Influencia del poder naval en la historia 1660-1783, tomo II

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CAPITULO VII GUERRA

ENTRE

GUERRA

DE

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LA

GRAN

S U C E S IO N

ESPAÑA

BRETAÑA

Y

ESPAÑA,

A U S T R IA C A ,, 1740. —

CONTRA

LA

GRAN

1739. —

F R A N C IA

BRETAÑA

EN

SE 1744.

— COM BATES N A V A L E S DE M ATTH EW S, A N SO N Y H AW K E. P A Z D E A IX -L A -C H A P E L L E E N 1748. Hemos llegado ahora al comienzo de una serie de grandes gue­ rras que/con cortos intervalos de paz, duraron cerca de medio si­ glo y que, salvo algunos detalles en que no sucede así, tienen rasgos que las caracterizan perfectamente, distinguiéndolas de las anterio­ res y posteriores. Estas luchas abarcaron las cinco partes del mundo; pero aunque no faltaron campañas parciales en diferentes puntos, el principal teatro de las mismas fue Europa. Los grandes problemas que habían de resolverse en estas guerras, concernientes a la historia del mun­ do, eran la supremacía marítima y el dominio de países distantes, la posesión de colonias, y, como consecuencia de todo, el -aumento de la riqueza. Es realmente curioso el hecho de que casi hasta el final de estas guerras, no llegaran a combatir las escuadras, hacien­ do que se decidiera la lucha en su propio campo, el mar. La acción del poder naval es perfectamente visible y el resultado final se mues­ tra enteramente evidente desde el principio de la lucha; pero du­ rante largo espacio de tiempo, no hubo operaciones de guerra naval que merezcan el nombre de tales, debido a que el gobierno francés no había llegado a penetrarse aún de la verdad de las cosas. E l mo­ vimiento de Francia hacia su expansión colonial, fue debido comple­ tamente a su pueblo, por más que figuren en lugar preeminente los nombres de unos cuantos iniciadores notables, pero la actitud de los gobernantes fue siempre fría y recelosa, y este fue el motivo de que se descuidase la marina; descuido que era el primer paso para la derrota que sobrevino después en el objeto principal de la lucha y que acabó por destruir para siempre su poderío naval. 279

Como este es el rasgo característico de las guerras de que nos vamos a ocupar ahora, será conveniente hacer un balance de la si­ tuación relativa en que se encontraban las tres principales naciones europeas, fuera del continente propio, y especialmente en aquellas regiones que estaban llamadas a ser otros tantos teatros de la lucha. En

Norte

América poseía entonces Inglaterra trece colonias,

que fueron los primitivos Estados Unidos, abarcando desde el Maine hasta Georgia. En estas colonias se veía desarrollado en Su mayor esplendor el sisiema colonizador, característico de Inglaterra; nú­ cleos de hombres libres gobernados y regidos según sus gustos,, do­ tados todavía de entusiasta lealtad por la Metrópoli y dedicados á la agricultura, comercio e industrias marítimas. Por la índole del país y sus productos, por lo extenso del litoral y el crecido número de sus puertos abrigados y, finalmente, por el carácter de sus habitantes, disponían estas colonias de todos los elementos necesarios al poder naval, el cual había recibido ya amplio desarrollo. Un país como éste y un pueblo dotado de semejantes cualidades, constituía una exce­ lente base en el hemisferio occidental para las operaciones del ejér­ cito y marina ingleses. Además de esto, los colonos ingleses sentían profundas rivalidades respecto de los franceses y canadienses. Francia poseía el Canadá y la Luisiana, nombre que se aplicaba a una comarca mucho más extensa que la que actualmente lo lleva, y a más de ésto tenía pretensiones sobre todo el valle del Ohío y Misisipí, sobre cuyos puntos alegaba como derechos el haber sido el primer descubridor y el constituir un lazo necesario entre el San Lorenzo y el Golfo de México. Estos territorios no se habían ocupa­ do aún de manera permanente, pero tampoco admitía Inglaterra los derechos que Francia pretendía tener sobre ellos, sosteniendo, por el contrario, que sus colonos lo tenían para extenderse indefinida­ mente hacig, el Oeste. La posición más fuerte de los franceses era el Canadá, pues el San Lorenzo les daba acceso al interior de la comarca y aunque habían perdido a Terranova y Nueva Escocia, con la isla de Cabo Bretón que aún conservaban, poseían la llave del golfo y del río. En el sistema de gobierno seguido en el Canadá se veían todos los rasgos característicos de la colonización francesa, implantada en un clima menos conveniente para ella que el de los países tropicales. Este país estaba regido por un gobierno paternal, mezcla de militar y religioso, que estorbaba el desarrollo de todas las iniciativas individuales y la asociación libre para el logro de fines comunes. Los colonos abandonaron el comercio y la agricultura, limi­ tándose tan solo a recoger los alimentos necesarios para su inmedia­ 280

to consumo y entregándose, la mayoría, a la profesión de las armas, o a la caza; su principal tráfico era el de pieles. Existían tan pocas industrias mecánicas entre ellos, que se veían obligados a comprar a las colonias inglesas la mayor parte de los barcos que empleaban en la navegación interior. El elemento principal de fuerza lo constituía el carácter militar de la población, donde cada hombre era un soldado. A más de la hostilidad heredada de la madre Patria, tenía que existir necesariamente un antagonismo grandísimo entre dos sis­ temas político-sociales tan completamente opuestos, colocados por aña­ didura tan cerca uno de otro. La gran distancia, que mediaba enL*e el Canadá y las Antillas y lo inhospitalario de su clima de invierno le hacía perder mucha parte de su importancia bajo el punto de vista naval, siendo de mucho más valor para Inglaterra sus colonias americanas, que lo era el Canadá para Francia, además de que los recursos y población de éste eran muy inferiores a los de aquéllas. En 1750, la población del Canadá era de 8.000 almas y la de las co­ lonias inglesas de 1.200.000. Con semejante disparidad de fuerza y recursos

la única probabilidad que había para la conservación del

Canadá era la ayuda del poder naval de Francia, bien fuera por dominio directo de los mares vecinos a él, o bien por entretenimiento de las fuerzas contrarias verificado en otra parte cualquiera del mundo, con el fin de libertarlo de la presión que las referidas fuer­ zas hubieran podido hacer al caer sobre él. España poseía en la América del Norte, además de Méjico y las comarcas situadas al, sur del mismo, la Florida, bajo cuyo nombre se comprendían extensas regiones que alcanzaban más allá de la península de este nombre, que no estaban limitadas de un modo exacto y que tuvieron poca importancia en todos los períodos de esta larga guerra. En las Antillas, las posesiones principales de España eran las mismas que aún se conservan hoy bajo su dominio o sean Cuba y Puerto Rico; y además, parte de Haití. Francia tenía a Guadalupe, Martinica y la otra parte de Haití (la occidental). Inglaterra poseía Jamaica, Barbados y algunas islas menores. La fertilidad peculiar del suelo, las producciones comerciales y un clima menos riguroso, parece que debían haber motivado mayores ambiciones por poseer estas islas, dado el carácter colonial de las guerras; pero a pesar de eso, no se verificó tentativa alguna por tomarlas, y si se exceptúa España, que deseaba recobrar Jamaica de manos. de los ingleses, no hubo ninguna nación que deseara apoderarse de estas islas importan­ tes. La razón probable que existió para que sucediera esto, fue que 281

Inglaterra, cuyo poder naval la hacía ser el principal agresor, diri­ gió todos sus esfuerzos según los deseos de los numerosos ingleses que habitaban en el continente americano. Las pequeñas Antillas son de un tamaño demasiado reducido para poderlas poseer con toda seguridad sin disponer de una poderosa fuerza marítima que domine los mares. Tienen importancia las islas referidas, en caso de guerra, bajo dos aspectos diferentes: el primero como puntos de apoyo para el Poder Naval, y el segundo bajo el punto de vista comercial, bien como adición a los recursos propios o bien como disminución de los del enemigo. La guerra dirigida contra ellas puede considerarse co­ mo guerra encaminada contra el comercio; y las islas mismas, como barcos o convoyes sueltos cargados con tesoros del enemigo. Más ade­ lante las veremos cambiando de dueño como las fichas de los juga­ dores en una partida larga, volviendo, por regla general, a poder del primitivo poseedor, al afirmarse lá paz, si bien el resultado final era quedar siempre gran parte de ellas en poder de Inglaterra. Sin embargo, la circunstancia de poseer intereses en aquel foco de comer­ cio cada una de las grandes potencias, unido al tiempo desfavora­ ble que reinaba gran parte del año en el continente americano, el cual dificultaba mucho las operaciones militares, hizo que concurrie­ ran al Mar de las Antillas escuadras grandes y pequeñas y que en en él tuviera lugar la mayor parte de/los combates navales ocurridos en esta larga serie de luchas. Otra región distante estaba también llamada a ser teatro par­ cial de las guerras entre Inglaterra y Francia, y en esta región, lo mismo que en Norte América, las luchas que se avecinaban habían de resolver la suerte futura de tales comarcas. En la India estaban representadas las naciones rivales por sus respectivas compañías de las Indias Orientales, cuyas entidades no sólo dirigían el comercio con sus respectivos países, sino que gobernaban políticamente las regiones sujetas a su influencia. Todas estas Compañías estaban apo­ yadas, como es natural, por el gobierno de su país, pero los que es­ taban en contacto imñediato con los jefes indígenas eran los presi­ dentes y empleados designados por las mismas. Las principales es­ taciones que tenían los ingleses en esta -época, eran la s ' siguientes: Bombay, en la costa occidental; en la oriental, Calcuta, que estaba situada a orillas del Ganges, algo distante de la costa, y, por últi­ mo, Madrás. Algo más tarde se establecieron en una ciudad creada un poco al sur de Madrás, que les servía de estación, conocida ge­ neralmente bajo el nombre de Fort St. David, si bien algunas veces se la designaba con el nombre de Cuddalore, que ha conservado en 282

la actualidad. Las tres centrales de Calcuta, Bombay y Madrás eran completamente independientes entre sí, siendo cada una responsable ante el Consejo de Directores constituido en Inglaterra. Francia se había establecido en Chanderñagore, ciudad situada sobre el Ganges, más arriba de Calcuta; en Pondichéry, sobre la costa oriental, ochenta millas al sur de Madrás; y en Mahé, estación poco importante de la costa occidental, muy al sur de Bombay. Los franceses tenían, sin embargo, la gran ventaja de poseer en el Océa­ no Indico las islas vecinas de Borbón y Francia, que constituían excelentes estaciones intermedias. Aún fueron más afortunados con tener, en esta época, dirigiendo todos los negocios de Francia en la península del Indostán e islas adyacentes, a dos hombres dotados del carácter personal y condiciones que tuvieron Dupleix y La Bour­ donnais, cuya habilidad y tesón no han sido igualados por ninguno de los ingleses que fueron a la India a realizar empresas parecidas. Hasta en estos dos hombres, cuyo cordial compañerismo en el trabajo pudo haber causado la ruina de los establecimientos ingle­ ses en la India, apareció también esa ♦singular lucha de ideas y va­ cilaciones propia de la tendencia terrestre y marítima, cuyo origen parece arrancar de la posición geográfica de la misma Francia. Aun­ que Dupleix no descuidaba atender, como era debido, a los intereses comerciales, su principal aspiración era crear un gran Imperio en el cual Francia dictara leyes a multitud de príncipes indígenas va­ sallos, y para lograr este fin desplegó extraordinario tacto y una actividad incansable, aunque quizás idealizara algo, debido a la fan­ tasía de su imaginación; mas no bien se encontró con La Bourdonnais, que con criterio más sano y planes más sencillos buscaba, la supre­ macía del mar para obtener un dominio absoluto fundado en la se­ guridad completa de las comunicaciones con la madre patria y. no en las intrigas y alianzas cop. los versátiles príncipes orientales, que en el acto surgió la discordia. «L a inferioi*idad naval — dice un histo­ riador francés que consideraba a Dupleix con las miras más eleva­ das— fue la causa principal que detuvo sus progresos C1), superiori­ dad naval que era, precisamente, lo que deseaba La Bourdonnais, que a más de Gobernador de la isla era marino. Es posible que, dada la debilidad que tenía el Canadá en relación con las demás colonias in­ glesas, sirviese de poco el poder naval para defenderlo o conquistarlo ; pero en la India, era tal la situación en que estaban las dos nacio­ nes rivales, que todo dependía del dominio del mar. Estas eran las situaciones respectivas de las tres naciones men(1) M A R T IN : Historia de Francia.

283

Clonadas en los principales teatros exteriores de la guerra. No hace­ mos mención de las colonias de la costa occidental de Africa, porque eran solamente estaciones comerciales que apenas tenían importancia comercial. El Cabo de Buena Esperanza estaba en poder de los holan­ deses, los cuales no tomaron parte activa en las primeras guerras, manteniéndose durante largo tiempo en una neutralidad benévola con respecto a Inglaterra, que tenía su origen en el recuerdo de la alian­ za que habían sostenido con dicha nación durante las primeras gue­ rras de aquel siglo. Antes de pasar adelante, será conveniente describir, aunque sólo sea a grandes rasgos, el estado en que se hallaban entonces las ma­ rinas militares; las cuales, iban a tener, en los acontecimientos poste­ riores, una importancia nunca vista. Aunque no es posible dar una relación exacta del número de buques de cada país y del estado en que se encontraban, podemos, sin embargo,

formar idea bastante

aproximada de la eficiencia relativa de cada marina militar. Campbell, escritor marítimo inglés contemporáneo, dice que en 1727 tenía la marina inglesa ochenta y cuatro navios de línea, de sesenta cañones para arriba, cuarenta buques de cincuenta cañones, y cincuenta y cua­ tro entre fragatas y buques pequeños. En 1734 había bajado este nú­ mero a setenta navios de línea y diecinueve buques de cincuenta ca­ ñones. En 1744 — después de cuatro años de guerra contra España— poseía noventa navios de línea y ochenta y cuatro fragatas. La marina francesa de esta época la estima él en cuarenta y cinco navios de lí­ nea y sesenta y siete fragatas. En 1747, próxima a terminarse la primera guerra, dice Campbell que la marina real de .España estaba reducida a veintidós navios de línea, y la de Francia a treinta y uno, mientras que la de Inglaterra había aumentado hasta ciento veintiséis. Los escritores franceses que hemos consultado precisan menos sus cifras, pero convienen en que su marina quedó en situación muy precaria, no solo por la gran disminución de barcos, sino por el mal estado de los mismos y por la falta de recursos que se observaba en los arsenales, donde se carecía por completo de toda clase de mate­ riales de construcción y reparación. Este abandono que sufrió la ma­ rina, continuó en mayor o menor escala durante el curso de todas estas guerras, hasta 1760, en que la opinión pública de la nación acabó por comprender la importancia que tenía la reconstitución de la marina; pero ya era demasiado tarde para impedir las pérdidas tan serias que tuvieron que sufrir los franceses. En Inglaterra, lo mismo que en Francia, la disciplina y organización estaban muy quebrantadas al empezar la guerra, por el largo período de paz que le había pre­ 284

cedido; fue notoria la falta de eficiencia de las escuadras y expedi­ ciones enviadas al exterior, y recuerda los escándalos sucedidos des­ pués al estallar la guerra de Crimea, mientras que, por otra parte, la misma necesidad en que se veían los franceses de reemplazar los bar­ cos que perdían, les hizo tener que construir, de precisión, buques que aisladamente resultaban superiores a los similares ingleses, por ser más modernos que éstos y llevar montados todos los perfecciona­ mientos y adelantos que el tiempo y la ciencia aconsejaban como úti­ les, en su adopción, No obstante, es necesario aceptar con gran re­ serva las afirmaciones particulares de cada escritor, pues mientras muchos autores franceses afirman, por ejemplo, que los barcos in* gleses eran más rápidos, los escritores ingleses dicen qué eran más pesados ;· puede, sin embargo, admitirse como cierto, que los buques franceses construidos en los años de 1740 a 1800 estaban, en general, mejor proyectados y eran mayores que los ingleses de tipo similar. En cambio éstos poseían una Superioridad indiscutible, tanto en él número como en la calidad de sus Oficiales y marineros. Como sostenían constantemente armadas algunas escuadras me­ jor o peor servidas, no podían los oficiales perder por completo los hábitos de su profesión, mientras que en 1744, se dice que Francia solo tenía con destino la quinta parte de sus oficiales. La referida supe­ rioridad se sostuvo y aumentó con la práctica que desde entonces siguieron de bloquear los puertos militares franceses con fuerzas superiores, con lo cual resultó que cuando el enemigo tuvo que en­ viar a la mar sus escuadras, se encontraron éstas en condiciones des­ ventajosas bajo el punto de vista de habilidad y práctica marineras. Por otra parte, Inglaterra, a pesar del crecido número de marineros con que contaba, tenía tales demandas a causa de su comercio, que al estallar la guerra se encontró con todos sus hombres de mar repar­ tidos por el mundo entero y no obstante su considerable cifra, carecía de hombres suficientes para dotar sus escuadras, habiendo tenido siempre paralizadas algunas fuerzas por falta de tripulaciones. Este constante empleo de la gente de mar aseguró la posesión de un per­ sonal dotado de gran práctica marinera, mas la escasez del número tuvo que suplirse por medio de levas hechas entre una clase de hom­ bres miserables y enfermizos que perjudicaba enormemente a la efiéiencia del conjunto. Para darse cuenta del género de dotaciones que tripulaban los bar­ cos de aquella época, no se necesita más que leer las relaciones de los que iban a incorporarse a Anson, en el momento de empezar éste su viajé alrededor del mundo; o bien ver las de Hawke cuando se alistaba para ir a la guerra. En la actualidad tales descripciones nos 285

parecen caái increíbles y los resultados no pudieron ser más deplo­ rables, como es consiguiente. No solamente carecían de higiene las dotaciones, sino que era material completamente inadecuado para so­ brellevar las molestias usuales de la vida de mar, aun en las circuns­ tancias más favorables. En el servicio de la marina inglesa y francesa, hubiera sido necesario hacer un gran expurgo de oficiales, a causa de que en aquella época estaba todo subordinado a la influencia cor­ tesana o política; a más de que es imposible después de un' largo período de paz, elegir entre un grupo de hombres que todos parecen notables, aquel que ha de ser. después quien mejor resista las difí­ ciles pruebas y responsabilidades que una guerra lleva consigo. La tendencia general en ambas naciones fue escoger para los cargos su­ periores a oficiales que habían sido jóvenes una generación ante­ rior, mas

los resultados no fueron favorables.

Habiendo Inglaterra declarado la guerra a España en octubre de 1739, las primeras tentativas de la Gran Bretaña se dirigieron, como era natural, contra las colonias españolas de América, causa principal de la disputa, y donde, por otra parte, esperaba encontrar fácil y rica presa. La primera expedición salió al mando del almi­ rante Vernón en noviembre del mismo año y tomó a Porto Bello por medio de un audaz golpe de mano, pero halló solamente en este puerto,

de donde

salían

los

galeones,

la

insignificante

suma

de

10.000 pesos. A l volver a Jamaica, recibió Vernon grandes refuer­ zos de buques, incorporándosele también un cuerpo del ejército de 12.000 hombres. Con este aumento de fuerzas, verificó dos tenta­ tivas contra Cartagena de Indias y Santiago de Cuba en 1741 y 1742, respectivamente, resultando ambas ruidosos fracasos;

el al­

mirante y el general que mandaba las tropas se pelearon entre sí, cosa bastante frecuente en una época en que'los generales de tierra no entendían nada de los asuntos marítimos ni los almirantes de los terrestres. Cuando Marryatt describe en una de sus novelas este género de desavenencias,

exagerándolas

humorísticamente,

parece

haber tomado por modelo las que se originaron con motivo del ata­ que a Cartagena de Indias:

«E l ejército pensaba que la escuadra

podría echar abajo una muralla de piedra de diez pies de espesor, y en cambio la marina se asombraba de que el ejército no hubiera ya escalado las mismas murallas, que eran verticales y tenían treinta pies de altura» (*). 1 (1) Tan segura habían creído los ingleses la toma de Cartagena de Indias, que acuñaron medallas conmemorativas del triunfo que esperaban obtener. El ejemplar que se conserva en el Museo Naval de Madrid representa al Almirante Vernón recibiendo la espada de Don Blas de Lezo, con una inscripción que

286

***

Otra expedición justamente célebre por la tenacidad y perse­ verancia demostrada por su jefe y famosa tanto por las penalida­ des sufridas cuanto por el singular resultado que tuvo, fue la que salió en 1740 al miando de Anson. Su cometido era doblar el Cabo de Hornos y atacar las colonias españolas de la costa occidental del sur dé América. Después de varias dilaciones, debidas, indudable­ mente, a la defectuosa organización que entonces tenía la marina, consiguió salir la escuadra a fines del año 1740. A l pasar el Cabo de Hornos en la peor época del año, se encontraron los buques con una serie de, temporales violentísimos que dispersaron la escuadra, sin que volvieran ya más a reunirse todos sus barcos; consiguiendo Anson, después de infinitos peligros, concentrar una parte de ellos en las islas de Juan Fernández. Dos buques de la división hicieron rumbo a Inglaterra y un tercero se perdió al sur de Chiloe. Con los tres que aún le quedaban, crúzó Anson a lo largo de las costas sud­ americanas haciendo algunas presas y saqueando la ciudad de Payta. Llevaba la idea de tocar 'en punto cercano a Panamá para darse la mano con Vernón y emprender, con su apoyo, la conquista de esta plaza, a fin de lograr, si era posible, la posesión del istmo; mas al saber del desastre de Cartagena, determinó atravesar el Pacífico y esperar en el camino a los dos galeones que salían anualmente de Acapulco para Manila. En esta travesía uno de los dos barcos que tenía se puso en estado tan deplorable, que tuvo que destruirlo, acometiendo su empresa con el último que le quedaba y la llevó a cabo con feliz éxito, pues consiguió apresar un gran galeón que transportaba millón y medio de duros en metálico. A causa de sus muchos percances, no tuvo esta expedición gran resultado bajo el punto de vista militar, aun cuando sí produjo el consiguiente pánico y perplejidad en las estaciones españolas de América. Las grandes penalidades sufridas por los expedicionarios y la constante tenaci­ dad desplegada para, alcanzar el éxito final, han dado a esta expedi­ ción una celebridad grande y bien merecida. En el año 1740 ocurrieron dos sucesos que provocaron una gue­ rra general en Europa a más de la que Inglaterra tenía ya con España. En el mes de mayo del referido año subió al trono de Prusia Federico el Grande, y en octubre murió el emperador de Austria dice “Don Blass”, y luego “the epanish pride pulí down by Admiral Vernón” (el órgullo español abatido por el Almirante Vernón). El reverso figura la ciu­ dad de Cartagena de Indias atacada por los navios ingleses, y otra leyenda que dice “Don Blass” y “true british heroes took Cartagena” (los verdaderos héroes ingleses tomaron a Cartagena). En el Museo Arqueológico de Madrid existen cuatro medallas de este género, y once en la Academia de la Historia (N . de los T.).

287

Carlos VI, antiguo pretendiente al trono de España. Este último, co­ mo carecía de heredero varón,'legó en su testamento la corona a su hija mayor, la célebre María Teresa, cuya sucesión al trono había tratado de asegurar dirigiendo cqn muchos años de anticipación to­ dos los esfuerzos de su diplomacia hacia ese objeto. Dicha suéesión había sido garantizada por las naciones europeas, pero la apárente debilidad de su posición, excitó la ambición de otros soberanos. El elector de Báviera se presentó reclamando como suya toda la he­ rencia, en cuya pretensión fue apoyado por Francia, mientras que el rey de Prusia reclamaba y se apoderaba de la provincia de Silesia. Los demás Estados, grandes o pequeños, unieron su suerte a la de los bandos formados, viéndose Inglaterra complicada en estas con­ tiendas, por ser su rey elector de Hannover, y su carácter de tal le obligó a hacer apresuradamente la declaración de neutralidad en nombre de Hannover, por más que el sentimiento del pueblo inglés fuera favorable a la causa de .Austria. Mientras tanto, las derrotas y contratiempos sufridos por las expediciones enviadas contra los dominios españoles de América y las considerables pérdidas experimentadas por el comercio inglés, aumentaron el clamoreo general contra Walpole, el cual hizo, al fin, dimisión de su cargo a principios del ^año 1742.- Bajo la dirección del nuevo ministro se convirtió Inglaterra en decidido aliado de Austria, votando en seguida el Párlamento un crédito para ayudar con dinero a la reina-emperatriz y los recursos necesarios para en­ viar un cuerpo de tropas auxiliares a los Países Bajos austríacos; al par que Holanda, influida también por Inglaterra y comprome­ tida como ella a sostener en el trono a M aría Teresa, votaba igual­ mente subvenciones para la guerra. Aquí se presenta otra vez la cu­ riosa interpretación de las leyes de derecho internacional antes men­ cionadas. Ambas naciones entraron por este motivo en una guerra contra Francia, pero solo como auxiliares de la emperatriz y no co­ mo beligerantes principales; de suerte que en virtud de esta distin­ ción, resultaban Inglaterra y Holanda en paz con Francia, a excep­ ción de las tropas que tenían en campaña batiéndose contra la última. Situación tan equívoca no podía tener más que un solo fin, siendo evidente que tarde o temprano habría de producir la guerra declarada. En la mar se había colocado Francia en análoga situación res­ pecto a Inglaterra, figurando como auxiliar de España en virtud del tratado de alianza existente entre ambos reinos, a la vez que pretendía estar aún en paz con Inglaterra; y es curioso ver la gra­ vedad con que los escritores franceses se quejan de los ataques ve288

rificados por los buques ingleses a los de su nación, alegando para justificar sus quejas, que la guerra no estaba todavía declarada en­ tre ambos países. En otro lugar dijimos que una escuadra francesa apoyó en 1740 a una división española en su viaje a América. Como España figuraba en la guerra continental de 1741 como enemiga de Austria, envió desde Barcelona a Italia un cuerpo de ejército de 15.000 hombres, destinado a atacar las posesiones que Austria tenía allí. El almirante inglés Haddock, que se hallaba en el Mediterráneo, buscó y encontró la flota española, pero/ con ella iba una división francesa de doce navios de línea, cuyo jefe ma­ nifestó* al almirante Haddock, que formaban sus buques parte de la expedición y que tenía órdenes de combatir al lado de los es­ pañoles, si éstos eran atacados por los ingleses, no obstante la gue­ rra declarada que existía ya entre ambos países. Como la fuerza de los aliados era casi el doble de la que contaba el almirante inglés, éste se vio obligado a volverse a Mahón. Poco después de esto, fue relevado, y el nuevo almirante Matthews, asumió a la vez los dos cargos de comandante en jefe de las fuerzas navales del Mediterrá­ neo y de ministro de Inglaterra en Turín, que entonces era la ca­ pital del rey de Cerdeña. En el curso del año 1742, al dar caza el comandante de uno de los buques de su flota a algunas galeras es­ pañolas que se metieron en el puerto francés de St. Tropez, las si­ guió y quemó dentro del puerto a despecho de la llamada neutra­ lidad de Francia. El mismo año envió Matthews una división a Ñ á ­ peles al mando del Comodoro Martin para obligar al Borbón, qué reinaba en dicho punto a retirar el contingente de fuerzas, que en número de 20.000 hombres luchaba contra los austríacos en el nor­ te de Italia,

incorporado al ejército español. A

las tentativas de

negociación presentadas, contestó Martin sacando su reloj y dán­ dole al gobierno una hora de plazo para resolver. No hubo, pues, más remedio que someterse, con lo cual la .flota inglesa consiguió libertar a la emperatriz de un poderoso enemigo, mediante una per­ manencia en el puerto que no pasó de veinticuatro horas. Desde esta fecha fue ya evidente que España no podría sostener la guerra en Italia, a menos que mandase sus tropas a través de Francia, pues Inglaterra dominaba el mar y con ello la acción que pudiera ejercer Nápoles. . Estos dos últimos incidentes, de St. Tropez y Nápoles, impre­ sionaron profundamente al anciano Cardenal Fleury, quien recono­ ció demasiado tarde el objeto e importancia de un poder naval bien cimentado, Los motivos de queja se fueron multiplicando por am­ 290

bas partes, viéndose el momento en que Francia e Inglaterra habían de dejar su pretendido carácter de auxiliares en la guerra para ve­ nir a tomar parte activa en la misma. Antes de que sucediera esto, se dejó sentir de nuevo la influencia del poder naval y de la riqueza de Inglaterra, haciendo que el rey de Cerdeña adhiriese a la causa austríaca. Vacilaba, en efecto, este monarca entre los peligros

v

ventajas que podía tener aliándose con Francia e Inglaterra, pero la subvención que le otorgó ésta y la promesa de sostener una fuerte escuadra en el Mediterráneo, acabaron, por fin, de decidirle en favor de, la Gran Bretaña, comprometiéndose, a cambio de esto, a tomar •parte en la lucha con un ejército de 45.000 hombres. Este convenio se firmó en septiembre de 1743. A l morir Fleury en octubre de igual fecha, celebró Luis X V un tratado con España, en virtud del cual se comprometía a declarar la guerra a la Gran Bretaña y Cerdeña, prestando apoyo a las pretensiones de España en Italia, Gibraltar, Mahón y Georgia. La guerra formal existía, pues, evidentemente, aunque su declaración fuese aún diferida, dándose el caso curioso de que el mayor combate naval ocurrido tuviera lugar en este período de paz nominal que precedió a la declaración de guerra. A fines del año 1743, el Infante Felipe de España intentó des­ embarcar en las costas de la República de Génova, que no era ami­ ga de los austríacos; pero la empresa resultó frustrada por la es­ cuadra inglesa, y los barcos españoles se vieron obligados a. reti­ rarse

a

Tolón,

donde

permanecieron

fondeados

unos

cuatro

me­

ses, imposibilitados de salir a la mar a causa de la superioridad de la escuadra inglesa. A l ver la situación en que .quedaba la flota espa­ ñola, pidió su Rey a Luis X V f se escoltara a los españoles hasta el Golfo cte Génova o, hasta sus propios puertos, punto que no está bien esclarecido en la historia. Para ejecutar esta misión se formó una escuadra cuyo mando se le dió al Almirante francés de Court, que contaba entonces ochenta años de edad y era un veterano de los tiempos de Luis X IV . Dicho Almirante recibió órdenes de no comba­ tir, a menos de ser atacado; mas para asegurar la mejor cooperación de los barcos españoles, en caso necesario, juzgó oportuno proponer lo mismo que Ruyter propuso muchos años antes, o sea entremezclar­ los con los suyos, pues probablemente desconfiaba de la eficiencia de sus amigos; pero el Almirantes español Navarro rehusó, por lo que la línea de combate tuvo que formarse, al fin, con nueve buques fran­ ceses en la vanguardia, seis franceses y tres españoles en el centro y nueve españoles en la retaguardia: en total veintisiete barcos. En este orden salió de Tolón la flota combinada el 19 de febrero 291

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de 1744. La escuadra inglesa, que había estado cruzando en observa­ ción frente a las islas Hyéres, salió en su persecución, consiguiendo alcanzarla el día 22 con sus divisiones de vanguardia y centro, mas sin lograr lo mismo la retaguardia, la cual quedó distanciada unas cuantas millas a barlovento de las demás, y, por lo tanto, en situación inadecuada para poder apoyarlas (Lámina V II, r ) ; el viento que so­ plaba era del Este, navegando ambas escuadras hacia el Sur, y estan­ do la inglesa a barlovento. El número de barcos de una y otra era aproximadamente igual, pues los ingleses tenían veintinueve y los aliados veintisiete, pero los primeros perdieron la superioridad, que quedó a favor de los segundos, a consecuencia de la separación men­ cionada de lá retaguardia inglesa. La conducta seguida por el Alm i­ rante que mandaba esta última, se ha atribuido generalmente a mala voluntad hacia Matthews, pues aunque demostró después que una vez separado había forzado de vela todo lo posible para buscar la unión, no atacó más tarde cuando hubiera podido hacerlo, bajo pre­ texto de estar izadas al mismo tiempo la señal de «línea de combate» y la de «combatir»; alegando que no podía verificar esto último, sin romper la formación y, por consiguiente, sin desobedecer la orden que le mandaba conservarla. Esta excusa técnica fue, sin embargo, acep­ tada más tarde por el Consejo de guerra. Bajo las condiciones referi­ das, Matthews se encontró molesto y embarazado por la inacción de su segundo, y temiendo que el enemigo se le escapase si difería por más tiempo el combate, hizo señal de «combatir» cuando su vanguardia se encontraba de través con el centro enemigo, y'en seguida se salió él mismo fuera de la línea, arribando para caer con su buque insig­ nia, que montaba noventa cañones, sobre el mayor de la línea ene­ miga, que era el Real Felipe, de ciento diez cañones, capitana del Almirante español (a ). A l hacer esto fue sostenido valientemente por los buques inmediatos al suyo por la proa y popa. El momento del ataque parece elegido con oportunidad, pues cinco navios españoles se habían quedado rezagados a retaguardia, dejando al Almirante reducido al solo apoyo de los dos buques más próximos de proa y popa, mientras que los otros tres españoles seguían su camino unidos a los franceses. La vanguardia inglesa trabó combate con el centro de los aliados, al par que la vanguardia de éstos se encontraba sin antagonista, por lo cual trató de virar para envolver a la vanguardia inglesa, colocándola entre dos fuegos; pero la conducta inteligente de los Capitanes de los tres buques ingleses de cabeza que continuaron en su puesto, a barlovento de la línea enemiga, sin hacer caso de la señal de «arribar», hizo que no se pudiera realizar el movimiento en292

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