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A mis padres Diego Rosado Fuentes
A mi mujer e hijos David Nadal Aranzubía
Historias de una vida
ÍNDICE Amigo..............................................................1 Todo cambió cuando la conocí........................7 Buscando.......................................................15 Desde lejos.....................................................21 ¿Estás feliz?...................................................25 Hola, soy yo...................................................29 Lo he vivido yo..............................................35 Lo que hice....................................................39 Te cuidaré......................................................45 Un día cualquiera...........................................55 Me lo enseñó..................................................63 Soñando la realidad.......................................71 Mi musa.........................................................77 Reto................................................................81 Arena y Niebla...............................................83 Envidia...........................................................89
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Amigo Algo insólito en los seres humanos es como asociamos las palabras con ideas, con sentimientos, de forma que cuando oímos pronunciarlas recordamos aquella situación, aquella persona, aquel lugar que nos dejó señalada la palabra para siempre. Aun más, la palabra pierde su significado para tomar uno nuevo, propio de cada persona; ahora la palabra expresa mucho mas que un simple objeto o un nombre, expresa un cúmulo de sentimientos. Para el mundo es solo una palabra más... A mi me pasa con muchas palabras pero especialmente con una, AMIGO. Muchos de vosotros pensareis que tenéis amigos, pero yo tuve un AMIGO. Si alguno de vosotros tuvo, aunque fuese de lejos, un AMIGO como el mío, entonces me entenderá. Se llamaba Salvador. Un bonito nombre. La gente le llamaba Salva, pero a mi me gustaba llamarle
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Salvador. Salvador es bastante más que Salva. Salvador lleva asociado una idea de bueno, de Santo, de salvador; mientras Salva.......... es Salva. Nosotros vivíamos muy cerca de pequeños. Eramos vecinos. Jugábamos juntos a todo, fútbol, escondite, las peleitas, incluso llegamos a jugar a la comba. Eso en nuestros años mozos, de los seis a los doce. Después entramos en el instituto, uno de curas estrictos y regañones. Aunque nos distanciamos un poco, era la edad propia, la adolescencia, seguíamos viéndonos muy a menudo. Y en poco tiempo volvimos a estar tan unidos como siempre. Era una persona simple, llana, siempre amable y dispuesta a ayudar a otros, inteligente pero lo bastante humilde como para que no se le notase. Las chicas decían que era guapetón, y la verdad es que aunque él no hacía nada especial siempre estaba rodeado de ellas. Podríamos decir que era fácil estar con él. A eso de los quince su conducta empezó a cambiar. Empezó a verse con un grupo de gente, como diría yo, distinta, un poco gamberra, y fue por eso por lo que nos distanciamos más. Yo le llamaba muy a menudo para quedar y salir con él pero cada vez me ponía más excusas para salir
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con nuestro grupo de amigos, hasta que al final simplemente no nos veíamos. Un día, después de varios años sin verme ni hablar con él, paseando por la calle, me lo encontré en un banco. Estaba como dormido. Conforme me acercaba el panorama cambiaba de forma radical. No estaba dormido, ni durmiendo, estaba drogado. Tenía un aspecto muy demacrado. Estaba muy delgado, tenía ojeras, sus ojos, esos ojos profundos y cálidos, estaban vacíos, sin vida, estaba sucio y como si le faltase algo. No era tan fácil estar con él ahora. Le cogí como pude y me lo lleve a mi casa. Yo ya me había independizado, menos mal, porque sino mis padres no me hubieran dejado que Salvador entrase en mi casa con la pinta que entonces tenía. Cuando se recupero, su aspecto mejoró bastante. Estaba sorprendido y avergonzado. No quería que lo viese así. Cuando conseguí calmarlo un poco, estuvimos hablando largo rato, y como conclusión saque que de aquella panda de gamberros la mitad estaba muerta y la otra mitad en la cárcel, triste final. El único que no tuvo uno de estos dos finales fue Salvador. Me dijo que quería dejarlo, que lo había intentado muchas veces pero que nunca lo había conseguido. Yo le
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dije que esta vez lo dejaría porque esta vez estaba conmigo. Estuvo dos días sin meterse nada. Lo pasó fatal, devolviendo, con mareos y náuseas tirando todo, retorciéndose de dolor, pero aguantó. El segundo día, ya por la noche, baje al supermercado para comprar algo de comer. Me ausente no más de veinte minutos. Cuando volví a mi casa y abrí la puerta el corazón se me paro por un instante. Al fondo en el baño con la puerta abierta, sin intentar esconderse estaba Salvador condenándose otra vez. Se estaba pinchando. Me vio, pero le dio igual y termino de pincharse. Yo no podía ni respirar. Paso mucho o poco tiempo, no lo sé, pero tenía que hacer algo por él, así que me fui para el baño cogí mas heroína, la calenté, la metí en la jeringuilla y se la ofrecí. ¡¡¡Venga, si eres un maricón!!!. Metete otra dosis delante mía si tienes huevos. Le dije mirándole fijamente mientras estabamos cara a cara. Me retiró la mirada y dijo. Tú no sabes lo que es esto. Es muy duro. Tú nunca lo has probado, no sabes como es. ¿Con que esas tenemos, no?. Pues eso lo soluciono yo en un momento. Cogí la jeringuilla me senté junto a él, y me pinche.
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¿Qué coño haces?. Dijo mientras se tiraba encima de mí y me quitaba la jeringuilla con mucho cuidado. Si no dejas esto ya, me meto contigo yo. Su rostro cambio. Ahora si que era el Salvador que yo había conocido. Su mirada estaba llena y su voz se torno amable y sincera al decir Ya no más. Ya lo he dejado. Y así fue, dejo la droga y se engancho a mí. Ahora es mi marido, y yo su mujer. Le quiero con locura y él a mí con pasión. Pensareis que el amigo fui yo, pero no fue así. Él no dejo la droga hasta que me pudo perder. Tal y como yo lo veo me valoro a mí más que a su vida, y eso lo hacen los verdaderos AMIGOS.
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Todo cambió cuando la conocí Todo cambió cuando la conocí. Mi vida era normal, padres divorciados (algo corriente hoy en día), mis amigos, mis aficiones, etc ... Yo era una persona feliz y creo que afortunada pues no me faltaba nada , el cariño que no recibía de mi padre lo recibía de mi abuelo y si no ahí estaba mi madre, con ella todo era especial, era mi madre y mi amiga a la vez, nuestra relación era de envidiar, presumía de madre, ya que mis amigos no tenían esa suerte, ella me daba amor, amistad, si tenía un problema , si conocía a alguien siempre estaba ahí para oírme. En cuanto al tema de estudios no era buena estudiante pero siempre salía adelante con ayuda, me encantaba el deporte, patinaje, tenis, baloncesto.... ,éste último empezó a formar parte de mi vida, teníamos un equipo, mi sueño era ser profesional y llegar a ser entrenadora de la ACB, el equipo fue muy bien hasta el tercer año que empezó a disolverse, a los 16 años que cumplí ,ya no había equipo ,mi entrenador me busco
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uno, pero este era diferente en muchos aspectos ahí me tenía que ganar el puesto . Los cambios nunca los he llevado muy bien y fue ahí donde la conocí. Ella hacía que me esforzara, que me concentrara en lo que tenía que hacer, si hacía algo mal ella me machacaba para conseguir hacerlo bien, y aun así seguía machacándome , nunca estaba contenta con lo que hacia, nunca era suficiente para ella. Empecé a confiar en ella, poco a poco me fue distanciando de mis amigas, de mi madre, mi familia , todo lo que me rodeaba, hizo que me aislara del mundo y solo la escuchara a ella, que mintiera, que no hiciera caso de nadie excepto de ella. Ella sentía celos de todo aquel que estuviera a mi lado ,y hacía que me enfrentara a esa persona, incluso llegó a convencerme que desconfiara y mintiera a mi madre quien había sido siempre mi apoyo. Era tan dominante, que me obligaba a esconder y a mentir a todos, hizo que mi vida se convirtiera en una continua mentira, me hizo ver que todos eran mis
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enemigos, a la vez me machacaba y me hundía con humillantes y horribles palabras (no sirves para nada, das asco, mírate en el espejo y vomitarás, así quien te va a querer si no vales para nada, ...) solo me decía lo MIERDA QUE ERA Y QUE NO SERVIA PARA NADA. Tuve que dejar los estudios, el baloncesto, perdí a mis amigas e intentó que dejara a mi madre pero mi madre luchaba por no perderme y no paraba de decirme que no la escuchara que no le hiciera caso, pero me resultaba imposible pues a todas horas la tenía en mi cabeza insultándome y hundiéndome, controlaba mi mente, mis movimientos, era como una muñeca en sus manos. Mi familia sufría al verme, yo sufría al verles a ellos, y eso no me lo podía perdonar, entonces fue cuando quería morir para quitar así el sufrimiento de todos, ella me empujó hacia el suicidio pero mi madre llegó a tiempo, fue ahí cuando la situación se desmoronó y empezó el infierno. Las visitas a psicólogos, médicos, psiquiatras, empezaron a ser más continuas no encontraban la solución, no había manera de quitármela de encima,
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empezaron los viajes a Sevilla, todas las semanas y los castigos. Un mes en la cama sin moverme, con la misma ropa y sin poder ducharme, sin visitas, sin tele, sin teléfono, sin libros, desconectada del mundo...solo escuchándola a ella (diciéndome la mierda que era, que no me creyera lo que me decían...). Los viajes a Sevilla empezaron a formar parte de mi vida, hasta terminar ingresada un mes en el hospital de Sevilla (ahí ya llevaba un año viviendo con ella). En el hospital viví lo peor, todos luchaban por ayudarme pero cuanto más me ayudaban mas me rebelaba, la primera semana fue una demostración de lo que podía llegar a sufrir si no hacía caso a los médicos y psicólogos. Aún recuerdo el olor de aquella habitación tan grande solo para mi, mi madre , quien nunca se separó, y ella(que nunca me dejaba sola). A la hora de comer iba a un hall de una habitación con una mesa la comida y la psicóloga en frente con el reloj y observando todos mis movimientos. Al principio
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todo era una locura, no paraba de oírla, y cuanto más caso le hacia más castigos tenia, (la comida por sonda, dormir desnuda, no tener visitas, no tener teléfono, sin poder recibir cartas), ya no tenía nada, lo había perdido todo. Intenté escapar del hospital, porque ella me lo dijo y eso supuso un castigo mas. Yo lo único que quería y pedía a mi madre era que me dejara morir, mi vida ya no tenía sentido, lo había perdido todo (estudios, amigos, baloncesto, mis sueños y toda mi familia sufriendo, mi madre...) Todos los días rodeada de médicos y especialistas obligándome a comer, viendo sufrir a mi familia por mi culpa, no quería vivir, para mi la muerte era la solución a todos los problemas y sufrimientos de todos. No podía perdonarme el ver llorar a mi madre pidiéndome que luchara ,que no hiciera caso de lo que ella me decía; no podía soportar ver a mi abuelo envejecer más rápido por su tristeza ,y diciéndome que la vida no se termina si dejas los estudios , que hay personas que valen mucho y no han hecho ninguna carrera, que lo importante era yo, mi salud y que no podía morirme, que aun no era mi hora que antes iba él , los hijos son los que entierran a los padres no al
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contrario. No, no era justo que sufrieran por mi culpa, así que todos los días le pedía a Dios morir. Fue con la segunda sonda cuando me dí cuenta que tenía que luchar, porque mi madre no iba a dejar que muriera. Empecé a no escucharla, aunque no paraba de decirme la mierda que era y lo poco que valía, pero a la vez que oía sus insultos y tormentos, miraba a mi madre y veía su sufrimiento en su rostro sin perder la sonrisa para animarme. Fue cuando decidí luchar por mi vida, por mi madre, mi abuelo mi familia, aunque lo que querían ellos era que luchara por mi misma.
Así que intentaba ignorar las palabras de ella, y escuchar a los médicos y a mi madre, al cabo del mes en el hospital nos fuimos a casa, era distinto pero continuaba con las normas y castigos. Si lo hacia bien tenía mis premios, 15 minutos de paseo, luego media hora, llamadas por teléfono, alguna visita , pero si la escuchaba volvía a tras y mas castigos. Fui mejorando y fue como empezar de nuevo , otra
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vez el colegio con nuevos compañeros ,nuevo equipo de baloncesto etc,..Me dí cuenta de quien eran realmente mis amigos, y a quienes les importaba. Pero yo nunca fui la misma. Ya han pasado unos 7 años y mi vida ha cambiado por completo. Se que ella sigue ahí, pero dormida y muchas veces tengo miedo de que vuelva a despertar y vuelva a dominar mi vida .
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Buscando No se que fué lo que me llamó la atención pero me fijé en él desde el primer momento. Tenía un caminar desinhibido, cierta cadencia rítmica que acompasaba grácilmente con el resto de su cuerpo. Al principio pensé que era cuestión de estilo, de una persona con clase. En seguida rectifique y creí que era más cuestión de sentimiento. Se sentía libre como un pájaro y eso se reflejaba en cada movimiento. Por último y descartando todo lo anterior, me percaté de que quizás y sólo quizás se tratase de apatía y desánimo, puede que incluso frustración.. Al final encontré la solución. Caminaba, bueno, deambulaba como buscando algo. Sí, era eso, estaba buscando algo pero sin ilusión. Buscaba pero sin intención de encontrar nada. Por eso era tan peculiar. Una persona que derrochaba su tiempo en buscar pero sin intención de encontrar. ¿Qué buscaría?. Yo lo tenía que saber. ¡¡ Hola, perdona que te moleste !! – Dije pillándolo
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por sorpresa Es que estoy buscando algo para mi novio y se parece mucho a ti. ¿Te importaría probarte este jersey? . Solté la primera excusa que se me pasó por la cabeza. Me acerque para ayudarle y me percaté de que tenía una pulsera muy ceñida. Acerque la mano mientras decía: “Déjame que te quite esto” – se apartó de un salto. – “Perdón, no era mi intención”. Me fijé en que estaba tan ceñida que le debía estar haciéndole daño. No pasa nada. – respondió él superando el susto inicial. – Me probaré el jersey pero no me quitaré la pulsera – continuó diciendo. Sí, perdón otra vez. No era mi intención incomodarte. No lo has hecho, es que no estoy acostumbrado a tratar con la gente. – y dicho esto se acercó de nuevo hacia mí. Aunque acabó probándose el jersey y toda la ropa que le buscaba, me marcó el gesto que hizo cuando intente acercarme para quitarle la pulsera. Así nos conocimos quedamos algunas tardes para tomar café, y aunque quedábamos para hablar era yo siempre la que hablaba, la que contaba las cosas de su
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vida y él solo escuchaba, aunque de vez en cuando me daba un pequeño consejo. No obstante yo notaba que él tenía algo que contar pero que no podía, le costaba mucho y lo peor es que yo sabía que el estaba deseando contarlo y que le vendría muy bien, pero no podía. Después de tres meses, tras tomar un café y de haberle contado como siempre mis problemas, nos despedimos como un día cualquiera. Me dio dos besos, le dije hasta mañana y el me dijo: “Mi mujer murió hace cuatro meses”.. Entonces me giré, no se si con cara de sorpresa o angustia, o puede que una mezcla de ambas. Él miraba al suelo. – “fue en un accidente de coche” – yo tragué saliva y pensaba algo que decir – “conducía yo” – continuo. – “ y fue culpa mía”. Yo no llevaba el cinturón puesto, y ella si. Ella no había bebido y yo sí. Ella murió y yo no. – Entonces levantó la cabeza – Ahora la busco en todas partes. – Me miró a los ojos y pude ver a través de los suyos todo su dolor, que en forma de lágrima, reboso desde su interior. – Tú eres lo más parecido a ella que he encontrado. – Se acercó y me dio un beso – Aléjate de mí. – Estas palabras se me clavaron en el corazón. No podía entender que había pasado. Si había hecho algo
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mal, si le había molestado en algo, si era lo que tenía que pasar, pero lo que estaba claro es que no quería volver a verme. Esa misma noche se suicidó. A su vera una pequeña pulsera y una nota que rezaba: Toma esta pulsera que un día intentaste coger, es para ti. Esta pulsera me marcó la muñeca en vida y ahora espero que marque la tuya tras señalar mi muerte. Tú fuiste tres meses más de mi vida, por ello gracias. Me voy a buscarla. Creo que la pulsera no era más que la catarsis de la pena que llevaba en vida por la muerte de su mujer. La Catarsis, curiosa palabra, pero más curioso es lo que se esconde bajo ella. El dolor que creamos para superar un dolor, el sufrimiento que quita la culpa, una herida que abrimos para curar otra herida, vivir la vida cuando uno quiere morir. ¿Acaso tiene sentido?. ¿ Quién busca el sentido?, solo se puede explicar desde el sentimiento. Me probé la pulsera y me quedaba holgada. Me la apreté fuerte, hasta que me hizo daño y entonces
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empecé a correr con todas mis fuerzas. Corría sin saber a donde, pero corría todo lo que podía. Cuando ya no pude más caí al suelo y empecé a llorar. Mirando al suelo descubrí que estaba en la plaza principal y que el suelo estaba lleno de agua. Sobre esa agua caían mis lágrimas y el cielo lloraba conmigo. Cuando de llorar me cansé miré a mi alrededor y descubrí que la gente me miraba. Me miraban y se preguntaban “¿Qué le habrá podido pasar a esa chica para estar tan triste?”. Les miré a todos y con la mirada respondí “la vida me ha pasado”. No escribí nota, y me fui a buscarlo.
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Desde lejos Son muchas las veces que pienso que, en todo esto, hay algo que no encaja, que no funciona, que no debería ser así. Cada día, desde que tengo uso de razón, a cualquier hora, en cualquier situación, con cualquier persona, sin importar como ni cuando, me siento incómodo. Me siento incómodo conmigo, y lo peor es que no puedo huir. Me siento atrapado, siento que estoy atado. Hoy no es más que otro día de esos. Otro día de siempre. Es estresante pensar que desde ahora en adelante, todo va a seguir siendo como ya ha sido. Cada momento, cada instante, será igualmente tenso para mí. Y así hasta la eternidad, para siempre. No ves final, desasosiego es lo único que el futuro te depara. Un triste gris túnel es el único camino que tengo delante de mí. Sin opciones. El motivo de esta cruz que me persigue, de esta cruz que soy yo mismo no es otra que el sentir en lo más profundo de mi ser, en mi yo más interior, en la esencia más pura de mi persona, que tengo una lacra que llevar
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en esta vida, que no me permite progresar ni avanzar, que no me permite llegar ni ver más lejos. Esa lacra, ese freno de mi evolución interior es mi cuerpo. A veces me pregunto si soy el único que se siente de esta manera, o por si el contrario, el cuerpo no es más que una lacra que todos debemos soportar y que es en los momentos de interioridad donde mayor se hace el peso, hasta llegar un punto en el que no te deja seguir, en el que, aún viendo que hay algo más allí atrás, que casi puedes palpar, esa lacra te tiene cogido y no te deja disfrutar. Esta caja del alma no es la mía, me tiene sujeto, no me siento a gusto en ella. Se me ocurre a veces que quizás en el reparto se hayan equivocado, pero más veces se me ocurre que yo no puedo estar encerrado. Quiero salir ver todo de una manera distinta. Quiero saber y conocer, comprender y vivir, pero no esta vida sino toda la vida. Creo que ver todo desde un punto de vista más lejano me ayudaría mucho. Quisiera poder separarme de mi vida, de esta vida, y desde lejos ver todas juntas. Puede que ésta sea la única manera que tenga de comprender, de saber que es todo esto, de que fin tiene todo. Supongo que es lo que todo el mundo
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busca, lo que todo el mundo quiere, pero hay un pequeña diferencia, yo no es lo que busco, es lo que necesito, y lo necesito ya. Quiero conocer la vida, la muerte, la unión entre ambas, ese nexo de unión entre ambas. Son inquietudes eternas, intrínsecas a la vida, cuestiones absolutas que todas tienen respuesta pero nadie las conoce. Quien sabe si más allá estas cuestiones tienen respuesta. Voy a ver todas las vidas desde lejos, desde arriba.
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¿Estás feliz? ¿Cómo estas hoy? – Preguntó mientras deslizaba su cara suavemente contra su pecho. Hoy estoy feliz. – Respondió con un susurro que no indicaba nada más que comodidad con la situación. Se sentía bien, no había nada que le molestase. Parecía, por primera vez en su vida que todo estaba en el sitio correcto. ¿Me lo dices de verdad o sólo me lo dices para que me calle y te deje en paz? – girando levemente la cabeza y mirando a Luis a los ojos. Luis le devolvió la mirada clavando sus pequeños ojos llenos de dulzura sobre los suyos. Después, sonrió. ¡¡¡Me lo dices de verdad!!! – gritó mientras se incorporaba de un salto de la cama y se echaba sobre Luis. ¡¡¡De verdad!!! – Se abrazó con fuerza a Luis. Le dio un beso sin dejar de abrazarle y desde lo más profundo de su ser, lleno de amor, salió una lágrima. Una lágrima llena de amor, que le quitaba esa presión que tenía en el pecho. Una lágrima que sanaba una herida. ¿Sabes lo feliz que me hace esto? Dijo Patricia
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limpiándose, con un gesto rápido de su mano la lágrima de la mejilla y quitándose, para siempre, ese peso que tanto tiempo había llevado encima. ¿El qué? – Respondió Luis con la sonrisa todavía en la cara. El que seas feliz Yo no soy feliz. – La cara de Patricia cambió, y sintió como una aguja le atravesaba el pecho. Pero si acabas de decirme que eras feliz. No – Se apresuró a decir Luis. – Tu eres feliz, pero yo no. No puede ser. Lo he visto en tus ojos. – Patricia se cogía la cabeza con dos manos como si, al intentar comprender algo imposible de entender la cabeza le fuese a estallar. Eras feliz. Lo sé. Tus ojos nunca me han engañado. Lo siento, cariño. Yo no soy feliz. Tú eres feliz y haces que yo me sienta feliz y que este feliz, pero no que lo sea. – Mientras decía esto bajaba el tono de voz y se acerca a su oído, acabando la frase con un beso. – Y por eso te doy las gracias. Porque mi vida sin ti sería muy triste. Porque sin ti yo sería y estaría triste. Porque tu haces que, por momentos, olvide que soy triste. Porque me haces ver la felicidad. Porque nadie puede tener un
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regalo mejor que tú. – Y volvió a acabar la frase con un susurro y un beso. Por un tiempo el silencio tomó importancia y cada uno miraba al otro. Pensaban en lo que acababan de decir y en lo que acababan de escuchar. Ordenaban sus ideas y reconstruían la nueva situación. Y entonces, tras un rato de observación y meditación profunda, ambos a la vez salieron del trance. Luis sonrió y Patricia lloró. Cambiaron, como si de una broma del destino se tratase, sus papeles en la vida. Luis la consoló como mejor pudo. La abrazó fuerte y la beso. No dijo nada, pero el latir de su corazón y esa pequeña sonrisa que tenía eran suficientes para Patricia. Eso era lo que necesitaba. Eso y un poco de tiempo para asimilar que Luis no era ni sería nunca feliz, que Luis era y sería por siempre triste, pero que disfrutaría de momentos en los que estaría feliz. En eso se empeñó Patricia y Luis disfrutaría desde entonces de muchos momentos de felicidad. Después de todo, ¿Qué es la vida? No es más que un montón de momentos. ¿Y qué pasaría si disfrutases de muchos momentos felices en tu vida?
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Hola, soy yo En este rincón, donde la vista es mejor, parece que el frío viene a hacerme compañía, paso noche tras noche mientras escribo lo que mi corazón dicta. Me gusta este sitio, alejado de todo y todos. Donde la soledad te hace compañía y el frío te da calor. Es aquí, en esta cabaña de madera comprada por poco dinero, donde encontré lo que siempre he buscado. Y es también desde aquí donde intento mostrar lo más importante que esta vida me ha enseñado. Pongo toda mi inspiración en ello, pero sé que no es la palabra el camino, sino la experiencia de la vida lo que enseña lo que yo ya sé, lo que yo he aprendido. Es curioso, y ahora me doy cuenta, que después de viajar por todo el mundo buscando la verdad, la fe, la justicia, la bondad y a Dios, después de haber conocido a las personas buenas, malas, distintas y generosas, que sea aquí, en esta pequeña cabaña alejada, como ya he dicho, de todo y todos, donde encontré, ya sin esperanza alguna lo que siempre había buscado.
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Quien sabe si fue la vista, si fue esta mesa, esta silla, el papel, la soledad, el frío; o si fue todo, si no fue nada, si fui yo; quien sabe si ni siquiera ha sido; ¿quién sabe? ... pero si sé algo, sé que me siento lleno, que me siento bien, que algo ha cambiado y que lo quiero contar. Posiblemente no os sirva de nada. Puede que lo leáis, que meditéis y que lo contéis, pero, y de esto estoy seguro, no os ayudara hasta que os deis cuenta por vosotros mismos, hasta que abráis los ojos y la luz os deslumbre de tal manera que quedéis ciegos. Y sera la misma luz que siempre a estado hay, que nunca os ha abandonado, pero también sera la misma luz que nunca habías visto. No depende del cristal con el que se mire, como el sabio pueblo dice; ni desde punto de vista del que miréis, como ya dijo Ortega; ni siquiera de la persona que mire, como todos podréis creer; sino de los ojos con los que se mira, y esos ojos no te los da Dios, esos ojos son los ojos de corazón. Lo que yo buscaba no lo encontré. ¿Por que no lo encontré?. ¿Que buscaba?. Si no se lo que busco, ¿como lo voy a encontrar?.
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Recorrí más de medio mundo buscando lo que no buscaba, y encontrando nada. Busqué en lo más profundo de los pozos, en lo más alto de las montañas, en los rincones más lejanos de este mundo, incluso busqué en el cielo lo que no encontraba en la tierra. Si el mundo hubiera sido más grande, más hubiera buscado, pero lo mismo habría encontrado. Y fue aquí, en este lejano lugar, donde la nieve se reúne y el frío la acompaña, donde la luz de sol tiene miedo de llegar, donde la tenue luz deja paso a la oscuridad mas absoluta, y donde solo las estrellas tienen derecho a brillar, aquí fue donde yo me encontré, donde me vi. Fue así como yo me dí cuenta. Estaba solo, aislado, no tenía nada que hacer, y mire para mi. Así empecé. Aún estando en esta situación y después de haber buscado en todas partes, y con un sentimiento de abatimiento, de desesperanza, tarde bastante en ver lo que hasta un ciego hubiera visto. No tenía donde mirar y no miraba para mi. Busque en todas partes lo que yo llevaba encima. Esa verdad, esa fe, esa justicia y esa bondad; todas
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estaban en mi. Incluso Dios estaba en mi. Y fue El quien me dijo: ¿Dónde has estado buscando?, yo no estoy tan lejos. Y fue su luz la que me deslumbró. Esa luz que siempre había estado en mi. Esa luz que yo nunca había visto. Esa luz que me acompañaba a todas partes y que yo buscaba sin descanso. Esa luz que nunca encontré. Y es esa misma luz la que guia mis palabras, llena mi interior y mi casa, la que me hace compañía junto con el frío, la que llena mi cabaña junto con la humedad, la que vela mi muerte junto a mi soledad. Y espera pacientemente mientras muero, escribiendo conmigo. Pero siento pena, tristeza, porque hay cosas que no se pueden enseñar, que solo se pueden aprender, porque esto que yo se y que escribo vendrá también conmigo cuando muera, porque estas palabras escritas no son nada sino se sabe leer, porque nadie mira para si hasta que no ha mirado en el resto de mundo, porque así lo hice yo. Y fue al final cuando no tenía donde mirar cuando me vi. Me vi y no me reconocía, seguía buscando por dentro de mi. Seguía buscando y a la vez me estaba esquivando, porque no me veía.
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Hasta que al fin me vi, me quedaba poco tiempo, y me vi. Fue entonces cuando encontré lo que siempre había buscado y nunca había encontrado. Por fin había encontrado lo que siempre había buscado. Por fin mi búsqueda cobraba sentido. De no ver nada pasé a verlo todo, de ser una persona pase a serlo todo, tenía el infinito a mi lado y la luz por un momento me deslumbró. Desde esta posición de plenitud, de entereza, de totalidad y continuidad, con poder para todo y sin limites, comprendí que el camino era sencillo que siempre había estado allí, que el camino para llegar a mi, era yo. Entonces pensé en la multitud de cosas que están ahí y que no queremos ver, en las cosas que buscamos donde no están y en las veces que me gustaría haber visto como ahora veo, sin límites. Estaba completamente fascinado. Tenia la posibilidad de encontrar cualquier respuesta. Podía saber todo lo que quisiera con solo preguntarlo. Entonces fue cuando me pregunte: ‘hola, ¿quién eres?’ – Y me respondí: ‘hola, soy yo’.
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Lo he vivido yo Es así. No tienes motivos pero te sientes solo. El porqué de esta soledad viene porque no estas con quien quieres estar, y por más gente que tengas a tu alrededor esa persona no está, y es por eso por lo que te sientes solo. En ocasiones puedes acudir a ella y en esos instantes que compartes con ella los problemas desaparecen. Olvidas todo y vives en un sueño ideal que te gustaría que fuese infinito. Podría estar mirándola sin hacer ni decir nada durante días. Solo contemplándola. Sabes que no es perfecta, pero tu no ves ningún fallo. Y te acercas y vas sintiendo un aura que te hace feliz. Y te sigues acercando y la tocas con suavidad, acaricias con tus dedos su piel y te transmite tranquilidad, paz y sosiego y a la vez el corazón se te acelera. Te acercas aun más y besas su mejilla, y una lágrima se escapa desde tu corazón. Pero es una lágrima de alegría que a la vez te duele porque sabes que esta felicidad que estas viviendo ahora es una ilusión creada por ti y aun así intentas disfrutarla al máximo. Quieres seguir viviendo esa ilusión todo lo posible, sabiendo que después, cuando ella se aleje de ti,
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esa felicidad se volverá frustración y agonía. Porque has tenido el Paraíso a tu alcance y lo has perdido. Aguantas como puedes reviviendo en cada instante el Paraíso, sacándole todo el jugo a tu recuerdo y explotando tu imaginación para hacer de cada recuerdo otro momento real. Sigues viviendo en una ilusión, pero esta es la ilusión creado a partir del recuerdo de una ilusión. Entonces cuando has exprimido al máximo tus recuerdos para hacerlos reales y ya no te queda nada empiezas a crear situaciones ficticias en las que tu eres el protagonista y todo acaba bien, situaciones que sabes imposibles pero que te ayudan a vivir un poco más y vas dejando que pasen los minutos, las horas, los días, …. soñando tu realidad para poder seguir adelante. Cuando todo esto te supera y la apatía y la frustración se ceban contigo empiezas a peder el orgullo y nada te importa. Te conviertes finalmente, como parte de un proceso inevitable, en una persona Triste, que en ningún momento consigue salir de ese circulo, porque la salida estaba antes y no la has cogido. ¿Dónde estaba? Tampoco lo sabes. Puede que en tu caso ni existiese, aunque es todavía más triste pensar que tú no eres el dueño de tu destino.
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Supongo que todo esto lo digo porque lo he vivido yo.
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Lo que hice Entonces, ¿qué fue lo que hiciste? – dijo Ana. Al principio no estaba muy situado. No me pareció bien, pero tampoco me pareció mal. Pensé que te darías cuenta de todo y volverías pidiendo perdón y yo, claro está, te perdonaría. Pero las cosas no pasaron como yo esperaba, y cuando me quise dar cuenta tu vida era otra, tu vida ya no era yo. Fue un golpe duro, pero soy una persona con mucho orgullo, para lo bueno, y para lo malo. Aguanté como pude el tirón. El problema fue que el tirón se hizo largo, muy largo y no tenía mucho donde apoyarme, quizás por culpa de mi orgullo. Cada día que pasaba me metía un poco más en mi mismo, entraba en un pozo del que no podía salir. Fueron días largos y duros, días dolorosos. La Soledad no se separa de ti. La abrazas y te acoge en su regazo; te da calor, un calor frío que sale de dentro de ti, que sale de tu corazón. Lo notas como una espina en el centro de tu ser, y el calor que da se expande desde allí a toda tu persona, te invade y te llena; te llena porque nada más te llena. Hablas con
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ella y le pides consejo. No te responde, pero te mira de reojo, te guiña y te hace compañía. Entonces lloras. Porque no hay nada dentro de ti, porque no hay nada que te llene salvo ese calor que es espina y dolor. Estás lleno de dolor y no puedes ofrecer, no puedes dar otra cosa que no sea dolor. Tanto dolor tienes dentro que crees que tocando a la gente le transmitirás dolor y empiezas a evitar el contacto. Un abrazo, liberador, fuerte, vale mucho, quita dolor, pero tienes que dar ese abrazo a alguien fuerte de ánimo, porque sabes que el dolor que liberes será para la persona abrazada. No quieres cargar a nadie con algo que cuesta tanto. Guardas así más dolor que no puede escapar por ninguna parte, y tú en cambio sigues creando y generando dolor. Dolor, lloras, de tristeza y de temor, de agonía insaciable e infinita. Ves el final tan cerca que no le temes, sólo temes seguir así. Es esa esquina de la cama, donde sufres el tiempo, tuya y de la Soledad, tu único rincón en el mundo, tu Hogar, tu lugar en el mundo. Todas las mañanas, cuando me despertaba, abría los ojos y deseaba con todas mis fuerzas que ese día acabase. Quería que los días pasasen porque pensaba
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que sólo el tiempo podía curar mi dolor. Duele el corazón, y de que manera duele. Duele tanto que te duele fuera de tu cuerpo. Notas dolor a una cuarta de tu pecho, punzante, agónico, continuo e insoportable. Te giras y corres buscando dejar el dolor detrás de ti, pero te sigue, va contigo, está unido a ti, te conoce, porque eres tú, porque tú mismo eres tu dolor. Piensas en lo que harías, en lo que dirías; piensas en lo que has hecho bien, en lo que has hecho mal, en lo que no hiciste a tiempo, …, piensas tanto que duele. Echado en la cama, viendo los días pasar segundo a segundo tu dolor se hace infinito y eterno. Todo aquel que ha pasado por esto sabe que es un dolor metafísico, no se cura, se supera. Es un dolor que te corroe, que te hace triste y hace triste tu entorno. No sólo sufres tú, sufre todo él que te rodea, y hace que la vida duela. No sé ni cuando, ni cómo, ni porqué descubrí que el tiempo no podía curar la herida que yo cada día abría; el tiempo no ha de olvidar lo que tengo que olvidar yo. Fue ese pequeño cambio de vista el que me sacó del pozo. Pero antes de salir sufrí mucho, y esto me hizo
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más duro, puede que en un sentido negativo, pero no es algo que se pueda elegir. Las cosas pasan, y cada uno, sin saberlo, reacciona como puede, y es después, cuando pasa el tiempo y se consigue alejar uno de sus propias vivencias, cuando toma perspectiva de lo ocurrido, cuando se da cuenta de que opción tomó. No llores Ana. No sé ni cuando, ni cómo, ni porqué, pero lo hice.
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Te cuidaré ¿Qué es eso?, ¿que tonterías dices?, ¿como que estás solo? – Si que lo estoy. – Dije mirándolo fijamente a los ojos. Unos ojos vacíos. No los suyos, sino los que miraban, los míos. Unos ojos vacíos, con sentimientos y muy profundos, pero llenos de nada, vacíos. Si buscabas con sutileza y en todos los oscuros rincones de mi alma podías encontrar tristeza, mucha tristeza y más soledad. Pero estaba bien escondida. Estaba detrás de una gran tela de desinterés, que las mantenía a oscuras. Por eso no lo veía la gente. La gente sólo veía lo que yo le enseñaba, la tela de desinterés, de pasotismo, de apatía. ¿Y nosotros, tus amigos?. ‘Mis amigos’, pensaba yo. ¿Cómo si ellos fueran un motivo para vivir?. No, vosotros no estáis solos. Mi voz sonaba tenue, casi como un susurro. Había que hacer un esfuerzo para escucharme. La verdad es que no me importaba que me escuchasen o no. No obstante algunos de ellos, y yo sé quienes, se esforzaban en ello. Intentaban escucharme, para después entenderme y ayudarme. Pero por más
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que escuchaban no entendían y no me podían ayudar. De todas formas eran ellos, los únicos que me empujaban a vivir. Retiré la mirada para centrar mi atención en nada, al vacío. A veces pienso que eres gilipollas. Me grito mi gran amigo, que estaba dándome ánimos. No hace falta que lo pienses. Lo soy. – Me levante mirando donde siempre, a nada, y andando sin prisa, porque para llegar a ningún sitio no se tiene prisa. Una noche quedamos para salir. Bueno, quedamos. Los que realmente me escuchaban vinieron a mi casa y me sacaron de allí, y aunque supongo que lo hacía por mi bien, yo, ni siquiera, les estaba agradecido. Pero esa noche cambio mi vida y ahora si que les agradezco que me sacaran aquella noche a rastras de mi casa. Algunos de mis amigos no se alegraron de verme. Pensaron que ya les había jodido la noche el muermo ese de las paranoias. A mi me daba igual todo. No me importo. La noche empezó como otras muchas, un botellón en los jardines. Era algo. No sé que. No me importó. Un cumpleaños, un santo, una boda, fin de año, me daba igual. No me importaba. Sólo sé que
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había mucha bebida. Yo bebí como nadie. No hice ni dije las tonterías que de un borracho se supone pero, entonces con el valor que el alcohol me dió vi, mucho más cerca lo que siempre había querido pero nunca había tenido valor de hacer. Morir. Después de todo esta vida la vivimos con un cuerpo prestado y hay que devolverlo, ¿por qué no devolverlo en buenas condiciones, joven y saludable, en vez de hacerlo viejo y decrépito?. Por suerte, ni con alcohol tuve valor para hacerlo. Fijaros que mal está la vida que hasta para dejarla hay que tener valor. Hay que tener un par de huevos. La noche no terminó ahí, ni mucho menos. Fuimos, a un pub de moda. ¿Fuimos?, más bien, acompañe a mis amigos (un grupo de gente, de los que sólo soportaba a los tres amigos que vinieron a buscarme a mi casa). Tampoco me importó el nombre del pub. El caso es que entre y con la borrachera empuje a una chica y la tiré al suelo. La gente que le acompañaba me rodeó en un momento y me miraban todos con cara amenazante. A mí, como de costumbre me importó poco. Tendí mi mano hacia la chica, le pedí perdón y seguí mi camino. Sus amigos seguían mirando con cara amenazante. La chica
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empezó a hablar con ellos y los calmó. Yo me acerque a la barra y pedí una copa. Puede que al final muriese de intoxicación etílica, quien sabe. Al rato la chica se acercó a mí. Yo no me dí cuenta, y tuvo que empujarme, flojito, porque vio mi estado, pero lo suficiente para hacerme ver que el golpe no fue un movimiento fortuito de un baile. Entonces le hice caso. Me pidió disculpas por el comportamiento de sus amigos. Me dijo que estaban todos preocupados por ella, y también me felicitó por mi manera de no darle importancia al encontronazo, que gracias a mi forma de llevarlo la cosa no fue a peores. Por lo visto, yo no me dí cuenta, pero mis amigos y los suyos se enfrentaron, y fue el gesto de no darle importancia a la caída lo que hizo ver a todos que la cosa no iría a más. Quien lo iba a decir. Mi actitud ante la vida un ejemplo a seguir. Yo no se lo recomendaría a nadie. Después se dio cuenta de que estaba muy borracho, y de, que aunque le prestaba atención, algo que hacía mucho que yo no intentaba, iba a caer en redondo en breve. Así que me ayudo a salir fuera y me sacó para que me diera el aire. Por lo visto estuvimos hablando mucho tiempo fuera. La verdad no lo recuerdo. Pero algo vio en mí que nadie había visto, ni siquiera yo.
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A la mañana siguiente me despertó el ring del teléfono. Tenía una resaca enorme, pero como siempre no me importaba, me jodía un poco, pero no me importaba. Era ella. Hola, soy yo. La de ayer. La del empujón. La que te sacó fuera a que te diera el aire. – Dijo con un poco de miedo. Hola. Yo también soy el de ayer. El que te empujó. Al que sacaste fuera. ¿Qué quieres?. – Respondí con ese poco de descortesía que conlleva el desinterés. Ayer me lo pase muy bien. Me gustaría quedar contigo. Casi implorando. ¿Que quieres quedar conmigo?. NOO. – Chillé y colgué. Una reacción fuera de lugar. No era digna de mí. Había tenido una respuesta subida de tono. Se lo achaqué a la resaca y a que estaba recién levantado. Una vez autoexcusado me acosté otra vez. Por la tarde me levantaron mis tres amigos, los de verdad, los que podía soportar. No venían solos. Venían con ella. Era preciosa. Algo de lo que no me había dado cuenta la noche anterior. Tenía una cara pequeña y redonda, parecía no tener maldad. Noté en ella una sonrisa extraña. Esa sonrisa no estaba la noche
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anterior en esa cara. Mientras la admiraba y no sé como, me quede sólo con ella en el cuarto. Y ella empezó a hablar. Me contó que anoche yo le había contado mi vida, como me sentía y la soledad que me rodeaba desde hacía seis meses. Yo, yo que no hablaba desde esos seis meses había abierto mi alma a una desconocida, y encima borracho. A saber que conté. Pues aún siendo esto extraño, más extraño resulto lo siguiente. Ella se sentía igual desde hacía ocho meses. Y adivinad que le alegro esa vida. Increíble pero cierto. ¡Fui yo!. Anoche. Fui yo, yo. Y entonces ella también cambio mi vida. Así de fácil, yo cambio la suya, y ella cambia la mía. Es curioso este mundo. Está lleno de sorpresas e incoherencias. Pasaron dos semanas. En esas dos semanas quedamos todos los días, y todos los días los pasamos enteros juntos. Hablamos, reímos, callamos, comimos, dormimos y nos besamos juntos. Todo eso en sólo dos semanas. Fueron las dos semanas más intensas de mi vida. Decidí que de aquí en adelante la cuidaría siempre, y eso fue lo que hice. Dos semanas justo después de habernos conocido,
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volvimos a salir. Fuimos a ese pub donde nos conocimos. Ahora sí que me importó. Estuvimos bailando un rato, hablando con todos mis amigos y los suyos. Con los que eran de verdad y con los que no. Ahora veía a todos como personas con sus cosas buenas y sus cosas malas, pero al fin y al cabo, como personas con las que había que tratar, así que lo mejor sería aceptarlas como son. Después de un rato se me apeteció una copa. Me acerque a la barra y empujé sin poder evitarlo a una chica. Sus amigos me rodearon. Esto empezaba a ser una costumbre, pero yo actué como la otra vez. Te tendí mi mano a la chica, la levante y le pedí perdón. La cosa no pasó a mayores. Pedí mi copa y a la vuelta un chico fuerte me paró y me dijo que si era gilipollas. Que porque había empujado a su novia. Le volví a pedir perdón e intenté continuar, pero el chico no estaba por la labor de dejarme pasar. Entonces me puse un poco borde y empecé a empujarle y meterme con él. Ambos nos pusimos violentos y el chico sacó una navaja que me dejó de recuerdo en el mismo corazón. Yo moría en dos horas en el hospital de la cuidad. La vida esta llena de sorpresas e incoherencias. Entre la misma gente, el mismo pub, la misma situación que nos unió, ahora nos separa.
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Pero la ironía no satisfecha con la casualidad fue más allá. La misma noche que la conocí me pasó lo mismo. Un chico, un amigo suyo, me paró y me amenazó. Pero yo, y de eso no me acuerdo, en vez de intentar seguir me dí la vuelta y me fui para otro lado. Estaba claro que su amigo no me iba a matar. Que más decir. La ironía y la fatalidad juntas, malas compañeras. Otra vez fue mi actitud ante la vida la que me salvó de un error. Por lo menos ahora puedo cuidar de ella mucho más que en vida, tengo más recursos, y estoy siempre con ella. Ella está triste, y aunque sabe que estoy siempre con ella no tiene el calor de un abrazo, no tiene un hombro donde llorar. Está sola con su soledad. Me hace estar muy triste. Quiero estar con ella, quiero compartir todas las dos semanas que pueda con ella, quiero que mi vida y la suya sean una, quiero ... , quiero ..., la quiero. Ahora, muerto, tengo una razón para vivir.
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Un día cualquiera Un martes, como otro cualquiera, Sergio volvía a su casa del colegio. Por el camino de vuelta siempre pasaba por un parque, que aunque no le cogía de camino, le alegraba un poco el día. Miraba a los abuelitos, paseando sin prisa, con calma, con la sabiduría que solo otorga la edad y con la expresión en sus caras de satisfacción, de haber ganado una vida, en la mayoría de los casos llenas de penurias y malos tragos, enfrentamientos y guerras, amores y desamores, pero después de todo, una vida. Miraba a los perros dar vueltas como locos, jugando y peleando, con la indiferencia y felicidad del que sabe vivir el momento y no se preocupa por el futuro. Veía a los niños divertirse con las cosas más nimias, y hacer de ellas el motivo central de su vida aunque sea solo por un instante. Los veía con ansias de saber, de aprender, mirando a todos lados, tocándolo todo y queriendo abarcar lo máximo posible, con un poco de avaricia y sin miedo, con la falta del miedo que tiene él que desconoce las consecuencias, del que no tiene consciencia. Sin miedo, cuanto tiempo hacia que él
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lo conoció. Casi había nacido con él. Incluso se sentiría confuso si viviera sin él. Dos calles mas abajo se encontraba su casa. Pero se sentó un rato en el banco que a el más le gustaba del parque. Era el que estaba más estropeado y viejo, e incluso el que quedaba más lejos de su casa, pero a él no le importaba. Hacía tiempo que había aprendido que las cosas, no son siempre lo que parecen. Pensaba alegrase un poco más el día, contemplando lo que él llamaba 'La buena vida'. A las tres menos cuarto, cogió su mochila y se dirigió a su casa. De camino se cruzó con el dueño del bar que había bajo su casa y le dijo: "Dile a tu padre que hoy empezamos la partida de poker a las ocho, que no tarde". "Si, no te preocupes que se lo diré. Hasta luego". "Hasta luego, chavalote. Que eres un monstruo". Al llegar a su casa abrió la puerta y entró. Allí estaba su madre fregando los platos y le preguntó: "¿Por qué has tardado tanto, hijo?". "Me pasé por el parque y se me hizo tarde" Contesto con voz un poco baja. "Tu padre lleva un rato preguntando por ti". "¿Qué le has dicho, mama?". "Le he dicho que tu profesor quería hablar contigo y que, a lo mejor por eso tardabas más".
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"¡¡¡¡Mama!!!. Seguro que se enfada por que el profesor quería hablar conmigo". "No creo, hijo. Ya se ha enfadado conmigo". Y la madre de Sergio se giró. En su cara destrozada, ya no solo se apreciaban moretones, sino un largo y profundo tajo, que aunque no sangraba, le surcaba todo el pómulo, pasando cerca del ojo. "¡¡¡Mama!!!. ¿Estás bien?. ¿Vamos al hospital?". "Aquí no va nadie al hospital". Desde su espalda, con voz profunda y firme, había hablado su padre, que estaba por encima de Nuestro Señor. Llevaba los guantes de pegar palizas. Unos guantes negros de lana con los dedos cortados y llenos, no por casualidad de sangre. También vestía la camisa interior de las palizas. Ésta mucho más escandalosa, ya que al ser blanca la sangre resaltaba mucho más. Pero sin duda a Sergio lo que mas le espantaba era el cinturón que con tanta habilidad, debido al uso y abuso del mismo, esgrimía su padre. Seguramente había sido la hebilla de ese cinturón la que había surcado la faz de su querida madre. "Pero papa, puede que pierda el ojo". "Aquí no se pierde nada a no ser que yo lo consienta". Y empezó a andar amenazadoramente hacia él, golpeando con el cinturón el suelo. "Papa, me han dicho que hoy jugareis
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antes al poker, a las ocho". Dijo intentando, inútilmente calmarlo. Ya sabía que no tenía opción. Que hoy, como otro día cualquiera, recibiría sin motivo aparente, otra paliza. Sabía que no serviría de nada gritar, y había aprendido a recibir palizas sin soltar un solo grito, solo pequeños resoplidos de desahogo. Pero esto no le ayudaba a perder el miedo, y mucho menos a volver a plantearse el sentido de su vida. El porqué de tener que aguantar todos los días esta humillación. Su padre seguía acercándose, y cuanto más se acercaba más miedo sentía, y cuando estaba al lado suyo sintió terror, pavor y locura. Un miedo indescriptible, de algo que te sigue y que no puedes evitar, algo que preferirías la muerte antes que vivir con él. No era la primera vez que se le había ocurrido suicidarse, acabar con esa vida sin sentido, sin meta. Y cada vez que se le venia encima una paliza pensaba lo mismo, que tenía que acabar con esa situación. Su padre tiró el cinturón lejos y dijo: "Hoy te la voy a dar de las de verdad. Como las dan los hombre hechos y derechos. Con las manos." Mientras, se crujía los nudillos, como si tuviera que asustar a su contrincante, un chaval de apenas catorce años, sentado en la esquina más lejana, que si tuviera más miedo,
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moriría de de él. Cuando su padre levanto la mano para darle el primer puñetazo con el que, sin duda comenzaría una tremenda paliza, él le golpeó con el pie en medio de su cara descompuesta, no sabe si porque no se esperaba esa patada o por el ímpetu con que quería golpear a su hijo. Se acaba de dar cuenta de que era la primera vez que mantenía los ojos abiertos mientras su padre le iba a pegar. De esa patada, su padre salió despedido hacia atrás, y en un momento el cinturón rodeo su cuello. Era su madre, la que asía con fuerza el cinturón que poco a poco robaba el aire a su esposo y calvario en esta vida. Era ese mismo cinturón que tantas veces había marcado su cuerpo y él que ahora le estaba librando de su miedo y terror. Y nada pudieron hacer esta vez esos guantes ni esa camiseta interior que tantas veces había visto en sus pesadillas, tanto en sueños como en la realidad. Sergio miraba estupefacto, no sabia si ayudar a su madre o quedarse mirando, lo que si que sabia es que no iba a ayudar a su padre. Entonces se levanto, y sin pensarlo le quito el cinturón a su madre y dejo libre a su padre. Se sintió sin miedo y grande, muy grande. Miro fijamente a su madre la abrazo y sin soltarla clavo
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la mirada en su padre y dijo: "Vete ahora y no vuelvas". Pero su padre no estaba dispuesto a abandonar su casa, su barrio, y mucho menos a su familia. Así que se volvió, cogió el cinturón y dijo: "Me parece que todavía no os habéis enterado de quien es el cabeza de familia". Levanto el brazo blandiendo el cinturón, pero Sergio ya no tenia miedo, ya no sentía ese terror que lo paralizaba, que le hacia cerrar los ojos. Eso se lo acababa de enseñar su madre. Su madre le acababa de enseñar que es uno mismo el que dirige su vida. Y no solo se lo acababa de enseñar a su hijo, sino que este a su vez se lo iba a mostrar a su padre. Con un ímpetu de un niño de catorce años, pero sintiéndose grande, muy grande, golpeó a su padre en la cara. Este cayó y se abrió la cabeza con la esquina de una pequeña mesa que había en el pasillo. En un momento estaba todo repleto de sangre. Su padre, no cabía duda, había muerto. Tenía que acabar así. Su padre no iba a dejar que viviesen sin él. Y desde ese primer momento en el que su madre le enseño que es cada uno el que conduce su vida, nunca mas volvió a sentir terror, si miedo, pero no terror. Desde entonces vivió casi como un niño del parque, porque el sí que conocía las consecuencias,
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tenia consciencia, porque el sí que podía tener miedo, terror no, pero miedo sí.
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Me lo enseñó Todos hemos tenido alguna vez un ‘amigo’. Lo de ponerlo entre comillas es porque no me refiero a uno cualquiera, sino a un ‘amigo’ especial. Uno que por suerte o desgracia, queriendo o sin quererlo, nos hace ver la vida de otra manera. Pues bien, la historia que ahora os voy a relatar es sobre uno de ellos. Podríamos tener unos diecisiete o dieciocho años. Estábamos en esa edad donde en un momento eres el más fuerte, el más grande, el mejor y por cualquier pequeño cambio en esta situación te sientes tonto, estúpido, y sin lugar a dudas el peor de todo mundo. Es una edad en la que estas seguro de ti mismo, pero no tienes la personalidad hecha, y cualquiera con un poco de, eso, personalidad te puede hundir con solo un par de palabras. Y eso fue lo que le pasó a mi amigo. Un chico seguro y con personalidad. Con sólo un par de palabras lo hundieron. Lo hundieron hasta dejarlo irreconocible. Le dijeron: ‘Lo dejamos’. Dos palabras.
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¿Y los dichos de: ‘las palabras se la lleva el viento’ ó ‘una imagen vale mas que mil palabras’?. Me gustaría saber donde estaba entonces el viento y cual es la imagen que vale más de quinientos ‘Lo dejamos’, porque esa imagen puede matar a quinientas personas, porque a mi ‘amigo’, a mi gran amigo lo hundió. Filosofía a parte, mis compañeros y yo intentamos ayudarlo. Hicimos lo que se suele hacer en estas ocasiones. Le dijimos lo de los peces del mar, lo de que peor para ella y lo de que ella se lo perdía, pero no sirvió de nada. Mi amigo sucumbió a su falsa soledad y cayo en una profunda depresión. Y digo falsa soledad porque nosotros estábamos con él. Él no lo quería ver, pero nosotros estábamos con él. En las conversaciones íntimas que tuvimos de ahí en adelante, que fueron muchas, me contó como se sentía. Me dijo que le dolía tanto el corazón que el dolor le salía fuera del pecho, que sentía una tristeza inmensa en cada parte de su cuerpo, que el amor le había abandonado. Llego a decirme que le daba miedo tocar a la gente porque pensaba que esa tristeza, esa pena, que contenía en su interior y que le llenaba y lo rebosaba, podía llegar a transmitirse por medio del roce de una persona a otra. Y él no quería que las personas
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se sintieran tal mal como el se sentía. Logré convencerle de que a mí me podía tocar, pero no conseguí que tocara a nadie más. Me parece que fue en este momento cuando decidió que yo, y sólo yo, sería la única persona en la que confiaría en todo el resto de su vida. A partir de entonces fui su confesor, su único apoyo. Me parece que fue la única decisión que tomo desde que se encerró en si mismo, porque ni para decidir tenia fuerzas. Todo le daba igual, nada le importaba. También me reconoció que no veía sentido a la vida y que no sabía porque estaba él en el mundo. Yo sólo intentaba hacerle ver que el mundo seguía girando a su alrededor y que las cosas no habían parado desde entonces, que todo seguía funcionando igual que antes, y que si antes había encontrado algo, ahora también podía hacerlo, porque todo seguía igual. Él me comentaba que lo único que el esperaba de un día es que llegara a su fin y al día siguiente lo mismo, sin importar si era lunes o sábado, invierno o primavera, fin de año o San Juan. Sólo quería que el tiempo pasara, como si eso fuera a servir de algo. Si los otros refranes no sirvieron no se porque ahora el de ‘El tiempo lo cura todo’ iba a funcionar ahora, pensaba yo.
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Y así pasaba lo que el llamaba su vida. Mientras, yo intentaba hacerle ver que eso no era vivir la vida, que eso, como mucho, era desperdiciarla. Que duda cabe, que cuando uno esta dispuesto a amargarse la vida todo es negro, y así lo veía todo mi amigo. Y así pasaron dos años y unos ocho meses. Después de tanto tiempo, el día a día era una tónica. Cada tarde, me pasaba por su casa y me hablaba de si mismo, de como se sentía en aquel día, de su apatía, de su tristeza y desconsolación, de su falta de planes de futuro. Salía poco a la calle. Una o dos veces a la semana y siempre porque la madre le buscaba algo para lo que no tuviera excusa, unas patatas, el periódico, sacar dinero del banco; cosas así. También yo intentaba, siempre en vano, que viniese conmigo a comprar un disco, a ver ropa, o a tomar una hamburguesa. Y fue entonces, dos años y ocho meses después, cuando me hizo caso, cuando accedió a mis ruegos y peticiones para que saliera de casa. Le llame para ir a una tetería, él y yo solos, claro esta, a escuchar a un cuentacuentos, porque yo sabía que de pequeñito, y no
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ya tanto, a él le gustaban mucho los cuentos. Después de mucho insistir accedió. Quedamos a mitad de camino entre su casa y la mía, en un parque, que también le gustaba. Yo siempre iba buscando lugares y sitios que le trajesen buenos recuerdos o que le gustase. Llegué al parque y lo esperé durante media hora. Al ver que no aparecía me fui a buscarlo a su casa, y de camino a su casa, en un cruce, lo vi. Después de todos los refranes que no han funcionado en esta historia, por fin encontramos uno que si que sirve: ‘Todo lo que no mata te hace mas fuerte’, porque mi amigo no se hizo más fuerte, pero si murió. Lo vi tendido en el asfalto de la calzada. Estaba inconsciente, sangraba y tenía las dos piernas fracturadas. Había mucha gente alrededor de él. Los de urgencia le estaban haciendo la respiración artificial y tenia puesto el collarín. Decían que se pondría bien, pero mi impresión era bien distinta. Mi impresión era que él no quería vivir, que él ya había muerto. Estoy seguro de que no se suicido. Estoy seguro de que estaba pensando en sus cosas, ensimismado como siempre, y que un coche le atropelló. También se que en el momento del accidente se dio cuenta de una cosa. Se
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dio cuenta de que llevaba dos años y ocho meses muerto, y que puede que el accidente no lo hubiera evitado de ninguna manera, pero si podría haber vivido dos años y ocho meses más. Ese tiempo lo perdió él. Yo no me sentía culpable, después de todo había salido porque yo se lo había pedido, ni sentía tristeza. Creo que fue porque el no lo hubiera querido así y también sabía que ahora estaba mejor. Si que sentí un poco de soledad, abandono, pero tenía muy claro que la solución no era la depresión ni el ensimismamiento. Puede que este os parezca un final triste, incluso trágico. Ni mucho menos. Este es un buen final. No es un final feliz, pero es un buen final. Os explicaré el porqué. Mi amigo esta mejor ahora, y yo he decidido vivir la vida, con sus pros y sus contras. Nadie sale perdiendo. Muchas veces él mismo me había hablado de la muerte, y que la gente hace de ella una tragedia, cuando todo el mundo ha de morir. Morir no es malo, el problema es como te enfrentes a ello. Me dijo que él temía mucho más a la vida que a la muerte. Que de la vida se puede esperar muchas cosas, y cada cosa que esperes y no consigas se puede ver como un fracaso en
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esta vida. En cambio la muerte era el escape de esos fracasos no conseguidos en vida. Era como el premio de consolación que a todos daban. Veía la muerte como algo salvador, como el camino que todos, sin excepción alguna, hemos de seguir. Es un buen final. Por eso os pido que no os entristezcáis al leer esta historia, porque, como ya he dicho, él no lo querría así, porque ahora él es libre y está mejor que aquí. También os pido que no temáis a la muerte y que améis a la vida, porque mi amigo sabía mucho, pero no supo amar a la vida, y lo mejor para honrar su memoria es hacer que su muerte haya servido de algo. Mi amigo me enseño que la vida es para vivirla y que cualquier otra cosa es desperdiciarla, y que uno está solo cuando se aleja de los demás, no cuando los demás se alejan de uno. Mi amigo me lo enseño, pero el no lo sabía. Me lo enseñó y sólo le costo la vida.
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Soñando la realidad ¿Por qué estas triste? – dijo con voz suave Elliot. – No me siento querida. – Respondió Tania mientras miraba al suelo. La expresión de Elliot entonces cambio. Se quedo blanco. Quería decirle que no tenía motivos para creer eso. Que eso no era cierto, que por lo menos una persona la quería con locura, él. Quería decirle tantas cosas y todas tan rápido .... pero en vez de esto sólo miró a otro lado, cogió su mano y calló. El sabía porque lo decía. Hacia ya bastante tiempo, más o menos dos semanas, que no hablaban secretos como antes solían hacer. Esos secretos que entre ellos compartían. Esos secretos que daban algo de sentido a sus vidas. Y no por los secretos en sí, sino más bien por la complicidad, por la idea de tener algo que los demás no tienen. Los secretos que empezaron de casualidad. Se conocían desde muy pequeños. Sus padres eran amigos y habían ido juntos a muchos sitios, a comer a la costa, un día de playa y otro de campo, un fin de semana
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esquiando. En una de estas coincidieron en una comida y como eran jóvenes sus padres estuvieron de acuerdo en no dejarles beber vino. Así que decidieron robar una botella, se fueron debajo de un árbol y bebieron hasta ponerse colorados. Y con el vino ya se sabe, se suelta la lengua y aparecen las confidencias. Fue una tarde. Y así empezó la rutina. Quedaban, siempre al atardecer, cuando el día acababa y la noche empezaba. Siempre era Tania la que llamaba, pero era Elliot el que esperaba, impaciente, la llamada. A veces se tomaban algo, solían tomar vino, en recuerdo de aquel día en que realmente se conocieron, otras paseaban por el parque, callados durante horas, solo con la compañía del otro, incluso iban al cine, las que menos, pero siempre empezaban diciendo tonterías. Poco a poco Tania iba tocando temas mas serios, mas profundos, el amor, la felicidad, la vida, ..., él intentaba contestarle las preguntas que ella hacia, aunque la mayoría de ellas ni tenía respuesta ni era eso lo que Tania buscaba. El caso es que Tania se sentía bien y Elliot también. Y así pasaban los días, ambos deseando que alguna de esas tardes fuera infinita. Los dos, casi sin quererlo,
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se habían metido en esta rutina. Pasado el tiempo Elliot se dio cuenta del amor que profesaba por esa criatura, esa chica que hacia todo simple, que hacia que hablar de la vida, del amor, del futuro no fuese incomodo sino un placer. También se dio cuenta que llevaba mucho tiempo viéndola y que aunque sus conversaciones fueran cada vez mas intensas, ella no parecía interesarse por él. Entonces tomo una decisión. Empezó a poner excusas para no salir por las tardes. Cuando Tania quiso quedar con el un sábado, busco mas excusas. Cada excusa que ponía le costaba decirla, le dolía, pero sabía que no podía dejarse llevar y enamorarse locamente de una chica que no le correspondía. Dos semanas mas tarde Tania le llamó y le dijo que no es que quisiera verle, sino que le exigía que la viese. Decía que lo estaba pasando mal, que no encontraba sentido al día a día, que quería hablar con él. Elliot no dudó. No por la exigencia, sino porque la notó como nunca se la hubiera imaginado, sin alegría, sin ilusión. Sabía que lo que iba a hacer lo podía lamentar en un futuro próximo, pero no podía soportar escucharla así. Decidió pues que la iba a escuchar, que la
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escucharía mientras ella le abría su corazón, aunque después tuviera que llorar solo, aunque después tuviera que llorar por su soledad. Quedaron, como no podía ser de otra forma, al atardecer. Se planteó Elliot entonces, si aquello seria el fin de un día o el comienzo de una noche. Tania llego, puntual como pocas mujeres. No quería hablar, no hablaba. Elliot la notó triste, sin ilusión y le pregunto: “¿Qué te pasa?”. Ella contestó: “Estoy triste”. ¿Por qué estas triste? – dijo con voz suave Elliot. – No me siento querida. – Respondió Tania mientras miraba al suelo. La expresión de Elliot entonces cambió. Se quedo blanco. Quería decirle que no tenía motivos para creer eso. Que eso no era cierto, que por lo menos una persona la quería con locura, él. Quería decirle tantas cosas y todas tan rápido .... pero en vez de esto sólo miró a otro lado, cogió su mano y calló. Fue quizás el momento de su vida en el que más cobarde se sintió. Tenía a su lado a la persona que más quería en este mundo y solo tenía que decirle que la quería para hacerla feliz, y en vez de eso miro a otro lado y calló. Pasó el tiempo, y ninguno de los dos habló. Se
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hacían compañía mutuamente. Una compañía reconfortante, una compañía de la que los dos disfrutaban, pero sin palabras. Al final, como siempre, fue Tania la que rompió el hielo. Dijo: “me ha encantado que hayas venido. Muchas gracias” – y seguidamente beso la mejilla del muchacho. El corazón de Elliot empezó a latir con tanta fuerza que pensó que le estallaría el pecho, que ese corazón no le cabía en él. Se puso colorado, no mucho, menos de lo que él hubiera imaginado, y por primera vez en su vida se sintió un poco valiente y miro a Tania a los ojos. No la beso, porque solo se sintió un poco valiente, no mucho, pero lo deseaba con locura. Pasado ese pequeño espacio de tiempo de valentía, cogió la mano de Tania, miro al suelo y la beso. Elliot se sintió mejor. No tendría que llorar por su soledad. Podía seguir soñando que Tania le quería, que sólo vivía para él, que él sería su caballero y ella su doncella, que había sentido valentía, y pensando que los sueños, a veces, se hacen realidad.
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Mi musa Ese día mi musa me dejo. Entonces intenté vivir sin ella, intenté seguir con mi vida normal, pero no pude. Encontraba la vida vacía, me encontraba sin rumbo, me encontraba perdido. Y empecé a buscarla. Busque por todas partes, y buscando por todas partes encontré; en los lugares más lejanos los parajes más hermosos, en los espacios mas fríos el calor de la gente más cercana, en las tormentas mas temidas la paz interior, en las noches mas oscuras la luz que me guiaría, en los rincones más recónditos un lugar para pensar. Pero no la encontré. Y seguí buscando, y viví mil y una situaciones, en las que el amor entre dos personas ganaba guerras de generaciones, en las que el cariño de una madre rompía las cadenas de la esclavitud, en las que la fe de un individuo superaba las montañas más altas de la Tierra, en las que los sueños de las personas
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se hacían realidad. Pero no la encontré. Y seguí buscando, y aprendí que una persona es mucho más de lo que se ve, que una mirada y una risa bastan para enamorar, que no se puede separar lo que el sentimiento une, que la vida, queramos o no, sólo se puede vivir. Pero no la encontré. Y seguí buscando, y pensé en las veces que había pasado por delante de una persona sin mirarle a los ojos, en las veces que el amor ha pasado junto a mi mientras yo buscaba por otro lado, en las veces que alguien ha necesitado mi ayuda y no me percaté, en las veces que, sólo pudiendo vivir la vida no lo hice.
Y de todo lo que encontré, viví, aprendí y pensé saqué una idea; haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad. Pero no la encontré. Cansado de buscar, abandoné la búsqueda. Ese día mi musa me dejó.
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Reto Cada día me despierto buscando una razón para levantarme de la cama y enfrentarme al mundo, y todos los días me levanto sin encontrarla, pero no me enfrento al mundo. Ágilmente lo voy engañando mientras pasa el tiempo. Sin quererlo, dejo pasar la vida y me acerco inexorablemente a la muerte. Cada vez que encuentro una ilusión la imagino por el resto de mi vida y en seguida la aborrezco. Hago con la ilusión lo que el placer hace con la Felicidad. La destrozo. No puedo ser feliz, no tengo derecho a serlo. Reto. A la vida reto a buscarme un destino, que lo encuentre y que me sorprenda; que me busque una ilusión que yo sea incapaz de destruir con sólo pensar en ella. Me gustaría saber que encontráis en esta vida que tanto teméis perderla. Quizás cuando lo encuentre temeré también el fin. Mientras, inventando paso a paso el camino, lo voy haciendo, e intento disfrutarlo pero me disgusta más el camino que nuestro ineludible destino.
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Arena y Niebla Nadie me aviso nunca de lo peligroso que una risa podía ser. Surgió de en medio del alboroto de clase. Yo estudiaba primero de carrera y no pude evitar mirar hacia donde provenía ese sonido. Una risa. En principio no era más que una risa cualquiera, como cualquier otra que una persona puede emitir. El porqué me llamo lo atención lo desconozco aunque tengo una teoría. Cuando tu ves a una persona por primera vez, sin quererlo y subconscientemente analizas sus movimientos, las expresiones faciales y gestos, sus palabras, la forma de expresarse, ... es lo que los psicólogos llaman el paralenguaje. El paralenguaje esta cargado de información y lo más importante es que en su gran mayoría es no consciente, por lo que expresan información no filtrada por el consciente, es decir, te dicen quien es el que esta hablando en realidad. Pues con esa información que adquieres de forma subconsciente te empiezas a formar una imagen de como es la persona. Se llaman prejuicios, y la gente
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piensa que es malo. Yo no lo veo así. Los prejuicios son los juicios que hacemos antes de los juicios, es decir, los que hacemos sin demasiados fundamentos, basados en su mayoría en estereotipos, que no son más que una serie de prejuicios sociales. El problema no es hacer prejuicios, el problema es no saber cambiarlos por los juicios que podemos realizar cuando tengamos elementos suficientes de valoración de esa persona. Es lo que llamamos “dejarse llevar por los prejuicios”. Es inevitable que los prejuicios condicionen la forma de actuar ante esa persona mientras no tengamos otros elementos de juicio. Pues bien, la risa es otra forma de paralenguaje y mi teoría es que en esa risa encontré, bueno más bien mi subconsciente encontró algo más de lo que hasta ahora había encontrado. Es curioso comprobar todo lo que uno puede aprender observando y prestando atención. A partir de ese momento preste atención y comprobé que esa risa encerraba mucho más, y me maravillo la sencillez de la persona de la que provenía. Poco a poco la fui conociendo mejor, y me fui
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enamorando más y más. Empecé a construir una ilusión. Cual arquitecto diseñé la estructura, el desarrollo y la evolución, y me maraville al ver el potencial de mi obra. Es fabuloso comprobar lo mucho que se puede hacer con un buen material, y cuando ese material es el mejor y no se gasta, cuando ese material es intangible, cuando ese material es la ilusión, puedes hacer lo que quieras. Así construí, sobre una nube de ensueño, mi castillo de arena. Le pasó lo mismo que a todos los castillos de arena y a todas las nubes, se los llevo el mar y el aire. Lo peor de conocer la alegría, la ilusión y la felicidad es que después no puedes vivir sin ellas. Me sentía desconsolado y empecé a buscar por todos lados esa ilusión que el mar y el aire se había llevado. No encontré la ilusión y me refugié en el deleite carnal, en la falsa realidad de los narcóticos y en el fondo de cada copa donde te seguía buscando, pero no te encontraba. Solo, mientras dormía y descansaba de mis excesos, venías a buscarme en mis sueños, donde todo volvía a ser perfecto; hasta que despertaba a la
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horrenda y sucia realidad. En ese momento quería volver a morir, porque ya morí una vez, el día en que lo nuestro acabó. Todavía, cuando tengo momentos de sobriedad y lucidez pienso en ti, pienso que en salió mal, en como podríamos haberlo salvado, en como sería todo ahora si hubiese salido bien. ¿Sabes por qué salió mal? Porque no podría haber salido bien, porque no podía salir de otra manera. Los dos teníamos demasiado miedo. No supimos arriesgar y por eso lo fuimos perdiendo todo poco a poco. Era la única forma segura de perder y así lo hicimos. Y me pregunto si la vida me castiga por cobarde, si Dios se avergüenza de mi miedo, si tu sabrás algún día perdonarme, y si realmente puedo merecer tu perdón. Lo que ahora me queda es arena y niebla, suficiente para hacer más castillos y nubes, pero también me queda miedo. A pesar de todo no he dejado de ser un cobarde. Creo que no merezco tu perdón.
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Envidia –
¿Qué es lo que te pasa? Preguntó Laura.
–
Tengo envidia – Respondió Demian con toda naturalidad.
–
¡ Envidia ! Pero eso no es bueno, ¿no? – Aventuró Laura.
–
Te equivocas. Si es bueno, por lo menos para mi. Aseveró Demian – Yo que, he dejado que la vida me vaya pasando; yo que he pasado la vida errando; yo que casi vivo por inercia. ¿Sabes lo que significa qué ahora tenga envidia?. Laura tenía los ojos muy abiertos y una cara de entre sorpresa y incomprensión y probó suerte ¿Qué has caído más bajo de lo qué creías que se podía caer?
–
Te vuelves a equivocar – Demian no tenía ningún problema en responder lo que pensaba sin que le importase lo que los demás pensaran de él que era borde o prepotente – Significa que por fin he encontrado algo que quiero. ¿Me entiendes?
–
Creo que un poco – Continuó Laura con voz baja mientras meditaba lo que acababa de escuchar.
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Tras unos momentos de silencio donde ambos parecían pensar en sus cosas Laura preguntó – Entonces, dime ¿De qué tienes envidia? –
De ti – Respondió Demian
–
Ja ja ja – Rió Laura – Eso es de quién, no de qué.
–
Siento volver a llevarte la contraria pero mi respuesta sigue siendo de ti. Si me hubieses preguntado de quien tengo envidia te hubiera dicho que de tu novio, pero si me preguntas de qué responderé de ti, porque eres tu lo que quiero y es él quien te tiene.
–
¡Oh! fue la exclamación que salió de la boca de Laura. Volvía a parecer confusa pero lo había comprendido todo perfectamente. Pasaron un tiempo en silencio. Laura entonces pareció encontrar una falta en su
razonamiento y volvió al ataque – Si, pero él no me tiene. Yo soy libre Demian respiró profundo y argumentó – Por eso mismo te tiene, porque eres libre de hacer lo que quieras y tu decides quedarte junto a él. Si te obligase a estar
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con él no te tendría tan sólo te retendría. ¿Me entiendes? –
La verdad. Cada vez menos Demian sabía que eso era mentira, que Laura lo estaba comprendiendo todo perfectamente aunque quizás necesitase un poco de tiempo para madurarlo y digerirlo. El silencio se volvió a adueñar de la situación. Demian empezó a hablar – Cuando pienso en todo
esto me pregunto ¿qué es lo que habrá hecho él para tenerte? ¿Qué montaña habrá subido? ¿Qué mar habrá atravesado? ¿A qué gente habrá salvado? ¿A cuantas personas habrá ayudado? ¿Cuantos logros habrá conseguido? ¿Qué es lo que hay que hacer para merecerte? Porque ten la seguridad de que yo lo haré. Espero un poco y continuo – Entonces comprendo que posiblemente no haya hecho nada especial pero seguro que tiene algo especial, algo que a ti te gusta, algo que comparte contigo, que te llena y que te hace feliz. Y es ese algo el que hace que os unáis y que compartáis algo más que momentos, una vida. Pero si sigo pensando comprendo algo más.
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Comprendo que algún día te encontraré y estarás conmigo – Laura, ahora si, no comprendía a lo que se refería. Demian lo vio reflejado en su rostro e intentó explicarlo mejor. Lo que quiero decir es que algún día encontraré a alguien como tú. Que me llene y me haga feliz con sólo verla, con sólo pensar en ella. Pero también yo le haré feliz a ella y de esa manera cerraremos un pequeño circulo en el que compartir será lo más importante. Quizá ese día alguien sienta envidia de mí.
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Autor:
HistoriasDDD
Página personal: http://HistoriasDDD.bubok.com Página del libro: http://www.bubok.com/libros/196708/Historias-de-una-vida