar la codificación detallada de las reglas ju rí­ dicas, m ientras q u e la codificación de las reglas m orales siempre es esencial­ m ente general: ella sólo logra formas puras, como las de la lógica formal, sin regular como los códigos jurídicos las m odalidades de su propia apli­ cación. Se com prende entonces de qué modo, relativam ente indiferenciados en su origen, el derecho y la m oral se diferencian a m edida que se producen desequilibrios y conflictos sociales, y vuelven a adecuar su relación en el momento de cada equilibración. E n el límite, u n a form a jurídica suficientemente plástica como p a ra expresar las interacciones reales en juego en u n a sociedad, equilibrada convergería con el sistema de las normas m orales . 1 3 E n resumen, podemos observar así que los ritmos, las regulacio­ nes y los agrupam ientos son las grandes estructuras accesibles tanto a la explicación sociológica, como a la explicación psicológica: el ritm o se encuentra en el lím ite entre lo m aterial y lo espiritual, la regulación caracteriza a las totalidades estadísticas, con interferencia de los factores de interacción (valores y ciertas reglas) y el “agrupam iento” expresa la estructura de las operaciones reversibles que intervienen en las construc­ ciones jurídicas, m orales y racionales, es decir en las totalidades de com­ posición aditivas. A hora bien, desde el punto de vista del mecanismo de las explicaciones sociológicas la im portancia de esta sucesión es esencial: lleva a concebir la relación de los factores de causalidad y de implicación, sobre la que insistíamos al final del § 3, como u n a relación genética que requiere u n a explicación operatoria y no como u n a simple conexión estática d ad a desde el comienzo. Los “agrupam ientos” normativos por sí solos, en efecto, cons­ tituyen puros sistemas de implicaciones tales que las reglas coordinadas entre sí se encajan unas en otras y se determ inan unas a otras de acuerdo con relaciones q u e se pueden expresar totalm ente en términos de conexión necesaria. Por el contrario, las regulaciones com portan u n a dosificación variable de implicaciones, que preanuncian la reversibilidad operacional y 11 “Les relations entre la m orale et le droit” , Publ. Fac. Se. Écon. et Soc. de l'Université de Genéve, vol. vm (1944), págs. 19-54. 12 Sin duda, éste es el sentido en el que M arx concebía la absorción del derecho en la m oral en u n a sociedad económicamente regulada.

de causalidad efectiva (coacciones, e tc .) ; los ritmos, p o r últim o, tienen una plena causalidad m aterial y engloban en ese contexto causal las prim eras conexiones implicativas (signos y valores elementales con u n m ín im u m de elemento n orm ativo). A hora bien, los agrupam ientos son sólo el estado lím ite de revelaciones anteriores y éstas se basan en una interacción com pleja de ritmos. L a explicación sociológica, al igual que la explicación psicológica, sólo puede ser eficaz si procede de la acción m aterial y causal, p a ra culm inar al fin de cuentas en el sistema de las implicaciones de la conciencia colec­ tiva. U nicam ente con esta condición exclusiva se podrá d ilucidar en la super­ estructura lo que prolonga efectivam ente las acciones causales que operan en la infraestructura, p o r oposición a las ideologías sim plem ente simbólicas, que la reflejan deform ándola. § 5 . L a EX PLIC A C IÓ N E N SOCIOLOGÍA.

C . EX PLIC A C IÓ N REAL Y R E C O N S­

(o a x i o m á t i c a ) . E n la explicación sociológica (al igual que en la explicación psicológica) se deben distinguir tres y no dos sistemas de concepto: las acciones causales, las operaciones que las realizan al siste­ matizarlas, y los factores ideológicos (comparables con los datos introspec­ tivos o egocéntricos en psicología) que falsean las perspectivas cuando de este simbolismo sociocéntrico no se disocian los mecanismos propiam ente ■operatorios. A hora bien, y en form a totalm ente paralela a la que se pro­ duce en el terreno de la explicación psicológica, se com prueba q ue a estos últimos se los puede estudiar m ediante dos métodos, que llevan preci­ sam ente a separarlos de los elementos ideológicos que casi siempre los acom pañan y alteran, de este m odo, su tom a de conciencia. U n o de estos métodos es la explicación real que pone en relación los aspectos opera­ torios del pensam iento o de la m oral colectiva con el trab ajo efectivo, las técnicas y los modos de colaboración que intervienen en laá acciones causales, m ientras que los otros aspectos de la conciencia colectiva parecen estar ligados a u n a interpretación simbólica que la sociedad form ula sobre sus propios conflictos. O tro m étodo es la reconstrucción form al o incluso axioma.tica de las implicaciones que intervienen en los mecanismos opera­ torios. Entonces, este m étodo, que al parecer no tiene ninguna relación con la explicación sociológica (de la m ism a form a en que no se distinguen a prim era vista las relaciones entre la logística y la explicación psicológica), le es, en realidad, de g ran utilidad en la m edida en que tam bién conduce a u n a disociación de lo ideológico y lo operatorio en los “agrupam ientos” de reglas: más aún, se puede establecer u n a correspondencia térm ino a térm ino entre los problem as que este m étodo plantea y los problem as que intervienen en la explicación real, lo que enriquece a esta últim a. E n este sentido, tan to en el terreno sociológico como en él psicológico, el problem a general de las relaciones entre las axiomáticas y las ciencias reales correspondientes presenta u n interés indudable. Esto es tanto más instructivo cuanto que en las ciencias sociales se p ueden distinguir dos tipos de intentos de axiom atización: los unos corresponden a las regulaciones y se ven obligados entonces a simplificar, sin duda en exceso, los datos reales en causa; los otros se relacionan con los agrupam ientos normativos TR U C CIÓ N f o r m a l

y se adecúan perfectam ente en este caso a los mecanismos operatorios en juego. E n el campo de las regulaciones, sabemos que la “economía p u ra” de L. 'W alras y Pareto intentó expresar m ediante la deducción m atem ática el equilibrio y la dinám ica de los intercambios económicos de la misma form a en que la mecánica racional traduce las composiciones de fuerzas. P ara alcanzar este objetivo, estos autores se han visto conducidos, naturalm ente, a simplificar e idealizar los fenómenos reales, así com o a reemplazar el análisis inductivo de los hechos m ediante un razonam iento hipotético deduc­ tivo realizado sobre conceptos definidos formalmente. P a ra decirlo de otra m anera, em prendieron la vía de la axiomatización, sin constituir u n a axiom ática propiam ente dicha, pero proporcionando los elementos que p er­ m itirían construirla. Además y puesto que el valor económico es cuantificable, esta construcción semiaxiomática mostró desde u n prim er momento ser m atem ática y superó el nivel logístico o cualitativo que los modelos que examinaremos en relación con el derecho no lograron superar. ¿ C uál es, sin embargo, el alcance de este m étodo aplicado a los hechos económicos (suponiéndose naturalm ente que él no p reju zg a en n ad a en lo que se refiere a las leyes expresadas y que no es solidario de las doctrinas de V. P a re to )13? Este m étodo es m uy útil como instrum ento de análisis en la disección de lo real y proporciona un bello ejem plo de deducción precisa aplicado a un campo social. Sin em bargo, presen ta dos lagunas que son muy instructivas po r no estar originadas en la insuficiencia de los esquemas elaborados, sino en la inadecuación de la deducción axiom ática a las regulaciones como tales, por oposición a los agrupam ientos opera­ torios o normativos. L a prim era de estas lagunas, en efecto, se debe a que el esquema de W alras y de Pareto constituye en mayor grado u n a estática que u n a diná­ m ica económica. A hora bien, la causa de este hecho es evid en te: el punto en el que una regulación alcanza u n estado de equilibrio se puede definir m ediante un conjunto de igualdades simples que coinciden m om entánea­ m ente con un sistema de operaciones reversibles. L a ú n ica diferencia entre las regulaciones y las operaciones consiste, efectivam ente, en el hecho de que en el caso de los grupos o agrupamientos el equilibrio es perm anente, m ientras que en el de las regulaciones no lo es y d a lu g ar a “desplaza­ mientos” , así como a compensaciones sim plem ente aproxim adas. Pero donde el equilibrio es logrado por hipótesis, éste no difiere del de u n sistema operatorio. La economía p u ra nos enseña así que u n intercam bio alcanza el equilibrio cuando se satisface un cierto núm ero de condiciones: igualdad (p ara cada participante del intercam bio) de las “ofelim idades” ponderadas de las cantidades de mercaderías que se poseen después del intercam bio, igualdad (para cada participante del intercam bio) de las entradas y de los gastos expresados en metálico, e igualdad (p ara cad a m ercadería) de la cantidad que existe antes y después del intercam bio . 1 4 A hora bien, un 18 Véanse en particular los trabajos económétricos de los hermanos Guillaume. 14 Véanse Pareto: Cours d’économie politique, vol. I (1 896), pág. 22, § 52, y Boninsegni: M anuel élémentaire d'économie politique (1 9 3 0 ), págs. 27-29.

intercam bio así equilibrado constituye sólo u n sistema de sustituciones con conservación entera de los valores (ofelimidades) y de los objetos. R epre­ senta, en consecuencia, un :‘grupo” : el intercam bio equilibrado AB com­ puesto con el intercam bio equilibrado BC, equivale al intercam bio equili­ brado A C ; estos intercam bios son asociativos; el intercam bio AB com porta u n inverso BA y el producto AB X BA determ ina u n intercam bio idéntico o nulo. Existe entonces un “grupo” , como si los intercam bios así definidos consistiesen en operaciones propiam ente dichas; por ello, la teoría del equi­ librio es fácilm ente axiomatizable. ¿Pero qué ocurre en el caso de la dinám ica económ ica misma? E n este punto, u n a segunda laguna se com bina con la p rim e ra : incluso en el cam po estático y a fortiori en el dinámico, la “ economía p ura” sim plifica excesivamente el proceso de las regulaciones. El equilibrio del intercam bio es definido como el punto en el que éste concluye; sin em bargo, incluso si se supone que u n intercam bio real pued a concluir en un a igualización rigurosa de las “ofelimidades” ( ¡ concepto que reem plaza al de “valor” sim plem ente p o r miedo a las p alab ras!) las necesidades, los deseos y las evaluaciones, cuyas compensaciones m om entáneas constituyen esta igualdad frágil, se transform an en realidad sin cesar, de m odo tal que n u n ca se logre un equilibrio duradero. El verdadero problem a es entonces, el de la dinám ica de los intercam bios, cuyas regulaciones deberían ser expresadas en ecuaciones m atem áticas. A hora bien, contrariam ente a la simple form ulación lógica, el cálculo diferencial e integral perm ite efectiva­ m ente expresar las variaciones. Sin em bargo, las transform aciones reales que operan en la dinám ica económica difieren entonces de m ás en m ás de un esquem a form al o axiom ático. Por ello, en definitiva, éste no constituye u n a im agen suficientem ente fiel de la realidad en el cam po de las regu­ laciones. L a situación de los sistemas de reglas es m uy diferente, ya que lo que caracteriza a una norm a, precisam ente, es el hecho de garan tizar la conser­ vación de los valores; en consecuencia, la axiom atización se referirá a estados perm anentes de equilibrios o a transform aciones que, por su parte, estarán regulados de antem ano. En este caso, se tratará de axiomáticas de carácter puram ente cualitativo, es decir lógico y no m atem ático, pero desde el p u n to de vista que nos ocupa aquí su interés no es m en o r: la axiom a­ tización, que se adecúa por completo a la estructura operatoria de las reglas consideradas, determ ina, en efecto, u n a disociación rigurosa del m eca­ nismo de la construcción form al de las reglas y de todos los factores ideoló­ gicos que la conciencia com ún y las interpretaciones metafísicas atribuyen a Ja interpretación de estas reglas. El método de axiom atización corresponde en form a fructífera a la explicación sociológica causal, en p articu lár bajo este aspecto crítico, al hacer corresponder a los diversos m om entos de la explicación real los m om entos de la construcción deductiva de las im plica­ ciones como tales.

D esde este p u n to de vista, la situación de la teoría “p u ra ” del derecho en relación con la sociología es especialmente interesante. Todo el m undo acepta, en efecto, que el derecho es u n a disciplina esencialm ente norm ativa, ya que todo problem a de derecho se reduce a un problem a de validación y no de com probación o de hecho. P or ello, el derecho no es u n a ciencia y com o tal a la sociología no le corresponde ocuparse de él. Sin embargo, la creencia y la sumisión al derecho son hechos sociales que, al igual que los otros,;requieren u n a explicación; las reglas consideradas como “jurídica­ m ente válidas” por la colectividad constituyen interacciones sociales esen­ ciales que la sociología debe estudiar como “hechos normativos” al igual que las interacciones morales o lógicas, es decir considerando tales norm as Como hechos. A hora bien, en el terreno de las investigaciones jurídicas, a este estudio positivo le corresponde u n intento de axiom atización análoga ■a la que lós lógicos proporcionaron en relación con las reglas lógicas y que puede, en consecuencia, facilitar la explicación sociológica exactam ente de la m ism a m an era en la que la axiom atización logística facilita el análisis de las representaciones colectivas de carácter racional o científico. En efecto, m ientras la m ayor p arte de las teorías jurídicas de conjunto intentan basar el derecho en preocupaciones metafísicas o (lo que p ara el sociólogo equivale a lo mismo) en ideologías político-sociales, u n cierto núm ero de autores, basándose en los trabajos de E. Roguín sobre la “regla de derecho”, h an intentado po r principio lim itar su análisis a la estructura form al o norm ativa de] derecho. D e este modo, H . Kelsen se planteó el problem a en térm inos de epistemología, k antiana: “ ¿cómo es posible el derecho?” E n lugar de proceder genéticam ente como el sociólogo, dicho autor realizó u n a disección a priori y afirm ó, incluso (lo que presenta sumo interés p ara nosotros y facilita las confrontaciones a posteriori), la irreductibilidad absoluta del análisis sociológico y de la teoría “p u ra ” del derecho. En efecto, m ientras que la sociología es necesariam ente causal y considera, en consecuencia, a los fenómenos sociales; incluidas las reglas de derecho, como simples hechos, el m étodo jurídico “puro ” consiste en vincular en form a directa las norm as de derecho entre sí y se basa, d e este modo, en un tipo específico de implicación que Kelsen designa com o “im putación” . A hora bien, una norm a es esencialmente un deber ser, u n “sollen”, m ientras que u n hecho es relativo al ser, es decir, a u n “sein” y no se puede deducir un deber ser de u n hecho ni inversam ente; Kelsen considera, en consecuencia, que no puede existir u n a sociología jurídica y q ue la ciencia del derecho sólo puede ser una ciencia de la construcción p u ra de las normas. Como se puede apreciar, nos enfrentam os aquí con el problem a de las relaciones entre la im plicación y la causalidad, que se p lan tea al mismo tiem po que el problem a de las relaciones entre u n a axiom ática y la ciencia real que le corresponde. ¿E n qué consiste entonces, desde este punto de vísta de la axiom ati­ zación, el proceso de la “construcción” jurídica? Kelsen considera que la característica esencial del derecho es la de regular su propia creación. U n a norm a jurídica, en efecto, crea nuevas n orm as: u n parlam ento legisla, u n gobierno decreta, u n a adm inistración reglamenta, u n tribunal juzga; estas

leyes, decretos, reglam entos y juicios constituyen norm as elaboradas sin discontinuidad en el m arco de las norm as superiores que les confieren su validez por interm edio de los órganos legislativos, ejecutivos o judiciales que actúan en virtud de estas norm as superiores. Desde el punto superior hasta el punto inferior de la jerarq u ía de los órganos legales existe, de este modo, una creación continua de norm as nuevas; en v irtu d del mismo proceso, aunque considerado en el sentido inverso, tam bién existe una aplicación continua de las norm as anteriores. P ara ser más precisos, cada norm a es, al mismo tiempo, creación de normas de un grado inferior y aplicación de las norm as de grado superior. Aplicación y creación simul­ táneas, tales son, en resumen, las dos características de la constmcción jurídica. Sin em bargo, hay dos excepciones. Las norm as que se validan unas a otras constituyen, efectivamente, una pirám ide cuyos diferentes niveles se estructuran gracias a los vínculos de “im putación” que garántizan esta validez; sin embargo, las dos extrem idades de la pirám ide presentan características diferentes. L a base de la pirám ide está constituida por innum erables “norm as individualizadas” , según la afo rtu n ad a expresión de K elsen: los juicios de los tribunales, las órdenes adm inistrativas, los diplomas universitarios, etc., es decir las norm as qué en últim a instancia se aplican sólo a u n individuo único,, determ inado de este m odo por u n derecho o por u n a obligación específicos. Estas norm as individualizadas, en conse­ cuencia, son “aplicación” p u ra y no creadoras, pusto que, m ás allá del individuo, no existe ningún térm ino jurídicam ente im putable. La cúspide de la pirám ide, p o r su parte, se caracteriza por un a norm a única que es creación p u ra y no ya aplicación, y a que n a d a es superior, a ella. No se debe confundir esta “norm a fundam ental” con la constitución, fuente de todas las norm as del derecho estatal, porque se debe justificar incluso la validez de la constitución: ella constituye, de este modo, la fuente de la constitución y la condición necesaria a priori de la validez del orden jurídico en su totalidad. El derecho es entonces lo siguiente: u n sistema de norm as encajadas, que dependen de u n a norm a fundam ental y que se extienden sucesivamente . hasta el conjunto de las norm as individualizadas. P ara la teoría “p u ra” de K elsen,. el derecho es sólo este sistema de norm as consideradas como tales; es decir, no existe ninguna realidad jurídica que no form e parte, como nivel necesario, de este sistema de normas puras. E l “sujeto de derecho” . es sólo u n “centro de im putación” de las norm as; al m argen de este aspecto es sólo u n a p u ra ficción de naturaleza ideológica y no jurídica: el “derecho subjetivo” corresponde, entonces, a. la m etafísica y es excluido de la teoría pura. El “Estado”, en cambio, es únicam ente el orden jurídico considerado en su conjunto; todo intento de conferirle otra realidad, además de la puram ente norm ativa, desborda igualm ente al derecho y ocupa el terreno de la ideología política. Podemos com probar el estrecho parentesco que existe entre esta con­ cepción y u n a teoría form al cualquiera que exprese la estructura de un sistema de operaciones. Pese a que en el derecho no existe n ad a m ás que

u n a jerarquía de normas encajadas vinculadas entre sí por un a relación form al de imputación, considerando la im putación com o u n caso particular de implicación, podemos com parar este sistema con un conjunto de p ro ­ posiciones vinculadas form alm ente unas a otras en un a pirám ide de im pli­ caciones. Las proposiciones jurídicas son obviam ente imperativas, m ientras que las proposiciones lógicas son indicativas. Pero ello tiene poca im por­ tancia en lo que se refiere a la estructura form al del sistema: se pueden trad u c ir los imperativos en proposiciones que com prueban la existencia de u n a obligación o de un derecho; en lo que concierne a las relaciones entre proposiciones lógicas, se tra ta de norm as que engloban en consecuencia un elem ento imperativo. A. L alande destaca el hecho de que A implica B “p a ra el hombre honrado”. El derecho, al igual que la lógica puede entonces estructurarse bajo la form a de un sistema de “agrupamientos” ; se podría, entonces, expresar todas las jerarquías de las normas en fórmulas logísticas que pondrían de m anifiesto los agrupam ientos de relaciones asimé­ tricas (imputaciones en cajad as), de relaciones sim étricas (coimputaciones recíprocas o relaciones contractuales) y de clases, que la constituyen íntegra­ m ente. Además, las proposiciones jurídicas, en lugar d e estar contenidas idénticam ente unas en otras, se construyen unas a p a rtir de las otras; ello equivale a com parar la construcción jurídica, constituida por aplicaciones y creaciones indisociables, con u n a construcción lógica constituida por operaciones propiam ente constructivas. A hora bien, se puede estudiar u n sistema de operaciones m ediante dos m étodos: el método psicosociológico, que analiza causalmente la cons­ trucción real y el m étodo axiomático o lógico que expresa únicamente las implicaciones entre estas operaciones o las proposiciones que las traducen. L a teoría pura del derecho, desde este p u n to de vista, constituye, evidente­ m ente, una axiomatización, ya que Kelsen contrapone precisamente la “im putación” jurídica a la causalidad sociológica. Se debe determ inar entonces la relación entre la axiom ática representada p o r la ciencia jurídica p u ra y la ciencia real correspondiente que está representada por la socio­ logía jurídica o la parte de la sociología que se ocupa de explicar causal­ m ente las normas como “hechos norm ativos” (como dice P etrajitsky); es decir, como reglas im perativas que com portan u n a génesis en función de las interacciones sociales de todo tipo y actúan, p o r su parte, causalmente como interacciones particulares. Se observa desde u n prim er m om ento el p u n to d e unión. U n a vez planteados los axiomas iniciales, u n a teoría form alizada se desarrolla p o r u n a v ía puram ente deductiva y sin reunir a lo real; los axiomas iniciales, por su parte, traducen siempre, bajo u n a form a m ás o menos encubierta, operaciones reales de las que constituyen el esquem a abstracto. A hora bien, esto es precisamente lo que se revela con claridad en el caso de formalización jurídica de K elsen: la “norm a fundam en tal”, que expresa form alm ente la condición a priori de la validez del orden jurídico en su totalidad, es sólo la expresión abstracta del hecho concreto de que la sociedad “reconoce” el valor normativo de este o rd en ; ella corresponde, entonces, a la realidad social del ejercicio efectivo de u n poder y del “reconocimiento” de este

poder o del sistema de las reglas que em anan de aquél. Pese a que la construcción jurídica form al puede ser axiom atizada en la form a más “p u ra ”, caben muchas dudas de que la norm a fundam ental pueda, por su parte, perm anecer pura, ya que el “reconocim iento” real constituye un interm e­ diario indispensable entre el derecho abstracto y la sociedad: la axiom a­ tización debe, sin duda, co rtar este cordón um bilical p ara disociar la cons­ trucción formal de sus vínculos con lo real, pero el sociólogo debe recordar que este cordón ha existido y que su papel h a sido fundam ental en la alim entación del derecho em brionario. A hora bien, la situación de la teoría “pu ra” del derecho es ésta, y se puede prever lo mismo en relación con u n a disciplina que en realidad no existe aún, pero cuya elaboración presentaría u n gran interés: la teoría “p u ra ” de las relaciones morales. Con trariam ente a la opinión del propio K elsen, no se excluye en absoluto la posibilidad de que en la construcción de las norm as morales sea posible poner de m anifiesto u n proceso análogo al que este autor describe en el terreno jurídico; en este caso, sin embargo, se tra ta ría de u n a construcción de relaciones personales, y no ya trans­ personales, así como de u n a elaboración m ucho m ás lenta, que correspon­ d ería a la sucesión de las generaciones (al ser cad a norm a transm itida aplicación de normas precedentes y creación de nuevas normas) y, sobre todo, u n a diferenciación m ucho m ayor de las “norm as individuales” sin intervención de órganos estatales creadores de norm as. D e todas formas y pese a estas diferencias, valdría la p en a in te n ta r la comparación, sobre la base de una form alización precisa y logística. Por último, es evidente que las reglas que rigen las representaciones colectivas racionales determ inan a su vez una axiomatización precisa: nos referimos a la lógica, como com ún expresión de los mecanismos opera­ torios intraindividuales e interindividuales. Exam inarem os este problema m ás en detalle en el § 7, pero desde un nuevo p u n to de vista, ya que la lógica no es sólo una de las formas axiom atizadas de la explicación so­ ciológica : es tam bién u n producto de la vida social y constituye, entonces, u n o de los campos en que la explicación sociológica se continúa en explica­ ción del conocimiento. E n resumen, todos los sistemas de norm as que alcanzan un estado de equilibrio a la vez móvil y relativam ente perm anente pueden determ inar u n a axiomatización, que com plem enta, aunque sin reem plazarla, a la expli­ cación sociológica real, ya que ella sólo perm ite desentrañar las estructuras implicativas, independientem ente de la causalidad social. Hemos aclarado entonces este punto, y puesto que la utilización de este género de form ali­ zación contribuye por su p arte a disociar los mecanismos propiam ente operatorios de las ideologías que le son atribuidas en la conciencia común, debemos ocuparnos ah o ra de ia explicación sociológica real (por oposición a form al) del pensam iento socializado y colectivo. Hemos reservado esta discusión para el final de este capítulo, puesto que no sólo se relaciona con la epistemología desde el punto de vista de la estructura de la explica­ ción sociológica, considerada como form a p articu lar del pensamiento cien­ tífico: este problem a condiciona la epistemología teniendo en cuenta la

m ateria estudiada, ya que se trata del pensamiento como tal, considerado como objeto de análisis de la sociología. E n otras palabras, toda sociología se contin úa naturalm ente en u n a sociología del conocimiento (de la misma form a en que toda psicología culm ina por su parte en u n a psicología del conocim iento) y esta sociología del conocimiento condiciona a la propia epistemología genética. E n este sentido, se deben exam inar dos problem as fundam entales: la explicación sociológica de las formas sociocéntricas d e pensam iento (desde las ideologías en general hasta las metafísicas propiam ente dichas) y la explicación sociológica de las form as operatorias de pensam iento colec­ tivo (de la técnica a la ciencia y a la lógica). § 6. E l p e n s a m i e n t o s o c i o c é n t r i c o . El análisis del desarrollo indi­ vidual del pensam iento perm ite observar__§l hecho esencial de que Ja s? operaciones del espíritu derivan de la ¡acción iy de los m ecardsmos sensoriomótores~ pero "qué "á3em5s y para constituirse exigen u na deseentralizacióii gradual en relacióiT- zon la^ÍO Tm ásJnieiaiesJe_.re¿resentacioñ,rrq5ilFM n_ egú cen S casT En otras palabras, la explicación del pensam iento operatorio en el individuo supone la consideración de tres y no y a sólo de dos sistemas cognitivos: en prim er lugar, Existe la asimilación p ráctica de lo real a los esquemas de la actividad sensoriomotriz, con un comienzo de descentra­ lización en la m edida en que estos esquemas se coordinan entre sí y en que la acción se sitúa en relación con los objetos sobre los que actúa ¿¿existe ■hiego la asimilación representativa de lo ..real a los esquemas iniciales del pensaifei.eq.tQ,. que siguen síeácRf"ágocéntricds eii la m edida en que no con­ sisten aú n en operaciones coordinadas, sino en acciones interiorizadas aisladas; por último,-Existe la asimilación a las propias operaciones,'que prolongan la coordinación de las ,acciones, aunque con la condición de u n a descentralización sistemática respecto del, yo y de los conceptos subjetivos. El. progreso del conocimiento individual no consiste entonces sólo en una integración directa y simple de los esquemas iniciales en los esquemas ulteriores, sino en u n a inversión fundam ental de sentido que sustrae las relaciones a la prim acía del p unto de vista propio y las vincula con sistemas que subordinan este punto de vista a la reciprocidad de todos los puntos dé vista posibles y a la relatividad inherente a los agrupam iento? operacionales. .Los m omentos esenciales de esta construcción son, entonces, los siguientes: acción" práctica, pensam iento egocéntrico y pensam iento^ogeratorio. ~A hora bien, el análisis sociológico del pensam iento colectivo conduce a resultados exactam ente paralelos. E n las diversas sociedades hum anas existen técnicas ligadas al trabajo m aterial y a las acciones que el hombre ejerce sobre la naturaleza; estas técnicas constituyen u n prim er tipo de relaciones entre los sujetos y los objetos: estas relaciones pueden lograr una cierta eficacia y, en consecuencia, objetividad, pero su tom a de conciencia sigue- siendo parcial," ya que están ligadas' a los resultados obtenidos y no tienen como objeto la com prensión de las conexiones mismas. Además, y por o tra parte, existe u n pensam iento científico u operatorio que continúa

en p arte las técnicas (o las enriquece recíprocam ente), pero que las com­ pleta, al agregarle a la acción u n a com prensión de las relaciones y, sobre todo, al sustituir la acción m aterial m ediante las acciones y las técnicas interiorizadas representadas por las operaciones de cálculo, de deducción y de explicación. E ntre la técnica y la ciencia, sin em bargo, existe un térm ino medio, que en algunos casos h a actuado como obstáculo: nos refe­ rimos al conjunto de las formas colectivas de pensam iento que no son ni técnicas ni operatorias y que proceden de la simple especulación; las ideologías de todo tipo, cosmogónicas o teológicas, políticas o metafísicas, qué van desde las representaciones colectivas más prim itivas hasta los siste­ mas reflexivos contemporáneos m ás refinados. A hora bien, el resultado más im portante de los análisis sociológicos realizados sobre este térm ino medio, ni técnico ni operatorio del pensam iento colectivo, fue el de dem ostrar su aspecto esencialmente sociocéntrico: m ientras la técnicas. y la ciencia constituyen dos tipos de relaciones objetivas éntre los hom bres que viven Un sociedad y el universo, la ideología, bajo todas sus formas, es u n a repre­ sentación de las cosas que centralizan al universo, en la sociedad hum ana, en sus aspiraciones y en sus conflictos. El advenim iento del pensamiento operatorio supone en el individuo u n a descentralización en relación con el pensam iento egocéntrico y con el yo, necesaria p a ra perm itir que la operación continúe a las acciones de las qüe procede; del mismo modo el pensam iento científico h a exigido siempre, en el desarrollo social, una descentralización en relación con las ideologías y con la sociedad necesaria p ara perm itir que el pensam iento científico continúe la acción de las téc­ nicas en las que se origina. E n lo que se refiere a la necesidad de esta descentralización funda­ m ental, n ad a es más significativo que com parar las concepciones idealistas del desarrollo (como por ejemplo la iey de los tres estados de A. Comte, que en D urkheim se convirtió en la teoría de la conciencia colectiva) con los conceptos m arxistas de la infraestructura técnica y de la superestructura , ideológica, inspirados en el sentim iento agudo de los desequilibrios y de los conflictos sociales. Estos tres autores coinciden en lo que se refiere al carácter sociocéntrico de las ideologías; sin embargo, m ientras -Comte y D urkheim consideran a la ciencia como la continuación n atu ra l del pensa­ m iento sociomórfico, u n a sociología operatoria como la de M arx pone por el contrario en contacto a la ciencia^con Jas^ técnicas y en lo que se refiere a las ideologías proporciona un notable instrum ento crítico que perm ite poner de m anifiesto el elemento sociocéntrico. incluso en los productos más refi­ nados del pensam iento metafíisico contem poráneo: subordina, de este modo, la objetividad am bicionada por el pensam iento científico a u n a condición previa y necesaria, l a descentralización de los conceptos en relación con las ideologías superestructurales y su vinculación con las acciones concretas en las que se basa la vida social. U n a sociología del conocimiento que ignora el alcance de este proceso de descentralización se caracteriza p o r el hecho de que tard e o tem prano vincula al pensam iento científico con las ideas místicas y teológicas prim i­ tivas: en efecto, si se rem ontan sucesivamente los niveles de la evolución

de un concepto, con la condición de no ab andonar el terreno de la super­ estructura, se p o d rán observar siempre algunas formas iniciales de este concepto de naturaleza religiosa. D e este modo, la idea de causa fue en un prim er m om ento m ágica y animista; la idea de ley n atural se confundió durante m ucho tiem po con la de una obediencia a voluntades sobrenaturales; la idea de fuerza se inició bajo aspectos ocultos, etc. Todo el problem a, es entonces el de saber si esta derivación es directa o si, por el contrario, el pensamiento científico h a descentralizado poco a poco estos conceptos sociocéntricos vinculándolos nuevam ente con su fuente p rác tica: defender el primero de estos dos puntos de vista supone afirm ar la continuidad de la conciencia colectiva considerada en una u n id a d ; defender el segundo, por el contrario, supone disociar lo ideológico... de lo concreto ,e introducir, en el análisis de las interacciones en presencia, las tres categorías de la-técnica, ■ de la ideología y de la ciencia, con descentralización necesaria de la tercera en relación con la segunda. A. Com te y sobre todo D urkheim defendieron el prim ero de estos dos puntos de vista y se puede afirm ar que la idea central del durkheim ismo reside en la derivación de todas los conceptos racionales y científicos a partir del pensam iento religioso, considerado como la expresión simbólica o ideológica de la coacción del grupo social primitivo sobre los individuos. Sin embargo, nadie insistió en mayor grado que Durkheim sobre el carácter “sociomórfico” de estas representaciones colectivas primitivas. La defensa simultánea de dos posiciones tan difíciles de conciliar se debe, evidente­ mente, al hecho de que, en lugar de proceder a un análisis de los diferentes tipos de interacciones sociales, utilizó constantem ente el lenguaje global de la “totalidad” . Entonces, para dem ostrar la naturaleza colectiva de la razón, utilizó indistintam ente dos tipos de argumentos, en realidad m uy diferentes, pero utilizados en forma sim ultánea bajo el disfraz de este concepto indiferenciado del todo social que ejerce su coacción sobre los individuos. Los prim eros argumentos son de carácter sincrónico y consisten en señalar que los individuos no pueden tener acceso a la generalidad y a la estabilidad características de los conceptos, a las ideas dé tiempo y de espacio homogéneas, a las reglas formales de la lógica, etc., sin u n in ter­ cambio constante de pensam iento regulado por el grupo en su totalidad. Los segundos argum entos son de orden diacrónico y equivalen a establecer la continuidad entre las representaciones colectivas actuales y las represen­ taciones colectivas “originales” : p ara D urkheim , la característica “sociomórfica” de estas representaciones prim itivas constituye una prueba m ás de su origen social; puesto que él se niega a distinguir el carácter cooperativo de las reglas que aseguran el trabajo técnico o intelectual efectuado en común y el carácter coercitivo de las tradiciones o transmisiones unilaterales, este sociocentrismo prim itivo no lo perturba en lo que. se refiere a la in ter­ pretación de las representaciones colectivas racionales y no considera que sea necesaria ninguna descentralización o inversión de sentido del pensa­ miento científico en relación con la ideología sociomórñca. A hora bien, y como lo veremos más en detalle en el § 7, los prim eros entre estos dos tipos de argumentos son perfectam ente válidos, aunque bajo

dos condiciones. U n a es la de adm itir que el trabajo colectivo que conduce a la constitución de los conceptos racionales y reglas lógicas es una acción realizada en ccm ún antes de ser un pensam iento com ún: la razón no es sólo comunicación, discurso y conjunto de conceptos; ella es, en prim er lugar, sistema de operaciones y la colaboración en la acción es lo que conduce a la generalización operatoria. L a segunda de las dos condiciones es la de reconocer que se tra ta en este caso, de u n proceso heterogéneo en relación con la coacción ideológica de las tradiciones. Sin duda, tam bién existen técnicas “consagradas” como conceptos impuestos por el respeto de la o pinión: sin em bargo, esta consagración no determ ina su valor racional. Lo “universal” puede ser asimilado a lo colectivo sólo con la condición de referirse a u n a cooperación en el trabajo m aterial o m ental, es decir a un factor de objetividad y de reciprocidad que suponga la autonom ía de los participantes y que se m antenga ajena a la coacción intelectual de las ^e^esentacioñés'T óciom órficas impuestas por el grupo en su totalidad por algunas dé sus clases sociales. Cuando D urkheim respondió a la objeción que se le form uló de subordinar la razón a la opinión pública, declaró que aquélla era u n m al juez de la realidad social efectiva y que siempre per­ m anecía en retraso en relación con las corrientes profundas que atraviesan a esta ú ltim a; con esta declaración, D urkheim ¡reconoció, en realidad, la irreductibilidad de la cooperación a la coacción y la necesidad, p ara hacer sociología concreta, de disociar el todo social en procesos diversos (lo que determ ina entonces u n análisis de los tipos de actividades, de relaciones interindividuales, de coacciones y de oposiciones de clases, de relaciones entre generaciones, e tc é te ra ). En lo que se refiere a los otros argum entos de D urkheim , es decir al descubrim iento de las representaciones colectivas “sociomórficas” no se puede subestim ar el interés de los hechos así revelados; estos hechos, sin embargo, no suponen necesariam ente las consecuencias que él deduce; además, este sociocentrismo no podría lim itarse sólo a las ideologías de las sociedades primitivas. E n efecto, las “clasificaciones prim itivas” descriptas p o r H ubert y M auss y basadas en las distribuciones de los individuos en tribus y en clanesflas form as cualitativas del tiem po y del espacio m odeladas en la sucesión de las fiestas colectivas o la topografía del territorio social, los conceptos de causa y de fuerza que em anen de las energías caracte­ rísticas de la coacción del grupo, etc., son todos hechos inobjetables y muy instructivos p ara la sociología. ¿Pero qué p rueb an exactamente? ¿Q ue las principales categorías del espíritu son m odeladas por la sociedad o que son deform adas por ella? ¿ O ambas cosas a la vez? ¿P rueban que estas formas sociomórficas de pensam iento se sitúan en el origen de la razón o simplemente de las ideologías colectivas? A hcra bien, u n a confusión frecuente puede dificultar este análisis: a partir del hecho de que las representaciones colectivas “originales” son sociomórficas y, sobre todo, del hecho de que ellas se transm iten com ple­ tam ente constituidas m ediante la coacción educativa de las generaciones anteriores . sobre las siguientes .en u n a sociedad que ignora la división del trabajo económico, las clases sociales y la diferenciación intelectual de los

individuos, se suele considerar entonces, que ellas están más socializadas que las nuestras (m ás socializadas, por ejemplo, que la razón autónom a de un m atem ático que razona sobre conceptos que él mismo inventó) o al menos que poseen u n a socialización similar. A hora bien, p a ra disipar esta ilusión basta com probar que, si bien el desarrollo de las operaciones racionales supone u n a cooperación entre los individuos que liberan a éstas de su egocentrismo inicial, las representaciones colectivas sociocéntricas, por el contrario, corresponden en el plano social a lo que las representaciones egocéntricas son en el plano individual. El n iñ o pequeño, a nivel del pensam iento intuitivo, considera así que los astros lo siguen en sus paseos, sobre todo la lu n a y las estrellas que parecen retroceder en el cam ino cuando él vuelve sobre sus pasos. G uando el prim itivo considera que el curso de los astros y de las estaciones está regulado p o r la sucesión de los hechos sociales y que, entre los antiguos chinos estudiados por G ranet, el H ijo del Cielo garantiza su m arch a regular yendo alrededor de su reino y después de su palacio, la centralización en la tribu o incluso en el im perio reem plaza la centralización en el individuo, es decir, que el sociocentrismo reem plaza al egocentrismo, pero entre dos tipos de “centrismos” po r oposición a las operaciones descentralizadas de lajrazón. D el mismo modo, en el niño existen u n a finalidad, u n animismo, un artificialismo, u n a m agia, u n a “participación”, etc., egocéntricos; pese a todas las diferencias que existen entre estos conceptos fluidos e inestables y las grandes cristalizaciones colectivas que caracterizan a las mismas actitudes en el plano de las ideología de los primitivos, podem os observar nuevam ente u n a convergencia entre el egocentrismo intelectual del individuo y el sociocentrismo de las representaciones “prim itivas” . En consecuencia, podem os responder ahora a las preguntas anterior­ m ente planteadas. L o que dem uestra la naturaleza social de la razón no es el carácter sociomórfico de las representaciones colectivas prim itivas, sino (como lo acabam os de ver y como volveremos a examinarlo en el § 7) el papel necesario de la cooperación en la acción técnica y en las operaciones efectivas del pensam iento que la continúan. Las representaciones colectivas sociomórficas constituyen sólo un reflejo ideológico de esta realidad fu n d a­ m ental : ellas expresan la form a en que los individuos se representan en común su grupo social y el universo; esta representación es sociocéntrica por ser sólo intuitiva o incluso simbólica y no a u n operatoria, en virtu d de una ley general de todo pensamiento no operatorio, la de estar centrado en su tem a (individual o colectivo). Además, transm itida y consolidada por las coacciones de la tradición y de la educación, ella se opone, precisa­ mente, a la formación, de las operaciones racionales, que suponen el libre ' juego de u n a cooperación de pensam iento basada la acción. Las represen­ taciones colectivas sociocéntricas características de las sociedades prim itivas no constituyen entonces el punto de p artid a de la razón científica, pese a la continuidad aparente observada por D.urkheim; este autor se limitó al desarrollo continuo de las superestructuras sin com prender la descentración esencial de pensam iento que la ciencia supone; y ello incluso (como lo

señaló Brunschvicg) 1 3 llegando a un intento de im poner a los físicos mo­ dernos el respeto por el concepto de “fuerza” por derivar del “m á n a” de los milanesios o de la “orenda” m ágica de los sioux, En realidad, el sociomorfismo prim itivo da origen no a la razón sino a las ideologías sociocéntricas de todas las épocas, con la única diferencia de que con la división dél trabajo económico, el sociocentrismo de las clases sociales h a dom inado progresivam ente al sociocentrismo a secas: subordinar el tiem po físico al ca­ lendario de las fiestas colectivas, en efecto, supone representarse al universo como centrado en el grupo social, de la m ism a form a en que el teó rico . del “derecho n a tu ra l” im agina u n orden del m undo que confiere a los indivi­ duos en sociedad la posesión in n a ta de algunos derechos (lo que legitimiza entonces el derecho de propiedad, etc.), o de la misma forana en que el teólogo y el metafísico construyen un universo cuyo centro coincide con el hombre, es decir, con la m anera en que la sociedad está organizada o tiende a organizarse m ejor en u n m om ento determ inado de la historia. Antes de exam inar la form a en que el marxismo y el neom arxismo interpretan las ideologías contem poráneas, recordemos la do ctrin a de T arde. Este sociólogo se vio perjudicado por u n a tendencia a u n a excesiva simpli­ ficación que lo dispensó tanto de u n a reconstitución histórica o etnográfica precisa com o de la inform ación psicológica indispensable p a ra el estudio de las interacciones individuales (punto de vista con el que él reem plaza el de la “ totalidad” durkheim iana) ; sin embargo, realizó observaciones de detalle m uy interesantes. E n el esquema general que T ard e form ula sobre las interacciones ( “im itación”, “oposición” y “adaptación” o “interven­ ción” ), la lógica satisface dos funciones particulares, comunes a la actividad individual y a las interacciones. E n prim er lugar, una función de “equilibración” : la lógica es u n a coordinación de las creencias que d eja de lado las contradicciones y perm ite la síntesis de las tendencias conciliables. Por otra parte, u n a función de “mayorización” : la lógica nos perm ite lograr u n a certeza cada vez mayor. Sin embargo, esta equilibración y esta mayo­ rización de las creencias pueden tener como centro tanto a la conciencia individual considerada como u n sistema m om entáneam ente cerrado, como a la sociedad entera considerada tam bién como u n sistema único. Ello da lugar a u n a “lógica individual”, fuente de coherencia y de creencia reflexiva en el seno de cada conciencia personal (la lógica a secas, en el sentido corriente del térm ino) y la “lógica social” , fuente de unificación y de refuerzo de las creencias en el seno de u n a sociedad dada. T ard e entrevio a m enudo la interdependencia de la conciencia individual y de la sociedad: de este m odo, las oposiciones sociales se traducen en el individuo bajo formas de conflictos internos, las deliberaciones externas b ajo form a de reflexión interior, la adaptación social bajo la de dimensión m ental, etc., con una oscilación entre los polos internos y externos de cad a uno de estos pares. A hora bien, llam a la atención que no se haya p lan tead o preci-15 L. Brunschvicg: L ’expérience humaine et la causalité physique, París (1922), págs. 106-107.

sámente este problem a en relación con la lógica; no se preguntó, entonces, si la “lógica individual” deriva de la “lógica social” , o a la inversa, o si ambas se construyen en form a sim ultánea. T ard e se limitó a señalar sus antagonismos en u n a form a müy llam ativa, pero sin ubicarse nu n ca en el terreno genético. E n la “lógica individual”, como la designa T ard e, la equilibración y la mayorización van a la p a r: u n a creencia será tan to más segura cuanto que form a parte de un sistema m ás coherente y no enfrente ninguna contradicción. E n la “lógica social” , ocurre al parecer lo mismo: la “mayorización” conduce a la acumulación de estos “capitales de creencias” , como dice T arde, es decir las religiones, los sistemas morales y jurídicos, las ideologías políticas, etc., y la “equilibración” tiende a la supresión de los conflictos m ed ian te la eliminación de las opiniones singulares o herejías. Sin embargo, precisam ente debido al hecho de qué cada individuo se ve llevado a pensar y a repensar el sistema de las ideas colectivas, las dos tendencias a la mayorización y a la equilibración sociales son a la larga inconciliables y predom inan en form a altern ad a: cuando las creencias están unificadas socialmente en exceso (ortodoxas por causas de equilibración), los indi­ viduos no creen m ás en ellas y cuando intentan reforzar sus convicciones (mayorización) caen en la herejía y am enazan de este m odo la u n id ad del sistema. L a historia de las religiones, etc., incluso de los sistemas de signos verbales (conflictos entre el lenguaje correctam ente utilizado y la expresi­ vidad) proporciona a T ard e muchos ejemplos de esta alternancia; a p a rtir de ello, T a rd e llega a la conclusión de que las sociedades term inan siempre por subordinar la “lógica individual” a la “lógica social” (sociedades llamadas prim itivas, teocracias orientales, etc.) o inversam ente (dem ocracias occidentales). Estas dos lógicas son entonces incompatibles y se basan en realidad en “categorías” opuestas: conceptos espacio-temporales y objeto m aterial en el caso de la lógica individual, conceptos jurídico-m orales e idea de D ios com o punto de apoyo de los valores en el de la lógica social. Es interesante observar que a p artir del m om ento en que em prende el estudio de la sociología del conocim iento,' contra su voluntad y p ráctica­ m ente en oposición con todo el resto de su doctrina, T ard e se ve llevado a reconocer la existencia de u n dualismo fundam ental entre las ideologías sociocéntricas originadas en la coacción del grupo y la lógica racional. Es evidente, en efecto, que la “lógica social” de T ard e es sólo la lógica de la superestructura ideológica que expresa el sociocentrismo característico de toda coacción colectiva espiritual: la equilibración y la mayorización que constituyen sus leyes son sólo una traducción apenas velada de la “coacción social” de D urkheim , fuente, al mismo tiempo, de las transmisiones sociales y de los valores “sagrados” . En lo que se refiere a la “lógica individual” de Tarde, su g ran error fue el de no haber com prendido que es m ucho m ás social que el pensam iento sociocéntrico y que, lejos de ser innata, supone u n a cooperación continua: en el pensamiento individual en vías de socialización ( el'egocentrismo infantil) no existe ni una equilibración ni u n a mayorización de las creencias, al no haber operaciones que estén coordinadas individual y socialmente (véase § 7 ). Por o tra parte, la im posibilidad de conciliar socialmente la mayorización y la equilibración es real sólo en el caso de las

ideologías y sólo en las sociedades suficientemente diferenciadas: en el plano de la cooperación social, el equilibrio de las creencias y su m ayorización no tienen n ad a de contradictorio, como lo dem uestran las relaciones colec­ tivas que actúan en la colaboración técnica y científica. E n resumen* la “lógica individual” de T arde es la lógica social y su “lógica social” es la ideología sociocéntrica. E n oposición con el realismo idealista de D urkheim y con el indivi­ dualismo de T arde, la concepción esencialmente concreta que K. M arx elaboró sobre el problem a de las ideologías y de la lógica (haciendo abstrac­ ción de las pasiones políticas relacionadas con u n nom bre que se ha conver­ tido en símbolo y que en algunos casos es considerado como un profeta y en otros como u n sofista) concuerda en m ucho mayor grado con los datos actuales de la psicología y de la sociología. El m érito de K. M arx, en efecto, es el de haber distinguido en los fenómenos sociales un a infraestructura efectiva y u n a superestructura que oscila entre el simbolismo y la tom a de conciencia adecuada, en el mismo sentido (tal como el propio M a rx lo declara en form a explícita) en que la psicología se ve obligada a distinguir entre la conducta real y la conciencia. L a infraestructura está representada por las acciones efectivas o las operaciones que consisten en el trab ajo en las técnicas y que vinculan a los hombres de la sociedad con la naturaleza: relaciones “m ateriales”, dice M arx, pero se debe entender que ya a p artir de las conductas más m ateriales de producción existe un intercam bio entre el hom bre y las cosas, es decir, u n a interacción indisociable entre los sujetos activos y los objetos. E sta posición llam ada “dialéctica”, p o r oposición al m aterialism o clásico (M arx expuso su posición al reprochar a F euerbach su concepción receptiva o pasiva de la sensación), se caracteriza p o r la actividad del sujeto en interdependencia con las respuestas del objeto. En relación con la infraestructura, la superestructura equivale entonces a lo que la conciencia del hom bre individual es en relación con su conducta: la conciencia puede ser u n a autoapología, u n a transposición simbólica o un reflejo inadecuado de la conducta o puede prolongar a ésta bajo form a de acciones interiorizadas y de operaciones que desarrollan la acción re a l; del mismo modo, la superestructura social oscilará entre la ideología y la cencía. L a ciencia realiza y refleja la acción técnica en el plano del pensa­ miento colectivo, m ientras que la ideología, por el contrarío, constituye esencialmente u n simbolismo sociocéntrico, centrado no en la sociedad entera, dividida y presa de oposiciones y de lucha, sino en las subcolectividades representadas p o r las clases sociales con sus intereses. Cuando en sociología se intenta alcanzar u n a cierta objetividad, llam a la atención com probar que la distinción entre la infraestructura y la super­ estructura h a sido aceptada po r uno de los mayores adversarios de la teoría m arxista; ello señala en grado suficiente la necesidad de tales con­ ceptos p ara el análisis sociológico de las ideologías y de las metafísicas. E n su gran T raite de sociologie genérale, V . Pareto insiste, en efecto, a lo largo de m ás de m il páginas, sobre la utilidad esencial del estudio de los “discursos” , las teorías pseudocientíficas y, las ideologías en general,

p ara com prender los mecanismos sociales; ello perm ite esclarecer, bajo la aparente racionalidad de esta gigantesca producción de conceptos m etafísicos, las intenciones ocultas y los intereses reales en juego. Los conceptos m arxistas de superestructura y de infraestructura se presentan entonces de la siguiente form a: p o r u n lado, un elemento variable, que depende de las ideas filosóficas o de las modas espirituales del momento y que consiste en “derivaciones” conceptuales y verbales; p o r el otro, los intereses efectivos, fuente inconsciente de la ideación colectiva y que se m anifiestan bajo form a de “residuos” constantes. A pesar del valor del intento de Pareto p ara con­ vertir a los “residuos” e n elementos de u n equilibrio mecánico y p ara analizar objetivam ente las oscilaciones y los desplazamientos de equilibrio, la debilidad de su trab ajo se origina en dos defectos esenciales. P o r u n lado, concibió a sus “residuos” como especies de instintos innatos en el individuo, susceptibles de ser clasificados de u n a vez p ara siempre y, en consecuencia, inalterables en el transcurso de la historia; no com prendió que tam bién los residuos eran el producto de interacciones originadas en las actividades múltiples del hom bre en sociedad. Por otra parte, su análisis de las “derivaciones” ideológicas es llam ativam ente escueto, ya que carecía de una cultura filosófica suficiente; ello no le perm itió p oner en claro el simbolismo que com porta la conceptualización característica de esta super­ estructura cambiante. Los discípulos contem poráneos de K. M arx en sociología realizaron un análisis sistemático de este simbolismo ideológico; el valor de las hipótesis m arxistas puede ser juzgado a partir de ios resultados de estos nuevos métodos de interpretación. Sin embargo, los trabajos d e . G. Lukács y de L. G oldm ann han perm itido ya bosquejar u n a idea precisa sobre lo que se puede esperar de este método en la sociología de la creación literaria y, sobre todo (lo que interesa en form a directa a la epistemología), en la crítica sociológica del pensam iento metafísico. E n sus diversos ensayos, Lukács puso de manifiesto el papel de la “conciencia de clase” en toda producción filosófica y literaria y el proceso de “cosificación” que él atribuye al pensam iento burgués. E n especial, mostró en el mecanismo de 1 a. producción literaria la proyección idealizada de los conflictos sociales vividos por sus creadores. Sus análisis más notables corresponden a las repercusiones del T herm idor francés sobre la cultura alem ana, en especial sobre H olderlin, G oethe y Hegel. E n el terreno de la crítica metafísica, la obra de L, G oldm ann continúa a la de Lukács. E n efecto, dem uestra basándose en ejemplos tan significa­ tivos como los de K a n t y de Pascal que la creación de los grandes sistemas especulativos constituye, esencialmente, la satisfacción m ediante el pensa­ miento de algunas necesidades dom inantes relacionadas con el desarrollo de u n a clase social d u ran te un período determ inado de la historia de las sociedades nacionales. D e este modo, la lucha de la burguesía europea contra el feudalismo y luego su liberación dieron lugar a la constitución de un cierto núm ero de ideales que dom inan todo el pensamiento metafísico occidental. Se trata, en prim er lugar, de los conceptos fundam entales de libertad y de individualismo, que crean a la igualdad jurídica como con­

dición necesaria y conducen al racionalismo, que en su esencia es la filosofía de la autonom ía y de los derechos del individuo. Luego, sin em bargo, en la m edida en que esta liberación del individuo se hace posible, surge el senti­ miento trágico de su ru p tu ra con la com unidad hu m an a y, en consecuencia, la búsqueda de u n ideal de totalidad, considerado sim ultáneam ente como necesario y como inaccesible. A esto se le agrega la diversidad de los puntos de vista nacionales: estas grandes líneas m uestran un a particular nitidez en el pensam iento francés, m ientras que en el caso del empirismo inglés se refleja el espíritu de compromiso social: “ Un compromiso es un a lim itación, aceptada bajo la presión de la realidad exterior, de los deseos y de las. esperanzas de los que se h a partido. E n u n país en el que la estructura económica y social se haya originado esencialmente en un compromiso entre dos clases opuestas, la visión del m undo de los filósofos y de los poetas será tam bién m ucho m ás realista y menos radical que en los países en los que una lucha prolongada m antuvo en la oposición a la clase ascendiente. A nuestro parecer ésta es una de las principales causas que determ inaron que el pensam iento filosófico de la burguesía inglesa haya sido em pirista y sensualista, y no racionalista como en F rancia ” . 1 6 E n lo que a A lem ania se refiere, el retraso considerable del liberalismo sitúa al escritor y al filósofo hum anista en u n a posición m uy diferente, caracterizada por la soledad y el sentimiento de la imposibilidad de una realización ráp id a del ideal r a ­ cional. Ello perm ite bosquejar u n a explicación sociológica posible de la filosofía kantiana. “L a im portancia de K a n t reside sobre todo en el hecho de que su pensam iento expresa por un lado en form a totalm ente clara las concepciones del m undo individualista y atom ista, tom adas de sus prede­ cesores y llevadas hasta sus últim as consecuencias; por ello, precisam ente, choca con sus límites últimos que K an t considera como límites de la exis­ tencia hum ana como tal, del pensamiento y de la acción del hom bre en general y que, por o tra parte, no se detiene (como la m ayor p arte de los neokantianos) en la com probación de estos lím ites; em prende p o r el con­ trario los prim eros pasos, sin d u d a vacilantes pero pese a ello decisivos, hacia la integración en la: filosofía de la segunda categoría, del todo, del universo. . . ” 1 7 Debemos tener en cuenta la im portancia tan to sociológica como episte­ mológica de este m étodo de análisis. Desde u n p unto de vista sociológico perm ite finalm ente elaborar u n a interpretación adecuada de las ideologías y de su extensión real y evitar el doble abuso que consiste en situarlas en el mismo plano que el pensam iento científico o, si no, en despreciarlas y negarles toda significación funcional (considerándolas como u n simple reflejo o “derivación”, etc.). E n realidad, u n a ideología es la expresión conceptualizada de los valores en los que u n conjunto de individuos cree y como tal satisface u n a función al mismo tiem po positiva y muy diferente de la de la ciencia: la ideología traduce u n a tom a de posición que defiende 18 L. G oldm ann: L a com m unauté humaine et l’univers chez K ant, París, 1948, pág. 10. 17 Ibíd., pág. 8.

p u f

,

e intenta justificar, m ientras que la ciencia com prueba y explica. D e este modo, la psicología del novelista es m uy diferente de la del psicólogo y, al mismo tiempo, puede profundizar el análisis con ta n ta o mayor fineza: el novelista, en efecto, incluso si es realista, expresa u n punto de vista sobre el m undo y sobre la sociedad, el suyo propio, m ientras que la ciencia intenta conocer sólo el del objeto. U na m etafísica es u n a apología o una evaluación, tanto si es u n a teodicea como si es un a glorificación de la nada. Como tal, u n a ideología obedece a leyes de conceptualización específica, las del pensam iento simbólico en general, pero de u n simbolismo que es más colectivo que indiv id u al: ella satisface m ediante el pensam iento nece­ sidades comunes, de la m ism a forma en que el sueño y el juego satisfacen las necesidades individuales, y conduce a u n a realización de los valores bajo la forma de u n sistema ideal del m undo y corrige al universo real. Su simbolismo es entonces necesariamente sociocéntrico, ya que su función propia es la de traducir en ideas las operaciones originadas en conflictos sociales y morales, es decir la de centrar el universo en los valores elaborados por el grupo o por las subcolectividades que se enfrentan en el seno del grupo social. Desde el p unto de vista epistemológico, esta explicación sociológica del pensamiento metafísico proporciona u n instrum ento esencial de crítica del conocimiento. Lejos de conducir a u n a distribución de los conocimientos humanos en dos ficheros muy delimitados, el del pensam iento sociocéntrico y el del pensam iento objetivo, permite, p o r el contrario, dilucidar la p re­ sencia del elemento ideológico en todos los sectores en los que se infiltra, es decir incluso en la aureola metafísica que rodea a to d a ciencia positiva y de la que ésta se diferencia sólo en form a m uy gradual. Por u n lado, pone en m anifiesto Ja-d u alid ad entre u n pensam iento cuya función es la. de~jilstíficar valores y otro cuya función es la de esclarecer las relaciones éntre la naturaleza y el hombre. Pero, po r o tra parte, como estos valores constituyen los objetivos de las acciones del hom bre en sociedad y puesto que las relaciones objetivas entre el hom bre y la naturaleza se conocen sólo por interm edio de tales acciones, entre ambos polos extremos se encuentran todas las transiciones posibles: ello da lugar a la dificultad con la que tropieza la ciencia de disociarse de la ideología y a la necesidad absoluta de una deseentración del pensamiento científico en relación tan to con el pensamiento sociocéntrico como con el egocéntrico. En resumen, el análisis sociológico del pensam iento colectivo conduce efectivamente a la distinción de tres y no de dos sistemas interdependientes: las aecionesjeales,-que.-constituyen la infraestructura de la sociedad; la ideología, que es la conceptualización simbólica de los conflictos y de las operaciones originadas encestas acciones y la ciencia, que continúa a faa_ac-^ cionf£;ern^éráciüil'es intele^tualés'^que perm iten explicar la naturaleza, y. el h c m fo ^ y jg u e descentran a éste de sí mismo y lo reintegran a las relaciones .r (x) —> t (x) —> v (x ’) ; cada u na de estas dos series m arca así los valores atribuidos sucesivamente a las propo­ siciones enunciadas po r x y x ', E n otras palabras, en su p u n to dé partida u n intercam bio de proposiciones es u n sistema de evaluaciones como otro que, de no ser por la acción de reglas especiales de conservación, obedecería sólo a simples regulaciones: de este modo, en un diálogo cualquiera, se puede olvidar lo dicho al interlocutor, incluso si con anterioridad se señaló su acuerdo; inversam ente, tam bién se puede seguir m anteniendo la posición afirm ada, incluso si el interlocutor modificó luego su punto de vista. Cabe preguntarse, entonces, cómo se transform ará un intercam bio de ideas cualesquiera en un intercam bio regulado p a ra constituir, de este modo, una cooperación real de pensam iento. E n prim er lugar, se debe precisar el destino ulterior de los valores virtuales v (x) y t (x ’) o v (.*’) y t (x ) : cuando la validez de la propo­

sición enunciada por x en r (x ) ha sido reconocida por .v’ que conserva el reconocimiento bajo la form a t ( x’), x puede entonces invocar ulteriorm ente este valor de reconocimiento bajo la form a v (x ) p a ra actuar sobre las proposiciones de x \ Ello da lugar a la serie v (x) -» t (x’) —> r (x’j —> s (x) ; o, en sentido inverso (si x ’ m enciona v (,*’) p ara actu ar sobre x) : v ( x ’) —» t { x ) - * r (x) -> j (*’). P a ra decirlo de otro modo, el papel de los valores virtuales de orden t y v es el de obligar constantem ente al interlocutor a respetar las proposiciones reconocidas con anterioridad y a aplicarlas a sus proposiciones ulteriores. Debemos señalar también que, de acuerdo con una ley general de las interacciones sociales, toda conducta que el sujeto dirige en un prim er m om ento a su prójim o la aplica luego a sí mismo; de este modo, cuando x enuncia la proposición r ( x) , él mismo se satisface con ello, lo que da lugar a j (x ) y se obliga a sí mismo a reconocer su validez ulterior, lo que da lugar a t (x) y u (x ) . U n a vez señalado esto, tal esquematización perm ite dos enseñanzas: en prim er lugar, podemos in te n ta r determ inar las condiciones de equilibrio del intercam bio, es decir las características de la situación en la que los interlocutores estarán de acuerdo o satisfechos intelectualm ente; en segundo lugar, se puede dem ostrar que estas condiciones de equilibrio suponen, precisamente, u n agrupam iento de las proposiciones, es decir u n conjunto de reglas que constituyen u n a lógica formal. Intentam os señalar en p a r­ ticular este segundo p u n to ; en efecto, queremos que quede claro que el intercam bio de las proposiciones, como conducta social, com porta, p o r sus propias leyes de equilibrio, u n a lógica que coincide con la que los individuos utilizan p ara agrupar sus operaciones formales. E n lo que se refiere, en prim er lugar, al equilibrio de los intercambios, podemos apreciar sin dificultad que com porta tres condiciones necesarias y suficientes. L a prim era es la de que x y x' dispongan de u n a escala com ún de valores intelectuales a los que sea posible expresar m ediante signos comunes unívocos. En consecuencia, la escala com ún deberá com portar tres caracteres com plem entarios: a) u n lenguaje, com parable con lo que el sistema de los signos m onetarios fiduciarios representa en el caso del intercam bio económico; b ) un sistema de conceptos definidos, tanto si las definiciones de x y de x’ son totalm ente convergentes como si divergen en parte, pero con la condición de que x y x’ posean u na m isma clave que les perm ita traducir los conceptos de uno de los interlocutores al sistema del otro; c) un cierto núm ero de proposiciones fundam entales que pongan en relación estos conceptos, aceptados por convención y a los que x y x’ pueden referirse en caso de discusión. L a segunda condición es la igualdad general de los valores en juego en las series r (x) 5 (x’) -> t {x’) — » v (x) o r (x’) -» j (x) t (x) -» v (x’) o, para decirlo de otro m o d o : a) al acuerdo sobre los valores reales, es decir r = s y b) la obligación de conservar las proposiciones reconocidas con anterioridad (valores virtuales t y o., susceptibles de realizarse en la continuación de los intercam bios). E n efecto, si no hay acuerdo, es decir, r (x) ~ s (x’) o r (*’) — s ( x) , no puede haber equilibrio y la discusión

prosigüe. Por o tra parte, tam poco puede haber equilibrio si se cuestiona constantem ente el acuerdo. A hora bien, de no intervenir las reglas, es decir u n a conservación obligada, la validez anteriorm ente reconocida se anularía al producirse todo nuevo intercam bio y tendríam os por ejem plo 5 (*’) > t {x ’) o i (x) > t ( x ) ; o, p o r el contrario, se olvidarían las negaciones anteriores y tendríam os s (x ’) < t (V ), etc. En consecuencia, la discusión es posible sólo si se m antienen las conservaciones s (x ’) — t [x') — v .(x) y s (x) = t (a;) = v (*’), lo que señala así el carácter norm ativo de todo intercam bio de pensam iento regulado por oposición a las regulaciones de u n intercam bio de ideas basado en simples intereses momentáneos. L a tercera condición necesaria de equilibrio es la actualización posible en todo m om ento de los valores virtuales de orden í y v, es decir la posibi­ lidad de recurrir constantem ente a la validez anteriorm ente reconocida. Esta reversibilidad asume la siguiente fo rm a : [r (x ) = s {x’) = í {x’) ~ v (x)] [u (x ) — t (*’) = r [x’) = í (x)] y d a lugar a la reciprocidad r (*) = r (x’) y s (x) — s (x’), etcétera. A continuación, dem ostrarem os cómo estas condiciones de equilibrio traen aparejadas la constitución de u n a lógica. Sin em bargo, conviene señalar antes que estas tres condiciones se realizan sólo en algunos tipos de intercam bios, que podemos designar por definición m ediante el térm ino de cooperación, en oposición con ios intercam bios desviados p o r un facto r de egocentrismo o de coacción. E n efecto, no se puede alcanzar el equilibrio cuando ¡os dialogantes no logran coordinar sus puntos de vista a causa de su egocentrismo intelectu al: no se cum ple entonces la prim era condición (escala com ún de valores) ni tam poco la tercera (recip ro cid ad ), lo que hace imposible alcanzar la segunda (conservación) al no experim entar ni una p arte ni otra la obligación. Los interlocutores otorgan entonces un sentido diferente a las palabras y no cabe la posibilidad de recurrir a las proposiciones reconocidas anteriorm ente como válidas, ya que el sujeto no se siente en ábsoluto obligado a tener en cuenta lo que h a adm itido o dicho. E n el caso de las relaciones intelectuales en las que interviene bajo una form a u otra un elemento de coacción o de autoridad, por el contrario, las dos prim eras condiciones parecen cumplirse. En dicho caso, sin embargo, la escala com ún de los valores se origina en una especie de “curso forzado”, originado en la autoridad de los usos y de las tradiciones, m ientras que, al no existir u n a reciprocidad la obligación de conservar las proposiciones anteriores es sólo unidireccional (por ejemplo x obligará a x' y no a la inversa). Ello determ ina que u n sistema de representaciones colectivas im puestas por coacción, de generación en generación, constituye un estado de “falso equilibrio” (como se dice en física en relación con los equilibrios aparentes originados en la viscosidad, etc.); la discusión libre bastará entonces p ara dislocarlo. Al no cum plirse la tercera condición, no constituye un estado de equilibrio verdadero o reversible. De este modo y tal como se define p o r las tres condiciones precedentes, el estado de equilibrio está subordinado a u n a situación social de cooperación autónom a, basada en la igualdad y en la reciprocidad de los participantes y liberada tanto de

la anom ia característica del egocentrismo como de la heteronom ia caracte­ rística de la coacción. C abe señalar sin em bargo, que, ta l como la hemos definido m ediante sus leyes de equilibrio y confrontado con el doble desequilibrio del egocen­ trismo y de la coacción, la cooperación difiere esencialmente del simple intercam bio espontáneo, es decir del “dejar hacer” tal como lo concebía el liberalismo clásico. E n efecto, no es difícil com prender que el “libre intercam bio” debe enfrentar continuam ente dificultades originadas en el egocentrismo (individual, nacional, o que se origina en u n a polarización de la sociedad en clases sociales), o en las coacciones (originadas en las luchas entre esas clases, e tc.), si no m edia un a disciplina que perm ite la coordinación de los puntos de vista m ediante u n a regla de reciprocidad. D e este m odo, la idea de cooperación contrapone a la pasividad del libre cam bio la doble actividad de u n a descentralización, dado el egocentrismo intelectual y m oral y u n a liberación dadas las coacciones sociales que este egocentrismo provoca o m antiene. Al igual que la relatividad en el plaño teórico, la cooperación en el plano de los intercam bios concretos supone, de este m odo, u n a continua conquista de los factores de autom atización y de desequilibrio. E n efecto, quien dice autonom ía, por oposición a la anom ia y a la heteronom ia, tam bién dice actividad disciplinada o auto­ disciplina, a igual distancia de la inercia o de la actividad forzada. E n relación con ello, la cooperación supone un sistema de normas, a diferencia del así llam ado libre cam bio cuya libertad es ilusoria debido a la ausencia de tales norm as. Y p o r ello, tam bién, la verdadera cooperación es ta n frágil y tan poco frecuente en u n estado social en el que cuentan ta n to los intereses como las sumisiones; de la m ism a form a en que la razón es ta n frágil y tan ra ra en relación con las ilusiones subjetivas y el peso de las tradiciones. El equilibrio de los intercam bios caracterizado de este m odo com porta entonces, esencialmente, u n sistema de normas, p o r oposición a las simples regulaciones. Pero es entonces evidente que estas normas constituyen agrupam ientos que coinciden con los de la propia lógica de las proposiciones, pese a que en su punto de p artid a no suponen esa lógica. E n prim er lugar, la obligación de conservar las valideces reconocidas, es decir la conservación obligada de los valores virtuales t (x ’) y v (x ), o la inversa, determ ina ipso jacto la form ación d e dos reglas que aparecen, de este modo, como reglas de com unicación o de intercam bio, haciendo abstracción del equilibrio interno de las operaciones individuales. Nos referimos al principio de identidad, que m antiene invariante u n a propo­ sición en el transcurso de los intercam bios ulteriores y al" principio de no contradicción que conserva su verdad si se la reconoce como verda­ dera o su falsedad si se la considera falsa, sin que se pued a afirm arla o negarla sim ultáneam ente. Lo que acabamos de señalar es independiente de las condiciones iniciales que determ inan las proposiciones de x es decir r (x ) el acuerdo de x \ es decir s (*’)., o la inversa. E n segundo lugar, la actualización siempre posible de los valores virtuales o y t obliga así recíprocam ente a los interlocutores a tener presente

en form a constante lo dicho p ara acordar las proposiciones actuales con las anteriores; en consecuencia, la conservación obligada a la que nos acabamos de referir no se m antiene estática, sino que provoca el desarrollo de la p ropiedad fundam ental que contrapone el pensam iento lógico al pensa­ m iento espontáneo: nos referimos a la reversibilidad operatoria, fuente de coherencia de toda construcción formal. Por últim o, al estar reguladas de este modo por la reversibilidad y la conservación obligada, las producciones ulteriores de proposiciones, r (x ) o r (x ’) y los acuerdos posibles entre interlocutores í (*’) o s (*) asumen, necesariam ente, u n a de las tres formas siguientes: a) las proposiciones del uno pueden corresponder sim plem ente a las del otro, lo que d a lugar a u n agrupam iento que presenta la form a de u n a correspondencia térm ino a térm ino entre dos series isomorfas de proposiciones; b) las proposiciones de uno de los interlocutores p ueden ser sim étricas a las del otro, lo que supone su acuerdo en relación con u n a verdad com ún (del tipo a) que justifique la diferencia de sus puntos de vista (por ejemplo, en el caso de dos posiciones especiales que invierten las relaciones de izquierda y de derecha o d e dos posiciones en las relaciones de parentesco tales que los herm anos de uno de los interlocutores sean los prim os del otro y rec íp ro c am en te ); c) las pro­ posiciones de u n o de los interlocutores pueden com pletar sim plem ente las del otro, po r adición entre conjuntos com plem entarios. D e este modo, el intercam bio de las proposiciones constituye una lógica ya que determ ina el agrupam iento de las proposiciones intercam ­ biadas: u n agrupam iento que corresponde a cada individuo, en función de sus intercam bios con el otro y un agrupam iento general originado en las correspondencias, en las reciprocidades o en las com plem entariedades de sus agrupam ientos solidarios. D e este m odo, el intercam bio como tal consti­ tuye u n a lógica que converge con la lógica de las proposiciones individuales. Ello determ ina que se plantee nuevam ente el problem a que exam ina­ mos en relación con las operaciones concretas: ¿ esta lógica del intercam bio se origina en agrupam ientos individuales previos o inversam ente? Sin em­ bargo, la solución se im pone en u n a form a m ucho m ás simple que en el caso de las operaciones concretas; en efecto, u n a “proposición” es, por esencia, u n acto de com unicación, al m ismo tiem po que en su contenido constituye la com unicación de u n a operación efectuada p o r u n individuo: el agrupam iento que se origina en el equilibrio de las operaciones indivi­ duales y el agrupam iento que expresa el intercam bio se constituyen en conjunto y son sólo las dos caras de u n a m ism a realidad. El individuo p o r sí solo nunca p odría alcanzar u n a conservación y u n a reversibilidad com pletas; por el contrario, esta doble conquista se logra gracias a las exigencias de la reciprocidad, p o r interm edio de un lenguaje com ún y de u n a escala com ún de definiciones. Inversam ente, sin embargo, la reci­ procidad es posible sólo entre sujetos capaces de pensam iento equilibrado, es decir aptos p a ra esta conservación y p ara esta reversibilidad impuestas por el intercam bio. E n resumen, si exam inam os todos los aspectos de este problem a, podemos com probar que las funciones individuales y las colec­ tivas son igualm ente necesarias y com plem entarias p ara la explicación de

las condiciones requeridas p ara el equilibrio lógico. L a lógica, p o r su parte, supera a ambas, ya que depende del equilibrio ideal al que unas y otras tienden. Ello no supone la existencia de un a lógica en sí que gobernaría sim ultáneam ente las acciones individuales y las acciones sociales, ya que la lógica es sólo la form a de equilibrio inm anente al proceso de desarrollo de estas acciones. Pero, po r ser susceptibles de u n a composición y ser reversibles, las acciones pueden sustituirse unas a otras y alcanzan, de este m cdo, el rango de operaciones. E l “agrupam iento”, entonces, es sólo un sistema de sustituciones posibles, tanto en el seno de un pensam iento individual (operaciones de la inteligencia) como de u n individuo al otro (cooperación social entendida como un sistema de co-operaciones). Estos dos tipos de sustituciones constituyen, de este modo, u n a lógica general, ta n to colectiva como individual, que caracteriza a la form a de equilibrio com ún tanto a las acciones sociales como a las individualizadas. L a lógica form al axiomatiza este equilibrio común (tal como lo hemos visto en el capítulo 3, § 5 ).

CONCLUSIONES T a l como hemos intentado definirlo en la Introducción (volumen I ) , la epistemología genética tiene como objeto el estudio de los mecanismos del desarrollo de los conocimientos y no el conocimiento considerado en fbrm a estática. Hemos exam inado, sucesivamente, el desarrollo de los principales tipos de conocimiento científico. ¿ Podemos form ular a p artir de ello alguna lección general en lo que se refiere a la interdependencia o a los elementos comunes de sus desarrollos respectivos? § 1. E l c í r c u l o d e l a s c i e n c i a s . N uestra investigación nos perm ite afirm ar como prim er resultado la imposibilidad de reducir el conocimiento científico a u n esquema ú n ic o ; éste difiere singularm ente de un tipo a otro de disciplina. Incluso la epistemología “unitarista” se ve obligada a com enzar m ediante u n a gran r u p tu ra : nos referimos a la que separa a las ciencias llam adas tautológicas, con la m atem ática como prototipo, conside­ ra d a como u n a simple “sintaxis” y las ciencias experimentales, cuyo ejemplo m ás típico es la física. E n lo que a estas últim as se refiere, Ph. Frank considera que todas se adecúan al mismo esquem a general: “en el fondo, todas las ciencias utilizan los mismos métodos. É n todas ellas se coordinan símbolos con los datos inmediatos. E n física, por ejemplo, estos símbolos son las coordenadas y las velocidades de puntos materiales, los grados de tem peratura, etc.; en biología, algunas figuras situadas en el espacio y que es posible dibujar (el núcleo celular, el protoplasm a, etc.), pero que hasta el m om ento no se h a podido reducir a los símbolos físicos. E n sociología, en la m ayor parte de los casos los símbolos serán sólo palabras tales como el Estado, el pueblo, la sociedad, etc.” 1 Pero si pretendem os com parar las figuras de u n a obra de biología (las mejores son las fotografías) con los esquemas m atem áticos de la física, al reducirlas a u n a u nidad preestablecida se fuerzan ligeram ente las actitudes cognitivas del físico y del biólogo. C u an d o se confrontan las conductas de estos dos tipos de sabios, una serie de pequeños hechos perm ite observar que el biólogo es m ucho más realista que el físico, pese a que (o debido a que) sabe que la actividad del sujeto pensante se basa en la del ser viviente; el físico, p o r el contrario, m uestra u n a tendencia más frecuente y más m arcada a considerar que los esquemas 1 Ph. F rank: La causalité. Flam m arion, pág. 15.

m ediante los que se representa los fenómenos dependen de su propia acción, efectiva o intelectual, tanto como del objeto (inanim ado) de su cono­ cimiento. U n a epistemología acabada (y dispuesta incluso a realizar previsiones sobre el futuro) om ite a m enudo estas diferencias en las respuestas. Por el contrario, u n a epistemología genética debe analizarlas sin prisa ni pasión, de la m ism a form a en que el psicólogo o el historiador trab ajan con las conductas o con los textos cuya significación in te n ta n determ inar. Así, a nuestro parecer los principales tipos de conocimiento científico constituyen una serie cíclica o cerrada sobre sí m isma y no rectilínea. 1. E n prim er lugar, la m atem ática y la lógica (de acuerdo con la reducción parcial de la una a la otra aceptada en vol. I, caps. 1 a 3) dependen en m ayor grado de la actividad del sujeto que el conocimiento físico y conducen por ello a u n a asimilación de lo real a los esquemas de esta actividad. El sujeto aprehende los conceptos, intuye los núm eros o el espacio, construye las relaciones m atem áticas o apren d e u n a lengua por m edio de m étodos diferentes de los que utiliza p ara descubrir las leyes físicas; ello es cierto tanto si la subordinación d e la m atem ática al sujeto se m anifiesta m ediante una intelección directa de las ideas como si la hace a través de u n a intuición racional, u n a construcción intelectual o de la utilización de u n simple lenguaje. Ello determ ina que todas las interpre­ taciones de la m atem ática recurran en diverso grado y, sobre todo, bajo diversos nom bres a la actividad del sujeto y q ue todas concedan a esta actividad el poder de adaptarse a la realidad física, asim ilada así a las intuiciones, a las construcciones 0 a los símbolos sintácticos del matem ático. Además, se considera sin duda alguna (aunque este hecho sea m uy molesto p a ra la hipótesis de u n a m atem ática nom inalista, incluso si se la reduce a u n a p u ra tautología) qué los m arcos m atem áticos h an preexistido a menudo en form a considerable a su aplicación física (o a su “ coordinación” con los datos físicos). Ello equivale, entonces, a decir que la asimilación de lo real a la m atem ática corresponde a u n a conform idad de base y que esta adecuación entre u n a “objetividad intrínseca” (de las intuiciones, construc­ ciones o símbolos, poco im porta) y la objetividad física plantea u n pro­ blem a esencial del que el convencionalismo proporciona u na solución sólo aparente, ya que las convenciones supuestas tienen un grado de libertad sólo lim itado. Por definición, lo contrario de u n a “proposición tautológica” es u n a “proposición sin significación” ; por consiguiente, ya es bastante ad m itir que las convenciones “tautológicas” son necesarias y, en conse­ cuencia, no podrían ser ni convencionales, ni tam poco, quizá, tautológicas. 2. T oda interpretación de la física se ve obligada a aceptar la existencia de datos exteriores al sujeto, si se consideran exteriores los datos que el sujeto descubre m ediante la experiencia y no sólo p o r razonam iento. Todo el m undo intenta distinguir u n dato experim ental de u n cálculo deductivo, ta n to cuando se profese, como lo hace Frank, que el realismo carece de significación, como cuando, ta l como lo hace Brunschvicg, se considera

que todo es juicio o, como E. Meyerson, que todos los verdaderos sabios creen en u n a ontología. Pero el segundo p unto en el que todos los autores coinciden es el .de que, por “exteriores” (en el sentido que acabamos de definir) que sean los datos físicos, es sum am ente difícil disociarlos de los esquemas m atem áticos que intervienen en su elaboración. Si los traducim os a nuestro lenguaje, estos dos hechos unánim em ente reconocidos, equivalen a m anifestar que, pese a que es m ás realista (en el sentido del reconocimiento del carácter exterior de los datos) que la m atem ática, la física, sin embargo, conduce en grados diversos, aunque a m enudo m uy elevados, a u n a asimila­ ción de la realidad experim ental a los esquemas lógico-matemáticos de la actividad del sujeto. 3. E n el caso de la biología, nos encontram os ante u n tipo de conoci­ mientos al que sin du d a se suele considerar, bajo un a form a u otra, como m ás realista (en el sentido definido en 2) que la propia física. El razona­ m iento deductivo desem peña en biología u n papel m ucho m enor que en física y los datos “exteriores” parecen ser m ás independientes del sujeto que en los cam pos altam ente elaborados por el esquematism o m atem ático; este hecho es indudable, tanto si se debe a la insuficiente elaboración m ate­ m ática de los datos y depende entonces del estado actual del saber biológico como si se debe a que la deducción enfrenta dificultades mayores en toda realidad en la que interviene u n desarrollo histórico. Por otra parte, se considera en general que los mecanismos de la vida condicionan a los de- la vida m ental y, en consecuencia, a los del conoci­ miento. L a organización hereditaria de nuestro sistema nervioso, de nuestros órganos motores y sensoriales, constituye al mismo tiem po el p u n to de partid a del conocimiento hum ano y el p u n to de llegada de las especies animales consideradas desde el ángulo de la adaptación psicomotriz al medio. El objeto de estudio del biólogo, en consecuencia, no se concibe sólo como u n objeto independiente de la actividad de su pensam iento: constituye, p o r otra parte, un sujeto provisto de sensibilidad y de motricidad, es decir de caracteres cuyo análisis p rep ara las investigaciones pro­ piam ente psicológicas. La biología, de este modo, m anifiesta u n a curvatura n eta en la línea del desarrollo de las ciencias. Por u n lado, constituye u n a continuación de las ciencias físico-químicas, pero, al acentuar el carácter realista del conoci­ miento físico, m anifiesta en m enor grado la actividad del sujeto que la m atem ática o la propia física; sin embargo, ella vuelve a situar el punto de partid a de esta actividad en el objeto como tal de sus estudios. 4. P or últim o, la psicología experim ental y la sociología continúan a la biología. L a reducción de las “conductas” , que son el objeto privativo de sus análisis p o r oposición a la antigua psicología introspectiva, a los factores neurológicos que las condicionan, constituye uno de los factores más carac­ terísticos de la explicación psicológica. P or otra parte, sin em bargo, la psicología no puede dejar a un. lado la conciencia, considerada no ya como el único cam po o como el p unto de p artid a de la actividad m ental, sino

como uno de los aspectos de la conducta y, en especial, como un aspecto esencial de las conductas interiorizadas que constituyen las actividad del pensamiento. A hora bien, m ientras que las realidades psicoorgánicas de­ penden de la causalidad simple (cuyo modelo está representado p o r la causalidad físico-química, a la que se puede definir, tal como lo hemos visto en vol. I I, cap. 5, § 10, como u n a atribución de las composiciones operatorias a los propios objetos), la conexión entre los hechos de con­ ciencia tiende cada vez más, es decir, en la m edida en que las conductas interiorizadas superan a las conductas externas, a asum ir la form a de implicaciones propiam ente dichas o conexiones directas entre operaciones. Ello no debe sorprendem os; en efecto, la causalidad es u n a proyección de las operaciones en los objetos, y el equivalente interior o subjetivo de la causalidad consistirá entonces en relaciones directas entre estas operaciones. N o por ello, sin embargo, la com probación del carácter implicativo de las relaciones entre los hechos de conciencia es menos im p o rtan te; ello, en efecto, nos perm ite com prender que la estructura de todo pensamiento se orienta necesariam ente en la dirección de las conexiones lógicas y p o r lo 'tanto m atem áticas (tanto si se considera a estas conexiones como u na simple sintaxis o como un sistema de operaciones). A hora bien, el carácter esencialmente activo de la vida mental, que se origina en la acción y que consiste en u n a interiorización progresiva de estas acciones perm ite poner de manifiesto el papel preponderante de las opera­ ciones e incluso proporcionar una explicación de estas operaciones en su conjunto. Las operaciones intelectuales, en efecto, son sólo sistemas de acciones coordinadas entre sí y a las que esta coordinación misma hace reversibles. Desde este punto de vista, los “agrupam ientos” lógicos y los “grupos” m atem áticos elementales (números, ubicaciones y desplazamientos espaciales, -etc.) aparecen como la form a de equilibrio necesaria de las acciones, hacia la que se orienta todo el desarrollo m ental, en la m edida en que las percepciones, los hábitos, etc., se liberan de su irreversibilidad inicial y se orientan hacia la movilidad reversible que caracteriza al acto de inteligencia. De este modo, la psicología tiende a d a r cuenta de las raíces d e la lógica y de la m atem ática desde dos puntos de vista com plem entarios. Las soluciones actuales del problem a de los fundam entos de la “m atem ática, en efecto, oscilan entre dos tipos solam ente: en el prim ero intenta explicar a las estructuras lógico-matemáticas m ediante leyes psicofisiológicas de la actividad del sujeto y, en este caso, la conexión entre la psicología y la m atem ática intuitiva es directa. En el segundo reduce form alm ente la m atem ática a la logística, considerada como u n a axiom ática prim era; en este segundo caso, sin embargo, la conexión entre la psicología y la lógica es igualm ente clara, ya que la logística es sólo u n a axiom ática de las estruc­ turas del pensam iento equilibrado. El carácter esencialmente “sintáctico” que los logísticos vienes es atribuyen a la lógica señala en grado suficiente su conexión con los sistemas de implicaciones presentes en todo pensamiento, es decir en toda conducta interiorizada gracias a la utilización de los sím­ bolos y de los signos yerbales. Si, po r el contrario, se considera que la

logística se basa en u n sistema de operaciones, no por ello es menos neto su carácter de axiom atización de las estructuras del pensam iento equili­ brado, ya que éstas consisten en mecanismos esencialm ente operatorios. El carácter norm ativo de la lógica, por su parte, depende de la eficacia de las acciones interiorizadas en operaciones cuando se las ejecuta en com ún bajo la form a de cooperaciones. D e este modo, con la psicosociología o estudio del sujeto en su doble aspecto individual y social, el sistema de las ciencias tiende a cerrarse sobre sLmismo. T odo conocimiento consiste en u n a relación indisociable entre el sujeto y el objeto, ta l que se conoce al objeto sólo a través de su asimilación a la actividad del sujeto y que, inversamente, el sujeto se conoce a sí mismó sólo por medio de sus propias acciones, es decir de sus acom odaciones al objeto; en consecuencia, no debe sorprendernos observar este círculo fu n d a­ m ental en el conjunto de los conocimientos que constituye el sistema total del pensam iento científico. D e este modo, el pensam iento científico se orienta en dos direcciones ' com plem entarias: conocim iento del objeto, es decir de la realidad exterior, m ediante esta asimilación al sujeto representada por la m a tem ática; la física así construida está destinada tarde o tem prano a absorber a la biología en la m edida en que esta reducción será posible; y conocim iento del sujeto, es decir de la organización viviente y m ental, pero por medio de una reducción inversa de este sujeto al objeto| efectuada gracias a los métodos físico-químicos de la biología y a los métodos organicistas de la psicología. L a psicología m ism a está dividida entre estas dos tendencias: reducción del sujeto al objeto m ediante su orientación biológica y del objeto al sujeto m ediante su esfuerzo de explicación operatoria de los conceptos m atem á­ ticos y físicos. ¿E stá destinada u n a de estas dos orientaciones de pensam iento cientí­ fico a captar a la Otra o am bas son necesariam ente com plem entarias? Volveremos a discutir nuevam ente este. p unto al térm ino de estas con­ clusiones. § 2. E l s u j e t o y e l o b j e t o e n e l p l a n o d e l a a c c i ó n . Este círculo de las ciencias plantea, en prim er lugar, un problem a psicológico: la re­ lación del sujeto y del objeto que interviene en todo conocimiento, ¿es real­ m ente indisociable, y po r qué? El esfuerzo constante* del em pirismo y de algunas form as de positivismo h a sido el de in ten tar aprehender al objeto en sí mismo, independientem ente del sujeto. El esfuerzo com plem entario del apriorismo y de algunas form as de psicología introspectiva (Mai.ne de Biran, etc.) residió en el in te n ta r aprehender al sujeto en sí mismo, como yo sustancial, causa voluntaria o fuente de las leyes eternas del pensa­ m iento. E n la actualidad, la psicología experim ental está en condiciones de explicar el fracaso, probablem ente irrem ediable, de estas dos tentativas contrarias, aunque similares. El defecto com ún de estas interpretaciones, contradictorias en sus con­ clusiones, pero com plem entarias en su m anera de p lan tear los problemas, es el de situar el comienzo de la actividad del sujeto sólo en el pensamiento

reflexivo, claro e iñtelectualizado; de esta form a, proceden como si to d a la razón del hom bre adulto, civilizado, norm al, y por añ ad id u ra entregado a la enseñanza de la filosofía, estuviese contenida “en potencia” en el niño y en el feto, en el prim itivo o en la jerarquía, a la que en algunos casos se considera inm óvil, de las especies vivientes. A p a rtir de este p u n to de vista antigenético o insuficientem ente genético, podemos representarnos esta razón com pletam ente constituida de dos m an eras: como una sim ple facultad de registro que perm itiría aprehender al objeto en sí mismo, o como u n a fuente de estructuración autónom a, independiente del objeto que p er­ m itiría, de este modo, aprehender al sujeto en sí mismo. El resultado m ás claro de las investigaciones genéticas, sin em bargo, perm ite apreciar que, en el desarrollo del sujeto, el pensam iento racional constituye u n p u n to de llegada y no de partid a. A la inteligencia reflexiva y conceptual la precede la inteligencia práctica y sensoriomotriz, la que, a su vez, continúa a todo el desarrollo de la percepción y de la m otricidad reunidos. Ese hecho fundam ental exige u n a revisión de los conceptos que se form ulan por lo com ún en form a ilegítim a sobre el sujeto cognoscente y el objetó conocido. E n consecuencia, el problem a de la delim itación entre el sujeto y el objeto se debe plan tear a p a rtir de la acción y m ucho antes de la aparición de la razón reflexiva. Sin referirnos a las a d a p ta ­ ciones hereditarias e instintivas, el problem a epistemológico com ienza a plantearse en las adaptaciones del recién nacido, en la coordinación de sus movimientos perceptuales, luego en la m anipulación de los objetos que lo rodean, e incluso en la génesis de los hábitos, de las percepciones y de los actos inteligentes del anim al. Por otra parte, los m atem áticos h a n com ­ prendido desde hace m ucho tiem po que la génesis del espacio está ligada al análisis de las conductas psicomotrices. E l pragm atism o, por su parte, tam bién h a com prendido desde hace m ucho tiem po las relaciones que vinculan la acción con el pensam iento; sin embargo, el carácter superficial del pragm atism o se origina en el hecho de que sólo consideró a la acción desde el p u n to de vista de sus resultados útiles, sin buscar el p u n to de partida de la coherencia lógica en la coordinación de los actos. A hora bien, el progreso que constituye el análisis genético del pensa­ miento se origina, precisam ente, en el hecho de que los grandes problem as de la razón y de la explicación, como así tam bién de la estructura lógica de la inteligencia, son desplazados de nivel; p ara expresarnos m ás correcta­ mente, son alejados y puestos en contacto con sus fuentes al ser transpuestos del campo de la reflexión al de la acción. Q ue u n a acción, ta l como la con­ ducta m ed iante la que el niño de diez a doce meses busca un objeto desapa­ recido teniendo en cuenta sus sucesivos desplazamientos visibles, p u ed a ser generalizada a u n a serie de situaciones nuevas y coordinada a otras acciones sólo revela efectivam ente la consecuencia capital de que sí existe u n esque­ matismo de la acción (o de la inteligencia sensoriomotriz), que preanuncia el esquematismo lógico del pensam iento y que se le asemeja desde el punto de vista funcional (sin que naturalm ente se.a sim ilar desde el p u n to de vista estru c tu ral). E n consecuencia, todos los problem as epistemológicos de las relaciones entre el sujeto y el objeto se plantean ya en el plano de la acción,

que, al igual que él pensam iento, supone u n a coordinación interna, es decir una lógica y u n a adaptación a sus objetivos, es decir u n a conducta de experimentación. Por lo tanto, la creencia de que el hecho de recu rrir a la acción conduce necesariam ente al em pirismo constituye u n a ilusión total que se debe im p u tar al pragm atism o; en efecto, la acción, al igual que el pensa­ m iento, puede estar determ inada desde el interior, m ediante u n funciona­ m iento interno ,que constituiría u n ipse actus com parable al ipse intellectus que Leibñiz contrapone al sensualismo, y tam bién puede ser o rientada desde afuera por la situación exterior. E sta ilusión característica de la in terp re­ tación em pirista de la acción fue m an ten id a en una form a m ás sofisticada por el bergsonismo: p a ra expresarnos m ás correctam ente quizá deberíam os decir que ella n o fue disipada po r la oposición artificial que Bergson< consi­ deró entre la acción ejercida sobre los objetos materiales, form adora de la inteligencia, y la acción instintiva, origen de la in tu ició n : en realidad, la acción es una, las raíces de todas las acciones se sitúan en u n substrato de coordinación refleja u orgánica que constituye su aspecto instintivo y que se m uestra (incluso en el caso de los instintos más rígidos de los anim ales) en manifestaciones exteriores susceptibles de acomodaciones más o menos elásticas. E n consecuencia, no debemos contentarnos con adm itir, como lo hace Bergson, que la acción ejercida sobre los sólidos supone, u n a lógica y una m atem ática p o r preadaptación del órgano a su fu n ció n : en contra de esta filosofía debemos afirm ar, como la psicología, que las raíces del mecanismo de la razón se sitúan en los mecanismos del organismo viviente; en efecto, la acción que constituye el comienzo de la vida m en tal (la acción bajo sus formas instintivas al igual que inteligentes) com porta ya ú n a lógica, no por estar orientada hacia el m anejo de algunos objetos, sino debido a que es susceptible de coordinaciones, de generalizaciones y de todo u n esquematismo que supone el equivalente funcional de clasifica­ ciones, de relación e incluso de cuantificaciones diversas. A hora bien, el análisis epistemológico de la acción conduce al.m ism o tiempo a oponerse a las interpretaciones empiristas, qué subordinan el sujeto a los objetos, y a todas las interpretaciones que considerarían que el sujeto es u n a fuente independiente o absoluta de conocimiento. L a relación entre el sujeto y los objetos, que interviene en la acción, es en efecto irreductible al esquem a em pirista. Ello se debe a la causa esencial que reside en el hecho de que los objetos sobre los que la acción se ejerce son incorporados.siem pre a un esquem a de acciones anteriores que desempeña el papel funcional de u n a especie de concepto m otor susceptible de generalizaciones variadas. Por ser de carácter reflejo, las acciones más prim itivas suponen ya esquemas semejantes, aunque hereditarios. Estos esquemas se diferencian luego por incorporación de nuevos elementos adqui­ ridos en contacto con la experiencia (pero no sólo bajo su p re s ió n ); ello determ ina 1a construcción de esquemas sensoriomotores am pliados y cada vez más complejos.. L a inteligencia sensoriomotriz constituye entonces el funcionam iento móvil de tales esquemas, susceptibles de coordinaciones bajo formas de medios y de objetivos y de to d a una estructuración del objeto,

del espacio, de la causalidad y de la sucesión tem poral. E n consecuencia, desde el reflejo hasta la inteligencia sensoriomotriz, toda acción presenta necesariam ente dos polos indisociables: u n a asimilación de la situación pre­ sente, es decir de los objetos sobre los que la conducta actúa, a los esquemas anteriores y m ás o menos organizados de la acción, y una acomodación de estos esquemas a los nuevos objetos que dan origen a la acción en curso. E ste factor funcional perm anente de asimilación sensoriomotriz determ ina que los mecanismos de la acción sean incom patibles con la interpretación em pirista, ya que el objeto nunca es percibido ni aprehendido en sí mismo sino en relación c o n . la organización previa (hereditaria o parcialm ente adq u irid a) de las acciones del sujeto. Por otra parte, e inversamente, la asim ilación p u ra no existe e incluso los reflejos o los instintos exigen p ara subsistir un m ín im u m de ejercicio, lo que p ru eb a que los esquemas asimilatorios operan sólo por el interm edio de una acom odación a los objetos m ás o m enos diferenciada. Podemos observar entonces que el carácter originalmente activo de la inteligencia no habla en favor del em pirismo de la experiencia an terio r; ello se debe tanto al carácter endógeno de las m aduraciones neurológicas, que hacen posible la superposición de los diferentes niveles de actividad, como al carácter asimilatorio de todo esquem a de acciones (incluso si se lo adquiere por diferenciación de las conductas en función de las nuevas situaciones experim entales). Sin embargo, y recíprocam ente, podemos ob­ servar que el conocimiento que em ana de la acción no se origina en absoluto en u n a “experiencia interior” susceptible de perm itir que el sujeto se apre­ hen d a en form a directa, como sustancia, causa, o fuente de conexiones a priori. L a prim era razón que se opone a que interpretem os la prim acía de la acción por m edio del juego de u n a experiencia interna se debe a que el esquematismo o las coordinaciones de las acciones orientan a éstas d e la m ism a m anera en que las formas del pensam iento condicionan sus conte­ nidos. A hora bien, no tenemos una experiencia interior inm ediata del fun­ cionam iento de nuestro pensam iento; sólo cuando organizamos al universo logramos descubrir las leyes racionales a las que hemos obedecido, es decir, cuando aplicamos este pensam iento a u n a serie indefinida de problem as planteados po r los objetos exteriores y lo logram os por medio del análisis de los resultados obtenidos, o sea, a posteriori y reflexivamente. D e la mism a form a, la acción está orientada hacia el exterior y, en u n comienzo y sin ninguna duda, el sujeto que actú a no tiene conciencia alguna de las coordinaciones internas que guían su acción y le im ponen su esquematismo. Todos los argum entos que se oponen a la invocación de u n a especie de experiencia interior y que favorecen el análisis reflexivo opuesto a la lectura introspectiva, en el conocimiento que logramos sobre el pensam iento ra ­ cional, valen entonces a fortiori en el caso de la epistemología de la acción; la única diferencia sería que el análisis reflexivo es precisamente imposible en el plano sensoriomotor y que, en consecuencia, el esquematismo coordi­ n ador de los actos se m antiene inconsciente d u ran te un lapso mucho m ayor que el del pensamiento.

Sin embargo, esto no es todo y u n a segunda causa refuerza a esta últim a. No cabe duda, alguna de que duran te todos los estadios sensoriomotores elementales el sujeto como tal no tiene conciencia de sí mismo como sujeto. Ello se debe a que la tom a de conciencia es centrípeta y no centrífuga, es decir que se rem onta desde los resultados de la acción o del pensamiento hasta las coordinaciones que perm itieron obtenerlos, sin que la conciencia p a rta de este esquematismo mismo. H ace ya m ucho tiem po que la psicología experim ental renunció a la creencia de que todo estado de conciencia está ligado necesariam ente a u n a conciencia del yo y que aban­ donó las hipótesis de M aine de Biran que afirm aban que el esfuerzo inten­ cional más primitivo proporcionaría al sujeto sim ultáneam ente la posibilidad de descubrirse como yo y de tom ar conciencia de su propia voluntad. En la actualidad, po r el contrario, sabemos que es poco probable que el bebé tenga conciencia de su yo en u n a edad en la que, sin embargo, ya aprende a ac tu a r sobre los objetos. T al como lo afirm ó J. M . Baldwin, es probable que la conciencia prim itiva sea indiferenciada o “adualística” , es decir que sitúe todo en u n único plano sin distingnir u n polo exterior u objetivo y un polo interior o subjetivo. E n consecuencia, y en prim er lugar, ella aprehende sólo la superficie de las cosas y la superficie del yo, si se nos perm ite la expresión, es decir, precisam ente, la zona de unión entre la acción y su m eta. Después, aunque en form a m uy lenta y laboriosa, cons­ truye la idea de sí m ism a al propio tiem po que organiza al m undo de los objetos exteriores, es decir espacializando y objetivando a éste a p a rtir de un estado de fenomenismo sin objetos: entonces, las construcciones del universo exterior y del universo interior, o del objeto y del yo, son correla­ tivas y se originan en la organización de las acciones. Por lo tanto, es ta n contradictorio con lo que sabemos sobre el mecanismo de la acción considerar.que el sujeto se descubre directam ente p er experiencia interior como atribuirle u n conocimiento inm ediato de los objetos exteriores. El conocimiento que el sujeto logra sobre sí mismo se construye exactam ente de la misma form a en que se constituye el conoci­ m iento de los objetos sobre los que su acción se efectúa; es fácil observar que ello se produce en toda edad, pero con la complicación de que a los objetos de la acción individual se les agrega con rapidez la persona de los otros cuya opinión sobre el sujeto considerado condiciona, además, su con­ ciencia del yo. Sin em bargo, y una vez que hemos señalado el papel que le incum be a. esta reverberación social, debemos señalar que la conciencia del yo es el producto de u n a elaboración que se puede com parar con toda precisión con la estructuración del universa externo: de este modo, el tiem po interior o duración propia se organiza gracias a u n esquematismo paralelo al que perm ite construir el tiem po físico (vol. II, cap. 1, §§ 2-3), la causalidad del cuerpo propio se descubre como uno de los cuerpos a jenos, la perm anencia sustancial del yo es u n a simple hipótesis construida por analogía con la de la m ateria, etcétera. A partir de estos m últiples hechos se m anifiestan claram ente dos con­ clusiones. L a prim era es la de que ya a p artir del plano de la acción la relación del sujeto con los objetos es indisociable. T oda acción supone u n

esquem atism o y u n a coordinación con las otras acciones, a través de los cuales se m anifiesta la actividad del sujeto: en consecuencia, éste no sufre en form a pasiva la incitación de los objetos exteriores ni tampoco m oldea de m anera autom ática las formas de su acción en los caracteres de estos objetos. D e este modo, el objeto n u n ca es conocido en sí mismo, sino que siempre es asimilado a esquemas que condicionan su conocimiento. In v er­ samente, sin em bargo, este esquematism o y estas coordinaciones nunca son com pletam ente independientes del objeto. Cuando se trata de mecanismos hereditarios, existe u n a adaptación al objeto de acuerdo con un mecanismo que la biología no conoce aún. C uando se tra ta de mecanismos adquiridos, la experiencia desem peña u n papel indispensable bajo la form a de u n a acom odación d e los esquemas asimilatorios a los objetos diversos y a las nuevas circunstancias. E n consecuencia, la asimilación y la acom odación nunca intervienen u n a sin la otra. Este es el hecho fundam ental y, p o r lo tanto, es imposible trazar, en el seno de la totalidad constituida p o r las acciones de un sujeto, u n a frontera perm anente entre lo que depende de su actividad propia y lo que corresponde a los objetos exteriores. Sin em bargo, y pese a que estas fronteras inm utables no existen, poco a poco surge u n a delim itación gracias, precisam ente, a la doble construcción del universo de los objetos y del universo interior del sujeto. E sta es la segunda conclusión que deriva a p a rtir de lo que p reced e: la diferenciación de estos dos universos se debe a dos tipos de construcciones solidarias. Por un lado, existe u n a elaboración de un universo objetivo. Los datos de la experiencia son asimilados en u n comienzo al esquema de la actividad propia, pero cuanto m ás se m ultiplican y agilizan las coordinaciones entre las acciones, m ás se descentraliza esta asimilación egocéntrica en favor de una asimilación al sistema de las relaciones originadas en estas coordina­ ciones. E n otras palabras, existe u n a objetivación de lo real en la m edida en que las cosas no son ya asimiladas a tal o cual acción particular, sino a la coordinación entera de las acciones. Esta coordinación, en consecuencia, y a p a rtir del plano de la acción, constituye u n instrum ento de descentra­ lización com parable con lo que la deducción representa en el plano del pensam iento: esto se com prueba a p a rtir de la construcción del objeto perm anente y del espacio exterior que, a su vez, com prende el cuerpo propio del sujeto como objeto éntre otros. Y este proceso se continúa en el plano del pensam iento, sobre el que los objetos, después de h aber sido sin más asimilados al yo o a sus formas particulares' de actu ar (en lo que se origina el finalismo, el animismo, la id e a de la fuerza sustancial, etc.)., son asimilados luego a las operaciones com o tales del pensam iento; es decir, a la deducción lógico-m atem ática que perm ite descentralizar al universo en relación con el yo. D e este modo, el objeto es conocido siempre p o r medio del sujeto, tan to cuando se tra ta de la acción o del pensamiento egocéntrico de los comienzos o de la coordinación de las acciones y de la deducción operatoria descentralizados a m edida que se organizan los esquemas p rác­ ticos o intelectuales. Por otra parte, sin embargo, se produce un a construcción de u n universo interno, es decir del conocimiento que el sujeto logra sobre sí

mismo. A hora bien, sim étricam ente con lo que acabam os de señalar, el sujeto se descubre o m ás precisam ente se construye a sí mismo m ediante el conocimiento que posee sobre los objetos, de la m ism a form a en que elabora a los objetos por interm edio de la actividad p ráctica u operatoria. No existe u n a experiencia interior inm ediata y tam poco existen experiencias externas directas. El yo se conoce o, p a ra ser m ás precisos, se elabora sólo m ediante esquemas que construye en función de los objetos exteriores. Acabamos de observarlo en el plano de las acciones iniciales. E n el punto de partid a del pensam iento se puede observar este proceso a través del hecho de que el sujeto m aterializa sus propias actividades m entales de igual form a en que anim a la realidad m aterial exterior: ello d a lu g ar a las creencias en la m aterialidad de las imágenes soñadas, de los nombres, de las palabras, del pensam iento concebido como u n hálito, etc.; en ello se origina tam bién el esplritualismo, que es u n m aterialism o vuelto sobre sí mismo, que atribuye al espíritu la sustancialidad y la causalidad que caracterizan a los objetos físicos. Sin em bargo, de la misma form a en que la asimilación de los objetos a la acción p ro p ia es reem plazada luego en el plano del pensam iento científico por una asim ilación de lo real a las opera­ ciones deductivas, la asimilación del espíritu a la m ateria exterior, que caracteriza al pensam iento prelógico, es reem plazada, en el cam po de los conocimientos científicos, por u n a reducción de las actividades mentales del sujeto a las actividades orgánicas. D e este m odo, y en cierto sentido, la psicología experim ental sigue haciendo depender al sujeto de la realidad física, pero desde el interior y po r interm edio del sistema nervioso, en lugar de basarse en una im aginación m aterialista inspirada en form a directa en el medio exterior. Por o tra parte, cuanto más éxito tiene la psicología en este esfuerzo m ejor logra diferenciar los caracteres específicos del conocimiento de los que corresponden al cuerpo. El conocim iento es im plicatorio y no causal y explica, de este m odo la construcción de los esquemas operato­ rios que sirven p a ra organizar sim ultáneam ente el m undo exterior de los objetos y el m undo interior de los valores así como los entes lógicos y m ate­ máticos ; sin em bargo, en u n prim er m om ento el sujeto conoce estos esque­ mas operatorios sólo a ' través de sus aplicaciones al objeto y en tanto que, por así decirlo, proyectados en él. Sólo en u n m om ento posterior ellos d an lugar a u n conocimiento reflexivo progresivam ente desligado de la experiencia. D e este modo, en todos los niveles del conocimiento y ya a p a rtir del plano de la acción elemental, el objeto es conocido sólo a través del sujeto y el sujeto se conoce sólo por interm edio del objeto. Entonces, el círculo de las ciencias depende en un prim er m om ento del círculo del sujeto y del objeto: estos dos tipos de conocimientos se construyen correlativa y circularm ente; el círculo inicial se extiende gradualm ente hasta el de los conocimientos científicos. Ello se debe a que ninguna experiencia inm ediata nos proporciona el conocimiento ni de las cosas ni del yo (considerado como sujeto pensante diferente de los puntos de aplicación de su pen­ samiento) .

§ 3. E l s u j e t o y e l o b j e t o e n e l p e n s a m i e n t o c i e n t í f i c o . C uando la acción se interioriza en pensamiento, por interm edio de los símbolos eidéticos y de los signos verbales, la relación indisociable de la asimilación y de la acom odación se presenta, en u n prim er m om ento y como acabam os de verlo, bajo la fo rm a de u n a asimilación simplemente egocéntrica (o sociocéntrica y antropom órfica en general) y de u n a acomodación esencialm ente fenoménica. El desarrollo intelectual conduce desde el egocentrismo y desde el fenomenismo, herederos de la inteligencia práctica inicial, al pensam iento científico; este desarrollo se caracteriza por el hecho de efectuar u n a descen­ tralización cada vez mayor gracias a la coordinación progresiva de acciones mentalizadas m ediante el simbolismo individual y colectivo: estas accio­ nes interiorizadas son entonces “agrupadas” bajo formas de operaciones reversibles y susceptibles de ser compuestas entre sí. Esta descentralización de los sistemas operatorios en relación con el yo perm ite la objetivación gradual del m úndo exterior y conduce a situar el punto de vista propio como perspectiva particular entre otras posibles. D e este modo, la actividad egocéntrica del yo es rectificada; sin embargo, el sujeto es m ás activo, ya que su actividad operatoria conduce a la elaboración de los fenómenos bajo la form a de u n mundo exterior a él. Recíprocamente, el funciona­ m iento del yo m uestra tarde o tem prano estar condicionado p o r los factores fisiológicos que, por su parte, dependen del conjunto de los objetos físicos; m ientras tanto, por su parte, la actividad operatoria que em ana del sujeto se libera del egocentrismo y del fenomenismo reunidos y el cuerpo propio se convierte en un objeto entre otros que se considera some­ tido al conjunto de las interacciones causales que constituyen el universo. Ello determ ina que en todas las formas del pensamiento científico, el sujeto y el objeto estén indisociablemente unidos, aunque los modos de in ter­ dependencia varían en forma notable según los tipos de disciplinas en juego. 1. E n el cam po de la lógica y .de la m atem ática, la actividad op era­ toria del sujeto parece ser la única en juego, independientem ente de todo elemento experim ental tomado del objeto. Y a hemos visto a m enudo que ello se debe a que el espacio, al igual que el núm ero y la lógica de las clases o de las relaciones o tam bién de las proposiciones recurren sólo a la coordinación de las acciones u operaciones efectuadas sobre objetos cuales­ quiera; es decir, a los aspectos m ás generales de la acción, p o r oposición a los de las acciones específicas coordinadas entre sí gracias a estas estructuras de conjunto. E n consecuencia, y contrariam ente a lo que se suele afirm ar, los entes m atem áticos no se originan en un a abstracción a p a rtir de los objetos, sino, po r el contrario, en u n a abstracción efectuada en el seno de las acciones como tales. Las acciones de reunir, ordenar, desplazar, etc., sen más generales que las de pesar, em pujar, etc., porque ellas entran en juego en la coordinación de todas las acciones particulares y participan en cada u n a de ellas como factor coordinador: en consecuencia, la abstrac­ ción que engendra los entes lógicos y matem áticos se realiza en el interior de la acción como ta l y no en el seno de las propiedades extraídas del objeto. Existen, de. este m odo, dos tipos de abstracción: un a es relativa a las opera­

ciones del sujeto y la otra al objeto. Sólo la prim era interviene en form a sistemática en m atem ática; la segunda puede agregársele en form a ocasional, pero actú a entonces sólo como u n estímulo que favorece la renovación de la prim era (que hubiese podido prescindir de é l ) . Sin em bargo, cuando hablam os de abstracción a p artir de las acciones u operaciones, ello no significa en absoluto que las acciones del sujeto sean tratadas como objetos y que se tom e simplemente de ellos los caracteres más generales, tal como puede hacerse en relación con los cuerpos físicos. El sujeto tom a los elementos a p artir de los cuales elaborará luego las construcciones generalízadoras ulteriores en el interior y en el transcurso de la acción que se aplica a los objetos y lo hace m ediante u n proceso de diferenciación gradual. Se puede observar entonces que el sujeto elabora el esquematismo más profundo de la coordinación de sus acciones a través de la form ulación de las leyes m ás generales del universo, gracias a la aplicación de sus operaciones a los objetos. Esta construcción operatoria por abstracción a p artir de la acción no consiste entonces en absoluto en u n a “experiencia interior” (véase § 2 ): se trata de u n a construcción, es decir de u n a coordinación necesaria p a ra la experiencia y no de una simple lectura. Sin duda, antes de que las estruc­ turas operatorias se realicen po r com pleto po r equilibración de su proceso form ador, el sujeto tan tea y experim enta sin cesar: pero se tra ta de expe­ riencias cuyo resultado concierne a la coordinación de sus propias acciones y no a las propiedades del objeto; se tra ta entonces de las experiencias que el sujeto realiza sobre sí mismo por interm edio de las cosas, sin que se pueda h ab lar ni de experiencias internas ni de experiencias físicas. D e este modo, se puede observar que la m atem ática y la lógica son el producto de la actividad del sujeto ; cabe preguntarse, sin em bargo, si el objeto no desem peña algún papel en ellas, lo que equivaldría a afirm ar que la m atem ática constituye u n a asimilación sin acomodación, o, p ara decirlo de o tra m anera, u n a incorporación del objeto al sujeto sin acción recíproca del objeto sobre el sujeto. Dos tipos de hechos se oponen a una interpretación como ésta y restituyen el p apel del objeto en la constitución de las operaciones lógico-matemáticas. El prim ero es el de que la lógica y la m atem ática se acom odan al universo en form a perm anente; ello quiere decir que nunca se puede obser­ var un hecho que se encuentre en contradicción con las verdades lógicas o m atem áticas (cuando aparentem ente se manifiesta, se lo reestructura de inm ediato bajo u n a form a com patible con las operaciones lógico-m atem á­ ticas) : a su respecto, en consecuencia, se debe adm itir u n a acomodación general al objeto, po r oposición a las acomodaciones particulares que carac­ terizan a las verdades físicas. Si, como lo dice Gonseth, la lógica es “una física del objeto cualquiera”, ello se debe a que, en prim er lugar, es una acción sobre el objeto cualquiera, es decir, u n a acción acom odada en form a general. D e la m ism a m anera en que la biología distingue las acomodaciones individuales variables y las adaptaciones hereditarias estables, cabe p reg u n ­ tarse si esta acom odación general es el producto d e.u n a relación actual con

el objeto, es decir de una relación originada en un a experiencia presente con el objeto, o si depende de otras relaciones con éste. E n este punto interviene él segundo conjunto de hechos. Si la lógica y la m atem ática se construyen m ediante elementos abstraídos de las coordinaciones de la acción, se debe adm itir entonces que esta abstracción o diferenciación ac tú a incluso en el seno de las coordinaciones hereditarias: en efecto, en su-origen, los mecanismos coordinadores de la acción dependen de coordinaciones reflejas e instintivas. Como es n atural, ello no nos lleva a afirm a r que la lógica o la m atem ática sean innatas o preforinadas; m uy por el contrario, el análisis genético dem uestra que se construyen, e incluso que lo hacen en u n a form a m ucho más gradual de lo que se solía pensar; elio significa, por el contrario, que los m ateriales de esta construcción, o m ejor de esta serie o de este encaje de construcciones consecutivas, rem ontan sucesivamente por abstracción o diferenciación regresiva hasta las coordina­ ciones m ás elementales y, en consecuencia, más orgánicas. E n todos los niveles del desarrollo m ental, en efecto, y tanto en el anim al como en el hom bre, actúa u n a coordinación de las conductas y de los movimientos cuyo esquematism o señala la presencia de clasificaciones (discriminaciones de los objetos), de orden (sucesión de los medios y de los objetivos) y de cuantificaciones (intensidad de las acciones y extensión de su campo de ap li­ cación). Es evidente, entonces, que en toda coordinación de las conductas vivientes se puede observar u n a cierta lógica y u na cierta m atem ática, incluso si esta lógica y esta m atem ática son tan intraducibies en nuestras estructuras operatorias hum anas como heterogéneas las “form as” orgánicas de los protozoarios a la morfología de los vertebrados superiores. 'P o r o tra parte, el concepto de los factores hereditarios característicos de la coordinación de las acciones se debe utilizar sólo con muchas p rec au ­ ciones; en efecto, los sentidos de la palabra herencia son múltiples y, sobre todo, ignoramos todo sobre los mecanisrhos de la herencia general que deberíam os m encionar aquí. Sabemos^, en efecto, que existen dos tipos de caracteres hereditarios, y que entre ambos existe incluso un núm ero indefi­ nido de grados jerárquicos. Por u n lado, la biología distingue la “herencia especial” , única conocida en sus modos de transm isión (ligados a las locali­ zaciones cromosómicas) y que determ ina los caracteres particulares de los linajes; por el otro, la “herencia general” cuya localización es probable­ m ente citoplasm ática, pero que conocemos m uy poco: esta últim a es la que realiza la transm isión de los caracteres generales de los géneros, familias, etc., incluyendo los de la vida y es ella, en consecuencia, la que interviene en la continuidad de las coordinaciones esenciales de la conducta. Si intentam os aplicar esta distinción a la m atem ática, se puede obser­ var, de este modo, que los caracteres hereditarios “especiales”, si existen en este campo, pueden actuar sólo en un sentido restrictivo o lim itativo, m ientras que los factores de coordinación general se relacionarían con la herencia de las formas no específicamente hum anas. Consideremos un ejemplo hipotético de la prim era categoría; no es imposible que en el carácter restringido de la intuición geom étrica hum ana, que se lim ita al espacio euclidiano tridim ensional, intervenga algún factor de herencia.

espacial. E n efecto, contrariam ente al razonam iento geométrico que se efectúa tanto en n dimensiones como en tres y tan to sobre los espacios no euclidiancs o no arquim edianos como en nuestro espacio intuitivo corriente, este últim o es esencialm ente lim itado. Sin duda, la experiencia es la que nos enseñó que el espacio físico de los objetos perceptibles en nuestra escala de observación se lim ita a tres dimensiones y presenta caracteres p ráctica­ m ente euclidianos. Pero cabe preguntarse por qué nuestra intuición (por oposición al razonam iento) no puede im aginar otras figuras y “verlas” en cuatro o n dimensiones. Ello se relaciona sin d u d a con la influencia de nuestros órganos, ligada a la herencia especial d e la especie h u m an a o de los vertebrados superiores. Se com prende entonces en qué aspecto esta herencia posible es esencialm ente lim itativa. Por el contrario, en la m edida en que la construcción del espacio en general, así como la del núm ero o de la lógica, utilizan m ateriales logrados m ediante abstracción en las coordina­ ciones generales de la acción, estos elementos rem ontan entonces hasta los caracteres transm itidos po r la herencia general y no ya especial: es decir, en realidad, hasta los mecanismos m orfogenéticos comunes que determ inan la conducta de los seres vivientes. Tom em os como ejem plo la idea de “grupo” . Sabemos que Poincaré la consideraba innata, lo que equivaldría a afirm ar que existe en estado preforinado en estructuras hereditarias (especiales o generales). E sta in ter­ pretación se opone a los hechos de orden psícogenético, ya que el análisis del desarrollo m ental dem uestra que se trata de un a idea ligada al equilibrio necesario de las acciones y de las operaciones, pero final y no inicial. Sin em bargo, y pese a que la estructura del grupo no es innata, de todas m aneras, desde el p u n to de vista funcional sus caracteres de transitividad, de reversibilidad, de asaciatividad y de identidad corresponden a aspectos m uy generales de la conducta psicom otriz: nos referimos a la coordinación de los movimientos, el retorno, eí rodeo y la conservación de algunos elementos. Además, el conjunto de las operaciones de un grupo, pese a ser indefinidam ente móvil, constituye u n sistema cerrado sobre sí mismo: ahora bien, u n a vez más, desde el p unto de vista m ental, este carácter estructural corresponde al aspecto de ciclo, m ucho m ás restringido y m ucho menos móvil pero igualm ente cerrado que se observa en toda organización motriz (incluso en los ritmos elem entales). E n consecuencia, no es absurdo pensar que la idea fundam ental del grupo, fuente com ún del espacio y de núm ero y que opera ya bajo u n a form a incom pleta en los agrupam ientos lógicos, constituye u n a estructuración refinada y tardía pero cuyos m ateriales (es decir los elementos de su funcionam iento) son extraídos de las coordina­ ciones generales m ás com unes a las formas orgánicas y mentales, y encuen­ tran su estado de equilibrio final en esta estructura de grupo. E n consecuencia, si, como hemos visto, la lógica y la m atem ática no se originan en u n a acción de los objetos exteriores sobre los que el sujeto experim enta individualm ente, éste se adaptaría al objeto del siguiente m odo: por interm edio de su organización psicobiológica, en la m edida en que las coordinaciones elementales que dan origen a las construcciones sensoriomotrices y luego operatorias reflejan el funcionam iento del orga­

nism o: al estar éste ligado a la realidad física p o r su naturaleza interna y no sólo por la vía de intercambio externo, la relación específicamente lógico-m atem ática del sujeto con lo real, en consecuencia, em anaría en últim a instancia de las relaciones de la organización viviente con las estruc­ turas físico-químicas. 2. El conocim iento físico, por su parte, señala u na interdependencia entre el sujeto y el objeto originada en un intercam bio directo y externo y no ya interior al organism o: éste consiste en u n a acom odación de las acciones del sujeto a los datos de la experiencia y asimilación del objeto a los esquemas lógico-matemáticos del sujeto. El conocimiento físico procede entonces m ediante la abstracción a p artir del objeto; p ero esta abstracción se origina en acciones especializadas del sujeto, es decir en acciones diferen­ ciadas por acomodaciones a los caracteres del objeto y asume, en con­ secuencia, necesariam ente, una form a lógico-m atem ática; en efecto las acciones particulares dan lugar a u n conocimiento sólo cuando están coordinadas entre sí y cuando esta -coordinación, por su pro p ia naturaleza, es lógico-m atem ática. E n consecuencia, la causalidad física es sólo u na coordinación operatoria, análoga a la que utiliza el sujeto p a ra ag ru p ar sus propias operaciones, pero atribuida al objeto por asimilación de las transform aciones objetivas a las transformaciones operatorias. A ello se debe que la objetividad extrínseca característica del conocimiento científico corresponda en form a tan exacta a la “objetividad intrínseca” de la m ate­ m ática: am bas, en efecto, se originan en un intercam bio íntim o y continuo entre el sujeto y el objeto. E n el caso de la física, esta interpretación se realiza po r contacto directo y exterior; en el caso de las estructuras lógicom atem áticas (com o acabamos de recordarlo en el punto 1), ella se efectúa, por el contrario, en el interior del sujeto. Existen incluso dos regiones en las que estos dos tipos de objetividad tienden a confluir. P o r u n lado, en el transcurso de las construcciones lógico-matemáticas el espacio real o físico y el. espacio matem ático de las coordinaciones de la acción son m uy isomorfos a n uestra escala de observación; ello determ ina que a m enudo la abstracción a p a rtir del objeto interfiere con la abstracción a p a rtir de las acciones u operaciones; por lo tanto, la elaboración del espacio señala u n doble intercam bio paralelo entre el sujeto m ental y el objeto m aterial. U no de ellos es exterior al sujeto y constituye entonces, por definición, u n conoci­ m iento físico, y el otro interior a la organización psicofisiológica y constituye así u n conocim iento lógico-matemático. Por o tra parte, cuando las leyes físicas alcanzan u n cierto grado de generalidad o corresponden a fenómenos de escala dem asiado grande o demasiado pequeña, la indisociación entre la experiencia y la actividad efectiva u operatoria del sujeto es tan estrecha que las leyes tienden a confundirse con los esquemas m atem áticos necesarios para su estructuración; ello reúne a los dos tipos de objetividad en u n a mezcla en la que n o se puede aislar la parte que le corresponde a cada una.

3. El conocimiento biológico com porta u n tercer tipo de relación entre el sujeto y el objeto. Por un lado, y pese a que en él, como hemos señalado,

ía actividad del sujeto se reduce a u n m ínim um , de todas form as ella es real: en efecto, la form a más elem ental de conocimiento biológico, la clasi­ ficación sistemática de las especies, consiste en agrupam ientos aditivos de clases o de relaciones. T am bién, el análisis característico de la anatom ía com parada consiste en agrupam ientos multiplicativos de carácter igualmente operatorio, aunque cualitativo o lógico. A fortiori, lo mismo sucede en el caso de las teorías de la evolución y de la herencia que com pletan esta estructuración lógica m ediante u n a com binatoria probabilística relacionada con las variaciones y las transmisiones. Por último, en la m edida en que la biología recurre a la físico-química, todo el mecanismo del conocimiento físico se extiende entonces a lo viviente, lo que refuerza la p arte de actividad deductiva y hace indispensable la asimilación m atem ática de los datos. A hora bien, el organismo viviente, objeto de la biología, es tam bién, por su parte, la fuente de la vida m ental y. de la actividad del sujeto, en el sentido m ás am plio del térm ino. Se puede observar entonces qué form a asume en biología la relación del sujeto con el objeto y, sobre todo, la form a que p odría asum ir si la explicación físico-química continuase sus progresos en fisiología y si razones más sólidas que aquellas de que disponemos en la actualidad apoyasen la hipótesis de u n a conexión entre las coordinaciones lógico-m atem áticas y la organización o la morfogénesis vitales. Y a en el estado actual de los problem as el conocimiento biológico com porta una doble relación entre el sujeto y el objeto: la relación inherente al espíritu del biólogo, teniendo en cuenta el objeto, que estudia, y la relación entre este objeto considerado como sujeto (p ara decirlo de otro modo, el orga­ nismo viviente) y los obstáculos que este sujeto debe enfrentar (p ara decirlo de otro modo, el medio exterior del organism o). Supongamos entonces un doble progreso en la explicación físico-química de la vida (o sea en la reducción de lo biológico a las estructuras físicas) y en la explicación fisio­ lógica de la v id a m ental (p ara decirlo de otro modo, en la reducción de las coordinaciones lógico-m atem áticas a las estructuras o rg án icas). En prim er lugar, las leyes físico-químicas susceptibles de abarcar sim ultánea­ m ente lo vital y lo inanim ado serían entonces, sin duda, leyes microfísicas, pero más generales que las leyes que se conocen en la a c tu a lid a d : ellas supondrían en consecuencia uria actividad del sujeto biólogo superior aún . a la que m uestra nuestro conocimiento físico actual. E n segundo lugar, las form as de organización comunes a las estructuras orgánicas y a las coordi­ naciones conscientes, m ostrarían, recíprocam ente, que la actividad del sujeto viviente depende en m ayor grado del medio físico-químico interno de lo que se considera en la actualidad. D e este modo, la doble relación entre el sujeto y el objeto que el conocimiento biológico afirm a ya en la actualidad sería m ucho más estrecha, en el sentido de un a especie d e intercambio recíproco: en efecto, el papel de la deducción, que se increm enta con el éxito de las explicaciones físico-químicas u orgánicas, reforzaría la inter­ dependencia del sujeto y del objeto en todos los casos en que se pusiese el acento en uno de los términos a expensas del otro; en efecto, el espíritu del sociólogo capaz de construcción deductiva debería ser integrado, a

título de caso particular, en las actividades m entales características de la organización viviente que se in ten ta explicar. 4. Por último, las relaciones entre el sujeto y el objeto son aún mucho m ás com plejas en el terreno de la psicología y de la sociología. E n estos casos, el objeto es la persona del otro; en efecto, no puede existir una ciencia psicológica y menos aú n sociológica que utilice sólo un m étodo de introspección. Pero al ser el otro u n objeto d e estudio en tanto que cons­ tituye u n sujeto de conocimiento, ello determ ina que la investigación del psicólogo suponga u n a parte necesaria de asimilación a él mismo, que el psi­ cólogo logra descentralizar y acom pañar con u n a acom odación suficiente, pero que bajo todas sus form as sigue siendo u n a asimilación (incluso en los conductistas y en los psicorreflexólogos que b autizan con nuevos nombres a las conductas conscientes p a ra hacer creer que ignoran este aspecto de conciencia). Esto es lo que determ ina que la psicología anim al sea tan difícil, pero tam bién ta n instructiva; en efecto, si pudiésemos situam os en el p unto de vista de u n a horm iga, conservando al mismo tiem po el del hom bre, podríamos h allar sin du d a la clave del problem a del conocimiento. Al igual que en física y que en biología, en psicosociología el conoci­ m iento del objeto se basa en la unión necesaria de u n a asimilación deduc­ tiva en diversos grados y de u n a acomodación a la experiencia; por lo tanto, en dicho campo, al igual que en los otros, existen sólo u n sujeto y un objeto indisociables. Sin embargo, esta relación exterior del sujeto’y del ob­ jeto se háce más com pleja en psicología debido a la acción de u n a nueva relación, com parable con la que hemos observado a propósito del conoci­ m iento m atem ático: en efecto, en este campo, la actividad del sujeto (tanto cuanto se tra ta del sujeto, objeto del conocimiento psicológico como del sujeto como psicólogo) está condicionada adem ás por u n objeto interior a él y origen de sus conductas; nos referimos al cuerpo, condición de las coordinaciones m entales propias y único aspecto perceptible de las con­ ductas del otro. L a existencia de esta relación interna entre el sujeto y el objeto, que se agrega a la relación exterior habitual, dio lugar a un método específico de investigaciones, cuyo equilibrio se realiza m ediante la rep ar­ tición discutida en el capítulo 3. Por un lado, la explicación psicofisiológica tiende a u n a reducción de las actividades mentales a los factores orgánicos que dependen del objeto biológico en general. Por otra parte, los hechos de conciencia se reducen esencialmente a preim plicaciones o a implicaciones propiam ente dichas; por lo tanto, el otro polo de la psicología consiste en u n análisis de las preoperaciones y de las operaciones, que se pueden conciliar tan to m ejor con la psicología de la conducta cuanto que, por o tra parte, estas operaciones son acciones m entalizadas gracias a las imágenes y a los signos que perm iten efectuarlas simbólicamente; este análisis perm ite explicar entonces la construcción de las operaciones lógicom atem áticas y realiza así la conexión entre el conocimiento psicológico y el conocimiento lógico y m atem ático. Desde un extrem o al otro del campo de las ciencias, o más bien en cada un o de los sectores del círculo que ellas describen, se observa entonces

la m isma relación indisociable entre el sujeto y el objeto, aunque bajo form as variadas. E sta relación parece distenderse en algunas regiones; por ejem plo en m atem ática, o en el cam po en el que parece prim ar el sujeto, y en biología, donde el objeto se desliga particularm ente del sujeto; la relación sin em bargo, se profundiza en todas las regiones límites, hasta hacerse inextricable en algunas partes de la física y elevarse a la segunda potencia en psicología. § 4 . C o n s t r u c c i ó n y r e f l e x i ó n . U n a de las causas de la diversidad de los tipos de relaciones entre el sujeto y el objeto reside en el hecho de que en algunos campos estos dos términos se presentan bajo un a form a está­ tica; por ejemplo, en m atem ática, donde el sujeto podría (y ha ocurrido) ser com parado con u n a inteligencia eterna, o en algunos sectores de la física, en los qué el sujeto parece independiente de toda historia; en otros campos, por el contrario, u n desarrollo histórico interviene en diversos grados: este devenir, que es ya evidente en term odinám ica, dom ina a la biología en su totalidad (aunque en m enor grado en fisiología) así como a las disciplinas psicológicas y sociológicas. A hora bien, todo conocim iento histórico y toda teoría genética presenta u n a dificultad particular. Y a lo hemos observado en relación con las teorías biológicas de la evolución (capítulo 2 ) ; pero esta dificultad aum enta m ás en los sectores de la psicología y de la sociología que estudian el desarrollo m ental o histórico. E n consecuencia, se la puede observar en epistemología genética, y en especial en la hipótesis que formulamos en esta obra sobre una filiación circular de las ciencias. E l problem a se relaciona en parte con la idea de desarrollo: el estado B que procede del estado A, ya está preform ado en A, lo que reduce entonces la evolución a un a simple apariencia, o es esencialm ente diferente de A, lo que determ ina que la filiación sea ilusoria, exija la intervención de realidades nuevas y contra­ dice de este modo, u n a vez más, la idea de evolución. A hora bien, cuando creemos percibir en el organism o las raíces de la coordinación intelectual, o sim plem ente en la acción el punto de p artid a del pensamiento opera­ torio, etc., recurrim os siem pre a esas relaciones genéticas. ¿Cómo interpre­ tarlas entonces? De n ad a sirve invocar el pasaje aristotélico de la “potencia” al “acto” ; en efecto, o bien esta fórm ula es sólo el simple enunciado del problem a genético p, si no, lleva a la identificación de E. Meyerson que niega el cambio y considera que la novedad corresponde al cam po de lo irracional. Por otra parte, tom ar sim plem ente n ota del hecho de la filiación entre B y A, no sólo no satisface nuestra necesidad de com prender, sino que además im pide en form a definitiva la posibilidad de distinguir las simples suce­ siones regulares (del tipo día y noche) en relación con las filiaciones reales. No retom arem os aquí el detalle de las discusiones ya analizadas sobre lo que corresponde a la causalidad física (vol, I I, cap. 5 ), la interpretación del desarrollo m ental (vol. I I I , cap. 3) o el paralelo de las epistemologías y de las teorías de la evolución (vol. I I I , cap. 2) ; sin embargo, y a título de conclusión, debemos centrar el problem a en la evolución de las ciencias como

tales, es decir en el “desarrollo de conocimiento” que constituye el objeto p ro ­ pio de las investigaciones de la epistemología genética. E n efecto, si nuestra hipótesis central es verdadera, este aum ento supondrá en sí mismo un a serie de conexiones que tenderían a adoptar u n a form a circular; tam bién, por otra parte, conducirían a estrechar cada vez .más el género de vínculos característico del círculo de las ciencias en su conjunto, debido a las filia­ ciones efectivas que se establecen entre las diversas actividades del sujeto y entre las relaciones atribuidas a los objetos. E n verdad, la acumulación de los conocimientos no tiene n ad a que ver con u n a simple acumulación de hechos. N o sólo los hechos am ontonados sin orden no constituyen una ciencia, y la historia de las interpretaciones es lo que caracteriza entonces a la evolución de un a ciencia, sino que ta m ­ bién un solo hecho aislado supone ya u n a elaboración, lo que refuerza la afirm ación precedente. Por o tra parte, incluso en m atem ática pura, la idea de que el desarrollo de las ciencias consiste en u n a simple deducción lineal y que ca d a siglo agrega sim plem ente a los precedentes algunas nuevas consecuencias lógicas (de la m ism a form a en que anualm ente se elabora el program a de una enseñanza escolar “razonada” y no vivida) debería enfrentar el más flagrante desm entido de la historia (y tam bién, por otra parte, de la psicología del n iñ o ). El desarrollo de los conocimientos consiste entonces en u n a estructu­ ración progresiva, con o sin orientación hacia formas de equilibrio estable. E n el § 5 examinaremos el problem a del equilibrio; por el m om ento, nos preguntarem os en qué consiste la estructuración. U n aspecto esencial reside en el hecho de que oscila sin cesar entre dos tipos extremos, pero que n u n ca se presentan en estado puro. El prim ero se reduce a un a serie de construc­ ciones superpuestas, lo que plantea entonces, precisamente, todo el p ro ­ blem a de la filiación entre lo nuevo y lo antiguo. Por otra parte, sin embargo, como lo señaló en especial L. Brunschvicg “el progreso es reflexivo”, y consiste tam bién en reestructurar los puntos de p artid a al profundizar ca d a vez más las estructuras iniciales. A hora bien, estos dos procesos no son en absoluto antitéticos ya que toda construcción es m ás o menos reflexiva y toda “reflexión” constructiva en diverso grado. E n conse­ cuencia, los mecanismos genéticos se sitúan entre estos dos extremos y, naturalm ente, con una gran variedad de form as de construcciones que oscilan a su vez entre la construcción libre y deductiva y la construcción im puesta por u n descubrimiento em pírico; y u n a gran variedad de formas de “reflexiones” que oscilan, por su parte, entre la simple “tom a de conciencia” de u n a condición previa que había pasado inadvertida hasta el m om ento y la reestructuración axiom ática de conjunto. . L a historia del concepto de núm ero ofrece en este sentido uno de los más claros ejemplos de la unión de estos diversos procesos. E n prim er lugar, el descubrimiento del núm ero entero por el pensamiento precien tífico constituye un interesante ejemplo de construcción progresiva, independien­ tem ente del caos de los sistemas de num eración, ya que los núm eros enteros fueron sin duda construidos en u n orden ascendente. Sin embargo, existen por lo menos dos excepciones: seguram ente, la construcción h a sido regular

sólo a p a rtir del núm ero 2, ya que el carácter num érico de la unidad representa u n descubrimiento retroactivo originado en la com paración de 1 con sus consecuentes; por otra parte, la invención del núm ero cero como punto de p artid a real de la serie de los núm eros enteros positivos y de la iteración de la operación -j- 1 ha sido bastante tardía. Se puede observar de este m odo que el desarrollo de los conocimientos constituyó un proceso sim ultáneam ente constructivo y reflexivo ya a p artir de la serie de los enteros positivos. Además entran en juego dos tipos de reflexión. El prim ero es el de la tom a de conciencia del carácter operatorio del núm ero (vol. I, cap. 3, § ,1); en un prim er m om ento se lo consideró como propiedad, luego, como elemento de cosa, etc., y sólo m uy tardíam ente se consideró al núm ero com o resultado de u n a operación: de este modo, y antes de consi­ derársela como constitutiva del núm ero, se consideró que la adición era ajen a a él. El segundo tipo dé reflexión com plem entario del precedente, es la reestructuración del punto de partida, fuente precisam ente de la intro­ ducción del cero. Se com prueba entonces que estos dos tipos solidarios de reflexión son, a su vez, sum am ente correlativos de la construcción; se observa en p articular que se tra ta de u n a reflexión real, cuyo objeto son los resultados de esta construcción previa, sin que se pueda reducir el pro­ ceso reflexivo a u n a “experiencia interior”, en el sentido del empirismo (véase § 2) : en efecto, fueron necesarios muchos siglos antes, de que la acción constitutiva del núm ero se hiciese consciente de sí misma. D e todas formas, la serie de la construcción del núm ero, desde este mismo p unto de vista, es sum am ente instructiva en lo que se refiere a las relaciones entre la reflexión y la construcción. La elaboración del número fraccionario se debe a una asociación de la construcción deductiva y de intuiciones espaciales o m étricas; po r el contrario, el descubrimiento del irracional y 2 fue enteram ente fortuito, incluso netam ente “indeseable” , tal como se dice en la actualidad, ya que trastornaba todo el equilibrio teórico del realismo de los números. Los números negativos e imaginarios fueron el producto de una construcción sistemática, ya que se originaron en el desarrollo de las construcciones algebraicas. Por el contrario, el nú­ m ero transfinito se vinculó en form a n atu ra l con el sistema de los números precedentes sólo al producirse la reestructuración general originada en la teoría de los conjuntos; ello se produjo en circunstancias extrem ada­ m ente instructivas en lo que se refiere al papel de la reflexión en relación con la construcción. T al como lo señaló L. Brunschvicg, el concepto de correspondencia biunívoca, es en realidad el m ás prim itivo de los conceptos aritméticos, ya que lo que perm itió a los no civilizados construir los primeros números intuitivos fue la correspondencia térm ino a térm ino (de los objetos que se debían contar y de las partes del cuerpo, o de las m ercaderías que se intercam biaban una a u n a ) . Este concepto asumió u n a im portancia prim ordial gracias a G. C antor, y se considera que sim ultáneam ente engen­ d ra las “potencias” que definen a los núm eros enteros finitos y que deter­ m inando luego en el infinito las potencias de lo enum erable y de los otros cardinales transfinitos. L a intervención sistemática tan tard ía de la corres­ pondencia biunívoca en el cuerpo de la m atem ática co n stitu id a. presen­

ta de este m odo u n ejemplo muy característico del proceso reflexivo que consiste en u n a tom a de conciencia de operaciones genéticam ente elemen­ tales, al mismo tiem po que de progreso reflexivo por reestructuración de los principios iniciales. Este ejemplo, que la fiistoria deí núm ero proporciona, de u n tan com­ plejo desarrollo de conocimientos en su m ultiplicidad de pasos constructivos y reflexivos ilustra de este m odo el carácter fundam ental que perm ite reconocer u n desarrollo genético real: el hecho de que, pese a que genera novedades, este desarrollo no puede tener un comienzo absoluto. Por u n lado, en efecto, se asiste a una serie de composiciones opera­ torias- que explica el elemento de novedad característico de la construc­ ción. D e este modo, el núm ero y - 1 no estaba contenido ni bajo u n a form a a priori ni tam poco siquiera “en potencia” en las operaciones p o r las cuales se hace suceder al núm ero 2 m ediante el núm eio 3 basándose en la equivalencia 2 — (—1 = 3. Los platónicos dirán sin d u d a que el n ú ­ m ero y - 1 preexistía a su construcción, lo que equivale a situarlo en “el seno de Dios” : pero se debe explicar entonces cuáles fueron las opera­ ciones que perm itieron al ser hum ano hallar esta esencia eterna, lo que determ ina la inutilidad de la hipótesis de su preexistencia. Los “unitaristas” , sin duda, dirán que por ser la m atem ática tautológica, el núm ero y - 1 está im plicado en el conjunto de las tres presuposiciones inherentes a las opera­ ciones que perm itieron previam ente enunciar el núm ero -j- 3. A hora bien, una de d o s: o bien esta explicación estaba idealm ente prefigurada, lo que nos lleva nuevam ente al platonismo, o bien es realm ente “sintáctica” . Entonces, y a menos que se adm ita una hipótesis de un lenguaje que preexista a la palabra hum ana, se debe explicar, necesariam ente, de qué m odo construyó el hom bre su lenguaje m atem ático, lo que nos conduce nuevam ente a la composición operatoria. A ésta se la considerará esta vez como simplemente psicológica, siempre qu e los logísticos le “coordinen” a posteriori las “proposiciones tautológicas” que h ab rán axiomatizado. Pero entonces el núm ero y - 1 no está contenido en las operaciones que engen­ dran los núm eros 1, 2, 3. . . pese a que después de u n a reestructuración de los axiomas se puede hacer derivar todos estos números de las mismas proposiciones iniciales. E n efecto, estas últim as proposiciones se convirtie­ ron en iniciales sólo con ulterioridad a la construcción, y desde el punto de vista de esta construcción como tal el núm ero y - 1 no está contenido en las operaciones + 1 ; 1 + 1 = 2; 2 + 1 = 3 ; . . . Pero, por o tra parte, pese a que cada u n a de las construcciones que condujeron a los diferentes tipos de números se inicia en un m om ento dado de la historia, en algunos casos en alguna fecha conocida, de todas formas ellas se basan en una conexión anterior, reconstituida reflexivamente. De este modo, y sim ultáneam ente, la correspondencia biunívoca es prim era “en el orden de la génesis” y últim a “en el orden del análisis” . D e esta m anera, tam bién el núm ero y "1. es una generalización de las operaciones del tipo V - t i , que, por su parte, son generalizaciones de la división, etc. L a no­

vedad de la construcción operatoria no es, en consecuencia, u n a creación ex nihilo y se la obtiene efectivam ente a p a rtir de esquemas preexistentes; esta preexistencia, sin em bargo, consiste sóio en un a anterioridad por regre­ sión gradual, sin que se pu ed a considerar que ninguno de estos esquemas están preform ados desde siempre. Henos aquí una vez m ás frente al problem a p lanteado al comienzo de este párrafo: si se disocia del proceso genético el factor de novedad p a ra considerarlo aparte, existe entonces creación, o “em ergencia”, o simple sucesión em pírica, etc., y no continuidad con lo que precede; p ero si, inversam ente, se disocia el facto r de continuidad y se lo considera tam bién aparte, habrá entonces preexistencia a priori “en potencia”, identidad, tauto­ logía, etc. E n consecuencia, debemos adm itir los dos factores a la vez, sin buscar la solución en la eliminación im plícita de uno de ellos; ello señala que la operación m ediante la cual se “extrae” el elemento nuevo del anterior agrega algo a éste al mismo tiem po que extrae de él el nuevo elepaento. Es cierto que no podem os llegar a afirm ar que este hecho de agregar algo al elemento anterior cree por com pleto al elemento nuevo, por simple proyección en el pasado (es decir, provocando la ilusión de una copia), ya que de ese m odo recaeríam os en la supresión im plícita de u n o de los términos que se deben conciliar: existe sólo u n a reflexión sobre un elem ento efectivam ente anterior, pero que al mismo tiempo que lo refleja lo enriquece. El proceso genético, en consecuencia, es sim ultáneam ente constructivo y reflexivo, y el factor reflexivo es parcialm ente constructivo, de la m ism a form a en que el factor constructivo p o r su p arte es parcial­ m ente reflexivo: la reflexión enriquece retroactivam ente el elemento anterior a la luz de sus relaciones con el elemento ulterior, m ientras que la cons­ trucción lo incorpora efectivam ente en el seno de u n a nueva composición. Podemos observar entonces que los dos problem as correlativos que se p lantean en relación con todo proceso genético, considerado bajo el ángulo de la actividad del sujeto, son el de la elección del elemento anterior en vistas de su nueva utilización y el del m odo de composición que logra enriquecerlo al mismo tiem po que lo utiliza en el seno de la nueva cons­ trucción, Estos dos problem as corresponden a lo que los problem as de la abstracción y de la generalización son en las soluciones empiristas (que consideran que toda construcción está obligada a to m ar sus m ateriales de la realidad ex terio r). P ara u n a epistemología como la de Enriques (e inclu­ so tam bién, en gran parte, p a ra la de Gonseth) to d a génesis, en efecto, consiste en “abstraer” de los datos sensibles algunos elementos y some­ terlos luego a u n a generalización (o a u n a esquem atización) adecuada al objeto al que se apunta.. P o r o tra parte, y desde nuestro punto de vista, este doble proceso es esencial p ara la elaboración de los conceptos físicos: sin embargo, e independientem ente de los esquemas m atem áticos que per­ m iten enriquecerlos, esta abstracción a p artir de las propiedades del objeto y esta generalización po r pasaje de u n concreto más especial a un abstracto más general no conducen a ninguna novedad real. E n efecto, el producto de este doble proceso contiene sólo los elementos utilizados en un comienzo.

En el caso de una génesis verdadera, es decir al mismo tiem po constructiva y reflexiva, po r basarse en actividad del sujeto, los dos polos del proceso genético son, por el contrario, u n a abstracción a p artir de la acción (y no ya del objeto) y una generalización por composición o p erato ria; esto es, precisam ente, lo que ocurre en el caso de la génesis de las estructuras lógico-matemáticas. L a elección del elemento anterior en que se basa la génesis p a ra un a nueva utilización se realiza, en este caso, gracias a la siguiente form a particular de abstracción: la que consiste en tomar uno de los aspectos de un género de acciones o de operaciones anteriores y convertirlo en el ele­ mento de u n a nueva construcción. D e este modo, las operaciones consisten en reunir objetos equivalentes o en seriar objetos diferentes que constituyen la adición de las clases o de las relaciones asimétricas, extraen su sustancia inicial de las acciones sensoriomotrices que asimilan muchos objetos a un mismo esquem a o los distinguen según sus relaciones p rácticas: la capacidad de reunir o de poner en relación es entonces abstraída (o diferenciada) de su contexto sensoriomotor y se la utiliza en las acciones interiorizadas que constituyen las prim eras representaciones. Pero, y precisam ente, tan pronto como se la abstrae de sus formas prácticas anteriores y se la un e a símbolos móviles, esta capacidad de reunir o de seriar puede, por ello mismo, d ar lugar a articulaciones nuevas que la conducirán hasta el estado operatorio. Por o tra parte, y m ediante una abstracción análoga, las reuniones o puestas en relaciones sensoriomotrices son tom adas de las estructuras más p rim iti­ vas : en efecto, las formas elementales de la abstracción a p a rtir de la acción consisten en simples diferenciaciones de las conductas o de los funciona­ mientos. E n este sentido, la capacidad de reunir o de conectar que carac­ teriza a las conductas sensoriomotrices se origina en un a diferenciación de las coordinaciones reflejas; éstas, por su parte, parecen tam bién ser el resultado de u n a abstracción (es decir de u n a diferenciación) a p a rtir de las coordinaciones orgánicas más profundas, etcétera. En lo que se refiere a las operaciones propiam ente dichas, es evidente que, u n a vez que se constituyen, dan lugar a u n proceso análo g o : en efecto, algunos de sus aspectos pueden ser abstraídos de su contexto p ara com­ binarse con otros elementos de abstracción y constituir los m ateriales de úna nueva construcción. D e este modo, y gracias a esta abstracción a p a rtir de la acción, la operación de num erar obtiene su sustancia én las opera­ ciones de adición de las clases (encajes) y de orden (seriación de las relaciones asimétricas) ; la operación de la extracción de la raíz obtiene tam bién de ese modo su posibilidad de la división, etc. Por ello, las opera­ ciones m atem áticas m ás simples, que los matem áticos utilizan bajo su form a acabada, lim itándose a retener en ellas el aspecto que interviene en sus definiciones axiomáticas, suponen en realidad caracteres a m enudo m uy com plejos: la correspondencia biunívoca que se puede definir sin recu rrir ?. la idea de orden, la supone, efectivamente, en la m edida en que nos vemos obligados a seriar los términos que se. deben poner en correspon­ dencia p a ra no olvidar ninguno de ellos; pero en ese caso se tra ta de u n a especie de im plicación entre operaciones, diferente de la im plicación entre

proposiciones y que traduce directam ente las abstracciones a p a rtir de la acción. Además, y debido precisam ente al hecho de que sirven como m a­ terial p a ra nuevas composiciones de conjunto (con nuevos sistemas de operaciones), el reconocim iento de los elementos abstraídos de las opera­ ciones anteriores puede p lantear algunas dificultades a causa de la adjun­ ción de los nuevos caracteres originados en esta composición. ¿E n qué consiste entonces esta adjunción, fuente de la novedad? Los elementos abstraídos de las acciones u operaciones anteriores, que gracias a esta abstracción se h an convertido en independientes (o diferenciados) dan lugar a u n a nueva composición operatoria de conjunto, diferente de la composición anterior que integraba. Es indudable que un elemento abstraído de u n sistema anterior no puede por sí solo dar lugar a la elabora­ ción de este nuevo sistem a: él engendra la composición no contenida en las precedentes m edíante la com binación o puesta en relación con otros elemen­ tos, tom ados de otros conjuntos. D e este modo, la correspondencia biunívoca obtiene uno de sus elementos a p a rtir de la simple correspondencia cuali­ tativa entre figuras (que interviene ya en el dibujo espontáneo, o en la imitación, e tc .) ; sin em bargo, y al descuidar el aspecto cualitativo de esta operación anterior y conservar sólo la puesta en correspondencia, la nue­ va operación conduce a una correspondencia más general v “cualquiera”.2 A hora bien, ésta no estaba contenida en las correspondencias cualitativas. Ello se debe a que su construcción supone además, como acabamos de recordarlo, la idea de orden, inútil cuando las cualidades bastan para realizar u n a correspondencia por semejanza, pero necesaria p ara la enume­ ración exhaustiva de térm inos correspondientes cualesquiera. E n resumen, si la abstracción a p a rtir de las acciones u operaciones anteriores explica la continuidad entre lo nuevo y lo antiguo, la composición de muchos elemen­ tos tom ados de una única totalidad operatoria de la que no participaban hasta el m om ento explica la novedad de la construcción. Además, y esto tam bién es esencial p a ra la com prensión de los procesos genéticos, esta com binación entre elementos abstraídos de los sistemas anteriores no consiste en una simple asociación: la síntesis se efectúa y es realm ente constructiva sólo en la m edida en que estos elementos d an lugar a u n a composición operatoria entera, con sus propiedades de conjunto (por ejemplo de transitividad, de reversibilidad, de asociatividad y de identidad) que señalan la independencia y el cierre de la nueva construcción y la hacen irreductible a cada uno de sus elementos considerados en form a aislada. Sin em bargo, la abstracción a p a rtir de la acción y de la composición operatoria nos proporcionan la clave del doble aspecto de continuidad y de novedad característico del proceso genético sólo si aprehendem os su propia reciprocidad, basada en la interdependencia constante de la reflexión y de la construcción. E n efecto, la abstracción a p artir de las acciones u operaciones anteriores es orientada por la nueva construcción e incluso tiene significación sólo en función de esta nueva estructuración, que constituye la form a de equilibrio hacia la que tiende, Pero, recíprocam ente, la nueva -

Véanse vol. 1. cap. 1, § 4.

composición actúa de inm ediato sobre lo que lo preexiste y el proceso reflexivo consiste en este proceso. A ello se debe que la reflexión sea soli­ daria de la construcción y que la construcción, por su p arte, com porte un aspecto reflexivo que prolonga la abstracción que hemos descripto an terio r­ m ente. L a reflexión, en consecuencia, confiere u n a nueva realidad a los elementos abstraídos de su sistema precedente: al hacer p asar el elemento antiguo del estado no reflexivo y englobado en su contexto anterior a u n estado reflexivo y abstracto, la reflexión lo elabora al cam biarlo de plano y le atribuye u n a form a que hasta el mom ento no conocía: en efecto, ésta se origina en nuevas relaciones y en su equilibrio de conjunto. Al basarse en los elementos que la preceden, cada construcción nu ev a los estructura así retroactivam ente gracias a la reflexión, al mismo tiem po que los engloba en una nueva estructura. Se com prende entonces la ilusión según la cual n ad a es n uevo; ésta proviene del hecho de que se subordina la construcción a la reflexión. T am bién se com prende la ilusión opuesta que considera que todo es siempre nuevo, cuando se subordina el proceso reflexivo a la construcción por sí sola. E n realidad, u n a vez que se reestructura al elem ento antiguo gracias a la nueva composición, aquél no es idéntico a lo que era antes de su reestructuración operatoria. El núm ero V - 1 no estaba “contenido” en \ / 1, pese a que hubiese podido ser “extraído” de él m ediante una abstracción a p artir de la operación V i - ” y m ediante u n a extensión generalizadora de ésta: tal extensión recae entonces sobre y ' 1 y le confiere la nueva propiedad de pertenecer a un sistema operatorio más vasto, que le p ro ­ porciona u n núm ero superior de combinaciones posibles. Se puede decir, incluso, que el núm ero 3 no estaba “contenido” en los números 2 y 1 antes de que se lo construyese bajo la form a 2 + 1 = 3 m ediante u n a operación que transform a en u n a serie móvil lo que hasta el m om ento era un conjunto estático. El núm ero entero en general no estaba “contenido” ni en las clases lógicas ni en las relaciones asimétricas cuya síntesis o p era­ toria constituye; sin embargo, u n a vez construido recae sobre ellas al conferir u n sentido num érico posible a las cantidades intensivas “uno” , “ninguno” , “alguno” y “todos” . E n resumen, cuando u n conjunto de elementos dé lugar a u n a construcción operatoria, p o r esto mismo ellos reciben la nueva propiedad o form a que consiste en pertenecer a un sistema más am plio que les confiere, en consecuencia, propiedades que hasta el m om ento no tenían. El pasaje de un estado intuitivo, a un estado opera­ torio transform a así u n mismo elemento en u n a form a tal que puede escapar a un análisis estático: en efecto, ese elemento, al parecer, se m a n ­ tuvo idéntico a lo que era previam ente. El análisis genético, sin em bargo, perm ite apreciar la transform ación, ya que al haber adquirido u n a m ovi­ lidad ignorada en u n nivel anterior del desarrollo este elem ento recibió en realidad nuevas propiedades. E n ' lo que se refiere a la historia de los sistemas de operaciones genéticam ente acabadas, toda generalización que procede por composición propiam ente operatoria (p o r oposición a las generalizaciones sim plem ente inclusivas: vol. I I , cap. 5, §§ 3 y 10) enri­

quece los sistemas anteriores a esta generalización, al hacerlos e n tra r a título de elementos en sistemas caracterizados por u n conjunto de transfor­ maciones posibles que los sistemas restringidos no conocen. D e este modo, al convertirse en u n caso p articular de los espacios’métricos genérales, y, a través de éstos (de la m isma form a que m ediante la geom etría afín y proyectiva), caso p articu la r del espacio topológico, ca d a u n a de las propie­ dades del espacio euclidiano se enriqueció gracias sim plem ente al hecho de que convirtieron en transform ables en otras propiedades n o euclidianas. D e la m ism a form a, la com paración que establecieron Lie, Abel y K lein entre la teoría de los grupos en álgebra y en geom etría perm itió form ular nuevas transform aciones que enriquecieron tam bién las propiedades espa­ ciales ya conocidas. T am bién hemos com probado (vol. I I , cap. 5) que lo mismo sucede en el proceso de desarrollo de los conocimientos físicos, en tan to que éstos se basan én la generalización m atem ática de carácter opera­ torio: en este cam po el papel del descubrimiento fortuito es m ayor a causa del papel de la experiencia. E n él, tam bién, la generalización por composición operatoria no es siempre inm ediata, pero ella desem peña entonces u n papel tanto más constructivo, cuando interviene, cuanto más inclusiva es en él la generalización sim plem ente legal. E n resumen, al “reflejarse” sobre los elementos anteriores to d a cons­ trucción nueva los enriquece con propiedades que ellos no poseían p o r sí mismos. Ese proceso, evidente en el terreno operatorio, no es menos claro en el cam po preoperatorio: en efecto, en dicho caso las coordinaciones intuitiyas que preceden las composiciones deductivas se convierten en opera­ torias cuando están englobadas en sistemas de conjunto y adquieren por ello un poder de transform aciones del que hasta ese m om ento carecían. Se com prende entonces la razón por la que un proceso genético no puede presentar u n comienzo absoluto, ya que este mecanismo circular de cons­ trucción con recaída retroactiva se repite en form a indefinida en el análisis regresivo. Por ello, no es en absoluto absurdo considerar que el esquem a­ tismo d é las operaciones lógico-matemáticas, térm ino de la articulación de las coordinaciones intuitivas, sea ya preparado funcionalm ente por el esque­ m atism o sensoriomotor, sin estar en absoluto “contenido” en él como estruc­ tu ra ya constituida. D e la m ism a form a, las coordinaciones sensoriomotrices se construyen a su vez sólo basándose en elementos tom ados de coordina­ ciones hereditarias (reflejas o instintivas), sin estar preform adas en ellas. E n definitiva, se puede afirm ar la conexión entre las “form as” racionales y las “formas” orgánicas sin preform ar aquéllas en éstas ni rom per en n unto alguno la continuidad genética. L a causa profu n d a de esta continuidad reside en el hecho de que esta creación perpetua de formas nuevas con repercusión sobre los elementos anteriores no hace más que expresar los caracteres esenciales propios de todo desarrollo biológico (orgánico o m ental) : la diferenciación y la inte­ gración com plem entarias. E n efecto, si la reflexión es ya constructiva ello se debe a que diferencia las estructuras que le corresponden; también,- a su vez, si la construcción correlativa es reflexiva ello se debe a que integra .los elementos anteriores diferenciados de este modo. L a reflexión y la cons-

tracción, sobre todo la abstracción y la generalización operatorias (abstrac­ ción a p a rtir de las acciones y generalización por com posición) constituyen entonces casos particulares de la diferenciación y de la integración mentales en general; de la m ism a forma, éstas proceden, a su vez, de las diferencia­ ciones e integraciones nerviosas sucesivas que rem ontan p o r recurrencia hasta las form as m ás elementales de organización. Si existe u n a continuidad entre u n a estructura y la siguiente, ello se debe a que u n proceso ininterrum ­ pido de asim ilación (simple o recíproco) conserva la u n id ad funcional del sistema en el transcurso de estas deferenciaciones e integraciones estructu­ rales correlativas. E l hecho de que este mecanismo, que interviene ya en el transcurso de todo el desarrollo m ental gobierne incluso el desarrollo de los conocim ientos científicos en su proceso de abstracción y de generaliza­ ciones operatorias m uestra en grado suficiente la conexión estrecha que existe entre estos dos tipos de campos. . § 5. ¿E l d e s a r r o l l o d e l o s c o n o c i m i e n t o s s u p o n e u n a d i r e c c i ó n

D e la misma form a en que no presenta u n comienzo abso­ luto, el proceso genético, al mismo tiempo constructivo y reflexivo, que hemos descripto puede proseguir en form a indefinida. Se p la n tea entonces el problem a de determ inar si su desarrollo es absolutam ente contingente o si obedece a leyes de dirección. H em os enfrentado ya este problem a en relación con el pensamiento de L. B runschvicg; su descripción del ím petu intelectual, en efecto, evoca 1?. im agen de u n a creación perpetua, sin ninguna dirección en lo que se refiere a su fu tu ro ni otra preocupación en relación con su pasado más que la de reconstituirlo reflexivamente, pero antes que n a d a p a ra poder desligarse de él. A hora bien, pese a que es razonable co n tin u ar la m archa sin anticipar lo imprevisible y estar dispuesto a rom per con to d a tradición, de todas formas, también, y desde el punto de vista de la razón, es inquie­ tante el hecho de invertir las tesis de la necesidad a priori o de la identidad hasta el p u n to de caracterizar la actividad racional p o r la contingencia pura. Pero, según parece, quien dice desarrollo de la razón debe incluir un m ínim um de “vección” . Se puede llegar a ad m itir qu e la duración interior, el arte, la sociedad,. la vida, y quizás el universo mismo se trans­ form an sin dirección, pero una razón que cam bia sin cesar de estructura sólo puede hacerlo con razón y, en consecuencia, seguir u n a vección inm anente a su propia naturaleza. Sin em bargo, e incluso si se supone que esta hipótesis tiene u n sentido, es singularm ente difícil precisarla y determ inar esta dirección sin volver a caer, p o r ello mismo, en lo que la epistemología genética se propone ev itar: un realismo m etafísico anterior al estudio genético. ¿ D irem os nosotros, de este modo, tal como lo hace el realismo del objeto, que la dirección que sigue la razón consiste sim plem ente en tender hacia lo real, hacia el “ser”, presentes fuera de ella? Es posible, y, contra­ riam ente al positivismo, no nos permitiremos an ticip ar n ad a en este sentido. Pero antes de verificarlo no podemos considerar que la tesis sea verdadera; por o tra parte, la comprobación sólo puede efectuarse a posteriori, es decir,

d e te rm in a d a ?

u na vez en posesión de u n “real” indiscutible. A hora bien, si nos limitamos a los hechos genéticos e históricos, comprobamos, p o r el contrario, que la “ realidad” m odifica su estructura en cada nueva etapa del conocimiento. Incluso los físicos m ás realistas, como Planck, confiesan que la conquista d e lo real es sólo u n ideal. Ideal necesario, agregan, y no podem os menos que aceptarlo a p a rtir de nuestra posición de observadores del pensamiento físico: sin embargo, esta necesidad constituye entonces una simple obliga­ ción intelectual, que el físico experim enta, de in ten tar la elucidación de los datos de experiencia independientes de todo “antropom orfism o” , es decir, de todo egocentrismo intelectual; ella no contiene entonces ninguna indica­ ción sobre la dirección que se debe seguir, ya que los datos más exteriores al yo son los que d an lugar al m áxim um de deducción por p arte del sujeto, de acuerdo con las estructuras m entales características de su nivel de evo­ lución individual o histórico. ¿ Diremos que conocemos las direcciones seguidas hasta el m om ento y que, p a ra aprehender lo real en sí, bastaría con extrapolar la curva de las “realidades” construidas sucesivamente en el transcurso de los estadios anteriores? A esto cabe objetar que si la extra­ polación de una curva es en general una aventura incluso ilegítima en lo que concierne al m étodo científico en epistemología, en este caso p ar­ ticular esa extrapolación daría lugar a u n resultado sin d uda pobre: lo “real” aceptado en u n a época ha sido siempre “disuelto” por el pensa­ m iento científico de la época posterior, tal como lo confiesa u na perso­ nalidad realista como la de E. Meyerson. E n consecuencia la extrapolación conducirla a revelar u n a tendencia de la curva hacia u n a asíntota caracte­ rizada po r la supresión de lo real. No podem os llegar a esta conclusión ya que en la actualidad sigue existiendo u n a realidad experim ental no disuelta tan resistente como en el transcurso de todas las épocas pasadas de la ciencia, e ignoram os tam bién todo acerca del futuro. Afirmemos entonces sim plem ente la conclusión de que la “realidad” que corresponde a las diversas estructuras m entales que la asimilan sucesivamente no puede pro­ porcionar el principio de u n a ley de dirección. ¿Diremos entonces que la dirección que caracteriza a la evolución de la razón está determ inada por los invariantes característicos de aquélla? No, ya que esta hipótesis no es unívoca y com prende en realidad m uchas posibilidades que debemos exam inar po r separado. En sim etría con el realismo del objeto, la más simple consistiría en suponer que la razón del sujeto tiene estructuras a priori que orientan en form a perm anente la evolución intelectual. U n cuadro invariante de categorías, u n principio intelectual como el de la identidad, o las leyes de la lógica form al en general asum irían de este m odo el papel director, y el desarrollo de los conocimientos consistiría sólo en u n a asimilación progresiva siempre igual a sí misma, desde lo real hasta estos marcos preestablecidos. Sin em bargo, el panoram a del desarrollo del conocimiento opone a este realismo del sujeto u n a serie de dificultades cuyo enunciado com pleto equivaldría a resum ir toda la obra que precede. E n efecto, no existe u n a estructura invariante de la razón; precisam ente, éste es el hecho psicológico e histórico y fundam ental que exige la utilización del método

genético en epistemología. C ualquiera que sea el principio designada como invariante, se observa siem pre u n a época de la historia o un estadio del desarrollo individual q u e ignora su existencia; o, lo que equivale ex acta­ m ente a lo mismo, que realiza aplicaciones diferentes a p artir de él (ya que en el cam po de los principios la “aplicación” precede a la codificación fo rm a l). D e esté modo, todas las categorías de la sensibilidad y del pensam iento definidas por K an t cam biaron su estructura en el transcurso de la historia y, en gran parte, con posterioridad al propio K a n t: por ejemplo, las del espacio (con la m ultiplicación de las geom etrías), de tiempo (con la relati­ v id a d ), de m odalidad (con el desarrollo del probabilism o), de sustancia (con la com plem entariedad m icrofísica), de causalidad (con la relatividad y el concepto de indeterm inación), etc. Ello determ ina que si intentam os caracterizar u n a de estas categorías m ediante sus elementos constantes en el transcurso de la historia nos vemos obligados a despojarle sucesivamente todas sus propiedades específicas, lo que conduce a un invariante p u ra ­ m ente funcional y no ya estructural. Si se busca qué hay de com ún entre las norm as de causalidad tales como la causalidad aristotélica (y precientífica en general), y la causalidad de acuerdo con las tres mecánicas, clásica, relativista y cuántica, nos hallam os sim plem ente frente a ia nece­ sidad de explicar. Sin em bargo, y de la m ism a form a en que a u n a función com ún de todos los seres vivientes, tal como la nutrición, puede corresponderle formas indefinidam ente variadas de órganos, a este invariante funcional (la necesidad de explicar) le corresponden estructuras m uy v aria­ bles. N inguna de todas estas estructuras es invariante, y, en consecuencia, ninguna de ellas puede asignarle una dirección física al desarrollo: el problem a, por el contrario, es el de saber si la sucesión de las estructuras sigue o no u n a vección. O tra solución consistiría entonces en escoger como vección la acción ejercida por los principios de la lógica form al. D entro de este enfoque E. Meyerson considera que la “senda del pensam iento” está orientada desde el pensam iento precientífico y desde la percepción, por u n a identificación que lo conduce hasta las m ás altas cumbres del pensam iento científico; esta identificación sé originaría en u n a aplicación perm anente y siempre sim ilar a sí m isma del principio de identidad a la realidad m últiple y diversa. De la m ism a form a, se p o d rían fu n d ar sistemas, paralelos al de M eyerson, sobre la aplicación continua de los principios de no contradicción, del tercero excluido, etc.; o sobre la aplicación de la lógica form al en general, conce­ bida como el invariante estructural que im prim e su dirección al desarrollo intelectual y lo orienta hasta la evolución de las categorías. Sin embargo, y ta n pronto como se adm ite la hipótesis de u n a ' cons­ trucción de la lógica, no se puede considerar que los “principios” de la lógica form al sean invariantes: en efecto, en los diversos niveles preo p era­ torios y operatorios nos encontram os en presencia de estructuras dife­ rentes en lo que se refiere al esquematismo de la asimilación intelectual y a su coherencia interna. L a respuesta de los aprioristas es entonces la siguiente: los principios son invariantes pero se aplican en form a diferente.

D e este m odo, E. M eyerson in te rp re ta a la “participación” de los Bororos y de los A raras como u n a identificación de lo diverso cualitativo similar a la identificación del m ovim iento y del calor por p arte de los físicos. D e la m ism a form a, A. R eym ond afirm a que los prim itivos aplican el principio de no contradicción, pero en form a diferente de la n u e stra : sin preocuparse por él en el cam po físico, lo respetan en el plano místico, en el que u n objeto no puede ser. sim ultáneam ente sagrado y no sagrado. Sin embargo, si se respeta estrictam ente el lenguaje genético no se puede considerar que u n principio al que se aplica en form a diferente sea el mismo principio; en efecto, es evidente que antes de que el pensam iento lógico haya form ulado las “leyes” del pensam iento m ediante u n a “reflexión” que transform a (como lo hemos visto en el § 4) aquello sobre lo que reflexiona, no existían “leyes” como tales, sino sólo lo que los aprioristas designan como sus “aplicaciones” . Estas últimas, en consecuencia, no eran aplicaciones sino comienzos de estructuración. D e este modo, el género de coherencia que el pensam iento logra es cualitativam ente diferente según que el pensam iento se sitúe en u n nivel en . el que las clases lógicas están “agrupadas” en clasificaciones jerárquicas susceptibles de composición en form a reversible, o que proceda por intuiciones imposibles de ser coordinadas de acuerdo con este modo de composición. Las relaciones de identidad y de no contradicción asumen una significación concreta o form al, es decir “lógica” en el sentido estruc­ tural del térm ino, sólo en u n a composición operatoria acabada; por su parte, en la intuición preoperatoria la coherencia se realiza sólo gracias a relaciones sentidas y vividas antes que pensadas, es decir m ediante regula­ ciones y no m ediante operaciones. P o r últim o, en la inteligencia sensoriom otriz, la coherencia se realiza m ediante la coordinación de los movi­ mientos mismos. Es indudable, de todas formas, que en cada uno de estos niveles podemos observar ya u n equivalente de lo que serán luego la no co n tra­ dicción y la id entidad; sin em bargo, es u n equivalente sólo funcional: se trata de la necesidad de coherencia, cualquiera que sea la forma estruc­ tural alcanzada, o de la asim ilación mism a, cualesquiera que sean sus instru­ mentos. E n el cam po de los principios formales de la lógica al igual que en el de las categorías del pensam iento, el invariante es entonces sólo fun­ cional y las estructuras se suceden bajo form as diversas: la estructura pro­ piam ente “lógica” es sólo el térm ino y no el p u n to de p artida de 'esta evolución. A. L alande proporcionó u n a solución m ás interesante del problem a al introducir la distinción entre u n a “razón constituida” y u n a “razón consti­ tuyente” . L a prim era se caracterizaría po r los conceptos generales y los principios adm itidos en u n a época determ inada, aunque sujetos a revisión continua, m ientras que la segunda representaría el invariante por oposición p , estas variaciones: la razón constituyente sería entonces el factor p erm a­ nente que orienta a las form as . sucesivas de la razón constituida. Cabe lam entar, sin em bargo, que L alande, seguido en esto por E. Meyerson, se haya lim itado a definir esta razón constituyente m ediante la identificación (c- “asimilación”, aunque considerada en el sentido exclusivo de la identi­

ficació n ). E sta solución equivale en realidad a la precedente, pero n ad a im pide conservar los conceptos de razón constituyente y constituida, aunque teniendo en cuenta las dificultades que acabamos de señalar. E n dicho caso, la razón constituida se caracterizará p o r la sucesión de las estructuras m ientras que la razón constituyente se reducirá sólo a los invariantes funcio­ nales. Sin embargo, el problem a que se plantea entonces es el de com ­ p render cómo la función perm anente pued e orientar las estructuras suce­ sivas y si las orienta en realidad de acuerdo con un a dirección asignable. L a com paración de la evolución de la razón con la evolución de la vida puede m ostram os desde u n prim er momento que algunas funciones constantes (nutrición, respiración, sexualidad, etc.) no orientan en absoluto po r sí mismas 1&. sucesión de los órganos que las realizan y que varían según las clases de la serie dé los seres organizados. Desde el punto de vista de la dirección seguida por la serie evolutiva, la célebre fórm ula lam arckiana (la función crea al órgano) no com porta ningún sentido preciso. E n consecuencia, e incluso si se adm ite la variación de las funciones del conoci­ m iento y la variación de las estructuras u órganos intelectuales, sólo bajo u n a condición se puede hablar de un efecto director de la p rim era sobre los segundos, en el sentido de la razón constituyente de L alan d e: nos refe­ rimos al caso en el que las etapas sucesivas de formación de las estructuras se caracterizan por u n ejercicio cada vez rriejor de la función, es decir, por un funcionam iento de la razón cada vez más completo, más extenso y m ás estable. D e este modo, el problem a de la dirección se reduce a un problem a de equilibrio. Precisemos entonces la situación. Al d ejar sucesivamente a u n lado las soluciones que por intermedio de u n a especie de m otor externo — la ad a p ta ­ ción a u n real dado en sí mismo— o por establecimiento de u n program a fijado de antem ano— estructuras a priori, identificación, etc., la discusión que precede nos compele a hab lar de dirección posible sólo en relación con u n funcionam iento inm anente a la razón y con u n funcionam iento sin estructura fija. La vección se confunde entonces con u n a m arch a hacia el equilibrio. Pero se tra ta de u n equilibrio cuya form a sólo se puede determ inar a posteriori: asignársela antes de que se realice, en todo o parcialm ente, equivaldría, en efecto, a u n a de las soluciones precedentes. ¿ Conserva entonces algún sentido el concepto de dirección? E n el § 4 hemos intentado caracterizar el funcionam iento no del conocimiento considerado en el estado de equilibrio sino del mecanismo del desarrollo de los conocim ientos: construcción de nuevas estructuras por interacción del sujeto y del objeto, pero basada constantem ente en su propio pasado y que integra retroactivam ente los elementos anteriores sobre los que reflexiona después de haberlos tom ado de su contexto prim itivo. El problem a del equilibrio se plan tea entonces bajo la siguiente form a. El proceso en juego conducirá al estado a los que sé puede designar como equilibrados en la m edida en que los elementos anteriores serán deform a­ dos en m enor grado por su integración recurrente. Sin embargo, si se aceptr. esta definición del equilibrio, ¿se podrá, determ inar por u n lado, el grado de este equilibrio (en m ayor o en menor m edida, es decir por

simple seriación cualitativa) y, por o tra parte, caracterizar las condiciones de su eventual estabilización? Al parecer, la determ inación del grado de equilibrio presenta sólo u n a dificultad relativa. Todo el m undo estará de acuerdo en considerar que la m atem ática constituye el modelo de un pensam iento equilibrado, ya que hasta el presente todo nuevo descubrim iento h a logrado integrar en el nuevo sistema de relaciones los conocimientos anteriorm ente reconocidos. De este m odo, el cálculo infinitesim al no h a anulado al álgebra de lo finito, sino que la h a situado en u n conjunto m ás vasto; tam poco las geometrías no euclidianas h an determ inado la falsedad de la geom etría euclidiana sino que, por el contrario, la h a n absorbido en u n a m étrica m ás general, etc. N i siquiera el brouwerismo suprime la legitim idad del principio del tercero excluido: la lim ita, simplemente, al cam po de los conjuntos finitos. Por el contrario, todo el m undo estará de acuerdo en afirm ar que el pensa­ miento psicológico es m ucho menos equilibrado, ya que ca d a nueva teoría contradice las precedentes, a m enudo incluso en su propio fundam ento, es decir, en el reconocimiento de los hechos como tales; de este modo, la teoría de la G estalt no sólo contradice al asociacionismo sino que llega incluso a cuestionar la propia existencia de la sensación y de la asociación mecánica, que las teorías precedentes consideran como h echos: en este caso, los elementos anteriores integrados por la nueva concepción se reducen a muy poca cosa. Se aceptará entonces sin dificultad el hecho de que el desarrollo de los conocimientos se caracterizó por u n equilibrio móvil cada vez más estable, lo que, po r o tra parte, es casi tautológico; en efecto, un conoci-., miento susceptible de ser reem plazado de inm ediato por otro es sin duda un conocimiento pobre. Por otra parte, ello es u n a consecuencia directa de lo que hemos visto en relación con el desarrollo (§ 4 ) : en efecto, si las nuevas construcciones son siempre solidarias de u n a reflexión retroactiva, se logrará necesariam ente un equilibrio creciente por integración de los • anteriores conocimientos a los nuevos. Pero se tra ta entonces de u n equi­ librio esencialm ente móvil, que no excluye en nad a la intervención continua de nuevos descubrim ientos de hecho o de nuevas estructuras de pensamiento. A hora bien, si la evolución de los conocimientos supone de este modo la m archa hacia un equilibrio que es, al mismo tiempo, más estable y más móvil, se plan tea nuevam ente el problem a de la dirección de esta evolución: nos vemos llevados a adm itir que el equilibrio depende de u n a cierta conservación del pasado, es decir de la integrabilidad, sin deformación, de las estructuras anteriores en las nuevas. No p o r ello asignamos de antem ano al equilibrio u n a form a estructural definida (bajo la form a de una tab la de categorías, de un conjunto de principios formales o de to d a otra estru ctu ra), lo que precisam ente equivaldría a despojarlos de su carácter fundam ental de m ovilidad. L a anterior definición de equilibrio corresponde ahora a u n a com probación de hecho: no sólo es posible carac­ terizar las condiciones de estabilidad del equilibrio intelectual sino que también se puede com probar su estabilización creciente (adm itiéndose un a vez más que la estabilidad de u n equilibrio no se contradice con su movi­

lid a d ) . Incluso sin saber en qué consistirán los conocimientos o las estruc­ turas ulteriores de pensam iento, podemos afirm ar, en efecto, que antes de ser construidas ellas están sujetas a la siguiente obligación previa: conservar lo que ya h a sido construido o, en caso de m odificación o incluso de reestructuración general, hallar la m ejor form a de coordinación entre el m áxim um de lo adquirido y las ulteriores transformaciones. E n efecto, cualquiera que sea la libertad de construcción intelectual, ésta no puede suprim ir aquello en lo que se basó inicialm ente (por ello, precisam ente, u n a construcción racional difiere de u n a construcción cu a lq u ie ra ). L a solidez de la construcción intelectual será correlativa de su capacidad de relacionar los nuevos elementos que aporta y los antiguos elementos que u ti­ lizó (ya que, repitámoslo, ningún conocimiento tiene u n comienzo ab so lu to ). Los ejemplos que ilustran esta ley de equilibrio son innum erables. L a física es la ciencia que presenta la m ejor gam a de variedades significativas. E n efecto, entre la m atem ática, tan equilibrada que las soluciones de sus “crisis” constituyen n o sólo reequilibraciones sino progresos constantes en el sentido de u n equilibrio superior y las ciencias biológicas o psicosociológicas, que están ta n poco avanzadas que presentan aún un desequilibrio constante, la física proporciona la m ejor gam a de variedades significativas. Señalemos tres, que corresponden a los tres casos que acabamos de dis­ tinguir: conservación simple de lo adquirido, m odificación p ro fu n d a y reestructuración general. E l prim er caso es el de la “física de los principios” tal como precedió a la teoría de la relatividad: en ella, el equilibrio con­ sistía sólo en agregar los nuevos hechos descubiertos a los precedentes, conservando los mismos m arcos teóricos que, sin. em bargo, eran cada vez más frágiles debido a las contradicciones latentes. El segundo caso es el de la relatividad: m odificación de los principios mismos bajo la presión de nuevos hechos contradictorios. Sin em bargo, se logra nuevam ente el equi­ librio gracias a nuevos principios que conservan los anteriores a títu lo de aproxim aciones ligadas a u n a cierta escala y que conservan, sobre todo, el conjunto de las leyes conocidas de la naturaleza que, independientem ente de su sistema de referencia, se‘han convertido en invariantes. E l tercer caso, por último, es el de la microfísica actual que dio lugar a u n a total reestructuración. A hora bien, e incluso en un a situación ta n radicalm ente im prevista como ésta, el equilibrio entre el presente y el pasado está de todas m aneras asegurado: po r un lado, se conservan las leyes microfísicas gracias a u n principio de correspondencia que restablece la conexión entre, las escalas de observación; p o r o tra parte, y sobre todo, se introducen nuevos modos d e conciliación, como po r ejemplo el principio de com plem entariedad. Estos perm iten m antener en form a sim ultánea, al reestructurarlos, conceptos anteriores aparentem ente inconciliables. E n cada uno de estos tres casos, el equilibrio consiste, así, en u n a integración m áxim a de lo ya construido en la construcción nueva, con estructuración retroactiva de lo adquirido: el equilibrio está constituido po r la m ejor form a posible de conciliación com patible con el conjunto de dos datos adquiridos. Cabe preguntarse, sin embargo, si al proceder de ese modo no nos lim itamos a caracterizar la vección distintiva que caracteriza al desarrollo

de los conocimientos, m ed ian te principios formales tales como el principio de no contradicción. E n efecto, si esta vección constituye u n a m archa hacia el equilibrio, y este equilibrio se define por la conciliación entre los nuevos conocimientos y los hechos ya conocidos, ¿acaso la ley suprem a del equi­ librio, y en consecuencia de la dirección seguida p o r el pensam iento, no es, entonces, la no contradicción y no ya la identidad? Sin embargo, subsisten por enteró las dificultades que hemos analizado anteriorm ente en relación con este problem a: la no contradicción tam bién puede revestir un número indefinido de estructuras sucesivas, y aquello que p ara la razón de una época es contradictorio no lo es, necesariam ente, p a ra la época siguiente. L a “com plem entariedad” proporciona precisam ente un ejemplo de conci­ liación que en la actualidad se considera com patible con el principio formal A /A , pero que en u n a época relativam ente reciente hubiese parecido incom­ p atible con él (de la m ism a form a en que nuestros padres hubiesen consi­ derado ilegítimas las restricciones expresadas por Brc-uwer a la evidencia del principio del tercero excluido). Los principios formales no dirigen entonces el desarrollo de los conocimientos: se lim itan a regular su formalización. L a ley general de equilibrio, que im prim e u n a dirección a la evolución de las estructuras del conocim iento es, en consecuencia, m ás p ro íu n d a que los principios formales del pensam iento; o, p ara ser más precisos, orienta la estructuración form al hasta un punto tal que determ ina la no contra­ dicción como tal, aunque considerada en sus diversas formas operatorias posibles y no sólo bajo la form a p articular que asumió en e.l seno de. la lógica bivalente ( p . p = 0 ) .3 Esta ley es la m ism a que rige el desarrollo de la inteligencia en general: se tra ta del pasaje de la irreversibilidad a la reversibilidad, ya que esta últim a, por otra parte, constituye el criterio de todo equilibrio, al igual que de toda coherencia intelectual- o no contra­ dicción (vol. 1, cap. 3, § 5, iv ). E n efecto, u n a form a de pensam iento científico aú n no equilibrado como por ejemplo, en algunos casos, las teorías biológicas o psicológicas que se suceden d u ran te u n período dado, se m antiene irreversible en el sentido de que cada teoría elim ina a las precedentes siguiendo un desarrollo sin revisión, o, por el contrario, retom a actitudes anteriores, pero con la pretensión de abolir lo que se h a adm itido entre ambas. E n u n a form a de pensam iento equilibrado com o la m atem ática, u n a nueva teoría engloba por el contrario las teorías que supera a título de caso particular-: existe entonces reversibilidad en el sentido de que existen algunas transform a­ ciones operatorias que perm iten al mismo tiem po proceder desde el caso particular anterior hacia el caso general que se. acaba de descubrir o, inver­ samente, desde este últim o al precedente (por ejem plo proceder desde un subgrupo a su grupo y recíprocam ente). E n u n a situación d.e este tipo, la relación entre los conocimientos más antiguos y los conocimientos am plia­ dos más recientes confluye por completo con la coherencia interna del * Véase nuestro Traite de Logique, § 51.

sistema considerado en su totalidad actual. L a reversibilidad operatoria que realiza esta coherencia interna actual constituye entonces, p o r ello mismo, la ley de equilibrio que determ ina las relaciones de vección entre los estados parciales de conocimiento anterior y el sistema total presente. E n el plano del desarrollo individual del pensam iento, se observa un proceso análogo de equilibración, es decir un pasaje progresivo de la irreversibilidad inicial a la reversibilidad final. En este caso, el fenóm eno se presenta bajo dos aspectos correlativos. Por u n lado, se puede observar la existencia de este pasaje de la percepción o del hábito irreversible a la inteligencia sensoriomotriz, más reversible, y después de ésta al pensa­ m iento intuitivo u n poco más reversible, pero a.ún incapaz de operaciones inversas; luego d e la intuición a las operaciones concretas, reversibles ah o ra aunque en el caso limitado de la manipulación, m ientras q ue las operaciones formales alcanzan por fin la reversibilidad y la m ovilidad completas. Por o tra parte, este progreso en la dirección de la m ovilidad reversible se m anifiesta a través de una extensión de las conductas a campos cad a vez más am plios, es decir, que com portan distancias espacio-temporales cada vez m ayores en tre el sujeto y el punto de aplicación de sus acciones u operaciones: el “campo” de la percepción, en efecto, es m ás lim itado que el de la representación intuitiva y éste más lim itado qué el de las ope­ raciones concretas y sobre todo formales; de este m odo, cada etap a del desarrollo de la reversibilidad m ental corresponde a u n a am pliación del cam po de las conductas. A hora bien, la integración de los conocimientos se efectúa en la exacta m edida de esta reversibilidad creciente y d e esta extensión de los campos de aplicación; es decir, los nuevos esquemas que los engloban, al enriquecerlos, conservan a los esquemas anteriores más o menos constantes: la inteligencia sensoriomotriz se subordina y corrige las percepciones iniciales (en el sentido de ¡as ‘‘constancias” perceptuales) ; el pensam iento intuitivo corrige a los esquemas sensoriomotores al inte­ grarlos a ella; las operaciones concretas corrigen tam bién a las intuiciones al absorberlas, pero las operaciones formales se integran a las operaciones concretas sin modificarlas en form a esencial y sim plem ente com pletándolas; por últim o, las operaciones formales se m ultiplican sin contradecirse entre sí. Existe entonces, efectivamente, un equilibrio creciente, en el sentido de una integración cada vez más coherente, en función de la reversibilidad. U n a vez construidas las operaciones formales, el desarrollo de las ciencias las integra entonces en estructuras de conjunto que son cad a vez más aptas p a ra conservar a los conocimientos anteriores y situarlos en nuevos marcos. Ahora bien, esta integración de los esquemas anteriores en los nuevos se m anifiesta precisamente m edíante u n a m ovilidad y u n a rever­ sibilidad creciente, y de acuerdo con dos aspectos que se corresponden con los que acabam os de describir. Por un lado, y desde el p unto de vista de las operaciones, en la m edida en que las transformaciones de u n sistema se incorporan a u n sistema más vasto, la totalidad que así se constituye es más móvil que antes y, en consecuencia, más reversible: en efecto, en este caso a las transformaciones del prim er sistema y a las del segundo se le agregan las transform aciones posibles del uno al otro. D e este m odo, y al reducir

los desplazamientos a semejanzas que conservan las distancias, las seme­ janzas a afinidades que conservan los ángulos, las afinidades a proyectividades que conservan las paralelas, y las proyectividades a homomorfías que conservan las relaciones anarm ónicas, se encaja una serie de grupos unos en otros a título de subgrupos, y a sus transformaciones particulares se le agregan las relaciones reversibles constituidas por este encaje. A hora bien, en este ejem plo la constitución histórica de los grupos más generales (topología y geom etría proyectiva) es reciente, m ientras que los más espe­ ciales (euclidianos) son los m ás antiguos. Por otra parte, el cam po de aplicación de la s . operaciones en juego se extiende, en consecuencia, en función de su m ovilidad: el pasaje de la geometría euclidiana a. la m étrica general y a la topología corresponde en form a sim ultánea a u n a extensión considerable del cam po de la geom etría pu ra y a la extensión del terreno de la observación física a las mayores o menores escalas. E n resumen, cuando la generalización se efectúa por composición operatoria el campo más general corresponde al sistema más móvil y m ás reversible. Es evidente que estas afirmaciones conciernen al mecanismo del pen­ samiento y no a la realidad misma que este pensamiento elabora, y que tanto puede ser irreversible como parcialm ente reversible. E n efecto, una realidad irreversible es interpretada sólo gracias a esquemas reversibles, tal como lo hemos com probado en relación con el azar (véase vol. II, capítulo 3 ) : el espíritu asim ila el carácter específico de la mezcla irrever­ sible a u n sistema de combinaciones probables, calculado gracias a las operaciones de combinaciones y de perm utaciones que tam bién son, a su vez, reversibles. En consecuencia, afirm ar que el pensam iento científico es cada vez más reversible equivale sim plem ente a sostener que continúa el desarrollo de la inteligencia. A hora bien, sólo desde hace muy poco tiempo se considera que esta afirm ación tiene carácter de perogrullada. D urante m ucho tiempo se consideró que la ciencia se lim ita a desarrollar el contenido de los conocimientos sin m odificar la estructura de la inteligencia, a la que a p artir de u n cierto nivel se considera com pletam ente acabada y como habiendo adquirido u n a form a inm utable. L a formación de la inteligencia, sin embargo, prosigue con el desarrollo del pensamiento científico. D e este modo, después de Descartes es imposible pensar a la m anera de Aristóteles, y la transform ación no sólo concierne a la m entalidad colectiva de los hombres de ciencia: tam bién se la puede observar en el desarrollo individual a través de u n a aceleración de los niveles superiores. En lo que se refiere al contenido de los conocimientos, durante m ucho tiempo, y de acuerdo con K a n t o A. Comte, se consideró que la ciencia estaba establecida en form a inm utable sobre fundam entos definitivos: la lógica de Aristóteles, la geome­ tría de Euclides o la gravitación new toniana. D e ser así, la afirmación de u n desarrollo de. la reversibilidad operatoria no tendría ningún sentido: por el contrario, dicho desarrollo expresa la movilidad de los desarrollos posibles, presentes y futuros. Sin em bargo, y contrariam ente al concepto de identificación y a las otras leyes de evolución asignadas al desarrollo del pensamiento, ingenuo o

científico, la reversibilidad no prejuzga en n ad a en lo que se refiere a las construcciones futuras. L a reversibilidad es sólo la form a de equilibrio del pensam iento y puede realizarse m ediante todas las estructuras opera­ torias. E n la actualidad, el “grupo” es su form a más general y más acabada, pero no es la única posible y podría ser englobada en otras trans­ formaciones futuras. L a reversibilidad traduce sim plem ente en su form a más directa la doble exigencia de construcción y de reflexión, característica de todo pensam iento, es decir de composición operatoria y de interpre­ tación retroactiva. Ella constituye de este m odo el p unto de unión entre el funcionam iento descripto en el § 4 y las estructuras sucesivas posibles; es la simple expresión del hecho de que el pensam iento tiende a un equilibrio móvil, ya que todo equilibrio se define por la reversibilidad y que la reversibilidad lógica consiste en la posibilidad de las operaciones inversas (en lo que se origina, entre otras cosas, el principio de no contradic­ ción p . p = 0 ). § 6 . L a s r e l a c i o n e s e n t r e l o “ s u p e r i o r ” y l o “ i n f e r i o r ” . T an to las relaciones en juego en el funcionam iento dirigido del pensam iento (§§ 4 y 5) como las relaciones entre el sujeto y el objeto (§§ 2 y 3) nos conducen al problem a central de las formas de pasaje entre los principales campos científicos, que a prim era vista son heterogéneos entre sí. Este problem a se plantea necesariam ente en la hipótesis de u n encadenam iento circular de las ciencias, m ientras que en la hipótesis de u n a serie rectilínea o de u n a jerarquía es menos esencial e, incluso, p u ed e ser resuelto negati­ vam ente (tal como lo intentó A. Comte, que inten tab a reforzar las fronteras y no suprim irlas). Nos hemos referido ya a este problem a cuando anali­ zamos cada uno' de los cuatro grandes tipos de conocimiento científico; sin embargo, conviene retom arlo aquí, p ara com probar la analogía p rofunda que existe entre las soluciones adoptadas p o r las diversas ciencias vecinas y, sobre todo, p ara dem ostrar que todas estas soluciones análogas en tran precisam ente en los esquemas descriptos en los §§ 4 y 5 en lo que se refiere al desarrollo de u n a serie histórica o genética simple, es decir, independien­ tem ente del pasaje de u n cam po a otro. E n tre estos esquemas de desarrollo y estos esquemas de pasaje existe sólo un a diferencia notable: el esquema de desarrollo es com pletado por la adjunción de u n principio especial de correspondencia cuando se produce un pasaje del sujeto al objeto. E n efecto, hemos com probado en m uchas oportunidades que la reduc­ ción de u n conjunto de fenómenos llamados “superiores”, por ser más com ­ plejos, más específicos y por poseer determ inadas propiedades, a un conjuntó de fenómenos llam ados “inferiores” por n o presentar estos caracteres, se efectúa gracias a la construcción de un esquema más general que los esquemas anteriores con que se contaba: al mismo tiem po que conserva las propiedades específicas de lo “superior”, este nuevo esquema los reestruc­ tura m edíante elementos tomados de lo “inferior” y enriquece así a este últim o con algunos caracteres de lo “superior” . U n ejemplo típico en relación con esto lo constituye la reducción de la gravitación al continuo espacio-temporal p o r supresión de las diferencias

entre el contenido y el continente. E n .esta reducción, tanto el esquema anterior del espacio físico considerado como un simple m arco com o el esquem a anterior de la gravitación considerado como sistema de acciones a distancia se m odifican: ambos son englobados en un mismo esquema más general, que reestructura lo superior (gravitación) m ediante elementos tomados de lo inferior (espacio) pero que, recíprocam ente, enriquece a lo inferior m ediante algunos caracteres de lo superior. E n efecto, la gravita­ ción h a sido reestructurada por eliminación de uno de sus caracteres ap a­ rentes, considerado entonces como subjetivo o antropom órfico (idea de una fuerza que actú a a distan cia), m ientras que sus otros caracteres h an sido reducidos a las propiedades del cam po inferior (desplazamientos de acuerdo con las curvaturas del espacio) ; recíprocam ente, sin embargo, lo inferior espacial se ha enriquecido con las propiedades tom adas del campo superior (acción directa de la m asa sobre su m arco espacial). P ara que la reducción tenga éxito, es decir para que el esquema hallado sea operante, no basta construir un m arco general que englobe por simple inclusión lo superior y lo inferior yuxtapuestos uno al otro. Ph. F rank describió (en relación con la imposibilidad en la que cree Driesch de una reducción de lo vital a lo físico-químico) “la enorme dificultad p ara establecer que los fenómenos electrom agnéticos no podrían ser reducidos a los fenómenos mecánicos” .4 A hora bien, pese a, todo, “la tendencia actual de la física, po r el contrario, es la de form ular leyes físicas de una generalidad tal que engloben, al mismo tiempo, los fenómenos mecánicos y los fenómenos electrom agnéticos” .5 Sin. embargo, y u n a vez que se descubran estas leyes generales, no por ello se podrá hablar de reducción; la reducción será real si las leyes perm iten form ular composiciones opera­ torias tales que a p a rtir de ellas se pueda extraer al mismo tiem po el detalle de las leyes m ecánicas y el de las leyes electromagnéticas: lo inten­ taro n Weyl, Einstein y E ddington. Sin embargo, hasta el momento este tipo de ensayos h a perm itido obtener sólo resultados cuya com plejidad es mayor que la de la reducción de la gravitación al espacio riem aniano. U n a reduc­ ción acabada supone entonces u n a asimilación recíproca y no sólo un a doble inclusión en u n esquema general. A hora bien, se puede observar la analogía que existe entre este proceso de asimilación recíproca y el doble proceso de construcción y de reflexión descripto en el § 4. Al considerarse que este campo “inferior” constituye el esquema de partida, este esquema se asimila entonces, a título de elemen­ tos nuevos, al campo “superior” , lo que da lugar a la construcción de un esquema más general m ediante caracteres tomados a ambos campos a la vez; si este esquema general se limitase a desentrañar sus propiedades comunes no habría reducción, sino simple extensión del esquema inferior inicial. Por el contrario, y al ser los elementos nuevos reestructurados m ediante caracteres tom ados del cam po anterior, este último se enriquece inversam ente m ediante nuevas propiedades por reflexión retroactiva, lo que . + Ph. F rank: La causalité, pág. 104. 5 Ibíd., pág. 105.

perm ite la reducción. El esquema de funcionam iento que hemos adm itido (§§ 4 y 5) concerniente al desarrollo simple de los conocimientos y a la puesta en relación de los esquemas anteriores de conocimiento a los esque­ mas ulteriores se aplica también, entonces, a la relación de los esquemas “inferiores” con los esquemas “superiores” en el caso de dos campos cien­ tíficos vecinos: en otras palabras, tanto cuando se trata de “reducción” como de desarrollo, el incremento del conocimiento procede por reflexión y construcción combinadas, es decir por diferenciación e integración corre­ lativas. Esto es por otra p arte natural, ya que los esquemas genéticos anteriores son en general “inferiores” al sentido considerado al comienzo de este mismo § 6 pero no siempre es asi, ya que lo “inferior” y lo “superior” pueden ser genéticam ente o históricam ente contemporáneos. U n a vez señalado esto, examinemos desde este p unto de vista las cuatro fronteras esenciales entre los cuatro campos principales que caracterizan al círculo de las ciencias. I. Reducción de la física a la m atem ática. Partam os de la m atem ática tal como se la concebía en el siglo xix, antes de que se estableciesen las conexiones actuales, en los campos de la gravitación y de la microfísica, entre los esquemas m atem áticos y el conocimiento físico y tam bién antes de que se realizaran los trabajos de la axiom ática m oderna en m atem ática pura. Se consideraba que la geom etría se lim itaba a expresar los caracteres más simples y más generales de la realidad física, tan simples y generales que la experiencia era inútil para desentrañarlos y que p a ra ello bastaba la deducción. Entre la geometría y la física experim ental, en sentido estricto, se intercalaban entonces la cinem ática y la m ecánica, teorías parcialm ente deductivas aún, por ser suficientemente elementales, pero parcialm ente expe­ rimentales. Luego, y por medio de u n a serie de gradientes, llegábamos a campos demasiado complejos p ara la deducción. El cuadro, entonces, era el de u n a serie o, para ser más precisos, el de una jerarq u ía con diferentes niveles, parcialm ente discontinuos (en particu lar con u n a im portante dis­ continuidad entre la física y la química) y sin relación de interdependencia entre lo superior y lo inferior. Por otra p arte, sin embargo, entre la geom e­ tría clasificada en la “m atem ática aplicada” como la cinem ática y la m ecá­ nica y la “m atem ática p ura” constituida por el álgebra y el análisis existía una correspondencia garantizada por la geom etría analítica y sus exten­ siones sucesivas (entre otras, la m ecánica analítica de Lagrange y la teoría analítica del calor de J. F o u rie r). A hora bien, en el transcurso del siglo x x se produjo un doble m ovi­ miento que rompió esta seriación simple en beneficio de las relaciones de asimilación recíproca y se reveló, de este modo, como extrem ad ám ente instructiva en lo que se refiere a las conexiones de las ciencias entre sí o del sujeto y del objeto. Por un lado, al axiomatizarse, la geom etría se escindió en dos disciplinas paralelas: una enteram ente deductiva y ligada a la m atem ática pura exactamente del mismo modo que el álgebra, el análisis, la teoría de los conjuntos, etc., con los que m antiene relaciones m ucho m ás estrechas que antes; la otra, intuitiva y física, concebida como la ciencia

del espacio real ligada a un sistema determ inado de fenómenos exteriores. E n relación con esta últim a, los progresos del conocimiento m ostraron ser parcialm ente experimentales, ya que la medición física de u n espacio real supone u n conjunto de condiciones que conciernen al tiempo, la masa, etc. Por o tra parte, entre este espacio real y los otros fenómenos físicos, que dependen de la cinem ática y de la m ecánica (incluida la g rav itació n ), del quántum de acción y, siempre se lo espera, del electromagnetismo en ge­ neral, se constituyeron u n a serie de relaciones de interdependencia que, en algunos puntos, h an conducido a u n a reducción m u tu a de lo espacial y de lo físico, como lo acabam os de señalar en relación con la teoría de la relatividad. D e este modo, las relaciones actuales entre la física y la m atem ática se basan en los dos tipos de conexiones siguientes. E n prim er lugar, entre la m atem ática pura, es decir com pletam ente deductiva y axiomatizable (incluyendo la geom etría axiom ática) y el espacio real o todo otro sector de fenómenos físicos, existe u n a relación de correspondencia o de p arale­ lismo : a todo espacio real (o a toda realidad física m atem atizable) puede corresponder un esquema axiomático, ya construido o que se construye a m edida que se lo necesita; inversam ente, a todo esquema axiomático puede corresponder un espacio real (o u n conjunto de fenóm enos), pero en dicho caso se tra ta sólo de u n a posibilidad: en algunos casos, como el del espacio riem aniano, se requirió alrededor de un siglo p ara que el esquem a deductivo encontrase su equivalente experim ental y, en muchos otros casos, la corres­ pondencia no es aún real y quizá nunca llegue a serlo, aunque siempre es posible. E n segundo lugar, entre la geom etría física o ciencia del espacio real y los otros campos de la física, las relaciones de reducción m u tu a directa son cada vez más num erosas: a lo “inferior” espacial se reducen fenómenos “superiores” que lo enriquecen recíprocam ente, conforme al esquema que hemos descripto al comienzo de este mismo § 6. El prim ero de estos tipos de reducción, al que llamaremos “reducción por correspondencia” concierne entonces a la relación entre el conocimiento puram ente deductivo y el conocimiento experimental. H em os visto ante­ riorm ente (vol. II, cap. 5) que a veces las operaciones m atem áticas y las transformaciones físicas están unidas en form a ta n estrecha, por asimi­ lación de las segundas a las prim eras, que, al ser los dos términos indisociables, ya no es posible hablar de correspondencia propiam ente dicha. Sin embargo, cuando se trata, por u n lado, de una axiom ática y por el otro de un cam po deductivo-experim ental, el concepto de correspondencia expresa en form a correcta la relación en juego. El segundo tipo de reduc­ ción, al que llamaremos “reducción por interdependencia” corresponde por el contrario a las relaciones de los dos sectores del conocimiento experimental (o deductivo experim ental) entre ambos. II. R educción de la biología a la física. En lo que se refiere a esta segunda frontera esencial, la reducción es menos profunda. Sin embargo, los conocimientos con que contamos hasta el momento perm iten pensar que el m odo de reducción que interviene en las explicaciones físico-químicas

de algunos fenómenos vitales, o destinado a intervenir aú n en reducciones más radicales de lo vital a lo físico-químico, es del tipo “reducción por interdependencia” . Sólo hab ría “reducción por correspondencia” en el hipotético caso de u n a fusión ulterior completa entre la biología y la psicosociología (véase I I I ) . Las reducciones que se han producido hasta el m om ento han tenido dos efectos diferentes. P o r un lado, h an enriquecido a la físico-química en grado notable con propiedades que hasta entonces habían estado reser­ vadas a la v id a : en realidad, es el conjunto de la quím ica orgánica el que de este m odo fue transferido del campo biológico al campo químico, a la espera de que la quím ica “organizada” lo sea p o r completo. T odavía en 1789, el Dictionnaire de C him ie de M acquer afirm aba así que el “principio oleoso” nunca sería reductible a la quím ica m ineral p o r deberse a la acción vital.8 Por o tra parte, este enriquecim iento de lo inferior a costas de lo superior se vio acom pañado, recíprocam ente, p o r u n a explicación físicoquímica de muchos hechos vitales y por una reestructuración de los con­ ceptos biológicos, con disociación de lo que en ellas era objetivo o era antropom órfico. Pero no se ha realizado aún en absoluto la reducción esencial, es decir, la de la vida misma a los procesos físico-químicos. A hora bien, como lo hemos visto (vol. I I I , cap. 1, § 8) en relación con las condiciones fijadas por .C. E. Guye p ara esta reducción, en caso de éxito ella no conduciría, precisam ente, a suprim ir los caracteres propios de lo vital (como lo temen los vitalistas), sino a enriquecer lo físico-químico con un conjunto de nuevos caracteres. El éxito de esta reducción significaría, en efecto, la transfor­ mación de las leyes físico-químicas actuales en leyes “m ás generales” , como dice C. E. Guye, pero en el sentido de más ricas y aptas p a ra explicar al mismo tiem po las diferencias y las analogías entre lo inorgánico y lo vital. E n resumen, si com param os estas reducciones ya realizadas o p o r efec­ tuarse entre lo biológico y lo físico-químico con las reducciones que se, conocen en física, observamos los mismos esquemas de “reducción por in ter­ dependencia” (pero no por correspondencia). Las reducciones ya efectua­ das h an llevado a u n a reestructuración de fronteras, ya que lo superior ha cedido a lo inferior u n conjunto de caracteres a cambio de los que h a tom ado de él para reestructurar su propio cam po. E n lo que se refiere a las relaciones aún por descubrir, lo vital al reducirse a lo físico-químico enriquecerá a este últim o, como la gravitación reducida a lo espacial complica a este últim o, con, recíprocamente, composición de lo superior m ediante elementos tom ados de lo inferior así com pletado. III. Reducción de la psicología a la biología. Con esta tercera frontera volvemos a encontrar u n a situación com parable a la de los límites entre la m atem ática y la física; en efecto, adem ás de la “reducción p o r interdepen­ dencia” interviene nuevam ente la “reducción p o r correspondencia”, carac­ 8 J. D uclaux: La chimie et la matiére vivante. París, Alean, 1910, 3* ed., pág. 22.

terística de las relaciones entre el sujeto y el objeto. L a psicología, en efecto, se ve obligada a tener en cuenta dos series de fenómenos: la serie de las conductas, que com portan u n a reducción p o r interdependencia con ios fenómenos biológicos, y la serie de los estados de conciencia, reductibles por sola correspondencia a los procesos fisiológicos. L a serie de las conductas lleva de este m odo a explicar la inteli­ gencia por la acción, y en especial las operaciones del pensam iento p o r las coordinaciones sensoriomotrices, fuente del esquematismo lógico y espacial. A hora bien, esta reducción, inicialm ente interior a la psicología sola, se continúa naturalm ente en u n a reducción de estas coordinaciones a las conexiones neurológicas y orgánicas; de este m odo, el esquem a genético descripto en el § 4 confluye precisam ente, a p a rtir de un nivel de pro fu n ­ didad determ inado, con el esquem a de reducción por interdependencia entre las conductas psicológicas y las reacciones fisiológicas. ¿ Pero se obser­ va entonces u n a interdependencia en el sentido de las reducciones observa­ das hasta el m om ento, es decir que lo superior m ental explicado por lo inferior fisiológico enriquece a este último, o acaso la reducción se limita a absorber los conceptos psicológicos en los conceptos fisiológicos? P ara m ostrar el alto grado en el que la neurología de las diversas épocas fue tributaria de la psicología correspondiente, e inversam ente, deberíamos reconstruir aquí toda la historia de la teoría de las localizaciones. Se han localizado facultades cuando se creía en las facultades, así como asocia­ ciones e imágenes cuando se explicaba toda la vida m ental por su inter­ medio, antes de in te n ta r com o en la actualidad la localización de las “form as” de conjunto. L a neurología, entonces, integró constantem ente algunos conceptos psicológicos, m ientras que la psicología intentaba m oldear sus concepciones en las de la fisiología del m o m e n to : reducciones m utuas dem asiado a m enudo ilusorias, pero que en algunos casos h an conducido a interdependencias reales, como lo señala la conexión entre la psicología de la G estalt y los trabajos de Lashley sobre la acción de la m asa cerebral, así com o la relación cada vez m ás estrecha entre la neurología de la afasia y la psicología del lenguaje. E n lo que se refiere a este últim o punto, la historia de las interdependencias es particularm ente instructiva, ya que en un prim er m om ento hubo correlación entre esquemas asociacionistas ba­ sados en varios tipos de im ágenes verbales y esquemas neurológicos tam bién artificiales, luego construcción correlativa de esquemas psicológicos y neuro­ lógicos adecuados. E n consecuencia, sólo se podría hallar u n a reducción efectiva si, p o r u n lado, lo superior, es decir las operaciones del pensamiento, no son deform adas por su explicación a p artir de mecanismos fisiológicos y si, p o r otra parte, éstos son diferenciados bajo form as lo suficientemente sutiles como p ara poder ad o p tar las formas de las operaciones o preoperaciones m entales. E n este sentido, el papel que algunos autores atribuyen en la actualidad a la m aduración del sistema nervioso en el desarrollo de la inteligencia d ará lugar sin d u d a a desarrollos m uy interesantes desde el punto de vista de la estructura epistemológica de las reducciones psicofisiológicas. E n efecto, caben dos posibilidades: si la m aduración interna es sólo u n a condición del desarrollo, entonces no hay ni reducción ni expli­

cación, sino simple afirm ación de la im portancia de u n factor sobre cuyo carácter indispensable todo el m undo coincide: o si no las etapas de la m aduración hereditaria podrán explicar las del desarrollo de las opera­ ciones, pero entonces esta reducción de lo operatorio a lo orgánico supone u n a transferencia de los caracteres de lo superior a lo inferior, cuyas conse­ cuencias no parecen haber sido observadas en su totalidad por los parti­ darios de una explicación exclusiva por la m a d u ració n : incluso si se tiene en cuenta la parte que le incum be a lo social que ocuparía estos marcos orgánicos, estos marcos, en efecto, estarían preestablecidos p o r un a herencia de lo adquirido o por u n a serie de anticipaciones orgánicas: volvemos a caer entonces en el problem a de las relaciones entre el genotipo y las adaptaciones fenotípicas (vol. I I I , cap, 2) y, u n a vez más, la reducción de lo m ental a lo fisiológico significaría entonces u n enriquecim iento de las propiedades orgánicas bajo la form a de un poder de anticipación análogo al del espíritu (véase vol. I I I , cap. 2, § 6 ). Sin embargo, esta reducción p o r interdependencia, que conducirá sin du d a a una asimilación cada vez m ayor de las conductas mentales por p arte de los procesos fisiológicos, tiene u n lím ite: la conciencia, en relación con la cual hemos visto que tiende a asum ir la form a de implicaciones, por oposición a las conexiones causales características de los mecanismos fisio­ lógicos, es decir, que conoce sélo los vínculos de necesidad que caracterizan a las operaciones mismas, por oposición a la proyección de las operaciones en la realidad objetiva (proyección que constituye la causalidad). E n este sentido se plantea un problem a esencial: la reversibilidad fundam ental inherente a las operaciones u n a vez equilibradas, y que determ ina que la inteligencia aprehenda instantáneam ente la operación B —» A ta n pronto como comprende la operación A —* B, ¿es inherente a la conciencia como tal o depende de u n a inversión posible progresiva de las conexiones motrices y nerviosas? Sin du d a alguna, ella es p rep arad a p o r estas últimas, ya que se com prueba u n a reversibilidad progresiva en el desarrollo de las percep­ ciones y de la m otricidad y que se puede concebir la regulación voluntaria de los pasajes y de los bloqueos, en un conjunto de circuitos nerviosos cerrador, sobre sí mismos, como isom orfa de u n sistema de operaciones. Sin embargo, ésta reversibilidad creciente de hecho se m antiene inacabada m ientras que la reversibilidad lógica es completa. Si efectivamente existe u n equivalente fisiológico de la reversibilidad, éste tendría entonces conse­ cuencias físicas curiosas, ligadas sea a fluctuaciones excepcionales en relación con el principio de C am o t (y a m enudo esto es lo que se ha considerado en el campo biológico, desde H elm holtz hasta C. E. Guye) o incluso, y puesto que las conexiones lógicas se sitúan fu era del tiempo, ligadas a velocidades iguales o superiores a las de la luz, ya que estas últimas son susceptibles de perm itir u n retorno al pasado (se debe prever todo. . . ) . Por el contrario, si la reversibilidad entera (o lógica) está ligada a la conciencia exclusivamente, por oposición a la irreversibilidad de las conexio­ nes materiales, ella se reduciría sim plem ente a u n a conciencia de lo posible, superando por este solo hecho la de lo real; Sea cual fuere la respuesta a este problem a capital, la conciencia y sus

relaciones de im plicación son así irreductibles a las conexiones causales características de la realidad fisiológica: es entonces cuando interviene en psicología la “reducción por correspondencia” que constituye el principio de paralelismo, bajo todas sus form as antiguas o actuales, por oposición a la “reducción por interdependencia” que caracteriza la reducción de las con­ ductas m entales a la neurología. Existe entonces un a analogía evidente entre las relaciones de la psicología con la biología y las relaciones de la m atem ática con la física. Al igual q u e la m atem ática, la psicología se escindió en dos aspectos com plem entarios: la explicación operatoria, que corresponde a la m atem ática deductiva, y la explicación organicista, que corresponde a la geom etría real incorporada a . la física. En arabos casos, igualm ente, la “reducción por interdependencia” reúne entonces los campos objetivos (en el sentido de desligados del sujeto y sometidos a la causalidad ex terio r), m ientras que en ambos casos, tam bién, este cam po objetivo se relaciona con el campo subjetivo (en tan to que ligado sólo a la actividad del sujeto) m ediante u n a “reducción p o r correspondencia” que es, en reali­ dad, u n principio de paralelism o: paralelism o entre la conciencia y el cuerpo, en lo que se refiere al aspecto psicobiológico, es decir entre las implicaciones y operaciones del espíritu y la causalidad, y paralelismo entre los esquemas axiomáticos y la experiencia, en lo que se refiere al aspecto m atem ático-físico, o sea, u n a vez más, entre determinados esquemas opera­ torios y la causalidad. L a lógica, finalm ente, se relaciona con el campo biológico por in ter­ medio de la psicosociología gracias a esta doble reducción, por interdepen­ dencia y por correspondencia. M ientras q u e la génesis de las conductas individuales y colectivas explica el carácter operatorio y norm ativo de la coordinación lógica, las implicaciones características de la conciencia del sujeto pensante perm iten su axiom atización; ello determ ina que sea doblem ente solidaria de la organización viviente. IV . R educción de la m atem ática a la psicosociología. E n la m edida en que, p o r un lado, las operaciones m atem áticas constituyen acciones o conductas del sujeto, y en la m edida en que, por otra parte, la axiom atiza­ ción m atem ática deriva de la form alización logística, la cuarta y últim a frontera que separa los principales tipos de conocimiento científico tam bién proporciona la posibilidad de reducciones de lo superior a lo inferior. Estas reducciones, que en la actu alid ad se presentan bajo dos modos distintos, sen del tipio de la “reducción p o r interdependencia”, ya que la m atem ática depende de la actividad del sujeto, es decir del objeto mismo del conoci­ miento psicosociológico. El prim er m odo de reducción es el de la m atem ática a la lógica, ya que esta últim a constituye desde este p u n to de vista u na axiomatización de Jas operaciones del sujeto (o de su lenguaje, etc.). E n realidad, la relación que existe entre la m atem ática y la lógica no es ni u n a relación de identidad, tal como lo h an considerado dem asiado a la ligera algunos logísticos, ni u n a relación de heterogeneidad, tal como siguieron considerándolo los p ar­ tidarios de u n a intuición del “núm ero p u ro ” o del espacio; se trata, en

realidad, de u n a relación com pleja: ahora bien, el g ran interés que presenta esta relación, a causa de su claridad, es la de ser enteram ente conforme al esquema genético de desarrollo de reducción considerado hasta el momento. Los agrupam ientos logísticos de clases y de relaciones asimétricas engendran (tal com o lo hemos expuesto en el vol. I, cap. 1, § 6) los grupos aritméticos elementales al fusionar sus operaciones respectivas en un único sistema operatorio. Ello equivale a decir que lo superior (el núm ero) deriva de lo inferior (las clases y relaciones lógicas) tom ando de él, m ediante una abstracción a p a rtir de las operaciones, determ inados elementos (reunión y .o rd e n ); éstos, al ser agrupados en una única totalidad, dan lugar a una síntesis cuyas propiedádes son nuevas (ite ra c ió n ); p o r ello, la totalidad nueva repercute reflexivamente sobre sus com ponentes y los enriquece con propiedades que no estaban contenidas en absoluto en éstos (posibilidad de traducir al individuo lógico en térm inos de u n id a d ), lo que une a las clases, las relaciones y los núm eros en un único sistema de conjunto tal que es posible pasar de uno de estos campos al otro m ediante transformaciones reversibles. E n -segundo lugar, la misma reducción por interdependencia se efectúa no ya en el plano de la formalización, sino en el de las relaciones entre las conductas reales y los conceptos concretos e intuitivos de las operaciones m atem áticas. L a reducción que intentó Poincaré del grupo experimental de los desplazamientos a las coordinaciones sensoriomotrices constituye un buen ejemplo de este últim o modo de reducción; tam bién, la que intentó G. M anrioury de las conexiones m atem áticas elementales a las relaciones “psicolingüísticas” que intervienen en la com unicación entre los sujetos pensantes. E n consecuencia, las cuatro fronteras esenciales que separan los cuatro principales tipos de conocimiento científico d an lugar, de este modo, a reducciones efectivas o a intentos de reducción que suponen todos el mismo esquema de interdependencia. A hora bien, este últim o, p o r otra parte, es similar al esquema genético mismo que caracteriza por u n lado al desarrollo de los conocimientos en el- terreno de la ciencia propiam ente d ic h a . y, por el otro, al desarrollo m ental en general. Por último, en los dos polos del círculo de las ciencias, constituidos p o r el p unto de unión entre la m atem ática y la física, y por el punto d e unión entre lá psicología y la biología, a la reducción por interdependencia se le agrega el siguiente principio; el de reducción por correspondencia, que vincula los campos caracterizados en diversos grados p o r la necesidad im plicativa, es decir, la deducción axiom atizante o la conciencia como tal, a los campos que de­ penden de la sustancia y de la causalidad que son la física y la biología. § 7. L a s d o s d i r e c c i o n e s d e l p e n s a m i e n t o c i e n t í f i c o . El análisis de estas diversas formas de reducción perm ite com prender m ejor la dualidad de las orientaciones entre las que oscila constantem ente el pensam iento cien­ tífico, ta l como lo hemos com probado a lo largo de esta obra: la dirección realista, caracterizada p o r la asimilación de lo superior a lo inferior y por la prim acía de los conceptos centralizados en el objeto, como los de sustancia y

de causalidad; y la dirección idealista, caracterizada p o r el postulado de la irreductibilidad de lo superior y por la prim acía de la deducción y de ia impli­ cación consciente. Lejos de obedecer exclusivamente a un “poderoso instinto realista” , de' acuerdo con la expresión de E. Meyerson, la ciencia conside­ rad a en sus relaciones de conjunto y en las fronteras entre sus disciplinas obedece por el contrario a dos, poderosos instintos. E n algunos casos éstos son antagónicos y en otros, com plem entarios; pero ninguno de los dos puede elim inar a su com petidor, ya que el realismo y el idealismo se basan ambos en el círculo indisociable del sujeto y del objeto. L a epistemología genética se. lim ita a com probar la existencia de este hecho y a investigar las razones de su perm anencia histórica; no tiene por qué pronunciarse sobre su carácter definitivo o no, ya qüe p ara determi­ n a r qué tendencia predom inará (la realista o la idealista, si alg u n a de las dos llega a hacerlo), sería necesario anticipar los conocimientos futuros y extrapolar los cierres de un círculo aún abierto que sólo las" disciplinas particulares pueden cerrar o trasform ar en un o rden de reducción o de sucesión diferente. Sin embargo, y m anteniéndose al m argen de estas ambiciones, la episte­ mología genética puede preguntarse, sin abandonar sus fronteras, bajo qué condiciones se podría encontrar una solución; ello precisam ente p a ra de­ m ostrar que estas mismas condiciones están bien lejos de h ab e r sido cum­ plidas. El problem a, planteado de este modo, equivale a investigar si el círculo de las ciencias se m an ten d rá definitivam ente como círculo. A hora bien, son m últiples las m aneras en que un círculo incom pleto puede transformarse en otras figuras, sobre todo si este círculo no es euclidiano y presenta sim­ plem ente el aspecto de u n a curva cerrada cualquiera, pero de un a curva en la que sólo algunas partes serían efectivam ente continuas, m ientras las otras se m antienen indicadas con u n a línea de puntos p a ra señalar su incom pletud. E n prim er lugar, u n círculo no cerrado puede llevar a u n a especie de espiral, de hélice o de u n falso nudo que nunca se cierra sobre sí mismo. Esto es lo que ocurriría si, a m edida que se realizan las reducciones de lo m ental a lo biológico, de lo vital a lo físico-químico, de ló físico a lo m ate­ m ático y de lo m atem ático a lo psicológico, las imágenes que la ciencia nos proporciona acerca de estos campos se hiciesen cad a vez m ás complejas, de m odo tal que cada reducción entrevista en u n sector acarreara un retroceso en el sector opuesto. E n ese caso, las soluciones idealistas y realis­ tas se alternarían indefinidam ente. Pero tam bién podría ocurrir que uno de los extremos del círculo, en lugar de m antenerse como simétrico del otro, se doble, p o r el contrario, hasta aproxim arse cada vez m ás a aquél (en u n a fig u ra sim ilar a la de una luna creciente) : en ese caso, u n a de las dos corrientes, el realismo o el idealismo, prevalecería y el otro aspecto del sistema de los conocimientos aparecería simplemente como doble del primero. Es fácil pronosticar el sentido concreto que p o d ría asum ir esta hipótesis bajo sus dos form as; en efecto, la, interpretación idealista invocaría, sin d u d a y tal como lo hace

en la actualidad, el hecho de que la representación del m undo real es sólo una parte reducida del espíritu (superada constantem ente por la m atem á­ tica), m ientras que la interpretación realista se basaría en el hecho de que el sujeto y su actividad se reducen realm ente a u n a ínfim a p arte de la realidad m aterial. La interpretación idealista se m anifiesta claram ente. L a reducción de lo físico a lo m atem ático conduciría a una disolución progresiva de lo real, al presentarse la m ateria, de acuerdo con las predicciones de Jeans y de Eddington, como un ballet de ondas que se resolverían, p o r su p arte, en ecuaciones. L a “objetividad intrínseca” de la m atem ática, p o r o tra parte, proporcionaría u n a expresión exacta de la estructura del propio espíritu. E n lo que se refiere a los cuerpos vivientes, sus mecanismos se explicarían sim ultáneam ente por las leyes de la física, convertidas en puros esquemas matemáticos y p o r las leyes psicológicas. Lo vital, como funcionam iento, se resolvería entonces en lo físico, mientras que su apariencia m aterial, al igual que la del m undo físico, se basaría en la acción sobre nuestros sentidos del “modo de concatenación m u tu a de las operaciones” y no de ‘‘su n atu ­ raleza”, como dice Eddington.7 De este modo, todo sería coordinación intelectual y nuestros órganos perceptuales serían los únicos responsables de la ilusión realista; pero lo real sensorial, por su parte, se reduciría al espíritu po r u n a especie de principio de correspondencia entre lo perceptual y ¡o operatorio, es decir, en últim a instancia, por u n a relación entre el sistema de los índices o símbolos eidéticos y el sistema de las significaciones lógico-matemáticas. Para el realismo, por otra parte, al absorber la física a la biología consti­ tuiría una vía de acceso al ser mismo. Este acceso, sin embargo, supondría un lenguaje bien constituido, la m atem ática, incluyendo a la lógica. L a precisión de este lenguaje se originaría en el hecho de que la conciencia del sujeto, en sus estados de equilibrio, reflejaría algunas coordinaciones ner­ viosas que serían, por su parte, la expresión m ás fiel de las interacciones microfísicas accesibles sin dem asiada indeterm inación. E n lo que se refiere a lo que determ ina que la m atem ática supere al hecho bruto y tenga acceso a u n a necesidad interna y reversible, que contrasta con la indeter­ minación experim ental, ello se debería, simplemente, al hecho de que ella tiene como objeto lo posible y no sólo lo real irreversible. A hora bien, como un estado de equilibrio depende precisamente, siempre, de u n sistema de movimientos posibles y reversibles, se podría com prender cómo u n a inteli­ gencia en equilibrio deduciría de lo real lo posible mismo. Se plantea entonces el siguiente interrogante: llevadas a sus últim as consecuencias, en función del progreso efectivo d e los conocimientos, estas dos tesis ¿aparecerán siempre tan antitéticas como en la actualidad o llegarán un día a decir aproxim adam ente lo misino en dos lenguajes diferentes? Si las conexiones entre las ciencias constituyen efectivam ente u n círculo, esta últim a solución parece ser la más probable. Pero, cabe repetirlo, la epistemología genética prohíbe las anticipaciones y debe seguir siendo 7 Nouveaux sentiers de la Science, pág. 342.

u n a doctrina abierta. Su papel, entonces, no es el de cerrar por sí misma el círculo de las ciencias, sino sólo el de estudiar, a m edida que se produce el desarrollo de los conocimientos particulares, si éstos contribuyen a cerrarlo y de qué m odo proceden p a ra hacerlo.