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Peter Kohsimo GUIA AL MUNDO DE LOS SUEÑOS
PLAZA & JANES, S. A Editores
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Título original: GUIDA AL MONDO DEI SOGNI Traducción de DOMINGO PRUNA
ÍNDICE
Primera edición: Setiembre, 1973
© Copyright by Edizioni Mediterranee — Roma. © 1973, PLAZA & JANES, S. A., Editores Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona) Este libro se ha publicado originalmente en italiano con el título de GUIDA AL MONDO DEI SOGNI Printed in Spain — Impreso en España ISBN: 84-01-31046-6 — Depósito Legal: B. 35.114 -1973
PRIMERA PARTE
LA CLAVE DEL COMPENDIO I. VIAJE EN UNA DIMENSIÓN DESCONOCIDA . . Con un tictac ahondamos en lo ignoto, 15. — El hombre que vivió en menos de un segundo, 18. II. DINOSAURIOS EN NUESTROS SUEÑOS . . . Cuando veamos caer la Luna, 25. — Las impresiones de los niños nonatos, 29. III. TODAS LAS NOCHES VOLVEMOS AL PASADO . . He aquí cuáles son las funciones del sueño, 35. — Los policías de nuestra conciencia, 38. IV. UN MUNDO HECHO DE INSTINTOS Y DE RECUERDOS Jamás podremos soñar la realidad, 45. — Recorramos hacia atrás las sendas de la vida, 48. V. BAJO LAS TIJERAS DE LA AUTOCENSURA . . Charlie Chan, y el broche de la abuela, 57. — «Profundos como el mar, fríos como el hielo», 60. VI. LOS SÍMBOLOS DE NUESTROS DESEOS SECRETOS La anatomía revisada y corregida, 66. — ¿Somos todos VIL
...Y SOBRE LA ALMOHADA UNA VARITA MÁGICA La «asociación», un mecanismo-príncipe, 74. — Transformaciones de personas en otras personas, 75. — Transformaciones de personas en animales o cosas, 76. — Transformaciones de cosas en personas o animales, 77. — Traducción de ideas abstractas en personas, animales, cosas y lugares, 79. VIII. NOSOTROS, PERSONAJES DE CIENCIAFICCIÓN . Condensación y_ superposición, 82. — Una parte para el todo, 84. — Alejamiento, 87. — Mimetización, 89. — Trasposición, 91. — Deformación y desdoblamiento, 93.
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SEGUNDA PARTE
LOS SUEÑOS Y LA PERSONALIDAD I. NO TE ASUSTES SI «MATAMOS» A PAPA . . . Una zarabanda de luces y de colores, 99. — Del acostumbrado Edipo a Buffalo Bill, 103. — Desnuda en los peñascos gritaba horrorizada, 107. II. EL INFIERNO ESPERA A LOS HIJOS DE LA ANGUSTIA El mensaje de los «resucitados», 112. — Los grandes peligros de los juegos prohibidos, 115. — Cambiamos de sexo por desesperación, 119. III. TAMBIÉN MANDRAKE FABRICA «COMPLEJOS» . Se sienten solos en los bancos de la escuela, 126. — No envidiéis a quien ve el mundo color de rosa, 128. — Lo que ella quisiera ocultar, 134. IV. LOS MITOS ACABAN TRASTORNANDO LA VIDA . Del arca de Noé a los jardines de Alá, 137. — Visiones fantásticas en el umbral decisivo, 141. — Los primeros espectros de los hambrientos de amor, 144. V. UNA VENTANA ABIERTA SOBRE EL MUNDO . . ¿Y si os ocurriese telefonearos a vosotros mismos?, 150. Algunas gatas y muchos celos, 152. — Los turbios espejos de las perversiones, 155.
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TERCERA PARTE
LOS MISTERIOS DEL SUEÑO I. LOS VAGABUNDOS DE LA NOCHE . Los sueños pueden matar, 163. II. OBRAS MAESTRAS EN LAS TINIEBLAS Quien duerme atrapa peces, 169. III. CRÓNICAS DE LO INCREÍBLE . » , En las ondas del pensamiento, 177. IV. LA MIRADA DE RAYOS X . . . 4 Se proyectaba más allá del océano, 184. V. UN RADAR EN EL CENTRO . , -, Encantamientos escandinavos, 191.
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CUARTA PARTE
LA CABALA DEL PSICOANALISTA LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS DICCIONARIO ONíRICO. , , . , . .
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VIAJE EN UNA DIMENSIÓN DESCONOCIDA Una dimensión desconocida, un universo increíble, esto es el sueño. Es un viaje que hace aparecer mezquina hasta la más apasionante obra maestra de la cienciaficción, que anula el tiempo y el espacio y se mofa de la realidad. En sueños nos es dado transferirnos a la más remota antigüedad, hablar con personajes que existieron siglos, milenios antes de nuestra Era, con protagonistas de leyendas y de fábulas que no existieron nunca. En sueños, podemos llegar instantáneamente a Nueva York, Tokio, Singapur, la cumbre del Everest y a las utópicas ciudades marcianas. Morfeo borra las dimensiones que conocemos y las sustituye con otras en que las cosas más absurdas se convierten en naturales. Dentro de sus límites podemos desdoblarnos, multiplicarnos, encontrarnos a nosotros mismos. Alucinante y muy significativo es el sueño de aquel joven autor dramático que se vio sentado en la platea presenciando la representación de una obra suya y, simultáneamente, en el escenario, personificando a todos los protagonistas. De repente se levantó, miró atrás y se dio cuenta de que el teatro estaba Heno de centenares y centenares de individuos idénticos a él. Los muertos reviven en sueños y los vivos pueden morir de una muerte efímera. La inmortalidad puede sernos asegurada en las visiones que quizá muchas otras personas tendrán en el futuro. ¿Qué no podemos hacer en sueños? Podemos volar, hundirnos en las entrañas de la tierra, comprender a los animales y las cosas y
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ser comprendidos por ellos. Podemos, desde luego (prodigio no menor que los otros), «romper con nosotros mismos», con nuestra conciencia, perpetrar crímenes, llevar a cabo acciones que no cometeríamos siquiera —nos dicen los estudiosos— en estado de hipnosis. El insigne psicólogo alemán Werner Kemper escribe: En sueños, podemos desarrollar cualidades que despiertos nos son del todo ajenas; podemos transformarnos en monstruos con apariencia humana por afán de poder, por envidia, por deseo de venganza, por odio; podemos matar a la persona que más queremos de manera muy cruel, a sangre fría, como podemos, por el contrario, reconciliarnos con nuestro peor enemigo. En sueños, nos volvemos capaces de todos los delitos, de todas las perversidades sexuales. ¿Acaso no tenía razón Freud cuando, en su Interpretación de los sueños, pronosticó: «Acheronta movebo», es decir, «Desencadenaré el infierno? ¿Acaso no hemos experimentado, en sueños, una intensidad de sentimientos que nos es desconocida en la vida consciente? ¿Acaso no hemos visto extenderse ante nosotros paisajes tan encantadores como para transmitirnos una sensación de inefable serenidad, de sosiego? ¿No hemos conocido situaciones que nos han permitido gozar de una felicidad profunda, total, de una alegría sobrenatural? ¿No hemos sentido la voluptuosidad de la explotación de posibilidades nunca imaginadas, adormecidas en quién sabe qué recoveco de nuestro ser? Cuanto más nos adentramos en el reino de Morfeo, más milagrosos se nos antojan los fantasmas que lo pueblan. Podemos revivir en sueños, hasta en los menores detalles, escenas de un tiempo pasado que pensábamos haber olvidado completamente. Recibimos, a veces, la inspiración para resolver problemas que hasta la noche precedente nos parecían insolubles, e incluso logramos captar mensajes telepáticos o, al menos, así nos lo parece. Cuidado, sin embargo. Los sueños también pueden engañar, conducir por caminos falsos, inducir a errores colosales. ¿Cómo orientarnos, entonces, en un mundo tan lleno de contradicciones, tan caótico? ¿Cómo comprender ese calidoscopio de fantasías sensatas e insensatas, serias y ridiculas, profundas y tontas? Detengámonos a meditar, y casi llegaremos a decir con el poeta y filósofo chino Chuang Tsé: Esta noche he soñado que era una mariposa. Pero, ¿cómo puedo saber si soy un hombre que ha soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora está soñando ser un hombre?
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Con un tictac ahondamos en lo ignoto Soñar —es obvio— es consecuencia del sueño. Ahora, ¿por qué mecanismos pasamos del estado de vigilia, o de conciencia, al estado de sueño, que es, teóricamente, un estado de inconsciencia? Las teorías al respecto son numerosísimas. Algunos estudiosos se apoyan en la influencia de los residuos de los procesos de recambio, otros en la acción de determinadas sustancias (el profesor Kroll creyó haberlas aislado, pero sus experimentos sólo tuvieron un éxito parcial) y otros hablan francamente de una «hormona del sueño». El profesor R. L. Müller ve la causa del relajamiento tras el trabajo y de la frescura tras el reposo en mutaciones eléctricas que se producirían en las células y en la sangre, diciéndonos que el organismo es semejante a un acumulador, que se descarga por la fatiga y vuelve a cargarse durante el sueño. Sin embargo, ya en 1917 pudo establecerse la existencia de un «centro del sueño» cerebral. Posteriormente, el fisiólogo suizo Hess logró provocar, con solicitaciones eléctricas en el cerebro, un estado de somnolencia en los gatos, y el hecho de que los animales no se durmiesen de golpe, sino después de varias manifestaciones de cansancio, lo indujo a pensar en dicho centro no como en un «interruptor», sino como en un órgano de coordinación que se comportaría del mismo modo, adaptándose así al reposo. El filósofo soviético Iván Petrovich Pávlov, premio Nobel de Medicina, después de haber efectuado largos experimentos con perros, observó que también los animales más descansados llegaban a dormirse cuando eran sometidos a estímulos uniformes. Asimismo nosotros, por lo demás, estamos sujetos al mismo fenómeno; podemos habernos levantado de la cama en plena forma, pero si nada interviene en distraernos y oímos, por ejemplo, el rítmico tictac de un reloj, el tamborileo de la lluvia en los cristales o el traqueteo amortiguado de un tren, no tardamos en someternos al poder soporífero de estos ruidos. Pávlov dedujo de ello que el sueño sobreviene cuando nuestro pensamiento deja de seguir varias direcciones y es desviado por un solo camino. Así concentrado, sólo fatiga un punto del cerebro y acaba por bloquearlo. Pronto el bloqueo se extiende a toda nuestra mente, lo mismo que un atasco de carretera en determinada zona puede provocar la paralización del tránsito en un radio de varios kilómetros.
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Pávlov no logró descubrir la «zona cerebral» responsable de este fenómeno. El empeño dio resultado al profesor Giuseppe Moruzzi, de Pisa, que anunció en 1958, durante la «Semana neurofisiológica» de París, la localización del centro del sueño, situado en la base del cerebro. Se dice que el insigne científico llegó a la conclusión de sus investigaciones observando los efectos producidos por una canción de cuna, un «somnífero musical» por excelencia. Con todo, el «mapa del sueño» sigue presentando más regiones misteriosas que zonas exploradas. El tema es fascinante, pero, desde luego, no podemos profundizarlo aquí. A los efectos de nuestro trabajo, lo que nos interesa es comprobar tan sólo, con los partidarios de todas las teorías que hemos mencionado, que el sueño no sobreviene nunca repentinamente. Si nos observamos a nosotros mismos, notamos que, cuando estamos fatigados, nos es difícil fijar la atención. Los párpados se vuelven pesados, las reacciones ya no son inmediatas, poco a poco se amortiguan las sensaciones visuales, oímos cada vez peor y nos sentimos envueltos en una niebla que, al hacerse cada vez más densa, nos aleja del mundo de los despiertos. Y estos procesos se producen aunque creamos dormirnos de golpe, si bien sus «tempos» sean entonces considerablemente acelerados. Tenemos, en sustancia, una fase que llamaremos presueño, seguida por el sueño verdadero. Hemos hablado de inconsciencia «teórica», porque la auténtica, la total, sólo es dada por la muerte. El sueño no impide que nuestros órganos continúen funcionando y que las «centrales de la conciencia» sigan desarrollando su actividad. Pero esta actividad ya no es guiada y coordinada, no tiene ya contacto directo con los objetos y los sucesos reales. Así, por lo tanto, quién más quién menos, todos llegamos a soñar. Pese a sostener diversas teorías, los estudiosos del reino de Morfeo hacía tiempo que estaban perfectamente de acuerdo sobre un punto: sobre la afirmación de que todos soñamos, aunque no siempre guardemos el recuerdo de las visiones nocturnas. Ya lo había comprobado el psicoanálisis haciendo recordar a numerosísimos sujetos que declaraban, convencidos, no haber soñado en absoluto. La ciencia experimental lo confirmó posteriormente, pero recientemente lo rebatieron tres fisiólogos americanos, el profesor Nathaniel Kleitmann y los doctores Aserinski y Dement, los cuales llegaron, con sus investigaciones, a una conclusión tan asombrosa como importante. Observando a un niño dormido, Kleitmann y Aserinski vieron que sus ojos efectuaban algunos movimientos, delatados por los párpados cerrados y, remitiéndose a una teoría suya, pusieron tales movimientos en relación con la actividad onírica. Esto les in-
dujo a efectuar una serie de experimentos llevados a cabo con pleno éxito. Unos minúsculos hilos de plomo fijados en las proximidades de los ojos permiten controlar los movimientos de las pupilas, registrando en un aparato adecuado las tensiones de los músculos interesados. Valiéndose de ese instrumento, los dos estudiosos observaron a varios sujetos sumidos en el sueño despertándolos cada vez que sus pupilas se movían y preguntándoles si en aquel momento estaban soñando. Cerciorados de que así era realmente, los investigadores llegaron a la conclusión lógica de que cuando soñamos, nuestros ojos siguen la escena como si se desarrollase en una pantalla panorámica. Gracias a aquellos experimentos, los dos fisiólogos afirmaron que cada persona sueña en una noche lo menos 90 minutos en total, pero no consecutivos, período que se divide en cinco sueños. Kleitmann y su ayudante, el doctor Dement, comprobaron además que algunos sueños pueden tener lugar aunque no se produzca el movimiento de los ojos. Se trata de los llamados «sueños del pensamiento», en los cuales no aparecen personas o cosas que se muevan. Típicos son los de los ciegos de nacimiento, que sueñan voces, ruidos, impresiones táctiles e ideas. Los estudiosos trataron de establecer, por consiguiente, qué ocurre cuando un individuo no puede soñar, despertando en el momento debido a sus pacientes. Y se dieron cuenta de que, procediendo así, la necesidad de soñar aumentaba. Es significativo el caso del señor H. S., que durante la primera noche intentó soñar siete veces, pero al cabo de seis noches sin sueños tuvo que ser despertado veinticuatro veces para impedir que su cerebro desarrollase esta actividad. Al cabo de siete noches, el doctor Dement le permitió descansar tranquilo. Su «período de sueño» total aumentó en una hora y veintiún minutos: H. S. recuperaba los sueños perdidos. ¿Qué les pasa a las personas a las cuales se les impide soñar? Nos lo demuestra el experimento llevado a cabo por los científicos mencionados con el señor A., hombre cortés, sumiso, un poco tímido. Despertándole entre sueño y sueño, comprobaron que no pasaba nada en absoluto. El señor A. volvía a dormirse y se despertaba de excelente humor. La interrupción del sueño, por lo tanto, no le causaba ninguna molestia. La cosa cambió cuando el sujeto fue despertado al principio de cada sueño. Ello se hizo durante catorce días seguidos, tras lo cual los científicos, horrorizados, hubieron de interrumpir las pruebas: El señor había cambiado totalmente: manifestaba sin recato el deseo de darse a la orgía, acometía a doctoras y enfermeras soltando carcajadas, las agarraba brutalmente y pretendía que se desnudaran delante de él. Su personalidad daba muestras de profundo desequilibrio: a una gran •3.M7
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excitación seguían graves estados de depresión, el colapso psíquico parecía inminente. Con ello se demostró que ningún individuo puede mantenerse en el terreno de la normalidad cuando se ve privado de su serie de cinco sueños por noche; es más, si esto ocurre durante un espacio de tiempo considerable, sobrevienen primero la locura, luego la muerte. ¿Por qué? Podemos responder con lo que el psicoanálisis había establecido unos lustros antes. Tínicamente a través de los sueños el hombre puede «descargar» sus aspiraciones irrealizables, sus deseos a veces inconfesables (deseos que, al no poderse revelar en el sueño, rompen la barrera psíquica, manifestándose en la realidad, como hemos visto en el caso del señor A.), sus frustraciones, sus temores, sus «complejos», la formidable tensión que de todo ello se deriva. Desde luego, no quiere decirse que basten las visiones nocturnas, pero sin esta «válvula de seguridad la falta de equilibrio psíquico se haría sentir bastante antes, y en forma mucho más grave. «Todos nosotros, resumamos con Berger, estamos enfermos de algo. A veces, basta una medicina ligera como un sueño para curarnos. Pero aunque por sí sola sea insuficiente, siempre puede conducirnos por la vía de la curación.» Otra cosa además. Los somníferos se han mostrado muy perjudiciales respecto a la materia que estamos tratando, -al igual que muchos tranquilizantes. Sería bueno, por lo tanto, evitar aquéllos y recurrir a éstos sólo en caso de necesidad, descartando aquéllos cuyo uso hace transcurrir la noche sin sueños. Porque, como hemos visto, un «sueño de plomo» no basta. «Matando» los sueños ponemos en peligro tanto nuestro sistema nervioso como nuestra salud mental. Los «cinco sueños de Dement» representan el mínimo indispensable de nuestra ración nocturna, que, sin embargo, suele ser mucho más copiosa, formada a veces por una cadena o por una sucesión irregular de sueños, cuya duración varía de una fracción de segundo a un período del cual aún no se ha podido establecer el máximo, pero que seguramente es considerable.
Haciéndolo, diremos que las materias primas nos son proporcionadas por la memoria. Nuestra mente, en efecto, registra todo cuanto hemos visto y sentido, siquiera fugazmente. Los recuerdos —nos explica el profesor americano Gerard— son constantemente almacenados por las sinapsis, que son por decirlo así los centros de enlace de las células nerviosas. Al meditar acerca de una cosa determinada, no haremos, pues, más que apretar la palanca de un teclado ilimitado y liberar así del casillero de las sinapsis el recuerdo deseado, más o menos marcado según la intensidad con que el suceso en cuestión haya sido vivido. El canadiense doctor Wilder-Penfield compara nuestro centro de la memoria, una zona no mayor que una pitillera, con una colección de infinitos filmes y bandas sonoras. Pero, ¡ de qué modo curioso y admirable funciona esa cinefonoteca nuestra! Tocando con un electrodo más fino que un cabello determinada región cerebral, el profesor americano despierta, en un sujeto sumido en el sueño, el recuerdo de una melodía, que el paciente se pone a cantar con la exactitud de un disco. Si el contacto eléctrico es interrumpido y luego reanudado, el sujeto empieza de nuevo a entonar el motivo, pero no desde el punto en que lo dejó, sino desde el principio, como si la invisible banda hubiese vuelto a ser enrollada. El centro de la memoria acumula mucho más material de lo que nos parece. Si, por ejemplo, estando de visita en casa de un amigo, echamos una fugaz ojeada a los libros de su biblioteca, poco después nos parecerá haber olvidado completamente los títulos que hemos leído, pero en estado de hipnosis o bajo los electrodos del doctor Wilder-Penfield, repetiremos con absoluta exactitud de veinte a cuarenta títulos de aquéllos. Y las sorpresas no terminan aquí: los mismos electrodos tienen el poder de despertar, en cada sujeto, minuciosos, exactísimos, todos los recuerdos de su vida, empezando desde la más tierna infancia. Los estudios del fisiólogo canadiense no tienen un valor puramente teórico: conducen a la comprobación de que no existe una auténtica pérdida de la memoria. En la mente de quienes olvidan fácilmente no ha desaparecido el «material de archivo», sino tan sólo la facultad de acceder a él, lo cual puede suceder por diversos motivos que la ciencia trata incesantemente de profundizar. En sueños, esta facultad resulta agudizada, si bien de un modo que nos parecería absolutamente irracional. Diríase que el cerebro, no controlado ya, abre por sí solo los cajones del recuerdo, saca algunos al azar, forma, con elementos extraídos de épocas y lugares muy diversos, un nuevo cuadro, precisamente nuestra fabulosa ciudad del sueño.
El hombre que vivió en menos de un segundo ¿Cómo se «concretan» nuestras visiones nocturnas? El verbo es impropio, pero nos servirá para comprender mejor el fenómeno, que aquí queremos comparar con la construcción de una ciudad.
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Pero en la disposición de los diferenes edificios, a veces en la iniciación del proyecto arquitectónico, pueden influir factores externos u orgánicos. Una mala digestión o la dificultad de respiración, por ejemplo, dan lugar con frecuencia a sueños angustiosos, que pueden ser producidos también por cualquier presión ejercida sobre el cuerpo del durmiente. Ha sido comprobado hace tiempo que varios perfumes dan una determinada dirección a las visiones nocturnas y es archisabida la acción de los ruidos. Una racha de viento repondrá en escena el huracán visto en un filme, las gotas que caen de un grifo mal cerrado se transformarán en el ruido de pasos de un terrible gigante que juraríamos no haber imaginado nunca, pero que en realidad la mente ha sacado de un polvoriento escondrijo de recuerdos de cuentos de hadas cerrado desde los días infantiles. Observemos a un sujeto postrado por un esfuerzo considerable. Aunque parezca estar despierto, no ve ni oye bien a quienes le rodean. Sin embargo, parece ver y oír otra cosa, hablar consigo mismo, seguir sus propias ideas. Aun antes de dormir o, mejor dicho, haber empezado a dormir. Sueña; ha entrado en la fase de presueño de la cual hemos hablado. Y ha entrado en ella con la mente impregnada de imágenes, de voces, de sonidos que no pertenecen ya al ámbito real. El abuso del alcohol y el uso de estupefacientes producen el mismo fenómeno. Es una cosa lógica, ya que su acción sobre los centros nerviosos es similar a la ejercida por la fatiga; se junta tan sólo la exaltación de los centros cerebrales que, en vez de apartar la atención del ambiente, provoca el delirio. Los lectores quizás hayan tenido ocasión de oír los desatinos de algún borrachín que trata en vano de luchar contra los efectos del alcohol y vacila, hasta con el pensamiento, entre la realidad y la irrealidad, hasta que la inconsciencia hace presa en él. El estado de cansancio que nos conduce al presueño contiene, pues, elementos susceptibles de contribuir a la formación dé los sueños. El hecho de que estemos ya ausentes del mundo que nos rodea indica que no podemos seguir valiéndonos con lucidez de la mente, que debemos dejarla proceder por su cuenta, distorsionar las impresiones externas, resumir viejos pensamientos, trasponerlos, mezclarlos. Es a menudo en la fase del presueño, en sustancia, cuando se esbozan nuestras visiones nocturnas. De diez minutos a media hora. Ésta es en promedio, según los estudiosos americanos, la duración de las visiones. Como hemos dicho, sin embargo, hay sueños que no duran más que escasos minutos, a veces muy pocos segundos. La ciencia ha reunido una documentación enorme al respecto. Repasándola, nos encontraremos ante muchos hechos curiosos que —idénticos o bien con
variantes en sustancia insignificantes— nos han ocurrido también a nosotros. Un fisiólogo y psicólogo escandinavo, Bergstrom, relata lo ocurrido a un colega suyo que muy a menudo se amodorraba tras una pesada jornada de trabajo y tenía sueños extrañísimos. Una noche Bergstrom estaba hablando con él de un ginecólogo alemán encarcelado por haber practicado la esterilización a unas mujeres que, después de haber traído al mundo varios hijos, no querían seguir teniéndolos. Concluyó defendiendo el proceder de aquel facultativo, y pidió su parecer al interlocutor. Y éste, despertando de golpe, jadeó: «¿Por qué has venido aquí? ¡Vuelve en seguida a África, o acabarás en prisión seis años!» Como de costumbre, el médico estaba amodorrado. Había soñado que Bergstrom se dedicaba a practicar y a propagar la esterilización, que había sido denunciado, detenido, procesado y condenado a seis años de trabajos forzados y finalmente, con ayuda de algunos amigos, había logrado fugarse, esconderse unas cuantas semanas y, tras una larga y dramática caza del hombre, había salido del paso embarcando para África, a donde llegó sano y salvo y se dedicó a difundir la esterilización entre los indígenas. Y todo ello en el tiempo empleado por Bergstrom para decir: «Yo, si fuese el juez alemán, le absolvería. ¿A ti qué te parece?» ¡El oyente se había dormido inmediatamente antes del «yo» y despertó cuando el «te parece»! Un caso análogo fue descrito en 1868 por Alfred Maury. El profesor de Meaux contó que había soñado un sucedido que duró muchísimos días y que se había visto finalmente arrastrado ante un tribunal revolucionario francés y condenado a muerte. Además, el viaje en la carreta que transportaba, a través de toda la capital, a los delincuentes al patíbulo fue interminable como los preparativos para la ejecución. Luego, cayó la cuchilla de la guillotina... y en aquel instante Maury despertó, bañado en sudor, y vio que se había desprendido un barrote del testero de su cama y le había golpeado en el cuello. Una fracción de segundo, la transcurrida entre la caída del barrote y el completo despertar, había bastado para producir aquel sueño. El psicólogo Pierre Real nos dice:
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Por ejemplo, se dispara un escopetazo cerca de un durmiente, que despierta en seguida. Sin embargo, nos contará el sueño que acaba de tener. Se ha encontrado con algunos amigos en el bar, ha habido una juerga general y todo ha terminado con un tiroteo. Ese hombre tiene, pues, la impresión de haber tenido un largo sueño, siendo así que había transcurrido poquísimo tiempo entre la explosión del escopetazo y el despertar.
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Esto no debe asombraros. Pensad simplemente en ciertos momentos de divagación en los cuales a veces os sumís. Y si alguien os pregunta: «¿En qué piensas?», respondéis: «¿Yo? En nada.-» Sin embargo, con frecuencia se ha desarrollado en vuestro espíritu una escena larga, complicada. Habéis imaginado las situaciones más absurdas, personajes, palabras, respuestas... Y todo esto en dos o tres segundos. Pero no debe extrañarnos, porque las ideas, en efecto, son transmitidas como unos impulsos eléctricos cuya rapidez es notabilísima. Y ahora, volviendo a nuestra ciudad fantástica, hemos de preguntarnos: ¿Quién es su constructor? Nuestro Yo consciente no, de seguro, porque es incapaz de actuar, paralizado por el sueño. Pero si Morfeo lo atenaza, hace evadir a nuestro segundo Yo, aquel que nosotros encerramos, durante la vigilia, en una profunda mazmorra: el subconsciente, un señor cargado de instintos atávicos, de herencias desagradables, de deseos, de temores, de costumbres, de manías que no revelaríamos en absoluto de buena gana, que insistimos, por el contrario, en no querer confesar siquiera a nosotros mismos. Finalmente, libre en la noche, ese Mr. Hyde, presente en todos, se desencadena y edifica su ciudad. ¿Es siempre él el responsable del plan de construcción, aun cuando haya sido influido por unos factores externos? Algunos científicos creen que sí y nos dicen que él se vale de tales factores del modo que más oportuno cree, que los adapta a sus necesidades. Otros propenden a la clasificación de los sueños en dos categorías: los creados por el inconsciente que reflejan su naturaleza y los que no tienen sentido alguno, que nacen de determinados estímulos (precisamente un ruido, una presión, un olor o así sucesivamente), de un malestar o de una enfermedad, de una fuerte impresión recibida en estado de vigilia. Nosotros pensamos que esta segunda tesis no es de descartar decididamente, pero nada nos consiente adoptar una clara toma de posición a su favor, mientras que sabemos, sin asomo de duda, que el subconsciente actúa en la inmensa mayoría de las visiones nocturnas. Es, por consiguiente, su actividad la que debemos someter a examen, porque, aunque muy descuidada, es para nosotros importantísima, a menudo decisiva. Esta afirmación inducirá a alguien a pensar en los sueños inspiradores, proféticos, premonitores. Pero, ¿acaso existen esos sueños? Francamente, lo dudamos. Y nos proponemos, de todos modos, referirnos no a ellos, sino a todos los demás, a los sueños «comunes» que son, además, inspiradores, proféticos, premonitores, pero no en una acepción más difundida de tales adjetivos.
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Nos ayudan a conocernos, a vernos «por dentro», a vernos bien, a comprender el origen de ciertas actitudes de otro modo inexplicables, a poner a la luz nuestra personalidad, a cuidarla y, por consiguiente, a seguir el camino más oportuno.
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las entradas de las cuevas eran demasiado angostas para que lograse meter la cabeza en ellas, y los asediados se defendían asestando lanzazos a la cara de la fiera enfurecida. Por muy raro que fuese, el sueño hubiera podido hallar una explicación en las impresiones dejadas por un filme, por un relato, por un libro. Pero Frankie tenía cinco años, nunca había visto películas ni oído relatos propios para «inspirarle» visiones semejantes. Su padre, con todo y quedar un poco perplejo, logró, como buen seguidor de Freud, estructurar una aclaración «lógica». Un año después, sin embargo, hubo de sentirse poner la carne de gallina cuando el crío, hojeando una enciclopedia, puso el índice sobre una lámina y dijo: —Mira, éste es el monstruo que soñé. ¡Aquella lámina reproducía un dinosaurio carnívoro! II DINOSAURIOS EN NUESTROS SUEÑOS Frankie se despertó gritando, y era un grito muy extraño el suyo. Ningún niño ni ningún hombre gritan así. Parecía el rugido de una fiera al cual se mezclaba apenas algo de humano, una nota de furor, de miedo y de desesperación. El doctor Porter y su esposa corrieron a la habitación de su hijo y lo encontraron de pie en la cama, adosado a la pared, con el puño derecho cerrado como si apretase una lanza, el semblante descompuesto con una expresión de rabia y de terror. El niño miró, atónito, a sus padres y se echó en brazos de la madre y balbuceó: —Mamá, he tenido un sueño... ¡He pasado mucho miedo! El doctor William Porter es un reputado psicoanalista. La visión nocturna del pequeño le interesaba, por lo tanto, doblemente, como padre y como médico de la psique. Se la hizo contar hasta los menores detalles, y quedó no poco impresionado por aquella aventura onírica. El chiquitín se había encontrado, en sueños, bailando con un grupo de hombres desnudos alrededor de una gran hoguera encendida al pie de una montaña. La zarabanda precedió a un curioso banquete, en el curso del cual los salvajes (no hubieran podido ser definidos de otro modo) se alzaban para ir a buscar comida en un gran montón de carne cruda. De pronto apareció un monstruo espantoso, y todos corrieron a refugiarse en cuevas abiertas en la base de una pared rocosa. El monstruo intentó cogerlos, pero
Cuando veamos caer la Luna Hay un sueño —según el cosmólogo francés Denis Saurat— que, tarde o temprano, se presenta a la mayor parte de los hombres: el de la caída de la Luna. En un cielo oscuro titilan las estrellas, el satélite comienza a oscilar, se agiganta y se precipita sobre la Tierra mientras un viento infernal asóla al planeta. No se trata de un sueño fantástico ni de una premonición, sino de la reaparición de recuerdos ancestrales, transmitidos inconscientemente por miles de generaciones, igual que las descripciones del apóstol Juan sobre el fin del mundo son inspiradas probablemente en la memoria de lo ocurrido en un pasado muy remoto, precisamente a resultas de la destrucción de un satélite precedente. Hay muchos sueños que retrotraen a los albores de la Humanidad, según afirman otros profesores, y la antropología, la paleontología, la arqueología, nos confirman que sus elementos no son en absoluto fantásticos. Como hemos visto, la visión nocturna del pequeño Frankie Porter parecería pertenecer a esta serie, a menos que se la quiera considerar fruto de la casualidad. ¿Guardaríamos entonces el recuerdo de ciertos pensamientos, de ciertas sensaciones, de ciertos acontecimientos para nosotros sin fecha, que nos han sido transmitidos a través de incontables generaciones? Hasta hace poco tiempo muchos científicos mostraban un extremado escepticismo al enunciado de esta hipótesis, aseverando que el grado de desarrollo de la parte de nuestro ce-
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rebro donde reside la memoria era tan bajo como para no permitir la retención de los recuerdos. Estudios recientes han comprobado, sin embargo, que la edad del género humano es superior con mucho a la fijada por los seguidores ortodoxos de Darwin. «Por lo demás —observa el profesor Werner Kemper, insigne psicólogo alemán—, la toma de posición de esos incrédulos no parece sostenible. Conocemos una teoría completa de funciones, en su mayoría de importancia vital, que hoy van ligadas al desarrollo cerebral, pero que también en las fases anteriores a este desarrollo se desplegaban de modo excelente.» Tenemos, además, el «trauma a la insulina», que parece proporcionarnos la prueba clarísima de que cada uno de nosotros recuerda inconscientemente no sólo los albores de la prehistoria, sino también los antecedentes de la multimilenaria aventura del hombre en la Tierra. El «trauma a la insulina» se aplica en medicina en los casos de esquizofrenia y de demencia precoz. El paciente es puesto en estado de inconsciencia con una inyección de hormonas y despertado después con otra de glucosa. Este despertar se produce lenta y gradualmente, y conduce precisamente al sujeto a manifestar el paso a través de las varias «aberturas a la Humanidad». Es sabido que nosotros, durante los nueve meses de gestación, «sintetizamos» las más importantes fases de la evolución vividas por nuestros lejanísimos antepasados. Por breve tiempo la criatura que va formándose posee las agallas de los peces, antes de pasar a la respiración pulmonar; luego adquiere el rabo del abuelo simiesco, para perderlo antes del nacimiento y muchos órganos más se forman y se transforman desapareciendo en gran parte para hacerle ver la luz como Homo sapiens. Bajo el influjo de la insulina y de la glucosa, reasumimos mucho más detalladamente la misma historia. A la primera inyección, el paciente parece muerto y ni siquiera manifestaciones vitales primarias, como el latido del corazón y la respiración, pueden percibirse sin el auxilio de unos instrumentos apropiados. Después del inicio del suministro de glucosa se consigue una mínima intensificación de las funciones. El sujeto está en la fase en que, millones de años atrás, brilló un tenue resplandor de conciencia, pero no está en condiciones de concebir el más pequeño pensamiento, ni siquiera de soñar. Unos minutos más tarde se observan señales de vida: lentos, leves movimientos de los brazos y de las piernas, que recuerdan los de la natación, j Nuestro ser primordial se ha vuelto pez! Siguen otros gestos de los cuatro miembros y he aquí a la criatura tornada anfibia salir del mar, intentar los primeros, inciertos pasos
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sobre la tierra firme. Inmediatamente después (pero en la historia de la evolución han transcurrido infinitos millones de años) se revela el simio y por fin el sujeto emite unos sonidos guturales que se truecan poco a poco en un balbuceo. El paciente ha alcanzado la fase infantil, de la cual pasa a la del hombre maduro. Considerando esta posibilidad, podremos llegar a explicar algunas de esas curiosísimas manifestaciones oníricas, sobre las cuales volveremos, designadas por los estudiosos con la expresión déjá vue («ya vista»), manifestaciones que nos dejan desconcertados, impresionados y alimentan, hasta en los individuos menos sensibles a la fascinación de lo trascendental, la sospecha de que los sueños contengan de veras algún elemento mágico. —Llegué a Amsterdam alrededor de las cinco de la tarde —nos dice un médico alemán, el doctor Albert Müller—. Era un hermoso atardecer de verano, y yo, decidido a disfrutarlo, dejé la maleta en la consigna encaminándome a pie hacia el centro. Cuando, una vez cruzado el puente, recorrí la calle principal, tuve la impresión de conocerla muy bien. No sólo las estrechas callejuelas laterales que no dejan de sorprender a los turistas se me antojaron familiares, sino que me pareció reconocer cada tienda, cada café, tanto que, habiéndome quedado sin cigarrillos, traspuse la puerta de un establecimiento aun antes de darme cuenta que se trataba de una expendeduría de tabacos. »Me paseé por la ciudad, a lo largo de los canales que los extranjeros encuentran a primera vista todos iguales, y de pronto me asaltó una idea que me dejó aturdido: "Ahí, en la esquina, —dijo 'algo' en mi cerebro—, hay un hotel acogedor y tranquilo. Tal vez podré tener la habitación del primer piso, que da al patio y que es muy cómoda." Un pensamiento trivial, ciertamente... pero para quien se hubiese alojado ya en aquel hotel. No para uno que, como yo, no había estado nunca en Holanda. «Encontré el hotel, exactamente como me lo había imaginado, desde el largo pasillo hasta la angosta escalera con una alfombra roja. Sólo la estancia era diferente. Pero la mañana siguiente, al bajar, vi una puerta entornada, eché un vistazo dentro... y reconocí la habitación que había esperado tener. »De vuelta en Alemania, conté a mi familia lo que me había ocurrido encontrando un poco de asombro y mucha incredulidad. Pero la noche que repetí el relato en casa de mis padres, sin darme tiempo a añadir detalles, mi abuelo exclamó, admirado: " ¡ Ese hotel es el 'Ambassade', en el número 349 de la Herengracht! Y la habitación de la cual me hablas es la que yo solía ocupar cuando paraba en Amsterdam!" «Entonces recordé que había visto antes de entonces aquellas calles, aquel hotel, aquella estancia, que había "previvido" ya mi
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aventura en Amsterdam. Y todo ello en un sueño que había tenido cinco o seis años antes. Esta transmisión de recuerdos del abuelo al nieto (los episodios análogos se cuentan por millares) tiene, sin duda, algo de fantástico, pero al menos cabe intentar intuir una solución, cosa que se torna aparentemente mucho más ardua con otro tipo de déjá vue, cuando nos hallamos ante paisajes, personas, situaciones que estamos ciertos de haber conocido en un sueño y que excluyen la eventualidad de una transmisión de recuerdos. —Me encontraba en Sudáfrica —cuenta el ingeniero británico J. Kinsey—, y una mañana me dirigía, a través de la selva, a un río sobre el cual se estaba construyendo un puente. El lugar escogido por los responsables no era el ideal, pero yo nunca había pensado en un desastre. Pero cuando desemboqué en una explanada herbosa, «supe» de improviso que el puente se derrumbaría. No era un presentimiento; estaba reviviendo en la realidad una escena vivida ya en sueños: el calvero, los árboles abatidos, los dos barracones... todo me era familiar, hasta el rostro del ayudante que vino a mi encuentro. «Me temo que eso no va a aguantar», le dije. En aquel momento, el puente empezó a ceder... y se vino abajo unos minutos después, cuando el último obrero llegaba a la orilla, afortunadamente sano y salvo como sus compañeros. I Aquello también lo había soñado! Aquí traspasamos ya las fronteras de los sueños proféticos, de los cuales, sin embargo, nos ocuparemos más adelante, pero tenemos todos los elementos del déjá vue, elementos que nos dan escalofríos aunque no haya de por medio ningún desastre; cuando, por ejemplo, atravesamos alguna zona cualquiera y tenemos la impresión clara de haber estado ya en ella, aunque jamás en el pasado la hayamos visto y cuando quedamos atrapados en una situación que nos parece haber vivido, pese a ser una experiencia del todo nueva para nosotros. ¿El mundo de los sueños puede, por lo tanto, traspasar las fronteras del futuro? No. El ilustre investigador del cerebro Wilder-Penfield ha puesto el misterio al descubierto declarando que las impresiones en cuestión son debidas a una pequeña panne, a una especie de cortocircuito en el centro de la memoria. Cualquier cosa que pensemos o hagamos, inconscientemente, fulminantemente, es confrontada con los recuerdos de una pretérita situación análoga, que puede perfectamente haberse producido en sueños. «Así es ahora —nos dice la memoria— y así en cambio ha sido.» Pero basta con un pequeño trastorno para desviarnos, para hacernos, en cambio, concluir: «Justo como es ahora, ha sido ya.» Tal trastorno puede ser provocado por Wilder-Penfield en cualquier paciente suyo, lo cual
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nos proporciona una demostración convincente de la veracidad del aserto. En el caso de J. Kinsey, la explicación es elemental. Tengamos presente que en sueños se manifiestan temores y deseos. Ahora, ¿qué ingeniero no teme que un puente sea construido en un lugar inadecuado y se derrumbe y no espera que los obreros se salven? ¿Cual no sueña, antes o después, una y otra cosa? En cuanto al paisaje y al rostro del ayudante, la panne de la memoria es más evidente que nunca. Todas las obras de un sector determinado tienen elementos comunes (como los tienen, por lo demás, todas las fábricas, todas las oficinas, todas las casas, y así sucesivamente). ¿Y acaso no nos ocurre también, aun despiertos, observar, por ejemplo, que el señor X se parece a David Niven y la señorita Y a una ex compañera de escuela nuestra, aunque, en realidad, tal semejanza sea muy vaga o no exista en absoluto? ¡ Imaginémonos por tanto qué «fundadas» confrontaciones podemos efectuar con imágenes que se nos aparecen en sueños!
Las impresiones de los niños
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Dejemos los engaños del «ya visto» y volvamos a los recuerdos. Consideremos una serie de ellos menos alucinantes que las visiones ancestrales, pero igualmente pasmosa: la que se refiere a la memoria prenatal. Algunos investigadores niegan que semejante memoria esté aún viva en nosotros o, al menos, en nuestro subconsciente, pero el psicoanálisis ha demostrada del modo más evidente (y tendremos ocasión de comprobarlo perfectamente más adelante) que el hombre adulto tiende a menudo a rehuir las dificultades que se le presentan refugiándose, en sueños, a lugares que simbolizan el regazo materno. También otras ciencias, por lo demás, contribuyen a apoyar la tesis de los «detectives de la psique». Hay, en suma, una buena dosis de verdad en las afirmaciones de esas madres que, convencidas, explican el desasosiego de su niño con frases como: «Viví un período agitadísimo cuando estaba en estado interesante...» «Son las preocupaciones que tuve durante el embarazo...» «Antes de que naciese, yo estaba nerviosísima...» La existencia de una correlación directa entre el estado de ánimo de la futura madre y el temperamento de la criatura que lleva en las entrañas no ha sido hasta ahora plenamente demostrada. Es un hecho, sin embargo, que vemos el corazón del em-
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brión acelerar los latidos cuando la gestante es presa de una fuerte emoción o está asustada. En el momento que una mujer se sobresalta, una de sus glándulas introduce adrenalina en la circulación sanguínea. La adrenalina estimula la actividad cardíaca, y a través de la placenta llega también a la circulación del niño provocando la misma reacción. Una simple reacción química, de acuerdo, pero, ¿qué sabemos de sus consecuencias?
Y éste resolvió el enigma, descubriendo que la madre de su paciente, mientras viajaba en autobús durante el embarazo, fue arrojada al suelo por un brusco frenazo. El sujeto, por consiguiente, reaccionaba a una sacudida nerviosa registrada meses antes de su venida al mundo. Muchos psicólogos de valía nos refieren comprobaciones análogas añadiendo que algunas personas reviven manifiestamente, en sueños, traumas prenatales. Sintomático es también el caso de dos chiquillos suecos que desde su más tierna edad tenían un terror irrazonable de los viajes de bajada en ascensor. Cuando estuvieron en condiciones de expresarse de modo comprensible, hablaron de sueños periódicos en los que dominaba la idea de una angustiosa caída seguida por una brusca parada, y no fue difícil descubrir que sus madres, durante el embarazo, habían resbalado, una sobre hielo y la otra en casa mientras hacía la limpieza. El profesor Werner Kemper nos dice que reunió la documentación de veinte sueños muy significativos al respecto, entre los cuales había los de dos niños que por supuesto no podían haber recibido informaciones detalladas acerca de la gestación. Y, sin embargo, en sus visiones nocturnas volvían a la vida uterina, experimentando de nuevo sus sensaciones. Pero hay más: uno de los sujetos (una niña de cuatro años) había reproducido el ambiente con un cuadro que representaba una exactísima descripción anatómica. Será oportuno subrayar que los sueños de «retorno al nacimiento» (representado por el refugio en lugares angostos, cálidos y confortables, pero más aún por las agradables sensaciones que provendrían de la estancia de un ambiente similar) no deben alarmar, a menos que se produzcan con frecuencia. En este caso denotan una personalidad muy débil, un excesivo temor de las adversidades, una impresionabilidad morbosa, con otras tendencias poco simpáticas que, si no se corrigen, pueden conducir a graves desequilibrios.
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Podemos dudar del hecho que el estado de ánimo de la madre ejerza una influencia en el niño nonato —observa el gran psicólogo y sexólogo británico Eustace Chesser— sólo si creemos en la existencia de una neta línea de separación entre cuerpo y psique. Pero cuanto más progresa la ciencia médica, más nos demuestra que factores psíquicos pueden provocar trastornos físicos y viceversa. Si durante el embarazo la madre se encuentra en un estado de miedo o de desesperación, podemos considerar con razón que semejante estado influye en su físico y repercuta en la criatura, que está íntimamente vinculada a ella. Pese a no estar en condiciones de descubrir lo que ocurre en la psique del niño, debemos contar con efectos desfavorables. »A partir de determinada fase de su desarrollo, él nuevo ser posee sin duda una psique. No tiene consciencia en el sentido corriente de esta palabra, pero tampoco es considerado a la medida de una forma inferior de vida. No es cierto que la capacidad de percepción se establezca en el instante en el cual la criatura ve la luz, justo como si se girase un interruptor. Hay innumerables grados de consciencia, y la que nosotros conocemos sólo incluye una parte infinitesimal de la vida de nuestra psique. Pensamos que un hombre dormido no tiene consciencia, y sin embargo puede tener pleno conocimiento de un sueño. Al despertar, tal sueño puede ser olvidado, pero también quedar vivo en la memoria o en el subconsciente por quién sabe cuánto tiempo. Existen muchos apoyos convincentes a la teoría de Eustace Chesser. Hay, por ejemplo, ciertos temores propios de personas adultas, que indudablemente tienen origen en el curso de la vida uterina, como ha podido establecer la hipnosis. Recordemos aquí la sensación de angustia que sobrecogía a cada sobresalto a un conocidísimo científico, obligado a recorrer largos trayectos en automóvil para cumplir sus deberes profesionales. Al principio creía que se trataba de tensión nerviosa, pero, al observar que tras una temporada de descanso la cosa se repetía, hasta el punto de exponerlo a graves accidentes, recurrió a un especialista de enfermedades nerviosas, quien lo dirigió a un psicoanalista
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III TODAS LAS NOCHES VOLVEMOS AL PASADO ¿Qué habrá sido de Peter the tramp, «Perico el vagabundo», con su barba larga, su sombrero desfondado, su traje hecho jirones, el hatillo colgado de un bastón? Era el protagonista de viejas historietas de dibujos americanas, siempre de viaje a lo largo de las vías de las grandes líneas trascontinentales o agarrado bajo el vagón de un mercancías, siempre perseguido por policías, perros y amas de casa a las que intentaba robar los guisos puestos a enfriar en el alféizar de la ventana, siempre hambriento. Dormía y soñaba en casi cada historieta, Pete the tramp. Dormía roncando con una serie de Zzzzz y soñaba pollos, bistés y pasteles. Quizá se acordó de este personaje el psicoanalista doctor Weiss, cuando, con objeto de coleccionar material para sus estudios so^ bre la función protectora y compensadora de los sueños, decidió interrogar también a un profesional de la miseria ambulante. Como fuere, halló pollos, bistés y pasteles en sus historietas nocturnas, aunque no sobre el fondo blanco propio de las visiones del buen Pete. He aquí, por ejemplo, un sueño «típico» del vagabundo entrevistado: —Me había echado a dormir detrás de un matorral, cuando sentí algo que me mojaba los labios. Pasándome la lengua bajo los bigotes, me di cuenta de que se trataba de whisky. Entreabrí los ojos, sin despertarme del todo, y vi de pie, a mi lado, a Dixíe
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Dan (otro vagabundo) que, sonriente, tenía junto a mi boca su bastón, del cual salía precisamente un chorrito de whisky. Sin darme cuenta, me puse a chupar, pero el chorro era demasiado fuerte y el licor me rebosaba de la boca. Me sentí todo mojado y desperté. Dixie Dan había desaparecido. Me vi rodeado por un grupo de señores vestidos de etiqueta que, riendo, me hicieron levantar y me llevaron con ellos al pueblo, alegres y cordiales. Pronto me encontré a mis anchas entre ellos, y noté que ya no llevaba mis harapos, sino que vestía de frac. Alguien me dijo que estábamos invitados en casa del alcalde y, efectivamente, cuando llegamos se estaba celebrando una fiesta. Yo tenía un hambre terrible (en realidad llevaba veinticuatro horas sin comer) y procurando no hacerme notar, me zampé un plato entero desasado frío y muchas porciones de tarta de frambuesa. Pero, mientras devoraba el postre, me di cuenta de que un agente me estaba observando. Con terror me percaté de que volvía a llevar puesto mi traje sucio v harapiento. El oficial intentó golpearme con un manojo de espinos que empuñaba, pero se acercó una señora con una diadema en el pelo y una cinta en torno al cuello, que riñó al oficial y lo echó. Es perfectamente normal —observará alguien— que un hombre hambriento sueñe con hartarse, como un sediento con beber y un individuo atormentado por necesidades sexuales con satisfacerlas. Desde luego es natural, pero no siempre las necesidades humanas se presentan, en el reino de Morfeo, de una manera tan evidente. Muy a menudo, por el contrario, son «mimetizadas». Sólo aquellas consideradas inocentes por quien sueña se reflejan en las visiones nocturnas sin ser deformadas, y tampoco ésta es una regla general. En el caso de nuestro vagabundo, de todos modos, podría parecer superfluo recurrir al psicoanálisis, pero no esiasí. Para darnos cuenta de ello debemos ante todo tener presente que la naturaleza de los sueños es doble, con poquísimas excepciones, o sea que cada visión posee un contenido cabal o manifiesto, identificable en el relato que puede ser efectuado por el sujeto (por ejemplo: «He soñado que apuñalaba a una mujer»), y un contenido latente cuyo análisis revela el verdadero significado del sueño (soñar que se apuñala a una mujer denota el deseo de poseerla). Ahora bien, el contenido manifiesto de la aventura irreal del vagabundo puede ya parecer elocuente, pero no saca a la luz más que la mínima parte de cuanto se agita en él. ¡ Qué horizonte nos abre, en cambio, el análisis del contenido latente! Tampoco aquí faltan los estímulos externos, no determinantes, pero capaces de hacer que el caso tome una cierta dirección: una gota de agua caída de una hoja sobre los labios del durmiente y transformada en buen whisky por el diablillo de los deseos y el 3 — 3.147
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suelo húmedo de lluvia reciente que da al sujeto la sensación de estar empapado por el licor. Pero vamos a la interpretación del sueño, habida cuenta de los detalles facilitados por el sujeto al doctor Weiss, indispensables para el éxito del análisis. El bastón era en realidad una porra con la cual habían atemorizado muchas veces al barbudo (lo llamaremos Pete). La porra pierde su significado amenazador y se transforma en un dispensador de felicidad (whisky). También el policía que la empuñaba cambia de aspecto y se convierte en Dixie Dan, un amigo, que luego desaparece, como desaparece el traje andrajoso del soñador. No olvidemos que Pete chupaba la punta del bastón. Esta acción expresa el deseo inconsciente de abandonar la vida trashumante, de volver a la infancia despreocupada (de chupar, es decir, del seno materno) e inmediatamente después el anhelo secreto de Pete asume unos contornos bien definidos: ser un hombre normal, no volver a tener que temer a policías y porras, ser acogido por el prójimo en un plan de igualdad (cordialidad, alegría común, invitación a la fiesta), elevarse (el frac), gozar la estima de los superiores, de las autoridades (la participación en la fiesta del alcalde). Nuestro vagabundo no se mata el gusano del hambre en sueños con un panecillo, sino con platos exquisitos, que representan un premio a su resurgimiento social. Sin embargo, come a escondidas, con lo que expresa el miedo de no llegar a la meta, de seguir siendo considerado un vagabundo, de no poder ocultar su pasado (desaparición del frac, sustituido por los harapos usuales). Y he aquí que entra en escena el agente. ¿Quién es? El padre de Pete. Era, en realidad, un empleado de Banco, pero el progenitor suele aparecer, en sueños, como una persona de reconocida autoridad (un rey, un oficial, un policía, un profesor y así sucesivamente). Con la severidad que en realidad le era propia, querría pegar a su hijo, pero interviene la madre, con ropas de gran señora, que evita a Pete el castigo inmerecido. Las explicaciones parecían haber terminado, pero hay más. Está el famoso «complejo de Edipo», con un trasfondo meramente sexual. Ello se transparenta ya vagamente del simple relato del sueño, pero para verlo claro hace falta saber algo acerca de la infancia del sujeto. Interrogado, Pete revela que, espiando a sus progenitores en la intimidad cuando él no tenía aún ninguna noción concerniente al erotismo, sufrió una impresión tremenda, convencido de que su padre estaba maltratando a su madre, que intentaba estrangularla. Más tarde, el chiquillo fue sorprendido mientras jugaba «al doctor» con una amiguita y su padre le dio una azotaina despiadada. Desde aquel día, el odio de Pete por su
padre creció. «No he hecho nada malo —se decía el niño no encontrando ninguna falta grave en su comportamiento— y he sido castigado precisamente por él, que es mucho más malo que yo y hasta trata de matar a mamá.» He aquí, pues, esclarecida la última parte de la aventura irreal de Pete que pone de relieve los recuerdos de las varias intervenciones de la madre para evitar al niño reprimendas demasiado violentas, y el fuerte trauma causado por la «visión prohibida» infantil (la señora luce la diadema de la bondad, de la nobleza de ánimo, y lleva una cinta alrededor del cuello para tapar las huellas del «estrangulamiento»). El subconsciente, por último, junta estos detalles, pertenecientes a la esfera de la sexualidad, con los deseos sexuales del vagabundo, y por esto el padre de Pete empuña un manojo de espinos. Las hojas son un símbolo de femineidad, las espinas denuncian obstáculos que se oponen, para el vagabundo, a la consecución de una relación amorosa satisfactoria.
He aquí cuáles son las funciones de los sueños Del análisis de la visión nocturna de Pete se desprenden, claras, las tres funciones principales de los sueños: — Proteger el sueño; — Conducir a una imaginaria satisfacción de los deseos; — Hacer surgir (sea a través de una cruda revelación o por medio de una ficticia superación) los miedos inconscientes, los problemas, los conflictos internos, los «complejos» y todo cuanto está vinculado con ellos. Los sueños, por lo tanto, no son extravagantes galopadas de la mente incontrolada en un mundo inexistente, ni mensajes que nos envía quién sabe qué poder sobrenatural, sino que son parte de nosotros mismos, más aún, son nosotros mismos. Freud advierte que somos plenamente responsables tanto de nuestros sueños «malos» como de los «buenos». Intentemos negarlo y la existencia se preocupará de demostrarnos lo contrarío. Un solo sueño puede bastar para bosquejar nuestra personalidad, para poner de relieve hasta las facetas que no podemos o no queremos ver (el de Pete es muy elocuente al respecto). Lo más frecuente, sin embargo, es tener que examinar varios sueños para llegar a tanto y hace falta conocer ese mecanismo, que aquí no podemos por supuesto estudiar a fondo, pero que siempre será útil exponer a grandes rasgos.
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En el primer capítulo hemos comparado el sueño con una ciudad edificada por el subconsciente, que extrae las materias primas del almacén de la memoria. Veremos ahora con qué criterios opera el asombroso arquitecto y de qué material específico se sirve. Al hacerlo, nos adentraremos cada vez más en el reino de Morfeo y, al mismo tiempo, comenzaremos a sondear el abismo de la personalidad. Ante ciertas extrañísimas visiones nocturnas que parecen no tener absolutamente nada en común con nosotros y con nuestra existencia, o ante otras originadas por un estímulo externo o por un malestar, muchas mentes tendentes a un extremado racionalismo se preguntan si no es posible que el sueño sea, en realidad, un insensato vagabundeo del espíritu y que algunas de sus referencias a la realidad sean puramente casuales. Para algunos sueños quizá pueda ser así, pero si ello fuese válido en cada caso, el psicoanálisis no tendría modo de «leer en el pasado» y la psicoterapia no podría apuntarse ningún logro. Pero, ¿por qué, entonces, el curioso arquitecto opera con criterios tan complicados? Porque —lo hemos visto— tiene tres importantísimos cometidos que no podría cumplir de otro modo, dado que nuestro Yo consciente se lo impediría. Si el sueño fuese una copia fiel de la realidad, no protegería el acto de dormir (Pete el vagabundo, por ejemplo, no hallaría reposo si su hambre, su cansancio, sus apuros se reprodujesen tal como son en las visiones nocturnas), no conduciría a la satisfacción imaginaria de la mayor parte de nuestros deseos, no resolvería ningún conflicto. Los deseos que más nos acucian son efectivamente aquellos a cuya realización se oponen principios morales, religiosos, o incluso solamente el buen sentido o el temor y a veces no somos cabalmente conscientes de ellos, porque no nos atrevemos siquiera a pensarlos. Sin embargo, el subconsciente los conoce perfectamente. No está dominado por nuestros principios, por nuestro buen sentido, por nuestro miedo, pero puesto que forma parte de nosotros, hemos de tenerlo en cuenta. Y así llega a un compromiso: satisface sus anhelos por caminos oblicuos, de un modo que no puede ofendernos ni alarmarnos. Actúa, en suma, un poco como esos caballeros que, poseídos por el demonio del juego e imposibilitados, por varios motivos, de entregarse a él, desahogan su pasión sobre los boletos de las quinielas del fútbol. En lo que concierne a temores, problemas, «complejos», el subconsciente aplica el mismo sistema. ¿Acaso no hay siempre un deseo de por medio? Tememos a una persona, y, por lo tanto deseamos, poder con ella; si una situación nos pone en apuros, deseamos superarla, y si una duda nos atormenta, deseamos aclararla.
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Pero en este punto viene a atormentarnos de veras una duda, y grande, además. Visto que las fantasías de los sueños ocultan verdades desagradables y comprobado que tales fantasías representan la regla, no la excepción, ¿debemos considerarnos todos un poco anormales? Ciertamente. ¿Quién, con todo y pretenderse plenamente satisfecho de su vida, puede afirmar sinceramente no ser torturado por deseos, temores, dilemas secretos? Pero esto no debe asustarnos en absoluto. También de esas espinas, del modo como aceptamos su presencia, las suavizamos o las eliminamos, está formada nuestra personalidad. No existiría si no existiesen conflictos. Si no tuviésemos ningún problema, si aceptásemos de buen grado todo cuanto nos es dado y no tendiésemos a más, seríamos unos deficientes totales. Y ahora, basándonos en las dosis de realidad y fantasía presentes en las visiones nocturnas, demos el primer paso en el esbozo de una diagnosis de la personalidad, miremos a la luz de los clásicos «sueños de las tres muchachas» (Lemaitre), teniendo presente que las deducciones no se aplican tan sólo a la esfera sensual. Tenemos, pues, tres dieciochoañeras que llamaremos Alba, Bruna, y Clara, todas de buena familia, todas enamoradísimas de un jovenzuelo que, desgraciadamente, no conoce sus sentimientos. ALBA sueña que está a solas con el joven en un calvero. Lo provoca, se hace perseguir, lo rehuye, se esconde y es alcanzada; se rebela a su abrazo, protesta, luego la resistencia disminuye y cesa. Aquí el sueño refleja, pese a trasponerlo y condensarlo, el comportamiento normal, de suerte que es indicio de equilibrio, de seguridad, de falta de temores y pudores exagerados. El hecho de que la visión se repita con variantes no sustanciales, aunque intervengan otras menos claras, delinea la imagen de una personalidad sana, equilibrada. BRUNA sueña que hace al amado incitaciones mucho más audaces. En la playa, un tirante del bañador le resbala y ella lo deja resbalar; desde la piscina le telefonea frases alentadoras (la piscina, el agua y el teléfono son aquí símbolos claramente sexuales) y en una estancia extraña se desnuda. Las visiones son de una evidencia brutal: la chica haría bien con poner mucho cuidado, porque es esclava de los instintos, incapaz de contenerse, carente de inhibiciones, propensa a conseguir lo que le apetece sin excesivos escrúpulos. CLARA sueña vuelos nocturnos, castillos, dragones, iglesias, leones con el rostro de él, a menudo escenas tan fantásticas como pavorosas. Demasiados símbolos, demasiadas luchas interiores. La personalidad queda sofocada entre timidez, debilidad, falta de sentido de la realidad y perplejidades de todas clases. A esta
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muchacha, una visita al psicoanalista no la perjudicaría en absoluto.
ha abandonado por primera vez a muestras de afecto con el novio. No ha pasado nada grave: un par de caricias y un beso apasionado. Lilly, sin embargo, ha recibido una educación muy severa. Se siente culpable, y su «complejo de culpa» se manifiesta precisamente con la agitada aventura onírica. —Si la gente supiera lo que he hecho —se dice Lilly— me despreciaría, me odiaría, me perseguiría. Y el sueño traduce en imágenes dramáticas esta consideración que podía haber sido formulada también sólo en el subconsciente, o sea sin que Lilly se diese cuenta. La chica se convierte en una criminal y «la gente» se transforma en un ejército de policías que le dan caza. Busca refugio en casa del abuelo, pero es rechazada, y esta escena refleja otra ilación suya: «El abuelo era muy bueno, dispuesto a defenderme y a protegerme, pero era rigurosísimo en lo tocante a moral y jamás me habría perdonado lo que he hecho.» Finalmente, Lilly llega al chalet de su infancia. Desea volver a la misma infancia, a un período despreocupado, feliz, en el cual no existían para ella problemas atormentadores. Busca a su madre, pero no la encuentra, porque el subconsciente le dice que en aquellas circunstancias no encontraría siquiera a su madre para consolarle. Entonces se refugia en el único lugar donde nadie podrá hallarla, reprenderla, dañarla: en el regazo materno representado por la gruta. ¿Un sueño curioso, extraordinario? En absoluto. Todos hemos vivido sucesos oníricos semejantes, todos nosotros, en los momentos de mayor miedo, de mayor desconsuelo, hemos vuelto en sueños a la entraña materna simbolizada por una gruta, por un nicho, por una camilla, por otros incontables lugares estrechos, acogedores y seguros. Y ésta es la versión onírica de una exclamación que se les escapa a muchos en las fases más críticas de la vida «¡Oh, si no hubiese nacido!» El impresionante sueño de Lilly (con los referidos antes que turban las noches de Clara) pone el acento sobre una duda que ya se habrá asomado a la mente de nuestros lectores con el enunciado de las tres principales funciones del sueño. El hecho de que Morfeo se valga a veces de medios más bien desagradables para denunciar temores y «complejos», ¿no contrasta acaso netamente con sus dos primeros cometidos?
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Los policías de nuestra conciencia Faros que rompen la noche, sirenas de coches, pasos, voces ahogadas... Lilly, aterrorizada, se arrima a la pared en el siniestro callejón oscuro. La buscan a ella. Todos la persiguen, la obligan a huir, a esconderse, a huir de nuevo. ¿Hasta cuándo? Lilly siente que la tenaza se cierra, que la situación se hace desesperada. Sabe que es culpable, que ha cometido un delito espantoso, un crimen que no merece piedad. Pero ¿cuál? La muchacha hurga desesperadamente en la memoria, pero no logra recordar. Ha ocurrido algo terrible, algo... algo... Por un instante tiene la impresión de estar cerca de la solución de ese alucinante misterio, pero luego todo vuelve a confundirse en su mente. Y ha de ponerse a huir otra vez. Los policías la han descubierto y le pisan los talones. Lilly echa a correr, y la ciudad cambia de aspecto. Allí, en la esquina, está el cine de siempre, pero los grandes almacenes ya no están y en su lugar hay un lago, el lago de montaña que ella había visto unos años antes, durante una excursión. Luego, ve la Via Véneto, precisamente la de Roma, y Lilly corre rozando los veladores de los cafés, las columnas de los pórticos de la Plaza del Duomo de Milán, los muelles del Sena parisiense, una fuente de Turín, las murallas de un castillo dibujado por Walt Disney. Después ve una calle que le es muy familiar. Lilly llama, desesperada, al portal cerrado de una casa, pero sólo se abre una mirilla por la cual la contemplan unos ojos severos. Lilly reconoce la mirada, distingue los rasgos del rostro, que es el de su abuelo, muerto unos meses antes. Invoca piedad, pero el difunto mueve la cabeza y le cierra la portezuela en la cara. La chica echa a correr de nuevo y, de pronto, se encuentra en un jardín, el del chalet donde pasó la infancia. Vaga entre los arriates, buscando a su mamá que debería de estar allí, sentada en el viejo banco de piedra, pero no la encuentra. Ve, en cambio, la entrada de una gruta, se refugia en ella. Y por fin se siente tranquila, segura, a salvo de toda persecución. Allí nadie podrá encontrarla, nadie podrá hacerle daño... ¿Qué había en el origen del sueño de Lilly? Algo que otras chicas considerarían una bobada. Nuestra amiga, de veinte años, se
¿Cómo pueden los ensueños —se pregunta Werner Kemper— proteger el sueño, si existen (y no son en absoluto raros) sueños agobiantes, pesadillas, sueños en los que nos sentimos perseguidos, acosados, o se busca algo afanosamente, sin conseguirlo, o se
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corre detrás de un tren sin lograr alcanzarlo, o bien, con gran vergüenza, nos vemos en público desnudos o casi desnudos? ¿Contradicen semejantes sueños la teoría de la satisfacción de los deseos y de la función protectora del acto de dormir, dado que nos despertamos trastornados, bañados en sudor? ¿O bien se trata solamente de tentativas malogradas, de fallos que no afectan en nada las teorías en cuestión? Nadie ha dicho que las cosas hayan de tener siempre un final favorable para confirmarnos su razón de ser. Los aviones están hechos para volar, no para estrellarse, y las catástrofes que de vez en cuando tienen lugar no invalidan esta afirmación. Sin adentrarnos en los dédalos del psicoanálisis recurriremos a una imagen que creemos eficaz. Nuestro arquitecto está erigiendo una construcción que representa precisamente la satisfacción de un deseo. Pero lo que él quiera sepultar debajo de ese edificio es demasiado grande para ser sofocado. Cuando se percata de que sus esfuerzos son inútiles abandona y deja que aquel «algo» estalle, haciendo añicos el inmueble y a menudo el propio sueño. Es sabido, en efecto, que por lo general las visiones pavorosas son interrumpidas por un brusco despertar. Todo nace en nosotros y se desarrolla en nosotros. No hay motivo, pues, para que nos dejemos asustar por las visiones opresivas o espantosas. Deberemos saludarlas, por el contrario, como útiles campanillas de alarma que nos ponen en guardia —si suenan con frecuencia e insistentemente— contra un conflicto que amenaza con afectar gravemente nuestra personalidad. Se dirá, además, que la aventura de Lilly no era como para suscitar visiones tan agobiantes. Pero el alcance real de los problemas no cuenta en el reino de Morfeo. Cuenta la importancia que nosotros les concedamos. Podemos tener una idea clara de ello pensando en una hoja que cae. Hay quien no la nota siquiera, quien la acaricia con un pensamiento melancólico, quien se ve impelido por ese brevísimo vuelo a escribir una poesía o cabalmente un tratado filosófico. Una ulterior demostración de la importancia concedida por Lilly a su experiencia, la da el hecho de que ella, en sueños, no recuerda lo que ha hecho. No lo recuerda sencillamente porque no quiere recordarlo. Intenta refugiarse en el olvido, justamente como cada uno de nosotros trata de no pensar más en una acción que, vista a través del prisma de la conciencia, le parece indigna. Volveremos sobre el tema de los sueños angustiosos. Fijémonos, sin embargo, en que algunos de ellos van ligados con ciertas enfermedades y otros son provocados tan sólo por una mala di-
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gestión. Conformémonos ahora con exponer, muy genéricamente, las causas principales: —Grave sensación de culpabilidad. Por mucho que vayamos en busca de justificaciones, no logramos persuadirnos de que nuestro comportamiento es justo. En lo profundo de nuestro Yo, suscitamos al monstruo desencadenado a destruir las mentiras piadosas que nos contamos a nosotros mismos. —Defensa de un deseo que nos parece particularmente indigno e intenso. Ni siquiera en sueños logra nuestro subconsciente reducir la embestida con la satisfacción imaginaria. Para protegernos sólo queda entonces el revelarnos a nosotros mismos, sin reparos, todo el horror del insano anhelo. —Necesidad de autocastigo, determinado por una tendencia al masoquismo.
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IV IW MUNDO HECHO DE INSTINTOS Y DE RECUERDOS Una mirada superficial a los criterios seguidos por el arquitecto nos ilumina ya acerca de las estrechas relaciones existentes entre los sueños y nuestros verdadero Yo. Consideremos ahora el material empleado y llegaremos a una comprobación más importante aún. Es el mismo que compone nuestra personalidad. A propósito de ésta, nos engañamos con frecuencia. Es difícil verla en su auténtica estructura por estar escondida bajo el barniz, las policromías, los adornos con que la disfrazamos consciente e inconscientemente para presentarla, tanto al prójimo como a nosotros mismos, en un ropaje digno y brillante y, por consiguiente, es arduo notarle los defectos, corregirlos, identificar sus valores reales y hacerlos resaltar. Todo esto se hace posible en sueños, cuando cada una de sus partes se nos muestra tal y como es verdaderamente, si bien con algunos reparos. Los instintos son como resortes comprimidos de nuestra personalidad, encerrados en un envoltorio tejido de moral, de educación, de principios religiosos, de conveniencias sociales, más o menos aptos para contenerlos, según la convicción con la cual hayamos reforzado su trama. Una persona normal logra controlar los instintos, pero no siempre del mejor modo. Los empaquetados con poca pericia sobresalen del envoltorio, lo deforman y lo deterioran. Poseen, en efecto, una potencia espantosa (los sexuales en primerísimo lugar), y es difícil retenerlos, manejarlos, tan difícil que los individuos más débiles los dejan irrumpir o resultan profundamente heridos por ellos.
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En sueños, esos resortes quedan sueltos. Nos es concedido observarlos a nuestro antojo, evaluar su fuerza, su empuje y los daños que podrían causar y deducir de ello si es conveniente utilizar alguno, sujetar mejor otros, aprender a manejarlos de manera a volverlos innocuos, o servirnos francamente de su potencia. Tomemos el caso de Jeannette T. Salida del colegio a los dieciocho años, la muchacha volvió a su casa, en una pequeña ciudad del sur de Francia, se quitó el uniforme que, la noche siguiente, fue alegremente quemado en el curso de una fiestecita organizada en su honor por un grupo de compañeros. Durante dos semanas la joven pareció vivir tan sólo para «ponerse al corriente» de todo cuanto le había sido vedado en el transcurso de su larga permanencia en el instituto, dirigido por religiosas. Su habitación rebosaba de vestidos, accesorios, cosméticos, libros y discos de moda. Luego, de golpe, la vida de Jeannette cambió. El día después de haber participado en una fiesta escandalosa, olvidó cremas y coloretes, se puso una vieja falda ajada, un jersey oscuro, unas medias burdas y desempolvó los zapatones del colegio. Sus progenitores pensaron que se había dejado ganar por las ideas de algún compañero beatnik, y el padre, tolerante, sonrió: —No quiere más que probar el sabor de la realidad. No hay mal, ahora que su personalidad ya está formada. Se le pasará... Pero no se le pasó en absoluto. La joven rechazó todas las invitaciones, se encerró en casa, rechazando toda clase de amistades, excepto la de una estudiante de filosofía, que pronto se convirtió en su compañera inseparable. La jornada de Jeannette acabó por reducirse a largos coloquios con aquélla, a horas de soledad y a breves apariciones en la mesa para la comida y para la cena. La muchacha no sonreía, se había vuelto en extremo lacónica con sus padres y sus hermanos, y a veces grosera. Una tarde, en ausencia de Jeannette, el padre entró en la habitación de su hija y se puso a registrar todos los rincones buscando la clave de aquel alarmante cambio. Se quedó de piedra cuando, debajo del colchón, apareció un cinturón en cuya parte interior había atadas con cordeles varias ramitas espinosas. Intuyó la verdad, pero quiso cerciorarse. Espió a su hija por el ojo de la cerradura mientras ella se desvestía para acostarse y vio que la muchacha llevaba, sobre la piel desnuda, otro cinturón semejante. El hombre se retiró en silencio, pero a la mañana siguiente llamó aparte a la joven y le echó un sermón invitándola al final a vestirse de modo conveniente y a ir con él a ver a un psicoterapeuta conocido suyo, que ejercía en una ciudad próxima. Jeannette no se rebeló. Completamente pasiva, se sometió a la voluntad de
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su padre limitándose a observar que no estaba enferma ni desequilibrada y que, viviendo a su modo, no molestaba a nadie. El especialista no obtuvo en seguida, como era de suponer, la colaboración de la muchacha. Pero bastó, para «ablandarla», una frase de la cual los médicos de la psique deberían hacer un uso más frecuente: «Querida señorita, yo no parto en absoluto del presupuesto que usted haga mal. Quiero sencillamente convencerme de que el sistema de vida que ha elegido corresponde de verdad a sus necesidades interiores. Si es así, seré yo mismo quien le anime a continuar, porque de lo contrario se crearían en usted graves desequilibrios; pero si, en cambio, no es así, trataré de explicarle el porqué.» Jeannette empezó a contar sus sueños. El primero había sido decisivo para sus transformaciones. Después de haber comprado un vestido de noche cuyo escote un poco audaz la atraía y la asustaba al mismo tiempo, se le apareció la santa fundadora de la Orden monástica a la cual pertenecía el colegio y la exhortó a no abandonar las reglas del pudor si no quería condenarse. La muchacha, aunque impresionada, había tratado de olvidar aquella visión, pero vinieron otras, todas ellas cargadas, según ella, de amenazas y funestos presagios. La noche anterior a su «reconversión», Jeannette había encontrado en la fiesta a un joven ingeniero que le gustaba muchísimo, y éste intentó besarla. Horrorizada, la muchacha corrió a su casa y pasó la noche presa de mil pesadillas en las cuales las tentaciones se alternaban con visiones infernales que le «quitaron toda duda» convirtiéndola en una criatura obsesionada por todo cuanto podía parecer «mundano», sedienta tan sólo de penitencia y de perdón. Desde entonces los sueños amonestadores habían cesado y, caso raro, ni siquiera se repitieron cuando Jeannette se percato, sin que ello la escandalizase mucho, de que su amiga apreciaba más a las representantes de su propio sexo que a los hombres. El psicoterapeuta no tardó en dar con el cabo del hilo y en sacar el ovillo. Estableció ante todo que Jeannette había sentido, en los primeros años de colegio, un profundo terror al ver el retrato de la fundadora de «su» Orden, hasta el punto de evitar mirarlo cada vez que pasaba cerca de él. Con la hábil guía del especialista, la muchacha consiguió también recordar un severísimo sermón pronunciado cinco años antes por la directora justo bajo el cuadro en cuestión. Las colegialas se disponían a irse de vacaciones a sus casas y la religiosa las puso en guardia con palabras apocalípticas contra las tentaciones de la moda «indecente» y el comportamiento de la «juventud descarriada». Los besos, además, eran considerados por las piadosas mujeres como verda-
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deros pasaportes para el infierno, y sucedió que una profesora, después de haber leído una composición dedicada a los padres, dirigió una filípica tremenda a una niña de catorce años culpable de haber hablado de un beso que se habían dado su padre y su madre rememorando, durante un paseo por el campo, los tiempos del noviazgo. Que los angustiosos sueños de Jeannette, por último, no se hubiesen presentado cuando se estaba perfilando una relación no exactamente platónica con la estudiante de filosofía, no era extraño. La paciente consideraba, en efecto, ciertas manifestaciones de afecto como en absoluto deplorables, puesto que sólo había sido puesta en guardia frente a los hombres y no tenía idea de qué podía ser la homosexualidad y el masoquismo hacia el cual, con sus rudimentarios cilicios, navegaba a toda vela. Jeannette, por fortuna, era una chica inteligente, y a partir del momento en que comprendió que las explicaciones del psicoterapeuta eran exactas, aprendió a moverse con seguridad en el mundo de los instintos, a dominar los «resortes» y a dirigir la potencia de éstos hacia objetivos más oportunos.
Jamás podremos soñar la realidad ¿Os ha ocurrido alguna vez revivir en sueños, idéntica en cada detalle, una situación, sólo una, en la cual os hayáis encontrado en la realidad? Podemos anticipar la respuesta sin temor a equivocarnos: es negativa casi unánimemente. Y esta aplastante mayoría (en los experimentos de algunos estudiosos americanos se ha obtenido un «sí» sobre 3.600 «no»), subraya ya la validez de cuanto hemos expuesto acerca de las funciones del sueño, representa la despiadada confirmación que ninguno de nosotros está del todo satisfecho de sí mismo, nadie está exento de deseos secretos, de miedos y de conflictos inconscientes. Pero una persona entre 3.600, lo menos, sí estará tentado de precisar alguno. Pues bien, no, ni siquiera ésa. Fijémonos en el caso raro del «test» estadounidense. Es un industrial de cuarenta y cinco años que lleva tiempo sin preocupaciones de ninguna especie, cuya estrella, además, está en continuo auge. «Hace una semana —declara al psicoanalista ese ser extraordinario que es el señor Smith (los nombres son escogidos al azar)—, hice un excelente negocio con el fabricante Brown. Pues bien, dos noches después vi de nuevo en sueños la misma, idéntica escena que se de-
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sarrolló en mi despacho con ocasión de la firma del contrato. No había, en el sueño, un mueble o un objeto diferente; hasta los gestos, las sonrisas, eran las mismas.» El psicoanalista pide permiso al señor Smith para profundizar la investigación, y el industrial se lo concede, muy convencido de su versión. La primera sesión no aporta ningún elemento nuevo, pero la segunda revela tres detalles diferentes. Se trata de menudencias. En el sueño, contrariamente a la realidad, el escritorio de nuestro personaje estaba cubierto, sólo ante él, de una leve capa de polvo, la secretaria llevaba gafas (que usaba raramente, nunca en presencia de visitantes) y la luz eléctrica estaba apagada. Son, en verdad, pequeneces. Sin embargo, además de hacer desaparecer de la circulación aquel uno sobre 3.600, permiten a un psicoanalista escribir en su cuaderno de notas secreto, con toda seguridad, una frase como: «El señor Smith es un embustero, o bien ha sido un embustero o, también, se siente embustero.» ¿Por qué? La luz apagada y las gafas de la secretaria hablan un lenguaje elocuente. El industrial no quería, en el subconsciente, que se viese demasiado claro en sus negocios y temía que la muchacha aguzase la mirada para captar algún detalle cuyo descubrimiento no le hubiera agradado en absoluto. Queda todavía por descubrir el significado del polvo. Para lograrlo es menester profundizar el análisis, y nosotros lo haremos tras haber especificado que el señor Smith no es ningún estafador y que no había nada que no fuese honesto en la firma del contrato con el fabricante Brown. No obstante, hay un recoveco secreto en el pasado de nuestro magnate. En los principios de su lucha por encumbrarse en el mundo de los negocios, quitó de en medio a un rival con un expediente poco correcto, concretamente con una carta anónima. Tras haber escrito la misiva, Smith estuvo acosado durante semanas por el terror de haber dejado en ella sus huellas dactilares, y aquel terror se había reavivado en sueños poniéndole delante una capa de polvo (sobre el cual hubiera resultado fácil marcar las huellas) y recordándole con ello que su fortuna había nacido de un acto desleal. La conciencia acosa a nuestro personaje con varios sueños más. Elegiremos tres, que también servirán para ilustrarnos lo que diremos a continuación. 1. — Smith se encuentra desnudo, de noche, en el centro de una llanura, con la sensación de ser perseguido. Presa de terror, huye hacia una montaña, penetra en una caverna habitada, implorando ayuda, pero es echado fuera. Finalmente encuentra un paso que le conduce a una pequeña gruta donde arde un fuego. Smith se calienta y se siente seguro.
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2. — Smith está en la cama, en una habitación oscura, y tiene miedo. Luego, oye un curioso chirrido, ve moverse una franja luminosa en el techo, y se tranquiliza como por encanto. 3. — Smith está en su despacho. Habla con unos señores, se despide de ellos, mira por la ventana unos instantes, luego vuelve a la mesa y ve debajo de la carpeta un sobre que no estaba antes. Lo abre y ve que contiene una esquela mortuoria. Todos estos sueños nacen del remordimiento y se interpretan como sigue: 1.—Smith se siente amenazado por la indigna acción que ha cometido, se ve desnudo, es decir, indefenso y expuesto a la vergüenza. Busca la comprensión ajena (los habitantes de la caverna), pero teme ser rechazado; halla consuelo, por fin, en el retorno a los tiempos en que no existían para él tales preocupaciones, en el calor y la seguridad de la vida prenatal (la gruta pequeña representa aquí el útero materno, y expresa ese deseo tan extendido «de no haber nacido nunca» del cual hemos hablado). 2. — Smith teme la aparición de los fantasmas suscitados por su fraude. También aquí vuelve atrás en el tiempo, pero se detiene en la infancia, atrapado en ella por no se sabe qué llamada. Los ruidos y la luz que le tranquilizan no le dicen nada, pero con la ayuda del psicoanalista acaba por recordar. En los años de su niñez dormía solo y tenía mucho miedo a la oscuridad, pero luego el chirriar de un tranvía en la calle y los reflejos de los faros rompían su soledad dándole una viva sensación de alivio. 3. — El recuerdo inconsciente de la mala pasada jugada al antiguo competidor no le deja en paz. La esquela mortuoria simboliza la carta anónima, con dos significados: puede referirse al «asesinato moral» perpetrado por Smith o al temor que su fea acción pueda, como un bumerang, volverse contra él. En este punto podemos reanudar y concluir la reseña de las «materias primas» empleadas por el arquitecto de los sueños. Seguimos estando en ese inmenso, inexplorable almacén que es nuestra memoria. Hemos hablado de recuerdos ancestrales, transmitidos a través de incontables generaciones, y el primer sueño del señor Smith nos dice ahora cómo su subconsciente podría justamente haber apelado al rastro dejado por las duras experiencias de nuestros antepasados: la espantosa soledad de la noche, el frío, el miedo de la oscuridad en la que sólo el Gran Enemigo, la fiera, se mueve a sus anchas, la hostilidad de un grupo desconocido, el placer animal y la sensación de seguridad que proporciona el fuego. Quizá fantaseamos, quizá tan sólo fueron un filme o un libro lo que dirigió al subconsciente del señor Smith por aquel camino, pero la primera suposición no es de descartar
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a priori, como nos advierte precisamente el «trauma a la insulina».
necesario, etcétera. Nadie está libre de «complejos», pero cuando éstos se acentúan, se convierten en neurosis.
Recorramos hacia atrás las sendas de la vida Un momento difícil, una amenaza indefinida, retrotraen al señor Smith al oscuro dormitorio de su niñez y un destello de luz, un ruido, acuden a tranquilizarle, en sueños, como en la realidad de un tiempo lejano. Pero, ¿qué habría ocurrido si la habitación de nuestro personaje no hubiese tenido ventanas, si sus padres le hubieran obligado insensatamente a permanecer en ella, convencidos de que así conseguiría vencer el miedo? Todo habría dependido de la gravedad del trauma sufrido por el chiquillo. Ello hubiera podido tener consecuencias irrelevantes, pero también (lo cual es bastante más probable) dejar rastros enojosos. La oscuridad, de todos modos, como fuere, de no haber sido rota por algún destello consolador, habría tenido una influencia nada desdeñable sobre las angustiosas visiones nocturnas del sujeto. En cualquier edad la toma de posición ajena hacia las propias exigencias y la propia conducta es importante, pero en los años de la infancia tiene un alcance enorme, tanto como para que repercuta en el futuro de la jovencísima criatura. Aunque el niño sea demasiado pequeño todavía para comprender el significado de las palabras, una actitud, un simple gesto, pueden impresionarle de una manera profunda. La esfera sexual, además, es de una sensibilidad extrema: el germen de una desviación o de una perversión puede, por ejemplo, ser originado por un bofetón, por una regañina, por cualquier acto sepultado en el tiempo, del cual el interesado cree no tener siquiera recuerdo, cuando en cambio ha dejado marcada en su subconsciente una huella profunda. Las impresiones sufridas en la infancia —recalca el insigne psicólogo Eustace Chesser— pueden repercutir de una manera más o menos innocua, pero pueden asimismo causar graves inconvenientes, manifestándose a veces a distancia de muchos años, igual que un apéndice inflamado se torna de repente virulento. Un paciente puede acusar serios trastornos intestinales, fuertes hemicranias, vértigos y otro mostrar un miedo infundado de los ambientes concurridos, de la oscuridad, de los gatos y así sucesivamente; o bien cabe sentirse obligado a acciones ridiculas: tocar madera cuando se pasa por su lado, lavarse las manos más de lo
La existencia de esos «complejos», de esas neurosis, a menudo sólo puede percibirse a través del examen de los sueños, y se llega a identificar sus orígenes «desanidando» los recuerdos que, mimetizados, pueblan el reino de Morfeo, en primer lugar los infantiles. Si, durmiendo, volvéis a veces a la edad temprana, no os preocupéis. La nostalgia de los buenos tiempos idos es un mal muy extendido, tanto que nos ataca hasta despiertos. La cosa comienza a interesar al psicoanalista cuando los recuerdos resurgen, en las visiones nocturnas, insistentemente acompañados de pormenores o sensaciones que no hallan un lugar natural en el cuadro, cuando repiten situaciones desagradables o hasta tan sólo extrañas, cuando son alterados, distorsionados, enmascarados. Y lo son desgraciadamente de un modo que cada vez se vuelven tanto menos comprensibles cuanto más preocupantes se hacen los casos. Harto elocuentes son, por ejemplo, con relación a cuanto hemos apenas observado, los sueños de dos hermanas de 17 y 19 años, registrados por el profesor Berger. Las dos pasaron la adolescencia en un chalet encantador de los alrededores de la ciudad, una construcción rústica rodeada por un amplio parque al que se accedía a través de un pequeño puente. Por la noche, este rincón se le aparece con frecuencia a una de las muchachas, dándole siempre una sensación de paz, de serenidad y de alegría. La otra, en cambio, es acosada por un sueño pavoroso. Se halla en medio de una multitud de monicacos malignos que, riéndose, la arrastran hacia un arco iris. Pero apenas la chica ha puesto los pies en él, el arco iris se transforma en un cocodrilo que, de un coletazo, la arroja sobre una selva de espadas con la empuñadura hincada en el suelo. Son dos visiones tremendamente diferentes y, sin embargo, idénticas. La distorsión es debida al hecho que mientras una de las muchachas considera los años más felices de su vida los pasados en el chalet paterno, la otra tuvo en aquel lugar una experiencia trastomadora. Una tarde, al cruzar el puente, se encontró ante un exhibicionista que se mostró en una serie de obscenidades imaginables. Conociendo el ambiente y las circunstancias, la interpretación del sueño aterrador se torna sumamente sencilla. Los pérfidos enanos son las grotescas estatuillas de gnomos diseminadas en muchos jardines nórdicos, el arco iris es el puente, el cocodrilo representa la asechanza, la selva de espadas el parque transformado en un paisaje de pesadilla (las armas blancas suelen ser símbolos • 3.147
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sexuales masculinos). Para una mayor comprensión será útil especificar que las dos hermanas, refiriéndose a un cuento de hadas, fantaseaban del puente, en la infancia, como de un arco iris petrificado y veían un cocodrilo en una larga piedra que emergía del arroyo. Naturalmente, el sueño se sirve también de todos los recuerdos de la edad madura y se sirve de ellos de la manera más rara. Si queremos esquematizar la cosa, podremos decir que semejantes recuerdos pueden representar: —La esencia de la visión nocturna. Gianni había tenido, años antes, una decepción amorosa que le atormenta todavía y en sueños no ve a la muchacha, sino el hotel «Excelsior» donde ella se alojaba. —El pretexto. Nora no se entiende con las compañeras de oficina. Cuando vuelve de trabajar, pasa por delante del hotel «Excelsior» y ve una vieja que pide limosna. Sueña que se encuentra en el hotel «Excelsior» en llamas, que huye y es rechazada dentro por unas arpías deformes. El edificio incendiado simboliza la oficina y sus molestias y las arpías son las compañeras antipáticas. —El fondo. Diño, mirando la fachada del hotel «Excelsior» desde la acera de enfrente, nota un detalle que le sobrecoge, aunque inconscientemente. Sueña que toma parte en un tiroteo ante el hotel, que sin embargo no tiene ninguna importancia en la visión. La escena podría estar ambientada en cualquier otro lugar. Nuestra clasificación tiene, no obstante, un valor puramente explicativo. En verdad, el asunto es muchísimo más complejo. La esencia, el pretexto y el fondo pueden fundirse, superponerse, unirse en innumerables combinaciones que, a su vez, pueden componer infinitas secuencias con los recuerdos ancestrales, prenatales, infantiles. El arquitecto de Morfeo se asemeja aquí a uno de esos modestos pero brillantes productores cinematográficos que se las componen solos, improvisándose autores de guiones, decoradores, coreógrafos, maquilladores, directores y a saber cuántas cosas más. Pese a que sus disponibilidades de objetos alquilados sea mucho mayor, los muebles utilizados son siempre los mismos. Ahí está un armario comprado por el emprendedor productor unos años atrás para una película ambientada a principios de siglo. Se le quitan los adornos, se le da una pintura más clara y, desfigurado, es usado para una escena de nuestros días. ¿Se rueda un filme policíaco? El arcón, oportunamente decorado y teñido de oscuro, es ideal para ser colocado en la sala de un antiguo caserón y albergar un buen cadáver. Si, más tarde, se necesita un cerebro electrónico para un asunto que se desarrolla en el mundo de la ciencia, se da la vuelta al armatoste, se le pasa una mano de purpu-
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rina, se llena de interruptores, esferas y bombillas, y sirve perfectamente. Con los actores ocurre más o menos lo mismo. En una zarabanda de trajes, pelucas, afeites, el galán joven se transforma en héroe babilonio, gran inquisidor, un esclavo, un tirano, un poücía, un asesino o un genio. El productor ahorrativo puede ser un mago, pero no logra tomarle el pelo a un crítico agudo por mucha pintura que derroche sobre sus trastos viejos y por muchos nombres exóticos que invente para su cast. Y lo mismo acontece en el mundo de los sueños. Cambiemos el productor por el habitual arquitecto, el crítico por el psicoanalista y los resultados serán los mismos.
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nunca un tema aceptable para comedias; c) no deben ser tratados de modo que parezcan justos y lícitos. Art. 5.°. —Los métodos y las técnicas de la prostitución... no deben ser presentados detalladamente... los prostíbulos no deben ser presentados jamás de modo que puedan ser claramente identificados como tales. Art. 6.°. — Las perversiones sexuales quedan prohibidas (¡sic!) con todo cuanto a ellas se refiere.
V BAJO LAS TIJERAS DE LA AUTOCENSURA Como sabrán los lectores, las casas cinematográficas americanas aplicaban hasta hace poco tiempo un sistema de «autocensura voluntaria» tendente a lograr que las películas fuesen puestas en circulación desprovistas de todo cuanto hubiera podido hacerlas considerar atentatorias a las buenas costumbres, a la moral, al pudor o a otras muchas bellas cosas. Los autocensores hasta se habían dado un código, del cual creemos oportuno citar, literalmente, algunos párrafos. Art. 1.°. — El adulterio y las relaciones sexuales ilícitas, que a veces resultan indispensables para la trama de la película no deberán ser nunca justificadas o tratadas de modo que parezcan justas o lícitas. Art. 2°.— Escenas de pasión: a) no deben ser presentadas, a menos que sean indispensables al tratamiento del tema; b) los besos voluptuosos y a boca abierta, los abrazos voluptuosos, y las posturas y gestos lujuriosos tampoco deben ser presentados; c) en general, la pasión debe ser tratada de una manera que no provoque reacciones sexuales. Art. 3.°. — Seducción y rapto: a) deben ser solamente aludidos y únicamente cuando sean esenciales al tratamiento del tema; jamás deben ser mostrados explícitamente; b) no deben constituir
Art. 8.°. — Los órganos sexuales de los niños no deben ser expuestos en ninguna ocasión. Esta disposición no se aplica para los recién nacidos. (Existe, sin embargo, una ley que, por razones higiénicas, prohibe «el empleo de recién nacidos para la toma de escenas cinematográficas». Nota del autor.) La autocensura de Hollywood siempre ha sido objeto de severas críticas. Se la ha acusado de ser una manifestación de hipocresía, inspirada, no por auténticas convicciones morales, sino por meras consideraciones de carácter comercial, y de tener las mallas dispuestas de tal manera que permiten muchas fugas. «Hay una producción inteligentemente pornográfica —escribe un crítico escandinavo— que sale de los estudios cuidadosamente preparada por la llamada autocensura para no caer bajo la censura oficial. Los motivos obscenos son transformados, mimetizados, simbolizados hábilmente, con lo que resultan aún más peligroso.» Pues bien, del mismo modo y siguiendo un código bastante similar al que acabamos de mencionar, se comporta el arquitectoproductor del sueño. También recurre a la autocensura para escapar a las leyes, no a las penales, sino a aquellas que nosotros mismos nos hemos dado. Todos sabemos —observa el psicólogo Pierre Real— que muchos de nuestros instintos son toscos y primitivos. Pensad simplemente en los impulsos de odio, de agresividad, en ciertos ciclones sexuales violentos y bestiales y en los impulsos de venganza y de posesión. Para que el individuo pueda adaptarse a la vida social es indispensable bloquear toda la jungla hormigueante del inconsciente. La mayor parte de nuestros instintos debe ser detenida y prohibida; otros serán canalizados y transformados de un modo que se harán soportables en una existencia comunitaria. ¿Qué hace, pues, la educación? Se fija en las acciones (inconscientes) del niño, las prohibe, las autoriza o las transforma. Existe una verdadera censura impuesta por la educación.
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Supongamos ahora que un impulso profundo esté en contradicción con la censura; supongamos que nos damos cuenta de que uno de nuestros instintos es inaceptable. ¿Qué sucede? Por ejemplo, estimulado por su instinto sexual, un hombre de gran moralidad siente un deseo erótico prohibido. Se percata de ello instantáneamente y lo rechaza adentro, en lo más profundo de su consciencia: ha reprimido su impulso... pero en los sueños la censura disminuye fuertemente; bien poco se opone a la aparición de los pensamientos más recónditos y más reprimidos. Sabemos sin embargo, que el sueño pone él cerebro en letargo, no en estado de quietud absoluta. Permanece, pese a todo, un cierto grado de consciencia, por tanto de censura. He aquí por qué ciertas ideas aparecen en sueños disfrazadas. Esto ocurre sobre todo en el terreno sexual, donde más grave se hace el conflicto entre los deseos por un lado y la educación por el otro, con todas las barreras morales, religiosas, sociales que ésta ha creado. Recurramos a un ejemplo muy sencillo. Un tipo muy aficionado a las «casas de citas» puede soñar que toca el piano al lado de una señora fascinante rodeada por un atento público masculino y femenino, durante una recepción. Pues bien, la actitud musical representa la sexual, el público simboliza las prostitutas y sus clientes y la recepción deja sobrentender que se trata de una habitación «hospitalaria». La belleza y la elegancia de los que están alrededor de nuestro sujeto, por último, no reflejan sino sus deseos de hallar el non plus ultra en materia de voluptuosidad comercial. ¿No nos trae en mientes esta visión el artículo 5 del código de autocensura cinematográfica («...los prostíbulos no deben ser presentados nunca de modo que puedan ser claramente identificados como tales»)? En cuanto al artículo 8, elocuente, es el sueño típico de infinidad de muchachos que todavía no han tenido ocasión de tener relaciones sexuales, pero que desearían iniciarlas. En la visión nocturna van en busca de algo, que tanto puede tratarse de un tesoro como de una persona querida, de un animal como de un objeto, pero el significado real es siempre el mismo. La severidad con la cual se ejerce la censura en el sueño depende, naturalmente, del ambiente en que vive el sujeto, de las leyes que lo dominan, de la educación y de los principios. Un salvaje que desea a una mujer, soñará sin más con poseerla, si no hay nada en las costumbres de su tribu y en su moral que se lo impida. El hombre civilizado, en cambio, soñará con algo simbólico correspondiente al acto. Y ello se aplica, como veremos, también a la edad. Limitémonos por ahora al examen de dos sueños con-
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trastantes (que nos propone el profesor Gagey), el primero de los cuales es también muy interesante si se mira a la luz de los recuerdos ancestrales. Un chiquillo de trece años, equilibrado, sano, más bien precoz, vive cerca de una chica de su edad, con la cual no tiene muchos contactos. Ella le atrae, sin embargo, poderosamente, aunque sus raros encuentros son de lo más inocente y nunca han cruzado una palabra ni siquiera un gesto a los cuales pueda ser atribuido un significado sexual. Una noche, el muchacho, en estado de presueño, nota de improviso un perfume de cabellos femeninos. Se pone de costado y «ve» a su joven amiga al lado. La abraza, la acaricia, la besa, y en sueños (como referirá más tarde) vive el preludio a la unión sexual y la unión misma, sobre los particulares de la cual y sus sensaciones no tiene la menor idea. La naturaleza, pues, ha despertado sus sentidos y los ha encaminado llevando a la superficie un recuerdo inconsciente que dormía en él quién sabe desde cuántas generaciones. El sueño demuestra, además, que el chico de trece años no considera la actividad sexual indigna, vergonzosa, que acepta la idea de ésta sin «complejos» y que desearía llegar a la intimidad con su compañera del modo más natural y honesto. Y he aquí el segundo caso. Es el de una chica de dieciséis años de excelente familia, seria, sin ninguna experiencia sexual, enterada genéricamente a través de los habituales coloquios con las compañeras, pero mantenida en la ignorancia en su casa por los padres en exceso moralistas. Sueña con hallarse en un bosque, sola, sin ropa (y esto no la sorprende). De improviso surge un hombre vestido, armado de un grueso garrote, se acerca a ella despacio. La chiquilla huye y es perseguida. Podría quizá salir del paso, pero los árboles, los arbustos, los setos se cierran ante ella, cortándole el camino de salvación. El hombre se aproxima, alarga una mano para aferraría, y la jovencita despierta debatiéndose, gritando, bañada en sudor. Aquí el simbolismo es evidente, como lo es el mecanismo de la censura. En sueños la muchacha está desnuda y el hombre vestido: ella no ve nada malo en su propio cuerpo sin velos, pero vislumbra el pecado en el masculino, y por esto su sentido moral lo viste. El hombre la acosa, y ella tiene miedo. Tiene miedo de la sexualidad y quiere huir, pero la vegetación se lo impide. En este caso son sus instintos los que le impiden sustraerse a las funciones a las cuales está destinada. Se nos preguntará por qué la chiquilla ha tenido precisamente este sueño, y no otro en el cual ambiente y situación hubieran podido ser diferentes, a pesar de reflejar las mismas cosas. Debe-
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mos dar un paso atrás para comprenderlo, y seguir a la muchacha de dieciséis años después que, una tarde de verano, ha tenido de una compañera la revelación decisiva sobre la anatomía masculina. Detrás del árbol de un vial ve a un hombre que la contempla, y se queda profundamente impresionada. El bosque está sacado de los recuerdos de un paseo efectuado tiempo atrás y el garrote es exactamente el que la chica descubrió la noche anterior al sueño en un rincón de la cocina, abandonado allí por su hermanito que había jugado con él. Volviendo a lo que hemos dicho más arriba, observamos que el garrote en sí ha sido el pretexto del sueño, pero asimismo su esencia (es un indudable símbolo sexual masculino), una esencia reflejada por otros lados, también por el atardecer y por el fondo, surgidos de los recuerdos reunidos en épocas diversas y usados para componer la escena que hemos descrito. En esa escena la censura ha sido más bien blanda, pero se endurece y hace que el durmiente recurra, para rehuirla, a los expedientes más extraños, a medida que los deseos se hacen más fuertes e inconfesables. Nos encontramos entonces —dice Freud— ante unas tendencias indecentes desde el punto de vista ético, estético y social, cosas en las cuales no nos atrevemos a pensar o pensamos con horror. Esos deseos censurados que en sueños tienen una expresión tan deformada, son ante todo una manifestación de egoísmo sin límites y sin escrúpulos. No hay, en efecto, ningún sueño $k el cual el Yo de quien sueña no tenga el papel principal, aunque este Yo sepa perfectamente ocultarse en el contenido manifiesto... Liberado de todo obstáculo moral, cede a todas las exigencias del instinto sexual, las que nuestra educación estética ha condenado desde hace mucho tiempo y las que están en oposición con todas las reglas de restricción moral. La búsqueda del placer, la libido, elige sus temas sin hallar resistencia, y busca con preferencia los prohibidos. Y elige no sólo a la mujer ajena, sino también los objetos a los cuales el acuerdo unánime de la Humanidad ha conferido un carácter sagrado. Pero ese contenido perverso —concluye el padre del psicoanálisis— no debe ser imputado al sueño en sí, que cumple una función no sólo inofensiva, sino útil. Los deseos exasperados son fruto de una feroz castidad, protegida por una censura despiadada. Una censura a la cual, sin embargo, como hemos visto y como veremos mejor más adelante, es posible escapar por los caminos más insospechados.
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Charlie Chan y el broche de la abuela Sucedió en Mestre, hace pocos años. El señor Francesco, un setentón muy bien conservado, iba a sus asuntos, cuando se le acercó un sujeto de aspecto bastante distinguido que, con extraño acento, le preguntó si podía indicarle la vivienda del doctor Rossi. El señor Francesco no conocía al doctor Rossi, y tampoco lo conocía otro individuo que por casualidad había captado unas cuantas palabras del diálogo. Después de haberse presentado como un ingeniero que se encontraba de paso, el sujeto sugirió que había una manera muy sencilla de dar coü el doctor Rossi: informarse en la cercana estafeta de Correos. Y añadió que si aquellos individuos querían esperar unos minutos, lo haría él personalmente. Los individuos aguardaron y el forastero les contó el motivo que lo había traído a Mestre desde Holanda, donde había visto la luz como hijo de un industrial de origen italiano. El industrial había logrado amasar una considerable fortuna, pero en su inicio figuraba un hecho bastante poco honrado. Durante la guerra, trabajando como ayudante del médico cirujano Rossi, se apoderó de la bonita suma de doce mil dólares de un soldado americano, gracias a lo cual le fue posible trasladarse a los Países Bajos y convertirse en uno de los protagonistas del milagro económico local. El remordimiento, sin embargo, había acudido a sentarse al pie de su lecho de muerte, y el industrial, decidido a despedirse con la conciencia más o menos limpia, ordenó a su hijo que corriese a Mestre, localizase al doctor Rossi y le entregase los doce mil dólares con el encargo de destinarlos a fines benéficos. Y he aquí que vuelve el ingeniero de paso con una mala noticia. También el doctor Rossi había emigrado. ¿Cómo cumplimentar, entonces, la última voluntad del difunto? El sujeto distinguido meditó y llegó a la conclusión que el ingeniero podría regresar a Holanda con el ánimo en paz, si alguien se tomaba la molestia de distribuir los doce mil dólares a los desamparados en lugar del médico. ¿Tal vez se prestarían a la meritoria obra (mediante una compensación, por supuesto) los dos amables caballeros conocidos por casualidad? El ingeniero aceptó con entusiasmo y se unió al huérfano italoholandés para convencer al señor Francesco de que participase en la empresa. Y cuando también éste se dijo dispuesto a colaborar.
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el heredero del industrial aludió a una pequeña formalidad: el depósito, por parte de los futuros dispensadores de dólares, de una suma que atestiguase su sólida posición financiera. Asintió inmediatamente el ingeniero y el señor Francesco preguntó si sus ahorros (millón y medio de liras) eran suficientes. Claro que sí. Había que conformarse con aquella cantidad en vista de que su misma cara era un espejo de honradez. Feliz de participar en una empresa tan noble, el señor Francesco decidió ir volando a su casa en busca del dinero. Tomó un filobús, se sentó y, cansado por la intensa mañana, se quedó adormecido. Despertó de golpe, vio la zona que estaba atravesando el vehículo, y se puso de pie de un salto. A la primera parada el cobrador le abrió la puerta, sonriente, pensando que el pasajero se había despertado demasiado tarde. El señor Francesco, en cambio, despertó justo a tiempo, aunque se apease a considerable distancia de su vivienda, pero, en compensación, muy cerca de la Comisaría de Policía. Después de haber escuchado el relato del hecho, el funcionario de guardia suspiró, pensando en la ilimitada confianza que todavía alberga el ánimo de ciertas personas: aquel al que habían recurrido el sujeto de aspecto bastante distinguido y su cómplice «ingeniero» era en efecto uno de los más conocidos y desacreditados sistemas de timo, la llamada «estafa a la americana». ¿El señor Francesco no había oído nunca hablar de ella? No, jamás. ¿Qué había sido, entonces, lo que hizo sonar en él un timbre de alarma cuando ya estaba decidido a entregar sus ahorros a aquellos truhanes? Un sueño. ¿Un sueño? Así fue. Amodorrado en el filobús, el setentón había tenido una visión que le advirtió no fiarse y acudir a la Policía. Naturalmente, no había oído ninguna voz ni visto a su oculto salvador. De haber podido hacerlo, se hubiera encontrado admirándose a sí mismo. Como la mayor parte de los «sueños premonitorios», en efecto, también éste tiene una explicación perfecta sin sacar a relucir santos protectores y parientes difuntos, que nada tienen que ver. El señor Francesco había leído u oído, quién sabe cuántos años antes, la historia de una estafa a la americana. Pronto la olvidó y era demasiado confiado. Estaba demasiado convencido de la honradez del prójimo para pensar que alguien quisiera timarle. De vez en cuando, su subconsciente intentaba susurrarle: «Mira que te fías más de lo que debes... Mira que no todos son buenas personas como tú... Mira que un día u otro, alguien te estafará», pero en seguida era acallado por el indignado Yo consciente: «¡Muérdete la lengua, desdichado! ¿Cómo te atreves a pensar tan mal del prójimo? ¡Tus sospechas son indignas!»
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Luego hubo el encuentro con los dos timadores, el trayecto en filobús y el sueñecito. El Yo consciente se había adormecido, el inconsciente se había despertado (siempre pasa así: cuando uno duerme, el otro está despierto, como el Sol y la Luna en las fábulas antiguas), asaltado por un pensamiento inquietante: «Aquellos dos sujetos... ¡Caramba! No le recordaban algo?» Una carrera al archivo de la memoria, una rapidísima búsqueda. Claro que sí, esto es lo que buscaba: una estafa perpetrada en 1924 por el mismo método, con el mismo cuento de la beneficencia y el mismo cómplice que fingía encontrarse allí por casualidad. Aquí era menester informar al dueño, ponerle en guardia, impedirle que sacase el millón y medio para meterlo en los bolsillos de los dos bribones. Pero, ¿cómo hacerlo? Podía despertar de un momento a otro, tapando la boca al pobre subconsciente. Ningún miedo. La alarma está dada en un instante, con un bonito símbolo que sintetiza su motivo. Un poco como el famoso: «Decidlo con flores.» Una rosa roja: «Te amo apasionadamente»; un clavel amarillo: «Sí, eres guapo y fascinante, pero cuidado con hacer demasiado el oso con las otras, porque soy celosa y podría sacarte los ojos.» Cuántas cosas pueden decirse con una simple flor, ¿verdad? Pues bien, con una bagatela es posible decir, en sueños, muchas más. No sabemos qué era lo que se le apareció al señor Francesco, pero su caso nos recuerda aquel cuyo protagonista fue el llorado actor cinematográfico Warner Oland, famoso por haber encarnado el personaje de Charlie Chan, el detective chino. Oland se encontraba de vacaciones en una pequeña ciudad californiana cuando notó que topaba demasiado a menudo durante sus paseos con un cliente del mismo hotel donde se alojaba. El hombre no tenía absolutamente nada de particular y, sin embargo, algo en él le parecía extrañamente familiar al actor. Oland indagó entre sus recuerdos, pero en vano, y entonces decidió no pensar más en ello, además porque los frecuentes encuentros eran, con toda probabilidad, completamente casuales. Una noche, Oland soñó con su abuela, que le amenazaba, entre bromas y veras, con una aguja de hacer calceta. Un sueño en verdad curioso, estaba pensando la mañana siguiente, al bajar la escalera. Pero cuando en el vestíbulo del hotel descubrió al individuo que le había llamado la atención, se quedó helado. En aquel instante supo con matemática seguridad que se trataba de un peligrosísimo gángster buscado hacía años. La Policía, puesta sobre aviso por el actor, no tardó en confirmar la certeza de la información y, echando el guante al bandido, se felicitó con «Charlie Chan», detective no sólo en la pan-
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talla. Oland reveló, después, que la agudeza investigadora no tenía nada que ver con aquel suceso. El mérito correspondía por entero al sueño, pues soñando recordó que muchos años antes, hallándose en casa de sus abuelos, en Suecia, había leído la historia de un criminal agredido por su amante y casi desfigurado con una aguja de hacer media. Y bajando al vestíbulo, de repente comprendió por qué aquel hombre le llamaba siempre la atención: por un peluquín demasiado echado sobre la frente para tapar la cicatriz. Una fracción de segundo más tarde se dio cuenta de que la cara del hombre correspondía a la que había visto fotografiada en Suecia primero y en América luego. La abuela no había amenazado nunca a Oland con agujas de hacer media ni con nada, pero el subconsciente del actor había sintetizado en aquella aguja la aventura del bandido y en la figura de la anciana la época y las circunstancias en que había tenido conocimiento de ella.
«Profundos como el mar, fríos como él hielo-» tiernos visto —digamos con Freud— cómo la deformación que nos impide comprender el sueño es efecto de una censura que ejercita su actividad contra los deseos inaceptables, inconscientes, pero naturalmente no hemos afirmado que la censura sea el único factor determinante de la deformación... Aunque la censura fuese totalmente eliminada, la comprensión del sueño por parte nuestra no sería en absoluta facilitada. ¿Por qué? Oigamos la explicación que nos da Havelock Ellis. La emoción es normalmente amplificada en los sueños. Cada impresión llega a la consciencia del durmiente a través de esa atmósfera emocional, que la hace quizá más vaga, pero más marcada. El cerebro no recibe, por lo tanto, las impresiones como son en realidad, sino deformadas. En el sueño ya no existe un coligamiento directo entre la memoria y el corazón, pues los motivos del corazón distorsionan el patrimonio de la memoria. Sin duda, la asociación subsiste aún, pero no sigue ya las líneas usuales, los caminos trazados por el vivir civil, sino unos cauces más primitivos y, al mismo tiempo, más fundamentales, unos cauces que, en el plano de la existencia consciente, hemos abandonado hace tiempo o no hemos conocido nunca.
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Pero, ¿es en verdad «natural», es decir, independiente de la intervención de la censura, ese proceso? El problema es tan viejo como el psicoanálisis, pero se reduce, en el fondo, a una cuestión de definición (definición de los términos «natural», «censura», definición de los miligramos de locura a los cuales cada uno de nosotros tiene derecho fuera de los muros de las clínicas psiquiátricas); dejemos, pues, que en este terreno crucen las espadas los grandes teóricos del psicoanálisis cargándose a su vez de «complejos». En resumidas cuentas y mirando a una solución en la práctica, diremos que cada deformación es debida a la necesidad de nuestro subconsciente de escapar a la censura considerada en sentido lato, o sea no sólo como guardiana de principios éticos, sociales y religiosos, sino como representante de nuestra personalidad tal como la imaginamos, la queremos o nos hacemos la ilusión de poseer. Hemos observado ya que los miedos son, en el fondo, unos deseos «vistos al revés». Establecido esto, será más que lógico llegar a la comprobación de que la censura actúa a fin de impedir tanto a unos como a otros manifestarse, puesto que el subconsciente al poner a flote aquéllos también hace que surjan éstos. Es obvio que, cuando cogemos una medalla, no sacamos una sola de sus caras. Tomemos el caso de Warner Oland. El actor «sentía» que había algo de sospechoso en aquel hombre, pero tenía miedo de mostrarse demasiado receloso, es decir, que deseaba abrigar una confianza casi ilimitada hacia el prójimo. Y, por un lado o por otro, también nosotros somos muy diferentes de lo que pensamos ser. «Una parte de nosotros mismos no sabe lo que la otra siente, piensa y hace», diremos con Kemper. Esta «ignorancia» es la enfermedad que mina, debilita y anula nuestra personalidad. Para curarla es menester, por consiguiente, establecer una confrontación entre el consciente y el inconsciente, el Yo que ponemos en el escaparate y el Yo que escondemos bajo las mantas. Por lo tanto, es indispensable conocer bien este último, tener una idea clara de los medios de que se vale para rehuir la identificación y comprender su lenguaje, un extraño lenguaje cifrado, repleto de símbolos que a primera vista lo hacen aparecer como un balbuceo sin sentido. El medio de expresión de Morfeo se nos antoja, sin embargo, muy raro, sobre todo porque no es hablado, sino figurado, igual que nos parecen curiosas y sibilinas las escrituras jeroglíficas que traducen, por ejemplo, el sustantivo «inteligencia», con el dibujo de un pájaro. ¿Es como para asombrarse? Pensemos en cierto modo que tenemos que decir («Es un águila en cuanto a inteligencia... una mente alada... un ingenio capaz de vuelos sublimes»),
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y la respuesta afirmativa morirá en nuestros labios. Havelock Ellis escribe: Las cosas de orden físico se convierten en símbolos de las de orden moral. Y este simbolismo existe en todo el lenguaje, tanto que no podemos rehuirlo. Decimos que los pensamientos son profundos como el mar; ciertos corazones fríos como el hielo; la amada dulce, exactamente como el azúcar, y los remordimientos amargos como la quina. No sólo nuestros adjetivos, sino también nuestros sustantivos y nuestros verbos son simbólicos. Para el etimólogo cada frase está llena de metáforas, de imágenes que, en sentido riguroso y original, expresan impresiones sensoriales de determinado orden, pero que en él uso corriente han llegado a expresar impresiones de un orden totalmente diferente. El propio lenguaje es, en sentido lato, una utilización de símbolos. VI Y entre símbolos vivimos en cualquier otro campo, en todas las edades. Vemos niños que, empuñando un palo, se imaginan blandir una espada; otros que, a horcajadas en una silla, se sienten montados en un corcel galopando a través de la pradera, y otros aún que dibujan en el suelo una casa y la llenan de piedras que representan muebles y personas. Los ejemplos podrían seguir hasta el infinito porque la fantasía de los niños es ilimitada. ¿Pero acaso esta fantasía no tiene mucho en común con la de los poetas, los pintores, los escultores y los artistas en general? Y nosotros, pobres mortales, ¿acaso recorremos otro camino? Además, dice Ellis: El simbolismo está presente en todos los campos y asume formas muy complejas. Nos ha sido dado en herencia, con las tradiciones civiles, por una antigüedad tan remota como para ser incalculable... Y cuando abandonamos el nivel normal, arrastrados por la locura o por la alucinación, por la infancia, por el estado salvaje, por el folklore, por la leyenda, por la poesía, por la religión, nos encontramos de golpe sumidos en un océano donde el simbolismo tiene plena libertad: el mundo de los sueños.
LOS SÍMBOLOS DE NUESTROS DESEOS SECRETOS La selva estaba henchida de susurros, de gemidos, de lejanas carcajadas ahogadas. John Brown se detuvo a escuchar, fascinado y perplejo. Aquellos ruidos... No recordaba haber oído nunca nada semejante en una selva y, sin embargo, lo aceptaba, no sólo con naturalidad, sino con una exaltante sensación de placer. Pero, ¿cómo diablos había ido a parar a aquel sitio? Intentó retroceder con el pensamiento, pero la cosa más remota que podía recordar era otro rumor, un largo silbido ahogado y una sensación de abandono sosegador. Con seguridad debía de haberse encontrado a bordo de un avión rapidísimo, de un reactor, aunque no viese rastro de él a su alrededor cuando despertó en el desierto. ¿No le habrían narcotizado transportándolo luego a aquella desolada extensión de arena y pedruscos? Pero, ¿por qué? ¿Qué había hecho para merecerse un trato semejante? Pensándolo, le dio un vuelco el corazón. Supo que había cometido algo sumamente grave, pero no consiguió recordar nada. En cambio, se acordaba muy bien de la larga y extenuante marcha a través del desierto, la angustia y el miedo que le habían acompañado y las confusas y monstruosas figuras que aparecían en lontananza acrecentando su espanto. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde su presumible aterrizaje hasta el momento en que llegó a la vista de la verde selva que ocupaba todo el horizonte? Un día entero, quizá, seguramente muchas horas terribles. Pero ahora ya nada tenía importancia. Los sinsabores sufridos
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le parecían francamente insignificantes; es más, había valido la pena pagar un precio semejante para llegar a aquel mundo maravilloso. Era una jungla tropical, libre de toda sombra de insidias, de amenazas. Todo era suave, allí, de la mullida yerba lanuginosa a los tupidos matorrales que parecían abrirse a su paso, a las flores lozanas, enormes, de corolas fantásticas. John Brown se detuvo a examinar una de cerca, se entretuvo observando sus detalles y le pareció frágil y perenne a un tiempo. Estuvo tentado de cogerla, pero pensó que podría hacerlo más tarde. Todas las flores de aquella selva, por lo demás, estaban a su disposición. Se dio cuenta de que caminaba cuesta arriba, notó que la vegetación iba aclarándose... y al cabo de unos cuantos pasos volvió a encontrarse en el desierto. Espantado, contempló la llanura gris, hostil. Entonces, ¿había sido todo un espejismo? Se volvió, sobrecogido de miedo, pero no, la espléndida jungla seguía allí, a un par de metros delante de él. Suspiró de alivio, disponiéndose a entrar de nuevo en ella... y algo sólido e invisible lo detuvo como si una insalvable pared de cristal hubiese surgido de improviso para vedarle la entrada en aquel paraíso. John Brown se puso a golpear con los puños el invisible obstáculo, lloró, gritó, suplicó, pero todo fue en vano. Se sentó en el suelo, ocultó el rostro entre las manos y permaneció así largo rato, inmóvil, a solas con su desesperación. Por fin, resignado, se levantó y reanudó su marcha por el desierto. El camino era largo y extenuante como el anterior. Pero, de pronto, detrás de una duna, John Brown descubrió un reactor. Corrió hacia él, loco de alegría, y no le decepcionó en absoluto comprobar que no había nadie en la cabina del aparato ni en los alrededores. Tuvo, al contrario, una sensación de alivio. Jamás había pilotado un reactor, pero tuvo la impresión que no debía ser difícil. Tomó asiento en el interior y vio que los mandos eran extraordinariamente sencillos. Eufórico, maniobró con ellos y el reactor corrió en el desierto como por la pista lisa de un aeropuerto y despegó. John Brown tomó altura ebrio de felicidad y luego viró hacia la selva. Aquella maldita barrera invisible no podía seguramente llegar al cielo: la superaría, volvería así a su paraíso. He aquí el océano de follaje, las primeras frondas. El aterrizaje sería un grave problema, pero esto no le preocupó. Estaba seguro de resolverlo, de un modo o de otro. Por ejemplo, h a r í a La explosión fue tremenda, el avión quedó hecho añicos. ¡La barrera! fue el último, fulgurante pensamiento Y John Brown se despertó gritando. Los otros cuatro estudiantes que estaban en la habitación se volvieron, asombrados, hacia él.
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—¿Qué te pasa? —La explosión... —¿Explosión? —uno de los cuatro le miró, extrañado—. ¿Ese golpe? No es nada, ha saltado la tapa de la cafetera. ¿Soñabas, tal vez? John Brown se incorporó en el diván donde estaba echado. —Sí, soñaba. ¿Cuánto tiempo he dormido? —¿Quién lo sabe? No nos hemos dado cuenta siquiera de que te habías dormido. Intervino otro, estudiante de psicología. —No más de unos segundos. Un instante antes de que saltase la tapa. Acababas de contestar a Sam que te preguntaba cuánto cuesta la suscripción a esa revista de aeronáutica. —¡Qué raro! Juraría haber dormido unas horas. —A causa del sueño, ¿verdad? —preguntó el estudiante de psicología. —Sí, me ha parecido que duraba mucho tiempo. —No tiene nada de extraño —dijo el otro—. Dime qué has soñado. John Brown lo contó, profundamente emocionado aún por la extraordinaria aventura. Intentemos también nosotros examinarla un poco de cerca. Por las trazas de cuanto hemos expuesto, nos será fácil comprender el papel que tuvieron en ella el breve silbido de la cafetera, el ruido de la tapa «saltada», la revista de aeronáutica, las voces de los compañeros transformadas en susurros extraños. Seguro que las imágenes de la jungla, de las corolas gigantescas, del desierto, tuvieron su base en unos cajones que guardaban una fotografía, un dibujo, un filme porque, como es lógico, un sujeto ciego de nacimiento jamás habría podido soñarlos. Pero el subconsciente abrió allí con motivos bien precisos aquellos cajones, ordenando su material en un sueño de carácter sexual. Puede parecer extraño, dado que en la aventura de nuestro amigo no había ninguna figura que pertenezca a esa esfera. Y, sin embargo, se trata de un sueño sexual, de uno de los más simples y claros, además, de cuyo relato un psicoanalista podría sacar en un abrir y cerrar de ojos un «retrato» de John Brown: es un joven tímido, abocado al autoerotismo, que jamás ha tenido tratos íntimos con una mujer, a pesar de desearlos ardientemente. El desierto nos habla de su aislamiento y de sus temores, la selva (que ocupa todo el horizonte) de su anhelo más fuerte; la hierba, los matorrales, las frondas, las flores, todo son símbolos de femineidad. La vaga sensación del estudiante de haber cometido «algo sumamente grave», merecedor de una severa condena, es el complejo de culpa originado por las prácticas solitarias, la 5 - 3.147
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pared de cristal configura el obstáculo (invisible pero insalvable) de su timidez. Espera poder elevarse por encima de ella, poder guiar de modo adecuado su virilidad, representada por el avión, pero tiene miedo, al mismo tiempo, de fracasar, de estrellarse definitivamente contra la fortísima barrera. Para llegar a interpretar la visión del estudiante basta conocer, en sus grandes rasgos, el simbolismo y los principales «mecanismos oníricos» en los cuales nos apoyamos en este tratamiento nuestro. Tengamos presente desde ahora, no obstante, que no todas las visiones son igualmente lineales; hablaremos también de las otras, sin pretender el hacer del nuestro un texto de psicoanálisis, considerándonos satisfechos si el lector despierta sosegado a pesar de haber tenido un «mal sueño» y piensa que, en el fondo, éste se le ha presentado sólo para hacerle comprender cuál es su punto débil y para incitarle a reaccionar.
nales, espadas, sables, armas de fuego, como fusiles, pistolas y, de modo particular, el arma, que por su forma, se presta más que las otras a la comparación, el revólver. En los sueños angustiosos de las muchachas predominan las escenas de persecución por parte de un hombre armado de un cuchillo o de un arma de fuego. Son visiones cuya interpretación no presenta la menor dificultad. No menos comprensible es la representación de la misma parte anatómica por medio de objetos de los cuales escapa un líquido: surtidores, grifos, cántaros u otros objetos susceptibles de prolongarse: lámparas, lápices automáticos, etcétera. El hecho de que lápices, portaplumas, limas de uñas, martillos y otros instrumentos sean incontestablemente configuraciones del órgano sexual masculino, deriva de una concepción del mismo fácilmente comprensible. La propiedad motriz de ese órgano encuentra una representación simbólica en globos, aeroplanos, dirigibles. Pero el sueño conoce unos medios aún más expresivos para simbolizar la erección... No os asombre que os diga que los sueños a menudo tan bellos que todos conocemos y en los cuales el vuelo tiene un papel tan importante, deben ser interpretados como poseyendo en la base la excitación sexual... Entre los psicoanalistas, Federn ha establecido la exactitud de esta interpretación con pruebas irrefutables, y hasta un experimentador imparcial y alejado del psicoanálisis como Mourly-Vold ha llegado a las mismas conclusiones después de algunas pruebas en el curso de las cuales daba a las piernas y a los brazos de los durmientes posiciones no naturales. No objetéis que las mujeres pueden igualmente soñar que vuelan. Acordaos de que nuestros sueños quieren ser realizaciones de deseos y que el deseo consciente o inconsciente de ser hombre, es muy frecuente en las mujeres. Y aquellos que sean versados en anatomía no se sorprenderán del hecho de que la mujer esté en condiciones de realizar el deseo con la ayuda de las mismas sensaciones que experimenta el hombre... Entre los símbolos sexuales menos comprensibles citaremos las redes y los peces, pero sobre todo la famosa serpiente. ¿Por qué el sombrero y la capa han recibido el mismo significado? No es fácil adivinarlo... El aparato genital femenino es representado por todos los objetos cuya característica consiste en circunscribir una cavidad en la cual puede contenerse algo: minas, hoyos, cavernas, jarros y botellas, tabaqueras, estuches, cajas, bolsillos, etcétera. También cuenta aquí la barca. Ciertos símbolos como los armarios, los hornos, y sobre todo las alcobas, retrotraen al útero... El símbolo «alcoba» se empareja aquí con los símbolos «casa», «portal», que
La anatomía revisada y corregida Ya el literato griego Artemidoro de Éfeso, que vivió en el siglo II después de J. C, se ocupó con extraordinaria lucidez del simbolismo onírico.(*) Éste no había de ser redescubierto hasta 1861 por el filósofo K. A. Scherner. A él se refiere Sigmund Freud, quien, como es sabido, llegó mucho más lejos, sosteniendo que detrás de tal simbolismo hay siempre un deseo, y que este deseo tiene caracteres más o menos marcadamente sexuales. Cedamos la palabra al padre del psicoanálisis, ateniéndonos a una celebérrima lección suya dada en la Universidad de Viena: El mayor número de símbolos, en él sueño, se refiere a la esfera sexual, pero nos encontramos aquí frente a una notable desproporción. Mientras los objetos que se pueden designar son poco numerosos, sus símbolos son muy copiosos. Cada objeto puede ser representado por varios símbolos, todos los cuales tienen, más o menos, el mismo valor. La parte principal (y para ambos sexos la más importante) del a ar P ato genital masculino, encuentra sobre todo sus sustituciones simbólicas en los objetos que se le parecen en la forma: bastones, paraguas, astas, árboles, etcétera, como asimismo en los objetos que tienen el poder de penetrar en el interior de un cuerpo y de causar heridas: armas blancas de toda clase, como cuchillos, pu(*) Véase: II grande libro dei sogni. «Edizioni Mediterranee», Roma.
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designan el acceso. Tienen un significado simbólico análogo la madera y el papel, así como los objetos fabricados con estos materiales: mesas y libros, por ejemplo. Entre los animales, los caracoles y los mariscos son incontestablemente símbolos femeninos... Los senos hallan su representación simbólica en manzanas, melocotones y fruta en general y el sistema piloso en florestas o bosquetes. La complicada topografía del aparato sexual femenino siempre es configurada como un paisaje, con rocas, selvas y agua, y la del aparato masculino a menudo como una máquina. Otro interesante símbolo de la feminidad es representado por un joyero. «Joya» y «tesoro», efectivamente, son expresiones que también se dirigen a la persona amada. Las golosinas indican a menudo el placer, mientras que el autoerotismo es simbolizado por toda clase de juegos y por tocar el piano; otras de sus representaciones finamente simbólicas son dadas por el resbalón, por el descenso brusco, por el arrancar una rama. Una representación notable nos viene de la caída o de la extracción de un diente, que indica la imaginaria castración en castigo de prácticas consideradas ilícitas por el sujeto... Los símbolos destinados a representar las relaciones sexuales son menos numerosos de lo que hubiéramos creído. Pueden citarse como pertenecientes a esta categoría las visiones de actividades rítmicas, como la danza, la equitación, la ascensión, pero también las relativas a accidentes, como ser arrollados por un vehículo. Añadamos ciertas actividades manuales y, naturalmente, las amenazas con armas. La traducción y la aplicación de estos símbolos, sin embargo, son bastante menos sencillas de lo que se cree. También las escalinatas, las escaleras de caracol, las cuestas, estar en lo alto de una escalera o subir por ella son símbolos indicativos de las relaciones sexuales. Considerando la cosa detenidamente, hallamos como factores comunes el ritmo de la ascensión, quizá también el crescendo de la excitación, la opresión a medida que aumenta. Hemos mencionado ya el paisaje como representación de la feminidad, pero debemos añadir que montañas y rocas son a menudo símbolos masculinos, mientras que el jardín concierne decididamente a la mujer. El fruto designa no el niño, sino el semen. Los animales salvajes (o fieras) configuran en primer lugar hombres apasionados y luego, los malos instintos, las pasiones. Los capullos y las flores designan los órganos sexuales femeninos, a menudo la virginidad... Éstos son algunos de los elementos del simbolismo en los sueños. Nuestra exposición dista de ser completa, y podría extenderse tanto en amplitud como en profundidad. Pero creo que es suficiente para ilustrar la materia.
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¿Somos todos esclavos del sexo? Al término de la lección que hemos mencionado, que pasaría a la Historia, Freud expresó lo que es un poco la duda de nosotros todos. —Puede ser —dijo— que os digáis, exasperados, que, según lo que he dicho, vivís en un mundo de símbolos sexuales y si todos los objetos que os rodean, todas las ropas que os ponéis, todas las cosas que usáis, ¿no son, a mi juicio, más que símbolos sexuales? La perplejidad parece hacerse aún más justificada cuando consideramos que, según el padre del psicoanálisis, el simbolismo onírico es muy limitado fuera del campo sexual, tanto que podríamos condensarlo diciendo que la casa constituye la única representación típica de la persona humana. Las casas con paredes lisas son hombres y las que presentan protuberancias y balcones son mujeres. Los progenitores tienen por símbolos emperadores y emperatrices, reyes y reinas, personajes eminentes y los hijos pequeños animales o insectos parásitos. El nacimiento es representado casi siempre por una acción en la cual el agua es el factor principal. Soñamos que nos tiramos al agua o que salimos de ella, que se saca a alguien o que se es sacado (relación materna). El miedo de morir se revela pronto con la visión de una partida, de un viaje, mientras que la muerte ya acontecida es representada por personajes siniestros o por un puente a veces destrozado. Havelock Ellis, con todo y reconocer los grandes méritos del psicólogo austríaco, piensa que éste ha ido demasiado lejos con la «sexualización» del mundo de los sueños, y muchos estudiosos comparten su parecer. Es una crítica que podemos aceptar cum grano salis, es decir, procurando rectificar las posiciones, pero sin intentar trastornarlas siguiendo las huellas de ciertos románticos reformadores que más bien veríamos como redactores de una «novísima cabala de los sueños» que como detectives de la psique. Tenemos a la vista la obra maestra de uno de esos genios y leemos en ella, por ejemplo, que la visión de un jardín denota «pureza de alma, poesía y nobleza de propósitos», en tanto que la de un cenagal pone al desnudo «un espíritu débil, que se extravía fácilmente y se hunde en las pasiones indignas». Si siguiésemos al amigo, llegaríamos a considerar cada sueño como un libro abierto, a rechazar en bloque el psicoanálisis y a negar todas sus grandes conquistas, decir la evidencia.
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A una redimensión de las teorías freudianas se llega, en cambio, haciendo hincapié en dos consideraciones de demostrada validez. La primera es aquella que reconoce a los símbolos un significado no absoluto, sino condicionado. Veamos, por ejemplo, tres sueños idénticos, extraídos de la «colección» de un psicoanalista alemán. Son muy simples: el sujeto se halla a bordo de un avión de línea, sentado al lado de una bella señora a la cual no se atreve a dirigir la palabra. Cuando por fin lo consigue, se percata, horrorizado, de que el aparato está cayendo. Para cada uno de los tres soñadores, sin embargo, la visión tiene un significado diferente. El sujeto 1 es un joven de dieciocho años enamorado de una compañera de colegio (la bella vecina de asiento), deseoso de casarse con ella (o sea de entablar diálogo con ella), pero retenido por la sospecha (titubeo en dirigir la palabra a la mujer) de que una unión semejante es prematura y puede acabar en desastre (caída del avión). El sujeto 2 es propietario de una tienda de electrodomésticos (el avión se torna aquí el símbolo de su mercancía, de la «máquina», del progreso). Su actividad no le satisface (viaje y anhelo de evasión), y efectivamente está en tratos con el dueño de una acreditada sastrería para cambiar de negocio (la bella señora simboliza tanto el objeto deseado como sus características: sastrería^ elegancia, refinamiento, donosura). No obstante, está muy indeciso (miedo de la catástrofe). El sujeto 3 es un hombre de veintiocho años que todavía no ha tenido experiencias sexuales, a pesar de desearlas, siempre retenido por una morbosa timidez. Sólo el tercer sueño, por lo tanto, se explica siguiendo a Freud fielmente. El primero podrá tener un fondo sexual, pero el problema dominante es otro, en tanto que el segundo no tiene nada que ver con el amor y sus complicaciones. No perdamos de vista las proporciones. El mismo psicoanalista que nos ha «prestado» las tres visiones nocturnas, nos precisa que de cien sueños de viajes aéreos, casi setenta provienen de deseos sexuales o tienen, cuando menos, vínculos con la esfera sexual; una esfera demasiado importante, como hemos dicho ya, demasiado llena de problemas, de conflictos, de inhibiciones para no dominar el mundo de los sueños y reclamar para sí su tajada mayor del pastel de los símbolos. Pero el sexo influye también en una parte de nuestra personalidad, sin por esto penetrarla toda, al menos en un individuo normal. En este postulado se inspira la segunda consideración. Freud fue demasiado simplista cuando dio a cada símbolo un claro significado. Llevó a cabo, sin duda alguna, una labor gran-
diosa, pero la explotación de su patrimonio nos induce hoy a admitir que el cuadro es mucho más complejo que el que él nos trazó. Sigamos con el sueño del avión y veamos qué nos dice nuestro pequeño diccionario onírico, compilado teniendo en cuenta innumerables observaciones: «Los vehículos aéreos denotan casi siempre un anhelo de deseos a menudo irrealizables y de ambiciones absurdas. Si en sueños nos hallamos a bordo y tenemos miedo, hay mucha indecisión en el carácter. Detrás de esa visión hay a veces la tendencia al adulterio, a la infidelidad, frenada por consideraciones morales.» Según Freud, aviones, dirigibles, globos, representan el órgano sexual masculino. Pues bien, ¿no es ésa la descripción de una determinada personalidad —la del indeciso— en su totalidad? ¿Acaso un indeciso no lo es tanto en el campo sexual como fuera del campo sexual? ¿No es el hombre de las paradójicas, estériles y a menudo secretas ambiciones, de los más audaces vuelos de fantasía acariciados detrás de un escritorio o un banco de taller, de los anhelos de evasión que mueren con el grito del director o la llamada autoritaria de la consorte? A veces un solo símbolo, junto con la claridad, la insistencia con que se presenta, puede bastar para arrojar luz sobre el carácter, las tendencias, las flaquezas de una persona, como la preponderancia de los símbolos sexuales delata indudablemente una situación de incomodidad en el campo erótico. Pero estas interpretaciones fáciles constituyen la excepción, no la regla. La diagnosis de la personalidad, en sustancia, requiere un estudio muy detenido. En este estudio los símbolos tienen un papel de primer plano, pero no nos dicen nada si los consideramos aisladamente, del mismo modo que no nos diría nada un tenor que, con ropas medievales, cantase en un escenario vacío. Por esto hemos añadido a nuestro tratado esa indispensable guía que es el pequeño diccionario onírico. Solamente teniendo en cuenta la múltiple naturaleza de los símbolos y de la atmósfera que los envuelve para considerarlos luego en relación peculiar del soñador, es posible llegar a comprender algo de esa ópera cómica, dramática, trágica, antigua y moderna que es nuestra personalidad.
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VII ...Y SOBRE LA ALMOHADA UNA VARITA MÁGICA Abrimos el periódico, recorremos los grandes titulares, fijamos la atención en los acontecimientos que mayormente nos interesan y pasamos a la sección de sucesos. Y, en el rincón más muerto de la página, descubrimos un suelto que por poco se nos escapa: RIÑA EN UN BAR En un establecimiento de nuestra ciudad, unos individuos agredieron anoche al conocido hombre-rana John W. (un gigante que se supone es el cerebro de una cuadrilla de rastreadores de tesoros submarinos), desencadenando el infierno. La reyerta nació aparentemente a causa de los cumplidos dirigidos por algunos donjuanes a una estrella de cinema presente, pero la verdadera razón del alboroto parece residir en el nombre de la artista, idéntico al de un buque que tiempo atrás se sospechó hundido por los caballeros implicados en el altercado y «rescatado» por John W. El público se mostró profundamente impresionado por lo acaecido. Una bronca de las corrientes. El caso de aquel buque había hecho mucho ruido, pero ya han pasado tres o cuatro años, y muchos no recordaban siquiera que hubiera existido. El follón del bar no «era noticia». Esto pensó, la noche anterior, el redactor jefe y replicó con gesto aburrido al reportero que, con un entu-
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siasmo de novel, se le había presentado con un extenso artículo. —¿Tres cuartillas? No, el suceso no merece siquiera un título a dos columnas. Además, ya deberías saber cómo es nuestro periódico. No dramatizamos, no alarmamos a la gente, evitamos los detalles demasiado crudos. Sintetiza, sintetiza. Puedes salir del paso perfectamente con una veintena de líneas. Y nuestro principiante ha sintetizado. Sin embargo, cuántas cosas se ocultan en esas pocas líneas que se enlazan con una tragedia casi olvidada: anhelos inconfesados, odios, deseos de venganza, suspicacias, miedos, y quién sabe qué más. Pero nuestro principiante ha tenido que sintetizar. Y, sin saberlo, se ha comportado como se comporta el subconsciente en sueños, «tijereteado» por el invisible y autoritario redactor jefe de la Gaceta de Morfeo, preocupado, sí, por su cometido de informador, pero también por el temor de caer víctima de la censura y de causar desasosiego al sensible «lector». Nuestra vida está llena de buques hundidos, repletos de deseos y de miedos. Algunos vagan casi a flor de agua, otros se hacen visibles, en determinadas condiciones, bajo las olas, pero los más cargados, los más pesados, yacen en el fondo del abisal Océano de la Psique, aunque su contenido no deja de dar lugar, en nosotros, a sordas luchas. Unas luchas de las cuales, precisamente, nos llegan en sueños noticias incompletas y deformadas. Es más, demos una ojeada al suelto sobre la refriega en el bar teniendo presente el modo como se produjo la formación de las visiones nocturnas y nos percataremos de que el sueño recurre a la misma técnica que nuestro cronista, aunque logra juntar cuadros bastante más fantásticos. Encontramos, efectivamente, en el articulito, las huellas cabales de muchísimos expedientes usados en componer nuestras aventuras hechas de sombras. Las palabras rastreadores, estrella, artista, infierno, «rescatada», por ejemplo, son «asociaciones simples», hombre-rana es una «condensación», mente una «parte para el todo», gigante una «deformación» y así sucesivamente. Estas definiciones poco dicen a un profano. Será menester, sin embargo, tomar confianza con ellas, pues de lo contrario el mundo de los sueños se nos aparecería (a pesar de haber esclarecido ya muchos de sus enigmas) como un incomprensible juego de espejos deformantes.
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La «asociación-», un mecanismo-príncipe La «asociación» es el «mecanismo príncipe» del sueño, y los símbolos son piezas que éste fabrica y mueve. Pero si algunos de esos símbolos son iguales o casi iguales para todos, otros están estrechamente vinculados a las circunstancias particulares en las que una persona ha venido a encontrarse o se encuentra. He aquí por qué es oportuno ver cómo actúa el mecanismo en cuestión. De él se valen hace tiempo los psicólogos imponiendo a los sujetos de los que desean conocer el carácter o identificar los puntos flacos, el exponer sin titubeos todo lo que les pasa por la cabeza. —Invierno —dice el psicólogo. —Nieve, frío, abetos, calefacción, esquís, burbujas, Bing Crosby —contesta el paciente. Hasta aquí todo está claro. Con el infierno se asocian las ideas de la nieve, del frío, de los abetos, de la calefacción disfrutada en casa, de los esquís. Ni siquiera las burbujas y Bing Crosby están fuera de lugar, y el examinador no necesita recurrir a un par de preguntas para establecerlo porque aquellas respuestas evocan el champaña de Año Nuevo y el cantante americano es el conocidísimo intérprete de Blancas Navidades. He aquí, por tanto, por qué el sujeto, retrotrayéndose inconscientemente a un hecho acaecido en invierno, podrá soñar con un bosque de coniferas, un par de guantes (de esquí) o bien con el buen Bing. —Esposa —dice el psicólogo. —Casa, familia, plancha, huevos, goma, número, mar —contesta el paciente. Descartadas las lógicas asociaciones con la casa, la familia, la plancha, los huevos (que gustan de modo particular al paciente) y establecido que el número es el telefónico por el cual se comunicaban cuando eran novios y que él y ella se conocieron en el mar, resta un vocablo de significado oscuro: goma. ¿Por qué el sujeto, refiriéndose a la consorte, ha usado, entre las otras, esta palabra? No lo sabe, o, al menos, cree de buena fe no saberlo. El psicólogo le induce a recordar, y por fin el motivo aparece decepcionado por el papel pasivo mantenido por la mujer en la intimidad, nuestro hombre la había comparado mentalmente, un par de veces, con una muñeca de goma. Si hubiese soñado, por lo tanto, con una pelota, una lancha neumática (en la cual, casi con segu-
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ridad, se hubiera encontrado incómodo), o con cualquier otro objeto de caucho, habría sido la insatisfacción sexual que hablara desde lo profundo de su ser. Cada uno de nosotros puede divertirse efectuando ejercicios parecidos, teniendo presente que de nada sirve prepararse una serie de palabras con las cuales asociar otras. A las respuestas se ha de llegar excluyendo la reflexión, y por esto es oportuno que los «vocablos primos» sean sugeridos, al azar, por un amigo, o entresacados de un diccionario o un libro. El jueguecito no permite desde luego psicoanalizarse a sí mismo, sea porque el cerebro tiende siempre a buscar, cuando está despierto, la asociación más lógica, sea porque el especialista sigue un método preciso de trabajo. No es improbable, sin embargo, que, practicándolo muchas veces y transcribiendo las asociaciones (no una a una, sino tras haberlas enunciado de corrido y muy rápidamente), pueda reunirse una serie de símbolos rigurosamente personales, mediante lo cual ver un poco más claro en los propios sueños, en ese mundo donde nos sumimos con todos nuestros deseos y nuestros temores, y con una insospechada «varita mágica» sobre la almohada. Procuremos, pues, trabar conocimiento con los esquemas más elementales propios del mecanismo de la asociación.
TRANSFORMACIONES DE PERSONAS EN OTRAS PERSONAS Bruna sueña ser perseguida por un hombre enmascarado que la acecha entre el gentío, la sigue cuando regresa a casa de la oficina e intenta incluso entrar en su dormitorio por la ventana. La muchacha «siente» que se trata de un ladrón, de un individuo que, al mismo tiempo, la fascina y la aterroriza. Esa especie de Fantomas tiene algo que le es vagamente familiar, pero, por mucho que se esfuerce, no logra identificarlo. Y lo conoce muy bien, sin embargo. Es Gustavo, el joven que la corteja hace algunas semanas, un chico que le gusta pero del cual no se fía, sabiéndolo poco propenso a las relaciones serias. Bruna no conseguirá probablemente descubrir nunca que se trata de su admirador y, sin embargo, si tuviese una idea de la «asociación onírica», no le sería difícil desenmascararlo. «¿Quién es ese ladrón de mi sueño? —empezaría por preguntarse—. Un hombre que podría robarme algo. ¿Qué podría robarme? Evidentemente una cosa que me importa mucho, de lo contrario no me
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obsesionaría en sueños. ¿Cuál es la cosa que me importa mucho? El cariño de mis padres, pero no hay nadie, en realidad, que amenace con quitármelo... el empleo, pero también de éste estoy segura... La pureza: ¡Esto es lo que se me podría robar! ¿Y quién estaría en condiciones de hacerlo? Gustavo, porque en ciertos momentos me encuentro a punto de ceder. Pero, ¿por qué motivos se me aparece irreconocible en sueños? Porque soy yo quien no quiero reconocerle. Me gusta, estoy un poco enamorada de él, y me niego a pensar en ese chico como en un ladrón.» Visiones nocturnas del género de la que hemos esbozado no son infrecuentes ni mucho menos para las muchachas, suscitadas, no sólo por el temor a la pérdida de la pureza, sino por la falta de confianza en las promesas del pretendiente, por los celos y por numerosos motivos más. Al margen de este tipo de manifestaciones oníricas, observamos que raramente una persona que se nos aparece en sueños como desconocida lo es realmente. Analizando sus características, a menudo conseguiremos identificarla. Por el proceso de asociación, un padre severo podría, por ejemplo, convertirse, en el reino de Morfeo, en un tirano, un esclavista, un carcelero; una rival en amor podría presentarse a la soñadora con el ropaje de la disoluta reina vista en el cine, de la asesina «sexy» de una novela policíaca o, más sencillamente, de la señora Clotilde, la vecina que no tiene nada que ver con cierta vicisitud sentimental, pero que todos consideran intrigante, envidiosa, molesta... y así sucesivamente.
TRANSFORMACIONES DE PERSONAS EN ANIMALES O COSAS Henos en el campo. Estamos paseando tranquilamente, en un sueño que promete ser idílico, por un sendero pintoresco, cuando sentimos que nos dan un golpecito en la espalda. Nos volvemos, sorprendidos, y nos encontramos frente a un asno. Intentamos ignorarlo, continuamos, y él nos sigue. Francamente, nos fastidia, tratamos de echarlo, pero en vano. Apretamos el paso, echamos a correr, molestos y un poco preocupados por la insistencia del borrico... y el cuadrúpedo nos sigue. Digámoslo en voz baja, por favor: nuestro orejudo acompañante es el amigo Temístocles. Lo juzgamos un asno, un pelmazo, un tipo pegajoso que se empeña en estar a nuestro lado cuando de buena gana nos pasaríamos sin sus insulsos rebuznos... ¡Y el mecanismo de la asociación nos lo declara sin rodeos precisamente así, en plena noche!
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Los gatos suelen simbolizar, en sueños, la feminidad (puede tratarse de la ajena, pero también de la propia, amigas lectoras, reflejando en este caso la pizca de narcisismo que es propio de toda mujer, o bien el deseo de agradar, de ser lisonjeadas). En cuanto a los perros, soñar con ellos delata siempre un anhelo intenso de sentirse amados, protegidos, de tener al lado una criatura afectuosa, fiel hasta el sacrificio. Cada animal, además, tiene un significado propio, que depende de la toma de posición del soñador respecto a él (el león, por ejemplo, puede simbolizar una persona agresiva, la serpiente un individuo engañoso, y así sucesivamente). Las bestias de cualquier especie soñadas en grupo, por último, representan casi siempre una comunidad de la cual se tiene miedo. Puede tratarse de familiares, de amigos, hasta de la opinión pública en general. Pero el proceso de asociación puede transformar también a hombres y mujeres en cosas, precisamente siguiendo la traza de nuestro lenguaje simbólico. ¿Veis, en sueños, vuestro camino cortado por una corriente de agua en crecida? Podría tratarse del marido, si lo juzgáis «impetuoso como un torrente». ¿Dais puñetazos, desesperadas, a una pared rocosa que os impide llegar adonde quisierais? ¿No se tratará de vuestro jefe, «duro como la piedra», que se niega a subiros el sueldo? Puede ocurrir, por último, ver en sueños animales transformados en personas o cosas: el perro Tom, por ejemplo, se nos podría aparecer con la figura del abuelo Jeremías, porque estamos encariñados con el buen Tom como con un pariente, o sencillamente porque su mirada nos retrotrae inconscientemente a la del abuelo; la vaca Giovanna, por su parte, se nos podría mostrar en forma de botella, y así sucesivamente. Raro es el caso de animales convertidos en otros animales. Se trata casi siempre de un fenómeno ligado a una fuerte impresión, como cuando, atemorizados por un lagarto, soñamos después que nos amenaza una fiera.
TRANSFORMACIONES DE COSAS EN PERSONAS O ANIMALES Desde hace una semana, Paola sueña con Gianna. Gianna es una compañera de oficina. Paola no tiene nada que ver con ella, no le es ni simpática ni antipática. Sus relaciones se concretan en el cambio de los habituales saludos y de algunas frases insignificantes. ¿Por qué, entonces, sigue soñando con ella? Si Paola se limita a buscar una solución fijándose en la perso-
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na que se muestra con tanta insistencia en sus noches, nunca logrará desenredar la madeja. Si piensa en todo cuanto le sucedió antes de iniciarse esa extraña serie onírica, la naturaleza del proceso de asociación le resultará clara. Hace una semana, Paola perdió un anillo y no sabe resignarse a ese extravío. Pero, ¿qué tiene que ver Gianna con ello? ¿Quizás el sueño es profético? ¿Acaso quiere revelar que fue Gianna quien robó la preciosa sortija? ¡Cuidado con esas peligrosas bromas de Morfeo! Las visiones nocturnas en cuestión son determinadas sencillamente por la asociación anillo-Gianna. El anillo se trasforma en una persona quizá por una sospecha que no es lícito considerar justificada, quizá también tan sólo porque Gianna fue la primera chica que Paola vio después del extravío o porque lleva un anillo que recuerda vagamente el perdido. He aquí que Paola se da cuenta del mecanismo onírico. Desde este momento deja de soñar con la colega. Sin embargo, el recuerdo de la sortija desaparecida sigue obsesionándola... y en la pantalla nocturna empiezan a aparecer pequeños animales, bestezuelas que ella logra apresar, pero que en seguida se le escapan: una ardilla, una rana, un grillo. Se trata siempre del dichoso anillo, traducido esta vez en una minúscula criatura que se escurre de los dedos. ¿Y Renato? Renato tiene preocupaciones zoológicas mucho mayores. Sueña que está de vacaciones, tomando el sol, feliz, hasta que un toro enfurecido le embiste, haciéndole despertar bañado en sudor. ¿Un tremendo recuerdo infantil, el indicio de un acusado complejo de inferioridad? El psicoanalista al cual se dirige piensa primero en ese argumento, pero pronto se percata, escuchando las confidencias del jovenzuelo, de que las angustiosas aventuras oníricas tienen un. origen muy distinto. El «toro» es, en efecto, el artíhivo al cual está afectado Renato. Ese trabajo no le gusta, es para él una auténtica pesadilla que le obsesiona hasta los días de asueto. Una mañana, moviéndose, nervioso, alrededor del casillero, choca violentamente con un cajón abierto del odiado mueble, y Morfeo lo ha transformado en un toro siempre dispuesto a acometerle y cornearle.
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TRADUCCIÓN DE IDEAS ABSTRACTAS EN PERSONAS, ANIMALES, COSAS Y LUGARES En los sueños de Anna, el dueño es William Holden. Los surca a lo largo y a lo ancho, se asoma a ellos con los atuendos de todos los personajes de sus filmes, y despierta, feliz. Pero se pregunta el porqué de esos gozosos despertares. Holden no le desagrada como actor, pero no es ciertamente su «estrella» favorita, ni el tipo de hombre con el que querría unirse... Al contrario, su ideal es totalmente distinto. Bice sueña con el señor Rossi, el contable del piso de arriba. El señor Rossi, en sueños, le hace una corte discreta, le habla de quién sabe qué, le coge una mano, y ella se siente feliz hasta las lágrimas. Pero el señor Rossi, aunque en realidad es muy simpático, es bajito, calvo, tímido y tiene esposa. Aunque fuese soltero, Bice no se casaría con él. Cora se encuentra al lado de Fulmine, el caballo de la hacienda de los abuelos, ve de nuevo cómo su papá la subía en la silla, la sostenía y estaba a su lado, afectuoso, durante el paseo a caballo. ¿Cuántos años han pasado? Diez, once... Cora tenía catorce entonces... pero en sus sueños vuelve el viejo Fulmine, y ella lo abraza y se siente arrastrado por una ola de dulzura infinita. Diana ha recibido un paquete. No sabe de quién, no sabe qué hay dentro, pero, en sueños, corre hacia su casa con el corazón palpitante de contento. Deshace el envoltorio y ve que contiene dos vulgarísimos platos. ¿Decepcionada? Al revés. Los deja sobre la mesa y le parece no haber visto nunca nada tan bonito y precioso. Emma, que nunca ha visto el mar en su vida, sueña que está en una maravillosa playa desierta, a la luz de la luna. Siente una ligereza, una alegría que nunca había conocido antes y que no nace tan sólo de la contemplación de aquel bellísimo panorama. Cinco sueños diferentes, seguro, pero todos tienen el mismo origen, el mismo leitmotiv: el deseo de amar y de ser amados. Anna no ha quedado impresionada por William Holden, sino por la escena de un filme interpretado por este actor, que para ella reflejaba las relaciones ideales entre dos seres enamorados; Bice no está ni mucho menos hechizada por el señor Rossi, sino por la existencia serena que el contable lleva con su esposa, por una atmósfera que también nuestra soñadora querría conocer; Cora anhela un porvenir encantador como el mejor período de su ju-
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ventud con un marido tierno y solícito que la tenga «montada en silla»; Diana ve en los dos platos un pedacito de su casa futura, un dulce nido para dos, y Emma sueña con el amor como le ha sido descrito por su canción preferida, que habla precisamente del mar, de la playa y de la luna. He aquí, pues, cómo el proceso de asociación puede traducir ideas abstractas en personas, animales, cosas y paisajes, se trate de deseos o de temores, de sentimientos o de impresiones en general. Todos los ejemplos mencionados pertenecen a la serie de las asociaciones simples, pero no siempre nuestro «mecanismo príncipe» obra sobre esquemas tan elementales. Es cierto, sin embargo, lo contrario. En la mayoría de los casos aquél mueve otros mecanismos, sigue caminos tortuosos y se vale de expedientes de los cuales trataremos a continuación los más importantes. Antes de hacerlo, sin embargo, debemos recalcar la particular importancia del último proceso de asociación citado. Es, como quien dice, el alma del sueño, el sueño en sí. Recordemos que nuestro «mundo de noche» es un mundo de imágenes, que Morfeo ha de dar en imágenes todo cuanto «sentimos» o «experimentamos». Y si nos parece que la empresa es fácil, pensemos en el cine. ¿Cuántos filmes realizados para expresar un sentimiento o un conjunto, un encuentro, un conflicto de sentimientos, pueden decirse logrados? Son muy pocas las auténticas obras maestras. Y si interrogamos al creador de una de esas obras maestras, nos dirá (suponiendo que quiera ser sincero) que no ha alcanzado lo que se proponía o que ha sido consciente, al principio, de los modestos medios que encontró a su disposición. Cuanto más profundas son las impresiones, las sensaciones y los sentimientos, más arduo se hace concretarlas en imágenes. Walt Disney, con algunas memorables secuencias de dibujos animados,^ ha intentado trasponer la música en impresiones ópticas, pero ni siquiera su sensibilidad, ni siquiera su genio han podido producir algo aceptable para todos. El sueño, por el contrario, cumple el prodigio. Entonces, ¿por qué asombrarnos ante la complejidad de las técnicas y de los mecanismos a que debe recurrir? Por mucho que miremos, con nuestro libro, a una extremada simplificación, sabemos muy bien que regalamos a los lectores una colección de detalles un poco parecida a esos cubitos con dibujos en las seis facetas que es menester volver y revolver, para disponerlos y componer un cuadro comprensible. Pero si uno de esos cubitos del rompecabezas faltase, la escena no sería completa.
VIII NOSOTROS, PERSONAJES DE CIENCIAFICCIÓN Fiorella la ha hecho gorda. Ha aceptado un regalo de un admirador: un collar. No es que haya concedido o prometido algo a cambio, ni el donador lo ha pretendido. Es un señor correcto y muy adinerado, que puede permitirse eso y más, aunque sea acariciando tan sólo una vaga esperanza. Nuestra amiga ha quedado fascinada por ese precioso adorno y no ha sabido decir que no. Pero ahora su noche es muy agitada... Sueña que se encuentra en un oscuro callejón y percibe en el suelo un curioso destello. Se agacha, tiende la mano hacia ese misterioso resplandor, pero en seguida se aparta, horrorizada. Se trata de una serpiente. Asustada, echa a correr en la dirección opuesta, y he aquí que respira aliviada. Ante ella ha aparecido un policía cuyo rostro le recuerda en parte el de su padre y en parte el de su novio. La chica implora auxilio, pero el agente permanece impasible, dejándola sola con su terror. Por muy pasmosa que pueda parecemos, esta visión nocturna es fácilmente explicable si se tiene en cuenta el suceso que ha impresionado a la joven. La serpiente es el collar: lo recuerda por la forma, pero, sobre todo, lo simboliza por la insidia, el peligro que el regalo encierra. Estamos, en suma, ante el proceso de asociación del cual acabamos de hablar. Pero, ¿por qué el policía hace que la soñadora rememore a su padre y a su novio al mismo tiempo? Porque se trata de las dos personas que la muchacha teme mayormente, condensadas en una 6 — 3.147
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figura única que representa la autoridad, la ley (moral). Es un proceso de condensación que traduce en imágenes el pavor de Fiorella. Aunque manifestase mi arrepentimiento —podemos deducir con ella— no hallaría ni comprensión ni ayuda de esos dos hombres que, impasibles a mi dolor, me condenarían.
CONDENSACIÓN Y SUPERPOSICIÓN En la inmensa mayoría de los casos, como hemos dicho, el sueño es una síntesis. Esta síntesis —recalca Freud— a veces puede fallar, pero en lineas generales existe. No se observa nunca lo contrario, o sea que nunca ocurre que un sueño manifiesto sea más extenso que el sueño latente y tenga un contenido más rico. El padre del psicoanálisis define el fenómeno como consideración, pero advierte que el término puede ser usado en sentido estricto para indicar el proceso por el cual «algunos elementos de la realidad que tienen rasgos comunes están fundidos juntos en sueños». Es precisamente el caso de nuestra Fiorella, pero no siempre es tan fácil identificar los componentes de esa manifestación. La tendencia a la condensación no es tan sólo privativa de Morfeo, sino de todo nuestro mundo. Es suficiente volver el pensamiento a cualquier sistema de clasificación, científico o no, para darse cuenta de ello. Al decir, por ejemplo, «reptiles», ¿acaso no condensamos en este sustantivo a todos los invertebrados que se desarrollan en una envoltura amniótica hasta el nacimiento, tienen temperatura corpórea variable, piel generalmente cubierta de escamas córneas y corazón dividido en cuatro cavidades incompletamente separadas? Lagartijas, cocodrilos, serpientes, tortugas, esto es lo que decimos, en mínima parte, al decir reptiles. Y hablando de los perros en general, ¿no nos referimos acaso a bassets y pastores alemanes, a pequineses y sanbernardos? El sueño, por lo demás, únicamente actúa cuando condensa elementos que a menudo sólo tienen para nosotros algo en común. Típica es, al respecto, la visión que el profesor Werner Kemper nos ofrece en ejemplo. Un hombre de negocios, la noche anterior a una entrevista con el recaudador de contribuciones, sueña con un gigante que se muestra, para con él, muy gentil. La fabulosa
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criatura le recuerda al mismo tiempo a su padre, al guardia municipal de su pueblo natal que de pequeño le aterrorizaba y al sargento de cuando hizo el servicio militar. Aquí el análisis es fácil. Los tres personajes tienen en común la autoridad, la rigurosidad: reflejan el miedo del sujeto, pero asimismo su deseo de recibir del representante del fisco un trato comprensivo. Las «condensaciones por cualidad» semejantes a ésta son las más brillantes. Es menester, no obstante, poner mucha atención, porque Morfeo se desahoga aquí de incontables modos, revelándose un ducho enigmático que recurre a curiosísimas combinaciones. ¿Soñáis con el señor Casagrande, un conocido al que no veis hace años? Puede ser que a él vaya ligado un episodio particularmente importante de vuestra vida, pero también pudiera darse que él se hubiese presentado sólo para condensar en su nombre a los dos verdaderos intérpretes de vuestro sueño, como, por ejemplo, los señores Casati y Grandini. Pero, ¿qué pensar de las condensaciones una de cuyas partes parece absolutamente desconocida? A todos nos ocurre soñar, tarde o temprano, con un pariente o un amigo que «no es precisamente él», que tiene algo de extraño en la figura o el comportamiento. Pues bien, aquí se trata de examinar a fondo el componente extraño, que es tal sólo en apariencia. «Nada es irreal en los sueños —dice Freud—. La imaginación "creadora" es incapaz de evocar lo que sea. Debe conformarse con reunir elementos por naturaleza separados.» Tenemos también condensaciones de dos o más personas con características diametralmente opuestas y éstas revelan casi siempre de una manera resplandeciente la existencia de un conflicto. Una de las más frecuentes propias de los jóvenes hace aparecer en la pantalla onírica el objeto de los deseos sentimentales y sexuales deformado por «algo» que recuerda a uno de los progenitores, de los superiores y de los conocidos menos benévolos. Es obvio que así se manifiesta el contraste entre amor y principios adquiridos, amor y temida reprobación del prójimo, un contraste que es terreno abonado para los pequeños y los grandes complejos. Numerosísimas son las condensaciones de paisajes, considerablemente más difíciles de interpretar dado que puede tratarse de escenarios casuales o de referencias que constituyen la esencia misma de la visión nocturna. Puede suceder que, vagabundeando por el viejo Turín, rememoremos un rincón de París. No es de extrañar que luego soñemos hallarnos en la plaza Pigalle y, alzando los ojos, veamos la Mole Antonelliana. Pero a uno u otro lugar pueden ir ligados hechos para nosotros muy importantes o también
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sólo referencias a hechos similares (una fascinante amiga nuestra piamontesa, por ejemplo, podría inducir al subconsciente a hacerla efectuar un picante strip-tease como esos que son una especialidad del «Crazy Horde»). De ahí la necesidad de un análisis minucioso. Un proceso afín al de condensación lleva el nombre de superposición. Aquí, a una cara o a una figura se superpone otra de improviso y el significado de la visión nocturna es expresado por ambos polos. He aquí que Rodolfo se pasea en compañía de su novia y de golpe la ve transformarse en una chica con la cual tuvo, tiempo atrás, una afectuosa relación. Dos son los casos: o el joven añora el amor pasado, o teme que su novia le abandone, como ocurrió con la otra, tínicamente el protagonista del sueño, confesándose, podría ponernos en el camino exacto.
donde, al menos, encontrará nuevamente la atmósfera de la velada que la hizo feliz. En efecto, el gentío la rodea, la aclama, le pide autógrafos. La «estrella», tranquilizada, abre el bolso para sacar la estilográfica... pero con repugnancia hunde la mano en el horrible manguito. La joven despierta bañada en sudor. Naturalmente, en la cama no hay nadie. Esta impresionante visión nocturna, sin embargo, se repite y la actriz decide, al cabo de unos días, consultar a un psicoanalista. ¿De dónde ha salido ese manguito de pieles? De un suceso que Linda creía haber olvidado, de un día de su niñez, cuando por primera vez expresó su deseo de ser actriz, y su vieja tía Trudi, la de muy rígidos principios, arremetió con violencia contra ella pintando el mundo del cine como una sima del infierno, fragua de todos los pecados, prediciéndole un porvenir de perdición y de vergüenza. Claro que sí, aquél es el inseparable manguito de tía Trudi, cuyo uso, tan poco corriente, había impresionado tanto a Linda como para ser, en las reconditeces de su mente, inseparable del recuerdo de la anciana parienta. Nuestra celebridad siente un poco de remordimiento por haber desobedecido a su tía, considerada durante años como depositaría de la verdadera moral... y el manguito comparece en sueños a reprenderla. Los procesos oníricos de este tipo se designan con la expresión latina pars pro toto, o sea «una parte para el todo». Conocemos muy bien su mecanismo hasta despiertos, es más, a menudo recurrimos a ellos por medio de los más tristes lugares comunes hablando de la «mano criminal», del «fuerte brazo de la ley», de la «mente sublime». Morfeo, sin embargo, es menos aburrido, se vale de una serie prácticamente ilimitada de reclamos: puede servirse tanto de la calva de papá como del collar que mamá lucía con tanta satisfacción, tanto del bigotito de un avieso corruptor de menores como de los zapatos eternamente rechinantes del severísimo catequista o de los botones de su sotana. Efectivamente, no es raro, en sueños, encontrarse abrochando o desabrochando (casi siempre dificultosamente) una prenda cualquiera de ropa, mientras algo, en el subconsciente, llama a la puerta cerrada con un seco «¡no!» de la moral religiosa. He aquí otro ejemplo, a menudo repetido, con variantes no sustanciales, en las visiones nocturnas de las muchachas que tienen en las espaldas un pasado similar al de nuestra protagonista. Diana se ha enamorado. A los veinte años, tras una infancia todo lo contrario de alegre, tras una primera juventud hecha tan sólo de trabajo y sacrificios, he aquí al amor. La muchacha nunca en su vida ha sido tan feliz. Quisiera abrazar al mundo, y las
UNA PARTE PARA EL TODO
Linda ha llegado adonde quería. Los comienzos han sido difíciles. Recuerda la turbación de los primeros días pasados lejos de su casa, en la gran ciudad, el mísero empleo aceptado para poder asistir a la escuela de declamación, el dinero que no bastaba nunca siquiera para dos comidas completas al día, el frío padecido en el cuartito suburbial, con los dedos ateridos, fuera de las mantas sosteniendo el guión... El primer, banal, papelito en un filme del que nadie se acuerda ya... Pero finalmente ha llegado el éxito. Lina se despereza, feliz, bajo las mantas, echa otra mirada a su alrededor para felicitarse de todo lo que la rodea en esta lujosa habitación de hotel, oye el eco de los aplausos que, unas horas antes, consagraron su entrada triunfal en el firmamento cinematográfico. Luego, en sueños, es como si despertase bruscamente. Intuye la presencia de un objeto extraño, palpa las sábanas con una mano y se le hiela la sangre. Sus dedos han rozado una cosa mórbida, cuyo contacto no tiene nada de agradable. Linda se incorpora, se destapa. Y se da cuenta de que tiene al lado un manguito de pieles. Es un caso cómico, que a lo sumo debería hacer sonreír, rememorando tiempos lejanos, pero a nuestra actriz no le causa hilaridad ni mucho menos. Por el contrario, ese manguito la desazona, tiene algo de macabro, de alucinante. Linda, presa de angustia, se levanta, se viste y, siempre en sueños, baja a la calle,
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compañeras, que la conocían siempre seria y huraña, descubren en ella una mujer nueva. Pero la metamorfosis dura poco. Dos semanas después del encuentro decisivo, Diana vuelve a ser la de antes, incluso más «cerrada» y más sombría que nunca, tanto que las relaciones con el posible novio empeoran de día en día. ¿Cuál es la causa de esa nueva, súbita transformación que a todos se antoja inexplicable? Un sueño. La muchacha no le concedió demasiada importancia cuando se le presentó la primera vez, el día siguiente al encuentro con el amor. Pero la visión ha vuelto, dos, tres, cuatro veces, y en verdad es como para trastornarse. Hay una mano en las noches de Diana, una mano separada del cuerpo, enguantada, que persigue a la chica dondequiera se encuentre en sueños. Primero la ha descubierto detrás de una puerta, inmóvil como la mano truncada de un cadáver, luego, alzando los ojos, la ha visto sobre la mesa mientras escribía una carta al enamorado. Finalmente, se ha puesto francamente amenazadora: se agita en el aire, mueve los dedos como si quisiera agarrar, quebrantar. La cosa acaba con un agotamiento nervioso. Diana ha de someterse a los cuidados de un especialista que, por una suerte que no suele presentarse, se interesa más bien de cerca en psicoanálisis. No le resulta, por lo tanto, difícil ver en esa mano algo de lo cual ella, en el subconsciente, tiene un miedo terrible: miedo de encontrarla detrás de la puerta de su nueva vida, la matrimonial, miedo de verla interponerse entre ella y sus esperanzas ligadas al hombre amado (la carta), miedo de ser triturada como... ¿Como quién? La mano no es fruto de pura fantasía y tampoco es un símbolo en el clásico sentido psicoanalítico de la palabra (raramente los símbolos se muestran tan claros y con tanta persistencia). Debe de haber existido así en la realidad y debe de haber tenido un papel negativo no indiferente en la vida de Diana. Se trata de conseguir identificarla, y el especialista se pregunta ante todo por qué está enguantada. Porque oculta algo que la paciente se niega a reconocer. ¿Quién, por lo tanto, de su familia o de sus conocidos, tiene o tenía un signo particular en la mano? El subconsciente de Diana es puesto entre la espada y la pared porque a esa precisa pregunta la memoria de la joven está dispuesta a contestar. Era su padre que tenía en la palma, evidentísima, la cicatriz de una herida de guerra. Es, pues, el recuerdo de su progenitor que aterroriza a la veinteañera, el recuerdo de las regañinas, de los actos violentos que hicieron un infierno de la existencia de Diana y de su madre. Inconscientemente, la muchacha teme a todos los hombres, está obsesionada por la idea de que el matrimonio preludie una serie de tristísimas experiencias. Ahora que el problema está resuelto, al enamorado corresponde cuidar y sa-
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nar a la pobre criatura, convenciéndola de que él quiere y puede depararle un destino muy diferente.
ALEJAMIENTO Jack Roaring, el terror de Minnesota, no logrando vencer a su eterno enemigo, ha apelado a medidas extremas. Ha hecho raptar a Shirley, la hija del rival, y ahora amenaza con torturarla y matarla si el otro no abandona la lucha. Una habitación desnuda, una mesa, algunas sillas y un teléfono. Jack Roaring bebe y se ríe a carcajadas. Shirley, artísticamente atada, de un modo que permita a la blusita ceñirse en los puntos justos, tiembla de terror mientras uno de los bandidos le acerca al pecho un aguzado hierro candente... Corrado observa la escena con indiferencia, un poco aburrido. No, no se trata del sádico cómplice de Jack Roaring, ni de un émulo de Fantomas, sino simplemente de un espectador sin malicia: Roaring & Co. son, efectivamente, personajes cinematográficos. Y en la pantalla continúa su pérfido proceder. Entre uno y otro sobresalto de Shirley, la cámara encuadra una pared en la que destaca un calendario, y en el calendario un niño de rostro mofletudo y feliz tiende las manos a una bolsita de papilla «WW», ésa que hace sanos, fuertes y alegres a los chiquillos. Corrado no se fija en el calendario, que parece haber sido olvidado allí por el anterior inquilino del alojamiento ocupado por los facinerosos. Un crítico cinematográfico tal vez diría que ese anuncio ha sido puesto allí por el director a fin de dar realce, por contraste, a la brutalidad de la secuencia. Pero no es así. El día siguiente, cuando sale a comprar una botella de licor, Corrado seguramente ya no piensa en ese filme que ha juzgado, más que nada, decadente y aburrido. Pero, una vez en el supermercado, coge, entre lo demás, una bolsita de papilla «WW» para su bebé. Si le preguntásemos por qué lo ha hecho, nos diría que el gesto le ha salido instintivamente, que, como solícito papá, ha querido probar también ese alimento, que le ha atraído el color del envoltorio. Y no sabría que en su subconsciente, por el contrario, se ha disparado un resorte cuidadosamente montado por los técnicos publicitarios de la honorable «WW». La hipnosis revelaría con facilidad cómo anduvieron las cosas. Antes de asistir a la proyección del filme, Corrado había visto
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muchas veces, en periódicos y carteles, el niño de cara mofletuda y feliz, ansioso de asir la papilla preferida. La cosa le había dejado indiferente, pero, sin que él lo supiera, el calendario de la película despertó aquel recuerdo susurrando a su subconsciente: «¿Ves? Si tu niño se alimenta con "WW", crecerá sano y fuerte, y no se encontrará nunca en las lamentables condiciones de la pobre Shirley.» Éste es uno de los medios a los que recurren los persuasores ocultos, los 007 de la publicidad que, valiéndose de expedientes refinadísimos, matan en muchos de nosotros el poder de la libre elección. En su profesión hay ases, pero desde luego no han inventado nada. Han echado mano de los secretos de la «psicología de lo profundo» y copiado, con ello, muchas de las «técnicas» de que se valen los sueños. Consideremos ahora una visión nocturna bastante más impresionante que el trivial filme de Jack Roaring. El señor Rossi, en sueños, despedaza a un niño con un cuchillo (del mismo modo que ha rajado una pina tropical pocas horas antes de meterse en la cama), y ejecuta la repugnante operación con la máxima indiferencia. De repente, sin embargo, le da por volver la mirada hacia una ventana de cristales verdes, y entonces, desesperado, rompe a sollozar. ¿Qué clase de monstruo es ese señor Rossi? Es un apacibilísimo empleado (el sueño no es inventado, sino sacado del archivo del profesor Kemper), acosado por manifestaciones oníricas que repiten, con variaciones insignificantes, el mismo motivo, es decir, que se ve ocupado en algo terrible que le deja frío, mientras que se conmueve por detalles insignificantes. Digamos mejor que aparentemente insignificantes, puesto que el «centro» del sueño es precisamente la ventana de cristales verdes, de lo cual nos percatamos escuchando el relato hecho por el soñador al psicoanalista. Hace poco que el señor Rossi perdió a su adorada hermana mayor que había cuidado de él desde el fallecimiento de la madre. También a ésta la había querido mucho, tiranizada y maltratada por el marido, quien, durante una disputa que impresionó terriblemente al soñador, en su infancia, gritó, enfurecido: «¡Te voy a tirar por la ventana!» Si consideramos que el verde era el color preferido de la difunta hermana del sujeto, no nos costará ya hallar el significado de su visión nocturna. El señor Rossi está angustiado por la pérdida de la hermana (representada por el color verde, o sea por la pars pro toto de que hemos hablado), a la que quería como a su madre (simbolizada por el tormento de la pobre mujer, o sea por la ventana a través de la cual el marido amenazó con tirarla). La pina tropical rajada quizá ha proporcionado al señor Ros-
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si el «pretexto» del sueño. Puede ser que en el niño despedazado esté identificado él mismo, martirizado por una infancia infeliz. Lo que ahora nos interesa, de todos modos, es que el punto esencial de la visión no hay que buscarlo aquí, en el hecho más impresionante, sino en un detalle que, a la luz de la lógica, debería carecer de importancia. Este proceso lleva precisamente el nombre de alejamiento. Atención, pues, a los detalles que, en sueños, dan lugar a ciertos estados de ánimo, porque en ellos se esconde el verdadero significado de la aventura nocturna. ¿Por qué razón el señor Rossi no ha soñado simplemente con su hermana y su madre? Probablemente porque se avergonzaba de confesarse a sí mismo que se sentía como un chiquillo desamparado, necesitado de protección, del mismo modo que una muchacha turbada, en sueños, por ver la luna, no querrá admitir que suspira por unas ternezas cambiadas con el novio una noche de plenilunio, y una señora impresionada por una olla pensará (cuando está despierta) que es una necedad temer perder el cariño del marido por culpa de una escasa predisposición para el arte culinario. Nuestras noches están, pues, llenas de «persuasores ocultos». Una vez más se trata de nuestros deseos, de nuestros temores. Y sería bueno que tratásemos de identificar los motivos de que se valen nuestros engañosos propagandistas para no correr a comprar la papilla «WW» sin reflexionar demasiado, ansiosos, sin saberlo, de contentarlos cuanto antes. En efecto, ¿qué podría ocurrirle al señor Rossi si, con tal de satisfacer su necesidad de protección, se casara, sin conocerla a fondo, con la primera mujer que encontrase? ¿A qué incógnitas se expondría la muchacha que suspira por ciertas ternezas, si intentase satisfacerlas con el primer postor?
MIMETIZACIÓN Isa se halla en un maravilloso palacio, lleno de todo cuanto puede hacer bella y cómoda la existencia. Un viejo señor conversa con ella afablemente y una gran dama la invita a escoger lo que más le guste de un cofre colmado de alhajas. Nuestra amiga se sienta feliz, y la atmósfera de gozoso sosiego que la rodea se torna más acusada aún cuando se acerca a una ventana y ve que fuera arrecia el huracán.
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Mas he aquí que una voz lejana la llama, una voz afligida e incitante al mismo tiempo. La muchacha duda porque piensa que para ir al encuentro de esa voz debería abandonar los salones confortables, el bienestar, la riqueza, pero finalmente la fascinación del misterioso reclamo lleva las de ganar. Isa sale, batida por la lluvia, azotada por el viento. Finalmente llega a un lugar muy extraño, en la linde de un bosque florido al cual se accede a través de algo que recuerda el portal de una iglesia. Una vaporosa cortina blanca lo tapa. Isa se siente impulsada a descorrerla, pero un gran miedo la retiene, el miedo de una «cosa» ignota cuya presencia siente al otro lado del albo cortinaje. ¿Un hombre? ¿Un arma? ¿Una fiera? ¿Un paisaje infernal? La joven lo ignora, no podría siquiera imaginarlo remotamente, tínicamente, que se trata de una «cosa» terrorífica. A un sueño semejante podríamos atribuirle, echando mano de la cabala o de la fantasía, los significados más diversos e impresionantes. Pero ni la cabala ni la fantasía nos ayudan a poner al descubierto los secretos de las visiones nocturnas. Tengámoslo siempre presente, recordemos que sólo un examen de las situariones en las cuales nos hallamos puede hacernos ver claro en el reino de Morfeo. De la aventura onírica de Isa, como de todas las otras, es menester, por tanto, buscar el precedente en la realidad. Y el precedente es que Isa se ha prometido y cuenta con casarse pronto, pero su futuro marido tiene un empleo que deja mucho que desear. Todo está ahí: el sueño refleja sencillamente sus inconscientes temores. Ahora, la chica lleva una existencia envidiable en casa de sus padres (el palacio) que la pone a resguardo de peligros y de tribulaciones (el huracán), puede contar con un padre afectuoso (el viejo señor) y con una madre que la colma de solicitudes (las alhajas). Pero el amor (la voz afligida e incitante) la llama, y ella llega al umbral del matrimonio (el portal, la cortina blanca que representa el velo nupcial). Duda, sin embargo, en trasponer aquel umbral porque al otro lado hay algo que le da miedo. ¿Qué es? Las incógnitas de la vida conyugal. Isa no logra identificar el objeto de su temor, porque no quiere hacerlo. Ama sinceramente a su novio y está dispuesta a afrontar con él las dificultades que se presenten, pero ello no impide a su subconsciente asustarse de la existencia futura. Estamos ante el proceso de mimetización. Cuando tenemos, en sueños, la impresión de saber qué se oculta detrás de un «biombo» o de una «máscara» de cualquier clase, pero no logramos establecerlo (a menudo, la visión nocturna se interrumpe justamente
un instante antes de que lleguemos a descubrirlo), el inconsciente nos revela casi siempre la existencia de un temor o de un miedo. Cuando, en cambio, conseguimos ver claro detrás del «telón», nos atormenta una duda, un conflicto entre dos polos, representado uno por el objeto mimetizante y otro por el mimetizado. He aquí un ejemplo para este último caso, sacado del archivo de Berger. Mario sueña que es huésped de un maharajá en cuya Corte pasa muchos días entre yantares suculentos, cacerías de tigre, y danzas de bayaderas. Finalmente, hallándose sentado en un prado, nota que hay un matorral a sus espaldas y tiene la clara impresión de que la vegetación oculta algo. No quiere levantarse e ir a ver porque «siente» que tendría una sorpresa desagradable. Al final, sin embargo, se decide, y descubre detrás del ramaje una preciosa estatuita de horrible expresión. En realidad, Mario debe escoger entre estar cerca de una mujer que le atrae mucho y el traslado a una filial de su empresa, que le proporcionaría un ascenso con una sensible mejora económica. La Corte del maharajá hace de marco, representando el espejuelo de un lugar lejano y prometedor, pero el verdadero centro del sueño lo constituye el matorral (que simboliza la feminidad) y por la estatuita (la ganancia financiera) valiosa, sí, pero por otros motivos muy poco atrayente.
TRASPOSICIÓN
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—Un individuo —puso por ejemplo Freud en el curso de una de sus lecciones en la Universidad de Viena— desea inconscientemente tener relaciones sexuales con su hermana. Pues bien, no sólo está obstaculizado en ese deseo por los principios morales, sino que evita francamente formularse un pensamiento al respecto. Con otras palabras, no se confiesa ese impulso, porque aún antes de que le llegue a la conciencia hay algo que lo rechaza en la oscura zona del que ha aflorado (la censura, N. del A.). El deseo ha sido «alejado», y lo será siempre cada vez que intente surgir con su verdadero aspecto... Es menester, por tanto, que el sueño sea enmascarado, es decir, que el deseo inconsciente se realice a través de imágenes alusivas, las cuales, por su aspecto lícito, consigan engañar a la rigurosa censura. ¿Qué ocurre entonces en este caso? El sujeto que desea tener relaciones incestuosas con su hermana no sueña tenerlas, pero sueña otras cosas, las cuales, sin embargo, en el curso de la interpretación, se mostrarán como
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claras alusiones al deseo de incesto. Este sujeto puede soñar, por ejemplo, que se pasea con la hermana de su mejor amigo y tiene de ella, en determinado momento, una declaración de amor. En este caso, la persona del sujeto, en sueños, se ha identificado con la de su mejor amigo. ¿Y quién es, de hecho, el mejor amigo de cada uno de nosotros, a quien amamos instintivamente más que a nosotros mismos? He aquí un caso típico de trasposición, por cuyo proceso se tiene, en el mundo de Morfeo, un trueque de personas claramente determinado por la censura. O sea que nos encontramos ante una asociación (no se pierde de vista que todos los fenómenos ilustrados aquí son fruto de asociaciones) efectuada por impulso de deseos y de temores que están en la base de los conflictos y de los «complejos» más serios. En otras palabras, nuestro subconsciente se comporta un poco como esas lectoras y esos lectores de semanarios que, avergonzándose de sus preocupaciones, de sus miedos, de determinadas inclinaciones suyas o incluso de una sospecha o de una duda, escriben a los consultores: «Una vecina mía me ha confesado que se siente morbosamente atraída por una amiga...», «Desde hace algunas semanas, mi hermana teme perder a su novio, no porque él le haya dado serios motivos para pensarlo, pero es que su comportamiento, a veces...», «Un buen amigo mío que no tiene el valor de dirigirse a usted y a quien quisiera ayudar de todo corazón...», y así sucesivamente. ¿Qué podría soñar la señora que nos presenta su problema como si fuese el de una imaginaria vecina? Podría ver; a la amiga que la conturba, por ejemplo, entre los brazos de un guapo mozo y no sentir en absoluto disgusto por ello, al revés, disfrutar de esa visión. ¿Por qué? Porque el «guapo mozo» es ella misma: su subconsciente ha encontrado el modo de dar a los deseados contactos homosexuales una apariencia de legalidad, eliminando así el miedo y realizando al mismo tiempo la aspiración secreta de la soñadora: pertenecer al sexo contrario. ¿Cómo puede afirmar el psicoanalista que aquí ha tenido lugar el proceso de trasposición señora-mozo? Partiendo de la consideración de que la paciente, en sueños, no ha quedado desagradablemente impresionada por un espectáculo ante el cual en cambio, dadas sus inclinaciones, hubiera debido reaccionar de un modo muy diferente. La señorita que teme perder al novio, por su parte, podría soñar que su ciudad está aterrorizada por un individuo que gusta a las jóvenes y les corta las orejas con un puñal muy afilado. Ella percibe varias veces, apostado detrás de un árbol o en un portal, al sádico coleccionista, pero nunca logra verle la cara, tapada por un amplio capuchón (al proceso de trasposición se une
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aquí el de mímetizacíón). El motivo está claro. La muchacha no quiere verla, porque teme descubrir en ella los rasgos del novio, es decir tener la confirmación de que la engaña, yendo por ahí en busca de aventuras; no olvidemos que el puñal es un símbolo sexual masculino, que la mutilación representa aquí la desfloración (y, por consiguiente, la actividad erótica) y que el mismo capuchón nos lleva a la esfera del amor físico. La trasposición puede producirse también con el concurso de objetos, e igualmente en esto podemos establecer un paralelo con la realidad. ¿Acaso no trasponemos en las cosas, a veces, nuestros impulsos, rompiendo un vaso en un arrebato de ira, dando puntapiés a una cesta o haciendo añicos una fotografía? Se puede tener, por último, una trasposición de situaciones en el tiempo. Sucede a muchos muchachos, por ejemplo, el soñar en vísperas de exámenes escenas idílicas, paisajes maravillosos. El subconsciente protege así su sueño, apagando el temor de la difícil prueba y transportándolos a la reposada atmósfera de las vacaciones.
DEFORMACIÓN Y DESDOBLAMIENTO Desgracias y peligros muy grandes. Esto es lo que predice la cabala a quienes les ocurre soñar con Drácula, el lobo feroz, la espantosa creación del doctor Frankestein o un buen dragón lleno de escamas y con hálito de fuego. Un monstruo cualquiera, en suma. ¿Hemos de creer en ello? No, en absoluto. Aunque el encuentro nocturno con una criatura de íncubo nos impresione, no debe sorprendernos. Los monstruos tienen pleno derecho de ciudadanía en el mundo de los sueños y ponen el dedo (o, si lo preferís, la garra) en una llaga que podría tornarse muy dolorosa. Representan en efecto el otro Yo nuestro, aquel del cual no queremos admitir la existencia cuando estamos despiertos o la admitimos a regañadientes. Contemplemos de cara la realidad, convenzámonos de que nuestros deseos secretos deben ser, según los casos, aceptados como naturales o superados, y los monstruos desaparecerán. No nos ilusionemos si, en sueños, nos ocurre vivir en amor y compañía con ellos. Se trata de una pura ilusión suscitada por nuestro bondadoso subconsciente para hacernos dormir tranquilos. Esos seres espantosos pueden representar también a alguien
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que odiamos o tememos, tal vez sin que nos demos cuenta de ello. Cuidado, sin embargo. Esta interpretación queda excluida (contrariamente a cuanto seríamos inducidos a creer) si un hombre o una mujer que conocemos se transforma en monstruo ante nuestros ojos abiertos sobre la «dimensión sueño». Esto significa simplemente que algo conturba las relaciones entre nosotros y aquella persona. ¿El dulce amor alarga el cuello, desenfunda dos colmillos enormes, una cresta de animal prehistórico y una docena de tentáculos? El subconsciente nos advierte así, con un lenguaje harto elocuente, que por algo le tememos, o bien nos hace comprender de un modo más sutil que pensamos que él nos tiene miedo y por esto se pone a la defensiva . El proceso de deformación hace de nosotros, a veces, unos pigmeos o unos gigantes. En ambos casos evidencia un acusado complejo de inferioridad: en el primero lo refleja directamente, en el segundo expresa nuestro vehemente deseo de dar la vuelta a la situación. Ya que estamos en plena cienciaficción, doblemos la esquina, y he aquí que topamos con nosotros mismos. El duplicador de Morfeo ha separado de nosotros a nuestro otro Yo y, en vez de meterlo bajo el pelaje de un monstruo, nos hace el favor de presentárnoslo en un aspecto más decoroso como para inducirnos a la confianza. Es muy difícil, no obstante, que logremos entablar en sueños una discusión satisfactoria con nuestro «doble». Semejantes encuentros acaban casi siempre en un clima de hostililidad. Tratemos, pues, de eliminar una vez despiertos las contriciones. Si lo conseguimos... ¿Qué podría pasar? ¿Que, al verse de nuevo por la noche, nuestros dos Yo se saluden calurosamente y se cojan del brazo como buenos hermanos? No, eso no podrá suceder nunca. Porque en el instante que ocurriese (admitámoslo por hipótesis), desaparecidos el cátodo y el ánodo de nuestra personalidad, dejaríamos de ser hombres para convertirnos en autómatas de carne.
SEGUNDA PARTE
L O S S U E Ñ O S Y LA P E R S O N A L I D A D
NO TE ASUSTES SI «MATAMOS» A PAPA Austria ya no era Austria, y Freud se preparaba para el exilio cuando a principios de 1938, un joven psiquiatra convertido hacía poco al psicoanálisis se dirigió al maestro para someterle el caso más extraño que había tenido ocasión de examinar. Se trataba de un niño de seis años, que había sobrecogido a la familia contando sus sueños al hermano mayor por lo cual no quedaron en secreto. En el primer y en el segundo sueño, el chiquillo se había encontrado luchando con un dragón visto en las ilustraciones de un libro de fábulas, y la escena se interrumpió bruscamente en el momento que el protagonista estaba metiendo la espada en la garganta del monstruo. En el tercer sueño, el matadragones en ciernes logró llevar a término la empresa y le pareció, en cierto momento, que el animal asumía el semblante de su padre. Con el cuarto sueño, la cosa había asumido un aspecto decididamente impresionante. El niño era protagonista de una aventura que repetía exactamente las precedentes, sólo que el papel del dragón lo desempeñaba el padre en persona. Nada impresionado, el joven héroe lo traspasó limpiamente después de lo cual se vio en el portal de un gran castillo, del brazo de una mujer con la cual sabía que se acababa de casar. La escena era idéntica a la representada por otra ilustración del tomo de cuentos de hadas, pero en el sueño la mujer iba velada. Pero antes de que la visión se desvaneciese, la esposa se alzó el velo, y el pequeño soñador pudo darse cuenta de que se trataba de su madre. 7 - 3.147
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Tras escuchar el relato, Freud se comportó de un modo que dejó pasmado a su interlocutor. —¡Magnífico! —murmuró, extasiado—. Es el complejo más espléndido que he oído en mi vida. Esto es digno de Esquilo, justo y cabal. —¡Pero es inhumano! —protestó el médico olvidando todo el respeto que le merecía el maestro—. j Hay que hacer algo en seguida! ¡ Ese niño es anormal! —Ese niño es más normal que todos sus compañeros —replicó Freud—. Déjelo vivir tranquilo, sin muchos conflictos, mientras le sea posible. Verá cómo dejará de tener hasta demasiado pronto sueños tan limpios. —Por mucho que traté de tranquilizar a los padres del niño —nos dice el psiquiatra vienes— quisieron que lo «sometiese a tratamiento». No tuve más remedio que darles satisfacción, siguiendo el consejo de Freud, sobre todo para que el chiquillo no acabase en manos de alguien que, cayendo en mi mismo error, perseverase en él y echase a perder así la personalidad del pequeño paciente. Me limité a prestar atención a sus sueños y a su com portamiento, y pronto me cercioré de que aquel Edipo en miniatura tenía una sensibilidad poco común. Informé de ello al padre y a la madre, los cuales, por fin, convencidos, hicieron caso de mis sugerencias. E hicieron bien, porque su hijo es hoy un notable músico. ¿Pueden entonces los sueños darnos una imagen atendible de nuestra personalidad? Sí, a condición de que poseamos la clave adecuada para descifrarlos y aceptemos los mensajes de Morfeo incluso cuando nos dicen cosas que no queremos oír y que solemos ser reacios a admitir. Porque los sueños revelan la personalidad presentándola «en negativo», o sea poniendo en evidencia sus defectos, que son nuestros deseos secretos, nuestras flaquezas, nuestros temores. Al emprender la exploración de nuestro «mundo de noche» no debemos ilusionarnos con alcanzar rápidamente grandes resultados. Recordemos que un psicoanalista debe disponer, en general, de por lo menos una docena de «sueños útiles» para llegar a ver claro un problema determinado. No podemos, por tanto, pretender que basten algunas visiones para iluminar ese complejo mosaico que es nuestra personalidad. Será necesario pasar revista sin prisa al material que Morfeo pone a nuestra disposición fijándonos en los rasgos más acusados y constantes. Puede suceder a cualquiera, por ejemplo, ver en sueños al jefe de oficina con la figura de King Kong y la rival en amor reducida a Gorgona, pero si el proceso de deformación tiene lugar con frecuencia, aunque sea desarrollando otros temas (raro es
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que aborde varias veces al mismo motivo, y dificilísimo en un sujeto psíquicamente normal que lo haga a breves intervalos), hay sin duda de por medio un auténtico «complejo». Soñáis volar, ¿quién no tiene también, de vez en cuando, un deseo secreto? Pero si los vagabundeos aéreos tienden a convertirse en costumbre, la cosa puede ser sin duda agradable, pero os advierte que vuestro equilibrio está perturbado por una vida sexual insatisfactoria. Nuestra personalidad no se forma, obviamente, en la serenidad, en el sosiego y es lógico, por tanto, que conserve las huellas de incontables heridas, algunas viejas, otras recientes, algunas cicatrizadas para siempre, otras no cerradas del todo, e incluso las que permanecen abiertas desde la primera juventud. Pues bien, los sueños nos han hablado de ellas desde el tiempo en que se produjeron. Nos han hablado con un lenguaje muy elocuente, y es una verdadera lástima que nadie haya querido entonces escucharlo porque después se ha ido haciendo cada vez menos comprensible. A la luz de esta consideración no nos atrevemos a acoger burlonamente la invitación de los psicoanalistas a seguir a los niños también en el mundo de los sueños. Cierto que la exhortación se presta a la ironía, pero nadie ha dicho que deba aplicarse sentándose todas las mañanas a la cabecera de los pequeños con un cuaderno y un lápiz y acosándolos a preguntas de psicodetectives. Llevando la conversación sobre los sueños, los niños se sentirán espontáneamente inducidos a hablar de ellos y a facilitar así a sus mamas (en estos casos, es más aconsejable la psicoanalista) interesantes indicaciones. Por esto nos parece útil dar una mirada a los típicos sueños infantiles y además porque representan etapas importantes en la formación de la personalidad, y su insistente retorno en la edad adulta indica que alguna de esas etapas no ha sido superada.
Una zarabanda de tuces y de colores Hasta los cinco años aproximadamente, los sueños de los niños a quienes la familia o el ambiente general no planteen problemas particulares, son sencillos, bastante coherentes, fácilmente comprensibles. El sueño infantil —dice Freud— es con frecuencia la reacción a un suceso de la jornada que ha dejado una pena, un temor, un
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deseo insatisfecho. La noche aporta precisamente directa y no velada de ese deseo.
la realización
Esto sucede porque la censura no ha entrado aún en funciones o ejerce una acción bastante blanda, dado el modesto influjo de la educación, de la moral y de todos los demás factores que después se harán sentir con prepotentes exigencias. Si, por ejemplo, durante el día el niño no ha conseguido alargar la mano hacia otra raja del dulce que le gusta tanto, soñará sencillamente con una tarta y si un adulto se duerme con el mismo afán es probable que sueñe con algo muy diferente por estar convencido de que es pueril y poco viril desvariar por un deseo semejante. Parecía imposible poder echar una ojeada al mundo de los primerísimos sueños y, sin embargo, la ciencia lo ha conseguido, siguiendo dos caminos, es decir interrogando a niños y a personas maduras de memoria excepcional y recurriendo a la hipnosis. La concordancia de las informaciones recogidas con ambos sistemas ha sido tal como para permitir la formación de un cuadro atendible que referimos aquí en sus rasgos esenciales. Al amanecer de la vida el sueño no va acompañado de impresiones ópticas. Los sueños se reducen a una sensación de bienestar y de calor que puede ser el recuerdo del ambiente prenatal o también sólo del contacto con el cuerpo materno durante la lactancia. Algunos psicólogos afirman que tales sueños son los más largos de nuestra existencia, que su duración coincide prácticamente con la duración del sueño. Muchos están de acuerdo en considerar que en sus primeros sueños un niño es mucho más feliz cuando duerme que cuando está despierto. El recién nacido se despierta, siente la confusión y el miedo que le provienen del nuevo ambiente y del hambre, y se pone a chillar. El calor y la leche de la madre le calman, y su vida discurre en esa alternativa. No sabe esperar. Cuando no se le satisface con rapidez, sus chillidos se hacen cada vez más fuertes, pero luego decrecen, cesan. El pequeño se ha refugiado en el sueño consolador. Dejemos, pues, que sea así. Es natural y hace bien, al contrario de lo que piensan las madres demasiado solícitas. En esa edad es cuando se coloca la piedra fundamental de la personalidad —afirma uno de los mayores psicoanalistas europeos, el inglés doctor Chester—. Si no se logra hacer comprender en seguida al niño que sus aspiraciones no pueden ser satisfechas en un abrir y cerrar de ojos, se convertirá en una de esas personas que pretenden siempre y en todas partes atención inmediata
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y a las que basta la más pequeña decepción para abatirlas o enfurecerlas. Con los «sueños de sensaciones» alterna antes y lo que sucede después un desordenado desfile de luces y de colores. Así es como se le aparece el mundo al recién nacido, que se asoma a él como un ciego curado de repente. Y al igual que éste, nuestro niño se siente impresionado y confuso. Es éste el único período en la vida de un hombre, según dicen los estudiosos, en el cual los sueños no son la expresión de unos deseos o de miedos. Pero es un período que no dura mucho. Cuando el admirable mecanismo cerebral alcanza a coordinar las experiencias que le provienen de los cinco sentidos y el niño se da cuenta de la existencia de un mundo estable y coherente, ese torbellino de luces y de colores desaparece de sus sueños. Éstos se tornan poblados de extrañas formas confusas que reflejan sobre todo el pecho de la madre o (en caso de lactancia artificial) el chupete, y más adelante las manos, el rostro y el vestido de la progenitura y los objetos situados en las inmediatas cercanías del pequeño. Muchísimos sujetos hipnotizados han revelado que en su más tierna edad esos sueños alternan con otros dominados por una luminosidad difusa. Cosas indefinibles y destellos de color, aparecen sobre un fondo muy claro, y a veces la visión se reduce a la que los adultos podemos tener contemplando una lámina de cristal opaca iluminada de un modo uniforme. Ésta es, indudablemente, la compensación a la oscuridad nocturna de la cual el niño comienza a tener miedo. Hay quien pretende que ese miedo nace de recuerdos atávicos, del terror de los cavernícolas por la oscuridad, pero es probable que tenga una explicación mucho menos novelesca. Cuando no hay luz, los padres duermen y el pequeño no puede ser consolado rápidamente como acontece cuando su ambiente está iluminado. Sea como sea, es inevitable que quede una huella de la aversión infantil por la oscuridad. No hay ningún mal en ello si no se agitan en las tinieblas los fantasmas que, desgraciadamente, muchos padres no renuncian a suscitar. Ahora que el cerebro del niño comienza a funcionar, él sabe que en el centro de su mundo está la madre que le nutre, cuida de él, le da protección y afecto. Así se forman las primeras asociaciones mentales (madre = saciedad, madre = calor), que preludian las asociaciones oníricas: madre = saciedad, pulgar chupado = ilusión de saciedad, por ende madre = pulgar, o bien madre = calor, edredón = calor y por ende edredón = madre. Los sujetos interrogados acerca de sus primerísimos recuerdos han hablado casi sin excepción de procesos similares ligados a los objetos que, de lactantes, caían bajo sus sentidos. Se trata de
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asociaciones elementales, clarísimas, aunque algunas no dejan, más tarde, de transformarse en auténticos rompecabezas. Muchos lectores recordarán que uno de los más célebres personajes de Hemingway, el pescador del libro El viejo y el mar, soñaba con leones. Pocos sabrán, sin embargo, que al menos uno de aquellos leones lo sacó el gran escritor de Oak Park de su propio «mundo de noche». Hemingway hubo de confesar en efecto a algunos conocidos, incluidos un par de psicoanalistas, que con frecuencia, hallándose en situaciones difíciles, le ocurría soñar con un león. Sus amigos pensaron en el recuerdo de una de sus aventuras en la selva, pero los psicoanalistas, conociendo las funciones compensadoras del sueño, no aceptaron aquella versión, buscaron otras y como no lograron encontrarlas, acabaron por achacar lo del felino al whisky. Pero uno de ellos, que cuidó del literato y logró conquistar su confianza, llegó a descubrir por qué un animal feroz intentaba insistentemente consolar, en sueños al insigne paciente. De niño, Hemingway había poseído un león de trapo con el que estaba encariñado de un modo particular. La fiera, transformada, se le aparecía, pues, para «conducirle a olvidar» en un período feliz de su primera juventud. Ejemplos semejantes no faltan ciertamente. Se dice que un gran científico soñaba, en los momentos más difíciles de su existencia, una llanura azul, bañada de apacible luz verde y dominada por una blanca colina de algodón, en la cual él se hundía, feliz. La luz verde era la de la habitación en la cual había venido al mundo, la llanura azul la colcha de la cama, la colina el pecho de la madre. Preocupado y cansado, volvía en sueños a buscar consuelo en aquella esfera de mágica paz. He aquí una visión inocua, es más, en cierto sentido «regeneradora», muy distinta de otra que, sin embargo, tiene sustancialmente el mismo origen. Esta última se presentó, con una frecuencia alarmante, a un actor muy conocido, que llamaremos Osear V. El día en que se declaró a una compañera se sintió extrañamente desazonado y la noche siguiente soñó que iba al encuentro de la muchacha. La imagen de ésta se trocó, sin embargo, de golpe en la de la madre de Osear V., que le ofreció un enorme botón de plata sobre el cual él se abalanzó, apretándolo frenéticamente. El actor sintió después una curiosa indiferencia hacia su compañera hasta el punto de tener que llamar a un psicoanalista. Y el seguidor de Freud le condujo a identificar el botón de plata con el de un viejo vestido de su madre. El botón de marras simbolizaba la lactancia, y el proceso de transformación podía significar sólo una cosa: que todas las mujeres le recordaban a su madre. Por esto él, retenido por la idea inconsciente del incesto, se veía asaltado por una sensación de frialdad ante cada representante del
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sexo débil y, por consiguiente, predispuesto a la homosexualidad. Pero volvamos a nuestro pequeño clavado aún en la cuna. Cuando siente desazón, dolor, espanto, miedo sólo puede hacer una cosa: chillar. Los chillidos son para él como una fórmula mágica. Hacen comparecer al hada buena —la mamá— que cuida de él. Cuanto más tiempo pasa, todo cuanto hemos dicho del hambre del recién nacido más se extiende a otros terrenos. Si la madre acude demasiado pronto, a cada una de sus sucesivas tardanzas los gritos subirán de tono, se harán rabiosos. Después, el niño empezará a chillar hasta durmiendo. En el examen de la personalidad, esos gritos en la noche representan siempre una pésima puntuación cuando se repiten con cierta frecuencia, pues con ellos se manifiesta o un miedo terrible (pero el pequeño debería vivir en una atmósfera densa de horrores para chillar a menudo durmiendo) o un carácter caprichoso, débil y tiránico al mismo tiempo, que se ha formado con el «tengo ganas» tan amorosamente cultivado por los demasiado solícitos padres. Se ha dicho que Hitler era histérico y cobarde y se ha dicho también que solía gritar de miedo, durmiendo. Si esto es verdad, no nos extrañaría en absoluto. Quien se comporta así de niño, no pierde el hábito a menos de ser «enderezado» por alguna saludable experiencia. (En América nos aseguran que la dura escuela de los marines está en condiciones de operar milagros semejantes, pero nosotros no pondríamos ciertamente para todos la mano en el fuego.) También los sueños en el curso de los cuales se intenta gritar sin conseguirlo, si son frecuentes, reflejan una educación equivocada y la «enfermedad de la personalidad» que es consecuencia de ellos. No por eso debe prestarse oídos de mercader al llanto de los niños. Evítense los extremos en uno y otro sentido, consúltese posiblemente a un experto en psicología infantil y un buen encaminamiento será asegurado.
Del acostumbrado Edipo a Buffalo Bill El mundo de los sueños se hace más complejo con el nacimiento del Yo, de ese Yo que está en el centro de la personalidad, cuyo núcleo constituye. Si deseamos tener de ella una presentación elemental pero eficaz, pensémoslo como la consciencia de cumplir determinadas acciones sobre la base de la propia voluntad. Cuando
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se le pregunta algo a un nifio y el niño responde con una negativa, en su «no» está el Yo operante. El Yo instaura tratos de nuevo tipo entre el niño y quienes le rodean. Él siente que no depende ya en todo y por todo de los adultos, que puede oponerles su voluntad. Sale así a la luz asimismo el sentido de la propiedad: Eso me gusta... Lo quiero... Es mío. De aquí al complejo de Edipo (pretensión de posesión exclusiva del amor materno por parte del niño) y al de Electra (pretensión de posesión exclusiva del amor paterno por parte de la niña), no hay más que un paso. Muchos se niegan todavía a admitir estos conceptos, por la «válida» razón de que se antojan monstruosos a su gazmoñería, pero se trata de manifestaciones naturales, sanas, en cuanto que determinan el paso a una fase superior, y aunque la sexualidad intervenga no es precisamente dando a la palabra el sentido que los adultos le conferimos. El hecho de que Freud haya definido como el «más normal de todos sus compañeros» al chiquillo que soñó que mataba a su padre y se casaba con su madre, no debe escandalizarnos en abosluto. Basta la más descarnada descripción de aquellas visiones nocturnas para decirnos que: —El niño no tenía de la muerte una idea espantosa y, por consiguiente, no podía pensar en el homicidio como en una cosa horrible. Para él, «matar» significaba simplemente (como le había enseñado la fábula del dragón) hacer desaparecer a alguien cuya presencia no es agradable. Juzgar los sueños de nuestro chiquillo execrables porque tienden «directamente» al asesinato del padre, es más estúpido que nunca. De un niño no se puede ciertamente pretender una valoración moral del parricidio y en cuanto a la «voz de la sangre», valdrá más que la dejemos dormir en ese cúmulo de tonterías que es la llamada «sabiduría popular». —El pequeño soñador pensaba en el matrimonio con el máximo candor, haciendo del vocablo (todavía con la ayuda de los cuentos de hadas) un sinónimo de conquista, de posesión, de continua proximidad. ¿Acaso no se dice de los matadragones y de las princesas liberadas por ellos que «se casarán y vivirán juntos cien años contentos y felices»? Alguien podrá objetar a Freud y a nosotros haber leído de manera arbitraria y completamente gratuita en el pensamiento del futuro músico, pero en seguida podemos demostrar que no es así. Ningún individuo con la mente sana, educado según los sistemas corrientes en los países civilizados, por muy tentado que pueda ser por la idea del incesto o movido por un odio profundo contra el padre, soñaría con contraer nupcias con su madre o asesinar al autor de sus días. La censura onírica se lo impediría y
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su deseo se realizaría en sueños por las vías más oblicuas. Para ser un poco más exhaustivos, diremos que en esos casos Morfeo apela muchas veces a los procesos de asociación, de trasposición y de la «parte para el todo». El sueño referido por Freud como ejemplo de la manifestación onírica de deseos incestuosos masculinos (el joven que se va solazándose con la hermana de su mejor amigo) es verdaderamente típico; las chiquillas de turbios objetivos inconscientes o no, por su parte, sueñan con frecuencia que están atadas a un tronco (que simboliza a la vez al padre y la virilidad), que se restriegan voluptuosamente en él, que están a punto de quitarse la vida con un arma que las atemoriza pero las fascina, que se meten o quieren meterse en un baño agradabilísimo (atención: a menudo aparece la bañera de casa o una superficie de agua vista en compañía del familiar), pero turbadas por el temor de ser observadas. Puede sucederles, además, tener en el sueño sensaciones análogas al contacto con objetos pertenecientes al mismo pariente. Éstos no son más que unos sueños escogidos por nosotros entre los más frecuentes. Es preciso añadir aquí que la fantasía femenina es mucho más fecunda que la masculina y poner en guardia contra las deducciones alarmantes. Las visiones nocturnas citadas por nosotros se aparecen también —como traducciones oníricas de los complejos de Edipo o de Electra— a personas que por nada del mundo cometerían incesto, que jamás han sido rozadas por un pensamiento semejante. El deseo existe, pero es inconsciente y destinado, salvo casos excepcionales, a seguir siéndolo siempre. Los sueños en cuestión son de temer sólo cuando siguen repitiendo el motivo de ambos complejos en la edad madura, no sólo porque delaten una tendencia al incesto (de muchas chicas sabemos que el objeto del «horrible» deseo nocturno es un viejo decrépito o francamente difunto), sino porque nos hablan de una personalidad no completamente desarrollada, que permanece aunque sea en ciertos aspectos, en un estadio infantil, demasiado propensa a adaptarse a la voluntad ajena. Que un niño desee casarse con una mujer «igual que mamaíta» y que una niña sueñe con ser llevada al altar por un hombre guapo, inteligente y fuerte «como papá», es normalísimo. Pero que ese ideal se conserve a través de los años, se convierta en un clavo fijo, guíe francamente la elección del partner para la vida, no es en absoluto sorprendente como se imaginan las alabadas piedras de toque. Una persona que busque otra hecha con el molde de muchos años atrás es ya un infeliz despojo del tiempo, incapaz de adaptarse a una evolución que se efectúa a un ritmo cada vez más apretado. Ha sido, además, una pesadilla y lo será aún, si no encuentra la fuerza de volver la espalda a su modelo de
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perfección, puesto que obviamente las relaciones entre dos cónyuges, para ser satisfactorias, no pueden copiar los esquemas que suelen establecerse entre madre e hijo o entre padre e hija. A finales del cuarto año de edad, la crisis de los dos famosos complejos es superada, gracias ante todo al proceso de identificación.
o sea con la gracia y la destreza de su madre, del mismo modo que Pippo se identifica en el deseo con el padre a quien asocia inconscientemente con la figura de uno de los personajes más admirados. Estos sueños se repiten con innumerables variantes y suelen ser originados por los aconteceres cotidianos. A la misma serie pertenecen también impresiones seudosexuales que, si son reveladas, horrorizan a los progenitores, haciendo suponer la existencia en los pequeños de quién sabe qué inclinaciones anormales. —He soñado que mamá y yo teníamos un niño —dice Pippo. —Estaba con papá, y mi muñeca era nuestra niña —cuenta Lisetta. Podrían parecer manifestaciones oníricas de los complejos de Edipo y de Electra, pero las consecuencias revelan su superación. A los pequeños soñadores, en efecto, la idea del «fruto del amor» («Nos queremos y, por tanto, damos vida a un niño») les es ajena. En las visiones mencionadas, Pippo se identifica con su padre y Lisetta con su madre.
Se trata —explica Chesser— de un expediente del inconsciente que impele al niño a representar el papel del padre. La fuerza de imaginación del pequeño es tal como para hacer que la ficción se torne realidad. Imitando el modo de obrar y de hablar de su padre se identifica efectivamente con él. Así la relación negativa, basada en la rivalidad y la repulsa, es sustituida por la positiva, fundada en el reconocimiento... lo cual vale también para la niña. Si el comportamiento de los chiquillos puede a veces engañar (no olvidemos que no son conscientes de las grandes batallas libradas en lo profundo de su Yo), las visiones nocturnas reflejan con absoluta fidelidad la situación y son todavía reguladas por un mecanismo tan sencillo como para poder ser interpretadas sin dificultad. Aquí predominan los procesos de condensación y desdoblamiento, y a menudo colaboran en la realización de curiosas escenas que pocos de nosotros recordamos con exactitud, pero que basta una alusión para hacerlas «sentir» familiares. He aquí la niña Lisetta que, en sueños, se afana en poner la mesa. De un momento a otro ha de llegar un personaje importante, y ella tiene miedo de no haberla puesto a tiempo. Por si fuera poco, las patas de la mesa se alargan, el mueble se hace gigantesco, inalcanzable y los platos desaparecen del aparador. Pero de repente todo vuelve a ser normal, y una bella señora termina tranquilamente la operación. ¡ Y esta señora sigue siendo Lisetta! Pero no, es una desconocida... Sin embargo la niña la conoce perfectamente, sólo que no sabría decir quién es. El niño Pippo, en cambio, es perseguido por unos bandidos. Naturalmente, tiene miedo, huye, pero luego, desde el mismo rincón donde se ha refugiado, un señor dispara, seguro y mortífero, sobre los facinerosos. Pippo conoce perfectamente al valiente tirador. Es Buffalo Bill, un Buffalo Bill que se parece a papá. El niño quisiera expresarle toda la alegría que le invade al pensar que ha encontrado al famoso héroe del Oeste, quisiera... no, nada, no quisiera nada, porque... Buffalo Bill es él mismo. Está claro que la bella señora es Lisetta tal como quisiera verse,
Desnuda en los peñascos gritaba horrorizada En el transcurso del proceso de identificación puede incidir de manera muy seria la conducta de los padres. El más notable factor de desequilibrio está representado por la discordia en la familia, que se traduce, para el pequeño, en terribles sueños angustiosos. Cualquira que sea la parte donde esté la razón y a menos que la madre no demuestre el menor apego a su prole, siempre es el padre quien suscita en el niño y en la niña miedo, aversión, odio. No podría ser de otro modo, dado el carácter violento propio de las reacciones masculinas. De esas deplorables situaciones familiares nacen los sueños que desgraciadamente acompañan, retrasándola y estorbándola, la maduración de los niños pequeños, es decir, la formación de su personalidad. Las asociaciones oníricas se hacen aquí imprevisibles, puesto que imprevisibles son los episodios, los gestos, las palabras que mayormente afectan a los chiquillos. Berger nos aporta como ejemplo el caso de una muchacha de dieciocho años que, la noche después del encuentro con un hombre cualquiera que se preocupase de serle simpático, soñaba estar en contacto con la piedra, se despertaba gritando, bañada en sudor, presa de una sensación tan repelente como indefinible. A veces
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se encontraba sepultada bajo una capa de guijo y a veces tumbada, desnuda, sobre un peñasco, o bien le ocurría verse obligada, sin saber por quién, a acarrear pedruscos pulimentados que le ponían la carne de gallina o a sentarse en horrible poltrona de roca lisa. Al psicoanalista le costó bastante tiempo y paciencia llegar al cabo del enigma. De las hipótesis que parecían más lógicas (una caída dolorosa en la infancia, unida a las groserías de un compañero de juegos, el encuentro, en un escenario rocoso, con un bruto, un exhibicionista), a través de las más insólitas, el estudioso llegó finalmente al origen de aquellos extraños sueños. Se trataba de una frase lanzada por la madre de la muchacha al marido en el curso de una furiosa disputa ocurrida doce años antes. «¡ Eres un monstruo con el corazón de piedra!» había gritado la mujer. Y la hija se identificó con su madre, sintiéndose estrechada como ella entre los brazos de aquel amorfo monstruo de roca. El padre, querido hasta el día de la riña, se le había aparecido de golpe bajo una luz diferente, y bajo la misma luz el subconsciente hubo de mostrarle todos los hombres que, como su padre, intentaban hacerse querer. El de nuestra muchacha no es un caso extremo. Los procesos de asociación que tienen lugar en circunstancias análogas se enraizan muy profundamente y mantienen al sujeto en posiciones que, si no se corrigen, le amargan la existencia. Cuidado, pues, con los frecuentes sueños angustiosos en apariencia inexplicables. Según una difundida opinión, su insistencia revela lo que suele llamarse un agotamiento nervioso. Sin duda todo ello es verdad, pero convendrá tener presente que las medicinas no bastan para expulsar los espectros de la psique. Pueden a veces hacerlos batir momentáneamente en retirada, pero se presentarán de nuevo a la primera ocasión para envenenar las noches y los días. La sucesión de sueños angustiosos generados por las riñas entre los progenitores afecta bastante más a los sujetos femeninos que a los masculinos. En unos y en otros, de todos modos, las heridas abiertas en la psique por los dramas familiares duelen mucho tiempo, y se manifiestan con visiones nocturnas que se repiten desde la primera juventud complicándose después con pro cesos de condensación, superposición y mimetización. He aquí tres ejemplos que podríamos definir clásicos registrados por Freud y por Ellis y ocurridos todos a protagonistas jóvenes amargados en la infancia por conflictos con sus padres. —Hasta cerca de los diez años, H. sueña a menudo que es perseguido por un hombre barbudo que tiene intención de estrangularlo. Es un vagabundo que en realidad arremetió contra H. y sus compañeros porque se habían burlado de él. A los dieciocho años, H. vuelve a tener el mismo sueño, que después se repite a dife-
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rentes intervalos. Ahora el rostro barbudo no es sólo el del vagabundo, sino que le recuerda el de un policía que le amenazó durante un alboroto juvenil y el de su padre. —En la infancia, L. sueña que está jugando en la playa con un compañero por el que siente particular afecto. Los dos niños construyen juntos un castillo de arena, pero de pronto L. ve tan sólo los pies del amigo, que derriban rabiosamente la construcción. Alza los- ojos y se da cuenta con terror de que el otro chiquillo se ha transformado en su padre. De los diecisiete años a los veintiuno casi, L. sueña a veces que pasea con una guapa chica. Se les acerca un amigo y L. lo presenta, orgulloso y feliz, a su acompañante, pero acto seguido se queda helado. En vez del amigo ve a su padre enfurecido. —B., de veinte años, todavía no ha tenido experiencias heterosexuales, si bien las desea ardientemente. De niño, soñaba con frecuencia que se apoderaba de un libro de anatomía de su padre. Ahora se ve en una gran biblioteca que podría satisfacer todas sus curiosidades. Sueña tres veces que coge un libro y lo abre, pero sólo encuentra páginas ilegibles, manchadas o arrancadas. La cuarta vez siente que puede conseguir un volumen íntegro apto para aclarar todas sus dudas. Alarga la mano por cogerlo de la estantería, pero no lo coge porque tiene la impresión de que detrás del libro se oculta algo sumamente hostil; no sabe de qué se trata, pero «siente la presencia de su padre». Como revelan los sueños, los daños ocasionados a la personalidad de nuestros sujetos por las relaciones familiares desgraciadas son considerables. Los tres están sujetos a fuertes complejos de inferioridad; H. está amenazado de cerca por la manía persecutoria y es presa del pánico cada vez que se encuentra en contacto con hombres barbudos; L. es muy tímido y aquejado de tartamudeo, y B. se ha visto arrastrado a experiencias homosexuales que le han envilecido y descorazonado. También la excesiva severidad paterna da lugar a sueños y a manifestaciones parecidas. Cuando, además, se expresa con gritos y frecuentes castigos corporales, las visiones nocturnas adquieren, como veremos más adelante, caracteres alucinantes y reflejan las distorsiones a las que la psique está fatalmente condenada.
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II EL INFIERNO ESPERA A LOS HIJOS DE LA ANGUSTIA Sidney Jones es un «llegado». De la nada ha conseguido amasar una fortuna. Había soñado hacía mucho tiempo que estaba sentado en un gran sillón, ante un gran escritorio, con un gran cigarro entre los dedos, complaciéndose en escuchar el sordo ruido de las máquinas de su fábrica. Y lo ha conseguido. De un aparato construido casi por casualidad, que él nunca se había atrevido a hacer funcionar, nació la idea del televisor universal, capaz de captar (gracias a un proceso que tan sólo Einstein hubiera podido explicar) las más distantes emisoras. Imponerse no fue fácil ni mucho menos. Sidney Jones tuvo que librar batallas muy reñidas, pero finalmente venció revolucionando de la noche a la mañana todo el sector de las comunicaciones. Ahora, sin embargo, no se siente satisfecho. Piensa en los sufrimientos, en los temores, en las humillaciones que ha tenido que sufrir, y todo esto le llena de una amargura que ni siquiera la idea del extraordinario triunfo logra disipar. Le invade una nostalgia infinita por los años de la niñez. No había sido, la suya, una niñez confortada por las comodidades, por el bienestar económico, a pesar de lo cual se le antoja como el paraíso perdido. Recuerda la bonita casita en el campo, la colina florida que le había visto jugar feliz y el suave prado que se extendía hasta el lago, un lago encantador, de un azul como nunca más tuvo ocasión de ver. Un día, Sidney Jones siente que no puede resistir más. Saca de la caja de caudales el misterioso aparato inspirador, lo mete
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en una maleta y vuelve a los lugares de sus verdes años. No existe ya nada de lo que él recuerda. La zona entera está ocupada ahora por un gran complejo industrial que le ha cambiado radicalmente el aspecto. Pero dentro de poco todo volverá a ser como antes. Sidney Jones se dispone efectivamente a realizar el más sobrecogedor experimento que pueda imaginar la mente humana: ¡ Un viaje hacia atrás en el tiempo! A ello ha de poder conducir su primera, temida invención. Se acurruca en la cuneta de la carretera, regula los indicadores con dedos trémulos y acciona una palanca roja. Siente un leve aturdimiento, ve cómo la jungla de cemento que tiene delante se hace menos visible, se convierte en un banco de niebla sutil y desaparece en el sol. El paisaje vuelve a ser tal como era medio siglo atrás, y Sidney Jones se alza, llorando de alegría, se encamina por el sendero que creía recordar en sus menores detalles, Pero aquellos baches, aquellos guijarros demasiado agudos, aquellas inmundicias... ¿era todo realmente así? Sí, lo era. Ha de admitir que, en el curso de los años, su fantasía había embellecido mucho aquel camino. Pero, ¿qué importa? Unos pasos más y ahí, después de la curva, detrás de aquel grupo de árboles, encontrará de nuevo el mundo maravilloso de su niñez. Allí está, aquel mundo. Sidney Jones se detiene, de momento incrédulo, luego consciente de la decepcionante realidad. La casita tan suspirada no es más que una barraca decrépita, la colina florida un montón de detritos entre los que crece la hierba, el lago encantador un pantano maloliente, el suave prado una extensión cenagosa de malezas. Y en medio de las malezas, un chiquillo sucio juega con dos trozos de palo. Aquel chiquillo es el viajero del tiempo a los cinco años. Desdoblado, el protagonista del extraño suceso se halla frente a sí mismo. Los dos Sidney Jones no pueden comunicar entre sí porque existen en dos planos temporales diferentes, pero Sidney adulto puede leer con la máxima facilidad en la mente de Sidney Jones niño. Ansioso de saborear al menos la frescura espiritual de su infancia, el inventor «se cuela» en el otro, pero no redescubre nada de cuanto imaginaba. Halla, en cambio, en el Yo del chiquillo, otros sufrimientos, otros temores, otras humillaciones. Desesperado, Sidney Jones vuelve a su máquina del tiempo, la regula sobre un futuro lejanísimo, en el cual la Tierra ni siquiera existiría, y se precipita de cabeza en esa alucinante tentativa de suicidio que, por lo demás, no logra.
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El mensaje de los «resucitados» Si el protagonista del relato que hemos presentado no hubiese estado en ayunas en materia de psicoanálisis, con seguridad se habría ahorrado el inútil y decepcionante viaje en el tiempo. Sabría que eso de una niñez despreocupada, serena, es una piadosa ilusión. Freud ya nos lo había dicho y los continuadores de su gran obra nos lo han confirmado. Experimentos llevados a cabo recientemente por un grupo de psicoanalistas neoyorquinos han demostrado que de cada 1.000 personas no más de 180 conservan de su infancia un recuerdo ceñido a la realidad. La inmensa mayoría ha «embellecido en el camino las remembranzas», justamente como Sidney Jones. —Nosotros —comenta el doctor Eustace Chesser— solemos pensar en nuestra infancia como en una edad de idílica inocencia libre de problemas. Pero nos acordamos del sol, no de las sombras. La verdad es que los años inmediatamente anteriores al inicio de la escuela, lejos de ser un paraíso, constituyen un período de altísima tensión. El niño, efectivamente, es mucho más sensible que el adulto, y víctima de temores de los cuales no puede liberarse con ayuda de la razón. Temores que (conviene resaltarlo) preparan el terreno a los de la edad madura. Si Sidney Jones, en otras palabras, no hubiese sido lastimado, aterrorizado, humillado en su primera juventud, habría tenido bastantes menos probabilidades de serlo en el futuro. Se verifica en el plano psíquico lo que acontece en el físico: un organismo debilitado durante la fase más delicada del desarrollo permanecerá siempre más fácilmente vulnerable. El insigne profesor británico ha averiguado que los desequilibrios nacidos en el período que va, aproximadamente, del cuarto al sexto año de edad, deben ser adscritos, por lo regular, a una de las causas siguientes: —carencia de afecto de los padres hacia el niño; —errónea toma de posición ante las primeras manifestaciones del niño relativas a la esfera sexual; —aplicación de sistemas correctivos inadecuados. Hasta qué punto los factores que entran en este cuadro inciden sobre la psique infantil y sobre la formación de la personalidad, nos lo dicen los sueños. Y a los sueños de esa edad, según afirman los expertos, se debería dedicar una particular atención,
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sea por su importancia, sea porque son los últimos que pueden interpretarse con relativa facilidad. Los que vengan inmediatamente después serán mucho más complicados, pues reflejan la acumulación de sensaciones y de emociones consecutivas a la entrada del niño en un mundo nuevo (el mundo de la escuela) y a la actividad de la censura onírica que acude a imponer casi de golpe sus severas leyes. Es conocido de todos el niño que no soporta que lo dejen solo ni siquiera por poco tiempo, que sigue con la mirada preocupada a su mamá temiendo verla salir de casa, que chilla desesperado cuando los padres no están a su lado, cuando no surten efecto las tentativas de distraerlo de las personas a las cuales ha sido momentáneamente confiado. ¿Cómo es juzgado el jovencísimo escandaloso por los autores de sus días? Hay quien lo considera «hasta demasiado encariñado con el padre y la madre» y quien se limita a definirlo mimado y caprichoso. Pero ninguna de estas pretendidas explicaciones es aceptable. El niño chilla porque tiene miedo. Regateándole el afecto que necesita absolutamente, los padres le instilan el temor de ser abandonado, y este temor se manifiesta con cruel evidencia en los sueños. El pequeño se siente aislado y, por consiguiente, dejado a merced de todo lo que le asusta. Sus aventuras oníricas se hacen aún más terribles cuando a la incomprensión se añaden las amenazas insensatas: «Si lloras, vendrán los guardias a prenderte...», «Si no eres bueno, irás al infierno...», «Si me haces enfadar, llamo a la bruja... al coco... al hombre del saco.» Los sueños de la pobre criatura conocen así apabullantes zarabandas de guardias, de demonios y de cocos que asumen los rasgos del ogro de la fábula, de la fiera vista en el cine, del gruñidor perro del vecino, del mendigo de aspecto siniestro... Aquí los procesos de asociación o de deformación se enseñorean y se desarrollan en una gama tan variada como aterradora. Hay, además, sueños que se relacionan con sucesos en los cuales, para el niño, la presencia de sus padres tuvo una importancia determinante. De la experiencia de Baumgartner citaremos el típico de Paul D., un chiquillo de cinco años que se despierta de noche, gritando, por una visión que le obsesiona repetidamente. Se encuentra en medio de una dilatada superficie de agua, en la cual se siente hundir poco a poco. El niño nunca ha visto el mar, ni un lago, ni un río de respetables proporciones. No ha corrido nunca ningún peligro con el líquido elemento. Los progenitores buscan largamente, en vano, en su memoria, en pos de un rastro que pueda resultar útil al psicoanalista. Por fin, el padre refiere, más por escrúpulo que por con8 — 3.147
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vicción, un suceso desdeñable ocurrido dos años antes, cuando, con Paul y la esposa (ahora dedicada con él a la dirección de una agencia de negocios que no les deja a ambos una sola hora libre), pasaba un domingo en el campo. El sendero que la pequeña familia solía recorrer era cruzado por un arroyuelo: al salvarlo, el matrimonio aupaba al hijito por las muñecas para que no se mojase los zapatos y, bromeando para quitarle al pequeño la idea de bañarse en el microscópico riachuelo, su padre sacaba a relucir un legendario personaje «salvado de las aguas». Era justamente la clave que el especialista buscaba. El pequeño había «sentido» a sus padres, distraídos por las obligaciones profesionales, alejarse de él. En sueños, sus manos ya no le sostenían y él se anegaba en un mar de amargura que sólo su subconsciente estaba en condiciones de expresar. La interpretación de los sueños de este tipo es a menudo más ardua aún, imposibilitada a veces por la temprana edad del sujeto y por la incapacidad de sus padres para encontrar un punto de referencia útil. Las manifestaciones oníricas de los niños caracterizadas por el miedo o por un sentido de desesperada soledad, constituyen de todos modos una señal de alarma que no debería ser descuidada ni siquiera por aquellos que están convencidos de dar a sus hijos todo lo necesario y más de lo necesario. Con demasiada frecuencia, en este tiempo nuestro, se confunden los juguetes caros con el cariño. Los sueños que nacen de un terreno afectivo reducido a desierto son casi siempre angustiosos, porque el subconsciente del niño no está en condiciones de hallar una compensación a la pérdida del bien más precioso que le es dado poseer. A ello puede llegar si ya lo ha alcanzado en la realidad y si tiene otro tipo de manifestaciones oníricas cuyo significado, desgraciadamente, la mayor parte de padres no logra comprender. Aquí predomina también, casi incontrastada, la superstición, que no perdona siquiera a las personas de mentalidad todo lo contrario que desdeñable. Como prueba de ello, Freud aportaba el caso de una señora inteligente y culta que le consultó a propósito de su hijo, un chiquillo de cinco años que se había vuelto de un tiempo a esta parte apático, huraño y receloso. Cuando el gran profesor invitó a la mujer a fijarse durante algunas semanas en los sueños del niño, ella no sólo se dedicó escrupulosamente a la tarea que le había sido encomendada, sino que para poder llevarla a cabo con mayor conocimiento de causa se entregó al estudio del psicoanálisis. Aquellas demostraciones de celo no entusiasmaban a Freud del mismo modo que los pacientes rellenos de superficiales nociones
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de patología no hacen ninguna gracia a los médicos, pero cuando la emprendedora mamá volvió a verlo tuvo que admitir que se trataba de un caso fuera de lo corriente, tan lúcida y aguda fue la exposición que aquella mujer le hizo de los sueños de su hijo. Sólo al final, cuando el «padre del psicoanálisis» le preguntó si no había olvidado nada, la señora dudó. Freud, dándose cuenta de la reticencia, porfió: «¿De veras que el pequeño no ha soñado nada más?» Y ella respondió: «No, no, nada más que pueda serle a usted útil, profesor. Ha visto un par de veces a la abuela, santa mujer, pero eso aquí no tiene nada que ver. ¡ Imagínese, la pobrecita le tenía tanto cariño, que se acuerda de él hasta en el cielo!» Con toda su inteligencia y su cultura, aquella señora no había conseguido librarse de la convicción popular según la cual los difuntos visitan, en sueños, a las personas, que por un motivo u otro, estuvieron estrechamente vinculadas a su vida. Si se hubiese asomado con más seriedad al mundo del psicoanálisis, no habría tardado en comprender que precisamente aquellas visiones, juzgadas por ella ajenas al problema, entrañaban la solución del mismo. El niño, en efecto, volvía en sueños hacia la abuela que tanto le había querido por buscar una compensación a la insuficiencia del afecto demostrado por sus padres. Manifestaciones oníricas de este género son más bien frecuentes. Tengamos, pues, presente que cuando a nuestros pequeños se les aparece en sueños un querido difunto (el encuentro siempre se produce en una atmósfera dulce, tranquilizante), en la familia empieza a fallar algo que hace falta salvar a toda costa.
Los grandes peligros de los juegos prohibidos En la casa donde Loretta vivía a los catorce años había una puerta siempre cerrada y otra puerta oscura que ocultaba un armario empotrado y que fascinaba a la niña. —¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Loretta a su padre. —Cosas que no te interesan —respondió el padre, secamente—. No se te ocurra nunca abrir ese armario, o te arrepentirás. Pero la curiosidad era demasiado fuerte, y la muchachita no lograba olvidar aquel severo rectángulo de madera. Un día su padre fue a sacar del armario un sobre que debía enseñar a una visita y la niña, con el corazón en la garganta, aprovechó que la puerta estaba entornada para echar una ojeada. Sólo logró ver cajas, sobres y libros. Y en uno de éstos vislum-
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bró la tapa. En ella estaban reproducidos un hombre y una mujer desnudos, unidos en un frenético abrazo. La niña no sabía que se trataba de la famosísima escultura de Rodin El beso, pero en seguida intuyó que lo que el armario contenía eran libros que podrían revelarle el secreto de la sexualidad, el amor, sobre lo cual tenía ideas muy vagas, con el ardiente deseo de saber más. Pasaron casi tres años. El padre de Loretta tuvo que partir para desempeñar un cargo profesional en un país lejano y la niña se trasladó con su madre a una ciudad donde había de proseguir los estudios. Y una noche tuvo un sueño extraño. Soñó que se despertaba y descubría la dichosa puerta junto a su cama. Vio que la llave estaba en la cerradura y le dio un vuelco el corazón. Saltó del lecho y abrió la puerta. Detrás no había ningún armario, sino una especie de tapia formada por libros. Loretta se puso a hojearlos rápidamente, luchando entre la curiosidad y el miedo de ser sorprendida. Luego miró al otro lado de la barrera y percibió una hermosa ciudad cuyas calles estaban todas recorridas por parejas en actitud afectuosa. La niña trató de correr hacia la aglomeración, pero vio algo que la contuvo, que la hizo gritar de espanto. ¡Todos los habitantes de aquella población tenían los dedos cortados! Loretta tiene ahora algunos años más, es estudiante universitaria y ha «regalado» aquel sueño suyo a un profesor de psicología, que reúne una interesante documentación sobre el «mundo secreto» de la infancia y de la primera juventud, A. Lang. Y he aquí el sentido de la visión nocturna, a la cual todos los padres deberían prestar particular atención, puesto que las circunstancias en las que se halló la niña se repiten más a menudo de lo que se cree. Es preciso anteponer que, hacia los cuatro años, Loretta sorprendida en unas «exploraciones» de su cuerpo consideradas «horribles» por una anciana tía, se sintió amenazada: —¡ Si vuelves a hacerlo, te corto los dedos! Una frase desconsiderada, idiota, que, como otras semejantes, hubiera podido tener penosas consecuencias. La niña, al cabo de unos días o unas semanas, «olvidó» la frase, que sin embargo quedó registrada cuidadosamente por el subconsciente. Pasaron los años y el hambre de nociones sobre el mundo del sexo se hizo sentir. El armario revelador permaneció cerrado, pero Morfeo acabó por abrirlo de par en par a los deseos de la muchacha, a decirle (con la imagen de la «ciudad del amor») que el misterio pronto terminaría, como para todos los enamorados. Desde lo profundo del Yo de Loretta, sin embargo, surgió la terrible imagen suscitada por la amenaza de su tía que hubiera podido conducir a la soñadora a considerar horrible, pecaminoso,
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digno de tremendos castigos, todo cuanto tiene relación con la esfera sexual. Un proceso similar puede producirse también inconscientemente. Una mujer joven, por ejemplo, se encuentra abrigando una excesiva desconfianza hacia el amor, es víctima de un pudor morboso y de frigidez, sin saber las razones de ello. Cuando sorprenden a un niño o a una niña de tierna edad ocupados en ciertas «manipulaciones», muchos padres no se dan cuenta del alcance insignificante de la cosa. —Es necesario intervenir y corregirlos —oímos afirmar—. Si no se hace, el pequeño se vicia. Es una opinión infundada. A la edad de que estamos hablando, las glándulas sexuales distan todavía de funcionar a un ritmo notable. En el noventa y ocho por ciento de los casos no existe ninguna relación entre las «exploraciones» en cuestión y el autoerotismo auténtico; y en el restante dos por ciento, nos encontramos ante sujetos caracterizados por anomalías hormonales. ¿Qué se consigue insistiendo acerca de la «corrección»? Sencillamente que se estimula al niño con la idea de lo «prohibido», se le induce a continuar a hurtadillas las maniobras y a hacer que se llegue al descubrimiento del autoerotismo propiamente dicho bastante antes que los demás. Pero se debe contar con consecuencias mucho más graves. El chiquillo aprende a mentirles a sus padres, a fingir inocencia, a engañarlos, mientras, no raramente, la angustia abre de par en par un infierno en su futuro. Suelen alentar también ulteriores contactos dígito-genitales las amonestaciones del tipo de: «¡Eso no debe hacerse!», «¡Así se comportan sólo los niños malos!» Verdaderamente, no acertamos a comprender cómo puede pretenderse que el pequeño tenga un sentido moral operante o se dé cuenta por arte de magia de la razón por la cual la cosa «no debe hacerse». El niño trata de comprenderlo por su cuenta repitiendo las operaciones prohibidas y llega a una conclusión naturalísima. Papá o mamá le prohiben algo divertido afirmando que se trata de acciones «feas» cuando son agradables. Por lo tanto, papá y mamá mienten. Cada vez con mayor frecuencia, sus visiones conocen procesos de alejamiento y de trasposición que parecen curiosos tan sólo a quien no sospecha su origen. Ahí está Carletto que, en sueños, se encuentra en un pajar y se siente completamente a sus anchas. Jugar con la paja le causa una alegría insospechada. En realidad, no es ese pasatiempo lo que le procura placer, sino la idea de estar en un lugar aislado donde puede entregarse a otros recreos sin ser sorprendido. Pero no se lo puede confesar a sí mismo porque sus padres le han dicho que esos recreos son reprobables y Morfeo le ayuda a mentir
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trasladando el objeto de su interés. Y ahí está Luisella que sueña con acariciar un cojín de determinada forma o con meter la mano en el surco formado entre el respaldo y el asiento de un sillón o de un diván (manifestaciones oníricas que se repiten a menudo como las situadas en lugares cerrados). La trasposición es de sobra evidente. Observemos aquí que, en sujetos particularmente sensibles, sueños parecidos suelen influir en la realidad. Aunque Carletto, por ejemplo, no se ha entregado nunca a ciertos actos en un pajar, puede ser que, durante muchos años, le baste ver un lugar parecido para turbarlo, sin que consiga establecer la causa de ello. Las amenazas surten el efecto de distraer durante algún tiempo al niño de la actividad indeseada, pero con consecuencias a menudo perjudiciales para su sistema nervioso, siempre muy serias para su personalidad. La profundidad de las huellas que dejan nos la dice el retorno, en edad adulta, de los sueños generados por ciertas expresiones desconsideradas. Una de las más usadas con los chiquillos de un sexo y otro es aquella según la cual los «culpables» se exponen a ver sus dedos «desecados». Las visiones nocturnas de los pequeños se hacen aquí dignas de los filmes de terror: el miño que ya ha tenido ocasión de ver un esqueleto, o una reproducción se ve las manos reducidas a huesos. El que está bajo el influjo de esa horrible fábula que narra las desventuras de una princesa perezosa a vueltas con husos y agujas, vive la pesadilla de la carne que se seca y se pulveriza como madera carcomida. Y de eso nacen extrañísimas psicosis que permanecen operantes durante años, a veces para siempre. Hay el sujeto que siente una repulsión viva e inexplicable por todos los objetos de hueso, el que tiene escalofríos al contacto con el polvo y el serrín y el que sufre una impotencia nerviosa por causas aparentemente inexplicables pero vinculadas, por medio de imágenes sepultadas en el inconsciente, a determinadas impresiones infantiles. Berger nos habla de Hugo G., de veinticinco años, perseguido por un sueño que le está arruinando la existencia. Cada vez que el joven encuentra una muchacha que le interesa, se ve noche tras noche a punto de abordarla, pero cuando se acerca el momento decisivo, cuando se dispone a declararle su simpatía o a cogerla del brazo, parece intervenir un malvado encantamiento que lo convierte en estatua. Y esto incide tanto en él que le hace imposibles gestos análogos también en la realidad. Es suficiente que piense en cumplirlos para que se quede bañado en sudor, incapaz de moverse con desenvoltura y de pronunciar una palabra. Después de varias sesiones cribando con paciencia los recuerdos del hombre, el especialista consigue dar en el clavo. Se trata
precisamente del «desecamiento de los dedos» profetizado por la madre del sujeto sorprendido, a la edad de cuatro o cinco años, en una actitud para ella inadmisible. Hugo G. pensaba haber olvidado aquellas palabras; mas he aquí que cuando, a los dieciséis años, se siente excitado al pensar en una compañera, le vuelven a las mientes y le causan una viva sensación de repugnancia. Después vuelve a olvidarlas, o, mejor dicho, cree que es así. Pero su subconsciente las ha registrado y cuando la situación se repite pone de nuevo el disco en movimiento. Y es como si el disco emitiese uno de esos conciertos de ultrasonidos que paralizan a los animalitos sobre los cuales son experimentados. El referido por Berger es naturalmente un caso extremo, pero sería erróneo pensar que casos semejantes son poco frecuentes. Los sueños en los que nos sentimos «volvernos de piedra», aquellos en el curso de los cuales nos esforzamos en asir un objeto sin conseguirlo, o bien nos encontramos con las manos atadas o inservibles, a menudo son originados por reprimendas del tipo que hemos citado.
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Cambiamos de sexo por desesperación Para los sujetos de sexo masculino tiene consecuencias perniciosas otra amenaza a la que recurren los padres desprevenidos: la amenaza de extirpación de los órganos genitales que da origen al famoso «complejo de castración». Los niños acosados con bobadas semejantes no las relacionan al principio con la actividad sexual de la que están a oscuras, pero no por ello sus sueños son menos angustiosos. En el lenguaje onírico la pesadilla se traduce con mucha frecuencia en la extracción o la pérdida de dientes, acompañada a veces por abundantes hemorragias, lo cual es más comprensible si se considera lo profundamente que la dentición, las afecciones dentales y las intervenciones odontológicas impresionan a todos los niños. Basta, además, que los sujetos estén atemorizados por la descripción de determinados accidentes, de operaciones quirúrgicas, para que sus noches se pueblen de horripilantes escenas de mutilación. También esas visiones nocturnas pueden perseguir durante años a quien haya tenido la desdicha de ser turbado por ellas en la primera juventud. No es necesario que intervenga un suceso decepcionante en el campo mental o sexual. Basta el temor incons-
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cíente de haber cometido una acción deplorable para que la «conciencia onírica» agite ante el responsable el espantajo de lo que para él fue el peor castigo imaginable. La amenaza tiene otro efecto más que se manifiesta cuando el niño al que ha sido dirigida (completamente en ayunas tocante a anatomía) llega a darse cuenta, sin que los padres se enteren, de la conformación del bajo vientre femenino. Consideremos —advierte Chesser— lo que puede pensar viendo por primera vez, por ejemplo, a la hermanita desnuda en el baño. Lo que en seguida le llama la atención es la falta del apéndice que antes creía propio de todos, como una parte cualquiera del cuerpo, como la mano, los dedos... Aprenderá entonces que esa diferencia se expresa con las palabras niño y niña y deducirá de ello que una niña es una especie particular de niño, un niño, como quien dice, negativo. De este simple principio, de la comprobación de que falta a la niña algo que él posee, nace la convicción de su superioridad, no es raro que sospeche que la pequeña ha sido mutilada, y teme que pueda sucederle a él lo mismo transformándolo en una niña. Todo ello ocurre también sin que se hayan producido hechos ligados a la manipulación de los órganos sexuales, con la desdeñosa actitud de los adultos hacia el sexo débil y ciertas estúpidas comparaciones («Te comportas como una mujerzuela...») hacen el resto, con consecuencias perjudiciales sea para la personalidad, que luego se revelará enferma de indecisión y de timidez, sea para la mentalidad, destinada a plasmarse en el insensato dogma de la superioridad masculina. Entre esos dos polos relumbra uno de los más atormentadores conflictos de Adán. Persuadido de que el sexo al cual pertenece ha sido creado para hacer la parte del león, pero consciente de no poder desempeñar este papel, el pobrecito cae en la más negra depresión y vuelve a obsesionarle un sueño que turbó las noches de su infancia: se encuentra por la calle desnudo o vestido con indumento femenino, que las más de las veces es un refajo demasiado corto. Así se hace evidente el temor inconsciente de que también el prójimo perciba las flaquezas del sujeto, su inclinación a «comportarse como una mujerzuela». Por lo general, los viandantes no hacen caso, en el sueño, de las condiciones en que él se encuentra, lo cual refleja la esperanza de que sus defectos no sean revelados. En estas visiones la preocupación del soñador es ser visto de espaldas. La región pública le tiene sin cuidado, es más, ni siquiera se da cuenta de que la expone. También este detalle es sin-
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tomático. «Borrando» los pormenores anatómicos, el protagonista de la humillante escena se precave inconscientemente contra lo que para él constituiría el colmo de la amargura: la comprobación de que el temido cambio de sexo se ha verificado. Esta insensata desvaloración de la feminidad afecta naturalmente también a las niñas, sobre todo aquellas que tienen la desgracia de crecer al lado de hermanos considerados los genios, los privilegiados, los «adorables tiranos» de la familia. Los psicólogos conformistas intentan echar aceite al mar afirmando que, «a pesar de todo», la pequeña siente «esa superioridad proveniente del altísimo deber al que será llamada: proveer a la continuación de la especie». Se trata de una patraña de tomo y lomo: el «presagio» de la maternidad no salva en absoluto a la niña de los traumas y de los «complejos». A denunciar su insurrección acuden sueños en los cuales toman parte con frecuencia procesos de deformación y superposición. Son muy corrientes aquellos en los cuales los parientes masculinos asumen la apariencia de gigantes o de poderosos personajes que siempre tienen algo de amenazador en el aspecto o en el comportamiento. Propias de una edad más avanzada (de cinco a siete años) son las manifestaciones oníricas en el curso de las cuales a la figura de un individuo que tiene en su poder a la soñadora se superpone la de su padre o de un hermano. Es significativo el hecho que tales visiones suelen tener como fondo una celda, una alta muralla o un lugar del cual es imposible o muy difícil huir y es triste tener que comprobar que ese lugar representa el hogar doméstico. La pequeña que siente ya el peso de la pretendida superioridad masculina se ve a veces, en la pantalla nocturna, andrajosa, extraviada, hambrienta, y no es raro que, de pasada, se desarrolle ese apetito anormal con el cual muchos niños tratan inconscientemente de «compensar» desilusiones y fracasos. Si los particulares anatómicos de los dos sexos no le son conocidos, puede también encontrarse desnuda y avergonzada de su desnudez. Este sueño se repetirá durante muchos años y se hará más penoso en la época de la pubertad. Expresando en imágenes el recóndito deseo de la niña, Morfeo puede, por último, transformarla en chiquillo. Característica es la evolución de ese sueño a medida que se ponen años. Cuando el subconsciente de la chiquilla advierte en él algo obsceno, no sugiere más la imagen clara, neta, del cambio de sexo, sino que recurre a procesos de desdoblamiento. Anna, por ejemplo, está conversando con un jovenzuelo que le inspira al mismo tiempo desconfianza y simpatía. Es como si conociese muy bien al muchacho, que en el plano real, sin em-
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bargo, no existe. No es arduo, para el psicoanalista, aclamar el misterio. La vergüenza impide a Anna cambiar de sexo, y ella «se crea un gemelo», que lógicamente le es simpático por tratarse de ella misma, pero que no deja, por ser varón, de dar lugar a recelo y aprensión. Cuando la desnudez propia, en sueños, suscita excesiva vergüenza y miedo, nos encontramos ante daños psíquicos a los cuales no es fácil poner remedio, según Hanry Havelock Ellis. Ahora bien, que pueda sentirse vergüenza exagerada de la desnudez a resultas de un pudor obsesivo (jamás exento de consecuencias desagradables) o de uno de los hechos reseñados aquí someramente, parece lógico. Pero, ¿cómo es posible estar aterrorizado por la visión del propio cuerpo desnudo en parte o del todo? Lo saben perfectamente quienes tienen (o han tenido) la desventura de crecer bajo la pesadilla de los castigos corporales. Para esos pobrecitos, obligados casi siempre a fastidiosos desnudamientos para sufrir el castigo decretado por padres, madres o tutores de los cuales, desgraciadmente, no se ha perdido aún la semilla, la desnudez es sinónimo de humillación, de envilecimiento, de miedo y de dolor. Ello se refleja obviamente en las visiones nocturnas y las infantiles no cambian mucho con el paso de los años. He aquí algunas, tal como han sido referidas a un psicoterapeuta de Hamburgo: HELGA, 18 años: «Huyo a lo largo de-un sendero de montaña, perseguida por unas serpientes enfurecidas. La falda se me queda enganchada en una roca aguda y me hace parar. Me debato, tratando de liberarme pero la ropa se desgarra de arriba abajo y las serpientes me alcanzan...» ARNOLD, 24 años: «Me encuentro en la revista médica militar, en calzoncillos. Un oficial me ordena quitármelos también. Me niego, escapo, pero soy alcanzado, encarcelado y condenado a muerte...» ILSE, 24 años: «Es suficiente que durmiendo me destape un poco para que sueñe con un hombre encapuchado que se acerca a la cama empuñando una antorcha con la que intenta quemarme. Me despierto gritando...» Cuando hayamos añadido que Helga intentaba sustraerse a la desconsiderada ira paterna trepando a una pila de escombros situado en las cercanías de su casa (la montaña, en el sueño), y que el padre la azotaba con su cinturón (las serpiente); que Arnold cumplió el servicio militar con un rígido instructor cuyo rostro le recordaba el de su padre, que le pegaba salvajemente, y que Use solía ser castigada junto al sendero, las asociaciones oníricas se harán evidentes,
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Naturalmente, no todos los sueños de quien conoce o conoció esos castigos inhumanos tienen la desnudez como componente. No podemos ocuparnos aquí de los motivos predominantes porque son infinitos y surgen de la situación peculiar de las víctimas. Generalmente, no es difícil establecer la naturaleza de tales visiones que deberían ser objeto de la máxima atención como síntomas de una enfermedad de la psique que puede anular la personalidad en una timidez morbosa, envenenarla con incontables neurosis o desviarla en el sadismo, en el masoquismo o en la homosexualidad. Hay asimismo, sin embargo, manifestaciones oníricas menos claras que tienen un origen análogo. Basta a veces un par de-bofetadas para determinar un trauma tal como para tener consecuencias imprevisibles para toda la vida. Las bofetadas se olvidan así como muchas facetas oscuras de la infancia que cobra el sabor de un paraíso perdido. Parece- como si la naturaleza hubiese dejado un oasis providencial a nuestra nostalgia, una fuente límpida donde lavar a la psique del polvo y del fango de las luchas cotidianas. Pero si, como Sidney Jones, pudiésemos retroceder en el tiempo y volver a esa fuente, descubriríamos que era, en realidad, una charca sucia abierta entre malezas. Nos daríamos cuenta, apesadumbrados, de que el primer polvo y el primer fango se nos posaron encima justamente allí. Y que es muy difícil, muchísimo, tratar de anular esos tristes recuerdos precipitándonos con ellos en el futuro.
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III TAMBIÉN MANDRAKE FABRICA «COMPLEJOS» El pequeño Guy agarró a su padre de la manga del pijama y tiró enérgicamente. —¡Papá! —gritó—. ¡Oye, papá! Eran las tres de la mañana. Con un gruñido, el escritor trató de apartar el brazo y de volverse del otro lado, pero el niño no aflojó. —¡Papá, despierta! —chilló, agitado—. ¡En el armario de la antesala hay un hombre «encapuchado»! —Bueno, dile que... —refunfuñó el padre, no despierto del todo. Pero en seguida se dio cuenta de la realidad y de un salto se sentó en la cama. —¿Qué pasa, Guy? —Un hombre en el armario, en el piso de abajo —repitió el hijo—. Lleva una capucha negra que le tapa la cara y una túnica larga, negra también... El escritor se deslizó fuera de las sábanas, cogió la pistola de la mesita de noche, trató de calmar a su esposa que entretanto se había despertado y tras un cuarto de hora invertido en convencer a la señora de que no era cosa de bajar por el canalón y de disuadir al chiquillo de echarle una mano arponeando al intruso a través del maderamen con una lanza india, bajó por la escalera de puntillas, a oscuras, estuvo dos o tres veces a punto de romperse la crisma y luego, finalmente, llegó a la antesala.
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Con tres saltos felinos encendió la luz, abrió la puerta del armario y se guareció detrás de una silla gritando: —¡ Fuera de ahí, en seguida, o hago fuego! No se movió nada. El escritor repitió la intimación y luego, en vista de que no pasaba nada, cogió un paraguas, se acercó al mueble con cautela y derribó de un golpe brusco impermeables y abrigos. En el armario no había nadie. El hombre volvió arriba, interrogó a su hijo, que confirmó con seguridad la historia, y se puso a inspeccionar toda la casa desde el sótano hasta el desván. Volvió a la cama a las cuatro y media, sin haber hallado rastro del encapuchado, pero ni él ni su mujer consiguieron conciliar el sueño en toda la noche. Pasaron tres días, y la pesadilla empezaba a desvanecerse, cuando Guy volvió a ver el siniestro personaje. O, mejor dicho, sólo le vio los ojos, que le contemplaban a través de los cristales de su dormitorio. Ahora, la estancia del niño estaba en el piso de arriba y nada hubiera podido permitir alcanzarla desde fuera a menos de estar provisto de un buen par de alas. El escritor y su esposa respiraron de alivio. —Será preciso que Guy cene ligeramente —dedujo la señora. Y pareció que la cosa había de acabar ahí. Pero estaba, desgraciadamente, apenas en el principio. Y cuando el chiquillo, tras unos cuantos horripilantes «descubrimientos» más, refirió haber sido visitado, en la cama, por una cobra burlona, sus padres decidieron que ya era hora de llevarlo a un psicoanalista. El doctor Blabber (llamémosle así, aunque su nombre sea distinto) interrogó al paciente de ocho años, lo indujo a describirle sus sueños y halló uno que le pareció muy elocuente. —He soñado —explicó Guy— que estaba encerrado en un sótano con una bella señora que llevaba unos shorts. De repente, ha salido de una caja una momia cubierta de vendas, que nos ha seguido. Yo he cogido a la señora de la mano y la he puesto a salvo... Profundizando la indagación, el psicoanalista estableció que los shorts de la bella señora eran los de la mamá del chiquillo. Guy no sabía bien qué era una momia, pero había oído llamar a su madre mum hasta por su padre que, entre otras cosas, había estado algún tiempo antes con un brazo vendado durante varios días a resultas de un accidente de automóvil. Todo estaba claro para el psicoanalista. Se trataba del clásico complejo de Edipo. Guy había soñado que le quitaba su madre a su padre viendo en él un. enemigo. El pequeño había aproxi-
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mado el vocablo mum (mamita) a mummy, que significa momia, pero que también pudiera ser una corrupción del primero, asociándolo al padre en vez de a la madre a través de un simple mecanismo onírico. Sintomática para la demostración del odio inconsciente del chiquillo contra el autor de sus días era también la expresión to beat to a mummy, «golpear hasta dejarlo hecho una momia». Las sesiones continuaron y el escritor notó que su hijo participaba en ellas con un entusiasmo mayor de lo que hubiera debido esperarse. El doctor Blabber aclaró que ello era debido a la sensación de alivio que proporcionaban al chiquillo las «entrevistas con el subconsciente». Pero cuando estas entrevistas se hicieron diarias, el padre exigió una explicación y el psicoanalista, más bien apurado, se vio obligado a reconocer que las visiones del adolescente eran tan interesantes como para haberle sugerido convocarlo cada día e inducido a corresponder al pequeño paciente con un dólar por cada sueño revelado. El escritor, al saber que los sueños de Guy se hacían cada vez más complicados e «interesantes», rogó al médico que se los expusiera. A las pocas palabras, interrumpió la emocionante narración con una enorme carcajada. —i Pero qué complejo de Edipo ni qué subconsciente! —dijo al especialista que lo miraba estupefacto—. El hombre encapuchado, la cobra, la chica en shorts, la momia... No sé cómo no me di cuenta antes, ya que también leo «tebeos». ¡ Ese delincuente precoz le está vendiendo por entregas las aventuras de Mandrake!
der que se trata de reacciones más que lógicas. El pequeño abandona la esfera familiar para asomarse al horizonte mucho más amplio y tumultuoso abierto por la escuela, por los contactos con maestros y compañeros. La censura, en general benévola y tolerante entre los muros domésticos, se hace bastante más severa por las intervenciones pedagógicas. Simultáneamente, sin embargo, la fantasía se desata, tanto por la noción de las nociones escolásticas como por la posibilidad dada al pequeño de acercarse con la lectura a fuentes que anteriormente le eran totalmente vedadas. En éstas bebe Morfeo hasta saciarse y mezcla, a veces, filmes en apariencia tan coherentes y significativos que impresionan a los padres provocándoles ideas no siempre exactas acerca de la personalidad que se va formando en los niños. El hecho de que Pierino, por ejemplo, cabalgue con frecuencia, de noche, al frente del Séptimo de Caballería ligera, podría revelar cierta predisposición al mando, pero también denunciar un acusado complejo de inferioridad que se expresa con la realización onírica del deseo de descollar, de imponerse. Y si Marietta va a parar más veces de las que quisiera entre las garras de la bruja, no significa que sea una niña medrosa, presa de fobias infantiles. Es bastante probable, en cambio, que sus visiones nazcan de un complejo de culpa o de la convicción de que una maestra demasiado rígida le tiene ojeriza. Existen, sin embargo, algunos tipos de sueños «negativos» propios al primer período escolar, fáciles de identificar. Son los clasificados en secuencias de aislamiento, de cercamiento y de fuga. El término «secuencias» indica una serie de sueños que se repiten desarrollando el mismo motivo con variantes no sustanciales. En cuanto a los temas, he aquí algunas manifestaciones oníricas elegidas entre las más constantes: SECUENCIAS DE AISLAMIENTO: El sujeto se halla en una dilatada llanura desnuda, sin ningún punto de referencia. Trata en vano de orientarse, presa de una sensación de angustia que cada vez se hace más fuerte. De vez en cuando camina, sin descubrir nunca nada diferente, sin alcanzar ninguna meta; no es raro que la atmósfera sea la de un siniestro crepúsculo. O bien el soñador está de pie sobre un arrecife desolado, a menudo de proporciones muy reducidas, que apenas emerge del mar; llama, grita, sin obtener respuesta. También aquí el cielo es oscuro como de atardecer o de noche. O, asimismo, el escenario es una ciudad desierta, en la cual el soñador deambula, en busca de algún ser viviente que no encuentra; puede ocurrirle ver tiendas llenas de toda clase de riquezas, de las cuales podría fácilmente apropiarse, pero nada le atrae.
Se sienten solos en los bancos de la escuela El episodio, realmente acontecido y que nos ha referido el profesor Berger, revela, con el agudo senfído de los negocios del pequeño Guy, la candidez de ciertos psicoanalistas. Al mismo tiempo, sin embargo, revela algo aún más importante: la extrema dificultad de interpretar las visiones nocturnas de los niños en la primera fase de su formación escolar, o sea en ese período que, por lo general, va desde el principio de la escolaridad hasta el tercer o cuarto curso elemental. Puede suceder que los padres queden no poco sorprendidos y turbados por algunas tomas de posición por parte del chiquillo que jamás hubieran considerado posibles. Basta, no obstante, tener una noción de los rudimentos de la psicología para compren-
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SECUENCIAS DE CERCAMIENTO: El sujeto está rodeado por un grupo de personas inmóviles y silenciosas, pero claramente hostiles. Tiene conciencia de un oscuro peligro, pero no intenta siquiera romper la barrera, convencido de la inutilidad de semejante acción. O bien es sorprendido por la noche al raso, en un lugar desconocido, y siente alrededor suyo, pese a no verlas, presencias amenazadoras. Ocurre también que el soñador se encuentre en una casa, en un dormitorio o en lo alto de una torre e intente, evadirse, pero se vea imposibilitado de hacerlo por implacables sitiadores. SECUENCIAS DE FUGA: El sujeto se proyecta en el pasado o en el futuro volviendo a una época en la cual se sentía seguro y feliz, o bien «viviendo» una situación que imagina ha de darle, en lo por venir, las mismas sensaciones tranquilizantes. A los niños les puede ocurrir verse en la tarima como maestros, identificarse en el padre o con un personaje que ejerza particular atracción. Las niñas, en cambio, asumen con mucha frecuencia el papel materno. Todas estas secuencias denuncian un hecho sumamente grave: la incapacidad del niño en establecer contactos normales con sus compañeros, insertarse en la colectividad, sentirse parte de ella. Muchos padres, desgraciadamente, no atribuyen a este hecho la enorme importancia que se merece. Por el contrario, solemos oír a algunos expresarse con despreocupación si no con satisfacción respecto al comportamiento de los jovencísimos infelices: «A mi niño en verdad no le va la compañía de esos machotes...», «[Oh, Carletto está tan encariñado con papito y mamaíta!», «Mi chiquilla es muy esquiva, muy reservada... Estoy muy contenta de ella porque se ahorrará un montón de disgustos.» En cambio estarán abrumados de disgustos los pequeños y las pequeñas de contactos difíciles, los arrastrarán consigo toda la vida. Porque la presunta reserva, el presunto apego a los padres, se desarrollarán después en una morbosa timidez, en complejos de inferioridad con consecuencias siempre dolorosas, a menudo catastróficas.
No envidiéis a quien ve el mundo color de rosa Los años de escuela se suceden, cambian algunas posiciones mentales del pequeño, sus actitudes, sus costumbres, pero sus-
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tancialmente los sueños no cambian hasta el advenimiento de la pubertad, aunque se hagan menos caóticos, bastante más inteligibles desde el punto de vista psicoanalítico. No cambian porque la evolución física del niño se realiza sin grandes sacudidas, porque tampoco difieren mucho sus tratos con el ambiente que lo rodea ni el género de sus lecturas que proporcionan a Morfeo numerosos escenarios, personajes y tramas. Muy distinto es, en cambio, lo que pasa con las niñas. Sus relaciones con representantes del otro sexo no son idílicas en ese período (y si ello no molesta a los hombrecitos, repercute ciertamente en las niñas, de esfera emocional más sensible), sus lecturas van cambiando, pasan de las fábulas a la literatura francamente sentimental, y cambia su físico. Las líneas del cuerpo se redondean, se delinea el pecho. Es sobre todo esta situación lo que desasosiega a la niña. Bastaría un poco de preparación para inducirla a responder con una mirada de compasión o con una sonrisita irónica a las pullas de sus compañeros y a las con frecuencia más estúpidas aún de los adultos. Pero cuando falta la preparación, la sensación de desasosiego de la niña, criada ya en la escuela del señorío masculino, se acentúa hasta causar auténticos traumas. La tensión de la blusita sobre el pecho se le antoja a la niña como un signo externo, casi una marca de su supuesta inferioridad. Y si bien más adelante estará orgullosa de su anatomía, ello no borrará la penosa impresión juvenil. Lo revela, entre otras cosas, el retorno de los sueños nacidos en aquella circunstancia. Entre los más corrientes, Eva se encuentra cruzando los brazos sobre el busto desnudo intentando ocultarlo a la vista de alguien. Y que no se trata de un gesto inspirado tan sólo por el pudor, es demostrado por observaciones hechas en un número de casos sin duda probatorios. La soñadora no se avergüenza (al contrario de lo que sucede con los reflejos del «complejo de castración») de su desnudez, pero le da miedo descubrir el pecho y aunque esté completamente desvestida, además, no se preocupa en absoluto de las otras partes del cuerpo. No es raro que, desnudándose en sueños ante un espejo, una muchacha que en la realidad se encuentra muy bien con todo lo que le ha regalado la madre naturaleza, se vea lisa como una tabla acepillada y no sienta disgusto alguno por ello y que, al revés, acoja la cosa como una grata sorpresa. Se trata precisamente de un residuo de lo que Baumgartner llama «el complejo del seno en capullo». A semejantes manifestaciones oníricas se añaden muchas más caracterizadas por un evidente simbolismo. Hay la chiquilla que 9 — 3.147
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se arranca con rabia del vestido las flores prendidas en el pecho, la que se apresura a sacarse los objetos que abultan los bolsillos de su blusa, que se muestran minas inagotables, imposibles de vaciar, la que se queda desagradablemente turbada por formas redondeantes sin saber explicarse el porqué. Tampoco son raros los casos como éste que refiere L. Müller. Lilo, una estudiante de diecinueve años, siente una invencible repugnancia por las mariposas. Aunque los lepidópteros, vistos de lejos, le gustan y sus colores la fascinen, es suficiente que una le vuele cerca para que Lilo se entregue a manifestaciones de terror tan irrazonables como irrefrenables; cosa, ésta, ciertamente desagradable, pero para nuestra estudiante también muy molesta, puesto que se propone dedicarse a la entomología. El psicoanalista al que recurre piensa primero en un trauma infantil, busca cualquier posible relación, pero sin resultados positivos. Sondeando el mundo onírico de la paciente, por fin, el especialista da con el misterio. También en sueños Lilo es perseguida por las mariposas, que a veces se tornan enormes. Ahora la muchacha recuerda que algunos de esos insectos tienen las alas agujereadas, semejantes a encajes. La asociación se hace muy evidente. Las graciosas voladoras aterrorizan a la jovencita sencillamente porque son, para su subconsciente, sostenes. No es difícil, en este punto, lograr que la estudiante rememore el hecho que puso en marcha la extraña neurosis: la compra del primer sujetador, comentada por sus hermanos con enfadosos sarcasmos. Para los niños, el camino de la pubertad está plagado de preocupaciones muy diferentes. Consideran a las niñas decididamente inferiores —sintetiza Chesser—. Las niñas son débiles y siguen siéndolo también en el periodo que los muchachos adquieren fuerza muscular, haciendo de ésta un sinónimo de superioridad. Hablando con los adultos, además, los niños ven fortalecida su convicción, según la cuál todo cuanto es varonil tiene mayor valor. Cuando se hace daño, una niña puede llorar, pero para un niño las lágrimas comienzan a ser vergonzosas. Una niña puede cuidar de su aspecto, pero si un niño presta excesiva atención al modo como se peina o se viste, en seguida se gana la fama de «afeminado». Los padres deberían, naturalmente, abstenerse de fortalecer en los niños la idea de la superioridad masculina y de la inferioridad femenina. Por otra parte es indispensable que no violenten las naturales inclinaciones de los hijos, evitando herirlos, humillarlos, exponerlos a las críticas siempre despiadadas de los compañeros. Así es que nada de extravagancias en el peinado y en
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la vestimenta, pocas interferencias en los juegos y en las manifestaciones típicas de las niñas y de los niños de determinada edad, pues se trata de intervenciones que con mucha frecuencia tienen repercusiones perjudiciales, como una vez más nos demuestran las visiones oníricas, espejo ultrasensible y fiel del subconsciente. Walter Walt sería hoy probablemente un gran violinista si en la velada decisiva para su porvenir no hubiese tenido al lado una bella muchacha rubia. Nuestro personaje había empezado a mostrar a los seis años descollantes dotes musicales. Era un «niño prodigio», como suele decirse, y siguió siéndole aunque a los ocho años pareció no querer saber nada nunca más del violín. Tuvo muchos caprichos, violentas crisis de desesperación y a sus padres que le interrogaron se limitó a explicarles un sueño que le había turbado un par de veces. Había visto las cuerdas de su instrumento transformarse en unos gusanos largos que saltaban sobre sus hombros y le rodeaban el cuello y bajaban luego por su espalda retorciéndose horriblemente. Desgraciadamente, en aquel entonces los psicoanalistas estaban poco de moda. Papá y mamá Walt convencieron al pequeño de que hubiera sido una enorme tontería mandar a paseo la música por un sueño, el médico de cabecera prescribió una buena cura de reposo, y Walter, aunque sin demasiado entusiasmo, se puso a tocar de nuevo. El chiquillo creció, frecuentó el conservatorio y, aprobando con notas excelentes, afrontó el concurso que, al decir de todos, habría de conducirlo definitivamente a la celebridad. Pero le bastó ver a la rubia presentadora para ser presa de una inexplicable agitación. Tocó muy mal, y ni siquiera tocó hasta el final. De repente, dejó plantados a los oyentes, salió de la sala y, rompiendo el violín contra una pared del pasillo, desapareció de la circulación. Volvió a dar señales de vida tres años después. Dirigía una orquesta de música ligera y sigue dirigiéndola con cierto éxito por lo que hemos cambiado su nombre, pues quizá también vosotros conocéis el verdadero y no es caso de hacer público un fracaso. Ahora Walter Walt lo sabe todo, conoce el origen de su sueño y las causas de su comportamiento. Cuando el niño se reveló músico precoz, sus padres insistieron por desgracia en hacerle llevar los cabellos largos, «a lo Mozart», lo que hizo que sus compañeros se burlaran de él. El orgullo le impidió hablar de ello en su casa y la persecución continuaba también en la pantalla nocturna. El pequeño no llegaba a darse cuenta, pero las visiones horripilantes nacían precisamente de la relación entre el violín y los cabellos, largos sobre el cuello, hasta el punto, a juicio de sus compañeros, de disminuir a Walter (de ahí los gusanos) y de
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hacerlo parecer a una «chiquilla». En los años sucesivos, pese a que la abundante melena había desaparecido, el sueño volvió a presentarse al joven que, sin embargo creía que ya no le impresionaba mucho, y en la velada decisiva hizo saltar el resorte del «complejo» despertando al subconsciente con el reclamo de la muchacha, peinada como él lo había estado en la infancia. Cabellos rubios — largos — muchacha — «chiquilla» — violín — repugnancia... y adiós carrera. Nuestro amigo había triunfado después en otra, porque ella le había ayudado a rehabilitarse inconscientemente, es decir que lo había convencido de que no era «poco hombre», de saberse imponer, de poder precisamente dirigir. Basta mucho menos que una cabellera para provocar desastres. Ciertos sueños en los cuales predomina un color que causa al sujeto una viva sensación de molestia, cuando no de angustia, aunque no se trate de un color genéricamente deprimente, ahondan sus raíces en la infancia, en algo que incomoda al niño y que, pese a ello, le ha sido impuesto. A todos nos gustaría poder ver el mundo color de rosa, y sin embargo hay quien sentiría náuseas por ello. A. B., por ejemplo, era un joven profesional parisiense que acudió a un psicoanalista porque le atormentaban, desde la niñez, visiones de ese género. Todo andaba bien mientras Morfeo escogía espectáculos en los cuales el soñador no aparecía o aparecía en un papel secundario. Pero apenas entraba en escena como protagonista y se disponía a efectuar algo que hubiera debido procurarle satisfacción, se producía el desastre. Todo se teñía de rosa y él despertaba de golpe, con una indefinible sensación de malestar. Y en la realidad las cosas no andaban de otro modo. Para A. B. hasta los platos más apetitosos se convertían en repugnantes si eran presentados sobre un mantel rosa, y los indumentos de este color le ponían en trance de hacerle insoportable hasta su novia, a la cual no se atrevía a confesar su extraña fobia por temor a que le «tomaran por loco». La culpa de todo era —como pudo establecer el psicoanalista— un vestido de la madre de A. B., transformado por ésta en una blusita para su retoño quien, luciéndola a los ocho o nueve años, había hecho reír a sus compañeros y a sus profesores. Muchos padres se preocupan de los juegos bulliciosos de sus hijos, en particular de aquellos inspirados, en un sentido u otro, en la «caza del hombre», y en esto tienen gran parte quienes quisieran proscribir del mundo de los juguetes todo cuanto «huela a guerra». Pues bien, prescindiendo del hecho de que, privado del juguete que le gusta, cualquier niño sabe transformar, en el taller de su
inagotable fantasía, el más simple pedazo de madera en un fusil o una pistola, esos juegos no sólo son inocuos, sino francamente útiles, ya que, como se ha comprobado tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética, le ayudan a desahogar sin daño su carga de agresividad, a ejercitar su espíritu emprendedor y con frecuencia a vencer la timidez, mientras predisponen a la comprensión y a la estima recíproca, a la amistad y a la caballerosidad. Esta última observación pudiera parecer paradójica, pero es suficiente observar el intercambio de papeles en los pasatiempos de la chiquillería para comprobar su validez. Se equivoca, por consiguiente, quien considera oportuno imponer ciertos vetos, y se equivoca doblemente, porque los niños, al no poderse entregar en la realidad a sus juegos preferidos, se dedican a ellos en sueños llevándose consigo también a los severos educadores y asignándoles papeles nada lisonjeros, pues personifican a los «malos», a los bandidos y a los enemigos. No podrían ser vistos a una luz diferente, puesto que han hecho que los pequeños fuesen condenados por sus compañeros como débiles y medrosos, y repetimos que ésta es una condena que, por gratuita que sea, forzosamente deja huellas. Tampoco a las niñas que muestran cierta predisposición para los juegos considerados como monopolio de los muchachos debería oponerse una negativa. Ésta es, por el contrario, una tendencia que convendría estimular, dado que ejerce un influjo positivo en la formación de la personalidad. Son muy corrientes los sueños en los cuales las niñas y también las muchachas se encuentran desempeñando papeles habitualmente propios del sexo contrario, lo que revela un sentido de inferioridad que no se habría manifestado en muchos casos si el sujeto no se hubiese visto obligado a adaptarse al papel no sentido de la niña comedida, modosa y «ya muy mujercita». Asimismo pueden incidir en las niñas de una manera poco simpática los indumentos confeccionados malamente o inadecuados a su edad. La moda empieza muy pronto a tiranizar al bello sexo y no hay señora o señorita que no haya tenido alguna vez una confirmación de ello, sintiéndose desazonada por unas medias que hacen arrugas, una falda holgada o estrecha o un reflejo que asoma sus picos por debajo de aquélla. Estos sueños suelen delatar dudas, incertidumbres, temores de varia naturaleza: Morfeo apela, en semejantes circunstancias, al recuerdo de una apurada situación del pasado, pero ésta, por muy desagradable que pueda haber sido, no ha dejado casi nunca huellas profundas.
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Lo que ella quisiera ocultar En los puntos de los cuales acabamos de ocuparnos, las niñas aparecen, por lo tanto, menos vulnerables. No son más afortunadas, porque les espera un acontecimiento que no dejará de impresionarlas fuertemente: la primera menstruación. Sólo si se ha llevado a cabo una adecuada obra de preparación se les evita a las niñas traumas penosos. No es arduo imaginar lo que siente una adolescente sorprendida por el acontecimiento como por un rayo en un cielo sereno. De poco valdrán las tentativas de tranquilizarla que la madre se apresura luego a efectuar. Durante algún tiempo los sueños angustiosos turbarán las noches de la pobre muchacha. Y lo mismo ocurrirá si la «preparación» se reduce a unas advertencias genéricas que no permiten a la interesada comprender el fenómeno y considerarlo en el marco de la normalidad. Oníricamente el trauma se traduce en impresiones de accidentes pavorosos, enfermedades e imperfecciones. Sería imposible efectuar aquí una reseña exhaustiva, por lo que sólo nos resta remitir a los lectores a los símbolos más constantes, ilustrados en nuestro pequeño dicionario. Importa, sin embargo, aludir a los procesos de transformación que, con el paso de los años, modifican esos sueños, y los hace irreconocibles. También aquí nos limitamos a algunas manifestaciones de las más corrientes, sacando los ejemplos de las experiencias de hábiles psicoanalistas modernos. Lidia, sorprendida por el inicio de la «regla», quedó aterrorizada, hasta el punto de que soñaba verse bañada en sangre cuando se entregaba a las más diversas ocupaciones. La muchacha tiene ahora veinte años y de vez en cuando esa visión vuelve a presentarse, pero alternada con otra igualmente angustiosa. Sueña que camina por una calle animada y de repente nota que todos la miran porque lleva la falda y las medias increíblemente sucias. Se apresura a intentar limpiarlas, pero no lo- consigue; trata de esconderse, pero por todas partes hay gente que la contempla con expresión de mofa o de desaprobación. A Giulia no la convencieron las vagas explicaciones maternas y durante muchos meses tuvo la sospecha de ser víctima de una enfermedad, porque además el fenómeno se le había presentado con manifestaciones dolorosas. Soñaba que tenía el vientre hor-
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migueante de bichos (los supuestos gérmenes del mal), hasta que las confidencias entre amigas la tranquilizaron. Pero todavía ocho años después es acosada por una visión horrible que se le presenta sobre todo en la inminencia de la «regla». Se descubre en el cuerpo unas manchas parecidas a las que forma el moho. Clara, «iniciada» por las compañeras, se vio impelida a considerar las menstruaciones como una cosa obscena y procuró ocultar su aparición a los padres. A una distancia de años se ve obligada, en sueños, a esconder algo, espantada por la idea de ser descubierta. Todas estas manifestaciones nos demuestran que aunque el misterio se ha aclarado la impresión permanece. Y sale a la superficie cuando la interesada tiene que afrontar situaciones difíciles, cuando más necesidad tendría de sentirse fuerte. Vuelve a experimentar una sensación de inferioridad que no tiene ninguna razón de ser, pero que desgraciadamente ha sido consolidada en ella por una educación equivocada.
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»"E1 arca de Noé", pensé, sorprendido. «Descubrí una abertura. (¿Una grieta? ¿Una ventana?) y proyecté la luz dentro. Era sólo un local muy espacioso, de pavimento casi enteramente cubierto por una capa que se me antojó blanda, sin saber por qué. »En seguida lo comprendí. Me sobrecogió una sensación extraordinaria. Sabía que estaba asomado desde fuera y, sin embargo, también estaba allí, sobre aquella capa blanda, bajo techado, al calor. Y era pequeñísimo. »De pronto, la luz de mi lámpara-lápiz dio sobre aquel mi segundo Yo. Y me encontré allí dentro creciendo y creciendo, transportado por una fuerza misteriosa hacia la luz que penetraba por la abertura. Entonces me invadió una sensación de asombrada incertidumbre y me eché a llorar...»
IV IOS MITOS ACABAN TRASTORNANDO LA VIDA «La noche era oscura como quizá ninguna lo había sido nunca. Llovía sin parar, parecía como si un mar suspendido en el cielo se precipitase para sumergirlo todo. Era una lluvia de pesadilla, y las tinieblas parecían un mudo, interminable grito de angustia y de terror. Me tambaleaba en el mar que iba recomponiéndose a mis pies, avanzaba con dificultad, inmerso ya en el agua hasta la pantorrilla, empapado, aterido. ¿Por qué estaba todo tan oscuro? ¿Por qué ya no había luces, ya no había nada? ¿Qué estaba pasando en la Tierra? Era el diluvio... «Luego, inesperada, una masa enorme se alzó ante mí. No podía verla, pero sentí su presencia, como la siente un ciego. Busqué en el bolsillo interior de la chaqueta la lámpara-lápiz que suelo llevar conmigo. La pila debía de estar mojada. ¿Acaso funcionaría? »Funcionó, es más, desprendió un chorro de luz tan viva que me asombró. Pero con toda aquella oscuridad probablemente también me habría parecido deslumbradora una cerilla encendida a veinte pasos de distancia. Alumbré la «cosa» que se me había puesto delante y vi que se trataba de un enorme edificio de madera, viejísimo. ¿O era una barca de panza desmesurada que quién sabe cómo había ido a parar a aquel no-sé-dónde? La idea no me pareció en absoluto absurda. No lograba recordar cómo había empezado aquella lluvia tremenda, qué había ocurrido antes, pero seguramente debía de haber sido algo apocalíptico.
Del arca de Noé a los jardines de Aid ¿De dónde nace, qué significado encierra ese sueño extrañísimo narrado al profesor Kemper? Cada una de las varias «escuelas» psicoanalíticas darían de él una interpretación diferente, a menudo contrastante con las otras, descubriéndole fantasías incestuosas cuyo objeto es la madre, tendencias fálico-propulsoras, impulsos de posesión, necesidad de protección, los llamados «problemas de Ashavero» (o sea del «judío errante», generados por complejos de culpabilidad), anhelo de contactos, egocentrismo, regresión, transferencia, búsqueda de la divinidad, crisis espirituales, deseo de autoaniquilación o de renacimiento y muchas otras cosas más. Una precisa interpretación de ese sueño no ha sido intentada. Para conseguirla sería menester, como en otro cualquier caso, examinar la situación en que se halla el sujeto, sus problemas, sus tendencias y cierto número de sus visiones nocturnas. Como fuere, es seguro que hay de por medio un gran conflicto, pues estamos ante un clásico proceso de desdoblamiento. Se trata de la manifestación de una personalidad débil, inmatura (el Yo y el macrocosmos —o sea el mundo, el universo— aún no están separados, se confunden, como ocurre en los niños, y no existe la noción del tiempo, de modo que infancia y edad adulta están en el mismo plano), manifestación sobrevenida a consecuencia de un estado de profundo desasosiego (la oscuridad, la lluvia) del cual el soñador preferiría salir por una intervención milagrosa o
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»"E1 arca de Noé", pensé, sorprendido. «Descubrí una abertura. (¿Una grieta? ¿Una ventana?) y proyecté la luz dentro. Era sólo un local muy espacioso, de pavimento casi enteramente cubierto por una capa que se me antojó blanda, sin saber por qué. »En seguida lo comprendí. Me sobrecogió una sensación extraordinaria. Sabía que estaba asomado desde fuera y, sin embargo, también estaba allí, sobre aquella capa blanda, bajo techado, al calor. Y era pequeñísimo. »De pronto, la luz de mi lámpara-lápiz dio sobre aquel mi segundo Yo. Y me encontré allí dentro creciendo y creciendo, transportado por una fuerza misteriosa hacia la luz que penetraba por la abertura. Entonces me invadió una sensación de asombrada incertidumbre y me eché a llorar...»
IV IOS MITOS ACABAN TRASTORNANDO LA VIDA «La noche era oscura como quizá ninguna lo había sido nunca. Llovía sin parar, parecía como si un mar suspendido en el cielo se precipitase para sumergirlo todo. Era una lluvia de pesadilla, y las tinieblas parecían un mudo, interminable grito de angustia y de terror. Me tambaleaba en el mar que iba recomponiéndose a mis pies, avanzaba con dificultad, inmerso ya en el agua hasta la pantorrilla, empapado, aterido. ¿Por qué estaba todo tan oscuro? ¿Por qué ya no había luces, ya no había nada? ¿Qué estaba pasando en la Tierra? Era el diluvio... »Luego, inesperada, una masa enorme se alzó ante mí. No podía verla, pero sentí su presencia, como la siente un ciego. Busqué en el bolsillo interior de la chaqueta la lámpara-lápiz que suelo llevar conmigo. La pila debía de estar mojada. ¿Acaso funcionaría? «Funcionó, es más, desprendió un chorro de luz tan viva que me asombró. Pero con toda aquella oscuridad probablemente también me habría parecido deslumbradora una cerilla encendida a veinte pasos de distancia. Alumbré la «cosa» que se me había puesto delante y vi que se trataba de un enorme edificio de madera, viejísimo. ¿O era una barca de panza desmesurada que quién sabe cómo había ido a parar a aquel no-sé-dónde? La idea no me pareció en absoluto absurda. No lograba recordar cómo había empezado aquella lluvia tremenda, qué había ocurrido antes, pero seguramente debía de haber sido algo apocalíptico.
Del arca de Noé a los jardines de Alá ¿De dónde nace, qué significado encierra ese sueño extrañísimo narrado al profesor Kemper? Cada una de las varias «escuelas» psicoanalíticas darían de él una interpretación diferente, a menudo contrastante con las otras, descubriéndole fantasías incestuosas cuyo objeto es la madre, tendencias fálico-propulsoras, impulsos de posesión, necesidad de protección, los llamados «problemas de Ashavero» (o sea del «judío errante», generados por complejos de culpabilidad), anhelo de contactos, egocentrismo, regresión, transferencia, búsqueda de la divinidad, crisis espirituales, deseo de autoaniquilación o de renacimiento y muchas otras cosas más. Una precisa interpretación de ese sueño no ha sido intentada. Para conseguirla sería menester, como en otro cualquier caso, examinar la situación en que se halla el sujeto, sus problemas, sus tendencias y cierto número de sus visiones nocturnas. Como fuere, es seguro que hay de por medio un gran conflicto, pues estamos ante un clásico proceso de desdoblamiento. Se trata de la manifestación de una personalidad débil, inmatura (el Yo y el macrocosmos —o sea el mundo, el universo— aún no están separados, se confunden, como ocurre en los niños, y no existe la noción del tiempo, de modo que infancia y edad adulta están en el mismo plano), manifestación sobrevenida a consecuencia de un estado de profundo desasosiego (la oscuridad, la lluvia) del cual el soñador preferiría salir por una intervención milagrosa o
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casi (la luz arrojada por la lámpara que funcionó cuando se la creía inservible), o bien con el olvido, el retorno al regazo materno (el vientre de la nave). Igualmente viva es el ansia de un renacimiento, y quizá los problemas sexuales no son ajenos al protagonista del alucinante filme onírico, como dejan suponer la forma de la lámpara, la idea de la pila y la abertura en la pared de madera. ¿De qué recuerdos se ha valido Morfeo para poner en escena ese curioso caso? Seguramente de los recuerdos prenatales nos vemos inducidos a responder pensando en la nitidez de ciertas imágenes y de ciertas impresiones (otra vez el vientre de la nave, la capa blanda, la pequenez, el calor), vinculados a la remembranza del trauma del parto, explicado por la sensación de crecimiento, de tracción hacia el orificio luminoso, por la incertidumbre y por el llanto, quizá por el agua. Pero sobre todas estas explicaciones domina el contenido manifiesto del sueño. Y domina con prepotencia, por mucho que el frío proceso de descomposición nos sugiera ignorarlo. El diluvio y el arca de Noé están ahí, y no es cuestión de eliminarlos con un encogimiento de hombros. ¿Por qué precisamente el diluvio y el arca de Noé? Para dar la atmósfera de angustia y de miedo, ¿no hubiera podido el subconsciente apelar al recuerdo de situaciones igualmente y tal vez más dramáticas en las que el sujeto se había encontrado en la realidad? Se podría objetar que la leyenda del arca probablemente había impresionado al soñador de una manera particular. Pero es una objeción que no se sostiene, porque todos, antes o después, sueñan con el diluvio. La cosa no debería sorprendernos en absoluto, dada la influencia de los recuerdos ancestrales. Pueblos muy distantes entre sí han conservado memoria del diluvio desde épocas indudablemente precristianas y la leyenda de Noé tiene equivalentes en todas partes del globo. En la azteca, no falta siquiera la paloma, y el nombre del navegante bíblico —Noah en hebreo— suena en los antiquísimos mitos chinos (Ni Wha), hawaianos (Nu-u) y sudamericanos (Noa). El papel exacto que haya desempeñado el famoso personaje en la historia del mundo es algo que nunca será puesto en claro y que aquí, por lo demás, no tiene importancia. No se ha dicho ni mucho menos que los recuerdos ancestrales se refieran directamente al diluvio y al arca, pero es probable que nos sean transmitidos por los antepasados de un tiempo en el cual la memoria de la catástrofe era todavía muy viva. Hemos aludido a los «componentes atávicos». Son propios a innumerables visiones nocturnas, pero saltan a primer plano en
aquellas de las cuales acabamos de dar un ejemplo típico. Jung las denominó «los grandes sueños» y justificó esta definición aclarando que «representan una problemática humana colectiva en una forma generalmente válida e independientemente común a los soñadores». En otras palabras, existen problemas que todos tenemos y que a todos se presentan tarde o temprano con visiones análogas, caracterizadas por los elementos y por la grandiosidad de los antiguos mitos. Werner Kemper, en un fundamental estudio suyo (*), escribe: Quien confronte estos sueños con las fábulas, llegará a comprobar que en verdad son tratados los mismos temas a veces con el empleo de los mismos símbolos. Es asombroso el hecho de que esos cuentos de hadas no sean soñados tan sólo por personas que conocen las fábulas equivalentes —las de Grimm, por ejemplo—> sino como he podido comprobar en el extranjero (en Brasil, N. del A.) por sujetos para los cuales este conocimiento se ha de excluir absolutamente. Y las concordancias no acaban aquí. También en los mitos y en las sagas hallamos temas fundamentales idénticos a los de las fábulas y de los «grandes sueños», expresados generalmente con símbolos idénticos, lo cual ha conducido a Jung a definir los mitos como «los sueños colectivos de la Humanidad». Por su parte, Pierre Real observa:! Los «grandes sueños» despiertan siempre en nosotros una fuerte emoción consciente o inconsciente y conservan su poder sobre nosotros durante días y días, a veces durante meses. Algunos de esos sueños han modificado vidas enteras. En ellos aparecen imágenes de una potencia extraordinaria, luces deslumbrantes. Están las grandes fuerzas del mundo: el Sol, la Tierra, el fuego, el agua... Los animales hablan, los árboles se transforman, se superan obstáculos gigantescos y nos sumimos en los caos más espantosos. Multitud de serpientes surgen de esferas de cristal y a veces parece, al despertar, haber encontrado a Dios cara a cara. Después del «gran sueño» angustioso del principio, he aquí otro en el cual predomina una atmósfera bien distinta. Nos lo propone como ejemplo el mismo psicólogo francés: (*) Der Traum una seine Be-Deutung. Rowolht Deutsche Enziklopádie, «Ernesto Grassi Editor», Munich, 1955.
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Soy brillante como un metal, me encuentro ante un charco\ de agua fangosa, en un paisaje caótico iluminado por una luz lunar. De improviso el charco hierve, el agua se vuelve roja y luego azul. Después surge de ella una esfera luminosa, que se dilata y estalla con un ruido fantástico convirtiéndose en una copa de oro de la cual se eleva una columna blanca cuyo resplandor no puede resistir la vista. Me siento deslizar a lo largo de esta columna como si ya no tuviese peso, y llego al pie de una escalera de oro que sube directamente hacia el Sol. Subo la escalera con una ligereza exultante, entro en el Sol y experimento una sensación de gozo tan intensa, que todavía hoy me tiene trastornado. ¡ Cuántos mitos se acumulan y se confunden en este sueño! La charca de la Metamorfosis, las fuentes multicolores de los paradisíacos jardines de Alá, el Santo Grial, las «columnas del cielo» de las antiguas cosmografías medievales, las escaleras de oro de las leyendas orientales, Icaro y los héroes solitarios indios por citar solamente los elementos más conocidos. Aun sin analizarlo —comenta Real— se nota en seguida que este sueño es grande y bueno. Traduce un estado de ánimo benéfico, y todo concurre a ello: el azul, la luz, la esfera brillante, la columna, la escalera, el Sol... El sujeto salía de una fase de depresión profunda (la charca fangosa) ...pero todo es gozo, en el sueño, todo se dirige hacia la luz, y efectivamente el hombre, una semana más tarde, volvía a encontrarse lleno de fuerza y de esperanza, y partía de nuevo hacia grandes metas espirituales, logrando alcanzarlas. ¿El sueño había predicho entonces el porvenir? No precisamente, pero había dicho que el hombre, en el momento que soñaba, se hallaba ya sin saberlo, en óptimas disposiciones de espíritu. Real es un seguidor de Jung todavía bastante moderado. Según el suizo, separado, como es sabido, de su maestro Freud, los grandes sueños trascienden los confines individuales y asumen un carácter prospectivo, es decir al menos muy indicativo para el futuro, si no francamente profético, como aseveran ciertos sostenedores demasiado entusiastas de las teorías junguianas.
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Visiones fantásticas en el umbral decisivo Sentado esto, hemos llegado al nudo de la cuestión, una cuestión importantísima porque los «grandes sueños», si bien pueden tener lugar en las edades más diversas, comienzan a presentarse por lo general en la juventud. Muchos de ellos marcan propiamente el paso de la adolescencia a la juventud misma y no es raro que tengan una influencia determinante, que lleguen incluso a modificar el curso de la vida, no siempre encauzándola por las vías más recomendables. ¿Hemos de pensar, por tanto, que en algunos aspectos sean proféticos? Absolutamente no, y es deplorable que algunos pretendidos psicoanalistas renieguen en realidad del psicoanálisis (porque sus delirios son inconciliables con lo que los auténticos estudiosos de la psique han demostrado ya y establecido sin temor a errores), pontificando a su sombra para suministrar al prójimo necedades cabalísticas y provocando a veces daños irreparables. Cuidado, pues, con los «grandes sueños»; pueden ser muy peligrosos, y no es difícil comprenderlo si se considera que: —Su contenido manifiesto es siempre capaz por grandiosidad, dramatismo, rareza, reclamos de toda suerte, de suscitar violentas y duraderas emociones. —Como hemos dicho, se presentan casi siempre por primera vez cuando un cambio decisivo, por lo que pueden ser tomados, si no propiamente por profecías, por revelaciones brotadas de las profundidades del Yo, por manifestaciones de lo que podría ser la auténtica, oculta personalidad del sujeto, por solicitaciones o admoniciones. —Estas extraordinarias visiones suceden, no raramente, a un acontecimiento que ya ha impresionado fuertemente al soñador. Entonces tienen, por decirlo así, el terreno abonado, y se arraigan mejor. Conocido es el caso de una muchacha que, habiéndose hecho monja a consecuencia de un «gran sueño», hubo de volver al estado laical tras haber tratado de adaptarse a la vida conventual, y ahora trabaja en el sector de la moda para la cual ha demostrado poseer descollantes dotes. A la joven se le presentó una visión nocturna cuyo significado no podía, según ella, ser más claro. Se encontró en el Gólgota, con la cabeza ceñida de espinas. Contra un cielo siniestro, preñado
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de nubes, se alzaba una cruz, y la muchacha, mirándola, se sentía el corazón oprimido de desesperación. Pero de repente un viento impetuoso barrió las nubes, le Sol fulguró, la cruz se volvió de oro, las espinas desaparecieron, y en el aire apareció un ángel que sonriente invitaba a la joven a ir a su encuentro. Y ella, con una sensación de júbilo extasiado, notó que podía volar, se elevó en el aire... Si se tiene en cuenta el hecho de que la protagonista del caso había sido abandonada poco antes por su novio, el «gran sueño» aparecerá clarísimo. Hay en él todo cuanto una joven en esas condiciones puede esperar: el fin de las penas amorosas, con las espinas que se desvanecen, las nubes que se disuelven, el Sol que fulgura, la angustia (¿acaso no se dice «llevar una cruz»?) que se transforma en júbilo, el retorno del amado y el vuelo. Concurren aquí todos los factores sintetizados en nuestros tres puntos. Son incontables, sin embargo, las personas que, en las alas de un «gran sueño» se dejan arrastrar a decisiones que de otro modo jamás habrían tomado y que a menudo habrán de lamentar después. Ello ocurre con frecuencia en el terreno religioso. No tenemos nada que decir en contra de las vocaciones, pero hay que tener cuidado con las que vienen de la noche a la mañana. Cometeríamos, sin embargo, un error considerando los «grandes sueños» del mismo modo que todos los demás, admitiendo, pero sin que nada pueda comprobarlo, que un espíritu extremadamente sobrio nos permitiera hacerlo. El inusitado escenario, el signo de mitos o de acontecimientos cuyo inmenso alcance sabemos o «sentimos», los recuerdos ancestrales que desbordan sin rodeos de los arcanos del subconsciente, nos dicen que estamos ante unas manifestaciones oníricas que debemos considerar seriamente. Pese a no estar en condiciones de hacer luz sobre el mecanismo que determina la apertura de ese enigmático arcano, los americanos Jones y Weiss ya habían observado, en los años entre los dos conflictos mundiales, que se «dispara» en épocas decisivas para la existencia de los soñadores, en primer lugar en su juventud (casi el 75 %) y que va ligado a unas crisis conscientes o inconscientes de cuya resolución depende a veces el fortalecimiento, el debilitamiento o, sin más, el aniquilamiento de la personalidad. Kemper los considera «sueños de la maduración» recordándonos que ésta es representada muy a menudo por claros símbolos: peldaños, podios, lugares elevados, espirales o movimientos en espiral que se restringen progresivamente, recién nacidos y así sucesivamente. Y añade: El signo más característico es, sin embargo, el umbral. Y, en efecto, con el paso de un estadio a otro, el hombre en realidad traspone un umbral, marcado por un acontecimiento decisivo para
él. Los grandes poetas siempre han sido conscientes del alcance de ese símbolo... y en sus obras se reflejan efectivamente numerosos sueños de la maduración.
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La conclusión a la cual llegamos puede parecer demasiado empírica, pero en esos casos el empirismo es una guía segura. Los «grandes sueños» dicen en sustancia al soñador: «Estás atravesando un umbral importantísimo para tu vida, un umbral que exigiría de ti mayor preparación. El modo como has vivido en los estadios precedentes de tu existencia no te ha dado esa seguridad que sería de desear. Ahora debes poner a contribución todo tu buen sentido, toda tu voluntad para lograr salir adelante en el mundo que te espera. O sea que tu personalidad no es capaz de asegurarte una marcha expedita, y ya es hora de que procures fortalecerla y subsanar las omisiones y los errores del pasado. De ti depende que, al otro lado del umbral, seas un vencedor o un vencido.» Los «grandes sueños» no se limitan a hacer una advertencia genérica, sino que indican con suma exactitud los puntos débiles, si se saben interpretar con mente lúcida. El procedimiento no es difícil. Basta con no dejarse impresionar por los elementos fabulosos o mitológicos considerándolos, no como detalles desdeñables, sino como un marcado acento sobre el contenido latente de la visión y proceder a un riguroso examen del mismo teniendo presente, como para cualquiera otra manifestación onírica, las circunstancias, las disposiciones de ánimo y algunas de las más significativas aventuras nocturnas precedentes. Al referir al principio el «sueño del arca de Noé», nos hemos propuesto dar, con la descripción de una visión típica de ese género, también un ejemplo de descomposición lógica. Tomemos ahora de nuevo en consideración el caso expuesto por Real y veremos que si el psicoanalista no se hubiese dejado llevar de su vivo entusiasmo por las teorías de Jung, habría notado cómo en ese sueño casi todo constituye un poderoso llamamiento a la sexualidad: la charca, la esfera, la copa, la columna, la escalera, el desliz, la subida y la impresión de ingravidez. La entrada en el Sol podría representar perfectamente la satisfacción de un deseo ardiente y la intensa sensación experimentada por el sujeto parece apoyar esta visión. En cuanto a los colores, nos parece interesante recordar aquí los resultados de las observaciones de un grupo de profesores estadounidenses que han comprobado que precisamente el azul, el rojo y el amarillo oro se repiten con mucha frecuencia en las manifestaciones oníricas de fondo erótico.
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Puede ser que el señor de quien nos habla Real hubiese llegado, alentado por la explicación que se le había dado, a sublimar sus instintos sexuales, o sea a trasponer ventajosamente su energía a cualquier otra actividad alcanzando así «grandes metas espirituales», pero sólo lo habrá logrado si se mantiene en él la tendencia a la sublimación. En caso contrario, su personalidad quedará muy perjudicada.
Los primeros espectros de los hambrientos de amor Si hay un período en la vida de todos nosotros en el cual las tan discutidas teorías de Freud acerca del absoluto predominio de la sensualidad en los sueños son indudablemente válidas, es precisamente el que va del final de la adolescencia al comienzo de la madurez (un comienzo al que no se le puede fijar una edad, pues ésta varía de persona a persona). En tal período, las visiones nocturnas, sean «grandes» o «normales», reflejan siempre los deseos, los temores, las tendencias propias a nuestra «esfera secreta». Y se equivocaría quien les supusiera una importancia relativa y limitada, dado que tal esfera no es aislada. Todo cuanto nos sucede influye en nuestra personalidad o es influido por ella. Pensemos en los varios componentes de la personalidad como en una multitud de automóviles que corren por la calle de una frenética ciudad y en la sexualidad como en uno de esos vehículos. Pensemos en ella, dada su importancia, como en un autobús. Está claro que dependerá mucho de los otros coches que éste pueda avanzar de modo expedito y sin accidentes, y es igualmente obvio que si no es conducido con pericia podrá provocar el caos en el tráfico. Todos los automóviles, por lo tanto, están en condiciones de dependencia recíproca, y el autobús, más grande, menos manejable, representa un factor muy importante para la circulación. Sabemos que es en la infancia y en la adolescencia cuando se forjan los motores. Ninguno está exento de defectos, y éstos se tornan cada vez más graves a medida que se avanza porque nuestros vehículos han de correr a lo largo de arterias cada vez más concurridas y que los someten a pruebas cada vez más severas. En la vía que conduce de la adolescencia a la juventud, los muchachos de uno y otro sexo van acompañados, en un porcentaje más alto de lo que creen los progenitores, por el fantasma del autoerotismo, que añade al «complejo de castración» y a los te.
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mores de que ya hemos hablado, otros espectros, todo los estúpidos que se quiera, pero no por ello menos amenazadores. El muchacho teme la impotencia y la muchacha la frigidez y la esterilidad. A las principales manifestaciones oníricas propias de estos temores nos referimos en nuestro pequeño diccionario. No creemos inoportuno, sin embargo, describir sumariamente algunos motivos que se repiten sobre todo en los «grandes sueños», pero que no son ajenos a los otros. El «complejo de impotencia» se expresa a menudo en la pantalla de Morfeo con la incapacidad de subir, de entrar en un lugar o de llevar a cabo una acción que simboliza la unión física. Un reputado psicoanalista alemán ha sacado de su archivo para nosotros un ejemplo que podríamos definir clásico. A causa de una dolencia crónica de su anciano tío que le ha criado, Hans J. debe asumir con sólo veintiún años la dirección de una gran empresa. Se prepara a ello concienzudamente hasta que un «gran sueño» le provoca un serio estado de depresión. Se halla, en el curso de la aventura nocturna, en una lujosa casa de la cual se siente dueño. Pasa de una estancia a otra y en cada una le acoge una sorpresa maravillosa. Todo cuanto ha deseado, es más, incluso aquello que jamás se hubiera atrevido a desear, está aquí, a su disposición. Por último, Hans se ve delante de una gigantesca puerta de oro. Sabe que es la última que encierra el tesoro más codiciado, y el corazón le palpita de ansia y de alegría cuando, lentamente, se va abriendo. Al otro lado hay una inmensa escalinata de mármol blanco cuyo final el joven no percibe. Inicia impetuosamente la subida, pero un obstáculo invisible lo rechaza y lo arroja al suelo. Y mientras intenta en vano levantarse, se encienden a su alrededor unas llamas violáceas que se transforman en rostros burlones. Son los rostros de sus compañeros de escuela. Por su parte, Roswitha G., de dieciocho años, es empujada por el terror de la frigidez en el corazón de una siniestra fábula. La chica es absolutamente normal, pero un necio manual seudocientífico ha logrado convencerla de que ciertas prácticas han de volverla forzosamente de hielo. Y hela aquí, en sueños, fría, inmóvil, echada sobre una losa de piedra en medio de un bosque lleno de flores, de vuelos y de cantos que, sin embargo, no consiguen mitigar su infinita tristeza. De pronto oye un rumor que se acerca. Son unos pasos en la hierba, unas ramas apartadas... Es el príncipe azul que acude a llamarla a la vida. El joven se le acerca, se inclina sobre ella y la besa. Pero no pasa nada. Roswitha sigue quieta, paralizada, invadida por un terror indescriptible. Desde lo alto, un destello de 10 — 3.147
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luz cae sobre ella, pero en seguida desaparece y siente que su destino está sellado para siempre. Ni siquiera el Cielo ha tenido piedad de ella. En las muchachas, los «grandes sueños» contienen más a menudo que en los jóvenes relatos fabulosos y religiosos. En el caso de Roswitha es evidente el miedo de un castigo sobrenatural, quizá suscitado por las palabras de algún educador insensato. El temor de la esterilidad suele manifestarse con una sensación de gran desilusión proveniente de la ausencia en un lugar cerrado de algo que se aguardaba en él o, al menos, que se esperaba encontrar. En esta circunstancia, la maternidad puede ser representada por un maravilloso castillo, por un bellísimo cofrecito, por un objeto cualquiera que debería contener otro más valioso aún. Pero, para la soñadora oprimida por la pesadilla de la infecundidad, está completamente vacío. Hemos de observar aquí que el fantasma del autoerotismo no se esfuma con el abandono de las prácticas que lo han generado. Sigue cumpliendo su obra deletérea hasta que se le arranca su sábana y se cae en la cuenta de lo ridículo e inocuo que es el gnomo que cubre aquella. Es indispensable hacerlo, si no se quiere que la personalidad resulte manchada por ello. Con razón, Albert Ellis (*) continúa recalcando que «no es peligroso el auto* erotismo, sino el miedo del autoerotismo», que genera con frecuencia fuertes complejos de culpabilidad, crisis de desconfianza en sí mismos, impotencia y frigidez nerviosas (es decir creadas por la autosugestión), y concurre en acrecentar —cuando no la determina francamente— esa timidez contra cuyos efectos nunca se pondrán bastante en guardia padres y educadores. Al respecto observemos que las secuencias de aislamiento, de cerco y de fuga, rápidamente examinadas en el capítulo anterior, vuelven a presentarse con variantes no sustanciales a los jóvenes, y suelen hacer función a su vez de núcleo en angustiosos «grandes sueños». Deberíamos hablar ahora de lo que es el tema central de las visiones nocturnas juveniles: la búsqueda de contactos con el sexo contrario. Pero no queremos repetirnos en ello. En cambio hemos de insistir sobre los motivos predominantes de esa fase. Para Adán, cuando la personalidad no está alterada, no hacen más que reflejar el deseo desenvolviéndose en una gama casi ilimitada de alusiones a las formas y a la anatomía del otro sexo, a la unión, al necking y al petting. Estos dos últimos aspectos de la actividad erótica suelen ser reflejados por secuencias típicas en
las cuales se repiten los más variados símbolos de los órganos interesados:
(*) Arte e scienza dell'Amore y Lo scapolo e il sesso. «Edizioni Meditercanee», Roma.
SECUENCIAS DEL HURTO en las cuales se manifiesta la conciencia del soñador de apoderarse de algo que no se le quiere conceder o el temor de las consecuencias. (Alberto, por jemplo, roba en sueños un objeto y se esconde para disfrutar de él, a menudo alegrándose íntimamente, pero temiendo, al mismo tiempo, ser descubierto.) SECUENCIAS DEL JUEGO (Lucio está intentando entretenerse con un juguete —a veces el que prefería de niño, a veces una muñeca— o también tocando un instrumento musical.) SECUENCIAS TÁCTILES durante las cuales ocurre acariciar, apretar o manipular, como fuere, un objeto habitualmente minúsculo. Los sueños femeninos relativos al necking y al petting no son muy placenteros aun cuando el sujeto sea consentidor. A las impresiones agradables se mezcla casi siempre una sensación de vago temor. Aquí no tenemos las «secuencias del hurto», sino a menudo la idea de algo escondido debajo de las ropas, o sólo en el bolso o en un pañuelo. Y en las otras dos secuencias los objetos son casi siempre masculinos (una corbata, una pipa, unas herramientas, etcétera), y la soñadora se avergüenza o teme ser cogida con esas cosas entre las manos. Pero éstas son las más serenas visiones femeninas relativas a los primeros contactos sexuales. Las otras hablan, como hemos visto, de armas apuntadas, de amenazas, de asechanzas, de fugas, de agresiones. Es muy raro que estas manifestaciones oníricas no acaban alterando la juventud de una muchacha. Por muy enamorada que esté, por mucha confianza que tenga a quien ha logardo conquistar su corazón, por mucho que acepte la idea de ciertas concesiones, por mucho incluso que pueda desear ciertas intimidades, Eva teme a Adán. Si no se convierte en una pesadilla, ese miedo no debe preocuparle. No sólo no disminuye su personalidad, sino que, por el contrario, representa una saludable invitación a la prudencia, una invitación que debería ser mucho más atendida de lo que efectivamente es.
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UNA VENTANA ABIERTA SOBRE EL MUNDO Gilda va a casarse. Está en su dormitorio, en ropa interior, a punto de ponerse el traje nupcial. En un rincón de la estancia está Susi, deshecha en lágrimas; Susi, su compañera de escuela, la amiga del corazón de un tiempo lejano, que ha escogido precisamente esta fatídica mañana para dar señales de vida. Susi recuerda los estudios y los juegos comunes, las largas horas pasadas juntas cortando vestiditos para muñecas, haciendo proyectos para el futuro —un futuro en el cual ella y Gilda no se separarían nunca— y llora porque no quiere que la amiga se case. La otra trata de consolarla, pero la idea del inminente «sí» la electriza. Tiene que darse prisa, quizá ya se le está haciendo tarde... Y he aquí que, sin llamar, entra el novio. Gilda protesta por la intrusión, pero el joven no le hace caso, parece no verla siquiera. Se sitúa junto a la ventana y se queda inmóvil. Gilda, entonces, tiene una idea. No sabe cómo se le ha ocurrido, pero encuentra que es una excelente idea. Coge el vestido de novia, lo pone encima del novio, que sigue sin moverse, lo corta, lo cose, lo transforma completamente. Al final ya no es un traje nupcial, sino un original, elegantísimo tailleur blanco. Y el candidato al «sí» no se sabe bien qué le ha pasado. Parece haberse resignado a su nuevo papel, a ser transformado en un maniquí. Gilda, riendo, feliz, se vuelve hacia la compañera, que ya no llora. «¿Lo ves, tonta, cómo todo se arregla? —le dice—. ¡Hasta un matrimonio puede servir de algo!»
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Luego todo desaparece y Gilda se despierta. ¡ Qué extraño sueño! No es que su protagonista estuviese a punto de casarse, sino que pensaba que a los veintiséis años habría que decidirse a hacerlo y que aquel joven tan atento no sería, probablemente, un mal marido. Tiene una cita por la tarde con aquel joven, una cita que hasta podría ser decisiva. Pero ahora, tras un sueño semejante... Gilda se pone a buscar apresuradamente en los cajones, saca un fajo de dibujos, escoge los mejores, los mete en un gran sobre con una breve carta y corre a echarlo al buzón. Algunos días después, Gilda trabaja para una casa de modas. Y hoy es, en ese sector, una de las más apreciadas diseñadoras europeas. Susi, la compañera de escuela a la que no veía hacía años, se ha convertido en su mejor colaboradora. Gilda está convencida de no tener necesidad de ningún psicoanalista, pero dado que conoce a uno, le habla del sueño que, con impresionante claridad, le ha revelado el futuro. Gilda no es en absoluto supersticiosa, pero piensa que su sueño ha sido profético. Y el psicoanalista afirma que, en el fondo, así es precisamente. Eventual valor profético aparte, el sueño de Gilda reviste para los estudiosos una notable importancia. Efectivamente es el prototipo de esa serie de sueños que reflejan el conflicto entre el mundo de los afectos, la esfera familiar, las aspiraciones sentimentales por un lado, y el mundo del trabajo, las obligaciones y las ambiciones profesionales por el otro. Son los sueños de quien, como Gilda, lucha entre la idea del matrimonio y la de la «carrera», de quien ha efectuado ya una elección y teme tener que arrepentirse de ella o también, sencillamente, de quien no logra mantener el equilibrio deseado entre ambos polos. Son sueños «reservados a ella», y nos parece oportuno concederles el primer puesto en esta breve recensión de las manifestaciones oníricas más frecuentes en la edad adulta, porque son los «sueños de la igualdad», de la liberación femenina en acción, y subrayan su punto crítico. Una decisión errónea, la incapacidad de adaptación a una determinada situación, pueden influir en la entera existencia o provocar en cualquier caso serias dificultades empezando por las «neurosis de la trabajadora», de las cuales se registra un lógico, progresivo aumento en todos los países civilizados. Los sueños en cuestión representan precisamente una señal de alarma que, si es captada a tiempo, puede resultar de gran ayuda en la búsqueda de una solución conforme a las propias tendencias más acusadas, tendencias que a veces tratamos de reprimir, pero que el subconsciente revela con despiadada evidencia. Gabriella, por ejemplo, que ha renunciado de mala gana a un
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trabajo que le proporcionaba mucha satisfacción para contentar al marido, dedicándose sólo a la casa, debería prestar más atención a las visiones nocturnas en las cuales se encuentra encerrada en un local cualquiera, o extraviada en una ciudad extranjera. Y Nora que, al contrario, se resigna a una pesada actividad extradoméstica para concederse «alguna cosa más», haría bien con dejarse decir por los sueños a base de hallazgos de dinero, robos o impresiones de esfuerzos vanos, que no todas las mujeres son aptas para una vida de ese género. Las manifestaciones oníricas citadas figuran entre las que destacan con mayor evidencia de las observaciones de algunos psicoterapeutas alemanes, y tenemos motivos para considerarlas válidas también para Italia. No son las únicas, por supuesto. Muchas más concurren a componer sueños a veces sencillos, a veces sibilinos. A menudo basta con darse cuenta de la existencia del problema para intuir su mensaje.
¿Y si os ocurriese telefonearos a vosotros mismos? Debemos ocuparnos ahora de otros motivos oníricos más difundidos en la edad adulta. Quien nos haya seguido habrá notado que muchos de esos motivos han sido ilustrados en los capítulos precedentes y que a ellos está dedicado, en sustancia, nuestro pequeño diccionario. Nos limitaremos por tanto a tratar brevemente de las situaciones no consideradas aún que tienen una alta incidencia en la formación de los sueños en cuestión. Una gama de sueños que afecta poco a los hombres, pero que va haciéndose cada vez más nutrida y difundida entre las mujeres de veinte a treinta y cinco años, es la generada por la satisfacción proveniente de las relaciones sexuales. El fenómeno tiene, sin duda, un aspecto positivo, aunque por el momento sirva de escaso consuelo a las interesadas. En efecto, no denota un empeoramiento ulterior del comportamiento masculino (cuyo nivel resulta desgraciadamente estacionario hace mucho tiempo), sino que expresa una creciente tendencia femenina a no aceptar como dogma la doble moral impuesta por el egoísmo y por la hipocresía masculina, a exigir un mayor respeto de los propios derechos y de las propias necesidades en el campo sexual. «Las mujeres sueñan hoy con lo que ayer jamás se hubieran atrevido a soñar —nos dice Berger—. Lo malo es que todavía hayan de contentarse con soñarlo.»
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Las aventuras nocturnas (muy corrientes) de las muchachas que se ven con ropas masculinas o dedicadas a ocupaciones poco femeninas, reflejan a menudo una acusada insatisfacción respecto a las relaciones eróticas. Es cierto que esos sueños pueden revelar también inclinaciones al despotismo, a las evasiones no siempre razonables, a las rebeldías, un asomo de narcisismo, de homosexualidad latente y otras cosas más, pero está igualmente comprobado que ello es originado con frecuencia por aquella insatisfacción. Si habéis soñado que telefoneabais a alguien sin saber quién era vuestro interlocutor, he aquí una historia que quizá podría interesaros. Es la de una actriz muy conocida a la que llamaremos Dagmar, protagonista de una escena onírica en la cual descolgaba el teléfono, marcaba un número y se entregaba a largas conversaciones. Al despertar, no lograba recordar el tema de sus coloquios, aunque estaba segura de haberse abandonado a declaraciones de amor y a proposiciones al mismo tiempo muy románticas y muy audaces. ¿Quién le respondía al otro aparato? Nadie. Dagmar nunca oyó ninguna voz. No obstante, aquellos telefonazos se repetían cada tres o cuatro noches, y le proporcionaban una sensación de alivio que llegaba incluso a mitigar las amarguras de un matrimonio equivocado. Una mañana, sin embargo, la actriz despertó repentinamente al principio de una de sus habituales conversaciones y pudo recordar el número que acababa de marcar en el disco de Morfeo. Quiso anotarlo, pero apenas hubo escrito la primera cifra, se dio cuenta de que aquel número era el suyo. La explicación le fue dada por el psicoanalista. Dagmar se decía a sí misma todo cuanto hubiera querido que le dijera su esposo. La insatisfacción sexual femenina o masculina se evidencia también con manifestaciones oníricas de tipo completamente distinto. Hay quien busca algo que no logra hallar, quien se ve obligado a permanecer tumbado sobre una yacija durísima, quien se ve arrancar de la mano una flor, un libro interesante, un regalo o un objeto cualquiera que agrada, quien deambula por lugares solitarios y quien llora ante un espectáculo que debería alegrarle. Si después de haber conocido algunas de esas secuencias poco simpáticas nos dirigimos a un psicoterapeuta, éste nos aconsejará una franca discusión con el partner. Se trata de la única escapatoria de una situación que no sólo puede tener serias repercusiones en la salud, sino que puede conducir (y muy frecuentemente conduce) al fracaso matrimonial. A propósito del teléfono, debemos observar que aparece con frecuencia en las visiones femeninas que tienen como leitmotiv
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un problema sentimental. Podríamos definirlo, con los seguidores ortodoxos de Freud, como uno de los principales símbolos sexuales de nuestro tiempo. Muy raramente tiene que ver con la actividad profesional a la cual, sin embargo, está tan ligado en la realidad. Para todos aquellos que se han servido o se sirven de él a fin de comunicarse con la compañera (o el compañero) representa, por el contrario, la misma relación amorosa. Una línea eternamente ocupada, la ausencia de la señal acústica, el hilo cortado, la imposibilidad de marcar un número, los procesos de sustitución o de deformación (otro objeto toma el puesto del aparato, o bien éste se transforma o se torna francamente fluido, escurriéndose de las manos, como en el interesante sueño de una muchacha de gran sensibilidad para la cual el teléfono representaba el único medio que le permitía llegar a su novio) revelan siempre el temor que las relaciones con la persona amada se resquebrajan y queden destrozadas. Si además oís sonar el timbre, descolgáis y escucháis una carcajada, un susurro o nada en absoluto, si estáis tentados de romper el aparato, el mal humor por las bromas de mal gusto telefónicas nada tienen que ver, al menos en sueños. Tiene que ver, en cambio, otro motivo de los más repetidos en las visiones nocturnas femeninas: los celos.
Se trata, en este último caso, del proceso pars pro foto, bastante frecuente en los sueños de los celos, como lo son, en particular, otros dos: la condensación y la superposición. En la visión nocturna de su novia, por ejemplo, Gianni se comporta de una manera muy afectuosa con el amigo Sandro. Pero Sandro no es del todo Sandro, tiene algo de femenino en el rostro, en el porte... o bien Gianni se transforma, y a sus facciones se sobreponen las del señor Carmelo, que tiene fama de ser un incorregible conquistador. Mas he aquí una escena totalmente diferente, pero asimismo muy corriente: Gustavo sueña que pasea con Giuliana, su mujer, por un camino del campo. De pronto encuentran un foso. Giuliana, ágil, lo salta; Gustavo querría seguirla, mas he aquí que la zanja se ensancha y se ahonda. Y el hombre es presa de la desesperación viendo que no le será posible saltarla y reunirse de nuevo con su esposa. La diagnosis enunciada por este sueño no requiere grandes esfuerzos de interpretación: falta de confianza en sí mismo. Pero, ¿cómo puede aplicarse a Gustavo, joven decidido, emprendedor, de talante seguro, que siempre ha obtenido lo que ha querido? El psicoanalista no tiene la menor dificultad en afirmar que Gustavo está celoso, y los celos siempre son sinónimo de falta de confianza en sí mismo. El joven podrá poseerla de sobra en otros campos, pero carece de ella en el de las relaciones amorosas, o sea que no tiene confianza en las propias capacidades de retener a la mujer que ama. Es pueril que intente rechazar la acusación, justificarse afirmando que las mujeres son «propensas a la infidelidad» o francamente «capaces de todo». Con esto no consigue más que poner más a la luz su debilidad y confiesa que es tan escéptico acerca de las propias posibilidades como para haber aceptado unirse a una muchacha que no aprecia con tal de no correr el peligro de quedarse solo. Creemos superfluo repetir que los celos no sólo emponzoñan los goces más bellos de la vida, sino que excluye al amor en su auténtica acepción. Más útil será, sin duda, destacar que esa «dolencia sutil del alma» suele valerse, para manifestarse, de pretextos en apariencia aceptables hasta para quien la padece. Pero las afecciones no se eliminan tratando de convencerse de estar sanos. Al revés, haciéndolo se les consiente progresar incontrastadas. En nuestro caso, el subconsciente, como incorruptible acusador que es, denuncia su presencia y la solapada ofensiva. Préstesele oídos sobre todo cuando revela los conflictos ocultos agravados por el gas tóxico de los celos, que, a través de lá esfera afectiva, ataca y hiere con consecuencias a menudo desastrosas la misma fortaleza de la [personalidad, haciéndonos desconfiados, inseguros, recelosos
Algunas gatas y muchos celos Las manifestaciones oníricas de esta dolencia (la consideramos así excluyendo tanto el natural temor del que acabamos de hablar como las fundadas sospechas de infidelidad) son incontables, y en parte bastante fácilmente identificables por quien tenga una cierta familiaridad con los recursos de Morfeo. La más frecuente en terreno femenino es la que pone en escena una gata (símbolo de feminidad) y sus gatitos, expresando de tal suerte el miedo que el hombre amado se busque otra guapa minina y constituya una familia con ella. Sintomáticos, tanto para Eva como para Adán, son también los encuentros fallidos, las repentinas desapariciones del partner, sus partidas, su comportamiento inesperadamente frío, sus excesivas atenciones por objetos que son a veces genéricas configuraciones sexuales, a veces componentes de recuerdos poco gratos a los cuales se vinculan rivalidades verdaderas o presuntas.
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de todo y de todos. Después de la insatisfacción sexual, de la incertidumbre en el campo sentimental (que parece ser un mal de nuestro tiempo, alimentado por la creciente tensión nerviosa a la que todos estamos más o menos sometidos), de los celos, es el miedo de una maternidad o de una paternidad no deseada lo que tiene un papel preocupante en los sueños de la madurez. A las mujeres ello se les revela a menudo con visiones más bien elocuentes: se ven sic et simpliciter en estado interesante o se encuentran poniéndose indumentos demasiado estrechos, avergonzándose de las insólitas proporciones asumidas por el pecho, notando que una parte cualquiera de su cuerpo sufre de pronto extrañas deformaciones y siendo perseguidas por multitud de bichos. Este último sueño también es propio de muchos hombres. La sortija de oro en el anular autoriza a la censura onírica a la inacción o a intervenciones muy blandas. Un hijo más puede, en efecto, constituir un motivo de preocupación familiar, pero no trae consigo, al venir al mundo, los problemas con los que en cambio aflige a las solteras. Para éstas el temor de la maternidad se expresa en sueños con secuencias bastante menos claras: persecuciones (aunque «disfrazado» de las maneras más extrañas, el perseguidor suele ser el padre del temido bebé), matrimonios, enfermedades, descubrimientos desagradables, procesos de mimetización análogos a los ilustrados a propósito del petting. Típico es el sueño de la muchacha que duda antes de abrir un cajón o de levantar las mantas de la cama por el temor a encontrarse ante algo cuya naturaleza ignora, pero que «sabe» ha de ser decididamente molesto. Miedo de la maternidad aparte, hemos de observar que los psicoanalistas de nuestro continente registran una constante disminución, en sus pacientes, de los sueños originados por los complejos de culpabilidad subsiguientes a actividades sexuales. Los Catones de siempre están naturalmente predispuestos a ver en ello un ulterior signo de relajamiento de las costumbres, de corrupción creciente, pero la arbitrariedad de sus catastróficas deducciones queda demostrada por las observaciones realizadas en las zonas donde la desaparición de los viejos fantasmas del sexo es más evidente. En ellas se advierte una prometedora disminución de los desastrosos matrimonios juveniles, de los adulterios y de los divorcios madurados en el plano erótico. Y ello autoriza a uno de los mayores psicólogos europeos, el profesor Walther von Hollander (*), a declarar:
La gran mayoría de nuestras muchachas se prepara a vivir de un modo muy diferente al prescrito por la moral corriente. Y me atrevo a afirmar que, al tener libre acceso al reino de la sexualidad, a los secretos del erotismo, contribuirán al afianzamiento de una moral más justa, más limpia, serán esposas y madres más juiciosas que las de las pasadas generaciones. Y asimismo harán que en el futuro las personas de instintos débiles no puedan dictar leyes para las de instintos fuertes y que finalmente le sea asignado a la sexualidad el papel que le compete. Su omnipotencia, bajo la cual hoy tantos seres sufren, dará paso a la capacidad de manejarse con las fuerzas del instinto, de la razón y del corazón.
(*) Vivere in due. «Edizioni Mediterranee», Roma.
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Los turbios espejos de las perversiones El mundo de los sueños es un espejo fiel de la omnipotencia a que alude von Hollander. Después de haber dominado en la pantalla onírica de la primera juventud, la sexualidad continúa desempeñando el papel de protagonista, rechazando a segundo término incluso problemas que tienen grandísima importancia para todos nosotros. Baste pensar en las cuestiones financieras, en las preocupaciones de diverso tipo que nos afligen. Por muy graves que sean, nuestro guionista las trata superficialmente, con respecto a las «trame sexy». He aquí por qué los sueños tienen una importancia enorme en el psicoanálisis. Ante todo —escribe el profesor Naecke— muchos enfermos comunican al médico de más buena gana sus visiones nocturnas, por insólitas que sean, mejor que los estímulos y las manifestaciones de una perversión o de una desviación en estado de vigilia. El análisis de los sueños no es, además, tan sólo indispensable por razones generales de diagnosis. Puede también permitirnos formular seguras deducciones. La existencia de una anormalidad puede ser, en efecto, diagnosticada mediante la observación (un homosexual, por ejemplo, se dejará sorprender mirando con frecuencia de determinada manera a los hombres, un fetichista dará muestras de emoción ante ciertos objetos, y así sucesivamente), pero no todos los enfermos pueden ser observados de una manera satisfactoria. Muchos de ellos tratan de reprimir las manifestaciones de sus tendencias,
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que surgen, sin embargo, nítidas en las visiones oníricas. Baumgartner nos facilita al respecto un ejemplo elocuente habiéndonos de un sujeto que fue a verle acusando una impotencia casi total. Hacía falta establecer, naturalmente, la razón de aquel estado de cosas, pero el paciente se mostró tan hermético que no fue posible averiguar nada. Pero el análisis de sus sueños iluminó de golpe al especialista. Se trataba de un homosexual que nunca había seguido sus instintos, reprimiéndolos, por el contrario, con una fuerza de voluntad poco común. Se hubiera sentido «potente» sólo en contacto con individuos del mismo sexo, cosa que no se atrevía en absoluto a confesar, pero que el psicólogo pudo deducir con suma facilidad del relato de las visiones nocturnas de su cliente. En cuanto a los «pronósticos» que pueden obtenerse de los sueños, la demostración clásica la tenemos en el caso siguiente: el señor G., cuarentón, juvenil, deportivo, sexualmente muy activo, se casa. Los primeros siete meses de matrimonio todo marcha bien, pero después, de pronto, el hombre se da cuenta de que no tiene ya ningún interés sexual por su mujer, una guapa modelo de veintidós años. Alarmado, acude al profesor Baumgartner, el cual —a pesar de examinar a fondo la vida de ambos cónyuges— no puede explicarse la repentina frialdad del marido. Pero le impresiona la actividad onírica de éste, que a menudo sueña hallarse, de niño, en una guarida de osos y se despierta con una sensación de extraño sosiego. La perversión latente sale entonces a flote tras un sencillo coloquio. El señor G. tiende al fetichismo. Vivía en una casa cuyos pavimentos estaban casi todos cubiertos con pieles de animales abatidos por su padre, apasionado cazador, y además le había impresionado mucho un cuento que hablaba de un niño criado por una pareja de lobos, de leones o de osos (el sujeto no lo recuerda con exactitud). De aquello había nacido la desviación, sepultada casi treinta años en lo profundo de la psique del señor G. y despertada después por el hecho de haber visto a su mujer con las pieles que presentaba en una conocida casa de modas. El paciente pudo entonces ser cuidado y curado con suma facilidad. Además, los sueños no sólo revelan la presencia de perversiones o desviaciones, sino también las tendencias innaturales. Son un poco como un timbre de alarma que suena con frecuencia a su debido tiempo, pero que suena en vano para los sordos. Otro ejemplo. Una muchacha de Gales, sin tener aspecto o tendencias varoniles, con todo y ser muy equilibrada, completamente normal, reveló una latente homosexualidad precisamente a través de los sueños en los que se veía con mucha frecuencia, a la edad
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de doce años, con apariencias masculinas. Oigamos una parte de sus confesiones: —En mis visiones nocturnas asumo plenamente el papel del hombre... Hasta me he encontrado teniendo contacto en sueños con «la otra yo misma» y las sensaciones experimentadas son del todo diferentes a las femeninas. Otra vez he visto mi cara en un espejo y me ha parecido la de una persona olvidada hacía tiempo... Estoy convencida de haber vivido antes de ahora y haber sido un hombre en mi vida precedente. No vamos a discutir aquí, por supuesto, las teorías concernientes a la transmigración del alma. Diremos tan sólo que desde el punto de vista sexual, sueños semejantes son muy significativos y revelan sin asomo de duda una tendencia a la homosexualidad o al narcisismo, tendencia que pudiera no manifestarse jamás, pero también hacer explosión de un momento a otro por el disparo de uno de esos «resortes secretos» que ya hemos mencionado. ¿Por qué no sacarla a la luz y eliminarla, toda vez que es posible? Ya que estamos en ello, digamos unas palabras más sobre las consecuencias que puede tener la falta de educación sexual y sobre las repercusiones en la actividad onírica. Remitámonos a Freud. Una joven sueña que está en una viña y observa con repugnancia una fosa que ella «sabe» excavada por el desarraigamiento de un árbol. La imagen deriva de la convicción que la muchacha tenía en la infancia de que chicos y chicas nacían anatómicamente idénticos y que a las representantes del sexo débil «luego se les quitaba algo». Es el famoso «complejo de castración» que puede tener dolorosas consecuencias. A quienes estén en ayunas de psicología, este sueño no les dice absolutamente nada. Si se produce una sola vez, no tiene importancia, pero su repetición, como la repetición de cualquiera otra visión nocturna, debería poner en guardia hasta a los menos versados en la materia. Los sueños —séanos permitido repetirlo— tienen una parte importantísima en el estudio de los problemas psicológicos y, por consiguiente, en la vida. Por esto —y no sólo para satisfacer superficiales curiosidades— hemos considerado un deber dedicarles este volumen. Es útil que cada cual comprenda al menos el mecanismo de los sueños, ya sea para no quedar al descubierto ante los ataques de la superstición, para poder juzgar por su contenido la propia personalidad, el propio equilibrio psíquico y sexual o también para comprender mejor los sueños de los hijos. No pretendemos, naturalmente, que los padres y los educadores traten de transformarse en psicoanalistas. Lo que queremos decir es mucho más simple y enlaza con la necesidad de dedicar
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mayor atención a los problemas de la infancia. Los sueños —para terminar— pueden procurarnos valiosas indicaciones sobre cada aspecto de nuestra vida a condición de que sepamos comprender su lenguaje, o al menos escucharlo, para luego hacerlo traducir y aclarar. Cada sueño es, pues, en cierto modo, una ventana abierta sobre el futuro, sobre un desfile de profecías. A nosotros nos corresponde modificar estas profecías y no esperar que, con la madurez y la consiguiente consolidación de la personalidad se conviertan en definitivas o en casi definitivas.
TERCERA PARTE
LOS MISTERIOS DEL SUEÑO
IOS VAGABUNDOS DE LA NOCHE La señora J. se despertó con la clara sensación de que no tenía su marido al lado, y en efecto en el lecho matrimonial el sitio del señor Louis estaba vacío. La señora J. encendió la luz y miró el despertador. Era medianoche pasada. Extraños pensamientos se agitaron en la mente de la mujer y quizás estaba corriendo en pos de la imagen de aquella joven bailarina del «Moulin Bleu», que gustaba demasiado a su consorte, cuando una racha helada truncó la persecución. Entonces la señora J. se dio cuenta de que la ventana estaba abierta. Se asomó y vio algo que la dejó de piedra. El señor Louis, con su pijama a topos, caminaba tranquilamente por la cornisa (de poco más de un palmo de anchura), haciendo caso omiso de sus| cincuenta años, de su tripita y de su proclamada aversión por los ejercicios gimnásticos. Y el espectáculo estaba apenas en sus comienzos. Al llegar al canalón, el hombre se deslizó por él un momento, ganó con un salto acrobático un balcón del piso de abajo (el primero), bajó al patio usando como escalera unos ladrillos ornamentales que sobresalían unos tres dedos del muro, saltó una empalizada de dos metros, cruzó el patio de la fábrica colindante y empezó a trepar por la altísima chimenea. Llegado a la cima, estuvo unos minutos de pie en el borde estrechísimo y luego volvió a bajar, valiéndose otra vez de la incómoda escalerilla metálica (¡él, que siempre había padecido de vértigo!) con la seguridad de un consumado escalador. 11 — 3.147
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Por fin quedó evidentemente harto de aquel extraño paseo nocturno y volvió hacia la empalizada. Se disponía a salvarla de nuevo, cuando el vigilante nocturno salió corriendo y empuñando una pistola. Entonces fueron tres los que se pusieron a chillar: el hombre armado, la señora J. y el señor Louis, que se despertó de golpe... y que el día siguiente salió en el periódico como protagonista del más sensacional caso de sonambulismo registrado en los últimos años. ¿Qué es el sonambulismo? Muchos psicoanalistas sostienen que se trata sencillamente de un sueño «vivido en movimiento», de un fenómeno determinado por todo lo que da lugar, en condiciones normales, a las visiones nocturnas, que tiene las mismas funciones de éstas (proteger el sueño y revelar deseos y temores). Contemplando algunos casos impresionantes nos veremos inducidos a dar la razón sin más a esos estudiosos y a convenir con ellos que el sonambulismo es una especie de «auxilio del subconsciente», que induce a ciertos sujetos a realizar o a tratar de realizar en tales condiciones lo que, por una razón u otra, no harían despiertos. La tesis parece menos convincente cuando consideramos que los sonámbulos «corrientes» se limitan a abrir puertas, a dar breves paseos o a hacer todo lo más unos equilibrios tan arriesgados como inocentes. Pero también pudiera tratarse, como en los sueños, de acciones simbólicas de las cuales no siempre es fácil descubrir el significado. En el capítulo «sonambulismo», de todos modos, las preguntas sin respuesta son numerosas. ¿Por qué el fenómeno se manifiesta, con poquísimas excepciones, dos o tres horas después de que el sujeto se ha dormido? ¿Cómo pueden muchos sonámbulos salvar obstáculos que nunca podrían superar despiertos? (Hay chiquillos que rompen cerraduras complicadísimas, y hasta se ha dado el caso de un niño de cuatro años que escribía frases enteras sin conocer el alfabeto.) ¿Por qué razón muchos de esos «vagabundos de la noche» parecen escapar a los efectos de la fuerza de gravedad? Este último es uno de los aspectos más impresionantes del problema. En la Edad Media no faltaron los sonámbulos quemados por brujería al haber sido sorprendidos cruzando torrentes sobre frágiles puentes o caminando sobre techos de paja, y aún hoy la superstición popular borda oscuras leyendas sobre el tema. En Oklahoma, por ejemplo, en la muy civilizada América, sigue gozando fama de hechicera la señora Jone Wier, de treinta años, una pacífica ama de casa que tuvo la desgracia de haber sido sorprendida de noche andando por el borde de unas cornisas que hubieran debido ceder bajo el peso de un niño. Y de análoga ma-
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ñera se comportaba hasta hace poco tiempo una alemana de dieciocho años, Inge G., dando origen a las habladurías más supersticiosas y absurdas. Naturalmente, el caso, aun cuando por ahora es inexplicable, no tiene nada de sobrenatural, pero ningún experto ha logrado exponer una teoría capaz de convencer a los buenos aldeanos del Oklahoma y de saciar de algún modo la curiosidad de nuestros lectores. Ni siquiera uno de los más insignes indagadores del fenómeno, el profesor Mikorey, ha llegado a aclarar este punto, pese a habernos dado esta definición del sonambulismo que ahora es de texto. Los sonámbulos son generalmente personas muy sensibles, pero que duermen muy profundamente. Con su primer «despertar» no alcanzan todavía la realidad, sino que se hallan en una especie de interregno de Morfeo que, por usar una expresión comprensible, deberemos buscar entre la noche y el amanecer. En este territorio vagan con los ojos abiertos y lo comprenden todo, pero no sienten nada. Hasta los dolores se quedan sin reacción. Muy importante es la cuestión siguiente: ¿No siente el sonámbulo el miedo, las preocupaciones, las inhibiciones que se hacen bien vivas durante el día? ¿Carece de la facultad de discernir entre el bien y el mal y de considerar de un modo crítico, de decidir consiguientemente las acciones que se propone llevar a cabo? Creo que la personalidad consciente razonadora duerme del todo y que del todo se despierta la otra, que no conoce obstáculos y que es capaz de cualquier cosa, tanto en buen sentido como en mal sentido.
Los sueños pueden matar Las declaraciones del célebre médico nos reportan a un extraño caso dilucidado hace años ante el tribunal de Berlín-Moabit. Se trata de un crimen cometido la noche del 12 al 13 de octubre de 1960, en que el camionero de cincuenta y seis años Karl Steinert se presentó en la Comisaría de Policía de su barrio declarando al atónito inspector de guardia: —Creo haber matado a mi mujer en sueños. He soñado haberla matado a martillazos y cuando he despertado la he encontrado echada en el diván justamente como la había dejado en
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sueños. No estoy seguro de haber sido yo el asesino, pero así debe de haber ocurrido. No había nadie más en casa, y nadie podía haber entrado. Poco cuesta imaginar los quebraderos de cabeza que el asunto dio tanto a los investigadores como a los jueces. El ministerio público trató de demostrar que el homicida estaba despierto cuando cometió el crimen, motivándolo en los celos que Karl Steinert sentía de su mujer, treinta y tres años más joven que él. Por su parte, el imputado admitió haber tenido un altercado con su mujer la noche anterior al crimen, pero añadió que fue una riña de poca monta. Sin embargo, precisamente aquella disputa, según los expertos, pudo haber conducido a Steinert a matar en estado de sonambulismo. En sueños, los motivos se agigantan, el despecho se transforma en odio, el cerebro, que se mueve libremente en el oscuro dominio de los instintos, arma la mano del hombre, lo empuja al homicidio. Los jueces no creyeron oportuno acoger ni la tesis de la acusación ni la de la defensa y condenaron al inculpado a dos años y medio de reclusión. Aquella sentencia, que pretendía ser salomónica, suscitó muchas discusiones. Efectivamente, o se consideraba a Karl Steinert culpable del crimen y se le condenaba de acuerdo con la ley, o no se le consideraba responsable si lo había cometido inconscientemente. El de Berlín no es un caso sin precedentes. El más conocido, entre otros análogos, acaeció en marzo de 1949 a orillas del Lago Superior, en la frontera canadiense, y pasó a los anales de la criminología como «el delito de la pesadilla». Lloyd N. Osborn, de cincuenta y nueve años, acaudalado corredor de terrenos de Omaha, en Nebraska, felizmente casado, con cuatro hijos, se encontraba en el lago junto con su esposa Helen, de cuarenta y ocho años, de vacaciones en compañía de unos amigos entre los cuales había dos abogados y un juez. Precisamente en aquellos días era ajusticiado en Washington uno de los más grandes asesinos conocidos, Jake Bird, que confesó haber matado a cuarenta y ocho mujeres. Como bien puede comprenderse, se trataba de un caso sensacional, y el día que se cumplió la pena capital, el tema fue muy discutido en la casa de campo de los Osborn hasta pasada la medianoche. Los huéspedes se separaron luego cordialmente como siempre, pero la mañana siguiente, a eso de las nueve, una horrible sorpresa les aguardaba. Helen Osborn yacía muerta en su cama y el marido estaba medio tumbado en una silla, como alelado. Sobre la mesa había una carta concebida en los siguientes términos:
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Por favor, perdonadme este horrible hecho. He tenido una pesadilla. Esta noche he sentido que yo no era yo, sino Jake Bird. No sé, no puedo decir cómo ha sido, pero he matado a mi amadísima esposa. El hombre, trastornado, se quitó la vida, y por vez primera en la Historia, un caso quedó archivado por la Policía y por la magistratura de los Estados Unidos, con la anotación: «Homicidio en estado de sonambulismo.» Por extraño que pueda parecer, pocos días después se registraba en Baviera un caso análogo. Franz Schwarzbaard, marido y padre ejemplar, mataba a su mujer e intentaba suicidarse por haberse encontrado en sueños encarnando a un monstruo asesino. Curado de las gravísimas heridas que se había inferido, Schwarzbaard fue procesado. Los jueces no pudieron creerle y lo declararon culpable. Pero, después de largas discusiones, aquella sentencia fue anulada y sustituida con una absolución a la cual se llegó gracias a un examen pericial efectuado por el profesor Mikorney. El célebre psiquiatra y psicólogo había respondido positivamente a la pregunta de si es posible matar en estado de sonambulismo. El profesor Mikorney, aun declarando que se movía en un terreno nuevo, se remitió a otros casos extraños, entre los cuales había uno muy curioso: el del ambulante de correos Henry L. Chancey, de Boston, que había robado en estado de sonambulismo treinta mil dólares para enterrarlos bajo un peral y desenterrarlos más tarde, también sonámbulo, para ir a restituirlos haciéndose entregar un recibo en regla. También los psicólogos de la Sorbona se han ocupado de esos alucinantes fenómenos redactando un informe que, entre otras cosas, dice: Estos hechos suelen ser protagonizados por personas que, por sus inclinaciones y su desarrollo, se salen del término medio, personas que no poseen ese equilibrio al que comúnmente damos el nombre de «condiciones normales». Estos individuos son más sensibles o menos escrupulosos, más duros o más influibles, más excitables o más insensibles, por lo que llegan a conflictos muy notables entre sus deseos y las exigencias del ambiente en el que viven. Como sucede en los sueños corrientes, se ven empujados a realizar sus aspiraciones a través de las vías tortuosas del inconsciente. Puede no pasar nada durante toda una vida, o al cabo de muchos años cualquier omisible motivo (un arrebato de ira, una riña, una desilusión, una impresión particular) puede conducir a
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la explosión de todo lo que se ha acumulado en lo profundo del Yo. Por la noche, cuando la parte «superior» de la personalidad se ha dormido, resulta más fácil a la otra llevar las de ganar. Estas consideraciones inducen, sin embargo, a algunos profesores a opinar que un sonámbulo culpable de un delito cualquiera nunca está del todo inconsciente, precisamente porque en su Yo se ocultan estímulos perversos. Pero si bien esta teoría puede ser aceptada desde un punto de vista rigurosamente científico, es lógico que no puedan considerarse responsables a los hombres ni por sus sueños ni por sus deseos reprimidos. Que arroje la primera piedra quien, siquiera durante una fracción de segundo, no haya sentido jamás la fascinación del mal, no haya sentido jamás impulsos inconfesables. Afortunadamente, los crímenes cometidos en estado de sonambulismo son rarísimos. Hemos hablado de ellos porque nos ayudan a ver un poco más claro en el mecanismo de la extraña manifestación en general. Nos inducen a pensar en las fugas nocturnas de los sonámbulos, por ejemplo, como en la extrinsecación de un fuerte deseo de evasión, que se realiza en el sueño, por ser imposible la realidad. ¿No decimos, acaso: «Pasaría por encima de cualquier obstáculo con tal de salir de la situación (o del ambiente) en que me hallo»? Nosotros, «normales» soñamos con hacerlo. El sonámbulo... lo hace realmente. ¿Es cierto que se corre el riesgo de matarlo si se le despierta de golpe? No. Se trata de una creencia popular sin el menor fundamento (a menos que, naturalmente, el sujeto se encuentre al borde de un abismo, en cuyo caso un brusco despertar le haría perder el equilibrio). A lo sumo se determina un trauma, que puede ser evitado hablando con calma al sonámbulo, incitándole con tono persuasivo a volver a la cama. Así haremos que Mr. Hyde se duerma otra vez. Luego, con un tratamiento adecuado, podremos tratar de convencer a ese doctor Jekyll que vive en cada uno de nosotros que no lo mande a paseo tan clamorosamente.
II OBRAS MAESTRAS EN LAS TINIEBLAS El profesor Powell cerró la puerta del despacho y se fue, terriblemente deprimido. López, el viejo guarda del laboratorio del museo, oyó sus pasos en el vestíbulo y salió de su chiscón para acompañarlo hasta la verja. —¿Todavía nada, profesor? —Nada, López. Y me temo que tendré que renunciar. Al cabo de tres semanas de inútiles tentativas, en efecto, las cosas seguían en el punto de partida. El friso de Teotihuacán, obra de anónimos artistas de un antiquísimo pueblo americano para nosotros sin nombre, estaba allí, en el laboratorio, reducido a un montón de pedacitos grises. Aquellos fragmentos, una vez juntados, parecían estar en condiciones de revelar que la desconocida civilización mexicana estaba estrechamente emparentada con las mediterráneas. Pero, ¿cómo juntarlos? ¡Hubiera sido más fácil reconstruir una página de periódico cortada a tiras! Eso pensaba el profesor Powell, amargado, encaminándose hacia su casa. Era casi medianoche, pero se detuvo en el escritorio, hojeó libros, fotografías, dibujos, apuntes, deseando en vano encontrar un rastro en el que no hubiese pensado todavía. Se quedó dormido al amanecer y por la tarde volvió al museo con los nervios a flor de piel. Y cuando cruzó el umbral del despacho, tuvo que apoyarse en el marco de la puerta. Sobre su mesa habían sido juntados algunos fragmentos dibujando un motivo. El arqueólogo corrió a ver al guarda, pero éste no pudo darle
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la menor explicación de lo acaecido. No había entrado nadie en el laboratorio. Y nadie —se dijo Powell— hubiera podido hacer aquel trabajo. De todos modos puso manos a la obra, logrando añadir algún trozo más. No era mucho, y el empeño requeriría días y días de actividad extenuante, pero sin aquel enigmático inicio habría habido poquísimas esperanzas. Al día siguiente, se le pusieron los pelos de punta. ¡Durante la noche la mano misteriosa había continuado el trabajo! Si el profesor hubiese sido supersticioso, habría pensado en un fantasma de la desconocida civilización surgido de abismos de siglos para reconstruir lo que el tiempo había destruido. Tal vez esta idea le rozó, pero ciertamente no le convenció. Haciéndose acompañar por dos amigos, Powell volvió al museo en seguida después de haber salido de él y, escondido en el jardín, acechó por la ventana en el laboratorio. Casi dos horas después, la luz del despacho se encendió, y los tres investigadores presenciaron la increíble escena. López, el viejo guarda, se ponía a la mesa de trabajo y, con gestos pacientes, meditados y seguros, continuaba la reconstrucción. López, un ex campesino casi setentón, que no había frecuentado más de un par de años escuelas de primera enseñanza, estaba dando forma a la «mariposa de Teotihuacán» y ofreciendo al mundo una prueba ulterior de que, en efecto, el símbolo era idéntico al descubierto en Creta, en el palacio de Cnosos. Durante cuatro noches los tres espiaron al guarda y luego decidieron intervenir. Se presentaron ante él. Y tuvieron otra gran sorpresa, j El viejo trabajaba en la reconstrucción del friso en estado de sonambulismo! López no supo explicar nada. Por el contrario, demostró una invencible incredulidad. Y aquí cabría sacar a relucir los espíritus esbozando el impresionante cuadro de un alma cerniéndose sobre las ruinas de la ciudad muerta para alcanzar el lugar donde una gran misión la llamaba: posesionarse del cuerpo de un ex campesino, hacer de éste un instrumento, utilizar sus torpes manos rugosas, para revelar a los hombres del siglo xx un secreto que de otro modo quedaría para siempre sepultado en el tiempo. Pero el ocultismo no tiene nada que ver con este episodio y con otros del mismo género. La explicación ha de buscarse en un plano bastante más real, aunque no menos sugestivo. Durante muchos lustros el guarda había tenido ocasión de seguir los estudios sobre las antiguas civilizaciones mexicanas, las reproducciones y las reconstrucciones de sus monumentos, y esto había hecho nacer en él un gran interés por la arqueología, una secreta pasión. ¿No habéis conocido nunca al bedel que escucha las lecciones
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de su materia preferida y se convierte en un experto en ella, al padre que suda sobre los libros de latín para ayudar a sus retoños y acaba haciéndose maestro de éstos? Sueñan con ser profesores, justamente como el viejo López soñaba con ser arqueólogo... y en estado de sonambulismo lo era de veras poniendo en práctica la experiencia adquirida. ¿El guarda era, acaso, más inteligente y más hábil que el profesor Powell? No. El profesor también hubiera podido tener una «inspiración nocturna» del mismo género, como podría ocurrirle a cualquiera, a pesar de que algunos de esos fenómenos parezcan rozar el milagro. No se ha dicho que se manifiesten siempre con el sonambulismo. En la mayoría de los casos, por el contrario, el sujeto recibe en sueños la inspiración y la traduce despierto en realidad. Sucedióle a Edgar Wallace, por ejemplo, sentirse tan acabado y deprimido, después de haber producido en un tiempo récord una serie de novelas de intriga, como para no poder terminar un trabajo cuya entrega inmediata le exigía el editor. Al libro sólo le faltaba el último capítulo, pero Wallace había escrito los otros sin preocuparse del final, creando unas situaciones tan complicadas que no le era posible encontrar una solución que no se diese bofetadas con el buen sentido. Durante una semana se obstinó en resolver el problema, y se disponía ya a tirar al cesto el manuscrito cuando soñó una conclusión que no sólo era lógica, sino perfecta, hasta el punto de justificar incluso los episodios menos plausibles de la novela. El del escritor inglés es un típico «sueño ideativo». No es una manifestación rara. Lo raro es que tenga una conclusión positiva.
Quien duerme atrapa peces El profesor Andrea Romero, primer neurólogo del «Hospital Mauriziano» de Turín, escribe: Ocurre a todos por efecto de intoxicación, malestar o preocupaciones, pasar buena parte de la noche rumiando febrilmente quejas, decepciones, temores, proyectos. Se agolpan y se enmarañan en nuestra mente recuerdos confusos, relatos desordenados, discursos nebulosos, problemas enrevesados y meditaciones obsesivas. Los acompaña generalmente una sensación penosa de esfuerzo cerebral y una desalentadora impresión de descalabro.
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Más raramente un sentido radiante de solución y de éxito, muy pronto desmentido por los hechos. Excepcionalmente, una intuición feliz, conforme a la verdad y a la crítica. tínicamente en ocasiones privilegiadas pueden verificarse, durante un sueño ideativo, ciertos hechos de productividad intelectual que parecen confirmar el dicho popular: «La noche trae consejo.» Problemas que han resistido todo el día a cualquier esfuerzo de clarificación, se encuentran por la mañana resueltos en todo detalle como por una repentina iluminación. El caso de Edgar Wallace es harto elocuente. Y podríamos agregar incontables ejemplos de escritores que han «soñado» los mejores pasajes de sus obras, de matemáticos y físicos que así llegaron a resolver problemas que durante días o meses se les habían antojado insolubles, de estudiosos que llegaron «durmiendo» a grandes realizaciones. Es conocida la afirmación de algunas mentes extravagantes según la cual Dante habría «soñado» la Divina Comedia entera o escrito la inmortal obra maestra en estado de sonambulismo. Hay incluso quien sostiene que en el poema está encerrado el relato de aquella pasmosa sucesión de aventuras nocturnas. Nosotros, sinceramente, no lo creemos demasiado, pero es posible que Alighieri tuviese la inspiración general en sueños, y también que en sueños superase algunos de los muchos escollos que presenta la realización de una obra tan grandiosa. A través de un sueño, el premio Nobel Paul Ehrlich, descubridor del «Salvarsán», tuvo la explicación del mecanismo con el cual las células se defienden de los venenos que las atacan, y a un sueño debió el químico Cari Duisberg el invento de un nuevo colorante que produjo millones a sus fabricantes. Otro pionero de la química industrial, August K. von Stradonitz parecía estar francamente abonado a los dones de Morfeo. La primera de sus grandes teorías fue concebida dormitando en un autobús londinense, y la segunda en su escritorio después de haberse quedado amodorrado. —Mi editor —contaba Franz Lehar— me apremiaba para que compusiese un nuevo vals, pero desgraciadamente no se me ocurría la menor idea. Después de haber intentado varias veces combinar algo, me bebí dos botellas de vino esperando que el alcohol me inspirase, pero al final sólo me sentí la cabeza cargada y me fui a la cama. En el duermevela tuve un sueño extraño. Dirigía una grandísima orquesta, que ejecutaba un vals que me gustaba muchísimo. La mañana siguiente traté de fijar en el papel su motivo, pero en vano, pues ya no lo recordaba. Lo había «soñado» solamente. Pero poco después, sentado al piano para reanudar mis tentativas, tuve la mayor sorpresa de mi vida. Nota por nota, toqué
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el vals de mi duermevela. Es Oro y plata. Muy curiosa también es la historia del señor Biro, el inventor húngaro del bolígrafo. Al principio, su idea era completamente diferente. Se proponía únicamente crear una tinta especial para pluma estilográfica, tan densa como para permitir escribir durante semanas sin tener que recargarla pero, al mismo tiempo, bastante fluida como para que la escritura se secase pronto. Sus esfuerzos no dieron ningún resultado, lo cual pobló de pesadillas muchas noches suyas. Una vez, el señor Biro soñó que estaba en su aposento transformado en laboratorio y oía un gran vocerío que venía de la calle. En sueños abrió la ventana, se asomó y vio que un enorme gentío se había agolpado para burlarse de él, dirigiéndole insultos en medio de grandes risotadas. Enfurecido, el inventor buscó un arma. Encontró una escopeta, pero sin municiones. Entonces metió en el cañón, a modo de bala, una bola de plata que usaba de pisapapeles, e intentó disparar sobre la masa vociferante. Tampoco aquello le salió bien, pues la bola se atascó en la boca de la carabina, dejando pasar tan sólo una tufarada de pólvora negra que acrecentó la hilaridd de los que se reían de él. Entonces Biro tuvo un arrebato de genio. Si su tinta no valía nada para escribir, al menos serviría para abrasar a aquellos insolentes. La vertió en el cañón de la carabina y disparó, disparó hasta perder el resuello, cubriendo a la multitud de negra sustancia viscosa. Luego despertó y, renunciando a la idea de la estilográfica, comprendió que precisamente aquel cañón obturado por una bola constituía el medio de escritura adecuado para la utilización de su «inútil tinta». Para darse cuenta plenamente de que los sueños ingeniosos de ese género no tienen nada de sobrenatural, basta pensar que, a pesar de no entrar en el campo de las grandes realizaciones, de los inventos y de los descubrimientos, en sueños nos vemos con frecuencia desarrollando de excelente manera una actividad que no conseguimos llevar a cabo de un modo igualmente impecable una vez despiertos. En el reino de Morfeo un orador algo torpe podrá hacer un espléndido discurso, un intérprete principiante expresarse en una lengua extranjera como si se tratare de su idioma materno, un pianista diletante dar un concierto de gran artista. Citamos estos ejemplos de un estudio muy interesante del doctor Giuseppe Aprile, que nos facilita una exhaustiva explicación que, en términos elementales, podríamos condensar así: El orador, el intérprete y el pianista han de contar, una vez despiertos, con olvidos y lagunas porque deben traducir lógicamente lo que piensan. Durmiendo no es menester llevar a cabo nada y por esto no se tropieza con
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ninguno de los obstáculos que la ejecución lleva aparejados. Para expresar la diferencia entre ambas situaciones, el doctor Aprile recurre a un parangón muy eficaz: ¡Cuántas veces un motivo musical nos zumba en la cabeza y nos parece escucharlo y seguirlo en cada una de sus modulaciones! Al cantarlo, sin embargo, obtenemos con frecuencia una reproducción bastante poco exacta de lo que está exacto dentro de nosotros. :> Cuidado, sin embargo. Si conocemos poco ese motivo musical, no podremos siquiera imaginar «escucharlo y seguirlo en cada una de su modulaciones». Así, si no tenemos nociones suficientes de inglés, no podremos hablar con soltura esa lengua en sueños. Y de igual modo, si López no se hubiera interesado a fondo en arqueología, no habría podido reconstruir el fragmento; si Edgard Wallace no hubiese sido muy experto en materia de literatura de intriga, no habría hallado durmiendo su impecable final, y si Ehrlich no hubiese tenido más que unas ideas superficiales sobre las células y su funcionamiento, no habría llegado, ni siquiera en sueños, a su gran descubrimiento. Hay, es cierto, episodios extraordinarios que parecen desmentir tales afirmaciones. Una señora francesa se expresa en sueños, en voz alta, en una lengua que, una vez registrada, resulta haber sido hablada en el antiguo Egipto y de la cual aquella señora no tiene el menor conocimiento; una pastorcilla semianalfabeta escribe párrafos elaboradísimos en estado de sonambulismo y un nómada árabe muy alejado de la civilización técnica sueña con una maquinaria que, descrita por él, tiene valiosas aplicaciones en el terreno de las prospecciones petrolíferas. Pero la señora francesa no llega a ser ciertamente una experta en filología egipcia, la pastorcilla sigue siendo analfabeta y el nómada olvida muy pronto su invención.
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III CRÓNICAS DE LO INCREÍBLE • Su excelencia el doctor Josef Lányi, obispo húngaro de Grosswardein, despertó sobresaltado, encendió la luz y miró el reloj. Durante unos instantes permaneció quieto musitando una oración. Luego, cuando se hubo calmado un poco, saltó de la cama y fue a su escritorio. Se secó de la frente el sudor frío y, con la mano que todavía le temblaba, escribió: Son las tres y media de la mañana del 28 de junio de 1914 y he despertado de un sueño espantoso. He soñado que estaba sentándome a mi mesa de trabajo para despachar la correspondencia recién llegada. Encima de todos los demás había un sobre con la orla negra, el sello negro y el escudo del archiduque. Reconocí en seguida su caligrafía. Abrí el sobre y saqué una hoja en lo alto de la cual vi una imagen azul, parecida a las de las tarjetas postales, que representaba una calle y un estrecho callejón. Sus Altezas estaban sentados en un automóvil; frente a ellas había un general, y al lado del chófer un oficial. A ambos lados de la calle se agolpaba el gentío. Dos jóvenes saltaban hacia delante y disparaban sobre Sus Altezas. La carta contenía el texto siguiente: Excelencia, caro doctor Lányi. Le comunico que hoy caigo con mi esposa, en Sarajevo, víctima de un atentado. Nos encomendamos a sus oraciones. De
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corazón le saluda su archiduque Francisco. Sarajevo, 28 de junio, a las tres y media de la mañana.
la madre del individuo que tuvo el sueño. En el primer relato, el señor J. B. declaró haber soñado que su madre cruzaba la calle y un instante después se hallaba debajo de un par de ruedas enormes. Insistentemente interrogado acerca de otros particulares de la visión, el sujeto negaba su existencia. Seis meses más tarde, J. B., repitiendo el relato, añadía haber visto distintamente el color del vehículo y los primeros números de la matrícula. Y un año más tarde juraba haber soñado el incidente hasta en los menores detalles. J. B. no mentía por el gusto de mentir, sino por ese empujón que nos da un poco a todos el subconsciente y que ciertos psicólogos definen «complejo de infalibilidad». A título de curiosidad añadiremos que en el curso de la última entrevista, el sujeto acabó peleándose con la víctima del atropello, la cual refutó a su hijo un montón de aserciones, revelando, en sustancia, que el accidente se había producido de una manera totalmente distinta. Hay hechos, sin embargo, que no admiten ninguna duda, y algunos de ellos están registrados además en el gran libro de la Historia como la visión del obispo Lányi y otra no menos impresionante que tuvo de protagonista a Abraham Lincoln. Pocos días antes del atentado que había de serle fatal, el gran presidente contó a su mujer y a varios amigos que había soñado que entraba en la «Sala Este» de la Casa Blanca. —Y allí —dijo Lincoln— tuve una desagradable sorpresa. Ante mí se alzaba un catafalco en el que yacía un cadáver, rodeado de una guardia de honor. «¿Quién ha muerto aquí, en la Casa Blanca?», pregunté a uno de los soldados. «El presidente —me contestó—. Ha sido asesinado.» Y cuando la señora Lincoln se enteró del desdichado acto del sudista John Wilkes Booth, sus palabras fueron: «¡Aquel sueño! ¡Mi marido lo había previsto!» Examinemos más detenidamente esas siniestras visiones proféticas. Notaremos en primer lugar que los pormenores de los sueños en cuestión no coinciden nunca con los efectivos. El obispo húngaro había visto no dos, sino un solo atentado en Sarajevo. La macabra escena que se le presentó a Lincoln no reflejaba las honras fúnebres que después le fueron tributadas (todo, en el sueño estaba dispuesto de manera diferente) y las ruedas que arrollaron a la madre de J. B. no eran en absoluto «enormes» como en la manifestación onírica de su hijo; al revés, pues el coche que la atropello era un utilitario. Ello excluye, por lo tanto, que los protagonistas de tales sucesos hayan tenido una visión exacta del futuro. El hecho esencial, sin embargo, permanece (el atentado a Francisco Fernando, el asesinato de Lincoln, el atropello). ¿Deberemos entonces afirmar sin asomo de duda que los personajes citados por nosotros previe-
Aterrorizado por la clarísima visión nocturna, el obispo de Grosswardein (la ciudad pertenece actualmente a Rumania, y se llama , Oradea) no volvió a acostarse. El criado que, como cada día, entró para despertarlo, a las 5.45, lo encontró todavía en el sillón, palidísimo, postrado por una crisis nerviosa. El prelado hizo despertar a su madre y a un amigo invitado y les contó lo sucedido, y todos se dirigieron a la capilla del palacio a rezar por la salvación del archiduque Francisco Fernando de Austria, de quien el doctor Lányi había sido profesor de lengua magiar. Las cosas habían de desarrollarse como en el sueño del obispo, con una sola diferencia. Los atentados fueron dos. Cerca de un puente, Cabrinovich arrojó su bomba que dio en el tercer automóvil del séquito, y más tarde, mientras los austríacos regresaban de la gran recepción dada en honor del archiduque, Prinzip disparó el revólver que desataría la Primera Guerra Mundial. A las tres y media de aquella tarde, doce horas después del sueño, el doctor Lányi recibía un telegrama que le anunciaba el asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su mujer. ¿Existen, entonces, literalmente, los sueños proféticos? Las creencias populares nos inducirían a responder de modo decisivamente afirmativo. Interroguemos a nuestros conocidos, a nuestros familiares, y con seguridad lograremos recoger lo menos un par de sorprendentes relatos acerca de desgracias, accidentes, muertes, preanunciadas por siniestras visiones nocturnas. Las sociedades de investigaciones parapsicologías que han efectuado indagaciones al respecto, han coleccionado una increíble cantidad de testimonios. Y lo mismo ha ocurido a los periódicos que han emprendido la publicación de encuestas sobre este tema invitando a sus lectores a señalar sus experiencias personales. ¿Se trata de exageraciones, de distorsiones involuntarias, determinadas por esa potentísima sugeridora que es la autosugestión? En muchísimos casos, sí, y se ha demostrado plenamente haciendo repetir a los interesados el relato al cabo de cierto tiempo y comprobando cómo casi siempre se acercaba a la primera versión en numerosos detalles, así como en los rasgos esenciales. Es sintomático notar que con el paso de los años los sujetos tienden, en su inmensa mayoría, a dramatizar la narración añadiendo pormenores que la hacen más aproximada al real desarrollo de los hechos. Nos bastará citar como ejemplo uno de los «controles» efectuados por la «Asociación Parapsicológica» de Nueva York. Corresponde a la previsión onírica de un atropello del que fue víctima
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ron el futuro con gran aproximación? Hasta aquí la ciencia está de acuerdo. No lo está en absoluto, en cambio, con quien sostiene el origen sobrenatural de esas visiones. ¿Pero existe una explicación, además de la «mágica» (cómoda... pero que no explica absolutamente nada)? Existen desde luego dos, y no se trata de hipótesis entre las cuales escoger. Los sueños de los cuales nos estamos ocupando pueden, en suma, tener dos causas diferentes: una no se sale en absoluto de la normalidad y se identifica en el mecanismo por el cual las visiones nocturnas traducen nuestros temores, conscientes o inconscientes; la otra parece más fantástica, pero no lo resulta tanto si se acepta, como debe aceptarse, la idea de la existencia de la telepatía. En el caso del atentado de Sarajevo, veamos lo que escribe Fanny Moser, aguda investigadora en el terreno de los llamados fenómenos ocultos:
proféticos relativos al fallecimiento de personas queridas reflejan en realidad tan sólo nuestros temores. La «Asociación Británica de Psicología» ha reunido una elocuente documentación sobre esta materia consiguiendo registrar más de un centenar de sueños semejantes a pocos días de su aparición. Se observó que de cada cien sujetos, ochenta y dos debían los mismos sueños a enfermedades de los padres cuyo fallecimiento habían presenciado o a situaciones consideradas peligrosas para los parientes (la madre de un minero, por ejemplo, soñó que su hijo moría aplastado por un peñasco, en tanto que la abuela de un aviador despertó de golpe gritando que había presenciado la caída del aparato pilotado por su nieto). Pues bien, a los dieciocho meses de las entrevistas, tan sólo dos sueños de cada cien examinados se habían revelado más o menos «proféticos». Un anciano había fallecido a consecuencia de una dolencia incurable, y una mujer que llevaba años padeciendo de los nervios se había caído en un río. El minero, el aviador y los otros «predestinados» (entre los cuales había personas aquejadas en su tiempo de afecciones bastante graves, un paracaidista, un funámbulo y un suboficial de marina especializados en el manejo de explosivos) siguen todavía vivos y sanos,
Hubiera podido tratarse sencillamente de un sueño que reflejaba el miedo del obispo por el peligro al cual se exponía el archiduque. Puede afirmarse, en efecto, que el atentado estaba en el aire. El Gobierno servio había aconsejado sin ambages a Viena que aplazase el viaje porque el día de la visita del sucesor al trono austríaco coincidía con una fiesta nacional servia que presumiblemente haría desbordar los sentimientos patrióticos de la población.
En las ondas del pensamiento
Para Lincoln puede decirse, en sustancia, lo mismo. El presidente no ignoraba el odio fanático que muchos sudistas le tenían. Sabía, desde luego, que numerosos ex esclavistas frenéticos habían jurado matarle. El gran estadista era ciertamente un hombre valeroso y, además, podía pensar que las amenazas se quedarían en eso (muy pocos de quienes lanzan furibundos gritos de muerte a tal o cual hombre político estarían dispuestos a asumir el encargo de asesinarlo), pero ello no bastaba ciertamente para impedir que un temor inconsciente de lo que pudiera acaecer se manifestase en el sueño. En cuanto al señor J. B., no era el primero ni será el último en abrigar preocupaciones por la madre anciana expuesta a las amenazas de la calle. Tengamos en cuenta que él vivía en una vía caracterizada por un tráfico muy intenso, y su miedo se nos antojará todo lo contrario que inconsciente y ocasional. Al respecto, observamos que muchísimos sueños en apariencia
Volviendo a nuestros ejemplos y en busca de la que pudiera ser la segunda explicación, topamos con la telepatía, o sea la transmisión del pensamiento. Que sea posible, es un hecho incontestable. Puede manifestarse voluntariamente o —lo que suele ocurrir— involuntariamente. Sin querer, esa maravillosa emisora que es nuestro cerebro puede lanzar en ondas desconocidas un mensaje que otro cerebro puede captar sin saber de dónde proviene ni sospechar su naturaleza. Está demostrado que tales mensajes son, las más de las veces, generados por fuertes cargas psíquicas. Nacen de la expresión particularmente intensa de sensaciones y de sentimientos. Puede tratarse de amor, pero también del deseo de venganza, del rencor. En el caso de Lincoln y del obispo Lányi no queda excluido que ambos hubiesen captado el flujo del odio que llameaba en la mente de los agresores, las imágenes que éstos evocaban concentrando el pensamiento sobre todo cuanto se disponían a llevar a cabo. 12-3.147
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No sorprende el hecho de que las emisiones telepáticas de esa clase sean recibidas muy frecuentemente en sueños. Cuando estamos despiertos, ocupamos constantemente el cerebro, que, sometido a las potentes emanaciones de las fuentes «próximas» (pensamientos, imágenes, sonidos), no está en condiciones de captar débiles fuentes lejanas. Podemos compararlo, para expresar mejor la idea, con un aparato de radio sintonizado con un programa de la RAL Mientras dura la transmisión, no oímos nada más, pero cuando la estación nacional deja de transmitir, puede ocurrir que oigamos, más o menos débil, alguna emisora extranjera. Se nos preguntará por qué motivo las manifestaciones telepáticas en cuestión son casi exclusivamente determinadas por sucesos dolorosos. Acontece, con toda probabilidad, porque en tales circunstancias el yo se proyecta con furia angustiosa en búsqueda de contactos. Un individuo que está nadando feliz, ciertamente no gritará, pero otro que esté en trance de ahogarse chillará con todo el resuello que le queda, impulsado por la desesperación. Muy a menudo los misteriosos mensajes circulan entre seres unidos por profundo afecto. En el peligro, en el dolor, nos volvemos efectivamente ante todo a la persona de la cual sabemos que podemos obtener amor y comprensión, pues buscamos instintivamente protección. Esto explica la frecuencia de los «sueños proféticos» en tiempo de guerra, y que en estos casos se trata de fenómenos telepáticos lo demuestra el hecho de que la recepción se produce precisamente en el instante que tiene lugar el trágico o dramático suceso. —Era una noche de setiembre de 1943 —cuenta una señora de Gorki al profesor Vassiliev, uno de los más autorizados profesores soviéticos de parapsicología— y yo, después de haber leído algunas páginas de un libro, me estaba adormilando, cuando tuve una visión terrorífica. Fue como si una deslumbrante llamarada roja estallase delante de mí... y en aquel fuego estaba mi hijo que, tapándose los ojos con un brazo, mientras el uniforme se le desgarraba y ardía sobre él, gritaba: «¡Mamá, fuego! ¡Me muero, mamá!» Oí el grito distintamente, fuerte como si mi hijo se encontrase en la habitación. Zarandeé a mi marido, que estaba leyendo, tranquilo, a mi lado. No había oído nada. «¡ Piotr ha muerto! —sollocé—. Ha muerto. ¡Le han matado!» Mi marido trató de calmarme: «Has tenido una pesadilla. Piotr está en Moscú, no en el frente. También lo sabes, ¿no?» No conseguí sosegar mi corazón ni aquella noche ni en los días siguientes. Y dos semanas después recibimos una carta de un compañero de Piotr. Nuestro hijo, que hubiera debido estar en Moscú, había sido lanzado en paracaídas sobre una zona cercada por el enemigo con una misión especial. Y aquella noche de setiembre, en el momento exacto de
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mi visión, un proyectil incendiario estalló delante de él... El ex combatiente, que se había salvado, a pesar de las graves lesiones, confirmó punto por punto el relato de su madre. «No sé si grité o traté de gritar —dijo entre otras cosas—, pero aquéllas fueron las palabras exactas que vociferé o pensé en aquel instante.» Es obvio que, en esos casos, más que de «visiones proféticas» se debería hablar de comunicaciones telepáticas recibidas en estado de duermevela o de sueño. Volvamos ahora a las manifestaciones oníricas que en verdad anuncian anticipadamente determinado acontecimiento. Hemos dicho que a través de algunos' sueños se llega a prever el futuro muy aproximadamente, pero no con absoluta certeza. Diremos ahora que ¡se llega a prever algo que podría acontecer en el futuro, pero que no se ha dicho que haya de verificarse en absoluto. A este propósito nos parece interesante citar dos de los muchos episodios recogidos por Louisa E. Rhine, esposa del gran experto americano, profesor J. Rhine.
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SEÑORA A.: «Hace algún tiempo me fui a pasar unos días en el campo, en casa de mi hermana, con mi hijo de cinco años. Una tarde, paseando a través de los prados, nos extraviamos. Por fin, descubrimos un sendero por el que seguimos esperando que condujese a una casa. De pronto mi hermana gritó: "No dejes que el niño se adelante tanto. ¡Llámalo!" Después me explicó: "Esta noche he soñado que nos hallábamos en un lugar idéntico a éste, y que yo trataba de retener a un niño que iba a caerse en un barranco. Tal vez se trata de un sueño tonto sin importancia... ¡pero llama al pequeño!" Lo hice y continuamos... hasta que vimos que el sendero terminaba en el borde de un precipicio. ¡ Si mi hijo hubiese seguido corriendo no habría tenido tiempo de pararse y seguramente hubiera caído en el abismo!» SEÑORA H.: Hace unos diez años, en Nueva York tuve un sueño espantoso. Oí un grito, me volví y vi que-mi hijo, que entonces tenía dos años, caía por lá ventana. Poco después oí también el aullido de la sirena de una ambulancia. Pasaron varios días, y una mañana saqué los colchones a la ventana para que se aireasen. Me hallaba en otra estancia, haciendo la limpieza, cuando, de improviso, recordé el sueño. Corrí, y vi, aterrorizada, que el pequeño había encontrado el modo de encaramarse en el alféizar. Lo agarré cuando iba a caerse... Uno de los colchones ya estaba abajo, en la acera...»
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Aquí nos hallamos, pues, ante unos sucesos que hubieran podido suceder, pero que no sucedieron. No conseguimos darnos cuenta de las cosas pensando en la telepatía ni tampoco en los temores encerrados en el subconsciente. En efecto, ambas señoras ni siquiera habían imaginado que los pequeños pudiesen precipitarse en un abismo o caer por una ventana. Ésos son, en esencia, los sueños proféticos más impresionantes, a pesar de que no preludien una trágica repetición en la realidad, al revés precisamente por ello. Y también son los más consoladores, porque, abriéndonos por vías inescrutables una rendija sobre el mañana, nos dicen, en sustancia: «Esto podría ocurrir, pero tú podrás hacer de manera de que no ocurra.» Para esta clase de sueños no hay explicación. Debemos aceptarlos, por lo tanto, como sucesos verdaderamente superiores a cualquier tentativa de indagación, a la comprensión humana. Y los aceptamos con una sensación de infinito alivio, puesto que nos confirman que no existe un futuro fijo, inmutable, que nuestro porvenir no es una vía obligada en la que estamos lanzados sin posibilidad de cambiar de dirección, sino una red infinita de caminos, de los cuales nos es dado escoger los mejores ayudándonos con la inteligencia, la rapidez y la voluntad.
IV LA MIRADA DE RAYOS X Para los médicos del gran hospital «Bellevue» de Nueva York, la señora Alice Dawson se había vuelto una pesadilla. Desde tres meses no hacían más que visitarla, pasarla de una sección a otra, volver a visitarla, examinarla una y otra vez, experimentar todas las curas, de las más sencillas a las más complejas, aplicando incluso terapias revolucionarias. Y aquella jaqueca enloquecedora no sólo no desaparecía, sino que, por el contrario, iba haciéndose más fuerte cada día. Enloquecedora, sí, porque nadie había logrado descubrir su causa, y también sumamente preocupante, no sólo desde el punto de vista diagnóstico. Atormentada por aquellos atroces dolores, la señora Dawson rechazaba la comida, sufría ataques cada vez más violentos, incluso trató de quitarse la vida y tres veces lo habría conseguido si, tras el segundo intento de suicidio, no hubiese sido trasladada a una habitación con la ventana enrejada y sometida a una continua vigilancia. Bajo el efecto de calmantes (cuya eficacia, sin embargo, resultaba dudosa) aquella mujer de treinta y dos años, reducida a la sombra de sí misma, pasaba gran parte del día durmiendo o en un duermevela agitado, truncado por gemidos y lamentos que ponían a durísima prueba los nervios de las enfermeras encargadas de asistirla. Una de ellas, Jane L., iba ya a abandonar el empleo por no poder aguantar a aquella paciente imposible, cuando se produjo el hecho inesperado. Amanecía. La enfermera estaba leyendo a la tenue luz de una
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lámpara de mesa... y Alice Dawson se echó a reír en sueños. Asombrada, Jane se volvió a mirarla, y vio que el rostro de la enferma tenía expresión particularmente sosegada. Aquel detalle hubiera parecido tranquilizador sólo a quien no hubiese seguido el comportamiento de la enferma. La muchacha se alarmó, pensó en un estado de ilusoria calma precedente al colapso, y se disponía a levantarse, cuando la paciente despertó y la llamó. —Jane, ¿qué hora es? —Son las cinco, señora —contestó la enfermera mirándola fijamente, más asombrada aún porque nunca la había oído hablar con tanta calma—. ¿Se siente usted mal? —¡Oh, como de costumbre! —repuso Alice Dawson sonriendo—. Pero no va a durar mucho, ya lo verá usted. Ahora sé cuál es la causa de esa terrible jaqueca. Tan pronto llegue el doctor Steward, es menester decirle que me traslade a la sección de oftalmología. El doctor Steward acogió la petición de la paciente con una buena dosis de escepticismo. También los órganos visuales de Mrs. Dawson habían sido examinados detenidamente, repetidamente, sin revelar nada de anormal. Barruntando nuevas complicaciones, el facultativo se informó con cautela acerca de las razones que habían inducido a la señora a formular la solicitud y cuando supo que en la base estaba un sueño, estuvo tentado de trasladar desde luego a la enferma, pero a una sección que bien poco en común tenía con la oftalmológica. —Temí que los atroces dolores le hubiesen trastornado el cerebro —declaró el médico, más tarde—. ¿Cómo no experimentar una sospecha semejante cuando una paciente, cuidada en vano por los más afamados especialistas de un importante complejo hospitalario, nos sale con haberse hecho ella sola la diagnosis afirmando haber soñado que los sufrimientos eran debidos a una brizna que se le había metido en un ojo y cuya permanencia allí la enferma no había notado nunca? Sin embargo, aquella diagnosis se reveló exacta, y bastó una simple intervención para liberar a Mrs. Dawson de su lancinante jaqueca. Los anales de la Medicina registran diversos casos parecidos. Este fenómeno lleva el nombre de autoscopia y entraña el poder de «mirar en sí mismos» y aunque el término es nuevo, la extraordinaria facultad es conocida desde tiempo inmemorial. Se sabe que muchos lamas tibetanos y algunos santones hindúes la poseen y usan de ella ampliamente procurándose además personalmente los remedios (casi siempre vegetales) para las afecciones que se han diagnosticado. En el «Techo del Mundo» hay quien afirma que las reglas para hacer posibles esas singulares autoconsultas son transmitidas desde hace miles de años entre los
sabios, añadiendo que cualquier persona estaría en condiciones de conseguir lo mismo, pero que la capacidad en cuestión aflora casualmente en pocos sujetos precisamente porque no es cultivada. En cuanto al mundo mediterráneo parece ser que la curiosa predisposición fuese más bien difundida en el antiguo Egipto. También Hipócrates, el «padre de la Medicina» —escribe el profesor alemán Hans Herlin, que ha reunido al respecto una rica documentación— se había dado cuenta de que el inicio de enfermedades puede manifestarse en el sueño. Y en los templos griegos consagrados al dios de la Medicina se hacía dormir a los visitantes. La divinidad se les aparecía en sueños y les indicaba los remedios oportunos. La Medicina estaba estrechamente vinculada a la religión. En la antigüedad los sacerdotes eran también médicos, y sabían aquello que nuestra ciencia sólo ahora va redescubriendo lentamente: que el hombre en estado de trance parece poseer a veces una mirada de rayos Rontgen. Por su parte, la profesora de parapsicología Fanny Moser escribe: La creencia de que ciertos sonámbulos poseen la facultad de ver en el cuerpo propio y en el ajeno, de descubrir intuitivamente las enfermedades, localizarlas y revelar su naturaleza y su desarrollo y prescribir los medicamentos adecuados, es antiquísima. Y no se trata de una crencia infundada. Aún hoy muchos pueblos primitivos se valen de los sonámbulos como nuestros especialistas se sirven de los aparatos de «rayos X», de los electrocardiogramas o de los isótopos radiactivos. En algunas tribus nigerianas, los pobres son obligados a soportar sesiones extenuantes cuando se descubre que poseen virtudes «médicas». Pero hay más. Su estado de sonambulismo se prolonga con el uso de drogas hasta que, extenuados, no aciertan un diagnóstico y deben dirigirse, a su vez, a un profesor diplomado en la universidad de Morfeo. Como hemos visto, no hace falta ser sonámbulos. También un simple sueño puede obrar prodigios diagnósticos. Ésta fue una comprobación que impulsó a varios médicos a tratar de alcanzar los mismos resultados hipnotizando a los pacientes. Naturalmente, la cosa no siempre da resultado, pero se logra con bastante frecuencia. —He de confesar —declara un reputado profesor británico, Haddock— que he obtenido por esa vía informaciones que no
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habría podido conseguir valiéndome de los métodos de examen normales. Recientemente, el ginecólogo holandés Noe ha aplicado el sistema a un campo específico, llegando a descubrir que un porcentaje elevadísimo de mujeres posee la facultad de describir, en estado de hipnosis, el sexo y la posición del feto que lleva en las entrañas. El caso más sensacional es el representado por una campesina en condiciones de revelar, no sólo el sexo de sus criaturas nonatas, sino también el de las otras señoras en estado interesante presentes en las sesiones del doctor Noe. ¿Cómo se explica el fenómeno de la autoscopia? Con la actividad del subconsciente, una actividad sobre la cual aún sabemos muy poco, pero cuya existencia no podemos poner en duda. Sea en los más simples sueños o sea sacando a flote deseos y temores que despiertos no logramos descubrir, el subconsciente nos demuestra que posee facultades extraordinarias. En estos casos, ¿acaso no mira ya en nosotros mismos? Y, dado que puede observar los abismos de nuestra psique, ¿cómo negar que esté en condiciones de explorar algo menos complicado, o sea nuestro organismo? ¿Tienen razón, pues, los tibetanos, cuando hablan de reglas que seguir para llegar a esa sorprendente conquista? Si fuese así, podríamos, conociendo el «mecanismo», guiar al subconsciente a identificar los puntos débiles de nuestra salud. Volviendo atrás unos milenios, efectuaríamos diagnosis bastante más precisas que las conseguidas por los modernísimos «robots de la Medicina» que tanto nos enorgullecen. Pensamos, no obstante, que ello ya no es posible. Nuestro tipo de civilización nos ha llevado demasiado lejos de los presupuestos indispensables para el desarrollo de ciertas facultades. ¿Por qué, en efecto, hemos de adiestrar la mente en resolver difíciles problemas, forzarla, cuando las máquinas pueden resolverlos por nosotros? Recordemos que de cada cien personas habilísimas en efectuar difíciles operaciones matemáticas «de memoria» cincuenta años atrás, tenemos hoy, en la época de las calculadoras, tan sólo cuatro.
Se proyectaba más allá del océano Quien descubrió los «sistemas de Hipócrates» fue un médico francés del siglo xvni, el marqués De Puységur, ayudado por la
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casualidad. Un día se presentó en su casa un campesino, Victor Rasse, el cual, durante la visita, cayó en un sueño profundo. El facultativo creyó que se trataba de un desvanecimiento, pero luego, pronunciando casi maquinalmente ¡algunas palabras de consuelo, convencido de que el paciente no podía oírle, éste le contestó. Entonces se le ocurrió la idea de interrogarle sobre lo que le aquejaba y el enfermo describió con pelos y señales las preocupantes condiciones de su aparato digestivo, cosa que seguramente no habría sido capaz de hacer despierto, dado que notaba síntomas vagos y contradictorios. Después de haber inducido a aquel hombre a diagnosticarse también desarreglos de menor entidad, De Puységur aventuró una prueba con cuyo éxito ni él mismo contaba. Quiso tratar de hacer que Rasse «descubriese» en su estado de trance las dolencias de otros pacientes. ¡Y el campesino acertó! De vez en cuando, los experimentos iniciados por el médico francés fueron repetidos en varias partes del Globo. Después de la Segunda Guerra Mundial parecieron haber de conducir a resultados capaces de determinar la anhelada toma de posición de la ciencia a este respecto, pero de la cosa se aprovecharon los llamados «magos» y todo quedó sumergido en la ciénaga de los «fluidos», de las «emanaciones», de los «toques curativos» y mil pillerías más. Creemos que vale la pena subrayar que no nos ocuparemos en absoluto de los «curanderos», dejándolos prosperar (toda vez que no podemos hacer otra cosa) en su rentable jungla de supersticiones y de credulidades inconcebibles. También hoy existen facultativos que se valen de personas poseedoras de singulares dotes diagnósticas. Una vez verificadas las averiguaciones requeridas, sin embargo, terminan con su cometido. No prescriben emplastos, polvos o «imposiciones de manos», sino que dejan vía libre a la ciencia, es decir, a la terapia que el médico considera oportuno aplicar. Un ejemplo clásico al respecto nos lo facilita una señora bávara, fallecida hace pocos años, de la que los periódicos hablaron como de la «mujer con ojos Róntgen». Frau S. se sentaba, junto al médico, ante los pacientes y en estado de trance, les escrutaba el cuerpo empezando por la cabeza. Allí donde se detenía su mirada residía la causa del mal. Dos de sus diagnósticos fueron discutidos de modo particular. Los especialistas se negaron a intervenir, puesto que cuidadísimas observaciones radioscópicas no habían revelado nada en los puntos sobre los que insistían los ojos de la señora. Pero finalmente hubieron de reconocer que la mujer tenía razón. En el primer caso los «rayos X» no habían denunciado la presencia de cálculos renales que producían tremen-
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dos cólicos al paciente y en el segundo no habían permitido averiguar la existencia de una esquirla escondida en el esternón. Este fenómeno —llamado xenoscopia, que designa la facultad de «ver en cuerpos ajenos»— ha empeñado y empeña a numerosísimos estudiosos en la tentativa de aclarar su esencia, al menos a grandes rasgos.
en presencia del paciente, a veces a enormes distancias. Entendámonos, esta facultad es rarísima, y solo en un caso ha sido exhaustivamente documentada, en el del americano Edgar Cayce (muerto en 1945), autor, a los cuarenta y cuatro años, de ciento sesenta mil diagnosis, de las cuales el 90 por ciento se revelaron exactas.
Quien puede valerse de ella —escribe al respecto Fanny Moser— posee en gran medida lo que hace de la profesión médica un arte y de un doctor un auténtico médico. Nuestros sujetos disponen de poderes intuitivos que faltan a muchos facultativos, formados hoy en una escuela demasiado teórica y demasiado racional. Lo sentimos por ella, pero ahí en verdad no consigue explicar mucho. Y una explicación satisfactoria, digámoslo también, es difícil darla. Una vez más deberá buscarse entre las facultades desconocidas sobre el subconsciente. Tal vez pudiera establecerse un paralelismo con esas personas que, cuando se nos acercan, parecen leernos en el ánimo, descubriendo —por muy hábilmente que queramos disimularlas— nuestras turbaciones, nuestras dudas, nuestras desazones. Aunque pidamos información a este respecto a los directos interesados, no lograremos hacer muchos progresos. —No puedo expresar lo que siento mientras actúo —declaró un conocido médium diagnóstico, Ossoviecki—. Me doy cuenta de que siempre hay algún punto del organismo que no es como debiera ser. Es esencial que me encuentre en contacto con el paciente. Y otro médium, De Fleuriére, dijo: —Es como si fuese otro sin dejar de ser yo... Siento el cuerpo del enfermo como siento el mío. Es obvio que esos señores no conocen la vía por la cual les es dado llegar a las fantásticas comprobaciones, y es bueno que así sea. Aquellos que han tratado de investigar sus extraordinarias cualidades, en efecto, no lo han logrado nunca por carencia de los conocimientos basilares (muchos son capaces de averiguar que una lámpara del aparato de radio está inservible... pero, ayunos en la materia, no pueden dar cuenta del motivo por el cual sin «esa pequeña pieza» no funciona el receptor) y, no queriendo confesar el fallo recurren al ocultismo, encaminándose- hacia la charlatanería de los «magos», de los «santones» y de los «curanderos». Menos comprensible aún es el «mecanismo» por medio del cual algunos individuos llegan a efectuar diagnosis sin hallarse
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—Cayce —refirió el ilustre profesor Wesley H. Ketchum en el Congreso médico de Boston de 1910— se tiende en un diván, junta las manos y cae en trance. El suyo es como un sueño natural, que le hace perder totalmente la conciencia de todo lo que ocurre a su alrededor. Yo le comunico el nombre del paciente y el lugar donde reside y al cabo de unos minutos Cayce empieza a hablar y diagnostica la enfermedad con todos sus pormenores, valiéndose de una terminología que nos honraría a cada uno de nosotros, preclaros colegas. Cuando termina su diagnosis, despierta sin conservar el recuerdo de lo que le ha pasado. Aquel individuo extraordinario era hijo de unos pobres campesinos del Sur y poseía una instrucción elemental llena de lagunas. Sólo más tarde se dio al estudio de la Medicina, cuando ya de todas partes le abrumaban con peticiones de diagnosis que él efectuaba sin ninguna dificultad, tanto si los pacientes se encontraban en París, Moscú o Londres como en la América Latina, Asia o Australia. En 1920, Edgar Cayce comenzó a acariciar un gran sueño: el de fundar una clínica para los casos más difíciles. Y para alcanzar este objetivo se dejó convencer para que pusiera sus facultades al servicio de los petroleros de Texas, yendo a la búsqueda «mental» de nuevos yacimientos. Al principio tuvo éxito, pero bien pronto se multiplicaron los fracasos y los industriales, tras haber efectuado ingentes gastos en inútiles perforaciones, lo despidieron. Parece casi un apólogo, ¿verdad? Un apólogo con un final feliz, puesto que Cayce volvió a su humanitaria actividad diagnóstica y recibió tantas ofertas que pudo construir en dos años un hospital en Virginia Beach, donde trabajó con todas sus fuerzas hasta el sereno fallecimiento.
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UN RADAR EN EL CEREBRO El jeep se detiene debajo del único árbol del lugar cuyas frondas pueden constituir una especie de techado natural. Del vehículo, tratando de sacudirse de encima un poco del polvo acumulado a lo largo de la carretera, se apean cuatro hombres. Tres de ellos se cargan al hombro mantas, víveres y herramientas de excavación y el cuarto se ajusta unas pesadas pistolas al cinto y echa a andar seguido por los otros. La escena parece sacada de un western y tiene un algo de alucinante. El pequeño grupo avanza por la calle que era la vía principal de la aldea desierta. El sol feroz cae a plomo sobre los edificios de madera y ruinas, sobre los rótulos borrados, sobre las piedras que deslumhran. Con la ilusión de escapar un poco al calor infernal, los cuatro hombres caminan a la sombra de las casuchas. Una persiana que hasta entonces se había mantenido sujeta por un milagro de equilibrio, se desprende y se disuelve en una nube de polvo y una barandilla apenas rozada se viene abajo abriendo una brecha en el entarimado de una galería. El hombre que abre la marcha palpa la culata de las pistolas a cada movimiento sospechoso en las esquinas de las casas. Las serpientes abundan en aquellos parajes, y conviene no fiarse de su proverbial pereza de esta estación. Con las pequeñas criaturas del desierto y algún pajarraco que otro los reptiles son los únicos señores del lugar. En efecto, el grupo se está moviendo en una «ciudad muerta», una de esas
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aldeas que aún constelan las zonas más desoladas del Oeste americano. Algunas, como es sabido, han sido apuntaladas y restauradas por organizaciones turísticas, pero las más se desmoronan sin que nadie se ocupe de ellas. Lejos de las vías de comunicación, árido, inhóspito, el terreno sobre el que se elevan es absolutamente inservible. La historia de esos centros corresponde a episodios más o mnos insignificantes de la fiebre del oro. Surgidos para albergar a los buscadores, acrecentados por la afluencia de aventureros de todas las partes de los Estados Unidos, los poblados agotaron su función al agotarse los yacimientos auríferos y quedaron abandonados junto con los sueños y las desilusiones de los improvisados mineros. Entre ese hacinamiento de casuchas que en tiempos llevó el pretencioso nombre de Golden City (¿cuántas Golden Cities existieron en América?) quizá puede haber quedado algo: una bolsa de cuero repleta de pepitas, enterrada por Mac el Indio, un buscador que se había ido con la intención de volver a recogerla, pero mantenido distante por las circunstancias hasta el fin de sus días. Uno de los cuatro visitantes es descendiente de aquel infortunado individuo; los otros son amigos suyos, asociados con él para la empresa. Pero, ¿no se tratará de un empeño imposible? Ninguno sabe dónde está sepultado el tesoro, y resultaría desde luego absurdo registrar la aldea palmo a palmo. Sin embargo, los cuatro parecen no preocuparse por ello. Encuentran una construcción menos insegura que las demás, se meten dentro, comen un bocado y se tumban a descansar. Pero es un descanso que no dura mucho. Uno de los «turistas», un flaco caballero de edad madura que se había quedado dormido de golpe, de golpe despierta, se sienta y anuncia a sus compañeros: —¡Lo he encontrado! Está enterrado en un corral detrás de una casa oscura, debajo de un barril lleno de desperdicios. Los cuatro salen y se ponen a buscar aquella casa. Guiados por el hombre flacucho, no tardan en descubrirla. Y he aquí el corral y el barril, que se deshace al primer empujón. Los picos rompen los duros terrones, las palas se hincan en la tierra removida, y a dos palmos de profundidad topan con un obstáculo, levantan jirones de cuero reseco. Gritando, riendo, los amigos se arrodillan. Y una tras otra sacan a la luz las pepitas de Mac el Indio. ¿Quién es el individuo flacucho que descubre los tesoros durmiendo? Un tranquilo empleado de Banca, William Connely que se había dado cuenta de la extraordinaria facultad descabezando un sueño una tarde en su jardín. Despertó de pronto tras haber soñado que al pie de un árbol había enterrado algo valioso. No
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pudo resistir a la tentación de excavar, y descubrió un cofrecito metálico repleto de monedas de plata. El contenido de la cajita no tenía gran valor (se trataba de dinero alemán fuera de curso), pero lo acaecido era en verdad como para impresionar a cualquiera. Connely lo explicó a sus amigos y éstos quisieron ponerle a prueba. Dos veces, sin que él lo supiera, escondieron algunos dólares de plata y un par de alfileres de oro, aprovechando las excursiones de fin de semana. Y bastó que el compañero se entregase a un sueñecito para encontrar sin vacilación los objetos valiosos escondidos. De ahí la idea de emprender la búsqueda del tesoro de Mac él Indio. Los amigos afirman, en guasa, que Mr. Connely fue «sensibilizado» por su profesión, pero los expertos en estos fenómenos afirman —bromas aparte— que la explicación es relativamente sencilla. Dicen que el individuo percibe las emanaciones de los metales preciosos como algunos zahoríes. No es capaz de captarlas estando despierto porque el órgano que preside todo ello está «ensordecido» por la actividad cerebral consciente. Podría objetarse que los zahoríes han de encontrarse exactamente sobre el lugar donde se oculta la fuente de las radiaciones y no en las inmediaciones y que desde luego no tienen una visión fotográfica de los inmediatos entornos del escondrijo. Los expertos replican que todo es facilitado por el estado de sueño y nos dan una explicación de la «visión fotográfica»: —Pensemos en las emanaciones del oro o de la plata como en un haz de luz en la noche. Este haz ilumina lo que encuentra en su camino dejando la oscuridad a su alrededor como las radiaciones «iluminan» los lugares circundantes en los sueños de las personas particularmente sensibles. ¿Cuántas son esas personas? Muchísimas, según los expertos. También nosotros podríamos, sin saberlo, ser incluidos en la cuenta y podríamos comprobarlo «yendo a la escuela» con un buen zahori. Muchos individuos, además, según el doctor C. A. Stone, reciben durmiendo revelaciones similares a las registradas por Mr. Connely, el cual, sin embargo tiene la rara facultad de captarlas claramente, mientras que a nosotros nos llegan confusas entre los otros sueños y son olvidadas, sobre todo, al despertar, como acontece con aquéllos. Sea como sea, amigos lectores, he aquí un método que podríais experimentar sin dificultad para averiguar si también estáis en condiciones de ir en busca de alguna bolsita de pepitas mediante un sencillo y agradable sueño. Sacad de vuestro dormitorio todos los objetos valiosos (el radar mental no funciona en caso contrario, hasta el punto que el señor Connely no nota nada ni en casa ni en el Banco), pedid a un familiar que esconda una
moneda o un alfiler de oro en la estancia y echaos a dormir una siestecita. Para favorecer el logro de la prueba son necesarias tres condiciones: que se recurra al oro, porque al parecer sus radiaciones son las más fuertes; que el sueño sea natural y no prolongado (la siesta de la tarde, por ejemplo) para permitir el recuerdo del sueño y que la mente no esté influida mientras se duerme por ruidos o voces cercanos. El experimento ha de repetirse, ya que no siempre da resultado la primera vez... Y para los intentos sucesivos, desgraciadamente, tampoco no podemos garantizar nada.
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Encantamientos escandinavos A propósito de sueños y de tesoros, aunque de tipo muy diferente, ¿habéis oído hablar alguna vez del «encantamiento» escandinavo de final de año? Numerosas muchachas de las zonas rurales suecas y noruegas meten debajo de la almohada, la noche de san Silvestre, las fotografías de dos o tres jóvenes que verían con particular agrado que fueran aspirantes a su mano. Antes del amanecer del Año Nuevo, uno de esos codiciados solteros puede aparecérseles en sueños. Si se muestra en actitud afectuosa o amistosa, será el destinado a casarse con ellas, mientras que si observa un comportamiento indiferente y hostil es que en la realidad no le halaga la idea del matrimonio. Y si no se muestra de ningún modo significa que la suerte depara a las esperanzadas vikingas un novio en el cual no piensan... o que las condena a quedarse solteras. Si tenemos presente todo cuanto el psicoanálisis nos ha demostrado irrefutablemente (o sea que las visiones nocturnas reflejan nuestros deseos y nuestros temores secretos) y no dejamos de lado la autosugestión, las apariciones oníricas de los jóvenes no se nos antojan tan extrañas. Más curioso nos parecerá, en cambio, otro género de sueños —no «provocados»— que animan a veces las noches de las muchachas noruegas. El profesor Gardner, un estudioso británico que se ocupó de la curiosa manifestación, dice: Inge, la hija de un amigo mío, tenía veintidós años y había sufrido dos grandes decepciones amorosas. Su primer novio se había ido de pronto, sin volver a dar noticias suyas, y él segundo, que había asumido el papel de consolador comprensivo, demostró
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ser un seductor de la peor especie. A consecuencia de esta última desventura, la muchacha cayó en un estado de tristeza del que parecía no haberse de librar nunca más. Trabajaba sin entusiasmo, se pasaba el tiempo encerrada en casa, comía poco, era presa de frecuentes crisis de depresión. Una mañana, sin embargo, la oí cantar. Asombrado, salí de mi habitación en pijama. Inge se disponía a salir para la oficina, y vino a mi encuentro vestida con una elegancia que tenía olvidada hacía tiempo, sonriendo, feliz. Le pregunté, en broma, si por fin había encontrado el hombre de su corazón. «Todavía no —me dijo—, pero lo encontraré esta noche. ¡Será alto, rubio, bueno... ¡y será mi marido!» Traté de indagar, y la muchacha no vaciló en satisfacer mi curiosidad: «Lo he soñado al amanacer —añadió—. ¿No sabe usted que los encuentros soñados al amanecer se realizan siempre?» Siento el mayor respeto por los fenómenos extrasensoriales, pero estoy igualmente convencido de que Freud vio claro en el ilusorio mundo de los sueños. Mi escepticismo había de quedar desmantelado al regreso de Inge. Parecía transformada por la alegría. «¡Es precisamente él! —exclamó—. Exactamente como lo he soñado. Nos hemos encontrado en el café... Hacía dos años que nos buscábamos.»
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tes de quedar dormidas, han fijado el pensamiento en el deseo de encontrar un hombre que les guste y les convenga. Según los sujetos (y tal vez, la intensidad de concentración), parece que pueda llegarse al sueño revelador al cabo de algunas semanas o algunos meses. Es un asunto algo largo y también un poco trabajoso, por lo tanto. Pero una tentativa siempre puede hacerse, suponiendo que el corazón esté todavía libre y que se esté dispuesto a renunciar a la «lectura presueño». Pensamientos semejantes, además deberían ser bastante más relajantes que esas novelitas de infarto que ahora están de moda.
«¡Hacía dos años que nos buscábamos!» En esta expresión, según los expertos, está la clave de las visiones proféticas. Se trataría, en resumen, de un contacto telepático determinado por la intensidad del deseo, de la voluntad de entrar en relación con el ser al que se tiende con todo el corazón. Hemos visto ya cómo en los instantes en que los sentimientos y las sensaciones se hacen más intensos pueden tener lugar comunicaciones a distancia entre personas unidas por fuertes vínculos afectivos. Pues bien, en el caso de las muchachas escandinavas, nos encontramos ante un fenómeno análogo. Dos almas que se buscan, acaban por encontrarse aunque estén separadas por abismos de tiempo y de espacio, como dijo un poeta francés hace tres siglos. Es un concepto repetido, si bien con palabras diferentes, durante milenios, en todas las lenguas conocidas por los hombres rozados por el ala de la poesía. ¿Acaso ellos, sin sospecharlo, han dejado hablar así a lo más profundo de su Yo enunciando en versos una real facultad concedida a quien anhela con una potente «carga inconsciente» el encuentro con el alma gemela? Esta «carga» podría ser dada por la creciente concentración sobre el deseo en cuestión. Las muchachas escandinavas que llegan a la experiencia de Inge aseguran que la manifestación onírica se evidencia de improviso, hacia el amanecer, después que ellas, an13 - 3.147
CUARTA PARTE
LA CABALA DEL PSICOANALISTA
LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Fue Artemidoro de Éfeso, un literato griego que vivió en el siglo II d. de J., quien escribió la primera «cabala de los sueños» cuya existencia conocemos (*). Naturalmente, no la denominó cabala (el vocablo hebraico significa «lo que ha sido transmitido» e indica simplemente el estudio profundo de los textos sagrados), sino Oneirokritiká, es decir precisamente «interpretación de los sueños». Y fue la suya una interpretación absolutamente elemental, que luego se complicó y retorció a través de los siglos por el influjo de elementos mágicos de origen egipcio y gitano. Remozadas, enriquecidas y puestas al día, las «verdaderas cabalas de los sueños» han sobrevivido incluso a la bomba atómica y a la llamarada de los misiles y todo hace creer que todavía tendrán una larga y próspera existencia porque la ingenuidad humana es infinita. ¿Qué hay en la base de la llamada indagación cabalística? Un mecanismo de un primitivismo desconcertante, construido con los añicos de los diversos sistemas de interpretación juntados con un soberano desprecio por la coherencia, el buen sentido y la inteligencia del prójimo. He aquí, en resumen, las fuentes de inspiración de los glosadores de Morfeo: Interpretación directa por la cual se atribuyen al objeto del sueño los mismos caracteres, los mismos influjos, las mismas con(*) A la obra de Artemidoro se refiere: // grande libro dei sogni. «Edizioni Mediterranee», Roma.
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secuencias que tiene en el plano real (soñar que se camina apoyándose en un bastón, por ejemplo, sería presagio de enfermedad).
que se presenten, con tal de que sepamos valemos de ellos. Esto es lo que quiere contribuir a demostrar, con este libro, nuestro pequeño diccionario onírico. Los lectores hallarán en él los símbolos más constantes, que exponemos con la advertencia obligada de que no se les tome como las voces de una nueva «verdadera cabala», a pesar de que se apoyen en un terreno científico sólido. La interpretación dada no tiene un valor absoluto, sino solamente un valor relativo e indicativo. Cada símbolo es contemplado a la luz de la edad, del ambiente, de las circunstancias de innumerables influjos, y puede ser exactamente definido tan sólo después del examen de muchos sueños. Es cierto que quien sueña a menudo pistolas y fusiles (por dar otro ejemplo) debe reflexionar seriamente sobre sus tendencias evidentes o latentes. Pero ello no tiene razón de ser si Morfeo esparce a veces «Colts» o «Winchesters» sobre la almohada, si las armas se enmarcan en escenas particulares, si los rasgos dominantes de las visiones nocturnas son otros o si el soñador abriga una pasión secreta por la vida militar, tiene debilidad por las aventuras agitadas o, más sencillamente, es un chiquillo que no se pierde un western. Terminemos con algunas palabras a quien hubiese esperado un tratamiento sobre una base freudiana o junguiana. Si no hemos seguido escrupulosamente el pensamiento de uno de los «grandes» del psicoanálisis es porque no hemos considerado oportuno, en esta panorámica ampliamente divulgadora, abrazar una determinada «escuela», y sí tomar en cambio en consideración los puntos según nosotros más válidos de las tesis mantenidas por diversos y autorizados expertos de la materia.
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Interpretación contraria, consiguiente a las teorías según las cuales el sueño sería un auténtico espejo mágico del futuro. Así como la derecha se convierte en la izquierda en nuestra imagen reflejada, también lo que para nosotros será bueno se nos presentará como malo, y viceversa. (Ser pobres en sueños, significa, siempre según la cabala, ir al encuentro de la riqueza.) Interpretación mágica propiamente dicha, nacida de las más extendidas creencias. (El caballo blanco es presagio de alegría, la lechuza de desventura, su grito de muerte.) Interpretación figurada, trata precisamente del lenguaje figurado. (Soñar gente lamiendo algo preanuncia adulación, mientras que ser tomados a puntapiés pone en guardia contra las decepciones amorosas, y así sucesivamente.) Es interesante, sin embargo, observar que aquí y allá se levantan pequeñas llamas que parecerían haber sido encendidas por psicoanalistas. Ya en las antiguas cabalas, por ejemplo, leemos: «Si sueñas que estás en vías de curación de una enfermedad, confía en tus fuerzas.» Para quien ha caído en una debilidad, este sueño refleja en verdad el más o menos consciente deseo de ayuda o una solicitación de la psique para romper las cadenas que lo tienen sujeto. ¿Se trata de intuiciones casuales, esporádicas, o bien de los fragmentos de quién sabe qué antigua obra escrita por un ignoto precursor de Freud? Nunca lo sabremos. Semejantes vislumbres nos confirman, de todos modos, la validez de la «ciencia de lo profundo», nos dicen que sus portaestandartes nacieron muertos, aplastados bajo el ara del dios monstruoso de las falsas creencias, de los prejuicios y de la superstición popular. Y es para sustraerles cuantos más adoradores sea posible que, en esta reseña necesariamente sucinta, hemos querido enfrentar las absurdas interpretaciones cabalísticas de los sueños con las rigurosas deducciones del psicoanálisis. El contraste es más que elocuente, a nuestro entender como para liberar muchas mentes de ese atávico rincón oscuro sobre las cuales ciertas visiones nocturnas hacen presa todavía. Borremos, pues, los espectros inconsistentes y hagamos de modo que el terror de los sueños se desvanezca, no sólo para podernos considerar «en línea» con la era espacial, sino sobre todo para sentirnos menos vulnerables, más seguros de nosotros mismos, más optimistas. Los sueños nunca son malos. Siempre son buenos, comoquiera
DICCIONARIO ONÍRICO ABISMO
CABALA En sus principales interpretaciones, la vista de un abismo preanuncia una asechanza o francamente la locura. Soñar que se cae en él, además, indica tanto el cumplimiento de una acción insensata como la certeza de meterse directamente en una trampa o de fracasar. El proceso de simbolización es aquí tan elemental como para hacer superfluo cualquier comentario. PSICOANÁLISIS El abismo representa, en general, las profundidades del Yo, esa parte de nuestra personalidad cuya existencia sospechamos sin conocerla. Soñar que se desciende a él es una invitación a explorarnos a nosotros mismos, mientras que soñar que se cae en él significa hallarse en condiciones tales como para ser obligados, a pesar nuestro, a sondear los rincones más remotos y menos agradables de la psique, a no mentirnos a nosotros mismos, a corregirnos. Superar el abismo sobre un puente o con un salto es indicio de superficialidad, de la tendencia a no profundizar los problemas, a buscar el camino más expedito. Sexualmente el barranco es símbolo de feminidad y en este caso precipitarse en él simboliza el temor de ceder a los propios instintos. Cuando la visión es recalcada por una sensación de angustia o de espanto son los «complejos» contraídos en la infancia o en la primera juventud los que intervienen, el miedo de las relaciones sexuales, una acusada timidez, y así sucesivamente. Si se logra, en sueños, salvar el
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abismo de una manera cualquiera (aunque ello suele ocurrir por una insegura pasarela), se hace vivo el deseo de superar las propias dificultades. Pero se trata, a menudo, de un piadoso deseo.
PSICOANÁLISIS De los varios significados puerilmente atribuidos al elemento líquido, los seguidores de Jung aceptan sólo uno, el de la fertilidad, impreso en nosotros desde incontables milenios, y nos dicen que el agua es un símbolo onírico que se repite con mucha frecuencia, expresando en general la tranquilidad y la riqueza interior o el deseo de poseerlas. Con la visión del agua turbia el subconsciente nos advierte que no nos será fácil llegar a ello y nos invita a identificar los obstáculos para superarlos después. Zambullirse indica la necesidad de purificación, nadar delata la escasa confianza en sí mismo y ser arrojados al agua revela un miedo inconsciente. El agua representa, sin embargo, bastante más a menudo el regazo materno. (Recordad «las aguas» del parto.) Puede ocurrir, por lo tanto, que el sueño de una zambullida o de una inmersión quiera decir que estáis afligidos por tanta amargura, angustia o miedo y que deseáis inconscientemente el retorno al útero. ¿Os encontráis haciendo chapuzones, alegres y confiados? Buena señal. Estáis sondeando el océano de vuestra personalidad. Por el contrario, ¿vuestro vagar subacuático es angustioso? En este caso el sueño es similar al (¡terrible!) del anegamiento, y revela que algo indigno —o también sólo considerando tal por vosotros— os atrae sin que logréis libraros de ello. Si estáis navegando es que buscáis nuevas rutas porque no estáis satisfechos de vuestro estado actual. Malo si el mar está encrespado porque quiere decir que abrigáis demasiados temores, demasiadas inseguridades para llegar a la meta. Con los baños entramos en el campo sexual. Si os sumergís en el agua con alegría es que deseáis intimidades que quizá no os atrevéis a esperar conscientemente. (Este es también el sueño típico de los novios y suele tenerse en la inminencia de los esponsales.) Pero si el agua está demasiado caliente o demasiado fría, teméis desilusiones de naturaleza erótica.
ABRAZO
CABALA Traición en amor, junto con juegos amorosos. Infidelidad continua. PSICOANÁLISIS Estos actos pueden tener significados muy diversos, hasta opuestos. En sujetos carentes de complejos y de inhibiciones evidencian el deseo sexual mondo y lirondo, y en otros (invertidos, pervertidos, impotentes, etcétera), la angustia, los conflictos interiores y los vanos propósitos de volver a la normalidad. Contrariamente a cuanto pudiera pensarse, no se trata de un sueño de fácil interpretación. ACUSACIóN
CABALA Ser acusados por un hombre significa éxito y alegría, y si la acusación parte de una mujer, malas noticias y riñas. Acusar a los demás es presagio de tormentos y preocupaciones. PSICOANÁLISIS Soñar que se acusa al prójimo equivale a delatar complejos de inferioridad y muestra una tendencia a poner en estado de acusación a los demás, a la sociedad o a las circunstancias, para hacerse así la ilusión de justificar las propias condiciones o las propias actitudes equivocadas. Soñar que se es acusado (no importa si por un hombre o por una mujer) suele revelar el temor de no llegar a realizar lo que se quisiera.
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AGUJAS AGUA
CABALA Sería demasiado largo detallar aquí todos los significados que le son asignados al agua. Nos limitaremos, pues, a recordar los principales. Agua en general: abundancia, fertilidad, riqueza. Agua turbia: enfermedades, aflicciones. Zambullirse en el agua: persecuciones. Caerse en el agua: daños. Nadar: peligro. Bañarse en agua fría: incomprensión. Bañarse en agua templada: placer, bienestar. Bañarse en agua muy caliente: separación. Hallarse bajo el agua: desgracias. Navegar en aguas tranquilas: bienestar. Navegar en aguas turbulentas: peligros, pérdidas, aflicciones.
CABALA Intriga. Coser: se traman cosas feas a espaldas del soñador. La interpretación es sugerida por los sutiles pinchazos que se pueden infligir con las agujas o por la vieja práctica supersticiosa con la que se perfora un muñeco con intención de perjudicar a alguien. PSICOANÁLISIS Las agujas reflejan el tormento reprimido ocasionado por un pequeño perjuicio o por una pequeña humillación. En el campo sexual son símbolos de virilidad y de feminidad al mismo tiempo. Persiguen en sueños, a veces, a los homosexuales y a los homose-
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xuales latentes, a aquellos que temen hacerse invertidos y a los transexualistas, en los cuales el miedo y la vergüenza se alternan con los deseos perversos.
ñas de amor (con frecuencia a escondidas, con el miedo de ser descubiertos y la consiguiente interrupción del sueño) denuncia anhelos sexuales reprimidos.
ALFOMBRA
CABALA Engaño. PSICOANÁLISIS Las manifestaciones oníricas en las que se camina sobre alfombras (que no es raro que se extiendan precisamente donde en realidad no debieran estar, por ejemplo en la calle) delata generalmente la tentación de resolver un asunto cualquiera recurriendo a expedientes no demasiado leales. Puede tratarse también, sin embargo, del temor que trasluzca un secreto que se desea permanezca oculto.
AMPUTACIóN
CABALA Alguien trata de apoyarse en vosotros. Aprovechad la ocasión antes de que os haga falta. PSICOANÁLISIS Revela un comportamiento no natural, una mutilación de la personalidad o el miedo de ser víctimas de ello. Desde el punto de vista psicosexual es indicio de un fuerte complejo de culpabilidad o del llamado «complejo de castración», cualquiera que sea la parte del cuerpo amputada en sueños. ANIMALES
ALMADíA
CABALA Fortuna. Animales gordos: abundancia. Animales flacos: carestía. Fieras: riñas en la familia.
PSICOANÁLISIS Por curioso que pueda parecer, todos nos encontramos en sueños, tarde o temprano, en una almadía a merced de las olas. Es una visión, según Weiss, que sobreviene en esos momentos de incertidumbre a las que sucumbimos ante acontecimientos decisivos para nuestra vida o, al menos, supuestos. Es, por consiguiente, un sueño que debería invitarnos a una profunda reflexión. Cuando no va acompañado de una aguda sensación de desasosiego o de aprensión, puede tratarse bien (pero sólo para las mujeres) de una manifestación onírica de carácter sexual.
PSICOANÁLISIS Como para la cabala, aunque por motivos bastante diferentes, cada animal tiene un significado propio. Las bestias de cualquier especie soñadas en grupo y en actitud amenazadora, sin embargo, representan casi siempre una comunidad de la cual se tiene miedo. Puede tratarse de los familiares, de los amigos, hasta de la opinión pública en general. Es éste un proceso de deformación que nos advierte del temor (con razón o sin ella) de que nuestro comportamiento o la realización de un deseo encuentren la desaprobación ajena. Es obvio que tales manifestaciones oníricas dependen en gran parte de las tendencias del soñador. Un individuo al que le gusten los perros en general, los verá como espejo del amor que se propone encontrar mientras que uno que los deteste descubrirá en ellos tan sólo una amenaza.
CABALA Peligro, infortunio.
AMOR
CABALA Vivirlo: días felices. Verlo: gran fortuna, alegría. Saberlo despreciado: enfermedad o aflicciones de corazón.
ÁRBOL
PSICOANÁLISIS El significado de un «sueño de amor» va ligado estrechamente a la personalidad del sujeto y a las circunstancias en que se encuentra. En la inmensa mayoría de los casos tiene lugar aquí un proceso de transposición, o sea que la persona amada en sueños, oculta el verdadero objeto de los deseos sexuales del soñador. El amor despreciado es indicio, generalmente, del temor de un rechazo no necesariamente en el campo sentimental. Asistir a esce-
CABALA También aquí hemos de limitarnos a unas pocas de las muchas interpretaciones propuestas. El árbol representa generalmente un amigo de confianza. Subirse a un árbol: honores a la vista. Caerse del árbol: pérdida del favor de los superiores o del empleo. Árbol florecido: alegría. Árbol lleno de frutos: bienestar. Árbol seco: infortunio. Cortar ramas: enfermedad, amputación.
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PSICOANÁLISIS El árbol, aislado, en primer término, simboliza al padre. Coger sus frutos evidencia el temor de ser considerados parásitos. Verlo desnudo o moribundo puede significar el miedo de que el progenitor desaparezca, pero asimismo revelar la existencia del famoso «complejo de Edipo», y lo mismo cabe decir del intento de abatirlo. Las más de las veces, sin embargo, el árbol es un símbolo sexual masculino (el tronco) o femenino (las hojas), cuando no la representación de la sexualidad misma. El fruto no designa el niño, sino el semen, mientras que los capullos y las flores figuran los órganos genitales femeninos o la virginidad. Subir a un árbol es sinónimo de deseo, y una caída deja transparentar a menudo un fracaso en el aspecto sexual. Los íncubos del autoerotismo se hacen vivos con la imagen de ramas arrancadas para los varones (miedo de la castración como castigo) y de flores desprendidas y marchitas para las mujeres (miedo de la frigidez y de la infecundidad).
PSICOANÁLISIS Son siempre símbolos sexuales masculinos, a veces ligados con la agresividad verdadera o temida. Pueden demostrar para los hombres simple deseo, pero también una tendencia al sadismo, y para las mujeres deseo y miedo. Las armas, empuñadas por individuos malintencionados, suelen presentarse en las visiones nocturnas de las jovencitas. ARRUGAS
CABALA Aspecto agradable hasta una edad avanzada. PSICOANÁLISIS Las arrugas hablan del temor de envejecer, o también de no gustar ya a la persona amada. A veces indican el temor de sucumbir a las preocupaciones. AUTOMóVIL
ARCO
IRIS
CABALA Comodidades, riquezas (es evidente la inspiración proveniente de la antigua fábula del oro escondido donde surge el arco iris), o bien curación, cambio. PSICOANÁLISIS Es uno de los poquísimos «sueños felices». Denota equilibrio, estado de paz interior, felicidad. Es el sueño de quien ha ganado una gran batalla con el mundo o consigo mismo, de quien ha realizado un ardiente deseo o está seguro de poder realizarlo. ARENA
CABALA Inquietud. PSICOANÁLISIS Tenderse voluptuosamente en la arena cálida, en verano, o jugar con arena, revela deseos sexuales. Caminar fatigosamente por la arena significa temor de no alcanzar la meta que nos proponemos, mientras que la molestia que proporciona notarse arena debajo de las ropas, sobre la piel, delata un estado de desasosiego que puede tener varios orígenes. ARMAS
CABALA Litigios, procesos. Ver muchas: daño.
CABALA Normal: discretas noticias a punto de llegar. Auto en movimiento: una carta. Auto que nos espera: una buena carrera. Auto de carreras: encuentros con mujeres. PSICOANÁLISIS Se ha notado que, desde hace algunos años, el auto se ha convertido casi exclusivamente en un símbolo sexual, cosa desde luego muy explicable por el papel que el coche ha asumido en el campo de las relaciones amorosas o... casi. Sueña carreras en automóvil el joven deseoso de experiencias eróticas (la embriaguez de la carrera corresponde a menudo a un estado de excitación), queda impresionado por la vista o por el temor de accidentes el hombre que teme desagradables complicaciones de diversos géneros y persigue afanosamente un coche el sujeto obsesionado por la idea de fracasos o de la impotencia. En las mujeres estos sueños son bastante más raros y a menudo están ligados con el temor de la maternidad. Las muchachas que se ven en un coche del que quisieran bajar y no pueden, manifiestan así un miedo, más o menos inconsciente, de los engaños o de las violencias masculinas. AVERíAS
CABALA Fortuna.
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PSICOANÁLISIS En esta Era nuestra «a cuatro ruedas», soñar que tiene una avería el motor del coche propio en el momento menos oportuno, es más que fácil. La visión indica escasa confianza en las propias posibilidades y en los hombres también miedo de la impotencia. Un psicólogo americano, J. McGregor, sostiene que los sueños referentes a cualesquiera averías tienen hoy una frecuencia impresionante y contribuyen a demostrar los deplorables influjos, en la psique, de nuestra civilización supermecanizada. McGregor ha trazado incluso una lista de las «averías oníricas» más frecuentes, lista que, aunque no sea aceptada... a ojos cerrados por sus colegas, tiene al menos el valor de ser divertida. Se lee en ella, por ejemplo, que soñar una avería del coche en pleno campo indica apetitos sexuales (nótese la analogía con los fingidos accidentes ya proverbiales: «Una panne, querida... Lo siento, pero no podemos continuar...») y una avería en el televisor denota anhelo de evasión del habitual quehacer doméstico, mientras que una avería en la lavadora delata una mentalidad «aséptica» y una en el teléfono el deseo de no volver a oír hablar nunca más del propio cónyuge. AVIONES
CABALA Anuncian visitas y traen noticias (malas si se trata de bombarderos). Los aviones a reacción indican rápidas resoluciones. ¿Reactores en la cabala? Exactamente. Los «magos del sueño» siguen el progreso, aunque sólo sea de esta manera muy discutible. En sus pesadas obras se habla incluso de física nuclear («grandes novedades»), de telematch («fortuna») y de misiles («dificultades»). PSICOANÁLISIS Los vehículos aéreos denotan casi siempre anhelo de evasión y deseos con frecuencia irrealizables. Si, en sueños, se está a bordo de ellos y se tiene miedo, hay mucha indecisión en el carácter. Detrás de esta visión hay a veces la tendencia a la infidelidad, al adulterio, frenada por consideraciones morales. Según Freud, aviones, dirigibles y globos representan el órgano sexual masculino. Está demostrado que las manifestaciones oníricas en el curso de las cuales se vuela son determinadas por sensaciones eróticas. BAILE
CABALA Amistad, éxito o herencia. Bailes modernos: visitas desagradables.
PSICOANÁLISIS El baile tiene, en sueños, referencias casi exclusivamente sexuales. Los fenómenos de condensación y de deformación durante la danza delatan el temor de que una relación amorosa no concluya del modo deseado o desaprobada por quienes nos rodean. Un hombre que sueñe bailar con otro hombre se sentirá envilecido o disgustado. Así es como se evidencia el miedo de la homosexualidad. Bailando con otra mujer, por el contrario, una chica siente a menudo una intensa satisfacción. Aquí su pudor ha «disfrazado» al joven con quien desea tener más estrechas relaciones. El temor de la homosexualidad sale en cambio a la superficie, para ella, cuando se encuentra bailando con una pareja que la fascina y, al mismo tiempo, la espanta. Los raros sueños de este tipo que no tienen significado sexual reflejan afán de éxito o deseo de conciliación con el partner onírico. BASTóN
CABALA Tenerlo en la mano: tristeza. Apoyarse en él: enfermedad. Golpear a alguien: dominar. PSICOANÁLISIS Los bastones se presentan a menudo en sueños y su significado es análogo al de las armas. Si se trata de bastones nudosos, de garrotes, la simbología es afín a la propia del árbol. Largas vergas sutiles, baquetas, pueblan a veces los sueños de los masoquistas, pero con frecuencia son sustituidas por señuelos (lápices, reglas, etc.). Cuando las referencias sexuales quedan excluidas, los bastones indican afán de poder o miedo, a tenor del contexto onírico. BORDADO
CABALA Buena acogida en sociedad. PSICOANÁLISIS ¿Os gusta bordar, amigas lectoras, pero os veis obligadas por el trabajo a descuidar ese hobby? Si lo practicáis en sueños, tenéis un gran deseo de tranquilidad y de serenidad. Si, en cambio, no tenéis una debilidad por el bordado, Morfeo os conducirá a hacerlo de manera insatisfactoria, con el temor de errar y de pincharos. Ello es un síntoma del despecho que os atormenta, aunque no queráis admitirlo, por algo que no os sale bien. La sexualidad puede no ser ajena a visiones de ese tipo. 14-3.147
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BRUJA
que con la canicie se hace evidente el temor a envejecer. En la mujer refleja el miedo de la menopausia. Por el contrario, si los cabellos se le caen a puñados o en masa (siempre en sueños, se entiende) es por las preocupaciones que la afligen en relación con la «regla» o en espera del primer parto.
CABALA Asechanzas, trampas y peligros. PSICOANÁLISIS Es un personaje que puebla de preferencia los sueños angustiosos de los niños, y a este respecto podemos remitir a los lectores a la voz «diablo». Ocurre con bastante frecuencia que un adolescente se encuentre, en sueños, recurriendo a una bruja. Esta visión delata su deseo de alcanzar un determinado objetivo aun a costa de emplear medios juzgados desleales. CABALLO
CABALA Soñar con un caballo es excelente augurio. Caballo blanco: esposa bella y virtuosa. Caballo bayo: gran alegría. Caballo negro: esposa rica pero mala. Cabalgar: honores, dignidades y celebridad. PSICOANÁLISIS Los significados que un caballo puede asumir en sueños van siempre ligados a los recuerdos y a las impresiones del sujeto. Para el que ha vivido la juventud en un lugar y una época en que los nobles brutos todavía no eran una rareza, soñar con ellos es indicio de una viva nostalgia del pasado. La influencia ejercitada por las películas del Oeste no es en absoluto desdeñable. En este marco los psicoanalistas han hecho conocimiento con muchos complejos de inferioridad e inconfesados deseos de evasión, que en el terreno sexual suelen tener un trasfondo sádico. Un estado de excitación es casi siempre propio de quien sueña que cabalga. Esto suele ocurrir en particular a las mujeres. CABELLOS
CABALA Cabellos rizados: dificultades, dolores y ultrajes. Cabellos blancos: dignidades. Cabellos rubios: amistad. Cabellos negros: voluptuosidad. Calvicie: pérdida de amigos. PSICOANÁLISIS Cuando los cabellos están en el centro de un sueño, no importa que sean rubios, negros o rizados, pues todas las sensaciones que suscitan en el soñador son importantes. No podemos examinarlas ni siquiera aproximativamente, porque están demasiado vinculadas a factores subjetivos. En la esfera sexual la caída del pelo delata muy a menudo, en el hombre, la existencia del «complejo de castración» o el terror de la impotencia mientras
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CALLE
CABALA Calle ancha: buena marcha de los negocios, alegría y prosperidad. Calle tortuosa: lo contrario. Calle concurrida: aflicciones. PSICOANÁLISIS Habitualmente la calle no suele tener importancia en los sueños, sino lo que sucede en ella o bien el paisaje en el que se ve enmarcada. Típica es, sin embargo, la visión de una vía recta, soleada, flanqueada de árboles, que se pierde en el horizonte, justamente como en ciertas películas de Charlie Chaplin. Y es una espléndida manifestación onírica, que evidencia deseos de mejora, de éxito, y lo fundamentado de las esperanzas propias. CAMA
CABALA Reposo, seguridad. PSICOANÁLISIS En las mujeres, esta visión indica generalmente miedo de las relaciones sexuales, disgusto proveniente de contactos no deseados o preocupación por una presunta preñez, temor del parto. En ambos sexos se puede manifestar también de tal suerte la aprensión por el estado de salud propio o de una persona querida. Para Adán las yacijas oníricas reflejan a menudo el deseo de intimidad; para Eva casi nunca. CARCAJADA
CABALA Alivio en una dolencia. PSICOANÁLISIS La carcajada en sueños suele expresar la satisfacción de un deseo, pero recalca también la versión cómica que Morfeo da de ciertos problemas para satisfacernos. Es, por ejemplo, el caso de quien ve al odiado jefe de oficina andar, engreído, por una calle concurrida, sin darse cuenta de que se ha dejado los pantalones en casa.
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CABALA Suerte, riqueza.
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es en mí donde pasa. Debo, por consiguiente, tener conciencia de ello... La casa es también a menudo símbolo de la madre (seguridad, dulzura de vivir, protección, etcétera), o de la mujer en general. Se observará, si se trata de una casa conocida o desconocida, el estado en que se halla, lo que la rodea, etcétera.
PSICOANÁLISIS Aquellos sueños en los cuales nos vemos corriendo desesperadamente son, en su inmensa mayoría, unos sueños angustiosos. Corremos para intentar prevenir algo desagradable o para huir de un peligro, y sucede con frecuencia que no se logra avanzar, que se ve el camino cortado por obstáculos de toda clase y que se abren abismos o charcas bajo ios pies. Estas visiones nocturnas son indicio de suma incertidumbre, de miedos exagerados, y no es raro que anuncien o acompañen estados de agotamiento nervioso.
Podemos aceptar ambas tentativas de interpretación destacando, sin embargo, que las más válidas son las... terceras, o sea aquellas que tienen en cuenta la peculiar situación en que se halla el sujeto, dado que la casa puede prestarse a una infinidad de coligamientos oníricos.
CARTA
CABALA Visitas distinguidas y éxito dificultoso. Entrar en un castillo: esperanza halagüeña.
CABALA Recibir una carta: promoción y fortuna. Escribirla: hurto. PSICOANÁLISIS Soñar que se ve llegar una carta significa muy a menudo desear en realidad recibirla o enterarse pronto, como fuere, de noticias que nos importan mucho. El temor de que tales noticias no sean lo favorables que se quisiera, es expresado por la visión de cartas de tenor desagradable, de sobres orlados de luto, de otros que no se pueden abrir o de otros más que, una vez abiertos, no contienen nada o contienen cosas poco agradables. El sueño de quien se ve obligado a escribir una misiva se presta, en cambio, a innumerables interpretaciones, dependientes todas de la situación y del estado de ánimo en que se encuentra el sujeto. Las cartas redactadas trabajosamente suelen denotar la resistencia del soñador a llevar a cabo una acción determinada. CASA
CABALA Casa sólida: amor. Casa pequeña: alegría y tranquilidad. Casa grande: dolor. PSICOANÁLISIS Cada edificio, según Freud, simboliza el cuerpo humano, el masculino si es liso y el femenino si tiene balcones y otras protuberancias. Los que intentan «desexualizar» el psicoanálisis afirman que a la casa se la ve más bien como nuestra psique Lo que pasa en la casa de mi sueño —escribe el francés Real—
CASTILLO
PSICOANÁLISIS Aunque sucede raramente pensar en un castillo estando despiertos, los sueños acaban siempre, tarde o temprano, por conducir a una casa solariega que representa un poco todos los ideales de nuestra niñez iluminada por las mágicas luces de las fábulas. Los dragones, los fosos, las trampas, son los miedos, las amarguras; la desilusiones hacen inaccesible el castillo delatando la desconfianza, la falta de iniciativa, la resignación. Cuando se logra entrar, se siente admiración, pero también un poco de temor. Aquí es una prometedora fuerza de voluntad que se manifiesta, doblegada, no obstante, por algunas dudas que es necesario eliminar. CAZA
CABALA Ir de caza: acusación. Estar cazando: fatiga inútil. Volver de cazar: ganancia segura, alegría. PSICOANÁLISIS Verse empeñados en un safari o hasta tan sólo en busca de caza mayor, es un sueño típicamente masculino. En los adolescentes ello nos habla de su natural inquietud, del afán de evasión, mientras que en los adultos revela insatisfacción (sexual o no), tormento interior y a veces deseos de venganza. Visiones de esta clase pueblan también las noches de los terribles pederastas, de los exhibicionistas y de los voyeurs. Eva sueña en cambio ser cazada, delatando también con ello notables aprensiones concernientes a las relaciones con Adán.
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CEPILLO
PSICOANÁLISIS Cuando el sueño no depende de causas físicas (a menudo es determinado tanto por el hambre como por una gran indigestión), revela deseos insatisfechos de varia naturaleza, sin excluir el que menciona, con las mandíbulas en movimiento, el compilador de nuestra cabala, que abriga evidentemente poca confianza en la rectitud del prójimo. Las visiones en las cuales nos llevamos a la boca algo que a la vista parecía apetitoso y luego resulta desagradable, evidencian el temor de decepciones. Masticar o engullir con dificultad suele ser señal de escasa adaptación a las condiciones propias. Soñar que se está obligado a comer sin ganas significa a menudo ser esclavos del papel innatural que no nos ha tocado representar.
CABALA Tristeza. PSICOANÁLISIS En los sueños femeninos evidencia sujeción con respecto a los hombres y deseos insatisfechos en los cuales el mundo masculino tiene una gran parte. Otros significados pueden inferirse remitiéndose a las voces «limpieza» y «escoba». CERRADURA
CABALA Cuidado con los ladrones. PSICOANÁLISIS Para el hombre es un símbolo sexual femenino. Tratar de abrir una cerradura, de forzarla, sin lograrlo, evidencia el deseo de llegar al abrazo, pero carga el acento a la par en la timidez y la temida impotencia. Las mismas acciones cumplidas por una mujer resultan, en cambio, del deseo de penetrar un secreto o de un anhelo de evasión. CITA
CABALA Pérdida de tiempo. PSICOANÁLISIS En sueños, las citas se concluyen casi siempre con una decepción: o la persona esperada no llega, o llega y se transforma en otra que no nos importa nada (pero que también puede inspirarnos odio o miedo) o que, encontrándola, comprobemos que no nos hace caso. Esta situación onírica, bastante frecuente, simboliza unos deseos irrealizables, aspiraciones decepcionadas, indecisiones. Debería a menudo incitarnos a reforzar la voluntad, a tener más confianza en nuestras fuerzas o (si la cita soñada es de veras inimaginable en el plano real) a no abandonarnos a fantasías absurdas. COMER
CABALA Triunfo, bienestar. Visión de las mandíbulas en movimiento: nombramiento de consejero de administración de alguna conspicua Sociedad.
CUADERNO
CABALA Carácter no firme. PSICOANÁLISIS Soñar que se encuentran los cuadernos escolares equivale a confesar una gran nostalgia de la primera juventud. Si, no obstante, el descubrimiento causa desasosiego, es el miedo de ser inmaturos o de mostrarse como lo que se hace vivo. También ocurre abrir los cuadernos y ver tan sólo páginas en blanco. Entonces se quisiera borrar el pasado, empezar una vida nueva. Los cuadernos que se han vuelto ilegibles, sucios, manchados, constituyen a veces un indicio valioso diciéndonos cómo el origen de ciertos caracteres negativos de nuestra personalidad han de buscarse en la niñez. CUADRO
CABALA Goce espiritual, alegría. Pintar: honores y provecho. PSICOANÁLISIS El significado de los sueños en que aparecen cuadros ha de buscarse en el contenido de éstos. Quien, de todos modos, se detiene con placer a admirar pinturas, tiende a consolarse con la fantasía y con frecuencia a huir de la realidad. Y las mismas cosas, acentuadas, se desprenden de las visiones en las que nos encontramos transformados en artistas del pincel. CUMBRE
CABALA Posición social elevada. O que una mujer piensa con ella.
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PSICOANÁLISIS La cumbre de una montaña representa una meta importante que hay que alcanzar. Llegar a ella siempre es buena señal, ya que de esta visión se transparenta, además del deseo, una considerable fuerza de voluntad. Los aspectos débiles de la personalidad han de buscarse, en cambio, cuando (y es un caso frecuente), apenas llegamos a la cima, nos precipitamos abajo.
tarse a la realidad o la insatisfacción por la vida que se está obligado a llevar.
DESAPARICIóN
CABALA Hurto inminente. PSICOANÁLISIS La desaparición de una persona o de un objeto, en sueños, refleja siempre una desilusión o el temor de la misma. La desaparición súbita de símbolos sexuales refleja miedo, timidez, vergüenza y sentido de inferioridad si se manifiesta en esta esfera. DESNUDEZ
CABALA Vergüenza pública. PSICOANÁLISIS La más simple y clara definición genérica es la de Pierre Real que escribe: Es un sueño muy corriente. El sujeto se ve desnudo mientras camina por unas calles animadas ante la mirada burlona de tos transeúntes, o, también, los viandantes no hacen ningún caso de su desnudez. Naturalmente, se trata de una atmósfera interior. El sueño significa que el sujeto «se siente desnudo a los ojos de los demás». Esto quiere decir que está amenazado por complejos, el más común de los cuales será un sentido de inferioridad o una timidez muy pronunciada. En otras palabras, la persona se encuentra al descubierto ante las miradas despiadadas del prójimo. De la desnudez hablamos también en la voz «mujer» y, de un modo más amplio, en el curso de nuestro tratado. DESPERTADOR
CABALA Peligro próximo. PSICOANÁLISIS El timbre del despertador que se oye en sueños es casi siempre un ruido real deformado. Denuncia la incapacidad de adap-
DIABLO
CABALA Con cuernos, garras y cola horcada: tormento, desesperación. PSICOANÁLISIS Tenga o no cuernos y todo el resto, Belcebú da (por una vez) razón a la cabala, al menos cuando aparece para turbar los sueños de un niño. Revela del modo más elocuente la atmósfera de terror en que vive el pequeño, sus injustificados remordimientos, los miedos irracionales que amenazan con trastornar su vida entera. El diablo de los sueños infantiles debería exhortar a padres y educadores a cambiar inmediatamente de sistemas. A los adultos cuya religiosidad roza la superstición, el «clásico» Satanás habla de «complejos» de cuya existencia, de todos modos, ellos se negarían a dar constancia. El diablo tentador es sinónimo de desconfianza en sí mismo, de temor de las propias debilidades, mientras que el que se muestra conciliador, sino francamente amistoso, demuestra la tendencia o el deseo de ver disminuido el alcance de algo de lo que nos sentimos culpables. DIENTES
CABALA Representan los padres y los mejores amigos. Bonitos y blancos: alegre destino. Perderlos: muerte de algún pariente. PSICOANÁLISIS En la mujer, soñar que se pierden los dientes quiere decir que se teme envejer, no ser suficientemente atractiva, no llegar a satisfacer al partner. Durante el embarazo suele ser la idea de un parto doloroso lo que se manifiesta con esta visión. En el hombre se ponen en evidencia el «complejo de castración» y el miedo a la impotencia. La extracción de dientes tiene para Adán significados análogos, mientras que para Eva simboliza el temor de la violencia carnal, de la pérdida de la pureza, o bien de un aborto. DIFUNTO
CABALA . 0 , Buen presagio, amor de una gran señora, herencia. Serlo: envidia de falsos amigos. Hablar con uno: longevidad. Difunto que no habla: muerte.
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PSICOANÁLISIS Es lógico que encontrar en sueños a un difunto produzca cierta impresión. Precisamente por esto, por la profunda huella dejada en nuestra mente, los sueños de esta clase se recuerdan más que los otros. Naturalmente, las pueriles necedades de la cabala, elaboradas con una burda aplicación de las «leyes» de las similitudes y de los contrastes, agitan aún más los nervios de los desprevenidos que se fían de aquélla. En realidad, y en la inmensa mayoría de los casos, soñar con un difunto evidencia una simple nostalgia de un momento del pasado, del tiempo en que la persona aparecida estaba aún con vida (estas visiones no suelen tener nada de triste; al revés, se presentan en una agradable atmósfera onírica) o la insatisfacción por la propia existencia actual y el deseo inconsciente de retroceder en el tiempo (aquí se siente a menudo en sueños una dulce melancolía), o un fuerte complej'o de culpabilidad. Éste es el caso más frecuente, y las visiones adquieren un carácter alucinante, pavoroso. Parece de veras que el muerto salga de la tumba para reprender y amenazar al vivo. Esto no quiere decir, sin embargo, que el complejo de culpabilidad esté directamente ligado a la figura del fallecido. Ésta, al contrario, hace a menudo función de «señuelo» a determinadas situaciones, como hemos visto en el curso de nuestro tratado.
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Dios CABALA Consuelo y alegría. PSICOANÁLISIS Es un sueño rarísimo. Puede denotar tanto una espantosa seguridad en sí mismo como una gran paz interior. DISPARO
CABALA Enfermedad. PSICOANÁLISIS Según Kemper, Weiss y otros eminentes profesores (cuyas observaciones, basadas en el examen de un gran número de casos, nos parecen absolutamente atendibles), un disparo oído en sueños es siempre el «reflejo onírico» de un ruido real. Su significado, por consiguiente, es totalmente omisible. DOLOR
CABALA De corazón: enfermedad. De dientes: curación. De oídos: palabras maliciosas. Dolores de parto: muerte.
DINERO
CABALA Manejarlo: engaño. Gastarlo: disgusto. Encontrarlo: suerte. PSICOANÁLISIS Dado el valor que en nuestra sociedad se atribuye al dinero, es obvio que éste se convierte en el símbolo onírico para algo de valor que se desea poseer sin atreverse a confesarlo. Se trata a menudo del objeto de un drama sexual. El subconsciente, por ejemplo, puede tener escrúpulos de presentar en la pantalla de Morfeo al marido de la amiga por el cual la honesta señora se siente atraída y lo transforma en moneda contante y sonante. ¿Qué mal hay, en efecto, en desear una buena hucha? Encontrar dinero en los sitios más inesperados y tener miedo de ser sorprendido apropiándose de él, es un sueño de los indigentes, pero también de quien mantiene relaciones ilícitas y de los muchachos llegados a los primeros descubrimientos o a las primeras experiencias amorosas. Ocurre también perder dinero en sueños, y esta manifestación onírica suele ir acompañada de una sensación angustiosa que delata el temor de perder algo conquistado con dificultad: una persona, un objeto, un afecto a los que se otorga particular importancia.
PSICOANÁLISIS El sueño de un parto doloroso se presenta a menudo a las mujeres atemorizadas por la idea del feliz suceso, por el pensamiento de una maternidad no deseada o aun sólo de las relaciones sexuales. El dolor físico sentido en sueños refleja casi siempre un sufrimiento real o está determinado por una mala postura tomada al dormir. EMBRIAGUEZ
CABALA Aumento de fortuna. O locura. PSICOANÁLISIS El extraño sueño en el cual nos sentimos embriagados (y se trata siempre de una borrachera alegre, risueña), suele tenerse a consecuencia de haber tomado ciertos medicamentos. Es rarísimo el caso en que se presente espontáneamente. Cuando acontece, demuestra insatisfacción por el propio estado y anhelo de evasión o disimula cierta tendencia a placeres inconfesables.
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ENEMIGOS
CABALA Pena y reveses de fortuna. Charlar con los propios enemigos: recelo saludable. Vencerlos: éxito judicial. Matarlos: placeres, alegría. PSICOANÁLISIS Entre los protagonistas de los sueños, los enemigos son generalmente los que hablan un lenguaje más claro. Soñar que se vence a los adversarios significa que se espera realmente derrotarlos, ser ganado por ellos delata el miedo de sucumbir y hablarles amistosamente denota deseos de pacificación. Si una persona amiga se nos muestra hostil, abrigamos hacia ella odio o antipatía (aunque sea inconscientemente) o tememos perder su amistad. ENFERMEDAD
CABALA Melancolía y cautividad. PSICOANÁLISIS La enfermedad de una persona querida puede revelar las aprensiones que se abrigan acerca de sus condiciones físicas, pero asimismo refleja escrúpulos, remordimientos (el disgusto que ello nos produce lo consideramos un castigo que nos es infligido por nuestra mala conducta), en tanto que nuestros achaques oníricos denuncian, sea por preocupaciones concernientes al propio estado de salud, sea por unos defectos de la personalidad, una gran timidez en primer lugar. Soñando que nos vemos obligados a guardar cama, a veces intentamos consolarnos de las dificultades cotidianas. Así revivimos, en efecto, las enfermedades de la niñez en el curso de las cuales fuimos amorosamente cuidados y mimados.
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tación onírica y del estado de ánimo del protagonista. La escalera de caracol simboliza a menudo un círculo vicioso, la sospecha de estar empleando las energías propias para algo que conducirá a bien poco. Para las mujeres, una escalera de mano representa con frecuencia la incertidumbre. ESCENARIO
CABALA Tendencia inmoderada a los placeres.
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PSICOANÁLISIS El sueño en el cual se está en un escenario sin ninguna preparación, en un total desconcierto, a veces con ropas que parecen ridiculas, es típico de los tímidos. El que se presenta en las candilejas eufórico, seguro, sueña con el éxito. Asistir a la representación de una obra teatral denota a menudo un talante demasiado receloso; otras veces, sin embargo, el significado de esta manifestación onírica ha de buscarse en el espectáculo. ESCOBA
CABALA Buenas noticias en perspectiva. Barrer: triunfo. PSICOANÁLISIS Las escobas vistas en sueños pueden constituir tanto un llamamiento a la vida doméstica (insatisfacción, aburrimiento, escasa propensión a las labores caseras) como el deseo de desembarazarse de cosas ingratas. Las escobas que se transforman en bastones hablan de decepciones conyugales. Más corrientes son los sueños en los cuales se está barriendo dinero o usando la escoba en la calle con profunda vergüenza. Lo primero evidencia lamentos y aspiraciones inútiles y lo segundo el temor de ser disminuidos a los ojos del prójimo.
ESCALERA
ESPEJO
CABALA Subirla: honor. Bajarla: perjuicio. Escalera de caracol: lento pero seguro logro. De mano: provecho.
CABALA Traición.
PSICOANÁLISIS La forma de los peldaños (demasiado altos, bajos y cómodos, muy estrechos y así sucesivamente) nos dan a conocer la importancia que el soñador concede a las dificultades y revela la intensidad de sus deseos. La bajada puede tener diversos significados. Puede denotar, por ejemplo, disposiciones a la renuncia, pero asimismo combatividad, todo depende del contexto de la manifes-
PSICOANÁLISIS En sueños es frecuente encontrarse ante un espejo que produce una sensación de extraño desasosiego y en el cual se evita mirarse. Esto quiere decir que tenemos miedo de mirar en nosotros mismos, que tememos descubrir en el fondo de nuestro Yo imágenes muy poco gratas o francamente desconcertantes. Una confirmación de la exactitud de esta interpretación nos viene de
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las escenas oníricas durante las cuales, al echar un vistazo en la superficie reflejante, no vemos nuestra figura. Todo cuanto nos es dado observar simboliza deseos o miedos inconfesables. En el espejo del sueño pueden aparecer también cosas agradables. Cuando esto sucede, tratamos de ilusionarnos, de engañarnos, de encontrar satisfacción en algo que no poseemos realmente.
CABALA Exequias de un pariente o de un amigo: honor, riqueza, herencia o matrimonio ventajoso. Exequias de un desconocido: maledicencia, enredos.
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ESTATUA
CABALA Tristeza. PSICOANÁLISIS La sensación que se tiene en sueños sintiéndose transformados en estatua es horrible y delata un miedo particularmente fuerte que no es raro determinen hechos sexuales. A veces se manifiesta así el temor de la frigidez. Si se está abrazando a una estatua se demuestra un deseo cuya realización es juzgada ardua o imposible. ESTRELLAS
CABALA Prosperidad, buenas noticias, éxito completo. PSICOANÁLISIS La visión de un hermoso cielo estrellado es prerrogativa de las almas románticas. Suele ir acompañada de una sensación de dulce melancolía y refleja una vehemente necesidad de amor, de ternura. EXáMENES
CABALA Afanes e inquietudes. PSICOANÁLISIS Tarde o temprano nos ocurre a todos volver, en sueños, a los bancos escolares o ante una severa cátedra. No es que estemos llamados por la vida a sufrir una auténtica prueba. Cuando esto sucede, Morfeo nos consuela dándonos la ilusión de haberla superado o si nuestros obstáculos interiores son demasiado notables puebla el sueño de pesadillas. La visión delata un momento de debilidad, de falta de confianza en las fuerzas propias. Es un sueño muy importante, ya que una indagación efectuada a tiempo cuando se presenta, puede permitirnos identificar el lado débil de nuestra personalidad.
EXEQUIAS
PSICOANÁLISIS Con las exequias del progenitor de] mismo sexo se manifiestan, en la inmensa mayoría de los casos, el «complejo de Edipo» o el «de Electra». Puede darse el caso de que también sean los remordimientos los que hagan evidente el deseo de enterrar el pasado o de eliminar una situación enraizada en el pasado. La interpretación está ligada a las experiencias y a los sentimientos del sujeto. Cuando, en sueños, es el cónyuge o uno de los hijos el inhumado, las cosas van mucho peor. A tenor del estado de ánimo del soñador, hay por medio un odio tan profundo que escalofría, uno de los más atormentadores complejos de culpabilidad. Está claro, en este último caso, que el sujeto es afligido, en el inconsciente, por la certeza de condenar a una suerte muy poco agradable al pariente. Y lo mismo cabe decir en las visiones de fosas, catafalcos, ataúdes, adornos funerarios. ¿Asistimos, en sueños, a las exequias de un desconocido? Bueno, nunca se trata de un desconocido porque aquí actúa, sin asomo de duda, el proceso de mimetización. Tenemos miedo, esto es, de dar un rostro al fulano que va hacia el camposanto. Pudiera ser una persona que nos avergonzamos de desear muerta, pero podríamos ser también nosotros mismos, en cuyo caso el ataúd esconde un potente «complejo». Nos conviene, por lo tanto, sacar por las buenas al desconocido difunto, identificarlo y tratar de establecer la causa del fallecimiento. ¿Soñamos, por último, que se celebran funerales por el ser querido? El director de escena de la macabra ceremonia son los celos («¡ Mío o de nadie!») o bien una inconsciente aversión hacia algún rasgo de su carácter o de su comportamiento. FANGO
CABALA Seguridad. Si el fango resulta de detritos orgánicos: dinero, ventaja. PSICOANÁLISIS El sueño en el cual se está caminando por una calle fangosa con un temor excesivo de manchar los zapatos, las medias o el vestido refleja el miedo de que un accidente trivial revele algo cuyo secreto se quisiera mantener (una tendencia discutible, una flaqueza, hasta tan sólo una inocente mentira). Avanzar trabajosa-
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mente por un mar de fango, quedar inmovilizados en él es, en cambio, un síntoma de morbosa timidez. Puede ocurrir también que el fango esté formado por detritos orgánicos y en este caso, como cuando aparecen materias excrementicias, el sueño es indicio de un pudor exagerado, sobre todo si se repite con cierta frecuencia. Es, desde luego, una herencia infantil, dejada por una educación a la limpieza y a la decencia no muy apropiada. FANTASMA
CABALA Consuelo y alegría. PSICOANÁLISIS Contrariamente a lo que cabría pensar, esta visión no tiene nada que ver con la aparición de difuntos en sueños. Si el fantasma se presenta en forma de larva transparente, evoca un recuerdo ingrato o sentimientos de odio, de rencor, uno y otros ligados a la figura del espectro» (aunque casi siempre se trata de una persona viva). Si, en cambio, el fantasma se envuelve en la clásica sábana, se trata de un proceso de mimetización. El sudario oculta un rostro que no deseamos que nos sea revelado. FUEGO
CABALA Gran fuego: espléndido festín. Fuego pequeño: alegría, abundancia. PSICOANÁLISIS Sea grande o pequeña, una llama a la que nos acerquemos en sueños denuncia siempre un vehemente deseo de calor humano, de ternura. El significado sexual atribuido al fuego por algunos psicoanalistas «de observancia freudiana» debe ser excluido, al menos en sentido riguroso, como han demostrado experimentos efectuados recientemente en Escandinavia. Tan sólo las visiones en las cuales el soñador está atizando el fuego puede tener relación con la esfera erótica. Cuando no se trata de deseos de venganza, revelan tendencia al sadismo. Sentirse amenazados por las llamas denota, por el contrario, miedo de afrontar una empresa que se sabe que no es conducida con excesiva honradez o lealtad. Avanzar impunemente entre las llamas, por último, refleja o una firme decisión de superar los obstáculos o un anhelo ardiente de alcanzar la meta que sea.
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GATO
CABALA Hurto, fraude. PSICOANÁLISIS Es casi siempre símbolo de feminidad, y no tienen por supuesto necesidad de particulares comentarios los sueños de los jóvenes que se ven mimando a un felino, o intentando capturarlo con diversos señuelos. En las visiones nocturnas de Eva los gatos intervienen a menudo denunciando admiración, confianza o desconfianza de sí mismas, a tenor de las circunstancias. Quien tiene tendencia al fetichismo no es raro que sueñe que está acariciando a un gato, pero también que él es arañado por el felino, lo cual revela el miedo de que la perversión pueda dar lugar a desagradables consecuencias. GENTíO
Cólera, litigio. PSICOANÁLISIS La visión de uno mismo sumergido, sofocado por el gentío, es una abierta confesión de incapacidad de dominar los acontecimientos, de debilidad, de pánico. Un sueño que a menudo se presenta a los tímidos es aquel en que se encuentran teniendo en un puño a una masa de personas que luego se revuelve contra ellos o, de todos modos, los embiste y se los traga. Aquí se ponen de manifiesto primero el deseo de imponerse y luego la amarga comprobación de la imposibilidad de conseguirlo. Tratar de acercarse a una persona y verla desaparecer entre la multitud, evidencia la aspiración de conquistar o reconquistar su simpatía y el temor de no lograrlo. GITANOS
CABALA Inconstancia de carácter. PSICOANÁLISIS Los gitanos que aparecen en sueños, siempre furtivos o amenazadores, según el socorrido clisé, revelan el temor de engaños, de enredos. Las caravanas gitanas, por el contrario, simbolizan un anhelo de evasión que al principio se cree destinada a seguir siéndolo. Los cíngaros violinistas (los famosos tziganes) delatan un alma demasiado romántica, demasiado inclinada a huir de la realidad. 15 — 3.147
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GUANTES
CABALA Honores, prosperidad, placer. PSICOANÁLISIS Una mujer que se vea en sueños con las manos enguantadas incluso cuando las circunstancias son como para hacer el uso de esas prendas superfluo o ridículo, suele estar agobiada por la preocupación de ocultar defectos, imperfecciones verdaderas o supuestas. Típico es el sueño de la recién casada que se encuentra en el tálamo con los guantes puestos y siente un miedo horrible de tener que quitárselos. Estas visiones tienen para los hombres un significado diferente y revelan un temor de que sea descubierta alguna mala pasada o de que alguna empresa no vaya como es debido y tenga consecuencias desagradables. Tanto para la mujer como para el hombre soñar que se debe efectuar un trabajo que exige soltura de dedos (escribir, tocar, pintar, etcétera), con las manos oprimidas en gruesos guantes, denota la existencia de un complejo de inferioridad.
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PSICOANÁLISIS Es obvio que una habitación se hace importante, en sueños, sólo por el hecho que en ella se produce o por algún detalle que induce al sujeto a fijar la atención en su ambiente. Para Freud la habitación es siempre un símbolo sexual, pero los psicoanalistas modernos han establecido que un dormitorio refleja más los temores vinculados a la idea de unas relaciones sexuales que un deseo afectivo. Todos los ambientes agradables, acogedores, nos revelan historias de esperanzas decepcionadas o de aspiraciones a la serenidad, al bienestar. Los ambientes desagradables rezuman miedo, proyectan a menudo la pesadilla del retorno a un pasado hecho de angustias y de miserias. Si al entrar en una habitación, os encontráis inesperadamente ante vuestro amor de antaño, es posible que estéis atraído por él, aunque no queráis admitirlo. Es igualmente posible, sin embargo, que su sombra os moleste. Quien sueña estar prisionero en una estancia es, sin duda, un ser débil, medroso, impresionable. No importa que, de pronto, las paredes desaparezcan y nuestro soñador se sienta libre y contento. Se trata tan sólo de su buen deseo, que seguirá siéndolo mientras no tenga fuerza de voluntad.
GUERRA
CABALA Persecución. PSICOANÁLISIS Para la mujer es, con mucha frecuencia, una manifestación del miedo de ver destruidas la propia paz y la felicidad, mientras que para el hombre puede reflejar un ansia de liberación a toda costa o una insana fiebre de destrucción. Los combates cuerpo a cuerpo, sin embargo, hablan de conflictos internos, o bien de deseos y de temores propios a la esfera sexual. Los bombardeos reflejan la ansiedad de quien se siente gravemente amenazado. Los soldados (y de este modo especial los oficiales) son símbolo de autoridad. Pueden representar tanto al padre como a un superior o la ley en general y hasta la moral. Las conflagraciones del sueño que terminan con una pacificación o de una manera alegremente absurda (los fusiles, por ejemplo, se transforman en flores o en sombrillas) revelan el deseo de solucionar una desavenencia, ya sea con otros o consigo mismo. HABITACIóN
CABALA Tranquilidad, serenidad. Entrar en una habitación: ganancia segura. Dormitorio: inquietud íntima.
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HAMBRE
CABALA Consecución de riquezas por el trabajo y el esfuerzo. PSICOANÁLISIS Este sueño refleja a menudo un estímulo real. Cuando esto queda excluido, muestra un estado de insatisfacción cuyos orígenes o relaciones han de ser buscados en un período de particular inquietud económica atravesado por el protagonista. La sensación de hambre en sueños puede asimismo delatar deseos inconfesables. En este caso se manifiesta con cierta frecuencia y sigue siendo insatisfecha. HARéN
CABALA Leves contrariedades. PSICOANÁLISIS Verse una «mujer entre mujeres» significa para Eva estar tentada por la idea de una organización económicamente ventajosa, aunque ésta entrañe una renuncia al amor. A visiones de esta clase pueden no ser ajenos los celos o la homosexualidad.
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PETER KOLOSIMO GUÍA AL MUNDO DE LOS SUEÑOS HERIDAS
CABALA Desilusiones. PSICOANÁLISIS Tampoco este sueño tiene nada de común con otros cuyo significado pudiera parecer análogo (amputación, dolor, etc.)- A la herida de la visión nocturna corresponde una real (a la dignidad, al orgullo, a la susceptibilidad) o el miedo de que sea inferida y que sus consecuencias se tornen visibles. Suelen verse heridos, en sueños, hasta quienes temen contraer una enfermedad o exponerse a accidentes. En las mujeres se manifiesta también así el miedo de la desfloración o del parto o bien de algún suceso vinculado al ciclo menstrual.
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se presenta con más frecuencia, nos encontramos en medio de un mar de hierba, invadidos por una sensación de nostálgica dulzura, o, tumbados en la hierba, la apretamos con las manos, hundimos el rostro en ella. Estas visiones y estas sensaciones nos dicen que estamos malgastando nuestra existencia haciéndonos esclavos del conformismo, reprimiendo los impulsos más espontáneos y negándonos esa libertad a la cual aspiramos íntimamente. Somos viejos, aunque tengamos veinte años, y Morfeo nos invita a rejuvener mientras estamos aún a tiempo. Cuando, además, estamos rodeados de hieba seca, suele ser demasiado tarde. Este es un sueño típico de los vencidos, de los resignados que excluyen a priori la posibilidad de un desquite. HOMBRE
HERMANA
CABALA Si es soñado por un hombre: satisfación, alegría, salud. Si es soñado por una mujer: insidias. Hombre desnudo: temor.
PSICOANÁLISIS ¡Cuidado, amigas lectoras, con los sueños que tienen por protagonista a una hermana! Casi siempre, en efecto, hay de por medio un proceso de transposición, por medio del cual la próxima pariente toma sobre sí los temores, los deseos y las tendencias de la soñadora. A estas visiones nocturnas no son ajenas, a veces, la nostalgia, el amor morboso, los celos y la envidia. Se trata, generalmente, de manifestaciones oníricas que un psicoanalista logra descifrar con suma facilidad, pero que a menudo resultan incomprensibles a las interesadas, precisamente a causa de los sentimientos y los impulsos que se funden y se confunden en ellas. La aparición en sueños del hermano (o para un hombre de la hermana) está siempre ligada a hechos tan personales que no puede ser sometida aquí a examen.
PSICOANÁLISIS Una interpretación genérica no es posible. (Véase la voz «Mujer».) Los hombres que aparecen en los sueños femeninos reflejan raramente deseos sexuales. Con mayor frecuencia hablan de complejos de inferioridad, de envidias, de insatisfacciones, de rivalidades.
CABALA Fortuna.
HIERBA
CABALA Verde: longevidad. Seca: enfermedad y muerte. PSICOANÁLISIS Freud nos presenta la hierba como un elemento onírico decisivamente sexual, símbolo de la feminidad, pero los datos recogidos por los modernos psicoanalistas, aun no demoliendo del todo la opinión expresada por el gran psiquiatra austríaco, nos permiten poner bajo otra luz, indudable, los dos tipos de visión citados con las insulsas definiciones cabalísticas. En el sueño que
HOMICIDIO
CABALA Peligro de muerte para el que sueña. PSICOANÁLISIS Raramente se mata por odio, en sueños, y cuando ello ocurre se está en plena anormalidad. En la mayoría de casos se está a punto de asesinar a una persona que se ama o por la cual se siente simpatía y se ejecuta o se está a punto de ejecutar esta acción con mucho pesar. No hay miedo. Ello significa tan sólo que querríais matar en esa persona un lado del carácter o un aspecto del comportamiento que juzgáis negativo o que os desagrada. Quien sueña ser asesinado atribuye al homicida onírico escasa simpatía hacia sí mismo. Sin embargo, puede tratarse de una visión originada por un complejo de inferioridad o de culpa. HOSPITAL
CABALA Miseria, privaciones.
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PSICOANÁLISIS Conduce al hospital en sueños el temor de enfermedades, en general, y de imperfecciones y afecciones en particular, las preocupaciones derivadas del embarazo y también las relaciones físicas que dan lugar por algún motivo a perplejidad.
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der algo que nos importa mucho. Si en vez de un par de tibias y fémures, se nos aparece francamente un osario, quiere decir que somos pesimistas a ultranza. La repetición de sueños análogos (incluidos aquellos donde abundan catafalcos, cementerios, cortejos fúnebres) es propia de graves estados de depresión. HUEVO
HOTEL
CABALA Verlo significa tormento y envidia, sobre todo si es de lujo. Buscarlo y encontrarlo: tranquilidad y alegría. Estar alojados en él: reposo, nostalgia y encuentros. PSICOANÁLISIS Es un símbolo similar al de la casa. Aparece a menudo como un síntoma de incertidumbre, de inquietud. Puede expresar el ansia varonil de acercarse a una mujer o el remordimiento femenino después de una infidelidad proyectada o consumada. Es también un sueño propio de muchos hombres que íntimamente se avergüenzan de las relaciones sostenidas con prostitutas. Entrar en un hotel lujoso, sin embargo, evidencia el deseo de una existencia mejor, mientras que encontrarse dentro, extraviados, significa a menudo sentirse atemorizados por una situación cualquiera o temer ser decepcionados por una relación sexual. HUERTO
CABALA Hallarse en un huerto: ataque por parte de un enemigo rico y poderoso, pero poco hábil. Trabajarlo: buen augurio. PSICOANÁLISIS Más que el jardín, el huerto es un lugar rebosante de alusiones sexuales fácilmente identificables. Y con la sexualidad tienen que ver directa o indirectamente todos los trabajos que se efectúan o se ven efectuar en un huerto. HUESOS
CABALA Huesos de muertos: penas y contratiempos. Huesos masculinos: muerte de muchachas. Huesos de animales: malos negocios. PSICOANÁLISIS Si algo muere cuando soñamos huesos mondos (pertenezcan a mujeres, hombres o animales) es la esperanza. Con visiones semejantes, en efecto, nos decimos que es inútil hacerse ilusiones, expresamos desesperación, escepticismo y un atroz miedo de per-
CABALA Pequeña ventaja. PSICOANÁLISIS A Eva los huevos le hablan de esperanzas matrimoniales, de feliz maternidad y de goces familiares. Cuando se ven rotos, es el temor de no poder realizar estas aspiraciones lo que se revela. Para Adán, expresan a menudo el miedo de fracasos sexuales o de una paternidad no deseada. HURACáN
CABALA Pérdida de amigos. Si el huracán es muy violento: muchos enemigos. Árboles arrancados por el huracán: accidente sin consecuencias. PSICOANÁLISIS Si se está presenciando, tranquilamente, cómo arrecia un huracán, es el deseo (pero no siempre la posibilidad) de superar una prueba difícil que se vislumbra. Si, en cambio, se siente pánico ante el desencadenamiento de los elementos, se temen castigos, no raramente sobrenaturales. Cuidado, por último, si vuelan los árboles. Los accidentes de la cabala no tienen nada que ver, pero pudiera ser un acusado «complejo de Edipo» el que se manifestase con la complicidad de Morfeo. ÍDOLO
CABALA Intención de cometer injusticias. PSICOANÁLISIS Que la aparición de ídolos en nuestras noches no sea ni mucho menos excepcional, es un hecho que ya había despertado la curiosidad de Freud. A este género de visiones les atribuyó un significado netamente sexual remitiéndose a los símbolos fálicos de nuestros remotos antepasados. Según el gran psiquiatra, el origen de tales manifestaciones oníricas habría de ser buscado en los recuerdos ancestrales o en ciertas expresiones amorosas (ser el ido-
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lo de alguien, idolatrar, etc.). Los modernos psicoanalistas han rectificado la versión freudiana, demostrando que los ídolos del sueño provienen muy a menudo de lecturas juveniles y representan algo a lo que el sujeto tiene apego o atribuye un gran valor. Puede tratarse tanto de una persona como de una cosa o de una situación. A veces no es ajeno a ello un sentimiento de profundo respeto, de devoción o de temor reverente. La frecuente aparición del símbolo denota timidez y sentido de inferioridad.
tados como en un filme de cienciaficción representan adversarios temidos y despreciados o impulsos que tratamos de sofocar porque chocan con nuestra moral. Aunque no sean insectos, podemos mencionar aquí las arañas, que pueblan con preferencia los sueños femeninos simbolizando las insidias de la vida sentimental.
INFIDELIDAD
CABALA Abuso de confianza, engaño, enredo. PSICOANÁLISIS Raramente, y tan sólo para las personas carentes de inhibiciones (y de escrúpulos), una traición consumada en sueños refleja la intención real de engañar al propio partner. A estas aventuras oníricas se les debe prestar, sin embargo, particular atención, ya que suelen reflejar desasosiego, insatisfacción por el estado actual, anhelo de evasión, y el deseo de ver modificado algún rasgo del carácter o del comportamiento del ser amado. Acerca de tal deseo, un examen de la persona con la cual se sueña cometer infidelidad puede proporcionar válidas indicaciones. Un engaño vinculado a relaciones incestuosas suele reflejar tan sólo una aspiración más o menos inconsciente a volver al seno de la familia para hallar en ésta afecto y comprensión. INSECTOS
CABALA Excesiva severidad hacia el prójimo. Insectos repugnantes: oro y plata en abundancia. PSICOANÁLISIS A la primera definición de la cabala se adhiere (pero no es sorprendente, habida cuenta del sentido peyorativo que damos a la palabra), nada menos que Freud. Nos dice que en sueños se nos aparecen a veces como insectos hermanos, hermanas, hijos, precisamente porque los juzgamos con excesiva severidad, teniéndoles casi por seres inferiores. Soñar la casa invadida de insectos significa a veces temer los juicios del prójimo expresados a nuestras espaldas. Los insectos voraces que nos atacan directamente son, en cambio, nuestros semejantes a quienes no podemos imponernos, a pesar de considerarlos menos inteligentes y menos capaces que nosotros. Los tímidos conocen hasta demasiado bien estas visiones nocturnas. Los insectos que se nos aparecen agigan-
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INSPECCIóN
CABALA Curiosidad excesiva. PSICOANÁLISIS Es un sueño que se presenta tarde o temprano, con mayor o menor frecuencia, a los que han tenido una experiencia de vida colectiva. Denota siempre el miedo de ver descubierto un secreto que se quisiera que permaneciese sin descubrir. Es aconsejable aquí un análisis profundizado, ya que al secreto en cuestión corresponde a menudo un punto flaco de la personalidad. De análogo significado son los sueños de registros, pues a ellos suelen ir ligados también complejos de culpabilidad. IRA
CABALA Logro de proyectos. PSICOANÁLISIS Sentirse iracundos en sueños (y se trata casi siempre de rabia furibunda) equivale a confesarse a sí mismos la propio debilidad o la propia impotencia frente a determinados acontecimientos. Si nos encontramos desahogando nuestra ira contra una persona determinada, es a ella a la que atribuimos, conscientemente o no, nuestros fracasos. No suele ser fácilmente reconocible, porque resulta de procesos de condensación, transposición o deformación. ISLA
CABALA Abandono, soledad. PSICOANÁLISIS Aquí la cabala se inspira en Robinson Crusoe, pero el verdadero significado de este símbolo ha de buscarse... en el polo opuesto. Si cuando soñamos islas, éstas son, en la mayor parte de los casos islas de ensueño, rincones de paraíso, nos hablan de anhelos de evasión, de deseos insatisfechos de viajes, de aventuras, de experiencias, de nostalgias y de ilusiones. En su configu-
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ración se encuentran también (especialmente los jóvenes) muchas alusiones sexuales. Tan sólo si nos vemos confinados en un escollo desnudo, siniestro, con el corazón atenazado por la angustia, interviene la soledad. Éste es, en efecto, un típico sueño nacido de la timidez y de la desesperación consiguiente a tal estado.
PSICOANÁLISIS Leer en sueños delata el deseo de penetrar un secreto, de conocer las entresijos de un hecho o el pensamiento de un individuo, sus intenciones y los aspectos ocultos de su personalidad. Lo que se lee puede facilitar indicaciones más detalladas. Habitualmente, sin embargo, nos esforzamos vanamente en recordarlo. La lectura de un libro conocido va ligada a su contenido o a circunstancias en las cuales el volumen tuvo parte. Quien hojea un periódico y recorre los titulares, espera, las más de las veces, la favorable conclusión de una empresa o una respuesta agradable.
JUEGO
CABALA Juegos inocentes: suerte en los negocios. Juegos de azar: ventaja de los enemigos. Ganar: victoria o pérdida de amigos. Perder: pérdida o alivio. PSICOANÁLISIS Los juegos infantiles expresan siempre el deseo de escapar a las preocupaciones o, de todos modos, de volver a un tiempo despreocupado y feliz como el (real o imaginario) de la niñez. Los juegos de azar, en cambio, ponen en evidencia el contraste existente entre la propia personalidad real y la que se querría poseer. No es raro que hablen de desilusiones, humillaciones, frustraciones. En los sujetos inclinados a la superstición revelan el miedo del futuro. LABERINTO
CABALA Disgustos, dificultades. Salir de un laberinto: victoria sobre los obstáculos.
LENGUA
CABALA Charla indiscreta. PSICOANÁLISIS El angustioso sueño de la lengua cortada refleja para Adán un acusado «complejo de castración» o un terrible miedo de la impotencia, y para Eva el temor de la desfloración, a veces, y más a menudo, el del primer parto. Encontrarse con la lengua paralizada, esforzarse en hablar sin conseguirlo indica, en cambio, timidez. Quien sueña expresarse en una lengua extranjera puede estar ligado por alguna nostalgia del país donde es usada. Si lo hace con gente que no le entiende es que le asusta la incomprensión. Oírse, por el contrario, hacer uso de la palabra en un idioma desconocido, es síntoma de dudas y de recelos atormentadores. LIGADURAS
PSICOANÁLISIS Nos encontramos aquí ante el acta de acusación más brillante extendida por Morfeo contra nuestra debilidad de carácter, nuestra falta de decisión y la tendencia a crear en nosotros mismos y a los demás problemas que podríamos evitar perfectamente. Las paredes del laberinto onírico están empapeladas de todos nuestros «pero», «si», «quizá». Las trampas y las apariciones pavorosas simbolizan el temor a las consecuencias de nuestros actos. Si logramos, en sueños, salir del laberinto (pero esto no suele ocurrir), la situación es menos grave. Así se manifiesta, en efecto, la voluntad de reaccionar. LECTURA
CABALA Sabiduría, o bien alegría, promoción, placeres efímeros, etc.
CABALA Servidumbre. Estar atados: tropiezos, estorbos. Atar a alguien: líos con la justicia. Nudos: embarazo. Hacerlos: pérdida de tiempo. Deshacerlos: cosas superfiuas (?). PSICOANÁLISIS La expresión «tener las manos atadas» refleja perfectamente la esencia de los sueños en los cuales nos encontramos trabados de movimientos. Se cree, con razón o sin ella, que alguien o algo hace irrealizable lo que se quisiera efectuar. Cuando se está atando a otra persona es un deseo de triunfo o de conquista lo que se manifiesta, deseo que también puede reflejar, por supuesto, el temor de no conseguir salirse con la suya. Quien deshace un nudo querría librarse de una duda, de una preocupación, de un «complejo», o de unos tratos desagradables, y quien, por el contrario, lo logra, espera ligar o (más a menudo) volver a ligar a sí a alguien.
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LIMPIEZA
CABALA Embarazo o altercado. PSICOANÁLISIS Estar efectuando una meticulosa limpieza (que habitualmente no da resultado) evidencia el afán de liberarse de algo que a los ojos del prójimo parece desagradable o censurable. Más frecuente es el sueño de limpiar la cama que revela la preocupación por mantener ocultos hechos relativos a la esfera sexual. Cuando se lava con sumo cuidado o encarnizadamente las manos o el cuerpo, tratando de borrar huellas que se resisten a desaparecer es que se quisiera quitar alguna culpa, verdadera o supuesta, a menudo igualmente vinculada a la actividad erótica. Esta última manifestación onírica puede, sin embargo, denunciar asimismo temor de una enfermedad o de un contagio. LOTERíA
CABALA Triunfo, fortuna, cosas buenas. PSICOANÁLISIS Es difícil que quien ha soñado que jugaba a la lotería o presenciaba la extracción de números o su publicación se abstenga de correr a la administración. Felicitaciones... pero hemos de precisar que estas visiones reflejan sencillamente el deseo de ver resueltas las dificultades propias con un golpe de suerte. Los números que aparecen suelen haber sido registrado en la memoria durante el día. LUNA
CABALA Noticias. Ir a la Luna: deseos desmedidos. PSICOANÁLISIS Ver resplandecer la Luna sobre un paisaje suave denuncia un temperamento demasiado romántico. Es un sueño que debería poner en guardia contra las ilusiones. Si el escenario es espectral lo que se manifiesta es el miedo de la soledad. Soñar un viaje a la Luna significaba, hasta hace algún tiempo, que se consideraban irrealizables los propios sueños. Hoy, gracias a la astronáutica, una empresa onírica semejante revela a menudo anhelo de evasión. El sueño puede estar también ligado a los factores sexuales que hemos mencionado en la voz «Aviones».
CABALA Alegría y buenas noticias.
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Luz
PSICOANÁLISIS Encontrarse a sus anchas en un lugar iluminado denota confianza en las propias fuerzas o deseos de tenerla. También en este caso, de todos modos, se debería estar ya en el buen camino. Pero si la iluminación da una sensación de incomodidad es el complejo de inferioridad lo que se evidencia. La llamita que se enciende de improviso en las tinieblas nos habla de una viva esperanza, pero si la luz brilla lejos y se intenta alcanzarla sin lograrlo representa la nostalgia de la infancia o una escasa confianza en las propias posibilidades. Puede ser también que se mueva en la oscuridad o en la penumbra y que, de repente, la escena quede inundada de luz. Entonces tememos que salga a relucir algo que quisiéramos mantener oculto (una falta verdadera o supuesta, un defecto, una inclinación, y así sucesivamente). Si, por otra parte, se está incómodo en la oscuridad y se enciende una luz no violenta, pero reconfortante (puede tratarse incluso de una lamparilla) es una esperanza lo que se manifiesta en nosotros. LLANTO
CABALA Júbilo, consuelo, buena noticia. PSICOANÁLISIS El llanto, tanto en sueños como en la vida real, va ligado a profundas emociones, a dolores, a decepciones. Pero cuando se llora de alegría puede manifestarse así una grande y dulce nostalgia o la sensación de felicidad consiguiente a la satisfacción onírica de un deseo intenso. LLUVIA
CABALA Llovizna: ganancia y provecho para el labrador, pero impedimento para el comerciante que la sueña. Lluvia recia y persistente: peligros y pérdidas para los ricos y reposo y tranquilidad para los pobres. PSICOANÁLISIS Una lluvia lenta y continua que presenciamos a cubierto refleja tristeza, soledad, o esa dulce melancolía que proviene de los recuerdos. Si un aguacero nos impide salir o acudir a una cita, se manifiesta así la preocupación de que algo no anda por
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buenos cauces debido a una interferencia más o menos imprevista. Vagar bajo la lluvia, empapados, ateridos, es señal de descontento, de desazón, de falta de confianza en sí mismos (pero este sueño puede también nacer de un estado febril o de una enfermedad). En la lluvia que cesa repentinamente hay muchas esperanzas, pero también muchas vanas ilusiones.
MALETA
CABALA Abundancia. Y también inquietud. PSICOANÁLISIS Quien se ve haciendo una maleta sueña con una evasión imposible. Quien lleva una maleta pesada, enorme, arrastra consigo un secreto que le atormenta del cual debería liberarse. Quien, en cambio, se pasea con una maleta extraordinariamente ligera, vacía, teme las desilusiones o se deja convencer por el subconsciente de haberse embarcado en una empresa poco fructífera. Y, por último, quien se encuentra con que le han robado la maleta sospecha que alguien le explota o se propone quitarle algo valioso.
MADRE
CABALA Seguridad, protección. PSICOANÁLISIS Aquí el significado atribuido por la cabala a la aparición de la propia madre puede ser aceptado, pero observando que se trata de un deseo, no de un presagio. La propia madre aparece raramente en sueños, remplazada muy frecuentemente por símbolos, cosa que Freud atribuye a una especie de pudor inconsciente cuyo origen habría de buscarse en los «complejos» de Edipo y de Electra. En otras palabras, los varones estarían alejados de tal visión onírica por el recuerdo inconsciente de un apego morboso a la progenitura y las hembras por un sentido de culpabilidad (igualmente inconsciente) originado por la convicción infantil de que la madre aparecía como una rival en la conquista del amor paterno. La moderna psicología nos dice, sin embargo, que si no provocamos con frecuencia la aparición de quienes nos han dado la vida, se debe sencillamente al hecho que, de solicitarla, admitiríamos nuestra total incapacidad de dominar los acontecimientos, reconociéndonos semejantes a niños necesitados de protección y de guía. Esta interpretación es convalidada por las averiguaciones efectuadas por varios estudiosos europeos, los cuales han comprobado que la aparición de la propia madre en sueños va ligada, en el ochenta por ciento de los casos aproximadamente, a estados de incertidumbre y de necesidad particularmente graves.
M A N C H AS
CABALA Manchas en los vestidos: melancolía. Manchas en la cara: próxima enfermedad. PSICOANÁLISIS Las manchas simbolizan siempre algo que da miedo o vergüenza como mostrar enfermedades, imperfecciones, defectos verdaderos o supuestos, debilidad y falta de personalidad. Típicos son, por ejemplo, los sueños en que aparecen manchas en el cuerpo delatando el miedo de afecciones sexuales o de las consecuencias que las mismas pueden tener. Las manchas en los vestidos demuestran en los jóvenes una sensación de angustia provocada por la falta de preparación para recibir la «regla» las niñas y las poluciones nocturnas los chicos. MANOS
CABALA Manos bonitas y fuertes: conclusión de un negocio importante. Mirarse las manos: enfermedad. Lavárselas: trabajo, inquietud. Manos sucias: abuso de confianza, hurto. Manos heridas: deudas. Manos cortadas: desgracias, pérdidas financieras.
MAGIA
CABALA Utilidad y ganancias.
PSICOANÁLISIS Las manos que de modo particular llaman la atención del durmiente pueden asumir los significados más diversos, a tenor de los gestos que hacen, de las conexiones de estos «primeros planos» con el contexto de la visión nocturna, con cuanto haya turbado o impresionado al sujeto. Mirarse las manos (se hace a menudo, en sueños, sin llegar a comprender el motivo) denota per-
PSICOANÁLISIS Suele ocurrir, en sueños, verse salvado de un peligro o llevado a superar un obstáculo por arte de magia. Se trata de la traducción onírica del dicho latino Spes ultima dea. Con estas visiones se evidencia la esperanza (inconscientemente viva hasta en los sujetos más inclinados al escepticismo) de que una intervención sobrenatural pueda resolver situaciones aparentemente insolubles.
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piejidad acerca del propio comportamiento. Las manos sucias, heridas o cortadas delatan siempre complejos de culpabilidad y temores relativos a acciones que se consideran o se suponen indignas, suplicantes, dañosas. No es raro que estas manifestaciones vayan ligadas a contactos infantiles con los órganos sexuales o a prácticas autoeróticas. Los mismos motivos pueden estar en el origen de los sueños en que uno se ve lavándose las manos. Aquí es evidente el deseo de hacer desaparecer huellas inquietantes. MAñANA
CABALA Provecho, ventaja. PSICOANÁLISIS Las manifestaciones oníricas que tienen como fondo el alba o la mañana suelen ir acompañadas de sensaciones agradables. Para quien no ejerce actividades nocturnas estas visiones (que no es raro que se relacionen con unas vacaciones) representan la compensación a los «madrugones» de todos los días, a la aspiración al bienestar o a una mayor tranquilidad, el deseo de ver cambiar el curso de nuestra vida. Los amaneceres lívidos, tristes, se repiten en los sueños de los individuos que padecen depresión y desconfianza crónica, MAR
CABALA Mar azul ligeramente movido: alegría y felicidad en el desempeño de los propios cometidos. Mar en calma, con algunas velas: alegría y ganancia. Mar demasiado en calma: retrasos. Mar tempestuoso: afanes, dolores, pérdidas. PSICOANÁLISIS A pesar de haber aclarado en la voz «agua» con los psicoanalistas freudianos, el significado de algunas visiones nocturnas en las cuales predomina el elemento líquido, consideramos oportuno reproducir el pensamiento de Jung sobre el mar: El mar es el símbolo del inconsciente colectivo porque debajo de los reflejos brillantes de su superficie encierra profundidades insospechadas. Es el lugar preferido por las irrupciones de los más secretos movimientos del inconsciente y la profundidad del mar representa la profundidad del inconsciente mismo.
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MáSCARA
CABALA Falsedad, simulación. PSICOANÁLISIS Llevar una máscara o camuflarse de algún modo expresa el deseo de ocultar a una persona o al prójimo alguna característica nuestra que consideramos discutible o decididamente desagradable. Quisiéramos ser capaces de ocultárnosla a nosotros mismos, además, cuando nos vemos enmascarados ante un espejo. Los individuos enmascarados que se asoman a nuestros sueños son, en realidad, mujeres y hombres que conocemos muy bien, pero cuyas intenciones y comportamiento nos negamos a atribuirles en las manifestaciones oníricas. MATRIMONIO
CABALA Estar casado: tiempo feliz. Casarse: tristeza, melancolía. PSICOANÁLISIS Es un sueño que se presenta casi exclusivamente a los solteros de uno y otro sexo para simbolizar (coherente con las incoherencias de la cabala) tanto el deseo sexual como el temor de una maternidad o de una paternidad indeseada conforme al estado de ánimo que acompaña a la visión. MIEDO
CABALA Descubrimiento de un secreto. PSICOANÁLISIS En las visiones nocturnas, el miedo refleja siempre el que es real. No porque éste deba ser fundado (es más, muy a menudo no lo es en absoluto); si los sueños angustiosos se repiten, sin embargo, convendrá apelar a un especialista, dado que se está amenazado por desequilibrios nerviosos que no pueden descuidarse. MONJAS
CABALA Conocimiento de gente piadosa. Hacerse monja: amorosa.
infidelidad
PSICOANÁLISIS Es un sueño que todavía se presenta a muchas niñas y particularmente a las educadas en ambientes religiosos. Tanto si se 16 — 3.147
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ven hermanas como si se encuentran vistiendo hábitos monjiles, son presas de un complejo de culpabilidad que tiene su base en el temor de la «pérdida de la inocencia» y de sus consecuencias.
en las cuales figuran muebles reportan al ambiente doméstico con referencias que dependen en gran parte de las costumbres hogareñas. Cabe decir que las sillas reflejan la postura asumida para los problemas cotidianos. Sentirse incómodos en ellas denota preocupaciones familiares o financieras. Las acciones que se desarrollan alrededor de una mesa hacen alusión a situaciones análogas o bien a consultas, a discusiones. Cajones y armarios suelen estar ligados a algún secreto cuya revelación se teme. La destrucción de los muebles, se produzca como se produzca, es señal de discordia en familia, real o temida. Los traslados reflejan u n deseo de mayor bienestar o de cambios decisivos.
MONSTRUOS
CABALA Desgracias y grandes peligros. PSICOANÁLISIS Son casi siempre fruto del proceso de deformación, si bien pueden a veces configurar también la violencia de los instintos. El francés Pierre Real escribe al respecto: Los quicas, ños, la porque cos de
MUJER
CABALA Mujer blanca: liberación. Morena: enfermedad peligrosa. Mujer que en sueños se ve hombre: dará a luz un varón que hará honor a la familia. Mujer desnuda: grandes disgustos.
monstruos de los sueños representan potentes fuerzas psíbuenas o malas, energías profundas e inaccesibles. En sueaparición de un monstruo impresiona siempre a un sujeto, éste se halla ante la imagen de lados oscuros o terrorífisu vida.
PSICOANÁLISIS Los sueños cuyo centro es una mujer pueden ser lógicamente interpretados solamente teniendo en cuenta las relaciones que en realidad existen entre la persona soñada y el que sueña. Mujeres desnudas se le aparecen con mucha más frecuencia a Eva que a Adán y reflejan el deseo de gustar, de ser amadas. Las visiones de este género acompañadas de sensaciones voluptuosas delatan una buena dosis de narcisismo. Una hermosa chica desvestida habla de deseo sexual tan sólo a un hombre carente de inhibiciones. A los otros el miedo de la anormalidad. Los cambios de sexo en el reino de Morfeo son propios de los homosexuales, hembras y varones. Sin embargo, un hombre que, en sueños, se siente cohibido viéndose vestido con ropa femenina, está tan sólo preocupado por determinadas tendencias eróticas suyas y por el temor de que sean descubiertas o deploradas. En los niños, la visión correspondiente denuncia la existencia del «complejo de castración» o el fuerte miedo de un castigo (ello es debido a la estupidez de esos padres inclinados a presentar las pertenecientes al bello sexo como seres inferiores); las niñas que sueñan ir vestidas de chico, por contra, son víctimas de un acusado complejo de inferioridad.
Esta tesis es acogida por muchos psicólogos no freudianos, pero se ha mostrado válida tan sólo en un número limitado de casos. MONTAñAS
CABALA Pena o viaje. PSICOANÁLISIS La visión de montañas denota siempre obstáculos de varios* géneros, la ardiente voluntad de superarlos. Si la subida no es difícil y el paisaje montañero es atrayente, se evidencia la llamada a deseos de relaciones sexuales. Puede ocurrir que la ascensión se haga ardua, el cuadro desolador y que aparezcan glaciares y cumbres nevadas. Entonces cabe que estén de por medio el miedo de dificultades en el terreno amoroso (impotencia, frigidez, timidez, etc.). Los montes pueden, sin embargo, asumir otros significados si van ligados a recuerdos particulares, MUEBLES
MULETAS
CABALA Riqueza, suerte*
CABALA Fortuna.
PSICOANÁLISIS La interpretación dada por Freud es decisivamente sexual. (Véase «madera».) Está demostrado que todas las visiones nocturnas
PSICOANÁLISIS Soñar que se anda penosamente, apoyándose en muletas o bas-
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tones, denota escasa confianza en las propias posibilidades y en el porvenir. Si se está mutilado, el significado es el tratado en la voz «amputación». Buenísimo es el sueño en el cual se tiran las muletas y se anda ligeramente. Aquí se hacen vivos el deseo de liberación, de desquites y el estímulo para obrar en este sentido.
PSICOANÁLISIS El nacimiento, que aparece muchas veces en sueños expresado por una riquísima simbología (salida del agua, de la tierra, de un lugar angosto, lentos descensos, despertar, etc.), representando consecuencias de traumas, tendencias a la recesión, inconscientes deseos de aniquilamiento, según los casos, casi nunca es visto como realmente se produce. Los sueños en los cuales «se siente venir a la luz» son más únicos que raros. La visión de un parto es originada a menudo por la esperanza o el temor de una maternidad.
MURO
CABALA Pena. Encaramarse a un muro: superación de un obstáculo. Abatir un muro: triunfo completo. Verlo caer: desgracia para sí y para los familiares.
NARIZ
PSICOANÁLISIS Más que con la montaña, el muro representa obstáculos de distinto tipo y soñar que se trepa por él o que se derriba no mejora en absoluto la situación. Tan sólo refleja el deseo de que las cosas cambien favorablemente. Ocurre a veces que el soñador se apoya en un muro y ve que le cae encima. En este caso demuestra tener poca confianza en la duración de la posición que ocupa o en algo que ha edificado con intención de mejorar su estado, de protegerse o de aislarse. Los muros en ruinas denuncian desconsuelo o miedo y aquellos detrás de los cuales se nota la presencia de algo agradable o desagradable forman parte de un proceso de mimetización.
CABALA Pobreza, afrenta. Tenerla cortada: habladurías. Para los enfermos es de presagio funesto. PSICOANÁLISIS La nariz es, como quien dice, un personaje de primer plano en las visiones nocturnas de los niños. Cuando las aventuras de Pinocho les interesaban y les impresionaban, Morfeo repartía a manos llenas narices desmesuradas para evidenciar el temor de que las mentiras saliesen a la superficie. Hoy las narices cortadas o ensangrentadas constituyen la traducción onírica de reprimendas y amenazas de los padres, y a veces se relacionan también con el «complejo de castración». Para las niñas, las hemorragias nasales sufridas en sueños suelen referirse a los traumas de las primeras «reglas» o a disturbios menstruales.
MúSICA
CABALA Oír o tocar música: placer, comodidades, consuelo.
NIDO
PSICOANÁLISIS Los «musicales de Morfeo» son de los sueños más bellos, casi siempre acompañados por una sensación de gran serenidad. Según Baumgartner son, en efecto, los sueños de las personas felices:
CABALA Feliz augurio, fortuna. PSICOANÁLISIS El nido es el símbolo de la feminidad y en los sueños casi siempre hay quien trata de robarlo. Ello es señal, para los hombres, de deseo sexual y para las mujeres puede tratarse del miedo de la unión física o de la violencia y de la superchería varonil.
El deseo actúa siempre en las manifestaciones oníricas, y cuando ya no tiene nada sobre lo cual actuar se traduce en música. Una opinión análoga es expresada por sabios orientales que afirman que los beatos sueñan música.
NIEBLA
CABALA Mal humor.
NACIMIENTO
CABALA Prosperidad, abundancia.
I
PSICOANÁLISIS Verse perdidos en la niebla revela indecisión, confusión, pero también el deseo de evitar, por cualquier motivo, la atención de
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los demás. Buscar algo en la niebla expresa a veces el ansia de recuperar el amor o el aprecio de alguien. Quien descubre a una persona o un objeto en la bruma y se esfuerza en vano por identificarlo, es víctima de un proceso de mimetización, y lo mismo puede decirse respecto a las figuras nebulosas, de rasgos indistintos. Soñar encontrarse en medio de la niebla oprimidos por una fuerte sensación de angustia es un síntoma de miedo del futuro. NIEVE
CABALA Verla en invierno no significa nada. En todas las demás estaciones, anuncia al laborioso campesino buena y abundante cosecha, al comerciante y al hombre de negocios pérdidas y mala suerte y a los guerreros derrota y derrumbamiento de sus planes. PSICOANÁLISIS Citada a la letra la curiosa (pero «lógica») interpretación dada por la «cabala» pondremos las cosas en su sitio comprobando que, sin distinción de estaciones y profesiones, la nieve siempre revela nostalgia de la niñez, deseo de serenidad y tendencia al romanticismo si la visión, en sueños, resulta agradable. En caso contrario, va ligada a impresiones personales de naturaleza varia. La nieve sucia, mezclada con fango, las blancas extensiones donde está puesto algún objeto y las huellas marcadas sobre una capa alba reflejan el temor de perder o de haber perdido la pureza. NIñOS
CABALA Embarazo. Guapos: placer. Feos: malas noticias. PSICOANÁLISIS Los niños se sueñan a impulsos del deseo inconsciente de huir de una situación difícil, de un problema arduo, retornando al mundo feliz de la infancia. Tanto si volvemos a vernos en la infancia como si estamos entre chiquillos, la esencia de la visión es siempre la misma y su significado no cambia la angustia a veces presente en esos sueños. Cuando sobreviene, es el Yo inconsciente que se hace vivo para decirnos que la anhelada fuga en el pasado es una utopía. No existiendo los presupuestos para esta interpretación, para las mujeres los niños expresan, según los casos, el deseo de casarse, de fundar una familia o (si la visión infunde molestia, angustia o temor) el miedo de una maternidad no deseada.
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N o c HE CABALA Tristeza. PSICOANÁLISIS Las escenas nocturnas agradables reflejan a menudo deseos sexuales. Las otras hablan siempre de indecisión, de angustia, de temores que pueden, naturalmente, ser del todo injustificados. Si se repiten, revelan un acusado complejo de inferioridad. Por su significado, los sueños ambientados en la noche se aproximan mucho a los citados en la voz «niebla». NOVELA
CABALA Pérdida de un tiempo precioso. PSICOANÁLISIS No es raro que suceda vernos, en sueños, con la apariencia del héroe o de la heroína de una novela. Es un claro proceso de identificación que siempre oculta algún problema y que puede ser fácilmente examinado. Cuando nos vemos leyendo una novela y nos interrumpen o descubrimos que las últimas páginas del libro están en blanco tememos desilusiones o estamos preocupados por el futuro. NUBES
CABALA Discordia. Nubes blancas: usura. Nubes negras: discordia. PSICOANÁLISIS Las nubes representan perplejidad, preocupaciones y miedo. Con el Sol que asoma entre nubarrones, es la esperanza que se hace viva. Las nubes pueden, sin embargo, presentarse también en un sueño muy bello cuando nos vemos paseando por encima de ellas. Pueden reflejar el deseo de superar todo cuanto sea motivo de turbación, pero también delatar una índole de... soñador en todos los sentidos. N U D O (Véase:
LIGADURAS)
OBREROS
CABALA Abundancia o reprimendas soportables. Emplear a un obrero: provecho.
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PSICOANÁLISIS Puede parecer extraño que en las visiones nocturnas femeninas aparezcan obreros con frecuencia, pero es muy explicable, dado que constituyen una típica representación simbólica del otro sexo. Nada menos erótico que una máquina, y sin embargo, los obreros vistos en sueños a vueltas con máquinas hablan indiscutiblemente de erotismo. Cuando Eva se encuentra teniendo trabajadores a sus órdenes, acaricia el deseo de imponerse de un modo o de otro o liberarse de la «tutela» masculina. Si, como sucede en la realidad, llama a un obrero para que efectúe un trabajo en su casa manifiesta con ello el deseo de relaciones sexuales, aunque con cierto temor.
PSICOANÁLISIS Los olores, como otros símbolos externos, pueden suscitar toda clase de visiones nocturnas. En ausencia de estos estímulos, las manifestaciones oníricas «olorosas» son raras. Se tienen generalmente en las visiones en las cuales aparecen flores o figuras femeninas. En ambos casos domina la sensualidad.
OFICINA
CABALA Miseria. PSICOANÁLISIS Encontrarse, en sueños, en la propia oficina, significa en realidad ser atraído por algo propio a ese ambiente. No es raro que haya de por medio una simpatía cuyo objeto, sin embargo, casi nunca aparece en ese género de visiones nocturnas. OJOS
CABALA Éxito en los negocios. PSICOANÁLISIS Cuando la atención del que sueña se fija de un modo particular en los ojos ajenos demuestra una timidez más o menos acentuada. Puede ser también que el sujeto tema dejar traslucir algo que querría mantener oculto. Sentirse mirado con insistencia sin ver los ojos del que mira denota a menudo un complejo de culpa. Soñar que se tiene una mirada particularmente penetrante equivale a dolerse de no tener más perspicacia, pero también a abrigar deseos absurdos. Angustioso es el sueño en el cual nos encontramos ciegos o con los ojos vendados y sin posibilidad de descubrirlos e intentamos en vano adivinar lo que pasa a nuestro alrededor. Es una confesión de impotencia o la manifestación de un miedo ilógico de ser engañados o perseguidos. OLORES
CABALA Corrupción.
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OLLAS
CABALA Visitas inútiles. PSICOANÁLISIS Es con mucha frecuencia el deseo del matrimonio que sitúa a las jóvenes, en sueños, entre ollas y fogones. Visiones de este género suelen ir acompañadas de una sensación de aprensión o de sorpresas desagradables. Se destapa una olla que se creía llena y se la encuentra vacía o bien se ve cocer en ella algo no comestible. Así se evidencian las perplejidades inherentes a la idea de la futura vida conyugal. Para las mujeres casadas, estos sueños son la consecuencia de unas desavenencias familiares. OREJAS
CABALA Descubrimiento de un secreto. PSICOANÁLISIS Los sueños en los que nos encontramos con las orejas cortadas se refieren al famoso «complejo de castración», pero no son muy corrientes. En los pabellones auriculares se fija, en cambio, con frecuencia la atención femenina. Los lóbulos horadados y los pendientes siempre tienen relación con la desfloración y los tratos sexuales. Las orejas pueden simbolizar el aparato genital femenino. Más frecuente es la visión en el curso de la cual la que sueña intenta afanosamente tapar los pendientes con un sombrero o con los cabellos. Así revela el temor que se llegue a descubrir una relación amorosa o tan sólo sus impulsos sexuales. PADRE
CABALA Alegría. Padre muerto: espantosa catástrofe. PSICOANÁLISIS La visión directa del padre propio no es frecuente y las razones que determinan su «traducción en símbolos» son análogas a las mencionadas en la voz «madre». La aparición del progenitor
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en una actitud severa denota a menudo un fuerte complejo de culpabilidad, aún más acentuado cuando se llora por su fallecimiento. Si el padre se presenta con expresión benévola, cariñosa, denuncia una extremada necesidad, por parte del que sueña, de protección o de afecto. Las frecuentes apariciones del padre indican una anormalidad y aconsejan, por lo tanto, la intervención del psicoanalista.
PSICOANÁLISIS Es uno de los clásicos sueños de la soledad, del desconsuelo, de la desesperación. Solemos hallarnos en un pantano sin límites, bajo un cielo plomizo. Los destellos de sol, las matas de vegetación fresca, los paisajes más acogedores que se perfilan en el horizonte, son símbolos de nostalgias o de esperanzas.
PAJA
CABALA Preocupaciones familiares. Paquete que llega: buenas noticias en el terreno de los negocios.
PSICOANÁLISIS Hurgar en la paja buscando algo es síntoma de desorientación, de desconfianza en sí mismo. Cuando se trata de esconderse en ella (y en general no se consigue o se teme no conseguirlo), se está muy poco convencido de que las propias argumentaciones resulten persuasivas. Hallarse en un lugar cerrado sobre un montón de paja o de heno es sinónimo de deseo sexual.
PSICOANÁLISIS En sueños la llegada de un paquete representa siempre una agradable sorpresa y refleja la esperanza de ver resueltas las propias dificultades a través de una intervención providencial. A veces se sucede la decepción; se abre el paquete y se le encuentra vacío, o bien lleno de algo que no da la menor satisfacción: aquí es el buen sentido el que habla, por el subconsciente, exhortando a no esperar soluciones milagrosas. Totalmente diferente es el significado de los sueños en los cuales nos vemos ante un paquete y dudamos en abrirlo. En este caso nos las habernos con un proceso de mimetización que demuestra la existencia de una sospecha atormentadora.
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PAQUETE
CABALA Miseria, pobreza.
PáJAROS
CABALA Buen augurio. Aves rapaces: vejaciones y opresión. PSICOANÁLISIS Según Freud, siempre son símbolos sexuales. Aun admitiendo esta interpretación, los psicoanalistas modernos observan, no obstante, que la visión de volátiles en el cielo refleja a menudo impaciencia, deseo de libertad, o bien la insatisfacción de quien se ha fijado metas inasequibles. PAN
CABALA Honor. Comer pan: salud y alegría. PSICOANÁLISIS Comer pan solo, o buscarlo, denuncia con frecuencia el miedo de la indigencia o un estado de incertidumbre debido al recuerdo de tiempos difíciles. Cuando, empero, la atención del soñador se fija en una determinada forma de pan, el significado del sueño ha de buscarse en ésta y no es raro que tenga referencias sexuales. PANTANO
CABALA Amistad constante.
PARAíSO
CABALA Infortunio, miseria, desavenencias en la familia. PSICOANÁLISIS El paraíso que Morfeo nos presenta es de concepción puramente hollywoodiana: cielo azul, luminosidad difusa, blandas nubecitas sobre las cuales es agradable pasear o descansar. Cuando no tiene referencias sexuales, este sueño indica tendencia a la inactividad y debilidad de carácter. PARTIDA
CABALA Partida en tren: ocasiones favorables. Partida en barco: dificultades con mujeres. Partida en avión: alegría por la situación de los hijos. Partida de una persona querida: soledad temporal. PSICOANÁLISIS Una partida, cuando va acompañada en sueños por un estado de ánimo melancólico o decisivamente triste, denuncia siempre
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el temor de un desapego. Partir, en cambio, alegremente, con una sensación de alivio, denota deseo de evasión, de fuga de una situación difícil. Es el caso de quien quisiera sustraerse a sus responsabilidades y demuestra una acusada debilidad de carácter. Si quien parte es el ser amado, quien sueña espera mantenerlo ligado a sí o teme la infidelidad.
de una desavenencia de la cual a menudo la persona pordonada no es en absoluto culpable. Se sueña que se es perdonado, por el contrario, sólo cuando se está presa de un fuerte complejo de culpa. PERLAS
CABALA Miseria, tristeza, lágrimas.
PECES
CABALA Peces rojos: alegría. Peces de otro color: sufrimientos, agravación de una enfermedad. Peces muertos en el agua: esperanzas frustradas. Atrapar peces grandes: alegría y beneficios. Pescar peces pequeños: enojos y ruina. PSICOANÁLISIS Casi siempre los peces son símbolos sexuales. Encontrarse en medio de ellos o admirarlos en un acuario, pues suelen ser bellísimos, delata deseos de relaciones íntimas, así como el temor que se experimenta en presencia de peces grandes se refiere a las relaciones mismas. Los peces pequeños, sobre todo si se intenta pescarlos con las manos y se escurren entre los dedos, reflejan desilusiones, verdaderas o temidas. Los peces muertos en el agua hablan de soledad, de amargura, de desconsuelo. Todo esto en los sueños femeninos. En los sueños masculinos los peces tienen algo que ver con la timidez. PELOTA
CABALA Incontinencia: divorcio. PSICOANÁLISIS Quien está jugando con una pelota desea inconscientemente el retorno a la niñez para huir de las preocupaciones y las dificultades del presente. El placer táctil producido por el manejo de una pelota tiene referencias sexuales. (Se trata de un sueño típicamente masculino.) PERDóN
CABALA Angustia, penas de corazón, duelo. PSICOANÁLISIS No es raro, en las visiones, habérselas con un acto de clemencia cuyo significado está ligado a los asuntos personales. Conceder el perdón a alguien quiere decir generalmente desear el arreglo
PSICOANÁLISIS Las perlas son símbolos que algunos creen indirectamente relacionados con la esfera sexual. De todos modos, no aparecen casi nunca en las manifestaciones oníricas masculinas. En las femeninas denotan cierta tendencia a una relación sentimental, al matrimonio o a un genérico trato afectivo. Las perlas que no pueden ser ensartadas, se escurren de la mano y ruedan por el suelo, denuncian el temor de no conseguir lo que se desea o de perder, por causas a menudo triviales, todo lo que se ha conquistado. PERRO
CABALA Perro que ladra: torpeza, ingratitud, espanto. Perro rabioso: temores fundados. Perro que corre: pérdida de una causa. Perro de lanas: fidelidad. Perro negro: traición. PSICOANÁLISIS La cabala emplea una infinidad de líneas para pasar revista a las razas, los colores y las actitudes del proverbial amigo del hombre (leemos incluso: «Perro de hocico negro y manta medio blanca: seducción»), pero soñar perros delata siempre un gran deseo de sentirse amados, protegidos, de tener al lado una criatura afectuosa, solidaria, fiel hasta el sacrificio. Es interesante notar que quien sueñe con perros está dispuesto, a su vez, a dar lo que pide, y hasta es capaz de ello. La visión de un perro en peligro (siempre y cuando no se odie a esos animales) refleja el temor de que una relación afectiva pueda resquebrajarse o romperse. De interpretación igualmente fácil son las aventuras nocturnas con perros que huyen, se revuelven, enseñan los dientes o intentan morder. PIEL
CABALA Fortuna. Vérsela tostada o de color semejante al de los mulatos o negros: traición hacia amigos, bienhechores o socios.
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PSICOANÁLISIS También en sueños, el estado de la propia epidermis preocupa bastante más a la mujer que al hombre. Las imperfecciones de la piel revelan inquietudes en el terreno sentimental o, más generalmente, el temor de no ser suficientemente atractivos. Las arrugas reflejan la pesadilla de la menopausia o de la vejez, mientras que la aparición de manchas está ligada al miedo de desarreglos sexuales o de enfermedades venéreas. PIRATA
CABALA Guárdate de los amigos.
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PLEGARIA
CABALA Sosiego del alma, alegría, honores, riquezas. PSICOANÁLISIS Quien se ve rezando no tiene el alma sosegada ni mucho menos. Ello refleja, en efecto, la esperanza de una intervención milagrosa, y al respecto nos remitimos a la voz «magia». Con la plegaria en sueños se evidencia también (en personas particularmente religiosas) un complejo de culpa. POLLUELOS
PSICOANÁLISIS He aquí un sueño típicamente masculino. Quien se ve transformado en pirata o en cualquier otro personaje de aventuras o se alegra de sentirse acogido por ellos como un igual suyo es un ser tímido, un hombre atormentado por un fuerte complejo de inferioridad. A las muchachas les ocurre, en cambio, ser amenazadas a veces por figuras de ese género, o estar prisioneras de ellas. Se trata del miedo al otro sexo o particularmente a las relaciones íntimas. PLAYA
CABALA Prevención o salvación de un peligro. PSICOANÁLISIS Es obvio que la interpretación cabalística se refiere a los sueños en que se está a bordo de una embarcación a merced de la tempestad y se avista una playa providencial. No es menester un gran esfuerzo de imaginación para llegar a una explicación parecida, que podemos aceptar tan sólo considerando la costa como expresión del deseo de salvación. Este sueño se presenta a quien está en una situación particularmente difícil, y a menudo va ligado con cuestiones económicas. Diversos psicoanalistas han comprobado que, en casos semejantes, piedras y moluscos desparramados sobre el litoral simbolizan el dinero. La visión de una playa desierta con el mar tranquilo es, sin embargo, sinónimo de nostalgia de una época de sereno relajamiento, que con frecuencia es la de las vacaciones. Una playa concurrida, por el contrario, refleja un deseo de vida brillante.
CABALA Amistad firme. O inocencia. PSICOANÁLISIS El gozo que se siente admirando en sueños una nidada de polluelos, refleja el que proviene, en la realidad, de dar afecto o del deseo de darlo. Esta idílica escena puede nacer también de la aspiración al matrimonio. Pero si hay una clueca amenazadora que vigila a sus polluelos se perfilan obstáculos derivados de la situación familiar de la persona amada. Los sueños en los cuales se ven graciosos cachorros de cualquier animal tienen significados análogos. CABALA Abundancia, fecundidad.
Pozo
PSICOANÁLISIS El pozo representa a veces las profundidades de nuestro Yo o de problemas cuyo planteamiento no logramos comprender ni solucionar. Quien se ve ocupado en echar algo en un pozo (puede tratarse incluso de un cadáver, pero no por esto cambia la interpretación) desearía liberarse de un recuerdo molesto, de las consecuencias de un error, de una característica negativa o, de todos modos, desagradable. Sexualmente, el pozo es símbolo de feminidad. El jovenzuelo que sueña estar sacando agua de él y no lograrlo duda de sus dotes en el terreno sentimental o erótico. PRADO
CABALA Ganancia.
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PSICOANÁLISIS Con mucha frecuencia los prados floridos traducen el recuerdo de una niñez despreocupada. Pueden reflejar también deseos sexuales. (Véase la voz «Hierba».) PREñEZ
CABALA Salud. Curación inminente. PSICOANÁLISIS Es un sueño femenino que acude con mucha frecuencia para manifestar, según los casos, el miedo de las relaciones sexuales, el temor o el deseo de la maternidad. Sin embargo, puede expresar también un deseo consciente, inconsciente o reprimido, de matrimonio o, más genéricamente, de una existencia tranquila, hasta el punto de que un psicólogo alemán ha definido esta visión onírica como «el sueño de las trabajadoras». Las pesadillas de embarazo «reprimidas», interrumpidas por hemorragias, que culminan en partos espantosos o monstruosos, son propias de los sujetos obsesionados por la idea de enfermedades venéreas, de afecciones o de formaciones defectuosas de los órganos sexuales. PRIMAVERA
CABALA Próximas buenas noticias. PSICOANÁLISIS Puede tratarse de una llamada a la juventud pasada, pero también a un amor perdido. Los sueños en los cuales predomina la primavera siempre son muy agradables, y no es raro que dejen, al despertar, una dulce euforia. Si se repiten, hablan de un ánimo excesivamente romántico que nunca se adapta a la realidad. PRISIóN
CABALA Enemistad, peleas. PSICOANÁLISIS Se puede estar prisioneros de los remordimientos (y entonces la escena onírica cobra tintas sombrías, pues, está a veces dominada por la angustia de una condena a cadena perpetua o de una ejecución inminente), pero también de los defectos propios y de las propias debilidades. Cuando estos sueños se repiten es conveniente recurrir al psicoanalista.
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PROCESO
CABALA Amistad inalterable. PSICOANÁLISIS En el tribunal de Morfeo son a menudo los aspectos negativos de nuestro carácter, nuestras faltas reales o supuestas, los que ocupan el banquillo de los acusados, aunque el que sueña se vea como espectador, abogado o juez. Asumiendo estos papeles, trata de convencerse de que el proceso no le atañe. Intenta defenderse e incluso se disfraza de magistrado para absolverse o para condenar la parte mala de sí mismo con la cual no quisiera tener nada que ver. Éste es uno de los sueños típicos del hombre o mujer que, con muchas vigas en los ojos, clama al cielo por la paja del vecino. PUENTB
CABALA Daño, peligro. PSICOANÁLISIS Es siempre símbolo de un paso decisivo o que se supone decisivo. Su significado está determinado por las circunstancias oníricas que acompañan a esta visión y que son numerosísimas. Véase también la voz «Abismo» y recuérdense las varias alusiones hechas en el curso de nuestro tratado. PUERTO
CABALA Descubrimiento de un secreto. O viaje. PSICOANÁLISIS Puede reflejar un anhelo de evasión, el temor de una separación, miedo de lo desconocido, deseos sexuales, pesar por ocasiones perdidas y muchas cosas más. Es menester examinar, para aclarar su significado, el estado de ánimo del durmiente y el contexto del sueño. RATONES
CABALA Disputa, vergüenza. PSICOANÁLISIS Los sueños en los cuales se es atacado por multitud de ratones evidencian con mucha frecuencia estados de ansiedad y de depre17 — 3.147
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sión por los cuales sería oportuno recurrir en seguida al médico. En las manifestaciones oníricas femeninas, los roedores simbolizan todo cuanto infunde terror y repugnancia. RED
CABALA Lluvia torrencial o cambio de tiempo. PSICOANÁLISIS Debatirse dentro de una red (y habitualmente cuanto más se debate uno más aprisionado se siente) significa desear salir de una situación difícil o librarse de un vínculo sentimental o no, de una costumbre, de un vicio. De tal modo se expresa también el temor femenino del hombre. De estos sueños es con frecuencia cómplice... la sábana. En una red que se desmalla dejando escapar su contenido, está el miedo de perder lo que se ha conseguido evidenciar. Tratar de reparar una red denota el ansia de remediar un error, una distracción o una imprudencia. La muchacha que se encuentra poniéndose indumentos de mallas lucha entre el deseo y el pudor. REJUVENECER CABALA Próxima felicidad.
T
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RETRATO
CABALA Larga vida a la persona representada. PSICOANÁLISIS Con frecuencia los retratos que vemos en sueños representan personas desconocidas cuyos rasgos «nos dicen algo». Se trata de un proceso de condensación, y su significado ha de buscarse teniendo en cuenta el contexto onírico. Admirar con satisfacción el propio retrato denota generalmente un deseo de éxito, pero puede revelar también la existencia de un complejo de superioridad. RIVALIDAD
CABALA Empresa feliz. PSICOANÁLISIS Casi nunca el rival del sueño es el real. Aquí actúa el proceso de transposición porque nos da vergüenza confesarnos la debilidad, la envidia o la maldad que están en la base de sentimientos poco amistosos respecto a una persona determinada. ROBOT
PSICOANÁLISIS He aquí un sueño típico de las señoras que se encaminan con poca resignación por la vía del ocaso. Es éste un sueño que no necesita explicaciones, pero que debería poner en guardia contra ciertas actitudes y ciertas empresas que ya no van con una edad abierta a diversas satisfacciones. RENUNCIA
CABALA Acción desconsiderada. PSICOANÁLISIS Renunciar en sueños a algo que gustaría íntimamente es un síntoma de demasiado orgullo o de pudor excesivo, cuando no hay de por medio un asomo de masoquismo. Pero si la renuncia onírica hace feliz se es esclavo, en realidad, de una situación de la cual se desearía salir.
CABALA Buenas noticias* PSICOANÁLISIS La cibernética y las novelas de cienciaficción han hecho que la cabala y el psicoanálisis se ocupen también del robot. Tener a disposición un autómata revela el deseo de hacer que el prójimo baile al son de uno, mientras que verse amenazado por un robot delata pesimismo, incapacidad de reacción y fe en lo ineluctable. R O P A BLANCA
CABALA Habladurías malignas. PSICOANÁLISIS La ropa interior femenina es obviamente, en los sueños masculinos, el símbolo de Eva, pero cuando el durmiente sueña con prendas íntimas propias de su sexo es un tímido o un individuo obsesionado por el temor de las consecuencias del autoerotismo. Bragas y sostenes no son necesariamente, en las visiones noc-
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turnas de la mujer, reclamos sexuales, pero reflejan a menudo deseos de elegancia, de notoriedad, de éxito. Estos indumentos pueden expresar también la idea de la maternidad o el miedo de consecuencias desagradables en la esfera de las relaciones íntimas... Para los fetichistas la ropa interior se transforma, por acción de la censura, en las más extrañas cosas que procuran placer táctil: superficies lisas, perdigones, animales de pelo suave y así sucesivamente. ROSAS
CABALA Alegría. Para los enfermos: peligro de muerte. Rosas rojas: diversiones y placer. Rosas blancas: inocencia. PSICOANÁLISIS Las rosas hablan de amor y a menudo son rojas. Las blancas revelan a veces un sutil disgusto por la inocencia perdida, pero también la esperanza de un matrimonio feliz. Para las niñas es frecuente admirar las rosas y temer sus espinas o sea las relaciones sexuales. En los sueños masculinos las rosas suelen ser interpretadas como símbolo de feminidad. RUEDA
CABALA Disgustos en el matrimonio, enfermedad. PSICOANÁLISIS La rueda es un símbolo muy discutido. Puede expresar tanto una extremada resignación (configurando, para quien cree en ello, la «rueda del destino») como una tendencia a deseos que se creen irrealizables. Quien sueña estar en un vehículo del cual se desprende una rueda puede temer una infinidad de cosas: desde la ruina económica hasta la pérdida de la pureza, desde el naufragio conyugal hasta la impotencia. RULETA
CABALA Una persona os ama. PSICOANÁLISIS La ruleta representa el deseo de una vida más brillante y también refleja la amargura proveniente de un carácter débil, de la falta de coraje, de la incapacidad de arriesgar algo cuando es necesario jugarse el todo por el todo. Apostar y perder puede reflejar también el miedo de malas pasadas o de un revés de fortuna.
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SACERDOTE
CABALA Buena posición. Condecoraciones. PSICOANÁLISIS Vuelve a estar en escena el complejo de culpabilidad. La aparición en sueños de un religioso expresa algo profundo y grave. Los curas que aparecen en la pantalla de Morfeo infunden temor, cosa más que lógica, ya que acuden a reprendernos y a amonestarnos. En los casos (menos frecuentes) en los que estamos en amigable coloquio con ellos, se manifiesta el deseo de mejorar o de llegar a un compromiso. Dado que la superstición quiere que el encuentro con un fraile vaticine suerte, a veces lo ve en sueños quien espera en un ámbito más sereno y feliz. SALTO
CABALA Pérdida del empleo. O volubilidad en amor, superación de un peligro, etc. PSICOANÁLISIS Quien salta obstáculos en sueños o desea ardientemente salvarlos, en la realidad se comporta con una buena dosis de ligereza. Quien se ve constreñido a dar un salto que de buena gana evitaría teme ser puesto en una situación difícil, ser llamado a superar pruebas de las cuales no espera (sea el que fuere el resultado) salir victorioso. Quien, por último, no se atreve a saltar, tiene miedo de obrar imprudentemente o de tener que sufrir las consecuencias de una decisión tomada sin reflexionar. SANGRE
CABALA Vergüenza, desprecio. Mucha sangre: insidias. Sangre en el suelo: cosas buenas. PSICOANÁLISIS Revela generalmente miedo a las enfermedades y accidentes y también la preocupación de ser muy vulnerable. En los sueños femeninos va ligado a menudo con la idea de la desfloración o a hechos menstruales. SASTRERíA
CABALA Infidelidad.
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PSICOANÁLISIS Para una mujer, ser cliente en una sastrería suele indicar deseo de afirmación, ambiciones tanto en el campo sentimental como en el profesional, pero a veces también una tendencia a suplir con efectos exteriores una falta de personalidad.
SERPIENIB
SED
CABALA Tristeza. Apagar la sed: riqueza. Beber agua turbia o caliente: aflicciones y enfermedades. PSICOANÁLISIS A veces refleja una necesidad real, y entonces se sueña que se bebe hasta saciarse. Cuando nos hallamos en un estado febril, no es raro sentirnos atormentados por la sed. En los otros casos (poco frecuentes) simboliza una aspiración ardiente. Verse obligados a apagar la sed con agua turbia o caliente es sinónimo de resignación o de decepciones temidas. SEDA
CABALA Provecho, honores. Seda roja: herida de proyectil. Seda azul: daño. PSICOANÁLISIS También la seda tiene referencias sexuales. Según el papel que desempeñe en las visiones nocturnas, puede expresar un simple deseo o una tendencia al narcisismo (para las mujeres) y al fetichismo (para los hombres). La seda blanca habla también de esperanzas matrimoniales y la negra de un erotismo un poco morboso, mientras que los colores chillones revelan a menudo el afán de imponerse a la atención del prójimo. SENO
CABALA Prosperidad. O un próximo matrimonio, un parto feliz, etc. PSICOANÁLISIS En muchos casos denota nostalgia de la infancia. En las mujeres puede aparecer como un síntoma de homosexualidad latente, mientras que para los hombres puede representar una referencia al fetichismo o al transexualismo. Sus significados sexuales son innumerables, aunque su configuración onírica sea a veces indirecta.
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CABALA Enemigos e ingratitud, PSICOANÁLISIS En las manifestaciones oníricas femeninas las serpientes pueden reflejar el temor de adversarios hábiles y solapados, pero con mayor frecuencia son símbolos sexuales masculinos que delatan precisamente el miedo al hombre y a las relaciones íntimas. El sueño en el que la mujer se ve amenazada por una serpiente o por un nudo de reptiles revela una excesiva predisposición al recelo y a la falta de confianza en los demás. SIERRA
CABALA Buenos negocios, éxito, satisfación. PSICOANÁLISIS La sierra simboliza la tentación de poner fin a algo. Con frecuencia Morfeo nos manda aserrar troncos y ramas hablándonos con una metáfora muy transparente de nuestros conflictos familiares. Aserrar cables, tubos o vigas, supone una impaciencia femenina respecto a una relación amorosa. SILENCIO
CABALA Honor y fortuna* PSICOANÁLISIS El que sueña que a su alrededor reina un silencio amenazador o acusador está atormentado por un complejo de culpabilidad, pero si está rodeado de gente callada y desatenta, es que teme la indiferencia del prójimo. Los pasos sobrecogedores que resuenan en el silencio pueden ser los de monstruos desencadenados en el subconsciente con todos los instintos que dan miedo, pero puede tratarse también de un fantasma al cual únicamente da consistencia nuestra imaginación. So¿ CABALA Descubrimiento de secretos, rápida resolución en los negocios. Sol naciente: buena noticia, prosperidad. Ocaso: pérdida, falsedad.
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PSICOANÁLISIS Del Sol que fulgura en los sueños, Pierre Real dice:]
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viva la llama de un amor o de un ideal. Soplar para apagarlo, en cambio, denota sensación de impotencia, a veces desesperación, SOSIEGO
El Sol es siempre sinónimo de fuerza activa y de conciencia de sí mismos. ¿Acaso no se dice de un santo que «irradia luz como un sol»? El Sol significa esperanza, riqueza interior, perfección, belleza, a veces la sexualidad en el mejor de los sentidos. ¿Por qué la sexualidad? Porque ésta exige la purificación y la liberación de sí mismos, y de ello el Sol es símbolo, siempre positivo y benéfico. Ésta es la interpretación de Jung (un poco revisada) que se opone a la de Freud, esencialmente sexual, ligada a las sensaciones de alegría, ardor y languidez. Las observaciones efectuadas por los psicólogos europeos demuestran, sin embargo, que ambas explicaciones son válidas tan sólo parcialmente. Desde luego podemos decir que la de Jung puede aplicarse a los «grandes sueños» (de los cuales nos hemos ocupado en el curso de nuestro tratado), mientras que la de Freud es aceptable en sentido relativo. En general, el Sol representa el optimismo, la esperanza, e incluso la ilusión, y, por consiguiente, ha de interpretarse teniendo en cuenta también los amaneceres y los ocasos. SONAMBULISMO
CABALA Discusiones familiares, noticias extrañas al llegar. Sonámbula: reposo inquieto, agitación. PSICOANÁLISIS Soñar que se es sonámbulo refleja el temor real de esta manifestación. En algunos casos, sin embargo, evidencia la naturaleza del propio subconsciente o el miedo de que ello encierre apetencias degradantes. Quien sueña, por ejemplo, que actúa en estado de sonambulismo como un monstruo de lujuria o de ferocidad, puede estar en verdad abocado a ello, pero también es posible que lo tema tan sólo a consecuencia de pensamientos terribles únicamente a juicio del soñador. SOPLO
CABALA Calumnia. Mala jugada por parte de una mujer* PSICOANÁLISIS Soplar el fuego para atizarlo expresa la esperanza de mantener
CABALA Inquietud y persecuciones, PSICOANÁLISIS Gozar en sueños de un estado de sosiego perfecto revela naturalmente el deseo de hallarse realmente en él. Hay, sin embargo, otro sosiego, el que está preñado de amenazas invisibles y desconocidas. Nos vemos, por ejemplo, en un bellísimo paisaje, bajo un cielo azul, donde todo habla solo de paz y, sin embargo «sentimos» que algo va a ocurrir. No pasa nunca nada, pero es tan fuerte la sensación de angustia que despertamos aterrorizados. Las manifestaciones oníricas de este género denuncian fuertes desequilibrios de la personalidad, una extremada inseguridad, estados de ansiedad y de agotamiento nervioso. SUBIDA
CABALA Gloria poco segura. PSICOANÁLISIS Las subidas fatigosas aparecen a menudo en los sueños de los que se lamentan de las dificultades cotidianas, de las asperezas de la vida. Son personas desalentadas que necesitan buenas y constantes inyecciones de optimismo. El miedo de la inutilidad de nuestras tentativas se acentúa cuando nos esforzamos, en sueños, a subir, y nos damos cuenta de estar siempre en el mismo lugar. Subir con alegría refleja el deseo de mejorar y una personalidad susceptible de conseguirlo. Las subidas rápidas (en ascensor o en vuelo), acompañadas de sensaciones agradables, están relacionadas casi siempre con estímulos sexuales. SUBTERRáNEO
CABALA Miedo. O viaje, daño, etc. PSICOANÁLISIS La visión de un subterráneo denota siempre pesimismo, sentido de opresión y desconfianza en el porvenir. Éste es el ambiente en el cual tienen lugar aventuras oníricas que obviamente se descifran analizando su desenvolvimiento.
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SUDOg
de mimetización «sonoro». El bisbiseo traduce casi siempre un pensamiento desagradable sobre cuya naturaleza puede arrojar luz el contexto de la visión nocturna.
PSICOANÁLISIS El sudor nocturno es una manifestación propia de varias enfermedades. Podemos despertar sudorosos, sin embargo, a consecuencia de un sueño sobrecogedor que a menudo es olvidado (por la acción de un mecanismo de defensa del subconsciente) inmediatamente antes del despertar. Cuando esto se repite, conviene acudir al médico, pues sin duda hay de por medio un agotamiento nervioso.
TELéFONO
CABALA Acreedores despiadados.
SUEñO
CABALA Desilusión, deseos imposibles. PSICOANÁLISIS Soñar que se sueña no es una manifestación onírica muy frecuente, pero tampoco excepcional. Quien se da cuenta de tener un buen «sueño en sueños» debería convencerse de ser propenso a las ilusiones y quien, por el contrario, tiene una visión terrorífica o angustiosa de la cual sueña despertarse se muestra inclinado al optimismo (pero a veces también a la superficialidad), o bien espera que sus dificultades desaparezcan gracias a un prodigioso golpe de escena. SUICIDIO
CABALA Curiosidad insatisfecha. PSICOANÁLISIS El teléfono es uno de los símbolos sentimentales y sexuales más difundidos de nuestro tiempo. Representa, por lo general, las relaciones amorosas y aparece con bastante más frecuencia en los sueños femeninos que en los masculinos. Muy a menudo la visión nocturna gira en torno de una comunicación imposible o una conversación interrumpida evidenciando así el temor de que sea roto un lazo. Véase, al respecto, nuestro tratado. TELEVISIóN
CABALA Novedad afortunada. PSICOANÁLISIS Cuando nos vemos presenciando un programa televisivo el significado del sueño casi siempre debe buscarse en el contenido de la transmisión. Una visión onírica de este género puede, sin embargo, reportar a circunstancias en las cuales hayan tenido parte indirecta un aparato o un espectáculo de TV, TERCIOPELO
CABALA Infelicidad y afanes. PSICOANÁLISIS Nunca se sueña quitarse la vida, sino estar tentados de hacerlo, y ello denota un terrible complejo de inferioridad, una extrema desconfianza en sí mismos, un pesimismo que es, en efecto, una condena a la infelicidad. Una manifestación onírica de este género aconseja la inmediata intervención del psicoanalista. SUSURRO
CABALA Honor, riqueza^ PSICOANÁLISIS Para los hombres, el contacto onírico con el terciopelo quiere decir (si es agradable) tendencia al fetichismo. En las mujeres revela a menudo el deseo de tratos íntimos impresos de gran ternura. A veces habla también de homosexualidad latente. TERREMOTO
CABALA Calumnias, mentiras.
CABALA Peligro para los bienes o la vida del que ha soñado un seísmo. O muerte segura (¡) de un pariente próximo.
PSICOANÁLISIS Ocurre con bastante frecuencia, en sueños, oír susurrar algo cuyo sentido no se logra comprender. Se trata de un proceso
PSICOANÁLISIS Cuando el sueño no es causado por la inestabilidad del lecho.
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refleja miedo de un suceso imprevisible que trastornará nuestra tranquilidad o nuestra existencia. Si esta visión se repite o va acompañada por otras de carácter terrorífico o angustioso es aconsejable la visita a un psicoterapeuta.
jóvenes ansiosos de satisfacer su curiosidad en materia de sexo y de erotismo. Diversas desviaciones pueden formar parte de los sueños en los cuales se es dueño de una tienda o se sirve a los clientes. El que se ve en un escaparate está, por el contrario, atormentado por el complejo de inferioridad.
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TESORO
CABALA Inquietud. Excavar en búsqueda de un tesoro: desgracia. PSICOANÁLISIS Cuando en sueños se descubre un tesoro, el que lo ha soñado espera generalmente un golpe de fortuna y hará bien si se pone en guardia contra las ilusiones. Esta visión puede tener también un significado sexual, y su interpretación es entonces similar a la que figura en la voz «Dinero». Excavar en busca de un tesoro denota casi siempre, en el hombre, deseos eróticos, y en la mujer una acción onírica semejante refleja a menudo el ansia de hallar el alma gemela o bien de descubrir en el ser amado las cualidades esperadas. Quien se encuentra excavando afanosamente sin descubrir nada demuestra ser un desconfiado crónico, un pesimista a ultranza.
T I E N D A DE C A M P A ñ A
CABALA Viaje fatigoso. PSICOANÁLISIS He aquí otro símbolo «moderno». Para quien gusta del camping, a pesar de no haberlo practicado es sinónimo de deseo de evasión, de relajamiento, de sosiego. Freud veía en la tienda plantada sobre el terreno de los sueños femeninos la manifestación de unos impulsos sexuales, unas veces de fondo masoquista y otras veces unidos a una acusada necesidad de protección. TIERRA
CABALA Abundancia, riqueza, fecundidad. Yacer en el suelo: funeral. Estar enterrado: riqueza.
TIENDí
CABALA Buenas noticias. Tienda muy rica: desesperación. PSICOANÁLISIS La visión de una tienda puede asumir muchísimos significados. Hacer numerosas compras en ella denota deseos de riqueza o de c ndiciones económicas mejores que las actuales, mientras que es el temor de la pobreza o de un revés financiero que inspira los sueños en los cuales una vez hechas las compras, nos percatamos de no tener dinero. Entrar en una tienda es para los hombres una manifestación de deseos sexuales, pero si en ella venden ropa blanca femenina, la homosexualidad latente y el fetichismo pueden no ser ajenos. Para Eva el mismo sueño anuncia una acentuada tendencia al narcisismo o esperanza de agradar a alguien. Las tiendas de flores representan muchos símbolos sexuales, presentes también en las de hortalizas. Con éstas, sin embargo, a veces tienen que ver los «complejos» de Edipo y de Electra. Las pastelerías constituyen la meta onírica de quien querría volver a la niñez y las carnicerías de los sádicos o de aquellos que temen la impotencia o diferentes enfermedades. Éstos suelen visitar, de noche, también las farmacias, igual que las mujeres turbadas por el espectro de la frigidez o de la esterilidad. A las librerías se dirigen muchos
PSICOANÁLISIS Es un «símbolo príncipe» de la feminidad, de la maternidad y de la fecundidad. El hombre que se ve, en sueños, tendido de bruces en el suelo seguramente está atormentado por deseos sexuales, pero la misma postura es sinónimo para el mundo femenino de deseo de posesión del ser amado, de calor, a veces de prole. Raramente nos vemos tendidos boca arriba y cuando esto ocurre es que se está amargado por algo, a menos que se mire al cielo con una sensación de alegría. En este caso es la esperanza que habla, y habla sobre todo de felicidad, de paz. Espantoso es, por el contrario, el sueño en el cual nos sentimos sepultados vivos. Cuando no se trata de un estado de agotamiento nervioso, la visión es debida al temor de ser fatalmente engañados. Puede, sin embargo, ser originada también por factores externos: aire irrespirable, mantas demasiado pesadas y así sucesivamente. TOILETTE
CABALA Gran peligro* PSICOANÁLISIS Es un sueño meramente femenino. Verse haciendo la toilette
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(y a menudo se tiene la impresión de no poner nunca bastante cuidado en ello, de no estar suficientemente «a punto») demuestra cierta inseguridad, un complejo de inferioridad que no suele ser acusado. También puede tratarse de una manifestación de narcisismo, que generalmente no es alarmante.
modo bastante menos preciso. Para la traición consumada o meditada de quien sueña, véase la voz «Infidelidad».
TORRE
CABALA Larga vida y vejez feliz. PSICOANÁLISIS Es un símbolo que puede referirse tanto a la sensualidad masculina como a la femenina. El deseo se expresa con visiones de torres hacia las cuales se va o de cuyo interior se sale mientras que el temor de la impotencia proyecta en la pantalla de Morfeo torres en ruinas o que amenazan derrumbarse. Pero cuando se está en lo alto de un gran edificio, el sueño refleja la esperanza de éxito en un campo que no es necesariamente el sexual. TORTURA
CABALA Amor desgraciado. PSICOANÁLISIS Soñar que se tortura al ser amado denota a veces inclinación al sadismo, pero con mayor frecuencia tan sólo el deseo de imponerse a su atención, de conseguir más consideración a sus ojos, de hacerle sentir celos. Verse, por el contrario, torturados por la persona que se ama, denuncia una extremada sensibilidad, una notable tendencia al masoquismo. Cuando los sufrimientos son infligidos por parientes, conocidos o extraños, se está ante un complejo de persecución, o una dificultad acusada que es necesario eliminar. TRAICIóN
CABALA Dificultades con la justicia. PSICOANÁLISIS Cuando nos vemos traicionados, en sueños, por la persona amada, los celos se hacen sentir con fuerza. Si se repiten, las visiones nocturnas de este género deberían inducir a cortar la relación que las origina, puesto que delatan una absoluta falta de confianza del que sueña hacia su partner. Cuando no existe o no es llevada a los extremos, efectivamente, los celos se manifiestan de un
TREN
CABALA Tren de vapor: proceso en el cual se llevan las de ganar. Tren eléctrico: victoria muy rápida sobre un competidor. PSICOANÁLISIS Los significados de estas manifestaciones oníricas son análogos a los examinados en las voces «Partida», «Avión», «Automóvil», etc., hechas —naturalmente— las debidas distinciones y exclusiones. Recordemos con Freud y con Ellis que el convoy ferroviario puede también simbolizar la familia. TROPEZóN
CABALA Misterio. O tesoro escondido. PSICOANÁLISIS También aquí Morfeo nos dice que somos demasiado recelosos, a menos que el sueño tenga carácter sexual. En este caso se hacen evidentes los temores de las consecuencias que pueden derivarse de una relación íntima. UVA
CABALA Voluptuosidad. Uva blanca: victoria sobre enemigos. Uva negra: contradicción. PSICOANÁLISIS Es un símbolo sexual muy discutido. Algunos psicoanalistas ven en el acto de coger un racimo de uvas el deseo masculino de relaciones íntimas y el temor femenino de la desfloración. Otros hablan de la tendencia al petting y otros aún de matices sádicos. De las observaciones registradas hasta ahora de todos modos, no se ha logrado extraer un indicio de valor general. VAGABUNDO
CABALA Malas compañías. PSICOANÁLISIS Cuando en sueños nos veamos transformados en vagabundos contentos de serlo, es la intolerancia por un sistema de vida o por
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un vínculo afectivo lo que se pone en evidencia. Contrariamente a las apariencias, estas visiones nocturnas revelan generalmente tesoros de sentimiento y de fantasía, pero al mismo tiempo demuestran la incapacidad de explotarlos de una manera adecuada. Si se está triste por la condición de vagabundo estos sueños ponen de manifiesto desconfianza, incertidumbre, miedo del futuro. VAMPIRO
CABALA Caer en manos de usureros. PSICOANÁLISIS Los filmes de terror han llevado de nuevo los vampiros a las pantalla de Morfeo y el horripilante espectáculo parece reservado a un público femenino. Estas visiones reflejan el miedo de la agresividad masculina, de la desfloración y de la violencia sexual en general. VELO
CABALA Misterio, modestia. Velo nupcial: alegría. Persona velada: invitación a ser cautelosos. PSICOANÁLISIS Una figura femenina velada que aparezca en sueños a una mujer es siempre una rival, verdadera o presunta, sobre todo cuando anda de por medio un problema sentimental. En otras circunstancias puede tratarse de la madre, de una pariente o de una amiga, hacia la cual se abrigan sentimientos discordes. En las visiones masculinas, el velo oculta el objeto de deseos sexuales juzgados reprobables por el que sueña. En cuanto al velo nupcial, el significado es obvio. VENENO
CABALA Peste o enfermedad contagiosa. PSICOANÁLISIS Cuando se ve ofrecer, en sueños, algo que se teme envenenado se recela una trampa. Cuando se intenta propinar veneno a una persona se piensa poder conseguir el propio propósito recurriendo al engaño o castigar a la misma persona de un modo solapado. En las visiones nocturnas femeninas, el miedo de pinchazos o heridas envenenadas refleja siempre aprensiones en el campo sexual.
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VENTA
CABALA Ganancia. Venta de objetos de hierro: desgracia. PSICOANÁLISIS La venta es una manifestación onírica que puede asumir muchísimos significados a tenor de la situación en que se encuentre el que sueña, de sus tendencias, de sus deseos y de sus temores. En general puede decirse que quien ofrece una mercancía atrayente quisiera asegurarse la simpatía o los favores de alguien. Atención, pues, al cliente onírico y a los procesos de condensación y de superposición pues muchos disimulan su identidad. Ocurre también hallarse sirviendo al comprador objetos que se saben inútiles o de calidad defectuosa, o bien ver con espanto que la tienda está vacía justo cuando está delante una persona que se desearía complacer: entonces interviene un complejo de inferioridad o un acusado sentido de impotencia. A tenor de los artículos vendidos en sueños, puede haber de por medio hasta alguna desviación. Véase también la voz «Tienda». VENTANA
CABALA Ventana abierta: fácil acceso a la casa. Ventana cerrada: reprimenda. PSICOANÁLISIS La ventana representa casi siempre el deseo del que sueña de asomarse al futuro y ver realizada una aspiración. Sea cual sea esta aspiración y los temores que a ella van ligados, lo dirá el espectáculo que la misma ventana enmarca. Sentirse tentados de asomarse y, al mismo tiempo atemorizados por la idea de lo que pudiera descubrirse, denota incertidumbre o miedo de las consecuencias de una determinada acción. Las ventanas enrejadas o tapadas con visillos o cortinas, delatan la tendencia a sustraerse a la realidad. Tragaluces y troneras, pueden además, con toda especie de abertura, referirse a la feminidad. Encontrarse espiando en sueños a través de una rendija o un agujero delata tan sólo, en los adolescentes, una curiosidad sexual y muy a menudo un síntoma de ansiedad, de miedo del porvenir. Más frecuente es la visión nocturna en la cual nos esforzamos, aterrorizados por algo que está a nuestras espaldas, en pasar a través de un agujero demasiado estrecho y que refleja una timidez excesiva, un injustificado alarmismo, un fuerte complejo de inferioridad.
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VERGüENZA
azotado por el viento, aunque se oye su siniestro ulular, se suele ser presa de una profunda tristeza o de ideas angustiosas,
CABALA Suerte en el comercio.
VINO
PSICOANÁLISIS Avergonzarse en sueños de una acción que se está a punto de cometer o que se ha cometido denota el temor de comportarse de una manera reprobable. Ocurre a menudo experimentar una sensación de vergüenza sin comprender por qué. Se trata de un proceso de apartamiento y es en los detalles de la escena donde ha de buscarse el nudo de la cuestión. Típico es el sueño referido por Ellis, que se presentaba con preocupante frecuencia en las noches de una muchacha de dieciséis años que se encontraba en un salón, llena de vergüenza sin saber por qué. El psicoanalista descubrió que se trataba de la visión de una concha que hablaba al subconsciente de la soñadora de autoerotismo y de homosexualidad latente.
CABALA Beber vino: placer. Vino blanco: alegría. Vino tinto: embriaguez. PSICOANÁLISIS En los sueños femeninos el vino representa a veces el miedo del hombre. La mujer que se ve obligada a beberlo teme los contactos con el otro sexo y todo lo que puede derivar de un matrimonio al cual no se siente completamente inclinada. Las manchas de vino en los vestidos pueden referirse tanto a la pérdida de la pureza como al temor de enfermedades venéreas. VIRGEN
CABALA Paz, alegría. Virgen María: consuelo, curación, felicidad perfecta.
VIDRIO
CABALA Reproducimos textualmente: «Todo lo que es de vidrio se refiere, en materia onírica, a la mujer.» PSICOANÁLISIS El intento de asignar al vidrio un valor simbólico general con la ayuda de observaciones, no ha tenido éxito hasta ahora. Cabe decir que en muchos casos el contacto onírico con objetos de vidrio, fríos, está en relación con la frigidez, verdadera o supuesta. Mucho más clara es la presencia, en sueños, de una lámina de cristal. Si el sujeto topa con ella sin sospechar su presencia se trata de la manifestación de un complejo de inferioridad o de unas ambiciones equivocadas. Si, en cambio, se encuentra escrutando a través de ella, intenta descubrir lo que hay en el otro lado, está ante una duda o se trata sólo de una curiosidad insatisfecha. VIENTO
CABALA Peligros. O angustia y tormento, PSICOANÁLISIS Una corriente de aire e incluso tan sólo una puerta abierta pueden dar al que las ha soñado la impresión de hallarse en medio de un furioso vendaval. En este caso las sensaciones no consienten ninguna tentativa de interpretación. Pero cuando no se está
PSICOANÁLISIS La visión de la madre de Jesús, que no es raro que se les aparezca a las adolescentes, suele revelar un complejo de culpabilidad, de indignidad. Es sintomático el hecho de que sueños semejantes se presentan muy raramente en la edad madura. Las vírgenes de blanco vestidas, que se muestran más allá del umbral de la juventud, hablan a menudo de pesares y a veces de los remordimientos suscitados por haber recurrido a prácticas üícitas. La pureza no es reflejada casi nunca por figuras análogas. VISITA
CABALA Hacer una visita: lágrimas. Recibir una visita: situación precaria. PSICOANÁLISIS En muchas visiones nocturnas se está a punto de efectuar una visita, lo cual suele revelar el deseo de acercarse o de «conquistar» el objeto de tales atenciones, o bien el ansia de reconciliarse con él. No siempre la persona a la cual se piensa visitar en sueños es aquella a la que se tiende en realidad, porque aquí también intervienen los procesos de asociación y de condensación. Cuando está de por medio la superposición, o sea cuando un semblante se superpone a otro, los sentimientos que se abrigan por la persona en cuestión son discordes o dan lugar a un auténtico conflicto.
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En las manifestaciones oníricas femeninas, soñar que se reciben visitas significa que se desean tratos íntimos o lazos sentimentales.
week-ends del reino de Morfeo no se efectúen casi nunca de un modo tranquilo. Bastante a menudo el esparcimiento se echa a perder por una persecución, una insidia o una sorpresa desagradable, por medio de las cuales se manifiesta tan sólo el temor de que el lance termine de una manera poco placentera. Semejantes visiones son típicas de las jóvenes que desean y a la vez temen la primera experiencia sexual. En otros casos puede tratarse también únicamente de una gran necesidad de tranquilidad, de una suspirada evasión de la frenética vida de las grandes ciudades.
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VOLCáN
CABALA Grandes novedades. PSICOANÁLISIS Las manifestaciones oníricas en cuyo transcurso se está aterrorizado por una erupción volcánica revelan siempre el miedo de ser arrastrados por el fogoso temperamento propio o también por el ajeno. Pero cuando se huye ante la lava que se extiende se demuestra una escasa confianza en las posibilidades propias v un temor del futuro en verdad excesivo. VÓRTICB
CABALA Días borrascosos en perspectiva. PSICOANÁLISIS Cuando, en sueños, se está nadando, el remolino aparece de improviso. Es el símbolo de algo que consideramos más fuerte que nuestra voluntad y que, en la inmensa mayoría de los casos, se refiere a la actividad sexual. VUELO
CABALA Suerte, grandes honores, riquezas.
YATE
CABALA Bienestar, desahogo, comodidad. PSICOANÁLISIS He aquí un sueño peligroso, que se presenta a las jóvenes sedientas de aventuras y arrastradas por ciertos filmes y por ciertas informaciones periodísticas. A los sujetos que se encuentran a bordo de un yate, en un ambiente que con razón podemos definir «de sueño», es aconsejable un severo examen de sí mismos. Su personalidad es, en efecto, muy inmatura, su carácter tiende a la ligereza y su futuro es a menudo confiado a la pura casualidad. ZAPATOS
CABALA Zapatos de mujer: suerte en amor. Zapatos de hombre nuevos: ganancia. Rotos o embarrados: pobreza, pérdida. Polainas: días tranquilos. Perder los zapatos: miseria.
CABALA Alegría sentimental.
PSICOANÁLISIS Encontrarse cómoda una mujer con un par de zapatos nuevos significa desear —literalmente— andar mucho camino y abrigar fundadas esperanzas de andarlo bien. Los zapatos viejos, rotos o embarrados revelan el temor de dejar traslucir algo que se quisiera mantener oculto. Perder el calzado o caminar descalzo por lugares concurridos denota la existencia de un complejo de inferioridad o, más raramente, de una culpabilidad. Una mujer que lleve botas y las lleve a gusto demuestra con ello una voluntad de imponerse un poco de sadismo. En los sueños del hombre los zapatos van ligados al fetichismo y las botas femeninas al masoquismo.
PSICOANÁLISIS El sueño femenino de una jira campestre pone de manifiesto deseos de naturaleza erótica. Es característico el hecho que los
CABALA Suerte en el juego.
PSICOANÁLISIS Según Freud, el vuelo, tanto si se efectúa sin el auxilio de medios mecánicos como si se lleva a cabo en aviones o globos, tiene siempre un significado sexual y va acompañado por un estado de excitación. Las observaciones realizadas en Europa y en los Estados Unidos se inclinan netamente a favor de esta interpretación, aunque los seguidores de Jung insisten en ver en esta manifestación onírica una tendencia a la elevación, a la sublimación. WEEK-END
ZODíACO
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PSICOANÁLISIS Cuidado, lectoras que prestáis excesiva fe a los horóscopos o que os dejáis impresionar fácilmente por esas previsiones. Muy a menudo los signos del Zodíaco asumen, en estas circunstancias, disfraces impensados. Las «amigas de los astrólogos», que en sueños ven acudir a su encuentro al enamorado convertido en una fiera o en una especie de monstruo mitológico, solamente a causa de su signo zodiacal, no son pocas. No hay ningún mal en que os apasionen esos simpáticos juegos que son los horóscopos, pues los redactados con una buena dosis de optimismo pueden ser francamente útiles. Pero, por favor, no los tomemos como profecías.
TÍTULOS A P A R E C I D O S
L. Pauweis y J. Bergler EL RETORNO DE LOS BRUJOS ¿Desaparecieron civilizaciones técnicas en épocas inmemoriales? ¿Será la sociedad secreta el sistema de gobierno del futuro? ¿Existen puertas abiertas a universos paralelos? ¿Derivamos hacia una suprahumanidad? Una visión fantástica de la realidad pasada y futura. Edición ilustrada.
Fulcanelli EL MISTERIO DE LAS CATEDRALES «Un libro extraño y admirable. Manifiesta una sabiduría extraordinaria y conocemos a más de un hombre de elevado espíritu que venera el nombre legendario de Fulcanelli.» (Pauweis y J. Bergier en El retorno de los brujos.) «La persona que se ocultó, o se oculta aún, tras el nombre de Fulcanelli, es el más célebre y único alquimista verdadero de este siglo en que el átomo es rey.» (Initiation et Science.) Edición ilustrada. Jacques A. Mauduit EN LAS FRONTERAS DE LO IRRACIONAL Tradiciones milenarias han aportado el eco —deformado y a veces ridículo— de ciertos poderes que la ciencia negó en un momento dado, pero que la ciencia actual, más libre, empieza a considerar sin prevenciones. Ciencias que por fin empiezan a encontrar su ubicación en el pensamiento actual. Telepatía, clarividencia, quiromancia y cartomancia, alucinaciones, yoga...
John G. Fuller EL VIAJE INTERRUMPIDO ¿Dos horas a bordo de un platillo volante? El increíble relato, que la Prensa mundial ha divulgado, de un matrimonio americano sometido a sueño hipnótico y que explica sus experiencias. Edición ilustrada.
Gérard de Sede EL TESORO CATARO Del oro de Delfos a las ruinas de Montségur; la sangrienta cruzada contra una herejía que aún subsiste. ¿Por qué cantaban en «lengua secreta» los trovadores medievales? Edición ilustrada.
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