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Pasaba días y noches redactando sus memorias que nadie tuvo nunca al coraje de publicar. La violencia de su contenido, el caos de su estilo y la obscenidad de ciertos personajes, amenazaban no solo a los poderes públicos (que cosas más sutiles lo resquebrajan) o a la moral cristiana, ha mucho tiempo desacreditada. Su lectura atacaría directamente al sistema nervioso, generando una descarga de terror y maravilla que terminaría por anarquizar la sociedad y trastornar toda la especie humana. Su escritura tenía más que ver con el crimen que con la sintaxis, con la inversión del sexo antes que con la penetración directa de un relato. Las veces que lo vieron [quienes de curiosidad o amistad lo visitaban] vivía preocupado por el Diluvio, o discutiendo con su mujer sobre minucias domésticas. Tenía un hijo muy extraño que según algunos conocidos, sufría de una enfermedad rarísima, por haberse masturbado hasta el infinito. Pasaba todo el día bostezando y durmiendo, cada vez con más ganas de dormir, hasta que un día se murió de sueño.

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Sanabria vivió mucho tiempo entre los pocovies. Trabajo en la agricultura, practico su religión, participo en sus ritos, y hasta llegaron a oír sus consejos sobre el cultivo del poroto. Pero nunca pudieron tomarlo del todo en serio, por su torpeza en la danza con un solo pie. Cuando los indios iban a cazar, hacia el papel de gran macho y sedujo (sin respetar las normas de hospitalidad) a las hijas y esposas de los ausentes. Su conducta le costó algunos enemigos y se vio más de una vez envuelto en riñas y duelos que por milagro no le costaron la vida. El cacique, cuya avanzada edad le permitía ser comprensivo y bueno, lo dejo muchas veces acostarse con sus jóvenes mujeres, a cambio de que Sanabria le contara diez veces la historia de un desdichado príncipe belga. Cuando no tenía nada que hacer, enseñaba a leer y escribir a los miembros del Consejo de Guerra.

En un esfuerzo sin límites, les transmitió, en guaraní, la Biblia, el Coran, el Talmud, y hasta las obras de Marx y Engels. El Manifiesto Comunista causo un verdadero revuelo. A su última hija que nació medio alelada, el cacique le puso el nombre de Plusvalía, por ser un castigo del cielo. Para sus partidarios era la reencarnación del genio exterminador que declaro la guerra al dios de los jesuitas, llamándolo "enemigo de los hombres", por desviar el curso del rio Paraná hacia el imperio de los Mamelucos y coronar su desembocadura en el mar de los enemigos. Era un aparecido de la Guerra Grande que imitaba por las noches el llanto del urutaú, como si fuera el fantasma de Solano Lopez, llenándonos de indignación y rebeldía. Alto, de ojos aindiados, con rasgos de peninsular y hasta de bárbaro. Un paraguayo en todo, hasta en su forma de llamar a la muerte sin motivos fundados. Generalmente hablaba el guaraní, además del español y no sé cuál otro idioma en que leía sus apuntes jeroglíficos. Según comentadores, Sanabria era el único paraguayo que tenía el Tratado de Koprocas, un libro fabuloso, heredado de sus antepasados que vivieron en Badajoz, Jerusalén y no sé cual otra antiquísima ciudad de los hititas. EI libro contiene desde la tabla de sustraer hasta las ochocientas formas para hacer el amor, los innumerables medios para conquistar poder y fortuna, asi como el nombre y uso de ciertas cosas que curan y otras que matan. Está escrito en el mismo idioma que uso Jehovah cuando dijera: -¡Hágase la luz! -¡Hágase la Tierra! -¡Hágase las aguas! Y otras tantas cosas que dijo. Además, fue el primer hombre que introdujo en el Paraguay el uso de comillas. Cosa que nunca le perdonaron los nacionalistas. Más que un hermano para los indios, un profesor, un líder, Benedicto era un salto cualitativo; un esfuerzo de la naturaleza y de la Especie en busca de su forma definitiva. Los pocovies Io llamaban: >