Historia Del Africa Negra I
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Joseph Ki-2erbo

Historia del Africa negra 1. De los orígenes al siglo XIX

Versión española de Garlo Carand

Alianza Editorial

Título original:

Histoire de VAfrique noire



D ’Hier a Demain

f

H a tie r Paris, 1972

?

Ed. east.: A lia n z a E d ito ria l. S. A . M a d rid . 1980 C a lle M ilá n , 38: SP 200 00 45 IS B N : 84-206-2253-2 (T o m o 1) IS B N : 84-206-2980-4 (O . C.) D e p ós ito legal: M . 39.596-1979 C o m p u e sto en F e rnánd e z C iu d a d , S. L. Im preso en H ijo s de E. M inu e sa, S. L. R o n d a de T oledo, 24 - Madríd-5 Printed in Spain

INDICE

Prefacio ..........................................................................................

...

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Preám bulo.........................................................................................

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Introducción. Las tareas de la historia en Africa ................

14

A. La barrera de los mitos, 15.—B. Dificultades y métodos, 20.— C. La concepción de la historia, 42.—Bibliografía, 48.

1.

La Prehistoria. Africa, patria del hom bre............................

55

I. Introducción, 55.— II. El marco cronológico y climático, 58.— III. La hominización, 61.— IV. Las tres edades de la Prehistoria africana, 64.—V. El arte prehistórico africano, 80.—Bibliografía, 85.

2.

El Africa negra an tigu a..........................................................

88

I. El antiguo Egipto, 88.— II. Kush y Meroe, 93.—II I . La civi­ lización egipcia, 100.— IV. Los negros en el valle del Nilo, 106.— Bibliografía, 117.

3.

Los siglos oscuros ................................................................... I. Africa occidental, 119.— II. El nordeste, 126.— III. La costa oriental, 133.— IV. El centro y el sur, 136.—V. Madagascar: Los orígenes, 141.—Bibliografía, 142.

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4. Africa negra entre los siglos vn y xii: De los reinos a los im perios............................................... ............................ I. La expansión árabe, 145.— II. Africa occidental, 148.— III. El noreste: Nubia y Aksum, 169.— IV. La costa oriental, 176.— V. Madagascar: Hasta el siglo xv, 178.—Bibliografía, 179.

5. Grandes sig lo s........................................................................... I. Africa Sudánica occidental, 183.— II. Los Estados del Africa Sudánica central, 216.— III . Los reinos Yoruba y Benín, 227.— IV. Economías y sociedades en Africa occidental, 236.—V. Etiopía. Hasta Lebna Denguel, 254.— VI. Africa central, 259.—V II. Africa meridional y oriental, 266.— V III. Entre El Chad y el Nilo, 276.— IX. Madagascar: De los clanes a los reinos. Siglos xv-xix, 277.— Bibliografía, 282.

6. El g ir o ......................................................................................... I. La desintegración de los imperios, 286.— II. Los primeros con­ tactos con los europeos y la trata de negros entre el siglo xv y el xix, 298.—Bibliografía, 335.

7. Siglos de reajuste: Del xvi al x i x ........................................ I. Africa Sudánica occidental, 341.— II. Los reinos costeros. Los reinos del bosque. Los reinos intermedios, 382.— III. Los países de la Costa de Oro, 392.—IV. La costa de Benín.—V. El Sudán central, 420.—VI. Las tierras del Camerún ,430.— V II. Etiopía y Somalia, 432.—V III. Africa oriental, 440.— IX. Las regiones de la cuenca del río Zaire, 471.— X. Africa del Sur: Bantúes, boers y británicos, 493.—X I. Madagascar, 504.—Bibliografía, 511.

Indice de mapas

PREFACIO

Hace casi veinte años conocí a Joseph Ki-Zerbo, autor del pre­ sente libro, en el momento en que se sometía briosamente a los exá­ menes para profesor adjunto de Historia. Estos antiguos lazos de amistad me ayudan hoy a escribir algunas líneas en el umbral de un libro vigoroso, original, en el que se ha intentado abarcar toda la inmensidad y oscuridad obstinada del pasado múltiple del Africa Negra, tan decepcionante, desorganizado y siempre necesitado de una nueva elaboración. Se trata de algo más que de una obra de historia creada con paciencia y atenta lealtad. Es un libro esperanzado, escrito a pulso. Me agrada pensar que la historia recompensará al historiador que pueda dar, de una vez, a todo un continente, a una enorme masa de hombres simpáticos, el mensaje, las señas de identidad que les per­ mitirán vivir mejor, pues para tener esperanza, para marchar hacia adelante, es necesario saber también de dónde se procede. La historia es el hombre, siempre el hombre y sus admirables esfuerzos. La historia del continente africano, si decide ser sincera y recta, no puede hacer menos de abrirse a todos los hombres a un tiempo, a todos los pueblos, al mundo entero. Me produce admira­ ción que el autor haya sido capaz de superar, con valor y obstinación, la historia tradicional, aunque conservándole, de todos modos, un sitio honorable y abierto, y que la sociedad, la economía y la cultura sean sus grandes temas. El presente libro será inmensamente útil. A los estudiantes. Al gran público. A ese mundo, tan curioso y tan simpático, de los his­ toriadores: éstos tienen mucho que aprender, y lo aprenderán con agrado, de Joseph Ki-Zerbo que es, auténtica y fraternalmente, uno de los nuestros. F e rnan d

B r a u d e l,

Profesor del Collége de Frattce

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PREAMBULO

El presente libro, comenzado en Wagadugu (Alto Volta) en 1962, y terminado durante el Festival Panafricano de Argel de 1969, ha surgido de un sueño de estudiante. Siendo aprendiz del «oficio de historiador» en la Sorbona, y ocupado en explorar los fundamentos lejanos y próximos del mundo de hoy, me sorprendía la casi total ausencia del continente africano, y en especial del mundo negro, en el mensaje de nuestros guías espirituales y en nuestros laboriosos y refinados ejercicios universitarios. A veces, en mitad de una clase sobre los merovingios, yo entreveía, como en un espejismo, la sabana sudánica abrasada por el sol, con la silueta tranquila de un baobab panzudo, hirsuto y burlón... Y nació el proyecto mudo y violento de retornar a las raíces de Africa. Pero, como dice el proverbio: «Al búfalo no se le mata con la mirada.» Las múltiples ocupaciones académicas, sociales y culturales, los azares de la acción en la historia palpitante de nuestros días, me impidieron, con frecuencia, gozar del ocio indispensable para es­ crutar con serenidad las frías cenizas del pasado. De todos modos, desde 1962, pedí la excedencia sin sueldo para consagrarme a mí propósito. El gobierno voltaico prefirió liberarme de mis tareas pro­ fesorales durante dos años, por lo que le estoy muy agradecido. Pero, para una empresa cuyo fin era presentar en un único volumen una síntesis provisional de la historia de Africa desde los orígenes hasta nuestros días, dos años fueron bien poca cosa. Por lo menos pude realizar numerosos viajes a los lugares históricos africanos, visitar las 11

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Historia del Africa negra, 1

grandes bibliotecas y museos, gracias también a la UNESCO, a quien deseo expresar aquí toda mi gratitud. En un periplo que fue una peregrinación apasionante y apasio­ nada, el autor recopiló los datos de su historia en Antananarivo, Zimbabwe, Dar es-Salam, Zanzíbar, Nairobi, Kampala, Jartúm, Addís Abebá, Kinshasa, Brazzaville, Yaundé, Abomé, Lomé, Lagos, Ibadán, Kigali, Ife, Oyó, Accra, Kumasí, Niamey, Bamako, Segu, Dakar, Conakry, Abidyán, El Cairo, París, Bruselas, Copenhague, Londres, etc. El autor leyó más de mil volúmenes, sin contar los artículos de re­ vistas y periódicos. Pero, a medida que iba hundiéndose en ese mag­ ma ingente y abigarrado que forman las fuentes de la historia africana, iba afirmándose el deseo, alterno y contradictorio, de abandonar y de confesar su impotencia, o de continuar en la brecha, para pro­ ducir una obra más valiosa. Cada libro terminado producía en el autor el creciente sentimiento de que estaba ahondando en el abismo de su ignorancia. Ahora bien, sólo las vacaciones escolares le permitían volver a lanzarse seriamente en brazos de la investigación. Por este motivo el autor decidió, con gran pesar, omitir, por el momento, el estudio sistemático de la porción septentrional de Africa, cuyo pasado le era aún más desconocido, con el fin de hacer posible la aparición del volumen en un plazo razonable. Pero se trata solamente de una posposición y en una edición ulterior la presente obra será una Histo­ ria General de Africa que abarcará el sector mediterráneo, en aras de una unidad consagrada ya por tantas relaciones milenarias, a veces sangrientas, es cierto, pero que, en la mayoría de los casos, han ser­ vido para el mutuo enriquecimiento, como se subrayan en esta obra, y que hacen de Africa, a uno y otro lado de esa bisagra que es el Sáhara, las dos hojas de una misma puerta, las dos caras de una misma moneda, los dos reflejos de una misma piedra preciosa. Cuando llegue ese momento, el «continente marginal», convertido hoy en el cuerpo de la Organización para la Unidad Africana (O.U.A.), podrá ser presentando en su conjunto. El presente libro ha sido escrito en condiciones difíciles, en pleno calor ecuatorial y bajo los rigores del invierno nórdico, en el mar, en tierra, incluso bajo tierra (en cavernas prehistóricas), a bordo de aviones de todo tipo, en oscuros rincones de bibliotecas y bajo las palmeras envueltas en la luz austral y azotadas por la brisa oceánica perfumada de especies, en Zanzíbar. Y, tal como el autor la presenta, la obra no es sino la caricatura de su sueño de estudiante. Una mayor disponibilidad de tiempo hubiera permitido hacer de ella un monu­ mento menos indigno del colosal pasado de este continente gigan­ tesco. Es posible que, debido a la larga duración de los períodos de

Preámbulo

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redacción, determinadas cuestiones hayan sido superadas por nuevas investigaciones análogas en curso, pese a las periódicas puestas al día realizadas por el autor. Los especialistas de éste o aquel período o región quedarán defraudados, sin duda, por el esquematismo de ciertos capítulos. Y la bibliografía podrá parecer excesiva o escasa. Aun así, tal como ha resultado, espero que la presente obra sea de gran utilidad para todos aquellos que piensan que las raíces de Africa explican muchas cosas a través de las flores maravillosas o mustias, de los frutos jugosos o amargos del Africa contemporánea. Y para los que creen que son los africanos quienes se hallan en mejor posición para interpretar su propio pasado. No es posible enumerar los nombres de todas las personas que me han ayudado con sus consejos, estimulándome, asistiéndome de mil maneras durante mis trabajos, mis vigilias y mis desplazamientos por tantos países. Ya se trate de eminentes profesores, en particular de mi llorado maestro, A. Aymard, ya de los cocineros que, en un bungalow universitario de Legón (Accra) o de Ibadán, me atendie­ ron tan solícitamente. Quiero recordar también a los taxistas, a los guías de los museos, a los directores de las bibliotecas, cuya amabi­ lidad, que contrastaba con la austeridad del lugar, reanimaron con frecuencia la llama en el corazón y en la mente de este investigador. Permítaseme citar aqtfí, además de mi mujer, que me dk> ánimos y me ayudó, a los profesores Thomas Hodgkin, Devisse, Clérici, Person, R. Olivera M. Colin Legum, M. Poussi, Bakary Coulibaly, y a otros colegas, historiadores y tradicionalistas africanos, cuyo número es excesivamente grande. Mi agradecimiento también a la familia Postel-Vinay, por su calurosa hospitalidad; a las familias Schliemann, de Copenhague, y Rodríguez, y a la señorita Imbs, profesora adjunta de geografía, por su constante ayuda en la preparación de los mapas, sin olvidar a la señora Willhem, eficaz mecanógrafa que fue la primera en permitir que este texto dejara de ser un manuscrito. Doy también las gracias anticipadas a las lectoras y lectores por su amable atención y por las críticas que me permitirán perfeccionar el contenido de esta obra. Esta, aún imperfecta y a menudo aproximada, ha sido lanzada al mar como una botella, con la esperanza de que su mensaje pueda ser recogido sobre todo por los jóvenes y pueda contribuir a trazar los rasgos auténticos del rostro tan poco conocido, tan mal conocido, del Africa de ayer, proporcionando así las bases para un acercamiento más sano y para una determinación más animosa de construir su futuro rostro.

Introducción LAS TAREAS DE LA HISTORIA EN AFRICA

«¡Recuerda! El recuerdo está lleno de enseñanzas útiles; en sus recovecos hay con qué aplacar a los me­ jores de aquellos que vienen a beber.» S id i Y aya , citado por Es-Sa’adi en el Taríj

as-Sudán. «La historia dirá un día su palabra... Africa escri­ birá su propia historia.» P a t r ic e L u m um ba

(En la última carta a su mujer)

No es en absoluto necesario ser historiador para darse cuenta de que ya no transcurre un solo mes en el mundo sin que se publiquen varios libros sobre Africa. La valoración del pasado de este continente es una característica de nuestro tiempo. La razón subjetiva es evi­ dente. Para los africanos se trata de la búsqueda de su identidad por medio de la reunión de los elementos dispersos de una memoria colectiva. Tal impulso subjetivo tiene, a su vez, su fundamento obje­ tivo en el acceso a la independencia de numerosos países africanos. Durante la colonización, su historia no era sino un vulgar apéndice, un jirón de la historia del país colonizador. «Senegal en el siglo xix» era, esencialmente, «la obra de Faidherbe». Tras la destrucción del paréntesis colonial, estos países se parecen un poco al esclavo libe­ 14

Introducción. Las tareas de la historia de Africa

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rado que se pone a buscar a sus padres y el origen de sus antepasa­ dos. Quiere también informar sobre ello a sus hijos. De ahí la volun­ tad de incluir la historia africana en los programas escolares. Por otro lado, Africa, salida de las sombras para pasar al primer plano de la escena internacional, se ha convertido en objeto de interés. Gran número de individuos, en todos los continentes, entre los espe­ cialistas de la política internacional, entre el gran público, en las altas esferas de las finanzas, se plantean las siguientes preguntas: «Pero, en resumidas cuentas, ¿quiénes son estos africanos que llenan las crónicas? ¿Qué han hecho hasta ahora? ¿De dónde proceden?» Pues no se conoce bien a un pueblo ni a un individuo a menos que tal conocimiento tenga cierta profundidad histórica. Para juzgar o extra­ polar, no es suficiente el conocimiento de la situación actual; es necesario el conocimiento de toda la evolución. Otro elemento objetivo de esta revalorización corresponde al conjunto de los descubrimientos recientes que la arqueología y la historia han ido acumulando, desvelando la existencia de civilizacio­ nes enteras (Ife, Nok, Ríft Valley, etc.) y el papel motor jugado en varios momentos por Africa en la historia universal. Resumiendo, un público de jóvenes ansiosos de descubrir su pa­ trimonio, de gentes honestas que quieren comprender mejor lo que sucede a través de lo que ha sucedido, de estudiantes e investigadores no africanos, constituye una demanda potencial ingente que no va a dejar de aumentar cada vez más. Rara vez una disciplina ha gozado de una ocasión tan magnífica. Pero, teniendo en cuenta las dificul­ tades que hay que vencer para dar una respuesta autorizada a los que esperan, tal ocasión representa también un desafío para el his­ toriador de Africa, y para el historiador en general. Cómo aceptar este desafío de la manera más satisfactoria, más conforme a las reglas e ideales de la Historia: éste es el problema. Pero antes de echar una ojeada a las dificultades y las modalida­ des de la investigación histórica en Africa, es necesario apartar rápi­ damente la barrera de los mitos erigidos contra esta historia.

A. La barrera de los mitos La posición más radical al respecto consiste en decir que la his­ toria de Africa (Negra) no existe. En su Curso de Filosofía de la Historia, en 1830, Hegel declaraba: «Africa no es una porción his­ tórica del mundo. No tiene movimientos, ni desarrollos que pueda mostrarnos, ni movimientos históricos en ella. Es decir, su parte

Historia del Africa negra, 1

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septentrional pertenece al mundo europeo o asiático; lo que nosotros entendemos precisamente por Africa es el espíritu ahistórico, el es­ píritu no desarrollado, aún envuelto en las condiciones de lo natural y que debe ser presentado aquí tan sólo como algo situado en el umbral de la historia del mundo.» Coupland, en su manual sobre la Historia del Africa Oriental, escribía (aunque en 1928, es cierto): «H asta D. Livingstone, puede decirse que el Africa propiamente dicha no había tenido historia. La mayoría de sus habitantes habían quedado, a lo largo de tiempo in­ memorial, inmersos en la barbarie. Tal había sido, al parecer, el de­ creto de la Naturaleza. Permanecían estancados, sin avanzar ni re­ troceder.» Otra cita característica: «Las razas africanas propiamente dichas — si dejamos a un lado la de Egipto y la de una parte del Africa Me­ nor— no han participado en absoluto en la Historia, tal como la entienden los historiadores... Yo no me niego a aceptar que ten­ gamos en las venas algunas gotas de cierta sangre africana (de un africano de piel casi sin duda amarilla), pero hemos de confesar que lo que pueda subsistir de ella es muy difícil de hallar. Sólo dos razas humanas que habitan en Africa han jugado, pues, un papel eficiente en la historia universal: en primer lugar, y de modo considerable, los egipcios, y luego, los pueblos del norte de Africa» x. En 1957 es P. Gaxotte quien escribe sin pestañear en la Revue de Paris: «Estos pueblos (ya ven ustedes de quién se trata...) no han dado nada a la humanidad; y no cabe duda de que hay algo en ellos que se lo ha impedido. No han producido nada, ni un Euclides, ni un Aristóteles, ni un Galileo, ni un Lavoisier, ni un Pasteur. Sus epopeyas no han sido cantadas por ningún H om ero»2. Ciertamente, Bala Faseke, el bardo malinké de Sundiata, no se llamaba Homero. Pero que haya hombres cultivados, historiadores por añadidura, que hayan podido escribir sin pestañear necedades de este calibre, podría hacernos dudar del valor de la Historia como disciplina formadora del espíritu. Algunos de nuestros mejores ami­ gos, incluso nuestros maestros, sucumben ante este pequeño pecado del historiador europeo. Un gran historiador como Charles-André Julien llega incluso a titular una sección de su obra Histoire de VAfri­ que, «Africa, país sin historia», en la que escribe: «E l Africa Negra, la verdadera Africa, se sustrae a la Historia.» 1 Eugen e P itta r d :

Les races et l’histoire, Albín Michel, París, 1953, pá­

gina 505. 2 La Revue de Paris, octubre 1957, pág. 12.

Introducción. Las tareas de la historia de Africa

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Podrían citarse otros muchos historiadores. En realidad, los auto­ res imbuidos de prejuicios racistas pueden colocarse junto a aquéllos que se forman una idea estrecha de las pruebas necesarias para ela­ borar la Historia. Se acercan, por otro lado, muy curiosamente, a ciertos historiadores marxistas que también llevan su sambenito. El gran historiador y hombre de Estado húngaro, E. Sik, que, por otra parte, plantea ciertos principios metodológicos excelentes, escribe: «L a gran mayoría de los pueblos africanos, al no tener clases, no constituían Estados en el sentido auténtico del término. Más exac­ tamente, el Estado y las clases sociales existían sólo en un nivel embrionario. Por ello no se puede, en lo que respecta a estos pueblos, hablar de una historia propia, en el sentido científico del término, antes de la aparición de los usurpadores europeos.» Este autor constata, con todo, que «la historia de Africa Negra posee una importancia especial, pues confirma brillantemente, y con frecuencia ilustra de un modo espléndido, muchas de las tesis de Marx, de Lenin y de Stalin en el campo de las ciencias históricas» 3. En resumen, la Historia de Africa se convierte en ese mesón español donde cada uno encuentra lo que trae consigo... Quizá sea por eso por lo que encontramos un número tan heteróclito de clientes. Los que no articulan tesis tan radicales respecto a nuestra H is­ toria, elaboran mitos tanto más venenosos cuanto que están más matizados. El principal de estos mitos es el de la pasividad histórica de los pueblos africanos, y en especial de los negros. Tal idea la en­ contramos de nuevo bajo uno u otro aspecto en casi todas las obras de los maestros europeos de la ciencia histórica africana. No hay ninguna o casi ninguna dinámica progresiva en estas sociedades o razas desgraciadas. Y con frecuencia se tiene la amabilidad (o la astucia...) de responsabilizar al sol y a los mosquitos de tal atraso. Son los camitas caucasoides los que, infiltrándose hasta el sur de Africa, les han llevado la antorcha de la domesticación de la natura­ leza por medio de las técnicas. Las minas de oro, el procedimiento del vaciado a la cera perdida, el estilo naturalista de Ife, las piedras de Aigris, la idea de la organización estatal, etc., todo ello proviene de los blancos, eventualmente de los rojos o de los morenos, pero que no dejan de ser blancos «mal identificados». «Probablemente, la técnica del vaciado a la cera perdida, practicada en toda Eurasia desde la Edad del Bronce (...) cruzó el Sáhara a través de los árabes. 3

E n d rE S ik :

pág. 19, tomo I.

Histoire de l’Afrique Noire. Akademiái Kiado, Budapest, 1965,

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La hipótesis más usual consiste en hacer llegar artesanos árabes a la corte de los soberanos negros, y en hacer que instruyan en sus técni­ cas a las razas, admirablemente dotadas por cierto, del sur nigeriano» 4. «De hecho, la historia del Africa situada al sur del Sáhara es en gran medida la historia de su penetración, a través de los siglos, por la civilización camitica» (D. Paulme). «En el Sáhel sudsahariano se establecieron Estados e imperios creados por grupos de invasores de piel clara (bereberes, judíos), llega­ dos de África del norte, o por negros que habían aprendido de ellos los métodos de la guerra» 5. «En general, el Africa occidental ha actuado como un amplio callejón sin salida, recibiendo, diluyendo y, finalmente, asimilando o esterilizando los elementos exteriores» 6. «Nigeria es lo que es porque fue, por decirlo así, una colonia mediterránea» (Gauthier)7. El negro, materia prima amasada a lo largo de los siglos por las influencias exteriores procedentes de los fenicios, de los griegos, de los romanos, de los judíos, de los árabes, de los persas, de los indostanos, de los chinos, de los indonesios y (last but not least!) de los europeos: tal es el fondo sobre el que se sitúan las investiga­ ciones de ciertos historiadores africanos, y de la mayoría de los historiadores no africanos. Un historiador de renombre, el doctor Fage, ¿acaso no partía de la expresión «hombre rojo», contenida en la tradición de origen de los mosi-dagomba, para suponer que los ante­ pasados de estos pueblos formaban parte de los invasores no negros que crearon los reinos kanembu, hausa y songhai? Pues bien, todavía hoy, a un negro de piel clara se le llama «hombre rojo» (guintan, en samo; kyeble, en bámbara; ra xiengha, en moré). Asimismo, otro estudioso pretende que los nobles mosi tienen rasgos semíticos muy claros, que no tienen nada de negroides. Y Eliot Skinner, por su lado, replica oportunamente diciendo que si se tuviesen en cuenta los tres últimos mogho-naba, se llegaría a la conclusión, por una gene­ ralización igualmente falsa, que los príncipes mosi eran más negroides que el pueblo llano. «Si habitualmente se distingue, entre estos caucasoides africanos — escribe R. Cornevin— , a los camitas orientales, 4 R . C o r n e v in :

Histoire des peuples de l’Afrique Noire, Berger Levrault,

París, 1960, pág. 231.

5 K i n g s w o r t h : Africa South of the Sahara, Cambridge, 1963, pág. 14. 6 S. T r im in g h a m : History of Islam in West Africa, 1962, pág. 19. 7 E. F. G a u t h ie r : L ’Afrique Noire occidentale, Larose. París, 1963, pá­ gina 127. Escribe el mismo autor: «Tenemos derecho a preguntamos lo que Africa cultivaba y comía antes de Cristóbal Colón, o hace tres siglos apenas» (íbíd., pág. 90).

Introducción. Las tareas de la historia de Africa

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a los camitas septentrionales, a los semitas que habrían servido de fermento al Africa Negra, se admite de todos modos que el término camita tiene solamente un valor cultural y lingüístico.» Aun así, se habla todavía de «razas morenas», y un arqueólogo anglosajón no duda en hablar de «poblaciones de sangre camita». Bien es verdad que se trata del mismo que pretende que los negros tienen un exceso de pigmento bajo la piel, y que tienen la nariz de una anchura anormal, unusual, lo que los distinguiría del blanco, del moreno, del fula, etc. ¡Pero nadie ha encontrado todavía a este moreno ideal, a este fula de Platón! Las líneas de demarcación racial no existen más que en la imaginación de sus autores. Por favor, acabemos de una vez con este asunto de boticarios o de vete­ rinarios, que huele tanto a caballerizas y a pedigree. Otros parten de la ausencia de una revolución fundamental en las sociedades negras con 'el fin de extraer conclusiones racistas, cuando un mínimo de conocimiento sobre la evolución de las sociedades hu­ manas y, en particular, sobre las precondiciones tecno-económicas de toda revolución, les habría evitado caer en tales aberraciones. Por otra parte, el argumento a silentio que lleva a afirmar que Africa ha permanecido inmóvil desde hace milenios, no es más que un sofisma que refleja nuestra ignorancia actual sobre los cambios acae­ cidos en la historia africana. Sin embargo, lo poco que sabemos nos indica elocuentemente que ha habido cambios africanos autónomos, que ha habido verdaderos giros debidos bien a la influencia de mu­ taciones en las técnicas agrarias o metalúrgicas, bien al poder crea­ dor de personalidades excepcionales, como Mamari Kulibali, Anokye, Osei Tutu, Usmán dan Fodio, Chaka, Harris, Samori, etc. En cuanto a la contribución de los negros al movimiento de la historia universal, nos basta con citar las invenciones técnicas afri­ canas del Paleolítico, el lugar del oro y de los negociantes del Africa sudánica * en el comercio euro-asiático del Medievo, la participación del capital-trabajo en el surgimiento de la revolución industrial y el * Ki-Zerbo denomina Sondan, indistintamente, a la francesa, al país que en la actualidad se llama Sudán, y al Africa sudánica, que incluye, ésta, a Senegal, Mali, Níger, Alto Volta, Chad, quizá Mauritania, quizá el propio Sudán (ex británico) y porciones de países costeros del alto golfo de Guinea. Para evitar confusiones al lector español, el traductor llamará Africa sudá­ nica al Africa comprendida entre la mitad meridional del desierto del Sáhara y el Africa guineana (excluida ésta); en tal denominación quedan incluidos, naturalmente, los países del Africa sudánica mencionados antes. En todo caso, cuando queramos indicar el Africa sudánica histórica con su nombre histórico, escribiremos bien Africa sudánica o Sudán, dejando Sudán para el actual país del extremo oriental del Sáhara. [N. del X.J

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papel planetario jugado por los afroamericanos en la formación del sentido artístico, desde hace más de medio siglo. Al decir esto, no nos mueve ningún complejo, ni de superioridad ni de inferioridad, sino un «complejo» de igualdad. Por otra parte, no negamos las in­ fluencias recibidas por Africa, siempre que se hayan comprobado científicamente, por ejemplo en el caso de la introducción del ca­ mello, de la mandioca o del tabaco americano, etc. Pero repetimos que ya estamos hartos de la historia racista, bajo la forma que sea. No admitimos las influencias unilaterales erigidas en sistema. No admitimos ser considerados como instrumentos perpetuamente pasi­ vos, ni que se parta del capitalismo triunfante del siglo xix europeo para hacer de toda la historia africana un reflejo abrupto del uni­ verso, un cul de sac donde vienen a extinguirse las influencias civili­ zadoras de todos los continentes. La mayor parte de estos errores habituales son, evidentemente, resultado de los prejuicios de sus autores. Son resultado, asimismo, de la coyuntura neocolonialista en la que se hallan todavía sumergi­ dos los Estados en los que trabajan demasiados investigadores. Pero, sobre todo, estas aberraciones revelan las oscuridades y las dificul­ tades de la investigación histórica en Africa.

B. Dificultades y métodos 1.

Las fuentes escritas

Todos los buenos historiadores saben que su musa Clío no es una chica fácil. Los historiadores de Africa en particular. La dificul­ tad primera que se nos presenta es la pretendida ausencia de docu­ mentos. La historia, suele decirse, se hace con documentos escritos. Ahora bien, no hay ninguna o casi ninguna de tales fuentes en Africa. Así pues, sin dinero, no hay cochero. Pese a todo ello, se publican varios libros de historia de Africa al año... En realidad, la dificultad principal, aquí también, estriba en que todavía no nos hemos situado ante el problema histórico africano en una perspec­ tiva puramente científica, humanista y africana. Los documentos escritos, de cuya escasez nos lamentamos, son efectivamente mucho menos numerosos que en los demás continentes. Pero, sobre todo, se hallan mal distribuidos por períodos y por regiones.

Introducción. Las tareas de la historia de Africa

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Las fuentes escritas pueden ser clasificadas en las siguientes gran­ des categorías: — — — —

Fuentes antiguas (egipcias, nubias y grecolatinas). Fuentes árabes. Fuentes europeas o soviéticas (narrativas o de archivo). Fuentes africanas «recientes» (meroíticas, etíopes, en lengua o escritura árabe, en escritura africana moderna, en lenguas europeas...). — Fuentes asiáticas o americanas. Las fuentes árabes figuran entre las más importantes, por más de una razón, en especial porque pueden iluminar las zonas oscuras de mayor extensión de esta historia, y porque estamos lejos de haber aprovechado totalmente el meollo histórico sustancial. Los principales autores (que no todos son árabes) son M as’u d i8, Ibn H aw kal9, Al-Bakri10, Al-Idrisi11, Abulfeda12, Al-’O m ari13, Ibn 8 M a s ’u d i: nació en Bagdad y murió hacia el 956. Fue un viajero infatiga­ ble, dotado de una devoradora curiosidad que lo llevó hasta el Irán, la India, China, Indonesia... Nos ofrece un balance de sus observaciones en la obra Las praderas de oro y de las minas de piedras preciosas, en las que consagra algunos capítulos al Africa oriental. Traducción de C. Barbier de Weynard y Pavet de Courteille: Le livre des prairies d’or et des mines de pierres précieuses, Imprim. Impériale, París, 18611877, 9 volúmenes. 9 Ib n H a w k a l : escritor originario de Bagdad, autor del Librode las vías y de las provincias (976). Traduce, de M. G. de Slane, 1842. 10 A l - B a k r i (Abú ’Obeid), 1040-1094. Nacido en Córdoba. Es autor del libro titulado Las vías y los reinos (Kitáb am-Masálik wa’l-mamálik), en el que se halla el famoso capítulo sobre la «Descripción del Africa septentrional», con referencia al reino de Gana. Trad. de M. G. de Slane, Imprim. Impériale, París, 1859. Trad. de V. Monteil: Routier, Congrés Internationale des Africanistes, Da­ kar, 1967. 11 A l - I d r i s i (1099-1164). Geógrafo y viajero árabe nacido en Ceuta. Estudió en Córdoba. Se benefició del mecenazgo de Ruggiero de Sicilia, para el que llevó a cabo determinados trabajos geográficos. Nos ha legado una descripción de Africa y de España. 12 A b u l f e d a (Abú al-Fida) (1273-1331). Erudito nacido en Damasco. En 1321 elabora su Takwin al-Buldán (geografía) que es, en parte, una recopilación, y que contiene capítulos sobre el País de los Negros (Sudán). Trad. Reinaud: Géographie d’Aboulfeda. Imprim. Nationale, París, 1848, 2 volúmenes. 13 A l - ’O m a r i (Ibn Fadl AUáh) (1301-1349). Originario de Damasco. Erudito. Secretario particular en la corte de los sultanes de El Cairo y de Damasco. Es autor de una enciclopedia titulada Masálik al-Absar fi Mamálik al-amsár (Itine­ rario de miradas a través de los reinos del mundo civilizado); trata en él, en particular, el Mali medieval. Trad. de Gaudefroy-Demombynes, P. Geuthner, París, 1927.

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Battuta 14, Ibn Jaldú n 15, Al-Hasan (J. León el Africano) 16, Mahmúd K a ti17, Es-Sa’a d iia. Por doquier, en Africa, equipos de estudiosos se han lanzado, actualmente, a la búsqueda de documentos escritos, algunos de los cuales relatan a veces acontecimientos que tienen una antigüedad de seiscientos años, o incluso más. El Instituto de Estudios Africanos de Ghana ha descubierto centenares de ellos, por ejemplo un docu­ mento que relata los orígenes de los reinos mosi. Asimismo, las Uni­ versidades de Ibadán y de Kaduna han establecido un corpus todavía más importante de tales documentos. Las piezas en swahili se bus­ can también con interés, y en las bibliotecas del Mágreb, del Próximo y Medio Oriente es probable que las publicaciones de los centros 14 Ib n B a t t u t a (1304-1377). Nacido en Tánger. Prodigioso trotamundos que recorrió el globo desde el Mágreb hasta China, vía Zanzíbar y Medio Orien­ te; luego estuvo en Sudán, donde fue invitado del emperador de Mali en su capital. Sus Viajes ion una mina de informaciones. Voyages dans le Pays des Noirs. Trad. de M. G. de Slane, 1843; Extraits des voyages, R. Mauny, V. Mon teil, A. Djenidi, S. Robert, J. Devisse. Colección Hist., núm. 9, Universidad dé Dakar, 1966. 15 Ib n J a l d ú n (1332-1406). Nació en Túnez. Fue sucesivamente secretario, jefe de cancillería, ministro, reclutador de mercenarios, prisionero, embajador, gran Qadhi, cortesano, escritor, etc. Recorrió el Africa del norte en todas direc­ ciones, de Túnez a Fez, y de Bugía o de Tiemcén a El Cairo, pasando temporadas en Sevilla y Granada. Escribe: la Muqaddima (los Prolegómenos)', la Historia Universal (Kitáb al-’Ibar), en 1382; y la Historia de los bereberes. Ibn Jaldún es uno de los mayores historiadores de todos los tiempos, y el fundador de la Historia científica. Trad. de M. G. de Slane: Histoire des Berbéres, P. Geuthner, París, 19251956, 4 vols.; trad. de V. Monteil: Ibn Jaldún: Discours sur 1‘Histoire universelle, Al-Muqaddima, Beirut, 1968, 3 vols. Colee. UNESCO, Obras Repre­ sentativas. 16 A l -Hasan (llamado Juan León el Africano) (1483-1554). Nació en Gra­ nada. Estudió en Fez. Cruzó el Africa sudánica de un extremo a otro en 1507. Hacia 1517 vivió en Egipto y en La Meca. Capturado por un pirata siciliano, fue ofrecido al papa León X, que lo obligó a convertirse, bautizándolo en la basílica de San Pedro con el nombre de Johannes Leo de Medid. Fue profesor de la Universidad de Bolonia, pero terminó por abandonar Italia, volviendo a Tunicia y reconvirtiéndose al Islam. Su obra maestra, que inspirará a los europeos hasta el siglo xix, es la Descripción del Africa y de las cosas notables que hay en ella, Roma, 1526. Trad. de A. Épaulard: Description de l’Afrique. Traducida al italiano y anotada por A. Épaulard, Th. Monod, H . Lhote, R. Mauny, París, 1956, Ed. Maisonneuve. 2 vols. 17 M ah m úd K a t i . Historiador soninke de Tombuktu, que nos informa sobre el reinado del Askia Mohammed, de quien fue consejero, y sobre la invasión marroquí. A partir de 1520 comienza a escribir el Taríj al-Fettásb (Crónica del investigador), puesta al día por uno de sus parientes hacia 1600. 18 E s- S a ’a d i, ’A b d a r r a h m á n . De origen mauro, escribe el Taríj as-Sudán (Crónica del País de los Negros) hacia 1655.

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universitarios medievales del Africa sudánica occidental, hoy desapa­ recidas, existan por lo menos en forma de reproducciones, traduccio­ nes, en turco, en persa, etc. ¿Qué decir entonces de las fuentes europeas, de la Edad Media en adelante, una vez que el emperador de Mali (Rex Melli) ha sido representado en majestad en el portulano de Abraham Cresques? Se trata de una mina inagotable que es, por decirlo así, complemen­ taria de las fuentes árabes, puesto que ofrece, con respecto a las partes menos examinadas por los árabes, una gran cantidad de infor­ maciones de todo tipo, de las que el profesor Mauny ha podido sacar un buen partido para reconstituir su Tablean géographique de l’Ouest africain au Mojen Áge. Pero ¡cuántos fondos privados per­ manecen aún intactos en el seno de las familias residentes en los puertos negreros, en las casas-madre de las sociedades misioneras, en los archivos del Vaticano y en manos de los herederos de los primeros viajeros! Ahora están comenzando a revelarse las fuentes portuguesas; y haría falta tener en cuenta también toda la literatura de América Latina (Brasil, Haití, Cuba, etc.), utilizable a este res­ pecto 19. Hay que citar también los documentos de origen propiamente africano, como las relaciones históricas del sultán Nzhoya, en escritura bamum. Decir, sin matizar, que el Africa Negra ha sido una tierra sin escritura sería un burdo error. ¿Acaso no se ha hecho mención de que también en la Edad Media europea, por lo menos hasta el siglo x i i i , sólo una ínfima minoría de la aristocracia sabía leer y escribir? Muchos barones y condes eran analfabetos. En Africa, solamente la clase de los monjes escribas, como los ulemas del Tom­ buktu medieval, transmitía la llama del saber y de la Historia 20. La escasez actual de documentos escritos plantea, con todo, uno de los problemas principales de la historiografía africana. Lo que nos invita a unirnos con entusiasmo a la más moderna escuela his­ tórica, la más comprensiva, la más progresiva, la más rica en posi­ bilidades para la exploración del pasado: la de los defensores de la historia total. Todo puede ser histórico para el historiador avisado. Todo, y no sólo las fechas de las batallas y de los tratados, los nom­ bres de los príncipes y de los presidentes de repúblicas. El hombre ha convertido en histórico todo aquello que ha tocado con su mano creadora: la piedra y el papel, y los tejidos y los metales, la madera y las más preciadas joyas. No negamos, ni mucho menos, el valor de 19 Cfr. los Répertoires des sources de l’Histoire africaine. 20 Para las escrituras de origen africano véase D . D a l b y : Language and History in Africa, Londres, 1970, Ed. Frank Cass, pág. 109. El autor ha inten­ tado hallar eventuales influencias exteriores.

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las pruebas escritas. Pero, por necesidad y por convicción, rechazamos la concepción estrecha y superada de la historia basada tan sólo en pruebas escritas, teoría según la cual ciertas zonas de Africa apenas habrían salido de la prehistoria. Por definición, decimos que en todo lugar donde se encuentra el hombre, hay invención, hay cambio, existe una problemática y una dinámica del progreso, y por tanto hay his­ toria en el sentido verdadero del término. E incluso una historia escrita, aunque sea sobre diorita o sobre porcelana. Rechazamos la teoría que niega la posibilidad de escribir la historia del Africa Negra, al no tener ésta derecho más que a una etnohistoria. Somos partidarios de una historia basada en múltiples fuentes y polivalente, que tome en consideración absolutamente todas las huellas humanas dejadas por nuestros antepasados, desde los restos de sus cubos de basura hasta los dibujos y los cantos que traducen sus más íntimas o más elevadas emociones. Y si fuese necesario buscar a toda costa una palabra para designar la historia de los países o de los períodos sin escritos, sería preferible la expresión «historia sin textos», empleada por la Encyclopédie de la Pléyade, en vez de prehistoria, proto-historia o etnohistoria. En realidad, nada permite afirmar que la Historia sin textos tenga menos valor desde el punto de vista estricto de la comprensión, de la explicación y de la restitución del pasado. ¿Cuál es la guía más segura para conocer la vida de Pompeya: los textos escritos contemporáneos o el estudio de las ruinas de la ciudad? Sin lugar a dudas, las escenas de la vida cotidiana, captadas en instan­ tánea por el cataclismo, son mucho más elocuentes que cualquier otro texto escrito, pues éste sería un testigo de segunda mano en relación a la realidad exhumada. A decir verdad, y sin negar la importancia fundamental de los escritos, los «testigos a su pesar» de los que habla Marc Bloch son a menudo más elocuentes y menos sospechosos que las relaciones escritas que nos han sido dejadas en ocasiones en aras de la causa. En realidad, la historiografía africana entra en escena en un momento en que se está operando una revolución en la concepción general de la Historia. Los autores y los lectores se interesan cada vez menos por la historia historizante de las fechas de las batallas y de los años de los reinados. La historia quiere abarcar el rio de la evolución humana en su amplitud y profundidad. Quiere captar todo su contenido, incluidos los residuos y rocas del fondo, que con frecuencia explican las espumas y remolinos de la corriente superfi­ cial. La historia quiere ser global. Y la ciencia y la técnica le propor­ cionan hoy día los medios para enfrentarse a las nuevas tareas que se ha impuesto. Naturalmente, buen número de historiadores no aceptan esta nueva concepción y continúan caminando todavía, con

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gran seguridad, a veces con una satisfacción altanera, por los sen­ deros trillados. Otros no dejan de disputar acerca de los límites de la prehistoria. ¿Acaso no lo reconocía así, últimamente, un artículo del Journal of African History, haciendo retroceder hasta los comienzos de la Edad del Hierro el período de la prehistoria, que en caso con­ trario llegaría en ciertas regiones del mundo hasta el alba del si­ glo xx? Pero, si se admite que las artes gráficas son testimonios tan valiosos como la literatura, ¿no se podría poner en duda, incluso, esta última concepción de la prehistoria? 2.

La cronología

Así y todo, lo dicho hasta ahora no evita que la carencia de literatura histórica en Africa represente una grave laguna. En efecto, el hombre hace la historia a través del tiempo. Y el historiador que desea remontarse hacia el pasado sin disponer de hitos cronológicos se asemeja al viajero que recorre, en un automóvil sin cuentakilóme­ tros, una carretera sin mojones. Ahora bien, cuando se intenta recons­ truir la cronología del Africa Negra, constatamos que siglos enteros, especialmente los inmediatamente anteriores y posteriores al naci­ miento de Cristo, carecen de indicaciones cronológicas. Las fechas son tan escasas que cada vez que se encuentra una, se convierte en monumento histórico. Pero su escasez no debe hacernos creer que los africanos no poseían ninguna idea sobre la cronología. Al contrario, la noción de sucesión temporal era algo esencial para la mentalidad africana, pues para ésta los únicos documentos eran la experiencia y el libro de la vida. De ahí la importancia de los ancianos y de las personas de edad que nos permiten, a veces, remontarnos hasta fines del siglo xvm . Con frecuencia incluso, los africanos han ideado procedimientos de cómputo elementales. Sabemos que en el reino de Bono Mansu cada soberano guardaba una vasija, en un templo especial, en la que depositaba cada año, y hasta el día de su muerte, una pepita de oro. En otros lugares se emplean otros sistemas mnemotécnicos. Entre los dogon, por ejemplo, el señi es una fiesta solemne que se celebra cada sesenta años, y en tal ocasión se graba una marca en un tronco de árbol sagrado, que se conserva en una gruta. En otros lugares se utilizaban medios aún menos directos. Entre los mosi, cuando el rey llevaba reinando treinta años, se realizaban ritos memorables: el sacrificio de Biktogho, que puede compararse a la fiesta faraónica del Sed. Ciertas tradiciones aseguran que en los tiempos primitivos el

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rey era inmolado una vez transcurridos treinta años de reinado. En tales condiciones, la coacción sociorreligiosa garantizaba la exactitud del cómputo. Pese a todo, no podemos negar el carácter escasa­ mente matemático de apreciaciones de este tipo; y el hecho de que no estén consignadas por escrito, y de que debamos atenernos única­ mente a la tradición oral, constriñe al historiador a plantearse el problema metodológico de la utilización de esta últim a21. 3.

La tradición oral

Se discute mucho todavía, aunque cada vez menos, sobre la vali­ dez de la tradición oral como fuente histórica. La retaguardia de esos historiadores que calificaremos de «fetichistas de la escritura», como Brunschvig72, continúa negando toda utilidad a la tradición oral. Los funcionalistas, que sólo ven en ella mitos confeccionados con fines interesados, comparten más o menos la misma actitud. Los cronófilos temen que la ausencia de una cronología segura comporte un encadenamiento arbitrario de los hechos, lo que dificultaría o fal­ searía las relaciones causales (como si se situara la Segunda Guerra Mundial antes de la Primera), al encontrarse la perspectiva histórica comprimida, troceada o destruida. Pero en la actualidad, la mayoría de los historiadores de Africa admiten ya la validez de la tradición, aun cuando muchos la consideren menos consistente que las fuentes escritas, o bien exijan que se la apuntale con otras fuentes. Con todo, los mismos documentos escritos no logran zafarse de la famosa regla del testis unus testis nullus. Por el contrario, numerosos autores, como H. Deschamps, J. Vansina, D. F. McCall, Person, etc., consi­ deran que la tradición oral constituye una fuente igualmente respe­ table, aunque generalmente menos precisa que los escritos23. En ciertos casos privilegiados, y gracias a un uso metodológico apropiado, la tradición oral ofrece el grado de certeza que normal­ mente solemos esperar del conocimiento histórico. El problema no consiste, pues, en saber si es válida o no a priori, o si goza o no de 21 Ver K i -Ze r b o : La tradition órale en tant que source pour l’Histoire afri­ caine, en Diogéne, sept. 1969. y L aya D io u l d e : La tradition órale, C entre

de Niamey. 22 H. B r u n sc h v ig : editorial en el número 7 de los Cahiers d’Études Africaines, vol. 2, cuaderno 30, 1962. 23 Y. P e r s o n : Tradition órale et chronologie, en Cahiers d’Études Africaines, vol. 2, cuad. 30, 1962, págs. 462 y ss. Y Person ha construido su tesis sobre Samori partiendo de la comparación de las fuentes escritas y de los datos, de gran riqueza, de la tradición oral.

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apoyos exteriores, sino en conocer qué método es preciso adoptar para estudiar las tradiciones y seleccionar, del modo más seguro, las que sean dignas de servir de fuentes históricas. Por otra parte, ¿acaso la tradición oral no es anterior cronológica y lógicamente a la escritura? En el principio era el verbo. Además, la tradición proporciona hitos comprobados. Es cierto que las ge­ nealogías, la duración media de los reinados y de las generaciones no son fáciles de establecer. Pero la tradición dispone de diversos quitamiedos que en ocasiones garantizan, desde su propio interior, la autenticidad y la pureza. Este es el caso de ciertas listas dinásticas (mosi, ashanti, Dahomé, Rwanda) que nos dan seguridades gracias a su carácter fijo y rígido, y gracias al hecho de que son confiadas a funcionarios especiales, a quienes se honra en alto grado, pero que responden con su vida de la integridad de los documentos, que se recitan regularmente desde hace varios siglos, a veces cada mañana, en el curso de una ceremonia especial. Por otro lado, la tradición es autocontrolada con frecuencia por numerosos testigos que velan por su conservación. En el Mosi, por ejemplo, si los tambores tienen este cometido especial, también el Wagadugu-Naba asiste a deter­ minados ritos solemnes, en los que se recita la lista dinástica. Los numerosos príncipes que participan en todas estas fiestas, y que tienen en ellas un interés directo, vigilan asimismo para que la conser­ vación sea adecuada. Y quien asume la responsabilidad no es una sola persona o una familia, sino que toda la comunidad garantiza su cumplimiento. Y si hubiera que rechazar testimonios semejantes sólo porque parecen reflejar la verdad oficial, ¿qué podríamos decir, entonces, de los relatos de los cronistas de Luis X IV y de los diarios hablados de las radios nacionales en buen número de Estados con­ temporáneos? Además, un testimonio no pierde validez automática­ mente por el simple hecho de que la garantía de su conservación se halle en manos del sector privilegiado de la sociedad. Todo lo más, este hecho lo hace menos completo, de igual modo que la vida de los campesinos franceses de la época de Luis X IV nos es mucho menos conocida que un solo día de la vida del rey. Además, el carácter funcional o no funcional de esta o aquella relación es, con frecuencia, muy discutible. ¿Qué es lo funcional para un pueblo: decir que es autóctono o que es invasor? ¿No crean acaso ambos hechos derechos específicos? Es decir, el derecho del primer ocupante y el derecho del más fuerte, que, por otro lado, han sido combinados frecuentemente entre los africanos de manera sensata, como por ejemplo entre los mosi o los bámbara, gracias a la existencia de un jefe político y de un jefe de tierra o territorial, uno autóctono, y el otro proveniente del clan de los conquistadores.

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Asimismo, se da con frecuencia el caso de que el testimonio transmitido resulta ampliamente antifuncional, como cuando los da­ gomba admiten ser, respecto a los mampursi, su rama segundogénita, aportando así una confirmación sorprendente a la tradición de estos últimos. La comparación de tradiciones permite, pues, siempre que se tengan en cuenta las reglas que dirigen su evolución, eliminar, escoger y conservar sólo las fuentes más valiosas. De este modo, y gracias a métodos aún más sutiles, podremos in­ tentar llevar a cabo una crítica interna de la tradición, siempre que se conozcan tanto la tipología de los testimonios transmitidos como la técnica de la literatura oral, con sus estereotipos, sus metáforas y sus fórmulas esotéricas. Cada tipo posee sus cánones y una determinada presentación formal, que puede haber evolucionado con el correr del tiempo, tanto que a veces el mismo estilo nos informa sobre la edad del documento oral. Deberían multiplicarse los estudios sobre los tipos y perfeccionarse las técnicas de recogida de textos orales. En ocasiones, otras fuentes pueden reforzar ulteriormente el do­ cumento oral desde el exterior; se trata de fuentes que llamamos habitualmente, por mal hábito y por egocentrismo, auxiliares. La numismática y la epigrafía, que son, por otro lado, ramas de la historia, tienen escasa importancia en Africa Negra, pese a las monedas, «calvas» o no, descubiertas en la costa oriental, en Etiopía y en el Sudán central, y pese a las estelas funerarias de Gao o de Kumbi Saleh. 4.

La arqueología

En cambio, la arqueología, que hojea las mismas páginas del libro del pasado gracias a los estratos del terreno, goza de un lugar privilegiado. En Africa, la arqueología no sólo padece la falta de medios, sino también otras dificultades más concretas: dislocación del terreno por fractura o inversión del relieve, erosión violenta que confunde los estratos, fragilidad de los materiales arquitectónicos, etc. Por ejemplo, las excavaciones del profesor Shinnie en el norte de Ghana mostraron que ya no hay posibilidad de distinguir entre los muros y las rocas del lugar. Añadamos a esto los destrozos de las termitas, la herrumbre y la disgregación química, causada por la humedad y la acidez de los suelos, la ausencia de fósiles indicadores. Hay que contar también con los daños causados por los saqueadores, por el pillaje de los profanos, como los señalados por Mauny en Tondidaru y como los perpetrados en Mapungubwe. Con todo, hoy en día se han puesto a disposición de los investigadores poderosas

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técnicas auxiliares: método del Carbono 14 24, que ofrece aproxima­ ciones cronológicas satisfactorias; prueba del flúor, que permite fijar la fecha de los objetos de alfarería y la explotación de la inmensa riqueza existente en el subsuelo africano, con el fin de jalonar la historia y seguir las huellas de las migraciones y los intercambios en­ tre los pueblos. Indiquemos, para terminar, la triste suerte reservada a los monumentos y restos de Nubia, debido a los imperativos del desarrollo económico, que han quedado sepultados para siempre tras la puesta en servicio de la presa de Aswan, y pese a los esfuerzos generosos (alentados por la UNESCO) llevados a cabo por ciertos Estados y por organismos privados. A pesar de todas las dificultades citadas, la arqueología ha hecho grandes méritos para la historia africana. Leakey, Dart, Clark, Mauny, Lebeuf, Fagg, Teilhard de Chardin, Arkell, Monod, Arembourg, Balout, Hugot, Coppens, Chavaillon, Sutton, Shaw, Posnansky, Robert, Wai-Ogosou, Thabit Hassan, Devisse, Iskander Zaki, Brahimi, Nenquin, Hiernaux, Fagan, Said Rushdi, etc., han desenterrado en ciertos casos civilizaciones en­ teras, aportando en ocasiones sorprendentes confirmaciones de la tradición oral, por ejemplo en el país luba. Este pueblo, en efecto, afirmaba que todas sus jefaturas habían surgido de un prototipo si­ tuado en la región del lago Kisale. Pues bien, la arqueología descubrió allí inmensos cementerios que contenían los restos de una cultura basada en el hierro y en el cobre, y una economía basada en la pesca y en el comercio ya desde el siglo vm . La misma coincidencia se 24 El método de datación por Carbono 14 se basa en los siguientes hechos, revelados por W. S. Billy y Anderson: los tejidos vegetales y otras materias orgánicas contienen, además del carbono ordinario, una cantidad infinitesimal de una variedad isotópica (de diferente morfología atómica) que es el Carbono 14, producido por la acción de los rayos cósmicos sobre el nitrógeno atmosférico. Mientras las matreias orgánicas sigue con vida, la radioactividad del Carbono 14 fijado en los tejidos es constante; pero en cuanto mueren, comienza a disminuir. Ahora bien, la desintegración se lleva a cabo según un ritmo y una duración específica, llamada período: al cabo de este período, la mitad del cuerpo radioac­ tivo se desintegra, disminuyendo así su radioactividad en una mitad. Para el Carbono 14 el período es de cinco mil quinientos sesenta y ocho años. Se demuestra de este modo que la proporción de Carbono 14 es la misma en todo tejido, en cada región y en todo tiempo. Basta, pues, extraer el carbono contenido en una muestra de madera o hueso hallada en un determinado yacimiento arqueológico y medir la radioactividad residual para deducir, con respecto al período, en qué momento la muestra dejó de vivir. De todos modos hay que tomarse la molestia de eliminar los factores de radioactividad parásita y de dejar un margen de error por exceso o por defecto. Pero el período del Carbono 14 es relativamente breve, por lo que en el caso de tiempos más largos se recurre a otros métodos, por ejemplo, a la utilización del potasio-argón. Cf. Ducrocq: La Science i la conquéte du passé, Plon, Pa­ rís, 1955.

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produjo en el caso de Bweyorere, una de las primeras capitales de los reyes de Ankole, cuyo emplazamiento había sido descubierto por R. Oliver gracias a la tradición oral, y las excavaciones de M. Posnansky hallaron conforme a la tradición que afirmaba que el lugar había sido ocupado en dos ocasiones sucesivas. Otros muchos ejemplos demuestran que la arqueología debe operar de común acuerdo con las demás disciplinas25. Desenterrar un objeto aislado no tiene significado. Exhumar toda una vida petrificada, tal es la tarea de la arqueología. En las fases sucesivas de elección del lugar, exploración, obser­ vación, análisis e interpretación, el arqueólogo necesita la ayuda de otras ciencias, físicas, naturales o humanas: la geomorfología, la sedimentología, la geología del cuartenario, la edafología (para de­ finir y situar correctamente las capas), las técnicas fotográficas para localizar y situar los objetos en el contexto de sus relaciones espa­ ciales, la paleoclimatología, la paleobotánica y la paleozoología, la historia y la antropología cultural, que permiten, por erosión regre­ siva, por decirlo así, obtener ideas sobre las civilizaciones de la época en cuestión. El arqueólogo que no quiera ser solamente un coleccionista de piedras debe rodearse de todos los apoyos citados para poder aprehender de forma inteligente los conjuntos de objetos que descubre. Conjuntos horizontales (en un mismo estrato), que reclaman un análisis sincrónico. Conjuntos dinámicos y verticales, que cruzan varios yacimientos, que dependen de análisis diacrónicos y cuya recomposición permite sugerir una cronología relativa. El mé­ todo estratigráfico permite dar respuesta a ambas exigencias. Con­ juntos especializados si elegimos la evolución de una sola técnica o de un útil, que pueden ser sometidos entonces a análisis estadísticos de gran interés. Pero esto no significa que la arqueología esté sometida a una de­ pendencia unilateral. La interdependencia es general. Obliga a una aproximación interdisciplinar y, en ocasiones, transdisciplinar. Y con mayor razón desde el momento en que sabemos que las sociedades a que nos referimos aquí están sólidamente integradas en todos sus aspectos. El problema consiste en saber si, como desea, al parecer con razón, J. D. Clark, tal aproximación implica la elaboración de proyectos integrados y polivalentes, con la cooperación de todas las disciplinas en cada una de las etapas, o si, por el contrario, como aconseja M. Guthrie, cada especialista debe proseguir sus investiga25 Cf. J . D esmond C lark : Language and History in Africa, Frank Cass, 1970, págs. 1 y ss.

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dones de forma independiente con el fin de llegar únicamente a con­ tinuación a una confrontación válida de las distintas síntesis26. 5.

La lingüística

En el campo de la lingüística hay que huir de las ilusiones audi­ tivas. Desconfiemos de consonancias apresuradamente comparadas; asegurémonos en cambio un conocimiento descriptivo y profundo de las lenguas. Hay que evitar caer en el burdo error de confundir la raza con la cultura o la lengua. Quienes reprochan a ciertos afri­ canos la confusión de estos datos, caen con frecuencia en el mismo error. Por ejemplo, uno de ellos plantea la pregunta siguiente: «Si los antiguos egipcios eran negros, ¿por qué los negros sudsaharianos que conocemos no han desarrollado las mismas técnicas que sus con­ géneres del valle del N ilo?» He aquí una grave confusión entre raza y civilización. Otro autor deducirá que pastoralismo es igual a no-ne­ gritud. De todos modos, y aunque el instrumento lingüístico exija una destreza de cirujano, no por ello deja de ser un excelente escalpelo para disecar el pasado. La ciencia lingüística ha progresado asombro­ samente de un tiempo a esta parte y gracias a ella podemos llegar a deducir, a partir de parentescos lingüísticos, parentescos étnicos o de origen. Contando con lo realizado por lingüistas como Westermann y fiomburger, J. Greenberg ha propuesto recientemente una nueva clasificación de las lenguas africanas, que hace tambalear ciertos dog­ mas históricos lingüísticos o étnicos, por ejemplo a propósito de los bantúes. Naturalmente, no todos aceptan esta clasificación; no obs­ tante, proporciona una hipótesis científica de trabajo. Abre perspec­ tivas sorprendentes, intrigantes y estimulantes al historiador que ve el parentesco lingüístico entre el hausa y el antiguo egipcio, entre el songhai y el masai. Trabajos de este tipo pueden permitir, por me­ dio del estudio genético y comparativo de las gramáticas, la recons­ trucción del prototipo teórico, origen de su evolución, como en el caso de las lenguas indoeuropeas. En realidad, si consideramos que en Africa existen aproxima­ damente unas mil lenguas y dialectos, muchos de los cuales no han sido fijados todavía o disponen de escrituras desde hace poco tiempo y sabiendo que están sometidos a transformaciones continuas por la poderosa capacidad de asimilación de los africanos, la tarea sigue 26 Cf. J . D e v i s s e : Archéologie et Histoire en Afrique. Bilans et perspectives, Cahiers d’Histoire Mondiale, UNESCO, Edit. de la Baconniére, vol. X II, 4, 1970, págs. 539 y ss.

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siendo complicada. Algunos lingüistas (Boas) pretenden, en efecto, que de las lenguas no escritas es imposible extraer datos históricos. Otros piensan lo contrario, y subrayan que «la identificación del indoeuropeo como familia lingüística se produjo cuando el análisis descriptivo de las lenguas europeas no se hallaba mucho más avan­ zado que el de gran número de lenguas no escritas». En Africa siguen siendo escasos los estudios comparativos de los distintos estadios de una determinada lengua escrita. Pero la comparación de lenguas emparentadas entre sí, y la reconstrucción interna, son métodos apli­ cables que ya se están utilizando. El protobantú, que ha podido defi­ nirse gracias a estos métodos, permite afirmar que los antiguos bantuófonos empleaban cierto número de nombres de árboles y de ani­ males que, pasado el tiempo, permiten resucitar el escenario apasio­ nante del marco físico, climático, técnico y social en el que se movían aquellos pueblos. Del mismo modo el estudio, desde un punto de vista histórico, de determinadas palabras-clave, por ejemplo la palabra «caballo» en diferentes lenguas, permitiría seguir la huella de este animal a lo largo de los procesos de préstamo lingüístico. De este modo, J. Greenberg ha podido poner al descubierto las aportaciones kanuri al hausa en el caso de términos culturales o de técnica militar, que permiten valorar la influencia del imperio bornuano en el desarollo de los* reinos hausa. En particular, la titulación de las dinastías bornuanas por medio de términos kanuri, tales como kaygamma, magira, etc., conoció una considerable difusión hasta las regiones centrales de Camerún y de Nigeria. También el estudio sistemático de los topónimos y de los antropónimos puede darnos indicaciones altamente valiosas. El nombre de la capital del reino mosi de Yatenga, Wahiguya, que significa «Venid a prosternaros», es por sí mismo un indicador importante que confirma el carácter imperioso y belicoso de su fundador, el naba Kanga. A este respecto, no deben olvidarse las poblaciones residuales u oscuras de nuestros días, pues sus lenguas o sus empla­ zamientos poseen a veces la clave de la historia de pueblos vecinos que hoy conocemos mejor. Por ello, las encuestas extensivas, y si es posible exhaustivas, que engloban a todas las aldeas y grupos étnicos de una región, pueden conducirnos rápidamente hacia pistas fecundas (cf. las investigaciones de F. y M. Izard en el Yatenga). Resumiendo, es particularmente fértil el estudio sistemático de los términos especialmente «históricos», como el hierro o los géneros agrícolas. El vocablo con que se designa en samo al maíz significa «mijo mosi». El estudio de los nombres del maíz en Africa, realizado por Willett, permitió detectar otra vía, terrestre en este caso, que iba de Egipto hasta el centro y el este del continente, aparte de

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la ya conocida vía de introducción de esta planta por la costa occi­ dental. La anterioridad de ciertos vocablos en relación a otros puede permitirnos llegar también a la conclusión de que existe una priori­ dad cronológica. Esta especie de arqueolingüística utiliza, pues, téc­ nicas análogas a las de la arqueología, detectando los estratos ante­ riores pese a la alteración del relieve, y localizando ciertos vocablos que sirven como fósiles directores lingüísticos, testigos de un apasio­ nante diálogo de culturas. Incluso podemos ir más allá, y encontrar en ciertos vocablos los postes indicadores del periplo de los pueblos. El método comparativo, aplicado desde una óptica diacrónica por C. Meinhof, J. Greenberg y M. Guthrie a lenguas bantúes, lo prueba ampliamente. Pero ¿puede la lingüística contribuir al conocimiento de las fechas? Es lo que pensó Swadesh, que parte de los postulados siguientes: 1. Toda lengua conlleva, aparte de vocablos culturales muy inestables, un vocabulario de base (partes del cuerpo, acciones vitales, números del 1 al 5, etc.). 2. Las modificaciones del vocabulario de base se producen a un ritmo lento y constante (r). Este último ha sido calculado a partir de lenguas cuya evolución es conocida, por lo que la constante r queda definida como índice de retención. Una vez comparadas las listas-test de los vocabularios de base de dos lenguas emparentadas se obtiene C, que es el porcentaje de vocablos comunes. Conociendo r y C se deduce la distancia tempo­ ral (t) entre ambas lenguas, tras su separación, gracias a la fórmula: log C 1,4 log r La fórmula anterior, que vendría a ser algo así como un reloj o una sonda cronológica, ha sido muy criticada. Su aplicación por Swadesh a las lenguas voltaicas es vista por los expertos con escep­ ticismo. En una brillante contribución al Seminario sobre «Lenguas e Historia en A frica»27, C. S. Bird compara la singular estabilidad de los dialectos mandé con la inestabilidad observada en otros casos vecinos (dialectos dogon). Rechaza la teoría genealógica de las len­ 27 Language and History in Africa, de D. Dalby. Frank Cass, Londres, 1970, págs. 146 y ss.

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guas y subraya que los fonemas o vocablos cambian menos que las estructuras y las reglas que gobiernan tales estructuras, que se adaptan en función de una serie de factores, algunos de los cuales son extrínsecos a la propia lengua. Demuestra así que en el caso del mandekan (lengua mandé), la estabilidad política, la intensidad de los intercambios comerciales, la simplicidad sintáctica, y también el vigor de la personalidad étnica y la fuerza sociocultural de la casta «académica» de los bardos, han contribuido a la estabilidad de la lengua. Concluye poniendo en duda la posibilidad de cuantificar el índice de retención lingüística por medio de una constante. Aun así, la gloto-cronología o léxico-estadística puede ser útil porque su­ giere órdenes de magnitud en la coexistencia histórica de las lenguas. Por otro lado, salvo en esta función, que cuenta con cierta oposición, la lingüística ha prestado señalados servicios a la historia africana. El gran número de lenguas existentes en Africa, que sin duda mues­ tra la capacidad inventiva de sus pueblos, ha inhibido seguramente su desarrollo general. En la actualidad, su estudio sistemático puede ayudarnos a resolver ciertos enigmas del desarrollo histórico. 6.

La etnología y la antropología cultural

En etnología o antropología (nosotros preferimos el término an­ tropología), el método consiste en basarse en los rasgos culturales comparados con el fin de seguir la evolución de las sociedades y sus relaciones. Efectivamente, en caso de parentesco de formas, existen únicamente tres hipótesis: doble invención autónoma, origen común, o préstamos. La regla de las cuatro mujeres como máximo1y de las cinco plegarias diarias, que existe en Senegal y en Indonesia, no ofrece dificultades de interpretación, pues los une el puente del Islam, demasiado conocido como para que haya dudas al respecto. Pero ¿qué podemos pensar del xilófono, existente tanto en Senegal como en Indonesia, sobre todo si sabemos que ambos poseen las mismas gamas musicales? Algunos afirman que, dada la complejidad de este instrumento y, sobre todo, dado el hecho de que en un mismo objeto se hallan reunidos varios rasgos diferentes, queda excluida la doble invención. Y llegan apresuradamente a la conclusión de que han sido los africanos quienes han tomado el xilófono de Asia. En la mente de ciertos autores existe al respecto una permanente dirección única. Ahora bien, es sumamente difícil extraer del con­ junto los rasgos culturales, localizar las influencias sucesivas a partir de la realidad actual. El difusionismo no puede pronunciarse partiendo de algunas características dispersas; es necesario tomar en conside­

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ración la totalidad de la panorámica cultural del pueblo en cuestión, sin limitarse únicamente a los aspectos sociales, lo que presupone la existencia de monografías exhaustivas. Por otro lado, para adoptar una hipótesis de difusión o de préstamo, el antropólogo no podría contentarse con un corte estático en un instante t de la vida cultural de un pueblo. El análisis debe ser sincrónico, es decir, total, pero también diacrónico, es decir, dinámico. De este modo, no sólo po­ dremos avanzar hipótesis difusionistas, sino también, como ya hizo Murdock en algunos casos, que han sido impugnados, intentar extra­ polar en el pasado la línea de la evolución de un pueblo determinado. 7.

El arte

En nuestro campo, el análisis de la cultura artística posee una importancia particular. Las condiciones de conservación de las obras de arte africanas son muy defectuosas, a causa de los factores climá­ ticos (humedad, acidez de los suelos), de las termitas, de la excesiva sequedad, etc. Pero el africano, y en especial el negro africano, está poderosamente dotado para el arte, y tanto durante la prehistoria como en nuestros días ha jugado un papel fundamental en este cam­ po, como lo demuestran los centros artísticos de pinturas y grabados rupestres del Africa tropical y meridional. En el Sáhara, los magní­ ficos grabados y pinturas levantados y publicados por H. Lhote, han esclarecido la prehistoria y la historia de la inmensa región formada por el Africa del norte, el Sáhara y el Africa sudánica. Gracias al análisis estilístico de las pinturas se han determinado varias fases o edades (de los cazadores, de los bovidianos, de los carros, etc.), bosquejando una verdadera película de la ocupación humana y de los intercambios. Así, una cabeza de vaca, presentada de perfil, con los cuernos de frente, es, al parecer, el prototipo de las figuras seme­ jantes halladas en el valle del Nilo. Por lo general, las obras de arte africanas se analizan muy a menudo desde un punto de vista estético y estático y no desde uno diacrónico y dinámico. Las viejas obras de arte conservadas en las antiguas colecciones portuguesas, vatica­ nas, suecas, etc., permitirían enriquecer los análisis en este campo. Además, los medios científicos, como radiocarbono, ayudarán a resol­ ver, o por lo menos a plantear correctamente, los problemas de parentesco o de origen, por ejemplo entre Nok y el arte yoruba. Pero la comparación no debería basarse en aproximaciones meramente sub­ jetivas, expresadas por medio de fórmulas como «un realismo sor­ prendente» o «una poderosa estilización». Hay que entrar en detalles y analizar la factura, la profundidad del trazo, las dimensiones de los

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distintos elementos. Lo mismo puede decirse respecto a la musico­ logía. El arte regio constituye una fuente histórica aún más directa, puesto que es un testimonio vivo de los acontecimientos y estructu­ ras. Ejemplos de ello son las estatuas reales de Ife o las de los kuba, o los bajorrelieves del palacio de Abomé y las escenas llenas de vida de los bajorrelieves de bronce de Benín. En el país mosi, las estatuillas votivas de los mogho-naba difuntos podrían permitir pre­ cisar, si se pudiese tener aceso a ellas, la cronología de la dinastía. Asimismo, las pesas-proverbio de los ashanti o de los baulé evocan a menudo, en la medida en que los orfebres eran funcionarios reales, declaraciones principescas que pueden tener interés histórico. Pero el arte africano se ha expresado fundamentalmente en la madera, mate­ rial eminentemente frágil en las latitudes tropicales. Y éste es el lugar adecuado para traer a colación la gran desgracia de los museos africanos, en los que, en ciertos casos, chinches y polillas taladran piezas magníficas, por cuyos innumerables agujeros se escapa un pol­ villo amarillo, que no es otra cosa que el arte en descomposición. Por fin, en este campo cultural, subrayemos la preciada ayuda que puede aportar la historia para una interpretación correcta de los datos proporcionados por el artista, el antropólogo, el estudioso de las religiones, etc. Saber, por ejemplo, que en Benín, la misma cor­ poración de artistas trabajaba el marfil y la madera, mientras que otra utilizaba el barro y el bronce, es un dato histórico importante para la interpretación de estilos. Pero aquí como en las demás cues­ tiones, no llegaremos con frecuencia a conclusiones evidentes: la explicación por invención autónoma, por convergencia, o diferencia­ ción quedará, en numerosas ocasiones, sujeta a interpretaciones. Con todo, en ciertos momentos hay casos privilegiados, por ejemplo, el de la jirafa, de la que Africa posee la exclusiva y que ha sido repre­ sentada artísticamente en otros continentes, permitiendo de este modo detectar un contacto con Africa preciso y quizá cronológicamente definido. 8.

Otras ciencias

Existen otras ciencias que en ocasiones pueden ayudar al historia­ dor en su ardua tarea. Por ejemplo, la etnobotánica, la etnozoología y la paleobotánica. La difusión del plátano, del arroz, del mijo o del maíz es, en cierto modo, más importante que la del hierro o la de la pólvora, aunque no deban ser tratadas por separado. Las técnicas asociadas a cultivos, como el tratamiento de las cosechas, la cons­

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trucción de graneros, el modo de ordeñar las vacas, de preparar los alimentos, deben ser examinadas en un mismo contexto, para llegar a una interpretación más científica de los datos. La flora y la fauna, la geografía del Sáhara prehistórico han podido ser reconstruidas parcialmente gracias a las semillas y restos fosilizados, permitiendo así que el historiador pueda hablar no de fantasmas, sino de hombres y mujeres que se desenvolvían en un marco en el que ahora tratamos de hallar las huellas de las aguas que corrían entonces y de los lagos en los que se reflejaban las gigantescas o hirsutas siluetas de anima­ les y personas. 9.

La antropología física

Es precisamente en el campo de la antropología física en el que Africa ha sido, en mayor medida, blanco de prejuicios. Efectivamente, hay la tendencia constante a multiplicar hasta el infinito los tipos físicos del negro, con el fin de clasificar como no negros del todo a los que presentan alguna apariencia ventajosa. Se distinguen así los verdaderos negros, los negros, los negroides, etc. Sería divertido cla­ sificar de la misma manera a todos aquellos europeos que presentan rasgos tan diferentes en el color de los ojos y de los cabellos, la forma del cráneo, la estructura, el tono de la piel, etc. Sin embargo, se consideran blancos a todos ellos. Pero respecto a Africa, en cuanto existe la más pequeña diferencia, se habla enseguida de morenos, de mestizos caucasoides, etc. No se puede menos que sonreír viendo a ciertos arqueólogos hablar decididamente de raza oscura tras haber recompuesto penosamente algunas mandíbulas deterioradas. Supon­ gamos que, tras un cataclismo, un arqueólogo racista del año 3000 excave algunas ciudades muertas, por ejemplo Johannesburgo o Salisbury. Si encuentra discos de jazz, sobre todo en los barrios blancos, llegará rápidamente a la conclusión de que el jazz ha sido inventado por los blancos y llevado allí por la minoría conquistadora. Y si no hay esqueletos de blancos, hallará esqueletos de mestizos, y atribuirá a esta misteriosa raza oscura la entrada del jazz en la sociedad zulu. Se tiene por costumbre ( ¡y la tradición es tan coriácea en Europa como en Africa!) subdividir las poblaciones africanas en nilotas, ca­ mitas, etiópidas, bantúes, negros guineos y sudánicos (verdaderos ne­ gros), etc., considerándolos como razas diferenciadas. «Estos tipos taxonómicos no son convenientes como unidades de estudio biológi­ co», declara J . Hiernaux en un importante texto28. Los fulas no cons­ 28 J . H ie r n a u x : La diversité biologique des groupes ethniques, en Histoire Générale de l'Afrique Noire, vol. I, P.U.F., París 1970; págs. 53 y ss.

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tituyen un grupo biológico, sino cultural. Los fulas del Camerún del Sur, por ejemplo, tienen sus parientes biológicos más próximos en los haya de Tanzania. En cuanto a la proximidad biológica entre los mauros y los warsingali de Somalia, se basa tanto en su herencia como en el biotipo semejante que los condiciona: la estepa árida. Los datos estrictamente biológicos no ofrecen referencias sólidas de clasificación, ni en lo referente al grupo sanguíneo, ni por la frecuencia del gene H bs, que determina la hemoglobina anormal y que, asociado con un gene normal, refuerza la resistencia a la malaria, al estar alterados constantemente desde hace milenios por la selec­ ción o la deriva genética. Es éste el papel fundamental de la adapta­ ción al medio natural. Por ejemplo, la estatura más elevada y la pelvis más ancha coinciden con las zonas de mayor sequedad y de calor más intenso. Y en este caso la morfología del cráneo, más es­ trecho y más alto (dolicocefalia) es una adaptación que permite una menor absorción de calor. Los caracteres que antaño eran atribuidos como elemento distin­ tivo a los joi-san (piel amarillenta o morena, cara achatada, etc.) no son, para J. Hiernaux, más que «variaciones sobre un tema africano común». Desde el punto de vista antropométrico, así como desde el de la genética de la sangre, es difícil individualizar a los joi-san. La esteatopigia29, en particular en las mujeres, no es otra cosa que un caso límite de un rasgo común a los negros africanos. El parentesco lingüístico — que en principio no deberíamos tratar aquí— no tiene ninguna significación. Pues los sandawi de Tanzania, que están próximos a los joi-san no sólo por la lengua sino por el tipo de vida de recolectores y cazadores, biológicamente se asemejan mucho más a los dyola, a los basari y a los hausa. En cuanto a los llamados camitas, considerados por Seligman como caucasoides blancos (tutsi, etíopes, nilotas), no se distinguen esencialmente de los demás negro-africanos, si exceptuamos cierto mestizaje prehistórico o árabe, que por otro lado hallamos también en España o en el sur de Italia; por el contrario, J. Hiernaux destaca que en ellos se produce «la exageración de ciertas particularidades generales en el Africa subsahariana: por ejemplo, la negrura de la piel y la estrechez de la cintura». El físico de los tutsi, sigue diciendo, responde a un polo en la escala morfológica, ligado al polo de sequedad y de contraste esta­ cional de la escala climática. Y constata la proximidad biológica de los núer (nilotas) y de los coniagui de Guinea. Pese a todo, ciertos 29 Esteatopigia: desarrollo en prominencia de los músculos glúteos.

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«africanistas» esclerotizados continúan marchando tras sus quimeras raciales africanas... Las cosas son siempre menos simples que en las teorías racistas. Al parecer, existe hoy en día un test (Glas y Cía.) para detectar, en caso de mestizaje reciente, ¡el porcentaje de sangre caucásica y negra! Pero sin contar con que esto limita el interés histórico del método, tal tipo de investigaciones ofrece muy pocas ventajas para la Historia, cuya dinámica, después de todo, no depende del color de las pieles humanas, aunque sí es cierto que, a causa de los prejuicios, el factor racial es a veces un poderoso motor de antagonismo social y de contradicciones históricas. Pero aun así, el método deberá ser apli­ cado en sentido dinámico. Las mediciones de índices orgánicos y somáticos en sí mismos no significan nada. Se ha comprobado la evolución en ciertos grupos de la dolicocefalia a la braquicefalia. Y la herencia, por sí sola, es incapaz de proporcionar una explicación suficiente, pues el medio es con frecuencia preponderante. 10.

Los marcos geográficos

¿Cuáles son los marcos geográficos y cronológicos dentro de los cuales debemos considerar la historia africana? Se ha intentado deli­ mitar regiones o círculos culturales e históricos. Si tenemos en cuenta la enorme complejidad del fenómeno africano, tales delimitaciones sólo pueden ser arbitrarias desde el momento en que se configuran y constituyen a lo sumo burdas aproximaciones teóricas, con el fin de proporcionar un asidero al estudioso. En ningún caso se pueden considerar marcos genuinamente científicos. Más reales son los reinos, cuya extensión, sin embargo, solemos conocer mal debido a la caren­ cia de documentos escritos y a una administración poco desarrollada. Pero para los habitantes, y sobre todo para los dirigentes de estos reinos, el espacio geográfico y político solía ser conocido con suficien­ te precisión gracias a la presencia de un monte, de un río, un lago, un bosque, etc. Así, cuando Samori estaba aún constituyendo su reino, concluyó acuerdos con Sere Brema, eligiendo al río Dion como frontera. Al igual que, jurídicamente, no hay casi nunca tierras va­ cantes, del mismo modo podían existir zonas de baja presión, pero no de vacío político. Lo que he señalado sobre. tales colectividades políticas y sobre la integración seminacional o nacional que las caracterizaba, permite llegar a la conclusión de que sería imposible escribir la historia de Africa sobre una base puramente tribal. Los zulu no eran más que zulu. Su mismo nombre, que significa «E l pueblo del Cielo», no

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es una referencia étnica, sino casi un programa. En cuanto a Gana, a Mali, a Songhai, todos sabemos que no se identificaban con una tri­ bu, incluso si éste o aquel grupo étnico, verosímilmente muy mestiza­ do ya, constituía el eje del Estado. El marco tribal no es apto, por otro lado, por razones políticas actuales, en la medida en que se tiende a fundar naciones africanas o una nueva nación africana cuyos miembros no tengan una visión disonante o antagonista de su pasado. Hay que estudiar, pues, los reinos africanos dejándoles, llegado el caso, su propia denominación étnica, aunque sin hacerse ilusiones sobre el contenido de tales denominaciones, y tratándolos sobre todo como organismos políticos en los que la influencia ciánica no es sino un factor más, siendo preponderantes, en general, los factores eco­ nómicos, sociológicos y culturales. Desde este punto de vista, los marcos establecidos en la Confe­ rencia de Berlín, aunque sean convenientes para el Africa de la des­ colonización, tampoco pueden ser utilizados como marcos globales para una historia del África independiente, pues los espacios polí­ ticos de antaño superaban las fronteras de Berlín, que precisamente los dislocaron en numerosos trozos. 11.

Los marcos cronológicos

El marco cronológico en la historia de Africa plantea también un problema muy delicado: todo depende de la región considerada. De­ terminadas zonas, como la costa oriental, o el borde sur del Sáhara, han evolucionado durante largos períodos en relación con el mundo árabe. Otras, en cambio, desde el comienzo de la trata de negros (la Costa de Guinea) estuvieron estrechamente ligadas a Europa, mientras que otras regiones no entrarán en contacto con el mundo moderno hasta el siglo X X . La fecha de 1591 (batalla de Tondibi), de tan gran significación para el Africa sudánica occidental, no posee el mismo valor para los reinos luba o lunda. Otras fechas, como la toma de Constantinopla (1453), que no han ejercido ninguna influen­ cia directa sobre la historia de Africa, no pueden ser utilizadas como fechas decisivas. Los términos Medievo o Renacimiento tampoco tienen el mismo sentido (si es que tienen alguno) para nuestra his­ toria. Asimismo, las fechas de la Carta Magna inglesa, de las Revo­ luciones norteamericana y francesa, de la Revolución soviética de Octubre, por muy significativas que sean para la historia universal, tampoco serían utilizables como hitos específicos para la historia de Africa. Incluso las fechas de la colonización, tan importantes para la historia reciente de Africa y para la fijación de las fronteras de los

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Estados actuales, no constituyen ni el único ni el principal eje sobre el que pudiera organizarse la historia de estos países. El úni­ co método correcto consistiría, al parecer, en establecer divisiones de base que englobasen las grandes épocas históricas dominadas por el mismo conjunto de fenómenos. Sería necesario delimitar, en cada una de tales épocas, las regiones históricas caracterizadas por situa­ ciones y condiciones particulares a lo largo de todo el período y sólo a lo largo de él. Finalmente, en cada región histórica, analizada en un principio como tal, sería necesario considerar las entidades polí­ ticas que ofrecen suficiente originalidad. Teniendo en cuenta los principios descritos, podríamos distinguir las fases siguientes: 1. Civilizaciones paleolíticas, caracterizadas por el liderazgo in­ discutible de Africa. 2. La revolución neolítica y sus consecuencias (explosión demo­ gráfica, migraciones, etc.). 3. La revolución de los metales o paso de los clanes a reinos e imperios. 4. Los siglos de reajuste: primeros contactos con los europeos; trata de negros y sus consecuencias (siglos xv al xix). 5. La ocupación europea y las reaciones africanas, hasta los mo­ vimientos de liberación posteriores a la Segunda Guerra Mundial. 6. Las independencias y sus problemas. Es evidente que nunca se produce un corte neto y que cada región de Africa no entra de la misma manera en cada uno de estos períodos. Pero no por ello el escenario general deja de ser el que es. La división anterior tiene la ventaja de resaltar los principales elementos motores de la evolución humana, es decir, los factores so­ cioeconómicos. Por esta razón no pueden establecerse los giros his­ tóricos por medio de los famosos hitos cronológicos, en los que la fecha y el día de una batalla deciden el paso a un nuevo capítulo en ciertos manuales escolares. Además, aunque se quisieran utilizar fechas exactas, la mayoría de las veces no se podría hacer. De todos modos, no vayamos a afirmar, por ello, que es imposible escribir la historia de Africa, ni que hay que elaborar tantas historias como regiones con un ritmo de evolución diferente. ¿Acaso no se han escrito historias de Europa aun cuando, por ejemplo, la revolución industrial inglesa se adelantó por lo menos en un siglo a su surgimien­ to en la Europa meridional y central? Por otro lado,-e incluso en un mismo país, ¿no existen acaso ritmos históricos absolutamente diferentes de una región a otra, y no sabemos que ciertas regiones

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han accedido a la vida moderna, en algunos casos, con uno o dos si­ glos de retraso con relación a otras? Podremos distinguir entonces algunos grandes conjuntos territoria­ les; los países del Africa occidental hasta Kánem, subdivididos quizá entre los países de la sabana y los países del bosque; los países del Africa del norte, de Africa oriental, de Africa central y de Africa meridional. Con todo, es necesario subrayar que se trata sólo de divi­ siones operacionales, metodológicas, únicamente útiles para nuestros objetivos. Porque, en efecto, las relaciones que en su día unieron sólidamente a estas porciones que forman el todo, bastan, pese a los obstáculos naturales y al mediocre nivel de las técnicas de trans­ porte, para que podamos afirmar que ha habido, desde la prehistoria, cierta solidaridad histórica continental entre el valle del Nilo y el Africa sudánica, incluido el bosque guineo; entre el valle mencio­ nado y el Africa oriental con, entre otras cosas, la dispersión de los lwo; entre el Africa sudánica y el Africa central, por la diáspora bantú; entre el Africa central y el Africa oriental, gracias al comercio transcontinental, etc. Los intercambios africanos que se han produ cido constituyen hoy un rompecabezas apasionante y explican las asombrosas analogías que constatamos a lo largo del continente, desde el punto de vista de las estructuras políticas y de las culturas materiales o artísticas.

C. La concepción de la historia En el caso de Africa, debe ser sometida a discusión la concepción misma de la Historia. Con frecuencia se ha dicho que la Historia es una ciencia, y que los africanos no deberían hacer de ella el objeto de una pasión. Pero la distinción es eminentemente pobre por su esquematismo. La historia es una ciencia humana, centrada en la búsqueda de cierto grado de certeza moral ó de probabilidad, que le permita restituir y explicar el pasado del hombre. La historia es una verdadera ciencia y no sólo una «pequeña ciencia conjetural». Pero la historia no es sólo ciencia. Sería inconsciente o hipócrita no reconocerlo así, pues incluso en las ciencias llamadas exactas la ver­ dad es algo relativo. El destino del hombre es buscar la verdad y acercarse todo lo posible, a este ideal. Pero los que pretenden ser científicos y consideran la historia como un líquido de laboratorio, incoloro, inodoro e insípido, en vez de considerarla como un río vivo; los que por haber colocado ciertos silogismos uno detrás de otro, apoyados en algunos descubrimientos dispersos, hablan con sufi­ ciencia de la ciencia, son ingenuos o mediocres. Imaginan estar

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abrazando a la musa Clío cuando en realidad sólo tienen entre sus brazos un espejismo incorpóreo. Los mejores historiadores reco­ nocen, ellos también, que ser historiador es buscar un tema, cen­ tros de documentación, fuentes, argumentos, presentación, estilo y ... público. Todos estos elementos de elección, sin contar con la fuerza oscura y poderosa del subconsciente y con el peso sutil del entorno social y de los prejuicios, muestran suficientemente la por­ ción de subjetivismo que oculta el trabajo histórico. Cuando el histo­ riador se plantea la elección a todos los niveles mencionados, no busca solamente la Verdad, sino también «su» verdad. Por este motivo, los mejores historiadores tomaron partido en toda ocasión, tanto en sus libros como en su vida. El eminente profesor Marc Bloch, fusilado por los nazis, es sólo un ejemplo entre muchos otros. De todas maneras, esto no quiere decir que el historiador deba dedicarse a proporcionar armas para las querellas y las guerras de hoy día. Recordar los crímenes y la explotación nazis, como suele hacerse en los manuales, no tiene nada de antihistórico, sino todo lo contrario, y el historiador debe poner toda su inteligencia, pero también su voluntad, en la denuncia. No debe comparar eruditamente los argumentos en pro y en contra, dejando al lector como el asno de Buridán, ante un cruel y mortal dilema. Ni debe esconderse detrás de una seudociencia exacta para exponer hechos áridos y sin signi­ ficado, porque un robot podría hacerlo mejor. Ante los acontecimien­ tos de gran envergadura no puede permanecer neutral, ya que es al mismo tiempo testigo del pasado y testigo del hombre. E l histo­ riador de Africa, sin llegar a ser un mercader del odio, debe dar a la opresión de la trata de negros y a la explotación imperialista el lugar que realmente ocuparon en la evolución del continente, lugar que ciertos historiadores europeos suelen reducir hábilmente, con te­ rribles resultados para la mentalidad de los jóvenes africanos que han probado tales platos envenenados en los pupitres de las escuelas. Cuando un general romano hace ejecutar a su hijo por razones de disciplina pro patria, se considera un acto de heroísmo patriótico. Cuando Samori hace otro tanto, se habla de barbarie. El resultado son cierto tipo de frases como las que yo encontré en dos tercios de los deberes de los alumnos africanos en 1964: «Samori era un hombre sin fe ni ley, un sanguinario. Afortunadamente, fue eliminado por los franceses». ¿Dónde han aprendido estos niños todo eso? En libros escritos por autores que consideran la historia como una ciencia. El historiador no es un robot ni un visionario que proyecta sobre el pasado panoramas extraídos de su propio subconsciente; sencillamente, es un peregrino de las realidades pasadas. Es decir, debe estar bien equipado y llevar consigo una llama que aclare

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y, ¿por qué no?, qüe caliente además el resultado de su investigación. La historia es una materia viva. No podemos inclinarnos sobre ella como sobre el insecto que vemos en el museo, ni como el químico sobre sus redomas. El historiador no es una computadora que digiere los datos del radio-carbono en una sala aislada, en la que no existe ni una mota de polvo exterior. De hecho, incluso los datos propor­ cionados por el radio-carbono tienen que ser interpretados. Además, es evidente que el historiador ya no puede hablar de Africa como se hacía en tiempos de la reina Victoria o de Jules Ferry. ¿Por qué? Porque aquellos tiempos son parte de un pasado perteneciente al Africa viva, que ha cambiado notablemente desde el siglo xix; y también porque ni el más profundo conocimiento de este continente, ni las mentalidades desintoxicadas se lo permitirían. Evidentemente, el historiador de Africa no podría convertirse nunca en un simple funcionario del Ministerio de Información o del de Propaganda. En esto reside, precisamente, la gradeza y la dificultad del papel del historiador, que debe participar de su tiempo y de su comunidad y, a'l mismo tiempo, mantener las distancias necesarias para preservar su papel de testigo. El historiador de Africa empleará los mismos métodos que sus colegas de todos los países. Por ello, su objeto puede ser tratado por cualquier hombre de buena voluntad, provenga de donde proven­ ga. Pero se reconocerá que si es normal que la asistencia técnica se ejerza en el campo de las presas o de las carreteras, sería anormal, en cambio, que se impusiera en la definición y decisión del plan de desarrollo rural. De la misma forma, aunque la aportación de todos los estudiosos es necesaria para producir monografías e incluso estudios generales sobre la historia de Africa, la interpretación general del pasado y la confección de manuales de historia de Africa para uso de los jóvenes ciudadanos africanos, incumbe sobre todo a los historiadores afri­ canos, cuyo destino natural es educar a sus conciudadanos. Quizá, incluso, podrán enriquecer la ciencia histórica universal con sus apor­ taciones en los métodos de investigación y de exposición. Los histo­ riadores africanos no deben ser, tan sólo, reproducciones tropicales de sus augustos modelos, aun cuando deban reconociente a sus maestros de Oxford, de la Sorbona, de Estados Unidos, de la URSS, etcétera. Para éstos y para todos aquellos que desean ayudar a Afri­ ca, y que están convencidos de que, en realidad, un pueblo no puede afrontar su futuro sin poseer una visión de su propio pasado, se impone, desde un punto de vista práctico, una acción de salvación

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pública. No se puede vivir con una memoria ajena. Ahora bien, la historia es la memoria colectiva de los pueblos. Pero Africa, preocupada por los problemas del desarrollo, no se detiene demasiado a pensar en resucitar su pasado. Los gastos en este sector se consideran un lujo. Y, pese a todo, el conocimiento de la historia africana debe considerarse como parte integrante del des­ arrollo, incluso del económico. En efecto, ¿cómo exigir de un cam­ pesino que aumente la productividad y que se lance a la batalla económica si no sabe, al menos sumariamente, qué es lo que está en juego? Para sentirse partícipe del porvenir, es necesario que se sienta heredero de un pasado. Es imprescindible, pues, que el hombre del Estado africano se interese por la historia como parte esencial del patrimonio nacional que debe administrar. Nos aterra pensar que gran número de personalidades se reúnen en Addís Abebá o en El Cairo, se sientan frente a frente con etíopes y egipcios, sin tener ni siquiera la más mínima idea sobre la historia de sus países, salvo quizá la evolución de los dos últimos decenios. A pesar de las mani­ festaciones de hermandad, quienes se reúnen son auténticos extran­ jeros. La unidad africana presupone el conocimiento de toda Africa por todos los africanos. Pero para conseguir esto, es necesario que haya historiadores, buenos historiadores africanos. Sin embargo, esto es imposible si des­ de la escuela primaria' y secundaria los jóvenes no pueden tener en sus manos manuales de historia africana. Todavía cinco años des­ pués de la independencia se seguían empleando en los cursos secunda­ rios de ciertos países africanos, los mismos libros de historia que en tiempos de la colonización, en los que no se decía nada sobre el pasado de Africa. Incluso en uno de estos países se ha llegado a presenciar cómo un investigador, perteneciente a un país superindustrializado, se ofrecía para escribir la historia nacional. Los individuos a los que se educa para tomar en sus manos los destinos del continente siguen siendo unos desarraigados. Es cierto que se necesitan brain-trusts de investigadores, casas editoriales poderosas, mercados suficiente­ mente vastos que centralicen y justifiquen el esfuerzo. Pero las ayudas internacionales, multilaterales o bilaterales, no faltarían si los países africanos elaboraran un plan conjunto detallado, razonado y razonable, para la salvaguarda y el renacimiento de su pasado. Cada día que transcurre desaparecen testigos valiosos. Cada viejo que mue­ re se lleva a la tumba una porción del antiguo rostro del continente. Durante unas vacaciones estudiantiles, tuve ocasión de escuchar a uno de esos viejos cantar un trozo de una canción que una famosa mujersoldado africana había entonado ante las murallas de su aldea al ver retroceder a los hombres y antes de ponerse ella misma a la cabeza

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de las operaciones. Era un canto épico de una belleza bravia. Como por aquel entonces yo no disponía de magnetófono, me prometí a mí mismo volver allí con uno de estos aparatos durante las siguientes vacaciones. Dos años más tarde quise saber de mi viejo informador: me dijeron que había muerto. Deben constituirse equipos que recojan el mayor número de vestigios del pasado africano antes de que sea demasiado tarde. Deben crearse museos, deben promulgarse leyes, en todos los países, que protejan los lugares de interés arqueológico y los objetos que se hallen, como se ha hecho en Nigeria y en otros países. Deben crearse numerosas becas, para que los estudiantes pue­ dan especializarse en las técnicas arqueológicas. Deben reformarse los programas y títulos de tal modo que un diploma en cuestiones africanas (lingüística, historia, antropología) no siga siendo conside­ rado como una «piel de asno» de segunda categoría. Es necesario y urgente que se escríban manuales. Como se ha dicho, para un día de síntesis son necesarios, naturalmente, varios años de análisis; y en numerosos sectores, la síntesis no está todavía madura. De todos modos, como nunca se conseguirá una síntesis definitiva, pueden llevarse a cabo síntesis provisionales para las sucesivas generaciones. No debe permitirse que se detenga el impulso nacional basado en el conocimiento del pasado africano, por el hecho de que éste o aquel arqueólogo dude respecto a uno de los doce parámetros que le per­ mitirían pronunciarse sobre la «raza» de un cráneo prehistórico ni por los escrúpulos de un lingüista que busque una versión suplemen­ taria antes de decidirse a afirmar algo sobre el sentido exacto de la palabra «zandch». Además, lo que va a permitir que los africanos posean una visión de conjunto sobre su pasado colectivo no es el pasado troceado y excesivamente especializado que conocemos gracias a las monogra­ fías, necesarias pero casi siempre inaccesibles al público. Este ingente trabajo no puede ser llevado a cabo únicamente dentro de las fronteras impuestas en la Conferencia de Berlín, que es, sin duda, un momento capital, pero tan sólo un momento, de la his­ toria de Africa. Por múltiples razones, tal trabajo debe realizarse a escala continental. Deberá ser llevado adelante con espíritu cientí­ fico, pues hay suficientes acontecimientos importantes en esta histo­ ria como para que sean innecesarias las invenciones sin fundamento. La historia africana habrá de ser fuente de inspiración para las nuevas generaciones, para los políticos, los poetas, los escritores, los hombres de teatro, los músicos, los estudiosos de todas clases y tam­ bién, simplemente, para el hombre de la calle. Lo que asombra en los países europeos es la continua autoinversión del pasado en el presente. La continuidad no se rompe. Los políticos citan a los auto­

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res del siglo xvi, o incluso a los escritores greco-latinos. Los nombres de los aviones resucitan las realizaciones del pasado: carabela, fra­ gata * , etc. Los barcos y los bares hacen revivir las grandes figuras o batallas de la historia: Richelieu, Pasteur, Jules Verne, Trafalgar, etcétera. Del mismo modo, el historiador de Africa, al traer de nue­ vo a la vida el pasado del continente, crea un capital espiritual que puede llegar a constituir una fuente de inspiración multiforme y per­ manente. El sacrificio de Awra Poku, al fundar el pueblo baulé, ani­ mará a novelistas y dramaturgos. Las miserias de la trata de negros, la tragedia de las divisiones que debilitaron a los países africanos, la saga torrencial del terrible Chaka, todo ello constituirá un patrimo­ nio inestimable. Por ello, la historia ha de ser viva y escrita sobre todo para los jóvenes, en esa edad en que la imaginación construye sueños que modelan las almas para toda la vida. Es preciso que el joven africano oiga piafar y relinchar a los caballos arrastrados por la ira religiosa de los talibés de Usmán dan Fodio. Es necesario que, en el entrepuente infecto del barco negrero, respire la atmósfera sofocante y oiga rugir a su alrededor las olas del océano que conduce su cargamento de ébano. Es necesario que a través del rictus de los cráneos prehistóricos apiñados pueda comulgar con el misterio de 'los sacrificios humanos. Están obligados a participar en esta tarea de tanta envergadura la totalidad de los estudiosos y no solamente los historiadores, pues teniendo en cuenta las especiales dificultades de la historiografía afri­ cana, sólo un trabajo interdisciplinario podrá producir algún resul­ tado. Así pues, todos los investigadores están invitados a realizar el tercer descubrimiento de Africa, este continente tan escasamente conocido, tan mal conocido. Después de su «descubrimiento» por los conquistadores del siglo xv, después de la llegada de los «explora­ dores» en el xix, ambas seguidas de fases durísimas y con frecuen­ cia negativas para Africa, este es el momento de los investigadores desinteresados. Para los jóvenes, se trata de una empresa tan apa­ sionante como viajar por el espacio. Pero tan magno plan habrá de ser el resultado de una búsqueda humanística, no de la conquista opresiva. En realidad, la historia de Africa no la escribirán los fanáticos de la reivindicación. Y menos los aficionados que no simpatizan con ella, deseosos únicamente en el mejor de los casos de ocupar sus ocios de ciudadanos de países superdesarrollados. Sólo podrá ser * El autor se refiere a los nombres asignados en Francia a determinados modelos de aviones comerciales y militares: «Caravelle», «Frégate», etc. [Nota del T.J

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escrita por los no-africanos que hayan abandonado la librea impe­ rial de los «civilizadores» para tomar la más modesta, pero más atractiva, del humanista. Hombres así son nuestros amigos, al mis­ mo tiempo que amigos de la Verdad. A los demás solamente pode­ mos decirles: «Nosotros no os damos consejos sobre la manera de interpretar la historia de Cromwell, Napoleón, Washington o de cualquier otro personaje. Por tanto, esperamos que vosotros no nos los deis sobre el modo de interpretar la historia de Sundiata». Esta historia será escrita sobre todo por los africanos que hayan comprendido que las glorias y las miserias de Africa, los buenos y los malos momentos, los fastos y los aspectos populares y cotidianos, constituyen en conjunto el humus sustancial del que las nuevas na­ ciones pueden y deben extraer sus recursos espirituales y su razón de vivir.

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Historia del Africa negra, 1

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Publications des «Institutes of African Studies» de Legón, Accra et Ibadan. Sierra Leone Studies (Freetown). Tanganyika Notes and Records (Dar es-Salam). The Journal of African History (Londres). The Uganda Journal (U.J. Kampala). Transactions of the Historical Society of Ghana (Accra). Transactions of the Kenya Historical Society (Nairobi). Universitas (Accra). West Africa (Londres). Journal of African History (Cambridge).

Capítulo 1

LA PREHISTORIA. AFRICA, PATRIA DEL HOMBRE

I.

INTRODUCCION

Más que en otros lugares, en Africa la historia nos lleva hacia nuestro pasado enterrado. La mayor parte de la historia africana se halla enterrada, y para interrogar con seriedad al pasado del conti­ nente es necesario buscar bajo tierra. Pero no debemos emprender esta tarea sin una guía y sin orden, ya que «cuando no sabemos lo que buscamos, no comprendemos lo que hallamos». La arqueología y la paleontología africanas han adquirido ya título de nobleza y han contribuido ampliamente al progreso gene­ ral de ambas ciencias. La paleontología humana estudia los restos óseos del hombre, que, a su vez, la antropología clasifica. Los restos fósiles consisten en cráneos, en esqueletos completos o incompletos, asociados o no a residuos o huellas de la flora y de la fauna. Por este motivo la paleon­ tología animal es un complemento normal de la paleontología huma­ na, ya que los restos de los animales consumidos sirven para poder desvelar el régimen alimenticio del hombre prehistórico y para fecharlo. En cuanto a la arqueología prehistórica, ésta estudia toda huella de la actividad humana: cenizas, armas, restos de hábitats, úti­ les de piedras, hueso o concha, objetos artísticos, etc. Sin embargo, y pese a que se han obtenido resultados espectaculares, el Africa prehistórica no ha revelado todavía más que una ínfima parte de 55

Cabo Verde

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sus tesoros. Son muy pocos los países africanos que disponen de programas de excavaciones sistemáticas. En tales condiciones, debemos tener presentes siempre los siguien­ tes principios: ;— Es arriesgado bosquejar un panorama coherente de la prehis­ toria africana partiendo de escasos vestigios dispersos. — Al disponer tan sólo de algunos huesos o fragmentos de huesos, es preciso evitar pronunciarse definitivamente, por extrapo­ lación, sobre el conjunto del esqueleto que no poseemos, y con ma­ yor motivo, determinar la «raza». Tanto más cuanto que son nece­ sarios más datos de orden socioeconómico, climático o biológico para ordenar correctamente los restos. — Asimismo, hay que evitar proyectar los tipos raciales existen­ tes hoy en día sobre un pasado lejano en el que, probablemente, aquéllos no se habían diferenciado aún. Además, en Africa, las diversas fases de la prehistoria parecen haberse superpuesto y haber coexistido durante largos períodos. En un mismo nivel estratigráfico, en efecto, podemos encontrar reliquias de la más primitiva edad de la piedra, junto a útiles mucho más evolucionados, e incluso junto a objetos metálicos. La historia de los intercambios, que las excavaciones deben contribuir a revelar, es útil por sí misma para desenredar el ovillo histórico que nos ofrecen cier­ tas canteras arqueológicas. Se hace necesaria, pues, una aproxima­ ción interdisciplinaria. Los autores clásicos opinaban que sin documentos escritos no puede hablarse de historia, por lo que reducían a los límites de la prehistoria toda la evolución, de ese primate diferenciado que es el hombre, que no pudiese ser confirmada por documentos escritos. Así concebida, la historia comienza sólo con Egipto y Sumer, hace unos cuatro o cinco mil años, mientras que para ciertos pueblos remotos de América Latina o de Africa la historia ¡no habría comen­ zado todavía! Por otra parte, la duración de la historia del hombre, desde los egipcios hasta nuestros días (cinco mil años), es ínfima respecto a su evolución prehistórica (dos millones y medio de años), representando una proporción de 1 a 500. Así, si supusiésemos que la prehistoria duró tres horas, la historia no habría durado más de un minuto. Pero, ¿qué es la escritura, sino un signo, un símbolo humano más? ¿Acaso ciertas sociedades no han alcanzado un admirable re­ finamiento en éste o en aquel campo de la cultura sin haber utilizado la escritura? Un buen ejemplo es Ife, en Nigeria. Por este motivo

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Historia del Africa negra, 1

ha prevalecido la noción de protohistoria, que comenzaría en el mo­ mento en que un pueblo determinado utilizó por primera vez, de forma habitual, los metales, prueba de una vida técnica y cultural evolucionadas. En la misma prehistoria podemos distinguir tres grandes fases: — La primera edad de piedra (Paleolítico y primer período in­ termedio), en el que la piedra únicamente es tallada o astillada para ser utilizada como utensilio. — La segunda edad de piedra (Epipaleolítico, denominado an­ taño Mesolítico). Se trata de una fase caracterizada por alteraciones técnicas, en la que los útiles de piedra (o de hueso, cuerno, etc.) alcanzan una especialización notable, debido a sus menores dimen­ siones (microlitos) y por el refinamiento de su elaboración. — La tercera edad de piedra, en la que, cada vez con mayor fre­ cuencia, la piedra se pule y se convierte en algo común en una civi­ lización nueva que engloba técnicas, costumbres y creencias inéditas. Tales divisiones, que tratan de poner orden en una materia am­ plísima y confusa, no siempre suelen ser aplicadas en la práctica. En la prehistoria africana las dos fases principales son: el Paleolítico, durante el cual Africa es un centro de primer orden en cuanto a la elaboración y difusión mundial de las técnicas de la piedra; el Neo­ lítico, durante el cual, tras la diferenciación racial, Africa sigue jugan­ do un papel notable, que culminará en lo que suele denominarse «milagro egipcio». II.

E L MARCO CRONOLOGICO Y CLIM ATICO

El mapa arqueológico de Africa se asemeja a los portulanos del siglo xv: notamos mayor número de zonas en blanco que de regiones comprobadas, más riquezas enterradas que restos exhumados. En las latitudes norteñas del Globo y en las grandes alturas, el Paleolítico ha podido ser dividido según la secuencia de las glaciacio­ nes y de los períodos interglaciares, a medida que, alternativamente, el clima se enfriaba o se calentaba. Así, en lo que iba a ser Europa, se sucedieron cuatro grandes glaciaciones, bautizadas con los nombres de afluentes del Danubio (Günz, Mindel, Riss, Würm). Y en los diez milenios que precedieron a la era cristiana se produjeron otros dos avances glaciares. Tales ofensivas del frío, que acumularon ver­ daderas montañas de hielo hasta el Mediterráneo, provocaron el descenso del nivel de las aguas del mar, expulsaron a la fauna hacia

1. La prehistoria. Africa, patria del hombre

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las zonas tropicales y, en suma, hicieron de las regiones nórdicas lugares muy poco aptos para el desarrollo humano. De forma cró­ nica, la actividad quedaba interrumpida, proviniendo de ahí la ines­ tabilidad existente. E incluso durante los períodos interglaciares la fusión de los hielos acarreaba verdaderas invasiones de agua, poco propicias a la expansión del hombre. Por ello, durante los doscientos mil años, aproximadamente, que duró el Kaguerense, Europa, ocupada por los casquetes glaciares no ofrece ningún vestigio de útiles paleolíticos, en tanto que el Africa de entonces presenta tres variedades sucesivas de piedras talladas, según técnicas que van apareciendo consecutivamente. Efectivamente, las latitudes tropicales gozaban por aquel entonces de un clima «tem­ plado»; lo que explica su posición privilegiada respecto al progreso. Sin embargo, también esta porción del Globo conocía grandiosas perturbaciones climáticas cíclicas, fases pluviales sincronizadas, grosso modo, con los períodos glaciales. Por el contrario, cada período in­ terglacial era seguido, en Africa, de fases interpluviales 1 de sequía o de disminución de la humedad. Tales períodos han recibido de­ nominaciones derivadas de lugares geográficos de Africa oriental: Kaguerense2, correspondiente a la glaciación de Günz. Kamasiense3, a la de Mindel. Kanjerense4, que corresponde a la de Riss. Gambliense5, a la de ’Würm. Hay que añadir dos períodos húmedos posgamblianos, el Makaliense y el Nakuriense, que corresponden a las dos últimas ofensivas glaciales del Norte. En cada período pluvial o glacial, las morrenas avanzaban por las pendientes, mientras que los sedimentos lacustres se expandían por los ribazos hasta alcanzar un nivel superior, para retroceder en las fases intermedias de tal modo que esta evolución cíclica tan prolongada ha quedado reflejada en las capas geológicas, testigos, allí donde no han sufrido perturbaciones a causa de intru­ siones posteriores, de coladas, de inversiones del relieve, etc. Así pues, en la garganta de Olduvai, tallada en la monótona estepa de 1 No parece que la correspondencia haya sido demasiado rigurosa. Algunos estudiosos dicen incluso que es válida tan sólo para las latitudes medias, pero no para las bajas. Otros piensan también que los pluviales corresponden más bien a los períodos interglaciales. 2 De Kagera, río de Uganda. 3 Del lago Kamasia, en el Rift Valley. 4 De Kanjera [Kandchera], cerca del lago Victoria. Definido por L. S. B. Leakey, el Kanjerense es considerado por algunos autores como una fase del Kamasiense. 5 Del lago Gamble, en Kenya.

Homo sapiens sapiens

Hombre de Neandertal (3) Hombre de Eyasi, de Rabat, de Broken Hill, de Saldanha

(— 40.000 años) 3

Hombre de Cro M agno n (Europa} Hom bre de Boskop Hombre de Chukutien (A sia ) Hombre de Grim aldi (Francia) Hombre de A sse la r (M a li) Hom bre de M e sh ta al-Arbi y de Afalu bu Rhummei (A rgelia) Hombre de Oiduvai, de Elm enteita (A frica Oriental) Hom bre de S in g a (Sudán) Hom bre de Sw anscom be (Europa)

fQ

Hom o sap ie ns (faber) o pre-sapiens (— 250.000 años)

- v

r é M n n n - ' % \ X Atlanthropus m auritanicus (— 400.000 anos) Q . (Tem ifín, A rge lia )

Homo erectus (2) Pithecantropus de Kenya, de Java, de Pekín (— 1.000.000 años)

O A u s t r a lo p it e c u s robustus (— 1.500.000 años) Hom o h a b ilis O (O iduvai y Chad) Hom o Faber

^ Proconsul Africanus (1) Q