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Spanish Pages [165] Year 2008
HISTORIA DEL TROTSKISMO AMERICANO James P. Cannon
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La imagen de portada corresponde a la Huelga General de 1934 en Minneapolis
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Historia del trotskismo americano James P. Cannon
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HISTORIA DEL TROTSKISMO NORTEAMERICANO (1928-38) Por este nombre se conocen las doce conferencias públicas que James P. Cannon, fundador del trotskismo norteamericano, dio en Nueva York en 1942. James P. Cannon fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Estados Unidos (USCP) y a finales de los años 30 se relacionó con la Oposición de Izquierdas Internacional emprendiendo la lucha por la construcción de una organización comunista revolucionaria ajena a la monstruosa deformación que supuso el estalinismo. En 1938 funda el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) que se convierte en la sección norteamericana de la IV Internacional. Cannon fue un gran dirigente obrero que colaboró muy estrechamente con Trotsky hasta que éste fue asesinado a manos de un agente estalinista.
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INDICE 1. Los primeros días del movimiento comunista en Estados Unidos ............ 7 2. Luchas fraccionales en el viejo Partido Comunista ................................... 18 3. Inicio de la Oposición de Izquierda en el Partido Comunista de EE.UU. .. 31 4. La Oposición de Izquierda en Estados Unidos bajo el fuego .................... 43 5. Los 'días caniculares' de la Oposición de Izquierda ................................... 55 6. La ruptura con la KOMINTERN ...................................................................... 68 7. El viraje hacia el trabajo de masas ................................................................ 79 8. Las grandes huelgas de Minneapolis ............................................................ 93 9. La fusión con el AWP de Muste ................................................................... 112 10. La lucha contra el sectarismo .................................................................... 124 11. El 'viraje francés' en Estados Unidos ........................................................ 141 12. Trabajo comunista dentro del PS .............................................................. 152
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1.- Los primeros días del movimiento comunista en Estados Unidos Me parece bastante apropiado camaradas, dar una serie de conferencias sobre la historia del trotskismo norteamericano en este Labor temple (Templo del Trabajo). Fue aquí mismo, en este auditorio, en el comienzo de nuestra lucha histórica en 1928 que hice el primer discurso público en defensa de Trotsky y de la Oposición Rusa. El discurso fue dado no sin algunas dificultades, ya que los stalinistas trataron de romper nuestro acto por la fuerza física. Pero nos las arreglamos para hacerlo. Nuestra actividad oral pública como trotskistas reconocidos comenzó realmente aquí, en este Labor temple, trece, casi catorce años atrás. Sin duda, al leer la literatura del movimiento trotskista en este país ustedes frecuentemente habrán notado repetidas afirmaciones de que no tenemos ninguna nueva revelación: el trotskismo no es un movimiento nuevo, una nueva doctrina, sino la restauración, el renacimiento del verdadero marxismo como fue expuesto y practicado en la revolución Rusa y en los primeros días de la Internacional Comunista. El bolchevismo mismo fue también un renacimiento, una restauración del verdadero marxismo después de que esta doctrina había sido corrompida por los oportunistas de la Segunda Internacional, quienes culminaron su traición al proletariado apoyando a los gobiernos imperialistas en la 1ra. Guerra Mundial de 1914-1918. Cuando uno estudia el período particular del que voy a hablar en este curso -los últimos trece años- o cualquier otro período desde los tiempos de Marx y Engels, se puede observar una cosa: La continuidad ininterrumpida del movimiento marxista revolucionario. El marxismo nunca ha dejado de tener auténticos representantes. A pesar de todas las perversiones y traiciones que han desorientado al movimiento de tanto en tanto, siempre ha surgido una nueva fuerza, un nuevo elemento ha salido adelante para ponerlo otra vez en la senda correcta, es decir, en la senda del marxismo ortodoxo. También así fue en nuestro caso. Estamos enraizados en el pasado. Nuestro movimiento, al que llamamos trotskismo, ahora cristalizado en el Socialist Workers Party, no surgió totalmente maduro de la nada. Surgió directamente del Partido Comunista de los EE.UU. El Partido Comunista mismo surgió del movimiento precedente, el Partido Socialista y en parte, de los IWW (Industrial Workers of the World). Surgió del movimiento de los obreros revolucionarios de Norteamérica en el período de la preguerra y la guerra. El Partido Comunista, que tomó forma organizada en 1919, era originalmente el ala izquierda del Partido Socialista. Fue del Partido Socialista de donde vinieron los contingentes comunistas más grandes. En realidad, el lanzamiento formal del Partido en setiembre de 1919 fue simplemente la culminación organizativa de una pelea prolongada dentro del Partido Socialista. Allí se había trabajado el Programa y allí, se formaron los primeros cuadros. Esta pelea interna en su momento, llevó a la división y a la formación de una organización separada, el Partido Comunista. En los primeros años de la consolidación del Movimiento Comunista -es decir, como ustedes dirían, desde la Revolución Bolchevique en 1917 hasta la organización del Partido Comunista en este país dos años más tarde, y aún por un año más después de ello- la principa1 tarea fue la lucha fraccional contra el socialismo oportunista, entonces representado por el Partido Socialista. Este es casi siempre el caso cuando una organización política obrera se deteriora y al mismo tiempo da nacimiento a un ala
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revolucionaria. La pelea por la mayoría, por 1a consolidación de fuerza dentro del partido, casi invariablemente limita la actividad inicial del nuevo movimiento a una pelea casi estrecha, intrapartidaria, que no finaliza con la separación formal. El nuevo partido continúa buscando adherentes en el viejo. Le lleva tiempo al nuevo partido aprender cómo pararse firme sobre sus propios pies. Así, aún después de que la separación formal había ocurrido en 1919, por la fuerza de 1a inercia y el hábito, y también porque la pelea no había terminado realmente, la lucha fraccional continuó. Quedó gente en el Partido Socialista que no estaba decidida y que eran candidatos más que probables para la nueva organizaci6n partidaria. El Partido Comunista concentró su actividad en el primer año a la lucha por clarificar la doctrina y ganar fuerzas adicionales del Partido Socialista. Por supuesto como es casi invariablemente el caso en tales desarrollos históricos, esta fase fraccional dio en su momento lugar a la actividad directa en la lucha de clases, para reclutar nuevas fuerzas y para el desarrollo de la nueva organización sobre bases enteramente independientes. El Ala Izquierda del Partido Socialista, que más tarde se convirtió en el Partido Comunista, fue inspirada directamente por la Revolución Bolchevique de 1917. Antes de ese momento, los militantes norteamericanos habían tenido muy poca oportunidad de adquirir una genuina educación marxista. Los dirigentes del Partido Socialista no eran marxistas. La literatura del marxismo publicada en ese país era más bien magra y confinada casi exclusivamente al aspecto económico de la doctrina. El Partido Socialista era un cuerpo heterogéneo; su actividad política, su agitación y enseñanzas programáticas eran una terrible mezcolanza de todo tipo de ideas radicales, revolucionarias y reformistas. En esos días antes de la última guerra, y aún durante ella, a los jóvenes militantes que llegaban al partido buscando una clara guía programática, les costó encontrarla. No la podían tener de la dirección oficial del partido que carecía de un conocimiento serio de tales cosas. Las cabezas prominentes del Partido Socialista, eran la contraparte norteamericana de los dirigentes oportunistas de los partidos socialistas de Europa, sólo que más ignorantes y más despreciativos de la teoría. Consecuentemente, a pesar del impulso y el espíritu revolucionario, la gran masa de jóvenes militantes del movimiento norteamericano, pudieron aprender muy poco de marxismo; y sin el marxismo es imposible tener un movimiento revolucionario consistente. La Revolución Bolchevique en Rusia cambió todo casi de cuajo. Allí fue demostrada en la acción concreta la conquista del poder por el proletariado. Como en casi todos los otros países, el tremendo impacto de esta victoria revolucionaria del proletariado sacudió hasta sus cimientos a nuestro movimiento en Norteamérica. La sola inspiración de la hazaña fortaleció enormemente al ala revolucionaria del partido, dio a los trabajadores nuevas esperanzas e hizo emerger un nuevo interés en esos problemas teóricos de la revolución que no habían recibido un reconocimiento apropiado hasta entonces. Pronto descubrimos que los organizadores y dirigentes de la Revolución Rusa no eran sólo revolucionarios de acción. Eran genuinos marxistas en el campo de la doctrina. A parte de Rusia, recibimos de Lenin, de Trotsky y de los otros dirigentes, por primera vez, serias exposiciones de la política revolucionaria del marxismo. Aprendimos que habían estado enfrascados en largos años de lucha por la restauración del marxismo no falsificado en el
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movimiento obrero internacional. Ahora, gracias a la gran autoridad y al prestigio de su victoria en Rusia, eran finalmente capaces de ser escuchados en todos los países. Todos los militantes genuinos se agruparon a su alrededor y comenzaron a estudiar sus escritos con un interés y un apasionamiento desconocidos antes. La doctrina que ellos exponían tenía una autoridad diez veces mayor porque había sido verificada por la práctica. Aún más, mes a mes, año a año, a pesar de todo el poder que el capitalismo mundial movilizaba contra ellos, mostraban la capacidad de desarrollar la gran revolución, crear el Ejército Rojo, mantenerse y avanzar. Naturalmente, el Bolchevismo se convirtió en la doctrina autorizada entre los círculos revolucionarios de todos los movimientos políticos obreros del mundo, incluso en nuestro país. Sobre esa base fue formada el Ala Izquierda del Partido Socialista. Tenía publicaciones propias; tenía organizadores, oradores y escritores propios. En la primavera de 1919 -es decir cuatro o cinco meses antes de que el Partido Comunista se organizara formalmente, tuvimos en Nueva York la primera Conferencia Nacional del Ala Izquierda. Yo fui delegado a esa conferencia, viniendo en ese momento de la ciudad de Kansas. Fue en esta conferencia que la fracción tomó cuerpo virtualmente como partido dentro de un partido, en preparación para la posterior ruptura. El órgano oficial del Ala Izquierda fue llamado "Revolutionary Age" ("La Era Revolucionaria"). Este periódico llevó a los trabajadores de Norteamérica la primera explicación auténtica de las doctrinas de Lenin y Trotsky. Su editor fue el primero en el país en exponer y popularizar las doctrinas de los dirigentes bolcheviques. Por lo tanto debe ser reconocido históricamente como el fundador del comunismo norteamericano. Este editor era un hombre llamado Louis C. Fraina. Su corazón no era tan fuerte como su cabeza. Sucumbió en la pelea y se transformó en un converso trasnochado de la democracia burguesa en el medio de su agonía. Pero esa es sólo su mala fortuna personal. Lo que hizo en esos tempranos días mantiene toda su validez y aún ni él ni ningún otro pueden deshacerlo. Otra figura prominente del movimiento en esos días fue John Reed. El no era un dirigente ni un político, pero su influencia moral era muy grande. John Reed fue el periodista socialista norteamericano que fue a Rusia, tomó parte en la revolución, la relató verídicamente y escribió un gran libro sobre ella, "Diez días que conmovieron al Mundo". En los comienzos, el grueso de los miembros del Ala Izquierda del Partido Socialista eran extranjeros. En esos momentos, más de veinte años atrás, una gran parte del proletariado en Norteamérica era extranjero. Antes de la guerra las puertas de la inmigración habían sido abiertas ampliamente, ya que acumular un gran ejército de reserva servía a las necesidades del capital norteamericano. Muchos de esos inmigrantes llegaron a Norteamérica con las ideas socialistas desde sus países nativos. Bajo el impacto de la Revolución Rusa el movimiento socialista de lengua extranjera creció a pasos agigantados. Los extranjeros se organizaron en federaciones según su idioma, prácticamente cuerpos autónomos afiliados al Partido Socialista. Había tanto como ocho o nueve mil miembros en la Federación Rusa; cinco o seis mil entre los polacos; tres o cuatro mil ucranianos; casi doce mil fineses, etc. -una enorme masa de miembros extranjeros en el partido. La gran mayoría se concentraron bajo la consigna de la Revolución Rusa y después de la división
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del Partido Socialista constituyeron el grueso de los miembros del Partido Comunista. Los dirigentes de estas federaciones aspiraban a controlar al nuevo partido y de hecho lo controlaron. En virtud de estos bloques los obreros extranjeros a quienes representaban, ejercían una influencia inesperada en los primeros días del movimiento comunista. Esto era bueno en algunos aspectos porque en su mayor parte eran comunistas apasionados y ayudaron a inculcar la doctrina del bolchevismo. Pero su dominación era muy mala en otros aspectos. Sus mentes no estaban realmente en los Estados Unidos sino en Rusia. Le dieron al movimiento un tipo de formación no natural y lo contagiaron desde el comienzo con un sectarismo exótico. Los dirigentes dominantes del partido -dominantes en el sentido de que ellos tenían el poder real gracias a los bloques que tenían detrás suyo- era gente absolutamente no familiarizada con la escena política y económica norteamericana. No entendían la psicología de los obreros norteamericanos y no les prestaban mucha atención. Como resultado, el movimiento en sus comienzos sufrió de exceso de irrealismo y tuvo un tinte de romanticismo que puso al partido en muchas de sus actividades y pensamientos fuera de la real lucha de clases de los Estados Unidos. Lo más extraño es que muchos de estos dirigentes de las Federaciones Extranjeras, estaban convencidos de su misión mesiánica. Estaban determinados a controlar el movimiento para mantenerlo en la fe pura. Desde su comienzo en el Ala Izquierda del Partido Socialista y más tarde en el Partido Comunista, el movimiento comunista norteamericano fue zozobrado por tremendas peleas fraccionales, "peleas por el control" se llamaban. La dominación de los dirigentes extranjeros creó una situación paradójica. Ustedes saben que normalmente, en la vida de un gran país imperialista como éste, los obreros inmigrantes extranjeros ocupan una posición de una minoría nacional y tienen que librar una lucha permanente por la igualdad, por sus derechos, sin conseguirlos por completo nunca. Pero en el Ala Izquierda del Partido Socialista y en los comienzos del Partido Comunista, esta relación estaba dada vuelta. Cada uno de los idiomas eslavos estaba fuertemente representado. Los rusos, polacos, lituanos, letones, fineses, etc., tenían la mayoría. Eran la mayorí;a abrumadora y nosotros, los norteamericanos nativos, que pensábamos que teníamos algunas ideas de cómo tenía que ser dirigido el movimiento obrero, estábamos en minoría. Desde el comienzo estuvimos en la posición de una minoría perseguida. En los primeros tiempos tuvimos muy poco éxito. Yo pertenecía a la fracción, primero en el Ala Izquierda del Partido Socialista y más tarde en el movimiento comunista independiente, que quería una dirección norteamericana para el movimiento. Estábamos convencidos de que era imposible construir un movimiento en este país sin una dirección más íntimamente ligada y conocedora del movimiento nativo de los obreros norteamericanos. Muchos de ellos por su parte estaban igualmente convencidos de que era imposible para un norteamericano ser un bolchevique realmente puro. Ellos nos querían y nos apreciaban -como su "expresión inglesa"- pero pensaban que tenían que mantenerse en el control para evitar que el movimiento se convirtiera en oportunista y centrista. Durante años se perdió una gran cantidad de tiempo dando esa pelea, que para los dirigentes
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extranjeros sólo podría ser una pelea perdida. A la larga el movimiento tenía que encontrar una dirección nativa, de otra manera no podría sobrevivir. La pelea por el control asumió la forma de lucha sobre cuestiones organizativas. ¿Deberían los grupos extranjeros organizarse en federaciones, o deberían organizarse en ramas locales sin una estructura nacional o derechos autónomos? ¿Deberíamos tener un partido centralizado, o un partido federado? Naturalmente, la concepción de un partido centralizado era una concepción bolchevique. Sin embargo, en un partido centralizado los grupos extranjeros no podrían ser movilizados tan fácilmente en bloques sólidos, mientras que en un partido federado era posible para los dirigentes de la Federación enfrentar al partido con bloques sólidos de votantes que los apoyaran en las convenciones, etc. Esta lucha desbarató la Conferencia del Ala Izquierda en Nueva York en 1919. Cuando llegamos a Chicago en septiembre de 1919, es decir, en la Convención Nacional del Partido Socialista donde tuvo lugar la división, las fuerzas del Ala Izquierda estaban divididas entre sí. Los Comunistas en el momento de su ruptura con el Partido Socialista eran incapaces de organizar un partido unido propio. Anunciaron al mundo unos días después que habían organizado no un Partido Comunista sino dos. El que tenía la mayoría era el Partido Comunista de los Estados Unidos, dominado por las Federaciones Extranjeras; el otro era el Partido Obrero Comunista, representando a la fracción minoritaria que ya he mencionado, con su mayor proporción de nativos y extranjeros norteamericanizados. Naturalmente, había variaciones y fluctuaciones individuales, pero esta era la línea principal de demarcación. Tal fue el poco auspicioso comienzo del Movimiento Comunista Independiente -dos partidos en el terreno, con programas idénticos, batallando fieramente el uno contra el otro. Para hacer las cosas peor, nuestras divididas filas se enfrentaron a una persecución terrorífica. Ese año, 1919, era el año de la gran reacción en este país, la reacción de la postguerra. Después que los patrones terminaron la guerra para "hacer el mundo seguro para la democracia" decidieron escribir un capítulo suplementario para hacer a los Estados Unidos seguro para el mercado abierto. Comenzaron un giro patriótico furioso contra todas las organizaciones obreras. Miles de obreros fueron arrestados a escala nacional. Los nuevos Partidos Comunistas sufrieron los embates de este ataque. Casi todas las organizaciones locales de costa a costa fueron allanadas; prácticamente cada dirigente del movimiento nacional o local fue puesto bajo arresto, procesado por una u otra cosa. Deportaciones masivas de militantes extranjeros tuvieron lugar. El movimiento fue perseguido a tal punto que fue llevado a la clandestinidad. Los líderes de ambos partidos pensaron que era imposible continuar el funcionamiento abierto, legal. Así, en el mismísimo primer año del Comunismo norteamericano no sólo tuvimos la desgracia, el escándalo y la catástrofe organizativa de dos partidos Comunistas separados y rivales, sino que también tuvimos a ambos partidos después de unos pocos meses, funcionando en grupos y células ilegales. El movimiento permaneció ilegal desde 1919 hasta comienzos de 1922. Después de que el primer shock de las persecuciones pasó y los grupos y células se acostumbraron a su existencia ilegal, los elementos en la dirección que tendían al irrealismo ganaron fuerza, en tanto y en cuanto el movimiento
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estaba entonces completamente aislado de la vida pública y de las organizaciones obreras del país. La disputa fraccional entre los dos partidos continuaba consumiendo una cantidad enorme de tiempo; los refinamientos de la doctrina, los quisquilleos, se convirtieron casi en un pasatiempo. Entonces yo, por mi parte, me di cuenta por primera vez de la completa malicia de la enfermedad del ultraizquierdismo. Parece ser una ley peculiar que cuanto mayor es el aislamiento de un partido de la vida del movimiento obrero, cuanto menor es el contacto que tiene con el movimiento de masas, y cuanto menor es la corrección que éste puede ejercer sobre el partido, tanto más radical se vuelve en sus formulaciones, su programa, etc. Quien desee estudiar la historia del movimiento cuidadosamente, debería examinar algo de la literatura del partido impresa durante esos días. Ustedes ven, no costaba nada ser ultrarradical, porque de todas maneras, nadie les prestaba atención. No teníamos reuniones públicas, no teníamos que hablar a los obreros o ver cuáles eran sus reacciones a nuestras consignas. Así, los que gritaban más fuerte en nuestras reuniones cerradas se convirtieron en más y más dominantes en la dirección del movimiento. La fraseología del "radicalismo" tuvo su día de fiesta. Los años iniciales del movimiento comunista en este país estuvieron más que consagrados al ultraizquierdismo. Durante las elecciones presidenciales de 1920 el movimiento era ilegal y no pudo implementar alguna forma de tener su propio candidato. Eugene V. Debs era el candidato del Partido Socialista, pero estábamos envueltos en una terrible lucha fraccional con este partido y pensábamos erróneamente que no podíamos apoyarlo. Por lo tanto el movimiento se decidió por un programa muy radical: ¡Emitió una proclama altisonante llamando a los obreros a boicotear las elecciones! Ustedes podrán pensar que podríamos haber dicho simplemente "no tenemos candidato, no podemos hacer nada al respecto". Ese fue el caso, por ejemplo, con el Socialist Workers Party. Los trotskistas en 1940, debido a dificultades técnicas, financieras y organizativas, no pudimos participar en las elecciones. No encontramos posible apoyar a ningún candidato, entonces sólo dejamos pasar el asunto. Sin embargo, el Partido Comunista en esos días, nunca dejó pasar algo sin emitir una proclama. Si yo a menudo muestro indiferencia a las proclamas, es porque vi muchas de ellas en los días iniciales del Partido Comunista. Abandoné enteramente la idea de que cada ocasión debe tener una proclama. Es mejor pasarla con pocas; emitirlas en las ocasiones más importantes. Entonces tiene mayor peso. Bueno, en 1920 se sacó un volante llamando a boicotear las elecciones pero no logramos nada de eso. Una fuerte tendencia antiparlamentaria creció en el movimiento. Una falta de interés en las elecciones que llevó años y años superar. Mientras tanto leíamos el folleto de Lenin "El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo". Todos reconocían -teóricamente- la necesidad de participar en las elecciones, pero no había disposición para hacer algo al respecto y varios años tuvieron que pasar antes de que el partido desarrollara alguna actividad electoral seria. Otra idea radical ganó predominancia en el inicial movimiento comunista ilegal: la concepción de que mantenerse clandestino es un principio revolucionario. Durante las dos décadas pasadas hemos disfrutado las ventajas de la legalidad. Prácticamente todos los camaradas del SWP no han conocido
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otra forma de existencia que la del partido legal. Es muy posible que una predisposición legalista haya crecido entre ellos. Esos camaradas pueden sufrir fuertes golpes en tiempos de persecución ya que el partido tiene que ser capaz de realizar sus actividades sin importar la actitud de la clase dirigente. Es necesario para un partido revolucionario saber cómo operar aún en formaciones ilegales. Pero esto sólo debe realizarse por necesidad, nunca por elección. Después que una persona experimenta tanto la organización política ilegal, como la abierta, se puede convencer a sí mismo fácilmente que la más económica, la más ventajosa es la abierta. Es la forma más fácil de entrar en contacto con los obreros, la forma más fácil de captar. Consecuentemente, un bolchevique genuino, aún en tiempo de mayor persecución, trata siempre de atrapar y utilizar cada posibilidad de funcionar abiertamente; si no puede decir todo lo que quiere libremente, dirá lo que pueda y completará la propaganda legal por otros métodos. En los inicios del movimiento comunista, antes de que hubiéramos asimilado apropiadamente los escritos y enseñanzas de los líderes de la Revolución Rusa, creció una tendencia a considerar al partido ilegal como un principio. En tanto el tiempo pasó y la ola de reacción retrocedió, las posibilidades de actividades legales se abrieron. Pero fueron necesarias tremendas peleas fraccionales antes de que el partido tomara el más leve paso en la dirección de legalizarse. La absolutamente increíble idea de que un partido no puede ser revolucionario a menos que sea ilegal fue en realidad aceptada por la mayoría en el movimiento comunista en 1921 y comienzos de 1922. En la cuestión sindical el "radicalismo" también se mantuvo dominante. El ultraizquierdismo es un virus terrible. Prospera mejor en un movimiento aislado, lo van a encontrar ustedes más desarrollado en un movimiento que está aislado de las masas, que no tiene ningún correctivo de éstas. Ustedes lo ven en estas divisiones en el movimiento trotskista -nuestros propios "aspectos lunáticos". Cuanto menos gente los escucha, cuanto menos efectos tienen sus palabras sobre el curso de los eventos humanos, más extremos, irracionales e histéricos son en sus formulaciones. La cuestión sindical estaba en la agenda de la primera convención ilegal del movimiento comunista. Esta convención proclamó una separación y una unificación al mismo tiempo. Una fracción encabezada por Ruthemberg se había separado del Partido Comunista, dominado por los grupos extranjeros. La fracción Ruthemberg se reunión en una convención conjunta con el Partido Obrero Comunista para formar una nueva organización llamada el Partido Comunista Unificado, en Mayo de 1920 en Bridgeman, Michigan (esta no debe confundirse con otra convención en Bridgeman en agosto de 1922 que fue allanada por la policía). El Partido Comunista Unificado ganó la superioridad y se fusionó con la restante mitad del Partido Comunista original un año más tarde. La Convención de 1920, recuerdo con precisión, adoptó una resolución sobre la cuestión sindical. Bajo la luz de lo que se ha aprendido en el movimiento trotskista, les haría poner los pelos de punta. Esta resolución llamó al boicot de la American Federation of Labor (AFL). Estableció que si un miembro del partido está "obligado por necesidad de trabajo" a pertenecer a la AFL, debería trabajar ahí de la misma manera que un comunista trabaja en un Congreso burgués, no para construirlo sino para hacerlo explotar desde
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adentro. Esa estupidez fue más tarde corregida junto con otras cosas. Mucha gente que cometió estas estupideces más tarde aprendió y se desenvolvió mejor en el movimiento político. Siguiendo a la Revolución Rusa, la joven generación, revelándose contra las traiciones oportunistas de los socialdemócratas, tomó demasiada dosis de radicalismo. Lenin y Trotsky dirigieron el "Ala Derecha" -así es como ellos demostrativamente llamaron a su tendencia- en el III Congreso mundial de la Internacional Comunista en 1921. Lenin escribió su folleto, "El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo", dirigido contra los izquierdistas alemanes, tomando las cuestiones del parlamentarismo, sindicalismo, etc. Este folleto, junto con las decisiones del Congreso, hicieron mucho en el curso del tiempo para liquidar la tendencia izquierdista en los inicios de la Comintern. No quiero para nada pintar la fundación del Comunismo Norteamericano como un circo, como hacen los filisteos que se mantienen al margen. No lo fue de ninguna manera. Hubo lados positivos en el movimiento, y estos predominaron. Estaba compuesto de miles de revolucionarios valientes y devotos. A pesar de todos sus errores, construyeron un partido como nunca antes se había visto en este país, es decir, un partido fundamentado en un programa marxista, con una dirección profesional y militantes disciplinados. Aquellos que pasaron el período del partido ilegal, adquirieron hábitos de disciplina y aprendieron métodos de trabajo que irían a jugar un gran rol en la historia siguiente del movimiento. Nosotros estamos construyendo sobre esos cimientos. Aprendieron a tomar el programa seriamente. Aprendieron a sacarse para siempre la idea de que un movimiento revolucionario, que tenga como objetivo el poder, puede ser dirigido por gente que practica el socialismo como un pasatiempo. El típico dirigente del Partido Socialista era un abogado que practicaba leyes, o un predicador o un escritor, o un profesional de un tipo u otro que asentían en venir y hacer un discurso cada tanto. Los funcionarios de tiempo completo eran meramente caballos de tiro que hacían el trabajo sucio y no tenían influencia real en el partido. La brecha entre los obreros de base, con sus aspiraciones e impulsos revolucionarios, y los chapuceros pequeñoburgueses en las alturas era tremenda. El joven Partido Comunista rompió con todo eso y fue capaz de hacerlo fácilmente porque ninguno de los antiguos dirigentes se puso de todo corazón a apoyar la Revolución Rusa. El partido tuvo que sacar nuevos dirigentes de las filas y desde el mismo comienzo se sentó el principio de que esos dirigentes deberían ser obreros profesionales para el partido, deberían poner todo su tiempo y toda su vida a disposición del partido. Si uno piensa en un partido que tiene como objetivo dirigir a los obreros en una lucha real por el poder, entonces no tiene sentido considerar cualquier otro tipo de dirección. En la ilegalidad el trabajo de educación, de asimilación de los escritos de los dirigentes rusos, continuó. Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek, Bujarin, esos eran nuestros maestros. Comenzamos a ser educados en un espíritu totalmente distinto al sentimentaloide del Partido Socialista, en el espíritu de revolucionarios que se toman las ideas y el programa muy en serio. El movimiento tuvo una vida interna muy intensa, tanto más cuanto estaba aislado y vuelto hacia sí mismo. Las peleas fraccionales eran feroces y largamente extenuantes.
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El movimiento comenzó a estancarse en el callejón sin salida de la ilegalidad. Unos pocos de nosotros en la dirección comenzamos a buscar una salida, una forma de aproximarnos a los obreros norteamericanos por medios legales. Estos esfuerzos fueron resistidos con firmeza. Formamos una nueva fracción. Lovestone estaba fuertemente asociado conmigo en la dirección de esta fracción. Más tarde se nos unió Ruthemberg al salir de prisión en la primavera de 1922. Por un año y medio, dos años, esta lucha continuó sin descanso. La pelea por la legalización del movimiento tuvo un resultado positivo de nuestro lado; aunque por el otro hubo una resistencia igualmente determinada por gente convencida hasta la médula de que esto significaba algún tipo de traición. Finalmente, en diciembre de 1921, teniendo una leve mayoría en el Comité Central, nos comenzamos a mover, dando un paso cuidadoso por vez, hacia la legalidad. No pudimos legalizar al partido como tal, la resistencia en la base era todavía muy fuerte, pero organizamos algunos grupos legales para charlas. Después llamamos a una convención para federar estos grupos en un órgano central llamado American Labor Alliance, que convertíamos en una organización de propaganda. Entonces, en diciembre de 1921 recurrimos al plan de organizar al Partido Obrero como una organización legal, abierta, junto con el Partido Comunista ilegal. No podíamos prescindir de éste. No era posible conseguir una mayoría para acordar con esto, pero se efectuó un compromiso por el cual mientras mantuviéramos al partido ilegal, levantaríamos el Partido Obrero como una extensión legal. Dos o tres mil cabezas duras clandestinos se rebelaron contra este movimiento de cambio hacia la legalidad, rompieron y formaron sus propias organizaciones. Continuamos con dos partidos -uno legal y otro clandestino. El Partido Obrero tenía un programa muy limitado, pero se convirtió en el medio a través del cual toda nuestra actividad pública legal se llevaba a cabo. El control yacía en el Partido Comunista clandestino. El Partido Obrero no encontró persecución. La ola reaccionaria había pasado y prevalecía un tono político liberal en Washington y en el resto del país. Podíamos celebrar encuentros públicos y conferencias, publicar periódicos, participar en campañas electorales, etc. Entonces surgió la cuestión ¿Necesitábamos este estorbo de dos partidos? Queríamos liquidar la organización clandestina y concentrar toda nuestra actividad en el partido legal y correr el riesgo de una ulterior persecución. Encontramos una renovada oposición. La lucha continuó ininterrumpidamente hasta que finalmente llevamos el asunto a la Internacional Comunista en el IV Congreso en 1922. En ese congreso yo era el representante de la fracción "liquidacionista", como nos llamaban. Este nombre viene de la historia del bolchevismo. En un determinado momento, después de la derrota de la Revolución de 1905, una sección de los mencheviques se adelantó con la posición de liquidar el partido clandestino en Rusia y confiar toda la actividad a la "legalidad" zarista. Lenin peleó salvajemente contra esta propuesta y sus sostenedores, porque significaba renunciar al trabajo y la organización revolucionarias. Los denunció como "liquidacionistas". Entonces naturalmente cuando nosotros nos vinimos con la propuesta de liquidar el partido clandestino en este país, los izquierdistas con su mente puesta en Rusia mecánicamente transfirieron la expresión de Lenin y nos denunciaron como "liquidacionistas". Entonces nos fuimos a Moscú ante la Internacional
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Comunista. Esa fue la primera oportunidad en que me encontré con el camarada Trotsky. En el curso de nuestra lucha tratamos de obtener el apoyo de miembros individuales de la dirección rusa. En el verano y fines de 1922 pasé muchos meses en Rusia. Por bastante tiempo era como un paria debido a que esta campaña acerca de los "liquidacionistas", había llegado más arriba de nosotros y los rusos no querían tener más que ver con los liquidadores. Sin conocimiento de la situación en Norteamérica tendían a tener prejuicios contra nosotros. Asumían que el partido había sido realmente ilegalizado y cuando la cuestión fue puesta ante ellos estaban inclinados a decir de antemano: "Si ustedes no pueden hacer su trabajo legalmente, háganlo ilegalmente, pero ustedes deben hacer su trabajo". Pero no era así como quedarían las cosas. La situación política en los Estados Unidos hacía posible un Partido Comunista legal. Esa era nuestra discusión y toda la experiencia posterior lo ha probado. Finalmente algunos otros camaradas y yo nos encontramos con el camarada Trotsky y le expusimos nuestras ideas por casi una hora. Después de hacer algunas preguntas, cuando habíamos terminado nos dijo "Es suficiente, voy a apoyar a los "liquidacionistas" y hablaré con Lenin. Estoy seguro que los apoyarán, entonces la autoridad predominante y la influencia, naturalmente se transferiría a ese partido. Es sólo una cuestión de entender la situación política. Es absurdo encorsetar en el chaleco de fuerza de la ilegalidad cuando no es necesario. No hay cuestión alguna en ello". Le preguntamos si arreglaría para que nosotros viéramos a Lenin. Nos dijo que Lenin estaba enfermo, pero si era necesario, si Lenin no estaba de acuerdo con él, arreglaría para que lo viéramos. En unos pocos días el nudo comenzó a desatarse. Una comisión del congreso fue encargada para la cuestión norteamericana y nos presentamos ante una comisión para debatir. Ya había corrido la voz de que Trotsky y Lenin estaban a favor de los "liquidacionistas" y la corriente estaba cambiando a nuestro favor. En la discusión en la audiencia de la comisión, Zinoviev hizo un brillante alegato sobre el trabajo legal e ilegal, trayendo la vasta experiencia de los bolcheviques rusos. Nunca he olvidado ese discurso. La memoria del mismo pone a nuestro partido en un buen lugar hasta nuestros días y lo hará en el futuro, estoy seguro. Radek y Bujarin hablaron en el mismo sentido. Ellos tres eran en esos días los representantes del Partido Comunista Ruso en el Comintern. Los delegados de los otros partidos, después de un completo y profundo debate, dieron apoyo por completo a la idea de legalizar el Partido Comunista Norteamericano. Con la autoridad del Congreso Mundial de la Comintern detrás de las decisiones, la Oposición en los Estados Unidos pronto decreció. El Partido Obrero que había sido creado en 1921 como una extensión legal del Partido Comunista, tuvo otra convención, adoptó un programa más claro y reemplazó por completo a la organización clandestina. Toda la experiencia desde 1923 ha demostrado la sabiduría de esa decisión. La situación política aquí justificaba la organización legal. Hubiera sido una terrible calamidad, pérdida y mutilación de la actividad revolucionaria el mantenerse clandestinamente cuando no era necesario. Es muy importante que los revolucionarios tengan el coraje de correr esos riesgos cuando no se pueden evitar. Pero también es igualmente importante tener la prudencia suficiente para evitar sacrificios innecesarios. Lo principal es lograr que se haga la tarea de la forma más económica y expeditiva posible.
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Una observación final sobre esta cuestión: un pequeño grupo se mantuvo irreconciliable con la legalización del partido. Iban a mantenerse clandestinos a pesar de nosotros. No iban a traicionar al comunismo. Tenían sus cuarteles en Boston y una rama en Cleveland. Cada tanto, a través de los años, escucharíamos de este grupo clandestino una proclama de algún tipo. Siete años más tarde, después de que habíamos sido expulsados del Partido Comunista y estábamos organizando el movimiento trotskista, escucharnos que este grupo en Boston era de alguna manera simpatizante de las ideas trotskistas. Esto nos interesó ya que estábamos muy necesitados de toda la ayuda que pudiéramos obtener. En una de mis visitas a Boston los camaradas locales arreglaron una conferencia con ellos. Eran muy conspirativos y nos llevaron a la vieja manera clandestina al lugar del encuentro. Un comité formal nos recibió. Después de intercambiar saludos, el dirigente dijo: "ahora, camarada Cook, díganos cuál es vuestra proposición". Camarada "Cook" era el seudónimo por el que me conocían en el partido clandestino. El no iba a revelar mi nombre legal en un encuentro clandestino. Le expliqué por qué habíamos sido expulsados, nuestro programa, etc. El dijo que estaban deseosos de discutir el programa trotskista como base de la unidad en un nuevo partido. Pero querían acordar primero en un punto: el partido que íbamos a organizar tendría que ser una organización clandestina. Entonces intercambié algunos chistes con ellos y volví a Nueva York. Supongo que todavía son clandestinos. Ahora, camaradas, todo esto es algo así como el fondo, una introducción a la historia de nuestro movimiento trotskista. La semana que viene trataré lo del desarrollo posterior del Partido Comunista en los años iniciales antes de nuestra expulsión y la reconstrucción del movimiento bajo la bandera del trotskismo.
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2. Luchas fraccionales en el viejo partido comunista La semana pasada di un esbozo del comienzo de los días pioneros del comunismo estadounidense. Aunque omití mucho, y toqué sólo algunos puntos claves, no logramos ir más allá de 1922, del Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, de la legalización del movimiento comunista clandestino y del principio del trabajo abierto. Hablé sobre los aspectos negativos del movimiento inicial y de las enfermedades infantiles que lo plagaron --algo que casi siempre sucede con los movimientos jóvenes--, en particular la virulenta enfermedad infantil del ultraizquierdismo. Sin embargo, estos aspectos negativos, el irrealismo de gran parte del trabajo, los eclipsó con mucho el lado positivo: la creación en Estados Unidos, por primera vez, de un partido político revolucionario fundado en las doctrinas bolcheviques. Fue esa la gran contribución del comunismo pionero. Un grupo de gente organizó un partido político nuevo. Ellos asimilaron ciertas enseñanzas básicas del comunismo. Se habituaron a procedimientos disciplinados, que es uno de los requisitos para la construcción de un partido político obrero serio. Nunca antes había sucedido esto en Estados Unidos. Ellos crearon el instrumento de un liderazgo profesional, igualmente otro de los requisitos más elementales de un partido revolucionario serio. El movimiento comunista en sus primeros años demostró convincentemente la influencia predominante de las ideas sobre cualquier otra cosa. Esto se demostró de forma impresionante en la lucha por la supremacía entre el IWW [Obreros Industriales del Mundo] y el joven Partido Comunista. En los días que precedieron a la guerra, el IWW era un movimiento obrero combativo bastante grande. Al comenzar la guerra, era indiscutiblemente la organización que abarcaba entre sus filas al mayor grupo de militantes proletarios. Sin embargo, el núcleo del Partido Comunista surgió del Partido Socialista. Un número considerable era de extracción pequeñoburguesa, de ellos un elevado porcentaje eran jóvenes sin experiencia alguna en la lucha de clases. Miles de ellos eran trabajadores nacidos en el exterior que nunca habían sido realmente asimilados en la lucha de clases en Estados Unidos. En lo que a material humano respecta, el IWW llevaba todas las de ganar. Sus militantes ya se habían puesto a prueba en muchas luchas. Tenían a centenares y centenares de sus miembros en la cárcel, y desplegaban cierto desdén hacia este movimiento advenedizo que hablaba con tanta confianza en términos revolucionarios. Los miembros del IWW pensaban que sus acciones y sus sacrificios superaban tanto a las puras pretensiones doctrinales de este nuevo movimiento revolucionario que no tenían nada que temerle en términos de rivalidad. Estaban seriamente equivocados. Partido Comunista desplaza al IWW Al cabo de pocos años, para 1922, quedó bien claro que el Partido Comunista había desplazado al IWW como organización dirigente de la vanguardia. El IWW, con su maravillosa mezcla de militantes proletarios, con todas sus luchas heroicas, no pudo mantener el paso. No habían adaptado su ideología a las lecciones de la guerra y de la revolución rusa. No habían adquirido suficiente respeto hacia la doctrina, hacia la teoría. Por eso su organización degeneró, mientras que esta nueva organización, con su material
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más pobre, con su juventud inexperta, que había tomado en sus manos las ideas vivas del bolchevismo, completamente rebasó al IWW, dejándolo muy rezagado en sólo unos pocos años. La gran lección de esta experiencia es el desatino que representa tomar a la ligera la fuerza de las ideas o imaginar que se puede encontrar algo que sustituya las ideas correctas al construir un movimiento revolucionario. Tras resolver la lucha básica sobre la legalización con los ultraizquierdistas, el partido abandonó la clandestinidad. Como mencioné, ya había conquistado hegemonía completa sobre la vanguardia del proletariado en este país. Por todos lados se le consideraba, y debidamente, como la agrupación más avanzada y revolucionaria en este país. El partido empezó a atraer a sus filas a algunos sindicalistas naturales del país. William Z. Foster, quien por aquel entonces ostentaba la gloria de su labor en la huelga del acero, y otros sindicalistas más, un grupo bastante grande, entraron a este Partido Comunista: nacido en el exterior, medio exótico, pero dinámico. Toda la orientación del partido empezó a cambiar. De riñas clandestinas, disputas irrealistas y refinamientos excesivos de la doctrina, el partido se orientó hacia el trabajo de masas. Los comunistas empezaron a preocuparse con problemas prácticos de la lucha de clases. Gradualmente el partido procedió a "sindicalizarse", dando sus primeros pininos en la Federación Norteamericana del Trabajo, la organización sindical dominante, prácticamente la única en aquella época. Debates sobre política sindical A la vez que librábamos la batalla por la legalización del partido, combatíamos por corregir la política sindical del partido. Esta lucha también fue exitosa; se rechazó la posición sectaria original. Los comunistas pioneros revisaron sus anteriores pronunciamientos sectarios con los que habían favorecido el sindicalismo independiente. Todo el dinamismo del Partido Comunista ahora lo dirigían hacia los sindicatos reaccionarios. El mérito principal de esta transformación también le pertenece a Moscú, a Lenin y a la Comintern. El gran folleto de Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, aclaró este problema de forma decisiva. Para 1922-23, el partido iba bien encaminado hacia la penetración del movimiento sindical y rápidamente empezaba a ejercer una influencia seria en varios sindicatos en diversas partes del país. Eso fue particularmente el caso en el sindicato de los mineros del carbón y en los sindicatos de la aguja, así como en algunos otros, el partido hizo sentir su influencia. Sin embargo, simultáneamente con esta labor práctica y totalmente progresista, el partido se sumió en algunas aventuras oportunistas. Al parecer, ningún partido puede corregir jamás una desviación, la debe sobrecorregir. Se nos va la mano en la otra dirección. Así, el joven partido que hasta hacía poco se preocupaba con el refinamiento de la doctrina bajo el aislamiento clandestino, sin tener nada que ver con el movimiento sindical --ya no se diga con el movimiento político, la pequeña burguesía y los farsantes sindicales--, este mismo partido ahora se hundía en un número de aventuras desenfrenadas en el campo de la política sindical y agrícola. El intento del liderazgo del partido de formar, de la noche a la mañana, mediante una serie de maniobras y combinaciones, un partido de trabajadores y agricultores grande sin contar con
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respaldo suficiente en el movimiento de masas de los trabajadores, sin la fuerza suficiente de los propios comunistas, sumió al partido en la confusión. Se precipitaba una nueva lucha interna. La serie de nuevas luchas fraccionales que empezó el año de 1923, unos seis meses después de liquidarse la vieja lucha sobre la legalización, continuó casi sin interrupción hasta el momento en que a los trotskistas nos expulsaron del partido en 1928. La lucha continuó con furia hasta la primavera de 1929, cuando expulsaron a los dirigentes lovestonistas, los mismos que nos habían expulsado a nosotros. A partir de entonces, la estalinizada Comintern frenó las luchas fraccionales expulsando a cualquiera que demostrara independencia de carácter, y seleccionando a una nueva dirección que debía brincar cada vez que sonara la campana. Por medios burocráticos lograron un monolitismo pacífico en el partido. Lograron la paz del estancamiento y la descomposición ideológicos. Luchas fraccionales Las luchas fraccionales que convulsionaron al partido durante todo este periodo no impidieron que la organización realizara una gran cantidad de trabajo en la lucha de clases, desarrollando su actividad en muchos campos. Estableció un diario revolucionario por primera vez en este país. Ese fue un gran logro para un partido de no más de diez mil o quince mil miembros. La labor propagandística se desarrolló a un amplio nivel. El trabajo de defensa obrera se organizó a un alcance y sobre una base sin precedentes hasta ese entonces. El Partido Comunista introdujo al movimiento obrero en ese periodo muchas innovaciones de carácter progresista. Prácticamente toda huelga seria que estallaba, se libraba bajo el liderazgo del partido. Notablemente, la gran huelga de Passaic de 1926, que acaparó la atención de todo el país, estuvo completamente bajo el liderazgo de los comunistas, quienes progresivamente pasaron a ser los dirigentes indiscutibles de toda tendencia progresista y combativa en el movimiento obrero estadounidense. Una gran cantidad de comentaristas y expertos de sillón, complementados ocasionalmente por unos cuantos renegados desilusionados, tratan de pintar este periodo histórico temprano --los primeros días del comunismo estadounidense--, como tan solo un desorden lleno de estupideces, errores, fraude y corrupción. Esa es una evaluación completamente falsa y absolutamente absurda de ese periodo. La explicación de las luchas fraccionales en el joven Partido Comunista radican en causas más serias que la mala voluntad de algunos individuos. Creo que si uno estudia el suceso de forma cuidadosa, con cierto conocimiento de los hechos, puede deducir ciertas leyes de la lucha fraccional que le ayudarán a comprender los brotes de fraccionalismo en otras organizaciones políticas obreras, especialmente las nuevas. Y por supuesto vale la pena mencionar --aunque los sabihondos nunca lo hacen-- que el Partido Comunista no ejercía el monopolio sobre las luchas fraccionales. Desde los orígenes de la política, las luchas fraccionales han hecho estragos en toda organización política. Los problemas fraccionales de los primeros comunistas han despertado atención; y se escribe y se habla de algunos de sus aspectos negativos --el trapicheo que en ellos se practicaba--, como si tales cosas jamás pasaran en ningún otro lado. Las distorsiones de la
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historia son la especialidad de críticos de sillón como Eugene Lyons y Max Eastman y otros nimios que nunca tuvieron ni siquiera un dedo en la verdadera lucha de la clase obrera. Recientemente se les han unido renegados arrepentidos como Benjamin Gitlow, quien terminó derrotado y decepcionado de forma tan rotunda que corrió a los brazos de la misma democracia estadounidense que él había combatido en sus días de joven rebelde. Qué patético es el cuadro de un hombre que abraza las doctrinas de los amos que le han destruido el espíritu. Ellos presentan estas luchas fraccionales como algo completamente monstruoso. En especial se llenan de entusiasmo cuando encuentran algo no exactamente loable desde un enfoque moralista. Ni siquiera se detienen a considerar --ya no digamos mencionar--, la ética y la moral de Tammany Hall [sede del Partido Demócrata] o del Partido Republicano, o las luchas fraccionales totalmente deshonestas, corruptas, hipócritas y asquerosas entre camarillas como las que vimos en el Partido Socialista. Sólo cuando encuentran algo de mal gusto en la historia temprana del Partido Comunista es que lanzan sus manos en santo horror. Revolucionarios abnegados No se dan cuenta que así le rinden tributo de manera inconsciente al movimiento comunista, como si dijeran: Uno tiene derecho a esperar algo mejor del Partido Comunista, aún en sus primeros días de inmadurez y raquitismo, que de las organizaciones políticas estables de la burguesía y de la pequeña burguesía. Y en eso hay más de un germen de verdad. Los medios deben servir el fin. Todo lo que viole la verdad o los tratos honorables en el movimiento proletario revolucionario contradice los grandes objetivos del comunismo, no tiene cabida, salta a la vista. Esas cualidades --todas sus mentiras, trampas, robos y duplicidad sistemáticos-- son propias de las organizaciones políticas burguesas y pequeñoburguesas, de todo su entorno. Las luchas fraccionales que caracterizaron toda la trayectoria del movimiento comunista durante sus primeros diez años tuvieron numerosas causas. No es que se hubiera juntado una pandilla de bandidos, que luego comenzaron a pelear por el botín. No era nada por el estilo. No había un botín. La gran mayoría de los pioneros del comunismo se adhirió con propósitos serios y motivos sinceros a fin de organizar un movimiento para la emancipación de los trabajadores del mundo entero. Estaban preparados a hacer sacrificios y tomar riesgos para alcanzar sus ideales, y así lo hicieron. Eso es cierto de los que se adhirieron en torno a la bandera de la revolución rusa en 1917, y construyeron el gran movimiento que para el congreso de Chicago en 1919 ya tenía entre 50 mil y 60 mil miembros. Es particularmente cierto de aquellos que, tras iniciarse las tremendas persecuciones, permanecieron en el partido no obstante los arrestos y deportaciones, las privaciones y dificultades de la vida clandestina, y los problemas financieros. Los gimoteadores, los que siguieron observando desde las barreras porque fueron incapaces de hacer esos sacrificios o asumir esos riesgos, tratan de pintar a los pioneros comunistas como elementos moralmente corruptos. Sencillamente ponen la realidad patas arriba. En esos primeros días, los mejores elementos se vieron atraídos al partido. Se fueron decantando más con las persecuciones y dificultades de la época clandestina. No, los orígenes
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de las luchas fraccionales iban más allá de la mala voluntad de algunos individuos. En mi opinión, había unos cuantos pillos, pero eso no prueba nada. Es normal encontrar una que otra manzana podrida en cualquier barril. Las causas de las prolongadas luchas fraccionales eran más fundamentales. Composición del partido En mi primera presentación expliqué las tremendas contradicciones implícitas en la composición del partido. Por un lado estaba la militancia en que predominaban los miembros de lenguas extranjeras, con su enfoque irrealista ante el problema de construir un movimiento en un país donde aún no habían sido asimilados; con su concepción fanática de que ellos tenían que controlar el movimiento, no para provecho personal, sino para preservar la doctrina que ellos creían ser los únicos que la entendían. Por otro lado estaba el grupo de norteamericanos, numéricamente más pequeño, quienes, aun si no entendían la doctrina del comunismo tan bien como los extranjeros --y eso también era cierto--, estaban convencidos de que el movimiento debía tener una orientación norteamericana y una dirección nativa. Esta contradicción alimentó la lucha fraccional. Luego había otro factor: la falta de dirigentes experimentados y con autoridad. El movimiento se multiplicó casi de la noche a la mañana tras la victoria de 1917 en Rusia. Todos los viejos dirigentes del Partido Socialista que gozaban de autoridad rechazaron el bolchevismo y se aferraron a las vías seguras del reformismo. Hillquit y Berger, todos los grandes nombres del partido le dieron la espalda a la revolución rusa y a las aspiraciones de los jóvenes revolucionarios del movimiento. Incluso Debs, quien había expresado simpatía, permaneció en el partido de Hillquit y Berger cuando se dio el encontronazo. El nuevo movimiento tenía que encontrar nuevos dirigentes; los que se destacaban eran en su mayoría gentes desconocidas, sin mucha experiencia y sin autoridad personal. Se necesitó toda una serie de luchas fraccionales prolongadas para que el partido pudiera ver quiénes eran los dirigentes mejor calificados y quiénes las figuras accidentales. Los cuerpos administrativos cambiaban rápidamente de un congreso a otro. A gentes casuales, temporáneas, se las apartaba a empellones en estas feroces luchas fraccionales, en las que si uno no sabía cómo erguirse y aguantar, lo echaban a un lado y lo tumbaban. Muchos que un año parecían tener habilidades de liderazgo, y que por consiguiente resultaban electos, al año siguiente los echaban a un lado y los reemplazaban hombres previamente desconocidos. Todo esto fue un proceso de seleccionar dirigentes en el transcurso de la lucha. ùHay alguna otra forma de hacerlo? No sé dónde se haya hecho. Un grupo de dirigentes con autoridad, capaces de mantener su continuidad con el apoyo firme del partido; no sé cómo ni dónde se consolidó jamás una dirección de este tipo salvo mediante luchas internas. Engels escribió una vez que el conflicto interno es la ley del desarrollo de todo partido político. Y ciertamente fue la ley del desarrollo del primer movimiento comunista norteamericano. Y no sólo del Partido Comunista inicial, sino también en los primeros días de su sucesor auténtico, el movimiento trotskista. Una vez que un movimiento ha evolucionado a través de la experiencia, la lucha y el conflicto interno, al punto que logra consolidar un equipo de
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dirigentes que gozan de una amplia autoridad, que son capaces de trabajar juntos y que tienen concepciones políticas más o menos homogéneas, entonces tienden a disminuir las luchas fraccionales. Estas se vuelven más esporádicas y menos destructivas. Asumen formas distintas, tienen un contenido ideológico que se hace más evidente, y resultan más instructivas para los militantes. La consolidación de tal dirección se convierte en un poderoso factor que mitiga y a veces previene nuevas luchas fraccionales. En el movimiento comunista inicial logramos al final consolidar una dirección bastante estable, pero con una estructura peculiar que de nuevo reflejaba la contradicción de la composición del partido. Después de cuatro o cinco años de estos avatares, le quedó claro a todos quiénes eran los dirigentes del movimiento comunista norteamericano. Y no eran los que habían sido dirigentes en 1919-20. Muy pocos de los funcionarios iniciales del movimiento sobrevivieron estas luchas. La fracción Foster-Cannon El liderazgo que finalmente se destacó en el movimiento comunista inicial --y este es un aspecto muy interesante de su historia-- no se consolidó como un grupo único homogéneo. Eso se debió al hecho que el partido no era homogéneo. En vez de una dirección unificada, con autoridad e influencia sobre el partido en su conjunto, los dirigentes destacados eran líderes de fracciones que reflejaban las contradicciones dentro del partido. La nueva lucha fraccional que comenzó en 1923, primordialmente en torno a la cuestión del aventurismo en el movimiento político sindical y agrícola, y que luego se extendió a todos los problemas de nuestra labor práctica, nuestro enfoque sobre los trabajadores norteamericanos, nuestros métodos en el trabajo sindical: esta lucha prolongada era una reflexión clara de las contradicciones en la composición social del partido y de los diferentes orígenes y antecedentes de los grupos. La lucha la organizamos Foster y yo contra lo que era entonces la mayoría, Ruthenberg, Lovestone, Pepper, etcétera. Pronto quedó claro que nuestro grupo tenía la composición de una fracción proletaria, sindical. El grueso de los sindicalistas --prácticamente todos--, trabajadores norteamericanos con experiencia, militantes, y los extranjeros más americanizados, estaba a favor nuestro. Pepper-Ruthenberg-Lovestone tenían a la mayoría de los intelectuales y a los trabajadores extranjeros menos asimilados. Los dirigentes típicos de su fracción, entre ellos los dirigentes secundarios, eran muchachos que venían del City College, jóvenes intelectuales sin experiencia en la lucha de clases. Lovestone era el ejemplo más notable. Eran unos tipos muy inteligentes. Sin duda que en general tenían mucho más conocimiento de libros que los dirigentes de la otra fracción y sabían cómo aprovechar al máximo sus ventajas. Era tipos duros de pelar. Sin embargo, nosotros también sabíamos una que otra cosita, incluso algunas que nunca se aprenden en los libros, y les dimos mucho qué hacer. Esa lucha por el control del partido fue feroz, allí se valía de todo, y se seguía de un año al siguiente sin importar quién tenía la mayoría en ese instante. A veces la lucha del momento se enfocaba en lo que parecían ser asuntos insignificantes.
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¿Dónde ubicar la sede del partido? Por ejemplo, ùdónde debía situarse la oficina nacional del partido? Nuestra facción decía que en Chicago; la otra, en Nueva York. Luchamos en torno a esto. Pero no porque fuésemos tan estúpidos, como lo presentan los críticos de sillón. Nosotros creíamos que si mudábamos la oficina nacional a Chicago, eso le daría al partido una orientación más norteamericana, lo acercaría a las zonas mineras, lo acercaría al centro del movimiento obrero estadounidense. Queríamos proletarizar el partido y hacerlo más norteamericano. Al insistir en Nueva York, ellos también lo hacían por motivos políticos. Había un fuerte elemento pequeñoburgués en el partido en Nueva York; aquí los intelectuales se destacaban más. Ellos estaban más a gusto aquí, me refiero en lo político. Así es que la lucha sobre la ubicación de las oficinas del partido es en realidad más comprensible si uno va al fondo del asunto. Esta larga y prolongada lucha, en su conjunto, debidamente la podrán calificar los historiadores honestos y objetivos del futuro --y creo que así lo harán-- como una batalla entre las tendencias proletaria y pequeñoburguesa del partido, en la cual la tendencia proletaria carecía de la suficiente claridad programática para llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias. No olviden que prácticamente todos éramos unos novatos. Acabábamos de conocer --y aún no lo suficiente-- las doctrinas del bolchevismo. No teníamos un historial de experiencia en la política; no teníamos a nadie que nos enseñara; teníamos que aprenderlo todo en la lucha, mediante golpes en la cabeza. La fracción proletaria trastrabillante cometió muchos errores e hizo muchas cosas contradictorias al calor de la lucha. Sin embargo, en mi opinión, la esencia de su empuje fue históricamente correcta y progresista. Tres fracciones A medida que se desarrolló la lucha, las dos fracciones principales --la de Foster-Cannon por un lado y la de Ruthenberg-Lovestone-Pepper por el otro--, produjeron más divisiones. En efecto, las divisiones estaban implícitas desde el principio porque había estratificaciones similares dentro de la fracción Foster-Cannon. El grupo que se asociaba más estrechamente conmigo lo formaban comunistas pioneros, hombres de partido desde un comienzo, y quienes habían adoptado los principios del comunismo antes que los del ala de Foster. El ala de Foster tenía más experiencia sindical, con conceptos más limitados, menos consciente de los problemas teóricos y políticos. En el curso de las incesantes luchas fraccionales, esta división implícita pasó a ser una división formal. El partido se vio entonces ante tres fracciones: la fracción de Foster, la fracción de Lovestone (Ruthenberg murió en 1927) y la fracción de Cannon. Esa división continuó hasta que nos echaron del partido en 1928. Todas estas fracciones lucharon de forma interminable por ideas que no tenían completamente claras. Como dije antes, si bien teníamos algunas nociones, y en general sabíamos lo que queríamos, carecíamos de la experiencia política, la educación doctrinaria y el conocimiento teórico para formular nuestro programa con la precisión suficiente que nos permitiera dar solución adecuada a los problemas. Recordarán la gran batalla que tuvimos hace un par de años con la oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista
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de los Trabajadores. Si uno estudia esa batalla para ver cómo se desarrolló, alcanza a ver cómo nos habíamos beneficiado de la experiencia de la lucha más primitiva librada entre las fracciones pequeñoburguesa y proletaria dentro del antiguo Partido Comunista. Desde aquel entonces habíamos ganado más experiencia, habíamos estudiado algunos libros y habíamos adquirido más conocimientos de teoría y política. Eso nos permitió presentar los puntos en conflicto de manera clara e impedir que la lucha contra Burnham, Shachtman y Cía. se atascara en un pleito sin principios y sin claridad previsible, como había sucedido en la época pasada. Ahora, los dirigentes que he mencionado --Ruthenberg, Lovestone, Cannon y Foster--, estas cuatro personas estuvieron siempre en el Comité Político del partido. Estos cuatro fueron siempre los dirigentes reconocidos y que gozaban de autoridad en el partido; o sea, eran dirigentes de fracciones y eso los hacía parte de la dirección del partido. Y cada fracción tenía tanta fuerza --es decir, el peso total del partido estaba distribuido tan equitativamente entre las fracciones--, que a ninguna de ellas se la podía aplastar o eliminar. A cada una de ellas estaba ligada demasiada gente, demasiados de los funcionarios capaces del partido. Así que, por ejemplo, cuando los lovestonistas obtuvieron la mayoría del partido gracias a la ayuda y a los garrotazos de la Comintern, no lograron hacer lo que habrían querido: echarnos a un lado, especialmente debido a que el trabajo sindical y de masas prácticamente lo monopolizaban las otras fracciones. Muchos de los organizadores, redactores y funcionarios del partido estaban íntimamente conectados conmigo y no los podían reemplazar. La fracción de Foster era más fuerte aún, especialmente en el campo sindical. No se podían deshacer de nosotros, es decir, no sin desbaratar el partido. Así que, por así decirlo, el partido quedó prácticamente dividido en tres provincias. Cada fracción había conquistado el espacio suficiente para trabajar en determinadas áreas con una autoridad prácticamente ilimitada y bajo un mínimo de control. La fracción de Foster dominaba todo el terreno del trabajo sindical. Nosotros organizamos la Defensa Obrera Internacional (ILD) y la manejamos prácticamente a nuestro antojo. Esto era cuando los lovestonistas tenían una ligera mayoría. Los lovestonistas estaban en control del aparato del partido, pero no de una forma tan firme como para que prescindieran de nosotros, de modo que esa peculiar correlación de fuerzas se mantuvo por varios años. Naturalmente, este no era un partido verdaderamente centralizado en el sentido bolchevique de la palabra. Era una coalición de tres fracciones. En esencia, eso era en realidad el partido. Nosotros solos no podíamos resolver el problema. Ninguna fracción podía derrotar de forma decisiva a las otras; ninguna fracción iba a dejar el partido; ninguna fracción tenía la capacidad suficiente de formular su programa de forma que pudiera ganar una verdadera mayoría en el partido. Estábamos en un punto muerto, una lucha fraccional prolongada y desmoralizadora sin fin, sin claridad previsible. Esos fueron días desalentadores. A cualquier revolucionario normal le tiene que resultar en extremo desagradable atravesar no sólo semanas y meses, sino años y años de lucha fraccional. Hay quienes gustan de las luchas fraccionales; en todas las fracciones teníamos gente que nunca despertaba de verdad sino hasta que la lucha fraccional comenzaba a borbotear. Entonces cobraban vida. Cuando había que hacer algún trabajo constructivo --manifestaciones, líneas de piquete, aumentar la circulación de la
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prensa o ayudar a los prisioneros de la guerra de clases--, a ellos no les interesaban esas rutinas prosaicas. Sin embargo, sólo había que anunciar que iba a haber una reunión fraccional y ellos estaban allí, siempre, en primera fila. En todo movimiento hay ciertos personajes anormales. Nosotros los teníamos de sobra. Yo podría dar varias charlas biográficas sólo sobre este tema, "Facciosos profesionales que he conocido". Gente así jamás podrá dirigir un movimiento político. Después que el movimiento finalmente recobra el aliento, quita los obstáculos del camino, los facciosos profesionales dejan de tener cabida en su dirección. En última instancia, los dirigentes deben construir. Los dirigentes de nuestras viejas fracciones no eran unos ángeles, eso debo admitirlo. En absoluto. En un sentido político, eran luchadores muy ásperos. Peleaban dándolo todo. ùPero eran también acaso unos sinvergüenzas interesados, como los presentan diletantes como Eugene Lyons y Max Eastman, y toda esa gente mojigata que se apartó del movimiento y que para medirlo utilizaron el rasero de la moralidad abstracta? En absoluto. Al principio no era un sinvergüenza ni siquiera Gitlow, quien hoy rezagado apoya esa tesis. Creo que algunos de ellos ya nacieron podridos, pero la gran mayoría de los cuadros dirigentes de todas la fracciones eran hombres que se incorporaron al movimiento por razones y fines idealistas. Allí se incluye hasta a los que después se convirtieron en estalinistas y chauvinistas degenerados. Su degeneración resultó de un largo proceso de evolución, presión, decepción, engaño, desilusión y más. Los que se incorporaron al movimiento en los días difíciles de 1919 ó, más bien, los que apoyaron la revolución rusa en los días de la guerra, fundaron el partido en 1919, y aguantaron lo peor de las persecuciones y las redadas en los días de la clandestinidad: desde un punto de vista moral eran muy superiores a los políticos de Tammany Hall o del Partido Republicano o los de cualquier otro movimiento político burgués o pequeñoburgués que uno pueda mencionar. De haber obtenido la ayuda que necesitábamos, habríamos podido resolver nuestro problema. Es decir, la ayuda de gente más experimentada y con autoridad. El problema era demasiado grande para nosotros. En los movimientos políticos mas avanzados puede suceder, y sucede, que grupos locales alejados del centro caigan en disputas que derivan en luchas fraccionales y formaciones camarillistas, hasta que, debido a su inexperiencia, la situación se vuelve irresoluble para sus propias fuerzas. Si tienen una dirección nacional sabia, una dirección honesta y madura que sepa intervenir de forma inteligente y justa, nueve de diez de estos atolladeros locales al final se pueden superar y los camaradas pueden hallar bases para la unificación mediante el trabajo conjunto. Ahora, si en aquellos años hubiésemos podido obtener ayuda de la Internacional Comunista, ayuda de los dirigentes rusos, con la que contábamos y la cual buscamos, indudablemente habríamos podido resolver nuestros problemas. Había cosas buenas en todas las fracciones. Todas tenían gente de talento. En condiciones normales, con una dirección correcta y con la ayuda de la Comintern, la gran mayoría de los dirigentes de estas fracciones al final se podrían haber aglutinado y consolidado en una dirección única. La dirección de estas tres fracciones, unidas y trabajando juntas bajo la supervisión y dirección de dirigentes internacionales más experimentados, habría sido una fuerza poderosa para el comunismo. El Partido Comunista habría podido dar un gran salto hacia adelante.
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Papel de la Internacional Comunista Acudimos a la Comintern en busca de ayuda, pero la verdadera fuente del problema estaba allí, aunque en aquel momento lo desconocíamos. Sin que lo supiéramos, la Comintern comenzaba a pasar por su proceso degenerativo. La ayuda honesta y capaz que recibimos de Lenin, de Trotsky y de toda la Comintern en 1921 y 1922 sobre la cuestión sindical y sobre las cuestiones de la clandestinidad y la legalidad, nos permitieron resolver los problemas y liquidar las viejas luchas fraccionales. En vez de recibir tal ayuda en los años posteriores, nos topamos con la degeneración de la Comintern, con el comienzo de su estalinización. La dirección de la Comintern observaba nuestro partido --así como el resto de partidos--, no con miras a resolver problemas, sino para echarle leña al fuego. Ya tramaban para deshacerse de toda la gente independiente, de agallas, la testaruda, a fin que del desorden pudieran crear un partido estalinista dócil. Ya hacían intentos de crear ese tipo de partido aquí y en todas partes, y ninguno de esos dirigentes combativos les resultaba muy útil. Nosotros solíamos ir a Moscú todos los años. El "problema estadounidense" siempre estaba en el orden del día. En la Comintern siempre había una "comisión sobre Estados Unidos". Ellos nos vieron batallar ante esas comisiones y no tardaron en convencerse de que sería muy difícil emplear a aquellos muchachos en el proyecto que tenían en mente. Lo más seguro es que ya estaban trazando planes para deshacerse de los dirigentes más destacados de todas la fracciones y crear una nueva fracción que sería un instrumento de Stalin. Siempre que viajábamos a Moscú lo hacíamos llenos de confianza de que en esa ocasión íbamos a recibir alguna ayuda, algún apoyo, porque íbamos sobre la trayectoria correcta, porque nuestras propuestas eran acertadas. Y cada vez quedábamos decepcionados, cruelmente decepcionados. La Comintern invariablemente apoyaba a la fracción pequeñoburguesa contra nosotros. A cada oportunidad le asestaban golpes a la fracción proletaria, la que en los primeros años constituía la mayoría. La primera lucha la libramos en el congreso de 1923, y ganamos una mayoría de dos a uno. Quedó claro que la masa de los militantes del partido quería a la dirección de la fracción proletaria. Posteriormente, después de formalizarse la división en la fracción de Foster-Cannon, aún trabajábamos la mayor parte del tiempo en bloque contra los lovestonistas. Siempre que a los miembros del partido se les dio la oportunidad de expresarse, demostraron que querían que este bloque tuviera la dirección dominante del partido. Sin embargo, la Comintern dijo, "no". Querían disolver ese bloque. Y estaban especialmente ansiosos, por la razón que fuera, de disolver nuestro grupo, el grupo de Cannon. Algo deben haber sospechado. No escatimaron esfuerzos en atacarme. Incluso ya para el Quinto Congreso de la Comintern en 1924, como de la nada --yo no estaba presente en aquella ocasión-- condenaron con una resolución un leve error que había cometido. Cada uno de los miembros de la dirección del partido había cometido errores de este tipo o peores; sin embargo, la Comintern hizo un esfuerzo máximo para citar mi negligencia a fin de socavar mi prestigio.
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Campaña contra el trotskismo Luego, al pasar los años, se desarrolló la campaña contra el trotskismo. En todos los partidos, la calificación para pertenecer a la dirección, el criterio por el cual se medía a los dirigentes en Moscú era: quién grita mas fuerte contra el trotskismo y contra Trotsky. No se nos daba ninguna información real que clarificara las cuestiones en la lucha en el partido ruso. Nos abrumaban con documentos oficiales y todo tipo de acusaciones y calumnias, pero nada, o casi nada, del otro aspecto de la cuestión. Abusaron de la confianza de las filas del partido. De igual forma, los dirigentes del partido, que confiaban en la Comintern, vieron cómo se abusaba de su confianza una y otra vez. Siempre que viajábamos a Moscú, en vez de regresar con una solución, regresábamos con una resolución aparentemente diseñada para traer la "paz" al partido, pero amañada de manera tal que hiciera que la lucha fraccional se avivara más que nunca. No había tal cosa como un acuerdo en torno a la lucha. En el instante que se firmaba cualquier tipo de declaración unitaria, estallaba de nuevo la guerra fraccional. El cinismo se comenzó a extender entre las filas. Se creó una máxima que decía que la firma de un "acuerdo de paz" significaba, "hoy sí va a arder de verdad la lucha fraccional". Llegaron las cosas a tal punto que uno tenía que ser reservado, tenía que observar cada paso que daba, porque estaba trabajando en una atmósfera hostil. Se hizo necesario poner reservas cada vez que uno acordaba algo. Una atmósfera moral muy dañina, como una neblina, empezó a envolver el partido. El que la degeneración de la Comintern ejerciera una influencia determinante en nuestro partido es un hecho que mucha gente superficial cita como prueba de la falta de realismo del movimiento norteamericano, de su incapacidad de resolver sus propios problemas, etcétera. Estos gimoteadores sólo demuestran que no tienen la menor idea de lo que es y debe ser una organización revolucionaria internacional. La influencia que Moscú ejercía era algo perfectamente natural. La confianza y las expectativas que nuestro joven partido depositó en la dirección rusa se justificaban plenamente porque los rusos habían hecho una revolución. Naturalmente, en el movimiento internacional la influencia y autoridad del partido ruso eran más fuertes que las de cualquier otro partido. Los más sabios, los más experimentados, dirigen a los neófitos. Así va a ser y así debe ser en cualquier organización internacional. No existe tal cosa como un desarrollo parejo de todos los partidos en una internacional. Esto lo hemos visto en la Cuarta Internacional en el transcurso de la vida del camarada Trotsky, quien personificó toda la experiencia de la revolución rusa y de la lucha contra Stalin. La autoridad y el prestigio de Trotsky se destacaban de manera absoluta en la Cuarta Internacional. Sus palabras no tenían la fuerza de una orden burocrática, sino que poseían una tremenda fuerza moral. Y no sólo eso. Como se demostró una y otra vez en cada dificultad y en cada disputa, su paciencia, su sabiduría y su conocimiento se hacían sentir de manera constructiva y honesta; y siempre ayudaba a todo partido y a todo grupo que solicitara su intervención. Nuestra experiencia en el Partido Comunista ha resultado inestimable en toda nuestra labor cotidiana, y en todas nuestras comunicaciones y relaciones con los partidos menos experimentados de la Cuarta Internacional. Es natural que nuestro partido --precisamente porque ha asimilado una experiencia
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política más amplia-- quizás ejerza, dentro del movimiento internacional, una influencia más grande que la de cualquier otro partido, ahora que el camarada Trotsky ya no nos acompaña. Si en un futuro próximo, una sección de la Cuarta Internacional enfrentara una situación revolucionaria y demostrara que su dirección es del calibre suficientemente como para llevar a cabo una revolución victoriosa, entonces la influencia y autoridad predominante le corresponderían naturalmente a dicho partido. Y de común acuerdo pasaría a ser el partido dirigente de la Cuarta Internacional. Esas son las consecuencias naturales e inevitables del desarrollo desigual en el movimiento político internacional. Nuestro infortunio, nuestra tragedia en todo el transcurso de la Comintern, fue que a los grandes dirigentes de la revolución rusa, a los que realmente personificaron la doctrina del marxismo y que realmente llevaron a cabo la revolución, los echaron a un lado en el proceso de la reacción contra la Revolución de Octubre y la degeneración burocrática del Partido Comunista ruso. El Partido Comunista en Estados Unidos, al igual que los partidos en otros países, no supo comprender los temas complejos de la gran batalla. Luchábamos en las tinieblas, pensando sólo en nuestros problemas nacionales. Es esto lo que emponzoñó aquí las luchas fraccionales. Fue lo que al final hizo que degeneraran en pleitos y luchas carentes de principios en pos del control. Sólo un programa internacional, asimilado a tiempo, podría haber rescatado de su degeneración al joven Partido Comunista de Estados Unidos. Esto no lo comprendimos sino hasta 1928. Entonces ya era demasiado tarde para salvar nada más que un pequeño fragmento del partido para su meta revolucionaria original. Continuidad comunista Cada una de las tres fracciones que había existido en el partido desde 1923 hasta 1928 pasó por su propia evolución. Los cuadros que fundaron el movimiento trotskista norteamericano surgieron en su totalidad de la fracción de Cannon. Toda la dirección y prácticamente todos los miembros originales de la Oposición de Izquierda surgieron de nuestra fracción. A la fracción de Lovestone, como se sabe, la expulsaron mediante un ucase brutal de Stalin en 1929. Los lovestonistas se desarrollaron independientemente desde 1929 hasta 1939, y después se disgregaron, pasando al bando de la burguesía como partidarios de la guerra "democrática". La fracción de Foster y los dirigentes secundarios de algunas de las otras fracciones se aglutinaron en una mescolanza basada en la lealtad indiscutida hacia Stalin y la renuncia total de toda independencia. Eran los hombres de segunda y tercera línea. Ellos tuvieron que esperar en las sombras hasta que los verdaderos luchadores fueron expulsados y llegó el momento de que los recaderos los reemplazaran. Ellos pasaron a ser los dirigentes oficiales, los dirigentes fabricados, del Partido Comunista norteamericano. Luego, ellos también atravesaron su evolución natural, y hoy han pasado a ser la vanguardia del movimiento socialchovinista. Es importante recordar que nuestro movimiento trotskista moderno se originó en el Partido Comunista y en ningún otro lado. A pesar de todos los aspectos negativos del partido en esos primeros años --y los he relatado sin
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ambages--, a pesar de sus debilidades, sus asperezas, sus enfermedades infantiles, sus errores; a pesar de lo que se diga retrospectivamente sobre las luchas fraccionales y su posterior degeneración, a pesar de lo que se diga de la degeneración del Partido Comunista en este país, se debe reconocer que del Partido Comunista surgieron las fuerzas para la regeneración del movimiento revolucionario. Del Partido Comunista salió el núcleo de la Cuarta Internacional en este país. Por tanto, debemos decir que el periodo inicial del movimiento comunista en este país nos pertenece, que a él nos unen vínculos indisolubles, que hay una continuidad ininterrumpida que va desde los primeros días del movimiento comunista, sus luchas valientes contra la persecución, sus sacrificios, errores, luchas fraccionales y degeneración hasta que finalmente el movimiento resurge bajo la bandera del trotskismo. No debemos renunciar --y en razón de la justicia y la verdad no podemos renunciar--, a la tradición de los primeros años del comunismo norteamericano. Nos pertenece y sobre su base es que hemos construido.
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3. Inicio de la Oposición de Izquierda en el Partido Comunista de EE.UU. La última charla nos llevó hasta aproximadamente el año 1927 en el Partido Comunista de Estados Unidos. La lucha fundamental entre el marxismo y el estalinismo se había venido desarrollando hacía ya cuatro años dentro del Partido Comunista ruso. También se había estado librando en las otras secciones de la Internacional Comunista [Comintern] --incluida la nuestra--, pero nosotros en realidad no lo sabíamos. Los temas de la gran lucha en el partido ruso estaban confinados en un principio a problemas rusos extremadamente complejos. Muchos de ellos eran nuevos y desconocidos para nosotros los norteamericanos, que conocíamos muy poco de los problemas internos de Rusia. Nos resultaban muy difíciles de comprender debido a su carácter profundamente teórico --después de todo, hasta aquel momento no habíamos tenido una educación teórica verdaderamente seria--, y la dificultad crecía por el hecho que no se nos presentaba toda la información. No se nos facilitaban los documentos de la Oposición de Izquierda rusa. Se nos ocultaban sus argumentos. No se nos decía la verdad. Por el contrario, sistemáticamente se nos proporcionaban tergiversaciones, distorsiones y documentos parcializados. Doy esta explicación en beneficio de aquellos que se inclinen por preguntar: "¿Por qué no tomaron la bandera del trotskismo desde un principio? Si las cosas le son tan claras ahora a cualquier estudioso serio del movimiento, ¿por qué ustedes no pudieron comprenderlo en los primeros días?" La explicación que he dado nunca la consideran quienes ven estas grandes disputas como algo distinto y separado de la mecánica de la vida partidaria. Quien no carga responsabilidades, quien no es más que un estudioso o comentarista o espectador desde la barrera, no precisa ejercitar cautela ni moderación. Si tiene dudas o incertidumbres, se siente en la perfecta libertad de expresarlas. No es así con un revolucionario del partido. Quien asume la responsabilidad de instar a trabajadores a que se unan a un partido en base a un programa al que han de dedicarle su tiempo, sus energías, sus recursos y hasta sus vidas, tiene que asumir una actitud muy seria hacia el partido. A conciencia, no puede llamar a derrocar un programa sin antes haber elaborado uno nuevo. El descontento, las dudas, no son un programa. Uno no puede organizar gente sobre esa base. Una de las condenas más fuertes que Trotsky lanzó contra Shachtman en los primeros días de nuestra disputa sobre el problema ruso en 1939, fue la de que Shachtman, quien comenzó a cultivar dudas sobre lo correcto de nuestro viejo programa sin tener en su mente la menor idea de otro nuevo, anduvo por el partido expresando sus dudas de forma irresponsable. Trotsky dijo que un partido no puede permanecer inmóvil. No se puede elaborar un programa a partir de dudas. Un revolucionario serio y responsable no puede perturbar a un partido sencillamente porque ya no le satisface esta, esa o aquella otra cosa. Debe esperar hasta que esté preparado para proponer concretamente un programa diferente u otro partido. Esa era mi actitud en el Partido Comunista en esos primeros años. Por mi parte, sentía una gran insatisfacción. Nunca fui entusiasta de la lucha en el partido ruso. No la podía entender. Y a medida que la lucha se volvía más intensa y aumentaban las persecuciones contra la Oposición de Izquierda rusa, representada por tan grandes líderes de la revolución como Trotsky, Zinóviev, Rádek y Rakovski, la duda y la insatisfacción se acumulaban en mi mente. Esto
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incidía en contra de mi posición y en contra de la posición de nuestra fracción en los interminables conflictos dentro del Partido Comunista. Aún tratábamos de resolver las cosas a una escala estadounidense, un error común. Creo que una de las lecciones más importantes que nos ha legado la Cuarta Internacional es que en la época moderna no se puede construir un partido político revolucionario sólo a un nivel nacional. Se debe comenzar con un programa internacional, y sobre esa base construir secciones nacionales de un movimiento internacional. Necesidad de programa internacional Esta --a manera de digresión--, era una de las mayores disputas entre los trotskistas y los brandleristas, la gente del Buró de Londres, Pivert, etcétera, quienes promulgaban la idea de que no se podía hablar de una nueva internacional sin construir primero partidos nacionales fuertes. Según ellos, sólo después de haber creado formidables partidos de masas en varios países, se los podía federar en una organización internacional. Trotsky procedió justamente del modo opuesto. Cuando lo deportaron de Rusia en 1929, y logró emprender su labor internacional sin estar maniatado, propuso la idea de que uno empieza con un programa internacional. Organiza gente --no importa cuán pocos haya en cada país--, sobre la base de un programa internacional; y gradualmente construye sus secciones nacionales. La Historia ha emitido su veredicto sobre esta disputa. Todos aquellos partidos que comenzaron con un enfoque nacional y que quisieron dejar a un lado este problema de la organización internacional naufragaron. Los partidos nacionales no podían echar raíces porque en esta época internacional ya no hay cabida para programas nacionales estrechos. La Cuarta Internacional, que comienza en cada país a partir del programa internacional, es la única que ha sobrevivido. Ese principio no lo comprendíamos en los primeros días del Partido Comunista. Estábamos absortos en la lucha nacional en Estados Unidos. Acudimos a la Internacional Comunista para que nos ayudara con nuestros problemas nacionales. No queríamos molestarnos con los problemas de las otras secciones o los de la Comintern en su conjunto. Este error fatal, esta estrechez de visión nacionalista es lo que nos empujó al callejón sin salida de las luchas fraccionales. Las cosas se nos comenzaron a poner muy críticas. Ninguna de las fracciones quería escindir el partido o dejarlo. Todas eran leales, fanáticamente leales, a la Comintern y no pensaban romper con ella. Sin embargo, la desalentadora situación interna empeoró; parecía insalvable. Quedó claro: o encontrábamos la forma de unir las fracciones o permitíamos que una fracción se volviera predominante. Algunos de los más astutos, o mejor dicho, algunos de los más taimados, y aquellos que tenían las mejores fuentes de información en Moscú, comenzaron a darse cuenta que la manera de congraciarse con la Comintern, con lo que ésta pondría el enorme peso de su autoridad del lado de su fracción, era volviéndose enérgico y agresivo en la lucha contra el trotskismo. Las campañas contra el "trotskismo" se decretaban en todos los partidos del mundo desde Moscú. A las expulsiones de Trotsky y Zinóviev en el otoño de 1927, siguieron las demandas de que todos los partidos tomaran una posición de inmediato, y las implícitas amenazas de represalias desde Moscú contra todo individuo o grupo que no tomase la posición "correcta", es decir, a
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favor de las expulsiones. Se realizaron campañas de "aclaración". En todo el partido se sostuvieron reuniones de la militancia, reuniones de ramas y reuniones de secciones a las que se enviaban representantes del Comité Central con el objetivo de aclararles a los miembros la necesidad de las expulsiones del organizador del Ejército Rojo y del presidente de la Comintern. Los fosteristas, que no eran ni tan rápidos ni tan taimados como los lovestonistas, pero con los que compartían una gran dosis del mismo afán, les siguieron el ejemplo. Realmente hacían contiendas con los lovestonistas para demostrar quiénes eran los más grandes antitrotskistas. Competían por dar discursos sobre el tema. Viéndola ahora de forma retrospectiva, resulta ser una circunstancia interesante, que más bien anunciaba lo que había de venir, así como de que nunca formé parte de ninguna de estas campañas. Voté por las resoluciones estereotípicas, lamento decirlo, pero nunca di un solo discurso ni escribí un solo artículo contra el trotskismo. No es que fuera trotskista. No quería desalinearme de la mayoría del partido ruso y de la Comintern. Rehusé participar en las campañas sólo porque no entendía los temas. Bertram D. Wolfe, principal lugarteniente de Lovestone, era uno de los que más atosigaba con Trotsky. A la más ligera provocación daba un discurso de dos horas, explicando cómo los trotskistas estaban errados sobre la cuestión agraria en Rusia. Yo no podía hacer eso porque no entendía el asunto. El tampoco lo entendía, pero en su caso, eso no fue un gran impedimento. El verdadero objetivo de los lovestonistas y fosteristas al dar estos discursos y realizar estas campañas era congraciarse con los poderes de Moscú. Alguien podrá preguntar, "¿Por qué no dio discursos a favor de Trotsky?" Tampoco podía hacer eso porque no comprendía el programa. Mi estado de ánimo en aquel momento era de duda e insatisfacción. Claro está, si uno no tenía responsabilidad ante el partido, si no era más que un simple comentarista o espectador, sencillamente podía expresar sus dudas y ahí terminaba su asunto. Eso no se puede hacer en un partido político serio. Si uno no sabe qué decir, no tiene que decir nada. Lo mejor es guardar silencio. El Comité Central del Partido Comunista realizó un pleno en febrero, el famoso pleno de febrero de 1928, que se dio unos meses después de la expulsión de Trotsky y Zinóviev y todos los líderes de la Oposición rusa. Ya estaba en pie una gran campaña para movilizar a los partidos del mundo en apoyo a la burocracia de Stalin. En ese pleno luchamos y debatimos sobre los asuntos fraccionales en el partido, la evaluación de la situación política, la cuestión sindical, la cuestión organizativa: luchamos furiosamente sobre todas estas cuestiones. Ese era nuestro verdadero interés. Luego llegamos al último punto del orden del día, la cuestión rusa. Bertram D. Wolfe, quien dio el informe en nombre de la mayoría lovestonista, lo "explic" en detalle por unas dos horas. Luego el tema se sometió a discusión. Uno por uno, cada miembro de las fracciones de Lovestone y Foster tomaron la palabra para expresar su acuerdo con el informe y añadirle uno que otro toque para demostrar que entendían la necesidad de las expulsiones y que las apoyaban. Yo no hablé. Naturalmente, por mi silencio, los otros miembros de la fracción de Cannon se sintieron algo constreñidos para hablar. No les gustaba la situación y organizaron una especie de campaña de presión. Aún hoy día recuerdo cómo me senté al fondo del salón, contrariado, malhumorado y confundido, seguro de que algo turbio había en torno a la cuestión pero sin
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saber de qué se trataba. Bill Dunne, la oveja negra de la familia Dunne, que en aquel momento era miembro del Comité Político, y mi colaborador más cercano, vino con otro par de compañeros. "Jim, tienes que hablar sobre este asunto. Es la cuestión rusa. Van a hacer añicos de nuestra fracción si no dices nada sobre este informe. Párate y di algunas palabras para dejar constancia". Me negué a hacerlo. Ellos insistieron pero yo no iba a ceder. "No lo voy a hacer. No voy ha hablar de este asunto". No era "política astuta" de mi parte, aunque retrospectivamente pueda parecerlo. No era una anticipación del futuro en absoluto. Era simplemente un estado de ánimo, un obstinado sentimiento personal que tenía sobre esa cuestión. No teníamos ninguna información real. En realidad no sabíamos cuál era la verdad. Por aquella época, en 1927, las disputas en el partido ruso habían comenzado a abarcar cuestiones internacionales: el problema de la revolución china y el Comité Anglo-Ruso [de Unidad Sindical]. Prácticamente cualquier miembro de nuestro partido puede decirles ahora cuáles eran los problemas de la revolución china porque, desde aquel entonces, se ha publicado gran cantidad de material. Hemos educado a nuestros jóvenes camaradas con las lecciones de la revolución china. Pero en 1927, nosotros, los provincianos norteamericanos, no sabíamos nada al respecto. China estaba muy lejos. Nunca vimos ninguna de las tesis de la Oposición rusa. No entendíamos muy bien el problema colonial. No entendíamos la profundidad teórica de los asuntos implicados en la cuestión china y la disputa que siguió, así que honestamente no podíamos tomar una posición. La cuestión anglo-rusa me parecía un poquito más clara. Ese era el problema de la gran lucha entre la Oposición rusa y los estalinistas sobre la formación del Comité Anglo-Ruso, un comité de sindicalistas rusos e ingleses que pasó a sustituir el trabajo comunista independiente en Inglaterra. Esa política sofocó la actividad independiente del Partido Comunista inglés en el momento crucial de la huelga general de 1926 en ese país. Totalmente por accidente, en la primavera de ese mismo año, me había encontrado uno de los documentos de la Oposición rusa en esa disputa, y me influenció de manera profunda. Sentí que al menos en esta cuestión del Comité Anglo-Ruso, los oposicionistas tenían la línea correcta. En todo caso, estaba convencido que no eran los contrarrevolucionarios que se pintaban. En 1928, después del pleno de febrero, hice una de mis giras nacionales más o menos regulares. Yo tenía el hábito de hacer una gira por el país, yendo de costa a costa, por lo menos una vez al año, o cada dos años, para poder respirar del verdadero Estados Unidos, palpar lo que estaba pasando en Estados Unidos. Al volver la vista atrás, uno puede encontrar hoy el origen de muchas de las ideas irrealistas y de los errores, y de mucha de la estrechez de miras de algunos de los dirigentes del partido en Nueva York, en el hecho que ellos habían vivido toda su vida en la isla de Manhattan y no tenían una verdadera apreciación de este gran y diversificado país. La gira de 1928 la hice bajo los auspicios de la Defensa Obrera Internacional [ILD] y la extendí por cuatro meses. Sexto congreso de la Comintern Quería darme un baño en el movimiento de masas, lejos de la atmósfera sofocante de las interminables luchas fraccionales. Quería tener la oportunidad de pensar varias cosas en torno a la cuestión rusa, la cual me inquietaba más
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que ninguna otra cosa. Vincent Dunne me ha hecho recordar en más de una ocasión que al regresar de la costa del Pacífico, cuando pasé por Minneapolis, él y el camarada Skoglund me preguntaron entre otras cosas sobre lo que pensaba de la expulsión de Trotsky y Zinóviev, y que yo les contesté, "Quién soy yo para condenar a los líderes de la revolución rusa", dándoles así a entender que no simpatizaba con la expulsión de Trotsky y Zinóviev. Ellos recordaron eso al desatarse la lucha abiertamente unos meses después. A fines de la primavera y comienzos del verano de 1928, se convocó el Sexto Congreso Mundial de la Comintern en Moscú. Salimos para Moscú, como era usual en tales ocasiones, con una gran delegación que representaba a todas las fracciones; e íbamos allá, lamento decirlo, no preocupados de los problemas del movimiento internacional --que como representantes de una de las secciones podíamos ayudar a resolver--, sino que a todos más o menos nos preocupaba primordialmente nuestra pequeña lucha en el partido estadounidense; íbamos al Congreso Mundial para ver qué ayuda podíamos obtener para sacar nuestras castañas del fuego local. Desafortunadamente, esa era la actitud de prácticamente todo el mundo. Al partir para el Congreso, no tenía ninguna esperanza de obtener una verdadera aclaración de la cuestión rusa, de la disputa con la Oposición. Para aquel entonces parecía que la Oposición había sido completamente aniquilada. Habían expulsado a los dirigentes. Trotsky estaba exiliado en Alma Ata. Por todo el mundo, a los simpatizantes que hubiesen podido tener los expulsaron del partido. Parecía no haber perspectivas de reanimar la cuestión. Sin embargo me seguía molestando. Y me molestaba tanto que no pude participar de forma muy eficaz en nuestra lucha fraccional en Moscú. Naturalmente, al llegar allá seguimos la lucha fraccional. De inmediato alineamos nuestras delegaciones en grupos, y empezamos a ver qué podíamos hacer para abatirnos, formulando acusaciones mutuas y debatiendo el asunto interminablemente ante la comisión. Yo participé de forma más o menos arisca en el asunto. Justo en ese momento comenzaron a asignar las comisiones. Es decir, a los miembros dirigentes de cada delegación se los asignaba a las diferentes comisiones del congreso, algunos a la comisión sindical, algunos a la comisión política, algunos a la comisión de organización. Además estaba la comisión del programa. El Sexto Congreso asumió la tarea de adoptar por primera vez un programa, un programa acabado de la Comintern. La Comintern se organizó en 1919, y hasta 1928, nueve años después, aún no tenía un programa acabado. Eso no significa que en los primeros años no había atención e interés en la cuestión del programa. Simplemente era un indicio de la seriedad con que los más grandes marxistas tomaban la cuestión del programa y el cuidado con que lo elaboraban. Comenzaron en 1919 con unas resoluciones básicas. Adoptaron otras en 1920, 1921 y 1922. En el Cuarto Congreso habían sostenido el comienzo de un debate sobre el programa. El Quinto Congreso no continuó la cuestión. Así llegamos al Sexto Congreso en 1928, y teníamos delante nuestro el proyecto de programa que llevaba la autoría de Bujarin y Stalin. Se me puso en la comisión del programa, en parte porque los otros líderes de la fracción no estaban muy interesados en el programa. "Eso le toca a Bujarin. No nos vamos a molestar con eso. Queremos estar en la comisión política, que va a decidir sobre nuestra lucha fraccional; en la comisión sindical; o en alguna otra comisión práctica que ha de decidir algo sobre alguna
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pequeñez sindical que nos preocupa". Tal era el sentimiento general de la delegación estadounidense. Me metieron en la comisión del programa como una suerte de honor sin sustancia. Y a decir verdad, a mí tampoco me interesaba mucho. Sin embargo, el ponerme en la comisión del programa resultó ser un error serio. Le costó más de un dolor de cabeza a Stalin, ya no se diga a Foster, Lovestone y a los demás. Porque Trotsky, exiliado en Alma Ata, expulsado del partido ruso y de la Internacional Comunista estaba apelando al Congreso. Como ven, Trotsky no simplemente se puso de pie y se alejó del partido. Volvió inmediatamente después de su expulsión, en la primera oportunidad con la convocatoria al Sexto Congreso de la Comintern, no sólo con un documento en que apelaba su caso, sino con una tremenda contribución teórica en la forma de una crítica del proyecto de programa de Bujarin y Stalin. El documento de Trotsky se titulaba "El proyecto de programa de la Internacional Comunista: Una crítica de los fundamentos". Por un descuido del aparato de Moscú, que se suponía burocráticamente hermético, el documento de Trotsky fue a parar a la sala de traducción de la Comintern. Fue a dar al receptáculo, donde tenían a una docena o más de traductores y estenógrafos sin nada que hacer. Estos agarraron el documento de Trotsky, lo tradujeron y lo distribuyeron a los jefes de las delegaciones y a los miembros de la comisión sobre el programa. ¡Vaya sorpresa, me lo pusieron en las manos, y traducido al inglés! Maurice Spector, un delegado del partido canadiense, y con una predisposición más o menos similar a la mía, era también miembro de la comisión sobre el programa y recibió una copia. Dejamos que las reuniones de los grupos y las sesiones del Congreso se fueran al demonio, mientras nosotros leíamos y estudiábamos ese documento. Fue entonces que supe lo que tenía que hacer, y él también. Se habían resuelto nuestras dudas. Quedaba tan claro como la luz del día de que la verdad marxista estaba del lado de Trotsky. Hicimos un pacto allí mismo -Spector y yo-- que volveríamos a casa y comenzaríamos una lucha bajo el estandarte del trotskismo. No empezamos la lucha en Moscú en el Congreso, aunque ya estábamos totalmente convencidos. Desde el día en que leí ese documento me consideré, sin la menor duda desde entonces, un discípulo de Trotsky. Como no planteamos la lucha en Moscú, algunos puritanos desde las barreras quizás exijan: "¿Por qué no hicieron uso de la palabra en el Sexto Congreso para defender a Trotsky?" La respuesta es que con hacerlo no habríamos impulsado nuestros objetivos políticos más eficazmente. Y es para eso que uno está en la política, para impulsar objetivos. La Comintern ya estaba bastante estalinizada. El Congreso estaba amañado. El divulgar a plenitud nuestra posición en el Congreso probablemente habría resultado en nuestra detención en Moscú hasta que nos despedazaran y nos aislaran aquí. Cuando a Lovestone le llegó su hora, lo pescaron en esa trampa moscovita. Mi deber, y mi tarea política, a mi entender, era organizar una base de apoyo para la Oposición rusa en mi propio partido. Para hacerlo, era necesario primero retornar a casa. Por tanto, en el Congreso estalinizado me mantuve callado. La franqueza entre amigos es virtud; al tratar con enemigos inescrupulosos es atributo de tontos. Y no podíamos ser demasiado cautelosos si habíamos de mantener ocultos nuestros sentimientos. Se consideraba que yo, en especial, "jugueteaba" cada vez más con el trotskismo. Gitlow ha relatado en su patético
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libro penitente y escrito para otros, que la GPU [policía política], había investigado mis actividades en Moscú y había informado a la Comintern que "en discusiones con rusos Cannon había divulgado que tenía fuertes tendencias trotskistas". Sospechaban de mí pero vacilaban en proceder en mi contra de forma demasiado brusca. Creían que quizás me podían enderezar y que eso sería mucho mejor que tener un escándalo abierto. Tenían buenos motivos para asumir que yo haría un escándalo de darse una lucha abierta. Así es que al final retornamos --creo que fue en septiembre-- sin que se hubiera resuelto nada en lo concerniente a la lucha fraccional en el partido estadounidense. Los lovestonistas habían ganado un poquito de terreno en la lucha en Moscú, pero al mismo tiempo Stalin había incluido algunas condiciones en la resolución que sentaban las bases para deshacerse más tarde de los lovestonistas. La crítica de Trotsky al proyecto del programa yo la había sacado a escondidas de Rusia, y la traje conmigo. Regresamos aquí, y de inmediato me dediqué decididamente a reclutar una fracción para Trotsky. Se podrá pensar que eso era una cosa sencilla. No obstante, el estado de cosas era el siguiente. A Trotsky lo habían condenado en todos los partidos de la Internacional Comunista, y nuevamente lo había condenado el Sexto Congreso, como contrarrevolucionario. No se sabía de un solo miembro del partido a quien se considerara partidario declarado del trotskismo. Todo el partido estaba regimentado en su contra. Para entonces el partido había dejado de ser una de esas organizaciones democráticas donde uno puede hacer una pregunta y obtener un debate justo. Declararse partidario de Trotsky y de la Oposición rusa significaba someterse a la acusación de ser un traidor contrarrevolucionario; y a ser expulsado inmediatamente sin discusión alguna. Bajo tales circunstancias la tarea consistía en reclutar una nueva fracción en secreto antes que ocurriera la explosión inevitable, con la certidumbre de que esta fracción, sin importar lo grande o pequeña que fuera, sería expulsada y tendría que luchar contra los estalinistas, contra todo el mundo, para crear un nuevo movimiento. Desde el principio no tuve la menor duda de la magnitud de la tarea. Si nos hubiésemos permitido abrigar ilusiones habríamos quedado tan decepcionados con los resultados que quizás eso nos habría quebrantado. Empecé calladamente a buscar individuos y a hablarles de forma conspiradora. Rose Karsner fue mi primera adherente firme. Ella nunca vaciló desde ese día hasta la fecha. Shachtman y Abern, que trabajaban conmigo en la Defensa Obrera Internacional, y ambos miembros del Comité Nacional aunque no del Comité Político, se me unieron en esa nueva gran empresa. Nos siguieron unos cuantos más. Nos estaba yendo muy bien, avanzábamos aquí y allá, siempre trabajando con cautela. Aunque se rumoraba que Cannon era trotskista, nunca lo admití abiertamente; y nadie sabía qué hacer sobre ese rumor. Es más, hubo una pequeña complicación en la situación del partido que también nos terminó favoreciendo. Como he dicho, el partido estaba dividido en tres fracciones, pero la fracción de Foster y la fracción de Cannon trabajaban en bloque y en esa época tenían un grupo conjunto. Eso puso a los fosteristas entre la espada y la pared. Si no exponían el trotskismo oculto y si no lo combatían energéticamente, perderían la simpatía y el apoyo de Stalin. Por otro lado, sin embargo, si se ponían demasiado duros con nosotros y perdían nuestro apoyo, no tenían esperanzas de ganar la mayoría en el congreso que
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se aproximaba. Los atormentaba la indecisión y nosotros explotamos su contradicción despiadadamente. Nuestra tarea era difícil. Teníamos una copia del documento de Trotsky, pero no teníamos forma de duplicarlo; no teníamos un estenógrafo; no teníamos una máquina de escribir; no teníamos un mimeógrafo; y tampoco teníamos dinero. La única manera en que podíamos funcionar era acercándonos a individuos cuidadosamente seleccionados, despertando en ellos suficiente interés, para entonces persuadirlos de que fueran a la casa y leyeran el documento. Un proceso largo y laborioso. Logramos acercar a unas cuantas personas, quienes nos ayudaron a divulgar la buena nueva a círculos más amplios. Expulsados del Partido Comunista Finalmente, después de aproximadamente un mes, fuimos descubiertos debido a una pequeña indiscreción de unos de los camaradas, y tuvimos que enfrentar el problema prematuramente en el grupo conjunto de Foster-Cannon. Los fosteristas lo plantearon a modo de interrogatorio. Habían oído esto y aquello y querían una explicación. Era claro que estaban muy preocupados pero todavía indecisos. Asumimos la ofensiva. Yo dije: "Considero un insulto que alguien me interrogue. Mi posición en el partido ha quedado establecida muy claramente ya por diez años y resiento que alguien la cuestione". El farol nos sirvió por otra semana más, en el curso de la cual logramos, aquí y allá, unos cuantos nuevos conversos. Entonces convocaron otra reunión del grupo para considerar de nuevo la cuestión. Para entonces Hathaway ya había vuelto de Moscú. Había asistido a la llamada Escuela de Lenin en Moscú; en realidad era una escuela de estalinismo. Lo habían despabilado en la escuela estalinista y sabía cómo proceder contra el "trotskismo" mejor que los zafios locales. Dijo que la manera de proceder era presentando una moción: "Este grupo condena al trotskismo por contrarrevolucionario", y ver cómo votaba cada uno en torno a la moción. Nos opusimos en base a que --táctica disimuladamente formal, pero necesaria al lidiar con un graduado de predisposición policiaca de la escuela de Stalin-- la cuestión del "trotskismo" se había decidido hacía mucho tiempo, y no tenía absolutamente ningún sentido volver a tocar este tema. Dijimos que rehusábamos tomar parte en esa tontería. Lo debatimos por cuatro o cinco horas y aún no sabían qué hacer con nosotros. Enfrentaban el siguiente dilema: si se manchaban de "trotskismo" perderían simpatías en Moscú y, por otro lado, si rompían con nosotros, no tendrían ninguna esperanza de obtener una mayoría. Tenían enormes deseos de obtener la mayoría y abrigaban esperanzas --¡y cómo se esperanzaban!-de que un tipo listo como Cannon finalmente entraría en razón y no se iba a poner a empezar a estas alturas una lucha inútil a favor de Trotsky. Sin decirlo explícitamente, les dimos unas cuantas bases para que pensaran que sí podría ser así. La decisión se aplazó una vez más. Ganamos un par de semanas con este asunto. Finalmente los fosteristas decidieron por cuenta propia que el problema se estaba poniendo demasiado caliente. Oían cada vez más rumores de que Cannon, Shachtman y Abern hacían proselitismo a favor del trotskismo entre miembros del partido. Los fosteristas se morían de miedo de que los lovestonistas se dieran cuenta y los acusaran de complicidad. En un asalto de pánico nos expulsaron del grupo
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conjunto y presentaron cargos en nuestra contra ante el Comité Político. Nos llevaron a juicio en una reunión conjunta del CP y de la Comisión Central de Control. De ese proceso informamos en los primeros números del Militant. Naturalmente, era una tribunal espurio; no obstante pudimos por completo dar muchos discursos e interrogar a los testigos fosteristas. Eso no se debió a la democracia en el partido. Nos concedieron nuestros "derechos" porque los lovestonistas, que contaban con una mayoría en el Comité Político, estaban ansiosos de comprometer a los fosteristas. Con tal de impulsar sus propios objetivos, nos permitieron un poco de espacio, y nosotros lo aprovechamos al máximo. El juicio se prolongó por días --cada vez se invitaba a más líderes y funcionarios del partido a que asistieran-- hasta que al final tuvimos una audiencia de unas 100 personas. Hasta ese momento no habíamos admitido nada. Nos habíamos limitado a interrogar a sus testigos y a embarrar y comprometer a los fosteristas, y a una y otra cosa. En fin, cuando nos cansamos de esto, y ya que el informe de lo que estaba sucediendo se divulgaba por el partido, decidimos golpear. Ante una audiencia callada y un tanto aterrorizada de funcionarios del partido leí una declaración en la que nos declarábamos 100 por ciento a favor de Trotsky y la Oposición rusa en todas las cuestiones de principio y anunciábamos nuestra determinación de luchar sobre esa vía hasta el final. La reunión conjunta de la Comisión Central de Control y del Comité Político nos expulsó. Primer número del 'Militant' Al día siguiente ya teníamos una declaración mimeografiada que circulaba por el partido. Habíamos anticipado la expulsión. Estábamos listos y contragolpeamos. Aproximadamente una semana después, ante su gran consternación, los golpeamos con el primer número del Militant. Se había preparado el texto y habíamos conseguido un arreglo con la imprenta mientras prolongábamos el juicio. Nos expulsaron el 27 de octubre de 1928. El Militant apareció a la siguiente semana como una edición de noviembre, celebrando el aniversario de la revolución rusa, divulgando nuestro programa, etcétera. Así empezó la lucha abierta por el trotskismo estadounidense. Por supuesto que nuestras perspectivas no eran muy halagadoras para empezar. Sin embargo, avanzamos con paso seguro en las primeras semanas y construimos con firmeza desde el principio porque habíamos empezado correctamente. Con una carga de dinamita hicimos volar el atolladero del fraccionalismo sin principios en el partido. Con una sola detonación nos deshicimos de todos los viejos errores y equivocaciones de las fracciones del partido estadounidense cuando nos basamos en un programa internacionalista de principios. Estábamos seguros de lo que se trataba nuestra lucha. Todas las pequeñas intrigas organizativas, que cobraron tanta importancia en las viejas riñas, las tiramos como quien se quita un saco viejo. Empezamos el verdadero movimiento del bolchevismo en este país, la regeneración del comunismo estadounidense. No era una lucha muy prometedora desde la óptica de los números. Los tres que firmamos la declaración --Abern, Shachtman y yo-- nos sentimos bastante solos cuando salimos rumbo a mi casa para hacer planes para construir un nuevo partido que había de conquistar el poder en Estados Unidos. Los tres habíamos venido trabajando en la ILD. Inmediatamente nos echaron
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de ahí, teníamos sueldos atrasados que tampoco nos pagaron. No teníamos nada de dinero y no sabíamos dónde íbamos a conseguirlo. Planeamos el primer número del Militant antes de que supiéramos como íbamos a costearlo. No obstante hicimos un trato con la imprenta para que nos diera crédito por un número. Les escribimos a unos amigos en Chicago, quienes nos mandaron un poco de dinero y publicamos el periódico. Anunciamos con orgullo que se publicaría dos veces al mes. Así fue. Poco después de que nos habían echado del partido, descubrimos a un grupo de camaradas húngaros que habían sido expulsados por diversas razones en las luchas fraccionales uno o dos años atrás. Por su propia cuenta, y sin nosotros saberlo, habían establecido contacto con algunos oposicionistas rusos que trabajaban en Amtorg --la agencia comercial soviética en Nueva York-- y se habían vuelto trotskistas convencidos. Por supuesto que a nosotros nos parecía como un ejército de un millón de gente. Nos encontramos a un grupo pequeño de oposicionistas italianos en Nueva York, discípulos de Bordiga, que no eran realmente trotskistas pero que trabajaron con nosotros por un tiempo. Libramos una lucha bastante enérgica. Respondimos a las acusaciones de forma combativa. Empezamos a circular nuevo material de la Oposición rusa en el Militant, la crítica de Trotsky del proyecto de programa, etcétera. Al poco tiempo se podía ver la cristalización de una fracción que contaba con un futuro porque tenía un programa de principios claro. Aunque fue una fracción pequeña por mucho tiempo, era una fracción muy convencida, fanática y decidida. Empezamos a captar adeptos por todo el país. Nuestra adquisición más importante de tamaño fue la de Minneapolis. Minneapolis ha desempeñado un papel no sólo en las luchas huelguísticas de los camioneros, sino también en la construcción del trotskismo estadounidense. Captamos partidarios en Chicago. En muchos sentidos teníamos serias deficiencias. Antes de nuestra expulsión no habíamos tenido mucho tiempo para comunicarnos con los miembros del partido afuera de Nueva York. Lo primero que la mayoría de camaradas en el Partido Comunista supo de nuestra posición fue la noticia de que nos habían expulsado. Las tácticas groseras del liderazgo del partido nos ayudaron muchísimo. Su método era de ir de un lado a otro del país y plantear en todo comité y rama una moción para aprobar la expulsión de Cannon, Shachtman y Abern. Y a todo el que quisiera hacer una pregunta o pedir más información lo acusaban de trotskista y lo expulsaban en el acto. Eso nos ayudó muchísimo; empujaron a esos camaradas a una posición donde al menos podíamos hablarles. En Minnesota, donde teníamos buenos amigos, conocidos desde hacía rato, el comisario de la pandilla de Lovestone los convocó a una reunión y exigió un voto inmediato sobre una moción para aprobar nuestra expulsión. Ellos rehusaron. "Queremos saber qué es esto; queremos saber lo que estos camaradas tiene que decir». Los expulsaron de inmediato. Ellos se comunicaron con nosotros. Les facilitamos los documentos, el Militant, etcétera. Al final, prácticamente todos los que habían sido expulsados por vacilar al votar para confirmar nuestra expulsión terminaron simpatizando con nosotros y la mayoría se nos afilió. Desde el propio comienzo insistimos que esto no era simplemente una cuestión de democracia. Se trata del programa del marxismo. Si nos hubiéramos quedado satisfechos con organizar gente en base al descontento con la burocracia habríamos podido captar más miembros. Pero eso no es
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base suficiente. Sin embargo, utilizamos la cuestión de la democracia para obtener una audiencia favorable y entonces inmediatamente empezamos a martillar con lo acertado del trotskismo en todas las cuestiones políticas. Fácilmente podrán imaginar qué golpe tan tremendo fueron nuestra posición y nuestra expulsión para todos los miembros del partido. Por años les habían metido en la cabeza que Trotsky era un menchevique. Que se le había expulsado por "contrarrevolucionario". Todo lo habían puesto patas arriba. Habían llenado las mentes de los miembros indefensos con prejuicios contra Trotsky y la Oposición rusa. Entonces, como de la nada, tres dirigentes del partido se declaran trotskistas. Los expulsan e inmediatamente acuden a los miembros del partido dondequiera que los encuentren y les dicen: "Trotsky tiene razón en todas las cuestiones de principio, y se los podemos probar". Esa fue la situación que enfrentaron muchos camaradas. Muchos de los expulsados por haber vacilado en votar contra nosotros no querían dejar el partido. En aquel momento no sabían nada acerca del trotskismo, y estaban más o menos convencidos que era contrarrevolucionario. Pero la estupidez de la burocracia al expulsarlos nos dio una oportunidad de hablar con ellos, de discutir con ellos, de proveerles literatura, etcétera. Esto creó las bases para la primera consolidación de la fracción. En esos días todo individuo cobraba una importancia enorme. Si uno tiene sólo cuatro personas para empezar una fracción, cuando uno puede encontrar una quinta persona, eso es un aumento del 25 por ciento. Según cuentan, el Partido Laborista y Socialista, allá en la época de antaño, una vez anunció jubiloso que en las elecciones habían duplicado sus votos en el estado de Texas. Sucedió que en lugar de su voto usual había recibido dos votos. Nuestro primer recluta Nunca voy a olvidar el día que conseguimos nuestro primer recluta en Filadelfia. Poco después que nos habían expulsado, cuando en el partido seguía con furia el revuelo contra nosotros, un buen día alguien tocó la puerta de mi casa, y era Morgenstern de Filadelfia, un hombre joven pero un viejo "cannonista" en las luchas fraccionales. Dijo, "Oímos de tu expulsión por lo del trotskismo, pero no lo creímos. ¿Cuál es la verdad?" Por aquella época uno no aceptaba nada como válido a menos que viniera de su propia fracción. Aún recuerdo hoy que fui al cuarto de atrás, saqué de su escondite el precioso documento de Trotsky, y se lo di a Morgie. Se sentó en la cama y leyó la extensa "crítica" --es un libro entero-- de principio a fin sin parar una sola vez, sin despegar los ojos del documento. Cuando terminó, ya había tomado una decisión y empezamos a hacer planes para construir un núcleo en Filadelfia. Reclutamos otros individuos de la misma manera. La ideas de Trotsky eran nuestras armas. En el Militant publicamos la "crítica" por entregas. Teníamos sólo una copia, y pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos publicarlo en forma de folleto. Por su tamaño no lo podíamos mimeografiar. No teníamos ni mimeógrafo propio ni mecanógrafo ni dinero. La falta de dinero era un problema serio. A todos se nos había privado de nuestros puestos en el partido y no teníamos ingresos de ningún tipo. Estábamos demasiado ocupados con nuestra lucha política para buscar otros trabajos para ganarnos la vida. Además, teníamos el problema de cómo financiar un movimiento político. No podíamos costear una oficina. Sólo cuando cumplimos un año
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pudimos arreglárnoslas para alquilar una oficina destartalada en la Tercera Avenida, con el viejo tren "Elevado" rugiendo por la ventana. Al cumplir dos años conseguimos nuestro primer mimeógrafo, fue entonces que empezamos a largar las velas.
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4. La Oposición de Izquierda en Estados Unidos bajo el fuego' La semana pasada finalmente dejamos el estalinizado Partido Comunista, nos vimos expulsados, formamos la fracción del trotskismo e iniciamos nuestra gran lucha histórica por la regeneración del comunismo estadounidense. Nuestra acción suscitó un cambio fundamental en toda la situación del movimiento estadounidense, la transformación --virtualmente de un solo golpe-- de una lucha fraccional desmoralizadora y degradante en una lucha histórica de principios con miras internacionales. En esta abrupta transformación uno puede ver ilustrada una vez más la tremenda fuerza de las ideas, en este caso, las ideas del marxismo auténtico. Estas ideas lograron superar un conjunto doble de obstáculos. La larga y extendida lucha fraccional nacional, la cual he descrito brevemente en las charlas anteriores, nos había llevado a un callejón sin salida. Estábamos perdidos en medio de consideraciones organizativas insignificantes y desmoralizados por nuestra óptica nacionalista. La situación parecía irresoluble. Por otro lado, en la distante Rusia, en el sentido organizativo aplastaban totalmente a la Oposición bolchevique-leninista. A los dirigentes los expulsaban del partido, los declaraban ilegales, proscritos, y se les procesaba como criminales. Trotsky estaba exiliado en la lejana Alma Atá. Las unidades de sus partidarios por el mundo se hallaban dispersas, desorganizadas. Entonces, gracias a una coyuntura de sucesos, la situación se corrigió, y todo empezó a ocupar el lugar que le correspondía. Trotsky envió un solo documento de marxismo desde Alma Atá al Sexto Congreso de la Comintern. Este encontró una fisura en el aparato secretarial, y llegó a manos de varios delegados, en particular, a un solo delegado del partido estadounidense y a un solo delegado del partido canadiense. Este documento --que expresaba estas ideas del marxismo capaces de conquistarlo todo-- al caer en las manos debidas al momento preciso, bastó para dar origen a la rápida y profunda transformación que repasamos la semana pasada. El movimiento que en aquel entonces se inició en Estados Unidos tuvo repercusión por el mundo entero; de la noche a la mañana cambió todo el cuadro, toda la perspectiva de la lucha. Al trotskismo, oficialmente declarado occiso, se le resucitó en el ámbito internacional y se le inspiró con nuevas esperanzas, con un nuevo entusiasmo, una nueva energía. Las denuncias contra nosotros aparecían en la prensa estadounidense del partido y se reproducían por todo el globo, incluso en el moscovita Pravda. Los opositores rusos en prisión o en el exilio --donde tarde o temprano les llegaron ejemplares de Pravda-- supieron así de nuestra acción, de nuestra rebelión en Estados Unidos. En la hora más tenebrosa de la lucha de la Oposición, supieron que refuerzos frescos habían entrado al campo de batalla al otro lado del océano, en Estados Unidos, lo que en virtud de la fuerza y el peso del país en sí le daba importancia y peso a las cosas que hacían los comunistas estadounidenses. León Trotsky, como he subrayado, se hallaba aislado en el pueblecito asiático de Alma Atá. El movimiento mundial declinaba, carecía de dirigentes, era reprimido, estaba aislado, prácticamente era inexistente. Al llegarle estas noticias inspiradoras sobre un nuevo destacamento en el lejano Estados Unidos, los pequeños periódicos y boletines de los grupos de la Oposición de nuevo se llenaron de vida. Lo que para todos nosotros resultaba más inspirador era la certeza de que, en medio de serios aprietos, nuestros camaradas rusos
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habían oído nuestra voz. Esto siempre lo he considerado uno de los aspectos más gratificantes de la lucha histórica que emprendimos en 1928: que la noticia de nuestra lucha logró llegar a los camaradas rusos en todos los rincones de las prisiones y campamentos de exilio, infundiéndoles nuevas esperanzas y nuevas energías para perseverar en la lucha. Como he dicho, comenzamos nuestra lucha con una visón bastante clara de lo que enfrentábamos. No dimos ese paso a la ligera o sin la consideración y preparación debidas. Anticipábamos una lucha larga y extendida contra posibilidades de lo más adversas. Por eso, desde el principio, no abrigábamos esperanzas optimistas de una victoria rápida. En cada número de nuestro periódico, en cada declaración, hacíamos hincapié en el carácter fundamental de la lucha. Recalcábamos la necesidad de apuntar lejos, de tener resistencia y paciencia, de esperar el posterior desarrollo de los acontecimientos para demostrar lo acertado de nuestro programa. Lanzan el 'Militant' Lo primero por hacer, por supuesto, era lanzar nuestro periódico, el Militant. El Militant no era un boletín mimeografiado distribuido a escondidas, como les resulta suficiente a muchas camarillas, sino un periódico impreso en su totalidad. Entonces dimos manos a la obra Abern, Schachtman y Cannon, a quienes desdeñosamente llamaban los "tres generales sin ejército". Ese pasó a ser un título popular y hay que admitir que algo tenía de cierto. Si bien no podíamos dejar de admitir que carecíamos de ejército, eso no minó nuestra confianza. Teníamos un programa, y estábamos seguros que el programa nos permitiría reclutar el ejército. Comenzamos una correspondencia enérgica; donde fuera que conociéramos a alguien o siempre que escuchábamos de alguien que estaba interesado, le escribíamos una carta extensa. El carácter de nuestra labor de agitación y propaganda necesariamente se transformó. En el pasado nos habíamos acostumbrado, y yo en particular, a hablar ante públicos bastante numerosos, poco antes de nuestra expulsión yo había realizado una gira nacional, hablando ante cientos y a veces miles de personas. Ahora debíamos hablar con individuos. Nuestra labor propagandística consistía principalmente en averiguar los nombres de individuos aislados en el Partido Comunista, o cercanos al partido, que podían estar interesados, concertar una entrevista, pasar horas y horas hablándole a un solo individuo, escribiendo cartas extensas que explicaban todas nuestras posiciones de principios en un intento de captar a una persona. Y de esa forma reclutamos gente: no por decenas, no por cientos, sino uno por uno. Tan pronto se produjo el estallido en el movimiento norteamericano, es decir, en Estados Unidos, Spector realizó su parte del acuerdo en Canadá. Allí ocurrió lo mismo; se formó un grupo canadiense substancial y comenzó a cooperar con nosotros. En Chicago, Minneapolis, Kansas City, Filadelfia, camaradas con quienes habíamos mantenido contacto se adhirieron a nuestra bandera, como norma no eran grupos grandes. Creo que Chicago comenzó con una veintena. Un igual número en Minneapolis. Tres o cuatro en Kansas City; dos en Filadelfia, los temibles Morgenstern y Goodman. En algunos lugares hubo individuos que se unieron a nuestra lucha solos. En Nueva York, captamos unos cuantos individuos aquí y allá. En Cleveland, St. Louis y los
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campos mineros del sur de Illinois. Este fue más o menos el alcance de nuestro contacto organizativo en el primer periodo. Mientras estábamos atareados con nuestra agitación para martillar uno a la vez, como solíamos decir en el IWW --es decir, proselitismo de una persona a otra-- el Daily Worker [Diario obrero], con su circulación comparativamente grande, arremetía contra nosotros con artículos de una página y a veces hasta de dos páginas día a día. Estos artículos explicaban con lujo de detalle que nos habíamos vendido al imperialismo norteamericano; que éramos unos contrarrevolucionarios en liga con los enemigos de los trabajadores y con las potencias imperialistas tramando derrocar a la Unión Soviética; que nos habíamos convertido en la "guardia de avanzada de la contrarrevolución burguesa". Esto se publicaba día a día en una campaña de terror y calumnia políticos contra nosotros, calculada para no permitirnos retener contacto alguno con miembros aislados del partido. Hablarnos en la calle, visitarnos, mantener cualquier comunicación con nosotros pasaron a ser crímenes punibles con la expulsión. Dentro del Partido Comunista se procesó a personas acusadas de haber asistido a una reunión en la que habíamos hablado; de haber comprado un ejemplar del periódico que vendíamos en la calle frente al local en Union Square; o de haber tenido algún contacto con nosotros en el pasado: a estos se les obligaba a probar que no habían mantenido ese contacto posteriormente. Un muro de ostracismo nos separaba de los militantes del partido. Gente a la que habíamos conocido por años pasaron a ser extraños de la noche a la mañana. Deben recordar que toda nuestra vida la habíamos pasado en el movimiento comunista y su periferia. Eramos trabajadores profesionales del partido. No teníamos intereses ni asociaciones de carácter social afuera del partido y su periferia. Todos nuestros amigos, todos nuestros socios, todos nuestros colaboradores en las tareas cotidianas por años habían pertenecido a este entorno. Entonces, de la noche a la mañana, todo esto se nos cerró. Quedamos completamente aislados de ello. Es el tipo de cosas que suele suceder cuando uno cambia su lealtad de una organización a otra. Como norma, no es tan serio porque cuando uno deja una serie de asociaciones -políticas, personales y sociales--, uno inmediatamente se ve impulsado hacia un nuevo entorno. Uno encuentra amigos nuevos, gente nueva, socios nuevos. Sin embargo, nosotros sólo experimentamos un lado de ese proceso. Se nos había aislado de nuestras viejas asociaciones sin tener nuevas adonde ir. No había una organización a la que nos pudiéramos afiliar, donde encontráramos nuevos amigos y compañeros de trabajo. Sin otra cosa que el programa y nuestras propias manos teníamos que crear una nueva organización. En aquellos primeros días vivíamos bajo un tipo de presión que de muchas formas es el peor que se puede ejercer contra un ser humano: ostracismo social de parte de su propia gente. En gran medida, a mí personalmente me había preparado para esa prueba una experiencia del pasado. Durante la Primera Guerra Mundial, viví como un paria en mi propio pueblo entre gente que había conocido toda mi vida. En consecuencia, la segunda experiencia fue quizás no tan dura como lo fue para otros. A muchos camaradas que simpatizaban con nosotros a nivel personal, que habían sido nuestros amigos, así como muchos que simpatizaban al menos en parte con nuestras ideas los aterrorizaron para que no se nos juntaran o se asociaran con nosotros a partir de ese terrible castigo del ostracismo. Esa no fue una experiencia fácil para nuestra pequeña banda de trotskistas, como sea terminó
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siendo una buena escuela. Ideas que valen la pena sostener, son también ideas por las que vale la pena combatir. La calumnia, el ostracismo y la persecución que nuestro joven movimiento resistió por todo el país en los primeros días de la Oposición de Izquierda en Estados Unidos fueron un entrenamiento y una preparación excelentes para resistir la presión y aislamiento sociales que habían de venir en conexión a la Segunda Guerra Mundial, cuando el verdadero peso de la sociedad capitalista comienza a hacerse sentir sobre los testarudos disidentes y oposicionistas. Calumnias, ostracismo, gangsterismo La primer arma de los estalinistas fue la calumnia. La segunda arma que emplearon contra nosotros fue el ostracismo. La tercera fue el gangsterismo. Sólo imaginen, este era un partido con una militancia y una periferia de decenas de miles de personas, no con uno sino con no menos de diez diarios en su arsenal, con un sinnúmero de semanarios y publicaciones mensuales, con dinero y un enorme aparato de trabajadores profesionales. Esta fuerza relativamente formidable se formó contra un puñado de gente sin recursos, sin conexiones: sin nada más que su programa y su deseo de luchar por él. Nos calumniaron, nos sometieron al ostracismo, y cuando eso no logró doblegarnos, intentaron apabullarnos físicamente. A fin de no tener que responder a cualquier argumento nos imposibilitaban el hablar, escribir o existir. Nuestro periódico se dirigía expresamente a los miembros del Partido Comunista. No tratábamos de convertir a todo el mundo. Primero llevamos nuestro mensaje a quienes considerábamos la vanguardia, a quienes era más probable que les interesarían nuestras ideas. Sabíamos que al menos el primer destacamento lo tendríamos que reclutar de sus filas. Después que se imprimía nuestro pequeño periódico, tanto los directores como los miembros teníamos que salir a venderlo. Nosotros redactábamos el periódico. Luego íbamos a la imprenta, nos cerníamos sobre las galeras hasta que se corregía el último error, esperando ansiosos hasta ver salir el primer ejemplar de la imprenta. Eso siempre nos entusiasmaba: un nuevo número del Militant, una nueva arma. Entonces con paquetes de periódicos bajo el brazo salíamos a venderlo en las esquinas de Union Square. Está claro que no era lo más eficiente del mundo que tres directores se transformaran en tres voceadores. Pero estábamos escasos de ayuda y teníamos que hacerlo; no siempre, pero sí ocasionalmente. Y eso no era todo. Para poder vender nuestros periódicos en Union Square teníamos que defendernos contra los ataques físicos. Hoy que hojeaba el primer tomo del Militant, refrescándome la memoria sobre algunos de los sucesos de aquellos días, leí la primera historia sobre los ataques físicos contra nosotros, los cuales comenzaron a las pocas semanas de que nos expulsaran. Al principio, a los estalinistas los pescamos desprevenidos. Antes que supieran qué los había golpeado ya teníamos un periódico impreso y nuestros camaradas estaban enfrente del local del Partido Comunista vendiendo el Militant a cinco centavos por ejemplar. Eso provocó una tremenda sensación. Por varias semanas no supieron qué hacer al respecto. Entonces decidieron probar el método estalinista de la fuerza física. El primer informe en el Militant habla de dos camaradas del grupo húngaro que fueron allí una noche con paquetes del periódico e intentaron
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venderlo. Unos matones las asediaron, les dieron de empellones, las patearon, las echaron de la vía pública, y les rompieron los periódicos. Eso se reportó en el Militant como el primer ataque gangsteril contra nosotros. Luego pasó a ser algo más o menos regular. Nosotros no cedimos terreno. Les armamos un gran tumulto y un escándalo por toda la ciudad. Movilizamos todas nuestras fuerzas para ir ahí los sábados por la tarde, formando una guardia en torno a los directores y desafiando a los matones estalinistas a que nos echaran. Se dieron una lucha tras otra. Así pasaron las primeras semanas. El 17 de diciembre se celebró en la ciudad de Nueva York el pleno del Comité Central del Partido Comunista. Y aquí también quiero señalar una de las importantes lecciones de nuestras tácticas en esta lucha. Es decir, no le volvimos la espalda al partido, sino que retornamos a él. Habiendo sido expulsados el 27 de octubre, fuimos al pleno el 17 de diciembre, tocamos la puerta y dijimos: "Hemos venido a apelar nuestra expulsión". Ellos fijaron una hora y nos permitieron presentar nuestra apelación ante aproximadamente 100 ó 150 dirigentes del partido. Ahora, los lovestonistas no hicieron esto por consideración a la democracia o por un fiel apego a la constitución. Lo hicieron por motivos fraccionales. Fíjense, nuestra expulsión no puso fin a la lucha fraccional entre los fosteristas y los lovestonistas. Los lovestonistas, que contaban con la mayoría, concibieron la mañosa idea de que si nos permitían el uso de la palabra, eso les permitiría comprometer a los fosteristas como "conciliadores trotskistas". Por esa rendija entramos al pleno. No teníamos ilusiones. Ni siquiera pensábamos convencerlos. No nos preocupaba su estrategia de ratería mezquina contra los fosteristas. Pensábamos presentar nuestra apelación formal y publicar el discurso en el Militant como propaganda para su distribución. Los "tres generales sin ejército" se presentaron ante el pleno de diciembre como representantes de todos los expulsados. Yo di un discurso de unas dos horas. Luego nos sacaron apresuradamente. Al día siguiente el discurso estaba listo en el linotipo para el próximo número del Militant bajo el titular de "Nuestra apelación ante el partido". Mencioné que los estalinistas emplearon contra nosotros las armas de la calumnia, el ostracismo y el gangsterismo. La cuarta arma en el arsenal de los dirigentes del estalinismo norteamericano fue el allanamiento de morada. Le temían tanto a este grupito, armado con las grandes ideas del programa de Trotsky, que querían por todos los medios aplastarlo antes de que se le prestara atención. Un domingo por la tarde, al retornar de una reunión de nuestra primera rama en Nueva York --12 ó 13 personas reunidas solemnemente para formar una organización y preparar el terreno para derrocar el capitalismo estadounidense-- encontré que habían saqueado todo el apartamento. En nuestra ausencia habían forzado la cerradura de la puerta de mi casa y la allanaron. Era un total desorden; todos mis papeles, documentos, apuntes y correspondencia privados --todo lo que pudieron encontrar-- estaban regados por el suelo. Era claro que los habíamos sorprendido antes de que pudieran cargar con el botín. Mientras estuve de gira unas semanas después regresaron y acabaron el trabajo. Esa vez se lo llevaron todo. Seguimos luchando según nuestros lineamientos. Les armábamos escándalos despiadados, poníamos el grito en el cielo, dábamos a conocer sus allanamientos y su gangsterismo, y los hacíamos vacilar con nuestras
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denuncias. No se podían deshacer de nosotros ni silenciarnos. Aquí, por supuesto, contábamos con la tremenda ventaja de nuestras experiencias pasadas. Habíamos pasado pruebas duras. Habíamos participado en un buen número de luchas y no nos iban a desorientar con unos cuantos allanamientos o calumnias. Sabíamos cómo explotar de forma eficaz todas estas cosas en su contra. Peleábamos con armas políticas, las cuales son más sólidas que la cachiporra del gángster o la ganzúa del ladrón. Apelamos a la buena voluntad y a la conciencia comunista de los miembros del partido y comenzamos a reclutar a los que en un principio se nos acercaron a manera de protesta contra las prácticas estalinistas. En cuestión de semanas, el 8 de enero de 1929, organizamos la primera reunión trotskista pública en Estados Unidos. Al hojear hoy el primer tomo del Militant, vi el anuncio de esa reunión en la primera plana del número del primero de enero de 1929. Admito que me sentí un poco emocionado pues recordé la ocasión en que creamos una gran sensación en los círculos de la izquierda en Nueva York. Enfrente de este Templo Obrero en un gran rótulo se anunciaba que yo iba a hablar de "La verdad sobre Trotsky y la Oposición rusa". Fuimos a esa reunión listos para protegerla. Contamos con la ayuda del grupo italiano de los bordiguistas, nuestros camaradas húngaros, unos cuantos individuos que simpatizaban con el comunismo que no creían en que se obstruyera la libertad de expresión, y nuestras propias y valientes fuerzas recién reclutadas. Estos se desplegaron en frente de la tarima del Templo Obrero y cerca de la puerta para asegurarse que la reunión no fuese interrumpida. Y esa reunión se llevó a cabo sin interrupción. El salón estaba lleno, no sólo con simpatizantes y conversos, sino también con todo tipo de personas que asistieron por los motivos, intereses, curiosidad, etcétera, más diversos. La charla fue muy exitosa, consolidó a nuestros partidarios y captó algunos reclutas. También provocó una gran alarma en el campo de los estalinistas, empujándolos más aún hacia la vía de la violencia contra nosotros. Luego planeamos una gira nacional para abordar el mismo tema. Intenté hablar en New Haven, pero allí nos superaron muchísimo numéricamente. Los estalinistas nos rodearon y la reunión fue completamente destruida. Hablé en Boston; allí habíamos realizado mejores preparativos. Llegué con varios días de anticipación, anduve visitando varios de mis viejos amigos del IWW a ver si podían conseguir un par de muchachos de los muelles para que nos ayudaran a defender la libertad de expresión. Tuvimos como una decena de estos muchachos alrededor de la tarima. Allí también había una pandilla de matones estalinistas, dispuestos a desbaratar la reunión, pero es evidente que se convencieron de que serían ellos los que terminarían con la cabeza rota si lo intentaban. La reunión de Boston fue un éxito. No está de más decir que mi moderadora en esa histórica ocasión fue Antoinette Konikow. Y en torno al programa de Trotsky se consolidó en Boston un grupo de ocho o diez camaradas. En Cleveland nos enfrascamos en una lucha. El conocido Amter era el Organizador de Distrito en Cleveland y llevó un escuadrón a nuestra reunión para desbaratarla. Nosotros también teníamos a unos cuantos muchachos que se habían pasado de nuestro lado, y ellos alinearon a un número de simpatizantes, izquierdistas y otros más que querían un ambiente imparcial y la libertad de expresión. Aleccionados por nuestra experiencia de New Haven,
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nuestras fuerzas estaban organizadas en un escuadrón alrededor del orador. Comencé mi charla y después de unas cuantas frases, según recuerdo, usé la expresión, "Quiero explicarles el significado revolucionario de esta lucha". Amter se paró y dijo, "Querrás decir significado contrarrevolucionario". Aparentemente esa era la señal. La pandilla estalinista comenzó a abuchear y a silbar. "Siéntate contrarrevolucionario", "traidor", "agente del imperialismo estadounidense" y así por el estilo. Eso duró como quince minutos, era un pandemonio. Su idea era usar el tumulto para que no se me pudiera escuchar. Era así como iban a aclarar la cuestión, simplemente impidiéndome hablar. Nosotros teníamos otras ideas. Quedó claro que los amteristas iban a gritar toda la noche de ser necesario. Nuestro escuadrón estaba listo, a la espera de que yo diera la señal. Finalmente dije, "Muy bien, adelante". Acto seguido, fueron tras Amter y su pandilla, los tomaron uno por uno tirándolos por la escalinata, limpiando el salón y el ambiente de estalinistas. Entonces todo marchó bien; la reunión procedió sin más altercados. Conseguimos una paz y una tranquilidad de lo más estupendas. En Chicago, varias noches después, los estalinistas tenían una pandillita, pero no pudieron decidirse si deseaban empezar un pleito o no. Yo procedí con la presentación. Durante el trayecto, diversos funcionarios estalinistas me iban a ver en la noche como a la figura bíblica de Nicodemo. Uno de ellos fue B.K. Gebert, quien en los años posteriores pasó a ser figura prominente en el Partido Comunista y el Organizador de Distrito de Detroit. Me vino a ver al hotel en Chicago; era un hombre angustiado. Sentía desdén por todos estos métodos que se empleaban contra nosotros. Gebert era un comunista concienzudo, simpatizaba con nuestra lucha, pero no podía dejar el partido. No podía hacerse a la idea de romper con toda una vida, que era la que conocía, y empezar de nuevo. Igual sucedió con muchos otros. Diversas formas de compulsión afectan a diversas personas. Algunos temen un golpe físico, otros le temen a las calumnias, otros se atemorizan ante el ostracismo. Los estalinistas desplegaron todos estos métodos. Esto tuvo el efecto acumulativo de aterrorizar a cientos e incluso a miles de personas que, en una atmósfera libre, habrían simpatizado con nosotros y nos habrían apoyado de una u otra forma. En mi reunión en Minneapolis, como testifiqué años después en el Tribunal Federal de Distrito del Norte de Minnesota, nos pescaron con la guardia abajo. Nuestras fuerzas eran bastante sólidas en Minneapolis. Todos los dirigentes reconocidos del movimiento comunista en Minneapolis, V.R. Dunne, Carl Skoglund y demás nos daban su apoyo. Físicamente también era fuertes; entonces se descuidaron. Al organizar la reunión bajo la teoría de que allí los matones no intentarían sus triquiñuelas, no se organizaron planes especiales para la defensa. Ese fue un error. Nuestra gente llegó tarde. La pandilla estalinista llegó temprano, atacaron a Oscar Coover con cachiporras, forzaron su entrada y ocuparon sillas en la primera fila de una sala muy pequeña. Cuando me levanté a hablar comenzaron a hacer ruido de la forma que lo habían hecho Amter y su pandilla en Cleveland. Tras unos cuantos minutos les caímos, y se desató una batalla campal. Luego llegó la policía y disgregó la reunión. Eso fue algo bastante escandaloso y desmoralizador para Minnesota. Se decidió que yo me quedaría y que intentaríamos celebrar otra reunión. Fuimos a la sede del IWW con una propuesta para formar un frente
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unido a fin de proteger la libertad de expresión. Junto a ellos y a unos cuantos simpatizantes y varios individuos aislados formamos una Guardia de Defensa Obrera. Se programó una reunión en el salón del IWW; en el volante se anunció que esa reunión se realizaría bajo la protección de la Guardia de Defensa Obrera. La guardia llegó equipada con garrotes --grandes mangos de hacha adquiridos en la ferretería--, bien prácticos. Los guardias se alinearon contra las paredes y frente al orador. Otros se apostaron en la puerta. El moderador tranquilamente anunció que se iban a permitir preguntas y discusión, pero que nadie debía interrumpir mientras el orador hiciera uso de la palabra. La reunión se llevó a cabo tranquilamente sin señales de disturbios. La organización de nuestro grupo en Minneapolis se completó en buena forma. Estalinistas intentan desbaratar mítines En Nueva York, conforme comenzamos a celebrar más reuniones regulares, los estalinistas arreciaron sus intentos de pararnos. Aquí en el Templo Obrero se desbarató una reunión. Su plan permanente era llegar con tal fuerza de modo que pudieran echar al orador de la tarima, apoderarse de la reunión, y volverla una manifestación antitrotskista. Nunca lo lograron hacer porque siempre manteníamos en la plataforma a nuestra guardia equipada con los implementos necesarios. Los estalinistas no lograron llegar a la plataforma. Sin embargo, comenzaron tal trifulca que llegó un gran contingente de policías y la reunión terminó siendo desbaratada en un desorden. Los estalinistas trataron lo mismo una segunda vez pero los derrotamos e hicimos que se fueran. Las cosas en verdad alcanzaron su punto culminante cuando los estalinistas realizaron sus últimos intentos de disgregar nuestras reuniones en el salón del noreste de la ciudad, donde solía reunirse nuestro grupo húngaro. Allí celebramos el Primero de Mayo en 1929, la primavera que siguió a nuestra expulsión. Al revisar hoy el Militant, vi el anuncio de la reunión del Primero de Mayo en el Salón Húngaro y la declaración adjunta de que se realizaría bajo la protección de la Guardia de Defensa Obrera. Estuvo bien protegida; nuestra estrategia fue de no dejar entrar a los perturbadores. A nuestros propios camaradas, simpatizantes y todos aquellos que claramente habían llegado para celebrar el Primero de Mayo, se les dejó entrar. Cuando los estalinistas intentaron abrirse paso por la fuerza, se toparon con nuestra guardia al final de las escaleras, y recibieron golpes a la cabeza hasta que decidieron que no podrían ocupar esa escalinata. La reunión se celebró en paz. Al viernes siguiente, creo que fue, los estalinistas decidieron vengarse del grupo húngaro por su incapacidad de disgregar la reunión del Primero de Mayo como se les había instruido. Los camaradas húngaros estaban celebrando una reunión privada, ocho o diez personas desempeñando las funciones básicas de una rama. Entre los presentes estaban el veterano comunistas Louis Basky, un hombre de unos 50 años de edad, y su anciano padre, quien tenía unos 80 años, un combativo partidario de su hijo y del movimiento trotskista. Allí había varias camaradas. De repente una pandilla de matones estalinistas invadió el salón. Se metieron de un golpe y comenzaron a agredir tanto a hombres como a mujeres, incluido el viejo Basky. Nuestros camaradas cogieron sillas o patas de sillas y se defendieron lo mejor que pudieron. En un momento de esa lucha sangrienta, uno de los presentes, un carpintero de profesión, que tenía una de las herramientas de su oficio en su
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bolsillo, vio cuando un par de estos matones atacaba a aquel viejo. Al verlo perdió los estribos y se puso a trabajar sobre uno de ellos. Tuvieron que llevar al matón estalinista al hospital. Allí estuvo tres semanas, sin que los doctores supieran si se iba a recuperar o no. Eso frenó los ataques contra nuestras reuniones. Los estalinistas habían llevado las cosas al borde de una tragedia terrible y del escándalo de todo el movimiento comunista. Se convencieron de que no íbamos a rendir nuestro derecho de reunirnos y expresarnos, que íbamos a alzarnos y a pelear, que no nos podían disgregar. A partir de ahí, sólo hubo casos aislados de violencia contra nosotros. Nuestra libertad de expresión no la conquistamos de los pandilleros estalinistas porque hayan cambiado de opinión, sino gracias a nuestra defensa decidida y militante de nuestros derechos. Entretanto captamos nuevos miembros y simpatizantes gracias a la lucha que veníamos ofreciendo. Sólo éramos un puñado de gente, y nos atacaban con todas las armas de las calumnias, el ostracismo y la violencia. Sin embargo, defendimos nuestro terreno. Como fuera lográbamos sacar nuestro periódico regularmente. Retornábamos de cada lucha más fuertes, y eso despertaba simpatía y apoyo. Muchos de los izquierdistas de Nueva York, simpatizantes del Partido Comunista, e incluso algunos de sus miembros, solían ir a nuestras reuniones para ayudar a protegernos en interés de la libertad de expresión. Se veían atraídos a nuestra lucha, por nuestra valentía, y les repugnaban los métodos de los estalinistas. Luego comenzaban a leer nuestros materiales y a estudiar nuestro programa. Comenzamos a captarlos, uno por uno, a convertirlos políticamente al trotskismo. Así que podemos decir que el núcleo inicial del trotskismo estadounidense se reclutó en el crisol de una verdadera lucha. Semana tras semana, mes tras mes, forjamos estos grupitos en diversas ciudades, y al poco tiempo ya teníamos el esqueleto de una organización nacional. El Militant salía cada dos semanas; hoy no sabría decirles cómo lo hicimos ni desearía la tarea financiera que supondría hacerlo de nuevo. Lo logramos con la ayuda de amigos leales. Lo hicimos de una u otra forma y al costo de sacrificios enormes. Pero esos sacrificios no eran nada comparados con la recompensa intelectual y espiritual que obteníamos al publicar nuestro periódico, al divulgar nuestro mensaje, y sentir que estábamos realizando de forma digna la gran misión que se nos había encomendado. Durante todo este tiempo no tuvimos contacto con el camarada Trotsky. No sabíamos si estaba vivo o muerto. Sí había informes de que estaba enfermo. Nunca nos atrevimos a abrigar esperanzas de que íbamos a verlo jamás o que tendríamos algún contacto directo con él. Lo único que nos conectaba a él era aquel documento que traje desde Moscú y otros documentos que recibimos más tarde de los grupos europeos. En cada edición del Militant, número tras número, comenzamos a publicar los diversos documentos de la Oposición de Izquierda rusa que abarcaban todo el periodo que iba desde 1924 hasta 1929. Rompimos el bloqueo contra las ideas de Trotsky y de su compañeros de labores en Rusia. Entonces, a comienzos de la primavera de 1929, a los pocos meses de nuestra expulsión, la prensa del mundo fue estremecida con el anuncio de que a Trotsky lo iban a deportar de Rusia. El anuncio no decía adónde lo enviarían. Día tras día, la prensa venía repleta de toda suerte de noticias especulativas, pero carecía de información sobre su paradero. Así siguieron por poco más de
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una semana. Nosotros seguíamos en vilo al no saber si Trotsky estaba vivo o muerto, hasta que finalmente llegó la noticia de que había desembarcado en Turquía. Allí establecimos nuestro primer contacto con él en la primavera de 1929, cuatro o cinco meses después de haber iniciado el movimiento en su nombre y sobre la base de sus ideas. Le escribí una carta; pronto recibimos respuesta. Desde entonces --salvo por el periodo que estuvo internado en Noruega-- hasta el día de su muerte, nunca carecimos del más íntimo contacto con el fundador e inspirador de nuestro movimiento. El 15 de febrero de 1929, antes que se cumplieran cuatro meses de nuestra expulsión, conforme el Partido Comunista preparaba su congreso nacional, publicamos la "Plataforma" de nuestra fracción: una declaración completa de nuestros principios y nuestra posición sobre los problemas del momento, nacionales e internacionales. Al comparar esta plataforma con las resoluciones y tesis que nosotros, tanto como las otras fracciones, solíamos escribir en las luchas fraccionales nacionales internas, se percibe el abismo que separa a gente que ha adquirido una perspectiva teórica internacional de gente fraccionalista de disposición nacionalista que lucha en un área restringida. Nuestra plataforma comenzaba con nuestra declaración de principios sobre un plano internacional, nuestro enfoque del problema ruso, nuestra posición sobre las enormes cuestiones teóricas que yacían al fondo de la lucha en el partido ruso: la cuestión del socialismo en un solo país. De ahí la plataforma pasaba a abordar problemas nacionales, el problema sindical en Estados Unidos, los pormenores del problema de la organización del partido, etcétera. Por primera vez en la larga y extendida lucha fraccional del movimiento comunista estadounidense se tiraba al ruedo un documento internacional marxista verdaderamente completo. Eso resultó de la adherencia a la Oposición de Izquierda rusa y a su programa. Esa plataforma la publicamos en el Militant, primero como propuesta al congreso del Partido Comunista, porque aunque habíamos sido expulsados manteníamos nuestra posición como fracción. Nosotros no huimos del partido. No comenzamos otro partido. Recurrimos de nuevo a la militancia del partido y dijimos: "Pertenecemos a este partido y este es nuestro programa, nuestra plataforma, para el congreso del partido". Naturalmente, tampoco esperábamos que los burócratas nos permitieran defenderla en el congreso. No esperábamos que la fueran a adoptar. Nos estábamos dirigiendo a las filas del Partido Comunista. Era esa línea, esa técnica, la que orientó nuestro enfoque hacia los miembros de filas del Partido Comunista. Cuando Lovestone, Foster y compañía les dijeran: "Estos tipos, estos trotskistas, son enemigos de la Internacional Comunista; quieren destruir el partido", les podíamos demostrar que no era cierto. Nuestra respuesta era: "No, aún somos miembros del partido, y estamos sometiendo esta plataforma ante el partido para darle una posición de principios más clara y una mejor orientación". De esta forma manteníamos contacto con los mejores elementos del partido. Rechazábamos que se nos calumniara como enemigos del comunismo y los convencíamos de que éramos sus fieles defensores. Por esa vía nos granjeamos al principio su atención, reclutando por fin muchos de ellos, uno por uno, a nuestro grupo. El 19 de marzo de 1929, como puedo ver en mis notas, sostuvimos una reunión en el Templo Obrero para protestar la deportación de Trotsky de la Unión Soviética. En la cúspide de la sensación mundial creada por esa noticia convocamos una reunión masiva aquí en el Templo Obrero y anunciamos a
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Cannon, Abern y Shachtman como oradores. Protestamos esa infamia y de nuevo declaramos públicamente nuestra solidaridad con Trotsky. Primera conferencia de la Oposición En la edición del 17 de mayo de 1929, el Militant publicó una convocatoria para la primera Conferencia Nacional de la Oposición de Izquierda en Estados Unidos. La tarea primordial de esa conferencia --como se anunció en el llamado y en subsiguientes artículos previos a la conferencia--, era aprobar una plataforma. Esta plataforma, que Cannon, Abern y Shachtman habían redactado y presentado como proyecto ante el Partido Comunista, pasó a ser el proyecto de plataforma para nuestra organización, y fue sometida a nuestra primera conferencia. Otra tarea de la conferencia era clarificar más entre nuestras filas nuestra posición sobre el problema ruso. Si uno estudia la historia del bolchevismo estadounidense desde 1917 hasta el presente, verá que en cada coyuntura, en cada momento crítico, en cada vuelco de sucesos, la cuestión rusa ha dominado la disputa. Fue la cuestión rusa la que determinó la lealtad de la gente, ya fueran revolucionarios o reformistas, desde 1917 hasta la escisión en el Partido Socialista en 1919. Al momento de la expulsión de Trotsky en 1928, en las innumerables luchas que sostuvimos con las diversas fracciones y grupos en el transcurso de nuestro propio desarrollo, hasta nuestra propia lucha con la oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista de los Trabajadores en 1939 y 1940: el tema primordial fue siempre la cuestión rusa. Primaba siempre porque la cuestión rusa es la cuestión de la revolución proletaria. No es el problema abstracto de una posible revolución; es el problema de la propia revolución, una que realmente sucedió y que aún vive. La actitud hacia esa revolución hoy día, como ayer, como lo fue al comienzo, constituye el criterio decisivo para determinar el carácter de un grupo político. La cuestión rusa Teníamos que aclarar esa cuestión en nuestra primera conferencia, porque apenas fuimos expulsados y comenzamos a combatir la burocracia estalinista, todo tipo de gente se nos quiso unir con una pequeña condición: que volviéramos la espalda a la Unión Soviética y al Partido Comunista y construyéramos una organización anticomunista. De haber aceptado esa condición habríamos podido reclutar cientos de miembros en los primeros días. Hubo otros que querían abandonar la idea de funcionar como una fracción del Partido Comunista y proclamar un movimiento comunista completamente independiente. Era tarea de nuestra conferencia también aclarar esa cuestión. ¿Debíamos comenzar un nuevo partido independiente y renunciar a cualquier trabajo futuro en el PC, o debíamos continuar declarándonos una fracción? Esa pregunta debía contestarse de forma decisiva. Otro problema referido a la primera Conferencia Nacional era el carácter y la forma que asumiría nuestra organización nacional, así como la elección de nuestros dirigentes nacionales. Hasta esa fecha, "los tres generales" se habían desempeñado como la dirección sencillamente en virtud del hecho que eran ellos quienes habían iniciado la lucha. Eso constituía credenciales suficiente
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para empezar: quienes toman la iniciativa pasan a ser dirigentes de acción mediante una ley que es superior a cualquier referéndum. Sin embargo, eso no podía continuar así de forma indefinida. Reconocíamos que era necesario sostener una conferencia y elegir a un comité dirigente. Fuimos muy afortunados al recibir respuesta del camarada Trotsky a nuestro comunicado a tiempo para la conferencia. Su respuesta, como todas sus cartas, como todos sus artículos, estaba impregnada de sabiduría política. Su amistoso consejo nos a ayudó a resolver nuestros problemas. El Militant informa que a la primera conferencia de los trotskistas estadounidenses asistieron 31 delegados regulares y 17 suplentes, procedentes de 12 ciudades, representando en total a unos 100 miembros de todo el país. La conferencia se celebró en Chicago en mayo de 1929. A partir de las cifras que he citado se puede observar que cerca de la mitad de los miembros de nuestra joven organización atendieron como delegados regulares o suplentes para constituir esa histórica conferencia. Esta se realizó en un espíritu de unanimidad, entusiasmo y de una confianza ilimitada en nuestro gran futuro. Los primeros preparativos que hicimos fueron los de las tareas prácticas de proteger la conferencia de los matones estalinistas. Todos los delegados, 48 en total, se alistaron en el ejército de autodefensa. Si los estalinistas hubiesen intentado interferir con la conferencia, sus esfuerzos habrían recibido una buena respuesta. No obstante decidieron dejarnos en paz y fue así que sesionamos por días. La Liga Comunista de EE.UU. Permítanme repetir. Había 31 delegados regulares y 17 suplentes de 12 ciudades, que representaban aproximadamente a 100 miembros de nuestra organización nacional. Nos denominamos La Liga Comunista de Estados Unidos, Oposición de Izquierda del Partido Comunista. Estábamos seguros que teníamos razón. Estábamos seguros que nuestro programa era correcto. Salimos de esa conferencia con la firme confianza de que la raíz de todo el desarrollo futuro del movimiento comunista regenerado en Estados Unidos -hasta el instante en que el proletariado tome el poder y comience a organizar la sociedad socialista--, se ha de remontar a aquella primera Conferencia Nacional de los trotskistas estadounidenses celebrada en Chicago en mayo de 1929.
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5. Los 'días caniculares' de la Oposición de Izquierda Nuestra última sesión nos llevó hasta la primera Conferencia Nacional de la Oposición de Izquierda en mayo de 1929. Habíamos sobrevivido los difíciles primeros seis meses de nuestra lucha y mantenido intactas nuestras fuerzas, a la vez que habíamos conseguido nuevos adeptos. En la primera conferencia consolidamos nuestras fuerzas en una organización nacional, establecimos una dirección electa y definimos con más precisión nuestro programa. Nuestros miembros de filas eran firmes, resueltos. Contábamos con escasos recursos y numéricamente éramos muy pocos, sin embargo estábamos seguros de que habíamos encontrado la verdad y que al final venceríamos con esa verdad. Regresamos a Nueva York para empezar la segunda fase de la lucha por la regeneración del comunismo estadounidense. La suerte de todo grupo político --ya sea para vivir y crecer o para degenerarse y morir-- se decide en sus primeras experiencias a partir de la forma en que responde a dos cuestiones decisivas. La primera es la adopción de un programa político correcto. Sin embargo, esto en sí no garantiza la victoria. La segunda es que el grupo decida de forma acertada cuál va a ser la naturaleza de sus actividades y qué tareas se va a plantear, dados el tamaño y capacidad del grupo, la etapa de desarrollo de la lucha de clases, la correlación de fuerzas en el movimiento político, etcétera. Necesidad de un programa correcto Si el programa de un grupo político, en especial un grupo político pequeño, es falso, al final nada lo podrá salvar. Es imposible envidar en falso tanto en el movimiento político como en la guerra. La única diferencia es que en tiempos de guerra las cosas llegan a tal extremo que toda debilidad sale a flote casi de inmediato, como lo demuestra etapa tras etapa la actual guerra imperialista. En la lucha política la ley opera igual de implacable. Los envites no funcionan. A lo sumo logran engañar gente por un tiempo, pero las principales víctimas del engaño, a fin de cuentas, son los que hacen el envite. Uno debe saber cumplir sus compromisos . Es decir, uno debe tener un programa correcto a fin de sobrevivir y servir a la causa de los trabajadores. Un ejemplo de cuán nefasto resulta sostener una actitud de envite sin mucha reflexión con respecto al programa es el notorio grupo de Lovestone. Algunos de ustedes que son nuevos al movimiento revolucionario puede que jamás hayan oído hablar de esta fracción --la cual en un momento desempeñó un papel muy prominente--, ya que ha desaparecido por completo de la escena. No obstante, en aquellos días la gente que constituía el grupo de Lovestone eran los que dirigían el Partido Comunista de Estados Unidos. Fueron ellos los que llevaron a cabo nuestra expulsión, y cuando unos seis meses después ellos mismos fueron expulsados, empezaron con una fuerza mucho más numerosa y con más recursos que nosotros. En los primeros días eran mucho más impresionantes. Sin embargo, no tenían un programa correcto y tampoco intentaron desarrollarlo. Creían que podían hacerle un poquito de trampa a la historia; que podían tomar atajos en cuanto a los principios y mantener fuerzas más numerosas transigiendo en la cuestión del programa. Y por un tiempo lo lograron. Sin embargo, al final, este grupo rico en energías y
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capacidades y con gente muy talentosa, fue totalmente destruido en la lucha política, se disolvió de forma ignominiosa. En la actualidad la mayoría de sus dirigentes --hasta donde sé, en realidad, todos--, se han subido al tren de la guerra imperialista, sirviendo intereses totalmente opuestos a los que se habían propuesto servir al comienzo de su labor política. El programa es decisivo. Por otro lado, si el grupo malentiende las tareas que le imponen las condiciones del momento, si no sabe cómo responder a la más importante de las cuestiones en política --o sea: qué hacer ahora--, entonces el grupo, independientemente de los méritos que tenga, se puede agotar realizando esfuerzos mal orientados, actividades fútiles, y fracasar. Así que como dije en mis primeras palabras, nuestro destino lo determinaron en aquellos primeros días la respuesta que dimos a la cuestión del programa y la forma en que analizamos las tareas del momento. En eso consistió nuestro mérito, como formación política recién creada dentro del movimiento obrero estadounidense, el mérito que aseguró el progreso, la estabilidad y el desarrollo ulterior de nuestro grupo: en que respondimos a estas dos cuestiones correctamente. La cuestión rusa es esencial La conferencia no abordó todos los problemas que planteaban las condiciones políticas del momento. Abordó únicamente los problemas más importantes, o sea, a los que había que dar respuesta primero. Y el primero fue el problema ruso, la cuestión de la revolución que existía. Como dije en la última presentación, desde 1917 una y otra vez se ha demostrado que la cuestión rusa es la piedra de toque de toda corriente política en el movimiento obrero. Quienes adoptan una posición equivocada sobre la cuestión rusa, tarde o temprano abandonan la vía revolucionaria. La cuestión rusa ha sido aclarada un sinnúmero de veces en artículos, folletos y libros. Sin embargo, surge cada vez que ocurre un vuelco importante en los acontecimientos. Hasta fecha tan reciente como 1939 y 1940, tuvimos que debatir una vez más la cuestión rusa con una corriente pequeñoburguesa dentro de nuestro movimiento. Quienes deseen estudiar la cuestión rusa en toda su profundidad, toda su agudeza y toda su urgencia pueden encontrar material abundante en la literatura de la Cuarta Internacional. Por eso no pienso tocarla en detalle esta noche. Simplemente la reduzco a lo más esencial y digo que la cuestión que enfrentábamos en nuestro primer congreso era la de si debíamos seguir apoyando al estado soviético, la Unión Soviética, a pesar del hecho de que su dirección había caído en manos de una casta conservadora, burocrática. En esos días hubo gentes que se denominaban y se consideraban revolucionarias, que se habían escindido del Partido Comunista, o que habían sido expulsados y que querían dar completamente la espalda a la Unión Soviética y lo que quedaba de la revolución rusa y empezar de nuevo, con un "borrón y cuenta nueva" como un partido antisoviético. Nosotros rechazamos ese programa y a todos los que nos instaban a seguirlo. Si hubiésemos transigido en ese asunto, en esos días habríamos conseguido muchos miembros. Tomamos una posición firme de apoyo a la Unión Soviética; no de derrocarla sino de intentar reformarla por medio de los instrumentos del partido y de la Comintern.
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En el curso de los acontecimientos se demostró que todos aquellos que por impaciencia, ignorancia o subjetividad --o por la razón que fuera--, anunciaron de forma prematura la muerte de la revolución rusa, en realidad estaban anunciando su propio fin como revolucionarios. Todos y cada uno de esos grupos y tendencias degeneraron, se desmoronaron desde su propia base, se hicieron al margen y en muchos casos se pasaron al campo de la burguesía. Nuestra salud política y nuestra vitalidad revolucionaria las salvaguardó, en primer lugar, la actitud correcta que asumimos respecto de la Unión Soviética, a pesar de los crímenes que habían cometido, incluso en contra nuestra, los individuos al control de la administración de la Unión Soviética. La cuestión sindical tuvo una importancia extraordinaria, la tuvo entonces como la ha tenido siempre. En aquella época fue particularmente grave. Tras experimentar por largo rato con políticas oportunistas de derecha, la Internacional Comunista y los partidos comunistas que estaban bajo su dirección y control habían dado un giro enorme hacia la izquierda, al ultraizquierdismo: una manifestación característica del centrismo burocrático de la facción de Stalin. Después de haber perdido la brújula marxista, se distinguieron por una tendencia a saltar de la extrema derecha a la izquierda y viceversa. En la Unión Soviética habían pasado por una larga experiencia con políticas derechistas, conciliándose con los kulaks [campesinos ricos] y los Nepmen [hombres de la Nueva Política Económica], hasta que la Unión Soviética --y con ella la burocracia--, llegó al borde del desastre. En el ámbito internacional, políticas similares dieron resultados similares. En respuesta, y ante las críticas implacables de la Oposición de Izquierda, hicieron una sobrecorrección ultraizquierdista en todos los campos. En cuanto a la cuestión sindical viraron hasta la posición de abandonar los sindicatos establecidos, entre ellos la Federación Norteamericana del Trabajo [AFL], y empezaron un nuevo movimiento sindical hecho a la medida y bajo el control del Partido Comunista. La política descabellada de formar "sindicatos rojos" pasó a ser la orden del día. Nuestra primera Conferencia Nacional adoptó una posición firme contra esa política, y se declaró a favor de operar dentro del movimiento sindical existente, confinando el sindicalismo independiente al sector no organizado. Sin clemencia atacamos el sectarismo renovado que comprendía esta teoría de un nuevo movimiento sindical "comunista" creado por medios artificiales. Al tomar esa postura, por lo acertado de nuestra política sindical, nos aseguramos de que cuando llegara el momento en que pudiéramos acceder al movimiento de masas, sabríamos cuál sería la ruta más corta para llegar a él. Acontecimientos posteriores confirmaron lo correcto de la política sindical aprobada en nuestra primera conferencia, y con la cual hemos sido consecuentes a partir de entonces. La tercera gran cuestión de importancia a la que teníamos que responder era la de si debíamos crear un nuevo partido independiente, o si todavía nos considerábamos una fracción del Partido Comunista existente y de la Comintern.
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Una fracción del Partido Comunista Aquí también fuimos acosados por gente que se consideraba izquierdista: antiguos miembros del Partido Comunista que totalmente se habían echado a perder y que querían tirar lo sano con lo podrido; elementos sindicalistas y ultraizquierdistas que, por su antagonismo con el Partido Comunista, estaban dispuestos a combinarse con cualquiera que quisiera crear un partido para oponérsele. Es más, en nuestras propias filas hubo quienes reaccionaron subjetivamente ante las expulsiones burocráticas, las calumnias, la violencia y el ostracismo que se emplearon en contra nuestra. También querían renunciar al Partido Comunista y empezar un nuevo partido. Esta propuesta poseía un atractivo superficial. Sin embargo, resistimos, rechazamos esa idea. La gente que simplificaba demasiado el asunto nos solía decir: ¿"Cómo pueden ser una fracción de un partido cuando de allí los han expulsado?" Les explicábamos: Es cuestión de evaluar correctamente a los miembros del Partido Comunista y de encontrar el enfoque táctico apropiado para acercárseles. Si el Partido Comunista y sus militantes han degenerado a tal punto que no tienen salvación y si existe un grupo más progresista de trabajadores (ya sea de hecho o potencialmente a partir de la dirección que el grupo lleve) del cual podamos formar un partido nuevo y mejor, entonces el argumento a favor de un nuevo partido es válido. Sin embargo, decíamos, no vemos tal grupo por ningún lado. No vemos verdaderos progresistas, militantes, un verdadero intelecto político en todas estas distintas oposiciones, en estos individuos y tendencias. Casi todos son críticos de sillón y sectarios. La verdadera vanguardia del proletariado la componen las decenas de miles de trabajadores a los que ha despertado la revolución rusa. Ellos aún se mantienen fieles a la Comintern y al Partido Comunista. Ellos no han seguido de cerca el proceso de degeneración gradual. No han desentrañado las cuestiones teóricas que están al fondo de esta degeneración. Es incluso imposible que ellos lo atiendan a uno a menos que uno se ubique en el plano del partido y aspire no a destruirlo sino a reformarlo, exigiendo la readmisión al partido con derechos democráticos. Ese problema lo resolvimos correctamente al declararnos una fracción del partido y de la Comintern. A nuestra organización la denominamos La Liga Comunista de Estados Unidos (Oposición), para indicar que no éramos un nuevo partido sino simplemente una fracción de oposición dentro del antiguo partido. La experiencia ha demostrado con creces lo correcto de esta decisión. Al mantenernos como partidarios del Partido Comunista y de la Internacional Comunista, al oponernos a los dirigentes burocráticos en la cima, pero evaluando correctamente a las filas tal y como eran en aquel momento, y al buscar entrar en contacto con ellos, seguimos captando nuevos reclutas a las filas de los trabajadores Comunistas. La mayoría de nuestros miembros en el primer lustro de nuestra existencia surgió del PC. Así creamos las bases de un movimiento Comunista regenerado. En cuanto a la gente antisoviética y antipartidista, nunca produjeron más que confusión. De la decisión de formar, en esa época, una fracción y no un partido nuevo, se deriva otra cuestión importante y problemática, la cual se debatió y disputó a fondo en nuestro movimiento por cinco años, desde 1928 hasta 1933. Esa cuestión era: ¿Qué tarea concreta debemos plantearle a este grupo de 100
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personas dispersas por todo lo ancho de este vasto país? Si nos constituimos como partido independiente, entonces debemos apelar directamente a la clase trabajadora, dar la espalda al degenerado Partido Comunista y emprender una serie de esfuerzos y actividades en el movimiento de masas. Por otro lado, si hemos de constituirnos no como partido independiente sino como una fracción, de esto se deriva que nuestros más importantes esfuerzos, llamados y actividades se deberán dirigir no a la masa de 40 millones de trabajadores estadounidenses, sino a la vanguardia de la clase organizada en el Partido Comunista y su entorno. Se puede ver cómo esas dos cuestiones estaban ligadas. En la política, y no sólo en la política, una vez que uno dice "A" debe decir "B". O bien nos orientábamos hacia el Partido Comunista o nos alejábamos del Partido Comunista, en dirección de las masas sin desarrollar, sin organizar y sin educar. No puede haber pollo en corral y en cazuela. El problema consistía en comprender la verdadera situación, la etapa de desarrollo en ese momento. Por supuesto, uno debe encontrar un camino a las masas a fin de crear un partido que pueda dirigir una revolución. Sin embargo, el camino a las masas pasa por la vanguardia y no por encima de ella. Algunos no entendían eso. Creían que podían soslayar a los trabajadores de disposición comunista, e ir a caer en medio del movimiento de masas para encontrar allí a los mejores candidatos para el grupo más avanzado y de mayor desarrollo teórico del mundo, es decir, la Oposición de Izquierda, que era la vanguardia de la vanguardia. Esta concepción era errónea, producto de la impaciencia y de la incapacidad de pensar las cosas a fondo. Decidimos en cambio que nuestra tarea principal era la propaganda, no la agitación. Trabajo de propaganda Dijimos: Nuestra primera tarea es dar a conocer a la vanguardia los principios de la Oposición de Izquierda. No nos ilusionemos con la idea de que en este momento podemos llegar a la gran masa sin educar. Primero debemos conseguir lo que se pueda de este grupo de vanguardia, que consta de decenas de miles de militantes y simpatizantes del partido, y a partir de ellos cristalicemos cuadros suficientes, ya sea para reformar el partido o, si después de un gran esfuerzo que al final fracase --y sólo cuando se determine contundentemente el fracaso--, forjar un partido nuevo con las fuerzas que se hayan reclutado en el proceso. Sólo así es posible que reconstituyamos el partido en el verdadero sentido de la palabra. Por aquel entonces apareció en el horizonte una personalidad, quien también quizás les resulte desconocido a muchos de ustedes, pero que en esos días hizo bastante alboroto. Albert Weisbord había sido miembro del PC y consiguió que lo expulsaran en 1929 por hacer críticas, o por una u otra razón, eso nunca quedó claro. Después de su expulsión Weisbord decidió estudiar un poco. Con frecuencia sucede, como verán, que después que alguien recibe un trancazo empieza a preguntarse qué lo provocó. Al poco tiempo Weisbord concluyó sus estudios y se pronunció trotskista; pero no trotskista en un 50 por ciento como nosotros, sino un trotskista verdadero y genuino al 100 por ciento, cuya misión en la vida era aclararnos las cosas. Su revelación consistía en lo siguiente: los trotskistas no deben ser un círculo de propaganda, sino que deben pasar directamente al "trabajo de masas". Esa concepción debía llevarlo lógicamente a proponer la formación de
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un nuevo partido, algo que no podía hacer tan fácilmente porque carecía de miembros. Tendría que aplicar la táctica de ir primero a la vanguardia, y tendría que aplicárnosla a nosotros. Con algunos de sus amigos empezó una enérgica campaña de "cavar desde adentro" y martillar desde afuera a este pequeño grupo de 25 ó 30 personas que para entonces teníamos organizadas en la ciudad de Nueva York. A la vez que nosotros proclamábamos la necesidad de hacer propaganda entre los miembros y simpatizantes del Partido Comunista, como un vínculo hacia el movimiento de masas, Weisbord, proclamando un programa de acción de masas, dirigía el 99 por ciento de sus acciones de masas no a las masas, y ni siquiera al Partido Comunista, sino a nuestro pequeño grupo trotskista. Con nosotros estaba en desacuerdo en todo y nos denunciaba como falsos representantes del trotskismo. Cuando decíamos "sí", él decía, "decididamente sí". Si ofrecíamos 75, él pujaba más aún. Cuando dijimos "Liga Comunista de Estados Unidos", él denominó a su grupo la "Liga Comunista de Lucha" para hacerlo más fuerte. El meollo de la pugna con Weisbord fue la cuestión de la naturaleza de nuestras actividades. Se impacientaba por lanzarse al trabajo de masas por encima del Partido Comunista. Rechazamos su programa y él nos denunció en gruesos boletines mimeografiados. Algunos de ustedes quizás aspiren llegar a ser historiadores del movimiento, o por lo menos estudiantes de la historia del movimiento. De ser así, estas charlas informales que estoy dando pueden servir como mojones para un estudio más profundo de las cuestiones más importantes y los momentos álgidos. El material escrito abunda. Si se busca, literalmente se encontrarán fardos de boletines mimeografiados dedicados a críticas y denuncias de nuestro movimiento y, por la razón que sea, especialmente dedicados a mí. Este tipo de cosas sucede tan a menudo que desde hace mucho aprendí a aceptarlo como algo cotidiano. Siempre que en nuestro movimiento alguien enloquece, comienza a denunciarme a gritos, sin que en absoluto haya habido provocación de mi parte. Así que Weisbord nos denunció, particularmente a mí, pero lo debatimos. Nos aferramos a nuestro rumbo. En nuestras filas había gente impaciente que creía que valía la pena probar la receta de Weisbord: una vía por la que un grupito pobre se podría enriquecer de golpe. Es muy fácil que un grupo de gente aislada, reunido en un cuarto pequeño, se convenza a sí mismo de las propuestas más radicales a menos que guarde el sentido de proporción, sensatez y realismo. Algunos de nuestros camaradas, desilusionados por nuestro crecimiento lento, se dejaron seducir por la idea de que lo único que necesitábamos era un programa de trabajo de masas para salir e ir a captar a las masas. Ese sentimiento creció hasta tal punto que Weisbord creó una pequeña fracción dentro de nuestra organización. Nos vimos obligados a declarar una reunión abierta para discutir el asunto. Admitimos a Weisbord, que formalmente no era miembro, y le concedimos el derecho del uso de la palabra. Debatimos la cuestión con todas nuestras fuerzas. Finalmente aislamos a Weisbord. Nunca tuvo más de 13 miembros en su grupo en Nueva York. Ese grupito pasó por una serie de expulsiones y escisiones y finalmente desapareció de la escena. Empleamos una cantidad enorme de tiempo y de energías debatiendo y luchando en torno a esta cuestión. Y no sólo con Weisbord. En aquellos días constantemente nos daba lata gente impaciente en nuestras filas. Las dificultades del momento ejercían una gran presión sobre nosotros. Semana
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tras semana y mes tras mes parecía que apenas avanzábamos una pulgada. El desaliento echó raíz y con él la demanda de que urdiéramos un plan para crecer más rápido, una fórmula mágica. Eso lo discutimos, lo debatimos y mantuvimos a nuestro grupo sobre la línea correcta, manteniéndolo orientado hacia la única fuente posible de crecimiento saludable: las filas de los trabajadores Comunistas que aún estaban bajo la influencia del Partido Comunista. El "viraje a la izquierda" de los estalinistas nos colmó de nuevas dificultades. Este viraje en parte lo diseñó Stalin para socavar la Oposición de Izquierda; hacía que los estalinistas parecieran más radicales aún que la Oposición de Izquierda de Trotsky. Expulsaron del partido a los lovestonistas acusándolos de "derechistas", le cedieron la dirección del partido a Foster y compañía y promulgaron una política izquierdista. Con esta maniobra nos asestaron un golpe devastador. Los elementos descontentos en el partido que se habían inclinado hacia nosotros y que se habían opuesto al oportunismo del grupo de Lovestone, se reconciliaron con el partido. Solían decirnos: "Ya ven, estaban equivocados. Stalin esta corrigiendo todo. Esta asumiendo una posición radical en todo: en Rusia, en Estados Unidos, en todas partes". En Rusia la burocracia estalinista declaró la guerra a los kulaks. Por todo el mundo se estaba socavando la Oposición de Izquierda. En Rusia se dio toda una serie de capitulaciones. Rádek y otros renunciaron a la lucha bajo el pretexto de que Stalin había adoptado la política de la Oposición. Yo diría que hubo quizás cientos de militantes del Partido Comunista que se habían inclinado hacia nosotros, a quienes les dio la misma impresión y retornaron al estalinismo en el periodo del giro ultraizquierdista. Los verdaderos días caniculares Esos fueron los verdaderos días caniculares de la Oposición de Izquierda. Habíamos pasado los primeros seis meses progresando de forma bastante firme y durante la conferencia formamos nuestra organización nacional llenos de expectativas. Entonces de repente se detuvo el reclutamiento a las filas del partido. Tras la expulsión de los lovestonistas, una ola de ilusiones azotó al Partido Comunista. La reconciliación con el estalinismo pasó a ser la orden del día. Estábamos estancados. Y fue entonces que empezó todo el bullicio del primer Plan Quinquenal. A los miembros del Partido Comunista el Plan Quinquenal les llenó de entusiasmo, un plan que había iniciado y exigido la Oposición de Izquierda. El pánico en Estados Unidos, la "depresión", provocó una fuerte ola de desilusión con el capitalismo. En esa situación, el Partido Comunista se presentaba como la fuerza más radical y revolucionaria del país. El partido empezó a crecer, sus filas se hincharon y comenzó a atraer simpatizantes a montones. Nosotros, con nuestras críticas y explicaciones teóricas, ante la vista de todos parecíamos como un grupo de gente que abogaba por lo imposible, que se andaba en quisquillas, unos gruñones. Nos ocupábamos en tratar de hacer que la gente comprendiera que en última instancia la teoría del socialismo en un solo país es mortal para un movimiento revolucionario; que debíamos aclarar esta cuestión teórica a toda costa. Aferrados a los primeros éxitos del Plan Quinquenal, nos miraban y decían: "Esta gente esta loca, no vive en este mundo". En el momento que decenas y cientos de miles de personas
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empezaban a fijarse en la Unión Soviética, que avanzaba con el Plan Quinquenal, al tiempo que el capitalismo parecía venirse a pique, venían estos trotskistas, con sus documentos bajo el brazo, a exigirle a uno que leyera libros, que estudiara, que discutiera, y así por el estilo. Nadie nos quería escuchar. En esos días caniculares del movimiento, carecíamos en absoluto de contacto alguno. No teníamos amigos, ni simpatizantes, el movimiento tampoco tenía una periferia. No teníamos la menor oportunidad de participar en el movimiento de masas. Cada vez que intentábamos entrar en una organización obrera nos expulsaban como trotskistas contrarrevolucionarios. Intentábamos enviar delegaciones a las reuniones de los desempleados, y rechazaban nuestras credenciales sobre la base de que éramos enemigos de la clase trabajadora. Estábamos completamente aislados, nos veíamos forzados a introvertirnos. Nuestro reclutamiento cayó casi a cero. El Partido Comunista y su enorme periferia parecían estar sellados herméticamente contra nosotros. Entonces, como siempre sucede con los movimientos políticos nuevos, empezamos a reclutar fuerzas no muy saludables. Si ustedes de nuevo se ven reducidos a un puñado, como le puede suceder a los marxistas dadas las mutaciones que ocurren en la lucha de clases; si las cosas salen mal una vez más y tienen que empezar desde el comienzo, entonces les puedo adelantar algunos de los dolores de cabeza que van a padecer. Todo movimiento nuevo atrae elementos que correctamente podríamos denominar como grupo marginal lunático. Gente anómala que siempre busca la expresión más extrema del radicalismo, inadaptados, charlatanes y oposicionistas crónicos que ya han sido expulsados de media docena de organizaciones: en medio de nuestro aislamiento se nos empezó a acercar este tipo de gente, gritando, "Hola, camaradas". Siempre me opuse a admitir a este tipo de personas, pero la marea era demasiado fuerte. En la rama de Nueva York de la Liga Comunista libré una amarga lucha contra la admisión de un hombre como militante de la organización simplemente en base a su aspecto y forma de vestir. Me preguntaban, "¿Qué tienes contra él"? Yo decía, "Anda de arriba abajo en Greenwich Village vestido con un traje de pana, con su bigote picaresco y su melena. Algo anda mal con este tipo". Tampoco lo decía para causar gracia. Yo decía que gente así no va a ser apta para dirigirse al trabajador estadounidense ordinario. Van a hacer que nuestra organización se vea como algo estrafalario, anormal, exótico; algo que no tiene nada que ver con la vida normal de un trabajador estadounidense. Estaba absolutamente correcto en el aspecto general, y en este caso particular del que hablo. Nuestro muchacho con traje de pana, después de causar todo tipo de problemas en la organización, pasó a ser finalmente un oehlerista. Mucha gente que vino a nosotros se había sublevado contra el Partido Comunista no por sus malos aspectos sino por sus aspectos buenos; es decir, la disciplina del partido, la subordinación del individuo a las decisiones del partido en el trabajo actual. Mucha gente con disposición pequeñoburguesa y diletante, que no soportaba ningún tipo de disciplina, y que se salieron del PC o fueron expulsados, querían, más bien creían que querían hacerse trotskistas. Algunos de ellos se unieron en la rama de Nueva York, llevando consigo ese mismo prejuicio contra la disciplina en nuestra organización. Muchos de los recién llegados hicieron un fetiche de la democracia. Les repugnaba tanto el
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burocratismo del Partido Comunista que deseaban una organización sin autoridad o disciplina o centralización de ningún tipo. Toda la gente de este tipo comparte una característica: les gusta discutir las cosas de forma ilimitada y sin propósito. La rama de Nueva York del movimiento trotskista en aquellos días no era más que un hervidero constante de discusiones. Nunca he visto a una persona de este tipo que no se exprese con facilidad. La he buscado pero nunca la he encontrado. Todos ellos saben hablar; y no sólo es que saben sino que lo hacen; y lo hacen infinitamente sobre toda cuestión. Eran iconoclastas que no aceptaban nada como autoridad, como si tampoco nada se hubiese decidido en la historia del movimiento. Una y otra vez había que demostrarlo todo y poner a prueba a todo mundo partiendo de cero. Al estar aislados de la vanguardia que representaba el movimiento comunista y sin contacto con la masa viva de trabajadores, tuvimos que introvertirnos y nos vimos sometidos a dicha invasión. No había salida. Tuvimos que pasar por el largo periodo del hervidero y las discusiones. Yo tenía que oírlas, y esa es una razón por la que tengo tantas canas. Nunca fui sectario ni disparatado. Peor nunca tuve paciencia con gente que confunde la mera charlatanería con las cualidades de una dirección política. Sin embargo, uno no podía darle la espalda a este grupo tan gravemente acosado. Había que mantener unido a este núcleo frágil y pequeño del futuro partido revolucionario. Tenía que pasar por esta experiencia. De alguna forma tenía que sobrevivir. Uno debía ser paciente con miras al futuro; por eso escuchábamos a los charlatanes. No fue fácil. Muchas veces he pensado que -aún cuando no creo en ello--, algo hay de cierto en lo que dicen del más allá, a mí me va a tocar una buena recompensa: no por lo que he hecho, sino por lo que he tenido que escuchar. Ese fue el periodo más duro. Y entonces, naturalmente, el movimiento entró en su inevitable periodo de dificultades, fricciones y conflictos internos. A menudo teníamos riñas y disputas fuertes sobre cosas sin importancia. Habían razones para ello. Ningún movimiento aislado y pequeño ha logrado librarse de esto. Un grupo pequeño, aislado e introvertido, con el peso de todo el mundo en sus espaldas, sin contacto con el movimiento de masas de los trabajadores y que no reciba de él ninguna medida correctiva que le haga pensar, está destinado, en el mejor de los casos, a pasar tiempos difíciles. Nuestras dificultades crecieron debido a que muchos reclutas no eran material de primera. Muchas de las personas que se afiliaron a la rama de Nueva York no lo hicieron con justicia. No eran el tipo de gente que a la larga podría forjar un movimiento revolucionario; eran diletantes, elementos indisciplinados pequeñoburgueses. Los comunistas de Minneapolis Y luego, la pobreza perpetua del movimiento. Intentábamos publicar un periódico, intentábamos publicar toda una lista de folletos, y todo eso sin los recursos necesarios. Cada centavo que obteníamos lo devoraban los gastos del periódico. No teníamos ni un quinto a nombre propio. Esos fueron los días de verdadera presión, los días difíciles de aislamiento, de pobreza, de dificultades internas desalentadoras. Esto no duró semanas o meses, sino años. Y en esas condiciones severas, que duraron años, todas las debilidades
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de los individuos salieron a la superficie; todo lo mezquino, egoísta y desleal. Yo había conocido a algunos de estos individuos con anterioridad, cuando el clima era más óptimo. Ahora los llegué a conocer en sus entrañas. Y en esos días terribles también aprendí a conocer a Ben Webster y a los hombres de Minneapolis. Ellos siempre me respaldaron, nunca me defraudaron, me supieron apoyar. El movimiento más grande, con su magnífico programa para la liberación de toda la humanidad, con las más grandiosas perspectivas históricas, estaba inundado en esa época por un mar de problemas insignificantes, celos, camarillas y luchas internas. Lo peor de todo fue que estas luchas entre las facciones no les eran totalmente comprensibles a los miembros porque las grandes cuestiones políticas implícitas en ellas aún no habían salido a la superficie. Sin embrago, no fueron riñas puramente personales --como parecían serlo tan a menudo-- sino que, como hoy resulta tan claro para todos, era el ensayo prematuro de la gran y definitiva lucha de 1939-40 entre las tendencias proletaria y pequeñoburguesa en nuestro movimiento. Esos fueron los días más difíciles en los treinta años que he estado activo en el movimiento: el periodo que fue desde la conferencia de Chicago en 1929 hasta 1933, los años del terrible aislamiento hermético, con todas las dificultades que le acompañaron. El aislamiento es el medio natural del sectario, pero para alguien que tiene instintos hacia el movimiento de masas, es el más cruel de los castigos. Esos fueron los días difíciles, pero a pesar de todo realizamos nuestras tareas propagandísticas y en general lo hicimos muy bien. En la conferencia de Chicago decidimos que íbamos a publicar a toda costa todo el mensaje de la Oposición rusa. Teníamos a nuestra disposición todos los documentos acumulados, los cuales habían sido suprimidos, y los escritos contemporáneos de Trotsky. Decidimos que la acción más revolucionaria que podíamos tomar era la de no irnos a proclamar la revolución en Union Square, ni intentar ponernos a la cabeza de decenas de miles de trabajadores que aún no nos conocían, decidimos no adelantarnos a nosotros mismos. Nuestra tarea, nuestro deber revolucionario, consistía en imprimir las palabras, realizar la propaganda en el sentido más estricto y más concentrado, o sea, la edición y distribución de publicaciones teóricas. Con ese fin a nuestros militantes les exprimimos dinero para comprar una linotipia de segunda mano y montar nuestra propia imprenta. De todas las empresas comerciales que se han ideado en la historia del capitalismo, creo que esta fue la mejor, considerando los recursos disponibles. Si no estuviéramos interesados en la revolución creo que fácilmente calificaríamos, sólo en base a esta iniciativa, como expertos de negocios muy buenos. Sin duda que tomamos muchos atajos para lograr que el negocio marchara. Asignamos a un joven camarada, que acababa de terminar un curso de linotipo, para que operara la máquina. En ese entonces no era un mecánico de primera; hoy día no sólo es un buen mecánico, sino que es también un dirigente del partido y un conferencista en la Escuela de Ciencias Sociales de Nueva York. En aquellos días todo el peso de la propaganda del partido descansaba sobre este camarada que operaba la linotipia. Había una anécdota sobre él, no sé si sea cierta o no, de que no sabía mucho de la máquina. Era una máquina vieja y destartalada, un aparato de segunda que nos habían pasado. De vez en cuando dejaba de funcionar, como una mula cansada. Charlie ajustaba unas cuantas piezas y si eso no ayudaba,
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cogía el martillo y le daba uno que otro golpe a la linotipia para que entrara en razón. Luego empezaba a funcionar debidamente y aparecía otro número del Militant. Posteriormente tuvimos tipógrafos novatos. Cerca de la mitad de la rama de Nueva York trabajó en la imprenta en una u otra ocasión --pintores, albañiles, trabajadores de la costura, contadores-- todos ellos trabajaron un temporada como cajistas novatos. Con una imprenta bastante ineficiente y con una plantilla excesiva logramos uno que otro resultado por medio de trabajo sin remuneración. Ese fue el secreto de la imprenta trotskista. No era eficiente desde ningún otro punto de vista, pero se mantenía operando gracias al secreto que desde el faraón han conocido todos los amos esclavistas: si uno tiene esclavos no necesita mucho dinero. No teníamos esclavos, pero contábamos con camaradas apasionados y dedicados que trabajaban día y noche en los aspectos mecánicos y de redacción del periódico, prácticamente sin recibir nada. Estábamos escasos de fondos. Todas las cuentas siempre se vencían, y los acreedores siempre estaban encima exigiendo que se les pagara de inmediato. Tan pronto cancelábamos la cuenta del periódico, teníamos que pagar el alquiler del local amenazados con desalojo. La cuenta del gas tenía que pagarse inmediatamente porque sin gas la linotipia no funcionaba. Se tenía que pagar la cuenta eléctrica porque sin electricidad no funcionaba el taller. Todas las cuentas había que pagarlas ya, tuviéramos dinero o no. Lo máximo que en cualquier momento esperábamos pagar era la renta, el costo del papel, las mensualidades y reparaciones de la linotipia y las cuentas del gas y la electricidad. Muy rara vez había algo de sobra para pagar a los "empleados", no sólo a los camaradas que trabajaban en la imprenta, sino tampoco a los que trabajaban en la oficina, los dirigentes de nuestro movimiento. Las filas de nuestros camaradas estaban realizando grandes sacrificios siempre, pero nunca fueron mayores que los sacrificios realizados por la dirección. Por eso los dirigentes del movimiento tiene siempre una fuerte autoridad moral. Los dirigentes de nuestro partido siempre estuvieron en posición de exigir sacrificios de la base, porque ellos daban el ejemplo y todos lo sabían. De una u otra forma el periódico salía. Se imprimieron folletos, uno tras otro. Distintos grupos de camaradas patrocinaban sendos folletos nuevos de Trotsky, dando el dinero para comprar el papel. En aquel nuestro anticuado taller se imprimió un libro entero sobre los problemas de la revolución china. Todo camarada que quiera saber sobre los problemas del Oriente debe leer el libro que se publicó en esas condiciones adversas: en el 84 de la 10a Calle Oriente, en la Ciudad de Nueva York. Y a pesar de todo --he citado muchos de los aspectos negativos y dificultades-- a pesar de todo, logramos avanzar unas cuantas pulgadas. Instruimos al movimiento con los grandes principios del bolchevismo en un plano nunca antes visto en este país. Educamos cuadros destinados a jugar un papel muy importante en el movimiento obrero estadounidense. Logramos sacar a algunos de los inadaptados y uno por uno fuimos reclutando gente buena; aquí y allá captábamos un miembro nuevo; empezamos a establecer nuevos contactos. Tratamos de celebrar reuniones públicas. Eso fue muy difícil porque en aquellos días nadie nos quería escuchar. Recuerdo que en una ocasión hicimos un gran esfuerzo por movilizar a toda la organización para distribuir
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volantes, para tener una reunión masiva en este mismo salón. Llegaron 59 personas, incluidos nuestros miembros, y toda la organización se llenó de entusiasmo. Comentábamos entre nosotros: "Había 59 personas en la presentación de la otra noche. Estamos empezando a crecer". 'Fondo rotativo de alquiler' Recibimos ayuda de afuera de Nueva York. Desde Minneapolis, por ejemplo. Los camaradas que más tarde adquirieron fama como dirigentes sindicales no siempre fueron famosos dirigentes sindicales. En aquella época eran apaleadores de carbón, que trabajaban de diez a doce horas diarias en los depósitos de carbón, apaleando carbón, el trabajo físico más duro. De sus sueldos solían sacar hasta cinco o diez dólares por semana y lo mandaban a Nueva York para asegurarse que saliera el Militant. Muchas veces no teníamos dinero para el periódico. Mandábamos un cable a Minneapolis y ellos nos mandaban un giro cablegráfico por $25 o una suma similar. Lo mismo hacían camaradas en Chicago y en otras partes. Fue mediante la combinación de todos estos esfuerzos y todos estos sacrificios por todo el país que sobrevivimos y fuimos publicando el periódico. De vez en cuando nos recibimos fondos inesperados. En una o dos ocasiones un simpatizante nos dio $25. Esos eran verdaderos días de fiesta en la oficina. Tuvimos un "fondo rotativo para el alquiler", que fue el último recurso en nuestras desesperadas artimañas financieras. Un camarada que debía pagar su alquiler, digamos de $30 ó $40 el 15 del mes, nos los prestaba el 10 para pagar una u otra cuenta urgente. Luego en cinco días conseguíamos que otro camarada nos prestara el dinero de su alquiler para pagarle al otro camarada a tiempo para satisfacer a su casero. El segundo camarada entonces entretenía a su casero hasta que nosotros hacíamos otro arreglo, tomábamos prestado el alquiler de alguien más para pagarle. Esto pasaba todo el tiempo. Eso nos facilitaba un capital circulante para superar los aprietos. Esos fueron tiempos crueles y pesados. Los logramos sobrevivir porque tuvimos fe en nuestro programa y porque contamos con la ayuda del camarada Trotsky y de nuestra organización internacional. El camarada Trotsky empezaba su gran obra desde el exilio por tercera vez. Sus escritos y su correspondencia nos inspiraron y nos abrieron una ventana a todo un mundo nuevo de teoría y conocimiento político. La intervención del Secretariado Internacional constituyó una ayuda decisiva para resolver nuestras dificultades. Les pedíamos consejo y éramos lo suficientemente sensibles para atenderlo cuando nos lo ofrecían. Sin la colaboración internacional --eso es lo que significa la palabra "internacionalismo"-- en esta época es imposible que un grupo político sobreviva y se desarrolle por un camino revolucionario. Eso nos dio la fuerza para perseverar y sobrevivir, para mantener unida a la organización y para estar listos cuando se nos presentara la oportunidad. En mi próxima charla les voy a demostrar que para cuando se presentó la oportunidad, estábamos listos. Cuando apareció la primera grieta en ese muro de aislamiento y estancamiento, logramos saltar para atravesarla y salir de nuestro círculo sectario. Empezamos a jugar un papel en el movimiento político y sindical. Para hacerlo era necesario mantener claro nuestro programa y firme nuestro coraje, en aquellos días en que se daban las capitulaciones en Rusia y en que el desaliento se apoderaba de los trabajadores por todos lados.
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Derrota tras derrota cayó sobre las cabezas de la vanguardia de la vanguardia. Muchos comenzaron a cuestionarse. ¿Qué hacer? ¿Es posible hacer algo? ¿No es dejar que las cosas decaigan un poco? Trotsky escribió un artículo, "¡Tenacidad! ¡Tenacidad! ¡Tenacidad!" Esa fue su respuesta a la ola de desaliento que siguió a la capitulación de Rádek y de otros. Resistir y luchar: eso es lo que deben aprender los revolucionarios, sin importar cuán pocos sean, sin importar lo aislados que se encuentren. Resistan y luchen hasta que se presente la oportunidad, y entonces saquen ventaja de toda apertura. Resistimos hasta 1933 y entonces empezamos a ver la luz del día. Fue entonces que los trotskistas empezaron a aparecer en el mapa político de este país. De eso hablaré en la próxima charla.
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6. La ruptura con la Comintern Ya hemos realizado cinco presentaciones en este ciclo. Como recordarán, la semana pasada cubrimos, con la quinta, los primeros cuatro años de la Oposición de Izquierda, la Liga Comunista de Estados Unidos, desde 1928 hasta 1932. Como recalqué la semana pasada, para el nuevo movimiento esa fue la época del aislamiento más severo y de las dificultades más serias. La semana pasada hice hincapié, quizás demasiado, en los aspectos negativos del movimiento en ese periodo: el estancamiento, la pobreza de fuerzas y de medios materiales, las inevitables dificultades internas que se acumulaban a partir de esas circunstancias y los lunáticos marginales que nos plagaban de la misma forma que plagan a todo movimiento radical nuevo. Este aislamiento, junto con sus males concomitantes, nos lo imponían factores objetivos fuera de nuestro control. No podíamos evitarlo ni con los mejores esfuerzos ni con la mejor voluntad. Esa era la situación en esos momentos. De los factores que hacían que nuestro aislamiento fuese casi absoluto, el más importante fue el auge del movimiento estalinista como resultado de la crisis que ocurría en todos los países burgueses al mismo tiempo que la Unión Soviética avanzaba bajo el primer Plan Quinquenal de Industrialización. El realce del prestigio de la URSS y del estalinismo, que parecía ser su representante legítimo a ojo de gente no juiciosa --y las grandes masas no son juiciosas--, hizo que nuestro movimiento oposicionista pareciera algo extravagante, irrealista. Aparte de esto, en el movimiento obrero ocurría un gran estancamiento. No había huelgas. Entre los trabajadores había aquiescencia. En aquel momento no les interesaban acciones de ningún tipo. Todo eso iba en detrimento de nuestro pequeño grupo, confinándolo a un rincón. Nuestra tarea en esa difícil época era mantenernos firmes, aclarar las cuestiones fundamentales, educar a nuestros cuadros con miras a un futuro en que las condiciones objetivas ofrecieran posibilidades para la expansión del movimiento. Nuestra tarea también consistía en poner a prueba de forma exhaustiva las posibilidades de reformar los Partidos Comunistas y la Internacional Comunista, que hasta ese momento abarcaban prácticamente a la totalidad de la vanguardia de los trabajadores en este país y el resto del mundo. Los sucesos que por el mundo empezaron a acontecer a comienzos de 1933 demostraron que habíamos cumplido nuestra tarea principal de forma magnífica. Cuando las cosas comenzaron a andar, cuando se nos presentó la oportunidad de romper nuestro aislamiento, estábamos listos. No desperdiciamos ni un minuto en aprovechar las oportunidades que se nos presentaron, comenzando en 1933, y en especial en 1934. Nuestro movimiento se había educado en una escuela formidable bajo la dirección e inspiración del camarada Trotsky, la escuela del internacionalismo. Nuestros cuadros se habían forjado al calor del estudio y del debate de los problemas mundiales más importantes. Tal como he mencionado en conferencias previas, la debilidad más grande del movimiento comunista en Estados Unidos en el pasado fue su disposición nacionalista, no en la teoría sino en la práctica, su ignorancia de los acontecimientos internacionales y su falta de interés por los mismos, la falta de una verdadera instrucción y de un interés serio por la teoría. Esas fallas se
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corrigieron en nuestro joven movimiento. Educamos a un grupo de gente que abordaba todos los problemas a partir de consideraciones teóricas fundamentales, de la experiencia internacional, y que aprendió a analizar los acontecimientos internacionales. Nuestro movimiento desentrañó los misterios del problema ruso. En un artículo tras otro, en un folleto tras otro, en un libro tras otro, el camarada Trotsky nos revelaba una óptica mundial de todas las cuestiones. Nos brindó un entendimiento claro de la complejidad que supone un estado obrero en medio de un cerco capitalista, un estado obrero que se degenera y que conforma una burocracia retrograda, pero que aún retiene sus cimientos fundamentales. Alemania pasaba a ser entonces el centro del problema mundial. Ya en 1931 Trotsky había escrito un folleto que llamó Alemania, la clave de la situación internacional. Percibió antes que los demás la creciente amenaza del fascismo y la inevitabilidad de un enfrentamiento fundamental entre el fascismo y el comunismo. Antes que cualquier otra persona, y con claridad sin par, analizó lo que iba a suceder en Alemania. Nos educó para que lo entendiéramos e intentó preparar al Partido Comunista de Alemania y a los trabajadores alemanes para esa prueba fatal. Gracias, ante todo, a la ayuda de los escritos e interpretaciones teóricos del camarada Trotsky, nuestro joven movimiento también estudió y comprendió la revolución española, que estalló en diciembre de 1930. Durante esos días de aislamiento tomamos tiempo para estudiar la cuestión china. La semana pasada mencioné que durante este periodo tan difícil, a pesar de la pobreza y las debilidades de nuestro movimiento, fuimos capaces de publicar todo un libro, Problems of the Chinese Revolution [Problemas de la revolución china]. Ese libro contenía tesis, artículos y ponencias de la Oposición rusa que habían sido suprimidos, escritos durante los días decisivos de la revolución china: 1925, 1926 y 1927. Se podría decir que esa gran batalla histórica mundial fue librada a espaldas de los miembros de la Comintern, quienes tenían los ojos vendados, y a quienes nunca se les permitió conocer lo que los grandes maestros del marxismo en la Oposición de Izquierda rusa tenían que decir sobre esos acontecimientos. Nosotros publicamos esos documentos suprimidos. Nuestros camaradas se educaron respecto a los problemas de la revolución china. Esa es una de las razones importantes --en verdad, es la razón importante-- por las que hoy nuestro partido tiene una posición tan clara y firme sobre la cuestión colonial, por lo que no perdemos la cabeza en torno a la defensa de China y la lucha de la India por la independencia. Nuestro partido entiende claramente la importancia que este enorme levantamiento de los pueblos asiáticos puede tener para la revolución proletaria internacional. Eso es parte de lo que esos días de aislamiento y estudio nos legaron. Viraje hacia el trabajo de masas A comienzos de 1933 empezamos a intervenir en el movimiento obrero en general de forma más activa. Tras una larga preparación propagandística, empezamos nuestro viraje hacia el trabajo de masas. Ya les hablé de la lucha que sostuvimos en nuestra organización con cierta gente impaciente que quería empezar por el trabajo de masas, saltar, por así decirlo, sobre nuestras propias cabezas, y dejar para el futuro tanto la educación de nuestros cuadros
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como la definición de nuestro programa y nuestra labor de propaganda. Eso era poner las cosas patas arriba. Nosotros primero elaboramos nuestro programa, formamos nuestros cuadros y realizamos nuestra labor preliminar de propaganda. Luego, cuando surgieron oportunidades de participar en el movimiento obrero, estábamos listos para ejercer nuestra actividad en función de un fin determinado. No nos involucrábamos en actividades sólo porque sí, eso que algún ingenioso describió como mucho movimiento pero ningún avance. Estábamos preparados para entrar al movimiento de masas con un programa claramente definido y con métodos calculados a fin de producirle los máximos resultados al movimiento revolucionario con un mínimo necesario de actividad. Al leer los tomos del Militant --que contienen un registro cronológico de nuestras actividades, planes y aspiraciones--, vemos que el 22 de enero de 1933 en Nueva York se iba realizar una conferencia sobre el desempleo. Se había convocado, claro está, a iniciativa de la organización estalinista, pero era un tanto distinta de algunas de sus conferencias previas, de las cuales se nos había excluido. En esa ocasión, al vacilar y divagar entre la derecha y la izquierda, empezaron a tener escarceos con el frente único, tratando de interesar a algunas organizaciones no estalinistas a que participaran en un movimiento general contra el desempleo. Con ese fin, hicieron un llamado invitando a dicha conferencia a todas las organizaciones. En nuestro periódico comentamos que ese era un viraje en la dirección correcta, hacia el frente único, o al menos un viraje a medias. Yo escribí un artículo en que señalaba que al invitar a "todas las organizaciones" finalmente habían abierto una pequeña hendidura por la cual la Oposición de Izquierda podría entrar a ese movimiento; nosotros penetraríamos por esa hendidura y la abriríamos más. Atendimos la conferencia --Shachtman y Cannon, de tamaño natural-preparados para decirle a todo el proletariado cómo se debía librar la lucha contra el desempleo. Y no era una broma. Nuestro programa era el correcto, y lo explicamos a fondo. El Militant publicó un informe completo de nuestros discursos abogando por un frente único de los partidos políticos y los sindicatos a favor de asistencia para los desempleados. El 29 de enero de 1933, en Gillespie, Illinois, se celebró una conferencia del Sindicato de Mineros Progresistas y otras organizaciones obreras independientes, para considerar el asunto de una nueva federación obrera. Asistí a la conferencia invitado por un grupo de Mineros Progresistas, y allí hablé. Esa era la primera vez que lograba salir de Nueva York en casi cinco años. Era también la primera vez que un representante de la Oposición de Izquierda estadounidense tenía la oportunidad de dirigirse a trabajadores como tales, fuera del pequeño círculo de izquierdistas intelectuales. No dejamos escapar la oportunidad. Hasta allá me envió nuestra Liga, pasé unos días con los mineros, y establecí varios contactos importantes. Me dio una muy buena sensación el estar de nuevo en contacto con el movimiento vivo de los trabajadores, con el movimiento de masas. En el autobús de regreso de Gillespie a Chicago --lo recuerdo muy claramente-- leí informes de prensa sobre el nombramiento de Hitler como canciller hecho por el presidente Hindenburg. Tuve entonces, en ese momento, el presentimiento de que las cosas comenzaban a mejorar. El estancamiento, el punto muerto del movimiento obrero mundial estaba cediendo totalmente. Las cosas se encaminaban a un enfrentamiento. Nosotros estábamos
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completamente listos para asumir nuestro papel en la nueva situación. Cuando consultaba informes el otro día, al preparar mis notas para esta conferencia, me pareció que esta acción de nuestra Liga, nuestro primer esfuerzo por participar en una concentración de trabajadores en Gillespie, Illinois, simbolizaba nuestra armonización con el nuevo periodo. Nuestra acción estuvo inconscientemente sincronizada con el rompimiento del estancamiento en Alemania. Reaccionamos de manera muy enérgica ante este nuevo acontecimiento, ante el comienzo de una nueva activación del movimiento laboral aquí, y especialmente a la situación en Alemania. Eramos como atletas, entrenados y listos para la acción, pero restringidos por las dificultades externas y sin poder ir hacia adelante. Entonces, de repente se nos presentó una nueva situación y no la dejamos escapar. Nuestra primera reacción frente a los sucesos alemanes fue convocar a una reunión masiva en Nueva York. Hacía mucho tiempo que habíamos abandonado la idea de reuniones de masas porque las masas no asistirían. A lo sumo podíamos sostener pequeños foros abiertos, conferencias, reuniones de círculos, etcétera. Esta vez ensayamos una reunión pública: Casino Stuyvesant, 5 de febrero de 1933. "El significado de los sucesos en Alemania" con Shachtman y Cannon como oradores. El informe del Militant dice que a nuestra reunión de masas asistieron 500 personas. 'Dimos el alerta sobre el fascismo' Dimos la voz de alerta sobre el inminente duelo entre el fascismo y el comunismo en Alemania. Luego, en tanto las cosas fueran así de graves --a diario se presenciaban nuevos hechos en Alemania-- hicimos algo sin precedentes para un grupo tan pequeño como el nuestro. Transformamos nuestro semanario, el Militant --que para entonces había pasado a ser un semanario-- y lo tiramos tres veces por semana, desplegando con vigor el mensaje del trotskismo sobre los sucesos de Alemania en cada número. Si me preguntan cómo lo logramos no sería capaz de explicarlo. Pero lo hicimos. No era posible, pero hay un dicho entre los trotskistas que dice que en tiempos de crisis uno no hace lo que sea posible, sino lo que sea necesario. Y nosotros creímos necesario romper con nuestra rutina de discusiones y críticas sobre los estalinistas, y hacer algo que conmocionara a todo el movimiento obrero a fin de que comprendiera lo fatídicos que eran los acontecimientos de Alemania para el mundo entero. Deseábamos llamar la atención de todos los trabajadores, en especial los trabajadores comunistas. Apretamos el paso. Comenzamos a alzar la voz, hicimos sonar la alarma. Nuestros camaradas corrían a toda reunión que pudieran hallar, a la reunión más pequeña de trabajadores, y con bultos de ejemplares del Militant bajo del brazo gritaban a todo pulmón: "¡Lea el Militant!" "¡Lea la verdad sobre Alemania!" "¡Lea lo que dice Trotsky!" Durante los sucesos alemanes nuestra consigna era: ¡El frente único de las organizaciones obreras, combatir hasta la muerte! ¡El frente único y combativo de todas las organizaciones obreras contra el fascismo! Los estalinistas y los social demócratas rechazaron el frente único en Alemania. Después de los acontecimientos, ambos fingen lo contrario, y pretenden culparse mutuamente, pero los dos mienten, ambos son culpables de traición. Dividieron a los trabajadores y ninguno de ellos tenía el menor deseo de luchar.
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Esa división permitió que la monstruosa plaga del fascismo tomara el poder en Alemania, y proyectara su sombra tenebrosa sobre el mundo entero. Durante esas semanas fatídicas, hicimos todo lo posible por despertar, incitar a la acción y educar a los trabajadores comunistas estadounidenses. Organizamos una serie de reuniones de masas, no sólo la que mencioné. Sostuvimos una serie en Manhattan y, por primera vez, nos extendimos hacia los diversos barrios. Nos tenían tan rodeados y tan aislados que en los primeros días nunca habíamos logrado salir de la Calle 14. Teníamos sólo una rama porque no teníamos gente suficiente para dividirnos; todo se concentraba en torno a esa área pequeña de la Calle 14 y la plaza Union Square, donde se congregaban los trabajadores radicales. Sin embargo, con la crisis de Alemania nos extendimos y celebramos reuniones en Brooklyn y en el Bronx. En el Militant se informa que por todo el país se celebraban reuniones de masas convocadas por las ramas locales de la Liga Comunista de Estados Unidos. A Hugo Oehler --en ese entonces miembro de nuestra organización-- se le envió de gira para que hablara sobre Alemania. Fuimos en extremo dinámicos en lo que respecta a los estalinistas. Estábamos decididos a que nuestro mensaje llegara a toda costa a quien quisiera escucharlo. Incluso invadimos una reunión de masas de los estalinistas en el Bronx, volviéndoles las tornas. Shachtman y yo, flanqueados por varios de nuestros camaradas, simplemente entramos a la reunión de masas estalinista y pedimos el uso de la palabra. La audacia de la demanda pareció dejar perplejos a los farsantes que estaban a cargo del evento y entre la audiencia hubo quienes exigieron, "¡déjenlos hablar!" En esa reunión estalinista hablamos y dimos nuestro mensaje. Conforme el movimiento obrero en general cobraba nuevos bríos, no dejábamos escapar una sola oportunidad de participar en las nuevas actividades. En marzo de 1933, los estalinistas patrocinaron en Albany, Nueva York, una conferencia estatal sobre el desempleo a la que asistieron unos 500 delegados. Las mismas reglas que nos permitieron presentarnos en la conferencia local en Nueva York, también nos permitieron enviar delegados a Albany. Yo me presenté en la conferencia, tomé la palabra y di un discurso ante los 500 delegados sobre la concepción marxista del frente único en el movimiento de los desempleados. Ese discurso aparece en el Militant del 10 de marzo de 1933. Se coordinaban temas nacionales e internacionales. A la vez que gritábamos a todo pulmón sobre la situación en Alemania, hacíamos tiempo para participar en una conferencia sobre el desempleo en el estado de Nueva York. Ustedes saben que el consejo, las explicaciones, las advertencias de Trotsky fueron desatendidas. El Partido Comunista Alemán, bajo el liderazgo y control directos de Stalin y su camarilla de Moscú, capituló en Alemania sin combatir. El fascismo triunfó sin nada que semejara una guerra civil, sin siquiera una riña en las calles. Y esa --tal como muchas veces lo ha explicado Trotsky, y Engels antes que él--, es la más desmoralizadora de todas las derrotas, la derrota sin batalla, porque a quienes se les derrota de esa manera pierden la seguridad en sí mismos por mucho tiempo. Puede que a un partido que luche lo venzan fuerzas superiores. Sin embargo, deja tras de sí una tradición, una inspiración moral, que puede llegar a ser un tremendo factor que galvanice al proletariado para que más adelante se alce de nuevo en una coyuntura más favorable. Ese es el papel que ha jugado la Comuna de París
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en la historia. El movimiento socialista internacional se erigió sobre su gloriosa memoria. La revolución de 1905 en Rusia se inspiró en la heroica lucha de los comuneros de París de 1871. De forma similar, la revolución de 1905 en Rusia, que fue derrotada después de una batalla, pasó a ser el gran capital moral del proletariado ruso y tuvo una influencia tremenda en desatar la revolución proletaria que triunfó en 1917. Los bolcheviques siempre hablaban de 1905 como un ensayo de la vestimenta para 1917. ¿Pero qué papel puede desempeñar en la historia la miserable capitulación de los social demócratas y estalinistas en Alemania? Allí estaba el proletariado más poderoso de Europa occidental. En la última elección, los social demócratas combinados con los estalinistas habían obtenido más de 12 millones de votos. Si se hubiesen unido a los trabajadores alemanes en la acción, con un golpe sólido habrían podido hacer volar por los cuatro vientos a la canalla fascista. A este proletariado poderoso, desunido y traicionado por el liderazgo, se le conquistó sin luchar. Los fascistas le impusieron el régimen más horrible y bárbaro. Antes de que esto sucediera, Trotsky había dicho que negarse a luchar constituiría la peor traición de la historia. Y lo fue. El fracaso de diez insurrecciones, dijo Trotsky, no podría desmoralizar al proletariado ni una centésima de lo que lo haría una capitulación sin lucha que les prive de su seguridad en sí mismos. Después de esta capitulación, de esta trágica culminación de la situación alemana, mucha gente comenzó a dilucidar todo lo que Trotsky había dicho y hecho en aras de ayudar a que los trabajadores evitaran la catástrofe. Lo que terminó sucediendo comenzó a parecerle a muchos una verificación total, si bien en un sentido negativo, de todo lo que había dicho y explicado. El prestigio y la autoridad de Trotsky y del movimiento trotskista empezaron a crecer enormemente, aun entre aquellos círculos que habían tendido a catalogarnos como sectarios y dados a las nimiedades. Sin embargo, ni en el Partido Comunista --tanto aquí como en otros países-- ni en la Comintern en su conjunto se produjo ninguna reacción profunda. Quedó claro entonces que estos partidos se habían burocratizado tanto, se habían corrompido tanto desde adentro, estaban tan desmoralizados, que ni siquiera la traición más cruel de la historia fue capaz de producir una verdadera sublevación en las filas. Quedó claro que la Internacional Comunista había muerto para la revolución, la había destrozado el estalinismo. Y luego, en el devenir dialéctico de la historia, comenzó a manifestarse un desarrollo peculiar y contradictorio. En 1914-1918, la social democracia internacional, traicionó al proletariado en apoyo de la guerra imperialista. Los partidos social demócratas renunciaron al internacionalismo y se pusieron al servicio de sus propias burguesías. Fue esta traición lo que incitó a los revolucionarios marxistas a formar una nueva internacional, la Internacional Comunista, en 1919. La Internacional Comunista surgió de la lucha contra los traidores, con el programa del marxismo regenerado como estandarte y con Lenin y Trotsky como sus líderes. Sin embargo, en el curso de los acontecimientos de 1919 hasta 1933 --apenas 14 años-- esa misma internacional se había convertido en su polo opuesto; se había transformado en el obstáculo más grande y el principal factor de retraso del movimiento obrero internacional. La Internacional Comunista de Stalin, traicionó al proletariado más vergonzosamente aún, más ignominiosamente, que lo que había hecho la Segunda Internacional de los social demócratas en 1914.
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A los trabajadores revolucionarios de la nueva generación les repugnaba el estalinismo. Con el decursar de los acontecimientos, bajo la presión terrible de los sucesos internacionales y particularmente debido al auge del fascismo en Alemania, los partidos social demócratas comenzaron a manifestar tendencias izquierdistas y centristas de todo tipo. Habían muchas razones para explicar este fenómeno. A los partidos comunistas la burocracia los tenía tan amurallados contra cualquier pensamiento independiente o vida revolucionaria, que los trabajadores radicales los rechazaban. Buscando una expresión revolucionaria, muchos de ellos fueron a dar a los partidos construidos de forma más suelta de la socialdemocracia. A la vez, la generación más joven de socialdemócratas, que no cargaban con la culpa de las traiciones de 14 años atrás, y que no eran parte de esa tradición o mentalidad, se estaban impacientando ante la terrible presión de los sucesos y buscaban una solución radical. De forma similar, empezaron a desarrollarse grupos de izquierda entre los socialdemócratas, en particular dentro de las organizaciones juveniles. Y esa tendencia mundial se reflejó también en Estados Unidos con un auge del Partido Socialista. La escisión de 1919 y una escisión secundaria ocurrida en 1921 habían dejado al Partido Socialista de Estados Unidos hecho un desastre. No quedaba nada más que un armatoste hueco. La juventud rebelde --todo lo que era vital y vivaz-- se volcó hacia la organización comunista juvenil. El Partido Socialista languideció por años con unos cuantos miles de miembros, apoyado principalmente por la pandilla de traidores del diario judío Forward [Adelante] y de los despreciables burócratas de los sindicatos de la costura en Nueva York, los cuales necesitaban al Partido Socialista para que les diera un cariz y protección seudo radical ante sus trabajadores izquierdistas. Por años el Partido Socialista fue sólo una horrible caricatura de un partido. Sin embargo, a medida que el Partido Comunista se tornó más y más burocrático, conforme expulsó a más y más obreros honestos y les cerró las puertas a otros, el Partido Socialista comenzó a experimentar una revitalización. Su estructura suelta y democrática atrajo a todo un nuevo estrato de trabajadores que nunca antes habían estado en un movimiento político. Miles de ellos, que por la crisis económica adquirieron conciencia del radicalismo, ingresaron al Partido Socialista. Este experimentó una revitalización y un crecimiento de su militancia; para 1933 se habían integrado a sus filas no menos de 25 mil. Además, como resultado de esta sangre nueva y del desarrollo de la generación joven, el partido empezó a demostrar un poco de vigor, surgió de sus filas una tendencia centrista, izquierdista. Nuevos grupos obreros independientes De forma similar, tanto aquí como en otros países, fuera del Partido Comunista se desarrollaban grupos independientes de trabajadores que hasta ese momento no habían tenido vínculos con partidos radicales, pero que debido a sus propias experiencias tomaron conciencia del radicalismo. Un movimiento único de esa índole en este país fue la Conferencia por Acción Obrera Progresista [CPLA]. Lo dirigía A.J. Muste. La CPLA comenzó como un movimiento progresista en los sindicatos. Ante el impacto de la crisis adquirió una dirección cada vez más radical. Para fines de 1933, el movimiento de Muste estaba bien atareado discutiendo la cuestión de dejar de ser una
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agrupación suelta de activistas en los sindicatos, para transformarse en un partido político. Tras la capitulación de la Comintern en Alemania, Trotsky dio la señal a los marxistas revolucionarios del mundo. "La Comintern está en quiebra. Debemos formar nuevos partidos y una nueva internacional". El prolongado experimento, los largos años de esfuerzos como una fracción con el fin de influenciar al Partido Comunista, aun después de que fuimos expulsados del mismo, habían llegado al final de su ruta. No fue ningún decreto nuestro lo que hizo que el Partido Comunista se tornara irreformable. La historia misma lo había demostrado. Simplemente reconocimos la realidad. Sobre esa base cambiamos completamente nuestra estrategia y nuestras tácticas. De fracción de la Internacional Comunista, nos declaramos precursores de un nuevo partido y de una nueva internacional. Empezamos a apelar directamente a los trabajadores que adquirían conciencia del radicalismo y que carecían de afiliación o experiencia políticas. A través de muchos años de esfuerzo --al mantener nuestra posición como fracción de la Comintern-- a los preciados cuadros del nuevo movimiento los habíamos reclutado de las filas de la vanguardia comunista. Ahora, empezábamos a dirigir nuestra atención hacia los Partidos Socialistas y grupos independientes y hacia los grupos izquierdistas y centristas dentro de ellos. En ese periodo el Militant imprimió numerosos informes y análisis del desarrollo del Ala Izquierda en el Partido Socialista. Hubo artículos sobre la Conferencia por una Acción Obrera Progresista y de su plan para transformarse en un partido político. Hubo acercamientos favorables con la Liga Socialista de los Jóvenes (Young Peoples Socialist League). Y, siguiendo la línea de Trotsky, lo que hicimos aquí se hizo también a nivel internacional. Por todas partes, los grupos de trotskistas comenzaron a establecer contacto con la recién desarrollada y aparentemente viable Ala Izquierda de la socialdemocracia. Había llegado la hora de transformar toda nuestra actividad y hacer un viraje hacia el trabajo de masas. De igual forma que en los primeros días habíamos rechazado la demanda prematura de que --con nuestro puñadito de gente-- dejáramos todo de un lado y nos zambulléramos en el movimiento de masas, también ahora, hacia fines de 1933, habiendo completado nuestra labor preliminar y habiéndonos preparado, adoptamos la consigna: "De un círculo de propaganda viremos hacia el trabajo de masas". Esa propuesta precipitó una nueva crisis interna. El "viraje" sacó a la luz el problema del sectarismo. Se tendría que combatir hasta el final. La política es el arte de hacer el movimiento preciso en el momento preciso. En los primeros días de nuestra organización, la impaciencia de cierta gente por escapar del aislamiento impuesto por las circunstancias objetivas había provocado una crisis y un conflicto interno. Ahora la situación se daba a la inversa. Las condiciones objetivas habían cambiado de forma radical. Se presentó la oportunidad de que entráramos en el movimiento de masas, estableciéramos contacto con trabajadores, penetráramos de forma profunda en los movimientos de los socialistas de izquierdas y de grupos independientes que fermentaban. Era necesario aprovechar la oportunidad sin demora alguna. Nuestra decisión de hacerlo enfrentó la resistencia decidida de camaradas que se habían adaptado al aislamiento y que se habían acomodado a él. En esa atmósfera, algunos habían desarrollado una mentalidad sectaria. El intento de dar impulso al movimiento trotskista para sacarlo de su aislamiento y meterlo
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en las aguas frías y turbulentas del movimiento de masas, les provocó escalofríos por toda la espina dorsal. Estos escalofríos los llegaron a justificar como "principios". Eso marcó el comienzo de la lucha contra el sectarismo en nuestra organización, lucha que se libró hasta el final en una forma clásica. Comenzamos a reclutar más rápido. Llamamos mucho más la atención a partir de nuestra labor de propaganda sobre los acontecimientos en Alemania. De forma inesperada la gente se nos empezó a acercar, gente desconocida, para obtener nuestra literatura. "¿Qué dice Trotsky?" "¿Qué escribió sobre Alemania? Se acelera el reclutamiento Pasamos un hito enorme: Hacia el final de nuestros primeros cinco años de lucha, habíamos desarrollado la rama de Nueva York hasta llegar a un total de 50 personas. Eso lo recuerdo porque una regla en la constitución de nuestra organización limitaba el tamaño de las ramas a 50 miembros. Una rama que alcanzara ese tamaño debía dividirse en dos ramas. Esto lo escribimos en la constitución en nuestra primera conferencia en 1929. En aquellos días podíamos haber puesto a toda la militancia nacional en dos ramas, sin embargo, a lo que aspirábamos era el día en que nuestro barco atracara. Recuerdo que en 1933 se planteó por primera vez el problema de cumplir con esta parte de la constitución, y tuvimos una disputa sobre cómo se debía dividir la rama. El 1 y 2 de mayo de 1933, se realizó en Chicago el gran Congreso de Mooney, de alcance nacional, iniciado por los estalinistas, pero que contó con la participación de muchos sindicatos. Enviamos una delegación a este congreso y tuve la oportunidad de hablar frente a varios miles de personas. Fue una experiencia refrescante tras aquel prolongado confinamiento en el limitado círculo de los debates internos. Allí comencé mi colaboración política con Albert Goldman, quien aún estaba en el Partido Comunista pero que ya encaminado hacia la ruptura con su línea. Tanto su discurso en el Congreso de Mooney como el mío en torno al frente único eran ataques directos contra la política estalinista. Esto preparo el terreno para la expulsión de Goldman y su posterior afiliación con nosotros. Ese fue el comienzo de una colaboración en extremo productiva. De Chicago, según informa el Militant, salí de gira para hablar sobre dos temas: "La tragedia del proletariado alemán" y "El camino de la revolución en Estados Unidos". A un grupo de intelectuales estalinistas de Nueva York, que pertenecían al partido o trabajaban en su periferia, les empezó a irritar la falsedad manifiesta de la línea estalinista, puesta en evidencia por los acontecimientos en Alemania. Finalmente rompieron con el PC y se nos unieron. Esa fue nuestra primera adquisición en cantidad. Hasta ese momento, la gente se había venido afiliando una por una. Ahora se nos unía un grupo, un grupo de intelectuales. Eso fue muy significativo. Los movimientos de los intelectuales se deben estudiar muy atentamente como síntomas. En el terreno de las ideas ellos se mueven un poco más rápidamente que los trabajadores. Como las hojas en la cima de un árbol, se agitan primero. Cuando vimos en Nueva York que un grupo de intelectuales serios rompía con el estalinismo, comprendimos que este era el comienzo de un movimiento que pronto se
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manifestaría en las filas y que muchos trabajadores estalinistas vendrían a nosotros. Un suceso importante en los últimos meses de 1933 fue la acción adoptada por la Conferencia por la Acción Obrera Progresista. Bajo el ímpetu de la creciente radicalización de las filas de los trabajadores que habían reclutado, y percibiendo que sin duda a los trabajadores radicales el Partido Comunista les resultaba cada vez menos atractivo, la CPLA organizó una conferencia en Pittsburgh y anunció tentativamente la formación de un nuevo partido político. Es decir, tentativamente eligió un comité provisional encargado de la tarea de organizar el "Partido Estadounidense de los Trabajadores" (American Workers Party). En ese mismo momento se produjo la escisión de Benjamin Gitlow y su pequeño grupo con los lovestonistas. En ese periodo ocurrió también un gran auge del Ala Izquierda centrista del Partido Socialista, y la adopción de una posición cada vez más radical por parte de la Liga Socialista de los Jóvenes. En todas las organizaciones obreras había efervescencia y cambios. Quien tuviera una visión política, podía ver que las cosas ahora en verdad comenzaban a desarrollarse, y que no era el momento de quedarse sentados en una biblioteca para meditar sobre los principios. Era el momento de actuar de acuerdo a esos principios; era el momento de estar pendiente de todo, de aprovechar cualquier oportunidad que presentaran los nuevos acontecimientos ocurridos en otras organizaciones y movimientos. Debo decir que no dejamos que se nos escapara ni una sola. No esperábamos a que nos invitaran. Nosotros nos acercábamos a ellos. En la primera plana del Militant publicamos un manifiesto en que llamábamos a la formación de un nuevo partido y de una nueva internacional. Invitamos a todo grupo --al que fuera--, que estuviese interesado en formar un nuevo partido revolucionario y una nueva internacional, para que discutiera con nosotros las bases del programa. Les dijimos, tenemos un programa, pero no se los presentamos como un ultimátum. Es nuestra contribución al debate. Si ustedes tienen otras ideas para el programa, pongámoslas todas sobre la mesa y discutámoslas de forma pacífica y como camaradas. Tratemos de resolver las diferencias sobre el programa y unamos fuerzas para construir un nuevo partido único. Hicimos campaña a favor del nuevo partido. La gran ventaja que teníamos sobre los otros grupos --la ventaja que aseguraba nuestra hegemonía-- era que sabíamos lo que queríamos. Teníamos un programa claramente definido y eso nos daba cierto grado de agresividad. Los otros elementos de la izquierda no estaban suficientemente seguros de sí mismos como para tomar la iniciativa. Esa era nuestra responsabilidad. Eramos quienes cada semana, en verdad en todo momento, propugnaban el nuevo partido, escribiendo cartas a toda esa gente, escribiendo reseñas críticas pero favorables sobre los artículos que aparecían en sus publicaciones y sobre todas sus resoluciones. A nuestros compañeros en las filas les dimos instrucciones repetidamente para que establecieran contacto con los miembros de filas de esos otros grupos, para interesarlos en la discusión desde todos los ángulos y de arriba abajo, y preparar así el terreno para la futura fusión de los elementos revolucionarios, serios y honestos dentro de un solo partido. Entretanto nuestra propia organización crecía, acaparando más atención y ganando más prestigio y respeto. En todos esos círculos radicales a los
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trotskistas se les respetaba como los comunistas honestos, y a Trotsky como el gran pensador marxista que había comprendido el significado de los acontecimientos en Alemania, cuando nadie más logró hacerlo. Se nos admiraba por no haber transigido y por habernos mantenido firmes a pesar de la persecución y la adversidad. A nuestra organización la respetaban por todo el movimiento obrero. Ese fue un capital importante cuando llegó el momento de promover la fusión de los distintos grupos de izquierda en un solo partido. Después de cinco años de lucha, nuestras filas se habían consolidado sobre una base programática firme. Se habían educado en las grandes cuestiones de principio, habían adquirido facilidad para explicarlas y para aplicarlas en relación a los acontecimientos del día. Estábamos listos, nuestra experiencia pasada nos había preparado. No hay duda que en muchos aspectos esa experiencia había sido más o menos deplorable y negativa. Sin embargo, fue precisamente ese periodo de aislamiento, apuros, debates, estudio y asimilación de ideas teóricas, lo que preparó a nuestro joven movimiento para este nuevo florecer en que el movimiento se abría en todas direcciones. Entonces estábamos listos para un agudo viraje táctico. En esos días nuestras filas se vieron henchidas de nuevas esperanzas y de anhelos grandes y buenos. Al final de 1933, estábamos seguros de que nos dirigíamos a la reconstitución en este país de un Partido Comunista genuino. Estábamos seguros de que el futuro era nuestro. Si bien nos quedaban muchas luchas por delante, sentíamos que habíamos superado lo peor, que avanzábamos. La historia ha demostrado que nuestras suposiciones eran acertadas. A partir de entonces las cosas sucedieron muy de prisa y a favor nuestro. Desde ese momento, nuestro progreso ha sido prácticamente ininterrumpido.
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7. El viraje hacia el trabajo de masas He comentado que de todas las cuestiones que se debe plantear un grupo o un partido político, una vez que ha elaborado su programa, la más importante es la de dar una respuesta correcta a la pregunta: ¿Qué hacer ahora? La respuesta a esta pregunta no la determina ni la puede determinar simplemente el deseo o el capricho del partido o de la dirección del partido. La determinan las circunstancias objetivas y las posibilidades inherentes a las circunstancias. Hemos discutido los primeros cinco años de nuestra existencia como una organización trotskista en Estados Unidos. Durante aquella época, nuestro reducido número, el estancamiento general del movimiento obrero y el dominio total que ejercía el Partido Comunista sobre todos los movimientos radicales, nos impusieron la posición de ser una fracción del Partido Comunista. De igual forma, esas circunstancias hicieron obligatorio que nuestro trabajo fuese primordialmente de propaganda y no de agitación de masas. Como ya se ha señalado, en la terminología del marxismo hay una aguda diferencia entre propaganda y agitación, una diferencia que se nubla en el lenguaje popular. En general la gente describe como propaganda cualquier tipo de publicidad, agitación, enseñanza, propagación de principios, etcétera. Dentro de la terminología del movimiento marxista, según las definió Plejánov, agitación y propaganda son dos formas distintas de actividad. Definió propaganda como la diseminación de muchas ideas fundamentales a un grupo reducido de gente; quizás eso que en Estados Unidos solemos llamar educación. Definió agitación como la diseminación de pocas ideas, o de una sola idea, a mucha gente. La propaganda se dirige hacia la vanguardia; la agitación hacia las masas. Al final de nuestra última conferencia llegamos a un cambio en la situación objetiva en la que nuestro partido había estado trabajando. La debacle en Alemania había hecho añicos de la Comintern; y en la periferia del movimiento comunista iba perdiendo su autoridad. Mucha gente que anteriormente había hecho oídos sordos a todo lo que decíamos, comenzó a interesarse en nuestras ideas y críticas. Por otro lado, las masas que habían permanecido aletargadas y estancadas durante los primeros cuatro años de la cataclísmica crisis económica, de nuevo se comenzaron a agitar. La administración de Roosevelt estaba en el poder. Había habido una ligera reactivación de la industria. Los trabajadores regresaban a raudales a las fábricas y recobraban la confianza en sí mismos, confianza que habían perdido en gran medida durante el terrible desempleo masivo. Había una gran movilización hacia la organización sindical y se comenzaban a desarrollar huelgas. Este cambio arrollador en la situación objetiva impuso tareas totalmente nuevas al movimiento trotskista, a la Liga Comunista de Estados Unidos, la Oposición de Izquierda, como nos llamábamos hasta ese entonces. La debacle en Alemania había confirmado la bancarrota de la Comintern y provocado que el sector de los trabajadores más avanzados y de pensamiento crítico se comenzaran a alejar de ella. A la inversa, la moribunda socialdemocracia comenzó a dar nuevas señales de vida dentro de su Ala Izquierda, gracias a la tendencia revolucionaria en los sectores juvenil y proletario. Comenzaban a surgir movimientos independientes de inclinación de izquierda, que consistían de trabajadores y de unos cuantos intelectuales que
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se habían separado del Partido Comunista debido a su vida burocrática pero que aún no se sentían atraídos a la socialdemocracia. El movimiento obrero estadounidense comenzaba a despertar de su largo sueño, el estancamiento daba paso a una nueva vida y a un nuevo movimiento. La organización trotskista en este país se enfrentaba a una oportunidad y a una exigencia, inherentes a la situación objetiva, de realizar un cambio radical en la orientación y en las tácticas. Como he dicho, esa oportunidad nos encontró plenamente preparados y listos. No perdimos nada de tiempo para adaptarnos a la nueva situación. Transformamos totalmente la naturaleza de nuestro trabajo y nuestra perspectiva. Sacudimos a nuestra militancia hasta lo más profundo con discusiones sobre las propuestas de la dirección para cambiar nuestro curso y romper con nuestro lustro de aislamiento. Con nuestras fuerzas y recursos limitados aprovechamos cualquier oportunidad de trabajar en un ambiente más amplio. Desde ese momento, toda nuestra actividad la gobernó un concepto general concretizado en la consigna: "Viremos de un círculo de propaganda al trabajo de masas", y a hacerlo en ambos campos, el político y el económico. Una de las pruebas más grandes de la viabilidad de nuestro movimiento y de su firme base de principios fue el hecho que llevamos a cabo una transformación uniforme y simétrica de nuestra labor en ambos terrenos. No dejábamos escapar oportunidad de insertarnos en el movimiento de masas y no nos atascábamos en el fetichismo sindical. Nos manteníamos atentos de toda señal y de toda tendencia de un desarrollo hacia la izquierda en los otros movimientos políticos sin descuidar por ello el trabajo sindical. En el campo político nuestra consigna orientadora consistió en llamar a la formación de un nuevo partido y una nueva Internacional. Nos acercábamos a otros grupos que previamente nos habían hecho frente sólo como rivales y con los cuales no habíamos tenido un contacto estrecho. Comenzamos a estudiar esos grupos con más cuidado, a leer su prensa, a hacer que nuestros militantes establecieran contacto de carácter personal con los miembros de filas para saber lo que pensaban. Tratamos de familiarizarnos con cada uno de los matices de la forma de pensar y de sentir de esos otros movimientos políticos. Buscamos establecer con ellos contacto y colaboración estrechos en acciones conjuntas de índoles diversas, y hablábamos de amalgamas y fusiones con miras a consolidar un nuevo partido revolucionario de los trabajadores. Fue en el campo económico donde cosechamos los primeros frutos de nuestra correcta política sindical, algo en lo que habíamos trabajado con ahínco por cinco años. Esa política la habíamos contrapuesto a la política sindical sectaria del dualismo de sindicatos propugnada por el Partido Comunista durante su funesto "Tercer Periodo", el periodo de su viraje ultraizquierdista. De igual forma, en contraposición a la política oportunista de la socialdemocracia --la política de subordinar los principios a fin de conseguir cargos y adquirir una influencia ficticia, no real--, ofrecíamos una dirección clara a todos los elementos combativos del movimiento sindical que leían nuestra prensa. Ejercíamos una influencia considerable al dirigirlos a ellos hacia la principal corriente sindical, representada entonces por la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL). A pesar del gran conservadurismo, de la mentalidad artesanal y de la corrupción de los dirigentes de la AFL, a los militantes les insistíamos en todo momento que no se separaran de esa importante corriente del sindicalismo
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norteamericano y que no establecieran sindicatos artificiales e ideales que estarían aislados de las masas. Según nuestra definición, la tarea de los militantes revolucionarios era zambullirse en el movimiento obrero como existía y tratar de influenciarlo desde adentro. La Federación Norteamericana del Trabajo celebró una convención en octubre de 1933. En esa convención se registró, por primera vez en muchos años, un incremento arrollador de militantes como resultado del despertar de los trabajadores, las huelgas y las campañas organizativas que, en nueve de cada diez casos, se iniciaban desde abajo. Los trabajadores entraban a raudales en los diferentes sindicatos de la AFL sin mucho aliento u orientación por parte de la burocracia osificada. 'Trabajemos dentro del sindicato' Al preparar mis notas para esta conferencia, repasé algunos de los artículos y editoriales que escribimos en aquel entonces. No éramos simplemente críticos. No nos quedábamos simplemente a un lado para explicar cuán falsos y traidores eran los dirigentes de la Federación Norteamericana del Trabajo, aunque sin duda lo eran. En un editorial escrito con relación a la convención de octubre de 1933 de la Federación Norteamericana del Trabajo, dijimos que el gran movimiento de las masas hacia los sindicatos sólo se puede influenciar de forma seria desde adentro. "De esto se deriva: Entremos al sindicato, quedémonos en él y trabajemos en su interior". Ese pensamiento clave permeó todos nuestros comentarios. Expandimos nuestras actividades dentro del campo político. El Militant de ese periodo, octubre-noviembre de 1933, recoge una gira del camarada Webster, quien en aquel entonces era el secretario nacional de nuestra organización. Acababa de regresar de Europa, donde visitó al camarada Trotsky y donde atendió una Conferencia Internacional de la Oposición de Izquierda celebrada después del colapso alemán. Su gira lo llevó por occidente hasta allá por Kansas City y Minneapolis, donde informó sobre la conferencia internacional, propugnó el mensaje del nuevo partido y de la nueva Internacional, se dirigió a audiencias numerosas de gente que ya conocíamos de antes, y estableció nuevos contactos, dando de esa forma una amplia difusión al movimiento trotskista revivificado. Según el Militant, en noviembre realizamos un banquete en el Casino Stuyvesant para celebrar el Quinto Aniversario del Trotskismo Estadounidense. Al banquete asistió como invitado un ex dirigente del Partido Comunista quien cinco años antes había sido instrumental en nuestra expulsión del partido. Se trata del famoso Ben Gitlow, quien, tras haber popularizado la práctica de las expulsiones había pasado a ser su propia víctima. Lo habían expulsado junto a los otros lovestonistas. Cuatro años y medio más tarde había roto con los lovestonistas y andaba como un comunista independiente. Así asistió a nuestro banquete en el Casino Stuyvesant el 4 de noviembre del 1933. Huelga de trabajadores de la seda En octubre del mismo año, mientras en el frente político se registraban esos sucesos, los trabajadores de la seda de Paterson realizaban una huelga general. Nuestra pequeña organización se zambulló en esa huelga, trató de influenciarla y estableció con ello algunos nuevos contactos. A la huelga de
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Paterson le dedicamos un número completo del Militant, una edición especial. Menciono esto a modo de ilustración sintomática de nuestra orientación en aquel periodo. Buscábamos aperturas y no dejábamos escapar ninguna oportunidad de sacar la doctrina del trotskismo del círculo cerrado de propaganda de la vanguardia, y llevarla, en forma de agitación, hacia las masas de trabajadores norteamericanos. En el frente político, el Militant publicó en noviembre un editorial dirigido a la Conferencia para la Acción Obrera Progresista (CPLA). La organización de Muste estaba por celebrar una convención en la que, se proyectaba, la CPLA dejaría de ser una red de comités sindicales para convertirse en una organización política. Estábamos bien enterados de ese nuevo desarrollo. Escribimos un editorial en un tono muy amistoso, recomendándoles que en su convención tomaran nota de la invitación que les habíamos hecho a todos los grupos políticos radicales independientes para discutir la cuestión de formar un partido único, y en especial les sugeríamos que se interesaran en la cuestión del internacionalismo. La CPLA había sido no sólo un grupo estrictamente sindical, sino también estrictamente nacional sin ningún contacto internacional y sin mucho interés en asuntos internacionales. En ese editorial les señalábamos que cualquier grupo que aspirara a organizar un partido político independiente, debía interesarse, como uno de los requisitos fundamentales, en el internacionalismo y tomar una posición ante las cuestiones internacionales decisivas. Significo que en noviembre publicamos un editorial titulado: "Frente único contra el gamberrismo". Fue escrito con relación a una reunión realizada en Chicago en la que habló el camarada Webster durante su gira. El Partido Comunista había reavivado sus tácticas gamberristas de años pasados; una pandilla de estalinistas intentó desbaratar la reunión. Afortunadamente nuestro partido estaba preparado; fueron por lana y salieron trasquilados. A lo sumo lograron interrumpir la reunión hasta el momento en que los camaradas de guardia los despacharon. Con relación a este evento publicamos un editorial en el que llamábamos a todas las organizaciones obreras a cooperar con nosotros para organizar una guardia obrera de un frente único a fin de, como decía el editorial, "defender la libertad de expresión dentro del movimiento obrero y dar una lección a quienes interfieran con ella". De forma esporádica, en estos 13, casi 14, años de nuestra existencia, los estalinistas han recurrido a sus atentados gamberristas para silenciarnos. Ante cada intento, no sólo nos defendimos sino que también buscamos la ayuda de otros grupos para que cooperaran en la defensa. Aunque nunca logramos formar un movimiento de defensa de un frente único, en cada instancia obteníamos un éxito parcial. Eso fue suficiente para asegurar nuestros derechos y hasta la fecha los hemos logrado mantener. Es muy importante recordar esto con relación a un nuevo atentado estalinista, en una parte del país, de silenciarnos. Actualmente el Militant informa de dicho atentado, allá en California, y de nuevo se ve a nuestro partido en acción, formando frentes únicos, yendo en todas las direcciones en busca de apoyo, denunciándolos por todas partes, obligando a esos pandilleros estalinistas a echarse atrás. Nuestra gente aún sigue distribuyendo el periódico en los lugares proscritos de California. Rompimiento con el Partido Comunista
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En el Militant del 16 de diciembre de 1933 leí una declaración de un grupo de camaradas de Brooklyn dirigida al Partido Comunista, en la que anunciaban su ruptura con el partido, denunciaban las tácticas gamberristas de los estalinistas y sus políticas falsas, y declaraban su adhesión a la Liga Comunista de Estados Unidos. Esta declaración en particular tenía un significado especial por el hecho que el dirigente de este grupo había sido el capitán de la banda gamberrista del Partido Comunista en Brooklyn. A él y a otros más los enviaban para desbaratar mítines de la Oposición de Izquierda. En el curso de la lucha él vio a nuestros camaradas no sólo defender su posición y responder puñetazo con puñetazo, sino que vio cómo a esos jóvenes pandilleros ignorantes y mal dirigidos les dieron un discurso de propaganda y una ponencia para el bien de sus conciencias. Se lo convirtió allí, en la línea de fuego. Eso es algo que sucedía constantemente. En primer lugar, muchos de los militantes más activos en los primeros días habían sido jóvenes estalinistas ignorantes. Comenzaron peleando contra nosotros y luego, como a Saúl camino de Damasco, los golpeaba una luz cegadora, se convertían y pasaban a ser buenos comunistas, es decir, trotskistas. Es importante recordar esto si los estalinistas lo atacan a uno enfrente de un local sindical: muchos de esos jóvenes estalinistas ignorantes a los que envían para atacarnos no saben lo que hacen. Con el tiempo a algunos de ellos los vamos a convertir si combinamos las dos formas de educación. Vean, en todo sindicato bien regulado hay comités educativos y comités "educativos" y ambos cumplen objetivos muy buenos. Uno se encarga de organizar clases para la educación de los militantes y el otro imparte educación a los esquiroles que no quieren atender las clases. Sindicato de barberos Hay una historia legendaria sobre un debate que en torno a la actividad educativa se realizó hace algunos años en el Sindicato de Barberos de Chicago. Este sindicato tenía un comité "educativo", cuyos miembros tenían entre sus obligaciones la de encargarse de los escaparates de las tiendas de esquiroles. Iban de un lado a otro en autos. Al sindicato lo había venido arrasando una ola para economizar combinada con un brote de izquierdismo. Un radical poco práctico propuso la moción de que a fin de ahorrar dinero se le retiraran los autos al comité "educativo". Dijo: "Déjenlos que vayan en bicicleta". A lo que uno de los veteranos preguntó indignado: "¿Y dónde diablos van a llevar sus piedras si van en bicicleta?" Así fue que permitieron que el comité "educativo" retuviera sus autos; el comité educativo organizó un buen programa de clases en sus reuniones sindicales y todo marchó bien. Al fin de ese memorable año de 1933, en la ciudad de Nueva York se inició un movimiento organizativo entre los trabajadores hoteleros que estaban pasando apuros económicos, y quienes por largos años habían carecido de protección sindical. Después de una serie de huelgas fallidas y de la dañina labor de los estalinistas, la organización sindical había mermado. Se había reducido primordialmente a pequeños sindicatos independientes, un vestigio de épocas pasadas, con unas cuantas plantas bajo su control y con el sindicato especial "rojo" de los estalinistas. Ese reanimado movimiento organizativo nos ofreció nuestra primera gran oportunidad de entrar al movimiento de masas
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desde 1928. Tuvimos la oportunidad de penetrar ese movimiento desde el comienzo, de dar forma a su desarrollo y finalmente de tener el liderazgo de una gran huelga general de trabajadores hoteleros en Nueva York. No obstante, gracias a la incompetencia y a la traición de algunos miembros de nuestro movimiento que habían sido ubicados en puestos claves, el asunto terminó en un fracaso vergonzoso. Sin embargo, de la experiencia y las lecciones de ese primer intento, que concluyó tan desastrosamente, recogimos ricos resultados que nos aseguraron logros posteriores en el terreno sindical. Incluso hoy seguimos utilizando el capital que adquirimos en esa primera experiencia en cuestiones sindicales. La campaña para organizar los hoteles comenzó, y como sucede con tanta frecuencia en sucesos sindicales, la suerte jugó su papel. Por casualidad, varios miembros de nuestro partido pertenecían a este sindicato independiente que pasó a ser el medio para la campaña organizativa. A medida que los trabajadores de hoteles comenzaron a orientarse de forma decidida hacia el sindicalismo, este puñado de trotskistas se encontró en medio del torbellino del movimiento de masas. Teníamos un camarada, un antiguo militante del sindicato, quien después de años de aislamiento de repente pasó a ser una figura influyente. Por aquel entonces pertenecía al partido un hombre llamado B.J. Field, un intelectual. Nunca antes había estado involucrado en trabajo sindical. Sin embargo, era un hombre con muchos logros intelectuales, y en nuestro empuje general hacia el trabajo de masas, en nuestro interés por establecer contacto con el movimiento de masas, a Field se le asignó para que se insertara en la situación del hotel para que ayudara a nuestra fracción y le brindara al sindicato el beneficio de sus conocimientos en estadísticas y como economista y lingüista. Sucedió que el sector más importante a nivel estratégico en la situación hotelera era un grupo de jefes de cocina franceses. Debido a su posición estratégica en el oficio y el prestigio que tenían por ser los del oficio más calificado desempeñaron, como en todos lados sucede siempre con los mejores mecánicos, un papel predominante. Muchos de estos jefes de cocina franceses no podían hablar o discutir cosas en inglés. Nuestro intelectual podía hablar con ellos en francés hasta el día del juicio. Y entre ellos él adquirió una importancia extraordinaria. El antiguo secretario estaba por dejar su puesto, y antes que nadie supiera qué pasó, los jefes de cocina franceses insistieron que Field fuera el secretario de este prometedor sindicato, y él fue debidamente electo; naturalmente que eso significó no sólo una oportunidad para nosotros, sino también una responsabilidad. La campaña organizativa se desarrolló entonces con todo vigor. Desde el comienzo nuestra Liga le dio la ayuda más enérgica. En lo personal participé muy activamente y hablé en varias ocasiones en los encuentros de masas de la organización. Después de cinco años de aislamiento en la Décima Calle y en la Decimosexta Calle, de dar un sinnúmero de charlas en pequeños foros y reuniones internas --y no sólo de dar charlas, sino también de escuchar a otros hablar de forma inagotable--, yo estaba feliz de tener la oportunidad de hablar frente a cientos y cientos de trabajadores sobre asuntos básicos del sindicalismo. Huelga de trabajadores de hoteles
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A Hugo Oehler, quien más tarde pasó a ser en un sectario muy famoso, pero que, por extraño que parezca, era un excelente sindicalista --y lo que es más, era miembro de este sindicato--, también se le envió para que apoyara a este sindicato. Asimismo, a varios camaradas más se les asignó para que ayudaran con la campaña organizativa. Nosotros le dábamos publicidad a la campaña en el Militant y le dábamos toda la ayuda posible, lo que incluía aconsejar y dirigir a nuestros camaradas, hasta que el movimiento culminó en la huelga general de trabajadores de hoteles de Nueva York el 24 de enero de 1934. Atendiendo una invitación del comité sindical, di el discurso principal en el mitin de masas de los trabajadores de hoteles la noche en que se declaró la huelga general. A partir de ese momento, el Comité Nacional de nuestra Liga me asignó para que me dedicase a tiempo completo a apoyar y colaborar con Field y la fracción del sindicato de trabajadores hoteleros. A muchos otros --una decena o más-- se les asignó a todo tipo de tareas, desde ayudar en las líneas de piquetes, hasta hacer mandados, redactar material de propaganda, distribuir volantes y barrer el local; todas y cada una de las tareas que les exigieran las circunstancias. Toda nuestra Liga se volcó de lleno hacia la huelga, tal como habíamos hecho durante la crisis de Alemania a comienzos de 1933. Cuando la situación en Alemania llego a su punto álgido, sacamos el Militant tres veces por semana para hacer hincapié en los sucesos y aumentar nuestra capacidad de impacto. Hicimos lo mismo en la huelga de hoteles de Nueva York. Nuestros camaradas llevaban el Militant a todas las reuniones y a la línea de piquete. De modo que cada dos días todos los trabajadores de la industria en huelga veían que el Militant divulgaba la huelga, presentaba el lado de los huelguistas, exponía las mentiras de los patrones y ofrecía algunas ideas sobre cómo conseguir que la huelga triunfara. Nuestra organización entera, por todo el país, se movilizó para apoyar la huelga hotelera de Nueva York como tarea número uno; para ayudar a que el sindicato ganara la huelga y ayudar a nuestros camaradas a establecer la influencia y el prestigio del trotskismo en la lucha. Esta es una de las características del trotskismo. El trotskismo nunca hace nada a medias. El trotskismo funciona de acuerdo al viejo lema: Si algo vale la pena hacerse, vale la pena hacerlo bien. Así nos comportamos en la huelga hotelera. Pusimos todo de nuestra parte en aras de hacerla exitosa. La organización de Nueva York se movilizó en su totalidad; dieron hasta el último centavo que tenían para pagar el enorme gasto que suponía publicar el Militant tres veces por semana. Por todo el país los camaradas hicieron algo parecido. Hicimos tal esfuerzo que llevamos a la organización al borde del colapso con tal de ayudar a la huelga. Propuesta para un partido político Pero no nos convertimos en fetichistas del sindicato. Simultáneamente con nuestra concentración en la huelga hotelera, tomamos una medida decisiva en el frente político. El Militant del 27 de enero, el mismo número que contenía el primer informe sobre la huelga general, publicó también una carta abierta dirigida al Comité Provisional de Organización del Partido Estadounidense de los Trabajadores, que la Conferencia para la Acción Obrera Progresista había creado en su conferencia de Pittsburgh un mes atrás. En la carta abierta tomamos nota de su decisión de encaminarse hacia la constitución de un partido político; les propusimos iniciar discusiones a fin de llegar a un acuerdo
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sobre el programa para que lográramos formar un partido político unificado, uniendo sus fuerzas con las nuestras en una sola organización. Es sintomático, es significativo, que la iniciativa surgió de nosotros. En toda relación que jamás se haya establecido entre los trotskistas y cualquier otra organización, fuimos siempre los trotskistas los que tomamos la iniciativa. Eso no se debió a nuestra superioridad personal o a que fuéramos menos tímidos que otros --siempre hemos sido lo suficientemente modestos--, sino a que siempre supimos lo que queríamos. Teníamos un programa más claramente definido y siempre estábamos seguros de lo que hacíamos, o por lo menos creíamos estarlo. Eso nos brindaba confianza, iniciativa. La huelga hotelera tuvo un comienzo muy prometedor. Se realizó una serie de reuniones de masas que culminaron en un mitin masivo en el anexo del Madison Square Garden, en el que participaron al menos unas 10 mil personas. Allí tuve el privilegio de ser uno de los principales oradores, junto a Field y otros más. Desde el comienzo, nuestros camaradas en el sindicato estuvieron en la posición de influenciar la política de la huelga de forma decisiva, aunque nunca seguimos una política encaminada a monopolizar la dirección de la huelga. Nuestra política ha consistido siempre en buscar la cooperación de los principales militantes y compartir responsabilidades con ellos, de modo que la dirección de la huelga sea verdaderamente representativa de la militancia y que responda de manera sensible a la misma. Como es natural, la huelga comenzó a toparse con muchas de las dificultades que echaron a pique a tantas otras huelgas en ese periodo, particularmente las intrigas de la Junta Federal del Trabajo. Se necesitaba tener conciencia política para impedir que la supuesta "ayuda" de esas agencias gubernamentales se convirtiera en un dogal para la huelga. Teníamos bastante experiencia política, sabíamos lo suficiente sobre el papel de los mediadores gubernamentales como para saber cómo lidiar con ellos: no darles la espalda de forma sectaria, sino utilizar cualquier posibilidad que ellos pudieran facilitar para hacer que los patrones negociaran; y hacerlo sin depositar en ellos la más mínima confianza o permitirles tomar la iniciativa. Todo eso se lo tratamos de subrayar a nuestro joven y brillante prodigio intelectual, B.J. Field. Mientras tanto, sin embargo, él había sufrido cierta transformación: de la nada súbitamente había pasado a serlo todo. Su foto estaba en todos los periódicos de Nueva York. Era el líder de un gran movimiento de masas. Y por extraño que parezca, a veces esas cosas que son puramente externas, que no tienen absolutamente nada que ver con lo tenga un hombre en su interior, ejercen un efecto profundo en su autoestima. Desgraciadamente, ese fue el caso con Field. Por naturaleza era bastante conservador; de ninguna manera estaba libre de sentimientos pequeñoburgueses y se dejaba impresionar por los representantes del gobierno, los políticos y los pencos sindicales en cuya compañía se vio sumido de repente. Comenzó a desarrollar sus negociaciones con esta gente y en general a conducirse como un Napoleón, según él lo veía, aunque en realidad era más bien algo así como un colegial. Hizo caso omiso de la fracción de su propio partido dentro del sindicato, lo que es siempre indicio de que alguien ha perdido la cabeza. Pero eso sucede a menudo con militantes del partido quienes repentinamente se ven proyectados hacia posiciones estratégicas de importancia en los sindicatos. Se apodera de ellos una idea irracional de que son más grandes que el partido, de que ya no necesitan más del partido.
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Field se distancia del partido Field comenzó a dejar de tener en cuenta a los militantes de la fracción de su propio partido, los cuales estaban allí a su lado y quienes deberían de haber sido la maquina a través de la cual él lo hacía todo. Y no sólo eso. Comenzó a hacer caso omiso del Comité Nacional de la Liga. Nosotros le hubiésemos podido ayudar muchísimo ya que nuestro comité incorporaba la experiencia, no de una sino de muchas huelgas, ya no digamos la experiencia política que hubiese sido tan útil al lidiar con los tiburones de la Junta Federal del Trabajo. Queríamos ayudarle porque estábamos tan comprometidos como él con la situación. En toda la ciudad, en realidad en todo el país, todo el mundo hablaba de la huelga de los trotskistas. Nuestro movimiento se la jugaba ante el movimiento obrero de todo el país. Todos nuestros enemigos esperaban que fuera un fracaso; nadie nos quería ayudar. Sabíamos muy bien que si la huelga terminaba mal, la organización trotskista saldría con un ojo amoratado. Sin importar cuánto se había alejado Field de la política del partido, no iba a ser él a quien se recordaría o culparía del fracaso, sino que sería el movimiento trotskista, la organización trotskista. Con cada día que pasaba, nuestro intelectual díscolo se alejaba más aún de nosotros. Hicimos muchos esfuerzos --de la manera más considerada como camaradas, de la forma más humilde posible--, por convencer a este cabezón de que no sólo estaba conduciéndose a sí mismo a la destrucción, sino que con él conducía también a la huelga, y amenazaba el prestigio de nuestro movimiento. Le rogamos para que consultara con nosotros, para que viniera y hablara con el Comité Nacional sobre la política de la huelga, que comenzaba a mermar debido a que se estaba dirigiendo de forma errónea. En vez de organizar a la militancia de las filas desde abajo, para así llegar a las negociaciones con una fuerza tras de sí --que es lo único que cuenta en las negociaciones a la hora de la verdad-- él moderaba a la militancia de las masas y se la pasaba todo el tiempo de conferencia en conferencia con los tiburones gubernamentales, políticos y pencos sindicales que no tienen otro objetivo sino el de acuchillar la huelga. Field se tornó cada vez más y más desdeñoso. ¿Cómo iba él, quien no tenía tiempo, a venir a reunirse con nosotros? Muy bien, dijimos, nosotros sí tenemos tiempo; nos podemos reunir contigo durante el almuerzo en un restaurante a una cuadra de las oficinas del sindicato. Pero tampoco tenía tiempo para eso. Comenzó a hacer comentarios desatinados. Había un grupito político allá en la Decimosexta Calle, el cual no tenía más que un programa y un puñado de gente; él, en cambio, ejercía influencia sobre 10 mil huelguistas. ¿Por qué habría de molestarse con nosotros? Decía: "No me podría comunicar con ustedes aunque quisiera, ya que ni siquiera tienen teléfono". Era cierto, y realmente claudicábamos ante esa acusación: no teníamos teléfono. Esa deficiencia era un reliquia de nuestro aislamiento, una cosa del pasado cuando no necesitábamos teléfono porque nadie nos llamaba y tampoco teníamos a quién llamar. Además, hasta ese entonces, tampoco teníamos para un teléfono. Finalmente, la huelga hotelera se atascó al carecer de una política militante porque se confió servilmente en la Junta Federal del Trabajo, cuyo objetivo era hundir la huelga. Se perdieron días enteros en negociaciones
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inútiles con el alcalde LaGuardia, mientras que la huelga se moría a pie firme por falta de liderazgo adecuado. Mientras tanto nuestro enemigos no se aguantaban para poder decir: "Se los advertimos: Los trotskistas no son nada más que sectarios que se preocupan en pequeñeces. No pueden hacer trabajo de masas. No pueden dirigir huelgas". Fue un golpe duro para nosotros. Gracias a la traición de Field, nominalmente dirigimos la huelga pero no tuvimos la influencia necesaria como para poder darle forma a su política. Corrimos el riesgo de comprometer a nuestro movimiento. De haber condonado las acciones de Field y su grupo, sólo hubiésemos propagado la desmoralización dentro de nuestras propias filas. Pudimos haber convertido a nuestro joven grupo revolucionario en una caricatura del Partido Socialista, que tenía gente en todo el movimiento sindical, pero que carecía de influencia partidaria seria porque los sindicalistas del Partido Socialista nunca se sintieron obligados para con el partido. Enfrentábamos un problema fundamental que es decisivo para cualquier partido político revolucionario: ¿Deberán determinar la línea del partido los funcionarios sindicales y dictarle ellos la ley al partido, o es el partido el que deberá determinar la línea y dictarles la ley a los funcionarios sindicales? El problema se planteó abiertamente en medio de la huelga. No esquivamos el problema. La acción decidida que tomamos en aquel momento ha marcado desde entonces todos los sucesos de nuestro partido en el terreno sindical y ha ejercido gran influencia en la formación del carácter de nuestro partido. Al Señor Field lo llevamos a juicio justo en medio de la huelga. Sin importar lo grande que era, le presentamos cargos ante la organización de Nueva York por haber violado las políticas y la disciplina del partido. Tuvimos una discusión bien completa --según recuerdo, duró dos tardes de domingos-para darles a todos en la Liga la oportunidad de hablar. El gran Field no se dignó a presentarse. No tenía tiempo. Así es que se le enjuició en su ausencia. Para ese entonces él ya había organizado una pequeña fracción con miembros de la Liga a quienes había logrado mal dirigir, y quienes estaban desbalanceados debido a la magnitud del movimiento de masas en contraste con el tamaño de nuestro pequeño grupo político de la Decimosexta Calle. Ellos asistieron a las reuniones de la Liga como los voceros de Field, llenos de arrogancia e insolencia, para decir: "No nos pueden expulsar. Unicamente se están expulsando a ustedes mismos del movimiento sindical de masas". Dirigentes exentos de la disciplina Como muchos sindicalistas que les precedieron, se sentían más grandes que el partido. Creían que podían violar las políticas del partido y su disciplina con impunidad porque el partido no se atrevería a disciplinarlos. Esto es lo que pasó realmente en el caso del Partido Socialista, y es una de las razones más importantes por las que el Partido Socialista acabó en una situación tan aparatosa en el campo sindical. Todos sus grandes dirigentes sindicales, los cuales alcanzaron sus puestos gracias a la ayuda del partido, aún siguen ahí; sin embargo, una vez obtuvieron sus cargos dejaron de prestarle atención al partido o a sus políticas. En el Partido Socialista los dirigentes sindicales estaban exentos de la disciplina. El partido nunca tuvo el valor suficiente para expulsar a ninguno de ellos, porque pensaban que de hacerlo iban a perder su "contacto" con el movimiento de masas. Nosotros no abrigábamos esas ideas.
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De manera resuelta procedimos a expulsar a Field y a todos los que se solidarizaron con él en aquella situación. Los echamos de nuestra organización en medio de la huelga. A los miembros de la fracción de Field que no querían romper con el partido, que aceptaron la disciplina del partido, se les dio una oportunidad y aún militan en el partido. Algunos de los que expulsamos permanecieron aislados políticamente por años. Finalmente sacaron las lecciones de esa experiencia y volvieron con nosotros. Esa fue una acción drástica, si se consideran las circunstancias de la huelga en desarrollo; y fue en base a esa acción que sorprendimos al movimiento obrero radical. Nadie afuera de nuestra organización soñó jamás que un grupito político como el nuestro, al toparse con un miembro que estaba a la cabeza de un movimiento de 10 mil trabajadores, osaría expulsarlo en la cúspide de su gloria, cuando su foto aparecía en todos los periódicos, y él parecía ser mil veces más grande que nuestro partido. Al principio hubo dos reacciones. Una la resumía la gente que decía: "Este es el fin de los trotskistas; han perdido sus contactos y sus fuerzas sindicales". Estaban equivocados. La otra reacción, la más importante, la resumían quienes decían: "Los trotskistas toman las cosas en serio". Las personas que predecían consecuencias fatales por la desgracia y el fracaso de la huelga hotelera fueron rápidamente refutados por el desarrollo posterior de los hechos. Muchos que vieron a este grupito político adoptar tal posición ante un dirigente sindical "intocable", quien estaba a la cabeza de una gran huelga, adquirieron un respeto saludable por los trotskistas. Huelga contra depósitos de carbón Mucha gente seria se sintió atraída a la Liga, y todos nuestros miembros se fortalecieron con una nueva sensación de disciplina y responsabilidad hacia la organización. Luego, inmediatamente después del desastre de la huelga hotelera, surgió la huelga contra las empresas del carbón de Minneapolis. Antes de que se enfriara la huelga hotelera, prendió en Minneapolis la huelga de los trabajadores de las empresas del carbón. La dirigió ese grupo de trotskistas de Minneapolis conocido por todos ustedes y fue conducida como un modelo de organización y combatividad. La disciplina partidaria de nuestros camaradas en esta tarea --eficaz en un 100 por ciento-- se vio afectada y reforzada de forma considerable por la desafortunada experiencia que tuvimos en Nueva York. Mientras que en Nueva York la tendencia de los dirigentes sindicalistas fue la de alejarse del partido, en Minneapolis los dirigentes se acercaron más al partido y dirigieron la huelga manteniendo un contacto muy estrecho con el partido, tanto a nivel local como nacional. La huelga contra las empresas del carbón resultó en una victoria rotunda. La política sindical trotskista --llevada a cabo por hombres y mujeres leales-- fue justificada de forma brillante en esa lucha y sirvió muchísimo para contrarrestar las malas impresiones que se crearon en la huelga hotelera de Nueva York. Posible fusión con el AWP Después de estos acontecimientos, le remitimos otra carta al Partido Estadounidense de los Trabajadores (AWP) proponiendo que enviásemos un
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comité para discutir una fusión con ellos. Entre sus filas había elementos que no querían saber nada de nosotros, pero había otros en el AWP que estaban seriamente interesados en unirse con nosotros para formar un partido más grande. Y como no manteníamos nuestras intenciones en secreto, sino que las publicábamos en nuestro periódico para que los miembros del Partido Estadounidense de los Trabajadores pudieran leer al respecto, los dirigentes pensaron que era prudente aceptar reunirse con nosotros. Las negociaciones formales para la fusión del Partido Estadounidense de los Trabajadores y la Liga Comunista, comenzaron en la primavera de 1934. Como ustedes saben, y como vamos a tocar en conferencias venideras, este enfoque y estas negociaciones culminaron finalmente en la fusión del AWP con la Liga Comunista, y el lanzamiento de un partido político unificado. Esto se consiguió a costa de muchos esfuerzos políticos y no sin antes superar dificultades y obstáculos. Cuando uno se pone a pensar que en la dirección del Partido Estadounidense de los Trabajadores, en aquel entonces, había personas como Ludwig Lore, quien hoy día es uno de los principales patrioteros del frente democrático, y que otro de ellos era J.B. Salutsky-Hardman, sin dificultad pueden comprender que nuestra tarea no era fácil. Salutsky --el lacayo literario de Sidney Hillman y director del órgano oficial del sindicato Amalgamado de Trabajadores de la Costura (ACW)--, sabía muy bien quiénes eran los trotskistas y no quería saber nada de ellos. Su papel dentro del Partido Estadounidense de los Trabajadores era precisamente impedir que fuera algo más que un juguete; impedir que se desarrollara en una dirección revolucionaria; y, sobre todo, mantenerlo libre de cualquier contacto con los trotskistas que son serios al hablar de un programa revolucionario. A pesar de ellos, las negociaciones comenzaron. Nos mantuvimos activos en otros sectores del frente político. El 5 de marzo de 1934, en la Plaza Irving se llevó a cabo el debate histórico entre Lovestone y mi persona. Después de cinco años, los representantes de las dos tendencias en guerra del movimiento comunista se encontraban y se enfrentaban de nuevo. El marcador se estaba igualando. Ellos comenzaron expulsándonos del Partido Comunista por trotskistas y por "contrarrevolucionarios". Luego, después de su propia expulsión, nos menospreciaban por considerarnos una secta pequeña sin miembros ni influencia, mientras que comparativamente ellos tenían un movimiento grande. Sin embargo, en esos cinco años, gradualmente los habíamos venido reduciendo a nuestro tamaño. Nosotros íbamos creciendo, fortaleciéndonos; ellos declinaban. Había un amplio interés en la propuesta de formar un nuevo partido y la organización de Lovestone no se libraba de ello. Debate sobre una nueva Internacional Como resultado, los lovestonistas se vieron obligados a aceptar nuestra invitación a sostener un debate sobre el tema. "Con todo, por un nuevo partido y una nueva Internacional", ese fue mi programa en el debate. El programa de Lovestone era: "A reformar y unificar la Internacional Comunista". Esto fue como un año después del fracaso alemán. Lovestone aún quería reformar la Internacional Comunista, no sólo reformarla sino también unificarla. ¿Cómo? Para empezar que se readmitiera a los lovestonistas. Luego readmitirnos a nosotros, los trotskistas, a quienes habían echado sin mucha ceremonia. Lo
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mismo debía suceder a nivel internacional. Sin embargo, para ese entonces ya le habíamos vuelto la espalda a la Internacional Comunista en quiebra. Había pasado demasiada agua por la noria, se habían cometido demasiados errores, demasiados crímenes y traiciones, y se había derramado demasiada sangre, todo por culpa de la Internacional estalinista. Hacíamos un llamamiento a favor de una nueva Internacional con un pendón limpio. Yo debatí partiendo de ese punto de vista. Para nosotros ese debate resultó ser un éxito tremendo. Había un amplio interés y contábamos con un gran público. El Militant informa que hubo 1500 personas y sí creo que debió haber más o menos esa cifra. Era el público más grande al que nos dirigíamos para hablar de temas políticos desde nuestra expulsión. El estar peleando una vez más con un antiguo antagonista ante una verdadera audiencia --si bien la lucha ahora había alcanzado un nivel distinto, superior--, era como volver a los viejos tiempos. En el público, además de los miembros y seguidores de las dos organizaciones representadas por los que debatían, había muchos de la izquierda del Partido Socialista y de la YPSL [Liga Socialista de Jóvenes], algunos estalinistas y un buen número de izquierdistas así como miembros del Partido Estadounidense de los Trabajadores. Fue una ocasión crítica. En ese entonces, muchos que estaban rompiendo con los estalinistas, vacilaban entre los lovestonistas y los trotskistas. Nuestra consigna de un nuevo partido y una nueva Internacional estaba más acorde con la realidad y la necesidad de la época, y logró captar la simpatía de la gran mayoría de aquellos que abandonaban el estalinismo. Nuestro programa era mucho más persuasivo, mucho más realista, de modo que logramos que casi todos los que vacilaban pasaran a nuestro lado. Los lovestonistas no lograron ir muy lejos con su caduco programa de "unificar" a la Internacional Comunista en quiebra después de la traición alemana. El éxito de ese debate preparó el terreno para una seria de conferencias sobre el programa de la Cuarta Internacional. Para ilustrar el auge de nuestro movimiento vale señalar que para las conferencias tuvimos que conseguir una sala más grande de la que habíamos venido usando. Tuvimos que mudarnos a la Plaza Irving. El público que atendía nuestras conferencias era tres o cuatro veces más numeroso que al que estábamos acostumbrados en los cinco años de nuestro peor aislamiento. En esos días el trotskismo se estaba granjeando su puesto en el mapa político y estaba golpeando duro y se henchía de confianza. En el Militant de marzo y abril de 1934 se informa de una gira nacional por Shachtman, que por primera vez se extiende hasta la costa occidental. El tema del que habló fue: "El nuevo partido y la Nueva Internacional". El 31 de marzo de 1934, toda la primera plana del Militant estuvo dedicada al Manifiesto de la Liga Comunista Internacional (la organización trotskista mundial), dirigido a los partidos y grupos socialistas revolucionarios de ambos hemisferios, instándolos a adherirse al llamamiento por una nueva Internacional y contra la Segunda y Tercera Internacionales, que estaban en quiebra. El trotskismo a nivel mundial iba en marcha. Y en Estados Unidos sentábamos la pauta. En verdad, íbamos a la cabeza de la marcha de nuestra organización internacional, aprovechando toda oportunidad y avanzando con confianza en todos los frentes. Y cuando se nos presentó nuestra verdadera oportunidad dentro del movimiento sindical, en las grandes huelgas de
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Minneapolis de mayo y de julio-agosto de 1934, estábamos totalmente listos para demostrar lo que éramos capaces de hacer y lo hicimos.
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8. Las grandes huelgas de Minneapolis El año 1933, el cuarto de la gran crisis estadounidense, marcó el inicio del despertar más grande de los trabajadores norteamericanos y de su movimiento hacia la sindicalización a un nivel nunca antes visto en la historia de Estados Unidos. Ese fue el trasfondo de todos los desarrollos ocurridos dentro de los diversos partidos, grupos y tendencias políticos. Este movimiento de los trabajadores estadounidenses adoptó la forma de una tremenda campaña para escapar del estado atomizado en el que se encontraban y hacer frente a los patrones con la fuerza organizada del sindicalismo. Ese gran movimiento se desarrolló en oleadas. Durante el primer año de la administración de [Franklin D.] Roosevelt, la primera ola de huelgas de magnitud considerable rindió muy pocos resultados desde el punto de vista organizativo porque carecía del empuje suficiente y de una dirección adecuada. En la mayoría de los casos los esfuerzos de los trabajadores se vieron frustrados por la "mediación" gubernamental, por un lado, y la brutal represión, por el otro. La segunda gran ola de huelgas y movimientos organizativos ocurrió en 1934. A esta siguió un movimiento más poderoso aun en 1936-37, cuyos sucesos más sobresalientes fueron las huelgas de brazos caídos en las fábricas de autos y del caucho y el tremendo auge del CIO [Congreso de Organizaciones Industriales]. Esta noche nuestra conferencia trata la ola de huelgas de 1934, ejemplificada por las huelgas de Minneapolis. Allí se demostró, por primera vez, la participación eficaz de un grupo marxista revolucionario en la propia organización y dirección de una huelga. Estas olas de huelgas y movimientos organizativos se dieron a partir de una reactivación industrial parcial. Esto se ha mencionado antes y se debe repetir una y otra vez. En lo peor de la depresión, cuando el desempleo era tan vasto, los trabajadores habían perdido la seguridad en sí mismos y temían tomar cualquier medida ante la siniestra amenaza del desempleo. Sin embargo, con la reactivación de la industria, los trabajadores ganaron una nueva seguridad en sí mismos e iniciaron un movimiento para arrancar de nuevo algunas de las cosas que les habían quitado durante lo peor de la depresión. El terreno para la actividad de masas del movimiento trotskista en Estados Unidos lo preparó, claro está, la acción de las propias masas. En la primavera de 1934, la huelga de la Auto-Lite en Toledo había electrificado el país. En la huelga se habían presentado algunos métodos y técnicas de lucha militante nuevos. Esta huelga de Toledo, tremendamente significativa, la dirigió un grupo político, o al menos semipolítico, representado por la Conferencia para la Acción Obrera Progresista, organizada a su vez por el Comité Provisional para la Formación del Partido Estadounidense de los Trabajadores (AWP), cuyo vehículo era la Liga de los Desempleados. Allí se demostró por primera vez cuán importante es el papel que en las luchas de los trabajadores industriales puede desempeñar una organización de desempleados dirigida por elementos militantes. La organización de desempleados en Toledo --que había sido formada por el grupo de [A.J.] Muste, y bajo cuya dirección se hallaba-prácticamente se tomó la dirección de la huelga de la Auto-Lite y la elevó a un nivel de organización de piquetes masivos y militancia que iba mucho más allá de los límites jamás contemplados por los burócratas de la vieja línea gremial.
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Las huelgas de Minneapolis elevaron el nivel más aún. Si evaluamos todos los criterios, incluido el decisivo criterio del liderazgo político y la máxima explotación de todas las posibilidades inherentes en una huelga, debemos concluir que el punto culminante de la ola de 1934 fue la huelga de los choferes, ayudantes y trabajadores internos de Minneapolis en mayo, y su repetición a un nivel mayor aun en julio y agosto de ese año. Estas huelgas fueron una prueba crucial del trotskismo estadounidense. Prueba para el movimiento comunista Por cinco años habíamos sido una voz en el desierto y nos limitábamos a criticar al Partido Comunista, a elucidar sobre lo que parecían ser los problemas teóricos más abstractos. En más de una ocasión se nos acusó de no ser nada más que unos sectarios y polemistas de lo insignificante. Ahora, al presentarse en Minneapolis la oportunidad de participar en el movimiento de masas, el trotskismo estadounidense tuvo que enfrentar de lleno una prueba. Tenía que demostrar en la acción si en efecto era un movimiento de polemistas de lo insignificante y sectarios buenos para nada, o si era una fuerza política dinámica capaz de participar con eficacia en el movimiento de masas de los trabajadores. Nuestros camaradas en Minneapolis comenzaron su labor primero en los depósitos de carbón y después extendieron su campaña organizativa entre los choferes y los ayudantes. Ese no fue un plan preconcevido en el estado mayor de nuestro movimiento. Los choferes de Minneapolis estaban lejos de ser la sección más decisiva del proletariado norteamericano. Nuestra verdadera actividad en el movimiento obrero la iniciamos en aquellos lugares donde se nos presentaban oportunidades. Es imposible elegir esas oportunidades de forma arbitraria a partir de nuestros caprichos o preferencias. Uno debe entrar al movimiento de masas en donde se le abran las puertas. Una serie de circunstancias hizo de Minneapolis el foco de nuestros primeros grandes esfuerzos y éxitos en el campo sindical. En Minneapolis teníamos a un grupo de comunistas viejos y probados, quienes además eran sindicalistas experimentados. Eran hombres reconocidos, enraizados en su localidad. Durante la depresión trabajaron juntos en los depósitos de carbón. Cuando se presentó la oportunidad de sindicalizar los depósitos, no la dejaron escapar y rápidamente demostraron sus habilidades en la exitosa huelga que duró tres días. Luego, naturalmente, la labor organizativa se extendió hacia la industria del camionaje en general. Minneapolis era un hueso duro de roer. En realidad, era uno de los más duros del país. Minneapolis era famosa porque predominaban las empresas donde los trabajadores no tenían que afiliarse al sindicato. Por 15 ó 20 años la Alianza Ciudadana, una organización de patrones duros había gobernado Minneapolis con mano de hierro. En todos esos años no había habido una sola huelga exitosa de trascendencia. En Minneapolis, hasta a los gremios de la construcción --quizás los más estables y eficaces de todos los gremios de oficios--, los mantenían a la fuga y los habían echado de las más importantes obras de construcción. Era una ciudad de huelgas perdidas, de empresas donde los trabajadores no tenían que afiliarse al sindicato, de salarios de miseria, de jornadas criminales y de un movimiento sindical gremial débil e ineficaz.
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La huelga del carbón, que mencionamos en nuestra discusión la semana pasada, fue una escaramuza preliminar a las grandes batallas que venían. La victoria aplastante de esa huelga, su militancia, la calidad de su organización y la rapidez de su éxito, estimularon la organización general de los choferes de camiones y de los ayudantes, quienes hasta ese entonces y durante los años de la depresión habían sido cruelmente explotados y habían carecido de los beneficios de la sindicalización. Si bien es cierto que había un sindicato en la industria, este sólo se ocupaba de cuidar andrajos. Había apenas un puñado de miembros que tenían un contrato pobre con una o dos compañías de transferencias. En la ciudad no había una verdadera organización del grueso de los choferes y ayudantes. El éxito de la huelga del carbón animó a los trabajadores de la industria del camionaje. Eran como un polvorín listo para la chispa; sus salarios eran demasiado bajos y sus jornadas demasiado largas. Al haberse visto libres de cualquier restricción sindical por tantos años, los patrones hambrientos de ganancias habían ido demasiado lejos --los patrones siempre van demasiado lejos-- y a los trabajadores oprimidos les dio gusto escuchar el mensaje sindical. Por qué afiliarse a la AFL Desde el principio hasta el final, nuestro trabajo sindical en Minneapolis fue una campaña dirigida políticamente. Las tácticas las guió nuestra política general, trabajada con ahínco en el Militant, que instaba a los revolucionarios a insertarse en la corriente principal del movimiento obrero representada por la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL). Nuestra trayectoria deliberada consistía en seguir las pautas organizativas que siguieran las masas, y no montar sindicatos que nosotros construyésemos de forma artificial y en contraposición al impulso de las masas de ingresar al movimiento sindical establecido. Por cinco años habíamos librado una batalla decidida contra el dogma ultraizquierdista de los "sindicatos rojos". Los trabajadores boicotearon esos sindicatos, construidos artificialmente por el Partido Comunista, lo que resultó en el aislamiento de los elementos de vanguardia. Las masas de trabajadores, que venían buscando organizarse, poseían un instinto sólido. Percibían que necesitaban ayuda. Querían establecer contacto con otros trabajadores organizados, no en las sombras con unos cuantos izquierdistas ruidosos. Es un fenómeno que no falla: Las indefensas masas no sindicalizadas de la industria sienten un respeto exagerado por los sindicatos establecidos, no importa cuán conservadores o cuán reaccionarios sean esos sindicatos. Los trabajadores temen el aislamiento. En ese sentido son más sabios que todos los sectarios y dogmáticos que han tratado de recetarles en detalle la fórmula precisa del sindicato perfecto. En Minnesota, como en otras partes, mostraban un fuerte impulso para juntarse al movimiento oficial y esperaban que éste les asistiera en su lucha contra los patrones que les habían hecho la vida imposible. Al seguir la tendencia general de los trabajadores, también nos dimos cuenta que si íbamos a aprovechar al máximo las oportunidades que se nos presentaban, no debíamos interponer obstáculos innecesarios en nuestro camino. No debíamos perder tiempo y energías tratando de convencer a los trabajadores de un nuevo esquema organizativo que a ellos no les interesaba. Era mucho
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mejor que nos adaptáramos a su tendencia y también que aprovecháramos las posibilidades de recibir ayuda del movimiento obrero oficial que existía. A nuestra gente no le fue fácil entrar en la Federación Norteamericana del Trabajo en Minneapolis. Eran gente estigmatizada, a quienes habían expulsado y condenado por partida doble. En el trayecto de sus luchas no sólo los habían expulsado del Partido Comunista, sino también de la Federación Norteamericana del Trabajo. Durante la "purga roja" de 1926-1927, en la cúspide de la reacción del movimiento sindical norteamericano, prácticamente a todos nuestros compañeros que habían estado activos en los sindicatos de Minneapolis los habían expulsado. Un año después, para completar su aislamiento los expulsaron del Partido Comunista. Sin embargo, la presión de los trabajadores hacia la sindicalización era más poderosa que los decretos de los burócratas sindicales. Había quedado demostrado que nuestros compañeros gozaban de la confianza de los trabajadores y que poseían los planes para poder organizarlos. La lamentable debilidad del movimiento sindical en Minneapolis y el sentimiento de los miembros de los gremios de que se necesitaba nueva vida: todo esto obró de forma tal que ayudó a que nuestra gente reingresara a la Federación Norteamericana del Trabajo por la vía del Sindicato de Camioneros. Además, se dio algo fortuito, un golpe de suerte, ya que el presidente del Local 574 y del Consejo Unido de los Teamsters era un sindicalista militante llamado Bill Brown. El tenía un instinto de clase sólido y le atraía fuertemente la idea de obtener la cooperación de gente que sabía cómo organizar a los trabajadores y cómo dar a los patrones una verdadera batalla. Para nosotros esa fue una circunstancia afortunada, pero esas cosas ocurren de vez en cuando. La suerte favorece a los santos. Si uno vive bien y se comporta como debe, de vez en cuando le sonríe la suerte. Y cuando a uno se le presenta uno de esos accidentes --uno de los buenos--, no debe dejarlo escapar, sino aprovecharlo al máximo. Nosotros ciertamente aprovechamos al máximo este accidente, la circunstancia de que el presidente del Local 574 fuera ese tipo espléndido, Bill Brown, quien abrió las puertas del sindicato a los "nuevos hombres" que sabían cómo organizar a los trabajadores y dirigirlos en la batalla. Sin embargo, nuestros camaradas eran militantes nuevos en este sindicato. No habían estado allí el tiempo suficiente para ser funcionarios; cuando la lucha comenzó a reventar sólo eran miembros de filas. Así es que, de nuestra gente --es decir, los miembros del grupo trotskista-- ni uno solo fue funcionario del sindicato durante las tres huelgas. Sin embargo, eso no impidió que organizaran y dirigieran las huelgas. Se constituyeron en un "Comité Organizativo", una especie de cuerpo extralegal establecido con el propósito de dirigir la campaña organizativa y liderar las huelgas. Obreros forman el Comité Organizativo Tanto la campaña organizativa como las huelgas se llevaron a cabo prácticamente por encima de la dirección oficial del sindicato. El único oficial regular que de veras participó de forma directa en la verdadera dirección de las huelgas fue Bill Brown, junto con el Comité Organizativo. Este comité tuvo un mérito que quedó demostrado desde el principio, si bien otros méritos salieron a la luz más tarde: sabía cómo organizar a los trabajadores. Eso era algo que
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el osificado liderazgo obrero en Minneapolis desconocía y aparentemente era algo que no podía aprender. Sí sabían cómo desorganizarlos. Son lo mismo en todas partes. A veces saben cómo dejar entrar a los trabajadores a los sindicatos, cuando estos ya han tumbado las puertas. Pero ir y de verdad organizar a los trabajadores, animarlos y llenarlos de confianza y seguridad, eso es algo que el burócrata tradicional de los gremios no puede hacer. Ese no es su terreno, su función. Ni es siquiera algo que ambiciona. El Comité Organizativo trotskista organizó a los trabajadores en la industria del camionaje y luego procedió a alinear al resto del movimiento obrero en apoyo de estos trabajadores. No los dirigió hacia una acción aislada. Comenzaron a trabajar a través de la Central Sindical --tanto mediante conferencias con los pencos sindicales como ejerciendo presión desde abajo--, para hacer que la totalidad del movimiento obrero de Minneapolis se pronunciara en apoyo de estos camioneros recién organizados. Trabajaron de forma incansable para involucrar a los funcionarios de la Central Sindical en la campaña, para que se aprobaran resoluciones de apoyo a sus demandas, para que asumieran responsabilidad de forma oficial. Cuando llegó la hora de la acción, el movimiento obrero en Minneapolis, representado por los sindicatos oficiales de la Federación Norteamericana del Trabajo, de antemano se hallaban en la posición de haber endosado las demandas y estar por tanto comprometidos lógicamente a apoyar la huelga. Estalla huelga general de mayo En mayo estalló en llamas la huelga general. Acostumbrados a que desde hacía mucho que nadie desafiaba su dominio, los patrones recibieron una gran sorpresa. La lección de la huelga del carbón no los había convencido aún de que al movimiento sindical en Minneapolis se le había añadido "algo nuevo". Todavía creían que podrían lidiar con el problema en sus etapas iniciales. Intentaron usar tácticas dilatorias y maniobras, y empantanar a nuestra gente en las negociaciones con la Junta Laboral, donde habían hecho trizas a tantos sindicatos. Justo en medio de la transa, cuando creían que habían atrapado al sindicato en la maraña de negociaciones de forma indefinida, nuestra gente la cortó de un solo tajo. Les dieron en las narices con una huelga general. Fueron los camiones los que se vieron maniatados y las "negociaciones" se trasladaron a las calles. Esta huelga general de mayo estremeció a Minneapolis como nunca antes. Estremeció al país entero, porque no fue una huelga dócil. Fue una huelga que comenzó con tanto ruido que todo el país supo de ella y del papel de los trotskistas en su dirección: eso lo anunciaban los patrones de forma amplia e histérica. Y entonces una vez más observamos la misma respuesta entre los trabajadores radicales atentos quienes habían observado nuestra acción resuelta en el caso de [B.J.] Field y la huelga hotelera en Nueva York. Cuando vieron el papel desempeñado en la huelga de mayo en Minneapolis, de nuevo se manifestó el mismo sentimiento: "Estos trotskistas actúan en serio. Cuando emprenden algo lo hacen de lleno". Los chistes sobre los "sectarios" trotskistas se comenzaron a agriar. No había ninguna diferencia esencial; en verdad no creo que había ninguna diferencia seria entre los huelguistas de Minneapolis y los trabajadores involucrados en cientos de huelgas por todo el país en aquel periodo. Los
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trabajadores libraban casi todas las huelgas con el máximo de combatividad. La diferencia radicó en la dirección y en la política que se siguió. Prácticamente en todas las demás huelgas la militancia de los trabajadores de base se restringía desde arriba. Los dirigentes se dejaban intimidar por el gobierno, los periódicos, el clero y una cosa u otra. Trataban de trasladar el conflicto de las calles y líneas de piquete hacia las salas de conferencias. En Minneapolis, a la militancia de las bases no se la restringió desde arriba, sino que se la organizó y dirigió desde arriba. Todas las huelgas modernas necesitan dirección política. Las huelgas de ese periodo pusieron al gobierno, a sus agencias e instituciones en el propio centro de cada acontecimiento. Un dirigente de huelga que para 1934 no tuviera concepto de una línea política ya estaba bastante desfasado. El anticuado movimiento sindical, que solía negociar con los patrones sin la interferencia del gobierno, era pieza de museo. El movimiento obrero moderno debe ser dirigido políticamente porque a cada paso se enfrenta con el gobierno. Nuestra gente estaba preparada para ello por ser gente política, inspirada por conceptos políticos. La política de la lucha de clases guió a nuestros camaradas; no los podían engañar o superar con maniobras --como le sucedió a tantos dirigentes de huelgas en aquel periodo--, mediante este mecanismo de sabotaje y destrucción conocido como la Junta Laboral Nacional y todos sus organismos auxiliares. No confiaron para nada en la Junta Laboral de Roosevelt; no se dejaron engañar por la idea de que Roosevelt, el presidente liberal "amigo de los trabajadores", iba a ayudar a que los choferes de camiones de Minneapolis consiguieran unos cuantos centavos más por hora. Ni tampoco se dejaron engañar por el hecho de que en aquel entonces en Minnesota el gobernador era del Partido de Agricultores y Trabajadores, y que supuestamente estaba del lado de los trabajadores. Nuestra gente no creía en nadie ni en nada salvo en la política de la lucha de clases y en la capacidad de los trabajadores de vencer en virtud de la fuerza de sus números y la solidaridad. En consecuencia, desde un principio esperaban que el sindicato tendría que luchar por su derecho de existir, que los patrones no iban a acceder a reconocer el sindicato, ni iban a conceder ningún aumento salarial ni una reducción de la escandalosa jornada laboral a menos que se les presionara. Por lo tanto prepararon todo desde la óptica de la guerra de clases. Sabían que el poder, no la diplomacia, decidiría la cuestión. Los envites no funcionan en cosas fundamentales, sólo en eventualidades. En cosas como el conflicto en los intereses de clases uno debe estar preparado para luchar. A partir de estos conceptos generales, los trotskistas de Minneapolis, a medida que organizaron a los trabajadores, planearon una estrategia de batalla. En Minneapolis se podía ver algo singular por primera vez. Es decir, una huelga que estaba organizada en detalle de antemano, una huelga preparada con aquel cuidado meticuloso que se le atribuía normalmente al ejército alemán: hasta pegar el último botón del uniforme del último soldado. Cuando llegó la hora tope y los patrones creían que todavía podían maniobrar y hacer envites, nuestra gente estaba levantando una fortaleza para la acción. De esto tomó nota e informó el Minneapolis Tribune, el vocero de los patrones, pero sólo en el último momento. El periódico señalaba: "Si los preparativos que ha hecho el sindicato para conducir la huelga son indicio, la huelga de los choferes de camiones en Minneapolis va a ser un asunto trascendental. . . .
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Incluso antes del comienzo oficial de la huelga a las 11:30 p.m. del martes, la organización de la 'Sede Central' establecida en el 1900 de la Avenida Chicago estaba funcionando con toda la precisión de una organización militar". Se prepara la huelga Nuestra gente tenía un comisariato totalmente preparado. No esperaron hasta que los huelguistas tuvieran hambre. Lo habían organizado de antemano en preparación para la huelga. Montaron un hospital de emergencia en el garage --la sede central de la huelga estaba en un garage-- con su propio doctor y sus propias enfermeras aun antes de que la huelga empezara. ¿Por qué? Porque sabían que los patrones, sus policías, matones y ayudantes tratarían en este caso --como en cualquier otro--, de aplastar la huelga. Estaban preparados para cuidar de su propia gente y no dejar que los enviaran, de resultar heridos, a un hospital municipal para que después los arrestaran y pusieran fuera de servicio. Cuando un compañero trabajador era herido en la línea de piquete, lo llevaban a su propia oficina central y allí lo curaban. Tomaron el ejemplo de los Mineros Progresistas de Norteamérica [PMA] y organizaron un Auxilio de Mujeres para ayudar a crearles problemas a los patrones. Y créanme, las mujeres crearon muchos problemas, yendo de arriba abajo para protestar y escandalizar a los patrones y a las autoridades municipales, y esa es una de las armas políticas más importantes. La dirección de la huelga organizó las líneas de piquete a nivel masivo. Este asunto de designar o de contratar a unas pocas personas, una o dos, para observar, contar e informar cuántos rompehuelgas han sido empleados, no funciona en una verdadera lucha. Ellos enviaban a un escuadrón para impedir que los rompehuelgas entraran. Mencioné que tenían su sede central en un garage. Eso se debía a que los piquetes andaban sobre ruedas. No sólo organizaban los piquetes, sino que también movilizaban una flotilla de autos de piquetes. Se hizo un llamado a todo huelguista, simpatizante y sindicalista de la ciudad para que donara el uso de su auto o camión. Así es que el comité de huelga tenía toda una flota a su disposición. Escuadrones móviles de piquetes sobre ruedas se estacionaban en puntos estratégicos por toda la ciudad. Cuando se recibía un informe de un camión que estaba siendo operado o de que había un intento de trasladar camiones, el "despachador" pedía por el altavoz del garage tantos autos --llenos de piquetes-- como fueran necesarios para ir al lugar y ofrecer a los operadores de los camiones esquiroles argumentos. El "despachador" en la huelga de mayo era un joven llamado Farrell Dobbs. Salió de un depósito de carbón en Minneapolis para entrar al sindicato, a la huelga, y luego al partido. Primero lo llegamos a conocer como el despachador que anunciaba la salida de equipos de carros y de piquetes. En un principio los piquetes salían con las manos vacías, pero regresaban con la cabeza rota y con heridas diversas. Luego para los próximos viajes se equipaban con shillalahs. Como cualquier irlandés nos podría decir, una shillalah es un bastón en que uno se apoya en caso que de repente empiece a cojear. Por supuesto, también resulta muy práctica para otros fines. El atentado de los patrones y de la policía de aplastar la huelga a la fuerza culminó en la famosa "Batalla del mercado". Varios miles de asistentes especiales de alguacil además de toda la fuerza policiaca fueron movilizados para realizar un esfuerzo
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supremo para abrir una parte estratégica de la ciudad, el mercado de mayoreo, a fin de que operaran los camiones. Esos asistentes de alguacil, reclutados de las clases pequeñoburguesa y patronal de la ciudad así como de los sectores profesionales, llegaron al mercado en un espíritu como de fiesta de gala. Habían ido a divertirse golpeando a los huelguistas. Uno de los asistentes especiales de alguacil llevaba puesto su casco de polo. Iba a pasarla de lo lindo, tumbando cabezas de huelguistas como si fueran bolas de polo. El deportista mal aconsejado estaba errado; no se trataba de un juego de polo. El y toda la chusma de asistentes de alguacil y policías se toparon con una masa de piquetes del sindicato determinados y organizados, complementados por sindicalistas solidarios de otros oficios y por miembros de las organizaciones de desempleados. El intento de expulsar del mercado a los piquetes fue un fracaso. El contraataque de los trabajadores los hizo huir. En la historia de Minneapolis la batalla se recuerda como The Battle of Deputies Run (La batalla de la estampida de los asistentes de alguacil). Hubo dos bajas, ambas del otro bando. Esa fue una de las características de la huelga que realzó a Minneapolis ante la estima de trabajadores por doquier. En huelga tras huelga de aquella época, en la prensa se había repetido de manera monótona la misma historia: dos huelguistas muertos, cuatro huelguistas acribillados, veinte huelguistas arrestados, etcétera. Se trataba de una huelga donde no todo estuvo parcializado. Allí irrumpieron los aplausos de forma universal, desde un extremo al otro del movimiento obrero, en virtud de la militancia y la firmeza de los luchadores de Minneapolis. Ellos habían invertido el rumbo de las cosas y donde quiera encomiaban su nombre los trabajadores militantes. Colaboración del liderazgo del partido Conforme se desarrollaba la campaña organizativa, a nuestro Comité Nacional en Nueva York se le iba informado de todo, a la vez que se colaboraba lo más posible por correo. Pero cuando estalló la huelga, estuvimos plenamente conscientes que era el momento de hacer más, de hacer todo lo que fuese posible por ayudar. Se me envió a Minneapolis en avión para ayudar a los compañeros, especialmente en las negociaciones para conseguir un acuerdo. Como recordarán, esa era la época en que éramos tan pobres que ni podíamos costearnos un teléfono en la oficina. En absoluto teníamos la base financiera para gastos extravagantes como boletos de avión. No obstante, el nivel de conciencia de nuestro movimiento quedó plasmado de una forma muy gráfica en el hecho que en el momento de urgencia encontramos los medios para pagar por un viaje por avión para ahorrar unas cuantas horas. Esta acción --realizada mediante un gasto que iba mucho más allá de lo que nuestro presupuesto normalmente podría incluir-- estaba diseñada para dar a los compañeros locales envueltos en la lucha el beneficio de todo consejo y asistencia que pudiéramos ofrecer, y a lo cual, como miembros de la Liga, tenían derecho. Sin embargo, había otro aspecto, igual de importante. Al enviar a un representante del CN a Minneapolis, nuestra Liga quería asumir responsabilidad por lo que los compañeros estaban haciendo. Si las cosas salían mal --y siempre existe la posibilidad de que las cosas van a salir mal en una huelga-- pensábamos asumir responsabilidad de ello y no echarle el muerto a los compañeros locales. Esa ha sido siempre nuestra manera de
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proceder. Cuando cualquier sección de nuestro movimiento está envuelta en una acción, no se deja que los compañeros locales se las arreglen por su propia cuenta. La dirección nacional debe ayudar y en el último análisis asumir la responsabilidad. Se logra un acuerdo La huelga de mayo sólo duro seis días y se llegó un acuerdo rápido. Los patrones se vieron arrasados y todo el país clamó por que la cosa se resolviera. Hubo presión por parte de Washington y del gobernador Olson. La prensa estalinista, que en aquel momento era muy radical, atacó el acuerdo de forma severa porque no había sido una victoria arrolladora, sino que se había llegado a un arreglo; una victoria parcial con la que se reconoció el sindicato. Nosotros asumimos plena responsabilidad por el acuerdo que nuestros compañeros habían alcanzado e hicimos frente al desafío de los estalinistas. En esta disputa nuestra prensa sencillamente barrió del terreno a los estalinistas. Defendimos el acuerdo de la huelga de Minneapolis y frustramos su campaña de desacreditarla y desacreditar así nuestra labor en los sindicatos. El movimiento obrero radical recibió un cuadro completo de la huelga. Publicamos un número especial del Militant en que se describieron en detalle todos los diferentes aspectos de la huelga y los preparativos que la precedieron. Ese número lo escribieron casi en su totalidad los principales compañeros envueltos en la huelga. El punto más importante sobre el que elaboramos la explicación del acuerdo del acuerdo fue el siguiente: ¿cuales son los objetivos de un nuevo sindicato en este periodo? Señalábamos: la clase trabajadora estadounidense aún está desorganizada, atomizada. Sólo una porción de los trabajadores calificados está organizada en gremios y éstos no representan a la gran masa de la fuerza laboral norteamericana. Los trabajadores estadounidenses son una masa desorganizada y su primer impulso y necesidad es dar los primeros pasos elementales antes de poder hacer algo más; es decir, formar un sindicato y obligar a los patrones a que reconozcan ese sindicato. Así formulamos el problema. Sosteníamos, y creo que con justeza plena, que un grupo de trabajadores --quienes en su primera batalla lograron el reconocimiento de su sindicato y a partir de lo cual podrían forjar y fortalecer su posición--, había logrado los objetivos del momento y no debía exceder sus fuerzas y correr el riesgo de desmoralización y de derrota. El acuerdo demostró ser correcto porque facilitó una base suficiente a partir de la cual ir progresando. El sindicato se mantuvo estable. No fue un éxito pasajero. El sindicato empezó a progresar, comenzó a reclutar nuevos miembros y a educar un cuadro de dirigentes nuevos. A medida que pasaban las semanas, a los patrones les quedaba patente que su ardid para robar a los camioneros los frutos de su lucha no estaba funcionando bien. Los patrones llegaron entonces a la conclusión de que habían cometido un error, que debían haber luchado más tiempo, destruido el sindicato, y así impartir a los trabajadores de Minneapolis la lección de que allí no podían existir sindicatos; que Minneapolis era una ciudad esclavista y libre de sindicatos y que debía seguir así. Alguien los mal aconsejó. La Alianza Ciudadana --la organización general de los empleadores y de quienes odiaban
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al sector obrero--, seguía azuzando e incitando a los patrones de la industria del camionaje para que rompieran el acuerdo, hicieran trampa en las concesiones que habían acordado y las demoraran, y poco a poco fueran minando los logros conquistados por los trabajadores. La dirección del sindicato entendía la situación. Los patrones no habían quedado lo suficientemente convencidos con la primera prueba de fuerzas con el sindicato y necesitaban otra demostración. Comenzaron a preparar otra huelga. De nuevo se preparó a los trabajadores en la industria para la acción. De nuevo se movilizó a todo el movimiento obrero para que los apoyara, esta vez de la manera más impresionante y más dramática. La campaña para que en la Central Sindical y en sus sindicatos afiliados se aprobaran resoluciones en apoyo del Local 574 se orientó hacia un gran desfile del movimiento obrero organizado. En él participaron numerosos contingentes de miembros de los diversos sindicatos, quienes en filas sólidas marcharon hacia una reunión masiva en el Auditorio de la Ciudad para respaldar a los choferes de camiones y prometerles su apoyo en la lucha inminente. Fue una imponente manifestación de la solidaridad obrera y de la nueva militancia que se había apoderado de los trabajadores. Patrones se muestran inflexibles Los patrones seguían inflexibles. Hablaban mucho de la "amenaza roja", y denunciaba a los "comunistas de Trotsky" en anuncios sensacionalistas en la prensa. Del lado del sindicato, los preparativos continuaban como en la huelga de mayo, pero a un nivel organizativo aún superior. Cuando quedó claro que no se podía evitar otra huelga a menos que se sacrificara el sindicato, nuestro Comité Nacional decidió que la Liga Comunista de Norteamérica en su totalidad tendría que apoyarla con todo. Sabíamos que la verdadera prueba estaba aquí, que no osaríamos tener escarceos con este asunto. La percibíamos como una batalla que por años significaría para nosotros la consagración o la ruina; que si la apoyábamos sin entusiasmo, o si reteníamos una u otra forma de ayuda que pudiésemos dar, eso ayudaría a inclinar el fiel de la balanza hacia la victoria o la derrota. Sabíamos que teníamos mucho que brindar a nuestros compañeros de Minneapolis. En nuestro movimiento nunca jugamos con la absurda idea de que sólo aquellos que están directamente conectados al sindicato son capaces de brindar ayuda. Ante todo, lo que las huelgas modernas necesitan es dirección política. Si nuestro partido, nuestra Liga como la llamábamos entonces, era digna de existir saldría en ayuda de los compañeros locales. Como sucede siempre con dirigentes sindicales, especialmente en tiempos de huelga, ellos se encontraban bajo la presión y la tensión de mil detalles urgentes. Un partido político, por otro lado, se ubica por encima de los detalles y generaliza a partir de las cuestiones principales. Un dirigente sindical que rechaza la idea de un consejo político en la lucha contra los patrones y su gobierno, con sus taimados ardides, trampas y métodos para ejercer presión, es sordo, mudo y ciego. Nuestros compañeros de Minneapolis no eran así. Y acudieron a nosotros en pos de ayuda. Enviamos una buena cantidad de fuerzas para esa situación. Yo fui allá unas dos semanas antes que empezara la segunda huelga. Después que había estado allí unos días, acordamos traer más ayuda, todo un equipo, en
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realidad. Se trajo de Nueva York a dos personas más para el trabajo periodístico: [Max] Shachtman y Herbert Solow, un periodista experimentado y talentoso que en aquel entonces era algo así como un simpatizante de nuestro movimiento. Tomando prestada una idea de la huelga de Auto-Lite de Toledo, trajimos a otro compañero cuya tarea específica fue organizar a los desempleados para que ayudaran a la huelga. Ese fue Hugo Oehler, quien era muy capaz como trabajador de masas y como sindicalista. Su trabajo en Minneapolis fue la última contribución que jamás realizó a favor nuestro. Poco después le dio la enfermedad del sectarismo. Pero hasta ese momento, Oehler fue bueno y contribuyó un poco a la huelga. Aparte de esto, importamos a un abogado general para el sindicato, Albert Goldman. En base a experiencias previas sabíamos que en una huelga un abogado es muy importante, si se puede conseguir uno bueno. Es muy importante que uno tenga un "portavoz" y frente legal propios que le den a uno consejos honestos y le protejan sus intereses legales. En una huelga enconada hay todo tipo de altibajos. A veces las cosas se les tornan demasiado calientes a los "infames" dirigentes de la huelga. Luego, uno siempre puede poner a un abogado por delante para que diga con calma: "Vamos, razonemos juntos y veamos lo que dice la ley". Resulta muy práctico, en particular cuando se tiene a un abogado tan brillante y a un hombre leal como Al Goldman. Desde nuestro centro en Nueva York dimos a la huelga todo lo que pudimos, en base al mismo principio que mencioné en otra ocasión, el cual podría servir como guía para todo tipo de actividad de un partido serio, o de una persona seria para el caso. El principio es este: Si uno va a hacer algo, por el amor de Dios, hay que hacerlo como se debe, hacerlo bien. Nunca andar con escarceos, nunca hacer nada a medias. ¡Ay de los tibios! "Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". Huelga de julio La huelga comenzó el 16 de Julio de 1934, y duró cinco semanas. Creo que puedo decir sin la menor exageración, sin temor a ninguna contradicción, que la huelga de julio-agosto de los choferes de camiones y ayudantes en Minneapolis ha entrado en los anales de la historia del movimiento obrero estadounidense como una de las luchas más grandes, más heroicas y mejor organizadas. Es más: la huelga y el sindicato que se forjó en su crisol han quedado identificados para siempre en el movimiento obrero --no sólo aquí, sino en todo el mundo-- con el trotskismo en acción en el movimiento de masas de los trabajadores. El trotskismo hizo una serie de contribuciones específicas a esta huelga que diferenciaron de forma decisiva a la huelga de Minneapolis con cientos de otras huelgas en aquel periodo, algunas de las cuales involucraron a más trabajadores en lugares e industrias socialmente más importantes. El trotskismo contribuyó con la organización y los preparativos hasta el último detalle. Eso es algo nuevo, es algo peculiarmente trotskista. En segundo lugar, el trotskismo insertó en todos los planes y preparativos del sindicato y de la huelga, desde el comienzo hasta el final, la línea de clase de la combatividad, no como una reacción subjetiva --algo que se ve en cada huelga--, sino como una política consciente basada en la teoría de la lucha de clases, de que no se puede ganar nada de los patrones a menos que uno tenga la voluntad de luchar por ello y tenga la fuerza para tomarlo.
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La tercera contribución del trotskismo a la huelga de Minneapolis --la más interesante y quizás la más decisiva-- consistió en que enfrentamos a los mediadores del gobierno en su propio terreno. Puedo decir que una de las cosas más tristes que se podía apreciar en aquel periodo, era el ver cómo en una huelga tras otra los "amigos del movimiento obrero", disfrazados de mediadores federales, embaucaban y hacían pedazos a los trabajadores y les destruían las huelgas. Estos pícaros diestros llegaban, se aprovechaban de la ignorancia, inexperiencia y falta de preparación política de los dirigentes locales y les aseguraban que ellos estaban allí como amigos. Su tarea consistía en "superar el problema" arrancando concesiones del lado más débil. Los dirigentes huelguísticos inexpertos y carentes de educación política eran sus presas. Ya tenían su rutina, una fórmula para pescar a los desprevenidos. "No les estoy pidiendo que le hagan ninguna concesión a los patrones, pero háganmela a mí de modo que les pueda ayudar". Luego, una vez que en base a la credulidad se había cedido algo: "Traté de conseguir una concesión que corresponda de parte de los patrones pero ellos se niegan. Creo que es mejor que ustedes hagan más concesiones: la opinión pública se está volcando contra ustedes". Y luego venía la presión y las amenazas: "Roosevelt va a hacer una declaración". O, "Si no son más razonables y responsables nos vamos a ver obligados a publicar algo contra ustedes en la prensa". Luego, llevaban a la pobre novatada a las salas de conferencia, la mantenían allí por horas y horas, y la aterrorizaban. Esa era la trillada rutina que empleaban esos cínicos desvergonzados. Llegaron a Minneapolis todos acicalados para otra función de rutina. Los aguardábamos sentados. Dijimos, "Vamos. Quieren negociar, ¿cierto? Bien. Eso está muy bien". Claro que nuestros compañeros lo plantearon usando el lenguaje más diplomático del "protocolo" de negociaciones, pero esa era la esencia de nuestra actitud. Ahora bien, al negociar jamás les sacaron dos centavos a los dirigentes trotskistas del Local 574. Recibieron una dosis de negociaciones y diplomacia que aún les dan náuseas. A tres de ellos los agotamos antes de que por fin se resolviera la huelga. En esos días un truco favorito de los tipos de confianza conocidos como los mediadores federales era meter a los novatos dirigentes de huelgas en un cuarto, explotar su vanidad e inducirles a comprometerse a algún tipo de arreglo que no estaban autorizados a hacer. Los mediadores federales convencían a los dirigentes sindicales de que eran "peces gordos" que debían asumir una actitud "responsable". Los mediadores sabían que concesiones cedidas por dirigentes en el curso de negociaciones rara vez se podían retirar. No importa cuánto se opongan a ello los trabajadores, el hecho que los dirigentes ya se han comprometido en público compromete la posición del sindicato y crea desmoralización en las bases. En aquella época esa maniobra hizo añicos de muchas huelgas. En Minneapolis no dio resultado. Nuestras gentes no eran los "peces gordos" de las negociaciones. Aclaraban que su autoridad en las negociaciones era extremadamente limitada, que en realidad representaban el ala más moderada y razonable del sindicato, y además que si daba un paso fuera de línea los reemplazarían en el comité negociador con gente de otro tipo. Eso era un verdadero problema para los destazadores de huelgas que habían llegado a Minneapolis con sus cuchillos ya listos para las confiadas ovejas. De vez en
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cuando se añadía a Grant Dunne al comité. El simplemente se sentaba en una esquina sin decir nada, pero fruncía el ceño cada vez que se mencionaban concesiones. Aunque la huelga fue una lucha cruenta y amarga, nos divertimos mucho al planificar las sesiones del comité sindical de negociaciones con los mediadores. Nos resultaban despreciables tanto ellos como sus ardides y trucos taimados y sus presunciones hipócritas de camaradería y amistad con los huelguistas. No eran más que agentes del gobierno en Washington, que a su vez era el agente de la clase patronal en su conjunto. Para un marxista eso estaba perfectamente claro; aparte de eso, considerábamos un insulto el que pretendieran timarnos con los métodos que empleaban con novatos. Aun así, intentaron hacerlo. Parecía que no conocieran ningún otro método de mediar. Pero no lograron avanzar ni un milímetro sino hasta que tuvieron que ir al grano, ejercer presión sobre los patrones y lograr concesiones para el sindicato. La experiencia política colectiva de nuestro movimiento fue muy útil en los tratos con los intermediarios federales. A diferencia de sectarios estúpidos, no los ignoramos. A veces éramos nosotros quienes iniciaban las conversaciones. Pero no permitimos que nos usaran ni confiamos en ellos por un instante. En la huelga nuestra estrategia en general fue la de no dejar de luchar, no ceder nada a nadie, mantenernos firmes y no dejar de luchar. Esa fue la cuarta contribución trotskista. Pareciera ser una receta muy simple y obvia, pero no era así. Pero no era algo obvio para la gran mayoría de dirigentes sindicales de aquellos tiempos. El diario de la huelga La quinta y suprema contribución que hizo el trotskismo a la huelga de Minneapolis fue la publicación de un diario de la huelga, el Daily Organizer [Organizador diario]. Por primera vez en la historia del movimiento obrero estadounidense, los huelguistas no tuvieron que depender de la prensa capitalista ni ésta los pudo confundir ni aterrorizar, ni tampoco ver cómo el monopolio capitalista sobre la prensa desorientaba la opinión pública. Los huelguistas de Minneapolis editaron su propio diario. No fueron medio millón de mineros del carbón, ni cien mil obreros automotrices o siderúrgicos quienes lograron esto, sino que fue un solo local sindical de 5 mil choferes de camión, un sindicato nuevo en Minneapolis que contaba con una dirección trotskista. Este liderazgo comprendía que la publicidad y propaganda tienen una enorme importancia, y eso es algo que muy pocos dirigentes sindicales saben. Es casi imposible expresar el tremendo efecto que tuvo ese diario. No era extenso, apenas un tabloide de dos páginas. Sin embargo, contrarrestaba por completo a la prensa capitalista. Después de uno o dos días ya no nos importó lo que decía la prensa diaria de los patrones. Imprimían todo tipo de cosas pero eso no tenía ningún efecto entre las filas de los huelguistas. Tenían su propio periódico y para ellos sus informes eran la pura verdad. El Daily Organizer cubrió la ciudad de punta a punta. En la oficina central los huelguistas lo tomaban de la propia imprenta. El Auxiliar de Mujeres lo vendía en todas las tabernas de la ciudad que contaran con una clientela obrera. En muchas cantinas en los barrios obreros dejaban un paquete de periódicos en la barra con una lata al lado para recoger las donaciones. Así se recaudaron muchos dólares, bajo el ojo alerta de cantineros solidarios.
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Había sindicalistas que noche a noche llegaban de los talleres y de los ferrocarriles para llevarse paquetes del Organizer para distribuirlo entre los hombres en sus turnos de trabajo. La fuerza de ese periodiquito, su influencia sobre los trabajadores, es indescriptible. Creían en el Organizer y en ningún otro periódico. Ocasionalmente en la prensa burguesa aparecía una noticia sobre un nuevo acontecimiento en la huelga. Los trabajadores no la creían. Esperaban a que saliera el Organizer para ver cuál era la verdad. Las distorsiones o las falsedades descaradas sobre la huelga que aparecían en la prensa --que han destruido la moral de muchas huelgas-- no dieron resultado en Minneapolis. En más de una ocasión, entre la multitud que siempre se abalanzaba en torno a la sede de la huelga al salir el último número del Organizer, uno podía escuchar comentarios de este tipo: "Ves lo que dice el Organizer. Te dije que aquella noticia del Tribune era una maldita mentira". Esa era la opinión general de los trabajadores hacia la voz del movimiento obrero en la huelga, el Daily Organizer. Este instrumento poderoso no le costó al sindicato ni un centavo. Al contrario, el Daily Organizer obtuvo ganancias desde el primer día y mantuvo a la huelga cuando no había fondos en la tesorería. Las utilidades del Organizer cubrían los gastos cotidianos del comisariato. El periódico se distribuía gratis a quien lo quisiera pero casi todo trabajador solidario donaba desde cinco centavos hasta un dólar por ejemplar. Mantenía alta la moral de los trabajadores; pero, sobre todo, el papel que desempeñaba el Organizer era el de un educador. Cada día el periódico tenía las noticias de la huelga, algunos chistes sobre los patrones y otra información sobre lo que ocurría en el movimiento sindical. Tenía incluso una caricatura diaria dibujada por uno de los camaradas locales. Luego se incluía un editorial que sacaba las lecciones de las últimas 24 horas, día tras día, y que señalaba el camino a seguir. "Esto es lo que ha ocurrido. Esto es lo que viene. Esta es nuestra posición". A los trabajadores en huelga se les armaba y preparaba de antemano para cada maniobra de los mediadores o del gobernador Olson. Seríamos marxistas pobres si no fuéramos capaces de prever cosas con 24 horas de anticipación. Acertamos tantas veces que los huelguistas comenzaron a tomar nuestras predicciones como noticia y dependían de ellas como tal. El Daily Organizer era el arma más poderosa del arsenal de la huelga de Minneapolis. Puedo decir sin la menor reserva de que entre todas las contribuciones que hicimos, la mas decisiva, la que hizo que la balanza se inclinara del lado de la victoria, fue la publicación del diario. Sin el Organizer no se habría ganado la huelga. Todas estas contribuciones que he mencionado fueron integradas y se realizaron con gran armonía entre el equipo enviado por el Comité Nacional y los camaradas locales que estaban en la dirección de la huelga. Las lecciones de la huelga hotelera, las experiencias lamentables con gente engreída y desleal, se asimilaron por completo en Minneapolis. Hubo la más estrecha colaboración desde principio a fin. El Partido de Agricultores y Trabajadores La huelga presentó a Floyd Olson, el gobernador del Partido de Agricultores y Trabajadores, un hueso duro de roer. Entendíamos las contradicciones en que se hallaba. Por un lado, él era supuestamente el representante de los trabajadores; por el otro, era el gobernador de un estado
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burgués, temeroso de la opinión pública y temeroso de los patrones. Estaba atrapado entre su deber de hacer algo --o aparentar hacer algo-- a favor de los trabajadores y su temor de permitir que se fuera a perder el control de la huelga. Nuestra política consistió en explotar esas contradicciones, exigirle cosas por que era el gobernador del sector obrero, tomar todo lo que pudiéramos y todos los días pedir a gritos más. Por otra parte, lo criticábamos y lo atacábamos por cada paso en falso que daba y nunca accedimos en lo más mínimo a la teoría de que los trabajadores dependieran de sus consejos. Floyd Olson era sin duda el líder del movimiento obrero oficial en Minnesota, pero nosotros no reconocíamos su liderazgo. Los burócratas del movimiento obrero en Minneapolis se hallaban bajo su dirección, tal como hoy en día los burócratas del CIO y de la AFL están bajo la dirección de Roosevelt. Roosevelt es el jefe y Floyd Olson era el jefe de todo el movimiento obrero en Minneapolis excepto por el Local 574. No era nuestro jefe y no vacilábamos en atacarlo de la manera más despiadada. Bajo estos ataques él reaccionaba un poco y accedía a dar una que otra concesión que el liderazgo de la huelga agarraba y explotaba al máximo. No le teníamos la menor lástima. Los burócratas obreros locales lloriqueaban y chillaban atemorizados de que se le a arruinar su carrera política. A nosotros no nos importaba. Eso era asunto suyo no nuestro. Lo que queríamos eran que él diera mas concesiones y las exigíamos a gritos día tras día. Los pencos sindicales se morían de miedo. "No hagan eso, no lo pongan en tal calamidad, recuerden las dificultades de su cargo". No les prestábamos atención y seguíamos por nuestro propio camino. Presionado y golpeado de ambos lados, temeroso de ayudar a los huelguistas y temeroso de no ayudarles, Floyd Olson impuso la ley marcial. En realidad esa es una de las cosas mas fantásticas que jamás ha ocurrido en la historia del movimiento obrero estadounidense. Un gobernador del Partido de Agricultores y Trabajadores decretó la ley marcial y suspendió la circulación de camiones. Se suponía que con ello se anotaban un tanto los trabajadores. No obstante, luego permitió la circulación de camiones con permisos especiales. Ese sí fue un tanto para el lado patronal. Naturalmente, los piquetes emprendieron la tarea de detener los camiones, tuvieran permiso o no. Luego, a los pocos días, la milicia del gobernador del Partido de Agricultores y Trabajadores, ocupó la sede de la huelga y detuvo a sus dirigentes. Me estoy adelantando un poco en el relato. Al imponerse la ley marcial, las primeras bajas, los primeros presos militares de Olson y de su milicia pasamos a ser yo mismo y Max Schachtman. No sé cómo averiguaron que estábamos allí, puesto que no éramos muy conspicuos en público. Pero Schachtman llevaba puesto un enorme sombrero de vaquero --quién sabe de dónde lo sacó ni por qué en nombre de Dios lo llevaba puesto-- y eso lo hacía conspicuo. Supongo que fue así que nos ubicaron. Una noche, Schachtman y yo nos alejábamos de la sede de la huelga, nos dirigimos hacia el centro y, necesitando un poco de esparcimiento, anduvimos viendo qué estaban exhibiendo. Hacia el final de la Avenida Hennepin nos topamos con una opción: en un sitio un espectáculo de variedades y al lado una película. ¿A dónde ir? Bueno, naturalmente yo dije, la película. Un par de detectives que nos habían venido siguiendo nos arrestaron allí. Por poco y nos detienen dentro de un espectáculo de variedades. Qué escándalo habría sido. No viviría lo suficiente como para llegar a olvidarlo, sin duda.
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Arrestan a dirigentes obreros Nos tuvieron presos unas 48 horas, después nos llevaron al tribunal. Nunca en mi vida había visto tantas bayonetas en un solo sitio como las que había dentro y en los alrededores de la sala. Todos estos jóvenes, tanto los rústicos del norte del estado como los insolentes de cuello blanco, que estaban en las milicias parecían estar más que dispuestos para hacer prácticas con bayoneta. Algunos de nuestros amigos estaban en el tribunal observando lo que sucedía. Al final, el juez nos entregó a los militares y a Shachtman y a mí nos llevaron por los pasillos y por las escaleras entre dos filas de milicianos bayonetas en mano. Mientras nos llevaban para sacarnos del tribunal, oímos un grito. Bill Brown y Mick Dunne, estaban observando la procesión tranquilamente sentados en una ventana del tercer piso, riéndose y saludándonos. "Ojo con las bayonetas", gritaba Bill. Lo que fuera por sacarte una risa en Minneapolis. A los pocos días, cuando la milicia arrestó a Bill y a Mick lo tomaron con la misma serenidad. Nos metieron en la cárcel militar y pusieron de guardia a dos o tres de estos novatos nerviosos con sus manos en las bayonetas todo el tiempo. Albert Goldamn llegó amenazando con tomar una acción legal. Los jefes de las milicias se miraban ansiosos de deshacerse de nosotros y de evitarse cualquier problema con este abogado de Chicago. De nuestra parte, no queríamos que nuestra detención sirviera como caso experimento legal. Ante todo, queríamos salir de modo que pudiéramos serle útiles al comité timón del sindicato. Decidimos aceptar la oferta que hicieron. Nos dijeron, sí se van de la ciudad pueden quedar libres. Dijimos, muy bien, y nos mudamos a St. Paul, al otro lado del río. Allí teníamos reuniones del comité directivo todas las noches mientras cualquiera de sus dirigentes centrales estaba siempre y cuando cualquiera de sus dirigentes centrales no estuvieran preso. El comité directivo -a veces con Bill Brown, a veces sin él--, se metía en un auto, manejaba hasta allá, discutía las experiencias del día y planificaba el día siguiente. Durante toda la huelga nunca se realizó una medida seria sin discutirla y prepararla de antemano. Fue entonces que ocurrió la redada a la sede de la huelga. Una mañana los miembros de la milicia rodearon la sede a las 4:00 de la madrugada y detuvieron a cientos de piquetes y a todos los dirigentes que les pudieron poner las manos encima. Detuvieron a Mick Dunne, Vincent Dunne, Bill Brown. En su prisa "se les fueron" algunos de los dirigentes. Farrell Dobbs, Grant Dunne y algunos otros se les fueron de las manos. Estos simplemente formaron otro comité y otra sede de huelga en varios los talleres de auto solidarios. Los piquetes, organizadas en clandestinidad, siguieron con gran vigor. La lucha continuó y los mediadores siguieron con sus artimañas. El primer hombre que enviaron a lidiar con la situación fue uno de nombre Dunnigan. Era un tipo de apariencia impresionante que usaba quevedos, suspendidos de una cinta negra y fumaba cigarros caros, pero no sabía mucho. Después de intentar infructuosamente por un tiempo de imponerse a los dirigentes de la huelga, preparó una propuesta de arreglo que incluía un aumento salarial substancial para los trabajadores, pero que no concedía todas la demandas de los trabajadores. Entretanto, enviaron a uno de los negociadores más hábiles de Washington, un cura católico llamado padre Haas. El se identificó con la propuesta de Dunnigan, y esta pasó a conocerse
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como el "Plan Haas-Dunnigan". Los huelguistas lo aceptaron de inmediato. Los patrones se demoraron y se encontraron en la posición de oponerse a una propuesta gubernamental, pero eso no pareció molestarles. Los huelguistas aprovecharon la situación de forma eficaz al movilizar la opinión pública a su favor. Entonces, cuando habían pasado varias semanas, el padre Haas cayó en la cuenta de que no podría presionar de ninguna manera a los patrones, de modo que decidió presionar a los huelguistas. De forma atrevida le planteó el tema al comité negociador del sindicato: "Los patrones no ceden, así es que ustedes deben ceder. La huelga se debe resolver. Washington insiste". Los dirigentes de la huelga respondieron: "No, usted no puede hacer eso. Trato es trato. Nosotros aceptamos el plan Haas-Dunnigan. Estamos luchando por su plan. Aquí se juega su honor". Ante lo cual el padre Hass dijo -y esta es otra amenaza que siempre le lanzan a los dirigentes sindicales--, "Vamos a hablar con las filas del sindicato en nombre del gobierno de Estados Unidos". Esa amenaza por lo general mata de miedo a cualquier dirigente sindical sin experiencia. Pero en Minneapolis los dirigentes de la huelga no se espantaron. Dijeron, "Bien, vamos a darle". Así es que le organizaron una reunión. Y se topó con una reunión como no la esperaba. Esa reunión, como toda acción importante tomada durante la huelga, fue planificada y preparada de antemano. Apenas había terminado el padre Haas con su discurso y se desató una gran tormenta. Uno por uno, los huelguistas de filas se pararon y demostraron lo bien que habían memorizado los discursos que se habían delineado en las reuniones. Casi lo corrieron de la reunión. Le causaron un malestar físico. Desesperado, se fue de la ciudad. Los huelguistas votaron de forma unánime condenando su intento traicionero de echar a pique la huelga y, por tanto, su sindicato. Dunnigan estaba acabado, el padre Haas estaba acabado. Entonces enviaron a un tercer mediador federal. Obviamente, éste había aprendido de las tristes experiencias de los otros para intentar andarse con trampas. El señor Donaghue, creo que se llamaba, entró de lleno a las negociaciones y en cuestión de días elaboró un acuerdo que representaba una gran victoria para el sindicato. El nombre de una nueva galaxia de dirigentes sindicales brilló en los cielos del noroeste: William S. Brown; los hermanos Dunne, Vincent, Miles, y Grant; Carl Skoglund; Farrell Dobbs; Kelly Postal; Harry DeBoer; Ray Rainbolt; George Frosig. La gran huelga terminó después de cinco semanas de una lucha amarga durante la cual no había habido una sola hora libre de tensión y de peligro. Dos trabajadores murieron durante la huelga, hubo veintenas de heridos, baleados, de agredidos en las líneas de piquete en la batalla para prevenir que los camiones circularan sin choferes sindicalizados. Se aguantaron muchas dificultades, muchas presiones de todo tipo, pero al final el sindicato salió victorioso, se estableció de manera firme, construido sobre roca sólida en virtud de aquellas luchas. Creíamos, y lo escribimos después, que esto le hacía justicia de forma gloriosa al trotskismo en el movimiento de masa. Ola nacional de huelgas
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Minneapolis representó la cúspide de la segunda ola de huelgas bajo la NRA [Ley de Recuperación Nacional]. La segunda ola llegó más alto que la primera, así como la tercera estaba destinada a superar la segunda y llegar a la cúspide de las huelgas de brazos caídos del CIO. El gigante del proletariado estadounidense empezaba a sentir su poder en esos años, empezaba a demostrar su tremendo potencial, que recursos de fuerza, ingenio y valor existen dentro de la clase obrera norteamericana. En julio de ese año, 1934, escribí un artículo sobre estas huelgas y sobre las olas de huelgas para la primera edición de nuestra revista New International (Nueva Internacional). Dije: "La segunda ola de huelgas bajo la NRA se eleva más alto que la primera y marca un enorme paso al frente de la clase obrera estadounidense. El tremendo potencial de desarrollos futuros queda claramente escrito en este avance. . . "En estas grandes luchas los trabajadores estadounidenses en todos los rincones del país están desplegando la combatividad incontenible de una clase que recién comienza a despertar. Esta es una nueva generación de una clase que no ha sido derrotada. Al contrario, sólo es hasta hoy que comienza a reconocerse y a sentir sus fuerzas, y en estos primeros conflictos tentativos el gigante proletario ofrece una promesa gloriosa para el futuro. La generación actual se mantiene fiel a la tradición del movimiento obrero norteamericano. Es valientemente agresiva y violenta desde el comienzo. El trabajador norteamericano no es un cuáquero. Los acontecimientos futuros de la lucha de clases van a traer mucha batallas a Estados Unidos de América". La tercera ola, que culminó con las huelgas de brazos caídos, confirmó ese pronóstico y nos dio bases para anticipar, llenos del mayor optimismo, manifestaciones más grandes, más grandiosas aún, del poder y de la combatividad de los trabajadores norteamericanos. En Minneapolis vimos cómo la combatividad natural de los trabajadores se fundió con un liderazgo político consciente. Minneapolis demostró lo importante que puede ser el papel que juega ese liderazgo. Demostró lo prometedor que resulta para un partido que se base en principios políticos correctos y que esté fundido y unido a la masa de trabajadores estadounidenses. En esa combinación se puede ver el poder que ha de conquistar el mundo entero. *** Durante esa huelga, a pesar de lo ocupados que estábamos día a día con innumerables detalles y bajo la presión constante de los sucesos diarios, nunca nos olvidamos del aspecto político del movimiento. Ocasionalmente, en el comité timón no sólo discutíamos el problema inmediato de la huelga ese día, sino que de la mejor manera posible nos manteníamos vivos y atentos de los acontecimientos del mundo más allá de Minneapolis. En aquellos momentos Trotsky estaba elaborando una de sus propuestas tácticas más audaces. Propuso que los trotskistas de Francia se encaminaran hacia la revigorizada ala izquierdista de la socialdemocracia francesa y trabajaran allí como una fracción bolchevique. Ese fue el famoso "viraje francés". Nosotros debatimos esa propuesta al calor de la huelga de Minneapolis. Para Estados Unidos la interpretamos como un mandato para apurar la unificación con el Partido Estadounidense de los Trabajadores (AWP). El AWP era obviamente el grupo político más cercano a nosotros y que se inclinaba a la izquierda. Decidimos recomendar a la dirección nacional de nuestra Liga que diera pasos
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decisivos tendientes a acelerar la unificación para completarla antes del fin de año. Los musteistas habían dirigido una gran huelga en Toledo. Los trotskistas se habían destacado en Minneapolis. Toledo y Minneapolis se vieron ligadas como símbolos gemelos de los dos puntos culminantes de combatividad proletaria y liderazgo consciente. Estas dos huelgas tendían a acercar más a los militantes de cada batalla, a volverlos más solidarios entre sí, más deseosos de una colaboración estrecha. Era obvio, bajo todas estas circunstancias, que ya era tiempo que se diera la señal para la unificación de estas dos fuerzas. Retornamos de Minneapolis con esta meta en la mira y procedimos de forma decidida hacia la fusión de los trotskistas con el Partido Estadounidense de los Trabajadores, a lanzar un nuevo partido: la sección estadounidense de la Cuarta Internacional.
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9. La fusión con el AWP de Muste Al final de nuestra última conferencia, partíamos de Minneapolis y retornábamos a Nueva York en busca de nuevos mundos que conquistar. La gran ola de huelgas de 1934, bajo la segunda administración de Roosevelt, aún no había agotado sus fuerzas. En cuanto al número de trabajadores que participaron, mas no en otros aspectos, esa ola alcanzó su punto culminante durante la huelga general de los trabajadores textiles en septiembre. El primero de septiembre de 1934, 750 mil trabajadores de hilanderías salieron en huelga. El Militant informó sobre ella, a la vez que daba sugerencias editoriales completas sobre lo que los huelguistas debían hacer para aprovechar al máximo su situación. Nuestra organización política avanzaba aprovechando la ola del movimiento obrero de masas. Sin embargo, nuestra marcha de progreso se vio momentáneamente interrumpida debido a un ligero obstáculo, se trataba de una vergüenza financiera. El mismo número del Militant que informó sobre la huelga de los 750 mil hilanderos y que incluía varios artículos sobre los resultados de la huelga de Minneapolis, contenía en la primera plana la siguiente nota; hoy la copié para que tuvieran una mejor apreciación de la situación según se nos presentaba en aquel momento: "Estamos en crisis. . . . Nuestras actividades en Minneapolis han agotado nuestros recursos hasta el fondo. . . . He aquí los hechos: en sólo cuestión de días el aguacil se va aparecer en nuestro taller y va a poner nuestro equipo de impresión en la calle. Ya entregaron la notificación de desahucio. Y aun si el casero se apiadara de nosotros por unos días, de todas maneras lo más probable es que tendremos que dejar de operar. Desde hace mucho que se venció la cuenta de electricidad; nos van a cortar la luz. A la compañía del gas, la compañía del papel y a muchísimos otros acreedores los tenemos encima exigiendo que les paguemos. ¡Envíen contribuciones, actúen ya!" Así equipados y dotados, nos dirigimos al Partido Estadounidense de los Trabajadores (AWP) con otra propuesta de unificación. Les instamos a que se nos unieran para formar un nuevo partido para conquistar el mundo. Reiniciamos las negociaciones con una carta fechada el 7 de septiembre, pidiendo al AWP que asumiera una postura positiva a favor de la unificación y designara un comité para que discutiera con nosotros el programa y los detalles de la organización. Esta vez recibimos una respuesta rápida del Partido Estadounidense de los Trabajadores. La carta contenía un doblez. Por un lado, bajo la influencia de los activistas de filas en la conferencia de Pittsburgh, quienes habían hablado de una manera enfática a favor de la unificación, la carta del AWP, firmada por Muste, el secretario nacional, tenía un tono conciliador y se pronunciaba a favor de la unificación, si pudiésemos llegar a un acuerdo. Ello expresaba los sentimientos de los elementos activos honestos, los trabajadores de campo del AWP. Creo que por aquel tiempo el propio Muste era de igual disposición. Sin embargo, esa misma carta tenía otro lado, que contenía una referencia provocadora sobre la Unión Soviética. Esto representaba la influencia de Salutsky y de Bundez, quienes eran amargamente hostiles a la unidad con los trotskistas. El AWP no era una organización homogénea. Su carácter progresista se determinaba por dos factores: (1) a través de sus vigorosas actividades en el movimiento de masas, en los sindicatos y en el campo de los desempleados,
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había atraído a trabajadores combativos de filas que tomaban absolutamente en serio la lucha contra el capitalismo; (2) el rumbo general que el Partido Estadounidense de los Trabajadores seguía en aquel entonces tendía claramente hacia la izquierda, hacia una posición revolucionaria. Estos dos factores determinaron el carácter progresista del movimiento musteísta en su conjunto e hicieron que nos viéramos atraídos a él. Al mismo tiempo, como he dicho, nos dábamos cuenta de que no era una organización homogénea. En realidad, se podría describir más correctamente como una amalgama política que comprendía en su interior todo tipo de especies políticas. Dicho de otra forma, entre la militancia del AWP había de todo, desde revolucionarios proletarios hasta sinvergüenzas y farsantes reaccionarios. La figura de A.J. Muste El personaje más destacado dentro del Partido Estadounidense de los Trabajadores era A.J. Muste, un hombre extraordinario que siempre me resultó en extremo interesante y por quien siempre mantuve los sentimientos más amistosos. Era un hombre capaz y vigoroso, obviamente sincero y entregado a la causa, a su trabajo. Su defecto radicaba en su pasado. Muste había empezado su vida como pastor. Ese hecho en sí ya le ponía dos strikes en su contra. Porque es muy difícil hacer que un pastor llegue a ser otra cosa. Eso no lo digo en tono de burla; y más que de ira, es de tristeza. Muchas veces vi cómo lo intentaron, pero jamás con éxito. Muste era, se puede decir, la última oportunidad y la mejor oportunidad; y aun él, quien tuvo las mejores posibilidades, tampoco al final pudo lograrlo debido a ese terrible pasado con la iglesia, que ya lo había marcado en sus años de formación. Consumir el opio de la religión es en sí algo muy malo: Marx correctamente definió a la religión como opio. Pero traficarlo --como hacen los pastores--, es peor aún. Esa es una ocupación que deforma la mente humana. Ni un solo pastor, de los muchos que han pasado por el movimiento obrero radical de Estados Unidos, durante toda su historia, ni uno solo de ellos al final salió bueno o llegó a ser un revolucionario auténtico. Ni uno solo. Sin embargo, a pesar del defecto de este pasado, Muste resultaba prometedor gracias a sus cualidades personales excepcionales y a la gran influencia que tenía sobre quienes se asociaban con él, a su prestigio y su buena reputación. Muste prometía convertirse en una verdadera fuerza como un dirigente del nuevo partido. Muste no era el único dirigente del AWP. Se podría decir que era el que estaba en el medio, el moderador, el dirigente central que balanceaba todo entre los lados rivales. En el Comité Nacional del Partido Estadounidense de los Trabajadores había otro hombre extremadamente capaz. Lo mencioné en la conferencia anterior: se llamaba Salutsky. Así le conocimos en el Partido Socialista y en los primeros años del comunismo estadounidense. Hoy se llama J.B.S. Hardman, el director de Advance [Avance], órgano oficial del sindicato Amalgamado de Trabajadores de la Costura (ACW); ha tenido ese puesto los últimos 20 años. Salutsky era un hombre a medias. Hablando en términos intelectuales era un socialista. Sus orígenes se remontaban al movimiento socialista ruso, a la Liga Judía. Había sido un destacado dirigente de la Federación Socialista Judía del Partido Socialista de Estados Unidos. Por años fue el director del órgano de la Federación Judía y con mucho su hombre más capaz, destacándose por
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encima de personas como Olgin y otras figuras también prominentes del movimiento. Moralmente, Salutsky era débil, un vacilante oportunista que nunca supo decidir irse hasta las últimas. Quería y no quería. Salutsky siempre tuvo dividida su lealtad, y cada medida que tomaba en una dirección la atajaba esa contradicción interna, esa doble personalidad, que lo halaba en la dirección opuesta. Vivía una vida doble. Los domingos quería pertenecer al partido, discutir teoría, asociarse con personas de ideas. Pero los días de semana era J.B.S. Hardman, el servil director de Advance, un francotirador intelectual que hacía todo tipo de trabajo sucio para Sidney Hillman, ese ignorante, patán y embustero, el jefe del sindicato Amalgamado de Trabajadores de la Costura. A nivel personal conocí muy bien a Salutsky. Cuando lo vi en 1934, en el curso de las negociaciones con el Partido Estadounidense de los Trabajadores, era la segunda vez que entrábamos en una relación similar. Trece años antes, en 1921, él y yo participamos --desde posiciones opuestas-- en el comité negociador conjunto del "Consejo de Trabajadores" y en el Partido Comunista clandestino. "Consejo de Trabajadores" fue el nombre del grupo efímero de los Socialistas de Izquierda que en 1921 se escindió del Partido Socialista, es decir, dos años después de la gran y decisiva escisión de 1919, y que buscó unírsenos sobre la base de un Partido Comunista legal. La posición de Salutsky por aquel entonces era ya muy propia de él. En 1919, cuando ocurrió la escisión principal, cuando se dividió todo el movimiento entre comunistas por un lado y socialdemócratas por el otro, Salutsky rechazó a los comunistas y se quedó con el Partido Socialista. Sin embargo, su tendencia izquierdista y su conocimiento del socialismo eran tales que no se podía reconciliar de forma total con la derecha y comenzó a jugar con la organización de un nuevo grupo de izquierda en el Partido Socialista. Este era un grupo de comunistas de segundo nivel, de segundo rango. Para 1921, Salutsky, sus amigos y otros de su talla habían experimentado una nueva escisión del Partido Socialista, formando otra organización llamada el "Consejo de Trabajadores". Fue característico el que Salutsky no entrara al Partido Comunista de lleno y de una manera directa ni en 1919 ni en 1921. No quería entrar al PC clandestino, sino formar, junto a nosotros, un nuevo partido con un programa moderado y estrictamente "legal". Por así decirlo, en 1921 entró al partido por la puerta trasera, mediante la fusión que realizamos con el "Consejo de Trabajadores" para formar un partido legal, el Partido de los Trabajadores. Sucede que esa fusión coincidía con nuestros objetivos en aquellos momentos. El Partido Comunista de Estados Unidos se encontraba en la clandestinidad y, como ya he mencionado, tratábamos de presionarlo para que poco a poco saliera de ella. En aquel entonces queríamos formar una organización legal, no como un partido autosuficiente, sino como pantalla para el movimiento clandestino y como un paso en nuestra lucha por la legalidad. Para nuestros fines resultaba muy beneficioso efectuar una unificación con grupos mixtos como la organización de Salutsky, el "Conse --conocido como Partido de los Trabajadores-- estaba completamente dominado por el Partido Comunista. Todo el mundo sabía que era la expresión legal del Partido Comunista. Salutsky y otros, como Engdahl, Lore y Olgin, estaban dispuestos a unirse a esta organización legal, pero no al Partido Comunista clandestino. Salutsky se adhirió al movimiento comunista de una forma más o menos vergonzante. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en él. Cuando el Partido de los Trabajadores, bajo la dirección e influencia del Partido Comunista, lanzó una
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campaña contra la burocracia sindical, él se comenzó a escabullir. Salutsky no tenía estomago para ese tipo de cosas. Una cosa es dar una conferencia sobre el socialismo y la lucha de clases un domingo, explicar las contradicciones del capitalismo y la inevitabilidad de la revolución. Otra cosa distinta es involucrarse en la acción revolucionaria práctica que lo lleva a uno a entrar en conflicto con los sindicalistas farsantes, y, por tanto, a arriesgar la oportunidad de poder servirles en cargos bien remunerados. Al poco tiempo Salutsky dejó el Partido de los Trabajadores --o fue expulsado--, no recuerdo cuál de los dos. No importa. Sin embargo, Salutsky no podía dejar de jugar con las ideas del socialismo y la revolución. Se afilió a la Conferencia por la Acción Obrera Progresista [CPLA], predecesora del Partido Estadounidense de los Trabajadores [AWP]. Ayudó a dar a la CPLA cierta dirección política y fomentó la idea de transformarla en un partido; sin embargo, quería un partido seudorrevolucionario, no uno de verdad. Tampoco quería entrar en conflicto con los burócratas sindicales. Pero a lo que más temía era una unión con los trotskistas. Salutsky no escatimó esfuerzos para sabotear la unificación. Sabía, como sabían muchos otros, que lo característico de nuestro movimiento --como lo he mencionado en charlas anteriores--, es que los trotskistas tomamos las cosas muy en serio. Salutsky sabía que una vez se efectuara una fusión entre el AWP y los trotskistas, desaparecería toda posibilidad futura de intentar hacerse pasar por socialista con un partido seudorrevolucionario. En las negociaciones con Salutsky nos reunimos como enemigos, corteses, claro está, como una costumbre que impera entre negociadores, uno pasa el tiempo, bromea un poco y oculta el puñal, al menos al principio. Recuerdo el primer día que entramos --Shachtman y yo, y creo que Abern u Oehler, no estoy seguro cuál de ellos-- a la oficina del Partido Estadounidense de los Trabajadores, acudiendo a una cita, para reunirnos con Muste, Salutsky y Sidney Hook, el catedrático de la Universidad de Nueva York, quien en ese entonces se aficionaba con el socialismo. Mientras intercambiábamos cumplidos antes de empezar la reunión, Salutsky me dijo, con esa sonrisa tristona que parece que nunca se le quita: "Siempre leo el Militant. Me gusta ver lo que tiene que decir Trotsky". Estuve a punto de responderle que siempre leo el Advance para ver lo que Hillman tiene que decir. Pero lo deje pasar. Nos portamos de la mejor manera posible, estábamos dispuestos a realizar la unificación con un mínimo de fricción posible sobre cosas casuales. Salutsky hizo todo lo que estuvo a su alcance para sabotear la unificación, pero terminó perdiendo la partida. En vez de que consiguiera alejar al Partido Estadounidense de los Trabajadores de los trotskistas, fuimos nosotros quienes logramos acercar al partido, atraerlo hacia la unificación final, y a él se le tiró como a un trapo viejo. Así llegaron a su fin las actividades "socialistas" de Salutsky. Renunció por completo al partido y a la política radical. Ahora está en el terreno de Roosevelt y es allí donde pertenece. Otro destacado dirigente del Partido Estadounidense de los Trabajadores en aquella época era un hombre llamado Louis Bundez. El había empezado como un trabajador social. Por años su interés por el movimiento obrero había sido el de un estudiante observador y publicaba una revista subvencionada que daba consejos a los trabajadores pero que no representaba ningún movimiento organizado. Finalmente, mediante la Conferencia por la
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Acción Obrera Progresista, se conectó por vez primera con el movimiento de masas para el que indiscutiblemente tenía un talento considerable. El trabajo de masas es un trabajo difícil y devora a mucha gente. En 1934 Bundez, quien no tenía antecedentes ni educación socialista, era ciento por ciento patriota, tres cuartos estalinista, estaba exhausto y un poco enfermo, y andaba en busca de la primera oportunidad de venderse. Se opuso de forma enconada a la unificación. Bundez ya había puesto sus ojos en el partido estalinista, como en realidad también lo había hecho un sector considerable del AWP. Sólo la intervención enérgica de los trotskistas y la presión de nuestras negociaciones por la unidad impidieron que el partido estalinista se tragara a un sector más amplio del AWP en aquel momento. Debo añadir que Bundez finalmente encontró la oportunidad de venderse, hoy es el director del Daily Worker y por años viene haciendo todo el trabajo sucio por el que le paguen. Y luego estaba Ludwig Lore, a quien conocíamos bien desde los viejos tiempos del Partido Comunista. Lore, uno de los primeros comunistas en Estados Unidos; uno de los directores de Class Struggle (Lucha de clases), la primera revista comunista en este país; un socialista de izquierda más que un comunista de corazón, quien iba hacia atrás y ahora pasaba por el AWP en ruta hacia su reconciliación total con la democracia burguesa. Finalmente, se consiguió un trabajo en el New York Evening Post como un columnista superpatriótico. Lore se oponía a la unificación. Estas eran algunas de las principales figuras del AWP. Al discutir entre nuestras filas la cuestión de la unificación con los musteístas, nos topamos con una oposición, el inicio dentro de nuestro movimiento de una fracción sectaria dirigida por Oehler y Stamm. Escuchamos los argumentos de marras de sectarios que sólo pueden ver a los dirigentes oficiales de las organizaciones y no a las filas y juzgan las cosas a partir de ese criterio. Ellos preguntaban: "¿Cómo nos vamos a unir a Salutsky, a Lore, etcétera?" Si el Partido Estadounidense de los Trabajadores no hubiese sido nada más que Salutsky, Lore y compañía, su posición habría tenido entonces cierta lógica. Detrás de esos impostores y renegados veíamos a algunas personas serias, algunos militantes proletarios. Ya he mencionado a los camaradas que dirigieron la huelga de Toledo. Ellos tenían muchos elementos de ese tipo por toda Pennsylvania y en el Medio Oeste. Habían forjado una organización de desempleados, que era de tamaño considerable. Era este tipo de activistas proletarios del AWP en quienes estábamos interesados; ellos y Muste, a quien creíamos que se le podía convertir en un bolchevique. Aparte de Muste, quien era en sí un verdadero carácter; aparte de Budenz, Salutsky y Lore, había otros dentro de esa masa heterogénea que llevaba por nombre Partido Estadounidense de los Trabajadores: la gente de Toledo, los militantes de filas del movimiento de desempleados y uno que otro sindicalista de filas. Además, para completar la nómina de miembros del Partido Estadounidense de los Trabajadores, había algunas muchachas de la YWCA [Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes], estudiantes de la Biblia, intelectuales de todo tipo, catedráticos universitarios y otros inclasificables quienes sencillamente habían deambulado por la puerta abierta. Nuestra tarea
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Nuestra tarea política consistía en impedir que los estalinistas se tragaran a este movimiento, y quitar de nuestro paso un obstáculo centrista mediante la unidad con los activistas proletarios y otra gente seria, aislando a los fraudulentos e impostores y desechando a aquellos elementos que no eran asimilables. Esa fue una gran tarea que al final terminamos ganando, pero no sin enormes esfuerzos y dificultades. Mencioné que la carta del AWP, que remitieron en respuesta a nuestra segunda propuesta de negociación, contenía una provocación con respecto a la cuestión rusa. No cabe duda que esa provocación era inspiración de Salutsky y Budenz. Voy a citar unas cuantas líneas de esa carta para darles una idea de qué era de lo que esa provocación se trataba. En ella se leía: "Debemos ocuparnos de que nuestras críticas de las políticas de la Internacional Comunista y del Partido Comunista no sólo no sean un ataque contra la Unión Soviética, sino que tienen que quedar libres de toda apariencia de serlo. Por justas que hayan sido las críticas de la CLA [Liga Comunista de Norteamérica] sobre ciertas políticas de la Unión Soviética, en la opinión pública han quedado marcadas como una expresión de una actitud antagónica hacia la Unión Soviética". A renglón seguido decían en la carta que debía haber un claro entendimiento de que el hecho de unírsenos no significaba que ellos pasarían a ser antisoviéticos. Cuando leímos esta carta en la reunión de nuestro Comité Nacional nos dimos contra las paredes. Nuestra reacción subjetiva fue pensar: somos nosotros quienes desde 1917 hemos venido defendiendo la Unión Soviética. Y esta gente, quienes en su mayoría la acaban de descubrir, se atreven no obstante a darnos lecciones sobre nuestras obligaciones respecto de la Unión Soviética. Enardecidos nos sentamos y escribimos una respuesta mordaz que nos sirvió para desfogarnos. Después que habíamos redactado esa respuesta, en la que les decíamos sus verdades, nos calmamos. Sabíamos de qué se trataba, era una provocación. Habría sido una tontería de parte nuestra haber caído en una trampa como esa y perder de vista nuestras metas y tareas políticas. A partir de lo cual en la reunión del comité delineamos otra respuesta en la que: (1) plantearíamos nuestra posición sobre la Unión Soviética de manera firme; (2) haríamos como si no habíamos notado la provocación; y (3) haríamos hincapié una vez más en la necesidad de la unidad. Este tipo de respuesta tenía como objetivo dificultar a los provocadores el que bloquearan la tendencia hacia la unidad en las filas del AWP. Mientras estábamos sentados en la reunión en nuestra oficina de la Segunda Avenida, para discutir los puntos de ese plan general y decidir quién debía redactarlo, recibimos la visita de los catedráticos Hook y Burnham, quienes eran miembros de aquel fantástico comité nacional del Partido Estadounidense de los Trabajadores. Ellos estaban a favor de la fusión. Eso nos resultaba muy favorable, el tener a dos catedráticos del comité del AWP a favor de la fusión, independientemente de cuáles pudieran ser sus verdaderos motivos. Hook quería la fusión para poder librarse del AWP y así acabar su corta aventura en la política partidaria. Quería jubilarse en la periferia, el único lugar donde siempre se ha sentido en casa y que no debió haber abandonado jamás. Como llegaron a demostrar hechos posteriores, Burnham quería la unificación con los trotskistas porque en ese entonces estaba dando un paso hacia adelante, se estaba volviendo un poco más radical. Quería meter un poco más la punta del pie en las frías aguas de la política proletaria, a la vez que se
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mantenía, con el otro pie, firmemente plantado en el suelo burgués. Los dos valientes catedráticos vinieron a advertirnos de la provocación. Temían que fuéramos a responder usando el mismo tono y que eso daría al traste con los planes. Ese fue el motivo de su visita. Se sintieron muy complacidos y llenos de alivio cuando les dimos el segundo plan general del proyecto de nuestra respuesta. Mientras esto venía ocurriendo en nuestro campo, por todos lados, en todas las organizaciones, las cosas se venían agitando ante el impacto de los sucesos que acontecían en el movimiento de masas. Por ese entonces empezamos a atraer a pequeños grupos de gente de los lovestonistas y de otros círculos. En el Militant del 8 de septiembre apareció la siguiente noticia: "Grupo de Lovestone se resquebraja en Detroit. Se unen cinco a la Liga". El mismo número del Militant informó que Herbert Zam había dejado la organización de Lovestone, y que Zam y Gitlow se iban a afiliar al Partido Socialista. El Militant del 29 de septiembre informó: "Los bolcheviquesleninistas franceses se han afiliado como una fracción al Partido Socialista de Francia". Esta fue la primera gran acción realizada con miras a poner en práctica la línea de Trotsky conocida como el "viraje francés", la cual instruía a nuestros camaradas a que se afiliaran, donde fuera posible, a aquellas organizaciones socialistas reformistas a las que pudieran tener acceso a fin de establecer contacto con el Ala Izquierda en desarrollo y sentar así las bases para un nuevo partido. Nuestras propuestas organizativas, las cuales presentamos al Partido Estadounidense de los Trabajadores en nuestra tercera reunión, ayudaron mucho a facilitar la unificación. Siempre creímos que el programa lo decide todo. Un grupo que está seguro de haber adoptado el programa marxista no necesita luchar con ahínco por cada detalle organizativo. Un error común de los militantes con poca experiencia es exagerar la cuestión organizativa y menospreciar el papel decisivo del programa. En los primeros días del movimiento comunista en Estados Unidos muchas de las luchas e incluso de las escisiones se produjeron innecesariamente a partir de una preocupación exagerada de las distintas fracciones por las posiciones organizativas que se consideraban como puestos ventajosos para esa fracción. Algo habíamos aprendido de aquella experiencia, y ahora nos resultaba de mucha utilidad. Cuando, en el curso de las negociaciones, vimos que los musteístas se nos estaban acercando en cuanto a la cuestión del programa, les presentamos un juego completo de propuestas referentes a la parte organizativa de la fusión, aspecto que preocupaba mucho a varios de ellos. Les ofrecimos un arreglo de mitad y mitad en todos los aspectos. Ya para entonces éramos más fuertes numéricamente que los musteístas. De haber un duelo entre los militantes que abonaban cuotas a la organización, nuestras fuerzas eran más numerosas. Puede que tuvieran un movimiento más grande en una forma nebulosa -incluso quizás más simpatizantes en general--, pero nosotros teníamos más militantes reales. Nuestra organización era más compacta. Sin embargo, nos despreocupamos de todo eso y les ofrecimos un arreglo tal que los cargos oficiales del partido se dividirían en partes iguales entre los dos lados. Es más, en cada caso en que habían dos puestos relativamente iguales en importancia, les dábamos a escoger. Por ejemplo, en los dos puestos principales propusimos que Muste debía ser el secretario nacional y yo debía ser el director del periódico. O si así lo deseaban, a la inversa: yo sería el secretario
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nacional y Muste el director. Era algo difícil de objetar. Sabíamos lo que para ellos significaba --debido a su sobrevaloración de las cuestiones puramente organizativas-- ocupar la secretaría, porque el secretario, al menos teóricamente, es quien controla la máquina del partido. Estábamos más interesados en la dirección del periódico porque eso moldea de forma más directa la ideología del movimiento. Hicimos algo similar con los puestos de secretario laboral y director educativo. Les propusimos que ocuparíamos este último y les daríamos el primero, o viceversa, como mejor les pareciera. El Comité Nacional había de tener un mismo número de cada lado y todas las demás cuestiones organizativas que se presentasen se habían de resolver sobre una base de paridad. Tal fue nuestra propuesta. Su equidad patente, hasta generosidad, tuvo un gran impacto en Muste y en sus amigos. Nuestras "propuestas organizativas", en vez de precipitar conflictos o puntos muertos, como ha ocurrido tan a menudo, facilitaron muchísimo la unidad. Como dije, logramos hacer esto y eliminar de un solo golpe lo que tan a menudo ha sido un obstáculo insuperable, porque habíamos aprendido las lecciones de las luchas organizativas pasadas en el Partido Comunista. Con respecto a la cuestión organizativa asumimos una actitud liberal y conciliadora, reservando nuestra intransigencia para la cuestión del programa. Se seleccionó un comité conjunto para que redactara el programa. Después que se habían escrito, discutido y corregido dos o tres borradores; tras un poco de presión y de conflicto, finalmente se llegó se acordó un programa. Este pasó a ser, luego de la rectificación de un congreso conjunto, la "Declaración de Principios" del Partido de los Trabajadores de Estados Unidos, que el camarada Trotsky describió como un rígido programa de principios. Mientras tanto, recibimos ciertos consejos de los estalinistas que se habían quedado dormidos a un lado, mientras el despreciado grupito "sectario" de trotskistas había entrado a un terreno que ellos consideraban debidamente de su propiedad. Ellos tenían todas las intenciones de absorber a la organización de Muste y tenían más derecho de esperar que lo lograrían que nosotros. Sin embargo, les habíamos dado el primer puñetazo; habíamos actuado en el momento oportuno --que es algo esencial en la política-- y ya nos habíamos metido de lleno en las negociaciones sobre la unidad con el AWP antes de que los estalinistas se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo. Tras despertar, lanzaron en su prensa advertencias y consejos. El titular del 20 de octubre del Militant informó: "La prensa estalinista 'alerta' al AWP de su unidad con nosotros". Esto se refiere al artículo aparecido en el Daily Worker escrito por el famoso Bittleman, quien bajo el titular de "¿Sabe el Partido Estadounidense de los Trabajadores qué es a lo que se está uniendo?", aconsejaba de corazón a ambos lados. A los musteístas los estalinistas les dijeron: "A los trabajadores que siguen a Muste y a su Partido Estadounidense de los Trabajadores debemos advertirles que no vayan a caer en la trampa que sus dirigentes les han tendido, la trampa del trotskismo contrarrevolucionario". Y luego, para demostrar su imparcialidad, en el mismo artículo daban la vuelta y decían: "A los pocos trabajadores desorientados que aún siguen el trotskismo: Cannon, Shachtman y compañía los están dirigiendo a la unidad con Muste, el paladín del nacionalismo burgués". Nosotros les respondimos: " Si los trotskistas son contrarrevolucionarios y los musteístas son nacionalistas burgueses, qué mejor que meterlos a todos juntos en un mismo costal. Ya nada malo puede resultar puesto que ninguno de
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ellos podrá empeorar a partir de esta fusión". Les agradecimos por su consejo imparcial, falso y de doble sentido y seguimos con la fusión. Las dos organizaciones comenzaron a colaborar en actividades prácticas. Antes de la fusión realizamos reuniones conjuntas. El Militant del 6 de octubre informa que Muste y Cannon hablaron en una reunión de masas conjunta de la CLA y el AWP en Paterson, Nueva Jersey, ante unos 300 trabajadores de la seda, para discutir las lecciones de la huelga. Allá por esa misma época, en octubre de 1934, el Comité Nacional me envió al exterior para participar en el Pleno del Comité Ejecutivo de la Liga Comunista Internacional, celebrado en París. De ahí fui a visitar al camarada Trotsky en Grenoble, al sur de Francia. Era la primera vez que veía al camarada Trotsky desde su exilio de la URSS años atrás. Muchos camaradas estadounidenses habían estado en el exterior, pero ese era mi primer viaje. Shachtman había estado ahí dos veces y varios miembros más de la organización, quienes se pudieron costear viajes personales a Europa, lo habían visto. En aquel entonces, al camarada Trotsky lo andaban persiguiendo los fascistas franceses. La colaboración de Trotsky Muchos de ustedes recordaran que en aquella época, en 1934, la prensa fascista francesa había armado un gran alboroto por la presencia de Trotsky en Francia. Crearon tal convulsión --en la que se les unieron los estalinistas bajo la consigna conjunta de "Echen a Trotsky de Francia"-- que lograron aterrorizar al gobierno de Daladier para que revocara su visa. Le ordenaron que abandonara Francia, lo privaron de su derecho de permanecer allí. Sin embargo, no encontraron ni un solo país capitalista en todo el mundo que le otorgara visa de entrada, por lo que tuvieron que dejarlo en Francia. Las circunstancias en que vivía en Francia eran de lo más inciertas y peligrosas, carecía de una verdadera protección, de derechos legales, a la vez que la prensa fascista y los estalinistas lo perseguían sin cesar. Entonces se hallaba escondido en casa de un simpatizante en Grenoble. No tenía asistentes, ni secretariado, ni mecanógrafo, porque vivía un día a la vez. Se veía obligado a escribir todos sus trabajos a mano. La jauría de la reacción lo mantenía a la fuga: al ser perseguido de un lugar a otro, apenas se instalaba en la casa de un simpatizante y empezaba a trabajar, y los fascistas locales descubrían su presencia en el nuevo refugio. Al día siguiente aparecía en la prensa un titular estridente en que se leía: "¿Qué hace en este pueblo el asesino ruso Trotsky?" Entonces se armaba un gran escándalo, y él se tenía que ir de ahí lo más rápido posible, en medio de la noche, para salvar su vida y encontrar otro lugar seguro. Eso se repitió una y otra vez. Por aquel entonces, la salud de Trotsky estaba muy deteriorada y estuvo a punto de sucumbir. Para todos nosotros, esos fueron días de mayor ansiedad. Para mí fue un momento mucho muy feliz, cuando temprano en la mañana --a eso de las siete-- tras haber viajado toda la noche desde París, pude entrar a su casa en el campo, y ver y percatarme que aún estaba vivo. Nos juntamos antes del desayuno, pero él quería que nos sentáramos y comenzáramos una discusión política de inmediato. Sus primeras preguntas fueron: "¿Qué paso en el pleno? ¿Aprobaron la resolución?" Cortésmente planteé la cuestión de un poquito de sustento. Así es que desayuné con
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Trotsky y Natalia, y rompí una de las reglas de la casa, algo por lo que después me arrepentí mucho. Lo hice de pura ignorancia. Había oído que él no permitía que fumaran en su presencia. Glotzer y otros habían regresado contando historias terribles de los regaños que había recibido al respecto. Yo lo vi simplemente como una idiosincrasia por parte de Trotsky, no algo que se debía tomar muy en serio. Tengo la costumbre de fumar después del desayuno y cuando sirvieron el café --que es cuando mejor sabe el tabaco-- me saqué un puro y cuando ya estaba por consumar el hecho, dije de manera jocosa: "He oído que a algunos los expulsan por fumar. ¿Es cierto?" El dijo: "No, no, dale, fuma". Y añadió: "A muchachos como Glotzer no se los permito, pero con un camarada sólido como tú está bien". Así es que durante mi visita fumé todo el tiempo delante de él. Sólo fue años después que me enteré que el fumar físicamente le resultaba repugnante, que incluso lo hacía enfermar, y me arrepentí profundamente por haberlo hecho. En la tarde, el anfitrión de Trotsky nos llevó en su auto hasta la cima de los Alpes franceses. En la cumbre de las montañas tuvimos una larga discusión sobre nuestro proyecto de fusión con los musteístas. El Viejo aprobó todo lo que habíamos hecho, incluso el evadir la provocación sobre la URSS. Llegamos a un acuerdo respecto de uno o dos puntos que habíamos dejado pendientes hasta poder escuchar sus consejos; medidas que podían facilitar nuestra unidad con los musteístas. Estaba totalmente de acuerdo con ella y asimismo demostraba mucho interés en la personalidad de Muste, me hacía preguntas sobre él y abrigaba esperanzas de que más adelante Muste se convertiría en un verdadero bolchevique. El Pleno de la Liga Comunista Internacional se celebró en octubre de 1934 en París. El propósito de ese pleno era coronar la decisión a la que el Comité Ejecutivo Internacional había llegado y que las secciones nacionales habían aprobado por referéndum: la decisión de realizar el "viraje francés"; esto es, el viraje realizado por nuestra organización francesa para unirse como un cuerpo al Partido Socialista de Francia a fin de trabajar como una fracción desde el interior de este partido reformista, entrar en contacto con su Ala Izquierda, intentar influenciarla y fundirse con ella, con miras a ampliar las bases para la futura construcción de un nuevo partido revolucionario en Francia. El pleno apoyó esta línea, lo que significó una reorientación de nuestras tácticas por todo el mundo. La acción se llevó a cabo bajo la consigna general que mencioné antes: ir desde un círculo de propaganda --como habíamos venido haciendo por cinco años--, al trabajo de masas, al contacto con el movimiento vivo de trabajadores que viajaban en dirección del marxismo revolucionario. Oposición sectaria a la fusión Cuando regresé de París e informé a nuestra organización de Nueva York sobre el pleno, nos topamos con una oposición encabezada por Oehler y Stamm y reforzada por un emigrante alemán izquierdista inestable llamado Eiffel. Como cuestión de principios se oponían a que nos uniéramos a cualquier sección de la Segunda Internacional. Sus argumentos, como todos los argumentos de sectarios, eran estrictamente formales, estériles, desafiantes de la realidad del día. "La Segunda Internacional", decían --y con toda razón--, "traicionó al proletariado en la guerra mundial. Rosa Luxemburgo la denunció
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como un 'cadáver apestoso'. La Internacional Comunista se formó en 1919 en la lucha contra la Segunda Internacional. Y ahora, en 1934, ustedes quieren regresar a esa organización reformista y traidora. Eso representa una traición de principios". En vano explicamos que la Segunda Internacional de 1934 no era la misma organización de 1914 o de 1919. Que la burocratización de la Comintern [Internacional Comunista] había empujado hacia los partidos socialistas --con sus formas menos estrictas, más democráticas, de organización-- a un nuevo sector de trabajadores que despertaban, de militantes. Que había crecido una nueva generación de jóvenes socialistas que no tenían nada que ver con la tracción de 1914-1918. Ya que se nos impedía participar en la Comintern, debíamos reconocer la nueva fuerza. Que si queríamos construir un nuevo partido revolucionario debíamos dirigir nuestras fuerzas hacia la Segunda Internacional y establecer contacto con esta nueva Ala Izquierda. Entonces, la oposición sectaria salió con un nuevo argumento. "¿No es uno de los principios del marxismo, y una de las condiciones para ser admitido al movimiento trotskista, que se deba apoyar la independencia incondicional del partido revolucionario en todo momento y bajo cualquier circunstancia? ¿No es ese un principio?" "Sí", les respondimos, "ese es un principio. Esa es la gran lección del Comité Anglo-Ruso. Esa es la lección fundamental de la revolución china. Hemos publicado folletos y libros para probar que un partido revolucionario jamás se debe unir a otra organización política, jamás debe confundir las banderas, sino que debe mantenerse independiente aun en el aislamiento. La revolución húngara fue destruida en parte por la fusión falsamente motivada de los comunistas y los socialdemócratas. "Todo eso es correcto", les dijimos, "pero en su argumento les queda un pequeño tornillo suelto. Aún no somos un partido. Somos sólo un grupo de propaganda. Nuestro problema es llegar a ser un partido. Nuestro problema, como lo planteó Trotsky, es poner un poco de carne en nuestros huesos. Si nuestros camaradas franceses logran penetrar en el movimiento político de masas del Partido Socialista, atraer al Ala Izquierda viable y fusionarse con ella, entonces podrán constituir un partido, en el verdadero sentido de la palabra, no una caricatura. Sólo entonces podrán aplicar el principio de la independencia del partido bajo cualquier condición y el principio podrá adquirir un verdadero significado. Ustedes plantean el principio de tal manera que lo convierten en una barrera contra las maniobras tácticas necesarias para posibilitar la creación de un verdadero partido". No logramos convencerlos. Entre las características del sectarismo encontramos las siguientes: formalismo en la forma de pensar, falta del sentido de la proporción, indiferencia hacia la realidad objetiva, y discusiones estériles sobre cosas insignificantes en círculos cerrados. En nuestra Liga comenzamos a debatir la cuestión del "viraje francés" un año antes de que tuviera que aplicarse aquí de la forma en que se hizo en Francia. La fusión proyectada con los musteístas era la misma cosa pero en forma diferente, pero los oehlerianos no lo reconocieron así, precisamente por que la forma era diferente. Nos perdonaron la fusión con los musteístas, pero con mucha inquietud, miedo y con profecías de todo lo malo que iba a suceder por juntarnos con personas extrañas. Como lo expresó el otro día en una carta uno de nuestros compañeros, Larry Turner: los sectarios siempre tienen miedo de sus propios
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deseos reprimidos de ser oportunistas. Temen entrar en contacto con los oportunistas, no vaya a ser que los oportunistas los corrompan. Nosotros, sin embargo, seguros de nuestras virtudes, avanzamos llenos de confianza. En la discusión de 1934 sobre el viraje francés, se desarrolló una división en nuestra organización. Al final, las tendencias contendientes se endurecieron en fracciones. La disputa de 1934 sobre la acción de nuestros camaradas franceses nos sirvió de ensayo para la lucha dura, enconada y definitiva al año siguiente contra los sectarios oehlerianos en nuestras filas. Nuestra victoria en esa lucha fue un requisito para todos nuestros avances posteriores. La fusión Procedíamos con rapidez hacia la fusión, negociábamos día tras día. Cooperábamos con los musteístas en diversas actividades prácticas y todo tendía hacia la unificación de las dos organizaciones. Finalmente llegamos a un acuerdo con respecto al proyecto del programa; es decir, los dos comités llegaron a un acuerdo. Llegamos a un acuerdo sobre las propuestas organizativas. Sólo faltaba someter la cuestión ante los congresos de las respectivas organizaciones para su ratificación. Aún había ciertas dudas en ambos lados sobre lo que harían las filas. Desconocíamos la influencia que los oehlerianos tendrían afuera del área de Nueva York; y Abern, como siempre, estaba maniobrando furtivamente en las sombras, siempre listo para fomentar la desorganización. Para entonces Muste ya se había convertido en un firme defensor de la fusión, pero no estaba seguro de la mayoría de su bando. Como consecuencia, en vez de convocar un congreso conjunto, celebramos primero sendos congresos de las organizaciones. Los congresos se reunieron por separado del 26 al 30 de noviembre de 1934, y discutieron a fondo todos los asuntos internos de cada lado. Al final cada congreso ratificó la Declaración de Principios que habían preparado los comités conjuntos, y ratificó las propuestas organizativas. Luego, en base a esas decisiones tomadas por separado, convocamos a los dos congresos para una sesión conjunta que se realizó el sábado y el domingo, 1-2 de diciembre de 1934. Al informar en su siguiente número sobre el congreso conjunto, el Militant dijo: "El Partido de los Trabajadores de Estados Unidos ha sido constituido. . . . El congreso de unificación del Partido Estadounidense de los Trabajadores y la Liga Comunista de Norteamérica cumplió su histórica misión la tarde del domingo en el Casino Stuyvesant. . . . Minneapolis y Toledo, ejemplos de la nueva combatividad de la clase obrera norteamericana, fueron las estrellas que presidieron su nacimiento. . . . Se ha lanzado un nuevo partido con miras a un objetivo tremendo: el derrocamiento del régimen capitalista en Estados Unidos y la creación de un estado obrero.
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Cap. 10.- La lucha contra el sectarismo La unificación formal de la Liga Comunista y el Partido Estadounidense de los Trabajadores, los musteístas, fue la primera unificación de fuerzas que había ocurrido en el movimiento norteamericano en más de una década. El movimiento obrero revolucionario no se desarrolla siguiendo una línea recta o una senda llana. Crece mediante un proceso continuo de lucha interna. Tanto las escisiones como las unificaciones son métodos para desarrollar el partido revolucionario. A partir de determinadas circunstancias, cada una de ellas puede acarrear consecuencias progresivas o reaccionarias. El sentimiento popular generalizado por la unificación en todo momento no tiene más valor político que la preferencia por un proceso continuo de escisión que uno puede observar de forma interminable en los grupos sectarios puristas. Los puntos de vista moralistas sobre el problema de las escisiones y demás, son sencillamente estúpidos. Las escisiones son a veces absolutamente necesarias para la clarificación de ideas programáticas y para la selección de fuerzas con miras a empezar de nuevo sobre una base clara. Por otro lado, bajo determinadas circunstancias, las unificaciones de dos o más grupos que se acercan a un acuerdo programático son absolutamente indispensables para la reagrupación y consolidación de las fuerzas de la vanguardia obrera. La unidad entre la organización trotskista --la Liga Comunista de Norteamérica-- y la organización de Muste fue incuestionablemente una acción progresiva. Juntó a dos grupos que si bien contaban con orígenes y experiencias distintos, se habían acercado, al menos en el sentido formal de la palabra, a un acuerdo en cuanto al programa. La única forma de poner a prueba ese acuerdo y ver si era verdadero y profundo o una mera formalidad, la única forma de averiguar qué elementos en cada uno de los grupos eran capaces de contribuir al desarrollo progresivo ulterior del movimiento, era mediante la unificación, juntándolos y poniendo a prueba estas cuestiones en el curso de la experiencia común. Como en el resto del mundo a partir de 1928, en el movimiento norteamericano había habido una serie continua e ininterrumpida de escisiones. La causa fundamental, claro está, fue la degeneración de la Internacional Comunista bajo la presión del cerco mundial a la revolución rusa y el intento de la burocracia estalinista de adaptarse a ese cerco mediante el abandono del programa del internacionalismo. La degeneración de la Internacional Comunista no podía dejar de crear trastornos y escisiones. En todos los partidos los defensores del marxismo auténtico dentro de esa organización que se degeneraba fueron fuente de irritación y conflicto, de la cual la burocracia no sabía cómo deshacerse excepto a través de expulsiones burocráticas. Del Partido Comunista de Estados Unidos nos expulsaron en octubre de 1928. Seis meses después, en la primavera de 1929, los lovestonistas fueron expulsados y establecieron una tercera organización de tendencia comunista en este país. Las pequeñas sectas y camarillas de individuos y sus amigos, quienes representaban rarezas y caprichos de diversos tipos, eran comunes en aquella época. El movimiento pasaba por un periodo de pulverización, de separación, hasta que un nuevo ascenso en la lucha de clases y una nueva
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verificación de programas sobre la base de experiencias mundiales pudieran preparar una vez más el terreno para una nueva integración. Estaban nuestra fracción y la fracción de Lovestone. Estaba el grupito de Weisbord, que en un momento dado llegó a contar con 12 ó 13 miembros, pero hacía ruido suficiente como para hacerle creer a uno que representaban una gran tendencia histórica. Además, los weisbordistas, no satisfechos de formar una organización independiente --bajo lo que parece ser la compulsión de una ley natural para tales grupos creados de forma arbitraria-- se empeñaron en pasar por unas cuantas escisiones dentro sus propias filas. Los fieldistas --Field y unos cuantos de sus socios, amigos y conexiones familiares personales, a quienes expulsamos de nuestro movimiento por traición durante la huelga hotelera-- formaron, como era natural, su propia organización, publicaron un periódico y hablaron en nombre de toda la clase trabajadora. Los lovestonistas sufrieron una escisión por parte de las fuerzas de Gitlow, y pocos meses después de un grupo pequeño representado por Zam. En este país desde 1919 había existido incluso otro grupo comunista llamado Partido Proletario, que también había mantenido una existencia aislada y producido escisiones periódicas. La desmoralización del movimiento durante ese periodo se reflejaba en esa tendencia a la dispersión, ese proceso continuo de escindirse. Esa enfermedad tendría que agotarse. Durante todo ese periodo, los trotskistas nunca nos pusimos a gritar a favor de la unidad, especialmente en los primeros cinco años de nuestra existencia separada. Nos concentramos en la labor de aclarar el programa y rechazamos toda discusión sobre unificaciones improvisadas con grupos que no estaban lo suficientemente cerca a nosotros en lo que considerábamos entonces, y lo que consideramos ahora, la más importante de todas las cuestiones: la del programa. La fusión a la que entramos en diciembre de 1934 fue la primera unificación que ocurrió en todo ese periodo. Así como el grupo trotskista auténtico fue el primero en ser expulsado del Partido Comunista cuando los estalinistas estaban burocratizando por completo la Tercera Internacional y reprimían el pensamiento revolucionario y crítico, de igual forma el grupo trotskista fue también el primero en tomar la iniciativa de empezar un nuevo proceso de reagrupación y unificación cuando las condiciones políticas para tal paso se presentaron. Fue la primera señal positiva de un contraproceso a la tendencia de desintegración, dispersión y escisión. Partido Socialista de Estados Unidos La unificación de los trotskistas y los musteístas, y la formación del Partido de los Trabajadores, indudablemente representó un gran paso adelante, mas sólo un paso. Pronto nos quedó patente --al menos a los dirigentes con más influencia en la antigua Liga Comunista-- que la reagrupación de fuerzas revolucionarias apenas había empezado. Estábamos en la obligación de tomar esta actitud realista porque, como se ha subrayado en charlas previas, simultáneamente con el desarrollo radical de los musteístas, habían ocurrido cambios importantes en el Partido Socialista de Estados Unidos, como en otros movimientos socialdemócratas por todo el mundo.
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A trabajadores frescos y elementos más jóvenes --libres de culpa de las traiciones del pasado-- los había conmovido y despertado el tremendo impacto de los sucesos mundiales, en especial la derrota del movimiento obrero alemán con el arribo del fascismo al poder. En esta vieja y decrépita organización de la socialdemocracia soplaba un viento nuevo. Allí se estaba formando un Ala Izquierda, lo que manifestaba el empuje de un gran número de personas para encontrar un programa revolucionario. Creíamos que eso no se podía dejar pasar por alto porque era un hecho, un elemento de la realidad política norteamericana. Aunque habíamos formado un nuevo partido y lo proclamamos como la unificación de la vanguardia, nos dábamos cuenta que no podíamos pasar por alto o impedir arbitrariamente la participación en este nuevo movimiento de estos nuevos elementos de fuerza, salud y vitalidad revolucionaria. Al contrario, teníamos una obligación de ayudar a que este movimiento en ciernes en el Partido Socialista encontrara el camino correcto. Estábamos convencidos de que sin nuestra ayuda no lo podrían hacer, porque no tenían dirigentes marxistas, carecían de tradición, estaban acosados por todos lados, por influencias, fuerzas y presiones que bloqueaban su camino hacia una visión clara del programa revolucionario. Su destino final, la posibilidad de su desarrollo sobre el camino revolucionario, descansaba en los cuadros del marxismo más experimentados y probados, que estaban representados en el recién formado Partido de los Trabajadores. Los dirigentes de la nebulosa Ala Izquierda en el Partido Socialista se autodenominaban los "militantes." Nunca hemos podido determinar por qué. El Militant era el nombre del órgano oficial de los trotskistas norteamericanos desde el principio y todo el mundo reconocía que era el nombre propicio para nuestro periódico. El Militant significaba el trabajador del partido, el activista del partido, el combatiente del partido. Sin embargo, por qué los dirigentes del Ala Izquierda del Partido Socialista en aquel entonces --quienes eran filisteos hasta los tuétanos, faltos de tradición, de conocimientos serios, faltos de todo--, podían llamarse "militantes", sigue siendo un problema que deberán resolver los estudiantes de investigación histórica que aún están por llegar a nuestro movimiento. La razón aún no se ha descubierto. Al menos nunca la he sabido. Este desgraciado liderazgo, estas figuras casuales, farsantes, charlatanas, incapaces de un verdadero sacrificio o de una lucha seria por una idea, carentes de devoción seria con el movimiento --la mayoría de ellos hoy trabaja para el gobierno en diversos empleos de guerra--, estos "caballeros por una hora" no nos interesaban mucho. Lo que nos interesaba era el hecho de que bajo la espuma de encima había un movimiento juvenil bastante animado en el Partido Socialista y un número considerable de elementos obreros activistas, sindicalistas y combatientes en el terreno de los desocupados, quienes constituían buena materia prima para el partido revolucionario. Allí hay una gran diferencia. No se puede hacer mucho con el tipo de dirigente que el Partido Socialista tenía entonces o tiene ahora en cualquiera de sus fracciones. No obstante, de las filas militantes serias, de los activistas sindicales y de la juventud radical, se puede hacer un partido que puede dirigir una revolución. Queríamos encontrar un camino hacia ellos. En aquel entonces nadie sabía, y menos aun los jóvenes Socialistas, qué dirección iba a seguir su movimiento. La burocracia conservadora en el Partido Socialista los sofocaba, y una y otra
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vez sus dirigentes inútiles --los llamados "militantes"-- desplegaban sus tendencias de capitular ante la burocracia del Ala Derecha. Por otro lado, eran acosados por los estalinistas, quienes tenían una prensa y un aparato poderosos, y dinero suficiente para corromper, y quienes no vacilaban en usar dinero justamente con ese propósito. Por aquel entonces los estalinistas ejercían una presión extraordinaria sobre los socialistas a fin de detener este progresivo movimiento de izquierda y ponerlo de nuevo en la dirección reformista por la vía del estalinismo. España Es lo que habían logrado en España y en muchos otros países europeos. El movimiento socialista juvenil en España, que a iniciativa propia había anunciado su apoyo de la idea de una Cuarta Internacional, fue desatendido por los trotskistas de España. Estos, esterilizados en pureza sectaria, se abstuvieron de realizar maniobra alguna en dirección de la Juventud Socialista. Se contentaban con recitar el ritual de la ruptura entre la Socialdemocracia y la Comintern en 1914-19, cuyo resultado fue que los estalinistas se les adelantaran, se apoderaran de esa organización juvenil Socialista tan prometedora, y la hicieran un apéndice del estalinismo. Ese fue uno de los factores decisivos en la destrucción de la revolución española. No queríamos que eso pasara aquí. De entrada, los estalinistas nos llevaban la delantera. En el Ala Izquierda Socialista había ya fuertes sentimientos de conciliación con el estalinismo, y los estalinistas le estaban sacando el jugo al demagógico lema de la "unidad". Reconocimos el problema y nos dimos cuenta de que si no nos movíamos, lo que había pasado en España ocurriría de nuevo aquí. Aunque apenas habíamos empezado nuestra labor bajo la bandera independiente del Partido de los Trabajadores, este problema no podía aguardar. Empezamos a insistir que se debía prestar más y más atención al Partido Socialista y a su Ala Izquierda en desarrollo. Al debatir usamos los siguientes argumentos: Debemos frustrar a los estalinistas. Debemos interponernos entre los estalinistas y ese movimiento en desarrollo del Socialismo de Izquierda, y a éste orientarlo en dirección del marxismo auténtico. Y para cumplir eso tenemos que dejar a un lado todo el fetichismo organizativo. No podemos contentarnos con decir: "Aquí esta el Partido de los Trabajadores. Tiene un programa correcto. ¡Vengan y únanse!" Esa es la actitud de sectarios. Esta Ala Izquierda es una agrupación suelta de miles de personas en el Partido Socialista, un tanto vaga en sus conceptos, confundida y mal dirigida, pero muy valiosa para el futuro si reciben la fertilización apropiada de ideas marxistas. Nuestra posición se formuló en la resolución de Cannon-Shachtman. En el partido nos enfrentamos con una resistencia resuelta por parte de Oehler y también de Muste. Los oehlerianos adoptaron su posición a partir de bases sectarias dogmáticas. No sólo no querían tener nada que ver con ninguna orientación hacia el Partido Socialista por el momento, sino que insistían, como cuestión de principios, que eso lo excluyéramos específicamente de cualquier consideración futura. Hemos formado el partido, decían los oehlerianos. Aquí está. Dejen que los Socialistas de Izquierda se nos unan si aceptan el programa. Somos Mahoma y ellos, la montaña; y la montaña tiene que venir a
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nosotros. Esa era la totalidad de su receta para aquellos confundidos jóvenes Socialistas de Izquierda, quienes jamás habían demostrado la menor inclinación de unirse a nuestro partido. Nosotros dijimos: "No, eso es demasiado simplista. Los bolcheviques debemos tener iniciativa política suficiente para ayudar a que los Socialistas de Izquierda encuentren su camino hacia el programa correcto. Si hacemos esto, el problema de unirse a ellos en una organización común se puede resolver con facilidad". Muste se oponía, no sobre una base de principios, sino a partir del fetichismo organizativo, quizás hasta del orgullo personal. Tales sentimientos son fatales en la política. El orgullo, la ira, el rencor: cualquier tipo de subjetividad que influya sobre un curso político, sólo lleva a la derrota y destrucción de quienes se dejen llevar por ella. Saben, en el boxeo profesional --"el arte masculino de la defensa propia"-- una de las primeras lecciones que el boxeador joven aprende del entrenador curtido es la de mantener la calma en el cuadrilátero al enfrentar a un antagonista. "Nunca te enojes en el cuadrilátero. Nunca pierdas la cabeza, porque si lo haces vas a despertar en la lona". Los boxeadores tienen que pelear de forma calculadora, no subjetiva. En la política eso es doblemente cierto. Muste no podía soportar la idea de que tras haber fundado un partido y proclamarlo como el único partido, tuviéramos después que prestar atención a algún otro partido. Debíamos de seguir nuestro propio rumbo, mantener nuestras frentes en alto y ver qué pasaba. Si no se nos lograban unir, bueno, sería su culpa. La posición de Muste no había sido pensada lo suficiente, o razonada con la objetividad necesaria. No iba a servir en esa situación. Si nos hubiéramos quedado a un lado, los estalinistas habrían devorado el Ala Izquierda Socialista y se la habría empleado como otro garrote en contra nuestra, como sucedió en España. Antes de que la cuestión del Partido Socialista se pudiera resolver, y así apartar del camino otro obstáculo al desarrollo del partido norteamericano de la vanguardia, teníamos que debatir la cuestión entre las filas del Partido de los Trabajadores. Tuvimos que debatir la cuestión de principios con los sectarios; y cuando siguieron de testarudos y se tornaron indisciplinados, tuvimos que echarlos del partido. Dije eso con cierto énfasis por que fue así que tuvimos que tratar con los oehlerianos, con énfasis. Si no hubiéramos logrado hacer eso en 1935, si hubiéramos cedido a cualquier tipo de sentimentalismo hacia gente que estaba arruinando nuestras posibilidades políticas con su formalismo estúpido, nuestro movimiento habría fracasado en 1935. Se nos habría impedido la posibilidad de un posterior desarrollo. Habría ocurrido una desintegración inevitable. El movimiento habría acabado en el callejón sin salida de la futilidad sectaria. El sectarismo, una enfermedad El sectarismo no es una idiosincrasia interesante. El sectarismo es una enfermedad política que destruirá a cualquier organización en la que se afiance firmemente y no se le desarraigue a tiempo. Nuestro partido vive hoy y goza de muy buena salud gracias al tratamiento médico y quirúrgico que ese sectarismo recibió en 1935. El tratamiento médico es el más importante y en cualquier caso siempre debe ser primero. El nuestro consistió de una buena educación
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sobre los principios marxistas y sus caricaturas sectarias; una discusión a fondo y una explicación paciente. Con estos métodos nos libramos de los miasmas, y aunque al comienzo estábamos en la minoría, al final ganamos a una gran mayoría y aislamos a los oehlerianos. Eso no se hizo en un día. Tomó varios meses. Se requirió del tratamiento quirúrgico sólo cuando los derrotados oehlerianos empezaron a violar sistemáticamente la disciplina del partido y a preparar una escisión. En el curso de la discusión y explicación, educamos a la gran mayoría del partido. El cuerpo del partido había sido sanado y gozaba de buena salud. La punta del meñique seguía infectada y empezó a tornarse gangrenosa, así que simplemente la extirpamos. Es por eso que el partido vive hoy y puede hablar de aquella época. Después que acabamos con los oehlerianos, tuvimos que pasar por una lucha fraccional bastante prolongada con los musteístas --o sea, dos luchas internas en el primer año de existencia del Partido de los Trabajadores--, antes de que se despejara el camino para resolver este problema del Ala Izquierda del Partido Socialista. Estas luchas internas, que consumieron las energías del nuevo partido casi desde su comienzo, fueron por supuesto muy inconvenientes. Deberíamos de haber tenido uno o dos años de trabajo constructivo, ininterrumpido por diferencias, conflictos y luchas internas. Pero la historia no funcionó así. Cuando apenas acabábamos de lanzar el nuevo partido, nos vimos enfrentados con el problema del Ala Izquierda del Partido Socialista. No pudimos ponernos de acuerdo sobre qué hacer, así que tuvimos que pasar un año enfrascados en la lucha. Por supuesto que estos conflictos no empezaron de inmediato. El nuevo partido, organizado a principios de diciembre de 1934, comenzó su labor de forma bastante favorable. Una de las primeras manifestaciones de la actitud política, que tenía por fin simbolizar la unificación de las dos corrientes, fue una gira conjunta de presentaciones que realizamos por el país Muste y yo. Durante el recorrido se nos recibió con entusiasmo. En el movimiento obrero radical uno podía notar un espíritu general de aprecio por el hecho que se había iniciado un proceso de unificación luego de un largo periodo de desintegración y escisiones. Tuvimos mítines muy buenos en la mayoría de sitios, y la gira alcanzó su punto culminante en Minneapolis. Esto fue más o menos seis meses después de las grandes victorias huelguísticas; allí se nos recibió muy bien. Los camaradas en Minneapolis estaban muy complacidos de que no nos habíamos dejado absorber tan de lleno por las huelgas económicas al punto que desatendiéramos oportunidades puramente del terreno del partido político. Los camaradas de Minneapolis aplaudieron de forma cálida nuestra unificación con otro grupo, a cuyos militantes ellos tenían en alta estima por el trabajo que habían realizado en el movimiento de los desempleados, en la huelga de Toledo y demás. Nos dieron una buena acogida y se aprestaron a celebrar nuestra visita mediante una serie de mítines y conferencias bien planificada, que culminó en un banquete en honor del Secretario Nacional de su partido y del director del periódico que tanto estimaban, el Militant. Allí en Minneapolis siempre hacen bien las cosas. Durante nuestra estadía ahí, decidieron vestirnos de manera acorde con la dignidad de nuestros cargos. Los principales camaradas llegaron del local sindical, nos recogieron a Muste y a mí --quienes, debo confesar, nos veíamos un tanto desaliñados en
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aquel momento-- y nos dieron una vuelta por sastrerías y tiendas de artículos para caballeros. Nos ataviaron con ropa nueva de pies a cabeza. Fue un detalle muy fino. Mucho tiempo después de que había gastado aquel traje, un hecho me hizo recordarlo de forma aguda. En el verano de 1936, Muste, desorientado por todas las complicaciones y dificultades, y abrumado por la sangre y la violencia en la guerra civil española y los procesos de Moscú, retornó, como saben, a su posición original como religioso y volvió a la iglesia. Vincent Dunne recibió la noticia a través de una carta particular y le pasó la información a Bill Brown. "Bill", decía, "¿Cómo la ves? Muste ha retornado a la iglesia". Bill quedó atónito. "¡Ah, caray!" dijo. Y luego, al poco rato, "Oye, Vincent, ¡deberíamos de recuperar aquel traje!" Pero debía saber que no podía contemplar esa idea. Los predicadores nunca devuelven nada. Campaña de defensa en California Nos despedimos en Minneapolis. Muste siguió hacia el Sur para cubrir otras partes del país. Yo seguí rumbo a California para concluir la gira. Esa era la época del juicio contra los miembros del Partido Comunista acusados de "sindicalismo criminal" en Sacramento. Entre los acusados estaba uno de nuestros compañeros, Norman Mini, y como se había vuelto trotskista, los estalinistas no sólo rehusaron defenderlo, sino que en su prensa lo denunciaron como "soplón" justo cuando estaba siendo procesado. Salimos en su ayuda. La Defensa Obrera No Partidista, un comité de defensa no estalinista, realizó una destacada labor en defensa del compañero Mini. Aprovechamos al máximo todos los aspectos políticos de esta situación. Mientras se desarrollaba la gira, que duró un par de meses, empezamos a escuchar los primeros murmullos de problemas provocados por los fraseólogos sectarios de Nueva York. Siempre empiezan en Nueva York. No dejaron descansar al partido, no le iban a permitir que echara a andar bien su trabajo. Hay que ver la situación. Existía una organización recién formada, que representaba la unificación de personas con experiencias y antecedentes completamente distintos. Este partido requería de un poco de tiempo para que funcionara, así como de un poco de sosiego en el trabajo común. Este era el programa más razonable y más realista para ese primer periodo. Pero jamás se puede conseguir que los sectarios sean razonables o realistas. Arremetieron contra esta organización unificada en Nueva York con un programa de "bolcheviquización". Ellos iban a agarrar a estos musteístas centristas y volverlos bolcheviques, les gustara o no. Y pronto. ¡Discusiones! A algunos de estos musteístas les metieron tremendo miedo con sus debates, tesis y aclaraciones hasta altas horas de la noche. Se la pasaban buscando "tópicos", acosando a todos los que pudieran estarse alejando del camino recto y estrecho de la doctrina. No se permitía la paz, el trabajo conjunto fraterno, la educación en un ambiente tranquilo, ni la voluntad de permitir que un partido joven se desarrollara de manera natural y orgánica. Casi desde el principio, la participación de estos sectarios fue la de desatar una lucha fraccional irresponsable. Este alboroto en Nueva York estaba preparando el terreno para un estallido en la famosa Conferencia de Trabajadores Activos, convocada por el partido para celebrarse en la ciudad de Pittsburgh en marzo de 1935. La Conferencia de Trabajadores Activos era una institución excelente que se
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había traído de las experiencias del Partido Estadounidense de los Trabajadores. La idea consiste en invitar a todos los activistas del partido de una región dada, o de todo el país, para que vayan y se reúnan en un lugar céntrico para discutir el trabajo práctico, hablar sobre sus experiencias, tener la oportunidad de conocerse, etcétera. Es una institución estupenda, como pudimos apreciar con nuestras experiencias en Chicago en 1940 y de nuevo en 1941. Funciona a la perfección cuando existe armonía en el partido y uno consigue reunirse para tratar asuntos y hacer lo que tiene que hacer. Sin embargo, cuando hay disputas serias en el partido, que sólo un congreso formal puede resolver, especialmente si hay una fracción irresponsable que anda suelta, es mejor prescindir de las Conferencias de Trabajadores Activos informales, las cuales no tienen poderes constitucionales para decidir las disputas. En tal situación, las reuniones informales sólo alimentan el fuego del fraccionalismo. De eso nos dimos cuenta en Pittsburgh. La Conferencia de Trabajadores Activos que tratamos de celebrar en Pittsburgh fue un fracaso terrible porque, al nomás empezar, los oehlerianos la usaron como caja de resonancia para su lucha fraccional contra el "oportunismo" de la dirección. Los compañeros musteístas, nuevos en la experiencia de la vida política de un partido, llegaron tras realizar labor en el terreno con la idea ingenua de que iban a escuchar sus respectivos informes sobre el trabajo de masas del partido y a discutir sobre cómo lo podrían acentuar un poco más. En cambio, desde el principio tuvieron que enfrentar una refriega fraccional sin límites. Los oehlerianos empezaron la lucha en torno a la selección del moderador, y de allí en adelante la emprendieron --con una actitud fanática, de vida o muerte, de vencer o morir-- con respecto al resto de los puntos. Era un caos fraccional como jamás yo había visto en un escenario de ese tipo. Unos 40 ó 50 ingenuos trabajadores del terreno --que tenían poca o nada de experiencia en la política o agrupaciones del partido--, que habían llegado en busca de inspiración de este nuevo partido y de cierta orientación sensata que los guiara en su trabajo práctico, se vieron sometidos a debates y argumentos y denuncias fraccionales que duraban día y noche. Imagino que mucho de ellos, asustados, se habrán dicho alarmados: "¿En qué me habré metido? Siempre oímos decir que los trotskistas eran unos fanáticos locos con las tesis y unos facciosos profesionales. Quizás esas historias tenían algo de cierto". Allí presenciaron el fraccionalismo de la peor calaña. El activista del trabajo de masas, por lo general, se inclina a tener sólo un poco de discusión, la suficiente para resolver unos cuantos detalles necesarios, y luego proceder a la acción. En Pittsburgh ellos --pero nosotros también-- querían ir al grano y entablar un intercambio de experiencias en el trabajo práctico del partido: la actividad sindical, las ligas de los desempleados, el funcionamiento de las ramas del partido, las finanzas, etcétera. A los sectarios no les interesaban esos asuntos rutinarios. Insistían en discutir Etiopía, China, "el viraje francés" y otros "asuntos de principios", los que sin duda eran muy importantes, pero que no figuraban en el orden del día de la conferencia. Oehler, Stamm y Zack eran los tres dirigentes. No sé cuantos de ustedes conocen al famoso Joseph Zack. Hacía poco se había pasado del lado nuestro procedente del estalinismo, pero sólo estaba acampando temporalmente con nosotros en ruta a otros destinos. Había sido uno de los burócratas al interior
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del partido estalinista, y había contribuido con una buena cuota a la corrupción y degeneración burocrática del partido. Entonces pasó a ser trotskista por unas semanas, a lo sumo unos meses. Apenas había tanteado nuestra organización, se viró y empezó a atacarnos desde la "izquierda". Lo toleramos por un rato, pero cuando empezó a perturbar la disciplina partidaria lo echamos. Se esfumó por completo y finalmente llegó al campo "democrático" anticomunista, como colaborador del New Leader, como saben, ese periódico socialdemócrata que editan ahí en la Calle 15, ese Asilo de Viejos Renegados, donde viven todos los lisiados y leprosos políticos. En Pittsburgh, Muste se unió a Shachtman y a Cannon para rechazar esta arremetida de los sectarios. Supo reconocer que la conducta de estos era perjudicial. Muste siempre mantuvo una actitud sumamente responsable y constructiva hacia la organización. Estaba muy satisfecho de contar con nuestra cooperación y asistencia para controlar a estos extremistas, vencerlos y frustrar sus intentos de perturbar el trabajo del partido. Y de seguro necesitaba nuestra ayuda. Muste era demasiado caballeroso para lidiar con ellos como se debía. Les hicimos retroceder un poquito en Pittsburgh, pero no resolvimos nada. Sabíamos que la lucha decisiva estaba pendiente y que tendría que resolverse teórica y políticamente. Todas nuestras esperanzas de dejar que el partido respirara con tranquilidad por un tiempo, nuestras esperanzas de mantener la armonía a fin de desarrollar el trabajo de masas del partido, las hicieron volar en pedazos esos sectarios irresponsables. Volvimos a Nueva York resueltos a arremangarnos las camisas y hacerles frente en una lucha decisiva. Menos mal para el partido que lo hicimos. El partido nos debe algo por eso: el hecho que no anduvimos jugando con ese sectarismo que se había vuelto virulento. Trazamos toda una campaña completa de operaciones ofensivas contra los oehlerianos. ¿Querían discusiones? Propusimos darles a ellos --y al partido-- un debate exhaustivo que no dejaría un solo asunto debatido sin aclarar. Nuestro objetivo era reeducar a los miembros del partido quienes se habían contagiado con la enfermedad sectaria, y si resultaba imposible reformar a los dirigentes, entonces aislarlos de manera que no pudiesen restringir los movimientos del partido o perturbar su trabajo. Las enormes esperanzas que habíamos albergado en el congreso de fusión naturalmente empezaron a palidecer un poco por el hecho que tuvimos que enfrentar todas estas dificultades. Sin embargo, uno nunca encuentra un camino recto en la política. Las personas que se desalientan con facilidad, quienes pierden el ánimo en cuanto se topan con conflictos y reveses, no deberían entrar a la política revolucionaria. Es una lucha ardua todo el tiempo, jamás hay garantías de que vaya a ser pan comido. ¿Cómo se puede esperar eso? Todo el peso de la sociedad burguesa se hace sentir sobre unos centenares o unos miles de personas. Si estas personas no están unidas en sus propios conceptos, si caen en disputas entre sí, eso también es un indicio de la tremenda presión del mundo burgués sobre la vanguardia del proletariado, y más aun sobre la vanguardia de la vanguardia. La influencia de la sociedad burguesa encuentra a veces expresión hasta en sectores del partido revolucionario de los trabajadores. He ahí la verdadera fuente de las luchas fraccionales serias. Si uno se mete en política, debe tratar de entender todas estas cosas; tratar de evaluarlas claramente desde el punto vista político y de buscarles una solución política. Eso es lo que hicimos con los oehlerianos. No nos desalentamos ni
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desanimamos. Analizamos el asunto políticamente y decidimos resolverlo políticamente. La lucha interna estaba paralizando al nuevo partido. Los factores objetivos del movimiento de masas obrero no eran lo suficientemente favorables como para ayudarnos a ahogar las actitudes fraccionales con un diluvio de nuevos miembros. El ascenso del Ala Izquierda en el Partido Socialista resultó ser mortal para nuestro desarrollo ulterior sobre una trayectoria de un movimiento netamente independiente que hiciera caso omiso del Partido Socialista. Para los trabajadores de disposición radical, el hecho en sí de que estaba surgiendo un Ala Izquierda en el Partido Socialista lo volvía más atractivo de lo que había sido en años. El Partido Socialista era una organización mucho más grande que nuestro partido. Y nosotros, pendientes de cada señal y cada síntoma, empezamos a observar que tanto trabajadores que adquirían conciencia de ideas radicales como otros trabajadores que antes habían abandonado el movimiento político y que querían reintegrarse, se unían al Partido Socialista, y no a nuestro partido. Abrigaban la idea que el Partido Socialista al final había de convertirse en un partido genuinamente revolucionario, gracias al desarrollo del Ala Izquierda. Eso truncó el reclutamiento al Partido de los Trabajadores. Eso nos sirvió de advertencia para no permitir que nos aisláramos del Ala Izquierda del Partido Socialista. Dificultades financieras En medio de todas estas dificultades y complicaciones nos acosaron dificultades de índole financiera. Uno de los principales factores en el desarrollo del Partido Estadounidense de los Trabajadores, como en la Conferencia para la Acción Obrera Progresista que lo antecedió, fueron los contactos personales y los socios de Muste, y los recursos financieros que de ahí se derivaban. Al entrar al movimiento obrero en 1917 --en la huelga de Lawrence-- Muste entró al sindicato de hilanderos y pasó a ser uno de sus dirigentes destacados. Luego fundó el Instituto Obrero de Brookwood en Katonah, Nueva York, y lo manejó por años empleando para ello grandes sumas de dinero. Cuando todavía estaba en Brookwood, fundó la Conferencia para la Acción Obrera Progresista (en 1929). Más tarde abandonó el Instituto Obrero de Brookwood y se dedicó de lleno a la política. Durante todo ese tiempo él había logrado recaudar sumas considerables de dinero de parte de diversos tipos de gente de recursos, quienes confiaban en él personalmente y querían apoyar su trabajo. A través de sus distintas actividades había logrado retener ese apoyo. Eso había sido un factor decisivo para el financiamiento de la Conferencia para la Acción Obrera Progresista y el Partido Estadounidense de los Trabajadores. Sin embargo, cuando Muste se unió a los trotskistas para formar el Partido de los Trabajadores, esos contribuyentes se empezaron a esfumar. Muchos de sus contactos, amigos y socios eran religiosos, trabajadores sociales cristianos, hacedores de buenas obras en general: gente de ese mundo de los muertos teológico de donde había venido el propio Muste. Estaban dispuestos a apoyar un sindicato, aportar dinero para los desempleados, subvencionar un instituto obrero donde los trabajadores pobres pudieran recibir una educación, ayudar a una "conferencia" para hacer algo "progresivo", sin importar lo que eso significara. Pero, ¿dar dinero --aunque sea a Muste-- para el trotskismo? No, eso era demasiado. El trotskismo era un
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asunto totalmente serio; los trotskistas toman las cosas en serio. Uno por uno, los contribuyentes más generosos de Muste --en quienes él pensaba contar para asistir en financiar las actividades ampliadas del partido unificado-- lo fueron abandonando. Habíamos comenzado con un programa muy ambicioso de actividad partidaria. El entusiasmo del congreso de unificación había resultado en contribuciones de tipos diversos y había dinero disponible con qué empezar. Mientras Muste y yo estábamos de viaje, los muchachos en Nueva York, decidieron que lo menos que podíamos hacer era tener una sede presentable. Alquilaron un local fabuloso en la esquina de la Calle 15 y la Quinta Avenida. Creo que el alquiler era de $150 ó $175 por mes. Había todo tipo de oficinas para los distintos oficiales y dignatarios. Instalaron un conmutador telefónico -no un teléfono, sino un conmutador--, con una muchacha enchufando los cables, mientras los distintos oficiales, directores y funcionarios descolgaban sus teléfonos, aunque no sé con quién hablaban. Lució bien mientras duró. Sin embargo, no fue nada más que un veranillo de San Martín, no un verano de verdad. En el verano de 1935 nos desalojaron por no pagar el alquiler. Tuvimos que arreglárnoslas como pudimos y alquilar un viejo local poco atractivo en la Calle 11. Nos deshicimos del conmutador telefónico y decidimos mantener un solo teléfono, y hasta ese lo cortaron a los pocos meses por no pagar las cuentas. Sin embargo, sobrevivimos. Hicimos todo lo posible durante ese periodo para desarrollar el trabajo de masas del partido. La Liga Nacional de Desempleados, creada por la antigua organización de Muste, tenía ramas que prosperaban en muchas partes del país, especialmente en Ohio, Pennsylvania y partes de Virginia del Oeste. A mi parecer, logramos brindarles una asistencia eficaz a los trabajadores en el terreno que habían realizado aquella magnífica labor. Logramos entrar en contacto con miles de trabajadores a través de estas organizaciones de los desempleados. Pero la experiencia posterior también nos dio una lección muy instructiva en el campo del trabajo de masas. A las organizaciones de desempleados se las puede forjar y hacer crecer rápidamente en épocas de crisis económica y es muy fácil que uno se haga ilusiones en cuanto a su estabilidad y potencial revolucionario. En el mejor de los casos son formaciones informales y fáciles de disgregar; se escapan como agua entre los dedos. En el instante que el trabajador desempleado medio consigue trabajo quiere olvidarse de la organización de desempleados. No quiere que le recuerden de la miseria de su época pasada. Además, los trabajadores que sufren del desempleo crónico frecuentemente son susceptibles a la desmoralización y la desesperación. No sé de otra tarea dentro del movimiento revolucionario más desalentadora o descorazonadora que la de intentar mantener viva una organización como esa. Es un trabajo difícil de desarrollar, mes tras mes y año tras año, con la esperanza de cristalizar algo firme y estable para el movimiento revolucionario. Una lección segura que, creo, se desprende de la experiencia de aquella época, es que los trabajadores empleados en fábricas son la verdadera base del partido revolucionario. Es ahí donde existe el poder, la vitalidad y la confianza en el futuro. Las masas desempleadas, las organizaciones de desempleados, nunca pueden llegar a sustituir una base entre los trabajadores de fábricas empleados.
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En aquel entonces había rumores de que se avecinaba una huelga en las plantas del caucho en Akron. Varios de nosotros fuimos allí con la idea de participar en ella a través de algunos contactos. Pero no sucedió nada. La huelga fue pospuesta. Menciono este incidente sólo para que sepan que siempre estábamos orientados en dirección de las actividades de masas, esforzándonos por no dejar escapar ninguna oportunidad. Huelga de Chevrolet en Toledo Ese verano estalló la huelga de los trabajadores de la Chevrolet en Toledo. Nuestros compañeros estuvieron extremadamente activos en la huelga. Muste fue allá y ejerció una influencia considerable en los dirigentes de filas de la huelga. Obtuvimos mucha publicidad a partir de su actividad, pero nada tangible en el terreno organizativo. Después de haber podido observar por un tiempo las características personales de Muste, me parece que esa era una de las debilidades de los métodos de Muste. Era un buen administrador y un buen trabajador de masas, que se ganaba la confianza de los trabajadores de forma muy rápida. Sin embargo, solía adaptarse a las masas más de lo que un auténtico dirigente político puede permitirse, con el resultado de que pocas veces pudo cristalizar un núcleo firme sobre una base programática para un funcionamiento permanente. Prácticamente en cada caso Muste realizaba un buen trabajo de masas que al final otra tendencia política, menos generosa y tolerante que Muste, aprovechaba. En este periodo de depresión y dificultades internas en el partido, Budenz empezó a mostrar las cartas. Como uno de los dirigentes del Partido Estadounidense de los Trabajadores, Budenz había pasado automáticamente al nuevo partido, pero lo hizo sin el menor entusiasmo. Se había opuesto a la fusión. Por esa época estaba enfermo y nunca participaba en el trabajo. Después de unos cuantos meses de refunfuñar, emprendió una oposición abierta por su propia cuenta. Nos acusó de no desarrollar el "enfoque norteamericano". Este había sido uno de los puntos que el Partido Estadounidense de los Trabajadores recalcaba: que deberíamos dirigirnos a los trabajadores norteamericanos en términos comprensibles, hablar su lenguaje y recalcar aquellos sucesos en la historia norteamericana que pudieran interpretarse de una manera revolucionaria, etcétera. Nosotros, los trotskistas, en nuestra lucha contra la degeneración nacionalista del estalinismo siempre habíamos hecho hincapié en el internacionalismo. Cuando empezaron a discutir con nosotros, los musteístas quedaron enormemente sorprendidos al enterarse que estábamos perfectamente dispuestos a aceptar el "enfoque norteamericano". En efecto, años atrás, en el Partido Comunista, nuestra fracción había librado una lucha sobre esa misma orientación. Exigimos que el Partido Comunista, que había sido inspirado por la revolución rusa y que nunca había apartado la mirada de Rusia, volviera la vista a casa. Dijimos que el partido se debía norteamericanizar, adaptarse en toda forma posible a la sicología, los hábitos y tradiciones de los trabajadores norteamericanos, ilustrar su propaganda, cuando fuese posible, con sucesos de la historia norteamericana. Estábamos completamente de acuerdo con eso. No sé si alguno de ustedes se percató que eso lo tratamos de aplicar un poco en el reciente juicio en Minneapolis. Durante el interrogatorio, el señor Schweinhaut intentaba hacerme que dijera qué haríamos en caso que el ejército y la marina
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se pusieran contra un gobierno de trabajadores y agricultores. Le di el ejemplo de la Guerra Civil norteamericana y lo que hizo Lincoln. Estábamos totalmente a favor de ese tipo de norteamericanización, es decir, la adaptación de nuestra técnica de propaganda al país. Eso también es buen leninismo. Sin embargo, Budenz rápidamente demostró que cuando hablaba de norteamericanización se refería más bien a una cruda versión de patriotería. Se presentó al Comité Nacional de nuestro partido con una propuesta de que todo nuestro programa debería ser una enmienda a la Constitución; de que nuestro programa revolucionario debería de reducirse a un proyecto parlamentario. Era un horrendo programa entreguista y filisteo del tipo más burdo. Budenz trató de crear problemas entre las filas, con la esperanza de aprovechar la ignorancia y los prejuicios. Allí teníamos que ser muy cuidadosos de las repercusiones, porque él había trabajado en el terreno y era conocido por los trabajadores en el terreno. Con esmero habían corrido la voz de que los trotskistas eran unos pesados con la teoría, les gustaba debatir nimiedades y no entendían nada de las realidades del movimiento de masas, y que ningún trabajador de masas podía tener nada que ver con ellos. Teníamos que tener mucho cuidado con este prejuicio que habían propagado contra nosotros. Budenz no nos importaba. Ya le teníamos la medida. Pero sí estábamos sumamente interesados en sus amigos entre los trabajadores en el terreno quienes habían venido del Partido Estadounidense de los Trabajadores. Contra Budenz procedimos con mucho cuidado. No lo expulsamos ni lo amenazamos. Simplemente empezamos una discusión muy cautelosa. Empezamos una discusión muy paciente, una discusión política, una educación política. Creo que la educación política que realizamos en torno al asunto de Budenz en ese periodo fue un modelo en nuestro movimiento. Los resultados quedaron patentes cuando posteriormente Budenz trazó las conclusiones lógicas de su programa filisteo de "norteamericanización" y se vendió a los estalinistas, quienes en esa época agitaban a dos manos la bandera de las Barras y Estrellas. Tenía la esperanza de dividir el partido y llevarse con él a todos esos valiosos y experimentados militantes en el terreno. Sin embargo, no tomó en cuenta su hueste. Menospreció lo que se había logrado en la paciente discusión y colaboración en el trabajo conjunto que habían antecedido. A la hora del duelo, Budenz se halló aislado y prácticamente se fue solo al campo de los estalinistas. Los trabajadores en el terreno se mantuvieron fieles al partido y, gradualmente, de trabajadores militantes de masas en el terreno se fueron transformando a bolcheviques genuinos. Eso requiere tiempo. Nadie nace siendo bolchevique. Se tiene que aprender. Y tampoco se puede aprender sólo de los libros. Se aprende, en el transcurso de bastante tiempo, mediante la combinación de trabajo en el terreno, lucha, sacrificios personales, pruebas, estudio y discusión. La forja de un bolchevique es un proceso muy largo. Pero la recompensa es que, cuando uno logra un bolchevique, se consigue algo valioso. Cuando se logra un número suficiente, uno puede hacer lo que se proponga, hasta una revolución. Tuvimos diversas dificultades y riñas internas, todas las cuales eran sencillamente chispas de la lucha principal en torno a la cuestión del Ala Izquierda del Partido Socialista. Ese era el foco de todo el interés. En el pleno del Comité Nacional celebrado en junio de 1935 hubo una gran contienda al respeto. Ese "pleno de junio" descolla en la historia de nuestro partido. Ya no
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era un barullo desorganizado como ocurrió en Pittsburgh en marzo. Al pleno de junio llegamos listos para la pelea. Llegamos organizados y resueltos, preparados con resoluciones, para tornar las discusiones del pleno en un trampolín para una lucha abierta en el partido, la cual aclararía el problema y educaría a los militantes. Exigimos que se hiciera más énfasis en el Partido Socialista. Ante nuestros ojos se iban acumulando pruebas de que nuestro partido no estaba atrayendo a los trabajadores radicales sin afiliación, tal como habíamos esperado. Habíamos captado algunos, pero la mayoría se afiliaba al Partido Socialista, bajo la impresión de que el futuro partido revolucionario se formaría a partir de su Ala Izquierda. A los trabajadores no les gusta unirse a un partido pequeño si pueden unirse a uno más grande. No se les puede culpar por eso; no hay virtud en la pequeñez en sí. Veíamos que el Partido Socialista estaba atrayendo a ese tipo de trabajadores y que bloqueaba la posibilidad del reclutamiento para el Partido de los Trabajadores. Si bien el Ala Izquierda del Partido Socialista no competía de manera consciente con nosotros, debido al peso de su superioridad numérica estaba atrayendo posibles miembros nuestros al Partido Socialista, alejándolos de nosotros. El Partido Socialista nos hacía estorbo. Teníamos que quitar ese obstáculo de nuestro camino. En el pleno de junio se desbarataron las viejas alineaciones. Burnham se nos unió en apoyo de la resolución de Cannon-Shachtman sobre la cuestión del Partido Socialista. Muste y Oehler se encontraron juntos al otro lado. En la Conferencia de Trabajadores Activos de marzo, Muste se había unido en un bloque con nosotros, pero ahí los asuntos políticos no se habían demarcado con claridad. Para el momento del pleno de junio, Muste sospechaba cada vez más que nosotros posiblemente podríamos tener algunas ideas respecto al Partido Socialista que violarían la integridad del Partido de los Trabajadores como organización. Se oponía rotundamente a esto y prácticamente entró, si bien de manera informal, en un virtual bloque con los oehlerianos. En parte se vio empujado hacia esa combinación poco atinada por Abern y su pequeña camarilla. No son dignos que se les denomine fracción porque carecían de principios. Estos luchadores de camarilla interna carentes de principios se volcaron a esa situación, y esa combinación --musteístas, oehlerianos y abernistas-- constituyó una mayoría en el pleno de junio. Empezamos la gran lucha contra el sectarismo como una minoría, tanto en la dirección como entre los miembros. Nuestro programa, de forma resumida, era: el más alto grado de atención al Ala Izquierda y a todos los acontecimientos en el Partido Socialista. ¿Cómo había de expresarse ese grado de atención? (1) Con numerosos artículos en nuestra prensa que analizaran los acontecimientos en el Partido Socialista, en los que nos dirigiéramos a los trabajadores del Ala Izquierda, ofreciéndoles consejos y críticas de una manera amistosa. Eso facilitaría nuestro acercamiento a ellos. (2) Instruyendo a nuestros miembros para que establecieran contactos personales entre los Socialistas de Izquierda y trataron de interesarlos en cuestiones de principios, discusiones políticas, reuniones conjuntas con nosotros, etcétera. (3) Al formar fracciones trotskistas en el Partido Socialista. Al enviar a un grupo --unos 30 ó 40 miembros-- a que se uniera al Partido Socialista y trabajara en su interior en interés de la educación bolchevique del Ala Izquierda. Estos tres puntos constituían la primera mitad de nuestro programa.
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La segunda mitad era dejar las perspectivas organizativas abiertas para el presente. Esto aparentemente nos puso en una posición más o menos defensiva. Nosotros no dijimos, "Unámonos al Partido Socialista". Por otro lado, tampoco dijimos que nunca, bajo ninguna circunstancia, nos uniríamos al PS. Dijimos: "Mantengamos la puerta abierta sobre esta cuestión. Mantengamos el Partido de los Trabajadores, tratemos de construirlo haciendo trabajo independiente. Pero establezcamos relaciones estrechas con el Ala Izquierda del PS, busquemos una fusión con ellos y esperemos a ver qué traerán los acontecimientos futuros en cuanto al aspecto organizativo de la cuestión". En realidad, no hubiéramos podido unirnos al Partido Socialista en aquel momento aun si todo el partido lo hubiese querido. El Ala Derecha, que estaba en control en Nueva York, no lo habría permitido. Pero nos dábamos cuenta que en el PS había una gran efervescencia y que las cosas podían cambiar radicalmente sin previo aviso. Queríamos estar listos para lo que fuera. Dijimos: "Puede que expulsen al Ala Izquierda del Partido Socialista y que venga a unírsenos o que se junte con nosotros en un nuevo partido. Puede ser que el Ala Derecha se separe y eso dé paso a tal situación en el Partido Socialista que tendremos que unirnos a él para evitar que los estalinistas le echen mano al movimiento. Dejemos la cuestión abierta y esperemos los acontecimientos". Para nuestros contrincantes eso no era suficiente. Los oehlerianos salieron con una propuesta absolutamente positiva y definitiva, como siempre hacen los sectarios. Dijeron: "No nos unamos al Partido Socialista, ni ahora ni nunca, como asunto de principio". ¿Por qué debíamos de hipotecar nuestro futuro en junio de 1935? ¿Por qué? "Porque el Partido Socialista está afiliado con la Segunda Internacional, la cual fracasó en 1914 y fue denunciada por Rosa Luxemburgo y por Lenin. La Internacional Comunista fue organizada a partir de la bancarrota de la Segunda Internacional. Si nos unimos al Partido Socialista --ahora o en el futuro-- estaremos respaldando a la Social Democracia y avalando de nuevo a los Scheidemann y Noske, quienes asesinaron a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo". Esa era la esencia del oehlerianismo. ¿Se les podía explicar que habían habido cambios tremendos, gente nueva, factores nuevos, alineamientos políticos nuevos? Es muy difícil explicar cualquier cosa a los sectarios. Exigían que nuestro partido repudiara en principio el "viraje francés", nombre dado a la decisión de los trotskistas franceses de unirse al Partido Socialista de Francia. Los oehlerianos rechazaron esa política para todos los países del mundo. Los combatimos en la cuestión de principios. Defendimos el "viraje francés". Dijimos que, bajo circunstancias similares, haríamos lo mismo en Estados Unidos. Nos acusaron de planear premeditadamente el unirnos al Partido Socialista, de ocultar nuestros objetivos para manipular paulatinamente a los miembros. Muchos miembros del partido se creyeron esa acusación por un tiempo, pero no tenía nada de cierto. Según entendíamos la situación en el PS, en aquel momento era imposible tomar una posición definitiva. No proponíamos unirnos al PS en ese momento, pero rehusábamos bloquear el camino a una decisión futura de ese tipo mediante una declaración de principios contra ella. Un partido no se puede manipular; se debe educar, es decir, si uno piensa forjar un partido revolucionario. Yo diría que una dirección que se preste a ese tipo de juegos no merece confianza alguna. Yo jamás me identificaría con ese tipo de política. Si uno cree en algo, entonces debe empezar a divulgarlo de inmediato a fin de que la educación llegue al exterior lo más rápido posible. Un
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partido que no actúa conscientemente, con un conocimiento pleno de lo que hace, y por qué lo está haciendo, no vale mucho. El mantenerse callado y esperar que de una u otra forma uno podrá meter un programa de contrabando, eso no es política marxista; eso es política pequeñoburguesa de la cual el moralista profesor Burnham posteriormente nos dio varios ejemplos. El único propósito de cualquier lucha fraccional, desde el punto de vista trotskista, no es simplemente tomar la ventaja y ganar a una mayoría por el momento. Esa es una concepción corrompida; pertenece a otro mundo y no al nuestro. Debate en el partido El pleno de junio se abrió de par en par a los miembros. El debate se puso tan acalorado que no pudimos mantenerlo restringido a las cuatro paredes. El interés tenía agitados a todos los militantes. En todo caso, todos ellos se hallaban a las puertas. Nos enfrascamos, debatiendo día y noche. Hay una extraña cualidad física de los trotskistas, no sé qué es. Normalmente no tienen más resistencia física que otros, a veces hasta tienen menos. Sin embargo, he notado más de una vez que en las luchas políticas, cuando se trata de pelear por una idea política, los trotskistas se pueden mantener despiertos durante más tiempo y hablar más y con más frecuencia que gente de otra tendencia política. Una parte de nuestra ventaja en el pleno fue el aspecto físico. Sencillamente los agotamos. Finalmente, a eso de las cuatro de la madrugada de la tercera mañana, la mayoría, exhausta, suspendió el debate. Presentaron una moción para terminar la discusión a las tres de la madrugada. Luego hablamos por espacio de una hora más sobre el hecho de que esto era una violación de la democracia. Para entonces estaban tan cansados que no les importaba si eso era democrático o no, mientras que nosotros seguíamos frescos como una lechuga. Clausuraron el pleno con nosotros en la minoría, pero a la ofensiva hasta el último momento. Del pleno, el debate se llevó a las filas. Estábamos resueltos a derrotar la política sectaria y aislar a la fracción sectaria. Después de cuatro meses de discusión interna era evidente que habíamos triunfado. El bloque entre Muste y Oehler se había resquebrajado ante los martillazos de la discusión, y los oehlerianos quedaron aislados. En el transcurso de otros acontecimientos, quedó manifiesta la falta de lealtad de los sectarios de izquierda. Empezaron a violar la disciplina del partido, a distribuir sus propias publicaciones en reuniones públicas a pesar de que era algo prohibido por el partido. Vinieron tesis en mano a exigir el derecho a establecer su propia prensa como fracción independiente. En el pleno de octubre aprobamos una resolución que explicaba que su demanda, desde un punto de vista práctico, era imposible acceder y que en cuanto a principios, desde el punto de vista del bolchevismo, era falsa. Shachtman redactó esa resolución que explicaba por qué la demanda de ellos estaba errada y por qué no podíamos acceder. Después, en la lucha contra la oposición pequeñoburguesa, Shachtman redactó otra resolución indicando por qué era correcto en principio, a la vez que necesario, que su fracción tuviera un órgano de prensa dual e independiente. Esa contradicción no era nada extraño ni nuevo para nosotros. Shachtman siempre se distinguió no sólo por tener una extraordinaria facilidad literaria, sino también por una versatilidad literaria no menos extraordinaria que le permitía escribir igualmente bien sobre dos
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aspectos opuestos de una misma cuestión. Yo creo en reconocer a cada quien sus méritos, y Shachtman merece ese halago. El pleno de octubre rechazó las demandas de los oehlerianos y respecto a la moción de Muste, les dio una advertencia severa de que cesaran y desistieran de más violaciones de la disciplina partidaria. Ellos hicieron caso omiso de la advertencia y siguieron violando sistemáticamente la disciplina partidaria. Sobre esa base se les expulsó del partido poco después del pleno de octubre. Entretanto, mientras en nuestras filas sucedía todo esto, las cosas rápidamente estaban llegando a un punto crítico en el Partido Socialista. El Ala Derecha --que estaba concentrada en Nueva York alrededor de la Escuela Rand, el periódico Daily Forward y la burocracia sindical--, se tornó cada vez más agresiva en la lucha y al verse en una minoría, se escindió a iniciativa propia en diciembre de 1935. Eso creo una situación completamente nueva en el Partido Socialista. La escisión del Ala Derecha nos dio la oportunidad que necesitábamos para establecer el contacto directo con esta Ala Izquierda en ciernes. Gracias al ajuste de cuentas definitivo con los sectarios, teníamos para entonces las manos y estábamos listos para aprovechar la oportunidad.
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Cap. 11.- El 'viraje francés' en Estados Unidos La última conferencia nos llevó hasta la conclusión de la lucha interna con los sectarios oehlerianos en el pleno de octubre de 1935. Tras cuatro meses de discusiones y lucha fraccional la correlación de fuerzas del pleno de junio había cambiado de manera radical. En el pleno de junio la minoría había captado a la mayoría en las filas del partido. Además, el bloque tácito de los ultraizquierdistas oehlerianos con las fuerzas de Muste, el cual nos había hecho frente en el pleno de junio, se había disuelto para el pleno de octubre. Allí el propio Muste creyó necesario presentar la resolución --que había sido redactada de manera conjunta por la fracción de Muste y la fracción de Cannon-Shachtman--, que sentaba las condiciones bajo las que los oehlerianos podían permanecer en el partido. A la luz de la actitud desleal que habían adoptado los oehlerianos, se discernía que eso señalaría su retiro del partido. Así fue. El no cumplir las regulaciones disciplinarias del pleno de octubre resultó en su expulsión. De la experiencia de Muste en su bloque infausto con Oehler se podría sacar cierta lección política. Para un grupo político, las combinaciones que pasan por alto los principios terminan inevitablemente en desastre. Tales bloques no se pueden mantener. El error de Muste al jugar con los oehlerianos en el pleno de junio y después de él, había minado enormemente su posición dentro del partido ante aquellos que tomaban los programas políticos con seriedad. Sin embargo, se debe admitir que logró salir de su insostenible situación de una forma mucho más creíble de lo que luego haría Shachtman en su bloque sin principios con Burnham. Muste, tan pronto se percató que la fracción de Oehler era desleal al partido y que se iba a escindir de nosotros, no se anduvo con ceremonias y rompió relaciones con ellos. Luego se nos unió para hacerlos a un lado y, al final, para expulsarlos del partido. Shachtman siguió prendido del faldón de Burnham hasta el final, hasta que Burnham se lo sacudió. Después de la salida de los sectarios, prevaleció en el partido una tregua incómoda entre las dos fracciones: la fracción de Muste, que contaba con el apoyo de los abernistas y la fracción de Cannon-Shachtman, que para ese entonces se había convertido en la mayoría tanto en el Comité Nacional como entre la militancia. Era una tregua incómoda que se basaba en una suerte de seudoacuerdo sobre cuáles debían ser las tareas prácticas del partido. El fantasma del Ala Izquierda del Partido Socialista aún se cernía sobre el Partido de los Trabajadores. Si bien persistía el problema, los medios para resolverlo aún no habían madurado. Incluso después del pleno de octubre de 1935 no hicimos una propuesta para entrar al PS. Esto no se debió --como se nos acusó con frecuencia y como tal vez algunos camaradas se inclinan a creer-- a que estábamos disimulando y tratando de maniobrar para que el partido entrara al PS sin el conocimiento y el consentimiento de la militancia. Se debió a que la situación en el Partido Socialista, por aquel entonces, no le permitía a nuestro grupo la posibilidad de unírsele. En tanto "la vieja guardia" del Ala Derecha controlara la organización en Nueva York, el ingreso de los trotskistas estaba mecánicamente excluido. La "vieja guardia" no lo permitiría jamás. En consecuencia, no hicimos tal propuesta. Actitud hacia el PS
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Por aquella época, en efecto, había habido una reunión del Comité Nacional del Partido Socialista, en la cual los raquíticos "militantes" capitularon vergonzosamente ante el Ala Derecha. Las filas del grupo de los "militantes" se alzaron contra dicha acción, y con su presión empujaron a la dirección de nuevo hacia la izquierda. Aún era imposible decir con certeza cuál sería el desenlace de la lucha en el Partido Socialista. Sólo podíamos esperar y ver. Todavía no podíamos resolver el problema fundamental del Partido Socialista ya que la situación del mismo aún no había cuajado. Durante todo este tiempo, los trabajadores avanzados, los no afiliados pero más o menos radicales y con conciencia de clase, concentraban su atención en el Partido Socialista porque era un partido más grande. Decían: "Esperemos a ver quién va a ser el verdadero heredero del movimiento radical de Estados Unidos, si el Partido Socialista o el Partido de los Trabajadores. Veamos si el Partido Socialista de verdad vira hacia la izquierda. En ese caso podemos afiliarnos a un partido revolucionario que es más grande que el Partido de los Trabajadores". Bajo tales condiciones era extremadamente difícil reclutar al Partido de los Trabajadores. A pesar de que en ese entonces no había propuestas de ninguna de las fracciones respecto de la otra sobre la cuestión del Partido Socialista, había una fricción constante dentro del Partido de los Trabajadores. Supuestamente todos estábamos de acuerdo en construir el PT, en conducir nuestra agitación independiente, etcétera. Dijimos que no teníamos una propuesta para entrar al Partido Socialista. Y ellos no habrían podido oponerse a tal propuesta sobre la base de principios puesto que ya habían respaldado el "viraje francés". Sin embargo, había una diferencia en la forma en que las fracciones percibían el problema. Ellos veían la efervescencia en el Partido Socialista como algo fastidioso, algo que se debía evitar. Cada vez que algo interesante hacía despertar una nueva atención en la lucha fraccional dentro del PS, se resentían porque eso le restaba atención a nuestra propia organización. Consideraban al Partido Socialista tan sólo como una organización rival y no percibían las corrientes ni las tendencias en conflicto, algunas de las cuales estaban destinadas a marchar junto a nosotros. Era un enfoque organizativo. Creo que esa es la forma adecuada de caracterizar la actitud de Muste en aquel momento. "No hay que prestarle atención al PS; es una organización rival". A un nivel formal era así. Sin embargo, el Partido Socialista no era un cuerpo homogéneo. Algunos de sus elementos eran enemigos irreconciliables de la revolución socialista; otros tenían la capacidad de llegar a ser bolcheviques. La lealtad y el orgullo con la organización son cualidades absolutamente indispensables de un movimiento revolucionario. Sin embargo, el fetichismo organizativo --en especial por parte de una organización pequeña que aún no ha hecho valer su derecho al liderazgo--, se puede llegar a convertir en una tendencia desorientadora. Y así fue. Nosotros enfocábamos el problema desde una óptica distinta, desde el ángulo no tanto organizativo como político. No veíamos la efervescencia del Partido Socialista como una distracción molesta que nos iba a alejar de la labor de forjar nuestro propio partido. Veíamos en ella una oportunidad que no se debía dejar escapar a fin de lograr el avance de nuestro movimiento sin importar la forma organizativa que al final pudiera asumir. Nos inclinábamos a orientarnos hacia ella, para tratar de influenciarla de alguna forma. Como decía,
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las propuestas prácticas que planteaban las dos fracciones en aquel momento no eran tan distintas. Sin embargo, la diferencia de actitud sobre el problema del Partido Socialista era fundamental y de seguro algo que tarde o temprano nos haría entrar en conflicto. La cuestión organizativa es importante, pero lo decisivo es la línea política. Nadie que no entienda que la cuestión política está por encima de la organizativa logrará crear una organización revolucionaria. Las cuestiones organizativas son importantes sólo en tanto sirven a la línea política, a un fin político; por sí solas no tienen mérito alguno. Durante este periodo particular, mientras el asunto del Partido Socialista seguía sin resolverse, la posición de Muste parecía ser más positiva y mejor definida que la nuestra. La receta sencilla de Muste les resultaba atractiva a algunos camaradas. "Guardemos distancia del Partido Socialista y forjemos nuestro propio partido": bien definida y positiva. Sin embargo, la superioridad de la fórmula de Muste era sólo la apariencia exterior. En el instante que sucedía algo nuevo en el PS --y era este el fastidio eterno de los musteístas, siempre estaba ocurriendo algo en aquel caldero hirviente-- teníamos que prestarle atención y escribir al respecto en nuestra prensa. Y esta vez sí ocurrió algo. Los sucesos dieron un nuevo viraje que resolvió todas las dudas que teníamos al respecto y planteó de la forma más directa la cuestión de la entrada o no entrada al PS. Agobiado por las fracciones, en diciembre de 1935 el Partido Socialista se comenzó a dividir abiertamente. El Ala Derecha, que controlaba el aparato en Nueva York, se vio enfrentada en el Comité Central de la Ciudad --un cuerpo de delegados de las ramas-- con la fuerza creciente del Ala Izquierda y la mayoría que ésta tenía allí. En vez de reconocer a esta mayoría y dejar que operara el proceso democrático, el Ala Derecha mostró los dientes, como hacen siempre en estas situaciones los "demócratas" socialistas profesionales. Naturalmente, dieron media vuelta, expulsaron a un número de ramas de "militantes" y las reorganizaron, precipitándose así la escisión. En este caso, como en ejemplos pasados, se nos reveló la verdadera esencia de la llamada democracia del Partido Socialista y de todos los grupos pequeñoburgueses que ponen el grito en el cielo ante los métodos dictatoriales y la aspereza del bolchevismo. En el instante en que se la pone a prueba, todo lo que dicen de democracia resulta ser presunción y fraude. Hablan contra el bolchevismo en nombre de la democracia; pero si están en juego sus intereses y su control, no ceden jamás ante la mayoría democrática de las filas. Estas organizaciones tienen una seudodemocracia que permite hablar y criticar mucho, siempre y cuando esas frases y esas críticas no atenten contra el control de la organización. Sin embargo, en el momento en que se desafía su mandato, recurren a las represiones burocráticas más brutales contra la mayoría. Esto es cierto de todos ellos, toda suerte de opositores del bolchevismo en el terreno organizativo. Incluso el santificado Norman Thomas no fue una excepción, como lo voy a demostrar más adelante. A propósito, eso también es cierto de todos los grupos sectarios, sin excepción, que se escindieron de la Cuarta Internacional, los cuales armaron un gran escándalo por la falta de democracia dentro del movimiento trotskista. En el momento en que montaron sus propias organizaciones, establecieron verdaderos despotismos. Por ejemplo, tan pronto se constituyó el grupo de Oehler como organización independiente y la gente que se había dejado seducir por sus
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llamados contra el terrible burocratismo de la organización trotskista recibió una sacudida áspera. Se hallaron frente a la caricatura más rígida y despótica del burocratismo. Para nosotros estaba claro que la escisión en Nueva York del Ala Derecha del Partido Socialista anunciaba la escisión a nivel nacional. El Ala Derecha del Partido Socialista estaba determinada, por motivos propios, a desvincularse de las bases militantes y de los elementos jóvenes del PS que hablaban de revolución. Era algo que consideraban cosa del pasado. Tenían la vista puesta en las elecciones nacionales de 1936 y ya en sus propias mentes sin duda alguna habían arribado a la posición de apoyar a Roosevelt. Sólo andaban buscando un buen pretexto para romper relaciones con los militantes de filas y con los jóvenes que aún tomaban el socialismo en serio. Había llegado la hora La escisión de Nueva York nos demostró que había llegado la hora de actuar sin demora. Sucede que yo estaba en Minneapolis cuando ocurrió la explosión en la organización del PS en Nueva York. Aquí se repetía de manera impactante el proceso de 1934. El impulso de acelerar la fusión con el Partido Estadounidense de los Trabajadores surgió de un intercambio sostenido allá durante la huelga. Y ahora, por segunda vez, la iniciativa de efectuar un viraje político agudo vino de una conferencia informal que tuve con camaradas dirigentes en Minneapolis. Llegamos a la conclusión de que debíamos proceder --sin dejar que ocurriera un atraso innecesario de ni siquiera un día--, a entrar al Partido Socialista mientras éste permanecía en un estado de fluidez, antes de que tuviera tiempo de cristalizarse una nueva burocracia y antes de que se pudiera consolidar la influencia de los estalinistas. Todo el liderazgo de nuestra fracción, la fracción de Cannon-Shachtman, estaba de acuerdo con esta línea. Las bases de la fracción se habían preparado y educado bien en la prolongada lucha interna y habían asimilado de lleno la línea política de la dirección. Apoyaban este plan de forma unánime. Habían superado todos los prejuicios respecto al "viraje francés", al principio de "independencia" y al resto de letanías de los fraseólogos sectarios. Cuando surgió la oportunidad de realizar un viraje que ofrecía la posibilidad de una ventaja política, estaban listos para proceder. Había llegado la hora de actuar. Todo dependía entonces de la cuestión de actuar sin demorar demasiado, sin juguetear, sin indecisión o vacilaciones. La propaganda cotidiana, que se realiza constantemente, de ninguna manera es suficiente por sí sola para construir un partido ni para permitirle que crezca con rapidez. La exposición cotidiana de los principios tampoco es suficiente. Un partido político debe saber qué hacer a continuación, y hacerlo antes de que sea demasiado tarde. En este caso particular, lo que teníamos que hacer a continuación, si queríamos aprovechar una gran situación de fluidez en la vanguardia del movimiento de trabajadores, era avanzar hacia el PS, echar mano de la oportunidad antes que se nos escapara, y dar un paso al frente efectuando una fusión de los trabajadores trotskistas con los militantes de base y los jóvenes del Partido Socialista, quienes tenían al menos el deseo subjetivo de ser revolucionarios y marchaban en nuestra dirección.
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'Martillar cuando el hierro está caliente' Hay una expresión, un buen lema norteamericano que dice que hay que martillar mientras el hierro está caliente. No sé cuántos de ustedes se den cuenta de lo vívida que puede parecerle esta expresión a alguien que la entiende desde un punto de vista mecánico. En la política ese ha sido siempre mi lema favorito y siempre evoca la visión de una herrería allá en mi pueblo, donde de muchachos solíamos pasárnosla fascinados por el herrero, quien ante nuestros ojos era una figura heroica. El se tomaba su tiempo, fumaba su pipa de forma muy relajada y hablaba con la gente del clima y de la política local. Cuando llevaban un caballo para herrarlo, el herrero bombeaba lentamente el fuelle bajo la fragua, todavía de forma relajada, hasta que el fuego alcanzaba un rojo blanco y la herradura se ponía al rojo candente. Luego, en el momento preciso, el herrero se transformaba. Se deshacía de su letargo, agarraba la herradura con sus tenazas, la ponía sobre el yunque y comenzaba a martillarla mientras estaba al rojo candente. De lo contrario, la herradura perdía su maleabilidad y él no podía darle la forma apropiada. Si hubiésemos dejado enfriar la oportunidad en el PS, se nos habría escapado. Debíamos martillar mientras el hierro estaba candente. Existía el peligro de que los estalinistas --quienes estaban poniendo una enorme presión sobre el PS-se nos adelantaran y repitieran su proeza de España. Existía el peligro de que los lovestonistas --quienes en cuanto a afinidad política estaban desde luego más cerca de los socialistas norteamericanos que nosotros, ya que ellos no eran nada más que unos centristas--, entendieran cuál era su próxima seña y se nos adelantaran a entrar al Partido Socialista. Teníamos que librar dos pequeños obstáculos antes de que pudiésemos efectuar nuestra entrada. Primero, teníamos que organizar un congreso del partido para sancionar dicha acción. Segundo, teníamos que obtener permiso de los dirigentes del Partido Socialista antes de que pudiéramos unirnos a él. Antes de nuestro congreso tuvimos que pasar por una lucha fraccional feroz más con los musteístas, quienes llamaron a su cohorte para que librara un último esfuerzo para salvar la "independencia" y la "integridad" del Partido de los Trabajadores. Combatieron con un celo santo nuestra propuesta de disolver la iglesia del Señor e ir a unirnos a los heréticos socialistas. Defendían la "independencia" del Partido de los Trabajadores como si se tratara del Arca de la Alianza y nosotros estuviésemos poniéndole nuestras manos profanas encima. Sin duda se trataba de una lucha feroz que tenía elementos de fanatismo semi religioso. Pero de nada les sirvió. La gran mayoría de los miembros del partido desde un comienzo estuvo claramente a nuestro favor. Comenzamos negociaciones con los dirigentes de los "militantes" sobre los términos y condiciones de nuestra entrada al Partido Socialista. Las negociaciones con estos héroes de cartón piedra fueron un espectáculo digno de dioses y de hombres. Jamás las he de olvidar. Creo que durante toda mi larga y diversa experiencia --que ha ido desde lo sublime hasta lo ridículo y viceversa--, nunca me topé con nada tan fabuloso y fantástico como las negociaciones con los jefes del grupo de los "militantes" del Partido Socialista. Todos ellos eran figuras pasajeras, importantes por un día. Sin embargo, no lo sabían. Se veían en un espejo que los distorsionaba y por un periodo breve imaginaron que eran dirigentes revolucionarios. Más allá de su imaginación, no había base alguna para que presumieran que estaban calificados para dirigir
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nada o a nadie, mucho menos a un partido revolucionario que requiere de cualidades y rasgos de carácter un tanto diferentes de los de la dirección de otros movimientos. Carecían de experiencia y no se les había puesto a prueba. Eran ignorantes, faltos de talento, pobres de mente, débiles, cobardes, traicioneros y vanidosos. Y tenían además otras faltas. Nuestra solicitud de entrada a su partido los puso en un dilema. La mayoría de ellos nos quería dentro del partido como contrapeso del Ala Derecha y para protegerse de los estalinistas, a quienes por un lado les tenían un miedo mortal y, por el otro, tendían a acercárseles. Nos querían dentro del partido y tenían miedo de lo que íbamos a hacer una vez adentro. No supieron con seguridad, desde un principio hasta el fin, lo que en realidad querían. Por encima de todo, también nos tocaba ayudarles a que decidieran. Estaba Zam, ex-lovestonista y renegado comunista quien iba de regreso a la socialdemocracia. Cuando iba rumbo a la derecha se topó con algunos jóvenes socialistas que viajaban hacia la izquierda y por un momento pareció que estaban de acuerdo. Sin embargo, en realidad no era así; apenas se habían encontrado en la encrucijada. Estaba Gus Tyler, un muchacho muy listo, cuyo único defecto era su falta de carácter. El se podía parar y debatir el problema de la guerra desde la perspectiva de Lenin con cualquiera de los dirigentes estalinistas --y plantear correctamente la posición leninista-- y luego se iba a trabajar para los farsantes del sindicato de la aguja, para hacer "trabajo educativo" para el programa de estos, incluido su programa sobre la guerra, para después preguntarse por qué la gente se sorprendía o se indignaba por ello. La gente sin carácter es como la gente que carece de inteligencia. No entienden por qué a los demás eso les parece extraño. Estaba Murry Baron, un brillante joven universitario que también se consiguió un trabajo como dirigente sindical a regañadientes de Dubinsky. Vivía bien y le parecía importante no dejar de hacerlo. Al mismo tiempo, se aficionaba a la tarea de dirigir un movimiento revolucionario, como alguien que adquiere un pasatiempo. Estaban Biemiller y Porter de Wisconsin, compañeros que para la edad de 30 años ya habían adquirido todas las cualidades seniles de los socialdemócratas europeos. Al apagárseles la llama del idealismo, si es que alguna vez la tuvieron, se acomodaban para dedicarse a fingir trabajo sindical durante la semana y dárselas de radicales los domingos. Casi todos ellos eran del mismo tipo, y era un tipo muy pobre. Eran ellos, no obstante, los dirigentes del Ala Izquierda del Partido Socialista, y con todos ellos teníamos que negociar, entre ellos Norman Thomas, quien nominalmente encabezaba el partido y quien, como Trotsky explicó tan bien, se reclamaba socialista debido a un mal entendido. Nuestro problema consistía en llegar a un acuerdo con esa chusma para que nos admitieran en el Partido Socialista. Para conseguirlo teníamos que negociar. Fue una labor difícil e incómoda, muy desagradable. Pero eso no nos disuadió. Un trotskista hará por el partido lo que sea, hasta arrastrarse en el fango. Conseguimos que negociaran y al final logramos ser admitidos valiéndonos de todo tipo de recursos y pagando un precio muy alto. No consistió sencillamente en llamarlos por teléfono y decirles: "Reunámonos el martes a las dos y discutamos el asunto". Fue un proceso largo, intrincado y tormentoso. Mientras negociábamos de manera formal y colectiva, también
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trabajábamos diversos ángulos a nivel individual. Uno de ellos era Zam, el comunista renegado que parecía pensar que como queríamos unirnos al Partido Socialista, también nosotros íbamos a renegar nuestro poquito. El tenía razones personales para querer que entráramos al PS y facilitó nuestra admisión. Tenía un miedo mortal de los estalinistas y creía que nosotros seríamos un contrapeso y un antídoto contra ellos. Las discusiones privadas con él siempre precedían a las discusiónes formales con los dirigentes. Siempre sabíamos de antemano lo que estaban planeando. Aparte de todas esas otras cosas, no tenían una solidaridad interna ni se respetaban entre sí y, como es natural, sacamos ventaja de eso. Otra de las operaciones laterales independientes que precedió a nuestra entrada se dio con el propio Thomas. El último acto progresista en la vida y en la carrera de Sidney Hook fue el organizar el encuentro de Thomas con los trotskistas. Quizás creía que todavía nos debía algún favor. Posiblemente se sintió conmovido por los recuerdos sentimentales de su juventud cuando había creído que la revolución era algo buenísimo. Como sea, organizó una reunión con Thomas, con lo que se aumentó la presión sobre el grupo de los "militantes". Finalmente aceptaron dejarnos entrar, pero nos hicieron pagar. Condiciones severas de ingreso Nos impusieron condiciones muy severas. Tuvimos que renunciar a nuestra prensa, a pesar del hecho que la tradición del Partido Socialista había consistido en permitir que cualquier fracción mantuviera su propia prensa y a pesar del hecho que Call [Llamada] de los socialistas había comenzado como el órgano de la fracción de los "militantes". Cualquier sección u organización estatal o local que deseara tener su propia prensa había sido libre de hacerlo. A nosotros nos impusieron condiciones especiales, que no íbamos a tener prensa. Nos hicieron que renunciáramos al Militant y a nuestra revista New International [Nueva Internacional]. Tampoco nos permitieron el honor y la dignidad de unirnos como un cuerpo y de ser acogidos como un cuerpo. No, teníamos que afiliarnos como individuos, contando cada una de las ramas locales del Partido Socialista con la opción de rehusar admitirnos si así lo deseaban. Teníamos que afiliarnos de forma individual porque querían humillarnos, para que pareciera que sencillamente estábamos disolviendo nuestro partido, rompiendo de forma humilde con nuestro pasado y comenzando de nuevo como discípulos del grupo de los "militantes" del PS. Fue algo bastante irritante, pero no nos apartamos de nuestra trayectoria sólo por sentimientos personales. Habíamos pasado demasiado tiempo en la escuela leninista para eso. Teníamos objetivos políticos que cumplir. Por eso, a pesar de condiciones harto onerosas, jamás rompimos las negociaciones y nunca les dimos excusa alguna para que las suspendieran de su parte. Cada vez que daban señales de indiferencia o de una actitud evasiva, no les dábamos cuartel y manteníamos vivas las negociaciones. Mientras tanto nuestro propio partido iba rumbo a su congreso. Pronto se revelaría que una mayoría decisiva del partido apoyaba las propuestas del grupo de Cannon-Shachtman para entrar al Partido Socialista. Nuestra propuesta también contaba con el apoyo de Trotsky. Esto fue un factor considerable al asegurarle a las filas del partido que era una buena medida táctica, que no se debía entender como una renuncia de los principios, como la
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habían presentado los oehlerianos. El congreso de marzo de 1936, que debía poner el sello sobre la decisión, fue una formalidad. Era abrumadora la mayoría que estaba a favor de la propuesta para entrar al Partido Socialista. La oposición quedó reducida a un grupo tan pequeño que prácticamente no tuvo más alternativa que aceptar la decisión, someterse a la disciplina y aceptar ir junto a nosotros al Partido Socialista. Estalinistas en Allentown En este congreso sentimos cierto culatazo a partir de algunas de las políticas sin principios que se habían llevado a cabo en el verano. Era un castigo cruel por realizar combinaciones carentes de principios. En ese caso, era resultado del incidente ocurrido en Allentown, el cual ha cobrado mucha fama en la historia de nuestro partido y que sigue vivo en la memoria de quienes pasaron por las luchas de aquellos días. Allentown había sido uno de los principales centros del Partido Estadounidense de los Trabajadores. En su totalidad la organización --que era bastante grande y que componía la dirección de un movimiento substancial de trabajadores desempleados organizados en las Ligas Nacionales de Desempleados-- la conformaban allí ex-musteístas. La mayor parte de los miembros de Allentown había estado en el movimiento poco tiempo. Habían llegado al Partido Estadounidense de los Trabajadores por medio de actividades de los desempleados y necesitaban una educación política marxista para que el fruto de su trabajo de masas pudiera al final transformarse en logros políticos y que se estableciera allí un firme núcleo político del partido. Enviamos algunos camaradas para que les ayudaran en ese aspecto. Para la juventud se envió a un joven camarada llamado Stiler. Para el movimiento adulto se envió a Sam Gordon. Su función, a la vez de participar en las acciones de masas, consistía en ayudar en la educación marxista de estos camaradas de Allentown, quienes demostraban una firme voluntad de fundirse con nosotros tanto ideológica como organizativamente. La lucha fraccional puso freno a esos planes y Allentown se convirtió en un centro de infección durante todo ese periodo. La traición de Stiler resultó en una de las peores complicaciones. Se le envió allá con la confianza del partido, pero sucumbió ante aquel entorno retrógrado. Stiler se convirtió en instrumento y defensor de los peores elementos del Partido Estadounidense de los Trabajadores que tenían su centro en Allentown. Un hombre llamado Reich y otro llamado Hallett tenían estrechos contactos con uno de los dirigentes nacionales de los musteístas, Arnold Johnson. Ellos utilizaron a Allentown como base de oposición contra cualquier tendencia progresiva del partido. Una y otra vez la organización de Allentown se desviaba de la línea del partido en el trabajo de masas en dirección del estalinismo. Sam Gordon intervenía y se desataba una gran pelea a nivel local. Entonces, o iban representantes del Comité Nacional a Allentown, o venía una delegación a Nueva York a discutir el asunto. Hablábamos y discutíamos horas enteras en un esfuerzo de aclarar el asunto y educar a los camaradas de Allentown. Al principio no sospechábamos nada, pero conforme los incidentes iban pasando, nos fuimos dando cuenta que cada vez que había un estallido, presentaba siempre una misma característica inconfundible. No importaba cómo comenzaba la riña o de qué se podría tratar la siguiente disputa, siempre se notaba una mancha de la ideología estalinista en
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la posición de los camaradas de Allentown. Al principio creíamos en la probabilidad de que estas desviaciones eran tan sólo tendencias, la expresión del peso de las presiones del movimiento estalinista sobre ellos y no la labor deliberada de verdaderos agentes estalinistas en nuestras filas. Seguimos brindándoles el beneficio de la duda, aun cuando comenzaron a manifestar deslealtad a nivel organizativo, a romper la disciplina y la unidad de acción con el Partido de los Trabajadores y a trabajar al unísono con el grupo de los estalinistas hasta contra sus propios camaradas en la Liga de los Desempleados. Seguimos peleando con ellos, pero nuestro objetivo era de carácter puramente educativo. Nuestro movimiento siempre ha tenido la política de usar incidentes como este, errores y desviaciones de los principios del partido, no a fin de montar cacerías humanas, sino como una ocasión para explicar concretamente y en detalle las doctrinas del marxismo y de esa manera ayudar a la educación de los camaradas. Muchos camaradas del partido han recibido su verdadera educación sobre el significado del bolchevismo a partir de estas discusiones educativas conducidas en base a algún incidente concreto u otro. En este caso buscamos emplear ese método. Tratamos de educar no sólo a los camaradas envueltos en Allentown, sino a todo el partido sobre lo que, en el sentido revolucionario, significa la conciliación con el estalinismo. Sin embargo, esta labor se vio obstaculizada por el hecho de que ellos eran amigos personales de Muste y él los protegía. Por razones fraccionales él protegía a sus amigos contra aquello, de quienes él admitía, defendían una línea política correcta. En vez de tomar una posición clara con nosotros, y unírsenos para ejercer presión sobre la gente de Allentown, se plantaba entre ellos y nosotros, ofuscaba el asunto e impedía que se tomara cualquier medida disciplinaria inclusive en las más flagrantes violaciones. Cegado por la intensidad de la lucha fraccional, Muste planteaba la cuestión sobre una base fraccional, protegiendo a sus amigos. Esa es una de las ofensas más graves contra el partido revolucionario. Lo que se debe proteger en el partido, ante todo, son los principios del bolchevismo. Si uno tiene amigos, lo mejor que puede hacer por ellos es enseñarles los principios del bolchevismo y no protegerlos en su error. Si uno hace eso, sucede que no sólo sus amigos se van al demonio, sino que uno se va con ellos. Las amistades están bien en el Tammany Hall, que se basa en el intercambio de favores personales. Pero la amistad, que es algo muy bueno en la vida personal, se debe subordinar siempre a los principios y a los intereses del movimiento. En una ocasión le dije a Muste: "Un día de estos te vas a horrorizar cuando despiertes y descubras a un núcleo estalinista en Allentown que esté intentando traicionar al partido". No escuchaba, sino que persistía en su curso fatal. Y fueron cómplices de este crimen gente que sabía que no debían hacerlo. Muste no era alguien con mucha experiencia con la tradición y las doctrinas del bolchevismo. Eso se puede decir de él como atenuante. Sin embargo, por razones fraccionales Muste fue apoyado e incitado en esta defensa de las tendencias y elementos estalinistas por Abern y su pequeña camarilla. Y no voy a decir nada más de esta gente aquí, por que ya he dicho todo lo que necesitaba decir de ellos en mi libro: The Struggle for a Proletarian Party [La lucha por un partido proletario]. Esta aventura de Muste y Abern provocó un fuerte culatazo en el congreso de marzo de 1936. Entonces, como pago por haber mimado,
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encubierto y protegido a las tendencias estalinistas de Allentown, a Muste lo premiaron con el anuncio en el Daily Worker [Obrero diario], el día que se inauguró nuestro congreso, de que Reich, Hallett y Johnson ¡se habían afiliado al Partido Comunista! Los "amigos" de Muste emitieron una declaración en la que denunciaron a los "contrarrevolucionarios trotskistas", la misma mañana en que se inauguraba nuestro congreso. Este fue el último golpe devastador contra la fracción de Muste-Abern, la cual estaba ya bastante desacreditada. Tuvieron que sufrir la última vergüenza de ver cómo un grupo de gente --a quienes ellos habían protegido por razones fraccionales--, resultaron ser agentes estalinistas que trataban de desmoralizar y dividir nuestro congreso el día de su inauguración. Por fortuna, los traidores estaban completamente aislados; sus acciones fueron sólo un episodio personal y no crearon el menor disturbio en el congreso ni en el partido. Sólo sirvió para desacreditar a la fracción que los había encubierto tan ciegamente en los meses previos. Por la misma razón, este desenlace reforzó la autoridad de la fracción mayoritaria, la cual había seguido una clara línea de principios y que para nada se había involucrado en el escándalo. Ingreso al PS Contábamos con la abrumadora mayoría en el congreso. La minoría, que para entonces era una minoría ínfima, aceptó la decisión. No les quedaba otra. En el congreso del Partido Socialista celebrado en Cleveland unas semanas más tarde, se completó la escisión a nivel nacional con el Ala Derecha, y nuestros miembros en todo el país comenzaron a afiliarse al Partido Socialista como individuos guiados por la dirección nacional. Incluso en tal fecha sospechábamos una posible traición. Nuestro consejo a todos los camaradas era: "De prisa, no se demoren. No regateen condiciones, sino que ingresen al Partido Socialista mientras haya tiempo. No aguarden por concesiones formales que les den a ellos pretextos para reconsiderar la cuestión y cambien de parecer". No nos dieron la bienvenida, ni un saludo amistoso o un anuncio en la prensa del Partido Socialista. No nos ofrecieron nada. Esos tacaños no le ofrecieron a ninguno de los dirigentes de nuestro partido nada más allá de un puesto como organizador de la rama, a ninguno. Los estalinistas gritaban a todo pulmón: "Jamás van a lograr digerir a esos trotskistas". Les advertían de lo que iba a pasar una vez que los trotskistas entraran. Y eso estaba matando de miedo a los "militantes". Fue una mezquindad la forma en que nos recibieron. Si hubiésemos sido gentes subjetivas preocupadas por nuestro honor, habríamos dicho: "¡Al diablo con todo esto!" y nos hubiéramos marchado. Sin embargo, no lo hicimos porque teníamos objetivos políticos que cumplir. No interpretamos todas esas concesiones humillantes que habíamos hecho como una conciliación con los centristas. Sencillamente nos dijimos: ese es el chantaje que estamos pagando por el privilegio de llevar a cabo una tarea política de importancia histórica. Entramos al Partido Socialista llenos de seguridad porque sabíamos que contábamos con un grupo disciplinado y con un programa que estaba destinado a prevalecer. Poco después, cuando los dirigentes del Partido Socialista comenzaron a arrepentirse de todo el asunto, como deseando que nunca hubieran escuchado el nombre del trotskismo, deseando reconsiderar su
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decisión de admitirnos, ya era demasiado tarde. Nuestra gente ya estaba adentro del Partido Socialista y comenzaba su labor de integrarse a las organizaciones locales. En el ultimo número del Militant, que se editó en junio de 1936, publicamos una declaración para anunciar que nos afiliábamos al Partido Socialista y que suspendíamos el Militant. Planteamos nuestra posición de forma muy clara para evitar que nadie nos mal entendiera; nadie podía tener bases para creer que nos afiliábamos como capituladores o renegados del comunismo. Dijimos: "Entramos al Partido Socialista como somos, con nuestras ideas". Esas ideas capaces de conquistar el mundo de nuevo estaban en marcha. Y delante nuestro teníamos un año de trabajofructífero dentro del Partido Socialista.
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Cap. 12.- Trabajo comunista dentro del PS La última conferencia en esta serie trata el periodo de aproximadamente un año que pasamos dentro del Partido Socialista y los seis meses durante los cuales no estábamos dentro ni fuero, sino rumbo a otro destino. En el transcurso de estas presentaciones he hecho hincapié de forma repetida de que las tácticas de un partido se las imponen factores políticos y económicos fuera de su control. Es tarea de liderazgo político comprender lo que es posible y necesario en una situación determinada, y lo que no es posible ni necesario. Podría decirse que esta es la esencia del liderazgo político. Las actividades de un partido revolucionario, es decir, un partido marxista, están condicionadas por circunstancias objetivas. Estas circunstancias a veces imponen a un partido la derrota y el aislamiento, sin importar lo que puedan hacer la dirección y la militancia. En otras situaciones las circunstancias objetivas crean posibilidades de éxitos y avances, al mismo tiempo que los limitan. El partido avanza siempre dentro de una serie de factores sociales que él no ha creado. Estas son características del proceso de desarrollo de la sociedad. Hay momentos cuando la mejor dirección no puede hacer que el partido avance ni una pulgada. Por ejemplo, Marx y Engels --los más grandes de todos los maestros y dirigentes de nuestro movimiento--, permanecieron aislados prácticamente durante todo el curso de sus vidas. No pudieron crear siquiera un grupo considerable en Inglaterra, donde vivieron y trabajaron durante el periodo de su madurez. Eso no se debió a errores de su parte ni tampoco, claro está, a la falta de capacidad, sino a factores externos fuera de su control. Los trabajadores británicos no estaban listos aún para atender el llamado revolucionario. Durante el prolongado periodo de reacción y estancamiento, que atenazó al movimiento obrero mundial durante los primeros años de nuestra existencia como movimiento trotskista en este país, específicamente desde 1928 hasta 1934, no pudimos evadir el aislamiento. Fue la época en que el peso del mundo entero parecía recaer sobre un grupo pequeño, un puñado de irreconciliables. Fue la época en que los timoratos se rindieron, especialmente aquellos faltos de un entendimiento teórico de la naturaleza de la sociedad moderna y de las leyes que funcionan en su interior y favorecen crisis que llevan a una revolución. Estos eran los momentos en que sólo los trotskistas, los verdaderos marxistas, pudieron prever que durante el periodo de reacción y aislamiento más profundos, debía surgir un nuevo auge y se prepararon conscientemente de dos maneras. Primero, al elaborar un programa para preparar al partido para esa nueva etapa, y, segundo, al atraer a una capa preliminar de cuadros para el futuro partido revolucionario e inspirarles a resistir y confiar en el futuro. Esta confianza en el futuro se justificaba como hemos visto en algunas de las charlas anteriores. Cuando se comenzó a resquebrajar el estancamiento del movimiento obrero mundial, especialmente a partir de 1934, estaba por verse un nuevo movimiento de las masas tanto en este país como en el mundo entero. Cuando se comenzó a percibir esa nueva situación, se nos puso a prueba y se nos brindó nuestra oportunidad. Ya no era hora de permanecer plácidos en el aislamiento, aclarando principios. Era hora de despertarnos y de aplicar esos principios en la acción, en la vida de la lucha de clases en auge. Nuestra determinación de hacerlo, nuestro reconocimiento de que teníamos la oportunidad frente a nosotros, y nuestra determinación de
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echar mano a esa oportunidad, nos uso en conflicto con y los sectarios, con los ultraizquierdistas. Teníamos que combatirlos, teníamos que derrotarlos, a fin de seguir adelante. Eso es lo que hicimos. En la huelga de Minneapolis dimos un paso al frente en el movimiento de masas en el sector económico. La fusión con el Partido Estadounidense de los Trabajadores fue otro paso importante rumbo al desarrollo de un partido marxista serio en Estados Unidos. Pero esas acciones progresivas eran sólo pasos y teníamos que reconocer las limitaciones de estos logros. Todavía se requería que tomásemos iniciativas políticas y acciones concretas en situaciones más complicadas. Entrada al PS La entrada de nuestro grupo al Partido Socialista de Estados Unidos era un paso más importante aún en aquel sendero complejo, serpentino, largo y extendido hacia la creación de un partido que al final ha de dirigir al proletariado de Estados Unidos a la victoria en la revolución socialista. Ese paso, la entrada en el Partido Socialista, lo dimos en el momento oportuno. En la política lo oportuno del momento es siempre un consideración de importancia. El momento oportuno no aguarda. ¡Ay del dirigente que olvide esto! Hay una expresión legal que reza, "El tiempo es la esencia del contrato". Esto se aplica diez, mil veces más en la política. No sólo es decisivo lo que uno hace, sino cuándo lo hace; y si uno lo hace en el momento correcto. No nos fue posible unirnos al Partido Socialista antes de cuando lo hicimos, y si hubiésemos intentado hacerlo después, entonces habría sido demasiado tarde. Al heterogéneo Partido Socialista que tanto captaba nuestra atención por aquellos días --esa mezcolanza centrista, ese partido acéfalo, incompetente--, lo arremetían sucesos externos y sufría todo tipo de presiones. El propio partido no era viable. Para la fecha de nuestra entrada, en 1936, ya se hallaba en una etapa de efervescencia violenta y desintegración. En todo caso, el Partido Socialista estaba destinado a ser destruido. La única interrogante era la de cómo y sobre qué curso ocurrirían la desintegración y final destrucción de este partido que históricamente no era viable. En el Partido Socialista existía un movimiento poderoso --si bien aún no plenamente consciente--, que buscaba la reconciliación con la administración de Roosevelt y, por ende, con la sociedad burguesa. Los recursos propagandísticos y materiales del próspero aparato del Partido Comunista ejercían una fuerte presión sobre los trabajadores en el Partido Socialista, quienes carecían de dirigentes. El problema era ¿iban estas fuerzas a tragarse a los elementos potencialmente revolucionarios --los trabajadores activistas y jóvenes rebeldes-- de aquel partido centrista? O, ¿se unirían a los cuadros del trotskismo y se les captaría a la trayectoria de la revolución proletaria. Esto sólo se podría poner a prueba a través de nuestra entrada en el Partido Socialista. A los trotskistas nos era imposible entrar en contacto con estos elementos potencialmente revolucionarios del Partido Socialista salvo uniéndonos al Partido Socialista, por la simple razón de que ellos no demostraban estar en disposición de unirse a nuestro partido. Se tenía que hacer a un lado el fetichismo organizativo. Este tendría que dar paso a las demandas de la necesidad política que siempre está por encima de las consideraciones organizativas.
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Nuestra entrada dentro del Partido Socialista ocurrió en el del marco de grandes sucesos que se estaban desarrollando, tanto aquí como a nivel mundial. Las huelgas de brazos caídos en Francia, prácticamente una revolución, ocurrían en el preciso instante en que nos preparábamos para afiliarnos al Partido Socialista. El segundo auge de importancia del CIO (Congreso de Organizaciones Industriales), destinado a llevar a ese tremendo movimiento a las cimas más altas que jamás ha visto el movimiento obrero en Estados Unidos --en cuanto a fuerza numérica, a la militancia de las masas, y al estar integrado por los sectores básicos más bajos del proletariado--, este segundo gran auge comenzaba a desarrollarse por aquel entonces, en la primavera de 1936. La rebelión del CIO fue inspirada, sin duda, en parte por las huelgas de brazos caídos en Francia. La guerra civil española estaba a punto de estallar con toda su fuerza, y de plantear, una vez más, de la forman más aguda, la posibilidad de una segunda victoria de la revolución proletaria en Europa. De resultar victoriosa, la guerra civil española entrañaba la posibilidad de cambiar por completo la faz de Europa. Unos meses después los procesos de Moscú habían de estremecer al mundo entero. Este enorme panorama de sucesos que estremecían al mundo entero --y desde una perspectiva histórica mundial el auge del CIO, a mi juicio, no era menos importante que los otros-- creó los augurios más favorables para la marcha de avance de la vanguardia marxista. No había falta de interés político, no había falta de actividades de masas, no había falta de un campo adecuado para la actuación de los revolucionarios marxistas en el momento en que dirigíamos nuestra actividad dentro del marco del Partido Socialista. Si bajo estas condiciones objetivas demostrábamos ser capaces, nos íbamos a beneficiar. Tendríamos que haber sido la peor de las direcciones, casi habríamos tenido que organizar de forma consciente nuestra propia derrota, para no obtener logros bajo aquellas condiciones tan favorables. Cuando vemos de forma retrospectiva nuestra labor dentro del Partido Socialista, de ninguna manera no estaba libre de errores y oportunidades perdidas. No cabe duda alguna que los dirigentes de nuestro movimiento se adaptaron un poco más de lo debido a la cúpula centrista del Partido Socialista. Cierto grado de adaptación formal era absolutamente necesario para lograr la posibilidad de realizar labores normales en la organización. Sin embargo, en algunos casos esa adaptación indudablemente fue demasiado lejos e hizo que se crearan ilusiones y fomentó desviaciones por parte de algunos miembros de nuestro movimiento. No cabe duda alguna que después de la entrada se perdió demasiado tiempo en negociaciones y palabreo con los dirigentes del grupo de "militantes" en Nueva York --Zam Tyler, y otros liliputienses de ese tipo, que no gozaban de ningún poder real dentro del partido y cuya posición estratégica era de una influencia transitoria sobre las filas del partido, no una influencia real. No cabe duda que al realizar la maniobra de la entrada al Partido Socialista y de la concentración sobre los problemas políticos planteados dentro del Partido Socialista, dejamos de hacer trabajo de masas que se podría haber hecho. No cabe duda que se nos pueden inculpar esos errores y oportunidades perdidas. Sin embargo, en conjunto, con la orientación y guía de Trotsky --un factor decisivo en toda esta labor--, logramos nuestra tarea principal. Acumulamos una experiencia política inapreciable y aumentamos nuestras fuerzas en más del doble como resultado de nuestra entrada y de un
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año de trabajo dentro del Partido Socialista. Comenzamos nuestra labor de forma modesta y según lo planeado. Nuestra primera instrucción a nuestra gente fue: penetren la organización, intégrense al partido, entréguense a la labor práctica, y establezcan así cierta autoridad moral con las filas del partido. Establezcan relaciones personales amistosas, especialmente con aquellos elementos del partido que son activistas y, por tanto, potencialmente útiles. Nuestro plan consistía en permitir que los temas políticos se desenvolvieran de manera normal, como estábamos seguros que ocurriría. No teníamos que forzar la discusión ni iniciar la lucha fraccional de forma artificial. Podíamos darnos el lujo de permitir que los temas políticos se desarrollaran bajo el impacto de los acontecimientos mundiales. Y no tuvimos que esperar mucho. La situación era enormemente diferente a la de nuestros primeros años, cuando la reacción general y el estancamiento nos agobiaban. Ahora los factores objetivos operaban a favor de los revolucionarios y creaban las condiciones y oportunidades que estos necesitaban para avanzar. La guerra civil española comenzó en julio de 1936 con la insurrección dirigida por Franco y el gran contraataque de los trabajadores. Se desataron los procesos de Moscú y sorprendieron al mundo en agosto, unos meses después de habernos unido al Partido Socialista. Estas eran cuestiones de importancia mundial, y consecuentemente se les llegó a conocer como cuestiones "trotskistas". Desde fecha tan temprana como 1928 nuestros enemigos, hasta los más ignorantes, habían llegando a reconocer que el trotskismo no es una dogma de provincia. El trotskismo es un movimiento de alcance mundial, de una perspectiva mundial. El trotskismo parte del punto de vista del internacionalismo y se preocupa con los problemas del proletariado en todas partes del mundo. El reconocimiento general de esta cualidad fundamental del trotskismo se ilustró irónicamente durante la época en que fuimos enjuiciados ante el Comité Político y la Comisión Central de Control del Partido Comunista en octubre de 1928. Hasta el último momento de nuestro largo proceso, cuando leímos nuestra declaración y pusimos fin a toda ambigüedad, ellos habían intentado "probar" el cargo de "trotskismo" contra nosotros presentando el tipo de "prueba circunstancial" que fuera que pudieran conseguir. (No habíamos admitido que éramos una fracción trotskista por razones tácticas como ya he explicado.) Ellos presentaron muchos testigos, de forma muy parecida a la empleada por la acusación en nuestro juicio en Minneapolis, para presentar pruebas que corroboraran nuestra culpabilidad y otras de tipo circunstancial. Se presentaba un soploncito y decía que había escuchado tal cosa; otro decía que había escuchado aquello otro. Sin embargo, el testigo clave fue el director de la librería del Partido Comunista. El dijo que podía jurar que Shachtman era un trotskista. ¿Por qué? ¿Cómo lo sabía? "Porque siempre se está apareciendo por la librería, intentando conseguir libros sobre China, y yo sé que China es un cuestión trotskista". Al respecto ese canalla no estaba del todo equivocado. China era en efecto una cuestión trotskista, como lo eran todos los temas de importancia mundial. La guerra civil española, los procesos de Moscú y la rebelión dentro del movimiento obrero francés, estos temas dominaban de lleno la vida interna del Partido Socialista. Las discusiones más intensas giraban en torno a estas cuestiones, y ocurrían totalmente contra la voluntad de la dirección. Ellos se querían limitar a cuestiones prácticas, es decir, a la rutina. "Debemos calmarnos y realizar aquí una labor práctica". No obstante, estos temas
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captaban el interés de todos los que tomaban en serio la palabra socialismo y nosotros organizamos una campaña de forma deliberada para educar a las filas del partido sobre lo que significaban. Procesos de Moscú Conforme se informaba a diario sobre los procesos de Moscú, se hizo obvio que el verdadero objeto era implicar a Trotsky y de ser posible conseguir su extradición y su ejecución en Rusia. O, en todo caso, desacreditarlo ante el movimiento obrero mundial. Se debe decir que los trotskistas estadounidenses no podíamos dormir bajo tales circunstancias. Nos echamos al ruedo, realizamos el mejor trabajo político que jamás habíamos hecho, y le prestamos el servicio más grande a la causa de la Cuarta Internacional al desenmascarar los procesos de cargos fabricados de Moscú. Fue gracias a la existencia de la sección estadounidense de la Cuarta Internacional y al hecho que éramos miembros del Partido Socialista en aquel momento, que se pudo comenzar una labor que al final hizo estallar y desacreditó a los juicios de Moscú por todo el mundo. Se nos exigía de forma histórica, en aquel momento crucial, integrarnos al Partido Socialista, y de ese forma obtener un acceso más cercano a elementos --seres políticos liberales, intelectuales y semi-radicales--, que eran necesarios para la gran tarea política del Comité de Defensa de Trotsky. No creo que Stalin hubiese podido organizar esos procesos, a fin de asegurar desacreditarlos totalmente, en un mejor momento que en el verano de 1936. Entonces nos encontrábamos en el mejor terreno como militantes del Partido Socialista --y, por ende, rodeados hasta cierto punto por el matiz protector de un partido más o menos respetable-- y no nos podían aislar como a un grupo pequeño de trotskistas, y atacarnos y lincharnos, como planeaban hacer. Realizamos una magnífica campaña para desenmascarar los procesos y defender a Trotsky. Los estalinistas, no obstante todos sus enormes recursos en cuanto a aparato, prensa, organizaciones títeres y dinero, se vieron obligados a tomar la defensiva desde el comienzo. Nuestros compañeros en Nueva York, asistidos por otros por todo el país, lograron iniciar la organización de un comité de apariencia formidable, con John Dewey como presidente y una imponente lista de escritores, artistas, periodistas y profesionales de todo tipo, quienes apoyaron y patrocinaron el movimiento para organizar una investigación sobre los procesos de Moscú. Esta investigación, como saben, al final se realizó en Ciudad de México en la primavera de 1937. El caso fue minuciosamente pasado por el tamiz; y de ello resultaron dos libros magníficos que son y serán siempre clásicos del movimiento obrero mundial, The Case of Leon Trotsky (El caso de León Trotsky), y el segundo, el informe de la comisión, Not Guilty (No culpable). Esta tremenda tarea política, que indudablemente resultó en el golpe más contundente que dimos jamás al estalinismo, resultó posible gracias a esa coyuntura favorable de acontecimientos que ya he mencionado. Algunos meses después, o a lo sumo unos años después, la mayoría de estos elementos pequeñoburgueses que cumplieron una tarea históricamente progresista como parte del Comité de Defensa de Trotsky habían de sucumbir completamente a la sociedad burguesa y dar la espalda a todos sus opositores irreconciliables. Por lo menos el 90 por ciento de estas personas hoy día serían
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física y moralmente incapaces de participar activamente en un movimiento de esta índole, como el "Comité Estadounidense para la Defensa de León Trotsky". Sin embargo, en aquella coyuntura particular pudieron servir y sirvieron a un fin progresista de importancia. El desenmascaramiento y descrédito de los procesos de Moscú fue uno de los grandes logros que se debe de adjudicar a nuestra medida política de unirnos al Partido Socialista en 1936. La segunda gran campaña política, realizada mientras nos encontrábamos en el Partido Socialista, fue en torno a los sucesos de la guerra civil española y de la revolución española. De esta labor han resultado informes substanciales e incluso libros. Les llamo la atención en particular al libro escrito por Felix Morrow, Revolution and Counter-Revolution in Spain (Revolución y Contrarrevolución en España) y el folleto The Civil War in Spain (La guerra civil en España). El folleto y el libro sintetizaron y plasmaron la gran batalla política que libramos; tanto al interior del Partido Socialista como públicamente donde fuera que tuviéramos la oportunidad luchamos para aclarar los sucesos que acontecían en España y para educar a los cuadros del partido estadounidense sobre el significado de esos sucesos. Nuestra entrada al Partido Socialista facilitó esa campaña y nos brindó una audiencia justo a nuestro alcance, dentro de lo que a la sazón era nuestro propio partido. En realidad no nos pertenecía. Sin embargo, estábamos al corriente con nuestras cuotas y eso nos brindaba una audiencia en cada reunión de la rama del Partido Socialista. En California, donde vivía por aquella época por motivos de salud, se desarrolló el trabajo en el movimiento de masas. Allí nos integramos rápidamente al partido y logramos tener una influencia destacada en virtud de nuestra actividad, nuestros discursos y labor política durante la campaña electoral. Como resultado, a los seis meses de habernos unido al partido, se empezó a publicar un periódico semanal bajo el patrocinio del Partido Socialista de California y fui nombrado director. Las circunstancias se desarrollaron de forma muy favorable para nosotros. Mi cargo de director del periódico y la prominencia de nuestra gente en los locales y en la organización estatal nos permitieron una entrada directa, por primera vez, al trabajo de masas en el sector marítimo. Huelga de marineros La gran huelga marítima de 1936-37 nos ofreció un campo ampliamente abierto. Mientras nuestros compañeros en el este desarrollaban las campañas en torno a los procesos de Moscú y la guerra civil española, nosotros allá en California estábamos complementando esta gran labor política con una intensa actividad en el movimiento de masas, la cual influenció el curso de los sucesos en la gran huelga marítima de 1936-37. La labor que ahí se realizó y los contactos que se establecieron nos permitieron organizar el primer núcleo de una fracción trotskista. Este trabajo ha pagado con creces a nuestro partido y lo sigue haciendo. A partir de ese momento, los trotskistas pasaron a ser un factor progresivamente cada vez más fuerte en el movimiento marítimo. Esa es una de las indicaciones más seguras del buen porvenir de nuestro partido: que ha establecido una base fuerte en una de las industrias más importantes y decisivas del país.
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En Chicago, teníamos otra base de apoyo en Socialist Appeal (Llamado socialista). Este era originalmente un pequeño boletín mimeografiado publicado por Albert Goldman y otros cuantos individuos. Goldman se había unido al Partido Socialista un año antes que nosotros, y lo hizo de forma individual. Se había negado a esperar una decisión por parte del partido, y se unió por cuenta propia justo antes de nuestra fusión con los musteístas. Debido a dicha acción hubo un fuerte intercambio de palabras. Sin embargo, pronto se hizo evidente que para Goldman esta separación organizativa no la concebía como una ruptura de principios con nosotros. Desde el principio él trabajó constantemente en dirección de nuestro programa. Tan pronto nuestro partido se orientó hacia la entrada al Partido Socialista, restablecimos la colaboración de forma tan eficaz que cuando accedimos a no publicar nuestra prensa ante la demanda de la dirección del Partido Socialista, ya teníamos un acuerdo con Goldman de que el Socialist Appeal, que era un órgano autorizado y establecido en el Partido Socialista, pasaría a ser un órgano oficial de la fracción trotskista. Nuestra colaboración fue restablecida de forma tan rápida y eficaz que algunos se preguntaron si todo el asunto --la ruptura de Goldman con la organización trotskista y su afiliación al Partido Socialista en carácter individual, y la polémica entre nosotros y Goldman-- no había sido todo un montaje. En absoluto. No somos tan taimados. Sencillamente resultó así; y resultó muy bien. El boletín mimeografiado se convirtió en una revista impresa. Se mantuvo el nombre de Socialist Appeal. A pesar de la supresión de nuestra prensa por parte de los "militantes", pronto tuvimos una revista mensual, legítimamente establecida en el Partido Socialista, que defendía a nuestro programa. Al final del otoño teníamos un periódico semanal en California al que llamamos Labor Action (Acción obrera), un buen nombre que ha sido maltratado en años recientes. Entonces, a efectos prácticos, teníamos nuestra prensa restablecida: un periódico semanal de agitación y una revista mensual. Labor Action se publicó bajo los auspicios del Partido Socialista de California pero si ése no fue un periódico trotskista de agitación, yo jamás seré capaz de hacer ninguno. Hicimos todo lo que pudimos para utilizarlo en ese sentido. El Socialist Appeal se convirtió en el medio en torno al cual nuestra facción se reconstituyó "legítimamente" en el Partido Socialista. A comienzos de 1937 organizamos una "Conferencia del Socialist Appeal" a nivel nacional. Se invitó a los miembros del Partido Socialista de todo el país a ir a Chicago para discutir formas y medios de avanzar los intereses del partido. Todo mundo era bien venido sin importar sus antecedentes o su alineamiento fraccional. La única condición era que estuviera de acuerdo con el programa del Socialist Appeal, que casualmente coincidía con el programa de la Cuarta Internacional. Sobre esa base y de esa forma constituimos en Chicago a comienzos del invierno de 1937 lo que en efecto equivalía a un Ala Izquierda nacional en el Partido Socialista. Esta vez era una verdadera Ala Izquierda; no una mezcolanza de grupos de "militantes", sino una organización de miembros del partido unidos sobre la base de un programa definido, con dirigentes que sabían lo que querían y que estaban dispuestos a luchar por ello. Durante todo este tiempo de nuestra actividad en el Partido Socialista, conforme la lucha se desarrollaba e íbamos ganando, los estalinistas realizaban una tremenda ofensiva contra nosotros. Gastaron miles, y me atrevo
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a adivinar que fueron decenas de miles, en un esfuerzo para impedir que avanzáramos en el Partido Socialista. Se morían de miedo de que fuéramos a captar un grupo significativo en rededor nuestro. Sabían en todo momento que la verdadera daga que apunta al corazón del estalinismo es el movimiento trotskista, sin importar cuán pequeño pueda ser en un momento dado. Esta campaña de los estalinistas tuvo resonancia en una sección de la dirección del Partido Socialista. Ellos veían la fuerza y los recursos de los estalinistas como representantes de un gran poder estatal, la Unión Soviética. Esa fuerza y esos recursos los impresionaban más que lo acertado de los principios del programa trotskista. Una sección de los "militantes" --no todos ellos-- se inclinaba a colaborar con los estalinistas y si no hubiésemos estado en el camino, se habrían unido a ellos desde mucho antes, como en España. Sin embargo, con nuestra crítica y nuestro programa nos habíamos interpuesto entre ellos y los estalinistas, y habíamos agitado a las filas del Partido Socialista contra la idea de la unirse a los estalinistas. Eso entorpeció su juego e hizo que aumentara su resentimiento contra nosotros. Otra sección del liderazgo del Partido Socialista, que ya se orientaba --quizás sin plena conciencia de ello-- hacia la reconciliación con Roosevelt, organizó una verdadera ofensiva contra nosotros: "Echemos a los trotskistas del partido". Esta campaña contaba con mucha fuerza tras de sí: por una lado estaban los estalinistas y, por el otro, la presión de las influencias burguesas. La mayoría de quienes dirigieron la lucha contra nosotros se reconciliaron después con la clase burguesa. Jack Altman fue uno de ellos. Paul Porter devino agente de la Junta Laboral de Guerra. En esa capacidad se encargó del trabajo sucio de reducir los salarios de los trabajadores del astillero por debajo de lo que estipulaba su contrato. Fue uno de los líderes del Partido Socialista que llegó al extremo de escribir un folleto en que exigía nuestra expulsión del partido. Gente de esa calaña --quienes después se convirtieron en nada menos que los mercenarios de Roosevelt en el movimiento obrero--, gozaban de más estima por parte de Norman Thomas y otros altos dirigentes del partido que nosotros. Tramaron un congreso especial del partido, que aún no correspondía según la constitución, con el propósito especial de expulsar a los trotskistas. Querían deshacerse de toda crítica de los estalinistas eliminando la causa. Querían acabar con la coloración revolucionaria que le estábamos impartiendo al Partido Socialista; querían restablecerle el estado de gracia ante la sociedad burguesa. El Partido Socialista siempre había tenido, salvo por un periodo breve durante la Primera Guerra Mundial, una "buena reputación". Se les consideraba un grupo de gente que estaban a favor del Socialismo, pero que no tenían malas intenciones. Ese tipo de partido siempre se tolera, pero nunca gana una influencia verdadera y seria. En todo el movimiento obrero, a los dirigentes y miembros del PS se les conocía como gente que está a favor del socialismo, pero que nunca le armarían problemas a los farsantes, mafiosos o traidores del movimiento sindical. Lo único que quieren es el privilegio de hablar unas cuantas palabras por el socialismo. Nuestra integración al partido había cambiado eso. Al hablar en nombre del Partido Socialista, estábamos llevando la lucha a los estalinistas, estábamos llevando la lucha a los impostores sindicales y en el sentir público estábamos dando al Partido Socialista una imagen distinta de la que había tenido. Decidieron deshacerse de nosotros.
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Nuestra estrategia con relación a este congreso que se celebró en marzo de 1937 fue atrasar el asunto. No teníamos derecho a ser delegados, por lo que no podríamos luchar participando en las deliberaciones. Sentíamos que aún no habíamos tenido tiempo suficiente para educar y captar al mayor número posible de trabajadores y jóvenes del Partido Socialista que eran capaces de llegar a ser revolucionarios. Necesitábamos como seis meses más. Por lo tanto, nuestra estrategia era retardar el enfrentamiento en ese congreso. En apoyo a esa estrategia, se me trasladó de San Francisco --donde entonces estaba dirigiendo Labor Action--, a Nueva York para ayudar en las negociaciones. Trajimos a Vincent Dunne de Minneapolis. A él y a mí se nos asignó como un comité de dos personas para discutir asuntos con los dirigentes de los "militantes" y con el propio Norman Thomas para ver si no podíamos encontrar una forma de retrasar el enfrentamiento. Tuvimos muchas reuniones, una de ellas en la casa de Norman Thomas. El camarada Dunne y yo, en representación de los trotskistas, enfrentamos a Thomas, Tyler, Jack Altman y Murry Baron y otros de la pandilla de farsantes sindicales incipientes jóvenes, en una reunión para discutir qué había que hacer, y averiguar cuáles eran las quejas contra los trotskistas que ameritaban actitudes tan severas contra nosotros y demás. Recuerdo que una de los mayores reclamos que impresionó a Thomas en particular fue el informe de que los trotskistas, especialmente en Nueva York, hablaban mucho en las reuniones de rama; que insistían en echar a andar discusiones teóricas y políticas alrededor de las 11 de la noche y que seguían sin parar. El quería saber si no había algo que se pudiera hacer a fin de restringir al grupo de los trotskistas o la fracción de los trotskistas, en su caso, para que limitaran esas discusiones a una hora razonable. Esto encontró eco en mi alma. Yo había acumulado un resentimiento contra esos debates de las dos de la mañana. Hicimos un acuerdo amplio y abarcador de que en lo que a nuestra influencia tocara, estaríamos a favor de establecer una regla de que las reuniones de la rama concluyeran para las 11 de la noche. Hicimos un número de concesiones amplias de ese tipo. Queríamos paz y ofrecimos tantas cosas aquí y allá sobre el asunto de cargos, y en general fuimos tan conciliatorios e inofensivos que finalmente conseguimos un acuerdo. Norman Thomas estuvo solemnemente de acuerdo con nosotros en que no se debían hacer propuestas en el congreso para suprimir los órganos internos --en particular el Socialist Appeal-- o expulsar a nadie por sus opiniones. Este fue un acuerdo que Norman Thomas hizo con nosotros en presencia de los jóvenes "militantes" a quienes ya he mencionado. Norman Thomas realizó ese acuerdo, pero no mantuvo su palabra. Cuando llegó al congreso en Chicago, después de que lo habíamos discutido con él, le cayeron otras presiones, particularmente la presión de Milwaukee, sede del conservadurismo socialdemócrata, que estaba destinado a convertirse en socialchovinismo en la Segunda Guerra Mundial. La presión de esos socialdemócratas complacientes, de mentalidad burguesa de Milwaukee, de los farsantes sindicales en ciernes de Nueva York, como Murry Brown, eran más fuertes que la palabra de honor de Norman Thomas. Rompió su promesa, nos traicionó. Se puso de pie en el congreso y él mismo introdujo la moción de prohibir todos los órganos internos en el partido. Prohibirlos todos simplemente significaba prohibir el Socialist Appeal; no había ningún otro de importancia o respeto en la organización.
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Después del congreso, nos pusieron la pistola de frente. Por segunda vez nos privaban de nuestra prensa. Todavía vacilábamos en llegar al enfrentamiento porque además de nuestra falta de preparación en general, la labor del Comité en Defensa de Trotsky todavía estaba incompleta y teníamos miedo de ponerlo en peligro con una escisión prematura. Ahí Trotsky demostró una vez más su total objetividad. Trotsky, quien por supuesto estaba interesado tanto desde el punto de vista personal como político en el tema de los procesos de Moscú, nos escribió. "Por supuesto, sería un poco extraño tener una escisión ahora en vista del trabajo de la Comisión de Investigación, pero eso no debería de ser una consideración. Lo más importante es la labor de clarificación política y no deben permitir que nada se les interponga en el camino." Trotsky nos animó e incluso nos incitó a seguir adelante para hacer frente a su desafío y no permitirles que nos empujaran más temeroso de que esto podría llevar a la desintegración de nuestras propias filas y a la desmoralización de la gente a la que habíamos dirigido tan lejos ya sobre esa trayectoria. Procedimos cautelosamente, "legalmente", al principio. Demostramos que podíamos tener una prensa, y una muy eficaz, sin violar la prohibición de las publicaciones. Elaboramos un sistema de cartas personales y resoluciones de ramas copiadas de forma múltiple. Una carta supuestamente personal, que evaluaba el congreso, la firmaba un camarada y se la remitía a otro camarada. Después la carta se mimeografiaba y se distribuía de forma discreta en las ramas. Cada vez que surgía un tema, una nueva etapa en el desarrollo de la guerra civil española, un camarada en la rama de Nueva York presentaba una resolución, luego se mimeografiaba y se enviaba a nuestros grupos de fracción por todo el país como base de sus propias resoluciones sobre la cuestión. No teníamos ninguna prensa. Ellos tenían toda la máquina del partido. Tenían al secretario nacional, al director, al secretario sindical, a los organizadores --lo tenían todo-- pero nosotros teníamos un programa y un mimeógrafo y eso resultó ser suficiente. Ley de la mordaza Nuestra fracción en todas partes estaba más informada, era más disciplinada y estaba mejor organizada; y estábamos avanzando de forma rápida en el reclutamiento de nuevos miembros a nuestra fracción. Entonces nuestros moralistas social "demócratas" le dieron al partido una buena dosis de democracia. Aprobaron una "Ley de la Mordaza". Esto era una decisión del Comité Nacional a fin de que en las ramas no se pudieran presentar más resoluciones referentes a cuestiones en disputa. En particular tenían en mente la guerra civil española, en sus mentes un incidente sin importancia. Entonces nos rebelamos de lleno e iniciamos una campaña por todo el país contra la "Ley de la Mordaza". Esto asumió la forma de presentar en todas las ramas resoluciones en que se protestaba la decisión de prohibir la presentación de resoluciones. Si los burócratas socialistas habían tenido demasiadas resoluciones antes, ahora se vieron inundados por ellas tras haber adoptado la "Ley de la Mordaza". Decidimos luchar, provocar el enfrentamiento y dejar de soportar abusos. En todo caso, para entonces habíamos terminado nuestro trabajo. Entre el congreso y los pocos meses que precedieron a este choque frontal,
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prácticamente habíamos completado nuestra labor de educar y organizar a aquellos elementos del Ala Izquierda, de la juventud, que eran de verdad serios y capaces de llegar a ser revolucionarios proletarios. La composición del Partido Socialista era predominantemente pequeñoburguesa. Era obvio que no podíamos abrigar esperanzas de captar a una verdadera mayoría del partido con todas las restricciones que se nos habían impuesto. Teníamos que desatar nuestras manos para restablecer nuestra prensa pública y volcar nuestra atención principal una vez más hacia la amplia lucha de clases. Convocamos una reunión del Comité Nacional de nuestra fracción para junio en Nueva York, elaboramos las resoluciones para nuestra lucha y ésta la organizamos a nivel nacional. Ellos respondieron con expulsiones masivas, comenzando en Nueva York. Nunca vi violaciones de derechos democráticos y de la constitución del partido más burocráticas y brutales como a las que recurrieron estos santurrones socialdemócratas cuando se dieron cuenta que no nos podían vencer en un debate justo. Simplemente nos montaron cargos falsos y nos expulsaron. A los pocos días de la expulsión del primer grupo en Nueva York les respondimos con el Socialist Appeal, que reaparecía como un tabloide semanal impreso de ocho páginas. Establecimos un "Comité Nacional de las Ramas Expulsadas", y convocamos un congreso de las ramas expulsadas para trazar un balance de estas experiencias. Toda esa labor se realizó, en particular en los últimos meses, en la más estrecha colaboración y hasta bajo la supervisión del camarada Trotsky. Para ese entonces, como saben, él estaba en México y teníamos contacto y comunicación personales con él. En medio de todos sus problemas, y la preparación de todo su material sobre el juicio de Moscú, tuvo tiempo de escribirnos frecuentemente y de demostrar que tenía un entendimiento muy inmediato y sensible de nuestro problema. Hizo todo lo que pudo para ayudarnos. Resultados de nuestra entrada al PS Nuestra campaña nos llevó directamente a un congreso de las ramas expulsadas del Partido Socialista el último día de diciembre y el Año Nuevo de 1938 en Chicago. Ahí dimos constancia de los resultados del año y medio de experiencia en el Partido Socialista. Fue claro que había facilitado la organización del Comité de Defensa de Trotsky, el cual había sido el medio de revelar la verdad sobre los procesos de Moscú a todo el mundo, y nos permitió asestar al estalinismo el golpe más contundente que había recibido hasta ese entonces. Nuestra entrada al Partido Socialista había facilitado nuestra labor sindical. Nuestro trabajo en la huelga marítima en California, por ejemplo, se había beneficiado enormemente por el hecho de que, en aquel momento, éramos miembros del Partido Socialista. Nuestros camaradas tenían mejores conexiones en el sindicato automotriz donde, hasta esa fecha, nunca habíamos tenido nada más que un contacto ocasional. Se había sentado la base para una fracción poderosa de trotskistas en el sindicato de trabajadores automotrices. La gran sorpresa del congreso fue el descubrimiento de que mientras nos habíamos estado concentrando en esta lucha política interna dentro del Partido Socialista, al mismo tiempo habíamos estado desarrollando, prácticamente sin alguna dirección de nuestra dirección central, nuestro trabajo
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sindical a un nivel al que nunca antes nos habíamos aproximado y como mínimo habíamos comenzado la proletarización del partido. Habíamos captado a nuestro lado a la mayoría de la juventud socialista y la mayoría de esos trabajadores socialistas verdaderamente interesados en los principios del socialismo y en la revolución socialista. El congreso aprobó el programa de la Cuarta Internacional sin oposición alguna. Eso demostró que nuestro trabajo educacional había sido profundo. Todos estos logros se pueden mencionar como prueba de la sabiduría política de nuestra entrada al Partido Socialista. Y otro logro --y no el menos importante-- fue que cuando el Partido Socialista nos expulsó y cuando respondimos formando nuestro propio partido independiente, el Partido Socialista se asestó a sí mismo un golpe mortal. Desde entonces el Partido Socialista se ha desintegrado de forma progresiva hasta que prácticamente ha perdido toda apariencia de ejercer influencia en cualquier partido del movimiento obrero. Nuestra labor en el Partido Socialista contribuyó a eso. Posteriormente el camarada Trotsky hizo una observación acerca de eso, cuando conversábamos con él acerca del resultado total de nuestra entrada al Partido Socialista y el miserable estado de su organización después. Dijo que eso en sí habría justificado la entrada a la organización aun si no hubiéramos captado ni un sólo nuevo miembro. En parte como resultado de nuestra experiencia en el Partido Socialista y nuestra lucha ahí, al Partido Socialista se le dejó a un lado. Esto fue un gran logro porque era un obstáculo rumbo a la construcción de un partido revolucionario. El problema no consiste simplemente en construir un partido revolucionario sino de apartar los obstáculos de su camino. Todos los demás partidos son rivales. Todos los demás partidos son un obstáculo. Ahora contrasten estos logros --y no los he exagerado-- contrasten estos resultados con los resultados de las políticas de los sectarios. Ellos habían renunciado, como cuestión de principio, a la idea de la entrada al Partido Socialista. Decían que su política de abstención iba a forjar un partido revolucionario de una mejor forma y más rápidamente. Pasó un año y medio, pasaron dos años, ¿y qué sucedió? Nosotros habíamos más que duplicado nuestra militancia, aparte de los otros logros que he mencionado. Los oehlerianos no habían captado ni un solo joven o trabajador socialista. Ni uno. Al contrario, lo único que habían producido fue un par de escisiones en sus propias filas. Creo que ese contraste es una verificación convincente de las cuestiones políticas que surgieron en la disputa que tuvimos con ellos. Siempre tengan presente de que hay una forma de verificar las disputas políticas, y es por medio de experiencias subsecuentes. La política no es religión; las disputas políticas no quedan sin decidirse eternamente. La vida decide. Uno nunca puede resolver una disputa teológica porque acontece al margen de la vida terrenal. No la influyen la lucha de clases, ni trastornos políticos, ni tormentas o inundaciones o terremotos. En la Edad Media solían argüir sobre cuántos ángeles pueden bailar en la punta de una aguja. ¿Cuántos? ¿Mil? ¿Diez mil? La cuestión nunca fue resuelta porque no hay forma de saber por experiencia terrenal cuántos ángeles pueden bailar en un área tan pequeña como la punta de una aguja. Después de haber probado que hicimos todos estos logros y que los sectarios no habían ganado nada, el único argumento que se podía hacer en su nombre era: "Sí, ustedes duplicaron sus miembros, pero sacrificaron el programa". Pero tampoco fue así. Cuando celebramos nuestro congreso en
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Chicago al final de nuestra experiencia en el Partido Socialista, demostramos que habíamos salido con el mismo programa con el que ingresamos: el programa de la Cuarta Internacional. Nuestro "viaje de ida y vuelta" por el Partido Socialista había resultado en logros en todo aspecto. Formamos el Partido Socialista de los Trabajadores en Chicago el Día de Año Nuevo y empezamos una vez más una lucha independiente con buenas posibilidades y buenas esperanzas. La discusión extensa que se realizó en nuestra filas antes del congreso había revelado diferencias y debilidades que luego habían de salir al descubierto. Tuvimos una gran discusión sobre el problema ruso. Abrumada por la traición del estalinismo, los procesos de Moscú, el asesinato de la revolución española -todas estas experiencias terribles-- una sección del partido, ya en el otoño de 1937, quería deshacerse de la idea de que Rusia era un estado obrero y renunciar a su defensa. A partir de 1917, siempre ha sucedido que cuando alguien se equivocó respecto a la cuestión rusa el movimiento revolucionario perdió a dicha persona. No puede ser de otra manera porque la cuestión rusa es precisamente la cuestión de una revolución que ha ocurrido. A la cabeza de los que dudan, de los escépticos, en el otoño de 1937 iba Burnham. Burnham todavía estaba dispuesto a defender de forma condicional a la Unión Soviética, pero ya empezaba a elaborar lo que él pensaba era una nueva teoría, que el estado obrero nunca existió. Simplemente se estaba adaptando a las teorías medio cocinadas de los anarquistas y los mencheviques, las cuales habían sido planteadas desde 1917 y que se renuevan con cada crisis de la evolución de la Unión Soviética. Además, Burnham dirigió una oposición contra nosotros en torno a la cuestión organizativa. No le gustaba el método b olchevique de organización, disciplina y centralización bolcheviques y la moralidad bolchevique. Estos síntomas son bien conocidos. Cualquiera que empieza a objetar al bolchevismo en cuestiones de métodos, organización y "moralidad", ciertamente lleva menchevismo en su sangre. El programa político es la piedra de toque, pero las disputas sobre la cuestión organizativa a menudo revelan los síntomas antes que los debates políticos. Estas debilidades, estas tendencias antibolcheviques que Burnham demostró en aquel periodo, tuvieron su desarrollo lógico más adelante. En aquel entonces le escribí una carta extensa al camarada Trotsky, en que caracterizaba francamente la posición de Burnham y le pedía su consejo sobre cómo lidiar con él; es decir, cómo defender al bolchevismo de la forma más eficaz y aún tratar de salvar a Burnham para la revolución. Shachtman por ese entonces estaba luchando del lado del bolchevismo. Se sumó a esta caracterización de Burnham y ayudó en la lucha. Sin embargo después, Shachtman siendo Schachtman, fue sólo natural que dos años después, cuando se libró la misma pelea una vez más, de forma mucho más violenta, con la Segunda Guerra Mundial de fondo, fue de lo más natural que Schachtman se uniera a Burnham para combatirnos. La discusión de 1937 anunció problemas futuros. Todavía teníamos que pasar por otra gran lucha interna en el partido, la lucha más fundamental y profunda de todas las luchas internas del movimiento desde su creación. Teníamos que pasar por todo esto, además de todas las luchas precedentes, antes de que se pudiera despejar el camino y prepararse el partido para la prueba de la guerra que estaba por venir. Libramos esa lucha y el bolchevismo
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salió victorioso en ella; el partido bolchevique es más fuerte por eso. De la historia de esa lucha se da constancia en documentos, en las grandes contribuciones teóricas y políticas del camarada Trotsky, y en cuanto al lado organizativo en algunos escritos propios. Los que quieran seguir la historia del partido desde el punto donde aquí la dejo, con la fundación del Partido Socialista de los Trabajadores el Día de Año Nuevo en 1938, la pueden encontrar en esos documentos. En cuanto a lo que sucedió después de la lucha con la oposición pequeñoburguesa y la escisión final, parece que eso es historia reciente, tan reciente que no necesita repasarse en este curso. La conocen todos ustedes. Ahora, queridos camaradas, con su permiso, quiero decir una palabra acerca de la gran felicidad y satisfacción que he tenido en dar estas conferencias. Si un camarada joven estudiante de oratoria me preguntara a mí, un veterano, qué es lo que más necesita un orador público, le diría: "Necesita un buen público". Y si goza del tipo de público que he tenido en esta serie de doce conferencias --tan cálido, atento y lleno de aprecio, tan interesado en el tema y tan amistoso con el orador-- en verdad que será afortunado.
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