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Spanish Pages [739] Year 2009
Fray Prudencio de Sandoval
Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
Fray Prudencio de Sandoval
TOMO V
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Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
Índice del Tomo V Libro veinte y cinco Año 1541 - I - Muerte de Rincón y Fregoso, por cuya ocasión volvieron a las armas franceses contra cesarianos. -Saltean a Rincón. -Culpan al marqués del Vasto y cargan estas muertes. -Relación verdadera de la muerte de Rincón. - II - El Emperador, en Wormes, disputa entre católicos y herejes. -El duque de Cleves pasa a servir al rey: despósase con hija del rey de Navarra. - III - Recesu de la Dieta en Ratisbona. - IV - Pide el francés a Milán. -Niega el Emperador el ducado de Milán que el rey pedía. -Trata el rey de romper la guerra. - V Quiere el Emperador bajar en Italia, para tratar con el Pontífice del Concilio. Es padrino el Emperador en el bautismo de don César de Avalos en Milán. El Emperador quería ir contra Argel: -aconséjanle sus capitanes que no lo haga. -Sale el Papa a recebir al Emperador. - VI - Jornada infeliz de Argel: escribióla Nicolao Villagog, caballero de San Juan. -Armada y gente que el Emperador llevó. - VII - a flota que fue de España. -La nobleza de España que fue en esta jornada. -Don Andrés Hurtado de Mendoza, hijo mayor del marqués de Cañete. -Armada y gente. - VIII - Postura y asiento de Argel. Prepárase Azán Agá para defender a Argel. - IX - Cómo se cercó Argel. Había dentro en Argel mil y quinientos turcos y siete mil moros. -Discreta y valerosa respuesta de Azán Agá. - X - Rebato que dan los alárabes en el campo imperial. -Comienza la tempestad. -Acometen los turcos al real. Llegan los valientes caballeros de San Juan hasta las puertas de Argel. Valeroso hecho del Emperador en una recia escaramuza. -Humanidad del Emperador. - XI - La tormenta grande que vino sobre la flota del Emperador. - XII - Alzase el Emperador de Argel. -Hambre que padecían. -Metafuz: Rusconia. -Comían carne de caballo. -Tratan de revolver sobre Argel. Hernando Cortes, marqués del Valle, se obliga la conquistar a Argel. -El conde de Alcaudete se obliga a lo mismo: piérdense estas cosas por no oír los reyes a todos. -Echan los caballos a la mar. -Valor que mostró aquí el Emperador. -Consuela el Emperador a los suyos humanamente. - XIII Arroja el viento al Emperador en Bujía. -Crueldad de los bárbaros y ánimo de los españoles. -Vuélvese el Emperador a Dios, con ayunos y oración. -Qué ciudad era Bujía. -Deshace el Emperador la armada. -Va el Emperador a Callar. - XIV - Batalla del Carruan. -Gallarda retirada por el valor de Luis Bravo de Lagunas. -Hecho varonil de una castellana. Año 1542. - XV - Vuelve el francés a las armas contra el Emperador. - XVI - Caída de la privanza del condestable de Francia. - XVII - Descubre el francés la guerra en el Piamonte, tomando a traición a Clarasco. -El marqués del Vasto se paga del francés. -En 3
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Picardía comienza el francés crudamente la guerra. -Toma el duque de Orleáns a Lucemburg y ducado de Brabante. -Cobra el príncipe de Orange lo perdido de Brabante. - XVIII - El duque de Güeldria se pone en armas contra el Emperador. -Cobra el príncipe de Orange lo perdido de Brabancia. Traición que se urdía en Ambers, para entregar la ciudad al Güeldres. -Saltean los labradores engañados. -Sale el príncipe de Orange contra Martín Rosem. Arma con gran astucia una emboscada en campo raso, en que coge y desbarata el de Orange. -Huye el príncipe de Orange. -Túrbanse los de Ambers por la rota del de Orange. -Engaño del Jovio. -Peligro y miedo de Ambers. -Requiere Rosem que se rindan al rey de Francia y al de Dinamarca. Responden los de Ambers, que no conocen otro sino al Emperador. -Dicen los de Rosem, que las aguas salobres tragaron al Emperador, y los peces lo comieron, en la jornada de Argel. -Destruye Rosem los edificios fuera de los muros. -Entra gente de socorro en la ciudad. -Los valientes portugueses defienden la ciudad. -Álzase Rosem de ella. -Martín Van Rosem, capitán valeroso y cruel, natural de un lugar en Güeldria que se dice Rosem: y aún dicen que fue hijo de uno que hacía cerveza. -Quiere Rosem tomar a Lovaina. -Defiéndese Lovaina. -Tratan de concierto. -Defiéndenla los estudiantes. Álzase Rosem de Lovaina. -Cómo anduvo la guerra entre franceses y flamencos en Picardía. - XIX - Guerra en Perpiñán que hizo el delfín. -El duque de Alba fortifica a Perpiñán y se mete en él esperando al francés; sale porque se ahogaba entre paredes. -Retiróse en fin de setiembre el francés. XX - Aseguran a Navarra, recelándose del francés. -Ordenanza del duque de Alba. -Provisión de bastimentos en Pamplona. - XXI - Ármase España contra las armas del francés. -Nombra el Emperador al condestable de Castilla por general de Navarra y Guipúzcoa. -Lealtad grande que mostró Navarra en esta ocasión y deseo de servir al Emperador. -Caballeros que se juntaron con el condestable de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y otras partes. - XXII - Retírase el francés de la cruel guerra que había comenzado, y la que hubo este año en el Piamonte. -Artificio con que el francés ganó lugares en el Piamonte. -Lo poco que el del Vasto podía, por falta de dinero. -Lo que importa premiar los soldados. -El capitán francés Belayo, digno de nombre y fama. -Muere en el camino Belayo. - XXIII - Envía la reina María contra el duque de Cleves. XXIV - Indias: Ordenanza que mandó hacer el Emperador sobre los malos tratamientos de los indios. Va el Emperador a Barcelona. -Juran al príncipe en Zaragoza. -Marqués de Cañete muere. Año 1543. - XXV - Lo que escribió el Emperador a los señores de España sobre la guerra del francés y jornada en Alemaña. .-Poder al duque de Alba, que sea capitán general de España. XXVI - En hebrero, tormenta que padeció el almirante de Francia en el paso de un puerto. -Van los españoles sobre Turín. -Trata el Emperador confederarse con el Papa. -Quejas que forma del rey Francisco. -Deseaba el Pontífice que el pueblo entendiese lo que hacía para concordar los príncipes cristianos. -Pragmática del reino: que ningún extranjero tenga beneficio ni 4
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pensión, ni castellano la pagase. -Aprieta el Emperador, para echar freno, al Pontífice, que haya Concilio. Viene el Pontífice en que haya Concilio. - XXVII - Reconcíliase el Emperador con el inglés en odio del francés. -Lo mucho que merece el rey Francisco, y la nobilísima nación francesa, y lo que España recibió de ella cuando se vio cautiva. -Parte el Emperador de España, y deja gobierno en ella. -Embarcóse primero de mayo en Barcelona. - XXVIII Vistas del Emperador y del Papa. -Terremoto espantoso en tierra de Florencia. -Langostas infinitas talaban los campos. -Juicios que ponían pavor en las gentes. -Sale el Pontífice de Roma a verse con el Emperador. -No quería el Emperador verse con el Papa. -Concertadas las vistas, el Papa se recela, porque llevaba dineros. - XXIX - Procura el Papa comprar al Emperador el Estado de Milán. -No lo consigue. - XXX - Don Diego de Mendoza persuade al Emperador que no dé a Milán. -Cuánto vale la reputación de un príncipe. -Lo que el Emperador hizo con ella. - XXXI Palabra del Emperador. -Su partida a Alemaña, donde se le creía muerto. XXXII - El Emperador, en Alemaña. - XXXIII - Justa causa con que el Emperador hizo guerra al duque de Cleves, y razón del ducado de Güeldres. XXXIV - Hace el Emperador alarde de su gente. -Partió de Bona a 20 de agosto, y cerca el Emperador a Dura. -Llega al campo el príncipe de Orange con la gente de Flandres. -Baten a Dura los imperiales. -Temeraria osadía del capitán Palma. - XXXV - Dan el asalto los españoles. -El capitán Monsalve, natural de Zamora, entra primero. - XXXVI - El conde de Feria se mostró muy valiente en este combate. -Entran los españoles a Dura. - XXXVII - Lo que sintieron los de Dura de las armas y manos españolas. -Hácense temer los españoles, y suena su nombre. -Valencia, del conde de Feria. - XXXVIII - Los españoles que murieron en el asalto. -Saquean y queman el lugar. - XXXIX Parte el Emperador contra la ciudad de Julies, y ríndesele. -Pasa a Remonda. Ríndese Remonda. -Lo que sintió el duque de Cleves cuando supo la toma de Dura. - XL - Marcha el Emperador contra Banalo, villa fuerte en Güeldria. Fortificación grande de la villa. Reconócenlos españoles. -Requiérelos el Emperador. -Ríndese el duque de Cleves. -Clemencia grande del Emperador. Consideración que, para rendirse, el duque de Cleves tuvo. - XLI Condiciones con que se rindió el duque y cesó la guerra. - XLII - Disolvióse el casamiento del duque y Juana de Vendoma. -Casó el duque con hija del rey de romanos. -Recibe el Emperador al duque de Cleves con mucho amor. -Juran al Emperador los de Güeldres y entregan las llaves del Estado. Facilidad con que se acabó esta guerra, por la virtud de los españoles. - XLIII - Llega aviso al Emperador que Barbarroja había tomado a Niza. -El duque de Orleáns entra con ejército por tierras de los Estados Bajos. - XLIV - Va el campo imperial contra Landresi. -Fatiga la gota al Emperador. - XLV - Avisan al Emperador que el rey de Francia venía con su campo. -Fortificación de Landresi. -Don Pedro de Guzmán se dijo don Pedro de Noche. Demostración que hizo el rey de querer dar la batalla al Emperador. -Sitian los 5
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imperiales a Landresi. -Escaramuza entre imperiales y franceses. - XLVI Cómo pasó el representar la batalla el rey al Emperador. -La gente que había en los dos ejércitos. -Sale el Emperador en campo armado, con propósito de dar la batalla al rey. -Dicho notable del Emperador. -Muerte de don Juan Pacheco. -Retíranse los franceses, no se atreviendo a esperar. -Quiere el Emperador atajar el camino al francés, que se retira. -Engaños que hubo en los dos campos por falta de espías. -Por descuido dejó de ser preso el rey de Francia. -Conoce el rey su gran peligro, y trata de huir a cencerros tapados. Jovio culpa al capitán Salazar. - XLVII - Embajada del Emperador al inglés. XLVIII - Viene Barbarroja a Francia con armada del Turco. -Va Barbarroja sobre Niza. -Lastimosa presa de niños cristianos. -Hecho escandaloso de unos frailes. - XLIX - Invierna Barbarroja en Francia. -Corren turcos la costa de España. -Castiga Dios a los que se valen de infieles.
Libro veinte y seis - I - Casamiento del príncipe don Felipe. -Aparato y riqueza grande de Medina Sidonia. -Gasto grande del duque. - II - Casamiento del príncipe don Felipe. Recibimiento que Salamanca hizo a la princesa. -Pedro de Santerbas, notable hombre de placer. - III - Hachazos entre castellanos y andaluces. -Vélanse los príncipes muy a solas. - IV - Un pigmeo extrañamente pequeño. -Lluvias grandes de este año. - V - Orden del Tusón. -En qué manera se llaman los caballeros del Tusón. -Notable hombre llamado Jorge David. Año 1544. - VI Concierto con el de Ingalaterra para la guerra contra Francia. -Murmura la Cristiandad de los reyes. -Lo que se concertó entre el Emperador y rey de Ingalaterra. -Aprestos de guerra del inglés. -El duque de Alburquerque, general inglés. - VII - Qué príncipes se hallan en las Dietas. -Qué cosa es la Dieta y los que se juntan en ella. -Gastó en vino el duque de Sajonia treinta mil florines. - VIII - Solemnidad con que se comenzó la Dieta. - IX Proposición en la Dieta de Espira. -Responden los príncipes a la proposición hecha en nombre de Su Majestad. - X - Respuesta del Imperio a Su Majestad, y lo que ofrece para la guerra. -Humildad con que los tudescos tratan a su príncipe. -Cortesía con que trataban a los españoles. -El Papa y venecianos se espantan del socorro que Alemaña hacía al Emperador. -Requieren los alemanes a los esguízaros que no ayuden al francés. - XI - Pretende el rey de Francia impedir el servicio que en la Dieta le hacían al Emperador. Particulares pretensiones de los príncipes alemanes. Disimúlanse las cosas de la religión a más no poder, con dolor de los católicos. -Celo, prudencia, valor de Carlos V. -Caso notable de fray Hernando de Castroverde en Espira. - XII - Detiénense los herejes en Espira. -Los católicos hacen libremente los oficios divinos. -Sentían bien algunos tudescos de la disciplina y devoción de los españoles. - XIII - Recelos y avisos de la amistad de Andrea Doria con el
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Turco y Barbarroja. -También el de Francia se teme de Barbarroja no le burle. -El de Francia solicita corazones y nuevas amistades. Pide tres cosas a Génova. - XIV - Aprieto grande de Cariñán. -El del Vasto socorre a Cariñán. Batalla entre imperiales y franceses; piérdela el marqués del Vasto. -Habla el del Vasto a los españoles, estando para romper. Vencen los españoles por su parte. -Pierde el marqués del Vasto la batalla. -Los españoles, vitoriosos, se rinden. -Honra que el rey de Francia hizo a seiscientos españoles sus cautivos. - XV - Los franceses, con la vitoria, cobran ánimo y ganan amigos que se declaran contra el Emperador. -En qué día se dió esta batalla. -Llega la mala nueva al Emperador, que estaba en España. -El poco fruto que sacó el francés de esta victoria. -Ayudan muchos al marqués para repararse. -Juan de Vega señalado caballero y de los muy nobles de Castilla. - XVI - Valor con que se defiende el capitán Pirro y sus españoles en Cariñán. - XVII - Engaño de Jovio. -Vencen los imperiales a Pedro Strozi y franceses. -Lo que al Emperador importó esta victoria. - XVIII - Toman los españoles a Pontestura, en el Piamonte. -Miedo de los franceses. - XIX - Jornada grande que el Emperador hizo contra Francia. -Landresi. -Ordena el Emperador la entrada en Francia. -Don Alvaro de Sande corre las fronteras de Francia. Don Hernando de Gonzaga, general del Emperador, se adelanta. -Echase don Hernando sobre Lucemburg. -Ríndese, entrégase a seis de junio. -El bien que se siguió de la toma de Lucemburg. -El daño que hay, tardando las cosas de la guerra o expedición de ella. -Conquista don Hernando otro castillo, Camersi, a 15 de junio. - XX - Parte el Emperador de Espira a diez de junio. -El príncipe Maximiliano acompaña al Emperador. -Nombre de Hernando, amable en España. Mez de Lorena: qué ciudad es. -Partió de Mez a dos de julio. -Campo poderoso que juntó el Emperador. -Rey de Dinamarca. -Falta de bastimentos en el campo imperial. - XXI - Inquietud grande del rey de Francia, y daños que hizo a su reino con ella. -Tributos y trabajos que cargaron sobre Francia, XXII - Fuerzas que había de allanar el Emperador para entrar en Francia. XXIII - Lo que hizo el inglés contra Francia. - XXIV - Combate el campo imperial la villa de Leni, en Lorena. -Tomóse a 29 de julio. -Entran y saquean la villa españoles y tudescos. -Sandelisa se torna. - XXV - Cómo trató de repararse el rey de Francia. -San Desir. -Muerte del príncipe de Orange. Asalto peligroso que los españoles pidieron sin efecto, en que se mostró valiente Luis Bravo de Lagunas. -Lo que se padeció y perdió en los asaltos. Entrégase San Desir a 17 de agosto. - XXVI - Envía el rey de Francia socorro a San Desir, ya de Vitriaco a saco. -Los franceses dicen que se tarde. Desbarátale el duque Mauricio. -Toma rindió San Desir con cautela de unas cartas. - XXVII - Diversos pareceres en el campo imperial sobre proseguir la jornada. -Quiere el Emperador ir sobre París. -Da el Emperador oídos para tratar de paz. -Trátase de paz; aprieta el trato de ella, con celo santo, un fraile dominico que la reina Leonor envió. (Era estudiante en París, y no confesor de la reina, como dice Illescas.) -Vuelven a tratar de la paz primero de 7
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setiembre. -Tenía el campo francés doce mil suizos, ocho mil italianos y algunos gascones y paisanos, y cuatro mil caballos. -Marcha el Emperador de noche, por toparse con el francés. -Firma el rey de Francia los capítulos de paz, por el peligro en que se veía (que se hizo a 17 de setiembre). Destruyen los tudescos las iglesias; roban y saquean lo divino y humano; enójase el Emperador y castiga. -Justicia notable que el Emperador mandó hacer en un criado suyo, por haber saqueado una iglesia. -Conclusión de la paz. -El duque de Orleáns viene a visitar al Emperador. -Remedia el Emperador los desacatos que los tudescos hacían en las iglesias. - XXVIII - Capítulos de la concordia entre el Emperador y el rey de Francia. - XXIX - Avisa el Emperador al rey de Ingalaterra de la concordia. - XXX - Parece ser la concordia en daño del Emperador. Muerte del malogrado Carlos, duque de Orleáns Nuevos recelos de la Cristiandad, y temores de la paz. -Cómo volvió Bolonia a ser del francés. -Duque de Alburquerque sirvió al inglés valerosamente. -Despide el Emperador los españoles, mandándoles que ni sirviesen al francés ni al inglés. -El rey de Ingalaterra llevó los españoles a su servicio. - XXXI - Presa que hizo Barbarroja volviendo para Constantinopla. -Combate el cosario a Puzol. Defienden los españoles. -Sale el virrey en socorro de Puzol. -Presa grandísima que hizo. -Representaban en Constantinopla las presas de Barbarroja en afrenta de la Cristiandad. - XXXII - Resumen de las prosperidades de Barbarrroja. -Su muerte. - XXXIII - Don Álvaro Bazán, general de las galeras de España. -Españoles y franceses pelearon este año en el agua. -Victoria grande que hubo don Álvaro Bazán; el que después fue marqués de Santa Cruz se halló en ella. - XXXIV - Vasallos de las iglesias.
Libro veinte y siete Año 1545 - I - Paz entre los príncipes cristianos. -Trátase del nombramiento de un nuevo Papa. - II - Quienes se Emperador cerca de la corte de Roma contra los herejes. - III - El celo santo que tuvo de remediar los males de Alemaña, cuando no bastase el bien, con fuego y sangre. -El cuidado y pena que el Emperador tenía por las herejías de Alemaña. -Liga que con providencia humana los herejes hicieron. Presunción loca de los herejes de Alemaña. - IV Muerte temprana de la princesa de España. -Murió Carlos, duque de Orleáns. - V - Dieta en Wormes. -Contradicen los alemanes el Concilio en Trento. - VI - Muerte de fray Antonio de Guevara, coronista del Emperador. - VII Alteraciones del Pirú. -Va Blasco Núñez Vela por virrey, en el año 1543. Prende el virrey a Vaca de Castro. -Gonzalo Pizarro, procurador general. Comienzan las juntas y alteración de ánimos. -Levantan los alterados banderas y armas. -Sello real y audiencia en Lima, 1544. -Comienza Pizarro a hacer
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oficio de tirano. -Caravajal, maestre de campo de Pizarro. -Mata el virrey injustamente al fator Illán Juárez. -Retírase el virrey a Trujillo. -Discordia entre el virrey y oidores. -Saquea la gente de guerra la casa del virrey, y casi los oidores le prenden. -Pónense en armas unos contra otros. -Los parientes del fator quieren matar al virrey. -Quieren los oidores enviar medio preso al virrey en España. -Requieren los oidores a Pizarro que deje las armas y derrame la gente. -Pónese Pizarro con su campo a cuarto de legua de Lima. -Amenaza Pizarro con saco y muertes a los oidores. -Dánle los oidores, vencidos del miedo, título de gobernador. -Entra Pizarro en Lima, de guerra, con aparato. Recíbenle, a pesar de la audiencia, por gobernador. -El virrey, que se escapó de la prisión, llama gente y pónese en orden contra Pizarro. -Allanamiento del Pirú.-El licenciado Pedro de la Gasca va a pacificar el Pirú. -Gana Gasca a Hernán Mejía. -Gana a Hinojosa y otros capitanes, con la armada: principio del bien. - Pareceres sobre la venida del presidente. -Entrégase la armada al presidente. -Quiere Pizarro impedir que de la armada no saltasen en tierra. Los partidas que de parte del Emperador se hacían a Pizarro. -Procura Lorenzo de Aldana que la gente levantada entienda el perdón y mercedes que el Emperador hacía. -Vásele gente a Pizarro. -Dicho de Caravajal, viendo írsele a Pizarro la gente. -Alzase Lima por el rey. -Deshecho Pizarro. -Acudía gente al presidente Gasca. -Marcha el presidente, con su campo, al valle de Jauja. -Tiranía grande de Pizarro. Ordena el presidente su campo para acometer a Pizarro.-Pedro de Valdivia, escogido capitán, valió mucho contra Caravajal. -Siéntese Pizarro apretado; requiere al presidente que suspenda la armada. -Alójase Pizarro en sitio fuerte para esperar al presidente. -Ofrece Pizarro la batalla. Cepeda y otros se pasan al campo de los leales. Estando para romper, se deshacía la gente de Pizarro y pasaba al presidente. -Dicho cristiano de Pizarro. Viendo que se le iban todos, ríndese y entrega. -Prenden a Caravajal. -Justician a Gonzalo Pizarro y otros. -Prudencia notable del presidente.
Libro veinte y ocho Año 1546 - I - Llega el Emperador a Espira. Visítanle Landzgrave y el conde Palatino. Dieta en Ratisbona. Acuden católicos y herejes. -Muerte miserable de Lucero. - II - Lo que el Emperador propuso en la Dieta de Ratisbona. - III - Trajo el rey don Hernando a la reina con cinco hijos, de ocho que tenía. - IV - Quiénes se hallaban en Ratisbona con el Emperador. - V - Qué ciudad es Ratisbona. VI - Los de Augusta se ponen en armas. - VII - Los príncipes que ayudaron en esta guerra. - VIII - Junta poderosa de gente de guerra que levanta el Emperador. -Sebastián Xertel. Quién fue. -Camina la gente de Italia para
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Alemaña. -Lo que valía el nombre sólo de Carlos V. - IX - El duque de Sajonia y Lantzgrave escriben al Emperador. -Júntase el campo luterano y el número a que llegaba. - X - Las letras que los luteranos llevaban en sus estandartes. - XI - Prosperidades de los luteranos. - XII - El rey de romanos y duque Mauricio entran por las tierras del enemigo de Sajonia. -Bando del Imperio. Qué cosa sea. -Error del campo de los herejes. -Pirro Colona, valeroso capitán. -Sale el Emperador en campaña, y orden en que se pone. Determinación animosa del César: o morir o vencer. -El duque y Lantzgrave envían una carta al Emperador, y lo que respondió el duque de Alba a los que la traían. -Gente escogida que llegó de Italia al campo imperial a diez de agosto. -Pasa el Emperador el río, y pónese a la banda del enemigo. -Cuidado y temor del enemigo por ver al Emperador de la banda del río por donde él iba. -Semblante que mostró el campo imperial en una arma falsa. -Cuidado del Emperador en mejorarse en los alojamientos. -Orden que tuvo el campo imperial marchando. -Hacía el Emperador oficio de general y capitán cuidadoso. -El duque de Alba reconoce a Ingolstat. - XIII - Escaramuzan una banda de caballos y arcabuceros españoles con los enemigos. -Llegó voz al campo que el enemigo venía a dar la batalla. -Alójase el Emperador. Arrogante presunción del enemigo. -Fuerte alojamiento del enemigo. - XIV Don Álvaro de Sandi y el capitán Arce saltean y maltratan al enemigo. Sentían los herejes las malas noches que los imperiales les daban tocándoles arma. - XV - Acércanse los campos a tres millas. -La mucha artillería que el enemigo tenía, y gran aparato de guerra. - XVI - Orden en que venía el campo enemigo. -Había prometido Lantzgrave a las ciudades rebeldes de prender o matar o echar fuera de Alemaña al Emperador. -Pónese en orden el campo imperial para esperar al enemigo. -Pareceres diferentes sobre dar la batalla al Emperador. -Quieren ojear con la artillería y sacar de su alojamiento al Emperador. -El peligro en que se ponía el Emperador, visitando y reconociendo su campo. - XVII - Batería cruda que los herejes dieron al campo imperial. -Cuidado y peligro con que andaba el duque de Alba. Setecientas balas echaron dentro del campo imperial. -Nueve horas sin cesar jugó la artillería enemiga. -Palabras soberbias de Lantzgrave en desprecio de los imperiales. -Fortifican los imperiales sus alojamientos. -Escaramuzas vistosas y sangrientas. - XVIII - Quiere el duque de Alba ganar una casa al enemigo. - XIX - Proyecto fallido. - XX - Baten el campo imperial con la mesma furia del día antes. -Peligro de la persona imperial. -Mil balas se hallaron dentro del alojamiento. -Alonso Vivas sale a escaramuzar. - XXI Quiere el conde Palatino congraciarse con el Emperador. - XXII - Desafío de Martín Alonso de Tamayo. - XXIII - Vuelven otra vez los enemigos a batir el campo. -Los enemigos alzan el campo a 1 setiembre. - XXIV - Notable incendio en Malinas. - XXV - El trabajo y peligro con que el conde de Bura, con la gente de Flandres, vino a juntarse con el Emperador. - XXVI - No se sabía el camino que el enemigo llevaba. -Engaño del enemigo. -Asientan en 10
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Tonabert. - XXVII - El Emperador sale a ver la gente que trajo el conde de Bura y quiere seguir al enemigo. -Pónese el Emperador en peligro de hacer lo que era de un capitán ordinario. -Pasa el Emperador el Danubio y alójase media legua de Ingolstat, y camina el campo diferentemente. -Ríndese al Emperador Neuburg. - XXVIII - Cuán acertado anduvo el Emperador en esta guerra. -Mostróse el Emperador más clemente que severo. - XXIX - Muestra del ejército imperial. -Parte el Emperador en busca del enemigo. -Reconoce el duque de Alba a los alojamientos del enemigo, y dónde poder alojarse el Emperador. -Quiere el Emperador sacar el enemigo de su alojamiento, que era fuerte. - XXX - Escaramuzas que hubo entre los dos campos. -Toca la gota al Emperador, pero no deja la guerra. -Qué orden se guardó siempre en el marchar. -Sobresalto en el campo imperial, que venía el enemigo. Embaraza el poder ver a los enemigos una niebla grandísima. -La diligencia grande que pusieron en caminar los rebeldes. -Nota lo que dijo el Emperador al duque de Alba diciendo que parecía que los enemigos querían la batalla. -En qué orden se puso el campo. -El príncipe de Piamonte, general del escuadrón de la corte y casa imperial. -Escaramuza el príncipe de Salmona con los enemigos. - XXXI - Vuelve el Emperador otro día a dar vista al enemigo. Procura el Emperador dañar al enemigo, que estaba fuerte en su alojamiento. Toman los imperiales a Tonabert. -Alójase el Emperador en Tonabert sin embarazarle el enemigo. -Pasa el Emperador adelante. -Ríndensele otros lugares al Emperador. -Sigue una banda de imperiales a Xertel. - XXXII - El Emperador va con el duque de Alba a reconocer el camino del enemigo. XXXIII - Quiso el Emperador ir contra Ulma. - XXXIV - Nueva manera de guerra era de alojamiento en alojamiento. -A 20 de octubre ordena el duque de Alba una gruesa escaramuza. - XXXV - Prosiguen las escaramuzas sacándoles a ellas los imperiales. -Encamisada que se dio a los herejes. -Nota lo poco que el español sabía de los coches, agora tan en perjuicio de la caballería y de la honestidad usados. - XXXVI - Fatigan mucho a los alemanes las armas que se les dan de noche. -Mano que el príncipe de Salmona dio una noche a los enemigos salteadores. - XXXVII - Muda el alojamiento el Emperador. XXXVIII - Vuelve a Roma el legado Farnesio. -No pudieron los enemigos salir a pelear. - XXXIX - Tiene correo el Emperador de los buenos sucesos del rey don Fernando, su hermano. -Cuidado grande del Emperador con su campo. -Saludable parecer que tuvo el Emperador de proseguir la guerra, aunque fuese invierno. - XL - Muda el Emperador alojamiento por mejorarse. Notoria ventaja que ya hacía el campo imperial. Ríndese Norling. - XLI Quieren los herejes tratar de paz. - XLII - Quiere el Emperador desalojar al enemigo. -Parten y desamparan los enemigos el campo antes que el Emperador diese en ellos. -Sigue el Emperador al enemigo. -Va el duque de Alba a dar en ellos. -Gana el duque un cerro. -Hácense fuertes los herejes en un monte, y llano. -Falta el día. -Alójanse los unos y los otros. -Cuatro veces los desalojó el Emperador. -Diligencia grande del Emperador por que no se le 11
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fuese el enemigo. -Camina el enemigo toda la noche huyendo. -Luis Quijada va a reconocer. -Nieve y frío grande. -No bastan trabajo, hambre, frío y nieve a quitar al Emperador de seguir al enemigo. - XLIII - Prudencia y valentía del Emperador. - XLIV - Dividiéronse los enemigos; ventaja que pudieran tener. Toma el Emperador la vía de Norling para atajar al enemigo y combatir con él. - XLV - El Emperador quiere romper los enemigos, antes de conquistar las ciudades. - XLVI - Deshácense los enemigos. Tira cada cabeza por su parte. El conde de Bura vuelve a Flandres. - XLVII - Viene el Emperador a Hala de Suevia, ciudad principal rendida. -El conde Palatino procura la gracia del César. -Clemencia del Emperador. - XLVIII - Ulma se reduce. Ciudad poderosa y rebelde. - XLIX - Por qué quiso el Emperador sujetar a Viertemberg antes de pasar adelante. - L - Entra el duque de Alba delante. Síguele el Emperador. -Rinde y sujeta brevísimamente este Estado. - LI Ríndense siete ciudades en un día. -Piden misericordia en lengua española. Amaban al Emperador los alemanes. Llamábanle padre. - LII - Lo que con suma humildad dijeron de su culpa. -Los de Augusta suplican al Emperador perdone a Xertel, que fue capitán de su alteración. -Temen en Augusta. Ríndese. - LIII - Condiciones con que se rindieron muchos caballeros. - LIV Lo que duró esta guerra, en la cual el Emperador hizo oficio de general. - LV Muerte del Cristianísimo rey Francisco, príncipe digno de perpetua memoria y de ser contado entre los grandes del mundo.
Libro Vigesimonono Año 1547 - I - Fuentes para este libro. - II - El duque Frederico de Sajonia cobra lo que de sus tierras le habían quitado. - III - El Emperador quiere ir en persona contra el duque de Sajonia. -El poco caso que del rey don Fernando hacían en Bohemia, y el mucho que del de Sajonia. - IV - Concordia con el duque de Viertemberg. - V - Cómo se sujetaron otros lugares. -Enviudó el rey don Fernando. - VI - El de Sajonia prende al duque Alberto. - VII - Viene rendido el duque de Viertemberg, por el mes de marzo. -Ceremonia con que hizo su satisfacción. - VIII - Llega el Emperador a Gunguen. Prosigue su camino. Prende el de Sajonia al marqués Alberto. -Deja el sajón a Mauricio y diviértese a Bohemia. - IX - Muerte del capitán Madrucho. -Campo que el Emperador llevaba. - X - El rey de romanos se había embarazado de un enemigo. -Pide gente al Emperador. - XI - Disposición y aspereza de la tierra de Bohemia. XII - Llega el rey y el duque Mauricio donde estaba el Emperador. - XIII Parte el Emperador para Eguer, ciudad católica. -Va delante el duque de Alba. -Van en busca del enemigo, duque de Sajonia. -El duque de Sajonia estaba en Maysen, de la otra banda de Albis. -Busca vado el campo imperial. -Niebla 12
Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
oscurísima. - XIV - Alojamiento y gente del sajón. -Reconoce el duque de Alba el río y vado. Halla el duque vado, y lengua que guíe. - XV - Echanse a nado los españoles para ganar unas barcas. -Ganan las barcas los españoles. Descúbrese el vado. -Desamparan los herejes la ribera. -El villano que descubre el vado. -Pasan el vado y río resistiendo al enemigo. -La majestad y grandeza con que el Emperador pasó el río. - XVI - El Emperador sigue al enemigo. -Lo que dijo el Emperador viendo al crucifijo maltratado de los herejes. -La gente y orden del campo imperial. -Orden y gente del sajón.Príncipes que acompañaban la persona del Emperador. - XVII - Iguálanse con el enemigo. -Nombre que el Emperador dio a su gente. -Carga el duque de Alba en muy buena ocasión al enemigo. -Huyen los enemigos. -Los húngaros ejecutan la vitoria, apellidando: «España, España.» -Destrozo y rota grande del enemigo sajón. - XVIII - Prisión del duque de Sajonia. -Recibe el Emperador al duque de Alba con alegría por lo que tan bien había trabajado. -Los que pretendían ser autores de la prisión del sajón. -Respeto cortés y humano que el Emperador tuvo al duque de Sajonia. -Peligro en que se vió el duque Mauricio. - XIX - El Emperador arma caballeros a muchos que se señalaron en la batalla. - XX - Marcha el Emperador a Viertemberg. - XXI - Notóse una manera de milagro en el vado que el Emperador pasó. - XXII - Clemencia del Emperador. - XXIII - Condiciones con que el Emperador hizo gracia de la vida al duque de Sajonia.` - XXIV - Visita al Emperador la esposa del duque de Sajonia. - XXV - Visita el Emperador a la duquesa de Sajonia. - XXVI Embajadores de grandes príncipes. -Sacan al marqués Alberto de la prisión. XXVII - El duque Enrique de Branzuic fue desbaratado. -Fuerzas que esperaba tener el sajón. -El lantzgrave trata de la gracia del Emperador. Escribe lantzgrave a Mauricio y envía los capítulos y condiciones con que se rinde. -Admite el Emperador este trato. -El Emperador, aunque se trataba de paz, prosigue el camino contra Lantzgrave. - XXVIII - Con qué condiciones se rindió Lantzgrave. -Palabras de Lantzgrave. - XXIX - Contestación del Emperador. - XXX - Legado del Papa llega y da al Emperador la congratulación de parte del Pontífice, y renombre de Máximo y Fortísimo. XXXI - Camina el Emperador costeando a Bohemia, por ponerles freno. XXXII - Reina en Francia Enrico, tan valeroso como su padre. - XXXIII Levantamiento de Nápoles. - XXXIV - Nueva pretensión del rey don Enrique de Francia. -A 10 de setiembre se comenzó la Dieta. - XXXV - Caso desdichado. - XXXVI - Continúa la misma materia. - XXXVII - Quiere el Emperador que los alemanes reciban el Concilio. -Enferma el Emperador en Augusta. -Ruy Gómez de Silva viene a visitarle de parte del príncipe. XXXVIII - Muere Fernán Cortés, capitán digno de memoria. Muerte de Alonso de Idiáquez. -Estatuto de la santa Iglesia de Toledo contra los judíos. Muerte de Enrico VIII, rey de Ingalaterra.
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Libro treinta Año 1547 - I - El ínterin de Alemaña, murmurado contra el Emperador. -Embajadores de Bolonia al Emperador. -Sentencia el Emperador al duque de Sajonia en privación. - II - Manda el Emperador que se guarde el ínterin en Alemaña. III - Van los españoles contra Constancia. -Visita el Emperador las ciudades del Imperio. -Quita el gobierno a los luteranos. - IV - Envía el Emperador a llamar al príncipe su hijo y escribe a los reinos de España. -Justifica el Emperador la jornada del príncipe a Flandres. - V - Encomienda el gobierno de estos reinos a Maximiliano y María. - VI - Tiene Cortes el príncipe en Valladolid, con poco gusto. -Déjase el antiguo servicio de la casa real de Castilla y toma el de la de Borgoña. - VII - Esperaban en Castilla al príncipe Maximiliano. Sálele a recibir el condestable de Castilla. -Despósanse Maximiliano y María. - VIII - Parte el príncipe de Valladolid, y su viaje a Flandres. -Viaje del príncipe, de Calvete. - IX - Llega el príncipe a Bruselas. Viuda memorable, doña Estefanía de Requeséns. -Tratan de jurar al príncipe en Flandres. -Muerte del papa Paulo III, y algo de sus condiciones. -Notable pobreza del Papa. -Julio III, nuevo Pontífice, aficionado al Emperador. - X Notable esterilidad y carestía deste año en Castilla. Año 1549. - XI - Juran a Maximiliano en Bohemia. -El Consejo Real contra los que sacan moneda del reino. -Nacimiento de la reina doña Ana en Cigales. -Llevan el cuerpo de la princesa doña María de Portugal a Granada. Año 1550 - XII - Fiestas que hace el príncipe el día que nació el Emperador. -Difiere el Emperador la Dieta de Augusta para 25 de junio. - XIII - Quería el Emperador volver en Alemaña. -Pártense el Emperador y príncipe. -Provisión del Emperador contra las herejías que comenzaban en Flandres. - XIV - Llega el Emperador a Augusta para tener Dieta. -No quieren los herejes venir a la Dieta. -Ingratitud del duque Mauricio. -Peligro grande en que se metió el Emperador con el celo de la Iglesia católica. -Los protestantes querían quitar el poder al Papa, y darle a los emperadores. - XV - Sentía mucho Lantzgrave su larga prisión. -Junta en Valladolid sobre cosas de las Indias. - XVI - Dragut. Quién fue. - XVII - Dragut. - XVIII - Sale Andrea Doria a buscar a Dragut, año 1549. - XIX - Apodérase Dragut de las villas de Monasterio y Cuza. - XX - Entra Dragut en Africa. - XXI - Sitio fuerte de Africa. - XXII - Dragut. XXIII - Dragut. - XXIV - Prosigue la guerra contra Africa. - XXV - Prosigue la guerra contra Africa. - XXVI - Prosigue la guerra en Africa. - XXVII Prosigue la guerra en Africa. - XXVIII - Prosigue la guerra en Africa. - XXIX
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- Prosigue la guerra de Africa. - XXX - Salta la gente en tierra y sitian la ciudad. - XXXI - Prosigue la guerra de Africa. - XXXII - Prosigue la guerra en Africa. - XXXIII - Prosigue la guerra en Africa. - XXXIV - Salen los de Africa a hacer daño en el campo. - XXXV - Prosigue la guerra de Africa. - XXXVI Prosigue la guerra de Africa. - XXXVII - Hazaña de un valiente portugués. XXXVIII - Dragut. - XXIX - Prosigue la guerra de Africa. - XL - Prosigue la guerra de Africa. - XLI - Sigue la misma guerra. - XLII -Sigue la misma guerra. - XLIII - Sigue la misma guerra. - XLIV - Sigue la misma guerra. - XLV Sigue la misma guerra. - XLVI - Orden en dar el asalto a la ciudad. -Murieron tres hermanos que se llamaron Moreruela, teniendo uno tras otro la bandera. Fortaleza de Africa y fin de su conquista. - XLVII - Embajada del Turco al Emperador y respuesta de Su Majestad Imperial.
Libro treinta y uno Año 1551 - I - El rey Enrico de Francia quiere mover guerra, descontento de la paz que su padre hizo. -Métense franceses en Parma. -El Papa, de suyo pacífico, sale forzado a la guerra. -El Papa y Emperador cercan con sus gentes a Mirándula y Parma. - II - Usa Enrico de las artes del rey su padre. -Quiere inquietar a Alemaña. -Renueva y confirma la amistad con el Turco. - III - Dragut, favorecido del Turco y rey de Francia, se quiere vengar. -Andrea Doria lleva provisiones a Africa, y corre el mar buscando a Dragut. -Enciérrale, y escápasele maravillosamente en la canal de Cantara. -Engaña Dragut a Andrea Doria. - IV - Toma Dragut en los Querquenes la patrona de Sicilia. - V Apercíbense en Italia, con rumor de la armada del Turco. -Armanse Sicilia y Malta. - VI - Da sobre Malta la armada del Turco. - VII - Llega la flota a Marco Muxeto, puerto apartado de Malta. - VIII - Toman los turcos a Triplo. - IX - Guerra entre el Papa y Octavio Farnesio. -Prestó dineros el Emperador al Papa para la guerra de Parma. -Bula de medios frutos que el Papa concedio al Emperador. -Detiénese el Emperador en Augusta esperando lo que hace el francés y armada del Turco. -Responde el Papa al Emperador. - X - Vuelve el príncipe en España con poderes para gobernar. -Carta del Emperador a Castilla. - XI - Poder especial que el Emperador dio al príncipe su hijo. - XII Lo que el Emperador se recelaba de una nueva guerra, que ya se temía, con el Turco, con el francés y con luteranos. - XIII - Atrevimiento de un hermano del duque Mauricio contra el Emperador. -Capítulos entre Enrico, rey de Francia, y Mauricio y Augusto. -Júntanse los alemanes pidiendo la libertad de Lantzgrave. - XIV - Juran en Navarra al príncipe don Felipe. - XV - Palabras y papeles graves y injuriosos entre los príncipes. -Hízose esta liga por medio de Juan Friginio, obispo de Bayona. Año 1552. - XVI - Sale Enrico con poderoso
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campo contra el Emperador. - XVII - Hecho arbitrario y cruel con la duquesa de Lorena, del rey de Francia. - XVIII - Progreso de las armas francesas. XIX - Ambición del rey de Francia. - XX - Va contra Tréveris Enrico. -Pasa contra Argentina. Vale mal. -Gana a Haganoam. -Los herejes protestantes agradecen al francés su entrada en Alemaña. - XXI - Retírase el francés apresuradamente. -Estragos y muertes que el francés hizo. -Toma el francés a Ivosio. - XXII - Cuán mal iba en Picardía al francés. - XXIII - Retirada final del rey de Francia. Conclusión de esta jornada. - XXIV - Mauricio se altera. XXV - Retírase el Emperador del atrevimiento de Mauricio. -Conciértase el Emperador con el duque Mauricio. - XXVI - Vuelve el Emperador a Augusta, con intento de castigar a los alemanes. -Alberto de Brandemburg hace guerra. - XXVII - Entra en Augusta el Emperador. -Entra en Argentina. -Duque de Alba, general del campo imperial. - XXVIII - Sitia el Emperador la ciudad de Metz a 22 de octubre. -Poderoso campo del Emperador. - XXIX - Varios sucesos. - XXX - Prosigue la misma materia. - XXXI - Encamisada que el marqués de Mariñano dio al francés. -Fortifícase el marqués, y da vista al enemigo senés. -Ríndense los enemigos de Sena en Ayvola. - XXXII Acomete el marqués y rinde otros lugares. -Pedro Strozi, con otros capitanes y franceses, viene a socorrer a Sena. -XXXIII - Arman una traición al marqués. -Matan a traición quinientos soldados españoles y italianos. -El prior de Capua urdió esta traición. - XXXIV - Muerte del prior de Capua, gran servidor del rey de Francia. -Tiro con que un labrador mató al prior y a otro. -Tópanse en Pistoya el marques y Pedro Strozi. -Toma Strozi a Santa Bonda. -Acude el marqués sobre Bonda. -Viene Strozi a socorrerla. -Socorro de españoles, y escaramuza apretada. -El duque de Florencia quiere rematar la guerra en una batalla, por excusar los gastos. - XXXV - Sintióse apretado Strozi. -Resuélvese en la batalla. -Vence el marqués a Pedro Strozi. -XXXVI - Hacen muestra ambas partes para volver a pelear. -Rota de Pedro Strozi. - XXXVII - Don Juan Manrique fue gran parte para allanar a Sena y vencer a Pedro Strozi. XXXVIII - Rencuentro de Andrea Doria con Sinán, turco. El rey Enrico pide al Turco que envíe su armada sobre Nápoles. -Alteración de Nápoles viendo la armada turquesca. -Quéjanse los turcos del rey de Francia. -Andrea Doria y don Juan de Mendoza están dudosos de lo que harán. Año 1553 - XXXIX - Vuelve el Emperador a Flandres. -Guerra cruel entre Mauricio y Alberto. -Desafíanse bravamente los dos enemigos Mauricio y Alberto. - XL Guerra en Picardía entre franceses y flamencos. -Toma el francés a Hesdin. Teruana, ciudad frontera de los Países Bajos. - XLI - Prosigue la guerra el duque de Saboya contra franceses. -Desgracia lastimosa en la fortaleza de Hesdin. - XLII - Escaramuzas continuas entre franceses y imperiales. -El francés arma una emboscada. Sálele mal. - XLIII - El rey de Francia se halló 16
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en el campo este día. -Retírase el de Saboya a Valencianes por no se hallar igual al enemigo. -Llegó el rey a Cambray. -Demostración que hizo el rey de dar la batalla cerca de Valencianes. -Retírase el rey y deshace su campo. XLIV - Guerra en Lombardía entre franceses e imperiales. -Toma don Fernando a Orfanela. Fortifícala. - XLV - Saltean los franceses a Vercel. -Va don Hernando de Gonzaga a socorrer a Vercel. -Retírase el francés de Vergel. - XLVI - El príncipe de Salerno. Por qué dejó al Emperador. -Condiciones con que el Turco ofrece su armada al francés. - XLVII - Toman los turcos a Bonifacio. - XLVIII - Quiso el príncipe de España casar con su tía, infanta de Portugal. -Conciértase con la reina de Ingalaterra. Año 1554 - XLIX - Concierto matrimonial del príncipe. - L - Llegó el conde de Agamón a Valladolid con los despachos del casamiento. - LI - Queda la princesa doña Juana por gobernadora de Castilla, y la instrucción que el príncipe dejó. El de Mondéjar, en Indias. -El de Cortes, en Ordenes. -Don Antonio de Rojas, ayo del príncipe. -Don García de Toledo, mayordomo mayor de la princesa. - LII - Embárcase el príncipe. - LIII - Casamiento del príncipe de España, y reina de Ingalaterra. -Llámase rey de Nápoles don Felipe. -Aclaman a don Felipe rey de Ingalaterra. - LIV - La guerra que hubo en Picardía. -Lugares que el rey tomó cerca de Mariemburg. -Julián Romero, valiente español. -Duque de Saboya, general de campo imperial, sale a resistir al francés. -Braveza del rey Enrico. -Destruye los lugares de Henaut. - LV - Sale el Emperador en seguimiento del rey. -Provoca el Emperador al francés a la batalla. -Rehúsala el rey. -Gruesa escaramuza. -Retírase el campo francés, no queriendo la batalla. Revuelven los franceses sobre parte de los imperiales. -Válense valientemente los españoles. -Los que en los reencuentros murieron. -El francés deshace su campo, contento con lo que había hecho. -El Emperador se vuelve a Bruselas. -El de Saboya destruye el condado de San Pablo. -Lo que el de Saboya destruyó riberas del río Somona. - LVI - La guerra que hubo en el Piamonte. Don Alvaro de Sandi, valiente español, fatiga al francés. -Cerca el francés a don Alvaro en Valfanera. -Gómez Juárez de Figueroa socorre a don Alvaro. Don Alonso Luis de Lugo.
Libro treinta y dos Año 1555 - I - Muerte de la reina doña Juana, en Tordesillas, a once de abril, en edad de setenta y tres años. - II - Mala voluntad del nuevo Pontífice. - III - Dieta en Augusta. Preside en ella el rey don Fernando. - IV - Vuelven a las armas
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imperiales y franceses. Júntanse para concordar los príncipes. - V - Fortifica el francés a Marienburg para embarazar con el Emperador. -Los españoles rompen a los franceses. - VI - Abrásanse en guerras franceses. -Flamencos destruyen los campos. -Rompe Orchimont a los franceses. - VII - Don Hernando de Gonzaga, señalado en esta historia por su gran valor y hechos. VIII - Entrada del duque de Alba en Italia. - IX - Frustrado Brisac del primer intento, va sobre los españoles de Brema y Sartirana. -Avisan dos villanos de una emboscada francesa. - X - Prosigue la misma materia. - XI - Bate Brisac a Poma, y rindesele; pasa a sitiar a Valencia. -Los imperiales salen y le hacen rostro. - XII - Baeza. - XIII - Socorre don Lope de Acuña valerosamente y remedia el desorden de los suyos. - XIV - Culpa de la gente de armas del ejército imperial. - XV - Quieren los franceses desbaratar dos compañías del príncipe de Piamonte y conde de Potencia. Mata un tiro a don Hernando de Bobadilla. - XVI - Viene el duque de Alba a socorrer a Ulpián con poderoso campo. -Llega el duque a Valencia a 18 de julio. -Bate el duque el castillo de Poma, y tómale. -Socorre el duque a Ulpián. -Los franceses desamparan las plazas con temor del duque. -Provisiones y gente que el duque metió en Ulpián. -Queda mal proveído Ulpián, y descontentos los soldados. -Envía el duque a reconocer a Santián. -Parecer de don Alvaro de Sandi sobre sitiar a Santián. -Engaño de los capitanes del duque. -Resuélvese el duque de echarse sobre Santián. -Sitia el duque a Santián. -Conoce el duque haber sido engañado. -Retírase el duque de Santián. -Fortifica el duque a Puente Astura. XVII - Va don Lope de Acuña con paga a San Germán. Vese en peligro. Avísale una vieja. -Segundo peligro en que se vio don Lope. -Don Lope de Acuña, quién fue, - XVIII - Monsieur de Brisac y el duque de Aumala vienen contra Puente Astura. -Don Alvaro de Sandi, enfermo, defiende a Ponte Astura, mal fortificada, de treinta mil franceses. -Levántase el francés de Ponte Astura. Pasa a Moncalvo. -Infame hecho de Cristóbal Díaz, ruin capitán.. Hecho notable de don Alvaro castigando al cobarde capitán. - XIX - El duque de Aumala, incitado de un soldado, quiere sitiar a Ulpián. -Mala suerte de Garcilaso de la Vega. - XX - El duque de Aumala tiene sitiado a Ulpián. Consulta el duque de Alba con don Lope de Acuña cómo socorrer a Ulpián, y encomiéndale esta empresa con gran encarecimiento. -Responde don Lope ofreciéndose a la empresa. - XXI - Parte don Lope a socorrer a Ulpián. - XXII - Salen los cercados animosamente a dar en los cercadores. - XXIII - Honrado respeto de Garcilaso de la Vega. -Diversos pareceres entre los capitanes de Ulpián. - XXIX - Baten las casas matas, flacas y mal hechas. -Caen las casas matas. - XXV - Revienta la mina en favor del francés. -Arremeten los franceses. Rebátenlos. - XXVI - Cinco horas y media duró el asalto. - XXVII Solos diez y ocho españoles, y pocos italianos se hallaban en Ulpián. -Quiere rendirse don Manuel de Luna.- Don Lope lo contradice. - XXVIII - Pelean en el agua imperiales y franceses. -Desesperado hecho de los flamencos holandeses. - XXIX - Suspenden las armas imperiales y franceses. -Tregua por 18
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cinco años. -Mueve la guerra el Papa, aunque Papa y muy viejo, y llegó a lo que otros dirán. - XXX - Qué motivo tuvo el Papa para mover la guerra al Emperador, y rey su hijo. - XXXI - Instrución que el rey dio a Garcilaso. Palabras cristianísimas del rey Felipo. - XXXII - Pérdida de Bujía. -Marqués de Cañete, virrey del Pirú. - XXXIII - Renuncia el Emperador en el rey su hijo los Estados de Flandres. -Razonamiento elegante que hizo en la renunciación Feliberto de Bruselas, gran chanciller y del Consejo de Cámara. -Encarga a los flamencos la religión católica. - XXXIV - Lo que dijo el Emperador después de la oración de Filiberto. - XXXV - Responde en nombre de los Estados al Emperador el doctor Jacobo Masio. - XXXVI - Lo que dijo el rey Felipo. Habla el cardinal Granvela, obispo de Arras, en nombre del rey. -Despídese la reina María y pide perdón de su gobierno. -Responde por los Estados el mismo dotor Jacobo. -Jura el rey Felipo los fueros de aquellos Estados y ellos le juran por príncipe y soberano señor. -Carta de renunciación de los Estados de Flandres. - XXXVII - Anuncia el Emperador su renuncia del gobierno de España. - XXXVIII - Treguas entre el Emperador, el rey su hijo y el rey de Francia. -Prende el Papa a los cardenales devotos del Emperador y al embajador Gracilazo. - XXXVIII - Renuncia de Carlos V. ]Escribe el Emperador a los grandes y perlados de España la causa de su renunciación. En Valladolid alzan pendones por el rey Felipe. - XXXIX - Parte el Emperador para España. Historia de la vida que el emperador Carlos V rey de España hizo retirado en el monasterio de Yuste. Año 1556 - I - Diferente género de historia. - II - El monasterio de Yuste.] No tenía el Emperador más que una haca y una mula vieja. -No tenía cabeza para andar a caballo. - III - La pobreza grande de su casa. -Deseos que tuvo en vida de la Emperatriz desta perfección. -Cómo mandó sepultar su cuerpo y el de la Emperatriz. -Lo que dijo dél su confesor sobre la dejación de los Estados. No quiso tener médico particular, sino sólo el del convento. -Lo que dijo a su barbero sobre el hacer sus honras antes de morir. -La humildad y obediencia que mostró en el monasterio. - IV - Lo que le sucedió con los visitadores de la Orden. -Pide el Emperador que no lleguen mujeres cerca del monasterio. - V Repara el Emperador en que la visita fuese tan breve. -Manda pregonar que las mujeres no lleguen cerca del monasterio. - VI - Los cargos que los visitadores le hicieron, y lo que Su Majestad sintió. -Temor o respeto del César de lo que le dijo un fraile. - VII - Ejercicios espirituales de la oración y contemplación. -Amigo de música. -Oído que tenía en ella. - VIII Entreteníase con los criados con toda llaneza. - IX - Celo grande de la le y lo que dijo de la prisión de Cazalla. -Dice que erró en no matar a Lutero.-Que era peligroso tratar con herejes. - X - Ofrécenle los herejes de ir con su ejército hasta Constantinopla, porque los oya. -Lo que respondió. -Lo que dijo 19
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de la prisión de fray Domingo de Guzmán. -Cuán gran hereje fue Constantino. - XI - Prosigue la empezada materia. - XII - El Emperador y San Francisco de Borgia. - XIII - Prosigue la materia empezada. - XIV - Idem. XV- El Emperador escribió algunos de sus hechos. -Juramento ordinario del Emperador. Año 1558 - XVI - Muerte del Emperador a 21 de setiembre, año 1558, en edad de cincuenta y siete años, siete meses y veintiún días, habiendo reinado cuarenta y tres años y gobernado al Imperio treinta y ocho con suma justicia y satisfacción de las gentes. -Pide la unción con la ceremonia que se da a los frailes. -Devoto del sacramento de Eucaristía. -Llega Carranza, arzobispo de Toledo. -Muere con el nombre de Jesús en la boca. -Con esta voz murió la reina su madre. -Cometa que precedió su muerte. - XVII - Ataúd en que pusieron el cuerpo. - XVIII - Viene el corregidor de Placencia, y quiere apoderarse del cuerpo. -Sacan de la sepultura el ataúd y ábrenlo. -Un pájaro notable que se vio cinco noches arreo. - XIX - Honras por el Emperador. XX - Carta de Juan de Vega sobre la muerte del Emperador. - XXI - Honras que el rey don Felipe mandó hacer en Bruselas en la iglesia de Santa Gúdula, jueves y viernes 29 y 30 de diciembre año 1558. La orden que se tuvo en el caminar a las honras de Su Majestad Imperial, jueves 29 a vísperas, con ocho insignias que se llevaron. La casa del rey iba con el orden siguiente. *Honras en Roma *Testimonio de una revelación que tuvo un santo fraile de como el emperador se salvo *Testamento del emperador Carlos V de gloriosa memoria *Codicilo del emperador Carlos V de gloriosa memoria *Copia de una carta que el rey nuestro señor escribió de Flandres a los testamentarios de emperador nuestro señor, que sea en gloria. *Virtud catolica y cristiana del emperador *Protestación muy devota que el emperador Carlos V, Que es en gloria, hacía cada noche cuando iba a dormir *El padre fray Juan de Salcedo
FIN DEL ÍNDICE DEL TOMO V Y ÚLTIMO
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Libro veinte y cinco Año 1541
-IMuerte de Rincón y Fregoso, por cuya ocasión volvieron a las armas franceses contra cesarianos. -Saltean a Rincón. -Culpan al marqués del Vasto y cargan estas muertes. Relación verdadera de la muerte de Rincón. Ya nos llaman las pasiones de los reyes y suenan los aparatos de sus armas, que con tanto engaño pensaron los hombres que en sus días no se vieran. Y para darles principio en este año de 1541, sucedió un caso de harta pesadumbre, y fue la muerte de Antonio Rincón, español tránsfuga, natural de Medina del Campo, que, ausente por sus culpas de España, servía al rey Francisco. Era Rincón hombre de muchos negocios y que sabía bien cualquiera cosa, y por no ser para usar las amas por el gran impedimiento y carga que tenía de muchas carnes, ocupábale siempre el rey en negocios y legacías, y lo más del tiempo residía en Constantinopla. Cuando en Flandres, como ya dije, se trataba de la paz, alteróse Solimán y quiso matar a Rincón; sino que él se puso en cobro, salvo, viniéndose a Francia. Después, como de los tratos de la paz nació mayor pasión y gana de guerra, tornó el rey a enviar a Rincón a Constantinopla con cartas y dineros y otros despachos para Solimán. Partió de Francia en principio de mayo de este año de 1541, y llegando a Turín, comunicó su viaje con César Fregoso, natural de Génova, y rogóle que le acompañase con una banda de caballos hasta Venecia, donde se había de embarcar para Constantinopla. Holgó Fregoso de hacerlo, y al tiempo que se habían de partir sucedióle a Rincón un mal de corrimientos o reumas, a cuya causa dijo que no quería caminar por tierra, sino irse por el Tesín al Po, y por el Po a Venecia, por agua. Fregoso se recelaba de los españoles y tuvo por peligroso este camino, y decía que lo mejor era volver atrás a los Alpes y tomar el camino por tierra de venecianos, o a lo menos correr la posta hasta Plasencia, y de allí caminar por tierra de amigos; pero por más qué lo porfió no pudo persuadirlo a Rincón, que le llamaba con fuerza su desdichado hado.
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Embarcóse en el Tesín en dos barcas; en la una se metieron él y Fregoso con algunos criados, y en la otra pusieron las cartas y despachos, con una gran suma de dineros No se pudo hacer este viaje tan secreto que no lo sintiesen amigos y enemigos. Jamás se pudo averiguar quiénes fuesen los que quisieron atajar los malos pasos que Rincón llevaba contra Dios y contra su rey y señor natural. Los que fueron, ordenaron una emboscada de barcas al entrar del Po, donde se junta con el Tesín. Salieron a embestir las barcas de Rincón algunos enmascarados, sin que alguno pudiese ser conocido, y dieron con tanta furia en la una de las barcas en que iban Rincón y Fregoso, que sin poder huir los mataron, y a cuantos iban con ellos. Los de la otra barca, donde iban los recados y dineros, escaparon huyendo, y ni ellos pudieron ser habidos, ni supieron decir lo que había sido de sus amos. Los matadores tomaron los cuerpos de Fregoso y Rincón, y desviáronlos del camino de tal manera, que por dos meses no se pudo saber si eran vivos o muertos, hasta que ya vinieron a parecer, comidos de perros, que apenas se conocían; a Fregoso faltaba un dedo de la mano, y por aquél le sacaron. Esta mano dicen que le mandó cortar su mujer para enviar al rey de Francia, pidiéndole venganza de quien con tanta crueldad le había muerto el marido. Túvose luego por cierto que el marqués del Vasto había sido en estas muertes, que se habían hecho con su industria, pero él lo negó siempre muy de veras, y aún puso carteles en diversas partes. El Emperador, ni más ni menos, afirmó siempre que ni lo había mandado, ni sabía quién lo hubiese hecho. Hubo en este negocio, como en todos los demás, diversos juicios en el mundo, mas ya, hasta que venga el general, no se sabrá la verdad del hecho. En la manera dicha cuentan la muerte de Rincón y de su compañero César Fragoso, Paulo Jovio, y su secuaz Illescas. Y es la verdadera que el Rincón forajido fue hombre que con el Turco alcanzó mucha gracia, y el rey de Francia hizo grandes confianzas de él. Cada vez que venía de la corte de Solimán, avisaba desde Venecia, y le enviaban los gobernadores del rey Francisco gente que le acompañase y guardase, y de ordinario era el capitán César Fregoso, aunque hartas veces el Rincón pasaba disimulado por tierras del Emperador, hasta hacerse barbero, y haciendo las barbas, y otras veces fraile, y de otras diferentes maneras mudaba el traje; pero cuando iba por tierra de esguízaros siempre le cabía al Fregoso el cargo de acompañarlo hasta Francia. Agora había como seis meses que era venido a comunicar ciertos negocios de su delegación con el rey, y no huyendo del Turco, como la Pontifical dice, 22
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sino muy favorecido de él, y aun aprovechado con un muy rico diamante y un sanjaco de oro, no macizo, que aquel bárbaro le dio, y trajo consigo otro embajador del Turco, pero italiano, el cual fue despachado brevemente. El Rincón se quedó el tiempo que digo, porque iba más de propósito que nunca fue a Turquía, y tan de arrancada, que llevaba toda su casa, mujer, y hijos y suegra, que de todo iba cargado; y llegando a Turín y hecho allí alto, le hizo dejar el camino de los Alpes y la aspereza de ellos, no pudiendo sin alguna lástima y dolor ir a caballo; y así, se determinó hacer el camino por agua hasta Venecia, por ir con más descanso (que le fatigaba mucho la pesadumbre grande de sus carnes), pero contra el parecer de Fregoso, y para esto, dejando su mujer y casa en Turín, por no ir tan conocidos, y enviando primero los despachos que llevaba para el Turco, y todos sus papeles con una posta, para que se los guardase el embajador de Francia, que residía en Venecia, se metieron el César Fregoso y Rincón en los barcos, y sucedió lo que dije.
- II El Emperador, en Wormes, disputa entre católicos y herejes. -El duque de Cleves pasa a servir al rey: despósase con hija del rey de Navarra. Estaba el Emperador en Wormes principio de este año de 1541, y aquí hubo una gran disputa entre Juan Echio, varón doctísimo y muy católico, como de sus libros y sermones parece, y Felipe Melantón, hereje, sobre las nuevas doctrinas que se habían comenzado en Alemaña. Halláronse presentes los principales del Imperio, mas no bastó a rendir los secuaces de la mala doctrina lo mucho que Juan Echio hizo confundiéndolos con evidentes argumentos. De Wormes salió el Emperador y fue a Belgio, Merun, Espiray, y de ahí a Ratisbona, para donde se había señalado la Dieta, o junta de los príncipes y ciudades de Alemaña; y mandado que se hallasen los protestantes, y en el principio de marzo comenzaron a venir algunos. En el mes de mayo, cuando ya andaban los tratos enconados entre los príncipes cristianos, y sucedieron las muertes de Rincón y Fregoso, Guillelmo de la Marca, duque de Cleves, el que salió de Gante en desgracia del Emperador (como dije) echando fama que iba a la junta de Ratisbona, por camino secreto desviado, y echando los suyos por diferentes partes fue a Amboisa, donde estaba el rey de Francia. El cual lo recibió muy bien, porque pensaba valerse de él para comenzar la guerra contra el Emperador.
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Trató el rey de casar a este duque con Juana, hija del rey de Navarra, niña de poca edad, y si bien los padres de la doncella no gustaban de ello, antes contradecían, hubo de ser porque lo quiso el rey; y a 12 ó 13 de junio se desposaron con gran solemnidad, y el rey los honró mucho, llevando la esposa de la mano al tálamo y haciéndoles un banquete real. Halláronse presentes los embajadores de Ingalaterra, Portugal y Venecia, y del duque de Sajonia; el del Emperador se ausentó de la ciudad, por no hallarse en la fiesta, que bien sintió era en perjuicio de su dueño. De allí a pocos días el duque se confederó y hizo sus capitulaciones con el rey de Francia en deservicio del Emperador, y sin tocar a la esposa, por ser niña, volvió a su tierra, dejándola en poder de sus padres. De todo tuvo aviso el Emperador, y se quejó del duque de Cleves y del rey Francisco en la Dieta ante los príncipes y procuradores de las ciudades del Imperio, que en ellas estaban allí en Ratisbona, y mostró el derecho que tenía a Güeldres y Zulfania, por muerte del duque Carlos Egmondo. Y queriendo responder a esto los embajadores del duque de Cleves y disculpar a su amo, rogando con humildad perdonase el César el yerro en que había caído, no los quiso oír, antes mostrando enojo se levantó, por donde todos entendieron que la indignación del César había de ser dañosa al duque, como adelante veremos que lo fue.
- III Recesu de la Dieta en Ratisbona. A 29 de julio, viernes, de este año 1541, se concluyó la Dieta celebrada en Ratisbona, y fueron los puntos principales que en el recesu quedaron acordados y conclusos: Que las cosas tocantes a Alemaña, y nuevas opiniones de ella, tocantes a la fe, quedasen en el estado en que al presente estaban, hasta el futuro concilio general o nacional, donde se habían de determinar; y no se celebrando el uno o otro concilio, se remitieron a la Dieta que próximamente se celebrase en Alemaña, la cual quedó acordada desde este día del recesu en diez y ocho meses. Insistieron los estados en que el concilio general fuese en la Germania, y que el Emperador tuviese en él la mano juntamente con el Pontífice, y que si los dichos concilios general o nacional no se tuviesen, Su Santidad enviase a la Dieta un legado con poder suficiente. Que los luteranos, que se decían protestantes, guardarían los artículos en que sus teólogos se habían acordado, sin predicar ni enseñar lo contrario, y que no inducirían ni
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atraerían a sí algunos ni los recibirían en su protección y amparo alguno de la antigua fe y religión. Que los perlados, entenderían en la reformación de las iglesias, así en general, como en lo que a cada uno tocase, en tanto que el Sumo Pontífice proveyese lo tocante a la entera reformación, lo cual los perlados expresamente acetaron y prometieron inviolablemente guardar. Que la paz hecha nueve años antes en Norimberga se observaría y quedarían todas las partes pacíficas, y cesarían las violencias, fuerzas y vías de hecho, como amplamente se especificó en el dicho recesu, so pena de contravenir a la paz del Imperio. Que las iglesias que estaban en las tierras de los protestantes quedarían en su entero ser, sin demolir alguna cosa de ellas hasta después del dicho concilio o Dieta. Que las personas de la Iglesia gozasen de sus bienes eclesiásticos que tenían en las tierras de los protestantes. Que el Emperador disputaría comisarios para determinar las causas y procesos donde hubiese controversia, si era de la religión o no, y cuanto a los que hallasen ser de la religión, los comisarios concordarían las partes, si lo pudiesen hacer, y no pudiendo, enviaran lo que hubiese hecho a Su Majestad, para que declarase en los dichos estados hasta la próxima Dieta. Que todas las otras causas profanas irían a la cámara y justicia soberana, imperial, y a las otras justicias según su cualidad. Que en la Cámara imperial se acabaría y trataría por personas que Su Majestad diputase, y si se hallase falta se reformaría, y daría en ello orden, a fin que la justicia se administrase derechamente y sin parcialidad. Que todos los dichos estados, así católicos como protestantes, entreternían la dicha Cámara imperial por tres años, si antes los dichos estados no hallasen otro remedio para satisfacerla. Reservóse al César la declaración de las diferencias en las cosas que podían concerner al tratado de Norimberga y las demás tocantes a la religión y Cámara imperial. Acordaron los estados de servir a Su Majestad para ayudar luego al rey de romanos, con diez mil infantes y dos mil caballos puestos en Hungría, pagados por cuatro meses, y luego se comenzó a hacer la gente. Demás de esto, ofrecieron veinte mil infantes y cuatro mil caballos, pagados por tres años, para que el César hiciese guerra al Turco, y que Su Majestad eligiese el capitán general que quisiese para esta gente. Que el Emperador pudiese libremente seguir el derecho que tenía contra el duque de Cleves Guillelmo, en el estado de Gueldres y Zulfania. Que Carlos, duque de Saboya, despojado por el rey de Francia, quedase en la protección y amparo del Imperio romano. Que ningún tudesco pudiese haber sueldo ni servir en la guerra a algún príncipe extranjero del Imperio, so pena de ser habido por traidor. Prohibióse con grandes penas la impresión de los libelos difamatorios y injuriosos.
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Diputó el Emperador y señaló personas que pacificasen algunas diferencias particulares que había entre algunos príncipes de la Germania y personas eclesiásticas, así de la antigua religión como de los protestantes. Nombró comisarios para conocer amigablemente las diferencias de Maestrich. Hízose o concertóse una liga entre el Papa, Emperador y rey de romanos, con el cardenal de Maguncia, arzobispo de Salzburz, y otros perlados, y los duques de Baviera y de Brantzuic, y otros príncipes y estados, por la defensa, sustento y amparo de la antigua y católica religión, y cosas dependientes de ella, y se consignó para ella una buena suma de dineros y gente, y se nombraron capitanes generales, por parte de la Germania, el duque Luis de Baviera, y por la otra, el duque de Brantzuic; y se nombraron capitanes, con orden de que siempre estuviesen a punto para lo que se ofreciese, si bien es verdad que todos aquellos estados quedaron tan satisfechos y contentos del modo de proceder del Emperador, y de lo que en la Dieta se había ordenado, que prometían mucha paz en todo y sujeción a lo que se había asentado, y así lo prometían y aseguraban, en general y en particular, todos. Entraron en esta liga los Países Bajos de Flandres expresa y especificadamente, y el condado de Borgoña. Escribieron los estados con eficacia, en favor del duque de Saboya, al rey de Francia, mostrando la sinrazón que se le hacía y que si no se le satisfacía el agravio, el Imperio tomaría la causa de Saboya por propia. Sintieron mal de las liviandades del duque de Güeldres, y oyendo las justas quejas que el Emperador de él tenía, le declararon por enemigo, y el Emperador ofreció que conociendo Guillelmo su culpa, benignamente le perdonaría y daría la investidura de Cleves y Julies. Con esto se dio conclusión a la Dieta.
- IV Pide el francés a Milán. -Niega el Emperador el ducado de Milán que el rey pedía. -Trata el rey de romper la guerra. Y el Emperador, con los príncipes y estados del Imperio, dieron audiencia al embajador del rey de Francia; el cual, con una elegante y prolija oración que por escrito, no fiando de su memoria, refirió, justificó cuánto pudo la parte y pretensión de su dueño, hablando hinchada y afectadamente por presumir demasiado de retórico, con que cansó y provocó más a dormir los oyentes, que a tenerle atención; de tal manera, que cuando acabó su arenga, los más de los oyentes no se acordaban de lo que les había dicho.
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En este tiempo llegó al Emperador un correo con despachos del rey de Francia, pidiendo que le diese el ducado de Milán, que decía haberle prometido en Francia, para su hijo Carlos, duque de Orleáns, dándole el título y privilegio firmado y sellado con las armas y sellos del Imperio. Sabía bien el rey de Francia, que se cansaba en balde pidiendo lo que el César jamás le había de dar. Tuvo siempre este asidero para mover y levantar la guerra, que con tanta pertinacia siguió. Respondió luego el Emperador sin poder decir la respuesta, y manifiestamente dijo que por muchas razones él no podía dar el ducado de Milán, que él daría su hija doña María a Carlos con los estados de Flandres. Sintiéndose el rey Francisco (como decía) engañado, y viendo que ya no tenía que esperar en Italia por bien, determinó romper la paz y hacer la guerra que pudiese, descubiertamente, al Emperador, y comenzó a solicitar los ánimos de los príncipes, para lo cual enviaba su embajador Rincón (como dije) al Turco. Procuró hacer una estrecha amistad con el inglés, aunque hallaba dificultad. Los suizos de los cantones respondieron que se estarían a la mira sin querer ayudar a alguna de las partes. Comenzó a dar color y justificar su causa con la muerte de Rincón y Fregoso, diciendo que por orden del Emperador habían sido muertos contra toda razón y leyes de las gentes. Que el Emperador había quebrado las treguas. Que él no podía, sin perjuicio de su honra, pasar por tal hecho, ni dejar de vengarlo. Que si no le satisfacían de estas muertes, él había de tomar la satisfación y venganza que pudiese. Escribió largo sobre esto Guillelmo Velayo, capitán general en el Piamonte por el rey de Francia, al marqués del Vasto; pero no bastaron las satisfaciones posibles que el marqués hizo. Resuelto, pues, el rey en el rompimiento, prendió a Jorge de Austria, hijo bastardo del Emperador Maximiliano, arzobispo de Valencia, que de España iba por Francia, sin cuidado de estos encuentros para Flandres, y mandóle retener en León, y queriendo el Emperador pagar al rey de Francia el disgusto que le había dado con el desposorio de Juana, hija del rey de Navarra, con el duque de Cleves, fue en la misma moneda, porque en estos días casó a su sobrina Christierna, hija del rey de Dinamarca, viuda de Francisco Esforcia, con Francisco Antonio, hijo del duque de Lorena, que le escoció tanto al rey, y más, que le dio gusto el que hizo del duque Cleves con Juana de Vendoma.
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-VQuiere el Emperador bajar en Italia, para tratar con el Pontífice del Concilio. -Es padrino el Emperador en el bautismo de don César de Avalos en Milán. -El Emperador quería ir contra Argel: -aconséjanle sus capitanes que no lo haga. -Sale el Papa a recebir al Emperador. Acabada la Dieta, hallando el Emperador que para dar orden en el Concilio y para otros negocios de importancia le convenía bajar en Italia y verse con el Papa, despachó un correo pidiéndole que tuviese por bien de se llegar hasta Luca, para que allí se viesen. Muchos juicios se echaron sobre estas vistas, mas yo no estoy obligado a decir lo que los hombres adivinaban, sino lo que hicieron. El Pontífice acetó las vistas; partió el Emperador de Ratisbona con doce mil tudescos y mil caballos que para la guerra que quería hacer en África había levantado. Salióle a recebir en las montañas de Trento el duque Octavio Farnesio, su yerno, hijo de Pedro Luis y nieto del Papa, y antes de llegar a Verona salió el marqués del Vasto, con los más principales de Milán, y soldados viejos españoles. También salieron a recebirle los venecianos, ofreciéndole y sirviéndole con paso seguro, y muchos refrescos con que le regalaron. A 3 de agosto estaba el Emperador en Munión, camino de Milán, donde pensaba estar mediado este mes y al fin de él en Génova, y al principio de setiembre no lejos de Galera, porque iba con prisa y resuelto de verse con el Papa, por los grandes calores que hacía en Lombardía, y cuando hubiese de ser, que sería cerca de Génova y no se detendría sino cinco o seis días por hacer la jornada de Argel, la cual pensaba concluir en cuarenta o cincuenta días a lo más largo, sin estar acordado dónde se había de desembarcar y tenían por más cierto que en la Andalucía. Entró en Cremona y en Lodi, y de allí, con gran recibimiento y fiesta, fue a Milán, donde se admiraron todos de verlo, vestido de luto, que pensaron que había de entrar en hábito imperial. Venía el Emperador triste, como viudo, y porque tenía ruines nuevas de la guerra de Hungría, que andaba muy caliente sobre Buda. Hízole la marquesa del Vasto muchas fiestas y regalos por alegrarlo, y acertó a parir allí un niño antes que el Emperador se fuese, y por contemplación suya y porque fue su padrino se llamó Carlos.
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Partió de Milán para Génova, donde tuvo cartas del rey don Fernando su hermano, en que le decía la pérdida de Rocandulfo y muerte de muchos alemanes y húngaros, y que se temía que el Turco pasaría a Viena; por esto le aconsejaban Andrea Doria y el marqués del Vasto que dejase la jornada de Argel y se quedase en Italia, a lo menos por aquel invierno, que bastaría esto para detener a Solimán y para quebrar las alas a los franceses, que no deseaban sino verle lejos, para comenzar guerra en Lombardía, mayormente que ya era tarde para pasar la mar y necesariamente se había de temer alguna fortuna. Era sano este consejo por estas y otras muchas razones, pero no bastó alguna para mudarle de su propósito, que nuestra desgracia le llevaba a perder los que veremos. En sabiendo el Papa que el Emperador estaba en Génova, aunque era por agosto, que suele ser peligroso caminar en aquella tierra, partió luego para Luca, y el Emperador hizo lo mismo de Génova en las galeras, y tomó tierra en el puerto de Luca, adonde ya estaba el cardenal Farnesio esperando para llevarle a la ciudad. Salieron todos los cardenales y muchos obispos hasta fuera de la ciudad, con grande acompañamiento, y debajo de un rico palio llevaron a Su Majestad a posar en las casas de la república, porque el Papa posaba en las del obispo. Estuvieron allí ocho o diez días, y en ellos visitó tres veces el Emperador al Pontífice, y Paulo le visitó a él una sola; siempre que se hablaban estaba presente el embajador de Francia, que venía a pedir al Emperador que le diese a Rincón y a Fregoso, que aún no eran parecidos sus cuerpos ni se sabía qué se habían hecho, y tenían todos creído que no eran muertos, sino presos. No bastaban juramentos ni satisfaciones, y decía muy bien el Emperador, que del mal sucedido a Rincón él se tenía la culpa, pues siendo enemigo de su patria se había metido donde no había nadie que no pensase que hacía servicio a Dios y a su patria y rey en matarle; y que si el rey quería entender que la tregua era quebrada por aquello, que mucho en buen hora; de otra manera, que por él no quedaría de guardarla fielmente. El Pontífice, a todas estas palabras, callaba; con sólo decir que no quería meterse en determinar si la tregua se había rompido o no; pero, por otra parte, como persona tan prudente, no cesaba de traer a la memoria del Emperador los grandes males que de sus disensiones se seguían en el mundo, como se vía en las guerras de Hungría y en lo que los herejes hacían en Alemaña; pedíale con encaremiento y lágrimas que diese al rey de Francia el Estado de Milán, y que el rey restituiría al duque lo de Saboya. Respondió el Emperador que se agraviaba mucho de que el rey de Francia porfiase tanto en pedir lo de Milán, que con tantos títulos él poseía, y que habiendo sido tantas veces vencido por la pretensión del mismo Estado, quisiese más porfiar y alterar el mundo, y quitarle las armas de los enemigos y interrumpirle sus victorias y hacer otros excesos, indignos de un rey cristiano; y que si él pensase que con dar al rey lo 29
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de Milán acabaría con él, y que quedaría quieto y contento, que por acabar cosas se lo daría; pero que conocía muy bien la condición del rey, que no andaba sino tras poner una vez los pies en Italia, para después pedirle a Nápoles y quitarle a Sicilia, y que pues la paz que le pedían había de ser motivo de mayores males y guerras, y como la brasa o semilla de ellas, y piedra del escándalo, no había para qué hablar más en ella, porque de tal paz no se había de sacar guerra contra los infieles, sino pérdida y diminución de su patrimonio. Viendo el Papa la resolución que en esto tenía el Emperador, no quiso tratar más, sino de persuadirle que dejase la jornada de Argel por este año y se estuviese en Italia, pues para toda la Cristiandad importaba tanto; mas tampoco bastaron razones. Y en lo del Concilio el Papa quiso todo lo que el Emperador pedía, porque sus deseos eran buenos, y miraba como verdadero Vicario de Jesucristo por el bien de la Iglesia. Y diciendo al Emperador muchas razones de cuánto importaba la paz para que el Concilio tuviese buen fin, y de él se sacase el fruto que deseaba en la Cristiandad, para suplicar a Nuestro Señor por ello, y porque al Emperador diese próspero viaje en la jornada de Argel, Su Santidad dijo una solene misa y una letanía, hallándose presentes el Emperador y cardenales, y otro día el Emperador partió a Génova y el Papa a Roma.
- VI Jornada infeliz de Argel: escribióla Nicolao Villagog, caballero de San Juan. -Armada y gente que el Emperador llevó. La inclinación y deseos santos del Emperador fueron de siempre hacer guerra a los enemigos de la fe, y muy contra su voluntad (si bien amigo de las armas) a los católicos. Y se verá ser esto así, porque por más irritado que fue del rey de Francia y de otros príncipes cristianos, jamás se le pidió la paz que la negase, ni movió la guerra sin que primero se la hiciesen. Después que salió de España hemos visto cómo allanó a Gante, pasó a Ratisbona, donde trató de la religión con mejor ánimo que suceso, ordenó las cosas del rey don Fernando su hermano contra el Turco, aunque también tuvieron mal fin; volvió a Italia, y como acabo de decir, se vio con el Papa y supo en Génova, por cartas del rey de romanos, que Solimán se había apoderado de Buda, por lo cual le persuadían y ponían en reputación, que no se apartase de Italia, para socorrer de allí al rey, o volver allá si necesario fuese;
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y al parecer del marqués del Vasto, lo mismo convenía para la seguridad de Lombardía, pues el rey de Francia amenazaba, por la muerte de Rincón y de César Fregoso, que poco antes aconteciera. Hizo con el rey Francisco el Emperador su cumplimiento, enviándole a don Francisco Manrique, obispo de Orense, por embajador, dándole cuenta de esta jornada y ofreciéndole muy buenos partidos cerca de lo que el rey pretendía, si bien no los que él deseaba. Murmuraban algunos alemanes, en especial Filipe Lantzgrave, y el de Sajonia, y otros herejes, diciendo que dejaba Su Majestad a Hungría, y su casa y solar, en las fieras manos del Turco, por irse contra Azán Agá y otros morillos de África. Mas el Emperador, por el amor grande que tenía a los reinos de España, y doliéndose de los males que los de estos reinos padecían, por los continuos asaltos y robos que los corsarios en las costas hacían, quiso aventurar su persona, y ir a quitarles la ciudad de Argel, que ya otras dos veces, como dejo dicho, se intentó conquistar, y hubo mal suceso. De Luca, despedido del Papa, cargado de bendiciones y no de dineros, fue el Emperador a embarcarse a Luni en treinta y cinco galeras o más, que puestas estaban a punto. Mandó que las naos de armada fuesen con los italianos y alemanes a Mallorca. Corrióle viento contrario y recio, que derramando la flota, lo detuvo más de dos días; al fin, entró en Bonifacio de Córcega, y de allí, con buen tiempo, fue al Alguer, ciudad de Cerdeña, donde una labradora presentó a Su Majestad un becerrillo con dos cabezas, recién nacido. Desde allí fue a Mahón, y tardó dos días, y llegaron las galeras a fuerza de brazos y sudor de los remeros, por andar ábrego, y aún se rompieron algunas velas de galera, quebrándose las antenas. Partió de allí y fue a Mallorca, cabeza de aquella isla. Aquí estaban para esta jornada, sin la casa y corte del Emperador, seis mil españoles que llevaba don Hernando de Gonzaga, de los que estaban en Sicilia, cuyo virrey él era, y de Nápoles y de Bona, que aquel año se asolara, en ciento y cincuenta naves y cuatrocientos caballos ligeros. Había otros seis mil alemanes, con Jorge Frontispero, y obra de cinco mil italianos, con Camilo Colona y con Agustín Espínola, en más de cien naos. Eran las galeras hasta cincuenta, sin las que después diré: cuatro de Malta, otras cuatro de Sicilia con don Berenguel de Requesenes, seis de Antonio Doria, cinco de Nápoles con don García de Toledo, dos del señor de Mónaco, otras dos del vizconde Cigala, dos del marqués, que agora es duque de Terranova, siciliano, cuatro del conde Anguilara; las demás eran de Génova, y de Antonio Doria, capitán general de toda la flota. Era mucha y buena la artillería, que con abundancia de pólvora y de pelotas y toda munición, había muchas armas de toda suerte, escalas y hachas, picos y 31
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azadas, y otras cosas tales, muchas calabazas, redomas y botillas para agua, grandísima cantidad de bizcocho, tocino, cecina, queso, habas, garbanzos y otras legumbres, vino, vinagre, aceite, manteca, higos, pasas, almendras y semejantes frutas secas; todo lo cual venía de Sicilia y Nápoles, y que según decía don Hernando de Gonzaga, bastaba para mucho tiempo a tanta gente como iba.
- VII La flota que fue de España. -La nobleza de España que fue en esta jornada. -Don Andrés Hurtado de Mendoza, hijo mayor del marqués de Cañete. -Armada y gente. Mandó también el Emperador hacer otra flota en España, no tan armada de gente como la de Italia, en la cual hubo sobre docientos navíos, los medios escorchapines, tafurcas y otros así pequeños, las demás naos vizcaínas y urcas de Flandres, con mucho bastimento y artillería. La gente de guerra que llevaban fueron cuatrocientos hombres de armas de la guarnición ordinaria, y setecientos jinetes. No hubo infantería a sueldo, pero hubo tantos aventureros, así oficiales y labradores, como caballeros y hidalgos, que fue maravilla, y tan bien armados y vestidos como suelen andar en la guerra los soldados aventajados que llamaban Guzmanes. Fueron asimismo tantos caballeros sin paga ni llamamiento, que sería largo y pesado contarlos, y con tantos criados, y libreas, y jaeces y atavíos de sus personas como nunca en naos hombres entraron para guerra. Los señores de título que allá pasaron fueron don Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba, y capitán general de la flota; don Gonzalo Hernández de Córdoba, duque de Sesa; don Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, conde de Feria, con dos hermanos; don Fernán Ruiz de Castro, marqués de Sarriá; don Hernando Cortés, marqués del Valle de Huaxaca, con sus hijos don Martín y don Luis; don Luis de Leyva, príncipe de Ascoli; don Francisco de la Cueva, marqués de Cuéllar; Juan de Vega, señor de Grajal; don Claudio de Quiñones, conde de Luna; don Martín de Córdoba, conde de Alcaudete, que tenía a Orán; don Pedro Hernández de Bobadilla, conde de Chinchón; don Pedro de Guevara, conde de Oñate; don Josepe de Guevara, señor de Escalante; don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara y general de la artillería; don Fadrique de Toledo, clavero de Alcántara.
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Iban estos señores en quince galeras de don Bernardino de Mendoza, y llevaban sus caballos, criados, armas y aderezos en naves, y en ellas mucha comida, especial el conde de Feria. Cuento aquí esto, aunque ni llegó a Mallorca la flota, ni con el Emperador a Argel, por no cortar el hilo de la historia de lo que pasó allá, y por acabar de decir todo el aparato y armada de esta guerra, el cual, en suma, fue: sesenta y cuatro galeras, docientas naos de gavia y cien navíos chicos que no la tenían, si bien otros contaban más entonces. Veinte mil soldados, los seis mil españoles, seis mil alemanes, cinco mil italianos, tres mil aventureros de todas naciones, dos mil de caballo, a entrambas filas, sin los de la casa real. No cuento los soldados de galera, que a no llevar cada una más de cincuenta eran tres mil, ni los mozos ni otras personas que suelen seguir el real.
- VIII Postura y asiento de Argel. -Prepárase Azán Agá para defender a Argel. Argel es lugar nuevo, a lo que dicen los moros, y hecho de los edificios caídos de Metafuz, que los de allí nombraban Tamendifusi, y que fue Rusenrio, a Rusconia, pueblo de romanos, y aun por el nombre Rusconia parece cosa de España, donde en los tiempos pasados hubo lugares que se llamaron Ruconia. No es Argel Tipasia, ni Tampoiol Cesárea, morada del rey Juba, que caen más hacia el estrecho; ni menos Arsenaria, como piensan otros, que según Plinio estaba del mar casi una legua. Está puesto Argel en una punta; por hacia norte se mete a la mar, y edificado cuesta arriba, como en tres rincones. Hanme dicho los que le han visto, que casi como Simancas, villa a la ribera del Pisuerga, dos leguas de Valladolid. Tiene Argel en lo alto, donde hay una puerta, un castillo más vistoso que fuerte, aunque después de esta jornada lo han ensanchado y fortificado. Las casas, como están en ladera, gozan todas de la vista de la mar; el peñón, que ya fue de Castilla, y que llaman ellos Gezir, que suena isla, causa que haya puerto, si bien pequeño, y no seguro de cierzo, porque Haradín Barbarroja hizo, después que lo ganó, un gentil muelle de él a tierra con piedras de Metafuz que trajeron españoles cautivos. La ensenada, que va en arco de Argel a Metafuz, que le cae a Levante, rodea cinco leguas, aunque no hay sino tres de punta a punta. Tiene ruin surgidero, si no es en Metafuz, y aún se muda la
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arena, según pareció cuando se vieron después cubiertas las galeras y los otros navíos que dieron al través; y que diesen, tuvieron alguna culpa Andrea Doria y los pilotos, que no sabían aquella costa, puesto que la tormenta fue muy recia. Lo llano de la tierra en que hay dos ríos, dichos Alcaraz y Sesaja, es poco, porque luego comienza la sierra, la cual tiene algunas quebradas o barrancos, especialmente cerca de Argel, y por ser grandes lo hacen fuerte. Tiene por la parte de Poniente más agria cuesta y peor mar. Es Argel de cinco mil vecinos, y aun casas, y de buenos edificios, y de gran policía, porque cada oficio está por sí en su calle o barrio. Es rico por los robos que cosarios hacen y llevan de España y otras costas del mar, y de Italia. Fue mucho tiempo sujeto a los reyes de Tremezen, y últimamente a los de Bujía, cuando el rey don Hernando lo hizo su tributario. Encomendóse luego a Tumi Jeque, de Metafuz, y de ahí a poco a Horruch Barbarroja, el cual se alzó con él, matando al Jeque. Después lo poseyeron los Barbarrojas con gran reputación, así por la pérdida de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada, como por el poderío y señorío grande que han tenido en la mar; y cuando allí pasó el Emperador, lo gobernaba Azán Agá, capado, natural de Cerdeña, renegado, y hombre para mucho; el cual, viendo que sentía demasiadamente el pueblo la pérdida y vencimiento de Caramani y Alí Hamet, sacó a la plaza ciertos zurrones de moneda, diciendo que con ella daría otra tal flota. Y sabiendo de la armada y voluntad del Emperador, se apercibió a la defensa, fortificando la ciudad. La gente que dentro tenían cargo de las armas por su mandado, eran ochocientos turcos, los más a caballo, que los otros, o murieron en la de Aborán, o estaban con el Jerife en la guerra de Portugal. Tenía casi cinco mil moros, los más, naturales de allí, que los otros eran mallorquines renegados, de mucho tiempo, y granadinos, y aún muchos moriscos de España, que todos tenían escopetas y buenas ballestas de acero, arma excelente para con agua. Llamó y pagó gruesas compañías de alárabes, que son los que hacen la guerra con sus caballos en Berbería. Mandó, so graves penas, que ninguno sacase ropa de Argel, ni mujeres ni hijos, porque lo defendiesen con mayor esfuerzo, y aun castigó algunos que andaban tristes y ronceros. Y por entretener los suyos, o por desanimar los nuestros, si a sus oídos llegase, hablaba mucho con una vieja hechicera, que habiendo adivinado la perdición de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada, agoraba también la del Emperador, y en ella no la engañó el demonio, si bien padre de mentiras, la fama de lo cual anduvo entre los españoles y campo imperial, mayormente cuando comenzó y anduvo la tormenta.
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- IX Cómo se cercó Argel. -Había dentro en Argel mil y quinientos turcos y siete mil moros. Discreta y valerosa respuesta de Azán Agá. Esperando, pues, el Emperador en Mallorca (por volver donde le dejamos) la flota de España, llegó allí una galera de las de don Bernardino, con aviso que toda la flota quedaba en la Ibiza y en la Formentera. El Emperador, entonces, mandó que se fuese a Argel; envió su recámara en ciertas galeras a Barcelona por ir más desembarazado, y partióse luego que hizo buen tiempo, y en dos días llegó a la playa de Argel, el día siguiente, y otro después dieron fondo las naos donde les era mandado, como dio el galeón de Andrea Doria, su capitán, si bien algunos que se rezagaron en Mallorca pasaron a Orán sin poder aferrar allí por los recios aires que comenzaron a soplar, a cuya causa estuvo él Emperador con las galeras en Sarza detrás de Metafuz, tres o cuatro noches, y con Bernardino de Mendoza en las Caxinas, tres leguas al poniente de Argel. Venían dos fustas de Levante, sin saber lo que pasaba o, como dijeron, de saber del Emperador; la una entró en Argel a fuerza y ligereza de remos, y a la otra hundió la galera de Cigala por tomarla. Amaneció, pues, mansa la mar, octava de Todos Santos, que fue de este año 1541, por lo cual mandó desembarcar los españoles en los bateles y esquifes de la flota, con sus arcabuces y comida para dos o tres días. Iba el Emperador en la popa de su galera, que le veían todos. Era su estandarte un crucifijo, y las banderas llenas de cruces. Fue cosa muy vistosa ver ir las galeras a tierra, todas igualmente al remo, con hermosas banderas, con muchos sones y tirando, los barcos llenos de hombres armados. Comenzaron, pues, los españoles a tomar tierra con poca resistencia de los naturales, si bien había muchos por la marina a pie y a caballo, a causa que las galeras tiraban su artillería. Aquel día, y lunes y martes, desembarcaron todos los soldados, y algunos caballos y nueve tiros de artillería de campo, con sus municiones y no mucho bastimento. Pues como el Emperador saltó en tierra, envió luego a Azán Agá pidiéndole que se diese, si no quería guerra, y que se debía dar por volver a ser cristiano, pues era hijo de padres cristianos, y porque los Barbarrojas tenían usurpado aquel lugar y reino tiranamente, y porque se lo pedía y rogaba el
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Emperador de cristianos y rey de las Españas, cuyo vasallo él nació, y que tan poderosa flota y ejército traía; y porque, dándose, le haría crecidas mercedes, con mucha honra y libertad, y los turcos irían libres por do quisiesen, y que asimismo los moros quedarían libres y con sus haciendas y en su secta; pero que en no se dando, pararía en lo que paró en Túnez Haradín Barbarroja, su amo, y quien lo capó, y aún peor, porque los soldados no le darían libertad, ni aun vida, en pena de sus pecados, ni él usaría de clemencia en castigo de su rebeldía. Azán Agá respondió que no quería más honra de cumplir su pleito homenaje, y defenderse de tan grande armada o morir a manos y fuerza de tan excelente Emperador; cuanto más, que nadie libró bien siguiendo el consejo de su enemigo, ni él aún había visto por qué darse. Y que si Su Majestad llevaba buenos soldados y tiros y caballos, que también él se los tenía buenos, y en lugar fuerte y en mar brava, por lo cual esperaba en Mahoma, que Argel, que tan esclarecido era con las pérdidas de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada, famosos capitanes españoles, sería mucho más famoso con la nueva tormenta y desventura del Emperador Carlos V. Tal respuesta dicen que dio aquel renegado capón, o creyendo las adivinanzas de la hechicera, o sabiendo que aquel mar suele embravecerse mucho por ese tiempo. Durmió el Emperador aquel domingo en la noche en una casilla que estaba en lo llano. Hizo luego tres haces de su campo; dio a cada una tres tiros de campo, con que atemorizar los enemigos, porque no para hombre de a caballo en sintiendo tirar. Iban los españoles delante hacia la montaña, con don Hernando de Gonzaga, porque los alárabes hacían sus arremetidas por aquella parte. Los alemanes que regía el Emperador caminaban en medio, y los italianos, con Camilo Colona, y entre ellos los comendadores de Malta, que serían hasta ciento y cincuenta, tenían la marina. Caminando, pues, así en orden, tuvieron algunos sobresaltos con los alárabes, porque llegaban haciendo jinetadas y tirando flechas y escopetas con pelotas de estaño, y aun de noche tiraban encarando a los fuegos que por el frío encendían, por lo cual subieron tres compañías de españoles arcabuceros a la montaña, para ojear o arredrar los enemigos; mas acudieron tantos de ellos aquella noche, que la pasaron los españoles, y aun los demás, sin dormir y con harto trabajo, y se hubieron de volver al escuadrón faltándoles pólvora. Mandó ir luego el Emperador a don Álvaro de Sandi con todos los españoles, que ganasen la cuesta y llegasen hasta junto a Argel. Ellos subieron, pero no sin trabajo y fatiga. Echaron mal juicio, porque porfiaban que no, 36
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peleando los alárabes de allí; si bien eran infinitos, asentaron sus tiendas donde les fue mandado. Caminaron los escuadrones con el concierto que digo, llevando la caballería delante, y en la retaguardia el fardaje, o bagaje, y pararon cerca de Argel a poner real entre dos grandes barrancos que servían de foso y vallado, donde no podían llegar, cuanto más entrar, los enemigos sin puente. De lo alto donde estaban los españoles se señoreaba el lugar con la artillería; la tienda imperial, con las de la corte, se armaron entre alemanes y tudescos. De esta manera cercó el Emperador a Argel, habiendo él mismo trazado el real y guiado el ejército con grandísima diligencia y cuidado. Pensaba ganar el lugar con poca dificultad, si bien hubiese dentro muchos defensores, que de los alárabes no se hacía caso siendo tan fuerte el sitio del real; por no ser recia la cerca y estar cuesta arriba y mala de guardar, y porque al tiempo de las arremetidas, o por la batería o por escalas tirarían tanto las naos y galeras, jugando su artillería de junto al muelle, que ocupasen muchos moros allí, por lo cual habían mando a don Pedro de la Cueva y a Luis Pizaño sacar, los cañones dobles y las culebrinas, y otras piezas que fuesen de batir, y a Francisco Duarte, proveedor de la armada, que desembarcase armas, escalas, palas, azadas, picos y cuanto más vino, pan, carne, queso y cosas de comer pudiese, y al príncipe Andrea Doria, que se llegase al muelle con las galeras y navíos de armada.
-XRebato que dan los alárabes en el campo imperial. -Comienza la tempestad. -Acometen los turcos al real. -Llegan los valientes caballeros de San Juan hasta las puertas de Argel. Valeroso hecho del Emperador en una recia escaramuza. -Humanidad del Emperador. Puesto, pues, así el ejército, y haciendo cada uno lo que le mandaba el Emperador, comenzó a llover reciamente de cierzo el martes en la tarde, con un granizo y frío que traspasaba los hombres como tenían poca ropa, y con tan furioso aire, que derrocó las más tiendas del real, y como duró toda la noche, pasáronla todos con trabajo. Amaneció el miércoles con más rigor, y así los soldados apenas podían estar en pie, que los grandes lodos del pisar y la humedad no los sufrían echados. Conociendo esto en Argel, salieron muy de mañana y muy callando un gran tropel de turcos a caballo, y otro de moros y moriscos, mancebos escogidos, ligeros de pies. Mataron las centinelas, dieron luego en tres compañías de italianos que guardaban una puente, con grandes alaridos y grita, y como estaban desvelados, luego los pusieron en huida, matando a
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unos y hiriendo a otros. Despedazaron una bandera, y pasando una hoya llegaron a las primeras tiendas. Envió luego el Emperador allá, en sabiendo lo que pasaba, y certificado del ruido, a Camilo Colona, para que refrenase los enemigos. El cual pasó una puente que entraba entre aquel tercio y la ciudad, con muchas banderas de los italianos, que tenían sus estancias allí donde se peleaba; llegado Colona, y peleando animosamente, detuvo los enemigos. Llegó don Hernando de Gonzaga, que, habiendo reprendido los italianos con grande enojo, pasión y ira, les hizo que siguiesen los turcos por cobrar su honra, contradiciéndolo mucho el Camilo. Arremetió entonces Agustín Espínola con sus compañías de genoveses, y por fuerza hizo que los turcos mostrasen las espaldas, el cual los persiguió hasta tocar muchos de los suyos en las puertas de Argel, que de miedo se cerraron, por lo cual algunos moros no pudieron entrar, y se salvaron por otra parte. Hacíanles mucho daño desde los muros con piedras, saetas y pelotas, pero ellos no se retiraron con tiempo, esperando por ventura socorro, y cuando se retiraron no tuvieron compañeros en que hacer hincapié. Salieron de refresco otros de caballo y de pie, que los apretaron recio, y sobrevino Azán Agá muy lucido, con muchos caballeros y peones, que los forzó a huir. Resistieron un rato los caballeros de San Juan, que llevaban celadas y coseletes, y algunos otros caballeros y buenos soldados, los cuales, a la fin, se hicieron fuertes en un puente de madera que cerca de Argel estaba, hasta irles ayuda. Pelearon desigualmente, porque eran pocos y estaban cansados y hambrientos, y les daba de cara el viento y pluvia, y los enemigos, siendo muchos, estaban holgados, y aprovechábanse bien de las escopetas y mejor de las ballestas, que no les empecía el agua, y tenían, sin todo esto, caballos que a los imperiales faltaban. Causó este rebato desde su principio grande alboroto y arma en todo el ejército, como duró mucho, y porque los españoles no pudieron bajar al ruido, ni cumplía, por andar tejiendo delante de ellos infinitos alárabes que siempre amagaban. Mas el Emperador, que luego se puso a caballo armado, acudió con todo el ejército y tercio de alemanes, que pelean bien a pie quedo, para reparar y recoger los italianos. Envió corriendo tres compañías de ellos adelante, los cuales se volvieron feamente sin calar las picas ni desenvainar sus espadas despuntadas, o por temor de los muchos turcos de a caballo, que con sus turbantes parecían doblados, o por ver cuán determinadamente huían los italianos.
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Entonces el Emperador dio de espuelas al caballo, y con la espada desnuda en la mano los detenía y afrentaba, y a gran andar, aguijando con los demás, les decía en tudesco con grandísima majestad y semblante, que anduviesen solamente a ver huir los moros, y si algo se detuviesen como victoriosos, que les mostrasen los dientes peleando, como alemanes con él, por ensalzar la fe, por honra de su Emperador y por gloria de su nación. Apresuraron con esto el paso, y alegres de ver delante de sí a su Emperador, que tan animosamente los esforzaba y acaudillaba, comenzaron a pelear hablando recio entre sí mismos. No los esperaron mucho los turcos, aunque estaba allí Azán Agá, por guardar sus caballos de las picas, ni los moros, que venían desarmados; todos huyeron muy contentos de la victoria pasada. Con esto cesó la contienda aquel día, en la cual murieron trecientos soldados de la parte imperial, y en ellos tres o cuatro capitanes y ocho caballeros de Malta. Salieron heridos más de docientos, y hasta treinta caballeros de Malta, que tenían cruz blanca. Salió también herido don Felipe Lanoy, príncipe de Salmona. Anduvo el Emperador este día excelentísimo capitán, a dichos de todos, así en el esfuerzo como en prudencia; y estando mojado, que le corría agua la camisa y fatigado del mucho trabajo que había tenido desde que desembarcó, principalmente aquel día, no quiso ir a su tienda, rogando humanamente a todos los caballeros que se fuesen a descansar, hasta poner en recaudo los heridos, que fue grande humanidad.
- XI La tormenta grande que vino sobre la flota del Emperador. Comenzaron a correr grandes ondas de mar, como mensajeras de la tempestad, que luego vino al mejor tiempo que se andaban sacando los caballos, los tiros y pertrechos, al pan y vino, con todo el bastimento que había de comer el ejército, por cuyo inconveniente casi no hubo tiempo de sacar nada, que fue causa de no tomarse Argel. Sobrevino, como poco antes dije, un valiente cierzo que propiamente llaman Nordeste, con tanta revuelta, fuerza y frío y aguaceros, que puso toda la flota en términos de perderse, porque se arrancaban las áncoras y se quebraban los cables, y así curían las naves unas con otras, bambaleábanse tanto que parecían tomar agua con las gavias, y se abrían del mucho ludir despidiendo las estopas calafateadas; por lo
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cual estaban los hombres desvanecidos y desatinados, y así algunos que pudieran pasar la tormenta, si tuvieran sufrimiento, dieron al través, diciendo que por no enloquecer. Llegaba en tan fuerte tiempo la flota de España, y así se hundió casi toda, sino los navíos grandes y recios. En conclusión, se perdieron brevemente obra de ciento y cincuenta navíos menores y mayores con cuanto iba dentro, salvo algunos caballos, y los hombres, aunque algunos se ahogaron, y otros alancearon los alárabes. Esta noche de la tempestad, estando el Emperador con harta congoja, mandó llamar algunos marineros y pilotos, y preguntóles cuanto tiempo se podrían defender y sustentar los bajeles en el agua no cesando la tormenta; respondiéronle que a lo más dos horas. Preguntó qué hora era; dijeron que las once y media. Dijo luego, con semblante alegre: «Pues no desmayéis, que en España se levantan a las doce los frailes y monjas a encomendarnos a Dios.» Dicho por cierto en que este príncipe mostró la fe que en la oración tenía. La misma fortuna pasaron las galeras, porque contrastaron con el viento, sosteniéndose al remo desde medianoche hasta muy alto el día, con gran diligencia de los capitanes y cómitres, y maestría de los pilotos. En fin, no pudiendo más, y por no perecer ahogados si se volcasen tanto dentro en mar, izaron vela y embistieron en tierra algunas galeras. Fue gran lástima (que los llantos no se oían con el ruido de las olas, que bramando quebraban en la costa y navíos trastumbados), ver cómo los alárabes alanceaban los cristianos que salían hechos agua sin armas y las manos juntas pidiendo misericordia, sin que les aprovechase cosa. Encomendábanse unos a los esclavos de galera, que con ajeno mal se rescataban, otros se tornaban a la furiosa mar por miedo de las lanzas jinetas, y otros, no sabiendo nadar, se ahogaban, ni pudiendo antes de conocer el mortal peligro de tierra, por miedo del cual se sufrieron algunas galeras haciendo mil votos los marineros y soldados, que consideraban entre la tormenta de agua, la desventura de tierra. Cuando la galera de Juanitín Doria dio al través con otras, envió el Emperador a don Antonio de Aragón que le socorriese con tres compañías italianas, que fue causa de venirse otras a perder, y que los capitanes de muchas estorbasen a cuchilladas que no se viniesen; tanta gana tenían todos, así soldados y marineros, como galeotes y esclavos. Lo mismo aconteciera en las naos por ir seis o siete compañías de españoles a recoger la gente, lo cual, aunque fue bien proveído, no fue bien acertado, según a muchos pareció. Perdiéronse catorce o quince galeras con su artillería y con mucha ropa y plata labrada, una de las cuales era de don Enrique Enríquez, que otra suya toda la 40
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tormenta pasó sobre las áncoras; las demás se fueron todas en pudiendo al cabo de Metafuz con Andrea Doria, que muy bravo estuvo con los que fueron a dar en tierra, y con los que querían que también él fuese, y muy enojado consigo mismo por no haber acertado el surgidero, y con el Emperador, que porfió a ir tan tarde. Hubo gran tristeza en el ejército por la pérdida de tantos navíos, que les hacían falta para volver a sus tierras, y por la muerte que dieron a tantos, sin moverse a misericordia los alárabes, no queriéndolos tomar por esclavos, aunque fuesen mujeres hermosas, y por quedar desproveídos para poder ganar a Argel, que tanto a todos tocaba; así tuvo sobre ello el Emperador que pensar.
- XII Alzase el Emperador de Argel. -Hambre que padecían. -Metafuz: Rusconia. -Comían carne de caballo. -Tratan de revolver sobre Argel. -Hernando Cortes, marqués del Valle, se obliga la conquistar a Argel. -El conde de Alcaudete se obliga a lo mismo: piérdense estas cosas por no oír los reyes a todos. -Echan los caballos a la mar. -Valor que mostró aquí el Emperador. -Consuela el Emperador a los suyos humanamente. Determinó el Emperador de alzarse de Argel, tomando el parecer de los del Consejo de guerra, si bien lo más que se hacía era por su cabeza, porque no viniese otra tempestad y acabase la flota, y quedasen todos perdidos, y porque no había artillería para derribar la cerca, ni comida para sustentar el cerco, la cual era el todo de aquella guerra, que los Iodos del real, o se secaron o los agotaran, aunque muchos y pegajosos eran, y el frío se remediara con la leña de muchas viñas que allí había. La falta de vestidos era también grande, porque ninguno había sacado más de lo que a cuestas traía cuando se desembarcó. También Andrea Doria le dio priesa que se fuese con todos a Metafuz, donde llevaba las naos, por ser buen embarcadero, y seguro de los alárabes que no podían llegar con sus caballos a la lengua del agua, por haber allí un gran desbazadero. Acordada, pues, la partida, se partieron entre soldados los caballos de la artillería, que con tiempo salieran por no haber otra comida, y después otros muchos de los hombres de armas y jinetes españoles que escaparon o se sacaron de los escorchapines y tafurcas.
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El Emperador, estando fuera de su tienda, viendo cómo se recogía el campo, cubierto con un fieltro blanco preso a la garganta, y lloviznando, paseábase cercado de los señores de título y otros caballeros, sin hablar otra palabra mas de que le oían: Fiat voluntas tua, conformándose, como católico, con la voluntad de Dios. Comenzó a retirarse jueves por la mañana todo el ejército por la orden y camino, que fue llevando en medio los enfermos y heridos. Los de Argel hacían alegrías, según desde las almenas y ventanas mostraban, así por la grande artillería y despojos de las galeras y naves que habían de gozar, como por la retirada del Emperador. Salieron muchos de caballo a picar en el ejército, más que a pelear, y lo mismo hicieron los alárabes, que andaban infinitos en lo alto de la montaña, aunque algunos allegaban haciendo halaracas, pero en sintiendo algún tiror huían a rienda suelta. Aconteció cerca del que escribió esta relación, bajando por una quebrada, y entre viñas, que arremetió un moro de a caballo a un arcabucero español que se había desmandado mucho; el soldado, que debía ser mañoso y artero, echó pólvora en medio del arcabuz y encendióla por engañar al moro; el cual, como vio fuego, y no sintió trueno, corrió a él, pensando que de húmedo no cebaba; entonces el español puso de veras la mecha y apretó la llave, encarando, y derribóle. Durmió el Emperador aquella noche no lejos de una gentil fuente que llaman de la Palma, y que proveyó al ejército. Estaba el real en fuerte sitio, entre la mar y Alcaraz, que venía crecido. Mas los enemigos estuvieron quedos aquella noche. Iba muy crecido Alcaraz de la lluvia pasada, y por rebosar mucho la mar; si bien a la ida se pudo vadear a pie, a la vuelta arrebataba los que intentaban de quererlo pasar, y por esto se hizo de presto una puente con antenas, mástiles, y otra madera de las galeras y naves que allí cerca se perdieron, por la cual pasaron los alemanes y los italianos, y la corte y enfermos. Los españoles y los que tenían caballos pasaron el río a pie por bien arriba de la puente, escaramuzando con los enemigos que anduvieron aquel viernes atravesando mucho y amagando; y aún, tal de ellos hubo que se allegó a picar con la lanza, si bien le costó la vida. En pasando aquel río se volvieron los turcos a Argel y no parecieron más. No había pan, y comían caballos y palmitos con sus majuelas, aunque duros y ruines, que hay muchos allí; otros comían galápagos y caracoles; los tudescos comían cebollas albarranas, que juntamente con beber agua (que para ellos es ponzoña), y dormir desnudos en hoyos, que parecían sepulturas, enflaquecieron malamente, por lo cual se rezagaban mucho, con otros 42
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italianos dolientes, que, como la necesidad de todos no daba más lugar, murieron algunos alanceados. Otro día se pasó Sef Seia el agua hasta los pechos, que lo sufría el suelo. Durmióse esta noche en Metafuz, donde se aposentó el ejército con placer de todos. Fue Metafuz, como dicen, hablando de Argel, Rusconia de Octaviano, o Ruscurio de Claudio, si bien otros piensan que Tipasa, y, a la verdad, todos estos lugares estaban en la Mauritania Cesariense, como en Plinio y otros autores se ve. Pero Tipasa caía más hacia la otra Mauritania. Fue Metafuz antiguamente grande y noble pueblo, según se ve del rastro que aún dura de templos, termas o baños, arcos, bóvedas y piedras labradas con arte. Dicen los moros que lo destruyeron godos, y que de allí se pobló Argel, aunque pudo despoblarse por falta de agua, que no la tienen, sino que la traen de lejos por canales o acueductos, los cuales hoy día están, aunque a pedazos, altos y recios. Hace la mar allí un recodo, que no es mal puerto, por estar abrigado del Nordeste, con la punta de tierra que de alto se lanza en la mar cara Noroeste, y Argel no tiene otro mejor allí cerca, y si la flota surgiera en él, no se perdieran las naves con aquella tormenta, según pilotos después decían, y Argel se tomara. Comenzaron, pues, a sacar de las naves, que ya estaban allí, bizcocho, vino, queso y carnes saladas, y dieron primeramente a los alemanes, y luego a todos, abastada y cumplidamente, y no tardó de haber bodegones y tiendas de frutas secas y agras, y de cosas dulces, que pareció maravilla. De agua se proveían en lagunillas y carreos que había cerca. Comenzó la gente a recrearse, mejorando de comida, bien que algunos no dejaban de comer carne de caballos, si bien desabrida, dulce y muelle; el hígado es lo mejor del caballo, a gusto de todos los que lo comían. Hubo disputa cuál era mejor, embarcar o volver sobre Argel; sobre lo cual hubo muchos pareceres. Unos temían que se revolviese sobre Argel, pues que la victoria era tan cierta desembarcando agora con cuidado lo que convenía, pues que a falta de no lo haber hecho se perdiera el primer acometimiento, y esto, parte, porque no se acertó el surgidero, lo uno, y porque se tuvo gran descuido no temiendo, tempestad, cual vino, en echar luego a tierra caballos, municiones y comida. Lo cual hecho, agora prometíase a los que eran de este parecer una certísima victoria, que, por conseguir, había Su Majestad y el ejército pasado por tantos trabajos, peligros y gastos, y aún parecía cosa vergonzosa retirarse sin hacer más daño al enemigo.
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Pero estaba el Emperador tan lastimado de ver el estrago que por su armada había pasado, que ni negaba lo uno ni resolvía en lo otro. Quisiera recoger las reliquias de sus gentes, por no perderlo todo, y retornar sobre sus enemigos, pero temía la braveza del mar. Otros hubo que dijeron que lo mejor era embarcar, aunque ya no lo quisieran los soldados españoles ni muchos caballeros, y señaladamente, Hernando Cortés, marqués del Valle, que sabía de semejantes trabajos y hambres, y últimos aprietos, y fue el que más perdió después del Emperador, porque se le cayeron en un cenagal tres esmeraldas riquísimas, que se apreciaban en cien mil ducados, y nunca se pudieron hallar; y era tal su ánimo, que no sintió tanto esta pérdida como el poco caso que de él se hizo en esta jornada, porque con haber sido tan valeroso como era, y es notorio, no le metieron en Consejo de guerra ni le dieron parte de cosa que en ella se hiciese, y aún, después de pasada la tormenta, porque decía él que se viniese el Emperador y le dejase con la gente que allí tenía, que se obligaba de ganar con ella a Argel, no le quisieron oír, y aún dicen que hubo algunos que hicieron burla de él. Ningún discreto habrá que no entienda la causa de esto, y más si conoce y sabe la soberbia del español, como si la virtud y nobleza propria no valiese tanto, y según algunos, más que la heredada. A lo mismo que Hernando Cortés, dicen que se ofrecía don Martín de Córdoba, conde de Alcaudete y capitán general de Orán; o el Emperador no lo supo, o sus consejeros le quitaron de ello. Mandó, pues, el Emperador, resolviéndose en la vuelta, embarcar a cada uno en el navío que vino, si lo hubiese, porque de las naos de Italia, pocas faltaban; mandó echar los caballos de todas a la mar, que fue gran lástima, por que cupiesen los hombres. Las naos se llenaron mucho, porque faltaban pocos, y muy menos que al principio creyeran, de lo cual se quejaban sus dueños, haciendo gran sentimiento por ello, como de daño particular e injurioso, pensando con lo tal amansar al Emperador, que estaba, y con razón, puesto en efectuarlo; mas el Emperador, como cristiano piadoso, antepuso la vida de un hombre, y de muchos, a la de un caballo, y caballos sin cuento que fueran. Fue muchas veces él mismo de nave en nave a los hacer echar o desjarretar, que por lindos los escondían. Hubo gran trabajo y estrechura en repartir y embarcar la gente, por lo cual anduvo el Emperador con mucho cuidado, entrando y saliendo a menudo en la mar, a que recibiesen a todos en los navíos sin quedar alguno, y fue bien menester.
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Finalmente, el autor de esta relación (que no fue a pelear, sino que era un sacerdote docto y curioso) dice que fue en la galera de don Hernando Lobos, embajador de Portugal, y que se embarcó de los postreros de todos, y notó mucho al Emperador, como lo había notado todos aquellos días, y sin lisonja dice: «Él estuvo en todo sabio a gobernar, esforzado a pelear, humano al mal ajeno y fuerte al propio; y si Dios así no lo dispusiera, era digno de acabar gloriosamente aquella empresa.» Y el doctor Illescas dice, por relación de un caballero que se halló en esta jornada, que habiendo el Emperador sabido que Andrea Doria era desembarcado, salió de una tendezuela de lienzo que tenía por posada, para irle a visitar, luego que se alzaron de Argel, y acaso pasó por medio de un escuadrón de infantería, y como le vieron ir hacia donde estaba Andrea Doria, pensaron que se quería embarcar, y dejarlos; y comenzaron todos a murmurar y afligirse, entendiendo quedar sin él. Entendiólo el Emperador, y volvió a ellos el rostro alegre y lleno de amor, y díjoles: «No temáis, amigos, que no me voy; yo os prometo que el primero que aquí ha de quedar seré yo, y de no salir de estos trabajos hasta teneros a todos fuera de ellos.» Palabras con que les puso mil corazones. Embarcáronse, pues, todos; italianos primero, alemanes luego y después los españoles, y antes que acabasen se revolvió el tiempo y el mar con otros aires, que se hubieron de partir cada uno cuando pudo y como pudo.
- XIII Arroja el viento al Emperador en Bujía. -Crueldad de los bárbaros y ánimo de los españoles. -Vuélvese el Emperador a Dios, con ayunos y oración. -Qué ciudad era Bujía. Deshace el Emperador la armada. -Va el Emperador a Callar. Cada piloto y cada hombre quisieron volver donde partió, mas los aires derramaron la flota de tal suerte, que ninguno tuvo derecha su navegación, y queriéndolo así su fortuna, las naos que habían de ir a España fueron a Bujía o a Cerdeña, y aun a Italia, y muchas de las que habían de ir a Italia vinieron a España y a Orán, partiendo todas de un puesto, aunque no a un mismo punto, cosa de contar para los siglos venideros, y que causó grandes y muchas romerías, devociones y votos. Algunas naos de soldados españoles como fueron los postreros a embarcar y; estaban ellas cascadas de la tormenta, se hundieron en Metafuz con los torbellinos antes que pudiesen salir en alta mar; pero no se ahogó toda la
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gente. Dos fueron a dar en tierra, cerca de Argel, y los españoles, según después se supo, rogaron a los alárabes, que como perros a cuerpos muertos cargaron luego a ellos, que los tomasen por esclavos y no los matasen, pues en ello usarían humanidad y gentileza, como hombres de guerra; y visto que, siendo pobres aquellos berberiscos, no los querían por cautivos, y que, como crueles, decían que los tenían de matar, blandiendo sus lanzas por encima de las adargas, tomaron las armas y hiciéronse todos un ovillo, y peleando en cerco caminaron hacia la ciudad; pelearon tan diestramente, que sin morir, hirieron muchos y aun mataron algunos. Llegaron en esto muchos turcos, que bien se conocían en el traje y tocado, a los cuales dijeron los españoles que se rendirían por esclavos si Azán Agá viniese; por tanto, que le fuesen a llamar, y entretanto los guardasen. Llamaron a Azán Agá, y vino luego, y llevólos cautivos, y así salvaron las vidas, ya que no pudieron la libertad. Los alemanes tuvieron muy mala navegación, porque más de cuatrocientos que iban en una nao, nunca pudieron tomar puerto, aunque llegaron muchos en cincuenta días, y cuando lo tomaron estaban tan debilitados y pasados de frío y hambre, que se murieron no pudiendo digerir la vianda. Las galeras corrieron también fortuna, y algunas perdieron la palazón, rompiendo la vela, por la cual fortuna hubieron de ir a Bujía siguiendo la costa, que así lo porfió Andrea Doria, por menor daño, aunque no lo quisiera el Emperador, sino que hicieran fuerza la vía de España; pero como allá se vio con todas las galeras y con otras muchas naos, mandó que todos ayunasen tres días, rogando a Dios por buen tiempo, y que les perdonase sus pecados, y que se confesasen, que así lo hizo él después de haber hecho tres procesiones, porque cesase la tormenta, que verdaderamente parecía que se andaba tras ellos, la cual anduvo tal, que dentro del puerto arrojó un esquife sobre una galera que mató dos remeros, y a unas galeras quebró los remos, a otras las narices, y a otras el castillo de popa; hizo también daño en las naves, porque la carraca Firnara, de Génova, dio en tierra, cascándose por la fuerza del viento y mal suelo para las áncoras, la cual suplió la grandísima falta de comida que había, porque era del bastimento, aunque no la cumplió del todo, y como eran muchos y estuvieron cerca de veinte días, hubo gran falta y carestía, y así llegó a valer una gallina una dobla, y una cabra mil maravedís, y un puerco doce ducados, y aun diez y ocho. Los moros traían algunas aves y vaquillas a vender, que no era mal manjar para quien las podía comprar, y venía hecho a comer caballo.
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Cuán grande pueblo de moros fue Bujía, y cuán noble y famoso, dije cuando fue sobre ella y la ganó el conde Pedro Navarro; ya en este tiempo no era de ver, si bien era de tener para las cosas de Berbería; y así, el Emperador trazó y mandó labrar un castillo, por más fuerza y seguridad. Y en dando señal el cielo de seguridad y templanza despachó a don Hernando de Gonzaga con sus galeras de Sicilia y de Malta, para que se fuese a su gobernación, y las naos de Italia, con Agustín Palavicino, y al conde de Oñate a España, por capitán de las naos que allí estaban, y de la gente que no podía caber en las galeras, el cual fue a Callar de Cerdeña, forzándolo el viento a hacer tan contraria navegación. Llegando a Callar, les hicieron los naturales las fiestas posibles, dándoles el parabién, y a Dios infinitas gracias por haberlos escapado de tan peligrosa tormenta. Tuvo allí las fiestas de la Navidad gastando muchos días antes que a España venir pudiese. Duraba el mal tiempo y crecía la falta de los bastimentos, y así, había bien que pensar sobre tan arduos negocios como éstos dos eran: el uno constriñía a partir, el otro forzaba estar quedos, y ambos amenazaban muerte. Mandaba la hambre salir y el tiempo quedar; y en el consejo de mar unos decían que fuesen a Trípol costeando siempre, y otros a Cerdeña, forcejando al remo, o a Sicilia, navegación larga, difícil y para perecer de sed. Quiso Dios que en esto se levantó Sudoeste, con el cual partió el Emperador de Bujía y fue a Mallorca, y de allí a Cartagena, donde fue bien recibido, como muy deseado que era, porque, según las nuevas que habían tenido y la gran tardanza que había hecho, todos, así en Italia como en España, temían su vida, y a sus enemigos no les pesaba; y este es el fin y suceso de la jornada de Argel, tercera vez acontecida, contando la de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada.
- XIV Batalla del Carruan. -Gallarda retirada por el valor de Luis Bravo de Lagunas. -Hecho varonil de una castellana. Después de esta triste y desdichada jornada de Argel, corriendo Andrea Doria con don Hernando de Gonzaga la costa de África, tomó a Caramini, Monasterio, los Esfaques, Susa y la Mahometa; y dejando en Monasterio a don Álvaro de Sande, con el tercio de Sicilia, le dejó orden que diese favor al rey
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Muley Hacén, de Túnez, contra Cidearsa, que se le había alzado con la ciudad de Carruan y se llamaba rey de ella. Estaba Cidearsa puesto en una lengua de tierra que se hace entre dos mares, junto a Monasterio, y para pasar Muley Hacén a su tierra había de romper por fuerza al enemigo, que tenía veinte y dos mil caballos y quince mil infantes, y seiscientos escopeteros turcos, cuyo capitán era Baalij, renegado español, natural de Málaga, hijo de un carnicero llamado Cachorro. El rey de Túnez tenía hasta siete o ocho mil caballos, y los españoles eran como dos mil y quinientos infantes. Tenía puesto su campo Cidearsa una legua de Monasterio. Los españoles determinaron darle batalla, porque de otra manera no tenían paso. Don Álvaro dio noticia al rey de Túnez de su determinación, y ordenó su gente en un escuadrón, a manera de luna, y por vanguardia una manga de cuatrocientos arcabuceros españoles, y los demás, por guarnición, al lado derecho de la batalla. Comenzóse a pelear con tan buen orden y con tanto ánimo, que los de Cidearsa fueron de presto desbaratados, y los cuatrocientos españoles rompieron a los seiscientos turcos, que venían también por avanguardia en el campo contrario. Siguiendo los españoles el alcance desordenados con el calor de la victoria, no se recelando de cosa alguna, salieron de través, de entre unos olivares, hasta catorce mil caballos, que estaban emboscados por Cidearsa, y embistieron en los vencedores con tanta furia, que los moros del rey de Túnez volvieron las espaldas la vía de Susa hacia Túnez. Estaba tan adelante a esta sazón la manga de los arcabuceros españoles, que cuando quiso retirarse a su escuadrón, que aún estaba entero, no lo pudo hacer, y así la cercaron los caballos de Cidearsa y mataron como veinte o treinta soldados, antes que pudiesen ser socorridos de sus amigos. Estando el escuadrón de los españoles a la mira, y no sabiendo qué determinación tomarían viendo huir al rey de Túnez y a sus españoles en tan conocido peligro, salió de entre todos el capitán Luis Bravo de Lagunas, hijo de Sancho Bravo (el que en Valladolid no quiso seguir la Comunidad, por ser leal a su rey), mancebo valiente y animoso, y dijo, como esforzado español, estas palabras: «Señor don Álvaro, socorramos a nuestros hermanos, no sea que por la manga perdamos el sayo.» Y de presto caló su pica, diciendo en alta voz: «Ea, soldados, todos como yo, socorramos a los nuestros.»
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Fueron de tanta eficacia estas palabras, que luego todos a una dijeron: «Bien dice, señores, como caballero: vamos todos tras él.» Y de tal manera cerraron con los enemigos, que recogieron en sí a los suyos, y en muy buen orden se comenzaron a retirar a Monasterio, a donde había quedado con mucha parte del bagaje el capitán Gaspar Muñoz, herido de un arcabuzazo en la pierna. Habiendo, pues, caminado los españoles con tan gallarda retirada, bien legua y media, dieron vuelta sobre ellos los enemigos con grande número de caballos, y embistieron en la retaguardia, donde iban muchos capitanes y personas de oficio. En los primeros golpes atropellaron algunos y rompieron tres hileras del escuadrón; en la cuarta iba Cristóbal de la Fuente, de la compañía del capitán Juan del Río, y Pedro Bernardo de Quirós, asturiano, de los nobles de este apellido, de la compañía de Luis Bravo. Estos dos dieron voces a los que marchaban delante, diciendo: «¿Dónde váis, señores; qué caballos lleváis para huir o qué castillo en que os acoger?» Con estas palabras echaron mano a las espadas, que por la espesura de los caballos no se podían aprovechar de las picas, y el escuadrón todo dio la vuelta, y con tanto ánimo pelearon, que hicieron que los enemigos volviesen las espaldas, y cobraron algunos de los capitanes, que habían sido presos en el primer acometimiento. De esta manera se fueron retirando hasta Monesterio por una vega llana de poco menos de cuatro leguas, sin perder nada del bagaje, ni pieza de artillería, de seis que llevaban de campaña, y sin perder reputación. Hecho digno de memoria, aunque algunos, por descuido o mala voluntad a la nación española, no la hicieron de él, ni de otra hazaña que este día hizo una mujer que se llamaba María de Montano, la cual juntó de presto trecientos mozos de soldados y los armó, dándoles las picas que llevaban en los camellos, y defendió varonilmente el bagaje a quinientos caballos moros que le asaltaron, haciendo ella el oficio de capitán, con su pica, delante de todos, y diciendo: «Ea, hijos, defendamos lo que nos encomendaron; no ganen honra con nosotros estos perros.» Por esta hazaña, de allí adelante tiró paga esta mujer como soldado, y merece tal memoria por ella. Año 1542
- XV Vuelve el francés a las armas contra el Emperador.
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Agradecer podemos al francés, pues dio lugar al César para hacer la desdichada jornada de Argel, y a mí para escribirla breve y sumariamente, porque no hallé relaciones más cumplidas de quien me fiar. La razón pedía que los príncipes cristianos y pechos generosos se condolieran de la rota y pérdida que el Emperador con tanta caballería padecieron, según dejo dicho, peleando, no con turcos, ni moros africanos, sino con los elementos sumamente alterados en tierras de enemigos infieles y inhumanos; pero piérdense los estribos donde reina pasión. Esta atormentaba tanto al rey de Francia, por la negra pretensión de Milán, en que tanto había porfiado, que sin reparar en treguas ni en otros buenos respetos, con achaque de la muerte de sus embajadores, pareciéndole la ocasión buena, por haber vuelto el Emperador tan mal tratado de la tormenta de Argel, juntándose, pues, con el rey de Dinamarca, enviaron a dar los principios de buen año con sus reyes de armas, desafiando al Emperador con soberbias y arrogantes palabras. Despachó sus embajadores al Turco, a Alemaña, a Portugal, a los venecianos y ingleses, procurando levantarlos a todos, aunque en Venecia y Ingalaterra les dieron malas respuestas, diciendo que era cosa indigna oír a un rey que trataba con turcos y lo había metido en la Cristiandad; los demás, con el francés, mandaron pregonar la guerra a fuego y a sangre por todas las fronteras de sus reinos. Que tal fue el pésame que estos reyes, siendo cristianos, le dieron del destrozo que había padecido en Argel, por donde había ido con tan buen celo, y tan en favor y bien de la Cristiandad. El Emperador respondió a sus desafíos como merecían, y a los pregones de su guerra con otros semejantes, en Flandres, a 24 de mayo, y vióse cuán represada estaba la ira del rey de Francia, que, como un mar detenido, rota la presa, revienta; así hizo este príncipe, acometiendo las tierras del Emperador por diversas partes: mandó continuar o volver a la del Piamonte, envió por Artoes y Teruana a Antonio de Borbón; por Brabante, a Martin Van Rosem, con ayuda del duque de Cleves; por Lucemburg, a su hijo Carlos, duque de Orleáns, y por Cataluña, sobre Perpiñán, al delfín Enrique. Amenazaba también por Navarra, y no contento con esto, procuraba la venida del Turco, a cuyo fin le envió un gran presente de seiscientos marcos de plata, maravillosamente labrada, y quinientas ropas de seda, grana, y otras telillas ricas, para dar a los criados del Turco; esto todo contra un príncipe desapercibido y roto, no de enemigos, sino de la furia infernal del mar y vientos, sin dolor ni miramiento de la Cristiandad; pasión extraña, indigna sumamente de quien la hacía.
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Hay bien que decir de estos cuentos. Lo primero que el rey Francisco procuró antes de comenzar esta guerra, fue pedir a Solimán que enviase contra el Emperador su armada. Llevó esta embajada un caballero francés, llamado Polino, persona de harta inteligencia y buenas partes. Halló en el Turco muy buena entrada, y en sus basás y ministros, ofreciendo la guerra como el rey la podía desear. Mandáronle volver a Francia por el orden que el rey quería que hubiese, y hallándole que andaba a caza con mucho contento de las ofertas de Solimán, dentro de tres días volvió a despachar a Polino, mandándole que fuese por Venecia donde el Turco había prometido de enviar a Junusbeyo por su embajador, para que la señoría hiciese guerra al Emperador, y los dos juntos trataron con el Senado de la guerra, formando el francés mil quejas y diciendo palabras muy descompuestas contra el Emperador. Mas por mucho que el francés y el Turco hicieron, los venecianos no quisieron intentar la guerra. Partiéronse a Constantinopla, donde ya estaban harto mudadas las voluntades del Turco, y de los basás, de manera que porque Polino trabajó, no pudo acabar que por este año de 1542 saliese Barbarroja con las galeras del Turco, aunque envió el rey otro segundo embajador, que fue Desio, comendador de San Juan. En estas embajadas gastó el rey casi un año, y en él sucedió al Emperador la desdichada jornada de Argel, de la cual muchos de los príncipes cristianos se dolieron lo que era razón; sólo el de Francia, si bien con nombre y obligación de Cristianísimo, se holgó, pareciéndole que de aquella vez quedaba el Emperador tan quebrantado y deshecho, que no se podría defender de él, y cuando el rey Francisco pensó que tenía el favor del Turco, y que no le faltaría el de venecianos, quiso, según dicen, comenzar la guerra contra su condestable monsieur Anna Montmoransi, con quien estaba indignado y quejoso, haciéndole cargos de que era amigo del Emperador, y que le había estorbado de prenderlo cuando estuvo en Francia, que por amor de él no le había dado a Milán; finalmente, él acriminó tanto la cosa, que estuvo a pique de cortarle la cabeza, y ya que no fue, le quitó cuanto tenía, y le hizo vivir pobremente y sin honra en una granja, que en esto paran de ordinario los más llegados a los reyes, y hasta agora no sé quién se haya escapado.
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- XVI Caída de la privanza del condestable de Francia. Así cuenta la caída del condestable, Illescas, y Jovio algo mejor, y fue cierto el caso de esta manera: Monsieur Anna Montmoransi fue desde su mocedad gran privado de Francisco, y en el mismo grado, o poco menos, lo era monsieur de Brion; y conforme a la privanza de ambos, el rey su amo, andando los tiempos, hizo al uno almirante y al otro condestable, pero siempre se trataron cada uno de estos dos por su privanza con emulación del otro (costumbre de privados ordinaria) hasta que sucedió la guerra que se comenzó año 36, en el cual pasaron palabras bien acedas, y más de lo que se sufría en semejante lugar, que era delante del rey y su Consejo de guerra, entre el condestable, que disuadía aquella guerra y la reprobaba y maldecía, y el almirante, que la persuadía y aprobaba y conforme a este su parecer se comenzó, y pasó gente los montes con el almirante, y tomaron en el Piamonte los lugares del duque de Saboya, que ya atrás quedan dichos; y como después el Emperador cargó sobre Francia y apretó aquel reino con grandísimo miedo, toda la salud de aquella provincia y la defensa de ella puso el rey en manos del condestable, dándole el cargo de aquella guerra, y así lo hizo, muy bien y acertadamente, hasta que el Emperador se retiró y salió de Francia, estando a todo esto el almirante competidor de Montmoransi, no poco desfavorecido a causa de haberse habido flojamente en lo del Piamonte, y dado lugar con su remisión a que se recobrase Fosán, y otras cosas que le imputaban, que le causó andar abatido y retirado de la corte, y estando en un lugar suyo, durando la guerra del año 1537, quieren decir malas lenguas que, por comisión del Emperador o de la reina María, gobernadora de Flandres, le enviaron una persona secretamente ofreciéndole partidos convenientes para sacarle del servicio del rey. De todo lo cual, así de lo del Piamonte como de haber dado oídos a otro negocio y no ser avisado de ello, fue después acusado, y estuvo preso harto tiempo, alrededor de la corte francesa, hasta que el año de 40 ó 41 se determinó su negocio, teniendo ya él tramado otro, que fue haber tomado deudo con la de Estampis, persona grandemente aceta al rey, casando hermano del uno con hermano de la otra, y la causa se determinó un poco rigurosamente contra el almirante, pero acabado de sentenciar le remitió el rey todas las penas, y volvió a su oficio y privanza como de primero, puesto caso que había muy gran diferencia entre la bondad de Montinoransi y la condición del Brion; porque el condestable amaba la paz, si bien era excelente en las armas, y todo su intento y privanza la gastaba en persuadir esto a su amo; por el contrario, Brion era amigo de novedades y que su rey siempre las buscase, y 52
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que sin embargo de cualesquier juramentos y concordias tornase a la guerra siempre que hallase aparejo para ello, y a éste atribuyen la invención de acometer las tierras del duque de Saboya, para cobrarlas con la guerra que virtualmente se hacía al Emperador; y aún también por esta vía, dar molestia a su contrario el condestable, cuya mujer era de aquella casa de Saboya, hija de Renato, hermano del duque, que por otro nombre llamaban el bastardo de Saboya. Pero tornando al propósito, como vio el condestable a su contrario enterado en su primera privanza, y que mediante mujeres la llevaba cimentada, parecióle, como dice Jovio, dejar la corte y retirarse, no pudiendo sufrir a su émulo puesto en la privanza antigua. Y así, estando la corte en Chatelerao, acabado el duque de Cleves de volverse de Francia a su estado, pidió el condestable la licencia que dijo, y se retiró a su villa de Ceutilia, con grande pesar del delfín Enrique, que le quería bien, y le pesaba grandemente de los disfavores que su padre le hacía. De manera que, resumiendo este artículo, la causa de la caída de Montmoransi fue la subida de su émulo, y no de que sospechase el rey que ocultamente favorecía las cosas del Emperador, ni tampoco corrió el riesgo de cortalle la cabeza, como cuenta Illescas, ni le quitó lo que tenía, ni el oficio, ni le hizo vivir pobre, ni en granja alguna, ni la madre del rey tenía enemistad con él, que ya en este tiempo era muerta había diez años, porque murió año 1541 a 14 de octubre. De manera que el condestable dejó de su voluntad la corte y lo que tenía en ella.
- XVII Descubre el francés la guerra en el Piamonte, tomando a traición a Clarasco. -El marqués del Vasto se paga del francés. -En Picardía comienza el francés crudamente la guerra. Toma el duque de Orleáns a Lucemburg y ducado de Brabante. -Cobra el príncipe de Orange lo perdido de Brabante. Después de esto, envió el rey a mandar a Guillelmo Belayo, que era capitán general en el Piamonte, que comenzase a dar principio a la guerra con alguna ocasión, la mejor que él hallase. Estos tratos no fueron tan secretos que el marqués del Vasto no los entendiese, por cierta traición que se descubrió en Alejandría de la Palla. Estaban por el rey en el Piamonte cinco pueblos principales: Turín, Monte Calerio, Sabiñano, Peñoralo y Varulengo, sin otros de menor calidad. Por el Emperador estaban Aste, Vercelle, Ulpián, Fossán, Quier, Quirasco o Clarasco y Alba. Antes que se acabase bien de descubrir la guerra, una noche acomodada saltearon los franceses a Clarasco, y escalando por tres partes, lo entraron y mataron la mitad de los soldados que estaban de 53
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presidio, y lanzó fuera los demás, y se apoderaron del lugar, que es muy fuerte, y de ahí a poco, estando la fortaleza con falta de bastimentos, el capitán Sangrio se dio a partido y la entregó, y lo mismo intentaron hacer en Alba y en Vercelli; mas no les valió, porque Francisco Landriano se lo defendió valerosamente, y el excelente poeta Jerónimo Vida Veronés, obispo de Alba, con su buena diligencia, industria y consejo. El marqués del Vasto juntó luego su gente, ayudando con gente y dineros los milaneses, y antes que los franceses se entendiesen, les ganó doce lugares, pero de poca importancia, que todos ellos juntos no eran tanto como Clarasco. Entonces comenzó a declararse la guerra y salir a luz la intención dañada del rey de Francia, y monsieur de Vandoma se puso en campo junto a Teruana y desbarató una banda de caballos flamencos, y por otra parte el duque de Orleáns tomó a Lucemburgo, sin que la reina María se lo pudiese estorbar, y ganó en aquella comarca otros muchos lugares, porque doquiera que llegaba le abrían las puertas. Quiso el rey hacer otro ejército para sí, y envió a Nicolao Bosum, monsieur de Longavilla, que fuese a Guillelmo, duque de Cleves y Juliers, con seiscientos caballos, y que juntase la gente que pudiese de pie y de caballo, y acometiesen a Brabante, y hiciesen allí cruel y sangrienta guerra, para embarazar a la reina María, echándole la guerra en casa, para que no pudiese socorrer a Lucemburg. Juntó el duque de Orleáns doce mil alemanes y seis mil franceses y tres mil caballos, entre los cuales había quinientos del rey de Dinamarca que había enviado, con muchos nobles de Francia en armas y en sangre, y por el mes de julio fueron contra Lucemburg y arruinaron a Dam Villerio; pusieron fuego a Jubosio, habiéndole combatido algunos días, de manera que se hubo de rendir, y pusieron en él guarnición de soldados, armas y seis tiros gruesos. Juntáronsele aquí al duque otras diez banderas de alemanes, y dos mil caballos que los trajeron de Brabante, que como se dirá, la habían asolado Longavilla y Martín Van Rosem. Rindióseles luego Arlonio, y contra lo que había prometido, lo arruinó y pegó fuego, de lo cual le pesó después, y mandó matar el fuego. De ahí fue contra la ciudad de Lucemburg, y habiéndola tenido cercada pocos días, se dio a partido, dejando salir libremente con sus armas y ropa a los soldados que estaban de presidio, y dando que los naturales quedasen libremente con las haciendas y gobierno como lo tenían, con las cuales condiciones se le entregó. Lo mismo hicieron Mommedio, con que quedó por los franceses el ducado de Brabante, quedando solo por el Emperador Thionvilla.
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Habiendo acabado tan prósperamente el duque de Orleáns esta jornada, puso por gobernador y capitán de Lucemburg al duque de Guisa, y despidiendo la gente volvióse a su padre; mas apenas pudieron padre y hijo solenizar la vitoria, porque aún no era bien llegado el duque de Orleáns a su padre, cuando le vino nueva que el príncipe de Orange, Reinerio Nasau, con su ejército, había acometido a Lucemburg, y la había tomado con todos los lugares que franceses habían ocupado, exceto Jubosio, y los había reducido al Emperador, y que tenía cercado el duque de Guisa en Jubosio. Detúvose el príncipe de Orange en recobrar a Brabante hasta el mes de octubre, y acabada esta empresa fue contra Julia, para vengar en Cleves el daño que Brabante había recebido y pagarla con la misma pena.
- XVIII El duque de Güeldria se pone en armas contra el Emperador. -Cobra el príncipe de Orange lo perdido de Brabancia. -Traición que se urdía en Ambers, para entregar la ciudad al Güeldres. -Saltean los labradores engañados. -Sale el príncipe de Orange contra Martín Rosem. -Arma con gran astucia una emboscada en campo raso, en que coge y desbarata el de Orange. -Huye el príncipe de Orange. -Túrbanse los de Ambers por la rota del de Orange. -Engaño del Jovio. -Peligro y miedo de Ambers. -Requiere Rosem que se rindan al rey de Francia y al de Dinamarca. -Responden los de Ambers, que no conocen otro sino al Emperador. -Dicen los de Rosem, que las aguas salobres tragaron al Emperador, y los peces lo comieron, en la jornada de Argel. -Destruye Rosem los edificios fuera de los muros. Entra gente de socorro en la ciudad. -Los valientes portugueses defienden la ciudad. -Álzase Rosem de ella. -Martín Van Rosem, capitán valeroso y cruel, natural de un lugar en Güeldria que se dice Rosem: y aún dicen que fue hijo de uno que hacía cerveza. -Quiere Rosem tomar a Lovaina. -Defiéndese Lovaina. -Tratan de concierto. -Defiéndenla los estudiantes. -Álzase Rosem de Lovaina. -Cómo anduvo la guerra entre franceses y flamencos en Picardía. Y fue el caso que cuando el duque de Orleáns hacía guerra a Lucemburg, el duque de Cleves juntó doce mil hombres y mil y quinientos caballos, a los cuales dio por capitán a Martín de Rosem, soldado principal de Güeldria, y muy escogido capitán, y echó fama que juntaba esta gente para socorrer al rey de romanos contra el Turco; y como su pensamiento era de seguir al francés y juntarse con él, y para esto había de pasar el río Mosa, y por el condado de Hornes, tomó achaque de que enviaba a Francia por su esposa. Pidió Rosem paso a los de Liege, mas sabiendo el obispo de Cebembergue que el camino que éstos llevaban era contra el Emperador, avisólos para que de ninguna manera los dejasen pasar, y así, los de Liege, puestos en armas, les 55
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negaron y resistieron el paso, saliendo todos los labradores y gente de la tierra a la resistencia. Entendiendo los de Ambers esto, temieron que la jornada de Rosem no era para Hungría ni otra parte, sino contra ellos y su ciudad, que en aquel tiempo era una de las más ricas de Europa, y luego con licencia de la reina María, levantaron algunas compañías de gente y enviáronlas en socorro de los labradores que estaban armados para embarazar aquel paso en Pelandia. Esta gente de Ambers, con otra de los dichos labradores, fueron contra unas banderas de Rosem, que ya habían pasado la Mosa, y dieron en ellos, de manera que volvieron por do habían venido, donde estaba su capitán Rosem, y no fiándose los de Ambers de Rosem, ni del embarazo que le hacían para que no pasase, pusieron guarda en la ciudad, y la fortificaron, y hicieron que todos los extranjeros, principalmente los que eran naturales de Cleves, jurasen de defenderla, y a los que no querían jurar los echaron fuera, y se puso todo el pueblo en armas, nombrando capitanes; enarboló banderas, ordenó las compañías y armó los soldados, reparó los muros, limpió los fosos, puso artillería en las torres y lugares más convenientes. Hicieron capitán general a Cornelio Espanga, por cuyo consejo quemaron todos los arrabales, que tenían una gran población. Pasó Rosem con toda su gente el río Mosa; apartándose de los enemigos, que les quitaban el paso, caminó sin hacer daño para Brabancia, no se mostrando enemigo, porque los de Ambers y otros se quitasen y no le hiciesen resistencia, hasta dar en ellos descuidados; lo otro, porque muchos de los soldados que llevaba no sabían que iban contra el Emperador, y si lo supieran antes de entrar en Brabancia lo dejaran y desampararan las banderas. Por lo que luego hizo este capitán, se echó bien de ver que su camino era contra Ambers, no con esperanzas de entrar la ciudad por solas sus fuerzas, que era dificultoso, sino llamado por algunos traidores, que le habían prometido de pegarla fuego por algunas partes, y que tomarían las armas cuando el pueblo estuviese alterado con el incendio, y se harían señores de una puerta y se la darían abierta para que entrase con su gente, y saquearían aquella opulenta y riquísima ciudad de Ambers. Eran cónsules o alcaldes de ella este año 1542, Lancelote Ursulo y Nicolao Schemero, que con los demás ministros de justicia, con suma diligencia, andaban fortificando y reparándola. De ahí a poco se supo en Ambers que Rosem había tomado el camino, declarándose por enemigo, haciendo guerra y daño en las tierras por do pasaba, que eran del Emperador; porque como hasta allí los soldados de Rosem anduviesen sin hacer daño entre los labradores alojados por las aldeas, comiendo y bebiendo, tomando lo que les daban graciosamente, y por sus 56
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dineros, perdiendo ya con esto el miedo, los que se habían puesto en arma las habían dejado, volviéndose en sus casas y labranza, pasó Rosem sin contradición el río Mosa; luego cada soldado prendió su huésped, y porque no los matasen les daban cuanto tenían. Robaron el ganado y quemaron los campos, derribaban los edificios y iglesias, y quemaban lugares, llegando ya a ser tan bárbaros y crueles, que mataban a quien no les hacía mal; compraban, los que podían, las vidas con dinero. Finalmente, los soldados de Rosem se hicieron tan insolentes, que ya no tenían respeto a Dios ni al Emperador. Tuvieron aviso los de Ambers, que haciendo estos daños había ido Rosem contra Berlam y Hoochstrate, y que rindiéndosele los lugares y aldeas, había tomado la fortaleza, que era de mucha importancia, y había sacado de ella mucha artillería y munición, por lo cual los de Ambers vieron que no se engañaban en pensar que este enemigo iba sobre su ciudad, y más viendo que, trayendo tanta gente, no se embarazaba en algún lugar cerrado, con haber algunos ricos que pudiera tomar y sacar de ellos grandes bienes. Pues como Rosem se detuviese algunos días en Hoochstrate, lugar cerca de Bruselas, el príncipe de Orange, con quinientos caballos y tres mil infantes, que Ambers y buscoducanos le habían dado, a 24 de julio salió de Breda y a grandes jornadas llegó a Ambers para defender la de Breda y Hoochstrate. Partieron para Ambers los de Rosem; júntanse los caminos por donde venían el príncipe y Rosem, en el campo Brescoto y Ekera, por lo cual estaba el buen suceso en la brevedad, y llegar primero el príncipe a meterse en la ciudad o llegar Rosem a cercarla, y así, procuraron darse priesa para ganar el uno al otro la delantera; por esto caminaron con tanta furia para Brescoto. Caminó Rosem con mayor diligencia, y ocupó a Brescoto, y con una nueva invención armó una colada al de Orange en un campo raso y llano, que en todo él no había dónde poderse encubrir un soldado, si no eran unos árboles pocos, que en un bosquecillo estaban allí cerca, y para engañar al de Orange usó de esta estratagema Rosem. Mandó poner cuatrocientos caballos de los que el rey de Dinamarca había enviado con armas negras, que por eso los llamaron los caballos negros. Estos se tendieron en ala, cerca de Brescoto; detrás de ellos puso toda la infantería de rodillas, tendidas las picas, banderas y armas, o bajas al suelo, de tal manera que estando los cuatrocientos caballos, como dije, en ala, cubrían la infantería, para que el príncipe no la viese. Llegó el de Orange, y por falta o negligencia de los descubridores, no tuvo aviso de la emboscada que Rosem le tenía gentilmente armada en el campo abierto y claro, y como no descubrió más que la caballería, pareciéndole poca gente, no hizo caso de ella, pensando que no estaban allí para más que 57
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embarazarle el camino. Mandó el de Orange a Lubberto Turca, capitán de la caballería, que se adelantase y los acometiese, y él con la infantería caminó a su paso en orden. El Turca, con los caballos y lanzas que llevaba, disparando los pistoletes que cada uno llevaba, dio en los cuatrocientos, los cuales se fueron retirando hasta el bosquecillo, o árboles y zarzas, donde se defendían con las escopetas. Apresuróse a este punto el de Orange con la infantería, y apenas habían comenzado a escaramuzar, cuando de una y otra parte se levantaron los soldados de Rosem y cercaron al de Orange, acudiendo al mismo punto la demás caballería y gente de Rosem, de diversos escondrijos, donde estaban metidos y emboscados, y hirieron fuertemente en los del príncipe, el cual viéndose tan apretado y salteado sin pensar, recogió la caballería a toda priesa y tomó el camino de Ambers, retirándose y perdiendo muchos de los suyos; fue harta ventura escaparse. Rindiéronse dos mil infantes arrojando las armas sin pelear, por ser bisoños y poco usados en ellas. Entró el príncipe de Orange con muy poca compañía en Ambers a las siete de la tarde. Turbáronse mucho los ciudadanos con esta pérdida; animólos el príncipe, porque era mozo de gran valor, y la mala ventura no había quebrantado su ánimo brioso; dio orden en poner la ciudad como convenía para esperar al enemigo, y luego fue a visitar a la reina María, que tenía un valor varonil, muy semejante al de César su hermano. De ahí a poco, después del príncipe de Orange, llegó a las puertas de la ciudad, -que también había escapado-, Lubberto Turca con algunos caballeros, aunque Jovio, con engaño, dice que fue preso, libro 41, c. 5. Hubo pareceres en la ciudad si lo admitirían en ella, porque aunque este capitán había siempre servido al Emperador, era natural de Güeldria, a quien servía Rosem; recelábanse de él. Gozóse Rosem con la vitoria; volvió a regocijarla en Briscoto. Otro día asentó su real en los arrabales de Ambers; estuvieron ambas partes aquella noche con grandísimo cuidado y guarda, sin dormir sueño, porque los de Ambers se temían de alguna traición o fuego, que de los que dentro estaban no se fiaban; también temían de que los enemigos, con la oscuridad de la noche, acometiesen a la ciudad por la parte del muro antiguo, que era muy flaco. Rosem y Longavilla también se recelaban, y temían no saliesen de la ciudad por diversas partes, y los salteasen en el real; por manera que el miedo que los unos y los otros tenían, hizo que esta noche pasasen con harto cuidado guardas y espías.
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El mayor peligro que la ciudad tenía era entre Kipdorpian y la puerta colorada; aquí pusieron los ciudadanos personas de mayor confianza. Estando en Ambers las cosas tan miradas y prevenidas para esperar al enemigo, llegó un rey de armas de parte de Rosem, y como si Rosem fuera un rey, les dijo que rindiesen al rey de Francia y al rey de Dinamarca aquella ciudad, porque Rosem, capitán esclarecido con muchas vitorias, hacía aquella guerra en su nombre, y que solamente pedía a los ciudadanos que hiciesen juramento a aquellos reyes, porque sus fueros, privilegios y libertades no solamente se los dejarían perpetuamente, sino también se los acrecentarían; y que supiesen, que si quisiesen más probar sus fuerzas que obedecer sus sanos consejos, él procuraría, plantando su artillería y echándoles encima sus soldados viejos invencibles, que su pertinacia hubiese tan desdichado fin, que tuviesen bien que llorar. Los de Ambers respondieron que no conocían otro señor sino al Emperador Carlos V, y que sin su mandado, a ninguno que trajese armas abrirían. Dijo el rey de armas que al Emperador Carlos ya lo habían comido los peces del mar. Los de Ambers respondieron graciosamente que verían cómo dentro de tres días saldría del vientre de la ballena como un Jonás, y lo tendrían más presto sobre sí de lo que sus reyes quisieran. Fue ardid que los enemigos del César usaron, que luego que se supo la pérdida de su armada en Argel, quisieron hacer creer a todos que el Emperador se había anegado, le habían comido los peces y que sus gentes no traían sino una estatua, con que querían entretener y engañar al mundo. Dijeron más los de Ambers, que ellos no tenían a Rosem por capitán de tan grandes reyes, sino por caudillo de ladrones salteadores, y que le avisaban, que si tocaba a los muros de la ciudad, se le daría la pena que las maldades merecían; con esta respuesta enviaron al trompeta, echándolo por la puerta Kipdorpia. Sintió tanto Rosem la respuesta, que rabioso mandó luego deshacer todos los molinos de viento que estaban fuera de la ciudad, y andaban los suyos en cuadrillas por los campos y sembrados de Vuillibordiano, quemando los panes que estaban para segar. Contra los cuales, los de Ambers dispararon la artillería y mataron algunos. Otro día entraron en la ciudad mil y docientos soldados, mozos robustos que vinieron de la provincia de Wasiana, que es una parte de Flandres que llega hasta Gante, en la otra ribera del río Scaldis, y los gobernadores los armaron muy bien y pusieron en los puestos que más guarda requerían, y en el mesmo día salieron fuera de la ciudad los de Ambers y quemaron y derribaron cuantas casas y quintas había al derredor de la ciudad, viéndolo y llorándolo sus dueños, porque el enemigo no se favoreciese de ello para los ofender o armarles celadas. 59
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Señaláronse muchísimo en defensa de la ciudad, harto más que los naturales, los valentísimos portugueses y algunos mercaderes italianos, alemanes, ingleses, que no como mercaderes, sino como escogidos capitanes, se pusieron en arma con sus banderas, unos en competencia de otros. Como vio Rosem el buen orden que en la ciudad se tenía, y que no le habían dejado lugar para poderles armar alguna emboscada, ni dentro había que esperar traición, sino que todos, con suma fidelidad conforme, se defendía y le ofendían, levantó su campo a 27 de julio al amanecer, haciendo que la noche antes caminase la artillería y bagaje, y con el ruido que en el campo de Rosem se hacía al levantarse, los de Ambers pensaron que se acercaban más a la ciudad para combatirla, que esto temieron siempre, y luego se pusieron en orden con muy buen ánimo para defenderla. Echaron fama algunos traidores en la ciudad, que el enemigo había tomado una parte de ella, y todos con gran alboroto acudieron allí donde se decía que el enemigo había llegado; y hallando que era falso, llevaron la artillería a aquel lugar fuera de la ciudad, donde se oyó el estruendo y alboroto, pensando que por allí querían acometer. De esta manera pasaron la noche toda, y entrado el día, vieron que el enemigo se iba y que ardían todos los molinos de viento, huertos, casas de placer, pero levantó el cerco sin batir a la ciudad Rosem, contra el parecer de sus capitanes, y así, se dijo que le corrompieron los de Ambers con mucho dinero, porque si se pusiera en batirla y combatirla, créese que al primer asalto la entrara, porque la gente que la defendía eran mercaderes y otros no ejercitados ni usados en las armas ni aun tenían acabadas las trincheas en más de una parte, y tenía Rosem en su ejército pasados de doce mil soldados, y dos mil caballos bien armados, toda gente valentísima, y envejecida en las armas, tanto, que decía Rosem que para vencer dos tantos en campaña, no quería meyor número de gente. Comenzó a caminar hacia Lovaina, que en tiempo antiguo fue ciudad famosísima de los grudios. Hizo por el camino el mal que pudo: saqueó a Ranesto y Dusula, pero no osó tentar a Lira, porque los ciudadanos lo hicieron apartar ojeándole con su artillería. Asimismo le resistieron en Lovaina, porque los naturales eran muchos y la ciudad fuerte y estaban dentro gallardos mancebos estudiantes. También había enviado la reina María para defender a Lovaina a Jorge Rollino, señor de Aimeria, con la gente de caballo de su guarda; y a Conrado, conde de Warne Bugij, con trecientos soldados, y a Felipe Dorlano, bailío de Brabante, con docientos. Más, desconfiados de poder defender con tan poca gente una ciudad tan grande, por ser sus muros muy extendidos, que aun para solas las escuelas no bastaban los que dentro para tomar armas había, 60
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atemorizados se salieron estos capitanes con su gente, que causó harto temor en los ciudadanos. Habíase puesto Rosem con su campo a la puerta de Bruselas; supo la huída de aquellos cobardes soldados y el miedo que había en la ciudad, y envióles un trompeta, requiriéndoles que se rindiesen al rey de Francia. Fueron tan honrados y valientes los de Lovaina, que le dieron la respuesta que habían dado los de Ambers. Pusiéronse treguas por pocos días, procurándolas algunos traidores que estaban en la ciudad, y sobornados con dineros que Rosem les dio, andaban atemorizando el pueblo, diciendo que era imposible defenderse, que Rosem traía un ejército invencible y gruesa artillería, que pues la ciudad se había de entrar por fuerza y con notable daño, que mejor era darla con notables condiciones. Comenzaron a tratar de ellas, y cautelosamente dijo Rosem que si se lo pagaban bien, que él levantaría el campo y se iría sin entrar en la ciudad. Quería descuidarlos con esto, y al mejor tiempo dar sobre ellos. Pidió que antes de alzarse le diesen bastimentos para el ejército, y la artillería más gruesa que tenía la ciudad, y más ciertas vasijas de pólvora y ochenta mil florines. Los de Lovaina, no cayendo en la traición que se les armaba, ofrecían cincuenta mil florines, vino y otras vituallas. Admitió esto Rosem, y habiendo traído el vino en cabalgaduras hasta la puerta de la ciudad para entregarlo a los enemigos, los estudiantes de aquella universidad cortaron las sogas con que venían atadas las cargas, y no consintieron que pasasen adelante con ello, recelándose discretamente y adivinando lo que se les urdía, que era embarazar las puertas con las cargas del vino, y arremeter los enemigos y meterse por ellas en la ciudad. No consintieron que se abriesen las puertas, y derramaron el vino, rompiendo los vasos en que venía, y fueron luego los estudiantes, que Dios los llevaba, a la artillería, y disparáronla en los enemigos. Estaban a esta sazón con ellos Meyero Blehemio, capitán general de la ciudad, y Damián Gousio, que en nombre del Senado y pueblo, habían ido a tratar de los conciertos con Rosem, los cuales fueron luego detenidos, y los echaron en prisiones, diciendo que habían en la ciudad quebrantado las treguas disparando la artillería, y que les querían hacer alguna traición; hubieron con esto de dar dos mil florines por su rescate. Perdió Rosem la esperanza que tuvo de tomar la ciudad, y despidiéndose de las musas de Lovaina, alzó su campo contra Corbeco; de ahí fue por otros muchos lugares saqueando, robando y abrasando cuanto podía, porque ellos no trataban de otra cosa, ni fueron para tomar un lugar cercado; por eso dijeron que este Rosem era capitán más de ladrones que de soldados.
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Hiciéronse fuertes en un castillo ochocientos labradores; rindiéronlos, y los degollaron sin perdonar a uno. Llegaron a Flovanio, y a una abadía que allí había, que se rescató con mucho dinero que dieron a Rosem. De esta manera corrieron y maltrataron todo el condado de Namur. Pasaron el río Sombresabis; los labradores de la tierra cortaron los caminos con hondos vallados; atravesaron grandes árboles para embarazarles el paso. Con todas estas dificultades y peligrosos caminos, iban derechos para juntarse con el ejército del duque de Orleáns, cuando estaba sobre Lucemburg, y dábanse gran priesa porque sabían que el príncipe de Orange y el conde de Bura, con poderoso ejército, iban en su seguimiento apresuradamente, por lo cual, pasando otra vez el río Mosa cerca de Masier, lugar de Flandres, asentando el real en sitio fuerte, descansaron algunos días. Y tratando aquí de repartir lo que habían robado, llegaron a desavenirse malamente Rosem y monsieur de Longavilla, y estuvieron así muy encontrados hasta que el duque de Orleáns los compuso y hizo amigos, y como el duque, ganada Lucemburg, se quiso volver para su padre, despidió la gente de Rosem y a él mandó volver a su tierra. Tal fin tuvo la jornada que la gente del duque de Cleves hizo este año, que cierto puso en gran cuidado al ducado de Brabante, a Flandres y a la reina María, si bien su ánimo era de más que mujer. Por otra parte, andaba la guerra entre franceses y flamencos, porque Antonio, duque de Vendoma, gobernador de Picardía, con razonable ejército tomó a Teruana, y al lugar Lilersio, y echó las fuerzas por el suelo y asoló otros lugares y castillos de aquella comarca; quemó y saqueó los campos de San Audemaro y otros lugares, hizo retirar al conde Reusio, y cargado de una gran presa volvió a Picardía y puso los soldados en los presidios. De suerte que con dos ejércitos hizo el rey Francisco este año guerra a las de Flandres, y de la misma manera se trataban en el mar franceses y flamencos, siendo los sucesos varios, unas veces favorables a unos, y otras, a otros.
- XIX Guerra en Perpiñán que hizo el delfín. -El duque de Alba fortifica a Perpiñán y se mete en él esperando al francés; sale porque se ahogaba entre paredes. -Retiróse en fin de setiembre el francés. Tratándose las cosas de Flandres con tanto rigor que no eran menos de tres ejércitos los que por aquella parte andaban contra el Emperador, en tanto
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que el duque de Orleáns estaba en Lucemburg, el delfín Enrico juntó en Aviñón un ejército de cuarenta mil infantes, de los cuales los catorce mil eran suizos, y cuatro mil caballos. Partió con esta gente para Narbona derecho contra Perpiñán, cabeza del condado de Rosellón. El buen suceso que de esta jornada podía esperar el delfín estaba en la brevedad de su camino, para echarse sobre Perpiñán antes que los españoles se metiesen en ella. Mas el Emperador tuvo aviso con tiempo del marqués del Vasto, que con cuidado y gastos de espías sabía los intentos del francés. Poco caso hizo el Emperador de esta jornada del enemigo; pero, con todo, se puso en armas toda España, con tanto aparato como si hubieran de ir a conquistar a Francia. Había falta de caballos, porque en la jornada de Argel se perdieron muchos. Dije cómo se había prohibido el uso de las mulas, para que en el reino hubiese más caballos; algunos por vejez, otros por enfermedad, deseaban las mulas, y así, el Emperador dio licencia que pudiesen andar a mula los que diesen caballos para los hombres de armas, y estando en Monzón a veinte y cinco de julio, pidió a los grandes, títulos y caballeros del reino, que le acudiesen con la gente de armas pagada por cuatro meses, representándoles las sinrazones del rey de Francia, y los demasiados cumplimientos que con él había hecho para atraerle a la paz; y cómo el rey, soberbio con las fuerzas que esperaba del Turco, hacía tales acometimientos. A los cuales quería él en persona resistir, para lo cual estaba en Monzón esperando la gente que había de salir de Castilla en socorro de Perpiñán. A lo cual acudieron todos los señores de Castilla con grandísima voluntad, procurando cada uno mostrar la grandeza de su estado y amor entrañable que a su príncipe tenía. Sería largo contar la gente que cada uno levantó, y los gastos excesivos que hicieron en armas y lucidas libreas. De esta manera, acudieron los castellanos a la defensa de Perpiñán, y todos se dieron tan buena maña, que el francés, avisado del aparato de guerra y de que en Perpiñán se habían metido muchas gentes y municiones, venía con menos calor que había comenzado. También esperaba las galeras de Barbarroja, que tenía creído que Polino las había de traer, que aún no sabía lo que en Constantinopla pasaba. Con el espacio del delfín, tuvieron los españoles lugar para fortalecer a Perpiñán, porque el duque de Alba estuvo allí algunos días y la reparó y ordenó, como aquel gran capitán lo sabía bien hacer. Puso en ella mucha y muy buena artillería, soldados escogidos y bastimentos, encomendóla a los capitanes Cervellón y Machicao, y porque su gran corazón no podía vivir encerrado, salió de ella y púsose en Girona, para recoger allí los hombres de armas que iban de Castilla, y de las galeras de don Bernardino.
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Llegó el delfín a cercar la ciudad, y estuvo algunos días esperando a Barbarroja; como vio que no venía, y que los caballeros se le morían de hambre, y supo que el Emperador en persona venía al socorro de la ciudad, y en ella le trataron mal con algunas salidas, rociadas de artillería; perdidas las esperanzas, aconsejado de sus capitanes levantó el campo y volvióse para Montpellier, donde estaba el rey su padre.
- XX Aseguran a Navarra, recelándose del francés. -Ordenanza del duque de Alba. -Provisión de bastimentos en Pamplona. Antes de esto, con los temores que había de la guerra que el francés quería hacer por todas partes, mandó el Emperador visitar y proveer las fronteras y costas del reino, y entendiendo que el principal acometimiento sería sobre Navarra, donde era virrey y capitán general el marqués de Cañete, el duque de Alba fue a Pamplona para dar orden en su fortificación y defensa, y estando en la ciudad a cinco de hebrero de este año de 1542, ordenó así, para la fortificación de la ciudad y castillo, como para que se proveyese de bastimentos y municiones, que sabiendo que el enemigo la venía a sitiar, el marqués metiese en ella seis mil infantes y quinientos caballos. Que para el sustento de esta gente recogiese treinta y siete mil y setecientos robos de trigo, para cuatro meses. Que para otros mil y quinientos criados que habrá de más de la gente de guerra, encierre otras provisiones de trigo y vino, más de las dichas, hasta quince mil robos todo sin costa ni molestia de los naturales. Que se encerrasen setenta y cinco mil cántaros de vino; que haya tasa en la ciudad. Que se proveyese de diez o doce mil carneros, para que, con otros tantos que la ciudad ofrecía de meter en tiempo de necesidad, con vacas, bueyes y lechones, hubiese bastante provisión. Que encierre veinte mil robos de cebada para los quinientos caballos. Que haga esta provisión el virrey cada año repartiéndola en tres o cuatro partes del reino, y avise siempre a Su Majestad cómo la tiene hecha. Que mande a los alcaldes y justicias de los Consejos donde se hallare trigo o cebada, que sepan a quién y dónde lo venden los dueños, para que habiendo necesidad se pueda ir por ello. Que habiéndose de volver el trigo, o cebada en grano, a los dueños de quien se tomó, sea sin molestia ni costa suya. Que los bastimentos que se distribuyeren a la gente de guerra se les cuenten como costaren al rey. Que se haga cala en el reino del pan, vino y carne, y se comience luego a traer. Que se ejecute luego el orden dado, para que la gente de la tierra venga a abrir los fosos de la ciudad, que era lo que más importaba. Que luego se aderecen las atahonas del rey que hay en la ciudad, que estén muy en orden siempre. Que en el castillo de Estella se 64
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metan tres mil seiscientos y diez robos de trigo para sesenta hombres que en él se habían de poner para su defensa. Que siga y guarde dos memoriales que hizo el capitán Luis Pizaño, firmados de su nombre, para la fortificación de la ciudad y castillo, y luego comience a hacer todo lo demás que pudiere. Que se meta la artillería en el castillo y se ponga encima de las plataformas hechas debajo de los cobertizos, y mande hacer a los artilleros cargadores y cestufadores y cuñas y manuelas que los tuviesen a par de las picas, y pusiesen en carros, y metiesen a caballo. Que soterrasen la pólvora en el patio del castillo. Que los coseletes, arcabuces, picas y otras armas, se pusiesen muy en orden. Que la basura y tierra que se sacare de la ciudad se eche en la parte de las tenerías. Que se meta luego en la ciudad la infantería que hay en el reino, y los más que pudiere en el castillo, y los otros se alojen en la ciudad, donde menos pesadumbre se dé a los vecinos. Que el virrey prometa a los pueblos donde los soldados deben a sus huéspedes, que se les pagará a la primera paga. Que entrada la gente en la ciudad, se haga guardia de día en las puertas, para saber quién entra, o quién sale, y si viniere algún extranjero, el virrey le mande venir ante sí y le examine de dónde es y a qué viene. Que personas extranjeras ni sospechosas anden ni paseen la muralla de la ciudad ni del castillo, lo cual se haga con moderación y templanza, de manera que nadie pueda formar queja. Que se cierren las puertas de noche con tiempo en presencia de la guardia con su atambor, y se ponga guarda y centinelas en la muralla; y si pareciere ser menester ronda de noche, la mande el virrey hacer, y al alba, cuando se abrieren las puertas, se abran en presencia de la guardia y con su atambor. Que el virrey mande cerrar luego las puertas de la ciudad, que en el memorial de la fortificación se mandan cerrar, porque no se ocupe tanta gente en el hacer de las guardias. Tal fue la instrucción que el duque de Alba dejó al virrey, la cual he querido referir por la memoria de tan señalado capitán, y para que los que lo son, vean con qué reglas enseñaba el duque a guardar y defender las ciudades.
- XXI Ármase España contra las armas del francés. -Nombra el Emperador al condestable de Castilla por general de Navarra y Guipúzcoa. -Lealtad grande que mostró Navarra en esta ocasión y deseo de servir al Emperador. -Caballeros que se juntaron con el condestable de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y otras partes. Tan alterada andaba España y tan puesta en armas con las nuevas que cada día venían de los ejércitos de Francia y venida de Barbarroja, que cada hora había mil novedades, y el Emperador estaba en Monzón, para acudir por aquella parte, porque lo que más se temía era lo de Perpiñán. Y a 17 de agosto, 65
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tuvo aviso de que el rey de Francia quería dar sobre Navarra, entrando por Fuenterrabía a San Sebastián, y luego escribió al condestable de Castilla, diciéndole que según la nueva que tenía de todas las partes, parecía que verían dos ejércitos contra estos reinos de Castilla, el uno a la parte de Perpiñán, y el otro a la de Navarra y provincia de Guipúzcoa, y que tenía aviso que habían tomado el paso de Beovia y que hacían poner en orden muchos bajeles y zabras, para venir por mar y por tierra a cercar a San Sebastián o Fuenterrabía. Y porque para la resistencia y socorro que se había de hacer en Perpiñán había ya proveído de capitán general, y para lo de Navarra y Guipúzcoa era necesario nombrar persona de calidad y estado, y acepto al mesmo Emperador, concurriendo estas calidades en el condestable de Castilla, le dio el cargo y patente de general para el reino de Navarra y provincia de Guipúzcoa, y le mandó poner luego en orden, apercibiendo su casa y deudos, y que con la diligencia posible se fuese a poner en Vitoria, donde se había de recoger el ejército, por estar más a propósito así para lo de Navarra como para la provincia de Guipúzcoa, y le dio cartas para las provincias de Guipúzcoa y Álava, y condado de Vizcaya, corregidores y cabezas de ellas, y para los grandes y caballeros cercanos a la frontera de Navarra, para que acudiesen y hiciesen lo que el condestable les mandase, como capitán general. Y porque si los enemigos viniesen a cercar las villas de Fuenterrabía o San Sebastián, el principal y más presto socorro que se podía hacer había de ser por mar, mandó el Emperador que, pues en Vizcaya y Guipúzcoa había buen recado de navíos, que se tomasen para el socorro los que eran menester, y se aprestasen y armasen con todo cuidado, de manera que fuesen bien armados, artillados y proveídos de municiones, y que se ayudasen de un navío que había hecho la religión, que estaba en el puerto de San Sebastián, muy bien artillado. Mandó, demás de esto, que se entrasen en San Sebastián trecientos soldados viejos, y porque el capitán Villaturiel estaba enfermo y con gota, que mirase el condestable si era bien que se pusiese allí el conde de Oñate o otra persona de respeto. Mandó a Juan de Vega, que era virrey de Navarra, que enviase pólvora, municiones y bastimentos, y cuatro mil ducados, y apercibió todo el reino de Navarra, del cual esperaba sacar seis mil infantes útiles, de los cuales, entrando los enemigos en aquel reino, tenía ordenado de echar los cuatro mil a las montañas, con el marqués de Cortes, mariscal de aquel reino y capitán general de esta gente; los otros dos mil se reservaron para en caso que los franceses entrasen por la puente de la Reina, con otro capitán de los beamonteses, y defendiesen que no le viniesen vituallas, y les hiciesen el daño que pudiesen. Y el reino de Navarra se mostró tan leal, que los que quedaban en sus casas sustentaban a los que iban a la guerra, dando a cada soldado dos ducados cada 66
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mes, y el condestable de Navarra nombró el capitán para los dos mil hombres. Y habiendo de ir el enemigo sobre Pamplona, se había él de meter dentro con estos dos mil, y con todos sus parientes y amigos, y no yendo, habían de acudir en favor de Fuenterrabía y San Sebastián, siguiendo el orden que el condestable de Castilla diese. Esto todo contiene la carta que el Emperador escribió, como dije, al condestable, estando en Monzón, a diez y siete de agosto. Con este bullicio y estruendo de armas estaban estos reinos de España por este tiempo tanto inquietos. El condestable, si bien falto de salud, estando recogido en la casa de la reina (que es suya), acudió a todas estas cosas con el valor y ánimo que su generosa sangre pedía. Vinieron, asimismo, don Álvaro de Mendoza y el diputado de Álava, y el alcalde de Vitoria y el conde de Oñate, don Prudencio de Avendaño, hijo de Martín Ruiz de Avendaño, señalado caballero; don Juan Alonso de Mújica, don Juan de Artiaga, todos ilustres señores, de los solares muy antiguos de aquellas montañas, y juntas y corregidores de Vizcaya con toda la nobleza de estas partes, mostrando su antigua lealtad, nacida de la sangre noble y antiquísima española en los solares de aquellas montañas, donde, según mi opinión, se han conservado los españoles, que primeros, desde los tiempos de Tubal, poblaron a España. A 27 de agosto determinó el Emperador ponerse en Zaragoza para poder acudir a todo igualmente, que así se lo suplicó el condestable, diciendo que era de tanta importancia lo de Navarra como Perpiñán, y que Su Majestad mandase acudir a lo uno como a lo otro. Todos estos apercibimientos cesaron por aquesta parte por haber dado el francés, según queda dicho, sobre Perpiñán, y alzádose con la ganancia dicha.
- XXII Retírase el francés de la cruel guerra que había comenzado, y la que hubo este año en el Piamonte. -Artificio con que el francés ganó lugares en el Piamonte. -Lo poco que el del Vasto podía, por falta de dinero. -Lo que importa premiar los soldados. -El capitán francés Belayo, digno de nombre y fama. -Muere en el camino Belayo. Así cesó por este año la guerra; despidió el rey los suizos, y por descargar a Francia de gente de guerra, mandó al capitán Annibaldo que pasase con todos los italianos al Piamonte y que cercase a Cunio, villa asentada en las raíces de los Alpes, junto a Fosano y Montevico. Hízolo Annibaldo; pero no salió con
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ello, porque los de Cunio pidieron guarnición al marqués y se defendieron con ella valerosamente, y mataron a Guillelmo Blandrato, y hirieron mucho mal a otros capitanes, Juan Turino y San Pedro Corso. Fueron los franceses una noche y cercaron por tres partes a Centallo; tomaron el lugar por fuerza, y la fortaleza se dio a partido. De ahí fueron contra Cariñano, y pusiéronse en un sitio fuerte, temiendo que el marqués del Vasto había de venir a socorrerlo, lo cual entendió el marqués; fue contra Quier, porque supo que el capitán francés había dividido su ejército, enviando parte de la caballería tras el Pado, y que en Carignan habían apretado de tal manera, que había entregado con ciertas condiciones la villa, y se habían metido en ella antes que pudiesen ser socorridos por los imperiales. Después de esto, el capitán francés llamado Bellayo (que era sagaz y valeroso), con dádivas y promesas ganó la voluntad del capitán de Bargesio, de manera que le entregó el pueblo y se pasó como traidor a servir al rey de Francia, y con la misma maña ganó también la fortaleza de Montaltio o Montcalvo, cerca de Montferrat. El arte de este capitán francés estaba en que, sin reparar en gasto, sabía el humor de que pecaban los alcaides y capitanes, que por aquellos lugares tenía el Emperador, y donde le pedían el oro acudía con él, y si había otra pasión por allí, entraba discretísimamente, que es la astucia que el demonio tiene para conquistar pecadores. El marqués del Vasto, si bien era bueno, liberal y generoso, estaba tan pobre y mal proveído, que no tenía fuerzas contra estas fuerzas, que sin duda son las más poderosas del suelo, pues dicen que quebrantan duras peñas. Debía el marqués el sueldo de muchos meses; estaban los soldados grandemente pobres, y las promesas y seguros de mercedes, donde aprieta la hambre y ejecuta la necesidad, pueden y valen nada. Y no piensen los reyes ni príncipes que no premiando a sus soldados harán jamás suerte buena. Y sabe Dios si en estos días hay harta quiebra, y no permita El que la lloremos. Con semejantes mañas, ganó el capitán francés más lugares para su rey que otros derramando mucha sangre, por lo cual en Francia tienen a Bellayo por uno de los capitanes dignos de memoria de su tiempo, siendo, además de los grandes hechos con que sirvió a su rey en la guerra muchos años, de muy noble gente y docto en todas artes, virtud rara entre los nobles, y peregrina entre la gente de guerra, que no trata de más que matar y robar, y aquél es mejor que más mata y hurta.
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Era el capitán Bellayo ya viejo y enfermo, que es consecuente a la vejez, por lo cual estaba algo impedido para seguir la guerra. Pidió al rey le diese licencia, quiriendo retirarse al descanso de su casa. Envió el rey en su lugar, como dije, a Annibaldo con parte del ejército del delfín, y yendo Bellayo (a quien Illescas llama Langeo) a besar la mano al rey, murió en el camino, que no fue pequeña pérdida para el rey Francisco; que el marqués del Vasto y otros le reconocían por el mejor capitán que tenía Francia. Juntó Annibaldo los bisoños que llevaba con los soldados viejos de Bellayo, y fue sobre la fortaleza de San Bovii, y tomóla, matando los que estaban en ella. Diósele el lugar de Chatillovio, saliendo los que en él estaban de su presidio con su ropa y armas. De la misma manera ganó a San Rafael y otros lugares y fuerzas, las cuales, exceto Chatillovio, echó por el suelo, por el daño que habían hecho a Turín. Volvió contra Como, y tomó por partido a Moncaller. En el ínterin mandó batir a Como con la artillería gruesa, seis días sin parar. El marqués del Vasto, viendo que la ciudad no tenía más fortaleza que la lealtad de los que dentro estaban, envióles a Pedro Porcio Vicentino con ciento y veinte soldados viejos de a pie y de a caballo, y otros ciento con Blasio Summaro. Con este socorro y la firmeza de los ciudadanos, las veces que los franceses acometieron el lugar fueron rebatidos con harta pérdida; y, finalmente, hubieron de dejar el cerco y volverse a Carmañola. De esta manera se trataba la guerra en el Piamonte, estando el marqués del Vasto más quedo de lo que él quisiera, por la gran falta de dinero, que es el alma de la guerra.
- XXIII Envía la reina María contra el duque de Cleves. Quiso la reina María pagar al duque de Cleves la jornada y buenas obras que su capitán Rosem había hecho, y envió contra él al príncipe de Orange con muy gran poder. Partió el príncipe por el mes de, octubre de este año, y fue haciendo en las tierras del duque los daños, muertes, robos y quemas que Rosem había hecho en Brabante, pagándole (como dicen) en la misma moneda. Tomó a Zitardo, Juliaco, Hensberga y Suster. Derribó sus muros, allanó las cavas, corrió y saqueó los campos de Dura; y contentándose con esto, porque ya el invierno no daba lugar para andar en campaña, volvióse. Quiso vengarse el de Cleves, y con ayudas del duque de Sajonia y otros príncipes de Alemaña, casi en fin de diciembre, fue contra las tierras del
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Emperador, y cobró todos los lugares que el de Orange había ganado, salvo Hensberga. Fortificó la ciudad de Dura, y puso en ella un grande y firme presidio y guarnición de escogidos soldados. Proveyóla de bastimentos y artillería abundantemente, adivinando la calamidad que fue sobre el vino el año siguiente, según diré. De ahí fue contra Hensberga, porfiando en tomarla; mas acudió el de Orange a socorrerla, y el duque desamparó el cerco, recibiendo en la vuelta daño, y metióse en Julia, que poco antes había fortalecido.
- XXIV Indias: Ordenanza que mandó hacer el Emperador sobre los malos tratamientos de los indios. Va el Emperador a Barcelona. -Juran al príncipe en Zaragoza. -Marqués de Cañete muere. En este año hubo en el Consejo de Indias una rigurosa visita, y de cuatro oidores que había, privaron los dos, y se hicieron las ordenanzas que causaron hartas alteraciones en el Pirú. Mandó el Emperador castigar rigurosamente a unos que se les probó haber puesto unos carteles, dándoles las penas que se dan a los que ponen libelos infamatorios. Fray Bartolomé de las Casas, fraile de la Orden de San Domingo, que fue obispo de Chiapa, dio memoriales al Emperador, diciendo que los indios eran muy mal tratados de los españoles: que les quitaban las haciendas y las vidas cruelmente. Que los ponían en minas, pesquerías y trabajos donde perecían, y las tierras se asolaban, como lo estaban ya grandes islas. Apretaba fray Bartolomé de tal manera, que si se hiciera lo que él quería, no fuera España señora de las Indias. Opúsosele el doctor Juan Ginés de Sepúlveda, coronista del Emperador y su capellán, hombre grave y doctísimo, y sobre todo gran latino. Tuvieron disputas y conclusiones, y el Emperador, por el celo santo que en todo tenía, mandó que ningún indio se pudiese echar en las minas, ni a la pesquería de las perlas, ni se cargasen, salvo en las partes que no se pudiese excusar, y pagándoles su trabajo. Que se tasasen los tributos que habían de dar a los españoles. Que todos los indios que vacasen por muerte de los que agora los tenían, los pusiesen en la corona real. Que se quitasen las encomiendas y repartimientos de indios que tenían los obispos, monasterios y hospitales y otros oficiales del reino, y particularmente se quitasen en el Pirú a todos los que hubiesen sido parte y culpados en las pasiones entre don Francisco Pizarro, y don Diego de Almagro, y estos indios y rentas se pusiesen en cabeza de Su Majestad.
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Esta ordenanza se llevó muy mal, y la ejecución de ella levantó las gentes del Pirú, como se dirá adelante. Había ya llegado a Rosas, puerto de Cataluña, el príncipe Doria con sus galeras, a seis de octubre, y el Emperador se resolvió de ir a Barcelona para comunicar con él cosas de importancia; y así partió de Monzón, lunes o martes, después de los seis de octubre, para entrar en Barcelona el sábado o domingo adelante. Avisó de su jornada al príncipe Doria para que acudiese allí, y mandó que el príncipe de España, su hijo, viniese a Zaragoza a ser jurado en aquella ciudad, y que de allí fuese a Barcelona para lo mesmo. Este año murió en Barcelona don Diego Hurtado de Mendoza, hijo segundo de Honorato de Mendoza, y hermano de Juan Hurtado de Mendoza, señalado caballero que, como tal, murió en la vega de Granada peleando con los moros, en presencia del Rey Católico, por cuya muerte sucedió en la casa don Diego Hurtado, que fue primer marqués de Cañete, que desde niño sirvió en la casa real. Fue montero mayor del rey y guarda mayor de la ciudad de Cuenca, con otros oficios que en aquella ciudad tiene el marqués; fue del Consejo del Emperador, y le sirvió en la primera jornada que de Castilla hizo en Flandres; fue virrey de Navarra ocho años, y caballero de quien el Emperador hizo gran confianza, por la satisfación que de su persona tenía. Murió, como digo, en Barcelona, yendo con gente de guerra a su costa a meter en Perpiñán, cuando el francés venía contra ella. Acabaremos con esto los cuentos del año de 1542, en que el rey de Francia tanto apretó la guerra y alteró a España. Y en el siguiente de 1543... Año 1543
- XXV Lo que escribió el Emperador a los señores de España sobre la guerra del francés y jornada en Alemaña. .-Poder al duque de Alba, que sea capitán general de España. Fueron los principios tan malos como los pasados, por la guerra con que el rey Francisco amenazaba, que si bien se retiró en el pasado con más pérdida que ganancia, no se cansaba de probar su fortuna, vencido del deseo de venganza. Dejó sus guarniciones en la frontera de Ruisellón y Cerdania, Fuenterrabía y San Sebastián, y una banda de alemanes, que entretuvo en la parte de Burdeos. Gastó el invierno en hacer vituallas y otras municiones de guerra, para tornar a tentar y probar si podría hacer algún efeto en daño de
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estos reinos, y de su enemigo el Emperador; el cual, avisado de esto, tenía proveídas sus fronteras y señaladamente a Fuenterrabía, Perpiñán y Salsas, con la gente y demás cosas para su guarda y defensa necesarias, poniendo siempre el ojo, con cuidado y vigilancia, en los pensamientos del francés, que con espías procuraba saber, como diestro y prudente capitán. Y estando en Madrid a 23 de enero de este año, escribió a las ciudades, grandes y caballeros de España, y perlados de ella, el estado en que las cosas estaban, apercibiéndolos para que, como buenos y leales, acudiesen al tiempo que la necesidad lo pidiese, con la voluntad y amor que siempre lo habían hecho, en su servicio y defensión y amparo de estos reinos, y acrecentamiento de las coronas de ellos. Y así, les pide que pues la presente ocasión y necesidad no es menor que la del año pasado, previniesen sus armas, deudos, amigos y vasallos, para que en caso de salir su persona, le sirviesen y acompañasen, que cuando fuese tiempo él avisaría. Y a primero de mayo, estando ya en Barcelona, volvió a escribir a las ciudades y señores de Castilla que el rey Francisco, con suma contumacia, se preparaba para hacer la guerra, y había despertado al Turco para que entrase en Hungría, y por mar enviase su armada contra la Cristiandad, y que así le era forzoso pasar en Italia y Alemaña para proveer la defensa contra un enemigo tan poderoso, o procurar algún medio de paz, que era lo que él más deseaba en la Cristiandad, por su bien y descanso; y que aunque sus deseos eran de estar en España, tiraban de él estas cosas y el peligro tan evidente de la Cristiandad; pero prometía que, con toda brevedad, él volvería, y que en el ínterin gobernaría estos reinos el príncipe don Felipe, su hijo, con otros que adelante diré. Y en la misma ciudad de Barcelona, a primero de marzo y en este año, dio el Emperador su poder y patente de capitán general a don Fernando de Toledo, duque de Alba, mayordomo mayor y del Consejo de Estado, diciendo que sabía el estado en que se hallaban las cosas entre él y el rey de Francia, y cómo había ido a aquella ciudad por estar más a propósito para proveer en el remedio de lo que se podría ofrecer, atendiendo a las preparaciones de guerra que el rey de Francia hacía, ayudándose de todos los medios que podía, y que el Turco, común enemigo de la Cristiandad, con su inteligencia y solicitado venía en persona con grueso ejército por tierra contra la Cristiandad por la parte de Hungría, y enviaba su armada de mar para ofenderla por todos cabos, y especialmente a todos estos sus reinos, señoríos y Estados, y que considerando la necesidad de la cosa y el peligro que se ofrecía, y lo que importaba la buena provisión y remedio, dejando el que convenía para defensión y seguridad de las fronteras de estos reinos de las coronas de Castilla y Aragón en España, tenía deliberado, y estaba resuelto, de pasar en 72
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Italia y Alemaña, para mirar, dar orden y proveer mejor con su persona en lo que se debía hacer en la resistencia de tales adversarios, y también para si podía hallar camino para tener paz en la Cristiandad, y para que, durante su ausencia, convenía, para la defensión de todo, dejar una persona de mucha autoridad, prudencia, experiencia y calidad, y acepta a todos, que tuviese especial cargo de lo hacer. Nombraba al duque de Alba, en quien concurrían todas estas partes, y le daba su poder durante su ausencia, de capitán general de todos estos reinos de Castilla y Aragón, y de sus fronteras marítimas y de tierra, y de toda la gente de guerra.
- XXVI En hebrero, tormenta que padeció el almirante de Francia en el paso de un puerto. -Van los españoles sobre Turín. -Trata el Emperador confederarse con el Papa. -Quejas que forma del rey Francisco. -Deseaba el Pontífice que el pueblo entendiese lo que hacía para concordar los príncipes cristianos. -Pragmática del reino: que ningún extranjero tenga beneficio ni pensión, ni castellano la pagase. -Aprieta el Emperador, para echar freno, al Pontífice, que haya Concilio. Viene el Pontífice en que haya Concilio. En el fin del año pasado, cuando ya era el solsticio brumal, Claudio Annibaldo, gobernador general en el Piamonte por el rey de Francia, despidiendo parte de la gente de guerra que tenía y dejando buen recado en los presidios, partió para Francia el primero día de enero de este año 1543. En los Alpes, en un paso del monte Senis al Novalesio, dio en él una tempestad de nieve y vientos que hacían torbellinos de la misma nieve como del polvo, que es la tormenta más peligrosa que hay en los puertos, porque ciega y hace perder el sentido y camino. Perecieran Annibaldo y los que con él iban de frío, si los naturales de la tierra no los socorrieran, que pasados del frío los llevaron a sus casas y hicieron el regalo que pudieron; mas con todo, quedaron tales, que Annibaldo anduvo toda su vida enfermo, y otros tardaron gran tiempo en convalecer, y algunos se ahogaron allí en la nieve; otros perdieron o los ojos o las manos; finalmente, ninguno de cuantos se hallaron en esta tormento tuvo entera salud los días que vivió; tanta fue la malicia del aire y rigor de frío. Como los españoles vieron que faltaban los principales capitanes de los franceses, pensaron apoderarse de Turín usando de un ardid, que fue una emboscada de ciertos soldados metidos en unos carros de heno. Llegaron con
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toda disimulación hasta entrar por la puerta de la ciudad, y fue su desgracia que al entrar de la ciudad se le cayó a uno la espada, y con el ruido fueron sentidos, y de seis que iban en aquel carro, mataron los franceses los cinco, y del otro supieron lo que intentaban, y pusiéronse a tan buen recaudo, que de allí adelante estaban muy sobre aviso. Fue uno de los muertos el capitán Lezcano, que iba con la gente que había de entrar tras los carros; el capitán Mendoza se retiró con ella, y la puso en salvo. Dióse el rey de Francia tanta priesa el año pasado, que parecía que el Emperador estaba demasiadamente quedo y que tardaba más de lo que debía en salir a satisfacerse de tantos agravios, perdiendo la reputación imperial mucho. Quiso mostrar que no le habían tanto quebrantado el ánimo las bravas y furiosas ondas del mar de Argel, que no hubiese corazón y coraje para satisfacerse del rey de Francia y domar la soberbia de los alemanes, herejes y rebeldes. Para esto quiso ganar la voluntad del Papa y hacerse su amigo, porque ya que no le ayudase como debiera, a lo menos no estorbase, sino que se estuviese a la mira. Comenzó a tratar con él muy de veras, por sus embajadores, que se confederasen en uno contra el rey Francisco, pues con tanto escándalo y daño de la Cristiandad tenía amistad con el Turco y lo procuraba traer contra ella. Escribíóle las muchas razones que de muy atrás tenía para estar quejosísimo del rey, los juramentos que le había faltado, y los que otros de Francia siempre habían hecho con sus padres y abuelos, sin reparar en palabras, casamientos ni treguas, y afeando mucho la inhumanidad del rey Francisco, con que le había querido destruir el año pasado, haciéndole cruel guerra cuando se había de doler de él por el infortunio y destrozo que había padecido en defensa de la religión cristiana, gastando su salud y hacienda y aventurando la vida por castigar cosarios y quitar enemigos a la Iglesia. Finalmente, con un largo discurso de muchas y elegantes razones, concluía cuán digno era de que todos se volviesen contra un rey que, teniendo nombre de Cristianísimo, había en él obras tan contrarias. Esta carta del Emperador fue tan pública y sabida en Roma, que se envió al rey una copia de ella a la cual respondió con otra tan poco cortés y bien apasionada, que entre gente muy ordinaria no se sufriera; mas la pasión envejecida que en el rey había, le hacía perder los estribos y freno de la razón. De aquí se levantaban juicios (y no mal fundados) de la cruel guerra que estos príncipes se habían de hacer muy en daño de la república cristiana. El Pontífice, con su mucha prudencia de tan largos años, deseaba que el mundo entendiese que él, como Padre y cabeza de esta república, deseaba y procuraba su paz y conformidad entre los príncipes de ella. Y así, propuso una 74
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y muchas veces en consistorio, pública y secretamente, a los cardenales el negocio de la discordia de los reyes, para entender de ellos lo que debía hacer, porque él quisiera ni ofender a uno ni ayudar a otro. Hallaba siempre en los cardenales los pareceres según tenían la afición, todos tan banderizados y apasionados, como lo estaban los reyes. Los de la parte del Emperador eran más y más obligados por las mercedes que de él habían recibido, como de príncipe más rico y poderoso, y las que esperaban haber; y así, había más libertad y poder en el consistorio para defender la causa del César; tanto, que muchas veces se propuso que debían declarar al rey de Francia por enemigo común, y privarle del nombre de Cristianísimo, pues contra todo derecho divino y humano tenía paz y amistad con el enemigo capital de la cruz y nombre de Cristo, y se quería valer de él en una causa de suyo injusta, contra el protector y defensor de la Iglesia y de la dignidad pontifical; y, por consiguiente, que debía el Papa confederarse con el Emperador y juntar con él sus fuerzas, para la defensa de la república. El Pontífice, que con su discreción deseaba templar estas pasiones, no quiso determinarse a romper con el rey, temiendo (y con razón) no le sucediese lo que a Clemente con el rey de Ingalaterra, que le negase la obediencia y diese oídos a los desatinos de Lutero. Desabrido el Emperador del poco agradecimiento del Pontífice, a quien había dado su hija Margarita para su nieto, y con ella a Novara y otras tierras, hizo una ley o pragmática harto importante en el reino, y a pedimento de todo él, que ningún extranjero pueda tener beneficio, ni pensión en España, ni nadie la pagase, aunque la debiese. De lo cual no poco se alteró Paulo; pero no por eso mudó parecer, ni quiso confederarse con el Emperador. Visto esto por Su Majestad, comenzó a apretar la plática del Concilio, porque con él se aseguraría que, a lo menos, el Pontífice estaría de por medio. Dejado aparte, que las cosas de Lutero y sus secuaces estaban en tan malos términos, que ya no se podía disimular con ellas; porque los protestantes eran muchos y muy poderosos y Lutero decía y escribía, con más libertad que nunca, cosas intolerables y de gravísimo escándalo. El Pontífice, por muchas razones, vino de buena gana en que se celebrase el Concilio, y señaló por lugar conveniente el que los luteranos querían, para convencer su malicia, y que, sin achaque, todos, y su maestro Lutero, pudiesen venir seguramente a él. El lugar del Concilio fue Trento, ciudad de Austria. Señaló luego, después de haber dado su breve los legados a Reginaldo Polo, inglés y de la sangre real, cardenal gravísimo y muy católico y santo, que por serlo había padecido muchos trabajos y gravísimas persecuciones del rey su tío, y a Paulo Parisio, singular jurista; a Juan Morón, doctísimo cardenal y 75
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ejercitado en negocios, y con gran reputación y crédito de virtud. Con éstos envió otras cien personas doctas, escogidas en Italia y Francia. Luego que se publicó el decreto del Papa, comenzaron a ponerse en orden todos los perlados de la Cristiandad. Dejo otras particularidades, porque no tocan a esta historia.
- XXVII Reconcíliase el Emperador con el inglés en odio del francés. -Lo mucho que merece el rey Francisco, y la nobilísima nación francesa, y lo que España recibió de ella cuando se vio cautiva. -Parte el Emperador de España, y deja gobierno en ella. -Embarcóse primero de mayo en Barcelona. Estas causas, y otras muy atrevidas del duque de Cleves, que luego diré, obligaban al Emperador a pasar en Italia, y de allí en Alemaña, y hacer cruel guerra a sus enemigos. Para esto, quiso asegurarse de todas partes, y como el rey de Francia le había echado al Turco, echarle a él a cuestas un hereje y su antiguo y capital enemigo. Halló bien dispuesta la voluntad de Enrico, que grandemente deseaba vengarse del francés, por ciertas injurias que le había hecho salteándole, como dicen, un casamiento y paz con el rey Jacobo V de Escocia, su gran enemigo, con el cual hizo Francisco liga, y por morir Jacobo mozo, sucedió en el reino de Escocia una su hija. Esta paz del Emperador con el rey Enrico, fue para el papa Paulo sospechosísima y no poco murmurada en la Cristiandad, no reparando el Papa ni los demás murmuradores en lo que Francisco había hecho con el Turco, trayendo sus armadas a robar y cautivar todas las costas de Italia y España, y metiéndole por Hungría y alentando y dando dineros a los luteranos en Alemaña, y otras cosas, tan graves y perniciosas, que la menor igualaba con esta en que tanto quisieron cargar al César. Y es cierto que si el Papa hiciera lo que debía, favoreciendo al Emperador o deteniendo al rey para que no se desmandara tanto, que nunca se hiciera esta amistad. Mas un ánimo irritado, cuanto más noble y generoso, tanto más se arroja, que la virtud de Carlos V y el celo de su honra, no ha tenido par en el mundo. No digo más que esta historia lo dice que procuro con suma rectitud y sin pasión de castellano y de criado de mi rey y señor natural escribirla, sin hacerme parte, sino fiel relator de la verdad.
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Y del rey de Francia y de los franceses siento yo tan bien como si entre ellos naciera, porque merece mucho aquel reino cristianísimo y débeles mucho España, por casamientos de los reyes y de otros particulares y porque en el tiempo de la cautividad y pérdida de estos reinos ayudaron valerosa y cristianamente los caballeros de Francia y por acá se quedaron gran parte de ellos casando y naturalizándose en la tierra y son nuestros vecinos y muy buenos hermanos; y entre hermanos, la ambición y codicia de reinar y de la hacienda causan pasiones mortales, cuales las había entre los dos príncipes, por querernos Dios castigar con nuestras proprias manos. Determinó, pues, el Emperador su partida para Italia, dejando al príncipe don Felipe su hijo, jurado por rey natural y gobernador de estos reinos, dando los negocios a Francisco de los Cobos y la guerra al duque de Alba don Fernando de Toledo, con título de capitán general, el cual se despachó en Barcelona a primero de mayo, año 1545. Pidió el servicio ordinario y extraordinario, y los castellanos diéronle cuatrocientos mil ducados. Tomó prestada grandísima suma de dinero del rey don Juan de Portugal, sobre la conquista de las Molucas, y habiendo primero enviado lo necesario a don Martín de Córdoba, conde de Alcaudete, para que defendiese a Orán del rey de Tremecén, que estaba rebelado, mediado abril de este año, partió de Castilla para Barcelona, donde Andrea Doria le esperaba con las galeras. Acompañaron al Emperador cuarenta y siete galeras y más de cuarenta naos, con mil soldados de Perpiñán; iban con él el duque de Nájara y el marqués de Aguilar, el conde de Feria, el duque de Alburquerque y no el de Alba, como dice Illescas; don Gaspar Dávalos, arzobispo de Santiago, y los obispos de Jaén y Huesca, Juan de Vega y otros muchos caballeros. Llevó de España setecientos caballos españoles y ocho mil infantes soldados viejos escogidos. Llegó a Génova con esta armada en fin de junio; fue hospedado en la casa de Andrea Doria, con mucha grandeza y regalo. Vinieron a visitarlo el marqués del Vasto y don Fernando de Gonzaga, Cosme de Médicis, duque de Florencia, Pedro Luis Farnesio, padre de Octavio Farnesio, que desde la jornada de Argel acompañó siempre al Emperador, y volvía con Su Majestad en la misma galera con deseo de ver a su mujer. Hizo el Emperador una cosa, que si bien se la pagaron, dio mucho contento a Italia, y fue dar a Cosme de Médicis, duque de Florencia, las fortalezas de Florencia y Liorna, que son dos importantísimas fuerzas, que
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suelen llamar los grillos de Italia. Dio el duque al César ciento y cincuenta mil ducados. Estaba el Emperador con tanta necesidad de dinero, que le obligó a sacarlo de esta manera, y el duque se mostró tan agradecido, que la guarnición que puso en ellas fue de españoles y tudescos, con que dio mucho gusto al Emperador y poco a los italianos.
- XXVIII Vistas del Emperador y del Papa. -Terremoto espantoso en tierra de Florencia. -Langostas infinitas talaban los campos. -Juicios que ponían pavor en las gentes. -Sale el Pontífice de Roma a verse con el Emperador. -No quería el Emperador verse con el Papa. -Concertadas las vistas, el Papa se recela, porque llevaba dineros. En cuidado puso a Italia, y con temor, la venida del César con ejército; fue mayor el miedo cuando supieron que Solimán bajaba otra vez contra Hungría, y que enviaba sus galeras con Barbarroja por el mar inferior, la vía de Francia. Acrecentaron estos temores algunos prodigios y señales del cielo y de la tierra, que en aquella sazón acontecieron, principalmente un terremoto terrible que hubo en tierra de Florencia, en el cual se hundió la villa de Escarperia casi toda, y se cayeron más de quinientas casas de placer, con muertes de dos o tres mil personas, y mucho ganado y bestias, que pensaron todos que el mundo se acababa; y sin esto, salieron de la parte de Hungría tantas y nunca vistas langostas, bermejas y pestilenciales, que decían venir de Turquía, y pasaron por Esclavonia, Croacia y Austria, hasta entrar por Italia y llegar a España, con tanta furia, que por donde pasaban roían y talaban los campos, sin dejar cosa verde, ni árbol ni prado. Y por venir estas langostas de la parte que digo, y ser de tal color, las gentes echaban juicios, diciendo que significaban que los turcos habían de pasar hasta Italia destruyendo y arruinando las tierras por donde habían de venir. Creían esto fácilmente; porque ya se sabía que Solimán era salido de Constantinopla, y que entraría por Hungría muy poderoso. Todas estas cosas tenían al mundo suspenso, atemorizado, y volvíanse los hombres a Dios pidiendo misericordia y el Pontífice mandó hacer plegarias en toda la Iglesia. Y como supo la venida del Emperador, quiso salir a verse con él antes que pasase en Alemaña, y temiendo la venida de los turcos, encomendó la ciudad de Roma, por si acaso pasasen por allí, al cardenal Rodulfo Pío de Carpi,
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persona de grandísimo valor y grande estima, y muy aficionado al Emperador. Mandó a Vitelio que tuviese cuidado de fortalecer y reparar la fortificación que Nicolao V dejó comenzada. Pocos días después que el Pontífice llegó a Bolonia, entró el Emperador en Génova. Ya dije cómo había salido a recibirle Pedro Luis Farnesio, hijo del Papa, y fue porque su padre le envió para tratar negocios de importancia de su parte, porque ya sus pensamientos estaban muy fuera de lo que debía tener un viejo de ochenta años, como diré. Y como el Emperador estaba tan desabrido por la resistencia que había hecho en no querer juntarse con él contra el rey de Francia, casi en ninguna cosa daba a Farnesio buena respuesta, y principalmente, siempre que trataba de las vistas, diciéndole que no había para qué, porque él no había de dejar la jornada, ni hacer paz con sus enemigos hasta verse satisfecho de ellos por sus proprias manos. Y por hacer perder al Papa la esperanza de que le había de ver, envió a mandar a su hija madama Margarita que pasase a Pavía, porque de paso la quería ver allí. Sintió mucho Paulo estos desvíos, y luego envió a Génova al cardenal Farnesio su nieto, cuyas buenas mañas y autoridad bastaron a acabar con el César que se viese con el Papa en Buxeto, lugar puesto en el camino entre Placencia y Cremona. Si bien el Papa solicitó las vistas con el Emperador, y por el interés que diré, después que las tuvo alcanzadas con la palabra del César, llegó la presunción del buen vicio a quererse tantear con él, diciendo que no le tenía de ver con gente de guerra sin él tener otra tanta; y algunos maliciosos lo echaban a que traía muchos dineros, y que temía no se los cogiesen para gastos de guerra. Y así, sobre conciertos después de muchas demandas y respuestas se vieron en el lugar de Buxeto, porque es de dos señores, con cada quinientos soldados, y sus guardas de pie y de caballo, que los unos guardaban la una puerta, y los otros la otra, del castillo donde posaron entrambos, y se hablaron tres veces, sin las primeras vistas, en cinco días que allí estuvieron, las dos yendo el Emperador al Papa, y la otra yendo él al Emperador.
- XXIX Procura el Papa comprar al Emperador el Estado de Milán. -No lo consigue
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La voz que el Papa echó para estas vistas fue al parecer santísima, y con que se acreditó entre muchos que no veían más de las cortesías, y era de pacificar al Emperador con el rey Francisco, y dar calor al Concilio; mas a la verdad, no era sino con codicia de comprar el Estado de Milán para su nieto, obra por cierto pía para ganar el cielo comprando a Milán con la sangre de Cristo, no se contentando con ver sus nietos deudos de un tan gran príncipe y de unos caballeros honrados, hechos duques de Parma y otras ciudades. Pensaba el Papa que el Emperador, apretado con la grandísima necesidad en que estaba, daría fácilmente a Milán por dineros; de suerte que ya tenemos otro codicioso por este ducado, que tanto costó al mundo. Pedía el Emperador luego el dinero, y el Papa, como matrero y viejo, sagaz y que se las entendía, deteníase, no osando desembolsar, por que no le dejasen burlado. Quería, demás de esto, el Emperador, retener en sí los castillos de Milán y Cremona, y otras fuerzas de aquel Estado, y el Papa decía que no había de comprar lo uno sin lo otro. El negocio, finalmente, se apretó tanto, y la necesidad del Emperador era tal, y el dinero de Paulo tan sabroso, que tuvo por acabado este negocio. Y muchos, que deseaban el servicio del Emperador, no sentían bien de esta compra; y don Diego de Mendoza, gobernador de Sena, caballero sabio y discreto, de los más que hubo en su tiempo, le dio un papel con tan vivas y elegantes razones de estado y buen gobierno, que por lo que aprovechó para que esta venta no se hiciese, y por lo que puede aprovechar para que jamás se haga, ni ello ni otra cosa se desmiembre de la corona real, la pondré aquí como se dio al Emperador, quitando lo superfluo y mal sonante, que con la libertad de aquel tiempo dijo.
- XXX Don Diego de Mendoza persuade al Emperador que no dé a Milán. -Cuánto vale la reputación de un príncipe. -Lo que el Emperador hizo con ella. «Bien veo cuán gran osadía es dar consejo a algún príncipe, especialmente a Vuestra Majestad, que así por su divino juicio como por la gran experiencia de las cosas, tiene más prudencia para deliberar, y más ánimo que nadie para ejecutar; pero viendo tanto peligro de la república cristiana, es justo que cada uno socorra en lo que puede, y si no tiene caudal para ayudar en las cosas altas y de importancia, ayude en las menores y más bajas, y haciéndolo de esta
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manera, después a toda la necesidad y obligación común. Así, acordándome que soy cristiano, y vuestro vasallo, satisfaré en lo que pudiere a mi obligación; ya que en otra cosa no aprovechare, a lo menos haré a mi ver lo que debo. Y si la obligación excediere, la intención quedará salva, que es, ser bien encaminadas las cosas de Dios, y por el consiguiente las vuestras, porque por experiencia de lo pasado se puede justamente decir que siempre habéis obrado por su mano, y así, confiado agora en esta buena intención, digo, invictísimo príncipe, que considerado el progreso de todos los príncipes y señores del mundo, la experiencia ha dado a conocer cuánto más vale la reputación y opinión en las cosas de estado y guerra que en otra cosa. Más cosas hizo con ella Alejandro Magno, César y Anibal, que con las lanzas; más gentes trajo a la obediencia del Imperio Romano la reputación de Augusto, que las obras de los Scipiones, de los Metelos, de los Camilos y de otros invictísimos capitanes, donde ha nacido aquel proverbio: Bella fame constante. Y lo mismo ha acaecido a Vuestra Majestad, porque sin dinero, sin hombres, sin otras provisiones, con la gran opinión que vuestros enemigos han tenido de vos, los habéis vencido y sujetado. Esta sola resistió al Turco en Viena, ésta sola defendió a Nápoles de Lautrech, ésta sola ganó a Milán en contradición de todo el mundo; y últimamente, ésta ha defendido a Perpiñán, y por ella sola sois tenido por inmortal entre los hombres. César, hablando de ello, decía que más difícil era bajar del primer escalón al segundo que del segundo al ínfimo. Luego que un príncipe baja un solo grado de la reputación, los amigos desconfían, los enemigos se animan, y la natura de las cosas, por su curso ordinario, le trae al ínfimo grado. Siendo esto, pues, así, tened, invictísimo príncipe, grande cuidado de conservaros en aquella buena opinión y crédito que tenéis, porque a mi ver ninguna otra cosa os sustenta. Creed, señor, que todo el mundo sabe que tenéis empeñado vuestro Estado, consumido vuestro patrimonio, y vuestros vasallos, acabados, y con sola la anchura de la reputación se sustenta vuestro Estado, el cual, no solamente en estos tiempos podéis sustentar y mantener, pero acrecentarlo, porque a mi ver, jamás, estuvistes en mejor punta que agora. Hasta aquí todo el mundo estaba en duda de lo que valíades, y todos vuestros buenos sucesos antes los atribuían al favor de la fortuna, que a alguna provisión de Vuestra Majestad; antes a la poquedad de los enemigos, que al valor ni potencia vuestra. Agora que el rey de Francia una cosa tan pensada, tan proveída y tan asegurada, y con tanto consejo y prudencia tentada, y por persuasión de Clemente y Paulo gobernada, y guiada no fizo nada, y en lugar de ganar perdió, todo el mundo juzga lo poco que valen los dineros y las otras provisiones y lo mucho que vale la reputación, pues con sola ella le vencistes, y finalmente pusistes las cosas en tan buen punto, que todo el mundo conoce lo mucho que valéis y lo poco que vuestro enemigo puede. Con esta jornada habéis asegurado los amigos y puesto terror y espanto a los enemigos, y habéis quedado con tanta reputación, que ninguna cosa intentaréis en esta ocasión que no salgáis con ella. ¿No ve Vuestra 81
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Majestad la poca cuenta que el Papa, y todos los otros príncipes de la Cristiandad, ficieron de vos, cuando el rey de Francia os acometió, y vieron la cosa en duda? ¿No veis que después que lo vieron vencido el mucho respeto que os tienen? Todos miden sus fuerzas con las del francés, y viendo que siendo aquellas las mayores, no pudo nada contra vos, ninguno fía en las que tiene para ofenderos. Por tanto, pues tenéis tantas armas de ventaja, sabed usar de ellas, mayormente en esta ocasión, y no bajéis algún escalón más de la reputación, para cuya conservación no hallo alguna cosa más a propósito que es no hacer Vuestra Majestad de Milán y Sena lo que hecistes de Florencia; porque yo os certifico que en esta ocasión ningún error pudiérades hacer mayor, que dejar aquellas fortalezas al duque, así que por estar en vuestro poder, él estaba más seguro, y vos le entreteníades con respeto y temor, y teniéndole, era forzoso andar a vuestro gusto, y no al suyo ni de nadie. Como porque estando aquella provincia en medio de Italia, dende allí podíades poner freno al Papa y venecianos, y proveer en todas las otras cosas que se podrían ofrecer. Siendo aquella ciudad república, metía a barato toda Italia, siendo el señorío de tantos reducido a uno solo, y siendo vos el señor, podíades hacerla una de las más fuertes provincias de Italia, así por razón del sitio como por las muchas e grandes fuerzas que hay en la tierra, que de una sola batalla no se puede sujetar, porque palmo a palmo es menester ganarse, porque hasta aquí, viviendo el duque con aquella sospecha, era forzado a serviros aunque no quisiese, teniendo agora en sus manos las fuerzas de los Estados, siendo tan grande príncipe, que se puede defender de cualquiera necesidad, y no faltando quien le ayude. Tened, señor, por cierto, que antes usará de las buenas ocasiones para asegurarse y acrecentarse, que de la gratitud que os debe en haberle hecho duque, de duque de burlas duque de veras, como ordinariamente lo hacen hombres de su nación, que no miden más el honor y la fe que por solos sus intereses y necesidades. Y creed, señor, que no será de mejor ni más constante condición que su padre Joanitín de Médicis, que mudó más formas que Proteo; especialmente teniendo más aparejo que el padre para salir con lo que intentare. Y del florentín, en ningún caso de interese se puede ni debe confiar, mayormente pretendiendo que la merced que le habéis hecho no ha sido graciosa, sino una muy pura venta. Teniendo, pues, Vuestra Majestad aquellas fortalezas, ¿qué pudiérades querer de gente o dineros que no alcanzáredes? Agora que está en sus manos, de sujeto se ha hecho libre. Y pudiendo vos absolutamente mandar, os habéis necesitado a rogarlo, y lo que pudiera hacer en aquel Estado el menor soldado vuestro, no sé si podréis vos alcanzarlo. He dicho todo esto para que Vuestra Majestad vea cuán grande error hecistes en esto, y cuánto mayor lo haréis si deis al Papa a Milán y a Sena, porque viendo todos los príncipes de Italia que sin violencia os desposeéis de lo vuestro, presumirán de quitaros lo que os queda por fuerza, porque nadie podrá pensar que por justificar vuestras cosas con el mundo lo hacéis, sino por no tener ánimo ni fuerzas para defenderlo. Mire Vuestra 82
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Majestad que toda la seguridad que tenéis en Italia pende de la retención de Milán, así por ser aquella provincia riquísima y tener tan conveniente sitio para meter ejército forastero por tierra y armadas por mar, por la vecindad de Génova, la cual en ninguna manera podréis sustentar dejando a Milán, como por ser ese Estado la cosa sobre que se contiende, y tal, que con él solo se podría adquirir lo demás, y dejada de cualquier manera la presa, es confesar que no podéis más, y os dais por vencido, y entrándose así en esta opinión, no sólo abajáis muchos grados de la reputación, pero venís a poneros en el último. Y así, de esta manera, ninguna cosa segura tenéis en Italia, así por la natura de esta provincia, inconstancia y poca fe de los naturales de ella, como por la poca satisfación que hay de vuestro gobierno. Allende de esto, teniendo todo el mundo por cierto que sólo el Papa os puso en los peligros pasados y trabajos presentes, moviendo al francés y por consiguiente al Turco contra vos, por sólo necesitaros y traeros a este punto en que estáis, viendo agora que en lugar de vengaros le gratificáis, y en lugar de ofenderle os metéis a bajezas y poquedades, ¿quién estimará vuestra potencia? ¿Ni quién temerá dañaros, pues del daño nace provecho, e de la ofensa la gratificación? Y por este ejemplo, todo el mundo trabajará de poneros en la misma necesidad para traeros a su propósito, y hacer su hecho; como acaeció en Castilla al rey don Enrique IV. Lo cual cuánto daño traiga a un príncipe, aquellos tiempos lo dieron bien a conocer, y Vuestra Majestad lo ha sentido mejor, pues por aquella vía os privó del patrimonio que agora está en poder de los grandes de Castilla. Dejando, pues, a Milán, vengamos a Sena. ¿En qué conciencia, invictísimo príncipe, en qué razón, en qué gratitud ni en qué humanidad puede caber quitar a aquella república la libertad, y darla a vuestro enemigo? Acuérdese Vuestra Majestad de la grande fe, verdaderos ánimos de aquellos ciudadanos; mirad que habiéndose conjurado todo el mundo contra vos, en solos ellos quedó la fe. ¿Qué oficio de leales vasallos, qué demostración de leales amigos y, finalmente, qué obra de excelentísimos servidores, pues luego en satisfacción de la fe, pagarla agora con infidelidad del servicio? ¿Con el daño? Ni bondad, ni razón, ni virtud, ni religión lo permite; mayormente teniendo tanta causa y razón para negar al Papa lo que os pide. ¿Qué príncipe ni hombre os ha ofendido más? Ninguno por cierto; porque si queremos considerar las cosas tales, los ciegos han visto que todo el daño que os procuró el francés fue por su persuasión y traza, y por consiguiente, todo el mal que esperáis del Turco nace y nacerá de esta causa. Si queremos mirar los particulares, ¿quién no sabe las ofensas que os ha hecho? Dejando menudencias aparte, ¿qué injuria jamás habéis recebido de nadie que la que hizo en destruir la casa Colona, estando segurada sobre vuestra fe y estando fundada sobre mucha sangre, en vuestro servicio y de vuestros pasados derramada? ¿Qué mayor afrenta, o por mejor decir, bofetada, dada delante de los ojos del mundo, que la que os dio cuando, contra la palabra dada, no sólo de sustentarla, pero de restituir el Estado a Ascanio, derribó a Palomo, porque 83
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presentó vuestros poderes en Concilio? Y finalmente, ¿qué obra buena jamás os hizo por voluntad, sino por sola su necesidad e interese? Tened, señor, por muy cierto que si el rey de Francia tiene tres flores de lis en sus armas, él trae seis en las suyas, y seis mil en el ánimo, que jamás hallará segura ocasión para demostrarlo, que no lo haga. Mucho más podéis asegurar del rey de Francia en vuestras cosas que no en él, porque el rey es nacido príncipe y procederá como príncipe, y ese otro de hombre no tal, ha venido a la grandeza, en que está, y jamás dejará de obrar como quien es. ¿Queréislo ver? ¿Qué mayor desacato en el mundo se puede hallar que, habiéndoos ofendido como os ha ofendido, y sabiendo que vos lo sabéis, no solamente no tiene vergüenza de parecer ante vos, pero os demanda cosas que no sería justo pedirlas, habiéndoos redimido de turcos? Tiéneos por hombre de poco, usa mal de vuestra paciencia; tiéneos en tan poco crédito, que le parece está en su mano mudaros al subjecto que él quisiere. Y pues esto es así, y tan verdad como la misma verdad, estad, señor, sobre vos, conservad lo que tenéis, trabajad por adquirir lo demás, y manteneros en vuestra reputación, porque yo certifico a Vuestra Majestad que en esa coyuntura, con sólo hallaros fuerte de palabras, le podéis vencer sin otras armas; porque el estado de la Iglesia es más vuestro que suyo; cuanto a la afición, ¿no ven la hora que entender vuestra voluntad, para desechar el yugo que tienen? No hay príncipe en toda Italia que no esté ofendido, no hay hombre que no esté mal contento de él; usad en esta ocasión del hierro y no del ensalmo; porque sin duda conoceréis el provecho muy manifiesto. Y que esto sea así, la experiencia lo ha dado a conocer después que comenzastes a tratarle con un poco de respeto y negociar con autoridad. No podréis creer el grande miedo que tuvo cuando supo el mal recibimiento que hicisteis al legado que fue en España, y el que sintió cuando enviastes a Granvela al Concilio, y últimamente, el que ha concebido de vuestra venida en Italia, sin haber hecho cerimonia, ni cumplimiento con él. El temor de veros venir agora con gente no excede la mala consciencia, perversa y dañada intención que contra vos tiene; en nada se asegura, de todo se teme; y pues le tenéis en estos términos otra vez, exhorto a Vuestra Majestad que sepa usar de la ocasión. Haced poco caso de él; tratadle como a hombre, cuya seguridad y grandeza pende de vuestra voluntad, y pues os halláis en Italia y tenéis, como dicen, las piedras y la cuesta, no os dejéis más engañar. Tomad de veras la espada en la mano y dad fin a tantas miserias como padece la Cristiandad, y no vengáis, de ninguna manera, de concordia, porque no durará más de cuanto le estuviere bien, e ya que dure, será para seis días, que serán según la edad, e ningún Pontífice sucederá, que non impugne lo que él ha hecho; porque para remediarse a sí, e a los suyos, será menester deshacer éstos, como ellos han hecho a los pasados. Y no os mueva a pensar que lo dais a madama, pues Milán es pieza que aunque otra casa no dejásedes al príncipe, le dejábades bien heredado; pues dar a una hija natural lo que sería gran dádiva a vuestro hijo único heredero, no lo sufre la razón, mayormente siendo él varón en casa, 84
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Octavio Farnesio. Dirá, pues, Vuestra Majestad que es cosa difícil proveer a tantas cosas; antes a mi ver es fácil, porque venecianos, viéndolos tan gravemente ofendidos del francés, dándoles seguridad de no ofenderlos y mantenerlos, fácilmente podréis tener pacíficos; teniéndolos quietos en un mismo tiempo, podéis mover contra Roma y las tierras comarcanas, a Nápoles, los vecinos y coloneses ofendidos, porque ellos darán buen recado de aquello contra la comarca de Romania, etcétera, duque de Florencia, Sena y lo que es; cuanto a lo de Lombardía, vuestra persona lo podrá acabar. Conoced cuánto al rey de Francia debéis con el mismo ímpetu y tiempo acometerlo, por las partes que él os acometió con dos ejércitos, cada uno de trece mil hombres, y dos mil caballos con artillería solamente de campo, sin ningún impedimento, y haced que, dejando todas las fronteras, que son fuertes, se metan en las entrañas de Francia, que es bellísima tierra, y por todas partes comienzan todos estos ejércitos a entrar, y con una orden caminar, hasta que se junten; juntos los cuales, así por el número de la gente como por la flaqueza de la tierra y fertilidad del país, fácilmente se podrán sustentar y fortificarse, donde puedan seguramente estar, y oprimir de tal suerte al enemigo, que será forzado perderlo todo, especialmente refrescando Vuestra Majestad la empresa el año siguiente, y teniendo siempre en las fronteras sospecha; lo cual todo podéis muy fácilmente hacer, así por la virtud de vuestros soldados como por el temor y miedo que las gentes han concebido de vos y de los vuestros. Abajada así, por una vía o por otra, al francés y al Papa la furia, las cosas del Turco las hallaréis fáciles, y por ahora, aunque él venga potentísimo, no queriendo otra cosa sino defender, fácilmente lo podréis hacer, así por la gran fortaleza de Viena, como por la necesidad en que está la gente alemana, la cual no podrá dejar de defender su casa, viéndose en peligro de perdella, o ya que estuviese en este peligro, yo ternía por tan justamente ganado lo de casa, como bien conservado lo de ella; pues el Papa y el francés, olvidándose de la obligación de cristianos, porque el interés y pasiones particulares os han necesitado a desampararlo y perderlo...» Otras cosas contiene esta carta, que por ser mal sonantes las dejo. Pudo ser que por lo que don Diego dijo, el Emperador no dio oídos a los tratos de la venta de Milán.
- XXXI Palabra del Emperador. -Su partida a Alemaña, donde se le creía muerto.
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Procuró cuanto pudo el Papa que el Emperador dejase la guerra que quería hacer al rey de Francia y duque de Cleves; pero no lo pudo acabar, por más que dijo. Pidióle audiencia para los cardenales que allí estaban, y el Emperador holgó de ello, con fin de informarlos (aún más de lo que estaban) de la sobrada razón que tenía para hacer esta guerra. Habló por todos el cardenal Marino Grimaldo, hombre neutral, como veneciano no más aficionado a una parte que a otra, insistió con muchas razones mover de este propósito al Emperador. A las cuales respondió el César con pocas palabras que dijo, llenas de majestad y grandeza, que en sustancia fueron: «Bien sé, padres reverendísimos, que tengo satisfecho al mundo, de que siempre deseé la paz y que la he procurado por todos los medios a mí posibles, no más de para poder emplear mis fuerzas contra los infieles. Todos sabéis, mejor que yo, cómo el rey Francisco nunca ha hecho sino estorbar mis designios y alterar el mundo con sus nuevas guerras, por defraudarme envidiosamente del fruto de mis victorias, sacándomelas de entre las manos y mostrándome, en las ocasiones que ha podido, la mala voluntad que de muchos años atrás la Casa real de Francia ha tenido con todos mis pasados y conmigo. Bien sabéis cuántas veces se me han salido de los casamientos, paces y capitulaciones, quebrantando los juramentos y promesas que conmigo y con mis mayores el rey Francisco y los suyos tenían. Acordárseos ha la resistencia que me hizo en lo de mi elección, el negocio y sobornos que trajo para sacarme el Imperio de entre las manos. Y últimamente tendréis memoria que, no contento con todos los agravios que me había hecho y yo le había ya perdonado, esperó sin propósito alguno, con achaque de la muerte de no sé qué hombrecillos, a romper la tregua que conmigo tenía, en tiempo que yo venía de pelear, no con los hombres, sino con los vientos y con el mar furioso. Levantóme una guerra cual vistes, y no contento con hacérmela él, concitó contra mí sus amigos, y aun los míos, y destruyóme con tanta crueldad como todos vieron, el Estado de Brabante; y sobre todo, mete agora moros y turcos contra mí, con tan pernicioso ejemplo y tan inaudita crueldad. Y pues todo esto así es, no hay para qué nadie trate de que yo haga paz con el rey hasta que haya castigado como merecen los rebeldes al Imperio, y tomado por mis manos satisfacción de la perfidia del duque de Güeldres y de otros que me han deservido.» Con estas y otras semejantes razones fundó el Emperador su justicia, de tal manera que ni el Papa ni los cardenales trataron más de estorbarle la jornada. Despidióse de Buxeto y tomó la vía de Alemaña, donde con ardid diabólico, para alterar aquellas tierras y ponerlos en armas, habían sembrado y echado fama que el Emperador era muerto en Argel y que los suyos traían una estatua que se parecía mucho a él. Tenían tan creído esto las gentes, que estando el Emperador en Espira, muchas ciudades de Alemaña y todo el Estado de 86
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Lucemburque enviaron a tomar por testimonio cómo era vivo, y enviaron personas de crédito, que antes le habían visto y lo conocían, para que le reconociesen. Dice un caballero de la cámara, que a otro escribió, lo que digo: «Vea Vuestra Majestad si ha de tener el príncipe nuestro señor mucha confianza de lo de por acá, que parece adivinaba lo que se ha visto en Flandres, que tanto cuesta a España.» Y así se vieron en harto peligro los españoles que don Pedro de Guzmán había llevado a Flandres, porque en muchos lugares no los querían recebir, diciendo que era muerto el Emperador y que los traían para sujetar a Flandres. Los autores de esta mentira fueron (según se dijo) el rey de Francia y el duque de Cleves, que usaron de esta mohatra para poder hacer gente de guerra. Supo el Emperador esto en Espira, y casi al tiempo que iba caminando llegaron a Trento y se presentaron al Concilio por todos los obispos de España don Gaspar de Avalos, arzobispo de Santiago; y don Francisco de Mendoza, obispo de Jaén, y don Martín de Urrea, obispo de Huesca, delante del cardenal Morón; obispo de Módena y legado del Papa.
- XXXII El Emperador, en Alemaña. Llegó el Emperador a Espira, ciudad libre de Alemaña, a 20 de julio, donde se detuvo quince días, para que los caballeros descansasen algo de la jornada larga que habían hecho, y porque la corte se pusiese en orden para salir en campaña. Dio audiencia en Espira a los protestantes que habían aquí enviado, y a algunos señores alemanes, principalmente al conde de Palatín y al arzobispo de Colonia. Suplicaron le perdonase al duque de Cleves, el arzobispo y el embajador del duque de Sajonia, y respondió que con él no habría paz, si no le entregaba las ciudades de Güeldres y Zutfania. Acabada la Dieta de Espira, mandó el Emperador a todos los que allí estaban, en nombre del Imperio y ciudades libres, que levantasen la más gente que pudiesen, y luego partió para Bona por el río Ahim, que está cerca de la
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ciudad de Colonia, cuatro leguas del Estado del duque de Güeldres y Cleves y Julies, y el arzobispo le hizo un solemnísimo recebimiento. Poco antes que el Emperador partiese de España, había partido don Hernando de Gonzaga, capitán general, para que tuviese todo el ejército junto en Bona cuando el Emperador llegase. Volvieron el arzobispo de Colonia y el Conde Palatín a suplicar al Emperador que perdonase al duque, y Su Majestad respondió con cólera extraordinaria y palabras que él no solía decir por su mucha modestia, prometiendo que él castigaría al rapaz, de manera que otro día no se atreviese. Con la cual respuesta quedaron los alemanes bien descontentos y desconfiados de la paz. Este arzobispo estaba ya tocado de la mala seta de Lutero, y consentía que se predicase en todo su arzobispado. El Emperador le habló sobre ello a solas, reprendiéndole su liviandad y mal ejemplo, y dicen que se calentó el César con el celo grande que de la religión tenía, que un teólogo no dijera más que él dijo. Después, representándole quién él era, y su sangre, y la dignidad tan grande que le había dado Dios en su Iglesia, de tal manera le puso, que llorando el arzobispo y pidiendo a Dios perdón, salió de la cámara de Su Majestad, prometiéndole que, en toda su vida no consintiría más en sus tierras más predicadores falsos y malos. Hízolo así, porque los desterró luego de su arzobispado, y al punto que el arzobispo salía tan contrito, entró Granvela, y el Emperador le contó lo que con él había pasado, y le dijo que, aunque su venida de España en aquellas partes no hiciera otro efecto más que aquél, que con él se contentaba.
- XXXIII Justa causa con que el Emperador hizo guerra al duque de Cleves, y razón del ducado de Güeldres. El ducado de Güeldres, al Oriente tiene a Westfalia, al Septentrión a Transiselana y seno de Zuiderzee, y al Occidente, al Estado de Utrecht y parte del condado de Holanda. Del cual, y del ducado de Brabante, se distingue al Mediodía por el río Mosa, y confina con el ducado de Cleves, el cual llega por allí hasta el río Mosa, y divide a Güeldres en dos regiones, aunque no iguales. La mayor es la que acabamos de decir, la cual comprende al condado de Zutphen y los Estados de Veluwe, Betuwe y Maeswel. La otra contiene al 88
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Estado que llaman de Lantvan Kessel, que quiere decir tierra del castillo de Kussel. Extiéndese aquel Estado aquende y allende del río Mosa, del cual y de los otros, adelante diremos. Llámase Güeldres de Gelduba, lugar que antiguamente estaba a la ribera del Rhin o del castillo de Güeldre, donde es ahora la villa de Pont Güelder. Son los güeldreses, por la mayor parte, sicambros, los cuales, en tiempo de Julio César, habitaban allende del Rhin, más abajo de los ubios, en Westfalia, donde es Dusberg y el río Rura, que entra cerca de allí en el Rhin y en el ducado de Bergen, que es del duque de Julies y Cleves, del cual es la principal villa Drisseldorff. Hay allí la villa y río de Sigem, que retiene el nombre de los sicambros, los cuales llaman los alemanes Sigemberger, y Ptolomeo los pone entre los longobardos y busactores menores, el cual parece que usó de la primera y más antigua carta corográfica y descripción de Alemaña. Porque Cornelio Tácito, que fue algo más antiguo, no hace mención de los sicambros en el libro de Alemaña, los cuales Augusto César, después que Druso Germánico los hubo conquistado, los mudó de allí en Francia, y les dio aquellas tierras y campos cercanos, que tantas veces, pasando el Rhin, habían corrido y robado. Las que ellos dejaron fueron ocupadas por los camanos y angrivarios, y después por los francos. Lo cual dio ocasión de errar a muchos, llamando a los francos sicambros y teniéndolos por una misma nación, no porque lo fuesen (aunque es cierto que los francos fueron llamados sicambros), o porque habitaron en las mismas tierras que ellos dejaron, o cerca de ellos. Otros escriben en sus crónicas de Henaut y Lieja, que los francos vienen de troyanos, y se llaman así de su capitán Francon. El cual dicen que fue hijo de Héctor, y vino con muchos troyanos a Hungría después que Troya fue por los griegos destruida, y edificó a la ribera del río Danubio una gran ciudad, la cual llamó Sicambria, de su hijo Sicambro. La cual es agora Buda, así dicha de Budo, hermano de Atila, rey de los hunos, el cual lo mandó echar en el Danubio porque se quería alzar contra él con el reino. Y que docientos años después de la destruición de Troya, los sicambros pasaron de Hungría en Alemaña y ocuparon aquella parte que, del nombre de Francon, hijo de Héctor, llamaron Franconia, porque descendían de él. De allí una parte de ellos pasó en la Baja Alemaña con dos capitanes llamados el uno Troyas y el otro Torgoto, los cuales edificaron la villa de Bona, cerca de Colonia, y a Xanto, que es Santen, en Cleves, y ocuparon toda aquella tierra, la cual llamaron Simbria inferior, donde son los ducados de Cleves, Julies y Güeldres, y lo que más ellos dicen.
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De manera que, como quiera que sea, los sicambros ocupan agora buena parte de la región de los menapios, en el ducado de Güeldres y de Cleves. Habitaban los menapios, que son agora los del ducado de Julies y parte de Cleves y Güeldres, más abajo de los ubios o coloneses, cerca de los eburones, donde había muchas y muy espesas florestas y perpetuas lagunas, y las hay agora cerca de Gorckem, y en tiempo de Julio César tenían también, de la otra parte del Rhin, aldeas, casas, tierras y heredades, de las cuáles fueron echados por los usipetes, y teneteros, que fueron vencidos y muertos por César. Después, los menapios, como Cornelio Tácito muestra, pasaron el río Mosa y quedaron repartidos en diversas partes, y entre otras, como ya habemos dicho, cabe los morinos. En el Estado de Güeldres hubo primero señores, que llamaron tutores o prefectos, los cuales fueron de la Casa de Pont, y continuóse la prefectura en los varones de aquella familia y casa por más de docientos años. Tuvo principio, como algunos escriben, en tiempo del Emperador Carlos Calvo, y fueron los primeros tutores y prefectos de aquella región hechos por el pueblo, Ubicardo y Lupoldo, hijos del señor de Pont, en pago y gratificación del beneficio que de ellos habían recibido, porque mataron una espantosa y cruel fiera que se había criado cerca del castillo que ellos habían edificado, donde es agora la villa de Pont Güelder, la cual destruía toda aquella tierra, y parecía que en sus bramidos decía: «Guelre, guelre», y que de allí se dio nombre al castillo y a la provincia. Hubo seis tutores después de Ubicardo y Lupoldo, que sucedieron uno a otro, todos señores de Pont, los cuales fueron Gerla, hijo de Ubicardo; Gotofredo, Ubicardo, Mergoso, Uvindekino y Ubicardo, el cual dejó una sola hija llamada Adeleide, que casó con Otón, conde de Nasao, el cual fue el primer conde de Güeldres. Dióle el título el Emperador Enrico III en el año de 1079. Falleció la condesa Adeleide, y casó el conde Otón con la hija de Gerlaco, conde de Zutphen, el cual fue muerto con otros muchos por Teodorico V, conde de Holanda, en la batalla que hubo con Conrado, obispo de Utrecht, que fue el vigésimosegundo en la orden. Por aquel casamiento se juntaron los condados de Güeldres y Zutphen, y fue Otón conde de Güeldres y Zutphen. Después del conde Otón sucedieron los siguientes condes: Gerardo, Enrico, Otón II, Otón III, el cual compró la villa y fortaleza de Niumeghem, con toda su tierra y jurisdición, de Guillermo, rey de romanos y conde de Holanda, por 21.000 marcos de plata pura, en el año de mil y docientos y cuarenta y ocho, lo cual confirmó después Rodolfo, rey de romanos. Sucedió a Otón III Renaldo, su hijo, primero de este nombre, y después Renaldo II, su nieto, el cual fue hecho duque de Güeldres por el Emperador Ludovico Bávaro en la ciudad de Francafort, en el año de mil y trecientos y veinte y 90
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nueve. Casó el duque Renaldo, como Frossardo escribe, con María, hija de Bertoldo de Malinas, hombre riquísimo, la cual falleció al cabo de cuatro años, dejando una hija llamada Isabel, y el duque se casó luego con Isabel, hermana de Eduardo III, rey de Ingalaterra. y hubo en ella dos hijos llamados Renaldo y Eduardo, que fue duque de Güeldres después que falleció el duque Renaldo, su hermano, y murió en la batalla que él y Guillermo, su sobrino, duque de Julies, hubieron con Wenceslao, duque de Brabante. Era el duque Guillermo hijo de Guillermo, que fue el primer duque de Julies, y de Juana, hermana del duque Eduardo. Dióle también el título de duque el mismo Emperador Ludovico Bávaro, porque antes sólo tenía título de marqués de Julies. Y porque el duque Renaldo, y Eduardo, su hermano, hijos de Renaldo, primer duque de Güeldres, fallecieron sin herederos, hubo gran contienda sobre la sucesión de aquel Estado de Güeldres, entre el duque Guillermo de Julies, que estaba casado con Juana, hija del duque Renaldo de Güeldres y de la duquesa Isabel, y Juan de Blois, que tenía por mujer a Isabel, hija de la duquesa María, primera mujer del duque Renaldo; y la discordia crecía de tal manera entre ellos, que parara en cruel guerra si no la atajara la duquesa Isabel, que falleció dentro de pocos días, y sucedió en el ducado de Güeldres la duquesa Juana y su hijo Guillermo. El cual fue el cuarto duque de Güeldres, y casó con la hija de Alberto, duque de Baviera, que siendo muy niña había sido desposada con el duque Eduardo de Güeldres, tío de Guillermo, y falleciendo él sin herederos, fue hecho su hermano Renaldo cuarto duque de Julies y Güeldres. El sexto duque de Güeldres fue Arnoldo de Egmont, al cual sucedió Adolfo su hijo, que fue el séptimo duque, padre de Carlos des Egmonts, que fue el octavo y último duque de Güeldres. Frossardo no escribe de Renaldo, cuarto duque de Julies y Güeldres, el cual falleció sin herederos, y aunque entonces el Emperador Sigismundo dio la investidura del ducado de Güeldres a Adolfo, duque de Julies y Berghen, el cual casó con la duquesa viuda, mujer que había sido del duque Renaldo, no tuvo la posesión de él sino Arnoldo de Egmonts, que fue el sexto duque, el cual era bisnieto de una hermana del duque Renaldo cuarto, o, como otros dicen, de Renaldo el segundo, que fue primer duque de Güeldres, y que Arnoldo casó con Margarita, única heredera y hija que había quedado de Juan de Arkel y de Juana, hermana de los duques Guillermo y Renaldo cuarto. Como quiera que ello sea, los duques que hubo en Güeldres son los que habemos contado. Fue el duque Arnoldo preso por Adolfo, su hijo, en Grave, de noche, cuando quería recogerse en su cámara, y le llevó de allí, descalzo y casi desnudo, por medio de los hielos que había (porque era entonces invierno) y le puso en una cruel y oscura cárcel, en la fortaleza de Bueren, que está de allí cinco leguas, donde le tuvo seis meses. Escribe Gerardo Noviomago, que hizo aquello Adolfo por consejo de la 91
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duquesa, su madre, y porque le forzaron los de Nieumeghen, por vengarse del duque Arnoldo, que los trataba mal, y que le tuvo preso siete años en aquella fortaleza de Bueren. Filipo Comineo, caballero y muy privado de Carlos, duque de Borgoña, el cual, como él mismo en sus Comentarios escribe, entendió por mandado del duque Carlos en concertar a Adolfo con su padre Arnoldo; no hace mención de la duquesa, ni menos de los de Nieumeghen, y dice que estuvo seis meses Arnoldo en aquella cruel cárcel, y que el duque de Cleves entró con ejército por Güeldres, quemando y destruyendo la tierra, porque lo soltase. Puede ser, que le tuvo aquellos seis meses en la cárcel, y el otro tiempo, que fueron seis años y medio, fuera de ella, en la fortaleza, con buena guarda. Otros dicen que lo tuvo allí seis años; tanta es la diversidad de los escritores. Lo cual parece ser así, porque nunca lo quiso soltar, ni por guerra que el duque Juan de Cleves y Guillermo de Egmont le hicieron, ni por ruego del duque Carlos, hasta que el papa Paulo II y el Emperador Federico tercio, no pudiendo sufrir tan gran inhumanidad, enviaron al mismo duque Carlos, el cual los trajo consigo a Dorlens, y de allí a Hesdín. De donde se salió secretamente el duque Adolfo, con solo un criado, en hábito de peregrinos, y pasando el río Mosa fue conocido y llevado preso a Namur, donde estuvo detenido, o, como algunos dicen, en Courtray, hasta la muerte del valeroso duque Carlos, que le sacaron de allí los de Gante y le hicieron capitán, y fue muerto en Tornay, que estaba entonces por Ludovico undécimo, rey de Francia. En tanto que Adolfo estuvo preso, falleció el duque Arnaldo, el cual, por la ingratitud y inhumanidad que su hijo había usado con él, dejó por heredero al duque Carlos de Borgoña. El cual pasó en Güeldres, y habiéndosele rendido Venloo, y Goth, hizo lo mismo Nieumeghen, donde estaban Carlos y Filipo, hijos del duque Adolfo, los cuales envió a Flandres para que se criasen, y de allí vino con su ejército a Lobick, donde le vinieron embajadores de Zutphem y Aernehen, y le juraron por su príncipe y señor. Y habiendo conquistado aquel Estado, dejó allí por gobernador a Guillelmo de Egmont; instituyó, según algunos dicen, el Consejo y Chancillería que en Aernehen hay; poseyó el duque a aquel Estado todo el tiempo que vivió, pacíficamente. Después, no quiriendo los güeldreses obedecer al Emperador Maximiliano, vino a Bosseduc, y mandó hacer gente para pasar en Güeldres, y de que lo supieron los de Nieumeghen, Tiel y Bonmel, vinieron a su obediencia y le juraron. Y lo mismo hicieron los de Venloo, que se rindieron, y en fin, con la majestad de su nombre, sin derramar sangre, allanó toda aquella provincia, y le fue sujeta, hasta que volvió Carlos, hijo del duque Adolfo, de Francia en Güeldres, donde había estado después que había sido preso, con Engelberto, conde de Nasau, y otros muchos caballeros flamencos y borgoñones, en 92
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Bethuna, por los francos, que la tenían, pensando tomarla con ardid y concierto que tenían hecho con algunos de la villa, que la querían entregar al Emperador Maximiliano. Vuelto el duque Carlos a Güeldres, en breve tiempo cobró todo el ducado, y le juraron por su señor. Fue príncipe muy belicoso, y tuvo grandes guerras con todos los príncipes comarcanos, y principalmente con Alberto, duque de Sajonia, gobernador en aquellos Estados de Brabante, Henaut, Holanda y Frisa por el Emperador Maximiliano, y Filipo, rey de España, su hijo. Y después, con los capitanes del Emperador, sobre los Estados de Utrecht y Transiselana, que él, como largamente habemos contado, tenía ocupados, los cuales le pusieron en tan grande estrecho y necesidad, que por no perder del todo su Estado, pidió paz al Emperador Carlos V y le fue concedida. Y en Goricom, entre otras cosas que se capitularon, fue que él tuviese en feudo el ducado de Güeldres y condado de Zutphen por el Emperador Carlos V como duque de Brabante y conde de Holanda, y sus herederos que fuesen varones y habidos de legítimo matrimonio; y que si éstos faltasen, que volviesen entonces aquellos Estados a los herederos del Emperador Carlos V como duques de Brabante y condes de Holanda, y que de su vida tuviese el Estado de Groeningen y el castillo de Coevoerden con su tierra; y que después que él falleciese, volviesen al Emperador Carlos V, y así las tuvo, y después de su muerte, como está dicho, vinieron a ser del señorío del Emperador Carlos V. Y aunque por lo que tengo dicho se puede colegir y entender claramente el derecho que el Emperador Carlos V tiene al ducado de Güeldres y condado de Zutphen, quiero, lo más breve que pudiere, escribirlo, porque sepan los venideros cuán justa causa tuvo el Emperador de cobrar por armas lo que de su patrimonio era. Muerto Renaldo IV, duque de Julies y Güeldres, sin herederos, en el año 1424, el Emperador Sigismundo dio la investidura del ducado de Güeldres y condado de Zutphen, como feudos que eran del Imperio, a Adolfo, duque de Julies, y a sus legítimos herederos, que fuesen varones, lo cual hizo en Buda en el año 1425, pero en aquel tiempo, Arnoldo, conde de Egmont, hubo la posesión de aquellos Estados de Güeldres y Zutphen, y no aprovecharon las sentencias contra él dadas, ni menos la investidura que dio el mismo Emperador Sigismundo en Praga, el año 1437 a Gerardo, duque de Julies, hijo de Guillermo, hermano del duque Adolfo, que falleció sin hijos legítimos, para echarle de ellos. El cual, después, dio, cedió y traspasó libremente el ducado de Güeldres y condado de Zutphen en el duque Carlos de Borgoña y en sus
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legítimos herederos y sucesores, de lo cual se hizo instrumento público en el año 1472. Y porque tuviesen más firmeza, procuró el duque Carlos de aplicar y juntar allí todo y cualquier derecho que el duque Gerardo y sus hijos Guillermo y Adolfo pretendiesen tener, porque el duque Gerardo de Julies y sus hijos, vendieron al duque Carlos de Borgoña, cualquier derecho que pretendiesen tener, y les pudiese pertenecer, en aquellos Estados de Güeldres y Zutphen, por precio de ochenta mil florines de oro renenses, y sólo concedieron y renunciaron y traspasaron con juramento con todas las cláusulas, firmezas y otras cosas que en tal caso se suelen poner, y le hicieron donación de todo lo que más o menos pudiese valer de aquella suma, lo cual se hizo en el año 1473. El cual contrato de venta y cesión fue aprobado y ratificado por Guillermo y Adolfo, hijos del duque Gerardo, y lo aprobó y confirmó el Emperador Federico tercio con su autoridad imperial, a suplicación de las partes, y dio la investidura de aquellos Estados de Güeldres y Zutphen al duque Carlos de Borgoña, así por causa de la bendición como por el derecho que primero había adquirido, y los poseyó el duque Carlos pacíficamente todo el tiempo que vivió; y después que él murió, el Emperador Federico tercio dio la investidura de aquellos Estados a Maximiliano, su hijo, y a la archiduquesa madama María de Borgoña, en el año de 1477. En fin, el Emperador Maximiliano, después que falleció la archiduquesa madama María, su mujer, concedió la investidura de aquellos Estados a su hijo, el rey Filipo, y a sus legítimos herederos y sucesores, y siendo el rey difunto, aquellos Estados de Güeldres y Zutphen vinieron de derecho al Emperador Carlos, su hijo, el cual también hubo la investidura de ellos. Pero, porque en aquel tiempo los había ocupado el duque Carlos de Egmont, y los defendía con armas, el Emperador tuvo guerras contra él, como injusto poseedor y violento detenedor que de aquellos Estados era. Y por el bien público, paz y concordia común, hizo diversos conciertos con él, y entre otros el de Goricom, que habemos dicho, en el año 1528, y en Grave, en el año 1536. La conclusión de todos era que si el duque Carlos fallecía sin herederos legítimos varones, que así el ducado de Güeldres como el condado de Zutphen volviesen al Emperador Carlos V y a sus herederos y sucesores, por el derecho antiguo, y acción que tenía. Los cuales conciertos, pactos y convenios aprobó y confirmó el duque Carlos por sus cartas y escrituras públicas, firmadas y selladas de su nombre y sello, y falleció sin herederos legítimos postrero del mes de julio del año 1538. De manera que, así por los contratos de venta y cesión de los duques Arnoldo de Egmont y Gerardo de Julies, los cuales solos tenían derecho en el ducado de Güeldres y condado de Zutphen, como por las investiduras 94
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concedidas al Emperador Maximiliano y archiduquesa madama María de Borgoña, su mujer, y al rey Filipo de España, y al Emperador Carlos, su hijo, y también por los públicos pactos, conciertos y convenciones, de derecho se debía y pertenecía el señorío y posesión de aquellos Estados de Güeldres y Zutphen a Su Majestad. Y aunque tenía el derecho tan claro como habemos mostrado, no dejó por aquello Guillermo, hijo de Juan y María, duques de Julies, Berghen y Cleves, de pretender lo contrario; y que aquel ducado de Güeldres y condado de Zutphen habían pertenecido a los duques de Julies, sus antecesores, y que después de la muerte del duque Adolfo, que sucedió al duque Renaldo, cuarto de Julies y Güeldres, hubo la investidura de aquellos Estados el duque Gerardo de Julies, al cual había sucedido el duque Guillermo, y después la duquesa María de Julies, la cual había resignado y renunciado en él todo el derecho que en aquellos Estados podía tener, y que así por este derecho, que él había adquirido de su madre la duquesa María, como por las sentencias que habían sido dadas en favor de los duques Adolfo y Gerardo de Julies, contra el duque Arnoldo de Egmont, había podido concertarse con el duque Carlos de Egmont y, con consentimiento suyo y de los Estados del ducado de Güeldres y condado de Zutphen, adquirir la posesión de ellos, y que podía romper el derecho y acción que el Emperador Carlos V tiene y los contratos de venta y cesión hechos por los duques Gerardo y Guillermo sus antecesores; y que la cesión en sí era ninguna, parte por causa de la donación, parte por el precio y suma de dineros, que era poca, y por otras razones, que el duque Guillermo de Julies traía y llevaba, las cuales todas fueron redarguidas, confutadas y mostrado el contrario de todo, como se puede ver largamente por un libro que se intitula Asertio juris imperatoris Caroli V, que fue publicado en las Dietas de Ratisbona el año 1541. Y no pudo el duque Guillermo ignorar lo que habemos dicho, pues eran cosas que sus antecesores habían hecho, y fue amonestado y requirido de parte de Su Majestad, antes que él se concertase con el duque Carlos, y le jurasen y recibiesen por señor en aquellos Estados, que no se pusiese en ocuparlo, que ni era suyo, ni de derecho le pertenecía, y le fueron mostrados todos los contratos y escrituras de venta, cesión, investiduras, pactos, convenciones y conciertos, y en tiempo que el duque Guillermo procuraba de ser de conjunto en afinidad y parentesco con Su Majestad, y todo no bastó. Porque el duque Guillermo fue intruso, jurado y recibido por señor en Nieumeghen y en otras villas y lugares que se rebelaron contra el duque Carlos, diciendo que las quería enajenar y dar al rey Francisco de Francia, en el año 1537, y muerto el duque Carlos, que fue luego el año siguiente 1538, y el duque Juan en el año 1539, fue jurado Guillermo su hijo por duque de Julies, Cleves, Berghen y Güeldres. 95
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El cual, siguiendo la condición y designios del duque Carlos, hallándose el Emperador en España, comenzó a inquietar por armas las tierras y señoríos del Emperador de la Baja Alemaña, teniendo hecha secreta liga con el rey de Francia. Y muy al improviso, sin tenerse sospecha de guerra, entró Martín Van Rosem, capitán suyo, con hasta doce mil güeldreses, por Brabante, corriendo y haciendo daños en toda la tierra, y llegó cerca de Ambers, como lo habemos dicho, y viendo que era en vano su acometimiento, dio la vuelta a Lovaina, la cual fue defendida, favoreciéndose de los estudiantes que en ella había. De allí movió por la tierra de Bruselas, y por Henaut, haciendo grandes daños, y se pasó en Francia. Entretanto que esto pasaba, el rey de Francia había entrado en el ducado de Lucemburg y destruido y quemado a Damuila, y tomado por concierto la villa de Lutzelburg, y habiendo casi destruido la tierra, fuele forzado volver en Francia, dejando en Lutzelburg y en Yvodio muy buena guarnición de soldados y gente de armas, lo cual dende a poco lo cobró todo el ejército del Emperador y echó a los franceses de todo aquel Estado. Y al mismo tiempo, Renato de Chalon, príncipe de Orange, capitán general del Emperador, entró con mucha gente de guerra de Brabante por el ducado de Julies, y quemó y destruyó muchos lugares, y hizo rendir a la villa de Dura, a Julies, a Susteren, a Hensberg y a otros lugares, los cuales todos tornó a cobrar el duque Guillermo, excepto a Hensberg. Y al principio del año de 1543 tomó el castillo de Ansburg, destruyó mucha parte del ducado de Limburg, y en lo que quedaba de aquella guerra, acabó después de destruir Martín Van Rosem, su capitán, en el verano siguiente, y lo mismo hizo en el señorío de Valekemburg y Dalem, después que hubo hecho mortales daños en la tierra de Bosseduc, y tomado en el Estado de Utrecht a Amersfoor.
- XXXIV Hace el Emperador alarde de su gente. -Partió de Bona a 20 de agosto, y cerca el Emperador a Dura. -Llega al campo el príncipe de Orange con la gente de Flandres. -Baten a Dura los imperiales. -Temeraria osadía del capitán Palma. Llegó Su Majestad a Bona a 15 de agosto, donde se detuvo cinco días en desembarcar la artillería y poner en orden cosas necesarias para la jornada; tomó muestra de la gente que llevaba, y halló quince mil alemanes altos, cerca de cuatro mil españoles y cuatro mil italianos, que iban muy conformes, porque los alemanes eran tantos, con más de dos mil hombres de armas,
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ochocientos caballos ligeros y con los caballeros de su casa y corte, y arcabuceros, que eran al pie de cuatrocientos caballos, los cuales parecieron bien, aunque los caballos españoles estaban muy mal tratados, por haber andado camino tan largo y trabajoso. Hizo maestro de campo general a Estéfano Colona, y a Juan Jacobo de Médicis hizo capitán de la artillería, y a Francisco Aristino, hermano del duque de Ferrara, dio los caballos ligeros; y su lugarteniente hizo a don Hernando de Gonzaga, virrey de Sicilia; don Álvaro de Sandi y Luis Pérez, Camilo Colona y Antonio Doria eran los capitanes de más nombre de los tercios españoles. Quiso el Emperador que le viese toda su gente, y salió al campo armado de todas armas, con las cubiertas imperiales, y descubierta sin armas la cabeza, y habló a todos animándolos, y representando la justicia que tenían en aquella guerra. Miércoles a 22 de agosto llegó el campo a Dura, ciudad del ducado de Julies, caminando el Emperador armado, llevando la avanguardia españoles y italianos. La tierra donde esta ciudad está es la más fértil de Alemaña. La ciudad tiene el asiento y fortificación al parecer inexpugnable; está sentada en un llano sin padastro alguno; tiene dos fosos de agua, uno pequeño y otro grande, en torno de la villa, con un grueso muro de ladrillo terraplenado, si no era dos o tres picas por una parte donde los de Dura se daban grandísima prisa a acabarla. Tenía algunos traveses, aunque pocos, y mucha artillería menuda, y meneábanla muy bien. Gruesa tenían poca, y ésa mal repartida. Estaba dentro por el duque, en su defensa, Gerardo VIatero, hombre noble y criado en la guerra; tenían dos mil soldados viejos y ochocientos caballos, escogidos uno a uno, sin la juventud de los naturales, que la había muy florida, animosa y aficionados al duque. Había muchos caballeros y hombres de cabo; tenían bastimentes y munición para un año. Salieron de la ciudad los caballeros cuando llegaba el campo imperial, y pusiéronse en una emboscada, en la cual cayeron los caballos italianos, y murieron Huberto, natural de Mantua; Marco Buliano y otros. El jueves de mañana, que fue a 23 de agosto, se envió a la ciudad un trompeta, diciéndoles que se rindiesen al Emperador. Ellos respondieron que no querían, con aquella braveza que suelen tener los que piensan que están muy seguros, y en tan fuerte plaza como ellos estaban.
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Este mismo jueves llegó al campo imperial el príncipe de Orange con el ejército, que la valerosa reina María le había dado. Traía ocho mil alemanes bajos, dos mil borgoñones de armas y quinientos grisones, que se tratan al modo de caballos ligeros. El Emperador le salió a recebir, y él pasó con su campo a alojarse de la otra banda de la villa. Quisieron comenzar luego la batería, porque se tenía nueva que Martín Van Rosem venía con mucha gente en su socorro. Dieron la empresa de la batería y asalto a los españoles y italianos, y así, todo el día gastaron en hacer los cestones para plantar la artillería. A las seis y media de la tarde comenzó a caminar la artillería contra el lugar, y a dos horas de la noche comenzaron los españoles a trabar escaramuza con los de dentro con todas las bandas de la villa, y si bien los de dentro se aprovechaban de la artillería, hizo poco daño en los imperiales, por ser muy oscura la noche. Toda ella se pasó en esta escaramuza, y los del campo imperial tuvieron, si bien con trabajo, tiempo de plantar los cestones y artillería en aquella misma noche. Viernes, día de San Bartolomé, amaneció batiéndose la villa por tres partes; no eran las dos de batería, sino ciertas piezas, para quitar sus traveses. Duró la batería hasta la una después de mediodía. La artillería del lugar, en este tiempo, hizo poco daño en los del campo, pero murieron algunos. Siendo ya la una vieron los imperiales que la artillería hacía poco efeto, porque estaba caliente, y que los de dentro se mantenían y reparaban valientemente de su daño. Determinaron de arremeter a la muralla, y arremetieron con poca orden; desto tuvo la culpa un alférez italiano que, codicioso de ganar honra, tragada la muerte, se adelantó al arremeter, y viéndolo los españoles, arremetieron, y un capitán español que se llamaba Palma, se le adelantó, diciendo: «Si yo fuera hoy don Hernando de Gonzaga, yo os cortara la cabeza, porque una locura será hoy causa que sin orden mueran muchos buenos españoles y muchos buenos italianos», y diciendo esto arremetió a la muralla con este desorden, y así, en el primer asalto fueron muertos y heridos muchos escogidos soldados españoles.
- XXXV Dan el asalto los españoles. -El capitán Monsalve, natural de Zamora, entra primero.
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Poco antes que los españoles arremetiesen, los de dentro, por mostrar su buen esfuerzo, campearon una bandera mojada en sangre, y luego sacaron un fuego artificial, amenazando que a fuego y a sangre habían de morir todos los del Emperador, o echarlos de su fuerte. Duró el combate cerca de tres horas y media, porque la batería había hecho muy poco efeto, y tan poco, que la subida era de una pica de alto, y otra la bajada, y habían de subir de uno en uno, y era tal el paso, que despacio, y sin embarazo, tenían bien que hacer en subir. Los de Dura la defendían con grandísimo ánimo y con mucha diligencia, con arcabuces, mosquetes y piedras y fuegos artificiales, que ya que no hacen mucho daño, espantan. El daño que los de dentro recibían de los españoles, que estaban ya encima de la muralla, encubríanlo muy bien, porque en matándoles alguno de su escuadrón hinchían luego su lugar y escondían el muerto, porque los naturales de la villa no se amedrentasen, los cuales quisieran más darse al Emperador que verse de aquella manera. Catorce arcabuceros españoles se pusieron a una parte del muro que tenía por frente el escuadrón de los enemigos, de los cuales murieron los nueve, y los cinco se repararon con piedras y con los cuerpos de los muertos, y desde allí hicieron gran daño en los enemigos, porque hubo hombre que de siete tiros mató nueve hombres de los contrarios. Cuatro alféreces españoles, por poner cada uno de ellos su bandera adelante, se metieron, con este peligro que digo, en una casa que estaba pegada al muro, los cuales, viendo que no se podían retirar con las vidas, según estaban adelante, y esperando ya que los españoles entrasen en la villa de este asalto, se hacían requerimientos el uno al otro, que, pues ellos habían de morir allí, que arrojasen las banderas que tenían del Emperador a los que estaban fuera, porque no se perdiesen. Esto es lo último que se puede encarecer la valentía de esta nación, que en tal tiempo, sin acordarse de las vidas, trataban de la honra de sus banderas. A esta hora, viendo el Emperador el daño que los suyos recibían (que siempre estuvo puesto en lo más peligroso, mirando cómo los suyos combatían), temiendo lo que suele suceder cuando no se toma un lugar de un asalto, que es el retirar sin orden de los que le combaten, mandó bajar de un cerro un escuadrón de alemanes bajos y otro de hombres de armas, que se acercasen a la batería a tiro de mosquete.
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Entendieron los españoles este temor, y que parecía que se les enviaba socorro, afrentados de esto, y cuando todos esperaban que ellos buscaban alguna buena coyuntura para se retirar en orden de la muralla a su fuerte, comenzaron a pelear de refresco, y cansaron de tal manera con su porfía a los de dentro, que conociéndosela un capitán zamorano que se llamaba Monsalve, echó dentro un soldado, y él saltó tras él, y otros ocho o nueve luego, los cuales dentro, pusieron tal miedo, que los enemigos no tuvieron ánimo para resistir, y en un punto entraron más de mil españoles, pagando el daño que habían recibido, porque de dos mil soldados que había dentro, no escaparon vivos trecientos.
- XXXVI El conde de Feria se mostró muy valiente en este combate. -Entran los españoles a Dura. Vi una relación original, escrita de mano por un caballero que se halló presente, con la puntualidad que he dicho, que es lo que sigo, y concuerda con ella en mucho Ponte Heuterio Delfio, que escribió en latín la vida de Carlos V; sólo dice [que] el conde de Feria y don Hernando de Gonzaga animaban bravamente a los españoles y italianos, y que el capitán Ullateno estaba con un montante en la mano, en una casa muy alta, cerca de la batería, acompañado de los principales soldados de la villa, y de allí proveía a las partes que tenían más necesidad de socorro, haciendo notable daño en los combatientes, lo cual advirtió don Hernando de Gonzaga a los maestros del artillería, y luego asestaron los tiros mayores, y que más alcanzaban contra aquella casa; dieron las balas en los sobrados altos y hundieron la casa, de manera que cogió debajo y hizo pedazos al capitán y a los que con él estaban, y desmayaron con esto los de Dura, y comenzaron a defenderse cobardemente, y los españoles y italianos, de la quinta arremetida, poniendo todas sus fuerzas y haciendo reparo de los muchos cuerpos muertos de los suyos y de los enemigos, entraron a veinte y cuatro de agosto, y mataron cuantos en la ciudad había, ciudadanos y soldados, y los que escaparon, fue valiéndose del dinero que dieron por sus vidas y rescate, y a las pobres mujeres que se acogieron a los templos hicieron mil afrentas, sin tener respeto a los lugares santos, y pegaron fuego a la ciudad, todo contra la voluntad del Emperador, que no hay respeto ni majestad que baste a detener un ejército victorioso. Murieron, de los españoles y italianos que dieron asalto, ochocientos escogidos y valientes soldados. Refirió a Ponte Heuterio esta jornada Jacobo Susio, noble ciudadano de Malinas, que se halló presente, y hizo el dístico numeral siguiente: 100
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Dura incensa jacet, Dura cervice rebellis. Corruit: Augusti mensis et ensis erat.
- XXXVII Lo que sintieron los de Dura de las armas y manos españolas. -Hácense temer los españoles, y suena su nombre. -Valencia, del conde de Feria. Trajeron ante el Emperador un capitán de los rebeldes preso, tan asombrado, que dijo que él no entendía qué había sido aquello, porque dos credos antes que les entrasen los nueve españoles que dije, les parecía que era imposible perderse, y que solos nueve hombres que vieron dentro, les cortaron a los más pláticos las piernas, que aun para huir no las tenían. Preguntóle el Emperador cómo no se habían rendido a tan gran ejército como traía; él respondió que ellos nunca tuvieron plática, ni sabían qué cosa era pelear con españoles, que pensaban que la gente más fuerte del campo imperial eran sus alemanes, y que ellos estaban bien seguros que los alemanes en dos años no les entraran la tierra, y que en el entretanto vendría en el ejército alguna pestilencia o hambre con que se deshiciese. Fue grande el miedo que aquellas gentes comenzaron a tener a los españoles, porque como los veían trepar por las paredes lisas, y por una delgada pica ponerse en el muro alto, y hacer pedazos los hombres, pensaban que tenían uñas como gatos para subir las cercas, y dientes de grifos, con que destrozaban las gentes. Con esto fueron tan amedrentados los que escaparon de Dura, que en las otras plazas donde se acogieron, que tenía fortificadas el duque de Cleves, decían que ellos no habían peleado con hombres, sino con diablos; que los españoles eran unos hombres pequeños y negros, que tenían los dientes y uñas de un palmo, que se pegaban a las paredes como murciélagos, de donde era imposible arrancarlos. No hizo poco efecto este miedo que los de Dura llevaban, para la brevedad de la guerra. Señaláronse mucho, en la batería y asalto de este día, algunos caballeros cortesanos, y el que más, fue el conde de Feria, que con su valor puso grandísimo calor y esfuerzo a los españoles, y fueron pocos los que subieron primero que él en el muro, sino que al arremeter, ciertos caballeros le tuvieron de las piernas y le estorbaron que no se pusiese en tanto peligro, pues no era aquel su oficio; el conde se enojó tanto, que echó mano a la espada para uno. Veíase en el conde la sangre que tenía del Gran Capitán, su abuelo.
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El primer soldado que entró en Dura fue Juan Felices de Urreta, del tercio de don Álvaro de Sande, y luego comenzaron los españoles a decir a voces: Dentro, dentro.
- XXXVIII Los españoles que murieron en el asalto. -Saquean y queman el lugar. Estimó el Emperador grandemente esta victoria, y tuvo por felicísimo el día de San Bartolomé, y con razón, porque no se dio tal asalto después del que dio Carlos de Borbón a Roma. Muertos y heridos, de solos españoles, fueron trecientos y cincuenta, tan valientes y esforzados, que valían por tres mil. Escaparon muy pocos de los heridos, porque les era la tierra muy contraria, y los materiales de que se les hacían las medecinas también eran malos. Murieron hombres de sólo tener la mano pasada de un arcabuz, y otros de haberle llevado un dedo. Murieron, entre estos españoles, dos capitanes; el uno fue aquel valeroso Palma que se adelantó al italiano. Murieron los cuatro alféreces que dije, que deseaban salvar las banderas más que las vidas, y otros algunos hombres de cabo, y oficiales. Otro día sábado, se comenzaron a aprovechar del saco los españoles y italianos. A las dos, después de mediodía, un alemán de los imperiales, por mandado de su capitán, puso fuego al lugar, rabiando de pura envidia de los españoles y italianos, y fue de tal manera el incendio, que, cuando anocheció, estaban quemadas las tres partes de la villa. Quiso Dios que ningún español peligrase de los que estaban dentro, si bien el fuego era bravo. Tiene esta ciudad de Dura la cabeza de Santa Ana, madre de María, madre de Jesucristo, y en la tierra se tenía grandísima devoción con ella. Como vio el Emperador la furia del fuego, y que llevaba camino de abrasarlo todo, mandó que los españoles tomasen esta santa reliquia y la guardasen en el monasterio de San Francisco, que con algunas casas se había escapado del fuego. Este día vióse en trabajo el conde de Feria con algunos caballeros cortesanos, todos españoles, por salvar la iglesia en que se quemaba la cabeza de Santa Ana y otras muchas reliquias y ornamentos, mujeres y niños que se habían recogido allí el día antes, cuando se entró la villa. Pegaron este fuego, como dije, los alemanes, envidiosos de la gloria que los españoles y italianos habían ganado, y del saco que era suyo.
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Eran los alemanes tres tantos que los españoles y italianos, y así se atrevían contra ellos y andaban en gran peligro; y en este mesmo sábado tuvieron entre sí grandes revueltas, porque les quitaban algunos prisioneros y ropas de las que habían saqueado. Dice la relación de quien saco esto: «Nosotros andamos en harto peligro entre ellos, a causa de ser tantos, y los nuestros españoles tan pocos. Bien creo yo que se ha arrepentido Su Majestad de haber traído tan pocos españoles, y así dicen que envió por más.»
- XXXIX Parte el Emperador contra la ciudad de Julies, y ríndesele. -Pasa a Remonda. -Ríndese Remonda. -Lo que sintió el duque de Cleves cuando supo la toma de Dura. Domingo adelante, mandó el Emperador que los naturales de la villa se volviesen a ella dándoles patente para que viviesen seguros y les metió dentro una guarnición de alemanes bajos de hasta mil soldados, y ordenó que se reparase y acabase de fortificar la villa; y en este mesmo día se le vinieron a rendir aquí muchos lugares y villas fuertes del ducado de Julies, y el lunes a 27 del mesmo mes, partió para Julies, cabeza de este ducado, en el cual lugar estaban seis banderas de guarnición y trecientos hombres de armas, a los cuales amedrentó tanto la nueva de la toma de Dura, que no osaron esperar, con estar en uno de los más fuertes lugares del mundo y con tener dentro muy hermosa artillería. La ciudad se rindió a Su Majestad, y dejó en ella dos mil soldados borgoñones de guarnición. No se detuvo aquí el Emperador, ni quiso perder tiempo; luego pasó adelante la vía de Remonda, ciudad del ducado de Güeldres muy importante, por ser de mucho trato y por estar asentada riberas del río Mosa, que es por donde pasan todas las mercaderías de Alemaña para Flandres y Brabante. De esta ciudad recibieron, en todo el tiempo que duró esta guerra, Flandres y Brabante, grandísimo daño. En llegando el Emperador sobre ella, le enviaron a pedir salvoconduto, saliendo doce ciudadanos, los cuales venidos, rindieron la ciudad, con tal que se les prometiese de guardarles sus fueros, y el Emperador lo prometió; y fue otro día a la ciudad con solos los caballeros de su corte armados y cuatro banderas de alemanes bajos que habían de quedar de guarnición. Allí hizo
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todo el pueblo su ceremonia, jurando al César por señor, alzando cada uno dos dedos al cielo, y Su Majestad les prometió de guardarles los fueros y mantener sus costumbres, y tratar como a fieles vasallos. Aquí en esta ciudad se cobró toda la artillería que el príncipe de Orange había perdido el año pasado en una batalla que hubo con el duque de Cleves, que por evitar prolijidad he dejado de contar, con otros muchos encuentros que entre estas gentes hubo. Llevó el Emperador su artillería, dejando en la ciudad lo que convenía para su guarda. Detúvose en ella cinco días, y de aquí quiso proseguir la guerra y su vitoria sin embarazo alguno; para esto, mandó que todos los clérigos y perlados y enfermos que venían en el campo se fuesen a Flandres con una escolta, y así lo hicieron, que no quedó sino el obispo de Jaén para tener cuidado del hospital y heridos del campo. También mandó el Emperador al duque de Nájara, don Esteban Manrique, que se fuese a Flandres, que desde que entró en Alemaña no tuvo día de salud, y le hizo mucho daño quererse esforzar demasiado y andar armado y dormir en el campo, porque lo hacía así el Emperador; tanto puede el ejemplo del príncipe. Y antes que el Emperador partiese de Remonda se envió a rendir un castillo muy fuerte que quedaba atrás, por no hacer caso de él, y no se detener y embarazar algunos días, el cual se llama Citre, y con éste quedó llano y por el Emperador el ducado de Julies. Dejó fortificadas en él cuatro plazas muy fuertes, que se llaman Dura, Julies, Citre, Ayusperque. Por la vía de Colonia supo el Emperador aquí en Remonda cómo había llegado la nueva de la toma de Dura al duque de Cleves una mañana, estándose vestiendo; y sin se acabar de vestir, bajó a los de su Consejo y les dijo: Por esta carta veréis cómo me ha tomado a Dura el Emperador, y cuántos caballeros y buenos soldados en ella me han muerto; ved en el estado que me han puesto vuestros consejos. Y salióse sin esperar respuesta. Su madre del duque estaba mala, y alteróla tanto la toma de Dura, que murió aquel día, caso notable y ordinario en los que se atreven y descomponen con el príncipe a quien deben obediencia.
- XL Marcha el Emperador contra Banalo, villa fuerte en Güeldria. -Fortificación grande de la villa. Reconócenlos españoles. -Requiérelos el Emperador. -Ríndese el duque de Cleves. -
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Clemencia grande del Emperador. -Consideración que, para rendirse, el duque de Cleves tuvo. Miércoles a cinco de setiembre partió el Emperador de Remonda, la vía de Banalo, villa muy fuerte del ducado de Güeldres, la cual está sentada en un llano, ribera del río Mosa, sin tener padrastro alguno, sino un poco de cerro a un lado de la villa. Tenía un grande y hondo foso de agua alrededor, con la fortificación de tierra y rama (que ellos llaman Duba), tan alta como una pica. En esta fortificación tenían hechos sus traveses, que respondían del uno al otro muy en orden, y dos grandes bestiones a las dos partes del lugar, el uno hacia el campo imperial y el otro a la otra parte del campo, dentro del río. De la otra parte del real tenían hecho un caballero de madera, que entraban a él por bocas los de la villa; todo esto estaba muy lleno de artillería; demás de toda esta fortificación, tenían la muralla de ladrillo fuerte y gruesa. Esta machina de bestiones y caballeros se habían de ganar antes que se batiese el lugar, y por esto temían que había de costar mucha gente. Había dentro dos mil y docientos soldados de guarnición, escogidos. Los españoles la fueron a reconocer el jueves adelante, y pareciáles que estaba fuerte muy mucho, y también que la gente que estaba dentro de guarnición era plática, porque ni tiraban tiro perdido ni salían a escaramuzar sino con buen orden, aunque trece españoles arcabuceros se hallaron en una, en que mataron treinta y dos de ellos muy bien tratados. Viernes, siete de setiembre, el Emperador les envió un trompeta con un rey de armas, a decir que se rindiesen, y les daría una paga; ellos respondieron mansamente que estaban muy bien pagados de su amo y que no parecería bien a Su Majestad que ellos, recibiesen paga de otro algún señor. Viendo esto el Emperador, mandó poner en orden para darles tres baterías, y cada día reconocían los españoles la villa y la hallaban más fuerte; «digo fuerte, para perder alguna gente, pero no para dejar de tomarla (dice éste) que a nuestra nación, por acá, a Dios gracias, no se le hace cosa imposible». En ver por dónde se había de batir y en hacer los cestones y aparejar otras cosas, se gastaron cuatro días, hasta los doce de setiembre. Estando ya casi todo apercebido, a doce de este mes vino el duque de Cleves, el que livianamente creyera que el Emperador se había anegado en la jornada de Argel; viendo lo poco que podía fiar en las promesas del rey Francisco, determinó, dejando las armas, echarse a los pies de su príncipe, fiar más de su clemencia que de las armas y fortaleza de las ciudades.
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Llegó a la tienda del Emperador con hasta quince caballeros de los suyos. Su Majestad no le quiso ver; él se fue a la tienda de monsieur de Granvela, de donde negoció que Su Majestad le diese audiencia otro día. Jueves de mañana, a los trece de setiembre, mandó el Emperador a todos los caballeros de su corte que se hallasen a las nueve en la tienda de la capilla, donde sentado en una silla con un dosel a los pies, vestido una ropa suelta de lobos cervales, esperó al duque de Cleves, el cual entró en esta tienda, y con él Enrico, duque de Branzvic, señor alemán, gran servidor del Emperador, y el coadjutor del arzobispo de Colonia, que había de sucederle, y un conde, embajador de la ciudad de Colonia. El duque de Cleves era un muy gentil mozo, alto y muy bien hecho; en el gesto no parecía nada alemán; venía vestido a la francesa, de luto por su madre. El y los otros que tengo dicho, todos cuatro, entrando, se hincaron de rodillas delante del Emperador, sin Su Majestad les hacer cortesía alguna; antes tenía el semblante muy grave, como quien veía delante de sí un vasallo rebelde, que tanto le había ofendido. Estando así de rodillas, comenzó el duque Branzvic una oración en alemán, que tardó cuarto de hora; en sustancia decía: que el duque de Cleves reconocía que había errado, y que pedía a Su Majestad perdón; que ponía en sus manos su Estado, sus vasallos, sus criados y su persona; que Su Majestad hiciese en todo lo que fuese servido, que él confesaba haber errado como mozo mal aconsejado, y que le castigase conforme a su voluntad. En acabando el duque Branzvic, comenzó otra oración el embajador de Colonia, en que se detuvo otro tanto, y casi dijo lo mismo, estando todos de rodillas. El Emperador mandó a su secretario del Imperio que respondiese, en muy pocas palabras, que le perdonaba, si bien su desacato y atrevimiento había sido grande; y acabado esto, Su Majestad le mandó levantar, y se levantó él también, y le tocó la mano riéndose con rostro alegre, que tal era la clemencia del César con los que se le humillaban, si bien gravemente le hubiesen ofendido, digna y natural condición de príncipes. Y habló allí un poco con él, y de ahí adelante le hizo mucha cortesía, como la merecía un príncipe como éste. Hizo lástima ver de rodillas al que el día antes tenía aquel ejército puesto en cuidado. No vino el duque tan inconsideradamente a rendirse como a algunos pareció, porque viéndose tan apretado y perdida Dura, en quien él tenía todas
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sus esperanzas y mayor confianza, y al Emperador tan poderoso después de muerta su madre, que estorbaba la paz por ser muy francesa, habló con el embajador de Francia, que estaba en su corte, que se llamaba don Diego de Mendoza, hijo de don Juan de Mendoza, hermano del marqués de Cañete, don Rodrigo, que se pasó a Francia cuando las Comunidades, al cual preguntándole el duque que si el rey de Francia le podría ayudar con gente y dinero para resistir al Emperador, le respondió que el rey de Francia estaba con mucha necesidad, que creía que no le podría ayudar en nada. Y que él sabía el gasto que el rey tenía, y las gentes que pagaba, y que sólo en este verano le había enviado al mesmo duque trecientos mil ducados. También llamó a Cortes a los del ducado de Güeldres, y les pidió ayuda para resistir al Emperador, y ellos le respondieron que los gastos habían sido tantos, que no le podrían tan en breve socorrer. Viendo esto, y que debía a toda la gente de guerra siete pagas, determinó echarse a los pies del Emperador, que fue el consejo más sano que él pudo tomar. Y para asentar las condiciones con que el duque se ponía en manos del Emperador y él lo recibía, se juntaron algunos ministros de Su Majestad, y otros del duque, y hicieron los capítulos siguientes:
- XLI Condiciones con que se rindió el duque y cesó la guerra. 1.º Que el duque conservará y reterná en la fe católica y obediencia de la Iglesia Romana, todas sus tierras hereditarias, ansí las que al presente posee, como las que a Su Majestad ha de volver, por virtud de este tratado, y los vasallos de ella. Y si alguna cosa se hubiere innovado, lo remediará con toda diligencia. 2.º Que le será fiel y obediente a Su Majestad, y al ilustrísimo rey de romanos, y al Sacro Imperio. 3.º Que renuncia todas y cualesquier ligas y confederaciones que tenga hechas con el rey de Francia, y el que se decía serlo de Dinamarca, y otros cualesquier Estados y tierras hereditarias. 4.º Que adelante no trataría ni haría otras algunas contra ellos, y él y sus herederos, antes si las hiciese las exceptará en ellas expresamente. 5.º Que renunciará pura, plena y libremente en favor de Su Majestad y sus herederos, el ducado de Güeldres y condado de Zutphen, con todos sus 107
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derechos, pertenencias y cualesquier acciones, ansí petitorias como posesorias, que en cualquier manera y por cualquier causa y razón le competiesen y pudiesen en ellas pretender. 6.º Que relajará a los dichos ducado y condado, y a los Estados y súbditos de ellos, cualquier juramento que le hubiesen prestado, consintiendo que juren a Su Majestad y a sus herederos por sus veros y naturales señores, como fieles y obedientes vasallos, debajo del feudo del Sacro Imperio. 7.º Que luego llamará su gente de guerra, y oficiales que tuviere dentro de la tierra del dicho ducado y condado, y alzando y absolviéndoles de cualquier juramento que le hubiesen prestado, les mandará que luego se salgan de ellas, y las entreguen a las personas que diputaren para ello. 8.º Que ayudará y asistirá, y hará todo lo que en él fuere para que Su Majestad, desde agora, haya y tome la posesión de los dichos ducado de Güeldres y condado de Zutphen. 9.º Que restituirá y entregará el castillo de Nemberg a monsieur de Nembergi, y asimismo la villa de Amberfert, con su artillería, a Su Majestad o a los que deputare para ello. 10.º Que hará entregar la villa y castillo de Ranestani y señorío de Comella, como a feudo suyo, por razón del ducado de Brabant, para Su Majestad y de nuevo de la investidura de él, concede a Su Majestad que pueda redemir el castillo de Ranestani, dándole la recompensa en otras tierras, o en dinero, a juicio de buen varón. 11.º Que todos los súbditos y servidores de Su Majestad puedan libremente usar y gozar de los bienes que tuvieren en las tierras del duque, como los gozaran antes de la guerra, y ansimismo por el contrato los del duque en las tierras de Su Majestad. 12.º Que para que Su Majestad sea más seguro de su obediencia, se contenta que se trate entre ellos de nueva confederación y buena vecindad entre las tierras hereditarias de Su Majestad y las suyas, el cual ofrecimiento Su Majestad admitió y consintió que se tratase por los comisarios que para ello se diputaran para asentarla de nuevo e confirmar la antigua. 13.º Su Majestad remitirá y perdonará al dicho duque cualquier ofensa que por lo pasado le haya hecho en cualquier manera, y lo tomará en buena gracia, y tratará y terná adelante como a buen príncipe del Imperio, y tomará a él y a sus tierras y súbditos en su protección.
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14.º Que remitirá, y relajará ansimismo, cualesquier daños, gastos e intereses que Su Majestad y sus tierras y súbditos hayan sostenido, por causa de la guerra comenzada el año pasado, hasta agora, juntamente con los frutos y rentas y emolumentos recibidos por el dicho duque, de los dichos ducados y condados. 15.º Que después de haberse cumplido por el dicho duque lo por él prometido, le restituirá el ducado de Güeldres, el cual tiene en su poder, y todo lo demás que en esta guerra Su Majestad haya ocupado, de sus dominios, para que el dicho duque y sus herederos lo gocen conforme a la natura del feudo, reconociendo en ella a Su Majestad y al Sacro Imperio, remitiendo a los Estados y súbditos de los ducados de Güeldres y Cleves el juramento de fidelidad que cuando les tomó les prestaron, excepto la fidelidad que a Su Majestad, como a Emperador, y al Sacro Imperio se debe, por razón del supremo dominio; los cuales súbditos ha de tener el dicho duque por buenos y fieles vasallos, sin hacerles algún mal tratamiento por haberse dado y sometido a Su Majestad, y prestado el juramento de fidelidad. Lo cual el dicho duque prometió de guardar y cumplir. 16.º Retuvo Su Majestad, de lo susodicho, los castillos y villas de Misversve, y a traer a su beneplácito, el cual prometió que moderaría y abreviaría, según se gobernase el duque. 17.º Reservó asimismo los feudos, de los cuales el dicho duque es obligado a reconocerle como a duque de Brabant, para que después los tomase de Su Majestad, y les prestase juramento de fidelidad, conforme a la natura del feudo. 18.º Reservó también el jusvendi, que le perteneciese en los territorios y dominios que el duque posee con título de empeño. 19.º Que restituya el dicho duque, el dicho castillo y lugar de Ranestani, ton todo su dominio, el cual es del duque: como dicho es le ha de entregar. 20.º E ansimismo, el dominio de Aventudal, Ubinendale y todos los otros bienes que pertenecían al duque, en las tierras hereditarias de Su Majestad, antes de la guerra, de los cuales haya de reconocer en feudo a Su Majestad como a duque de Brabant. Y dar, siempre que fuere requerido, entrada y salida en los castillos y fortalezas que hubiere en las tierras hereditarias de Su Majestad, y a sus herederos, duques de Brabant, y a sus ministros. 21.º Que estos bienes hayan de sostener los mismos que sostenían antes.
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22.º Que remite y perdona a todos los consejeros, adjutores, servidores y súbditos del duque y del dicho ducado de Güeldres y condado de Zutphen, cualquier ofensa que le hayan hecho por haber acudido contra Su Majestad al duque, y la pena que por ello hubiesen incurrido. 23.º Que los cautivos de la una y de la otra parte se hayan de volver sin rescate, pagando solamente el gasto que hubieren hecho del comer. 24.º Que Su Majestad pedirá a los Estados de los dichos ducado y condado, que absuelvan al duque de cualquier juramento, pactos, tratados, obligaciones y convenciones que entre ellos haya. 25.º Que no se puedan exegir de los vasallos los precios de la redención de los incendios, vulgarmente dichos branst hantz, por la una a la otra parte prometidos, antes sean aquéllas libres y absueltos de ellos. Los cuales capítulos fueron loados y aprobados por la una y otra parte, y prometidos de guardar y observar y de no venir contra ellos en manera alguna, con las fuerzas e firmezas acostumbradas de poner en semejantes tratados. 26.º Que el Emperador reciba en su gracia a Martín Van Rosem y se le restituyan sus bienes, y el Emperador lo reciba en su campo y milicia, haciendo Rosem juramento. 27.º Que el Emperador dé seguro y patente, para que Juana, hija del duque de Vendoma, venga de Francia por Flandres a Clivia.
- XLII Disolvióse el casamiento del duque y Juana de Vendoma. -Casó el duque con hija del rey de romanos. -Recibe el Emperador al duque de Cleves con mucho amor. -Juran al Emperador los de Güeldres y entregan las llaves del Estado. Facilidad con que se acabó esta guerra, por la virtud de los españoles. Con estas condiciones se dio fin a la guerra de Güeldres y Cleves. Poco después, el duque casó con María, hija del rey don Fernando, como se dirá, porque luego que el rey de Francia y duque de Vendoma supieron que el duque de Cleves se había rendido al Emperador y compuesto con las condiciones dichas, revocando las que con Francia había hecho, y que con esto estaba en su gracia, no le quisieron dar la esposa Juana de Vendoma. El duque no lo sintió mucho, y el Pontífice dio por nulo el matrimonio hecho con Juana, por haber sido siendo ella niña, y no haber habido ayuntamiento, ni 110
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lugar para sospecharlo; quiriéndolo la misma Juana, casó con otro en Francia, y el duque con mucho contento, con María de Austria. Recibió el Emperador, después de hechas y juradas las condiciones dichas, al duque con mucho amor y cortesía, y le convidó a su mesa. Después vino Martín Van Rosem, senescal de Güeldres, a quien el Emperador hizo mucha merced, y recibió en su servicio, y perseveró en él de ahí adelante con toda fidelidad, y el Emperador le ocupó en muchas guerras, con cargos muy honrados, como este valeroso capitán los merecía. Y de la mesma manera lo hizo el duque, guardando la fe y amistad que había prometido a la Casa de Austria, así en los tiempos adversos como prósperos, y en esto perseveró toda la vida, como príncipe noble y verdadero. Los soldados que estaban en Banalo salieron con sus banderas tendidas, y el Emperador les hizo merced de una paga, por siete que el duque les debía, y los recibió en su servicio con otros del duque. A esta ciudad o villa de Banalo vinieron todos los procuradores de las ciudades del ducado de Güeldres, a jurar al Emperador por señor y entregarle las llaves de las villas y ciudades del Estado. El Emperador les prometió de guardar sus fueros y de no los llevar a Brabante con las apelaciones, que era la cosa que ellos más sentían, por los bandos y enemistades que hay entre brabanteses y güeldreses, y porque antes el Emperador no los quiso quitar esta obligación de acudir con las apelaciones a Brabante, negaron al Emperador y eligieron por su duque a este Guillermo, duque de Julies y Cleves, que era su vecino. De esta manera y con tanta honra del Emperador, en solos quince días, y con tan poca costa (que dijo Su Majestad que no eran ciento y cincuenta mil ducados) se acabó la guerra de Güeldres; que sin duda alguna, pudo este Emperador decir lo que Julio César: Vine, vi y vencí. Y es cierto, y dígolo sin afición de mi gente, que se debe esto a tres mil y quinientos españoles que ganaron a Dura, y espantaron a toda Alemaña alta y baja. Antes que el Emperador partiese de aquí, el príncipe de Orange y Prateo partieron a tomar el juramento por el Emperador a los güeldreses y zutfanos, a los cuales el duque había soltado o alzado el juramento que le habían hecho, y con las ceremonias acostumbradas juraron por su duque y señor al Emperador Carlos V.
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- XLIII Llega aviso al Emperador que Barbarroja había tomado a Niza. -El duque de Orleáns entra con ejército por tierras de los Estados Bajos. Como en esta vida no hay gozo cumplido, no lo pudo ser el de esta victoria, porque aquí en Banalo llegó un correo de Italia que trajo nueva de que Barbarroja había tomado a Niza; y de Hungría vino otra, que el Turco había tomado a Sieteiglesias y a Estrigonia, que era la más importante plaza de Hungría, y que iba sobre Alba-Real, que es otra tal. De ésta estaba muy confiado el rey, que no sólo tomaría el enemigo, porque tenía dentro cincuenta españoles. El rey estaba para salir en campo con buen ejército; trajo esta nueva de Hungría Rodrigo de Guzmán. También vino otro correo de Flandres con aviso de que el rey de Francia, con grueso ejército, entraba en el condado de Artois, que es frontera de Francia, y que había tomado un lugar que se llamaba Landresi, no fuerte, pero que lo fortificaba muy bien, y que el duque de Ariscot, que por el Emperador estaba en esta frontera de Flandres, le iba a socorrer, y resistir al rey, el cual duque llevaba tres mil españoles, que había traído don Pedro de Guzmán, y seis mil ingleses, y cuatro mil alemanes bajos, y dos mil borgoñones y mil quinientos hombres de armas. En tanto el Emperador hacía la guerra al duque de Cleves, el rey de Francia, con mediano ejército, envió a su hijo Carlos, duque de Orleáns, y a Claudio Annibaldo, contra la tierra de Lucemburg. Habían recobrado los flamencos las tierras que por aquí tenía tomadas el rey de Francia, exceto Juvosio y Mommedio, que las tenían franceses bien guardadas. Entró el duque de Orleáns por la parte de Henaut, tomó a Viretonio y a Arlonio, saliendo los que estaban de guarnición. A 10 de setiembre se puso sobre Lucemburg, ciudad muy principal, y cabeza del ducado, que fue el primero título y Estado que se dio al Emperador cuando le bautizaron. Estaban dentro de esta ciudad, demás de los naturales, tres mil y quinientos infantes, con los capitanes Egidio Levancio y Juan Mentesi, con cuatrocientos caballos, que mirando poco por su honra, sin esperar un asalto, siendo tan grande la fuerza y guarnición que había, entregaron la ciudad, saliendo libres con las armas y ropa que tenían. Puso el duque de Orleáns en Lucemburg a Longuevallo con dos mil alemanes y trecientos caballos franceses.
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A 29 de setiembre vino el rey Francisco a Lucemburg, y mandó que no se hiciese daño en los edificios de la ciudad, que había pareceres que era bien arruinarla, diciendo que no se podría él llamar duque de Lucemburg si no tenía la ciudad primaria y antigua del Estado. El duque su hijo hallaba por dificultoso poderla sustentar. Un ingeniero llamado Arlonio se ofrecía de hacerla inexpugnable, con poca fortificación que se le añadiese. El rey tenía consigo cuarenta mil hombres; hízose jurar por duque de Lucemburg, y todo el tiempo que aquí estuvo gastó en banquetes y saraos, y día de San Miguel dio el rey el hábito de San Miguel, que es la caballería más honrada de Francia, en la iglesia de San Miguel de Lucemburg, y dado el orden para fortificar la ciudad, quedando para ello Jerónimo Marino, maestro e ingeniero, natural de Bolonia y capitán de una compañía de italianos, dejando mucha infantería y caballería, de los cuales todos era (como dije) capitán general Longuevallo; salió el rey, y tomó a Theonvilla, con que acabó de hacerse señor de todo este Estado, y dio la vuelta, llevando a su hijo consigo a Francia, porque ya tenía aviso que el Emperador había allanado al duque de Cleves, y que venía con su ejército vitorioso en su busca.
- XLIV Va el campo imperial contra Landresi. -Fatiga la gota al Emperador. Tenían los franceses, con su capitán Reusio, hermano del duque de Ariscote, la villa de Landresi, donde el Emperador quería comenzar a dar a entender y sentir el enojo que tenía del rey de Francia, y la satisfacción que de él quería tomar, por las ofensas recebidas. Habiendo acabado con Güeldres repartióse el campo imperial en tres o cuatro partes, y lo que era la corte, fue por otro; y todo se había de juntar en Valencianes, frontera de Francia, a 23 de setiembre. Cayó el Emperador en la cama por haberle tocado la gota; que ya andaba este gran príncipe fatigado de tan prolijo y doloroso mal, que sus grandes trabajos le habían puesto en ayes de viejos, no mereciendo él sino una muy larga salud y vida, pues tanto importaba en el mundo. Eran ya 8 de octubre, y no estaba determinado dónde iría el campo. Tenía tanta gana el César de hallarse en todo, que pensando estar cada día mejor, tuvo a don Fernando de Gonzaga, su general, dos leguas de Francia, cerca de San Quintín, que es una muy fuerte plaza de aquel reino. Estaba determinado el Emperador en mejorando, salir en campaña y entrar en Francia, con ser ya
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(como es por este tiempo en aquellas partes) muy riguroso el invierno de aguas, nieves y fríos. Martes a 2 de octubre, los franceses, que estaban en Landresi, temiendo lo que sobre sí se les venía, se recogieron a la mitad de lo que tenían fortificado, y los flamencos que estaban sobre ellos les ganaron la otra mitad, y ganaron mala ventura, porque los tenían los franceses desde su fuerte a caballero, recibiendo mucho daño de la artillería, si bien los flamencos se las pagaban, de suerte que venían a deberse muy poco. Había pareceres de que por este invierno quedase cercada Landresi, y que con lo grueso del ejército pasasen adelante. El jueves siguiente tuvo el Emperador correo de Italia, que trajo [la nueva] cómo Barbarroja no osó esperar en Niza al marqués del Vasto, que había ido contra él, y que se fue llevando todos los hombres, mujeres, niños y ropa de Niza, la vuelta de Marsella. Decíase que el rey y Barbarroja andaban desavenidos, y temían muchos que le había de costar caro al rey de Francia aquella mala compañía; por lo menos las galeras, que se alzaría el moro con ellas. Desde aquí despachó el Emperador para todos los príncipes y ciudades de Alemaña, mandándoles que a 13 de deciembre se juntasen en Espira, para la Dieta.
- XLV Avisan al Emperador que el rey de Francia venía con su campo. -Fortificación de Landresi. -Don Pedro de Guzmán se dijo don Pedro de Noche. -Demostración que hizo el rey de querer dar la batalla al Emperador. -Sitian los imperiales a Landresi. -Escaramuza entre imperiales y franceses. Martes de mañana, a los 9 de octubre, vino don Pedro de Zúñiga, con carta de don Hernando, de Gonzaga, en que decía al Emperador que el rey de Francia había caminado mucho, y que estaba en San Quintín, o muy cerca de ella. La vanguardia de su ejército estaba este día a tres leguas del campo imperial, de manera que sus caballos andaban ya envueltos con los imperiales. Tenía el rey Francisco muy fortalecido a Landresi. Estaba dentro el capitán Landa con bastante guarnición, y había fatigado tanto en aquellos días aquella tierra, que por llantos y ruegos de los vecinos quiso el Emperador que la primera empresa fuese a ganar a Landresi.
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Arrimóse al campo imperial hasta un lugar allí cerca, que se llama Guisa, con intención de tomarle primero, antes de acometer a Landresi; pero entróse en él a vista del ejército Pedro Strozi, hijo de Felipe Strozi, con cuatrocientos caballos. Servía este Strozi al rey de Francia después de la muerte de su padre. Pasó el campo a juntarse con el de la reina María, que estaba, como dije, sobre Landresi, con los tres mil españoles que le había llevado don Pedro de Guzmán, que llamaban don Pedro de Noche, por las canciones que componía, y solía cantar en tinieblas dulcemente. Estando en este cerco llegó la nueva de que el rey de Francia en persona venía, y que traía cincuenta mil hombres, y determinación de dar la batalla al Emperador, porque como andaba desavenido con Barbarroja, quería, antes que le faltase y se quedase solo, probar esta ventura; de lo cual el Emperador se holgó infinito, porque era lo que él más deseaba. Miércoles de mañana, a los 10 de este mes de octubre, se retiró el campo imperial de sobre Guisa, porque le faltaban vituallas para venir sobre Landresi. Cargaron los enemigos en la retaguardia. Don Francisco de Aste, capitán general de los caballos ligeros del Emperador, por retirar unos caballos que quedaban escaramuzando, quedó rezagado, y a una carga que los enemigos le dieron, cayó su caballo; algunos caballeros que iban con él, por socorrerle, volvieron, y fueron presos don Francisco de Aste y monsieur de Isiese, hermano de monsieur de Rin, y Alfonso Visal, gentilhombre de la boca. Los enemigos se retiraron con su presa a Guisa. A los 7 de octubre llegó el campo imperial sobre Landresi con muy ruin tiempo; púsole don Hernando de Gonzaga, general del campo imperial, de esta banda de un riachuelo, y para ir a toparse con el rey habíase de juntar con los ingleses y flamencos y esperar que el duque de Ariscote, Buren y Galopo, sus capitanes, pasasen aquel río, y se pusiesen en sus mismos alojamientos, para que todos juntos diesen la batalla, que el rey de Francia decía que la venía a dar, y los imperiales querían y venían a lo mismo. No quisieron los capitanes flamencos hacer lo que don Hernando les ordenaba, y así hubo de pasarse él, donde ellos estaban. El rey Francisco llegó con su campo a Guisa, y partió allí muy en orden, llevando su hijo el delfín en la vanguardia y al almirante Annibaldo en la retaguardia, y el rey llevaba la batalla. Llegó tan cerca del campo imperial, que se pudo trabar una recia escaramuza, y en el mayor calor de ella metió el rey en el pueblo gran cantidad de bastimentos, que los habían bien menester, y gente, y capitán de refresco, sacando de los que antes estaban. Perdióse esta ocasión de batalla, y el rey tuvo lugar de socorrer su pueblo, que le pareció 115
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había hecho harto, y más en representar la batalla; la cual no se dio por lo que dije de no haberse querido juntar el duque de Ariscote, y porque tampoco don Hernando tuvo mucha gana de darla, porque aún no era llegado el Emperador, ni Martin Van Rosem, ni el duque de Sajonia, que venían ya muy cerca. Pareciéndole al rey Francisco que había hecho lo que bastaba para su reputación, levantó el campo y fuese a poner en Cambresi, poco más de una legua de sus enemigos. Detúvose allí dos días, como dicen los franceses, esperando a que el Emperador le presentase la batalla, con intención de no rehusarla, porque el Emperador era ya llegado con la gente de Rosem y Mauricio.
- XLVI Cómo pasó el representar la batalla el rey al Emperador. -La gente que había en los dos ejércitos. -Sale el Emperador en campo armado, con propósito de dar la batalla al rey. Dicho notable del Emperador. -Muerte de don Juan Pacheco. -Retíranse los franceses, no se atreviendo a esperar. -Quiere el Emperador atajar el camino al francés, que se retira. Engaños que hubo en los dos campos por falta de espías. -Por descuido dejó de ser preso el rey de Francia. -Conoce el rey su gran peligro, y trata de huir a cencerros tapados. -Jovio culpa al capitán Salazar. Agora diré muy por menudo este cuento, y por relación de testigos fidedignos que se hallaron presentes, y concuerdan, aunque lo escribieron sin saber unos de otros (ni aún quizá conocerse) y algunos de ellos son extranjeros. El rey Francisco, en los dos días que estuvo entreteniéndose con escaramuzas, escribió a Italia y a otras partes, gloriándose que a pesar del Emperador había proveído a Castil Landresi, y le había representado la batalla, y que el César huía de ella, y que le había de seguir hasta en cabo del mundo. Tenía el rey Francisco en su campo diez mil caballos, y más de cincuenta mil infantes, aunque no muy buenos. Eran los seis mil gascones, doce mil suizos, siete mil güeldreses y otros alemanes, dos mil italianos, veinte y cuatro mil franceses. Tenía el Emperador nueve mil caballos, los mil y quinientos ligeros, y cuarenta y siete mil infantes; los seis mil eran españoles, los siete mil ingleses, y mil italianos. Contaré agora lo que pasó, para que todos sepan la determinación que hubo de pelear, sobre haber pasado los desafíos que se han dicho, y estar tan juntos, y aún dijo el rey de Francia que venía a dar la batalla, y que le había de seguir hasta en cabo del mundo, y acabar de una vez con el Emperador.
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Llegó, pues, el Emperador a su real, jueves día de Todos Santos, que había partido de Dabenes, y el mismo día el rey se alzó de donde estaba, y se fue camino de Francia, y el campo imperial caminó tras él, y estuvieron asentados un tercio de legua un campo de otro, y el Emperador partió viernes y se fue a juntar con su campo, que marchaba en seguimiento del francés, a mediodía en tiempo que estaban los escuadrones hechos, con pensamiento de dar la batalla, y trabada escaramuza de caballos harto reñida. El campo francés estaba sentado junto a un lugar que se dice Tachio de Andresim, del obispado de Cambray, y la persona del rey y delfín dentro del pueblo. Sábado, que pensaron fuera la batalla, salió el Emperador todo armado, salvo la cabeza, por ser conocido, en un caballo encubertado, y ordenó el ejército, animando a cada nación en su lengua; y como setecientos alemanes bajos de caballo, que se adelantaron, peleaban con parte de la caballería francesa, y los españoles, que se alargaron en dos alas hasta llegar a las trincheas, preguntaban de mano en mano a don Hernando de Gonzaga si entrarían; él dijo que no (que no debiera). El Emperador se puso el yelmo, diciendo al escuadrón de su corte, que ya era llegado su día; por eso, que peleasen como caballeros honrados, y si viesen caído su caballo y su estandarte, que llevaba Luis Méndez Quijada, que levantasen primero el pendón que a él. Caló, diciendo esto, la visera, tomó la lanza, y caminó paso ante paso hacia los enemigos. Era poco menos de mediodía; esperó cuatro horas quedo en un lugar, a que saliese a la batalla el rey, como lo blasonaba y decía, que sólo a darla venía, si bien lo atraían y provocaban los españoles pegados a su real. Salieron unos españoles a combatir y tomar el lugar donde el rey estaba metido, echando a la mano izquierda, y pusiéronse un tercio de legua del francés, que unas cuestas impedían que no se viesen. Jugaba reciamente el artillería, y hubo una escaramuza bien trabada y reñida, y en una carga que dieron los franceses mataron a don Jerónimo Pacheco, hermano del marqués de Cerralbo, y cuando los franceses arremetieron estaban los escuadrones imperiales de a pie y de a caballo ya ordenados, y la artillería para dar la batalla. Sonaron reciamente las trompetas, y las voces, diciendo: Arremeter, arremeter. Cargaron más de ochocientos caballeros imperiales en siguimiento de los franceses, que se retiraban a largo paso, cuando entendieron la determinación del campo imperial, y dióseles tal carga, que mataron y prendieron de ellos más de ciento, y los encerraron en sus trincheas, y se hicieron fuertes en su real.
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Luego disparó la artillería imperial, y arremetieron los españoles, caballería y infantería, tocando fuertemente las trompetas, diciendo a grandes voces todo el campo: Batalla, a la batalla, haciendo cada nación los autos y ceremonias que tienen de costumbre, cuando quieren así romper y dar la batalla. Mas el rey de Francia, con ser el que había dicho y escrito que venía a darla, se estuvo quedo, sin querer salir de su fuerte, estando los españoles arrimados a él, y con determinación de romperlo y entrar a combatirlos dentro, y los dos campos tan cerca, que vergonzosamente se pudo rehusar, si don Hernando de Gonzaga, cuando los españoles, arrimados a las trincheas, le preguntaron si entrarían, no se lo negara: dentro en su alojamiento, combatieran al rey. Cuatro horas enteras estuvo el campo imperial de esta manera, incitando y provocando a la batalla. Como no salía, y ya el día se pasaba, el Emperador mandó tocar a recoger a un cuarto de legua del real del rey, que solas unas pequeñas cuestas quitaban el poderse verse unos a otros. Acordóse en el campo del Emperador que otro día, domingo, se echasen unas puentes en un riachuelo que había, para tomar la delantera al campo francés y apretarle de manera que, a su pesar, peleasen. Luego se comenzaron a hacer, y sobre ellas algunas escaramuzas, en que murieron seis ingleses, y hubo otras cosas no de tanta cuenta. Hubo gran falta y descuido en las espías del campo imperial, que no pusieron el cuidado y diligencia que debieran en saber qué gente traía el rey y qué pensamientos tenía, que lo que más importa en la guerra es saber los designios o fines del enemigo. Echaron de ver los imperiales (cuando no lo pudieron remediar) que el campo del rey de Francia no era tan copioso de gente como habían pensado; que sin duda, si hubieran sabido la gente que tenía y la calidad de ella, antes de socorrer a Landresi, le salieran a dar la batalla sin esperar al Emperador, y fuera con mucha seguridad de la victoria, porque en gente y bondad les tenían conocida ventaja. Y también el rey de Francia vino engañado, porque cuando los imperiales estaban sobre Landresi, por el recio tiempo que hacía, le dijeron que no había quedado gente en el campo del Emperador, y por eso pensaba que venía seguro y con ventajas a socorrer su fuerza, y hacia las bravatas de que había de dar la batalla y vencerla. Y así, digo que por falta de espías, perdieron los imperiales el mejor lance del mundo, pues dejaron de prender al rey y al delfín, y desbaratar su campo. Ni tampoco, después que vieron que el sábado se había estado acorralado dentro de sus trincheas, sin querer salir a la batalla, hubo cuidado de procurar saber lo que pensaba hacer el rey, que cierto se vio muy atribulado cuando conoció su peligro, y pensó ser perdido, y según se supo, no se entendía en 118
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otra cosa, sino cada uno en salvarse; y domingo, después de comer, en tanto que los imperiales andaban ocupados en hacer las pontezuelas, los franceses andaban aprestando la fuga. Hicieron grandes fuegos en su campo, de manera que el humo impedía poder ser vistos, ni lo que hacían, y sin grita ni trompeta cargaron todo su fardaje y pusieron a punto la artillería, quitaron los cencerros y cascabeles a los caballos y bestias que la tiraban, y aún dio el rey a un carretero, porque hacía ruido, con el azote; tan callando importaba retirarse. Tomó las llaves de Cambresi, porque ninguno saliese a dar aviso de su partida. Y luego, tras la artillería, caminó la infantería, y el rey, con ochocientos caballos, a dos horas de noche, a la lumbre de un farol, y a medianoche toda la caballería, tan sin orden ni concierto, que por el camino se dejaban los enfermos, y algunos carros de tiendas, con otros embarazos, cuales suele traer un campo, y son en él penosos, cuando es fuerzosa la huida. Los imperiales, sin detenerse en ellos, con codicia de alcanzar al rey y romperle de todo punto, picaban a toda furia. Sintiendo el francés la priesa y cólera del enemigo, ordenaron que el delfín quedase emboscado para dar en los imperiales, que sin recelo caminaban, y saliendo a tiempo dieron sobre los que más de lo justo se habían adelantado, cargándolos con tanta furia y ímpetu, puramente francesa, que los hicieron volver, y dejar el alcance, quedando muertos parte de ellos en el campo. Unos, por salvarse, metiéronse en la espesura de los montes, donde padecieron trabajo por no poder ser tan presto socorridos, y con dificultad y pérdida llegaron al campo imperial, donde ya estaban otros que con mejor tino tomaron el camino derecho, retirándose de la emboscada. Fue el Emperador mal engañado en esta jornada, por la falta de espías y por la traición de otros, que avisaban al francés de lo que entre los imperiales había. Tuvo particulares avisos de un Bosio que, como traidor, le dijo, siendo criado del Emperador, que ni por el pensamiento le pasase romper, ni esperar a que le rompiesen, porque la gente que el Emperador tenía era muy escogida, y que ardían por pelear, y pedían la batalla, y que le había venido al Emperador un gran socorro de Alemaña. Súpose la traición de Bosio, corrompido con dineros; fue luego preso, y en Gante degollado, y hecho cuartos puestos en palos. Tal fue esta jornada famosa entre franceses, gloriándose porque su rey a vista y pesar del Emperador socorrió a Landresi, y se la quitó de las uñas; mas callan la retirada, que todos cuentan como digo, que el rey hizo a 6 ó 7 de noviembre con silencio y bien, de noche, tomando el camino de Guisa.
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Los que se hallaron en esta jornada culpan a don Hernando de Gonzaga, que fue general en ella, y Paulo Jovio, por salvarlo, culpa al capitán Salazar, y fue que cuando el Emperador se acercó tanto con su campo al del francés, que no había más que milla y media de uno a otro, con un pequeño río en medio, para dar al rey la batalla, habiendo dos días que estaba allí, y se la había presentado, y no la quiso acetar, aquella noche que el francés se retiró, envió don Hernando de Gonzaga al capitán Salazar para que reconociese el campo de los enemigos, el cual, tornando de lo hacer dijo a su general que el campo estaba sosegado en el mismo lugar donde aquel día había estado, y que los esguízaros hacían guardia y tenían plantada alguna artillería, y venido el día se descubrió su error, etc. Dice esto Jovio así, y la verdad es que Salazar, reconocido el campo del francés, vino a la tienda de Gonzaga y le dijo estas palabras: «¡Señor, el rey se retira!», y le preguntó cómo lo sabía, y díjole las razones que había para ello. Mandándole volver segunda vez a que lo remirase mejor, tornó y volvió a don Hernando, y se afirmó en lo que había dicho, certificándolo de todo punto, y don Hernando le dijo que era imposible, y que no lo creyese; y con tanto, se salió Salazar de su aposento, tomando testigos de lo que había dicho. Y así, el Emperador dijo otro día a don Hernando de Gonzaga: «Vos me habéis quitado hoy mi enemigo de las manos.» Y excusándose don Hernando con Salazar, quiso averiguar el negocio, y todo paró en palabras y en algunas voces y réplicas con el Salazar, el cual, no osando estar más en el campo, temiendo no le mandase matar el general, se vino a España, diciendo lo que le parecía contra don Hernando; y fue preso por el alcalde Ronquillo en Corte (no sé a cuya instancia), donde estuvo detenido algunos días, y quedó averiguada esta verdad por probanza, y le soltaron, mandándole que no hablase mal de don Hernando de Gonzaga. También dice Jovio que al rey de Francia le pareció que había cumplido con representar la batalla a los imperiales. No sé qué llama Jovio representar la batalla, pues sin acabarse aquella guerra, ni levantarse los ejércitos de aquella comarca, ni la pendencia de Landresi, le presentan a él la batalla y la rehuye, y se retira, y el campo del Emperador, como vitorioso se aposentó en el mismo alojamiento (ceremonia y pundonor antiguo de la honra de la guerra) donde su contrario había estado alojado cuando se retiró; y si antes que el Emperador llegase a su campo don Hernando, no quiso pelear, pareciéndole que no tenía lugar ni ocasión buena para ello, no fue por esto, como el Jovio y la Pontifical dicen, sino que realmente, sabido por el Emperador (que estaba con sus achaques curándose) lo que pasaba, le envió a mandar que no diese la batalla de ninguna manera, hasta que él llegase, y aún hubo más necesidad que ésta, que, sin embargo de este primer mandato, con ciertas excusas que suelen tener 120
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los capitanes deseosos de pelear, lo quería aventurar el mismo Gonzaga, y segunda vez, se le envió a mandar, con monsieur de Granvela, que no diese la batalla hasta que el Emperador, que se quería hallar en ella, fuese llegado al campo; y así, en viniendo, lo primero que hizo fue presentalla a su enemigo y él huir, como queda dicho; tanto temió el rey Francisco la presencia del César, sabiendo que era venido al campo, y no se engañó, porque con dificultad se dejara vencer.
- XLVII Embajada del Emperador al inglés Viendo el Emperador que Landresi estaba bien proveído de bastimentos y munición, y que el rey de Francia se le había ido de las manos, que ya el tiempo era recio, por llegarse el invierno con el rigor que suele en aquellas partes, llevando el campo marchando para Cambray, tuvo aviso el Emperador que algunos príncipes de esta ciudad estaban quejosos de él y de sus soldados, y con tanta alteración que sospechaban estar conjurados e inclinados a franceses, siendo el movedor de esta alteración el obispo de la misma ciudad de Cambray. Quiso asegurar la ciudad, y metió en ella bastante guarnición; procuró, con prudencia y mansedumbre, componer y sosegar los ánimos alterados. Mandó edificar un fuerte castillo sobre un monte que sojuzgaba la ciudad, en el cual se puso la guarnición, y los ciudadanos quedaron llanos, o de grado o a más no poder, y por acariciarlos el Emperador, les confirmó sus privilegios, y así permanecieron en su fe y de la casa de Austria hasta que en el año de 1580 los alcaides, corrompidos con dineros, la entregaron al francés juntamente con la ciudad, de donde salían corriendo y robando las tierras de Henaut y Arras, ni se pudo sacar de las manos de franceses hasta el año de 1595. En el cual, don Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes, que en este tiempo era general en Flandres, tomando por fuerza a Dorlan, matando los franceses, pasó con su ejército sobre Cambray y la tomó por combate, siendo casi inexpugnable, y con el favor de algunos ciudadanos se apoderó del castillo, dejando salir los franceses que en él estaban de presidio con toda su ropa, salvo la artillería. No holgaban en otras partes las armas, porque en este mesmo tiempo que el Emperador las trataba con el rey de Francia sobre Landresi, Guillelmo, conde de Furstemberg, en nombre del Emperador, juntó doce mil alemanes y tres mil caballos, y con mucha y buena artillería, fue contra Lucemburg, que
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aún no estaba con los franceses bien fortificada; la cual cercó tan apretadamente, que la puso en necesidad de bastimentos y municiones. Acudió luego el rey de Francia, enviándole socorro de los mejores soldados viejos que tenía, y por su general al príncipe de Melfi, el cual fue con tanta potencia y orden, que Furstemberg se conoció inferior en la gente y aparatos de guerra, si bien no en el ánimo; levantó su campo volviendo para Alemaña. Los franceses proveyeron la ciudad de lo necesario, sacaron a Longevallo con la gente que de guarnición allí había ido, poniendo otra de nuevo, y por su capitán al vizconde de Estauge, y porque ya era insufrible el tiempo, por el rigor de los fríos, vientos y aguas, en tanta manera que los ríos y grandes lagunas se helaron, de suerte que se andaban como la tierra, repartió su gente por los presidios, deshaciendo el campo. En el Piamonte, el capitán Buterio cercó a San Germán, pueblo pequeño, y dióle sin efeto dos asaltos, perdiendo gran parte de los suyos; pero no bastó el buen ánimo y valerosa resistencia de los cercados, porque, no siendo socorridos, muertos y heridos los más principales, se dieron a partido, saliendo con sus armas y ropa y banderas tendidas. De ahí a poco, el mesmo capitán francés tomó a Crescencio y Desnam, con gran dolor del marqués del Vasto, que por falta de dineros, no le habiendo acudido con ellos los cogedores de Milán, no tenía soldado en pie. Quisiera harto el Emperador seguir al rey de Francia y entrarle el reino sin parar hasta cercar a París. Mas viendo que el tiempo no le daba lugar, suspendió las armas y cólera para el año siguiente. Y queriendo juntar las fuerzas posibles, envió a Ingalaterra a don Hernando Gonzaga y a Juan Bautista Gastaldo, para que tratasen y concertasen con el rey el modo que en esto se tendría, poniendo todo su poder contra el de Francia. El de Ingalaterra recibió muy bien estos capitanes, y les hizo mercedes de ricos dones, particularmente a don Hernando, y ofreció con gran voluntad la amistad con el César, y el poder y armas de su reino contra el de Francia, lo uno por lo que estimaba ser amigo del Emperador, lo otro por ser antiguo y casi natural el odio entre ingleses y franceses, y más con la nueva ocasión de lo de Escocia, en que el de Ingalaterra se sentía agraviado.
- XLVIII Viene Barbarroja a Francia con armada del Turco. -Va Barbarroja sobre Niza. Lastimosa presa de niños cristianos. -Hecho escandaloso de unos frailes.
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Cuando reina pasión, piérdese el respeto a lo divino y humano; la que hubo en Francisco fue tan poderosa, que con ser un príncipe tan señalado y cristiano, quiso la amistad del Turco y valerse de sus armas trayéndolas contra los inocentes cristianos, a trueque de vengarse del enemigo. Notorias son las diligencias que para esto hizo, y si valieron más las costas y presentes que hizo a turcos, que Milán, ni Nápoles, porque fue su porfía. Trajo a Barbarroja, cosario poderoso, capitán enemigo de cristianos, con la armada y gente del Gran Turco, y dióle el rey tanta mano y entrada a su reino, que cuando quisiera echarlo de él casi no la tenía, viéndose pobre y afrentado, cargado de maldiciones que los tristes cristianos cautivos le echaban, y que el mismo turco Barbarroja, teniéndole en sus puertos, le escarnecía y mofaba. Fue Polín, embajador del rey, por haber el armada, en seguimiento de Solimán hasta Andrinópoli, donde el Turco quiso tener el invierno, por estar más cerca de Hungría, para la guerra que pensaba hacerla. Tuvo bien que hacer Polín en alcanzar lo que pidía (si bien el mismo Solimán le había prometido la armada) por contradecirlo el bassá Solimán, eunuco que aborrecía mucho a Barbarroja, y aún se dijo que por tener las tierras de don Hernando de Gonzaga. Como se concluyó lo que deseaba, convidáronle Rustán Bassá, yerno del Turco, y el eunuco, y diéronle ciertos vasos de plata y caballos y vestidos, con cartas para el rey y para Barbarroja, con las cuales volvió a Constantinopla, y se metió en la flota que con priesa se había puesto a punto. Partió, pues, Barbarroja en fin de abril de este año 1543, con gruesa armada y muy bien bastecida. Tuvo en Modón ciento y diez galeras y cuarenta galeotas, y otras fustas de diversos cosarios, y cuatro mahonas, con las cuales entró por el faro de Mecina; surgió cerca de Rijoles por tomar agua. Entraron algunos soldados en la ciudad, que estaba sin gente y sin ropa. Comenzaron a quemar casas. Tirábanles con artillería Diego Gaitán y otros soldados, que serían hasta sesenta españoles que guardaban este pueblo, y porque las balas mataron tres turcos y un renegado, se embraveció Barbarroja y batió con furor el castillo con unos cañones que mandó sacar de las galeras; porfió en el combate hasta que los de dentro se rindieron. Dio a saco el castillo, cautivando los hombres. Hubo una hija del Gaitán, hermosa y música, que hizo renegar por tenerla por mujer, y a sus ruegos dejó libre la mujer del alcaide Diego Gaitán con dos criadas, y luego al padre en Tarrachina, al cual trató después como a suegro. Pasó por Poncia, Ostia, Civita Vieja, Pumblin y riberas de Génova, sin hacer daño. En Tolón le salieron a recebir tres galeras francesas, que acaso iban a pedir el cuerpo de Madalón Ornezan al príncipe Andrea Doria. Las cuales, con voces alegres, abatieron las velas tres veces delante la Capitana turquesca, y 123
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bajando el pendón real y otro de Nuestra Señora, alzaron el del Turco, cosa harto indigna de gente cristiana. Pesóle mucho a Barbarroja por haberse parado a combatir el castillo de Rijoles, si bien ya en su vejez venía enamorado de la cautiva cristiana hija del alcaide, entendiendo cuán pocos días antes era ido de allí Andrea Doria, según después diremos. Llegó a Marsella con toda la flota, día de Santiago, pero no entró en el puerto más de con treinta galeras, en que llevó los principales capitanes y cosarios que con él venían. Fue bien recebido (saliendo toda la ciudad a vello) de Francisco Borbón, señor de Anguien, que a la sazón era capitán general de las galeras de Francia. Holgara ya el rey Francisco que Barbarroja no viniera, pues se había pasado la ocasión de la guerra de Cataluña, y la costa que traía era grandísima. Mas por sustentar su reputación y no caer en falta y desgracia con el Turco, mandó que fuese sobre Niza, que a otra parte no se atrevía tanto, por estar todo guarnecido, cuanto por más no incurrir en odio general de la Cristiandad. Bramaba Barbarroja, tirándose de las barbas por haber venido tan larga jornada con aquella gruesa armada. Zahería la poca firmeza del rey; sentía el menoscabo de su propria reputación y temía la ira del Gran Turco, volviendo a Constantinopla sin haber visto al enemigo. Mas habiendo de hacer la voluntad del rey, conforme al orden que del Turco traía, partió de Marsella para Niza con toda la flota, y Francisco Borbón, con veinte y dos galeras, las tres o cuatro del conde de Anguilara, y Polín o Polibio con diez y ocho naos en que iban siete mil provenzanos, gascones, soboranos y florentinos. Desembarcaron en Villafranca de Niza, que por su miedo estaba desierta. Envió Polín, que tenía mano en todos los negocios por el rey, a rogar a los de Niza que se diesen, si no querían ser destruídos y llevados en cautividad. Ellos respondieron que ni querían ni debían, antes escogían el morir como leales y cristianos por su príncipe y su Dios. Luego sitiaron la ciudad por tres partes. Francisco Borbón por un repecho, y Polín por la puerta por do salen a Villafranca, y los turcos, que eran más que los franceses, por su cabo, los cuales hicieron fuerte su real con tanta presteza y arte, que los otros se maravillaron. Tiraron tanto a un nuevo torreón, que lo desmocharon todo, abriendo la cerca por junto de él, y arremetieron a entrar por allí. Los nizardos se defendieron aquel día tan valerosamente, que mataron y hirieron de muerte cien turcos, ganándoles una bandera y más de veinte florentinos,
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despedazando la bandera de León Estrozi, que tomaron competencia con los turcos a subir por la batería. Barbarroja, conociendo que por allí era peligroso entrar, mandó batir la torre de la puerta, que aunque parecía recia, era flaca. Por lo cual, y por el daño que hacían en las casas las galeras francesas con su artillería, se dieron los de la ciudad a Francisco de Borbón, sobre juramento que les guardaría las vidas con las haciendas, y todos sus fueros y privilegios que de los duques de Saboya tenían. Quisieran los turcos la ciudad a saco, que debía ser concierto entre ellos, pero quedaron frustrados por aquella vez, y porque no se la dieron, y los hacían volver a las galeras, quisieran matar a Polín y a Borbón. Ganada que fue la ciudad, trataron de ganar el castillo, aunque inexpugnable pareciese, pensando que se daría, por haber tenido poco antes tratos con algunos de dentro, según adelante diré. Barbarroja, como guerrero o por ver para cuánto eran franceses, les dio a escoger que, o combatiesen el castillo o guardasen el lugar y el campo, diciendo que podrían venir enemigos, como era fama que venían; y como no se determinaron, mofó reciamente de ellos, especialmente de Polín. Asentó con gran presteza ocho tiros de batir, los que dos eran basiliscos, con los cuales derribó las almenas y garitas del castillo, y no dejaba asomar hombre en los muros. También los franceses tiraban por su cabo, y faltándoles pólvora y pelotas, las pedían y compraban de Barbarroja, el cual, por ello, como era libre y decidor, dijo que como era estío, cargaban más barriles de vino que de pólvora, y aún quiso echar grillos a Polín: tanto se vino a enojar, diciendo que lo había burlado en Constantinopla, con encarecer el grandísimo aparato que su rey Francisco tenía para la guerra, y por no acabar la pólvora, sin la cual irían sus galeras en aventura, publicó su vuelta para Constantinopla, enojándose de veras, y diciendo que se lo merecía él, por no haber escarmentado en tratar con franceses, pues los conocía por mentirosos, livianos y flojos. No pudiera venir mayor pesar a los franceses que aquello, mayormente al Polín, que lo trajo, por lo cual se abatió a los pies del cosario como un vil esclavo, suplicándole que no se fuese y prometiéndole grandes cosas, y dineros para los janízaros. Púsose Borbón de por medio, y otros caballeros, que procuraron desenojar al bárbaro, y continuóse el cerco y batería del castillo. Tomáronse unas cartas del marqués del Vasto para Pablo Simón, caballero de la Orden de San Juan y alcaide de allí, por cuyo esfuerzo el castillo resistía, en que le avisaba que dentro de dos días, o tres a más tardar, sería en Niza con todo su ejército, que podría muy bien pelear con los turcos y franceses. Derramóse la nueva por los reales, cayó temor en todos, y fue tal, que les parecía que ya se desgajaban españoles por aquellos montes. Llovió aquella 125
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noche, y dejando sus estancias con la artillería, huyeron sin empacho, unos a la mar y otros a la tierra. Así que, por esto como por la fortaleza del castillo, embarcaron todos de común consentimiento la artillería, levantando el cerco. Los turcos entonces robaron la ciudad, cautivando cuantos pudieron. Envió Barbarroja al Turco, en tres naos, con una galeota, trecientos niños y niñas y monjas, pero quiso Dios que los librasen don García de Toledo y Antonio Doria, y las galeras de Malta y del Papa que corrían la costa de Grecia, porque el rey de Francia, en la otra vida, no penase por ellos, como por otros que por su causa fueron cautivos y negaron a Cristo. Aquí sucedió un caso que fuera bien olvidarlo, mas porque por él se vea la fuerza de la pasión que en estos días había en los franceses contra los españoles, lo diré, y fue que murió en la cadena de una galera de Barbarroja un desdichado español llamado Juan Francisco, que decía ser hijo de un veinticuatro de Sevilla; y otros cautivos españoles lo amortajaron como pudieron. Juntaron entre sí hasta dos ducados de limosna, para enterrarlo y hacer por su alma. Rogaron a un renegado que se llamaba Mustafá, también de Sevilla, que lo sacase a tierra y hiciese enterrar, y diéronle los dos ducados, y con ser de ordinario los renegados peores que los mesmos turcos, tuvo piedad y se encargó de hacerlo, y teniendo ya el cuerpo en tierra a la orilla del mar, dijo a unos frailes franceses (que debían de ir en aquella santa armada) que tomasen aquel cuerpo y que lo enterrasen, y dióles los dos ducados para que hiciesen por su alma. Los frailes se cargaron de hacerlo así, recibiendo la limosna. Pero cuando supieron que el cuerpo era de español, volvieron la moneda a Mustafá, diciendo que quemase o hiciese lo que quisiese de aquel cuerpo, que ellos no lo enterrarían. Escandalizóse tanto el renegado, que echó mano de un palo, pedazo de un remo, y a buenos palos descalabró cuatro o cinco de ellos, y metióse en la galera de Barbarroja y contóle el caso y palos que había dado, que cayó muy en gracia a Barbarroja, y se rió harto de los buenos palos. Luego llegaron los frailes descalabrados, quejándose a Barbarroja de Mustafá, y Barbarroja les afeó con palabras muy pesadas y afrentosas su mal término, y con su licencia y de los cómitres salieron a tierra con guarda de turcos hasta ocho españoles cautivos, y enterraron el cuerpo en sagrado. Y cuando los frailes hacían esto, ¿qué no harían los franceses seglares? Si no es que digamos lo que San Agustín en una epístola, que, como nunca vio mejor hombre que un buen fraile, así no le vio jamás peor que el mal fraile.
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- XLIX Invierna Barbarroja en Francia. -Corren turcos la costa de España. -Castiga Dios a los que se valen de infieles. Apenas era partido Barbarroja, cuando llegaron a Villafranca de Niza el duque Carlos de Saboya y el marqués del Vasto en las galeras de Andrea Doria y genovesas, con algunas otras, y antes de arribar se pensó perder la galera en que iba el marqués, y se quebraron y hundieron otras cuatro, dando en aquellos peñascos con un torbellino que, a deshora (como suele por agosto), se levantó. Avisó de todo ello Polín a Barbarroja, que aún estaba en Santa Margarita, rogándole que no perdiese aquella ocasión y presa tan cierta. Barbarroja partió luego, prometiendo de no faltar a lo que debía; mas paró cerca de Antibo, porque corría Sudueste, o porque no quería entrar en puerto que los enemigos tuviesen, de lo cual se maravillaron los suyos, unos riendo, y aun otros murmurando. El entonces, dijo con gentil disimulación: «Así lo debo a mi hermano Andrea Doria, por lo de Bona, y aun por lo de la Previsa.» Volvióse de allí a Tolón, a invernar con toda su armada. Envió veinte y cinco galeras con Salac, y Azan Ghelesi, su pariente cercano, a correr la costa de España y a visitar su Argel, los cuales hicieron gran daño en Cadaqués, Rosas y Palamós, donde tomaron una galera y otra nao. Combatieron a Villajoyosa en la costa de Valencia; pero defendióseles, y luego atravesaron para Argel, cargados de ropa y gente. Tuvo este invierno Barbarroja gran familiaridad con Andrea Doria, por terceros, mas honestamente. Hubo entonces a Dragut por tres mil ducados, que fue verdugo de cristianos. Fue muy servido y regalado del gobernador y caballeros de Proenza, y bien mantenidos los suyos. Hicieron muchos males los turcos en aquellas tierras, forzando las mujeres y niños, y echando a galera los hombres que hurtaban de noche y por los campos, como se les morían sus galeotes. No consentía Barbarroja tañer las campanas a misa ni a las otras horas. No osaban los clérigos y frailes enterrar los esclavos españoles que morían; tan infames molestias se sufrían en Francia. Salac, en esto, volvió de Argel a Tolón con las galeras que llevara. Quiso de camino robar algo en Cerdeña, y salió a esto y a tomar agua cerca de Oristán, donde ciertos de a caballo le mataron hasta ciento de los que salieron a tierra. Barbarroja, como lo supo, envió allá gran número de galeras, siendo ya hebrero, con el mismo Salac; mas los sardos se dieron tan buena maña, que, según los cautivos españoles después contaban, mataron casi la mitad de los turcos que saltaron en tierra, y fueron los que saltaron dos mil, y los otros, volviendo a Tolón, padecieron tormenta, en que se perdieron algunas galeras y mucha palazón, y para la 127
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rehacer hubo Barbarroja remos de Génova. Ya se pasaba el verano cuando las galeras han buen tiempo de navegar, y Barbarroja se quería volver, que era lo mismo que el rey deseaba; pero andaban ambos en largas, uno por haber dineros, otro por no los dar (o por andar alcanzado no los podía dar) por las muchas guerras de aquellos tres años, que a la verdad él estaba muy pobre y necesitado de dineros, y montaba mucho el sueldo de la armada turca, que había estado un año casi a su sueldo y costa, y tiraba cada mes cincuenta mil ducados y aun más, a lo que todos decían entonces. En fin, se concertaron, y sin las pagas de la gente y bastimentos de galeras, dio el rey a Barbarroja cuatrocientos moros, alárabes y turcos, que Francisco Borbón traía remando en sus galeras, y demás de esto, le dio un rico presente de ropa blanca, plata labrada, sedas, grana; y el fruto que de esto el rey sacó ni fue el Estado de Milán, ni el vengarse de su enemigo, sino desacreditarse a sí y abrasar su reino, y ofender a Dios, pues metía en su viña la bestia más brava que había en el mundo; y no sé si en castigo de esto ha permitido la Majestad divina los muchos trabajos que desde entonces hasta agora ha padecido aquel reino, en tiempo de nuestros pasados cristianísimo escudo y amparo de su Iglesia, porque sabemos que todos los príncipes que por vengar sus pasiones han querido valerse de infieles, siempre libraron mal. Juan Paleólogo, Emperador de Constantinopla, trajo quince mil turcos, que le dio Amurates, contra Marco Cernovichi, señor de Bulgaria, y si bien lo vendió, los turcos le robaron la tierra y llevaron muchos de sus naturales cautivos, y volviendo de ahí a tres años, que fue el mil y trecientos y sesenta y tres, le ganaron por guerra a Galipoli y Andrinópoli, y otros lugares en la Romania, que fue su pago y afrenta, y aun causa que turcos pasasen en Europa. Dicen algunos franceses que Luis, duque de Orleáns, se carteó con Bayaceto cuando venció a Sigismundo, rey de Hungría, por haber la gobernación de Francia, y aun el reino, porque estaba loco su hermano, el rey Carlos VII, el cual fue muerto después por el duque Juan de Borgoña, estando en París su primo y su competidor. Lázaro, señor de Servia, trató con Mahomet, por donde se hubo también de perder aquel Estado. Esteban Cherzech llamó también al dicho Mahomet contra su proprio padre, rey de Bosna, y al cabo le mató el mismo Mahomet, año cerca de 1470. Luis Esforcia, duque de Milán, y florentines, incitaron, a una, a Bayaceto II contra venecianos, y el duque murió preso en Francia y los florentines perdieron después su libertad. También trató de haber favor del mismo Bayaceto II contra el rey de Francia Carlos VIII, el papa Alejandro VI, junto con el rey Alonso, para defender a Nápoles, y el Papa murió de yerbas que le dio, no queriéndolo hacer, su hijo el duque Valentín, y el rey se vio sin reino, que por miedo del rey de Francia y de sus propios vasallos que lo aborrecían, lo renunció en su hijo Fernando; Fadrique, rey también de 128
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Nápoles, pidió turcos al Bayaceto, para defenderse del rey de Francia, Luis XII, que andaba por le quitar el reino, como en fin se lo quitó; mas desconcertóse con el Turco, que vino a capitular con él sobre cuántos habían de ser, porque el rey no quería más de dos mil caballos y dos mil infantes, o cuando más, siete mil, por los poder despedir y mandar a su placer, y el mensajero turco no quería, por mandado de Bayaceto, dar menos de quince mil, la mitad a caballo, por que no recibiesen daño ni enojo en tierras ajenas, o por que se apoderasen de alguna fuerza en aquel reino. Juan, bayboda de la Transilvania, por ser rey de Hungría se sometió a Solimán contra el rey don Fernando, de donde resultaron grandes males en la Cristiandad. Y dejando ejemplos de extraños y provincias remotas, en nuestra España, cuando reinaban en ella moros, los reyes cristianos que se valían de ellos contra cristianos, llevaban siempre lo peor y aun morían en las batallas. Sintióse tanto en la Cristiandad esta venida de Barbarroja, que se propuso en consistorio por algunos cardenales, el quitar al rey de Francia el nombre de Cristianísimo y excomulgarle por haber traído turcos y estorbar la guerra contra ellos, según los embajadores del rey Francisco procuraron en la Dieta de Espira. Mas el papa Paulo III lo disimuló, como disimulaba que viniesen, o por complacer al rey -no se le ajenase de la Iglesia-, o porque no hiciese mal en sus marinas. Y así, se dijo que una vez enviaba por su mandado el cardenal Trana, que de suyo era muy francés, un gran presente de refresco a la armada imperial, pensando ser turquesca, y cogiólo Andrea Doria por Barbarroja. Enrique, asimismo, rey de Francia, siguiendo los pasos de su padre, trajo turcos, como veremos, contra el Emperador, que hicieron mucho daño a los caballeros de Malta en el Gozzo y en Tripol, y a genoveses en Córcega; su muerte desgraciada, y otros trabajos que tuvo, son a todos bien notorios. Dije la venida del marqués del Vasto en socorro de Niza, y retirada de Barbarroja cargado de cautivos. Reparó el marqués lo que el enemigo había dañado en Niza, y vuelto al Piamonte con el ejército, sitió a Módena, y apretóla de manera, que dio partido. Puso en ella guarnición, y porque venía el invierno, dividió la gente por los presidios y volvióse a Milán. Este año vino de África a Italia Muley Hacen, rey de Túnez, a besar la mano al Emperador, que estaba en Nápoles de partida para Alemaña; comunicó con el César algunas cosas contra turcos. Mas por estar tan de priesa de camino para Alemaña, donde pensaba hacer jornada contra el duque de Cleves, según se dijo, le mandó quedar en Nápoles, y que allí esperase hasta que le ordenase otra cosa.
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Libro veinte y seis -ICasamiento del príncipe don Felipe. -Aparato y riqueza grande de Medina Sidonia. -Gasto grande del duque. Daré principio al libro veinte y seis, antes de fenecer el año de mil y quinientos y cuarenta y tres, con el casamiento del príncipe de España don Felipe, que fue nuestro rey y señor, y en estos tiempos era de los gallardos y hermosos (como por sus retratos, al natural y verdaderos, parece) que había en el mundo, siendo sus años verdes y floridos, en éste de cuarenta y tres, solos diez y seis, y lo que hay de mayo, en que nació, al mes de noviembre, en que se veló, que tocaba en el año diez y siete de su edad; y le vimos consumir y acabar tan postrado, llagado y deshecho, y con la paciencia que Job en el muladar, cuando limpiaba las llagas con una teja, volando de esta vida a la del cielo a catorce de setiembre, año de mil y quinientos y noventa y ocho; ejemplo notable de la vida humana y vanidades de ella, pues lo más alto y precioso se marchita, deshace y consume con mayor presteza que la flor del campo verde, alegre y olorosa. Antes, pues, que el Emperador partiese de España, dejó, como ya dije, jurado y por gobernador a su hijo único, don Felipe. Asimismo quedó concertado con voluntad y gusto de estos reinos, que casase con doña María, infanta de Portugal, hija del rey don Juan el III, y de doña Catalina, hermana del Emperador, la que nació en Torquemada. Tenía la infanta diez y siete años, cuatro meses de edad más que el príncipe su esposo. Sábado trece de octubre, entró en Badajoz don Juan Martínez Siliceo, maestro del príncipe y obispo de Cartagena, que después fue arzobispo de Toledo, con mucho acompañamiento, para recibir allí a la princesa, que ya venía de camino para Castilla. Tenía el duque de Medina Sidonia, don Juan Alonso de Guzmán, aparejadas las casas que tiene en esta ciudad con la mayor riqueza y grandeza que se puede pensar, para recebir y hospedar en ellas a la princesa; las colgaduras riquísimas de oro y seda, camas y bufetes de plata, y otras cosas de supremo precio, que si bien pudiera contarlas por menudo, las dejo por no cansar ni cargar la historia. Lunes a quince de octubre, a las cuatro de la tarde, salió el obispo a recebir al duque, el cual venía en una riquísima litera, y los frenos y clavazón de los machos que la traían eran de oro. Salió de ella el duque y subió en un caballo blanco, a la brida o estradiota.
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Venían con el duque el conde de Olivares, su hermano; el conde de Niebla, su hijo; el conde de Bailén, hijo del duque de Béjar; don Pedro de Bobadilla, don Gaspar de Córdoba, Hernando Arias de Saavedra, Monsalve, Gonzalo de Saavedra, don Pedro de León, Perafán de Rivera y otros muchos caballeros, todos con la mayor demostración de criados y riquezas que pudieron traer, que había bien que ver. El duque traía cuarenta pajes con muy rica librea de terciopelo amarillo y encarnado, y treinta lacayos con la misma librea, aunque no tan costosa. Cada paje venía en un hermoso caballo, y tras ellos los atabales, trompetas y chirimías, y seis indios con sacabuches, vestidos ricamente, y en los pechos unas planchas de plata con las armas de Guzmán (eran estos indios músicos del duque). Entraron en la ciudad el duque y el obispo a su lado izquierdo, con toda la caballería y grandísimo acompañamiento. Traía el duque gran casa de criados cuatro mayordomos, cuatro maestresalas, cuatro camareros, y de esta manera todos los oficios doblados. Tenía el duque a su mesa treinta convidados de ordinario. El obispo hacía plato a setenta. Dice esta memoria por muy gran cosa (que para lo que agora pasa con criados, es bien notable) que daba el duque a todos los que con él venían a cada acémila un real, y tanto a cada mozo de espuelas, y a cada mozo de caballos, y a cada acemilero; y, finalmente, a cada persona, y a cada bestia un real, así que de raciones y gastos de mesa se hallaba que gastaba cada día seiscientos ducados. Trajo docientas acémilas, todas con reposteros de terciopelo azul, y las armas bordadas de oro y las cenefas de tela de oro. Otro día visitó el obispo al duque, otro el duque al obispo, y de ahí a dos días, se convidaron de la misma manera. El lunes a 22 de octubre, el duque y el obispo, con toda la caballería que allí estaba, fueron a la puente de Acaya, una legua de Badajoz, para recebir la princesa, como estaba concertado; irían hasta tres mil personas de caballo. La princesa no vino; hubo varios pareceres, no sabiendo la causa porque había faltado, y así, se volvieron sin ella a Badajoz.
- II Casamiento del príncipe don Felipe. -Recibimiento que Salamanca hizo a la princesa. Pedro de Santerbas, notable hombre de placer. Miércoles 31 de octubre, llegó la princesa a la Verde la Zarzuela, donde estuvo hasta el viernes siguiente 2 de noviembre, porque el jueves fue día de Todos Santos. De aquí fue a Coria, ciudad del duque de Alba, donde fue muy bien servida, y estuvo hasta el lunes, que fue a la villa del Campo, donde vino por la posta don Antonio de Toledo, hijo del conde de Alba de Lista, con 131
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cartas del príncipe, a las cuales respondió la princesa. Aquí hubo nueva de que el príncipe vendría disfrazado a la segunda jornada a ver a la princesa. Era la princesa muy gentil dama, mediana de cuerpo, y bien proporcionada de facciones, antes gorda que delgada, muy buena gracia en el rostro y donaire en la risa. Parecía bien a la casta del Emperador, y mucho a la Católica reina doña Isabel, su bisabuela. Traía en su acompañamiento de Portugal al arzobispo de Lisboa, que era un santo varón, y por mayordomo a don Alejo de Meneses, embajador que fue en la corte del Emperador, y por veedor a Diego de Merlo, y por caballerizo mayor a Luis Sarmiento, que estaba en Portugal por embajador. Era camarera mayor doña Margarita de Mendoza, mujer de Jorge de Merlo, cazador mayor del rey de Portugal. Trajo muchas damas castellanas y portuguesas. Sabida por el príncipe la venida a este lugar de la princesa, él y el duque de Alba, y el conde de Benavente, y el almirante, y don Álvaro de Córdoba y otros, se fueron a la abadía, que es del duque de Alba, a caza. Y miércoles siete de noviembre salieron disimulados al camino, y la vieron comer, y por todo el camino fue el príncipe con estos disfraces, encubriéndose, por ver a la princesa, hasta Salamanca. Paró la princesa en Aldea Tejada, una legua de Salamanca, lunes doce de noviembre; confesó y comulgó en este lugar, y después de haber comido, entre la una y las dos salió de Aldea Tejada para entrar en Salamanca. Llevaba vestida una saya de tela de plata, con labores de oro, cubierta una capa de terciopelo morado con fajas de tela de oro, y una gorra de lo mesmo con una pluma blanca, entreverada de azul, con muchos clavos de oro y puntas; y en una mula con gualdrapa de guarniciones de brocado y con sillón de plata, y otra mula delante con la mesma guarnición, cubierta con un paño de tela de oro, y un palafrén delante con una gualdrapa de muchas labores sobre raso blanco, cubierta la silla con un paño de tela de oro, sus mazas de oro delante, y tras ella su camarera mayor, y las damas por su orden, y junto a ella doña Estefanía, mujer del comendador mayor de Castilla. Delante de la princesa venían el duque de Medina Sidonia y el obispo de Cartagena al lado derecho, y al izquierdo el arzobispo de Lisboa, y luego los demás títulos y caballeros, con la música de menestriles. Al pasar de un arroyo que llaman Zurgén, dejó la mula y púsose en el cuartago, y quitóse la capa y fue en cuerpo. Delante de este arroyo, en un campo tres cuartos de legua de Salamanca, salieron a recibimiento hasta mil infantes muy bien aderezados con sus picas y arcabuces y montantes, en orden, con instrumentos músicos de guerra, 132
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puestos de siete en siete en hilera, y antes de llegar dispararon los arcabuces y hicieron sus vueltas y acometidas en forma de escaramuza, y los capitanes, en besando la mano, se apartaron a un lado. Estaban dos bandas de caballos de hasta trecientos y cincuenta o cuatrocientos, puestos en dos recuestos que hacían en un altillo un llano que llaman el Tesán. Eran caballeros de Salamanca, los del bando de Santo Tomás, con marlotas de paño pajizas y blancas, y los de San Benito con marlotas rosadas, todas con muy buenos caballos, y jaeces, lanzas y adargas; que son los dos bandos de la nobleza de la insigne ciudad de Salamanca, cada bando con sus atabales y trompetas. Y comenzaron a salir de una banda y otra, y hicieron una muy vistosa escaramuza, y rodearon la infantería con tanta gallardía, que dieron mucho contento, y se hizo sin desmán alguno, si bien los caballos lo trabajaron. Apartados los caballeros y infantería a un cuarto de legua de la ciudad, salió la Universidad con las ropas y capirotes y borlas, según sus facultades. Besaron la mano a la princesa, y habló uno, diciendo que los reyes de Castilla y de Portugal, sus progenitores, habían siempre hecho merced a esta Universidad, y se sirvieron de ella, y así suplicaban a Su Alteza que lo hiciese. La princesa respondió que así lo haría, y luego le besaron la mano. Luego vino el cabildo de la iglesia Mayor, y hizo lo mismo que la Universidad. Vinieron los regidores y justicia, vestidos de terciopelo carmesí, calzas y botas blancas, y besaron la mano. Fueronse luego a la puerta del río, y estuvieron esperando allí hasta que llegó la princesa, y tomaron el palio y las varas, y Su Alteza entró debajo de él. Llevaba la rienda Luis Sarmiento. En medio del corregidor y tenientes iba el conde de Monterrey, vestido como regidor. Delante de los regidores iban seis hombres labradores (que llaman sesmeros) vestidos con ropas largas de grana, que eran procuradores del común y de la tierra. Todos besaron la mano a la princesa. El príncipe anduvo todo lo dicho disfrazado, en un caballo bayo, con un sombrero de terciopelo negro y un tafetán en el rostro, y una capa con faja de raso por de dentro, y de fuera de terciopelo, y al tiempo del entrar por la puerta de la ciudad se adelantó. Hubo ricos arcos triunfales con invenciones y letras, cuales se pueden imaginar en una ciudad donde hay tanta caballería, y las mejores letras y ingenios del mundo. Pudiera decir muy por menudo todo lo que se hizo, mas temo, aún con lo que digo, cansar. Duró el recibimiento desde la una y media hasta las siete de la noche. Mas eran tantas las lumbres y hachas, que parecía de día. 133
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Posó en las casas del contador Cristóbal Juárez, junto con las casas del alcalde de Lugo, que agora son de don Rodrigo de Babadilla, natural de Medina del Campo. Después que la princesa entró en la ciudad, el príncipe se puso en casa del doctor Olivares, cerca de San Isidro; y la princesa lo supo, y quiso, al pasar, cubrirse el rostro con un abanillo que llevaba; y Perico, el del conde de Benavente (que fue aquel Pedro de Santerbas, que todos conocimos, hombre gracioso y apacible, sin ofender a nadie) hizo que quitase el abanillo, para que el príncipe la viese. En esta casa donde se apeó la princesa estaba la duquesa de Alba con otras muchas damas, que a la princesa besaron la mano; y la princesa hizo grandísimo favor a la duquesa, abrazándola, cuando le fue a besar la mano.
- III Hachazos entre castellanos y andaluces. -Vélanse los príncipes muy a solas. El príncipe se fue a aposentar a San Jerónimo, donde estuvo todo el martes hasta la noche. Anochecido, se vino a la ciudad y entró por la puerta de Zamora sin alguna manera de recibimiento, y las hachas muy delante. Con él venían el cardenal de Toledo y el conde de Benavente, que lo traían en medio. Delante venía el duque de Alba y marqués de Villena y almirante y marqués de Astorga y otros señores y perlados. Su Alteza se fue derecho a apear en la casa del licenciado Lugo, pared y medio de la princesa, donde estaba hecho su aposento, y se desnudó lo que llevaba vestido, y vistió una ropa francesa, y sayo de terciopelo blanco recamado; y después de haber la princesa y el príncipe cenado, cada uno en su casa, a hora de las nueve salió la princesa de su aposento, y con ella el cardenal, y duque de Medina Sidonia, y conde de Olivares, con los que la trajeron, y ella vestida toda de terciopelo carmesí, con guarnición de cordones de oro, que hacían una manera de agredez, y una capa castellana aforrada de brocado, y la mantellina de la misma seda y aforro, asida en el un hombro y caída de los demás, que era insignia de doncella, con muy rica pedrería en la cofia de oro, y con sus damas bien compuestas, vino a la sala que para el desposorio estaba aparejada. Sentóse debajo de un rico dosel, en una silla, de dos que allí estaban en la de mano izquierda, y las damas en pie. De ahí a poco entró en la sala el príncipe vestido de blanco, y la guarnición como la de la princesa, y delante de él todos los señores dichos, los cuales venían de diferentes y ricos vestidos.
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Entrando en la sala, la princesa se levantó, y llegando el uno cerca del otro, se hicieron sendas reverencias bien bajas. Cuando el príncipe llegó al dosel donde estaba la princesa, el duque de Medina Sidonia se la entregó, y el príncipe abrazó al duque con rostro alegre y amoroso. Hecho esto, el cardenal de Toledo los desposó, y luego tocaron ministriles. El príncipe se asentó debajo del dosel al lado derecho, y al izquierdo la princesa; ella, vuelta un poco para él, hablaban y reían, y luego comenzó el sarao. Hubo, mientras andaba el sarao, fino hachazo entre los que trajeron la princesa y los que trajeron al príncipe; unos apellidaban Andalucía, otros Castilla; son pasiones de pajes, y si bien llegaron a las espadas, no hubo muerte. Entre las dos y las tres, después de media noche, el cardenal de Toledo dijo misa en una sala del cuarto de la princesa, donde se velaron estos dos príncipes siendo sus padrinos el duque de Alba y la duquesa. No se hallaron a estas velaciones doce personas; que acabado el sarao, todos se habían ido a sus posadas. Fueron los que se hallaron presentes el arzobispo de Lisboa y obispo de Cartagena y León, y los comendadores mayores, y marqués del Valle y don Pedro y don Álvaro de Córdoba, y don Manrique de Silva.
- IV Un pigmeo extrañamente pequeño. -Lluvias grandes de este año. Trajeron unos portugueses este año por Castilla un hombrecillo pigmeo dentro de una jaula, de edad de treinta años, muy bien barbado. Era tan pequeño, que atravesada una vara por la jaula, le traían dos mozos descansadamente en los hombros; no se había visto enano que fuese tan pequeño como él, porque no tenía tres palmos de los pies a la cabeza, y las piernas tan pequeñas, que en ningún cabo, por bajo que fuese se sentaba, que llegase con los pies al suelo. Ganaban con él largamente los que le traían, porque todos deseaban ver cosa tan monstruosa; tenía buena razón y discurso, salvo que a veces lloraba como niño, cuando se burlaban con él. Las lluvias que por el mes de setiembre deste año comenzaron, fueron tan continuas y largas, que no hubo semana que no lloviese, hasta el mes de agosto del año siguiente de 1544. Hicieron grandes daños en los edificios, 135
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mayormente en la Andalucía y en Granada, Málaga, Alhama, Almería y Baeza. Cayéronse muchas casas, con peligro de muchos. Salieron los ríos de madre, los caminos no se podían andar por las crecientes de arroyos, no se veía el sol claro, particularmente en mayo; perdiéronse muchos panes, y las aguas eran más recias a los tres de menguante, y tres de creciente de cada luna.
-VOrden del Tusón. -En qué manera se llaman los caballeros del Tusón. -Notable hombre llamado Jorge David. La caballería del Tusón, que tanto estiman nuestros españoles, trajo el Emperador a España, dándola a algunos caballeros; aunque el conde de Benavente no la quiso, enviándosela el Emperador, diciendo que él era muy castellano y que no quería insignias de borgoñones, que Castilla las tenía tan antiguas y tan honradas, y más provechosas; que la diese Su Majestad a quien quería más el collar de oro que las cruces coloradas y verdes con que sus abuelos habían espantado tantos infieles. Agora se tiene por gran cosa la caballería del Tusón, y debe de ser porque vino de fuera, porque es rara y porque se la ponen nuestros reyes, teniendo más obligación a las de Santiago, Calatrava y Alcántara, pues gozan tantas rentas de ellas, y ser órdenes tan antiguas, cruces bañadas con tanta sangre por el nombre de Cristo. Decía el Emperador del Tusón que era una ignorancia confirmada con los mayores príncipes del mundo. Diré, pues, en qué forma el Emperador envió a llamar este año al condestable de Castilla, que tenía el Tusón, porque quería dar el hábito o insignia del Tusón, que faltaban muchos caballeros de los veinte y uno, que es el número que había de haber de ellos. La carta de este llamamiento dice así: «Muy caro y fiel primo. Como después del último capítulo general de nuestra Orden del Tusón de oro, que se tuvo en nuestra villa y ciudad de Tornay, en el año de 1531, sean fallecidos veinte y uno caballeros nuestros, cohermanos de la dicha Orden, a los cuales Dios por su bondad infinita perdone, y para elegir otros en su lugar, y juntamente para hacer otros actos necesarios a la dicha nuestra Orden, hayamos propuesto, y con el parecer y deliberación de los caballeros nuestros cohermanos, que están cerca de Nos, acordado y concluido de celebrar capítulo general de la dicha Orden, en nuestra villa y ciudad de Utrecht, el tercero día del mes de mayo próximo
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venidero, que es la solemnidad de la Cruz, y los días siguientes. Por esta causa os encargamos muy de veras, que os halléis en persona en el dicho lugar y día, para hacer vuestro deber, según los estatutos de la dicha Orden, si no fuese todavía en caso, que al dicho tiempo tuviésedes ocupación y impedimento tan legítimo, que pueda bastar para vuestra excusa. En el cual caso os encargamos que constituyáis por procurador uno de los caballeros nuestros cohermanos, así para dar vuestra excusa como para hacer de vuestra parte lo que sois obligado, enviando en el dicho caso al tal caballero cohermano en una memoria fielmente cerrada con vuestro sello, los nombres de veinte y un hombres nobles, de nombre y de armas, virtuosos sin reproche y dignos a vuestro parecer de ser recebidos en la cohermandad y amigable compañía de la dicha Orden en lugar de los muertos, avisándonos por las letras del recibo de ésta, y juntamente de vuestra intención y respuesta sobre esto, con este mismo mensajero. Muy caro y fiel primo, rogamos al Criador os tenga en su santa guarda. De Bruselas, a 5 de diciembre 1543: Charles. Por mandado de Su Majestad: N. Nicolai. El sobrescrito: A nuestro muy caro y fiel primo, caballero y cohermano de nuestra orden del Tusón de oro, el duque de Frías, condestable de Castilla.» Los caballeros que crió el Emperador don Carlos en el capítulo I que fue de la Orden del Tusón, año de 1516, en la villa de Bruselas, en la iglesia de Santa Gaudula, que fue el capitulo XVIII de la dicha Orden, son los siguientes: 1. Francisco, rey de Francia. 2. Fernando, infante de España. 3. Frederique, conde palatín, duque de Baviera. 4. Juan, marqués de Brandemburg. 5. Guy de la Baulme, conde de Montrevel. 6. Hupoer, conde de Mansfelt. 7. Laurencio de Gorvod, barón de Marnay. 8. Jaques de Gaure, señor de Frezin. 9. Antonio de Croy, señor de Tou. 10. Antonio de Lalani, señor de Mantigny.
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11. Carlos de Lanoy, señor de Saincelle. 12. Adolfo de Borgoña, señor de Beures. 13. Filiberto, príncipe de Orange. 14. Félix, conde de Berdembergue. Caballeros criados por virtud de la bula del Sumo Pontífice. 15. Emanuel, rey de Portugal. 16. Luis, rey de Hungría. 17. Miguel, señor de Volquenstani. 18. Maximiliano de Hornes, señor de Trasbeque. 19. Guillelmo, señor de Ribanpierre. 20. Juan, barón de Tracenies. 21. Juan, señor de Vassenare, vizconde de la Leyde. 22. Maximiliano de Bergues, señor de Senembergue. 23. Francisco de Melim, conde de Espinoy. 24. Juan, conde de Egmond. Año de 1518, hallándose el mesmo don Carlos, rey de España, en su ciudad de Barcelona a 2 y 3 y 4 de marzo, nombró los siguientes caballeros, que habían de ser añadidos a los del precedente capítulo. 25. Don Diego López Pacheco, duque de Escalona. 26. Don Frederico de Toledo, duque de Alba. 27. Don Diego Hurtado de Mendoza, duque del Infantadgo. 28. Don Iñigo de Velasco, duque de Frías, condestable de Castilla. 29. Don Álvaro de Stúñiga, duque de Béjar. 30. Don Antonio Manrique de Lara, duque de Nájara.
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31. Don Fernando de Remonsoque, conde de Cardona. 32. Don Pedro Antonio de S. Severin, príncipe de Besiñano. 33. Don Frederique Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla. 34. Don Alvar Pérez Osorio, marqués de Astorga y Trastamara. Año de 1518, a 5, 6 y 8 del dicho mes de marzo, tuvo su segundo capítulo, que fue el 19 de la dicha Orden, el sobredicho don Carlos, rey de España, en el cual eran los siguientes caballeros: 35. Christierno, rey de Dinamarca. 36. Sigismundo, rey de Polonia. 37. Jaques de Lupembourg, conde de Gaure. 38. Adriano de Croy, señor de Beaurain. 39. Guillelmo de Croy, marqués de Arfet. Año de 1531 tuvo su tercero capítulo el dicho rey Carlos, que fue el 20 de la dicha Orden, en su ciudad de Tornay, en el cual crió los siguientes caballeros: 40. Juan, rey de Portugal. 41. Jaques, rey de Escocia. 42. Don Fernando de Aragón. 43. Don Pedro Fernández de Velasco, duque de Frías. 44. Filipe, duque de Baviera. 45. Georgio, duque de Sajonia. 46. Don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque. 47. Andrea Doria. 48. Don Felipe, príncipe de España. 49. Reginaldo, señor de Brederode. 139
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50. Don Fernando Gonzaga. 51. Nicolás, conde de Salme. 52. Claudio de la Baulme, señor de Sorlin. 53. Antonio, marqués de Bergues, conde de Balhain. 54. Juan de Emin, conde de Bonsu. 55. Carlos, conde de Calain. 56. Comys de Flandres, señor de Praet. 57. Jorge Scheync, barón de Tantembourg. 58. Felipe de la Muoy, gobernador de Tournaz. 59. Felipe de la Muoy, señor de Molembais. 60. Don Alonso de Avalos, marqués del Vasto. 61. Don Francisco de Zúñiga, conde de Miranda. 62. Maximilian Degurud, conde de Bureu. 63. Renato de Chalón, padre [de] Dominges, conde de Rasa. Año de 1545, por el mes de enero, tuvo el dicho don Carlos, rey de España, su cuarto capítulo, y 21 de la dicha Orden, en su ciudad de Utrecht, en el cual crió estos caballeros: 64. Maximiliano, rey de Bohemia. 65. Cosme de Médicis. 66. Don Iñigo López de Mendoza, duque del Infantadgo. 67. Hernando Alvarez de Toledo, duque de Alba. 68. Alberto, duque de Baviera. 69. Emanuel Filiberto, duque de Saboya. 70. Octavio, duque de Parma. 140
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71. Don Manrique de Lara, duque de Nájara. 72. Federico, conde de Fustemberg. 73. Joachin, señor de Ryse. 74. Felipe de Lanoy, padre de Sulmurea. 75. Ponthus de Lalain, señor de Bugnicont. 76. Lamoral, conde de Egmond. 77. Petro de Berchim, senescal de Henaut. 78. Maximiliano de Borgoña, señor de Beures. 79. Pedro Ernest, conde de Mansfelt. 80. Juan de Lignes, conde de Arembergue. 81. Don Pedro Hernández de Córdova, conde de Feria. 82. Juan de Lamoy, señor de Molembayx. Notable fue un hombre que en este año anduvo por Alemaña, el cual, sin ser conocido, decía de sí que era sobrino de Dios, y se llamaba Jorge David, al cual las bestias salvajes, perros y pájaros traían de comer, y le obedecían, y él las hacía hablar y responder en todas lenguas, a propósito, y como si tuvieran razón. Decía este hombre extraño que el reino del cielo estaba vacío y que por eso le había Dios enviado para adoptar los hombres y hacerlos hijos de Dios y herederos y partícipes de los frutos y bienes celestiales, y otras muchas palabras tan absurdas y sin tino, que causaban espanto en aquellas gentes, que con los errores que diversos herejes sembraban, y la llaneza natural que la gente común alemana tiene, era fácil de creer, y dar en mil desatinos. Estos causan las novedades cuando el pueblo ciegamente las admite.
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Fray Prudencio de Sandoval
Año 1544
- VI Concierto con el de Ingalaterra para la guerra contra Francia. -Murmura la Cristiandad de los reyes. -Lo que se concertó entre el Emperador y rey de Ingalaterra. -Aprestos de guerra del inglés. -El duque de Alburquerque, general inglés. El rigor del invierno retiró los reyes y suspendió las armas, pero no las voluntades y coraje para volver a ellas, venido el verano. Vimos cómo el rey Francisco se encerró en Cambresi, y el Emperador en Cambray, y esperando que abriese el tiempo y llegase la primavera del año de 1544, que sus flores eran el bullicio y estruendo furioso de las armas, con el odio mortal que el uno al otro tenía, aparejaban las armas, solicitaban amigos, con las municiones y instrumentos necesarios par a la guerra cruel que el Emperador y rey Enrico de Ingalaterra entendían hacer al de Francia. Y habiéndose de partir el Emperador desde Bruselas para la Dieta que tenía echada en Espira, envió al rey de Ingalaterra por sus embajadores a don Hernando de Gonzaga y a Juan Bautista Gastaldo, para que concertasen con él la manera de esta guerra, como se había de hacer este año. Y antes que don Hernando volviese de Ingalaterra, el Emperador partió de Flandres para la ciudad de Espira, donde llegó en fin del mes de enero, no siendo aún venido alguno de los electores, puesto que ya se comenzaban a juntar otros príncipes y señores de los del Imperio, y, los procuradores de las ciudades. Luego que Su Majestad llegó a Espira, vino don Hernando de Gonzaga con el despacho de Ingalaterra, del cual recibió muchos favores, y un aparador muy rico, que se estimó en más de doce mil ducados; y en lo que tocaba a la guerra, se acordó hacerla de la manera que se dirá. También el Emperador se concordó con el rey de Dinamarca, Christierno, tercero de este nombre, que fue cosa de que los de Flandres se holgaron mucho por la vecindad que con él tienen, y por librarse de las molestias que de él recibían; y el de Francia muy poco, porque perdía amigos, que se le volvían recios enemigos. Tenía, demás de esto, abrasado su reino con tantas guerras, malquisto en él, y peor acreditado en la Cristiandad, por los daños que por su respeto había recebido de los turcos.
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También murmuraban del Emperador el Papa y sus parciales, sangrientamente, por los tratos y amistad que tenía con el rey Enrico, y decían que estaba excomulgado, por haber comunicado con él in sacris; mas él no se mostraba arrepentido, que se había, según lo que de Marco escribe Juvenal, Satyra prima, Bibit, et fruitur Diis iratis. Y Séneca, de Juno, quejosa de Hércules, porque usaba mal de isu ira: Superat (dice) et crescit malis, iraque nostra fruitur, in laudes suas mea vertit odia. Que según andaba la pasión, no sé si tragaran otras al precio, y esperar al Papa futuro por la absolución. Determinóse con el rey, que él entrase por su cabo con ejército formado, y el Emperador otro tanto con el suyo, y cada uno con todas las fuerzas que pudiese, como si solo hiciese la guerra. El de Ingalaterra entró por Normandía en fin de mayo, con veinte y cinco mil hombres y cinco mil caballos, los infantes doce mil tudescos, los demás ingleses; los caballos, mitad ingleses, mitad alemanes. Llevaban consigo a Mos de Veorres; tenía ya hechos grandes aparatos de bastimentos y municiones, que pasaban de seis mil carros los que tenía para el bagaje; y se trató, y el Emperador dio licencia, que el duque de Alburquerque fuese, como fue, por su consejero, y general de su campo, y los españoles estaban muy contentos de que el rey Enrico quisiese hacer tanto favor a la nación castellana. Y dice uno, que porque entendiese el Emperador si son buenos los señores de España para generales y consejeros, como los escuderos de Italia. Sentíanse los caballeros castellanos de que el Emperador no les hiciese favor en esto, porque los había tales, que sin pasión lo merecían, como presto se vio en el duque de Alba, y, viera en otros si se les diera el cargo.
- VII Qué príncipes se hallan en las Dietas. -Qué cosa es la Dieta y los que se juntan en ella. Gastó en vino el duque de Sajonia treinta mil florines. Dentro de veinte días, después que el Emperador llegó a Espira, acudieron muchos de los príncipes de Alemaña; halláronse todos los electores sin faltar alguno, y el duque de Cleves. La Dieta se comenzó y propuso a los 20 de hebrero. Entran en estas Dietas todos los electores, que son seis, tres eclesiásticos y tres seglares, y en diferencia el rey de Bohemia. Los eclesiásticos son, el arzobispo de Maguncia, primero; el de Colonia y el arzobispo de Tréveris.
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Estos dos, entre sí, no tienen precedencia, sino a veces precede el uno, a veces el otro. El de Maguncia es también chanciller mayor del Imperio, y sólo puede proponer la Dieta, y alguno de los otros no, sin ser dos a lo menos. Todos tres preceden a los legos. Los electores seglares son, el conde Palatino primero, y duque de Sajonia segundo, que llevaba el estoque desnudo ante el Emperador, y el tercero es Brandemburg, que llevaba la falda cuando el Emperador va pontificalmente vestido. De éstos, el Palatino no era llegado a este tiempo, que estaba viejo y enfermo, y murió mediada Cuaresma, y sucedió otro, a quien allí en Espira se le había dado el feudo algunos días antes, y ahora se le dio la envestidura. Tampoco eran llegados el de Brandemburg, ni el rey de romanos; mas vinieron, el rey la tercera semana de Cuaresma, y el otro al cabo de ella. Los otros todos se hallaron desde el principio, y con ellos Lantzgrave de Hesia, y todos los señores perlados y procuradores, que son por todos bien cuatrocientos; y la desventura grande era que los más de éstos eran herejes luteranos y de otras sectas. Decían que no había memorial de hombres que hubiesen visto que así se hubiesen juntado y concurrido de grandes años atrás, en Dieta alguna, ni el Emperador se vio con tanta majestad y grandeza como en estas Cortes; y se entendía que muchos de aquellos habían venido de puro miedo, por lo que habían visto pasar por el duque de Cleves en Dura y sus Estados. Que aunque son grandes señores, si Francia estuviera queda, mejor los podría el Emperador castigar que a los de España, que de por sí, no se aunando, ni tienen hacienda ni fuerzas con que se defender. Esta Dieta es como las Cortes de Aragón. Hay tres brazos eclesiásticos y cincuenta y cinco ciudades. Bien es verdad que las ciudades asisten y consienten, pero no tienen voto, sino que han de pasar por lo que los otros hicieren; y tampoco no se casa o anula por el voto de uno ni muchos, lo determinado, sino que la mayor parte vale, y lo que aquella vota tiene fuerza. Júntanse éstos en una casa pública de la ciudad, que acá llaman Corte. Concurren dos veces al día, a las seis de la mañana hasta las nueve, y a las dos de la tarde hasta las cinco. A las horas de salir, ya en cada casa de los señores han tañido o tañen su trompeta, con que llaman a comer a todas sus gentes, porque todos andan muy acompañados. Siempre que salen de casa se barre la casa, que no queda perro ni gato sin que vaya acompañando al señor. Va a caballo, toda la familia a pie, delante muchos escuderos y caballeros vestidos de martas, y con cadenas de oro gruesas al cuello, y la gente de servicio detrás, en cuerpo, con sus libreas.
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Los grandes señores, especial los electores, también llevan su guarda de alabarderos; de ellos dos docenas, de ellos una, como pueden. El mayor señor, que más compañía trae, es el de Sajonia, al cual acompañaba de continuo Lantzgrave, y ambos eran ahora la cabeza de los herejes, que los sustentaban. Luego que estos dos aquí vinieron, dieron un público pregón, que cuantos a sus casas quisiesen ir a comer, o por ración, fuesen. Gastaban tanto, que era fama que el de Sajonia, en solo vino, cuando allí entró, empleó treinta mil florines, que valen a ocho reales y medio, y cuando salía al campo llevaba su gente en muy buenos caballos, y con sus armas que tenía en los lugares comarcanos, y les traían los caballos y se ponían en ellos los de su casa, chicos y grandes, hasta el mozo de cocina; y en volviendo a la posada, tornaban a enviar los caballos al alojamiento, y se quedaban a pie todos, salvo los señores.
- VIII Solemnidad con que se comenzó la Dieta. Cuando la Dieta se hubo de comenzar, que fue, como dije, a los veinte de hebrero, en la capilla mayor de la iglesia principal estaban hechos de tablas, para este fin, a la una parte y a la otra del altar, al largo de la capilla, unos estrados con sus asientos cerrados por las espaldas, y sus antepechos para se poner de rodillas. Estaban los de la mano derecha cubiertos con tapices, y sobre ellos brocado, y por el suelo ricas alhombras, y en las partes más vecinas al altar, estaba un trono cubierto de brocado. Este era para el Emperador, dos gradas más alto que los otros asientos. Tras éste, una grada más abajo, estaba otra silla más pequeña para el rey de romanos, y luego, otra grada más baja, estaba el banco igual, donde se sientan los electores, conforme a las preeminencias que tengo dichas, que entre sí tienen, y lo que sobraba de aquel banco era para algunos príncipes. El estrado de la mano izquierda tenía la forma de éste, salvo que era todo igual y no cubierto de brocado, sino de terciopelo carmesí. Este era para sentarse los perlados que no eran electores, y otros algunos señores. La cabecera habían de tener los más antiguos, por su orden, salvo que cuando vino el Rey de Romanos, se pusieron allí sus dos hijos, de los cuales diré después. Hecho este apercibimiento, el Emperador, en el día susodicho (que era miércoles), salió de palacio acompañado de cuantos había, faltando el de
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Sajonia y Lantzgrave, famosos defensores de los herejes, que por no oír misa no fueron, y precediendo un caballero con el estoque desnudo, que era teniente del de Sajonia, vino el Emperador a la iglesia, y puesto en su trono, y los otros en sus lugares, oyeron misa del Espíritu Santo, como es costumbre antigua para comenzar la Dieta. Díjola el obispo de Augusta; sirvió la paz y Evangelio el cardenal de Maguncia, haciendo este oficio con las mayores ceremonias del mundo. En los lugares de los electores ausentes están sus procuradores. Acabada la misa a la hora de las nueve, se fueron a la casa de la ciudad, y a la puerta de la iglesia estaban esperando Sajonia y Lantzgrave, y los demás que no se hallaron en la misa, y acompañaron al Emperador llevando el estoque el de Sajonia. En la casa había una estufa grande en que estaba un estrado muy alto con su trono, y cubierto de brocado, y con dosel y almohadas para el Emperador, y sus poyos de tabla, como es uso de estufas, para los otros. Al tiempo de sentarse hubo cierta contienda, que el de Sajonia y Lantzgrave dijeron que el duque de Branzvic no debía hallarse ahí, por no ser de los principes electores, que ellos le tenían despojado y quitado del estado. No obstante esto, el Emperador mandó que se sentase, y los otros protestaron que por obedecer lo consentían, pero que no les parase perjuicio para el debate que con él tenían Y porque Lantzgrave y Branzvic venían a sentarse juntos, el conde Palatino Federico (que aún no era elector y después lo fue) dejó su lugar, y se sentó en medio de ellos, con protestación asimesmo que dejaba su lugar porque aquellos eran enemigos y no era bien que estuviesen juntos. Acabados de sentar, este conde Palatino, en nombre del Emperador (porque allí todos hablan por procuradores, aunque estén presentes), comenzó de hablar, dándoles gracias por su venida y haberse juntado a su llamamiento. Hízoles ofrecimiento de favorecer las cosas que les tocasen, rogándoles, que así hiciesen ellos las suyas. Tras esto, el doctor Naves, chanciller del Imperio, leyó en escrito la proposición en lengua tudesca; ella fue larga y sacada en suma.
- IX Proposición en la Dieta de Espira. -Responden los príncipes a la proposición hecha en nombre de Su Majestad.
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Excusóse el Emperador de no haber venido antes en el Imperio, como lo prometió en el recessu de Ratisbona, por haberlo impedido el rey de Francia, acometiendo sus reinos de España, a los cuales dijo haber dejado agora, no obstante la guerra que aún le hacían, y pospuesto todo lo demás de sus tierras patrimoniales, por procurar en el ayuntamiento de esta Dieta el remedio de la Cristiandad, tan necesario como veía todo el mundo claramente, y sabían especialmente los príncipes electores, y otros Estados de la Germania, y se les había declarado lo que a Su Majestad le dolía de no haber podido, a causa de la invasión susodicha, emplear los dos años pasados, y poner todas sus fuerzas, juntamente con las del Imperio, contra el Turco, común enemigo, que tan animosamente y con tanto poder había emprendido, mostrando querer sujetar, no solamente el reino de Hungría, que es la llave de la Cristiandad (lo cual haría si el reino no era ayudado), pero, en caso que viniese a señorearle, procedería a la invasión del Sacro Imperio, y esto todo por el continuo oficio que el rey de Francia hacía con el dicho Turco, dándole avisos de la disensión de la fe, y otras particularidades. Por lo cual ha hecho el dicho Turco los efectos que se han visto en Hungría y en el mar Mediterráneo con la venida de su armada, solicitada por el dicho rey de Francia. Pareciéndole, pues, ser los dos (esto es, el Emperador y el Imperio) una mesma cosa, según lo prometieron en la Dieta de Nurumberga, se haría, mostrando todo deseo de meter la mano en el remedio de las cosas de la fe y disensiones del Imperio, como convenía, buscando algún camino para remediarlo, teniendo Concilio general o nacional, o por otra vía, cual más conveniente pareciese, lo cual todo abría lugar, quitando de por medio el obstáculo de la guerra con el rey de Francia, el cual procuraba impedir todo buen designio de Su Majestad. Los señores del Imperio respondieron dando grandes gracias al Emperador por su buen propósito y santa intención, y por los trabajos que había pasado, y gastos que había hecho por venir a hacer esta Dieta con ellos, y entender en el remedio de las cosas del Imperio, pospuestas las suyas particulares, suplicándole que así lo continuase, pues de sólo él pendía la salud de la Cristiandad y del Imperio, que no tenía otro protector, ofreciéndole de serle siempre leales y obedientes, mostrando saber bien, y dolerse de los estorbos que el rey de Francia siempre le ponía, y daños que su liga y confederación con el Turco en la Cristiandad había hecho y hacía. Después de todo, ofrecieron a Su Majestad estar prestos para le servir, pero que le suplicaban hubiese por bien que ellos entre sí pudiesen comunicar la mejor forma y manera que en ello se podría tener, y que después de bien mirado y consultado, darían cuenta a Su Majestad de lo que hubiesen entre sí acordado.
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Después de esto, ellos se juntaron diversas veces en esta casa, y tratando entre sí lo que convenía, así cerca de lo que el Emperador les pedía como de otras cosas, anduvieron en demandas y respuestas, y hubo algunas disensiones; al cabo se convinieron en declarar el Imperio por su enemigo al rey de Francia y sus aliados, y hacer una común ayuda de todo el Imperio al Emperador, la cual fue acordada en este modo.
-XRespuesta del Imperio a Su Majestad, y lo que ofrece para la guerra. -Humildad con que los tudescos tratan a su príncipe. -Cortesía con que trataban a los españoles. -El Papa y venecianos se espantan del socorro que Alemaña hacía al Emperador. -Requieren los alemanes a los esguízaros que no ayuden al francés. El Imperio dió a Su Majestad veinte y cuatro mil hombres de pie y cuatro mil de caballo, pagados por seis meses, y que el Emperador los mandase hacer cuales quisiese, y poner sus capitanes, coroneles y otros oficiales, repartiendo entre los Estados y ciudades imperiales el dinero que esta gente costase, conforme a lo que cada uno tuviese, y que se diesen a cada soldado seis florines de oro, y al hombre de a caballo doce florines. Tomaron a su cargo de coger el dinero y ponerlo en una cierta ciudad del Imperio, cual bien vista fuese a todos, y que allí entregasen el dinero al tesorero del Emperador en tres tercios y pagas, que fueron primero de junio, primero de agosto y primero de octubre, y le dejaron a su voluntad, que pudiese llevar esta gente contra Francia o contra el Turco, como mejor le pareciese convenir, porque al presente tenían al francés por tan enemigo como al Turco, en razón de hostilidad. Pusieron ciertas condiciones en el dar de esta ayuda, y fueron que Su Majestad proveyese cómo las ciudades imperiales, que están en los confines de Francia, fuesen proveídas de guarniciones para que ninguna repentina invasión de los enemigos las pudiese empecer. Que no hiciese paz con Francia, sin que también Francia la hiciese y firmase con todo el Imperio. Demás de esto, que acabada la guerra de Francia convirtiese esta ayuda que el Imperio le hacía, y más sus fuerzas, en la guerra contra el Turco. Que si por caso antes de correr los seis meses de este año se acabase la guerra con Francia, que el dinero que sobrase, que Su Majestad lo mandase guardar para lo juntar con los de los años venideros para la guerra contra el Turco. Lo cual, no obstante que se pagaría al rey de romanos la parte que le cabía para la defensa de Hungría y Austria, pero suplicaron al Emperador proveyese cómo las provisiones y vituallas de aquellas fronteras de Hungría no fuesen por los 148
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enernigos gastadas, por la falta que harían para la guerra venidera. Pidieron que el Emperador pensase y proveyese cómo los mercaderes del Imperio, que tenían las mercaderías y haciendas en Francia, no fuesen damnificados, porque sería en perjuicio de ellos y del Imperio, y del mesmo Emperador, porque tomando el francés, con ello haría guerra a Su Majestad. Es muy de notar en estas escrituras, autos y proposición y responsión -que, por estar en tudesco, largas y confusas, dejo- la humildad y sujeción con que hablan, que es muy grande, que siendo, como son, por otra parte, soberbios, que no se puede creer la humildad con que tratan y la gran crianza de que usan, que si topaban con un español de mediano talle, se desbonetaban cuantos le veían, si bien fuesen tudescos principales, y se apartaban para dar lugar que pasasen, aunque el español fuese a caballo. Tardaron en resolverse más de dos meses, que si bien desde el principio vinieron en servir al Emperador, no se acabaron de concertar en la manera, especial en el repartimiento del dinero: que querían los señores, la parte que a sus tierras cabía, repartirla ellos -por sacar para sí, con color del Emperador, otra buena parte-. Pareció al Emperador que esto era dañoso, y muy en perjuicio del común, y no quería dar lugar a ello, pero todavía se hubo de hacer, porque vino a determinarse por votos entre ellos, y con negociación de veinte y uno o veinte y dos que eran. Fueron de este parecer los doce, que para esto por su interese particular se juntaron entre sí unos con otros, que de parte del Emperador no hubo sino nueve. Ya que entre sí estuvieron acordados, fueron un día todos a palacio, y allí, por medio de su chanciller, leyeron la respuesta, la cual abrazaba en suma y sustancia lo que arriba tengo puesto de la ayuda y socorro contra Francia. Túvose a mucho esta determinación, y tanto, que los que eran del Emperador entendieron que por ella estarían quedos el Papa y venecianos, y que no se osarían mover, los cuales se sonaba trataban de novedades; y luego sus embajadores les despacharon postas, avisándoles de lo que pasaba, porque los alemanes son muchos, y muy temidos, y siempre fueron tenidos por muy valientes y amigos de las armas. Dióse esta respuesta al Emperador primero de abril, y antes que se le diese, enviaron a avisar a los mercaderes que tenían tratos en Francia para que desembarazasen y pusiesen cobro en las haciendas y dinero. Y porque los cantones de esguízaros tenían asimismo Dieta entre sí, los príncipes del Imperio les enviaron su embajador para les amonestar y requirir no sirviesen al rey de Francia, protestando contra ellos la emienda y castigo. Ellos respondieron diferentemente; los dos cantones ofreciéndose de lo hacer, como lo cumplieron, porque degollaron a los caballeros que contra su 149
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prohibición comenzaron a levantar gente para Francia; los otros cantones dijeron que querían primero avisar al rey de Francia de algunas cosas, y eran, que dejase la amistad del Turco, y su armada la echase de su reino, y les pagase cierta suma que les debía; y si esto hiciese, que le consentirían sacar gente para su defensión, y no de otra forma, y que no le servirían para ofender ni pelear contra el Emperador. Estos cumplimientos hicieron los cantones, pero es gente que raras veces guardan su fe.
- XI Pretende el rey de Francia impedir el servicio que en la Dieta le hacían al Emperador. Particulares pretensiones de los príncipes alemanes. Disimúlanse las cosas de la religión a más no poder, con dolor de los católicos. -Celo, prudencia, valor de Carlos V. -Caso notable de fray Hernando de Castroverde en Espira. El rey de Francia tenía entre ellos su embajador, el cual hacía todas las diligencias posibles, trabajando que le fuese permitido enviar otro a la Dieta del descuento y razón de sí; con intención, se imaginó, de, con dineros y sobornos, corromper algunos señores del Imperio, para traerlos a su parcialidad o impedir la determinación susodicha y servicio que hacían al Emperador; pero no lo pudo hacer, ni alcanzar, ni tuvo efecto su siniestra intención. En tanto que estas cosas en la Dieta pasaban, a vueltas se trataron otras tocantes a la Cámara y justicia imperial, y forma de gobernación, y casos y pleitos particulares, especial del duque de Branzvic contra el de Sajonia, y Lantzgrave, que desde la Dieta pasada le tenían desposeído. Y demás de se tratar por vía ordinaria ante los del Consejo, vinieron ambas partes con todos los electores y príncipes a orar sobre su causa ante el Emperador. También el príncipe de Orange estaba desposeído de otro Estado que le pertenecía, y los mismos Sajonia y Lantzgrave se lo habían quitado; y si bien tenía sentencia en su favor, no había quien se atreviese a tomar la posesión; tan soberbios y tiranos estaban ya Sajonia y Lantzgrave, que llegaron a lo que veremos, dentro de dos años. Las cosas de la religión, que era lo principal que importaba remediarse, por la demasía que había, por nuestra desventura se disimularon y pasaron por ellas, que si bien el celo del Emperador era santísimo estaba tan apretado con la guerra y ofensas que el rey de Francia le había hecho y quería hacer, y también lo que se temía del Turco en Hungría, que hubo de pasar por ellas
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porque estas gentes le ayudasen, esperando coyuntura y tiempo para asentarle la mano, como adelante lo veremos. Llevaban los católicos tal desventura, veían que la dilación era dañosa porque el mal cundía más que el enconoso cáncer, y amenazaban las demasías de los herejes una general corrupción y rompimiento, como sin duda la hubo, y lo que agora no se curó, porque no había disposición en el sujeto, con medecinas suaves, benditas y blandas, adelante lo procuraron curar con hierro y cauterios de fuego, que por brevísimo tiempo aprovecharon, pero luego volvió el cual, que dura hasta hoy día. Es cierto que las fuerzas y autoridad del César eran grandes, mas si pusiera su poderosa mano en uno, levantáranse ciento y juntáranse con Francia y con otros enemigos, tantos, que fuera peor que el monstruoso animal de la hidra, de quien dicen que por una cabeza que le cortaban, nacían siete. Era necesario quitarles la guarida por bien o por mal, que era Francia, y después dar sobre ellos, que así lo hizo el prudentísimo príncipe con el mayor valor y esfuerzo que tuvo ninguno de los romanos, y con tan ardiente celo de servir a Dios, cual no podré aquí pintar. Aconteció aquí en Espira una cosa, que si bien menuda, digna de memoria. Era predicador del Emperador, y andaba en su corte, un buen fraile español que se llamaba fray Hernando de Castroverde. Este predicó aquí, domingo de la Septuagésima, de este año, y dijo, hablando de la fe de España, cómo en ninguna parte estaba más inviolada, ni eran castigados los que contra ella andaban como allí, y que, por tanto, era merced particular de Dios nacer el hombre y criarse en esta provincia, y que en ella había nacido, y en ella entendía morir. Sucedió que a veinte y dos de hebrero, fue herido este fraile de una landre, y se despachó para la otra vida en cuatro días, de que hubo gran alteración en la corte, por el temor de peste; y tanto más, porque pareció a muchos que había sido juicio del cielo, y que luego le había herido con aquel castigo en pena del delito que había cometido en decir aquellas palabras. Esto decían los extranjeros que le habían oído, que fueron muchos; y los españoles sentían que el fraile era bueno y había dicho verdad.
- XII Detiénense los herejes en Espira. -Los católicos hacen libremente los oficios divinos. -Sentían bien algunos tudescos de la disciplina y devoción de los españoles.
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No se desmandaron los herejes en esta Dieta ni hubo sermones de ellos, sino privados, en casa de Sajonia, ni osaron parecer allí los principales autores de las herejías. Los católicos procuraron dar buen ejemplo. Hubo muchos sermones católicos. La Semana Santa hicieron los cortesanos los oficios como en España, hubo procesión de disciplinantes, muy grande, sin que faltase hombre de corte, que no fuese en número de los disciplinantes o con hachas en las manos. Espantáronse los de aquella tierra de lo ver, y juzgaban de diversas maneras: los muy endurecidos decían que aquella sangre que se sacaban no era sangre, sino que mojaban las disciplinas con almagra, y con aquello se teñían las espaldas. Otros se movían a piedad y venían a los acompañar con sus velas, y llorando de devoción, y tocaban sus rosarios en las carnes de los disciplinantes como en reliquias, y decían que en sola España había cristiandad y religión, y que por ser el Emperador señor de tan buenos cristianos, le hacía Dios merced y le daba victorias de sus enemigos. Es la gente común alemana generalmente buena y cándida, sin malicia, que por eso los engañó Lutero y engañan otros herejes.
- XIII Recelos y avisos de la amistad de Andrea Doria con el Turco y Barbarroja. -También el de Francia se teme de Barbarroja no le burle. -El de Francia solicita corazones y nuevas amistades. Pide tres cosas a Génova. Estando el Emperador en Espira tuvo avisos de Italia (fuente y cabeza de todas las novedades y mudanzas y madre sustentadora de las guerras) que entre el turco Barbarroja y Andrea Doria había grandes tratos de amistad, enviándose cada día fregatas el uno al otro, y presentes con demandas y respuestas, de que tuvo algunas sospechas, y aun temores, el rey de Francia, no le hiciese Barbarroja alguna burla pesada, concertándose con el Emperador. Y no iba muy fuera de camino el francés, que, como hay tan poco que fiar de turcos, fácil era a Barbarroja hacerse señor de su armada y aun de Marsella, y al Emperador, si quisiera ganar este enemigo, y traerlo a esto, que el dinero todo lo puede, y tuviera el rey su merecido por haberse fiado de un bárbaro enemigo capital y sin vergüenza de la fe cristiana; por esto procuró él rey despedirlo y echarlo de sus puertos, como queda dicho.
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Y demás de esto, supo el Emperador cómo el rey solicitaba corazones y procuraba amigos para ayudarse de ellos, y que había enviado a Génova pidiendo tres cosas. La primera, que le prestasen seiscientos mil ducados. La segunda, que le dejasen tener embajada allí. La tercera, que consintiesen a sus galeras arribar en sus puertos, y les diesen refresco. Respondió Génova que dineros no los tenían, porque estaban muy gastados en fortificar sus plazas, y los que tenían los habían menester. Embajador, que no había para qué lo tener, porque ellos estaban en servicio de la majestad del Emperador y no querían tratos con Francia. Y cuanto a las galeras, que a su ventura podrían ir y tomar puertos; pero que no le podrían asegurar de las del príncipe Doria, que servían al Emperador. De esta respuesta quedó el rey muy escocido, y tanto, que se tuvo por cierto que trató con Barbarroja que con toda su armada diese sobre Génova, y hubo hartos temores, porque decían que el Turco rehacía su armada y la cebaba con acrecentamiento de otras setenta galeras, aunque no fue lo que se temió, que mejor lo hizo Dios con su pueblo, y el enemigo se fue, como dije. Mas no por eso cesó la guerra ni pararon los tratos de ella que en Francia, Ingalaterra y Alemaña había, y en el Piamonte, que en estos días andaba tan viva, como aquí diré.
- XIV Aprieto grande de Cariñán. -El del Vasto socorre a Cariñán. -Batalla entre imperiales y franceses; piérdela el marqués del Vasto. -Habla el del Vasto a los españoles, estando para romper. Vencen los españoles por su parte. -Pierde el marqués del Vasto la batalla. -Los españoles, vitoriosos, se rinden. -Honra que el rey de Francia hizo a seiscientos españoles sus cautivos. Deshízose el campo del Emperador por la huída o retirada del rey de Francia en Landresi y entrada de invierno, tiempo tan poco aparejado para la guerra, especial en aquellas partes, que es por extremo riguroso. El rey de Francia (que sin duda era buen soldado y capitán solícito, si bien poco venturoso), visto que los imperiales eran flojos y que no se habían aprovechado de la buena ocasión que se les ofreció, cual nunca otra tuvieron, acordó, con la gente que tenía, no dormir y pasarla toda en el Piamonte. Esto hízolo parte por necesidad, por no perder a Turín, que, como el marqués del Vasto, volviendo del socorro de Niza, ganó a Cariñán y otras plazas en contorno, teníale estrechado y apretado, quitando que no entrasen bastimentos ni socorro alguno, y no le podía el francés socorrer sino con
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ejército formado. Y parte también lo hizo porque, según se tuvo, fue solicitado del buen Pastor y los potentados y señorías de Italia, que no podían llevar en paciencia la pujanza y gloria del Emperador, al cual veían supremamente levantado. Cuando este campo caló en el Piamonte, no se hallaba el marqués del Vasto con fuerzas competentes para podérsele oponer y impedirle el paso, porque no tenía sino nueve o diez mil hombres, y de éstos, puestos buena parte en Cariñán, Quier y otras plazas; con los demás, se recogió y estuvo quedo, haciendo saber al Emperador la venida del francés y el estado de las cosas. Bien es verdad que luego, sabida la venida de los enemigos, el duque de Florencia le envió tres mil hombres; y al atambor, en Roma se juntaron otros quinientos españoles, y el cardenal de Trento, con un su hermano, envió otros tres mil; comenzaron a hacer cuerpo y tener forma de ejército. El Emperador tuvo su Consejo luego que entendió el estado de los movimientos de guerra, y porque los consejeros no saben por entero la necesidad, y lo que importa en semejantes ocasiones, por evitar gastos no proveyeron tan cumplidamente como convenía ni como el marqués pedía. Sólo enviaron cuatro mil tudescos que hizo Andalot, así de presto, en el condado de Tirol, cuales los pudo haber, gente flaca y desarmada. En tanto que éstos se juntaban, los franceses cercaron a Cariñán y a Quier y otras plazas, y las dieron batería, de donde se retiraron con pérdida y llenos de vergüenza, sin hacer nada. Había continuas escaramuzas y reencuentros, mejorándose a veces los unos y otras veces los otros, o saliendo de sus plazas a dar armas a sus enemigos, o topándose o poniéndose a asechanzas, que los soldados llaman emboscadas. Y señaladamente lo hicieron bien los de Cariñán, a los cuales tenían más apretados, quitándoles los bastimentos y otras cosas, que cada día salían y les mataban gente, y tomaban sus provisiones y las metían en el lugar. Servía al Emperador en estas guerras el capitán Miguel de Perea, caballero noble, descendiente por línea recta de Rodrígo de Perea, adelantado de Cazorla y camarero del rey don Enrique III. El cual capitán era tan valeroso y ejercitado en las armas, que siendo de poca edad, en la batalla que los castellanos dieron a los franceses en la cuenca de Pamplona, año 1522 (como dejo dicho en el libro X de esta historia) quitó el estandarte real que traía el general francés y lo ganó, y por tan señalado servicio le hizo merced el Emperador y dió cédula con palabras de mucho encarecimiento y estima, para que lo pusiese en el escudo de sus armas, en el dicho año de 1522, y le hizo contino de su casa, que antes que se mudase el servicio de la casa de Castilla, era de los oficios más honrados de la casa real. Año de 1537, por el mes de setiembre, estando el Emperador en Monzón, recelándose de que en Francia se hacía una gruesa armada de trece navíos, con tres mil hombres de pelea, con intención de ir a robar las costas de las Indias, 154
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no se fiando de la armada con que había ido Blasco Núñez Vela, mandó el Emperador que cuatro navíos que andaban guardando el mar de Andalucía se armasen muy bien, y que Miguel de Perea fuese por general de ellos y procurase juntar con Blasco Núñez, para que con más seguridad trajesen a España el oro y plata de las Indias. Hallóse antes de esto Miguel de Perea en la batalla de Pavía y en la jornada de Viena contra el Turco, y después de estos tiernpos en las guerras de Alemaña. Fue capitán y alcaide de la ciudad y fuerza de Melilla, y en otras muchas ocasiones mostró ser un gran soldado. Estaba a cuenta de este capitán el lugar y fuerza de Cariñán, y con los españoles que tenía resistían valerosamente al enemigo; pero como era poderoso no bastaban sus fuerzas, y los italianos que dentro estaban no querían pelear como debían, por el odio, emulación y envidia que de los españoles tenían, pareciéndoles que el capitán que tenían lo era, y que se hacían los españoles dueños en todo, como suele hacer esta nación, por ser de suyo altivos y de bravos corazones. Sabiendo el marqués del Vasto la poca conformidad que en Cariñán había y que los italianos, descontentos por no tener capitán de su nación, peleaban mal, determinó quitar de allí al capitán Miguel de Perea, si bien estaba seguro que por él no se perdería, y sabía cuánto se había mostrado allí resistiendo al enemigo, como el Emperador lo escribió después, dándose por muy bien servido de él. Puso el marqués en Cariñán, en lugar de Miguel de Perea a Pirro Colona, singular capitán italiano, con setecientos españoles y otros tantos italianos y tudescos, del cual luego diremos. Ya que los cuatro mil tudescos fueron llegados, el marqués del Vasto se halló con mil y quinientos españoles y casi cuatro mil italianos, siete mil tudescos y mil caballos ligeros, porque les avisaban de Cariñán que les iba faltando la provisión, acordó de ponerse en orden para ir a socorrerlos, con determinación de dar la batalla a los que se la diesen. Con este acuerdo, comenzó de marchar, y porque para ir a Cariñán era menester pasar el Po, que corre por entre Lombardía, donde él venía, y el Piamonte, do son Cariñán y Turín; y los contrarios, para le estorbar el paso y necesitar a batalla, se habían pasado ya del cabo que venía y héchose fuertes y asentado el real, él quiso desviarse y venirse a esguazar el río por más arriba, si bien con rodeo. Esto era en la Semana Santa, y ya el Emperador, en Espira, tenía aviso que, Viernes de la Cruz o día de Pascua, a más tardar, se daría la batalla. Los franceses, que estaban con propósito de pelear, movieron de Carmañola donde estaban y se acercaron a un lugar que se dice Somarriba, donde el marqués iba a alojar primero día de Pascua, y allí se metieron en un bosquete,
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de ellos cubiertos, de ellos descubiertos, con pensamiento que, visto que eran pocos, el marqués los acometería. Luego que fueron descubiertos por los imperiales, el marqués conoció lo que era, y para entender lo que había en el bosque hizo disparar ciertos tiros del campo a raíz del suelo, los cuales, como dieron en la gente, luego se descubrió la celada; esto era ya tarde; hubo algunas escaramuzas entre ellos, y no más por aquella noche. Y a la mañana, viendo el marqués que no podía pasar sin pelear, acordó de ganar hora, y representóles la batalla, puesta bien en orden su gente y concertados sus escuadrones. Los enemigos, que no deseaban otra cosa, le salieron a ella de muy buena gana. Había en el campo del marqués al pie de mil y quinientos españoles, y mil y trecientos alemanes, soldados viejos, criados en compañía de españoles, y muy amigos de ellos. De éstos se hizo un escuadrón de hasta tres mil, el cual se puso en avanguardia. Había otros seis mil italianos, de que se hizo otro escuadrón que tuvo la retaguardia. Había otros seis mil tudescos bisoños, que tenían el escuadrón segundo del batallón, y más cinco mil italianos, de que se hizo otro que tuvo la retaguardia. Los caballos, que serían hasta mil (cuyo capitán general era el príncipe de Salmona), estaban partidos en tres partes: ciento y cincuenta a las espaldas de los italianos, de al lado derecho de la avanguardia; los demás, algo adelante. A estos tres escuadrones contrapusieron los franceses otros tres, como si fueran puestos de juego de caña. El primero que respondía a la avanguardia tenía seis mil italianos; el batallón en frente de los tudescos del marqués tenía hasta siete mil esguízaros y gascones mezclados. La retaguardia que respondía a los italianos del marqués tenía la otra gente francesa su gente de a caballo, que eran hasta tres mil; estaba dividida en dos partes, entre la avanguardia y batallón; a las espaldas era el golpe, un poco más atrás los restantes. Su artillería estaba a las espaldas de la avanguardia. Su campo estaba recostado hacia Carmañola, tendido a la parte del Mediodía, el del marqués al Setentrión. Envióse pintada esta disposición de los dos ejércitos, con la relación del hecho (como aquí lo cuento) al Emperador, estando en Espira. Antes que el marqués respondiese, hizo una plática a los españoles, diciendo que ya sabían cómo siempre habían sido leales, y por la confianza que tenía en ellos, y tenellos en aquella cuenta, se atrevería a dejarlos sin paga por cumplir con la otra gente, y que se acordasen que servían a su rey y señor natural, y que, como siempre lo hacían, se habían de poner en los mayores 156
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peligros. Ellos respondieron muy contentos, que para ellos no era menester plática, que lo harían como siempre habían hecho, que viese lo que mandaba. Y díjoles que bien veían dónde estaba aquella artillería y el daño que les hacía, que habían de tomarla o morir por ello. Y respondieron, con gran ánimo, que eran contentos, y que así lo harían, y así se pusieron con los mil alemanes que les hicieron espaldas. Hecha señal de batalla, y habiendo jugado la artillería, arremetió la avanguardia del marqués contra la avanguardia francesa con tanto ánimo, que si bien eran más de seis mil esguízaros, luego los rompieron y hicieron en ellos gran matanza, sin serles hecha resistencia. Y ganaron la artillería, y hecho esto pasaron adelante y dieron en sus caballos, y rompiéronlos y pasaron; y prosiguiendo su victoria, y dando en los que huían hasta que llegaron al bagaje, bien dos millas del campo, pensando que los otros escuadrones hacían lo mismo y que los enemigos eran desbaratados totalmente. Estando la cosa en esto, los caballos imperiales, por mandado del capitán, arremetieron por en medio de la avanguardia, que ya no habían gente contra los caballos de los contrarios, a fin de les impedir que no diesen en la infantería; que puesto que la avanguardia española los desbarató y rompió por ellos, pero no para que se deshiciese su fuerza y no tornasen a juntar. Yendo, pues, así la caballería del marqués, los otros salieron a ellos, y fueron tan malos los del marqués, que a sabiendas y de traidores, como algunos creyeron, sin romper lanza volvieron las espaldas tan llenos de temor y desatinados, que sin ver qué hacían, dieron en el batallón del marqués, que era de tudescos bisoños, y los rompieron como a tales, y malos soldados, y los hombres de armas franceses que los seguían entraron tras ellos, y unos, y otros los hallaron y desbarataron. Hecho esto así, los caballos dieron vuelta los unos y los otros por entre las dos retaguardias, y a más no poder, huyeron para Aste. Los esguízaros y gascones, como vieron el batallón del marqués desbaratado, dieron sobre los tudescos y hicieron en ellos grandísima matanza. Aquí los que escriben andan varios, no se conformando: unos dicen que los del marqués dejaron las armas, y sin pelear dieron a huir; otros afirman que pelearon bien, y peleando murieron, sino que cargó sobre ellos, estando desbaratados, toda la fuerza de los contrarios de pie y de caballo; y los mismos tudescos, agraviándose mucho de que digan que ellos habían huido, traen en su defensa que murieron ocho capitanes, y más se quejaban de que el marqués los había puesto en mal lugar, que había mucha agua entre ellos y el batallón de los otros, y por eso no pudieron arremeter al tiempo que la avanguardia arremetió, y cargan de culpa al marqués, diciendo que antes estuvo en Aste que ellos dejasen de pelear, y juraban que con él no entrarían más en batalla si 157
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no se ponía a pie con ellos. Los italianos que estaban en retaguardia, viendo lo que pasaba, o antes que lo viesen, se comenzaron a retirar, puestos en orden, y con sus banderas y armas y ropa, marcharon camino de Aste, y sin recebir daño, ni hacerlo, se salvaron. Deshecho el campo de los españoles, y los mil tudescos de su escuadrón de la avanguardia, que no sabiendo lo que pasaba por sus compañeros se habían tanto adelantado, que se tuvieron por vencedores; pero entendido el desbarato, se aunaron lo mejor que pudieron y se hicieron fuertes, peleando valientemente hasta que todo el campo enemigo los cercó. Entonces, ya que no se podían escapar y que las fuerzas les faltaban por el trabajo que habían tenido, por persuasiones que les hizo Francisco Borbón, general de los franceses, se dieron a prisión hasta seiscientos españoles; bien otros tantos se salvaron con él marqués, que los había mandado estar un cierto puesto, por donde no acompañaron a los otros. Estos que así fueron presos después se soltaron, quitando las armas y desvalijando los que llevaban presos, aunque lo más cierto es, según la relación que uno de estos soldados hizo al príncipe don Felipe (que fue nuestro rey y señor), en este año de 1544, estando en Valladolid, que enviaron los españoles a Francia, que serían hasta seiscientos, y de allí los mandó el rey a traer a España, dándoles de comer y buen tratamiento, y mandando, por todos los lugares por donde pasaban, que no los diesen grita ni se les hiciese alguna afrenta; tan hidalgo corazón y generoso pecho tenía este gran príncipe. Y así llegaron a Narbona, donde los detuvo el capitán de aquella frontera, hasta que el marqués de Aguilar le diese dos parientes suyos que le tenía presos, y si no, que tomaría ciento de ellos, de los mejores y soltaría los otros. Y ellos enviaron un compañero a quejarse al rey de Francia, y otro al príncipe nuestro señor, que dió la relación que digo, si bien no tan cumplida como la que se envió al Emperador, que ambas las tengo y las sigo. De los alemanes recibieron los que quisieron quedar a sueldo; los demás dejáronlos libres, con condición y juramento que no sirviesen al Emperador en los cuatro meses primeros. Murieron del campo del Emperador ocho mil hombres; de los franceses, cuatro mil. Díjose que el rey de Francia había mandado que se diese esta batalla, y que muchos caballeros franceses, deseosos de mostrarse y ganar honra, habían venido por la posta a hallarse en ella. Y que el general se llamaba monsieur de Anguien, mozo de veinte años; el marquésdel Vasto y los que con él iban no pararon hasta Aste. Pareceres hubo que peleó valerosamente, y fue herido en
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una rodilla; otros dijeron lo contrario. y que la herida que llevó en una rodilla fue que, corriendo, topó con otro en la pierna. Reparó y recogió la gente en Aste, que se escapó, que serían siete mil hombres, sin otros que se libraron y derramaron por otros cabos.
- XV Los franceses, con la vitoria, cobran ánimo y ganan amigos que se declaran contra el Emperador. -En qué día se dió esta batalla. -Llega la mala nueva al Emperador, que estaba en España. -El poco fruto que sacó el francés de esta victoria. -Ayudan muchos al marqués para repararse. -Juan de Vega señalado caballero y de los muy nobles de Castilla. Esta fue la mayor adversidad que padeció el Emperador en cosas de guerra, porque hasta este día ninguno hubo victoria de él, ni de su campo, y fue mayor la pérdida, porque si los imperiales vencieran, era cierta la paz y sosiego de la Cristiandad, porque el francés tenía metido su resto, y a perder no le quedaba si no pedir misericordia, que demás del poder del Emperador, toda Italia se declaraba por Su Majestad, sin osar hacer otra cosa. Pero con esta victoria cobraron nuevo ánimo los franceses, y muchos que disimulaban la mala voluntad que tenían al Emperador, se declararon por el francés; y otros, indiferentes, se estuvieron a la mira. Es verdad que si no fue el duque de Ferrara, ninguno, de hecho y con rompimiento, se declaró contra el Emperador, que aunque perdió esta batalla viéronle muy poderoso, y el haberse declarado el Imperio por enemigo del rey de Francia enfrenó a muchos y los tuvo a raya, sin osarse mostrar. La batalla, o la resolución de darse, fue primero día de Pascua de Resurrección, y en el segundo se dió, y es de notar que en tal día se perdió la de Ravena y la de los Gelves. No hay días aciagos ciertos; pero podría haber castigo para los cristianos que en Semana Santa, cuando se hace penitencia y se reciben los Sacramentos, tratan de los robos, y muertes y estupros y otros excesos que consigo trae la guerra. Llegó la nueva de este desbarato y rota al Emperador; primero confusamente, por vía de Milán, y después se tuvo por cierta. El Emperador es de creer que lo sintió, pero no se mostró más triste ni alegre que solía; y a la hora despachó a Juan Bautista Castaldo para el marqués, con cartas y dineros para proveer en lo necesario.
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Seis días después vino correo del marqués y refirió la jornada como se ha contado; sólo se supo el daño más en particular que se recibió, y es que ganaron hasta una docena de tiros de campaña y alguna munición y carros con bagaje. Muertos se hallaron, de ambas partes, ocho mil y trecientos, en que serían tres mil y quinientos tudescos de los imperiales, y cuatrocientos españoles; todos los demás eran enemigos, que si no fuera por la victoria y reputación, mayor daño habían recebido los franceses. Y fueles de tan poco fruto esta victoria, que ni ganaron plaza, ni en Italia hubo alteración que les importase, si no fue que, pasados algunos días, se levantaron el conde de la Mirándula y Pedro Strozi y juntaron hasta nueve o diez mil hombres, y anduvieron por el Estado de Milán robando y gastando la tierra, de los cuales luego diré. Los de Milán, como leales servidores del Emperador, enviaron luego al marqués cien mil ducados para ayuda a repararse, y el duque de Florencia socorrió con alguna gente; y el cardenal de Trento hizo lo mismo. En Roma hubo diversos pensamientos, y si bien había muchos franceses, no se mostraron tanto. El de Burgos, Gambaro y Cibo dieron cuanto tenían a Juan de Vega para hacer gente. Madama Margarita, hija del Emperador, procuró que su marido, Otavio Farnesio, viniese al campo, y porque le halló tibio, dió cuanto dinero y joyas tenía a Juan de Vega para ayuda de conducir gente. Juan de Vega tuvo propósito de se partir luego para el campo, pensando que el marqués estaba mal herido, para recoger las reliquias del ejército y amparar las plazas. Sabido que no estaba tan malo, se detuvo; después le envió a mandar el Emperador que luego partiese y se juntase con el marqués, y Juan de Vega lo hizo, llevando consigo cinco mil hombres. Fue Juan de Vega uno de los grandes caballeros, en paz y en guerra, que en sus tiempos salió de Castilla; es su casa de la nobilísima familia que agora son condes de Grajal.
- XVI Valor con que se defiende el capitán Pirro y sus españoles en Cariñán. Los de Cariñán quedaron lastimados, y, con la misma necesidad y aprieto, con la pérdida de esta batalla, mas no sin ánimo, porque el capitán Pirro Colona era valeroso por extremo. 160
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Los españoles y demás soldados tales, y para mostrar a sus enemigos que no les había quebrado los bríos su victoria, salieron a ellos muchas veces y les ganaron después de la batalla nueve banderas, y les mataron más de ochocientos, y continuaban las salidas y asaltos que hacían, tomándoles los bastimentos con que se sustentaban.
- XVII Engaño de Jovio. -Vencen los imperiales a Pedro Strozi y franceses. -Lo que al Emperador importó esta victoria. Finalmente, la necesidad terrible de bastimentos y municiones venció los fuertes ánimos de Pirro Colona y sus españoles, y se hubieron de rendir, no al cabo de cuarenta días, como dice Jovio, después del reencuentro de la de Ceresola, sino después de dos meses, cuando ya no se comía sino salvados, importando mucho cada día de los que se detuvieron después del hecho de armas para las cosas imperiales, porque de otra manera la guerra estuviera a las puertas de Milán, o quizá dentro de ella. Como se quedaron las fuerzas enteras, y de la suerte que antes estaban, y los cercados con el mesmo vigor y coraje se defendían, fue gran parte para que el marqués se tornase a rehacer de más gente y ponerse en el punto que primero. De manera que los sitiados de Cariñán se detuvieron en su porfía, sin rendirse, hasta 22 de junio, que salieron de Cariñán, habiéndoles dado el día antes la postrera ración, sin haber para otro día más salvados que comer, sino unos pocos de caballos que aún les quedaban vivos, habiendo comido hasta allí seiscientos y tres; pero no género de pan. Y el reencuentro de la Ceresola fue a 15 de abril, que a esta cuenta se detuvieron un mes más de lo que dice Jovio, sin rindirse en este medio tiempo; a 4 de junio por tener ellos ocupado al general Anguiano con el ejército francés que los tenía sitiados, se dió la rota al otro general, Pedro Strozi. Cuanto a las condiciones con que se rindieron los valientes cercados y su capitán Pirro Colona, también las yerra Jovio; la escritura del concierto, al pie de la letra, es ésta: «Yo, Francisco de Borbón y conde de Anguiano, somos contentos de que el ilustre señor Pirro Colona, y los señores coroneles de alemanes, y maeses de campo de españoles, y capitanes y soldados, hayan de salir de la villa de
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Cariñán, dejando la artillería y municiones, y que ellos lleven todas sus armas y banderas, y atambores y pífanos, y caballos, y bagaje, y ropa y dineros, con que salgan con las banderas cogidas y atambores callados, hasta ser pasada la puente. Y serán acompañados hasta Santa Ana por monsieur de San Julián y por monsieur de Ausun. Y que para los heridos y enfermos daremos barcas que los lleven seguros hasta Casar de Montferrat, y que hayan de pasar el río Tesin y estar entre Tesin y Hada por dos meses, y pasado este término, que los españoles se hayan de ir en España o en Nápoles, sin servir a Su Majestad ni hacer guerra al Cristianísimo, por término de ocho meses, y que el señor conde Pirro ha de estar los dichos dos meses en Italia, o do fuera su voluntad, y que después pase en la corte del rey de Francia, y que no salga de ella por ocho meses, con los dos que ha de estar en Italia sin licencia del dicho Cristianísimo rey.» Esta es la escritura del concierto a la letra. Y después de esto, que fue viernes, el sábado el Pirro Colona dijo que antes saldría a dar la batalla y morir todos, si los españoles y tudescos hubiesen de salir de Italia. La cual obstinación viendo el Anguiano, y temiendo aquellos desesperados allí metidos, les añadió que pudiesen los españoles y tudescos quedar en Italia, con que por espacio de ciertos meses no pudiesen hacer guerra al rey. Luego, domingo 22 de junio, salieron de Cariñán. Con la llegada de Juan de Vega al campo del marqués, los de la Mirándula y Pedro Strozi, dejado lo de Milán, estaban determinados a pasar el Piamonte o para se juntar con los que estaban sobre Cariñán para apretar más el negocio y de ahí dar consigo en Francia, de ellos, o todos juntos, porque como el rey no tenía otro ejército y por la parte de Alemaña y Flandres le entraban sus tierras, érale forzoso revocar sus gentes, que estaban en Italia para su defensa, porque así como al principio tuvo manera de divertir al Emperador de las partes donde estaba, con echar el peso de la guerra en el Piamonte y Lombardía, viendo que aquello no le sucedía bien, más de tenerle puesto en necesidad de tornar a traer su gente del Piamonte, para defender lo de Picardía. Y parecía verdaderamente que el ejército que tenía en el Piamonte había de ser causa de su perdición, porque le sustentó todo el invierno con mucho trabajo y costa, y no hizo nada, y cuando lo había menester por verse desarmado, no lo podía haber sin gran dificultad, y sin desesperar de todo lo de Italia. Serían, según se afirmó, los que fueron a pasar el Po por junto a Plasencia, pasados de diez mil hombres, y el marqués del Vasto envió en seguimiento de ellos al príncipe de Salerno y Salmona, con hasta ochocientos caballos y siete mil infantes italianos, para les impedir el paso. No lo pudieron hacer, porque Pedro Luis, hijo de Su Santidad, con los placentinos, les dieron favor y ayuda con barcas, y pusieron estorbos a los del marqués, y desvalijaron a Carlos de Gonzaga, que venía con tres banderas a se juntar con ellos. 162
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Y el título con que Pedro Luis hizo esto fue con que su gente damnificaba las tierras del Papa. Pero esto no embargante, pasaron tras ellos y les fueron siempre en el alcance, y diéronse tan buena maña, que junto con Sarrabal, donde habían enderezado, a ocho leguas de Génova, los alcanzaron, y tomáronlos en cabo que no pudieron huir, sino que hubieron de pelear de necesidad. Hubieron con ellos batalla, y fue así que al principio Pedro Strozi llevaba lo mejor y habían rompido los suyos una avanguardia y ganado seis banderas. Pero cargó el príncipe de Salmona con sus caballos, en que les tenía ventaja (que ellos no tenían sino docientos), y con ellos, y hasta mil arcabuceros, los rompió y desbarató y ganó la victoria. Murieron hasta tres mil, según ellos dijeron, y tomáronse a prisión cinco mil, y entre ellos Pedro Strozi, y el conde Pitillano, el duque de Soma y otros principales. Esto acaeció a 2 de junio, y vino la nueva al Emperador a los 16, a la entrada de Mez de Lorena. Túvose en mucho esta victoria; lo uno por se haber ganado por mano de italianos, que fue la primera cosa que hicieron en servicio del Emperador a solas; lo otro, porque fue en tal sazón y coyuntura, que quebró las alas al rey de Francia y su parcialidad, y les ganó totalmente el placer que tenían de la toma de Cariñán y victoria de Ceresola. Mayormente, que en la otra el francés no ganó palmo de tierra, y perdió tanta y más gente, y ésta, sin pérdida alguna de la parte del marqués, se ganó. Y perdió el rey de Francia todo un ejército, y no sólo le perdió, sino que quedó con mucha dificultad y trabajo para juntar otro. Verdaderamente parecía que hacía Dios las partes del Emperador, porque cuando más caídas se veían sus cosas, entonces volvían y se levantaban con mayor vigor y fuerza.
- XVIII Toman los españoles a Pontestura, en el Piamonte. -Miedo de los franceses. Al mesmo tiempo que esta victoria se hubo, los españoles y tudescos que el marqués tenía consigo, aunque pocos, como no saben cesar ni estar ociosos, fueron a una villa del Piamonte que llaman Pontestura, en la cual había setecientos gascones de guarnición, que la estaban fortificando, y en los seis de junio se la entraron por fuerza, y mataron los gascones sin dejar hombre; tornaron la plaza y siete piezas de artillería. Serían los españoles que tenía el marqués, mil; no se atrevía a juntarlos con los italianos, porque como los españoles son altivos y de buenos pensarnientos y valientes, menguaban a los italianos, llamándolos cobardes y
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traidores por lo de Cariñano, y los italianos sentíanse, indignándose tanto, que se conjuraron para se revolver contra ellos en la primera ocasión y matarlos, y por esta causa los traía el marqués apartados, esperando que creciese el número de los españoles, que llegando a ser tres o cuatro mil, no se atrevieran con ellos, aunque fueran diez mil italianos. De esto que en Pontestura aconteció cobraron tanto miedo los franceses, que muchos desampararon los lugares en que estaban en guarnición, dejándolos a los imperiales, especial una buena plaza que se dice San Salvador. Como veían las gentes que en tan breve tiempo volvía la fortuna tan favorable a la parte del Emperador, comenzaron los pronósticos y profecías, nacidas de la madre de las abusiones en que adivinando lo pasado, y visto lo presente, profetizaban que el Emperador en este año, había de perder la primera batalla, y después había de haber grandes victorias. También se entendió de Roma que a Su Santidad no le había sabido bien la victoria de Sarrabal, porque le había costado sus dineros la gente que allí fue rota. No venía esto bien con lo que siempre publicó este Pontífice, de que él no se quería mostrar por ninguno de los príncipes, y lo tenían sus apasionados por una de las cosas más dignas de memoria, para ejemplo de los sucesores; pero por muchos testimonios se halló que la última paga que el rey hizo a la gente de sus fronteras fue con doblones traídos de Roma, si no fue que se los enviasen algún cardenal o gentilhombre de sus aficionados.
- XIX Jornada grande que el Emperador hizo contra Francia. -Landresi. -Ordena el Emperador la entrada en Francia. -Don Alvaro de Sande corre las fronteras de Francia. -Don Hernando de Gonzaga, general del Emperador, se adelanta. -Echase don Hernando sobre Lucemburg. -Ríndese, entrégase a seis de junio. -El bien que se siguió de la toma de Lucemburg. -El daño que hay, tardando las cosas de la guerra o expedición de ella. Conquista don Hernando otro castillo, Camersi, a 15 de junio. Ya que he dicho parte de la guerra que entre imperiales y franceses pasó este año en el Piamonte, resta agora decir lo que en la guerra de Francia sucedió, que es lo principal que toca a esta historia, por haber andado el Emperador en ella. Todo cuanto el rey de Francia hizo de dos años a esta parte, en que movió la guerra con tantos ejércitos, gastos y aparatos costosos, pérdidas de sus gentes y acabamiento del reino, fue que en el condado de Henaut fortificó a Landresi, lugar de hasta treinta casas apenas, donde fue la guerra del otoño pasado, y en el ducado de Lucemburg ocupó dos plazas, y
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asimismo la fortaleció; la una que se llama Lucemburg, y la otra Yboes, las cuales hizo casi inexpugnables. Este Estado de Lucemburg se junta con Brabancia por parte de Setentrión, y confina con Lorena por Mediodía, y responde a la parte de Francia, que llaman la Campania, o Campaña en su lengua, por el Occidente. Al Oriente tiene Alemaña. Hay hasta París diez leguas, o cerca. Teniendo intento el Emperador de entrar este año por esta parte, como lo hizo, proveyó, con muy acertado consejo, que don Alvaro de Sande, maestre de campo, con hasta dos mil y quinientos soldados que en su tercio tenía españoles, invernasen en torno de Lucemburg, a fin que de allí gastasen y molestasen la tierra de los enemigos, y también impidiesen que no entrasen bastimentos en aquella plaza. Y don Alvaro, como famoso soldado, se dió tal maña, que cada día corría la tierra de Francia y traía las presas y prisioneros, y hizo cosas notables. Ya que vino el verano, cuando era tiempo de comenzar la guerra, el Emperador tenía intención de que la gente se juntase en principio de junio, y no antes. La razón era por ahorrar algunas pagas, y porque cuanto más entrado el verano, habría más provisión en el campo, o por otros respetos. Al principio, el francés juntó el ejército, según dije, de hasta ocho mil infantes, dos mil caballos, para venir a proveer a Lucemburg. Don Alvaro dió aviso, y ahincó mucho, porque le diesen gente para impedirlo, porque si Lucemburg se proveía, tendría el Emperador que hacer todo el verano en la tomar. Por esta causa mandó el Emperador a don Hernando de Gonzaga, su general (cuando estaba en Espira), que luego se partiese para ella. Y así fue, casi mediado mayo. Salió de allí solo, y con algunos caballos y gentileshombres que le acompañaron, y llegado con aquellos pocos españoles y hasta seis banderas de tudescos que recogió, se puso en campo, dando priesa a que viniese más gente, que ya estaba hecha, sino que no tenía tomada la muestra de ella ni pagada. Ello fue así, que dentro de quince días tuvo veinte mil hombres, y de ahí arriba, que era número bastante para estorbar el socorro; pero antes de haberse juntado éstos, los enemigos se acobardaron, y no osando llegar con los bastimentos, se volvieron. Visto esto por don Hernando, y hallándose con bastante ejército, acordó de sitiar el lugar, y echóse sobre él casi al fin de mayo. Había dentro hasta mil y quinientos hombres de guarnición, que estaban con grandísima falta de bastimentos. Estos, como se vieron cercados, y sin esperanza de socorro ni provisiones, tuvieron acuerdo de tratar con don Hernando de rendirse, y
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entregar el lugar. Y concertaron así, que hasta los seis de junio no se hiciesen unos a otros mal, y que si para aquel día no fuese venido socorro, la villa se entregase con toda la artillería y municiones que había dentro, y los soldados se saliesen con sus armas y banderas. En fe y seguridad pusieron en rehenes cuatro capitanes y personas principales en poder de los imperiales. Hízose el concierto último de mayo. La nueva vino a Espira con correo al Emperador, primero de junio, día de Pascua de Espíritu Santo, en el cual también llegó correo de Italia con aviso de la ida de Barbarroja; asimismo, de Flandres, cómo los españoles que se habían levantado en España, eran desembarcados, que todo dió grandísimo contento al Emperador y a toda su corte, y en particular la llegada de los españoles, que bien había echado de ver el César lo que le importaba esta gente. Corrido el término asentado, don Hernando hizo entrar dentro de Lucemburg ciertos capitanes a reconocer si la artillería y municiones estaban gastados o no, y hallóse que todo estaba entero. La cantidad era muy grande, que había más de ochenta piezas de artillería, las cuarenta de ellas gruesas, y las otras menores, y trecientos barriles de pólvora, y muchas pelotas. Entregado todo, los de dentro salieron con sus armas y banderas enarboladas, excepto una que dejaron en señal de la victoria, y se metieron en Francia acompañados de algunas banderas de infantería, porque no hiciesen mal en el camino, ni lo padeciesen. Fue ésta una buena ventura del Emperador, porque sin costa de hombre, ni casi de dinero, recobró lo que tanto tiempo el francés su enemigo había afanado con gasto grandísimo, y tanto más que si por esta vía no se hubiera esta plaza, era necesario que el Emperador se detuviera largo tiempo en el cerco, y se impidía mucha parte del efecto de su jornada. Y cierto que el rey de Francia, dado que era diligente, y muy buen capitán, se descuidó demasiado, o estaba muy flaco, pues en tanto tiempo no proveyó este lugar que tanto le importaba, sabiendo la necesidad que los suyos tenían. Entendióse que él se engañó, por tener conocido que los del Emperador eran tardos y perezosos, y que la gente no se podría juntar hasta mediado junio; y tenía razón, que verdaderarnente hay esta falta en los hechos de guerra de España, que no es poco dañosa, que nunca se provee cosa con tiempo sino cuando ya está la soga a la garganta, y déjanse ir las ocasiones de las manos cada día. Que por nuestros pecados ya se trae en proverbio, que es tardo como el socorro de España. Y lo peor es que se hace el gasto y padece el trabajo, y nada aprovecha, volviendo con vergüenza, las manos en el seno, y aun algunas veces, por la tardanza, y salir fuera de sazón, con ellas en las cabezas. Si aquí 166
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se tardaron tres días más, y don Alvaro de Sande no apresurara tanto el hecho, se perdiera este lance, que fue de los buenos que el Emperador tuvo. Salidos, pues, los franceses de Lucemburg, y metida la guarnición imperial, el campo, sin algún detenimiento, movió de allí, y entró por los campos del ducado de Lorena, hacia la campaña, y a quince leguas de Lucemburg, y once de Mez de Lorena, en un castillo bien fuerte que llaman Camersi, que solía ser del duque y agora era del rey, que se le había tomado por fuerza, y tenía dentro italianos en guarnición, aquí reparó. Y hecho por don Hernando su requerimiento para que se lo diesen, no queriendo los de dentro, él lo sitió y batió dos días y puso tanto temor en ellos, que los que al principio con buenas condiciones no querían, se lo vinieron a dar con las que él quiso, poniéndose a merced. El tomó el castillo sin pérdida alguna de gente, y saquearon el lugar, y los de dentro, desvalijados a uso de guerra, los dejó ir libres. Esto fue a quince de junio, y a los diez y seis lo supo el Emperador, entrando en Mez de Lorena, y no se tuvo en poco, que aquí pensó el francés que tenía (según se sonó) gran estorbo con que embarazar muchos días a los imperiales. A la misma hora vino otra nueva de Italia, de la rota de Pedro Strozi, y lo de la Mirándula, lo de Potenciana y San Salvador en el Piamonte, y cómo la armada turquesca pasaba la canal del Paulín, después de la arrancada de Vaya, que de todo dejo dicho lo que pude bien saber. Fueron muy bien recebidas estas nuevas por el Emperador y los suyos, y para el rey de Francia, por el contrario, dolorosas y malas, aguándole su corta fortuna el gozo que había recibido con la victoria de Carmagnana.
- XX Parte el Emperador de Espira a diez de junio. -El príncipe Maximiliano acompaña al Emperador. -Nombre de Hernando, amable en España. Mez de Lorena: qué ciudad es. Partió de Mez a dos de julio. -Campo poderoso que juntó el Emperador. -Rey de Dinamarca. -Falta de bastimentos en el campo imperial. El Emperador salió de Espira a los diez de junio, fenecidas sus Cortes, y hecho el receso, o tenido su solio con los de la Dieta, trajo consigo a Maximiliano, hijo mayor del rey don Hernando; que era de la edad del príncipe don Felipe de España, aunque algo mayor de cuerpo, y de muy buen parecer y condición. Otro más pequeño, que se llamó don Fernando, envió el Emperador a Flandres, para que estuviese con la reina María su tía, en tanto que andaba la guerra.
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Fueron con él el obispo de Huesca y los clérigos todos de la capilla, exceto media docena que quedaron para seguir el campo, y fuele acompañando el duque de Cleves, y sirviendo; el que el año pasado competía con su tío el Emperador, porque se vean las mudanzas de la fortuna. Deseaban los españoles, que andaban con el Emperador, que trajesen este infante a España, porque era muy lindo, y le amaban todos, y le ayudaba mucho el nombre de Hernando, y con razón, pues tales y tan buenos han sido cinco reyes de este nombre que ha tenido Castilla. Llegó el Emperador a Mez de Lorena, y a los diez y seis de junio, según tengo dicho. Por todo el camino vino muy acompañado de gente de guerra, especial a la entrada, que por lo menos traía tres mil caballos, sin los de a pie. Mez es una gran ciudad, y de las mejores de aquellas partes en asiento y edificio, aderezos de casas, abundancia de mantenimientos, y todas cosas; es muy espaciosa, terná pasados de seis mil vecinos, corre por ella el río Mossella. Llamábase antiguamente Medro Matules; agora, Metio. Tenía grande clerecía, y muchos templos, y el mejor muy insigne, en el cual, entre otras cosas, había un crucifijo de oro puesto en lo alto, tan grande como suelen ser en otra parte los de madera. Era en este tiempo ciudad neutral y libre, mas ya comenzaba a entrar en ella la mala secta de Lutero: que la libertad que este hereje daba a todo género de gente, amable y sabrosa, abría caminos no pensados. Detúvose aquí el Emperador algunos días, recogiendo la gente y formando su campo. Túvolo aquí de cincuenta mil hombres, los cuatro mil gastadores, que sirven para hacer trincheas, levantar caballeros, abrir fosos, allanar caminos y otros semejantes menesteres. Todos los demás son de pelea. Había entre ellos once mil españoles, pocos menos, siete mil caballos; todos los demás eran alemanes altos, y güeldreses, buena gente. Tenía seis mil carros de munición, llevaban puentes, molinos, hornos y otros ingenios de guerra. Esperábanse otros cuatro mil alemanes, que el rey de Ingalaterra había mandado hacer, y habíalos despedido, y el Emperador, porque no se pasasen al francés, los recibió. Juntáronse también con el campo imperial otros quince mil soldados, que el rey de Dinamarca había hecho para dar favor al rey de Francia, y con la amistad que de nuevo tenía asentada con el César, le vinieron a servir. Eran los tres mil de caballo, muy buena gente, los cuales llegaron a Lieja, y estaban pagados hasta víspera de San Juan por el francés y traían banda blanca, y el día de San Juan la pusieron colorada, que era la imperial, de manera que fue el número del campo imperial de setenta mil hombres, los mejores y más lucidos que se habían visto.
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Esto de Dinamarca, aunque sea detenerme algo fuera del propósito, fue así: que aquel reino de Dinamarca, de derecho pertenecía a una sobrina del Emperador, mujer del conde Palatino elector, y un hermano de su padre metióse en él por fuerza (con no sé qué título que aquel reino tiene, que habiendo hermano, no pasa en los hijos hasta morir el hermano) y túvole usurpado algunos años, y porque se temía del Emperador, confederóse con el francés y con los luteranos contra el Emperador. Y en las Cortes de Espira, como ya dije, envió sus embajadores para que tratasen de paz y amistad con algún buen medio, que fue que el rey dejase la liga de los luteranos, y del rey de Francia, y que diese a la princesa mujer del Palatino ciento y cincuenta mil ducados cada año por su vida, y que después ella sucediese en el reino. Por este concierto, hizo la gente que enviaba en favor del rey de Francia y se volvió en su servicio del Emperador. Una falta sola había en el campo imperial, y harto esencial, que era de bastimentos, que por no dar a entender al enemigo, o por no se haber determinado, por dónde había de hacerse la guerra, o por negligencia, no se habían hecho las provisiones con tiempo, como era menester, y algunos dijeron haberle causado no esperar tan próspero suceso en lo de Lucemburg como el que hubo. Demás de esto había otro inconveniente, que las vituallas se habían de traer de muy lejos, y como el francés no tenía ejército para se oponer, ponía las diligencias humanas en impedir que los bastimentos no pasasen, y que en las tierras de las fronteras no los hubiese, y así tenía quemadas aquellas comarcas por donde entendió que el ejército enemigo tenía de pasar. Podían tenerse por muy desventurados sus súbditos, pues en ellos ejercitaba mayores crueldades que los enemigos hicieran, que cierto son de notar, si bien me detengo algo por que vean los reyes los daños que causan en sus reinos sus demasiadas pasiones, y los súbditos lo que deben al rey que los sustenta en paz y justamente, y sin ver cara de enemigo.
- XXI Inquietud grande del rey de Francia, y daños que hizo a su reino con ella. -Tributos y trabajos que cargaron sobre Francia. El rey de Francia, movido con envidia o otra ciega pasión, según es de creer de la potencia del Emperador y su grandeza, que ni él ni los príncipes de Italia jamás pudieron sufrir, so color de vengar la muerte de Rincón y César Fregoso, movió guerra en el año de 1542. Y para moverla, no confiando en sus fuerzas, hizo liga con el Turco, que le envió su armada, como queda dicho; por otra parte, con el duque de Cleves, al cual, por le atraer, dió la princesa de 169
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Navarra por mujer; lo tercero, hizo lo mismo con el rey de Dinamarca, para que todos a un tiempo entrasen en las tierras del Emperador, y para esto, juntando grande ejército, atravesó con los esguízaros y italianos, por las entrañas de su reino, hollándolo y gastándolo todo, como si fuera de enemigos, hasta llegar a Perpiñán. De ahí, visto que no le sucedía bien, con mucha costa suya y poco daño del Emperador, tornó a romper sus tierras por otra parte, y fue a lo de Lucemburg, donde hizo el efecto que he dicho. Desde allí, por ir al socorro de Landresi, llevólo por dentro de sus reinos, hasta el condado de Henaut. Tras esto, retirándose con huída, y metido en lo interior de su reino, envió para que atravesasen otra vez por el otro lado al Piamonte, de manera que no hay cosa en su Estado que los pies de soldados no hollasen, permitiéndoles toda la licencia que en tierra de enemigos tuvieran, robando, cometiendo estupros y abusos abominables. Dejo lo que los turcos en la parte de Tolón, y toda la Proenza, hicieron, deshaciendo las iglesias, convirtiéndolas en mezquitas; vicios contra Dios y la naturaleza de que en todo el reino hubo grandes clamores; de los gastos que en mantener el ejército hizo, no hay que decir sino que fueron innumerables los trabajos en que puso sus súbditos. Faltóle luego el uno de los de su liga, que fue el duque de Cleves; también el de Dinamarca; Barbarroja, fuese desgraciado o poco contento de él, vió a su enemigo poderosísimo a las puertas de su propria casa, como agora estaba el Emperador, y hallóse sin blanca y sin gente. Tenía sus confianzas en los italianos; desbaratáronse malamente en Sarrabal; los esguízaros y gascones estaban, los más, en el Piamonte, y ni los podía haber en breve, ni sin perder las esperanzas de allá, y por eso, como no podía haber junto ejército, no trataba de más que fortalecer sus plazas y gastar los bastimentos, y con todo echaba fama que había de dar la batalla al Emperador, siendo evidente que de ninguna manera podía ser, si del todo no estaba loco porque había de ser dentro en sus reinos, y si la perdía había de perder el reino. Y aún se platicó, que si el Emperador pasaba las fronteras, hallaría dentro hartas parcialidades, porque tenía muy desabridos sus súbditos con las grandes cargas y nuevas imposiciones de tributos que cada día les echaba. Hartas se dijeron, y una fue terrible, que de todas las casas que en Francia había, llevaba alquiler; de esta manera, el que tenía casa propria pagaba al rey lo que pagara si la alquilara o fuera ajena; el que la tenía alquilada acudía con el alquiler al rey y no al dueño. A tal estado vino Francia, y llegó el rey Francisco, por ser tan porfiado. 170
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- XXII Fuerzas que había de allanar el Emperador para entrar en Francia. El intento del Emperador en esta jornada era ir sobre París, y para esto era necesario, y aun forzoso, allanar primero algunas fuerzas que había en el camino. La primera era Camersi, que ya la había ganado y echado por el suelo. La segunda era Leni, donde al presente estaba el campo, y se decía que el rey enviaba a pedir paz, y que venía a ello el condestable monsieur de Montmoransi, que era el hombre de mayor consejo, y más amigo de ella, y aceto al Emperador. La tercera San Desir. La cuarta Reims, donde dicen se coronan y ungen los reyes de Francia, en latín Rhemi; esto es, ya en la Campaña o Campania. La quinta es Chalón, que en latín llaman Catalami, por donde corre el río Matrona, que ellos dicen Marna, y después se junta con Sequana, que va a París dos leguas de ella. Aquí se media el camino desde Mez, y está antes que Reims, y no restan sino veinte y cinco leguas francesas. Luego, en lo interior de la Campaña o Campania, que ellos dicen, está Troya o Troes (que en latín se dice Treca), ciudad populosa y rica. Túvose por averiguado que ganando a Chalón, a la hora se rendiría ésta y otras, sin esperar que el ejército llegase. A la mano izquierda de este camino que el ejército llevaba, cae el ducado de Borgoña, sobre que fue la contienda antigua entre el Emperador y el rey de Francia, y si caminara el ejército por allí, hallara el Emperador muchos de su parcialidad. Parecióles echar por estotro camino más que por el condado de Henaut, donde anduvieron el otoño pasado, porque aquella tierra estaba muy gastada, y había en ellas dos fuerzas inexpugnables, como San Quintín y Perona, que ni tomarla fuera fácil, ni pasar sin ellas seguro ni provechoso. Allende de esto, el ejército inglés estaba por entre la Normandía y Picardía, que es cerca de allí, y si el Emperador fuera por allí, se quitaran los unos a los otros los bastimentos.
- XXIII Lo que hizo el inglés contra Francia.
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El rey de Ingalaterra, por el pacto y confederación que mediante su embajador el año pasado hizo en Molín de Rey con el Emperador, había de entrar este verano por la parte de Calés poderosamente, y hacer guerra contra Francia, y porque hasta aquí la había tenido con Escocia, y era ocupado, no la pudo efectuar. Algunos días antes de éstos hubo una victoria, y con ellas ocupó algunas plazas y saqueó otras, y retiró su campo para lo pasar en Francia. Hacía guerra contra este reino, demás que entre las dos naciones hay antigua y capital enemistad, es porque el rey de Francia le es obligado a pagar cada año cien mil ducados por el derecho del ducado de Normandía, y había ocho o nueve años que no le pagaba blanca, ni hecho con él cumplimiento alguno hasta la primera de este año, que teniendo el rey Francisco lo que ya veía, le envió a requirir con la paz y amistad, ofreciéndole la paga de todo lo que le debía. El inglés, como con las espaldas del Emperador, que ocupaba al francés había hecho su hecho, holgara, según se dijo, de la paz, pero no quiso acetar condición alguna sin dar cuenta al Emperador y saber su voluntad, y conforme a esto envió su embajador a Espira sobre ello. El Emperador fue de parecer, y quiso que él pasase como estaba concertado, y ambos acometiesen cada uno por su parte en un mismo tiempo. Y es así que el rey de Francia temía más al inglés que al Emperador, porque el inglés es ejecutivo, y no sabe perdonar, y el Emperador jamás le negó la paz siempre que el rey la quiso, y el español es de la condición del león, que no tiene manos para los rendidos, ni sabe tener cólera donde no hay defensa, como por el contrario es terrible contra el que resiste.
- XXIV Combate el campo imperial la villa de Leni, en Lorena. -Tomóse a 29 de julio. -Entran y saquean la villa españoles y tudescos. -Sandelisa se torna. Contado he arriba cómo el campo imperial, después de rendida Lucemburg, había ganado a Camersi, que es un castillo fuerte. Desde aquí luego, sin detenimiento, fue sobre una villa que llaman Leni, que es del condado de Lorena, la cual tenía muy fortificada y proveída, así de gente como de bastimentos. Antes que la comenzasen a batir hicieron sus requirimientos a los de dentro para que se entregasen; y no queriendo, fin detenimiento la batería anduvo, y fue tal, que los espantó, y enviaron a tratar de rendirse. En tanto
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que los tratos andaban, no cesaba la batería, y por priesa que se dieron los que platicaban los tratos de paz, se la dieron mayor los soldados, que entraron la villa y la saquearon. Entraron confusamente tudescos y españoles, y los tudescos acudieron al vino y cosas de comer, que había muchas; los españoles, a la ropa, que tenían allí guardada toda la de los lugares de alderredor, y hubieron muy buen saco. Prendieron al señor de la tierra con más de ochenta caballeros, y mucho número de soldados. Demás de lo que los soldados saquearon en la casa de la munición, hallaron mucho trigo, vino y otros bastimentos que nombran provisión para el campo, para dos meses. Sucedió esto a 29 de junio. La artillería cuentan que pasaba de cien piezas. En tomándose Leni, los caballos ligeros fueron a Sandelisa a descubrir, y hallaron que un buen lienzo del muro había derribado el río que echaron por junto para henchir los fosos, y por eso comenzó el campo de darse priesa, porque no se les fuesen los de dentro, o a lo menos no sacasen nada. Segundo de julio movió de Leni, y se escribió o trajo el aviso del muro caído. Levantóse una voz en el ejército, que peleaba Dios por el Emperador, y se le caían los muros, como en Jericó, y se le abrían las puertas de las ciudades como a Carlomagno (que así se escribe de él), porque Carlos V defendía la arca del Testamento. Tomóse fácilmente esta plaza.
- XXV Cómo trató de repararse el rey de Francia. -San Desir. -Muerte del príncipe de Orange. Asalto peligroso que los españoles pidieron sin efecto, en que se mostró valiente Luis Bravo de Lagunas. -Lo que se padeció y perdió en los asaltos. -Entrégase San Desir a 17 de agosto. No se descuidaba el rey Francisco, que así le convenía, viéndose acometido tan poderosamente; con la brevedad que pudo juntó sus gentes, y ante todas cosas envió al duque de Nevers, con quinientos caballos y seis mil infantes, a la campaña de Chalón, que los antiguos llamaron Catalaunum, y a su hijo el delfín envió al río Marna (que en latín llamaron Matrona), para embarazar al Emperador que no pasase a lo interior de Francia, y el rey se puso en Lallonio, donde cada día le venían gentes de diversas partes. Llegáronle diez mil suizos, seis mil grisones, seis mil alemanes, de los cuales todos era general monsieur de Nevers. Envióle del Piamonte monsieur de Anguiano, doce mil infantes italianos y franceses; finalmente, el rey juntó un
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campo de cuarenta mil infantes y seis mil caballos. Con el delfín estaba su hermano el duque del Orleáns, y su ayo Claudio Annibaldo, capitán de larga experiencia y buenos hechos, que fueron a hacer cara al rey de Ingalaterra. Por el mes de julio se puso el Emperador sobre San Desir, que era bien fuerte. Prendió a Vitio y mató los caballos y soldados que llevaban provisión a los cercados. Defendían a San Desir el conde de Sancerra, y monsieur de Landi (que en la defensa de Landresi ganó nombre), al cual a 17 de julio mató una bala desmandada, estando en su casa, que le dió por el celebro. También de parte del Emperador murió desgraciadamente el príncipe de Orange, Reinerio Nasau, al cual, estando combatiendo el lugar, y dando una bala gruesa en las paredes de una casa caída, saltaron algunas piedras que le alcanzaron y hirieron en la espalda diestra. Lleváronlo mortal a su tienda, y el Emperador le fue luego a visitar, y le dió licencia para que testase de todo lo que sin su licencia no podía disponer. No dejó hijos de su mujer madama Ana de Lorena, y así hizo su heredero a Guillelmo Nasau, hermano de su padre, que después fue cabeza de los males y alteraciones civiles de Flandres, no haciendo lo que sus pasados hicieron, como buenos y leales, en servicio de sus príncipes. Otro día expiró el príncipe, sintiéndolo mucho el Emperador. Con esta desgracia murieron, como aquí se ha visto, dos valerosos príncipes de Orange en servicio del César. Abrió la batería camino para dar el asalto, pero no el que convenía, para que no fuese muy peligroso y sangriento. Los españoles quisieron ser los primeros, porque son únicos en esta peligrosa pelea; pidieron licencia al Emperador, el cual se la dió, viendo sus buenos y animosos deseos, pero mandó que primero se reconociese el peligro y disposición que había. Fue Juan de Quirós, alférez del capitán Luis Bravo de Lagunas, a quien ya he nombrado en esta historia. Hizo Quirós tan temerariamente su oficio, que en llegando, sin reparar en nada, se arrojó dentro en el foso, y comenzó a pelear en la batería, y hubieron de acudir don Alvaro de Sandi y otros. Fueles tan mal, que se retiraron con pérdida de quinientos soldados. Esto cuenta así Paulo Jovio, pero quedó muy corto, como de ordinario lo es en cosas que tocan a españoles, si no es en decir mal de ellos; lo que pasó es que habiendo los españoles ganado licencia, y determinádose para el asalto, cupo por suerte la avanguardia, o ir delante a la compañía de Luis Bravo de Lagunas, y como don Alvaro de Sandi lo supo, que era de su tercio, procurando quitar de tan evidente peligro a Luis Bravo, por ser hijo mayor del veedor Sancho Bravo, caballero tan principal como ya he dicho, a quien no era razón dar un sobresalto tan grande, si su hijo moría en el asalto, mandó al sargento mayor Onofrio Spin que trocase las compañías y quitase a Luis 174
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Bravo de lugar tan peligroso. Entendido esto por Luis Bravo, y poniendo en aquel peligro su honra, y que quitarle de él era quitársela, agraviado de don Alvaro quiso prevenir el sargento, y mandó de presto a Juan de Quirós, su alférez, que se mejorase en una trinchea que estaba entre el muro y la batería, adonde el día antes había sido muy mal herido el capitán don Guillén de Rocaful. Entrado, pues, Quirós en la trinchea, siguióle Luis Bravo, y en pos de él otros muchos soldados principales, deseosos de mostrar su valor. Eran ya tantos, que no cabían en la trinchea, y fue forzoso quitar con las picas ciertos ramos, que los de Guillén habían puesto para cubrirse de los enemigos, con lo cual quedaron descubiertos, de manera que los franceses comenzaron a dar carga en ellos a puntería, y brevemente mataron más de treinta soldados. Viendo Luis Bravo que de estarse quedos recibían tanto daño, y que morían sin vender sus vidas como valientes, y considerando que la retirada era no menos peligrosa que el acometer, escogió el partido más honrado, y diciendo: Santiago, y a ellos, comenzó a combatir con tanto ánimo, que a todos los que con él estaban obligó a seguirle, y don Hernando de Gonzaga mandó tocar a armar, y jugar la artillería, como ya estaba determinado que se hiciese. De suerte que, bien mirada la desgracia que allí se recibió, antes se debe atribuir a la determinación honrada y muy digna de quien Luis Bravo era, que no a temeridad y poca prudencia suya, ni de su alférez, si bien es verdad que al principio se creyó que Quirós tenía la culpa, y si no se encubriera por algunos días, corriera peligro su persona; pero después, entendido el honrado respeto de Luis Bravo, que por no ser agraviado quitándole de su lugar, se adelantó, y después, por no morir como cobarde comenzó el combate, Quirós fue perdonado, y a su capitán se le agradeció lo que había hecho, mayormente habiéndose mostrado en otras ocasiones conforme a la obligación que un caballero español tiene. Después de éste, acometieron ochocientos hombres de a caballo, apeándose de ellos, como suele hacerse cuando los asaltos piden, por ser peligrosos, gente de vergüenza y honra, pero no les valió la que en esto quisieron mostrar. Luego fueron los tudescos, y pelearon dos horas; tampoco hicieron más efecto que los otros, y recibieron igual daño. El Emperador mandó hacer señal para que se retirasen. Murieron en estos asaltos, de la parte ¡mperial, setecientos hombres, de los más valientes y atrevidos que en el campo había. De los franceses murieron docientos y cuarenta, de los más principales que dentro de la fuerza había.
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Enojado el Emperador con la muerte del príncipe de Orange y de tantos y tan buenos soldados, y que en su presencia quisiesen porfiar así los de San Desir, mandó apretar el combate, y fue de manera, que ya los cercados no tenían fuerza para resistir, y se hubieron de rendir con estas condiciones: Que se les diesen doce días de término sin hacerles guerra, y pudiesen enviar a su rey para que los socorriese, y no lo haciendo, entregarían el lugar al Emperador. Que la caballería y infantería, con cuatro tiros gruesos, saliesen en orden militar con banderas tendidas, y tocando sus cajas, y se les diese paso seguro; y la demás artillería y municiones quedasen al Emperador. Que dentro de los doce días de treguas, no se aumentasen las municiones, ni se reparasen, sino que quedase todo en el estado presente. Que para el seguro de esto se diesen cuatro personas graves. Trajéronse estas rehenes, y don Hernando de Gonzaga envió un caballero español para que reconociese el lugar y viese cómo en él no se hacía reparo alguno. El Emperador quiso venir en este partido, por no perder su gente y desocuparse para pasar adelante, y toparse con el rey, y apretarle para la batalla y acabar con él de una vez. El mismo deseo tenía el rey de Ingalaterra, que estaba sobre Bolonia de Francia, apretándola cuanto podía.
- XXVI Envía el rey de Francia socorro a San Desir, ya de Vitriaco a saco. -Los franceses dicen que se tarde. -Desbarátale el duque Mauricio. -Toma rindió San Desir con cautela de unas cartas. Como el rey Francisco supo la necesidad de San Desir y peligro en que estaba, envió a monsieur de Brisac con buena parte de su campo para que se metiese dentro. Supo el Emperador de este socorro, y que estaban en Vitriaco, doce millas de San Desir; envió al duque Mauricio con algunas compañías de caballos para que le tomasen una noche descuidado y lo desbaratasen. Dióse tan buena maña Mauricio, que sin perder alguno de los suyos peleó con monsieur de Brisac y lo venció, y por poco le matara; perdiéronse de los de Brisac hasta trecientos hombres, que no quisieron rendirse, haciéndose fuertes en una iglesia. Llegó Martín Van Rosem, y dió en ellos con tanto coraje, que si bien ya se rendían, no los quiso recibir a partido, sino matarlos sin dejar solo uno a vida. Acudieron luego los tudescos a Vitriaco, y saquearon el lugar, sin que Juan Bautista Castaldo lo pudiese estorbar, si bien lo procuró. Puso el Emperador
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en Vitriaco ciertas banderas de tudescos, y ellos al tercero día le pegaron fuego y volviéronse al campo, lo cual sintió mucho el Emperador. Con esta victoria de Vitriaco perdieron los de San Desir las esperanzas del socorro, y así, se rindieron, conforme a lo que estaba capitulado. Cuenta Bellayo que el capitán Sanserrio vino en esta concordia de rendir el pueblo, por unas cartas contrahechas que en nombre del duque de Guisa un atambor francés que del lugar había salido, y pasádose al ejército imperial a rescatar unos cautivos, había llevado. Y que se las había dado disimuladamente un hombre no conocido, fingiendo que era criado encubierto del duque de Guisa, y que había al venido disimuladamente para si pudiese entrar con aquel despacho en la ciudad. Las cartas eran compuestas con todo artificio, contrahaciendo la letra, firma y sello, y estilo que tenían, que en todo parecían a la nota y mano del secretario del de Guisa; de tal manera, que no se podía poner duda en ellas. Hubo lugar para esto, dice el autor francés, porque algunos días antes Granvela había recebido en su servicio un escribiente francés, que tenía un legajo de cartas originales del duque de Guisa, por las cuales sacaron y contrahicieron las otras, que con la disimulación dicha se dieron al atambor, para que las diese al capitán Sanserrio, el cual, no dudando en ellas, entregó el lugar, como queda dicho. Lo que las cartas en sustancia contenían, era que el rey estaba muy satisfecho de la buena y valerosa resistencia que habían hecho en el lugar, y sabía la gran falta que tenían de vituallas y munición, y así les daba licencia para que, con las mejores condiciones que pudiesen, entregasen el lugar, que él no los podía socorrer, porque aún no tenía junto su campo, y se veía acometido por cuatro partes de dos reyes poderosos, con cuatro grandes ejércitos. Sea de esta manera, como dice el autor francés, sea de la suerte que dije, que así lo cuentan todos los demás, San Desir se rindió mediado el mes de agosto, habiendo estado sitiado siete semanas.
- XXVII Diversos pareceres en el campo imperial sobre proseguir la jornada. -Quiere el Emperador ir sobre París. -Da el Emperador oídos para tratar de paz. -Trátase de paz; aprieta el trato de ella, con celo santo, un fraile dominico que la reina Leonor envió. (Era estudiante en París, y no confesor de la reina, como dice Illescas.) -Vuelven a tratar de la paz primero de setiembre. -Tenía el campo francés doce mil suizos, ocho mil italianos y algunos gascones y paisanos, y cuatro mil caballos. -Marcha el Emperador de noche, por toparse con el francés. -Firma el rey de Francia los capítulos de paz, por el peligro en que se veía (que se hizo a 17
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de setiembre). Destruyen los tudescos las iglesias; roban y saquean lo divino y humano; enójase el Emperador y castiga. -Justicia notable que el Emperador mandó hacer en un criado suyo, por haber saqueado una iglesia. -Conclusión de la paz. -El duque de Orleáns viene a visitar al Emperador. -Remedia el Emperador los desacatos que los tudescos hacían en las iglesias. Ganado San Desir, y puesta en él buena guarnición, hubo en el campo del Emperador varios pareceres sobre lo que se debía hacer. Unos decían que se cercase Catalaunio, lugar allí cerca. El Emperador, al cual seguían otros, quería llevar adelante el camino de París, porque tenían relación que ni se hallaría resistencia en todo el camino, ni en la ciudad la defensa necesaria; antes estaban con grandísimo miedo los vecinos, y el que se podía salir por el río Sequana se salía sin que el cardenal Mendonio, a quien el rey la había encomendado, bastase a detenerlos. Tenía el Emperador este parecer por el más acertado, pareciéndole que por este camino, y no por otro, habría ocasión para pelear con el francés, que era lo que él más deseaba, y el rey menos; y porque la mayor parte de los votos era que se cercase Colons, lugar fuerte, levantóse el campo de San Desir con esta voz, lunes a 25 de agosto. Detúvose el Emperador en San Desir, esperando bastimentos y dineros para dar paga. Y los alemanes, a la hora de la oración, decían a voces: Guelte! Guelte!, que es: «¡Dinero! ¡Dinero!» Y al mejor tiempo, que todos entendían que iban a Catalaunio, revolvieron sobre el camino de París y ganaron un lugar que se dice Aspernecto, donde se halló gran copia de vituallas. Tomóse una villa del duque de Guisa, llamada Sanvilla, cuatro leguas de San Desir. Saqueáronla, y pusieron en la fortaleza el alférez Maldonado, que era un valiente español, y tomaron la ciudad de Barri, del duque de Lorena. El rey, que ya no podía con su honor disimular tantas pérdidas, pasó con su campo hasta ponerse a vista del imperial, que no estaba más que solo el río Matrona en medio. El Emperador marchaba por la una ribera del río, la vía de París, y el rey por la otra en su seguimiento, marchando los campos uno a vista de otro. Sintiendo ya el rey su gran trabajo, viéndose tan cerca y dentro en su proprio reino, acometido de un enemigo tan poderoso, y echando de ver que le faltaban las fuerzas para poderse librar de sus manos, deseaba la paz. El Emperador, por su buena condición, holgó de ello, y viernes de agosto, estando a seis leguas de Chalón, que es una ciudad grande, de las principales de Francia, con un salvoconduto que el Emperador había dado, para que viniesen de parte del rey de Francia a tratar de los medios de paz, vinieron el almirante Claudio Annibaldo y el gran chanciller de Francia, y un secretario del rey, y con ellos más de setenta caballeros. Salieron de parte del Emperador 178
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don Hernando de Gonzaga, general del campo, y Granvela, y juntáronse en una iglesia que estaba a cuarto de legua del campo imperial, y todos juntos, y con ellos el secretario Alonso de Idiáquez, y otro secretario que se decía Maestrefox, estuvieron más de seis horas juntos. En este tiempo, los caballeros franceses, con sus cruces blancas, y los imperiales con las coloradas, tuvieron buena conversación, de ellos blasonando de la guerra, y los más cuerdos deseando la paz, hasta que se despidieron y se fueron los franceses, y con ellos, a la venida y a la vuelta, los acompañaron de guardia el maestre de campo don Alvaro de Sandi, con mil arcabuceros españoles de la flor del campo imperial. Otro día sábado, pensando en el campo que habían tenido efecto los tratos de paz, y que la gente se levantaba para marchar la vuelta de Flandres, comenzaron a caminar contra Chalón, y el domingo luego siguiente se pasó a media legua de esta ciudad. Este día hubo una bien reñida escaramuza, donde prendieron hasta treinta de toda suerte de franceses, y los imperiales llegaron a reconocer la fuerza. Trataba de la paz fray Gabriel de Guzmán, fraile dominico, natural de Valdemoro y estudiante de París, y el rey de Francia le agradeció tanto lo que hizo, que le dió la abadía de Logoponte. Y en este mesmo día domingo, vino a suplicar al Emperador que quisiese detenerse y que volviesen a tratar y concluir la paz. Y así, vinieron el lunes siguiente (que no caminó el campo) el mesmo fray Gabriel, el almirante Henebaot, o Annibaldo, Carlos de Mely y el secretario Gilberto Bayardo; y por el Emperador, don Fernando de Gonzaga, y Granvela, y su secretario Idiáquez. Juntáronse en el castillo del obispo de Chalón, que estaba un cuarto de legua del campo imperial, y estuvieron juntos desde mediodía hasta la noche, y tampoco se concertaron; y así, el martes siguiente marchó el campo imperial y pasó por un lado de Chalón, algo desviado por la artillería que tiraban, y se puso una legua pequeña de la otra parte, camino de París, ribera de un río que pasa por ella, que se llama Merlier. Deseaba el Emperador dar batalla al francés, y no la admitiendo, ponerse sobre París; llamó a su tienda todos los coroneles y maestres de campo, españoles y alemanes, y hablólos, diciendo su intento; pero que no lo podía ejecutar si ellos no le ayudaban y seguían fielmente, como siempre lo habían hecho, y que si no lo pensaban hacer así, tomaría otro camino; que sentía dos dificultades: la una, de bastimentos; la otra, de dineros para los pagar. Tenían todos tanta gana de acometer al francés, o a París, que dijeron a voces que fuesen, que esperarían, por el dinero y pagas, y que ellos buscarían la comida.
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Este mesmo día martes, en la noche, tuvo aviso el maestre de campo que el rey de Francia, con el suyo, estaba tres leguas pequeñas de allí, en la ribera de un río. Y así, dejando hechos grandes fuegos y otros ardides, para que pareciese y entendiesen los de Chalón que el campo estaba quedo, mandó el Emperador a las diez de la noche, que era muy obscura, que caminase todo el campo por la ribera del río, sin tocar trompetas ni atambores, y con el mayor silencio del mundo. De esta manera caminaron toda la noche, y cuando amaneció se hallaron frontero del campo del rey de Francia, a media legua, aunque por aquella parte, en medio de los dos ejércitos, corrían dos ríos, a cuya causa, y por estar los franceses en un fuerte sitio, no pasaron. Estaban los franceses divididos en tres partes, la una dentro del fuerte y las dos algo desviadas en unas aldeas, y cuando amaneció y asomó el campo imperial, ya estaban en escuadrones, y se iban juntando al fuerte, por donde se entendió que habían tenido aviso de la venida del campo imperial contra ellos. Este día, pasó el Emperador, con el ejército, una gran legua adelante aun valle que es ribera de un pequeño río, donde se padeció gran trabajo en pasar la artillería y bagajes, por el mal paso que había. Deseaba el Emperador hallar vado y paso en el río, para embestir con el rey y acabar con él. Encargóse a Guillelmo Fustembergo que buscase puente o vado por donde pasase el campo imperial, y este mesmo día, andando en esto, vinieron a tener una recia escaramuza, en la cual los imperiales prendieron muchos hombres de armas francesas y al príncipe de Lixamaria, sobrino de Francisco de Borbón. También los franceses prendieron al conde Guillelmo Fustembergo, que era general de los alemanes, y prendiéronle desgraciadamente, porque le cogieron con solo un paje. Perdióse mucho en él, y el Emperador lo sintió harto. Y el rey estuvo por mandarlo matar, y así se lo aconsejaban sus amigos. No lo hizo por no indignar al Emperador, y hacer de suerte que no diese oídos a la paz, y también por haberse prendido el príncipe de Lixamaria. El enojo que el rey tenía con el conde Guillelmo dicen que fue porque estando en su servicio, se le huyó con más de cien mil ducados, y perdióse aquí, porque deseaba Guillelmo grandemente la batalla, y como él había estado en Francia, sabía la tierra, y vino de noche a reconocer el vado para pasar el ejército; toparon con él unos franceses que le conocieron, y como iba solo, prendiéronlo. Costóle la libertad treinta mil ducados o florines de oro. Había servido al rey Francisco ocho años; probósele que se había alzado con las pagas de los soldados; priváronle y castigaron. Quedó tan afrentado, que se pasó al servicio del Emperador, y fue uno de los que más aborrecían el nombre francés y que más atizó la guerra. Era cosa lastimosa ver la manera de esta guerra, porque no hacían sino ir caminando para París; y los unos y los otros iban abrasando y destruyendo 180
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cuanto topaban, de suerte que tanto daño hacían los naturales como los extraños. Unos lo hacían como enemigos de la tierra; otros, porque sus contrarios no se aprovechasen de ella. El miedo que había en París teniéndose por perdidos, no se escribe. Pusiéronse los estudiantes en armas, levantaron banderas, y todo lo que supieron hicieron para defender la ciudad. Mandó el rey a monsieur de Orges que se metiese en ella con ocho mil infantes y seiscientos caballos. Comenzaron a reparar y fortalecerla, mas todo fuera nada si el Emperador se echara sobre ella y la apretara como podía. Jueves después de la escaramuza caminó el ejército imperial ribera del mismo río media legua, hasta unos prados donde había buen aparejo para pasar y echar puentes y atravesar el río y venir a las manos, que era lo que se procuraba. Y estando esta misma noche determinado y todos avisados para que así se hiciese y dar la batalla al rey, aunque fuese dentro en su fuerte, que lo podía muy bien hacer el Emperador, según era grande el poder que llevaba, y la gente escogida, quiso Dios que esta mesma noche el rey de Francia fuese avisado, y envió luego los que habían tratado de la paz, y trajeron firmado un capítulo particular que el rey no había querido consentir y el Emperador porfiaba sobre él; y con esto se dejó la jornada, que fuera harto lastimosa; y según dicen los que más vieron y entendieron el estado de esta guerra, el rey fuera, sin duda alguna, vencido, y el Emperador se hiciera señor de París y de gran parte de Francia. Ordenólo mejor el Señor, y dió paz a estos príncipes, aunque no más firme que las veces pasadas. Esta noche estuvo el ejército imperial en medio de cuatro grandes lugares, los dos cercados, a los cuales habían pegado fuego antes que llegasen firmados los capítulos de la paz, y ardían tan bravamente, que los campos en derredor estaban claros como el día, porque en algunos de ellos no había casa de todo el pueblo que no ardiese. Y uno de los que se quemaban que se llamaba Perne, estaba el bastimento que el rey había traído para su campo. Y a éste pegaron fuego los mesmos franceses, por quemar los bastimentos y no dejarlos al ejército enemigo; a los otros lugares pusieron el fuego los alemanes que traía el Emperador, como lo hicieron en todos los lugares que toparon hasta que se publicó la paz, y en muchos se emborracharon con el mucho vino que había, y se perdieran si hubiera enemigos que los siguieran, y porque el Emperador los reprendió una vez, encaró uno, tomado del vino, la escopeta para le tirar.
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Después, otro día siguiente, el Emperador caminó adelante hasta que llegó a una villa cerrada y grande que se llama Chatelorit, y en el camino se le alteraron ciertos soldados españoles arcabuceros, y la gente que había dentro y de los de la tierra salieron a pelear con ellos, y los españoles, los rompieron y tomaron una bandera, y entraron en el lugar con muerte de pocos hombres, y si bien los vecinos habían puesto en salvo lo principal de sus bienes y llevádolos por el río, todavía ganaron bien los soldados, y se halló mucho vino y otros bastimentos de que había necesidad. Desde aquí a París hay diez y siete leguas francesas, tan pequeñas, que con una razonable cabalgadura se podían en medio día andar. En este lugar comenzaron a poner fuego en unas casas; no se supo quién había sido el malhechor. El Emperador lo mandó apagar, y pregonar que nadie se atreviese a hacer de allí adelante daños semejantes ni otro alguno. Este día que fue martes, a 10 de setiembre, estuvo el Emperador con su campo en una aldea pequeña, y el miércoles siguiente. Y vinieron otra vez el almirante de Francia y los demás que trataban las paces, a resolver algunas dudas, que aún no se habían determinado. Otro día jueves caminó el ejército cuatro leguas grandes. El viernes siguiente estaban cerca de una ciudad muy grande que es en Picardía, que se llama Sansona. A este lugar se habían adelantado el duque de Sajonia y el marqués de Brandemburg, y otro general de caballos con toda la caballería alemana, a quien el Emperador había prometido el despojo de aquel pueblo, y así llegaron cerca de la ciudad, la cual nunca se quiso rendir, aunque dentro no había gente de guerra, sino algunos naturales y otros aldeanos que se habían recogido allí. Tiraron algunas piezas de artillería hasta que el Emperador llegó, que entonces se rindieron, poniéndose en sus manos. Entró la caballería alemana, y hicieron tanto daño en las iglesias y monasterios, que era gran compasión, porque no dejaron custodia ni cosa que no rompiesen, profanasen y saqueasen, haciendo otras cosas notablemente feas, aunque no hubo prisioneros ni muerte. En un monasterio de San Benito, abadía muy principal que estaba fuera de la ciudad, entraron un portero de cámara del Emperador, que se llamaba Hance, y era alemán, maestro de artillería de los muy privados, y que en el oficio de artillero había servido bien al Emperador en Perpiñán, y otro alemán de la guarda alemana. Rompieron la custodia del Santísimo Sacramento, y sabiéndolo el Emperador los mandó prender, y andando en rastro de ellos, pensando salvarse el Hance, trajo la plata de la custodia al Emperador, diciendo que la había tomado por que no le matasen sus compañeros, y que no la tomasen otros. 182
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El Emperador lo mandó ahorcar de un alto muro a la puerta de la mesma abadía, y como echaron la soga al Hance quebróse, y él cayó abajo, y no se hizo mal, con estar tres picas en alto, que se maravillaron todos, según era de alto, y el alemán pesado. Fue luego el teniente de la guarda a decirlo al Emperador como caso extraño, maravilloso, y un canónigo español que se decía Argüello dio fe a Su Majestad de cómo había pasado así. No se espantó nada el César, sino dijo: «La soga debía de ser ruin; ponelde otra mejor y más gruesa.» Y así se hizo, y le ahorcaron con ella. La insolencia y demasía de los alemanes era insufrible, y disimulaba el Emperador porque así lo pedía el estado presente. Avisado tenía a los de esta ciudad cómo habían de ir allí los tudescos, para que salvasen lo más que pudiesen, y así lo hicieron muchos con barcas por un río grande que pasa por medio del lugar a París; solamente las iglesias y monasterios se confiaron, y tratáronlos como digo. Las monjas anduvieron discretas, que se habían salido con lo más preciso que tenían. Estuvo aquí el Emperador sábado y domingo, lunes y martes, en los cuales días pasó por una puente que hay en el río, todo el ejército. En este tiempo se acabaron de concluir las paces. El miércoles siguiente, el almirante de Francia vino a besar las manos al Emperador, y Su Majestad lo recibió muy bien. Este mesmo día, diez y siete de setiembre, caminó el Emperador la vuelta de Flandres con su corte y alguna infantería alemana y caballos, y llevaba consigo al almirante de Francia. Jueves en la tarde, estando en un lugar que se llama Arepin, vino el duque de Orleáns a besar la mano al Emperador, y salió Su Majestad a recibirlo con mucha alegría, y le aposentaron en palacio, y el viernes, él y el príncipe de Hungría, el almirante de Francia y otros caballeros franceses fueron con el Emperador, acompañándole la gente de guerra. No se alojaba en los lugares por evitar los daños que en ellos hacían los tudescos, que eran tantos y tales, que, cansado el Emperador de sufrirlos, mandó llamar al duque de Sajonia, Mauricio, y al marqués de Brandemburg, y les dijo que estaba muy enfadado de lo que sus gentes hacían en las iglesias, y que si ansí había de ser, que antes perdería sus tierras, y jamás haría gente en la suya. Y ellos, sentidos de esto, hicieron traer muchos ornamentos y otras cosas que habían robado de las iglesias; y se pusieron en poder de una persona que el Emperador nombró, para que se volviesen a sus dueños. Eran tantos los alemanes, que se atrevían a todo; y con los españoles hicieron mil demasías, matando algunos y quitándoles lo que tenían, y quisieron acometerlos y matarlos a todos una noche. Atrevíanse demasiado por verse tantos juntos y ser tan pocos los españoles; y para remediar esto, mandó el Emperador que los españoles fuesen por una parte y los alemanes por otra.
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- XXVIII Capítulos de la concordia entre el Emperador y el rey de Francia. En Crespio, a 19 de setiembre de este año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, se publicó la concordia y asiento de la paz entre el Emperador y el rey Francisco, que ordenaron y trataron Claudio Annibaldo, almirante de Francia; Carlos Nullio y Bayardo, por el rey; don Hernando de Gonzaga, general de campo imperial; Nicolás Perenoto, señor de Granvela; el comendador de Alcántara don Pedro de la Cueva, y el secretario Alonso de Idiáquez, que ya en estos tiempos era gran parte en los negocios, y de quien el Emperador los confiaba por la fidelidad, asistencia y amor con que servía a su príncipe. Solicitó estos tratos fray Gabriel de Guzmán (a quien la reina doña Leonor hacía merced, y se le dio por ellos la abadía de Longoponte), varón asaz docto y poco venturoso, por lo poco que los reyes suelen agradecer los servicios que les hacen. Los capítulos de la concordia fueron: 1. Que entre el Emperador Carlos V y Francisco, rey de Francia, y los demás que quisieren entrar en esta concordia, haya firme y perpetua paz. 2. Que los súbditos de ambos príncipes paguen los tributos, derechos y portazgos de mercadurías que antiguamente solían pagar. 3. Que todo lo que desde las treguas de Niza hasta este día, de una y otra parte, se hubieron tomado, los restituyan, y no puedan sacar de las fortalezas y lugares más que la comida y tiros que sean suyos proprios. 4. Que al duque de Ariscote le quede salvo su derecho en el condado de Lienis y familia Vergica en San Desir. 5. Que al duque de Saboya se restituyan todas las villas, lugares y fortalezas que le han sido tomadas por cualquiera de las partes, y de la mesma manera al marqués de Montferrat y el duque de Mantua, duque de Lorena, duque de Etanaum. que es del ducado de Lucemburg. 6. Que el rey de Francia deje y restituya la abadía y tierras de Garayana, y se den al Emperador, y hasta que el rey cumpla estos capítulos queden en poder del Emperador el cardenal de Medoni, el duque de Guisa y conde de la Valla. Que se dé al Emperador y a sus herederos el condado de Chacoloy, para que siempre lo posean y hayan.
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7. Que el Emperador y rey de Francia se junten para la guerra que se ha de hacer al Turco, y el rey dé para esta jornada seiscientas lanzas y diez mil infantes de la gente que el rey pidiere. 8. Que el rey haga cesión y traspasación rata, firme, como la hizo en la concordia de Madrid y en otras, de cualquier derecho que pretenda tener al reino de Nápoles, Sicilia, Milán, condado de Aste, derecho de patronazgo que tuvo en Flandres, Artoes, Islas, Duaco, Orchiaco, Tornay, Mortanga, San Amando. Que el rey deje al Emperador y sucesores cualquier derecho que pueda pretender en el ducado de Güeldres y condado de Zutfania. 9. Que de la mesma manera el Emperador cede y traspasa cualquier acción y derecho que pueda pretender en algún Estado y señorío que el rey tenga, exceto el ducado de Borgoña, vizcondado de Auxona, patronazgo de San Lorenzo, condado de Masconio, Auxerre y Barra, en el río de Secuana, de los cuales se dirá después. Renuncia el Emperador el derecho que tiene en las ciudades situadas en la ribera del río Somna, en la castellanía de Perona, Mondiderio, Roiam y condado de Boloña, Guiena y Ponti, sacando Terona, Hemio, Andreovicocon, Bedeborda; finalmente, todo lo que está en los términos y Estados de Arras. 10. Que los vasallos de cada príncipe, aunque hayan servido a la parte contraria de su rey y señor natural, sean restituidos cumplidamente en los bienes que tenían antes que se pasasen de su rey natural al extraño. 11. Que los flamencos que no hubieron nacido en Francia, gocen las heredades que sus parientes allí dejaron, dando por nula y condenando la injusta y mala costumbre que llaman Auvena. Que todos los bienes confiscados por cualquiera de las partes, dados y enajenados, queden en la manera que se hubieron dado y enajenado. 12. Que los privilegios antiguos y modernos de ambas partes queden en su fuerza y vigor y antiguo estado. Y para que esta paz sea perpetuamente firme y estable, el Emperador deje y renuncie para siempre, en favor del rey y sus sucesores, todo el derecho que tiene o pretende tener en el ducado de Borgoña, vizcondado de Auxona, patronazgo de San Lorenzo, condado de Auxerre, Mascony y Barra en el río Secuana, y todo lo a estos Estados anejo y dependiente, y que procurará que dentro de cuatro meses, después de publicada esta paz, su hijo don Felipe, príncipe de España, la apruebe, jure y confirme.
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13. Que el Emperador, en favor y firmeza de esta paz dé su hija la infanta doña María para que case con Carlos, duque de Orleáns, hijo segundo del rey, o la segunda hija de don Fernando, rey de romanos, y que declare en esto su voluntad dentro de cuatro meses después de publicada la paz, y que si el Emperador quisiere casar su hija con el duque Carlos, les dé los Estados de Flandres, que al presente están debajo de su obediencia, con más el ducado de Borgoña y Charlois en dote. Y que entren en la posesión de sus Estados efectuándose el matrimonio después de los días del Emperador, el duque Carlos y sus hijos varones, y en vida del Emperador juren los dichos Estados al duque Carlos, y que el príncipe de España, don Felipe, jure, confirme y apruebe esto. 14. Que hechas las bodas, el Emperador ponga en el gobierno de Flandres al duque Carlos. 15. Que el rey Francisco y su hijo, el delfín, renuncien para siempre y se aparten de cualquier derecho que al ducado de Milán tengan o pretendan tener, y al condado de Aste, y que se procure que ocho días después de la publicación, el delfín y sus hermanos, Carlos, duque de Orleáns, y madama Margarita, confirmen y aprueben esto. 16. Que si María, hija del Emperador, muriere sin dejar hijos, que los Estados de Flandres vuelvan a Felipe, príncipe de España, hijo del Emperador, y a sus herederos. Y al duque de Orleáns, le quede el derecho, salvo cualquiera que tenga, al ducado de Milán y condado de Aste. Y en el mesmo caso quede salvo el derecho que el Emperador y sus herederos tienen al ducado de Borgoña, y vizcondado de Auxona, y patronazgo de San Lorenzo, condado de Auxerre y los demás a este Estado anejos. 17. Que si el duque Carlos casare con la hija segunda del rey don Fernando, se le dé con ella el ducado de Milán, con el condado de Aste y todo lo a ellos anejo, quedando, mientras el Emperador viviere, en su poder el castillo de Milán y de Cremona, y que el Emperador les dé a ellos y sus herederos, siendo hijos varones, el título y colación imperial del Estado; y si el duque de Orleáns no tuviere hijos varones de este matrimonio, esto no obstante quede firme el dicho título y Estado al duque Carlos, y a los hijos que de segundo matrimonio tuviere, como herencia legítima paterna, pero que las segundas bodas que el duque hiciere sean y se hagan con voluntad del Emperador y del rey don Fernando, su hermano. 18. Que las bodas del duque de Orleáns no se difieran más que un año, contado desde el día de la publicación de estos capítulos.
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19. Que el rey Francisco dé a su hijo el duque, en dote para este casamiento, el ducado de Orleáns y el de Borbón, Chastelleraut y condado de Angulema, y que si estos Estados no llegaren a rentar cada año cien mil libras francesas, le añada el ducado de Alanzón, señalando a la duquesa viuda del duque, que murió en Pavía, otros frutos y rentas iguales. 20. Que si el duque de Orleáns no dejare más que hijas, se den a cada una en dote cien mil libras turonenses, y si fuere sola una hija heredera, se le den cien mil libras de contado, y si el duque muriere primero, se den a la hija del Emperador, por su vida, cincuenta mil libras turonenses en cada un año. Y si fuere hija del rey de romanos, se le den treinta mil. 21. Que el rey de Francia restituya a Carlos, duque de Saboya, todas las tierras que le ha tomado, excepto Mommelio y Pignerola, [que] el rey ha de tener con presidio todo el tiempo que el Emperador tuviere los castillos de Cremona y de Milán. 22. Que el duque de Vendoma posea el condado de San Pablo, con el mismo derecho que antes de esta guerra lo poseía. 23. Que el rey de Francia tenga a Hesdín hasta que se determine el derecho que tiene. 24. Que en la causa de Enrico de La Brit, pretenso rey de Navarra, el rey no se entremeta sino como pacificador, ni en guerra que por esta causa hubiere entre ellos, ni se haga parte. 25. Que el rey dé al Emperador sus cartas en forma solemne, en las cuales se diga que Madama Joana, hija de Enrico de La Brit, hace juramento de no querer ni consentir las bodas que estaban concertadas con Guillelmo, duque de Cleves, ni haber consentido en ellas. 26. Que el rey de romanos, que fue el principal en componer esta paz, entre y se entienda en ella, y de la misma manera todos los príncipes cristianos y repúblicas que la quisieren, guardando la obediencia y sumisión que de derecho deben al Emperador. Firmaron y sellaron la carta de esta concordia el Emperador, el rey de Francia y los caballeros y personas doctas que la ordenaron y compusieron. Poco tiempo después, por parecer que convenía así, se añadieron y escribieron:
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27. Que el rey de Francia restituyese al heredero de Reinero Nasau, príncipe de Orange, el principado, de la manera que lo poseía Filiberto Chalonio. 28. Que a Felipo Croviaco, duque de Ariscoti, se haga cumplida satisfacción de todas sus pretensiones, conforme a la concordia que en los años pasados hicieron en Cambray la reina María y madama Luisa. 29. Que el rey vuelva al dicho duque todos los bienes que de su padre y madre le quedaron en Francia. 30. Que si Maximiliano de Borgoña saliere con el pleito, se le vuelvan y entreguen los lugares Creveceusio, Arleusio, Reullio, San Suppleti, Chrastilleusi y Cambresio. 31. Que se dé por nulo todo lo que prometió George de Austria, como sea más de veinte y cinco mil florines, por su rescate. Poco después de esto, restituyó el rey de Francia al Emperador las villas de Jousio y Mommedeo, que estaban por franceses en Lucemburg, y a Landresi, en cuya fortificación tanto había hecho y gastado. El Emperador restituyó al rey, entre otras cosas, San Desir, Levio y Commercio, y de esta manera se fueron volviendo los lugares que unos a otros se habían tomado con tanta sangre y muertes, así en el Piamonte como en Lombardía y en las fronteras de Flandres y Francia, y mandó el Emperador despedir la gente y alzarse de algunos lugares donde en compañía de los ingleses estaban puestos. Publicada la concordia, el Emperador envió con ella al secretario Alonso de Idiáquez, que era de su Consejo de Estado, del hábito de Santiago y comendador de Extremera, para que en Castilla el príncipe don Felipe, que la gobernaba, viese y tratase en el Consejo de Estado cuál sería mejor y más conveniente a estos reinos: dar los Estados de Flandres y Borgoña en casamiento con la infanta doña María, que después fue Emperatriz, al duque de Orleáns, como se dice en el c. 13, o el Estado de Milán, con la princesa doña Ana, hija del rey don Fernando, como se refiere en el c. 17 de esta concordia. Lo que en Castilla se acordó por el príncipe y su Consejo no lo sé; sé, a lo menos, que, con la muerte no pensada y tan temprana de Carlos, duque de Orleáns, cesaron estos tratos y se levantaron nuevos humores, como se dirá.
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- XXIX Avisa el Emperador al rey de Ingalaterra de la concordia. No se descuidó el Emperador de enviar al rey de Ingalaterra, dándole cuenta de las paces que trataba con Francia. Estaba el rey Enrico apretando el cerco sobre Bolonia cuanto podía; el rey respondió que el Emperador hiciese lo que le estuviese bien, mas que a él no le metiese en nada, porque pensaba llevar la guerra adelante. Combatía fuertemente el inglés a Bolonia, y defendíase muy bien la ciudad, porque estaba bien proveída de gentes y bastimentos. Vióse que el rey porfiaba a no quitarse de ella, y que era menester otro ejército tan poderoso que bastase a echarlo de allí. Hubo una falta que fue proveer para el inglés, que el capitán que defendía la ciudad, que se llamaba Vervino, sabía tan poco de guerra, y era de tan vil ánimo, que sin esperar combate sangriento la entregó al inglés, con partido que la gente de guarnición saliese libremente con armas y hacienda, y entregaron la ciudad con grandísima copia de bastimentos, munición y gruesa artillería. Por lo cual, poco después, el rey de Francia mandó cortar la cabeza a este hombre en la plaza de París. En Monstresile, que es otro lugar que los ingleses tenían también cercado, se defendieron valerosamente los franceses de ingleses y flamencos, y guardaron el pueblo a su rey como buenos y leales. Y como se hizo la paz, y los flamencos se fueron, los ingleses perdieron las esperanzas de tomarlo, y fueronse al rey, que estaba en Bolonia, el cual, sabiendo que el rey Francisco, libre del Emperador, iba en su busca, puso en la ciudad muy buena guarnición y dio la vuelta a Calés, y de allí a Londres. Duró la guerra sobre Bolonia todos los días que el rey Enrico vivió, que hasta que murió no la pudo cobrar el de Francia. El Emperador, sin tratar más de guerra, pasó el invierno en Bruselas, donde le vino a visitar su hermana doña Leonor, reina de Francia, y el nuevo yerno Carlos, duque de Orleáns, y dos hijos del rey don Fernando, con los cuales el Emperador tuvo muy buen invierno. Y aquí determinó un pleito que, por la sentencia que el César dio en él, merece memoria; y fue que madama de Vergas, madre del marqués de Vergas, y madama de Bredérode, del linaje del Emperador, topándose las dos en la iglesia de Santa Gudela, de Bruselas, al entrar de una capilla, pasaron grandes porfías sobre cuál entraría delante y había de tener la mano derecha. La competencia fue de tal manera en las dos, y la gente que las acompañó se revolvió de arte, que faltó poco para trabarse una gran pendencia derramando
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sangre. Y no paró la porfía en esto, sino que cada una de ellas quiso probar que era mejor que la otra. Y se trató esta causa en el Consejo Supremo, el cual halló tanta igualdad en su nobleza y estados, que no pudo declarar cuál precedía a cuál, y así las dieron por iguales. Las madamas, no contentas de la igualdad, suplicaron al Emperador que, pues él era el supremo Monarca a quien tocaba la determinación de la justicia y honra, que sentenciase esta causa. El Emperador, teniendo por liviandad tal presunción, dijo: La plus folle aille devant. Que es: «La más loca vaya delante.» Que fue un juicio digno de ánimo imperial. Que la pasión loca de querer ser unos más que otros, en todas partes y naciones reina, y tanto se desvanecen con ella, que profanan los lugares santos, escandalizan las gentes, inquietan los actos y juntas sagradas, cuando para pedir a Dios perdón de sus pecados o que alce el azote de su ira, sacan su cuerpo santísimo, y reliquias de sus santos. El discreto y sabio, si es noble, luce en el lugar humilde más que el necio bajo, si bien se encubren más que los cedros del monte Líbano, en el lugar supremo.
- XXX Parece ser la concordia en daño del Emperador. Muerte del malogrado Carlos, duque de Orleáns Nuevos recelos de la Cristiandad, y temores de la paz. -Cómo volvió Bolonia a ser del francés. -Duque de Alburquerque sirvió al inglés valerosamente. -Despide el Emperador los españoles, mandándoles que ni sirviesen al francés ni al inglés. -El rey de Ingalaterra llevó los españoles a su servicio. Ninguno pondrá los ojos en las condiciones de la concordia hecha entre los reyes, que no imagine que el de Francia era superior, y que el Emperador, por verse apretado, vino en ellas. Y es cosa sin duda, y que aun los mesmos autores franceses la confiesan, que el rey se vio harto trabajado, y el Emperador le pudo poner en mucho aprieto, y así se verá cuál era el corazón del César, y cuán generoso pecho tenía, pues dio a su enemigo, cuando lo pudo destruir, más que cuando se vio acometido con tantos ejércitos, ni cuando estuvo en su casa y amenazado, o con recelos de que le querían detener. Por ser tan aventajadas para el rey Francisco estas condiciones, y tan graves de cumplir para el Emperador, ninguno de los que bien sentían de negocios podía creer que habían de ponerse en ejecución, porque todos tenían por cosa poco menos que imposible que el Emperador se quisiese deshacer de uno de los dos Estados de Milán o Flandres, que tan a cuento le venían. Verdad es que los que conocían la bondad y llaneza del César tenían por cierto que él cumpliría lo que había prometido, y que no quería oscurecer, con
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quebrantar la concordia, la gloria que había ganado con prometer lo que pudiera negar. Pero presto se abrió un camino, por el cual, sin faltar el Emperador, se quedó con lo que tenía; porque dentro de los ocho meses que se tomaron de término para concluir los casamientos, le dio al duque de Orleáns una calentura pestilencial que le quitó en pocos días la vida, con grandísimo dolor del rey su padre y lástima de los que le conocían, porque era amado de todos, y el Emperador lo sintió con harta demostración, porque ya él había llamado al duque hijo, y estaba muy pagado de tenerlo por tal. Los que más le lloraron fueron los milaneses, teniendo ya por cierto que había de ser su señor, y esperaban de él más dulce y agradable tratamiento que de otro alguno, estando con harta necesidad de él, por el riguroso gobierno en que tantos años se habían visto, en poder de soldados franceses y españoles. Por la muerte del malogrado duque comenzaron luego los recelos y los juicios de los hombres, pareciéndoles que la paz que agora se había asentado no duraría mucho, y que habían de resucitar las guerras y pasiones viejas. Y no iban muy descaminados, que volvieron, aunque no con el calor y vida que las pasadas, porque las edades de los dos bravos competidores no tenían aquel verdor ni aceros que cuando el de Francia dijo que habían de haberse como dos enamorados apasionados por una hermosa doncella. Por agora, a lo menos, todos los príncipes cristianos quisieron venir en paz; sólo el de Ingalaterra porfió en la guerra hasta hacerse, como dije, señor de Bolonia, y dejándola a buen recaudo, que fue al tiempo que se concluyó la paz; volviéndose Enrico para su tierra, cuando se quería embarcar acudió el delfín y quitóle parte del bagaje y revolvió sobre Bolonia y estuvo muy cerca de tomarla. Cercóla después el rey de Francia muy de propósito, y vinieron a ser tantos los daños que, por mar y por tierra, franceses y ingleses se hacían, que de puro cansados se concertaron, y Bolonia se entregó al francés por una gran suma de dinero, que había de pagar en ocho años. La principal parte de los buenos sucesos que en esta jornada de Bolonia tuvo el inglés, fue el duque de Alburquerque, don Beltrán de la Cueva, de cuyo valor y prudencia estaba muy pagado el rey Enrico, y, como dije, pidiólo al Emperador para hacerle su general en esta guerra, en la cual el duque, con su hijo don Gabriel de la Cueva (que después le sucedió en el Estado, y fue un gran caballero) y con otros muchos deudos, sirvió al rey Enrico con tanto valor, que por su industria ganó a Bolonia. Y quedó con grandísima opinión en Ingalaterra, no sólo el duque, más la nación española, y así, sucedió que, deshaciendo el Emperador su campo en Bruselas, dejó solo el tercio de don Álvaro de Sandi, que había de pasar a Hungría, y a los demás españoles mandó pasar en España, dándoles navíos y lo necesario, y orden, con pena de 191
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la vida, a cualquiera que quedase sin su licencia, encomendándose esto al capitán Joan de Eneto, para que con rigor lo ejecutase. Luego que fueron embarcados, el rey de Ingalaterra los procuró haber, para servirse de ellos en la guerra contra el rey de Francia, y los españoles, con la buena gana que tenían de ejercitar las armas y gozar de las libertades de la vida del soldado, a pesar de su capitán y contra la voluntad del Emperador, dieron consigo en Ingalaterra, y sirvieron al rey todo el tiempo que duró la guerra, haciendo en ella el oficio de general el dicho duque de Alburquerque. Fin tan dichoso como este tuvo el año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, asentándose una paz con que todos los príncipes católicos se abrazaron, y luego pusieron los ojos en la reformación del estado cristiano, y que el negocio del concilio universal se concluyese, porque ya no faltaba otra cosa para el sosiego común de todos, sino reducir los herejes a la unión evangélica, y volver las armas contra los enemigos de la cruz, para lo cual principalmente se quedó el Emperador en aquellas partes por algunos años y hizo en ellos lo que presto veremos.
- XXXI Presa que hizo Barbarroja volviendo para Constantinopla. -Combate el cosario a Puzol. Defienden los españoles. -Sale el virrey en socorro de Puzol. -Presa grandísima que hizo. Representaban en Constantinopla las presas de Barbarroja en afrenta de la Cristiandad. Dejé a Barbarroja con su armada, camino de Constantinopla, salteando, robando y cautivando las costas de la Cristiandad. Dije en el principio de esta obra los viles y bajos principios de este cosario; diré agora dos cosas: lo que nos robó y cautivó, y su desventurada muerte, donde fue a ser tizón del infierno, por haberlo sido de la Cristiandad. Acabaremos con él, aunque nos dejó centellas que encendieron y causaron otros fuegos y daños semejantes, como fue un Dragut, y otros tales que aquí diré. Fue Barbarroja de Tolón a Vadi, donde los genoveses le presentaron muchas frutas y sedas, por lo cual prometió de no hacer mal en su ribera. Juntó toda su armada, que buena parte de ella había echado por Córcega, en busca de Joanetín Doria, que poco antes había tomado dos galeotas de cosarios. Escribió de allí Barbarroja al señor de Pomblin, rogándole mucho que le diese un hijo de Zinán Judío, su grande amigo, que tenía por esclavo en
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aquella ciudad desde la guerra de Túnez, para enviárselo a su padre al mar Bermejo, y a la India, donde a la sazón estaba contra portugueses; y si no se lo daba, que le destruiría la isla. El señor Apiano, que tal era su nombre, respondió que no se lo podía dar, por ser ya cristiano, sin grande ofensa de Jesucristo e infamia suya, pero que por su respeto lo haría libre y rico. Barbarroja, desdeñado porque no se lo daba, mandó robar la isla y cautivar la gente, porque otra vez no despreciasen su ruego ni su armada. Apiano entonces redimió la paz, aunque no los cautivos, con aquel esclavo. Al cual Barbarroja hizo capitán de siete galeras, tratándole como a hijo. Del Elba fue la flota a Talamón, y sacando gente y artillería con que combatía, la ganó y robó, desenterrando muertos (inhumanidad poco usada). Corrieron la tierra dos leguas adentro los turcos, con gran presteza, y trajeron mucho ganado y cautivos. Pasó Barbarroja sobre Puerto Hércules, y subiendo artillería a lo alto (con tanta diligencia como trabajo), batió reciamente la ciudad y castillo, y aunque Carlos Mamucio y el capitán Carranza se le dieron, la destruyeron los turcos, poniendo fuego a las mejores casas. Los seneses, que hasta entonces se habían descuidado, si bien sabían el daño que Barbarroja iba haciendo, enviaron de presto don Joan de Luna con los españoles que a la sazón estaban de guarnición en la ciudad, y a Fontacho con muchos seneses, los cuales se metieron en Orbitelo, por hallar perdido a Puerto Hércules; mas ni aun por eso dejó a Barbarroja de hacer balsas en que poner artillería para tirar de cerca a Orbitelo, que está en medio de una laguna, y es fuerte. Y ya se iban de él los españoles y seneses, cuando llegaron Esteban Colona y doce banderas de soldados, y Cipin Vitello con otras dos de caballos que Cosme de Médicis, duque de Florencia, enviaba de socorro, tanto por servir al Emperador como a Sena. Y todos, cobrando ánimos unos con otros, pelearon con los turcos, que ya estaban desbaratados por el campo y tendidos, habiendo desembarcado, y con los que porfiaban desembarcar en esquifes, y los hicieron tornar a las galeras mal de su grado. Barbarroja hizo señal de recoger, y temiendo los arcabuceros españoles que no los aguardara, y los de caballo, que siempre crecían con nueva infantería, y fuese a Gillo, isla de buen vino, allí cerca, a la cual robó cautivando todos los isleños. León Strozi, prior de Capua, que con siete galeras francesas iba por embajador al Turco para excusar al rey Francisco, importunaba mucho a Barbarroja, que tornasen sobre Orbitelo, que importaba grandemente para las cosas del rey en Toscana, y para las del Gran Turco en aquel mar, y aun en Italia, y si no lo tomasen, que hiciesen fuerte al Puerto Hércules, y los dejasen con buena guarnición de turcos y franceses, pues en ello ganaría gran nombre, 193
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y Solimán ternía entrada en Italia y el rey en Toscana, cuya cabeza era Florencia, donde su padre Felipe Strozi ya fuera príncipe. Tal consejo daba el prior de Capua, siendo caballero religioso de San Joan. No sólo entonces lo procuró, más después lo trabajó con grandes revueltas y muertes, y al cabo murió de un arcabuzazo que allí en aquella mesma tierra le dieron, dende a doce años. Bien conocía Barbarroja que el prior decía lo que convenía a las partes de ambos, y que fuera otro espanto para Italia como fue Otranto; pero no quiso aventurar su reputación ni su gente, viendo que los enemigos eran muchos, y aun desconfiando de franceses, porque nunca los cosarios acometen a los apercebidos. Fue Barbarroja de Gilo a Próchita y a la Iscla, víspera de San Joan, en la noche de este año mil quinientos y cuarenta y cuatro. Robólas ambas a dos, aunque no pudo al pueblo de Iscla, por ser muy fuerte y artillado, en odio del marqués del Vasto, que le había quitado del castillo de Niza. Llevó de ellas ochocientas personas, y algunos dicen que más de mil. Don Pedro de Toledo, virrey a la sazón de Nápoles, envió con toda diligencia al capitán Antonio de Barrientos, con trecientos españoles a Puzol, mandando que la gente menuda del lugar se fuese a Nápoles, y luego tras él el capitán Saavedra con otros quinientos, y con hasta docientos caballos ligeros y de armas, teniendo que lo combatirían los turcos. Entró en Baya la flota otro día de mañana, y en tres alas se puso casi las proas en tierra, y echando turcos comenzó de batir a Puzol, y en el combate mató entre otros a Saavedra, que causó miedo y turbación en los demás, si bien por eso no dejaron de tirar con su artillería a las galeras. Los de caballo que guardaban el arrabal, escaramuzaron con los turcos y hiciéronlos embarcar, aunque uno de ellos fue preso por atollar su caballo. Juntó el virrey cuatro mil infantes y más de mil caballos, -tanta es la grandeza de Nápoles-, con los cuales salió a socorrer a Puzol. Barbarroja entonces se recogió, porfiando Salac en la batería, y caminó hacia Salerno con propósito de combatirlo; mas sobrevino Noroeste con tanta furia, que dejando en Zultfan una galeota y dos naos, de cuatro que llevaba, corrió tormenta, y hizo daño en Policastro y otros lugares. Llegó en fin a Lípari, y sacando cuarenta piezas de artillería, comenzó a batir la ciudad reciamente, y batióla doce días arreo. Los vecinos, atemorizados, se dieron por la vida, temiendo la muerte, a consejo de un ciudadano principal llamado Nicolás, y así, todos, que serían cerca de ocho mil, fueron cautivos, salvo el Nicolás, con toda la riqueza del lugar. Pasó el faro de Mecina Barbarroja, y en Fumara de Muro cautivó mil ánimas, y en Ciriati cuatro mil, y otras muchas en aquella costa de Calabria. Tanta presa, en fin, hizo de ropa y hombres, que no cabía en las galeras, y esto todo hizo sin perder más de una, que dio al través en Galípoli de Pulla. Echó 194
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navegando muchos a la mar, maldiciendo los tristes a quien era causa de su desventura, los cuales, de hambre, sed, cansancio y hedor y pretura, se le morían. Entró en Constantinopla muy triunfante; dio a los bajás y criados del Turco, y a las damas del palacio, muchos niños, y mozas, y otras cosas. Las entradas de Barbarroja en Constantinopla, con tantos despojos de la Cristiandad, se representaban delante del Turco, no sin gran vergüenza, y por culpa de los príncipes. Causó, sin este mal, la venida del Barbarroja a Francia, que se retejasen y alterasen los moriscos del reino de Valencia, con esperanza que había de ir allá con su armada, como se lo había prometido, que fuera un terrible caso.
- XXXII Resumen de las prosperidades de Barbarrroja. -Su muerte Llegó la hora miserable de este enemigo, tan valeroso como hemos visto, que de un bajo ollero, cual fue su oficio, llegó a tanto que se tomó con el Emperador y fue rey de Argel y de Túnez, y cabeza de todos los cosarios, después de la pérdida de Rodrigo de Portundo, por donde señoreó nuestros mares, haciendo tantos males en Italia y en España, y porque los hiciese mayores le hizo el Turco su general en el mar, y su bajá, que es lo que más puede dar. Ganó a Túnez con aquella armada, que fue grandísimo negocio para el Turco, y porque no ganase a Sicilia, o Cerdeña, o alguna otra isla, tuvo necesidad el Emperador de echarlo de allí, con notable provecho de la Cristiandad y gloria propria suya. Escapóse Barbarroja por su buena diligencia, que se lo tuvieron a mucho. Pidiólo, después de esto, el rey de Francia al Turco. Mas si bien vino poderoso dos o tres veces, no hizo mucho daño. Aparejaba otra flota para tornar por acá, mas diéronle cámaras con recio flujo, que le duraron mucho, por donde se vino a tullir; acudióle calentura, y matóle, siendo de más de ochenta años. Era bermejo, como tenía el nombre, de buena disposición, si no engordara mucho; tenía las pestañas muy largas, y vino a ver poco. Ceceaba, sabía muchas lenguas y preciábase de hablar lo castellano, y así, casi todo su servicio era de españoles. Fue muy cruel, más que otro algún cosario de su tiempo; avariento sobremanera por llegar al estado que tuvo, y muy lujurioso en dos maneras. Y dicen que se consumió con la hija de Diego Gaetán, que hubo en Rijoles. Fue decidor con agudeza, y aun malicia, soberbio y libre de lengua, especial enojándose. Suplía estos vicios con disimulación y gracias, y con sucederle todas sus cosas prósperamente. Era esforzado y cuerdo en pelear y
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acometer, proveído en la guerra, sufrido en los trabajos y muy constante en los reveses de fortuna, porque jamás mostró flaqueza ni miedo notable. Murió, pues, riquísimo, en las casas de Bixatar, que hizo en Pera. Dejó por heredero, con licencia del Turco, a su hijo Hazam Barbarroja, que a la sazón estaba en Argel.
- XXXIII Don Álvaro Bazán, general de las galeras de España. -Españoles y franceses pelearon este año en el agua. -Victoria grande que hubo don Álvaro Bazán; el que después fue marqués de Santa Cruz se halló en ella. Don Álvaro Bazán se había retirado a su casa, dejando las galeras por haberse sentido de algunos disfavores que se le habían hecho; mas sabiendo el Emperador lo que don Álvaro merecía, y cuánto valía para servirse de él, antes que partiese de España le mandó volver al oficio de general de las galeras de Castilla, y que con toda brevedad fuese a la costa de Vizcaya y Guipúzcoa, y recogiese los navíos y gente que pudiese, por ser extremada la vizcaína en la mar y en la tierra, y que navegase con ellos a Laredo, para que don Pedro de Guzmán, caballero de Sevilla, pasase en Flandres con los dos mil españoles que dije, cuyo maestre de campo general era, y con la demás armada guardase don Álvaro las costas de España de los franceses y otros enemigos, contra quienes estaba la guerra abierta. Partió don Álvaro de Valladolid en diez de abril; fue a Santander buscando por aquella costa navíos para su armada; juntó hasta cuarenta vasos; los quince fueron a Flandres, con la gente que llevó don Pedro de Guzmán, los demás estaban a punto. A cuatro de julio, si bien no había en ellos más que mil soldados, que tenía García de Paredes (no el famoso, que ya era acabado), con título de maestre de campo, y estando a este tiempo por general de Fuenterrabía don Sancho de Leiva, avisó, a ocho del mes, a don Álvaro, que de aquella villa habían descubierto una armada de más de treinta naos francesas, que habían tomado dos vizcaínas, que cargadas de sacas de lana iban a Flandres. Como don Álvaro se hallaba con tan poca gente, pidió luego a don Sancho que le enviase alguna, el cual le envió quinientos arcabuceros con el capitán Pedro de Urbina, teniendo otro correo de Galicia, que a los diez de julio habían pasado los franceses a vista de Laredo, y saqueado las villas de Laja, Curcubión y Finisterra.
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Salió con toda priesa don Álvaro, en busca de los enemigos, a 18 de julio, la vuelta de Galicia, que estaba tan amedrentada o temerosa, por los daños que los franceses hacían, que aún en la ciudad de Santiago no se tenían por seguros, porque habían faltado en algunos lugares más de cuatro mil franceses muy bien armados. Pues día de Santiago, estando la armada francesa sobre la villa de Muros, y por general de ella monsieur De Sana, componiéndose por cierta cantidad de dineros, porque no los saqueasen, dio sobre ellos don Álvaro con veinte y cuatro naos; luego se pusieron en orden para pelear las dos armadas. Embistió la capitana de don Álvaro a la capitana francesa, y echóla a fondo, ahogándose mucha gente; y arribando sobre otra francesa que venía en socorro de su capitana, la rindió también. Peleaban, de ambas partes, con valor y porfía, y duró dos horas, al cabo de las cuales los franceses fueron rendidos y degollados más de tres mil; de la parte de don Álvaro fueron muertos y ahogados hasta trecientos. Atribuyó don Álvaro, como caballero y cristiano, esta victoria al apóstol Santiago, en cuyo día y en cuya tierra se había ganado. En esta batalla se halló su hijo mayor, llamado, como él, don Álvaro Bazán, mozo que no pasaba de diez y seis años; y de esta escuela militar de su padre salió tan gran capitán, como a todos es notorio que lo fue el marqués de Santa Cruz, de quien tendrá bien que escribir el que escribiere la historia del rey don Felipe II. Metieron en el puerto, o playa de La Coruña, toda la armada francesa que se había prendido, y quedó en guarda de ella don Álvaro el mozo, y su padre fue a dar las gracias al apóstol Santiago, donde el arzobispo, y santa iglesia, le recibieron con Te Deum laudamus. Y en toda Galicia hubo general contento. En Valladolid lo recibió el príncipe don Felipe, con la nueva de esta victoria, de la cual se avisó luego al Emperador a Flandres.
- XXXIV Vasallos de las iglesias. Sentíase el Emperador tan alcanzado y falto de dineros con los gastos excesivos hechos en la guerra, que mandó a sus consejos y ministros mirasen qué arbitrios o medios se podrían tomar para remediar necesidades tan urgentes. Acogiéronse a lo bien parado y más rendido, que eran los bienes, jurisdiciones y vasallos de las iglesias y monasterios de Castilla, que los reyes, de gloriosa memoria, y otros caballeros, habían ofrecido a Dios por el favor y
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ayuda que les había dado en las guerras contra los moros, enviándoles santos, que visiblemente los vieron pelear en las batallas, y habían defendido las tierras que tenían, y ganado otras muchas. Como esto no tocaba a los poderosos del reino, ni a los del Consejo, aprobáronlo, y persuadieron al Emperador que los tomase haciendo alguna recompensa a la Iglesia. Pidió breve al Papa, y concediólo en cierta forma, conforme a la relación que le hicieron. Mandó luego el Emperador hacer saber a las órdenes del reino cómo se servía de que le diese los vasallos que tenían, que los sus reyes progenitores les habían dado, con todo lo anejo al vasallaje, y que les daría en recompensa otras tantas rentas como les rendían al presente, sin tener respeto a lo que según justo precio valen. Pero no quiso el Emperador que se hiciese de hecho sin ser oída la Iglesia, y vinieron a la corte muchos religiosos abades de la orden de San Benito y de San Bernardo, los cuales, conociendo el pecho católico del Emperador, y que no quería hacer agravio a nadie, estimando menos el socorro para las guerras que se le ofrecían fuera de estos reinos, y más el bien de los mesmos reinos, y de todas las personas y estados de ellos, y por mostrar esto más a la clara, les mandó que cada uno le dijese lo que cerca de ello sentía, gustando de que también le diesen por escrito lo que de palabra le habían dicho. Lo cual hicieron con muy buenas ganas, no para rehusar si menester fuera de emplear en su servicio las haciendas, muebles y raíces de los monasterios, y las vidas si menester fuesen, sino para mostrar que los que esto aconsejaban y procuraban no miraban tanto lo que convenía a la conciencia, honra y autoridad del César, como a sus proprios intereses o a otros respectos, que no debían ser mirados por personas del Consejo del Emperador; siendo justo atender que había otros estados de gentes más obligados a acudir primero a esto, que las órdenes, y que empleaban lo que tenían menos bien que los eclesiásticos, y que se hallarían otros medios más lícitos y honestos para socorrer al César, que hacer esta novedad en Castilla. Quien más se mostró en esto fue un abad de la orden de San Benito, que se llamó fray Joan de Robles, varón insigne y noble, y de los mejores predicadores que hubo en su tiempo, a quien el Emperador gustó de oír en esta materia; y valieron tanto sus buenas razones, que el Emperador dijo: «Nunca Dios quiera que yo les quite lo que no les di.» Y mandó que no se tratase más de ello, y así se suspendió por entonces. Mas en el año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro volvieron en el Consejo de Hacienda a tratar de lo mismo, y que se quitasen los vasallos a la Iglesia, pues había facultad para ello. Y el mesmo fray Joan de Robles, abad de San Pedro de Alanza, y fray Francisco Ruiz de Valladolid, abad de Sahagún, de 198
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los doctos hombres de su tiempo, suplicaron de ello, como antes lo habían hecho. Y el Emperador quiso que fray Joan de Robles le diese por escrito lo que había dicho en voz, y fue que, para que se entendiese y viese claramente la calidad de este negocio, convenía mirar: lo primero, si era lícito; lo segundo, si ya que fuese lícito y se pudiese justamente hacer, si era cosa conveniente, honesta y buena; lo tercero, dado que fuese lícito y honesto, si era útil y provechoso, que son tres condiciones que deben concurrir en cualquier obra virtuosa, especialmente en las obras políticas que tienen respecto al bien de muchos, cuales deben ser las de los príncipes, que no han de regular sus obras por sus intereses particulares, sino por el bien común de los reinos que gobiernan. Y cuanto a lo primero, se había de presuponer que ningún justo poseedor podía ser despojado sin causa justa, según derecho natural. Que los derechos, acciones y jurisdiciones de las iglesias son bienes raíces, inmóviles y perpetuos, de los cuales hablan los sagrados cánones y concilios, que no se pueden enajenar ni desmembrar de las iglesias sin igual recompensa. Que es hacienda que se posee con justo título, porque los reyes de España y otros caballeros, cuando el reino estaba lleno de enemigos infieles, la daban en cumplimiento de los votos que hacían, porque Dios les diese victoria, y fundaban y dotaban los monasterios con estos bienes. Que sobre este título tan justo, que parece más divino que humano, tenían el de posesión de más de seiscientos y setecientos años, y, en el que menos, más de cuatrocientos. Que no había haciendas en España poseídas con semejantes títulos. Que jamás algún príncipe, de cuantos ha habido en España, intentó inquietarlos ni perturbarlos en esta posesión, y que estos vasallos no se sacaron del patrimonio real, sino de lo que ganaban de los moros, de aquello daban a Dios, y también otros caballeros y señores particulares los daban de sus proprios patrimonios, o comprados con sus dineros. dejándolos con cargas y obligaciones de sufragios y aniversarios perpetuos. Que no habiendo, al presente, culpa ni causa bastante para despojar los monasterios de lo que tan lícita y justamente poseían, parece cosa indigna de un príncipe tan grande y de tanta potencia, querer poner sus manos en la gente más rendida que en su reino tenía. Que no por ser mal gobernados ni por estorbar a los religiosos el gobierno, ni por bastar a suplir las necesidades del César, se les habían de quitar; porque antes eran más bien gobernados y con más caridad y llaneza siendo los perlados, no señores, sino padres piadosos con sus vasallos, ni estorbaban a la quietud de los religiosos, antes
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con la jurisdición cobraban mejor sus rentas, y sin ella gastaban más en pleitos que tenían, y se distraían los ministros del Señor. Que para suplir la necesidad del César, era miseria todo lo que ellos valían, ni luciría ni medraría jamás cuanto destos vasallos se sacase, antes consumiría este dinero como polilla juntándose con los demás dineros y rentas reales, para que nada luciese ni aprovechase. Que para ayuda a los grandes gastos del César, la Iglesia acude con el subsidio y excusado, y pechan y contribuyen, y los que estando en el mundo y en hábito seglar, eran libres y no pecheros. Que no se había de compensar el valor de los vasallos por lo que a los monasterios rentaban las jurisdiciones cada año, pues demás del derecho honorífico, que es de mucho valor, era claro que un regimiento de una ciudad que vale dos o tres mil maravedís cada año, no lo podía Su Majestad tomar, dando por él veinte y cuatro mil maravedís, y venderlo después por dos o tres mil ducados, porque todo aquello que se puede apreciar a dinero, y está en la hacienda, es parte de la hacienda. Que los reyes de España, de gloriosa memoria, dejaron a los monasterios muchas preseas de hacienda, y en ellas engastadas muchas joyas de honor, preeminencias y jurisdiciones, para adorno de la Iglesia, que, como esposa de Cristo, la quiere Dios galana, honrada y estimada. Que sería cosa indecente despojarla, sin darle lo que justamente vale tanto por tanto. Y que sería mayor el mal si se tomase lo que por descargos de conciencia se había dado. Que no vale decir que puede el príncipe tomar lo que sus predecesores dieron, pues esto se ha de entender cuando se hubiese dado sin justo título. Y sería incurrir en las censuras que en el Concilio aureliacense, cap.14, se ponen contra los que toman lo que sus pasados dieron a la Iglesia. Y si puede el príncipe tomarlo para algún bien público, esto ha de ser dando por ello otro tal o mejor, como dice el emperador Justiniano a Epifanio, arzobispo y patriarca de Constantinopla. Y el Papa Nicolao II, escribiendo al arzobispo de Viena, y Graciano, de los emperadores Carlos y Luis, palabras gravísimas, echa maldiciones que ponen pavor contra los que tomaren estos bienes a la Iglesia. De las cuales están llenos los privilegios y donaciones de los reyes, pidiendo a Dios que sean malditos y descomulgados; que se veyan ciegos y desventurados y comidos de lepra. Que en el infierno tengan por compañero a Judas, que vendió al Señor. Y finalmente, que no vean los bienes de la celestial Jerusalén, si en algo quitaren o disminuyeren de aquello que allí dan y ofrecen a Dios.
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Que el Papa puede muy bien mandar, en un evidente peligro, que una provincia favorezca a otra, y una Iglesia a otra, y unos eclesiásticos a otros, por ser doctrina de San Pablo que la Iglesia es un cuerpo, y así se ha de favorecer y ayudar un miembro a otro, el más cercano al más cercano; y cuando el más cercano no pueda, el inmediato, de manera que se guarde la conformidad que hay en un cuerpo natural; pero que esto se ha de entender cuando la necesidad fuere tal, que no pueda por otra vía remediarse, y que cesaba en este caso, como era notorio. Y que de tal manera se ha de hacer el socorro de los frutos eclesiásticos, que si es posible, no pierdan las raíces inmóviles, así como los miembros recios, que favorecen al miembro débil y necesitado, no le dan las carnes ni los nervios, que son como raíces en el cuerpo humano, sino obras y humores, y espíritus vitales, que son como frutos y bienes muebles en el cuerpo. Que los bienes eclesiásticos son en alguna manera del Papa, pero no de todas, para poder hacer de ellos absolutamente lo que quisiere, según la doctrina de Santo Tomás, en el 4 de las Sentencias, dist. 20, c. 3, art. 3; porque el dominio de los bienes temporales que poseen los eclesiásticos no es del Papa, sino de ellos o de sus iglesias, y así, no puede el Papa transferir en nadie el dominio que no tiene. Que el dominio de las haciendas y bienes temporales de los monasterios, los que dieron le pudieron transferir, y las donaciones reales claramente dicen que el dominio se pasó de todo punto en las iglesias y monasterios, a quien se dieron las dichas haciendas y bienes temporales. Que ni aún de los bienes espirituales es el Papa señor, sino dispensador, por lo cual tienen todos los teólogos, que el Papa puede incurrir en el pecado de simonía, como los otros hombres. Lo cual no sería si fuese señor de los bienes de la Iglesia como lo son los seglares de los bienes que poseen. Porque si bien es despensero mayor, al fin es despensero, y no absoluto señor. Que el doctísimo Joan Gerson declara muy bien en qué modo sea el Papa señor de los bienes eclesiásticos, en el tratado que hizo de la potestad eclesiástica, en la consideración 12, y Guillelmo Ocaro, doctor famoso, en el tratado que hace De potestate Summi Pontificis, cap. 7, alegando otros doctores cuya opinión sigue. Y pide, finalmente, sobre todo, al Emperador, mire mucho esta razón; y es que es cosa notoria que no puede el Sumo Pontífice quitar a nadie su hacienda, especialmente lo que es secular, y aplicarla al príncipe, si no fuere ocurriendo cosa en que el que la posee la deba dar, y nadie tiene obligación de dar su hacienda sino para defensa y buena gobernación de su propria 201
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república, y para esto bastaban las rentas reales, como bastaron, cuando eran muy menores, y los trabajos y necesidades del reino mayores, y fueron suficientes para su defensa, y aun para conquistar otros reinos. Que Su Majestad no podía pedir a Su Santidad con buena conciencia, ni Su Santidad concederlo, que sus súbditos, habiendo dado lo que la necesidad y loable costumbre les obliga, que le den contra su voluntad otra hacienda con color de la dicha defensa y gobernación, ni súbdito alguno tiene obligación de darla, aunque los príncipes gasten las dichas haciendas en cosas loables, si las tales cosas son impertinentes a la dicha defensa y buena gobernación de aquestos reinos. Y que se mirase si a Su Santidad se había hecho tal relación, con la cual no obstante todo esto, se les haya de quitar esta hacienda sin dar el justo valor por ella, y se le hubiese declarado como de hacerse esto se sigue, que sin culpa de los monasterios de señores los hacían vasallos de los que compran los territorios y lugares, donde los tales monasterios, que tan privilegiados y exentos los fundaron los reyes, sean agora súbditos y esclavos de los compradores. Y que se debía dar copia de la relación que a Su Santidad se había hecho para que la Iglesia fuese oída, y se le guardase la justicia que tiene. Y cuanto al segundo punto, si era licito, parecía que no, porque nunca los hombres sabios hacen todo lo que pueden, no siendo honesto y conveniente, como lo enseña San Pablo, escribiendo a los corintios, ep. 2, c. 6, el cual, para encarecer esto, torna persona de quien en este mundo puede hacer, sin perjuicio de las leyes humanas, todo lo que quisiere, y dice: Todo me es lícito, mas no todo conveniente. Lícito es, según las leyes, que se ejecuten las penas puestas a los transgresores de ellas; pero no es bien que se ejecuten igualmente con todos, ni por el cabo con todos. Y porque es ansí que no han de hacer los hombres todo lo que de derecho pueden, dice Salomón en el Eclesiastés: No seas demasiado de justo, porque la demasiada justicia es injusticia; esto es, no hagas todo aquello que según rigor de justicia puedes hacer; y que para esto era bien ver si convenía que los religiosos tuviesen vasallos, porque si era bien que los tuviesen, no sería bien que se los quitasen sin culpa bastante o causa justa. Y que mirando lo que primero se dijo, de que estos vasallos vinieron en poder de los monasterios, no porque los religiosos los procurasen, sino porque los príncipes, de su mera liberalidad, y por su devoción, se los dieron con real magnificencia, no ignorando que la gobernación de los vasallos trae consigo muchos embarazos y negocios seglares, contrarios a la quietud y recogimiento que pide la vida monástica, sino que tuvieron por menos inconveniente darles cuidado del gobierno de vasallos que dejarlos con mayores y más continuos trabajos en la cobranza de las rentas que les dejaban. Por lo cual pareció a los reyes de gloriosa memoria, que porque las haciendas de los monasterios se cobrasen con más quietud, y estuviesen más ciertas y seguras, y sobre ellas 202
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tuviesen menos pleitos, convenía que en aquellos lugares donde dejaban hacienda, tuviesen entera judisdición para conservarla y cobrarla. Confiando de los religiosos, como de personas que deben tener más cuenta con sus conciencias, que podrían tales ministros, que mantenían los pueblos en justicia. Y que en este tiempo que los herejes eran tan enemigos de la grandeza y majestad de la Iglesia, no convenía desautorizarla; que los reyes grandes que ha habido en el mundo, desde David y su hijo Salomón, fueron gloriosos por los bienes que hicieron a las iglesias. Esto engrandeció el nombre de Ezequías y Joás; esto hizo a Constantino, a Teodosio y Justiniano ser contados por los más esclarecidos príncipes del mundo, por los favores que hicieron a la Iglesia, y esto dio tantas victorias a los reyes de España contra los moros. De los cuales todos, no se halla que hayan intentado de quitar a los monasterios lo que tienen, antes de aumentarlo y conservarlo. Y pone con esto muchos ejemplos extendidos con muy buenas razones de la veneración y respeto que todas las naciones del mundo han tenido a la Iglesia. Que Roma fue señora del mundo, como dice San Agustín, por ser tan devota de sus dioses, y honradora de la religión. Y que así, aunque a los monasterios no les estuviese bien tener los vasallos, al César le estaba muy mal tomarlos, y era oscurecer la gloria de su sagrado nombre, y disminuir la grandeza de sus hazañas, en lo cual no miraba quien le aconsejaba tal cosa, y quedaría esta mancilla en su corónica. Que la ganancia que de estos vasallos se sacaría sería poca, y nunca luciría, y la pérdida grande y perpetua, pues tocaba al alma y a la honra de un príncipe tan grande y tan católico. Alárgase mucho el abad en estas razones, las cuales fueron tan eficaces en el pecho católico del Emperador, que aunque tenía ganada la gracia del Pontífice, no quiso usar de ella, y es así que en el año de 1528, en las Cortes que tuvo en Madrid, le pidieron muchos procuradores del reino que tomase estos vasallos, y respondió que los vasallos de las iglesias y monasterios eran dotaciones que los reyes sus pasados habían hecho con gran devoción y celo que tuvieron a la religión cristiana, a lo cual él debía tener singular respeto, y que por eso no convenía al servicio de Dios ni al suyo hacer novedad alguna cerca de ello. Y volviendo, como ya dije, a tratar de lo mesmo sus consejeros y otros que trataban de arbitrios arbitrarios, respondió Su Majestad en el año de 1537: «No quiera Dios que yo les quite lo que no les di.» Y agora, estando tan apretado con tantas guerras, tan falto de dineros, tuvo este respecto tan grande, que mandó que no se tratase más de ello. Es cierto que este gran príncipe mostró siempre en todas sus obras cuánto deseaba acertar y no hacer más de lo que era razón y justicia, con mucho temor de Dios y celo de su santo servicio, que en él siempre resplandeció desde su juventud que comenzó a reinar, hasta que se retiró en Yuste, como 203
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en esta historia se dirá. Por donde entiendo que su alma reina en el cielo con eterno descanso, como reinó en la tierra con la mayor gloria y honra que tuvo príncipe de cuantos en su tiempo hubo en el mundo. Pero ya que en tiempo del Emperador no se ejecutó el quitar los vasallos a la Iglesia, hízose en el del rey su hijo, y hemos visto lo poco que han lucido los dineros que de ellos sacaron, los daños notables que han recebido las iglesias y monasterios, y aun los mismos vasallos, que están asolados; y conociendo el rey esto, temeroso de su conciencia, manda en su testamento que se restituyan a la Iglesia, y lo peor es que no hay cosa agora más olvidada, que ciega y causa olvido la codicia de las cosas terrenas.
Libro veinte y siete Año 1545
-IPaz entre los príncipes cristianos. -Trátase del nombramiento de un nuevo Papa El año más descansado de la vida del César, cargado del Imperio, fue éste de 1545, porque el rey Francisco, cansado de las armas continuas y porfiadas, y de los años, que ya le fatigaban, estuvo quedo, contento con la paz que con Carlos había capitulado. El inglés, con la presa de Bolonia, se retiró a su reino. El Turco, con las guerras de Asia, dejó nuestra Europa, y los mares que el cosario Barbarroja inquietaba con la armada, quedaron algo seguros con su muerte. Visitó el Emperador las ciudades de Flandres, trayendo consigo a su hermana la reina María. Los males de la gota y otras enfermedades le apretaban, y más un cuidado de grandísimo peso y consideración, que con celo de verdadero defensor de la Iglesia tenía, sobre la pureza de la fe católica, que en Alemaña estaba muy estragada. Sabía los tratos malos, la multitud de herejes que en aquella gran provincia había y el favor que daban a los destinos de Lutero algunos de los príncipes y ciudades del Imperio. Los cuales les pedían un remedio tan costoso de vidas y sangre, que apenas sus fuerzas bastarían.
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La salud del Pontífice andaba muy quebrada, de suerte que se cuidaba más del que en la Silla Romana había de suceder, que de Paulo Farnesio, que la tenía. Escribíanle de Roma sus ministros y aficionados, les avisase en quién Su Majestad ponía los ojos, para que ellos, con sus fuerzas y amigos, ayudasen; y el César, estando en Bruselas, a 4 de abril de 1545, escribió a Joan de Vega, su embajador en Roma, la satisfacción que tenía de las voluntades en su servicio de los cardenales Carpi y Salviati. Del uno muy poca, y del otro grande; y de la elección del futuro Pontífice, las palabras siguientes: «En lo que toca al futuro Pontificado están en la mano de Dios lo que podrá ser. Aunque no nos querríamos empachar de la creación, sino por lo que toca a la necesidad de la Cristiandad, y obviar los inconvenientes que podrían suceder de no seguir aquella como conviene; porque cierto es gran escrúpulo de conciencia, tomar parte de estas elecciones, y de la culpa que puede haber, no siendo hechas como se deben; y así estaréis advertido para favorecer en tal caso lo que fuere más servicio de Dios, y bien común de la Cristiandad, temporizando en este medio con el dicho cardenal Salviati, con todo el recato y miramiento que veréis convenir al bien de los negocios, pues de aquí allá con el tiempo se verá y entenderá lo que se debe hacer en tal caso.»
- II Quienes se Emperador cerca de la corte de Roma contra los herejes. El cuidado, demás de esto, que el Emperador tenía del remedio de Alemaña, y reducir al gremio de la Iglesia católica romana los que ciegamente se habían apartado de ella, era grande, y deseaba juntar las fuerzas y armas que para jornada tan importante eran necesarias. Estando en Wormes, a 5 de julio de este año, envió a Roma a monseñor de Andalot, su caballerizo, ordenándole que en el camino visitase (y éste fuese el color de su jornada) a la duquesa de Camarino, su hija, señaladamente por su preñada, mostrándole el amor que Su Majestad la tenía y el placer que había recebido de ello, y cerca de esto hiciese con el duque de Camarino, su marido, lo mismo, con Su Santidad y con todos los de la casa Farnesa. Que habiéndose comunicado con el embajador Joan de Vega en Roma, le dijese que después del último despacho y cartas, que se escribieron a 28 de junio al dicho Joan de Vega sobre lo que se había platicado, comunicado y resuelto
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con el obispo Veraldo, nuncio de Su Santidad, se había continuamente entendido en ver examinar y consultar con el secreto necesario las cosas que se debían ver y proveer para hacer la empresa contra los desviados de la fe. Que como este negocio era de tanta importancia, en que iba tanto que se hiciese como convenía, y que cualquier yerro o falta que en la ejecución de ella hubiese podría traer inconvenientes irremediables, se habían hallado en la discusión dificultades, que aunque era muy contra el ánimo y deseo del César, pero se le habían apuntado tan evidentes y claras, que no obstante que de muy mala gana quería consentir en ellas, pero para no usar en esto más con afición, que con la razón que debía en todas las cosas, señaladamente en las de la guerra, serle superior, le había parecido avisar a Su Santidad realmente de lo que en esto se apuntaba; confiando que Su Santidad, con su gran prudencia y larga experiencia, miraría y resolvería lo que más viese ser servicio de Dios, y que en esto se hiciese todo lo que pareciere poderse emprender y hacer con razón; y aun confiarse en la divina clemencia y bondad, que querría asistir en este negocio por su propria causa. Y por esto le despachaba con tanta diligencia, porque haciéndola en todo, pudiese con la brevedad posible entender el parecer de Su Santidad y resolverse en lo que se hubiese de hacer; lo cual difiriría hasta su vuelta. Que demás del grandísimo deseo que tenía de entender en tan buena y santa obra, y aun tan necesaria; y sin la cual es claro que se perdiera la Germanía cuanto a la religión, y traería aún más inconvenientes en todo, veía claramente que la coyuntura y oportunidad se ofrecía muy grande, hallándose allí en persona, desembarazado de guerra contra el Turco y también de cristianos, y teniendo gente española a propósito allí y en Italia; que de todas maneras era forzoso sostenerla, y que tenía la correspondencia tan buena de Su Santidad y de su parte. Y que por ventura podría acaecer embarazo, difiriéndose esta empresa, para que después no se pudiese hacer con tan buena coyuntura y comodidad. Que sólo en contrario de esto había la brevedad del tiempo para hacer esta empresa en lo que quedaba del verano, y la imposibilidad que se hallaba en proveer las cosas necesarias. Y lo que en esto más se dudaba, no ver cómo se podía apercebir, levantar y juntar el ejército, tal y tan poderoso como se requería, aunque tuviese todo el dinero que era menester en la mano, y se hiciese toda la diligencia posible antes de Nuestra Señora de setiembre, a mediado el mes; y señaladamente la gente alemana de caballo, sin la cual no se podía hacer bastante ejército. Y iba mucho en haberla tal que se pudiese fiar de ella en lo que tocaba a la religión; demás que los enemigos harían todo lo que pudiesen para embarazar su camino y juntamiento; y serían muy poderosos la gente de a caballo, y de los mejores de la Germanía. Que también los diez mil infantes y seiscientos lanzas con que el rey de Francia había de ayudar para contra el Turco, o para lo de la religión, a voluntad del César, como Su Santidad lo tenía entendido, para enviarlos después de la requisición, tenía cuarenta días de
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término, se debía considerar cuándo llegaría, si bien no por ello se dejaría de hacer lo que era justo, si lo demás se pudiese proveer con tiempo. Demás de lo cual, también había el no poder hacer los cambios del dinero de tanta suma como era menester, señaladamente sobre la concesión de los medios frutos, ventas de los vasallos de los monasterios y otros expedientes que de fuerza se habían de buscar. Y tanto más, comprendiéndose que los mercaderes de aquellas partes no querrían entender en ello por miedo de los dichos desviados, y los otros mercaderes habían hecho ya muchos cambios, por las guerras que se continuaban en Francia y Ingalaterra, y la ocasión de ellas, teníase por muy dificultoso poder hacer los cambios, y de tanta suma, y haber el dinero para servirse de él al tiempo que sería menester. También había la provisión de las vituallas, señaladamente de carne y vino, y en la parte donde se tenía fin de hacer la masa, y también la artillería y municiones, aunque en esto bien se hallaría medio. Que siendo así, que no se pudiese juntar el ejército antes del tiempo sobredicho, pero que no obstante las otras dificultades ya dichas, se hallase en ser para marchar, todavía se consideraba que no podría entrar en tierra de enemigos antes de los 25 o fin de setiembre, y que entonces ya se sentía comúnmente el frío del invierno, señaladamente en aquellas partes, y era tiempo de muchas aguas, y que viendo esto los enemigos, se deternían en defensión, esperando que no podría ser largo el ímpetu de la guerra, y aunque se ganase algo, y se quisiese sostener, sería en parte trabajosa por el rigor del invierno, y con necesidad de bastimentos que se habrían de traer de fuera, y no impedir a los enemigos que no se fortificasen, preparasen y hiciesen más fuertes durante el invierno para tornar sobre los católicos estando ya cansados, y habiendo gastado mucho con poco efecto, y comenzando la empresa sin poderla acabar; o si se determinase y quisiese hacer, y no se pudiese juntar la gente y provisiones, ni ejecutarse por falta de tiempo, cualquier de estas cosas traería inconvenientes irreparables, y se siguiría la total ruina de los católicos, perlados y otros, y pérdida de la fe, antes que se pudiese dar remedio alguno. Demás de esto, se decía que, según se conocía de la inclinación y costumbres de aquellos desviados, y aún de su obstinación, que era común causa a todos, que comenzando a usar de la fuerza contra ellos, era menester pasarla de golpe adelante, y de manera que ellos viesen que era en tiempo y con disposición y provisión para poderlo sostener, que, como, haciéndolo así, sería el verdadero medio para sojuzgarlos y reducirlos a la razón, también, comenzando por el contrario, se seguiría, más obstinación con la asistencia de las otras setas, y aun de los anabautistas, porque no obstante que los luteranos y otras setas los aborrecían, pero cuando se trata de emprender contra ellos, se aunan y defienden como si fueran una misma cosa. Que asimismo había que el duque Guillelmo de Baviera había resueltamente respondido que no le 207
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parecía que por agora se debiese emprender contra los dichos desviados, y era de creer que aunque él tuviese la voluntad que era razón en esto, para que, como era de su cabeza, difícilmente mudaría opinión, y habría mucho que hacer para atraerlo a que viniese bien en que se hiciese luego esta empresa; señaladamente que se sabía que no tenía dineros, ni medios para poderlos hallar tan presto, ni disponer a sus vasallos para hacer la guerra. Mayormente, que se hallaba muchas y grandes deudas de su hermano, y que tenía que hacer con sus vasallos, y otras cosas que de su muerte habían procedido. Y no solamente era menester que viniese bien cuanto a sí a este negocio, mas también convenía que con su intervención, medio y parecer, se mirase cómo se debía haber la asistencia y ayuda de los eclesiásticos y otros estados católicos, y esto en su tiempo y sazón, para guardar el secreto necesario. Y a lo que se había dicho de los embarazos que podría haber, dicen que, tomando esta jornada con tiempo al principio del verano, que el Turco no la podría impedir, aunque no corriese la tregua adelante, y que ningún príncipe cristiano lo querría embarazar, ni lo podría hacer, ni haber medio para ello, usando de esta presteza; y demás de esto, que se pudiera durante aquel invierno platicar y encaminar para dividir las ciudades de los príncipes y Estados desviados, y aun incitar algunos que, con querellas particulares, y esperanza de vengarse y cobrar lo suyo, podrían particularmente dar en qué entender a estos príncipes, como al, duque de Jassa, por las competencias que tienen con él algunos vecinos, y el lantzgrave con el conde Guillermo de Nasao, y el duque de Branzuic de su parte. Y también había otros príncipes que tenían competencias con las ciudades, lo cual se platicaría y trataría en su tiempo y lugar, y con la disimulación y manera que el caso respectivamente requiría, y la sospecha y temor que entre sí tenían, y lo que entendían que contra ellos se trataba, señaladamente por cartas venidas de Roma, con lo cual estaban agora muy apercebidos y proveídos, y viendo que no se hacen las provisiones, se caería esta voz y fama que había de que se iba contra ellos, y después podrían ser más descuidados en creerlo, y hacerlas provisiones, jugando que sería como lo de agora. Concluye diciendo el César ser esto lo que se apuntaba y ofrecía en negocio tan importante; pero que, con todo, se ofrecía a que, siendo posible vencer estas dificultades, que sobre la brevedad del tiempo se tocaban, que él estaba muy presto a entrar desde luego en esta empresa, si bien fuese con riesgo y aventura. Pero que tocando este negocio no sólo a él, mas a Dios y a Su Santidad, había querido avisar confidentemente, y con el respeto filial que debía, de lo que ocurría, para que si había medio de emprender esta buena obra, desde luego, que se hiciese en el nombre de Dios. Que ya que esto no podía ser agora por las dificultades dichas (que de fuerza se habían de confesar si bien fuesen contra lo que tanto deseaba), que eran grandes, quería también que Su Santidad supiese que su voluntad era y siempre sería la misma, para 208
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que con la ayuda de Nuestro Señor se emprendiese y hiciese el año venidero, y se comenzase a poner las manos en la obra lo más presto y temprano que ser pudiese, y que no se dejase entretanto un solo momento de tiempo de preparar con el secreto que convenía, lo que para esto era necesario, para que se hiciese de manera que Dios fuese servido con ello, y la santa fe remediada, y guardada la autoridad de Su Santidad y de la Sede Apostólica. Y para que esto quedase firme entre Su Santidad y el César, era Su Majestad contento, y deseaba que se capitulase y tratase distinta y particularmente, según ya estaba escrito a Joan de Vega, lo que se había de hacer, y señaladamente, de asegurar, por parte del César a Su Santidad de no tratar ni hacer cosa tocante a la fe sin su expreso consentimiento, ni gastar el dinero que se sacaría de la concesión de los medios, frutos y rentas de los vasallos de los monasterios, sino en esto; ni tampoco tocar en el dinero de los docientos mil ducados que Su Santidad había ofrecido de proveer para esto. Y también confiaba que el Pontífice, como era razón, miraría y proveería que fuesen ciertos para servir a esto en su tiempo, y asimismo los dineros que serían menester para sustentar la gente de pie y de caballo que había ofrecido. Y también miraría Su Santidad en los otros cien mil ducados, demás de los dichos docientos mil, y en lo que más sería menester, según durase la empresa, y que las diligencias se hiciesen con el duque de Baviera y con los otros Estados católicos, como se consideraba deberse hacer de parte de Su Santidad y de la del César, para el buen efecto de la empresa, y guardando el secreto que se requiría para ello. Y asimismo era razón que Su Santidad y el César se uniesen en esto y en todas las cosas que tocasen al servicio de Dios y bien público de la Cristiandad; y señaladamente, que si por esta ocasión de remediar las cosas de la fe, algunos príncipes cristianos se quisiesen mover a embarazarlo, el sentimiento fuese común a Su Santidad y al César, y de su parte hiciese todo lo que fuese menester a su oficio y dignidad para asistir al César, y que, como en cosa común y propria de cada uno, hiciesen ambos todo lo que fuese conveniente. Demás de esto, se había considerado sobre lo que se había apuntado de parte de Su Santidad: Que en la provisión de los dineros que se había contratado de hacer, y también de la concesión de los medios, frutos y rentas de los vasallos de los monasterios, convenía que diese razón al Consistorio, que lo que se platicara y tratara sobre esto con el Consistorio fuese con fundamento de la resistencia contra el Turco, en caso que fuese menester, incluyendo debajo de esto el sostenimiento de la fe católica, y lo que en esto se hallase ser necesario, porque con esta causa se podría justificar todo lo que el 209
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Pontífice quisiese hacer, siendo tan santa y buena obra, y miraría Su Santidad si sería bien que esto se articulase para guardar mejor la disimulación, pues iba tanto en el secreto, con el cual los desviados podrían descuidar, y también con la manera que se podría usar de consentir un coloquio y inducir otra Dieta para el invierno próximo siguiente, en la cual diría el César que se quería hallar personalmente. Pero quería que esto del coloquio y indición de la Dieta fuese sin tocar en alguna manera a lo del Concilio y progreso de él, y con el presupuesto antes dicho, de no hacer cosa alguna en lo de la fe sin consentimiento de Su Santidad, y cuando no pudiese hacer consentir aquellos desviados a que se hiciese el receso con su consentimiento (lo cual creía que no harían), tenía pensado de hacerlo de soberana autoridad imperial, y darles a entender que, si alguno de los Estados contraviniese en ello, que sería con lo que hubiese mandado por el dicho receso, en el cual pensaba poner una cláusula: Que todas las innovaciones hechas desde el precedente receso se quitasen por incluir lo que tocaba al elector de Colonia, y también que todas cosas de hecho, y violencias, desde el dicho receso, y las que se podrían hacer, se juzgasen conforme a derecho, para incluir las ocupaciones que habían hecho el duque de Jassa, marqués de Brandemburg y otros, contra los obispos electos y otras iglesias. Pero que entretenía la cosa hasta que tuviese respuesta de Su Santidad, y también esto del receso no pasaría así sin trabajo y mucho malcontento de los desviados. Hallábase el César con trabajo, por la obstinación del arzobispo de Colonia, y se habían tomado cartas suyas, que escribía a los Estados, en que se veía su perdición. También, por otra parte, se temían los de la Iglesia y ciudad de Colonia de él y del común popular que en todas partes se inclinaban mucho a las novedades heréticas y así se temía una gran ruina en las gentes de aquel Arzobispado. Y el César consultó sobre ello a Su Santidad, pidiéndole que con brevedad le avisase y diese su parecer para hacer lo más conveniente, siendo su fin, en caso que esta empresa no se pudiese hacer aquel verano, de volver a Flandres luego, para dar orden en las cosas de allí, y ser de vuelta en Alemaña para el día de los Reyes, para dar, con el ayuda de Dios, principio a esta santa empresa lo más presto y temprano que ser pudiese el año venidero. Y fue parecer del César, supuesto lo arriba dicho, que se debía dejar el Concilio en pie, procediendo en él en la mejor manera que ser pudiese, y que viniendo a hacerse la aperción, se metiesen adelante cosas que no pareciesen en este principio directamente contra los dichos protestantes y su seta, sino que se tratasen otros puntos que fuesen tocantes a lo general de la Cristiandad, y que se tratase de la reformación y vivir de las personas eclesiásticas, para que los desviados tuviesen menos temor; pero no de manera que lo perdiesen del todo, porque el Concilio, por una parte, y ver estar en ello la generalidad de 210
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los príncipes católicos, y la amistad entre Su Santidad y el César, y que la tendrían sobre sí si hiciesen algún motivo contra los católicos, contra el receso, los hiciese estar quedos a los perlados en el Concilio, por el favor que tan cerca tenían, y a los herejes en no ofenderlos, por el respeto y temor que habían de tener estando tan cerca el César. Con estos avisos tan católicos y bien considerados, acaba el Emperador la instrucción y memoria con que en Wormes despachó a monseñor de Andalot, a 5 de julio de 1545.
- III El celo santo que tuvo de remediar los males de Alemaña, cuando no bastase el bien, con fuego y sangre. -El cuidado y pena que el Emperador tenía por las herejías de Alemaña. Liga que con providencia humana los herejes hicieron. Presunción loca de los herejes de Alemaña. De la cual consta cómo la cosa que más fatigaba su ánima, era la nueva religión de Alemaña y reformación de ella, porque demás de lo que tocaba a la fe católica, que era lo principal que miraba, hallaba otros graves inconvenientes que se seguían si este mal pasase adelante. Que si aquella gran provincia se dividía en nuevas actas y parcialidades sobre la religión, eran forzosas las guerras entre ellos mismos; y fuera de que aquella nobilísima gente y tierra perdía su antiguo honor y decoro, y el nombre tan célebre y honrado que siempre tuvo de cristianísima, se había de consumir en guerras civiles, y a su reputación imperial tocaba y era forzoso, tomar las armas contra sus proprios vasallos y naturales, y se gastarían sus fuerzas y vidas entre sí mesmos, que tanto importaban contra los turcos, que fueron los deseos más eficaces que el Emperador siempre tuvo, y en que el demonio le atravesó mayores estorbos. Pensaba qué medios, qué trazas daría para curar tanto mal no con fuego, ni hierros ardiendo, ni derramamiento de sangre, sino por otros caminos suaves, fáciles y llanos. Lo cual veía dificultoso, si no era que los herejes, nuevos inventores y docmatizadores, se allanasen y volviesen a la obediencia de la Iglesia católica romana; hallaba que se podía hacer, celebrándose un Concilio general de toda la Cristiandad, con potestad plena de la Cámara imperial, y determinándose a que los herejes que rehusasen hallarse en este Concilio, no se quiriendo sujetar a lo que allí se determinase, tomaría luego las armas y les haría cruel guerra, como a rebeldes contumaces, enemigos de la Iglesia y del Imperio romano, para rendir y sujetar rigurosamente a los que con blandura
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no quisieron dejar sus nuevas dotrinas y notorios errores, con la potencia y furor de las armas. En lo cual esperaba el favor del cielo, cuya causa él hacía. Este pecho valeroso y celo cristiano del César, había días que los herejes sentían y temían, y así, como hijos de este siglo y ministros del demonio, que en esto los ayudaba, con providencia humana se habían concertado y confederado diez años antes de este en la ciudad de Smalcalda y en otros muchos conventículos que entre sí habían tenido. Y habían procurado que cayesen en esta liga muchos señores poderosos de Alemaña y fuera, con grandes ciudades poderosas y ricas, cuales las hay en Alemaña. Llamaban a esta liga y conjuración Smalcalda, defensiva de la nueva religión y libertad de Alemaña. Tanto se atrevían ya los herejes de Alemaña, sabiendo el príncipe que tenían, que no estaba hecho a sufrir semejantes demasías, y de la manera que había castigado otros atrevimientos no tan pesados. Fue el atrevimiento terrible hacerse legisladores en la Iglesia, y en la república, presumiendo locamente de hacer, aquellos bárbaros viciosos, una nueva república, nuevo Imperio, nueva Iglesia y queriendo unos idiotas sensuales hacer ciegos a todos sus pasados, desde que recibieron la ley pura y limpia de la boca de los Apóstoles y predicadores santos del Evangelio; y que ellos solos habían sido los alumbrados y favorecidos del cielo para ver y conocer la libertad del Evangelio y el precio de la cruz y sangre de Cristo, con que querían comprar y gozar la vida más ancha y viciosa que tuvo nación del mundo, después que se pobló de hombres. Estos son los que agora tienen en cuidado al santo Emperador, y a mí me han de dar que decir los dos años que vienen después de este.
- IV Muerte temprana de la princesa de España. -Murió Carlos, duque de Orleáns. Y pues he comenzado a llorar lástimas, diré una de harto dolor, que fue de la muerte de la serenísima princesa de España, doña María, mujer del príncipe don Felipe, señor único heredero de estos reinos. Murió esta malograda princesa en Valladolid, a doce días del mes de julio de este año. Parió al príncipe don Carlos el desdichado, a 8 de julio, a las once de la noche, entrando el día nono, según cuentan los astrólogos, que se engañaron harto en lo que de este príncipe dijeron, particularmente el maestre Antonio Pacheco, catedrático astrólogo de Coimbra, y de ahí a cuatro días murió, en domingo. Fue su cuerpo depositado en el monasterio de San Pablo de Valladolid, y a 8 de setiembre de este año, fue la muerte, que dije, de Carlos, duque de
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Orleáns; yendo con su padre y hermano el delfín, con poderoso ejército, a cobrar a Bolonia del inglés, enfermó de una calentura pestilencial. Murió de edad de veintidós años. Era príncipe amable por la condición y rostro que tenía. Murmuróse mucho su muerte y la de su hermano Francisco, que también murió malogrado. Decían que les habían dado veneno, con consejo e industria de Catalina de Médicis, su cuñada, que deseó la muerte de Francisco por verse reina de Francia, y no le pesó de la de Carlos, ni aun a su marido Enrico, tocado de envidia por el favor que el rey, su padre, y el Emperador, le hacían. Luego envió el rey a Claudio Annibaldo, dando cuenta al Emperador de la muerte de su hijo, y pidiéndole que, pues era muerto Carlos, se volviese a confirmar la paz, con otras nuevas condiciones. Esperó Claudio la respuesta del César, y no le dio otra, más de prometer que por su parte él no quebraría la concordia haciendo guerra al rey, si él primero no la hacía; y con esta respuesta tan seca, quedaron algo dudosas las voluntades.
-VDieta en Wormes. -Contradicen los alemanes el Concilio en Trento. Había el Emperador mandado que los príncipes y ciudades de Alemaña se juntasen en Wormes para tener Dieta con ellos, y porque impedido de la gota no pudo él acudir, presidió en esta junta como vicario suyo y rey de romanos, su hermano don Hernando. No se hizo cosa buena, ni por más que el rey les representó cuánto les importaba la paz, y que le ayudasen contra el Turco; no bastó razón, y faltaron muchos, aunque enviaron sus procuradores, con orden que abiertamente contradijesen el Concilio de Trento, y que ellos no obedecerían cosa que el Emperador les mandase, tocante a esto ni a la nueva religión, más de en aquello que bien les estuviese. Con esto se deshizo la Dieta, y el Emperador, cansado ya de sufrir tantas demasías de los herejes, echó la Dieta para Ratisbona, donde, habiéndole dejado la gota, fue en persona.
- VI Muerte de fray Antonio de Guevara, coronista del Emperador.
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Debo hacer memoria de la muerte de fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, coronista del Emperador, religioso muy docto y principal, y de gente ilustre; en cuyo oficio yo sucedí, y en los que a él le sucedieron, y en sus papeles. Murió año de 1545, y sepultóse en una rica capilla que él mandó hacer en el monasterio de San Francisco, de Valladolid. Escribió algunas cosas que andan impresas. De la historia, que era su principal oficio, muy poco y sin concierto, que no le tenía el borrón que iba haciendo, esta mesma historia. Estos papeles hallé en Almenara, aldea de Olmedo, donde él edificó una casa; vílos, aunque muy apriesa, porque los tenía una mujer, y pensaba que en ellos estaba el remedio de sus hijos. En cuatro días saqué de ellos lo que me pareció que se podía poner en esta historia, para la cual no he tenido otra ayuda, y lo que escribió Pedro Mejía, que fue hasta el año de 1529, habiéndose cargado cinco coronistas de hacer esta obra; que en menos de un año comencé y acabé, y tardé en imprimirla, por el poco socorro que tuve, dos años. Murieron este año en Castilla otros muchos perlados y caballeros principales, que así se acaba esta vida y las dignidades de ella, que se desvanecen como el humo y ligeros vapores de la tierra.
- VII Alteraciones del Pirú. -Va Blasco Núñez Vela por virrey, en el año 1543. -Prende el virrey a Vaca de Castro. -Gonzalo Pizarro, procurador general. -Comienzan las juntas y alteración de ánimos. -Levantan los alterados banderas y armas. -Sello real y audiencia en Lima, 1544. -Comienza Pizarro a hacer oficio de tirano. -Caravajal, maestre de campo de Pizarro. -Mata el virrey injustamente al fator Illán Juárez. -Retírase el virrey a Trujillo. Discordia entre el virrey y oidores. -Saquea la gente de guerra la casa del virrey, y casi los oidores le prenden. -Pónense en armas unos contra otros. -Los parientes del fator quieren matar al virrey. -Quieren los oidores enviar medio preso al virrey en España. -Requieren los oidores a Pizarro que deje las armas y derrame la gente. -Pónese Pizarro con su campo a cuarto de legua de Lima. -Amenaza Pizarro con saco y muertes a los oidores. -Dánle los oidores, vencidos del miedo, título de gobernador. -Entra Pizarro en Lima, de guerra, con aparato. -Recíbenle, a pesar de la audiencia, por gobernador. -El virrey, que se escapó de la prisión, llama gente y pónese en orden contra Pizarro. -Allanamiento del Pirú.-El licenciado Pedro de la Gasca va a pacificar el Pirú. -Gana Gasca a Hernán Mejía. -Gana a Hinojosa y otros capitanes, con la armada: principio del bien. - Pareceres sobre la venida del presidente. -Entrégase la armada al presidente. -Quiere Pizarro impedir que de la armada no saltasen en tierra. -Los partidas que de parte del Emperador se hacían a Pizarro. Procura Lorenzo de Aldana que la gente levantada entienda el perdón y mercedes que el 214
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Emperador hacía. -Vásele gente a Pizarro. -Dicho de Caravajal, viendo írsele a Pizarro la gente. -Alzase Lima por el rey. -Deshecho Pizarro. -Acudía gente al presidente Gasca. Marcha el presidente, con su campo, al valle de Jauja. -Tiranía grande de Pizarro. Ordena el presidente su campo para acometer a Pizarro.-Pedro de Valdivia, escogido capitán, valió mucho contra Caravajal. -Siéntese Pizarro apretado; requiere al presidente que suspenda la armada. -Alójase Pizarro en sitio fuerte para esperar al presidente. -Ofrece Pizarro la batalla. Cepeda y otros se pasan al campo de los leales. Estando para romper, se deshacía la gente de Pizarro y pasaba al presidente. -Dicho cristiano de Pizarro. Viendo que se le iban todos, ríndese y entrega. -Prenden a Caravajal. -Justician a Gonzalo Pizarro y otros. Prudencia notable del presidente. Diré aquí las alteraciones del Pirú y sus provincias, que causó Ia ordenanza que se hizo en Valladolid, según dije, año de 1544, porque no he de hacer más que una breve relación; y ellas duraron hasta el año 1549, en que el licenciado Pedro de la Gasca los allanó con sumo valor y prudencia, dejando aquellas tierras remotísimas, y corazones tan alterados, y de suyo altivos, muy en servicio de su rey. No podré guardar aquí el orden de contar cada cosa en su año y en su libro, sino que de fuerza juntos, y en una pella o párrafo, diré recogidamente, antes de contar los hechos de Alemaña, lo que fueron y en lo que pararon estas alteraciones desde el año de 1544, en que comenzaron hasta el de 1549 en que, acabadas, sosegada ya la tierra, Gasca volvió en España. Dije brevemente las ordenanzas que se habían hecho cerca de las quejas que había del mal tratamiento que se hacía a los indios, las cuales se publicaron en Madrid año 1542, y luego se enviaron traslados de ellas a diversas partes de las Indias, de que se recibió muy gran escándalo entre los conquistadores, especialmente en la provincia del Pirú, donde era mayor el daño, porque a todos se les quitaban las haciendas y quedaban, como dicen, a puertas. Murmuraban largo; quejábanse, con sentimiento, al descubierto. Acudieron muchos al Cuzco a dar sus memoriales y quejas al licenciado Vaca de Castro, que gobernaba, y por su consejo enviaron a suplicar de la ordenanza a Su Majestad. Antes que llegasen en España los procuradores de los indianos, habían proveído a Blasco Núñez Vela, caballero vecino de la ciudad de Avila, que a la sazón era veedor general de las guardas de Castilla, para que fuese por virrey, capitán general y ejecutor de la ordenanza al Pirú, y se proveyeron con él cuatro oidores para la audiencia que se había puesto en aquel reino, y todos se hicieron a la vela en el puerto de Sanlúcar de Barrameda primero de noviembre, año mil y quinientos y cuarenta y tres; y el virrey se adelantó sin querer esperar a los oidores, y fue ejecutando las ordenanzas que llevaba.
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Y la primera fue que los indios se volviesen a sus naturalezas, estando fuera de ellas, y en desembarcando en Túmbez, puerto del Pirú, comenzó a ejecutar las ordenanzas en cada lugar por do pasaba, si bien le suplicaron esperase a que los oidores se juntasen en la ciudad de Lima y que los oyesen para bien informar a Su Majestad, él no quiso, de suerte que Blasco Núñez entró en el Pirú, con poco gusto de todos, y aún de los oidores sus compañeros, con quien ya venía desconforme, y ellos con él; y así, tuvo mal fin su jornada. Requirió a Vaca de Castro, con las provisiones que traía, para que él desistiese del gobierno. Luego comenzaron a sentir el rigor del virrey, y había pareceres, y persuadían a Vaca de Castro que no le admitiesen, y que si él no quería ponerse en esto, que se estuviese a la mira, que ellos lo harían, de suerte que ya la cosa se iba poniendo en malos términos. Procuraba Vaca de Castro sosegarlos, mas no bastaba su autoridad, aunque el virrey se lo agradeció poco, y le prendió por sospechas de que era parte en los motines que había. Recogiéronse en el Cuzco muchos de los principales, y comenzaron a juntar armas, y la artillería que había en Guamanga, con grande alboroto. Vino luego allí Gonzalo Pizarro, y nombráronle por procurador general de toda la tierra. Era Gonzalo Pizarro hermano del marqués Francisco Pizarro y de Hernando Pizarro, principales descubridores y conquistadores de esta tierra. Pedían todos a Gonzalo Pizarro que tomase la mano y se hiciese cabeza, para suplicar de las ordenanzas. En lo cual no reparó mucho, porque tenía buen ánimo y había días que deseaba ser gobernador del Pirú. Recogió ciento y cincuenta mil castellanos, trajo consigo hasta treinta personas, y en el Cuzco le recibieron con gran aplauso, y cada día se le juntaban gentes, y de la ciudad de los Reyes venían blasfemando del virrey, diciendo mucho más de lo que hacía para indignar más los ánimos. En el cabildo del Cuzco se hicieron muchas juntas sobre la venida del virrey; unos decían que le recibiesen, y se enviasen procuradores a suplicar de las ordenanzas. Otros, que recibiéndolo una vez y ejecutando las ordenanzas, como lo hacía, les quitaría los indios, y que una vez desposeídos, tarde volvieran a cobrarlos. Resolviéronse en que Gonzalo Pizarro fuese, como procurador general, a la ciudad de los Reyes, y suplicase de las ordenanzas en la audiencia real. Y que fuese acompañado de gente armada, porque el virrey había ya tocado atambores en la ciudad de los Reyes para castigar a los que habían ocupado la artillería, y también porque le tenían por hombre áspero y demasiadamente riguroso, y que hacía de hecho y amenazaba a muchos, y que sin la audiencia real, él no podía hacer nada. Daban otros muchos colores al 216
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venir Pizarro con gente armada, y había pareceres de letrados que lo podían hacer, y con esto levantaron banderas y hicieron gente, y con demasiada pasión se le juntaron muchos. Y el virrey tuvo aviso de este levantamiento, y queriendo juntar gente para remediarlo, llegaron los oidores, y se recibió el sello real en Lima, con gran solemnidad, año 1544. Y se formó la audiencia, pero tan malos concertados los oidores con el virrey, como si fueran enemigos, y no sirvieran todos a un rey y señor. Hay de esto historias particulares, la del contador Agustín de Zárate, y de otros que dicen largamente estas cosas. Diré brevemente lo que basta para ésta del Emperador. Sabido por el virrey y audiencia los aparejos de guerra que Pizarro y otros hacían en el Cuzco, despacharon provisiones, llamando gente con armas para servir al rey. Nombraron capitanes, y hízose un ejército en que había seiscientos hombres de guerra, sin los vecinos de Lima, los ciento de caballo y docientos arcabuceros, y los demás piqueros. Mandó el virrey hacer muchos arcabuces de hierro, y de fundición de unas campanas de la iglesia mayor, que para ello quitó. Prendió al licenciado Vaca de Castro y a otros caballeros, sin hacerles cargo de su prisión; Gonzalo Pizarro, justificando su causa, hizo toda la gente que pudo y salió de la ciudad del Cuzco con campo formado, y hasta veinte tiros de artillería y razonable munición; apartáronsele hasta veinte y cinco hombres principales, que sintiendo cómo el negocio iba dañado y en deservicio del rey, cumpliendo las provisiones en que el virrey y audiencia los llamaban, por caminos encubiertos y desviados de Pizarro, fueron a la ciudad de Lima para servir al rey. Lo cual sintió mucho Pizarro, y si los cogiera les costara la vida; y otros que venían en el campo de Pizarro, procuraron reducirse, viendo que Pizarro iba usurpando autoridad y mando más de lo que convenía al servicio del rey; otros como Pedro de Puelles, teniente de Guanuco, y Jerónimo de Villegas, con cuarenta de a caballo se pasaron al bando de Pizarro, y muchos eran del mismo parecer, y buscaban ocasiones para meterse en su campo, por el interés de la hacienda, que de esto y la mala condición del virrey, los asombraba. Mató Gonzalo Pizarro algunos capitanes principales de su campo, porque sintió que se querían pasar al servicio del rey. Hizo maestre de campo a Francisco Caravajal, soldado que se había hallado en la batalla de Rávena, de los valientes y sagaces capitanes de su tiempo, aunque mal cristiano, y de sus hechos y dichos se escriben cosas notables en las dos historias que dije. Mató el virrey dentro de su casa a puñaladas al fator Illán Juárez de Caravajal, con sospechas de que unos sobrinos suyos se habían pasado al campo de Pizarro. Sintióse mal de esta muerte en la ciudad de los Reyes, que 217
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fue domingo en la noche, 13 de setiembre, año 1545, y la Audiencia hizo proceso sobre ella contra el virrey. Con la muerte del fator acabó el virrey de caer en total desgracia del pueblo, y habiendo pensado esperar a Pizarro en la ciudad Lima, o Reyes, y pelear allí con él, para lo cual había mandado a fortificar, determinó (no se hallando ya seguro en ella) de retirarse ochenta leguas atrás, en la ciudad de Trujillo, despoblando aquella de los Reyes, y en el camino todos los lugares llanos, y haciendo subir los indios a la sierra. Los oidores no fueron de este parecer, y se pusieron en que no habían de salir de allí. El virrey tomó el sello real para llevarlo consigo a Trujillo; puso en un navío los hijos del marqués Francisco Pizarro con el licenciado Vaca de Castro como en prisión, y no bastó razón que no sacase de allí. Supieron los oidores que el virrey les quería llevar el sello real, y ellos lo quitaron al chanciller y lo pusieron en poder del licenciado Cepeda, como oidor más antiguo. Despacharon una provisión para los capitanes y gente de guerra, mandándoles que si el virrey les quisiese hacer alguna fuerza, embarcándolos contra su voluntad, para sacar la Audiencia de allí, se juntasen con ellos y les diesen favor y ayuda para resistirle, pues era contra lo que Su Majestad tenía expresamente mandado. Finalmente, el rompimiento fue tal entre el virrey y los oidores, que una noche se pusieron en armas unos contra otros, y por hallarse el virrey con menos gente, se encerró en su casa, y los oidores se pusieron en la plaza y dispararon algunos arcabuces de una parte y otra, y cien soldados que guardaban la persona del virrey, lo desampararon, y se pasaron a la parte de los oidores, y como la gente de guerra vieron sola la casa del virrey, la entraron y saquearon algunos aposentos de los criados. Viéndose el virrey solo y en tanto peligro, se metió en la iglesia mayor, donde los oidores se habían metido, y se entregó a ellos, los cuales le llevaron en casa del licenciado Cepeda, oidor, armado como estaba con su cota y coracinas. Luego se proveyó que el virrey se embarcase y se viniese a España, porque si llegaba Gonzalo Pizarro y le hallaba preso, le mataría. Y también temían que algunos deudos del fator harían lo mesmo en venganza de su muerte. Tomaron con harto trabajo los oidores la armada, y antes que la tuviesen, temiendo que los parientes del fator habían de matar al virrey, como lo habían intentado, acordaron de llevarlo a una isla que está dos leguas del puerto, metiéndole a él y a otros veinte que le guardasen, en unas balsas de espadañas secas, que los indios llaman enea.
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Y sabida la entrega de la armada, determinaron de enviar a Su Majestad al virrey, con cierta información que contra él hicieron, y se concertaron con el licenciado Alvarez, oidor, para que lo trajese en forma de preso. Los oidores enviaron a hacer saber a Gonzalo Pizarro la prisión del virrey, en la cual él no creía, sino que entendía que era ruido hechizo para hacerle derramar la gente. Requiriéronle que, pues estaban allí, en nombre de Su Majestad, para administrar justicia, y pues habían suspendido la ejecución de las ordenanzas y otorgado la suplicación de ellas, y enviado al virrey en España, que era mucho más de lo que ellos habían pedido, que luego deshiciesen su campo y gente de guerra, y que viniesen de paz, y si para seguridad de sus personas quisiesen, podrían traer hasta quince o veinte de a caballo. Pero no hallaban quién se atreviese a ir con esta provisión. Al fin fueron Agustín de Zárate, contador del rey, con Antonio de Rivera. Dificultad tuvieron en hacer su embajada, porque sabiéndola Pizarro, no gustaba de oirla. Oyólos al fin Pizarro, avisándoles primero de lo que habían de decir; y respondió que dijesen a los oidores, de parte de los procuradores y capitanes de las ciudades, que hiciesen a Gonzalo Pizarro gobernador del Pirú, que así convenía al bien de la tierra, y que no le haciendo, saquearían la ciudad, con riesgo de sus vidas. Volvió Zárate con esta respuesta tan resuelta a los oidores, que los puso en harta confusión y miedo, y entretanto que se trataban estas cosas, Pizarro se puso a cuarto de legua de la ciudad y asentó su campo y artillería, y como vio que se dilató aquel día la provisión, envió la noche siguiente a su maestre de campo, Caravajal, con treinta arcabuceros, el cual prendió hasta veinte y ocho personas que habían favorecido al virrey, que eran de los principales de la tierra, a los cuales puso en la cárcel pública, y se apoderó de ella, sin ser parte los oidores para se lo estorbar, porque en toda la ciudad no había cincuenta hombres de guerra, que todos se habían pasado a Gonzalo Pizarro, con los cuales y con los que él traía, llegaban a mil y docientos, muy bien armados. Y otro día amenazaron a los oidores que si no daban la provisión de gobernador a Gonzalo Pizarro, meterían a fuego y a sangre la ciudad, y serían ellos los primeros que pasarían por ello. Y Caravajal sacó de la cárcel tres o cuatro hombres principales y les colgó de un árbol, diciéndoles donaires; y de tal manera apretaron y amenazaron, que los oidores hubieron de dar la provisión para que Pizarro fuese gobernador de aquella tierra, hasta tanto que Su Majestad mandase otra cosa, dejando la superioridad a la Audiencia y haciendo pleito homenaje de la obedecer, y dio fianzas que estaría a residencia. Recibió Pizarro la provisión, y luego entró en la ciudad en forma de guerra, 219
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llevando delante de sí veinte y dos piezas de artillería de campo, con más de seis mil indios, que traían en hombros los cañones y las municiones, e íbanlos disparando por las calles. Luego iban entrando los capitanes con sus compañías, piqueros y arcabuceros, muy en orden. Y luego seguía el mesmo Pizarro, con tres capitanes de infantería delante de sí, como lacayos, y él en un hermoso caballo, con sola la cota de malla y encima una ropeta de tela de oro. Detrás de él venían otros capitanes con el estandarte de las armas reales, y otro de las armas del Cuzco y otro de las de Pizarro, y tras ellos toda la caballería muy bien armados, a punto de guerra. Y en la plaza ordenó su escuadrón, y de ahí fue en casa del oidor Zárate, que se había hecho malo por no ir a la Audiencia a le recibir, y los oidores le recibieron, y hizo el juramento y dio las fianzas. Después le recibieron los regidores en las casas del Cabildo con las ceremonias acostumbradas. Esta entrada y recibimiento, y el hacerse Gonzalo Pizarro gobernador del Pirú, fue en fin de octubre, año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, cuarenta días después de la prisión del virrey. Y de ahí adelante, Pizarro administró las cosas tocante a la guerra, y los oidores las que eran de justicia. El virrey Blasco Núñez Vela habíase concertado con el licenciado Alvarez, a quien los oidores le habían dado para que le trajese a Castilla, y saltó en tierra del navío en que iba en el puerto de Túmbez. Allí supo lo que Pizarro había hecho en los Reyes. Despachó provisiones llamando gente y mandando que de las cajas reales le trajesen dineros. Nombró capitanes; contra el cual envió Gonzalo Pizarro algunos capitanes para que le quitasen la gente que llamaban y le desasosegasen. Fue el capitán Bachicao por la mar, derecho al puerto de Túmbez, y pensando el virrey que era Pizarro, y que venía sobre él con todas sus fuerzas, huyó a Quito, porque no se hallaba con más de ciento y cincuenta hombres. Bachicao le tomó los navíos que tenía en el puerto y recogió otros, y cerca de docientos hombres de guerra. Llevó Bachicao en sus navíos al oidor Tejada, y a otros dos que de parte de Gonzalo Pizarro y de la Audiencia venían a dar cuenta a Su Majestad de la prisión del virrey, y de las demás cosas que en el Pirú se habían hecho. Quiso esto Pizarro, si bien contra la voluntad de Caravajal y Bachicao, por deshacer la Audiencia y por satisfacer al pueblo, no pareciese que tan desvergonzadamente y sin respeto de su rey hubiesen procedido. Murió en el camino, de su enfermedad, el oidor Tejada. Llegaron en España Francisco Maldonado y Diego Alvarez de Cueto y pasaron a Alemaña, donde estaba el Emperador. Entre tanto que éstos hicieron su jornada en el Pirú hubo muchas 220
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cosas, que ya los atrevimientos de los levantados iban muy adelante, y si bien el virrey Blasco Núñez Vela, como caballero valeroso, puso las fuerzas posibles para rehacerse, y muchos con toda lealtad le ayudaron, deseando el servicio de su rey, y echar de la tierra tiranos, el poder de Pizarro era ya tan grande, y los capitanes tan diestros y soldados viejos, que viniendo a darse batalla campal, el virrey fue vencido y muerto, con que quedó Pizarro tan señor en la tierra, que tuvo pareceres que se coronase. Fueron muchas las guerrillas y encuentros que pasaron en el Pirú, con gran daño y destruición de la tierra y acabamiento de los españoles. Sabido por el Emperador, que estaba en Alemaña peleando contra los herejes y haciendo la causa de la Iglesia católica, y habiéndose informado de Diego Alvarez de Cueto, cuñado del virrey, y de Francisco Maldonado, que fueron con la relación de los hechos del Pirú, aunque no sabían el último rompimiento y muerte del virrey, detúvose, como suele, el despacho, por estar el Emperador fuera de Castilla, y muy impedido con los negocios de Alemaña, y a veces fatigado de la gota; finalmente, se resolvió que fuese al Pirú el licenciado Pedro de la Gasca, que a la sazón era del Consejo de la Inquisición, de quien se tenía gran satisfacción, por la experiencia que de negocios que se le habían encomendado, de él se tenía. Llevó título del presidente de la Audiencia real del Pirú, con plenario poder para todo lo que tocase a la gobernación de la tierra y pacificación de las alteraciones de ella, y comisión para perdonar todos los delitos y casos sucedidos, o que sucediesen durante su estada. Llevó consigo, por oidores, al licenciado Antonio de Cianea, y al licenciado Rentería, con los despachos necesarios en caso que conveniese hacer guerra. Bien éstos fueron secretos, porque no publicaba ni trataba de más que de los perdones, y de los otros medios de paz que pensaba usar, y con tanto, se hizo a la vela sin llevar más gente que sus criados, por el mes de mayo del año 1546; y llegando a Santa Marta tuvo aviso cómo Melchor Verdugo había sido vencido y desbaratado por la gente de Hinojosa, capitán de Pizarro, y que le estaba aguardando en el puerto de Cartagena, y él determinó pasar al Nombre de Dios sin verse con él, considerando que si lo llevaba consigo causaría escándalo en la gente de Hinojosa, por el odio que con él tenían, y podría ser que no le recibiesen. Y así fue a surgir al Nombre de Dios, donde Hinojosa había dejado a Hernán Mejía de Guzmán con ciento ochenta hombres, que guardasen la tierra contra el Verdugo. El presidente hizo saltar en tierra al mariscal Alonso de Alvarado, que desde Castilla había ido con él, y habló a Hernán Mejía y le dio noticia de la venida del presidente, diciendo quién era y a lo que venía, sin declararse más el uno al otro. El mariscal se volvió a la mar, y Hernán Mejía envió a pedir al presidente que saltase en tierra, y así lo hizo, y Hernán Mejía le salió a recebir en una fragata con veinte arcabuceros, dejando su escuadrón hecho en la 221
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marina, y salió en el batel del presidente y le trajo a tierra, donde le hizo muy gran salva y recibimiento, y hablándose en particular, Hernán Mejía le descubrió su pecho y el deseo que tenía de servir a Su Majestad, y que estaba muy gozoso con su venida, y por ser en ocasión que tenía allí mucha gente de Pizarro, él solo era capitán de ella, y con facilidad la reduciría, y que si quería, alzarían luego bandera por el Emperador, y que entendía que, sabida su venida, y las particularidades de ella, Hinojosa y los demás capitanes harían lo mesmo, sin contradición alguna. El presidente se lo agradeció mucho. Y acordaron guardar secreto por entonces, sin querer hacer novedad alguna. Supo Pedro Alonso de Hinojosa, general de Pizarro, el recebimiento que Hernán Mejía había hecho al presidente, y enojóse, porque no sabía el despacho que traía, y porque se había hecho sin darle parte. Hernán Mejía fue a verse con Hinojosa, y le desenojó y puso en camino; y finalmente, el presidente se hubo con tanta prudencia con estos y otros capitanes, que sin saber unos de otros, les ganó las voluntades de suerte que ya se atrevía a hablar públicamente a todos y persuadirles lo que convenía al servicio de Su Majestad. Valió mucho la buena crianza y blandura grande de que usaba el presidente, y también la autoridad del mariscal Alonso de Alvarado. No se declaró luego Hinojosa, antes envió a avisar de la venida del presidente a Gonzalo Pizarro, y había pareceres de muchos y avisaron de ello a Pizarro, que no le convenía que el presidente entrase en el Pirú. Procuraba cuanto podía el presidente ganar al Hinojosa, alzando dél que fuese uno de los que con él venían de Castilla con cartas a Pizarro; una carta era del Emperador y otra del presidente para Pizarro, en que con mucha blandura el Emperador trata al Pizarro y le manda reciba al presidente y le dé favor y ayuda, y la del presidente la más cortés del mundo. Llevó estas cartas Pedro Hernández Paniagua, natural de Plasencia; partió de Panarná a 26 de setiembre del año de 1546. Alteróse mucho Gonzalo Pizarro cuando supo la venida del presidente, y comunicándolo con sus capitanes y gente principal, hubo entre ellos diversos pareceres. Unos querían que pública o encubiertamente le matasen; otros, que le trajesen al Pirú, y que allí sería fácil hacer de él lo que quisiesen; otros, que le pusiesen en alguna isla con soldados de confianza, y que se juntasen en las ciudades, y se enviasen procuradores a Castilla, para pedir confirmación de lo que pretendían, y que se diese el gobierno del Pirú a Pizarro, y los descargos de la muerte del virrey, pues los había bastantes. Para esto nombraron a fray Jerónimo de Loaisa, arzobispo de los Reyes, y a Lorenzo de Aldana, y a fray Tomás de San Martín, provincial de los dominicos, y rogaron al obispo de Santa Marta que viniese a España con ellos, y Pizarro envió en particular a Lorenzo de Aldana, su criado, para que le 222
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avisase de todo con suma diligencia. El cual, sintiendo mal de lo que Pizarro y los suyos hacían en Panamá, se ofreció al presidente, y él y Hernando Mejía apretaron a Hinojosa para que se pasase al servicio de Su Majestad, que lo hubo de hacer, y se hizo reseña de toda la armada, y se entregó al presidente, y hicieron todos pleito homenaje de le seguir, y servir a su rey, y el presidente recibió las banderas, y las volvió a dar a los mismos capitanes, y el oficio de general a Hinojosa, en nombre de Su Majestad, y embarcáronse todos, que serían como trecientos, y los perlados que venían por embajadores a Castilla se volvieron con ellos para dar el favor que pudiesen, y el presidente envió a la Nueva España y a otras partes pidiendo socorro. Quisieran los de la armada llegar al Puerto de los Reyes sin ser sentidos, por lo mucho que importaba tomar de sobresalto a Pizarro, si bien no se pudo hacer por lo que se dirá. Pero Hernández Paniagua, que llevaba los despachos que dije, llegó al Pirú cuando Pizarro esperaba saber lo que hallaba en Panamá, mediado enero, año 1547. Lleváronle medio preso a Pizarro; mandáronle, so pena de la vida, que no abriese la boca. Dióle Pizarro audiencia delante de sus capitanes y amigos, y que hablase libremente, con protesto que si, salido de allí decía palabra, le costaría la vida. Hubo pareceres que lo matasen, y otros muy desacatados y de peligrosa resolución. Envió Pizarro a llamar a Caravajal, y que trajese toda la plata y oro, y armas y gente que pudiese, y esto sin saber la entrega de la armada, que se había hecho en Panamá por Hinojosa al presidente, la cual llegó al puerto de Trujillo, y allí la recibió Diego de Mora, reduciéndose con otros al servicio de Su Majestad. Supo ya Pizarro cómo tenía perdida la armada, y que no tenía la seguridad que pensaba, y así, nombró nuevos capitanes y les repartió la gente. Tocáronse atambores y dieron pregones para que todos los vecinos de los Reyes se pusiesen debajo de banderas y fuesen a recibir pagas, so pena de la vida. Diéronles dineros largamente a los capitanes para hacer gente. Luego sacaron sus banderas y hicieron reseña de la gente, y en los pendones sacaban letras y cifras que decían el nombre d e Pizarro, y otras adulaciones. Hizo mercedes y largas pagas en la reseña general, y halló en ella mil hombres tan bien armados y aderezados como se podían hallar en Italia. Había mucha cantidad de pólvora; mandó que todos los soldados se pusiesen a caballo. Gastó en todos estos aparejos más de quinientos mil castellanos de oro. Era maestre de campo Caravajal; despachó algunos capitanes a recoger la gente que había en otras partes, en Quito, Arequipa y el Cuzco, Guamanca, con las armas y caballos que pudiesen haber. Justificaba estos hechos Pizarro con las razones más coloradas que podía, y echaba la culpa al presidente de la guerra que intentaba. 223
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Tratóse de que el licenciado Caravajal fuese a correr la costa con gente de guerra. No se hizo porque se fiaba poco de él, y ya de todos se recelaba Pizarro, como es ordinario en los que hacen mal. Hizo que todos los vecinos de la ciudad de los Reyes jurasen de seguirle y no desampararle, haciéndoles un razonamiento muy justificado de las causas que tenía para resistir al presidente y hacerle guerra. Tuvo aviso Gonzalo Pizarro que Lorenzo de Aldana había llegado con unos navíos al puerto, quince leguas del de los Reyes, y acordóse salir de la ciudad con toda su gente y irse a poner cerca de la mar, temiendo que si los navíos llegaban al puerto, habría tan gran turbación en la ciudad, que tendrían lugar los que quisiesen de irse a embarcar, y así se hizo; pregonando, so pena de la vida, que ninguno que pudiese tomar armas quedase en la ciudad, con lo cual había en ella tanta turbación que no se entendían. Descubriéronse otro día tres velas en el puerto; salió Pizarro con su gente, púsose en medio del camino entre la ciudad y el puerto para quitar que ninguno de la ciudad pasase al puerto, ni del puerto a la ciudad. Proveyó Pizarro que un Juan Hernández fuese en una balsa a los navíos, y que dijese a Lorenzo de Aldana que le enviase una persona, y que él quedaría en rehenes para que se pudiesen entender y saber la razón de su venida, y como Juan Hernández pareció solo en la marina, vino el capitán Palomino en un batel, por él, y llevóle a la capitana, y Lorenzo de Aldana oyó lo que decía Pizarro, y reteniendo el Juan Fernández, envió al capitán Peña, y Pizarro mandó que Peña no entrase en el real hasta de noche, porque nadie le hablase, y entrado le dio el poder del presidente y del perdón general que el Emperador hacía, y la revocación de las ordenanzas, y dijo de palabra lo mucho que aquel reino ganaba en obedecer a su rey, y que la voluntad real era que él gobernase, y que para ello enviaba al presidente con poderes tan bastantes, sabiendo lo sucedido en la tierra. A lo cual respondió Pizarro que haría cuartos a cuantos venían en el armada, y castigaría al presidente por su atrevimiento en detenerle los embajadores que enviaba a Su Majestad y la traición que Lorenzo de Aldana le había hecho. Esto dijo delante de sus capitanes, y en particular, que le darían cien mil castellanos si le tomaba el galeón de la armada, en quien estaba toda la fuerza de ella. Mas Peña no dio oídos a esto, antes se enojó mucho de que se lo hubiese dicho, y así se volvió a la mar. Viendo Lorenzo de Aldana que el buen suceso de esta jornada estaba en que los soldados supiesen el perdón y mercedes que Su Majestad hacía a todos, procuró ganar al Juan Fernández, y que él lo hiciese con una cautela tan discreta como peligrosa, y fue: que Lorenzo de Aldana le dio todos los despachos duplicados, y cartas para algunas personas señaladas del campo, y escondiendo las unas en las botas, trajo las otras a Pizarro, y tomándole aparte 224
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le dijo cómo Aldana le había persuadido que publicase el perdón en el campo, y que había tornado aquellos despachos, lo uno por entretener a Aldana; lo otro, porque viese el trato que traía. Pizarro le agradeció el aviso, y concibió dél gran crédito, y de ellas luego el Juan Fernández dio algunas cartas, y hizo perdedizas otras, de manera que vinieron a noticia y poder de sus dueños. Por esta buena diligencia comenzaron a írsele a Pizarro algunos de los principales que le seguían, y si bien él hizo diligencias por cogerlos para justiciarlos, no le valieron todo lo que había menester, que ya se entendía al descubierto la tiranía, y los que le dejaban eran los más y mejores, y los que quedaban, muy temerosos de que el negocio de Pizarro estaba muy de quiebra, así en las fuerzas como en la justificación, y los demás determinaban irse. Llegó a tanto, que a vista de Gonzalo Pizarro se le fueron dos de a caballo, diciendo a voces que Gonzalo Pizarro era tirano, y apellidando al rey. Aquí fue donde dijo Caravajal: «Estos mis cabellicos, madre, dos a dos me los lleva el aire.» Ya Pizarro sentía su perdición y se temía de todos, y comenzó a marchar la vía de Arequipa, huyéndosele muchos cada día. Alzóse la ciudad de los Reyes por Su Majestad, pregonando públicamente con el pendón real las provisiones y perdones que traía el presidente. Sentía ya Pizarro su perdición; envió a llamar a Juan de Acosta que se fuese a juntar con él, al cual también se le fueron muchos, y por más diligencias que hizo en prender y castigar a los que se huían, no le bastaron. Fue al Cuzco, y de allí a Arequipa, donde se juntó con Pizarro, el cual estaba ya tan deshecho, que habiendo tenido mil y quinientos hombres, no tenía más que trecientos, y todo lo que él se disminuía crecía la parte del presidente y de sus capitanes. Habíase ya embarcado el presidente en Panamá con el resto de su ejército muy bien proveído de lo necesario para su armada, de armas y bastimentos, y otras cosas. Llevaba hasta quinientos hombres. Apuertó con buen tiempo al puerto Túmbez. En saltando en tierra, todos le escribieron, ofreciéndose a su servicio, y de todas partes le acudía tanta gente, que ya le parecía no había menester ayuda de otras provincias, y así avisó a la Nueva España, Guatimala y Nicaragua, y Santo Domingo, dando cuenta del buen suceso de sus negocios, y que no había menester sus ayudas. Proveyó que Hinojosa, su general, caminase con la gente hasta juntarse con los capitanes y ejército, que residían en Cajamalca, para que de todos se hiciese un cuerpo, y que Pablo de Meneses fuese con la armada. Y él caminó por los llanos para Trujillo, determinado de no entrar en la ciudad de los Reyes hasta dar fin a esta empresa, y mandó que todos los que estaban por Su Majestad se juntasen con 225
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él en el valle de Jauja, que era sitio conveniente para esperar o acometer al tirano, y donde había abundancia de bastimentos, y así caminó, tomando la sierra con su campo, en el cual había más de mil hombres de guerra con gran gozo esperando verse libres de la ruina de Pizarro, que todos estaban muy escandalizados, viendo muertos más de quinientos hombres principales a horca y cuchillo, que no tenían hora segura con él. Diego Centeno fue siempre muy leal servidor de Su Majestad; vióse en grandes peligros con Pizarro, Caravajal y otros capitanes. Ahora, cuando Pizarro iba tan de caída, se topó con él; procuró ganarle por bien, ofreciéndole buenos partidos; no le valió, y un día 19 de octubre, año 1547, vinieron a toparse. Tenía Diego Centeno más de mil hombres, y entre ellos había docientos caballos y ciento y cincuenta arcabuceros, y los demás piqueros. Pizarro llevaba trecientos arcabuceros muy diestros y ochenta caballos; los demás, hasta cumplimiento de quinientos, eran piqueros. Al fin, rompieron los unos con los otros, y por ser tan diestro Caravajal, maestre de campo de Pizarro, si bien eran la mitad menos, Diego Centeno y sus capitanes fueron vencidos, muriendo de su parte más de trecientos, y de la de Pizarro, ciento, y otros heridos. Supo el presidente la rota de Diego Centeno estando ya en el valle de Jauja, y si bien la disimuló, sintióla mucho, y comenzó a dar prisa para que se juntase su gente; mandó venir la que había en los Reyes, y algunos tiros, armas y ropa, lo cual se hizo con toda diligencia. Pedro Alonso de Hinojosa quedó por general, como lo era cuando entregó la armada; fue maestre de campo el mariscal Alonso de Alvarado, y el licenciado Benito de Caravajal, alférez general, y Pedro de Villavicencio, sargento mayor; y por capitanes de gente de a caballo, don Pedro de Cabrera y Gómez de Alvarado, y Juan de Saavedra, los más leales servidores de Su Majestad. En la última reseña se hallaron setecientos arcabuceros, quinientos piqueros y cuatrocientos caballos, y después se le fueron juntando hasta llegar a número de mil y novecientos hombres de pelea, y así salio el campo de Jauja a 29 de diciembre año 1547, caminando en buena orden la vía del Cuzco en demanda de Pizarro. Llegó al campo el capitán Pedro de Valdivia, que habiendo venido de Chili a la ciudad de los Reyes, y sabiendo el estado de las cosas, fue luego en seguimiento del presidente para servir a Su Majestad. Y con su llegada cobraron mucho ánimo todos, porque los había espantado la victoria que Pizarro, por la gran inteligencia de su maestre de campo Francisco de Caravajal había alcanzado, y cierto le temían, y en las Indias no había quien se le osase oponer ni igualar como Pedro de Valdivia, el cual, en llegando, comenzó como principal a entender con los demás capitanes en las cosas de la guerra. Llegaron a Andaguaylas, donde se detuvieron casi todo el invierno, 226
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que fue recio, por lo mucho que de día y de noche llovía, y enfermaron más de cuatrocientos, a los cuales curaron con mucho cuidado. Luego que comenzó a abrir la primavera de este año mil y quinientos y cuarenta y siete, salieron de Andaguaylas, y fueron a ponerse veinte leguas de Cuzco, y esperaron a que se hiciese una puente para pasar el río Apurima, doce leguas del Cuzco. Habían los enemigos quebrado todas las puentes de aquel río, de suerte que parecía cosa muy imposible poderlo pasar si no arrodeaban más de setenta leguas, y así procuraron hacer las puentes, y con harto trabajo, miedo y peligro, y pérdida de caballos, pasaron el río. Envió el presidente a don Juan de Sandoval, caballero de estima por su valor y por ser hijo de don Diego de Sandoval, y nieto de don Pedro de Sandoval, hijo del adelantado Diego Gómez, de donde son los Sandovales de Ontiveros y otros caballeros, en que yo falté tratando de esta familia, y lo enmendaré en lugar conveniente. Pues este caballero don Juan de Sandoval fue con una banda de caballos a descubrir el campo del contrario, y corrieron más de tres leguas sin topar con hombre de Pizarro. Pasóse al campo del presidente Juan Núñez de Prado, natural de Badajoz, y éste fue el que le dio aviso de todo lo que había en el campo de Pizarro, y que Acosta venía con más de trecientos arcabuceros a embarazarles el paso. Por estas nuevas mandó el presidente que marchasen más de novecientos soldados bien armados, y como Acosta vio tanta pujanza, retiróse, avisando a Pizarro lo que pasaba. Subió el presidente con su gente una gran sierra más de legua y media, y descansó allí tres días. Viéndose Gonzalo Pizarro en tanta manera y por todas partes de todo punto tan apretado, envió a requerir al presidente que no pasase adelante y que suspendiese las armas hasta que se supiese lo que el Emperador mandaba. Envió asimismo a hacer grandes ofertas a Hinojosa y a Alonso de Alvarado, y que se juntasen con él. El presidente escribió a Pizarro persuadiéndole que se redujese y haciéndole muy buenos partidos, y enviábale el traslado del perdón, y esto hizo muchas veces en todo este camino, dando los despachos a los corredores, para que topando a los de Pizarro se los diesen, y como Pizarro supo que el presidente había pasado el río y tomado lo alto de la cuesta, salió del Cuzco con nuevecientos infantes y caballos, los quinientos y cincuenta arcabuceros y seis piezas de artillería, y púsose en Xaquixaguana, cinco leguas del Cuzco, en un llano al pie del camino, por donde el real del presidente había de pasar, bajando la sierra, y asentó el campo en lugar tan fuerte, que no le podían acometer sino por una ladera angosta que delante de sí tenía, teniendo a un lado de sí el río y la ciénaga; a otro la montaña, y por las espaldas una honda cava quebrada. Y desde allí, dos o tres días antes que la 227
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batalla se diese, salían a escaramuzar los más valientes, y en pasando el presidente con su campo a alojarse, salió Pizarro con su gente en escuadrones, sacadas sus mangas de arcabuceros, y en orden para dar la batalla, y comenzó a disparar la artillería y arcabuces para que sus contrarios le viesen y oyesen. Quisiera el presidente diferir la batalla con esperanzas de que se le pasarían muchos; mas no le daba lugar su alojamiento y falta de comida, y por el gran hielo y frío que hacía, y ni aún tenía leña para remediarlo, y también les faltaba el agua. Las cuales faltas no sentía Pizarro, porque de todo estaba muy bien proveído. Quisieran Pizarro y su maestre de campo acometer aquella noche secretamente el real del presidente por tres partes, que hicieran una buena suerte; no lo hicieron, porque se les huyó un soldado llamado Nava, y así entendieron que los avisaría. Este Nava, y Joan Núñez Prado, aconsejaron al presidente que se detuviese en dar la batalla, porque de la gente que andaba con Pizarro se le pasaría mucha, particularmente los que habían escapado de la rota de Centeno, que los traía medio forzados, y habiendo bajado la cuesta, si bien con trabajo, se pusieron en orden y se pasaron algunos al campo del presidente, como fue el licenciado Cepeda, oidor que había sido; Garcilaso de la Vega y otros muchos. Pizarro se estaba parado con su campo, creyendo que sus contrarios se le habían de meter en las manos, como lo hicieron en Guaniva. El general Hinojosa caminó con su campo paso a paso hasta ponerse en un sitio bajo a tiro de arcabuz del enemigo, donde la artillería no le podía coger. Ibanse muchos del bando de Pizarro, y rogaban al presidente y sus capitanes que se detuviesen, porque sin riesgo de batalla desharían al enemigo, y estando en esto, una manga de treinta arcabuceros del escuadrón de Pizarro se pasó como los demás, y luego comenzaron a desbaratarse los escuadrones, por enviar tras ellos, huyendo unos para el Cuzco y otros hacia el presidente, y algunos ni tuvieron ánimo para huir ni para pelear. Y viendo esto Gonzalo Pizarro, dijo: «Pues todos se van al rey, yo también.» Aunque fue público que Juan de Acosta, su capitán, dijo: «Señor, demos en ellos; muramos como romanos.»A lo cual dicen que respondió Pizarro: «Mejor es morir como cristianos.» Y viendo cerca de sí al sargento mayor Villavicencio, y sabiendo quién era, se le rindió y le entregó un estoque que traía en el ristre, porque había quebrado la lanza en su mesma gente que se le huía. Fue llevado al presidente, y habló con alguna libertad, y entregáronle a Diego Centeno que lo guardase, y luego fueron presos todos los capitanes, y el maestre de campo Caravajal huyó, y pensando escaparse aquella noche, 228
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escondiéndose en unos cañaverales, se le metió el caballo en un pantano, donde sus mismos soldados le prendieron y le trajeron al presidente; siguieron el alcance; saquearon el real, donde muchos se hicieron ricos. Otro día, después de vencido y desbaratado Pizarro, el presidente cometió el castigo, de él y de lo demás, al licenciado Cianca, oidor, y a Alonso de Alvarado, como maestre de campo suyo, los cuales procedieron contra Pizarro por sola su confesión, atenta la notoriedad del hecho, y le condenaron a que le fuese cortada la cabeza, y que se pusiese en una ventana, que para ello se hizo en el rollo público de la ciudad de los Reyes, cubierta con una red de hierro, y un rétulo que decía: «Esta es la cabeza del traidor Gonzalo Pizarro, que se levantó en el Pirú contra Su Majestad, y dio batalla contra su estandarte real en el valle de Xaquixaguana.» Confiscáronle los bienes y derribáronle y sembraron de sal las casas que tenía en el Cuzco, poniendo en el solar un padrón con el mesmo padrón. Murió como buen cristiano, ejecutándose la sentencia aquel mismo día. Enterraron el cuerpo en el Cuzco muy honradamente. Llevóse la cabeza a la ciudad de los Reyes, para cumplir lo que la sentencia mandaba. Fue arrastrado y descuartizado aquel día Caravajal, y ahorcados ocho o nueve capitanes, y después se hicieron otras justicias, como iban prendiendo. Dióse esta batalla en aquella provincia memorable, lunes de Cuasimodo, que fue a 9 de abril, año de 1548. Hizo el Presidente un solemne perdón en favor de todos los que en esta batalla se habían hallado, acompañando el estandarte real, de todos y cualesquier delitos que hasta aquel día hubiesen cometido. Repartió las tierras y indios de los condenados, entre los que habían servido con lealtad. Señalóse en esta y en otras muchas ocasiones contra Pizarro y sus secuaces Alonso de Zayas, natural de la ciudad de Ecija, de los caballeros de ella de este apellido. Encomendóle a este caballero el repartimiento de Guaqui por sus servicios, que fueron particulares. Puso en orden todas las cosas del reino, con admirable prudencia, con la cual, y con sólo su bonete, allanó un negocio de los más graves y dificultosos que se ofreció al Emperador en todo su tiempo. Donde parece cuánto más valen las letras que no las armas, y la prudencia o sabiduría que la fortaleza; por donde dijo el doctísimo rey de Egipto Trismegisto, que el varón sabio se hace señor de los astros. Asentadas, pues, las cosas de esta manera, el presidente dio la vuelta para España, comenzando a navegar por el mes de diciembre de 1549, y pasó en Alemaña a dar cuenta al Emperador de su muy feliz jornada, merecedora de muy grandes premios.
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Siendo yo estudiante en Alcalá, bien niño, fuí con un tío mío a visitar al licenciado Pedro de la Gasca, que era obispo de Sigüenza, y me parece que era de persona muy disminuida y ruin gesto; mas su valor era grande, como aquí se ha dicho brevemente, y merece contarse entre los claros varones de España. El hizo la iglesia de la Magdalena de esta ciudad de Valladolid, y fundó las capellanías que hay en ella, dejando el patronazgo a sus deudos, que son muy honrados caballeros, y según autores muy graves, de la antiquísima familia, noble y poderosa, de los Gascas romanos. Los Reyes Católicos pidieron a los pontífices, diversas veces, no consintiesen los colectores que se enviaban a estos reinos a recoger y llevar los expolios de los obispos difuntos, por ser novedad y cosa no usada en Castilla, y por la autoridad y rigor que en esto usaban, sacando las haciendas antes que los obispos expirasen, y quitándolas a las iglesias y pobres, cuyas eran de derecho antiguo de estos reinos. Y en este año, en las Cortes que se tuvieron en Madrid, se suplicó por parte del reino lo mesmo, y luego sucedió la muerte de don Jerónimo Juárez, obispo de Badajoz, y sobre sus bienes hubo tantos embarazos con el colector, que el Emperador mandó al Consejo real le consultasen sobre ello. Y ellos, habido su acuerdo, dijeron que, según derecho canónico y concilios, estaba determinado que los expolios de lo que los prelados adquieren por respeto de la Iglesia, son de las iglesias y prelados sucesores en ellas, para proveer las necesidades de las mismas iglesias y de los pobres, y que si los nuncios pretendían que había alguna posesión o costumbre en contrario, la tal se comenzó a introducir pidiendo al principio y contentándose con poca cosa, y por esto no se advertía en ello; y porque no hubo quien procurase por las iglesias, y después, con opresión de las censuras y temor de ellas, ninguno salió a la defensa que convenía, y que así iba creciendo cada día de tal manera, que el daño era muy notable para estos reinos, y que no se contentaban con querer tomar todos los expolios, sino que se querían entremeter a ocupar los bienes adquiridos por intuito de las personas, queriendo y pretendiendo ser testamentarios de los obispos que mueren, no lo pudiendo ni debiendo haber de derecho, y haciendo otras molestias y vejaciones a los naturales de estos reinos; y que, por tanto, les parecía que Su Majestad, como cosa que tanto importa al servicio de Dios y bien de las iglesias, hospitales y de los pobres y huérfanos, y por el beneficio que estos reinos recibían en que la moneda no se saque de ellos, no debía permitir que estas vejaciones se hiciesen de hecho como las intentaban, pues los colectores no habían mostrado otra razón, ni la tenían para las hacer más en estos reinos que en otros de la Cristiandad, y que para efectuar esto, debía mandar que se determinase por justicia, en consejo, para que a Su Santidad se le diese lo que era suyo, y a las iglesias y pobres y naturales del reino no se les hiciese agravio ni vejación de hecho contra lo que estaba determinado por
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derecho, y por la misma Sede Apostólica y concilios generales. Lo cual se había pedido muchas veces por el reino. Esto dice el Consejo al Emperador, y he visto otras consultas y pareceres del mismo Consejo cerca de este punto y de las pensiones que se cargan sobre los beneficios, calonjías y dignidades en Roma, y sobre el dar de los beneficios a extranjeros, que no cesaba el reino de quejarse por los daños que con evidencia recibe. Lo que yo puedo decir es que he visto casi todos los papeles de las iglesias y monasterios de los reinos de Castilla. Desde don Pelayo hasta estos días no se hallará pensión cargada, sino que como Dios daba los frutos, y los perlados y prebendados los llevaban, se gastaba en las mesmas iglesias y feligreses de ellas, como en sus hijos naturales, y así se enriquecían y edificaban los templos. Cuando moría un obispo, los bienes que dejaba se partían en tres suertes: una para la sacristía y fábrica de la iglesia; otra para el obispo que sucedía en ella, y la tercera para el rey, que la llevaba por razón del patronazgo y para los gastos de la guerra contra los enemigos de la fe. Sé muy bien que en estos días los perlados ya no edifican capillas, hospitales ni monasterios, como solían, y vi una iglesia catedral de las principales del reino, donde hay ochenta prebendados, que para salir a recebir al rey no hubo entre ellos ocho mulas, y tan pobres que no se podían sustentar, no les bastando sus prebendas para pagar las pensiones que tenían cargadas, lo cual debe ser general, y así se ha quejado y queja el reino; y si Su Santidad fuese de ello bien informado, lo remediaría como padre piadoso.
Libro veinte y ocho Año 1546
-ILlega el Emperador a Espira. Visítanle Landzgrave y el conde Palatino. -Dieta en Ratisbona. Acuden católicos y herejes. -Muerte miserable de Lutero. Cansaban ya a Dios las abominaciones de Alemaña; ofendían al mundo las herejías; sus vidas corrompidas con torpes costumbres, pedían el remedio riguroso de las armas, si bien para esto había grandes dificultades, porque el 231
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poder de los protestantes era tan grande, que sólo parecía ser poderosa la mano de Dios, y que la del Emperador no bastaría si no era ayudado con especial favor y socorro del cielo. Eran tantas y tales las dificultades que el Emperador tenía, que no había razón ni discurso que alcanzase al medio que se podía tener para remedio de tantos males. Negociar con los protestantes por vía de bien, era nunca acabar, por ser infinitos y poderosos los pueblos que tenían esta opinión. A los cuales en largos tiempos no se podrían traer a una concordia y acuerdo razonable. Si se quería llevar por fuerza de armas, tenía mayor dificultad, porque la confederación y liga que entre sí tenían los herejes, era tan grande, que ninguna parte había, en Alemaña, donde los luteranos no fuesen los más poderosos, excepto Cleves y Baviera, la cual, si bien en la posesión era católica, contemporizaba empero con los herejes mostrándose, por vivir, tan amiga de ellos como de los católicos, de manera que estaba neutral. Todo el resto de Alemaña, no comprendiendo las tierras del rey de romanos, y algunas pocas ciudades imperiales, estaba dentro de la liga Esmarcalda, dicha así por el lugar donde se hizo, y las que fuera de ella estaban eran declaradas luteranas. Las católicas principales eran Colonia, Metz de Lorena, Aquisgrán y otras pequeñas y pocas. Las principales de la liga eran Augusta, Ulma, Argentina, Francfort, ciudades riquísimas y poderosas; sin estas, Juber, Biena, Brunzuic, Hamburg, ciudades principales, y juntamente con ellas otras muchas, cuya número es tan grande que por eso no lo escribo; es verdad que algunas de ellas no estaban en la liga, aunque eran luteranas. De manera que la potencia de las unas y de las otras se podía decir que era la del Imperio. Los príncipes y señores de Alemaña que estaban en esta liga, eran todos los del Imperio, excepto el rey de romanos y duque de Baviera, y duque de Cleves, y otros algunos gentileshombres, que, por ser tan pocos, no hago relación de ellos, y aún de éstos hubo algunos que se hicieron con los luteranos, y fuera del Imperio tenían sus valedores, estando con potencia tan grande, que cada día crecía la soberbia, con ella trataban otras cosas que, demás que eran ruina del Imperio, fueran asimismo la total destruición de la república cristiana. Porque ellos maquinaban un nuevo Imperio, y juntamente con esto, todas las novedades que se requerían para ser nuevo. En este tiempo, estaba el Emperador en Flandres ordenando las cosas que tocaban a aquella tierra, y puestas en la orden que convenía, partió para Alemaña pasando por Utreque, donde hizo el capítulo de la orden del Tusón, y allí la dio a algunos caballeros españoles, flamencos, alemanes y italianos, y visitando todo el ducado de Güeldres, vino a Mastrique sobre la Mosa, donde tuvo ciertas embajadas de señores de Alemaña, los cuales se sentían algo 232
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escandalizados de una fama que había, la cual era que el Emperador, con grande gente de armas y mucha infantería iba en Alemaña. Y más, entendido dél que no pensaba en cosa semejante, se desengañaron de lo que habían temido; porque el Emperador no llevaba por entonces más de quinientos caballos, que era la guarda ordinaria que cuando pasaba de Flandres para Alemaña traía. Y acompañado de éstos partió de Mastrique, y aquí se despidió de la reina María, su hermana, y por el ducado de Luxemburg entró en Alemaña, donde si bien las sospechas que los de ella habían tenido, estaban al parecer quitadas, no que por eso estaban tan seguros que no pudiera el Emperador verse en algún peligro, mas determinóse a todo con celo del bien común. Y así llegó a Espira, donde el conde Palatino y su mujer, sobrina de Su Majestad, vinieron a visitarle; también el lantzgrave vino allí, cada uno de ellos por su negocio particular: el conde Palatino del Rhin, a ver si hallaría medio de algún concierto para las cosas de Alemaña y Lantzgrave pensando si podría tratar alguna que fuese a propósito de lo que pretendía. Mas el conde no halló aparejo ni disposición en las cosas, ni Lantzgrave, en el Emperador, nada de lo que quería; y así, se volvieron como habían venido, y el conde, poco después, se juntó con los de la liga luterana. Partió el Emperador de Espira, habiendo estado en ella cuatro o cinco días, y pasando por allí el Rhin, atravesando la Suevia vino a Tonabet y a Ingolstat, y a Ratisbona, ciudad donde estaba convocada la Dieta desde el año pasado. Allí acudieron los príncipes y procuradores del Imperio, pero no el duque de Sajonia, ni el lantzgrave de Hesia, si bien fueron particularmente llamados. Vinieron muchos hombres de letras, católicos y luteranos, porque el Emperador quería que aquí se disputasen aquellas nuevas opiniones, procurando los medios y vías posibles para desengañar aquellas gentes y hacerles acudir al Concilio de Trento, donde ya estaban muchos perlados y religiosos de la Cristiandad. Nombráronse jueces que presidiesen a las conclusiones que se habían de disputar. Señaláronse notarios, y la instrución que habían de guardar y tener en las disputas. La primera junta se tuvo a 17 de enero de este año 1546. Pedían los luteranos jueces y notarios de ellos mesmos, y porfiaron mucho sobre ella. Hicieron otra junta a siete de hebrero; y en éste y otros siete días, se detuvieron en cualificar las conclusiones que habían de disputar, y los libros y doctores que se habían de admitir para argüir por ellos. Era la principal cabeza de los herejes en esta junta Martín Lutero, que huía todo lo posible de ella y de venir a razones, teniendo cierta su confusión, que por esto los tales huyen de la luz. 233
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Comenzaron a dar voces y quejarse que se les hacían agravios en aquellas instruciones que el Emperador había dado, y porque con estos achaques no quisiesen huir el cuerpo a la averiguación de la verdad, se les dieron otras, como ellos las querían; mas como no lo habían de allí, y ya no había achaques de que se valer, vínoles nueva de la muerte vil de su maestro Lutero, y con esto anochecieron y no amanecieron en Ratisbona. Acabó este miserable en estos días como había vivido, llevándole el diablo, a quien él había servido, sin saber de sí ni poderse despedir de lo que dejaba en este mundo.
- II Lo que el Emperador propuso en la Dieta de Ratisbona. El Emperador fue procediendo en sus Cortes ya de todo punto determinado en la guerra. Propuso a los príncipes y procuradores que allí se hallaban las cosas siguientes: 1. Que deseaba mucho que la justicia se administrase en las ciudades y villas del Imperio, y en las de los señores y feudo de él, y que no se hiciesen los agravios que hasta allí habían hecho. 2. Que las penas de la cámara del Sacro Imperio se distribuían de mala manera en muchas partes, consumiéndolas entre sí mesmos, y no acudían al Emperador con ellas como debían y eran obligados; sobre lo cual, por parte de Su Majestad se dijeron algunas razones bien fundadas, para mostrarles la causa justa que había para adjudicarlas al Sacro Imperio, y dándoles a entender cuán grande había sido la usurpación que en esto habían hecho. 3. Que las monedas que corrían, que eran muchas y de diversa ley y estampa, fuesen equivalentes, porque se había de mirar más al bien común, que al de señores particulares, o ciudades, que por poca cosa ocurren grandes pérdidas. 4. Que las preeminencias de los lugares de los electores, y otros príncipes, por ser absolutas, y impuestas más por fuerza que por otro justo derecho, se ordenen de manera que tornen en el ser que antiguamente estaban. 5. Que las ciudades estuviesen todas unidas, como siempre, en obediencia de su Emperador natural, y su defensa, y asimismo todos los príncipes, para su servicio. 234
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6. Que cometía lo tocante a la religión al Concilio que se tenía en la ciudad de Trento, pues estaba abierto, y se guardaba en él lo que siempre se usó y guardó en los pasados. Respondieron a éste. 1. Que en lo que tocaba a la guarda de la justicia, no había cosa que ellos más deseasen, y deseaban que Su Majestad pusiese sus fuerzas por ella, y en deshacer agravios que habían hecho y hacían. 2. Que las penas de la Cámara imperial sabía bien Su Majestad que sus antecesores, y en su tiempo, las habían remitido y dejado, atento los servicios que el Imperio les hacía, pero que eran contentos de obedecer en todo. 3. Que Su Majestad procurase que no pasase moneda que no fuese de valor ni se estampase. 4. Que en lo que era las preeminencias de los lugares de los electores y otros príncipes, les parecía, pues hallaron así sus asientos, holgarían se quedasen sin alterarlos, pero que era bien se reformasen algunos. 5. Cuanto a la obediencia y obligación, que ellos tenían la voluntad que siempre para servir así las ciudades como los príncipes. 6. Que en lo que tocaba a la religión, que ya habían respondido otras veces, y pues hallaban experiencia del coloquio que se celebró aquí, les parecía no debían innovar cosa, sino remitirse al Concilio nacional y libre en Germania, cuando se abriese. Esta respuesta que los alemanes dieron al capítulo 6 de la religión, es lo que ya se ha dicho, de que ellos no querían admitir el Concilio de Trento, y pedían que en una ciudad del Imperio, libre, aunque luterana, se tuviese un Concilio, no general de toda la Iglesia, sino de las iglesias y ciudades de Alemaña, que llamaban nacional, porque en su propia tierra les parecía que serían señores, y se haría lo que quisiesen, y en la ajena, que se habían de sujetar a la verdad, por más que de ella huyesen.
- III Trajo el rey don Hernando a la reina con cinco hijos, de ocho que tenía.
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En el tiempo que aquí estuvo el Emperador, se casó la hija mayor del rey don Fernando, llamada Ana, con el hijo del duque de Baviera, y la segunda, llamada María, con el duque de Cleves. Hubo grandes saraos y regocijos; danzó el Emperador con la reina y con la duquesa de Baviera; cuando les tomaron las manos, dióle una cadena de oro con mucha pedrería rica, que se apreció en veinte mil ducados, y el día de la boda dio tres tusones, uno al novio, otro al príncipe de Hungría, otro al de Piamonte. Conociendo el ánimo del Emperador, comenzaban ya las ciudades de la liga y señores de ella a mostrar abiertamente cuán poco se había de concluir en aquella Dieta de todo lo que el Emperador querría. Y juntamente con esto, se escandalizaban viendo que Su Majestad tenía intención de poner los negocios en aquellos términos que al servicio de Dios y bien de la Cristiandad, y al oficio que tenía, convenían. Para lo cual habían venido algunos coroneles allí a Ratisbona por mandado suyo, y aunque tan pequeños aparejos para guerra tan grande pudieran estar más secretos, no dejaron de saberlo los procuradores de los señores y lugares que allí estaban, porque verdaderamente no les faltaba poder ni astucia. Y así, en 21 de junio se juntaron, y el mariscal del Imperio presentó en la Dieta una petición de parte y en nombre de las ciudades y protestantes, en que decían que ellos habían sabido que Su Majestad mandaba llamar algunos coroneles y capitanes, y que esto era para mandarles hacer infantería. Que suplicaban a Su Majestad se declarase y les diese a entender para qué se hacía este ejército, porque podría ser él tuviese pensamiento contrario de ellos, y no querrían hacelle deservicio, el cual estaría en su mano, pues ellos tenían voluntad de hacerle todo servicio y placer. Que si tenía alguna guerra en alguna parte, les dijese contra quién la quería comenzar, porque ellos procurarían serville en ella, como otras veces lo habían hecho. El Emperador respondió que siempre había tenido las ciudades por buenas, y sus ciudadanos por leales vasallos y amigos, Y así, les rogaba no se alterasen, ni sospechasen alguna cosa de las que les podrían decir los rebeldes. A los protestantes respondió que a los que quisiesen ser sus amigos, y lo eran, él les tenía en lugar de hermanos; pero que quería, como Emperador, hallarse con fuerzas, y así, había mandado hacer aquella gente para castigar algunos rebeldes del Imperio y deshacer agravios, ejecutando justicia, y que quien para esto le sirviese y ayudase, le tendría por bueno y leal servidor, y él sería buen Emperador, y como ellos dicen, gracioso Señor; pero que el que hiciese lo contrario, Su Majestad le tendría en la mesma cuenta que a los rebeldes, por cuya causa la guerra se haría. 236
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Con esta respuesta se salieron los de la liga, y se fueron a sus posadas; y de ahí a poco a sus casas y de sus señores; y de aquí se comenzó la guerra. Diré antes que entremos en ella dónde estaba el Emperador cuando al descubierto se declaró, y los aparejos que en aquel tiempo estaban hechos, porque se entienda cómo fue tan grande la determinación, cuánto la dificultad del hecho.
- IV Quiénes se hallaban en Ratisbona con el Emperador Estaba el Emperador en Ratisbona, donde la Dieta se había convocado, y juntádose en ella el cardenal de Trento, el cardenal de Augusta, el gran maestre de Prusia, el obispo de Panuergue, el obispo de Verguipurg, el obispo de Pasao, el obispo de Trie, el obispo de Mexperglegos, el rey de romanos, el duque de Baviera, el duque Mauricio de Sajonia, no el elector; el marqués Alberto de Brandemburg, el marqués Joan de Brandemburg, hermano del elector, gran luterano; el duque de Branzvic, que Lantzgrave tenía preso; el duque Melcheburg, el Adgraff de la Interberg, y otros señores y personas poderosas de Alemaña.
-VQué ciudad es Ratisbona. Está la ciudad de Ratisbona asentada sobre el Danubio, y es la última de las ciudades imperiales que están sobre este río, hacia la parte de Austria. Su asiento se cuenta en Baviera: es ciudad grande, y entonces muy luterana. Desde allí a Augusta hay diez y ocho leguas, y a Ingolstat, que es el postrer lugar de Baviera, hay nueve. El Danubio arriba, desde Ingolstat adelante hasta Colonia, toda Alemaña, exceto, algunos obispos y pocas villas, era de luteranos, y los que no, por conservarse, daban también vituallas a los enemigos como los otros. El duque de Baviera (si bien católico) trataba estos negocios tan atentadamente, que tardó en determinarse mucho tiempo. La cual indeterminación no causó poca dificultad, porque si con tiempo se determinara, tuviera el Emperador las provisiones un mes antes. Y no hubo este solo inconveniente: mas el rey de romanos, por los negocios que se le ofrecieron, tardó en venir un mes más de lo que el Emperador le esperaba; siendo su venida tan necesaria, cuanto por 237
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las cosas que con él se concertaron se puede ver. Y demás de esto no dejó de dañar poco secreto, y ningún recado que algunos tuvieron, que con pasión o con afición, no supieron callar. De manera que los enemigos lo vinieron a entender antes que los amigos del Emperador, ni cosa de las necesarias estuviesen en orden. Porque el Emperador, entonces, no tenía levantado un alemán, ni los españoles se habían juntado, ni el Pontífice había comenzado a hacer la gente que había ofrecido; solamente la determinación del Emperador era la mayor fortaleza y el poder muy limitado de los católicos que tenía en Alemaña.
- VI Los de Augusta se ponen en armas. Los de Augusta fueron los primeros que comenzaron a levantar gente y ponerse en arma, y esto no con nombre de ser contra el Emperador, porque en el mesmo tiempo dejaban entrar en su ciudad a todos los criados del Emperador que iban allí por armas; y en Nurumberga compraron un ingeniero, y Diego de Torralba, oficial de Francisco de Eraso, dos mil y docientos quintales de pólvora, y mil quintales de mecha de arcabuz, y otras muchas cosas para el artillería, y se llevó todo en salvamento a Ratisbona; pero antes que lo acabasen de llevar de la dicha ciudad, cuando ya no faltaban por enviar más que veinte carros de pólvora, picos y azadones, fue llamado el Torralba al Consistorio de la dicha villa o ciudad Nurumberga, y le dijeron que ellos eran servidores del Emperador, pero que el pueblo estaba medio levantado y tenían carta que Lantzgrave les había escrito, rogando le dejasen entrar con su gente hasta que llegase la gente del duque de Sajonia; por tanto, que luego a la hora se partiesen con lo que más pudiesen, si no querían ser presos, y tomado lo que tenían. Partiéronse luego y caminaron toda la noche, y de ahí a tres días, una mañana llegaron a este lugar trecientos caballos de Lantzgrave para meterse en él con toda la gente que Lantzgrave tenía, y a primero de agosto se supo en la corte del Emperador que Lantzgrave había derribado la puente de Tanaberte, y que en Nurumberga no le habían querido recibir, y se tornaba la vía de Augusta; unos decían que a estorbar el paso a la gente de Italia, otros que al conde de Bura, que venía de Flandres. Ya cuando esto pasaba, el Emperador había enviado sus coroneles para levantar la infantería alemana, los cuales eran Alipeando, Madrucho, hermano del cardenal de Trento, y Jorge de Renspurch, soldado viejo, y que en muchas
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guerras había servido al Emperador, y al Xamburg también se dio otra coronelía, y al marqués de Mariñano, el cual era general de la artillería. Cada uno de estos cuatro coroneles había de levantar cuatro mil alemanes. De estas cuatro coronelías alemanas se hicieron, según costumbre, dos regimientos; el uno se llamaba de Madrucho, en el cual entraba la coronelía del marqués de Mariñano, y el otro se llamaba de Jorge de Renspurch, en el cual entraba la de Xamburg, y después de esto se repartieron entre estos dos regimientos igualmente otras diez banderas que el Emperador mandó hacer al bastardo de Baviera y a otros capitanes. De manera que vinieron a ser cincuenta banderas de tudescos, veinte y cinco en cada regimiento. Proveyó Su Majestad que viniese don Álvaro de Sandi, que estaba en Hungría con su tercio, que eran dos mil y ochocientos españoles, y que el maestre de campo Arce viniese de Lombardía con tres mil españoles; y el marqués Alberto de Brandemburg envió luego por los caballos con que era obligado a servir, que eran dos mil y quinientos, aunque se habían de dar parte de ellos al archiduque de Austria. El marqués Joan, hermano del elector de Brandemburg, se partió luego para traer seiscientos caballos con que servía, y el maestre de Prusia había de traer mil. El duque Enrique de Brandemburg, el Mancebo, cuatrocientos; el príncipe de Hungría, archiduque de Austria, mil y quinientos. Mas toda esta caballería se hacía en tantas partes de Alemaña, que para juntarse hubo después grandísimas dificultades, por estar en medio de ellos y del Emperador todo el poder de los enemigos, como adelante se dirá, y el Emperador en Ratisbona, casi solo, que fue un gran milagro salir, a lo que aquí se verá. La misma ciudad estaba llena de luteranos, y lo eran casi todos los naturales, y no había de quién fiar. Súpose que por parte de Lantzgrave se hacían diligencias por poner fuego a la pólvora que se había traído de Nurumberga, y sucedió que los pajes de Su Majestad posaban en un monasterio junto a una iglesia, donde estaba toda la pólvora, y que una noche dejó un mozo de los pajes pegada una candela a una pared y durmióse, y a la media noche se pegó fuego y puso la corte en gran alboroto y confusión, porque se encendía el monasterio y se quemó mucha parte de él, y si no se socorriera de presto, se perdiera todo. Púsose todo el pueblo en arma, y los de la corte acudieron a palacio por la sospecha que se tenía; pensaron y temieron ser perdidos; porque a perder la pólvora, como los de Ratisbona eran luteranos, y el Emperador no tenía más de mil soldados, pudieran muy al seguro venir los enemigos y hacer lo que quisieran, que les fuera fácil. Con estos sobresaltos estaba el Emperador en Ratisbona; envió el Emperador a decir al conde Palatino, casado con su sobrina, hija del rey de Dinamarca, que por qué se quería perder; que mirase quién era, y que tenía 239
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ochenta años de edad. Respondió el conde que toda su tierra se perdía, y que no podía hacer otra cosa, porque así la había hallado, y que ni ayudaría a Lantzgrave ni sería contra Su Majestad, sino que miraría por su tierra; y en lo que tocaba a la fe, que él estaría por lo que en el Concilio se determinase.
- VII Los príncipes que ayudaron en esta guerra. Los que en esta guerra ayudaron al Emperador fueron: el Sumo Pontífice Paulo III envió por su legado al cardenal Farnesio y ofreció doce mil infantes italianos y ochocientos caballos, pagados por seis meses, y por general de ellos a su nieto Octavio Farnesio, y más trecientos mil ducados. Pero Luis, hijo del Papa, dio docientos caballos; el duque de Florencia otros docientos infantes; el Estado de Nápoles, ochenta mil ducados; el reino de Sicilia, ochenta mil ducados. Otras señorías dieron cada cual conforme a lo que podía. Dicen que, con gran curiosidad, el Emperador mandó que los más doctos cosmógrafos, y que mayor noticia tuviesen de todas las poblaciones, montes, valles, sitios fuertes, ríos, puentes, vados, bosques de esta gran provincia, sacasen una tabla, en la cual cada día estudiaba, y vino a tener tan entera noticia de toda la tierra, como el más natural y cursado en ella; providencia tan acordada, que valió harto para el dichoso fin de tan peligrosa guerra.
- VIII Junta poderosa de gente de guerra que levanta el Emperador. -Sebastián Xertel. Quién fue. -Camina la gente de Italia para Alemaña. -Lo que valía el nombre sólo de Carlos V. Ya en este tiempo se sabía cómo se juntaba en Italia, así la que el Pontífice había ofrecido, como la demás que había de venir. También tenía escrito el Emperador, que el conde de Bura, Maximiliano, levantase en Flandres diez mil alemanes bajos, y tres mil caballos, y que viniese con ellos a Ratisbona. Todo este campo junto, era bastante para combatir con otro cualquiera; mas, siendo fuerza que se había de juntar de tantas partes, no bastaba alguna de ellas por sí sola a ser tan poderosa, que con razón combatiese con alguna de los enemigos. Los cuales, antes que el Emperador tuviese juntos más de setecientos caballos y dos mil alemanes de los de Madrucho, y tres mil de los de Jorge, y los españoles de Hungría, del tercio de don Álvaro de Sandi, 240
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salieron de Augusta con veinte y dos banderas de infantería de la misma ciudad, y seis del duque de Viertemberg, y cuatro de los de Uma, y mil y quinientos caballos con veinte y ocho piezas de artillería, y debajo de nombre que iban contra los soldados que habían de venir de Italia, que decían enviaba el Papa para destruir a Alemaña y derramar en ella la sangre de sus naturales. Que en este negocio no tocaban en el Emperador, ni mostraban que por el pensamiento les pasase de alzar contra él sus banderas, sino contra la gente del Papa. Enviaron a la señoría de Venecia, pidiéndoles que no diesen paso a la gente del Papa, y fueron derechos a la Chusa (llaman Chusa cualquier lugar que cierra algún paso). Y para que esto mejor se entienda, conviene saber que desde Italia, para venir en Baviera, se ha de pasar por Trento; y de allí a Insprug hay un camino, y desde Insprug, para entrar en Baviera, hay dos. El uno por el río abajo viene a Kopfstain, una villa cerrada y fuerte de Tirol, para entrar en Baviera; el otro es más alto hacia Suevia, el cual va por un valle, y a la boca de este valle está un castillo harto fuerte, que cierra la salida de él, y esta es la otra entrada en Baviera. Luego está Fiesen, villa del cardenal de Augusta, donde se había señalado y hecho muestra la gente del regimiento de Alipeando Madrucho, que era de su coronelía, y de la del marqués de Mariñan, que eran los dos de cuatro coroneles tudescos que el Emperador señaló. Después de Fiesen está Queinten, villa imperial de las primeras luteranas, y ambas a dos de la Jesica de Augusta. Y aquí fue donde primero acudieron, pareciéndoles que, cerrando este paso, no pasaría la gente de Italia, que era lo que más les importaba, y así con catorce mil o quince mil hombres, y mil caballos, llevando por capitán a Sebastián Xertel, que primero fue alabardero del Emperador, y cuando el saco de Roma, tabernero, y después, en la guerra de San Desir, preboste de justicia en los alemanes de Su Majestad, con lo cual se había hecho tan rico, que ya era de los principales de Augusta, y por tal fue elegido por capitán general de esta jornada, y después lo fue en toda la guerra de la infantería que las villas daban para ella. Así que ellos, con este campo, llegaron a Fiesen, la cual Xertel tomó sin contradicción alguna, y yendo sobre la Chusa, se le entregó sin esperar golpe de cañón. Alguna culpa echan al capitán del castillo. Estaban cerca de allí cuatro o cinco mil alemanes de los de Madrucho, y del marqués de Mariñan, porque los demás estaban en Ratisbona, asistiendo en la guarda de Su Majestad. Estos mostraron gran voluntad de combatir, mas los coroneles no lo consintieron por ser la ventaja tan conocida; y aunque no lo fuera, no era cordura aventurar la empresa por lo que se ganaba en deshacer la gente de Augusta, pues les quedaban a los enemigos otras fuerzas muy mayores. Y así, los alemanes de Madrucho, se vinieron, por mandado del 241
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Emperador a alojar junto a Ratisbona, y lo mismo hizo Jorge de Renspurg, que había hecho su coronelía cerca de las tierras de Ulma. Luego que los de Augusta tomaron la Chusa, caminaron derechos a Insprug con intención de tomarle, que fuera empresa tan importante, si le acabaran, que pudieran acabarlo demás, porque puestos allí, eran señores de los dos caminos que dije que entran de Tirol en Baviera, y también lo fueran del que viene de Italia y Trento hasta Insprug, de manera que cerraban y señoreaban todas aquellas partes por donde al Emperador le podían venir dineros y gente, mas los de Insprug, que tenían a cargo el gobierno de la tierra, proveyeron tan bien lo que convenía, que los enemigos no llegaron allá con cuatro leguas, porque en seis o siete días se juntaron diez o doce mil hombres, y metiéndose con Castelalto, y parte de ellos dentro, los herejes desesperaron de la empresa. Y así se retiraron, dejando proveída la Chusa y Fiesen. Este Castelalto era un coronel de los más antiguos de Alemaña, vasallo del rey de romanos, el cual después, andando la guerra más adelante, tornó a cobrar a Chusa. Ya en estos días comenzaba a caminar la gente que el Papa enviaba, y ni más ni menos los españoles de Lombardía; y los de Nápoles se habían embarcado en la Pulla, y venían a desembarcar en tierra del rey de romanos, que es junto a la de venecianos, en una villa que se llama Fiume en la Dalmacia, y de allí por Carintia y Stiria habían de venir a Salesburg, y de ahí a Baviera. Los herejes volvieron a Augusta muy descontentos por no haber tomado a Insprug, que fuera para ellos de harta importancia, y mucho más, si cuando de Augusta salieron vinieran derechos a Ratisbona, porque hallaran al Emperador tan sin gente, que el más seguro remedio que tuviera Su Majestad era irse por el Danubio abajo fuera de Alemaña, porque entonces no estaban juntas las coronelías de Madrucho y Jorge, y los españoles de Hungría acababan de llegar, y eran pocos, pues no llegaban a tres mil. Valió el nombre del Emperador por un gran ejército, para que los enemigos no se atreviesen; hízolo esto, y principalmente Dios, cuya era esta causa. Tampoco tenía artillería, que esperaba la de Viena. Así que todo estaba tan desproveído, que si los herejes acudieran, ellos acabaran la empresa sin contradición alguna. Este fue el primer yerro que hicieron; pero, ¿qué maravilla era errar en la guerra, los que contra Dios y su príncipe erraban?
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- IX El duque de Sajonia y Lantzgrave escriben al Emperador. -Júntase el campo luterano y el número a que llegaba. En este tiempo el duque de Sajonia y Lantzgrave escribieron una carta al Emperador, la suma era: Que ellos habían entendido que Su Majestad quería castigar algunos rebeldes y deservidores suyos, que deseaban mucho saber quiénes eran, porque se ponían en orden para servir a Su Majestad y que por ventura, si Su Majestad tenía algún enojo en ellos, y si contra ellos era la armada que mandaba hacer, que ellos estaban aparejados a dar la satisfacción que quisiese. No respondió el Emperador a esta carta, porque no responder a ella era darles la respuesta más cumplida que su insolencia merecía. Ya cuando ellos esto escribieron, estaban juntos, dando orden en acabar de recoger el campo, del cual cuando enviaron esta carta tenían en pie una parte muy grande, y habían enviado a todas las villas de la liga y señores, por la gente que cada uno había ofrecido. Por otra parte, Sebastián Xertel había salido de Augusta con toda la gente que llevó a la jornada de Insprug, y vino a Tonabert, que es seis leguas de Augusta y catorce de Ratisbona, el Danubio arriba, un lugar tan importante como su nombre significa, que quiere decir defensa del Danubio. Es ciudad imperial, pocos años antes hecha luterana, y de la liga. Aquélla tomó Xertel, entrándose en ella, como en lugar de su mala secta y opinión, y allí esperaba para juntarse con la gente de Sajonia y de Lantzgrave. Tenía, estando en Tonabert, gran aparejo para las cosas que tocaban a los de Augusta, porque allí era señor del río Lico, que es el que pasa por ella, y divide a la Baviera de Suevia. También tenía el Danubio, por donde le venían las vituallas de Ulma y de Viertemberg. De manera que el oficio era harto suficiente para alojarse en él un gran ejército, con las cosas que para él son necesarias. Poco después que el campo que con Xertel estaba se había alojado en Tonabert, llegaron el duque de Sajonia y Lantzgrave con el suyo, de manera que todo se vino a hacer un poderosísimo ejército, el cual se había recogido de todas las ciudades de la liga, y señores que entraban en ella. HalIábanse más de cien mil infantes y quince mil caballos, y el que menos dice, es don Luis de Avila, a quien casi en todo sigo, como a testigo de vista tan calificado, y pone de setenta a ochenta mil infantes y nueve o diez mil caballos, y cien piezas de artillería. En los estandartes que cada ciudad o príncipe luterano traían, estaban las letras siguientes:
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-XLas letras que los luteranos llevaban en sus estandartes. En el estandarte de Lantzgrave, que era el general de este ejército, decía: Iam securis ad radicem arboris est: omnis igitur arbor non faciens fructum, bonum, excidetur, et ignem coniicietur. «Ya está puesta la hacha a la raíz del árbol: porque todo árbol que no diere fruto, se ha cortar y echar en el fuego.» En otro del mesmo: Si Deus pro nobis, quis contra nos? «Si Dios es nuestra ayuda, ¿quién podrá contra nosotros?» En las bandas de infantería: In libertatem, vocati estis fratres. «Hermanos, llamados sois para ser libres.» En otra: Pugna pro patria. «Pelea por la patria.» En otra: Verbum Domini manet in aeternum. «La palabra del Señor permanece para siempre.» En otra: In verbo tuo, Domine, laxabimus tela. «Señor, confiados en vuestra palabra lanzaremos nuestros tiros.» En otra: Voe vobis Scriboe et Pharisoei. « ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!» En otra: Generatio praba et adúltera. «Generación perversa y adúltera.» En otra: Progenies viperarum, quis vos liberabit a ventura ira? Que es: «Generación de víboras, ¿quién os librará de la ira que sobre vosotros ha de venir?» En otra: Noli timere pusille grex: «No temas, pequeño rebaño.» En otra: Deponet potentes de sede, et exaltabit humiles. «Quitará de la silla los muy poderosos, y ensalzará los humildes.» En otra: Non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam. «No a nosotros, Señor, sino a vuestro nombre dad la gloria.» En otra: In nomine Iesu omne genu flectatur. «Arrodíllense todos al nombre de Jesús.»
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En otra: Domi ne libera populum tuum. «Señor, librad vuestro pueblo.» En otra: In te Domine speravimus non confundemur. «No seamos confundidos, pues en vos, Señor, esperamos.» En otra: Malos male perdet. «Destruirá muy mal a los malos.» En otra: Ecce Babylon cadet, civitas illa magna: in quo miscuerunt nobis, miscebimus illis in duplum. «Mirad que ha de caer la Babilonia, aquella gran ciudad: pagarles hemos al doblo en los mismos males que nos hicieron.» En otra: Qui non intrat per ostium, fur est et latro. «El que no entra por la puerta ladrón es.» En otra: Oves meae vocem meam audient. «Mis ovejas oirán mi voz.» En otra: Perfice Domine, opus quod eoepisti in nobis. «Perficionad, Señor, la obra que en nosotros comenzastes.» En otra: Ideo affligimur, quia credimus, in Deum vivum. «Aflígennos porque creemos en Dios vivo.» En otra: Gratias nos persequuntur. «De gracia nos persiguen.» En otra: Parce illis Domine, quia nesciunt quid faciunt. «Perdonadlos, Señor, que no saben lo que hacen.» En otra: Ab Aquilone veniunt liberatores tui. «Del Septentrión vendrán tus libertadores.» En otra: Venite, eamus, et occidamus bestiam magnam coccineam. «Venid y vamos a matar aquella gran bestia vestida de grana.» En otra: Mater scortationum, et abominationum peribit. «Ha de perecer la madre de las lujurias y abominaciones.» En otra: Domine, in nomine tuo salvum me fac. «Salvadme, Señor, en vuestro nombre.» En otra: Domine, ostende mane potentiam tuam. «Mostrad agora, Señor, vuestra potencia.» En otra: Miserere Domine, populi tui quem redemisti. Que es: «Doléos, Señor, del pueblo que redimistes.»
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En otra: Excidamus qui nos conturbant. «Echemos de la tierra a los que nos perturban.» En otra: Venient plagae tuae, meretrix, peribis cum scortationibus tuis. «Vendrán tus plagas, ramera, has de perecer con tus lujurias.»
- XI Prosperidades de los luteranos Con blasones tan soberbios y arrogantes traían los herejes luteranos sus banderas y estandartes, a los cuales se podía responder con la mesma Sagrada Escritura, que ellos prevaricaban, Ex ore tuo te judico, serve nequam: «Por tu propria boca te condeno, mal siervo.» Hablan soberbios como multitud, y presto los humilló el Señor, a quien ellos ciegamente ofendían. Para resistir a esta gran potencia no se hallaba el Emperador en Ratisbona con más gente de la que tengo dicha, ni otra artillería sino diez piezas que había tomado a la ciudad prestadas, porque la que esperaba no era venida de Baviera. Las nuevas que tenía de su gente, eran que Jamburch tenía hecha su coronelía en la montaña negra, que los alemanes llaman Juareybalt, que con grandísima dificultad podía pasar, porque el camino era por tierra de Ulma, poderosísima ciudad, y enemiga, y por Vitemberg, el más poderoso príncipe de la liga, y que por esto les convenía hacer un rodeo muy grande, viniendo cerca de Constancia, por el lago de ella, y después por Tirol, camino menos peligroso que este otro, mas muy largo. También tenía nueva que los españoles de Nápoles eran embarcados, y que ya venía la gente del Papa, y que los españoles de Lombardía comenzaban a caminar, y el príncipe de Salmona, capitán de la caballería ligera, venía asimismo con seiscientos caballos ligeros, y que la artillería de Viena que por el río arriba venía con barcas, comenzaba a caminar. Todas estas eran cosas que se esperaban, y nada se tenía más del enemigo cerca, con la potencia que he dicho, y las cosas del Emperador pedían tiempo y no todas podían venir a una, y el lantzgrave y Sajonia, si con su gran ejército y sin contradición alguna podían venir a Ratisbona, y hallaran al Emperador con diez, y a lo más, doce mil hombres, y muy poca artillería, y menos vituallas, y la villa no muy fortificada, y los vecinos de ella más enemigos que amigos, pues eran los más luteranos, y aunque el lugar fuera fuerte y seguro, era cosa indigna de la majestad y grandeza de Carlos V dejarse sitiar, no teniendo otro socorro, sino la gente que esperaba. Al parecer de los que lo vieron y sabían la disposición de las cosas, si los herejes vinieran a ellos, sacaban de Ratisbona al Emperador, y sacándole de ella, le sacaban de
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Alemaña. Y fuerales muy fácil el venir, porque no dejaban a las espaldas cosa que los pudiera ofender, si no era una bandera de infantería que estaba en Rain, que es una villa del duque de Baviera, una legua de Tonabert, y dos banderas de infantería que estaban en Ingolstat, con don Pedro de Guzmán, caballero de la casa de Su Majestad. Y aunque había allí gente, el duque de Baviera había en ellos poca demostración de querer dañar al enemigo. Finalmente, ellos dejaron de hacer una empresa muy acabada, y este fue el segundo yerro y muy importante que ellos hicieron, no venir desde Tonabert a juntarse derecho a Ratisbona. Más, ¿cómo es posible acertar los que, contra Dios y contra su rey se atreven? Fueron sobre Rain, el cual se les rindió sin esperar batería, dejando salir la gente que estaba dentro con sus banderas y armas, y sin hacer algún daño en ella, pusieron otra bandera dentro, y de ahí vinieron sobre Nemburg, donde asentaron su campo. La villa estaba por ellos, porque era del duque Oto Enrique, primero de los duques de Baviera, y del conde Palatino, que eran luteranos. El lugar es fuerte, y con puente sobre el Danubio, tres leguas de Tonabert y tres de Ingolstat.
- XII El rey de romanos y duque Mauricio entran por las tierras del enemigo de Sajonia. -Bando del Imperio. Qué cosa sea. -Error del campo de los herejes. -Pirro Colona, valeroso capitán. -Sale el Emperador en campaña, y orden en que se pone. Determinación animosa del César: o morir o vencer. -El duque y Lantzgrave envían una carta al Emperador, y lo que respondió el duque de Alba a los que la traían. -Gente escogida que llegó de Italia al campo imperial a diez de agosto. -Pasa el Emperador el río, y pónese a la banda del enemigo. Cuidado y temor del enemigo por ver al Emperador de la banda del río por donde él iba. Semblante que mostró el campo imperial en una arma falsa. -Cuidado del Emperador en mejorarse en los alojamientos. -Orden que tuvo el campo imperial marchando. -Hacía el Emperador oficio de general y capitán cuidadoso. -El duque de Alba reconoce a Ingolstat. Ya el rey de romanos era partido de Ratisbona para Praga, donde él y el duque Mauricio de Sajonia se habían de concertar por orden del Emperador para entrar en tierra del duque de Sajonia elector. Este duque Mauricio es uno de los duques de Sajonia, porque según la costumbre de Alemaña, todas las casas se reparten entre los linajes de ellas con el mismo título y nombre de la casa principal y cabeza, de suerte que puede haber tres y cuatro duques y archiduques, y este Mauricio, ya que luterano, fue siempre enemigo del duque de Sajonia, su pariente, si bien al
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tiempo que esta guerra se comenzó, estaban en paz. Mas después de comenzada, el Emperador puso el bando del Imperio, al duque de Sajonia y al Lantzgrave, como rebeldes. Este bando del Imperio es dar las tierras de los rebeldes a todos los que quisiesen tomar parte en ellas, y así, el rey de romanos y el duque Mauricio se juntaron para tomar el estado de Sajonia, el cual les venía muy a propósito, porque confinan todas las tierras de él con las suyas. En este tiempo llegó aviso al Emperador, que los enemigos determinaban de tomar Lacuet que es una villa del duque de Baviera, puesta en el camino de Ratisbona para Insprug, que era aquel mismo paso por donde se esperaba la gente que había de venir de Italia y de la Selva Negra, y no había otro por estar tomado el de la Chusa; y si esto ellos hicieran después de la empresa de Ratisbona, no podían hacer cosa más acertada, porque puesto allí (lo cual fácilmente pudieran hacer) dejaban al Emperador encerrado en Ratisbona; y poníanse en parte que ninguna gente de la que el Emperador esperaba (aunque salieran de Tirol) pudieran llegar a Ratisbona, porque los españoles y los italianos habían por fuerza de venir allí, y ni más ni menos los alemanes de la Selva Negra que traía Zamburc, y después de esto pudieran dejar aquel lugar fortificado y proveído, y volverse sobre Ratisbona, a donde haciendo ellos esto, pudiera ser que estuvieran los negocios del Emperador en ruines términos, y por esto él acordó de ponerse a peligro tan evidente, y con su persona ir a defender aquella tierra a la cual se enderezaba toda la fuerza de los enemigos. Y dejando en Ratisbona cuatro mil tudescos y una bandera de españoles, y artillería y municiones, que todo era venido ya de Viena, y dando el cargo de ella a Pirro Colona, aquel escogido capitán que con tanto esfuerzo defendió a Cariñano, el Emperador con el resto del campo, partió para Lancuet, donde llegó en dos alojamientos, y alojando el campo, él no quiso alojar en la tierra, sino fuera de ella. Allí determinó de esperar a los enemigos, y la infantería que de Italia había de venir, si pudiese llegar antes que ellos. La nueva de la venida de los enemigos cada día crecía, y se sabía que habían pasado de Ingolstat, demás de las dos banderas que allí estaban, y de la gente que el duque allí tenía, que era el mayor número, docientos arcabuceros italianos; mas los enemigos pasaron sin hacer ni recebir daño, porque la gente del duque de Baviera, aunque estaban declarados por servidores del Emperador, no se habían dado por enemigos de los otros. Sabiendo el Emperador la nueva, no hizo otra provisión, sino enviar todos los soldados, que esperaban gente que les hiciese hacer conveniente diligencia, én entre tanto eligió una plaza aparejada para combatir con los enemigos cuando viniesen, porque esto era lo que él tenía determinado hacer, pues no lo haciendo se les había de dejar Alemaña en su poder pacíficamente; lo cual no quería el Emperador que fuese así, porque 248
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muchas veces le oyeron decir, hablando en este terrible guerra, que muerto o vivo, él había de quedar en Alemaña; y así, con este determinación, esperó allí a los enemigos, con los cuales pudo tanto la persona y nombre de este gran príncipe, que sabiendo ellos que Ratisbona estaba razonablemente proveída, y él puesto en parte donde ya ellos no podían quitalle la gente que le venía sin pelear con él, y sabiendo que él estaba determinado de hacello, acordaron de parar, estando ya seis leguas del Emperador, y así campeando Minique e Ingolstat se entremetieron en estos días. El duque de Sajonia y Lantzgrave, enviaron un paje y trompeta al Emperador; el paje traía una carta puesta en una vara, como es la costumbre de aquella tierra, que cuando uno hace guerra a otro, le envía una carta puesta así, notificándosela. Estos fueron llamados a la tienda del duque de Alba, capitán general del campo imperial, el cual les dijo que la respuesta de aquello a que venían había de ser ahorcarlos, mas que su Majestad les hacía merced de las vidas, porque no quería castigar sino a los que tenían la culpa de todo, y así los dejaron volver dándoles impreso el bando que el Emperador había dado contra sus amos, por que ellos mismos se lo llevasen. No curó el Emperador de ver la carta, que según se dijo, venía llena de desvergüenzas y blasfemias contra Su Majestad y contra la Santidad del Papa, que en esto Lantzgrave y todos los luteranos eran escogidos maestros de libertades, como lo es toda la gente baja. La infantería italiana llegó a Lancuet casi en este tiempo a 10 de agosto. La cual era una de las hermosas bandas que se había visto salir de Italia; serían diez o once mil infantes, seiscientos caballos ligeros. De todo venía por capitán el duque Octavio Farnesio. Vinieron docientos caballos ligeros que enviaba el duque de Ferrara. También llegaron en estos días los españoles del Lombardía, muy excelentes soldados, y ejercitados en gravísimas jornadas de guerra, casi siempre vencedores en ellas. Poco después de ellos, llegaron los de Nápoles, soldados muy viejos muy buenos, de manera que estos tres tercios eran la flor de los soldados españoles, y ya los alemanes de Jamburg, hechos en la Selva Negra, habían llegado, los cuales, aunque habían rodeado, no dejaron de pasar muchos pasos, peleando con los enemigos que por todas aquellas partes aún tenían gente para poderlo hacer y impedirles el camino. Con esto, el campo imperial tenía forma de ejército, porque tenía el Emperador, con los que estaban en Ratisbona, diez y seis mil alemanes altos, que aún eran veinte mil de paga, por las cuentas que suele haber entre las infanterías, que daban estos; había cerca de ocho mil españoles y diez mil italianos; habían venido seiscientos caballos del marqués Juan de 249
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Brandemburg por Bohemia; el marqués Alberto tenía hasta ochocientos caballos, el maestro de Prusia docientos, porque otros que hubo el marqués Alberto y suyos, y del archiduque, que serían tres mil y quinientos o cuatro mil caballos, aún no eran llegados al reino, el cual era defendido con gente de los enemigos, de manera que el Emperador, con la gente que había traído de Flandres, y con los de su corte y docientos caballos del archiduque, tenían dos mil caballos armados y mil caballos ligeros, muy escogidos todos ellos, y la infantería de la mejor que el Emperador jamás había tenido. Después que todo esto fue junto, partió el Emperador de Lancuet y fue a Ratisbona, por tomar su artillería y la gente que había dejado, y desde allí salir en busca de los enemigos. Llegado a Ratisbona, mandó poner en orden treinta y seis piezas de artillería, parte de ellas de batería y parte de campaña, y dejando tres banderas en guarda de la artillería, se partió con todo el campo la vía de Ingolstat, que era por donde los enemigos andaban. Había desde Ratisbona a Ingolstat nueve leguas; éstas se repartieron en cuatro jornadas y así el primer día anduvo tres leguas y el otro día dos y media, y alojóse con el campo en un lugar sobre el Danubio llamado Nenstat, a 18 de agosto. Allí había un puente sobre el mismo lugar en la ribera, y demás de esta mandó el Emperador echar otras dos hechas de las barcas que traía en el campo para estos efetos, porque determinaba Su Majestad de pasar con toda presteza por allí el río. Estando entendiendo en esto, vino nueva y aviso que el duque de Sajonia y el lantzgrave, con todo su campo, por la otra banda del Danubio, tomaban el camino de Ratisbona. El Emperador envió cuatrocientos arcabuceros españoles a caballo, y dos banderas de tudescos, los cuales pusieron tan buena diligencia, que aquella noche, como el Emperador les mandó, entraron en Ratisbona. La cual con esto estaba ya segura, porque si los enemigos no venían sobre ella, no era menester más gente, y si venían, ésta bastaba hasta que el Emperador llegase a socorrellos. Lo cual se pudiera muy bien hacer, por estar el Danubio en medio de los dos campos; mas ellos, avisados que había en Ratisbona suficiente recado, y temiéndose de que el Emperador quería pasar el río, y les podría tomar las espaldas y quitar las vituallas, habiendo llegado a Ratisbona. dieron la vuelta hacia Ingolstat, dándose mucha priesa a salir de los bosques y pasos estrechos donde se habían metido; en los cuales fue opinión que si advirtiera, se les podía hacer gran daño; mas el no haber en el campo imperial quien supiese los pasos de aquella tierra, y haber ellos hecho diligencia en salir de ellos, lo estorbó. Con todo, se enviaron algunos arcabuceros españoles y caballos ligeros; mas ya llegaron a tiempo que los enemigos habían salido a lo raso, así que no sirvieron de más que traer lengua de que los enemigos caminaban la vía de Ingolstat, aunque a mano
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derecha. Pasó el Emperador la ribera y alójose con su campo en un valle cerca del río. Este alojamiento estaba dos leguas de Ingolstat. El haberse pasado con la diligencia que digo de la otra banda del río, fue de grandísima importancia, porque demás de hacer al enemigo que anduviese con cuidado recogido, y no tan señor de la campaña como había andado, fue ponerle en otro mayor, y temor de que se llevaba determinación de combatir con él cuando el lugar y la ocasión lo pidiesen. Allí se fortificó el campo imperial de una trinchea pequeña, porque el lugar donde el duque de Alba lo había alojado estaba tan bien extendido que no se requería mayor. Allí se tuvo una arma, aunque no salió verdadera. Púsose el campo imperial en orden con tan buen semblante, que se vio la buena voluntad que tenían de venir a las manos y combatir con el enemigo. Al cabo de los dos días partió de aquí el Emperador, teniendo nueva que los enemigos se habían alojado de la otra parte de Ingolstat seis millas, porque fue tanta su diligencia para tomar aquel alojamiento, que se pusieron en él un día antes que el Emperador saliese del suyo. Convenía mucho que el Emperador fuese con diligencia a Ingolstat, por no dejar aquella tierra en peligro que los enemigos la pudiesen tomar. Porque desde ella podían dar fácilmente grande estorbo, para que Maximiliano Egmondio, conde de Bura, con la gente que traía de Flandres, no se juntase con el Emperador, o ya que no la tomasen, que no se viniesen a entrar en un alojamiento que estaba entre ella y el alojamiento de donde el Emperador partía. Mas antes que el enemigo partiese, habiendo el Emperador considerado cuánto importaba, estando ya tan vecino a los enemigos, alojarse siempre superior de ellos, mandó que se visitase dos alojamientos, el uno a una legua grande de Ingolstat, que es el que tengo dicho, y estaba en el mismo camino, y el otro junto a Ingolstat de la otra banda, porque conviniendo tomar el que estaba más cerca de la villa, antes que el campo imperial arrancase del que tenía, llevaba intención a estos dos, para que no pudiendo ocupar el de junto a Ingolstat, se alojasen en este otro. Y por esto, el día antes había enviado a Juan Bautista Gastaldo, maestre de campo general; para que particularmente tuviese reconocidos los dos alojamientos, y él, con la mayor diligencia que pudo, otro día de mañana, a 25 de agosto, partió con todo el campo. El cual iba repartido en esta forma: Los caballos, que eran tres mil lanzas, en tres escuadrones, el uno de mil caballos, que llevaba Maximiliano, archiduque de Austria, príncipe de Hungría. El otro, de otros tantos, llevaba el príncipe de Piamonte. Los otros mil llevaba un hijo del duque de Branzuic. Los otros mil y quinientos caballos del Papa y señores de Italia, llevaban sus proprios capitanes. Repartíase todo el ejército 251
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en tres partes, en vanguardia y retaguardia y bagaje; la artillería y bagaje iban a la mano izquierda, a la banda del rio; la caballería, a la derecha, y en medio, la infantería; primero de la avanguardia corrían mil y quinientos caballos ligeros, asegurando y descubriendo el campo. Tras estos iba la vanguardia, que llevaba el duque de Alba, en esta manera: diez mil alemanes, y a la mano derecha el príncipe Maximiliano con sus mil caballos; a la mano izquierda, una vez los españoles y otra vez los italianos, según les tocaba. Tras la avanguardia se seguía la artillería y bagaje a la parte del río, con el escuadrón de caballos que llevaba el príncipe de Piamonte, y con éstos andaba el Emperador, porque en este escuadrón se comprendía la caballería de la corte, y el Emperador andaba siempre con cinco caballos en los cuales andaban cinco pajes a cuerpo, y llevaban la bandereta de tafetán colorado, que era como la seña y guión para ser conocido Su Majestad. El cual no sosegaba mirándolo todo, cuándo la vanguardia, y cuándo la retaguardia. Tras éstos se seguía la retaguardia, que llevaba el mismo orden de la avanguardia, con el otro escuadrón de caballos. Caminando el Emperador con este orden, llegó al primer alojamiento de los dos que dije, y allí comió un poco, en tanto que la batalla caminaba, porque la vanguardia, ya estaba cerca, y de allí, tomando el duque de Alba consigo veinte caballos, llegó a Ingolstat, y miró el otro alojamiento, que estaba junto a él muy particularmente
- XIII Escaramuzan una banda de caballos y arcabuceros españoles con los enemigos. -Llegó voz al campo que el enemigo venía a dar la batalla. -Alójase el Emperador. -Arrogante presunción del enemigo. -Fuerte alojamiento del enemigo. Este día, por orden del Emperador había enviado el duque de Alba al príncipe de Salmona y a don Antonio de Toledo para que, con parte de la caballería ligera y docientos arcabuceros españoles a caballo, reconociesen los enemigos, con los cuales tuvieron una muy reñida escaramuza, habiendo salido los enemigos a ella tan fuertes como es costumbre entre alemanes. Mas siendo esta escaramuza por los unos y los otros retirada, se tornó por otra parte a comenzar, y de nuevo tornaron a ella, y los enemigos salieron tan acrecentados y fuertes, que llegó aviso al Emperador que el enemigo con todo
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su campo venía a combatir con el suyo, y así mandó luego el Emperador que se pusiesen en orden, y mandando al duque de Alba que de punto en punto le avisase del proceder de los enemigos, él volvió al lugar donde había mandado afirmar la vanguardia, y la batalla, que era en el alojamiento que tengo dicho, que estaba en el mesmo camino que los imperiales traían, escogiendo allí puesto y sitio a propósito para combatir. Puso la infantería en lugar conveniente, y la artillería y gente de a caballo en sus proprios lugares, y así estuvo esperando la venida de los enemigos, que se entendió, según la muestra y semblante, que querían combatir. Pareciéndole al Emperador que ya era algo tarde, y que pues los enemigos no habían dado muestra de combatir, ya no lo harían, quiso caminar. Mas el duque le envió a decir que se afirmase, porque tenía aviso que los enemigos habían dado muestra de querer combatir; mas de ahí a un rato envió a decir que Su Majestad podía caminar, porque el semblante de los enemigos había parado en recogerse dentro de su alojamiento. Este variar fue en algo causa del partir tarde; mas viendo el Emperador cuánto más se aventuraba en esperar a llegar otro día, que no en llegar tarde aquella noche, y cuánto se daba a los enemigos en darles una noche y parte de otro día de espacio para mejorarse de alojamiento, y que habían errado en no estorbarle el paso, llegó con su campo, aunque algo tarde, a su alojamiento, el cual era de la otra banda de Ingolstat, hacia los enemigos, teniendo la villa a las espaldas y a la mano izquierda el Danubio, y un pantano a la mano derecha, y a la frente la campaña. Estas dos partes hizo cerrar el duque de Alba aquella noche, y puso tanta diligencia, que antes que viniese el día, dejó la mayor parte del campo cerrado. No hicieron los enemigos estorbo alguno, que ellos estaban tan fiados en su multitud y ánimos que cualquier tiempo les parecía aparejado para acabar la empresa. Mas estos son los que más presto mueren. Y ansí, con esta confianza Lantzgrave había prometido a toda la liga que dentro de tres meses él echaría al Emperador de Alemaña o le prendería. A las cuales palabras dieron tanto crédito las ciudades, y señores de ellas, que como cosa hecha venían y daban más de lo que les pedían; y con esto se hizo tan poderoso ejército, que tuvo más de ciento y treinta piezas de artillería y munición infinita. Pero ellos, aquella noche, estuvieron quedos, sin hacer más diligencia de traer algunos caballos por la campaña. Estuvo otro día el Emperador en aquel alojamiento proveyendo lo necesario contra lo que los enemigos podían hacer. Los cuales aquel día no hicieron movimiento alguno, Otro día siguiente se fue a reconocer su 253
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alojamiento de ellos que, como tengo dicho, estaba a seis millas pequeñas del imperial, en lugar fortísimo, porque por la mano derecha y por la frente tenían un río hondo y un pantano, lo cual todo era guardado de un castillo que sobre el río estaba asentado por las espaldas de un bosque muy grande y espeso, y por el otro lado de una montañita, donde ellos tenían puesta toda la artillería. Hubo, al reconocer, una ligera escaramuza. Otro día pusieron los enemigos su caballería e infantería en escuadrones y sacáronla en raso. Pensóse que era para venir contra los imperiales; más no fue sino para tomar la muestra de toda su gente, la cual, después de tomada, la redujeron a su alojamiento. Otro día después, se levantaron de allí y vinieron a alojarse a tres millas del campo imperial, en un alojamiento fuerte, que era sobre unas montañuelas, las cuales, aunque tenían el agua un poco lejos, había pensado el Emperador de las tomar, porque estando más cerca del enemigo, le parecía que podía haber más aparejo de dañalle. La disposición de este alojamiento era tal, que el mismo sitio le ayudaba a defenderse.
- XIV Don Álvaro de Sandi y el capitán Arce saltean y maltratan al enemigo. -Sentían los herejes las malas noches que los imperiales les daban tocándoles arma. Aquella misma noche que los enemigos se alojaron allí, el duque de Alba, habiéndolo consultado con el Emperador, envió a don Álvaro de Sandi y a Arce con mil arcabuceros, dándoles orden de lo que habían de hacer, y guías que sabían bien la tierra. Ellos se partieron, y atravesando por unos bosques, dieron en el alojamiento de los enemigos a la una o las dos después de medianoche, y degollando las centinelas, dieron en el cuerpo de guardia, donde mataron más de cuatrocientos de los enemigos, sin perder más que dos, que por yerro fueron muertos de sus proprios compañeros. Duró el matar y dar en ellos, hasta que todo el campo se puso en arma, y así se volvieron, habiéndoles dado un buen sobresalto y bravísima arma, sin pérdida de más de los que dije, que con la oscuridad de la noche se tuvo por cierto que los compañeros los habían muerto. Y aun del uno se dijo que tenía ganado un estandarte.
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Desde los 27 de agosto hasta los 29 no los dejaron sosegar en su alojamiento, y porque los acometían de noche con encamisadas, los llamaban en su lengua traidores, y llevaban muy mal estas malas noches que les daban. El duque Octavio Farnesio, con Joan Bautista Sabello, capitán de la caballería del Papa, y Alejandro Vitello, capitán de la infantería, habían concertado de dar con su gente una muy mala noche a los enemigos, y ansí se comenzó a poner en orden otro día; mas los enemigos, teniendo el mismo pensamiento, habían ocupado cierto lugar en un bosque, en el cual pensaba el duque Octavio hacer su hecho, y los enemigos comenzaron dando en unos sacomanos del campo imperial que estaban en un casal cerca del bosque, y ansí aquel día hubo una escaramuza, que aunque no salió como se había ordenado, fue buena, y los enemigos recibieron daño de los arcabuceros que con Alejandro estaban, y los acometieron, y de una parte y de otra hubo algunos muertos y presos.
- XV Acércanse los campos a tres millas. -La mucha artillería que el enemigo tenía, y gran aparato de guerra. Estaban ya los campos a tres millas uno de otro, y no había en medio de ellos sino un pequeño río, el cual por muchas partes se pasaba, y estos pasos estaban los más de ellos muy más cerca de su campo que del imperial, de manera que las escaramuzas no podían hacerse sin que la una de las partes pasase a esperar. Estando, pues, los dos campos en estos términos, y el Emperador pensando la manera que habría para dañar al enemigo, porque ya estaban los campos tan cerca que levantándose de allí o no levantándose convenía hacello, y teniendo respeto a que era menester gran artificio para moverse del alojamiento, por ser tan inferiores, y los enemigos muy superiores en el número de la gente y mucha artillería, estábanse quedos los imperiales, fatigando los enemigos con las encamisadas y escaramuzas. Visto por Lantzgrave este daño, y que corría peligro de los bastimentos para su ejército, porque el marqués de Mariñano había hecho un bergantín en cierto río y puesto en él una compañía de arcabuceros, y corriendo el río, él tomaba las provisiones que se llevaban al campo de los herejes. Luego que a Lantzgrave llegaron catorce banderas de infantería, que serían siete mil hombres, a los 30 de agosto, se levantó muy en orden y comenzó a
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caminar en amaneciendo, llevando la artillería, la cual ellos podían traer muy bien, por ser toda aquella campaña muy abierta y desembarazada, y era tanta la artillería y munición, que llegaban a ciento y treinta tiros de bronce, y ochocientos carros de balas y pólvora, ocho mil rocines para carretear esta gran machina, trecientas barcas para hacer puentes, seis mil gastadores o azadoneros, sin esta multitud de provisiones, oficiales y ministros para gobernallas. Venían los quince mil caballeros y ochenta mil infantes (aunque otros dicen más), todos muy bien armados y con tanta voluntad de pelear como si conquistaran la casa santa de Jerusalén. Cuando amaneció, había esta infinita gente pasado el río que tengo dicho, y caminaron derechos la vuelta del campo imperial. Dióse aviso al Emperador, y luego subió en un caballo, mandando poner el campo en orden; halló al duque de Alba a las trincheas, que estaba proveyendo lo que convenía, las cuales trincheas no estaban tan altas como el primer día que se hicieron, porque con haberse labrado más en ellas a la gente que salió del campo pasaba sobre ellas, y así estaban bajas y desbaratadas.
- XVI Orden en que venía el campo enemigo. -Había prometido Lantzgrave a las ciudades rebeldes de prender o matar o echar fuera de Alemaña al Emperador. -Pónese en orden el campo imperial para esperar al enemigo. -Pareceres diferentes sobre dar la batalla al Emperador. Quieren ojear con la artillería y sacar de su alojamiento al Emperador. -El peligro en que se ponía el Emperador, visitando y reconociendo su campo. Ya el día 30 de agosto era claro, y una niebla que había comenzado había esclarecido, y así se podía mejor ver el orden que los luteranos traían, el cual era éste. Ellos venían en forma de luna nueva, porque la campaña extendidísima y llana daba lugar para poderse ver todo. A su mano derecha traían el pantano que estaba a la izquierda del campo imperial, el cual era hacia el Danubio, y por esta parte venía un escuadrón de gente de a caballo grosísimo, acompañando ocho o diez piezas de artillería. A la mano izquierda de aquél, un poco apartado, venía otro escuadrón de caballos, también muy grueso, acompañando otras veinte piezas de artillería. Y de esta manera traían toda su caballería, la cual venía repartida en escuadrones, y acompañando la artillería que venía extendida por la campaña como los caballos, y no caminaban en hilera, sino a la par, porque juntamente pudiesen tirar las piezas que quisiesen o pudiesen, y con este concierto sacaron toda su artillería y caballería. Y toda la infantería venía con mucho concierto, toda puesta en escuadrones detrás de sus caballos. 256
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Veíase muy bien la infantería por los grandes y anchurosos espacios que había entre los escuadrones de la gente de armas. De esta manera venía el lantzgrave a cumplir la palabra que había dado a las villas de la liga, de vencer y prender al Emperador, o procurar, con todas veras, echarlo de Alemaña. Ordenóse el campo imperial para combatir conforme a los cuarteles como estaban alojados: los españoles estaban a la frente del enemigo y tenían el pantano a la mano izquierda; luego, junto a ellos, a la mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de Jorge, con una manga de arcabuceros españoles; luego estaba dando vuelta hacia ella derecho, la más de la infantería italiana, porque alguna parte de ella se había recogido en el fuerte que se había hecho dentro del pantano. Luego, tras ellos, siempre siguiendo la mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de Madrucho; desde ellos hasta la villa, estaba abierto, y así parte de aquel espacio se cerró con las barcas de las puentes que el campo traía, y lo demás que quedaba por cerrar, con la caballería, la cual estaba en cuatro escuadrones, porque si los enemigos con su caballería viniesen por aquella banda, estando la caballería puesta en aquel fuerte, pudiesen combatir con ellos, y también era sitio conveniente para cargar, si por la parte que las trincheas eran más bajas, estaban sus caballos, y para esto se habían dejado algunos espacios entre los escuadrones de la infantería imperial. Luego que los enemigos llegaron a ponerse media legua pequeña del campo imperial, hicieron alto para tener consejo y haber su acuerdo sobre lo que debían hacer; porque un Agustín Berlinguer, capitán de Augusta, era de parecer que diesen la batalla acometiendo al Emperador en sus alojamientos. Lantzgrave y otros tuvieron que sería mejor a puro cañonazo sacar al Emperador fuera, y que por fuerza había de salir desconcertado, y entonces era bien cerrar con él. Y hízose así, plantando su artillería, que eran las ciento y treinta piezas, a la punta del bosque, por manera que con la orden que traían, ciñeron el campo imperial desde el pantano, que era a la mano izquierda, y derecha de los enemigos, hasta casi la mitad de la campaña que estaba a la mano derecha, tirando siempre y tan cerca, que muchas piezas de las suyas, especialmente las que tenían a la mano derecha, no tiraban seiscientos pasos de los escuadrones del Emperador. Tiraba la artillería del Emperador, que eran solas cuarenta piezas; pero la suya era ayudada de la disposición de la tierra y asiento que tenía, más que la imperial. El Emperador había dado vuelta por todo el campo, y visto la orden que el duque de Alba había puesto en él, y después, así como estaba a caballo y armado, se volvió a poner delante de su escuadrón, y de allí algunas veces iba a los escuadrones de los alemanes y los rodeaba, y otras acudía a los españoles, y otras a los italianos, que todo lo rodeaba, y no con pequeño 257
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peligro, porque los tiros daban en los mismos escuadrones a vista del Emperador, los cuales tenían en nada viendo a su príncipe delante de sí, por donde se conoce claramente cuánto vale la presencia del príncipe o general en semejantes ocasiones, cuando tienen opinión entre sus soldados.
- XVII Batería cruda que los herejes dieron al campo imperial. -Cuidado y peligro con que andaba el duque de Alba. -Setecientas balas echaron dentro del campo imperial. -Nueve horas sin cesar jugó la artillería enemiga. -Palabras soberbias de Lantzgrave en desprecio de los imperiales. -Fortifican los imperiales sus alojamientos. -Escaramuzas vistosas y sangrientas. Los enemigos, habiéndose acercado donde a ellos les pareció que bastaba para batir a su placer, hicieron alto con sus escuadrones de caballo y infantería, y comenzaron con todas las banderas de su artillería a batir tan apriesa y con tanta furia, que verdaderamente parecía que llovía balas, y que los demonios andaban por los aires, porque en las trincheas y en los escuadrones no se veía otra cosa sino cañonazos y culebrinazos. El duque de Alba estaba con los españoles a la punta del campo, adonde batía de más cerca la artillería de los enemigos, una pieza de las cuales llevó un soldado que estaba junto a él, que andaba proveyendo todas las cosas necesarias a lo que se esperaba, que era que, después de haberlos bien batido los enemigos, arremeterían, de lo cual dos veces habían hecho semblante muy conocido, y había ordenado que toda la arcabucería estuviese sobre aviso a no disparar hasta que los enemigos estuviesen a dos picas de largo de las trincheas, porque de esta manera ningún tiro de los arcabuces, que eran muchos y muy buenos, se perdería, y si tiraban, de lejos, los más fueran en balde. Y así, mandó que las primeras salvas, que suelen ser las mejores, se guardasen para de cerca. Los enemigos batían todavía de manera que parecía que de nuevo entonces lo comenzaban, hecho alto con sus escuadrones, a los cuales tiraba la artillería del Emperador, más hacía poco efecto por la disposición de la tierra, ni tampoco la de los enemigos hacía mucho daño, si bien muchas veces daba dentro de los escuadrones, tanto que en el del Emperador entraron hartos cañonazos y golpes de culebrinas, pasando las balas tan cerca de Su Majestad, que muchos dejaban de mirar su peligro por el del Emperador, especialmente una bala dio de él tan derecho y tan cerca, que cualquier golpe que hiciera, estaba el peligro muy manifiesto; guardaba Dios este príncipe por el celo con que le servía. Otra bala mató dentro del escuadrón un archero de la guarda de
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Su Majestad, otra llevó un estandarte; otras dos mataron dos caballos; no fue más el daño que se hizo en el escuadrón imperial, con dar muchas piezas dentro de él. En los otros escuadrones, aunque también fueron bien batidos, se hacía poco daño. Seis piezas de las cuarenta que había en el campo del Emperador reventaron este día; una de ellas mató cinco soldados españoles y hirió dos. Los enemigos se daban tanta priesa a tirar, cuanto ellos veían que era menester para desalojar al Emperador, y así no se veía otra cosa por el campo sino balas de cañón y culebrina. Daban junto con esto los herejes voces con una furia infernal, finalmente, ellos echaron este día (que fue 30 de agosto) setecientas balas dentro del alojamiento, que tantas se hallaron, y no mataron más que diez y ocho hombres, y los dos fueron de la guarda de Su Majestad. Y con esta furia y el nunca cesar, no hubo escuadrón que se moviese; y no sólo escuadrón, mas ni un soldado se movió de su lugar ni volvió la cabeza a mirar si había otro más seguro puesto que el que teñía. Ya había durado el batir de los enemigos siete o ocho horas sin cesar, y cuando pareció que estarían cansados de tirar y que tomaban otro disignio, y no venir a combatir viendo que estaban tan conformes, más de lo que habían pensado; lo cual conociendo el Emperador y que ya comenzaba a haber flojedad en ellos, mandó que la gente de a caballo fuese a su alojamiento, y que todos estuviesen aparejados, para que si fuese necesario volviesen a las trincheas. Estaban dentro del campo cerrado a caballo, aunque había trincheas delante, porque como no se habían labrado más de la primera noche, estaban tan bajas por algunos cabos que fácilmente se podían atravesar, y la gente de a caballo estaba puesta donde las trincheas faltaban, y por donde los enemigos podían entrar con su gente de armas. Allí estaba la imperial, de manera que en el campo imperial estaban aparejadas por aquella misma orden que entendían que los enemigos habían de venir a los combatir. Todo el tiempo que los enemigos batían, había tenido el duque fuera de las trincheas algunos arcabuceros españoles, los cuales escaramuzaban con los contrarios que estaban en guarda de su artillería, digo de la que habían traído a la parte del pantano, junto a una casa grande y aparejada para defenderse. Esta estaba seiscientos pasos de las trincheas del campo imperial. Los enemigos la tomaron y proveyeron de arcabuceros, y desde allí defendían su artillería, que estaba delante de la casa, hacia las trincheas. Así que en un mesmo tiempo los enemigos batían y los soldados escaramuzaban, y aflojaba su artillería, y dejaba de batir, habiéndolo hecho nueve horas, y así se comenzaron a retirar más cerca de la casa y del río pequeño que dije, donde había unos molinos, junto a los cuales, y por el río arriba, habían asentado sus pabellones y tiendas 259
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haciendo una trinchea a toda su artillería, en el mismo lugar que aquel día habían tenido, salvo la que estaba a la parte del pantano, que la retiraron más hacia la casa, y así estuvieron en aqueste sitio con sus escuadrones tendidas por la campaña, hasta que anocheció, que se redujeron a donde tenían asentado su campo, el cual tenía el asiento de manera que la una punta, que estaba hacia el pantano, estaba a ochocientos pasos del campo imperial, y la otra de su mano izquierda estaba más lejos, a dos mil y quinientos pasos. Aquella noche, estando Lantzgrave cenando, tomó una copa, y, según la costumbre de Alemaña, bebió y brindó a Xertel, diciendo estas palabras: «Xertel, yo brindo a los que hoy ha muerto nuestra artillería.» A las cuales palabras, Xertel respondió: «Señor, yo no sé los que hoy hemos muerto, mas sé que los vivos no han perdido un pie de su plaza.» Díjose que aquel día había sido Xertel de parecer que se combatiesen las trincheas del campo imperial, y que Lantzgrave no había querido; y dicen que lo miró bien, y que, como por lo que aquel día habían hecho lo podían ver, que con ser tan furiosa la batería, no sintieron flaqueza en los imperiales, antes cuando más espesas andaban las balas salían a escaramuzar, que la gente que el Emperador tenía era tal, que con grandísima dificultad los echaran del alojamiento. Ansí que el consejo de Xertel más era atrevido, y aun temerario, que prudente. Habiendo, pues, tirado los enemigos este día novecientos tiros de cañón y culebrina, llegada la noche se proveyó por el duque de Alba que todos los carros del campo trajesen fajina para levantar los reparos de las trincheas, y todos los soldados por sus cuarteles labraban, de manera que otro día amaneció el campo tan fortificado, que se podía estar detrás de los reparos a la defensa muy seguramente. Juntamente con esto hizo el duque alargar la trinchea aquella noche, tomando mucha parte de la campaña hacia los enemigos, por la parte que los españoles estaban fortificados de la misma manera, y la parte del campo que el día antes había estado abierta se puso en más seguridad. Aquel día los enemigos dejaron descansar su artillería y echaron algunos arcabuceros sueltos para provocar a los imperiales que saliesen a escaramuzar, y así se hizo; porque salieron hasta ochocientos arcabuceros españoles, los cuales escaramuzaron en aquella campaña rasa, y fue la escaramuza de manera que los enemigos fueron forzados de sacar mil caballos en favor de sus arcabuceros, y éstos vinieron en tres escuadrones. El primero sería de cien caballos, los cuales venían a la deshilada, sueltos y esparcidos; los otros venían en su orden, uno en pos del otro.
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Los arcabuceros españoles estaban trecientos o cuatrocientos derramados, y en su retaguardia los demás, que serían quinientos. Los cien caballos de los enemigos, que venían sueltos, embistieron con los primeros arcabuceros, confiados en que el campo era raso, donde por la mayor parte suelen tener ventaja los caballos a la gente de a pie; mas los españoles los recibieron de manera que los hicieron volver huyendo, y así, tuvieron necesidad de que el segundo escuadrón, que traía un estandarte amarillo, viniese a socorrellos cargando en los arcabuceros; mas ellos les dieron una rociada tan espesa, que le abrieron por medio, y volvió las espaldas como los primeros, cargándole siempre los arcabuceros. Vino el tercer escuadrón, que traía un estandarte colorado, que cargándole de la misma manera que a los otros dos, le abrieron y hicieron huir hasta dentro de sus trincheas, quedando muchos heridos tendidos por el campo, y muertos, cosa que el Emperador y todo el campo alabó y encareció como merecía la virtud y esfuerzo de los españoles. Así se acabó la escaramuza y también el día.
- XVIII Quiere el duque de Alba ganar una casa al enemigo. Aquella noche mandó el duque de Alba a los gastadores (los cuales eran bohemios, y serían hasta dos mil, y son los mejores del mundo) que labrasen una trinchea nueva, la cual partió y se tiró a la parte de la casa que tengo dicho que los enemigos habían ocupado, y hasta llegar a cuatrocientos pasos de ella, de manera que los mosqueteros de una parte y de la otra se alcanzaban, de suerte que el campo imperial ya llegaba a cuatrocientos pasos del suyo. Era esta trinchea ayudada de una cierta disposición de tierra, de manera que con lo que en ella se labraba, se llegaba b¡en a cubierto hasta la distancia que dije, que había desde ella a la casa que los enemigos tenían ocupada. La cual ellos también tenían fortificada con trinchea. La del Emperador tenía a cargo don Álvaro de Sandi con su arcabucería española. Obra era de que a los enemigos les pesaba harto viendo cuán a su despecho se llegaban cerca de ellos, y conocióse bien esto por los muchos cañonazos que contino allí tiraban.
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- XIX Proyecto fallido. En este tiempo, el duque de Alba, con orden del Emperador, tenía ordenado de enviar al marqués de Mariñano y a Madrucho con su regimiento, y a Alonso Vivas con su tercio, a degollar tres mil suizos que estaban alojados en el Burgo de Neuburg, los cuales habían dejado allí el duque de Sajonia y Lantzgrave en guarda de cierta artillería que allí estaba, y de la tierra; mas aquel día se habían venido a su campo por mandado de ellos, y así ceso la empresa, la cual hubiera buen efeto, porque ellos estaban de la otra banda de la ribera, y lejos de sus amigos, alojados en arrabales abiertos, y no con mucha guarda. El camino por donde habían de ir los imperiales era muy encubierto y con muy buenas guías, para él; la puente por do habían de pasar junto al campo y, finalmente, todas las como que para ello se requirían, muy bien proveídas.
- XX Baten el campo imperial con la mesma furia del día antes. -Peligro de la persona imperial. Mil balas se hallaron dentro del alojamiento. -Alonso Vivas sale a escaramuzar. Otro día (que fue último de agosto) los enemigos, en la misma orden que el primero, se pusieron en campo y sacando su artillería comenzaron a batir el campo imperial con la misma furia que el día pasado, aunque no acercaron todas las piezas tanto como el primero día, porque la trinchea nueva que el duque había sacado hacia la casa les hizo tener respeto, aunque por aquella parte no llegasen tanto con su artillería. La batería fue bravísima, y comenzada muy de mañana, y batieron por más partes que el primer día. El Emperador oyó misa este día en las trincheas, junto a un caballero que estaba enfrente de ellas contra los enemigos, y allí comió entre los soldados españoles de Lombardía y de Nápoles, y muchos caballeros comulgaron con gran devoción por el notorio peligro en que tenían las vidas. Los enemigos tiraban sin cesar, mas hacían muy poco daño, porque todos los soldados estaban a los reparos, y aunque algunas veces, había piezas que los pasaban, eran pocas. A donde el Emperador estaba murió uno, porque una pieza llevó una alabarda de las manos al que la tenía, y aquella alabarda mató a otro, que estaba cerca de él. Otra pieza de artillería pasó la tienda del Emperador, y la
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sala y cámara donde él dormía, que dentro de la misma tienda estaba hecha de madera. Habiendo los enemigos batido desde la mañana hasta las cuatro de la tarde, tanto que se hallaron mil balas dentro del campo imperial, y mataron sesenta hombres, ninguno de calidad, mandó al duque de Alonso Vivas que saliese con quinientos arcabuceros españoles de su tercio a escaramuzar con unos que los enemigos habían sacado fuera; y la escaramuza fue tan buena, que les ganó la primera trinchea, de dos que tenían, y después revolvió sobre los que estaban en la casa, escaramuzando con ellos hasta que ya era tarde, y habiéndoles dado muchos arcabuzazos, se retiró con muy buen orden a su campo. Esta noche se dio una arma a los enemigos bravísima, como fueron todas las que se les habían dado después que allí llegaron, de manera que los tenían tan desvelados, que teniendo los días en escaramuzas, las noches estaban puestos en arma, como entonces se sabía por los prisioneros, así que el ímpetu y furioso acontecimiento se comenzó a amansar, porque ya los traían tan recogidos, que sus caballos, que solían andar docientos pasos del campo imperial, reconociéndole, no se llegaban a él con mil y quinientos, porque los arcabuceros los tenían tan hostigados y apartados del real, cuyos reparos y trincheas estaban tan delante, y la que se llevaba hacia la casa, porque el Emperador los quería desalojar y echarlos del puesto que tenían, como lo hizo. Así, la trinchea se tiraba hacia la casa, la cual se ganaba con ella, y, ganada, batíase tan fácilmente todo el campo enemigo, que en ninguna manera podían dejar de levantarse.
- XXI Quiere el conde Palatino congraciarse con el Emperador. El conde Palatino del Rin quisiera jugar a dos manos en esta guerra, ayudando con la una a los luteranos, y ésta era la verdadera, porque lo era él y con la falsa engañar al Emperador. Había enviado a los enemigos su gente: trecientos caballos ligeros, todos muy ricamente aderezados, y agora él escribió al Emperador desculpándose; y entre las que daba, era una que enviaba aquella gente al duque de Witemberg por la amistad y liga que con él particularmente tenía muchos años había, y que no la había enviado contra Su Majestad, porque nunca tuvo tal pensamiento ni había tenido jamás, sino que el duque le hizo ir por fuerza al campo de los enemigos.
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- XXII Desafío de Martín Alonso de Tamayo. Siempre hubo escaramuzas en estos días, y algunas particulares de valientes soldados; una tengo obligación de decir, por haberla hecho un montañés honrado, y el hecho tan señalado, que don Luis Zapata, en el Carlos famoso y otras relaciones y libros le escriben, mas no con la particularidad que aquí diré, que fue: Martín Alonso de Tamayo, hidalgo de la montaña de Oña, y del lugar de Tamayo, cerca de aquel gran monasterio de San Benito, se hallaba en esta guerra y era arcabucero del tercio de don Álvaro de Sandi, con el cual se había hallado tres años en Hungría, y en la toma de Dura y otras jornadas. Este día, último de agosto, como el enemigo estaba tan pujante, mandó el Emperador echar bando, que nadie, so pena de la vida, saliese de las trincheas afuera, a escaramuzar, ni a otra cosa, por el peligro que podía haber, que suelen por una escaramuza revolverse los campos, y sin querer, darse y perderse las batallas. Fuera de las trincheas había un foso hecho de la tierra que habían sacado, y en él mandó el Emperador estar ciertas compañías de españoles arcabuceros, para que ojeasen los caballos enemigos, que se arrimaban a las trincheas. Un tudesco, alemán enemigo, que parecía un gigante filisteo, con mucha bizarría y soberbia, había llegado estos días (como se cuenta lo del gigante Goliat) a desafiar cualquiera del campo imperial que quisiese salir a pelear con él, diciendo contra las imperiales palabras afrentosas, y que su nación era la mejor y más valiente del mundo, y los españoles unos cobardes, y que lo haría conocer peleando con uno, y aún con dos, en aquel campo; y llegaba tan cerca de las trincheas imperiales, que se oía de ellas las palabras y blasfemias que el soberbio tudesco decía, de manera que de muchos era oído y entendido; mas ninguno salía, o por el bando que se había echado, o porque no parecía cordura salir a pelear con bestia tan disforme, y que, como desesperado, venía a jugar la vida. El se volvía dando la baya y aún haciendo otras descortesías que no se pueden decir aquí. El Martín Alonso dijo a sus camaradas, que aunque le costase la vida, él no había de dejar de salir y dar el pago que aquella bestia merecía. Tiraban al tudesco con los arcabuces; mas era tan suelto, que huía antes que llegasen las balas, y luego revolvía haciendo los visajes y mofas que las veces pasadas, y
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blandiendo la pica, desafiando con ella. El Martín Alonso estaba fuera de la trinchea del foso, que se había salida para hacer la dicha trinchea, y oyendo las palabras soberbias del alemán tan en afrenta de los españoles, no lo pudo sufrir, y dejando el arcabuz tomó una pica, que no era suya, y a gatas por el suelo se fue más de cuarenta pasos por no ser sentido de los españoles, y al cabo se levantó en pie, y le vieron las centinelas de su campo, que lo dijeron al Emperador, cómo aquel soldado se iba hacia el campo de los enemigos desarmado, con sola una pica arrastrando. El Emperador mandó que le llamasen, y le dieron voces diciéndole: «Soldado, volved acá.» Martín Alonso se hizo del sordo, y caminó adelante, y cuando se acercó al contrario hincó las rodillas en tierra y rezó encomendándose a Santa María, que él tenía por su abogada, con particular devoción; ésto hizo tres veces. El enemigo entendió que de miedo se le arrodillaba, y comenzó a burlarse del Martín Alonso, mas costóle caro la burla, porque hecha su oración el español se levantó, y con muy buen semblante se puso con la pica en orden para acometer al tudesco, el cual hizo lo mesmo. Diéronse dos recios golpes sin hacer presa; al tercero, que parece correspondió a las tres Avemarías que Martín Alonso había rezado, su pica hizo presa por bajo de la barbada, o en la gola de la celada o morrión del tudesco, tan reciamente, que embistiendo Martín Alonso con él, le hizo caer en tierra sin sentido, y como él era tan grande y estaba todo armado, dio tan gran golpe en tierra que quedó atormentado, y sin perder tiempo saltó sobre él Martín Alonso, y con la propria espada que el tudesco traía, le cortó la cabeza con grita y regocijo de los imperiales, que estaban a la mira. Asimismo le cortó las cintas de las armas, y le sacó del pecho una bolsa larga de un palmo en que había tres vasos que valían real y medio, y una mandrágora; tomó la bolsa, y la cabeza y espada, volviéndose con ella para su campo. Luego cargó mucha caballería de los enemigos, por donde Martín Alonso no pudo llevar la cabeza del enemigo, por correr mejor. La arcabucería del campo del Emperador, que estaba en el foso de fuera las trincheas, dispararon contra la caballería enemiga, y los hicieron retirar, y como Martín Alonso se vio libre de ellos, volvió por la cabeza del tudesco, que por defenderse de los caballos había dejado, y la trajo con la espada, y la bolsa que le había quitado, y llegó con todo a la trinchea saliéndole a recibir y abrazar muchos soldados y capitanes que le daban el parabién de la vitoria Martín Alonso se presentó ante el Emperador pidiéndole merced de la vida, que por haber quebrado el bando y salido del foso sin orden a pelear, tenía perdida. El Emperador, con enojo, le mandó confesar y que le cortasen 265
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la cabeza. Suplicaron por él los maestros de campo y muchos caballeros y capitanes, diciendo que semejante hazaña era digna no sólo de perdón, pero de grandes mercedes, pues había sido otro David con el gigante Goliat. Con todo esto, el Emperador estaba duro, y los nueve mil españoles casi en propósito de no consentir que no le quitasen la vida. Sintió el Emperador la indignación de su gente, y como príncipe cuerdo disimuló, y dijo que perdonaba a Martín Alonso; mas fue este perdón de manera, que Martín Alonso se tuviese por seguro; y por esto, agraviado de no se ver premiado conforme a sus servicios, que los tenía hechos bien señalados, acabada esta jornada se retiró a su casa mal contento, como sucede por muchos buenos, y acabó en ella con la pobreza ordinaria de la montaña.
- XXIII Vuelven otra vez los enemigos a batir el campo. -Los enemigos alzan el campo a 1 setiembre. Otro día de mañana, bien temprano, comenzó la artillería de los enemigos a batir el campo imperial, mas ya la mayor parte de sus piezas tiraban de más lejos. Esa furia en el tirar duró hasta mediodía y cesó hasta la tarde, que tornaron a dar otra muy buena rociada. Fueron tantos los tiros que en estos días los enemigos dispararon, que sin las balas que quedaron perdidas, y las que no entraron en el campo, que serían hartas, solamente de las que se recogieron en la tienda del capitán de la artillería, se hallaron mil y setecientas balas gruesas. No cesaban las escaramuzas, y de noche pagaban los imperiales a los enemigos los malos días que de ellos recebían, y esta noche les dieron una encamisada y arma tan ardiente, por la parte de la casa, que les hicieron estar desvelados toda la noche en peso, con las armas y campo en orden. Esto era tan ordinario, que nunca faltaban sus escuadrones de la plaza, y la trinchea del campo imperial estaba tan cerca, que el salir de ella era entrar en la del enemigo. Habían ya perdido allí muchos caballos y muchos soldados muertos y heridos, y demás de esto, la caballería imperial les hacía notable daño, salteándoles las vituallas por todas partes, y con esto pasaban muy gran trabajo. Nunca los dejaban estar sosegados, sino de noche y de día sus caballos e infantería puestos en escuadrón, de manera que ellos determinaron de levantarse de allí, viendo que no les convenía otra cosa. Y aquella noche del primero día de setiembre pasaron el río pequeño la artillería gruesa y carruaje con tanta diligencia, que otro día antes que
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amaneciese no se veía tienda en todo el campo, sino solamente sus escuadrones, que comenzaban a pasar el agua que tengo dicha, aunque ya toda su infantería era pasada, porque esta era la que ellos echaban delante, y toda la caballería en trece o catorce escuadrones con algunas piezas de campaña que quedaron en retaguardia. Con esta orden caminaron la vuelta de Neubeurg; y a los cuatro de setiembre, el Emperador envió algunos caballos ligeros a reconocer bien el camino que los enemigos tomaban, y él, con el duque de Alba y algunos caballeros, fue a ver la orden que llevaban, la cual era esta que digo, que era la artillería gruesa delante y luego la infantería, y tras ella la caballería. Era hermosísima cosa ver los campos llenos de gente, grandes escuadrones de infantería, y los altos cubiertos de escuadrones de caballos. Con esta orden, en dos alojamientos, llegaron a Neuburg. No quiso el Emperador salir a la batalla porque no tenía tantos caballos como los enemigos, que para puestos llanos son muy importantes, y era poner y arriscar a una ventura con mucha reputación, y negocio de tanta importancia. Esperaba la venida del conde de Bura, de quien ya tenía aviso que venía con seis mil caballos y quince mil infantes. Esta jornada diré agora, con otro caso espantable que sucedió en Malinas, ciudad muy principal de Flandres, donde se crió algunos años el Emperador con su tía la princesa madama Margarita.
- XXIV Notable incendio en Malinas. A 7 de agosto de este año 1546, en la villa de Malinas, del ducado de Brabant, tenían en una torre de los muros, cerca de la puerta Necherpolian, gran cantidad de barriles de pólvora. La torre era antigua y tenía algunas aberturas, como suelen hacerlo los edificios viejos. Llamábase Santporta, que quiere decir puerta arenosa. El edeficio de esta torre, por de dentro, era de fuertes bóvedas de cantería. Estaba la pólvora en setecientos barriles en la parte más honda de la torre. Habíase recogido aquí por mandado de la reina María, para gastarla en esta guerra. Vivía dentro de esta torre una pobre mujer vieja, que por limosna le había dado la ciudad que se recogiese allí. Esta mujer, movida de algún buen ángel, consideraba el peligro en que la pólvora estaba por cosa de las quiebras que la torre tenía, que podía por ellas entrar alguna centella y pegar en la pólvora.
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Dio muchas veces memoriales de esto al regimiento y justicia de la villa; no hicieron caso de ellos, como vemos que agora se hace, y más si son pobres los que los dan. Como la vieja vio que no se hacía caso de sus memoriales, tomó su ropilla y salióse de la torre, y fuese a vivir a otra casilla que buscó. Sucedió que en el mesmo día que la vieja se salió de la casa y torre, comenzó a tronar reciamente y echar relámpagos el cielo; esto fue por la tarde, cuando la vieja llevaba su ropa. A las once de la noche volvió a tronar y relampaguear, cayó un rayo con tan mal olor de piedra azufre pestilencial, y entrando el fuego de los relámpagos por los resquicios de la torre encendieron la pólvora. La torre, que era de extraña grandeza, se levantó desde los cimientos en alto como si fuera un ligero copo de lana (tanta es la fuerza de este infernal instrumento) levantada con esta violencia; reventó en el aire antes de caer en tierra, y las piedras y sillares volaron por el aire con tanto ímpetu y violencia como sale una bala de un grueso cañón. Dio la multitud de piedras sobre las casas de la villa y derribó docientas casas, arrancándolas hasta los cimientos. A la otra parte fuera de los muros, que estaban los arrabales, derribó otras docientas y más casas de la misma manera: otros muchos edificios quedaron atormentados; no hubo vidriera en los templos y casas que no se hiciese pedazos; hasta las puertas y ventanas, que estaban cerradas, con sola la violencia del aire se abrieron, haciéndose pedazos. No quedó teja sana en los tejados, las arcas, cofres y escritorios se abrieron de la misma manera, arrancando las cerraduras, y todo esto fue con tanta brevedad, que casi no se pudo percibir más del daño ya hecho. Murieron, de todo género de gente, más de quinientas personas; quedaron heridos más de dos mil, no quedó casa en la villa que no padeciese algún daño notable. Y lo que más admirable es, que muchos que estaban ya acostados, con el bravo estruendo se levantaron corriendo a las ventanas para ver qué cosa era, y las piedras que venían volando, con el ímpetu furioso de la pólvora, les llevaban las cabezas y lo que alcanzaban como si fueran balas de gruesos tiros; otros, con sólo el aire que les daba, caían sin sentido. En muchas casas el marido lloraba la desdichada muerte de la mujer o hijos; en otras, al contrario, que no había cosa con la repentina calamidad sino lágrimas y espanto, que los más no sabían qué era, ni se entendían, ni había ánimo ni aliento sino para llorar su desventura. Pensaron algunos que era el día ultimo del mundo, y no se engañaban mucho, porque semejante y peor mucho será. Sucedieron casos notables, que un muchacho venía de la plaza con una luz en la mano, y un sillar de los que iban por el aire le cogió como si sentara el mozuelo en él, y lo llevó gran trecho, sin le hacer daño más que perder el sentido, y así le hallaron sentado sobre la piedra.
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Muchos, abrasados con la pólvora, quedaron tan desfigurados que parecían negros de Etiopía, y sus propios no los conocían. En una taberna donde se vendía cerveza, estaban dos segadores jugando y bebiendo. Había bajado la tabernera a la cuba a sacarles cerveza, y cuando subió al ruido, halló a estos hombres muertos sentados a la mesa como les había dejado, y los naipes en las manos. Ocho días tardaron en sacar cuerpos de los que habían muerto en las ruinas de las casas, y algunos mal heridos. Hallóse un hombre desnudo metido entre dos paredes. Este preguntaba con muchas lágrimas si era aquella la fin del mundo, y si venía Cristo al juicio universal. Sucedió, como dicen en un abrir y cerrar de ojo todo lo que he dicho; lo restante de media noche adelante quedó el cielo claro, y limpio el aire y sereno, andando la justicia y regidores con hachas y teas encendidas por la ciudad para socorrer a los que pudiesen, y la ciudad toda llena de llantos y lástimas. Sacaron los muertos sin poder conocer quiénes eran unos o otros, y juntos los enterraron en el cimenterio de San Pedro. Estaban algunos cuerpos tan hinchados y negros, que causaban horror. Fue tal la plaga que esta villa padeció, que de todo el ducado de Brabante venían a verla como cosa espantosa y notable. Y no paró en esto el mal; que fuera de los muros de la villa, de la gente de los arrabales que estaban cerca de la torre, murieron más de mil y quinientas personas, que las voló la pólvora, y hallaron a muchos por el campo, otros colgados de los árboles. Hallóse una mujer preñada, muerta en tempestad, y abriéndola sacaron del vientre una criatura viva, que antes de expirar recibió el bautismo. Otra mujer, yendo a cerrar un aposento de su casa, la fuerza del aire la arrancó la cabeza, y dio con ella un tiro de ballesta. Y se notó mucho que una mujer con quien estaba junto en mal estado un ministro de justicia, la hallaron en carnes colgada por sus cabellos de un árbol, y las tripas de fuera hasta el suelo, que ponía asco y espanto. El foso hondo de la ciudad a docientos pasos de una y otra parte de la torre, se secó y cubrió de tierra, quedando tan igual como el llano. El muro donde la torre estaba en la misma distancia de ambos lados, quedó sentido y quebrantado; tenía el foso más de una pica de agua de hondo. Sacó los peces fuera del agua buen trecho en la tierra, arrancó infinitos árboles, y los llevó mucha tierra lejos de su nacimiento, haciendo hacinas de ellos. Abrasó la hoja de otros que no estaban tan cerca, y parecerá duro de creer, aunque fue sin duda, que los árboles que solamente perdieron la hoja y la fruta, con ser agosto, volvieron a echar nuevas hojas y flores y fruto, y maduró algo de ello en este mesmo otoño.
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El autor de quien saqué esto, dice que él leyó en la iglesia de San Pedro, donde sepultaron los que en esta tempestad murieron, que estaban escritos, antes que los calvinistas derribasen las iglesias de esta villa, unos versos numerales que dicen el año, el día y la causa de esta tempestad, así: TVrres ContrItae LaCerant VI pVLVersIs aedes. septena AVgVsti FVlgVre MeCLinlçae. - XXV El trabajo y peligro con que el conde de Bura, con la gente de Flandres, vino a juntarse con el Emperador. Piden las historias alguna variedad, pues se escriben para doctrina; volviendo, pues a la guerra, he de decir el camino dificultoso que Maximiliano Egmondio, conde de Bura, trajo con su gente para juntarse con el Emperador, que no esperaba otra cosa para dar la batalla a Lantzgrave. Púsose en camino el conde de Bura, cuando los luteranos daban la batería al campo imperial, como dije. Alojáse el primero día desde Aquisgrán en Andernaco, donde se le juntaron los españoles y italianos que habían servido en la guerra que el rey de Ingalaterra trajo con Francia, de la cual se habían apartado. Concertándose, como dije, de Adernaco fueron a Confluencia, pasada la Mosa, asentaron cerca de Tubinga. Aquí supo el conde cómo le esperaba para impedirle el paso riberas del Rin, no lejos de Francfordia. El conde de Aldemburg, con veinte y una banderas de gente escogida, y Federico Riembergo con diez banderas, estaba en el paso de Casella, frontera de Maguncia, en la ribera del mismo Rin, y el conde de Bichlingi, con cinco banderas, frontero de Oppenheinij, de manera que toda esta gente se había fortificado en pasos donde forzosamente había de venir el conde de Bura, por cerrárselos, y quitarle que no pudiese juntarse con el Emperador, que sabía cuánto les importaba. Mas el conde, usando de una militar y discreta estratagema, los burló a todos, y hizo huir y desamparar las puestos que en el río tenían. Mandó que diez banderas de infantería, con docientos caballos y muchos atambores y trompetas, pasasen secretamente de noche sin hacer estruendo, de manera que no fuesen sentidos de la otra parte del río Rin, y otro día de mañana, puestos en diversos lugares, comenzaron con grande estruendo a tocar los atambores y trompetas, las banderas tendidas con gran demostración, y caminando despacio, haciendo muestra de que todo el ejército había pasado el río Sabo, y los rebeldes creyeron que toda la gente que el conde traía era aquella que había pasado el río, y llenos de miedo desampararon los puestos que tenían a la ribera del Rin, y caminaron para 270
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Francfordia. Luego el conde de Bura, viendo el paso desembarazado, pasó su gente, parte de ella por Binga y parte por bajo de Maguncia, donde pudo hallar barcas para ello, ayudando a esta diligencia el arzobispo de Maguncia, y hízose todo tan bien, que sin pelear ni perder un hombre pasó el conde, y fue en seguimiento de los enemigos, que se habían retirado camino de Francfordia, y asentó el real a vista de la ciudad, donde estuvo una noche, y quemó un molino de papel que estaba cerca de los muros, sin salir nadie de la ciudad. Otro día levantó las banderas, y llegó a (...). Armóle una emboscada un capitán llamado Reimbergo cerca de Francfordia, pensando coger al conde en ella; mas fue descubierta por los caballos ligeros, que iban delante corriendo la tierra, y ojearon la gente de la celada con la artillería que echaron delante. Siguió el conde su camino seguro. Otro día, bien de mañana, salió con su campo de Mildeburgo y vino a Norimberga, y poco arriba de Nimaro asentó el real; halló por su dinero en todos los lugares de este camino los bastimentos que hubo menester. Caminó de esta manera el conde de Bura con mucho tiento y prudencia, hasta que tuvo aviso que los enemigos venían a toparse con él, y temióse, porque la gente que traía era muy poca en respecto de tanta multitud, y demás de esto venían muy cansados de tan largo y continuo camino; quiso que su gente descansase tres días, considerando en este tiempo lo que fuese más conveniente. Pasados los tres días, en el cuarto, antes que amaneciese, con grandísimo silencio, puestos todos en orden, caminaron, y dejando burlado al enemigo se metió en un monte cerca de Ingolstat. Y venida la mañana, puestos todos en orden, repartidos en tres escuadrones, fue marchando a juntarse con el campo imperial, al cual llegó a 15 de setiembre con siete mil caballos, tres mil del marqués de Brandemburg, y cuatro mil borgoñones, flamencos, güeldreses y frisones, y veinte y cinco mil infantes, toda gente muy lucida, bien armada, y más cuatrocientos escudos que llevó en particular el conde de Bura. Fueron recibidos con mucho contento del Emperador y de todo su campo, haciéndose de una y otra parte unas solemnísimas salvas, y toda la nobleza del campo imperial visitó el conde, dándole mil loores por su buena diligencia. Ya no se temía al enemigo, aunque en estos días le habían llegado de socorro que las ciudades y señores luteranos enviaban dos mil caballos y veinte mil infantes, de suerte que había en los dos ejércitos, que estaban a dos leguas uno del otro, y se veían en cinco leguas de tierra, ciento y cincuenta mil infantes y veinte y cuatro mil caballos, todos o los más soldados viejos y muy grandes capitanes, y con determinación de venir a las manos. Fue muy loable la gran diligencia del conde de Bura, que en tan pocos días, con un ejército de tanta gente y tantos embarazos como trae un campo 271
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consigo, y la contradicción que tuvo de enemigos, pasos dificultosos, emboscadas y temores, todo lo venció la buena diligencia del conde, y su gran industria y valor, y así los estimó y agradeció el Emperador. Tardó catorce días en el camino.
- XXVI No se sabía el camino que el enemigo llevaba. -Engaño del enemigo. -Asientan en Tonabert. Después que Lantzgrave y el duque de Sajonia se habían apartado del Emperador, con pensamientos (a lo que se dijo) de salir al camino a toparse con el conde de Bura, estuvieron en Neuburg dos días, de donde vinieron al Emperador diversos avisos, porque unos decían que los enemigos pasaban el Danubio para entrar en Baviera; otros, que iban a Tonabert. Determinó el Emperador de esperar a ver el designio que tomaban, y al cabo de dos días partieron con su campo, y en dos alojamientos fueron a Tonabert, dejando en Neuburg tres banderas de infantería para defender la tierra. Este fue otro yerro grandísimo que ellos hicieron, porque tenían allí un alojamiento fortísimo con muy gran comodidad de agua y leña, y muchas vituallas, y señores del río por el puente que Neuburg tiene sobre ella, y muchas aldeas para forraje de sus caballos. Tenían el paso libre para correr toda Baviera superior hasta Mebeque; tenían asegurado el paso de Lico, que es el río de Augusta, con la villa de Rain, que de allí tenía tomada, la cual estaba segura, porque para ir allá habían de dejar los del Emperador a Neuburg a sus espaldas. El campo del Emperador no podía ir a Augusta sin que ellos llegasen primero, ni a Ulma tampoco, porque ellos estaban en el paso; mas ellos, no mirando todas estas cosas, o por ventura teniendo respeto a otras, se levantaron de aquel alojamiento y fueron al de Tonabert, haciendo este yerro, que al parecer de muchos fue grande. Habiendo estado en Tonabert el duque de Sajonia y Lantzgrave dos o tres días, Lantzgrave fue sobre una villa del duque de Baviera, que es dos leguas de allí, llamada Lembiguen, la cual se le rindió y él metió comisarios dentro para las vituallas, y habiendo hecho esta empresa, se volvió a Tonabert, a donde tenía su campo en un sitio fortísimo. En todo esto, Lantzgrave escribió a las ciudades muchas cartas, dándoles cuenta de todas las cosas que pasaban, encareciéndoles de manera que daba a entender haber hecho mucho más de lo que había hecho, engrandeciendo las escaramuzas y muertes, y prisiones muy principales, y todo esto fingía porque al cabo de sus cartas siempre enviaba a pedir dineros, lo cual no sería muy agradable a las ciudades, porque ya se acercaba el término en que había
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prometido que había de echar de Alemaña al Emperador o prendelle, y veían que no llevaba el negocio tales términos.
- XXVII El Emperador sale a ver la gente que trajo el conde de Bura y quiere seguir al enemigo. Pónese el Emperador en peligro de hacer lo que era de un capitán ordinario. -Pasa el Emperador el Danubio y alójase media legua de Ingolstat, y camina el campo diferentemente. -Ríndese al Emperador Neuburg. En estos días vino aviso al Emperador cómo Lantzgrave había ido sobre Bendiguen, y que aquél era el camino para ir a encontrarse con el conde de Bura, y que así se afirmaba en el campo de los enemigos. Y el Emperador envió algunos hombres pláticos de la tierra, avisándole del camino que había de tomar, para que, apartándose de los contrarios, pudiese con seguridad venirse a juntar con él, y ya que esto no pudiese ser, seguir al enemigo, y tomalle en medio. Pasaron el Danubio diez o doce mil infantes, y algunas piezas de artillería, y hecho un fuerte sobre el río Lico, junto a Rin, los alojaron allí de manera que ellos se pusieron como hombres que querían hacer cabeza de la guerra en el sitio que habían tomado; porque con el paso del Lico aseguraban lo de Augusta, y con el de Tonabert sobre el Danubio, aseguraban lo de Ulma. Ellos, contentos con esto, se estuvieron quedos, y afirmaron muy despacio en aquel alojamiento, y en este tiempo, esperando el Emperador en Ingolstat, llegó el conde de Bura, como queda dicho. El Emperador salió a la campaña a ver la gente que el Conde traía, que era muy escogida, así la de a pie como la de a caballo, y habiendo reposado dos días, determinó el Emperador de seguir a los enemigos, y acordó que fuese yendo primero sobre Neuburg, lugar proprio de Lantzgrave, porque no era razón dejar esta tierra, que era fuerte y bien proveída, a sus espaldas, especialmente estando sobre el Danubio, que es una ribera tan principal, y que tanto importaba al un campo y al otro. Por lo cual, quiso el Emperador mismo ir a reconocer aquella tierra, y tomando consigo la caballería ligera y alguna parte de la arcabucería española, se partió de Ingolstat muy de mañana, y llegó a Neuburg a buena hora, adonde anduvo reconociendo la tierra, y para hacello mejor se apeó, y el duque de Alba con él; en el cual tiempo, los enemigos tiraban hartos golpes de artillería menuda y arcabuces.
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El Emperador se puso en este peligro, como si fuera un capitán particular, y habiendo reconocido aquella tierra, volvió a Ingolstat, y otro día mandó levantar el campo y que se echasen las puentes sobre el Danubio, que con la que había de la misma tierra eran tres; de manera que en un mismo tiempo pasó el ejército, y se alojó media legua de Ingolstat, camino de Neuburg. Desde este día en adelante caminó el campo con diferente orden que hasta allí había caminado, porque hasta aquel tiempo iban repartidos en dos partes, que eran avanguardia y batalla. La causa de esto era ser el número de la gente tan pequeño, que si se hiciera retaguardia cualquiera parte de estas tres, fuera tan flaca que ninguna de los enemigos dejara de ser más fuerte que ella, por ser tan superiores en el número de gente, y por esto la avanguardia y batalla (que cada una de ellas era de dos escuadrones de infantería y dos de caballería) iban más fuertes, para lo que pudiese suceder. Mas como creció el ejército con la venida del conde de Bura, hubo para hacer el tercio del ejército, y así el conde de Bura una vez iba en avanguardia, con el duque de Alba; otras, cuando le cabía, llevaba la retaguardia, y otras veces el maestro de Prusia y el marqués Alberto. De esta manera, en dos alojamientos, llegó a media legua de Neuburg, donde el mismo día, dos horas después de comer, vinieron los burgomaestros de la villa (que así se llaman los gobernadores de las tierras de Alemaña) y dijeron que darían el lugar debajo de ciertas condiciones. El Emperador los remitió al duque de Alba, que les dijo que si dentro de una hora no se daban a merced de Su Majestad, que se diesen por respondidos y que no curasen de volver más. Ellos hallaron que les convenía hacerlo así, y antes que la hora pasase, hicieron el acto de la entrega de parte de los capitanes que en ella estaban puestos por el duque de Sajonia y Lantzgrave. El rendirse fue a merced del Emperador, para que de los unos y de los otros hiciese lo que fuese servido. Fue gran cosa que un lugar tan fuerte y tan bien proveído, y tan cerca del socorro que le podía venir, y teniendo la puente ganada de la misma tierra por donde el socorro podía venir, rendirse así; túvose en mucho. El lugar fue saqueado, aunque no con voluntad del Emperador.
- XXVIII Cuán acertado anduvo el Emperador en esta guerra. -Mostróse el Emperador más clemente que severo.
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Ya en este tiempo los enemigos habían desamparado a Rain; solamente sostenían el fuerte que habían hecho sobre el Lico. Antes de esto, había habido muchos pareceres que el Emperador no debía ponerse sobre Neuburg, por ser tan aparejada para ser socorrida y defendida. Mas al Emperador pareció hacerlo así; lo cual sucedió tan bien como se ha dicho, que en pocas cosas erró este príncipe. Rendida esta tierra, el duque de Alba, por mandado del Emperador, hizo entrar dentro en la villa dos banderas de tudescos, y la gente de guerra que estaba en ella fue metida aquella noche en una isla que hace el río junto al castillo. Otro día, Su Majestad, con la orden que en el día antes había traído, se vino a alojar en las huertas y arrabales de Neuburg. Allí fueron quitadas las armas a los soldados que habían salido de ella, y aunque pudiera el Emperador quitarles también las vidas, que, como herejes y rebeldes a su príncipe tenían perdidas, más quiso mostrar clemencia que severidad. Y tomándoles juramento que no servirían contra él, les mandó dar licencia. También la dio a los capitanes, habiéndoles mandado decir que no los castigaba porque sabía que, como hombres engañados, habían venido a hallarse en aquella guerra. Ellos dijeron que no solamente engañados, mas que por fuerza habían sido traídos a ella.
- XXIX Muestra del ejército imperial. -Parte el Emperador en busca del enemigo. -Reconoce el duque de Alba a los alojamientos del enemigo, y dónde poder alojarse el Emperador. -Quiere el Emperador sacar el enemigo de su alojamiento, que era fuerte. Habiendo estado el Emperador tres días en el alojamiento de Neuburg, y hecho muestra general del ejército, en el cual se halló número de ocho o nueve mil caballos, y veinte y nueve mil infantes, que aunque era más el nombre faltaban algunos, así por heridos y muertos como por otras enfermedades. Después de recibido el juramento de fidelidad de la villa y tierra, y puesto en ella gobernador, se partió en busca del enemigo, porque su intención era verse con él en lugar igual, que se pudiese combatir. Así deseaba acercársele, y por eso determinó de pasar el Danubio por la puente de la villa, y por otras que allí se hicieron, y ir la vuelta de Tonabert, donde, como dije, los enemigos estaban haciendo cabeza de aquel sitio para toda la guerra. Llegó el Emperador en dos alojamientos a asentar el campo a una legua pequeña del de los enemigos, en un lugarejo que se llama Marquesen. Había desde allí a Tonabert lo que tengo dicho. El camino era poco, mas cuanto a la
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posibilidad de poderse hacer, la distancia era mucha, por ser todo un bosque espesísimo, y no había sino dos o tres caminos, que por cada uno no cabía más que un carro. Y esta espesura comenzaba desde el campo imperial y acababa junto al enemigo, y tomaba desde el río Danubio, que estaba junto a la mano izquierda, y iba tornando a la mano derecha, y prosiguiendo siempre paraba en una villa que estaba dos leguas del campo imperial, llamada Monhan. Mandó el Emperador reconocer estos bosques, y vióse con cuánta dificultad podía un campo caminar por ellos; mas queriéndose acercar a los enemigos, parecióle que, habiendo disposición cerca de su campo de poderse alojar, que haciéndose señor del bosque, con la arcabucería se podía pasar. Y por esto mandó al duque de Alba que reconociese la disposición que había para poner el campo entre el de los enemigos y el bosque; y así, el duque de Alba fue otro día con alguna caballería de arcabuceros, que repartió por el bosque en las partes que convenían, y él con algunos pocos que apartó pasó adelante, hasta llegar donde se acababa, que era tan cerca de la trinchea de los enemigos cuanto un tiro de sacre. El duque tomó consigo cuatro o cinco, y a pie salió un poco fuera del bosque en lugar donde veía muy bien todo el sitio de los enemigos; los cuales estaban tan atentos en labrar, que no tuvieron cuidado de tirar allí, si bien tiraban a otras partes. El sitio que ellos tenían era de esta manera: el bosque, que estaba entre el campo imperial y el enemigo, se llegaba tan cerca de ellos, que no había en medio sino un raso, que tenía de ancho cuatrocientos o quinientos pasos. Acabado este llano, comenzaba una descendida harto áspera, y luego una subida de la misma manera. En lo alto de la subida, por toda la frente de ella, a la larga de como iba el valle que hacía esta subida y descendida, tenían los enemigos hechas sus trincheas y reparos, los cuales iban hasta que por su mano izquierda se juntaban con el bosque; por aquella parte se tornaban a juntar con su campo. De manera que en la delantera servía de foso el valle que tengo dicho, y a su mano derecha se fortificaba con el Danubio, y las espaldas con la villa de Tonabert y el río Prías, que junto a ella entra en el Danubio. De esta manera estaban los enemigos alojados. Para alojar el Emperador su campo no había lugar, porque demás de ser el espacio que había entre el bosque y el campo de los enemigos tan estrecho que era imposible alojar ninguna parte del campo imperial, no había algún medio de tener agua, así por no habella en todo el bosque como por ser la descendida al Danubio muy difícil y áspera, y juntamente con esto, aquel poco espacio que había, donde cuatro banderas no se podían alojar, cuanto más el
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campo, que era todo descubierto de su artillería, estando el suyo muy cubierto de la que contra ellos allí se pusiese. Con esta relación volvió el duque al Emperador, y viendo que por allí no era posible acercarse al enemigo por las causas dichas, comenzó el Emperador a pensar qué orden se tendría para sacar al enemigo de su alojamiento, porque estar ellos allí y el bosque en medio, era nunca llegar la empresa al cabo, y que la guerra fuese muy más a la larga, y así, se acordó que caminase el campo a la mano derecha, la vuelta de la villa que se dice Bendiguen, dejando los enemigos a la mano izquierda. Tenía el Emperador, demás de haber andado por Alemaña muchas veces y tener entendido parte de ella, una descripción universal de todo muy diligentemente hecha, la cual había tanto estudiado, que verdaderamente comprendió el sitio de las villas, y tierras donde están asentadas, con las distancias de las unas a las otras, que más parecía que las había andado personalmente que no que las había visto en pintura, y así tuvo siempre opinión que yendo con su campo sobre Bendiguen venía a estar alojado junto a Norling, y puesto allí estaba en tierra de muchas vituallas, y a las espaldas de los enemigos el sitio aparejado por quitalles todas las que de aquella parte les venían.
- XXX Escaramuzas que hubo entre los dos campos. -Toca la gota al Emperador, pero no deja la guerra. -Qué orden se guardó siempre en el marchar. -Sobresalto en el campo imperial, que venía el enemigo. -Embaraza el poder ver a los enemigos una niebla grandísima. -La diligencia grande que pusieron en caminar los rebeldes. -Nota lo que dijo el Emperador al duque de Alba diciendo que parecía que los enemigos querían la batalla. -En qué orden se puso el campo. -El príncipe de Piamonte, general del escuadrón de la corte y casa imperial. Escaramuza el príncipe de Salmona con los enemigos. Entretanto que el Emperador se vino a resolver en esta determinación, siempre hubo algunas escaramuzas en aquel bosque, topándose los soldados de ambos campos, que salían a buscar lo que había en las aldeas y viñas que por él había; y también algunos caballos salían otras veces, aunque pocas; no fueron muchos los que murieron. Y el día que el Emperador había de partir, mandó levantar el campo de Marquesen, y con la orden acostumbrada, haciendo una niebla grandísima, se vino a alojar a Monhan, una villa del señorío de Neuburg.
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Otro día partió de allí, y vino en la litera, por estar tocado de la gota, y llegando cerca de Bendiguen, el duque de AIba envió los burgomaestros que se habían venido a rendir. Tuvo aviso el Emperador que parecían caballos enemigos en la retaguardia, por lo cual la mandó reforzar luego de alguna arcabucería, porque para la disposición del camino, éstos eran los más necesarios, y así, se pusieron en parte donde pudieron aprovechar si los enemigos hicieran otra provisión o diligencia, mas como no la hicieron, no fue necesario que se hiciese otra alguna. Aquel día se alojó el campo entre Bendiguen y Norling, guardando siempre esta orden: La vanguardia estaba en escuadrón hasta que llegaba la batalla, la cual, en llegando, hacía luego sus escuadrones, y alojábase la vanguardia, y la batalla esperaba que llegase la retaguardia, y, venida, alojábanse todos. Tal orden con sumo cuidado se tuvo en toda la guerra. Alojado, pues, el campo imperial en este alojamiento, se supo cómo el mismo día Norling había recebido dos banderas del duque de Sajonia y de Lantzgrave dentro en la villa, de lo cual se arrepintió bien después, según las disculpas que dio a Su Majestad, cuando se le rindió. En todo este tiempo no se supo que los enemigos hubiesen hecho mudanza más de haber puesto aquellas dos banderas en Norling aquella noche. Después de alojado todo el campo, se enviaron caballos ligeros a reconocer los caminos a la parte de los enemigos, de los cuales se entendió que habían comenzado a descubrir alguna parte de su infantería, y dos escuadrones de caballos y algún carruaje, mas no supieron entender el camino que llevaban. Referido todo esto, el Emperador mandó al duque de Alba que tuviese el campo en orden para cuando amaneciese. En este tiempo vino otro aviso, que los enemigos caminaban derechos contra los imperiales, y que estaban ya cerca. Esto era poco antes que amaneciese, y así, estuvo todo el campo apercebido para cuando viniese el día, el cual amaneció con una niebla tan oscura, que de ello a la noche había poca diferencia. Cabalgó luego el Emperador, y por tener la pierna derecha muy mala de la gota, llevaba por estribo una toca, como en muchos retratos le hemos visto pintado, y de esta manera anduvo todo el día. Después, yendo a la tienda del duque de Alba, almorzó en ella, y allí se ordenó que toda la gente de caballo y de infantería estuviese en sus escuadrones, y no esperar a ordenarlos después que la niebla se alzase; porque si los enemigos venían a combatir (como se decía), hallase la orden conveniente, y el tomasen otro camino y el lugar diera ocasión, se les presentase la batalla, la cual Lantzgrave tantas veces había prometido. A estas horas, la niebla perseveraba en ser tan oscura, que verdaderamente no sólo no 278
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se podían descubrir los enemigos, mas con estar muy juntos los escuadrones, no se descubrían el uno al otro. El Emperador estaba en la tienda del duque esperando el aviso que tendría de los enemigos, los cuales en este tiempo, ayudados de la niebla (que les fue harto favorable), prosiguieron el camino de Norling, y pasaron dos pasos, los cuales no pudieron ser descubiertos de los caballos del Emperador, ni los alemanes que el Emperador traía en su campo lo supieron avisar. Así que a estas horas, que serían las doce de mediodía, ya ellos habían pasado estos dos estrechos, y una ribera donde había un muy mal paso, y ganado la montaña por donde podían caminar hasta Norling, donde se podían defender muy bien de los que quisiesen ir contra ellos, porque así era la disposición de la tierra. Para ganar esta ventaja, ellos tuvieron harto tiempo, porque caminaron toda la noche, y después el día tan cerrado con la niebla, que les servía también de noche, y ellos caminaron con tan buena diligencia, que nunca tal se pensó de alemanes, que de ordinario suelen ser tardos y pesados. Eran ya las doce del día, cuando comenzó a levantarse la niebla, y los enemigos fueron descubiertos sobre las montañas, cerca de Norling, las cuales eran de sitio fortísimo para quien las ocupase. Había entre ellos y el campo imperial una ribera que en pocas partes se podía pasar, si no eran veinte caballos de frente, y la infantería por la puente era el agua hasta los pechos. Esta ribera tenían los enemigos delante de sí y de las montañas que habían ocupado, de la manera que estaba la parte por donde se les había de llegar bien dificultosa. El Emperador a esta hora tenía el campo puesto en orden, y el sol era ya muy claro, y andaba mirando los escuadrones con su toca por estribo. Andando así llegó a él el duque de Alba, que había ido a reconocer al enemigo y saber sus pensamientos; dijo al Emperador que parecía que los enemigos querían la batalla, que viese lo que era servido. A lo cual Su Majestad respondió, que en el nombre de Dios, que si los enemigos querían combatir, que él lo quería también. Estas fueron, en suma, las palabras que el Emperador dijo. Y estando así a caballo (que por su gota no se podía apear), tomó la coraza y los brazales, y luego movió con el campo, el cual iba en esta orden: El duque de Alba llevaba la vanguardia; iba con el conde de Bura con toda su caballería y infantería, y en esta vanguardia iba toda la infantería española, y luego iba la batalla que llevaba el Emperador, con la caballería de su casa y corte, y bandas de Flandres, que eran con estandartes. Allí iba el príncipe de Piamonte, a quien Su Majestad había dado cargo en esta guerra del escuadrón 279
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de su casa y corte. Iban también allí Maximiliano, archiduque de Austria, con toda su caballería; el marqués Joan de Brandemburg con la suya. La infantería de la batalla era el regimiento de Madrucho y los italianos; la retaguardia llevaba el gran maestre de Prusia, y el marqués Alberto el regimiento de Jorge de Renspurg. La vanguardia llevaba diez y seis o diez y siete mil infantes en tres escuadrones y tres mil caballos; la retaguardia sería de siete o ocho mil infantes en un escuadrón, y más dos mil caballos. La caballería de estas tres partes se repartió conforme a lo necesario, poniendo los arneses negros en los escuadrones y parte que convenía, y la gente de armas con lanzas, todo en su lugar. La retaguardia y batalla iban casi a la par, porque el Emperador quiso hacer honra a los capitanes que querían que un día como aquel, en el cual se iba a combatir con los enemigos por frente tan ancha, no pareciese que no les dejaba atrás. Antes que la niebla se hubiese quitado del todo, el príncipe de Salmona había comenzado una escaramuza con los enemigos, y a esta hora que el Emperador caminaba para ellos, aún la escaramuza andaba bien caliente, y por esto había mandado el Emperador al conde de Bura que pasase adelante un poco con sus caballos, porque era bien estar cerca de la ribera, para que si fuese menester pasarla. Estando las cosas en estos términos, ya la batalla del Emperador estaba casi con el paraje de la vanguardia cerca de la ribera. Allí tomando consigo el Emperador al duque de Alba y otros capitanes, se subieron sobre una montañuela, donde se podía ver lo que los enemigos hacían, que en alguna manera parecía tener semblante de aceptar la batalla y decender a lo llano que entre la montaña y la ribera estaba, la cual se procuraba mucho de parte del Emperador, comenzándoles una escaramuza de nuevo con unos arcabuceros españoles que habían pasado el río; mas ellos nunca dejaron la montaña, y siempre estuvieron firmes en proseguir el camino que habían comenzado, lo cual era ya tan cerca de Norling, que su vanguardia estaba en el alojamiento, y por esto el Emperador mandó hacer alto a todo el campo y al conde de Bura, que comenzaba ya a proveer el paso de la ribera con algunos caballos, y se hacía trabajosamente por ser el paso muy estrecho. Esto era ya muy tarde, mas aquel día se combatiera, sin duda alguna, si la niebla no fuera tan oscura, que diera lugar a los enemigos para pasar en salvo los pasos donde se había de venir con ellos a las manos; en el cual tiempo ocuparon las montañetas que tengo dichas, y después, si bajaran a lo llano, como se procuró, cebándolos con la escaramuza, aunque tuvieran alguna ventaja, porque la caballería imperial había de pasar la ribera, y no muy en orden, y la infantería muy mojada, m peleara con ellos; mas habiéndoles presentado la batalla, ellos tomaron otro consejo, alojándose en un sitio tan fuerte, que cuando su 280
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ejército fuera muy menor estuvieran bien seguros. Murmuróse harto en el campo del Emperador y el duque, creyendo todos que se perdió muy buena ocasión de romper al enemigo.
- XXXI Vuelve el Emperador otro día a dar vista al enemigo. -Procura el Emperador dañar al enemigo, que estaba fuerte en su alojamiento. -Toman los imperiales a Tonabert. -Alójase el Emperador en Tonabert sin embarazarle el enemigo. -Pasa el Emperador adelante. Ríndensele otros lugares al Emperador. -Sigue una banda de imperiales a Xertel. Era ya tarde, como tengo dicho, por lo cual el Emperador mandó volver a alojar su campo, y los enemigos hicieron lo mismo en aquellas montañas, aunque aquella noche perdieron hartos soldados y carros, que los caballos imperiales les habían tomado. Otro día acordó el Emperador de volver con su campo y acercarse al enemigo, y así, con el mismo orden que se había tenido el día antes, caminó la vuelta de ellos, y tomó su alojamiento a milla y media de su campo, donde aquel mismo, día hubo una escaramuza de caballos, lo cual fuera grande si el tiempo diera lugar, mas era tan tarde, que aun para alojar el campo no le había, y así, de ambas partes fue retirada. En esta escaramuza, el marqués Joan de Brandemburg, con treinta caballos de los suyos, peleó muy bien, y uno de los duques de Branzuic que venía con el campo de los enemigos, fue allí herido, y de las heridas murió en Norling, y otros algunos, que eran hombres de cuenta entre contrarios, fueron muertos y heridos aquel día, y también algunos de los imperiales. Allí estuvo el Emperador alojado algunos días de este mes de octubre, procurando siempre dañar al enemigo; mas ellos estaban en sitio tan bueno, y tan acomodado de vituallas, que el Emperador halló que convenía buscar otro camino y no estar perdiendo tiempo en solas escaramuzas sin provecho, y el enemigo estaba tan fuertemente alojado, que era menester mucha maña para sacarlo de él. Y buscándola, se acordó que fuese quitándoles el Danubio, el cual era tan importante para cualquiera de los dos campos, que consistía parte de la victoria en tenerlo ganado. Porque las villas que están sobre él son de mucha importancia, por ser suyas las puentes que pasan a Baviera y a mucha parte de Suevia, y en aquel tiempo los enemigos tenían todas aquellas que estaban desde Ulma a Tonabert, y con esto eran señores de grandísimas vituallas, y tenían los pasos de Augusta muy a propósito. Pues viendo el Emperador cómo ganada aquella parte contra los enemigos, ellos perdían mucho y él ganaba gran reputación y se hacía señor de lugares muy necesarios para ganar a Ulma y a Augusta, que eran dos muy principales fuerzas de la liga, hizo una 281
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cosa harto bien considerada, y fue mandar que todos aquellos días se mostrase alguna gente a los enemigos, y una noche envió al duque Otavio con la infantería y caballería italiana, y Xamburg con sus alemanes y doce piezas de artillería, y mandóles que caminasen con diligencia a Tonabert, que era tres leguas de allí. Y dádoles orden de la manera que habían de tener, ellas pusieron tan buena diligencia, que antes del día estaban sobre la villa, la cual comenzaron a batir sin asestarles la artillería, y a escala vista tomaron el arrabal, y luego se rindió la villa, saliendo huyendo por la puerta dos banderas de infantería que allí habían dejado de guardia el duque de Sajonia y Lantzgrave. Tomado Tonabert, quedaron allí dos banderas de guardia, que son seiscientos hombres, y todo el resto de la gente volvió al campo con el artillería. Los enemigos no supieron alguna cosa de esta empresa hasta otro día después, porque aunque están a milla y media los campos, hízose con tanta diligencia y presteza, que, cuando acordaron, ya no había remedio de proveer de remedio. Acabado este negocio, que importaba harto por el sitio que tengo dicho que tiene aquella villa, el Emperador se levantó de su alojamiento, y en un día se puso en Tonabert, y allí se alojó, teniendo a sus espaldas la villa, y a mano izquierda el Danubio. Aquel día los enemigos no se movieron, ni pareció más gente de a caballo de la que tenían ordinariamente en su guarda, ni hicieron estorbo en cosa alguna en el camino, que hubo que pensar, por tener tanta caballería con que poder hacer daño, y más la plática y conocimiento que tenían de la tierra, en que había pasos estrechos y dificultosos de pasar, por donde habían de ir en hilera, y no con mucho concierto. Prevínose a todo por el Emperador, poniendo en los lugares convenientes arcabuceros españoles e italianos; mas no bastaran si los enemigos quisieran, que por lo menos hicieran alojar al Emperador, y perder el tiempo, en que se recibiera daño. El Emperador llegó cerca de Tonabert, donde estuvo aquella noche, y otro día de mañana, por la ribera del Danubio arriba, fue con su campo a Tilinguen, que es una villa del cardenal de Augusta, sobre la ribera, con una puente muy buena. El camino era ancho por ser todo campaña rasa, teniendo a la mano izquierda el Danubio y a la derecha unos bosques muy anchos y espesos que estaban entre el campo imperial y el de los enemigos, y siempre iban prosiguiendo hasta llegar a acabarse junto al río Pres, que es tres leguas sobre Tilinguen, entra en el Danubio, y la campaña por donde caminaba el campo imperial tiene el mismo término; así que, caminando, llevaba a la mano derecha estos bosques, en los cuales hay dos o tres caminos que los han de atravesar los que de Norling quisieren venir a Tilinguen.
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Pues llevando el Emperador este camino, se le vino a rendir una villa llamada Hoster con un buen castillo sobre el Danubio, y después Tilinguen se envió a rendir, la cual había sido tomada al cardenal de Augusta por los enemigos, y tenían dentro de ella una bandera de guardia, mas ésta se salió sabiendo la venida del Emperador, y se alojó aquel día con su campo entre Tilinguen y Lauginguen, la cual es una villa que está una milla más adelante de Tilinguen, con puente sobre el Danubio, lugar fuerte de sitio y de razonable fortificación. En ésta tenían los enemigos tres banderas. Y la que salió de Tilinguen se entró allí, con la cual fueron cuatro, que hacían mil y docientos hombres; mas aquella noche, siendo requeridos por el duque de Alba que se rindiesen a Su Majestad, respondieron muy bravos, diciendo que no querían, porque otro día esperaban socorro del duque de Sajonia y Lantzgrave; mas viendo aquella noche demostraciones de ser batidos, otro día tomaron otro consejo, y antes que amaneciese salieron por el puente llevando el camino de Augusta. Los burgomaestres de la villa salieron a entregarse al Emperador, dando por disculpa que lo hicieran antes si la gente de guerra que dentro estaba no se lo estorbara. En este tiempo tuvo el Emperador aviso que el duque de Sajonia y Lantzgrave venían, y que traían el camino derecho de Lauginguen, a lo cual se dio crédito por haberlo dicho el día antes la gente de guerra que en ella estaba, que otro día esperaban ser socorridos, y así mandó que el campo estuviese en orden para ir a tomar cierto paso, el cual, aunque era ancho y no áspero, era harto conveniente para combatir con los enemigos, los cuales no podían venir por otra parte, habiendo de venir a Lauginguen, y viniendo por allí, no se podía dejar de combatir, o habían de volver atrás; viendo los imperiales, si combatían, el Emperador tenía su campo en sitio harto bueno, y si volvían atrás, perdían su negocio; y así, de una manera o de otra, este día se echara a parte y concluyera esta pendencia. Estando las cosas en estos términos, la villa de Lauginguen se vino a rendir, y se supo de los de ella que no sólo se esperaba socorro del duque de Sajonia y de Lantzgrave, mas que Xertel había estado allí aquella noche con sesenta caballos, y había sacado las cuatro banderas y llevádolas a Augusta. Luego Lauginguen se vino a rendir, y otra villa llamada Gundelfinguen, que está asentada cerca del río Prens. El duque de Alba, por orden del Emperador, hizo que Joan Bautista Sabello, con la caballería del Papa, siguiese a Xertel, y a estas cuatro banderas envió con él a Aldana y a Aguilera, capitanes españoles escogidos, con sus dos compañías de arcabuceros españoles a caballo, y a Nicolao Seco con la suya de italianos, y pusieron tanta diligencia que los alcanzaron, aunque Xertel, con los caballos, ya había ido delante, y con las cuatro banderas tuvieron una buena escaramuza, en la cual prendieron y mataron a muchos, y les tomaron tres piezas de artillería que llevaban de Lauginguen a Augusta. Con esto se volvió Joan Bautista Sabello al Emperador, el cual aquel mismo día, dejando en 283
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Lauginguen dos banderas, se alojó, con todo su campo, pasado el río Prens, sobre su ribera, en una aldea que se llama Solten, tres leguas de Ulma, donde el Emperador iba con designo de ponerse sobre ella, porque teniendo ganadas las tierras que quedaban sobre el Danubio, y habiendo tomado la delantera a los enemigos, quería apretar aquella ciudad, poniéndose en sitio que si ellos viniesen a socorrer los pudiesen combatir con su ventaja, lo cual estaba claro que ellos habían de procurar y si no la querían dejar perder, y así ordenó de partir otro día. Mas a la hora que el campo había de levantarse, algunos caballos ligeros que el Emperador había enviado el día antes a la banda de los enemigos, vinieron con aviso que caminaban, y así, fue necesario, hasta reconocer lo que ellos determinaban de hacer, que el Emperador no desalojase su campo. Envió de nuevo más caballos que reconociesen el camino que los enemigos traían, los cuales habían partido el día antes de su alojamiento sobre Norling, y habían caminado dos leguas muy grandes aquel día; quedábales poco camino hasta el alojamiento que tomaron después, y haberse reconocido tan tarde no fue en todo por culpa de los descubridores, porque como no eran naturales de la tierra, no eran pláticos en ella, y así estuvieron mucho tiempo sin entender a qué parte enderezaban los enemigos; y algunos alemanes que trajeron aviso de esto estuvieron tan desatinados, que ninguna cosa cierta supieron referir.
- XXXII El Emperador va con el duque de Alba a reconocer el camino del enemigo. Ya en este tiempo, los enemigos estaban tan adelante, que saliendo el duque de Alba a reconocer la disposición de la parte por donde se pensaba que iban, sus atambores se oían muy claros, y comenzaba a parecer alguna gente suya, y así el Emperador subió en su caballo con algunos caballeros; tomando al duque de Alba en la compañía, se pusieron en una montañuela donde ya muy cerca venía la vanguardia de los enemigos, la cual traían muy reforzada de gente de caballo, y su infantería a la mano derecha, cerca de unos bosques, y algunas piezas de campaña, con las cuales comenzaron a tirar muy bien, porque Lantzgrave se preciaba de saberse aprovechar de su artillería, como en esta guerra se vio bien. Después que el Emperador hubo muy bien mirado la manera que los enemigos traían, y entendido que iban la vuelta de Gingen, que es una villa asentada una legua del campo donde estaba alojado el Emperador, el río Prens
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arriba, él se volvió a su alojamiento, y los enemigos se alojaron sobre esta villa, y sobre el mismo río. Hubo en este tiempo un poco de escaramuza, mas no cosa de consideración. Hubo pareceres que fuera bien combatir este día con el enemigo; mas mirado que cuando se tuvo aviso de su camino estaba tan cerca de su alojamiento que no se podía dar la batalla cómodamente, porque tenían muy cerca y segura su acogida, de manera que no había tiempo para sacar contra ellos algún escuadrón, ni había lugar de poner en orden el campo, especialmente habiendo de pasar el río Prens, que estaba entre los unos y los otros, tan hondo que no era posible pasarlo sin puentes, y para echarlas era menester tiempo, porque habían de ser muchas para que pudiese todo el ejército pasar con la diligencia necesaria. Así que, si hubo falta en esto, estuvo en ser los enemigos reconocidos a tiempo, que ya no le había para hacer cosa con él, y esto fue por las diversas relaciones que trajeron los corredores, de manera que cuando se vino a saber la verdadera, ya [era] pasada la ocasión, si alguna hubo. Es verdad que se murmuró en todo el campo, creyendo todos que se perdió una buena ocasión, y se dijeron palabras harto malsonantes, y el conde de Bura, que estaba en la delantera, dijo al escuadrón de los españoles: Yo no soy luterano, pero doyme al diablo, y no creo en el Emperador ni duque, ni los veré. Y quiérome emborrachar por quince días. Decía el conde estas palabras, porque ni iba la guerra como él quisiera, y en este día culpó al duque, y aun al Emperador, porque se detuvieron en romper con el enemigo; decían que había días que estaba pronosticado que día de San Francisco había de tener el Emperador una gran victoria y deshacer a los enemigos. Vuelto el Emperador a su alojamiento, los enemigos hicieron muestra con algunos escuadrones de caballos por un llano hacia él, y habiendo una pequeña escaramuza se volvieron al suyo; el cual, si bien estaba dividido entre sí por algunos valles y arroyos que le atravesaban, cada parte de él era fortísima, porque los alemanes saben muy bien alojarse. Otro día, de mañana, amaneció el Emperador con mala disposición, y también el duque de Alba.
- XXXIII Quiso el Emperador ir contra Ulma.
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Este día en la noche estuvo el Emperador en la ida de Ulma, y después de muchas opiniones, finalmente, otro día se tomo resolución de mudar el campo, porque se entendió que ya los enemigos habían enviado a Ulma los tres mil suizos y mil y quinientos soldados de la misma tierra, que era bastante gente para defender aquella ciudad, la cual estando así no era cordura ponerse sobre ella, dejando a las espaldas un ejército de más de cien mil combatientes, los cuales, sin duda, en dejando el alojamiento los imperiales, se habían de poner en él y, ocupado, quitarían las vituallas con muy gran facilidad, porque no podían venir por otra parte sino por allí, y quedaban señores de todas aquellas villas que sobre el Danubio se habían ganado ya.
- XXXIV Nueva manera de guerra era de alojamiento en alojamiento. -A 20 de octubre ordena el duque de Alba una gruesa escaramuza. Ya la manera de la guerra se había vuelto con acuerdo de hacerla de otra suerte, que era de alojamiento en alojamiento, porque ambos estaban asentados a vista el uno del otro, de suerte que cada día había escaramuzas, y parecía que los enemigos querían entretener la guerra y andarse de un alojamiento en otro a vista del Emperador, aunque se decía ya que entre ellos había poca conformidad y contento y mucha falta de dinero. A veinte de octubre quiso el duque que se hiciese una escaramuza algo gruesa más que las ordinarias. Y así, otro día de mañana, se emboscaron tres mil arcabuceros en el bosque que estaba junto al Prens hacia los enemigos seiscientos pasos, y enviando al príncipe de Salmona con algunos caballos suyos, sacó a los enemigos luego, porque comenzó a hacer daño en algunos desmandados que estaban delante de sus alojamientos, y ellos salieron viendo esto tan en grueso como acostumbraron, así de caballos como de arcabuceros a pie, partidos, parte sueltos y parte en escuadrón. El príncipe los supo tan bien traer, que los metió en el mismo lugar que le había ordenado. Allí hubo una muy buena escaramuza ansí entre los caballos como entre los arcabuceros, y cayeron muchos de los enemigos, los cuales se veían por aquella campaña tendidos con sus banderas amarillas, que desta color las traían. En esta escaramuza ellos se aprovechaban de su artillería (como siempre), y, con todo, recibieron muy gran daño; y si bien sus caballos cargaban muy en grueso, los caballos ligeros imperiales los sostuvieron, y tornaron a cargar muy bien, porque andaban entre ellos muchos caballeros principales de todas naciones que servían allí a Su Majestad; mas porque un
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tudesco se había pasado a los enemigos y dádoles aviso, no se pudieron ejecutar algunas cosas que la noche antes se habían ordenado. El Emperador mandó retirar la escaramuza, y ello se hizo (de la misma manera que lo había mandado, que no fue menester mandarlo dos veces) con tan buena voluntad de los contrarios, que juntamente se retiraron ellos por la misma orden.
- XXXV Prosiguen las escaramuzas sacándoles a ellas los imperiales. -Encamisada que se dio a los herejes. -Nota lo poco que el español sabía de los coches, agora tan en perjuicio de la caballería y de la honestidad usados. Viendo el Emperador que los enemigos salían siempre, en siendo provocados, acordó de hacelles algún daño señalado, y así ordenó que un día fuesen los caballos ligeros a las trincheas del enemigo para sacallos de ellas escaramuzando, y puso la caballería tudesca repartida en diez partes del bosque, donde podía estar encubierta, y mandó meter por él la arcabucería española e italiana, y todo el resto del campo hizo estar en orden para lo que fuese menester, y juntamente con esto hizo poner cubiertas algunas piezas de artillería en partes convenientes, y mandó al príncipe de Salmona que con los caballos ligeros hiciese lo que estaba ordenado, que era sacar los enemigos como los días pasados había hecho. Y así salieron de su campo dos escuadrones de caballos, los cuales nunca se apartaron de sus trincheas, sino tan cerca de ellas, que su artillería los podía ayudar. Salieron a escaramuzar, pero con tanto tiento que nunca los pudieron meter donde estaba ordenado, o porque tuvieron aviso, o escarmentados de las pasadas. Todo el tiempo que se escaramuzó estuvo el campo en orden, mas habiendo pasado gran parte del día en esto, todos se volvieron a sus alojamientos. Como vio el Emperador que de día no tenían las escaramuzas el efecto que quería, mandó ordenar para una noche una encamisada, en la cual iba toda la infantería española y el regimiento de Madrucho, y el gran maestre de Prusia y el marqués Alberto con su caballería. Con esta gente partió el duque de Alba aquella noche, y luego el Emperador mandó apercebir lo restante del ejército, y él mesmo fue a esperar en campaña en el aviso que el duque le enviaba, para proveer conforme a lo necesario.
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De esta manera estuvo con algunos caballos que mandó que le acompañasen, armado de su gola y corazas, y cubierta una lobera; y porque la noche era larga y frigidísima cuales son las de aquellas partes, se puso a dormir en un carro cubierto, que en Hungría llaman coche, que ya son bien usados en España (más de lo que conviene), porque el nombre y la invención es de aquella tierra. Y así estuvo esperando los avisos que tenía, para acudir conforme a ellos. Llegó el duque de Alba a media milla del campo enemigo, mas reconociendo que sus centinelas y guardas estaban reforzadas, sospechando lo que era, mandó hacer alto, y reconocido mejor lo que los enemigos hacían, se vio claramente cómo estaban avisados, porque tenían encendidos muchos fuegos, y también tenían grandísimo número de hachas y faroles, los cuales andaban de escuadrón en escuadrón, así que por esta causa, y por tener ellos el sitio y fortificación tan grande que aunque no estuvieran tan avisados y tan sobre aviso, y en todo tan apercebidos como estaban, se había de porfiar mucho si con ellos se llegara a las manos; no hubo lugar la buena orden que en esto le había él dado. Después se supo que aquella noche los enemigos habían sido avisados cuatro horas antes que los imperiales llegasen por una espía suya que salió del campo. Pasando esto ansí, el duque tornó con la gente al alojamiento antes que amaneciese, porque así le fue dada la orden, y no pudo hacer otra cosa, y el Emperador también acudió en la mesma hora. Escapáronse de buena los luteranos, porque se les diera una buena mano, como se esperaba de la gente que iba, y orden que se había dado.
- XXXVI Fatigan mucho a los alemanes las armas que se les dan de noche. -Mano que el príncipe de Salmona dio una noche a los enemigos salteadores. Parecía que la guerra había vuelto a los primeros tres términos, y que los enemigos estaban en alojamiento muy seguro y muy de asiento, por lo cual el Emperador comenzó a buscalles otra entrada, y se trató de ella cómo se había de efectuar para que saliesen con su intento. Mas entre tanto que esto se concertaba, no cesaron de hacerles el mal posible en las vituallas, sacomanos, ferrajeros, y dándoles continuamente arma cada noche, que es cosa que a esta gente da grandísima pena.
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Entre otras cosas, un día, por orden del Emperador, el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros, y monsieur de Barbanson, caballero de la Orden del Tusón, flamenco, con la caballería del conde de Bura, fueron hacia la escolta que los enemigos hacían a sus vituallas, y no muy lejos del campo de ellos encontraron con dos escuadrones de caballería harto gruesos, y pelearon con ellos de manera que los desbarataron y mataron, y prendieron muchos de ellos, y tomaron un estandarte con el alférez. Volvieron con esto al Emperador con grandísimo número de prisioneros, carros y caballos. De estos trajeron muchos los caballos ligeros y algunos arcabuceros españoles que con Arce se habían hallado aquel día por aquel bosque. También hubo otras escaramuzas particulares de caballeros, que por mostrarse salían hasta las trincheas del enemigo; había heridos de ambas partes.
- XXXVII Muda el alojamiento el Emperador. Determinó el Emperador de mudar alojamiento por muchas causas, y entre ellas era ver que de la empresa de Ulma no se podía ya tratar, por estar tan fortificada y guarnecida, y junto con esto el alojamiento se dañaba, así con enfermedades de soldados como por el lodo grandísimo que comenzaba, el cual, creciendo un poco, quitaría que la artillería se pudiese mover de allí, ni aun allí aprovecharse de ella; y así, pareció ser más conveniente volverse al alojamiento de Lauginguen, por ser aquel lugar más acomodado para las cosas necesarias en este alojamiento. Antes que el Emperador partiese, murió de su enfermedad el coronel Jorge de Renspurg, soldado viejo, y que en todas las guerras del Emperador había muy bien servido.
- XXXVIII Vuelve a Roma el legado Farnesio. -No pudieron los enemigos salir a pelear. Casi en este tiempo, el cardenal Farnesio, nieto del Papa, que había venido por legado, se volvió a Roma, por algunas indisposiciones que en su salud tenía.
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Partiendo el Emperador del alojamiento de Solten en la orden acostumbrada, vino a alojarse a Lauginguen. Aquel día los enemigos no hicieron otra demostración, si no fue mostrarse un escuadrón de cuatrocientos caballos a vista del campo imperial. Si el duque de Sajonia y Lantzgrave tuvieran gana de pelear, este día tuvieron harta ocasión; mas ellos se estuvieron quedos, aunque tenían sobradas ventajas de sitio y gente, y más, que habían reforzado el campo con quince mil hombres de Viertemberg, y al campo del Emperador faltaba, que habían enfermado muchos alemanes altos y bajos, y de los españoles, y fuera del campo habían ido otros a hacer correrías. De los italianos ya no había cuatro mil, que los demás eran muertos. Mas los enemigos, quedos, dejaron ir en paz al Emperador.
- XXXIX Tiene correo el Emperador de los buenos sucesos del rey don Fernando, su hermano. Cuidado grande del Emperador con su campo. -Saludable parecer que tuvo el Emperador de proseguir la guerra, aunque fuese invierno. El Emperador partió de Solten y se alojó en Lauginguen, donde le vino nueva de los felices hechos del rey don Fernando, su hermano, que haciendo cruelísima guerra con el duque Mauricio, al duque de Sajonia le habían tomado la mayor parte de aquel Estado. Lo cual, porque los enemigos lo supiesen luego, o porque si ya lo sabían viesen que lo sabía también el Emperador, y que se regocijaba en su campo, por lo cual mandó hacer una salva de artillería con muy grande concierto, mostrando todos grandísimo contento y significando tener alegría. Todo el tiempo que el Emperador estuvo aposentado en Lauginguen se ponía cada día a caballo y visitaba el campo en la campaña en torno, como fue costumbre suya muy ordinaria en todas las guerras que se halló, y no dejaba de mirar los lugares que los enemigos podían ocupar contra él, o él contra ellos, los cuales habían venido dos o tres veces a reconocer un castillo que estaba guardado de cincuenta españoles, una milla del campo imperial. Mas siempre se reconocía a tiempo que no se les podía hacer daño, y así lo hicieron un día que de cerca del castillo llevaron ciertas vacas, y siendo seguidos estuvieron en peligro de recibir un gran daño, del cual se escaparon por su buena diligencia. Mas el Emperador, que aquel día había salido con la caballería para este efecto, fue adelante hacia el campo de los enemigos, y consideró que, tomando un alojamiento más cerca de ellos, se podría desde allí hacer algún buen efecto. Y como otras veces había hecho, anduvo mirando todos aquellos lugares, y entre ellos reconoció uno a su propósito, y después de visto se 290
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volvió al alojamiento, a su campo de Lauginguen, el cual estaba ya tal por los lodos tan grandes y pantanos que en él había, que no parecía poderse sufrir, y el tiempo era tan recio, que los soldados y toda la otra gente de guerra pasaban gran trabajo. Y por esto hubo muchos pareceres, y todos conformes que el Emperador debía alojar en campo encubierto y repartillos por guarniciones convenientes, y puestos que desde ellos se hiciese la guerra; mas el Emperador tuvo a todo esto otro parecer y muy contraria opinión, y fue de proseguir la guerra. El cual fue tan saludable consejo como después se vio por experiencia.
- XL Muda el Emperador alojamiento por mejorarse. Notoria ventaja que ya hacía el campo imperial. Ríndese Norling. Estando así en el alojamiento, tan lleno de lodo que aun los carros de las vituallas no podían llegar a él, determinó el Emperador de ir al otro que él había reconocido, llevando el campo en dos partes. La infantería y artillería por la una, y por la otra, más a la banda de los enemigos, la artillería. Tampoco este día vinieron los enemigos a combatir, teniendo un camino acomodado y muy ancho, y muy llano para venir contra la caballería, y la infantería y artillería estaba muy lejos. No debieron de entenderlo, y el Emperador no pudo dar a su campo otro camino, porque los demás que había para aquel alojamiento eran tan estrechos, escabrosos y llenos de bosques muy cerrados. Alojado el campo imperial allí donde digo, hallóse el ejército muy bien acomodado, porque este alojamiento (al cual después llamaban los soldados alojamiento del Emperador) era muy enjuto, y en todas maneras muy diferente del que habían dejado. Tenía mucha leña, agua y de todas partes las vituallas podían venir a él con más facilidad, y sobre todas las bondades que tenía, era que tenía sitio harto fuerte, porque enfrente, contra los enemigos, tenía una montañeta que parecía hecha a mano, muy necesaria, sobre la cual se asentó la artillería, que tiraba por toda la campaña. A la mano derecha tenía un lago y pantanos; a la izquierda, unos bosques que también aseguraban las espaldas por no ser muy extendidos. Estaba tan cerca de los enemigos, que las guardias de ambos campos escaramuzaban ordinariamente, corrían los caballos y tomaban las vituallas que venían a los enemigos, lo cual se hacía con tanta diligencia y tan bien, que por todas las partes que les podían venir los corrían
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los caballos ligeros y arcabuceros de a caballo. Y así, los caminos de Norling y de Tinchpin hasta los de Ulma estaban llenos de gente muerta, y carros quebrados, y vituallas derramadas, y demás de esto, se les daban tantas armas de noche y escaramuzas de día, que no tenían hora segura. Después que se pasaron en este campo del Emperador, comenzó notoriamente a verse la ventaja que a los enemigos se hacía. Y ellos comenzaron a acobardarse y ser remisos en las escaramuzas, que ya no salían como solían con aquel denuedo, coraje, diligencia, y aunque les llegaban a las trincheas, salían pocas veces. Y así, los prendían junto a su campo, y dentro en él comenzaron a sentir otro enemigo más fuerte, que fue la hambre, que ya era tanta que se les pasaban días sin tener bocado de pan, y lo que les causó mayor quebranto fue, cuando ellos pensaban que el Emperador había de apartarse de ellos, y recogerse por el rigor grande del tiempo, entonces se les acercaba y apretaba con más fuerza, y aún quiso más el Emperador apretarlos tomando una montañita que estaba a caballero de ellos, de la cual se podía batir su campo muy fácilmente. Esta se reconoció yendo a escaramuzar a las trincheas de los enemigos por una y otra parte. El duque de Alba, con algunos capitanes y caballeros, vio la disposición de ella, y el Emperador acordó de tomarle, y alojar allí el campo. La orden que para ello, se había de tener era muy buena, y hiciérase así como estaba ordenado, si en este tiempo la ciudad de Norling no enviara a tratar de rendirse, lugar tan importante, que teniéndole no era menester otra fuerza para desalojar a los enemigos, pues poniendo gente de caballo en ella, se les podían quitar las vituallas y municiones cuantas viniesen a su campo, y se les ponía en el campo una hambre más brava que ningún artillería ni otro enemigo.
- XLI Quieren los herejes tratar de paz. En estos días los enemigos estaban ya tales, que acordaron el duque de Sajonia y Lantzgrave que se escribiese una carta al marqués Joan de Brandemburg, hermano del elector, la cual se había de escribir en nombre de un caballero criado del elector. Y la sustancia de ella era que este caballero rogase al marqués hablase al Emperador y le dijese que tenían entendido que Su Majestad era un príncipe muy puesto en razón, y que así, no le parecían mal cualesquier medios de paz, y le hablase en ella poniéndole delante el bien
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que sería para toda la Germania, y por esto ofrecían ciertas capitulaciones que algunos años antes habían tratado con el duque Mauricio tocantes a la religión. Esta carta escribió este caballero llamado Adam Trop, chanciller del elector de Brandemburg, con todas las palabras que pudo para reducir al hermano de su señora que lo tratase con Su Majestad, y con la disimulación posible, encubriendo la necesidad y flaqueza que todos ellos tenían. Esta carta trajo un trompeta al marqués Joan, y él, haciendo relación de ella al Emperador, con acuerdo de Su Majestad, respondió que si el duque de Sajonia y Lantzgrave ponían sus personas y sus Estados en las manos de Su Majestad, que él entonces de muy buena gana le hablaría en la paz; mas que no haciendo esto, no se había de tratar de ella. Oída por ellos esta respuesta, tornaron a escribir por la misma vía, diciendo que los negocios que tocaba a personas y Estados, requirían mucha deliberación, y que por esto, si le parecía que viniesen él y el conde de Bura, y que saldrían el duque de Sajonia y Lantzgrave, y que en un lugar donde les pareciese en la campaña, todos cuatro tratarían de estos negocios y hablarían más largamente. El marqués Joan, por orden de Su Majestad, les volvió a escrebir en respuesta las mismas palabras que antes había escrito, y con esto se quedaron sin haber más réplicas ni tener otra conclusión los medios que los herejes propusieron de la paz.
- XLII Quiere el Emperador desalojar al enemigo. -Parten y desamparan los enemigos el campo antes que el Emperador diese en ellos. -Sigue el Emperador al enemigo. -Va el duque de Alba a dar en ellos. -Gana el duque un cerro. -Hácense fuertes los herejes en un monte, y llano. -Falta el día. -Alójanse los unos y los otros. -Cuatro veces los desalojó el Emperador. -Diligencia grande del Emperador por que no se le fuese el enemigo. -Camina el enemigo toda la noche huyendo. -Luis Quijada va a reconocer. -Nieve y frío grande. -No bastan trabajo, hambre, frío y nieve a quitar al Emperador de seguir al enemigo. En este tiempo, los de Norling, o por disimulación o por no poder echar las banderas que estaban en su guardia puestas por el duque de Sajonia, traían a la larga el trato de rendirse, y por esto determinó el Emperador de tomar la montañeta y desalojar al enemigo por fuerza, porque ya el estar en campaña era insufrible, y tenía voluntad que este negocio se llevase al cabo.
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Y así, determinó que la víspera de Santa Catalina se levantase el campo, y en el mesmo día se batiese el de los enemigos. Para esto, mandó al duque de Alba que con toda diligencia y cuidado (como en tal caso convenía) diese orden, como estaba concertado, que pues lo de Norling se dilataba, él quería seguir este camino, que era más corto, y echar de allí a los enemigos. Esto era ya a los 20 de noviembre. En el cual día hubo una escaramuza en que fue preso un cuñado de Lantzgrave, hermano de otra mujer que entonces había tomado. A 27 de noviembre, el Emperador tuvo aviso cómo los enemigos se levantaban, y esta nueva vino, poco antes de mediodía, porque la espía que la trajo, aunque era natural de la tierra, fue tan oscura la niebla que hizo aquel día, que desatinó y perdió el camino, y así, hasta que ella se levantó no acertó a venir al campo, y por ésta se tuvo el aviso, ya que ellos eran partidos, y puesto fuego a su alojamiento. Súpose cómo habían enviado la artillería gruesa delante, y desde la media noche comenzó su infantería a caminar, dejando de retaguardia toda la caballería, con todas las piezas de campaña que solían traer de vanguardia. Venido este aviso, el Emperador mandó que algunos caballos ligeros fuesen a reconocer claramente su partida. No se veía centinela suya; todas las trincheas estaban desamparadas. Después de haber enviado el Emperador estos caballos, él, con la caballería del conde de Bura, partió luego, y mandando que la otra caballería tudesca le siguiese, hizo que toda la infantería estuviesen en orden para lo que él enviase a mandar, y mandó que luego marchasen hasta setecientos arcabuceros españoles, y él, con los caballos que consigo había tomado, llegó al campo de los enemigos, los cuales estaban ya bien lejos de él, y habían dejado muchos enfermos, porque, a la verdad, partieron con razonable diligencia. El Emperador pasó del campo donde había ya hallado al duque de Alba; allí le vino aviso que los enemigos parecían tres millas italianas lejos, y por esto ordenó que los caballos le comenzasen a seguir entreteniéndolos con escaramuzas. El duque de Alba pidió al Emperador la caballería del conde de Bura, y el Emperador se la dio, siguiéndole siempre con la tudesca. Ya los caballos que el Emperador había enviado para que procurasen entretener los enemigos escaramuzando con ellos, estaban revueltos con los caballos desmandados que ellos traían en su retaguardia, y habían comenzado una buena escaramuza; mas no por eso los enemigos dejaban de caminar, ganando siempre tierra, hacia una montañeta donde tenían mil arcabuceros, y habían pasado de la otra parte de ella toda la caballería, excepto dos estandartes que quedaban sobre ella junto a los arcabuceros. Cuando el duque, con la caballería que llevaba, y la demás con que el Emperador seguía, llegó a vista de ellos casi una milla, la cual en siendo 294
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descubierta por ellos desampararon la montaña, caballos y arcabuceros, y bajaron de la otra parte a un llano que estaba en el camino que su ejército llevaba. El duque puso la diligencia posible en caminar, y ocupó la montañeta que los enemigos habían desamparado, desde la cual a otra montaña más alta, que estaba en el mesmo camino que ellos llevaban, podía haber una gran milla italiana; el espacio que había entre estos dos cerros, todo era llano y descubierto. Los enemigos pusieron, en esta montaña que digo, seis piezas de artillería, con las cuales batían todo aquel raso por donde ya ellos bajados de la montañuela que el duque de Alba había ocupado, caminaban, llevando a su mano derecha, junto a un bosque, los arcabuceros, y la caballería repartida por el llano en ocho o nueve escuadrones. Comenzaron a escaramuzar con ellos los caballos ligeros imperiales, y un estandarte de arneses negros, que son los arcabuceros de a caballo, los cuales, por orden del duque, habían bajado de la montaña para hacer la escaramuza más gruesa, cuando el Emperador, con la otra caballería, estaba ya cerca. Mas los enemigos, a este tiempo, a muy buen trote ganaron tanto camino, que se pusieron debajo de su artillería, la cual comenzó a disparar en su defensa, y sus arcabuceros, por la orilla del bosque, con paso harto largo, se vinieron a juntar con la infantería que tenían en la guarda del artillería que tenían en la montaña, que dije. Ya el Emperador había llegado con pocos caballos al cerro que el duque había ganado, porque los otros le seguían al paso que gente de armas puede andar, y miró lo que se podía hacer para detenellos, de manera que se hiciese algún buen efecto; mas iba el sol muy bajo y quedaba muy poco del día, y los enemigos estaban ya sobre la montaña dicha, y comenzaron a encender muchos fuegos para alojarse. Así que, visto por el Emperador que no había sido posible en aquel día alcanzar los enemigos, por haber tenido el aviso tan tarde, y viendo que los enemigos se alojaban, determinó hacer lo mesmo, y dejando al duque de Alba en la montañuela con toda la caballería, él, ya que anochecía, se volvió a su alojamiento para sacar toda la infantería aquella noche, porque no se diese algún tiempo para que el enemigo se pudiese apartar más, porque el Emperador quería seguirle hasta hallar lugar para romper con él, y si éste no se hallaba, irlos siempre desalojando, como hasta allí había hecho cuatro veces en esta guerra, dos por arte y dos por fuerza; una en Ingolstat, otra en Tonabert, tercera en Norling y cuarta, ésta de sobre Guinguen, la cual fue por fuerza y razón de guerra, como se puede conocer evidentemente por lo que se ha dicho.
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Volvió el Emperador a su alojamiento, y luego mandó poner en orden toda la infantería y la artillería, porque con esta diligencia quería ganar tiempo para otro día, y él, habiendo hecho un poco de colación, se partió, y con una niebla oscurísima y un frío terrible llegó a las dos, después de medianoche, al alojamiento donde había dejado al duque de Alba con la caballería y arcabuceros españoles. Toda la otra infantería y artillería caminaba con diligencia, vigilancia y gran cuidado, como en tal caso requería. Los enemigos veían los fuegos de este campo, y los de éste los suyos; mas ellos, dejándolos encendidos, toda la noche caminaron, y cuando amaneció habían ya pasado el río Prens, y alojádose sobre él junto a un castillo llamado Aydeven, muy fuerte, y del duque de Viertemberg. Aquella noche fue Luis Quijada, capitán de Lombardía, a reconocer lo que los enemigos hacían, y halló que se habían levantado; el duque de Alba lo dijo al Emperador. Era ya amanecido y día claro, mas la nieve que había caído desde antes que amaneciese y caía entonces, era tanta, que subía sobre la tierra dos pies en alto, y por esto estaba toda la infantería tan fatigada y tan esparcida, buscando dónde calentarse, por ser el frío intolerable, que era gran lástima vella, y los caballos estaban muy trabajados de la mala noche, porque allí no habían tenido qué comer, y toda ella habían estado ensillados y enfrenados, de manera que el trabajo del día pasado se les había doblado; mas ni el tiempo ni los otros inconvenientes que he dicho, ni el estar los enemigos fortísimamente alojados, bastaban a quitar al Emperador la voluntad de seguirlos, si no hubiera otra cosa que se tenía por mayor inconveniente que ninguno de los otros, y fue no haber alguna parte donde poder alojar cerca de los enemigos, y que se pudiesen hallar vituallas ni forraje para los caballos, por estar ya aquellas partes muy gastadas y comidas del ejército enemigo, el cual había estado alojado tantos días por allí, y aun en el campo imperial se iban cuatro y cinco leguas por ello, que fuera un trabajo que ni los hombres ni los caballos lo pudieran sufrir, y los enemigos tenían a las espaldas a Viertemberg, tierra fertilísima. De suerte que si se hiciera lo que el Emperador pensaba con su buen ánimo, su campo se ponía en la necesidad y trabajo que tenía el enemigo, y el enemigo no la tuviera con gran parte tan grande, que la hambre y rigor del tiempo, y estar finalmente el enemigo tan adelante, quitaron el seguirlos, y así acordó de echar por otra parte, por donde (aunque el tiempo fuese tan recio como era) tuviesen qué comer y donde se alojar debajo de cubierta, porque ya en campaña era imposible. Así que, aquella noche, tarde, volvió al alojamiento con todo el campo, que fue bien necesario, porque todos estaban muy trabajados, y se repararon algo para poder hacer lo que restaba.
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- XLIII Prudencia y valentía del Emperador. Este desalojar al duque de Sajonia y al lantzgrave de Guingen fue sustancial punto de la guerra, y desde entonces fueron ellos muy de caída y aún casi rotos, por lo que adelante se dirá que comenzó de allí. Y es así que en todo lo pasado no se le ofreció ocasión al Emperador para poder pelear con el enemigo con alguna medianía de lugar y tiempo. Si bien se ofreciera, pareció que no hubiera sido acertado romper con él, porque los sucesos de las batallas son varios, y si se perdiera por el Emperador, siendo vencida su gente, perdíase mucho, y ganandose, fuera imposible que fuera sin gran derramamiento de sangre, y grande perdimiento de hacienda, y muchos hombres menos; y hay gran razón para ello, porque los contrarios eran muchos y había entre ellos muy buenos soldados, aunque no faltaba chusma. Y la mayor prudencia que un buen capitán, experto en el arte y ejercicio de la milicia puede tener, es conservar su ejército y gastar y consumir al contrario con trazas y buenos ardides. Y, en particular, en la guerra de Alemaña, si el Emperador diera la batalla y venciera, si su ejército quedara muy acabado por las muertes de muchos que habían de morir en él, no había tan a mano la gente para rehacerlo y ponerlo con las fuerzas que eran menester para rendir y sujetar las muy poderosas ciudades de la liga. De manera que el Emperador se hubo en esta guerra, no sólo como valiente capitán, pues tantas veces esperó y buscó al enemigo para darle la batalla, mas como muy prudente, pues sin perder su gente, le corrió y levantó de sus alojamientos, y le trajo inquieto y desasosegado hasta ponerlo en el extremo último de perdición.
- XLIV Dividiéronse los enemigos; ventaja que pudieran tener. -Toma el Emperador la vía de Norling para atajar al enemigo y combatir con él. Estuvo, pues, el Emperador en su alojamiento (que llamaban del Emperador) dos días. Allí tuvo aviso que los enemigos luego otro día como se habían alojado en Haydenen, se habían partido en dos partes: la una fue la gente de las villas, la cual parece que tomaba el camino de Augusta, y la otra, que era toda la caballería del duque de Sajonia y Lantzgrave. y sus infantes, iba con ellos. Entendióse que tomaban el camino de Franconia, y sin duda alguna, si
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ellos vinieran a poderse hacer señores de aquella provincia, fuera comenzar la guerra de nuevo, porque tenían gran aparejo de rescatar muchas villas y obispados muy ricos que hay en ella, donde pudieran sacar dineros en cantidad. Tenían abundancia de vituallas y buenos alojamientos, por las muchas poblaciones que tiene, y si por ventura quisieran hacer cabeza de la guerra a Rotemburg, villa imperial, y luterana (aunque de la liga), tuvieran gran ventaja, por la población y fortificación que aquella villa tiene, a la cual fortificación ellos llaman Landeberg, que quiere decir defensa de la tierra, y tuvieran a Franconia a sus espaldas, de la cual se pudieran hacer señores por no haber en ella bastante cabeza para defenderla, y siendo señores de este sitio fueran muy más trabajosamente echados dél que de todos aquellos donde hasta entonces habían sido lanzados por el Emperador, porque iban rotos, y allí se rehicieran con las pagas de sus rescates y abundancia de vituallas, juntamente con los buenos alojamientos, que son tres cosas bastantes a reforzar un campo trabajado y roto. Teniendo el Emperador aviso de esta intención de los enemigos, y habiéndolo él antes sospechado, con la mayor diligencia que pudo levantó su campo y comenzó a caminar la vía de Norling con un tiempo harto trabajoso de aguas y nieves y hielos, y en dos alojamientos llegó a ponerse una milla de la dicha villa en otra pequeña imperial llamada Boffinguen, porque éste era el camino derecho para ir donde tenía la intención, que era Rotemburg, por ponerse delante a los enemigos antes que llegasen, y allí combatir con ellos en el camino, porque prosiguiendo ellos el que tenían comenzado, no podía esto dejar de ser, y el Emperador podía tomarles la delantera fácilmente, porque ellos rodeaban y él iba camino derecho. Llegado el Emperador a Boffinguen, los burgomaestres salieron a rendille la tierra; y un castillo que estaba sobre ella del conde de Fringuen, con gente de guerra, se rindió a voluntad de Su Majestad, si bien antes había braveado un poco. Otro día vinieron los gobernadores de Norling a rendirse, porque estaba el campo tan cerca de ellos, que no había lugar de otros tratos, sino de allanarse y rendirse. El Emperador metió dentro cuatro banderas, habiéndose salido aquella noche antes, dos que estaban dentro del duque de Sajonia y de Lantzgrave, y metiéronse en un castillo que está una milla pequeña de Norling, grande y fuerte, también de los condes de Eringuen, donde ya estaban otras dos. Y así estas cuatro banderas sacaban soldados para escaramuzar con los imperiales, que allí cerca estaban alojados, y mostraban determinación de defenderse. Mas el Emperador envió al conde de Bura con su gente, y en fin, 298
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ellos vinieron a rendirse. El conde trajo las cuatro banderas al Emperador, dejando ir libres los soldados, los cuales quisieron entrarse en alguna villa imperial; mas el Emperador no se lo consintió, y así les hizo que siguiesen el camino que el duque de Sajonia y Lantzgrave habían llevado, por que fuesen como los otros iban.
- XLV El Emperador quiere romper los enemigos, antes de conquistar las ciudades. Después que Norling quedó rendida y con gente de guerra dentro, y puesto por gobernador en todo el condado de Eringuen un hermano de los dichos condes, que era católico, y dejando al cardenal de Augusta en Norling por algunas provisiones que convenía hacerse, partió de Boffinguen, y sin querer entrar en Norling, vino a Tingipin, villa imperial y de la liga, la cual había hecho muestra de no rendirse; mas el duque de Alba había ido aquel día por orden del Emperador, con el artillería y españoles y parte de los alemanes adelante, y amonestado a los de la villa que si una vez se asentaba la artillería sobre ellos serían combatidos y dados a saco: con temor de esto, vinieron a rendirse. El duque de Alba trajo al Emperador los burgomaestres de la villa, estando ya Su Majestad cerca de ella, y deteniéndose allí un día y dejando dos banderas de guardia, partió para Rotemburg. Tardó en este camino dos días, que no fue pequeña diligencia según el tiempo era trabajoso y los caminos, estar ya tales que en ninguna manera se podían andar. Los de Rotemburg salieron a Su Majestad el día antes que entrase, y vinieron a ofrecerle la villa, diciendo que ellos nunca habían dado gente ni dinero contra él, y así era verdad. Supo también el Emperador cómo los enemigos no estaban lejos de allí, y que verdaderamente llevaban intención de hacerse señores de Franconia, y por esto se dio priesa a ocupar a Rotemburg, donde les tomaba los pasos por donde ellos pensaban pasar. Mas el rigor grande del tiempo no daba lugar, y así, todos los capitanes aconsejaron al Emperador que alojase su campo en Norling y en las otras tierras que sobre el Danubio se habían conquistado, y cerca de Ulma y Augusta, y para esto daban razones harto bastantes. Mas el Emperador no quiso sino ir a defender a Franconia, poniéndose delante de los enemigos, porque la empresa de Augusta y Ulma era fácil, rotos los enemigos, y lo que más importaba era no dejarlos rehacer en Franconia. Y
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así, sin reparar en las dificultades que se ofrecían, determinó de caminar y atajarles el camino, o forzarles a que tomasen otro donde acabasen de deshacerse. Este designo fue tan bien atendido como pareció después por lo que sucedió, porque sabiendo los enemigos que el Emperador estaba ya en Rotemburg, dejaron el camino de Franconia y tomaron otro a mano izquierda con un rodeo grandísimo, y por unas montañas harto ásperas, y así hubieron de dejar la mayor parte de su artillería gruesa repartida en algunos castillos del duque de Viertemberg, que estaban por allí cerca, y con esto pusieron tanta diligencia en caminar, que cuando el Emperador estaba en Rotemburg, los enemigos se habían puesto ocho leguas de él, habiendo estado tres el día antes.
- XLVI Deshácense los enemigos. Tira cada cabeza por su parte. -El conde de Bura vuelve a Flandres. Ya ellos iban tan rotos en este tiempo, que las dos cabezas que los guiaban se apartaron, y Lantzgrave se fue con docientos caballos a su casa, y pasando por Francafort, los gobernadores de la villa le fueron a hablar como a vecino y capitán general de la liga, y le pidieron consejo sobre lo que debían hacer. Y les respondió: «Lo que me parece es que cada raposo guarde su cola», que era un proverbio de que él mucho gustaba. Y dada esta respuesta tan resoluta partió con sus caballos, y se fue a su casa. También el de Sajonia tomó otro camino, recogiendo las reliquias del ejército que pudo, y con un grandísimo rodeo caminó hacia su tierra, componiendo por el camino las abadías que había, y sacando de ellas dinero para sustentar los soldados que llevaba; robaba los templos, y de otros lugares sacó el dinero que pudo. El Emperador los escribió consolando a los católicos, diciéndoles que los protestantes habían bien descubierto sus ánimos y malas intenciones, pues era tal su religión que en lo divino y humano así ponían sus manos, que se animasen, que esperaba, con el favor divino, que muy en breve llevarían su debido y merecido pago, que no permitiría Dios que en esta vida quedasen tantos insultos sin castigo.
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Estando el Emperador en Rotemburg, y viendo cuánto se habían alejado los enemigos de él, entendiendo que el tiempo ni la tierra daban esperanza de podellos alcanzar, ordenó de dar licencia al conde de Bura para que volviese a Flandres con la gente que había traído, y mandóle que fuese por Francafort y procurase, por fuerza o maña, ganar aquella tierra; la cual es grande, rica y muy importante. Partido el conde, el Emperador, con el resto del ejército, dio la vuelta sobre las ciudades en quien consistió la fuerza de la guerra pasada, mas el ímpetu y la reputación de la victoria hacía la guerra en Alemaña muy en favor del Emperador, y así, muchas ciudades enviaron allí a Rotemburg sus embajadores rindiéndose, y otras trataban ya hacer lo mismo. Así que, antes que Su Majestad de allí partiese, todas las ciudades y villas imperiales hasta el Rhin, y algunas de las de Suevia, y hasta Sajonia, vinieron rindiéndose a su obediencia.
- XLVII Viene el Emperador a Hala de Suevia, ciudad principal rendida. -El conde Palatino procura la gracia del César. -Clemencia del Emperador. Partido el Emperador de Rotemburg, vino en dos alojamientos a Hala, de Suevia, que era ya de las ciudades rendidas, y de las más ricas de aquella provincia, y de la liga. Allí, por indisposición de su gota, que le apretó mucho, se detuvo algunos días más de los que quisiera. Y en este tiempo, que sería mediado diciembre, el conde Palatino comenzaba a tratar como hombre bien arrepentido, de la demostración que contra Su Majestad había hecho, y pasó tan adelante, que Su Majestad admitió el darle audiencia; que la clemencia del Emperador fue siempre tanta, que se podía decir ser propria virtud suya, y así, se dijo de él que de todo se acordaba, sino de sus ofensas. Vino el conde Palatino allí en Hala a la corte del Emperador, un día que le fue señalada hora, y entró en la cámara donde Su Majestad estaba sentado en una silla por causa de la gota que le trababa los pies. Llegó el conde haciendo muchas reverencias y quitada la gorra; y comenzó a dar disculpas, diciendo y mostrando que si en algo había faltado, él estaba muy arrepentido, y dijo esto con tantas palabras y humildad cuando le convenía. El Emperador le respondió: Primo, a mí me ha pesado en extremo que en vuestros postrimeros días, siendo yo vuestra sangre y habiéndoos criado en mi casa, hayáis
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hecho contra mí la demostración que habéis hecho, enviando gente contra mí en favor de mis enemigos, y sosteniéndola muchos días en su campo; mas teniendo yo respeto a la crianza que tuvimos juntos tanto tiempo, y a vuestro arrepentimiento, esperando que de aquí adelante me serviréis como debéis, y os gobernaréis muy al revés de como hasta aquí os habéis gobernado, tengo por bien perdonaros y olvidar lo que habéis hecho contra mí, y así es porque con nuevos méritos mereceréis bien el amor con que agora os recibo en mi amistad. El conde de nuevo comenzó a dar disculpas, todas las que él pudo, y lo que más movió a todos fue la humildad y las vivas lágrimas con que se descargaba. Que cierto hizo compasión ver un señor de tan alta sangre, primo del Emperador, y tan honrado y principal, con aquellas canas de ochenta años descubiertas; quebrara un corazón, aunque fuera de piedra. De allí adelante el Emperador le trató con la familiaridad pasada, aunque entonces le había recibido con la severidad necesaria.
- XLVIII Ulma se reduce. Ciudad poderosa y rebelde. Ya los de Ulma trataban de reducirse al servicio del Emperador en el mismo tiempo que el conde Palatino estaba en Hala. Llegaron allí, y señalándoles hora por hablar a Su Majestad, entraron en la cámara, donde le hallaron sentado, y estando el conde Palatino delante, se hincaron de rodillas, y con semblante triste y humilde, mostrando lo que tenían en los ánimos, el principal de ellos dijo, en suma, estas palabras: Nosotros los de Ulma conocemos el yerro en que hemos caído y la ofensa que os hemos hecho, lo cual todo ha sido por falta nuestra y de algunos que nos han engañado; mas juntamente conocemos que no hay pecado, por grave que sea, que no alcance la misericordia de Dios, arrepintiéndose el pecador. Y por esto esperamos que quiriendo vos imitar a Dios, tendréis respeto a nuestro arrepentimiento y nos recibiréis a vuestra misericordia. Y así, os pedimos, por amor de la pasión de Cristo, hayáis piedad de nosotros y nos recibáis en gracia, pues nos entregamos a vuestra voluntad con determinación de serviros como buenos y leales vasallos, con las haciendas y la sangre y con las vidas, como lo debemos a tan buen Emperador. Su Majestad le respondió que venir ellos en conocimiento de su yerro era muy gran parte para que él se lo perdonase, y que juntamente con esto, tener él por cierto que, arrepentidos de lo pasado, le habían de servir en lo venidero como buenos y leales vasallos del Imperio, hacia que de mejor voluntad les perdonase, y que así los admitía a su gracia, reservando para sí lo que en
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aquella ciudad convenía que se hiciese, para el bien y sosiego de todo el Imperio. Dieron los de Ulma en servicio a Su Majestad cien mil florines y doce tiros gruesos de artillería, y recibieron diez banderas de presidio.
- XLIX Por qué quiso el Emperador sujetar a Viertemberg antes de pasar adelante. Después, de ahí a pocos días, partió de allí el Emperador, porque si bien el duque de Viertemberg comenzaba a sentir que las banderas imperiales se le acercaban y blandeaba con el temor, aunque no tanto que no fuese necesario que el Emperador, con las armas en la mano, le hiciese venir a su obediencia. Porque teniendo el Emperador a Ulma, tan vecina al ducado de Viertemberg, no era conveniente cosa dejarlo libre con las fuerzas que tenía, y apartarse de él yendo a otra empresa, pues con la ausencia de Su Majestad se podía dar ocasión a cosas nuevas, porque estando Augusta en pie juntamente con aquel Estado, pudieran fácilmente hacer alguna resolución en Ulma. Y para esto tuvieran aparejo, por la vecindad que este Estado con ella tiene, y con otros que naturalmente son inquietos y amigos de novedades, principalmente los franceses; que si Viertemberg estaba fuera de la obediencia tendrían la puerta abierta para todas las revueltas de Alemaña. Así que el Emperador, por estos y otros respetos, determinó de hacer la empresa de aquel Estado, y envió al duque de Alba delante con los españoles, y el regimiento de Madrucho y coronelía de Kamburg, y los italianos que habían quedado, que eran tan pocos, que por eso no digo el número.
-LEntra el duque de Alba delante. Síguele el Emperador. -Rinde y sujeta brevísimamente este Estado. Partido, pues, el duque de Alba con la parte del ejército que digo, y alguna caballería de tudescos, y los trecientos hombres de armas que vinieron del reino de Nápoles, Su Majestad le siguió con la otra parte de los caballos, y el regimiento de tudescos (que habla sido de Jorge y entonces el Emperador le había dado al conde Juan de Nasau). El camino fue derecho a Alprum, que es una villa imperial y fue de la liga, porque de tres entradas que hay para el ducado de Viertemberg por la banda 303
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donde Su Majestad estaba, la de aquella vista es la más llana y más abierta para llevar campo y artillería. Llegado el Emperador a Alprum, el duque de Viertemberg comenzó a apretar más en sus negocios, porque el duque de Alba, de camino, había rendido algunas villas del Estado. Entrado más adelante había reducido a la obediencia de Su Majestad casi todas las villas de él, exceto algunas fortalezas, para las cuales eran menester muchos años de sitio, así por ser fortísimas como por estar bien proveídas. Mas el duque de Viertemberg, tomando el consejo más saludable, vino en todo lo que el Emperador le mandaba, dándole tres fuerzas del Estado, las que Su Majestad quiso escoger. Estas eran: Ahsperg, un castillo muy grande y lleno de artillería y municiones, puesto en un sitio muy fuerte, y Kuthanderg. La tierra era otra villa llamada Porendorf, y ésta es la más fuerte, y por eso estaba la más bien proveída, porque había en ella vituallas para dos mil hombres muchos años, y artillería y munición conforme a esto. En todas estas fuerzas se halló artillería del duque de Sajonia y de Lantzgrave, de la que por ir con más diligencia habían dejado, especialmente en esta villa, por ser señora de una entrada muy importante para aquel Estado; y entregando esto que tengo dicho, dio a Su Majestad docientos mil ducados, y prometió de hacer todo lo que él mandase sin excetar cosa alguna.
- LI Ríndense siete ciudades en un día. -Piden misericordia en lengua española. -Amaban al Emperador los alemanes. Llamábanle padre. Habiendo el Emperador, en tan breve tiempo, sujetado al duque de Viertemberg y asegurado aquel Estado con tener estas fuerzas en su poder, le vino aviso del conde de Bura cómo Francafort se había rendido a la voluntad de Su Majestad, y que él estaba con doce banderas. Dos días después de estas nuevas, vinieron los burgomaestres de la dicha villa, y Su Majestad los recibió con las condiciones que a los otros, reservando en sí lo que para el bien de la Germania convenía que se hiciese. Luego otro día vinieron juntas siete ciudades, todas de la liga, entre las cuales eran Meminguen y Quenten, de manera que antes que Su Majestad partiese de Alprum ya todas las ciudades de Suevia (exceto Augusta) estaban rendidas a su obediencia, porque, como está dicho, ya la victoria y reputación
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del César peleaba por él en todas las partes de Alemaña. Partiendo el Emperador de Alprum, tomó su camino para Ulma, pasando por el ducado de Viertemberg, y en seis jornadas llegó a ella. Mas los de la ciudad habían enviado a los confines de su señorío sus embajadores a recebirle muy acompañados, los cuales le hablaron en español, hincados de rodillas, allí en el campo adonde habían salido a esperar al Emperador que venía de camino. La causa de hablalle en español dicen que fue parecerles que era más acatamiento hablarle en la lengua que era más su natural y más tratable, que no en la propria de ellos. Lo que dijeron fue ofreciéndole la ciudad, y particularmente las personas y haciendas, que unos hombres muy determinados de servir a su príncipe pueden ofrecer. Su Majestad les respondió en español, hablándoles mansa y agradablemente, como ellos dicen, llamándole príncipe gracioso, de la cual respuesta quedaron tan contentos cuanto era razón y mostraron bien la voluntad que al Emperador tenían, que generalmente era amado en toda Alemaña, tanto, que la gente de guerra, ordinariamente, le llamaban Unserlater, que quiere decir, nuestro padre. Este nombre quiso usar un prisionero de los enemigos, que unos tudescos trajeron un día a Su Majestad. Preguntándole el Emperador si le conocía, dijo: «Sí, conozco que sois nuestro padre.» Al cual, Su Majestad dijo: «Vosotros que sois bellacos, no sois mis hijos. Estos que están aquí a la redonda, que son hombres de bien, éstos son mis hijos y yo soy su padre.» Fueron estas palabras oídas del prisionero con gran confusión y con grandísima alegría de todos los tudescos que alrededor estaban. Y demás de esto, con todas las otras gentes era muy bien quisto, porque aun de los que habían andado contra él en esta guerra, a los más se ofrecían a probar que habían sido engañados, y no haber sabido que era contra él, y en su arrepentimiento se vio bien, y un conde muy principal se dio de puñaladas de puro dolor de haber sido contra el Emperador sin saber lo que hacía. Y así estimaron en más volver en gracia del Emperador que las haciendas ni las vidas.
- LII Lo que con suma humildad dijeron de su culpa. -Los de Augusta suplican al Emperador perdone a Xertel, que fue capitán de su alteración. -Temen en Augusta. Ríndese.
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Estando el Emperador en una villa de Ulma, vinieron a él los embajadores de Augusta queriendo hacer lo que las demás ciudades. Pedían los de Augusta que Su Majestad perdonase a Xertel, y si no, que le dejase la hacienda para los hijos. No quiso el Emperador concederles nada desto, y ellos dijeron que Xertel estaba en Augusta con dos mil hombres y otros muchos ciudadanos, y que eran fuerzas que ellos no podrían vencer y echarle fuera. El Emperador les respondió, que él iría presto allá y le echaría. Vueltos a su ciudad con esta resolución, fue tan grande el temor del pueblo, que acordaron de rendirse. Y estando los del Senado en la casa de su consistorio, entró Xertel y díjoles: «Señores, yo sé lo que tratáis, que es concertaros con el Emperador, y porque por mí no lo dejéis de hacer, yo me iré; por ventura este servicio que hago a Su Majestad en irme, y otros que le pienso hacer, serán causa que me perdone.» Dichas estas palabras se fue a su casa, y lo mas encubiertamente que pudo, caminó luego fuera de la ciudad. Los de Augusta vinieron a Ulma, donde ya el Emperador estaba, y dióles audiencia sentado Su Majestad en una silla con todas las ceremonias imperiales acostumbradas; y ellos, hincados de rodillas con toda la humildad posible, dijo uno de ellos: «Tenemos entendido los de Augusta la grandeza de nuestro pecado, y también el castigo que por él merecemos; mas conociendo por experiencia que vuestra clemencia es tanta, que todos los que os han ofendido y después, arrepentidos de sus yerros, os piden misericordia, la hallan en vos, osamos suplicar que, pues nosotros arrepentidos de los nuestros, y con ánimo de serviros mejor que todos, venimos a socorrernos de vuestra clemencia, seáis servido que la que no os ha faltado para con ellos no os falte para con nosotros, y pues nos entregamos a vuestra voluntad, suplicamos que sea de manera que la desgracia que merecemos se torne en gracia, cual de tan piadoso príncipe esperamos.» El Emperador respondió como había respondido a los de Ulma, y después, mandándolos levantar, le vinieron a tocar la mano como los de las otras ciudades habían hecho. Después de rendidos Augusta y Ulma, y Francafort, no faltaba sino Argentina para que las cuatro cabezas principales desobedientes se redujesen a su debida obediencia, y ella lo hizo enviando sus burgomaestres, a los cuales hizo el Emperador el favor y merced que a las demás venciendo con su clemencia más que otro príncipe hiciera con poderosísimas armas.
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- LIII Condiciones con que se rindieron muchos caballeros. Las condiciones con que el conde Palatino y el duque de Viertemberg, y otros caballeros, se redujeron al Emperador, fueron: amistad perpetua con la Casa de Austria, dando por ningunas todas las otras ligas que hayan hecho con otros. Decláranse por enemigos del duque Juan de Sajonia, y de Felipe de Hessen, lantzgrave. Castigan a todos los soldados que han salido a servir a algún príncipe contra el Emperador. Reciben gente de guerra en los lugares que el Emperador quiso poner, y sin éstas, otras condiciones muy honrosas y provechosas para el Emperador.
- LIV Lo que duró esta guerra, en la cual el Emperador hizo oficio de general. Seis meses duró esta guerra, en la cual el Emperador hizo el oficio de capitán general, y los progresos buenos y felices sucesos que en ella hubo se guiaron por su cabeza, y muchas veces contra el parecer y voto de sus capitanes. Y es cierto que le valió tanto a este príncipe, para domar esta ferocísima gente, su buena industria y arte militar, cuanto la buena fortuna que siempre tuvo en todas sus cosas. Quiso pasar lo restante del invierno en Ulma curándose de la gota que le fatigaba y poniendo en orden lo necesario para seguir la guerra, entrado el verano, contra el duque de Sajonia y Lantzgrave.
- LV Muerte del Cristianísimo rey Francisco, príncipe digno de perpetua memoria y de ser contado entre los grandes del mundo. Antes de acabar este año y libro, ya que me da lugar la guerra de Alemaña, diré la muerte del rey Francisco, que pues en vida dió tanto que decir con sus grandes hechos, razón será hacer una memoria de su muerte, que se aceleró algo acabándole los grandes trabajos de espíritu guerras y que tuvo. Murió en París a 30 de marzo, año de 1546, de una fístula, en edad de cincuenta y cuatro años; otros dicen menos. Reinó cerca de treinta y tres; los 307
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veinte y cinco gastó en las guerras tan porfiadas que tuvo con el Emperador, como émulo de su virtud y prosperidad. Era el rey Francisco agraciado en muchas cosas, y así representaba bien la dignidad real. Y como de su natural fuese alegre, cortés, humano y tratable, ganaba muchas voluntades, y principalmente por ser muy liberal en dar; lo cual tanto más en él resplandeció, cuanto el rey Luis, su suegro, fuera por extremo avariento y por tal, aborrecido. Era amigo de holgarse, dado a mujeres tan público que sonaba mal. Hablaba su lengua con gracia, mas era largo, y así los versos que compuso son alabados. Gobernó bien, si no fue al principio, aunque cargó de muchos pechos sus reinos. Fue muy católico, que nunca consintió en su reino luterano, y castigaba con rigor los herejes. Ninguna culpa ni falta se le pudiera poner en esto si no llamara los turcos, en daño y escándalo de la Cristiandad. Algunos franceses y italianos le quieren igualar con el Emperador, mas no tienen razón, si bien añaden al rey lo que quitan al Emperador. Que ninguno sin pasión verá la vida, la justicia, la religión, las victorias, las guerras tan justificadas, los Estados, reinos y señoríos de Carlos V (que son las cosas que a un príncipe hacen grande) que le halle igual en el mundo. Comenzó Francisco a reinar con grande orgullo; pasó con ejército en Italia por nuevo camino, venció los esguízaros en Marignan; ganó el ducado de Milán, prendiendo al duque Maximiliano Esforcia; trató con el papa León en Bolonia, donde se vieron, que le diese título de Emperador de Constantinopla; hizo luego en Noyon un honrado trato de paz y amistad con Carlos, príncipe de Castilla; compitió con él por el Imperio con tanta porfía como se ha visto; deseó sumamente ser duque de Milán, si bien le costó caro, pues le trajeron preso a España; revolvió otra vez a Lombardía y toda Italia, de donde resultó la prisión del Papa y saco de Roma, cerco de Nápoles, la empresa de Cerdeña y otra infinidad de males que dejo dichos; finalmente, sus afanes y continuos cuidados pararon con la muerte, que todo lo acaba, igualando a los reyes con los que no lo son.
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Libro Vigesimonono Año 1547
-IFuentes para este libro. Seguí en el libro pasado de la guerra de Alemaña, año 1546, los comentarios de don Luis de Avila, con algunas relaciones escritas de mano por soldados curiosos que andaban en el campo imperial, que las escribían con cuidado y enviaban a España. En este año seguiré la relación que un soldado que calló su nombre envió al marqués de Mondéjar, cuyo criado dice que había sido y escribióla con tanta diligencia, que dice que escribe lo que vió y que la mayor parte dello lo escribía a caballo como ello iba pasando. Y esta relación es al pie de la letra el segundo tratadillo o comentario que en el librico de don Luis de Avila está, que comienza: Todo el tiempo, etc., y se imprimió en Granada, a 15 de enero, año 1549; y el soldado lo acabó de escribir en Augusta, viernes día de San Martín, año 1547. Por manera que el dicho comentario no es de don Luis, sino de este soldado no conocido. Diré lo que él dice, añadiendo lo más que hallare en las relaciones de mano.
- II El duque Frederico de Sajonia cobra lo que de sus tierras le habían quitado. En el tiempo que el duque Frederico de Sajonia y el lantzgrave habían andado conformes con el campo de la liga de herejes haciendo cara al Emperador, el rey de romanos y el duque Mauricio habían entrado las tierras del duque de Sajonia, rebelde, y héchose señores de la mayor parte dellas. Mas como se deshizo el campo de la liga, el duque de Sajonia recogió una buena parte de él, y sin parar fue a recobrar su Estado, y dióse tan buena maña Joan Frederico, que no sólo cobró lo que le habían tomado el rey y Mauricio, mas aún de sus Estados les tomó parte, y extendió tanto sus inteligencias, que en Bohemia tenía amistades harto bastantes para poner aquel reino en peligro, y
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tomó a Jaquimis, que es un valle principal en aquel reino, y donde son todas las mineras que hay en él. Y esta empresa fue hecha con voluntad de los bohemios, los cuales, con sus disimulaciones fingían el rendirse a la fuerza de los capitanes del duque; de los cuales el principal se llamaba Tumez, y Erne, que, como general andaba en aquella empresa, la cual al principio fue disimulada por los bohemios, mas después se declararon en ella tanto por el de Sajonia, que del todo vinieron a perder el respeto al rey, y aun la vergüenza, como adelante se dirá.
- III El Emperador quiere ir en persona contra el duque de Sajonia. -El poco caso que del rey don Fernando hacían en Bohemia, y el mucho que del de Sajonia. Pues siendo este negocio de tanta importancia, y sabiendo el Emperador lo que pasaba, no sólo por cartas del rey don Fernando, mas también por otras de los que había enviado a saber, particularmente, el estado de aquel reino, dejando los negocios de gobierno en que los días que estuvo en Ulma se ocupaba con las ciudades que se habían rendido y otras que trataban de rendirse, y sin quererse detener a tomar el palo, del cual, por los trabajos pasados, tenía harta necesidad, comenzó a poner en orden su partida y todo lo que era necesario para esta guerra, en la cual se quería hallar en persona, por ser en ella de todas maneras necesaria. Porque el duque Joan Frederico estaba tan poderoso, habiendo cobrado toda su tierra, exceto a Cibicán, y tomado al duque Mauricio todo su Estado, no le dejando más que a Ties y a Lipsia, y a la Cibicán, y se hallaba con cuatro mil caballos y diez mil infantes, gente muy escogida; que era necesario acudir con tiempo, y la presencia y reputación grande de Su Majestad para atajar muchos males y guerras, que el duque de Sajonia podía causar, no le deshaciendo con tiempo, porque es cierto que él tenía toda Sajonia y Bohemia puestas en tales términos, que muy abiertamente le confesaban por amigo, sin hacer caso del rey para cuanto querían hacer por el duque. Y llegaba la desvergüenza de los bohemios a tanto, que con una falsa disimulación detenían las hijas del rey casi como presas en el castillo de Praga. Había el Emperador proveído, antes que saliese de Ulma, algunas cosas que parecían tanto bastantes, que con ellas se pudiera excusar el trabajo de su persona, porque envió ocho banderas de infantería y ochocientos caballos, y con ellos al marqués Alberto de Brandemburg, el cual, demás desto, llevó
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otros mil caballos, y ocho banderas. También envió algunos dineros, que son el nervio y fortaleza de la guerra. Eran fuerzas éstas que, juntas con las del rey y del duque Mauricio, se aventajaban a las del de Sajonia, si la manera de tratar la guerra fuera conforme al aparato della. Mas como adelante se dirá, pasó la cosa algo diferente de lo que al principio se pensó. Y porque más abundantemente fuese proveído lo que al rey tocaba, el Emperador envió a don Alvaro de Sandi con su tercio, y al marqués de Mariñano con ocho banderas de tudescos. Estas fueron mandadas detener, porque la relación de los hechos de Sajonia venía tan llena de necesidad de que la persona del Emperador se hallase presente en esta guerra, que él determinó de no perdonar a trabajo suyo, ni peligro, viendo en el que estaban su hermano el rey y el duque Mauricio, y junto con esto lo que de allí podía resultar para todo lo de Alemaña. Porque si se dejaba crecer el fuego encendido, era poner la victoria pasada en los términos que estaba antes que se alcanzase. Consideradas así estas cosas, el Emperador se resolvió en hacer la jornada, y mandó poner en camino la infantería tudesca y española, con la artillería que tomó de Ulma.
- IV Concordia con el duque de Viertemberg. Con la intercesión del conde Palatino se concluyó el rendimiento del duque de Viertemberg, y se ordenó la escritura de concordia con estas condiciones: «Que porque el duque estaba muy enfermo de la gota, nombre personas que de su parte hagan la reverencia y reconocimiento debido a Su Majestad, y que si estuviere para ello, venga en persona dentro de seis semanas. Que las constituciones que el Emperador hiciere y ordenare, las guardará y cumplirá, y que no dará favor ni ayuda al duque de Sajonia ni a Lantzgrave, ni a otro príncipe, sino sólo al Emperador. Que no hará liga ni concierto alguno con los rebeldes, ni con otro, en el cual no entraren el Emperador y rey de romanos y Casa de Austria. Que no consentirá que se haga gente de guerra en su tierra, ni entre sus vasallos, sin voluntad del Emperador. Que hará que toda la gente noble de su Estado juren y guarden este capítulo. Que dará gente de pie y caballo que acompañen y guarden la persona del Emperador, y aseguren el camino en todos los lugares de su Estado. Que dará y entregará la artillería y municiones que los rebeldes dejaron en su tierra, y más dará para los gastos de la guerra que el Emperador ha hecho a los rebeldes docientos mil florines de oro; la mitad luego, la otra mitad dentro de veinte y cinco días primeros; y
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hasta tanto que haga la dicha paga dará en rehenes las villas y castillos de Asburgum, Kirchemo, Scorendorsio, y recibirá presidio en ellas. Que satisfará y pagará, como el Emperador mandare, todos los daños que en esta guerra hubiere hecho a las personas que los hubieren recebido. Que el duque y su hijo, habiendo de tener pleitos, se sujetarán a los fueros y derechos y costumbres de Borgoña. Que no hará mal ni ofenderá a los súbditos de su Estado que hubieren servido al Emperador en la guerra pasada. Que el derecho que tiene el rey de romanos en Viertemberg quede ileso, entero y sano, según estaba. Que dentro de seis semanas confirmarán estas condiciones su hijo Cristóbal y él, y todos los de su Consejo. Que no se entienda ni entre en esta paz ni condiciones de ella Jorge, hermano del duque.» Hecha y otorgada la dicha concordia, fueron los embajadores del duque a besar la mano al Emperador, y se echaron a sus pies, y en nombre del duque oraron, confesando la culpa y dando las disculpas que pudieron con toda humildad, firmaron la escritura.
-VCómo se sujetaron otros lugares. -Enviudó el rey don Fernando. A imitación del duque se sujetaron otros muchos lugares, pagando algunos suma de dineros para los gastos que el Emperador había hecho, y asimismo dando artillería y otras cosas, en pago y satisfacción de su delito. Estando el Emperador en Ulma llegó nueva de la muerte de la reina de Hungría Ana, mujer del rey don Fernando. Dejó quince hijos y hijas. El Emperador hizo sus honras en Ulma con la solemnidad debida. El duque de Sajonia quisiera conservar a los de Argentina; mas ellos no quisieron su amistad, sino trataron con Antonio Perenoto la confirmación de la gracia que querían del Emperador, y a 21 de marzo vinieron los burgomaestres y trajeron al Emperador treinta mil florines de oro y doce tiros gruesos. Recibieron el presidio que les quiso poner, echando fuera de la ciudad la parcialidad de los protestantes. Hízose esto aunque de parte del rey de Francia había embajadores que los procuraron estorbar.
- VI El de Sajonia prende al duque Alberto. 312
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Por este tiempo andaba el rey de romanos a malas con sus bohemios, que no podía acabar con ellos que tornasen las armas contra el duque de Sajonia; antes, algunos al descubierto hacían contra el rey en favor del duque. Contra éstos envió el Emperador a Alberto de Brandemburg con dos mil caballos y diez banderas de infantería, con las cuales juntó el rey de romanos otras seis banderas y quinientos caballos. Con este campo llegó Alberto a 9 de enero a un lugar, y descuidándose, tuvo el duque aviso, y último de febrero, una noche dio sobre él y lo prendió, como luego diré.
- VII Viene rendido el duque de Viertemberg, por el mes de marzo. -Ceremonia con que hizo su satisfacción. El duque de Viertemberg, por su enfermedad, no había podido venir, como había mandado el Emperador, señalándole tiempo para darle audiencia, mas estando ya con salud, vino el mesmo día que Su Majestad partió de Ulma a dar la obediencia que un príncipe vencido debe a su vencedor y natural señor. Y así, estuvo esperando en la sala que el Emperador acabase de comer. Traíanle cuatro hombres en una silla, por estar tan impedido de la gota. El Emperador salió y pasó junto a él sin mirarlo, lo cual no dejó de notar el duque. Sentóse Su Majestad, y hiciéronse las ceremonias que se acostumbran en semejantes actos, estando el mariscal del Imperio delante con la espada imperial sacada y puesta al hombro. El chanciller del duque y todos los de su Consejo se hincaron de rodillas, descubiertos, y en diciendo los títulos que según su costumbre suelen decir al Emperador, en nombre del duque dijeron: «Con toda la humildad que puedo y debo, me presento delante de Vuestra Majestad, y públicamente confieso que le he ofendido gravísimamente en la guerra pasada, y he merecido toda la indignación que contra mí tuviere, por la cual yo tengo el arrepentimiento que debo, el cual es el que pide la razón, que para tenerlo hay. Y así vengo humilmente a suplicar a Vuestra Majestad por la misericordia de Dios y por vuestra natural clemencia que me perdone y de nuevo reciba en su gracia, porque a él sólo y no a otro alguno conozco por mi primero príncipe y natural señor, al cual prometo que en cualquiera parte que esté le serviré con todos los míos, como humildísimo príncipe, vasallo y súbdito suyo, y con toda aquella obediencia y sujeción y agradecimiento que debo, para merecer la grandísima gracia que agora recibo, y que cumpliré
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fielmente todo lo que en los capítulos Vuestra Majestad me ha dado y se contiene.» A éste respondió el chanciller del Emperador. «La Majestad Cesárea de nuestro clementísimo Emperador ha entendido lo que el duque Uldarico de Viertemberg humilmente ha propuesto, suplicado y ofrecido; y viendo su arrepentimiento, y que públicamente confiesa que gravemente ha ofendido a Su Majestad, y cuán dignamente merece perdón de todas estas cosas, Su Majestad Cesárea, por la honra de Dios y su natural clemencia, especialmente porque el pobre pueblo, que no pecó, no padezca, tiene por bien de olvidar la ira que contra el duque tenía y perdonalle clementísimamente, con condición que el duque conserve y guarde todas las cosas que le ha ofrecido y obligado de guardar.» El duque de Viertemberg dio grandes gracias al Emperador por ello, y prometió de ser siempre fidelísimo. A todo esto estaban de rodillas su chanciller y todos los de su Consejo. El duque estaba sentado en su silla, quitado el bonete y bajo de todo el estrado, porque antes por seis embajadores había enviado a suplicar a Su Majestad le permitiese estar de la manera que su enfermedad pedía, porque en pie, ni de rodillas, era imposible. Fue para los de Ulma esta vista harto admirable, porque como no tienen otro vecino más poderoso, parecíales éste un caso notable en que veían el grandísimo poder del Emperador, que a príncipes tan poderosos así los humillaba y domaba. Pasado esto, el Emperador se puso a caballo y prosiguió su camino.
- VIII Llega el Emperador a Gunguen. Prosigue su camino. -Prende el de Sajonia al marqués Alberto. -Deja el sajón a Mauricio y diviértese a Bohemia. Llegó el Emperador a Gunguen, donde en la guerra pasada los enemigos habían estado alojados, y en el alojamiento tan extendido se vió bien el gran número de ellos y la fortificación que tenían hecha por la parte que se les pensó dar la encamisada, la cual parte éstos tenían tan bien fortificada y entendida, que cualquiera cosa que por allí se pretendiera fuera muy a su ventaja. De allí vino el Emperador a Erlinge, adonde el tiempo, y no se haber purgado, se juntaron para que le cargase la gota, y túvola tan recia que le puso 314
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en tanta flaqueza que a todos quitaba la esperanza de poder convalecer tan presto. Mas él se dio tanta priesa a curarse con todo lo que al presente se podía curar, que comenzó a mejorar y a poderse levantar de la cama. Y en este tiempo, el duque de Sajonia, acrecentándosele siempre el campo, proseguía en sus victorias, haciéndose señor de toda ella, y había deshecho al marqués Alberto y prendídole, lo cual fue desta manera: El marqués Alberto estaba en un lugar que se llama Roqueliz, porque los que gobernaban la guerra contra el duque de Sajonia tenían repartida su gente en frontera contra él, y así el rey de romanos estaba con su campo en Tresen, y el duque Mauricio en Frayberg con la suya, y el marqués Alberto con diez banderas y mil y ochocientos caballos en este lugar que digo. Demás desto, tenían proveída a Zuibica y a Lipsia, la cual algunos días antes había sido combatida por el duque de Sajonia, mas fue muy bien defendida por los que en ella estaban. Era esta villa de Roqueliz, donde el marqués Alberto tenía su frontera, de una señora viuda hermana de Lantzgrave, la cual entretenía al marques Alberto con danzas y banquetes, que son fiestas acostumbradas en Alemaña, y mostrábale tanta amistad, que le hacía estar más descuidado de lo que un capitán debe estar en la guerra, y, por otra parte, avisaba al duque de Sajonia, el cual estaba en Garte, a tres leguas pequeñas con muy buena gente de a caballo y treinta y seis banderas de infantería, y usando de buena diligencia amaneció otro día sobre el marqués Alberto, el cual, por lo que a él la pareció, acordó de combatir en la campaña, y finalmente fue roto y él preso, habiendo peleado más como valiente caballero que como prudente capitán. Hay muchas opiniones. Ponte Heuterio del Fro dice que la mitad de la gente de Alberto estaba dentro en el lugar, y la otra mitad en el alojamiento, y que el sajón acudió al amanecer y les tomó muy descuidados, y que a un mismo tiempo dio en el real y en el otro lugar, y entró lo uno y lo otro, y mató mil y trecientas personas, y ganó trece tiros gruesos, y prendió al marqués, y los demás huyeron. Otros dicen que el marqués salió fuera del lugar a pelear con el duque, y que si detuviera en él, llegaran presto caballos del duque Mauricio a lo socorrer. Otros refieren y afirman que quiso guardar cuatro banderas, que alojaban en el burgo de esta villa, y por eso se puso en campaña con las otras, que estaban dentro de ella. En fin, todas estas opiniones se resumieron en que él perdió cuatrocientos o quinientos caballos muertos y presos, y mucha parte de los otros se recogieron al rey de romanos, y otros algunos quedaron en servicio del duque de Sajonia, el cual ganó todas las banderas de la infantería, de la cual murieron pocos, porque muchos se recogieron al rey, y otro, que fueron presos, juraron
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de no servir contra él, como se acostumbra hacer en Alemaña cuando los vencedores dan libertad a los vencidos. El marqués Alberto fue llevado a Gota, un lugar fortísimo del duque, donde le pusieron a recado. Habida esta victoria por él, no procedió por aquel camino que todos pensaron, que era ir contra el duque Mauricio que le tenía cerca, mas dejándolo estar en Frayberg comenzó a entender en las cosas de Bohemia, y así envió a Teorez y Erne con seiscientos caballos y doce banderas, y se hizo señor del valle de Jaquimistal con muy buena voluntad de los bohemios, si bien disimuladamente era el fundamento de lo que ellos y el duque pensaban hacer. Sabida esta nueva por el Emperador, y viendo que el rey y el duque Mauricio sostenían la guerra, guardando las fuerzas principales, y no sacaban gente de ellas para tentar otra vez la fortuna, él se dio priesa a partir de Nerlinga, donde pocos días antes que partiese vinieron los burgomaestres de Argentina, ciudad fortísima, y poniéndose debajo de su obediencia, como estaba tratado, le juraron por Emperador, lo cual no habían hecho con alguno de los pasados. Renunciaron todas las ligas que tuviesen hechas, y juraron de no entrar en algunas donde la casa de Austria no entrase, y de castigar los soldados de su tierra que hubiesen sido contra el Emperador, y poniendo grandísimas penas a los que de allí adelante tomasen armas contra él.
- IX Muerte del capitán Madrucho. -Campo que el Emperador llevaba. Partido el Emperador de Erlinguen, tomó el camino de Noremberga, llevando consigo dos regimientos de los viejos: el uno del marqués de Mariñano, y el otro de Aliprando Madrucho, el cual poco antes que el Emperador partiese de Ulma murió de calenturas. Perdió el Emperador en él un muy buen capitán y leal servidor. Sin estos dos regimientos mandó hacer otro de nuevo. Este hizo un caballero de Suevia llamado Hanzbalter. Llevaba también toda la infantería española, y los hombres de armas de Nápoles con seiscientos caballos ligeros, mil caballos tudescos del Tayche maestre y del marqués Joan, y del archiduque de Austria. Tenía el Emperador enviado delante al duque de Alba con esta gente, el cual había alojado en torno de Noremberga, exceto algunas banderas que quedaban para acompañar la persona del Emperador, y él estaba ya en Noremberga, donde había hecho el aposento para Su Majestad, y metido ocho banderas, que era el regimiento del marqués de Mariñano, porque la autoridad
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del Emperador así lo requiría, y era necesario; que aunque allí los nobles eran muy imperiales, el pueblo, que es grandísimo, desenfrenóse algunas veces, y era menester ponérsele de manera que temiesen. El Emperador fue recibido en aquella ciudad con gran demostración de placer, y fue a alojar al castillo que era su acostumbrado alojamiento. Allí estuvo cinco o seis días entendiendo en recoger el campo, y en su salud, porque aún sus indisposiciones no eran acabadas desde Noremberga, que era el camino que el Emperador había de llevar para juntarse con el rey y duque Mauricio, derecho a la villa de Eguer, donde por la oportunidad del lugar estaba concertado que se hiciese la masa de la guerra, y se habían de juntar el rey, con sus caballos y algunas banderas de infantería, y el duque Mauricio con los suyos, y así habían concertado a día señalado que fuese en esta villa. El rey partió de Tresen, que es lugar del duque Mauricio y el duque de Frayberge, y dejando a mano derecha las fuerzas de su enemigo. Por Laytemeriz entraron en Bohemia para tornar a traversar los montes de que ella está rodeada, y juntáronse en Eguer con el Emperador. Mas los de Bohemia mostraron entonces abiertamente su intención, y declararon cómo no eran vanas las esperanzas que el duque Joan de Sajonia tenía en ellos, las cuales se extendían a tanto que fue causa de decirse muchas cosas y haber varios juicios.
-XEl rey de romanos se había embarazado de un enemigo. -Pide gente al Emperador. Ya el Emperador había andado tres jornadas después que partió de Noremberga, donde le vino un gentilhombre del rey de romanos diciendo cómo después de haber entrado el rey y el duque Mauricio con la caballería y alguna infantería en Bohemia, un caballero bohemio había juntado mucha gente y cortado los bosques y atajado los pasos por donde el rey había de pasar, por dos o tres partes, por las cuales había querido pasar para venir a Eguer, y éste siempre las había embarazado; que le sería forzoso rodear algunas jornadas, y pasar por las montañas por algunos castillos de ciertos caballeros bohemios que con él venían, y juntamente con esto quería algunos arcabuceros españoles para que más fácilmente pudiese pasar y ser señor de aquellos bosques. El Emperador proveyó todo lo que convenía, aunque no fue necesario que los españoles, llegasen al paso, porque aquellos caballeros que con el rey venían le sirvieron tan bien, que le tuvieron libre y llano el camino, y el otro enemigo no llegó con su gente allí. Llamábase éste Gaspar Fluc, hombre muy
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principal en aquel reino, con quien el rey había tenido ciertas barajas, quitándole la hacienda por delitos suyos, y volviéndosela por le hacer merced. Mas él parece que tuvo más memoria de habérsela quitado que de habérsela vuelto liberalmente, que tal es la condición del ingrato. Cuentan que los que se juntaron para embarazar el paso al rey don Fernando hicieron un banquete, y después echaron suertes cuál sería capitán general, y ordenáronlo de manera que cayese la suerte sobre este Gaspar Fluc, y no por que hubiese en él más habilidad que en otro para este cargo, sino porque tenía más aparejo de gente y dinero y por ser señor de aquellos montes. Finalmente, la mayor parte de aquel reino hizo una muy ruin demostración contra su príncipe y señor.
- XI Disposición y aspereza de la tierra de Bohemia. Ya el rey de romanos había pasado por los castillos que digo, y el Emperador, habiéndolo sabido, estaba tres leguas de Eguer, que es una ciudad de la corona de Bohemia, a los confines de Sajonia mas es fuera de los montes, porque Bohemia es toda rodeada de grandísimos bosques y espesos; solamente a la parte de Moravia tiene entradas llanas; por todas las otras partes parece que naturaleza la fortificó, porque la espesura de las selvas y pantanos que hay, hacen dificultosísimas las entradas. La tierra que se encierra dentro de estos bosques es llana y fertilísima, y llena de castillos y ciudades. La gente de ella es valiente naturalmente y de buenas disposiciones. La gente de caballo se arma como la de los alemanes; la de pie, diferentemente, porque ni tiene aquella orden que la infantería alemana ni traen aquellas armas; porque unos traen alabardas, otros venablos, otros unos palos de braza y media de largo, de los cuales cuelgan con una cadena otro de hierro de largo de dos palmos, a los cuales llaman pavisas; otros traen escopetas y hachetas anchas, las cuales tiran a veinte pasos destrísimamente. Solían estos bohemios en tiempos pasados ser gente de guerra muy estimada; al presente no están en tanta reputación. Lo más de Sajonia confina con Bohemia desde Eguer, teniendo las montañas de Bohemia a mano derecha como van hasta pasado el Albis, que sale de Bohemia y entra en Sajonia por Laytemeriz, ciudad de Bohemia. Ha sido necesaria esta breve descripción de Bohemia para mejor entender lo que se ha de decir.
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- XII Llega el rey y el duque Mauricio donde estaba el Emperador. Estando el Emperador tres leguas de Eguer vino allí el rey, su hermano, y el duque Mauricio, y el marqués Joan de Brandemburg, hijo del elector, que ya su padre se había concertado con el rey, y en el servicio del Emperador, y así envió su hijo para que le sirviese en esta guerra. La gente de caballo que vino con el rey serían ochocientos caballos. El duque Mauricio trajo mil, el marqués Juan Jorge, cuatrocientos; los unos y los otros, bien en orden. Demás de esto, trajo el rey novecientos caballos húngaros, que son de los mejores caballos ligeros del mundo, y así lo mostraron en la guerra de Sajonia del año pasado de 1546, y lo mostraron agora en ésta de 1547. Las armas que traen son lanzas largas, huecas, y dan grande encuentro con ellas. Traen escudos o tablachinas, hechos de tal manera, que abajo son anchos hasta el medio arriba; por la parte de delante se van estrechando, hasta que acaban en una punta que les sube sobre la cabeza; son combados como paveses. Algunos traen jacos de malla. En estas tablachinas pintan y ponen divisas a su modo, que parecen harto bien. Traen cimitarras, y esto que es juntamente muchos dellos, y unos martillos de unas astas largas de que se ayudaban muy bien. Muestran grande amistad a los españoles, porque, como ellos dicen, los unos y los otros vienen de los escitas. Esta fue la caballería que vino con el rey. No trajo infantería, porque en Tresen dejó cuatro banderas, y las otras en entrando en Bohemia se fueron a sus casas; sola una bandera quedó con él, que después mandaron quedar en Eguer. Tampoco el duque Mauricio trajo infantería, porque Lipsia y Zuybica habían de quedar proveídas, pues el duque de Sajonia estaba cerca con ocho o nueve mil tudescos muy bien armados y otros tantos soldados hechos en la tierra, que no eran malos, y tres mil caballos armados muy escogidos, porque las otras doce banderas, y el resto de la caballería, estaba con Tumez Hierne, como está dicho, y repartido por otras partes.
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- XIII Parte el Emperador para Eguer, ciudad católica. -Va delante el duque de Alba. -Van en busca del enemigo, duque de Sajonia. -El duque de Sajonia estaba en Maysen, de la otra banda de Albis. -Busca vado el campo imperial. -Niebla oscurísima. El Emperador partió para Eguer, la cual ciudad era católica, que no era poca maravilla, estando cercada de bohemios y sajones, todos herejes. Luego otro día, como el Emperador allí llegó, vino el rey, que sería a veinte de marzo, y el Emperador se detuvo la Semana Santa y Pascua de Resurrección en esta villa, y pasada la fiesta se partió, habiendo enviado al duque de Alba delante con toda la infantería y parte de los caballos, el cual envió cuatro banderas de infantería y tres compañías de caballos ligeros con don Antonio de Toledo a una villa donde estaban dos banderas del duque de Sajonia, y habiendo una pequeña escaramuza, la villa se rindió, y los soldados dejaron las banderas y las armas. Toda aquella tierra de Sajonia, que es confín de Eguer, es áspera y llena de bosques y de pantanos; mas después que se ha llegado a una villa que se llama Plao, seis o siete leguas de Eguer, la tierra se comienza a extender y abrir, y hay muy hermosos llanos y praderías muy llenas de castillos y lugares. Toda esta provincia estaba tan puesta en armas, y el duque la tenía tan llena de gente de guerra, que muy pocos lugares había donde no estuviesen banderas de infantería, y juntamente con esto él andaba conquistando algunos lugares que hasta entonces no había ganado. En este tiempo, el Emperador, con toda diligencia, caminó la vuelta de su enemigo, porque no había cosa que más desease que topar con él, antes que se metiese en cuatro lugares fortísimos, que son: Viertemberg, Gotta, Sonobalte y Heldrun. El cual había ganado del conde de Mansfelt pocos días antes, y cada uno con nueva tan cierta se holgó mucho. Los descubridores llegaron al lugar donde decían que estaban los enemigos, y no solamente no los hallaron, pero ni aún nueva de que aquel día hubiese parecido caballo ni soldado, sino unos que aquella mañana habían prendido unos caballos ligeros españoles, de los cuales se supo que el duque de Sajonia estaba en Maysen, de la otra parte del río Albis, y había fortificado su alojamiento. El Emperador estuvo aquel día y otro, porque habiendo diez días que la infantería caminaba desde que partió de Eguer, estaban los soldados muy fatigados. Habiendo reposado un día, y estando con determinación de ir a Maysen y hacer allí puente y barcas, porque el duque había quemado las de la villa, y procurar pasar y combatir de la otra banda con el enemigo, le vino nueva cómo fe había levantado de allí y caminaba la vuelta de Viertemberg. 320
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Anduvo acertadísimo el Emperador en toda esta jornada, porque ninguna cosa ordenó que no se ejecutase, y ejecutada, salió como él la había pensado. Y así, sabida esta nueva, consideró que yendo a Maysen con el campo, que era ir el río arriba, se perdería tanto tiempo, que ya el duque de Sajonia por la otra parte estaría con el suyo, no muy lejos de Viertemberg, que era el río abajo, y parecióle que, habiendo vado, por allí podía pasar a tiempo que alcanzase a su enemigo; y informándose de algunos de la tierra, le dijeron que tres leguas el río abajo había dos vados, mas que éstos eran hondos, y que se podían defender por los que de la otra banda estuviesen. En esto vinieron algunos arcabuceros españoles a caballo con el capitán Aldana, que por mandado del Emperador había ido a descubrir a los enemigos, y deste capitán se supo cómo aquella noche se alojaban en Milburg, que es un lugar de la otra banda de la ribera, tres leguas del campo imperial, y que por allí decían que había vado, mas que sus caballos habían pasado a nado. Pareció al Emperador que no era tiempo de dilatar la jornada, y envió luego al duque de Alba para que se proveyese lo que convenía, porque él determinaba de pasar el río por vado o por puente, y combatir los enemigos. Y fundado en esta determinación, ordenó las cosas conforme a ella, la cual a muchos pareció imposible, por estar los enemigos de la otra parte del río y el camino ser largo, y otras dificultades que había, que parecían ser estorbo para la presteza que convino tener. Mas el Emperador quiso que su consejo se pusiese en efecto, y así, mandó que la caballería y las barcas del puente luego aquel día antes que anocheciese caminasen, y la infantería española a medianoche, y luego los tres regimientos tudescos y toda la caballería en la orden acostumbrada de los otros días. Hizo aquella mañana una niebla tan oscura, que ninguna parte deste ejército veía por dónde iba la otra, y de esto oyeron quejar al Emperador, diciendo: ¿Estas nieblas nos han de perseguir siempre estando cerca de nuestros enemigos? Mas ya que llegaban cerca del río se comenzó a levantar, de manera que ya se veía el río Albis, y los enemigos alojados en la otra ribera. Este es el Albis tantas veces nombrado por los romanos, y tan pocas visto por ellos.
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- XIV Alojamiento y gente del sajón. -Reconoce el duque de Alba el río y vado. Halla el duque vado, y lengua que guíe. Estaba el duque de Sajonia alojado de la otra banda en esta villa que se llama Milburg, con seis mil infantes soldados viejos y cerca de tres mil caballos, porque los demás tenía en Tumez Hierne, y los otros habíanse deshecho con las catorce banderas que de camino el Emperador había tomado, y juntamente tenía veinte y una piezas de artillería, y él estaba bien asegurado, porque sabía que si el Emperador iba a pasar por Maysen, él tenía gran ventaja para esperar o irse donde quisiese, y por donde él estaba era difícil pasar por anchura y profundidad del río, y por ser la ribera que tenía ocupada muy superior a esta otra, y guardada de una villa cercada y un castillo, que si bien no era tan fuerte que bastase para guardarse a sí, éralo para defender el río. El alojamiento del campo imperial estaba ya señalado, y repartidos los cuarteles cuando el Emperador llegó, que serían las ocho de la mañana; por lo cual mandó que estuviese la gente de a caballo en la misma orden que estaba, sin alojarse. El sitio del campo imperial era cerca del río, mas había en medio de los dos campos unas praderías y bosques tan grandes que llegaban cerca del río. A la hora que tengo dicho, el Emperador y rey de romanos tomaron algunos caballos y adelantáronse hasta topar al duque de Alba que había ido delante y había bien reconocido los enemigos. Y considerando que siendo el río defendido de ellos mostraba no haber medio de poder pasar, mandó el Emperador que se buscase algún natural de la tierra, que pudiese decir de algún vado mejor que el que se sabía por la relación que hasta allí se tenía, pues no se había de emprender cosa tan grande temerariamente, sino con mucho tiento y conocimiento de lo que se debía hacer. En esto se puso mucha diligencia, y entre tanto, el Emperador y el duque Mauricio con ellos, se entraron en una casa a comer un bocado, y estando poco tiempo allí, salieron para ir donde estaban los enemigos. Y yendo allá, el duque de Alba vino al Emperador y dijo que le traía una buena nueva; que tenía ya noticia del vado, y hombre de la tierra que lo sabía muy bien. Llamábase este lugar de donde el Emperador salió Xefemeser, que en español quiere decir navaja, el cual estaba no muy lejos del vado, al cual después que el Emperador llegó con el rey y duque de Alba, y duque Mauricio, vió que los enemigos estaban a la otra parte dél, y tenían repartida su artillería
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y arcabucería por la ribera y estaban puestos a la defensa del paso y del puente que traían hecho de barcas, el cuál estaba repartido en tres piezas para llevarlo consigo el río abajo con más facilidad. Era la disposición del paso de esta manera. La ribera que los enemigos tenían era muy superior a la contraria, porque de aquella parte era muy alta, y sobre ella estaba un reparo, como los que hacen para cercar heredades, que en muchas partes podían cubrir sus arcabuceros. La parte imperial era tan descubierta y llana, que todas las crecientes del río corrían por allí. Ellos tenían la villa y el castillo que tengo dicho. De esta otra banda todo estaba raso, si no eran algunos árboles pequeños y espesos que estaban bien apartados del agua, la cual por aquella parte que se pensaba que era el vado tenía trecientos pasos de ancho. La corriente, si bien parecía mansa, traía tan gran ímpetu, que no ayudaba poco a la fortaleza del paso, el cual por todas estas cosas que tengo dichas estaba tan dificultoso, que era menester acompañar la determinación del Emperador con arte y fuerza. Y ordenó que en aquellos árboles espesos que estaban apartados del agua, se pusiesen algunas piezas de artillería, y se metiesen ochocientos o mil arcabuceros españoles, y que éstos, juntamente con la artillería, disparasen y arremetiesen, porque por la artillería los enemigos se apartasen y no fuesen tan señores de la ribera, y los arcabuceros viniesen a ser señores de la suya y llegar al agua, si bien la parte era descubierta, la cual, si bien se hacía con dificultad y peligro, era menester hacerse así. Mas en este tiempo, los enemigos, poniendo arcabucería en sus barcas, las llevaban por el río abajo, y así fue necesario que los arcabuceros españoles saliesen a la ribera abierta, lo cual hicieron con tanto ímpetu y valor, que entraron por el río muchos de ellos hasta los pechos, y comenzaron a dar tanta priesa de arcabuzazos a los de la ribera y a los de las barcas, que matando muchos de ellos, se las hicieron desamparar, y así quedaron sin ir por el río más adelante. Esta arremetida de los arcabuceros españoles fue estando el Emperador con ellos, y él, juntamente con los demás, arremetió hasta el río. Allí se comenzó la escaramuza desde la una ribera hasta otra ribera; toda la arcabucería de los enemigos tiraba, y su artillería; mas la del Emperador y sus arcabuceros, aunque estaban en sitio desigual, les daban grandísima priesa, tanto, que se conocía ya la ventaja de la parte imperial, por parecer que los enemigos tiraban algo más flojamente, y por esto el Emperador mandó que viniesen otros mil arcabuceros españoles con el maestre de campo Arce, de los de Lombardía, para que más vivamente los enemigos fuesen apretados.
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Con esto anduvo la escaramuza tan caliente, que de una parte y de otra parecían salvas de arcabucería. Cuando dejaron los enemigos las barcas, quedando en ellas muchos muertos, habían dejado puesto fuego en las más de ellas, y también muchos soldados de ellos no osaron salir por temor de la arcabucería, porque les parecía que levantándose tenían más peligro, y se quedaron tendidos en ellas.
- XV Echanse a nado los españoles para ganar unas barcas. -Ganan las barcas los españoles. Descúbrese el vado. -Desamparan los herejes la ribera. -El villano que descubre el vado. Pasan el vado y río resistiendo al enemigo. -La majestad y grandeza con que el Emperador pasó el río. En este tiempo había llegado la puente de los imperiales a la ribera, mas la anchura del río era tan grande que se vió que no bastaban las barcas para ella, y así, era necesario que ganasen las de sus enemigos, y como para la virtud y fortaleza no hay cosa difícil, tampoco lo fue a los españoles abrir camino en el gran río Albis. Ya en este tiempo los enemigos comenzaban a desamparar la ribera, no pudiendo más sufrir la fuerza de los españoles, mas no tanto que no hubiese muchos a la defensa. Pues viendo el Emperador que era fuerza ganarles su puente, mandó que toda la arcabucería pusiese toda la diligencia posible, y así, súbitamente, se desnudaron diez arcabuceros españoles y se echaron al agua. Nadando, con las espadas traversadas en las bocas, llegaron a los dos tercios de las barcas que los enemigos llevaban el río abajo, porque el otro tercio quedaba en el río arriba muy desamparado dellas. Estos diez arcabuceros llegaron a las barcas, tirándoles los enemigos muchos arcabuzazos desde la ribera, y las ganaron, matando los que habían quedado dentro, y así las trajeron. También entraron tres soldados españoles a caballo, armados, de los cuales el uno se ahogó en presencia de todos. Ganadas estas barcas, y estando ya toda la arcabucería imperial tendida por la ribera y señora de ella, los enemigos comenzaron del todo a perder el ánimo. Llegó el duque de Alba a esta sazón, y dijo al Emperador que certísimamente el vado era descubierto y se podía pasar. Con esto, el Emperador mandó que caminase el campo para pasar el río, como animosamente había determinado, siendo su voluntad de combatir aquel día
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con el enemigo y no darle tiempo a que se metiese en alguna de aquellas fuerzas que tengo dichas, que tan bastantes eran a dilatar la guerra muchos años. Cuando el Emperador llegó al vado, dicen que estaba el duque de Sajonia oyendo un sermón que un hereje le predicaba, según la costumbre de los luteranos. Harto descuido o demasiada devoción de un hereje era, sabiendo que tenía al Emperador porfiando de pasar el río para venir a las manos con él, estarse en sermón. Puso todas las diligencias que pudo para quitar el de la puente de los enemigos y de paso, y aprovecháronle poco o nada, porque sus soldados no pudieron más resistir a los imperiales; desampararon la ribera, y así, el Emperador mandó que la caballería pasase el vado, y que la que traían se hiciese una, para que más fácilmente pasase la infantería española, y luego los tres regimientos de alemanes. Había puesto el duque de Alba tanta diligencia en descubrir el vado, que por todas partes había hecho buscar guías y gente plática del río, entre los cuales halló un villano muy mancebo, al cual habían tomado los enemigos el día antes dos caballos, y en venganza de su enojo y pérdida se vino a ofrecer que él mostraría el vado, y decía: «Yo me vengaré de estos traidores que me han robado; yo seré causa que hoy sean degollados.» Parecía que tenía ánimo divino de otra fortuna mayor que la suya, pues no se acordaba de otra mayor, ni de su pérdida, sino de la venganza que había de tomar, la que ya se le representaba. Venida toda la caballería a la ribera del río Albis, Su Majestad mandó quedar a la guarda del campo nueve banderas de alemanes, de cada un regimiento tres, y quinientos caballos tudescos, y docientos y cincuenta del marqués Alberto, que de la rota de su señor se recogieron al rey, y otros tantos del marqués Joan, y luego mandó que comenzasen a pasar los caballos húngaros, de los cuales, y de los ligeros que el Emperador tenía, ya estaban algunos en el río, y se habían puesto de la otra banda antes que los enemigos hubiesen acabado de salir de la villa, donde dije que estaban, y dado algunas cargas sobre ellos. Mas los arcabuceros españoles, con el agua a los pechos, defendían tan bravamente y tiraban tan a menudo, que los caballos imperiales estaban tan seguros en la otra ribera como en estotra, y más. Y ya que los enemigos comenzaron a alargarse, perdieron del todo la esperanza de sostener el vado; viendo que el Emperador se le había combatido y ganado, hicieron su disignio de ir a una villa que se llama Torgao, si no pudiesen ganar tanta ventaja que llegasen a Viertemberg, o combatir en el camino si para una de estas dos cosas no tuviesen tiempo.
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El duque de Alba, por orden del Emperador, mandó que toda la caballería húngara y el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros pasasen el río llevando cada uno un arcabucero a las ancas, y él luego, con la gente de armas de Nápoles, llevando consigo al duque Mauricio y los suyos, porque esta caballería era la vanguardia; luego, el Emperador y el rey de romanos con sus escuadrones llegaron a la ribera. Iba el Emperador en un caballo español, castaño oscuro, que le había presentado mosén de Rique, caballero de la Orden del Tusón, y su primer camarero. Llevaba un caparazón de carmesí franjado de cordones de oro y unas armas blancas y doradas, y no llevaba sobre ellas otra cosa sino la banda muy ancha de tafetán carmesí listado de oro, y un morrión tudesco, y una asta casi como un venablo en la mano. Fue como lo que escriben de Julio César cuando pasó el Rubicón y dijo aquellas palabras tan señaladas que tan extendidamente escribe Lucano: «Al proprio se podía representar a los ojos de los que allí estaban, porque allí veían a César que pasaba un río armado, y con ejército armado, y que de la otra parte no había que tratar sino de vencer, y que el pasar del río había de ser con esta determinación y esta esperanza.» Y así, con la una y con la otra, el Emperador se metió en el agua siguiendo al villano que tengo dicho, que era la guía, el cual tomó el vado más a la mano derecha el río arriba de donde los otros habían ido. El suelo era bueno, mas la profundidad era tanta, que cubría las rodillas de los que iban a caballo por grandes caballos que llevasen, y en algunas partes nadaban los caballos, si bien era poco el trecho. De esta manera salió el Emperador y su campo la otra parte de la ribera, adonde por ser el río más extendido, tenía más de trecientos pasos en ancho. El Emperador mandó dar a la guía dos caballos y cien ducados. Ya la puente se comenzaba a hacer de las barcas que se traían en el campo imperial y de las que había ganado al enemigo, y la infantería española estaba junto a ella para pasar luego que fuese acabada, y en su seguimiento la alemana, que este orden había dado el Emperador. Ya los húngaros y caballos ligeros, dejando los arcabuceros que habían pasado a las ancas, se adelantaron; iban escaramuzando y entreteniendo al enemigo, que caminaba con la mayor orden y priesa que podía, y sin dejar en la villa de Nuburg algún soldado, lo cual al principio se pensó que hiciera, y éste fue uno de los respetos que se tuvo para hacer que pasasen arcabuceros con los caballos ligeros. Mas el duque de Sajonia con todo su campo ganaba siempre la tierra que podía, repartida su infantería en dos escuadrones, el uno pequeño y el otro grueso, y nueve estandartes de caballos repartidos de manera que cuando los caballos ligeros y húngaros imperiales los apretaban, ellos volvían cargando tan espeso, que daban lugar a que su infantería en este tiempo pudiese caminar. 326
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- XVI El Emperador sigue al enemigo. -Lo que dijo el Emperador viendo al crucifijo maltratado de los herejes. -La gente y orden del campo imperial. -Orden y gente del sajón.-Príncipes que acompañaban la persona del Emperador. El Emperador, con el mayor trote que podía sufrir gente de armas, seguía el camino que los enemigos llevaban, en el cual halló un crucifijo como suelen estar en los humilladeros, con un arcabuzazo por medio de los pechos. Esta fue una vista para el Emperador de tanta compasión y piedad, que no pudo disimular la ira y lágrimas, y mirando al cielo dicen que dijo:Exurge domine, iudica causam tuam. Y en nuestra lengua: «Señor, si vos queréis, poderoso sois para vengar vuestras injurias.» Y dichas estas palabras, que quebraron los corazones de los que las oyeron, prosiguió su camino por aquella campaña, tan ancha y rasa que por el polvo que la vanguardia del campo imperial hacía, que era muy grande, que el aire lo traía a dar en los ojos del Emperador y de los que con él venían. El Emperador se puso sobre la mano derecha del aire, con que hizo dos cosas: tener la vista libre para lo que fuese necesario, y lo otro proveer al peligro que se ha visto suceder en no ir los escuadrones con la orden que conviene, porque se ha visto por experiencia que viniendo rompida una vanguardia suele romper la batalla por no ir colocada en el lugar que debe. Así el Emperador proveyó a este inconveniente con ponerse en parte, y el rey con sus dos escuadrones, que siendo su vanguardia puesta en peligro, él estaba a punto para socorrer, cargando en los enemigos, los cuales iban tan fuertes, que era necesario hacer esta prevención. El duque de Alba, con la gente de la vanguardia, yendo escaramuzando siempre, estaba tan cerca, que los enemigos hicieron alto, y comenzaban a tirar toda su artillería, lo cual los alemanes saben hacer muy bien, y por esto el Emperador dio más priesa a igualar con la vanguardia. La infantería imperial no parecía, ni seis piezas de artillería que con ella habían de venir, y no era maravilla, porque al presente no se pudo hacer con tanta diligencia, ni el pasarla tantos pudo ser en breve tiempo. Esto era ya tres leguas tudescas del Albis, y el Emperador se daba gran priesa con la caballería, porque con ella emprendió deshacer al enemigo, y si se esperaba a la infantería tuviera lugar de ponerse en el lugar que quería, donde se ve claramente cuánto pueden en las cosas grandes los consejos determinados. Eran los caballos de la vanguardia imperial los que aquí diré. Cuatrocientos caballos ligeros, con el príncipe de Salmona y con don Antonio de Toledo, y cuatrocientos y cincuenta húngaros, porque trecientos habían sido enviados 327
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aquella mañana a reconocer a Torgao con cien arcabuceros de a caballo españoles, seiscientas, lanzas del duque Mauricio y docientos arcabuceros de a caballo suyos, docientos y veinte hombres de armas de los de Nápoles con el duque de Castro Villa. La batalla en que iba el Emperador y su casa, que era de dos escuadrones; el del Emperador sería de cuatrocientas lanzas, trecientos arcabuceros tudescos de caballo. El del rey era de seiscientas lanzas y trecientos arcabuceros de a caballo. Toda la caballería imperial era ésta, sin bajar un soldado. Iban estos escuadrones ordenados diferentemente de los tudescos, porque ellos hacen la frente de los escuadrones de la caballería muy angosta, y los lados muy largos. El Emperador ordenó los suyos, que tuviesen diez y siete hileras de largo, y así venía a ser la frente dellos muy ancha, y mostraba más número de gente, y representaba una vista muy hermosa, y dicen que es ésta la disposición y orden más segura, cuando la tierra lo sufre, porque la frente de un escuadrón de caballos muy ancho no da tanto lugar que sea rodeado por los lados, lo cual se puede hacer muy fácilmente en un escuadrón que trae la orden angosta, y bastan diez y siete hileras de espeso para el golpe que un escuadrón puede dar en otro. Desto se ha visto el ejemplo manifiesto en una batalla que la gente de armas de Flandres ganó a la gente de armas de Cleves, cerca de la villa de Citar, año de 1543. Los enemigos iban en la orden dicha, que eran seis mil infantes en dos escuadrones, y nueve estandartes de caballería en que había dos mil y seiscientos caballos, y un guión que andaba acompañado de ochenta o noventa caballos. Este era el duque de Sajonia, que discurría proveyendo por sus escuadrones lo que convenía, el cual al principio, no habiendo descubierto sino la vanguardia del Emperador, porque el polvo le quitaba la vista de la batalla, parecióle que facilísimamente podía resistir a aquella caballería; mas un mariscal de su campo llamado Wolferaiz, que había mejor reconocido, le dijo que se apartase un poco a un lado y vería lo que contra sí tenía, y así descubrió la batalla donde el Emperador y el rey iban, en la manera que tengo dicha. La persona del rey iba junta con la del Emperador, su hermano, y en este escuadrón, con Su Majestad, iba el príncipe de Piamonte. Los dos archiduques de Austria, hijos del rey, llevaban el escuadrón del rey. Descubriendo el duque de Sajonia del todo la caballería imperial, y viendo claramente en la orden y en el caminar la determinación que se traía, se envolvió entre sus escuadrones y determinó, con la mejor orden que pudo, ganar un bosque que estaba en su camino, porque le pareció que con su infantería podía estar allí tan fuerte, que venida la noche se podía ir a Viertemberg, que era lo que deseaba; que Torgao no le había parecido cosa segura, porque, según él dijo después, había oído aquella mañana golpes de 328
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artillería que tiraban a los reconocedores que allá habían ido, y él había pensado, viéndose seguido, que la mitad del campo imperial, con el duque de Alba, la ejecutaba, y que la otra mitad llevaba el Emperador a ponerse sobre Torgao, y que no siendo fuerte el lugar, aunque está sobre el Albis, que no era cosa segura dejarse encerrar. O sea esto o otra opinión -que dicen que dejó de ir a Torgao porque no se le acordó ni en aquel tiempo tuvo hombre de su Consejo que se le diese en alguna cosa de las que le convenían-, sea como fuere, en fin, él acordó de procurar ganar el bosque para Viertemberg, y si le conviniese combatir, hacerlo con más ventaja suya. Y para conseguir uno de estos dos efectos, ganado aquel bosque, que es lleno de pantanos y caminos estrechos, mandó a su arcabucería de pie y a toda la de a caballo hacer una carga en toda la caballería ligera imperial, porque más cómodamente la infantería ganase el sitio que él quería, la cual carga hicieron harto vivamente.
- XVII Iguálanse con el enemigo. -Nombre que el Emperador dio a su gente. -Carga el duque de Alba en muy buena ocasión al enemigo. -Huyen los enemigos. -Los húngaros ejecutan la vitoria, apellidando: «España, España.» -Destrozo y rota grande del enemigo sajón. Ya en este tiempo, como está dicho, el Emperador se había igualado con la vanguardia y había hablado al duque Mauricio muy alegremente, y a la gente de armas de Nápoles, diciéndoles las palabras que en un día como aquél un capitán debe decir a sus soldados, y dándoles el nombre que era: San Jorge, Imperio, Santiago, España; así caminaron la vuelta los enemigos al paso que convenía. Yendo así igualados todos los escuadrones, la batalla halló a su mano derecha un arroyo y un pantano grande, donde cayeron algunos caballos, y porque no cayesen todos fue necesario que la batalla se estrechase tanto, que la vanguardia pudiese pasar sin que se mezclase el un escuadrón con el otro, y se desordenasen ambos, y por esta causa vino a ser que yendo al lado pasase la vanguardia delante al tiempo que los enemigos querían comenzar la carga, la cual hicieron con muy buen orden en los caballos ligeros. A este tiempo, el duque de Alba, conociendo tan buena ocasión, envió a decir al Emperador que él cargaba, y así lo hizo por una parte, con la gente de armas de Nápoles, y el duque Mauricio con sus arcabuceros por la otra, y luego su gente de armas; y la batalla, que ya había tornado a ganar la mano derecha, movieron contra los enemigos con tanto ímpetu que a la hora comenzaron a dar la vuelta, y los imperiales los apretaron de tal manera que a
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ninguna otra cosa les dieron lugar sino a huir, y comenzaron a dejar su infantería, la cual al principio hizo un poco de resistencia para recogerse al bosque; mas ya toda la caballería imperial andaba tan dentro de la suya y de sus infantes, que en un momento fueron todos rotos. Los húngaros y los caballos ligeros, tomando un lado, acometieron por un costado, y con una presteza maravillosa comenzaron a ejecutar la vitoria, para lo cual estos húngaros tienen grandísima industria, los cuales arremetieron diciendo España, España, por el amor y sangre que con los españoles tienen, y porque a la verdad el nombre del Imperio, por su antigua enemistad, no les es muy agradable. Desta manera se llegó al bosque, por el cual eran tantas las armas derramadas por el suelo, que ponían grandísimo estorbo a los que ejecutaban la vitoria. Los muertos y heridos eran muchos, unos muertos de encuentros, otros de cuchilladas grandísimas, otros de arcabuzazos, de manera que aunque el morir era uno, las maneras de muertes eran muy diferentes. Eran tantos los presos, que había soldado que traía quince y veinte rodeados de sí. Había muchos hombres que parecían ser de más arte que los otros muertos en el campo; otros que aún no acababan de morir gimiendo, y con las bascas de la muerte revolviéndose en su sangre. A otros se les ofrecía la fortuna como era la voluntad del vencedor; porque a unos mataban, y a otros prendían sin haber para ella más eleción de la voluntad del que los seguía. Estaban los muertos en muchas partes amontonados, y en otras esparcidos, y esto era como les tomaba la muerte huyendo o resistiendo. El Emperador siguió el alcance una gran legua; toda la caballería ligera y mucha parte de la tudesca, y de los hombres de armas del rey, la siguieron tres leguas.
- XVIII Prisión del duque de Sajonia. -Recibe el Emperador al duque de Alba con alegría por lo que tan bien había trabajado. -Los que pretendían ser autores de la prisión del sajón. Respeto cortés y humano que el Emperador tuvo al duque de Sajonia. -Peligro en que se vió el duque Mauricio. Ya estaba la batalla y gente imperial en medio del bosque, cuando el Emperador, que allí estaba, paró y mandó recoger alguna gente de armas, porque toda estaba tan esparcida, que tan sin orden andaban los vencedores como los vencidos, lo cual fue asegurar la vitoria, si algún inconveniente
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sucediera a los que iban delante, porque es cosa cierta que un capitán lo ha de mirar todo. De manera que no ha de decir después «no lo pensé», que no es palabra digna de capitán. Habiendo parado allí el Emperador, que aquí se mostró hoy con un ánimo verdaderamente real, vino el duque de Alba, que había pasado más adelante siguiendo el alcance, armado de unas armas doradas y blancas, con su banda colorada, en un caballo bayo, sin otra guarnición alguna más de la sangre de que venía lleno de las heridas que traía en él. El Emperador le recibió alegremente, y con mucha razón. Estando así, vinieron a decir al Emperador cómo el duque de Sajonia era preso. En su prisión pretendían ser los principales dos hombres de armas españoles de los de Nápoles, y tres o cuatro caballos ligeros españoles, italianos y un húngaro y un capitán español. El Emperador mandó al duque de Alba que le trajese, y así, fue traído delante de él. Venía en un caballo frisón con una gran cota de malla vestida, y encima un peto negro con unas correas que ceñían por las espaldas, todo lleno de sangre de una cuchillada que traía en el lado izquierdo del rostro. El duque de Alba venía a su mano derecha, y así le presentó a Su Majestad. El duque de Sajonia se quiso apear, y quería se quitar un guante para tocar la mano (según costumbre de Alemaña) al Emperador; mas él no lo consintió, ni lo uno ni lo otro, porque venía tan fatigado del trabajo y de la sed, y de la herida, y él era tan pesado por ser demasiado de cargado de carnes, que por esto, más que por lo que merecía, el Emperador le tuvo aquel respeto. El se quitó el sombrero, y dijo al Emperador, según costumbre de alemanes: Poderosísimo y graciosísimo Emperador, yo soy vuestro prisionero. A esto respondió el Emperador: «Agora me llamáis Emperador; diferente nombre es éste del que me solíades llamar.» Y esto dijo, porque cuando el duque de Sajonia y Lantzgrave traían el campo de la liga, en sus escritos llamaban al Emperador Carlos de Gante, y «el que piensa que es Emperador». Y así, los alemanes que eran del Emperador, cuando oían esto decían: «Deja hacer a Carlos de Gante, que él os mostrará si es Emperador»; y por esto respondió el Emperador como digo, y después le dijo que sus pecados le habían traído en el término y estado en que se veía. A estas palabras el duque de Sajonia no respondió palabra, sino alzando los hombros bajó la cabeza, sospirando, con un semblante que movió a compasión, con haber sido un bárbaro tan bravo y tan soberbio. El duque tornó a decir al Emperador que le suplicaba le tratase con benignidad; y éste
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mandó al duque de Alba que con buena guarda le hiciese llevar al alojamiento del río, que era el que se tomó aquel día mismo cuando ganaron el vado. La alegría de la vitoria fue general en todos, porque se entendió entonces cuán importante era, y cada día se echaba de ver más. El duque Mauricio, aquel día, yendo ejecutando la victoria, se vió en peligro de muerte, porque uno de los enemigos llegó por detrás y asestóle el arcabuz, y si le acertara a dar le matara. El cual fue luego hecho pedazos, él y su caballo, por los que con el duque iban. Fueron muertos de la infantería de los enemigos hasta dos mil hombres, y heridos muchos, que dejándolos allí se salieron y salvaron en aquella noche, y otro día fueron presos ochocientos infantes; de los de caballo fueron muertos, según se pudo estimar, más de quinientos. El número de los preso; fue muy mayor, porque entre los alemanes imperiales hubo muchos que, como todos eran unos, pudieron se encubrir mejor. Y los que de cierto se supieron fueron tantos, que los húngaros y caballos ligeros, y la otra gente de armas, ganaron muchos, de manera que no se recogieron en Viertemberg, de los de pie y de a caballo, cuatrocientos hombres. Ganáronse quince piezas de artillería, dos culebrinas largas, cuatro medias culebrinas, cuatro medios cañones, cinco falconetes y grandísima copia de municiones. Y otro día se ganaron otras seis piezas, que por haber caminado con mucha diligencia más que las otras, se habían entrado en un lugar pequeño. Ganóse todo el carruaje o bagaje, en lo cual la gente de a caballo imperial hubo grandísima cosa de ropa y dinero. Ganáronse diez y siete banderas de infantería y nueve estandartes de caballos, y el guión del duque de Sajonia fue preso como su dueño. Prendieron al duque Ernesto de Branzuic, el cual en la guerra pasada era el que traía todas las escaramuzas que los enemigos hacían, y otros muchos principales, y el hijo mayor del duque de Sajonia fue herido en la mano derecha y en la cabeza, y derribado del caballo. Dijo él que había muerto con un pistolete que traía al que le había herido, y los suyos le volvieron a poner a caballo, y así se salvó y entró en Viertemberg. De la parte del Emperador morirían hasta cincuenta de a caballo con los que después murieron de las heridas que allí recibieron. Esta batalla ganó el Emperador a 24 de abril deste año 1547, un día después de San Jorge, y víspera de San Marcos, habiendo doce días que partió de Eguer. Comenzóse sobre el río Albis a las once horas del día; acabóse a las
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siete de la tarde, habiendo combatido sobre el vado y ganádole al enemigo, y seguídole tres leguas como está dicho, combatiéndole siempre hasta el lugar donde con sola la caballería le prendió, rompiendo su infantería y caballería con tanto animo y buena industria cuanto se pudo desear.
- XIX El Emperador arma caballeros a muchos que se señalaron en la batalla Esta victoria tan grande, el Emperador, como católico, la atribuyó a sólo Dios, como cosa dada de su mano, y así dijo aquellas tres palabras de César, trocando la tercera como un príncipe cristianísimo debe hacer, haciendo a Dios autor de todos sus bienes: Vine, vi, y Dios venció. Pareció bien a todos la moderación que el Emperador usó con el duque de Sajonia, porque otro vencedor pudiera ser que contra quien le había ofendido como éste, no templara su ira, ni tuviera el respeto y blandura que con él tuvo; lo cual es más dificultoso de vencer, algunas veces, que vencer al enemigo. Siendo ya tarde, mandó el Emperador recoger la gente y volvióse a su alojamiento, donde llegó a la una de la noche. Otro día se recogió la artillería y municiones que se habían ganado, y grandísimo número de armas, y de nuevo muchos húngaros y caballos ligeros. Trajeron otros muchos prisioneros, porque tres leguas más adelante de donde llegó el alcance, siguieron la victoria, matando y prendiendo. Dio el duque de Alba en guarda al duque de Sajonia al maestre de campo Alonso Vivas, que fue un gran soldado y tuvo el oficio de los soldados españoles de Nápoles, y juntamente el duque Ernesto de Branzuic, que, como es dicho, fue preso en la batalla por un tudesco, vasallo del rey de romanos y criado del duque Mauricio. En este lugar estuvo el Emperador dos días. Quiso el Emperador honrar a los que en esta batalla se habían señalado, y armarlos caballeros; pero viendo que con gran desorden y confusión de los muchos que acudían no podía cumplidamente acabar las ceremonias, contentóse de haber hecho un razonable número de caballeros, y para los demás dijo con voz alta en lengua española: «Seáis todos caballeros.»
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- XX Marcha el Emperador a Viertemberg En este tiempo Torgao se rindió, y el Emperador con todo el ejército determinó ir sobre Viertemberg, cabeza del Estado del duque Juan, y principal villa de las de la elección, y así, como tierra importantísima la tenía el duque fortificada, habiendo comenzado su fortificación veinte y cinco años antes, fortificándola siempre con grandísima diligencia y con grandísimo número de artillería. El camino fue por Torgao, donde estaba un castillo que es de las más hermosas cosas de Alemaña, donde el duque solía irse a recrear.
- XXI Notóse una manera de milagro en el vado que el Emperador pasó. Caminando el campo imperial contra Viertemberg, se supo de los prisioneros cómo el duque esperaba a Tumez y Erve con la gente que había llevado a Bohemia, y veinte banderas que los de aquel reino le enviaban, y mucha gente de a caballo con ellas; mas la presteza del Emperador, que la tuvo siempre en estos negocios de la guerra muy más natural que todos los enemigos que tuvo, atajaron semejantes ligas y socorros. Pasó el Emperador el río Albis media legua más abajo de Viertemberg por una puente hecha de sus barcas y de las ganadas de los enemigos. Notóse aquí, por cosa digna de memoria, que por la parte que el Emperador pasó el vado del río Albis, si bien hondo, otro día después de la batalla no se podía pasar sino a nado, y con grandísimo trabajo, que quiso Dios abrir aquel camino y dar paso a este príncipe, porque sabía el celo con que le servía. Otras dos cosas pasaron que por haber mirado en ellas las escribió el soldado, y son: que pasando la infantería española, anduvo una águila muy baja mansamente dando vuelos sobre ella muy gran rato, y andando así salió un lobo muy grande de un bosque, que mataron los soldados a cuchilladas en medio de un campo raso. Son acaecimientos que permite Dios Nuestro Señor en señal de su favor y voluntad divina. Hizo aquel día muy gran calor, y estaba el sol de color de sangre, y notaron los que lo vieron que no estaba tan bajo como había de estar, según la hora que era. Fue tan advertido esto, y quedó tan recebido de todos, que ninguno puso duda en ello. Y asimismo fue notado aquel día en Noremberga, y en Francia, según el rey lo contó, y en el Piamonte, que le vieron de la misma
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color, con ser tierras bien distantes. Fueron todas cosas tan notadas y tratadas, que por eso hicieron memoria de ellas en las relaciones y cartas que se escribieron a Roma, Italia y España.
- XXII Clemencia del Emperador. Habiendo pasado el Emperador el río Albis, se alojó entre unos bosques a vista de la villa de Viertemberg, cuyo sitio y fortificación es desta manera. La villa es harto grande en su fación y hechura, es cuadrada, muy prolongada por la parte donde ella es más extendida. Tiene el río Albis a cuatrocientos pasos lejos della. Está sentada en un llano muy raso y muy igual, el cual se descubre della sin que haya donde se pueda encubrir alguna gente. Tiene en toda la redonda un foso de agua muy ancho y muy hondo, y un reparo de sesenta pies de grueso, de tierra tan firme, que todo él está lleno de hierba crecida en él desde lo alto hasta el foso, el cual tiene al pie del reparo todo a la redonda un revellín de ladrillo y cal que se hizo para arcabucería, y tan encubierto de foso, que es imposible batirse. Tiene cinco baluartes grandes, y el castillo que sirve de caballero descubriendo la campaña. Por esta parte del castillo viene el cuadro de la tierra a tener la frente más angosta, y por aquí estaba determinado que se batiese, y por esto el Emperador mandó que se trajesen los gastadores que el duque Mauricio había ofrecido, que eran quince mil, y que viniese artillería de Tresén, de la cual había tanto número en aquella villa, que bastaba, quedando ella proveída, a dar la que por batir a Viertemberg era necesaria. Los gastadores fueron tan mal proveídos, que de quince mil que se ofrecieron, vinieron trecientos, y éstos traídos con dificultad. Mas en este tiempo el Emperador había comenzado a oír los ruegos del marqués de Brandemburg elector, que había venido allí, el cual intercedía por el duque de Sajonia con los mejores medios que él podía. Y Su Majestad había considerado algunas cosas, entre las cuales tuvo mucho respeto al duque de Cleves, yerno del rey de romanos y cuñado del duque Juan de Sajonia, que con grandísima instancia había procurado lo que tocaba a salvar la vida al duque su cuñado, con aquella parte de su Estado que fuese posible, por donde comenzó a inclinarse más a la misericordia que se debía tener de un príncipe tan grande, puesto en tan miserable fortuna, que no a poner en efecto la primera determinación, que era cortarle la cabeza, en que como a reo del crimen de la majestad lesa o ofendida, le había condenado. Y así, apretando el duque Joachim de Brandemburg, y más la natural clemencia del Emperador, se comenzó a tratar lo que convenía, porque el duque de 335
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Sajonia fuese castigado, y junto con esto no se dejase de ejecutar la clemencia del Emperador, tan digna de un príncipe cual él era, con la cual se gana más, como dicen de Julio César, que con las armas. Hubo diversas opiniones en lo que tocaba a la vida del duque, porque unos tenían consideración a sólo el castigo, otros consideraban la manera del castigarle con otras calidades que fuesen tan importantes que tuviesen la victoria del Emperador viva para siempre, y consideraban cuánto importaba que no fuesen reducidos a última desesperación los que tenían su confianza en la clemencia del Emperador, de la cual esperaban tomar ejemplo en lo que con el duque de Sajonia se hacía. Y así, tratando lo uno y lo otro, el Emperador se resolvió, conforme a su natural condición, en dar la vida al duque con las condiciones que fueron bastantes para que fuesen recompensa de la muerte de que según justicia era digno. Finalmente ello se concordó de esta manera, y con tales condiciones.
- XXIII Condiciones con que el Emperador hizo gracia de la vida al duque de Sajonia «Que renuncie por sí y por sus herederos la dignidad de ser uno de los siete electores, y quede a voluntad del Emperador el darla a quien quisiere. «Que entregue al Emperador las villas de Gotta y Viertemberg sacando la hacienda que tiene en ellas, con que deje la tercia parte de los bastimentos, con la artillería que hay en ellas. «Que restituya y suelte de la prisión a Alberto de Brandemburg con todos sus bienes libremente. «Que vuelva y restituya todas las cosas que tienen tomadas al gran maestre de Prusia Mansfeldo Volfango. «Que renuncie los derechos de Magdeburg, Halberstan y Hallen, y se somete y sujeta al juicio imperial, y que pague los gastos hechos en su defensa. «Que suelte libremente a Henrico de Branzuic con su hijo, y que de aquí adelante no los inquiete ni perturbe. «Que renuncie las confederaciones que hizo contra el Emperador y rey de romanos, y no pueda hacer otras en las cuales no entren el Emperador y rey su hermano. 336
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«Que los bienes del duque de Sajonia se adjudiquen al Emperador, y parte dellos sean por el rey de romanos, parte para el duque Mauricio, por los cuales ha de dar Mauricio en cada un año cincuenta mil florines de oro. «Que quede con el duque de Sajonia la ciudad de Gotta derribándole la fortaleza. «Que para que el duque de Sajonia pague lo que debe, le dé el duque Mauricio cien mil florines renenses. Y hecha esta paga, queden fenecidos y rematados cualesquier debates y cuentas que entre ellos haya habido. «Que los sajones vasallos del duque que en las guerras pasadas han servido al Emperador, no se les haga molestia ni daño alguno. «Que obedecerá los decretos del Emperador y del Imperio como vasallo dél. «Que los bienes que se dejan al duque de Sajonia los hayan sus hijos y herederos y el duque sea siempre de la parte y servicio del Emperador y de su hijo Filipo. «Que a Ernesto de Branzuic le ponga el Emperador graciosamente en libertad.» Excluyeron de esta concordia a Alberto Mansfeldio con todos sus hijos, y al conde Bechlingo y otros, si dentro de un mes no deshiciesen la gente y banderas. Echóse la fortaleza de Gotta por el suelo; halláronse en ella cien piezas de artillería sin la menuda, y cien mil balas, y las otras municiones conforme a esto. Entregó luego las banderas y estandartes y artillería que había ganado al marques Alberto, y el marqués estaba en Gotta, al cual mandó el Emperador que viniese luego a su corte. En lo que tocaba a la religión, al principio estuvo muy duro, y después respondió tan blando que por entonces pareció a Su Majestad que no era menester tratar más de ello. Su hermano perdió una villa que el Emperador dio al marqués Alberto. Entregó luego al duque todos los castillos que tenía usurpados a los condes de Manflet, y lo de la iglesia de Ulma y monasterios de Sajonia, con lo usurpado a particulares, que quedo a disposición del Emperador. El cual, viendo que lo principal que él pretendía, que era lo que tocaba a la religión, comenzaba a ponerse bien, tuvo por buenas todas estas condiciones, y no 337
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quiso que una sangre tan noble y tan antigua, y que tantos servicios había hecho a la suya en los tiempos pasados, se deshiciese y acabase del todo, y quiso más en esto seguir la equidad y mansedumbre, que no la ira y justo rigor de justicia que el duque merecía. Y compuestas las cosas de esta manera, quedó el duque Joan de Sajonia con vida, y castigado de tal manera, que de uno de los más poderosos príncipes de Alemaña vino a ser de los particulares caballeros de ella. Humilla Dios de esta manera la soberbia de los hombres. Fue muy notable la entereza y valor del duque, que no se le oyó una palabra, ni se le vió semblante ni movimiento de flaqueza, conforme a la fortuna presente, con derribar la adversa castillos roqueros.
- XXIV Visita al Emperador la esposa del duque de Sajonia Rendida Viertemberg, salieron della tres mil hombres de guerra. Estaban dentro della la mujer del duque y su hermana, y los hijos menores. Dentro, en Gotta, estaba el mayor, que había escapado herido de la batalla. Alzó el duque a los de Viertemberg el juramento, y luego abrieron las puertas y salieron a suplicar al Emperador que no entrase en ella soldado extranjero. El Emperador lo prometió y cumplió. Mandó el Emperador que entrasen cuatro banderas de alemanes, y al cabo de dos días Sibila de Cleves, mujer del duque de Sajonia, con su hermano Joan Ernesto y otros parientes, salió a visitar al Emperador y hacerle reverencia, y vino a la tienda donde él estaba, y con ella el hermano del duque de Sajonia y su mujer, hermana del duque de Branzuic, y un hijo del duque de Sajonia, porque el otro quedaba malo en Viertemberg, y el otro estaba en Torgao. Venían acompañándola los hijos del rey de romanos y el marqués de Brandemburg, elector, y otros señores alemanes. Ella llegó al Emperador con toda la humildad que pudo, y no era menester mostrarla, porque una mujer que tenía a su marido en tantos trabajos, y se veía desposeída y tan humillada de la mala ventura, es claro que llevaría el semblante cual le pedía el presente estado; y así, se hincó de rodillas delante del Emperador, mas él la levantó recibiéndola con tanta cortesía, que ninguna cosa le quitó de lo que hiciera cuando ella estaba en su primera fortuna. Fue cosa que a todos movió a piedad. Habló con lágrimas y dolor, y a todo la respondió el Emperador
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clementísimamente, y así, se volvió a visitar, al duque su marido, que estaba en el cuartel del duque de Alba entre la infantería española, y habiendo estado con él se volvió al castillo de Viertemberg.
- XXV Visita el Emperador a la duquesa de Sajonia. Otro día fue el César a visitar a la duquesa, y entró en el castillo. Lo cual pareció a todos muy semejante a lo que Alejandro hizo con la madre y mujer del rey Darío. Escribió el Emperador a las ciudades y príncipes del Imperio dándoles cuenta de la guerra, y convocándolos para la Dieta que quería tener en Ulma a 13 de junio.
- XXVI Embajadores de grandes príncipes. -Sacan al marqués Alberto de la prisión. Estando el Emperador en Viertemberg le vinieron embajadores de Tartaria y de Moscovia, cerca del río Borístenes, que ahora se llama Neporties, y algunos capitanes, a ofrecerse al servicio del Emperador con cuatro mil caballos. El respondió agradeciéndoselo mucho; mas ya la guerra estaba en términos que no eran menester. También vino un embajador del rey de Túnez con ciertos recados que su rey le enviaba, y ofreció otros tantos alárabes. De manera que de la Scitia, podemos decir, y de la Libia, venían las gentes, traídas de la grandeza del Emperador, a servirle. Ya el Emperador había enviado un caballero de su casa llamado Lázaro Esvinde, para que tuviese a Gotta con dos banderas y diese libertad al marqués Alberto, y estuviese en ella hasta que fuese derribada por el suelo; y las otras plazas fuertes se rendían por sus términos, y todo se ordenaba de la manera que convenía, sin que en Sajonia quedase nada por hacer, sino lo del reino de Bohemia, que era vecina, y estaba muy de mala manera contra el rey; mas como los de aquel reino supieron de la prisión del duque de Sajonia, dejaron las armas y enviaron al Emperador con las más blandas palabras y mayores ofrecimientos que ellos pudieron. El Emperador los oyó, y los detuvo hasta despacharlos a su tiempo.
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- XXVII El duque Enrique de Branzuic fue desbaratado. -Fuerzas que esperaba tener el sajón. -El lantzgrave trata de la gracia del Emperador. -Escribe lantzgrave a Mauricio y envía los capítulos y condiciones con que se rinde. -Admite el Emperador este trato. -El Emperador, aunque se trataba de paz, prosigue el camino contra Lantzgrave. Había enviado el Emperador al duque Enrique de Branzuic, el Mancebo, con dos mil caballos y cuatro mil infantes contra los duques de Luneburque, luteranos y de la liga pasada, el cual fue desbaratado de un conde de Mansfelt, rebelde y luterano, y de Tumezbierne, capitán del duque de Sajonia, el cual, con la gente que tenía en Bohemia, por unos grandísimos rodeos se juntó con el conde de Mansfelt, y juntos estos dos tenían cuatro mil caballos y cerca de quince mil infantes. El duque Enrique de Branzuic se quejó después al Emperador de otro capitán que también con comisión de Su Majestad hacía guerra a aquellas ciudades, que no se había juntado con él a tiempo. Hubo pleito entre ellos, y el Emperador mandó prender a los capitanes. Son cuentos que importan poco a esta historia; los que escribieren las de Alemaña los dirán; sólo diré que se iban haciendo las fuerzas del duque de Sajonia tantas, que, como él decía, si el Emperador se detuviera dos días, él le saliera a recibir con más de treinta mil hombres y siete mil caballos, que era un poder harto grande, porque el Emperador no llevaba más que cuatro o cinco mil caballos, y diez y seis mil infantes, si el que las llevaba no valiera tanto que se supliera bien el número de la gente que faltaba para igualar con la del enemigo Y vióse claro que tenía estas fuerzas, pues sin las que él tenía cuando fue preso, y con las banderas que deshicieron antes de la batalla, quedaban cumplidos cuatro mil caballos y doce o quince mil infantes, sin los que esperaba de Bohemia, y así, tenía determinado que ya que no se ofreciese de combatir con las ventajas que él quería, de repartir toda su gente, metiéndose él en Madeburque, y un hijo suyo en Gotta, y otro en Viertemberg, y un capitán en Heldrun, y otro en Sonebalt, y desta manera rodear al Emperador, y hacelle la guerra quitándole las vituallas. Mas todas estas dificultades se vencieron, y así la victoria del Emperador fue tan importante y tan poderosa, que deshizo todos estos pensamientos, y volvió en aire sus trazas, y con esto, luego que desbarataron al duque de Branzuic, se comenzaron a deshacer; y no sólo éstos, mas el lanztgrave, que en estos días no dejaba de intentar todas las cosas que él pensaba que le podían valer, las dejó caer y perdió el hilo y esperanzas de sus tramas y socorros forasteros, para los cuales tenía dados algunos dineros por aquellos que tenían tanta gana como él que las cosas del Emperador no fuesen por el camino que iban, y en esto se verá cuánto importaba en Alemaña la persona del duque Joan de Sajonia y su poder,
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porque después que él fue deshecho y preso, no tuvo fuerza alguna el que pensaba que gobernaba todas las cosas de Alemaña. Mas esta victoria fue tan importante, que luego el lantzgrave comenzó por intercesores, principalmente por medio del duque Mauricio, a quien el Emperador había hecho elector, a tratar su perdón. Propuso al principio condiciones harto grandes, mas no tan bastantes que no quedasen algunas, de manera que se podía decir que negociaba bien. Entendía en ello, junto con el duque Mauricio, el elector de Brandemburg, a los cuales el Emperador tuvo grandísimo respeto, y por su contemplación oyó lo que le proponían de parte de Lantzgrave; mas por tanto no dejó de hacer lo que convenía, y así, le respondió lo que él quería que hiciese, y el lantzgrave replicó añadiendo algo, mas dejaba siempre unas cosas que le convenían, a lo cual el Emperador respondió resueltamente que él no quería tratar con el lantzgrave; que hiciese lo que le pareciese. Esta respuesta se dio a Lantzgrave, el cual estaba ocho leguas del campo, en una villa de Mauricio que se llama Lipsia, y luego se partió con grandísima desesperación, y tanta, que ninguna esperanza le quedó de remedio, sino el que más tenía, y el que decía que por ninguna cosa de este mundo haría, que era ponerse a los pies del Emperador y valerse de su clemencia y mansedumbre tan natural, entregándose a su voluntad, y con esta determinación escribió al duque Mauricio que procurase su venida y la concertase, y de su mano escribió las capitulaciones con que se entregaba, que eran las mismas que el Emperador quería, y así se concertó. La conclusión de todo esto tomó al Emperador en Hala, de Sajonia, camino de las tierras de Lantzgrave, para donde Emperador con su campo caminaba. Y el mismo día que entró en Hala llegó el marqués Alberto de Brandemburg, a quien su Majestad, como está dicho, había dado libertad, y hecho volver los estandartes, banderas y artillería que había perdido, porque no le faltase alguna cosa de las que con la libertad se le podían volver. Holgó el Emperador tanto con él, que una de las más agradables cosas que en estas dos cosas le han sucedido, fue la recuperación de este príncipe, el cual llegando al Emperador le dijo: «Señor, yo doy muchas gracias a Dios y a vos.» Y no dijo más, y en estas pocas palabras dijo harto. Dos días antes que el Emperador partiese de Viertemberg, partió el rey de romanos para Praga con dos o tres mil caballos suyos y de Mauricio y casi seis mil infantes tudescos, con los que después el Emperador le envió, que eran del regimiento del marqués de Mariñano, y el Emperador partió de 341
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Viertemberg para ir contra Lantzgrave, por ser la raíz de donde nacían los males de Alemaña, y era tan necesario arrancalla, que dejándolo de hacer por ir personalmente a Bohemia, como quisiera el rey su hermano, que aunque aquel reino se sujetase, que estaba bien alterado, no por eso Lantzgrave quedaba en término que no fuese menester comenzar la guerra con él, y sujetarle, y lo de Bohemia era más fácil, porque aquel reino y todos los rebeldes de Alemaña tenían puestos los ojos en sí. En Lantzgrave se sustentaban, como en cabeza de quien dependían después del duque de Sajonia. Y por esto quiso el Emperador que el rey partiese luego, porque la reciente victoria y reputación della acrecentaba las fuerzas del rey, para que aquel reino, que ya temía tanto las del Emperador, pudiese con más facilidad ser traído, o por mal o por amor a su obediencia. Un día antes que el rey partiese, los capitanes húngaros vinieron a besar la mano al Emperador y a suplicarle se acordase de socorrer a Hungría. Hicieron una plática acomodada al tiempo y a su fortuna, y el Emperador les respondió consolándolos; y escribió a los Estados de aquel reino dándoles las mismas esperanzas dignas de su persona, y mandó dar a cada uno de los capitanes una cadena de oro de trecientos escudos, y dar una paga a toda la otra gente suya, lo cual ellos estimaron mucho. También dio allí Su Majestad al duque Mauricio la envestidura de la elección con las villas, con que ella suelen andar. Y porque entre las cosas grandes se viese que también tenía memoria de las pequeñas, mandó dar a los soldados que entraron a nado y ganaron las barcas, un vestido de terciopelo carmesí de su librea y treinta escudos a cada uno, y las ventajas en sus banderas.
- XXVIII Con qué condiciones se rindió Lantzgrave. -Palabras de Lantzgrave. Llegado el Emperador en Hala, de Sajonia, que es una villa muy grande del obispado de Madelburg, aunque el duque de Sajonia la había hecho suya, el Emperador se aposentó en las casas que habían sido del obispo, y allí quiso esperar la venida de Lantzgrave para que se pusiese en efecto lo que por intercesión de los electores él había concedido. Las condiciones de la concordia fueron:
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«Que Filippo, lantzgrave de Hessia, con todo su Estado se pone en manos del Emperador sin condición alguna, sino llanamente. Que parezca ante el Emperador y pida perdón y su gracia con toda humildad. Que de aquí adelante esté muy sujeto al Emperador. Que lo que el Emperador ordenare y mandare en bien y buen gobierno de Alemaña, y los mandamientos y provisiones que sobre ello despachare, guarde y cumpla puntualmente sin réplica ni malicia. Que estará a lo que la Cámara del Imperio mandare, y pagará el dinero que le mandaren. Que dará favor y ayuda contra el Turco como la dan los demás príncipes del Imperio. Que se apartará de cualquiera confederación y liga, principalmente de Scamáldica, y entregará al Emperador todas las cartas y papeles que en ellas hubiere hecho, y que no hará más concordias ni ligas, en las cuales no entren el Emperador y rey de romanos. «Que echará de su tierra todos los enemigos del Emperador, y no consentirá algunos en ellas. Que si el Emperador mandare castigar alguno, que él no lo defenderá ni amparará. Que dará camino y paso seguro por su tierra al Emperador y rey de romanos. Que restituirá todos los bienes que hubiere tomado a sus vasallos, por haber servido al Emperador en estas guerras. Que mandará a todos sus vasallos los que están en armas contra el Emperador y rey de romanos, que las dejen, y si no, que procederá contra ellos como contra enemigos, y les tomará los bienes para el fisco imperial. Que dentro de cuatro meses dé al Emperador por los gastos que ha hecho en estas guerras ciento y cincuenta mil florines renenses de oro. Que echará por el suelo todas las fortalezas y municiones que hubiere hecho en su tierra, exceto Zegenhemo y Cassello. Y se ponga presidio en éstas, a nombre del Emperador, y no haga otra fuerza sin voluntad del Emperador. Que entregue toda la artillería y municiones, de las cuales el Emperador ponga en las fuerzas las que quisiere para su guarda y defensa. Que ponga en libertad a Enrico Bransvuico con su hijo Carlos, y les vuelva su tierra, y alce el juramento que sus vasallos le hicieron, y satisfaga los daños que le hizo. Que restituya a Wolfango, gran maestre de Prusia, y a los demás amigos del Emperador, todo lo que les hubiere tomado. Que suelte graciosamente todos los que tuviere presos por razón desta guerra. Que se allane a la justicia y determinación della con todos los que tuvieren que pedirle por agravios que haya hecho. Que sus hijos juren estos capítulos y lo mesmo hagan todos sus vasallos, nobles y plebeyos, y el que no quisiere hacer, se entregue al Emperador. Que asimismo juren estas condiciones el marqués de Brandemburg, príncipe elector, el duque Mauricio, el conde Palatino del Rin, el gran maestre de Prusia. Que en las dudas que cerca de esta concordia se ofrecieren, dé el Emperador su declaración, y se esté a ella. Que se sujetará a guardar lo que en el Concilio de Trento determinaren los padres, como lo han de hacer los demás príncipes protestantes de Alemaña.»
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Alzó el Emperador el bando imperial que contra él estaba dado, y que no le tendría preso perpetuamente. Antes que el lantzgrave viniese a presentarse, sucedió aquí en Hala un caso peligrosísimo, y fue una cuestión entre españoles y tudescos. La cual se encendió tanto y llegó tan adelante, que fue necesario que el Emperador saliese, y se puso en medio de los unos y de los otros. Sólo éste era el remedio que la cólera destas dos gentes pedía, porque ella estaba en tal punto, que sola la persona imperial bastara a templar tal desconcierto, aunque no dejaba de tener Su Majestad algún peligro poniéndose entre dos partes, que ya de furiosas comenzaban a estar ciegas y sin juicio; que la ira demasiada, una breve locura es. Llegado el día en que Lantzgrave había de estar en Hala, de Sajonia, vino con cien caballos, y fuese a la posada del duque Mauricio, su yerno, ya elector, y otro día, que fue a 19 de junio, a las cinco de la tarde, firmó la escritura de la concordia, y luego, a la hora que el Emperador señaló, vino a palacio, acompañándole y llevando en medio el duque Mauricio y el duque de Brandemburg, y tras ellos iban Enrico Brunswico con su hijo Carlos, Filippo y Enrico, y otros muchos caballeros. El Emperador estaba en una sala, y allí presentes el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, Emanuel Filiberto, príncipe de Piamonte; el duque de Alba, general del campo; el gran maestre de Prusia, el arzobispo de Artoes, el de Nurumberg y otros perlados y caballeros alemanes. Los legados del Papa, los del rey de Bohemia y Hungría, los del rey de Dinamarca, el duque de Cleves y de algunas ciudades marítimas y orientales de Sajonia, y otros muchos nobles varones. Hiciéronse las ceremonias acostumbradas en semejantes actos. Llegado Lantzgrave delante del Emperador, quitado el bonete o gorra, se hincó de rodillas, y su chanciller también, el cual, en nombre de su señor, dijo estas palabras: «Serenísimo, muy alto y muy poderoso, muy victorioso y invencible príncipe, Emperador y gracioso señor: Habiendo Filipe, lantzgrave de Hessia, ofendido en esta guerra gravísimamente a Vuestra Majestad y dádole causa de toda justa indignación, e inducido a otras personas a que cayesen en la mesma falta, por lo cual Vuestra Majestad podía usar de todo rigor en el castigo que él merece, él confiesa humilísimamente que con razón le pesa de todo su corazón, y siguiendo los ofrecimientos que él ha hecho para venir delante Vuestra Majestad, él se rinde a Vuestra Majestad de todo punto, y francamente a su voluntad, suplicando humilmente que por el amor de Dios y 344
Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
por su misericordia, Vuestra Majestad sea contento, usando de su bondad y clemencia, perdonar y olvidar la dicha ofensa, y levantar el bando del Imperio, que tan justamente Vuestra Majestad ha declarado contra él, permitiendo que pueda poseer sus tierras y gobernar sus vasallos, los cuales suplican a Vuestra Majestad sea servido de perdonar y recibirlos en su gracia, y él se ofrece para siempre jamás reconocerle a Vuestra Majestad y acatalle por su solo derechamente ordenado de Dios soberano señor y Emperador, y obedecerle y hacer en servicio de Vuestra Majestad y del Santo Imperio todo aquello que un príncipe y vasallo es obligado a hacer, y para siempre perseverar en esto, y que no hará ni tratará jamás cosa contra Vuestra Majestad, mas será toda su vida muy humilde y muy obediente servidor, y reconocerá su gran clemencia del perdón que de Vuestra Majestad ha alcanzado. Para lo cual desea y deseará toda su vida poder para servirlo pon aquel agradecimiento que es obligado; de manera, que Vuestra Majestad conozca por efecto que el lantzgrave y los suyos guardarán y obedecerán lo que son obligados por los artículos que Vuestra Majestad fue servido de otorgalles.»
- XXIX Contestación del Emperador Estas fueron las palabras que el lantzgrave dijo al pie de la letra. El Emperador mandó a uno de su Consejo alemán, que estaba allí, para responder en su nombre, que dijese lo siguiente: «Su Majestad, clementísimo señor, ha entendido lo que lantzgrave de Hessia ha dicho: que si bien el lantzgrave confiesa que le ha ofendido tan gravemente y de suerte que merece todo castigo, aunque fuese el mayor que se puede dar, lo cual a todo el mundo es notorio; mas no obstante esto, teniendo Su Majestad respeto a que se viene a echar a sus pies, y por su acostumbrada clemencia y también por intercesión de los príncipes que por él han rogado, es contento de levantarle el bando que justamente había declarado contra él, y de no le castigar cortándole la cabeza como él merecía por la rebelión cometida contra Su Majestad, ni le quiere castigar con prisión perpetua, ni menos con confiscación de sus bienes ni privación de ellos más adelante de lo que m contiene en los artículos que claramente Su Majestad le concede, y que recibe en su gracia y merced a sus súbditos y criados de su casa, entendiéndose que cumpla lo contenido en sus capítulos, y que no vaya directa ni indirectamente en cosa alguna contra ellos. Y Su Majestad quiere creer y esperar que el lantzgrave, con sus súbditos, se servirá de aquí adelante de la gran clemencia que con ellos ha usado.» 345
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Tales fueron las palabras al pie de la letra que se respondieron a Lantzgrave, y él estuvo todo este tiempo de rodillas, y se levantó sin esperar que el Emperador ni otro lo mandase. Su Majestad no le tocó la mano, ni le hizo alguna señal de cortesía. Era cosa harto notable verle hincado de rodillas y preso el que había el año pasado brindado a seis mil balas que había tirado contra el Emperador, y el duque Enrico de Branzuic, a quien había tenido preso, allí presente, con libertad y en pie, representación verdadera de la poca firmeza y gran inconstancia de la vida humana. Acabado esto, el duque de Alba se llegó a él, y le dijo que se viniese a cenar con él a su posada, y rogó a los electores que le acompañasen, y así sacó a Lantzgrave de palacio, y lo llevó al castillo donde el duque de Alba posaba. Acabada la cena, estuvieron un poco hablando, y siendo ya hora, dijo el duque de Alba a Lantzgrave que había de quedar allí aquella noche con guarda. Turbóse mucho Lantzgrave oyendo esto, y suspenso y sin ánimo, dijo a los príncipes electores que le cumpliesen la fe y palabra que le habían dado, pues fiado de ellos se había puesto en aquel estado. Así se lo prometieron, y animaron con muy buenas razones. Encomendó el duque de Alba la guarda de Lantzgrave a don Joan de Guevara, capitán del Emperador del tercio de Lombardía. Al principio tomó Lantzgrave su prisión impacientísimamente, porque pensó que no siendo la prisión perpetua, la temporal había de ser tan liviana y disimulada, que pudiera él irse a caza a los bosques de Hessen, mas quiso Dios que se cegase el que pensaba que sabía de negocios más que todos los de Alemaña, que pudiera bien ver, que ya que la prisión no había de ser perpetua, poniéndose a voluntad indifinidamente del Emperador, podía ser tan larga y de la manera que él quisiera; diré después lo que en esto hubo. De esta manera puso Dios debajo de los pies del Emperador dos cabezas tan soberbias de los luteranos, y los humilló, pensando el de Sajonia que sabía más de guerra que otro, venciéndolo en la mesma guerra. Y el lantzgrave, que se tenía por muy entendido, habló por su boca y escribió con su mano su condenación. Son juicios de Dios de profundidad infinita.
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- XXX Legado del Papa llega y da al Emperador la congratulación de parte del Pontífice, y renombre de Máximo y Fortísimo. Estando el Emperador en Hala, llegó un legado del Papa. La embajada que trajo fue una gran congratulación de las victorias que Su Majestad había alcanzado, y en el breve que le escribió Su Santidad le puso el nombre de Máximo Fortísimo, renombres tanto bien merecidos, cuanto bien ganados. Acabadas estas cosas, el Emperador partió de Hala habiendo proveído cómo se derribase Gotta, y se trajese la artillería della a Francafort, y también proveyó cómo se derribasen todas las fuerzas de Lantzgrave, exceto una que la dejó; y la artillería y municiones se llevasen de la una parte y de la otra a Francafort, donde mandó juntar toda la artillería y municiones ganadas en estas dos guerras, salvo las cien piezas de Viertemberg, de las cuales mandó llevar cincuenta a Milán y cincuenta a Nápoles. Las docientas que se tomaron a Lantzgrave y las ciento de Gotta, y ciento que dieron las ciudades que el Emperador rindió, cuando deshizo el campo de la liga, se juntaron allí para llevar a Flandres. Destas cuatrocientas, se trajeron a España ciento, con otras ciento y cuarenta que el Emperador tenía para lo mesmo; gran parte destas se pusieron en la Goleta, de donde nos las llevó el Turco.
- XXXI Camina el Emperador costeando a Bohemia, por ponerles freno. Partió el Emperador para Nuremberga llevando el camino de Namberga, no se queriendo apartar de Bohemia, sino irla costeando, por dar calor a las cosas del rey, su hermano, que lo habían bien menester, según estaban peligrosas en aquel reino, y inficionadas con la herejía luterana. Pasó el Emperador por Turingia, tierra muy fértil, si bien llena de pasos dificultosísimos que tenían harto fortificados, de manera que a no ir el Emperador con la victoria, fuera imposible pasarlos. En este camino salió el hijo mayor del duque de Sajonia, que estaba en Gotta, y juró y firmó lo que su padre había capitulado; el Emperador le oyó y recibió muy bien, y después de haber tratado de los negocios, le llamó y le preguntó cómo tenía las heridas de la cabeza y de la mano. Deste favor quedó este príncipe muy contento y pagado, tanto vale la afabilidad y llaneza de los reyes y mayores, que a ellos cuestan tan poco. Llegó
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a Nuremberga; aquí esperó dónde se resolvería él de tener la Dieta, porque en Ulma, donde se había echado, había falta de salud. Aquí llegaron los embajadores o burgomaestres de Lubeck, ciudad poderosísima, mostrando cómo ella nunca había deservido a Su Majestad, y ofreciéndose a perseverar en su servicio. Brema, tomando al rey de Dinamarca por intercesor, trató de su perdón; los duques de Ponurania y Junemburg trataron lo mesmo, valiéndose de todos los que podían, y otros príncipes y ciudades hicieron lo mesmo. Desta manera acabó el Emperador la guerra tan nombrada de Alemaña y domó la gran soberbia de tantos y tan poderosos príncipes y ciudades en tan breve tiempo. Loaron los gentiles a Julio César, porque en diez años sujetó a Francia y engrandeció Roma, que pasase el Rhin y estuviese diez y ocho días en Alemaña. Carlomagno tardó treinta años en sujetar a Sajonia, y Carlos V en menos de un año allanó a toda Alemaña y puso a sus pies todos los príncipes de ella. Era con él, sin duda, la mano del Señor, que todo lo puede.
- XXXII Reina en Francia Enrico, tan valeroso como su padre. Había entrado a reinar en Francia Enrico, hijo del rey Francisco, de ánimo tan inquieto y valeroso como su padre, y criado con la misma ponzoña con que había vivido y muerto el rey Francisco aborreciendo al Emperador. En este mesmo tiempo se supo que había enviado a levantar gente en Mandemburg, y por esto esta ciudad estuvo entera y rebelde, que no se quiso rendir como las otras. Decían que levantaba el rey esta gente para la guarda de su persona, porque se quería coronar solemnemente en Remis; mas el Emperador se persuadía que era para mover la guerra, porque él no había querido firmar la concordia que su padre había hecho. Y así, mandó luego juntar la Dieta en la ciudad de Augusta para el mes de setiembre, ya que en Ulma tenía tan poca salud.
- XXXIII Levantamiento de Nápoles. En el mesmo tiempo que el Emperador andaba victorioso en Alemaña, en Nápoles se levantó un motín harto peligroso, y fue el caso: Era virrey de Nápoles don Pedro de Toledo, persona harto más noble que de buena condición, y así era algo mal quisto, aborreciendo todos su aspereza, que en
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los que gobiernan es por extremo odiosa. Habíale dado el Emperador orden para que en Nápoles se pusiese el oficio de la Santa Inquisición en la forma que los Reyes Católicos la habían puesto en España. Hallábase mucha dificultad en este hecho, porque los napolitanos y todas las demás naciones, salvo la española, tienen por insufrible y más que riguroso este juicio o tribunal de la Santa Inquisición. Antes que el virrey propusiese en Consejo esta determinación, habiéndola secretamente comunicado con algunos amigos y personas de buen celo, aficionados al servicio de Dios y del Emperador, tuvo maneras cómo meter en oficios públicos a muchos destos y a otros de quien se satisfizo que serían de este parecer. Cuando ya le pareció tiempo conveniente para entablar el negocio, propúsole en público con la moderación posible, encareciendo mucho al pueblo el servicio grande que a Dios se haría, y al Emperador, por lo mucho que Su Majestad lo deseaba para el bien de aquel reino. Sería cuando esto se comenzó a tratar en Nápoles el mes de diciembre del año 1546, casi en los mesmos días en que el Emperador acababa de deshacer el campo de la liga. Si bien el virrey temía la resistencia del pueblo, no pensó que llegara a tanto, porque fue notable la alteración que en todos hubo, cuando oyeron que se les quería poner Inquisición, y decían a gritos que antes se dejarían hacer pedazos que consentir cosa tan áspera y peligrosa, con otras palabras de grandísimo sentimiento, que, como gente apasionada, decían. Y todos a una determinaron de no consentir la Inquisición en Nápoles. Hubo de disimular el virrey, por parecerle que era recia cosa y no hacedera, estando el pueblo todo, nobles y gente común, tan puestos en no consentirlo. Puesto este hecho en tales términos, el papa Paulo, que ya sabía lo que en Nápoles pasaba, despachó un breve por el cual declaró pertenecer el fuero eclesiástico y a la jurisdicción apostólica el conocimiento de las causas tocantes al crimen de la herejía, mandando al virrey y a otros cualesquier jueces seglares sobreseyesen en ellas y no se entremetiesen a proceder contra algún hereje por vía de Inquisición ni en otra manera alguna, y reservando en sí la determinación de las tales causas, como de cosa concerniente a la jurisdicción eclesiástica. Con este breve y otros alientos que enemigos del Emperador y sus buenas fortunas les daban, tomaron doblado esfuerzo los napolitanos para no consentir lo que el Emperador quería. El virrey, por no parecer que se dejaba vencer dellos, tornó a insistir en lo que había comenzado, y nombró inquisidores. El pueblo, ayudado de muchos nobles y grandes del reino, hacía sus juntas, y iban al virrey con demandas y respuestas; al fin la causa se barajaba de manera que ya andaban los fieros y las amenazas, y el virrey porfiaba que se había de hacer lo que el Emperador mandaba. 349
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Duró esto hasta el mes de enero de este año de 1547. Un día, muy de mañana, se juntó el pueblo todo en la plaza con una alteración y furor popular, y pareciéndoles que la culpa de la porfía del virrey la tenían el conservador de la ciudad, y los del consejo, a quien el virrey había dado los oficios por tenerlos de su parte, hicieron un decreto público, por el cual privaron al conservador y a otros diez de los del consejo, y dieron el oficio de conservador a micer Joan de Sesa, famoso médico, que era muy bien quisto en el pueblo. Y porque entre la gente noble y la popular no hubiese división, como se temía que lo negociaba el virrey, hicieron entre sí los unos y los otros una liga y amistad, que la llamaron ellos la Unión, por la cual con juramento se prometieron favor y ayuda para contra todas y cualesquier personas del mundo que tratasen de alterar el estado de su República, o perturbarles su libertad. Estaba a la sazón el virrey en Puzol, ciudad allí cerca; supo lo que pasaba en Nápoles; temiendo algún mal mayor acordó de disimular por entonces, y despachó luego enviando a la ciudad al marqués de Vico y a Scipión de Soma, varones prudentes y de negocios. Por los cuales aseguró al pueblo, que él no trataría más de aquel negocio, y que se quedarían como estaban, que se quietasen y dejasen las armas. Que la intención del César era no alterarles su gobierno, ni quitarles sus libertades, ni hacer más de lo que fuese servicio de Dios y bien del común. Con esta tan agradable embajada se allanó luego el pueblo mostrando gran regocijo todos. Y para dar al virrey las gracias, nombraron doce personas que fuesen en nombre de todos. Los cuales se partieron luego para Puzol. El virrey los recibió muy bien, y les hinchó las orejas de lisonjas, con las cuales volvieron contentísimos a su ciudad, y ella quedó muy segura de que ya no se trataría más de aquel negocio. Pasados algunos días, cuando ellos más descuidados estaban, el virrey quiso proceder con rigor y secreto contra los principales movedores del motín pasado. Para esto mandó al regente de la vicaría, que así llaman en Nápoles al juez de lo criminal, que hiciese información y averiguase quiénes habían sido los cabezas en la resistencia pasada. No pudo el regente hacer esto con tanto secreto, que en el pueblo no se entendiese, y luego comenzaron a sentirse y vivir con cuidado, de manera que no cayesen en manos del virrey, cuya áspera condición temían. Y para saber el pueblo de cierto lo que sospechaba, nombraron ciertos diputados, que fuesen a saber del virrey si era ansí lo que se rugía, y a suplicarle no tratase de hacer castigo particular, por lo que toda la ciudad había hecho por público decreto y voluntad. Estando las cosas en este punto, sucedió que llevaban preso a un hombre por deudas, y pasando asido dél un alguacil, por donde estaban cinco mancebos napolitanos nobles, que ninguno dellos pasaba de diez y seis años, el uno dellos conoció al preso, que había sido criado de su padre, y quiso quitarlo a la justicia, ayudándole los otros sus compañeros. Pidieron al alguacil 350
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que mostrase el mandamiento, y por qué le llevaban preso; el alguacil no hizo mucho caso dellos, como eran muchachos; mas como vió que iba de veras, comenzaron todos a dar voces, y a ellos a juntarse gente, y el preso dijo a grandes voces:« ¡Señores, que me llevan preso por la inquisición!» No hubo acabado de decir esto, cuando los cinco mancebillos, y otros muchos, arremetieron al alguacil, y le quitaron el preso, con tanta furia, que fue dicha que no le matasen. Tuvo aviso de este alboroto uno de los regentes de la vicaría, acudió de presto, y prendió los cinco muchachos; púsolos en una torre, y despachó luego al virrey a Puzol, donde aún estaba. El virrey, con su acostumbrada cólera, partió luego para Nápoles, y sin fulminar proceso contra los presos, ni esperar los votos, que conforme a las leyes de aquel reino deben intervenir en las causas criminales, diciendo y haciendo mandó dar garrote dentro en la cárcel a tres de aquellos muchachos, y no contento con esto, mandólos echar muertos por las ventanas en la calle, con un pregón, que so pena de la vida, ninguno fuese osado de los enterrar, ni recoger aquellos cuerpos sin licencia suya. Este tan áspero castigo en mozos tan nobles y de tan tierna edad, y por delito no tan atroz que mereciese tan cruel pena, fue causa de alterar los ánimos de aquella ciudad, que de suyo estaba movida y con ganas de se rebelar. Y a todos pareció mal, y al Emperador una demasía muy grande, lo que el virrey había hecho. La ciudad se puso luego en armas, y el virrey se vió en gran peligro de la vida. Púsose a caballo con hasta docientos hombres que de presto pudo juntar, y si no fuera por la buena diligencia que algunos de los magistrados y personas graves tuvieron para sosegar al pueblo, aquel día viniera con el virrey a las manos, y se derramara harta sangre. Quiso Dios poner tiento en sus manos, y los unos y los otros estuvieron quedos, y el virrey discurrió por toda la ciudad sin pelear, aunque en sus barbas le echaron mil maldiciones y sin hacerle cortesía hombre alguno. Otro día de mañana, sin saber quién fuese el movedor, se puso toda la ciudad en armas, porque se decía que habían salido del castillo trecientos españoles, y sin averiguar si era verdad (que no lo era), tocaron las campanas de todas las iglesias, y se juntó en la plaza todo el pueblo con propósito de pelear con los españoles; como no hallaron con quien reñir, todos juntos, con grandísima grita y alboroto, tomando por bandera un crucifijo que llevaba delante don Hernando de Avalos, marqués de Pescara, que a la sazón era niño y hizo lo que no entendía, discurrieron por toda la ciudad apellidando a gritos: «Unión en servicio de Dios y del Emperador, y en pro de la ciudad.» A cuantos topaban por la ciudad hacíanles jurar la Unión sobre el crucifijo, hasta
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que se otorgó por todos un instrumento público de ella, con ánimo de resistir al virrey con mano armada. Sabía el virrey que el pueblo traía malos tratos con intención de rebelarse, y que había algunas inteligencias con príncipes poderosos, y dello había dado cuenta al Emperador, y el Emperador le había dado orden que resistiese y allanase aquella demasía. Determinó de ponerse de manera que pudiese proceder por todo rompimiento. Y otro día mandó salir del castillo algunos arcabuceros con orden de que matasen a cuantos topasen con armas. Al mismo tiempo comenzaron los tres castillos a disparar la artillería gruesa en la ciudad, haciendo grandísimo daño en todos los edificios. Pelearon tres días contínuos, y murieron de ambas partes no pocos. Los de la ciudad querían que se entendiese que ellos no tomaban las armas contra su rey, sino contra sus malos ministros, y así levantaron un estandarte con las armas imperiales sobre la torre mayor de San Lorenzo, y de allí daban voces apellidando: España, España, viva el Emperador y mueran los marranos, que así llaman a los españoles en Italia por afrentarles. Después de cansados unos y otros de pelear y matarse, pusiéronse de por medio algunos buenos medianeros, y asentaron tregua por algunos días. El virrey prometió de no castigar a nadie hasta tanto que diese noticia al Emperador. Despacháronse luego de la una parte y de la otra embajadores a Su Majestad. Por la ciudad fueron el príncipe de Salerno y Placidio Sanclio; y por el virrey fue don Pedro González de Mendoza, marqués de la Valsiciliana, alcaide de Castelnovo. Durante la tregua, y por todo lo que los embajadores se detuvieron en Alemaña, que era cuando el Emperador proseguía la guerra contra el duque de Sajonia, aunque no se peleaba en Nápoles, y se comunicaban los españoles y napolitanos amigablemente, no por eso dejaban de vivir los unos y los otros con cuidado, haciendo sus guardias y centinelas como en guerra conocida; recelándose ambas partes los unos de los otros. Principalmente el virrey estaba sobre aviso, porque tenía ciertos indicios de que Juan de Sesa, el conservador, y Cesaro Barmiro y el prior de Bari, fraguaban cierta conjuración y trato contra él para levantarse con la ciudad, y por esto procuraba de meter gente nueva en la ciudad, y envió a pedir al duque de Florencia, su yerno, que le enviase socorro de cuatro mil hombres, porque la gente que esperaba de España tardaba; despachó las galeras a veinte de julio para que trajesen esta gente, y el mesmo día acordaron los de Nápoles de saltear a los españoles y matar a todos los que había, antes que se pudiesen juntar más. Y por razón de la tregua estaban doce españoles sobre seguro de los de Nápoles, y, no embargante, trecientos italianos cercaron a los doce españoles y matáronlos.
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Luego que se sintió el ruido tocaron el arma en el castillo y salieron los soldados, y estaban en las casas vecinas al castillo más de trecientos arcabuceros, los cuales mataron algunos soldados. Reconocieron de dónde les venía el mal, y guardáronse mejor. Los castillos comenzaron a tirar de buena manera, y con este favor comenzaron los españoles a entrar por las calles y casas, que estaban llenas de gente armada y vengaron las muertes de los doce españoles de tal manera, que en la casa que hallaban cincuenta napolitanos, los pasaban a cuchillo. Duró este desorden día y noche, sin cesar de pelear. Como la ciudad de Nápoles se vió tan apretada, y que el virrey había enviado por gente a Florencia y la esperaba de España, alzó fuego el bando y destierro a todos los forajidos, y en un día entraron en Nápoles más de cinco mil ladrones, homicidas y otros facinorosos; de suerte que la ciudad se hizo cueva de salteadores. Estos hicieron mayores males que podían hacer los proprios enemigos. No había hacienda segura; las calles amanecían llenas de cuerpos muertos, y otros mil insultos que esta gente perdida hacía. A 22 de julio salieron del castillo los soldados de la compañía de Joan de Mendoza, y comenzaron a ganar la plaza del Olmo hasta la aduana, y parte de la rúa Catalana, con mucha pérdida de gente napolitana, y saquearon toda la rúa y plaza del Olmo, y quemaron las casas. Descuidáronse los de este barrio pensando que diez mil españoles no bastarían en Nápoles para saquear una casa, y con esta confianza no pusieron en cobro sus haciendas. Por otra parte, acometieron las compañías de Diego de Orihuela y otras, y ganaron todo el barrio de San Josef, que es un cuartel de Nápoles, y saquearon todas las casas, entre las cuales hubo el capitán Orihuela de combatir dos casas: una donde había cien hombres, y otra donde estaban cincuenta. Entrólas dentro de dos horas y degolló a todos cuantos halló dentro, y fortificaron lo que habían ganado. Determinó el capitán Orihuela este mesmo día de ganar a Santa María la Nova, porque estaba a caballero de la Encoronada, y hacían daño a los soldados. Ganó asimesmo el monasterio sin perder seis soldados, muriendo de Nápoles más de ciento; y fortificó el monasterio de tal manera, que queriéndolo volver a cobrar los napolitanos, le dieron tres asaltos y no lo pudieron entrar, siendo más de tres mil hombres los que lo combatieron. Escaramuzaron este día en la plaza del Olmo, ni en todo el día y noche cesó la artillería de los castillos haciendo grandísimo daño en la ciudad. Viendo los napolitanos la destruición de su pueblo, enviaron los electos y diputados para que hablasen al virrey, y trataron que las plazas que los españoles habían tomado, se estuviesen con ellas, y que no se hiciese más demostración, contra la ciudad, ni la ciudad contra españoles, hasta que los que se enviaron a Su Majestad viniesen, y que para seguridad de que Nápoles 353
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no volviera a alterarse, que se pusiesen caballeros en los términos y puestos; que los unos y los otros los tuviesen para que no consintiesen hacer algún desorden. Esto concertado, el día siguiente, que fue a 23 de julio en la noche, los napolitanos no guardando su palabra, dieron un asalto al capitán Orihuela más de tres mil hombres para tomarle a Santa María la Nueva. Y visto que en los conciertos no había seguridad, el virrey no los quiso más oír, sino que se hiciese la guerra por mar y por tierra, y así días y noches no hacían los castillos sino tirar a la ciudad y combatirse los soldados de unos bestiones a los otros. Los forajidos tenían más ojo a robar que a vengar las injurias de Nápoles. Habían hecho muchas bravatas contra españoles, mas a 25 de julio, cuando decían que habían de dar en los españoles, dieron en lo más seguro y mas provechoso, que fue en las casas de los proprios napolitanos robándolas y saqueándolas. Que fue para ellos una noche de harta confusión, y para los forajidos de harto provecho; pena merecida, pues en tales fiaban. Otro día, para satisfacerse los de Nápoles, pusieron fuego a un monasterio de monjas que era junto Santa María la Nueva, creyendo que el capitán Orihuela saliera al socorro para poderle matar. Las monjas se encomendaron a los españoles, de los cuales salieron hasta cien arcabuceros, y dieron sobre más de quinientos de aquellos perdidos y huyeron; y así sacaron las monjas y su hacienda y pusiéronlas junto al castillo. Quisieron los de Nápoles dar paga a sus soldados, y César Mormillo, que era su general, les hizo parlamento, diciendo que era muy gran vergüenza que tres descalzos les tuviesen ocupado y saqueado medio Nápoles, y ellos, animados con el refresco de la paga, prometieron que aquella noche tomarían a Santa María la Nueva, y que ganarían hasta la aduana. Vinieron como habían prometido, mas no hicieron más que cansarse, y morir allí muchos de ellos. A 28 de julio salieron a saquear una granjería que tenía el virrey; tomáronle muchas vacas y terneras, y a 29 salieron los continuos con algunos arcabuceros para que se juntasen con la gente de armas que venía a Nápoles que estaba quince millas de la ciudad. Hallaron toda la tierra tan contraria, que no había aldea de cinco vecinos que no les hiciese resistencia, ni les querían dar bastimentos, ni acogerlos; tan alterado como esto estaba el reino todo. Declaráronse como rebeldes Capua, Nola, Aversa, y todo lo que es tierra de labor, que no quisieron llevar un bocado de pan a los españoles, y deshacían los molinos donde solían moler para los castillos. A 2 de agosto llegó a Nápoles el marqués don Pedro González de Mendoza, que había ido como dije a dar cuenta al Emperador de esta alteración de Nápoles. No declaró el virrey el despacho que el marqués había traído, mas de ahí a cinco días vino Placidio Sanclio, que había ido con el príncipe de Salerno, que éste no volvió, que le detuvo el Emperador. Placidio 354
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declaró a los de Nápoles cómo era la voluntad de Su Majestad que obedeciesen al virrey, y que dejasen las armas y las entregasen al virrey, y haciendo un perdón general, excetando treinta cabezas, que de éstas vino orden particular al virrey para que a su tiempo las justiciase, el virrey publicó el perdón, y que luego todos le entregasen las armas. Confusos se vieron los de Nápoles con esto, porque al virrey aborrecían por extremo, y dejar las armas hacíaseles muy duro. Llegaron a 4 de agosto veinte y cuatro galeras al puerto de Nápoles, en que venían dos mil españoles. Luego después de comer, vinieron los diputados, y el virrey les dijo que dentro de tres días le entregasen todas las armas, artillería y municiones de la ciudad; si no, que procedería contra Nápoles como contra enemigos rebeldes a Su Majestad. Los diputados fueron a decirlo al pueblo, y volvieron a decir que se haría como se les mandaba. El día siguiente, que fue cinco de agosto, comenzaron a traer las armas, de las cuales hubo mucha risa entre los soldados españoles, porque eran unos varales de colgar paños, unos arcabuces mochos, y otras armas de esta suerte. El virrey se enojo, y dijo que si no le traían las armas con que habían peleado, que procedería contra ellos. Pusieron algunas excusas, que hasta echar los forajidos fuera de la ciudad, se las dejasen. Eran todas dilaciones con cautela, y a 7 de agosto huyeron de Nápoles los príncipes culpados, y otros muchos, que quedó la ciudad medio despoblada. Salieron este día la infantería española y hombres de armas a castigar a Nola, Capua y Aversa, las cuales luego rindieron las armas. Y a ocho de agosto los de Nápoles llevaron al castillo veinte y cinco piezas de artillería, que era toda la que Nápoles tenía, cañones dobles, y culebrinas y falconetes, y sacres, y medios cañones, y medias culebrinas. A diez de agosto mandó el virrey venir al castillo los diputados, y en entrando se levantaron las puentes, que les puso harto temor. El virrey los dijo que el Emperador le había cometido este negocio, que lo castigase, mas que por ser causa propia, él no lo quería hacer, sino que suplicarían a Su Majestad nombrase jueces, que conociesen dello, y que él quería ser abogado de Nápoles, y no juez. Con estas y otras buenas razones, les dijo que se volviesen a sus casas; lo cual ellos hicieron de muy buena gana, alabando la clemencia del Emperador. De los exceptados huyeron unos, y se pasaron a Francia, perdiendo sus haciendas y patria para siempre. Otros, que fueron los más, dentro de seis años alcanzaron entero perdón del Emperador, que nunca supo negarle, por más que le ofendiesen. La publicación de los exceptados se hizo a doce de agosto, proveyendo el virrey que las galeras tomasen la salida por mar, y la infantería las puertas de la tierra, y luego se leyó el Edicto imperial. Condenó a la tierra en cien mil ducados, demás de los gastos y daños hechos en este levantamiento. Mandó más que Nápoles se desarmase con cuarenta millas alrededor, excepto las personas que al virrey pareciese, que para 355
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seguridad de sus personas sólo se les permitía tener espadas, y no otra arma astada, ni arcabuz, ni pistolete. Quedaron muy lastimados, de esto los de Nápoles, y muchos desampararon la tierra, teniendo por infeliz suerte vivir en ella, siendo la mejor del mundo, según todos dicen. Todos estos males trae una desobediencia a su príncipe, que bien lleno está este libro de estos ejemplos en sola la vida de un príncipe, y así fue siempre, y por eso adviertan los hombres, que el camino más seguro es hacer lo que sus mayores mandan.
- XXXIV Nueva pretensión del rey don Enrique de Francia. -A 10 de setiembre se comenzó la Dieta. Cayó el Emperador por el mes de agosto de este año en una enfermedad de tercia y calenturas, que sus continuos cuidados le acabaron y consumieron la vida, por donde vino a acabarse antes de tiempo; quiso Dios darle mejoría, y convaleció de este mal, para acudir a la Dieta. En estos mismos días acababa el rey de romanos de allanar a los bohemios con las ventajas que quiso, de manera qué acrecentó las rentas reales en cantidad de setecientos mil florines al año, demás de lo que antes estaban, que para aquellos tiempos fue una suma harto grande, porque el reino no lo es. Asimesmo asentaron treguas el Emperador y rey de romanos con el Turco por cinco años, y demás desto los cinco cantones (de trece que hay de esguízaros) que eran católicos, habían enviado embajadores que se hallasen en la Dieta de Augusta, queriendo la amistad y confederación del Emperador, por ser príncipe tan católico y guerrero. Y los ocho que quedaban, que todos eran luteranos, visto que el Emperador procedía con tanta prudencia y mansedumbre, y que con arrebatada cólera no había degollado al duque de Sajonia, ni a Lantzgrave, sino que los quiso oír y componerse con ellos graciosamente, enviaron también sus embajadores para cumularse asimesmo en la dicha Dieta con Su Majestad universalmente. También recibió el Emperador embajadores del rey de Francia con despachos, en que el rey ofrecía su hermana, para que casase con el príncipe don Felipe, que estaba viudo, y que el hijo que tuviesen sucediese en el Estado de Milán, y la corona de Francia renunciaría el derecho que pretendía tener a él, y que quisiese Su Majestad que la hija de don Enrique de Labrit, que había estado concertada con el duque de Cleves, casase con el príncipe de Piamonte, y que el rey restituiría Turín, y lo demás que en Saboya y Piamonte tenía tomado, con que después de los días del dicho don Enrique de Labrit, fuese de la corona de Francia todo lo que el dicho don Enrique
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poseía en Francia de los montes allá. Y que el reino de Navarra quedase para siempre con la corona de Castilla jure hereditario, como reino justamente habido y conquistado. Pedía junto con esto el rey de Francia que el Emperador no diese favor a los ingleses contra Francia, y por otra parte pedían los ingleses que el Emperador no los desamparase. Trataban estos dos reinos de hacerse guerra. Ninguna destas cosas se efectuó como se propuso (si bien parecían justificadas), antes se volvió a la guerra con Francia, como adelante veremos. La Dieta se celebró en Augusta con grandísimo concurso de príncipes y embajadores de diversas partes, y los de Alemaña desearon dar gusto en todo al Emperador. Pidióles que, pues los gastos de las guerras pasadas habían sido tan grandes, como les constaba, le ayudasen con algún servicio, pues la guerra había sido tan justa, y por la defensa del Imperio. Los príncipes y ciudades, con mucha voluntad, sirvieron al Emperador con una buena suma de dineros, de la cual, y de condenaciones que hizo en los que se hallaron culpados por haber ayudado a los protestantes y por otros delitos, dicen que llegó todo el dinero que se hizo a un millón y seiscientos mil florines de oro renenses, y demás de esto, los servicios y presentes particulares que hicieron a Su Majestad y a sus criados, por los buenos despachos que cada uno pretendía, que fue otra gran riqueza, lo cual todo con los quinientos tiros que el Emperador hubo, los sacos y robos que la gente de guerra hizo, las muertes, destruición de lugares, y otros daños que traen las guerras civiles, tales fueron las ganancias que Alemaña sacó de la bendita doctrina de Lutero, y lo que más es, la ira de Dios justa como contra herejes enemigos suyos, habiendo sido sus pasados de los más católicos que ha tenido la Iglesia. Halláronse en Augusta en estas Cortes el rey don Fernando, la reina María la Valerosa, que vino de Flandres a ver al Emperador su hermano, el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, que fue el primero que habló en las Cortes; el duque de Cleves, el cardenal de Trento y otros muchos. Deseaba el Emperador que su hijo el príncipe don Felipe de España le sucediese en el Imperio, como le había de suceder en los reinos. Consideraba el Emperador que la majestad imperial no se podría conservar, antes había de caer no teniendo el Emperador las fuerzas que se requerían, como él lo había visto en las guerras de Alemaña, que si no fuera príncipe tan poderoso, señor de tantos y tan ricos reinos, no fuera posible valerse contra la potencia de Alemaña. Veía que su hermano el rey don Fernando era pobre, y que quedando el Imperio en él, cada príncipe de los de Alemaña se le había de atrever, y el Imperio caería, y aun la religión de aquellas partes con él, que parece vió lo que por nuestros pecados vemos. 357
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Trató esto con la reina María su hermana, que era princesa en quien cabían estas cosas y otras mayores, y siendo ella del mismo parecer, el Emperador la dijo que lo tratara y acabase con el rey don Fernando su hermano, que quisiese renunciar esta dignidad en el príncipe don Felipe, a quien él esperaba allí muy presto. Agravióse grandemente el rey don Fernando, pareciéndole que se le hacía notable afrenta, porque no sólo perdía su propria autoridad y honra, sino que le tendrían en poco, y por hombre de ánimo apocado, y que ofendía y hacía grandísimo agravio a sus hijos quitándoles el derecho que al Imperio podían tener, por darlo a su sobrino. Que el príncipe don Felipe era rico y poderoso; él y sus hijos que eran muchos, no tenían sino unos reinos cortos, en rentas y fuerzas muy limitados, y que la mayor parte con que él y sus hijos se habían de sustentar era un poco de honra y reputación, y que si aquélla les quitaban por darla a quien tanta y tanto tenía, quedarían en unos hospitales. Que su sobrino don Felipe había de ser señor y rey de toda España y de la mitad de Italia y de otros muchos y riquísimos mundos, para cuyo gobierno eran menester grandes fuerzas, y que si se le añadiese la carga del Imperio, más sería confundirlo y ahogarlo con tanto peso, que levantarlo a mayor grandeza. Que mirasen que el príncipe don Felipe era hombre, y que como tal tenía fuerzas limitadas, y el ingenio y capacidad al fin de hombre; y que por tanto, convenía que el Emperador no le dejase con tan grandes obligaciones, que sin duda alguna no habría hombros para ellas y sus cargas. Que se moderase y pusiese tasa en la codicia de engrandecer a su hijo, si no quería que diese con la carga en el suelo y que una ambición desordenada destruyese la casa de Austria. Todo esto dijo este rey con tanta pesadumbre y sentimiento a la reina María su hermana, que sabiéndolo el Emperador no quiso que se tratase más de ello.
- XXXV Caso desdichado Primero día de octubre le vino al Emperador correo con aviso de un caso desdichado, que a Pedro Luis Farnesio, hijo del papa Paulo III, había sucedido en Parma, el cual fue así, comenzando el cuento desde su origen. Heredó, como dije, Enrico, hijo de Francisco, con el reino de Francia la pasión de su padre y deseo de haber el Estado de Milán; quiso favorecerse de Pedro Luis, duque de Parma y Placencia, y tentó de apoderarse de la ciudad de Génova, como de puerto y entrada principal para de allí dar en Milán. Entendióse que el principal movedor de este trato fue el dicho Pedro Luis; el instrumento por cuya mano y diligencia se había de hacer, era el conde Juan Aloisio de Flisco, mancebo noble y valiente y muy llegado al príncipe Andrea Doria. 358
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Ayudaban al conde algunos del bando contrario al de los Adornos, y entre otros el marqués Julio Cibo de Masa. La traza que dieron fue que el conde se apoderase del puerto de Génova, y de las galeras que en él estaban, matando al príncipe y a Joanetín Doria su sobrino y heredero de su casa. Lo cual se había de hacer con el favor de cierta gente que había de traer a su tiempo el marqués de Masa por tierra, y las galeras de Francia por mar desde Marsella. Y porque el negocio tuviese más facilidad, tuvo maneras Pedro Luis cómo el Papa hiciese capitán de sus galeras al conde de Flisco, para que con ellas corriese el mar Mediterráneo y usase oficio de cosarios contra turcos y moros. Con color tan honesta pudo el conde hacer su negocio sin sospecha, tanto que si bien de parte de don Hernando de Gonzaga tenía el príncipe Doria aviso de que en Génova se trataba cierta conjuración contra él, porque así lo sabía de espías que en Francia tenía, y asimesmo don Joan de Figueroa, embajador del Emperador, le advertía que se guardase del conde de Flisco. Jamás el príncipe pudo creer que persona tan noble y a quien él había hecho muchos buenos oficios le tratase traición, con lo cual el conde pudo hacer sus cosas al seguro. Cuando ya todo estaba como era menester para ejecutar su determinación, ordenaron el conde y sus amigos, el principal de los cuales era Bautista Berrino, de hacer un gran banquete para matar en él al príncipe y a Joanetín Doria y al embajador don Joan de Figueroa. Dióse la orden del banquete y acetáronle todos los que habían de ser muertos en él sin recelo alguno. Pero quiso Dios que para el día que había de ser, le cargó al príncipe tan de veras la gota, que no pudo levantarse de la cama, y así se pasó por entonces aquella ocasión. El conde, que de la dilación temía algun inconveniente grande y sabía que los conjurados eran más de los que se requieren para tener el secreto necesario, determinó acelerar el negocio llevándole por vía de notoria fuerza, y de acometer al príncipe con las armas tomándole descuidado en su casa. Para lo cual hizo juntar en su posada algunos de los conjurados, que fueron los principales Bautista Barrini, Gaspar Boti, Francisco Curli, Benito Cresi, Jerónimo Magroli y Pedro Francisco Flisco, a los cuales él hizo un largo y bien ordenado razonamiento, trayéndoles a la memoria la gravedad del negocio que traían entre las manos y la necesidad que había de gobernarse en él con prudencia y sin dilación alguna, pues no les iba menos que la vida y la honra, y todo lo que en esta vida podían tener. Concertados y determinados, se resolvieron en que fuese aquella noche sin más dilación, y juntando hasta trecientos hombres muy bien armados, ordenaron que con los ciento fuese el conde a tomar el puerto y las galeras, y que Jerónimo Ottobono su hermano, y Cornelio Flisco, otro hermano menor, con cada cien hombres, acudiesen el uno a la puerta del Arco, y el otro a la 359
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puerta de Santo Tomás por donde se sale a las casas del príncipe Doria. A todos pareció que ésta era buena traza, y todos se ofrecieron a poner la vida y hacienda en aquel hecho, pareciéndoles cosa fácil. Sólo Paulo Pansa, íntimo amigo del conde, persona de muchas letras y prudencia, fue de contrario parecer, y teniendo por cierto el peligro como cosa tan atroz y llena de dificultades, como amigo verdadero del conde se puso a sus pies y procuró disuadirle aquel propósito, representándole infinitos inconvenientes que de ella necesariamente habían de resultar. Fueron muchas las razones que le dijo; pidióle con lágrimas que considerase que se tomaba con el Emperador, que no había que fiar del rey de Francia, que amancillaba su fama, casa y sangre con un hecho tan infame, matando a quien tantos bienes le había hecho. Finalmente él dijo harto, y aprovechó poco, porque estaba así resuelto y se había de ejecutar el hado de los desventurados que habían de morir; y así, la mesma noche que concertó por los conjurados, que fue a 2 de enero año 1547, el conde y sus dos hermanos con cada cien hombres armados salieron con gran silencio de la posada del conde con tanto orden y discreción, que antes que de nadie pudiesen ser sentidos tenía ya cada uno dellos puesto en ejecución lo que había tomado a su cuenta. El conde hubo en su poder el puerto y las galeras; Jerónimo Ottobono ganó la puerta de Santo Tomás, y Cornelio la del Arco. Joanetín Doria, que se estaba descalzando para meterse en la cama, como oyó el ruido de las armas y le vinieron a decir que la ciudad estaba alborotada sin que se supiese por quién ni a qué propósito, tomó de presto su espada y rodela y salió a la calle sin saber dónde iba. Como él iba ciego y desapercebido, cayó en manos de sus enemigos antes que pudiese saber que lo eran, y matáronle a cuchilladas. Andrea Doria, viejo y trabajado de la gota, oyendo la grita que se hundía el pueblo, y no sabiendo qué fuese, más de cuanto se oía la voz de Francia, saltó de presto de la cama medio desnudo, metióse en una fragata que halló a mano, y así, mal abrigado, haciendo un frío terrible, tomó la vía de poniente por el mar abajo. A la mañana llegó a un lugarejo, cinco millas de la ciudad, adonde saltó en tierra y prosiguió la costa en un caballo por alejarse todo lo que pudiese de Génova hasta ver lo que en ella pasaba. Habíanse encaminado tan a gusto de los conjurados las cosas, que en menos de media hora se apoderaron de las galeras, y del puerto, y de las principales fuerzas de la ciudad; con haber muerto Joanetín Doria y haberse el príncipe puesto en huida, no les faltaba cosa alguna para salir con todo, si no les sucediera el más extraño desmán que se pudo imaginar, porque andando el triste conde de Flisco de galera en galera, quitando la gente del príncipe y poniendo de la suya, fue su desgracia, que con la priesa no miró dónde sentaba el pie, y poniéndole en tablón que 360
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servía de puente entre dos galeras, trastornóse la tabla de manera que el conde cayó en el agua, sin que le viese nadie, sino sólo un esclavo suyo, que se echó tras él en el mar, y ambos quedaron ahogados en ella. No se supo en toda aquella noche la muerte del conde, porque con el mucho ruido y alboroto unos pensaban que estaba en una parte, y otros en otra. A la mañana, como la Señoría entendió lo que pasaba, salió a la plaza puesta en armas; lo mismo hicieron todos los vecinos de la ciudad, nobles y plebeyos, sin saber los unos ni los otros qué partido tomar, ni menos contra quién se habían armado. Unos decían «Imperio», otros «Flisco y Francia», y el conde no parecía. Sabíase ya el trato y no se hallaba el autor, hasta que cayeron en la cuenta que debía de ser el conde uno que vieron caer en la mar aquella noche. Fueronlo a buscar, y halláronle muerto y armado. Lloráronle los suyos y hubiéronle lástima los que no lo eran. Con la muerte deste desdichado, los conjurados desmayaron, los dudosos estuvieron quedos, y los imperiales tomaron ánimo, y la Señoría hizo dejar las armas y puso en sosiego la ciudad. Las otras cabezas de la conjuración huyeron, y al conde colgaron por los pies de la antena de una galera. Enviaron postas y correos en busca de Andrea Doria, y halláronle con Luis Griti su privado, que había llegado a darle la nueva de la muerte de su querido sobrino y heredero Joanetín Doria, y que la ciudad, puerto y galeras quedaban en poder de sus enemigos. Este golpe de fortuna llevó Andrea Doria en el tiempo que ella lo suele dar a los que más ha favorecido en la vida, cuando tenía ochenta y cinco años de edad el príncipe Doria. Sufriólo con muy buen ánimo sin mostrar flaqueza alguna, y estando en esto, llegó el aviso de la muerte del conde y sosiego de la ciudad, y salud de su casa y estado en el mesmo punto que solía estar. Dio luego la vuelta para Génova, y en ella fue recibido con grandísimo aplauso, aunque con hartas lágrimas por la muerte del sobrino. Agradeció al senado y pueblo la voluntad que a sus cosas habían mostrado, y mandó que el cuerpo del conde le volviesen a echar en la mar, para que fuese su sepultura, donde Dios había hecho el castigo. Procedió la justicia contra todos los que habían sido en la conjuración, castigándolos en los bienes, justiciando los que pudieron ser habidos. Derribaron las casas del conde, que eran de las mejores de Génova, y deshicieron su estado y familia, que era de las más nobles y antiguas. El marqués de Masa, que venía ya con gente en favor del conde, como supo su muerte, usó de trato doble, y quiso hacer entender a Andrea Doria que venía a vengar la muerte de Joanetín, que tales dobleces suelen tener los hombres, si bien sean príncipes. 361
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Esta conjuración, si llegara a efecto, fuera dañosísima para el Emperador, porque perdiéndose Génova corrían peligro las cosas de Italia, y estorbaban grandemente las guerras que por este tiempo el Emperador seguía en Alemaña. En todo parece que le ayudaba Dios, que era la fortuna que todos decían que le era favorable.
- XXXVI Continúa la misma materia. Uno de los principales movedores de esta conjuración fue el duque Pedro Luis Farnesio, hijo del papa Paulo III, y si bien no jugó al descubierto, sino con tanto artificio que si bien se imaginase no se le pudiese probar, la conciencia rea, que vale por mil testigos, lo sacó a la plaza, para que a todos constase y fuese pública su maldad, y él cayese en el hoyo que había abierto: donde se conocen los juicios de Dios. Fue, pues, que como Pedro Luis vió deshecha con tan poco fruto la trama que con el conde Flisco tenía urdida, recelándose, como suele el pecador, de que Andrea Doria tenía algunas sospechas de él, quiso satisfacerle, que no debiera, y mostrar cuán sin culpa estaba en las cosas pasadas, para lo cual envió por su embajador al conde Agustino de Landa, dándole el pésame de la muerte del sobrino, y muchas y muy buenas razones con que mostraba su inocencia, y pidiéndole que no diese oídos a hombres bulliciosos y que buscaban ruidos, que dirían lo contrario. Y que en todas las ocasiones que de allí adelante se ofreciesen, hallaría en él un verdadero amigo, y que sería muy contento de dar otra mayor satisfacción siempre que le fuese pedida, para que todo el mundo entendiese la poca o ninguna culpa que en él había. Oyó Andrea Doria esta embajada con rostro alegre mas el corazón estaba de otra manera, porque sabía muy bien la culpa que Pedro Luis tenía. Respondió bien usando de cautela con el cauteloso, para asegurarlo y pagarle el merecido a su tiempo. Quiso Andrea Doria aprovecharse del mismo ministro que Pedro Luis le enviaba, para vengarse de él. Sabía cuán vicioso y mal quisto era Pedro Luis en su tierra, y trató con el conde Agustino, y le persuadió que matase a Pedro Luis. Salió bien a ello el conde, pareciéndole camino cierto y seguro para librar a su patria de la servidumbre en que estaba, y para engrandecer su casa y linaje haciendo al Emperador este servicio, en premio de lo cual prometió Andrea Doria de darle una sobrina suya, hija de Joanetín, para su hijo mayor.
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Concertado esto así, el conde volvió con una respuesta cual Pedro Luis la podía desear, con la cual quedó muy contento y sin recelo de nada. De ahí a pocos días comenzó este conde con otros amigos suyos a tratar de la muerte de Pedro Luis. Halló dispuestos los ánimos de casi todos los nobles de Placencia, que por extremo aborrecían a Pedro Luis y no podían llevar en paciencia una fortaleza que allí edificaba tan fuerte y casi inexpugnable, que les parecía que no había que esperar jamás su libertad. Con el conde de Landa fueron los que principalmente tomaron a cargo este negocio Juan Anguisola, Confaloner, Jerónimo Palavicino y Alejandre su hermano. Dieron éstos avisos de todo a don Hernando de Gonzaga, para que se hallase a tiempo competente con gente cuando fuese menester. Tuvo Pedro Luis algunos indicios de que se trataba contra él alguna conjuración, y comenzó a proveerse de gente y armas por mano de Bartolomeo Villacari, su amigo y privado; pero fue tan descuidado y negligente, que los conjurados, que no dormían, tuvieron tiempo para ejecutar a su salvo la determinación. Estando, pues, el duque bien descuidado en la citadela del castillo que labraba, un día después de comer, que fue 10 del mes de setiembre de este año, el conde Augustino, Juan Anguisola y Luis Confaloner, con otros diez o doce, entraron en la citadela con sus armas secretas. Mataron primero con poca dificultad las guardas de la primera puerta, y subieron a lo alto de la casa, donde el duque estaba casi solo, que acababa de comer, y sus criados se habían ido a lo mismo, y diciendo: Muera, muera el tirano, le dieron muchas heridas hasta que le mataron sin que pudiese decir Dios, valme. Tomaron luego su cuerpo y colgáronle por un pie de la ventana que responde hacia la plaza mayor de la ciudad, y mostrando las espadas desnudas y sangrientas, salieron a la calle apellidando: Imperio y libertad, dos cosas muy agradables al pueblo. Púsose luego toda la ciudad en armas, aunque nadie se movió de su casa, porque ninguno se osaba determinar si acudirían a vengar al muerto, o a defender los matadores, hasta que vieron que todo el senado y nobles holgaban de lo hecho y habían recibido alegremente y debajo de su amparo a los conjurados. Con lo cual todo el pueblo abrazó sin dificultad el dulce nombre de la libertad, y a la hora se dio aviso a don Hernando de Gonzaga, que estaba esperándolo en Cremona, el cual acudió luego a Placencia y se apoderó de la ciudad por el Emperador, con grandísimo aplauso y contentamiento de todos los Estados de ella. Estuvo el cuerpo de Pedro Luis colgado de aquella manera por todo el día. 363
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Otro día siguiente le cortaron la soga y cayo en el foso, y después de haber estado allí otros dos o tres días, le trajeron por las calles arrastrando y estuvo bien cerca de no querer darle sepultura. Y aun dicen que después de sepultado lo volvieron a desenterrar, y no hubo quien tratase de vengar su muerte. Verdaderamente que los mayorazgos excesivos que se hacen con bienes de la Iglesia no tienen otros fines más dichosos. Este remate tuvieron los cuidados de engrandecer Paulo III a su hijo, y dióle tanto, que en este año acabó la vida. Hartas cosas intentó Paulo para vengar la muerte del hijo; quiso hacer liga con Enrico, rey de Francia, no hubo lugar; quiso con los venecianos y matar a Andrea Doria y echar al Emperador de toda Italia; tampoco pudo hacer nada, antes le costó la vida al marqués de Masa, que andaba en estos pasos, al cual prendió don Hernando de Gonzaga y le cortó la cabeza en la plaza de Milán.
- XXXVII Quiere el Emperador que los alemanes reciban el Concilio. -Enferma el Emperador en Augusta. -Ruy Gómez de Silva viene a visitarle de parte del príncipe. El Emperador estaba en Augusta procurando que todos los príncipes de Alemaña quisiesen acetar y tener por bueno el Concilio que se había en Trento. El duque Mauricio, y el de Cleves, y el de Brandemburg vinieron en ello; mas con los otros no se pudo acabar y las ciudades no acababan de resolverse. Llegó a Augusta con gran acompañamiento la mujer de Filipo Lantzgrave, que estaba preso y con guarda de españoles. Pedía esta señora con grandes lágrimas la libertad de su marido; suplicó a la reina María intercediese por ella, y con muchas lágrimas a los príncipes electores que allí estaban; mas el Emperador no quiso por agora hacer lo que le suplicaban, por parecerle que era muy temprano. Tuvo el Emperador en esta ciudad de Augusta una enfermedad peligrosa, que ya le fatigaban mucho los males, aunque los años no eran demasiados. Llegó la nueva de su mal a España estando el príncipe don Felipe en Monzón, donde tenía Cortes al reino de Aragón, que fueron las primeras en que este príncipe se halló. Púsole en cuidado la mala nueva de la poca salud del Emperador su padre, y mandó que Ruy Gómez de Silva, un gran caballero de los más ilustres de Portugal, y que valía mucho con el príncipe, fuese a visitar al Emperador y darle el parabién de sus victorias. Llegó Ruy Gómez a Augusta, y el Emperador se holgó infinito con la embajada de su hijo, y
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deseando gozar enteramente de él le envió luego a llamar, y también porque las gentes de aquellas partes que habían de ser sus vasallos viesen y conociesen el príncipe que tenían. Volvió con este despacho Ruy Gómez a España, y trajo otro del casamiento que se había concertado del Príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, hijo mayor del rey don Fernando, con la infanta doña María, hermana del príncipe, hija del Emperador, que es la serenísima Emperatriz que hoy día vive recogida santísimamente en el monasterio de las Descalzas de Madrid con gran ejemplo de toda la Cristiandad. Y asimismo trajo cómo don Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba, mayordomo mayor del Emperador y su capitán general, venía por su mandado a dar orden en el viaje del príncipe y poner el gobierno de su casa, al uso y costumbre de la de Borgoña, como se servía el Emperador su padre. Acabadas las cortes de Monzón, que fueron largas y reñidas, el príncipe partió a 8 de diciembre, día de la Concepción, para la villa de Alcalá de Henares, donde estaban sus hermanas las infantas doña María, doña Joana y don Carlos, hijo único del príncipe. Detúvose en Alcalá algunos días en fiestas de cañas y otros regocijos, que por servirle hicieron, y llegó en este tiempo el duque de Alba con la embajada que dije. Vino con él don Antonio de Toledo, caballerizo mayor del príncipe. Con la venida del duque se acabó de determinar la partida del príncipe, y comenzaron a poner en orden la mudanza de la casa. Partió luego el príncipe de Alcalá para Valladolid, donde se había de aprestar y poner en orden y esperar a su primo el príncipe Maximiliano, que sabía que había partido de Augusta, y llegado a Milán, y embarcado en Génova, y que ya estaría presto en Barcelona. Y así mandó el príncipe a don Pedro de Córdoba que partiese por la posta a Barcelona para que le visitase de su parte y diese el parabién de su llegada. Llegó don Pedro a Barcelona antes que Maximiliano desembarcase. De ahí a pocos días la infanta doña María envió a don Diego de Córdoba, para que de su parte visitase al príncipe su esposo, que ya le sabía que había desembarcado, y que venía para Castilla, recibiéndole y sirviendo en todos los lugares como merecía. El príncipe recibió con mucho gusto a don Diego por el despacho que llevaba y le dio una rica cadena de oro. El príncipe de España y las infantas sus hermanas estaban en Valladolid aparejando el recibimiento del príncipe Maximiliano su primo, esposo y cuñado.
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- XXXVIII Muere Fernán Cortés, capitán digno de memoria. Muerte de Alonso de Idiáquez. -Estatuto de la santa Iglesia de Toledo contra los judíos. -Muerte de Enrico VIII, rey de Ingalaterra. Pues he dicho las cosas generales del año, diré agora algunas particulares y menudas. Murió por el mes de mayo deste año de 1547 Francisco Cobos, natural de Ubeda, comendador mayor de León, duque de Sabiote, secretario mayor del Emperador. De lo que fue y valió con el Emperador y la nobleza que de él hay hoy día en Castilla, no tengo que decir, pues a todos es notorio. Casó con doña María Mendoza, hija del adelantado de Galicia, que viuda vivió y murió en esta ciudad de Valladolid santa y cristianamente. Francisco de los Cobos murió con algunas señales de dolor por dejar esta vida, que aunque es natural el apetito de vivir entre todos los vivientes, amarga mucho más y dolorosa es la muerte en los que con abundancia gozan de esta vida. Fueron muchos los bienes que tuvo este fiel ministro de Su Majestad, pero no todos los que pudo, como han tenido otros con menores servicios en pocos días, los cuales no se lograrán, ni llegarán a la cuarta generación, porque las cosas que apresuradamente crecen, con la mesma presteza se deshacen y son como el humo; y como los hermosos vapores nacidos de los muladares y cienos, en el aire se consumen; solas duran aquellas que con tiento y temor de Dios se adquieren. Murió asimismo este año Fernán Cortés, digno de perpetuo nombre y merecedor de uno de los grandes capitanes y claros varones que ha engendrado España, y que levantó su limpia y hidalga sangre a la grandeza en que está. Hay de esto historias hartas, y merece otras que cumplidamente digan lo que Fernán Cortés hizo. Nombrado he al secretario Alonso de Idiáquez, caballero del hábito de Santiago y comendador de Extremera, del Consejo de Estado del Emperador, a quien sirvió con fidelidad y amor desde el año de 1520 hasta este de 1547. Hallóse en la conquista de Túnez sirviendo a su príncipe, año 1535, y en el año pasado de 1544, en la concordia que se hizo entre el Emperador y rey de Francia, y vino a Castilla a tratar de parte del Emperador con el príncipe don Felipe, su hijo, si sería bien dar a Carlos, duque de Orleáns, la infanta doña María con los Estados de Flandres, o la infanta doña Ana, hija del rey don Fernando, con el Estado de Milán, según dejo ya dicho. Sucediole este año al secretario Alonso de Idiáquez una mortal desgracia, y fue que volviendo de España, donde el Emperador le había enviado, a 18 -según otros, el 11 de junio-, pasando el río Albis con otros ocho que le acompañaban en una barca, cerca de Torgao de Sajonia, unos herejes de Torgao le acometieron, mataron y 366
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robaron. Sintió mucho el Emperador la muerte de Alonso, de Idiáquez, por perder en él un gran ministro de quien hacía toda confianza. Dice Juan Bautista Castaldo, escribiendo a Paulo Jovio, que los matadores fueron unos villanos que le saltearon en el camino. Un rey de armas llamado Claudio Marión, que fue Tusón de Oro, primer rey de armas que andaba en el campo imperial, dice que le mataron, como digo, al pasar del río, y que el gobernador de Torgao fue en esta traición; por la cual Lantzgrave, queriendo dar gusto al Emperador, le mandó justiciar con los demás malhechores que pudieron ser habidos. Hízose en este año de 1547 en la santa Iglesia de Toledo, por orden de su arzobispo, don Joan Martínez Silíceo, el santo y prudente estatuto de que ninguno que tuviese raza de confeso pudiese ser prebendado en ella. Que si bien escogió a algunos, parece muy acertado que la Iglesia primaria de España lo sea en sus ministros, como después acá lo han sido, y vivido con más quietud en el cabildo; porque donde hay alguno de tan mala raza, pocas veces la hay, que es tan maligna esta gente, que basta uno para inquietar a muchos. No condeno la piedad cristiana que abraza a todos; que erraría mortalmente, y sé que en el acatamiento divino, no hay distinción del gentil al judío; porque uno solo es el Señor de todos. ¿Mas quién podrá negar que en los descendientes de judíos permanece y dura la mala inclinación de su antigua ingratitud y mal conocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negrura? Que si bien mil veces se juntan con mujeres blancas, los hijos nacen con el color moreno de sus padres. Así al judío no le basta ser por tres partes hidalgo, o cristiano viejo, que sola una raza lo inficiona y daña, para ser en sus hechos, de todas maneras, judíos dañosos por extremo en las comunidades. Ya que he dicho las muertes de nuestros naturales, diré agora la del rey Enrico VIII deste nombre entre los de Ingalaterra, que pues dio tanto que decir en su vida, sepultarle hemos con esta memoria de su muerte, poco o nada segura de la vida eterna, pues fue hereje enemigo de la Iglesia. Murió este rey en edad de sesenta años; el cual fue muy dotado de los bienes de fortuna y del cuerpo, pero no del alma. Fueralo si los empleara bien, porque era muy hermoso, rico y sabio. Casó con doña Catalina, mujer también hermosa, hija de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, que había sido casada con su hermano Artus. Alcanzó victoria de sus enemigos personalmente cuando ganó a Teroana, quitándola al rey Luis de Francia, y a Bolonia al rey Francisco, y por sus capitanes cuando venció la flota escocesa del conde Surri Thomas Havard, cuando el mesmo conde mató al rey Jaques de Escocia en una batalla. Favoreció al Papa contra el rey Luis de Francia, y al papa Clemente cuando su prisión, en odio y enemistad del Emperador. 367
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Escribió contra Lutero el libro de Sacramentos, por el cual le dio título de Defensor de la Fe, por Consistorio, el papa León. Hasta aquí fue excelente rey, aunque inconstante en amistades; pero después que mudó mujer y religión, fue malvado. Dejó a la reina doña Catalina, su legítima y verdadera mujer, por ponerse en mal estado con Anna Bolena, su amiga y criada, y habiéndola amado ciegamente, la degolló dentro de tres años por adúltera con Jorge Boleno, su proprio hermano, con quien ella dormía por haber algún hijo varón, y con otros dos caballeros. Tomó por mujer, luego a otro día que aquélla fue degollada, a Jana Semeria, en la cual hubo a Duarte, que murió rey. En muriendo la Jana, envió a Cleves por Ana, hermana del duque Guillén, a la cual dejó luego por fría y que no satisfacía su lujuria, y no tardó en casarse con Catalina Havard, su sobrina, que también la degolló luego, por adúltera con dos caballeros. Casó sexta vez con Catalina Paria, viuda, siendo de cincuenta años. Despeña de esta manera la ceguera del entendimiento. Comenzó a sentir mal del Papa, que le condenó el repudio primero, burlando de las excomuniones y dispensaciones. Y dando cada día más en este error, se llamó soberano de la Iglesia de Ingalaterra, aplicando a su fisco las rentas eclesiásticas, que fue negar al Papa la obediencia. Sobre lo cual martirizó tres monjes cartujos y al cardenal Joan Filguer, obispo de Recostre, y a Thomas Moro, su gran chanciller. Mató asimismo, sobre seguro, a ciertos caballeros capitanes de los que se levantaron en defensa de la Fe católica. Robó las iglesias, despobló los monasterios, deshizo la Orden de Caballería de San Juan de Rodas, echó los cuerpos santos en el río y quitó, finalmente, la fe y religión católica en todo su reino. De lo cual todo hay una larga y muy docta historia.
Libro treinta Año 1547 El ínterin de Alemaña, murmurado contra el Emperador. -Embajadores de Bolonia al Emperador. -Sentencia el Emperador al duque de Sajonia en privación. Las pasiones que se encienden en los pechos secos y viejos mueren y se acaban con mayor dificultad que el fuego que vivamente entra en el hierro o
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madero verde. En el corazón de Paulo III de este nombre, el dolor de la muerte de su hijo Pedro Luis, encendió una pasión y vivos deseos de venganza, olvidado de su vieja y antigua edad, profesión y estado. Consumía sus huesos este fuego, y tanto más cuanto veía mayores dificultades para como deseaba vengarla. Hizo contra Andrea Doria cuanto pudo, y en odio del Emperador compuso una liga, que nombraron defensiva, juntándose con Enrico, rey belicoso de Francia, y con los esguízaros, ordenando que el rey levantase las armas por Saboya, y el Papa por Placencia, por la muerte cruel de su hijo. Para más asegurar el francés sus fuerzas, renovó la amistad o alianza que su padre, el rey Francisco, tenía con los esguízaros por toda su vida asentada, dejando lugar al Papa y a los reyes de Portugal, Polonia, Escocia, Dinamarca, y otros duques y señores, las cuales masas, se hacían contra el Emperador, y el Papa mandó pasar el Concilio de Trento a Bolonia, por que no se hiciese lo que no le cumplía. Pero la mayor parte de los obispos españoles no quisieron salir de Trento, y cierto era ocasión para que los de Alemaña no se sujetasen a la razón, porque siendo sus principales errores sobre la potestad del Papa, y aborreciendo su jurisdición, por extremo abominando la avaricia o codicia de los tribunales de Roma, que más feamente la llaman, no se habían de meter en sus tierras, y con este achaque y no fiar en los seguros que les daban, jamás se concertarían. Y en el principio de este año, Francisco de Vargas y don Martín de Velasco, embajadores del Emperador en Bolonia, donde estaba el Papa con la corte de Roma, y los embajadores de los reyes y señorías de la Cristiandad, en público ayuntamiento protestaron y requirieron al Papa que no tratase de transferir el Concilio, que se hacía en Trento, porque de ello se seguirían grandísimos inconvenientes y daños en la Cristiandad. Mas el Pontífice estaba tan recio y porfiado en que se había de transferir a Bolonia, que no bastaba razón. El Emperador se veía atajado, por no saber qué medio podría haber en esto, porque el Papa quería que fuese en Bolonia, los alemanes que en Alemaña, y no había hecho poco el César en acabar con algunos príncipes alemanes que fuese en Trento. Y los luteranos no querían otro achaque, más de la ocasión que el Papa les daba, sacando de Trento el Concilio, para quedarse ellos como deseaban en su libertad, que llamaban del Evangelio. Como el Emperador vió la indeterminación que en esto había, nombró algunos hombres doctos y católicos. Estos fueron Julio Pflugio, obispo de Nertburgio, y a Michael Sidonio, y a Juan Islebio Agricole, a los cuales mandó que escribiesen una regla de lo que en Alemaña se debía guardar en lo tocante a la religión, hasta la determinación del Concilio. Este fue el libro del Interin, por el cual han querido calumniar tanto al Emperador y hacerle odioso y 369
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sospechoso en las cosas de la potestad del Papa, diciendo que se metió en la jurisdición del Pontífice romano, a quien tocaba el nombramiento de las personas que habían de hacer esto. Y dicen ellos bien, si el Papa y sus obras fueran recebidas en Alemaña, pero aún su nombre era más que odioso, y jamás se acabara cosa con los alemanes por vía del Papa; y el Emperador, prudentemente, quería ir atrayendo y guiando aquella gente feroz, dura y obstinada, hasta ponerlos en el camino de la verdad, y sujetarlos al yugo suave de la Iglesia Católica Romana. Lo cual el César, como protector y defensor de la potestad apostólica, y capitán general de la Iglesia, pudo y debió hacer cuando no bastaban las fuerzas del Papa, y se menospreciaban sus censuras. Y es claro que agora no bastaba en Alemaña que tan extragada estaba, porque armas temporales no las tenía contra una gente brava y poderosa, y las censuras que son el cuchillo de la Iglesia, no las temían; antes mofaban de ellas y no se hacía poco, según estas gentes estaban, en reducirlos a que recibiesen y se obligasen a guardar lo que en Trento se definiese por los padres que allí se habían congregado de toda la Cristiandad, y que en el ínterin guardasen lo que hombres doctos y católicos les dijesen. Que si bien fuera que el Papa, cuyo era, los nombrara, no arrostrando los alemanes a cosas suyas, forzoso fue, por no lo perder todo, que el Emperador lo hiciese a quien amaban como a natural, respetaban como a príncipe, temían como a poderoso que los acababa de castigar. Hablo con sana intención y con el respeto que debo a la Iglesia Católica Romana, cuyo hijo obediente soy, y libro a mi príncipe de las calumnias de sus enemigos que hasta agora duran. Tuvo el Emperador en Augusta embajadores del rey de Polonia, y dioles audiencia delante de los príncipes del Imperio. Pretendía el rey de Polonia que la Prusia tocaba a su reino, y no a las tierras del Imperio, y por esto pedía que se alzase el destierro a Alberto Brandemburg, que se había casado en Polonia y naturalizado en la tierra, y tomado el título de duque, sin autoridad del Imperio. A esto respondió el gran maestre de Prusia, mostrando bastantemente que la Prusia era del Imperio; y así, confirmaron el destierro de Alberto. A 24 de febrero justiciaron en la plaza de Augusta ciertos capitanes por mandado del Emperador, porque siendo del Imperio habían servido al rey de Francia y a los protestantes en las guerras contra el Emperador. Y en este mismo día, juntos todos los príncipes del Imperio, con muchas ceremonias y gran solenidad, dio la sentencia en que privó al duque de Sajonia de la dignidad de elector, y la dio al duque Mauricio, poniéndole de su mano las insignias que estos príncipes usan en semejantes actos.
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- II Manda el Emperador que se guarde el ínterin en Alemaña. A 15 de mayo habían dado al Emperador el librillo del ínterin que Su Majestad mandó ordenar a los tres doctores que nombré. Este día, estando juntos todos los príncipes de Alemaña y procuradores y burgomaestres de las ciudades, habló con ellos largamente, significándoles el amor grande que tenía a Alernaña, y cuánto deseaba su bien, paz y quietud, lo cual no podía haber, ni ellos venir entre sí, si en la religión no eran unos, y se conformaban; y que para esto se había congregado en el Concilio en Trento, en el cual aún no se concertaban, por quererlo sacar el Papa y llevarlo a Bolonia, y que hasta tanto que esto se determinase y en el Concilio se definiesen los artículos sobre que en Alemaña se habían alterado, él había mandado ordenar aquel librico, para que en el ínterin guardasen lo que en él se contenía, lo cual encargaba a todos, general y particularmente. Levantóse el arzobispo de Maguncia, y en nombre de todos dio las gracias a Su Majestad, y que él por todos acetaba el libro, y prometía que guardaría lo en él contenido hasta tanto que en el Concilio se definiese lo que se había de tener. Este librico salió en latín y en alemán y se murmuró harto de él. Mas ni aún lo que en él se contenía quisieron guardar los alemanes, sino estarse en sus errores, y dellos dieron en otros mayores, como hace el pecador, que da de abismo en abismo; hoy día lo están en muchas partes. Concluyéronse los negocios de la Dieta primero día de junio, y se guardaba el librillo del ínterin en Alemaña, y guardara lo que eran obligados de la religión católica, si el Emperador estuviera en aquel reino; mas habiendo de salir de él, por ser forzoso acudir al gobierno de otras partes, los alemanes se volvieron a sus vómitos, como suelen hacer los perros.
- III Van los españoles contra Constancia. -Visita el Emperador las ciudades del Imperio. Quita el gobierno a los luteranos. La ciudad de Constancia, si bien se rendía al Emperador, pedía cosas que no se les podían conceder, y estando ella rebelde en su porfía, el Emperador mandó al maestre de campo Alonso Vivas, que con su tercio de españoles fuese contra ella. Fue y apoderóse de sus arrabales, y queriendo combatir la ciudad, los naturales la defendieron, y pelearon muchas veces con los
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españoles. Murieron de ambas partes algunas personas, y en un asalto mataron de un arcaburazo a Alonso Vivas, y los españoles, vengando la muerte de su capitán, quemaron cien ciudadanos en sus proprias casas. Es Constancia una gran ciudad libre, en los confines de esguízaros. Al fin, ellos se pusieron en manos del rey de romanos, jurándole a él y a sus herederos por señores, y el rey envió quien recibiese el juramento, y puso en ella gobernadores. Habiendo, pues, el Emperador concluído gloriosamente con Alemaña, salió de Augusta, y fue a Ulma, de allí a Espira, Maguncia, Colonia y Argentina, visitando estas ciudades y quitando de ellas el gobierno de luteranos, y poniéndole de católicos. Y por el mes de setiembre entró en Flandres, trayendo consigo al duque de Sajonia y al lantzgrave. Al duque tuvo el Emperador consigo; a Lantzgrave puso en la fortaleza de Malinas con guarda española.
- IV Envía el Emperador a llamar al príncipe su hijo y escribe a los reinos de España. -Justifica el Emperador la jornada del príncipe a Flandres. Ya dije cómo estando el Emperador en Augusta había enfermado gravemente. Y viendo el peligro en que sus continuos males le ponían la vida, envió al duque de Alba para que viniese a España, y le llevase al príncipe don Felipe, su hijo. Escribió su determinación a los grandes y ciudades de Castilla y Aragón, diciendo que ya sabía las causas tan suficientes y necesarias que hubo para salir esta última vez de estos reinos, y pasar en aquellas partes, y cuán forzado fue por razón de los ejércitos que habían entrado en las tierras bajas de Flandres y Brabante, y los propósitos, inteligencias y pláticas que en todas partes andaban para pasar más adelante, si no se remediara y proveyera con su presencia, como con ayuda de Dios Nuestro Señor se hizo, sucediéndole la primera y segunda jornada lo que a todos era notorio, de que redundó tan gran beneficio y bien común de la Cristiandad, y acrecentamiento de sus tierras patrimoniales; asegurándolas de forma que después acá han estado en toda paz y quietud. Y habiendo sucedido así, teniendo delante la necesidad tan evidente que había de ser lo tocante a la religión, justicia y obediencia de la Germania, puesto que siempre había procurado y trabajado en enderezarlo por otros caminos, por no venir en rompimiento, por los inconvenientes que comúnmente trae la guerra, y que, con todo, no se pudo dejar de entrar en guerra y ponerle en campo, confiando en Dios, a quien tenía encomendadas
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sus cosas, favorecería esta causa, como por su infinita bondad lo hizo, y lo trajo al fin que se sabía, por que continuamente le había dado y daba infinitas gracias; y que para acabarlo de poner en el punto y perfección que convenía, había mandado juntar aquella Dieta, que aunque siempre había procurado hacer sus cosas de manera que le diesen lugar para volver a estos reinos, como deseaba, que hasta entonces había diferido la ida del príncipe en aquellas partes. Pero porque habiendo de suceder en tantos Estados, convenía cuanto sé puede pensar, que los viese y visitase, y fuese conocido en ellos de sus súbditos y naturales en su presencia, para poderlo mejor industriar y enderezar en la manera y forma como se debían gobernar, cuando Dios fuese servido de ponerle en ellos; no obstante que de parte de estos reinos con el amor y afición que le tienen, se le había suplicado otra cosa. Por estas y otras causas se había resuelto de enviarlo a llamar, y así quería que fuese luego este año, para dar fin a cosas y desembarazarse, para volverse él en estos reinos, como podía creer que lo deseaba; y que durante su ausencia y la del príncipe quería que la gobernación de estos reinos tuviesen el serenísimo príncipe Maximiliano y su mujer, la infanta María, si bien el rey de romanos, su hermano, deseaba que estos príncipes sus hijos pasasen en Alemaña, por lo que allá importaba su presencia. Y manda que los obedezcan, y que el príncipe se parta luego, y vuelve a prometer su breve venida.
-VEncomienda el gobierno de estos reinos a Maximiliano y María. Viéndose el Emperador con tan poca salud, temía que antes que el príncipe don Felipe, su hijo, llegase a sus ojos, había de perder la vida. Y como príncipe celoso, del bien de sus reinos, deseando que su único hijo, que le había de suceder, acertase en el gobierno de ellos, le envió con el mismo duque de Alba una larga instrución de avisos para que supiese cómo se había de gobernar, y de quién se había de guardar, y de quién fiar, con palabras y advertencias dignas de un príncipe católico y de tan alto y generoso corazón, y pecho tan cristiano. La instrución fue: Avisos o instrución del Emperador al príncipe, su hijo. «Hijo, porque de los trabajos pasados se me han recrecido algunas dolencias, y postreramente me he hallado en el peligro de la vida, y dudando
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lo que podría acaecer de mí, según la voluntad de Dios, me ha parecido avisaros por ésta de lo que para en tal caso se me ofrece. «Y aunque según la continua instabilidad y mudanza de las cosas terrenas, sería imposible daros ley cierta y entera para vuestra buena gobernación y de los reinos, señoríos y Estados que yo os dejaré, todavía con el amor paternal que os tengo, y deseo que acertéis por el servicio de Dios y descargo de mi conciencia y vuestra, tocaré aquí algunos puntos para vuestra instrución, rogando a la divina clemencia y bondad, que es la que hace reinar los reyes, quiera guiar en esto y en lo demás vuestro corazón para que lo enderecéis todo a su santo servicio. Y así, por principal y firme fundamento de vuestra buena gobernación, debéis siempre reconocer todo vuestro ser y bien de la infinita benignidad de Dios, y someter vuestros deseos y acciones a su voluntad, haciendo lo cual, con temor de ofenderlo, tendréis su ayuda y amparo, y acertaréis lo que más converná para bien reinar y gobernar. «1.º Y para que El os alumbre y sea más propicio, debéis tener siempre por muy encomendada la observancia, sostenimiento y defensión de nuestra santa fe y generalmente y en especial en todos los dichos reinos, Estados y señoríos que heredáredes, favoreciendo la debida justicia, mandando que se haga curiosamente, sin excepción de personas y contra todos sospechosos y culpados, y teniendo cuidado y solicitud de obviar en ellos por todas las vías y maneras que podréis con derecho y razón las herejías y sectas contrarias a nuestra antigua fe y religión. «2.º Y porque después de tantos trabajos y gastos que he hecho y sostenido por reducir a nuestra dicha fe los desvíados en esta Germania no se halló otro medio ni remedio suficiente que el del Concilio, al cual, a instancia mía, se han sometido todos los Estados de ella, os ruego y encargo que si no se acabare antes de mi fallecimiento, tengáis la mano y procuréis con el rey de romanos, mi hermano, y los otros reyes y potentados cristianos, que se celebre y efectúe; hagáis en esto de vuestra parte por los reinos e señoríos y Estados que os dejare toda la buena obra y oficio debido conveniente a buen rey y príncipe obediente a nuestra Santa Madre Iglesia. «3.º Demás desto, seréis y os mostraréis siempre obediente de la Santa Sede Apostólica, y la respetaréis y acataréis en todo como conviene a buen rey y príncipe cristiano, y si so color o sombra de ello se hicieren abusos y excesos en los dichos reinos y señoríos en perjuicio vuestro, dello tendréis siempre gran advertencia y respetos que se procure el remedio y que se haga con debido acatamiento y en cuanto se podrá evitar sin escándalo, teniendo fin solamente al remedio de los perjuicios, daños e inconvenientes de los dichos reinos y señoríos. 374
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«4.º Y cuanto a las iglesias y dignidades y beneficios de los cuales el patronazgo, presentación o nominación os pertenecerá, debéis tener muy gran cuidado y miramiento que sean proveídos en personas de letras, experiencia, buena vida y ejemplo, y calificadas para la buena administración de los dichos beneficios y cada uno respetivamente, según su ser y fundación. Y para esto informaos maduramente y de gente que podáis hacer confianza, y sea fuera de sospecha y que no tenga otro fin que el servicio de Dios y descargo de vuestra conciencia. Y demás de esto tendréis advertencia que los tales administren y rijan sus iglesias y beneficios y hagan el oficio que cada uno es obligado, sin apartarse de ello sino con justas y legítimas causas, porque importa muy mucho por el servicio de Dios, exaltación y conservación de nuestra santa fe y religión, buen vivir y salud de las almas de todos. «5.º Y porque la cosa que a Dios más he encomendado es la paz, sin la cual no puede ser bien servido, demás de los otros infinitos inconvenientes que traen las guerras y se siguen de ellas, debéis tener continuo cuidado y solicitud de obviarlas por todas las vías y maneras posibles, y nunca entrar en ellas sino forzadamente, y que Dios y el mundo sepan y vean que no podéis hacer menos. «6.º Y tanto más debéis evitar la dicha guerra por lo que los dichos reinos, Estados y señoríos que heredaréis son y quedan muy cansados, gastados y trabajados de las guerras pasadas, a las cuales he sido forzado siempre por la defensión de ellos, y obviar su opresión, y según las guerras me han sido movidas tantas veces y en tantas partes con este fin, como se debe y es notorio; y así Dios me ha ayudado de manera que si bien he pasado muchos trabajos, con su ayuda (y El sea loado por ello) los he guardado, defendido y añadido a ellos otros de harta calidad y importancia; pero ha sido con gran gasto de todos ellos, tanto, que es mucho menester que descansen cuanto fuere posible, y así os lo encomiendo. «7.º También porque no se ha podido hacer menos de enajenar y empeñar en todos los dichos reinos y señoríos por grandes cantidades, y con gran diminución de la renta y hacienda, y tener yo que hacer en rescatarlo y cobrar, en lo cual debéis entender con cuidado, como yo he siempre deseado de poder descansar y hacerlo ansí, por la obligación y afición que he tenido de continuo en los dichos reinos y Estados, y tengo, de dejarlos enteros. Y aunque de evitar la guerra y apartarse de ella no sea siempre en la mano de los que lo desearían, como muchas veces me ha acaecido, y es tanto más dificultoso a los que tienen tantos y tan grandes reinos, Estados y señoríos, algunos lejos de otros, como Dios por su divina bondad me ha dado y os dejaré, placiendo a El, y que esto consiste en la buena o mala voluntad de los vecinos y otros potentados, todavía me ha parecido avisar, según la 375
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experiencia que puedo tener de éstos, cómo os habéis de haber y guiar, y la advertencia que es menester en ellos. «8.º La principal y más cierta amistad y confianza que debéis tener, es con el rey de romanos, mi hermano, y mis sobrinos, sus hijos, los cuales sé cierto harán toda buena y entera correspondencia con vos, y así usaréis de estrecha inteligencia con el dicho hermano mío, y procuraréis su bien y de los suyos con toda entera sinceridad, y favoreceréis su autoridad imperial y sus cosas, como de vuestro buen tío, porque demás que es esto lo que conviene, y según Dios, y obligación de parentesco tan cercano, esta conjunción y unión sera causa que los que no ternán buena voluntad dejen de mostrarlo contra él y contra vos, y la grandeza del uno favorecerá y reputará al otro; y le podréis comunicar con toda confianza, y consultar vuestras cosas, y vos avisalle también de lo que os parecerá en las suyas, con el respeto que un buen sobrino debe a un tal tío, y según lo he hallado siempre muy buen hermano. «Y así he hecho todo lo que he podido para que fuese elegido en la dignidad de rey de romanos, y establecido en ella y enderezado para que en mi ausencia y caso de fallecimiento pueda gobernar esta Germania, y por esto haré aún todo lo que podré, y a Dios gracias, con el favor y buen suceso que me ha dado en esta postrera guerra, se han enderezado y ordenado las cosas de sus reinos y Estados del dicho mi hermano de manera que están en buena prosperidad y podrá reinar descansadamente. «9.º Tanto más con lo que he dicho arriba, y hecho por la sumisión de esta Germania al Concilio y la orden que espero poner a la observancia de la paz y justicia en ella, y habiéndose hecho la tregua quinquenal con el Turco, y que en todo mi dicho hermano tendrá cuidado cual se conviene, para que las cosas se sustenten en estos términos, pues sabe y entiende cuánto le va, y por el bien general de esta Germania, y para que pueda gobernar en ella con debida autoridad, y también por el respeto de sus dichos reinos y Estados, que los tenga pacíficos, y en obediencia y sujeción. «10.º Demás de esto espero acabar con los Estados de esta Germania, que se cobre y haya una buena suma de dinero pronta, para emplealla en la defensión de ella, sea contra el dicho Turco o otros extranjeros que la quisieren inquietar, y esto entiendo procurar en beneficio común de esta Germania, y aun favor del dicho rey mi hermano. Y viendo claramente, y conociendo que me sería imposible haber dineros en mis reinos y señoríos para tal necesidad, ni vos menos terníades la posibilidad de asistir al dicho rey después de mi fallecimiento, ni los reinos ni Estados lo querrían hacer, como sería justo, siendo tan gastados como están, y teniendo un continuo gasto
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contra infieles, sin los otros vecinos y potentados de quien vos debréis tener siempre recelo y estar sobre aviso. «11º. Y así, viendo la imposibilidad de sacar dineros de mis reinos y señoríos, para lo que pudiese suceder acá, sin dar causa de más inconvenientes, y manifiesto riesgo de ellos, os encargo que lo excuséis enteramente, si no fuese por causa y respeto de los Estados y tierras de Flandres, y de las partes de allá, concertándolas como espero hacerlo en los Estados de la Germania; porque en tal caso sea por agora, o de aquí adelante, me parece muy bien que ellas ayuden contra el Turco y otras necesidades de esta Germania, conforme al asiento que se hiciere, y esto debe bastar para teneros descargados de otra ayuda y asistencia, cuanto a lo demás. «12.º Y cuanto a la dicha tregua que he de mi parte ratificado, miraréis que ella se observe enteramente de la vuestra, porque es razón que lo que he tratado y trataréis, se guarde de buena fe con todos, sean infieles o otros, y es lo que conviene a los que reinan, y a todos los buenos. «Y cuanto al dicho Turco, que importa, no solamente para lo de vuestros reinos y señoríos que heredáredes; pero aún para lo de esta Germania y toda la Italia señaladamente; y por no dar ocasión a franceses de turbar e inquietar la Cristiandad como lo han hecho en lo pasado. Y aun que a algunos podrá parecer que debéis tener solamente cuidado del gobierno de los dichos reinos, Estados y señoríos que os dejare, sin ser más codicioso de las cosas fuera de ellos, así de esta Germania como de otros, dejándolas a quien la tuviere a cargo, todavía la razón, experiencia y ejemplo de lo pasado, han mostrado que sin mirar y tener cuidado de entender los andamientos de los otros potentados y estados de las cosas públicas, y tener amistades e inteligencias en todas partes, será difícil y como imposible poder vivir descansadamente, ni obrar, proveer y remediar lo que se podría emprender contra vos y vuestros reinos, Estados y señoríos que tuviéredes; y tanto más siendo (como es dicho) apartados unos de los otros, e invidiosos, aunque sin razón, y que nunca han faltado a los malignos diversas ocasiones para inquietar y revolver, y mover guerra, y señaladamente contra los que piensan que están desapercebidos. «13.º Y así será bien que con la buena amistad y estrecha diligencia del rey mi hermano tengáis también cuidado de entretener la amistad de los electores, príncipes, potentados de esta Germania, que es cosa que no puede sino convenir, y será a propósito de lo que ternéis, señaladamente en la parte de Italia, y hacia Flandres; pero sin gastar mucho dinero en esto, ni dar pensiones tanto cuanto pudiéredes evitar, porque los de acá quieren precisamente ser pagados; y no embargante esto, hacen poco servicio sin gratificarlos siempre, haciendo alguno; y se ha visto de contino que cuando es menester hacer gente 377
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de guerra desta Germania, se hace con el dinero en la mano, y no os faltarán, pagándolos bien, y los habréis tanto más favorablemente, por el crédito que he conservado con ellos, y con el favor del dicho mi hermano y de los suyos. «14.º Y cuanto a los suizos, debéis tener la misma advertencia, y de no tomarlos en vuestro servicio, cuando no os faltaren alemanes, porque he siempre hallado que es lo más cierto; pero es bien mostralles buena voluntad y afición, y sí hacerles bien tratar y pagar a sus plazos, lo que se les da por la liga hereditaria que tiene la Casa de Austria y Borgoña con ellos, y también si otra cosa se tratare señaladamente por lo que tenéis en Italia, si se acaba todo la liga que agora se trata con ellos. «15.º Y cuanto al Papa presente ya sabéis cómo se ha habido conmigo, y señaladamente, cómo ha cumplido mal lo capitulado por esta última guerra, y dejándome en ella, y la poca voluntad que ha mostrado y muestra a las cosas públicas de la Cristiandad, y especialmente en lo de la celebración de Concilio, no embargante, que con esperanza que él haría buena obra en todo, hice el casamiento de mi hija Margarita con el duque Octavio, su nieto. Pero con todo esto que ha pasado, os ruego que, teniendo más respeto al lugar y dignidad que el dicho Papa tiene, que a sus obras, le hayáis, todo el tiempo que viviere, el debido acatamiento y tengáis por encomendada la dicha mi hija, y sus hijos, y por su respeto al dicho duque Octavio; porque ella me ha sido de contino obedientísima sin otro respeto alguno, ni aun de sus hijos propios, para seguir mi voluntad, y señaladamente en lo de Placencia, y así la debéis amparar y tener cuidado de la protección de ella y de sus hijos. «16.º Y cuanto a lo sucedido en Placencia, háme desplacido de la rnuerte del duque de Castro; pero cuanto a lo demás hecho por don Hernando de Gonzaga, como mi ministro y en mi nombre, pretendo que con buen derecho y razón la pueda y deba tener, y por la autoridad del Imperio, y por el bien público de toda la Italia, y por las obras del dicho duque, si tanto más habiendo enviado a ofrecer al Papa que este negocio se vea y examine, para hacer por vía de concierto o de otra manera, como se viere convenir y se hallara poder hacer concierto, se entendrá con él, y si no os hace privilegio del derecho imperial, para que, según se viere fundado, como tiene que es, os pongáis en razón con el Papa y los suyos, y si fuere menester con la Sede Apostólica, según veréis que fuere justo. «17.º Demás de esto, tendréis advertencia que el Papa presente es cargado de años, y si falta después de mí, procuraréis todo lo que podréis buenamente, que la elección del futuro Pontífice se haga, como lo requiere la gran necesidad de la Cristiandad, o por menos mal, siguiendo la instrución y memoria que para esto he enviado a mi embajador en Roma, en que no se 378
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pretende otro, ni tengo otro fin, sino que se haga buena elección y se obvie a las pláticas contrarias. Y en esta y en las otras creaciones debéis hacer siempre lo semejante, confiando en Dios, que con esto El mirará y aceptará vuestra santa intención. «18. Tenéis con el Papa tres principales dificultades. La una, la del feudo del reino de Nápoles y el concierto que sobre él se hizo con el papa Clemente; la segunda, de la monarquía de Sicilia, y la tercera, por la premática hecha en Castilla; en todo estaréis con advertencia para hacer de vuestra parte lo que es de razón, y si otras diferencias hubiese, las trataréis, como es dicho arriba, con la sumisión y acatamiento que un buen hijo de la Iglesia lo debe hacer, y sin dar a los papas justa causa de mal contentamiento; pero esto de manera que no se haga ni intente cosa prejudicial a las preeminencias reales y común bien y quietud de los dichos reinos y otros vuestros Estados. «19º. Con los otros potentados de Italia no tendréis querella, ni pretensión alguna que se sepa, ni pienso haberles dado ocasión de ella. Y así guardaréis el tratado y liga que tengo con venecianos, por lo que toca a los reinos de Nápoles y Sicilia, y Estados de Milán, del cual os he investido, y también de Placencia, como dicho es, y mostraréis querer y guardar en todo buena amistad con ellos, favoreciéndolos como a buenos aliados todo lo que buenamente habrá lugar. «20.º El duque de Florencia se me ha siempre mostrado, desde que le proveí del Estado, muy devoto y aficionado, y también a mis cosas, y creo que continuará esta amistad con vos, pues ha recibido de mí tan buenas obras, y que haciéndolo así será su propio bien, y por las pretensiones de franceses contra su Estado; demás de esto, por el deudo que tiene con los de la Casa de Toledo. Y así será bien que lo entretengáis en su buena voluntad y favorezcáis en todas sus cosas; porque demás de lo dicho, es de buen seso y juicio, y tiene su Estado en buena orden, y en parte que importa y puede, por estar donde el dicho Estado está situado. «21º. El duque de Ferrara me es muy obligado por la buena justicia que le hice en lo de Módena, Rezo y Rovere, y posponiendo todos otros respetos contra el papa Clemente, por lo cual se movió a hacer muchas cosas contra mí. Y aunque el dicho duque haya siempre dicho y confesado la obligación en que me es, todavía se ha entendido que con el deudo que tiene en Francia, y estar allá el cardenal su hermano en favor, él es muy inclinado a aquella parte, y así contemporizaréis con él, teniendo advertencia de este aviso, y de mirar sus andamientos.
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«22.º Del duque de Mantua podéis hacer confianza, como yo la tengo de sus tíos, el cardenal y don Fernando, y también por el deudo y parentesco que se ha tratado con su voluntad y de la duquesa, con su sobrino y hija del rey de romanos. Y demás de esto, sus Estados de Mantua y Monferrat son muy a propósito de las cosas de Italia, y el dicho Monferrat ha padecido mucho por las guerras, y haber tenido mi parte, en que la marquesa abuela, y la duquesa, madre del dicho duque, se han mostrado siempre muy aficionadas, y lo han tenido por bien los dichos cardenal y don Fernando. «23.º De Génova no pienso asegurarme más por agora y en lo venidero, y efectuándose la cosa o no, debéis tener cuidado que ella esté en vuestra devoción, por lo que toca y importa a la seguridad de toda Italia y a los reinos y Estados de Nápoles, Sicilia y Milán, y no solamente para esto, pero aún para los otros reinos de España, islas de Cerdeña, Mallorca y Menorca, de las cuales también todos los genoveses tienen necesidad, y señaladamente de la vecindad de Milán. Y por estas consideraciones, y con los servidores que tengo de dentro de la dicha ciudad, por beneficios recebidos de mí, y con buena desteridad, espero que ellos se podrán tener en vuestra devoción, también por el respeto del rey de romanos, mi hermano, y por ser amparados de la protección y sombra del Imperio, de la cual reconocen su libertad. «24.º Cuanto a Sena, confiamos que el rey de romanos, mi hermano, tomará la protección y amparo de ella, y como yo siempre la he tenido, por haber sido de continuo devota al Sacro Imperio, y a mí aficionadísima, y aquietándose las discordias que son al presente allá, según espero que será. Y será bien que la favorezcáis todo lo que pudiéredes, y también la república de Luca, porque ellas, por conservación de sus libertades, querrán estar debajo del Imperio y ser contrarias a todos movimientos que se recreciesen en perjuicio de la quietud de Italia. «25.º En la dicha Italia está el conde Galeote fuera de la concordia, por el perdón del cual algunos me han hecho grande instancia, pero no lo he querido perdonar, por la gravedad de los delitos hechos por él, y respeto de su parte adversa, que me ha sido buen servidor, y creo que no faltará quien os ruegue para que intercedáis que el rey de romanos, mi hermano, le perdone, y vos lo recibáis en gracia; pero parece que conviene, por los respetos así dichos, y agora se debe hacer menos, por haber venido a mis manos Placencia, y también ha sido su vida tal, y se ha metido tan adelante con Francia, que no se podría tomar confianza alguna de él. «26.º Cuanto a Francia, yo he hecho siempre todo lo que he podido desde que comencé a reinar, por vivir en paz con el rey francés difunto, y muy buenas obras por ello, y en su consideración hay pasados muchos tratos de 380
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paz y de tregua, los cuales nunca ha guardado, como es notorio, sino por el tiempo que no ha podido, revocar guerra o que ha querido esperar oportunidad de dañarme con disimulación; ni han aprovechado todos mis grandes beneficios hechos. Y lo que se puede imaginar y entender del rey moderno, su hijo, y de las pláticas que llevaba en todas partes, se comprende que está puesto en seguir las pisadas y heredar la dañada voluntad de su padre, y que los pasados reyes de Francia han tenido a los nuestros. Pero como quiera que sea, os aconsejo que miréis y tengáis grande advertencia de guardar con él paz, tanto cuanto pudiéredes, y señaladamente por el servicio de Dios, bien público de la Cristiandad, y por lo que importa a los reinos, Estados y señoríos que yo os dejare. Pero por cuanto se entiende ya que el dicho rey moderno no quiere pasar por los tratados hechos entre su padre y mí, y querría sin ratificarlos venir a hacer nuevos tratados, que innovasen los hechos, con fin de tornar tarde o temprano cuando pudiese hallar la oportunidad de contradecir las renunciaciones tocantes a los reinos de Nápoles y Sicilia, y los Estados de Flandres, Artois y Tornay, y el Estado de Milán, y otras cosas contenidas en los dichos tratados, y señaladamente de Madrid y Cambray, siempre os debéis firmar en que las dichas renunciaciones queden siempre y expresamente en su fuerza y ser, y en ninguna manera vais fuera de esto, porque todo lo he adquirido, os vendrá y pertenecerá con buen derecho y sobrada razón. Y si aflojásedes en cosa alguna de esto, sería abrir camino para tornarlo a poner todo en controversia, según la experiencia ha mostrado, que estos reyes, padre y hijo, y sus pasados, han querido usurpar de continuo de sus vecinos, y donde han podido, usado de no guardar tratado alguno, señaladamente conmigo y nuestros pasados, con achaque y color de no poder perjudicar a su corona; y pues esto es así, será mucho mejor, y lo que conviene, sostenerse con todo, que dar ocasión a ser forzado después de defender el resto, o ponerlo en aventura de perderse. «27.º Y pues vuestros pasados han sostenido lo de Nápoles y Sicilia, y también las tierras de Flandres contra los franceses, con ayuda de Dios, asimismo debéis fiar en él que os ayudará a guardallos, cuando los heredáredes, y os pertenecerán con sobrado derecho, como dicho es; y siendo más poderoso en la parte de Italia, con lo de Milán y Placencia, la adherencia que ternéis en aquella parte, y por lo semejante en la de Flandres, con lo que he acrecentado y añadido, es a saber, el ducado de Güeldres y señoríos de Utrech, Frisa, Overeriel y otros, con los cuales los Estados de allá son más poderosos, y teniéndolos unidos se podrán mejor sostener y defender. «28.º Y si os quisieren mover guerra en la parte de Italia, tenéis el dicho Estado de Milán fortificado, y será bien proveído de artillería, la que envío allí de la conquista de Saxa, y se podrá defender del primer ímpetu, que es lo que más se debe temer de franceses; si pensase pasar adelante hacia Nápoles, le 381
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sería muy difícil dejando atrás dicho Milán, con el embarazo que podrá haber en el camino de la parte de Florencia, y no se podrá ayudar de la mar, porque tendréis vos más fuerzas en ella, con las cuales se podrán resistir los dichos reinos de Nápoles y Sicilia, cuanto más que la ciudad de Nápoles está bien fortificada con dos buenos castillos, y también otras muchas tierras y castillos del reino, y proveyendo de artillería con la que asimismo envío a él. Y por semejante, el reino de Sicilia está fortificado, señaladamente las ciudades de Mecina y Palermo, y resistiendo el dicha primer ímpetu, doquiera que sea, como dicho es, franceses después vienen a perder el ánimo, y no pueden durar, según la experiencia siempre lo ha mostrado, allí y en todas partes. «29.º Y como dicho es, debéis tener advertencia de no dar ocasión al Papa, ni a venecianos, de rompimiento, tanto cuanto lo pudiéredes evitar. Y no es de creer que los unos ni los otros sean traídos fácilmente a romperos guerra con el dicho rey de Francia, por la poca confianza que según su costumbre saben que deben tener, y por no ponerse en gasto, y no arriscar sus Estados, con quien no pudiesen sostener, ni defendellos a la larga, y conocer los poderosos reinos, Estados y allegados, y que tenéis las fuerzas de mar, con las cuales podréis enviar siempre que fuere menester, socorro de gente, y haberlo así mismo de esta parte con el crédito que os dejaré en ella, y favor del rey de romanos mi hermano. Y aunque los de Nápoles hayan mostrado ser alterados postreramente todavía, todo bien mirado, no se ha visto cosa de que el Papa ni franceses hayan podido tomar fundamento, antes se ha entendido que los que han empezado la cosa, y de quien se tiene sospecha de infidelidad y querrían innovación, son pocos, y que la generalidad del reino está con la voluntad que conviene a buenos vasallos, y demás de esto los napolitanos tienen experiencia del mal sucedido por los dichos franceses. «30.º También se ha visto y experimentado, de la parte de Milán, que tampoco quieren en aquel Estado franceses, y si los dichos de Nápoles y Milán pueden descansar de las grandes guerras que a la verdad han sostenido hasta aquí, y con gobernarlos con buena justicia, de lo cual ternéis cuidado, ellos son y serán siempre buenos y fieles vasallos. «31.º Y aunque os sea necesario mirar en ahorrar tanto cuanto pudiéredes, según que quedaréis adeudado, y vuestros Estados alcanzados, no por esto se podrán excusar de tener siempre alguna gente española en Italia, y conforme al tiempo, y como viéredes los andamientos de franceses y otros que os podrían ser contrarios, porque será el verdadero freno para impedir innovamiento de guerra, y que no se hagan empresas para robar tierras, y al fin será allí al propósito de la necesidad, y si se ofreciere. Pero débese tener advertencia que la dicha gente se entretenga cuanto se podrá hacer, en las plazas y fronteras, donde parecerá ser menester haber guarda, y con el menos 382
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daño y trabajo de los súbditos y allegados a vos que ser pudiere, y que los que tendrán cargo de la dicha gente de guerra, se les haga vivir en obediencia y buena disciplina y regla, y que no den indebidamente ocasión de rompimiento ni desesperación en la parte donde se entretuvieron. «32.º Y siguiendo esto, si Dios fuere servido llevarme, he ordenado que la gente española que está acá, se pase al Estado de Milán, para que esté allí de respeto, y será a propósito para si algunos quisiesen hacer movimiento, y señaladamente franceses, y siendo allí, se terná siempre en la mano para todo lo que se pudiese ofrecer en Italia, y aun para tener los dichos franceses, que no muevan algo de nuevo en otra parte. Y en cualquier tiempo que Nuestro Señor dispusiere de mí, debéis hacer que lo de allí sea a recaudo, y proveído brevemente, y según viéredes la apariencia de algún movimiento. Y asimismo será bien tener apercebidas las fronteras hacia España, señaladamente a la parte de Navarra y Perpiñán, porque cuanto a la de Flandres, no hay que temer que de golpe franceses pudiesen hacer invasión de momento. «33.º Y cuanto a las galeras, no veo que se puedan dejar de entretener las de España, Nápoles y Sicilia, por la guardia ordinaria de los reinos y súbditos de ellos, y contra turcos y moros, que no se puede hacer tanta confianza de la tregua con el Turco que se deba dejar de tener las dichas galeras armadas, aunque no fuese sino para obviar las correrías de piratas y cosarios, cuanto y más por el respeto de franceses, y otros que quisiesen inquietar la Italia, o hacia España; y si se dejase el entretenimiento de las dichas galeras, no podría después ser a punto de la necesidad que sobreviniese. Y por esta misma causa tengo ser necesario no dejar las galeras de Génova, y que conviene, para entretener el favor de genoveses, y también que si se despidiesen podrían ir en manos de franceses, los cuales si se hallasen superiores en la mar de Italia, sería en manifiesto peligro, y asimesmo podría pasar trabajo lo de las partes de Cataluña y otras marítimas de España, y por esto no os debéis persuadir a dejar el entretenimiento de las dichas galeras, señaladamente por el gasto, porque aunque sea grande es peor evitar lo que podría suceder en mayor daño, si no fuese, que hubiese una buena seguridad de paz con Francia, y que no hubiese que temer del Turco, en lo cual no podemos ver experiencia ni apariencia alguna, antes se nos figura inconveniente sin el entretenimiento de las dichas galeras. «34.º Cuanto a las tierras de Flandres, ellas están fortificadas, y aún se fortifican con los deseños que he hecho hacer, y todos aquellos señoríos tienen la voluntad y fidelidad que se puede desear, y señaladamente los grandes de ellos, y con la redución de lo de Gante y castillo que se ha hecho en aquella ciudad, que se ha fortificado en Cambray, y no hay que temer de franceses, que puedan haber esperanza, así como antes se lo persuadían; y si 383
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ellos quisieren mover guerra hacia aquella parte, las dichas tierras podrán muy bien resistirles, y no faltarán de hacerlo, especialmente con que haya alguna suma de dinero de respeto, sea de las ayudas que se podrían haber de las mesmas tierras, y de otra manera, con que tengan esperanza de ser asistidas de vos, como será razón que lo hagáis, según viéredes la necesidad; y si ellas pueden descansar algún tiempo, sosternán el gasto que fuere menester allí. «35.º Sólo hay en la parte de acá el condado de Borgoña, el cual está apartado y muy lejos de los otros Estados y señoríos, y tanto, que sería cosa dificultosa y costosa socorrer el dicho condado de ellos; y así, he tenido siempre por bien que durante las guerras pasadas tratase y estuviese en neutralidad con franceses, y se favoreciese la liga hereditaria que tiene la casa de Austria con suizos, en la cual está comprendido el dicho Estado, y se debría hacer en caso de rompimiento. Pero como no hay que fiar en los dichos franceses, ni muchos de los suizos, por lo que quieren complacer a los dichos franceses, y también porque desearían haber en sus manos parte del dicho condado que está cerca de ellos, y señaladamente las salinas, he mandado fortificar la villa de Dolo, que es la cabeza del Estado, y empleado en ella las ayudas que en él me han otorgado, y vos debréis tener la mano que se acabe la dicha obra, y la de Grey, y que se repare el castillo de Ioulx y que se fortifiquen otras tierras y que los otros servicios que se harán sea para esto, y reparo y provisión de artillería y municiones y otros gastos por el tiempo que será menester, porque el dicho condado es el más antiguo patrimonio de la casa de Borgoña y a propósito de dañar franceses por aquella parte según la ocasión, y que los vasallos de allí han tenido y tienen siempre gran fidelidad, y hecho servicios a nuestros pasados, y vos podréis ser servido dellos, y así os encomiendo la fortificación, defensión y conservación del dicho Estado. «36.º Cuanto a la parte de España, no es de temer que franceses muevan guerra abiertamente en su nombre, ni aun asistir el señor de Albret, según que les han mal sucedido las pasadas, y que se les podría fácilmente resistir como se ha hecho hasta aquí, y si los dichos franceses pueden envadir en muchas partes, también temerán de lo mismo, y aun a ellos será imposible proveerse de gente de guerra, ni sostener el gasto en tantas partes, según se ha visto. «37.º Y cuanto a las Indias, debéis tener cuidado de mirar siempre si los dichos franceses querrían enviar armada hacia allá a la disimulada o de otra manera, y debréis apercebir los gobernadores de aquellas partes para que estén sobre aviso, y donde y cuando fuese menester conforme a ello resistir a los dichos franceses, y aunque ellos habían emprendido, muchas veces de ir allí, se ha visto que sus armadas no han durado, y demás de esto, cuando se las resisten luego aflojan y se deshacen, y así hace mucho al caso salirles presto a
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la mano, y debréis tener buena inteligencia con Portugal, señaladamente por lo que tocare a las dichas Indias y defensión de ellas. «38.º Y así no debéis en alguna manera hacer concierto con el dicho rey de Francia, con dar ni quitar cosa alguna de lo que ternéis y os pertenecerá, sino estar constante y guardarlo todo, y siempre sobre aviso, sin fiaros en plática de paz, ni palabra de amistad, y teniendo continua advertencia de fortificar y proveer lo que pudiéredes en todas partes, por ser a punto y aparejado para si os quisieren mover alguna guerra, defenderos, y que los dichos franceses no os puedan hurtar algo siguiendo su costumbre de hacerlo, señaladamente cuando muestran querer más asegurar, pero esto ofreciendo siempre a guardar los tratados pasados y buena amistad, y a estrecharla con medios razonables y conveniente seguridad, con presupuesto, y estando firme en lo que es dicho arriba; y haciéndolo así debéis confiar que Dios, como os había dado los dichos reinos, Estados y señoríos descargados de las querellas y pretensiones de dichos franceses, os ayudará a sostener y defenderlos, y no os mováis a hacer otra cosa por amonestaciones de quienquiera que sea, ni por necesidad o peligro de guerra que se os refiriesen en alguna parte. «39.º Y basta y aun es mucho dejar suspendido el ducado de Borgoña, proprio y verdadero patrimonio mío, por respeto de la paz y tratados hechos, y así no entiendo de renovar guerra por eso; pero vos no dejaréis ni disimularéis el derecho tan justo y tan favorable, que me pertenece y os pertenecerá, al dicho condado de Borgoña, todas las veces que se ofreciere hablar de la parte de Francia de las querellas que han expresa y debidamente renunciado, y con justa y bastantísima causa y razón. «40.º Y demás de esto, la restitución de Hesdin, que los dichos franceses deben hacer con razonable recompensa, en lo cual persistiréis cuando viéredes la ocasión; pero no por esto sólo me parece que debéis tornar en guerra, porque aunque el dicho Hesdin sea el propósito de las tierras de allá, no sólo es tanto, cuanto importa más evitar la guerra y los inconvenientes que de ello se podrían recrecer. «41.º Y por lo que más recelan los franceses, según continuamente se entiende, es de lo que ocupan al duque de Saboya, así de acá como de allá de los montes, en la restitución de lo cual he siempre persistido, cuando se ha platicado de estrechar la amistad con los reyes defunto y moderno de Francia, según era y soy obligado por lo que se debe a la autoridad imperial, y deudo que tengo con el dicho duque, y por el respeto de su hijo, mi sobrino, y de lo que tengo capitulado con el dicho duque, y que ha dicho de continuo absolutamente que no quería hacer concierto sin lo restituido señaladamente de Piamonte, el cual, como se entiende, piensan guardar para siempre los 385
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dichos franceses, tanto más hallo dificultoso y peligroso de hacer concierto, pues se debe tener por certísimo que los dichos franceses se obtienen y guardan el dicho Piamonte para desde allí poder turbar las cosas de Italia; y con fin de tornar a ocupar el Estado de Milán, sujetar a Génova, pasar a Florencia y hacer allí lo semejante, y después ir a Nápoles y a Sicilia, y se ve claramente por todas sus pláticas, que es ésta su intención y no se podría poner límite a su ambición, que se ha siempre entendido y han mostrado los dichos franceses atrevidamente. «42.º De manera que aquí concurre el perjuicio del Imperio, dar pie a franceses para poder turbar la Italia todas las veces que pudieren, y emprender contra los reinos y Estados que tengo allá y los demás allegados y amigos, y estar de continuo en gasto y cuidado, y no veo que pueda aconsejar tal concierto, y aun si entre ellos lo quisiesen hacer, consentillo hasta no poder más; y así, he tenido y tengo por mejor dejallo como está, que consentir o disimular cosa tan perjudicial al dicho duque, ni tan perniciosa y de tanto inconveniente; esperando que Dios podrá dar la vía para remediar esta inhumanidad y crueldad que padre y hijo han mostrado y muestran contra su propio tío y primo. «43.º Es verdad que tengo lástima de los dichos duque y príncipe su hijo, y de que queden tanto tiempo fuera de su Estado. Pero pues han sufrido esta injuria, violencia y daño fasta agora, menos mal es que se estén ansí, aún esperando en la voluntad de Dios que dará algún medio y camino para cobrar lo que es suyo, como dicho es, y reintegrar su casa tan antigua, que hacer algún concierto quitando o dejando la principal parte de ella, y apocarla tanto ellos mismos y ser causa de tantos males que podrían suceder de esto, y el dicho duque ha mostrado estar siempre en esta voluntad. Y a lo que dice y muestra el príncipe su hijo, no va fuera de ella, y señaladamente se ha conocido en la plática que se ha movido del matrimonio del dicho príncipe con la hija del de Francia, haciendo el cual tampoco se debría esperar restitución; pues el mismo rey de Francia la niega ya expresamente. Y es de creer que de contino se obstinará más en ella, con lo que se funda de haber heredado lo que su padre ocupó al dicho duque, y como el dicho rey de Francia sabe la gran sin razón que su padre de él y él han tenido y tienen, nunca se fiaban de los dichos duque y príncipes, antes por todas las vías y maneras que podía, el dicho rey quería abajar y sujetar los dichos duque y príncipes, y señaladamente, sin respeto de tal afinidad y matrimonio, como se ha visto y es la natura de los dichos franceses, y especialmente en la del señor de Albret, siendo casado con hermana del dicho rey difunto, y aunque el dicho rey difunto haya mostrado tomar ocasión de indignación con el dicho duque de Saboya, porque inclinase de mi parte, pero ya algunos años antes y desde que el dicho duque vino a heredar, el dicho rey y su madre le habían movido 386
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la querella, y pasado tan adelante hasta desafiarle y intimarle guerra para ocuparle su Estado, como lo ha hecho, y han declarado muchas veces el dicho rey y los suyos expresamente, de manera que su fin ha sido siempre de abajar y oprimir al dicho duque y tenerle sujeto, y añadir sus dichos Estados a Francia, y tener el camino abierto para tiranizar la Italia. «44.º Y yo, atendiendo a esto, fui siempre de parecer, y aconsejé, después que vine en rompimiento con Francia, y señaladamente, que me casé, que el dicho duque hiciese todo lo que pudiese por quedar neutral y temporizar con el dicho rey difunto y que se entretuviese con los suizos, lo que no hizo, de manera que franceses y ellos se concertaron, y le ocuparon su Estado de acá y de allá los montes, más por pasión y particular interese que por causa y respeto mío. «45.º Pero aunque esto haya sido sin mi culpa ni haber dado ocasión a ello, he favorecido siempre al dicho duque y asistido en todo lo que he podido, y obviado que no perdiese lo que le queda; y así haréis bien de continuar buena amistad con él, por el respeto del deudo que de ellos tenéis y de la voluntad que padre y hijo muestran y han mostrado, de observarla de su parte, y de favorecerlos y asistirlos en todo lo que podréis, señaladamente por la guarda y defensión de lo que el dicho duque tiene y posee, demás de por su respeto, por ser cosa que importa a la seguridad de las tierras y cosas de Italia, especialmente del Estado de Milán. «46.º Y cuanto a las pensiones que he constituído a los dichos duque y príncipe para ayuda de su entretenimiento, haréis en lo venidero lo que buenamente podréis, porque cuanto a lo pasado se debe contentar, pues no se ha faltado a lo que se ha podido, y que cuando otorgué la pensión al dicho duque, fue pensando que ella se cobraría del Estado de Milán, estando por entonces de manera que se podía cumplir; pero con la continuación de la guerra y sospecha de ella, y señaladamente por las cosas del Piamonte, y sostener y defender las tierras del dicho duque, hanse recrecido continuamente muy grandes gastos, y tantos, que no se ha podido hacer más con él, ni en lo venidero podría el dicho Estado sufrir tanto peso, y os podréis con razón y honestidad excusar de lo pasado con lo que se ha hecho; y en lo venidero, con decir que haréis lo que podréis. Y cuanto al dicho príncipe, será bien que proveáis la continuación de su pensión o parte de ella, según viéredes la necesidad que convenga y tuviéredes la posibilidad. «47. Y cuanto a lo que toca a asistirles para cobrar sus Estados, debéis tener en ello mucho miramiento, y no os dejar persuadir a que ellos comiencen guerra por esto, ni que vos os metáis en ella, sin ver primero que haya buen fundamento y oportunidad, sea con el favor y asistencia del 387
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Imperio, y que franceses fuesen impedidos con ingleses, o de otra manera; que se viese ser la cosa muy a la mano, y señaladamente teniendo ojo a los suizos, y que vuestros reinos, Estados y señoríos no se aventurasen, y no se ve que esto se pueda hacer en algunos años, según están las cosas de esta Germania, y que es verisímil que los ingleses disimularán con los franceses durante la menor edad de su rey, y también por lo que es necesario y forzado que los dichos reinos y Estados que dejaréis descansen. Y demás de esto, cuando se debiese hacer, debréis mirar que franceses no puedan tomar achaque, que vais contra los tratados, ni se os pueda imputar que seais causa de revocar la guerra de la Cristiandad, y en perjuicio del bien público de ella. Y si los dichos duque y príncipe no quisieren esperar la coyuntura u oportunidad que Dios querrá enviar a sus Estados, sino concertarse con franceses, no obstante las razones y consideraciones antedichas, y viéredes que no lo podréis estorbar, en tal caso miraréis que la cosa se haga con más provecho y menos daño de ellos que ser pudiere, y ternéis advertencia de os asegurar en todo lo que hubiere lugar, por lo que toca a las cosas de Italia, y señaladamente por lo de Lombardía, como Milán, Génova, Monferrat y Florencia y otros aliados y amigos; y de manera que todos vean y conozcan que habéis tenido cuidado tal que conviene de vuestra seguridad y de ellos. «48. Y porque he capitulado con el dicho duque y prometido de cobrar libremente las rentas de sus tierras, en las cuales hay gente de guerra mía y no tengo otro fin en esto, sino por lo que toca a la guardia y seguridad mía y suya, ternéis cuidado de entretanto que será menester haber guardia en las dichas tierras, dejar gozar de ellas al dicho duque, conforme al tratado, mirando primero de no alzar la mano de la dicha guardia, señaladamente de las tierras más importantes. Pues se podrá tener por cierto que haciéndose concierto con los dichos franceses, ellos lo cobrarían después, aunque no quisiese el dicho duque príncipe, de manera que esto toca a su proprio bien. Y demás de esto, no sería razón que hubiese yo defendido las dichas tierras en tiempo de su enemistad con franceses confiando de los dichos duque y príncipe, y que después se perdiesen por ellos, y me sucediese de esto inconveniente, sin pretender otro de las dichas tierras, sino de ser asegurado de ellas, como dicho es. «49. Y entre otras tierras y fortalezas ternéis cuidado del castillo de Niza, y que los que ternán cargo de él sean a vuestra devoción, y si es posible os hagan juramento de no consentir que franceses se apoderen y valgan de la dicha plaza, por ser ella muy importante. «50. Y aunque se haga el dicho concierto, no dejaréis por ello de tener por amigos los dichos duque y príncipe, pero con que tengáis siempre advertencia
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que franceses harán todo lo que podrán por desviarlos y apartarlos de vuestra amistad. «51. Tendréis cuidado, de entretener amistad con los ingleses, y de guardar los tratados hechos entre el padre difunto del rey moderno y mí, porque esto importa a todos los reinos y señoríos que yo os dejare, y será también para tener suspensos a franceses, los cuales tienen muchas querellas con los dichos ingleses, así por lo de Bolonia como de las pensiones y deudas; y se tiene por difícil que puedan guardar amistad entre ellos que dure. Y demás de esto, es verisímil que el rey de Ingalaterra, que ahora es mozo, viniendo en edad, habrá sentimiento de las cosas que han hecho y harán franceses contra él en perjuicio durante su menor edad; pero miraréis de no os empachar en ello, tanto cuanto pudiéredes, y os firmaréis siempre en los tratados que tenemos hechos con los unos y con los otros, y señaladamente no haréis ni tratéis con los dichos ingleses cosa alguna que direta o indiretamente pueda ser contraria de nuestra santa fe y autoridad de la Sede Apostólica. «52. Y cuanto a los escoseses, si se puede concertar con ellos por lo que toca a la seguridad de la contratación y navegación, no hay que hacer en lo demás en aquella parte. «53. Cuanto al rey que posee a Dinamarca será bien que entretengáis el tratado, hecho con el fin de no entrar en querella. Por lo que toca al rey Christierno y nuestras sobrinas, por las cuales, y concertarlas con el dicho rey, haréis todo lo que pudiéredes, y por el buen tratamiento del dicho rey, pero de manera que no venga en libertad tal que procediese tornar a renovar guerra ni hacer daño a los Estados de Flandres, como otras veces. «54. Demás de lo de arriba, va muy mucho por la seguridad y quietud de los reinos, señoríos y Estados que os dejare, que pues no podéis ser presencialmente en todos, ni visitar muchas veces como convenía, que ellos sean continuamente proveídos de buenos visorreyes y gobernadores, que tengan cuidado de entretener los súbditos en justicia y policía, y que sean calificados para ello, y la buena gobernación de los dichos reinos y Estados, cada uno según lo que se le encomendare, y demás de esto, que tengan continuo cuidado de la guardia y seguridad de ellos, y vos tendréis gran miramiento que hagan y ejerciten sus oficios como conviene, y no excedan sus instruciones, ni usurpen más autoridad de la que se les diere, y que sepan que haciendo el contrario seréis deservido y descontento de ello, y que no lo sufriréis, y lo mandaréis remediar muy de veras como quier que sea, y aunque no debréis creer las quejas, si algunas se hiciesen, de los dichos virreyes o gobernadores, no dejaréis de entendellas y informaros de la verdad, porque no
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lo haciendo sería dar ocasión a que los dichos virreyes o gobernadores fuesen más absolutos y a los vasallos de desesperarse. «55. Y señaladamente, cuanto al gobierno de las Indias, es muy necesario que tengáis solicitud y cuidado de saber y entender cómo pasaran las cosas de ahí, y asegurarlas para el servicio de Dios y para que tengáis la obediencia que es razón, con la cual las dichas Indias serán gobernadas con justicia, y se tornen a poblar, y rehacer, y para que se obvie a las opresiones que los conquistadores, y otros que han sido allá con cargo y autoridad y so color de esto, y con sus dañadas intenciones, han hecho y hacen para que los indios sean amparados en lo que fuere justo, y tengáis sobre ellos y los dichos conquistadores, y sus haciendas, la autoridad, superioridad, preeminencias y conocimiento que es razón y conviene para ganar y haber la buena voluntad y fidelidad de los dichos indios, y que el Consejo de las Indias se desvele en esto sin otro algún respeto y como cosa que importa muy mucho. «56. Y cuanto al repartimiento de los indios, sobre lo cual ha habido diversas informaciones y procesos, y se ha platicado muchas veces, y tenido diversos pareceres y respetos, y últimamente ejemplo, y mandado a don Antonio de Mendoza nuestro visorrey en la Nueva España para que se informase y enviase el suyo, como habréis entendido, la cosa es de mucha importancia para agora y en lo venidero, y será bien que tengáis grande advertencia en la determinación que en esto hiciéredes, por los respetos tocados en este otro capítulo de arriba, y así, no dejéis, habida la dicha información, de examinarla muy bien, y aun consultar todo el negocio con hombres de buen juicio, y que entiendan las cosas de allá, y que tengan principal fin y respeto de la preeminencia real, y lo que toca al bien común de las dichas Indias, y que con esto el repartimiento que se hará sea moderado y menos perjudicial que se pudiere. «57. Allende de esto, la cosa que más entretiene los vasallos y súbditos de cualquier nación que sean en la fidelidad de sus señores, es ver que tienen hijos, en que consiste la firmeza de los Estados, con esperanza de haber cada uno de ellos señores de quien puedan ser gobernados, y tanto más por lo que toca a las dichas tierras de Flandres. Y por esto me parece no solamente conveniente, pero necesario, que os tornéis a casar, tomando parentesco y partido conveniente al bien público en cuanto se podrá hacer, y del cual con la ayuda de Dios podáis haber hijos, señaladamente por la consideración arriba dicha, y así por el amor paternal que os tengo, y lo que quiero a los dichos Estados, os aconsejo y ruego que lo hagáis. «58. Y no os quiero apremiar al partido que debréis tomar, pero bien os aconsejo en ello principalmente miréis al servicio de Dios y bien público de la 390
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Cristiandad, beneficio y satisfacción de los dichos reinos y Estados, y si el casamiento con la hija del rey de Francia se pudiese concertar, y con la firmeza de las cosas tratadas, y restitución de lo del duque de Saboya, y bastante seguridad, me ha parecido y aún parece, que sería lo que convendría. Y si esto no ha lugar, me parecería podría convenir la princesa de Albret, con tanto que se tratase de manera que se quitase la diferencia y pretensión sobre el reino de Navarra, y con medios convenientes, y que se pudiese sacar la dicha princesa de Francia, porque aunque los franceses tuviesen de esto sentimiento, viendo la cosa hecha es de creer que lo disimularán por os ver más fuerte, con lo que tiene el señor de Albret, y no habiendo forma de poder volver de golpe hacia allá, y que ni por esto se dañaría más de lo que está la voluntad de los franceses, no debríades dejar de entrar con él, por lo que se ha algunas veces apuntado de la diferencia que podría ser de los hijos de este matrimonio, lo cual todo bien examinado no tiene fundamento, y se entiende que la dicha princesa es de buena disposición, virtudes, cuerda y bien criada. «59. Pero si uno de los casamientos susodichos no se puede hacer, no veo por agora otro partido sino de la una de las hijas del rey de romanos mi hermano, o de la infanta hija de mi hermana, la reina viuda de Francia. Y como estos partidos no son menester para estrechar amistad y deudo, lo que más convendría sería quietar y juntar otra amistad con los respectos susodichos, y si no, os remito de escoger el partido que os satisfaciere. Mas pues la voluntad que tengo a ambas sobrinas es una solamente, ruego a Dios que acertéis por lo mejor. «60. Y cuanto al matrimonio de mis hijas vuestras hermanas, y señaladamente de la mayor, después de examinado, y pesando todo lo que en ello se ofrece, no veo para ella partido más a propósito, y aún que convenga, como el del archiduque Maximiliano mi sobrino, porque cuanto a lo que he hablado de casarla en Portugal con el príncipe mi sobrino, ni las edades convendrían, ni sería honesto ni razonable ir contra lo que se ha tratado de su hermana del dicho príncipe de Portugal, antes en perjuicio suyo, siendo este partido muy conveniente a las edades, y todo lo demás, como lo será el de vuestra hermana mayor con el dicho duque Maximiliano, y de gran contentamiento a mi dicho hermano. Las cosas del cual, como se ha dicho arriba, se han proveído y remediado de manera que el dicho duque quedará muy bien, y el padre y él ternán más satisfación a todo lo que os tocare para lo de Italia, y la parte de Flandres, y ansí nos firmamos en que se haga con la bendición de Dios, y siguiendo lo que sobre esto, Nos y la Emperatriz, que sea en gloria, habíamos considerado por nuestros testamentos, y constituyéndole la dote y las sumas contenidas y ordenadas por nosotros en ellos. Y cuanto a lo que se había mirado por los dichos testamentos, por lo que toca a las tierras de Flandres y Borgoña, habiendo después pensado más 391
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en ello cuanto a la importancia de los dichos Estados, y que convienen a vuestra grandeza, y que demás he conquistado el ducado de Güeldres y unídolo a ellos, estamos en que los guardéis, confiando en que Dios dará más hijos, y os ruego y encargo muy mucho que este matrimonio se efectúe lo más presto que ser pudiere, teniendo respeto a que vuestra dicha hermana es de edad, y que como dicho es, no se ofrece otro partido tan conveniente. «6l. Demás de esto, ofreciéndose vuestra venida acá, podréis traer con vos la dicha vuestra hermana, y no se podría haber ocasión ni medio más conveniente para que venga honradamente, y como se requiere a su calidad, y aunque no vengáis vos, no se debrá dejar su venida, ni diferir más el dicho matrimonio; y así, os ruego que tengáis por bien que se haga, y os lo encomiendo y encargo cuan encarecidamente puedo. «62. Ansimismo se ha platicado muchas veces que haciéndose este matrimonio del dicho mi sobrino el archiduque de Austria Maximiliano con vuestra hermana mayor, se le podría encomendar el gobierno de los Estados y tierras de la parte de Flandres, porque como se ha visto y entendido, los de allí no pueden bien ser gobernados por extranjeros, ni tampoco entre los de la misma nación se podría hallar persona a este propósito, ni sin invidia, y así será siempre proveído de alguno de nuestra sangre. Pero no se ha dejado de apuntar que metiendo al archiduque en este cargo, no faltaría quien pusiese en su cabeza de tener fin y emprender de quedarse con los dichos Estados, y por no poder vos residir en ellos, muchas veces la gente de ellos sí se podrían aficionar a los dichos archiduques y vuestra hermana, tanto más dándoles Dios hijos, todavía siendo la cosa tan grande y de tanta importancia, se podrían dejar persuadir con él. Y por esto no he querido tomar en ello resolución hasta vuestra venida, y que hayáis visto la importancia de las tierras, y que conozcáis al archiduque Maximiliano. Es verdad que si se pudiese acabar con la reina viuda de Hungría, mi hermana, continuase el dicho cargo, que ha tanto tiempo tenido, sería lo que más convenía, porque ella lo ha hecho muy bien en paz y en guerra. Pero está puesta en descargarse de él, y, en fin, se remitirá todo hasta vuestra venida, placiendo a Dios. «Y cuanto a mi segunda hija, vuestra hermana, debéis efectuar en su tiempo el matrimonio de ella con el príncipe de Portugal, como está concertado, por guardar buena fe, y ser lo que conviene a la Corona de España y al deudo y amistad que se debe a Portugal, a la observación de la cual tendréis siempre buena advertencia, según la afición que el rey mi cuñado ha de continuo mostrado de su parte a ello, y también el infante don Luis, y el cardenal, y lo que se debe a la reina mi hermana, que he hallado en todo lo que se ha ofrecido muy aficionada a mí y a todas mis cosas.
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«Lo mismo siempre he hallado en la reina viuda de Francia y en la reina viuda de Hungría, mis hermanas, y tengo por cierto que entrambas y cada una continuará esta voluntad con vos, y así, recíprocamente debéis corresponder, y tenellas siempre por buenas tías, y favorecellas en todo lo que pudiéredes, y os lo ruego, y os las encomiendo. Y por la fin, os encomiendo muy mucho la observación y cumplimiento de mis testamentos y codicilos, y también los de la Emperatriz, que Dios haya. Y así, por lo que toca a nuestras almas, mandas pías, como en lo demás, yo confío que lo haréis enteramente como buen hijo, y lo merece la paterna voluntad que os habemos tenido y tengo, y ruego a Dios que os ampare de su mano, enderece y guíe vuestros deseos a su servicio, y para bien reinar y gobernar, y finalmente alcanzar la gloria con mi bendición. -De Augusta a 19 de enero de 1548.»
- VI Tiene Cortes el príncipe en Valladolid, con poco gusto. -Déjase el antiguo servicio de la casa real de Castilla y toma el de la de Borgoña. Quiso el príncipe don Felipe, antes que partiese de Castilla, llamar el reino y darle cuenta de su partida y de la voluntad del Emperador, su padre, que era, que el príncipe Maximiliano quedase por gobernador en ella. Vinieron a estas Cortes los procuradores de las ciudades; juntáronse en Valladolid. Ellas no fueron de mucho gusto, porque Castilla lleva mal las ausencias de sus príncipes. Aquí se pidio por parte del reino, que él desempeñaría la especería de las Molucas, porque se la dejasen gozar seis años solamente, mas el Emperador no lo quiso hacer. Puso casa al príncipe a la borgoñona, desautorizando la castellana, que por sola su antigüedad se debía guardar, y más no teniendo nada de Borgoña los reyes de Castilla. Y a 15 de agosto de este año se comenzó a servir a la borgoñona. Servía de mayordomo mayor el duque de Alba, acompañado de don Pedro de Avila, marqués de las Navas; don Pedro de Guzmán, conde de Olivares; Gutierre López de Padilla y don Diego de Acevedo, mayordomos del príncipe, los cuales salieron ricamente vestidos. Y lo mismo los gentileshombres de la boca. Fue caballerizo mayor don Antonio de Toledo, de la Orden de San Juan, y tuvieron la Cámara don Antonio de Rojas, Ruy Gómez de Silva, don Juan, conde de Cifuentes; don Juan de Benavides y don Fadrique de Toledo, comendador mayor de Calatrava. Don Gómez Figueroa, que después heredó el condado de Feria, fue capitán de la guarda española, y de la alemana, un tudesco, y de los archeros, el conde de Horne. Fueron de la boca muchos mayorazgos y principales caballeros.Hízose 393
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este día el servicio de plato con reyes de armas vestidos de cotas reales y mazas, con real ceremonia y aparato.
- VII Esperaban en Castilla al príncipe Maximiliano. Sálele a recibir el condestable de Castilla. -Despósanse Maximiliano y María. Ya se sabía la venida del príncipe Maximiliano, aunque despacio, porque le habían dado unas cuartanas que le fatigaban, lo cual fue causa que se dejasen las fiestas que se habían ordenado, y también por ser tarde, y no poder dilatarse el viaje del príncipe, que ya era el mes de setiembre, y mediado, cuando Maximiliano llegó a Valladolid. El príncipe encomendó su recibimiento y boda a don Pedro Fernández de Velasco, condestable de Castilla, el cual mostró bien quién era en la magnificencia y grandeza con que recibió al príncipe, haciendo lo que siempre sus pasados hicieron en servicio de los reyes. Salió el condestable con gran acompañamiento de señores deudos y amigos suyos, ricamente aderazado. Y por buena diligencia que el condestable puso para topar con el príncipe Maximiliano en la raya de Castilla y Aragón, había caminado tanto, que el condestable le halló en la villa de Olivares, cinco leguas de Valladolid, donde le hizo uno de los más altos recibimientos que nunca señor hizo a príncipe. Sabiendo el príncipe que Maximiliano era llegado a Olivares, le salió a recebir y visitar tomando la posta, acompañado del duque de Alba y del almirante de Castilla, y del duque de Sesa y de otros grandes señores y caballeros. Y habiéndose recibido y tratado con el amor y cortesía que entre tan grandes príncipes, y tan deudos, convenía, tornóse el príncipe a Valladolid para recibirle públicamente otro día, que fue su entrada, la cual, y el recibimiento que se le hizo, fue con la solemnidad que a tan gran príncipe se debía. Llegado a palacio, se desposó aquella noche con la infanta doña María, por mano de Cristóforo Madrucho, cardenal y obispo de Trento, príncipe del Imperio, que desde Alemaña le venía acompañando, ratificando el desposorio que antes había pasado en Aranjuez por mano de don Juan Martínez Silíceo, arzobispo de Toledo, en virtud de los poderes que había dado el príncipe Maximiliano, que Tomás Perrenoto, señor de Chantonai, su camarero, había traído. El día siguiente a la mañana, el cardenal dijo la misa y los veló. Y al cabo de tres o cuatro días que fueron casados, se representó en palacio una
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comedia de Ludovico Ariosto, en la forma de teatro y cenas que los romanos solían representar, que fue cosa real y suntuosa.
- VIII Parte el príncipe de Valladolid, y su viaje a Flandres. -Viaje del príncipe, de Calvete. Primero de octubre deste año, partió el príncipe don Felipe de Valladolid, dejando por gobernadores de Castilla y Aragón a sus hermanos los príncipes recién casados. Acompañaron al príncipe en este viaje el duque de Alba y el duque de Sesa, don Antonio de Toledo, caballerizo mayor; Ruy Gómez de Silva, don Juan de Benavides, gentileshombres de la Cámara; el conde de Cifuentes, don Fadrique de Toledo, hijo mayor del duque de Alba; don Pedro de Guzmán, conde de Olivares, bien nombrado en esta historia, el cual fue por su mayordomo, con su hijo don Enrique de Guzmán, que era paje del príncipe, a quien todos conocemos, y sabemos con cuánto valor y honra de la nación fue embajador en Roma, virrey de Nápoles y Sicilia, y es conde de Olivares. El marqués de las Navas, también mayordomo; Gutiérre López de Padilla, don Diego de Acevedo, don Gómez de Figueroa, capitán de la guarda española, y Reimonde de Tassis, correo mayor del Emperador. Fue su camino por Quintanilla, Aranda de Duero, Burgo de Osma, Monteagudo, donde es la raya de Castilla con Aragón, y el duque de AIba tuvo una triste nueva de la muerte de su hijo primogénito don García de Toledo. Llegó el príncipe a Zaragoza; posó en las casas del conde de Morata, don Pedro de Luna, virrey de Aragón. De Zaragoza fue derecho a Nuestra Señora de Montserrate, monasterio de mi Orden; entró en él a 10 de octubre. Aquí se detuvo otro día y confesó y comulgó, que fue siempre este príncipe devotísimo de esta imagen, como debe decir en su historia quien la escribiere bien. Aquí llegó por la posta don Francisco de Avalos, marqués de Pescara, hijo de don Alonso de Avalos, marqués del Vasto, tan nombrado y señalado en esta historia. Venía desde Italia en las galeras de Nápoles, con don García de Toledo, para acompañar a Su Alteza. El príncipe le recibió con la cortesía y amor que merecía tan gran caballero. A 13 de octubre bajó el príncipe de Montserrate y fue a Barcelona. Aquí le recibió don Juan Fernández Manrique, marqués de Aguilar, que era virrey y capitán general de Cataluña, y don Bernardino de Mendoza, capitán general de las galeras de España, con toda la nobleza de aquella ciudad. Posó en las casas
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de doña Estefanía de Requeséns, viuda, que fue casada con don Juan de Zúñiga, ayo del príncipe, comendador mayor de Castilla y del Consejo de Estado del Emperador. Detúvose el príncipe tres días en Barcelona; de allí fue a Rosas, donde le esperaba el príncipe Andrea Doria con la armada. De allí pasó a Girona; entró con pompa y aparato real. A 19 de octubre entró en Castellón de Ampurias, que es del duque de Segorbe. Aquí estaban infinitos caballeros esperando para embarcarse y acompañar al príncipe en esta jornada. Hay de este viaje un libro particular que escribió Cristóbal Calvete Estrella, criado del mismo príncipe; quien más quisiere de lo que aquí diré, allí lo podrá ver. Sólo digo que no sé qué príncipe del mundo ni qué emperadores romanos jamás gozaron de tantas fiestas ni triunfos como los que se hicieron al príncipe en esta jornada por toda Italia, y en lo que toca de Alemaña y Flandres.
- IX Llega el príncipe a Bruselas. -Viuda memorable, doña Estefanía de Requeséns. -Tratan de jurar al príncipe en Flandres. -Muerte del papa Paulo III, y algo de sus condiciones. Notable pobreza del Papa. -Julio III, nuevo Pontífice, aficionado al Emperador. Llegó el príncipe a Bruselas, y al apearse en el palacio imperial, ya noche, la luz de las hachas era tanta, que parecía de día. Fue recibido de las reinas viudas de Francia y de Hungría, sus tías, con gran amor y sumo gozo. Juntas las dos tías, llevaron el príncipe al Emperador, que estaba en su aposento esperándole. El recibimiento entre ellos fue cual se puede pensar entre tal padre y tal hijo. Los regocijos y fiestas ya he dicho quién los escribe, que fueron tantos y tales que merecen particular historia. Acabadas las fiestas de Bruselas, algunos caballeros españoles trataron de volverse, como lo hizo el conde de Luna, por haber muerto la condesa su mujer y don Luis de Requeséns, comendador mayor de Castilla; porque era fallecida doña Estefanía de Requeséns, su madre, la cual, consumida de una continua tristeza y dolor tan grande que recibió de la muerte de don Juan Zúñiga, comendador mayor de Castilla, su marido, vivió tan poco, que con razón la pueden llamar otra Alcestis o Evadne, o aquella Porcia Romana, mujer de Marco Bruto, así en el amor conyugal como en otras virtudes que doña Estefanía tuvo.
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Después destos caballeros, se partió el duque de Sessa por la posta a Italia, a visitar sus Estados en el reino de Nápoles. Casi en fin de junio partió el almirante de Castilla, y muchos con él, para España, y en aquella sazón se supo la resolución de lo que el Emperador trataba con los Estados de Flandres, sobre jurar al príncipe; los cuales todos, en conformidad, respondieron que, siempre que fuese servido, jurarían por su señor y príncipe futuro a don Felipe, príncipe de España, su hijo, con la cual nueva todos los señores y caballeros se pusieron en orden y se aderezaron ricamente para acompañar al Emperador y a las reinas y príncipe por todas las ciudades, villas y lugares de los Estados de Flandres, en las cuales habían de recibir y jurar al príncipe por señor y legítimo sucesor del Emperador Carlos V, Máximo. Comenzó el príncipe este camino de ir a visitar todos estos lugares para ser jurado en ellos, por la villa de Lovaina, cabeza del ducado de Brabante y provincia de la Galia Bélgica, y de aquí fue discurriendo por los lugares y ciudades, donde se le hicieron grandísimas fiestas y le juraron de manera que los Estados que hasta aquí eran como bienes partibles, quedaron vinculados y hechos mayorazgo y herencia forzosa del heredero mayor. Después que el príncipe volvió de tan largo viaje y fue jurado en todos los Estados de Flandres, hizo asiento en Bruselas, donde estaba el Emperador, su padre. Quisieron hacer fiestas los caballeros mozos, las cuales se suspendieron porque cayó malo el Emperador, y llegó nueva que el papa Paulo III había muerto en Roma a 10 de noviembre, víspera de San Martín. Murió este Papa de puro frío, en cinco días, y en edad de ochenta y dos años, y sin tener un cojín (siendo riquísimo) sobre que le pusiesen la cabeza sus lacayos, cuando le llevaban muerto al palacio sacro; cosa digna de notar, no porque un cuerpo, muerto haya menester almohadas, sino por lo que requiría la dignidad. Guíalo Dios así para nuestro ejemplo y consuelo, porque era este Pontífice muy polido y regalado, y tenía otras curiosidades que pararon en esto. Lo demás de su vida no me toca escribirlo. Sólo digo que él tuvo al Emperador más miedo que amor, y que en el alma tenía la flor de lis; codició demasiado lo de Parma y Placencia y quiso comprar a Milán, como queda dicho. Sucediéndole en el Pontificado Juan María, cardenal de Monte, varón virtuosísimo, por lo cual fue elegido con voluntad de todos, llamóse Julio III. El avisó luego con un proprio al Emperador, ofreciéndosele mucho; y el Emperador mandó luego despachar a don Luis de Avila y Zúñiga, comendador mayor de Alcántara, gentilhombre de su Cámara, para que fuese a Roma y en su nombre visitase al Pontífice, y le diese el parabién de su suprema dignidad, donde Dios le había puesto y colocado. Y poco después que don Luis había partido, envió el príncipe a don Gómez de Figueroa,
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capitán de su guarda española, para que de su parte visitase al Pontífice y diese el parabién.
-XNotable esterilidad y carestía deste año en Castilla. Hube por mi ventura un librillo de mano en que con toda curiosidad escribió un autor de aquellos tiempos todas las cosas dignas de memoria sucedidas desde el año de 1500 hasta 1556. No dice el día ni el mes, mas dice el año sin faltar punto; no las prosigue más de hacer memoria con tanta brevedad, que los cincuenta y seis años no ocupan diez pliegos de papel. Hame ayudado mucho para ir seguro y cierto de que va cada cosa en su proprio tiempo, y para algunos puntos curiosos, que si bien se digan con brevedad, recibirá gusto el curioso en saberlos, y más lo que toca a nuestra patria. Dice éste que el año de 1548 fue muy seco en Castilla, falto y caro; que valió en Valladolid a siete maravedís la libra de la vaca, y la del carnero a diez y medio, y la del aceite a diez y nueve, y valiera mucho más si no fuera por la ballena. Valió a veinte y uno la libra de las velas de sebo, y a doce la de peras, uvas y ciruelas, y a cuatro maravedís la carga de agua, y a otros cuatro el harnero de paja; dice precios «que nunca se han visto en Castilla». Menudencia parece ésta para historia tan grave, pero si la historia es maestra de la vida humana, hasta estas poquedades ha de sufrir para que vea España el estado de las cosas presentes cuán diferente está dentro de tan pocos años, pues agora cincuenta y cuatro tenían por precios excesivos los que dije, y agora son doblados, habiendo los mismos años, la misma tierra, los mismos ganados, la mesma gente y aun menos, y tanto dinero de las Indias entonces como viene agora. Este secreto, el que lo alcanzare lo diga. Si está en el desorden de los vestidos y aderezos de casas y otros embarazos en que se han metido los castellanos, y la vida ociosa de las mujeres, peligrosa para la honestidad y profana, que no tratan de más que galas. Año 1549
- XI Juran a Maximiliano en Bohemia. -El Consejo Real contra los que sacan moneda del reino. -Nacimiento de la reina doña Ana en Cigales. -Llevan el cuerpo de la princesa doña María de Portugal a Granada. 398
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Vino correo el año 1549 al príncipe Maximiliano, que residía en Valladolid, cómo los bohemios, dejando su antigua costumbre y libertad de elegir rey como quisiesen, le habían jurado por su rey, y señor natural, que de la mesma manera lo hubiesen y heredasen sus hijos y descendientes. En este mesmo año, siendo ya el daño intolerable, hizo grandes diligencias el Consejo Real contra los que sacaban moneda del reino. Tomó los libros a todos los mercaderes de Castilla; no se pudo averiguar, si bien se entendía que extranjeros y naturales eran culpados en esto, como lo son agora, y tan sin remedio, que con haber venido de las Indias montes de oro y plata, está tan pobre como la más triste provincia del mundo. Y fuera de España se venden sus doblones, y los reales, y se trata en ellos, y que tan antiguo es este mal, y tan sin remedio. También pedían los moriscos de Valencia que los dejasen vivir en la ley de Mahoma; que la ley de Cristo no se ha de tomar por fuerza; sus señores no los desfavorecían, porque el interés puede más que Dios entre los ruines. En el mes de octubre deste año 1549, doña María, reina de Bohemia, mujer de Maximiliano, parió en Cigales, lugar dos leguas de Valladolid, a la infanta doña Ana, que después fue reina de España y madre dichosa del rey don Felipe, III de este nombre, nuestro señor. En Valladolid, a seis de marzo de este año, sacaron de San Pablo el cuerpo de la princesa doña María, mujer primera del príncipe don Felipe y madre del desgraciado príncipe don Carlos, para llevarlo a Granada; y consultaron con el serenísimo rey de Bohemia, que gobernaba estos reinos, la manera en que había de ser. El acompañamiento se ordenó así: el rey de Bohemia, luego los grandes y personas de título y perlados a su mano derecha; y a la izquierda, en pos de ellos, el Consejo Real de Castilla a una parte y a otra. Después, a la mano derecha del Consejo, los del de Aragón; y luego el Consejo de Indias y Consejo de Ordenes; y a la izquierda del Consejo de Castilla, la Inquisición, y luego el presidente y oidores de la Chancillería, y junto a ellos, los contadores mayores y contadores de cuentas. Después de todos éstos, los oficiales destos tribunales, por la misma orden y precedencia. Agraviáronse el presidente y oidores, y los del Consejo de Indias y otros; por lo cual no efectuó, y por eso salieron con el cuerpo el rey de Bohemia y los grandes y señores de título y perlados, y sólo el Consejo Real de Castilla. Año 1550
- XII -
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Fiestas que hace el príncipe el día que nació el Emperador. -Difiere el Emperador la Dieta de Augusta para 25 de junio. Estaba el Emperador en Bruselas en el principio deste año de 1550, con deseo de dar la vuelta en Alemaña, porque las cosas de la religión tornaban a turbarse de la manera que comenzaron. Deteníale la falta de salud y el ser fuerza dar asiento en las cosas de Flandres y sus Estados, para los cuales fue llamado el príncipe don Felipe su hijo. Día de Santa María (que es a 24 de febrero) de este año de 1550, por ser día en que había nacido el César, quisieron el príncipe y los caballeros cortesanos solemnizarlo; salieron a la plaza ricamente armados, y corrieron sus caballos con mucha gallardía. Hubo una justa real entre españoles y flamencos, y ensayándose antes de entrar en ella el príncipe, se vió en peligro de sucederle una gran desgracia, porque don Luis Requeséns, comendador mayor de Castilla, le acertó a dar un golpe de lanza en la cabeza tan recio, que por ser la celada justa y la lanza de madera dura y mala de quebrar, le dejó sin sentido y puso en cuidado a todos; de lo cual salieron presto, porque el príncipe volvió en sí quedando sin lesión ni dolor alguno. A 13 de marzo escribió el Emperador a los príncipes y ciudades de Alemaña, que con la venida del príncipe su hijo estaba embarazado y con su poca salud detenido, y también la muerte del Papa y rigor del invierno, por las cuales causas no había podido ni podía volver tan presto como quisiera; mas que dándole Dios salud y fuerzas, él se pondría luego en camino; y que así, difería la Dieta para 25 de junio en Augusta. Que les pedía se hallasen este día allí todos o, no podiendo, enviasen sus procuradores con poderes bastantes, porque deseaba y convenía así acabar de una vez, asentar las cosas del Imperio, principalmente las que tocaban a la religión, que tan estragadas estaban, que ya en muchas partes no querían guardar aún lo que en el librillo del Interin se había, con acuerdo de la Dieta, ordenado, hasta que en el Concilio universal se determinase lo que todos habían de tener y guardar.
- XIII Quería el Emperador volver en Alemaña. -Pártense el Emperador y príncipe. -Provisión del Emperador contra las herejías que comenzaban en Flandres. Ya por el mes de mayo no se trataba en Bruselas de otra cosa sino de la partida del Emperador para Alemaña. Estando, pues, publicada, volvió de Roma mediado mayo el comendador mayor de Alcántara, y de ahí a poco llegó también don Gómez de Figueroa, y ambos dieron muy grandes nuevas
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del Papa y de las buenas cosas que había hecho en el principio de su pontificado, y las esperanzas que se tenían que las llevaría adelante. Llegó, pues, el tiempo de la partida, y el Emperador y príncipe partieron de Bruselas, sábado por la mañana, dejando a las reinas con el sentimiento que en semejantes ocasiones suele haber, cuando los que se apartan bien se quieren. Fue este día último de mayo. Tomaron el camino de Lovaina, acompañados de su corte y guardas de pie y de caballo, y de algunas de las compañías de gente de armas ordinaria de Flandres, que el Emperador solía traer en su servicio, cuando iba a tener las Dietas en Alemaña. Estuvieron en Lovaina domingo y lunes, que fueron dos de junio. Fueron a comer a Tienen o Tilemon, que en latín se llama Theuae; pasa por ella el río Gute, que entra en el río Demer. Está Tienen de Lovaina tres leguas, y otras tantas de San Tuden o Centron, donde llegaron a dormir aquella noche, y entraron en ella juntos el Emperador y príncipe su hijo. Es la primera villa del Estado de Lieja. De aquí fue prosiguiendo su camino, y en algunos lugares juraron al príncipe y se le hicieron fiestas y servicios de dineros con demostración y amor. Y porque el Emperador tuvo aviso de que en algunos lugares de Flandres comenzaban las herejías y novedades de Lutero, antes de entrar en Alemaña despachó sus provisiones para todas las ciudades, villas y lugares de todos los Países Bajos, que llaman Estados de Flandres, mandando con gravísimas penas que ninguno tratase de innovar ni alterar el estado de la Iglesia católica romana, y a las justicias que procediesen con todo rigor contra los herejes innovadores.
- XIV Llega el Emperador a Augusta para tener Dieta. -No quieren los herejes venir a la Dieta. -Ingratitud del duque Mauricio. -Peligro grande en que se metió el Emperador con el celo de la Iglesia católica. -Los protestantes querían quitar el poder al Papa, y darle a los emperadores. El Emperador llegó a Augusta, y a 26 de julio no eran venidos todos los que en la Dieta se habían de hallar, ni muchos de ellos querían venir ni enviar, porque sabían que el principal intento del Emperador en esta Dieta era que se castigasen los herejes y se restituyesen los bienes a las iglesias y monasterios, que se volviese el culto divino y que obedeciesen al Papa, y recibiesen el Concilio, lo cual aborrecía la mayor parte de Alemaña, y el duque Mauricio de Sajonia, a quien el Emperador había hecho tantas mercedes, defendiéndole de
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sus enemigos, casándole con su sobrina, hija del rey don Fernando, y dándole la honra y hacienda que había quitado al duque Juan Federico de Sajonia. Este Mauricio se había apartado del Emperador enfadado, porque habiéndole pedido muchas veces la libertad de su suegro Lantzgrave, no lo había querido hacer. Y agora escribió al Emperador con demasiada libertad, diciéndole que él no se hallaría en la Dieta ni obedecería al Concilio, si a los doctores protestantes no se les daba seguro bastante para hallarse en Trento con los que allí estaban, para conferir y tratar con ellos los artículos en que se diferenciaban; y que el Papa, ni su legado por él, no habían de presidir o tener más autoridad que algunos de los otros perlados. Estas y otras libertades decía Mauricio, que era tan luterano como Lantzgrave, y andaban tan rotas las conciencias de todos, que amenazaban otras nuevas guerras y males, y que el Emperador se había vuelto a meter en un peligro mayor que el pasado y más sin gente ni armas. Y esto fue tanto, que presto le veremos huir de un hermano de Mauricio ( caso harto notable). Querían los protestantes que los Emperadores deAlemaña tuviesen la majestad que los que hubo en la primitiva Iglesia. Reíanse de que los Pontífices romanos quisiesen tener superioridad alguna sobre la majestad imperial, habiendo sido muy al contrario. Que los Emperadores eran supremos, y no se hacía el Pontífice sin su voluntad y confirmación. Con estos disparates pensaban ganar al Emperador para deshacer al Papa. Estaba Mauricio días había contra el duque de Magdeburg, donde el Emperador le había enviado con gente de guerra, porque eran rebeldes, y nunca se habían allanado, el duque y los suyos, y en la Dieta pasada, donde se mando recibir el librillo del Interin, se había mandado ir a castigarlos, y que el duque Mauricio fuese capitán de esta empresa. La guerra fue larga y porfiada, y se hacía a costa del erario del Imperio, dando cada mes a Mauricio sesenta mil florines. Y estando el Emperador aquí en Augusta, llegó el doctor Gasca con el buen despacho, llamando los levantamientos del Pirú, como queda dicho. Otra vez volvió el Emperador a tratar con su hermano el rey don Fernando, que el príncipe don Felipe sucediese en el Imperio, y que agora le nombrasen por su coadjutor, insistiendo mucho en ello la reina María, que por sólo esto había venido a Augusta. Mas convencido el Emperador por muchas razones, y más con la presencia de su sobrino Maximiliano, rey de Bohemia, que siendo avisado de este trato había venido a largas jornadas desde España con achaque de quererse hallar en la Dieta, el Emperador nunca más trató de ello.
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- XV Sentía mucho Lantzgrave su larga prisión. -Junta en Valladolid sobre cosas de las Indias. Impaciente por extremo estaba el lantzgrave con su prisión en Malinas, haciéndosele demasiado de estrecha y larga. Procuró hallar camino por donde librarse de ella; tratólo con un soldado español de los de su guardia, que entendía la lengua tudesca, mas entendiéronlo los demás españoles y prendieron al traidor, y pasáronlo por las picas, que es justicia ordinaria entre la gente de guerra. Hicieron este castigo delante de las ventanas de Lantzgrave, porque él lo viese y entendiese que le habían entendido. Volvió otra vez a procurar la fuga por medio de dos caballeros alemanes que se llamaban Conrado Budestrin y Juan Romelio. Estos, desde Hessia a Malinas, en ciertos puestos pusieron caballos para que, escapándose Lantzgrave por una puertecilla de los muros de la fortaleza, que hoy día está cerrada con ladrillos, que en alemán se llama Blocpoort, que caía al jardín del cuarto donde estaba Lantzgrave, y cerca de la puerta de la ciudad que se dice de Nekerspoulia, que estaba junto a la huerta de la cárcel de Lantzgrave, que era en la calle Hergrachtia, frontera de un monasterio de monjas benitas, y pidieron licencia para entrar donde estaba Lantzgrave. Salió el capitán y preguntóles qué le querían. Quiso Conrado disparar en el capitán una pistola de tres bocas que traía secretamente, mas si bien soltó el gatillo, el pedernal no dio lumbre. Luego acudieron los soldados y allí le hicieron tajadas. Entre tanto que pasaba esto, salió al ruido Lanztgrave de su aposento, derecho a la puertecilla del jardín, mas topó con un soldado español que le detuvo, diciendo que no era aquella hora de bajar allí, e hízolo volver a su aposento. Mataron también al otro caballero que acompañaba al muerto, y ambos a dos los sacaron al portal de la casa que salía a la plaza de los bueyes y colgáronlos de los pies, y estuvieron así veinte y cuatro horas; y después de ellas los pusieron en una horca fuera de la ciudad, a la puerta de Ambers. Túvose más rigor de allí adelante en apretar la cárcel al lantzgrave, y así no trató de huir de ella, sino procuró su libertad por otros caminos, favoreciéndose mucho del duque Mauricio. Este año de 1550 hubo en Valladolid una gran junta sobre unos memoriales que fray Bartolomé de las Casas, fraile dominico, obispo de Chiapa, había dado al Emperador contra los españoles que andaban en la conquista de las Indias, a los cuales este fraile trataba mal, y aun dio ocasión para que otros escribiesen peor, y en ofensa de la nación, como si hubieran sido tiranos. Tratóse mucho en el Consejo de Indías esta materia, y el doctor Sepúlveda, varón doctísimo y de los mayores latinos de su tiempo, coronista 403
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del Emperador, defendió la justificación que había para que los reyes de España fuesen señores del nuevo mundo. De la pasión sin ciencia, si bien con celo religioso, se tomó ocasión para dar memoriales contra algunos caballeros y capitanes muy en perjuicio de los españoles, y de aquí tuvieron los extranjeros motivo, por serles tan natural el odio que tienen a esta nación, para hablar mal en las historias de españoles y de hombres señalados que, más que los romanos en sus tiempos, hicieron en aquellas partes tan anchas, inaccesibles, pobladas de bárbaros, navegando mares inmensos. Y lo que peor es, que los de la misma nación, con no saber latín, quieren hinchir el mundo de libros suyos y ajenos, sin saber cómo se escriben, ni cómo se ha de buscar y examinar la verdad que el oficio de coronista pide; y guiándose por el extranjero, enemigo y ignorante, ofenden a quien deben honrar.
- XVI [Dragut. Quién fue.] Molestaba las riberas de nuestros mares Dragut Arráez, hechura del cosario Barbarroja, heredando el oficio y la malicia de su hacedor. El cual nos dará agora bien que decir en tanto que el Emperador está ocupado en la Dieta de Augusta. Fue Dragut natural de la Notolia, que es en la Asia Menor, de un pequeño lugar llamado Charabalac, frontero de una ciudad de tres mil vecinos, llamada Estrancoy, y de parientes villanos, viles, soeces y pobres. Que de niño salió de su tierra navegando por el mar en servicio de un arráez de su tierra, y vino a poder de Barbarroja, que se sirvió de él en muy malos y torpes oficios, y cuando ya era hombre le dio una fusta y patente de capitán general, para que los cosarios turcos que armasen le obedeciesen como a él. Comenzó a correr el mar Adriático, en el cual topó con un proveedor veneciano llamado Pascalico, que traía unas galeras, y le tomó algunas de ellas con cierto ardid, y con esta presa fue a los Gelves, donde viendo que no las podía sustentar, las deshizo, y de la mejor madera y clavazón hizo cuatro galeotas y las armó bien, y con ellas y la fusta que Barbarroja le dio, y otros seis cosarios que con seis navíos con él se juntaron, que por todos fueron once vasos, salieron a correr la mar; con los cuales y su gran sagacidad se hacía mucho temer, por el mucho mal que hacía.
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Y queriendo Andrea Doria remediar estos daños y prender al cosario, mandó a Joanetín Doria, su sobrino, que con diez galeras fuese la vía de Mecina en busca suya y lo siguiese hasta haberlo en su poder, y llevárselo preso, y en Mecina se juntó con don Berenguel Dolmos, general de las galeras de Sicilia, y embarcaron en estas veinte y una galeras, cuatrocientos y cincuenta españoles que en Mecina estaban alojados, y último de mayo, año 1540, alzaron velas y salieron del puerto en busca de Dragut Arráez, llevando su viaje a Palermo y a Trapana, y cabo de Carboneros, en Cerdeña, donde les dijo el virrey que el cosario iba la vuelta de Córcega, y sin detenerse fueron en su seguimiento al puerto de Giraleta, que es en Córcega, entre Galbi y la Yaza, a la parte de una tierra fuerte llamada Bonifacio. Llegaron martes 15 de junio del mismo año, donde el Dragut estaba bien descuidado de los que iban en su busca, y mucha de su gente en tierra, partiendo la ropa y cautivos que habían robado, y una gruesa cantidad de plata y joyas de las iglesias que habían saqueado. Reconoció luego Dragut las banderas imperiales, hizo señal a recoger en sus galeras para pelear o huir por salvarse; mas no le dieron lugar, porque le acometieron reciamente, jugando la artillería de tal manera, que no sólo los turcos que estaban en tierra no osaron volver a sus navíos, mas muchos de los que estaban en ellos se echaron al agua y salieron huyendo a tierra, y hasta seiscientos de ellos se fueron a asconder a las montañas de Córcega. Pero Dragut y otros capitanes, aunque pelearon bien, al fin fueron presos con otros muchos turcos que se echaron al re(...) Restituyóse la hacienda que los cosarios habían tomado, y dieron libertad a los que habían cautivado. Hecha esta presa tan venturosamente, volvió Joanetín y presentó a su tío, el príncipe Andrea Doria, al Dragut, que recibió con grandísimo contento. Deseó mucho Barbarroja poner en libertad a Dragut, y al cabo de cuatro años se la dio Andrea Doria, según dejo dicho.
- XVII [Dragut.] Pues como Dragut se vió libre, alcanzó de Barbarroja, su libertador, que le diese una galeota proveída de artillería y armas y remeros cristianos, y gente de guerra, y una patente en que le hacía general de todos los cosarios moros y turcos que andaban en el agua. Fueron grandes los daños que este enemigo hizo en todas las costas de la Cristiandad por su mala inclinación, y en
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venganza de sus trabajos pasados. Ganó navíos y galeras, y corríale el tiempo próspero, por el lugar que los capitanes cristianos le daban. Con lo que había robado en cuatro años hizo una armada de catorce navíos bien armados, y con el nombre que ya tenía, se juntaron con él otros turcos cosarios con sus galeotas y fustas, que por todas fueron hasta veinte y seis. Ya la soberbia de sus buenas fortunas le tenía con tan altos pensamientos, que no hacía caso de Barbarroja, ni quiso acudir a sus llamamientos, si bien le había hecho juramento. Casó con una hija de un turco de Modón llamado Saraybat, que vivía en los Gelves, y recibió con ella grandísimo dote y una gran casa en que cabían los esclavos de cinco galeras, en la ribera de la mar, doce millas del lugar de Guadezuil, donde el jeque Zala, señor de los Gelves, tenía su casa. Y desde allí salía con su armada a robar las costas y mares de los cristianos. Concertáronse don García de Toledo, virrey de Nápoles, y Juan de Vega, virrey de Sicilia, y con las galeras de Nápoles, que eran siete, las de Sicilia, que traía don Berenguel Dolmos, año 1547 salieron en busca del Dragut, y anduvieron todo el verano corriendo todo el mar, mas no pudieron topar con él. Llegaron a los Gelves, donde pensaron hallarlo, quemáronle algunos navíos que hallaron allí en los secanos, echaron gente en tierra para que hiciesen daño, y con esto dieron la vuelta para Sicilia y Nápoles. Y como supo Dragut en el año siguiente de 1548 que todas las galeras de Nápoles, Sicilia y Génova habían venido a España para pasar al príncipe don Felipe, como, dije, salió de los Gelves, y llevó la vía de Nápoles, y llegó cerca de Puzol, ocho millas de Nápoles, y puso en grande alteración los lugares de la costa, porque estaba muy desamparada faltándole sus galeras. Llegó una noche a la villa de Castellamar, que es de mil o quinientos vecinos, y tiene castillo, y a media noche echó quinientos turcos en tierra y cautivó muchos hombres, mujeres y criaturas, y una hermosísima doncella que jamás quiso rescatar, aunque alzó bandera en Prójita, donde rescató otros muchos. Y estando tratando de esto, descubrieron del castillo una galera de la religión de Malta, que traía veinte mil ducados, que eran del tesoro que la religión saca de aquel reino, y caminaba derecho a Nápoles, y por avisarla que se desviase de donde Dragut estaba, el alcaide del castillo, mandó disparar tres piezas y hacer tres ahumadas, que es señal de haber enemigos; y pensando el capitán de la galera que era salva que le hacían, mandó responder con otra pieza de artillería; y sintiéndolo Dragut, entendió que había novedad, y luego se puso en orden de pelear. Y como el capitán maltés caminaba sin recelo de 406
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enemigos por el cabo de Milena, a las espaldas del mar Muerto, once millas de Nápoles, metióse en la armada enemiga, y reconociéndola, y su perdición, pensando salvarse la mandó guiar a tierra. Pero si bien lo trabajó, no pudo antes que Dragut (que furiosamente venía a embestirlo) le alcanzase, y la combatió, ganó y entró, muriendo algunos caballeros y soldados en ella, y hubo el dinero y cosas que llevaban, y echó al remo la gente. Con esta y otras presas que este enemigo hizo, volvió en salvo a Túnez a visitar a Hamida, nuevo y tirano rey que había quitado el reino a Muley Hacén, su padre. Recibió muy bien Hamida a Dragut, y le trató regaladamente, y Dragut le presentó la doncella que había cautivado en Castellarnar. El rey dio a Dragut algunas piezas de artillería, municiones y otras cosas, y trabaron una estrecha amistad. Con esto se fue Dragut a los Gelves a gozar de sus despojos.
- XVIII Sale Andrea Doria a buscar a Dragut, año 1549. Dolíanle a Andrea Doria los males que este cosario hacía, y pesábale de la libertad que le había dado, y queriéndolo remediar, año de 1549 salió de Génova con su armada, y vino a Nápoles, y aquí pidio al virrey que le diese las galeras, porque sabía que Dragut traía muy bien armadas las suyas, y con gente escogida y de afrenta, y el virrey mandó a don Alonso Pimentel que con los arcabuceros de su compañía y un oficial de cada una de las otras que estaban en Nápoles, se embarcasen arcabuceros y coseletes; y recogidos a 10 de mayo, a prima noche se hicierona la vela, camino derecho a Sicilia, y en Palermo se le juntaron las galeras de este reino con don Berenguel, su capitán general. Caminaron la vía de Trápana, a la Fabiana y a la Goleta, donde Andrea Doria saltó en tierra con los capitanes, oficiales y muchos soldados, y estuvo allí dos días, y volvióse a embarcar y tomó el camino de Porto Farina, tierra de Berbería, y enderezaron a Monesterio, que es una villa cerrada con castillo, de dos mil vecinos, con dos arrabales y tierra del rey de Túnez, si bien entonces no le obedecían. No tengo que cansar diciendo lo que Andrea Doria hizo; rodeó y anduvo todo este verano por topar con Dragut, mas no le pudo dar alcance por diligencias que hizo, y así se hubo de volver a Génova, y las demás galeras a Nápoles y Sicilia.
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- XIX Apodérase Dragut de las villas de Monasterio y Cuza. Como supo Dragut cuán seguido era del príncipe Andrea Doria y de los otros generales de las galeras del Emperador, vió que él no podía vivir no siendo señor de algún lugar y tierra fuerte donde se pudiese recoger y tuviese seguras sus presas. Echó el ojo a la ciudad de Africa en el reino de Túnez, a la cual llamaron los moros antiguamente Mehedia. Fiaba de la amistad del rey de Túnez, que le valdría para hacerse señor de ella, supuesto que ella no le reconocía, sino que estaba debajo de la encomienda del Gran Turco, a quien ellos se habían dado, y por él la gobernaba un Camcherivi, hijo de una hermana de Barbarroja, aunque los africanos en este tiempo le habían echado fuera de la ciudad por agravios que les había hecho, y trataban de no reconocer superior alguno, sino hacerse señoría de por sí, fiados de la fortaleza del lugar, y para esto nombraron cinco principales ciudadanos llamados Haja Hamet, Brambarac, Bayada, Hameyza y Herruz Mehudi. Pero como el gobierno entre muchos nunca es seguro ni firme, brevísimamente se desavinieron los cinco gobernadores, y la ciudad se puso en bandos. Supo esto Dragut, y parecióle buena la ocasión para poner por obra su pensamiento, y comenzó a cartearse y trabar amistad con Brambarac, que era el principal de los cinco nombrados. Ofrecióle Dragut su ayuda para echar de la ciudad a sus contrarios, y que le haría señor de ella si le daba entrada. Cebóse con esto el moro, y comunicó la entrada de Dragut con sus parientes y amigos, y todos, por particulares intereses, holgaron de ello, y así Brambarac escribió a Dragut que viniese, que sería bien recebido él, sus galeras y navíos con los demás. Muy alegre, puso luego en orden de sus amigos, que por todos serían treinta y seis vasos, que estaban en los Gelves, y recogiendo su gente; mediado el mes de febrero, año de 1550, se embarcó, y hizo a su alfaquí que echase suertes si sería señor de la ciudad de Africa. Salióle muy a su gusto, y así caminaron con gran contento el camino de Monasterio, que estaba de allí cuarenta millas, y quiso probar de hacerse señor de esta villa y de Cuza, por ser cercanas a Africa, con pensamientos que siendo señor de estas dos villas y de la ciudad de Africa se podría llamar rey, y poco a poco conquistar el Quernan y el reino de Túnez, y hacerse un señor muy poderoso, que no eran malos pensamientos para quien había nacido tan bajo y sido esclavo y vardage de otro tal.
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Con esta intención navegó hasta llegar a Monasterio, llevando consigo un sobrino, hijo de su hermano, llamado Hessarráiz, y otro turco anciano llamado Caidaly, que era muy estimado por las guerras en que había servido al Gran Turco contra el Sofi. Llegando a Monasterio envió su embajador al gobernador y ciudadanos, pidiéndoles le entregasen la villa y fortaleza y que le jurasen por señor, amenazándolos con guerra si no lo quisiesen hacer. Ellos de miedo se le rindieron y salieron a recibirlo, y lo llevaron a la villa y aposentaron en el castillo, y le sirvieron con muchas cosas, y le juraron por señor, y él también juró de los gobernar y mantener en justicia, etc. Puso en la torre del homenaje una bandera colorada y blanca con una media luna azul, y dejó por alcaide y gobernador un turco llamado Caidehamat, y puso en el castillo quince turcos, y embarcóse y caminó derecho a Cuza, que está de allí veinte y cuatro millas, y hízose en Cuza lo mismo que en Monasterio, de suerte que él se hizo señor de estas dos villas sin pesadumbre alguna. Supo esto Hamida, rey de Túnez, y temió que este cosario se había de hacer tirano poderoso en aquella tierra, y que él no estaría seguro en la suya, y escribió a Luis Pérez de Vargas, alcaide y general de la Goleta, avisándole de lo que pasaba, y que tenía Dragut pensamiento de hacerse señor de la ciudad de Africa, y que sería mal caso si no se remediaba con tiempo. Pidiole que le diese algunos soldados, que él se ofrecía de ir contra él y quitarle lo que había ganado, y estorbarle que no entrase en Africa. Y que si esto no hacía, lo escribiría al Emperador. Luis Pérez le respondio que, pues se mostraba tan servidor del Emperador, que le enviase todos los cristianos cautivos que tenía en su reino, y hecho esto, que no sólo le ayudaría con la gente que tenía, mas que escribiría al Emperador suplicándole que enviase un cumplido socorro. Hallóse atajado el rey moro con la carta de Luis Pérez, porque dar los cristianos cautivos hacíasele negocio de grandísimo dinero, por ser muchos los esclavos que había en su reino y tenerlos moros poderosos, que no los darían sino muy bien pagados; por otra parte, le llegaba al alma que Dragut se quedase con las villas y se hiciese señor de Africa.
- XX Entra Dragut en Africa. Dejó Dragut en Cuza otra bandera en el castillo, y puso por alcaide y gobernador de la villa a Gaydali, y tomó el camino de Africa, que estaba de allí treinta y seis millas, llevando en sus navíos muchas cosas con que regalar a los ciudadanos, y meterlos por amor en el yugo que les pensaba echar. Llegando
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cerca de Africa envió a pedir licencia a los gobernadores para entrar, y diéronsela, con que no llevase consigo más que doce turcos. Entró con ellos, y con los dones que pensaba dar, y dio traza cómo estos doce turcos fuesen hospedados entre amigos y enemigos, porque no se entendiese que era parcial, y después de haberlos acariciado cuanto él pudo, al cabo de ocho días pidióles que se juntasen, porque los deseaba hablar cosas que tocaban a su servicio y bien de la ciudad. Juntáronse en la mezquita mayor, y fue Dragut acompañado de Hessarráiz, y de los otros que con él habían entrado, y de algunos ciudadanos, y con muy buenas razones les dijo lo que él siempre había procurado servir a aquella ciudad, por el amor y particular afición que la tenía, y que en pago de ello no les pedía más de que le recibiesen por vecino y morador de ella, con su casa, mujer y hijos, y se ofrecía de los guardar y defender de todos los enemigos del mundo que los quisiesen enojar. Hecho el razonamiento, le mandaron salir para haber su acuerdo, y un moro llamado Hajahamet, que era el más viejo de todos, con muchas y buenas razones contradijo su venida, y que si le admitían en la ciudad verían en ella su total destruición y acabamiento, y se habían de hacer odiosos con todos los príncipes moros, turcos y cristianos, porque Dragut era cosario, y cuantos traía consigo, ladrones. Finalmente el moro habló tan bien que allí se resolvieron en que despidiesen a Dragut, si bien quedó escocido su amigo Brambarac, que le favoreció lo que pudo. Sintió Dragut grandemente esto, y fiándose de Brambarac trató con él, y se concertaron de tomar la ciudad por fuerza. Hallaban dificultad, porque era fortísima y guardábase con cuidado. No mostró Dragut su sentimiento al pueblo, sino el semblante y afabilidad que antes, y con muestras de amor y cortesía se despidio de ellos, y se fue navegando para lzfaquez. Llevó consigo a Brambarac, autor de la traición que pensaban hacer. Metidos en alto mar, Dragut pidio a Brambarac cómo sería posible que se apoderasen de la ciudad, y Brambarac, cargado de promesas, le dijo que él le daría entrada por unas troneras y que en la ciudad sus parientes y amigos darían favor y ayuda para que, a pesar de todos los otros, se hiciesen señores. Concertado así, dieron vista a la ciudad; despues navegaron hasta que la perdieron de vista, porque pensasen que era ido, y se descuidasen, y siendo de noche volvieron las velas y llegaron sin algún ruido junto a la ciudad, y en un esquife salieron a tomar tierra Dragut, Brambarac y otros dos o tres turcos, y fueron a reconocer las troneras, y hallaron que había disposición para poder entrar por ellas en la ciudad. Volvieron luego a la mar, y echaron quinientos turcos en tierra con sus escalas, para que entrasen por diversas partes al tiempo que los de las troneras comenzasen el ruido. Entró Brambarac por la tronera solo, y habló con los suyos, que guardaban aquella parte, y estaban va 410
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avisados, y luego comenzaron a entrar, siendo Dragut el primero, y los turcos echaron escalas para hacerse señores de los muros. En todo hubo tan buena diligencia, que al abrir del alba ya estaban dentro los turcos y no eran sentidos, y se habían apoderado de algunas torres y muros, que donde hay traidores, no hay cosa segura. Luego mandó Dragut tocar los atambores, trompetas y otros instrumentos, con tanto estruendo, que parecía hundirse el mundo, y de la armada dispararon la artillería, de suerte que a los africanos se les dio una mala alborada. Tocaron luego al arma y acudieron luego sin orden contra los turcos. Mas como ya les tenían tomados los pasos y las torres, retiráronse a la mezquita; mas no tuvieron reparo, que valen poco muchos cogidos de repente. La ciudad se rindio, y a las diez del día Dragut era señor de toda ella, jurado y obedecido.
- XXI Sitio fuerte de Africa. El sitio desta ciudad era fortísima; tenía su asiento sobre una roca, aunque no alta, estrecha y larga, en figura que dicen prolongada, metida dentro en la mar, que la hacía muy fuerte. La cerca también lo era; de treinta en treinta pasos tenía un fuerte torreón; la cintura de la tierra tenía de mar a mar docientos y sesenta pasos desde do comenzaba a entrar, hasta el fin de la tierra, todos cercados de un muro alto y grueso, y en él seis gruesos torreones, los cuatro cuadrados, y los dos redondos, igualmente altos. Estos y otros reparos tenía esta ciudad, que la hacían casi inexpunable. Tenía de circuito toda la ciudad cinco mil y trecientos y cuarenta pasos, que hacen más de una legua. No tenía puerto en la mar, mas tenía buena playa, que, echadas áncoras, aferraban bien. Tenía mil y quinientos vecinos, y sitio para otros tantos. Contentísimo se vió Dragut con el señoría de Africa, y con pensamiento de hacerse señor de otras muchas y servir a Mahoma por el bien que decía que le había hecho, dándole esta ciudad. Mandó luego labrar un castillo en ella; encomendó su guardia y defensa a su sobrino Hessarráiz, con docientos y cincuenta turcos; pagó muy bien a Brambarac, al cual dejó encomendado al sobrino que en la primera ocasión le quitase la vida, porque no le vendiese a él como había vendido a su ciudad. Puesta en orden la ciudad y armada para defenderla de los naturales, si se quisiesen rebelar, y de otros si viniesen contra ella, tomó Dragut veinte y cinco moros de los más principales de la ciudad para asegurarse más de ella, y embarcóse para correr el mar y robar lo que pudiese.
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Los males que este cosario hizo y el miedo que la Cristiandad le tenía, obligó a que Andrea Doria saliese en su busca con las galeras que tenía, y las del Papa, Nápoles y Sicilia, que fueron por todas cincuenta y tres galaras. Hubo diversos pareceres entre los capitanes sobre el camino que tomarían; quisieron ir a la Goleta para tomar allí lengua de Dragut; dióles un temporal que los arrimó a tiro de cañón de Africa. Aquí tuvieron lengua de unos alárabes, que si el Emperador quería quitar esta ciudad a Dragut, era buena la ocasión que había, porque moros y turcos estaban muy desavenidos en ella, y que si viniese armada a conquistarla, ellos ayudarían con seis mil caballos. El príncipe Doria les dijo que para que él estuviese cierto que trataban verdad, que a dos personas cuales él señalase llevasen a reconocer a Africa, y que en seguro de que ellas volverían en salvamento le diesen rehenes. Los alárabes fueron contentos de ello, y trajeron a las galeras uno muy principal de ellos, y el príncipe mandó a don Bernardino de Córdoba, capitán del tercio de Nápoles, ya amador de doña María, del tercio de Malaspina, que fuesen con doce alárabes que se señalaron a reconocer el sitio y fortaleza de Africa. Estos caballeros se vistieron como los mismos alárabes y subieron en dos caballos suyos y tomáronlos en medio por que no fuesen conocidos de los turcos y moros, y fueron la vuelta de la montañeta que estaba junto a la ciudad, donde Dragut labraba un castillo, y vieron hasta ochenta turcos arcabuceros a la halda de ella, que se habían puesto allí para que los cristianos no llegasen a reconocer la ciudad, y los turcos comenzaron a disparar sus escopetas en los alárabes, y así, echaron por otra parte de la marina, y llegáronse lo que pudieron cerca de la ciudad, y reconocieron el sitio y fortificación, aunque no vieron si había foso, porque los alárabes no se atrevieron a llegar tan cerca temiendo la artillería de la ciudad. Reconocido esto, y que en la montañeta podía estar campo competente contra la ciudad, sin que se le pudiese hacer daño, volvieron a la armada, y refirieron lo que habían visto y reconocido, y que los alárabes les habían dicho que en la montañeta había pozos de agua dulce para proveer al campo si allí se sentase.
- XXII [Dragut.] Hecha esta relación, quiso el príncipe reconocer la ciudad por la parte de la mar, y víspera de Pascua del Espíritu Santo levantó velas antes del alba, y, ya el día claro, llegó a una milla de la ciudad y reconoció lo que pudo. Los turcos estaban ya sospechosos después que vieron que los alárabes habían ido a 412
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reconocer la ciudad, y puestos en sus torres dispararon la artillería contra la armada, y alcanzó una culebrina en la popa de la capitana, que iba delante, y otra dio en el fogón, que mató cinco esclavos remeros y hirió diez soldados y marineros. No hizo caso el príncipe de estos golpes, y pasó adelante, poniéndose en parte que no le alcanzase la artillería. Y allí mandó dar fondo, y que se juntasen en su galera don García de Toledo, y Hernando de Vega, y don Alvaro de Vega, y el prior de Lombardía, y otros caballeros y capitanes, y pidióles sus pareceres sobre lo que debían hacer. El de don García fue que se sitiase y combatiese la ciudad, y los demás, que no, porque era fuerte y grande, y en la armada no había lo que convenía, y que se perdería mucho, y mayor reputación en echarse sobre ella, y irse sin tomarla; que se podría volver con mayores aparejos y tomarla. No bien determinados de ponerse sobre Africa (si bien don García lo quería y porfiaba, y había traído a su parecer al marqués Antonio Doria), fueron contra la villa de Monasterio, y la combatieron reciamente, y los turcos la defendieron hasta morir todos, y al fin se ganó, con muerte de ochenta soldados y otros heridos. Ganóse este lugar, segundo día de Pascua de Espíritu Santo. Aquella noche se alojó la gente en él; otro día, dejándole abrasado, se embarcaron, y navegaron para la Goleta, que estaba de allí ciento y veinte y cinco millas. Llegaron día de la Trinidad, y dieron fondo, y salieron a tierra el general y los principales caballeros y capitanes que allí iban. Holgaron allí aquel día, y otro volvieron a sus galeras, y con ellos Luis Pérez de Vargas, que tenía a su cargo la Goleta, y Andrea Doria entró con ellos en consejo sobre sitiar a Africa. Don García de Toledo estaba firme en su parecer que la cercasen. Después de haberse hablado largamente, pidieron el parecer a Luis Pérez de Vargas, el cual fue que la empresa de Africa tenía muchas dificultades, y que eran menester más aparejos de los que en la armada había para ejecutarla, que se podría dejar para otro tiempo. El marqués Antonio Doria se arrimó al voto de don García, y en otro consejo hizo lo mismo Luis Pérez de Vargas, de quien se tenía gran satisfacción, por ser capitán de larga experiencia. Dijo que sería bien ganar por amigo al señor de Quernán, porque los alárabes favoreciesen, y que él ayudaría con lo que tenía en la Goleta, y don García de Toledo se ofreció de ir a Nápoles y pedir al virrey su padre infantería española, artillería y municiones, y otras provisiones de guerra. Con estos tres votos determinó Andrea Doria de ejecutar la jornada. Advirtió don García que entre tanto que él iba a Nápoles se les cortasen los pasos a los de Africa, para que no se previniesen y fortaleciesen, y en todas maneras estorbasen que Dragut no se entrase en ella, porque haría muy más 413
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dificultosa la presa. Escribió Andrea Doria a Juan de Vega dándole cuenta de la determinación, y que pues era virrey de Sicilia, favoreciese con todas las fuerzas aquella causa que tanto importaba a Sicilia. Luis Pérez de Vargas envió al señor de Quernán para que hiciese que los alárabes no favoreciesen a Dragut, y él y los alárabes lo prometieron, porque no podían sufrir que Dragut se quisiese hacer tan gran señor en Africa, y ofrecieron ochocientos alárabes que guardarían la campaña de enemigos, mientras el campo imperial estuviese sobre Africa. Y Luis Pérez prometió de pagárselo, y les envió arroz, trigo y dineros, para que se pagasen aquellos ochocientos caballos alárabes, que habían de correr y asegurar la campaña dos millas del ejército y sitio del campo.
- XXIII [Dragut.] Llegaron las galeras que iban por el socorro a Sicilia y Nápoles. Juan de Vega, virrey de Sicilia, tomó con tantas veras este negocio, que él en persona quiso hallarse en él, y despachó dando cuenta de su determinación al Emperador, y comenzó a aprestar lo que para la jornada convenía. Don García de Toledo, con las buenas ganas que siempre tuvo de la conquista de Africa, alcanzó del virrey de Nápoles, su padre, todo lo que quiso. Dióles siete cañones de batir, y entre ellos un reforzado, y dos franceses y dos morteretes grandes, de los que el Emperador había enviado de Alemaña, y cien balas de piedra para ellos, y novecientas balas de hierro colado, y seiscientas y cincuenta para cañones, y cuatrocientas y cincuenta para culebrinas, y sesenta y dos quintales de azufre, y ochenta de mecha para artillería, y veinte y ocho de pólvora, y veinte y siete de salitre, y es de advertir que cada quintal de Italia es dos de España. Y dio más otros instrumentos y municiones, muy a contento de don García, y otras piezas de artillería que dio la ciudad de Nápoles. Y embarcáronse con él don Hernando de Toledo, maestre de campo de la infantería del tercio de Nápoles, y don Juan de Mendoza, hijo del marqués don Pedro González, y don Alonso Pimentel, hijo del conde de Benavente, que hoy día vive en Portillo, y Pedro de Valcázar con sus compañías y el capitán Aguilera, maestre del campo, que era capitán muy antiguo y de nombre, y otros muchos caballeros y gentiles hombres entretenidos, que se habían hallado en las guerras de Alemaña sirviendo al Emperador. De todo
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esto dio el virrey aviso al Emperador, y de lo que importaba a su servicio y bien de sus reinos quitar aquel nido al cosario Dragut. Puesto todo en orden, a 23 de junio se embarcó don García, y con él don Berenguel, navegaron la vuelta de Africa para juntarse con el príncipe Andrea Doria.
- XXIV [Prosigue la guerra contra Africa.] Había quedado Andrea Doria en Trápana con treinta galeras reales. De allí fue la vuelta de las Conejeras, y por ellas anduvo a vista de Africa, guardando no le entrase socorro, y como no vió manera ni rastro de él, sino que la ciudad estaba muy sosegada, fuese a la villa de la Mahometa, cincuenta millas de allí, con fin de hacer jurar por señor a Muley Hacén, y a su hijo. Llegando cerca de ella fue descubierto de los ciudadanos, y comenzaron a tomar armas para defenderse, y retraer sus mujeres, hijos y haciendas al castillo. Andrea Doria les envió a requerir de parte del Emperador, que recibiesen al rey Muley Hacén, pues era su señor; donde no, que les haría todo el mal que pudiese. Hubieron su acuerdo, y hallaron que les convenía. Hízose así, y la armada dio la vuelta la vía de Trápana, para proveerse, que andaba falta de bastimentos, y aun de salud.
- XXV [Prosigue la guerra contra Africa.] Si bien se hacían todos estos aparejos con la mayor disimulación del mundo, no por eso dejó de se recelar y temer Hessarráiz, capitán de la ciudad de Africa. Procuró prevenirse, bastecerse y armarse, para lo que viniese. Trajo a la ciudad vacas, terneras, carneros, y otro mucho ganado; hizo de ello mucha cecina, y otro echó en aquel montecillo que estaba dentro de los muros, donde había pasto para se poder sustentar. Hizo balas de hierro para la artillería, y aderezó los arcos, flechas y otras armas. Fortificó y reparó todo lo que le pareció de la ciudad, sin decir la causa para qué lo hacía, sino con fin de que estuviese más segura de enemigos. Sucediole una buena suerte, que de la parte de levante vinieron a la playa de 415
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Africa dos naos cargadas de arroz y otros mantenimientos, y bien bastecidas de artillería, y munición de pólvora y balas, con cuatrocientos moros alejandrinos escopeteros y flecheros, hombres de afrenta, que traían los mercaderes para la guarda de la hacienda. Llegaron allí estos mercaderes como solían otras veces, sin pensamiento de los que Hessarráiz tenía. Llegando a la playa amainaron y echaron áncoras. Fueron bien recibidos de Hessarráiz y púsose con ellos a tomarles a buen precio toda la mercadería que llevaban; que era tanta, que bastaba el arroz y otras coma que traían a sustentar la ciudad un año. Concertóse con los cuatrocientos soldados que se quedasen con él, que no fue pequeña ayuda, con la artillería y municiones que el navío traía. Fue causa este socorro que hubo Africa, de que la conquista fuese larga, dificultosa y costosa, y culparon a Andrea Doria por haberse apartado con la armada, que si él estuviera a vista de la ciudad, como quedó concertado, no llegara este socorro a ella. Con el cual no sólo se hicieron fuertes, mas estuvo la cosa en peligro muy grande de no salir con ella.
- XXVI [Prosigue la guerra en Africa.] Llegó Andrea Doria a Trápana, y dio aviso de su llegada al virrey, el cual le envió a decir que él quería hallarse en aquella empresa, y que como a virrey de Sicilia le tocaba ser general en ella, y le pedía le enviase galeras, y Andrea Doria se holgó mucho de ello, y mandó a Pedro Francisco Doria que con ocho galeras fuese luego a Palermo, y recogiese en ellas la gente y artillería que el virrey le diese.
- XXVII [Prosigue la guerra en Africa.] Despachó Juan de Vega, virrey de Sicilia, en busca de don Berenguel, para que a letra vista partiese con las galeras a Palermo. Hallóle don Alvaro de Vega en el golfo, que venía con don García y las galeras de Nápoles caminando; apartóse de don García y tomó la vía de Palermo, y don García la de Trápana, donde halló al príncipe Andrea Doria. Juan de Vega se holgó cuando supo las galeras y gente que llevaba don García, 416
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y luego llegó a Palermo Pedro Francisco Doria con las ocho galeras que enviaba Andrea Doria, y supo cómo le esperaba en Trápana. Mandó embarcar la gente, artillería y municiones. Tenía consigo Juan de Vega a Muley Hacén, rey despojado de Túnez, y a Muley Ifamet su hijo, y embarcólos en las galeras, y un ingeniero famoso, llamado Hernán Molín. Embarcáronse cinco banderas de infantería española. Dejó en la guarda y gobernación de Sicilia, en tanto que él faltaba, a Hernando de Vega, su hijo mayor; y puesto todo en orden, se embarcó en la galera patrona, de Antonio Doria. Hízose luego a la vela, y llegó con buen tiempo a la Trápana, víspera de San Juan, dos horas antes que el sol se pusiese, y Andrea Doria y don García y otros, se salieron a recibir con muchas salvas y cortesías.
- XXVIII [Prosigue la guerra en Africa.] Junta toda la armada en la ciudad de Trápana, acordaron de partirse luego, y echaron bando que todos se embarcasen, y hecho, levantaron velas y llegaron a la Fabiana tres horas de noche, y dieron fondo hasta otro día, y aquí mandó Andrea Doria a Antonio María, capitán de la galera «Fiamara» de don García, que por ser muy ligera, con cincuenta soldados de la compañía, de don Bernardino de Córdoba, y una escuadra del capitán Escobar, se adelantase a la Goleta, para que Luis Pérez de Vargas se viniese a juntar con el armada. Y otro día, de mañana, que fue el de San Juan, oyó la armada misa y luego caminaron, llevando don García la vanguardia con sus galeras y del duque de Florencia, y otras del príncipe Andrea Doria, que por todas serían quince. Recibió Luis Pérez de Vargas el aviso, y poniendo recado en la Goleta, se embarcó con el capitán Portillo y algunos soldados, y el Jerife y otros moros que le quisieron acompañar, y llegando a Cabo Bono, metido en alta mar descubrió un galeón de turcos bien armado, con artillería y gente, y mandó a los marineros guiar la galera contra él, y se comenzaron a cañonear. Los turcos conocieron la ventaja que la galera les hacía, y dieron a huir hacia Monasterio, pensando valerse allí. Luis Pérez les fue dando caza hasta la villa, y como los turcos se acercaron a ella y la vieron echada por el suelo y que no parecía gente, no se atrevieron a parar, y dieron vuelta la vía de la Mahometa; pero llegábase la noche, y temió Luis Pérez perderse, y dejó de seguir el navío, y siguió su camino derecho a Africa. La armada venía su camino. Hizo noche en la Panthanalea. Otro día viernes llegaron a la playa de Africa, y porque la
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artillería de la ciudad no pudiese hacer daño en la gente, y para tomar consejo sobre el orden que se tendría en saltar en tierra, Andrea Doria mandó dar fondo a cuatro millas de ella, y echadas áncoras se juntaron en sus galeras el virrey, don García y los generales del Papa y de la Religión y del duque de Florencia y los maestres de campo y capitanes. Habido su consejo acordaron, porque era ya tarde, que otro día muy de mañana estuviesen todos a punto armados para saltar en tierra y tomar la montañeta donde se había de poner el campo. Y porque don García de Toledo era tan principal y había dado muestras en muchas ocasiones de un gran soldado, Andrea Doria y Juan de Vega, y todos, quisieron honrarle como merecía, y darle igual poder y cuidado en la tierra como el mismo virrey Juan de Vega tenía, que fue una grandeza de ánimo de Juan de Vega, y mostró bien en esto que no trataba de pundonores, sino de sólo el servicio de Dios y del Emperador. A este tiempo que la armada estaba sobre Africa llegaron los correos que Andrea Doria y los virreyes habían hecho sobre esta jornada al Emperador, que estaba, como queda dicho, en Augusta, y el Emperador se holgó mucho de ella y les mandó escribir que, pues ellos habían intentado aquella empresa sin saberlo él, mirasen bien lo que a su cargo habían tomado, y se esforzasen y procurasen dar buena cuenta de ella. Que en lo que a él tocaba, les daba todo su poder, y mandaría darles todo el socorro y favor que menester hubiesen.
- XXIX [Prosigue la guerra de Africa.] Descubierta la armada de la ciudad de Africa, su gobernador Hessarráiz y todos los turcos y moros naturales y soldados se pusieron en las torres y muros para mirarla bien, y como ya tenían sospechas y se acordaban que pocos días antes los habían ido a reconocer, luego entendieron que aquel gran aparato de guerra era contra ellos y en daño de su ciudad. Hessarráiz hizo luego señal para que toda la gente de guerra y los demás que podían tomar armas se juntasen en la mezquita mayor, y juntos, se hizo una plática, animándolos para la defensa de las vidas y de su propria ciudad. Algunos moros de los naturales lloraban su perdición y culpaban libremente a Dragut, que por hacerse señor de ellos, con tiranía los había metido en estos ruidos y hecho que el Emperador, a quien ellos jamás habían deservido ni él hécholes mal, viniese agora a destruirlos. Disimulaba Hessarráiz y decíales que ya la causa era común y la defensa forzosa a todos, o
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morir; que él con sus turcos y moros alejandrinos harían lo que pudiesen y defenderían la ciudad hasta morir, que si ayudasen a ello, que a sí mesmos se ayudarían. Al fin, con las buenas razones de Hessarráiz, todos se animaron, y determinaron de tomar las armas y pelear. Y juraron sobre el Alcorán de la defender con todas sus fuerzas. Sacaron la artillería, pólvora y municiones que había en los dos navíos alejandrinos, y metiéronlo en la ciudad, y concertáronse para salir a defenderles la entrada en la tierra. Nombraron para defender la montañeta a Maihenet con sesenta caballos, y a Caidali con trecientos escopeteros y flecheros. Concertados en esto, hicieron muestra en la plaza de la ciudad, y halláronse docientos turcos, cuatrocientos moros alejandrinos, mil y cien africanos, que por todos eran mil y setecientos y cincuenta, con escopetas, arcos, flechas, lanzas, bisarmas y otras maneras de ellas. Y hecha la muestra esperaron a ver lo que los cristianos harían.
- XXX Salta la gente en tierra y sitian la ciudad. Sábado a 28 de junio, víspera de San Pedro y San Pablo, ya que quería abrir el alba, toda la gente de la armada estaba apercebida, y comenzó a salir de las galeras y navíos, y entrar en barcas, esquifes, bateles y fragatas para ir a tomar tierra, y habiéndose así embarcado los maestres de campo, capitanes, caballeros y toda la gente lucida y de vergüenza que venía en la armada con gran ruido de atambores y trompetas, comenzaron a caminar contra la ciudad, siguiéndolos el príncipe Andrea Doria, y el virrey y don García con las galeras por proa con la artillería y gente en orden, y así llegaron hasta una milla de la ciudad, y llegando a tierra las proas, saltaron en tierra el virrey, don García, y los maestres de campo y capitanes y caballeros, y tras ellos la infantería, de la cual los sargentos mayores de los tercios y otros oficiales comenzaron a hacer escuadrón, y con las barcas, fragatas, esquifes y bateles los marineros volvieron a las galeras, y dentro de dos horas, yendo y viniendo, recogieron toda la infantería del tercio de Nápoles, y el otro tercio de Sicilia y Malaspina y caballeros de la religión, y sacando de cada uno una manga de arcabuceros, mandó don García a don Alonso Pimentel que con la una fuese la vuelta del olivar, para asegurar la campaña de enemigos, y con la otra mandó el virrey al capitán Moreruela, que fuese la banda de levante de la mar. Y estando ambos escuadrones en buena orden y el virrey y don García en ellos con los maestres de campo y capitanes y alféreces en medio con sus banderas llevando delante cuatro piezas pequeñas de artillería, y en medio a
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fray Miguel, fraile francisco, napolitano, con un crucifijo en las manos, si bien comenzó a jugar la artillería de la ciudad contra ellos, llevaron el camino de la montañeta, donde pensaban asentar el campo. Salieron luego de la ciudad Maihenet con los sesenta de caballo, y Caidali con trecientos escopeteros. Traían los caballos un pendón colorado con una media luna de plata, y los peones dos banderas de la misma divisa, y fueron camino de la montañeta, quedando Hessarráiz con muy buena guarda a la puerta de la ciudad. Como llegaron estos moros a la punta de la montañeta, viendo la manga de arcabuceros que iba con don Alonso, comenzaron a descubrirse y salir de ella para escaramuzar con los cristianos, y como don García los vió, mandó a don Alonso que con los arcabuceros se fuese acercando a ellos, y fue enviando más arcabuceros y soldados para reforzarle y que trabase con ellos escaramuza, y comenzando a ir la manga para ellos, Caidali, que iba en una hermosa yegua, alheñada la cola, hizo retirar los turcos y moros hasta un cercado de viñas que toda la montaña ceñía, por donde estaban muchas higueras y árboles de fruta, y tomándola como amparo se hizo allí fuerte, demostrando ánimo de pelear, y mandó disparar las escopetas y flechas contra los cristianos, y lo mismo hizo la infantería española contra ellos, y comenzáronse a trabar. Y como los escuadrones iban juntos, y ya llegaban cerca de las viñas, y don Alvaro de Vega llevaba el más cercano a ellos, sin licencia ni mandato del virrey su padre, deseando mostrarse contra los enemigos, viendo la escaramuza comenzada, mandó al sargento del capitán Moreruela, que con cincuenta arcabuceros fuese a tomarle las espaldas por la parte de la marina, con fin de que apretándolos mucho, aunque quisiesen entrar en la ciudad todos no pudiesen salvarse, y él con el escuadrón arremetió contra Caidali, Maihenet y los suyos, disparándose mucha arcabucería. De tal manera que si bien los turcos y moros hacían resistencia, por fuerza les convino desamparar las paredes de las viñas donde se habían hecho fuertes y los llevó y corrió de todas ellas hasta los echar fuera de la montañeta, que estaba seiscientos pasos de la ciudad, y los moros se fueron retirando con el mejor orden que pudieron. Y visto por el sargento de Moreruela, que con los cincuenta arcabuceros los esperaba por las espaldas, hizo luego descargar en ellos los arcabuces, y viéndolo Hessarráiz desde las torres de los muros, mandó disparar la artillería contra ellos, y contra el campo, para que no los ejecutasen tanto, y una culebrina que estaba en la torre del homenaje mató tres soldados de la compañía de don Juan. Pero, sin embargo, el sargento de Moreruela los apretó tanto con los cincuenta arcabuceros, que temiendo Hessarráiz que a la vuelta de sus muros se entrarían los cristianos en la ciudad antes que todos los suyos 420
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se recogiesen, hizo cerrar las puertas, y los que quedaron fuera, así de a pie como de a caballo, huyeron a una montañuela por donde iban a Monasterio, y así, dentro de seis horas que la gente salió a tierra, llegó el campo a la montañeta y se alojó en ella contra la ciudad, poniendo el rostro a la tramontana y las espaldas al mediodía, y la puerta de la ciudad a la mano derecha a la banda de levante, a distancia de seiscientos pasos, poco más o menos, y don García se alojó con el tercio de Nápoles, tomando la vanguardia contra la ciudad, y en retaguardia, a la banda de poniente, mandó poner a Hernán Lobo con el tercio de Malaspina, y a la de levante se puso don Alvaro de Vega con el tercio de Sicilia y caballeros de la religión, y el virrey mandó armar sus tiendas junto a él para hacer rostro a la retaguardia por parte de la campaña; y porque no había algunas trincheas ni reparos para guardia del campo, mandó que don Hernando de Toledo hiciese la guardia con cuatro banderas de infantería, de cada tercio una, y otra de los caballeros de la Religión, y que los gastadores comenzasen a hacer las trincheas, sacando esta gente de los forzados de las galeras, griegos y sicilianos, y más docientos hombres que envió de sus galeras Andrea Doria, y armaron una gran tienda a manera de galera para hospital donde se curasen los heridos y enfermos, y para guardarle los soldados de los grandes calores del día y serenos de la noche, con las cepas que arrancaron de las viñas, hojas y agraces, hicieron chozas para se reparar. De esta manera se hizo el cerco de la ciudad por tierra, que no podía salir ni entrar moro que no fuese preso.
- XXXI [Prosigue la guerra de Africa.] Viéndose así cercados los de Africa, pusieron este orden en su defensa. A Caidali con cincuenta turcos pusieron en la puerta principal de la ciudad por do entraban y salían, y en las otras pusieron en cada una un cabo de escuadra con veinte moros, la mitad de los naturales y la otra mitad de los alejandrinos, y que rondasen de noche la ciudad docientos moros, y con ellos Mahamet, el veedor de Dragut, y en cada torreón del revellín y castillo se pusiesen doce turcos, y el muro, andén y barbacana rondasen de noche, y de día ciento, mudándose por sus tercios, para que con menos trabajo lo pudiesen todos hacer, y que se deshiciesen las obras muertas de los dos navíos que estaban en la playa, y se metiesen en la ciudad, con todo lo que en ellos estaba, y que se asentasen tres lombardas en la puerta principal del revellín; y en otro torreón que estaba tras la mezquita mayor, pusieron un cañón y media culebrina para que jugasen contra las galeras, con otras dos lombardas que estaban en el
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través junto al torreón, y de esta manera fueron ordenando y fortificando su ciudad, porque Hessarráiz lo sabía bien hacer.
- XXXII [Prosigue la guerra en Africa.] Domingo día de San Pedro se comenzó a sacar la artillería de las galeras para llevarla al campo, haciendo la guardia el capitán Bernal Soler con su compañía, atrincherándose a la lengua del agua, y acudio don García de Toledo con algunos caballeros y gente para más asegurarlas. Salieron de la ciudad por unas troneras y un postigo que caían a la marina docientos moros, oficiales herreros y carpinteros a deshacer los dos navíos alejandrinos y llevar lo que en ellos había a la ciudad. Al tiempo que se estaba sacando la artillería de las galeras, llegó Luis Pérez de Vargas, que fue muy bien recibido de todos, y acudio luego a dar orden cómo la artillería se trajese presto, que no querían perder tiempo. Este mesmo día mandó el virrey al capitán Balcázar que aquella noche con ocho soldados fuese a reconocer los muros de la ciudad, y si había foso junto a ellos, y andando reconociendo le pasaron con una bala de escopeta por los lomos, de que murió dentro de algunos días, y mataron dos soldados de los que con él iban, y con este daño no se pudo hacer bien el reconocimiento. Con harto trabajo se plantaron esta noche tres piezas de artillería en la montañeta, y luego mandó el virrey que se jugasen contra los reparos que la ciudad tenía, y porque no estorbasen los tiros de la ciudad y hiciesen daño con la artillería a los que en la montaña la plantaban, mandó el virrey tocarles bravamente al arma, y que los arcabuceros disparasen contra la ciudad, y que alrededor donde se había de plantar la batería anduviesen dos compañías de soldados disparando, así para que embarazasen la ciudad como para que encubriesen la vista de la batería, y que con el ruido no sintiesen los golpes cuando se plantase. Plantó Luis Pérez a cuatrocientos y cincuenta pasos diez piezas de artillería, cañones reforzados, y dos culebrinas, y en medio de cada dos piezas, dos cestones llenos de arena por mayor fuerza; y plantadas estas piezas cien pasos más abajo del lado izquierdo plantaron otras ocho piezas gruesas de batir con otra tal fuerza de cestones y sacos de arena, y púsose en guarda de ella una compañía de infantería, y desde la montañeta donde estaba el campo alojado,
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hasta la batería primera y segunda, se hicieron trincheas, por donde se pudiese ir sin peligro hasta la batería, aunque no podían ir tan guardados que la artillería de la ciudad no los hiciese algún daño, porque la trinchea era de arena, y pisándola la gente se deshacía, y así se trabajaba siempre en ella. Y para mayor seguridad se hizo otra contratrinchea, y otra que atravesaba de mar a mar cien pasos más bajo, y en sola una noche se puso tan buena diligencia que amaneció hecha de un estado de hondo. El asiento del campo, según la disposición del sitio, fue tal.
- XXXIII [Prosigue la guerra en Africa.] Como Hessarráiz sintió el arma tan recia, y tanta arcabucería como contra la ciudad se disparaba, viendo que no se llegaban a ella, como hombre de guerra sospechó lo que era. Mandó reforzar las guardias así en las puertas y torres, como en el cuerpo de guardia, y jugar la artillería a la parte donde pudo imaginar que se plantaba la batería; mató algunos gastadores y otros soldados. Acabada de plantar la artillería, el virrey mandó cesar el arma, y que se sosegase el campo; y al alba de otro día, martes primero de julio, tocaron todas las trompetas y instrumentos músicos de las galeras y atambores del campo, y todos los arcabuceros dispararon contra la ciudad a manera de salva, y acabado, comenzó luego la batería en un lienzo del muro del revellín y un torreón a la parte del poniente. También dispararon toda la artillería de la ciudad respondiendo a la del campo, en el cual hacían daño especialmente en los gastadores que andaban en las trincheas. Concertaron que ochenta cristianos y treinta cristianas, que tenían esclavos en la ciudad, saliesen de noche y limpiasen todo lo que la batería de día hubiese derribado, y que se hiciesen unos traveses de madera para si llegasen por allí a dar el asalto, la artillería y escopetería que habían de estar en ellos disparasen en los cristianos, y que dentro de la ciudad se pusiesen puntas de maderos y clavos y abrojos, para que si entrasen, se clavasen en ellos, que fue la mayor fortificación que los moros pudieron hacer. Hicieron a la parte de tierra un parapeto para poner en él cuatro lombardas para mayor seguridad y fortificación. En el campo entendían en lo mesmo, y porque las trincheas de la arena no valían cosa, acordó el virrey que de un olivar que estaba una milla del campo al poniente, se trajese fajina y rama para fortificar las trincheas.
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Y demás de esto trajesen leña para que dos herrerías ardiesen siempre y se hiciesen en ellas clavos, planchas y hierros para la artillería y otras cosas necesarias en el campo, y que fuese una compañía de infantería haciendo la escolta y guardia a los gastadores que habían de ir por la leña; con esto se fortificó mucho el campo, y las galeras en que estaba Andrea Doria se metieron más a la mar, poniéndose en parte que siendo menester jugar la artillería contra ella lo pudiesen hacer.
- XXXIV Salen los de Africa a hacer daño en el campo. Desmayó algún tanto Hessarráiz cuando vió la diligencia que en el campo había en fortificarse y guardarse de la artillería de la ciudad, y viendo con cuánto calor los batían y el daño que dentro en la ciudad hacían dos morteretes que estaban plantados sobre la primera batería, que habían hundido algunas casas y muerto gente; con todo quisieron mostrar que no sólo habían ánimo para defenderse en una ciudad fortísima y bien proveída, si bien ellos no eran más que mil y quinientos, y en el campo cuatro mil, mas que fuera de los muros habrían de salir a combatir con ellos, y concertaron una noche que Caidali y Maihenet, que eran los que mas sabían de la guerra, saliesen con cincuenta turcos y diesen en las centinelas y gente de guardia que estaba cerca de la puerta de la ciudad, y que Hessarráiz quedase en guarda de la puerta con otros cien turcos y otros docientos sobre el revellín. La noche que los turcos tuvieron esta determinación cupo la guardia a los capitanes don Bernardino de Córdoba y don Juan de Mendoza, que habían de estar esta noche con sus compañías en la trinchea más cercana a la ciudad. Siendo ya las once de la noche (que fue bien oscura) salieron los cincuenta turcos, quedando los otros, como estaba concertado. Adelantóse uno a reconocer el campo, y llegó sin ser sentido hasta donde estaba una centinela muy dormido; volvió luego el turco a avisar a sus compañeros. Caidali se adelantó con seis soldados y llegó a la centinela y cortóle la cabeza, antes que despertase. Maihenet, que era el otro capitán que salió con estos turcos, fue con los veinte y cinco de ellos contra donde estaba don Bernardino de Mendoza, y con los otro veinte y cinco fue Caidali contra don Juan. Llegaron sin ser sentidos donde estaban otros seis soldados centinelas. Estos estaban con más cuidado y los sintieron y entendieron, que habían
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muerto la primera centinela, y tocaron luego al arma y dispararon sus arcabuces contra los turcos, y ellos hicieron lo mismo contra los soldados, y mataron tres de ellos. Oída la arma en el campo, tocaron los atambores de los tercios y pusiéronse en orden, y el virrey se armó y acudio donde se tocaba el arma. Salieron fuera de las trincheas don Juan y don Bernardino con sus espadas y rodelas, diciendo: Santiago y a ellos. Como los turcos sintieron la resistencia que se les hacía, y que en todo el campo se tocaba al arma, temieron perderse y volviéronse a la ciudad.
- XXXV [Prosigue la guerra de Africa.] Batíase la ciudad con toda furia, y en ella se reparaban cuanto podían. Mandó el virrey que el capitán Portillo, de la Goleta, y otro Portillo, cabo de escuadra de la compañía de don Hernando, fuesen a reconocer la batería con otros cinco soldados, los cuales fueron a la hora de mediodía con sus espadas y rodelas. No hallaron resistencia porque los turcos estaban detrás del muro y torreones por temor de la artillería. Llegaron a la batería y reconocieron el revellín, y queriendo subir la batería para reconocer el muro, fueron vistos y luego tocaron al arma, y comenzaron a disparar las escopetas en ellos, a cuya causa no pudieron reconocer más. Y pareciéndoles que se podría dar ya el asalto, lo dijeron al virrey, y él lo trató con don García de Toledo y con Luis Pérez, y fueron de parecer que se diese, y envió la relación a Andrea Doria, y a pedirle su voto, el cual dijo que sentía lo mismo que los demás capitanes habían dicho, y así acordaron que para el martes primero, ocho días después que la batería se había comenzado, las galeras tocasen arma, y batiesen por la mar con fin de que los turcos y moros se repartiesen por los muros, torres y puertas; y porque este día sopló un poniente que alteró la mar, no se hizo, y esperaron que el mar sosegase. Estaba dentro en la ciudad un mozo italiano renegado; arrepentido de su yerro, quiso volverse a la Iglesia, donde había nacido. Como se dijo en la ciudad que los cristianos querían dar el asalto por el revellín, doliéndose del gran daño que habían de recibir si por allí quisiesen acometer, estando en guardia de la ciudad junto a la batería entre las doce y la una de medio día, se arrojó de la batería abajo, y por mucho que los de la ciudad hicieron por matarle, quiso Dios que no le acertasen con alguno de los muchos arcabuces que sobre él dispararon. Recogiéronle en el campo y lleváronlo ante el virrey.
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Dijo quién era, y confesó su pecado; avisó de la fortificación que detrás del muro que se batía hacían los turcos, si bien no supo declararse. De ahí a dos días se salió de la ciudad otro renegado, y vino al real de noche; éste era más plático que el primero, y dijo la manera de la fortificación que hacían, y que sería por allí muy peligroso el asalto, porque estaban con grandes apercibimientos. En harto cuidado pusieron al virrey y a don García estos avisos. Juntáronse con los capitanes para ver qué orden se tendría en dar el asalto, y acordaron que el viernes siguiente se les diese muy de mañana, por la parte que la batería había hecho camino, y que fuese de, esta manera: Que algunos alféreces y gentileshombres llevasen la vanguardia derechos a la batería para entrar por ella, y llevasen ollas de fuego artificial, y siguiéndolos, el capitán Zumárraga con su compañía y otra cantidad de arcabuceros, los cuales llevasen algunos barriles de pólvora para que, estando encima de la batería, los echasen sobre los enemigos, y sus reparos, y que les fuese haciendo espaldas Pantoja, alférez del capitán Brizeño, con cuatrocientos soldados, y que entre tanto que esto se hacía, don Alonso Pimentel con su compañía procurase echar escalas a una torre que estaba a la parte del poniente; y para dar socorro a todo lo que sucediese, quedase el campo en arma, y la artillería puesta en orden. Avisaron al príncipe Andrea Doria de esta determinación. Nombráronse los alféreces y gentileshombres que habían de llevar la vanguardia, y todos los demás se pusieron en orden conforme a lo acordado. El virrey y don García quedaron en el campo con la gente puesta en arma, y comenzaron a caminar los que estaban nombrados con grandísimo silencio, por no ser sentidos; pero aunque era de noche, echáronlos de ver y tocaron luego al arma dando grandes voces, y dispararon algunas lombardas, y dieron una rociada de escopetería, de manera que mataron y hirieron algunos, y se pudo llegar con harto trabajo a la batería del revellín, y aquí mataron al alférez Pantoja y a otros. Hallaron los demás el foso tan hondo y tan ancho, que no lo pudieron pasar. Aquí se porfió harto, y murieron muchos, y hallaron tanta resistencia en los turcos, y dificultad en los muros y reparos, que era imposible la entrada, y cierta la muerte de los que en ellos se ponían. Don Alonso Pimentel tentó apoderarse del torreón que estaba a su cuenta, mas no pudo llegar a él por la defensa que halló hecha, y viendo el poco fruto que podía hacer y el daño grande que los soldados recibían, se retiraron con pérdida de trece o catorce soldados y más de ochenta heridos. Cortaron las cabezas de los muertos y arrojáronlas con los cuerpos hechos pedazos por los muros abajo, y la del alférez Pantoja pusiéronla en una pica levantada hacia el real, y un renegado, a grandes voces, dijo en español: «Cristianos, veis aquí vuestro capitán; venir por él.» 426
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- XXXVI [Prosigue la guerra de Africa.] Los soldados que habían ido a dar el asalto echaron bien de ver la gran fortaleza de la ciudad y el contramuro que tenía, y otros reparos que ponían harta dificultad para poderla entrar. Y el virrey, con don García y Luis Pérez, acordaron dos cosas: la una, recoger y estrechar su alojamiento, para estar mas reforzados, porque no se fiaban mucho de los moros y alárabes que les hacían amistad, y lo segundo fue enviar por más gente, artillería y municiones a Nápoles, Sicilia y la Goleta. Juan de Vega escribió a su hijo, Hernando de Vega, que había quedado en su lugar en Sicilia, que luego le enviase gente y artillería, y lo mismo hizo don García a su padre, don Pedro, virrey de Nápoles. Fue a la Goleta el capitán Cigala con dos galeras, y sacó de ella dos culebrinas y dos cañones gruesos, y un serpentín reforzado, y docientos quintales de pólvora, y dos mil pelotas de munición, y volvió con esto para el campo. Llegó a Palermo el marqués Antonio Doria, y sacaron de los castillos una bandera de infantería española, mil pelotas y docientos quintales de pólvora con cantidad de bastimentos y refresco que Hernando de Vega había mandado embarcar. A Nápoles fueron el prior de Lombardía y Filipín Doria, y en Nápoles dio el virrey al capitán Orihuela con su compañía de infantería española, y seiscientas pelotas de hierro colado para cañones, y ciento y cuarenta y cuatro quintales de salitre, y cuarenta y cinco de carbón de salce, para que en el campo se hiciese pólvora. Llegó ese socorro al campo, y todo parecía muy poco para lo que era menester, y escribieron al Emperador dándole cuenta de lo que habían hecho y de la dificultad que había en el negocio por la gran fortaleza de la ciudad, suplicándole que, pues tocaba tanto a su reputación, y era del servicio de Dios y bien de sus reinos, que mandase enviarles infantería, de la que había en Lombardía, y artillería y municiones, las que fuesen necesarias. Entre tanto que fue este correo, pareció a don García y a Luis Pérez que sería bien acercar la batería docientos y diez pasos más a la ciudad, delante de la primera batería. Y porque una trinchea, que de mar en mar estaba hecha, les pareció larga, para si de allí se hubiese de hacer la arremetida, mandaron hacer otra, cien pasos más adelante hacia la ciudad, y para ir a ella otras que la correspondiesen. Recibió el Emperador las cartas del virrey y capitanes en Augusta, y mandó luego despachar para don Hernando de Gonzaga, que gobernaba el Estado de Milán, mandándole que luego diese lo que para la conquista de Africa le
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pidiesen. Escribió, asimismo, al duque de Florencia y a la señoría de Génova que a su cuenta diesen todas las municiones que el virrey de Sicilia enviase a pedir.
- XXXVII Hazaña de un valiente portugués. Atrevíanse los turcos a salir de noche y acometer hasta llegar a las trincheas. Una noche los dejaron bien llegar, y un portugués llamado Joan Sossa vió a un turco que venía bien armado con su celada, alfanje y rodela, y era de los más valientes y estimados que entre ellos había. Tomó Joan de Sossa una espuerta, y con ella por escudo y sola su espada, salió fuera de la trinchea y peleó con el turco, y lo venció y cortó la cabeza. Por lo cual, aunque el portugués había ido contra el bando que se había echado de que nadie saliese a pelear fuera de las trincheas, don García le honró mucho y le dio cincuenta ducados. Fueles mal esta noche a los turcos. Estaban en el campo algunos moros amigos que habían venido con Luis Pérez de Vargas desde la Goleta. Entre ellos era Muley Hacén, rey desheredado de Túnez, y ciego, con algunos de sus hijos. Aquí murió de enfermedad, y fue muy llorado de los suyos, y lleváronlo a enterrar a Quernan.
- XXXVIII [Dragut.] No he hecho mención de Dragut después que salió de Africa. El corrió el mar buscando qué robar, y donde principalmente acudio y hizo mucho daño fue en el reino de Valencia, llevado y guiado de algunos moros naturales de él. Saltó en algunos lugares de la costa y hizo los males que pudo, muy sin pensamiento de los que habían venido sobre sus lugares de Monesterío y Cusa, y de lo que tenía a cuestas la su querida ciudad de Africa, mas al fin lo vino a saber de esta manera. Dije cuando desembarcó el campo imperial que habían salido de la ciudad Caidali con trecientos turcos y moros, y Mahemet con sesenta caballos, que los arcabuceros españoles les dieron tanta priesa, que volvieron huyendo, y algunos no tuvieron lugar de entrar en la ciudad y se fueron por la montaña. Parte de éstos llegaron a los Gelves, donde estaba la mujer de Dragut, a la cual 428
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dieron cuenta de la pérdida de Monesterio y Cusa, y del campo que quedaba sobre Africa. Ella despachó luego en busca de su marido, llamándole para que viniese a socorrer su ciudad. Fue una fusta en su busca, y topó con él, que venía del reino de Valencia. Atravesóle el corazón a Dragut la mala nueva; pidio consejo a los suyos, y acordaron que fuesen a socorrer a Africa, y que primero fuesen a los Gelves y recogiesen la gente que pudiesen, y de allí fuesen a las villas de los izfaces y querquenes y su comarca, y hiciese también aquí gente, y que con ellos, y con ochocientos turcos que de sus galeras y navíos sacase, harían por descercar la ciudad. Llegó Dragut a los Vélez, habló luego con el jeque, pidiole su ayuda, diole que pudiese levantar gente, hasta mil y quinientos moros a su costa. Envió a pedir socorro al señor de Quernan y a su amigo el rey de Túnez, diciendo que era la salud de todos no dejar que el Emperador se hiciese tan gran señor en aquellas partes, porque se quería alzar con todo. No halló Dragut el socorro que quisiera; el de Quernan se lo negó, el de Túnez le entretuvo, y como pudo, juntó tres mil y setecientos peones y sesenta caballos, y envió un capitán para que procurase entrar en Africa y dijese a Hessarráiz y a los demás que el día de Santiago, dos horas antes que amaneciese, estuviesen a punto con la gente de guerra de la ciudad, que él llegaría aquella hora con cuatro mil y quinientos hombres de a pie y de a caballo, y daría en el campo de los enemigos, y que a la mesma hora, en sintiendo que andaba envuelto con ellos, saliesen por su parte y diesen en ellos, procurándose juntar con él. Enviado este aviso, mandó marchar la gente la vía de Africa, que por tierra estaba ochenta y cinco millas de los Gelves, y él caminó por la mar para juntarse con ellos, donde hallase lugar. El correo que iba con el aviso a los de Africa, sabía bien la tierra, y llegó día de la Madalena, y metióse en el olivar, donde estuvo escondido hasta dos horas de noche, y pareciéndole hora, fuese ribera del mar, porque si topase con enemigos, echarse al agua y salvarse nadando o como pudiese. Llegó a la ciudad sin que topase a nadie, y echóse al agua, y fue a entrar nadando por una tronera de las que por aquella banda tenía, y dándose a conocer le subieron con una soga, y dio su embajada a los capitanes moros, con que quedaron muy contentos, y ya les parecía que seguros con el buen socorro que Dragut ofrecía. El capitán Carmami, que venía con la gente por tierra, no pudo caminar como él y Dragut habían pensado, y a esta causa no se pudieron juntar según habían concertado.
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Llegó antes Dragut a seis millas de Africa, y echó en tierra seiscientos flecheros y docientos escopeteros turcos, y mandó volver los capitanes con los navíos a los izfaquis, temiéndose que siendo descubierto por el armada imperial, embistiría con ellos. Esperó allí la gente que venía por tierra, y llegó. Y juntos, día de Santiago, llegaron cerca del olivar donde iba la gente del campo por rama y fajina, y alojóse en una casería y torre que allí estaba, encubriéndose cuanto pudieron por no ser sentidos, y de allí procuró enviar aviso a la ciudad, para concertarse y dar en el campo de los cristianos por dos partes a un mismo tiempo. Procuró coger algún cristiano desmandado para saber la disposición del campo y la gente que en él había.
- XXIX [Prosigue la guerra de Africa.] Ya dije cómo siempre que la gente del campo iba por leña al olivar le hacía escolta o guardia una compañía de infantería. Este día de Santiago le cupo a don Alonso Pimentel, el cual a la hora de las diez salió con su gente y con ciento y treinta griegos gastadores y con otros ciento y cincuenta barqueros y taberneros italianos que iban por leña para guisar la comida. Llegando don Alonso a la tienda del virrey, le dijo el sargento mayor que no pasase adelante y hasta verse con él, y era que ya el virrey tenía aviso por algunos alárabes que venía socorro a Africa, aunque no sabían que Dragut lo trajese, y demás de esto se habían visto algunos moros por las montañas y se temían que en la tierra había enemigos. Y más que el Jarife, amigo de Luis Pérez, había descubierto tres o cuatro moros, que querían matar un soldado cristiano, y se habían metido por unos juncales de la marina, donde entendía que había gran golpe de enemigos, y así avisó luego a Luis Pérez de lo que había visto y entendía. Diose cuenta al virrey, y hubieron su acuerdo, y fueron en que la gente fuese por la rama y con ella demás de la compañía de don Alonso, las de don Alvaro y Hernán Lobo, y otros caballeros y capitanes. Y el virrey quiso ir con ellos, y don García quedó en guarda del campo, y para que si los de la ciudad saliesen, para juntarse con los que venían, se lo defendiese. Salieron las tres compañías con sus capitanes y los caballeros que iban debajo de la orden del capitán Amador, y el virrey se puso a caballo sin armas algunas más de la espada, y con él cuatro de a caballo, y Muley Mahemet y Bucat, hijos del rey de Túnez, que murió en el campo. Estos dos moros
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llevaban corazas y ballestas colgadas de los arzones de los caballos, y algunos de sus moros juntos con ellos, con carcajes de pasadores, y el Jarife con su lanza larga, y seis moros junto a él, todos con sus capuces y tocas rebozadas y lanzas en las manos. Bajados a lo llano se hizo un escuadrón de las tres banderas, el cual ordenaron Luis Pérez y Hernán Lobo, poniendo en vanguardia y retaguardia a los soldados de coseletes, diez y siete por hilera, con dos pequeñas mangas de arcabucería, que en cada una iban sesenta arcabuceros, de diez y siete en diez y siete las hileras, como de los coseletes, y la mano derecha se dio al alférez de Hernán Lobo y sargento de Amador, y otros dos cabos de escuadras. Y la izquierda a don Alonso, a la parte que iba el virrey con los tres príncipes moros, y en esta orden comenzaron a caminar para el olivar, adelantándose Luis Pérez con don Alonso y manga de arcabuceros para descubrir si había enemigos, y don García volvió a las trincheas, y los visitó, dando aviso de la sospecha que había de enemigos. Y mandóles que todos estuviesen sobre aviso y apercebidos, para si saliesen los enemigos de la ciudad y pusiesen centinelas para que pudiesen dar aviso de lo que al virrey sucedía. Las centinelas de Dragut descubrieron el escuadrón que iba al monte y avisaron, y él, con mucha diligencia, puso en orden su gente, reconoció el orden con que todos venían, habló a los suyos, animándolos, y mandóles estar quedos hasta que él avisase. Quísolos dejar llegar más al olivar, pareciéndole que cuando más se desviasen del campo, sería más señor de ellos, y que antes que fuesen socorridos, los habría muerto. Como llegó el escuadrón al olivar, salió Dragut del puesto de la torre y comenzó a descubrir su gente con gran estruendo de atambores y trompetas, y grita, que es cosa ordinaria entre los moros pelear de esta manera por espantar a sus enemigos. Descubriólos Luis Pérez, que se había adelantado a reconocer el campo, y avisó luego al virrey, el cual mandó que el escuadrón caminase muy junto y reforzado, derecho al olivar. Bajó Dragut con su gente una cuestezuela muy en orden, mandó que la infantería le siguiese, y dividio los sesenta caballos en dos órdenes, a fin de tomar el escuadrón en medio. Luego se mostraron diez y siete banderas de enemigos, y en vanguardia de ellas docientos turcos con partesanas, alfanjes y tablachinas. Y como Luis Pérez vió los muchos turcos y moros que venían para reforzar más la manga de arcabucería, esperó al escuadrón, y junto y reforzado fue adelante. Llegando ya a tiro de arcabuz unos de otros, Dragut dio una gran voz y arrojó la lanza contra el escuadrón, y haciendo lo mismo los de a caballo y peones, comenzaron con gran grita a arrojar lanzas y disparar sus escopetas, flechas y piedras con hondas, y los soldados cristianos a responderles con sus arcabuces, y trabóse luego entre ellos una muy reñida escaramuza. Los de la ciudad veían esto y dispararon contra el escuadrón una larga culebrina que 431
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daba con las balas en el olivar y hacía algún daño. Andrea Doria (que de todo estaba avisado) mandó jugar la artillería de las galeras, y dio una pelota por la boca de un cañón que lo reventó, y los moros quedaron harto escandalizados. Como Dragut se vió superior por la mucha gente que tenía, más que la del escuadrón peleaba con demasiada confianza. Cargó más a la parte donde iban el alférez Hernán Lobo, y el sargento Amador y otros oficiales. Luis Pérez acudio allí, animando la gente, embarazados en la pelea; los que iban por la leña, cortaban y hacían sus cargas. Y como desde el campo se veía la escaramuza, y desde la mar las galeras, mandó don García que se tirase una pieza de campo de las que estaban en el caballero junto a la tienda del virrey a los enemigos. Una pelota mató tres turcos, y de la mar les comenzaron asimismo a tirar y hacer daño. Como Dragut vió esto, mandó retirar su gente al canto del olivar, junto a un valladar, para guardarse de la artillería y dar carga con las escopetas en el escuadrón. El visorrey hacía el oficio de muy diestro capitán delante de todos, con la espada desnuda, sin otra arma, reuniendo y animando la gente, y lo mismo hacían otros capitanes. Y porque los arcabuceros españoles, cebados en la escaramuza, se desmandaban y desguarnecían el escuadrón, el virrey mandó a Luis Pérez y a don Alonso Pimentel que los retirasen y hiciesen juntar, porque por mala orden no se perdiesen. Y habiendo Luis Pérez retirado y puesto en orden la mano izquierda, fue para la diestra, que se habían más desmandado, y viendo que con don Alonso hacía por los retirar y no podía, que los turcos los cargaban mucho, por haberse apartado del escuadrón más de lo justo, fuelos a socorrer y tampoco pudo, según andaba la escaramuza caliente; y temiendo Luis Pérez que aquellos arcabuceros se habían de perder, tomólos de la manga derecha para irlos a socorrer y retirarlos. Y yendo de la una parte a la otra, llegado al derecho del escuadrón donde los arcabuceros andaban, le dieron por los pechos un balazo que le salió la pelota por los riñones, y sintiéndose herido de muerte volvió las riendas al caballo para entrarse en el escuadrón, y antes que pudiese llegar a él cayó muerto en un llano y el caballo se paró. Y pareciéndole a Dragut que debía de ser persona principal, por lo que le había visto hacer (aunque muerto), mandó a los turcos que cogiesen el cuerpo; los cuales arremetieron para tomarlo, y viéndolo un soldado de los que había llevado de la Goleta que andaba con él, a grandes voces comenzó a decir: «Españoles, socorred a Luis Pérez, que le llevan los turcos.»
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Y oyéndolo, y viéndole caído, tres hileras de soldados con coseletes y diez arcabuceros, arremetieron a todo correr a defenderle, porque los turcos no lo llevasen, que llegaban ya cerca de él, y también arremetió don Alonso Pimentel con otros soldados a lo mismo. Y los unos sobre llevar el cuerpo y los otros sobre defenderlo, trabaron una brava pelea, la cual fue muy reñida, combatiendo espada contra alfanje, y pica contra lanza, y arcabuz contra escopeta. Murieron y fueron heridos muchos, y a don Alonso dieron un arcabuzazo en la gola que si no fuera tan fuerte muriera. Mas por mucho que los turcos porfiaron, los españoles los hicieron retirar y dejar el cuerpo, y los llevaron huyendo hasta el vallado de donde habían salido. Y entre tanto, el alférez de don Alonso y otros soldados alzaron el cuerpo de Luis Pérez de tierra y lo pusieron en un caballo, y lo llevaron al campo con mucho pesar de haberlo perdido, porque era muy buen capitán. Y como duraba tanto la escaramuza, un turco flechero había acabado de tirar todas sus saetas, y puesto sobre un vallado en menosprecio de los españoles, volvió las espaldas y levantó las faldas y comenzó a echar tierra con las manos. Apuntóle un español y acertóle tan bien que le dio en la parte que bajamente mostraba, y cayó en tierra, que fue muy reído de todos y de él muy poco llorado, porque murió luego allí. Mataron a Palomares, alférez del capitán Hernán Lobo, que peleó valerosamente. También querían los turcos llevar su cuerpo, y se trabó otra tal como la pasada, mas tampoco lo llevaron. Los gastadores habían ya hecho las cargas y volvían con ellas para el campo, y Juan de Vega, animando su gente como excelente capitán, se fue retirando. Y viendo Dragut que se le iban, y a su pesar llevaban la fajina, puso en dos partes su gente, y mandó que los unos siguiesen al escuadrón al rostro y los otros hiriesen por las espaldas, porque ninguno escapase. Y esto podíanlo hacer mejor y más sin peligro que la primera vez que lo intentaron, porque como caminaban por dentro del olivar, iban guardados de la artillería, lo que primero no podían, porque, por temor de ella, se habían retirado al canto del olivar, y yendo peleando de esta manera mataron dos cabos de escuadras y cuarenta soldados y hirieron otros muchos, si bien ellos lo pagaban muriendo muchos más; y como apretaban tanto al escuadrón, mandó el virrey que los gastadores dejasen la leña, y que con sus hachas, armas y piedras, ayudasen a pelear, y con esta ayuda salieron del olivar, con muerte del capitán de los gastadores.
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- XL [Prosigue la guerra de Africa.] Como el Jarife vió tanta multitud de moros contra tan pocos cristianos, sin decir nada al virrey envió a decir a don García lo que pasaba, y lo mucho que importaba enviar socorro. No lo había hecho don García por no dejar el campo sin gente; mas como vió la necesidad y aprieto en que el virrey estaba, tomó los capitanes don Juan, don Bernardino y Zumárraga con sus compañías y fue a toda furia. Y como ya el virrey había salido con el escuadrón del olivar, mandó que los gastadores tornasen a tomar la leña y con menor daño se volvía al campo. Viendo los turcos de la ciudad salir el socorro del campo, mandó Hessarráiz juntar a un portillo cerca del revellín cuatro banderas, para que llegando más cerca Dragut, le fuesen a socorrer y clavar la artillería del campo y juntarse con él. Comenzaron a salir con gran estruendo de atabales y trompetas que se oían en el campo. Mandó don García, viendo esto, que los tres capitanes fuesen con sus banderas a dar el socorro, y él se volvió al campo por tener buena guarda en él, y puso toda la gente en arma, así para su defensa como para ayudar al escuadrón que se venía retirando. Peleando Dragut vino siguiendo el escuadrón y socorro que llegó, dándoles carga hasta cerca del campo, y algunos alféreces turcos y moros atrevidos llegaron bien cerca del campo a unas paredes y torrecilla donde se hacía de noche la guardia, y pusieron en ellas algunas banderas. Viendo esto Hessarráiz, y cómo Dragut peleaba con los suyos, mandó salir bien afuera de los muros las cuatro banderas, y por el portillo cerca del revellín que a la mano izquierda estaba, salió Mahemet, el veedor, con una bandera blanca y colorada en la mano, y en la otra el alfanje desnudo, y acompañado de sesenta turcos y moros escopeteros y flecheros, y con grande ánimo se fue para las trincheas donde don Hernando de Toledo estaba; y si bien del campo dispararon contra ellos toda la arcabucería, no por eso dejó Mahemet de pasar adelante, yendo determinado de poner su bandera en el bestión, que de dos botas de madera estaba hecho. Y pesándole mucho a un soldado del atrevimiento del turco, con licencia del maestre de campo, poniendo Mahemet en el bestión la bandera, arremetió para él con la espada desnuda en la mano, y le dio dos cuchilladas en la cabeza de que le derribó muerto, y al soldado dieron los que en guarda de la bandera iban, dos escopetazos de que murió.
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Y como el virrey oyó el arma recia que en el campo se tocaba, mandó que don Bernardino con su bandera y otros arcabuceros quedasen con él para pelear con los turcos, y que los otros capitanes con su gente fuesen a socorrer el campo que peleaba con los de la ciudad, porque ya él estaba cerca y se iba retirando a juntar con él. Los turcos. que perdieron su alférez a las trincheas, no por eso desmayaron, antes pelearon como desesperados, siendo favorecidos desde un revellín de la ciudad; y andando así a la mano derecha de este revellín, salió otro turco con otra bandera como la primera que habían perdido, y otro que se la ayudaba a llevar, y siguiéndola otros sesenta turcos fueron a favorecer a los que habían perdido la primera con su alférez, y antes de llegar dieron al uno de los dos que llevaban la bandera, un balazo en el muslo derecho, que arrodilló del golpe, mas luego se levantó y llegó a la trinchea, y comenzó a poner la bandera en ella. Salieron dos soldados a quitarla, y acometieron al turco y diéronle tres cuchilladas en la cabeza y brazo, sin que bastase a defenderle otro turco que llegó con un alfanje y rodela a socorrerle. Sintiéndose el turco herido de muerte, se arrojó a la mar por salvarse y tuvo tanto esfuerzo que pasó por ella, si bien iba herido de muerte, y salió a tierra, donde luego expiró. Encendiose de tal manera la escaramuza, que las banderas de todos los tercios y los caballos de la Religión comenzaron a pelear con Dragut y los suyos, a fin de que no se juntase con los de la ciudad ni pudiese llegar a ella. Y como la grita era grande y la confusión que andaba, un renegado de los de la ciudad que debía de ser italiano, por animar a los que salían y hacer que desmayasen los del campo, comenzó a decir a grandes voces: «A ellos, a ellos, que se rompen y que huyen.» Oyéndolo los taberneros y barqueros italianos, como no sabían de guerra ni tenían armas, desampararon sus tiendas y lo que en ellas tenían y dieron a huir, y con gran priesa se embarcaron y entraron dentro en el mar, mas no causaron algún desorden en los que peleaban. Los sesenta turcos se juntaron con los otros que habían llegado primero a poner la bandera, y todos reforzados peleaban muy bien, pensando que siempre salían de la ciudad en su ayuda. Don García les hizo dar muy buenas cargas de arcabucería y jugar la artillería contra el canto de la muralla donde por el agua iban a la hilera, uno tras otro, quince turcos, y una pelota de cañón, topando con el primero, los llevó todos juntos a la mar hechos pedazos, y otras pelotas y la arcabucería mataron otros veinte y cinco. Quedaron con estas muertes muy atemorizados los de la ciudad, y los del campo se fueron retirando, y hallando cerradas las puertas y viendo el daño que en ellos hacían los arcabuces, se retiraron hacia la mar y se pasaron por el agua donde estaban las troneras, y por ellas y por un portillejo que allí había se entraron. Como vió Dragut el poco remedio que había para juntarse con los de laciudad y la resistencia que el escuadrón le había hecho habiendo peleado 435
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cinco horas sin parar, retiróse con los suyos, la cuestecilla donde habían salido combatiendo el escuadrón. Y los de la ciudad, viendo retirado a Dragut, hicieron lo mismo los unos y los otros con harto dolor, porque lo habían con enemigos que también sabían jugar las armas. Murieron cincuenta turcos y treinta moros, y quince de caballo de la parte de Dragut, y heridos ciento y cincuenta sin los muertos y mal heridos de la ciudad. Del campo cristiano murieron ochenta soldados, y Luis Pérez de Vargas, y el capitán de gastadores, y el alférez de Hernán Lobo, y quedaron ciento y cincuenta muy mal heridos. Púsose Dragut con sus tiendas o pabellones en aquel recuesto a vista del campo y de la ciudad, y don García mandó que les tirasen con la artillería, y hacíanles daño.
- XLI [Sigue la misma guerra.] Tuvo Dragut consejo con sus capitanes, y consideradas las dificultades que había para entrar en la ciudad, ni descercarla, acordaron que debían volver por mas gente, y venir con dobladas fuerzas para poder combatir con la gente imperial. Veníanle de Túnez, que el rey Hamida le enviaba ochocientos caballos; mas el señor de Quernán, que estaba mal con Dragut, mandó que cuatro mil caballos los embarazasen el paso, y con mucho contento del mal suceso que Dragut había tenido en la jornada, despidio sus embajadores, que con arte los había entretenido hasta ver cómo le iba a Dragut, y les negó el socorro que le pedían, y juntó un gran regalo de cosas de comer, y enviólo al virrey, dándole el parabién y congratulando de la mano que había dado a Dragut.
- XLII Sigue la misma guerra. Llegado a esta sazón el correo con despachos del Emperador, con los cuales. el virrey y don García fueron muy contentos, y habido su consejo, enviaron el cuerpo de Luis Pérez a la Goleta para enterrarlo en lugar sagrado, y los enfermos a Trapana, para desembarazar el campo, y escribieron al duque de Florencia, y a la señoría de Génova, y a la de Luca, pidiéndoles pelotas y munición, y a don Hernando de Gonzaga que enviase cuatro banderas de 436
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infantería española, y que se volviese a escribir al Emperador dándole cuenta de lo que pasaba, y de la muerte de Luis Pérez, para que proveyese capitán en la Goleta. Y queriendo apretar más la ciudad, para que no les entrase aviso alguno, para quitarles la entrada de la mar, por donde habían entrado los de Dragut, dando aviso de su venida, proveyó Andrea Doria que de allí adelante hiciesen centinela cuatro galeras desviadas de la armada, dos a la parte por do habían de venir de los Gelves, y con esto quedó muy cerrada la ciudad por mar y por tierra.
- XLIII [Sigue la misma guerra.] Con grandísima diligencia hizo Marco Centurión su embajada que había ido por el socorro, y el duque de Florencia y las señorías de Génova y Luca proveyeron muy bien pelotas y pólvora y otras municiones, y el Emperador envió a mandar a don Hernando de Gonzaga que proveyese la gente que se le pidiese, y don Hernando mandó a los capitanes Solís, Antonio Moreno y don Jerónimo Manrique, que estaban en guarnición de Placencia y otras tierras, que partiesen luego con sus compañías y pasasen al campo que estaba sobre Africa, y nombró otro capitán para que levantase gente. Recogida toda esta gente y embarcada, llegaron en salvamento a vista de la armada que estaba sobre Africa, a 6 de setiembre, y fueron muy bien recebidos con grandes salvas, y saltaron luego en tierra, sacando las provisiones y municiones que Marco Centurión traía, para juntarse con el campo. Vieron esto los de Africa, que les causó gran quebranto.
- XLIV [Sigue la misma guerra.] Llegó asimismo al campo Andrónico de Espinosa, ingeniero del reino de Sicilia, por quien el virrey había enviado. Este ingeniero y otro que había en el campo, que se llamaba Hernán Molín, acordaron que se hiciese una trinchea desde el campo hasta el muro de la ciudad, la cual fuese por debajo de la tierra, y por encima cubierta, y un galápago de madera, para que debajo de él
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fuese gente guardada, hasta fin de la trinchea, y juntando con el muro estando debajo de él pudiesen picarle y minarle. Comenzóse la trinchea, mas hallaron tanta agua que no se pudo hacer más honda de medio estado. Llevaron por ella el galápago hasta el muro, y los moros, siendo ya noche, echaron por los muros sobre este galápago muchas rajas de madera seca breadas con pez y haces de juncos también breados con el mismo betún, y con mucho alquitrán las encendieron. Prendio el fuego con el galápago, mas Hernán Molín, que dentro de él estaba, puso tan buena diligencia, que mató el fuego; pero apenas fue muerto, cuando tornaron del muro a echar de aquellas teas y juncos, y volvió a encender, y por matar el fuego se quemaron algunos soldados, y si bien jugaban la artillería del campo contra los del muro, no bastó que tres veces encendieron el galápago, y quemaron una parte de él, y en esto gastaron toda la noche, y los que en el galápago se habían metido, se vieron en harto peligro, y como los tenían tan cerca, tirábanles a puntería, de manera que mataron y hirieron ochenta soldados y algunos gastadores, y al ingeniero Hernán Molín dieron un escopetazo por los pechos, del cual murió. Y siempre los enemigos estuvieron tan avisados, y recatados, que por ninguna vía se pudo hacer el efecto, así por la mucha resistencia, como por el embarazo del agua, que fue el mayor estorbo. Y viendo cuán mal había salido, dijo Espinosa al virrey que cuando venía de Sicilia había reconocido por el mar ser aquella parte lo más flaco de la ciudad, y que sería bien darle batería a la parte de levante en el lienzo que confinaba con el torreón más cercano de la mano derecha por junto a tierra, y porque por allí le parecía no estar el agua honda, y hecha la batería, si bien los soldados se mojasen a la rodilla, o más alto, podrían entrar la ciudad, porque no había revellín ni otro fuerte, y que si por allí no se ganaba ternían mucho trabajo en ganarla. Pareció bien al virrey este aviso, y quiso reconocerlo, y así, tres horas depués que anocheció, él y don García, con Andrónico de Espinosa y otros, fueron a reconocer aquella parte de muro, y lo primero a la batería que se había hecho en el revellín, porque don García decía que la quería hacer muy mayor, para que por ella se tornase a tentar de entrar la ciudad. Y habiéndola reconocido, lo mejor que pudieron, aunque de lejos, Andrónico lo contradijo, y pasaron adelante, y desde tierra mostró el lienzo que se había de batir y a todos pareció que por allí se batiese, y le mandaron hacer los ingenios necesarios para ello. Y hechos los ingenios para meter en el agua la artillería y en parte del campo que Luis Pérez había dejado señalado, comenzadas ya las plataformas, jueves en la noche 27 de agosto plantaron veinte y dos piezas gruesas de artillería, y al romper del alba de otro día viernes, con muy buen orden 438
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comenzaron a jugar de ellas contra el muro o lienzo del revellín que estaba docientos y treinta pasos del campo; y como la artillería era más gruesa y mejor, y la pólvora más fina, y la batería cogía más en lleno, hizo grande operación, y en muy poco tiempo derribó gran parte del muro. Viendo Hessarráiz la gran batería que sin parar por aquella parte le daban, hizo juntar los esclavos y algunos turcos y moros de la ciudad, para limpiar lo que la batería derribaba, con el fin de fortificarse y hacer un bravo reparo; y como de día no osaban limpiarlo por la mucha piedra que la artillería derribaba, limpiaban lo que dentro caía de noche. Andándolo limpiando a la parte do los moros andaban, cayó un pedazo del muro y torreón, y mató treinta de ellos, y maltrató a otros, de lo cual quedaron tan espantados que no se atrevieron por entonces a entender más en ello. La batería hacía grandísimo daño en el muro, tanto que no bastaban los moros a limpiarlo de noche, ni hacer reparos por aquella parte, y los moros metieron sacas de lana y algodón en el torreón que batían, mas la batería había rompido un gran pedazo que había del muro de la marina a la ciudad; pero tenía una dificultad, que ya que por allí subiesen a la batería por la parte de dentro, estaba tan hondo que no se atreverían a pasarlo ni entrar. Estas y otras dificultades había, y los moros se defendían valerosamente, y aun ofendían a las galeras que se ponían en centinela, tirándoles la artillería, con que mataron algunos marineros y soldados.
- XLV [Sigue la misma guerra.] Como el virrey vió el buen efecto que la batería hacía, la mandó continuar sin que cesase un punto. Proveyó que se batiese un torreón que estaba junto al muro que se batía para procurarle ganar y defender de allí los soldados cuando diesen el asalto; mas halláronle tan fuerte, que por más que le batieron no le pudieron igualar con la batería que estaba hecha. Mandó Hessarráiz que unos turcos saliesen por las troneras que caían a la mar y que se entrasen en uno de los navíos alejandrinos que estaban en la playa, y en una galeota, y que desde ellos disparasen las escopetas en la gente que estaba en las trincheas. Los cuales siendo en ellas como estaban guardados de la artillería del campo, mataron e hirieron a algunos, y para estorbar esto hicieron otra trinchea, que llegaba a la lengua del agua, al derecho de la popa de la galeota, y como allí la mar era muerta y la arena mojada y menuda, se
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fortificó con tablas y fajina, y hecha, estorbaba mucho los daños que los turcos hacían. Dábase priesa Espinosa en hacer lo que era necesario para la batería que se había de dar por la mar, y pareciéndole a don García cosa muy larga y enfadosa, el hacer de los bancos y tablamentos para asentar la artillería consultándolo con el virrey acordaron que se diese la batería desde dos galeras y envióse la relación a Andrea Doria, y aprobóla, y mandó dar una de sus galeras, llamada la «Brava», y el virrey dio otra de las de Sicilia, llamada la «Califa», a las cuales Espinosa hizo quitar los árboles, remos y velas, y juntarlas, ligándolas fuertemente con clavazón y maderas, para que no se pudiesen desasir, y hízoles sus troneras de tabla, y púsoles por costados nueve piezas de artillería; y por las proas, donde descubrían de la ciudad otro reparo de maderos gruesos de una pica de alto, y cercólas de botas betunadas porque el agua no las abriese ni entrase, y para ayudar a sustentar el gran peso de la artillería. Ligadas, pues, las galeras, y puesta la artillería en ellas para poder batir, el domingo en la noche, otro día después que las galeras con la infantería de Lombardía llegaron, el virrey mandó entrar en algunas galeras algunas soldados, para que fuesen a ganar la galeota y dos navíos en que los turcos se habían metido, porque hacían mucho daño. Como Hessarráiz los vió embarcar y ir las galeras contra sus navíos y galeota, desde el muro a grandes voces mandó retirar los turcos y disparar la artillería contra las galeras para echarlas al fondo y estorbar no llevasen los navíos. Mas a pesar suyo llegaron las galeras y cogieron los navíos y galeota y los llevaron a la armada. Y así, este mesmo domingo en la noche, 7 de setiembre, estando ya reconocido donde las galeras se habían de plantar para hacer la batería, llevando en cada una de ellas dos artilleros que gobernasen cada pieza y un sota cómitre, y diez marineros por ayudantes, y otros dos que continuamente bañasen las troneras para que con el fuego de la pólvora no se quemasen las galeras, y diez carpinteros, y diez calafates para reparar lo que se abriese y quebrase y más los capitanes de las mismas galeras: ordenado esto así, al alba otro día lunes comenzaron a batir el lienzo que caía a la banda de la mar, y junto con esto mandó Andrea Doria juntar una escuadra de galeras, para que ayudasen a dar la batería más recio, y todas a un tiempo comenzaron, y de la ciudad contra ellas a jugar su artillería, la cual comenzaba a hacer mucho daño, porque una pelota llevó la maroma de una galera y la áncora, y las manos a uno, y las cabezas a cuatro, y los marineros hubieron temor y enviaron a decir a Andrea Doria que para qué era aquella batería, pues por allí no se había de dar el asalto, y sintiendo su miedo Andrónico de Espinosa envió a decir a don García que le diese gente que sin temor le ayudase. El cual le envió al sargento Pallarés de la compañía de don Juan, con cincuenta soldados, con los cuales Andrónico puso mayor diligencia. Pero el daño que 440
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hacían era grande, y Andrea Doria quiso retirar las galeras; mas por gran diligencia que en ello se puso, no las pudieron mover más que si estuvieran encalladas, y así hubo de pasar la batería adelante. Y cierto fue cosa de milagro, porque como aquí se verá, fuera muy dificultosa de tomar esta ciudad por otra parte, y por esta sola se pudo abrir camino. Y porque del través que tras la mezquita mayor estaba (donde se veía una bandera que Dragut había tomado a una galera del duque de Florencia), jugaba muy a menudo la artillería contra las galeras, y contra la escuadra, y hacía mucho daño, y el sargento Pallarés y sus soldados estaban muy cansados, mandó don García que entrase en las galeras el capitán Orihuela con sesenta soldados, porque nunca cesase el batir, y mandó plantar cuatro piezas de artillería en una punta de la tierra que se metía en la mar, que descubría los lienzos y torreón que se batían. Y como Orihuela y los soldados fueron dentro, y las cuatro piezas se plantaron, las baterías por mar y por tierra anduvieron muy vivas y espesas sin cesar, tanto que se quebró una pieza de artillería de las galeras del Papa. Y porque jugando las cuatro piezas contra las defensas del través los turcos recibían daño, mudaron su artillería por muchas partes de los muros y torreones, y la jugaban contra las tres partes que combatían, y contra la trinchea donde estaba la gente de guerra por hacerle muy mayor. Con esta gran furia batieron todo este día, y otro día por la mañana tornaron a jugar, pero no con tanta braveza, porque en la batería del día pasado habían reventado algunas piezas, y en su lugar se hubieron de poner otras. Procuraban los moros hacer sus reparos particularmente a la parte de la mar limpiando lo que la batería derribaba para hacer foso hondo con otro tal reparo, como en la batería primera; pero era tanto lo que de día se derribaba, que no bastaban a limpiarlo de noche. Batió la artillería de tierra trece días arreo, y la de las galeras y las cuatro piezas lunes y martes. Y el día de Nuestra Señora de setiembre, queriendo don García regocijar el campo, sacó toda la infantería y la trajo en orden algo desviados de la ciudad, y hicieron dos salvas alrededor de ella, y los turcos a la primera y segunda salva dispararon una culebrina, que si bien dio en medio de la gente no hizo mal alguno. Y queriendo dar a entender los turcos en cuan poco estimaban su gallardía, hicieron otra salva contra el campo, disparando todas las escopetas y tiros, que duró mucho más que la que los españoles habían hecho, de manera que puso a todos admiración su ferocidad.
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- XLVI Orden en dar el asalto a la ciudad. -Murieron tres hermanos que se llamaron Moreruela, teniendo uno tras otro la bandera. -Fortaleza de Africa y fin de su conquista. Consideradas las baterías y daños que en ellas habían hecho, acordaron el virrey y don García de que prosiguiese la batería aquel día y medio del siguiente, por abrir más la entrada, y que luego se diese el asalto en esta forma. Que se arremetiese a la ciudad por tres partes, y por cada una de ellas cinco banderas. Y porque no se agraviasen los maestres de campo y capitanes diciendo que echaban a unos por lo más fuerte y peligroso y a otros por lo más flaco y de menos peligro, que las banderas de los tercios fuesen revueltas unas con otras, y que don Hernando de Toledo arremetiese contra la batería nueva con los caballeros de la religión, y capitanes don Alonso Pimentel, Moreruela y don Bernardino de Córdova con sus compañías, y Hernán Lobo, y con él don Juan de Mendoza, Zumárraga, Solís y Antonio Moreno, y las suyas por la batería de la mar. Y don Alvaro de Vega, con los capitanes Orihuela y Briceño, Amador y Pagán con sus banderas por la batería vieja, que se tenía por más peligrosa, por los muchos reparos que allí habían hecho los enemigos, y así había poca esperanza de poderse entrar por ella, sino por embarazar a los enemigos y divertirlos, y que cada cinco banderas se recogiesen y juntasen una hora antes del alba de otro miércoles, junto a las tiendas de los maestres de campo, y que cuando oyesen jugar dos cañones gruesos y tocar una trompeta, arremetiesen, y que los que fuesen a entrar por la batería vieja, llevasen algunas granadas de alquitrán para arrojarlas dentro, y que la demás gente del ejército quedase en guardia de la artillería y del campo. Concertado esto y así avisado Andrea Doria, todos se apercibieron, y a los caballeros de Malta se les dio que se juntasen con quien quisiesen, y que Hernando de Silva, don Pedro de Acuña y otros estuviesen como sobresalientes para lo que se ofreciese. Publicóse un jubileo del Papa en que perdonaba los que allí muriesen, con que se confesasen. Hizo pregonar que ningún soldado se ocupase en saquear ni cautivar hasta ser la ciudad del todo ganada. También mandó Andrea Doria que ningún soldado de las galeras saliese a tierra, y tocando sus clarines rodeó el lugar con sus galeras que iban muy galanas, y a las tres de la tarde, en 10 de setiembre, comenzó a lombardear la ciudad para divertir los vecinos. Juan de Vega entonces hizo señal de arremeter, la cual entendieron muy bien los africanos, y se pusieron en orden para se defender. Tocaron arma todos los atambores del campo, trompetas y clarines de las galeras. Salió primero Hernán Lobo con sus cinco banderas, y tras él los otros, y un fray Miguel delante con un crucifijo en las manos.
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Hessarráiz andaba muy solícito proveyendo a todas partes, y ansí hubo grandísima resistencia y matanza, y Hernán Lobo, cinco pasos antes que del artillería saliese, fue muy mal herido de un escopetazo en un muslo, que cayó en tierra, y levantándose como valiente caballero, pasó adelante, y a tres pasos que anduvo, le dieron otro balazo, que no pudo pasar adelante, y mandó a los capitanes y alféreces que pasasen adelante, y como llegaron a emparejar con don Hernando, siguieron el estandarte, y al fray Miguel y otro fray Alonso que iba con unas corazas y celada, y ceñida una espada, para aprovecharse de ella cuando sus devociones no le valiesen. Hubo grandísima resistencia y matanza. Quisieron señalarse don Hernando, y con su espada y rodela subió la batería arriba, y don Alonso Pimentel; mas los turcos peleaban sin miedo, como desesperados. Hirieron a don Alonso en una pierna y tres veces derribaron en tierra a don Hernando, y de una gran pedrada le quitaron la rodela del brazo, dejándoselo atormentado. Mas por mucho que hicieron, les ganaron la batería y pasaron un tablón que Hessarráiz tenía puesto con ciertas sogas, para tirar de él cuando lo quisiesen quitar, como si fuera puente levadizo, y servía este tablón en un gran portillo que había entre las cercas que ceñía por tierra y la que tocaba en la mar, y quitado éste era dificultosa la entrada. Ganado, pues, el tablón, fueron el muro adelante veinte y cinco pasos hasta dar sobre el lienzo que había rompido la batería de la mar, y comenzaron a querer pasar otros para seguirlos y reforzarlos; mas como el tablón era estrecho y la gente mucha y deseosa de pasar, y la caída abajo muy honda, por pasar con tiento se ocupaban y embarazaban, y unos a otros se impedían. Viéndolo un turco que entraban por el tablón, arremetió con gran furia y trabó de la cuerda para derribarle, y teniéndola en la mano le derribaron muerto de un arcabuzazo. Ganó don Hernando esta batería, mas con muerte de trecientos soldados. Y en esto, Portillo, alférez de don Hernando, subió al torreón batido y puso su bandera, aunque antes había subido un caballero de la Religión llamado Monroy, y un soldado que se decía Godoy, que habla quitado del torreón una bandera turquesca. Contra la batería de la mar donde iba Hernán Lobo, aunque quedó herido, los capitanes Melchor de Zumárraga, natural de Segovia; Antonio Moreno, y los demás con sus compañías arremetieron, contra los cuales tiraron espesos tiros por diversas partes de la ciudad y se vieron en el aprieto que luego diré, los capitanes Moreruela, Briceño, y Amador y Sedeño, alférez de don Alvaro, y otro de Orihuela que contra la batería vieja arremetieron con las cinco compañías. Como ésta era tan dificultosa por los grandes reparos que tenía, peleaban y morían muchos de ellos, y acertó una lombarda al alférez de Moreruela, que era su hermano, y llevóle ambos los muslos; caído en tierra con la espada en la mano peleaba defendiendo su bandera, y luego llegó otro golpe de la misma lombarda, que le hizo pedazos, y otro soldado levantó la bandera. 443
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Y así mataron también al alférez de Amador, a escopetazos, porque los turcos tiraban a derribar las banderas. Y como los soldados no vieron por allí manera de poder entrar, y el gran daño que en ellos hacían, sin licencia de sus capitanes desampararon las banderas y fueron a juntar con los que estaban en las otras baterías, y sus capitanes hubieron de hacer lo mismo, yendo unos a la batería nueva y otros a la ribera de la mar. Don Hernando, que había entrado por el tablón, y llegado sobre el muro abierto de la batería de la mar, como vió que los turcos se defendían por allí, reciamente quiso ganar una pared de piedra seca, cuanto un palmo de alta, que estaba a la parte de tierra que Hessarráiz había mandado hacer allí. Los soldados la ganaron con grandísima presteza, y con aquellas piedras comenzaron a dar en los turcos cogiéndolos por las espaldas y en las cabezas; eran las piedras grandes, y hicieron notable daño en ellos. Y con este daño, y con el que los caballeros de la Religión y soldados que estaban sobre la batería nueva que sojuzgaba y tenían a caballero, habían hecho y hacían, los hicieron retirar algún tanto. Sintiendo, pues, en ellos tal flaqueza, apretáronlos de manera que les hicieron desamparar la batería, y se la entraron, y la ciudad adentro, aunque muriendo de todos. Y dando gracias a Dios don Hernando de ver así la ciudad entrada, teniéndola ya por ganada, volvió por el muro doce pasos atrás con los soldados que con él habían entrado, y con otros muchos que iban entrando, y bajó por una escalera de piedra que estaba en fin de ellos, que iban a dar a una calle muy estrecha, la cual salía a una pequeña plaza donde estaban juntos y recogidos cerca de trecientos enemigos, los más de ellos turcos, que Hessarráiz había puesto allí para guardarla. Los cuales comenzaron a tirar contra don Hernando y los suyos y de los torreones y casas que por allí había lo mismo; mas no les bastó para quitarles que dejasen de bajar a la ciudad. Ibanse los soldados arrimando cuanto podían a las paredes y a los muros por guarecerse de los tiros que contra ellos arrojaban. Lo que don Hernando no hizo, sino que con una temeraria osadía pasó tan adelante, que viéndole los turcos tan atrevido, le salieron a recibir tirándole botes de lanzas y algunas arrojadizas, y diéronle dos lanzadas en el muslo izquierdo y dos escopetazos en el peto, que si no fuera de prueba le mataran. Mas si bien se libró de estos golpes, no fue tan venturoso que pudiese salvar la vida, porque le dieron otro en el muslo izquierdo que le hicieron pedazos los huesos y arrodilló muy mal herido. Y viéndole así los caballeros y soldados que estaban sobre el muro, por defender que no le matasen, disparaban en su favor los arcabuces, desviándole los enemigos; mas Hessarráiz hizo arremeter los turcos, y en tierra como estaba caído, le tiraron muchos golpes de alfanje, conociendo por las armas que llevaba que era persona principal; y estando en tanto aprieto llegó 444
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en su socorro un soldado llamado Antón López, natural de Málaga, y rompió la pica en un moro, y puso mano a la espada y comenzó a defenderlo valientemente. Y teniéndolo así amparado llegó don Tristán de Urrea, hijo del conde de Aranda, con la espada desnuda en la mano, y se juntó con él, y comenzaron a pelear; mas como los turcos eran muchos, tratábanlos mal, y hirieron a don Tristán de cuchilladas y pedradas, y a Antón López de algunos escopetazos, y no viendo remedio, ni que acudiesen a socorrerlos, se retiraron. En esto, habiendo ya entrado por el tablón sesenta soldados con Jaques, alférez de don Alonso, con su bandereta tendida y la espada en la mano, fueron por aquella parte contra los enemigos, los cuales para resistirlos se hicieron un cuerpo y peleaban unos por ganar la plaza y otros por defenderla, cayendo muchos muertos y mal heridos. Y pasando Jaques poco delante de donde don Hernando estaba caído, le dieron un balazo en la cabeza, del cual cayó muerto, y en un soldado que le seguía, alzó la bandera pasando adelante Zumárraga y los otros capitanes entraron por una calleja, habiendo ganado la batería de la mar peleando con los enemigos, y a pocos pasos que dieron mataron a arcabuzazos y lanzadas a Sedeño, alférez de don Alvaro de Vega, que había, peleando valerosamente, y guardando y defendiendo su bandera, sido el primero que la había metido en la ciudad. Y por quitar los moros de los torreones, y ventanas y muros, de donde hacían grandísimo daño, los caballeros de la Religión y los soldados de Nápoles les dieron tantas y tan recias cargas, que los hicieron quitar, y entre tanto tuvieron muchos lugar de pasar el tablón y entrar la ciudad a reforzar los que dentro de ella peleaban. Y andando Mayhenet animando los turcos cayó del muro abajo y se quebró un brazo. Y Zumárraga con sus compañeros salieron al fin de la calle a dar en otra placeta pequeña, al canto de la cual estaba Hessarráiz, que hacía muy bien su oficio, y viendo entrada la ciudad daba voces a los turcos y moros que peleasen y echasen fuera de la ciudad a los cristianos. Con esto apretaron contra Zumárraga y los demás, y aquí se encendio la pelea reciamente. Muchos soldados estaban amparando a don Hernando, porque no le acabasen de matar, y no querían pasar adelante, y entendiéndolo él, dijoles que, pues Dios les había dado entrada en la ciudad, que pasasen adelante, que él poca falta haría donde había tan buenos capitanes y soldados. Quedaron con don Hernando unos criados suyos y dos caballeros, y los demás pasaron combatiendo con los enemigos y retirándolos hasta la plaza; y viendo Hessarráiz el daño que por aquí se les hacía, proveyó que docientos turcos y moros acudiesen a aquella parte, y que contra ella disparasen la artillería, y de tal manera hicieron la resistencia, que convino a los caballeros y soldados retirarse a la calleja, para poner en orden de escuadrón la infantería, y a don 445
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Hernando lleváronlo debajo de un portalejo, cerca de donde le habían herido, porque no le acabasen de matar. Zumárraga y los otros capitanes y soldados se hicieron un cuerpo muy cerrados, continuando la entrada de la ciudad llegaron al cantón de la placeta, donde estaba una casa grande y muy fuerte, con muchas troneras y ballesteras, bien proveída y llena de gente y armas, donde habían acudido muchos de los que habían desamparado la batería de la mar, y fueronla a combatir, y los de la casa disparaban sus escopetas y ballestas con que hacían mucho daño. Y aunque Zumárraga y los demás hacían por ganar la casa, no podían, ni aun hacerles daño, y dos veces rompidos se volvieron atrás por reforzarse, y porfiando los turcos que desde los muros ayudaban a los de la casa, dieron a Zumárraga un escopetazo por cima de la celada, que se la pasaron, y de una parte a otra las sienes, de que cayó muerto, y junto con él otros oficiales y soldados muertos y mal heridos. Y como se vió la fuerza grande que en la casa había, y el daño intolerable que desde ella hacían, para estorbar el favor que les daban desde los muros, los soldados de la batería nueva dispararon contra ellos los arcabuces de tal manera, que por guardarse a sí dejaron de guardar la casa. Y en el entretanto, los capitanes y soldados arremetieron con valeroso denuedo y ánimo a ella, y aunque cayendo y muriendo, sobre ganarla, con muchas muertes que en los moros y turcos hicieron, se la ganaron. Luego entraron todas las banderas en la ciudad, que ya no había fuerzas para resistir, por más que Hesarráiz hacía. Huían los turcos y moros a la puerta donde estaba Caidali, y juntáronse allí muchos, que comenzaron a pelear como desesperados; particularmente peleó un moro negro, que se afirma que antes que lo matasen derribó quince o diez y seis soldados. Por la grita y estruendo de los arcabuces que andaba en la ciudad, entendió el virrey que los enemigos se defendían mucho, y mandó que todos los arcabuceros que habían quedado en guarda de campo fuesen a la ciudad, quedando solos los coseletes y piqueros. Fueron con muy buenas ganas, y como hallaron la entrada llana y sin defensa, entraron, y con su llegada los españoles doblaron los ánimos, y los enemigos los perdieron. Juntos todos los caballeros y soldados, hechos escuadrones, fueron a la montañeta, donde en bajo de ella en un torreón de un fuerte estaban muchos turcos y moros en guarda de muchas mujeres y niños que allí se habían acogido, con los cuales pelearon más de media hora, y al fin los rompieron, y comenzaron a cautivar. Y viéndose ya perdidos, se fueron retirando a los torreones, do se pensaban hacer fuertes, siguiéndolos los cristianos sin dejarlos parar, y los que mayor resistencia hacían eran veinte turcos, que iban amparando y guardando a los demás, llevando delante mucha cantidad de mujeres y niños llorando su desventura. Y yendo así peleando, Monroy, caballero de la Religión, y con él cuatro soldados, desalentados con el gran trabajo, cayeron muertos sin que se 446
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les diese herida. Y más adelante, en una placeta, un caballero que se decía Lope de Ulloa, peleó tanto con los turcos, que forzados del daño que dél recibieron le dejaron con diez y seis heridas, de las cuales murió. Mataron los caballeros de la Religión a Caidali, que defendía la puerta, y los moros y turcos que la guardaban se rindieron. También fue preso Hessarráiz, sobrino de Dragut, capitán general de Africa, por lo cual dio Cigala trecientos ducados para trocarlo por un hijo suyo que tenía Dragut. Muchas cosas particulares había que contar, que sucedieron en este día y toma de Africa; basta decir que los turcos y moros la defendieron valentísimamente, y los cristianos, siendo muy pocos para lo que una fuerza tan grande había menester, la conquistaron por ser tan valerosos, y Juan de Vega y don García de Toledo tan esforzados generales, que nunca otros príncipes, como fueron los reyes de Sicilia, los de Nápoles, ni aun los de Francia, se atrevieron a intentar de ganarla. Derramóse mucha sangre de unos y de otros; los maestres de campo don Hernando de Toledo y Hernán Lobo y el capitán Moreruela quedaron tan mal heridos, que muy presto murieron. Murió el capitán Melchor Zumárraga, natural de Segovia, y los alféreces de don Alvaro de Vega, de Moreruela, de don Alonso Pimentel, de Amador y de Briceño, y el sargento de don Juan de Mendoza, y otros diez y seis sargentos y cabos de escuadra. Murieron ciento y quince soldados del tercio de Nápoles, y fueron heridos, y muy mal, trecientos, sin otros muchos que por no ser tan grandes sus heridas andaban en pie. Murieron de los otros tercios y de los comendadores pasados de cuatrocientos, sin otros muy muchos heridos. De manera que, según afirmaron los que contaron las compañías, murieron en sólo este día, quinientos soldados y fueron mil muy mal heridos, de los cuales murieron muchos. De los turcos murieron todos los principales excepto Hessarráiz, que cautivó un soldado, y Mayhenet, con un brazo quebrado, que hubo un cabo de escuadra. Murieron también ciento y cincuenta turcos, y seicientos moros africanos, y docientos alejandrinos, que por todos fueron nuevecientos y cincuenta, sin otra muchedumbre de mal heridos. Por manera que entre muertos y cautivos pasaron de siete mil personas entre hombres y mujeres y niños. Mandó el virrey enterrar los muertos; los infieles, en los vallados de las trincheas, y para los cristianos hizo bendecir la mezquita, que era un hermoso y antiguo edificio. Púsose recado en la ciudad y en el campo y alojáronse todos para descansar otro día, que fue jueves 11 de setiembre. Entró Andrea Doria a ver la ciudad y gozar de la victoria. Africa, por decir más su fortaleza, estaba en una punta de tierra como suela de chinela, que se mete a la mar por la parte de levante, la cual rodea la mar por las tres partes 447
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que la fortalecían mucho. Por la otra parte de tierra tenía la cerca barbacana y cava que dije, contando las baterías. Era la cerca treinta pies ancha, y las torres tan juntas como dije, y la puerta fortísima. El puerto era por arte con muelle y cadena, tenía buen surgidero, por que prendían bien las áncoras. Era, en fin, Africa tan fuerte, que los moros la tenían por inexpugnable. Celebróse en toda la Cristiandad esta victoria por muy señalada. Enviaron luego el virrey y caballeros del campo correos con el aviso de ella al Emperador. Fue mucho lo que hizo don García de Toledo en esta conquista; he dicho algo y hizo mucho más, porque fue uno de los señalados caballeros y capitanes de su tiempo, y por él se dijo que tenía mayor dicha en las cosas de Berbería que su tío don García, que, como vimos, murió en los Gelves. Dragut andaba buscando favores, mas no los hallaba como los había menester. Supo Juan de Vega que estaba en los Gelves y mal avenido con el jeque, y quiso ir en su busca. Dejó en Africa a su hijo don Alvaro de Vega con mil españoles de guarnición, y embarcóse en sus galeras, que eran veinte, la vuelta de los Gelves. Dos días después que partió el virrey murió don Hernando de Toledo, y a siete después que le hirieron, y Hernán Lobo a los cinco, viviendo diez días, tres más que don Hernando. Sepultáronlos haciéndoles las honras funerales que se usan en la guerra, tocando los atambores destemplados y arrastrando las banderas. Don Hernando se mandó enterrar atravesado en la puerta principal por donde entraban en la nueva iglesia, y Hernán Lobo frontero de ella, junto al altar mayor, poniéndoles sus banderas y armas encima de sus sepulturas. Temieron mucho los pueblos comarcanos de Africa, cuando vieron que en ella quedaba guarnición de españoles, porque ellos no pensaron que iban sino a echar de aquella fuerza al cosario Dragut, mas el Emperador quería sustentarla como a la Goleta, por refrenar los turcos y los cosarios, a consejo también de Juan de Vega, que lo deseaba por haberla ganado, y así envió allá por alcaide y capitán a don Sancho de Leiva. Pero como era costosa, y no de mucho interese, según afirmaron los capitanes de galeras, tornó el Emperador a enviar de allí a tres años o cuatro a don Hernando de Acuña, para que la asolase (como lo hizo), trayendo los soldados que de presidio allí estaban a Italia.
- XLVII [Embajada del Turco al Emperador y respuesta de Su Majestad Imperial.]
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Huyendo Dragut de Africa, cuando vió que sus fuerzas no alcanzaban a socorrer los suyos, procuró haberlas y aumentar su ejército con favor de amigos, para revolver sobre ella. No le sucedio como pensaba, ni bastó su esfuerzo, saliéndole vanas las esperanzas que en amigos tenía, y el pensar que tan pocos españoles no serían poderosos a conquistar ciudad tan fuerte. Llegó a los Gelves, pidio gente a Zalaz, mas él no se la quiso dar. Mandóle salir de la isla, porque no lo envolviese con españoles en guerra. Despedido de aquí envió a pedir ayuda a Calabrón Amarat, señor de Tajora, el cual le dio cien flecheros. Envió asimismo a Alí Mamín con una galeota a Mozafarán, capitán de la Cefalonia, que le dio dos naos con ochenta turcos de guerra, y mucho trigo, flechas y pólvora. Rehizo los que dejó en los Alfaques y Querquenes y apercibióse. Mas entendiendo en esto, supo la pérdida de Africa, y así, mudando parecer, lo hizo saber al Gran Turco y le pidio favor, sirviendo con algunos presentes a los bajaes. El Turco, aunque enojado de él, porque usurpó a Africa, le hizo sanjaco, ofreciéndole su armada para cobrarla o sacarla de poder del Emperador. Alegróse Dragut como debía con la merced y favor de Solimán, el cual salió en principio de abril del año de mil y quinientos y cincuenta y uno a correr las costas por ganar algo, y a mirar dónde emplearía la flota del Turco. Así fue con veinte bajeles a Sicilia por vengarse de Juan de Vega, y no pudiendo allí hacer el mal que deseaba, hizo en otras partes los acometimientos y daños que pudo en compañía de otros capitanes del Gran Turco, como adelante se dirá, porque el Turco, indignado contra el Emperador, dio a este cosario el favor que pudo, enviando sus capitanes y armada poderosa contra las costas de Italia, sin reparar en las treguas que con el Emperador y rey don Fernando había asentado. Antes cargaba la culpa en el Emperador y se quejó de él al rey don Fernando, pidiendo restituyese a Dragut en la ciudad de Africa, o diese por rota la tregua que entre los tres se había hecho. A lo cual respondio el César que en las treguas hechas entre príncipes no se comprendían cosarios ni ladrones comunes. Que Dragut no era su vasallo, pues él no tenía tierras de consideración en Africa. Irritado el Turco con esta respuesta, levantó sus banderas contra la Cristiandad, si bien no con la fortuna y aumentos que este enemigo pensaba.
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Libro treinta y uno Año 1551
-IEl rey Enrico de Francia quiere mover guerra, descontento de la paz que su padre hizo. Métense franceses en Parma. -El Papa, de suyo pacífico, sale forzado a la guerra. -El Papa y Emperador cercan con sus gentes a Mirándula y Parma. El espíritu del francés es inquieto y belicoso, y más cuando de él se apodera la pasion y envidia. Estas, en el rey Francisco hicieron lo que vimos, y las mismas obraron con igual fuerza en su hijo Enrico, junto con ser de su natural amigo de las armas, para que, heredando el reino, quisiese seguir los pasos de su padre y aun adelantarse de ellos. Así, estaba mal contento con la paz que entre Carlos y Francisco dos años antes se había capitulado. De manera que ya no era en su mano disimular ni sufrir la gana y vivos deseos que tenía de romperla, y para hacerlo más a su salvo y tomar al Emperador descuidado y ponerle en más aprieto, comenzó de secreto a buscar favores en Italia, y particularmente solicitó al duque Octavio Farnesio, para que se pasase a su bando y recibiese en Parma gente de guarnición francesa. No halló dificultad el francés en el duque Octavio para ponerlo en esto, por la llaga reciente de la muerte de su padre, teniendo por cierto que el Emperador había sido causador de ella, por quitarle a Placencia y Parma, y demás de esto era hombre mal sufrido y de poca experiencia, y sin mirar al deudo que con el Emperador tenía estando casado con su hija Margarita, y al juramento que como confaloner o capitán de la Iglesia no podía tirar sueldo de otro príncipe alguno sin expresa facultad del Pontífice, y como feudatario y vasallo suyo tampoco podía recibir en Parma gente alguna que fuese ocasión de perturbar la paz común de Italia. Sin respeto de estas cosas ni otro (que fuera bien tuviera), esciribió a su hermano Horacio Farnesio, que había partido a Francia para casarse con Diana, doncella hermosísima, hija bastarda del rey Enrico, que en su nombre se concertase con el rey e hiciese los capítulos de esta confederación.
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Hechos, pues, mandó el rey a monsieur de Termes, su capitán general, nuevamente nombrado para la jornada que pensaba hacer en Italia, que con gente de a pie y de a caballo se metiese luego en Parma y hiciese guerra al Emperador y al Papa. Hizo el rey general de la caballería a su yerno Horacio, y de la infantería a Pedro Strozi, uno de los desterrados de Florencia. Comunicándose estos capitanes para ordenar su jornada, metieron en Parma la gente que traían de Francia, y Pedro Strozi fue a la Mirándula, que era tierra donde tenía amigos, y levantó gente. Habíanse entendido estos tratos de Octavio, y si bien el papa Julio era de su condición enemigo de guerras, concertóse con el Emperador para resistir a Octavio y allanarle, y para justificar más la guerra le envió un monitorio mandándole que sin dilación alguna renunciase el sueldo que tiraba del rey de Francia y que echase de Parma la gente de guerra que allí tenía, o pareciese dentro de cierto término en Roma, a decir por qué no lo debía hacer. El duque se hizo sordo a lo uno y a lo otro, porque ni quiso deshacer la gente, ni parecer en juicio, por lo cual el Papa se indignó grandísimamente y demás de formar proceso contra Octavio, declararle por rebelde y anatematizado, privándole de cualquier beneficio, gracia y feudo que de la Iglesia hubiese recibido o tuviese, determinó de poner el negocio en armas, y haciendo su capitán general a Juan Bautista de Monte, su sobrino, mandó que fuese a poner cerco a la Mirándula. Por otra parte, el Emperador sintió el atrevimiento de Octavio, y mandó a don Hernando de Gonzaga que cercase a Parma; el un cerco y el otro se puso a un mismo tiempo. Quiso el rey Enrico disculparse con el Papa, por haber metido sus gentes en Parma y la Mirándula, y envióle sus embajadores; mas el Pontífice no se satisfizo de sus razones viendo las obras tan contrarias.
- II Usa Enrico de las artes del rey su padre. -Quiere inquietar a Alemaña. -Renueva y confirma la amistad con el Turco. También el rey Enrico procuraba sembrar cizaña en Alemaña. Sintió que el duque Mauricio estaba desabrido con el Emperador porque no quería soltar de la prisión a Lantzgrave, y hizo secretamente su confederación y tratos de amistad con él en perjuicio del Emperador. Y así, Mauricio, aunque hacía la guerra contra los de Magdeburg, no la trataba con veras ni calor, sino por puro cumplimiento, entreteniendo y alargándola por ser señor de un ejército a costa ajena y por no hacer mal a los que eran de su opinión.
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Envió también el francés a confirmar la amistad que su padre había tenido con el Turco, y hallóle bien dispuesto para todo mal, por el enojo que tenía de la toma de Africa. Pidiole que enviase su armada como lo había hecho los años pasados, que a tanto llegó su pasión. Tales masas se hacían contra el Emperador, y entraban en ellas príncipes tan obligados a servirle, mas no guarda fe ni ley el apetito miserable de reinar. Acabando, pues, ya el francés de quitar la máscara y jugar al descubierto, mandó salir sus galeras, que estaban en Marsella, y que se juntasen con las galeras del Turco, que ya traía Dragut. Acometieron a once naos flamencas de mercaderes que, descuidadas de enemigos, con el seguro de la paz iban a España; y aún dicen que dentro en sus mismos puertos, donde habían arribado como amigos. Y León Strozi, prior de Capua, con veinte y siete galeras francesas tomó una galera española dentro en el mar de Barcelona. Había vuelto la reina María de Augusta a Flandres cuando los franceses tomaron las urcas, y para satisfacerse de este daño mandó embargar las mercaderías que los franceses tenían en los Estados de Flandres, y a 26 de setiembre hizo pregonar en Bruselas guerra contra Francia a fuego y a sangre.
- III Dragut, favorecido del Turco y rey de Francia, se quiere vengar. -Andrea Doria lleva provisiones a Africa, y corre el mar buscando a Dragut. -Enciérrale, y escápasele maravillosamente en la canal de Cantara. -Engaña Dragut a Andrea Doria. Animado Dragut con los favores que el Turco le ofrecía, y otros alientos que el rey de Francia le daba, pensaba satisfacerse del mal que los capitanes del Emperador le habían hecho en Africa, y en principio de abril, cuando el rey de Francia había comenzado la guerra, salió a correr las costas y mirar dónde emplearía la flota de su amo el Turco. Así que fue con veinte bajeles a Sicilia, por vengarse de Juan de Vega, y no pudiendo hacer allí el mal que deseaba, rodeó a Malta, espiándola, corrió hacia Calabria, y en Esparteviento robó una aldea. Combatió luego dos naos que venecianos enviaban con quinientos hombres a Corfú, por sospechas de turcos; mas no las tomó por sobrevenir obra de treinta galeras venecianas que las defendieron. Volvió de allí a los Gelves con poca ganancia, y entendiendo que iría socorro y bastimentos a
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Africa, se puso a estorbarlo. Juan de Vega envió cuatrocientos españoles a reforzar la guarnición de Africa en una nao, y avisó a Andrea Doria de cómo Dragut era salido. El cual fue con once galeotas a Nápoles y tomó otras siete con españoles; de allí a Trápana, donde Juan de Vega estaba. Trataron ambos del socorro de Africa y hechos de Dragut. Andrea Doria partió para Africa, llevando veinte y siete galeras bien armadas, y en ellas sobre dos mil y quinientas hanegas de trigo. Dejó en ella lo que llevaba y partió en busca de Dragut, porque le dijo don Alvaro de Vega cómo andaba cerca. Buscóle, pues, en los Alfaques y Querquenes y Gelves, donde le dijeron unos que prendio en dos navíos de mercadería, que despalmaba ciertas galeras y galeotas en la canal de Cántara. Fue, pues, allá, y habiéndolo hallado le tiró algunas pelotas, y por ser noche y no recibir daño, surgió donde no le alcanzase la artillería, muy gozoso, pensando tener atajado al cosario. Dragut temió, viendo galeras de cristianos, por se hallar en aquel estrecho; pero considerando que si en algún tiempo le fue menester esfuerzo y maña, que allí le cumplía, animó los suyos que titubeaban, puso buena guardia, comenzó un bestión junto a una torrecilla que había sobre la entrada de la canal, trajo aquella noche tanta gente y diligencia, que lo tenía hecho cuando el sol salió, y puestos en él muchos tiros y hombres armados, con que hacía más demostración que daño. Andrea Doria amaneció también con sus galeras empavesadas, teniendo voluntad de pelear, mas no le pareció cordura, mirando el bestión, especialmente que le dijeron algunos esforzados cómo Dragut no podía salir sino por aquella boca. De manera que por hacer el negocio mejor, envió por más galeras y gente a Nápoles y a Génova, creyendo que habría tiempo de venir. Trató con el jeque Zalal, que prendiese a Dragut, y envió entre tanto ciertas galeras por agua, mandando que saliesen cuatrocientos o más soldados, con los galeotes. Dragut, que los vió ir, hizo que fuesen trecientos turcos allá, temiendo que le iban a tomar las espaldas; pelearon sobre tomar agua, pero fueron pocos los que murieron. Hizo Andrea Doria reconocer la canal con ciertos pilotos en una fragata, para entrar con las galeras a combatir el bestión de los enemigos, y luego las galeras fueron ellos tanteando lo hondo, y dejando señal se volvieron. Envió Dragut cien turcos en una galeota a quitar la señal, y quitáronla primero que llegasen los de Andrea Doria a estorbárselo con las fragatas armadas, tras lo cual tiraron las galeras sus cañones, pero tampoco aprovechó más de para matar algunos turcos.
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Conoció Dragut su perdición, pues ya el enemigo sabía el paso para entrarle, y temiendo la fuerza por aquella parte, y por otra la hambre (que es la mayor), se dispuso a pasar sus navíos por los secanos, si bien algunos le aconsejaban que saliese a deshora por entre los enemigos, pues la osadía suele vencer más que la gente. Así que, a fuerza de brazos y dineros, ahondó los secanos, trabajando en la zanja dos mil hombres, tanto que pudieron pasar las galeras; hacía entre tanto algunos rebatos por descuidar a Andrea Doria; el cual ni lo miraba ni lo imaginaba. ¿Y quién había de pensar que nadie cavase la mar y abriese camino en ella? Pero la necesidad todo lo tienta, y siendo, pues, acabada la zanja, salió por ella Dragut con todos sus navíos, en haciendo el sol su curso, y llegándose la noche, sin ser visto ni sentido, como era muy a trasmano de Andrea Doria, el cual quedó corrido de que Dragut se le hubiese así ido de las manos; su error fue no entrar en llegando y cerrar con el enemigo. Volvióse a Sicilia y Génova luego sin parar, con mucha ropa que tomó en seis naos de mercaderes infieles.
- IV Toma Dragut en los Querquenes la patrona de Sicilia. Escapado de allí Dragut, entró y tomó en los Querquenes la galera patrona de Sicilia, que volvía con aviso del socorro que contra él venía. Azotó a Muley Búcar que iba en ella y echólo al remo con los demás. Tras esto navegó hacia la Morea, no teniéndose por seguro, y también por solicitar la armada turquesca. Vió el galeón de Venecia, que llevaba sobre cien mil ducados a Corfú, según tuvo por nueva. Combatiólo por cuatro cabos aquel día, y otros dos, sin parar las noches, si no fue a descansar a ratos la gente; mas los que iban en él se defendieron gentilmente, que llevaban artillería en abundancia, y al fin se libraron con un viento fresco que le dio en popa. El entonces despachó a Constantinopla una galeota con aviso de lo que con Andrea Doria había pasado, y pidiendo la flota, certificando al Turco que ganaría a Malta.
-VApercíbense en Italia, con rumor de la armada del Turco. -Armanse Sicilia y Malta. Dije ya cómo luego que el Emperador supo la toma de Africa envió a su hermano el rey don Fernando para que despachase un embajador al Turco, o 454
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que el que tenía en Constantinopla le dijese cómo los capitanes de su armada, yendo tras Dragut, cosario, que había robado muchos lugares y naves de sus vasallos, tomaron a Africa, donde se recogía, y que por ello no se quebraban las treguas, que por cinco años ambos hermanos con él habían asentado, pues Dragut no estaba en ellas, y era un público ladrón que andaba a toda ropa; y si Dragut se entendía en ellas, que las había el quebrado, usurpando a Monasterio, Cuza y Africa, pueblos del reino de Túnez, su tributario; por lo cual mereció ser castigado como quebrantador de las tales treguas y usurpador de lo ajeno. Viendo, pues, que no admitía el Turco alguna justa excusa y que armaba muy de propósito amenazándolos, mandó llevar docientos españoles a la Goleta, y mil ochocientos a Sicilia con don Juan Pinelo, y cuarenta piezas de artillería gruesa que Juan de Vega le pedía. El cual hizo grandes diligencias para guardar aquella isla, probando cualquiera vía de remedios, y proveyendo de reparos, artillería, armas y hombres a Palermo y Mecina. Y también don Pedro de Toledo envió a visitar y bastecer las fortalezas de la costa del reino de Nápoles con el capitán Juan de Vergara. Mandó que no acogiesen alguna flota ni galera en los puertos sin saber primero cuya fuese, porque decían que los turcos traían calzas amarillas y cruces como españoles, y las banderas con armas del Emperador, para engañar la gente. Hizo con cuidado registrar los caballos de trabajo que había en Nápoles por si fuesen menester; halló en sola la ciudad siete mil. Apercibió asimismo los señores y caballeros, que hubo muchos a caballo. Juntó seis mil soldados italianos, que repartió por toda la costa, y mil y quinientos de a caballo, trecientos de los cuales llevó a la Pulla el conde de Altamira, su yerno. También se proveyó Juan Omedes, gran maestre de San Juan, de lo necesario, por afirmarse que venía sobre él la flota turquesca. Metió en Malta tres mil hombres isleños con armas, dando el cargo de ellos a Jorge Adorno, prior de Nápoles. Puso en el castillo mil y quinientos arcabuceros, sin quinientos del hábito que guardasen su persona. Envió trecientos soldados a Trípol, donde había otros seiscientos y mil moros, escribiendo a Chambarin, francés, que tuviese buena guardia. Envió otros trecientos al Gozzo con el comendador Sese, y guarneció los demás lugares que convino. Cerdeña, Mallorca y otras islas se fortificaron; asimismo muchos soldados españoles que envió el Emperador. El cual, de Africa tuvo gran cuidado, solicitándolo Juan de Vega, y así fueron Antonio Doria y don Berenguel de Requesenes, en quince galeras, a llevar mil italianos, que hicieron don Diego Hurtado de Mendoza en Romania, y don Pedro de Toledo en Nápoles, y docientos españoles con el capitán 455
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Atienza, y ocho piezas de artillería con quinientos cahices de trigo, y otras cosas de munición, y echó grande bastimento de refresco en las galeras, y otras cosas, porque deseaba Juan de Vega mucho sustentar a Africa como obra de sus manos; pero tuvieron tal fortuna en principio de julio, que perdieron ocho galeras en Lampadosa con mil y quinientas personas y sesenta piezas de artillería, de las cuales sacó Juan de Vega las cuarenta con harto trabajo. Tuvo culpa en ello Antonio Doria, que contra el voto de don Berenguel y de otros porfió a pasar el Gozzo. Llegaron, en fin, allá con las otras galeras, y estuvo cerca de costarle la vida, atarse a su parecer. Las galeras que llegaron fueron siete, y así Africa quedó proveída; y don Alvaro de Vega la tenía bien fortificada, y de ahí a poco fue don Sancho de Leiva, que había estado en Fuenterrabía.
- VI Da sobre Malta la armada del Turco. Solimán estuvo mal enojado con Dragut, que usurpó a Africa, habiéndola tenido Azanchelevi y otros turcos, y lo mandaba castigar si no la entregase; mas como supo que la tenía el Emperador, hízole su sanjaco, por entender era plático, y aun por tener achaque y color de hacer guerra en Italia con su armada, como se lo rogaba el rey Enrico de Francia, diciendo que el Emperador había quebrado las treguas en perseguir a Dragut, su capitán, y en haber entrado en Africa estando por él; así que, dando al Emperador estas excusas por respuesta, se salió de las treguas que había entre los dos y el rey de Romanos. Hizo capitán de su armada a Sinán, que otros nombran Senaju, yerno de Rustán Bassá, yerno de Solimán, así por ser muerto Haradín Barbarroja como por la importancia del negocio; empero, por ser mozo y poco plático, diole por acompañados y consejeros a Salac y Dragut. Juntó, pues, el Sinán, noventa galeras, sin cincuenta fustas y galeotas de cosarios, dos mahonas de bizcocho, pólvora, pelotas y sillas de caballos, que se los prometían, y un galeón de Azán Barbarroja para ochocientos turcos y janízaros y para sesenta tiros grandes y muchos pequeños. Era la gente más de diez mil hombres de guerra, los tres mil y quinientos janízaros. Vino a Negroponte, y allí esperó a Salac y Dragut y la instrución de Solimán, la cual no había abierto hasta la Previsa. Después que llegó a ella (que
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así venía en el sobre escrito), y abierta, trataron de la guerra; pues había de ser en Malta y no en Corfú, asomaron sobre cabo de Esparteviento, asombrando aquella costa de Calabria, y luego a todo el reino. Surgieron en la foz que dicen de San Juan. Echó Sinán en tierra ciertos que hablaban italiano en un esquife, para rogar al capitán don Alonso Pimentel, que acudio allí con diez caballos ligeros, entrase en su galera capitana o le llevase al gobernador, que traía muchas cosas que decirle, tocantes al Emperador. A esta causa envió Aníbal de Jenaro, que con seiscientos hombres estaba en Rijoles, al capitán Jerónimo de Santa Cruz y otro soldado dicho Puga, que sabía turco. A los cuales dijo Sinán que su venida era por cobrar a Africa; par tanto, que supiesen de Juan de Vega si se la quería dar. Aníbal de Jenaro despachó luego un correo con aquella nueva a Nápoles, y otro a Mecina a Juan de Vega, el cual respondio con Pedro Sánchez -que había sido esclavo en Constantinopla-, que no la podía dar sin mandamiento del Emperador, mas que lo sabría dentro de quince días, si quería esperar aquel poco tiempo. Sinán replicó que no podía, y que daba las treguas por deshechas, y habiendo muy bien pagado lo que allí tomó, pasó a Sicilia, y emparejando con Agosta, hizo salir a tierra mil y quinientos hombres, los cuales combatieron dos días el castillo, que el lugar ya estaba despoblado; ganáronlo, si bien a costa de sangre. Acudio allá don Hernando de Vega con docientos y cincuenta caballos, mató más de ciento de los que se desmandaron por las viñas y huertas, prendio catorce, de los cuales se informó de la intención del Turco más enteramente. Tentaron algunas galeras la torre del Puzallo, y dejáronla con perder dos turcos, llevándose una nao de Melazo con trigo.
- VII Llega la flota a Marco Muxeto, puerto apartado de Malta. A 18 de julio llegó la flota a Marco Muxeto, que sicilianos llaman Maestre Mucheto, puerto de Malta, aunque aparte. Salieron luego a tierra mil y quinientos janízaros, que hicieron daño en algunas aldeas. Envió contra ellos Homedes a Bernaldo Guimarán con docientos arcabuceros, el cual, escaramuzando, mató cinco y prendio dos, que le informaron a él y al maestre de todo, y de la gente que Sinán traía, y que venía principalmente a tomar a Malta, palabra que hizo temblar la barba, pero él estaba fuerte y proveído. Subió Sinán a San Telmo con Salac y Dragut a reconocer el castillo para lo batir, y como lo vió tan fuerte, riñó a Dragut ásperamente diciendo que había engañado a Solimán.
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-Quien no aventura -respondio Dragut-, no ha ventura, que así lo hicieron españoles en Africa. Preguntó Sinán lo que habían hecho, y como dijo que morir hasta vencer, lo deshonró. Tras esto, se pasó a la cala de San Pablo con toda la flota, dos leguas de Marco Muxeto, y enviando algunas galeras a reconocer el Gozzo, sacó a tierra cinco mil soldados. Entretanto salieron del castillo ciertos comendadores con buen golpe de arcabuceros, que mataron y prendieron ciento y cuarenta turcos que andaban talando los huertos, y habían quemado a Marsa, casa deleitosa. Los cinco mil hombres hicieron sus estancias en las puertas del arrabal del castillo, y Sinán, con muchos de ellos, llegando a reconocer a Malta por tierra, se asió con los que de la ciudad salieron. Matáronle y descalabraron muchos turcos. Viendo, pues, que Malta era fuerte, si bien no como el castillo, y que ambos tenían buenos defensores, tornó a embarcar la gente y artillería que tenían fuera del galeón, mostrando gran flaqueza. Pasó al Gozzo, isla vecina, cuatro días después que llegó a Malta, y como sintió que algunos murmuraban de ello, dijo que por hacer algo, ya que habían venido, lo hacía. Sacó en el Gozzo muchos soldados y nueve piezas de batir, sin otras muchas de campo. Requirió al comendador Sese que le diese la villa por la vida, y respondio que no se la daría sino por fuerza, por lo cual hizo trincheas y plantó artillería, batió el castillo y entrólo por fuerza. Murió Sese de un tiro, que hizo mucha falta; los demás se defendieron bien para los pocos que eran y el lugar donde estaban, matando docientos turcos, y al cabo fueron cautivos más de seis mil personas, con gran llanto de las mujeres y niños. Fue buen saco el que hicieron. Dragut taló los árboles y quemó el lugar en venganza de un su hermano que los años pasados allí le habían muerto, aunque dijeron que por no haber tenido parte en el despojo.
- VIII Toman los turcos a Tripol. Del Gozzo fue Sinán a Tripol, y habiendo hecho sacar de las galeras primero más de seis mil hombres y cuarenta piezas de artillería grandes, salió él de la galera, miró un castillo que hay sobre la punta del puerto, y pareciéndole fuerte, acordó requirir a Chambarin, gobernador de Tripol, le diese la ciudad, y que le dejaría ir libre con los cristianos. Pero como se lo negó, abrió trincheas, asentó artillería y comenzó a batir la tierra. Entonces, un
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francés llamado Chaballon, que tenía hijos y mujer allí, se descolgó de noche por una soga que ató de las almenas. Este dijo a Sinán que si no mudaba la batería, no ganaría la ciudad. Mostróle las torres de Santiago y Santa Bárbara, afirmando ser lo más flaco de la ciudad. Sinán tomó su consejo y batió aquellas torres reciamente. Chambarin, que pensaba defenderse por la batería primera, temió perder a Tripol por la segunda. Mas todavía daba que hacer a los turcos, hasta que aquellas torres quedaron mochas. En tanto que pasaba esto en Tripol, vino a Malta con dos galeras y un bergantín Aramón, que volvía por embajador del rey de Francia a Constantinopla, según se decía en público, si bien otros decían que a negociar en Tripol con Sinán como amigo del francés, para llevarlo a Tolón, donde tenía el rey Enrico grandísima cantidad de bizcocho, carne y otras viandas para la flota del Turco. Y porque la tierra no se escandalizase, decía que eran de mercaderes. El gran maestre le rogó hiciese con Sinán que dejase a Tripol; Aramón se lo prometió así; fue a la armada y luego al real, donde Sinán, que lo conocía, lo recibió cortésmente. Chambarin, o por su llegada o por flaqueza, dijo a los caballeros que se debían dar y no morir, pues no podían defender a Tripol; ellos se lo rechazaron con buenas palabras y mala cara. Empero, él, que según se sospecha, tenía cartas de Aramón y del rey francés, habló aparte con Simón de Sosa, portugués, y don Pedro de Herrera, aragonés, y otro mallorquín, caballeros de la Orden, y con Pedro de Aresta, su alguacil, y con García de Guevara, que aprobaron su determinación, y dejando las llaves del castillo al Simón de Sosa, grande amigo suyo, salió al real por una puerta falsa con Pedro de Aresta y con Filipo, griego, que entendía la lengua turca. Estuvo en secreto con Aramón; en fin, ofreció la ciudad, con que todos los cristianos que dentro había fuesen libres con sus haciendas a Malta en las galeras de Aramón. Caballon, entonces, arrepentido de su maldad, se llegó a la cerca y dijo a los de dentro, pidiéndoles perdón, cómo no saliera por su grado, sino por fuerza; por lo cual, y por haberse salido Chambarin, creyeron todos venir la armada del Turco, contra ellos con tramas del rey de Francia. Acercóse, pues, Chambarin a llamar a Sosa, para que entregase las llaves a Sinán, saliendo todos con su ropa. Hubo gran sentimiento en la ciudad, mas hubieron de salir a 14 de agosto. Sinán hizo que los desnudasen, diciendo que fuesen todos esclavos, porque no se dieron antes de hacerse la trinchea y batería. Chambarin entonces quisiera que no hubieran salido, mas fue tarde su arrepentimiento. Lo que pudo acabar fue que todos los del hábito y otros, que serían hasta docientos, tuviesen
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libertad a trueco de los turcos que presos quedaron en Malta. Así Aramón los trajo a Malta, pero no esperó los turcos ni osó ver al maestre, según dicen. Pidio Dragut a Tripol, procurando que los moros fuesen castigados, pero Sinán, que lo desamaba, los dio a Morat, señor de Estajora, por dineros, y por el bastimento que le diera, con que hizo juramento de volverlo cada y cuando que por el Turco le fuese mandado. Y con tanto se volvió a Constantinopla. Fue gran pérdida la de Tripol, al cabo de cuarenta años y más que los cristianos la poseían. Dicen que si los maestres hubieran hecho en la ciudad de Tripol la fuerza que en Malta, fuera muy mejor para las cosas de Berbería, y no pasaran estrago tan grande en su honra. El gran maestre examinó al Chambarin y a don Pedro de Herrera y a Sosa y a los otros, y por sus confesiones los echó presos, ahorcó los seglares con acuerdo de los consejeros, y degradó los religiosos para justiciarlos. El rey de Francia, cuando lo supo, escribió por ellos al gran maestre, disculpándose de la mala fama en que le habían puesto, y los franceses que allí se hallaron, lo descargaron mucho; pero hallarse allí su embajador no tiene disculpa.
- IX Guerra entre el Papa y Octavio Farnesio. -Prestó dineros el Emperador al Papa para la guerra de Parma. -Bula de medios frutos que el Papa concedio al Emperador. -Detiénese el Emperador en Augusta esperando lo que hace el francés y armada del Turco. -Responde el Papa al Emperador. En este tiempo andaba la guerra en Italia entre el Papa y Octavio; en los cercos de Parma y la Mirándula sucedieron algunas escaramuzas y cosas notables, que por no me alargar tanto, no las cuento. Los de la Mirándula se defendieron valientemente, hasta que al fin se metieron personas graves de por medio, que concertaron al Papa y a Octavio. Fue su desgracia del Pontífice, que en el mismo día que se capituló con él la paz en Roma, le mataron a Juan Bautista, su sobrino, en la Mirándula, desdichadamente. El cerco de Parma se alzó luego tras el de la Mirándula, porque la paz se hizo con esta condición, y a Octavio se le restituyó el Estado, como lo tiene hoy día. Y al fin vino en gracia del Emperador poco tiempo después, y se dio a madama Margarita, su hija, el gobierno de los Estados de Flandres. Antes de concluirse esta paz y suspender las armas, había pedido el Papa prestados al César docientos mil ducados para los gastos de la guerra contra Farnesios, los cuales el Emperador le dio liberalmente y con gran voluntad, y para asegurar al Papa de ésta y tratar de otras cosas de importancia, estando en
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Augusta a 7 de setiembre de este año de mil y quinientos y cincuenta y uno, envió por su embajador a don Juan Manrique de Lara, hijo de los duques de Nájara, don Antonio Manrique y doña Juana de Cardona, hija del duque de Cardona, clavero mayor de Alcántara y su mayordomo, y capitán general de la artillería, caballero notable en valor, virtud cristiana y gran servidor del César y de su hijo, el rey Filipo, porque desde que tuvo solos doce años sirvió con las armas, hallándose cuando las alteraciones de Castilla en la toma que los caballeros hicieron de Tordesillas, quitándola a los comuneros, y en la batalla de Villalar por coronel de los vizcaínos y guipuzcoanos, que ellos mismos le eligieron, y desde estos años, hasta que el Emperador dejó los reinos, nunca faltó de su servicio en todas las jornadas de paz y de guerra. El orden o instrucción que para esta embajada se le dio fue: que el Emperador se sentía muy obligado por las grandes demostraciones de amor con que Su Santidad había procedido, así en las cosas públicas como particulares tocantes a Su Majestad, después que tan méritamente fue promovido al Pontificado; y en agradecimiento de esto le enviaba a visitar y besar de su parte el pie con persona tan acepta. Que el dinero que llevó su tesorero, Montepulchano, que fueron los docientos mil ducados que con el obispo de Imola envió a pedir para contra su feudatario rebelde, ofreciendo de jamás apartarse de su amistad, conociendo su buen ánimo y amor y voluntad, que era cual el César merecía. Luego que entendió el desacato e inobediencia del duque Octavio, y el inconveniente que disimulándolo pudiera seguirse a su reputación y a la quietud y sosiego de Italia, no solamente le ofreció su asistencia y ayuda, y se la dio con efecto, mas aun le acomodó de la dicha suma tan prontamente y de tan buena gana como se vió por la obra, y podía estar así cierto haría en todo cuanto se le ofreciese; lo cual haría asimismo su hijo el príncipe, que sabía era ésta su voluntad. Que pues Su Santidad sabía la intención y fin con que el rey de Francia y Farnesios se movieron, debía tanto más estar sobre sí y tener cuenta con el grado y lugar que Dios le había dado en su Iglesia para mirar por la conservación y autoridad de la Sede Apostólica, en cuya protección y amparo se haría de su parte (como quien siempre había pospuesto su particular por el público) el oficio que Su Santidad le persuadía, y que por tantos respetos le debía. Que fue como convenía la templanza y sufrimiento con que Su Santidad escuchó los partidos movidos por Monluc tocantes a lo de Parma, no dejando por eso de proceder a la ejecución de la empresa. Y que aunque se echaron 461
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juicios sobre la benignidad que Su Santidad había mostrado con los Farnesios a los principios, y la sintieron y interpretaron diferentemente, imputándole la salida del cardenal Farnesio de Roma, tan a su salvo, y que daba muchos oídos a las pláticas del concierto con alguna quiebra de su dignidad y reputación de la Sede Apostólica, Su Majestad tenía por cierto que la causa de esta su blandura con el cardenal, allende de su natural inclinación a ella, fue con todo buen fin y para obviar a los inconvenientes que dice, y proceder más justificadamente en el caso; y estaba cierto que Su Santidad no haría concierto alguno sin le dar parte y esperar su consentimiento, como se lo ofrecía y lo pedía la razón, habiéndose puesto tan adelante por su respeto. Que diese las gracias a Su Santidad por la concesión de la bula de los medios frutos, y que había sido como se esperaba, habiéndose de convertir lo que de allí se sacase en cosa tan santa y necesaria como es la guarda y defensión de las fronteras para que no pudiesen ser infestadas de la armada del Turco. Que el remedio que a Su Santidad se le ofrecía para obviar a las pláticas vivas y perniciosas que sobre el Pontificado andaban, era haciendo una creación de cardenales, que ofreciéndose la Sede vacante, tuviesen delante de sus ojos el servicio de Dios y bien público, y le suplicase que, pues Su Santidad decía que franceses eran once votos y españoles sólo cuatro, se sirviese de darles hasta ocho capelos que pudiese repartir entre personas beneméritas naturales de sus reinos, de cuya vida, letras y ejemplo, Su Santidad tuviese satisfacción, para que, contrapesándose con su residencia en Roma, la nación francesa se atuviese a lo que Su Santidad deseaba en beneficio público, como era la intención de ambos. Que el haber venido la armada del Turco este año en daño de la Cristiandad, y que hubiese sido a instancia del rey de Francia, como aún en aquel reino se debía y publicaba, era verisímil y se vería en lo que paraba, y según su progreso así se miraría en lo que se debía hacer para obviar a sus designios, y a este propósito se hacían algunos buques de galeras en los arsenales de sus reinos. Que pues Su Santidad, con su prudencia, conocía mejor que nadie que lo más importante que agora se ofrecía a la Cristiandad era el Concilio y prosecución de él, para remedio de la religión, le representase solamente el aparejo grande que al presente había para esperar el buen fruto que se había deseado, viéndose buena parte de la Germania harto más inclinada para obedecer y enmendar sus costumbres de lo que algunos juzgaban, y que aunque eran de mucha consideración las dificultades que Su Santidad tocaba, que también lo eran de no menor las que por la otra parte se ofrecían, pues 462
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alzar en esta coyuntura la mano de cosa que llevaba tan buen principio y que iba tan bien encaminada, sería desesperar toda la Germania, mayormente habiéndoles dudo cierta esperanza de la prosecución. La cual sola había sido parte para hacer ir a Trento los electores eclesiásticos y muchos otros perlados de aquella provincia. Que tomando este negocio tan de veras como su calidad requería y Su Santidad había comenzado, era de esperar en Nuestro Señor, cuya era la causa, se le había de hacer un señalado servicio; pero que si se viese tibieza, quedarían todos perpetuamente escarmentados y sin esperanzas de remedio. Que no había para qué encarecer cuánto importaba apagar aquel fuego de herejías, no solamente por lo que tocaba a Germania, sino aun por la soltura en que a ejemplo della se iban infestando las otras provincias, pues la causa en sí era de tan gran momento, que ninguna mayor, y que agora que en muchas partes parecía que se iba entendiendo la maldad, y causadores de ella, era el verdadero tiempo de apretar la llave, porque de otra manera, no obviando el daño que en las otras partes nacía con el remedio del Concilio y atajándole a los principios como tan contagioso, pasaría mucho tiempo, según por experiencia se había visto en Alemaña, antes que se redujesen al gremio de la Iglesia católica con notable perjuicio de las almas y no menos disminución de la autoridad de la Sede Apostólica, como ya se veía en Francia, Ingalaterra, Polonia y las otras partes donde iban sembrando estas nuevas opiniones, a cuya causa era tanto necesario sostener este Concilio con la presente autoridad, y así le suplicaba mandase luego partir sus perlados a Trento. Que dijese al Pontífice que habiendo deliberado de partirse a Flandres, lo había deferido, así por causa de las cosas de Italia, hacia donde parecía que el rey de Francia quería acometer, como por ver en qué paraba la armada del Turco: quería hallarse allí más a mano para poder acudir a todas partes, juntamente con tener en paz y sosiego la Germania e impedir con su presencia que de ella no se sacase gente para Francia, y dar calor a lo de la religión y Concilio. Que si el embajador don Diego de Mendoza no se hallase en Roma, pasando por Sena, donde estaría, le comunicase esta instrucción para que, como informado en los negocios, le advirtiese y alumbrase lo que le parecía que para el bien de ellos convenía. Con este despacho partió don Juan Manrique para Roma, donde trató con el Pontífice lo que el Emperador le había ordenado. Hízose la paz con Octavio Farnesio, dando el Pontífice parte a don Juan de ella. Estuvo
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ocupado en esta embajada hasta el año siguiente, que resultó la guerra de Sena, donde acudio, como adelante veremos. Bien claro consta por papeles originales firmados del César el celo católico que tenía del bien de la Iglesia, autoridad y aumento de la Silla apostólica romana, y lo mucho que siempre insistió por el Concilio general, del cual esperaba la reducción de la Germania, y de las otras provincias inficionadas con las torpes herejías de Lutero y otros tales herejes. El Pontífice, a instancia de don Juan Manrique, hizo en este año la reasunción general del Concilio de Trento por la bula que para esto expidio. Tuviéronse grandes esperanzas de que de ella habían de resultar crecidos bienes y aumentos en la Cristiandad; pero las cosas de Alemaña quedaron tan estragadas como de antes estaban, y por los pecados de las gentes permitió Dios que creciesen sus males, dando, como hace el pecador, de un abismo en otro, en los cuales están ciegos el día de hoy, y otros muchos con ellos, habiendo prevaricado y faltado en la fe pura que sus padres y mayores tantos años tuvieron, y en ella se criaron y murieron en el Señor varones notables y santísimos. Hizo don Juan Manrique su embajada, y despachó lo que el César le ordenó con la prudencia que este caballero tuvo junta con el valor en las armas, y así, dándose el Emperador por bien servido, estando en Inspruch, a 18 de marzo año de mil y quinientos y cincuenta y dos le volvió a enviar a Italia, para que juntamente con don Hernando de Gonzaga (que en la instrucción llama el señor Fernando) proveyese y reforzase la gente de guerra que estaba sobre Parma y la Mirándula, y que se reformasen muchas compañías de españoles y se pusiese orden y tasa en las raciones y sueldos, y asimismo en las ventajas de que capitanes, maestros de campo y otros entretenidos tenían, que eran excesivas, y muchas incompatibles con otros oficios, y que en el Piamonte se reforzasen en las plazas y presidios de más importancia, y de los demás se sacasen los españoles para henchir o cumplir las compañías de Italia, de manera que tuviesen hasta trecientos infantes, que estaban muy faltas, y que en Milán acariciase al Senado, que estaba muy sentido del gran chanciller Taberna, y se habían vivamente quejado de él y de los términos deshonestos y descomedidos con que los había hablado. Y demás de esto hiciese proveer el castillo y pagar bien los soldados, pues tanto importaba, y viese si sería bien hacer el otro castillo que le aconsejaban, y se continuase la fortificación del castillo, dejadas todas opiniones y pareceres que sobre ello se discurrían. Y porque se entendía que en lo de la religión había más soltura y libertad en aquel Estado de lo que convenía, tratase del remedio y comunicase con el gobernador Fernando si sería bien (como al 464
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César parecía) que se renovasen los editos, y mirasen si para praceder con más fundamento sería bien tratar con Su Santidad que dos senadores eclesiásticos se juntasen con el inquisidor, y que pareciéndoles este negocio conveniente lo negociase en Roma, y que los nombrase cuales les pareciesen más a propósito para entender en semejante materia. Estas y otras cosas de buen gobierno de paz y guerra encomendó el Emperador a don Juan Manrique porque las cosas de Italia estaban estragadas entre la gente de guerra, padeciendo como suelen los soldados, y procurando hacerse ricos los capitanes, y temíase que el francés había de alterar aquella provincia, como presto veremos, que su ánimo inquieto y belicoso no le dejaba sosegar. A esta embajada respondio el Pontífice enviando al Emperador una larga carta, aunque no escrita de su mano, por tenerla impedida de la gota, de lo cual se disculpa, pero ditada, como dice, toda por su cabeza. Que había vuelto su tesorero con el dinero que a Su Majestad plugo de darle, por el cual le da muchas gracias. Que si él hubiera podido por otra parte remediarse, no le hubiera dado en esto pesadumbre. Que una de las causas que habían movido al rey de Francia y a los franceses a conspirar contra él era saber en cuánta desorden había dejado el papa Paulo, su predecesor, la hacienda de la Iglesia, y persuadirse que Su Majestad daría buenas palabras, y no el dinero, y daba a Dios gracias por haber así sus enemigos quedado burlados. Que siempre se había preciado de tener un ánimo generoso y grande, y así no caía en él sospecha ni miedo de que le hubiese de faltar defensa de algunas malas y siniestras relaciones. Que luego que tuvo alguna noticia de los tratos en que andaban los Farnesios con el francés, hizo todo lo posible con unos y otros, por quietarlos y apartarlos de sus vanos pensamientos, exhortándolos y amenazando que se opondría contra ellos, y aventuraría todo su ser, si bien le costase perder lo su todo y andar desterrado por el mundo, porque veía que el fin dellos no era otro que conturbar las cosas de Su Majestad, y que él no quería tener este cargo con Dios y con los hombres, de que por su culpa y negligencia se le hiciese estorbo en Italia, cuando andaba Su Majestad ocupado en reducir los herejes y resistir al Turco y remediar la ruina de la religión cristiana, con peligro y incomodidad de su persona y crecidos gastos, y le sería mal contado, que habiéndole él dado por ayuda el Concilio, quedase engañado de él y desamparado. Que los Farnesios le daban buenas palabras de no hacer cosa contra su voluntad, y que los franceses, que de su natural son soberbios, habían imaginado que la conquista de Parma era un otro reino, y puerta de Italia; con su acostumbrada arrogancia respondían que el rey movería guerra en aquellas partes, y que Su Majestad se guardaría de tenerla con él, y más, que a él 465
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quitaría la obediencia de Francia. De lo cual resintiéndose él, y con el dechado de ejemplo del Salvador, cuando el demonio le tentó sobre la honra, le respondio: que si una vez le quitase la obediencia de la Francia, él quitaría al rey la obediencia de la Cristiandad, a lo cual creía que algún día sería necesario venir, y se había dicho esto por un discurso. Que es bien notable esto que dice el Papa del discurso o juicio, o figura que se levantó sobre la fe y obediencia de Francia, y la declaración que se hizo en nuestros días. Dice más: Que hechas todas las diligencias, así en Italia como en Francia, y viendo la obstinación que en ellos había, procedio en el proceso contra Octavio y envió al obispo de Imola su secretario a Su Majestad, para que le diese cuenta de todo lo que allí había pasado, y de su imposibilidad, y cómo estaba resuelto y aparejado de resistir a estos movimientos y juntarse con Su Majestad y correr en todo y por todo una misma fortuna con él. Que de esta su determinación y oferta que le había hecho no se había arrepentido jamás ni movido de este propósito, ni se movería en su vida; y si Su Majestad le desamparase (lo cual no creía) él no le desampararía, por no ser tenido por inconstante, vario y mudable, el cual defecto, a su parecer, había tenido algún Pontífice pasado. Que cuando envió a Su Majestad al obispo de Imola, entendió que le había de suceder todo lo peor del mundo, y acabar de empobrecer totalmente, perdiendo la obediencia y expediciones de Francia y la obediencia de un hombre liviano, cual era Octavio, y cobrar a Parma consumida y arruinada dentro y fuera, lo cual todo había pospuesto, por conservar la inseparable unión y amistad de Su Majestad y suya, y el beneficio público, reparación y establecimiento de toda Italia. Que tenía escritas muchas cartas al obispo de Imola, después que de allí había partido, y al obispo Fano, sobre las dificultades que se ofrecían en aquella empresa, y que lo que a él tocaba, estaba aparejado a sobreseer y esperar la salida de la armada turquesca, y entre tanto ayudarse de las excomuniones, lo cual decía por no engolfar más a Su Majestad en esta empresa, pareciéndole que desistiese algún tanto y esperase ver qué fin o intento tuviese Octavio, lo cual no obstante pareció después a Su Majestad y a su prudencia lo que a su parecer había sido buena resolución, que no se debiese dar tiempo a los enemigos de fortificarse, y así, en lo que a él tocaba, no habría faltado punto de hacer lo posible, y harto más de lo que él mismo pensaba poder hacer, de manera que no se le debía imputar culpa ni de demasiada solicitud, primero que Su Majestad se resolviese, ni después de alguna tardanza, y por esto no se le podía echar culpa por haber sido duro en conceder los medios frutos, de los cuales nadie jamás le había hablado, y cuando se lo dijo respondio que en tal caso sería bien primero ver qué camino tomaba el Concilio, y que entre tanto Su Majestad se podría valer del Jubileo y Cruzada. 466
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Que aunque a su tesorero se le hiciese duro tomar los dineros con título de empréstido, no era por desconfiar de poderlos volver, aunque su necesidad era grande, ni creía que Su Majestad le descomulgaría por ellos, ni le entraría los alguaciles a casa. Que era fuerza decir de sí una cosa, que había cuarenta años que se ocupaba en continuo ejercicio de gobiernos, de los cuales a su parecer había salido con honra en todas sus acciones, lo cual le engendraba un poco de vanagloria en el ánimo por haber procurado hacer sus cosas con arte, con ingenio y recato. Que le pesaba mucho de haber dado oídos a Monluc, cuando le propuso algunos tratos de paz, los cuales eran tan deshonestos para ofrecerlos a Su Majestad y a él, como si estuvieran ambos presos en Francia, y la respuesta que le dio fue mandar a los capitanes que cuanto pudiesen apretasen la Mirándula. Que le pesaría se entendiese haber sido con él en plática estrecha de alguna concordia, que pensase hacer sin sabiduría y aprobación de Su Majestad, aunque le fuesen dados y entregados cien reinos de Francia, y más que era simplidad pensar, estando las cosas tan adelante, que entre el rey, los franceses y él pudiesen jamás haber seguridad ni confianza. Que le pesaba se le echase culpa por no haber detenido al cardenal Farnesio. Que él no había hallado con qué razón o color lo pudiese hacer; y más, antes de ser condenados Octavio y Horacio, fueran nulos los procesos, nulas las sentencias y condenaciones, y pudieran alegar con razón que no debían parecer ante él, habiendo de hecho prendido un cardenal. Que después que se fue, viendo que el rey no se avergonzaba de ajuntarse con el Turco ni de favorecer los herejes, ni de oprimir un Papa, de tomar la defensa de un tontillo su rebelde, con tanto ímpetu y obstinación, y más que había detenido en su reino once cardenales y había quitado de allí al cardenal de Pornone y Ferrara, estaba determinado de castigar los dos hermanos cardenales, traerlos a su obediencia, ponerlos en lugar tan seguro que no pudiesen maquinar ni hacer masa contra él con los demás cardenales llaves del rey. Que él no querría ser tenido por frío o tibio en las cosas que tocaban a Su Majestad, y eran la honra, la sustancia y su misma esencia. Que era contento de conceder los medios frutos. Que no rehusaba tomar los docientos mil ducados en nombre de empréstido, pero que, pues de la piedra no se podía sacar sangre, fuese con condición que no los pudiendo volver, no fuese obligado a volverlos en este mundo ni en el otro. Que si no fuese la muerte, y aun por ventura ésta no le apartaría del servicio y amistad de Su Majestad. Que le suplicaba no diese oídos a malas lenguas, que no sabían las entradas de su corazón ni él se las quería descubrir. Que no decía esto por don Diego de Mendoza, al cual quería mucho por ingenio y valor que tenía, y tenía en él la misma fe que Su Majestad; pero que donde se trataba el interese público, el particular y privado podía poco con él, y si alguno había hablado con Su Majestad lo hizo por su cortesía, y no por comisión que para ello él diese. Que
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de una vez quiso decir lo que en su alma tenía, que Su Majestad lo recibiese en buena parte, y remitiese en otras cosas al obispo de Fano. Tales eran los tratos entre el Emperador y este buen Pontífice, que se logró poco en la Silla, y helos querido referir por el gusto que dará saber cómo se trataban estos príncipes entre sí, y el celo que del bien común tenían, y que no era sólo el Emperador el que se quejaba del francés, por los malos tratos que con el Turco traía, y favor que daba a los herejes, y estorbo que hacía al Concilio, pues el mismo Pontífice le cargó estas culpas, y se siente y queja de la cizaña que pretendía sembrar en Italia dando favor a sus feudatarios vasallos, para que se le rebelasen, y los cardenales alterasen a Roma y Sacro Colegio, ofendiendo a su Pontífice y señor, lo cual no hicieran faltándoles el favor y aliento del rey.
-XVuelve el príncipe en España con poderes para gobernar. -Carta del Emperador a Castilla. Estando el Emperador este año de mil y quinientos y cincuenta y uno en la ciudad de Augusta con el príncipe don Felipe, su hijo, y rey don Fernando, y reina doña María, sus hermanos, y la duquesa de Lorena viuda, con otros muchos príncipes, habiendo dado fin a la Dieta, trató Su Majestad que convenía volver el príncipe en España, y con él Maximiliano, rey de Bohemia, para llevar la reina María su mujer. Diole para esto una carta en forma de poder, en la cual, hablando con los reinos de Castilla y Aragón, dice que salió de ellos por las muchas causas y graves negocios que le obligaban con pensamienmientos de dar presto la vuelta, como era su deseo. Pero que cargando tanto los negocios de gran ser y peso, si bien sus deseos eran de volver a reposar en ellos al cabo de tan largos y continuos trabajos que había sufrido en paz y en guerra, y con sus ordinarias indisposiciones, especialmente por el gran amor que con razón tenía a estos reinos, así por su fidelidad y lealtad como por el continuo cuidado con que le habían servido; pero que las cosas sucedieron de manera que no sólo no lo pudo poner en ejecución, cuando y como lo deseaba, que fue al tiempo que se acabó la última guerra y se dio buen principio en asentar y sosegar las cosas de la Germania, y en lo tocante a la religión, antes fue forzoso y necesario que el serenísimo príncipe don Felipe su hijo pasase en aquellas partes y se juntase con él, para ver y visitar en su presencia los Estados que allá tenían, y ser conocidos por los súbditos de ellos, que fue de gran importancia. Y que habiendo ido en aquellas partes el rey de Bohemia por cosas importantes al
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bien de los negocios, y no poder dejar de hacer agora lo mismo la reina su mujer, que habían tenido cargo de la gobernación de estos reinos; y que si bien él quisiera poner por obra lo que está dicho de su venida, pero viendo los muchos e importantísimos negocios que por allá tenía, y de nuevo se le habían acrecentado, y los movimientos de Italia e inteligencias que algunos tenían, por impedir la paz, cuya conservación tanto había deseado, especialmente la continuación del sacro Concilio, por lo que importaba al bien de la Cristiandad; y que esto y el estado de las cosas públicas tenía necesidad de su presencia para acabar y dar fin a lo que con favor de Dios y con todas sus fuerzas y ánimo trabajaba, no pudiendo al presente venir en estos reinos, ni convenir a ellos, ni a los otros sus Estados que se ausentase de aquellas partes, había deliberado de enviar a ellas al serenísimo príncipe, para que durante su ausencia entendiese en la buena administración y gobierno que convenía hubiese en ellos. Y quería que en su nombre ocurriesen a él todos, y que proveyese en las cosas y negocios que se les ofreciesen, y que no tuviesen necesidad de ir en seguimiento suyo, que les sería muy trabajoso y costoso. Y que así, conociendo la mucha virtud, grandes calidades y loables costumbres que concurrían en el dicho serenísimo príncipe, y el amor que tenía a estos reinos, y el que ellos le tenían, había acordado de enviarle y elegirle, para que volviese y residiese en su lugar. Por tanto, usando del poderío y majestad real absoluto, como rey y señor natural, no reconociente superior en lo temporal, lo elegía y señalaba, constituía y nombraba al dicho príncipe, para que fuese su lugarteniente general, y gobernador de los dichos reinos y señoríos de Castilla, de León, de Granada y de Navarra, etc., y le daba todo su poder de hecho y de derecho, para que entre tanto que él estuviese ausente, pudiese gobernarlos y hacer todo lo que él haría y hacer podría estando presente. Finalmente le da un poder bastantísimo y que pudiese hacer mercedes y gracias, proveer oficios y dignidades y todo lo que pudiera hacer siendo rey absoluto. Y manda que lo reverencien, respeten y obedezcan como a su misma persona, y que este poder tenga la solemnidad y fuerza como si se hubiera otorgado en Cortes generales; y es su data en la ciudad de Augusta, a 23 de junio, año mil y quinientos y cincuenta y uno. Después deste poder, dio otro al dicho príncipe su hijo, para que pudiese hacer todo lo arriba contenido, y porque como principalmente fuese enderezado su fin e intención a resistir a los infieles y enemigos de nuestra santa fe católica, estando con propósito de hacer contra ellos una jornada, y temiendo de algún mal suceso (como suele acontecer por ser varias las suertes de la guerra) que embarazase la libertad de poder tratar, proveer y entender libremente en las cosas de sus Estados y reinos, y las otras cosas tocantes a su deliberación y bien de sus súbditos y tranquilidad y pacífico estado de la Cristiandad, y en otras semejantes; pero le 469
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da poder para que acaeciendo en la dicha jornada el dicho caso, pueda libremente tratar y concluir por sí y por sus embajadores y diputados con cualesquier personas, príncipes, potentados de cualquier calidad y condición que sean, cualesquier contratos, capítulos de paz y concordia, tregua, y treguas temporales o perpetuas, y hacer y jurar otros cualesquier medios que convengan, etc., y es su data de este dicho poder en la mesma ciudad de Augusta, el mismo día, mes y año.
- XI Poder especial que el Emperador dio al príncipe su hijo. En estos poderes que el Emperador da a su hijo el príncipe don Felipe se ven los cuidados gravísimos en que estaba, pero mucho más en un poder especial que juntamente con éstos le dio, en que dice, hablando con los reinos de Castilla. «Habemos deliberado de enviar a ellos al dicho serenísimo príncipe por nuestro lugarteniente general de los dichos reinos y señoríos de Castilla y León, etc., con poder cumplido para la gobernación y administración de ellos, y para todo lo que Nos mismo podíamos hacer, según más largamente en el poder que para ello le habemos dado, fecho en esta ciudad de Augusta a veinte y tres días del mes de junio de este presente año se contiene, y como quiera que por virtud de él puede proveer y hacer durante la ausencia todo lo que le pareciere convenir al bien de nuestros reinos, y nuestro servicio, de cualquier cualidad o condición que sean. Y porque a causa de los grandes gastos que habemos hecho en las guerras pasadas, así en los ejércitos que tuvimos para la defensión del reino de Navarra, y para la recuperación de la villa de Fuenterrabía, que la habían ocupado, estando yo el rey ausente de estos dichos reinos, y en sostener los ejércitos que tuvimos en Italia para conservar y defender los reinos de Nápoles y Sicilia, y especialmente en la ¡da que el año pasado de 1527 hicimos a Italia a recibir las coronas del Sacro Imperio, y después a Alemaña, y en la resistencia que hicimos al Turco las dos veces, que ha venido contra la Cristiandad con poderoso ejército por la parte de Viena en Alemaña y en la jornada que hicimos al reino de Túnez y la armada que el año pasado de 1537 envió contra el nuestro reino de Nápoles, que todo ha sido en beneficio general de la Cristiandad y bien de nuestros reinos y señoríos, y en los ejércitos que estos años pasados habernos juntado y sostenido para los efectos arriba dichos, y en la paga de la gente de guerra que tenemos en guarda de las fronteras de los dichos nuestros reinos de Castilla y los lugares que tenemos en Africa, y de los que son menester hacer para 470
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defender los dichos nuestros reinos y señoríos y resistir y ocurrir a los que los quisieren perturbar y envadir, y en otras cosas que han sido y son muy necesarias, que no se podrían ni pueden excusar, están gastadas y empeñadas mucha parte de nuestras rentas reales, y aquéllas no bastan para sostener, defender y conservar los dichos nuestros reinos, y para resistir a los enemigos y cumplir las otras necesidades que pueden suceder en esta jornada. Y porque podría suceder en ella detención de la persona de mí, el rey, y como quiera que tenemos entera confianza que en tal caso los nuestros reinos de Castilla y los súbditos y naturales de ellos, siguiendo su antigua y gran lealtad, y fidelidad y correspondencia al amor que Nos les tenemos, nos servirían, y pornían sus personas y haciendas por nuestra delibración y por la defensión de ellos, y proveer las otras cosas que conviniesen cerca de ellos, como siempre en las necesidades que hasta aquí se nos han ofrecido lo han hecho, porque podría ser que no bastase la ayuda que así nos hiciesen, y convendría vender de nuestras rentas y derechos de la corona y patrimonio real de los dichos nuestros reinos y señoríos de Castilla y León, y asimismo empeñar y vender algunos vasallos, jurisdiciones, villas y lugares de los dichos nuestros reinos y señoríos, con facultad de poderlos quitar y redimir pagando el precio por que se vendieren, habemos acordado de dar poder especial para en tal caso al dicho príncipe. Por ende, por la presente, de nuestro proprio motu, y cierta ciencia y poderío real absoluto que en esta parte queremos usar, como rey y señor natural, no reconociendo superior temporal, damos nuestro poder libre, etc.» Partió con estos poderes el príncipe don Felipe de Augusta, y vino a Mantua, Milán y Génova, donde se embarcó en las galeras de Andrea Doria, y desembarcó con muy buen viaje en Barcelona, a 12 de julio. No mucho después de su partida de Augusta hicieron lo mismo el rey don Fernando y su hijo, el rey de Bohemia, para Hungría, de donde volvió por la reina en España, quedando el Emperador en Augusta con algunos príncipes de Alemaña.
- XII Lo que el Emperador se recelaba de una nueva guerra, que ya se temía, con el Turco, con el francés y con luteranos. Esta guerra que el Emperador da a entender en estas escrituras, por ellas parece que se tenía por peligrosa, pues el Emperador, que en tantas y tan graves se había hallado, se recelaba de ser detenido en ella, teniendo algún mal
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suceso, no le habiendo tenido casi en toda su vida. Era lo cierto que el rey Enrico de Francia, que no tenía menos coraje que su padre, o por vengar injurias pasadas, o porque quedó en sus entrañas la pasión viva de Francisco su padre, con envidia de las buenas fortunas del César, y pareciéndole agora a Enrico que ya el Emperador era viejo, enfermo, gotoso, cansado de tantos trabajos largos y continuos, y que era el tiempo proprio en que podía competir con él probando su fortuna con la antigua del César, esperando satisfacerse de los daños pasados. Lo cual todo le salió al revés, y si el Emperador y su hijo don Felipe quisieran apretar al francés, le pusieran en mayores trabajos que su padre tuvo. Habíase pasado al servicio del rey Enrico el príncipe de Salerno, don Fernando San Severino, por enemistad que tenía con don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles (que la condición áspera de un superior causa muchos males), y ofrecíale la conquista de Nápoles facilísima. Sentíase Enrico poderoso con la amistad del Turco. Traía sus inteligencias y tratos con Mauricio de Sajonia, ligándose con él y con otros señores alemanes para hacer guerra al Emperador, como diré en el año siguiente, que salió en público lo que en rincones habían tratado. Por esto se prevenía al Emperador, y sus hermanas las reinas María y Leonor, que estaban en Bruselas, fueron a Brujas, ciudad trece leguas de Bruselas, y juntaron los gobernadores y otras cabezas de las ciudades de Flandres, y representándoles la guerra que se fraguaba, pidieron que ayudasen con dineros, los cuales dieron con voluntad y amor, y nombraron a Martín Van Rosen para que levantase gentes, y él hizo una legión de muchos y muy escogidos soldados viejos, y fue con ellos contra las fronteras de Francia, porque ya el rey Enrico tenía en la campaña a Francisco de Cleves, duque de Nevers, con el cual se topó Rosen, y lo desbarató y trató muy mal, y salió en su favor Antonio de Borbón, duque de Vendoma, que estaba en Picardía, ayudándole sus hermanos Francisco y Luis, y con cuatrocientos caballos y cerca de diez mil infantes entró por Flandres, y fue a buscar a Rosen; mas como lo había con un capitán sagaz y experimentado tanto en la guerra, si bien apenas tenía tanta gente como Borbón, le armó tales redes, que en ardides y emboscadas le mató muchos de los suyos y tomó algunos puestos de importancia.
- XIII Atrevimiento de un hermano del duque Mauricio contra el Emperador. -Capítulos entre Enrico, rey de Francia, y Mauricio y Augusto. -Júntanse los alemanes pidiendo la libertad de Lantzgrave.
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El duque Mauricio, que estaba con la gente del Imperio sobre la ciudad de Magdeburg, como él era luterano en la opinión, y en la voluntad estaba tan lejos del servicio del Emperador, a quien él tanto debía, ingratamente dio lugar a que un hermano suyo llamado Augusto, con dos hijos de Lantzgrave, cuñados de Mauricio, desirviesen al Emperador, con achaque de la libertad de Lantzgrave. Y Mauricio, concertado con el francés para hacerle guerra, no hacía lo que debía contra esta gente, sino de puro cumplimiento, y por desembarazarse de esta guerra que él hacía de tan mala gana, concordóse con los de Magdeburg de esta manera: «Que pidiesen perdón al Emperador por sus desobediencias. Que no harían jamás deservicio a la casa de Austria ni Borgoña. Que se ponen en el juicio de la cámara imperial. Que guardarán el último decreto de la Dieta de Augusta. Que en los pleitos y pretensiones que han tenido, estarán a lo que dispone el derecho. Que se derriben las municiones y fortificación que se han hecho en la ciudad. Que en todo tiempo recibirán el presidio que el Emperador les quiera poner, y estará la ciudad llana y patente a Su Majestad. Que darán al Emperador ciento y cincuenta mil florines de oro y doce tiros gruesos de artillería. Que soltarán libremente al duque de Meckelburg, y los demás presos. Que deshaciendo el presidio que tienen, puedan irse los soldados donde quisieren.» Este último capítulo hizo Mauricio con cautela, porque después su hermano Augusto recogió toda esta gente, que era dos mil infantes y docientos caballos, para hacer lo que diré. Otro día después de asentada y firmada la concordia, entró Mauricio en la ciudad con toda la gente más lucida de su campo, y recibió el juramento que hicieron los ciudadanos, y en secreto trató largamente con el Senado sobre la observancia de las herejías de Lutero, y conservación de su libertad, y les abrió el pecho muy a lo claro, y dijo la determinación que tenía sobre la libertad de Lantzgrave y hacer por ella todo el mal que pudiese al Emperador. Los ciudadanos, con mucho contento, le ofrecieron su ayuda, de suerte que no habían bien salido de una, cuando daban en otra. Este fruto se sacó de Magdeburg habiendo estado más de un año cercada, y aquí se urdieron las marañas entre Mauricio y su hermano, y hijos de Lantzgrave, y el rey Enrico de Francia, autor de estos movimientos y nuevos humores, incitando y alterando los ánimos inquietos de los alemanes con el dulce nombre de libertad. Y para justificar su celo y guerra hizo escribir un libro con largas y coloradas razones, y en el principio dél mandó estampar un sombrero entre dos puñales, y debajo de él un título del rey, llamándose libertador de 473
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Alemaña, que así fue tenido entre los antiguos el bonete o sombrero por símbolo de libertad, y cuando la daban a un esclavo decían: Servos ad pileum vocato, esto es, a la libertad. Y así se halla en monedas antiguas, el bonete entre los dos puñales; sienten algunos que los matadores de Julio César usaron de este blasón. Siendo, pues, el rey Enrico tan curioso como bravo y valiente, usó en esta ocasión del símbolo de la libertad, que tanto deseaban los rebeldes de Alemaña, para levantar la dura cerviz contra su príncipe y señor natural. La sustancia de lo que entre sí capitularon fue: «Que el rey Enrico, por su parte, daría para los que en Alemaña con él se confederasen, cada un mes cuarenta mil florines, y que con este dinero se levanten en Alemaña docientos mil soldados y ocho mil caballos. Que si el Emperador saliere con campo contra ellos, que envíe socorro de Francia para que los ayude. Que llegará a la raya de Alemaña con ejército poderoso para acometer al Emperador y embarazarle y dividirle las fuerzas. Que enviará el rey otro ejército bastante contra la parte de Flandres, y les hará mortal guerra.» Y para dar color Mauricio a su atrevimiento y que muchos de los señores alemanes se enojasen con el Emperador, procuró que le pidiesen la libertad de Lantzgrave en primero del mes de deciembre, estando en Insbruch, y en nombre suyo y del rey de romanos, Alberto, duque de Baviera, y los duques de Luneburg, rey de Dinamarca, conde Palatino y otros muchos, vinieron embajadores y cartas que pidían esto encarecidamente, para que, negándolo el Emperador, muchos de estos señores tuviesen ocasión de enojarse viéndole tan porfiado. No quebró el Emperador de su entereza, y respondióles que era cosa de mucha consideración, y tal que requería otro tiempo para poderla tratar. Que esperaba al duque Mauricio, y a otros de los príncipes del Imperio, y que, llegados, y el tiempo en que había de ser, se trataría la libertad de Lantzgrave, que por ahora él estaba bien allí. Quedaron muy descontentos los alemanes con este despacho, y así se resolvieron en la guerra que veremos el año siguiente.
- XIV Juran en Navarra al príncipe don Felipe. Luego que el príncipe don Felipe entró en España fue a Navarra, y los navarros, en la ciudad de Tudela, le juraron por su príncipe y señor natural. Y en fin del año partieron de España Maximiliano, rey de Bohemia, y la reina
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María, su mujer, los cuales fueron en las galeras de Génova que trajo Andrea Doria, y estuvieron en peligro en el camino, porque el prior de Capua, general y almirante del rey de Francia, sabiendo de esta jornada, salió de Marsella con veinte y cuatro galeras muy bien armadas para combatir con él. Descubriólo cerca de Tolón, y como Andrea Doria no traía sino solas veinte galeras y no muy bien armadas, recelándose de la mala intención del prior y entendiendo que eran más sus galeras, se retiró. Siguiólo el prior un poco, sin provecho, y así Andrea Doria llegó a Génova. Desembarcaron los reyes, fueron su camino a Trento, donde todos los perlados que allí estaban les hicieron un solemne recebimiento, y el cardenal Madrucho, que fue muy gran servidor del Emperador, y la ciudad de Trento, les hicieron la costa algunos días, y otros grandes servicios. Llevaban un gran elefante, que el rey don Juan de Portugal les había dado. De ahí partieron a visitar al Emperador, tío y suegro de Maximiliano, y padre de María.
- XV Palabras y papeles graves y injuriosos entre los príncipes. -Hízose esta liga por medio de Juan Friginio, obispo de Bayona. La pasión con que la guerra se comenzó el año pasado era tan grande, que llegaron a tratarse de palabra y por escrito sangrienta y feamente, y no con la moderación que entre reyes y príncipes debe haber. Derramáronse libelos, pusiéronse carteles, unos en favor del rey de Francia, culpando al Papa y al Emperador por la guerra y rompimiento de las treguas; otros, por parte del Emperador, cargando la culpa al francés, y cargándole otras muchas, y junto con esto aparejaban las armas. Admirábanse muchos y tenían por atrevido al rey de Francia en quererse tomar con el Emperador, capitán tan guerrero, antiguo y venturoso en las armas, y que tenía una gente que parecía invencible. Otros decían que la sangre nueva, viva y valerosa del rey Enrico, criado en la escuela militar de su padre, sería para más que la vieja, cansada y enferma del Emperador. Sobre todos lloraban los que tenían celo de la Iglesia, porque con estas guerras entre los príncipes cristianos tomaban fuerza los herejes para prevalecer en los errores, y que se atreverían a volver a las armas contra quien acababa de domarlos. Y no contento Enrico con haber rompido la guerra por el Piamonte y por las demás partes de Italia y otras, concluyó la liga con los de Alemaña, en la cual entraron Mauricio, que fue el capitán de ella; Augusto, su hermano; el
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hijo mayor del duque de Sajonia, el preso; otros dos hijos de Lantzgrave, el duque de Luneburg, el marqués Alberto de Brandemburg, el marqués Jorge de Loburg y otros muchos barones y condes de menor nombre. Prometió el rey a la liga de depositar cuatrocientos mil ducados, y alargóse a dar cada mes cien mil por todo el tiempo que durase la guerra, con que los alemanes hiciesen un ejército de veinte mil infantes, y cuatro mil caballos, y que luego vendría él en Argentina con sesenta mil infantes y ocho mil caballos ligeros y cuatro mil hombres de armas. Lo cual todo se hizo sin faltar punto, y con tanta presteza y secreto, que antes que el Emperador se pudiese poner en orden, ni aun asegurar su persona, que se estaba casi solo en Insbruch. Ya la liga cuando vino el mes de marzo de este año había sacado en campaña un muy buen ejército. Los capitanes imperiales tenían bien que hacer en defender a Clarasco en el Piamonte, siendo general de esta guerra don Hernando de Gonzaga, y el príncipe de Piamonte era capitán general de la gente de armas. El rey don Fernando estaba en Viena, y el rey, su hijo, en Praga. La reina María la Valerosa hizo un muy buen ejército, pero estaba tan lejos en Flandres, que podía muy mal socorrer a su hermano. Fueron los alemanes confederados primero contra Suecia, y de camino se apoderaron de muchos lugares y sacaron de ellos dinero y artillería, y quitaron el gobierno a los que le tenían de mano del Emperador, que eran católicos, y pusieron los luteranos. Apoderáronse de Augusta, dándoles la ciudad libremente entrada. Combatieron a Ulma, que estaba con presidio imperial, mas diéronles diez y ocho mil florines, y pasaron adelante la vía de Insbruch, con intención de haber en su poder la persona del Emperador, o a lo menos echarle de Alemaña, que no deseaba otra cosa Mauricio, general de esta gente. Año 1552
- XVI Sale Enrico con poderoso campo contra el Emperador. Por otra parte, el rey Enrico en persona había salido con su campo, en que iban más de cincuenta compañías de soldados franceses, y tres regimientos de alemanes, con Sebastián Sdertel o Jertel, Ringrave y Rincors, y mil y quinientos hombres de armas, y dos mil y quinientos caballos ligeros, y por general de esta gente monsieur de Montmoransi, que después de la muerte del rey Francisco había vuelto a su antigua dignidad de condestable de Francia, y a ser
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muy estimado del rey Enrico, como él merecía. Fue derecho este campo tan poderoso a la parte de Lorena, echando voz que iba a dar favor a los alemanes sus amigos y librarlos de la servidumbre en que estaban. Súpose esto en Trento y que en Augusta estaban los mauricianos, y que iban derechos a tomar la Clusa, que es el paso de Italia para Alemaña. Huyeron la mayor parte de los perlados y personas del Concilio que allí estaban. Supo el francés la toma de Augusta y de los demás lugares; quiso caminar a priesa por coger al Emperador en Insbruch desapercebido y obligarle por fuerza a que hiciese lo que él quería. Caminando con este intento, habiendo dejado el gobierno del reino a doña Catalina, su mujer, tuvo correo que había enfermado peligrosamente. Encomendó el ejército al condestable, y volvió a visitar a su mujer y ver en qué paraba su mal. Tomó Montmoransi, a partido, a Tulle y Verdunio, ciudades del Imperio, y puso presidio en ellas. Pasó a Pont-Mosonio, lugar de Lorena, que es cabeza de marquesado. Tomó por fuerza otro castillo fuerte, llamado Gorciano, matando los que estaban de guarnición, sin querer dar a alguno la vida. De ahí fue a Metz de Lorena, ciudad importantísima. En esta ciudad hubo notable descuido, y fueron muy culpados los ministros del Emperador, por donde se vino a perder; que, como dice el doctor Illescas, sirviendo él a don Alonso de Aragón, y estando en Venecia por los días de Navidad del año pasado de 1551, vino a don Alonso un hombre, y sin querer decir quién era, lo dijo. «Señor, pues sois tan pariente y allegado de la casa del César, avisad a Su Majestad mande poner mucho recaudo en Metz de Lorena; si no, que sepa que presto se la sacará de entre manos el rey de Francia, porque se negocia de su parte una traición.» Avisó don Alonso al Emperador, y a uno de sus secretarios; no hicieron caso de ello, como> suelen en otras ocasiones semejantes: que son desdichados los reyes, que muy pocos los sirven con amor, ni se duelen de sus cosas, sino su cuidado es el interés que esperan de ellos. La traición se hizo de esta manera: Asentó Montmoransi su real cerca de la ciudad, y envió al regimiento los capitanes Bordillonio y Tabanban, pidiéndoles que diesen al rey de Francia, que venía allí, paso seguro por la ciudad, sin que de una ni otra parte se hiciesen daño, atento que él iba a librar a Alemaña de la servidumbre y tiranía en que estaba, y que les diesen bastimentos por sus dineros. Estaba la ciudad dividida en bandos muy antiguos y enconados, entre la nobleza y la gente plebeya. De éstos tenía el rey de Francia corrompidos con 477
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dineros y promesas gran parte, y eran los más de la gente común del pueblo, toda gente ordinaria y baja, si bien, por ser muchos, poderosos; y siendo menos los leales, a pesar suyo se abrieron las puertas de la ciudad al francés, con tal que sólo Montmoransi con la gente ordinaria de su guarda pudiese entrar en la ciudad, y para el ejército dieron los bastimentos que pidieron y quisieron comprar. El condestable Montmoransi puso tres veces tanta guarda de la que solía tener, escogiendo los más valientes y valerosos soldados del ejército. Lo mismo hizo en los criados de su casa, yendo todos armados, y cubiertas las armas con ricos vestidos sobre ellas, y a 10 de abril entraron con esta disimulación en la ciudad. Luego se juntaron con los franceses los ciudadanos traidores, y sintiendo los leales la traición, dando voces acudieron a cerrar las puertas de la ciudad, todos armados, unos a pie y otros a caballo. Mas el condestable se apoderó de una puerta, y sonriéndose la defendía, diciéndoles que se sosegasen, que él no les quería hacer fuerza, antes les quería guardar la ciudad y quitarlos de gastos, que los franceses la guardarían hasta que el rey viniese, y que no les haría agravio ni les quitaría su libertad. Con estas buenas razones los entretenía, y iban cargando franceses y entrando, de manera que los de Metz se vieron perdidos y vendidos por la gente más vil y baja de la ciudad, y la vendieron y pusieron debajo del yugo francés, que no es el más suave del mundo. Mejoró la reina francesa; supo el rey el feliz principio de su campo y partió luego a Tullime y Verdunio, y hizo que los de Metz le diesen la obediencia y que jurasen, y luego partió para Nancy, cabeza de Lorena.
- XVII [Hecho arbitrario y cruel con la duquesa de Lorena, del rey de Francia.] Había algunos días que Cristierna, duquesa de Lorena, sobrina del Emperador, estaba viuda por muerte de Francisco, duque de Lorena, su marido, del cual le había quedado un hijo que se llamó Carlos, por el deudo y amor de Carlos V, a quien la duquesa amaba y estimaba, como tal tío merecía; no tenía el niño más de nueve años. El rey Enrico entró con la potencia que digo en esta tierra, y si bien tuvo a la duquesa el respeto debido, púsose en tomarle el hijo, y enviólo a Francia, diciendo que se criaría en su casa y lo casaría con Claudia, su hija. Esto costó a Cristierna las lágrimas que suele costar a una madre perder un hijo solo que tiene.
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Era maestro de este duque Carlos (antes cautivo que hombre) monsieur de Bardon; sacóle el rey de este cuidado por darle a Broseo, para que en cuanto pudiese le hiciese francés. Quitó el rey a la duquesa el gobierno y administración del ducado de Lorena, y dióle al conde Nicolao Valdemón, tío del niño Carlos, hermano de su padre; hízose el rey curador del niño y gobernador de Lorena, y echó de allí todos los criados antiguos, particularmente los que eran devotos del Emperador, y puso en su lugar franceses. La pobre duquesa, desdichada antes que nacida, pues nació de padres reyes desheredados, y casó con dos duques que la dejaron temprano, retiróse a vivir en una aldea, sin hijo y sin Estado.
- XVIII [Progreso de las armas francesas.] De Nancy vino el rey a Pont Musonio, y poniendo presidio en él, a 18 de abril entró en la ciudad de Metz, con gran demostración de su grandeza, para poner pavor en los ciudadanos. Desarmó la ciudad, puso presidio en ella, hizo que todos le jurasen, derribó parte del pueblo que no pudo fortificarse y recogióla más, fortificándola conforme a las trazas que le dio Artur Cossa, insigne ingeniero, y en la parte más fuerte edificó una fortaleza. Tal fue el yugo que Enrico puso a Metz, para que fuese testimonio de su falta de palabra; y esto es lo que ganan los lugares que no son unos en la fe que deben a su conservación y lealtad, ni jamás dio otro fruto la discordia.
- XIX [Ambición del rey de Francia.] Era ya el fin de abril, cuando el rey Enrico partió de Metz. Envió delante muchos de sus capitanes con parte del ejército, para que procurasen tomar a Tréviris, pensando haberla con las buenas artes que hubo a Metz. Eran tan altos los pensamientos de este rey, que habiendo leído que antiguamente los términos de Francia llegaban al río Rhin, había tratado con los del su Consejo de Cámara de querer ganar lo que en estos tiempos faltaba de aquella antigua raya. Parecíale a Enrico, o engañábale su corazón altivo y bravo, que pues el Emperador Carlos V en menos de un año había sujetado a toda Alemaña, podría él tomar en el mismo tiempo los lugares que faltaban desde la raya de su reino hasta el Rhin. No era buena la cuenta que hacía Enrico, que si pudo
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Carlos en menos de un año sujetar a Alemaña, fue porque no las hubo con otro Carlos; mas Enrico ni aun tomara a Metz si no fuera por arte, que las había de haber con Carlos V, como presto lo veremos.
- XX Va contra Tréveris Enrico. -Pasa contra Argentina. Vale mal. -Gana a Haganoam. -Los herejes protestantes agradecen al francés su entrada en Alemaña. Ufano Enrico con la toma de Metz y otros lugares fue contra Tréveris; los de esta ciudad, como cuerdos, miraron por sí mejor que los de Metz, y de una voluntad se aparejaron para defender la ciudad, lo cual entendido por el rey, enderezó para Argentina, que lo deseaba mucho; pero la aspereza del camino trató mal al ejército, junto con que ya sentía la falta de bastimentos, y demás de esto la gente de tierra maltrataba a los que hallaba desmandados, del ejército, matando los que podía sin duelo, andando a caza de ellos como si fueran fieras. Caminó el rey con gran trabajo, pasando caminos ásperos, hasta llegar a Argentina; pensó haberse con ella, como con Metz, mas engañóse, porque, escarmentados de lo que sabían que había hecho en Metz, temiendo la soberbia francesa, todos se guardaban de él, no fiando en sus palabras halagüeñas ni promesas, y se habían prevenido en los lugares, fortaleciéndolos para le resistir. Como vió el rey que era cosa sin fruto estar sobre Argentina, levantóse de allí y fue para Haganoam; pidió que le diesen entrada, y negáronsela; mas como vieron asestarles la artillería y que el pueblo era flaco y desarmado, abriéronsele las puertas y hicieron lo que el rey les mandó. De allí partió para Vuisiburg, donde se detuvo algunos días; comenzó a sentir falta de bastimentos, y en las cosas de Alemaña no todo lo que pensaba, y trató de volverse. Temió que viendo los alemanes que se había apoderado de Metz y puesto guarnición en ella, volverían sobre sí y contra él. Los gobernadores que por la Cámara Imperial estaban en Espira, viendo por una parte contra sí a los mauricianos, y por otra a los franceses que les hacían guerra, y que el Emperador estaba desarmado, recogiendo sus haciendas se salieron de Espira, acogiéndose cada uno donde pensaba estar más seguro. Después de esto llegaran al campo del francés de parte de los protestantes y herejes de Alemaña, dándole muchas gracias por su venida, y pidiéronle que no pasase adelante, porque ya el Emperador estaba tan apretado que de fuerza había de venir en hacer lo que los príncipes y ciudades del Imperio querían
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(esto fue en buen romance despedirle), y si él porfiara en querer ir adelante con su campo, le resistieran, y los que le habían llamado como amigos se volvieran contra él, hechos enemigos.
- XXI Retírase el francés apresuradamente. -Estragos y muertes que el francés hizo. -Toma el francés a Ivosio. Dividio el francés su campo, y por cuatro caminos diferentes, con grandísima dificultad y trabajo, volvió al ducado de Lorena, y de allí a Francia. Diose priesa, y puso diligencia en caminar, porque la reina María la Valerosa había juntado quince mil infantes y tres mil caballos, y dádolos a los capitanes Reussio y Martín Van Rosen, los cuales le habían entrado por Francia, haciéndole cruel guerra. El francés, apretado por esto y por la hambre, y que se le moría la gente, caminaba con toda diligencia derecho a Lucemburg. Tres cosas hicieron volver tan aceleradamente al rey: la primera, que Martín Rosen le había tomado a Estaineo, lugar fuerte y de mucha importancia, y le destruía toda aquella tierra; la segunda, que ya el duque Mauricio se allanaba y quería paz, componiéndole el rey don Fernando con el Emperador, como diré, y así el rey don Enrique no se fiaba de él; la tercera, que no pudo tomar a Argentina, y le iban faltando las vituallas. Recogió, pues, todo su ejército y llegó con él, pasando el río Mossa, a Estaineo, y cobrólo. Acometió a Lucemburg y después cercó a Rodemarco. Estaban en este lugar, y en la fortaleza de él, mil soldados de presidio con gran multitud de gente rústica, niños, mujeres y viejos, que por miedo de la guerra se habían allí acogido. Tomó el rey por fuerza el lugar, haciendo en él su gente extrañas crueldades, muertes, sacos, incendios y otras que la furia francesa suele hacer cuando goza de la victoria. Después de esto, cerca de Lucemburg quemaron el templo de San Juan el Monte y Solario y Rodemarco, y a éste le fortalecieron por estar frontero de Treunville. Llegó Claudio Anibaldo con gente de refresco y tomó a Dampuilleria, saliendo la gente libre, con su ropa, pero sin armas, aunque faltando la palabra que habían dado los franceses, les salieron al camino y los desvalijaron a todos y mataron muchos de ellos. Fue el rey contra Ivosio, y comenzó a combatirlo reciamente. Estaba dentro Pedro Ernesto, conde de Mansfeldio, gobernador
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por el Emperador del Estado de Lucemburg. Tenía buen presidio de soldados de diferentes naciones, los más de los cuales eran alemanes. Combatióla el francés algunos días con gruesa y mucha artillería; defendióla valientemente el conde, y como la batería, estuviese ya abierta por muchas partes, caídos los muros y reparos, poniéndose en orden los franceses para dar el asalto, envióles el condestable Montmoransi un trompeta requiriéndoles que se rindiesen. Los del lugar estaban fuertes en no quererlo hacer, sino esperar el combate, principalmente los soldados, que eran flamencos, que los alemanes no tenían tanto ánimo ni voluntad al servicio del Emperador, y dijeron que la villa no estaba para poderse defender: que ellos no estaban desesperados para tomar con sus manos la muerte, que tan cierta era. Porfiaba el conde con ellos que no hiciesen cosa tan fea, mas no le aprovechó, porque ellos estaban conquistados con el dinero francés. En esto los franceses se aparejaban para dar el asalto, que no fue menester, porque como el conde Mansfeldio se vió desamparado de los alemanes, y con solos los flamencos, no era poderoso para resistir, y forzado, sin condición ni pelea hubo de entregar el lugar, y los franceses lo entraron. Y saliendo Mansfeldio, le dijo el condestable: «Camina apriesa, Mansfeldio, que los franceses, sin que se lo manden, entran el lugar.» respondióles Mansfeldio: «No hicieran ellos eso, si tuvieran hoy los flamencos por amigos a los alemanes.» Tomado de esta manera Ivosio, lo saquearon sin piedad. Prendieron al conde Mansfeldio con cuatro compañías de soldados que dentro había, y tuvieron lo mucho tiempo en el castillo de la selva de Vincena, cerca de París; a los soldados enviaron afrentosamente, sin armas, mereciéndolo así, pues la rindieron sin querer usar de ellas, como lo debe hacer el bueno hasta morir o vencer.
- XXII [Cuán mal iba en Picardía al francés.] Por la parte de Picardía andaba tan viva la guerra, que los franceses pagaban lo que su rey hacía en Lucemburg, porque los capitanes Reusio y Martín Rosen, con el ejército flamenco, se las daban muy buenas. Tomaron y abrasaron a Noyon, Neslam, Chaunio, Roiam, Follem, Branam la Real y otros muchos lugares, casas y fortalezas, prendiendo mucha gente noble y común, y pusieron otra vez tanto miedo a la ciudad de París, pensando que habían de dar sobre ella, que si vieran asomar las banderas, la desampararan, y aun sin
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verlas huían muchos tan de gana, que no los podían otros detener, porque la ciudad estaba abierta y derramada, y como es tan grande, no se puede bien defender. Y con este achaque, pocos años después de esto, el rey Enrico sacó a los naturales una gran suma de dineros para fortificarla. Supo el rey cuán mal iba a los de Picardía, y mandó a Vendoma que con una parte del ejército fuese a la socorrer; mas antes que él pudiese llegar, los flamencos habían tomado a Hesdin con la fortaleza, saliendo de ella y dejando en ella las armas y artillería los capitanes franceses, con la guarnición de soldados que tenían, y Reusio encomendó la guardia del castillo a su hijo.
- XXIII [Retirada final del rey de Francia. Conclusión de esta jornada.] Habiendo el francés fortificado a Ivosio, diólo en tenencia a monsieur de Blens y caminó con su campo para Mommedio. y rindiósele la guarnición que allí estaba, concediéndoles las vidas, armas y haciendas, con las cuales salieron libremente. Y en fin del mes de junio, Roberto de la Marca, que con título de senescal servía a Enrico en esta guerra, tomó la fortaleza de Bolonia, ilustre y de estima, por haber sido del duque Gotifredo, que ganó a Jerusalén, y de sitio inexpugnable; no la tomó por fuerza de armas, sino de dinero, con que ganó el corazón del capitán que la tenía. Anduvo de esta manera el rey Enrico haciendo el mal que pudo, pero ya traía el ejército tan deshecho por los trabajos que en tres meses y medio de campaña, hambre y malos temporales de grandísimas aguas había padecido, que a 17 de julio deshizo su campo, poniendo la gente que tenía en presidios, y él se volvió a Francia. Tal fue el fin de esta jornada famosa de Enrico, en la cual los alemanes no ganaron nada y Enrico quedó con honra de valeroso, pues que con un ejército tan grande, atravesó montes y tierras asperísimas, y entró en Alemaña, y ganó muchos lugares de importancia con que extendió los términos de su reino, y se volvió riendo de los alemanes, y diciéndoles el refrán común, que está más cerca la camisa que el sayo, porque ellos pensaron que el rey iba a hacer su negocio contra el Emperador, y no hizo ni trató otra cosa más del propio interés de su reino, honra y reputación, sin mirar otra cosa. 483
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- XXIV Mauricio se altera. Las fronteras y Estados de los Países Bajos de Flandres estaban tan bien apercebidos, que era poco el daño que el francés los podía hacer. Mas en Alemaña, donde el Emperador estaba, andaban Mauricio y los hijos de Lantzgrave, marqués Alberto, tan descontentos y alterados viendo que el Emperador ni por sumisiones que hacían, ni intercesión de muchos príncipes, quería dar libertad al lantzgrave, antes la dilataba sin dar esperanzas ciertas y seguras de ella, que ya trataban de levantar gente de guerra para en deservicio del Emperador corresponder al desordenado apetito del rey de Francia, aunque no en tanto número ni tan buena como en los principios sonó. Los que en estos días tenían su gente hecha y más a punto eran los hijos de Lantzgrave, por haberse servido del Reyngrave y Reymfembergh, y otros criados del francés, los cuales, como no tuviesen ni atendiesen a otro fin sino servirle, ponían en esto sus fuerzas. El Mauricio no jugaba ni usaba sus malos tratos al descubierto; cubría su faz con disimulación, por el natural respeto que debía a su príncipe, que tanto bien le había hecho, y por el temor que tenía de caer en desgracia de toda aquella Germania. Los hijos de Lantzgrave y enemigos descubiertos pusieron parte de la gente a la una banda del Rhin y la otra en la otra, mostrando esperar allí la que les había de venir del duque Mauricio, que aún no era levantada (si bien de mucho tiempo antes estaba apercebida), o por estorbárselo sus súbditos, o porque aún tenía esperanzas de poderse concertar con el Emperador, o por no haber acabado de resolverse en tan gran maldad. También el Jartel convocaba soldados desde Basilea, incitando todos los alemanes que podía para que tomasen las armas; llevarlos en servicio del rey de Francia, si bien recibía impedimento en ello, por los que estaban puestos en guardia sobre las tierras por donde habían de pasar; lo cual visto por este rebelde, con el deseo que tenía de cumplir y efetuar lo que al rey tenía prometido, procuraba haber suizos en lugar de los alemanes, si bien se le pensaba también estorbar y impedir por los señores de los cantones con justo título y color de que no deben dar sus gentes a capitanes que no sean de su nación. El marqués Alberto, asimismo, hacía leva de gente poco a poco y no con tanto calor como había comenzado, o por faltarle dineros o por otro respeto o oculto, pues habiéndole ya corrido algún número de soldados, no le tomaba la muestra. Tales eran los movimientos de estos príncipes alemanes, y el Emperador y los suyos que se lo sentían y recelaban del peligro en que estaban entre gente tan feroz, que, perdido el respeto a Dios y a su Iglesia, querían banderas contra su príncipe y natural señor. Es verdad que el duque Mauricio 484
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servía todavía con humildad y muestras de lealtad y amor a Su Majestad, y en una proposición que hizo a sus Estados, usó de los mismos términos que solía antes de esta alteración y tumultos, y en todas las partes que en ella hacía mención del César, le tenía muy gran respeto, y sólo se quejaba y mostraba sentimiento de no haber podido en tanto tiempo alcanzar de Su Majestad la delibración del lantzgrave, su suegro, y que en fin, por cumplir con su palabra, estaba determinado de meterse en las prisiones y poder de los hijos de Lantzgrave, rogando a sus Estados quisiesen entre tanto obedecer a su hermano, el duque Augusto, que pensaba dejarles por su gobernador. Respondiéronle a Mauricio sus Estados, exhortándole que todavía instase con sumisión con el César, suplicándole quisiese ya dar libertad al lantzgrave, que podía ser que Su Majestad, movido de su intercesión y de la de tantos príncipes que se lo habían rogado, a los cuales había respondido clementísimamente, prometiendo de resolverse en este punto de la libertad de Lantzgrave cuando el Mauricio viniese a Su Majestad, para donde se había ya puesto en camino, y que pues así era, mirase de complacerle, tomando de aquí la mano a persuadirle a que en alguna manera se dejase inducir a apartarse del servicio de Su Majestad, pintándole cuál era el rey de Francia y representándole lo poco que se podía fiar de él, y que lo viese y escarmentase en los príncipes de Alemaña, que había destruido y echado a perder, dejándolos a lo mejor del juego; que creyese a sus súbditos, vasallos leales, y no a algunos malos rebeldes, que por hacer su negocio procuraban de meterle con sus vasallos y Estados en peligro y pérdida, acordándole demás de esto los juramentos con que era obligado al Emperador, y lo que había hecho por él; y esto por tales términos, y con tanto encarecimiento, que no se podían usar mejores por los mayores servidores del César. De lo cual se esperaba que el duque Mauricio se reduciría y echaría de ver cuán bien le estaba este consejo de sus vasallos, que tan acordada y prudentemente le daban, y más por la negociación que por medio del rey de romanos, que procuraba lo mismo, se trataba; el cual suplicaba al Emperador, su hermano, fuese servido dar orden en apaciguar estos tumultos y dañosos motivos, así por respeto de sí mismo, para quedar más desembarazado, para poderse mejor oponer al rey de Francia, como porque revuelta que fuese la Germania, el Turco no tuviese más poderosa mano contra sus Estados para apartarle del rey de Francia; y que llano Mauricio, fácilmente, por ser la cabeza, caerían los demás en lo mismo, y el rey de Francia se hallaría solo y apretado más de lo que pensaba, costándole muy caro lo intentado; estando principalmente todas las ciudades sajónicas con las demás firmes y perseverantes en la devoción del César y poco inclinadas a Mauricio. Junto con estos tratos se traían otros con los príncipes y principales Estados de la Germania, y se hacían las diligencias que parecía convenir para entretenerlos firmes en la parte y devoción del César, y muchos, o los más, 485
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mostraban buena voluntad; y los cuatro electores del Rhin enviaron a disuadir a Mauricio y desviarle de tan feas pláticas, y el que sobre todos le solicitaba era el marqués de Brandemburg, así por la afición que al Emperador tenía, como por el daño que temía que de esto podría suceder a la Germania. Y también porque pensaba que esto podría apartar al Emperador de la voluntad que tenía, de por contemplación suya, y del Mauricio, y ruego de muchos príncipes, libertar al lantzgave; en la prisión del cual se hallaba él también embarazado. Tales eran las diligencias que por quietar aquellas gentes se hacían por parte del Emperador, y arrancar la cizaña que el francés procuraba sembrar en la Germania para disminuir las fuerzas del Emperador y engrosar las suyas. Pero como el mal puede tanto entre las gentes, la alteración pasó muy adelante, hasta querer acometer al Emperador en el lugar donde desapercebido estaba y detenerlo allí, hasta tanto que al lantzgrave diese libertad, que éste era el color con que se alteraban y ponían en armas contra su César Emperador.
- XXV Retírase el Emperador del atrevimiento de Mauricio. -Conciértase el Emperador con el duque Mauricio. Como el Emperador vió la determinación tan grande del duque Mauricio y los de su liga, mandó recoger la gente que pudo y que fuesen a la Clusa a estorbar el paso a los enemigos; mas como era grande el poder de la liga, fácilmente hizo huir ochocientos soldados que se pusieron allí, tomándoles las municiones que hallaron en el camino. Prendió y mató el enemigo muchos de los que pudo alcanzar, tomó otros lugares y castillos y pasó los montes, si bien son asperísimos; y todo esto hizo con tanta presteza, que a poner un poco más, cogiera al Emperador en Insbruk. Quedó el Emperador maravillado de que Mauricio con tanta brevedad hubiese ganado la Clusa y otros pasos y vencido la gente que en ellos tenía; y viéndose solo (caso en que jamás se pensó hallar), salióse de Insbruk, porque allí no podía esperar al enemigo si no se quería ver en sus manos, y retiróse, que en rigor es huir, y fue de tal manera, que aun no hubo lugar de recoger la recámara y ropa del Emperador; y el Emperador salió a medianoche, y aún dicen que salía él por una puerta y la gente de Mauricio, con su hermano Augusto, que venía por capitán con los dos hijos del lantzgrave, entraban por otra; tan apretada estuvo la cosa.
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El Emperador se fue a Vilac, habiendo dado primero libertad a Juan Federico, duque despojado de Sajonia, porque Mauricio no se gloriase que él se la había dado. Agradeció tanto el duque esta merced, que quiso antes irse con el Emperador que quedar con Mauricio. Entró Augusto, hermano de Mauricio, en Insbruk, y dio a saco a sus soldados lo que en ella hallaron del Emperador y del arzobispo de Augusta, y no tocó en la casa del rey de romanos. Mataron algunos criados del Emperador; a los naturales no hicieron daño. Supo la reina María la Valerosa el aprieto en que estaba el Emperador, su hermano, por el mal miramiento de Mauricio, y para socorrer con gente juntó muchos príncipes y capitanes en Aquisgrán, con los cuales hizo una liga contra la de los herejes, prometiendo todos tomar las armas y pelear contra ellos por la defensa de la Fe católica y servicio del Emperador. Al mismo tiempo se trataba la paz entre el Emperador y Mauricio; mas no por eso dejaba su gente de molestar la tierra y hacer en ella los daños posibles. Pusiéronse sobre Francafort, donde había guarnición de los imperiales, y mataron en un encuentro, de un arcabuzazo, al duque Jorge de Meckeburg, que venía en el campo de los rebeldes. Tomaron contra su voluntad al conde Palatino ocho tiros para batir esta ciudad, amenazándole que si no los daba le destruirían la tierra. Púsose de por medio el rey don Fernando para concordar al Emperador con los príncipes de la liga, yendo de una parte a otra, que le costó algunos caminos y trabajo. El Emperador estaba muy entero, sin perder un punto de grandeza (si bien desamparado de los suyos). Finalmente, se concertaron último de julio de esta manera: «Que los confederados dejen las armas dentro de doce días, y deshagan el ejército, si no es que quieran servir al rey de romanos o a otro príncipe, con que no sea contra el Emperador ni en perjuicio del Imperio. Que para doce de agosto, Filipo, lantzgrave de Hessia, sea puesto en libertad, en su castillo de Rinefeldia al Rhin, con que primero dé seguridad de cumplir todo lo que prometió al Emperador cuando fue preso; y que sean fiadores de que lo hará así, el duque Mauricio y el gran maestre de Prusia, Wolfango, y el duque de Vilpont. Que sentencien el pleito que hay entre el lantzgrave y el conde Nassavio, los que ellos en concordia nombraren de los siete príncipes electores, y de ellos nombre el Emperador jueces que dentro de un año lo determinen. Que dentro de seis meses se tenga Dieta, y en ella se determinen las cosas de la religión, y en el ínterin todos en general y en particular vivan en paz. Que los protestantes sean obligados de guardar y cumplir lo que la 487
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Cámara Apostólica mandare. Que se restituya a Ottón Enrico Palatino todo su Estado. Que los confederados renuncian y se apartan de la confederación de Francia. Que no se pidan los daños hechos en esta guerra hasta que la Dieta lo determine. Que si el rey de Francia se sintiere agraviado del Emperador o Imperio, ponga la causa en manos del duque Mauricio para que él informe al Emperador y le pida la satisfacción. Que el Emperador perdona a todos los que han tomado las armas en esta guerra, o en servicio del rey de Francia, con que las dejen dentro de tres meses y se vuelvan en sus casas. Que si Alberto de Brandemburg, dentro del dicho término dejare las armas y despidiere la gente, sea comprendido en esta concordia. Que el que no guarde esta concordia, sea tenido y declarado por enemigo del Imperio.» Firmaron esta concordia el Emperador y el rey de romanos, el duque Mauricio, y los demás príncipes que se hallaron presentes, y por los ausentes firmaron sus procuradores. No gustó mucho de esta concordia el rey Enrico de Francia, pero como él no pudo más, hubo de pasar por ella, disimulando con los alemanes, por no perder su amistad. A 3 de agosto, Mauricio y el hijo de Lantzgrave sacaron sus banderas de Francafort; los de Lantzgrave enviáronlos a Hessia; Mauricio dio las suyas al rey don Fernando, para la guerra que esperaba tener con el Turco. Rifembergio fue con su legión a servir a Alberto de Brandemburg, porque no quiso firmar las paces, y por eso quedó con las armas, y dejando a Francafort púsose con su gente sobre Maguncia, y en la ciudad le recibieron, y él hizo que los ciudadanos le jurasen.
- XXVI Vuelve el Emperador a Augusta, con intento de castigar a los alemanes. -Alberto de Brandemburg hace guerra. Hecha la paz volvió el Emperador de Vilaca a Insbruk, y de allí fue a Augusta, porque su intención era castigar a los alemanes, y hacerles otra guerra más cruel que la pasada, como sus atrevimientos lo merecían. Iba haciendo su campo juntándose cada día banderas de alemanes, bohemios, italianos y españoles que habían llegado con el duque de Alba en principio de julio a Génova, y si no se hubiera ya capitulado la concordia sobredicha, sin duda alguna fuera esta segunda guerra más sangrienta y peligrosa que la primera en Alemaña. Mas Mauricio, no queriendo tentar más la fortuna del Emperador, viendo que había salido con parte de lo que quería, deseó la paz, hallando que para todos era el camino más seguro.
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No lo hizo así Alberto, de Brandemburg, mostrándose enemigo de la casa de Austria y de todos los católicos, a los cuales todos hacía el mal que podía, corriendo las tierras de los arzobispos de Maguncia, Espira, Tréveris, Norimberg y Franconia y otros muchos. Fue en su busca el Emperador, huyó de él queriendo esperarle a verle ocupado en la guerra que sabía había de tener con Francia. Salió Lantzgrave de la cárcel, sacándole con mucha honra, y la reina María mandó que los soldados españoles que le habían guardado en Malinas le acompañasen hasta ponerle en Hessia, y que en todas las ciudades por donde pasase se le hiciese muy buena acogida.
- XXVII Entra en Augusta el Emperador. -Entra en Argentina. -Duque de Alba, general del campo imperial. Entró el Emperador en Augusta, ordenó y puso las cosas de la ciudad, deshaciendo lo que los protestantes habían hecho, y dejando en ella guarnición de soldados, partió primero de setiembre, y despidió para que se fuese a su casa a Juan Frederico de Sajonia, habiéndole aconsejado que guardase la fe católica y dejase novedades. Fuese Juan, aunque Natalis Comes dice, que murió en la cárcel, pero engañóse. Murió él despojado, y los hijos de Mauricio gozaban lo que se quitó a Juan y se dio a Mauricio, año de 1598. Llegó el Emperador a Franconia, no quiso pasar por ciertos capítulos de concordia que los perlados electores habían asentado con Alberto de Brandemburg; quitóle muchos amigos, hizo que no le acudiesen algunos lugares con tributos que le pagaban. Pasó adelante el Emperador por la tierra de Witemberg, sin tocar en los campos de Ulma, no queriendo que la gente de guerra los dañase, deseando hacer bien a esta ciudad, por la fe que le había guardado. Llegó a Espira, y a quince de setiembre entró en Argentina con sola la guarda y acompañamiento ordinario, y el ejército se alojó en la comarca. Fue recebido con gran magnificencia del Senado y ciudadanos, que le hicieron ricos presentes. Aquí nombró al duque de Alba por general de su campo.
- XXVIII Sitia el Emperador la ciudad de Metz a 22 de octubre. -Poderoso campo del Emperador. Juntábansele en el camino al Emperador muchas banderas. Temió Alemaña cuando le vió con ejército tan poderoso, y no podían adivinar contra
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quién iba, ni sabían qué decir del fin de esta jornada. Vinieron asimismo a servir al Emperador con gente muy escogida Juan de Brandemburg, duque de Holsaria, y Emanuel Filiberto, duque de Saboya. Llegando el Emperador a Argentina vino allí a visitarle su sobrina Cristierna, viuda de Francisco, duque de Lorena, y lloró con él sus duelos y desdichas. El Emperador la consoló lo que pudo, y dijo que se fuese con su tía, la reina María. Tomó el Emperador el camino de Lorena, y a 22 de octubre puso cerco a la ciudad de Metz, que el rey Enrico había tomado, como dije. Hallóla el Emperador muy fortificada, porque el rey de Francia y los suyos sabían bien que el Emperador no se la había de dejar gozar en paz. Llegaron al campo imperial muchos de la nobleza de Flandres; comenzóse a apretar fuertemente el cerco. Estaban dentro, por la parte de Francia, Francisco de Lorena, duque de Guisa, y Pedro Strozi, que eran los capitanes principales, con ocho mil soldados escogidos y tres mil caballos, la flor de Francia; habían reparado los muros y torres, y fosos, y las demás fortificaciones que la ciudad tenía, de suerte que había de ser la conquista larga y costosa, por la resistencia que con tanta gente y aparejos habían de hacer. Quitaron todos los edificios de los arrabales, monasterios y casas que había fuera de los muros, dejando la ciudad exenta y libre. Cerca de Metz estaba Alberto de Brandemburg con cincuenta banderas de infantería y mucha caballería, porque no se habiendo concertado con el rey de Francia sobre el sueldo y dineros que le pedía, desgracióse dél y procuró la gracia del Emperador, y ofrecióse con aquella gente a su servicio. Era poderosísimo el ejército que el Enperador tenía; y la ciudad, en la manera que estaba, no lo era menos para se defender. Había cada día escaramuzas entre los imperiales y franceses; los sucesos fueron varios; morían de ambas partes algunos varones nobles. Quisiera el rey de Francia quitar la vida al duque Alberto y desbaratarle la gente, porque no sirviese al Emperador. Encomendó al duque de Angulema y a otros, que con artificio procurasen con algunos de los de Alberto que le matasen. Tuvo Alberto aviso de este trato, y sabiendo que el duque de Angulema venía con gente para ejecutarlo, tomó Alberto sola la caballería que tenía, y sin alterarse nada, con toda la disimulación del mundo, dejó la infantería en orden y caminó con los caballos, y salió al camino al duque; acometióle por tres partes, y queriendo el duque de Angulema defenderse, le hirieron y echaron del caballo, y al fin lo prendieron. Escapóse Juan Fuxino, obispo de Bayona, huyendo a uña de caballo. Murieron muchos nobles franceses y gente común, que serían entre todos ochocientos, y quedaron presos otros más; otros huyeron. Alberto, gozoso con la vitoria, volvió cargado de cautivos y despojos al campo del Emperador, que lo recibió con muy buen rostro y mandó alojar 490
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su gente cerca de la abadía de San Martín, por donde Metz mira a Francia, y de allí quitaba a los cercados que por aquella parte no les entrase algún socorro ni bastimento, y detuvo las salidas que los franceses harían cada día. No había estado el Emperador en el campo, sino en Theonvilla, por causa de la gota, y a diez de noviembre vino a él, y apretaron más la ciudad con recias baterías, tanto que dijeron haber oído los truenos de la artillería en Argentina, que está diez y ocho millas de Metz, que son cerca de cinco leguas, y siete si tres millas alemanas hacen una legua. Mas con todo, la ciudad se defendía valerosamente. El tiempo los ayudaba, que era el corazón del invierno, que de ninguna manera se podía estar en el campo, y los soldados, con los grandes fríos y aguas, enfermaban. Viendo esto el Emperador, determinó edificar un fuerte sobre Metz, que le fuese un duro padrastro, y levantarse de allí, como lo hizo. No fue como quiera el mal que entró en el campo, corrompidos los soldados con los hielos y aguas, que los campos parecían ríos, y aires insufribles, que de cien mil hombres de pelea que el Emperador tuvo en este campo sobre Metz, murieron de enfermedad cuarenta mil. Nunca el Emperador se vió con ejército tan poderoso hecho a sola su costa, porque tenía en él seis mil españoles, cuatro mil italianos, cuarenta y nueve mil alemanes altos y bajos, cinco mil gastadores, diez mil caballos, y más los de su corte, éstos alistados a su sueldo, y sin ellos otros muchos, y los que traía el marqués Alberto, que todos llegaban a los cien mil, y ciento y veinte y siete mil pelotas, cuatro mil quintales de pólvora y cinco mil caballos de artillería, y municiones. Era general de este gran ejército el duque de Alba; capitán general de la artillería, don Juan Manrique. El Emperador estaba alojado dentro de una casilla de madera; preguntaba a don Juan Manrique y don Luis de Avila y a otros caballeros qué tiempo hacía; si le decían que malo, y que nevaba, dábanle pena, y mostrábalo tanto, que estos caballeros no le visitaban. Notándolo el Emperador, los llamó, y preguntó que cómo no le veían. Don Juan Manrique le dijo: «Señor, si visitamos a Vuestra Majestad y decimos que hace mal tiempo, recibe pena; pues decir que lo hace bueno siendo malo, es engañarle, y echar a perder este hecho que pende de la cabeza de Vuesa Majestad.» El Emperador respondió: «Ya veo que tenéis razón, y que no es bien que me digáis que el tiempo es bueno, siendo malo. Y así no hay que esperar más, sino que nos vamos.» Porfió el Emperador en el sitio de Metz, siendo el tiempo tal, porque se traía trato con algunos de la ciudad que la entregarían. No hubo lugar, si bien merecía el francés perder la ciudad con las artes que la ganó. Los que de esta jornada sin fruto se gozaron hicieron este dístico:
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Qui celsas cupis Herculis superare columnas, Siste gradum Metis, nam meta tibi fuit. - XXIX [Varios sucesos.] Pues por este año hemos acabado con las cosas de Alemaña alta y baja, habré de volver a otras que quedan por decir, sucedidas en este año, si bien no fenecidas en él; la principal de ellas es el levantamiento de Sena contra el Emperador y sus españoles, que pasó así. Es Sena una nobilísima ciudad, que desde la declinación del Imperio Romano siempre fue libre, sin reconocer señor. Su asiento es en la tierra que los romanos llamaron Tuscia en los siglos pasados. Perdió esta ciudad su antigua libertad por bandos y disensiones civiles, que ordinariamente son cuchillo de las repúblicas, por poderosas que sean. Pidieron al Emperador Carlos V que les diese cien españoles soldados para allanar algunos ciudadanos inquietos. El Emperador les dio a don Diego de Mendoza. Con los cien soldados arrimóse don Diego a uno de estos bandos y comenzó a oprimir a los contrarios, de manera que no hizo oficio de pacificador, sino de enemigo, y absoluto señor de Sena. Fabricó una fortaleza a la puerta que sale para Florencia, que llaman puerta Camolia, y compelió al pueblo que llevase allí todas las armas que tenían. Viendo los ciudadanos hecho este fuerte y que les quitaban sus armas, sentíanlo con extremo y hacían corrillos y juntas, muy en perjuicio de los españoles. Había dos bandos principales; el uno se decía de los Danove, y este imperial, y el que favorecía a los españoles; los demás eran todo el pueblo, que estaban sumamente cansados de españoles por agravios que de ellos recibían, y acabaron de reventar viendo el fuerte que sobre su ciudad se hacía y que se les quitaban las armas. No les faltaron esfuerzos de parte de Francia, con los cuales se determinaron de hacer lo que aquí veremos. Don Diego de Mendoza, a cuya cuenta estaba Sena, hubo de ir a Roma, y allí supo la venida de la armada turquesca contra las costas de Italia, y para guardar a Sena y lo demás que él pudiese, levantó tres mil italianos, que se entregaron al conde de Petillano, enemigo disimulado de españoles. Este, ganado por el rey de Francia, procuró que esta gente que se había hecho contra los turcos, volviese a Sena contra los españoles. Fuele fácil hacer esto, por ser tan general el odio que casi todas las naciones del mundo tienen contra la española (señal certísima de su virtud). Estando don Francisco de Alava, maese de campo, una tarde en su alojamiento con ciertos caballeros sus amigos, se halló una carta, y dentro de ella venía un medio cuatrín, que es tanto como media blanca. 492
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Venía en la carta el aviso de la traición. que el conde Petillano había tratado, y decía el que enviaba aquel medio cuatrín, y se quedaba con el otro medio, para que en algún tiempo se pudiese mejor mostrar quién había sido el fidelísimo que tal avisara y tal había hecho. Entendióse la traición claramente, y don Francisco envió luego a Juan Gallego para que reconociese la puerta de la ciudad, y que llevase consigo cincuenta soldados, de los cuales no volvió alguno, porque los enemigos, así ciudadanos como los soldados del conde Petillano, se habían juntado y habían quemado y derribado la puerta de San Marcos y la puerta Romana, y acometieron a los cincuenta soldados, y de ellos no se salvaron sino tres, que se hicieron fuertes en la puerta Romana, y allí se defendían con notorio peligro de la vida. Recogiéronse en una torre pequeña de la puerta Romana, y allí se defendían como podían, queriendo vender bien sus vidas. Viendo Petillano el ánimo de los tres soldados, mandó poner fuego a las puertas para espantarlos con esto; mas no bastó el fuego ni las armas para rendirlos. Entraron en la torre monsieur de Termes y el prior de Lombardía, caballeros franceses, y estimando los soldados, los llamaron a voces, y asomándose ellos a una pequeña ventanilla, les dijeron: «Valientes españoles: lo que el señor prior y yo queremos no es otra cosa más de librar vuestras personas de la muerte, pues es razón que hombres tan esforzados como vosotros sean favorecidos, a cuya causa os rogamos que os rindáis, y si quisiéredes servir al rey de Francia se os darán las pagas dobladas. Ya veis que ahí no podéis vivir, pues no tenéis que comer, ni os podréis defender de tantos.» Uno de los tres respondió dando por todos las gracias, y que el rey de Francia era tan bueno que no le faltarían soldados; y ellos eran tan leales, que antes querían perder las vidas que dejar de servir a su rey y señor natural, y a lo que dicen que nos falta la comida, sepan que tenemos abundancia de ladrillos, y cuando nos falta el pan a los españoles, con éstos molidos nos sustentamos. Los franceses quedaron tan pagados del valor de los tres, que los sacaron de allí y los pusieron en salvo. No murieron tampoco los cincuenta soldados que fueron con Juan Gallego a reconocer las puertas, sino siendo acometidos del conde Petillano y de los tres mil italianos, les fue fuerza haberse de retirar a la ciudadela, donde se detuvieron algunos días, y habiendo un capitán francés llegado a poner su bandera junto a Fuenteblanda, entre Santo Domingo y la ciudadela, una noche, estando los enemigos bien descuidados, los cincuenta españoles hicieron una encamisada, y dieron en ellos con tanto ímpetu, que les ganaron una bandera azul con la cruz blanca, y los desbarataron y prendieron muchos, de manera que los dejaron con cuidado; pero no se pudiendo sustentar mucho tiempo estos españoles, desampararon la ciudadela, saliéndose una noche secretamente, y fuéronse a Puxihonce, y de allí a Liorna 493
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y a Orbitelo, donde se hicieron fuertes, si bien monsieur de Termes pensó hacer presa en ellos.
- XXX [Prosigue la misma materia.] El duque de Florencia estaba a la mira, mostrándose indiferente en esta ocasión, sin querer salir a la defensa de los españoles, como le corrían las obligaciones, pues era hechura del Emperador, de cuya mano tenía recebido el bien que tenía, y demás de esto, no mirando lo que le iba en no tener junto a su Estado un enemigo tan poderoso como el francés, amparados de los Strozis, émulos capitales de los Médicis. Entendíanse algunos tratos que el rey Enrico con el duque traía, los cuales el duque daba oídos inconsideradamente, pareciéndole que ya el Emperador estaba cansado, enfermo, viejo, y que sus cosas iban algo de caída, principalmente en el Piamonte y Lombardía, y que le sucedía en el reino un príncipe mozo, poco guerrero, y que el de Francia estaba en los años de mayor vigor, que su valor y coraje, y inclinación a las armas, excedían al rey Francisco, su padre; que tenía amistad con el Turco, y esperaba su armada; que el Papa mostraba poca afición a las cosas de España. Y como los príncipes italianos vivían con razones de Estado, éstas que he dicho y otras, con intereses y partidos secretos que se le ofrecieron, tuvieron al duque suspenso y casi determinado de no declararse en esta guerra. Residían en Roma estos días don fray Juan de Toledo, arzobispo de Santiago y cardenal de Compostela, y don Francisco de Mendoza, hermano del marqués de Cañete, obispo de Burgos y cardenal, varón insigne y valeroso; los cuales, viendo estas cosas en tanto peligro, y que la salud de Sena consistía en querer el duque de Florencia salir a la defensa, para desengañarle y ponerle en camino le escribieron desde Roma a tres de agosto la carta siguiente: «Ilustrísimo y muy excelente señor: Habiendo entendido por la de XXX que vuesa excelencia escribió a su embajador la dificultad que hay en socorrer al castillo de Sena, y cómo ha dado orejas a los partidos que los seneses le habían movido, nos ha parecido, por el deseo que tenemos al bien universal y al particular suyo, escribir ésta a vuesa excelencia, con temor de los daños y males que en general y particular trae esta novedad de Sena, si con toda celeridad no se remedia; porque aunque tenemos por cierto que vuesa excelencia con su mucha prudencia lo tiene todo muy pensado y considerado, y sabemos con el valor y resolución que vuesa excelencia suele tratar todas las cosas, viendo las dificultades que parece hay en el remedio, y los oficios que
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con tanta instancia de diversas partes, por diversas maneras se hacen para apartar a vuesa excelencia de esta empresa, esperamos que con su mucha prudencia ponderará maduramente, cuanto mayores son los inconvenientes que se siguirán de no proveer el remedio que se podría dar al mal presente, que los que se pueden seguir de las dificultades que representan en ponelle; y de no dejarse persuadir de las palabras y promesas de los contrarios, que no hay quien entienda el fin con que se hacen y lo que sobre ello se puede reposar. «Pues claramente consta que, no oponiéndose a los franceses, teniendo ellos esta ciudad, y estando a su devoción y disposición, será causa para tener la guerra siempre viva en Italia, y de allí corrella, hasta que se enseñoreen de ella, como pretenden. Y aún se sabe que se ha dado al rey de Francia un discurso, facilitándole la monarquía, haciéndose una vez señor de Italia, el cual le ha contentado mucho, y trae siempre consigo; de manera que ha de ser una de dos cosas, o que nunca falte guerra en Italia o que franceses hayan de ser señores della. «Los males que se siguen de la guerra no son menester decirlos, y mucha mayor parte de ellos cabrá a quien es más vecino. «Lo segundo es la ruina de todos, y tanto será mayor cuanto los franceses son vecinos a Italia, y con el fortificar las tierras que toman y ponelles guarnición ordinaria de ellos mismos, y la fuerza que el rey de Francia tiene de dinero para sustentallas, se viene a continuar el Imperio de Francia y Italia, de manera que se hace casi un mismo reino. Y particularmente se ha de tener por cierto que no han de contentarse con dejar el Estado de Florencia de la manera que al presente está, por muchas razones. «La primera, por la antigua amistad y devoción de ella con Francia, y por pretender que ésta fue la principal causa de la mudanza del Estado. «La segunda, por los muchos forajidos de Florencia que no han pensado ni trabajado otra cosa de noche ni de día, sino el deshacer este principado, de los cuales los más principales son de mucha autoridad con el rey, y son los que le han puesto en todas estas empresas, y servídole con sus personas y haciendas, como hoy día le sirven, particularmente en esta empresa que sé comenzó con sus dineros, y todos ellos enemigos de vuesa excelencia y de su ilustrísima casa. «La tercera, porque la reina pretendo particular derecho a este Estado, y ha mostrado muy grande deseo y pasión por esta cosa de Sena, por tener la
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puerta para el de Florencia, como se sabe de persona con quien ella habló en ello. «La cuarta, porque cuando ella y el rey no lo pretendiesen, que no hay causa por que pensar que no lo deseen y pretendan, los mismos florentines, despertados con el ejemplo de los seneses y con la facilidad que pueden ellos hacer lo mismo, pues en diez horas se pueden representar en Florencia cinco o seis mil hombres de Sena, que harán que el rey lo emprenda, y tanto cuanto es mayor el poder y discurso de los florentines que el de los seneses, tanto se ha de tener esto por más cierto y más fácil, especial que, conforme a la profesión que el rey hace, y de que tanto se precia, y así se entiende de persona que ha oído estos días atrás a monseñor de Miraboes y a Roberto Strozi en ello, que su principal intento es con el favor de la armada turquesca y francesa, y la gente que se hallara en Sena y la que engrosara de Lombardía, descargar en Florencia. «Y pensar que no se les oponer vuesa excelencia a esto de Sena ha de bastar para que por ello lo dejen de hacer, vuesa excelencia es prudente, mas a los que consideran las razones dichas, parece que sería manifiesto engaño, y si bien por el presente podría ser que volviesen la furia al reino, a otra parte adelante, es claro que no se aseguran de que se esté lo de Florencia como está porque si no pueden enseñorearse de lo demás que pretenden, se convertirán a esto, que les parecerá que tienen en su mano y que pueden ganar sin formar ejército; como se ha hecho esto de Sena, y con la devoción le los mismos florentines, no basta alguna provisión para no estar a discreción y virtud de sus enemigos. Y en caso que son tan interesados, meterse en este riesgo, ya se ve el inconveniente, que es el remedio de las fortalezas, y éste es alguno más bastante a donde no se espera tanta fuerza que señoree la campaña. «Y si por caso salen con las conquistas que pretenden de Nápoles y de Milán, en ninguna razón cabe que hayan de satisfacerse de dejar un príncipe tan grande y tan disidente en medio, y que tantos procuran hacelle daño. Considérese lo que han hecho los franceses en el reino de Escocia, con el duque de Saboya, con el marqués de Saluzo, con el duque de Lorena este año, y de ello se verá lo que harán con los demás, que con tan gran interés suyo podrán deshacer, y casi toda la grandeza que tienen en Francia les ha venido por esta vía. «Confiar que cumplirán las palabras y promesas que dan en tiempo que les cumple dallas, cuando les cumplirá no guardallas, parecería gran yerro; llenas están las historias de ejemplos que nos muestran lo contrario.
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«Pues hacer caso de lo que publican, que se hará parentado de una hija de vuesa excelencia con el hijo del duque Octavio, no es fundamento para hacer una determinación tan grande como será dejar anidar los franceses en lugar tan peligroso para vuesa excelencia, y tan cómodo para sus disignos. «Menos parece que se puede mucho confiar de lo que Su Santidad y otros potentados harían en su favor, por las razones que vuesa excelencia puede considerar. «De manera que no habiendo otra causa para que vuesa excelencia deje salir a los franceses con esta novedad, sino por se excusar de indignallos, no parece suficiente para ello, pues no es sola la indignación porque le han de querer sacar del Estado, sino las que se han tocado, y otras muchas que se podrían tocar, de mucha consideración. «Resta ver las dificultades que hay en el remedio, y lo que se puede hacer, y las que por la letra de vuesa excelencia se entienden son la poca provisión que hay en el castillo, la incomodidad de socorrer, habiéndose perdido la puerta de Camolia, y con éstas se juntará el embarazo en que se halla su señoría y lo mal que han sucedido las cosas de la guerra en Parma y en el Piamonte, el daño que puede venir a vuesa excelencia de ponerse en este socorro y tomar sobre sí esta guerra. «Y aunque no se puede negar que no sean de mucho momento las dichas dificultades, parece que son de muy mayor inconveniente dejar descomponer a los franceses por respeto dellas. «La primera, que es la falta de vituallas, nos ha maravillado escrebir vuesa excelencia que no tenía de comer sino para cuatro días, porque se entiende que por lo menor, tienen provisiones para un mes, y esto se sabe por muchos soldados que aquí hay, que han visto la carne y harina y otras provisiones en la fortaleza. Así se colige por la carta de don Francés de Alava, que habemos visto aquí originalmente, y la razón quiere que sabiendo dos días antes lo que sucedió, y temiendo tanto tiempo ha que había de suceder, y siendo señores para poder tomar todo lo que quisieron en la ciudad, no hayan dejado de meter toda la mas provisión que pudieron. Los mismos seneses y franceses confiesan que tienen provisión por hartos días, y así, por carta de don Francés, de veinte y ocho del pasado, no se entiende esta falta. «La segunda, de ser menester ejército formado, éste casi está hecho, porque con la mitad de la gente del Estado de vuesa excelencia, con tres mil soldados que levante Ascanio de la Corna, que en toda esta semana se enviará recaudo para acabarlos de pagar por este mes; con los alemanes que habían de
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venir a Nápoles, si no son embarcados, o con los que están ya en Italia del conde Lodrón y del bastardo de Baviera, y los caballos y artillería de vuesa excelencia, y con que si el tiempo da lugar al señor virrey, podrá enviar de la gente de Nápoles tres o cuatro mil infantes, o de los del Estado de Iglesia se podrán hacer, si está el ejército formado, y tal que podrá resistir a lo que del armada se podría temer, y romper fácilmente al de los enemigos, que es más junta de gente tumultuaria que ejército. El gasto de la gente hasta hacer este efecto no es mucho, y a Su Majestad toca la mayor parte, y aunque va alcanzada la paga de lo que ha de pagar, Su Majestad, en cosa que tanto le importa, es de creer que lo proveerá con todo calor. Y los alemanes que vienen de nuevo pagados, deben de venir, y al cabo Su Majestad no deja de pagar; y el efecto que ha de hacer en poco tiempo, es fuerza que se haga, y para socorrer el castillo basta entrar en la primera puerta de Camolia, y aquélla difícilmente la pueden defender los enemigos; y no se puede cercar tanto de trincheas, que por otra parte no pueda socorrelle alguna infantería, y aun cuando fuese perdido el castillo, sería de pensar cuál sería mayor inconveniente, dejar asentar sus cosas a los franceses en Sena, o antes que las asienten hacerles fuerza posible para sacallos de ella. «El embarazo en que se halla Su Majestad no deja de ser muy grande; mas lo que tiene en Italia es tanto, que basta para ello; y cuando no bastase, esto es, de calidad que podrá ser que de lo que allá tiene enviase acá alguna buena parte, y en tal estado podrían estar allí las cosas que convertiese acá, aunque esto, ilustrísimo señor, sería poco menester cuando vuesa excelencia se resuelva, como esperamos que hará. Y pues estas cosas de Sena se han hecho y se sustentan más con dineros y inteligencias de los amigos aficionados del rey que con sus fuerzas, no es de creer que las de Su Majestad y de vuesa excelencia hayan de ser menores. Y del ejemplo de lo del Piamonte y Parma no hay acobardarnos, porque dél se queda con experiencia y escarmiento, y se atenderá a la provisión de esta empresa de otra manera que se ha entendido a lo de Parma y Piamonte; y con la asistencia de vuesa excelencia y el ayuda que puede hacer entre tanto que la provisión de Su Majestad viene, cuando tardase algo, es cierto sería muy diferente cosa. Y no es de tener en poco la ayuda que del señor virrey de Nápoles se podría esperar, porque sería no cortar de raíz el mal que se espera en el reino, no dejándoles salir con esto, y por el respeto particular de vuesa excelencia. «El daño que a vuesa excelencia le puede venir de tomar sobre sí esta guerra, no es igual al que (mirándolo sin pasión) le vendrá haciendo bueno a los franceses lo que han hecho, porque dejando aparte todo lo que está dicho, mucho importa a los príncipes en sus resoluciones tener gran cuenta con su reputación y la de sus amigos, y con cuán poca suya, Su Majestad se desistiría de lo comenzado, no hay quien no lo vea. Los franceses y el mundo pensarán 498
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que por temor lo deja, y por tener las cosas de Su Majestad por perdidas; Su Majestad no podrá dejar de sentir mucho que vuesa excelencia no siga su fortuna, la cual con su fuerza y asistencia, parece que ha de ser por razón superior a la de los contrarios. Y debe vuesa excelencia abrazar esta ocasión y mostrar al mundo su valor, y al Emperador su devoción, juntándose con él, y trayendo así las fuerzas y gentes de Su Majestad, no parece que es sin demasiada consideración de peligro, y ésta suele ser muchas veces mayor peligro, el cual a ninguno desplacería mas que a nosotros. Mas por no incurrir en el que se seguría de dejar de socorrer a los del castillo o de apagar este fuego lo más presto que ser pueda, que será muy mayor sin comparación, nos ha parecido de comunicar con vuesa excelencia todo lo susodicho. «Y no hablamos en los medios y partidos con que se podría atajar, porque nos parece que los podemos más desear que esperar, estando los franceses dentro en Sena y habiéndose hecho lo que se ha hecho con dineros y espadas del rey de Francia, y habiendo capitulado los seneses con ellos lo que han capitulado. Todo lo que proponen y platican es para meter tiempo en medio, para forzar su parte, desmayar la nuestra, y al fin salir a mano salva con su intento, como saldrán, si vuesa excelencia no pone la mano en ello, como la ha de poner. Y a decir todo lo susodicho tanto nos ha movido el deseo particular que tenemos de su servicio y conservación como el del beneficio público y del de Su Majestad nuestro señor, que la ilustrísima, muy excelente persona y estado de vuesa excelencia guarde y acreciente como desea. De Roma, a tres de agosto 1552.» Entre los de Italia no hay más ley ni vida de lo que es Estado; por eso los cardenales españoles cargaron tanto la mano para probar con razones cuán necesario y forzoso era al duque de Florencia levantar las armas contra los seneses si quería su conservación y perpetuidad en el nuevo Estado de Florencia. Y es cierto que no le convenció, a hacer esto el reconocimiento que debía a los beneficios recibidos del César, cuanto ver al ojo que si el francés entraba en Sena era tener a las puertas de la casa su total perdición; sabiendo principalmente que la reina Catalina de Médicis tenía pensamientos de ser duquesa de Florencia, y que los espíritus de esta reina eran altos y codiciosos, sin atender a más que adquirir nuevos Estados. Abriendo, pues, los ojos conoció que el allanar a Sena y no consentir que en ella el francés hiciese pie, era causa propia suya. Hallábase asimismo a esta sazón en la corte romana don Juan Manrique de Lara, que, como dejo dicho, en el principio de este año había venido a reformar las cosas de Italia y a tratar otras con el Pontífice. Este caballero, sabiendo el levantamiento de Sena y peligro en que estaba de perderse aquella república y apoderarse de ella el rey de Francia, sin esperar orden del 499
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Emperador ni de otro príncipe, a su propia costa tocó atambores en Roma, hizo la leva de las gentes que pudo, mandó venir parte de la que estaba en los presidios de Nápoles, Milán y Sicilia, tomó para sí el cargo de general, pidio y sacó más gente de señores aficionados al César, y vasallos suyos, nombró capitanes, maestros de campo y, finalmente, formó un razonable ejército, yendo por general de la caballería ligera don Juan de Acuña Vela, que hoy día vive en esta corte con oficio de general de la artillería, y caminó derecho a juntarse con la demás gente de guerra, que en Sena defendía la parte imperial.
- XXXI Encamisada que el marqués de Mariñano dio al francés. -Fortifícase el marqués, y da vista al enemigo senés. -Ríndense los enemigos de Sena en Ayvola. Reducido el duque de Florencia, viendo lo que le tocaba Sena y no tener en ella tan mal vecino como el francés, envió su capitán Otón Monteacuto con ochocientos hombres que se metieron en Sena y se juntaron con don Francés; mas los de Sena estaban ya tan poderosos, que los echaron fuera. Yendo, pues, la cosa tan de rota, el duque de Florencia encomendó esta jornada a Jacobo Medicín, marqués de Mariñano, que siempre fue un escogido capitán, y le dio bastante gente, la que pareció que convenía para vencer a los franceses y allanar a Sena. Caminó el marqués con los suyos, aunque con recio tiempo de aguas, truenos y relámpagos, y con la mayor prisa que pudo llegó con su gente a un castillo de la Baldosa llamado Eolle, y allí hizo alto y estuvo dos días alojado, porque los soldados venían fatigados del lodo y agua, que había en los caminos hasta la rodilla. Pasados estos dos días marcharon contra el fuerte que los enemigos tenían, y ordenó el marqués, estando cerca de ellos, que se les diese una encamisada. Pusiéronse en orden hasta trecientos soldados de los más escogidos; con las camisas sobre las armas, los cuales, con gran silencio, antes de ser de sus enemigos sentidos dieron en las primeras centinelas que cerca del fuerte estaban, bien descuidados, y sintiéndose de esta manera salteados, retiráronse a un torreón, donde otros muchos con el mismo descuido estaban durmiendo. Despertaron al ruido de las armas, y tomando las que tenían, llenos de temor y espanto, comenzaron a defenderse con tanta grita y estruendo de los arcabuces, que los de Sena lo sintieron y salieron luego muchos de ellos, acudiendo a la parte donde sonaban las armas. Encendióse la pelea, mas el no saber cuántos eran los enemigos, ni entenderse, como gente salteada, les hacía no tener ánimo ni orden.
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Los del marqués peleaban como valientes, y determinados para aquello, y mataban a muchos sin recebir daño. Los de Sena desmayaron, y volviendo las espaldas se encerraron dentro de sus muros, llenos de miedo, y acordaron de enviar luego a pedir socorro a Francia, temiendo ya su perdición; y con esta facilidad quedó el marqués con el fuerte, si bien mucha de su gente herida, y sin la artillería, que aún no había llegado; por lo cual dio orden en fortificarse. Hecha su fortificación y alojamiento, quiso el marqués dar una vista a los enemigos, y salió con su gente puesta en orden, tomando el camino para un lugar llamado Ayuola, y antes de llegar a él, les envió un trompeta, requiriéndoles que se rindiesen. Respondieron que ellos no tenían tal propósito, si por fuerza no los compelían. Visto por el marqués, mandó que les arrimasen la artillería, y comenzaron a batir los muros. Fue tan grande el miedo del pueblo, que, a pesar de los capitanes y gente de guerra que dentro había, abrieron las puertas para que sus enemigos, entrasen. Viendo las puertas así abiertas, Rodolfo Baglión, con la mayor parte de su infantería se metió dentro, matando a muchos. El marqués mandó que no matasen más de aquella gente rendida, sino que le trajesen presos los principales. Allí fue preso el capitán Pindo, que habiendo servido mucho tiempo al Emperador y robádole las pagas de los soldados, se pasó al rey de Francia, y el marqués le mandó ahorcar, con otros algunos, de las almenas de esta villa.
- XXXII Acomete el marqués y rinde otros lugares. -Pedro Strozi, con otros capitanes y franceses, viene a socorrer a Sena. En Ayvola dejó el marqués con guarnición al capitán Otón, y salió con su campo, y fue a tomar la torre o castillo, que llaman de la Columba, lo cual se hizo con poca dificultad. Luego tomaron la Coquiola y al Pino, lugares puestos en las faldas de Sena; de allí fueron a combatir a Belcaro, lugar principal, y porque se defendieron y esperaron el asalto, pasaron a cuchillo gran parte de los vecinos. El marqués puso guarnición en él, y pasando adelante con el ejército, fue marchando por la hondura de un valle, y descubrieron el castillo que llaman de la Rofia, donde había gente de guerra que estaban bien proveídos para se defender, mas el capitán no tuvo ánimo para esperar al marqués, y rindióse llanamente. Aquí se detuvo el marqués algunos días, fortificando el castillo, y puso en él buena guarnición. Tuvo aviso de un gran socorro que había llegado a los
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seneses, que el rey de Francia enviaba con Pedro Strozi y otros buenos capitanes franceses, que era bien menester, por haberlo de haber con el marqués de Mariñano, que fue uno de los acertados y valientes capitanes de su tiempo, y traía consigo a don Juan Manrique de Lara, prudentísimo caballero y de experiencia en la guerra, con muy lucida infantería española y italiana, y los capitanes Rodolfo Baglión y Vitello, el conde Sigismundo y a Santaflor, con otros, todos varones claros, ilustres y nombrados por sus hechos.
-XXXIII Arman una traición al marqués. -Matan a traición quinientos soldados españoles y italianos. -El prior de Capua urdió esta traición. Corría el marqués los campos de Sena, haciendo los daños posibles; arruinó el Domo, que era una casa principal. Aquí le llegó un hombre que fingió venir huyendo de la ciudad, y díjole quería hablar en secreto, y fue, que si quería tomar el castillo de la Chusa, que él se le daría en las manos. Deseaba mucho el marqués esto, y agradeciólo al soldado, dándole y ofreciéndole algunas cosas. Mandó luego el marqués a Rodolfo Baglión que tomase este negocio a su cargo. Rodolfo escogió quinientos caballos, y tomó consigo al conde Juan Francisco con otros ciento, y una noche, secretamente, llegaron a la muralla del castillo, a la parte que el traidor del soldado les había dicho, y como los del marqués hallaron la puente echada y abierta la puerta del castillo, sin reparar en nada se metieron por ella dando voces: «¡Vitoria! ¡Vitoria!» Antes de entrar la puerta, alzaron la puente, que era levadiza, y cerraron la puerta los de dentro, que estaban apercebidos, dejando, a los del marqués entre la puerta y el rastrillo, en una plazuela, donde ni podían volver atrás ni ir adelante. Tenían puestas en una parte, para esto, ciertas piezas de artillería, la cual comenzaron a disparar en ellos, tirando a montón; mataron la mayor parte de ellos, y al capitán Baglión, hermano del prior de Capua, que servía al rey de Francia, y fue el que urdió esta traición. Murió el conde Juan Francisco, y Ascanio de la Corna, que había venido en pos de él con cincuenta de los suyos, fue preso. Todo esto se hizo antes que amaneciese; y venido el día, abrieron los enemigos la puerta del castillo y salieron por ella hasta mil infantes y cuatrocientos caballos, y fueron contra una bandera de Pedro Pagoltosingui, que había venido en retaguardia de los desdichados muertos. Arremetieron contra ella, y si bien hallaron resistencia, como eran muchos los que acometían, hiciéronle retirar. Llegó en su socorro el conde Bagno; con su ayuda revolvieron sobre sus enemigos, y los apretaron de manera que los hicieron volver más que de paso a su castillo. Sintió el marqués la pena que tal 502
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pérdida pedía, mas consolóse presto con la venida a su campo de Chiapin Vitello, el cual venía de Córcega con muy buena gente, que traía de la fuerza de San Florencio. Quiso luego el marqués pagarse de la traición, y ordenó un escuadrón de gente bien armada, con el cual él mismo en persona se fue sobre una iglesia, llamada de Observancia, donde estaban los enemigos fortificados. Envióles a requerir que se rindiesen; ellos no lo quisieron hacer, y al fin los combatieron y entraron, quitando a muchos las vidas. De aquí envió el marqués al capitán Leónidas Malatesta a poner orden y guarda en Pisa; y fue su desgracia, que andando poniendo en orden su gente, los enemigos le mataron de un mosquetazo, que se perdió en él un buen capitán. Llególe socorro al marqués, que serían hasta cuatro mil infantes, con alguna gente de a caballo y los capitanes Donato, Montepulciano y Vincencio Jalto con las cuales fuerzas el marqués se hallaba poderoso para deshacer al enemigo.
- XXXIV Muerte del prior de Capua, gran servidor del rey de Francia. -Tiro con que un labrador mató al prior y a otro. -Tópanse en Pistoya el marques y Pedro Strozi. -Toma Strozi a Santa Bonda. -Acude el marqués sobre Bonda. -Viene Strozi a socorrerla. -Socorro de españoles, y escaramuza apretada. -El duque de Florencia quiere rematar la guerra en una batalla, por excusar los gastos. Habíase fortificado el marqués con todo su campo, y de la otra parte de este fuerte asomó por un gran llano el prior de Capua, que después de haber desembarcado con su gente junto a Piombino, había corrido todos aquellos lugares y hecho mucho daño. Tomó un castillo del duque de Florencia llamado Scarlino, donde degolló mucha y muy buena gente, y tomando el camino para Sena, a juntarse con Pedro Strozi, su hermano, iba abrasando la tierra. Un labrador, viendo quemar su casa, tomó una larga escopeta muy bien cargada y encaró contra el prior, que estaba algo apartado de su gente, y diole con la bala por los pechos con tanta fuerza, que pasándole de parte a parte, llegó la bala a dar a un sargento que venía junto al prior, y ambos cayeron de este golpe muertos, y el labrador, corriendo como un viento, se fue para el fuerte donde estaba el marqués, y tuvo tan buenos pies, que si bien le siguieron, se salvó. Supo el marqués la muerte del prior, y pensando coger a su gente sin cabeza, salió con la suya en su seguimiento; mas no tuvo lugar de hacer efeto, porque ellos se supieron bien gobernar, y luego acudió Pedro Strozi, que fue
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avisado de la desgraciada muerte de su hermano el prior, y llegó antes que expirase, y metiéronse en Sena, donde dio sepultura Pedro Strozi a su hermano. Hecho esto, cogió la mejor gente que tenía y salió de Sena contra Pisa, haciendo grande estrago. Hubo algunas escaramuzas y muertes; tomó a Montecatini, Pescia y Montecarlo, y dio la vuelta para Luca, donde hicieron provisiones de vituallas. No se detuvieron mucho, porque supieron que el marqués de Mariñano venía en su seguimiento, a cuya causa Pedro Strozi, mudando nuevo designo, hubo de dar la vuelta la vía de Pistoya. El marqués le entendió y se adelantó, y entró en ella y la defendió valientemente; y no contento con esto, siguió los enemigos hasta las puertas de Sena, y Pedro Strozi pasó a Montalchino, donde había dejado sus banderas con la demás gente que tenía. Como el marqués vió que no había podido venir a las manos con el enemigo, determinó de embestir con la puerta Romana, y cuando estaban para dar el asalto, llegó nueva de que Pedro Strozi se había reforzado de gente, con la cual a toda furia entendía dar sobre el marqués, y como la gente del marqués era inferior en el número, y del camino pasado estuviese muy fatigada, acordaron de retirarse a su fuerte. Partido el marqués para su fuerte, Pedro Strozi, como señor de la tierra, dio muy a su salvo una vista por el campo, y de allí volvió para Montalchino. Quiso Pedro Strozi no estar cerrado dentro de los muros de Sena, y determinó de salir y dar en la gente que guardaba la abadía de Santa Bonda. Salió secretamente con trecientos soldados escogidos, y púsose sobre Santa Bonda; halláronla desproveída, y así con facilidad se apoderaron de ella. Tomada que fue Bonda, Pedro Strozi se volvió a Sena, dejando guarnecida a Bonda, y los franceses muy gozosos con la presa que habían hecho en ella. Otro día el marqués, acompañado de los suyos, partió del fuerte, y fue para Bonda. Salieron los franceses a escaramuzar, mas el marqués los encerró, cercó y batió reciamente los muros, de manera que los franceses comenzaron a desmayar; pero un francés tomó un paño de lienzo y atólo a una pica, y subióse en la murilla y comenzó a decir a grandes voces: «Strozi, Strozi; Francia, Francia», y por más que los del marqués le tiraron, no le acertó bala. Con esto entretuvo su gente, y hubo lugar de que Pedro Strozi, con muy gran parte de su gente, viniese en su socorro, y se entretuvo la guerra y puso de manera, que el marqués se vió muy apretado, y estando así llegó don Juan Manrique con su gente, y con él don Juan de Luna, caballero aragonés, hermano de don Pedro de Luna, conde de Morata, y juntamente con él don Luis de Lugo, adelantado de Canaria, y otros caballeros y capitanes. Con este socorro quedó muy bien puesta la parte del marqués, y salieron a resistir el socorro que venía a los de Santa Bonda. Trabóse entre ellos una recia y porfiada escaramuza, peleando los unos y los otros valerosamente; pero los franceses no pudieron sufrir la carga que los españoles y florentines 504
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les daban, y volvieron las espaldas. Los que estaban dentro en Bonda, viéndose desamparados, se rindieron, y hallando el marqués costa y dificultad en sustentarla, mandóla echar por el suelo. Cada día se probaban en las escaramuzas, mostrando los capitanes su valor, y Pedro Strozi salía de Sena y corría la tierra, haciendo algunas presas. Los franceses salieron a tomar a Fovano; el marqués de Mariñano trazó un fuerte sobre una montañuela que sujetaba el castillo donde el mismo Pedro Strozi estaba alojado. En este mismo puesto había querido Pedro Strozi hacer este baluarte, y ni le dieron lugar sus enemigos, porque el marqués no le dejaba ejecutar cosa que intentase. Andando el marqués trazando este fuerte le llegó nueva de que le habían ganado el Foyano, que le dio pena por lo mucho que allí se había perdido, y por algunas personas de cuenta que allí habían muerto. Y el marqués determinó de ir a cobrarlo, y vengar estas muertes. Marchó con su campo, y con increíble brevedad se puso a dos millas del enemigo, y alojóse en Marchano. Avisaron al marqués que si quería ver el fin de sus enemigos tomase los caminos de Mulin y de Rapolano, por donde les atajaría las vituallas. Los franceses lo entendieron, y viéndose en este peligro, determinaron de dar batalla, que era lo que al marqués persuadía don Juan Manrique, y como dice un autor, llamándole primer ministro del César en Italia, le hizo un parlamento para resolverle en esto, y le dio una copa de oro en nombre del César. Comenzándose ya a trabar entre ellos, quería el conde Gayazo, que estaba en la ciudad, asentar la artillería de tal manera, que jugando la pudiese ayudar a los suyos y dañar a los del marqués. Apretados se vieron los imperiales y florentines en este alojamiento de Marchano, porque el enemigo era superior en sitio y gente, y ser socorrido de los seneses, lo cual todo faltaba en la parte del marqués, porque el duque de Florencia a quien tanto tocaba el buen suceso de esta guerra, y felices progresos de ella andaba muy remiso, tibio y corto, en proveer lo necesario para ella; las vituallas eran pocas, las municiones y pólvora faltaban, la gente descontenta y mal pagada. Lo cual sentía don Juan Manrique más que otro, y habiendo recibido aquí en Marchano una carta del duque (donde dice habían venido a fin de hacer venir al enemigo a combatir con ellos, y que por obligarle más se habían metido en Vetuila con un medio cañón y algunos sacres, los cuales no hacían efeto alguno) le responde que a 29 de aquel mes vino Pedro Strozi, y ocupó una coma que viene de la tierra Versolachana, la cual ellos hubieran ocupado, si no fuera porque dejaban por costado la tierra, que era un gran inconveniente, y era poco sitio para poder asentar el campo, y así fueron 505
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forzados por no estar lejos de la tierra tomar otro sitio razonablemente fuerte, aunque un poco en parte inferior a la misma Marchano. Que para esto sostuvo la escaramuza todo el día debajo del fuerte del enemigo dándose las cargas a pie y caballo grandísimas, y tales que por lo que decían prisioneros se les había hecho mucho daño; que el enemigo se había alojado y fortificado en el mismo sitio, pero que no sabían qué fin tenía. Lo cierto era que ni él venía a pelear ni sería cosa razonable que ellos peleasen con el Marte adverso, porque aunque la necesidad lo podía traer, si hubiese otro expediente se había de tomar. Que creyese su excelencia que si lo viese le pesaría de haberles dado tanta priesa, porque sin duda los había puesto en un manifiesto peligro. Que su excelencia le perdonase si le hablaba libremente. Que antes de meterlos en aquel riesgo era obligado por hacer cosa prudentísima obviar a todo lo que les daba causa de deshacerse, como falta de paga, la careza de las vituallas, y si falta de gente había, suplilla, y no poner en jornada de un día el negocio, y con tal encarecimiento que parece que el marqués es tan tomado, que ande huyendo antes que otra cosa. Que sabía que si él viese con sus ojos el estado de aquel ejército, que mudaría propósito, y no sólo le mudaría, mas si tal pensara le hubiera mudado. Que él estima poco la pérdida antes que venga; venida, sabía que su excelencia se quejaría; mas que agora, que presto se vería el fin de todo. Que se persuadiese que jamás se vió en tierra tan difícil para hacer hombre su voluntad. Cuándo habían de alojar por fuerza lejos del enemigo. Cuándo en sitios flacos y desaventajados, y que si querían arrimarle al enemigo y quitarle las vituallas con la caballería, no había palmo en lo llano que no estuviese lleno de fosos, de manera que no había visto cosa que más le confundiese. Que ningún día se podía oponer el marqués al Strozi, si no fue cuando se levantó de la puente de Lachano, y estaba el ejército en el alojamiento de Chivitella, que como era fuerte para que no les entrase el enemigo, era asimesmo fuerte para salir que no se juntara el ejército en cinco horas, y así no se pudo tratar de salir aquel día, y que después que se le había puesto delante de Oliveto, quisieron ir a Vera y a punto de combatir, era ido, que la causa de esto era que eran mal avisados y tarde, que era cosa ordinaria en los campos que se había hallado haber falta de espías, y la misma había visto tener a los enemigos, y no había quién lo creyese. Que después que lo llevaron delante no habían tenido otra ocasión que aquella maldita en que estaban, que fuese Dios servido de darles otra más conveniente, que los dejase satisfacer a su excelencia, aunque fuese con daño, pero sin pérdida. Que el día antes estaba el marqués puesto en ponerlos en otro trance peor y mayor peligro, y había quien le siguiese, si bien fue la resolución de sostenerse y no combatir al enemigo, sino en escaramuza; pero que estaban tan faltos de pólvora, que si otra escaramuza como la del día antes tenían, no quedaba para otra grano; y demás de esto, ver al soldado que se le daba pólvora y munición descontándoselo de su sueldo, era cosa que le hacía 506
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desesperar, y ver que siete onzas de pan le costaban cuatro o cinco cuatrines. Que creyese su excelencia que era menester que los dueños de las empresas pongan mucho de su casa y pierdan muchas municiones y vituallas, porque no tenga falta su ejército, y si sobre esto no está segura, la paga es lo último. Que había hablado largo y claro, que si bien hasta aquí no bastase con razones quitarle el ánimo, estaba cierto que si viese dónde estaban, que no sólo le quitaría, mas por diversa manera y causa le inquietaría. Que todos los presidios de aquella parte pedían gente, y se había de suplir del ejército, y que así nunca aquel ejército crecería, antes menguaría. Que en los fuertes había enfermos, y también pedían gente, y no había tanto paño, si bien de caballería estaban mejor que el enemigo. Hizo efecto esta carta para que el duque de Florencia acudiese con dineros, gente y bastimento, de suerte que el campo se mejoró. Junto con esto, sucedió una desgracia en el campo de Strozi, y fue que un soldado de los que habían prendido de la parte imperial, con el secreto que pudo, puso fuego a la pólvora y municiones que tenían, y fue tan grande el estrago que hizo, que los franceses desmayaron mucho, y Pedro Strozi lo sintió tanto, que a la hora mandó pregonar que el que tuviese prisionero lo matase luego, y así, con inhumana crueldad, mataron infinitos inocentes soldados y capitanes presos y de los ciudadanos leales hombres y mujeres, sin alguna misericordia ni temor de Dios. De aquí adelante comenzaron a mejorar los sucesos del marqués y de su campo, y ir de caída los de Strozi.
- XXXV Sintióse apretado Strozi. -Resuélvese en la batalla. -Vence el marqués a Pedro Strozi. De manera que viéndose Pedro Strozi cogido entre puertas, de tal manera que por fuerza había de morir de hambre, o salvarse por las manos, puso en orden su gente y hablólos, animándolos para dar la batalla, o escapar por lugares secretos, sin que su enemigo lo sintiese; esto no lo pudo hacer, porque las espías del marqués lo sintieron y le avisaron. Entendido por el marqués el destrozo que los franceses habían hecho en el lugar, y que se le querían ir, como dicen, a cencerros tapados, él se puso en orden, y le fue siguiendo hasta tanto que ya Pedro Strozi no pudo excusar la batalla. Detúvose y comenzó a ordenar su gente para darla. Visto por el marqués que los enemigos hacían cara, porque mejor y más ciertamente la hiciesen, don Juan de Luna, con su hijo don Diego de Luna, con las compañías de españoles, y su capitán Enrique de Esparza, y otras banderas de tudescos, dieron la vuelta por detrás de un
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montecillo, de donde bajaron a un gran llano y tomaron las espaldas al enemigo. Aún no eran aquí bien llegados, cuando el marqués cerró con los enemigos reciamente. Los primeros que acometieron fueron dos compañías de soldados bisoños españoles, los cuales, sin orden ni concierto, no curando de su general ni capitanes, se revolvieron con los franceses, y les dieron tal mano, que en breve espacio mataron muchos de ellos. Era coronel de los españoles don Juan Manrique de Lara, el cual, viendo su gente envuelta, con los enemigos, entró con ellos peleando como valiente caballero, y lo mismo hicieron muchos capitanes y soldados florentines y españoles. Viéndose tan apretados los franceses, comenzaron a volver las espaldas, y daban en los españoles y tudescos, que llevaron don Juan y don Diego de Luna, para tomárselas, como ya dije. Vióse perdido Pedro Strozi, y como diestro y astuto capitán, mandó que todos los suyos se repartiesen y que llegasen a hacer un cuerpo en una montañuela para hallar en ella espaldas y defensa. Hicieron esto con grandísima presteza, y el marqués hubo de ordenar su gente de otra manera. Hízose fuerte Pedro Strozi al pie de la montañuela. Anochecieron aquí los unos y los otros, y esta mesma noche le llegaron al marqués el duque Paliano, Marco Antonio Colona, con mucha y muy escogida gente; el señor Camilo, con trecientos hombres, Frederico Gonzaga, con mucha caballería, Ghiapin Vitello, con otros muchos principales capitanes. Otro día de mañana llegaron Gozadino y Juan Becaro, de suerte que las fuerzas del marques se aumentaron mucho; también acudieron en favor de Pedro Strozi monsieur de Termes, con otros muchos capitanes y soldados, de manera que casi era superior el campo de Strozi al del marqués. Púsose en orden para volver a la batalla, repartió su gente en tres escuadrones, dio el uno al conde Teófilo, y el segundo a monsieur de Termes; él quedó con el tercero. Mandó poner toda su artillería en lo alto de una cuesta escondida entre unas viñas, de modo que desde allí pudiese hacer daño en los enemigos. Habló a los suyos esforzándolos, no para dar la batalla, sino para que rompiendo por los enemigos, caminasen la vía de Sena. En comenzando a marchar, salieron los del marqués a dar en ellos, y recibiéronlos con tan buen semblante que los hicieron detener. Viendo esto el marqués, mandó que un escuadrón en que había tres mil infantes y dos mil caballos, y con ellos don Juan de Luna y otros capitanes españoles, fuesen a tomar las espaldas al enemigo, atravesando por encima de una montañuela. Hízose esto con buena diligencia, y llegaron a tiempo que pudieron dar en ellos, y viéndose así acometidos, juntáronse los tres escuadrones. Peleaban con tanto ánimo, que pusieron en cuidado al marqués, porque les iba muy mal a los suyos. Movió el marqués con un escuadrón de 508
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los mejores en favor de los suyos, y apretaron de tal manera a los contrarios, que ya no se les sentía el vigor con que habían acometido la pelea. Conoció Pedro Strozi su perdición, porque ya no bastaban sus voces para concertarlos, ni buenas razones para ponerles ánimo, y como viese su suerte sin remedio, hubo de hacer lo que los demás, y volvió las espaldas tomando el camino de Sena. Retiráronse algunos de los franceses a un lugar que se llamaba el Pozzo; el marqués mandó parar los suyos, que dejasen el alcance hasta otro día que pensaba dar glorioso fin a esta jornada. Los unos y los otros se alojaron y fortificaron lo mejor que pudieron. Llegaron esta noche en favor de los franceses muchos grisones y otras gentes, que dificultaron harto la vitoria que el marqués tenía por cierta.
-XXXVI Hacen muestra ambas partes para volver a pelear. -Rota de Pedro Strozi. Otro día por la mañana, el marqués mandó hacer muestra de su gente para ver cuáles podrían hallarse en aquel encuentro; lo mesmo hicieron los contrarios. Conoció el marqués que los enemigos estaban fuertes, porque demás de la muy lucida gente que monsieur de Termes tenía, había muchos tudescos y grisones, y otras gentes, italianos y franceses, que se le habían juntado muchos que el día antes se habían escapado por los montes. Hizo el marqués tres escuadrones de su gente. El uno tomó Chapin Vitelo, el otro el duque de Paliano, Marco Antonio Colona, y el tercero tomó para sí, repartiendo la caballería a cada escuadrón. Vitelo fue el primero que acometió, hallando en los enemigos los corazones muy enteros. La batalla se encendio bravamente, comenzando a caer de ambas partes. Mostráronse en ella mucho los españoles; mató el capitán Enrique Desparza por su espada al conde Ungaro, que era un valiente soldado, y hizo harta falta a los suyos. Cerró luego el conde Teófilo con el segundo escuadrón de los enemigos en favor del primero, con cuya llegada los del marqués recibieron notable daño, mas con todo no llevaban ventaja. Arrancó Pedro Strozi con el resto de su campo, y contra el marqués de Mariñano, de suerte que ya los seis escuadrones, tres contra tres, peleaban y se derramaba mucha sangre. Don Juan de Luna y su hijo don Diego peleaban valientemente, y fue su desgracia que, llegando rompiendo por los enemigos hasta cerca de los muros de Pozzo, de ellos dispararon una pieza de artillería, que acertó a don Diego y le hizo pedazos, a vista de su padre, y para darle la desgracia mayor dolor al triste padre, la sangre del hijo le bañó las armas y la
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cara. Finalmente, la vitoria se declaró por el marqués, y Pedro Strozi huyó, dejando la mayor parte de los suyos presos y muertos.
- XXXVII Don Juan Manrique fue gran parte para allanar a Sena y vencer a Pedro Strozi. Como Pedro Strozi se vió roto y perdido, recogió quinientos caballos y cada uno un arcabucero a las ancas o grupa, y pasó huyendo por la posta la vuelta de Luciñano, donde pensó rehacerse. Pero como el marqués, entrando en Pozzo, no le halló allí, luego sin más parar, tomando la mayor parte de su gente, fue en su rastro y seguimiento, el cual, como llegó a Luciñano, mandó poner sobre él su cerco y le apretó de manera que los naturales del lugar se querían rendir; mas Pedro Strozi los entretuvo con buenas razones, hasta que él, sin ser sentido de nadie, con parte de los suyos se salió por una puerta falsa del castillo, y a largas jornadas huyó para Francia, y los del Luciñano se rindieron al marqués, que pensaba que Pedro Strozi estaba muy mal herido en el castillo y que lo tenía en su poder, y cuando vió la burla que le había hecho, quiso ahorcar a los naturales, pensando que le habían engañado; mas enterado de que Pedro Strozi había engañado a todos, los perdonó, y pasó con su campo y se puso sobre Sena, apretándola reciamente, y a 22 de abril del año de 1555, habiendo estado cercados quince meses, se concluyeron los tratos, que fueron: Que los de Sena queden perpetuamente en la protección y amparo del Imperio. Que el Emperador no edifique fortaleza en la ciudad sin voluntad de los ciudadanos. Que se derriben los fuertes que se han hecho en la ciudad. Que tenga el Emperador presidio en la ciudad de la gente que él quisiere, y que sea a su costa. Que el Emperador pueda ordenar la forma y estado de Sena para que quede como él quisiere. Que se les perdonan a los de Sena los delitos y excesos que han cometido, exceto a los que fueren vasallos del Emperador, que en la ciudad han estado y tomado armas contra él. Que los franceses salgan con todas sus armas, ropa y bagaje libremente, y pasen con esta seguridad por Florencia. Hechos y otorgados estos capítulos, entraron en la ciudad por el Emperador dos mil españoles, saliendo por otra puerta los franceses, italianos y ciudadanos que no quisieron quedar allí. Salieron quinientos franceses con el capitán Cornelio Bentivollia, las banderas enarboladas, tocando los tambores, las mechas encendidas, con grandes cortesías que hicieron al marqués de Mariñano, y el marqués a ellos. El de Mariñano puso su campo sobre Puerto Hércules, donde estaba Strozi; mas Strozi no se quiso dejar cercar, y huyó de él. Combatiéronlo, el duque por tierra, y por mar las galeras de Andrea Doria, 510
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y a tres asaltos que le dieron fue entrada en el mes de junio del año 1555. Murieron en los asaltos quinientos hombres de los cercados, y fueron presos otros muchos con todos los capitanes y personas principales que dentro estaban. Cortaron la cabeza por mandado de Andrea Doria a Jerónimo Fusco. Luego se rindieron todos los lugares de la señoría de Sena, y el Emperador mandó que la gobernase el cardenal don Francisco de Mendoza. El marqués de Mariñano volvió a Florencia, donde el duque y toda la ciudad le recibieron con gran triunfo, como sus hechos merecían. Fue el marqués uno de los señalados capitanes de su tiempo, y por su valor, de un pobre soldado llegó a grandes honras y ser general de grandes ejércitos, y fue siempre muy constante en el servicio del Emperador. Estando en Milán, año 1555, enfermó y murió cuando comenzaba la guerra con Paulo IV. Sepultóse en aquella ciudad, en la iglesia mayor, en la sepultura que merecía; hallóse el duque de Alba con toda la nobleza de la ciudad a su entierro. El Emperador había mandado a don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles, que viniese sobre Sena, y queriendo hacer la jornada le dio una recia enfermedad, de la cual murió en Florencia en casa de su hija la duquesa, y le sucedió en el estado y oficio su hijo don García de Toledo. Fue don Pedro, por su mujer, marqués de Villafranca, y por su valor, comendador de Azgava y virrey de Nápoles; era hombre grave y de autoridad, y así representaba bien el cargo. Usó retamente su oficio, por lo cual fue malquisto, y daba también ocasión su recia condición, que en los príncipes es cosa fea. Sacó gran suma de dinero para el Emperador por vía de servicios y empréstitos. Ennobleció a Nápoles con muchos edificios y fuentes, y con el castillo de San Telmo, que hizo fortísimo; murió año 1553. Tal fue el fin de la guerra de Sena, la cual cargaban los seneses y otros, a don Diego de Mendoza, y un día se vió en peligro de la vida, que por matarlo mataron el caballo en que iba paseando la fortaleza que les hizo, y fue causa que los indinó y levantó. Como el duque de Florencia hizo el gasto principal desta guerra, y el marqués de Mariñano fue el general de su gente, y era tan escogido y señalado capitán, diósele el nombre, honra y gloria de la vitoria; mas por cartas del Pontífice, Emperador y rey, su hijo, parece haber sido don Juan Manrique de Lara uno de los señalados, y el que más hizo en esta empresa, y como a tal le dan las gracias de esta vitoria, que fue de harta importancia para que el francés no volviese a inquietar a Italia.
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- XXXVIII Rencuentro de Andrea Doria con Sinán, turco. El rey Enrico pide al Turco que envíe su armada sobre Nápoles. -Alteración de Nápoles viendo la armada turquesca. -Quéjanse los turcos del rey de Francia. -Andrea Doria y don Juan de Mendoza están dudosos de lo que harán. Después de haber tomado Sinán a Tripol dio vuelta con su armada para Constantinopla, y como el rey de Francia andaba levantando los ánimos en todas partes, pensó hacer en Nápoles una gran jornada. Para esto envió a Aramón por su embajador a Constantinopla, pidiendo al Turco la flota que trajera Sinán sobre Tripol, para ir con ella contra el reino de Nápoles, prometiendo que cuando llegase hallaría un ejército de veinte mil hombres a pie y a caballo sobre aquella ciudad. Solimán no la quería enviar, diciendo que nunca el rey cumplía cosa que prometiese. Aramón, a Bustán y a los otros basás replicó que no sólo el rey su señor, mas don Fernando de San Severino, príncipe de Salerno, que se había pasado a Francia, y otros señores y pueblos de aquel reino tenían de juntar el ejército por enemistad del virrey don Pedro de Toledo, y aborrecimiento de los españoles, que a su despecho y deshonra mandaban aquel reino. Solimán entonces se lo otorgó, aconsejado de los basás, que tenía sobornados el francés y aun Dragut. Mas fue con condición que toda la gente, ropa, naves y artillería que se tomase, fuese suya. Armó, pues, Sinán, a cuyo cargo estaba la flota, ciento y tres galeras, cuatro galeotas y fustas y dos mahonas de municiones, con las cuales y con tres galeras que había llevado Aramón, partió de Galipoli. En pasando la Morea, que así estaba mandado, abrió la instrución de Solimán, que decía ayudase a los franceses con el ejército y armada que estaban sobre Nápoles, y que invernase donde ellos quisiesen, si no lo ganasen. Así que llegó a Ríjoles en principio de julio de este año 1552 y saltaron en tierra muchos turcos, y los italianos y franceses de Aramón pusieron fuego al lugar, porque lo hallaron desierto, y aun a los panes, y aquellos franceses cogieron algunos hombres y los vendieron a turcos. Pasó Dragut entretanto la mayor priesa que pudo a dañar en tierra de Mecina con doce galeras; mas hizo poco mal, por la caballería que contra él salió. Hubo en Nápoles grande alteración cuando vieron sobre sí toda la armada turquesca, la cual no paró hasta Próchita, isla donde reposó doce días, así por esperar al prior de Capua, León Strozi, el que murió en la guerra de Sena, que había de ir con las galeras a Francia, como por haber muchos enfermos. No se atrevió Sinán a echar gente en tierra, por ver que don García de Toledo andaba por la marina con muchos caballeros; por lo cual envió diez y ocho galeras a mirar qué había en Nápoles, con las cuales escaramuzó don 512
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Berenguel de Requesenes con sus diez galeras. Quejóse mucho Sinán del rey de Francia y de Aramón, diciendo que traían engañado al Gran Turco, y que no le trataban verdad; Aramón decía que no podía tardar León Strozi, y que si tardaba era huir de Andrea Doria, que tenía fuerte armada, y que viéndose tomado el paso por él, no se atrevía, por traerla él menos pujante; pero que venido él se alzaría el reino por el príncipe de Salerno, que venía con él, y que pues traía su flota falta de comida, que se fuese a Tolón, do el rey le tenía muchos bastimentos. Sinán, por esto, si bien lo contradecía Dragut, fue a tomar agua en Escauli. Los que salieron a tierra vieron banderas de Francia en Traieto, que pensando los vecinos que con la llegada de los turcos se rebelaría todo el reino, las habían puesto por ganar honra y alguna franqueza. Caminó luego allá Sinán con algunos, escogió los muchachos y mozas que mejores le parecieron, y volvióse, mandando saquear el lugar. Hiciéronlo así los turcos, ayudando los franceses. De esta manera fueron esclavos los que pensaban ser señores. En Terrachina dieron presente a Sinán, y sebo, que había menester, los romanos y cardenales franceses, y en Sermoneta mucho bizcocho. Camilo Caetano dio dos cristianos, que de la armada habían huído a la cisterna, los cuales murieron luego empalados, según se dijo después. Excusábase aquel caballero, diciendo que lo había hecho por guardar su tierra de mal. Supo Sinán en Ostia de unos que prendió, si ya no eran amigos (como algunos dijeron), que Andrea Doria salió de Génova con treinta y nueve galeras, para tomar en la especie dos mil o más tudescos para la guarnición de Nápoles, por el cual aviso se volvió a Ponza, isla despoblada, para cogerle a su salvo, pues decía Dragut que tenía de pasar por allí. Despalmó algunas galeras y mejoró de remo otras para seguirlo si fuese necesario, y puso muchos, como en celada, en la Palmerola y otras islas allí cerca. Vino, pues, Andrea Doria preguntando por la amada turquesca, y supo en Ostia cómo era vuelta a Ponza para lo acechar. Llamó a consejo sobre ello a don Juan de Mendoza, que llevaba las galeras españolas, y a Antonio Doria, Marco Centurión y otros. Hubo diferentes pareceres; quién decía que pasasen allí aquel tiempo entretanto que los enemigos hacían mudanza, y que allí parasen; quién, que se tornasen. Otros, que fuesen a Cerdeña. Empero, determinaron de continuar su derecha navegación para Nápoles, yendo muy desviados de aquellas islas, a consejo de don Juan de Mendoza; mas en lugar de alejarse de ellas, fueron derechos, que debió de ser culpa de los pilotos, si bien cuentan cómo Andrea Doria no creyó que allí estuviesen las galeras enemigas. Así que llegaron a las puestas del sol menos de dos leguas de Ponza sin ver nada, porque Sinán se cubrió con ella, pasaron adelante burlando algunos del temor que habían tenido, mas no tanto que temieron de veras, porque antes de medianoche, como hacía luna, vieron y mirando atrás, los enemigos que con doce galeras acosaban la Granada de España, que iba 513
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rezagada. Don Juan, que vió la perdición, túvose a la mar recogiendo sus galeras, aunque le mandaban seguir la capitana. Tomaron los turcos aquella noche dos galeras con poca fuerza, y cuatro en la mañana sin casi resistencia. Dragut quiso embestir una galera de España, dicha Santa Bárbara, que no siguió a su capitán. Combatieron gran rato entrambas a solas, y ya la española tenía a la otra rendida, cuando sobrevinieron dos galeras francesas que la vencieron, y así quedó con las otras seis en poder de los turcos, los cuales se tornaron a Ponza, y luego a Prochita, triunfando de Andrea Doria. Pasaron por Capri y por el Faro sin mas aguardar, por no tener qué comer. Con esto se volvieron a Constantinopla. Andrea Doria y todos los otros capitanes se juntaron y volvieron a Cerdeña, y de ahí a Génova; de allí llegaron a Nápoles, en fin, no con mucha fama ni alegría. Que no fueron las suertes de Andrea Doria tan venturosas con turcos como tuvo la fama. Este año de 1552, el príncipe don Felipe tuvo Cortes en Monzón, aunque con poco gusto, por lo poco que pudo acabar en ellas, y la infanta doña Juana, su hermana, fue a casarse a Portugal con el príncipe don Juan. Acompañáronla don Pedro de Acosta, obispo de Osma, y don Diego López Pacheco, duque de Escalona; Luis Venegas, aposentador mayor, y Lorenzo Pérez, embajador del rey de Portugal; recibiéronla en Caya el duque de Aveiro y el obispo de Coimbra. Asimismo partieron de España, para el Concilio que se celebraba en Trento: Don Juan de Samillán, obispo de Túy. Don Alvaro de la Cuadra, obispo de Venosa en el reino de Nápoles. Don Juan Fernández Temino, obispo de León. Don Martín de Ayala, obispo de Guadix. Don Juan de Salazar, obispo de Laciano en Nápoles. Don Francisco de Salazar, obispo de Salamina. Don Francisco de Navarra, obispo de Badajoz. Don Juan Bernal Díaz de Lucu, obispo de Calahorra. Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada. Don Gutierre de Caravajal, obispo de Placencia. 514
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Don Gaspar Jofre, obispo de Segorbe. Don Cristóbal de Sandoval y Rojas, obispo de Oviedo. Don Francisco Manrique, obispo de Orense. Don Pedro Augustín, obispo de Huesca. Don Juan de Fonseca, obispo de Castellamar en Nápoles. Don Juan de Moscoso, obispo de Pamplona. Don Gaspar de Acuña, obispo de Segovia. Don Francisco de Benavides, obispo de Mondoñedo. Don Fernando de Loaces, obispo de Lérida. Don Juan Jubino, obispo de Constantino, titular, y catalán. Don Juan Merlo, portugués, obispo de Algarbe. Don Pedro Ponte, obispo de Ciudad Rodrigo. Don Antonio del Aguila, obispo de Zamora. Don Esteban de Almeida, obispo de Cartagena. Don Pedro de Acuña, obispo de Astorga. Don Luis Cola, obispo de Ampurias. Don Francisco de la Cerda, obispo de Canaria, murió en el camino; sucediále fray Melchor Cano, varón doctísimo, de la Orden de Santo Domingo. Don Francisco Pacheco, obispo de Jaén, estuvo en el Concilio, y allí fue electo cardenal, y así pasó en Roma. Fray Bartolomé de Miranda, provincial de Santo Domingo, que después fue arzobispo desdichado de Toledo. Fray Domingo de Soto, de la misma Orden. Fray N. de Ortega, provincial de San Francisco. 515
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Fray Alonso de Castro, de la mesma Orden. Fray Juan Regla, de la Orden de San Jerónimo. Alonso Salmerón, doctísimo, de la Compañía de Jesús. El padre Diego Laynez, de la misma Compañía. El doctor Juan de Arce, canónigo de Palencia. El maestro Gregorio Gallo, catedrático de Salamanca. El doctor Garcés, de Zaragoza. El doctor Ferruces, de Valencia. El doctor Heredia, de Girona. El doctor Martín de Olave, de Vitoria. El doctor Francisco de Toro, de Sevilla. El doctor Medrano, de Carrión. El doctor Velasco, jurista. El licenciado Vargas, jurista.
Año 1553
- XXXIX Vuelve el Emperador a Flandres. -Guerra cruel entre Mauricio y Alberto. -Desafíanse bravamente los dos enemigos Mauricio y Alberto. Dije cómo en el principio de este año el Emperador se había retirado del cerco de Metz de Lorena por el rigor grande del invierno y por los muchos que en su campo murieron y enfermaron. Partió el Emperador de Theonvilla para Flandres, y mandó que la gente de Alberto de Brandemburg quedase en los campos de Tréveris hasta que les pagasen, y hecha la paga partió Alberto cargado de moneda para Alemaña, y levantó más gente, con la cual volvió a 516
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continuar la guerra que el año pasado había hecho a los obispos de Norimberg y de Franconia. Procuraron muchos señores concordar a Alberto con los perlados, mas no pudieron concluir cosa, si bien el Emperador y el rey de romanos, su hermano, se pusieron en ello con otros príncipes alemanes, y se gastaron en demandas y respuesta los meses de marzo, abril y mayo. Visto esto, y que no bastaba razón para hacer que Alberto dejase las armas, confederáronse muchos para proceder contra él a voz de Imperio. Entraron en esta liga los de Norimberga, el arzobispo de Maguncia, el arzobispo de Tréveris y el duque Mauricio, capital enemigo de Alberto; Enrico Bruns Uvicano, Wolfango, gran maestre de Prusia, y otros. Nombraron por general de esta liga al duque Mauricio. Sintiendo Alberto y temiendo las fuerzas que contra él se juntaban, procuró no perder las suyas, y con suma diligencia juntó un buen ejército antes que los confederados se juntasen. Púsose en campaña y entró por Brunsuic, Norimberga, Prusia y Franconia, que eran las tierras de sus enemigos, haciendo en ellas los daños y estragos que pudo. Andaba tan soberbio Alberto, que no parecía sino que se quería hacer rey de Alemaña. Ya los confederados, y con ellos el rey de romanos, habían juntado su gente, y salieron en busca del enemigo con determinación de aventurarlo todo en una batalla, para lo cual le enviaron a desafiar, señalando el primero día del mes de julio. Enviáronle el cartel de desafío en nombre del rey de romanos y del duque Mauricio. Llevo este cartel un caballero mozo, al cual respondió Alberto estas palabras: -Decid a Mauricio que, como hombre infame, ha rompido tres veces y quebrado la fe y palabra, y lo mismo trata de hacer agora cuarta vez; cumpla lo que dice, y salga a la batalla, que en el campo me hallará, y veremos quién es el hombre. Volvió con esta brava respuesta el caballero y diola a Mauricio, y oyéndola, sonrióse, diciendo: -Esto esperaba yo de Alberto, que ha días que con pensamientos de ser rey de Alemaña, suele llamar y tratar de esta manera a los príncipes que no son de su opinión, y gloriarse de que muchos le obedecen. Estaban con Alberto, cuando llegó esta embajada y él dio tal respuesta, los que trataban de las paces, y como vieron la cólera que entre estos príncipes había, y que era por demás intentar de componerlos, dijeron a Alberto: -Si vos, señor, habláis de esa manera, ¿qué hacemos nosotros aquí?
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Respondió Alberto: -Comed y bebed, y idos cuando quisiéredes. Quiso Alberto justificar su causa con el Emperador y envióle un caballero de los suyos, dirigido a Enrico Brunswic, que estaba en la corte disculpándose de aquella guerra y cargando toda la culpa de ella a los confederados, diciendo que tenían alterada a Alemaña, y que lo que hacían era desprecio de la Majestad Imperial, y que él era el que miraba por ella y la defendía, gastando su hacienda y aventurando su vida, que por esto sólo peleaba. El Emperador le respondió que no estaba a cuenta de Alberto la dignidad y majestad del Imperio, sino a la suya; que si en Alemaña hubiese rebeldes, que él los sabía allanar; que dejase las armas y se reconciliase con los alemanes, que era lo que más le importaba. No hizo caso Alberto de lo que el Emperador le había escrito, y pasando el río Vísurgio fue contra Sajonia, con una presteza que Mauricio quedó admirado, y por más diligencia que puso, no pudo recoger toda la gente ni esperar a que se juntase, porque Alberto se había adelantado, y así, con la que pudo caminó en su seguimiento a toda priesa por estorbar los grandes daños que Alberto haría en Sajonia, no habiendo quien le fuese a la mano. No podía el valeroso corazón de Mauricio sufrir que Alberto le hollase sus tierras sin llevar lo que merecía. Llegaron a juntarse los dos ejércitos, todos alemanes, en Visurgio, y a nueve de julio se pusieron en orden para dar la batalla, mejorándose en los puestos y orden de sus gentes como mejor supieron, que ambos eran escogidos capitanes. Hiriéronse primero con la artillería, luego cerró la caballería, y así se revolvieron unos con otros, peleando como capitales enemigos. Fue roto y vencido Alberto y huyó, desamparando el campo; Mauricio quedó tan mal herido, que acabando de despachar un correo al obispo de Wiciburgi, expiró mozo, en la fuerza mayor de su edad, que no tenía más que treinta y tres años, valeroso príncipe, y de excelente corazón. Dejó una sola hija que se llamó Ana, que después casó con Guillelmo Nasau, príncipe de Orange. Cumplióse en estos dos príncipes el refrán: «El vencido, vencido, y el vencedor. perdido.» Murieron con Mauricio en esta batalla Carlos y Filipo, hijos de Enrico, duque de Brunswic. Alberto perdió cerca de cinco mil caballos, y él escapó huyendo a uña dél. La infantería, viendo la mortandad y rota de la caballería, sin pelear se rindió. Trajeron a Mauricio antes que expirase, por alegrarle, cincuenta y cuatro banderas de la infantería y catorce de la caballería que se habían ganado a Alberto, el cual quedó tan quebrantado con tanta rota, que nunca más pudo levantar cabeza. A los imperiales y alemanes no pudo suceder mejor suerte que ésta, en la cual se libraron de dos príncipes tan belicosos, 518
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perpetuos inquietadores de Alemaña, quedando el uno muerto y el otro totalmente deshecho. Otro día después de la batalla llegaron al campo de Mauricio quinientos caballos bohemios, que el rey de romanos enviaba, y otros setecientos que le enviaba el lantzgrave de Hessia. Sucedió a Mauricio en la dignidad de elector del Sacro Imperio y en otras tierras que no caían en la herencia de hembra, su hermano Augusto, que estaba casado con hija del rey de Dinamarca, si bien pretendieron volver a ella Juan Frederico de Sajonia y sus hijos. Quiso rehacerse Alberto y volver sobre sus enemigos; recogió los que pudo de la rota pasada y levantó otros. Los príncipes de la liga nombraron por general en lugar de Mauricio al duque de Brunswic, y a trece de setiembre se dieron otra batalla, en la cual Alberto fue también vencido, con gran pérdida de los suyos. De esta manera se trataban los príncipes alemanes, y se consumía aquella gran provincia en guerras civiles, y de ellas ha venido al estado en que está, en las cosas de la fe y en otras. Primero día de diciembre de este año, la Cámara Imperial, con una gravísima ceremonia, declaró al marqués Alberto de Brandemburg por enemigo común, perturbador de la paz y quietud de Alemaña, y dio que le pudiesen hacer guerra y matarle. Alberto escribió al Emperador, suplicando intercediese por él. Respondió el Emperador que no era oficio suyo impedir la justicia ni cerrar el camino derecho, ni ir contra la razón legítimamente instituida. Que dejase las armas y se allanase a la justicia, y que si haciendo esto no se le guardase, que entonces él haría oficio de Emperador. Desconfiado Alberto, echando un libelo en que decía que los jueces eran sus enemigos y estaban corrompidos con dádivas, declinó jurisdición, y públicamente la protestó, apartándose del Foro Imperial. El Senado dio sentencia contra Alberto, desterrándole para siempre de Alemaña y condenándole en otras penas.
- XL Guerra en Picardía entre franceses y flamencos. -Toma el francés a Hesdin. -Teruana, ciudad frontera de los Países Bajos. En Picardía andaban tan vivas las armas como en Alemaña entre franceses y flamencos, corriéndose unos a otros las tierras con muertes, robos, incendios, que no hicieran más daño los turcos o otras bárbaras naciones que las entraran.
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Antes que entrase el verano de este año, casi con el rigor del invierno, Antonio, duque de Vendoma, a cuya cuenta estaba el gobierno de Picardía, acometió a Hesdin, llevando con ingenios no pensados los carros con la artillería por las lagunas y pantanos que con las muchas aguas había grandísimos. Batió reciamente a Hesdín hasta abrirle los muros y cegar el foso, de suerte que los que lo defendían se vieron sin remedio, y entregaron el lugar, dejándolos salir libres con su ropa y armas. Sintió el Emperador la pérdida de Hesdín, y mandó juntar las banderas de soldados viejos y otra gente de a caballo, y diola a Reusio, y por otra parte envió a Martin Van de Rosen con un buen ejército contra Lucemburg, para que tomando a Mansfeldio se juntase allí con Reusio y fuesen contra la Teruana, ciudad y fuerza importante, y enemiga dañosa a las tierras fronteras de Flandres. Llegaron el conde Reusio y Martin Rosen con su campo, y pusiéronse sobre Teruana; asentaron la artillería y comenzaron a batirla reciamente, hasta romper el muro y ponerlo en disposición que se podía dar el asalto. Y estando para ello, llegó al campo Ponto Lalaino, señor de Biguicurcio, con nueve banderas de infantería, y púsose con ellas para combatir la ciudad por otra parte, de suerte que se combatía por dos lados. Envió el rey de Francia en socorro de la ciudad a Roberto de la Marca, que se llamaba duque de Bullón, y otro capitán con él, para que juntos con Montmoransi, hijo mayor de Anna de Montmoransi, condestable de Francia, procurasen entrarse y defender la ciudad. Detuviéronse los imperiales en dar el asalto, porque enfermó el conde Reusio, su general, y murió, y así quedó en el gobierno y oficio de general Adriano de Rus, mayordomo mayor del Emperador, y del su Consejo de Estado. Procuraba el duque de Vendoma con las estratagemas y ardides posibles, que los flamencos levantasen el cerco que con porfía tenían sobre Teruana, si bien pensaba no mudar el sitio que tenía y esperar en él al rey de Francia, que a toda furia recogía gente y juntaba sus fuerzas para venir en persona en socorro de Teruana. Los imperiales, con coraje, apretaban cuanto podían el cerco con las baterías y asaltos que al lugar de contino daban. Y a doce de junio de este año mandó el general imperial que se diese un asalto general, echando en él el resto de su potencia. Diose animosamente, queriendo señalarse los flamencos; mas los franceses los rebatieron con doblado ánimo, pero no sin muertes de ambas partes, porfiando en pelear y morir estas dos naciones, largas diez horas. Cansados y sin aliento, se hubieron de retirar los flamencos, porque el lugar era de suyo y por arte fortísimo, y acertaron a batirlo por la parte más fuerte que tenía, y así hubieron de mudar la batería. Hallóse en el campo imperial un soldado ingeniero, el cual prometió de hacer unos hornillos para volar el terrapleno, haciendo espacio bastante para entrar la infantería de treinta en treinta juntos. Era coronel en este campo Luis Quijada, el cual tomó el asiento con el ingeniero para que cumpliese lo que decía.
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A diez y nueve de junio, la infantería española fue de guardia en las trincheas, y por las bocas que tenía hechas al foso bajaron hasta trecientos soldados con el ingeniero, siendo cuando así bajaron las cinco de la mañana. Fue luego el ingeniero a buscar a Luis Quijada, y hallóle almorzando con los maestres de campo y otros oficiales del ejército. Díjole que pusiese la infantería en orden, que él había cumplido su promesa, abriendo lugar para que por las minas pudiesen entrar los soldados de treinta en treinta. Acudió Luis Quijada con buen ánimo, puestos los españoles en orden; mas las minas salieron imperfetas y más dañosas a los imperiales que franceses, con lo cual no tuvo efeto, y salió vano, el sudor y trabajo del soldado ingeniero. A este tiempo llegó al campo con patente de general dél, que el Emperador había dado, Filiberto Manuel, príncipe de Piamonte, trayendo consigo a don Juan Vélez de Guevara, maestre de campo de españoles. Ordenó luego el príncipe un duro asalto, batiendo primero los muros por dos partes, y con la fuerza de los tiros abrieron, los muros por dos partes. Hecho camino, a un mismo tiempo arremetieron los españoles a dar el asalto por las dos baterías, y si bien la resistencia y esfuerzo con que los franceses se defendían era grande, vieron manifiesta su perdición, y que no era posible defenderse; y estando en el fervor de la pelea, un martes levantaron de parte de la ciudad una bandera, saliendo algunos a tratar medios convenibles, con que se querían rendir. Descuidáronse con esto los que guardaban una parte del muro, y los españoles, impacientes, antes de la conclusión arrimaron las escalas, y como aves muy ligeras se pusieron sobre el muro, diciendo a grandes voces: ¡Victoria! ¡Victoria! El lugar es tomado. Con este ruido y vocería, los que habían venido a tratar de componerse para entregar la ciudad, viéndose perdidos, se contentaron con que les otorgasen las vidas. Los que estaban peleando por la otra banda de la ciudad se vieron acorralados de los de fuera y de los que habían entrado el lugar, y cogidos en medio. Fueron todos muertos y presos, por manera que en este día se vió esta fuerte ciudad vencida y entrada por la parte que los españoles daban el asalto, y por otra peleando con esperanzas de la victoria y defenderse; y mataron al primer ímpetu más de cuatrocientos y dos, y muchos, huyendo, se ahogaron en el foso. Fueron presos monsieur de Montmoransi, hijo del condestable, y todos los oficiales, y hasta trecientos soldados. Saqueóse el lugar y echáronle por el suelo hasta los cimientos, siendo una de las principales fuerzas que por aquella parte Francia tenía. De la destrucción y ruina de Teruana, hizo un soldado poeta dos versos numerales: Nunc seges est ubi tunc Morinum resecandaque falce. Luxuriat Franco sanguine pinguis humus. 521
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Junius ex morinis victricia signo potenti Dat. Carolo. Francus vidit et indoluit. Los que pudieron escapar, se metieron en Hesdin con algunos capitanes que se redimieron, donde poco después infelizmente perecieron, parte en el rompimiento de unas minas, y otros con la propia pólvora que cada uno traía, en un desgraciado encendimiento. Aquí también en el incendio murió Horacio Farnesio y otros muchos. Tomóse Teruana a diez de junio de este año mil y quinientos y cincuenta y tres, que en tiempos pasados fue el batidero de las guerras entre franceses y flamencos; y unas veces estuvo por los franceses y otras por los flamencos; y, finalmente, llegó su día en que hubo de perecer, como lo tienen todas las cosas de esta vida.
- XLI Prosigue la guerra el duque de Saboya contra franceses. -Desgracia lastimosa en la fortaleza de Hesdin. Quiso pasar el príncipe contra Mostículo; entendiólo Vendoma, y metió en él seis mil infantes y dos mil caballos, y por esto mudó propósito y fue contra Hesdin, cuyo castillo era muy fuerte. Iba por coronel de la infantería española Luis Méndez Quiijada, señor de Villagarcía, y mayordomo del Emperador. Estaban en el lugar y castillo Roberto de la Marca, duque de Bullón, y el duque Horacio Farnesio, hermano de Octavio Farnesio, duque de Parma, y el conde de Villeiri y otros muchos títulos y caballeros de la flor de Francia. El príncipe duque de Saboya tomó luego el lugar; la dificultad estaba en el castillo, por ser tan fuerte, y estar en él gente tan honrada, que es la mayor fortaleza. Combatiéronle con tanta furia, y minaron por tantas partes, que ya parecía más que temeraria su defensa. Trataron de rendirse, no se concertaban, ni aun llevaban camino de ello, y andando en este trato sucedió una notable desgracia, y de gran lástima y, fue que la pólvora que tenían en la fortaleza se encendio, quemando muchos de los que dentro estaban. Llegó el fuego con su gran furia a las minas que de parte del campo se habían hecho, y volaron parte de la fortaleza, y acudiendo el duque Farnesio y otros muchos de los caballeros franceses a querer remediar aquel incendio, las ruinas de la fortaleza, que las minas volaron, los hicieron pedazos. Murieron más de trecientos. Sucedió esta desgracia a veinte y ocho de julio. Entraron luego los imperiales la fortaleza, prendiendo a Roberto de la Marca y a otros, y porque este lugar y castillo habían sustentado la guerra treinta años sin cesar, haciendo 522
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muchos daños en Flandres, hicieron en él lo que en Teruana, echándole todo por el suelo, y no se apartó el de Saboya hasta ver hecha la ruina de todo el lugar. Estas minas se hacían por mandado del Emperador, que estaba en Bruselas, a cuarenta leguas de su ejército, y cada día tenía aviso de lo que en él sucedía. En el año siguiente mandó el Emperador hacer allí cerca un fuerte entre unos pantanos; dicen los que escriben de él que inexpugnable, si bien los soldados de este tiempo se ríen de las fuerzas que m tenían por tales agora cincuenta años.
- XLII Escaramuzas continuas entre franceses y imperiales. -El francés arma una emboscada. Sálele mal. El condestable de Francia, no se hallando con fuerzas iguales para ponerse a vista del duque de Saboya, juntaba la gente que podía y esperaba al rey su amo. Púsose en Picquinio; súpolo el duque, y fue luego a ponerse en el mesmo lugar. Deseaban los caballeros y soldados, mozos amigos de honra, así franceses como imperiales, venir a las manos; no se pasaba día sin escaramuzar. Los franceses se hallaban mal alojados y pidieron al condestable que mudase alojamiento y los pusiese en parte que los enemigos no los molestasen con la ventaja del puesto. El condestable fue a ponerse en un sitio propio para poder armar a los enemigos emboscadas. Quiso luego aprovecharse de esta comodidad y pagar a los imperiales el atrevimiento con que cada hora le molestaban; mandó poner en una parte encubiertos los mejores caballos y soldados que tenía, y que los demás saliesen a escaramuzar y fuesen trayendo los enemigos hasta meterlos bien en la celada. Salieron como solían los imperiales, y con mucha osadía y sin recelo de emboscada se fueron metiendo y encarnizando en los franceses. Y habiendo peleado un rato unos franceses que sabían de la celada, comenzaron a huir hacia aquella parte, porque los imperiales los siguiesen. Los otros franceses, que no sabían la causa porque sus compañeros se retiraban, pensando la fuga no era fingida con arte, sino de veras, volvieron ellos también las espaldas, y de tal manera se atropellaron, que el fingido huir fue huir de veras. Mataron y prendieron a muchos. Hizo señal el duque de Saboya para que no se alargasen más y recibiesen daño de la artillería del campo francés; mas los imperiales iban tan cebados sobre los enemigos, que sin temor de su artillería, ni querer obedecer a la señal que se les hacía, teniendo en poco a los franceses, pasaron tan adelante que dieron de ojos en la emboscada.
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Volvió de nuevo la pelea; unas veces con igualdad, otras llevando lo peor, hasta que los franceses, por estar tan cerca de su alojamiento, se ayudaron de tal manera, que los imperiales hubieron de retirarse poco a poco; mas llegando donde la artillería los asestaba, por librarse de ella alargaron el paso, habiendo perdido lo ganado por no obedecer a su general. Mandó el duque que saliese la caballería para que amparasen los soldados, y acudieron otras banderas de infantería, con cuya ayuda los que fueron atrevidos se libraron de la muerte. No quisieron los franceses dar la batalla, si bien tuvieron ocasión harto favorable. La causa no se supo. Perdieron los franceses este día docientos hombres, y de los imperiales murieron y fueron presos quinientos. Prendieron a Felipe de Xevres, duque de Arscot.
- XLIII El rey de Francia se halló en el campo este día. -Retírase el de Saboya a Valencianes por no se hallar igual al enemigo. -Llegó el rey a Cambray. -Demostración que hizo el rey de dar la batalla cerca de Valencianes. -Retírase el rey y deshace su campo. Andaba ya en el campo francés el rey Enrico, y hallóse en él el día de esta sangrienta escaramuza; llegáronle nuevas ayudas de suizos y grisones; levantóse de este alojamiento y fue a un lugar llamado Piequinio, donde llegó a 26 de julio. Sentíase el duque de Saboya desigual, por ser muy grueso ya el ejército francés, y pasóse a Valencianes. Pasó el condestable con la vanguardia del ejército a dar una vista a Raupama, lugar fuerte, y llegando a reconocerle salieron a escaramuzar algunos caballos, y avivóse tanto la escaramuza, que los franceses llegaron bien cerca del foso de la ciudad, donde la artillería despedazó muchos de ellos, y otros muy mal heridos se retiraron. Pasó el rey contra Perona y otros lugares, haciendo la guerra a fuego y a sangre, y en el principio de setiembre entró por el condado de San Paulo. Llovió tan reciamente estos días, que el agua mataba los fuegos que los franceses encendían en los lugares, que fue harta parte para que el estrago y daño no fuese tan grande y para que muchos tiros y ropa del bagaje de los franceses quedase en manos de los imperiales, porque los caminos no se podían andar. A seis de setiembre se puso el rey con todo su campo cerca de Cambray y envió un trompeta a la ciudad, requiriéndola que le abriese las puertas y diese entrada. Respondiéronle con la artillería y con palabras, dándole a entender lo poco que le temían, porque la ciudad estaba bien guarnecida, y salieron de ella a escaramuzar con los franceses. A diez y ocho
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de setiembre pasó con su campo a Valencianes, con semblante de querer dar la batalla a los imperiales que allí estaban; alojóse cerca de Valencianes. Estaban dentro de la ciudad parte de las banderas imperiales, y los españoles fuera con el duque de Saboya; en la fortaleza de Famaan y en el cerro Monviaco y en un valle que cae debajo, habían puesto otras banderas de arcabuceros españoles con tal disposición, que habiendo necesidad, podían ser socorridos. Pelearon muchas veces en estos lugares con varios sucesos, atreviéndose los franceses con grandísimo peligro a llegar hasta las trincheas de los imperiales; la cual temeridad se les pagó muy bien, matando y despedazando los tiros muchos de ellos. Entendiendo el rey que el campo imperial se aumentaba cada día, y aún era fama que venía el Emperador en persona, si bien la gota le estorbaba y tenía muy impedido, a 22 de setiembre, muy de mañana, levantó con gran silencio su campo, y dio la vuelta para Francia, abrasando la tierra por do pasaba. Traía en su campo ciento y treinta banderas de infantería y más de seis mil caballos; y en San Quintín deshizo su gente, poniendo parte de ella en algunos presidios. Y lo mismo hicieron los imperiales, que ya el tiempo por las muchas aguas no daba lugar para andar en campaña.
- XLIV Guerra en Lombardía entre franceses e imperiales. -Toma don Fernando a Orfanela. Fortifícala. De la misma manera anduvo este año la guerra en Piamonte y Lombardía entre franceses y imperiales. Primero día de agosto, don Hernando de Gonzaga, gobernador y capitán general de Milán, salió en campaña, y en Anfisa, tierra a diez millas de Alejandría, juntó el ejército, y tomó algunos lugares que estaban por franceses. Monsieur de Brisac, general del ejército francés, que estaba en campaña en Castillón, tierra a tres millas de Cortamilla, se retiró al Piamonte, pasó el río Tanar, por Alba, y fue la vuelta de Quier. Don Fernando pasó con el ejército el Tanar, junto a Aste, y en tres alojamientos fue a Montferrat, tierra nueve millas de Aste. Rindiosele el castillo de Montferrat, que tenían franceses, y Tillola y otros lugares de Montferrat. Fue en dos jornadas a Brutillera, dos millas de Quier, donde Brisac estaba con el ejército francés. Y estando los dos ejércitos a dos millas el uno del otro, después de haber habido una grande escaramuza, se pusieron
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treguas entre los dos campos por un mes comenzando a correr del primero de setiembre; la cual se alargó en fin del mes por otros diez días. Y con esto, imperiales y franceses se estuvieron en sus alojamientos ordinarios. Pasada la tregua, don Fernando juntó su ejército en Aste y en las tierras de su contorno, y a 29 de otubre partió de Aste, y en dos alojamientos que hizo (cosa no pensada por los franceses) puso el campo en Dusin y San Miguel, tierras a media legua de Orfanela, y dos de Villanova, lugar fuerte, que estaba por franceses, y entróla último día de otubre. Los franceses que estaban en el castillo de Orfanela se rindieron viernes a tres de noviembre, siendo el sitio de Orfanela fuerte y aparejado para defenderse y ofender a los imperiales. Quiso don Fernando fortificarlo, y por acabar más presto la obra, dio cargo al príncipe de Asculi con la gente de armas de un caballero, y a don Francisco de Este con la infantería italiana de otro caballero, y a don Manuel de Luna, maese de campo, con la infantería española de otro, y a Alejandro de Gonzaga con los gestileshombres y caballería ligera de otro, y a don Alvaro de Sandi se encargó el castillo, con todo lo demás de las cortinas que los alemanes y gastadores hicieron.
- XLV Saltean los franceses a Vercel. -Va don Hernando de Gonzaga a socorrer a Vercel. Retírase el francés de Vercel. Estando don Fernando ocupado en esta fortificación de Orfanela, monsieur de Brisac, capitán general en el Piamonte, tuvo ciertos tratos con los de Vercel, en el cual lugar estaba por gobernador el maese de campo de San Miguel con sola una compañía de españoles, viernes en la noche, a 18 de deciembre, habiendo hecho bajar en barcas por el Po mil infantes franceses, y con ellos el gobernador de Veral, y desembarcados diez millas de Vercel, y otros mil caballos que el Brisac llevaba. Caminaron toda la noche, y llegaron a Vercel antes del día, sin ser vistos ni sentidos, por una niebla muy espesa que hacía, que fue parte para salir con lo que intentaron; y por la parte del portal del castillo llegaron a la muralla, y sintiendo el rumor la centinela que sobre ella estaba, y diciendo, «¿Quién vive?» y los de fuera «Francia», los del tratado, que dentro estaban esperando, oyendo el nombre de Francia, de cuatro españoles que en el cuartel hacían guardia, mataron los tres, y rompieron y abrieron el portal por donde los franceses entraron, y por la muralla, que ya con escalas habían comenzado a subir dando voces: «Francia, Francia, libertad, libertad.» Estaba en el castillo
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con algunos italianos un hermano de Tomás de Valperger, comisario del duque, y salió a tomar el puente; los del pueblo no tomaron armas, ni hicieron defensa, antes algunos decían: «Libertad y Francia.» Estaba tomado de la gota en la cama el gobernador San Miguel, y sintiendo la traición se puso luego a caballo, y acudió a la plaza, donde ya los franceses se hacían fuertes. Acudió también su alférez y algunos soldados, y combatiendo con los franceses, resistieron y defendieron las calles de los que la vuelta de la ciudad iban; y en tanto que los españoles alojados en torno de la ciudad se iban juntando a las murallas para recogerse en la ciudadela, en la cual estaba por castellano Juan de Paredes. Recogidos los soldados, el maese de campo San Miguel, con el alférez y soldados se retiraron a la ciudadela, y una parte de soldados en la puerta, y caballos, se recogieron y hicieron fuertes en ella, cogiendo todas las vituallas que hallaron en las casas vecinas, y luego dieron aviso a todos los gobernadores de los presidios imperiales, que más vecinos estaban, y a don Hernando de Gonzaga, con toda la diligencia que San Miguel pudo, el cual de los más fue socorrido; y el primer socorro que les vino, y en la ciudadela entró, fue el capitán Pagán con cincuenta soldados italianos; y hallándose don Fernando en Orfanela a treinta y dos millas de Vercel, domingo cuatro horas antes del día, Juan de Quirós, soldado español, llegó con el aviso del suceso de Vercel, y luego, sin más esperar, don Fernando envió a don Francisco de Este con la caballería ligera, y gran parte de la infantería a caballo, la vuelta de Vercel; y después de haber hecho meter en Orfanela toda la artillería, y municiones, y gente que para su defensa bastaba, que fueron cinco compañías de infantería española, tres de italianos, seis de alemanes y tres de caballos ligeros, quedando con esta gente don Alvaro de Sandi en Orfanela, pasado medio día partió don Fernando con el resto del ejército, y caminó doce millas, hasta una tierra que se dice Tonco, a donde llegó a media noche, y esperando el día con más cuidado que reposo, pasó el resto de la noche, siendo socorrida la ciudadela y Vercel. Y teniendo aviso Brisac del socorro que de todas partes venía, y más que don Fernando y don Francisco de Este, con la caballería, estaban en Casal, habiendo estado dos días en Vercel, lunes a 25 del dicho mes, antes que amaneciese, el Brisac con sus soldados salió de Vercel habiendo saqueado algunas casas de la tierra, y la ropa de los españoles, y el palacio del duque, y retiróse la vuelta de la Dora, llevando en prisión solamente a monsieur de Chilan, lugarteniente del duque de Saboya. Tuvo aviso don Fernando de la retirada del francés, y tornó su vuelta de Orfanela, y ganó a Vaudiquir, lugar cinco millas de Aste, y cinco de Orfanela. Alojó en la villa y en la campaña todo el ejército, donde estuvo hasta los diez de deciembre esperando que Orfanela se fortificase, y en ella se metiesen vituallas y municiones.
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- XLVI El príncipe de Salerno. Por qué dejó al Emperador. -Condiciones con que el Turco ofrece su armada al francés. De esta manera se trataba la guerra entre imperiales y franceses, y por otra parte la armada turquesca, ayudada de la francesa, hacía el mal que podía en las costas de los cristianos. Dije los acomecimientos y daños que hizo Sinán, general del Turco, y su retirada con gruesa presa a Constantinopla, tras el cual fue el príncipe de Salerno con veinte galeras francesas, para rogarle quisiese volver con la armada sobre Nápoles, porque sin duda habría mudanzas y novedades. Y como en el camino no pudo acabarlo, con él llegó a Constantinopla, que así se lo mandaba el rey de Francia. Suplicó a Solimán por su armada, echándose a pies de los basás, como si fuera un esclavo, cosa harto vergonzosa para hombre tan ilustre; pero un corazón apasionado ríndese a semejantes bajezas. Este caballero comenzó livianamente en Nápoles a tomarse con el virrey don Pedro de Toledo, pareciéndole que lo desfavorecía el Emperador, habiéndole servido mucho. Tentó novedades en el reino, por donde se hubo de ir a Francia y perder su Estado. Para cobrarlo y vengarse del virrey y meter franceses en Nápoles, fue por turcos. Castiga la Iglesia gravemente a los que se ayudan de infieles y los llaman y les dan armas o consejos, con descomunión mayor, y la justicia les quita las haciendas por leyes. Y sin esto, permite Dios que se pierdan por donde se piensan ganar. Estaban diferentes los basás y consejeros del Turco en lo que el de Salerno pedía, por las faltas, como ellos decían, del rey Enrico trayendo a propósito agora las del rey Francisco su padre. Pero valió el voto de Rustán basá y su autoridad, que favorecía la causa y pretensión del Salerno por respecto de Sinán, que ya lo deseaba. Y así, respondió Solimán que se holgaba de favorecer a su amigo el rey de Francia y darle gusto en esto que le pedía, y luego capitularon las condiciones con que había de venir la armada a primero de febrero de este año de mil y quinientos y cincuenta y tres, las cuales fueron las siguientes: «Que Solimán dé al rey Enrico de Francia contra Carlos V, Emperador, sesenta galeras y veinte galeotas por cuatro meses, contando desde el primero día de mayo. Que pague por ellas el rey trecientos mil ducados. Que dé rehenes hasta los pagar a contento de Sinán, o sus galeras en prendas. Que las fortalezas que se tomaren de Cotrón hasta el río Trento, sean de Solimán, y en tal caso que no lleve dineros por la flota. Que toda la tierra que se tomare de
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Cotrón adelante sea del rey Enrico con el artillería. Que hayan los turcos todas las personas, galeras, naves, ropa que quisieren, usando en todo a discreción de su capitán general, que así lo concertó el rey Francisco, diez y siete años antes. Que si el príncipe de Salerno entregare a Sinán una fortaleza de cuatro que nombró, no lleve los trecientos mil ducados. Que haya de haber el dicho príncipe treinta mil ducados de Solimán, entregando la tal fortaleza por su buen servicio y fidelidad. Juraron estos capítulos, y otros que no se supieron, Rustán basá por parte de Solimán, y por la del rey Enrico, don Fernando de S. Severino, príncipe que se decía de Salerno, y monsieur de Aramón, embajador del rey de Francia.»
- XLVII Toman los turcos a Bonifacio. Partió, pues, Sinán de Galípoli al principio de mayo con ciento y cincuenta velas, en que había veinte galeras francesas y cincuenta bajeles de cosarios. Costeó la Pulla y Calabria, poniendo más miedo que haciendo daño. Llegó en Sicilia a Catania, mostrando que quería desembarcar, pero ni allí ni en Córcega osó, por ver gente armada; quiso tomar agua en Puzallo, mas estorbáronselo a lanzadas. Convínole sacar a tierra mil y quinientos hombres, los más italianos y franceses, los cuales se metieron lejos, pensando que no había más de ciento de caballo, que parecían; pero púsoles una emboscada don Guillén de Belvis, gobernador de Módica, que iba con docientos caballos y cerca de dos mil infantes, con los cuales mató cuarenta turcos y franceses, y prendió seis, que confesaron los conciertos entre Solimán y Enrique. Sinán, sintiendo la muerte de uno que se nombraba Cabil, fue a Licata y tomó el castillo; mataron unos pocos españoles que contra el parecer de Juan de Vega lo quisieron defender. Eran hasta treinta soldados revoltosos de Africa y de mala manera, que por tales los tenían allí. Probó a hacer agua en Jaca y otros cabos, y como halló tanta resistencia, dejó a Sicilia y navegó a Pantaleanea. Hubo el lugar a partido, que se dio al de Salerno; mas Dragut lo quebrantó por cosas pasadas, y cautivó cerca de mil personas. De allí echó Sinán al Elba, donde perdió una galeota y una galera francesa; tentó de tomarla, que la deseaba el rey para entrar en Toscana con los florentines desterrados, mas viendo su fortaleza y guarda, pasó las armas sobre Córcega contra ginoveses, y a poca fuerza, con los muchos soldados que salieron de las galeras, tomó la Bastida; dicen también que hubo trato el príncipe con los suyos.
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Cercaron a Calvi con gran diligencia del capitán Pedro Corzo, mas defendiéndoseles por estar dentro acaso tres compañías de españoles que iban a Italia. Echáronse luego todos sobre Bonifacio, diéronle dos baterías y combates, y como era tan fuerte, trataban ya de alzarse los turcos. Aramón entonces, y otros, prometiéronles, según se dijo, diez mil ducados y la artillería, porque no alzasen el cerco, viendo que tenían parte dentro, porque Diego Santo, un hidalgo isleño, se carteaba con Antonio de Caneto, que mandaba el pueblo, por lo cual estuvieron hasta que se dio a inducimiento del Caneto, que si no se diera, haciendo traición a Génova, nunca turcos ni franceses lo tomaran por fuerza, tanto es fuerte Bonifacio. No llevaron Sinán ni Dragut sino los corsos que se quisieron ir con ellos y la artillería y cuatro mil ducados de contado, y rehenes por otros seis mil. Quedó la guerra trabada con esto en Córcega, y así luego fue allá monsieur de Termes con hasta cinco mil infantes y contra él Andrea Doria, con veinte galeras suyas, y siete de Nápoles, y doce naos con nueve mil soldados, y de allí a poco fueron otros dos mil y quinientos españoles con don Alonso Luis de Lugo, adelantado de Tenerife. Pagó el Emperador la mitad del gasto de esta guerra. Hubo grandes enfermedades en el ejército, a cuya causa se vino a deshacer. Todavía se cobraron la Bastida, San Lorenzo y otros lugares pequeños, y los franceses se quedaron con Bonifacio, Ayazo y algunas aldeas. Sinán se volvió antes de esto a Constantinopla, y con esto dejaremos la guerra este año.
- XLVIII Quiso el príncipe de España casar con su tía, infanta de Portugal. -Conciértase con la reina de Ingalaterra. El príncipe don Felipe, que estaba este año en Castilla, trató de casarse con doña María, infanta de Portugal, hija del rey don Manuel y hermana de la emperatriz, madre del príncipe. No tuvo efeto esto por el deudo tan cercano que entre ellos había; y así, se pusieron los ojos en otro casamiento más rico e importante a Castilla si fuera Dios servido que se lograra, ya que se hizo. Antes de llegar a tratar de él, que será en el año siguiente, diré agora cómo murió Duarte, o Odoardo, VI de este nombre entre los reyes de Ingalaterra, con sospecha de ponzoña, en edad de diez y seis años. El cual dejó por sucesora del reino, teniendo dos hermanas, a sus primas, hijas de María, que casó con el rey de Francia Luis XII, y después con Carlos Brandon, duque de Sófole, a inducimiento del duque Juan, duque de
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Nortumberland, su ayo y su tutor. Pregonó el duque de Nortumberland por reina de Ingalaterra a Juana, hija mayor de María, que fue reina de Francia, y del duque de Sófole, la cual era su nuera -casada con su hijo Gelibert, conde de Brawic-. Por otra parte (y era el camino derecho), María, hija legítima del rey Enrico, se llamaba reina de Ingalaterra. Hizo gente, salió en campaña, y esperó al duque de Nortumberland a la batalla, que venía contra ella con ejército, el cual se rindió sin pelear, y de a pocos días fue degollado por traidor, y después su hijo Gelibert y su nuera, y otros muchos de su parcialidad, y quedó María pacífica en el reino. Y por el mes de octubre de este año fue coronada en Westmunstery, y luego tuvo Cortes en Londres. Mandó echar los herejes del reino y poner graves penas contra ellos, mandando tener lo que la Iglesia católica romana nos enseña. Y para que esto fuese más firme trataron que la reina casase con el príncipe don Felipe de Castilla, siendo el Sumo Pontífice, y en su nombre el cardenal Reginaldo Polo, los que lo trataban. Dolía mucho este casamiento a muchos grandes de Ingalaterra, y llegaron a tomar las armas contra la reina; mas la reina era tan valerosa, que los allanó y castigó, de manera que estuvieron quedos; y en la plaza de Londres, a doce de febrero del año siguiente de 1554, los degolló públicamente, con el duque Sófole y su hija Juana y su marido. Y para que estas bodas se efetuasen, el Emperador envió a llamar al príncipe su hijo que se llegase a Bruselas, donde él estaba. Y envió sus embajadores a la reina María para hacer los tratados y conciertos del matrimonio. Los cuales se hicieron, y por lo poco que esto aprovechó no los pongo aquí. Uno de los principales, que por parte del Emperador y del príncipe su hijo, llevaba poderes para tomarse las manos, en nombre del príncipe, con la reina, concertado ya todo con gran solemnidad, hecho el desposorio, armado de punta en blanco (como es costumbre de aquella tierra), estuvo un poco acostado con la reina sobre una cama o estrado. Luego mandó la reina prender a su media hermana doña Isabel, que es la que agora reina, y que la pusiesen en una fortaleza, por haber algunas sospechas de que había sido culpada con los que habían justificado por traidores. Allí estuvo esta señora hasta que el Católico rey don Felipe, su cuñado, la sacó, muy contra la voluntad de la reina, su mujer. No gustaban mucho los ingleses de este casamiento, porque era con príncipe extranjero y tan poderoso; pero hubieron de pasar por ello, porque lo quiso la reina, y se pusieron unas condiciones en los contratos con que los del reino quedaron contentos, las cuales, porque no tocan a esta historia, callo, para que otro las diga en la del rey don Felipe. El cual podía sentir menos gusto, porque si bien la reina era santa, era fea y vieja, que tenía cumplidos treinta y ocho años, y el rey por extremo galán y mozo, que no pasaba de 531
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veinte y siete. Hizo en esto lo que un Isaac, dejandose sacrificar por hacer la voluntad de su padre, y por el bien de la Iglesia. En este año volvió la pretensión de quitar a la Iglesia sus vasallos, y consultando hombres doctos sobre la justificación del hecho, el maestro fray Melchor Cano, obispo de Canaria; fray Bartolomé de Miranda, maestro y provincial de la Orden de Santo Domingo; el doctor Gallo, catedrático de Biblia en Salamanca; fray Alfonso de Castro, predicador de Santo Francisco de Salamanca, sábado 26 de agosto, presidiendo en una consulta sobre este caso el príncipe don Felipe en las casas de su palacio en Valladolid, dieron por escrito a Su Alteza lo siguiente: «Lo que de parte de Su Majestad manda Su Alteza consultar a los que aquí responden es, si Su Majestad podrá con buena conciencia pedir a Su Santidad licencia para vender los vasallos que los obispos y iglesias de estos reinos tienen. Para resistir la armada del Turco y asegurar la mar y puertos de sus reinos, y por la gran potencia de los infieles y herejes y por la ayuda que tienen, son menester muchas fuerzas, y las necesidades de Su Majestad son tan grandes, que ni de las rentas de su patrimonio, ni de las ayudas que tiene, puede resistir a los enemigos de la Iglesia. Y pues es público bien de ella resistir a estos infieles y herejes, querría ayudarse con licencia de Su Santidad de lo que se sacase vendiéndose estos vasallos, presupuesto que su intención es dar a los perlados y iglesias las rentas que agora tienen, y recompensa bastante por el señorío y vasallos que se les vendieren. «Lo que a esta duda se ha de responder es, que Su Majestad ni puede con buena conciencia pedir esta licencia a Su Santidad, ni él darla, ni ya que se pidiese y concediese la venta sería segura en conciencia, por las razones siguientes: «La primera, porque el Papa no tiene el señorío de estos bienes de las iglesias, sino los perlados y las mismas iglesias, y por esto, sin consentimiento de los verdaderos señores no se puede justificar la licencia para esta venta, y consta que sería contra la voluntad de ellos. «La segunda, porque estos bienes muchos de ellos se mandaron a las iglesias en testamentos, y contradecir a la voluntad de los defuntos es cosa injusta, por ser tan contra todo derecho divino y humano, y allende de esto serían los tales testadores desfraudados de muchos sufragios, que por tales legados se obligaron las iglesias a hacerles, y el mismo inconveniente hay en frustrar las intenciones de aquellos que por vitorias o votos o devociones dieron en su vida lugares y vasallos a las iglesias.
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«La tercera, por la injuria que se hace al estado eclesiástico, en que siendo la necesidad común de todos, padezca más el remedio de ella el estado más privilegiado, como es el eclesiástico, quedando los demás libres, pues no se trata de vender vasallos de ningún otro estado; y constará la tal injuria más si se considera bien lo que de este tal estado eclesiástico se ha ya sacado y saca en las tercias, que son perpetuas, y en los subsidios, y en haberse enajenado de este mismo estado las rentas de las Ordenes militares. Y aun también se les hace otro agravio en que los montes y las heredades que la Iglesia tiene en los lugares que se le vendiesen, valdrían menos de ahí adelante, y no se podría cómodamente aprovechar de todo ello, estando la jurisdición de esto en poder de otros; antes se teme que por las molestias que recibirían de los señores que compraren estos vasallos, serán constreñidos a vender a menos precio las tales heredades. Demás de este agravio se les hace otro en la cobranza de su hacienda, la cual será muy dificultosa, y en que ordinariamente están en comarca de las tales iglesias estos lugares, y si se les diese la renta en otras partes más distantes serían forzados a hacer más costa en la cobranza. Y sobre todo no se les da equivalencia del valor de los vasallos y de la jurisdición y de la calidad de la renta que se les quita. «La cuarta, porque a los mismos vasallos se les hace agravio, en que sin culpa suya les den otros señores de quien no se espera que serán tratados con aquella piedad y misericordia con que consta que son tratados del estado eclesiástico, especialmente porque se entiende que comprarán estos lugares algunas personas de tal calidad, que se ha de temer que pretenderían más intereses excesivos que buena gobernación de los vasallos. «La quinta, porque la necesidad de agora no es tal ni tanta que justifique esta venta, porque había de ser la suma y extrema cuando se viniese a este remedio, y aun entonces no se había de comenzar de este reino, pues la principal necesidad no es de él, ni de los lugares de las iglesias, y la libertad de las personas y haciendas eclesiásticas es y fue siempre más privilegiada que la de los hidalgos y caballeros. «Y ciertamente, aunque Su Majestad pudiera lícita y santamente pedir la tal licencia, y el Papa darla, no era cosa conveniente por muchas razones. «La primera, porque los herejes se favorecerían mucho de este ejemplo, viendo que un príncipe tan cristiano, que en estos tiempos ha sido amparo de la Iglesia, y ha pretendido remediar los daños y agravios que los príncipes de Alemaña han hecho en este mismo caso a las iglesias, agora de mismo, en reinos tan católicos, quiera quitar los vasallos a sus iglesias y perlados de ellas. Porque aunque la causa y intención de Su Majestad es muy diferente, el hecho los parecía muy semejante al suyo, y en éste particularmente se ha de 533
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considerar la puerta que Dios ha abierto en el reino de Ingalaterra, a cuya reducción los príncipes católicos, y señaladamente Su Majestad y Su Alteza, han de insistir. Lo cual se podrá mal hacer sin que en aquel reino se restituyan a la Iglesia los bienes y rentas que les tienen usurpadas, y en tal sazón haría gran daño tratarse acá de negociación de bienes eclesiásticos. «La segunda es el escándalo de los fieles, que considerando que muchos de estos bienes fueron dados a las iglesias por príncipes religiosos en reconocimiento de victorias y por votos para alcanzarlas, se lastiman y sienten mal que aquella religión pasada, en estos tiempos no solamente no se imite, mas se deshaga lo que tan religiosamente fue hecho. «La tercera, porque los otros príncipes cristianos tomarían de aquí ocasión para que con menos causa hagan lo mismo en sus reinos, mayormente en Francia, donde pequeñas ocasiones les bastan para agraviar a las iglesias, y si el rey esto hiciese crecerían las fuerzas de los enemigos de Su Majestad. «La cuarta, porque se quita la autoridad a los perlados, la cual es necesaria en la Iglesia para castigo de los súbditos, y para resistir a los poderosos vecinos y comarcanos, que suelen hacer injuria a las iglesias. Y aunque en este tiempo por la justicia y potencia de los reyes que tenemos, no hay que temer esto, podrían adelante suceder otros tiempos. Es también necesaria tal autoridad y potencia de la Iglesia para resistir a los herejes, que se podrían levantar, como se ha visto por experiencia en Alemaña, donde con el favor y sombra de Su Majestad por la potencia temporal que allá tienen los perlados, se han conservado en religión sus súbditos y vasallos, y faltando esta no hubiera quedado esa poca religión que hay en aquellas partes. «La quinta, porque consta que de esta venta sucederán muchos y grandes pleitos, como se ha ya comenzado a ver por experiencia de las cosas que de las iglesias se han enajenado en nuestros días. «La sexta, porque se abre la puerta y hace camino llano para que adelante se acaben de vender todos los bienes de las iglesias de España. Y así despojadas de todo, estarán abatidas, y sus ministros tenidos en poco; y así no se hallarán tales, ni tan suficientes como para el servicio de Dios y bien de las almas se requiere. «La séptima, porque perderían los pobres de estos lugares, que así se vendiesen, las limosnas que los eclesiásticos suelen hacer. Porque aunque en alguno falte esta piedad, lo más común es que necesidades de súbditos y vasallos de la Iglesia son mejor remediadas de eclesiásticos que de legos.
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«La última, y a que se debe mucho atender, es que al servicio de Su Majestad no conviene que se haga esta venta. Porque de hacerse redunda gran daño en su patrimonio, el cual en efeto se vende, pues dél se ha de hacer la recompensa de los vasallos y de las otras rentas que se quitaren a las iglesias. Y también porque no se remedia con esta venta la necesidad que Su Majestad al presente tiene. Porque los lugares no se venderán todos juntos, sino poco a poco y en muy largo tiempo, de suerte que se aproveche menos del dinero. Y demás de esto, abreviarse han las oraciones que en la Iglesia se suelen hacer por los reyes, las cuales, por las limosnas y beneficencias que se hacen a las iglesias, suelen aumentarse; y aún acaecería que comprasen estos lugares algunos grandes señores, que haciéndose más poderosos de lo que convernía en tiempo de otros reyes, podrían causar inconvenientes. Y débese tener consideración en esto, que algunas veces se han visto ejemplos de malos sucesos a príncipes por haber querido lo que era de las iglesias, y en todo tiempo se ha tenido por sacrilegio, que lo que una vez se ha ofrecido y consagrado a Dios se convierta en otros usos. «Todas estas razones aquí brevemente apuntadas, sin confirmaciones que a ellas hay de muchos y grandes testimonios de derecho divino y humano, y de muchos santos doctores, que se dejan por excusar prolijidad y no dar molestia a Su Majestad y Alteza en leer cosa tan larga, prueban muy bien mon intento y otras cosas a él anejas.» Año 1554
- XLIX [Concierto matrimonial del príncipe.] Concertado el casamiento entre el príncipe y reina de Ingalaterra en la manera dicha, el Emperador envió a llamar al príncipe, porque en su ausencia convenía que en los reinos de Castilla quedase, en lugar del príncipe, la persona que para su gobierno convenía. El Emperador envió sus poderes a la princesa doña Juana su hija, reina viuda de Portugal por muerte del príncipe don Juan su marido, que en el principio de este año falleció, quedando ella preñada del desdichado rey don Sebastián, que murió en Africa, y la princesa, en pariendo, se volvió luego a Castilla, donde todos la conocieron, y acabó sus días santamente en la villa de Madrid, y aquí edificó el religiosísimo monasterio de las monjas Descalzas. Despacháronse los poderes en la villa de Bruselas, a 31 de marzo año de 1554, refrendados del secretario Eraso, y librados por el dotor Figueroa, en los cuales dicen: Don Carlos y doña Juana, etc. Que por lo que tenían escrito sabrán estos reinos las causas que hubo, para 535
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que el príncipe don Felipe su nieto, e hijo, hubiese pasado en aquellas partes, que fueron muy urgentes y necesarias, y las que después le movieron a dar orden que volviese a residir y estar en estos reinos, como lo hizo, ya que el Emperador, por el bien de los negocios generales y particulares, no lo pudo hacer como deseaba, y así por dar orden en la pacificación de Alemaña y asentar las cosas de ella, como por la continuación del Concilio, que con tanto trabajo se había procurado por el bien de la religión cristiana; y que estando en esto, el rey de Francia, sin causa ni justa razón, rompió la guerra a fin de perturbar lo uno y lo otro, como lo hizo, anticipándose a tomar las tierras que no le pertenecían en el Piamonte, y muchas naos de mercaduría de sus súbditos y naturales por los mares de poniente y de levante, y trayendo tramas e inteligencia en Alemaña, y juntándose con los que contra la fidelidad y lealtad que debían emprendieron lo que era notorio, habiendo recibido de nos dice tanto honor y beneficio, para remedio de lo cual fue forzado y necesitado todo a levantar el ejército, que el año pasado levantó pasando por Alemaña, y viniendo a ponerse sobre Metz, ciudad imperial y principal, para probar si la pudiera tomar o cobrar y sacar de poder del rey de Francia, y no habiéndose podido hacer por el tiempo y otras incomodidades, se había dado aquella tierra, donde luego comenzó a proveer lo necesario, y se reformó nuevo ejército, con el cual plugo a Nuestro Señor que tomasen a Teruana y Hesdin, plazas importantes y sustanciales para el bien, seguridad y quietud de aquellos Estados, y se hicieron otros efetos, hasta que habiéndose visto los dos campos muy cerca, con harto desorden y daño suyo se retiró el francés, y el imperial se quedó en el lugar que tenía, y de allí se fueron a alojar los que habían de quedar en las fronteras, y los otros se despidieron. Y que después, habiéndose tratado el matrimonio entre los serenísimos príncipe y reina de Ingalaterra, y héchose los tratados y capitulaciones, fue servido Nuestro Señor que se concluyese por palabras de presente, en virtud del poder que el dicho serenísimo príncipe envió, que era negocio de grandísima calidad e importancia, y muy útil y conveniente no sólo para el bien universal de la Cristiandad, pero para sus señoríos y Estados y conservación de ellos, y especialmente para estos reinos de Castilla, así por apartarle y quitarle de la obligación que tienen al sostenimiento continuo de los Estados de Flandres, que es tan costoso, dificultoso y trabajoso, como por el trato y comercio que ternían sus súbditos y vasallos libremente con el dicho reino de Ingalaterra, de que se les podía seguir mucho beneficio por la vecindad que tienen. Y que confiaba en Dios que por este medio reduciría y traería las cosas a términos que sus enemigos no puedan tan fácilmente como hasta aquí ponerle en forzosas necesidades, que lo sentía cuanto era razón y debía, por lo que deseaba aliviar sus súbditos, y que era de tanta importancia la breve pasada del dicho serenísimo príncipe y efetuar y consumir este matrimonio, y tomar la posesión de aquel reino, como marido y conjunta 536
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persona de la dicha serenísima reina su mujer, que para hacerlo había puesto en orden la armada necesaria que se sabía. Que demás de lo susodicho, aunque el príncipe había estado en aquellas tierras y las había visitado, y fue jurado en ellas, como se detuvo tan poco tiempo, no pudo ser conocido ni tratado como fuera razón, por no haber entendido en la gobernación ni otros negocios comunes ni particulares; y que también era necesario y conveniente para la conservación de aquellos Estados bajos, tornarlos a visitar, y pasar a hacerlo cuando fuese tiempo, para que los naturales de ellos le amasen y obedeciesen, como era cierto lo harían, según su fidelidad y lealtad. Y que, puesto que una de las cosas que más deseaba era verse en estos reinos con reposo y descanso, que así lo entendía poner por obra con la brevedad posible. Y porque durante su ausencia y la del príncipe su hijo, convenía que hubiese persona que entendiese en la administración y gobierno del reino, a quien en su nombre pudiesen acudir en las causas y negocios que se ofreciesen, y no tengan necesidad de ir en su seguimiento, que les sería muy trabajoso y costoso, y lo que con más razón podía satisfacer a todos en general era que, habiendo persona de la sangre real, quedase en ella el gobierno. Por ende, que acatando y conociendo la virtud, grandes calidades y loables costumbres que concurrían en la serenísima princesa e infanta doña Juana, su muy cara y amada hija, y el amor que a los dichos reinos y súbditos tenía, y que por el consiguiente había de ser de ellos amada, y entendiendo que así cumplía el servicio de Dios Nuestro Señor y al suyo, la nombraba y elegía para que quedase en su nombre y lugar. Y por el poderío real absoluto, de que en esta parte quería usar, como reyes y señores naturales, no reconociente superior en lo temporal, la elegía y señalaba, constituía y nombraba a la dicha serenísima princesa e infanta doña Juana por gobernadora de estos reinos de Castilla, de León, de Granada, de Navarra y de las islas de Canaria y de los otros reinos y señoríos de la corona de Castilla, y le daba todo su poder, con todas las fuerzas y solenidades que un amplísimo poder pide, según derecho.
-LLlegó el conde de Agamón a Valladolid con los despachos del casamiento. Llegó a Valladolid, donde estaba el príncipe, a 8 ó 10 de mayo con estos despachos el conde de Agamón, y con relación de cómo ya estaba hecho el desposorio del príncipe con la reina de Ingalaterra, y luego el príncipe mandó despachar sus cartas a todos los grandes y ciudades del reino, en que les decía que debían saber cómo por fallecimiento de Eduardo, rey de Ingalaterra, había sucedido en el reino su muy cara y amada tía, con la cual Su Majestad había tratado y concertado de casarle, pareciéndole ser cosa muy necesaria a la 537
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conservación y aumento de sus Estados, y la paz universal de la Cristiandad, y principalmente por lo mucho que convenía a estos reinos de Castilla la unión de aquel reino con ellos, por su quietud y sosiego, y que con la conclusión de este matrimonio eran ya venidos los embajadores de la serenísima reina a pedirle que luego, con la mayor brevedad que ser pudiese, fuese a efetuarlo, y que lo pensaba hacer así, y se andaba con toda diligencia aprestando para su partida; y que después de estos embajadores había llegado el conde de Agamón con cartas y despachos del Emperador, de quien lo había sabido más particularmente, y que también escribía cómo había acordado de dejar la gobernación de estos reinos, durante su ausencia, a la serenísima princesa de Portugal su hermana, por parecerle ser lo que más convenía al bien de ellos, y de que más contento todos habían de recibir, lo cual le había parecido hacer saber a todos, como era razón.
- LI Queda la princesa doña Juana por gobernadora de Castilla, y la instrucción que el príncipe dejó. El de Mondéjar, en Indias. -El de Cortes, en Ordenes. -Don Antonio de Rojas, ayo del príncipe. -Don García de Toledo, mayordomo mayor de la princesa. Dejó el príncipe a la princesa su hermana una larga instrucción y orden que había de guardar en las cosas del gobierno harto notable, en que se echa de ver el celo que siempre tuvo de la justicia, como lo mostró después en los años que reinó. Encargóle mucho que tuviese especial cuidado de la administración de la justicia, y que en las cosas que a ella tocasen, no tuviese respeto a persona alguna ni suplicación de nadie, sino que mandase administrarla enteramente, y que tuviese las consultas ordinarias los viernes de cada semana, y se hallase en ellas sola con los del Consejo, como el Emperador y él lo habían acostumbrado y hecho siempre. Y porque muchas veces en las consultas se ofrecen cosas que según la calidad de los negocios conviene más mirarse, estuviese con cuidado que cuando tal caso hubiese, respondiese en las consultas que quería pensar en ello, y después llamase al presidente del Consejo en presencia de Juan Vázquez, y con ellos viese lo que se debía proveer. Que no se diese lugar que se viesen pleitos fuera de la orden que se tenía en el Consejo y en las chancillerías, salvo si, comunicado con el presidente y los del Consejo, no pareciese que convenía a la buena administración de la justicia. Dejó señalados para el Consejo de Estado al presidente del Consejo arzobispo de Sevilla, y al marqués de Mondéjar, y al marqués de Cortes, y a don Antonio de Rojas, y a don García de Toledo, y a 538
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Juan Vázquez, que cuando se tratasen negocios de la corona de Castilla, se hallasen presentes el licenciado Otalora y el dotor Velasco; y cuando fuesen de la corona de Aragón, se hallase el vicechanciller, y uno de los regentes del reino. Y que en las cosas ordinarias de la guerra entendiesen el marqués de Mondéjar, y el marqués de Cortes, y don Antonio de Rojas, y don García y Juan Vázquez. Y cuando se ofreciesen cosas donde fuese menester letrado, llamasen al dotor Velasco y el marqués de Mondéjar señalase las provisiones y cartas que la princesa hubiese de firmar y que se juntasen dos días de cada semana de ordinario, y más si se ofreciesen negocios que lo pidiesen. Que con las fronteras se tuviese mucho cuidado y se mirase mucho los que ponían en ellas. Que la gente de guardas estén en orden y bien aprestados. Que la princesa oyese siempre misa públicamente, y señalase algunas horas del día para dar audiencia, y que reciba las peticiones y memoriales, y las remita dando respuestas generales y de contentamiento. Que se hiciese siempre el Consejo Real en palacio, como era costumbre, y asimismo los Consejos de Estado, y Guerra, y Cámara, y Hacienda, y el de Aragón, Ordenes y la Contaduría. Que en la expedición de la cámara entendiese el licenciado Otalora y el dotor Velasco, del Consejo, y el secretario Juan Vázquez. Ordena otras cosas tocantes a la Contaduría, guardas del reino y fronteras y Consejo de Hacienda, en las cuales todas dice que se halle Juan Vázquez, y que de ninguna manera la princesa provea oficio ni beneficio de las Ordenes sin parecer y consulta de presidente y los del Consejo de ellas y de Juan Vázquez. Que si sucediese alguna peste o otra causa por donde fuese menester mudar a la reina y al infante de donde están, sea con parecer de los del Consejo de Estado. Que los obispos y perlados residan en sus iglesias y no se les permita estar fuera, y que el presidente de Granada obispo de Avila residiese en su Iglesia cada año a lo menos noventa días, en los cuales entrase la Cuaresma. La cual instrucción con otras muchas particularidades que encarga mucho el príncipe a su hermana, y manda guardar puntualmente, se despachó en La Coruña a 12 de julio de este año 1554. Demás de esto, limita los poderes a la princesa para que en la cámara no se den legitimaciones a hijos de clérigos, ni habilitaciones para usar oficios personas que hayan resumido corona, ni facultad para mayorazgos, sino a caballeros y personas de calidad, y no a mercaderes ni gente baja, porque así se dé entender la ley de Madrid. Que en las iglesias del reino de Granada no se ponga alguno que no sea limpio de raza de judío, porque así conviene. Limita otras muchas cosas que por tan largas las dejo. Dejó instrucciones para todos los Consejos, todas enderezadas a que se hiciese justicia y se sirviese Nuestro Señor y el reino fuese bien gobernado, que es harto notable el celo que siempre conocimos en este príncipe, y los ojos que ponía en las cosas, por menudas que fuesen, con deseo de acertar, como debe decirlo quien escribiere su historia, no por memoriales que los noveleros o gaceteros escriben y venden sin orden ni verdad, que tales son sus gacetas, sino por los papeles de sus secretos y Estado. Antes de embarcarse el 539
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príncipe envió delante al marqués de las Navas, uno de sus mayordomos, a visitar a la reina y darle el parabién con un riquísimo diamante, prenda de su buena voluntad.
- LII [Embárcase el príncipe.] Y a trece días del mes de julio se embarcó en La Coruña, llevando una flota de setenta naves y veinte urcas, acompañado de muchos nobles, grandes y señores de títulos, y otros caballeros españoles, que fueron el almirante de Castilla, a quien sólo pidio el príncipe que en esta jornada le acompañase; el duque de Alba, mayordomo mayor; el conde de Feria, capitán de la guarda; Ruy Gómez de Silva, sumiller de Corps, don Juan de Benavides, de la Cámara, y después fue marqués de Cortes; don Fadrique de Toledo, el marqués de Vergas, don Juan de Acuña, que fue conde de Buendía, mayordomos del príncipe; el conde de Olivares, el marqués de las Navas, don Diego de Acevedo, Gutierre López de Padilla, don Pedro de Córdova, hermano del duque de Sesa; don Diego de Córdova, primer caballerizo; el duque de Medinaceli, el marqués de Aguila, el marqués de Pescara, el conde Chinchón, el conde de Módica, el conde de Saldaña, el marqués de Valle, don Hernando de Toledo, hijo del duque de Alba; don Hernando de Toledo, hermano del marqués de las Navas; Garcilaso de la Vega, el conde de Ribadavia, don Luis de Haro, don Pedro Enríquez, que es conde de Fuentes, y otros muchos caballeros hijos de éstos, y otros señoríos principales de España, con cuatro infantes, todos españoles, y con otras treinta naves bien armadas, que don Luis de Caravajal llevaba en retaguardia. Tuvo próspera navegación, y en siete días llegó jueves a diez y nueve de este mes en isla de Huic, y allí surgió aquella noche. Salieron a recibir seis naves inglesas muy armadas y otras de los Estados de Flandres, y el viernes, a los veinte, saltó en tierra en el puerto de Antona, donde llegó en una barca grande pintada de verde y blanco el almirante de Ingalaterra. Salieron con ellos grandes señores españoles, y al tiempo que desembarcaban llegó el conde de Arondala, inglés, y de parte de la reina le dio la bienvenida, y le presentó la Orden de la Jarretera, y el rey se fue derecho a la iglesia con una jarretera ligera, y la que la reina había enviado, que era pesada por la mucha pedrería que tenía, la llevó en un cofrecico don Enrique de Guzmán, hijo del conde de Olivares, uno de los cuatro pajes de cámara que tenía el rey, que hoy día es conde de Olivares. Presentaron asimismo a Su Majestad doce cuartagos ricamente aderezados. Sábado a los veinte y uno desembarcó la demás gente, exceto los marineros y soldados, que mandaron pasar al puerto de Plemua. Llegaron todos los grandes y caballeros 540
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de la reina a besar la mano al que iba para ser su rey. La reina estaba en Vinchestre, cinco leguas de allí. Descansó el príncipe cuatro días en Antona, y al quinto llegó a Vinchestre. Fue derecho sin se apear a la iglesia mayor, en la cual dio gracias a Nuestro Señor por el buen viaje que le había dado. Recibiéronle el obispo y clerecía, con los nobles del pueblo, solemnemente. Y habiendo dejado el hábito de camino y puéstose de rúa, en anocheciendo pasó a palacio, donde estaba la reina acompañada de poca gente, y allí estuvo con la reina tratándose con mucha cortesía y amor. Y cuando el príncipe quería despedirse, en la mesma sala llegó el regente Figueroa, y le entregó una bolsa de terciopelo carmesí, y dentro de ella los privilegios y títulos de la donación que el Emperador le había hecho de los Estados de Italia en favor de este casamiento, y con esto se volvió el nuevo rey o príncipe a cenar retirado aquella noche, y otro día comió en público, y no le servían a la mesa sino los criados de la reina, aunque los españoles no lo llevaban bien, ni el mal tratamiento y hospedaje que los ingleses les hacían, que es ordinario entre gentes de diversas naciones haber pesadumbre, y más cuando los unos van a mandar o tener alguna superioridad en los otros. Había cada día pendencias y muertes, y el rey puso freno a los españoles mandándoles que sufriesen; pero siendo ya las demasías grandes, se vino a enfadar de los ingleses, de manera que los dejó y se volvió a servir de los españoles, queriéndolo así la reina, que era muy aficionada a la nación española. Envió el príncipe a su gran privado Ruy Gómez de Silva, para que de su parte visitase a la reina y la llevase unas joyas que la traía, que serían como de tan gran príncipe. Fueron un collar, unos brazaletes, otra para poner en el copete o frente, que se apreció en cien mil ducados.
- LIII Casamiento del príncipe de España, y reina de Ingalaterra. -Llámase rey de Nápoles don Felipe. -Aclaman a don Felipe rey de Ingalaterra A veinte y cinco de julio, día de Santiago, el príncipe y la reina, riquísimamente vestidos, fueron a la iglesia, que estaba cubierta de colgaduras de gran valor, y cerca del altar mayor, el sitial o cortina donde los reyes habían de estar, y el obispo de Vincestre vestido de pontifical, allí junto, una grada más alto, y junto a él otros perlados de reino, y a los lados de los reyes, los caballeros españoles y ingleses, y los embajadores de príncipes y el embajador del Emperador, que era el conde Egmondio, y otros. Hallóse aquí el regente Figueroa con una carta del Emperador o privilegio escrito en latín con el sello imperial pendiente, en la cual renunciaba en el príncipe su hijo el reino de Nápoles y le hacía título de él, de suerte que desde este día se llamó y fue rey 541
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de Nápoles y duque de Milán. Declarólo al pueblo en la lengua inglesa y en voz que todos lo pudiesen oír. El obispo preguntó luego a los reyes si eran contentos de casarse, como entre ellos estaba concertado, y hechas las solemnidades acostumbradas en semejante acto, les tomó las manos, y en acabando de decir la misa pusiéronse al pie del altar cuatro reyes de armas, vestidos con sus cotas reales, y en lengua latina, francesa y inglesa, dijeron en voz alta: Felipo y María, por la gracia de Dios rey y reina de Ingalaterra, Francia, Nápoles, Jerusalén, Escocia, defensores de la sacra y católica fe, príncipes de las Españas y Sicilia, archiduques de Austria, duques de Milán, de Borgoña y Brabante, condes de Hanspurg, Flandres y Tirol, etc. Acabada la misa ofrecieron a los reyes bizcocho y vino, de lo cual todos cuantos allí estaban, nobles y plebeyos, tomaron lo que quisieron. Luego el rey tomó de la mano a la reina y la fue así acompañando hasta el palacio real. La reina estaba vestida a lo francés y tenía en el pecho un diamante de increíble grandeza y hermosura, que todo lo había bien menester para suplir la que le faltaba. Esta joya la había enviado el rey su marido desde España con el marqués de las Navas, como dije. En una gran sala de palacio estaban puestas siete mesas grandes, de las cuales la que era para los reyes era menor y estaba levantada cuatro gradas. Comió con los reyes a su mesa el obispo que los había velado. Acabada la comida, el rey y la reina tomaron sendas tazas, y el rey brindó a todos los caballeros ingleses, y la reina a los españoles que habían comido en las seis mesas. Y con esto se acabó la comida, y salieron a ver las fiestas, que duraron el día todo y parte de la noche. Dejaremos así a los recién casados, por volver a lo que queda arrasado de las guerras de este año.
- LIV La guerra que hubo en Picardía. -Lugares que el rey tomó cerca de Mariemburg. -Julián Romero, valiente español. -Duque de Saboya, general de campo imperial, sale a resistir al francés. -Braveza del rey Enrico. -Destruye los lugares de Henaut. En este año anduvo la guerra muy viva en Sena, como la dejo contada. Húbola en Picardía y en el Piamonte, como lo diré aquí, y comenzaré por la de Picardía, la cual comenzó el mariscal de Francia San Andrés, que a diez y nueve de junio fue con parte del ejército francés contra Marienburg, un lugar que la reina María la Valerosa había fortificado y hecho de nuevo y dado nombre, y a veinte y seis de julio, sin disparar un tiro, por pura flaqueza del capitán Martignio que la tenía, se le rindió y entregó. Dice Ponti Heuterio Delfio, que escribió en latín las cosas de Flandres, que en el año de 1560 vió en París a este infame y cobarde capitán, tan miserable, pobre y desechado, 542
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que nadie se preciaba de hablar con él; donde finalmente, el miserable, siendo por justo juicio castigado, murió con suma pobreza, que tal es siempre el fin de los traidores cobardes, que aun el mismo que recibe el beneficio de la traición le aborrece. La otra parte del ejército real, que llevaban el condestable Anna de Montmoransi y Vendoma, partió contra Avenan, tomando otra vez a Treslonio, Glayono y Chiaman, a los cuales todos pusieron fuego. La otra tercera parte del ejército que el rey había juntado, llevaba el duque de Nevers. Fue contra la selva de Advennan, y tomó a Orchimonte, y los soldados que estaban de guarnición desampararon feamente a Villaria, Jedinesio, y los franceses se apoderaron de ellos. Y de esta manera fueron tomando algunos lugares y haciendo las crueldades posibles; y a primero de junio se juntaron las tres partes del ejército y se hizo uno de más de treinta mil infantes, los ocho mil lanzquenetes y otros ocho mil suizos, y seis mil caballos, y mucha y muy buena artillería. Caminó el rey al río Mosa, y púsose sobre Dinan, villa del condado de Namur; combatióla y entróla. Defendíase la fortaleza valientemente, mas era grande el poder del rey, y se hubieron de rendir. Fue preso allí el capitán Julián Romero, que había poco antes entrado con algunos españoles, saliendo a tratar de rendirse, que fue su culpa y poco saber, porque raras veces moran en uno valentía y prudencia, si bien adelante mostró este capitán tenerlo todo, pues fue uno de los nombrados de nuestro tiempo. Saqueóse el lugar. De la otra banda del río Mosa hicieron los franceses otros daños. El Emperador, acometido de un enemigo tan poderosamente, mandó recoger su gente y nombró por general al duque de Saboya, y que juntase el ejército en Namur. Nombró por acompañado del duque a Juan Bautista Gastaldo, varón claro en las guerras de Alemaña y otras partes. A trece de julio partió el rey con su campo de Dinam y llegó a ponerse dos millas de Namur, donde en cada día iba creciendo el campo imperial, y temiéndose el rey de que podían aumentarse tanto las fuerzas del ejército imperial que se viese en algún aprieto, levantóse de ahí y partió para Bins y Marimont, que es una gran fortaleza y casa de recreación que la reina María había hecho en el condado de Henaut, en la cual casa había hermosas huertas de arboledas, y llegando a ellas el rey sacó la espada de la vaina y cortó con ella él mismo algunos enjertos y ramas de árboles, dando principio a la destrución que mandó hacer, cortando y quemando cuanto había, y echando por el suelo las casas reales, queriéndose vengar donde no había resistencia de los enojos que a su padre y a él había dado la valerosa reina María. Destruido Marimont, fue contra Bins, donde la reina también había edificado un suntuoso palacio. El lugar no era fuerte, si bien había en él guarnición que resistió algún tiempo, pero húbose de rendir sin condición alguna.
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Dejaron salir la gente y soldados sin armas, si bien los capitanes y hombres ricos compraron la libertad con muy buen dinero. Luego pusieron fuego al lugar y palacio, que fue una crueldad sin fruto. De esta manera anduvo Enrico por todo el condado de Henaut abrasándolo sin dejar cosa en pie, dejando el francés una triste memoria en toda aquella tierra de su cruel jornada. Sintieron ya que los imperiales los seguían, y marcharon haciendo los mismos daños donde podían. Llegaron los corredores de su campo hasta las puertas de Bergarum, en el mesmo condado de Henaut. Puso el rey su campo en el camino que está en Valencianes y Quesnao, que ya en el campo se sentía falta de bastimentos. Llegaba el duque de Saboya en su alcance ya cerca, y alcanzó al mariscal San Andrés en un arroyo, cerca de Quesnao, cuando pasaba la caballería francesa, y acometiólos, prendiendo y matando algunos, y hiriendo a muchos cogióle casi todo el bagaje. Los demás se acogieron al campo del rey.
- LV Sale el Emperador en seguimiento del rey. -Provoca el Emperador al francés a la batalla. Rehúsala el rey. -Gruesa escaramuza. -Retírase el campo francés, no queriendo la batalla. Revuelven los franceses sobre parte de los imperiales. -Válense valientemente los españoles. Los que en los reencuentros murieron. -El francés deshace su campo, contento con lo que había hecho. -El Emperador se vuelve a Bruselas. -El de Saboya destruye el condado de San Pablo. -Lo que el de Saboya destruyó riberas del río Somona. Tenía ya el Emperador casi todas sus fuerzas juntas, habiéndole venido de diversas partes mucha y muy lucida gente. Salió a toda priesa en seguimiento del rey para darle la batalla donde quiera que le hallase. Supo esto el rey, y hallaba su campo deshecho y cansado por lo mucho que había andado, por lo cual no se atrevió a esperar, antes a largas jornadas se fue retirando en Francia, y en fin de julio se reparó de vituallas y púsose cerca de Cambray el ejército imperial, y llegó a ponerse casi a vista del francés, tomando la ciudad de Cambray, parte donde se pudiesen valer de ella. Temía el rey de venir en rompimiento de batalla, y por esto procuraba alojarse en parte que el Emperador no le obligase a darla. Y segundo día de agosto se le fue retirando, entrando las tierras de Arrás, y haciendo en ellas los incendios y muertes que pudo, como había hecho en el condado de Henaut. De ahí pasó con su campo y púsose sobre Rentin, con que puso miedo y turbación en las tierras del Emperador. Siguióle el campo imperial, y púsose en Marquij, una milla de Rentin. Los franceses batieron reciamente la fortaleza, mas los soldados que dentro estaban, sabiendo que tenían al Emperador cerca, la defendieron esforzadamente.
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Arrimóse más el Emperador al francés, y determinó de tomar un collado que estaba muy vecino al campo francés, en cuya falda barruntándole le armó una celada. Mandó el Emperador que fuesen a tomar este montecillo cinco banderas de la infantería alemana y cinco de españoles arcabuceros con algunos hombres de armas y tiros de artillería, y que el resto del ejército se pusiese en orden en un llano cerca de los franceses. Ellos, impacientes por estorbar esto, salieron de la emboscada y trabaron una gruesa escaramuza, creciendo de continuo el número que iban cargando de un cabo a otro. Salió en ayuda de la infantería imperial Gunteo, conde de Subarth Semburg, con trecientos caballos negros, con cuya ayuda y esfuerzo, muriendo muchos franceses, desampararon el monte o bosque donde se habían metido. Luego se hicieron los imperiales señores de aquel puesto, haciéndose fuertes en él los alemanes y españoles con los trecientos caballos que llevó en su socorro el conde. Los campos imperiales y franceses, puestos en orden como si se hubieran de combatir, estaban mirando la escaramuza de los suyos, y dando muestras de quererse dar la batalla. Mas como los franceses se vieron echados del montecillo sobre que tanto habían peleado, dejando a Rentin y echando delante la artillería y bagaje, y en su seguimiento la infantería, a toda priesa comenzaron a marchar, quedando la caballería en retaguardia, haciendo espaldas al campo que caminaba. Avisólos un fugitivo que del campo imperial se les pasó, que eran muy pocos los que estaban en aquel montecillo; pensaban los franceses que la mayor parte de los imperiales se habían hecho fuertes allí, y con el aviso que el fugitivo les dio volvieron del camino a dar en ellos toda la caballería francesa, con más una legión de alemanes. Acometiéronlos con un ímpetu francés, y hicieron huir al conde Subarth Semburg, capitán de los trecientos caballos, y dieron luego en el conde Nasau y los suyos, que por el mucho calor que hacía estaban desordenados. Los españoles, cuyo capitán era Alonso de Navarrete, por su gran ligereza, sin perder el orden, jugando con mucha destreza de sus arcabuces, se defendieron valientemente en el soto; los demás, antes que del ejército imperial pudiesen ser socorridos, fueron rotos con muerte de muchos; de suerte que los que acababan de vencer quedaron vencidos; y hecho este daño, ya que se pasaba el día, la caballería francesa volvió en seguimiento de su campo, que iba marchando, sin tocar atambor, dejando en el camino algunos tiros gruesos de artillería por no se detener a reparar los carros que se habían quebrado. La pérdida de ambas partes casi fue igual, porque de dos veces que se toparon, en la primera fueron los franceses rotos y muchos muertos en la revuelta que hicieron; vengáronse bien por ser ellos doblados y coger a los imperiales sin orden ni cuidado.
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Acabárase este día con los franceses si la infantería del conde Nasau peleara y los entretuvieran hasta que la caballería imperial llegara, o si al principio se atrinchearan con los carros y otros reparos donde la infantería española se metiera y hiciera fuerte, y detuviera a los caballos franceses, valiéndose con estos reparos del ímpetu de los caballos. Murieron de ambas partes en los encuentros que tuvieron. cerca de tres mil personas, y los más fueron de la legión o regimiento del conde Nasau, que por andar sin orden se perdieron. Llevaron al rey las banderas que les ganaron, mas no la artillería, antes perdieron de la suya, porque huyeron en haciendo el salto. Ya sé que Paradino, coronista francés, dice lo contrario, y ellos celebran esta victoria, y en Francia la regocijaron, y no me espanto; que, como nunca la alcanzaron del Emperador, contentábanse con poco. Este autor escribió la vida de Enrico segundo en francés, y en latín la puso en epítome Comerio. Hay algo de falta en las historias francesas, por faltarles algo de la verdad y elegancia. No quiso el rey esperar más, sino a largas jornadas llegó a Abbevilla, de ahí a Ambiano, y últimamente a Compiegne, donde en fin de agosto despidió los suizos y casi todos los alemanes, y él metióse en Francia; la demás gente puso en presidios, dando parte de ella a Vandoma, gobernador y capitán general de Picardía. El Emperador, por la poca salud que tenía, entregó el ejército al duque de Saboya, su general, y volvióse a Brusellas. Pasó el duque el río Authia en seguimiento de los franceses, y tomó la fortaleza de Auchiaca, y pasando el río Somona, que divide la tierra de Arrás de Picardía, tomó y quemó a Dampterra, Durthiam, Machium, Mantinaum, San Riquerio y otros muchos lugares de la ribera del río Authia, volviendo el ejército al condado de San Pablo, y de ahí a Mostreulio y Dorlan, quemó y destruyó todos los lugares de aquella comarca, y comenzóse la reedificación y fortificación de Hesdin entre unos pantanos, mucho mayor y más fuerte que nunca estuvo. Reparó aquí el duque con todo el ejército imperial hasta que se acabó la fortificación. Acabada esta obra, volvió a pasar el Somona y entró por Picardía abrasando y consumiendo todo lo que la vez pasada había dejado en pie, y fue tan grande el estrago y crueldad que en venganza de la que el rey Enrico había usado con los de Henaut y Arrás, ejecutaron los imperiales en aquellos desventurados picardos, que en medio del día el humo que salía de los fuegos con que abrasaban los lugares escurecía el sol, y en grande distancia de tierra no parecía si no la misma noche muy oscura, y no lo podía remediar Vendoma, si bien andaba en seguimiento del ejército; pero de lejos, como quien teme al más poderoso, y algunas veces si se desmandaba en acercarse algo, le castigaban de manera los imperiales, que no osaba parar en tres ni cuatro leguas del ejército. No dejó el duque de Saboya lugar ni aldea en todas las riberas del río Somona, hasta llegar a Cambray, que no los abrasase. Esta manera de guerra de los unos y de los otros cierto que era más inhumanidad que valentía, pues 546
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hacían tantos males a los pobres inocentes, que no habían dado causa para ellos; han de pagar los súbditos los enojos de sus reyes. Era ya mediado diciembre cuando el ejército llegó a Cambray, y aquí se despidió la caballería y los regimientos alemanes, y a los flamencos pusieron en las fronteras de aquella tierra con las de Francia, y lo mismo hizo Vendoma de su gente, porque ya el tiempo no sufría andar en campaña.
- LVI La guerra que hubo en el Piamonte. -Don Alvaro de Sandi, valiente español, fatiga al francés. -Cerca el francés a don Alvaro en Valfanera. -Gómez Juárez de Figueroa socorre a don Alvaro. -Don Alonso Luis de Lugo. Por no haber sido la guerra del Piamonte de tanto momento como la de Picardía, diré brevemente algo de ella en fin de este libro. El Emperador envió a llamar por el mes de marzo de este año a don Hernando de Gonzaga. Partió para Flandres, y dejó en su lugar por capitán del ejército, en el Piamonte y Lombardía, a Gómez Juárez de Figueroa, que era embajador en Génova, y fue a residir en el Casal de Montferrat. Don Alvaro de Sandi quedó en Valfanera con la infantería y caballería, el cual, sin descansar, no cesaba de dar asaltos y trabar escaramuzas con los franceses que estaban en el Piamonte con su general monsieur de Brisac, y de tal suerte los trataban, que con ser señores de casi todo el Piamonte, no podían sufrir una sola fuerza que los imperiales tenían, y queriendo Brisac echar de allí los españoles, los cercó en Valfanera, y les tomó los caminos para que no pudiesen ser socorridos. De suerte que don Alvaro de Sandi se vió apretado, porque ya le faltaban los bastimentos y no tenía sino pan de salvados, y de ello no daba más que ocho onzas a cada soldado para cada día, y alguna carne de caballos que comenzaban a matar. Avisó al embajador Gómez Juárez de Figueroa, pidiéndole socorro, y el embajador juntó en Aste la gente que pudo, y martes a cuatro de setiembre partió de Aste con el ejército y llegó a Villafranca, siete millas de Aste, donde los franceses habían hecho un fuerte, y con la voz de que venía el ejército imperial se habían retirado y desamparado todos los fuertes que habían hecho. Entró Gómez de Figueroa en Valfanera, y abastecióla de vituallas y municiones. Detúvose en ella catorce días; sacó a don Alvaro y la gente de guerra que con él había estado, y puso en su lugar al capitán Retuerta con tres compañías de españoles, y tres de italianos, y dos de alemanes, y a los diez y ocho de setiembre tornó a Aste, y a veinte y tres del dicho mandó volver la gente a los
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presidios, de donde la había sacado, y los alemanes que de Valfanera habían salido envió a Valencia del Po, y él, con su guarda, tornó a Casal, y cerca de Aste, donde Brisac se atrevió a llegar corriendo la tierra. Don Juan de Figueroa, capitán de la caballería, salió con seis compañías de a caballo, y el maestre de campo don Manuel de Luna, con cantidad de arcabucería española, se toparon con los franceses, y les dieron tal carga que, como venían cansados del camino y los españoles salían de refresco, prendieron más de ciento y cincuenta caballos ligeros y otros cincuenta hombres de armas, y rescataron al capitán Juan Bautista Romano y otros soldados que en esta correría habían preso. No descansaron las armas en Córcega tampoco este año entre franceses, cuyo capitán era monsieur de Termes, y genoveses, a quienes ayudaba el Emperador con dineros y soldados españoles, de los cuales fue coronel don Alonso Luis de Lugo, adelantado de Tenerife, y viniendo este monsieur Pablo de Termes en socorro de Pedro Strozi en la guerra de Sena, se topó con el Fadrique Colona, y le rompió y ganó en una batalla diez y siete banderas francesas.
Libro treinta y dos Año 1555
-IMuerte de la reina doña Juana, en Tordesillas, a once de abril, en edad de setenta y tres años. Comenzaré este año por muertes de príncipes; que ninguno de los reyes tiene más en esta vida, ni es de mejor condición en lo que a esto toca que un pobre labrador o mendigo. La reina doña Juana, señora proprietaria de estos reinos y madre del Emperador, enviudó, como vimos, por muerte del rey don Felipe, su marido, año 1506, siendo de edad de veinte y siete años. Y habiendo estado poco menos de cincuenta viuda en la villa de Tordesillas, falta de juicio, si bien con continua salud del cuerpo, siendo ya de edad de setenta y tres años enfermó
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gravísimamente en el principio de este año, y fue tan grande el trabajo que se tuvo con ella para que se dejase curar y quisiese comer, que he visto cartas que el marqués de Denia escribió a la princesa y a otros, en que se lastimaba mucho del gran mal que la reina tenía, y cuán impaciente y furiosa estaba, y que de día y de noche no hacía otra cosa sino dar voces, con que a todos sus criados traía fatigados y con pena, y el bueno del marqués que lo sentía grandemente. Duróle este mal desde enero hasta once de abril. Y Dios que la tenía guardada para sí, a lo que podemos creer por su infinita misericordia, pocos días antes que la llevase de esta vida le dio muy diferentes sentidos y juicio de lo que hasta allí había tenido. Y a los once de abril, jueves de la Cena en la noche expiró, hallándose a su muerte el padre Francisco Borja, aquel duque ejemplar de Gandía,que dejando sus estados ricos y nobles, tomó el estado y vida de los jesuita, que el vulgo llama teatinos. Escribió una carta al Emperador en que decía que con un correo que a diez de abril había despachado el marqués de Denia dando cuenta a Su Majestad de la indisposición de la reina, hiciera relación de la merced que Nuestro Señor hizo a Su Alteza en su enfermedad, por haberla dado, al parecer de los que se habían hallado presentes, muy diferente sentido en las cosas de Dios del que hasta allí se había conocido en ella, y que el contador Arizpe daría más particular cuenta, como hombre que siempre tuvo mucho cuidado del bien espiritual de Su Alteza, y que tanto había trabajado para que se pusiesen todos los medios para traerla en el recuerdo de Dios Nuestro Señor; que daba muchas gracias a la Majestad divina por la satisfacción que a todos estos reinos quedó del buen fin que Su Alteza hizo, cuyas últimas palabras, pocas horas antes que expirase, fueron: «Jesucristo crucificado sea conmigo.» Y el marqués de Denia escribió al Emperador diciendo lo mismo, enviando con este despacho a Juan Pérez de Arizpe, contador de la reina, y dice que lo envía para que en particular diese cuenta a Su Majestad del católico fin de la reina, como por muchas cartas lo había escrito. Y junto con esto, para que representase a Su Majestad la suma pobreza con que la reina había muerto, y quedaban sus criados, que era tan gran lástima, que por no dar pena a Su Majestad, no lo decía en particular, y por no desampararlos no iba él en persona a suplicar por el remedio de todos ellos. Y lo mismo escribió al Emperador la princesa de Portugal, su hija doña Juana, que gobernaba estos reinos, y a su hermano el príncipe don Felipe, rey de Ingalaterra; y al arzobispo de Sevilla, inquisidor general, escribió lo mismo. Luego que el Emperador supo la muerte de la reina su madre, le hizo las honras funerales que su grandeza merecía en Bruselas, donde le llegó la nueva,
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y en Brabante. Y lo mismo hizo el rey don Fernando, que estaba, como diré, en la Dieta de Augusta. Residían en Valladolid la princesa doña Juana, gobernadora de estos reinos, y el príncipe don Carlos, los cuales hicieron las honras reales solemnísimamente en San Benito el Real, de esta ciudad, como en casa suya propria. El príncipe estuvo con luto, y con todos los grandes y Consejos en lo bajo de la iglesia, junto al túmulo. La princesa, en el coro alto, que no quiso ser vista ni mostrarse en este acto funeral en público, por mostrar mayor dolor por la muerte de su abuela, cuyo nombre tenía puesto a su devoción.
- II [Mala voluntad del nuevo Pontífice.] También murió este año, sábado a 23 de marzo, el papa Julio, III de este nombre, varón santísimo y de muy sanas entrañas y católicas intenciones, habiendo tenido la Silla Pontificial cinco años cumplidos. Sucedióle en la Silla Marcelo, II de este nombre, y semejante en la virtud y santidad cristiana a los muy santos de sus antecesores. Logróse poco, porque no vivió más de veinte y dos días después que fue puesto en la Silla, con grandísimo dolor de los que le conocían, porque se esperaban de él grandes cosas y muy importantes al bien de la Cristiandad en la Iglesia. Sucedióle en el Pontificado Paulo IV, que se llamó el cardenal Teatino, Juan Pedro Garrafa, de nación napolitano, hombre que antes de llegar al Pontificado tuvo nombre de un santo, y siendo arzobispo de Tieti renunció la dignidad y se retiró a hacer vida solitaria, y aún dicen que fue monje benito y que tomó el hábito de esta religión en el monasterio de San Severino, de Nápoles, y después de colocado en la Silla Pontifical, con ser viejo de más de ochenta años, se revistió de un espíritu tan recio y bravo, que se tomó con el Emperador y con su hijo el rey don Felipe, y les movió guerra, confederándose con sus enemigos, y sacó de aquellas cenizas de su viejo pecho unas brasas de cólera y indignación contra las cosas de estos dos príncipes, que parece quiso vengar las pasiones antiguas de Nápoles en el levantamiento que hubo siendo virrey don Pedro de Toledo. Veremos aquí algo de esta pasión, y comenzará con ella el que escribiere la vida del católico rey don Felipe, II de este nombre. Avisaron al Emperador de la mala voluntad del nuevo Pontífice don Juan Manrique de Lara, su embajador, y don Juan de Acuña Vela, que por estar sin salud don Juan Manrique hacía este oficio, y Marco Antonio Colona, y Julián Cesarino, y otros que secretamente se congregaron en casa del cardenal Santa
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Flor, y que esta eleción de Paulo no había sido legítima, por muchas causas, y que sería bien ponerse en ello y deponerle. A lo cual respondió el Emperador que, pues en ella habían concurrido tantos cardenales, no convenía alterar la Iglesia, y si bien ellos y otros insistieron en que para poner freno a la mala voluntad del Papa, que cada día iba descubriendo en las cosas del César, convenía poner duda en su elección y amenazarle con el Concilio; el Emperador no lo consintió ni dio oídos, antes mandó a don Juan Manrique que de su parte y de la del rey su hijo le visitase y diese el parabién de la suprema dignidad en que Dios le había colocado, y que holgaría Su Majestad que a su sobrino don Carlos Garrafa honrase y favoreciese, y a sus deudos, y que las cosas en que don Carlos había deservido a Su Majestad, las tenía olvidadas, que eran mocedades de que no se había de hacer caso, y que así le podía dar su capelo: lo cual el Papa hizo luego con ser su sobrino, no merecedor de él, sino muy indigno y que había alterado y revuelto a Nápoles, y así andaba huido de él, sirviendo contra el Emperador a franceses, que los príncipes, si bien poderosos, han de saber disimular a veces, y es acto de suma prudencia. El Papa, que por su larga edad y experiencia la debiera tener, no usaba de ella, antes entró con unos bríos más que verdes, de querer sublimar la Silla Pontifical no menos que con las armas, quitando todo lo que los príncipes seglares tenían usurpado de su patrimonio. Pensamientos por cierto ajenos de su edad, y que le pusieron en harto trabajo, y al Emperador dieron pena; porque sus deseos ya no eran de guerras y jamás lo fueron con los pontífices, sino de venerarlos como se les debe.
- III Dieta en Augusta. Preside en ella el rey don Fernando. Ya que he acabado con los muertos, diré ahora algo de lo que hicieron los vivos. Tenía mandado el Emperador que para principio de este año se juntasen en Augusta los príncipes y ciudades del Imperio para tener Cortes o, como ellos dicen, Dieta, en la cual se pensaba hallar. Esto no fue posible, por la guerra que tenía trabada con Enrico, rey de Francia; por sus grandes enfermedades, que le tenían tan impedido y acabado, que casi ya no era hombre, con unas melancolías mortales, que no se dejaba ver ni tratar de nadie. Dio la presidencia de esta Dieta a su hermano el rey don Fernando, el cual propuso allí a los Estados el deseo grande que la majestad del César tenía de ver puestas en sosiego y paz las cosas de la religión en Alemaña, y rogó a los príncipes encarecidamente tratasen entre sí de la forma que para esto se podría 551
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tener. Que si bien era así, que el verdadero camino para conseguir esto era la conclusión del Concilio que tantas veces se había comenzado, que por entonces no se hallaba medio para volver a él, todavía debían buscar otro razonable camino para venir a lo que tanto debían desear, y que si les pareciese que se tornase a comenzar el Concilio, que de su parte y de la del César, su hermano, se haría todo lo posible, hasta darle el fin y conclusión que tanto convenía. Detuviéronse sobre este punto algunos días, y resolviéronse en que de allí adelante, sobre las cuestiones de la religión, ninguno hiciese a otro guerra, y que ni el Emperador ni sus amigos pudiesen molestar a los protestantes de la confesión Augustana, ni ellos pudiesen faltar en su servicio, quedándoles su libertad para poder gozar del ínterin en lo tocante a la mesma confesión Augustana, con tanto que las otras sectas diferentes, pareceres y opiniones quedasen fuera de esta paz y capitulación. De esta manera se ordenaron algunas cosas que no tocan a esta historia; sólo digo que con esto, si bien no fue muy favorable para la parte de los católicos, quedó Alemaña razonablemente compuesta, y se remediaron algunos desafueros y males que de la discordia entre ellos había cada hora.
- IV Vuelven a las armas imperiales y franceses. Júntanse para concordar los príncipes. Habían estado quedos los capitanes fronteros imperiales y franceses lo que duró el invierno; mas luego, como abrió el verano, volvieron a las armas con el mismo coraje que las habían usado el año pasado. El mariscal de Francia, monsieur de San Andrés, entró por el condado de San Pablo haciendo los daños, muertes y incendios que podía. Corrió toda aquella tierra y la de Arrás, procuró impedir la fortificación que se hacía en Hesdin, mas no salió con ello, y así volvió contra Cambray, destruyendo los campos; tomó a Cambresi y destruyólo, matando los que en él estaban de guarnición. Apoderóse de otros lugares del marquesado de Montferrat. Por manera, que por ser esta banda, entre franceses y flamencos no había otra cosa sino fuego, sangre, muertes, robos y estragos infernales, que los unos contra los otros hacían sin piedad ni respeto de que eran cristianos, ni aun hombres de razón; tanto ciega una pasión desordenada. Para dar fin a tantos males y tomar algún medio de concordia entre los reyes, se juntaron en Maré, que cae entre Artois, Calés y Gravelingas, por parte del Emperador: don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli; Antonio
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Perresin, obispo de Arrás, y los presidentes Viglies y Briarre; y por parte del rey de Francia: el cardenal Carlos de Lorena y los obispos de Vanes y Orleáns, y Carlos Marillas y Claudio de Aubespina, secretario del Estado, y estaba también el cardenal Reginaldo Polo, inglés, como legado del Papa, y que procuraba mucho por las paces. Detuviéronse en esta junta hartos días, sin conclusión alguna, y así quedaron las cosas en el ruin estado que antes estaban, y volvieron a ejecutar las armas con el mismo rigor que antes.
-VFortifica el francés a Marienburg para embarazar con el Emperador. -Los españoles rompen a los franceses. Temíase el rey Enrico de que el Emperador, aunque viejo, enfermo y cansado, irritado había de dar sobre él con todas sus fuerzas, quiso atajarle los pasos fortificando a Marienburg y Masseria, y puso en ella muy buena guarnición, basteciéndolas de vituallas y municiones todo lo que pudo. Andaba por esta parte Martin Van Rosen con un buen ejército, al cual los franceses temían, porque era un capitán valeroso, experimentado y sagaz, como en esta historia se ha visto, y el Emperador hacía mucha confianza de tanta, que no faltaban émulos envidiosos, cuales la virtud suele tener. El duque de Saboya fortificó a Ghibeya, ribera del río Mosa, haciéndola casi inexpugnable, y púsole nombre a esta fortaleza Carolomonte, digna memoria del Emperador Carlos V. Intentó el francés impedir esta obra, mas el duque estaba tan poderoso, que los hizo estar a raya. Aquí en Carolomonte murió el capitán Martín Van Rosen, señor de Pourroie, digno de nombre y larga memoria por sus hechos y por la lealtad y amor con que sirvió a su príncipe, después que en Dura lo recibió en su gracia. Díjose que le habían dado veneno en una paloma cocida (que era muy amigo de comerlas), con envidia de la merced que el Emperador le hacía. Vino en su lugar al ejército Guillermo Nassau, príncipe de Orange, el cual acabó de fortificar Carolomonte, fue contra el castillo de Fragnolio y tomóle por fuerza, y echólo por el suelo y levantó otro en el lugar de Saltorio, sitio arriscado, y lo hizo muy fuerte, y dióle nombre Felipovilla, en gracia del rey don Felipe, hijo del Emperador. Hiciéronse otros dos fuertes en el condado de Henaut y de Namur, a la raya de Francia, en un monte o selva que llaman Arduenna, y deshicieron a Marienburg, y como los franceses viesen que no eran parte para impedir estas obras, intentaron tomar a Saltorio y Chimao, y pasaron contra el nuevo
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Hesdin, amenazando a los de Arrás; pero los españoles que estaban en la guarnición de Hesdin y en otros presidios vecinos, se juntaron, y armaron a los franceses una celada, en la cual cogieron toda la caballería y les dieron tal mano, que mataron la mayor parte de ellos y prendieron otros, y escaparon muy pocos.
- VI Abrásanse en guerras franceses. -Flamencos destruyen los campos. -Rompe Orchimont a los franceses. Deseando vengar este daño monsieur de Humerio, gobernador de Perona y general de aquella frontera, y Jallayo, capitán de los aventureros, que siendo llamados del rey son obligados a seguirle a su costa en la guerra cuatro meses del año, acometieron a los de Arrás y corriéronles la tierra, haciendo gran presa de los rústicos y ganados. Salió contra ellos Maximiliano Melunio, vizconde de Granden y gobernador de Arrás, con la gente que tenía de guarnición en Arrás; mas como vio la multitud de los franceses en que era tan desigual, volvióse a la ciudad. Estaba en Baupama monsieur de Orchimon; salió con toda la caballería que pudo juntar, y recogió los rústicos labradores de la comarca y armólos como pudo, y púsoles encubiertos en lugares estrechos por donde los franceses, cargados de su presa, habían de pasar, dándoles a esta gente capitanes diestros que los gobernasen. Los labradores tomaron las armas muy de gana, por la que tenían de cobrar sus haciendas que los franceses les llevaban, y vengar las injurias que de ellos habían recebido. Volviendo, pues, los franceses cargados de grandísima presa y sin pensamiento de hallar la tierra tan armada, el señor de Orchimont les puso aquélla de manera que los acometieron por los dos costados, y otros por las espaldas. El, con la caballería, se les puso delante, y de tal manera los apretaron y pelearon los labradores, que en breve espacio los rompieron y mataron a muchos, huyeron muy pocos, cobraron toda la presa y quedaron presos los dos capitanes, Humerio y Jayllio o Jallao, malamente heridos, con otros nobles franceses, y perdieron más de mil.
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- VII Don Hernando de Gonzaga, señalado en esta historia por su gran valor y hechos. Las guerras que con Enrico, rey belicoso de Francia, se hicieron en Picardía, Lombardía y Piamonte, si bien Felipe, rey de Ingalaterra, tenía la investidura y títulos de Nápoles y Milán, por orden del Emperador se hacían, que era rey de España, y con sus dineros y gente, nombrando él los capitanes, que nunca el Emperador alzó la mano del gobierno de todos sus reinos, hasta que de todo punto los dejó y se vino al monasterio de Yuste, como presto veremos. Digo esto por haber visto un pedazo de historia compuesta de diversas relaciones mal ordenadas, donde la guerra del Piamonte entre imperiales y franceses la cuentan con título de historia del rey don Felipe, que si lo fuera debía de contar otras mil cosas que pasaron estos años. Digo, pues, que con la misma rabia y furor que en Picardía se hacían la guerra imperiales y franceses, se trataban, mataban y destruían en el Piamonte, corriéndose la tierra unos a otros, procurando con ardides tomarse los lugares y fortalezas. Unas veces prevalecían unos, y los que se veían inferiores encerrábanse en sus fuertes y dejaban la campaña, no habiendo jamás entre ellos jornada que llegase a todo rompimiento. Viernes primero de marzo de este año de 1555, a las veinte y dos horas, partieron los franceses de Sancial, que es a veinte millas de Casal. Iban con esta gente monsieur de Monen, monsieur de la Mota Gondrin, monsieur de Salvason, gobernador de Veruga, y el gobernador de Cortamilla; serían por todos hasta mil franceses, y con voz de que iban a la escolta caminaron toda la noche hasta junto a Casal, y con barcas, que al llegar ya estaban aparejadas, pasaron por el Po, y con cuatro escalas por la parte de la roqueta, entraron sábado de mañana, a las diez horas, que son dos horas antes del día. Y el embajador Gómez Juárez de Figueroa, que estaba dentro, y don Juan de Guevara y otros españoles y alemanes, viéndose así salteados, se recogieron al castillo, y don Ramón de Cardona y el conde de Valencia se salieron por la muralla y se fueron a Aste. Había el Emperador enviado a llamar a don Hernando de Gonzaga, porque dieron contra él a Su Majestad muy malos memoriales de quejas y cargos que le imponían, y como la guerra andaba tan viva en el Piamonte y del Papa no se tenía mucha satisfacción, quiso el Emperador poner en Italia un capitán de quien se tuviese entera satisfacción, que tendría manos para todo, y dio el gobierno de Milán y Nápoles a don Hernando de Toledo, duque de
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Alba, con poderes amplísimos, para lo que era de gobierno y de guerra, con seiscientos mil ducados, los ciento y sesenta mil luego, los demás librados en España, y alguna caballería alemana, y que en Milán se hiciesen armas, artillería y municiones. Partió el duque de Flandres a grandes jornadas para Lombardía, y entró en Milán a trece de junio. Y este mesmo día que el duque entró en Milán, monsieur de Brisac, general en el Piamonte, con el ejército francés, había tomado la tierra y castillo de Poma, y la de San Salvador, y vino sobre Valencia, estando en ella Gómez Juárez de Figueroa, y el marqués de Pescara, y don Alvaro de Sandi, con una parte del ejército, y salieron en campaña; y hubo entre ellos grandes escaramuzas, en las cuales perdieron los franceses, y se hubieron de retirar.
- VIII [Entrada del duque de Alba en Italia.] El crédito con que el duque de Alba entró en Italia fue tan grande, que a muchos causó temor, y a los franceses puso en cuidado no pequeño para defenderse de un capitán de tanto nombre. Y monsieur de Brisac, general francés en el Piamonte, envió a pedir al rey de Francia le ayudase con nueva gente para ponerse con más fuerzas y tentar fortuna si fuese posible romper el primer ímpetu del duque de Alba para hacerle caer de su opinión. Juntó Brisac su ejército en Casal, y una noche quiso romper la puente que había de barcas en el río Po junto a Valencia, para que Gómez Juárez de Figueroa perdiese la esperanza de poder socorrer este lugar, y deshacer dos tercios de infantería española que estaban alojados de la otra banda del Po, pareciéndole que con esto embarazaba al duque, para que no hiciese fuerte de nombre y que perdiese el que tenía. El rey de Francia Enrique, viendo que por los Países Bajos el Emperador no le hacía guerra de consideración, más de la que tengo dicha, que era abrasar los campos y lugares, aparejaba un ejército poderoso para enviarle en Italia. Monsieur de Brisac sacó de los presidios de menos importancia la gente que pudo, y juntó hasta catorce mil infantes, y tres mil caballos, y una noche a buena hora envió ocho barcas cargadas de arcabuceros, para que rompiesen la puente de Valencia, llevando los aparejos necesarios para este efecto, y que, rompida, se pusiesen los arcabuceros a la parte de Valencia, estorbando que no pasen barcas con gente que pudiese socorrer a los españoles. Y que monsieur de Brisac, parando por debajo de Casal la fente que allí había, fuese sobre los dos tercios, cuyos maestros de campo eran Sancho de Mardones y don Manuel de Luna, juzgando que si deshacía esta gente el duque de Alba, no 556
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tendría fuerzas, y el embajador Gómez Juárez de Figueroa desampararía a Valencia, que estos y otros designios tuvo el capitán francés en esta empresa. Los cuales se entendieron por los apercibimientos que hizo, y Gómez Juárez ordenó que don Lope de Acuña, caballero natural de Valladolid, capitán de caballos ligeros, con su compañía y la del capitán Jorge Zapando Albanés, que también era de caballos, y dos de infantería italiana del conde de Valencia, se metiesen en Poma, lugar poco fuerte, entre Casal y Valencia, para cortar el camino a los franceses y hacer espaldas a Valencia. Y temiendo don Lope que le viniese a cercar el ejército francés, por no verse en lugar donde se podía hacer tan poca resistencia, cada noche salía con la caballería a la campaña, dejando dentro la infantería, poniendo centinelas hasta el burgo de San Martín, y así pasaba malas noches a caballo y armado, porque los franceses no le cogiesen descuidado, y como la noche en que monsieur de Brisac envió las barcas para romper la puente fuesen vistos de las centinales de don Lope de Acuña, dispararon dos arcabuces (que era la señal que se les había dado) y fue un caballo ligero a decir lo que pasaba. Y luego llegaron hasta treinta caballos, y dando en dos centinelas preguntaron los unos a los otros quién vivía, y conociendo que eran franceses, quedándose una centinela, la otra fue a todo correr del caballo a dar aviso, que causó alteración en los franceses irse el uno y quedar el otro, y recelándose que estuviese allí toda la caballería de Valencia, volvieron a buscar su gente, que eran hasta trecientos caballos, con cien arcabuceros a caballo, que monsieur de Brisac enviaba a Valencia para que a un tiempo tocasen armas a la villa, y con la turbación no acudiesen a defender la puente, y los que iban tuviesen lugar de desbaratarla, y creyendo los treinta caballos franceses que en aquel paso de las centinelas los esperaba la caballería de Valencia, se volvieron a su ejército, que estaba en Casal. Don Lope de Acuña, juntando su caballería, envió la compañía de albaneses a gran trote a avisar a Valencia de las barcas que iban por el Po, y mandó que en una torre de Poma se hiciesen grandes fuegos y ahumadas, avisando que era grande el número de gente que iba, y el mismo don Lope fue con su compañía, haciendo espaldas a los albaneses. Entendido en Valencia lo que pasaba, dispararon dos piezas de artillería, para que los españoles estuviesen sobre sí, y los de Valencia acudiesen a la defensa de la villa y puente. Los franceses, viéndose descubiertos, acordaron de volverse por tierra dando con las barcas al través, por la dificultad de subillas contra la corriente del río. Y siendo ya de día salió don Alvaro de Sandi con alguna gente. Y viendo las barcas con una invención de molino que venía en ellas, desamparadas, corrió la ribera y prendió ciento y cincuenta franceses, que halló derramados, y con ellos se volvió a Valencia.
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- IX Frustrado Brisac del primer intento, va sobre los españoles de Brema y Sartirana. -Avisan dos villanos de una emboscada francesa. Monsieur de Brisac, sentido del mal suceso, acordó de ir sobre los dos tercios españoles, que estaban sobre Brema y Sartirana, y deshacellos con las dos compañías de caballos de don Lope de Acuña, y levantando su campo se fue a alojar a Gerola, milla y media de Poma. Y la noche antes Gómez Juárez había enviado al teniente de don Antonio de Tejeda con veinte celadas para tomar lengua de lo que los franceses hacían, el cual a boca de noche fue a Poma a ver lo que sabía don Lope de Acuña, y lo que le aconsejaba que hiciese, y con esto pasó la vuelta de Casal. Otro día por la mañana el teniente de la compañía albanesa avisó a don Lope que la vuelta de Casal se sentían muchos arcabuzazos, y que debía de ser el teniente de don Antonio de Tejeda que escaramuzaba con los franceses, y yendo a gran priesa a socorrerle llevando consigo cien infantes arcabuceros que dejó en lo alto de una cuestecilla o cerro, para que si la mucha caballería que había en Casal le cargase, le amparesen, y pasando adelante vio un tropel de hasta veinte y cinco caballos que a su vuelta venían al galope, y ochenta que los seguían a gran priesa, y creyendo que eran los caballos de la compañía de don Antonio de Tejeda, se apresuró para socorrellos; pero vio las banderas blancas con cordones leonados, que era seña francesa, y de la compañía de monsieur de Ambila, general de la caballería francesa. Por lo cual mandó apartar sus dos compañías, en que había ochenta caballos y que se pusiesen a los lados, porque ya los franceses iban llegando, y ordenó a los albaneses que si los franceses los cargasen se fuesen retirando muy cerrados, y que él se quedaría para embestirlos por costado, y que al mismo tiempo revolviendo ellos les diesen por la frente, y que esto se hiciese a priesa, antes que llegase en otros escuadrones que va parecían por la campaña, y cine si le acometiesen los franceses ellos hiciesen lo mesmo de embestillos por el costado. Llegando, pues, los franceses y reconociendo las casacas verdes (que era la librea de la compañía de don Lope de Acuña), dejándolos fueron sobre los albaneses, los cuales, yendo muy cerrados sin dejar su paso, mostraron tener poco miedo, porque ya don Lope, bajas las lanzas, iba a embestir los franceses; por lo cual, apartándose los franceses con vuelta redonda, excusaron su encuentro, procurando de ille entreteniendo hasta que llegase su caballería, que habiendo sido avisados desde el principio, iban a gran priesa, no se viendo por aquella campaña sino escuadrones que, levantando gran polvareda, caminaban aquella vuelta, por lo cual los albaneses llevaban con desorden su retirada a Poma. Y como vio don Lope que si dejaban su orden eran perdidos por la mucha gente que llegaba, dejando su compañía a Miguel Díaz de Almendárez y a su 558
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alférez Gonzalo Fernández Montejo, y al galope, atravesó su escuadrón al de los albaneses para irse con ellos. Y saliéndole al través dos franceses sin que los viese, el uno le encuentró con la lanza por el lado izquierdo, por entre los espaldazetes, pero sin herirle se quebró presto, y abrazándose con él procuraba de prenderle con el favor del otro francés. Pero don Lope hizo gran fuerza para soltarse, y revolviendo de presto contra el otro francés, no le oso esperar, y así tuvo lugar de llegar a los albaneses, los cuales, juntamente con los españoles, en buen orden se fueron hasta junto a Poma, sin que los franceses (si bien muchas veces lo intentaron) pudiesen rompellos. Y habiéndose roto de ambas partes algunas lanzas, llegaron al pie del collado o cerro, adonde don Lope de Acuña había dejado su arcabucería, que siendo vista de los franceses, no osaron pasar adelante, volviéndose a los suyos, y si bien eran más de trecientos caballos, no llevaron un solo prisionero. Don Lope de Acuña, desde lo alto de la cuestecilla o collado, vio que la infantería y artillería del campo francés hacía alto en Gerosa, adonde aquel día hizo su alojamiento, y que la caballería en nueve escuadrones, en que habría cerca de cuatro mil caballos, pasaba adelante, y acercándose a la cuesta, la cercaron con intención de encerrar aquella caballería y infantería de los españoles en Poma, para que llegando otro día el artillería la tomasen a manos. Había en el campo francés muchos caballos ligeros albaneses, que en su lengua (que pocos de los demás entendían) decían a voces a los albaneses del capitán Zapando, que se retirasen, porque ya caminaba un grueso golpe de infantería a tomalles el paso. Llegaron en esto dos villanos muy sudados, y sin sombreros, que dijeron que desde media noche estaban emboscados en un carcavón que estaba entre Poma y Valencia hasta trecientos caballos, que se pensaba que estaba aguardando a que se retirase don Lope de Acuña con la gente de Poma a Valencia. Nada turbó a don Lope que los enemigos supiesen que tenía esta orden, cuando viese el ejército enemigo sobre sí, porque habiéndosela enviado de palabra el marqués de Pescara con un soldado italiano, conoció que luego la sabrían los enemigos. Pero diole cuidado que estando atajado el paso con tanta caballería, era imposible pasar, porque el carcavón era muy hondo y largo y por los lados con despeñaderos para gente de caballo imposibles de subir, y por medio atravesaba un arroyo hondo, que se pasaba por una puente de fajina angosta, que veinte hombres la podían defender.
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Con este cuidado que don Lope tenía, apartándose con los villanos se informó cómo estaba puesta la gente francesa, lo cual le dijeron muy bien, porque habían sido presos, y aquella noche, estando atados porque pagasen la talla, se habían saltado. Y habiendo pagado don Lope a los villanos el aviso que le dieron, y proveídolos de sombreros y zapatos, envió a decir a Gómez Juárez de Figueroa que si no enviaba al carcavón alguna arcabucería, que echase aquella caballería francesa, él era perdido; y demás desto, ordenó a los soldados que llevaban este recado, que si por caso fuesen presos, dijesen que iban a dar aviso que aquella gente de Poma estaba sin esperanza de salvarse por tierra, que les enviasen barcas para retirarse por el río. Y por otra, envió a don Bernardino de Ossorio para que reconociese siguiendo por debajo de los ribazos, despeñaderos del río, viese si entre ellos y el agua, aunque hubiese de nadar un poco, hallaba paso. Y dejando de cintinela a su alférez Montejo, para que viese los movimientos de la caballería francesa, se entró en Poma, y comenzó a reparar el castillo, por si hubiese de quedarse en él, porque don Bernardino Ossorio le desconfiaba de aquel paso del río. Los cuatro caballos que se enviaron a Valencia, como cada uno iba de por sí, llegaron ayudados de la espesura de los árboles, pasando por entre escuadrón y escuadrón de los franceses. Gómez Juárez de Figueroa, vista la esperanza que daba don Lope de poder salir de Poma, envió a don Manuel de Luna y a Cesaro de Nápoles para que con la arcabucería y alguna caballería ligera echasen los franceses del carcavón, lo cual hicieron, dando a los franceses una gran rociada, y salieron a gran furia como atronados y esparcidos, cada uno por su parte. Viéndolo don Lope de Acuña, teniendo ya cargados los bagajes con gran presteza, y llegado donde estaba Cesaro de Nápoles, se vio en salvo. Hubo este día gran diferencia entre don Alvaro de Sandi y don Manuel de Luna, sobre que don Alvaro, que era maestre de campo del tercio de Lombardía, había apartado tanto la infantería española de Valencia, que dio lugar a que si cargara la caballería francesa la rompiese. A lo cual respondió don Manuel, que, teniendo el carcavón a sus espaldas, era tan dificultoso y fuerte que ninguna caballería, por mucha que fuese, le podía enojar, y que cuando bien llevara infantería yéndose por el carcavón al ojo hasta la ribera del río, y por ella hasta Valencia, toda la gente del mundo no le podía hacer daño.
- XI Bate Brisac a Poma, y rindesele; pasa a sitiar a Valencia. -Los imperiales salen y le hacen rostro. Sintió mucho Brisac que aquellas dos compañías de caballos y infantería de Poma se hubiesen salvado por su inadvertencia. Y llegando otro día sobre 560
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Poma, la comenzó a batir, y como los de dentro ni esperaban socorro ni se podían defender, se rindieron, y Brisac con el campo pasó a Valencia, con intención de asentar el ejército de la otra parte del carcavón, entre la puerta de Alejandría y San Salvador, y ver la demostración que hacían los de dentro. Y teniendo Gómez Juárez tanta gente en Valencia, quiso que saliesen y se mostrasen a los franceses, y mandó que don Manuel de Luna, con su tercio y el de Nápoles, se pusiese a la puerta de Poma, y que cuatro mil alemanes del conde Alberico de Lodrón se pusiesen a la puerta de Alejandría, y un poco más adelante nueve estandartes de hombres de armas, de los cuales era cabo don Antonio de Vivero, teniente de don Hernando de Gonzaga, porque no había capitán en alguna de estas compañías; y más adelante de la gente de armas estaba el marqués de Capestrano, primo del marqués de Pescara, con diez y seis cuadretes de caballos ligeros, y con el comisario general de la caballería, Juan Bautista Romano, y por estar enfermo el marqués de Pescara, no salió fuera este día, y más adelante a la punta del carcavón a don Lope de Acuña con cuatro compañías de caballos ligeros y docientos arcabuceros españoles, con los cuales con continua escaramuza defendía que los franceses, que pasaban delante de la punta del carcavón, no entrasen en la llanura entre el carcavón y Valencia, que era lo que más deseaban. Lo cual maravillosamente defendían los arcabuceros españoles viéndose amparados de las cuatro compañías de caballos, y tirando de mampuesto cubiertos desde los bordes altos del carcavón, hacían mucho daño en la infantería francesa, que descubierta quería a pura fuerza subir a lo alto, y habiendo tomado a la infantería francesa un carro de pólvora, para que tomasen de ella los que no la tenían, un arcabucero español con más priesa que recato llegó con su cuerda y dio fuego a un barril, y aquél a los otros, que abrasaron a más de ciento, de los que tomaban pólvora, de los cuales se dijo que murieron allí treinta luego.
- XII [Baeza.] El ejército francés, cuando pasaba lo que queda dicho de la pólvora, estaba en el sitio adonde había de alojar, que era la otra parte del carcavón, y con cuatro piezas de artillería, que se habían puesto en un collado, comenzaron a batir los escuadrones imperiales que estaban en el descubierto de ella, y habiendo muerto cinco soldados del escuadrón de los alemanes con un tiro, causó tanto espanto en ellos, que sin poderlos tener se metieron en la villa, no mostrando mayor ánimo la gente de armas, porque atemorizados de algunas balas que habían dado cerca de ellos, retirándose a mano derecha de la puerta de Alejandría, se metieron entre unas grandes honduras; solamente la 561
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caballería ligera, sin mostrar algún temor, si bien estaba más cerca de la artillería enemiga, con gran sufrimiento estuvo queda, sustentando la compañía, no cesando la artillería de batirla con más estruendo y espanto que daño, porque no mataron más de dos caballos y un soldado. Y como pareció que por aquel día no trataban los franceses sino de asentar su campo, don Alvaro de Sandi, y Cesaro de Nápoles, con la compañía de caballos de Lázaro de Mezuca, capitán de la guarda de Gómez Juárez, fueron a reconocer el continente del enemigo para, conforme a ello, o retirarse a la villa o estar en campaña. Los caballos ligeros y la gente de armas había hecho alto en el carcavón que estaba entre la sierrecilla (adonde tenían el artillería), y Valencia para dar lugar a que se asentase su campo sin impedimento de los españoles, y como se acercasen don Alvaro de Sandi, y Cesaro de Nápoles, y el alférez Baeza, que había ido de Alejandría con cien infantes españoles, salió de una ermita adonde estaba, viendo a don Alvaro de Sandi, y se fue por los trigos adelante, que a la sazón estaban altos, que era víspera de Corpus Christi, hasta ponerse encima del carcavón, comenzando desde allí a dar arcabuzazos en los franceses, con mayor ánimo que cordura. Los franceses, viéndose tirar de parte tan desviada de Valencia, y hallándose más de tres mil caballos juntos, sin perder punto cargaron con gran furia contra el Baeza, y no hallando reparo en don Alvaro, en cuya confianza había hecho aquella demasía, sin poder hacer alguna defensa fue con sus soldados atropellado, pasando toda la caballería sobre ellos, sin que escapase alguno que no fuese muerto, sino sólo el Baeza, que viéndole armado de buenas armas, le tomaron preso por codicia de la talla. Fue Baeza preso este mismo año otras cuatro veces, porque siendo de ánimo temerario y poco cuerdo, acometía sin mirar el fin (en que ha de poner los ojos todo soldado prudente en cualquier hecho peligroso). Don Alvaro de Sandi, y Cesaro de Nápoles no pudieron remediar a tanta infantería, ni resistir a esta caballería, y así volvieron retirándose hacia el marqués de Capestrano, en el cual no hallaron más socorro del que halló en ellos la infantería, y todos quien más podía iban a meterse por las puertas de Valencia, viéndose desde el carcavón, hasta el entrar en la villa, un gran tropel de caballos muy grueso, que como corriente arroyo no cesaban de seguir unas a otros, sin otros muchos caballos que por todas partes se veían con tanta priesa y desconcierto, que al entrar de la puerta caían muchos en el foso, y otros que atravesando la campaña se iban a meter por la puerta de Poma, adonde estaba la infantería española, o por las de Basiñana, yendo a salir al lado del castillo. Y este feo espectáculo acrecentaban en gran manera los vivanderos y gente del servicio del ejército, que con la gente de la villa habían
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salido a ver lo que pasaba, que siendo muchos con gran grita y alboroto caían unos sobre otros y se atropellaban.
- XIII Socorre don Lope de Acuña valerosamente y remedia el desorden de los suyos. En esta turbación hallándose don Lope de Acuña el postrero, no viendo esperanza de remedio, y pareciéndole que era perdido, cerrando bien su escuadrón fue para embestir a los franceses, cuatrocientos pasos encima de la villa, porque ya iban tan adelante, y él quedaba tan atrás, que no podía salir a su frente, y encargando la vanguardia al capitán Chucarro el Mozo, soldado animoso, dio una vuelta a su gente, amonestándoles que fuesen bien cerrados, y que entendiesen que en aquella ocasión iban las vidas de sus amigos y suyas y la reputación de todos. Esta amonestación no fue en todos de provecho, porque algunos, estimando más la vida que la honra, desampararon el escuadrón y se fueron a la puerta de Poma huyendo, que sería más de la quinta parte. Y porque entre ellos se huyó un paje francés que llevaba la pica de don Lope, tomando la de Villaluena su soldado, acometió a los franceses con tan venturoso suceso, que fue el único remedio, porque los franceses, viéndose debajo de la villa y acometidos de tan poca gente por el costado, tuvieron por cierto que no lo hacían como hombres que iban a perderse, sino confiados en grandes espaldas, y así hicieron alto con tanta polvareda y confusión, que no se conocían los unos a los otros, haciéndoles muy gran falta sus cabezas, que con la larga carga que habían dado, unos quedaban atrás y otros venían por los lados. Los españoles prendieron allí a muchos franceses y libraron a Juan Bautista Romano, el cual, habiendo caído del caballo, un francés le hirió en una nalga, con un golpe de lanza, y dando libertad a otros que estaban caídos, revolviendo a muy buen tiempo el marqués de Capestrano con la caballería, porque viendo que con la furia de don Lope había parado la de los franceses, dio vuelta sobre ellos animosamente, parando los unos y los otros con tanto temor y confusión, que con estar frente a frente a diez pasos unos de otros, no había quien hablase ni se moviese, tan cubiertos de espesa polvareda, que parecía una escura niebla muy cerrada. Y acaeció (cosa raras veces vista) que estando con esta suspensión y temor, que un trompeta francés, puesto en medio de los unos y de los otros, con más ánimo de lo que conviniera, comenzó a tocar su trompeta incitando a los suyos a que cerrasen, y viéndolo Figueroa, soldado de don Lope de Acuña, arremetió a él y le asió de la trompeta y dio tres cuchilladas en la cabeza, de que cayó muerto, y con la 563
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trompeta y el caballo por la rienda se volvió a su capitán, sin que hubiese francés que se moviese. Y concibiendo de este hecho gran temor los franceses, viendo que de la muralla habían disparado dos piezas de artillería, aunque con incierta puntería por el mucho polvo, sin discernir cuáles eran amigos o enemigos, matando a un sobrino del capitán Lázaro, Mezuca (mancebo de gran esperanza), dando la vuelta sobre la mano izquierda se comenzaron a retirar con mucha conformidad de la caballería del ejército español, que sin hacer demostración alguna se retiró por el otro lado, poniéndose en un altillo cien pasos atrás.
- XIV Culpa de la gente de armas del ejército imperial. La gente de armas del ejército español tuvo este día mucha culpa, porque habiéndose metido en aquellas honduras cerca de la puerta de la villa que va a Alejandría, no lejos de donde todo esto pasó, no salió a dar calor a las cosas que estaban en necesidad extrema, porque con sólo mostrarse, hubiera sido de grandísimo provecho en Ia retirada del marqués de Capestrano, y de muy gran eficacia a la llegada de don Lope de Acuña, y procediendo tibiamente, ni salieron, ni se mostraron hasta que los franceses se retiraban la vuelta de otros sus estandartes de gente de armas que, haciéndoles espaldas, sin desordenarse ni entrar en el ruido, estuvieron muy cerrados guardándose para el último trance. Tomaron en el último paso, adonde llegó don Lope de Acuña, hasta sesenta franceses, y más se tomaran si al principio los soldados dieran en ellos, los cuales, si bien veían muchos caídos, y que por las armas doradas y casacas recamadas conocían que eran hombres principales, no los prendían, no se teniendo a sí mismos por seguros, según el paso en que se hallaban. El marqués de Capestrano con gran contento de tal suceso en un caso perdido, no queriendo aguardar otro tal, dejando mandado que obedeciesen a don Lope de Acuña hasta que volviese, fue a la villa a dar cuenta a Gómez Juárez y al marqués de Pescara de lo que había pasado. Fue este día tan apretado para el ejército español, que hubo muchos que teniendo el negocio por perdido, entrando por una puerta de la villa, se salían por la del Po; y porque don Alvaro de Sandi había hecho quitar algunas barcas de la puente, para que no huyesen, se echaron a nado y se ahogaron muchos. Y habiendo sabido Gómez Juárez lo que pasaba, y en el estado que las cosas quedaban, y que los franceses desde lo alto de la tierra miraban el asiento de Valencia, para resolverse en lo que habían de hacer, pareciendo que convenía que la gente descansase, mandó a don Lope que quedándose con su compañía, mirando 564
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atentamente los designios del francés, toda la demás caballería se recogiese a su cuartel. Quedóse don Lope hasta las cinco de la tarde en el campo, sin que los franceses bajasen a él, y Gómez Juárez le envió a mandar que se fuese a descansar, lo cual hizo dejando algunas centinelas.
- XV Quieren los franceses desbaratar dos compañías del príncipe de Piamonte y conde de Potencia. Mata un tiro a don Hernando de Bobadilla. Estando apeado don Lope y desarmado, oyó gran grita y arma que se tocaba en lo alto del carcavón, de que le pesó por ver a sus soldados cansados, y los caballos flacos y fatigados, y subiendo en su caballo, que estaba ensillado, mandó a sus soldados que se armasen, y saliendo a ver lo que era y mirando la vuelta de Basiñana, vio que dos compañías de gente de armas iban al galope y sus caballos y bagajes a más correr delante, y mirando a los estandartes, y hallando que ambos eran rojos, y que el uno tenía un sol dorado, conoció que ambos eran del príncipe de Piamonte y del conde de Potencia, y luego llegó Ginés de Escocer, que era de aquellas compañías, que iba delante a tocar arma, y mostró con la mano un gran golpe de franceses que habiendo bajado un collado alto, que estaba sobre su mano derecha la vuelta de Pece, venían a gran priesa atravesando la campaña para atajar los estandartes, los cuales serían como mil caballos, hombres de armas y caballos ligeros. Estos franceses, con industria de guerra, por detener aquellas dos compañías, hasta que ellos llegasen, echaron delante sesenta caballos, para que escaramuzasen con ellos y los detuviesen, si bien fuese con daño; pero como vieron que los hombres de armas iban bien cerrados y en orden y que eran ciento y cincuenta, no los osaron esperar ni embestir por frente, sino rodeándolos llegaron a picarlos por la retaguardia, y sacaron siete soldados del escuadrón, que prendieron, no curando los otros de revolver para ayudarlos, temiéndose que si se detenían en esto se les acercaría el cuerpo grueso de los franceses y correrían peligro. Y aunque los sesenta franceses volvieron a cargar, no pudieron, porque don Lope de Acuña estaba alojado fuera de la villa, y la compañía de Zapando salió luego que oyó tocar al arma, y lo mismo hicieron don Manuel de Luna y otros, y defendieron que aquellos estandartes no recibiesen daño. Los franceses, como vieron libres los hombres de armas, hicieron una vuelta para coger a don Lope y a don Manuel, y los demás, metiéndose entre ellos y el carcavón, y conociendo el intento se les torcieron, dando una vuelta, de suerte que salieron de entre sus manos encontrándose por un lado y rompiendo muchas lanzas. 565
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Levantóse tal polvareda, que casi no se conocían unos a otros, y como hubiesen subido algunos arcabuces a lo alto de la ribera, que eran de la compañía del capitán Saavedra, y por el polvo no conociesen cuáles eran españoles ni cuáles franceses, tiraron a vuelto una rociada de arcabuzazos y mataron nueve caballos de la compañía de don Lope, y algunos franceses, y los que iban en ellos fueron luego muertos por la gente de pie. Y como la caballería francesa vio salva la gente de armas y oyó la arcabucería, se apartó de aquel carcavón, retirándose a su alojamiento. Fue una buena suerte librarse las dos compañías de hombres de armas, que eran de las mejores del ejército, y hubo hartas ocasiones para perderse, porque don Alvaro de Sandi había quitado las puentes o barcas de la puente, porque los que estaban en Valencia no se saliesen y la dejasen sola con temor de los enemigos, y quiso que esta gente pasase por Basiñana, que era añadiendo desorden a desorden, echarlos en las manos de los franceses y hacerlos presa suya. Alojáronse los franceses en el sitio que habían tomado de la otra parte del carcavón, donde habían tenido la artillería. Aquí estuvieron dos días tirando a los que salían. Mataron de un tiro a don Hernando de Bobadilla, y levantado el campo se fueron a alojar de la otra parte de Valencia, teniendo a Poma a las espaldas, para desde allí batir la puente que estaba sobre el Po.
- XVI Viene el duque de Alba a socorrer a Ulpián con poderoso campo. -Llega el duque a Valencia a 18 de julio. -Bate el duque el castillo de Poma, y tómale. -Socorre el duque a Ulpián. -Los franceses desamparan las plazas con temor del duque. -Provisiones y gente que el duque metió en Ulpián. -Queda mal proveído Ulpián, y descontentos los soldados. -Envía el duque a reconocer a Santián. -Parecer de don Alvaro de Sandi sobre sitiar a Santián. Engaño de los capitanes del duque. -Resuélvese el duque de echarse sobre Santián. -Sitia el duque a Santián. -Conoce el duque haber sido engañado. -Retírase el duque de Santián. Fortifica el duque a Puente Astura. El duque de Alba, que ya estaba en Milán, había juntado en pocos días un ejército en que había cerca de treinta mil infantes y tres mil caballos con la artillería necesaria. De este tan gran aparato de guerra, y de que ya se aprestaba para salir en campaña, tuvo aviso monsieur de Brisac, y que el duque quería socorrer a Ulpián, que tenía gran falta de vituallas, y viendo que en vano era batir la puente de Valencia sobre el Po, se retiró a Casal, y de allí a Turín, llevando artillería para batilla, y teniéndola plantada supo cómo ya el duque de Alba había salido de Milán, pareciéndole que si allí se detenía le alcanzaría 566
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antes que pudiese hacer efeto. Pasando la Dora hizo demostración de querer defender aquel paso y dar la batalla al duque, antes que consentirle meter provisiones en Ulpián, haciendo romper todos los caminos y subidas de la Dora y cortando grandes árboles con que por todas partes atajaban aquella ribera. Llegó el duque de Alba a Valencia a 18 de julio, y otro día, a 19, llegaron los maeses de campo don Manuel de Luna y Sancho de Mardones con sus tercios. Puso el duque en orden las lanzas alemanas, y herreruelos que habían bajado de Alemaña, que era gente de mejor parecer que obras. Partió sobre el castillo de Poma, diéronle este día una recia batería y tomáronle por batalla, matando los franceses que dentro estaban. Y a 20 del mesmo mes partió al campo de Valencia, caminó nueve millas este día y fue sobre Frixene del Po, en cuyo castillo estaban hasta cincuenta franceses, y envió el duque de Alba a requirirles que se rindiesen. No quisieron, haciendo de los valientes; púsoles la batería, y en sintiendo los golpes de ella se rindieron, y por el desacato de haberse puesto cincuenta hombres a resistir a un ejército real (que esta ley dicen que guarda la vida del soldado.), mandó el duque ahorcar al castellano y a otros cuatro, y los demás envió a galeras y echó el castillo por el suelo. Otro día, que fue 23 de julio, se hizo una puente sobre el río Po, y pasando por ella caminaron dos millas y alojóse el ejército en la granja de Abadía. Y el día siguiente, a 24, caminó el ejército nueve millas hasta Tilciro, a seis millas de Beral, y dos del Torrión, que estaba por franceses. Y este día Cesaro de Nápoles, que iba con la infantería de vanguardia, fue al Torrión y con seis piezas de artillería lo comenzó a batir. Los franceses que dentro estaban se rindieron y enviáronlos a Casal de Monferrat. Estuvieron allí hasta 28, y de aquí pasaron a se alojar a Castil Merlin, a cinco millas de Telcero. A los 29 fueron a alojar a Liorno, y martes a 30 pasaron a Saluce, donde se puso puente a la Dora para dar socorro y vituallas a Ulpián, que estaba muy falto de bastimentos y apretado del francés, y parecía que por entonces estaba allí el peso de la guerra, por la demostración grande que monsieur de Brisac hacía de querer defender la Dora y quitar que Ulpián no recibiese el socorro que tanto había menester. Llegó el duque a Saluce, y luego los franceses se retiraron de todas las partes fuertes que habían hecho en torno de Ulpián, y así vino al duque Tiberio Brancacio con veinte soldados diciéndole que no había enemigo con quien pelear y que seguramente podía socorrer a Ulpián y meterle vituallas. Y era así, porque monsieur de Brisac, hallándose inferior, que no tenía más de ocho mil infantes y hasta mil caballos, viendo la determinación del duque, desamparó la Dora y dejó libre a Ulpián y repartió la gente en los presidios.
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El duque, llegado sobre la Dora, asentó allí su campo, y viernes 2 de agosto envió a don García de Toledo, hijo de don Pedro, al marqués de Pescara y Vespasiano Gonzaga, y don Alvaro de Sandi, con parte del ejército, con los bastimentos y municiones que eran menester para abastecer a Ulpián y renovar el presidio, cuya gente estaba cansada y enferma por los grandes trabajos que había padecido. Llevaban setecientos pares de bueyes, con carros cargados de vituallas, y docientos carros de caballos, que los herreruelos habían prestado, y otros docientos caballos de particulares que traían provisiones al campo. Caminóse con todo este aparato, y aquel día llegaron con él a Ulpián, y descargando todas las vituallas que llevaban, sábado a 3 de agosto volvieron a Saluce, donde el duque estaba esperando con el resto del ejército. Y como a los soldados que estaban en Ulpián se les debiesen muchas pagas, y el duque de Alba estuviese con falta de dinero, esperando a Luis de Barrientos que había venido a España por ellos, que eran los cuatrocientos y cuarenta mil ducados que se habían librado para esta guerra, y los soldados se quejasen pidiendo sus pagas a don García, por el poco remedio que había de darles socorro de dinero, por huir de sus quejas, si bien justas, sin hacer tanta diligencia como convenía, a lo menos en la mudanza de la gente, dejó aquel presidio muy mal reparado y falto de gente y dijo el duque que Ulpián quedaba muy bien bastecido, que no le faltaban sino mantequillas de Guadalajara. Domingo 4 de agosto pasó el ejército a alojarse a Liorno, y aquella noche don García de Toledo y don Alvaro de Sandi con la arcabucería española fueron a reconocer con la infantería española a Santián, adonde era gobernador Ludovico Birago, rebelde del Estado de Milán, y monsieur de Bonivet era coronel de la infantería francesa, personas de reputación y nombre en la guerra, y tenían dos mil soldados escogidos y docientos caballos ligeros. Y según la relación de quien se halló presente, eran los que estaban dentro tres mil hombres de guerra con escogidos capitanes y bien proveídos, porque era plaza de importancia. Hubo pareceres en el consejo del duque que se dejase Santián y que fuesen sobre Berruga, lugar fuerte de la otra parte del Po, y muy importante, para que los españoles pasasen el Po, sitio apropiado para dar mano a todos sus fuertes. Y que poniéndose allí el campo, necesitaba los franceses a poner guarniciones en la mayor parte de sus fronteras, y tan gruesas y bien proveídas, como si tuviera cada uno sobre sí el enemigo, que era un cuidado penoso y costoso. Pero volviendo don García y don Alvaro de Santián, don Alvaro, como hombre que de su natural era altivo, dijo públicamente comiendo con el duque, que Santián era plaza tan flaca, que se podía tomar con espada y capa, cosa que se hizo dura de creer, porque demás de haber estado el campo francés mucho tiempo fortificándola, y que había en ella muy escogidos capitanes, y por general monsieur de Bonivet, que como coronel de la infantería francesa había llevado la mejor y más valientes 568
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capitanes, sin otros ventureros, que por su gusto y por ganar honra seguían la guerra. A la opinión de don Alvaro de Sandi ayudó una nueva que Birago y Bonivet, espantados de la fama del ejército del duque y conociendo no poder defender a Santián, se habían ido la vuelta de Ibrea, para desde allí ir a Turín, y esta nueva fue verdadera cuanto a la salida, mas no cuanto al efeto, porque estando estos capitanes franceses determinados de defender a Santián, hacían todo lo que en esto podían. Y así, entendiendo que Galloni, castillo muy fuerte a cuatro millas de Santián, era a su propósito para que en él pudiesen hacer escala los que por la parte de Ibrea los fuesen a socorrer, le fueron a ver, y qué gente pondrían en su defensa, de donde resultó la falsa nueva que desamparaban a Santián, y afirmando con esto don Alvaro la flaqueza de Santián, quedaron sin conclusión las opiniones de los que aconsejaban que se fuese sobre Berruga, y el duque se resolvió de ir contra Santián, pareciendo a la mayor parte que un fuerte tan reciente no podría resistir a tanta y tan buena artillería como el ejército llevaba, que era la mayor que hasta aquel tiempo se había visto en Lombardía, y sabiéndose que los muros y reparos de Santián eran de una arena gruesa y seca, que jamás pegaba, y que batiéndola, con facilidad se desmoronaba y caía. Y juzgaban que tomándose esta fuerza y degollando la gente que en ella estaba, siendo tan buena se pondría tanto miedo a los demás presidios franceses, que ninguno tendría ánimo para defenderse, ni aun para esperar que se le pusiesen encima. Resuelto el duque en ir sobre Santián, lunes a 5 de agosto pasó el campo a se alojar en Bianca, adonde don García de Toledo y don Alvaro se juntaron con la gente que con ellos había ido con todo el resto del campo. Caminóse aquel día con la infantería española a una villa que se llama Troncán, dos millas de Santián. Otro día caminó todo el ejército, y pasó de la otra banda de Santián, donde se asentó el campo, y se hicieron las trincheas y plantaron la artillería y le comenzaron a batir; más no hallaron la batería tan fácil como se habían prometido los que persuadieron esta empresa, porque habiendo vuelto Birago y Bonivet de Gallani, se reparaban con grandísima diligencia, y si bien la artillería tiraba a menudo, no hacía efeto de consideración, porque con mucha madera que habían echado en los caballeros, suplían la falta del terrapleno, que era de muy mala tierra. Había cada día muy reñidas escaramuzas, y monsieur de Brisac recogió toda la gente que pudo y envió a Francia para que le viniese más, con intento de descercar este lugar o socorrello de manera que los españoles no lo ganasen. Conoció el duque de Alba haber sido engañado en lo que pensaba de Santián, porque halló en él más resistencia de lo que pensaba, por ser fuerte y serlo la gente que le defendía. Faltábale ya el dinero, y lo que esperaba de 569
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España no le iba, ni aun había esperanza de ello. Los soldados se quejaban de que no hubiese paga, y a los alemanes se les debía muchas del tiempo de don Hernando de Gonzaga y de Gómez Juárez, y andaban para amotinarse. Acordó de levantarse y irse a fortificar a Ponte Astura, lugar sobre el Po y de grandísima importancia, porque demás que cortaba el paso a los que bajaban de Turín, Chibas, Berlengoy y Berruga, la vuelta de Casal, quitandoles totalmente el río que les era importante para las empresas que quisiesen hacer en el Estado de Milán, daba gran mano a los que habían de pasar de Aste y Alejandría a Turín, Vercel, Crecentín y San Germán, fuertes de la otra parte del Po. Jueves, pues, a 22 de agosto, mandó el duque llevar a San Germán muchas municiones de pólvora y balas, y artillería, y hato, y doce piezas que quedaron en las trincheas. Quiso el duque que se llevase esto, porque de Santián a San Germán hay más de dos millas, por si acaso (como lo era) viniesen los enemigos, le hallasen más desocupado. Y el sábado 24 de agosto, día de San Bartolomé, se retiró todo el ejército, y fue a alojar una milla de San Germán cerca de Vercel, volviendo el duque con poca honra de esta jornada, que aún se dijo que había perdido parte del bagaje, que buenamente no pudo llevar. Y de Santián salieron a picar en la retaguardia, mas hiciéronlos volver bien de paso. Y el lunes a 26 caminó el ejército a Trecello, y toda la artillería y municiones se llevaron otro día domingo a Vercel. En Trecello estuvieron hasta el miércoles 28, y de ahí se fueron a alojar junto al Po, frente del puente Astura, donde se hizo una puente, y pasó el ejército, y cincuenta soldados franceses que estaban en el castillo de puente Astura se rindieron. Y el jueves 29 de agosto acabó de pasar el ejército y en puente Astura, y en torno de ella, se alojó el campo todo. Viendo el duque que el sitio de puente Astura, importaba conservarse, quísolo fortificar, para ser (como dije) señor del Po, y haber parte en Montferrat, y sujetar a Casal, que los franceses tenían ocupado. Y luego se comenzó la obra, y de los cuatro caballeros que en ella había de haber, encargó el uno a su hijo mayor don Fadrique de Toledo, el segundo a don García de Toledo, el tercero a don Juan de Figueroa, castellano de Milán, hermano del conde de Oropesa, y tomando para sí el cuarto, trabajaban en todos con grandísimo cuidado no sólo los gastadores, mas los soldados de todas las naciones. Crecía la obra trabajando todos en competencia.
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- XVII Va don Lope de Acuña con paga a San Germán. Vese en peligro. -Avísale una vieja. Segundo peligro en que se vio don Lope. -Don Lope de Acuña, quién fue. Había días que no se daba paga, y en el campo y en los presidios se padecía. Buscó el duque dineros, y hallados con harto trabajo, dio una paga y envió otra a los presidios. La que se había de llevar a San Germán cometió al marqués de Malaspina, con su compañía de caballos ligeros, y como sabía que en Santián había caballería, y que por estar San Germán no más de dos millas de allí corría peligro, procuró con el marqués de Pescara que enviase a otros. Y así, ordenó a don Lope de Acuña (a quien no tenía buena voluntad) que hiciese aquella jornada. Esto sintió don Lope, porque se mira mucho en la caballería que habiéndose dado una orden a uno se mande ejecutar a otro. Pero obedeció don Lope, y con muy buen esfuerzo entró en San Germán y pagó la gente, y hecho esto volvió a salir, sin que bastasen ruegos ni protestos para que no lo hiciese, porque se sabía que salía caballería de Santián para cogerle en el camino. Y media milla de San Germán topó con una mujer, que puestas las manos le pidió que no pasase adelante, porque le estaban esperando en el camino más de trecientos caballos franceses, que la habían preguntado si los españoles eran salidos de San Germán. Agradeció don Lope a la mujer el aviso, y la dio algunos dineros, y mandó a los soldados que muy bien cerrados acometiesen a cualquiera gente que se les pusiese delante, y le siguiesen. Y él, dejando el camino real, que era cerrado por los lados con dos fosos de agua, por no ser tomado en lugar tan estrecho, pasó el foso a mano izquierda, y llegando a ver los franceses sin ser visto, con maravillosa astucia los engañó; porque ellos pensaron ser descubiertos en un camino, que era el que don Lope había llevado a San Germán, y irle a coger en el otro que iba a Vercel, y que se le metería en las manos. Mas don Lope los entendió y dejó burlados, sintiendo mucho el Birago haber perdido esta suerte, que ellos esperaban buena. Tuvo después de esto don Lope de Acuña una peligrosa escaramuza con manifiesto peligro de la vida o de ser preso, escapando de una emboscada que los franceses le armaron, que si bien antes la sintió, no la pudo excusar, por haber hablado mal un herreruelo, capitán alemán, diciendo que los españoles no eran para más que andar de aquí para allí sin hacer nada, y éste fue después el que puesto en la ocasión huyó primero; y el marqués de Pescara y otros capitanes, si bien vieron el peligro en que estaba don Lope de Acuña, se estuvieron a la mira. Libróle Dios, con confusión de todos ellos, y después con el duque de Alba encarecían su valor, para pagarle en esto lo que en no socorrerle habían faltado con vergüenza y confusión suya. Fue don Lope uno 571
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de los buenos capitanes de su tiempo, y de la noble familia de los de Acuña, caballero de tanta virtud, que nunca juró, ni jugó, ni bebió vino; fue natural de Valladolid.
- XVIII Monsieur de Brisac y el duque de Aumala vienen contra Puente Astura. -Don Alvaro de Sandi, enfermo, defiende a Ponte Astura, mal fortificada, de treinta mil franceses. Levántase el francés de Ponte Astura. Pasa a Moncalvo. -Infame hecho de Cristóbal Díaz, ruin capitán.. -Hecho notable de don Alvaro castigando al cobarde capitán. Faltáronle al duque de Alba dineros, y más lo que se le había prometido de que embarazarían al francés, haciéndole guerra por Picardía, para que no pudiese echar todas sus fuerzas en el Piamonte, lo cual no se hizo, y monsieur de Brisac solicitó tanto a su rey, que le envió a monsieur de Aumala con mucha y buena gente, que llegó Brisac a tener ejército de cinco mil caballos escogidos, y veinte y cinco mil infantes, y en él era general el duque de Aumala. Estando en la obra de Puente Astura, cuando los cuatro caballeros llegaban a la mitad de lo que habían de ser, llegó nueva de que el ejército francés marchaba contra ellos por el camino de Casal. Ordenó el duque que en Puente Astura quedase cantidad de infantería española, italiana y alemana y algunos caballos, y encargo a don Alvaro de Sandi (aunque estaba enfermo), que quedase con ellos, y él acetó de muy buena gana, y el duque caminó a la vuelta de Valencia, sin querer esperar al francés, porque no tenía campo para ello. Supo don Alvaro que los franceses eran llegados a Casal de Montferrat, y entendiendo que habían de venir sobre él daba priesa en hacer reparos o parapetos en los caballeros, para que la infantería pudiese estar cubierta, y para el artillería cuando llegasen a dar el asalto. Llegó el ejército francés a vista de Puente Astura, hicieron sus alojamientos en lo llano, asentaron la artillería de tal manera, que dentro de la tierra y bestiones metían las pelotas, y llegada la vanguardia a lo llano, mandó don Alvaro que saliese la infantería a escaramuzar con los franceses, y el caballo enfermo y flaco, andaba en la escaramuza; duró gran rato, hasta que los enemigos hicieron sus alojamientos. Don Alvaro mandó al sargento mayor que retirase la gente, y andándola retirando, le dieron un arcabuzazo, del cual murió luego allí. Reconoció Brisac el fuerte para asentarle la batería, y en todas partes en torno dél hallaba a don Alvaro con su gente fuera, y aunque los caballeros estaban bajos y la obra muy imperfecta, por el poco tiempo que para acabarla había habido, el francés no paró allí, y caminó la vuelta de Moncalvo.
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Estaba en Moncalvo una compañía de españoles con el capitán que se llamaba Cristóbal Díaz, puesto de mano de don García de Toledo, y antes que los franceses viniesen a Puente Astura llamó don Alvaro a este capitán y le dijo que el campo francés había de venir sobre Puente Astura, y que también creía iría a Moncalvo, que si tenía ánimo para defender el castillo que se lo dijese; si no, que él metería otro en su lugar, y si había menester más gente y municiones, vituallas y otras cosas semejantes, que se las daría. Respondióle Cristóbal Díaz que él no había menester nada, que defendería su castillo. Llegados, pues, sobre él los franceses, comenzaron a batirle de manera que al segundo día el capitán se rindió con tal partido, que la bandera, armas y ropa fuesen salvos; y así, acompañados de franceses, vinieron a Puente Astura. Don Alvaro, que tuvo aviso cómo le habían rendido tan vilmente y que venían donde él estaba, salió al camino, y en unas praderías esperó con alguna cantidad de soldados, y como llegaron el capitán, y alférez, y soldados, preguntóles don Alvaro cómo se habían rendido; comenzó el capitán a excusarse. Dijo don Alvaro a los soldados que con él habían venido: «Amigos, peláme estas gallinas», y no lo hubo bien dicho, cuando al punto fueron todos desvalijados, como si fueran enemigos. Mandó poner en prisión al capitán y alférez, y otros oficiales, y dio aviso al duque de Alba, que estaba en Milán. Y el duque mandó cortar la cabeza al Cristóbal Díaz, y a un cabo de escuadra que le arrastrasen por un pie, y desterraron del ejército al alférez y soldados. Castigo muy merecido de cobardes, y hecho digno del gran valor de don Alvaro de Sandi.
- XIX El duque de Aumala, incitado de un soldado, quiere sitiar a Ulpián. -Mala suerte de Garcilaso de la Vega. Hallábanse los franceses superiores por la grandeza de su ejército y porque el duque de Alba, por falta de dineros, había deshecho el suyo, dejando a Juan Bautista Gastaldo con una pequeña parte dél, que era muy inferior, y el duque de Aumala, deseando ganar honra, se ponía en orden para ir sobre Ulpián, a lo cual le incitaba un italiano llamado Mantin, que habiendo sido mucho tiempo capitán de infantería en Piamonte, siendo preso de los de Ulpián, le habían tenido en aquella villa con menos recato de lo que en semejantes partes conviene tener a los prisioneros. Y como era hombre de experiencia, y hablase con muchos soldados italianos de aquella guarnición, y conociendo que la fortaleza de aquella villa consistía más en opinión que en otra cosa, queriendo dar reputación a monsieur de Aumala le persuadía a aquella empresa, a lo cual 573
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ayudaba, que los días pasados se puso el señor de Brisac a tomalla por hambre, y ocupádose en ello mucho tiempo para que el rey de Francia entendiese que no había dejado de ganarla por hierro, ni falta de militar disciplina, y que el haber perdido tanto tiempo sobre aquella plaza no había sido inconsideradamente, y le había escrito que Ulpián era inexpugnable, y tal que con dificultad se podía tomar. Y sabiendo el duque de Alba la llegada del duque de Aumala y falta de gente que Ulpián tenía, porque la mayor parte de los soldados estaban enfermos a causa de no se haber renovado el presidio cuando fue avituallado, acordó de enviar a meterse en él a Garcilaso de la Vega, hermano del conde de Palma, caballero mancebo, de quien según su manera y brio se podía tener buenas esperanzas en las cosas de guerra, con cien caballos ligeros y seicientos españoles, y llegando al Po junto a Gaso, que es el mejor vado que por aquella parte se sabe, y hallando el río muy crecido por las nieves de la montaña, que era el principio de agosto, espantado de las dificultades que los soldados le ponían, como hombre mozo y sin experiencia se volvió al campo, con mucho sentimiento del duque de Alba, que con aquella gente que tan a tiempo había enviado le parecía que había dado buen asiento por entonces a lo de Ulpián. Y así se resolvio de enviar a don Manuel de Luna, maestre de campo del tercio de infantería española de Lombardía, con seicientos infantes y cien caballos, para que dejando dentro los infantes se volviesen los caballos, pues dentro estaban dos compañías de caballos de Cesaro de Nápoles y Demetrio Basta Albanés, sólo se reparaba en hallar capitán de caballos, que venciendo la dificultad del río metiese dentro aquella gente y se volviese en salvo.
- XX El duque de Aumala tiene sitiado a Ulpián. -Consulta el duque de Alba con don Lope de Acuña cómo socorrer a Ulpián, y encomiéndale esta empresa con gran encarecimiento. Responde don Lope ofreciéndose a la empresa. El duque de Aumala, que ya estaba con su ejército sobre Ulpián, sabiendo que la gente española que traía Garcilaso se había vuelto del vado, le hacía guardar de noche y de día con gran diligencia, poniendo gente en los castillos del Monferrato, que estaban de la otra parte del río, para que avisasen con fuegos o humos de su venida, si acaso otra vez lo intentasen. Y pareciendo al duque de Alba que aunque don Lope de Acuña estaba con calenturas sería a su propósito, le envió a llamar, y delante del marqués de Pescara estuvo tratando y consultando con él la orden que se podría tener
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para meter aquella gente en Ulpián, mandándole el duque de Alba que de la caballería española escogiese cien celadas sobre las suyas, y que al amanecer le fuese a hablar, que le daría la orden de lo que habían de hacer. Llegada la hora, el duque, con un largo razonamiento, le dijo la importancia de aquel socorro con cualquier número de gente que se pudiese, mandándole, que si los franceses le acometiesen por lado o por espaldas, no volviese a ellos, y que solamente atendiese a romper los que se le pusiesen delante, y que mandase a los caballos ligeros que llevando a sus espaldas bien abrazados a los infantes, no procurasen otra cosa sino caminar, y que si cayese cualquier hombre, si bien fuese don Manuel de Luna, dijese a los soldados que no se detuviesen un momento a levantalle, sino que le dejasen caído. Y que pues en aquella empresa estaba toda la honra del duque y todo cuanto hasta allí habían servido al Emperador, le rogaba cuanto podía que con el valor y ánimo que habían hecho las cosas en que se habían hallado, acabase aquélla, que era el sello y remate de todas ellas. Y que si ¡bien hasta aquel punto tenía determinado que se volviese a salir con la caballería, visto que en aquello habría dificultad, se quedase en Ulpián y se conformase con don Manuel de Luna, que también se conformaría con él. Y creyese cierto que si él y los franceses se habían puerto en aquella empresa, no era porque entendía que tomarían a Ulpián, sino que como sentían tanto aquella fortificación de Pontestura, con que les quitaba el Po, hacían aquella demostración para removelle de ella, y que fuese a socorrer a Ulpián, y que en poniendo a Pontestura en defensa, le prometía que, aunque vendiese a su mujer y hijos, y cuanto en esta vida tenía, les iría a socorrer, y así lo podía decir a todos, y asegurarles de ellos, pues a él iba mas que a ninguno. Respondió don Lope de Acuña que tenía en grandísima merced la que le hacía encargándole cosa de tanto peso y calidad, y que su excelencia estuviese seguro que el socorro entraría en Ulpián o él quedaría muerto en el campo, en señal de que no había podido más. Y despedido del duque, se fue a ejecutar su empresa.
- XXI Parte don Lope a socorrer a Ulpián. Estando recogida la caballería que había de llevar don Lope de Acuña, se fue a poner entre Pontestura y Moncalvo, que era el lugar donde se recogía la caballería que estaba señalada para aquel socorro, y aunque ya era llegado don Manuel de Luna, se detuvieron tres horas, porque los infantes se juntaban mal, por no haber tantos que tuviesen caballos rocines, y así hubieron de tomarlos de los villanos que traían provisión al campo. Y viendo tan larga detención, y 575
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amotinándose don Lope de Acuña y Francisco Ibarra, contador mayor del ejército y amigo de don Lope, le dijo que no se matase, porque no llevaba más de docientos y cuarenta infantes. Y partiendo la vuelta de Moncalvo, revolvieron a la mano derecha sobre Corona, y poco más adelante se volvió al maese de campo Cesaro de Nápoles, que como había diez y ocho años que tenía el gobierno de Ulpián y había hecho aquella fortificación, adonde se enriqueció (que el gobierno era suyo), no quiso ir a meterse dentro, porque conocía que iban a ser degollados, y con sus amigos se reía de que al cabo de sus años quisiese el duque que fuese a defender a Ulpián, lugar flaco y mal proveído, porque justamente quería el duque que, pues Cesaro de Nápoles le había tenido tanto tiempo y hecho la fortificación a su modo, con tanto gasto de dinero, la defendiese. Y como desde Cocoma adelante, desde los castillos fuesen con humos, avisándose los franceses de la ida de los españoles, bajaban de los montes y salían de los castillos algunos que los arcabuceaban, si bien era de noche. Y llegados al vado de Gaso, cuatro millas de Ulpián, aunque hallaron el río crecido y que de la obra parte estaban dos compañías de infantería y una de caballos franceses de guarda, se echaron con gran determinación al agua, jugando sin cesar los franceses su arcabucería, que se lo procuraban impedir. Y visto por los franceses que sin curarse de sus arcabuces la caballería española caminaba por el río desamparando la defensa, huyeron por entre aquellas espesuras. Pasado el río, recogida la gente, comenzaron a caminar por donde las guías les mostraban, y topándose con una compañía de caballos que hacía la guardia y dando en ella, la rompieron, matando a algunos soldados y tomándoles los caballos, en que subieron soldados, que venían mal a caballo, oyéndose ya en este tiempo grandísima grita y estruendo de trompetas, que por todas partes resonaban de la caballería francesa, que de mano en mano acudía la vuelta del río en socorro de la compañía rota y infantería huida, a lo que los españoles con gran ánimo respondían tocando siete trompetas que llevaban, y gritando: «España, España», acompañando las voces con continuos arcabuzazos, porque los franceses (si bien hacía luna) no podían comprender el número de los españoles, y creyendo que era toda la caballería y herreruelos del campo del duque de Alba, se recelaban sin osarlos acometer. Y si alguna vez lo intentaban, los ponían en huida, siendo cosa casi increíble el ver la multitud de escuadrones de caballos, que por la frente y lados se les mostraban, que con tanta facilidad yendo la vuelta de ellos, los hacían huir. De la cual felicidad iban los españoles tan alegres, nombrando «Santiago y España», que les parecía que nadie podía impedilles el paso. Y llegando a ochocientos pasos de la puerta de Ulpián, hallaron un escuadrón de más de seis mil esguízaros con sus mangas de arcabuceros a los lados, tan turbados 576
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con el estruendo que andaba, que sin saber bajar pica, los rompieron la mano izquierda, por donde pasaron juntamente con la manga de la arcabucería, y metiendo de ellos un golpe de gente que tomaron delante en prisión, se entraron en la villa. Y no hay duda sino que si aquella noche fueran cuatro mil caballos, que todo aquel campo fuera deshecho, porque el alboroto de los franceses fue tan grande, que no sabían dónde se andaban. Para lo cual aprovechó mucho que el duque de Aumala había alojado toda su caballería en San Bilen y Leñi, lugar junto a Ulpián, para tenerla más descansada. Entraron en Ulpián infantes y caballos ciento y ochenta y cuatro hombres, porque los más, por llevar ruines caballos, no se atrevieron a pasar el río; otros, por ser tan larga la jornada, y por ir en yeguas y caballos flacos, se cansaron luego, y toda aquella noche se tocaron las campanas de Ulpián para que pudiesen atinar a la villa los soldados que se habían quedado atrás, y todavía acudieron catorce o quince. Y los franceses, entendiendo por qué se hacía, tomaron algunos.
- XXII Salen los cercados animosamente a dar en los cercadores. Otro día bien de mañana, don Lope de Acuña y don Manuel de Luna, con los demás capitanes, fueron viendo el lugar y la fortificación, mostrándoselo Sigismundo Gonzaga, que era gobernador por Cesaro de Nápoles, y artillería y munición, quedando todos muy descontentos, porque demás de estar la villa muy flaca y mal reparada, tenía la artillería rota, y la gente en quien consistía la importancia, deshecha y enferma. Y mandando hacer nota de los que eran, compañía por compañía, no se hallaron más de cuatrocientos y ochenta hombres de pelea, y los enfermos que eran de ningún provecho pasaban de seicientos, y partiendo entre sí las baterías, tomó don Lope de Acuña con los caballos ligeros y arcabuceros a caballo de la guarda del duque de Alba y de don García de Toledo, y parte de los soldados italianos de presidio, la defensa del caballero alto de la montaña, que estaba el castillo, y don Manuel de Luna la de la villa, hallando tan mal aparejo de palas y azadones con que trabajar, que en toda la villa no había más de sesenta, y con ellos trabajan de día en la batería de don Manuel, y de noche en la de don Lope, que enfermo estaba, siempre echado sobre un haz de cáñamo en su caballero, por dar calor a lo que se hacía, porque el duque de Aumala, sintiendo que tan poca gente con tanto daño y vergüenza de su campo hubiese entrado, con grandísima solicitud apretaba la empresa, haciendo que continuamente jugase el artillería acercándose cada día con dos 577
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grandes trincheas a la batería de la montaña, que era la parte más flaca, y con otra trinchea a la parte de abajo, adonde estaba don Manuel de Luna. Y entre tanto que esto hacían los franceses, los españoles, queriendo dar a entender al duque de Aumala que había en la villa más gente de lo que pensaban, salieron con todos los caballos de repente, buenos y malos, siendo el primero Teodoro Basta, mancebo valiente, alférez de Demetrio Basta, por ser plático en la tierra, que mucho tiempo había estado en ella aquella compañía, y llevando consigo veinte soldados de su compañía, salieron tras él don Lope de Acuña y el capitán Lázaro Mezuca, y don Antonio de Vivero, con hasta docientos y treinta caballos, cuya repentina salida causó gran grita en todo el campo, dándose gran priesa los franceses en volver el artillería con que batían, tirando con ella a la caballería española, haciendo más daño en su gente que en ella, porque del segundo o tercero salto entraban balas por el cuartel de sus esguízaros. Esta salida no fue de tanto efecto como pudiera, porque el alférez Basta, viendo dos tenientes de infantería francesa que se andaban paseando apartados de su guarda, cargando sobre ellos los prendió, y siguiéndole don Lope (que no sabía la tierra), erraron el golpe, porque si fueran camino arriba, como se había concertado, al salir de la puerta rompieran fácilmente tres compañías de infantería francesa que hacían la guarda, porque los franceses estaban tan asegurados de aquel repentino asalto, que habiéndose ido a pasear, quedaban pocos en la guardia, y aquéllos desarmados, tanto, que teniéndose por perdidos se comenzaron a retirar con sus banderas, hasta que cargó en su socorro toda la gente que alojaba en aquella parte, y de aquella salida tomaron aviso para reforzar siempre la guarda y hacer una trinchea honda y levantada al través del camino, para quedar seguros de cualquier ímpetu de caballería, aunque no les aprovechaba, porque saliendo (como se hacía) bandas de diez y doce caballos mataban y prendían muchos franceses, porque contenían a Ulpián cercado alrededor, y de trecho a trecho también sus banderas plantadas, pudiéndolo hacer, por estar aquella villa muy metida en sus tierras y tener guardados los pasos de los ríos con su caballería. Muchos franceses, por no andar alrededor de las trincheas, que con gran anchura abrazaban la villa por todas partes, atravesaban por la llanura, y eran muertos o presos de los caballos, y por librarse de aquel peligro, se dieron tanta priesa a batir la puerta por donde salían, y el revellín que estaba delante de la batería quedó todo tan derribado y deshecho, que fue necesario terraplenar la puerta, y perder aquella sola salida que había para los caballos, porque las demás puertas, por estar en partes descubiertas, desde el principio las habían terraplenado. Estaba dentro de Ulpián el capitán Piantanida Milanés, soldado de gentil ánimo y experiencia, aunque falto de vista, el cual, viendo que la mayor fuerza que los franceses hacían era por la parte del 578
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caballero del castillo, que según su hechura y grandeza se pudiera más justamente llamar montaña, porfiaba que se debía atravesar con una trinchea, porque cuando hubiesen batido las tenazas y frente de aquel lado, hallasen dentro otro nuevo reparo, con que quedasen burlados de su trabajo. Reprobaba don Lope de Acuña este consejo como pernicioso, diciendo que el hacer aquella trinchea tan apartada de la frente que se batía daría lugar a que apoderándose los franceses de la punta de las tenazas, y plantada allí su artillería, como en lugar más alto, en una hora desharían el trabajo de muchos días, y que aquella trinchea se debía hacer junto a la misma batería. Y que demás de que allí estaba la tierra más alta y fácil para con mayor brevedad ponella en perfección, tenían a los enemigos más afuera, sin dejarles lugar adonde pudiesen tomar plaza para su artillería. Pero don Manuel de Luna, por fatal desdicha suya, se inclinó al parecer del Piantanida, y labrándose luego la obra se desculpaba de secreto con don Lope, diciendo que conocía muy bien que su consejo era más a propósito, pero que habiéndose de defender aquella tierra con infantería italiana, pues era el mayor número, convenía contentallos. Ya en este tiempo los franceses llegaban con las dos trincheas de la montaña a cincuenta pasos del caballero, yendo a embocar con ellas a la punta de la tenaza, en el cual foso hacían cada noche guarda docientos infantes, como en la parte más necesaria, y adonde los enemigos hacían todo su fundamento. Y hallándose allí una tarde don Lope de Acuña, y con él los capitanes Lucas Hernández, y Pedro Montañés, Pedro Venegas, Luis Venegas, y Lázaro Mezuca, y otros hombres particulares, les dijo que le parecía cosa fuera de toda razón que aquel foso tan bajo, flaco y peligroso de guardar, se defendiese con tanto número de soldados como allí ponían cada noche, que si se perdían quedarían tan enflaquecidos, que no sólo no tendrían gente para defender las baterías, ni aun para el lugar, si los quisiesen acometer a escala vista. Y pareciendo bien lo que don Lope decía, reprobaban la mala orden que hasta entonces en aquello se había tenido, especialmente el capitán Pedro Montañés, y llegando a la sazón un soldado, que les dijo que don Manuel de Luna y los demás capitanes los aguardaban en el caballero para tratar de lo que convenía a la defensa, fueron a cumplir lo que se les ordenaba.
- XXIII Honrado respeto de Garcilaso de la Vega. -Diversos pareceres entre los capitanes de Ulpián. Estaban con don Manuel de Luna, Garcilaso de la Vega (que, como caballero honrado, corrido del yerro que había hecho por el mal consejo que 579
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le dieron, sin algún cargo quiso ir a mostrar que lo que le había acaecido no fue por falta suya) y Sigismando Gonzaga, Tiberio Brancacio, el capitán Piantanida y los demás capitanes italianos, y un teniente de la compañía de alemanes que allí estaba, y sentados en unos ribazos junto a una capilla que estaba dentro del caballero, propuso don Manuel cómo ya veían cuán cerca del foso llegaban los franceses, en cuya defensa estaba la salud o peligro de aquel presidio, por lo cual les pedía que cada uno dijese lo que le parecía para la salud de aquella villa, mostrando en sus palabras que era de opinión que se defendiese el foso con más gente de la que entonces tenía. Y como Garcilaso estaba sentado a la mano derecha de don Manuel y le tocaba hablar primero, conformándose con don Manuel dijo que se pusiesen trecientos infantes, y sabiendo todos que Garcilaso era muy acepto al duque de Alba, y confiando que su amistad les sería algún día de gran provecho, no queriendo contradecirle, fueron de su voto, mas el capitán Pedro Montañés, que antes lo había contradicho; y llegando la vez a don Lope de Acuña (que por estar sentado a mano izquierda de den Manuel fue el postrero), dijo que sin algún respeto, sino sólo atendiendo a la necesidad del caso, servicio de su príncipe y honra de su capitán general, le parecía que no sólo no se añadiese gente a la que se solía meter en el foso, sino que se sacasen todos, sin quedar más de veinte y cinco arcabuceros, que haciendo el efecto que al presente hacían todos, no hiciesen más que tirar de ordinario a los que estaban en las trincheas, y que en las casas matas se metiesen otros tantos para que cuando los franceses, creyendo que había mucha gente en el foso, le acometiesen, pudiesen desde ellas asaetearlos, sin algún peligro suyo, y dar lugar a que los veinte y cinco, del foso se retirasen por el mismo foso a la puerta, y con toda la artillería, que por aquel tiempo se tendría un poco atrás retirada de los parapetos, para que no fuese quitada de la francesa, la cual debía de estar muy bien cargada de guijas, y asomándola prestamente y disparándola en ellos les darían en descubierto, con tan pesado granizo, que los harían advertir mejor otra vez en su forma de acometer, y que así, con salvar su gente, la conservarían para mayor necesidad, y para dilatar con arte lo que no podían con fuerzas, hasta que el duque de Alba, que no se debía descuidar de ellos, los socorriese, en que estaba el remedio de aquel presidio. Don Manuel de Luna, ni del todo tomando el parecer de don Lope de Acuña ni desechando el consejo de Garcilaso de la Vega, mandó que de los trecientos soldados que decían que se metiesen en el foso, hiciesen de allí adelante guarda ciento cincuenta. Pero como ya los franceses estaban a treinta pasos del foso, una noche, a dos horas después de anochecido, con gran grita acometieron el foso con una terrible tempestad de arcabuzazos de la una parte y de la otra, porque los españoles que estaban dentro aquí en aquella noche había tocado la guarda, cuyos capitanes eran Pedro Montañés y León de 580
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Bellaguarda, ayudados del capitán Piantanida los recibieron animosamente matando muchos de ellos, que saliendo al descubierto daban certísimo blanco para tirar. Y acudiendo don Lope de Acuña (que estaba solicitando la trinchea que se hacía) al rumor, halló a don Manuel y a Garcilaso de la Vega con grandísima turbación, porque el Piantanida y las capitanes que estaban dentro, habiendo perdido mucha gente pedían más, y llegado a ellos les dijo que le pesaba de ser tal adevino de un caso que les había de ser de tanto daño, como aquella noche se les aparejaba, porque estaba claro que llegándose los franceses con las trincheas que llevaban al foso, no había duda sino que las hacían para aquel efecto; pero que pues aquello ya no tenía remedio, hubiesen de buscarle, para que aquella noche no se perdiesen. Don Manuel dijo que el capitán Piantanida pedía gente, y que era imposible enviársela, y que le pedía que fuese al foso y viese si se podía retirar aquella antes que se perdiese, o lo que se podría hacer. Salió don Lope al foso con sólo Bernardino Osorio; halló que los españoles y italianos peleaban mano a mano con los franceses; para más seguridad suya había llevado muchos gaviones rodando con que se reparaban de los arcabuzazos de los españoles, y que la última parte que era guardada de Temiño, teniente de la guarda del duque de Alba, estaba desamparada porque el Temiño, habiéndole muerto parte de sus soldados se retiró por la otra parte del caballero hacia una puerta falsa que había, y el capitán Pedro Montañés, que guardaba el foso delante de las casas matas, siendo muy apretado, estaba arrinconado y metido en la punta de la vuelta que hacía el foso a mano izquierda de las casas matas, y que el capitán León de Villaguardia, don Marcos de Toledo, Gaspar Osorio y otros soldados defendían aquella vuelta junto a las casas matas, de los cuales, dos soldados pasando don Lope por el uno le mataron de un arcabuzazo, y que toda la gente que había de haber en aquellas dos vueltas del foso era muerta o se había retirado a la parte que guardaba el Piantanida con los italianos, porque los franceses no apretaban tanto en aquella parte, y volviendo a don Manuel le contó el peligroso término en que se hallaban, y que si luego no eran socorridos, Pedro Montañés y León de Villaguarda serían muertos con los demás que estaban fuera.
- XXIX Baten las casas matas, flacas y mal hechas. -Caen las casas matas. Don Manuel de Luna que se vio en tan mal término, rogó a don Lope de Acuña que volviendo a salir fuera, procurase de retirar aquellos capitanes y aquella gente, porque enviar socorro nuevo era imposible. Esta retirada 581
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pareció a don Lope que tenía del todo imposibilidad, porque estando los españoles peleando mano a mano con los franceses y haberse de retirar más de docientos pasos, hasta la puerta donde estaba don Manuel, no había razón ni camino para ello, si Dios milagrosamente no los ayudaba; pero viendo que convenía, remitir aquel caso a la fortuna, y saliendo don Lope, y tomando aparte al capitán Piantanida, le dijo que cuando le pareciese que el mismo don Lope habría llegado a los españoles, hiciese que sus soldados, dando la más terrible y animosa grita que pudiesen, apellidando Santiago, disparasen juntamente sus arcabuces, y que al momento, entretanto que los franceses creían que eran socorridos, con sosegada diligencia se retirasen a la puerta, porque lo mismo harían los españoles que estaban más adelante, y no se estorbarían los unos a los otros. No faltaron los italianos a esta orden (como aquellos que verdaderamente, en cuanto esta empresa duró, pelearon valerosísimamente con gloria de su nación), y dando una grita dispararon y se retiraron, con gran sobresalto de los franceses, que creyendo que era nuevo socorro de la villa, aunque los vieron volver las espaldas, no hubo hombre que los siguiese ni osase echar pie adelante. Hicieron lo mismo los españoles, sin que nadie los siguiese. Retirada la gente, los franceses, pasando adelante con sus trincheas, dentro de dos días llegaron con ellas al foso, y haciendo una boca en el Argen del que venía a salir frontero de la junta que hacían las dos tenazas, plantaron una gruesa pieza de artillería, con que comenzaron a batir las dos casas matas que estaban juntas. Había hecho en medio de ambas tenazas esta fortificación el maese de campo Cesaro de Nápoles tan inconsideradamente, que en todo aquel caballero que estaba delante del castillo, con ser como reduto o pedazo de montaña, no había dejado sino aquellas dos casas matas, que estaban dentro en el mesmo caballero, en lo hondo que hacían las dos puntas a manera de tijeras, y porque el tiro que desde allí habían de hacer era largo, y siendo con arcabuces o mosquetes, se podían hallar muchos reparos fáciles contra ellos, como gaviones y tablas gruesas, quiso que las casas matas fuesen tan grandes, que teniendo dentro artillería, hiciesen mayor contraste a los que quisiesen entrar en el foso, y que no lo pudiesen hacer sino con grandes reparos, siendo forzoso para que las piezas pudiesen entrar dentro y jugar como convenía, dejase dentro tan gran concavidad que con el gran peso del terrapleno de encima venía a quedar en falso y hundirse. Y para remediar este segundo inconveniente y que las casas matas, que no eran de bóveda por lo alto, sino de madera, no cegasen como luego lo empezaban a hacer, fue necesario apuntar la madera del techo con gruesos y espesos maderos, con que del todo quedaron las casas matas incapaces de tener la artillería, para que habían sido hechas, y muy aparejadas, para que a cuatro cañonazos que recibiesen hacer una gran batería, cayendo toda aquella 582
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obra falsa y mal entendida, y comenzando a batir los franceses con el cañón que habían plantado en seis horas, hizo más efecto que en diez y seis días habían hecho diez y ocho piezas de artillería, que contra aquel caballero batían, derribando ambas casas matas con gran pedazo del caballero, con infinita alegría y grita de los franceses y mucha tristeza de los españoles.
- XXV Revienta la mina en favor del francés. -Arremeten los franceses. Rebátenlos. Derribadas las casas matas y pedazo del caballero, los franceses por aquella parte quedaron libremente señores del foso, y sin cesar su batería comenzaron a picar el caballero por aquella frente y hacer una mina para volar los que estaban encima y allanar la subida. Garcilaso de la Vega, que allí había quedado en lugar de don Lope de Acuña (que muy apretado de enfermedad de calenturas se había ido a curar a importunación de don Manuel de Luna y de todos), asistía, juntamente con los capitanes, con mucha diligencia a los reparos y defensa que la necesidad mostraba ser necesarias, no pasando menos trabajo don Manuel de Luna en la batería que los esguízaros hacían por la parte de la villa, que si bien no era de tanto peligro como la otra ni la gente tan hábil para el asalto, sin perder punto no dejaba de repararse cuanto podía, y ya con la continua batería le habían derribado el revellín de la puerta y la misma puerta, y un largo lienzo de la muralla, llegando con la trinchea hasta el Argen del foso; porque era lleno de agua y cenagoso, procuraban de hinchir con sacas de lana que habían para ello traído de Turín, poniendo otras en los parapetos por reparo, contra los continuos arcabuzazos que los españoles tiraban, con que en ambas baterías habían muerto a muchos soldados y capitanes señalados, esguízaros y franceses. Viendo, pues, don Manuel de Luna que las cosas se iban cada día apretando, y que la mina le tenía en gran confusión, y había días que se había comenzado, por lo cual era de creer que no tardaría en reventar, y habiéndolo comunicado con don Lope de Acuña, le pareció que, pues ya la trinchea del Piantanida era acabada, si bien con trabajo excusado, se sirviesen de ella, pues no tenían otro reparo, y Garcilaso y los demás capitanes que estaban en la defensa del caballero, al tiempo que entendiesen que los franceses querían volar la mina, se metiesen dentro en la trinchea con su artillería a punto, pues ya en otra parte no era de servicio, y que dejasen dos hombres de confianza cerca de la mina, con quince picas y quince arcabuceros que estuviesen muy advertidos, para que como la diesen fuego, acudiesen a ella y se saliese, de arte que si juzgasen que no se podía defender, la desamparasen, retirándose a la 583
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trinchea, y si saliese de manera que se pudiese defender con las picas y arcabuceros, entretanto que los franceses reconocían si podían dar asalto, y arremetían, los entreternían hasta que saliendo Garcilaso y su gente fuesen a tiempo de socorrerlos; porque el estar Garcilaso en la misma batería al tiempo que volase la mina, lo tenía por muy peligroso, y que si la mina salía mal, no sería a tiempo de retirarse con la gente, y podría suceder algún desastre, perdiendo la villa y la gente a un tiempo. Este parecer aprobaron don Manuel y todos los demás capitanes. Los franceses, entretanto que se labraba la mina, habían hecho una casa de madera de tan gruesos tablones, que aun con arcabuz no los podían pasar, y cabían en ella doce arcabuceros, que tirando por pequeños agujeros sin peligro, hiciesen daño en los soldados que se descubriesen, la cual estaba puesta sobre unos husillos a manera de aquellos con que suben y bajan las vigas de los lagares, con que con gran facilidad la bajaban y subían, y hacían tanto daño en los españoles, que no descubrían las cabezas para ver lo que los franceses hacían, cuando luego eran muertos o heridos, con que los tenían puestos en gran estrecho y temor, y del todo, con esta sola invención, bastaran a deshacerlos, sino que los franceses no osaban alzar mucho la casa para sobrepujar, porque una vez que lo habían probado, habiéndoles desde un torreón del castillo asestado una pieza, había dado en lo alto de la casa, con daño y grande espanto de los que estaban dentro. Y estando a punto la mina la dieron fuego, y reventó con tanta violencia, que levantando un terrapleno y muralla que estaba en el caballero, hizo una muy llana subida, y muy conforme al deseo de los franceses, y pasando la polvareda y reconocido que salió a su propósito, arremetieron algunas banderas, que con facilidad fueron detenidas de los españoles, los cuales con sus picas y lanzas estando bien cerrados, animosamente los esperaron, haciendo caer abajo a los que presumiendo de valientes se querían aventajar, y matando con su arcabucería gran número de franceses, y fueran muchos más los muertos si el temor de la casa de madera no los detuviera, la cual hacía notable daño en ellos, porque no eran tan presto descubiertos cuando eran pasados con las balas de sus arcabuces. Y el capitán Piantanida, con mayor ingenio que ventura, había hecho ciertos fuegos artificiales en unas grandes cajas de madera como arcas, en que había cantidad de pólvora y otras mezclas apropiadas para ello, en las cuales había unas cuerdas atravesadas, que teniendo encendidos los cabos que estaban la parte de fuera de la batería, y los españoles que estaban detrás teniendo en las manos los otros cabos que eran más largos, para que tirando de ellos y corriendo las cuerdas pasasen los cabos encendidos por la pólvora, y pegando el fuego y ella en los demás fuegos artificiales, hiciesen gran daño a los franceses. Y como para hacer lugar que subiesen los franceses, y los fuegos hiciesen su efecto, los españoles se apartasen adentro, dieron larga ocasión a 584
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que se hubiera de perder el caballero, porque creyendo los franceses que huían, subieron a gran priesa tras ellos, y tirando los españoles de las cuerdas, el fuego no hizo efecto, sino que la pólvora, como un fácil soplo, se resolvio en humo sin encender las otras mechas, con tanto espanto de los franceses, que temiendo fuese algún engaño en que se abrasasen, no sólo no osaron pasar adelante, mas con gran grita se tuvieron atrás, dando lugar a que los españoles, viéndose en tanto peligro, con ímpetu volviesen a cobrar su perdida plaza, comenzándose de nuevo a dar grandes golpes de picas y arcabuzazos, y usando los franceses del ardid que habían tenido en el ganar del foso de traer delante sus gaviones, comenzaron a subir rodando algunos, viniendo ellos cubiertos detrás. Y viendo el capitán Lucas Hernández enderezar uno, como animoso soldado arremetió a los que le levantaban, estorbándolo con su pica, y descubriéndole los de la casa, le dieron un arcabuzazo con que cayó muerto en tierra.
- XXVI Cinco horas y media duró el asalto. Había durado el acometimiento que hacían los franceses con gran mortandad suya, cinco horas y media, que sin parar, refrescando su gente con enviar nuevas banderas a la batería, apretaban cuanto podían a los españoles, porque sabiendo el duque de Aumala, como soldado plático, cuán buena gente eran los defensores, juzgaba que no se podía ganar aquella plaza sino con larga porfía, porque siendo tan pocos como eran, al fin los vendrían a cansar y consumir. Y este pensamiento no le salió en vano, porque al fin de aquel tiempo Garcilaso se hallaba muy fatigado, así por haber dado licencia a los heridos para que se fuesen a curar a la villa, como porque inadvertidamente había dejado ir con cada uno un amigo suyo para que le ayudase, y habiendo sido tantos los que se habían ido, sin que volviese alguno, que se hallaba muy falto de gente, no hallándose en menor necesidad don Manuel de Luna, porque habiéndole dado los esguízaros el asalto, había cinco horas que se peleaba en la batería baja, le había enviado a decir que se valiese como mejor pudiese de la gente que tenía, porque no había otra cosa alguna que dalle; a lo cual se juntaba que, como Garcilaso era nuevo en la guerra y no le hubiese hallado en semejante trance, ni sabía lo que se había de proveer, no había mandado llevar barriles de pólvora para que, acabada la de los soldados, tomasen la que
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quisiesen, y como los soldados la pedían, viéndose faltos della, y de gente, volviéndose a los capitanes que estaban presentes les preguntó lo que debía hacer, y según se dijo, el capitán Pedro Venegas le respondió que se retirase a la trinchea, porque con el artillería que estaba en ella haría gran daño a los franceses que entrasen en el caballero; porque desde el principio que se entró en Ulpián, Pedro Venegas, como hombre solícito había tomado a cargo el artillería que estaba en el caballero, que era muy poca y toda rota; y habiendo puesto las piezas detrás de la trinchea, las tenía cargadas con guijas y pedazos de hierro, porque engañado del mismo deseo del Piantanida dio aquel dañoso consejo a Garcilaso, y creyendo que sería tan fácil el hacello como el decillo, mandó retirar la gente, palabra que no fue tan presto oída como ejecutada. Y viendo los franceses su huida, entraron furiosamente sin perder tiempo tras ellos, matando cuantos alcanzaban, en venganza de los muchos que de su parte habían sido muertos aquel día. Habían los españoles dejado a un lado de la trinchea una abertura a forma de puerta para pasar de una parte a otra, y tan estrecha, que apenas cabía un hombre armado, y apretando los traseros a los delanteros, embarazándose con las picas y armas, cayeron algunos, y cerrando aquel angosto paso con miserable principio, fue causa que, cayendo unos sobre otros, fuesen cruelmente muertos de los franceses, y si algún francés quería salvar alguno, los que venían detrás se le mataban. Murió allí Garcilaso de la Vega, y casi de los primeros, porque pareciéndole fea tal retirada, de que había sido causa, y retirándose más despacio de lo que en caso tan perdido le convenía, siendo alcanzado, y habiéndosele caído un morrioncillo negro, a prueba de arcabuz, que traía, le dio un francés una cuchillada en la cabeza al través, que se la abrió toda, matando también a don Pedro de Silva de un arcabuzazo por las espaldas, mancebo animoso y de grandes esperanzas. Mataron también con muchas heridas al sargento mayor Rascón, gran soldado y experimentado, con otros muchos hombres particulares muy señalados en las armas. Ganaron los franceses en aquel punto el lugar, y se metieron por la puerta que estaba entre el castillo y la villa, porque los que huían se la habían dejado abierta; pero los soldados del castillo, viendo aquella infelice huida, acudieron a un torreón que estaba encima de ella y matando a los que iban delante hicieron detener a otros, que pararon arrimados a la trinchea del Piantanida, que por ser de una pica de alto los cubría del castillo; y de esta manera aquella desgraciada trinchea fue causa de la perdición de los españoles y amparo de los franceses, que firmes en ella, cubiertos del castillo quedaron señores del caballero.
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- XXVII Solos diez y ocho españoles, y pocos italianos se hallaban en Ulpián. -Quiere rendirse don Manuel de Luna.- Don Lope lo contradice. Fue culpado don Manuel de Luna porque no dio orden a Garcilaso y a los capitanes que con él estaban para que ejecutasen el consejo de don Lope de Acuña. Porque si al volar de la mina no se hallaran más de los treinta soldados, se pudieran retirar a su placer, sin que aquel día se perdiera el caballero y tanta gente. Y don Manuel, cargando la culpa a Garcilaso, decía que se lo había así ordenado; pero los que conocían la puntualidad de Garcilaso en obedecer a los que sabían mas que él en la guerra, le defendían diciendo que si don Manuel se lo mandara, lo ejecutara, y que también lo hubieran entendido los capitanes que con él estaban, y así quedó el punto de este yerro indeterminado, y sobre el muerto (como casi siempre acaece en aquellos que no pueden responder por sí) cargada la culpa. Estaban ya los de Ulpián en la última necesidad, porque habiendo retirado los esguízaros de la batería baja, quedando algunos en el revellín que han ganado los españoles, dejando veinte y cinco soldados en la batería, se habían ido a curar los heridos y saber de sus amigos si eran muertos o vivos, no se viendo por la villa sino hombres con diversas suertes de heridas bañados en sangre, buscando cura; porque entre las otras faltas que allí tenían, era no haber medicinas, ni cirujanos, sino que era menester que se curasen unos a otros, con que se acrecentaba el espectáculo de su desventura, cayéndose muertos en las calles muchos, enflaquecidos por la sangre perdida y grandeza de las heridas; y otros que con gemidos, sin poder ir atrás ni adelante, pedían socorro a los que pasaban. Lo cual, retirándose don Manuel de la batería, remedio lo mejor que pudo, mandándoles llevar al castillo, y que los curasen los que sabían curar de ensalmo. Y andando aquella noche con cuidado, por no ser tomados a escala vista, a la mañana echó el tanteo de los sanos. No se hallaron de los españoles más de diez y ocho, y los italianos no estaban mejor librados, como aquellos que en toda aquella empresa habían peleado con mucho esfuerzo por ser soldados viejos y gobernados de valientes capitanes, porque la nación italiana es tan sujeta a sus capitanes, que si son buenos hacen maravillas en la guerra. De los tudescos había mayor número, porque como desde el principio habían andado tan mal, no se hacía cuenta dellos, y como don Manuel de Luna viese las cosas en tal estado, hablando con los capitanes acordaron de rendirse y no esperar que a mano salva los degollasen los franceses y saqueasen aquella villa. Y acudiendo a dar cuenta a don Lope de Acuña deste 587
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acuerdo, que estaba en la cama, pues ni era bien dejar saquear lugar que tanto había servido, ni perder la caballería que podía ser de tanto servicio, pues del duque no había que esperar socorro, don Lope de Acuña, aunque muy enfermo, rogó a don Manuel que ni mirase en saco de la villa, ni en la pérdida de la caballería, pues era mejor que abrasasen el lugar que dejársele entero para gozalle, y que no dando lugar a que se dijese que un maese de campo español se había rendido, cosa jamás oída, y se metiese en el castillo gobernándose conforme a las ocasiones, pues era imposible que el duque los dejase de socorrer. Todos con alegre rostro aprobaron el consejo, y don Manuel de Luna prometió de meterse en el castillo con los que le quisiesen seguir, pues los demás no querían pelear, y un teniente de infantería italiano, que allí estaba, le dijo que no había para qué echar culpa a los italianos, que todos morirían con los españoles, y llegando a la sazón un teniente de los alemanes de la compañía que allí estaba, dijo que se resolviesen en lo que habían de hacer, porque los franceses se iban allegando para dar asalto. Y yendo don Manuel a proveer en lo que convenía, se trató de entregar la villa, y envió a decir a don Lope, con Miguel Díaz de Armendáriz, que se habían rendido por no poder más. Replicó don Lope con el mismo que rogaba a don Manuel que se acordase de lo que había prometido, y que en todo caso se retirase al castillo, pues tanto convenía a su honra y a todos. Don Manuel dijo que lo había mirado, y que pues retirándose al castillo había de rendirse dentro de dos días, que quería acabar de una vez, pues el duque no los socorría. Salió don Manuel de Luna con toda la gente de Ulpián adonde todavía estaba el duque de Alba, y ésta, fue la salida de Ulpián, indigna ciertamente, si se ha de mirar a la fama y honra que habían ganado los que tan animosamente socorrieron aquel presidio, en la cual empresa perdieron los franceses casi tres mil hombres de los mejores que tenían, y entre ellos cincuenta y dos capitanes.
- XXVIII Pelean en el agua imperiales y franceses. -Desesperado hecho de los flamencos holandeses. La misma guerra se hacían en el agua estas gentes. Por el mes de agosto deste año se toparon flamencos y franceses; venían de España veinte y cuatro urcas de flamencos cargadas de mercaderías, a los cuales acometieron veinte y seis navíos armados de franceses. Combatiéronse mucho tiempo; llegaron a aferrar, porque con la ventaja que los franceses tenían, por ser todos sus
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navíos de guerra, procuraban que no se les fuese alguna de las urcas. Peleaban los flamencos, aunque menos, y no tan armados, valientemente. Mas como los navíos franceses estaban más descargados y artillados, hacíanles ventaja en la ligereza con que los rodeaban y embestían. Desesperados los flamencos, y ya como perdidos, porque su enemigo no gozase la victoria y presa, encendieron su propia pólvora, queriendo morir quemados con ella por abrasar a los enemigos. Encendiéronse en un punto sus urcas, y los navíos franceses que con ellas estaban amarrados, de suerte que casi fue el daño igual en todos, muriendo franceses y flamencos, ardiendo encima del agua. Pudieron escapar pocos, solos aquellos que tuvieron lugar de desamarrarse. Escapáronse algunas de las urcas que de entre las llamas fueron huyendo a Holanda; las capitanas y capitanes de ambas partes se abrasaron. Llevaron los franceses cinco urcas de los flamencos, sin hombres y sin mercaderías, medio quemadas, y entraron con ellas en Diepa, de donde habían salido, llevándolas como trofeo o despojos de tan triste victoria. La ganancia fue ninguna, porque demás de lo que consumió el fuego, echaron en la mar el oro y plata y todo lo precioso que los flamencos llevaban, porque los franceses no se aprovechasen de ello.
- XXIX Suspenden las armas imperiales y franceses. -Tregua por cinco años. -Mueve la guerra el Papa, aunque Papa y muy viejo, y llegó a lo que otros dirán. Cansados y aun destruídos con tantas guerras imperiales y franceses, el Emperador enfermo demasiadamente, el rey Enrico gastado y pobre, su reino perdido con los tributos que para la guerra se le habían sacado, suspendieron las armas, juntándose en Cambray los comisarios para tratar las condiciones de la concordia y paz. Y no se concertando por las dificultades que había, acordaron una tregua, esperando que de ella se siguiría la paz. Concertóse por cinco años, si bien contra voluntad del rey don Felipe, que no quería que fuese por más de tres. Publicóse con que comenzase a correr desde el mes de hebrero del año de mil y quinientos y cincuenta y seis. Que en este tiempo en todos los reinos y Estados de ambas coronas cesasen las armas y viviesen en paz. Que lo que hasta aquel punto cada una de las partes hubiese ocupado lo retuviese. Que el comercio fuese libre por mar y tierra. Que cualquiera que fuese transgresor de esta tregua y la quebrase fuese castigado en pena de la vida. Que no se comprendiesen en esta tregua los rebeldes y forajidos napolitanos. Que no se
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hiciese violencia alguna en las tierras que de presente poseía el duque de Saboya. Que ningún francés con ocasión de trato o mercadería alguna pudiese pasar a las Indias sin licencia de la majestad imperial. Que el marqués Alberto de Brandemburg no fuese comprendido en esta tregua. Que el rey Enrico de Francia pague lo que por razón de la donación hecha por su padre el rey Francisco se debía a la reina Leonor. Fue jurada esta tregua y suspensión de armas por parte del Emperador, y del rey don Felipe su hijo, por el conde Carlos de Lalain, gobernador del condado de Henault; Simón Reynardo y Carlos Tisnac, dotores del Consejo, y Filiberto de Bruselas, también del Consejo, y Juan Bautista Esguizo Cremones, regente del Consejo de Italia. Y por parte del rey de Francia la juraron el almirante Gaspar de Coliñy, Sebastián de Laubespin, del Consejo y secretario de Estado; el abad de Bassefontaine y el abad de San Martín, también del Consejo. No contentó a muchos de los de Italia esta tregua, ni al cardenal Carrafa, ni a los de su casa y familia, y mucho menos al papa Paulo IV, que con su vieja pasión ardía aquel sujeto seco, y sin poder más fingir la santidad con que tanto tiempo había engañado, quitando la máscara a su hipocresía, antes que este año se acabase movió la guerra y perturbó la paz en odio del Emperador, moviéndose contra Marco Antonio Colona, y tratando con el rey de Francia de ganar el reino de Nápoles. Y si bien esta guerra comenzó en este año de mil y quinientos y cincuenta y cinco, y pudiera con este título escribirla, no puedo acabarla dentro del tiempo que el Emperador reinó, porque renunció en este año los Estados de Flandres y todo lo de Italia, y en el principio del siguiente de mil y quinientos y cincuenta y seis el Imperio y los reinos de España, y así dejo la guerra con Paulo IV para el que escribiere la vida de Felipo II.
- XXX Qué motivo tuvo el Papa para mover la guerra al Emperador, y rey su hijo. Sólo diré brevemente el motivo que el Papa tuvo y las diligencias que el Emperador y el rey su hijo hicieron para atajar la guerra y quietar el Pontífice. Quien principalmente movía al Pontífice era una mala voluntad que de tiempo muy antiguo tenía al Emperador y a sus cosas; junto con esto, sus sobrinos, codiciosos y inquietos, que le encendían su viejo pecho en cólera y le ponían en que descompusiese algunos príncipes de Italia por componerse a sí mismos con lo que les quitasen.
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La primera ocasión o achaque que el Papa tuvo para mover esta guerra e inquietar a Italia fue tal. Tenía en Civitavieja el prior de Lombardía, hermano del cardenal de Santa Flor, dos muy buenas galeras, y habiéndose dado orden por medio del cardenal y de don Fernán Ruiz de Castro, marqués de Sarria, embajador de España en Roma, que se pasasen al servicio del Emperador, porque antes el prior servía con ellas al francés, el Papa se enojó grandísimamente, y puso en prisión al cardenal de Santa Flor, y nunca le quiso dar libertad hasta que volvieron las galeras a Civitavieja, lo cual se hizo por temer el peligro del cardenal, que se tuvo creído que le costaría la vida. El segundo motivo que el Papa tuvo fue un edito que propuso, por el cual mandó que para cierto día pareciesen en Roma personalmente todos los señores feudatarios de la Iglesia, y que toda persona lega de cualquier estado y condición que fuese, que tuviese tierras o bienes temporales de la Iglesia. Acudieron muchos a reconocer este vasallaje y recibir nueva confirmación del feudo; sólo Marco Antonio Colona no fue, temiendo alguna fuerza, y no se teniendo por seguro en sus tierras, se metió en Nápoles. El Pontífice procedió luego contra él y privóle de todas sus villas y lugares, con el rigor posible, haciendo gracia de ellas a sus proprios deudos. Como Marco Antonio se vio así despojado, y el cardenal de Santa Flor preso, acudieron al Emperador y a Felipo su hijo, suplicándoles mirasen por ellos, pues era cierto que por ser sus servidores padecían por el odio antiguo que los Carrafas tenían a las cosas del Emperador. Luego el Papa se comenzó a poner en armas, y no bastaron las diligencias que el marqués de Sarria, de parte del Emperador, hizo para quitarle de ellas. Sabido por el Emperador y rey su hijo lo que en Roma pasaba, no quisieron romper con el Pontífice, sino con toda humildad enviarle a suplicar se desenojase, y que perdonase al cardenal, y a Marco Antonio volviese sus tierras, y que mirase con mejores ojos sus cosas. Enviaron para esto por su embajador a Garcilaso de la Vega, hijo de don Pedro Laso de la Vega (de quien ya dije quién era), para que en compañía del marqués de Sarria hiciese este oficio, dándole el Emperador su instrución de lo que había de hacer, que fue: que dijese al Pontífice con toda blandura y modestia que siendo la observancia que el Emperador había tenido y tenía a la Sede Apostólica, la que todo el mundo sabía y se había visto por lo que continuamente había hecho por su beneficio, conservación, autoridad y aumento, sin perdonar algún gasto ni trabajo de cuerpo y espíritu, no hubiera creído que un caso tan leve como el de las galeras, especialmente queriéndose su dueño apartar espontáneamente del servicio de un rey que trae los turcos para ruina de La Cristiandad, por entrar en el de quien es el verdadero propugnáculo y defensa de ella, lo
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hubiera Su Santidad tomado tan ásperamente y procedido con tanto rigor contra la persona del cardenal de Santa Flor y Camilo Colona. Y que no contento con esto, haya desposeído sin causa, con tanto alboroto y escándalo, a Marco Antonio Colona y a los demás de sus tierras, que eran sus vasallos, y podía Su Santidad castigarlos. Debiera también tener alguna cuenta con que eran servidores aficionados muy antiguos suyos, si no para disimular sus faltas, si en alguna habían caído, a lo menos para mandar templar y suspender el proceder hasta hacer con el Emperador como con amigo algún cumplimiento, y esperar la respuesta de lo que se había consultado por su embajador al duque de Alba. Y que tanto más hallaba Su Majestad por extraño no haber querido tener cuenta con lo que te podía tocar, siendo en tiempo que con tan entera voluntad y sumisión se le había dado la obediencia y feudo del reino de Nápoles, y declarádole por su embajador la voluntad que tenía de serle muy buen amigo y obediente hijo, y haber hecho por los suyos lo que parece por los efectos. Allende que la experiencia de las cosas pasadas y justificación de que siempre había usado en todas sus acciones podían ser harta prueba para persuadirse Su Santidad, que no le había de ir a la mano en cosa que fuese diminución de su autoridad ni de la Santa Silla, sino antes ayudársela a conservar, como fue siempre el oficio del César. Y que aunque el de Su Santidad era de ser común Padre, como quiera que los hijos debieran ser tratados y regalados, según las obras de cada uno, para no ser medidos indiferentemente con una misma medida, le había desplacido mucho que en esta ocasión no se pudiese aún decir que Su Santidad haya querido usar de la igualdad que debiera, pues habiéndose disimulado a franceses tantos desacatos y insolencias como habían cometido en tierras de la Iglesia, y robado la hacienda ajena, que es lo peor, se pudiera bien proceder con más blandura contra los que, por salvar la suya propria de los que se la tenían tiranizada, se aprovecharon de la ocasión. Y que haberse con unos blandamente disimulado sus violencias y poco respeto a la Sede Apostólica, y con otros con tanto rigor, en cosa que por ventura no pensaron ofenderla, se dejaba a consideración de Su Santidad si era esta buena manera de guardar neutralidad, allende de lo que las gentes podían decir y juzgar, que por ser éstos servidores y aficionados del César fuesen peor tratados, y que esto no fuera de tanto momento, si con estas demostraciones no se diera materia de escándalo a la Cristiandad, viendo que por tan liviana causa como esta de las galeras, no habiendo el cardenal ni alguno de los otros desobedecido a Su Santidad, ni hecho cosa que no fuese de su servicio, hubiese querido mover tan arrebatadamente las armas en Italia, sin considerar que de menores principios que éstos se ha venido otras veces a perturbar la Cristiandad, siendo 592
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tan proprio y de su oficio sosegar y corregir con caridad y blandura, a imitación de Cristo, los que quisiesen desviarse del camino del deber y de la razón. Pero que, pues ya era hecho, y era de creer que Su Santidad se habría conformado con ella, no había querido Su Majestad dejar de representarle lo arriba dicho, y suplicarle con la humildad y respeto debido, que teniéndolo a sus acciones de buen deseo, que era de serle obediente hijo, y si la Sede Apostólica quisiese de allí adelante tener mas cuenta con sus cosas, para que conociese el mundo, que eran tratadas como de padre, que las sabía tener con las obras de cada uno; y que al cardenal Santa Flor, Camilo Colona, Marco Antonio Colona y los demás les favoreciese, admitiese y conservase en su buena gracia, como de primero, sin acordarse del enojo recibido, pues su intención no fue de desagradarle ni de serle los unos ni los otros desobedientes. Y que así mismo instase por sus grados, y en su lugar y tiempo, con toda buena manera y blandura por el remedio de lo que por ventura no se hubiese del todo acabado, como sería si el cardenal y los otros estuviesen aún sobre fianzas, o todavía se retuviese con alguna de las plazas que había ocupado del Estado de Marco Antonio o de los otros de la casa de Santa Flor y Ursina, de manera que la cosa viniese a quedar como de primero. Y que procurase lo que tocaba a las galeras se viese por justicia con toda brevedad, de manera que no padeciese el prior, y que también se diese libertad al abad Briceño, significando que siendo persona que iba con comisión y despachos de ministro del Emperador, y sobre cosas de su Estado y servicio, se había de tener más miramiento a no detenerle, como él le mandara tener, si fuera criado de Su Santidad, y que mandase alzar las fianzas a Julián Cesarino, y favorecer a doña Juana de Aragón, con los demás que dependían de aquella casa. Y que si vueltas las galeras, el Papa no hubiese venido en lo arriba dicho, antes continuase en lo comunicado, que sería clara conjetura de tener las cosas más fundamento, porque la rotura en tal tiempo, tanto más en éste, y con el Papa se debe excusar cuanto mas fuere posible, y que el enojo del César sería con nuevo fundamento mayor, si habiéndole vuelto las galeras, que fue el principio de su enojo, y siendo el cardenal y los demás muy obedientes, sin haber faltado en nada ni querer repugnar a su voluntad, no desistiese de ello y le pidiese afectuosamente se aquietase y desarmase, y los quisiese admitir a todos en su gracia y restituirles sus haciendas por contemplación y respeto del César. Pues de lo contrario se seguirían grandes inconvenientes y daños en la Cristiandad por estar el César más que obligado junto con favorecer y amparar sus amigos y allegados, a mirar también por la quietud de Italia, por lo que incumbía a su dignidad y oficio proveer a la seguridad de sus reinos y Estados; porque cuando después de hechos tantos cumplimientos, protestos y diligencias, Su Santidad quisiese proceder con tales modos, él quedaría más descargado delante de Dios y de todo el mundo, siendo forzado a tomar camino tan contrario a su buena intención y costumbre. 593
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Otras muchas cosas advierte el Emperador a Garcilaso, para que procurase atraer al Papa a que quisiese la paz y dejase el mal propósito que de las armas tenía, por donde claramente parece cuán contra su voluntad se hizo esta guerra, y que la procuró excusar cuanto fue en sí. Y sé que el Emperador y su hijo el rey consultaron con todos los hombres doctos de la Cristiandad si era lícita esta guerra, y vistas las causas, determinaron, como parece por sus firmas, que están en el Archivo de Simancas, que el Emperador y rey su hijo tenían muy justificada su causa y el Papa no, y que era lícita y justificada la guerra que contra él hacían. De estas y otras muchas cosas advierte el Emperador a Garcilaso de la Vega, en las cuales si bien manda prevenir al duque de Alba y a don Bernardino de Mendoza y a otros capitanes, y que soliciten al duque de Florencia, y a don Hernando de Gonzaga y a otros, siempre quiere que se guarde el debido respeto al Papa. Dióse esta comisión a Garcilaso en Bruselas, a cuatro de otubre, año de mil y quinientos y cincuenta y cinco.
- XXXI Instrución que el rey dio a Garcilaso. -Palabras cristianísimas del rey Felipo. Y a siete días del mes y año, y en la villa de Bruselas, el rey don Felipo dio otra particular instrución a Garcilaso, en la cual se remite a la que el Emperador le había dado, y dice más: que de su parte, hallando que el Pontífice llevase adelante el mal propósito que había comenzado, haga el mismo oficio con la Santidad del Papa, dándole su carta, usando de los términos y palabras que viere sea a propósito, para que, tratándose con el autoridad que conviene, se use toda templanza y buen modo, para que no sólo a Su Santidad, pero a todo el mundo conste de la observancia y respeto con que le trataban, y también vean la justificación que en todas sus obras querían usar y tener. Y que demás de lo que en la instrución de Su Majestad se contenía, dijese a Su Santidad, que a él y al Emperador su padre les ha parecido muy extraño que no se tuviese cuenta con que acaban de darle por sus embajadores la obediencia por el reino de Ingalaterra, después de haberse acabado el servicio, que con el favor y ayuda de Nuestro Señor se hizo, por medio de la reina y suyo, a Su Santidad y a aquella Santa Sede en reducir a su obediencia un reino como aquel, que estaba tantos años había apartado de ella, y que estando él entendiendo en asentar las cosas de la religión en él, se tuviese tan poca cuenta con las suyas, y con las que tocaban a sus servidores y ministros, y que no fuesen tratados con el respeto y consideración que se ha tenido a las cosas de los que inquietan y perturban la Cristiandad y ayudan y traen a los enemigos de la fe, en daño y en vergüenza de ella. Y que le dijese 594
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más la diferencia que de razón había de haber en tratar los hijos, y cómo se deben abrazar y regalar los obedientes, como él y el Emperador su padre lo habían sido. Y encarga mucho a Garcilaso que lo que de su parte dijese a Su Santidad fuese con la templanza y respeto que él bien sabría usar; pero de manera que también entendiese cuán diferente consideración se debiera tener de lo que en esto había tenido. Siempre este príncipe cristianísimo tuvo este buen miramiento, digno de su real pecho. Encárgale otras cosas, todas enderezadas a sosegar al Papa; escribe al cardenal de Santa Flor y a doña Juana de Aragón y a otros agraviados, consolándolos y pidiendo procuren en cuanto pudieren sujetarse al Papa y agradarle, y junto con esto ofreciéndoles su favor. Esta embajada hizo Garcilaso de la Vega con la misma diligencia y valor que el Emperador y rey se la habían encomendado. Y mostró tantos aceros al Papa, que sin miedo ni recelo del peligro de su vida (que le tuvo muy grande), después de quince meses de muy apretada prisión en el castillo de San Angel, por el mucho brío y valor con que le fue a la mano. Y le dijo secamente muchas verdades que le escocieron. Y en Roma se estimó el valor grande de Garcilaso, y dura hasta hoy día su memoria.
- XXXII Pérdida de Bujía. -Marqués de Cañete, virrey del Pirú. Y porque con las pesadumbres del Papa y rey Enrico de Francia no lo olvidemos todo, diré agora la pérdida de la ciudad de Bujía en Africa, como fue este año. La ciudad de Bujía, en el reino de Tremecén, que el conde Pedro Navarro ganó año de mil y quinientos y diez, como queda dicho, fue muy antigua, y tan grande, que en su prosperidad tenía más de veinte mil casas pobladas, la cual, según opinión de algunos, fue poblada por los romanos en el lugar donde agora está puesta en la halda de una gran cuesta o sierra que cae sobre el mar Mediterráneo Sardo, treinta leguas a levante de Argel y doce a poniente del castillo de Gigel, en el paraje de Densa o Dunia. Después que la ganó el conde, estuvo en poder de cristianos y por los reyes de Castilla treinta y cinco años, y de ordinario estaban en ella quinientos soldados de presidio repartidos en tres fortalezas, de las cuales salían y hacían correrías, algunas veces recibiendo daño por ser los moros de aquellas tierras belicosos, y haber muchos escopeteros azuagos, que siempre iban a correr a Bujía. Siendo, pues, capitán general desta ciudad y frontera don Alonso de Peralta, caballero natural de Medina del Campo, Salh Arráez, gobernador de Argel, a persuasión
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de un morabita llamado Cidi Mahomet el Haxi, fue sobre ella con una armada de veinte y dos bajeles por mar, y un campo de más de cuarenta mil hombres por tierra, entre los cuales iban diez mil tiradores. Y habiendo ocupado el castillo imperial, que los cristianos desampararon, pareciéndoles que no se podía bien defender, cercó el castillo de la mar y lo batió cinco días, y después de algunos asaltos lo entró por fuerza de armas, habiendo en él solos cuarenta soldados españoles que pelearon animosamente. De allí fue luego sobre el castillo grande, donde estaba don Alonso de Peralta con toda la otra gente, y lo batió veinte y dos días, al cabo de los cuales, faltándole a don Alonso ánimo, o movido de piedad de las mujeres y niños, fiado del partido que el moro le hizo se rindió, habiéndole prometido que le dejaría ir libre a él y a los que con él estaban, y les daría bajeles en que pasasen a España. Con esto el moro entró el castillo a veinte y siete de setiembre, día de San Cosme y San Damián. No se cumplió con Peralta lo que habían prometido, porque el Turco o moro los tomó a todos por esclavos, dando solamente libertad a don Alonso, y a otros veinte con él. Los cuales vinieron en España, y el Emperador mandó prender al don Alonso y a los que le aconsejaron que se rindiese; y tratándose esta causa en Consejo, acusando el fiscal a don Alonso, fue condenado a muerte. Y en Valladolid, a cuatro días del mes de mayo, año de mil y quinientos y cincuenta y seis, le sacaron de la cárcel pública armado, y con pregones le trajeron por las calles, quitándole en cada cantón o parte más pública una pieza de las armas, y de esta manera, con pregones afrentosos, le fueron desarmando, hasta llegar a la plaza Mayor, donde sobre un tablado le cortaron la cabeza como a cobarde, que le fuera mejor perder como valiente y como quien él era y lo habían hecho sus pasados. Si bien el doctor Gasca hizo con su mismo valor en allanar las tierras del Pirú todo lo que vimos, pedían con todo un gobernador que las sustentase en paz y justicia y obediencia de su príncipe. Teniendo el Emperador experiencia de los grandes y leales servicios que don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, le había hecho, y de que era sujeto capaz cual convenía para el gobierno de aquellas grandes y remotísimas provincias, le nombró este año por virrey de ellas, que entiendo fue la última provisión que Su Majestad hizo, y bien acertada, porque, como a todos es notorio, el marqués fue y sirvió su oficio cinco años, hasta en el de mil y quinientos y sesenta, en el cual murió, habiendo allanado y pacificado aquel reino con la buena gobernación y justicia que con singular prudencia administró, haciendo demás de esto muchas obras públicas y pías, con que ilustró muchos lugares, ayudándole su hijo don García de Mendoza, marqués que agora es de Cañete, que en sus muy tiernos años ejercitó las armas y el gobierno en la provincia de Chile, peleando y venciendo gentes bravas y indómitas, aventurando su persona en notables peligros; pobló ocho ciudades, como lo dirá quien escribe la historia de don Felipe Segundo. 596
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- XXXIII Renuncia el Emperador en el rey su hijo los Estados de Flandres. -Razonamiento elegante que hizo en la renunciación Feliberto de Bruselas, gran chanciller y del Consejo de Cámara. -Encarga a los flamencos la religión católica. Hallándose el Emperador ya muy cansado, así en el ánimo como en el cuerpo, falto de salud, quiso dar un ejemplo al mundo de la mayor grandeza que en él había hecho: que fue dejar la monarquía del Imperio y reinos que tenía, y retirarse a la más pobre y solitaria vida que puede hacer un triste fraile, como se verá en lo que presto contaré. A ocho de setiembre envió a llamar al rey don Felipe su hijo que estaba en Ingalaterra. Llegó el rey acompañado de muchos caballeros españoles y ingleses. Holgó el Emperador con la vista de su hijo único y amado, y luego mandó llamar los grandes y procuradores de los Estados de Flandres y Brabante que para 26 de octubre estuviesen en Bruselas. Juntos todos, habiendo celebrado capítulo con la caballería del Toisón, trató con ellos en Cortes la determinación que tenía de renunciar aquellos Estados en su hijo, y aun el Imperio en su hermano, el rey de romanos don Fernando, reservando para sí una pobre suma de dinero para el gasto ordinario de su casa. Determinación fue digna de considerar, y uno de los hechos más heroicos que el Emperador hizo en su vida que causó extraña admiración al mundo, viendo que un príncipe tan grande y tan bien afortunado en sus hechos, así se deshiciese de todo y lo quisiese dar de su mera libertad, contentándose con la vida pobre de un escudero honrado, y que tuviese en nada la majestad del mundo, sus pompas, la adoración de los hombres y, finalmente, la vida espléndida y real, escogiendo una pobre y humilde vida de un monasterio, queriendo esto, no por más de dar a Dios una breve parte de su vida y hacerle sacrificio de ella, acabándola en la contemplación y ejercicios saludables a su alma y quietud del cuerpo. No es oficio del coronista, ni lo permite el estilo que ha de tener la historia, predicar en ella; mas este hecho de Carlos V me mueve y saca (como dicen) de mis quicios, considerando los años en que comencé esta obra, cuando nació este príncipe, el contento de sus padres y abuelos, los regocijos de sus reinos, los juicios que se echaron, las esperanzas que se concibieron, la adoración que le hacían, la estimación en que estaba, la envidia que de sus privados había, lo que todos procuraban serlo y valer con él, y luego que comenzó a reinar, los inmensos cuidados y trabajos que le cargaron; los reinos y Estados casi todos se le levantaron en España, Austria, Flandres, Italia, Alemaña, Sicilia, Cerdeña, Indias, que, como hemos visto, en todas estas partes hubo levantamientos y alteraciones peligrosas. Demás de esto, las guerras continuas que tuvo por 597
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ganar, por conservar, por defender y pocas por ofender a sus enemigos, y por otros respetos humanos, que todo lo representó a todos los ojos, no sé por qué ángel, en aquellas visiones espantables que en Lombardía (como dije) se vieron año de mil y quinientos y diez y siete. Duró esta vida cincuenta, y años, que son un punto o nada, respecto de la eterna, y todos estos afanes pararon en lo que presto veremos de la vida que este gran príncipe hizo en el monasterio de San Yuste. No sé qué espejo más claro y cristalino de la vida humana, para que mirando en él sean santos los que fueren más perdidos. Algunos días antes de éstos, había el Emperador tratado su determinación y pedido parecer a sus hermanas, la valerosa reina María y doña Leonor, reina de Francia, y ellas, considerando que el gusto del Emperador era retirarse a descansar en España y acabar el resto de la vida, viéndole tan fatigado con sus enfermedades, tan quebrantado de tantos y tan largos trabajos de las continuas guerras y gobierno de sus Estados, no sólo le disuadieron su buen propósito, antes loaron y aprobaron su intención, suplicándole las trajese en su compañía para acabar con él las vidas. Resuelto el Emperador en esto, ordenadas las escrituras que sobre ello había de otorgar, estando juntos los caballeros y procuradores de las ciudades y Estados de Flandres, a 28 de octubre, habiendo oído misa, día de San Simón y Judas, entregó a su hijo, el rey don Felipe, y renunció en él el maestrazgo y señorío del Toisón, que es la Orden de caballería de la casa de Borgoña, encargándole mucho procurase siempre conservar la grandeza y dignidad de aquella insignia militar, mirando la persona y mérito a quien la daba. Hecho esto comió, y luego bajó a una gran sala aparejada para este acto, vestido de luto por su madre, la reina doña Juana, y con el collar del Toisón, acompañándole su hijo el rey don Felipe, y su hermana, la reina María, y su sobrino Manuel Filiberto, duque de Saboya, y todos los caballeros y embajadores de príncipes que había en su Corte. Sentóse el César en una silla que estaba algún tanto levantada, y eminente sobre otras, y mandó sentar al rey su hijo y a su hermana la reina María; y al duque de Saboya, y a algunos grandes, para los cuales estaban puestos asientos. Entraron y se hallaron presentes los procuradores de Cortes y otros varones ilustres, los cuales todos cabían bien, porque la sala era capaz, y el autor a quien aquí sigo dice que se coló dentro por amistad que le hacían algunos de la guarda, y que tenía veinte años de edad en éste de mil y quinientos y cincuenta y cinco. Estando todos así congregados con gran silencio, levantóse Filiberto de Bruselas, presidente del Consejo de Flandres, y habló de esta manera: «Si bien, grandes y clarísimos varones, de las cartas que por mandado del Emperador habéis recibido, podréis en parte haber entendido la causa para que os habéis aquí ayuntado, con todo eso ha querido su Cesárea Majestad que agora, y en este lugar, más larga y claramente os sea por mí declarada. 598
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«Saben muy bien muchos de los que aquí están presentes, que ha años que el Emperador Maximiliano, abuelo paterno de nuestro César, le emancipó y sacó de la tutela y curaduría en que estaba, cediendo en él y traspasando el señorío y gobierno de los Estados de Flandres, y de la misma manera es notorio de la suerte que en todo este tiempo ha procurado con suma diligencia la paz, quietud y sosiego de todos sus vasallos; ninguno creo que puede ignorar esto; y si el César, provocado con las injurias de algunos, no ha podido siempre estar en tal propósito ni ejecutarlo como deseaba, sino por vuestra causa tener graves y peligrosas guerras, y algunas veces por causa de ellas le ha sido forzoso dejar el gobierno de los reinos y provincias a él por Dios encomendadas, no pudiendo asistir por su persona en ellas, ha velado con el cuidado posible, poniendo todas sus fuerzas, ausente como presente, en defenderos y ampararos y librar vuestras tierras de las invasiones de vuestros enemigos, para que vuestras causas se gobernasen con suma quietud, equidad y cumplimiento de justicia, haciendo el oficio de un buen príncipe y padre verdadero de esta república. Lo uno, porque siempre tuvo tal amor a sus súbditos, heredándolo con los reinos y Estados de sus padres y abuelos. Lo otro, porque vuestros méritos, nacidos de los servicios y amor que a él y a sus pasados habéis tenido y hecho, lo pedían así, principalmente por la naturaleza que en estos Estados tiene, por haber nacido y criádose en ellos y por una larga experiencia que de vuestras obras tiene. Sabe y reconoce el César la voluntad y amor con que en todas ocasiones le habéis servido, y pagado el amor que a todos tiene, porque habéis siempre hecho lo que unos buenos y leales vasallos deben a su príncipe y que todo ha sido, no forzados, ni con amor fingido, sino con todo corazón, como por las obras ha visto. Y tiene en poco el haber padecido por gobernaros y defenderos de vuestros enemigos, trabajos y molestias, peligros, pérdida de hacienda y aun la propia salud con la vida, porque conoce que la vida, y lo que pudo hacer en ella por los suyos, siendo ellos tales, era deuda que se les debía. Y quisiera él mucho tener siempre este cuidado y no descargarse de él hasta el fin de sus días, y acabar en vuestro favor lo que le resta de las fuerzas del ingenio y de la vida, si no fuera que el cuerpo, ya cansado con tan inmensos trabajos, aunque la edad no es mucha, no podría sufrir carga tan pesada, principalmente estando tal que ya no es señor de sí, como lo veis, tan inútil e impedido, para poder bien gobernar. Y no sólo por esta causa levanta el César la mano y se descarga de esta monarquía, poniendo en su lugar otro, que para el gobierno de estos Estados sea su igual y tan idóneo, sino por otras muchas causas que le incitan, mueven y fuerzan a ello. Quéjanse los españoles, que ha doce años que no vieron la cara de su rey, y cada hora y momento claman por él; lo mismo desean los de Italia; los de Alemaña, de día y de noche piden la presencia de su príncipe, a los cuales todos hubiera el César satisfecho y dádoles gusto si la gran falta de salud no le impidiera y le forzara a dar el remedio que agora se trata. Habéis visto y sabido a qué estado le ha traído su fuerte mal, y aquí 599
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presentes lo veis, y no sin gran dolor. No está, por cierto, el César en edad que no fuera muy bastante para gobernar, mas la enfermedad cruel, a cuya fuerza no se ha podido resistir con todos los medicamentos y medios humanos, esta enemiga le ha tratado así, derribado, postrado su caudal y fuerzas. Es un mal terrible y inhumano el que se ha apoderado de Su Majestad, tomándole todo el cuerpo, sin dejarle por dañar parte alguna desde la cabeza a la planta del pie. Encógense los nervios con dolores intolerables, pasa los poros el mal humor, penetra los huesos hasta calar los tuétanos o meollos, convierte las coyunturas en piedras y la carne vuelve en tierra, tiene el cuerpo de todas maneras debilitado, sin fuerzas ni caudal; tiene los pies y manos como con fuertes prisiones ligados; los dolores continuos le atraviesan el alma, y así su vida es un largo y crudo martirio. Quiso el Señor justo, santo, sabio y bueno, dar al César en lo que resta de su vida tal guerra con un enemigo cruel, invincible y duro. Y porque las frialdades, aires y humedad de Flandres le son totalmente contrarias, y el temple de España es más apacible y saludable, Su Majestad se ha determinado, con el favor divino, de pasar allá, y antes de partirse renunciar en su hijo el rey don Felipe, y entregarle los Estados de Flandres y Brabante. Sintiera mucho el César y le llegara al alma, si después de haber padecido tantos trabajos por mar y por tierra por vuestra defensa y tranquilidad, cayérades en algún gran trabajo, pérdida o daño por causa de su ausencia, falta de príncipe, que os defendiera y amparara. Una sola cosa le consuela en esta determinación y mudanza que hace, movido y guiado por la mano de Dios, y no por codiciar la ociosidad, ni amar el descanso, ni tampoco forzado, ni por miedo de algún enemigo, sino por desear y querer lo que os está mejor, os pone y entrega debajo del gobierno del rey don Felipe, que está presente, su hijo único, natural y legítimo sucesor, a quien poco ha jurastes por vuestro príncipe, que está en edad propria, varonil y madura para os gobernar, y casado con la reina de Ingalaterra, y para bien de estos Estados juntado con ellos aquella Isla. Que, pues, en los años de atrás gobernó los reinos de España con tanto crédito y gusto de todos, dando ilustres muestras de sí, no hará menos en el gobierno de estos Estados, ni dejará de henchir el vacío de la Majestad Católica, principalmente siendo de vosotros ayudado con obras y consejos, como el César espera, por la experiencia que de vuestra lealtad tiene. Pues, como por el continuo dolor de la gota, el César no pueda más asistir al gobierno que del cielo le fue encomendado, da a Dios muchas gracias, y las reconoce, que a él y a vosotros hizo tanta merced, por le haber dado lugar para gobernar a Flandres hasta tener hijo que lo pudiese hacer y sucederle en su monarquía. Y con esto no se puede temer que vengáis en los peligros y males en que grandes reinos han venido hasta perderse, que suele ser cuando en la administración y gobierno suceden los que por poca y no madura edad o por otra falta de los sujetos, sin valor ni experiencia, son inútiles para gobernar. El César está muy seguro que por esta causa no os perderéis, y que su hijo tiene valor para seguir sus pasos, y en él hay caudal para os gobernar, 600
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defender y amparar. Y que no hará menos de lo que debe hacer un buen príncipe, que con todo amor y benevolencia trata y gobierna a sus vasallos. Por lo cual tiene por cosa muy conveniente a Flandres y a todos sus reinos traspasar en él, ceder y renunciar, como poco ha comenzó, todos sus reinos y Estados, porque yéndole entregando en esta manera los Estados, se entenderá mejor con ellos y acertará a gobernarlos, que si de golpe o juntamente le echase la carga de todos sus reinos y señoríos, con tanto peso apremiado, para mal suyo y de todos, daría con la carga en el suelo. Por las cuales causas se ha movido el César, en presencia de todos, oyéndolo los que aquí estáis, a renunciar, como renuncia, los Estados de Flandres, y los entrega a su hijo, y pone debajo de su imperio y mando. Y a él, desde este punto, como a legítimo heredero y sucesor, le da entera y legítima posesión, para que de aquí adelante use de ella y haga de ellos como de cosa suya propria, lo que más viere que le conviene. Y pide a todos que seáis contentos y tengáis por buena esta cesión y renunciación que el César hace. Y os absuelve y alza el homenaje y juramento que le hecistes, y os da poder para que le hagáis al rey don Felipe su hijo, con toda la solemnidad que a un príncipe juran y prometen sus vasallos. Una sola cosa os pide el César, que todo lo que en la gobernación de los Estados de Flandres con sumo trabajo y cuidado por su hermana la reina María, que no es como quiera la parte que deste trabajo ha tenido y lo que hasta agora hizo, lo toméis en buena parte, y tengáis entendido que sus intentos y mayores deseos fueron de acertar, porque él no entiende haber dejado cosa que en alguna manera el entendimiento humano pudo alcanzar, ni pensar que conviniese a vuestra república, ni dejó de hacerla pudiendo. Y que le duele grandemente verse tan imposibilitado por su enfermedad y por la multitud de negocios y estado del tiempo. Y que él quisiera harto haber podido haberlo hecho mejor, que por las obras constará claramente su limpio y verdadero deseo, que del bien común y de acertar en todo tuvo. Que muy bien conoce Su Majestad que todo el caudal y ser que de Dios y de la naturaleza recibió lo debía emplear de esta manera, en bien de sus fieles, buenos y leales vasallos, porque no dejastes de hacer cosa en algún tiempo que para confirmar la obediencia de los pueblos y la paz, y conservar la autoridad de vuestro príncipe fuese necesaria, por lo cual os da infinitas gracias. Y de la misma manera por las buenas obras y servicios que en todas ocasiones le hecistes, o teniendo necesidad de vuestra hacienda, o de vuestro consejo, o pedidos extraordinarios de dineros, que como sabéis, se gastaron con los españoles y italianos, para la defensa, conservación y amparo de los Estados de Flandres. Por estos vuestros merecimientos, ninguna cosa siente más el César que es no os dejar libres de guerras antes de partirse, y con la paz y quietud que él quisiera; mas sois todos muy buenos testigos de los trabajos en que se ha puesto por salir con esto. Y la reina María, en la última junta que hizo en Flandres, declaró sabiamente lo que con los franceses se había hecho, y cuán lejos estuvieron de querer nuestra paz. Dios, ciertamente, que es justo juez de todos los hechos 601
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humanos, sabe bien quién fue el autor de las guerras pasadas y causador de los males que de ellas han resultado. Y estad ciertos que el rey Felipo, siendo ayudado de vosotros, no dejará cosa que para defenderos y ampararos él pueda pensar ser necesaria, y que la paz que el César siempre ha deseado, la procurará, y quedando su dignidad y autoridad sin quiebra, ni perder su reputación, mirará por la honra, y provecho de todos. Vuestra obligación es, como siempre lo hicistes, no le faltar ni a vosotros mismos, sino poner todo vuestro poder en lanzar de vuestras fronteras los enemigos y conservar vuestras tierras, y si así lo hiciéredes, jamás os faltarán las riquezas y favores de los demás reinos y provincias sujetas a su hijo. Resta que tengáis por muy encomendada la religión católica, que fue de vuestros pasados, que así lo pide el César, manda y encarga, y que viváis con cuidado, porque los innovadores no la perturben y dañen, sino que conservéis su autoridad entera, sana y limpia, obedeciendo a la Iglesia Católica Romana como verdaderos hijos suyos, guardéis constantemente sus mandamientos para tranquilidad y sosiego de la religión en que vivieron y murieron vuestros abuelos y para el bien público de estos Estados. Esto mesmo manda y encarga el César a su hijo, y antes que se parta volverá a mandárselo. Débeos mover el ejemplo que tenemos de las ciudades y provincias vecinas, porque el servir a Dios constantemente es el verdadero reinar, y vivir libremente, por lo cual, si permaneciéredes firmes en la religión de vuestros pasados y guardáredes la fe y piedad cristiana a Dios debida, como todo bien de El sólo procede, no hay por qué temer los daños y incómodos de los herejes, ni la tiranía de los innovadores. No os encomienda el César cosas nuevas, jamas oídas, ni os obliga a cargas intolerables, sino lo que es la cabeza y el fundamento de todas las leyes, y de la cual todas las demás penden. Esta que vuestros abuelos guardaron, os manda guardar, y que la defendáis como la misma vida. Y si ésta os falta, jamás habrá cosa firme en vosotros; destruida y acabada la fe, todos seréis perdidos, y cayendo ella, caeréis todos. Estando ella, como debe, levantada, estaréis floreciendo, y como la palma floreceréis. Su vida será la vuestra, porque en ningún tiempo ninguna otra religión conoció Alemaña, no tuvo otra Francia, ni España, ni Italia, ni Grecia, ni Asia, ni Africa, desde el tiempo en que se dejó el culto vano de los falsos dioses, ni tuvieron otras ceremonias ni costumbres de la religión cristiana, externos ni internos cultos más de los que llaman sacramentos y ceremonias, que son los que nuestros abuelos y mayores con la Iglesia romana firmemente hasta este día guardaron. Y si, como dije, permitiéredes que falte esta fe, faltaros ha Dios, y dejaros ha caer en grandes calamidades, porque ninguna cosa castiga Dios con mayor severidad que el desprecio y quebrantamiento de su ley, como las divinas letras nos lo enseñan y testifican, y los ejemplos temerosos de los pueblos y reinos, que por este respecto se acabaron. Guardando la fe católica, y la justicia que después de la religión el César os encomienda, quedarán enteros sus derechos, sin que haya falta en ellos. Mas si este fundamento falta, ningún 602
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edificio de la república será firme, porque si bien sean muchas y poderosas las provincias de Flandres, y ellas entre sí, en costumbres, condiciones, leyes y lenguas distintas, los lazos de la caridad y religión cristiana harán de ellas un cuerpo y reino fortísimo, y un miembro que será una provincia ayudará a otro, y serán, unidos, una fortaleza inexpugnable, contra la cual no habrá poder en la tierra, ni bastarán fuerzas para los apartar, ni dividir, ni oprimir. Y juntos bastarán a hacer temer a los príncipes muy poderosos, como muchas veces la experiencia lo ha mostrado. Últimamente os encomienda el César a su único hijo, el rey Felipo, a quien os pide que obedezcáis y améis como a vuestro príncipe y señor natural, y hagáis con él lo que siempre habéis hecho con el César, lo cual os pide tanto por su autoridad cuanto por vuestro provecho. Y debéislo hacer así, pues es cierto que la voluntad del rey Felipo no puede ser mejor, ni el amor y ánimo que a vuestras cosas tiene, mayor. Procurad, pues, varones ilustrísimos, que no se pueda en algún tiempo decir que por vosotros haya quedado, y que os tengan por indignos de este amor tan grande que el pecho real de nuestro César sobre vosotros ha derramado, y que puedan teneros por indignos de tales príncipes, sino que así se puedan preciar de tales vasallos, como os debéis honrar y tener por dichosos, por haber tenido tales señores vuestros naturales, nacidos en vuestro suelo, y por los beneficios y crecidas mercedes que estos Estados de ellos y de sus pasados han recibido.» Con esto calló el presidente Bruselas, quedando todos admirados y con los ánimos suspensos, mirándose unos a otros sin hablar, espantados de la determinación nunca pensada del Emperador. Dolíales dejar un señor que tan valerosa y prudentemente los había gobernado y defendido. Y que los dejase en tiempo que en Francia había un rey tan belicoso y capital enemigo suyo, y cuando aquella nación belicosa, ardía con envidia y odio del bien y riquezas de aquellos Estados, contra la nación flamenca. Y esperando congojados qué fin tendría aquella junta, estaban como atónitos. Lo cual, visto por el Emperador, para más declarar lo que Bruselas había dicho, repitiendo algo de lo referido y añadiendo otras cosas que quiso que allí se entendiesen, levantóse en pie con un palo en la mano derecha, y poniendo la otra sobre el hombro de Guillermo Nasau, príncipe de Orange (que poco después de venido el Emperador inquietó aquellos Estados, revelándose como ingrato contra el rey Felipo) y habló de esta manera:
- XXXIV Lo que dijo el Emperador después de la oración de Filiberto.
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«Si bien Filiberto de Bruselas bastantemente os ha dicho, amigos míos, las causas que me han movido para renunciar estos Estados y darlos a mi hijo, el rey don Felipe, para que los tenga, posea y gobierne, con todo eso os quiero decir algunas cosas por mi propia boca. Acordárseos ha que a 5 de hebrero de este año se cumplieron, cuarenta en que mi abuelo, el Emperador Maximiliano, siendo yo de quince años de edad, en este mismo lugar y a esta misma hora me emancipó y sacó de la tutela en que estaba y hizo señor de mí mismo. Y en el año siguiente, que fue de diez y seis de mi edad, murió el rey don Fernando el Católico, mi abuelo, padre de mi madre, en cuyo reino, siendo yo muchacho de diez y siete años, comencé a reinar, porque mi muy amada madre, que ha poco que murió, desde la muerte de mi padre quedó con el juicio estragado, de manera que nunca tuvo salud para poder gobernar. Y así en el año diez y siete de mi edad, por este nuestro mar Océano fuí a España. Luego sucedió la muerte de mi abuelo, el Emperador Maximiliano, en el año de diez y nueve de mi edad, que hace agora treinta y seis años, en el cual tiempo, aunque era muy mozo, en su lugar me dieron la dignidad imperial. No la pretendí con ambición desordenada de mandar muchos reinos, sino por mirar por el bien y común salud de Alemaña, mi patria muy amada, y de los demás mis reinos, particularmente los de Flandres, y por la paz y concordia de la Cristiandad, que cuanto en mí fuese había de procurar, y para poner mis fuerzas y las de todos mis reinos en aumento de la religión cristiana contra el Turco. Mas si bien fue este mi celo, no pude ejecutarlo como quisiera, por el estorbo y embarazo que me han hecho parte de las herejías de Lutero y de los otros innovadores herejes de Alemaña, parte de los príncipes vecinos y otros, que por enemistad y envidia me han sido siempre contrarios, metiéndome en peligrosas guerras, de las cuales, con el favor divino, hasta este día he salido felizmente. Demás de esto hice con diversos príncipes varios conciertos y confederaciones, que muchas veces por industria de hombres inquietos no se guardaron y me forzaron a mudar parecer, y hacer otras jornadas de guerra y de paz. Nueve veces fuí a Alemaña la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí a Flandres, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia, dos en Ingalaterra, otras dos fuí contra Africa, las cuales todas son cuarenta, sin otros caminos de menos cuenta, que por visitar mis tierras tengo hechos. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme; por manera que doce veces he padecido las molestias, y trabajos de la mar. Y no cuento con éstas la jornada que hice por Francia a estas partes, no por alguna ocasión ligera, sino muy grave, como todos sabéis. Demás de esto, muchas veces y mucho tiempo estuve ausente de Flandres, dejando por gobernadora a mi hermana, que aquí está presente; de la manera que haya gobernado y puesto sus fuerzas en defenderos no es menos notorio a todos estos Estados que a mí mesmo. La mitad del tiempo tuve grandes y peligrosas guerras, de las cuales puedo decir con verdad que las hice 604
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más por fuerza y contra mi voluntad que buscándolas, ni dando ocasión para ellas. Y las que contra mí hicieron los enemigos resistí con el valor que todos saben. Y digo que ninguno de estos trabajos me fue más penoso ni afligió tanto mi espíritu como el que agora siento en dejaros, y ya que os dejo, que no sea con la paz y descanso que yo quisiera. Y la causa de esto, mi hermana María os la dijo en la última junta que con vosotros tuvo, y a todos es notorio que yo ya no puedo entender en estas cosas sin grandísimo trabajo mío, y pérdida de los negocios, pues los cuidados que tan gran carga pide, el sudor y trabajo, mis enfermedades y quiebra grandísima de salud me acabarían en un punto, pues aun a los muy sanos y descansados bastarían a fatigar, y el solo mal de la gota consume y acaba. Sé que para gobernar y administrar estos Estados y los demás que Dios me dio ya no tengo fuerzas, y que las pocas que han quedado se han de acabar presto. Y es cierto que por esta causa ha días que hubiera echado de mí esta carga y retirádome, si la poca edad de mi hijo y la incapacidad de mi madre para tratar de gobierno no hubiera forzado mi ánimo y mi cuerpo para pasar con la carga hasta llegar a este tiempo, por no desampararos, no defenderos en tiempos tan turbados y con tantos enemigos. Tenía determinado esta última vez que fuí a Alemaña de hacer lo que agora veis; mas no me resolví y entretuve mi determinación, doliéndome del miserable estado de la república cristiana, viéndola con tantos tumultos, novedades, opiniones en la fe, herejías temerarias y escandalosas guerras más que civiles y, finalmente, puesta en un turbulento y miserable estado. También me detuve porque entonces no era tanto el mal que agora siento, y porque esperaba que se daría algún corte en las cosas, para que hubiese la paz que os deseaba. Y con estas esperanzas me detuve, por no faltar a lo que debía, sino gastar mis fuerzas, mi hacienda, la quietud y, lo que más es, la vida por el bien de la Cristiandad y defensa de mis vasallos, y habiendo ya salido con parte de la que tanto deseaba, el rey de Francia y algunos alemanes, faltando a la paz y concordia que habían jurado, vinieron contra mí y me quisieran prender, y el francés se apoderó de la ciudad de Metz, y yo, por sacársela y volverla al Imperio, en el corazón del invierno, con el rigor de los fríos, aguas y nieves, fui con poderoso ejército, hecho a mis expensas, y vieron los alemanes que por mí no quedaba despojado el Imperio, ni menos acabado de su autoridad y de la majestad que siempre tuvo. Y no pudiendo hacer lo que quería, por ser tan contrario el tiempo, volvíme a esta tierra entre vosotros, y fui y tomé a Teruana y Hesdín, hice que el rey de los franceses se retirase muy de paso en su reino, cuando con muy poderoso ejército entró por Henaut y Arrás; fuile a buscar a Valencianes, hícele huir como a salteador y correador de los campos, y no como guerrero. Y en el año pasado, habiendo el mesmo rey tomado por trato a Mariaburg y vuelto otra vez con su ejército contra Henaut y Arrás, salí en su busca hasta Namur con intento de dar la batalla y acabar con él de una vez y libraros de las molestias de la guerra; mas retiróse el francés a lugar seguro, y seguíle hasta Rentin, donde no quiso esperar, antes se metió en su 605
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reino perdiendo de su reputación, y me pesó harto de no tener lugar para ponerle muy bien la mano. Finalmente, yo hice lo que Dios fue servido, porque los sucesos de las guerras no todas veces están en manos de los hombres, sino en la voluntad de Dios; nosotros habemos según nuestro caudal, fuerzas e ingenio, y Dios da la vitoria o permite la rota. Hice lo que pude, y ayudóme Dios, por lo cual debemos darle infinitas gracias, que él ha sido el que en los mayores trabajos y peligros me ha siempre socorrido. Y parece cierto cuánto es lo que debemos a la Majestad Divina, pues no nos podemos quejar de alguna gran pérdida ni daño notable que hayamos recebido, antes le debemos gracias por muchas y claras vitorias, que de su larga mano habemos recibido. Y porque ya en este tiempo me siento tan cansado, que no os puedo ser de algún provecho, como bien veis cual estoy tan acabado y deshecho, daría a Dios y a los hombres estrecha y rigurosa cuenta, si no hiciese lo que tengo determinado dejando el gobierno, pues ya mi madre es muerta, y mi hijo el rey Felipo por la gracia de Dios está en edad bastante para poderos gobernar, del cual espero que ha de ser un buen príncipe a todos mis amados súbditos. Por tanto, determiné, y ya de todo punto estoy resuelto por las causas dichas, de renunciar estos Estados. Y no quiero que penséis que hago esto por librarme de molestias, cuidados y trabajos, sino por veros en peligro de dar en grandes inconvinientes, que por mis enfermedades os podrían resultar. Por tanto, estoy determinado de pasar luego en España, y dar a mi hijo Felipo la posesión de estos Estados, y a mi hermano el rey de romanos el Imperio. Encomiéndoos mucho mi hijo, y pídoos por amor de mí que tengáis con él el amor que a mí siempre tuvistes, y el mismo amor y hermandad guardéis entre vosotros, y que seáis muy obedientes a la justicia y celosos de la guarda de las leyes, y a todo guardéis el respeto debido y deis la autoridad y poder que se les debe; y principalmente habéis de mirar y guardaros no dañen ni inficionen la pureza de vuestra fe, las novedades y herejías de las provincias vecinas; y si acaso entre vosotros han comenzado a echar algunas raíces, arrancaldas luego con toda diligencia, si no queréis que vuestra república se acabe y consuma y se vuelvan las cosas de arriba abajo, dando con vosotros en mil desventuras y despeñaderos. En lo que toca al gobierno que he tenido, confieso haber errado muchas veces, engañado con el verdor y brío de mi juventud, y poca experiencia, o por otro defecto de la flaqueza humana. Y os certifico que no hice jamás cosa en que quisiese agraviar a alguno de mis vasallos, queriéndolo o entendiéndolo, ni permití que se les hiciese agravios; y si alguno se puede de esto quejar con razón, confieso y protesto aquí delante de todos que sería agraviado sin saberlo yo, y muy contra mi voluntad, y pido y ruego a todos los que aquí estáis me perdonéis y me hagáis gracia de este yerro o de otra queja que de mí se pueda tener.»
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Acabó con esto el César, y volviéndose a su hijo el rey don Felipe con abundancia de lágrimas y palabras muy tiernas le encomendó el amor que debía tener a sus súbditos, y el cuidado en el gobierno, y sobre todo la fe católica, que con tanto fervor habían guardado sus pasados. Y con esto acabó su plática, porque ya no podía tenerse en los pies, que como estaba tan flaco faltábale el aliento para pronunciar las palabras, el color del rostro con el cansancio de estar en pie y hablar tanto, se le había puesto mortal, y quedó grandemente descaído; tan grande era su mal, que es harto notable en edad de cincuenta y cinco años estar tan acabado. Podemos ver en esto cuáles fueron sus cuidados y fatigas, que son las que, como dice el sabio, secan y consumen los huesos, parte más fuerte del cuerpo humano. Oyeron todos lo que el Emperador dijo con mucha atención y lágrimas, que fueron tantas, y los sollozos y suspiros que daban, que quebraran corazones de piedra, y el mismo Emperador lloró con ellos, diciéndoles: «Quedaos a Dios, hijos; quedaos a Dios, que en el alma os llevo atravesados.»
- XXXV Responde en nombre de los Estados al Emperador el doctor Jacobo Masio. Luego Jacobo Masio, síndico de Ambers (que es un oficio muy honrado) en nombre de todos los que allí estaban, y de todas las ciudades y villas de aquellos Estados, con una larga y elegante oración (porque lo era él mucho), respondió y dijo en suma: Que los de aquellos Estados eran muy obedientes vasallos de Su Majestad, y no querían salir un punto de lo que fuese su voluntad, si bien su persona imperial les había de hacer grandísima falta, que sola la grandeza de su nombre bastaba para los amparar y defender de sus enemigos, y que así, de fuerza había de sentir mucho su ausencia, y que todos recibían por su natural y supremo señor a su hijo el rey don Felipe, y le obedecerían y harían en su servicio los oficios que como muy leales y obedientes y naturales vasallos le debían sin faltar en nada. Pero que suplicaban encarecidamente a Su Majestad que los dejase muy encomendados al rey Felipo su hijo, y que no los desamparase antes de acabar la guerra, y que la paz se procurase y concluyese. Y le daban infinitas gracias por los saludables consejos que les daba, sabiendo que salían de un ánimo mas que paternal, y que con todas sus fuerzas procurarían que la religión cristiana, y con ella la justicia, tuviesen en aquellos Estados el lugar y autoridad que siempre habían tenido, y aquellos Estados estuviesen muy concordes y firmes, y el culto divino con la puntualidad y grandeza de que siempre aquella nación se había preciado, y sería asimismo obedecida la Iglesia romana, como lo había sido en tiempos pasados, hasta aquel día, pues era cierto que estaba en esto la 607
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perpetuidad y firmeza de aquellos Estados. Y pidiendo a Dios que al César y a su hermana la reina María diese próspero y feliz viaje, acabó su oración.
- XXXVI Lo que dijo el rey Felipo. -Habla el cardinal Granvela, obispo de Arras, en nombre del rey. -Despídese la reina María y pide perdón de su gobierno. -Responde por los Estados el mismo dotor Jacobo. -Jura el rey Felipo los fueros de aquellos Estados y ellos le juran por príncipe y soberano señor. -Carta de renunciación de los Estados de Flandres. Levantóse luego el rey Felipo y púsose de rodillas delante del Emperador su padre diciendo que se sentía indigno de tanta honra, y que no hallaba en sí fuerzas para tomar la carga que Su Majestad quitaba de sus hombros, y si bien siempre había tenido por malo hacer cosa contra la voluntad de Su Majestad ni aun contradecirla, pero que tendría por muy peor, si en algo de lo que aquí había dicho, y en esta determinación no consintiese; y así, desde luego obedecía y le daba todas las gracias que podía por la merced que le hacía, y desde luego acetaba la renunciación que los Estados de Flandres en él hacían, que él procuraría con el favor de Dios de los gobernar y sustentar en justicia, de manera que nadie pudiese quejarse de él. Dicho esto se levantó, y vuelto a los caballeros dijo: «Quisiera haber deprendido también a hablar la lengua francesa, que en ella os pudiera decir larga y elegantemente el ánimo, voluntad y amor entrañable que a los Estados de Flandres tengo; mas como no puedo hacer esto en la lengua francesa, ni flamenca, suplirá mi falta el obispo de Arras, a quien yo he comunicado mi pecho; yo os pido que le oigáis en mi nombre todo lo que dijere, como si yo mismo lo dijera.» Levantóse el obispo de Arras, Antonio Perenoto, que después fue el cardenal Granvela, que murió en Madrid, como vimos, año 1586, y habló a los Estados en nombre del rey de esta manera: «Mandóme el príncipe y rey nuestro señor, varones gravísimos, que en breves razones os representase cuán poca necesidad había de que el Emperador nuestro señor renunciase estos Estados, si Dios fuera servido de darle en esta edad la salud corporal que le falta, que según orden de naturaleza pudiera muy bien tener. La cual, como de Su Majestad oístes, le ha quitado el mal de la gota, derribando y acabando un sujeto harto robusto, que con tanto valor defendía y gobernaba estas provincias, y los demás reinos por Dios a él encomendados, no habiendo cosa en el mundo que más gusto diere al rey,
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como que su padre durara en la administración y señorío de sus reinos, hasta la fin de sus días. Mas como viese postrada la majestad cesárea de su padre con continuos dolares y mortales quiebras de su salud, y que sobre cuerpo tan enfermo no era posible cargar tantos trabajos sin acabarle de todo punto, por la poca virtud que ya tiene vencido con el mandamiento y voluntad de su padre, quiso obedecer y descargarle de tan pesada carga, y cuanto en sí fuese darle descanso, y esto con más voluntad y prontitud, por ver y entender el gran amor que los Estados de Flandres le han mostrado. Por lo cual el rey mandó que en su nombre os dijese las causas que al César han movido. «Pues como el rey vea que su padre lo quiere así, y que vosotros gustáis de ello, admite y acepta el gobierno y señorío que el Emperador su padre le ha dado de estos Estados, en la misma forma que el Emperador lo ha renunciado, y por vosotros ha sido recibida y admitida, confiando que no le faltaréis en consejos ni en obras, antes como leales vasallos estaréis siempre en su servicio. Promete el rey que con el favor de Dios y el vuestro pondrá todas sus fuerzas por la justa y derecha administración de estos Estados, y por su defensa hasta perder la vida, si la necesidad lo pide, estando siempre, como pedistes, con vosotros, cuando el estado de las cosas diere lugar; y que si se ausentare volverá, y que obedecerá a su padre, agora mucho mejor, porque es muy conforme a su condición. Demás de esto procurará y velará con todo cuidado, y pondrá sus fuerzas y hacienda, para que la fe católica y culto divino esté siempre en su Estado, siendo cierto que le ha de ayudar Dios en esto, conforme al celo que tiene. Gobernaros ha el rey con suma equidad y justicia, guardaros ha las libertades de vuestros privilegios, leyes y costumbres antiguas; para que como hasta aquí viváis con ánimos concordes en paz y buena tranquilidad, y os defendáis y ofendáis a los enemigos que a vuestras buenas fortunas hicieren guerra. Y aunque ha poco que juró esto todo, queriéndolo vosotros volverá a hacer el mismo juramento, en general, y en particular a cada provincia; y finalmente hará todo lo que un buen príncipe debe a una república, que con lealtad, y amor, como aquí lo habéis prometido al César, sirve a su señor.» Acabó con esto el obispo de hablar y sentóse. Luego se levantó la reina María, hermana del Emperador y gobernadora de Flandres, y habló de esta manera: «Habéis entendido, varones prudentes, de lo que mi hermano el Emperador os ha dicho, su voluntad y cómo renunciando en su hijo Felipo los Estados de Flandres, le haya dado la posesión y soberano imperio de ellos. Lo cual por sola una cosa os debe ser de mucho gusto, porque al César por sus continuas enfermedades veis tan acabado, que no está para gobernar; y su hijo el rey Felipo, en la flor de su edad, y más cumplido juicio, y razonable 609
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experiencia, ayudado por vosotros bastará para esta carga. He tenido con voluntad de todos, ausente y presente el Emperador mi hermano, muchos días el gobierno de estos Estados, he padecido grandes trabajos, hanme atormentado los cuidados de la paz y de la guerra. De los cuales viéndome ya en esta edad, pedí al Emperador que me sacase y quisiese llevar consigo a España; y alcancélo más fácilmente porque luego que me cargué de este gobierno, fue con que no lo había de tener sino pocos años. Pero forzada con los muchos negocios y doliéndome de verlo tan enfermo, he tenido con harta pesadumbre veinte y un años este cuidado, importunando siempre a mi hermano que me descargase dél, dándole muchas causas y razones que para ello había de mis pocas fuerzas, de que mi caudal al fin era de mujer, y que el tiempo y las ocasiones pedían otro mayor. Y como estas excusas aprovechasen poco, sirvieron sólo de darme personas de valor y letras que me ayudasen. Hice lo que pude, y espero del Emperador mi hermano y del rey Felipo mi sobrino y de vosotros que, en premio de mis trabajos, se me darán gracias por mis buenos deseos. Ha gustado el Emperador de quitarme este cuidado, porque le quiero acompañar en la jornada de España, para acabar con él en aquella tierra lo que me queda de la vida, en quietud. Por tanto, si en este gobierno no he satisfecho a mi hermano ni dado gusto a vosotros, errando como ignorante, estad ciertos que no ha sido falta de mi voluntad, sino de fuerzas, porque como mujer no he tenido las que convenía. Que si yo tuviera tanta experiencia y ingenio cuanto sido el amor y buen deseo con todos los de Flandres, y la sinceridad de mi ánimo con que procuré acertar, estoy cierta que ningún príncipe jamás pudo quedar más satisfecho de su ministro, ni alguna provincia fue más bien gobernada que la de Flandres, a lo menos con mayores deseos de acertar, porque todo cuanto caudal Dios me dio lo empleé en su defensa y prospera conservación. Por lo cual, encarecidamente ruego a mi hermano el Emperador, y a mi sobrino el rey Felipo, y a todos los que en nombre de estos Estados aquí estáis, que reciban con buen ánimo todo cuanto en este gobierno he hecho, y la industria que en ello puse, echándolo a buena parte y al buen fin que en todo tuve, que por eso no dejo de confesar que he errado. Mas como no se pueda atribuir a malicia ni a mala voluntad, sino a mi poco saber y natural fragilidad y flaqueza, que confieso, débeseme conceder el perdón que pido, principalmente porque no hice cosa fiada en mi propio juicio, sino con pareceres y consejos de grandes hombres y de los Consejos de estos Estados, lo cual puedo mostrar con muy pocas palabras, pues aquí están muchos presentes que se hallaron en la mayor parte de los negocios y podrán decir cuál fue mi gobierno y la intención que en él tuve. Y el Emperador y el rey y yo nos podemos tener por bien servidos y gozarnos, dando por ello a todos muchas gracias, y que cualquier bien y provecho que de ahí resultó fue para vosotros y para vuestras casas y hijos. Y en lo que a mí toca, ninguna cosa pido por los trabajos que he padecido, sino que viváis todos muy conformes, acordándoos siempre de lo que poco ha que 610
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mi hermano el Emperador, santa y discretamente os dijo, por sí y por Filiberto Bruselas, y agora también os lo amonesta, aconseja y manda, si queréis permanecer en el feliz estado en que estáis, y ser mejores que todas las naciones del mundo; y si no lo hiciéredes, sed ciertos que, os habéis de ver en grandes desventuras. Yo os deseo todos los bienes del mundo, y no falta quien procura vuestra perdición; mas si servís a Dios y obedecéis a la Iglesia católica y a vuestro príncipe, no tenéis de qué temer. Dondequiera que yo esté miraré por vuestro bien y hallaréis en mí el favor que quisiéredes; la que siempre hasta aquí fui para vosotros seré hasta el fin de mis días; jamás os faltaré siempre que os queráis valer de mí, esto se ha de entender consintiéndolo y queriéndolo el rey Felipo mi sobrino, vuestro señor.» Acabando de hablar la reina María respondió en nombre de todos largamente Masio; dio gracias a la reina encareciendo su buen gobierno, y los bienes y mercedes que de su mano aquellos Estados habían recibido, de los cuales habría en ellos siempre la memoria y conocimiento debido, y harían lo que el Emperador les aconsejaba y mandaba, y rogarían a Dios por su buen viaje y la salud que deseaban, etc., y con esto se despidieron. Y a veinte y siete de octubre los mismos procuradores de los Estados, a las nueve antes del mediodía se juntaron acompañando al rey don Felipe los caballeros del Toisón, y sentándose el rey en una riquísima silla juraron solemnemente las leyes y privilegios, franquezas y libertades de las provincias, y ellos le juraron en la forma que le habían jurado por su príncipe. Luego hicieron el mismo juramento los de Brabante, Limburge, Lucemburg y Güeldres; y de esta manera todas las demás provincias de aquellos Estados, y le besaron la mano como a príncipe y señor natural. La carta en que el Emperador hizo y otorgó esta renunciación y la firmó con su mano decía: «Don Carlos, por la gracia de Dios Emperador de romanos, rey de las Españas, etcétera. Sea a todos notorio los presentes y futuros que Nos, por estar ya en edad mayor y enfermo en el cuerpo, y por otras grandes causas hallarnos impedido para el gobierno de los Estados de Flandres, y que nuestro hijo Felipo, rey de Ingalaterra, y Francia, y Nápoles, haya venido a edad madura y juicio, para poder regir los Estados de Flandres, que ya le tienen jurado por príncipe y legítimo heredero, y para resistir y echar fuera de ellos al enemigo, principalmente habiendo Dios aumentado su poder, por haber juntado con estos Estados el reino de Ingalaterra por el casamiento que con la reina María hizo. Pues por estas causas, habiéndome de partir para España, y lo que resta de la vida acabarlo libre de negocios y cuidados del gobierno, decimos: Que de nuestra libre voluntad cedemos y traspasamos en el dicho nuestro hijo Felipo, y lo nombramos por príncipe y señor de los Estados de 611
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Flandres, en manera que por la presente carta le cedemos y nombramos y damos la absoluta potestad en todos los ducados, marquesados, principados, y condados, baronías, dominios, ciudades, villas y lugares, castillos, fortalezas y municiones, que jure hereditario, o en otra cualquier manera nos sean sujetas, y transferimos en él el supremo derecho, imperio y señorío que en ellos tenemos, con todos los beneficios, patronazgos, libertades de príncipes, etc. Dale finalmente todo el derecho, absuelve y suelta del juramento que le tenían hecho a todos los Estados, señores, ciudades, perlados, comunidades; manda le acudan con todos los derechos, rentas, etc., en la forma y manera que a él solían acudir. Y dice ser ésta su última y absoluta y determinada voluntad. Fecha en Brusellas de Brabancia a 26 de octubre, año de mil y quinientos y cincuenta y cinco.»
- XXXVII [Anuncia el Emperador su renuncia del gobierno de España.] Poco después de esto, estando el Emperador con voluntad de acabar de echar de sí la carga del gobierno, que ya le pesaba, por verse libre y desocupado para tratar de otros reinos de mayor importancia, llamó a su cámara todos los criados españoles que tenía, y estando en la cama les dijo la determinación que tenía de dejar los reinos de España, como había hecho, según habían visto, los de Flandres, para retirarse donde con quietud acabase lo que de la vida le restaba; que les agradecía lo que le habían seguido y servido y el amor que siempre le habían mostrado; que viesen lo que querían, o venirse con él a España, o quedar con el rey su hijo, porque de cualquier manera serían acomodados y gratificados sus servicios. Ellos le besaron la mano por la merced que les hacía, unos con lágrimas, otros con pensamientos de cómo tendrían con el nuevo príncipe el lugar, que semejantes con tanta ansia apetecen. Y quedaron así las cosas por algunos días, hasta que tuvieron la conclusión que veremos. Año 1556
- XXXVIII Treguas entre el Emperador, el rey su hijo y el rey de Francia. -Prende el Papa a los cardenales devotos del Emperador y al embajador Garcilaso.
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A 5 de hebrero del año de mil y quinientos y cincuenta y seis, el Emperador y su hijo el rey don Felipe hicieron treguas con el rey Enrico de Francia por cinco años con estas condiciones: «Que las treguas comiencen a correr y se entiendan desde 5 de hebrero de este año de mil y quinientos y cincuenta y seis, y duren cinco años cumplidos, y que se guarden, en todas las tierras y mares de los dichos príncipes, sin que se hagan guerra, fuerza ni injuria. Que ni los unos ni los otros den favor ni ayuda a los enemigos de cualquiera de las partes. Que cada uno se quede con lo que al presente posee. Que los súbditos puedan libremente andar en sus tratos y entrar los unos en las tierras de los otros, pagando los derechos acostumbrados. Que los que en las guerras han sido despojados, sean restituídos en los bienes y heredades que les tomaron, y de la misma manera se vuelven a los que siendo vasallos de un príncipe sirvieron en la guerra al otro, y por eso le quitaron los bienes. Que pierda la vida el que quebrantare estas treguas. Que no se entiendan en estas treguas los rebeldes y forajidos de Nápoles ni Italia. Que al duque de Saboya no se le haga guerra en las tierras que posee. Que los franceses no puedan pasar a las Indias con mercadurías, ni a conquistar ni descubrir tierras, sin consentimiento del Emperador y de su hijo el rey. Que no se comprenda en esta concordia Alberto de Brandemburg. Que el rey Enrico dé a la reina Leonor, viuda de su padre el rey Francisco, lo que en su testamento la mandó.» Ordenaron esta concordia, por parte del Emperador y del rey su hijo, Carlos de Lanoy, conde y gobernador de Henaut; Simón Reynardo, Carlos Tisnackeo, Filiberto de Bruselas, Juan Bautista Milanés, consejeros del Emperador. Por parte del rey Enrico, el almirante de Francia Sebastián Laubespina, el abad de Basefontaine y el abad de San Martín, del Consejo del rey. Firmaron el Emperador en Bruselas y el rey Felipo en Ambers. 613
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Con esta paz quedó el Emperador descansado y tuvo lugar para embarcarse y pasar en España, que la guerra que ya andaba con el Papa no le daba cuidado, no siendo favorecido del rey de Francia ni de otro príncipe poderoso, si bien el Papa hacía del valiente, más de lo que su estado y edad pedían. Echó presos los cardenales que eran de la amistad y parte del Emperador, y atrevióse a prender a Garcilaso de la Vega, que, como dije, estaba por embajador del César en Roma, y hizo otras cosas que ya dije que no las había de contar en esta historia.
- XXXVIII [Renuncia de Carlos V. ]Escribe el Emperador a los grandes y perlados de España la causa de su renunciación. -En Valladolid alzan pendones por el rey Felipe. Quiso el Emperador acabar de echar de sí la carga del Imperio y reinos para retirarse al monasterio de San Yuste, que había días que para este fin se reparaba y edificaba en él un hermoso cuarto trazado para la vivienda de Su Majestad. Y estando en la villa de Bruselas a 16 de enero, año de mil y quinientos y cincuenta y seis, ante Francisco de Eraso, su secretario, otorgó la carta de renunciación, en que dejaba y traspasaba en su hijo el rey don Felipe los reinos de Castilla, León y Aragón, en la forma siguiente: «Conocida cosa sea a todos las que la presente carta de cesión y renunciación y refutación vieren, como Nos don Carlos, por la divina clemencia Emperador siempre augusto, rey de Alemaña, de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano conde de Barcelona, señor de Vizcaya, de Molina, duque de Atenas y de Neopatria, conde de Rosellón y Cerdania, marqués de Oristán y de Gociano, archiduque de Austria, duque de Borgoña y de Brabante, conde de Flandres y de Tirol, etc. Hallándonos impedido y enfermo a causa de los muchos trabajos, grandes y continuas guerras que por la pacificación de Alemaña, tranquilidad, sosiego y unión de la Iglesia y nuestra religión cristiana personalmente habemos tenido, como también en defender nuestros reinos contra los turcos e infieles, enemigos de nuestra santa fe católica, y no menos contra el rey de Francia, por cuya causa continuamente se nos han recrecido continuas indisposiciones, grandes y graves enfermedades, que habemos padecido y padecemos. Por las cuales no podemos atender y asistir a la buena gobernación y administración de nuestros reinos y expedición de los negocios 614
Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
de ellos; ni tampoco nuestra edad nos ayuda para poderlos ver y visitar personalmente, como querríamos y somos obligados. Todo lo cual, por Nos bien visto y entendido, conociendo la suficiencia, valor y prudencia que en vos, don Felipe, nuestro muy caro y muy amado hijo primogénito, rey de Ingalaterra y de Nápoles, príncipe de España, hay, la cual por la experiencia en la buena gobernación de los nuestros reinos de España, que en nuestra ausencia habéis gobernado, mostrastes. Y asimismo lo que habemos visto y conocido en vos, en la buena administración y pacificación del vuestro reino de Ingalaterra, juntamente con la serenísima reina María, vuestra mujer, reina y señora de él, etc., y del reino de Nápoles y Estado de Milán, que antes de agora os habemos concedido y refutado. Todo lo cual, de algunos días atrás, habiéndolo sobre mucho acuerdo pensado y mirado, acordándonos de la obligación grande que a la buena administración y utilidad pública de nuestros reinos y señoríos y Estados, por descargo de nuestra conciencia, deseándonos recoger para mejor poder dar cuenta a Nuestro Señor de los reinos y grandes Estados que por su infinita clemencia han estado, y al presente están a nuestro cargo, siendo justo que, como hombre mortal, consignemos alguna parte de nuestra vida para ello, de nuestra libre, espontánea, absoluta y agradable voluntad, propio motivo, y cierta ciencia, no habiendo sido rogado ni inducido a ello, entendiendo que así conviene al bien y pro de nuestros súbditos y vasallos, habemos deliberado y determinado de ceder, renunciar y refutar en vos el dicho rey nuestro hijo primogénito, príncipe jurado de España, como rey, que no reconoce superior en lo temporal, previniendo e anticipando el último juicio y voluntad de nuestra fin y muerte, como por la presente en vos cedemos, renunciamos y refutamos como en inmediato y próximo sucesor en nuestros reinos, señoríos y Estados, los nuestros reinos de Castilla y León, Granada y Navarra, Indias, islas y tierra firme del mar Océano, que al presente están descubiertas y por descubrir, y maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara, cuya administración perpetua por autoridad apostólica tenemos como rey de Castilla y León, sin que nos, ni en Nos quede cosa alguna para que con la bendición de Dios y nuestra los administréis y gobernéis, hayáis y tengáis en propiedad posesión y señorío, plena de la forma y manera que Nos los hemos tenido y al presente tenemos y podríamos haber y tener, con todos los frutos, rentas y emolumentos, servicios ordinarios y extraordinarios que, como rey y señor natural de ellos, debéis haber y tener, y gocéis de todo ello desde el día de la fecha de esta mi carta, para siempre jamás, según y como Nos habemos tenido y gozado, sin que por nuestra parte ni de otra persona alguna se os pueda poner, ni ponga embargo ni contradición alguna de hecho ni de derecho. Y os damos poder y facultad tan cumplida como de derecho se requiere, y Nos le podamos dar y otorgar, para que os llaméis e intituléis rey de Castilla y León, y para que los gobernéis y administréis, según y como nos lo hemos llamado, y al presente llamamos e intitulamos y gobernamos y administramos, y como lo pudiérades hacer 615
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después de nuestros días, como nuestro hijo primogénito, príncipe jurado y llamado a la sucesión de los dichos nuestros reinos y señoríos y Estados, conforme a la ley de la Partida y a las otras leyes, fueros y derechos, y costumbres de los dichos nuestros reinos. Y rogamos y encargamos al ilustrísimo infante don Carlos, nuestro muy caro y muy amado nieto vuestro hijo primogénito, y mando a los infantes, prelados, duques, marqueses, condes, ricos homes, caballeros y escuderos, y a todas las nuestras ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, y a ellos agregados y ayuntados, y a los vecinos y moradores de ellos, os hayan y tengan por su rey y señor natural, y levanten pendones por vuestros, para intitular y llamar, y tener por rey de Castilla y León, y de todos los otros reinos y Estados y señoríos anexos a ellos, y en cualquier manera pertenecientes a la nuestra corona real de Castilla y León; y hagan y presenten el homenaje a vos, o a quien vos mandáredes en vuestro nombre, que, como rey y señor natural suyo, son obligados a hacer, conforme a las leyes y fueros de los dichos reinos. Y a los treces y comendadores mayores, caballeros, priores, conventos y otros comendadores, caballeros, y fieles de los dichos maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara, y a las ciudades, villas y lugares y moradores de ellos, que desde en hoy en adelante os hayan y tengan por administrador perpetuo de ellos, y como a tal os obedezcan y cumplan vuestros mandamientos. Y así mandamos a los alcaldes de todas las fortalezas, castillos y casas fuertes y llanas de los dichos nuestros reinos y señoríos, maestrazgos y Estados de la corona real de Castilla y León, en cualquier manera que lo sean, que os acudan a ellas, y hagan pleito homenaje por ellas, sin embarazo del que a Nos tienen fecho, el cual si necesario es, les alzamos y quitamos, y como a tal os acudan con las rentas, pechos, derechos, servicios ordinarios y extraordinarios y otros emolumentos debidos y pertenecientes a la dignidad real de la dicha nuestra corona real de Castilla y León, y maestrazgos, y os obedezcan, guarden y cumplan vuestros mandamientos en todo y por todo, como de su rey y señor natural, de la forma y manera que a Nos han acudido y acuden, y obedecido y obedecen, y cumplan los vuestros como lo hicieran después de nuestra fin y muerte. Y os encargamos y afectuosamente rogamos continuéis la buena administración y gobernación de los dichos nuestros reinos, Estados y señoríos, manteniendo a todos igualmente en justicia y paz, como hasta aquí lo habéis hecho, y sois obligado a hacer y lo merece la gran bondad y fidelidad que en todos los moradores de los dichos reinos ahí tienen, y la voluntad con que siempre nos han servido y sirven, y la que tienen de os servir, y desde hoy día en adelante nos desapoderamos y desistimos, quitamos y apartamos de la cruel corporal tenencia, posesión y propriedad, y señorío, y de todo el derecho y acción y recurso que a todos los dichos nuestros reinos, señoríos y Estados de suso declarados habemos tenido y nos pertenecía, y puede y debe pertenecer, y todo ello lo concedemos, refutamos, renunciamos y traspasamos en vos el dicho rey nuestro hijo, para que en todo ello enteramente sucedáis, y 616
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os damos y otorgamos entero y cumplido poder para que cada, y cuando que quisiéredes y por bien tuviéredes, vos, o quien vuestro poder para ello tuviere, por nuestra propia autoridad, o como bien visto vos fuere, podáis tomar y aprehender la posesión de los dichos nuestros reinos, Estados y señoríos, para que sean vuestros propios, y de vuestros herederos y sucesores, y hacer de ellos y en ellos todo lo que, como rey y señor natural de ellos, podéis y debéis hacer. Y entre tanto que tomáis y aprehendáis la posesión de los dichos nuestros reinos y señoríos y Estados de la corona real de Castilla y León, arriba dichos y declarados, nos constituimos por poseedor de ellos en vuestro nombre, y en señal de la posesión os damos y otorgamos en presencia de Francisco de Eraso, nuestro secretario, y escribano de la Cámara, y notario público en todos los reinos y señoríos, y de los testigos de suso escritos, esta escritura de cesión, refutación, renunciación y traspasación, la cual prometemos y nos obligamos de tener, guardar, cumplir y no la revocar, contradecir ni reclamar de ella, ni ir ni pasar contra ella, ni parte de ella, de palabra ni escrito, en tiempo alguno, ni por alguna manera, ni por algún caso de los que el derecho permite, que se puede revocar esta dicha escritura; y si la revocáremos o contradijéremos, o de ella reclamáremos, que no nos vala, y todavía se cumpla, y haya entero efecto todo lo en ella contenido. Para lo cual así tener, guardar y cumplir, nos obligamos en nuestra fe y palabra real, y renunciamos y apartamos de Nos y de nuestro favor y ayuda, todas y cualesquier leyes, fueros y derechos, y costumbres de que nos podríamos aprovechar, como si cada una de ellas aquí fuesen insertas e incorporadas, y nuestra voluntad es que se guarde y cumpla lo en nuestra carta contenido. La cual, como rey y señor que en lo temporal no reconoce superior, queremos que sea habida, tenida y guardada por todos por ley, como si por Nos fuera fecha en Cortes, a pedimento y suplicación de los procuradores de las ciudades, villas y lugares de los dichos nuestros reinos, Estados y señoríos de la nuestra corona real de Castilla y León, y como tal publicada en la nuestra corte y en las otras ciudades y villas de los nuestros reinos y señoríos donde se suele y acostumbra hacer, supliendo como suplimos todos y cualesquier defectos que en ella haya de substancia o solemnidad, así de hecho como de derecho. Y así el dicho serenísimo rey de Ingalaterra y Nápoles, príncipe de España, que presente estaba, hincadas las rodillas, besó la mano a Su Majestad Imperial, por tan gran merced y gracia como le hacía, y dijo que aceptaba y recibía la dicha merced en su favor que Su Majestad hacía y otorgaba, según y como se contiene en esta dicha escritura de renunciación, cesión, refutación y traspasación. Yo el rey. Que fue fecha y otorgada esta presente escritura en la villa de Bruselas, que es en el ducado de Brabante, jueves diez y seis días del mes de enero, de mil y quinientos y cincuenta y seis años, en la sala pequeña del Parque, estando presente la Cristianísima reina de Francia, y la serenísima reina de Hungría, y el duque de Saboya, y otras muchas personas que vieron y oyeron decir a Su Majestad cómo lo otorgaba, y siendo llamados y requeridos 617
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especialmente por testigos para ello el duque de Medinaceli, el conde de Feria, el marqués de Aguilar, el marqués de las Navas, el comendador mayor de Alcántara, don Luis de Zúñiga, don Juan Manrique de Lara, clavero de Calatrava; Luis Quijada, mayordomo de Su Majestad y coronel de su infantería española; don Pedro de Córdoba, Gutierre López de Padilla, mayordomos del serenísimo rey de Ingalaterra, y treces de la Orden de Santiago, y don Diego de Acevedo, mayordomo, asimismo del dicho rey, tesorero general de la corona de Aragón, y los licenciados Minchaca y Birviesca, del Consejo de Su Majestad. En presencia de los cuales firmó Su Majestad en esta carta y en el registro de ella, y dijo que firmaría todos los demás duplicados que fuesen menester, por estar los de aquí a España impedidos, por razón de la guerra; y los sobredichos testigos especiales lo firmaron de sus nombres en el registro que queda en mi poder. E yo, Francisco de Eraso, secretario de Su Cesárea y Católica Majestad y su escribano de Cámara público en la su corte y en todos los sus reinos y señoríos, presente fuí en uno con los dichos testigos de suso declarados a todo lo que dicho es, y pedimiento y mandamiento de Su dicha Majestad, que esta escritura otorgó y firmó de su propia mano, la escribí según que ante mí pasó, y por ende fice aquí este mi signo a tal. En testimonio de verdad. -Francisco de Eraso.» De esta general renunciación reservó solamente el Emperador la causa de don Hernando de Gonzaga, para juzgar lo que era la visita que contra él fueron a hacer al Estado de Milán don Francisco Pacheco de Toledo y don Bernardo de Bolea, en que mostró la buena voluntad que a don Fernando tenía por los señalados servicios que deste generoso caballero había recibido. Escribió el Emperador a todos los perlados y grandes de Castilla y Aragón, dándoles cuenta de los sucesos que sus cosas habían tenido después que salió de España, y la causa porque en tantos años no había podido volver, que fueron las guerras de Alemaña y con el rey de Francia, y que agora, viéndose viejo, cansado y enfermo, había determinado de renunciar estos reinos en su hijo, pidiéndoles encarecidamente lo tuviesen por bien, y que fuesen tan buenos y leales vasallos de su hijo como lo habían sido suyos. Y el rey don Felipe escribió de la misma manera, y confirmando los poderes que la princesa doña Juana su hermana tenía, suyos y del Emperador su padre, para gobernar estos reinos. Y llegando estos despachos a Valladolid, donde a la sazón estaba la corte, y la princesa doña Juana, y el infante don Carlos, hijo del rey don Felipe, a veinte y ocho días del mes de marzo, año de mil y quinientos y cincuenta y seis, a las cinco horas después de mediodía se levantaron pendones por el rey don Felipe nuestro señor, y levantólos el príncipe don Carlos, su hijo, en la manera siguiente:
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A las tres horas del dicho día se juntaron en palacio el embajador de Portugal, don Duarte de Almeida, y el obispo don Antonio de Fonseca, presidente del Consejo de Su Majestad, y el obispo de Lugo, el duque de Sesa, el almirante de las Indias, el marqués de Mondéjar, el conde de Tendilla su hijo, el conde de Buendía, el conde de Gelves y otros muchos caballeros, y los del Consejo de Justicia, y el presidente y oidores de la Chancillería, y los contadores y oidores de la Contaduría Mayor. Y fue Su Alteza desde palacio a la plaza Mayor acompañado con esta y otra gente, con dos reyes de armas delante, y en ella estaba un cadalso grande, bien aderezado, con su dosel de brocado muy rico, y debajo de él un estrado de tres gradas en alto, y en él una silla donde se asentó el infante, y al embajador pusieron en el dicho estrado, arrimado a un pilar dél a la mano izquierda, y los perlados, grandes, Consejo y Chancillería y Contaduría abajo, alrededor, en pie, por su orden, y los dos reyes de armas y dos ballesteros de maza, delante del dicho estrado. Y de ahí a una tercia de hora vino la Justicia y regimiento de la villa y subió al cadalso, trayendo consigo un pendón cogido de las armas de España, y el infante se levantó y fue a un andén del cadalso que estaba en medio de la plaza, y allí hizo de escoger el pendón, y tomándolo en la mano, ayudándole a ello (porque era grande) don Antonio de Rojas, su ayo y mayordomo mayor, dijo una vez: «Castilla, Castilla por el rey don Felipe nuestro señor.» Y al punto el licenciado Contreras, procurador fiscal de Su Majestad en el su Consejo, pidió que se le diese por testimonio, y después al mismo punto, Alonso de Santisteban, alférez de la villa, tomó el dicho pendón y fue con él, y en su compañía la Justicia y regimiento por todas las calles de la villa, con los dos reyes de armas delante, y Su Alteza se volvió a palacio.
- XXXIX Parte el Emperador para España. Determinada ya la partida para España, envió el Emperador antes al rey de romanos, su hermano, la escritura de renunciación del Imperio, que otorgó a diez y siete de enero de mil y quinientos y cincuenta y seis, con el príncipe de Orange, lisamente, sin reservar cosa alguna, que se había pretendido, que el rey don Felipe quedase por vicario del Imperio en Italia, y lo cual el rey don Fernando llevó muy mal, y así se dijo. Dio el Emperador a su hijo el rey muy buenos consejos. Viniéronse a despedir de él Maximiliano con la reina doña María, su mujer, desde Austria, y con lágrimas y dolor de todos, despidiendo los embajadores de diversos príncipes, con sesenta velas guipuzcoanas, vizcaínas, asturianas y flamencas, 619
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quedando el rey don Felipe en aquellos Estados de Flandres, se embarcó entrado el mes de setiembre, y a veinte y ocho dél llegó a tomar puerto en Laredo, bien flaco y fatigado de su enfermedad. Y de Laredo le trajeron poco a poco, unas veces en silla a brazos de hombres y otras en litera. Venían con él sus hermanas, las reinas Leonor y María. Saliólos a recibir don Pedro Fernández de Velasco, condestable de Castilla y de León, haciéndolos la costa con tanta grandeza, cual siempre la usaron estos señores en servicio de sus reyes. Entró el Emperador en Burgos con las reinas, donde fueron muy regalados y servidos del condestable, y de esta generosa ciudad. Partieron de Burgos, y en Torquemada llegaron muchos caballeros, y el obispo de Palencia, don Pedro Gasca, aquel varón notable, que con buena crianza y suma prudencia allanó el Pirú, a le besar las manos. Vinieron a Dueñas, donde don Fadrique de Acuña, conde de Buendía y señor de esta villa, los recibió y hospedó magníficamente. A veinte y tres de octubre entraron en Valladolid. El Emperador no quiso que se le hiciese recibimiento alguno, sino que todas las fiestas se hiciesen otro día, que habían de entrar las reinas sus hermanas, lo cual se hizo así. En esta jornada del Emperador hubo una cosa que parece milagrosa, y fue que por el agua trajo bonísimo tiempo y feliz navegación, y en desembarcando Su Majestad se levantó una tormenta tan recia aquella misma noche, que la armada, con estar en el puerto, corrió peligro, y la nao en que había venido Su Majestad se hundió y la tragó el mar, que parece que no esperaba más para perderse, de que este glorioso príncipe saliese de ella; favor, sin duda, del Cielo. Sintió notable mejoría en Castilla, como él mesmo dijo, porque le dejaron gran parte de los tormentos y dolores, que le solía causar la gota. Detúvose en Valladolid solos diez días, por traer ya determinada su vida, y el fin de ella en el monasterio de Yuste. Y así, miércoles cuatro de noviembre (aunque llovía muy bien) partió de Valladolid, no bastando suplicaciones que le hicieron, para que más se detuviese. Quedaron aquí en Valladolid las reinas con la princesa doña Juana que gobernaba el reino, y príncipe don Carlos, y toda la corte, sin consentir que algún grande ni otra persona fuese con él, sino dos médicos, dos barberos y pocos hombres de servicio. De esta manera caminó como si fuera un escudero el mayor príncipe, el mayor Emperador y invencible guerrero que ha tenido el mundo. Y se contentó con diez o doce mil ducados cada año para su gasto ordinario, sin querer recibir más, y aun éstos a disposición del prior de Yuste. Y como en todas las cosas siempre los pareceres son varios, hubo muchos que dijeron que no era mucha prudencia dejar los reinos y Estados al cabo de tantas guerras y trabajos inmensos cuales fueron los que este príncipe padeció. Pero decían esto los que no sentían el espíritu que llevaba, ni les había tocado una centella de fuego que reinos y vidas pone en olvido y desprecio, por gozar de 620
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la quietud del alma y favores divinos, que hace Dios a la que se da a la contemplación de las cosas altísimas, que es tal que más que el sol que nos alumbra, ciega y deslumbra los ojos, para no ver los cetros ni coronas preciosas, más que el polvo y basura, como decía San Pablo, que juzgaba todas las cosas criadas a trueque de ganar a Cristo, y que ni la vida, ni la muerte, ni lo más alto que son los mismos cielos, ni lo más bajo que es todo cuanto hay en esta vida, le quitarían de esto. Que más vale un regalo de Cristo entre cuatro paredes, que las majestades todas de la tierra. Y la carne que gusta este espíritu, pierde los sentidos de todo lo terreno, como el mismo San Pablo dice. Y es mucho de notar la priesa con que el Emperador se deshizo de cuanto tenía, porque a veinte y seis de octubre del año de mil y quinientos y cincuenta y cinco renunció los Estados de Flandres con todos los condados y tierras de los Países Bajos. Y a diez y seis de enero del año de mil y quinientos y cincuenta y seis renunció los reinos de España, sin reservar para sí más de los doce mil ducados en cada un año, para el gasto ordinario de su casa. Y a diez y siete del mismo mes de enero del mesmo año de mil y quinientos y cincuenta y seis renunció el Imperio en su hermano don Fernando, y acabó de echar de sí la carga de toda su monarquía, que ya tanto le pesaba y cansaba, poniéndose a la ligera para la jornada del cielo. Hostibus evictis haec est victoria, sese Vincere, perduram hanc difficilemque puta: Hunc tamen evicto cum sese vicerit hoste. Victorem dixit orbis, et obstupuit.
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Historia de la vida que el emperador Carlos V rey de España hizo retirado en el monasterio de Yuste
Año 1556 -I[Diferente género de historia.] Otra vida diferente de la pasada, aunque no tan larga, veremos aquí. En la precedente vimos al Emperador armado de la gloria, potencia y riquezas del mundo; para conquistar el mismo mundo, en Yuste se retira y deja el mundo pobre, humilde, solo, enfermo y olvidado (porque lo quiso él así) para conquistar el cielo; porque como aquellas armas son necesarias en la tierra, las de humildad son las más fuertes y de más efecto para el cielo. En la historia referida he tratado de su vida y hechos; aquí diré su vida y de sus hechos, pues se deshizo de los Estados, reinos y del Imperio, humillándose a la vida común de un escudero. Derriba Dios así la altura de los cedros del monte Líbano y deshace las estatuas, como la sal en el agua, si bien sean de plata y oro y otros más firmes metales, porque estriban sobre la inconstante arena. La princesa doña Juana, hija del Emperador y gobernadora de estos reinos, deseando saber la vida y fin que su padre había tenido, envió pedir una relación de ella, y fray Martín de Angulo, prior de este monasterio de Yuste en el mismo tiempo que el Emperador allí vivió y murió, envió una, diciendo el sitio y disposición del monasterio, manera del aposento del Emperador y de sus criados, la vida y muerte, con otras cosas que cuanto más menudas, tanto mayores y dignas de memoria, considerada la majestad del César, por quien pasaron. La misma relación original que fray Martín envió a la princesa, y firmada de su nombre tengo, y la quisiera poner aquí como el prior la escribió; mas temo usar tanto de este estilo y entiendo que ya se dará entero crédito a mis relaciones como a los originales, por el cuidado con que han visto escribir la verdad que pide la historia.
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Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
- II [El monasterio de Yuste.] No tenía el Emperador más que una haca y una mula vieja. No tenía cabeza para andar a caballo. Es el monasterio de Yuste de los religiosos verdaderamente monjes solitarios del glorioso padre San Jerónimo, que, como a todos es notorio, son de los más observantes y del mejor gobierno que tiene la Iglesia de Dios, y guardan el recogimiento y autoridad que pide la vida monástica, y por eso, con mucha razón, han sido y deben ser estimados de los reyes de España. Tiene su asiento este monasterio de Yuste en La Vera, obispado de Plasencia, siete leguas de la misma ciudad, en un despoblado fresco y de muchas aguas de fuentes, con infinidad de frutas de todo género, de invierno y verano, que, según todos dicen, y el nombre de Placencia que el rey don Alonso le dio ut placent Deo et hominubus, es la tierra más apacible y de mayor templanza y más recreación que hay en España. El lugar más cercano de este monasterio, donde pasaban los criados de Su Majestad que estaban con él en el monasterio, se dice Coacos, de hasta quinientos vecinos, y está un cuarto de legua del monasterio, y no se ve de él, porque entre él y el monasterio media una cuestecilla que quita la vista del uno al otro. El monasterio está en la ladera de este cerro o collado, hacia la parte del Setentrión de la iglesia, que es a la parte de arriba. Tiene dos claustros; el uno era nuevo en este tiempo; el otro razonable (si bien viejo). A la parte de abajo de mediodía se hizo el aposento de Su Majestad arrimado a la iglesia, en el cual se hicieron seis piezas principales bajas y otras seis altas. De las bajas se servían poco; una de las piezas altas salía al altar mayor, y al mismo peso de él, adonde se abrió una puerta con un arco que tendría seis pies de ancho, por donde oía misa y los oficios divinos, a las veces en la cama y otras levantado, y por allí entraban a darle la paz y a comulgar. Este aposento alto de Su Majestad sale al peso del suelo bajo del claustro nuevo, de manera que Su Majestad se podía salir por el claustro a la huerta sin subir ni bajar escalón, y aun si quería, cabalgando. Fuera de este aposento, más adelante, y al mismo peso pegado con el claustro nuevo, estaba el aposento de los barberos y de la Cámara y ayudas y del relojero Janelo; todo esto al Mediodía, a la vuelta del Oriente. Junto con el claustro estaban todas las oficinas o las más, de manera que todos los aposentos estaban fuera del monasterio y arrimados a él. Y aunque había puertas de los aposentos al monasterio, siempre quería Su Majestad que estuviesen cerradas; sólo se tomó
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del monasterio el capítulo para cava y otra pieza para botica, y la hospedería para el médico, cerveceros y panaderos. Debajo del aposento de Su Majestad estaba la huerta principal y jardines del monasterio, sobre los cuales caían todas las ventanas de los aposentos del Emperador, y se enseñoreaban de todo ello. Esto fue lo que tomó para su servicio, y puso hortelanos y jardineros en él, y el monasterio hizo otra huerta de la parte de arriba al Setentrión, de la cual se sirvió todo el tiempo que vivió. Y porque ni frailes ni otra persona que no fuese de sus criados pudiese pasar a otras huertas que estaban dentro del cercado, de las cuales asimismo se enseñoreaban las ventanas del cuarto de Su Majestad allende de la huerta y jardines que había tomado para su servicio, se atravesó una tapia con su puerta entre la huerta que se hizo nueva para el monasterio, y todo lo demás para que Su Majestad gozase de ello sin que hubiese ni se atravesase cosa que le ofendiese la vista. Y conociendo que era este el gusto de Su Majestad, se hizo así, aunque él no lo mandó; pero holgóse cuando lo vio hecho. Dentro de aquel cercado, y al cabo de él estaba una ermitilla bonita casi dos tiros de ballesta de su aposento, adonde se iba algunas veces a holgar, porque desde su aposento hasta esta ermita estaba llano, así lo de dentro de casa como lo que duraban las huertas, sin haber cuesta ni paso; aunque hiciese sol, se podía andar sin él, porque todo el camino estaba lleno de castaños que hacían muy buena sombra, con otros árboles de fruta. Donde una vez quiso ir sobre una haquilla bien pequeña (que no tenía otra cabalgadura, sino aquesta y una mula vieja) y puesto en lo haquilla, apenas dio tres o cuatro pasos cuando comenzó a dar voces que le bajasen, que se desvanecía, y como iba rodeado de sus criados, le quitaron luego, y desde entonces nunca más se puso en cabalgadura alguna. Tal era el sitio de Yuste y aposento dél.
- III La pobreza grande de su casa. -Deseos que tuvo en vida de la Emperatriz desta perfección. Cómo mandó sepultar su cuerpo y el de la Emperatriz. -Lo que dijo dél su confesor sobre la dejación de los Estados. -No quiso tener médico particular, sino sólo el del convento. -Lo que dijo a su barbero sobre el hacer sus honras antes de morir. -La humildad y obediencia que mostró en el monasterio. De las ocupaciones y ejercicios en que Su Majestad pasaba la vida, que todo fue un dechado no sólo de seglares, hombres del mundo, pero aún de religiosos perfectos. Vivía tan pobremente que más parecían sus aposentos
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robados por soldados que adornados para un tan gran príncipe; sólo había en todos ellos unos paños negros como de luto, y no en todos, sino en sólo aquel en que Su Majestad dormía, y una sola silla de caderas, que más era media silla, tan vieja y ruin que si se pusiera en venta no dieran por ella cuatro reales; pues los vestidos de su persona eran harto pobres y siempre de negro. Lo que tenía de más valor era un poco de plata para su servicio, y la plata era llana, que no había en toda ella una pieza dorada ni curiosa. El mostró cierto por obra sus buenos deseos que años antes había que tenía puestos en el alma, como lo dijo al prior de Guadalupe y al dicho fray Martín de Angulo, delante de su confesor, fray Juan Regla, de cómo estando casado con la serenísima Emperatriz, su mujer, tenían concertado entre sí de recogerse ambos, ella en un monasterio de monjas y él de frailes, y que, como se murió la Emperatriz, y a él se le ofrecieron tantos embarazos, como los que en esta historia se han dicho, en ninguna manera pudo verse libre de ellos para cumplir tan santo propósito, porque a dejarlo entonces se perdiera la Cristiandad. Y esto es lo que quiso decir en aquellas palabras del codicilo que hizo en Yuste al fin de su vida, adonde hablando de su entierro dice que su cuerpo sea sepultado en Yuste debajo del altar mayor, y que se traiga allí el cuerpo de la serenísima y su muy amada mujer la Emperatriz, y que ambos sean enterrados debajo del dicho altar, de manera que la mitad de los cuerpos estén debajo del altar, y la otra mitad debajo de la peana, de suerte que el sacerdote que dijere la misa pise encima de ellos, para cumplir en la muerte lo que en vida no pudieron, que era el retirarse a los monasterios. Y dice más el codicilo: «Salvo si al rey mi hijo otra cosa le pareciere.» Y demás de esto mostró esta voluntad santa, pues vemos que luego que se halló desembarazado de cosas y que su hijo el rey tenía edad y talento para gobernar, hizo la dejación que dije de sus Estados. Y dice fray Martín que muchos años antes oyó él decir a un santo varón, fray Diego de San Pedro, su confesor, que él sabía de Su Majestad que si con buena conciencia pudiera dejar sus Estados, que lo hiciera. Y aquí en Yuste dijo al prior y a otros padres graves de la casa que lo que él había más deseado era de ser fraile o donado de un monasterio, y servir allí como el menor de la casa, más que venir a ser servido, y por esto, ya que sus grandes enfermedades no le daban lugar para servir, quiso ser servido con la pobreza que digo, no por no poder más, ni porque su hijo le dejase de dar cuanto él quisiese, como indiscretamente dice el vulgo, sino porque él lo quiso así, que a un médico particular no quería tener, diciendo que le bastaba el médico con que se curaba el convento, hasta que después, importunado de caballeros, y pidiéndolo así sus extremas necesidades de enfermedad y pobreza, recibió más criados, y situado para ellos, que fue doblado de lo que él quisiera. 625
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De manera que ya que no fue fraile en la profesión, fuelo en las obras, porque amó cuanto pudo la pobreza. Y demás de lo dicho sucedió que estando un día en la cama bueno, siete o ocho días antes de la enfermedad de que murió, afeitábale su barbero, que se decía Nicolás, criado antiguo, y díjole: -Nicolás, ¿sabes qué estoy pensando? Respondió: -¿Qué, señor? -Que tengo ahorradas dos mil coronas y querría hacer mis honras con ellas. Y como Nicolás replicase (que era hombre decidor): -No se cure Vuestra Majestad de eso, que si muriere nosotros le haremos las honras. Díjole: -Oh, cómo eres necio; igual es llevar el hombre la candela delante, que no detrás. Como si profetizara su muerte, que luego malo del mal que murió y con las mesmas coronas se compró la cera y lutos con que fue sepultado, y se le hicieron las honras. Por manera que el mayor caudal y ahorro del César, que tantos millones había tenido en esta vida y gastado en ella, eran dos mil escudos, y éstos dedicados para su sepultura. La obediencia que mostró en este monasterio fue mayor que si realmente fuera fraile, porque quiso obedecer sin ser mandado. El cuidado que tenía de que los religiosos no fuesen inquietados, que jamás consintió que criado suyo entrase al cuarto de los frailes ni que se recibiese huésped seglar en casa, de suerte que estaban más quietos y sin ruido que si Su Majestad no estuviera en el monasterio.
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- IV Lo que le sucedió con los visitadores de la Orden. -Pide el Emperador que no lleguen mujeres cerca del monasterio. Vinieron los visitadores generales de la Orden, fray Nicolás de Segura y fray Juan de Herrera, a visitar este monasterio, y en llegando fueron a besar las manos a Su Majestad y pedirle licencia para visitar el monasterio, el cual los recibió con muy buena gracia y les dijo que holgaba mucho dello, y que visitasen y hiciesen justicia, como si él no estuviera allí. Dijéronle que el intento de la Orden era que todo aquel convento sirviese a Su Majestad, y en todo conformase con su voluntad, y le diesen el contento y alegría que pudiesen, que si por ventura o por ignorancia o por falta de consideración se hiciese alguna cosa que a Su Majestad no pareciese tan bien, que le suplicaban fuese servido de los mandar advertir de ello, porque su principal cuidado sería remediarlo. Respondió Su Majestad que una sola cosa se hacía que no le parecía bien, y era que venían muchas mujeres mozas por limosna al monasterio, y que hablaban con los frailes (porque era la hambre tan grande aquel año, que acudían infinitos a la portería, y todo lo veía el Emperador y se lo decían sus criados, y como salían algunos frailes a ayudar al portero, notábalo). Los visitadores dijeron que lo remediarían, y llamaron de los criados de Su Majestad para informarse de ellos si sabían algo que se debiese castigar o remediar en el convento. Uno que se llamaba Guillermo no quiso decir hasta que fue a Su Majestad y le dijo lo que pasaba, y el Emperador le dijo: -Andá y decí vuestro dicho, que si a mí me lo piden yo lo diré también.
-VRepara el Emperador en que la visita fuese tan breve. -Manda pregonar que las mujeres no lleguen cerca del monasterio. Como acabasen la visita, volvieron al Emperador, diciendo que ellos habían hecho su visita; que si era servido que hiciesen su difinición para irse. Díjoles que no le parecía bien aquella visita tan breve, que en cuatro días que habían tardado poco podrían haber hecho, que cuando él mandaba visitar un Consejo o Chancillería tardaban un año y dos, y que cómo era posible visitar en cuatro o cinco días cincuenta frailes y toda la casa. A lo cual satisfacieron a su contento, dándole razones suficientes de la diferencia que había de lo uno a lo otro, y así les mandó que hiciesen su difinición, y como entre las otras cosas
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que mandaron fuese una que la limosna que el monasterio daba a la puerta se diese en los lugares comarcanos, cociéndose en cada lugar tantas hanegas de trigo y repartiéndolas los alcaldes del tal lugar a los pobres, y que no viniesen pobres al monasterio, en saliendo de capítulo fue un fraile luego a decírselo, y fue tanto el placer que el Emperador recibió, que luego mandó pregonar en los lugares comarcanos que so pena de cien azotes mujer alguna no pasase de un humilladero, que estaba como dos tiros de ballesta del monasterio.
- VI Los cargos que los visitadores le hicieron, y lo que Su Majestad sintió. -Temor o respeto del César de lo que le dijo un fraile. Yendo ya los visitadores a despedirse de Su Majestad, les preguntó cómo se habían habido con uno que había sido general, que vivía allí; dijéronle los cargos que le habían hecho y penitencias que le habían dado. Sacó luego el visitador más viejo un papelillo del seno, y teniéndolo en la mano le dijo: -Si Vuestra Majestad nos da licencia y de ello es servido, unos carguillos tenemos aquí que decir a Vuestra Majestad. Y el Emperador, como después contaba, medio turbado, les dijo: -Decid, padre. Y el visitador le tornó a decir: -No serán, señor, por vía de cargos, sino por vía de suplicación, para que de aquí adelante no se haga, y no son sino cuatro. El primero es que nosotros, en nombre de toda la Orden, suplicamos a Vuestra Majestad que de aquí adelante sea servido de no mandar al convento de esta casa pitanza alguna extraordinaria. Respondió: -Pocas he mandado dar por recrearlos alguna vez. Díjole el visitador: -No conviene, señor, al servicio de Dios ni al de Vuestra Majestad, porque la Orden está tan bien concertada que antes manda dar un poquito más a los religiosos que quitalles un pelo, porque anden alegres y contentos en el 628
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servicio de Dios; pues si sobre esto viene la abundancia que Vuestra Majestad manda dar como quien es, ¿qué resta, sino que en lugar de darse a Dios y a la contemplación y aparejarse y disponerse para los oficios divinos para en ellos servir a Vuestra Majestad, se echen a dormir y se anden parlando y perdiendo el tiempo? Y aún quiera Dios que no vengan en otros pensamientos, no tan buenos. Respondió Su Majestad: -Paréceme que tenéis razón; yo lo emendaré; decid más. -Lo segundo, suplicamos a Vuestra Majestad en el mismo nombre, que a ningún fraile de la Orden que viniere a Vuestra Majestad, si bien sea llamado por Vuestra Majestad y venga a proprios negocios de Vuestra Majestad, no le mande dar dineros algunos, porque ninguno vendrá a quien la Orden no provea suficientemente de todo lo que hubiere menester para venir, tornar y estar, y dándole Vuestra Majestad conforme a quien Vuestra Majestad es, dale ocasión a que aquél ofenda a Dios en la propriedad, porque le parecerá que aquél puede libremente gastar aquellos dineros, y de hecho los gasta, en lo que a él se le antoja, y no lo pueda hacer; porque el fraile ninguna cosa puede adquirir que no sea del monasterio. Respondió Su Majestad: -A ningún fraile he dado yo dineros. Dijo el visitador: -Sí ha dado, señor. Y pensando un poco Su Majestad, dijo: -Es verdad que a un frailecillo chico le mandé dar tantos reales, y dígoos de cierto que siempre me pareció mal aquel frailecillo, yo lo emendaré. ¿Hay más que decir? Decildo. -Lo tercero que a Vuestra Majestad en el mismo nombre suplicamos, es que ningún fraile de la Orden que se viniere encomendar a Vuestra Majestad sobre cosa que tocare a disciplina, corrección o castigo de la Orden le dé favor, ni por sí ni por la serenísima princesa su hija (que al presente gobernaba), porque esto podría venir en gran detrimento de la buena disciplina de la Orden, por el respeto que a Su Majestad y a las personas reales se debe.
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Respondió que siempre había tenido aquella consideración, y que mucho más la tendría de allí adelante; que si había más que decir, que le dijese. -Lo cuarto y último que a Vuestra Majestad en el dicho nombre suplicamos es, que si Vuestra Majestad de algún fraile de la Orden, si bien sea el general se quisiere servir para cualquier cosa, lo mande, porque luego dejará el oficio que tuviere y vendrá a servir a Vuestra Majestad, pero que haga esta merced a la Orden, que para cosa de oficio de honra o dignidad no haga memoria de fraile alguno, porque le parece a la Orden que si de algún fraile de ella hiciese caso para honralle, por el mismo caso habría perdido todo lo que había servido, y deseaba servir a Vuestra Majestad. A esto mostró una benignidad, y no respondió, sino dijo si había más, y como le dijeron que no, los despidió, y después contaba cuán bien edificado había quedado de aquel viejo, y que le parecía que nunca había habido tanto temor como cuando le vio el papelejo en la mano y le dijo que le quería hacer cargos, por donde se podrá echar de ver cuán rendido tenía su ánimo el santo Emperador.
- VII Ejercicios espirituales de la oración y contemplación. -Amigo de música. -Oído que tenía en ella. En estos ejercicios espirituales de la oración, lección y contemplación era tan continuo, que aun a los muy perfectos del monasterio confundía. Rezaba el oficio divino, y si por alguna indisposición no podía, rezaba por él su confesor delante de él. Todas las fiestas oía la misa mayor con grande solemnidad, y las más en canto de órgano, aunque su mal le quitase el poderse levantar, y por ninguno dejaba cada día de oír misa rezada. Oía continuamente sermones después de comer, y nunca se cansaba de ellos por largos que fuesen. Cuando no tenía sermón le leía el confesor una lección de San Agustín, oía vísperas y completas, y las fiestas en canto de órgano, que duraban dos horas, sin recibir jamás fastidio. Era muy amigo de la música y que le dijesen los oficios en canto de órgano, con tal que no cantasen sino frailes, que si bien eran catorce o quince los músicos, porque se habían llevado allí los mejores de la Orden, conocía si entre ellos cantaba otro, y si erraban decía: «Fulano erró», y en tanto los conocía y quería que no cantasen seglares entre ellos, que unas vísperas vino un contralto de Placencia muy bueno y llegóse al facistol con los cantores y cantó con ellos un verso muy
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bien; pero no tornó a cantar el segundo, porque luego vino uno de los barberos corriendo, y dijo al prior que echase aquel cantor fuera del coro, y así se le hubo de decir que callase. Y entendía la música y sentía y gustaba de ella, que muchas veces le escuchaban frailes detrás de la puerta, que salía de su aposento al altar mayor, y le veían llevar el compás y cantar, a consonancia con los que cantaban en coro, y si alguno se erraba decía consigo mismo: «Oh, hideputa bermejo, que aquel erró», o otro nombre semejante. Presentólo un maestro de capilla de Sevilla, que yo cocí, que se decía Guerrero, un libro de motetes que él había compuesto y de misas, y mandó qué cantasen una misa por él, y acabada la misa envió a llamar al confesor y díjole: -Oh hideputa, qué sotil ladrón es ese Guerrero, que tal pasó de fulano, y tal de fulano hurtó. De que quedaron todos los cantores admirados, que ellos no lo habían entendido hasta que después lo vieron.
- VIII Entreteníase con los criados con toda llaneza. Tenía también algunos ratos de entretenimientos con sus criados, no menos graciosos y honestos. Hacía llamar al cocinero, y decíale: -Ven acá, Adriano; no echaste en tal manjar la canela que había de menester. Respondió el Adriano: -Señor, el mayordomo tiene la culpa, porque compra canela añeja y no tiene tanta fuerza como había de tener. Decíale: -Oh Adriano, Adriano, que de días ha que te conozco, que siempre tus culpas quieres echar a otro. Y el gusto, ¿adónde estaba? Otras veces llamaba al panadero, y decíale: -Ven acá, Pelayo; como tienes cuidado de emborracharte siete veces cada semana, no tendrías cuidado de hacer un poco de buen pan que yo pudiese comer -porque tenía falta en los dientes. 631
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Otras veces, como todos los criados que tenía eran flamencos, y enemigos grandemente de berenjenas y amigos de cebollas, iba algunas veces el hortelano de los frailes con una cesta a la huerta de Su Majestad a traer de aquellas berenjenas. No sabía qué llevaba; hizo llamar a un Morón que era de los más principales, a quien había dado cargo de la huerta, y díjole muchas veces: -Viene este hortelano de los frailes y no sé que nos lleva de la huerta. Respondió el Morón: -Señor, por berenjenas viene, que nosotros no las comemos, y danos cebollas en trueca. Dijo: -Bien está.
- IX Celo grande de la le y lo que dijo de la prisión de Cazalla. -Dice que erró en no matar a Lutero.-Que era peligroso tratar con herejes. Resplandecía en él un celo ardiente de la fe grande que tenía. Estando un día con este prior y otros frailes principales y su confesor, hablando de la prisión de Cazalla y de otros herejes, díjoles: -Ninguna cosa bastaría a sacarme del monasterio sino ésta de los herejes, cuando fuese necesario; mas para unos piojosos como éstos no es menester. Ya yo tengo escrito a Juan de Vega, que entonces era presidente, que dé todo el calor posible a ello, y a los inquisidores que pongan toda diligencia; porque no habían de dejar de quemar a alguno de éstos, aunque habían de trabajar que muriesen cristianos, porque ninguno de ellos sería adelante verdadero cristiano, que todos éstos son dogmatizantes, y errarse hía si los dejasen de quemar, como yo erré en no matar a Lutero; y si bien yo, le dejó por no quebrantar el salvoconduto y palabra que le tenía dada, pensando de remediar por otra vía aquella herejía, erré porque yo no era obligado a guardalle la palabra por ser la culpa del hereje contra otro mayor señor, que era Dios; y así yo no le había ni debía de guardar palabra, sino vengar la injuria hecha a Dios. Que si el delito fuera contra mí solo, entonces era obligado a guardalle la palabra, y por no le haber muerto yo, fue siempre aquel error de mal en peor, que creo que se atajara si le matara. 632
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Y como pasase adelante en la prática, dijo: -Es muy peligroso tratar con estos herejes que dicen unas razones tan vivas y tiénenlas tan estudiadas, que fácilmente pueden engañar al hombre, y así yo nunca los quise oír disputar de su secta. Y es así que cuando íbamos contra Lantzgrave y duque de Sajonia y los demás vinieron a mí cuatro príncipes de entre ellos en nombre de los demás y me dijeron: «Señor, nosotros no venimos contra Vuestra Majestad por hacerle guerra, ni quitarle la obediencia, sino sobre esta nuestra opinión que nos llaman herejes, y nos parece que no lo somos; suplicamos a Vuestra Majestad que nos haga esta merced, que pues nosotros traemos letrados y Vuestra Majestad también, sea servido que en presencia de Vuestra Majestad disputen esta nuestra opinión, y nosotros nos sujetamos y obligamos a pasar por lo que Vuestra Majestad determinare.» Yo les respondí (dijo el Emperador) que yo no era letrado, y que los letrados entre sí lo disputasen, y que después mis letrados me informarían. Y esto hice, porque a la verdad yo sé poca gramática, porque comenzándola a estudiar siendo muchacho, sacáronme luego a negocios, y así no pude pasar adelante; y si por ventura se me encajara en el entendimiento alguna razón falsa de aquellos herejes, ¿quién bastara a desarraigarla de mi alma? Y por eso no quise oírlos, aunque me prometían que si lo hacía bajarían con todo el ejército que traían contra el rey de Francia, que venía contra mí, y había ya pasado el Rhin, y le harían guerra hasta entrar por sus tierras y sujetarlas a mi servicio.
-XOfrécenle los herejes de ir con su ejército hasta Constantinopla, porque los oya. -Lo que respondió. -Lo que dijo de la prisión de fray Domingo de Guzmán. -Cuán gran hereje fue Constantino. Dijo más el Emperador, que cuando iba retirándose de Mauricio con solos seis de a caballo, que le salieron al camino otros dos príncipes de Alemaña, y le dijeron en nombre del dicho Mauricio, y de los demás príncipes del Imperio, que le suplicaban que los quisiese oír sobre su opinión, y de no los llamar ni tener por herejes, que ellos le prometían en nombre de todo el Imperio de bajar todos contra el Turco, que entonces venía contra Hungría, de no tornar a sus tierras hasta llegar a Constantinopla y le hacer señor de ella o morir en la demanda, y que él les había respondido: -Yo no quiero reinos tan caros como esos, ni con esa condición quiero a Alemaña, ni a Francia, ni a España, ni a Italia, sino a Jesucristo crucificado, y di de las espuelas al caballo.
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Otras muchas cosas contaba de esta manera a los religiosos de este monasterio, y es de creer que diría verdad, y no por jactancia o vanagloria, en las cuales se echaba bien de ver su gran santidad. Cuando prendieron a fray Domingo de Guzmán en Sevilla, dijo: -Ese, por bobo, le pueden prender. Y cuando prendieron a Constantino, canónigo de Sevilla, dijo: -Si Constantino es hereje, será gran hereje. Y salió así, que dijo después uno de los inquisidores que le condenaron que había sido uno de los mayores herejes del mundo. Contaba estas cosas y otras con tanta gracia y dulzura, que no se sentía el tiempo oyéndole, y decían los frailes que cuando el Emperador fuera un ciudadano particular, con solas las gracias naturales que tenía de su persona, afabilidad y prudencia, ganara las voluntades de todo el mundo. Era muy amigo de que se hiciese justicia, jamás quiso dar carta de favor para su hijo. Una alcanzó con harto trabajo una señora de Barcelona, para que la princesa la favoreciese en cierta causa, y fue la carta tan limitada, que más trataba de que se hiciese justicia que gracia. Retiróse tanto de los negocios del reino y cosas de gobierno, como si jamás hubiera tenido parte en ellos.
- XI Prosigue la empezada materia. Estas cosas cuenta este padre, y de otros del mismo crédito y Orden oí, que volviendo el Emperador de la pérdida de Argel y jornada de Italia, se recogió en la Mejorada, que es un insigne monasterio cerca de la villa de Olmedo, del cual ya he dicho, y que estuvo en él muchos días, y viernes de la Semana Santa, a la hora de comer, se paseaba por unas calles de cipreses, muy hermosas, que tienen en un cercado; preguntó qué comía el convento; dijéronle que pan y agua, y mandó que le trajesen dos panecillos de los que los religiosos comían y un jarro de agua, y en pie, paseándose, lo comió y bebió el agua, y con aquello pasó aquel día. Y en lo que toca a ser muy amigo de justicia, me dijeron que los alcaldes de Corte habían condenado a uno a muerte por delitos que se le probaban, y si bien los testigos le condenaban, él siempre estuvo firme negando haber 634
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cometido tal delito. Consultaron los alcaldes al Emperador, diciendo lo que se le probaba y lo que el hombre negaba. Respondió el Emperador: -Pues se le prueba, ahorcalde, que si no hubiere hecho este delito, había hecho otros por donde merezca la muerte. Y fue que estando ya en la horca dijo que él no había hecho aquel delito por que le ahorcaban, y confesó haber hecho otros, por donde justísimamente se le dio la muerte.
- XII [El Emperador y San Francisco de Borgia.] El conde de Oropesa, don Fernando Alvarez de Toledo, que fue un caballero de los discretos y ejemplares de su tiempo, se mostró muy servidor del Emperador, y visitábale a menudo en este recogimiento. Preguntábale el Emperador por el padre Francisco Borgia, que dejando el ducado de Gandía se había recogido en la Compañía de Jesús y tomado el hábito, dando notable ejemplo de sí al mundo, y que cómo no le visitaba. El conde lo escribió al padre Francisco Borgia, y así hubo de venir, y el Emperador se holgó mucho y ordenó a Luis Quijada, que era el mayordomo, que le aposentase en el convento, y él mismo le señaló el aposento que le habían de dar, y cómo le habían de aderezar. La princesa doña Juana había dicho al padre Francisco Borgia que el Emperador su padre se había maravillado de que él hubiese escogido la religión nueva de la Compañía, dejando otras más antiguas y tan aprobadas, y que tenía propósito de persuadirle la primera vez que le viese que, dejando el hábito que tenía, se pasase a la de San Jerónimo o a otra, digna de quien él era. Quiso el padre Francisco Borgia satisfacer de esto al Emperador, que por sus ocupaciones, y porque muchos con ignorancia y pasión hablaban mal de la Compañía, estaba dudoso de que el padre Francisco hubiese acertado, y no tenía el crédito que esta gente de Dios merece. Llegó a besar la mano al Emperador puesto de rodillas; el Emperador no se la quiso dar, y mandóle levantar y sentar. El padre Francisco suplicóle le dejase estar así, y que así le oyese, y tornando el Emperador a mandarle con instancia que se sentase, habló de esta manera: -Suplico humilmente a Vuestra Majestad que me deje estar de rodillas, porque estando delante de su acatamiento, me parece que estoy delante el 635
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acatamiento de Dios, y si Vuestra Majestad me da licencia, deseo tratar de mi persona, mudanza de vida y religión, y hablar con Vuestra Majestad como si hablase con Dios Nuestro Señor, que sabe diré verdad en todo lo que dijere. Entonces el Emperador dijo: -Pues vos lo queréis, sea así; yo holgaré mucho de todo lo que cerca de esto me dijéredes. -Yo, señor -dijo el padre-, por muchos títulos me conozco obligado a dar razón de mí a Vuestra Majestad, como vasallo y criado suyo, y como quien tantas y tan señaladas mercedes ha recibido de su poderosa mano. Hasta agora no ha habido coyuntura para hacerlo por la larga ausencia de Vuestra Majestad; y por cartas no se podía bien hacer. Yo, señor, fuí gran pecador desde mi niñez delante de Dios, y di muy mal ejemplo al mundo con mi vida y con mi conversación y algo puede Vuestra Majestad saber del tiempo que estuve en su imperial corte y servicio. Plugo a la divina bondad de abrir mis ojos y darme algún conocimiento de mis culpas. Propuse, mediante su divina gracia, corregir mis pasos y hacer enmienda de la vida pasada, y para esto apartarme del mundo y entrar en alguna religión donde con más perfeción pudiese conseguir este intento. Supliqué a Nuestro Señor que me encaminase a aquella religión en que El se había más de agradar. Puse de mi parte todos los medios que yo pude entender que serían eficaces para alcanzar esta gracia del Señor, y ofreciéronse muchas oraciones y misas por muchos siervos de Dios a esta intención. En esta deliberación yo me inclinaba, si tengo de decir verdad a Vuestra Majestad, a entrar en la religión de San Francisco, así por la antigua devoción de mis padres como porque yo desde mi niñez me crié en ella y siempre me agradó la pobreza, humildad y menosprecio del mundo, que profesa esta religión. Pero como los consejos y caminos de Dios son tan diferentes de los nuestros, certifico a Vuestra Majestad que todas las veces que me iba a determinar en esto, sentía en mi corazón una sequedad y desconsuelo tan grande, que me causaba grande admiración, porque no acababa de entender cómo deseando tanto mi alma una cosa tan santa y que a mi ver me estaba tan bien, la misma alma hallaba dentro de sí tantos desvíos y embarazos en la determinación y ejecución de ella, que la hacían no querer lo que quería, ni poner por obra lo que deseaba. Estos mismos efectos, y aun con más fuerza y claridad sentía, cuando quería entrar en cualquier otra de las religiones antiguas, ahora sea de las monacales, ahora de las mendicantes. Por otra parte, cuando se me ponía por delante la Compañía de Jesús regalaba Nuestro Señor mi espíritu con tal suavidad y dulzura, que la abundancia de esta consolación vencía la primera esterilidad y sequedad. Y esto, Sacra Majestad, me acaeció no una vez ni un día, sino muchas veces y largo tiempo, y habiendo pensado y considerado atentamente, me pareció que no era pequeña señal de la voluntad 636
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de Dios Nuestro Señor acerca de la elección de mi vida. No porque yo entendiese por esto que la Compañía era más perfecta y santa que las demás, sino que el Señor quería servir-se de mí más en ella que en las otras, y con esta diferencia de regalo y desconsuelo declararme su voluntad. Tras esto dábame el Señor por su misericordia un vivo y ardiente deseo de huir la honra y gloria del siglo y de buscar y abrazarme con el menosprecio y bajeza, y temía que si entraba en alguna desotras religiones que son respetadas por su antigüedad, sería tenido en algo, y por ventura hallaría en ellos lo que iba huyendo, y sería más honrado (como lo han sido otros sin quererlo) que lo fuera en el siglo. Lo cual no podía temer entrando en la Compañía, porque por ser religión nueva y la postrera que ha sido confirmada, por la santa Iglesia, no es conocida y estimada, antes es aborrecida y perseguida muchos, como sabe Vuestra Majestad, pasando en esto por la fragua que pasaron las demás religiones en sus principios. Y también consideraba que si un gran príncipe (cual Dios ha hecho a Vuestra Majestad) plantase algún nuevo jardín para su recreación, tendría en más acepto servicio cualquiera cosa por pequeña que fuese, que para ornato de él le presentasen, que si para otros jardines y vergeles muy acabados que tuviese, le ofreciesen otras cosas de mucho precio y estima; y parecióme que, pues todas las santas religiones son como unos huertos deleitosos y cerrados que Dios tiene en su Iglesia, habiendo yo de ofrecer a Su Divina Majestad como una plantilla desaprovechada y miserable le haría más grato servicio en ofrecérmele para este nuevo jardín de la Compañía, que él comenzaba a plantar, que si me ofreciera para cualquiera de los jardines de las otras santas y antiguas religiones, que están ya tan asentadas y acabadas. Y aunque estas y otras razones me persuadían que hiciera lo que hice, pero por no fiarme de mí en cosa tan grave, no lo quise hacer hasta que lo comuniqué con algunas personas espirituales de las mismas religiones antiguas, que eran varones de conocida prudencia y doctrina, y tenidos por siervos de Dios; los cuales, oídas mis razones, las aprobaron, y me encaminaron a la Compañía, y confirmaron esta elección, y puedo afirmar a Vuestra Majestad que siempre me ha hecho el Señor muchas misericordias en ella, y me ha tenido y tiene muy contento, y consolado y obligado por esta vocación y estado, a darle infinitas alabanzas y mil vidas que tuviese por su amor.
- XIII [Prosigue la materia empezada.] Atento estuvo el Emperador a este razonamiento del padre Francisco, y con alegre semblante le respondió:
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-Mucho me he holgado de saber de vos mismo todo lo que me habéis dicho de vuestra persona y estado, porque no os quiero negar que me causó admiración esta vuestra determinación, cuando me lo escribistes de Roma a Augusta; porque me parecía que una persona como vos, en la elección de religión debía anteponer las religiones antiguas, que están ya aprobadas con la experiencia y curso de largos años, a una religión nueva, que no tiene tanta aprobación, y de la cual se habla diferentemente. -Sacra Majestad -dijo el padre, ninguna religión hay tan antigua y tan aprobada que en algún tiempo no haya sido nueva y no conocida, y no fue por el tiempo que fue nueva; antes la experiencia nos enseña que los principios de las religiones, y aun del mismo Evangelio y ley de gracia han sido los más floridos y más fervorosos y más abundantes de varones aprovechados en devoción y santidad. Y aunque la aprobación y experiencia de muchos años da crédito y autoridad a las religiones antiguas; pero no deben de ser desechadas las nuevas por faltarles esta aprobación que no pueden tener, pues tienen otra que no es menos cierta y segura para los fieles, que es la confirmación y aprobación de la Sede Apostólica, que alaba y da por bueno su instituto y modo de vivir. Bien sé que muchos hablan de la Compañía diferentemente, como dice Su Majestad, y que no falta quien, o por no saber la verdad, o por ventura por alguna pasión, nos impone cosas falsas e impertinentes. Pero paréceme a mí que se debe dar más crédito a los que vivimos en ella que a los que están fuera, y la miran de lejos y murmuran de lo que no saben. De mí aseguro a Vuestra Majestad, con aquella verdad que por tantas razones estoy obligado a decir en su acatamiento, que si yo supiera de la Compañía cosa mala o indigna de santa y perfecta religión, nunca pusiera los pies en ella, y si agora que estoy en ella lo supiese, luego me saldría de ella. Porque no sería justo que yo hubiese dejado esa miseria que dejé, y el mundo estima en algo, pudiéndola poseer en buena conciencia, para entrar en una religión donde Dios Nuestro Señor no fuese muy servido y glorificado. -Yo lo creo por cierto como lo decís -respondió el Emperador-, porque siempre hallé en vuestra boca verdad. Mas ¿qué me responderéis a esto que se dice, que todos son mozos en vuestra Compañía y que no se ven canas en ella? -Señor -dijo el padre-, si la madre es moza, ¿cómo quiere Vuestra Majestad que sean viejos los hijos? Y si esta es la falta, presto la curará el tiempo, pues de aquí a veinte años tendrán hartas canas los que agora son mozos. Y no somos tanto como se dice, que yo cuarenta y seis años he vivido, aunque pudieran ser mejor empleados. Y aun algunas casas nos envía Dios a la Compañía, que aquí viene conmigo un sacerdote viejo, que siendo de cerca de sesenta años, se nos vino a ser novicio, varón de aprobada doctrina y virtud. 638
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Que era el padre Bartolomé de Bustamante, al cual mandó llamar el Emperador, y en viéndole le reconoció, y se acordó que había tratado con él negocios de mucha importancia en Nápoles, adonde le envió el cardenal don Juan Tavera, su amo, al Emperador, al tiempo que acababa la jornada de Túnez se detuvo algunos meses en aquella ciudad. Más de tres horas gastaron en este razonamiento el Emperador y el padre Francisco, y el remate y el fin de él fue decirle Su Majestad que se había holgado mucho de haber oído del padre todo lo que le había dicho, y que él creía ser así. Y que aunque había estado dudoso y con alguna sospecha acerca de la Compañía por lo que había oído de ella, pero que agora, con su testimonio, quedaba muy satisfecho de la verdad y virtud que en ella había, y que de allí adelante la favorecería, así por servir en ello a Nuestro Señor como por estar en ella su persona. Y que en el señal que lo había de hacer, le quería dar algunos buenos consejos para la conservación y aumento de su religión. Y así lo hizo con grandes muestras de amor.
- XIV [Idem.] Díjole después el Emperador: -¿Acordáisos que os dije el año de 1542 en Monzón que había de retirarme y hacer lo que he hecho? -Muy bien me acuerdo, señor -dijo el padre Francisco. -Pues sabed cierto -dijo el Emperador -que no lo he dicho a nadie sino a vos y a fulano -nombrándole otro caballero principal. Aquí respondió el padre Francisco: -Bien entendí el favor que Vuestra Majestad me hacía en decirme lo que entonces me dijo, y así he guardado secreto y no lo he dicho a nadie; pero ahora bien me dará Vuestra Majestad licencia que lo diga. -Agora que yo lo he hecho bien lo podéis vos decir -dijo el Emperador. -También se acordará Vuestra Majestad que en aquel mismo tiempo yo le dije la mudanza que pensaba hacer.
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-Tenéis razón -respondió él-, que bien me acuerdo. Bien habemos cumplido ambos nuestras palabras. Preguntóle después de varios razonamientos el Emperador de sus penitencias y oración, y si podía dormir vestido. Respondió el padre Francisco: -Las muchas noches que Vuestra Majestad veló armado, han sido causa que agora no pueda dormir vestido. Pero hagamos gracias a Nuestro Señor, que tiene Vuestra Majestad merecido más en haber pasado las noches armado defendiendo su fe y religión, que merecen muchos religiosos por dormir vestidos de cilicios en sus celdas. Con esto se acabó el coloquio digno de memoria entre el Emperador y padre Francisco Borgia, el cual, habiéndose detenido tres días en Yuste, pidió licencia, y el Emperador le encargó mucho que le volviese a ver, y mandó a Luis Quijada que le diese docientos ducados de limosna, y que no le admitiese réplica alguna para no tomarlos, y que le dijese de su parte que, aunque era poca la limosna, que en respecto de lo poco que al presente Su Majestad tenía, nunca le había dado tanto en cuantas mercedes le había hecho, cuando estaba con la carga de su Imperio.
- XVEl Emperador escribió algunos de sus hechos. -Juramento ordinario del Emperador. Otras dos veces estuvo en Yuste el padre Francisco Borgia; la una, llamándole el Emperador para enviarle a Portugal a dar el pésame de la muerte del rey don Juan y tratar cierto negocio de importancia con la reina doña Catalina, su hermana, y la otra, cuando volvió con la respuesta de esta embajada. Una de estas veces le preguntó el Emperador si le parecía que había algún rastro de vanidad en escribir el hombre sus propias hazañas, porque él había escrito todas las jornadas que había hecho, y las causas y motivos que había tenido para ellas; y que no le había movido apetito de gloria, ni de vanidad, sino sólo porque se supiese la verdad; porque los coronistas de aquellos tiempos que él había leído la oscurecían, o por no saberla o por sus aficiones y pasiones particulares. También pidió al padre Francisco Borgia que le avisase de algunas personas y cosas muy importantes tocantes a su imperial servicio y al bien de los reinos, y habiéndolo hecho el padre como el Emperador se lo mandaba, y suplicado a Su Majestad que le guardase secreto
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y no supiese nadie lo que él le escribía, lo guardó tan puntualmente, que volvió los papeles de su propria mano al mismo padre, diciéndole: -Bien podéis creer que ninguno los ha visto sino yo. En que se ve la gran prudencia, modestia, celo y verdad del glorioso Emperador, y cuán bien decía de sí que se preciaba más de hombre de bien que de Emperador, porque los hombres de bien eran pocos y los Emperadores muchos, y así su juramento ordinario era A fe de hombre de bien. Otras cosas muchas he oído del Emperador y su gran virtud, dignas cierto de memoria; entiendo bastan las que desde su juventud he contado para conocer que fue uno de los mejores príncipes que ha tenido el mando. Diré agora su muerte, que no fue menos ejemplar que la vida.
Año 1558
- XVI Muerte del Emperador a 21 de setiembre, año 1558, en edad de cincuenta y siete años, siete meses y veintiún días, habiendo reinado cuarenta y tres años y gobernado al Imperio treinta y ocho con suma justicia y satisfacción de las gentes. -Pide la unción con la ceremonia que se da a los frailes. -Devoto del sacramento de Eucaristía. -Llega Carranza, arzobispo de Toledo. -Muere con el nombre de Jesús en la boca. -Con esta voz murió la reina su madre. Cometa que precedió su muerte. Dicho tengo cómo el Emperador en el tiempo más florido de su Imperio tenía cada día hora señalada para retirarse a la contemplación; lo mismo hacía en Yuste, aunque le fatigaban sus penosos ages. Decía de ordinario, levantando los ojos a Dios y pidiéndole la paz y uniformidad de la Iglesia: In manus tuas Domine tradidi Ecclesiam tuam, que es: «En vuestras manos, Señor, puse vuestra Iglesia.» Lloraba y confesaba sus faltas, diciendo de ordinario que en toda su vida no había servido un solo día como era obligado a Nuestro Señor, que cierto confunde al religioso más perfecto. El argumento y título de esta historia fue de la vida y hechos del Emperador Carlos V, Máximo, Fortísimo, y acabo con la muerte y hechos de ella, porque ninguno de los reyes tuvo más.
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Estando, pues, Su Majestad con la vida ejemplar y santos ejercicios en Yuste, que he dicho, llegó su hora. Habíale dejado la gota por muchos días; vínole una terciana al contrario de otras que solía tener, que le duraba doblado tiempo el frío más que la calentura, por lo cual le sangraron dos veces, y en lugar de quitársele dobló, y fue tanto creciendo, que se alcanzaba la una a la otra, y así iba desfalleciendo cada día más, y si bien Su Majestad tenía cuenta con la salud del cuerpo, haciendo lo que los médicos ordenaban, mayor cuidado puso en lo que tocaba al alma, confesándose a menudo; hizo su testamento y última voluntad, ordenando en él lo que diré. Y como ya estuviese muy al cabo, comulgó, y luego pidió la extremaunción, la cual le trajeron a la noche, y pareciéndole al prior que estaba congojado y que las ceremonias de la unción de los frailes era larga, porque se habían de decir los siete salmos penitenciales con su letanía y versos y oraciones, dijo el prior a Luis Quijada, que estaba junto a la almohada, que le preguntase si quería que dijesen la larga de los frailes o otra breve. Respondio que le oleasen como a fraile, y así se hizo, y el Emperador iba respondiendo a los versos de los salmos con los frailes, y después comenzó a estar un poco mejor. Quitósele totalmente la gana del comer, en tanto que, como Luis Quijada le importunase llorando que Su Majestad tomase alguna cosa, díjole: -No me seáis molesto, Luis Quijada, yo veo que me va la vida en ello, y con todo eso no puedo comer. Y a la mañana dijo que quería tornar a comulgar, y como le dijese el confesor que ya había tomado la extremaunción y que no era menester tornar otra vez, a comulgar, respondió: -Si bien no sea necesario, ¿no os parece que es buena compañía para jornada tan larga? Y así tornó a comulgar, diciendo con lágrimas ardientes de devoción: In me manes, ego in te Maneam, que es: «Estás en mí, yo estaré en ti»; porque era devotísimo del santísimo sacramento de la Eucaristía, y todo el tiempo que estuvo en Yuste le decía el convento una misa cada jueves del Sacramento con gran solemnidad en canto de órgano. Y aquella tarde, antes que le oleasen, llegó el arzobispo de Toledo, Carranza, el Desdichado, aunque no le pudo hablar aquella tarde, al cual había estado esperando con gran deseo después que desembarcó de Ingalaterra, porque tenía gana de reñir con él sobre que le habían dicho algunas cosas no tan bien sonantes de sus opiniones, porque como él tenía aquella fe tan viva, no había cosa que fuese contra aquello que no le diese mucha pena.
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Y como tornase el otro día para hablar a Su Majestad, por el conde de Oropesa, que se lo suplicó, le mandó entrar y mandó que le diesen silla; pero no le habló, y a la noche tornó a empeorar, y después de las dos de la media noche, estando todos sosegados dijo: «Ya es tiempo; dad acá aquella vela y aquel crucifijo», y con estar tal que cuatro barberos apenas le podían rodear en la cama, se volvió del lado con tanta ligereza como si no tuviera mal, y tomando en la una mano la candela y en la otra el crucifijo, estuvo un poquito mirando en el Cristo sin hablar, y luego dio una voz grande, que se pudo oír en los otros aposentos, diciendo: «Ay, Jesús.» Y con ella dio el alma a Dios; lo cual no pareció que se pudiese hacer sin milagro, que expirando pudiese dar naturalmente aquella voz tan recia y bien formada, por manera que este glorioso príncipe y su madre murieron con el dulcísimo nombre de Jesús en la boca. Pasó de esta vida a 21 de setiembre, año 1558, habiendo 58 menos siete meses que nació.
- XVII Ataúd en que pusieron el cuerpo. Muerto el Emperador, todo aquel día y el siguiente hasta la tarde estuvieron aderezando el cuerpo y haciéndole un ataúd de plomo en que le metieron y soldaron, y aquél en otro de tablas de castaño grueso de donde no se podía salir cosa que se deshiciese del cuerpo, y quedó tan pesado, que apenas le podían menear diez o doce hombres, y encima de las tablas lo cubrieron de terciopelo negro, y así le llevaron al altar mayor por la puerta que sale de su aposento, y le metieron debajo del altar, como él había mandado, ayudando a ello el arzobispo, conde de Oropesa; el comendador mayor de Alcántara, Luis Quijada; haciendo los frailes el oficio del entierro con hartas lágrimas, y no hacían mucho, pues yo, que por sola relación sé su vida, las derramo. También me dijeron por cosa muy particular de este príncipe, que muchos años trajo consigo el ataúd en que había de ser puesto, y se lo ponían debajo de su cama. No sé si es cierto; sé que lo hizo su abuelo Maximiliano. El prior no lo dice; pudo ser, y despues parecer que no era conveniente, y así hicieron el de plomo y el de castaño. Tráelo un padre bernardo en el libro que compuso intitulado Monarquía mística de la Iglesia; en el símbolo quinto, folio 79, dice que seis años antes que muriese hizo hacer su mortaja, y la trajo consigo. y cita a Pedro Gregorio, lib. 6, e. III, p. 8, y entiendo que ambos se engañan, porque cosa tan notable como aquí digo no la callara el prior de Yuste, que por tan menudo cuenta su vída y muerte en el monasterio. 643
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- XVIII Viene el corregidor de Placencia, y quiere apoderarse del cuerpo. -Sacan de la sepultura el ataúd y ábrenlo. -Un pájaro notable que se vio cinco noches arreo. Dos días después de la muerte del Emperador vino el corregidor de Placencia, acompañado de todos sus ministros y letrados, y hizo ciertos autos y protestos, diciendo que Su Majestad había muerto en su jurisdición y que a él tocaba poner cobro en su cuerpo, so pena de que le castigarían, y que lo habían de depositar en parte segura, y como le dijeron que lo depositase en poder del prior del monasterio, dijo que le placía; pero que el escribano diese fe y testimonio del depósito y de lo que depositaba, y así que era necesario desenterrarlo y verle el rostro. Y no obstante que el prior dijo que él le conocía, y que él lo había sepultado, y que él mismo se constituía por depositario, no aprovechó, sino que se hubo de deshacer el tabique y sacarle fuera, y abrir los ataúdes, y descoserle las mortajas hasta verle el rostro, y así se hizo el depósito en el dicho prior de Yuste. Hiciéronle las honras los tres días siguientes, y el arzobispo de Toledo dijo la misa los tres días, y por diácono el prior del monasterio, y subdiácono otro prior de Granada. Mandáronse decir quince misas rezadas cada día, y los jueves la del Sacramento cantada, conforme a la devoción del santo Emperador. Mandó Su Majestad al monasterio todas las provisiones que tenía hechas para su casa, y la botica, y a todos los cantores y predicadores que por su respeto habían venido allí, a cada uno cincuenta ducados para vestirse y volverse a sus casas, y al prior ciento, y a los hijos del monasterio que eran cantores y al sacristán cada cincuenta, y al confesor cuatrocientos ducados de por vida, los cuales se le dieron en una pensión. Acabadas las honras de los tres días, se partieron todos los criados a Valladolid, exceto tres flamencos, que quedaron a guardar algunas cosas que no se podían llevar luego. Y dice el prior que antes que éstos se fuesen, que fue dentro de ocho días, la noche que se cumplía el setenario, una hora poco más después de anochecido, queriéndose él acostar oyó un ladrido como de perrillo, y pensando que era un perrillo que tenían los flamencos, salió de la celda y vio muchos frailes echados de pechos sobre los corredores, que hacía muy clara luna, y díjoles el prior: -Este perrillo nos ha de dar mala noche si no le echamos fuera. Respondieron los frailes:
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-Padre, no es perrillo, sino aquella ave que está encima del tejado de la capilla, la cual vieron venir de hacia Jarandilla, que es de la parte del Oriente, y ha dado cinco gritos con algún intervalo de uno a otro. Y miró el prior, y viola, y era tan grande como un cisne, salvo que de medio adelante era negra, y la otra parte blanca, y estúvose queda un rato, y después voló hacia Gargantalaolla, que es hacia parte del Poniente, y veíanla tan claramente como si fuera de día, porque demás de ser muy clara la luna estaban los padres casi en el mesmo peso del tejado, porque el claustro está de la parte de arriba tan alto y más que la iglesia, y con esto se fueron a dormir sin tratar más de ello. Y la noche siguiente, a la mesma hora, volvió aquella ave de la parte de Oriente, como la noche antes, y se asentó en el mesmo lugar encima del tejado, en derecho de la sepultura donde estaba el cuerpo de Su Majestad, y dio los mesmos gritos y al mesmo compas. Y como los frailes estaban alterados de lo que habían visto la noche antes, al primer grito no quedó fraile en el monasterio que no acudiese a verla, y volándose fue de la mesma manera que la noche pasada, y por el mesmo lugar, y así quedaron como espantados todos; y lo mismo hizo, sin faltar punto, la tercera noche, y la cuarta, y la quinta, y nunca más volvió, ni pareció, ni hubo fraile que dijese haber visto ave como aquélla, que parecía como un buitre grande, y de las dos colores, la mitad del cuerpo negro y la otra mitad hasta la cabeza blanco, ni en aquella tierra jamás se vio semejante pájaro. Y si bien es verdad que podía ser alguna ave extranjera, que anduviese perdida por aquella tierra, pero considerando que vino siempre a una misma hora y por una parte, y que daba los cinco gritos a un mismo compás, y se ponía en un mesmo lugar y se iba sin parecer más, imaginaban que debía de ser alguna señal del cielo, como las suele Dios dar, según se lee de muchos santos, que o están ya gozando de El, o en camino de salvación para los gozos eternos.
- XIX Honras por el Emperador. Hicieron en San Benito el Real, de Valladolid, las honras del Emperador. Predicó el padre Francisco Borgia, duque que fue de Gandía, y de la Compañía de Jesús, tomando por tema: Ecce elongavi fugiens, et mansi in solitudine. «Alejéme huyendo y permanecí en la soledad.» Lo que más encareció de los hechos de este príncipe, y con razón, fue el haber dado de mano al mundo, y despedídose de él antes que el mesmo mundo le despidiese, como suele. Y que fue mayor esta vitoria, más glorioso este triunfo, que los que alcanzó de
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tantos enemigos, poniendo a los pies de Cristo las coronas Imperial y Real, para mejor buscarle y gozarle a sus solas, y alcanzar la eternidad bienaventurada para que fuimos criados. Dijo, entre otras alabanzas del César, que había oído de su boca que desde que tuvo veintiún años de edad había tenido cada día un rato de oración mental. Era presidente de Castilla en este tiempo Juan de Vega, señalado caballero, de valor y prudencia notable. Escribió una carta luego que se supo la muerte del Emperador al padre Diego Laínez, prepósito general de la Compañía de Jesús, diciendo en ella con graves y sentidas palabras el fruto que de la muerte del Emperador se podía sacar. Y porque de la carta lo saquemos la pondré aquí, como Juan de Vega la escribió:
- XX Carta de Juan de Vega sobre la muerte del Emperador. «El Emperador (dice) Nuestro Señor Dios fue servido de llevarle para sí, que, según las buenas señales que de cristiano dio en su fin y la devoción y esperanza con que murió, así se puede esperar y piadosamente creer. Falleció a los 21 de setiembre en aquel monasterio de Yuste con tan poco ruido de los grandes ejércitos que por mar y por tierra trajo, con que tantas veces hizo temblar el mundo, y tan poca memoria de sus falanges armadas, y estandartes, y señas tendidas como si todos los días de su vida hubiera vivido en aquel yermo. Ha sido cierto cosa de gran consideración para lo que se debe estimar este mundo, si quisiésemos mirar en ello, haber visto el fin del mayor hornbre que ha habido en él, grandes tiempos ha, tan cansado de él y tan desengañado, que antes que se acabase la vida no pudo sufrir su manera de vivir, ni los trabajos que traen consigo la gloria y grandezas de él; y de todo ello no se aprovechó, sino antes le tuvo por superfluo y dañoso en su fin, sino ocurrir a la misericordia de Dios y a los méritos de su pasión. Encomendóse siempre a un crucifijo que tuvo en las manos, con que murió la Emperatriz que haya gloria, que desde entonces tuvo guardado para aquella hora. Bien creo que vuestra paternidad habrá hecho encomendar el ánima de Su Majestad Cesárea a Dios por todas las casas de la Compañía, porque allende de haber muerto rey y príncipe natural, fue bienhechor de ella por los colegios que fundó en Sicilia. De Valladolid, 7 de octubre 1558.»
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- XXI Honras que el rey don Felipe mandó hacer en Bruselas en la iglesia de Santa Gúdula, jueves y viernes 29 y 30 de diciembre año 1558. Estando el rey don Felipe en Arrás después de haberse levantado con su campo del cerco de Durlan, que fue en fin del mes de octubre, tuvo nueva cierta que el Emperador era muerto a 21 de setiembre. Mandó al conde de Olivares que viniese a Bruselas a dar orden y mandar aparejar lo que fuese menester para las honras, el cual vino y hizo y ordenó lo que convenía. Después de mandado esto y dado orden en otras cosas, vino el rey a una abadía que está dos leguas de Bruselas, que se llama Grumandala, donde estuvo hasta miércoles 28 de diciembre, que supo estaba todo aparejado, y así entró en Bruselas de noche. Mandóse que en esta villa y en todos los otros pueblos de aquellos Estados se doblasen las campanas de todas las iglesias y monasterios cuarenta días antes que las honras se hiciesen, tres veces al día, a las seis de la mañana, a mediodía y a las seis de la tarde, y que en todas las iglesias y monasterios se hiciesen honras particulares, asistiendo en ellas los gobernadores de cada tierra, como se hizo. Mandaron cesar las máscaras y todo género de regocijo, que en este tiempo suele haber en la villa. Dióse luto a toda la casa de Su Majestad y a los pensionarios que fueron criados de la Majestad Imperial, que serían hasta dos mil personas; y vistieron de lobas y capirotes docientos pobres de estos Estados que fuesen a las honras. Y porque siendo las principales conquistas las que en tiempo del Emperador se habían hecho en la mar, pareció que sería bien hacerse una nao, en que fue la memoria de todas las vitorias, y se hicieron dos columnas de la divisa de Su Majestad que iban detrás de la nao. Aparejáronse fuera de esto muchas banderas y estandartes cubiertas de caballos, y otras insignias, que se llevaron a las vísperas con la divisa y orden que se dirá.
La orden que se tuvo en el caminar a las honras de Su Majestad Imperial, jueves 29 a vísperas, con ocho insignias que se llevaron. Iban primeramente en procesión toda la clerecía y frailes de las iglesias y monasterios de Bruselas con cruces delante, y vestidos con sus capas y casullas, y velas de cera blanca ardiendo en las manos, que era muy gran número de personas.
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Iban luego los capellanes y cantores de la capilla del rey por orden, de dos en dos, y tras éstos los abades, obispos y perlados de estos Estados vestidos de pontifical, con la orden que los capellanes, en que hubo veinte y una mitras. Seguíanse luego los abogados y otras personas de letras de esta villa, y diputados de los Estados; y tras ellos, el presidente de la Cámara de Cuentas de Brabante y Lucemburg y los oidores de las cuentas. Iba luego el presidente o chanciller de la Chancillería de Brabante, y con él, el droser de Brabante y preboste. Luego se seguían los docientos pobres que se vistieron con lobas y capirotes puestos sobre las cabezas, y cada uno con una hacha de cera ardiendo, y en cada hacha puestos dos escudos de las armas de Su Majestad Imperial. La casa del rey iba con el orden siguiente.
Todos los oficiales de mano y de la caballeriza que son armeros, silleros, guarnicioneros, sederos, carpinteros, pintores, entalladores, relojeros, cerrajeros, herrador y de otros oficios, y las ayudas de furrieres y furrier mayor; luego, las ayudas de oficios de la casa de la Majestad Imperial, los porteros de la casa de Su Majestad y de Consejo, los alguaciles de Corte con sus bastones negros en las manos. Iban luego los aposentadores, los jefes de oficios y los jefes pensionarios de la Majestad Imperial y los continos de la casa del rey, los cirujanos, médicos, boticarios y barberos, y médicos de Cámara. Seguíanse luego los ayudas de cámara, guardarropa, guardajoyas y los pajes con su ayo y capellán y ayuda de capellán, y luego los costilleros de la casa del rey, y los barleservans, los gentileshombres y pensionarios del Emperador. Tras éstos iban cuatro atabales que los llevaban dos hombres cubiertos con cubiertas de tafetán cubierto de oro, excepto el águila negra; los trompetas, con sus banderas desplegadas, y al contrario sobre el lado izquierdo. Luego se seguía un rey de armas del Emperador, y a mano derecha del otro, porservante con cota del de Henaut y a mano izquierda otra de Artoes. Luego iba un estandarte (que se dice corneta) de tafetán, que era largo y angosto, tan ancho en la punta como en la lanza, en que iba pintado, todo de oro fino, el Plus Ultra, con sus columnas, y la aspa de Borgoña con su eslavón y pedernal de la Orden del Toison, y la resta llena de llamas de oro, el cual llevaba don Pedro de la Cerda, gentilhombre de la casa del rey. Iba luego otro estandarte, que dicen el Guidon, de colores, que era de tafetán negro, y en él pintadas las armas del Emperador, todo cubierto de oro fino, excepto el águila negra, que iba de la color de la seda; llevábale monsieur de Castro, gentilhombre de la casa del rey. La tarja iba luego de la misma seda que el Guidon y con las
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mismas armas, y junto a él, el yelmo de justa, y llevábanlo, la tarja, a la mano derecha. Próspero de Lalin, y el yelmo, a la izquierda, don Juan de Castilla, gentilhombre del rey. La nao se seguía luego, que era larga, a manera de galera, excelentísimamente fabricada, la cual iba llena de banderas de todos los reinos de Su Majestad, y en la popa iba la Caridad vestida de raso carmesí, que llevaba el Heme, y al mástil mayor la Fe, vestida de blanco, llevaba en la mano izquierda un cáliz y en la derecha una cruz, y a la proa iba la Esperanza, vestida de morado, y llevaba el áncora en las manos. En los costados de esta nao iban pintados de muy excelente mano los triunfos siguientes: La conquista de la Nueva España, la del Pirú, y cómo los convirtió a la fe de Cristo; cómo echó los tiranos de Génova y la libertó. La conquista del Estado de Milán tres veces con dos batallas, y cómo la volvió las dos veces al Imperio, y la tercera al duque natural. Cómo resistió al Turco en Viena. La conquista de Túnez, y cómo la restituyó al rey su vasallo, y diez y nueve mil cautivos que libertó. La batalla que ganó a Barbarroja con la toma de la Goleta. Cómo ganó a Modín y Corron. Dos batallas en el mar que se ganaron contra turcos. Cómo ganó el Estado de Güeldres. Cómo pasó el Emperador el río Albis y pacificó a Alemaña y Bohemia. Cómo ganó a Africa y Monasterio. Cómo ganó a Tremecén y se volvió al rey su vasallo. Más arriba, y en las velas de esta nao, que eran de tafetán negro, en una que iba tendida iban unas letras en latín que decían: Imperatori Ces. Carolo Max. P. F. Aug. Gal. Indico, Turc. Aphrico. Saxo. victori triumphatorique multarum gentium. Tametsi res ab eo terra, marique gestae, singularis humanitas, incomparabilis prudentia, ardentissima religio, satis terrarum orbi conspicuae sunt: Respublica tamen christiana ob memoriam iustitiae, pietatis, virtutisque eius, victoriam navim quae mundum circumiscit, quem suis ipse victoriis illustravit. P. D. S. R. P. Proeterea, quod novum orbi nostro orbem patefecerit exteris, gentibus christiano nomine additis, multisque regnis, provincisque aucto Hispaniarum Imperio. Quod Solimanum turcarum imperatorem cum CCC. eqq. M. peditum Germaniae impendentem ruptis in fuga pontibus, amissisque XX. M. eqq. in suos fines compulerit Germania servata. Quod classe Penopolesum invadens civitates turcarum Metonem, et Coronem vi coeperit.
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Quod Barbarroxam tyrannum cum CC. M. peditum XVI. M. eqq. proelio ad Cartaginem superatum, arce Goleta LX. trirremibus, multis piraticis navibus, omni nautrio, bellicique aparatu, ipsa tuneto Hippone, novo Hippone Regio civitatibus captis regno Tunetano, imperioque Lybiae spoliaverit, restituto vectigalique facto veteri legitimoque rege. Quod unde viginti christianorum millia eo bello liberata in patriam reduxerit. Quod regnum Tremecen de iusto proelio Mauritaniae regi restituerit. Quod Aprhodisium Lybiae nobilissimum emporium Sussam Monasterium et Clupeam classe coeperit maritimasque Lybiae civitates, principesque vectigales fecerit. Quod duas turcarum classes nostrum mare infestantes duobus poeeliis, altero ad littus Mauritaniae altero ad Siculum deleverit. Quod assiduis piratarum rapinis mare infestatum navigantibus securum reddiderit. Quod pristinam genuensium reipublicae libertatem restituerit. Quod ducatum mediolanensem exercitibus hostium repulsis, tribusque magnis proeliis deductis. Imperio romano bis, duci semel restituerit. Quod incredibili celeritate ducatum geldrensem armis suae ditioni restituerit. Quod praeclaro rei militaris peritiae exemplo primum cunctando: mox longis difficilibusque itineribus celerrime confectis, Albique trammisso, tumultuantis Germaniae motus, pacata insuper Bohemia victor sedaverit. Quod plures germanorum principes et provintias tumultuantes compresserit, praesidia, civitatesque vi coeperit, ducibus copiarum fussis, et pacata Germania. Quod Romanorum imperator Albin trajecerit, atque hostibus praelio victis civitatibusque in ditionem acceptis, urbibus captis, ducibusque victor inde redierit. Quod contra Christi nominis hostes sponte, contra christianos non nisi lacessitus, et iniuriam propulsans, arma sumpserit. Fortisimo catholico optimoque principi titulos tropheaque additis Tumulo, regnorun signis devictarumque gentium imaginibus eadem Christiana respublica munivit Majestatique ejus devotissima. P. Ad Indias.
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Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V
Non auri sitis, aut fame ambitiosa cupido, Non sceptri persuasit amor tot adire labores, Humani sed te generis pia cura coegit, Navibus ignotas investigare per oras. Quis sacra inferres, populos Christoque dicares Membra salutifere lustrans aspergine limphe.
Ad Indos. Successus neque te, Caesar, spes certa petiti Destituit, donec de littore solvit Ibero, Neptuno sternente viam et tritonibus undis Auspiciis veneranda tuis trausque equora vecta Religio tandem auriferis allabitur oris. Luce nova erradians mersas caligine mentes. Illius triumphi ordine recensentur. 1. Orbe novo invento, 2. Fide Indis invecta (que reductis, 3. Tuneto capto etrestituto captivis, 4. Asserta Genua. 5. Germania Bohemiaque sedatis, 6. Geldria, recepta, 7. Aphrodisio deleto, 8. Mari pacato, 9. Tremisseno restituto, 10. Solymano prosligato. 11. Metone, Caroneque vi captis,
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12. Mediolano vindicato. Ad Columnas. Iure tibi Herculea sumpsisti signa columnas Monstrorum domitor temporis ipse tui. Domino nostro Imperatori Caes. Carolo Pio Felici, August. Regi multorum regnorum, triumphatori multarum gentium, victori Indorum, victori Lybiae, victori maurorum, victori turcarum,victori piratarum, liberatori Germaniae, liberatori Italiae, liberatori maris, liberatori captivorum, pacatori Germaniae, pacatori Italiae, pacatori Hispaniae, pacatori maris, restitutori multorum pricipum, arbitro multorum principum, gloriossisimo catholicorum principi, respublica christiano exemplum justitiae, clementiae, fortitudinis ejus pientissimo filio praeponens devotissime dicavit. Deus optime, maxime, trinus et unus hos tibi titulos tropheaque populus christianus consecrat, ob memoriam rerum gestarum Caroli Caes. Augu. quem romanorum Imperatorum, regemque multorum regnorum tu fecisti: cujus pietatem, iustitiam, clementiam, prudentiam, magnanimitatem, fortitudinem orbis miratui, imperium ipse regnaque tuis auspiciis auxit, illud fratri haec filio vivens relinquit, cum exemplo virtutum, quas mortuus secum ad te defert.
El romance del latín de atrás. Al Emperador Carlo César Máximo Augusto, victorioso en Francia, en Indias, Turquía, Africa, Sajonia, vencedor y triunfador de muchas gentes. Aunque las cosas que hizo por tierra y mar juntamente con su singular humanidad y prudencia incomparable y gran cristiandad son harto notorias a todo el mundo; no obstante esto, en memoria de su justicia, piedad y virtud, la república cristiana le dedicó rogando a Dios por él, la nave «Victoria» que dio vuelta a todo el mundo, el cual, dejó lleno de sus victorias. Demás de esto, porque descubrió otro nuevo mundo, juntando a la Cristiandad gentes extrañas, acrecentando el Imperio de España con muchos reinos y provincias. Porque viniendo el Turco sobre Viena con trecientos mil caballos y cien mil infantes, le hizo salir huyendo de los términos de Alemaña, dejando rotas las puentes por donde pasaba, y con pérdida de quince mil caballos.
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Porque yendo su armada a la Morea por fuerza de armas tomó las ciudades de los turcos que se llaman Motín y Corron. Porque cerca de Cartago dio la batalla al tirano Barbarroja, que tenía docientos mil infantes y diez y seis mil caballos, y lo venció y deshizo del reino de Túnez y imperio de Africa, tomando la Goleta, donde había sesenta galeras y otros muchos navíos de cosarios con vituallas y munición de guerra, y a Túnez con otras dos ciudades, en lo cual restituyó al rey antiguo que legítimamente lo era, haciéndole su tributario. Porque en esta misma guerra sacó de cautivos diez y nueve mil cristianos y los envió a sus tierras. Porque yendo su armada, tomó por asalto a Africa, que es muy principal lugar de trato en aquella provincia, y la Cusa y Monasterio, y Cheppa, y hizo sus tributarios todos los príncipes y ciudades marítimas de Africa. Porque en dos batallas navales desbarató su armada a dos armadas del Turco, que hacían mucho daño en nuestra mar. La una cerca del estrecho de Gibraltar, y la otra en el mar de Sicilia. Porque aseguró la navegación a los que navegaban, que antes recibían mucho daño con los continuos daños de los cosarios. Porque restituyó en su antigua libertad a la república de Génova. Porque restituyó el Estado de Milán dos veces al Imperio y una al duque, haciendo que se retirasen los enemigos seis veces con sus ejércitos y venciéndoles en tres batallas señaladas. Porque con increíble presteza tomó por fuerza de armas el ducado de Güeldres y lo restituyó a su señorío. Porque haciendo grandísima dernostración de entender muy bien las cosas de la guerra, al principio deteniéndose, y después caminando con mucha presteza largos y difíciles caminos, y pasando el río Albis, siendo vencedor, se sosegó toda Alemaña, que estaba llena de movimientos, y apaciguó a Bohemia, que se había levantado. Porque contra los enemigos de la fe siempre tomó las armas por su voluntad y contra los cristianos nunca, sino siendo provocado, y para defenderse.
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Por todas estas y otras muchas cosas, la mesma república cristiana, devotísíma de Su Majestad, dedicó a su sepultura y honras del fortísimo, católico y óptimo príncipe, los ditados y vitorias, y banderas de sus reinos, y las figuras de la gente que venció. A las Indias. No codicia de tesoros, ni ambición de fama, ni deseo del Imperio te compelió a tantos trabajos, sino el piadoso cuidado del género humano, y buscar con navíos las tierras no conocidas, y llevarles y darles cosas sagradas, y dedicaste los pueblos a Cristo con el salutífero sacramento del bautismo. A los indios. O César que tan poco faltó buen suceso a la cierta esperanza de lo que pretendías; porque en tu buena dicha, desde que tu armada partió de la ribera de Andalucía, haciendo Neptuno el camino con sus tridentes mojados, la religión cristiana fue llevada desotra parte del mar, y al fin llegó a las regiones donde se cría el oro, dando claridad con nueva luz a las almas hanegadas en la escuridad. A las columnas. Domador de los monstruos de su tiempo, justamente tomaste por insignias las columnas de Hércules. Esta nao iba encima de una mar sin que nadie viese con qué se llevaba, y en esta mar había algunas islas de tierra que significaban las Indias, y en ellas banderas abatidas. Iban dos monstruos marinos en la delantera desta nao, que parecían salir del mar. Detrás, a ocho pasos, venía una mar, y en ella dos peñas, donde iban asentadas las dos columnas que eran muy grandes, y encima de ellas las coronas imperiales, y dos monstruos marinos de extraña manera, que parecía que nadando por la mar las guiaban, y en las columnas la letra de arriba. Luego iba el caballo de justa encubertado hasta el suelo con una cubierta de los colores que Su Majestad imperial traía, que son amarillo, morado y pardo, en que iba pintado un Santiago a caballo, y las dos columnas de Plus Ultra con las armas del Emperador, y el aspa de San Andrés de Su Majestad imperial, con el eslabón y pedernal de la orden del Toisón, el cual llevaba de diestro Francisco Marles de Malla y Antonio de Broselle, gentileshombres de la casa del rey. Seguíale el grande estandarte de las mismas colores y armas, todo cubierto de oro y plata, el cual llevaba Estéfano Doria, gentilhombre de la boca, y tras 654
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él los gentileshombres de la cámara del rey, y de la Majestad Imperial. Luego los señores de título, condes, marqueses y barones, y detrás un rey de armas con cota del Imperio, y a la mano derecha otro rey de armas de Brabante, y al izquierdo otro de las armas de Flandres. Luego iba un caballo encubertado todo de tafetán doble, y en la cubierta pintadas las armas del condado de Flandres, de oro y plata, y encima de la testera, puesto un penacho de plumas grandes de las mismas colores, al cual llevaban de diestro don Juan Mausino y Gueri de Breth, gentileshombres de la casa del rey, y la bandera de Flandres luego en que ya iban las mesmas armas de un lado y de otro, que llevaba Filipe de Lanov, de la boca del rey. Tras él iba otro caballo de Güeldres, en que iban las armas del mesmo ducado de Güeldres, que lo llevaban de diestro don Pedro de Reinoso y Costonfo de Villet, gentileshombres de la casa del rey, y la bandera con las mismas armas de un cabo y de otro, que la llevaba monsieur de S. Pené, de la boca. Luego otro caballo de Brabante con las armas de aquel Estado, llevándolo de diestro don Juan Niño de Portugal y Mos de Charrani, gentileshombres de la casa del rey, y una bandera con las armas del mismo estado de un cabo y de otro, que llevaba don García Sarmiento, de la boca del rey. Iba otro caballo encubertado que llevaba las armas de Borgoña, y lo llevaban Juan Bautista Suárez y Charles de Armestor, gentileshombres de la casa del rey, y la bandera con las armas del mesmo ducado de Borgoña, que llevaba Héctor Espínola, de la boca. Otro caballo en que iban las armas de Austria, que llevaban don Martín de Goñi y Andrés de Vacañera, gentileshombres de la casa del rey, y una bandera con las mismas armas, que llevaba don Juan Tavera, de la boca. Iba un rey de armas con la cota de armas del Imperio, y a la mano derecha otro con las de Austria, y a la izquierda, otro con las de Borgoña. Iba otro caballo encubertado en que iban las armas del reino de Córcega; llevábanlo don Felipe de Silva y monsieur de Iaso, gentileshombres de la casa del rey, y luego la bandera con las armas del mismo reino de una parte y de otra, llevaba Lelio Doria, de la boca. Iba otro caballo con las armas del reino de Cerdeña, y lo llevaban don Carlos de Arellano y Charles Venderno, gentileshombres, y don Pedro Manuel, de la boca, con la bandera de las armas del mismo reino. Y las armas del reino de Sicilia en otro caballo, que llevaban Mos de Mol y monsieur de Mariñín, gentileshombres, y el conde de Salma, de la boca, con la bandera de las armas de este reino. Las armas del reino de Mallorca en otro caballo, que llevaban dos Diego de Rojas y Bransion, gentileshombres de la casa del rey, y las armas del mismo reino en su bandera, don Gonzalo Chacón, de la boca. Y en otro caballo encubertado las armas del reino de Galicia, y lo llevaban don Pedro de Velasco y Godofre de Bauromburque, gentileshombres de la casa del rey, y la bandera con las armas de este reino, don Juan de Avalos 655
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de Aragón, gentilhombre de la boca. Las armas del reino de Valencia iban en otro caballo, que llevaban don José de Acuña y Felipe de Venacut, gentileshombres de la casa del rey, y don Rodrigo de Moscoso, de la boca, la bandera con las armas del mesmo reino; y en otro caballo iban las armas del reino de Toledo, que llevaban don Francisco Manrique, caballerizo, y Charles de Longastie, gentileshombres, y monsieur de Mengoval, de la boca, la bandera con las armas. Las armas de Granada en otro caballo encubertado, que llevaban Gómez Pérez de las Mariñas y Jerónimo de Mos, gentileshombres, y la bandera con las armas, don Antonio de Velasco, de la boca. En otro caballo venían las armas del reino de Navarra, y lo llevaban don Luis de la Cerda y Juan de Venastien Vega, gentileshombres, y Mos de Peten, de la boca del rey, la bandera con las armas. Las armas del reino de Jerusalén en otro caballo que llevaban Arnobe Crimengen y Felipe Brandomere, gentileshombres, y don Luis de Ayala, de la boca, la bandera con las mismas armas. Iba otro caballo con las armas del reino de Sicilia, y lo llevaban don Felipe Manrique y Jaques de Cuarrey, gentileshombres, y la bandera con las mismas armas, monsieur de Sobrenon, de la boca. En otro caballo encubertado, las armas del reino de Nápoles, que llevaban don Luis Vique y Felipe Esconova, gentileshombres, y la bandera con las mismas armas, Garcilaso Puertocarrero, de la boca. Iba otro caballo en que iban las armas del reino de Aragón, que llevaban Juan de Herrera y Guillén de Henchath, gentileshombres, y la bandera con las armas del mismo reino. Las armas del reino de León iban en otro caballo que llevaban don Pedro Bazán y Felipe de Cortavilla, gentileshomb;es, y la bandera con las mismas armas, don Francisco de Mendoza, de la boca. En otro caballo las armas del reino de Castilla, y lo Ilevaban don Juan de Vivero y Pierre de Momberque, gentileshombres, y la bandera con las armas del mismo reino, monsieur de Ras Sanguien, de la boca. Seguíanse luego los reyes de armas con cotas de armas del Emperador. Llevaba el conde de Fuensalida el pendón con las armas del Emperador, de oro con el Aguila negra; la bandera que dicen el Guidon, con las armas imperiales de oro, de una parte y de otra, y el Aguila negra, el vizconde de Gante; otro caballo iba encubertado con una bandera de brocado con las armas imperiales, y lo llevaban don Pedro de Ulloa y Mos de Verten, de la boca, y el gran estandarte, con las mismas colores y armas imperiales, el conde de Policastro, y en otro caballo con una cubierta de brocado hasta el suelo, y un penacho en la testera, de las colores y armas del Emperador, llevábanlo don Pedro de las Roeles y Camilo de Correjo, de la boca, y el conde del Castellar llevaba la gran bandera cuadrada con las mismas armas y colores. Luego iban cuatro escudos con las armas de los cuatro cuartos del linaje del Emperador, los dos primeros llevaban el conde de Rus y el conde de Ribadavia, y los otros dos, el conde de Coruña y marques de Cerralbo. Iban luego, con el yelmo y timbre el duque de Simonera, y a la mano derecha el 656
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duque de Aries con el escudo doble y su corona, y el príncipe de Asculi llevaba la espada de armas por la contera; el príncipe de Salmona en un bestión llevaba la cota de armas. Seguíanse luego los maceros de la casa del rey, y tras ellos tres reyes de armas imperiales. A éstos seguía un caballo encubertado con paramentos de terciopelo negro hasta el suelo; encima de ellos una cruz roja que llevaban don Manrique de Lara y don Carlos de Ventivilla, gentilhombre de la boca, y el conde de Susamburcho, en un cojin de tela de oro, el collar de la Orden del Toisón. El marqués de Aguilar llevaba el cetro imperial, y el duque de Villahermosa la espada imperial. El príncipe de Orange llevaba el mundo, y la corona imperial don Antonio de Toledo, prior de León, de la Orden de San Juan y caballerizo mayor del rey. Los grandes se seguían por su orden. Iba el conde de Olivares y el marqués de las Navas, y el duque de Alba, mayordomo mayor, con su Toisón y un bastón levantado, con el Toisón de oro, y una cota de brocado con las armas imperiales, y puesto el gran collar que solía traer. Iba luego el rey, cubierta la cabeza con el capirote. Llevaba el cabo de la loba, de la mano derecha el duque Enrico de Branzuic, y de la mano izquierda, el duque de Arcos, que iban a los lados de Su Majestad, y la cola de la loba llevaba el conde de Melito Ruy Gómez de Silva, camarero mayor del rey. Iba el duque de Saboya solo, y llevaba la cabeza cubierta, como príncipe de la sangre. Los caballeros de la Orden del Toisón, de dos en dos, y después los tres oficiales de la misma Orden, que son chanciller, tesorero y grafier. Iba el duque de Francavilla como presidente del Consejo de Italia y Aragón, y de los Consejos de España, y todos los regentes de los Estados de Su Majestad, y los consejeros de las Finanzas y Burgos. El teniente de los archeros, y los archeros con él, y la guarda de los alemanes y españoles iban de un lado y de otro de la calle pegados con las vallas. Por las calles por donde fue Su Majestad desde palacio hasta la iglesia había vallas puestas de un lado y de otro, y en ellas muchas hachas de cera, que las tenían vecinos del pueblo por su orden, en que había hasta 2.500 hachas, y por
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esta orden llegó Su Majestad a Santa Gula a las cuatro de la tarde; si bien salió de palacio a las dos se tardó este tiempo en llegar a la iglesia. Estaba la nave principal de la iglesia de Santa Gula atajada de un cabo y de otro, de manera que no se podía entrar a ella sino por una de tres puertas que había. Estaba el cabo de la nao entre los dos arcos de ella antes de llegar al crucero un chapel ardiente sobre cuatro pilares hechos con tal artificio, que llegaban hasta el cimborrio de la iglesia, y en lo alto de él estaban tres coronas, y otra imperial, y por remate el mundo, que parecía muy bien. Ardían en este chapel tres mil velas de cera puestas por muy buena orden. Debajo de este chapel, entre los cuatro pilares de él, estaba hecho un tablado de cuatro gradas en alto y encima de él una tumba cubierta con un paño de terciopelo negro, y encima de él otro de brocado tan grande que caía por encima de las gradas abajo, y encima una cruz de raso carmesí, y en cada uno de los cuatro pilares estaba un escudo de armas, como los de los cuartos, que cada uno le tenía un rey de armas, y delante del chapel ardiente y atrás estaban puestas muchas hachas de cera. Diez pasos más adelante estaba, hecho un tablado muy grande, que se subía por cuatro gradas a él, y arrimado a la pared del coro un altar adonde se dijo la misa, y a los lados de este tablado estaban de un cabo y de otro puestos asientos para los perlados y clerecía y órdenes, y por de fuera puestas muchas hachas de cera blanca por todo el tablado. Estaba toda esta nave toldada de paños negros, y el crucero de la iglesia, y encima de los paños puesta una cenefa de terciopelo negro de un ana en ancho, y en ellos muchos escudos de las armas de Su Majestad Imperial. Encima de estos paños a la redonda de toda la nave había mucha cantidad de velas ardiendo por su orden. Y también había cinco candeleros de azófar, los tres en la nave, y los dos en el crucero, que los tiene aquesta iglesia, en los cuales había puestas muchas velas de cera que ardían al lado derecho de la nave. De frente del chapel estaba hecho un estrado para el rey, de tres gradas en alto, todo cubierto de paños negros, donde estuvo Su Majestad. Luego debajo cuatro pies estaba el asiento del duque de Saboya, de dos gradas de alto. Tres pasos más abajo estaba el asiento para los grandes, de una grada, con un banco delante de ellos. Cuatro pies más abajo estaba un banco muy largo, en que se sentaron los de los Consejos de España y de estos reinos y Estados. Al lado izquierdo de la dicha nave, de frente del chapel, había un asiento en que estaba el embajador del Emperador, don Fernando, y el embajador de Portugal, y el de Venecia, los cuales aguardaron allí a Su Majestad, que no vinieron con el acompañamiento porque se les ordenó así. Más abajo tres pies estaba un banco de una grada, en que estaban los caballeros del Toisón, que serían hasta veinte, y otros tres más abajo estaba un 658
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banco muy largo, en que se asentaron los condes, marqueses y señores de título, y los demás caballeros. Encima del asiento de los embajadores, entre los dos pilares de un arco estaba hecho un tablado para los cantores que oficiaban la misa. Entre otros dos pilares estaba hecho un tablado cercado de todas partes, como el de arriba, en que estaba la duquesa de Lorena y sus damas y otras señoras, y así en todos los otros arcos de la nave de un lado y otro estaban hechos tablados cercados, en que había muchas señoras y damas, que vinieron de muchas partes a ver estas honras. En medio de la nave enfrente del chapel ardiente estaban puestos muchos bancos, en que se pusieron los estandartes, banderas y insignias que se llevaron a las honras, porque la nao, columnas y caballos se quedaron a la puerta de la iglesia. El cetro y el mundo con la corona imperial, que eran del pontifical, con que Su Majestad Imperial se coronó, se pusieron en la tumba; el cetro la mano derecha, el mundo a la izquierda, y la corona a la cabecera, y la espada se llevó al altar. Luego el viernes siguiente salió el rey de palacio a la iglesia con la mesma orden que había ido a las vísperas, aunque no iba la clerecía y perlados, porque estuvieron en la iglesia aguardando a Su Majestad, todos vestidos de pontifical, y la clerecía y frailes como habían ido a las vísperas, los cuales así vestidos salieron a recibir a Su Majestad a la puerta de la iglesia. Tampoco se llevaron las insignias que a las vísperas, ni los pobres llevaron las hachas que habían llevado, sino sendos escudos en las manos de las armas de Su Majestad Imperial. Estaban en las vallas de las calles las hachas, que la villa puso con los hombres que las tenían, y lo mismo a la vuelta que hizo Su Majestad a palacio. Entró Su Majestad en la iglesia a las once, donde estaban esperando los embajadores, y todos se pusieron en sus asientos por su orden. Dijo la misa el obispo de Lieja, que era un perlado principal y uno de los principales de Alemaña. Al tiempo de la ofrenda tomaron los caballos, banderas e insignias los que las habían llevado, y entraron en la iglesia por el mismo orden que habían ido, con un rey de armas delante de cada insignia y caballo, y lo ofrecían allí delante del preste, y al tiempo que pasó el caballo encubertado de negro (que era el postrero y llaman el del duelo) frontero de los caballeros del Toisón, Mos de Bosu, que fue uno de ellos, y caballerizo mayor de la Majestad
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Imperial se puso de rodillas, y medio postrado por tierra estuvo llorando largo cuarto de hora. Hubo sermón en francés, el cual dijo el sufragáneo del obispo de Arras, que era persona muy eminente en estos Estados. En las vísperas y misa, al tiempo que Su Majestad entraba en la nave de la iglesia se quedaba la guarda por de fuera en las otras naves. Salió Su Majestad de la iglesia a la una, y se volvió a palacio por la misma orden que había venido. En Bolonia, en el Colegio de los Españoles, se le hicieron suntuosas honras, y se le puso entre otros este epitafio: Fortunatissimo, clementissimo, invicto, ac pio, semper, augusto, Imp. Carolo V. Hispaniarum regi, triumfatori Max. Collegium hispanorum bonon. Maiestati eius devotum. P. M. D. LIX. Imp. Carolus V qui vixit ann. LVII mens. VII dies XXI, Imperium, Roma administravit ann. XXXVIII. Regnavit in Hispania, Sicilia et Sardinia ann. XLIIII. An. XII post Philippi patris regis obitum, IIII autem an. postquam regnare coepit in Hispania Caesar a Germanis appellatus est. An. XI post diademate a Clemente VII Ponti. Max. Bononiae insignitus, et Imp. dictus est. An. L mens. VII antequam e vita exiret, imperio, regnisquee omnibus, ac potestate se abdicavit, jusque omne regendi Hispaniam, et alias 660
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provincias Philippo filio, quem unicum habuit XXX annum agenti dedit: fratri autem Caesari Ferdinando imperium rom. consentientibus electoribus permisit.
Honras en Roma En Santiago de los españoles de Roma, el año de 1559. Ascanio Caraciola, caballero napolitano, ministro de la Majestad del rey Felipe, por mandado y comisión suya, hizo las honras y exequias de la sacra, cesárea y católica Majestad del Emperador Carlos V, a cuatro días del mes de marzo, en las cuales se hallaron 19 cardenales y todos los embajadores y obispos. Dijo la misa el obispo de Cáliz; oficiáronla los cantores del Papa, diéronse grandes lutos vistiéronse muchos pobres, hiciéronse muchas limosnas, hubo gran aparato, autoridad y majestad en todas las cosas, echáronse por las ventanas de la casa a una parte y otra de las plazas grandísimo número de candelas al pueblo. Acabada la misa con aquella solemnidad acostumbrada, se dijo una oración en latín, hecha por Juan Paulo Flavio, napolitano y familiar de su Santidad, hombre doctísimo y lector público en las escuelas de Roma, la cual trató de la progenie, vida, victorias, hechos heroicos y hazañas altísimas, triunfos supremos e inauditos y de la muerte de la cesárea y católica majestad. Acabada la oración, se pusieron cuatro obispos en los cuatro cantones o esquinas del túmulo, asentados en sus escabelos, y cada uno de ellos, cantado un responso, se levantaba y daba dos vueltas en rededor incensando, y tornado a su lugar, se cantaba otro responso, y luego el otro obispo hacía lo mesmo, y de esta forma hicieron todos, y el que dijo la misa después del quinto responso concluyó con la ceremonia, cantando su oracion como los otros cuatro obispos primeros, según la costumbre. Acabado todo lo dicho se fue cada uno a su casa, y yo me quedé en la iglesia, considerando y contemplando todo lo que en ella había, por dar alguna relación a los que no se hallaron presentes ni lo vieron. Estaba, pues, la iglesia adornada delicadísimamente, y más en orden que los vivos se acuerdan habella visto en semejante caso, en parte alguna, cubiertas las paredes y pilares desde el suelo y pavimento hasta la vuelta de las capillas cubiertas de paños negros finos, con un remate y guarnición de terciopelo negro, y los dichos paños estaban cubiertos con gran proporción de las armas
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imperiales, triunfos, despojos, trofeos, estandarte imperial y banderas, con otras insignias y significaciones de gran consideración. Estaban las paredes y frontispicio de una parte y otra de la iglesia, cubiertos de armas imperiales grandes y pequeñas, puestas y asentadas con tal orden y proporción, que daban gran deleite a la vista. Entrando en la iglesia por la puerta principal que corresponde a las escuelas romanas, alzando un poco la cabeza y levantando los ojos, se veía el estandarte imperial, el más costoso y vistoso, labrado ricamente sobre tafetán carmesí, con las armas imperiales labradas de oro y puestas en el pecho de la águila imperial de dos cabezas, que significa la cura del Oriente y Poniente, que ha de tener el Emperador mirando a todas las partes del mundo. Más adelante, caminando por medio de la iglesia, hacia el altar mayor, en la nave o capilla de medio estaba edificado un castillo con muy grande arquitectura, sobre doce columnas muy altas y gruesas del género dórico, cubiertas de tafetán amarillo; las basas y capiteles dorados. La planta de estas columnas era en cuadro perfecto, de líneas iguales, y todos los ángulos perfectos. En cada línea había cuatro columnas, porque las de los cantones, tenían vez de dos. Las cuales formaban tres espacios o puertas, de tal modo que la de medio era en dupla proporción a cada una de las otras colaterales. Sobre estas columnas estaba la moldura, labor y guarnición acostumbrada, del architrabe, freso y cornija, y otras molduras necesarias y proprias al género dórico, entre el toscano, jónico, corintio y composito, por el más conveniente a obsequias. En las esquinas de la cornija estaban levantados unos trofeos, y colgados de unos maderos y troncos de árboles con sus despojos, con mucha diversidad de armas diferentes, ofensivas y defensivas, escudos y otras vestiduras de soldados vencidos, que prendían en la tal batalla y rota; todo lo cual colgaban de un tronco de un árbol desmochado, y cortadas las ramas porque se viese mejor de lejos, en memoria de la victoria habida en el tal lugar. Y como todas estas cosas estaban pintadas con diversidad de colores, campeaba tan bien, que causaban no poco contento y deleite a la vista. Esta forma se tomó de los antiguos vencedores, y durará siempre por memoria. Los dichos despojos eran conforme a las vestiduras antiguas, y a manera de coseletes y corazas sin brazales, con los extremos dorados y plateados, con sus bandas, listas o jirones de tafetán, y diversos colores, y sobre sí unos yelmos, y a los lados unas adargas, escudos y broqueles, que significaban todos los
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instrumentos que por la mayor parte se suelen hallar en semejantes guerras y batallas, en las cuales Carlos V siempre fue vencedor con mucha honra y victoria y fama, sobre cuantos ha habido hasta su tiempo, ni habrá; y de esta forma se entenderán todos los despojos que diremos en el discurso de la relación general de las victorias que Su Majestad alcanzó en Europa, Asia, Africa y las Indias. En el freso, puesto entre el architrabe y cornija, según la orden de arquitectura, se hallaban ciertos animales pintados, en los cuadros dichos metopes puestos entre los triglifos, como conejos y liebres, que significaban la provincia de España, y otros con espigas denotando la isla de la Sicilia, granero de la Europa, y en otros, carneros y vacas, por la abundancia que se halla de los tales animales en el reino de Nápoles, y así de otras provincias. Y porque comprendas y seas capaz de lo que aquí se dirá, has de saber lo primero, que el dicho castillo tenía cuatro partes, las cuales se retiraban, minoraban y estrechaban poco a poco según la proporción de lo alto y ancho del edificio. La primera ha sido de las columnas, trofeos y despojos, y de todo lo demás que se ha dicho, lo cual se tenga en memoria, porque va ascendiendo de mano en mano. La segunda parte estaba fundada sobre el llano de la cornija, cargando el peso sobre el vivo de las columnas de medio el edificio, dejando a los lados un paso de lugar y espacio, para efecto de gobernar todo lo necesario, y para remediar si algún incendio acaeciese en el edificio y fábrica, y también porque la forma del castillo lo pedía, que si fuera de una sola superficie, no se dijera castillo, sino torre. Mas considerando la significación y ventaja que hace el castillo a todas las otras fuerzas, como dije en el diálogo, y que en él estaba encerrado el león nunca vencido, se hizo de aquella traza y forma ya dicha. También esta segunda parte era de forma cuadrada según la planta y la alteza repartida en tres partes, que formaban un cuadro y dos espacios prolongados, en los cuales estaban dos virtudes en forma de doncellas excelentemente pintadas: la de la mano derecha tenía a los pies un letrero, que decía: Providentia, y en la una mano el mundo, y en la otra el cornucopiae. Hay diversas opiniones acerca del dicho cuerno; él, en general, significa abundancia; quién dice que es el que Hércules arrancó de la cabeza del toro, en el cual se había convertido y transformado Achelao para pelear contra Hércules. Hoc Naiades acceptum, et omnium fructuum primitiis refertum copiae consecrarunt. Amaltheae cornu idem quod copiae cornu. Se tomó de la fábula de la
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cabra Amalthea, que dio la leche prima a Júpiter, etc. Siempre que se nombrare el dicho cuerno se entiende por abundancia de todas cosas. César Ripa dice que la Providencia se ha de pintar con dos cabezas y vestirse de color de azafrán, el cual denota sabiduría. Las dos cabezas dan a entender que para proveer en lo futuro es necesaria la cognición pretérita. El compás de la izquierda muestra que se han de medir todas las cosas según la cualidad, disposición y tiempo. A la mano contraria estaba otra virtud o doncella, dicha Abundantia. Tenía solamente el cornucopiae. En medio de las dichas figuras estaba el epitafio principal del Emperador, escrito con letras de oro sobre tafetán azul; decía lo que se sigue: IMP. CAES. CAROLO V. AUGU. GALLICO. APHRICO. SAXONICO. INSULARUM CONTINENTISQUE NOVI ORBIS DOMINATORI REIPUBLICAE CHRISTIANAE ADVERSUS TURCAS PERPETUO, TERRA MARIQUE PROPUGNATORI PHILIPPUS REX, FI. PATRI INVICTO ET MEMORIAE EIUS AETERNAE. Quiere decir: «Al Emperador César Carlos V Augusto, vencedor de Francia, Africa, Sajonia. Señor de las islas y tierra firme del Nuevo Mundo, perpetuo defensor por mar y por tierra de la república cristiana contra los turcos, Felipe rey su hijo al padre nunca vencido y a su memoria eterna.» Con estas pocas palabras se da a entender cómo el Emperador Carlos V fue señor y vencedor de las cuatro partes del mundo: Europa, Asia, Africa y del Nuevo Mundo. A la mano derecha del dicho letrero estaba otra virtud en figura de doncella delicadamente pintada, a un lado del mismo epitafio, que estaba puesto en las cuatro superficies del castillo, porque de todas partes se leyesen sin estorbo ni impedimiento alguno, la cual se decía: Munificentia. Tenía en la mano una cabeza de elefante, que quiere decir franqueza y liberalidad, el mayor animal de los terrestres, el cual se olvida de su grandeza por hacer servicio al 664
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hombre, deseando ser tenido dél en cuenta, y por eso fue tenido de los antiguos por indicio de humanidad. A la mano izquierda estaba otra virtud dicha Fides, con un cáliz en la mano derecha, se viste de blanco con una cruz en la otra mano, para denotar que la fe y caridad son dos virtudes muy necesarias. A la mano siniestra del castillo se hallaban dos figuras, una a la diestra y otra a la siniestra del epitafio. La de la diestra se decía: Immortalitas. Tenía en la mano derecha un ramo y en la izquierda una flor. Esto significaba que así como el ramo verde y la flor no faltan generalmente en la tierra, así no faltará la memoria del Emperador en el mundo. La inmortalidad se declara también con una mujer vestida de oro, con un arco de oro, que es metal menos corruptible, y el círculo sin principio ni fin, y en la otra mano el ave fénix, que se engendra de nuevo y se hace inmortal. También mostraba con el dedo un césped, con la hierba siempreviva, que perpetuamente está verde, donde da a entender que las obras de César serán sin olvido ni fin, siempre claras, verdes y notorias a todo el mundo. A mano izquierda había otra doncella con este letrero: Veritas. La cual tenía en la mano derecha una bolsa, y en la izquierda el cuerno de abundancia, significando que todos aquellos premios y liberalidades de las cosas útiles siempre se hallaron en Carlos y estuvieron aparejadas y dispuestas con suma verdad, digna del recipiente, y del verdadero dador de premios verdaderos sin poner en medio cosa contraria que fuese a su verdad prometida, a quienquiera que fuese. En la superficie opuesta al altar grande había ni más ni menos otras dos doncellas muy vistosas; la de la mano derecha se decía Hilaritas. Tenía en la mano derecha la palma, en la izquierda el cornucopiae, señales de las victorias que el gran Carlos alcanzó, y con el fruto de sus vencimientos sustentó y proveyó las cosas necesarias a sus súbditos. A la mano siniestra se vía otra figura dicha Aequitas, con el peso o balanza, que declara la igualdad de Carlos en todas las cosas, principalmente en la Justicia. Fuera de las maravillosas figuras ya dichas con sus significaciones sobre los cantones, de esta segunda parte estaban sus águilas grandes de bulto y relieve, representando el señorío sublimado que tuvo el Emperador en el mundo.
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La tercera parte del edificio era menor que la segunda, según la proporción de la arquitectura. Tenía sus cuadros en medio con el blasón Plus Ultra, que campeaban admirablemente: invención de Luis Marliano, médico de Su Majestad, milanés, la mejor y más vistosa y de mayor significación empresa que nunca se vio. La inteligencia de la cual es que Su Majestad Cesárea pasó en la conquista del mundo más adelante que Hércules, y con mayor trabajo y dificultad, y así mereció mucho más que Hércules sin comparación, porque abrió la puerta para la navegación y descubrimiento no solamente del poniente, pero aún del septentrión, mediodía y oriente, en las cuales partes ha acrecentado y aumentado la ley evangélica y fé de Cristo de tal modo y manera, que antes de muchos años o edades se verá convertida la mayor parte del mundo, mediante el Emperador y los reyes de España y sus ministros de religiosos. A los lados de los dichos cuadros, a una parte y otra, hacia el altar mayor, estaban dos figuras vistosas; la de la mano derecha se decía Felicitas. Tenía el caduceo de Mercurio, que es una vara con dos serpientes y dos alas rodeadas por ella. Denotaba los buenos conceptos del príncipe Augusto, porque con tal cetro tiene muchos significados en los tratados de la paz, por la cual nace la felicidad de la quietud y sosiego. Y así los embajadores lo llevaban consigo cuando iban a tratar la paz, de donde se dijeron caduceadores. Las sierpes denotaban, así rodeadas mirándose la una a la otra, los dos ejércitos combatientes ya pacíficos y quietos estar juntos, lo cual muchas veces aconteció en las acciones de los abatimientos que fueron hechos del Emperador. Daba a entender asimismo el cetro, la fama de las cosas hechas y tratadas, con el nudo herculáneo en la paz y en el matrimonio. Las alas significaban el veloz y ligero entendimiento que pasa por el cielo, aire y tierra y abismo, y por todas las acciones de las cosas bien consideradas, de la mutación en bien, la cual grandemente conviene a las cosas de la vida del Emperador, que no solamente ha mostrado al mundo cuánto amase la fidelidad de sus reinos y súditos en las cosas terrenas, mas mostró seguir aquella de la salud y felicidad eterna, acerca de que en toda cosa se conserva. La vara del caduceo fue hallada de Apolo y dada a Mercurio por la lira; después Mercurio, yendo a Arcadia con su vara en la mano, halló dos sierpes peleando, y poniendo la vara en medio de ellas las apartó y puso en paz, de donde se tomó el caduceo para embajada de paz. La del otro lado se decía Pax Aug. Tenía en la mano izquierda el cuerno de la abundancia lleno de fruto, que, denota las fatigas de las cosas del victu humano que se ganan con la cultura. En la mano derecha tenía una raja o tea escondida con la cual quemaba las armas que le estaban a los pies. Significaba 666
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el gran deseo que tuvo siempre el Emperador de apaciguar el mundo, si bien algunos lo procuraron de estorbar. Suélese vestir la tal virtud de encarnado, con una guirnalda en la cabeza de olivo y un manojo de espigas, para dar a entender la paz, porque el olivo fue hallado de Palas, diosa de la paz, o un lobo con un cordero, yuncidos puestos cabe una doncella asentada. En frente de la puerta de la iglesia estaban otras dos virtudes. La de la mano derecha se decía Religio. Tenía en la mano un pelícano sobre el mundo, significaba la piedad de Dios acerca del Emperador, y la de Carlos acerca de las cosas religiosas y de sus súbditos, que con su persona y propria vida, y con su facultad y muchos peligros, había sostenido los extraños casos del peso imperial, no sin celo de religión. El altar que estaba a los pies, con ciertas llamas muy encendidas en medio dél, denotaba el ardor y calor del ánimo de César, con el cual se volvió siempre a la Divina Majestad, suplicándole piadosa y humildemente le ayudase y confortase en las audaces empresas comenzadas de los discordes. A la parte izquierda, en compañía de la Religión, estaba otra virtud llamada Letitia. Tenía en la mano derecha una corona a modo de guirnalda, significando la alegría, descanso y placer y regocijo que el Católico Augusto César tiene coronado en la gloria, por haber reconocido la piedad, procurando de aumentar y conservar la santa religión y defensión de todos sus enemigos. A la mano derecha del edificio había otras dos virtudes en figura de doncellas de mucha majestad y gravedad. La de la mano derecha, nombrada Pietas Aug., tenía en la mano derecha una rueda y una cigüeña cabe sí, significando la virtud del príncipe, que así como la cigüeña limpia la tierra de animales venenosos y serpientes ponzoñosas, así el Emperador purgaba su señorío, lleno de ladrones y hombres perversos y malos, en sus obras y dotrinas. Y como la cigüeña sustenta a su padre en el nido cuando es viejo y necesitado, así Carlos sustentó tantos necesitados de su favor y ayuda y los libró de todos sus enemigos, poniéndose en la rueda de la fortuna y ofreciéndose a muchos peligros, no sin gran piedad, por librarlos. A la otra mano estaba otra virtud y doncella dicha Salus. Tenía el cornucopiae en la mano izquierda y en la otra una copa, con la cual criaba una culebra, que subía sobre el altar que tenía a los pies, y se extendía a la dicha copa. Significaba que no solamente el Emperador ha dado el sustento humano a muchos de sus súbditos, mas a todos los que le sirvieron en cargos y oficios y en la guerra, y esto con gran piedad y religión, y no sólo a los proprios, pero a los que se le encomendaron, como en Túnez y otras partes, a los cuales libró.
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En la otra banda del cuadro estaban las últimas figuras; la una se decía Justitia. Tenía en la mano derecha la palma, y el camello cabe sí, animal muy justo en su carga, tanto, que no se levantará si le echan más carga de la que buenamente puede llevar, el cual significa la verdad del príncipe, dando a entender que no había fatigado, apremiado ni cargado más a sus súbditos y vasallos de lo que decente, fácil y honestamente podían sufrir, llevar y sustentar; y esto por deseo y celo que tuvo siempre de la justicia, la cual procuró siempre de conservar y poner en ejecución. Para aviso de lo cual mandaba traer a los ministros de justicia una vara en la mano en lugar de espada y cuchillo, y así Su Majestad el más tiempo de su vida gastó en hacer restituir reinos y señoríos, desagraviando no sólo a sus súbditos, pero a todos los que se le encomendaban con causa, razon, y justicia. A la mano izquierda estaba la virtud dicha Spes Aug., que cogía una flor con la mano derecha y con la izquierda tenía levantada la falda de la ropa, demostrando que en el Emperador nunca fue otro ánimo que de la buena esperanza de quietar y apaciguar las turbaciones y desasosiegos que cada día y hora acontecían en el señorear, deseando siempre coger de su flor el fruto que convenía a la Imperial Majestad. En lo alto sobre todo el edificio, por remate de la pirámide, estaba la victoria asentada en un carro triunfal, al cual tiraban cuatro caballos blancos y muy grandes, tan bien formados que parecían vivos, guiados de la vitoria, la cual tenía en la mano derecha una corona de olivo, y en la izquierda la palma, y tenía dos alas, mostrando que llevaba el ánima del Emperador volando sobre los cielos, triunfante de los deseos mundanos, lo cual declara su santa fin, pues por reinar en el cielo dejó todas las riquezas, Imperio, reinos y señoríos, y mando de este mundo: ejemplo rarísimo y digno de perpetua memoria. En derredor del edificio no había más de dos órdenes de candelas, porque no perjudicase la vista a los que miraban las cosas maravillosas que había en toda la iglesia, así de edificio como triunfos, banderas, trofeos, águilas, escudos y otras maravillas y cosas de notar con gran proporción. Había en toda la iglesia tantas antorchas, que fue necesario romper las vidrieras del templo para que saliese el humo y calor, que de otra manera no se pudiera hacer el oficio en alguna manera. Declaradas las partes principales del edificio, castillo, túmulo o pirámide, con la composición de todas ellas, será bien necesario y justo, antes que nos partamos de aquí, acabar de notificar lo que quedaba sin declarar, que era la cama o lecho, puesto y asentado debajo un cielo de tafetán amarillo, en medio de todas las doce columnas, cubierto con un paño de brocado riquísimo, labrado y bordado con hilo de oro y plata, y perlas de valor y aljófar, con las cuales se labraron las armas y águilas imperiales, y la empresa de las columnas 668
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y Plus Ultra, de la cual ya se dijo largamente. También se veían en el dicho paño o sobrecama la invención del pedernal y eslabón, con los bastones y leño, si bien fue invención sin mote y ánima, no por esto dejó de ser tenida por una de las mejores que ha habido. Con la cual significa el duque Carlos de Borgoña tenía aparejo y poder para siempre que quisiese encender la guerra y hacerla a quienquiera que fuese. Y esto significa la invención, con la cual se compuso la cadena que adorna el toisón, el cual fue y la orden dél inventada e instituída, de Felipe, conde de Flandres y de Borgoña, el año de mil y cuatrocientos y veinte y nueve, como narra la genealogía de los condes de Flandres, escrita en lengua francesa con estas palabras: De l'ordre de la Toison d'or. Que significa la orden de los caballeros del Toisón de oro. Por esta última palabra, que dice de oro, se puede inferir que el toisón, que es un vellocino de un carnero tresquilado, que algunos dicen que es el de Jasón, porque es de oro, que trajeron los argonautas; otros, que es de Gedeón, por lo cual dice Jovio que duda si los caballeros que lo traen saben cuál de ellos es. Yo diría (no obstante que sea de oro) que es el de Gedeón, que no fue de oro, porque significa fe incorrupta, y la fundación de la orden no ha de ser sobre fábula, sino sobre cosa verdadera, como fue el vellocino de Gedeón, que tiene altos misterios. En los cuatro cantones o esquinas de la cama, tan bien adornada y tan ricamente cubierta con el dicho paño acompañado con dos cojines y almohadas de brocado, y del cetro y corona imperial de oro, estaban cuatro hombres cubiertos de luto, asentados en sus escabelos, con unos ventalles en las manos o mosqueadores, significando con este acto (por ventura) aquello que denotaba acerca de los antiguos la libertad del ánima y la confirmación del paso de los hombres mortales, solían acostumbrar los príncipes grandes y otros señores poderosos, dejar en sus testamentos libres a los esclavos, de donde la ley de ello quería que cualquier siervo que fuese visto echar las moscas a su señor con un moscador, al extremo y último de la vida fuese y quedase libre. Así también, partiéndose el príncipe de acá y desatándose de esta vida, mostraba con cualque señal la libertad del ánima de su cuerpo, y aquella de sus esclavos fieles, que era lo alcanzado del premio de la digna servidumbre. La causa porque el edificio fue solamente del género dórico es ésta. Cuando los antiguos dedicaban un templo a Minerva, Marte o Hércules, lo hacían del género dórico, como dice Vitrubio en su primer libro de arquitectura con estas palabras: Minervae, ex Marti et Herculi, aedes Doricae fient: his enim Diis propte virtutem, fine delitiis aedificia constitui decet. De manera que si a Minerva, Marte y Hércules, por su virtud, poder y fuerza les convenía la gravedad del género, con cuánto más merecimiento y valor le compete al verdadero Hércules y Marte, que con aventajada virtud y ánimo ha peleado y vencido tantos enemigos y perseguidores de la fe cristiana.
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Si Hércules con su clava mató la mayor parte de los centauros, por lo cual los demás, atemorizados, huyeron, ¿qué hizo el invitísimo Carlos V en la guerra de Alemaña sino matar y perseguir los centauros en apariencia de hombres cristianos y dentro infieles y perseguidores de la fe de Cristo, de los cuales tuvo victoria? Y si Hércules mató al león y se vistió de su pellejo, con más ventaja lo hizo César venciendo al Turco muchas veces, matándole infinita gente, que fue su muerte, vistiendo a su ejército de grandes despojos y riquezas, y así de honra. Hércules sacó a Alcestes del poder del Cervero Tricipite que la defendía y guardaba, y le mató con sus tres cabezas. Carlos V venció al rey de Francia y le mató el ejército, aunque tenía tres cabezas, que fueron él, el de Navarra y el de Escocia, y le sacó de su poder la Galia Cisalpina o Togata. Y si Hércules mató el dragón que guardaba las manzanas de oro del jardín del rey Atlante, César mató a Barbarroja, que guardaba las fuerzas de la Africa, y le despojó de todos sus deleites, con inmortal memoria. Y si Hércules mató la hidra de las muchas cabezas, con más verdad el Emperador cortó las cabezas del cosario Dragut, que fueron Africa, Monasterio y otras fuerzas marítimas, en lo cual se mostró César valeroso y constante en no cesar de la demanda, hasta que castigase al dicho cosario, doliéndose del daño y pérdida que sus súditos habían recibido dél. Y si Hércules, peleando con Acheloo, salió vitorioso arrancándole de la cabeza el cuerno derecho, en el cual tenía el toro su mayor fuerza, cuánto más Carlos V salió vencedor y con mayor honra y gloria en la expugnación de Dura, destruyéndola, quitando al duque de Gleves y güeldreses la mayor fuerza de su señoría y Estado. Y si Hércules mató a Caco, famoso ladrón y robador, ¿qué hizo el magnánimo Emperador continuamente sino perseguir y destruir a todos los ladrones y robadores, salteadores y piratas, que por mar y tierra andaban inquietando a todo el mundo, a los cuales castigó, y con gran cuidado y diligencia persiguió y acabó por el celo que tenía de conservar a sus súbditos en paz y concordia y quietud? Y si Hércules castigó al engañador Diomedes, porque recibía los huéspedes con engaño y buen tratamiento y después los mataba, así Carlos V, con mucha razón, castigó a todos aquellos que fingidamente trataban prometiendo de guardar la paz y concordia y no la guardaron con lealtad, antes prevaricaron.
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Y si Hércules mató al gigante Anteon entre los brazos, no dejándole respirar ni tomar tierra, mejor castigó el Emperador a Lutreque, no consintiendo que pusiese el pie en el suelo ni ganase lugar en el reino, antes mató a él y a todo su ejército. Al jabalí que destruía y gastaba toda la región de Calidonia, matando todos los hombres que encontraba, mató Hércules con la clava; así César castigó largamente a todos los cosarios que depredaban y destruían todas las costas de cristianos, matando y cautivando, y arruinando y saqueando todas las tierras marítimas, de los cuales largamente se vengó con razón. Si Hércules le mató el can de dos cabezas al rey Gerión de España, también el Emperador quitó el reino de Túnez, y le privó de otras muchas fuerzas, matándole y destruyéndole su gran can. Barbarroja, que era tenido por invencible, como el perro de Gerión. Como viese Hércules al gigante Atlas encima del monte Atlante sustentar con sus hombros el cielo y enclavar en él las estrellas que se caían, rogado del gigante que le ayudase a sustentar un poco el cielo para descansar, el Hércules lo hizo de buena gana y puso sus hombros debajo, y así lo sustentó. Este esforzado y grande Hércules es el que sustentó el cielo y cielos, que son los doctores y predicadores, que con su dotrina levantan y llevan las almas al cielo, y si alguna cae procuran de levantarla y enclavarla en el cielo. Y en esto se ocupó el buen César: en sustentar los religiosos, santos hombres, para que con su santidad aumentasen la santa fe de Cristo nuestro Salvador. Pues hemos contado y dado relación del edificio y de todo lo demás, será bien que tornemos a la puerta de la iglesia, para notificar lo que resta de decir acerca de las vitorias y batallas, vencimientos, triunfos y trofeos, despojos y señales de vitoria, de las cuales se pusieron pocos en respeto de los que se debían poner a un tan alto Emperador tan vitorioso. Mas por ser la capacidad del templo tan pequeña, no se pusieron sino trece triunfos, que si todas las vitorias se significaran, no cupieran en el templo de Diana, de Efeso. El primero que inventó el triunfo fue Baco. Tres juicios concurrían al verdadero triunfo: el honor que daba el ejército a su general y capitán, el consentimiento y voluntad del Senado, la confirmación general de todo el pueblo. Y así solía entrar el vencedor en un carro triunfante, con muchos despojos de los vencidos y con algunos enemigos presos y ligados a unos troncos de árboles, como en el discurso se dirá luego, y de aquí se tomó el modo y costumbres de estas pinturas, las cuales significan al vivo lo que en efecto pasó y pasa cada día en las guerras.
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Y estos son los despojos y trofeos que los antiguos dedicaban a la diosa Belona y al dios Marte y a los otros abogados suyos de las batallas, a cuya imitación se ponen hoy día en semejantes actos, honras y memorias de los emperadores, reyes y capitanes generales y famosos. Estaba lo primero, sobre la puerta de la entrada del templo, el triunfo de las Indias, pintado en un cuadro, de pincel y mano del más famoso pintor que había en Roma, solamente de blanco y negro, sin otra diversidad de colores alegres, porque así lo requería la significación de la tristeza. En el dicho cuadro estaba un ángel escribiendo en un escudo esta dicción: Victa. Tenía el pie derecho sobre un yelmo; a los lados estaban los trofeos y despojos con unos escudos y lunas, y ciertas rosas. Al pie del cuadro estaba un letrero, que decía lo que se sigue: NOVUS ORBIS ANTIPODUM SUBACTUS, ET CHRISTIANA RELIGIONE IMBUTUS ET LEGIBUS. ANNO M. D. XXXIII. Quiere decir: El Nuevo Mundo de los antípodas, sojuzgado y instruído en la religión cristiana y sus leyes. Encima del cuadro estaba el estandarte imperial, que dijimos al principio, y sobre él una águila grandísima, arrimada a la pared. El provecho y utilidad y bien que ha hecho al mundo la conquista de las Indias Occidentales notorio es a todos los que tienen alguna noticia de las historias. Mas porque esta inteligencia está lejos de los más, no será fuera de camino (con una breve digresión) dar alguna noticia en este lugar ofrecido a propósito. El primer descubrimiento de las Indias fue hecho por Christoforo Colombo, genovés, el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos, con licencia y comisión de los Reyes Católicos, al cual le armaron una nave y dos carabelas, y le mandaron ir al descubrimiento, y fue Dios servido que en poco tiempo descubrieron las dos grandes islas llamadas Santo Domingo y Cuba, con otras muchas. Después, en tiempo del Emperador, se descubrió la Nueva España, dicha primero Annavac, de la cual entre otros descubridores fue el principal el marqués del Valle. La Nueva España comienza en el río Panuco, contiene muchos reinos y provincias, entre las cuales es la principal el reino de Méjico, que tiene cuatrocientas leguas el largo y ancho y en todo él no se halla por 672
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maravilla hombre que no sea cristiano, y de tal vida y devoción, que (como se cuenta en las historias) acontece en una procesión ir cien mil disciplinantes; tanta es la devoción y penitencia que hacen los indios, que espanta. Hay entre la Nueva España y el Pirú un estrecho de tierra de diez y ocho leguas, por el cual deja el Pirú de ser isla. En los extremos de este estrecho hay dos ciudades con sus puertos, la de la parte septentrional se dice Nombre de Dios, puesta al mar océano occidental, llamado así, que es a la parte del norte; y al mar del Sur está Panamá, el cual mar fue hallado por Vasco Núñez el año de mil y quinientos y trece. El Fernando Magallanes halló su estrecho para pasar a él año de mil y quinientos y diez y nueve. Dura el estrecho cien leguas en largo y dos en ancho. Pasan por medio del Pirú, del estrecho de Magallanes hasta la Nueva España, unas montañas y sierras, las mayores de todo el mundo, que tienen de largo dos mil leguas. El principal conquistador del Pirú fue Pizarro, que prendio al Inga,el mayor rey y más poderoso de las Indias. Hay tanta multitud de indios cristianos en todas las provincias y reinos del Pirú, que todo el mundo debe dar gracias a Dios por la gran misericordia que ha usado y hace siempre, recibiendo en su Iglesia santa aquella gente, que estaba antes fuera del gremio de los suyos, y esto mediante la diligencia y solicitud del Emperador Carlos V y de los demás reyes de España, que con gran cuidado han procurado y procuran siempre por servir a Nuestro Señor como católicos principes, así en las obras como en el nombre, mostrar la voluntad que siempre tuvieron en conservar y aumentar la fe de Cristo, como claramente se ve en sus reinos y señoríos. Por lo cual todos los que son verdaderos católicos se deben holgar y alegrar de la felicidad de Carlos, pues fue en el discurso de su vida declarada su buena intención. Después de la solicitud espiritual, como parte primera y más necesaria a la vida del alma, es necesaria asimismo la diligencia corporal para sustentar y conservar la vida humana, la cual requiere el común y ordinario mantenimiento de la naturaleza humana, porque sin él no se puede vivir, y en tanto obra y merece el hombre, en cuanto vive. Y este subsidio se ha de procurar con industria y trabajo, y como no se halle el comer de balde, ni comúnmente trocando una cosa por otra, como se hacía antiguamente y se hace en algunas partes, fue necesario a los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo procurar de sacar de las entrañas de la tierra el oro y la plata y otros metales, y de los que lo tenían, por los cuales se halla fácilmente en todo el mundo todo lo necesario para la vida humana. Y hallando aparejada la tierra para saciar su apetito, descubrieron, y de cada día van hallando tanto tesoro, que dice un autor que tiene por cierto que Dios, misericordiosamente, reservó estos tesoros para el Emperador Carlos, porque sabía los había de gastar en su servicio contra los luteranos, herejes y turcos, enemigos de su santa fe y ley, como todo el mundo sabe. 673
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El uso de las minas de España y tesoros cesó con los que cada día vienen de Indias, si bien hoy día se hallan los mesmos pozos de las mesmas minas, que daban cada día a Aníbal trescientas libras de plata, como narra Plinio, y como Solino y Pomponio Mela dicen, que la España abunda de hierro, plomo, cobre, plata y oro de tal forma, que cuando se quemaron los montes Pirineos, derretidos los metales corrían por todos sus valles en abundancia. Antes que se descubriesen las minas del Pirú, las más tenidas fueron las de España, por los quilates y fineza de la plata y por la abundancia sobre todas las provincias. Mas descubierta la mina de Potosí en el Pirú, cesó el nombre y fama de las demás de todo el mundo. Y por ser cosa maravillosa y casi increíble a los más la abundancia de la dicha mina, diré el sitio y asiento de ella, con otras cosas de notar y tener en memoria. El montecillo o cerro de Potosí está en la provincia de las Charcas, en el reino del Pirú. Dista de la equinocial, a la parte del Polo Antártico, casi a veinte y dos grados, de forma que está debajo la tórrida zona, y con todo esto hace tanto frío como en la Cantabria de España; la causa es su gran alteza y los continuos vientos fríos y desabridos que hacen tan estéril la tierra, que no engendra ni cría fruto alguno ni hierba, y así es inhabitable. Mas la fuerza del tesoro que se halla en ella la hace tan habitable, que concurriendo la codicia a buscarlo, se ha hecho una población de dos leguas de circuito al pie del cerro, en la cual se hallan todas las cosas necesarias a la vida humana, más largamente que en España, y con más abundancia, porque el dinero las trae, así de frutas, hortaliza, sedas, brocados, telas de lino, de oro, de plata y, finalmente, todo cuanto humanamente se puede pedir y se halla en todas las partes del mundo, se halla allí, sin criar la tierra de suyo nada, y por esto es la mayor contratación de todas las Indias. El dicho cerro tiene de asiento una legua en circuito en su falda, y en alto un cuarto de legua. Es de forma de un pan de azúcar o pabellón. Descubrióse el dicho montecillo o cerro doce años después de entrados los españoles en el Pirú, ni los ingas alcanzaron estas minas riquísimas de Potosí; gozaron de otras muchas que había en sus reinos. El descubrimiento del dicho cerro fue de este modo: Un indio llamado Gualpa, corriendo tras un venado por la cuesta del cerro arriba, por tenerse echó mano de una rama de un coscojo, la cual se le quedó en la mano, y mirando la raíz y vacío que dejó la rama nacida en la veta más principal, conoció bien que era metal muy rico, que tenía la mitad de plata.
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Las vetas principales que se hallaron estaban levantadas sobre la superficie de la tierra como riscos, las cuales son cuatro las principales, sin otros ramos muchos que nacen de ellas. La mayor que se descubrió primero, tenía trecientos pies de largo y trece de ancho, todo metal, la mayor parte plata finísima, la cual se va cavando sin topar agua. Lo que se saca de este cerro cada año serán siete millones y más, porque el rey tiene de toda la mina el quinto. De manera que de esta mina, y de las que hay en todas las Indias de todos metales, vendrán a España cada año, al menos diez o doce millones del rey, de mercantes y de otras personas particulares. Con este tesoro se enriquece España, y los demás reinos y provincias de Europa, como es a todos notorio, pues se sabe que la moneda que ordinariamente en Francia, Flandres, Alemaña, Italia, Hungría y aun en Turquia corre, es la mayor parte el oro y plata que viene a España de las Indias cada año. Por lo cual, no solamente España, mas aún todos los reinos, deben rogar a Nuestro Señor por el alma del Emperador y suplicarle le dé descanso en su santa Gloria, pues a todos hizo bien, y gastó el tiempo y facultad ensalzando su santa fe todo el tiempo que vivio. Luego, caminando hacia la mano derecha, estaba una bandera de tafetán, con cuatrolunas, y un despojo debajo. Más adelante había un triunfo pintado en un cuadro, como el pasado, en el cual estaba una figura de hombre, atadas las manos atrás a una columna o madero, con ciertos escudos y despojos y estas palabras: CAPTUS IN AGRO MEDIOLANENS. DUX S. POLI. CESIS FUSISQ. GALLORUM COPIIS. ANNO M. D. XXIX. Quiere decir: Preso en el territorio de Milán el duque de San Polo, muerto y roto el ejército francés. Sobre el cuadro estaba un escudo con un rostro salvático, del cual salían ciertas flordelises, y sobre todo una águila grande de bulto. Tras esto, al primer ángulo de la igesia había una bandera de tafetán azul con cinco lunas; debajo de ella estaba un despojo. Caminando un poco más, se hallaba otro triunfo, en un cuadro grande, en el cual estaba debujada una figura de turco, atadas las manos atrás, con una barca y ciertos escudos y lunas. Tenía a los pies este epitafio que se sigue: 675
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URBES PELOPONESI. PATRAE. ET CORONE VI CAPTAE. ANNO M. D. XXIX. Quiere decir: las ciudades del Poloponeso, Modón y Corrón tomadas por fuerza. Encima del cuadro estaba un escudo con una guirnalda y dos lunas, y sobre todo una águila grande. Después se seguía una bandera de tafetán verde, con tres lunas, y un despojo debajo. Tras lo dicho se seguía un triunfo delicadamente pintado en un cuadro grandísimo, en el cual se hallaba una gran mujer asentada a un canto o borde de una barca. Estaba recostada sobre el brazo derecho y muy triste. Tenía encima de la cabeza figurada una media cabeza de elefante a manera de montera, que significaba la provincia de Africa, abundante de tales animales. Tenía a los lados un despojo, con ciertos escudos y lunas. Decía el letrero: TUNES CAPT. ARIADENO EJUS TIRANNO ATQ. IMMANIS ARCHIPIRATA. FUSO FUGATO. EXERCITU CLASSQ. EXUTO XX MILLIB. CHRISTIANIS IN LIBERTATEM ASSERTIS. ANNO M. D. XXXV. Quiere decir: Túnez, tomada; Barbarroja, tirano y crudelísimo príncipe de cosarios, vencido, roto el ejército y de la armada despojado, siendo veinte mil cristianos en libertad puestos. Aquí se mostró asimismo el Emperador liberalísimo y piadoso, que no solamente dio libertad a todos los esclavos de cualquier nación que fuesen, mas aún les dio dineros y bajeles en que salvamente se fuesen a sus tierras y casas, sin obligarlos a servicio alguno. Sobre el cuadro estaba un escudo con un rostro y ciertas rosas, y encima de todo un águila grande de bulto; pasando algunos pasos mas adelante se veía una bandera amarilla con tres lunas: tenía debajo un despojo o trofeo de los dichos. Tras esto se seguía un cuadro, en el cual estaba debujado un triunfo, con un hombre y una mujer ligados a un tronco de árbol, cubierto con un despojo, y dos escudos a los lados, con ciertas rosas. Decía en el epitafio que tenía a los pies esto: 676
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MENAPI EXPUGNATIONE DUBAE RECEPTI. ANNO M. D. XLIII. Quiere decir: Cobrados los güeldreses, por la vitoria de Dura. Sobre el cuadro estaba una mujer pintada en un escudo, y en lo alto una águila de relieve grande. Caminando un poco más, estaba una bandera morada con tres lunas, y debajo de ella un despojo. Inmediatamente estaba otro cuadro. Las figuras que señalaban el triunfo eran un hombre ligado y dos escudos, con lunas y estrellas. Decía el letrero: GALLORUM AD MEDIOLANUM, FUSO EXERCITU, DOMINIUM INSUBRUM FRANCISCO II. SFORTIAE RESTITUTUM. ANNO M. D. XXIII. Significa: Roto el ejército francés a Milán y restituído el dominio del Estado de Lombardía a Francisco II Sforcia. Encima del dicho cuadro estaba una águila de bulto. Tras esto se seguía una bandera azul, con cinco lunas, debajo de la cual estaban tres escudos. El uno tenía tres lunas, el otro tres flor de lises y el tercero, con la flor de lis, una guirnalda y una luna debajo. Luego sucedía un cuadro, en el cual estaba debujado un triunfo con dos hombres atados a un madero, ligadas las manos atrás, y un despojo con ciertos escudos, con estrellas y flor de lises, y sobre todo estaba un águila grandísima de relieve. Decía el epitafio así: PRAELIO TICINENSI, REX GALLOGUM SIMUL CUM REGE NAVARRAE CAPTUS, CAESO FUSOC. EXERCITU GALLICO. ANNO M. D. XXV. Quiere decir: En la batalla de Pavía, el rey de Francia, juntamente con el rey de Navarra preso, y roto el ejército frances.
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Más adelante había una bandera azul con tres lunas; estaba debajo un escudo y un despojo. En los pilares de la capilla mayor había, a la mano izquierda, una bandera amarilla con seis lunas. Tenía debajo un escudo y un despojo; a la mano derecha estaba una bandera verde de tafetán con cinco lunas, debajo de la cual había un escudo y un despojo. Caminando, a pocos pasos se descubría un cuadro, en el cual estaba pintado un triunfo con estas figuras: dos hombres con las manos ligadas a un tronco de un árbol, y dos escudos con ciertas medallas, y sobre todo estaba un águila de relieve; decía el letrero: INGENS MOTUS GERMANICUS CONSILIO ET CUNCTATIONE COMPREHENSUS. ANNO M. D. XLVI. Quiere denotar: El gran tumulto de Alemaña, con consejo y tardanza reprimido. Al tercer ángulo de la iglesia estaba una bandera azul con cuatro lunas. Tenía debajo un escudo con un rostro feo y ciertas rosas, con un despojo debajo. Pasando hacia adelante, se veía un cuadro pintado con dos figuras, la una de hombre y la otra de mujer, ligados las manos atrás a un madero, cubierto con un despojo, y unos escudos con lunas y estrellas; en lo alto, una águila grande. Decía el epitafio: OBSIDENTE CLASSE TURCARUM, COMMEATUS PATRAS CORONAEQUE IMPORTATUS. ANNO M. D. XXXIII. Significa: Teniendo la armada de los turcos cercadas las ciudades de Modón y Corrón, fue metido dentro el bastimento. Tras esto se seguía una bandera de tafetán amarillo con cuatro lunas; debajo de ella estaba un escudo con una medalla y ciertas flores y un despojo. Luego estaba un triunfo muy bien pintado en un cuadro grande. Las figuras que tenía eran un hombre ligado las manos atrás, huyendo en una barca, y una mujer mirando al cielo, con un escudo en la mano izquierda y un 678
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martillo en la derecha, con ciertos despojos, escudos y lunas. Decía esto el epitafio que tenía a los pies: FUGATUS E SUPERIORE PANONIA SOLIMANUS TURCARUM REX CUM INNUMERABILI EXERCITU. ANNO M. D. XXIX. Quiere decir: Echado de Alemaña la alta Solimano, rey de los turcos, con un innumerable ejército. Más adelante estaba una bandera de tafetán azul con sus lunas; tenía debajo un despojo. Había otro triunfo significado en un cuadro de esta forma: Un hombre ligado en un madero con un despojo, y un carro con ciertos escudos y flor de lises en ellos. Encima tenía una águila grande, y un escudo con un rostro en medio de él, y ciertos ramos. Decía el letrero esto: DELETO EXERCITU GALLORUM, ITALICIQ. FOEDERIS RECEPTUM REGNUM NEAPOLITANUM. ANNO M. D. XXVII. Quiere decir: Roto el ejército de los franceses y de la liga de Italia, el reino de Nápoles recobrado. Tras esto se ofrecía una bandera de tafetán verde con cinco lunas y un despojo. Luego se seguía otro triunfo, debujado en un cuadro. Tenía dos hombres atados a un madero, ligadas las manos atrás; había también un despojo con unos escudos, el uno con una luna, los otros con caballos y ciertas figuras. Encima del cuadro estaba un escudo con cuatro lunas y una estrella en medio; más alto estaba una águila de relieve grande. Decía la letra: GENUA LIBERTATIS VISQUE LEGIBUS REDDITA. ANNO M. D. XXVII. Quiere decir: Génova, restituída en su libertad y leyes. Al cuarto y último ángulo del templo estaba una bandera de tafetán amarillo, con tres lunas y un despojo debajo.
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El último cuadro que había tenía un triunfo de esta manera: Un hombre ligado a un tronco de árbol con su despojo y ciertos escudos, con unas rosas en medio en lo alto; otro escudo con una medalla, y rostro, y una águila grande encima de todo. El letrero decía: ALBIS FLUVIUS VADO TRANSITUS, DUX SAXONUM CAPTUS. ANNO M. D. XLVI. Quiere decir: El río Albis pasado a nado y el duque de Sajonia preso. Luego estaba una bandera de tafetán azul con cinco lunas y un despojo debajo.
Para consuelo de los devotos del César, quiso Dios revelar la salud de su alma en esta manera. Año de 1582, en la Nueva España, en la provincia del nombre de Jesús, de Guatemala, estando un santo fraile, que en su vida fue muy aficionado al Emperador y con particular cuidado le había encomendado a Nuestro Señor, ya en lo último de sus días, en este paso riguroso descubrió a su provincial una revelación que había tenido; y de lo que este santo fraile le dijo, el provincial tomó un testimonio autorizado y lo envio al rey don Felipe, nuestro señor, y Su Majestad lo mandó guardar en San Lorenzo el Real del Escurial. Yo le pedí al padre fray Miguel de Santa María, prior de este monasterio, para ponerlo en esta historia, pues todos teníamos tanta obligación a este príncipe, y muy particular aquella real casa, por ser hechura de su hijo, y que tocaba a nuestra honra librar al César de las calumnias y malos juicios de algunos extranjeros enemigos, que con pasión y demasía han querido poner mácula en la perfeción de su vida y respeto a la Iglesia romana. Y a diez y seis de julio de este año de mil seiscientos y dos en que comencé y acabé esta larga historia, por manos del padre fray Martín de Villanueva, procurador general de San Lorenzo el Real, me envio una escritura del tenor siguiente:
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Testimonio de una revelación que tuvo un santo fraile de como el emperador se salvo «Fray Juan Casero, de la Orden de los Frailes Menores, ministro provincial de la provincia del Nombre de Jesús, de Guatemala. A todos los que vieren la presente relación, hacemos fe y damos verdadero testimonio, que no tiene palabra más ni menos de las que me fueron dichas por el muy reverendo padre fray Gonzalo Méndez, cuyo tenor y circunstancias son las que se siguen: «En el año de mil y quinientos y ochenta y dos, viernes a cuatro días del mes de mayo, en nuestro convento de San Francisco, de Guatemala, que es una de las provincias que nuestra sagrada religión en estas Indias de la Nueva España tiene fundadas, y a cargo de su dotrina desde los principios de su conquista, estando el muy reverendo padre fray Luis González Méndez, provincial de ella, a lo último de su vida, pues luego, sábado cinco de mayo murió, siendo de edad de setenta y siete años o poco más, de los cuales había gastado cuarenta y un años entre los indios de esta tierra, predicando y confesando y administrando los religiosos de esta provincia y la de Yucatán, siendo en ella ministro, provincial y custodio, estando ya en lo último me mandó que me confesase y fuese a decir misa, y cuando vine me mandó, por santa obediencia, que a nadie en su vida dijese lo que me quería decir, y que había enviado a llamar al señor presidente y al señor obispo para decirles este caso, y no habían venido, y se le acababa la vida; y después de haber dado muchos suspiros y sollozos, y derramado muchas lágrimas, me dijo: «Tan viva tengo la representación de lo que os quiero decir, que jamás a hombre ni aun en confesión dije, ni puedo abstenerme, ni dejar de causarme alteración grande en el alma de contento, mezclado de una tristeza, si acaso será conmigo tan justo Dios, siendo como he sido mayor pecador, que sean más los años de mis penas, y aun esto sería consuelo. No temo muerte ni pena, como yo no pierda a Dios.» Consoléle entendiendo era causa triste, y tomándome las manos, me mandó otra vez a jurar, y luego dijo: «Desde que yo tuve uso de razón, tuve tan particular amor al Emperador Carlos V, que todos los días de mi vida, hasta cuatro años de su muerte, hice particular oración por él, y con más ahinco que por alguna otra cosa, hasta los cuatro años después de la muerte del dicho, que, acabando yo de decir misa, en la cual le encomendé a Dios, y yiéndome al coro, y estando en la acostumbrada oración por él, vi una visión, ni sé si en cuerpo o fuera del cuerpo. Sé que fue en breve tiempo, y que fue estando yo despierto y libre, que ni era hora de sueño ni yo estaba en disposición de ello, pues me hallé, acabado el caso, de rodillas como antes lo estaba. Vi un juicio de Dios formado, y sola una silla de Majestad, en la cual Nuestro Señor estaba asentado, cerca de todos los santos y ángeles, y vi entrar en el juicio un hombre afligido y como que salía de una larga prisión aherrojado y cansado, al cual acusaron los demonios de 681
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gravísimos pecados que había cometido, de que jamás había hecho penitencia, y atestiguaban con los ángeles y santos, los cuales todos confirmaron ser así, que había hecho casos enormes en que no le habían visto peniente, y el Emperador Carlos V (que yo le conocí en el aspecto), aunque todos le acusaban, no parecía temer nada, ni habló en su disculpa; sólo levantó con grande acatamiento los ojos y los puso con mucha confianza en Dios, como que le pedía declaración de la verdad; y sin hablar, Dios les mostró en sí mismo a todos los santos y ángeles que aquellas cosas de que el Emperador era acusado no habían sido en él culpas, porque las había hecho por particular revelación suya, y que en ellas no había sido sino ministro de la justicia divina, por particular orden divino, y que antes había merecido en ello; y con esto se le llenó el rostro de alegría al Emperador, y todos los santos ángeles adoraron a Dios en aquel secreto, y muy contentos y alegres aventaron a los demonios, y tomando por la mano Dios al Emperador, le llevó consigo a su Gloria.» Esto, me dijo, quisiera yo decir a su hijo, nuestro rey, y pues no puedo, al menos a su presidente, para que se lo escribiera; pero si yo muriese, os mando lo consultéis, y si para gloria de Dios conviniese dar aviso, le déis. «Este es el caso que me contó, y luego al punto le escribí, y de aquel original, éste es un verdadero trasunto. En testimonio de lo cual di ésta, firmada de mi nombre y sellada con el sello mayor de mi oficio, que es fecho en nuestro convento de San Francisco, de Guatemala, día de Todos Santos de 1583. «Este padre fray Gonzalo Méndez tomó el hábito en la provincia de Santiago, y el año del Señor de mil y quinientos y treinta y nueve a 18 de deciembre, como por relación escrita de su mano consta, siendo general de la Orden el reverendísimo padre Lunel, y provincial de la provincia de Santiago el padre fray Gabriel de Toro; salió de aquella provincia con otros cinco frailes para ésta de Guatemala, pagando el flete y matalotaje el reverendísimo don Francisco Marroquín, de buena memoria, primero obispo de Guatemala. Llegado a esta tierra vivio en ella el sobredicho padre fray Gonzalo santa y ejemplarmente, con grandísimo celo de la conversión y dotrina de los naturales. Su vida fue tan inculpable en la virtud de castidad, que fue extremo el suyo en el huir conversación de todas las mujeres; su pobreza, tan estrecha, que jamás tuvo más que un hábito de grosero sayal y un breviario; los pies, descalzos en tierra tan fragosa como ésta, caminando de ordinario por decir misa y bautizar indios, jornadas muy largas, que día de Pascua de la Natividad de Cristo le acaeció andar nueve leguas de tierra penosísima en camino, para decir en tres pueblos tres misas, porque eran pueblos principales y no estuviesen sin misa, y tanto guardó esto de andar a pie y descalzo, que la última enfermedad de que murió, le vino de sufrir un hombre tan flaco y de tanta ancianidad una cuesta de cinco leguas grandes, la más agria que tiene 682
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toda esta tierra, la cual subió a pie y descalzo, como tengo dicho. Su cama fue siempre una tabla en el suelo y un madero por cabecera, y en la enfermedad de que murió jamás consintió otro regalo, y siendo la enfermedad muy penosa, hasta un día antes que muriese se hacía llevar por dos compañeros al coro, a maitines, y a todas las horas, y a decir misa, diciendo que en la tierra no había otro cielo sino coro y altar, que no le privasen de él en tanto que viviese. Murió santamente, con mucho conocimiento de Dios, exhortando muy de ordinario a los religiosos a la guarda de su regla, y al obispo de esta ciudad, en una visita que le hizo, le exhortó con tanto celo a la vigilancia de sus ovejas, que salió notablemente edificado. Por las cosas que pasaron se puede presumir que Dios le reveló el día de su muerte, pues queriéndole poner unos paños menores y hábito limpio que él mismo había mandado lavar, dijo: «No me lo habéis de poner agora; guardaldos limpios para que mañana me enterréis con ellos.» Y así fue, que el día siguiente murió, a cuya muerte acudio gran multitud de indios, como a padre que tiernamente amaban. Vino toda la ciudad, religiones, audiencia real y dos obispos, el de esta ciudad y el de la Verapaz, todos con voz de santo, y aun personas de calidad, tomando las rosas y flores de que iba adornado su cuerpo como reliquias, y aun en presencia de todos llegaron matronas principales, queriéndole enterrar, a besarle las manos, lo cual hicieron con muchas lágrimas. Lo más de lo contenido en esta relación vi yo por mis ojos, y lo demás es pública voz y fama de los que lo vieron e oyeron. Fecha en el sobredicho día, mes y año. F. Juan Casero, ministro provincial. «Digo yo, fray Pedro Oroz, comisario general de las provincias de la Nueva España, de la Orden de los Menores de nuestro seráfico padre San Francisco, que este traslado está fielmente sacado de un original que me envio el padre fray Juan Casero, provincial de la provincia de Jesús de Goatemala, sellado con el sello mayor de su oficio, y firmado de su nombre, y en testimonio de verdad va sellado con el sello mayor de mi oficio y firmado de mi nombre. En Coatlichan, a 24 de marzo de mil y quinientos y ochenta y cuatro años. F. Pedro Oroz, comisario general. «Digo yo, fray Francisco de la Concepción, guardián del dicho convento de San Miguel, de Coatlichán, y notario del muy reverendo padre fray Pedro Oroz, comisario general, arriba nombrado, que es verdad que yo cotejé el sobredicho traslado con el original arriba contenido, y está verdaderamente sacado, y es verdad todo lo contenido en el auto precedente. Testigos que fueron presentes: fray Pedro Serrano, fray Cristóbal Sánchez y fray Antonio Bocardo y fray Gabriel Arias. Fecha 24 de marzo de mil y quinientos y ochenta y cuatro años. F. Francisco de la Concepción, notario.»
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Testamento del emperador Carlos V de gloriosa memoria «Año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil y quinientos y cincuenta y cuatro, a seis días del mes de junio, en la villa de Bruselas, en la casa de palacio, donde estaba y posaba la Majestad Cesárea y Católica, don Carlos, por la divina clemencia Emperador de los romanos, rey de Alemaña, de Castilla, de León, de Aragón, etc.; archiduque de Austria, duque de Borgoña y de Brabante, conde de Flandres, etc. Pareció Su Majestad personalmente, y mostró en presencia de nos los escribanos, y del obispo de Arrás, del su Consejo de Estado, y de Guillelmo de Nassao, príncipe de Orange, y Juan de Pope, señor de Laxao; don Luis de Zúñiga, comendador mayor de Alcántara; don Fernando de la Cerda, Florencio de Memoransi, gentilhombre de la casa de Su Majestad, y el regente Juan de Figueroa, del Consejo, testigos para ello llamados y rogados, cuatro cuadernos o volúmenes de papel, de los cuales es éste el uno, e dijo y afirmó que ante todos o cada uno de ellos estaba escrito, y se contenía un testamento y última voluntad, y había hecho los dicho cuatro cuadernos y escritura en una misma sustancia, firma y tenor, los dos en lengua latina, y los dos en lengua castellana, respectivamente, para perpetua memoria, para que cuando sea menester haga cierta fe y probanza. E asimismo dijo Su Majestad que revocaba y revocó cualesquier testamento y codicilos que hubiese hecho y otorgado antes de agora, hasta el día de la fecha de ésta, para que no valgan, ni hagan fe, y que quería y ordenaba que los dicho cuatro volúmenes, y cada uno de ellos, estén y queden secretos, cerrados y sellados con los sellos de Su Majestad, hasta que la voluntad de Nuestro Señor sea servido de llevarle, y le haya llevado de esta presente vida, y requirió a los dichos testigos que sobreescribiesen y firmasen este otorgamiento, los cuales vieron sobreescribir y firmar a Su Majestad en los dichos cuatro cuadernos, y cada uno de ellos de su propria mano y sellos, y cada uno firmaron en todos ellos, en fe y testimonio de todo lo sobredicho. Yo, el rey. -Peronet, obispo de Arrás; Guillelmo de Nassao, príncipe Lachaul, y don Luis de Zúñiga y Avila, don Fernando de la Cerda, Francisco de Montmorency, Juan de Figueroa, y nos Francisco de Eraso, y Diego de Vargas, y Juan Babe, todos tres secretarios de Su Majestad, y notarios públicos, que a todo lo susodicho nos hallamos presentes, requeridos para ello, y vimos a Su Majestad firmar en presencia de los dichos testigos en los dichos cuatro cuadernos, y asimismo sellados y cerrados vimos firmar en ellos a los dichos testigos, y cada uno de ellos a requisición de Su Majestad lo sobrescribimos, y los dos de nos lo signamos, en fe de todo lo susodicho, con nuestros signos acostumbrados. Francisco de Eraso, Diego de Vargas y Juan de Babe, año, mes y día y lugar sobredichos. «En el mismo instante, los dichos testigos, excusando que no traían consigo sus sellos para ponerlos en este dicho testamento, requirieron y 684
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rogaron al dicho obispo de Arrás, que tenía su sello, que pusiese aqueste en lugar y nombre de todos, lo cual fue fecho en presencia de nos los dichos secretarios y notarios, Babe y Diego de Vargas, Francisco de Eraso. «En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, y de la gloriosa siempre Virgen madre suya, Santa María, Nuestra Señora, y de todos los santos y santas de la corte celestial. Nos, don Carlos, por la divina clemencia Emperador de los romanos, de Alemaña, de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Hungría, de Dalmacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Sevilla, de Mallorca, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de la India, islas y tierra firme del mar Océano; archiduque de Austria, duque de Borgoña, de Brabante, de Loteringia, de Corincia, de Carniola, de Luzaburque, de Luemburque de Güeldres, de Atenas y Neopatria; conde de Brisna, de Flandres, de Tirol, de Abspurque, de Artoes y de Borgoña, Palatino de Nao, de Holanda, de Zelanda, de Ferut, de Fribuque, de Amuque, de Rosellón, de Aufania, Lantzgrave de Alsacia, marqués de Borgoña y del Sacro Romano Imperio de Oristán y de Gociano, príncipe de Cataluña y de Suebia, señor de Frisa, y de la Marca, y de Labono, de Puerta, señor de Vizcaya, de Molina, de Salinas, de Tripol, etc. «Conociendo que no hay cosa más cierta a los hombres que la muerte, ni más incierta que la hora de ella, queriendo hallarme y estar prevenido para ir a dar cuenta a quien murió, siempre que por El fuere llamado de lo que por su infinita bondad en este mundo me tiene encomendado, habemos deliberado y deliberamos de hacer nuestro testamento y postrimera voluntad estando sano de nuestro cuerpo, seso y entendimiento, que Dios Nuestro Señor nos quiso conceder, en la manera y forma siguiente: «Lo primero, confesando firmemente, como creemos y confesamos todo lo que tiene y cree la Santa Madre Iglesia y lo que nos enseña, encomendamos nuestra ánima a Dios poderoso, nuestro Redentor, suplicándole humilmente que por su infinita misericordia y por los méritos de su sacratísima pasión, que por todos los pecadores quiso sufrir en la cruz, haya piedad de mi ánima y la ponga en su santa Gloria; y suplico a la sacratísima y purísima Virgen, Madre de Dios, abogada de los pecadores y mía, y al Arcángel San Miguel, y a los bienaventurados San Pedro y San Pablo, San Jacobo, San Andrés, San Carlos y San Gregorio, Santa Ana, la gloriosa Madalena, Santa Caterina y a todos los santos y santas, que sean para esto intercesores ante la Santísima Trinidad, Ordenamos y mandamos que doquier que nos halláremos, cuando Nuestro Señor fuere servido de nos llevar para la otra vida, nuestro cuerpo sea sepultado en la ciudad de Granada, en la capilla real de los Reyes Católicos, de 685
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gloriosa memoria, nuestros abuelos, y del rey don Felipe, mi señor y padre, que santa Gloria haya, están enterrados; que los dichos Reyes Católicos mandaron edificar, y dotaron, y Nos, después, mandamos acrecentar y dotar, en el lugar y parte de la dicha capilla, que pareciere a mis testamentarios, con que sea que mis padres y abuelos sean preferidos. Y cerca de mi cuerpo se ponga el de la Emperatriz, mi muy cara y muy amada mujer, que Dios tenga en su Gloria; y si Dios nos llamare estando fuera de España, en parte donde luego no pueda ser llevado nuestro cuerpo a la dicha ciudad de Granada, queremos que sea depositado en la ciudad más cercana que sea de nuestro patrimonio, en la iglesia principal de ella; y mandamos a nuestros testamentarios, que lo más presto que se pueda, lo trasladen y lleven a la dicha ciudad de Granada, donde sea sepultado como dicho es. Y ordenamos que las obsequias funerarias sean celebradas y fechas devotamente, a servicio y honra de Dios, sin pompa, como a mis testamentarios les pareciese. «Otrosí, ordenamos y mandamos que dentro del año de nuestro fallecimiento, y lo más breve y antes, que dentro del dicho año sean celebradas en diversos monasterios y religiones reformadas, y si a mis testamentarios pareciere, también en algunas iglesias parroquiales treinta mil misas, que la mayor parte de ellas sean de la Pasión, y las otras se digan de la Virgen Nuestra Señora y de la cruz y de réquiem. Las cuales se repartan en las partes y provincias de nuestros reinos y señoríos que a mis testamentarios pareciere, para que brevemente se digan; y daráse de limosna por cada una misa que en España se dijere un real, y por las que se dijeren en nuestros Estados de Flandres y tierras bajas, tres placas. Y porque en nuestra vida habemos mandado hacer capellanías y decir misas cantadas y rezadas en la capilla real de Granada, Nos ordenamos de nuevo otras misas y sacrificios perpetuos, y encomendamos afectuosamente a nuestros ejecutores y testamentarios,que ellos impetren por mí de la Sede Apostólica jubileo e indulgencia plenaria, las cuales desde ahora para entonces Nos pedimos, y para ello suplicamos, para que las dichas misas que se dijeren y limosnas que se hicieren sean más afectas a Dios y de mayor gracia para la salud de mi ánima. «Otrosí, ordenamos y mandamos que dentro del dicho año de mi fallecimiento se distribuyan treinta mil ducados de limosna en esta manera: Diez mil para redimir cristianos cautivos en tierras de infieles y los que más justos parecieren, prefiriendo a los que hubieren sido cautivos en nuestras armadas, donde nos hayamos hallado presentes, y después los que en las otras armadas nuestras hubieren sido cautivos; y los diez mil en casar mujeres pobres necesitadas, prefiriendo las que fueren huérfanas y de buena fama, y los diez mil restantes, para pobres vergonzantes que más necesitados sean.
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Otrosí, porque después que fuimos jurados por rey y señor de los reinos de la corona de Castilla y de Aragón, a nuestro parecer sin culpa nuestra se nos han ofrecido grandes guerras así contra el Turco, enemigo de la Cristiandad, como contra otros príncipes y potestades de ella, de cuya causa se nos han seguido grandes e inevitables gastos, y habemos venido en grande necesidad, por lo cual no hemos podido hacer lo que deseábamos, que era cumplir enteramente los testamentos del rey don Felipe, nuestro señor y padre; de los Reyes Católicos, Emperador Maximiliano y madama María, mis abuelos, que hayan santa Gloria, como teníamos obligación, por ende, mandamos que lo más presto que ser pudiere, sean observados, cumplidos y ejecutados en todo lo que faltare y restare por cumplir de ellos, y que en especial se cumpla lo que toca a la construción y dotación de la capilla del dicho rey don Felipe, nuestro señor padre, que mandó hacer en nuestra casa de Bruselas, y sea una misa cantada perpetuamente en la dicha capilla cada día. «Otrosí, mandamos que ante todas cosas se paguen todas las deudas y cargos, así de partidos como de quitaciones y salarios, acostamientos, tenencias y sueldos, descargos, deservicios y otro cualquier género de deudas, cargos e intereses de cualquier cantidad especial y calidad que sean, que se hallare yo ser obligado a pagar, así en nuestros reinos de Castilla y Aragón como en nuestros señoríos de Flandres, tierras bajas y cualesquier otras partes, las cuales mando que mis testamentarios averigüen, paguen y descarguen lo más presto que pueda ser, sobre lo cual muy estrechamente les encargo la conciencia; y para el cumplimiento y ejecución de esto obligamos y sometemos todos y cualesquier bienes nuestros muebles presentes y venideros. Y mandamos y es nuestra voluntad, que todos los tales bienes que dejáremos a la hora de nuestra muerte, por nuestros herederos y súbditos sean luego puestos, y con efeto y derecho librados en las manos y poder de nuestros ejecutores y testamentarios, o de la mayor parte de ellos, para que se cumpla sin dilación, y paguen las dichas deudas y todo lo que somos obligados; pero queremos y ordenamos que las piedras preciosas, joyas de valor, tapicería rica y otras cosas que se hallaren en nuestros bienes muebles, en especial algunas joyas e cosas amacinas, que hayan sido de nuestros abuelos e bisabuelos, que viéndolas el príncipe don Felipe, nuestro hijo y nuestro heredero, le sean dadas y las pueda tomar en precio moderado a arbitrio de mis testamentarios, con que sea obligado que dentro de dos años dará en manos de ellos el valor en que fueren apreciadas las sobredichas cosas. «Otrosí, por cuanto Nos procuramos con nuestro muy santo padre León X, y después con Adriano, que incorporase en nuestra corona de Castilla y de León los tres maestrazgos de Santiago, de Calatrava y Alcántara, y así fueron incorporados perpetuamente, lo cual es claro y cierto haber sido y ser en mucha utilidad y provecho de la dicha corona real y bien y pacificación de 687
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ellos, ordenamos y mandamos, conforme a un breve que para ello tenemos de nuestro muy santo Padre, que nuestros herederos o sus tutores (sobre lo cual les encargamos las conciencias) hagan librar y libren, acudan y recudan a nuestros testamentarios con los frutos y rentas y todos derechos, en cualquiera manera pertenecientes, mesas maestrales de los dichos tres maestrazgos por nueve años primeros siguientes después de nuestro fallecimiento, pagados los salarios y gastos de alcaides y otros ministros que se suele acostumbrar pagar, para que de lo que ha pasado lo remedien y enmienden como convenga, que por la presente de mi propio motivo y poderío real absoluto revoco, caso y anulo, e doy por ninguno y de ningún efecto y valor cualquier uso y costumbre que hubiere e haya habido, para que dél no se puedan los dichos grandes caballeros ni otras personas aprovechar ni alegarlo en tiempo alguno, para tiempo de prescripción, ni dejar de incurrir en las penas en que caen los que usurpan la jurisdicción real. Y porque la Reina Católica, mi abuela, en su testamento dejó y declaró que daba por ningunas y de ningún efeto y valor las mercedes que hizo de las cosas pertenecientes a la corona real de sus reinos, y afirmó que no emanaron de su libre voluntad; por ende, conformándome con lo contenido en el dicho testamento, ordeno y mando que la cláusula del que en esto habla, sea guardada como en ella se contiene. Y digo que declaro, que si yo alguna merced he hecho de las cosas de la dicha corona real, y de mano de cualquiera de mis reinos y senoríos o manda o dispensa contra ella, haciendo de nuevo, aprobando o o confirmando lo que por los reyes, mis predecesores, estaba hecho en perjuicio de la dicha casa real, e de mano e patrimonio de ella, yo lo revoco y doy por ninguno y de ningún valor y efeto, para que de ella no se pueda persona alguna aprovechar en algún tiempo. «Otrosí, porque a causa de las grandes necesidades que he tenido, hube vendido y vendí mucha suma de maravedís de juro de alquitar, los cuales yo tenía gran deseo y voluntad de quitar y rescatar luego que Dios me librase de las dichas necesidades; por ende, encargo a mi heredero que por tiempo fuere, o sus tutores, que por todas las vías y formas justas que hallaren y pudieren, tenga manera de lo quitar y sean tornadas y vueltas a la corona real lo más presto que ser pueda; lo cual es nuestra voluntad, y queremos que se entienda no solamente en los maravedís de juro vendido, como dicho es, en los nuestros reinos en la corona de Castilla, mas en lo vendido con facultad de lo poder quitar en cualquier manera, empeñado en los nuestros reinos de la corona de Aragón, Nápoles, Sicilia, para que aquello se rescate y vuelva a la corona y patrimonio real, y de mano, y lo mismo en lo que toca a los bienes vendidos y empeñados, por las necesidades en los nuestros Estados de Flandres y tierras bajas, para que aquéllos se quiten y rediman en todo lo que se pudiere.
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«Otrosí, porque los Reyes Católicos, mis abuelos, y yo vendimos algunos maravedís de juros, y hicimos otras mercedes de por vida a algunas personas, encargo la conciencia a mi heredero, que luego que las personas a quien fueren vendidos los dicos juros de por vida, o fuere hecha la tal merced murieren, se consuman y vuelvan a la corona real, y que no se les pase ni alargue por otra vida, ni más o menos tiempo; y a sus tutores y gobernadores mando que no hagan ni puedan hacer otra cosa, y que si lo hicieren, sean ninguno, y de ningún valor ni efeto. E ansimismo mandamos que las donaciones hechas por nuestra vida a los oficiales y servidores, criados y criadas de la Emperatriz, que haya santa gloria, no se puedan como quier ceder, vender ni proveer a otras personas algunas, antes se consuma todo, según las formas de las consignaciones que se les fueren hechas. «Item, porque debo a Dios Nuestro Señor, y por el grande amor paternal que tengo al serenísimo príncipe, mi muy caro y amado hijo, deseando más el aumento de sus virtudes y salvación de su alma que del acrecentamiento de los bienes temporales, afetuosamente le encargo y mando que, como muy católico príncipe, y temeroso de los mandamientos de Dios, tenga muy gran cuenta de las cosas de su honra y servicio, y sea obediente a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, especialmente le encargo e mando que favorezca y haga favorecer al Santo Oficio de la Inquisición contra la herética pravedad y apostasía, por las muchas y grandes ofensas de Nuestro Señor, que por ella se quitan e castigan; y guarde y haga guardar a las iglesias y personas eclesiásticas sus libertades, y favorezca y haga favorecer las religiones, y procure el aumento y reformación de ellas donde fuere menester, y que sea celador y que tenga mucho cuidado del culto divino, y que con todo corazón y ánimo anime a la justicia, la cual haga administrar sin excepción de personas, teniendo, como es obligado, mucha vigilancia y cuidado de la buena gobernación de los reinos y señoríos, en que después de Nos sucederá, y de la paz y sosiego de ellos, y que sea benigno y humano a sus súbditos naturales, y no les consienta que sean fatigados, ni les sean hechos agravios, y que señaladamente le he encomendado la protección y amparo de las viudas y huérfanas, pobres, miserables personas, para que no permita sean vejados o presos, ni en manera alguna maltratados de las personas ricas y personas poderosas, a lo cual los reyes tienen grande obligación. «Item, conformándome a lo que debo y soy obligado, de lo que así restare sean pagadas y satisfechas nuestras deudas y cargos, y todo lo que restare en los dichos nueve años de los dichos maestrazgos dende ahora lo aplicamos y consignamos para lo susodicho, por virtud del dicho breve y facultad apostólica que para ello tenemos, pues que las dichas deudas previenen de los que hemos sido y somos forzados gastar por el bien público y defensión y conservación de la cristiandad de nuestros reinos. Y porque puede ser que por 689
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razón de los grandes gastos y costas que habemos tenido por las dichas guerras que no habemos podido excusar, por ventura los sobredichos muebles, fruta, y rentas y consignaciones señaladas no bastaren para pagar y satisfacer los cargos y deudas que así debemos, en tal caso ordenamos y mandamos al príncipe nuestro hijo y nuestros herederos y sus tutores que realmente y con efecto ellos libren en poder de nuestros ejecutores y testamentarios de la renta de nuestros reinos tanta suma de maravedís en dinero cuanto fuere menester al cumplimiento de lo susodicho, y encargamos y mandamos a nuestros herederos y a sus tutores que por ninguna necesidad que se ofrezca se deje de librar, cumplir e pagar, por manera que nuestra ánima sea descargada, y todos los Consejos y lugares, y personas particulares a quien se debieren, sean satisfechos y pagados enteramente todo lo que les fuere debido. Y encargamos y mandamos a los dichos nuestros testamentarios, que tengan especial cuidado de pagar a mis criados todos las quitaciones y gajes que se les debieren infaliblemente, y con mucha atención y equidad, teniendo respeto, a que los pobres y personas que tuvieren más necesidad sean preferidos a los ricos, para ser primero pagados. Y quiero y es mi voluntad, que no se haga diferencia entre los naturales de los reinos de España a los otros naturales de los otros nuestros reinos, Estados y señoríos, criados nuestros que nos han servido en los dichos reinos, en el tiempo y pagas que se les han de hacer de sus deudas; antes, teniendo respeto y consideración que los que estuvieren fuera, y quieren volver a ellas, sean satisfechos con la mayor presteza que ser pueda. «Otrosí, por cuanto a causa de las dichas necesidades, que nos han ocurrido después que sucedimos en estos nuestros reinos de la corona de Castilla y Aragón, y señoríos de ellos, y tolerado que algunos grandes y caballeros hayan llevado las alcabalas, tercias, pechos y derechos pertenecientes a la dicha corona y patrimonio real y de nuestros reinos, y no he podido cumplir ni ejecutar la cláusula que dejó en su testamento la Católica Reina, mi señora y abuela, que habla sobre las dichas alcabalas, las provisiones que mandó dar y dio antes que falleciese. Por ende, porque los dichos grandes, caballeros y otras personas, a causa de la dicha tolerancia y disimulación que hemos tenido, no pueden decir que tengan uso y costumbre, ni prescripción pueda perjudicar al derecho de la corona y patrimonio real, y a los reyes que después de nosotros sucedieren en los dichos reinos y señoríos, y por la presente, por descargo de mi conciencia, digo y declaro que la tolerancia y disimulación que ha tenido cerca de lo susodicho no pare perjuicio a la corona y patrimonio real, y a los reyes que después de nosotros sucedieren en los dichos reinos y señoríos, y de nuestro proprio motu y cierta ciencia y poderío real absoluto, de que en esta parte queremos usar e usamos como rey y soberano señor, no reconociendo superior en lo temporal en la tierra, revoco y anulo, y doy por ninguno, e de ningún efeto y valor la dicha tolerancia, y 690
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cualquiera disimulación o licencia de palabra o por escrito que yo haya fecho o dado, en cualquiera transcurso de tiempo, aunque fuese tanto que bastase causar prescripción, aunque fuese de cien años o más tiempo, que no se tuviese memoria de hombres en contrario, para que no les pueda aprovechar, y siempre quede el derecho de la corona real salvo, ileso, que pueda yo, o los reyes que después de mí sucedieren en los dichos reinos e señoríos, incorporar en la corona y patrimonio real las dichas alcabalas, tercias, pechos e derechos reales, como cosa anexa a la dicha corona, y que de ella no se ha podido, ni pueda apartar por alguna tolerancia, disimulación, permisión o transcurso de tiempo, ni por expresa licencia e concesión que hubiese de Nos o de los reyes nuestros predecesores, mas por le hacer merced le hago gracia, donación de lo que hasta aquí han llevado, para que en algún tiempo a ellos ni a sus herederos le sea pedido ni dernandado. «Otrosí, por cuanto yo he sido informado que algunos grandes y caballeros de mis reinos y señoríos, por formas y maneras que han tenido, han dado y hecho e puesto impedimento a los vecinos y moradores de sus tierras para que no apelen de ellos, ni de sus ministros de justicias para Nos e nuestras chancillerías, como por derecho y leyes de nuestros reinos lo pueden y deben hacer; y si esto pasase adelante y no se remediase, sería en mucho detrimento de la justicia y preeminencia real e suprema jurisdición y daño de los súbditos y naturales de nuestros reinos. Por ende, por descargo de mi conciencia digo y declaro que si algo de lo susodicho he pasado y quedado por remediar, ha sido por no haber claramente venido a mi noticia, y encargo y mando al príncipe, mi hijo, mis herederos o sus tutores, que no le consientan ni permitan, e pongan diligencia en saber la verdad de lo que en esto de derecho e leyes, e establecimientos de mis reinos, Estados e señoríos, establezco e instituyo por mi heredero y sucesor universal en todos los dichos mis reinos e señoríos, así de Castilla, de León, de Aragón, Cataluña, Navarra, Galicia, Sevilla, Granada, e las islas de Canaria y de las Indias y tierra firme del mar Océano, mar del Norte y mar del Sur y otras cualesquier islas y tierras descubiertas, e que se descubrirán e señorearán de aquí adelante, como en todos los otros mis reinos de Nápoles, Sicilia, Mallorca, Menorca, Cerdeña y de todos los demás señoríos y derechos, como quiera que sean pertenecientes a la corona de Castilla, Aragón, en los mis Estados, señoríos de Borgoña y de Brabante, Lucemburg, Arianburg, Güeldres, Flandres, Holanda, Zelanda, Frisa, Namur, Artoes, Henaut, Malinas y en todos los otros Estados, tierras y señoríos en las tierras bajas o cualquiera otra parte a nos pertenecientes, en cualquiera manera, y sus derechos y acciones, y pertenencias al serenísimo príncipe don Felipe, mi muy caro y amado hijo primogénito, heredero, el cual quiero que los haya, herede y suceda en todos ellos y en todo el derecho título que me pertenecen y pertenecer pueden en cualquier manera a todo ello, y las haya con bendición de Dios y con la mía después de mis días. El cual, luego que Dios me llevare 691
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de esta presente vida, se intitule, llame y sea rey, como se hizo conmigo después de la muerte del Rey Católico, mi señor abuelo. Y mando a todos los perlados, grandes, duques, condes y marqueses, e ricos hombres, e a los priores, comendadores, alcaides de casas fuertes y llanas, y a los caballeros, adelantados, merinos y a todos los Consejos, justicias, alcaldes, alguaciles, regidores y oficiales, hombres buenos, y a todas las ciudades, villas y lugares, y tierras de mis reinos y señoríos, y a todos los visorreyes, gobernadores, castellanos, capitanes y guardas de las fronteras de allende y aquende el mar, y a otros cualesquier ministros y oficiales de los mis reinos, así de la corona de Castilla e Aragón, Nápoles, Sicilia, como de los nuestros Estados y señoríos de Borgoña, Brabante, Flandres y de todos los demás de las tierras bajas a nos pertenecientes y de suso declarados, y a todos los otros mis vasallos y súbditos, y naturales de cualquier Estado y preeminencia y dignidad que sean, por la fidelidad y reverencia, sujeción, vasallaje que me deben, y son obligados como a su rey y señor natural y en virtud de los juramentos y fidelidad, y pleito homenaje que me hicieron al tiempo que sucedí en los dichos reinos, Estados y señoríos, cada y cuando que pluguiere a Dios me llevar de esta presente vida, a los que se hallaren presentes, y a los ausentes, dentro del término que las leyes de los dichos reinos y señoríos en tal caso disponen, vengan, hagan y tengan, y reciban al dicho don Felipe, mi hijo, por su rey y verdadero señor natural proprietario de los dichos mis reinos, Estados, tierras y señoríos, y alcen pendones por él, haciendo las solemnidades que en tal caso se suelen y acostumbran hacer, según el estilo, uso y costumbre de cada provincia, y así le nombren e intitulen dende en adelante, y le den presentes, y exhiban, y le hagan prestar y exhibir toda la fidelidad, lealtad y obediencia que, como sus súbditos y naturales, son obligados a su rey y señor. Y mando a todos los castellanos, alcaides de alcázares, fortalezas, castillos y casas llanas y fuertes y sus lugares tenientes de cualesquier ciudades, villas y lugares y despoblados, que hagan pleito homenaje y juramento, según costumbre y fuero de España, de los que fueren de las coronas de España, y en los otros Estados y señoríos de Flandres, y las tierras bajas, según la costumbre de la provincia donde serán por ellas al dicho príncipe don Felipe, mi hijo, y de las tener y guardar para su servicio durante el tiempo que se las mandare tener. Lo cual todo lo que dicho es, y cada una cosa y parte de ello, les mando que cumplan e hagan realmente y con efeto, so aquellas penas y casos en que caen e incurren los rebeldes e inobedientes a su rey y señor natural, y quiero y así lo otorgo y mando al serenísimo príncipe, mi hijo, que en cuanto viniere la serenísima y muy alta y muy poderosa reina, mi señora madre, reine juntamente con ella, según y por la orden que yo lo he hecho y hago al presente, y por aquella misma manera. Y mando al dicho príncipe mi hijo, y a cualquiera heredero mío y sus tutores y gobernadores, que la sirvan y acaten, y hagan que sea servida y acatada, como a su real persona conviene y es necesario, y le hagan acudir e acudan, e señalen e sean señalados los cuentos 692
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de maravedís que yo le he mandado librar, y de todo lo que ha menester cada año para la provisión y salarios, y quitaciones de su casa y criados, sin que en ello haya falta ni defecto alguno. Y ordenamos y mandamos que cuando Nuestro Señor pluguiere de llevar para sí a Su Alteza (que sea después de muchos años), su cuerpo sea llevado a la ciudad de Granada y sepultado en la capilla real arriba dicha, cerca del rey don Felipe, mi señor y padre, que haya santa gloria, con las solemnidades y pompa que a su real persona conviene. «Otrosí, encargo al dicho príncipe mi hijo y heredero, que mire mucho por la conservación del patrimonio real de los dichos reinos, Estados y señoríos, y que no venda ni enajene, ni empeñe algunas de las ciudades, o villas, o vasallos, o jurisdiciones, rentas, pechos y derechos, ni otra cosa alguna perteneciente a la corona real de los dichos reinos e patrimonio de ellos, y de los otros Estados y señoríos, y que haga guardar y mirar las preeminencias reales en todo aquello que al cetro real y al señorío convenga, y guarde y mande guardar a los hijosdalgo sus libertades y exenciones, como su gran lealtad y fidelidad lo merece, y le encargamos que haga mercedes y mande hacer buen tratamiento a los criados de la reina mi señora, y míos. «Item, porque se ha considerado que sería muy conveniente por justas causas y respetos procurar con nuestro muy Santo Padre que se dispensasen y efetuasen tantas canonjías en las iglesias catedrales de España, en los obispados principales, donde residen los inquisidores contra la herética pravedad, para que de cada uno de ellos tuviese una reprensión en el obispado principal del partido do reside, con el cual el Santo Oficio sería más honrado y favorecido, y los dichos inquisidores mejor entretenidos, y se siguirían otros provechos, afetuosamente encargo al dicho serenísimo príncipe mi hijo que si cuando Dios me llevare de esta presente vida no estuviere despachado, lo haga despachar, y procurar y efetuar como cosa en que Dios será muy servido y el Santo Oficio favorecido como dicho es. Y después de los días del serenísimo príncipe suceda en los dichos mis reinos y señoríos el serenísimo infante don Carlos su hijo y nieto, y después de él, su hijo mayor varón, si lo hubiere, y en defecto, de varón, su hija mayor, siendo siempre un solo sucesor, con declaración cuanto a los Estados y señoríos de Flandres y tierras bajas que adelante en este testamento se pornán y especificarán. Y si por ventura, lo que Dios no quiera ni permita hubiese llevado de esta presente vida al dicho príncipe don Felipe mi hijo al tiempo de su fin y muerte, en tal caso desde luego establezco y constituyo por mi heredero y sucesor universal en todos los mis reinos y señoríos con la dicha declaración que de suyo se dirá, al dicho serenísimo infante don Carlos su hijo, mi nieto; el cual mando que sea habido y tenido después de mis días por rey, según por la forma que está dicho y declarado en la persona del dicho príncipe mi hijo, padre de dicho infante, teniendo siempre la obediencia e acatamiento que está dicho a la Católica 693
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reina mi señora madre, como a su real persona es debida. Y en caso que del dicho infante don Carlos no quedase sucesión legítima y hubiese quedado otro hijo, el tal hijo o hija suceda en todo según de suso, prefiriendo siempre el mayor al menor y el varón a la hembra, y en igual línea y grado, el nieto o nieta, hijo del primogénito que murió en vida del padre al hijo segundogénito, que se halló vivo al tiempo de la muerte del padre; conforme a la disposición de las leyes y premáticas de las Partidas y otras de nuestros reinos y señoríos. «Y por cuanto en los días pasados con voluntad y expreso consentimiento y poder suficiente nuestro y del serenísimo príncipe don Felipe se concertó matrimonio entre él y la serenísima reina de Ingalaterra y de Francia, María I de este nombre, y sus legítimos procuradores, y se contrajo el dicho matrimonio por palabras de presente, en la forma que se ordena y tiene ordenada la Santa Madre Iglesia, y entre otras cosas que en el tratado del dicho matrimonio se asentaron y concertaron y prometieron, hay un capítulo que dispone cerca de la sucesión de los dichos Estados de Borgoña y Brabante, Flandres y todas las tierras bajas. Por ende, decimos y declaramos, ordenamos y mandamos, conformándonos con lo capitulado, asentado, aprobado y ratificado en el tratado del dicho matrimonio, que consumiéndose aquel matrimonio y quedando hijos de tal matrimonio, que el hijo mayor varón de allí procedido suceda en todos los dichos nuestros Estados y señoríos de Borgoña, de Brabante, Güeldres, Flandres, Holanda, Zelanda y todas las tierras bajas que a nos pertenecen y pertenecer pueden en cualquier manera, enteramente. Y si hijo varón no quedare ni fincare del dicho matrimonio, que suceda la hija mayor que de él procediere en todo y por todo como está dicho en el hijo. Y para en cualquiera de los dichos dos casos de hijo o hija del tal matrimonio, porque mi última voluntad se conforme con lo capitulado y asentado en el dicho tratado matrimonial y todo venga en una conformidad y entre nuestros herederos y los reyes que después de Nos vinieren no hayan diferencia alguna por falta de declaración mía y última disposición, queremos y ordenamos y mandamos lo asentado en este caso y contratado por causa onerosa sea guardado inviolablemente, y el dicho serenísimo infante don Carlos nuestro nieto sea apartado y excluido de la sucesión de los dichos Estados y señoríos de Borgoña, Brabante e Güeldres, Holanda y Zelanda, Flandres y Frisa y todos los otros que a nos pertenecen y pertenecer pueden en las tierras bajas, porque así conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y bien de su santa católica religión y a la paz universal de la Cristiandad contra los infieles y enemigos de ella, y a la guarda y aumento y conservación de todos nuestros reinos, Estados y señoríos, así de la corona de Castilla, Aragón, como de las dichas tierras bajas y las demás, y a la quietud y sosiego, aumento, tranquilidad y sosiego y satisfacción de todos nuestros súbditos y naturales de todas partes, y por otras muy importantes causas honestas e justas, e debidos respetos. Pero cuando del dicho matrimonio no quedase hijo ni hija, en tal 694
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caso el dicho ilustrísimo infante don Carlos suceda en todos los dichos Estados de Borgoña, Brabante, Güeldres, Flandres, Holanda, Zelanda y todas las tierras bajas, bien así como está dispuesto en la persona del dicho serenísimo príncipe don Felipe mi hijo, y como si el dicho tratado matrimonial no fuese hecho ni otorgado. Y en caso que hijo quedase del dicho matrimonio que haya de suceder en los dichos Estados por falta de varón, ordenamos y mandamos, conformándonos con un capítulo del dicho tratado, que la tal hija, casándose con hombre que sea originario inglés o de las dichas tierras bajas, lo puede hacer libremente; pero que si quisiere casarse con otro fuera de Ingalaterra o de las dichas tierras bajas, no originario de la una ni otra parte, que sea obligada a tomar para ello consejo y tener consentimiento del dicho infante don Carlos su hermano, nuestro nieto, y que cuando así no se cumpliese, que al dicho infante le quede su derecho a salvo para suceder en los dichos Estados y tierras bajas. «Y en caso que al dicho príncipe mi hijo don Felipe, ni al dicho infante don Carlos no quedase sucesión legítima, nombro por universal heredera y sucesora de todos los dichos reinos y señoríos de todas las dichas partes a la serenísima infanta doña María, reina de Bohemia, nuestra hija; la cual mandamos que luego sea jurada por reina y señora, según y como está dicho en la persona del dicho serenísimo mi hijo, teniendo respeto y acatamiento y reverencia que es debida a la Católica reina mi señora madre. Y después de los días de la dicha infanta reina nuestra hija, nombro a su hijo varón mayor legítimo, y en defeto de varón, su hija mayor legítima, con prerrogativa del mayor al menor, y el varón a la hembra, y el nieto hijo del primogénito al segundo, según de suso está declarado. «Y cuando acaeciere fallecer la dicha infanta doña María nuestra hija sin sucesión legítima, en tal caso ordenamos y mandamos que suceda en todos los dichos nuestros reinos y señoríos, la serenísima infanta doña Juana, princesa de Portugal, nuestra segunda hija, y después de ella su hijo el mayor varón, y en defecto, de varón su hija mayor, prefiriendo siempre el varón a la hembra, y el mayor al menor, y el nieto al hijo segundogénito del último rey o reina que falleciere, según de suso está dicho y repetido. «Y en caso que la dicha infanta princesa nuestra hija, doña Juana, falleciere sin dejar descendientes legítimos, en tal caso llamamos e habemos por llamado a la sucesión de los dichos reinos, Estados y señoríos universalmente al serenísimo infante don Fernando, rey de romanos y Hungría, nuestro hermano, teniendo el acatamiento y reverencia que está dicha a la Católica reina mi señora madre, y después de los días del dicho serenísimo rey mi hermano, a su mayor varón legítimo, y en defecto de varón su hija mayor legítima, con las prerrogativas y declaraciones susodichas. 695
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«Y en defecto de sucesión legítima del dicho nuestro hermano, declaramos y establecemos por nuestra heredera universal de todos los dichos reinos, Estados y señoríos, de suso declaramos, a la Cristianísima reina viuda de Francia doña Leonor mi hermana, y después de sus días a su legítima sucesión, según de suso está puesto y repetido. «Y en defecto de sucesión legítima de la Cristianísima reina, ordenamos y mandamos que suceda en los dichos nuestros reinos, Estados, tierras y señoríos, la persona que debiese suceder, según derecho y razón, leyes de las partidas y de las otras susodichas. «Item, porque la serenísima Emperatriz y reina mi mujer, que haya santa gloria, por un codicilo otorgado en la ciudad de Toledo a 27 de abril del año de 1539 dispuso que el tercio y remanente del quinto de sus bienes, derechos y acciones quedase a nuestra disposición, porque su voluntad era de mejorar y mejoraba en ello al príncipe nuestro hijo, o a la infanta doña María, o infanta doña Juana nuestras hijas, o a cualquier de ellas, que Nos declarásemos en nuestra vida o última voluntad, dándonos facultad para que lo pudiésemos dar o repartir entre ellos como nos pareciese e viésemos más convenía, instituyendo en todo lo demás (cumplido su testamento) por universales herederos a los dichos príncipes don Felipe, infanta doña María y doña Juana nuestras hijas por iguales partes, revocando cuanto a lo suso dicho, si necesario era, su testamento que primero había hecho, según que en el dicho codicilo más particularmente se contiene, y más queriendo usar como usamos de la dicha facultad a Nos dada por la dicha serenísima Emperatriz y reina cerca de la dicha mejora del tercio remanente del quinto de sus bienes, derechos, acciones,considerando lo que está hecho, tratado y asentado en los casamientos de las dichas infantas nuestras hijas, que pasa de esta manera. Al tiempo que se concertó el casamiento de la infanta doña Juana mi hija con el príncipe de Portugal, se nombraron por dote a la dicha infanta nuestra hija, trecientos y cincuenta o trecientos y sesenta mil cruzados de valor de a cuatrocientos reis cada uno, moneda de Portugal, los docientos mil de nuestras partes, y por lo que de Nos le podía pertenecer, y las ciento y cincuenta o ciento y sesenta, por lo que le podía pertenecer de la legítima y herencia de la serenísima Emperatriz y reina su madre, creyendo entonces, y siéndonos dicho que no montaban más la dicha legítima. Y después de aquello, estando Nos en Alemaña, se concertó el casamiento de la infanta doña María nuestra hija mayor con el rey de Bohemia, y se le prometió en dote trecientos mil ducados o escudos, docientos mil por nuestra parte y cien mil de la legítima de su madre, como por la capitulación parece, no habiendo entonces recuerdo de lo que a la infanta doña Juana su hermana se la había dado, ni teniéndose noticia de lo que sus legítimas maternas podrían montar, y le podía pertenecer, por lo cual después estando en Inspruch mandamos en un 696
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codicilo que se le diesen cincuenta o sesenta mil ducados que faltaban para la igualar con la dicha infanta doña Juana su hermana. Y para mayor satisfacción nuestra e averiguación de la verdad, y que la cuenta se hiciese de raíz y con fundamento, mandamos escribir a España, para que el serenísimo príncipe nuestro hijo lo hiciese bien ver y examinar, y habiéndose hecho así allá y acá, y conmigo consultado, se ha determinado que las joyas y muebles que quedaron y fincaron de la serenísima Emperatriz se han de juntar con las novecientas mil doblas que trajo en dote, y que todo junto es herencia de sus hijos. Lo cual todo, sacadas ciertas partidas de las dichas joyas, que se debieron sacar y reducir, monta líquidamente un millón y ciento y sesenta mil y ochocientas y sesenta y dos doblas, las novecientas mil del dicho dote y los restantes del valor de las dichas joyas y bienes muebles. De la cual suma, sacando el tercio y quinto entero, porque las mandas hechas por la serenísima Emperatriz Nos las hecimos cumplir por otra parte, que monta tercio y quinto quinientas y cuarenta y seis mil y cuatrocientas y siete doblas, lo remanente se ha de repartir por iguales partes entre los dichos serenísimo príncipe e infantas nuestras hijas, como legítimas que a cada uno de ellos pertenece, que monta cada legítima docientas y ocho mil y ciento y cincuenta y cinco doblas; de manera que el que de nuestros hijos fuere mejorado en el tercio y quinto, ha de haber de ello y de la legítima setecientas y cincuenta y cuatro mil y quinientas y cincuenta doblas. Y nuestra voluntad ha sido siempre y es, y así lo declaramos, de mejorar como mejoramos en el dicho tercio y quinto enteramente al dicho don Felipe, nuestro hijo, para que lo haya e goce, de más e allende de lo que de su legítima le cabe, y cada una de las dichas nuestras hijas reina de Bohemia y princesa de Portugal haya las dichas docientas y ocho mil y ciento y cincuenta y cinco doblas de su legítima materna, con que se cumple el dicho un millón y sesenta mil y ciento, novecientas y sesenta y cinco doblas, lo cual así declaramos. Y mandamos que cada una de las dichas reina de Bohemia, princesa de Portugal, infantas doña María y doña Juana, nuestras muy caras y muy amadas hijas, se cumpla por su legítima materna la suma de las dichas docientas y ocho mil e ciento y cincuenta e cinco doblas, la cual se ha de cumplir en la manera aquí expresada, conviene a saber: la serenísima reina de Bohemia tiene señalados cien mil ducados por la legítima de su madre, como dicho es, y por éstas, y por las docientas mil que de nuestra parte se le señalaron, se les responde y da por su entretenimiento y sustentación de su casa y Estado, en cada un año lo que montare a razón de diez por ciento, en tanto que no le fuese pagada toda la suma o señalada renta perpetua por ella; y así mandamos que se haga y cumpla sin dilación y falta alguna, y que lo que estuviere por pagar al tiempo de mi fallecimiento, así de lo principal como de lo que a ella se ha de dar para su entretenimiento, se le dé y pague, para que la suma toda se convierta y cumpla en renta ordinaria para seguración de sus dotes y sustentación de su Estado, conforme a lo asentado en los capítulos del matrimonio. Demás de esto tiene recibido de las dichas joyas que fincaron de 697
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la Emperatriz que haya gloria, que por iguales partes fueron partidas entre todos los hermanos, el valor de noventa y siete mil y quinientas y setenta y siete doblas, según el precio justo y tasación que se hizo, de las dichas joyas, así que, juntando esta suma con los cien mil ducados o escudos señalados por legítima, faltarían para cumplimiento entero de las dichas docientas y ochenta mil y ciento y cincuenta e cinco doblas a satisfacción cumplida su legítima materna diez mil y quinientas y sesenta y ocho doblas, las cuales hemos mandado que se le paguen de contado. Y porque con esto se cumpla con la dicha reina María mi hija todo lo que le es debido, queremos y mandamos que la suma de los dichos cincuenta o sesenta mil ducados que le habíamos mandado añadir, cese y no se le paque. «Item, lo que toca a la serenísima infanta princesa doña Juana, lo que más pasa es que cuando se concertó su casamiento con el príncipe de Portugal, y el de la infanta doña María, hija del serenísimo rey de Portugal, con el serenísimo príncipe don Felipe nuestro hijo, se prometieron por el dicho serenísimo rey a su hija quinientos y cincuenta hasta quinientos y sesenta mil cruzados, y Nos prometimos a la dicha infanta doña Juana nuestra hija trecientos y cincuenta hasta trecientos y sesenta mil cruzados, por manera que se presupuso que lo que había de recibir en dote el dicho príncipe nuestro hijo eran docientos mil cruzados más que lo que el príncipe de Portugal había de haber en dote con la infanta nuestra hija, y en efeto, no ha recibido más, de los cuatrocientos mil. Fueron en descuento de otros tantos de lo que habíamos de dar a la infanta nuestra hija, que fue la parte que señalamos por lo que le podía pertenecer de la legítima de la serenísima Emperatriz, que haya gloria, porque los docientos mil fueron señalados de nuestra parte y por lo que de Nos le podía pertenecer, como dicho es, y por el tratado de los dichos casamientos parece por un capítulo de ellos, la obligación de los otros ciento y cincuenta o ciento y sesenta mil cruzados, quedó a Nos para con nuestra hija. Y porque el matrimonio de entre ella y el dicho príncipe de Portugal es disuelto por muerte de él, quedando ella viuda, aunque con hijo del dicho matrimonio, es mi voluntad y mando que si yo no hubiere de otra manera cumplido con ella lo que toca a la suma de los dichos ciento y cincuenta o ciento y sesenta mil cruzados, que se vea lo que de razón y justicia se debe hacer, y aquello se haga, y lo que se hallare ser debido se cumpla, porque nuestra intención no fue ni es de hacer perjuicio a alguno. Y asimismo decimos y declaramos que la dicha capitulación en cuanto toca a los ciento y cincuenta o ciento y sesenta mil cruzados que el príncipe nuestro hijo ha recibido menos en dote con la princesa su mujer, que haya gloria, por razón del dicho descuento, no le pare perjuicio al infante don Carlos su hijo, nuestro nieto, sino que se les haga justicia y razón como está dicho en la de la infanta doña Juana. Y porque ella tiene recibidos del valor de las dichas joyas que fueron de la serenísima Emperatriz, la suma de las noventa y siete mil y quinientas y sesenta y siete 698
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doblas, como dicho está, decimos, declaramos y mandamos que sobre la dicha suma se haya de cumplir lo que fueremos obligados de razón y justicia, hasta ser cumplido lo que de su legítima materna le toca y arriba está declarado, para que ambas hermanas queden iguales. Y por cuanto el repartimiento de las dichas joyas que fueron de la dicha serenísima Emperatriz, que haya gloria, y sus muebles, se hizo por virtud de una carta nuestra escrita desde Augusta a la serenísima reina de Bohemia nuestra hija, que entonces gobernaba en España, estando con Nos el serenísimo principe nuestro hijo, por la cual le escribíamos que nuestra voluntad era, y así lo habíamos colegido de voluntad de la Emperatriz, que haya gloria, que las joyas se repartiesen entre el príncipe y sus hermanas, por iguales partes, y que así se hiciese como en efecto se hizo, y se entregó cada uno de su tercia parte. La cual carta se escribió después de Nos haber determinado de mejorar en el dicho tercio y quinto de los bienes que fincaron de la dicha serenísima Emperatriz al dicho príncipe don Felipe nuestro hijo, y de hecho lo habemos así ordenado y dispuesto en el testamento que en Bruselas antes habíamos otorgado. Y nunca fue nuestra intención de perjudicar por la dicha carta ni tocar al tercio y quinto, sino que de lo que de las joyas se diese a cada una de nuestras hijas fuese en cuenta y pago de lo que de su legítima materna le podía caber. Por ende, desde ahora, para mayor claridad, lo decimos y disponemos y mandamos así, que el dicho príncipe don Felipe haya e lleve enteramente en el dicho tercio y quinto de mejora de más de su legítima, segun que de suso está dicho e declarado. Y en lo que toca, a los docientos mil cruzados que por nuestra parte, y lo que de Nos podía pertenecer a la dicha infanta princesa nuestra hija, mandamos que lo que no estuviere en ello cumplido se cumpla y satisfaga enteramente como le fue señalado en lugar de la legítima, que de Nos le podía caber; y así instituímos a cada una de las dichas nuestras hijas, infanta doña María y doña Juana, reina de Bohemia, y princesa de Portugal, por nuestras herederas, a cada una de las cuales se satisfará de sus legítimas, que de Nos les pueden pertenecer, con los docientos mil ducados que le están señalados a cada una, y en todo lo demás tocante a nuestros reinos y señoríos, bienes muebles, derechos e acciones que nos pertenecen o pertenecer pueden, excluímos y hemos por excluídas a las dichas nuestras hijas, y a cada una de ellas, porque con la suma susodicha está cumplido suficientemente con ellas. «Item, es mi voluntad, declaro e ordeno y mando que las sumas que se debieren al tiempo de mi fallecimiento a las dichas reinas de Bohemia, e infanta princesa doña Juana, mis hijas, por razón de sus dotes y legítimas, por ser cargo de los reinos y deuda que yo debo como rey y padre suyo, se paguen de las rentas reales y patrimonio de los dichos reinos y señoríos, y no se toque para la satisfacción de esto a la renta de los tres maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara, que yo dejo consignado por virtud del Breve Apostólico que tengo para la paga y satisfacción de otras deudas que debo y soy obligado 699
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a pagar por descargo de mi conciencia, y lo mismo declaro y mando que se entienda y guarde en las sumas que fueren debidas a mercaderes por asientos y cambios que con ellos se hayan hecho, los cuales han sido por cosas que no se han podido excusar para la defensa y amparo y conservación de mis reinos, por la autoridad y reputación de nuestra persona, y por tanto son a cargo nuestro como rey, y de nuestro sucesor, y se han de pagar de las rentas reales y patrimoniales de nuestros reinos, Estados y señoríos, y no de los dichos maestrazgos. Y así, encomiendo y encargo al dicho príncipe mi hijo que lo haga inviolablemente guardar y cumplir, pues también la satisfacción de los dichos cambios le cumple a él por la conservación del crédito que tanto habrá menester. Y cuando sobrare algo de las rentas de los dichos maestrazgos, pagadas las otras deudas para que están señaladas, allí se quedará, para que lo goce el dicho príncipe mi hijo, como administrador que ha de ser de ellos, pues de la tal sobra yo no dispongo que se gaste en otros usos. Y a mis testamentarios mando que guarden, y cumplan y ejecuten lo susodicho, según está declarado. «Item, porque la manda que hago arriba de los treinta mil ducados para casamientos de mujeres pobres, y redención de cautivos, y limosnas a pobres evergonzados no se defiera ni en ello haya estorbo, ni dilación, ni impedimiento alguno por algún respeto ni causa, ni que se diga que no hay dineros aprestados para ello, y que sean menester esperar que se hayan; por ende, ordeno y mando que los treinta mil ducados que ya antes agora tengo mandados, que se metan en una arca con tres llaves y se depositen en la fortaleza de Simancas, y allí estén hasta el tiempo que Dios fuese servido de me llevar de esta presente vida, los cuales treinta mil ducados son de los que se cogen de los derechos de once y seis al rnillar, que algunos años ha que lo mando recoger, y que adelante se contiene, estos mismos treinta mil ducados de este depósito se conviertan y empleen todos en el cumplimiento y efetuación de la dicha manda, y en aquellas mismas tres obras pías precisamente, y no en otra cosa alguna. Y para este efeto mando a las personas que las tres llaves de la arca tuvieren del dicho depósito, que las entreguen luego a mis testamentarios, que en España se hallaren al tiempo de mi muerte, y ellos se apoderen de los dichos treinta mil ducados para en cumplimiento de lo susodicho; y al alcaide de la dicha fortaleza y su lugarteniente mando, en virtud de la fidelidad que nos deben, homenaje que nos tienen fecho, y so pena de caer en caso feo, que libremente y sin dilación alguna dejen a los dichos mis testamentarios, o a quien ellos enviaren, sacar la dicha arca y dinero. «Item, mando y es mi voluntad que si cuando yo falleciere quedare viva la reina mi señora madre, que del dinero recogido y depositado en Simancas se tomen diez mil ducados y aquéllos se distribuyan en obras pías por el ánima 700
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de Su Alteza, como yo antes de ahora le tenía mandado, y la distribución se haga al servicio de Dios como a mis testamentarios parecerá, de quien yo confío. Y si demás e allende de la suma de los dichos treinta mil ducados del dicho depósito, y de los diez mil ducados, se hallare alguna cantidad de dineros de lo perteneciente a los dichos derechos de once y seis al millar, que habemos, como dicho es, mandado recoger y que adelante se contiene, de los cuales dineros no hayamos dispuesto en vida, mandamos que la tal cantidad se convierta y distribuya en obras pías de las demás susodichas, como a mis testamentarios les pareciere, de manera que se haga como más cumpla al servicio de Dios Nuestro Señor y beneficios de mi ánima. Y para este efeto, encomiendo mucho al príncipe mi hijo que provea y mande que se tomen y fenezcan las cuentas con los que hubieren tenido cargo de cobrar los dichos derechos, por manera que haya buen recaudo, y no permita ni dé lugar a que cosas de estas consignaciones que se haya cobrado, o fuere corrido, o se debiere hasta el día de mi muerte, se convierta en otro uso alguno. «Otrosí, en lo que toca al cuento de juro en las Indias, que el duque de Alba, mi mayordomo mayor, me suplicó que le perpetuase y confirmase, y declaré por una cédula que fue inclusa en mi testamento, que otorgué en Bruselas a 19 de mayo, año de 1550, lo que habrá en aquel negocio pasado, y dispuse y mandé lo que en ella se había de hacer y ejecutar, y otra del mismo tenor irá incluso en este testamento, y después estando yo en Augusta, y difiriéndose por embarazos que había con el cumplimiento de la merced que le hizo sobre el Estado de Neobuc, cuando se acabó la guerra de Sajonia, se la mudé y pasé en las Indias por le hacer merced, donde le consigné ciento y treinta y seis mil ducados de trecientos y setenta y cinco maravedís, por esto el duque se apartó de la pretensión del dicho cuento y confirmación dél, y dijo y ofreció que entregaría los títulos que de ello tenía, para que se rasgasen, e ansí me ha escrito el príncipe mi hijo que se ha hecho. Por ende, ordeno y mando que lo que no estuviese fecho y cumplido con lo que el dicho duque ofreció y consintió, como de lo que en la dicha cédula se contiene, se efectúe y cumpla, que gozando el dicho duque el dicho cuento por sus días en el servicio y montazgo donde le fue señalado en lo que toca a las Indias, no hayan él ni sus herederos recurso alguno, y se haya por ninguna la confirmación que de ello hubo, e de ningún valor y efeto, porque por tal yo la pronuncio por las causas en la dicha cédula montenidas. Y demás de esto mando que se cobre el título primero del dicho duque don Fadrique, abuelo del duque que hoy es, que hubo del Rey Católico mi señor y abuelo el dicho cuento, y se rasgue, pues demás de lo que está dicho, y aquello se inovó ha más de treinta años, y se permitió y dio recompensa con voluntad del dicho duque don Fadrique, y de la recompensa han usado y gozado hasta el día presente, y el título que quedó ya es ninguno, por aquello y otras causas, y por tal yo le doy, y pronuncio, y mando que de él no se use en tiempo alguno direta ni indiretamente. 701
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«ltem, por cuanto estando en estas partes de Flandres, antes que casase ni desposase, hube una hija natural, que se llama madama Margarita de Austria, la cual al presente es casada con el duque Octavio Farnesio, y así al tiempo que se casó con el duque Alejandro de Médicis, su primero marido difunto, como después cuando casó con el dicho duque Octavio, la dotamos suficientemente, declaramos que el dicho serenísimo príncipe nuestro hijo no sea obligado a hacer con ella más, si no fuese su voluntad, teniendo ella en algún tiempo necesidad; pero bien le encargamos que la honre y favorezca, y mande honrar y favorecer como hija nuestra, y según su mucha virtud y bondad. «Item, por cuanto el año pasado de 1557, habiendo Nos acabado la guerra de Alemaña, el duque de Castro Pero Luis Farnesio fue muerto por algunos de la ciudad de Plasencia, con protestación de no quererlo por señor y otras causas, y después de su muerte los que corregían y gobernaban la ciudad, con acuerdo de los del pueblo, enviaron a llamar a don Hernando de Gonzaga, gobernador y capitán general nuestro en el Estado de Milán, y le entregaron la dicha ciudad y sus pertenencias, como cosa aneja, y tocante al dicho Estado de Milán y al Sacro Romano Imperio, con ciertos apuntamientos que en el dicho don Fernando hicieron para seguridad de sus personas y otras cosas. Y después la dicha ciudad y sus pertenencias ha estado a disposición y obediencia nuestra, y se ha aguardado y tenido en justicia por nuestros ministros, pareciéndonos después de haber en ello mucho mirado, conferido y consultado, que así lo debíamos de hacer y éramos obligados, por lo que debíamos al dicho Sacro Imperio, y a la conservación de sus preeminencias e prerrogativas, y que no podíamos ni debíamos soltar la dicha ciudad de nuestra mano por muchas razones, hasta que por justicia se averiguase no pertenecernos, ni al Sacro Imperio, ni al dicho Estado de Milán. Y porque dado que por parte del Santo Padre Paulo III, de felice recordación, y los suyos ante de su muerte, nos hubo pedido y hecha instancia, para que la mandásemos restituir en persona del dicho Octavio, hijo del duque. Pero Luis muerto, y en persona de la dicha nuestra hija madama Margarita, para que la hubiesen y tuviesen, y después de ellos sus hijos, como dicen la tenía el dicho duque de Castro, por cierta donación e investidura que de ella le hizo el Papa, y por respeto de la dicha nuestra hija e sus descendientes, y por conceder a lo que Su Santidad había pedido, y a que el duque Octavio nos había entonces servido, holgamos de lo hacer; pero no se pudo, ni ha podido hacer ni efectuar por las causas ya dichas, y por no salir del deber, y lo que al dicho Sacro Imperio somos obligados y hasta agora, aunque se haya por nuestra parte pedido que se mostrasen los títulos que la Iglesia romana tiene a aquella ciudad, y se hayan presentado algunas escrituras, las cuales fueron vistas y examinadas por personas dotas y de retitud y buenas conciencias, en presencia del mundo, Su Santidad el papa Paulo no pareció ni ha parecido haber 702
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fundamento ni cosa de sustancia en ellas, y por otra parte se ha alegado y mostrado haber sido aneja y pertenecer al dicho Estado de Milán, y que no se halla causa por donde se haya podido apartar ni desmembrar dél, todavía por descargo de nuestra conciencia, y porque no es ni ha sido nuestra intención ni voluntad, que por Nos ni de los que de Nos hubieren título y causa, sea retenida cosa alguna sin justo título, y deseando que en esto de Plasencia se aclare la verdad y se haga lo que fuere servido y justicia, ordenamos y mandamos, y así afetuosamente lo encargamos al dicho serenísimo príncipe don Felipe nuestro hijo, que si al tiempo de nuestro fallecimiento no estuviere determinado y dado asiento a lo que toca a la ciudad de Plasencia y sus pertenencias, que con la mayor brevedad que ser pueda se averigüe, determine y declare lo que se debe hacer de justicia, y siendo conforme a ello determinado, que Nos no la podemos retener ni dejar a nuestros sucesores, ni pertenecer al dicho Estado de Milán, se haga luego de ella restitución llanamente a la Iglesia romana y sus ministros en su nombre, y no a otra persona particular alguna por conjunta que sea a Nos, habiendo en esto el recaudo que conviene con la solemnidad que se requiere. Y porque algunas personas devotas y aficionadas al Imperio han procurado e insistido en que nos quedásemos con la dicha ciudad, como miembro del dicho Estado de Milán, y haciéndose la dicha restitución podría ser que fuesen maltratados, encargamos al serenísimo príncipe nuestro hijo que haga tener la mano para que las tales personas sean seguras de no ser molestadas ni injuriadas por tal causa y razón. «En lo que toca al reino de Navarra, nos remitimos a lo que va escrito en una hoja suelta, firmada de nuestro nombre, inclusa en este testamento, y aquello mandamos que se cumpla, como cláusula y parte de él, y asimismo mandamos que cualquiera otra hoja o pliego firmado de nuestro nombre, que vaya inclusa y pasada por los hilos de cualquier de los volúmenes de nuestro testamento, valga como cláusula y disposición de él, con lo que arriba está dicho y ordenado, habemos dispuesto y declarado a nuestra voluntad, y lo que debemos hacer cuanto a la sucesión de nuestros reinos y señoríos, y la orden y forma que en ello se ha de tener, para que conformemente vengan en el dicho serenísimo príncipe don Felipe nuestro hijo y sus decendientes, que a todos los demás se han de preferir, con la declaración que está hecha tocante al tratado matrimonial de Ingalaterra, aunque confiamos en la infinita bondad y misericordia de Dios Nuestro Señor, que el dicho serenísimo príncipe nuestro hijo será vivo al tiempo de nuestra muerte. Pero si, lo que Dios no quiera, faltase y hubiese de suceder el dicho infante don Carlos su hijo quedando en la edad menor de catorce años, en la cual edad no podrá regir ni gobernar por su persona los dichos reinos y señoríos, en tal caso nombramos por sus tutores y gobernadores, así para su persona como para los dichos reinos y señoríos durante la menor edad para que los de la corona de Castilla y Aragón, y todo 703
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lo de Italia, a las personas que cuando nos pareciere nombráramos y señaláremos en otra escritura, aparte fuera de este nuestro testamento, las cuales, conforme a las leyes, fueros y constituciones y capítulos, y premáticas, buenas y leales costumbres de los dichos reinos y señoríos, teniendo a la Católica Real Majestad reina mi señora la reverencia, respeto y acatamiento que está dicho en lo del serenísimo príncipe nuestro hijo como a su alteza se debe tenga cargo de regir y administrar la persona del infante don Carlos, que luego ha de ser habido y tenido por rey e señor natural jurado y obedecido por tal, en la manera que está dicho, en la del serenísimo príncipe mi hijo de la administración y gobierno de los dichos reinos y señoríos; para lo cual les damos poder y facultad tan bastante y cumplido como es menester para dicho efecto. Los cuales, antes que entren en el gobierno y administración, y tutoría, jurarán solemnemente aquello que son obligados, y deben jurar, de mirar con gran vigilancia y cuidado por la vida y salud, y buena crianza del dicho infante, como al real estado conviene, y de fiel y bien regir y gobernar sus reinos con toda fidelidad, y teniendo a Dios ante sus ojos, para que en todo sigan las cosas a su servicio, y del dicho infante rey niño, bien e utilidad pública de los dichos reinos y señoríos declarados, como Nos de ellos y cada uno de ellos muy enteramente confiamos; y por esto los habemos nombrado y señalado para la cosa de más importancia que después de nuestros días podría suceder en los dichos reinos. El cual dicho cargo e administración ha de durar hasta que el dicho infante por sí sin ellos Pueda regir los dichos reinos, como verdadero rey y señor natural de ellos, y para los cuatro años que faltara de edad para cumplimiento de los veinte o más o menos, según las leyes, fueros y costumbres de los dichos reinos y señoríos de él, Nos perpetuamente dispensamos, para que, no obstante que no haya cumplido los años susodichos, pueda regir y gobernar sus reinos, Estados y señoríos por su persona, derogando para esto todas y cualesquier leyes, capítulos que en contrario disponen por esta vez, y lo habilitamos al dicho infante don Carlos, nuestro nieto, y lo hacemos hábil y capaz, bien así como si hubiese cumplido la edad de los dichos veinte años o otra mayor. Y si fuese menester (quedando en lo demás las dichas leyes y fueros en su fuerza y vigor para adelante, y la dicha dispensación y cumplimiento de edad), queremos y es nuestra voluntad y merced que se entienda generalmente que en todos los reinos, Estados y señoríos de todas partes y en lo que toca a la gobernación y administración de los nuestros señoríos de Borgoña y Brabante, Flandres, y los otros Estados a ellas anejas, y todos los de las partes bajas, durante la menor edad del dicho infante en el caso que en ellos ha de suceder, hasta haber cumplido los dichos veinte años, nombramos por su tutora, curadora de las dichas partes, a la serenísima madama María, reina viuda de Hungría, nuestra hermana, para que ella, durante la menor edad del dicho infante don Carlos, nuestro nieto, tenga cargo de regir, e administrar, e gobernar, los Estados y señoríos y tierras de las dichas partes, a la cual afetuosamente rogamos que quiera aceptar el dicho 704
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cargo por servicio de Dios, y satisfacción y contentamiento nuestro, como confiamos que lo hará. Y en defeto de la dicha serenísima reina, nuestra hermana, nombramos para el dicho cargo a las personas que nombraremos y señalaremos en otra escritura aparte, como está dicho, en lo que toca a los reinos de la corona de Castilla, Aragón y lo demás de Italia. «Otrosí, por cuanto habiendo sido devuelto a Nos y al Sacro Imperio el Estado de Milán con sus pertenencias por línea finida y rematada de los Esforcias, y muerte del duque Francisco Esforcia, último duque y poseedor del dicho Estado por investidura nuestra, y no se hallando ni habiendo persona alguna que pueda tener derecho ni razón bastante para suceder en él, perteneció a Nos tener, poseer, gozar del dicho Estado, como Emperador y soberano señor, hasta que hiciésemos concesión e investidura de la otra persona. Y así, después, fallecido el dicho duque Francisco Esforcia, por Nos y nuestros ministros en nuestro nombre, fue aprehendido, tenido, poseído el dicho Estado, y lo habemos regido, e amparado, e defendido en nuestro nombre y del Sacro Imperio. Y habiendo muchos pensado, y tratado, y conferido sobre la persona a quien convenía investir el dicho Estado y darle el título de duque de Olque, fuese a nuestra satisfacción y de los Emperadores que después de Nos vernán, y con quien se conservase la honra e autoridad del Imperio, y sus preeminencias, y que la tal persona sea poderosa para amparar y defender el dicho Estado, de quien sin razón ni derecho lo quiera inquietar e invadir al ejemplo de lo pasado, y con quien las cosas de Italia estén en paz, tranquilidad y sosiego, como siempre ha sido nuestra intención. Finalmente, después de haber en lo susodicho mucho mirado, deliberado y consultado con comunicación de personas principales, prudentes, expertas y de buena conciencia, naturales de la Germania y otras partes, todas devotas y aficionadas al Sacro Imperio, y devotas de la paz y bien de la Cristiandad, y considerando que las veces que el dicho Estado ha sido en poder de quien no ha tenido otros señoríos y tierras, ha habido con él conmociones, y desasosiegos, y guerras, y de allí se han extendido por toda Italia y la Cristiandad, por no haber tenido los duques fuerzas ni caudal para por sí poderse defender, considerando lo dicho y que la sustentación del dicho Estado ha costado a nuestros reinos de la corona de Castilla e Aragón, y los muchos vasallos y súbditos nuestros de todas partes, que sobre la defensa de él han muerto y derramado su sangre, nos determinamos y resolvemos con maduro consejo y deliberación, y parecer de las personas susodichas, que ninguna había más conveniente ni al propósito para todos los buenos fines de suso declarados, que la del serenísimo príncipe, nuestro hijo, universal heredero y sucesor en nuestros reinos y señoríos; y así el año pasado de 1546 le hecimos concesión y investidura del dicho Estado en ampla forma y con las solemnidades que se requieren, como por el tenor de la escritura de ella más particularmente parecerá; el cual, habiendo aceptado la dicha investidura y 705
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hecho el juramento que se requiere a Nos y a los Emperadores que después de Nos sucedieren en el dicho Sacro Imperio, de manera que en efecto él es ya duque y señor del Estado, aunque por algunas causas retuvimos en Nos la administración de él con voluntad del dicho serenísimo príncipe y con voluntad de se la dejar después de algún tiempo, para que en vida mía él, por sí, y sus ministros, gobernasen e rigiesen el dicho Estado como legítimo duque y señor de él, y así lo entendemos agora hacer muy en breve. Por ende, ordenamos y mandamos, que si al tiempo de nuestro fallecirniento no estuviere aún entregado al dicho príncipe nuestro hijo, y puesto en la tal posesión, administración y gobierno de él, que luego que Dios nos llevare de esta presente vida, le sea entregado el dicho Estado con todas sus fuerzas, pertinencias, derechos, exenciones e acciones, como duque y señor que es de él, y estrechamente encargamos e mandamos al que fuere a la sazón gobernador y capitán general nuestro del dicho Estado, y a todos los otros gobernadores, castellanos, alcaides y sus lugarestenientes, así de las ciudades de Milán, Cremona, Alejandría, Lodi, Pavía y las otras ciudades, villas, tierras y lugares del dicho Estado y sus pertenencias, que hayan, y tengan, e obedezcan al dicho serenísimo príncipe nuestro hijo por duque y verdadero señor del dicho Estado, por virtud de la dicha concesión y investidura, y le acudan y hagan acudir, entregar y entreguen, ellos y cada uno de ellos, las dichas ciudades, tierras y villas, lugares y castillos, fortalezas, roquetas, casas fuertes y llanas, de cualquier calidad que sean, entregándolas a su persona o a las que él para este efecto nombrare, y cuando se tardare de enviallas a tomar, las tengan en su nombre, y por el tiempo que fuere su voluntad de se las dejar tener a quien en ellas se hallare al tiempo que Nos falleciéremos, lo cual todo les mandamos que hagan y cumplan, y no falten en esto cosa alguna en virtud de los juramentos que nos tienen fechos, y so la pena de ello, y la fidelidad que nos deben, y so las penas y casos feos en que caen e incurren los que caen e vienen contra juramentos e homenajes, e a la fidelidad y lealtad que son obligados tener a su verdadero señor. Asimismo mandamos al presidente y a los del reverendísimo Senado, y a los magistrados, y a cualesquier otros tribunales, capitanes de justicia y otros ministros de ella, y todos los marqueses, condes, varones, gentileshombres, caballeros, oficiales, pueblos y otros cualesquier súbditos del dicho Estado y sus pertenencias, y todos los coroneles, maestres de campo, capitanes, así de gente de armas como infantería, caballos ligeros, alférez y otros hombres de cargo, y cualesquier soldados en general y particular que están a nuestro sueldo, de cualquier grado, nación y condición que sean que hayan, tengan y obedezcan por duque y señor del dicho Estado al dicho serenísimo príncipe don Felipe, nuestro hijo, y le sirvan, y obedezcan, y acudan con todas sus fuerzas, como él les mandare o quien sus veces terná, so pena que cualquiera que lo contrario hiciere, siendo natural del dicho Estado, sea habido y tenido por la presente desde agora para entonces lo habemos, tenemos y declaramos por 706
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inobediente, rebelde a su señor verdadero y legítimo duque de Milán, y le habemos por caído e incurrido en las penas corporales y confiscación de bienes en que caen e incurren los que son rebeldes, según las leyes, constituciones y ordenamientos del dicho Estado, y a los otros coroneles, capitanes y hombres de guerra de otras partes, so pena de caer e incurrir en las penas e casos en que caen o incurren los inobedientes y los que faltan a lo que deben, según derecho, leyes y costumbres del ejército y arte militar, que serán habidos, allende de lo susodicho, por inobedientes a su rey y señor natural, sin embargo, los subditos nuestros. Y todo lo de arriba contenido, así cuanto a las personas de paz y de guerra como a las personas declaradas, queremos y mandamos que haya lugar en la ciudad de Plasencia y sus pertenencias, y si al tiempo de nuestro fallecimiento estuviere como agora está en nuestro poder y gobierno, no hubiéramos mandado hacer otra cosa de ella, conforme a la cláusula arriba contenida, en lo que toca a la ciudad de Plasencia. «Y para la buena ejecución y cumplimiento de este nuestro testamento y postrimera voluntad, nombramos por ejecutores y testamentarios para lo que toca a los dichos reinos de la corona de Castilla y Aragón, así a los que están dentro de España como fuera de ella, y para todo lo de Italia, al dicho serenísimo príncipe don Felipe, nuestro hijo, y a don Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, inquisidor general, y a don Antonio de Fonseca, patriarca de los Indias, presidente de nuestro Consejo, y a Juan Vázquez de Molina, nuestro secretario, y al licenciado de Briviesca de Mañatones, alcalde de nuestra corte, de nuestro Consejo. Y queremos que que si alguno de los dichos testamentarios muriere, los otros que quedaren puedan elegir otro en su lugar, que sea persona de autoridad y buena conciencia, el cual tenga tanto poder como si yo en este testamento le nombrase. «Y para lo que toca al cumplimiento de este mi testamento en los nuestros reinos y señoríos de Flandres y tierras bajas, nombramos por nuestros ejecutores y testamentarios a la serenísima madama María, reina viuda de Hungría, nuestra hermana, y al dicho serenísimo príncipe nuestro hijo, y a Antonio Perenot, obispo de Arrás, de nuestro Consejo de Estado, y a don Luis de Flandres, señor de Prast, y a Charles de Lalain y a Juan de Lanoy, señor de Molan Bues, y a Odoardo de Brisaques, nuestro limosnero, preboste de Santo Omart, y a Charles, señor de Verlamon, del nuestro Consejo de Hacienda. «Y queremos que en caso que alguno de los dichos testamentarios muriere, los otros que quedaren puedan elegir otro en su lugar, persona de autoridad y buena conciencia, como arriba está dicho, el cual tenga tanto poder como si Nos en este testamento le nombráremos. Y porque siendo muchos testamentarios si se hubiera de esperar a que todos estuviesen juntos para 707
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entender cada cosa de las contenidas en este mi testamento, la ejecución de él se podría algo diferir y retardar, quiero y mando que tres de los suso nombrados, estando los otros ausentes de la corte, entiendan en la ejecución de este mi testamento, bien así como si todos juntos se hallasen presentes. Y en lo que toca a los dichos señoríos de Flandres y tierras bajas, hallándose al presente la serenísima madama María, reina viuda de Hungría, nuestra hermana, con uno de los testamentarios, aunque estén ausentes los otros, valga lo que hicieren y ejecutaren como si todos fuesen presentes, y faltando la dicha serenísima reina, que todos los nombrados que se hallaren presentes en la nuestra villa de Bruselas puedan cumplir y ejecutar este mi testamento, bien así como si todos los otros testamentarios fuesen presentes. Para lo cual todo así hacer y cumplir y ejecutar, doy por la presente mi poder cumplido a los dichos mis testamentarios y ejecutores de suso nombrados, según que mejor e más curnplidamente se requiere y es menester, de mi poderío real absoluto, y por la presente les apodero en todos los dichos mis bienes de oro, plata, moneda, joyas y todas las otras cosas que de suso hemos nombrado, declarado y consignado, para pagar y satisfacer las nuestras deudas y cargos, mandas, legados y les doy poder cumplido con libre y general administración, para que puedan entrar y entren, ocupar y tomar los dichos bienes como dicho es, para que libremente con ellos puedan descargar mi ánima y cumplir y satisfacer todas mis deudas y cargos; y doy poder a los dichos mis testamentarios para que declaren todas y cualesquier deudas que hubieren cerca de este mi testamento, como si yo mismo las declarase; y con toda eficacia les encargo cumplan este mi testamento, y todo lo en él contenido, con la más presteza y brevedad que ser pueda; y les ruego mucho y encargo que tengan tanto cuidado de las rehacer y cumplir como si cada uno de ellos fuese sólo para ello nombrado, y que con toda diligencia que se cumpla todo lo que de más ser pudiere dentro del año de mi fallecimiento, y lo que no fuere posible cumplirse, se haga en el segundo año y años, en el tiempo que sea necesario para el cumplimiento y ejecución entera de todo lo en este mi testamento contenido; por manera que cumpla e acabe de cumplir lo más presto que será posible. Es mi voluntad y mando que esta escritura valga por mi testamento, y si no valiere por testamento, que valga por codicilo, y si no valiere por codicilo, que valga por mi última y postrimera voluntad, en la mejor manera y forma que puede y debe valer, y más útil y provechoso puede ser. Y si alguna mengua y defeto hay en este mi testamento, o falta de sustancia o solemnidad, yo de mi propio motu y ciencia y poderío real absoluto, de que en esta parte quiero usar y uso, suplo y quiero que sea habido y tenido como tal suplido, y alzo y quito todo obstáculo y empedimento, así de hecho como de derecho, y quiero y mando que todo lo contenido en este mi testamento se guarde y cumpla, sin embargo de cualesquier leyes, fueros y derechos comunes y particulares de los dichos mis reinos, Estados y señoríos, que en contrario de esto sean y ser puedan, y cada cosa y parte de este mi testamento y de lo en él 708
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contenido quiero y mando que sea habido, tenido y guardado por ley, y que tenga fuerza y vigor de ley fecha y promulgada en Cortes con grande y madura deliberacion, y no la embargue ni estorbe fuero ni derecho, ni costumbre, ni otra cosa alguna, según derecho; porque mi merced y voluntad es que esta ley que yo aquí hago, derogue y abrogue, como postrera, cualesquier leyes, fueros y derechos, estilo y usanzas, y otra cosa cualquier que lo pueda contradecir, y por este mi testamento revoco y doy por ninguno e de ningún valor ni efeto cualesquier testamento o testamentos, codicilo o codicilos, manda o mandas, postrirnera voluntad que yo haya otorgado hasta aquí en cualquiera manera, las cuales y cada una de ellas, en caso que parezcan, quiero e mando que no valgan ni hagan fe, en juicio ni fuera de él, salvo éste que agora fago y otorgo en mi postrimera voluntad, como dicho es. En fe y testimonio de lo cual, yo, el sobredicho Emperador y rey don Carlos, lo firmé de mi nombre y mano y lo mandé sellar con mis sellos pendientes de Castilla y Aragón, y las tierras bajas, que fue fecha y otorgada en la nuestra villa de Bruselas, a seis días del mes de junio, año de Nuestro Señor Jesucristo de mil y quinientos y cincuenta y cuatro años. -YO EL REY.»
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Codicilo del emperador Carlos V de gloriosa memoria «In Dei nomine, amén. Notorio sea a todos los que este instrumento público de codicilo vieren, cómo en el monasterio de Yuste, de la Orden de San Jerónimo, que es en la vera de Plasencia, a nueve días del mes de setiembre del año del Nacimiento de Nuestro Señor de mil y quinientos y cincuenta y ocho, en presencia de Martín de Gaztelu, escribano de Su Majestad, y de los testigos infraescritos, la S. C. C. M. del Emperador don Carlos, nuestro señor, estando enfermo en su buen juicio y entendimiento natural, dijo que por cuanto Su Majestad ha fecho y otorgado su testamento ante Francisco de Cesajo, su escribano y secretario, estando en la villa de Bruselas, que es en el ducado de Brabante, en seis días del mes de junio del año que pasó de quinientos y cincuenta y cuatro, a que se refirió. Por tanto, que quedando el dicho testamento en todo lo demás, exceto en lo que en este codicilo será declarado y especificado, en su fuerza y vigor, y no innovando, ni derogando, revocando y anulando, enmendando ni limitando en otra cosa alguna, es su voluntad que los albaceas en el dicho testamento y en este codicilo nombrados, cumplan todas las mandas y cosas en ellas contenidas; con tanto que los testamentarios, que de nuevo aquí se nombrarán y acrecentarán, puedan por sí solos, sin consultarlo con los demás, cumplir las cosas en este codicilo especificadas y declaradas, el cual quiere Su Majestad que valga en aquella mejor vía e forma que puede y debe, y de derecho hay lugar, en la manera siguiente: «Primeramente, puesto que luego como entendí lo de las personas que en algunas partes de estos reinos se habían preso y pensaban prender por luteranos, escribí a la princesa mi hija lo que me pareció para el castigo y remedio de ello, y que después hice lo mismo con Luis Quijada, a quien envié en mi nombre a tratar de esto. Y aunque tengo por cierto que el rey mi hijo, y ella, y los ministros a quien toca, habían hecho y harán las diligencias que les fueren posibles para que tan grande daño se desarraigue y castigue, con la demostración y brevedad que la calidad del caso requiere, y que la princesa, conforme a esto y a lo que últimamente le escribí sobre ello, mandará proseguir en ello hasta que se ponga en ejecución; todavía por lo que debo al servicio de Nuestro Señor y ensalzamiento de su fe, y conservación de su Iglesia y religión cristiana, en cuya defensión he padecido tantos y tan grandes trabajos, y menoscabo de mi salud, como es notorio, y por lo mucho que deseo que el rey mi hijo, como tan católico, haga lo mismo, como lo confío de su virtud y cristiandad, le ruego y encargo con toda instancia y vehemencia, que puedo y debo, y mando, como padre que tanto lo quiero, y como por la obediencia que me debe, tenga de esto grandísimo cuidado, como cosa tan principal y que tanto le va, para que los herejes sean oprimidos y castigados con toda la demostración y rigor, conforme a sus culpas, y esto sin ecepión de persona alguna, ni admitir ruegos, ni tener respeto a persona alguna, porque 710
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para el efecto de ello favorezca y mande favorecer al Santo Oficio de la Inquisición por los muchos y grandes daños que por ella se quitan y castigan, como por mi testamento se lo dejo encargado; porque demás de hacello así, cumplirá con lo que es obligado y Nuestro Señor encaminará sus cosas y las favorecerá y defenderá de sus enemigos, y dará buen suceso en ellas y a mí grandísimo descanso y contentamiento. «Item, que por cuanto en una cláusula del dicho testamento decía y declaraba que doquier que me hallase, cuando Dios Nuestro Señor le pluguiese de me llevar de esta presente vida, que mi cuerpo se sepultase en la ciudad de Granada, en la capilla real, en que los Reyes Católicos, de gloriosa memoria, mis abuelos, y el rey don Felipe, mi señor y padre, que santa gloria hayan, están sepultados, y que cerca de mi cuerpo se pusiese el de la Emperatriz, mi muy cara y muy amada mujer; y que si Dios me llevase estando fuera de España, en parte donde luego no pudiese ser llevado mi cuerpo a la dicha ciudad de Granada, se depositase en otra mayor y más cercana de mi patrimonio. Y porque después que otorgué el dicho testamento hice renunciación de todos mis reinos, Estados y señoríos en el serenísimo rey don Felipe, mi muy caro y muy amado hijo, que al presente posee, y me retiré a este dicho monasterio, donde agora estoy y tengo voluntad de acabar los días de mi vida, que Dios será servido concederme. Por tanto, digo y declaro que si yo muriese antes y primero que nos veamos el rey mi hijo y yo, mi cuerpo se deposite y esté en dicho monasterio, donde querría y es mi voluntad que fuese mi enterramiento, y que se trajese de Granada el cuerpo de la Emperatriz, mi muy cara y muy amada mujer, para que los de ambos estén juntos. Pero sin embargo, tengo por bien de remetillo, como lo remito al rey mi hijo para que él haga y ordene lo que sobre ello le pareciere, con tanto que de cualquiera manera que sea, el cuerpo de la Emperatriz y el mío estén juntos, conforme a lo que ambos acordamos en su vida, por cuya causa mandé que estuviese en el entretanto en depósito, y no de otra manera, en la dicha ciudad de Granada, como lo está, para que esto haya efeto, cuando Dios sea servido de disponer de mí. «Otrosí, ordeno y mando que si yo muriere antes de verme con el rey, mi hijo, y si acordare y le pareciere que mi enterramiento y el de la Emperatriz sea en este dicho monasterio, que en tal caso se haga una fundación por las ánimas de ambos y de mis difuntos, con los cargos y sacrificios que al rey y mis testamentarios a quien lo remito pareciere. «Y asimismo yo ordeno y mando que en caso que mi enterramiento haya de ser en este dicho monasterio, se haga mi sepultura en medio del altar mayor de la dicha iglesia y monasterio en esta manera: que la mitad de mi cuerpo, hasta los pechos, esté debajo del dicho altar, y la otra mitad de los pechos a la 711
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cabeza salga fuera dél, de manera que cualquier sacerdote que dijere misa, ponga los pies sobre mis pechos y cabeza. «Item, ordeno y es mi voluntad, que si mi enterramiento hubiere de ser en este dicho monasterio, se haga en el altar mayor de la iglesia dél un retablo de alabastro y medio relieve del tamaño que pareciere al rey y a mis testamentarios, y conforme a las pinturas de una figura que está mía, que es del «Juicio Final», de Tiziano, que está en poder de Juan Martín Esteur, que sirve en el oficio de mi guardajoyas, añadiendo o quitando de aquello lo que vieren más convenir. E asimismo se haga una custodia de alabastro o mármol, conforme a lo que fuere el dicho retablo, a la mano derecha del altar, que para subir en ella haya cuatro gradas para adonde esté el Santísimo Sacramento, y que a los dos lados de ella se ponga el busto de la Emperatriz y el mío, que estemos de rodillas con las cabezas descubiertas y los pies descalzos, cubiertos los cuerpos como con sendas sábanas del mismo relieve, con las manos juntas, como Luis Quijada, mi mayordomo, y F. Juan Regla, mi confesor, con quien lo he comunicado, lo tienen entendido de mí. Y que en caso que mi enterramiento no haya de ser ni sea en este dicho monasterio, es mi voluntad que en lugar de la dicha custodia y retablo se haga un retablo de pincel de la manera que pareciere al rey mi hijo y a mis testamentarios, y así lo ruego y encargo. «Otrosí, ordeno y mando que después de yo fallecido se hinchan y entreguen los privilegios y cédulas de pensiones firmadas en blanco del rey, mi hijo, que están en poder de Martín de Gaztelu, escribano sobredicho y mi secretario, conforme a la cantidad que en nuestra nómina, firmada de nuestro nombre, está señalado, de pensión a cada uno de mis criados, para que gocen de ella durante sus vidas, y las pensiones de que no hubiese acá los privilegios y cédulas, se despachen conforme allí declaré. Y porque he entendido que las pensiones que mandé señalar a mis criados que quedaron en Flandres, y fueron desde Garandilla al tiempo que en este monasterio entré, han sido mal pagados de ellas, ruego y encargo mucho al rey mi hijo, que así a los dichos mis criados que están en Flandres y Borgoña como a los que me están sirviendo aquí, les mande consignar sus pensiones en receptores particulares, para que sean bien pagados a sus tiempos, sin que haya falta, mandando que no se les toque a la consignación que así les mandará señalar por algún caso ni necesidad que se pueda ofrecer, ni se les descuente cosa alguno de sus pensiones, sino que aquéllas se les paguen cumplida y enteramente, porque así es mi voluntad. «Asimismo, ordeno y mando que además de darse a mis criados los dichos despachos de las pensiones que han de gozar después de mis días, como dicho es, se les dé juntamente con ellos las ayudas de costas que van señaladas en 712
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dicha nómina de que les hago merced, para que puedan volver a sus tierras, y que se cumpla con brevedad, antes que alguna otra cosa, de la mitad de lo corrido de los dichos seis y once al millar, que había de ser hasta el fin del año pasado de quinientos y cincuenta y seis, y lo que después acá habrán corrido y correrán hasta el día de mi fallecimiento; porque la otra mitad, a curnplimiento de lo que montare, ha de mandar el rey, mi hijo, dar de limosna en las fronteras de los Estados de Flandres, como entre los dos está acordado, mandando al factor general, Hernán López del Campo, o a la persona o personas a cuyo cargo estuviere la cobranza de los dichos juros, que de ellos entreguen lo que en esto se montare la nómina de ello al dicho Martín de Gaztelu, para que lo dé a mis criados, conforme a ella. Y ruego a la serenísima princesa, mi hija y gobernadora, de estos reinos,que para descargo del dicho fator o de la persona que lo pagare, mande dar el recaudo necesario para que esto haya efeto con brevedad, para que los dichos mis criados se puedan luego volver a sus tierras. «Asimismo ordeno y mando que las treinta mil misas que dejo ordenado por el dicho mi testamento, que se digan, se cumplan, y la limosna que para ellas está señalada, de la mitad de dichos derechos. Y mando, asimismo, al dicho factor o a la persona o personas a cuyo cargo estuviere la cobranza de ellos, que cumpla y pague lo que en ella se montare a las personas que mis testamentarios ordenaren. Y ruego a la princesa que dé el despacho necesario para la ejecución y cumplimiento de ello. «Otrosí, es mi voluntad de crear de nuevo, como de nuevo creo y ordeno por mis testamentarios albaceas, a Luis Quijada, mi mayordomo, y a fray Juan Regla, de la Orden de San Jerónimo, mi confesor, y al dicho Martín de Gaztelu, escribano y mi secretario, para que les ayude y asista con ellos en lo que fuere, por la confianza e satisfacción que tengo de sus personas y el amor con que me han servido, para que juntamente con los demás albaceas y testamentarios entiendan en el cumplimiento de lo que por mi testamento y este codicilo, y conforme a ello, dejo dispuesto, ordenado y mandado. «Otrosí, ordeno y mando que atento el cuidado y trabajo con que algunos frailes, hijos de esta casa y de otras fuera de ella que residen aquí, me han servido, es mi voluntad que se les dé y señalé por vía de limosna, con que vuelvan a sus casas y favorezcan a sus parientes, lo que a los dichos Luis Quijada y fray Juan Regla y Martín de Gaztelu parezca, como personas que los conocen y han visto servir, teniendo respeto a la calidad de sus personas y al tiempo y a lo que han servido. Y mandado al dicho factor Hernán López de Campo o a la persona a cuyo cargo estuviere la cobranza de dichos derechos de seis y once al millar, que lo que esto montare lo paguen y cumplan de lo corrido de ellos hasta el día de hoy; y para el efeto y ejecución de ello ruego a 713
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la princesa, mi hija, que dé luego el recaudo para el descargo del dicho fator o de la persona a cuyo cargo estuviere y lo pagare, porque así es mi voluntad, sin que en ello haya dilación. «Asimismo ordeno y mando que a fray Juan Regla, mi confesor, se le señale el entretenimiento que les pareciere a los otros mis testamentarios, para que goce de él desde que saliere de su casa y monasterio todo el tiempo que estuviere y residiere fuera de él en la corte, entendiendo en mis descargos, para con que se pueda sustentar, y que se le den después de yo fallecido cuatrocientos ducados de ayuda de costa por una vez, para con que vuelva a su casa y monasterio, y que éstos se le paguen de los dichos derechos de seis y once al millar, juntamente con lo de la limosna que se ha de dar a los dichos frailes, como dicho es en el capítulo antes de éste. Y asimismo ruego al rey, mi hijo, que dé al dicho fray Juan Regla cuatrocientos ducados de pensión sobre alguna dignidad donde le sean bien pagados. «Otrosí, ordeno y mando que todo lo demás que sobrare de la mitad de lo corrido de los dichos derechos hasta el año de mi fallecimiento, como dicho es, cumplido que se haya todo lo sobredicho, se cobre luego y convierta en casar huérfanas y obras pías a parecer de mis testamentarios, como está declarado en el dicho mi testamento. «Otrosí, ordeno y mando que en caso que la voluntad del rey sea que yo me entierre en el dicho monasterio, y atento el cuidado que en él se ha tenido de servirme, y el gasto que de ello se ha seguido a la casa, por haber acrecentado más frailes, y en otra manera, es mi voluntad que se haga la merced y gratificación que al rey mi hijo parecerá, porque yo no les he hecho alguna por tenerlo remitido hasta su venida; y lo mismo le ruego en caso que mi enterramiento haya de ser aquí, aunque en éste se ha de tener diferente consideración, habiéndose de hacer fundación, como dicho es. «Asimismo es mi voluntad que el trigo, cebada, carneros, vino y otras cosas de comer que al tiempo de mi muerte se hallaren en el guardamengier y fuera de él, se dé luego a este dicho monasterio, de que yo le hago limosna, porque tengan los frailes de más cuidado rogar a Dios por mi anima; y asimismo la botica con las medicinas, drogas y vasos que en ella se hallaren, con que no sea ni se entienda de oro, ni plata, ni cosa de esta calidad; lo cual hagan y ejecuten los dichos Luis Quijada y fray Juan Regla, Gaztelu, sin aguardar a consultallo con el rey ni los otros testamentarios, por ser cosa poca. «Otrosí, es mi voluntad que el dinero que sobrare dél, que se provee para mi gasto y entretenimiento de los tres meses en que yo falleciere, pagado a mis criados lo que se les debiere de sus gajes, y los otros gastos, así ordinarios 714
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como extraordinarios, se dé de limosna como pareciere al dicho Luis Quijada, y mi confesor, y al dicho Gaztelu, sin aguardar a consultallo con los otros testamentarios, porque yo lo tengo por bien, por ser cosa de limosna. «Item, asimismo ordeno y mando que los dichos mis criados contenidos en la dicha nómina que llevaren mis gajes, se les pague enteramente el tercio de sus meses en que yo falleciere, aunque no los hayan servido ni sean cumplidos, conforme a lo que cada uno ha de haber. «Asimismo ruego y encargo a la princesa, mi hija, que mande luego dar cédula para que las penas aplicadas para la cámara de las condenaciones que el licenciado Murga ha hecho y hapá durante el tiempo que ha residido y residirá en mi servicio en Cuacos, juntamente con las que aplicare el juez que le sucederá adelante, y se den a la persona que los dichos Luis Quijada, fray Regla y Gaztelu nombrarán, para que ellos las hagan dar de limosna, señaladamente a pobres del dicho lugar de Cuacos, sin que tenga necesidad de consultallo con alguno de los otros testamentarios, porque así es mi voluntad, que las que se han cobrado y cobraren estén en el entretanto en deposito, en poder de persona abonada. «Otrosí, que, acatando el mucho tiempo y bien que Luis Quijada, mi mayordomo, me ha servido, y la voluntad y amor con que lo ha hecho, y el que mostró en su venida aquí, trayendo a su mujer y casa, como de mi parte se le pidió, sin embargo de las incomodidades que se le ofrecían, y atenta la poca merced que en recompensa de todo ello le he fecho, ruego y encargo mucho al rey, mi hijo, que demás de la que es mi voluntad que se le haga en su casa, según va declarado en la dicha nómina, tenga memoria dél para hacerle merced y honrarle; porque demás que él lo tiene tan servido y merecido, me hará en ello mucho placer, por el amor y buena voluntad que siempre le tuve. «Item, por cuanto el dicho Martín de Gatzelu ha recibido por mi orden y mandado diferentes sumas de maravedís que la serenísima princesa, mi hija, gobernadora de estos reinos, ha mandado enviar para mi gasto y entretenimiento, después que entré en este recogimiento, de que hasta ahora no se le ha tomado cuenta, es mi voluntad que se dé razón de todo el cargo que el dicho Gaztelu ha recibido desde que entré aquí adelante al dicho Luis Quijada, mi mayordomo, para que le tome cuenta de todo ello, como persona que se ha hallado presente y sabe las cosas que ha pagado, y en qué y cómo; y que todo aquello que el dicho Luis Quijada recibiere y admitiere en cuenta al dicho Gaztelu, se le dé finiquito de ello en forma para su descargo y seguridad. Y junto con esto quiero y tengo por bien que los dichos Luis Quijada y Martín de Gaztelu prosigan y fenezcan las cuentas que han comenzado a tomar por mi mandado a algunos frailes y otras personas deste dicho monasterio, de los 715
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dineros que han recibido, así del dicho Gaztelu como de otras personas, para el gasto de la despensa ordinaria y extraordinaria de mi casa y obras, y otras cosas, con la limitación que le he dicho de palabra, y sin pedilles otros recados más de los que ellos presentaren; y que se dé finiquito a las partes, con aprobación de las dichas cuentas, y a los dichos Luis Quijada y Gaztelu por libres y quitos de todo ello. Y con estas cláusulas y declaraciones, y limitaciones, y mandas y revocaciones, es mi voluntad y mando que lo contenido en este dicho mi testamento y en el codicilo, y en la nómina, que dentro de él estará firmada de mi nombre, haya efeto y se cumpla por los testamentarios en ella declarados, no derogando ni revocando, alterando ni innovando al dicho mi testamento en otra cosa alguna más de en lo en este mi codicilo contenido, como dicho es, quedando todo lo demás en su fuerza y vigor. De lo cual todo, según y de la manera que dicha es, otorgó Su Majestad Cesárea esta carta por vía de codicilo o como mejor de derecho haya lugar, estando en el dicho monasterio de San Jerónimo, de Yuste. «Y demás de lo susodicho, es mi voluntad que si se hallare otra cualquier hoja o pliego de papel escrito de mi mano o de ajena, firmada de mi nombre y sellada con mi sello secreto, pegado o cosido en este codicilo, demás de lo contenido en él y en el dicho mi testamento, ora sea de mandas o de otra cualquiera calidad, quiero y mando que valga como cláusula e parte dél, como mejor de derecho haya lugar todo lo que en el dicho escrito se hallare. Y mando a mis testamentarios que cumplan y ejecuten lo en él contenido, con lo demás en el dicho testamento en el codicilo. Y para mayor firmeza, lo firmé de mi nombre. -CARLOS.»,
NOMINA. «Nómina de mis criados y otras personas que me han servido y sirven en este monasterio de Yuste de la Orden de San Jerónimo, y lo que cada uno de ellos tiene de gajes al año, y la pensión que en lugar de ellos les he mandado señalar, para que gocen de ella durante su vida, desde el día que Nuestro Señor sea servido de disponer de mí en adelante, para que, conforme a esto, y después de yo fallecido, se hinchan los privilegios y cédulas en blanco, firmadas del serenísimo rey, mi hijo, que están en poder de Martín de Gaztelu, mi secretario, y para que dé las pensiones que aquí irán señaladas, y no estuvieren acá los despachos de ellas, los mande dar el rey, mi hijo, y así lo ruego, conforme a lo que aquí ira declarado, a cada una de las partes con la más brevedad que ser pudiere. Y es mi voluntad que demás e allende de lo susodicho se les den los maravedís de ayuda de costa que les hago merced, 716
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librados señaladamente en los derechos corridos de seis y once al millar, como va declarado en una cláusula de mi codicilo, para con que vuelvan a sus tierras, como abajo irá especificado en esta manera.
AYUDAS DE COSTAS. -PENSIONES. «Primeramente, en lo que toca a Luis Quijada, mi mayordomo, como quiera que yo haya escrito al rey, mi hijo, y díchole de palabra al conde Ruy Gómez de Silva que no podía dejar de servirme dél, e pareciéndole bien envió comisión al dicho conde, para que, con mi licencia, lo tratase y le ofreciese lo que a mí me pareciese, y porque las cartas en que le enviaba esta comisión llegaron a tiempo que él estaba de partida para Flandres, y no se pudo hacer, mandó tratar con Luis Quijada sobre su quedada aquí, y que trajese su mujer y casa, lo cual aceptó de buena voluntad, sin embargo de las incomodidades que se le ofrecían, aunque se le apuntó que dejara lo que pretendía, él se excusó de tratar de ello, remitiéndolo a mí, por cuya causa lo cometí al rey, y le escribí sobre ello, y el ayuda de costa que se le debía. A lo cual debe responderme con el arzobispo de Toledo lo que en ambas cosas había acordado. Pero todavía, porque no es llegado aquí, ni sabello de cierto, es mi voluntad que de cualquiera manera que sea, atento a lo sobredicho de hacer merced al dicho Luis Quijada, que el entretenimiento que el rey mi hijo le había señalado, o me avise qué le parece, se le podría señalar en cada un año de los que me sirviese y residiese aquí, que aquéllo se le dé, y sitúe y pague por pensión durante su vida, librado por una libranza en rentas del reino, residiendo en su casa, o hasta que le haga otra merced equivalente en ella, y que haya de gozar desde primero día de junio del año pasado de cincuenta y siete, que acordó el dicho Luis Quijada a venir aquí a servirme traer su mujer y casa, en adelante, y asimismo tengo por bien de hacelle merced de otros dos mil ducados de ayuda de costa, por una vez, que montan setecientos y cincuenta mil maravedís. «Al dotor Enrique Mathesio, mi médico, que tiene y se le paguen aquí ciento y cuarenta y nueve mil maravedís de ellos, en lugar de las treinta placas que tenía y llevaba de gajes al día en los libros de la casa del rey, mi hijo, por razón de su asiento, y los cuarenta mil maravedís restantes que yo les mandé señalar en cada un año de los que aquí residiere y me sirviere por vía de ayuda de costa, atento lo que dejó de ganar en su oficio por no estar en la corte, tengo por bien de señalarle y hacerle merced, en lugar de lo sobredicho, de cuatrocientos florines de a diez placas cada uno de pensión al año, para que goce de ellos desde el día que yo falleciere en adelante por toda su vida, como
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dicho es, y de ciento y cuarenta y nueve mil y quinientos maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Guyón de Maorán, mi guardarropa, que tiene cuatrocientos florines de pensión al año, tengo por bien de hacerle merced, en lugar de ellos, de trecientos florines de pensión al año, para que goce de ellos durante su vida desde hoy día en adelante, y de ochenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Martín Gaztelu, mi secretario, que tiene ciento y cincuenta mil maravedís de salario al año, es mi voluntad de hacelle merced de los mismos ciento y cincuenta mil maravedís que tiene en cada un año para en toda su vida, situados en Navarra o en Castilla, por una libranza cual más quisiere; y demás de esto, otros ciento y cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Guillermo de Male, ayuda de mi cámara, que tiene trecientos florines de gajes al año, es mi voluntad que si tomare la posesión y comenzare a gozar antes de mi fallecimiento de la conserjía de la casa de Bruselas que el rey mi hijo le ha hecho merced, para después de los días del que lo posee, tengo por bien de hacelle merced en tal caso de sesenta y dos florines al año de pensión por su vida, y después de yo fallecido, mientras no gozare de la dicha conserjía, de ciento y cincuenta florines al año de pensión, hasta que vaque, y desde que vacare que le den y goce los dichos sesenta y dos florines de como dicho es, que lo demás se consuma, y demás de esto, sesenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Charles Pubest, asimismo ayuda de mi cámara, que tiene asimismo otros trecientos florines de gajes al año, es mi voluntad de hacelle merced en lugar de ellos de docientos y veinte florines de pensión al año por su vida y sesenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Ogier Bodant, mi ayuda de cámara, que tiene otros docientos florines de gajes al año, tengo por bien de le hacer merced en lugar de ellos de docientos florines de pensión al año por su vida, y otros sesenta mil maravedís de ayuda de costa, por una vez. «A Materu Donjart, ayuda de mi cámara, que tiene otros trecientos florines de gajes al año, tengo por bien de le hacer merced en lugar de ellos de docientos florines de pensión por su vida al año, y de sesenta mil maravedís de ayuda de costa, por una vez.
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«A Juan el Lotoriano, mi relojero, que tiene sesenta y cinco mil maravedís de gajes al año, le hice merced en Flandres de docientos escudos de pensión en Milán por su vida, y por esto no se le da ahora alguno; pero tengo por bien de hacelle merced de sesenta y cinco mil maravedís de ayuda de costa por una vez, y demás de esto y de lo que ha recebido a buena cuenta por el pie del reloj que me ha fecho, es mi voluntad que se le pague lo que justamente pareciere que había de haber. «A Nicolás Beringue, barbero de mi cámara, que tiene docientos y cincuenta florines de gajes al año, tengo por bien de señalarle y hacerle merced en lugar de ellos de ciento y ochenta florines, de pensión al año por su vida, y de cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Guillermo Wick Eiflort, barbero de mi cámara, que tiene docientos y cincuenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y ochenta florines de pensión al año, y de cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Dirck, barbero, asimismo, de cámara, que tiene docientos y cincuenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y ochenta florines de pensión al año, por su vida, y de cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Grabiel de Suet, asimismo barbero de mi casa y cámara, que tiene docientos y cincuenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y ochenta florines de pensión al año por su vida, y de cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Pretevan Oberistraten, mi boticario, que tiene otros docientos y ochenta florines de gajes al año, es mi voluntad que en lugar de ellos tenga ciento y ochenta florines al año de pensión por su vida, y de cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Petre Guillén, ayuda de la botica, que tiene ochenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced de cincuenta florines por su vida, y de diez y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Andrés Platineques, que sirve en la panatería, y tiene docientos y veinte florines de gajes, tengo por bien de hacelle merced de ciento y sesenta florines de pensión al año por su vida, y de cuarenta y cuatro mil maravedís de ayuda de costa por una vez.
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«A Pretervan Wocis, ayuda en la panatería, que tiene ochenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de cincuenta florines de pensión al año por su vida, y de diez y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Cornelio Bugeión, que sirve en la cava, que tiene docientos y veinte florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de cento y sesenta florines de pensión al año por su vida, y de cuarenta y cuatro mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Ubet Crispián, que sirve de ayuda en la cava, y tiene ciento y diez florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced de noventa florines de pensión al año por su vida, y de veinte y dos mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Enrique Van der Hesen, que hace la cerveza, y tiene docientos y cincuenta florines al año, es mi voluntad de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y cuarenta florines de pensión por su vida, y de cincuenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Francisco Imbreschsic, que sirve de tonelero, y tiene ciento y diez florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ochenta florines de pensión al año por su vida, y de doce mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Adrián Guardel, que me sirve de cocinero, y tiene docientos florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y cincuenta florines de pensión al año y cuarenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Enrique de la Puerta, que servía asimismo de cocinero, y tiene ciento y diez florines al año, tengo por bien de hacelle merced de ochenta florines de pensión por su vida, y de veinte y dos mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Jerónimo de España, mozo de cocina, que tiene sesenta y cinco florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de cincuenta florines al año de pensión por su vida, y de quince mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Antonio Flahault, asimismo mozo de cocina, que tiene otros sesenta y cinco florines de gajes al año, tengo por bien de hacerle merced de cincuenta
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florines de pensión al año por su vida, y de quince mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Cornelio Gutiman, que sirve de pastelero, y tiene ciento y ochenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y diez florines de pensión al año, y de treinta y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Enrique Van Ofestad, que sirve en el estado, tiene ciento y ochenta florines de gajes al año, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de ciento y diez florines de pensión al año, y de treinta y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Geliborturle, ayuda en el estado de la cámara, y tiene ochenta florines de gajes, tengo por bien de hacelle merced en lugar de ellos de cincuenta florines de pensión al año, y de diez y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Nicolás de Merne, que sirve en la salsería, y tiene docientos y veinte flor¡nes de gajes al año, tengo por bien que se le den en lugar de ellos cincuenta florines de pensión al año por su vida, y cuatro mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Utin de Austrevi, ayuda en la salsería, que tiene ochenta florines de gajes, tengo por bien que se le dé en lugar de ellos cincuenta florines de pensión al año, y diez y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Francein Ningali, que sirve en la frutería, y tiene ciento y ochenta florines de gajes al año, tengo por bien que se le den en lugar de ellos ciento y diez flor¡nes de pensión al año por su vida, y treinta y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Martín Raliot, que ayuda en la frutería, que tiene ciento y diez florines al año de gajes, tengo por bien que en lugar de ellos tenga noventa florines de pensión por su vida, y veinte y dos mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Juan Balin, relojero, que tiene docientos florines de gajes al año, tengo por bien que se le den en lugar de ellos noventa florines de pensión al año por su vida, y cuarenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Hipólita, lavandera de corpus, que tiene cuatrocientos florines de gajes al año, tengo por bien que se le den en lugar de ellos ciento y diez florines de pensión al año, y ochenta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. 721
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«A Isabel Plantin, que es lavandera de boca, que tiene trecientos y sesenta y cinco florines al año, tengo por bien de señalarle, en lugar de ellos noventa florines de pensión por su vida, y treinta y cinco mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Juani Esterch, ayuda de guardajoyas, que tiene ciento y cincuenta florines al año, tengo por bien de señalarle en lugar de ellos a razón de noventa florines al año de pensión por su vida, y de treinta mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Juan Gaetán, que sirve de ayuda en la cerería, mandé dar licencia como a otros criados, al tiempo que entró en este monasterio, y las cinco placas que tenía de gajes cada día, se le pagasen en Valladolid, como y cuando a los otros mis criados españoles que allí están, aguardando hasta que el rey mi hijo acordase lo que pensaba de ellos en sus casas, y visto que había aquí necesidad del dicho Juan Gaetán, se le mandó que quedase después a servir, como lo hace para tener cuenta con ver lo que se le entregase al guardamanger y cocina, y labrar la cera que fuese menester, y sobre las dichas cinco placas que tenía, le mando acrecentar otras cinco a cumplimiento de diez, de las cuales goza desde primer de enero del año pasado de quinientos y cincuenta y siete que sirve en adelante. Y comoquiera que entre los despachos de mis criados, que el rey mi hijo me envió, venía una cédula, por la cual hace merced al dicho Juan Gaetán de diez mil y novecientos y cinco maravedís en cada un año por su vida, librados en su casa en Valladolid, que estos se le crezcan a cumplimiento de diez y ocho mil y docientos y cincuenta maravedís, que sale a razón de cinco placas al día, respetivamente, por cada placa diez, que se le dé cédula de ellos, rasgándose la que está aquí, para que se le paguen por una libranza en su casa, durante el tiempo de su vida, y asimismo le den treinta y seis mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Cristóbal Pérez, panadero, natural de Vizcaya, que tiene ciento y diez flor¡nes de gajes al año, es mi voluntad que en lugar de ellos tenga quince mil maravedís en cada un año por su vida, librados por una libranza en rentas del reino, y veinte y dos mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Martín Arche, panadero, alemán, que tiene otros ciento y diez florines de gajes al año, tengo por bien de le señalar en lugar de ellos ochenta florines de pensión por su vida, y veinte y dos mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Juan Rodríguez, español, ayuda de litera, que al presente tiene cincuenta y cinco florines de gajes al año, es mi voluntad, que en lugar de ellos tenga
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doce mil maravedís de que le hago merced en cada un año de su vida, librados en rentas del reino, y de otros once mil maravedís de ayuda de costa. «A Diego Alonso, español, ayuda asimismo de litera, que tiene otros cincuenta y cinco florines de gajes al año, es mi voluntad que en lugar de ellos tenga doce mil maravedís, que le hago merced en cada un año por toda su vida y de otros once mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Antonio Solaiguies, ayuda de litera, que tiene los mismos cincuenta y cinco florines de gajes al año, tengo por bien que se le den sesenta florines de pensión por su vida, y de once mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A F. Juan Alis, de la orden de San Francisco, natural de Flandres, que ha entendido en confesar mis criados y administrarles los sacramentos, y aunque para su sustentación de él y un compañero le han dado a razón de a cuatro reales cada día, todavía es mi voluntad que se le den en lugar de ellos, por vía de limosna, catorce mil y seiscientos maravedís en cada un año por toda su vida, que sale a cuarenta maravedís al día, para libros y otras cosas de que tendrá necesidad, y que se le paguen en Salamanca, donde está su casa, o en la parte de estos reinos donde residiere, y si quisiere ir a Flandres, se los libren allá, de manera que dondequiera que estuviere sea bien pagado con cargo de decir una misa cada día de los que pudiere por mi ánima, y veinte mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Hans Fait, natural de los Estados de Flandres, que sirve de gallinero, y tiene cuarenta y cinco florines de gajes al año por su vida, y nueve mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Juan Ballestero, cazador, natural español, que tiene cuarenta mil maravedís, que le mandé señalar salario en mi casa, es mi voluntad que en lugar de ellos se le libren en la suya los gajes que tenía en su asiento en la casa del rey mi hijo, que dicen que son diez y ocho mil maravedís por toda su vida, librados por una libranza, y de hacelle merced de veinte mil maravedís de ayuda de costa por una vez. «A Pascual Gómez, que me sirve de hortelano y tiene doce mil maravedís de salario, es mi voluntad que se le den otros doce mil de ayuda de costa por una vez. «A Martín de Soto, que me sirve de escribiente en el oficio de fray Lorenzo y tiene de salario dos ducados cada mes, que sale a razón de a nueve mil maravedís al año, es mi voluntad que se le libren otros nueve mil de ayuda de costa por una vez.
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«A Jorge de Diana, mozo de Janelo mi relojero, es mi voluntad que se le den siete mil y quinientos maravedís de ayuda de costa por una vez. «Al licenciado Murga y Juan Rodríguez su escribano, y Francisco de Malaguilla su alguacil, que me han servido y sirven en Cuacos, ruego y encargo a la princesa mi hija que les dé la ayuda de costa que le pareciere, a lo cual me remito. «Por manera que montan las dichas pensiones que arriba están señaladas en la manera que dicha es, cinco mil y novecientos y sesenta y cinco florines y un cuarto, respetando por cada florín docientos maravedís. Y ruego afetuosamente al rey mi hijo que, conforme a lo que aquí he declarado, mande dar los privilegios y cédulas que faltan, demás de las que acá están, a las personas que los han de haber, con la mayor brevedad que ser pueda, como dicho es, y la dicha ayuda de costa que monta dos cuentos y seiscientos y treinta y un mil maravedís. Y mando al fator general Hernán López del Campo, o a la persona o personas cuyo cargo estuviere la cobranza de los dichos dineros de seis y once al millar, que de lo corrido de ellos y de lo que correrá hasta el día de mi fallecimiento, cumpla y pague luego los dichos dos cuentos y seiscientos y treinta y un mil y quinientos maravedís a la persona a quien en mi codicilo dejo nombrada. Y mando y ruego a la princesa mi hija que dé el recaudo necesario para el descargo del dicho fator e de la persona o personas que lo pagaren, porque es así mi voluntad. Fecha en San Jerónimo de Yuste a 9 de setiembre de mil y quinientos y cincuenta y ocho. -CARLOS.»
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Copia de una carta que el rey nuestro señor escribió de Flandres a los testamentarios de emperador nuestro señor, que sea en gloria. EL REY: «Testamentarios de los descargos del Emperador y rey mi señor, que sea en gloria. Vuestras cartas de 30 de otubre del año pasado, 10 y 15 de enero de este presente año habemos recebido, y entendido por ellas y la relación particular que Gaztelu nos ha hecho, la indisposición de Su Majestad y de su buen fin, y del depósito que de su cuerpo se hizo en Yuste, y cómo se abrieron sus testamentos y codicilo, y la orden que diestes para que se dijesen luego las treinta mil misas, y lo que habíades dado y quedábades dando sobre las distribuciones de los treinta mil ducados que estaban depositados en Simancas, conforme a lo que Su Majestad dejó ordenado, y la causa por que comenzastes a ejecutar estas cosas antes de consultarnos, ni aguardar orden nuestra para ello, con lo demás que acerca de esto decís, lo cual nos ha parecido bien, y en ésta se os responderá y satisfará a lo necesario de ello. «En lo que toca al cuerpo de Su Majestad por la que os escribimos últimamente, cuya duplicada va con ésta, habréis entendido y sabréis lo que en esto habemos acordado cerca de su traslación a Granada, en que no hay que decir, sino que en el entre tanto que está en depósito en el monasterio de Yuste, se continúen las quince misas que cada día se dicen por su ánima, como allá se acordó, pues son las que se pueden decir según los frailes sacerdotes que hay en aquella casa, que llegado yo a esos reinos, veré lo que en ello se debe hacer, según lo que dejó Su Majestad ordenado en su codicilo. «En lo que toca a lo que entre Su Majestad y mí pasó sobre la consignación que hace por su testamento sobre los maestrazgos y de sus bienes muebles, para el cumplimiento de sus descargos, yo espero con el ayuda de Dios ser brevemente en esos reinos, y llegado a ellos me lo acordaréis, que entonces entenderéis lo que en todo me pareciere y se debiere hacer. En lo de la orden que pedís para lo demás del cumplimiento del testamento para Su Majestad, no convernía que se alzase la mano ni dejase de pasar adelante, por lo que se podría juzgar. Y lo que junto con esto nos traéis a la memoria, os agradecemos mucho, que es conforme a lo que se debe esperar de tan buenos criados de Su Majestad y míos, y a lo que debéis para cumplir con vuestra obligación, y la mía es tan grande, y el amor y obediencia que a Su Majestad tuve y debo, que aunque estuviese en mayores necesidades de las en que me hallo, que son las que sabéis, no tengo de dejar de cumplir todo lo que dejó ordenado, y mandado en su testamento y codicilo, como es razón. Y entretanto que se asienta y da orden a ello, pues la examinación y 725
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comprobación de muchos descargos, especialmente de los principales, no se podrá hacer con tanta brevedad que no seamos primero llegado a esos reinos, habemos acordado de mandar señalar desde luego, para que comience a entender en ello, ochenta mil ducados en cada un año, los diez mil de ellos librados en derechos de seis y once al millar, que se presupone que montarán esto, o lo que más o menos fuere; veinte mil que Su Majestad tiene consignados sobre las minas en cada un año, para los gastos y entretenimientos de su casa y estado; treinta mil ducados en la casa de la contratación de Sevilla, sobre el primero oro o plata que viniere de Indias, prefiriendo esto a todas las otras consignaciones, hasta que se cumpla esta cantidad. Y porque en los reinos de la corona de Aragón habrá algunos descargos, y será justo que se habrán de cumplir, sea del servicio que otorgaren, y que dél se reserve y tome alguna parte para este efecto, es nuestra voluntad que se consignen los veinte mil ducados restantes a cumplimiento de los dichos ochenta mil ducados repartidos prorrata entre los dos reinos, según lo que cada uno de ellos otorgare. Y pues yo tengo de tener las Cortes entonces, seremos a tiempo de mirar a qué plazos se pagaren, y que todo esto comience a correr desde primero de enero de este presente año de quinientos y cincuenta y nueve en adelante. Para cuya cobranza y tener cuenta con ello, habemos nombrado al fator Hernando López del Campo por el tiempo que fuere nuestra voluntad. Y porque se excuse de acrecentar nuevo oficio y salario para todo esto, y que como fuere recibiendo el dinero se vaya poniendo en una caja, esté en su poder con tres llaves, la una en él, y las dos en el vuestro, para que no se pueda disponer ni convertir este dinero sin vuestra sabiduría ni en otra cosa, sino en cumplir y descargar, y que se le haya de tomar cuenta en fin de cada año, no embargante que se hubiese ya nombrado allá persona para este efecto, porque ésta es nuestra voluntad. De todo lo cual daréis cuenta a la serenísima princesa mi hermana, para que mande ordenar ella los despachos necesarios con esta sustancia en la forma que convenga, y que se nos envíe luego por duplicadas vías, para que los firmemos, avisándonos de cómo se hace. «La copia del inventario que trajo Gaztelu de la recámara de Su Majestad que tenía en Yuste, al presente está en esa villa, habemos visto y mandado declarar y señalar en la margen de la copia de él, que se os envía con ésta, lo que veréis; y es mi voluntad que se guarde y no se disponga de ello, y hacerlo heis así y proveeréis que aquello se aparte y divida de lo otro, porque llegado yo a esos reinos los mandaré ver y determinar lo que de ello se habría de hacer, y de lo demás contenido en el dicho inventario podréis disponer por la orden que se acostumbra, y viéredes más convenir, que yo os lo remito. «En lo que está a cargo de Bartolomé Conejo, he visto la relación que nos enviastes en el dicho Gaztelu, y en aquélla no hay por ahora de qué disponer, 726
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sino que esté así a su cargo, como está, sin hacer mudanza ni tocar nada hasta que llegue yo a esos reinos, que lo mande ver y ordenar como me parecerá. «Lo mismo se hará en lo que toca al armería que está a cargo de Juan de Ortega, de que he visto la relación que envió don Antonio de Toledo. «También vi la relación de lo que está en Simancas a cargo de Piti Juan Buene, ya difunto, y agora está al de su mujer, de que tan poco se disporná de nada hasta que seamos en esos reinos, si ya no lo habéis hecho. Enviaréis con el primero el inventario que de nuevo había de ir a hacer el licenciado Birviesca y Ledesma por duplicado. «En lo que toca a lo corrido de seis y once al millar, cuya cobranza está a cargo del fator, visto lo que entre Su Majestad y mí estaba acordado, y deja mandado en su codicilo, y lo que el dicho Gaztelu me ha referido de vuestra parte, escribí a la serenisima princesa mi hermana la carta que va con ésta para que si no se hubiere hecho, mande tomar luego cuenta al dicho fator de todo lo corrido de los dichos derechos, desde que en su nombre se tomó la posesión de este oficio hasta el fin de quinientos y cincuenta y ocho pasado, haciéndole cargo del alcance que se hizo a los herederos de García de Castro, ya difunto, su antecesor, y Alonso de Herrera, que después tuvo cuenta en el ejército de este oficio, durante el tiempo que estuvo vaco. Y de lo que líquidamente se alcanzare al dicho fator escribimos que cumpla seis mil ducados que aquí se tomaron a cambio para dar de limosna en las fronteras de estos Estados en cuenta de lo que en ellos se ha de dar, y todo lo más que quedare y cobrare le dé y pague por la orden y las personas que vosotros nombráredes, para que aquello se dé de limosna en esos reinos a quien y conforme a lo que Su Majestad dejó ordenado, porque lo demás que correrá de los dichos derechos desde primero de enero de este presente año en adelante, para en parte de la dicha consignación de los descargos, de cuya cobranza con lo demás temá cargo el dicho fator, según arriba está dicho. «Avisamos héis particularmente con el primero; qué género y calidad de descargos pensáis, según lo que tenéis entendido que se vernán a pedir ante vosotros; y para cualquiera cosa es bien que estéis prevenidos de no admitir demanda calificada, como de vasallos, tierras y otras cosas principales y de calidad, sin consultarlo primero, y avisarnos de lo que os pareciere sobre ello, porque hay algunas cosas en que es menester mucho mirar. También podrían ser, que acudiesen algunos mercaderes con deudas de cambios hechos con Su Majestad para los gastos que se le ofreciesen en ejércitos, que juntó para conservación y defensa de la religión y de sus reinos y Estados, que monta mucho; en esto habéis de tener entendido que la paga o cumplimiento de ello le habemos tomado y está a nuestro cargo, así por confirmaciones que 727
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habemos hecho de los tales asientos, como por nuevas negociaciones en que se han incorporado aquéllos, socorriéndonos de nuevo con más dineros para ayuda a los gastos. «En lo que toca al sueldo de la gente de guerra, como quiera que aquél les va corriendo y que es deuda y mucha parte de ella del tiempo de Su Majestad, y lo demás del nuestro después que hizo la renunciación, escribíamos que la paga de lo uno y de lo otro está a nuestro cargo, y así se va pagando según la posibilidad, y se continuará, con que parece que se ya descargando primero lo de Su Majestad. De lo cual y de lo que toca a las deudas de los dichos mercaderes, nos ha parecido preveniros, porque si os ocurriere alguna cosa sobre ello nos lo avisaréis. «Cuanto al sueldo de las naos y gente de las armadas, que han ido a empresas que se han hecho en tiempo dé Su Majestad y otros viajes particulares; porque en esto no hay continuación de servicio y es diferente de lo sobredicho, por habérseles dado licencia después de haber acabado las dichas jornadas y viajes y ser todo deudas hechas antes de la renunciación, que parece que Su Majestad está directamente obligado, todavía miraréis si esto se entiende que pueda ser conforme a lo de arriba, y de calidad que se haya de descargar, de que también nos avisaréis no embargante que queríamos que de los más pobres, viudas, huérfanos, se prefiriesen a los otros, y pudiéndose buena y honestamente hacer sin notable agravio de nadie. «Miraréis si cumpliendo primero con lo que Su Majestad dejó ordenado por su testamento, sobre los diez mil ducados que se han de convertir en redención de cautivos, de los treinta mil que están depositados en Simancas, se podría emplear alguna parte de ellos en rescatar algunos de los de Ciudadela, en manera que el año pasado se perdió, que son muy pobres, porque demás de éstos me dicen que llegan a cuarenta mil los que turcos tienen en su poder del reino de Nápoles, verlo héis en pudiéndose buenamente hacer, holgaríamos de ello. «Ternéis, sobre todo, gran cuidado de juntaros todas las veces que pudiéredes y dieren lugar los negocios en que estuviéredes ocupados para tratar de los dichos descargos, porque deseo mucho, como es razón, que en el cumplimiento de ellos haya gran brevedad, que demás que cumpliréis con vuestra obligación, me haréis particular placer y servicio. De Bruselas, a veinte y dos de marzo de mil y quinientos y cincuenta y nueve años.»
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Virtud catolica y cristiana del emperador Hizo pintar el retablo de San Jerónimo, de Yuste, y mandóse poner en él de pincel al natural, a la mano derecha del retablo, de rodillas y desnudo, cubierto con una sábana como pobre, y a la mano izquierda, sobre otra vasa de la misma manera, la Emperatriz, su muy cara y amada mujer. Juan Ruiz de Velasco, caballero tan verdadero y cristiano como todos sabemos, y secretario de la cámara, me dijo que en la jornada que el Católico rey don Felipe, nuestro señor, hizo a Aragón, yendo por Burgos y Navarra, estando Su Majestad en la ciudad de Logroño de paso, le mandó abrir una cajuela de un escritorio que llevaba consigo, y le mostró un crucifijo pequeño que estaba dentro, y unas velas de Nuestra Señora de Montserrat, y le dijo que se acordase bien para cuando lo pidiese y fuese menester, que estaban allí en aquel cajón de aquel escritorio aquellas velas y aquel crucifijo que fue del Emperador, su padre, el cual había muerto devotamente con él en la mano, porque de la mesma manera lo pensaba él hacer, y cuatro o cinco días antes de su muerte le mandó sacar el dicho crucifijo y velas, como si el día antes hubiera hecho la dicha prevención para ello que le hizo en Logroño, y que así lo sacó luego, y habiendo abierto la caja vio que estaban dentro con el crucifijo dos disciplinas. Y diciendo Juan Ruiz que la una estaba muy usada, respondió que no la había él usado, sino su padre, cuyas eran, y dice que estaban llenas de sangre; y mando que se mostrasen al rey nuestro señor y a la serenísima infanta doña Isabel. He dicho en la historia cuán dado era a la oración y que las ocupaciones de tantos y tan graves negocios no le hacían perder un punto de las horas que tenía señaladas para retirarse a orar. Visto se ha la fe y sujeción que tenía a la Iglesia católica, y la reverencia con que trata a los Pontífices romanos en las instrucciones y cartas que daba a sus embajadores, que por eso he puesto las que he podido haber al pie de la letra en la historia. Tuvo costumbre este príncipe siempre que se había de acostar, puesto de rodillas delante de una imagen, con la fe y devoción que podía hacer, la protestación siguiente, que todo fiel cristiano debe hacer sin cesar día alguno.
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Protestación muy devota que el emperador Carlos V, Que es en gloria, hacía cada noche cuando iba a dormir «Jesús sea en mi entendimiento. Benditísimo Dios Nuestro Señor, yo creo de corazón, y confieso de boca, todo aquello que la Santa Iglesia nuestra madre cree y enseña de Vos, y lo que un buen cristiano es obligado a creer; protesto que quiero vivir y morir en esta santa fe. Reconózcoos, mi Dios, por mi Creador y Redentor de todo el linaje humano, y como vuestra criatura y siervo sujeto os doy la fe y homenaje de mi cuerpo y de mi ánima, que de vos tengo misericordiosamente como de mi soberano, señor, con todos los demás bienes naturales, y espirituales y temporales que tengo, tuve y espero tener de vos en este mundo y en el otro. De mi corazón os alabo y doy gracias; en señal de reconocimiento os ofrezco este pequeño tributo, y es que con fe y esperanza y caridad os adoro de corazón, y confieso de boca, lo cual pertenece solamente a vuestra divina Majestad, mi Dios y mi criador. Yo os pido perdón de todos mis pecados, que con el pensamiento, palabra y obra he yo cometido y dado ocasión de cometer, desde la hora que supe pecar hasta la presente; de los cuales me arrepiento por amor de Vos, y grandemente me pesa de os haber ofendido, Dios y Redentor mío. Yo protesto en este paso y oración, que mediante vuestra gracia y ayuda me apartaré de pecar, y propongo por amor de Vos de no tornar a ofenderos, y suplícoos me queráis guardar y confirmar en este buen propósito, mi Dios, mi glorificador. Yo prometo de me confesar de todos mis pecados, mediante vuestra gracia y ayuda y favor, lo mejor que yo supiere, según vuestros santos mandamientos. Suplícoos, Señor, tres cosas: La primera, que hayáis misericordia de mí, y perdonéis mis graves pecados que, contra vuestra voluntad y mandado yo he cometido. La segunda, que os plega de me dar gracia con que os pueda servir, cumpliendo y guardando vuestros santos mandamientos sin incurrir y caer en algún género de pecado mortal. La tercera, que en mi muerte y postrera necesidad me queráis socorrer y dar gracia, para que pueda acordarme de vuestra pasión, y tener verdadera contrición de mis pecados. Y suplícoos y pido por merced a la serenísima reina de los ángeles, Virgen María, con los señores Apóstoles San Pedro y San Pablo, y Santiago, y San Juan Bautista, a quien yo he tenido y tengo por abogados, con todos los otros santos y santas de la corte del cielo, que sean en mi ayuda y especial amparo, y me quieran esforzar y consolar a la hora de mi muerte, y defender mi ánima de los enemigos por sus santos ruegos y peticiones, porque los santos ángeles con el de mi guarda, me lleven y pongan en la bienaventuranza. Amén.» Fue el Emperador devotísimo de Nuestra Señora de Montserrate, monasterio de la Orden de San Benito, en el principado de Cataluña, en tanto grado que todas las veces que se le ofrecía ir por allí, lo hacía con gran gusto por llevar consigo la bendición de la santa imagen de la madre de Dios. Y solía 730
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decir a sus privados: «Las paredes de este santuario están ahumadas, y siento de ellas tanta devoción, y una cierta deidad, que no lo sé significar.» Y mostrábalo bien Su Majestad, pues gustaba comer con los monjes en refitorio, y mandaba sentar al perlado al cabo de la mesa mayor consigo. Y en ausencia del abad, comió con el Emperador fray García Pascual, prior, Pascua de Resurrección: comiendo el Emperador carne y los monjes pescado (porque en refitorio nunca se come carne en esta santa casa), le dijo el prior, dadas las gracias: «Ande, señor, que nos habéis corrompido el refitorio.» Era aragonés este padre, y llevó con mucha gracia el Emperador lo que le dijo, porque conoció en él la virtud que este monje tenía. Mostrólo también Su Majestad, que la primera vez que vino en este santuario, vacando la sacristía mayor de los reyes de Aragón y su corona, nombró y dio privilegio perpetuo al abad y abades sucesores de este monasterio, de sacristán mayor de la corona de Aragón, año de 1520. Siendo Su Majestad y los reyes de España patrones de las dignidades de esta corona de Aragón y presenteros, hizo merced a este monasterio de patronazgo de dos abadías, filiaciones de esta santa casa, San Ginés y Santa Cecilia, cosa que se estima en mucho por ser del patronazgo real, año 1542. Teniendo este monasterio pleito pendiente con una villa suya que se dice Aulesa, la cual pretendía no ser del monasterio, mandó se declarase de justicia, y dada la sentencia en favor del monasterio, hizo nueva merced del señorío y jurisdición, año 1520, como parece por el privilegio que en memoria de tan señalada merced pondré aquí. Fue tercero en Villafranca de Niza con el papa Paulo III, para que moderase la mediannata de este monasterio y no la tasase con rigor, y así se hizo, que fue de importancia, año 1538. Cuando las iglesias de esta corona daban socorros a Su Majestad para sus guerras, y lo daba esta casa, se lo mandaba volver, y una vez que se fue a defender a Salsas, y esta casa le envió treinta hombres de armas, no quiso que el monasterio los pagase más de que para aparejarse se les dio docientos ducados, año 1524. Todo el tiempo que Su Majestad vivió pidió se le dijese una misa cotidiana en el altar de Nuestra Señora por su intención, y se hizo, y mandó dar limosna, año 1523. Porque la misa privilegiada de ánimas del altar de Nuestra Señora estaba concedida a beneplácito del Pontífice, la alcanzó durante su vida; y porque el papa Adriano era cosa suya, y maestro de Su Majestad, nos alcanzó muchos favores, confirmaciones de gracias y nuevos indultos.
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Nueve veces se halla por los libros que, Su Majestad visitó esta santa casa, y debieron de ser más, pues venía de Barcelona estando allí a fiestas que se celebraban es este monasterio; muchas limosnas dio, y cada vez que venía la mandaba dar; no quería que se supiese lo que mandaba dar; parece cantidad de veinte mil ducados por los libros; en una partida se hallan mil ducados, que mandó librar en Zaragoza, año de 1524. En lo que Su Majestad mostró mucho la devoción a este santo monasterio fue en dalle favor en todos sus negocios, para que todos los obispos y perlados de España y Sicilia le favoreciesen, y los ministros de Cruzada no impidiesen a sus ministros en pedir limosna. A contemplación de Su Majestad, la Emperatriz doña Isabel dio a esta santa iglesia un portapaz de grande obra, que vale mil y quinientos ducados; pagó el retablo antiguo del altar de Nuestra Señora de la iglesia vieja, que costó seis mil ducados, que el de la nueva la Majestad del rey don Felipe II, nuestro señor, lo dio con otras muchas mercedes y favores. Tuvo grandísima devoción con las velas que se traen de Montserrate, como vimos que las tuvo guardadas con un crucifijo, hasta el punto que sintió que se le arrancaba el alma, la cual devoción heredó su hijo el rey Católico. Quien leyere con atención lo que en este largo discurso de la vida de este príncipe se dice, entenderá el pecho y valor cristiano que siempre tuvo, y el aborrecimiento notable contra los herejes, pues cuando era de no más que veinte y un años, en la Dieta de Wormes hizo lo que dije, y escribió de su mano aquella confesión católica, digna de quien él era, y de una eterna memoria, y mandó luego despachar el edicto vormacense, para que en todo el Imperio y reinos de su dominio se promulgase contra Lutero y los demás herejes, y con el mismo cuidado vivió toda la vida, procurando guardar sus vasallos de esta peste. A 13 de marzo, año 1527, en el condado de Borgoña, en la corte del Parlamento de Dela se pregonó por su mandado que todos sus sujetos, de cualquier condición que fuesen, no pudiesen disputar ni defender las proposiciones y dotrina dañada de Lutero ni de otros herejes sus secuaces, contrarios a la fe católica, y se puso pena a los hostaleros o mesoneros, y a todos los demás que no pudiesen recoger ni retener en sus casas a alguno de la dicha secta, y se les prohibió el tener sus libros, ni poderlos leer, so pena de la vida y perdimiento de bienes. Y que luego se procediese contra ellos, y con este rigor. Y a nueve de marzo del año 1533 mandó despachar otra provisión que se leyó en todas aquellas partes, contra los que trataban con herejes o su dotrina, y que los que supiesen de tales tratos los declarasen y descubriesen, so pena de caer en las dichas penas puestas a los mismos herejes. Y a tres de hebrero, año 1536, que ninguno pudiese imprimir, traer, ni vender, ni tener 732
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libro ni memorial de herejes, particularmente uno que se decía Sumario y breve relación, impreso en Venecia por Pedro de Ponte, año 1529, ni otros contrarios a la fe católica, so pena de perdimiento de bienes y la vida. Y que los visitadores y procuradores generales hiciesen diligente pesquisa de ellos y quemasen como falsos y dañados los que hallasen públicamente en los días de mercados, para que todos los viesen, procediendo contra los que se hallasen haber ten¡do y encubierto tales libros. Y a 15 de julio, año 1535, mandó por sus edictos que se leyeron en todas las universidades, que los catedráticos, regentes y maestros de las escuelas, so pena de la vida, no pudiesen leer un libro intitulado Colloquia Erasmi, ni los libreros venderlo, ni otros libros nuevamente compuestos o impresos, sin que primero fuesen vistos y examinados por el lugarteniente general del lugar, o señorío en que estaban las tales escuelas y universidades, y hubiese hombres de letras, y seguros en la fe, señalados para los ver y examinar. Y en este mesmo año, a siete de setiembre, se promulgó otro edicto, quitando a los mismos maestros, doctores y lectores, que ni en público, ni en secreto, pudiesen leer los tales libros, particularmente unos recopilados por Ulrico de Hutten, Melanchton y otros herejes. Y a tres de hebrero 1536, que ninguno pudiese hallarse en los sermones y juntas que se hacían en algunos lugares de aquellas provincias, ni a los tales predicadores herejes los pudiese ningún mesonero ni otro acoger a sus casas, ni darles de comer, ni beber, ni otro socorro, favor o ayuda, ni tratar ni hablar con ellos, so pena de la vida y perdimiento de vienes, y lo mismo se mandó por Su Majestad a 8 de marzo, año 1536. Y a 29 de abril, año 1538, prohibió los libros de la Moria y Parafrases de Erasmo sobre los evangelios, y otro libro intitulado Refutationes Lutheri, y sus epístolas. Y año 1550, a 24 de mayo, que no pudiesen traducir la Biblia en lengua vulgar, ni francesa; ni los Evangelios, epístolas de los Apóstoles ni otro libro sagrado, ni comprar ni tener los que de esta manera hubiese. Con tal vigilancia y cuidado procuraba el César guardar sus gentes de los lobos infernales que en el mundo se criaban. Conocidas y celebradas fueron las virtudes de este príncipe por varones religiosos y doctísimos en sus proprios días. No teniendo más de treinta y un años, cuando su edad verde y no madura le podía distraer con los gustos de este mundo, fray Francisco Titelman, varón en letras y santidad, insigne catedrático de escritura en la Universidad de Lovaina, le dedicó la exposición dulce y sabrosa que sobre los Salmos de David hizo, y en la carta dedicatoria le compara al real profeta David, diciendo ser su semejante, así en la gloria del reino como en la piedad del corazón, y que los dulces cantos de David, por decirlo todo en una palabra, no se debían dedicar sino a otro David; el cual nombre le daba, por verse en el pecho las costumbres y la misma vida del viejo David, como en imagen viva que en sí mesmo representaba, por la gracia de Dios, que le aventajó en las bendiciones de dulzura, y antes que le diese la corona de la piedra preciosa; de manera, que toda la Iglesia católica 733
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dignamente le diese el nombre de David, y pudiese gloriarse de tener un tal David por su Emperador y caudillo. Porque si consideramos (dice) la devoción de David con Dios, la mansedumbre con sus perseguidores, el ardiente celo contra los enemigos de Dios y de la verdad, la paciencia constante en las adversidades, la modestia y tranquilidad de ánimo en los prósperos sucesos, la prudencia, el cuidado y diligencia en los negocios, el odio y aborrecimiento grande contra los malos, el amor perfecto de la virtud, finalmente, todo cuanto en David pinta y encarece la Sagrada Historia, de tal suerte se hallaba en el César, y se venía a los ojos de todos, que más parecía tomarse el nombre de David que tratar de imitarle. Y hace grandes protestos este dotor que no es adulación o falsa lisonja, pues a todo el mundo era ya notorio, y sólo para gloria de Dios lo refiría, y los proprios enemigos eran jueces de ellos. Y dice que no le era fácil decir cuál era más fuerte para vencerlos, la espada imperial que traía, o la bondad de virtud, que tan natural le era, y encareciendo (si encarecimentos sin agraviar puedo decir) las vitorias que por virtud divina, más que con fuerzas humanas, en doce años había ganado, concluye sus alabanzas, diciendo que, como otro David, pudo el César cantar en alabanza del Señor, de quien tantos bienes había recibido, el Salmo 26: Dóminus, illuminatio mea, et salus mea, quem timebo, etc. El Señor es mi luz, y salud, a quien temeré, etc. Surio, monje cartujo, casi de estos mesmos tiempos, en los breves comentarios que hizo de las cosas sucedidas en el orbe desde el año de 1500 hasta el de 1567, dice, entre otras alabanzas y grandezas que refiere al César, que muchos le llamaban el amor y los regalos del género cristiano, como de Tito, Emperador de romanos, se escribe. Largos elogios eran menester, y hechos por ingenio diferente del mío, para decir las alabanzas del César. Dije lo que con verdad supe, seguro de ser tenido por apasionado, que el que más supiere y bien considerare sus hechos y vida católica, me tendrá por corto en esta obra.
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El padre fray Juan de Salcedo De la orden de San Benito Abad, de Nuestra Señora de Valvanera, devotísimo del César, a sus exequias, túmulo y memoria perpetua los dedica y consagra Invictus Carolus periit quum vicerat orbem Indignus mundo, numine dignus obiit. Alter apud Gallos magnus: sed hic ortus ab alto Maximus, ut terris nullus abesset honor. Illo uno vixere omnes, quo regia virtus Protulit hic tumulus quam grave pondus habei. Flent Charites, Bellona potens, Urania, Apollo, Flet Tethis, Helicon, docta Minerva, Ceres: Flet Pietas, flet castus Amor, Clementia et ultrix Justitia ad superos flet quoque Religio. Gesta manent quae durus Arabs, quae Turca, vel Indus, Gallia, Germani, novit uterque polus. Errantes domuit populos, orbemque cadentem Sustinet: hic axis profide firmus erit. Terror erat bellis, hostes sola umbra fugabat: Bellandi parvo Marte peregit opus. Quantum sors valuit, tantum largita, quod ultra Plus potuit, vacuas fregit et ipsa rotas. Tandem obiit, nec iam Fortune nomen in orbe Invenies: reperit Cesar in orbe nihil. Atropos antra tenent, multum indignata labore, Nescia quod mortem, non bene morte ferit. Nam Carolus morti, mors est, mors ipsa superbis: Et sese vicit, mors quoque victa jacet. Mira loquer, coelo coniunxit pondere terram, Natus homo divus, vixit, et astra tenet. Stantaliis statue regum, sacra gloria saxo, Missus honor, caelis stemmata Caesar habet. Que en romance dicen: Murió el invicto Carlos, que la máquina
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Del mundo sujetó, digno de título Más de deidad, que de este mundo mísero. Segundo Carlos Magno entre los gallicos, Mas éste (de lo alto ilustre dádiva) Ennobleció las tierras con ser máximo, Sola su vida fue el arrimo y báculo De cuantos amparó su virtud regia, Cuán grave peso ocupa aqueste túmulo: Llorando Pasithea, Aglaya, Eufrosine, La potente Belona, Apolo, Urania, Tethis, Ceres, Minerva (que en Castálida Fue de todas las artes luz clarísima) Llorando la piedad, y el amor cándido, La severa justicia, y la clemencia, Y la religión santa, por tal lástima Vierte a los cielos compasivas lágrimas. Y tales fueron sus proezas ínclitas, Que el alemán, el turco, el indio, el árabe Las conoció, y el ártico y antártico: Fue domador de mil naciones bárbaras: Y el mundo que caía (como en mármoles) En su valor restriba, eje firmísimo Donde carga la fe, su peso válido. Fue en las guerras espanto y terror bélico, Pues sólo de su sombra y nombre célebre Temblaban y huían sus contrarios. Las guerras feneció con poco ejército. Dióle fortuna cuanto pudo, alzándolo A la cumbre, y quebró las ruedas frágiles, Porque no deslizase su ser próspero. Finalmente murió, y con esta pérdida Feneció la fortuna feliz y única, Y César en el orbe no halla un átomo. Aquestas tumbas tienen en sí a Atropos Indignadas de ver sus fuerzas débiles Que ignoran, que no bien la muerte indómita. 736
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Ferida de otra muerte pierda el ánima. Fue Carlos muerte de la muerte pálida, Muerte de los rebeldes y soberbios, Y venciéndose a sí, a la muerte véncela. Extrañas cosas digo, mas al lúcido Cielo juntó la tierra baja y ínfima: Pues si hombre nació, murió santísimo, Y agora pisa las estrellas fúlgidas. Son de otros reyes los honores últimos Solas estatuas: mas al mármol fúnebre De César, los trofeos, las insignias Bajan del Cielo a ornar su rico círculo, Por ser de tanta gloria benemérito.
FIN DEL TOMO V Y DE LA «HISTORIA DE LA VIDA Y HECHOS DEL EMPERADOR CARLOS V»
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