Fueros. Las palabras angulosas de Nicolas Abraham y Maria Torok

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FUEROS: Las palabras angulosas de Nicolas Abraham y Maria Torok

JACQUES DERRIDA

Traducción de Javier Pavez

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Fueros: Las palabras angulosas de Nicolas Abraham y Maria Torok*

A partir de ahora, este goce, celosamente guardado en su fuero, no podría sino ser objeto de una total desaprobación. Además, no habiéndose incluido en la escena […] La intervención de la madre, con sus palabras en ruso, y luego la de la enfermera con sus palabras en inglés, le han cerrado dos puertas a la vez. El verbario de El Hombre de los lobos. Pero gracias a este subterfugio, el texto del drama que se escribe detrás de su fuero interior, podría actuarse por delante, en el fuero exterior, por así decirlo. Nicolas Abraham, El caso Jonás (Inédito).*

Agradezco profundamente a la Dr. Olivia C. Harrison, quien permitió que emprendiera esta traducción en su seminario “Translating Race” en la University of Southern California, y muy especialmente a Caroline Delgado y Noraedén Mora Méndez quienes leyeron y revisaron atentamente la versión preliminar. [N. del T.]. * Cf. Abraham, N., Jonas et le cas Jonas. Paris: Flammarion, 1981, p. 105. [N. del T.]. *

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Bajo este título y estos exergos, sólo queremos leer (o mejor, saltar) un extenso se ruega (aquí haga, como yo, lo que quiera con esta palabra) insertar. Páginas más que nunca, sí, voladas, como el “se ruega insertar”, que, por otra parte, se desprende sin demora y que supongo, sin embargo, incluso antes de comenzar, conocido.

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¿Qué es una cripta? ¿Y si escribiera aquí sobre ella? Dicho de otro modo, ¿sólo sobre el título del libro, sobre la pared externa de su primera y aparente legibilidad? Menos aún: ¿sobre el primer fragmento desmontable de un título, sobre su símbolo roto o columna truncada, criptonimia aún sin nombre? Si me detuviese [Si je tombais en arrêt]*, inmovilizándome, y a ti lector, ante una palabra o una cosa, más bien ante el lugar de una palabra-cosa –como nos lo dan aquí a descifrar Nicolas Abraham y María Torok: ¿Cripta de criptonimia? Porque no me comprometeré más allá. En lugar de otra, aquí la primera palabra-cripta. No habrá sido, pues, en principio, la primera. No habrá tenido lugar como tal. Su lugar propio es el del otro. La cripta, por esta causa, guarda un lugar inencontrable. ¿Qué es una cripta? Todo lo malo de un prefacio, ya lo he dicho. ¿El prefacio pretende ocupar el lugar de qué ausencia –de qué, de quién, de qué texto perdido? Así, al predisponer de una primera palabra que no le pertenece, el prefacio –una cripta, a su vez– tendrá la forma de lo que guarda y me mira aquí, lo irremplazable. No me comprometeré más allá de esta primera palabra en lugar de otra. Ni siquiera más allá de un pedazo de palabra, lo que queda de un símbolo (uno de los objetos del libro) a título de un compromiso. De lo que se compromete y vincula, desde la pared misma del título: el nombre cripta antes incluso de cualquier criptonimia. Me detengo aquí (estupefacto [tombe en La expresión “tomber en arrêt” quiere decir “detenerse”, sin perjuicio de que “je suis tombé en arrêt” se puede traducir, incluso, como “estoy estupefacto”. Sin embargo, en el contexto de este texto, junto con el “arrêt”, que indica tanto la “detención”, la “interrupción”, “la suspensión”, o incluso una “sentencia” (como en el caso de “arrêt de mort”, “sentencia de muerte” y “suspensión de muerte”), hay que considerar que el “tomber”, “caer”, aquí nombra también la “tumba”, “tombe”. Al tiempo de lo “caído” cabría decir, pues, lo “tumbado”. Por otra parte, en castellano el vocablo “tumba” no sólo significa “lugar en el que está enterrado un cadáver” o “ataúd”, sino que también guarda las significación de “vaivén (ir y venir) o traqueteo (mover o agitar algo)”, y coloquialmente se dice de una persona (“alguien es una tumba”) que “guarda celosamente un secreto”. “Tumba”, “cripta” y “secreto”, entonces, “oikesis”, se tocan en traducción. Sobre “oikesis” véase “El pozo y la pirámide”, “La différance” (en Márgenes de la filosofía), y “Tener oído para la filosofía” (en El tiempo de una tesis: Deconstrucción e implicaciones conceptuales. Barcelona: Proyecto A Ediciones, 1997, pp. 39-47). [N. del T.]. *

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arrêt]), colocando en su borde la pequeña piedra blanca de un escrúpulo, una palabra áfona para el único pensamiento, en el único camino, para ahí comprometer a otros, de una cripta. ¿Qué es una cripta? ¿No la cripta en general, sino esta, completamente singular, al borde de la cual siempre retornaré? A partir de ahora, la forma de esta pregunta precederá a aquellas que, desde el origen de la filosofía, se han llamado primeras: ¿qué es, originalmente, La Cosa?, o ¿a qué se llama Pensar? Le verbier de Wolfman [El verbario del Hombre lobo] (me precipito aquí hacia el último capítulo) da a pensar la Cosa a partir de la Cripta, la Cosa como efecto de cripta. El Verbario no respeta ya el orden, el orden de la filosofía, que, por tanto, ciertamente y sin retorno posible, se encuentra desplazado por una palanca psicoanalítica, pero tampoco respeta un cierto orden común del psicoanálisis. Esta cripta no reúne ya las metáforas fáciles del Inconsciente (oculto, secreto, subterráneo, latente, otro, etc.), del objeto primero, en suma, de cualquier psicoanálisis. Más bien, utilizando este primer objeto como fondo, es una especie de “falso inconsciente”, un inconsciente “artificial”, alojado como una prótesis, un injerto en el corazón de un órgano, en el yo escindido [moi clivé].* Un lugar muy particular, fuertemente circunscrito, al que se puede acceder, sin embargo, solo por vías de una tópica otra. Invertir el orden de las preguntas, no considerar más el nombre de cripta como una metáfora, en el sentido corriente, sería tal vez proceder –a partir del psicoanálisis y, dentro de él, a partir de una nueva criptología– a una retranscripción anasémica de todos los conceptos, a ese “cambio semántico radical que el psicoanálisis ha introducido en el lenguaje”.1 Respecto de esta “conversión” anasémica que procede por “de-significación” según los giros de una “antisemántica”, será necesario volver a hablar. Es conveniente, sin embargo, designarla inmediatamente como la condición de toda empresa, su elemento y su método. En lugar de pretender acceder aquí a esta cripta desde del sentido corriente o la figura común de la cripta, debemos inclinarnos a un movimiento respecto del cual sería demasiado simple, lineal o unilateral, creer que es lo opuesto, como lo describí apresuradamente un poco más arriba, y Para “clivage” por “escisión” he considerado, por ejemplo, la traducción de “La escisión del yo en el proceso defensivo” de Freud (en Freud, S. Obras completas. Volumen 23 (1937-39), trad. J. L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1991, pp. 271-278), vertido en francés como “Le Clivage du moi dans le processus défensif” (en Œuvres Complètes, Vol XX. Paris: PUF, 2010). [N. del T.]. 1 Nicolas Abraham, “L’écorce et le noyau”, Critique 249, febrero 1968. [Cfr., “La corteza y el núcleo” en Abraham, N. & Torok, M., La corteza y el núcleo (trad. M. Segoviano) Buenos Aires-Madrid: Amorrortu, 2005, pp. 183-204]. *

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que, por anasemia, regresa al lugar propio y al sentido propio desde esta cripta. Paradigma sin el cual, no obstante, el resto de la cuestión “¿Qué es una cripta?” ya no podría, me parece, plantearse. Ni metáfora, ni sentido propio, el desplazamiento que voy a seguir aquí obedece a otra tópica. Afecta todo lo que una cripta pone en cuestión: los lugares, la muerte, la cifra. Estas cosas son lo propio [même] de la cripta. No se dejan disociar ni ordenar según alguna jerarquía. No forman una multiplicidad de predicados separables, ni de atributos esenciales o accidentales de la cripta. Su ser-conjunto no sobreviene, su unidad no es irreductible sino con respecto a la cripta que constituyen de parte a parte: aquí, esta unidad sólo es pensable a partir de esta cripta.

1. LOS LUGARES

¿Qué es una cripta? Una cripta no se presenta. Cierta disposición de lugares ha sido establecida para disimular: algo, de cierta manera, siempre un cuerpo. Pero también para disimular la disimulación: la cripta, que es cripta de sí misma, se cela [se cèle] tanto como oculta [recèle]. Tallados en la naturaleza, a veces haciendo uso de las oportunidades o los hechos, estos lugares no son naturales. Una cripta, de parte a parte, nunca es natural, y si, como es sabido, la physis ama criptar(se), es porque se desborda para encerrar, naturalmente, a su otro, a todos sus otros. La cripta no es, pues, un lugar natural, sino la historia prominente [marquante] de un artificio, una arquitectura, un artefacto: de un lugar comprendido dentro de otro pero rigurosamente separado de él, aislado del espacio general por tabiques, cierre, enclave. Para sustraer la cosa. Construyendo un sistema de paredes, con sus superficies internas y externas, el enclave críptico produce una escisión [clivage] del espacio general, en el sistema ensamblado de sus lugares, en la arquitectónica de su plaza abierta en su adentro y delimitado en sí mismo por un cierre generalizado, en su forum. Al interior de este foro, lugar [place] de libre circulación para los intercambios de discursos y objetos, la cripta construye otro fuero [for]: cerrado, interior, pues, a sí mismo, interior secreto al interior de la gran plaza, pero, al mismo tiempo, exterior a ella, exterior al interior. Lo que sea que se escriba sobre ellas, las superficies parietales de la cripta no separan simplemente un fuero interno de un fuero externo. Éstas hacen del fuero interior un afuera excluido al interior del adentro. Tal es la condición, tal la estratagema, por la cual el enclave críptico puede aislar, proteger, celar, mantenerse a resguardo de cualquier 6

penetración, de todo lo que pueda infiltrarse desde fuera con el aire, la luz o el ruido, con la mirada o la escucha, el gesto o la palabra. Calafateada o acolchada a lo largo de su pared interior, con cemento u hormigón en el otro lado, el fuero críptico, contra el afuera, protege incluso el secreto de su exclusión intestina o de su inclusión clandestina. ¿Esta extraña clausura es hermética? Que siempre se deba responder sí y no a esta pregunta, cuyo vencimiento postergo aquí, ya se habrá leído en la estructura tópica de esta cripta, desde su más amplia generalidad: la cripta no constituye su secreto sino por la partición de una fractura. El “yo” salva un fuero interno sólo poniéndolo en “mí”, aparte de mí, afuera. Aquí se pone en juego lo que tiene un lugar secreto para guardarse en alguna parte salvo en un yo. Antes de saber si tal fuerte es hermético, reservemos este nombre, lo hermético, para designar una ciencia de la interpretación criptológica. Esta no es una hermenéutica, ya veremos por qué, y comienza por un reconocimiento de los lugares. Antes de centrarnos en la irrupción [effraction] que permite penetrar en una cripta (que localiza la grieta o la cerradura, escoge el ángulo de una pared y procede siempre por algún forzamiento), hay que saber que la cripta misma se construye en la violencia. En uno o varios golpes, uno o varios pero cuyas marcas son, en principio, silenciosas. La hipótesis primera del Verbario es un trauma pre-verbal cuya escena habrá sido “encriptada” con todas sus fuerzas libidinales, con su contradicción que, por la oposición misma de esas fuerzas, como de los pilares, de las vigas, de las traviesas, de los muros de apoyo, sustenta la resistencia interna de la bóveda [caveau], con sus poderes de sufrimiento intolerable apoyados en un goce indecible, prohibido, en un lugar que no es simplemente el Inconsciente sino el Yo [Moi]. Esto supone una redefinición del Yo (el sistema de introyecciones) y de la fantasía [fantasme] de la incorporación. Wolfman habría incorporado dentro de él, en su Yo, a su hermana mayor: en tanto que seducida por el padre y tratando de repetir la misma escena con su hermano. Y al mismo tiempo, habría incorporado el lugar del padre, el pene paterno confundido con el suyo. La violencia de las fuerzas mudas que instalan así la cripta no termina con el trauma de una sola escena de seducción insoportable y condenada, condenada a permanecer en silencio, sino también condenada como se dice de un lugar que está condenado al término de una sentencia jurídica. Un foro siempre se define, desde el principio y se verificará concretamente en este caso, como una instancia político-jurídica, como algo más que un terreno de duelo [duel] pero un terreno que llama a terceros, a los testigos; un tribunal que instruye un proceso, convocando 7

para alegaciones, requerimientos, sentencias, a una multiplicidad de personas desplazadas para comparecer. Pero aquí el fuero del adentro, que no puede llamarse interior, no es ya el tribunal de la conciencia, aunque esté enclavado en el Yo. La escena de seducción por sí sola no es suficiente. Hace falta, aún silenciosa, la contradicción que surge de la incorporación en sí misma. No deja de oponer dos fuerzas, tensas e incompatibles, una banda contra la otra: “placer mortífero”… “doble exigencia contradictoria: que el pene del Padre no perezca ni goce”. Sin esta contradicción en el deseo, no se comprendería nada: ni la solidez relativa de la cripta, lo que los arquitectos llaman la “resistencia de los materiales” que equilibra las presiones, rechaza las intrusiones, previene el colapso que, en cualquier caso, retrasando el vencimiento trata de calcular, como los mineros, el momento de la demolición; ni el hermetismo, ni los esfuerzo infatigables para mantenerlo, ni su fracaso, lo que se viene filtrando hacia afuera o desde fuera, traspasando [franchissant] las paredes de la cripta, pasando de una parte del Yo escindido a la otra, inscribiéndose sobre varias superficies según líneas angulares que identificaremos más adelante y que siguen siempre la partición de un “doble fantasmático”, cada fantasía siendo “doble y opuesta”. La “marca indeleble” (sí, una marca que es en primer lugar prelingüística) dejada por la incorporación de la hermana seductora forma una contradicción enclavada, enterrada, enquistada al interior del Yo. Esto no es una solución, más bien lo contrario, pero permite, fingiendo su internalización, aliviar el conflicto entre la agresividad y la libido que se dirigen hacia el Objeto. La cripta es siempre una internalización, una inclusión en vista de un compromiso, pero como es una inclusión parasitaria, un adentro heterogéneo en el interior del Yo, excluido del espacio de la introyección general en el que toma lugar violentamente, el fuero críptico mantiene en la repetición el conflicto mortal que es incapaz de resolver. Introyección / incorporación: todo se juega en el límite que los separa y los opone. De un fuero interior a otro, de un adentro al otro, el uno en el otro, y lo mismo fuera del otro. Incluso antes de abordar nuevamente el caso del Hombre de los lobos, Nicolas Abraham y Maria Torok habían sometido a una reelaboración rigurosa el concepto de introyección introducido por Ferenczi en 1909, y del cual se puede seguir el trayecto problemático a través de Freud, [Karl] Abraham, Klein. La introyección, tal como la define Ferenczi, es el proceso que permite extender las catexis* auto-eróticas. Extiende el yo incluyendo en él al objeto, de ahí El término francés “Investissement” traduce el alemán “Besetzung”, como en los casos de “Besetzungenergie”, “Énergie d’investissement”, o “Rückbesetzung”, “Investissement régressif”. En español usualmente se ha acogido el neologismo *

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el nombre de introyección. No se retrae, gana, se propaga, asimila, avanza: “He acentuado esta ‘inclusión’, para subrayar que considero todo amor objetal (o toda transferencia), tanto en el sujeto normal como en el neurótico… como una extensión del Yo, es decir, como una introyección. En último término, el amor del humano sólo puede dirigirse sobre sí mismo. En la medida en que ama un objeto, lo integra como parte de su Yo” (Ferenczi).* Refiriéndose a esta definición, Maria Torok precisa que la introyección no incluye solo al objeto sino también las pulsiones que se le atribuyen.2 En contra de la confusión generalizada, ella inscribe una demarcación rigurosa entre introyección e incorporación. Este límite es indispensable para la localización de la cripta, porque rodea, al interior del Yo (el conjunto de introyecciones), el enclave críptico como espacio alógeno de incorporación. Según Duelo y melancolía (que está situado entre el primer análisis del Hombre de los lobos y la publicación de Extracto de la historia de una neurosis infantil [1918], las dos siendo casi contemporáneas), la incorporación en el Yo proporciona una respuesta económica a la pérdida del objeto. Así, el Yo trata de identificarse con este objeto “incorporado”. Gracias a lo que Maria Torok llama “temporización”, el Yo reapropia sus anteriores catexis en el objeto perdido, mientras espera una reorganización libidinal. Al firmar la pérdida del objeto, aunque también el rechazo del duelo, tal maniobra es extraña y, a decir verdad, opuesta al proceso de introyección. Finjo tomar al muerto vivo, intacto, salvo (excepto [fors]) dentro de mí, pero es sólo para rechazar, de una manera necesariamente equívoca, amarle como parte viviente, muerto salvo en mí, según el proceso de introyección, tal como lo haría el duelo denominado “normal”. Del cual, por supuesto, se puede preguntar si guarda o no al otro como otro (vivo muerto) dentro de mí. * Esta cuestión de la guarda o de la apropiación general del otro como otro determinará siempre la decisión, pero ¿acaso no confunde con un equívoco esencial el límite que introduce entre la introyección y la incorporación? Dejemos a esta cuestión descansar. Para Maria Torok, la “incorporación, propiamente dicha”, en su “especificidad semántica propia”, interviene en el límite mismo de la introyección, cuando ésta, por alguna razón, fracasa. Ante la impotencia del introducido por los traductores ingleses de Freud “Cathexis”, como en los respectivos “Energía de catexis” y “Catexis regresiva”, sin perjuicio de las nociones de “investimiento”, “investidura” o “carga”. [N. del T.]. * Cfr., Ferenczi, S. “El concepto de introyección”, en Obras completas, I. Madrid: Espasa-Calpe, 1981. [N. del T.]. 2 Torok, M., “Maladie du deuil et fantasme du cadavre exquis”, Revue Française de Psychanalyse, 1968, p. 4. [“Enfermedad del duelo y fantasía del cadáver exquisito” en Abraham, N. & Torok, M., La corteza y el núcleo, Ed. Cit., pp. 207-225]. * Cfr., Derrida, J. “Istrice 2. Ick bünn all hier” en Points de suspension. Paris Galilée, 1992, p. 331; y Derrida, J. “Béliers. Le dialogue ininterrompu: entre deux infinis, le poème”. Paris: Galilée, 2003, p. 76 (Carneros. El diálogo ininterrumpido: entre dos infinitos, el poema. Buenos Aires: Amorrortu, 2009.p. 71). [N. del T.].

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proceso de introyección (gradual, lento, laborioso, mediado, efectivo), se impone la incorporación: fantasmática, inmediata, instantánea, mágica, a veces alucinatoria. La magia (Wolfman recurrirá a una “palabra mágica” para conmemorar en silencio –esta palabra también es una “palabra-cosa” y una “palabra muda”– el acontecimiento de incorporación) ya está reconocida en el artículo de 1968, como elemento mismo de la incorporación. Anasemia de la lectura: el nuevo concepto de incorporación nos dice, así, más acerca de la magia que la concepción corriente de magia, la cual se podría creer que está asegurada, no viniendo a aclarar una característica de la incorporación. El texto inaugural sobre el “cadáver exquisito” identifica igualmente el carácter secreto o críptico de la incorporación. Desde que la pérdida real del objeto ha sido rechazada, y el deseo es mantenido pero simultáneamente excluido de la introyección (conservación y supresión sin síntesis posible), la incorporación es una suerte de robo [vol] para reapropiar el objeto-placer. Pero esta reapropiación es simultáneamente rechazada: de ahí la paradoja de un cuerpo extraño guardado como extraño, pero al mismo tiempo excluido de un yo que, a partir de entonces, no tiene más relación con lo otro, sino solo consigo mismo. Cuanto más guarde lo extraño como extranjero dentro de sí mismo, más lo excluye. El Yo imita la introyección. Pero para esta mímica, cuya lógica es temible, la clandestinidad es esencial. La incorporación negocia clandestinamente con una prohibición que no acepta ni transgrede. “El secreto es de rigor” [214], de ahí la cripta, como lugar oculto, disimulación que borra las huellas de la disimulación, lugar del silencio. La introyección habla, la “nominación” es su medio “privilegiado”. La incorporación se calla, no habla sino para callar o para desviar de su lugar secreto. Lo que la cripta conmemora, “monumento” o “tumba” del objeto incorporado, no es el objeto mismo, sino su exclusión, la exclusión del deseo fuera del proceso introyectivo, su puerta condenada en el interior del Yo, el fuero excluido: “Monumento conmemorativo, el objeto incorporado marca el lugar, la fecha, las circunstancias en que tal deseo ha sido proscrito de la introyección: otras tantas tumbas en la vida del Yo” (ibíd. [cfr. 214]). La cripta es la bóveda de un deseo. Al igual que el límite conceptual, el tabique tópico que separa la introyección de la incorporación es idealmente riguroso, pero de hecho no excluye todo tipo de compromisos originales. La equivocidad que mencioné anteriormente (la reapropiación del otro como otro) hace que este compromiso sea irreductible. Aunque se mantiene en secreto, la fantasía de incorporación puede e incluso debe “significar”, a su manera, la introyección de la que es incapaz: su imposibilidad, su simulacro, su desplazamiento. Por supuesto, si se parte de esta posibilidad de compromiso o de pasajes, de la semi10

permeabilidad estructural de la pared (que “la existencia de una bóveda semejante tiene por efecto obturar”3 [cfr. 229]), más que de la pared y de los lugares que ella separa, uno podría verse tentado a ver una polaridad, un sistema polarizado (introyección / incorporación) en lugar del rigor intratable de su distinción. Pero la clínica debe ser sensible a la oposición, a veces masiva y espectacular, de las tendencias en un funcionamiento bipolar, en todos los compromisos, en todas las negociaciones que permite. Y estas tendencias no pueden analizarse sino a partir de una disociación rigurosa, incluso si esta distinción sigue siendo, en su pureza, ideal. La posibilidad de esta disociación, cuya línea de fractura tiene la forma de un espacio críptico (no una oposición simple sino la inclusión excluyente de una caja fuerte dentro de la otra), propaga sus efectos sobre toda la tópica y sobre toda la conceptualidad metapsicológica. Poner fin a un vago “panfantasismo”, permite una estricta delimitación de la “fantasía”. La incorporación es del orden de la fantasía. ¿Cuál es el criterio? La fantasía no obliga, no impone, como lo hace la Realidad4 (redefinida en un sentido metapsicológico, con una referencia tan solo anasémica a la tradición filosófica, judicial, científica, etc.), desde el interior o el exterior, ninguna transformación tópica. A diferencia de la Realidad, la fantasía tiende a mantener el orden de los lugares. Toda la astuta actividad que puede desplegar obedece a una finalidad conservadora, preservadora, “narcisista”. Es precisamente este tipo de resistencia, rechazo, renegación o denegación, lo que designa la Realidad como tal: lo que requeriría modificar la tópica, cambiar los lugares. Esta definición es una piedra angular: para la arquitectura de la cripta, sin duda, pero también para la construcción teórica del Verbario: “Se admite que [la fantasía], sea consciente o no, tiene como función mantener la tópica en la misma posición. Las fantasías de Wolfman no pueden no estar en relación con el contenido de la cripta, incluso en una relación de preservación, de conservación”.

Nicolas Abraham y Maria Torok, “De la topique réalitaire, Notations sur une métapsychologie du secret”, Revue Française de Psychanalyse, 5-6, 1971 [“La tópica realitaria. Observaciones sobre una metapsicología del secreto” en La corteza y el núcleo, Ed. Cit., pp. 226-232]. 4 Ibíd. Cfr., también Nicolas Abraham y Maria Torok, “Introjecter-Incorporer”, “Deuil ou Mélancolie”, en Destins du cannibalisme. Nouvelle Revue de Psychanalyse, otoño 1972 [“Duelo o melancolía. Introyectar-incorporar” en La corteza y el núcleo, Ed. Cit., pp. 233-247]. Encontraremos nuevamente el motivo transfenomenológico que, con la regla anasémica, orienta desde hace mucho tiempo estos trabajos. El motivo es evidentemente presente a la reinterpretación de la fantasía: “Decir que la fantasía [de la incorporación] sustenta el proceso [de introyección] implicaría trastocar todo el proceder psicoanalítico, con graves consecuencias. Intentar saber, en cambio, a través de la fantasía, a qué modificación procesual viene a oponerse, es pasar de la descripción del fenómeno a su motor transfenoménico, y mantenerse en el punto geométrico a partir del cual podría leerse el origen metapsicológico de cada fantasía, hasta el ‘origen’ de lo originario mismo” [233-234]. 3

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La Realidad, aquello de lo cual no hace falta saber o escuchar nada, tendría así una relación esencial con el secreto. “El concepto metapsicológico de Realidad remite, en el aparato psíquico, al lugar donde el secreto está enterrado”5. El concepto de realidad es, pues, indispensable para la situación de la cripta. Y, al mismo tiempo, para una suerte de multiplicidad estructural de la incorporación críptica: la cripta siempre debe incorporar más de uno y, a su respecto, comportarse de más de una manera. Más de uno: el secreto del criptóforo debe ser compartido, al menos con un “tercero”, esta es la condición de todo secreto. Más de una manera: el tercero incorporado se guarda para ser suprimido, se mantiene en vida a fin de ser tomado por muerto; los terceros excluidos están suprimidos pero, en virtud de ello, implicados, envueltos por la escena: “...un tercero cómplice como lugar de un gozar indebido y… a otros terceros, excluidos, y por lo tanto –por el mismo gozar– suprimidos”6. Desde la cripta de Wolfman se convocará a toda una asamblea de testigos (el forum), pero también se desplegará toda una estrategia de testificación. Ahí se corta todo el tiempo: se interrumpe o se toma la palabra del otro, se pasa a las confesiones a través de una de inadvertencia infalible, se confirma por comprobación cruzada, se hiere sobre las paredes angulares y cortantes que fragmentan el foro. El secreto fragmenta la tópica. El enclave de la cripta, entre “el inconsciente dinámico” y el “Yo de la introyección” (ibíd.), forma, al interior del Yo, dentro del espacio general del Yo, una especie de bolsillo de resistencia, el quiste duro de un “inconsciente artificial”. Un tabique separa el interior del interior. El fuero más interno (la cripta como un inconsciente artificial, como un artefacto del Yo) deviene el aparte de [hormis] (excepto, salvo, fuera-de [fors]), el afuera (foris) para el fuero exterior (Yo) que lo incluye sin entenderlo, para no comprender nada.7 El fuero interior (Yo) se pone al exterior de la cripta o, si se lo prefiere, “en él” ha constituido la cripta como fuero exterior. Se podrían reemplazar indefinidamente, hasta el vértigo, los nombres de los lugares (interior como exterior del exterior, o del interior; el exterior como interior del interior, o del exterior, etc.), pero la confusión no es posible. Los límites parietales son muy sólidos. Mantenidos por la “represión conservadora” (ibíd. [229]), el

De la topique réalitaire, op., cit., [“La tópica realitaria”, p. 227 –trad. modif]. Íbid [228]. Una problemática del Tercero y del “Nombre del tercero” había sido emprendida por Nicolas Abraham en un texto de 1961, “Le symbole, De la psychanalyse à la transphénoménologie” (Manuscrito inédito, París, 1961 [Cfr. “El sentido del símbolo como más allá del fenómeno” en La corteza y el núcleo., Ed. cit., pp. 32-76.]). Se podrá reconocer esta problemática en todas partes. 7 Punto de juego, aquí, sobre las palabras o sobre la sintaxis, punto de contaminación gratuita, sólo las limitaciones de esta tópica singular. Esta produce la necesidad de este lenguaje antes de ser descrito en sus giros extraños, sus equívocos sintáxicos, sus exteriores parecidos. 5 6

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tabique divisorio es real.8 También lo es la inclusión. Sin duda, el Yo se identifica para resistir la introyección, pero de una manera “oculta e imaginaria”, con el objeto perdido, con su “vida de ultratumba” [265]. Sin duda, esta “identificación endocríptica” destinada a mantener la tópica intacta y el lugar salvo, sigue siendo fantasmática, critofantasmática. Pero la inclusión en sí misma es real, no pertenece al orden de la fantasía. Lo mismo se puede decir de las paredes construidas con este fin, y por lo tanto de todas las divisiones de la estructura tópica. Los elementos de este análisis tópico se habían llevado a cabo antes, pero también, desde 1968 hasta 1975, a través de una nueva lectura del Hombre de los lobos. La puesta a prueba de las premisas confirma, enriquece, aguza. Al término del Verbario, toda una teoría del símbolo (que había estado en curso de elaboración durante más de quince años9) podía medirse con la hipótesis de la escisión críptica al interior del Yo y de este “inconsciente de género particular”. El “símbolo fracturado”, marcado de “indeterminación” por la ausencia de su otra parte, de su inconsciente “co-símbolo”, puede sufrir una juntura [brisure]* “suplementaria”: no ya la que afecta la unidad originaria de lo pre-simbólico y que da lugar al inconsciente, sino la que viene a “fragmentar el dato simbólico” hasta que constituyera un sujeto particularmente rebelde al análisis, portador de un “puzzle de fragmentos del cual no sabríamos nada: ni el modo de reunirlos ni cómo reconocer la mayoría de las piezas”. La fortaleza críptica protege a este rebelde provocando la fractura simbólica. Rompe el símbolo en fragmentos angulosos, organiza las particiones internas (intra-simbólicas) de las cavidades, huecos, corredores, chicanes, vacíos y fortificaciones escarpadas. Siempre “anfractuosidades”, ya que son los efectos de las roturas: tales son las “paredes de la cripta”. A partir de entonces, la muralla por atravesar no será solo la del Inconsciente (como ocurre con la única palabra-cosa o co-símbolo reprimido) sino la pared angular al interior del Yo. Esta es la hipótesis “suplementaria”. Exige (como en la noche negra y el aire enrarecido de todas las criptas, la imagen de una lamparilla de vela [veilleuse]*, su llama incierta que tiembla al menor soplo) que algún tipo de lucidez ilumine la Nicolas Abraham y Maria Torok, “L’objet perdu-moi”, Notations sur l’identification endocryptique, en Revue Française de la Psychanalyse, marzo, 1975. [“’El objeto perdido- yo’. Apuntes sobre la identificación endocríptica” en La corteza y el núcleo, Ed. Cit., pp. 263-281]. 9 Especialmente en Le symbole, Op. cit. * Cfr., Derrida, J., De la Grammatologie. Paris: Minuit, pp. 96 y ss. Trad. cast. Oscar del Barco y Conrado Ceretti, De la gramatología. México: Siglo XXI, 1985, pp. 85 y ss. [N. del T.]. * Acerca de la riqueza polisémica de la palabra francesa “veilleuse”, véanse “«La Veilleuse» («…au livre de luimême»)”, Prefacio a James Joyce ou l’Ecriture Matricide de Jacques Trilling. Belfort: Éditions Circé, 2001; y “Le veilleur, la veilleuse”, en Brenner, Frédéric, Diaspora : Terres natales de l’exil. Paris: La Martinière, 2003 [“[Revelaciones y otros textos. Lecturas de las fotografías de Fréderic Brenner]” en Artes de lo visible (1979-2004). Barcelona: Ellago, 2013, pp. 292-293]. Considérese además que “veilleuse” designa la “luz de noche”, la “lamparilla” o “vela”, significación 8

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pared interior del símbolo agrietado. Al interior de la cripta, en el Yo, una “instancia lúcida y reflexiva” ilumina el cruce de la pared divisoria y vigila los disfraces, “cada fragmento es consciente de sí mismo e inconsciente de lo que está ‘fuera de la cripta’ [‘hors-crypte’]”: “...esto explica las particularidades que gobiernan las relaciones intra-simbólicas y no co-simbólicas [es decir, en el Inconsciente] de la palabra”. Cuando una parte del yo escindido por la cripta habla al otro para decirle, como un inconsciente, a la manera del inconsciente, Wo ich war soll Es werden, es una estratagema para mantener salvo un lugar o más bien un no-lugar en el lugar, una “maniobra para preservar este no-lugar en el lugar donde el goce ya no puede advenir pero gracias a lo cual puede advenir en otra parte”. Este lugar, el lugar de la palabra-cosa excluida, de lo no simbolizable, es el objeto de una “verdadera represión” que lo empuja hacia el Inconsciente, desde el cual lo veremos actuar, vivir, retornar. Pero para explicar los disfraces (verbales, visuales o sintomáticos) bajo los cuales retorna, hace falta que este co-símbolo simétrico inconsciente sea también, en su estructura tópica (nos interesamos sólo por ella, por el momento), fragmentado, partido por una línea de división que prolonga la del símbolo, la del lugar intrasimbólico. Este es uno de los pasajes más difíciles y densos, me parece, del Verbario, el más grande, podría decirse, de una elaboración en curso y por venir. Es en este lugar donde la Cosa es nombrada, nombrada en el texto, en su nombre de Cosa, pero como la innombrable Palabra-Cosa, la “palabra muda”. Cosa sería esta formación “complementaria en el Inconsciente” de un co-símbolo fracturado según la misma línea que el símbolo. Esta “Cosa del Inconsciente críptico” no implica sino una cripta en el Ello, al menos un Ello compartimentado, correspondiente a la cripta en el Yo. La tópica está “dos veces escindida [clivée]”. “Esto debe ser admitido, de lo contrario la palabra tieret, la Cosa, no tendría que volver en tanto símbolo indescifrable”. No se puede, pues, acceder al pensamiento de la Cosa sin un pensamiento del Topos y, dentro de él, como una posibilidad esencial, de la Cripta. Pero no hay topo-criptografía sin determinación de este singular fuera-de-lugar o no-lugar. La tópica de los fueros da a pensar, venimos de confirmarlo, un no-lugar en los lugares, un lugar como no-lugar. Hay que guardar salvo (aparte [hormis], haciendo excepción, fuera-de), en un no-lugar el otro lugar. De acuerdo con la instancia jurídica presente en cualquier pensamiento de la Cosa (su determinación que se vincula con “estar en vela”, “desvelado/a” o “penitente”, como en el caso del cuadro de Georges de la Tour “La Madeleine à la veilleuse” que en español se ha traducido como “La Magdalena penitente de la lamparilla”. Así, al mismo tiempo, “en veilleuse” puede significar estar “a media luz” o “a la espera”, y “mettre en veilleuse”, “dejar en suspenso”. [N. del T.].

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anasémica ya no está contenida por una región del discurso denominado “derecho”), el no-lugar [a-lugar] está destinado a marcar, sentencia [arrêt] al término de una audiencia [sentence], que un proceso no ha tenido lugar, debe no tener lugar, no habría debido tener lugar. No es la absolución. Es más o menos que la absolución de una deuda, de un crimen o de un goce prohibido. Indica que el espacio de absolución o compromiso incluso no habría debido constituirse. El trauma y la incorporación “contradictoria” deberían (no) haber tenido lugar. La tópica de la cripta sigue una línea de fractura que va desde este no-lugar, o este fuera-de-lugar, hacia el otro lugar: aquel donde la “muerte del placer” todavía marca, aún, silenciosamente, el placer singular: salvo –

2. LA MUERTE (LO ATÓPICO)

El lugar críptico es, pues, también una sepultura. La tópica nos ha enseñado a tener en cuenta un cierto no-lugar. La función sepulcral, a su vez, puede no significar simplemente la muerte. Una cripta, se cree, siempre oculta (de) lo muerto. ¿Pero para cuidarlo de qué? ¿Contra qué se puede mantener intacto un cadáver, a salvo –a la vez– de la vida y de la muerte, que podrían venir desde afuera? ¿Y hacer que la muerte no tenga lugar en la vida? Cuando se entierra la palabra-cosa tieret (en el inconsciente, ciertamente, como la Cosa del Inconsciente críptico), se “esconde con la ficción falaz de que ya no está vivo”. El habitante de una cripta es siempre un muerto-viviente, un muerto que se quiere guardar en vida, pero como muerto; que se quiere guardar hasta en su muerte, a condición de guardarlo, esto es, en sí, intacto, salvo, pues, vivo. El hecho de que la incorporación críptica siempre marque un efecto de duelo imposible o rechazado (melancolía o duelo) se confirma incesantemente por el Verbario. Ahora bien, la incorporación nunca se completa. Incluso haría falta decir: nunca termina. En principio, (1°) por la siguiente razón general: está trabajada por la introyección. Una introyección inaccesible pero de la cual ella porta siempre en sí, inscrita en su propia posibilidad, la “vocación nostálgica”.10 A continuación, (2°) porque permanece siempre contradictoria en su estructura: resistiendo la introyección, impide la asimilación amante y apropiante del otro; guarda, pues, en apariencia, al otro como otro (extranjero), pero también hace lo contrario. No es el otro lo que

“…toda incorporación tiene a la introyección como vocación nostálgica” (Introjecter-Incorporer, Deuil o Mélancolie, Op., cit., [“Duelo o melancolía. Introyectar-Incorporar”, p. 237]). 10

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guarda la incorporación, sino una tópica que mantiene segura, intacta respecto de esta relación al otro, al que, paradójicamente, la introyección está más abierta. Sin embargo, resta que la alteridad del otro instale dentro de cualquier proceso de apropiación (incluso antes de cualquier oposición entre introyectar e incorporar) una “contradicción”, o mejor, o peor, si la contradicción siempre lleva consigo el telos de un relevo, una irresolución indecidible que les impida para siempre que se cierren sobre su coherencia propia e ideal, dicho de otro modo, y en todo caso, sobre su muerte [leur mort]. Finalmente, (3°) sean cuales sean las temibles dificultades del idioma, la incorporación que da lugar a la cripta de Wolfman es contradictoria en la singularidad misma de su contenido libidinal: “una contradicción en el deseo mismo” de aquel que desearía la muerte de su padre y de su hermana. Una vez que él ha incorporado a su hermana, “única manera de amarla para evitar matarla, y de matarla para evitar amarla”, tuvo que incorporar a quien la sedujo: el padre. La identificación entre estos dos penes vuelve la contradicción interna e insoluble. A la vez, el objeto incorporado (Padre-Hermana) debe matarse y mantenerse a salvo para evitar que se lleve el “pene común a la tumba”. Se podría decir que el foro críptico es el teatro general de todas las maniobras, de todas las transacciones realizadas para evitar que la contradicción se convierta en una catástrofe, en una de las dos catástrofes entre las cuales sólo se tiene la vergüenza de elegir. De hecho, más allá de todas las otras catástrofes (que se podrían denominar eufemísticamente “secundarias”) que han puntuado la vida de Wolfman, primero hay que reconocer que la cripta es en sí misma la catástrofe, o más bien su monumento. Al tratar de destruirla, esto es lo catastrófico mismo, no puede más que consolidarla. Así es, por ejemplo, cómo funciona el lenguaje de la nariz. “La cripta en su nariz como un rebús” es el síntoma del compromiso buscado pero imposible. Más adelante descubriremos de qué palabra se hace espectáculo. Por el momento solo consideraremos la contradicción entre las fuerzas libidinales que entran en su composición. Cuando Freud, en 1923, parece estar amenazado de muerte, Wolfman intenta salvar al analista en peligro de muerte, para salvar al Padre cuyo lugar ha tomado Freud al salvar a la Hermana del suicidio (ella ocupa el mismo lugar que luego ocupará Ruth Mack Brunswick), curándola. El Terapeuta, a quien él también ha instalado dentro de él, se salvará si salva a su hermana la víspera de su suicidio, cuando ella lo culpaba de las erupciones de su cara. Pero al intentar curarla (curarse a sí mismo y curar a todos los demás), él también está tratando de “hacer morir al Padre devolviéndolo a la vida”. La lógica aterradora de esta insoluble contradicción es que no puede querer suprimir la cripta 16

(la incorporación de la pareja Padre-Hermana), o incluso dirigir esa demanda al analista, sino matando en él a los muertos –que, así, están aún vivos y consecuentemente son intolerables– es decir (sin decirlo), consolidando silenciosamente la cripta. La cripta está así construida (de ahí, a la vez, su hermetismo de fortaleza o caja-fuerte y su inestabilidad amenazante) gracias a la doble presión de fuerzas contradictorias; erigida en su ruina, sostenida por lo que nunca deja su trabajo de socavamiento y minado. De ahí, hasta el día de hoy, la infatigable vigilancia empleada para lograr el asesinato imposible y, simultáneamente, para salvar de un asesinato inevitable, ya perpetrado, la pareja del muerto y de la viva, del vivo y de la muerta, la muerteviviente fuera de él en él, en el adentro de su fuero interior lo más excluido. Se hace fuerte tanto de su muerte como de su vida. Esta compulsión incansable se muestra, en el Verbario, trabajando, siempre de la misma manera, en todo el material clínico, las marcas verbales o preverbales, los síntomas, los sueños, las representaciones de palabras o de cosas. Al construir la cripta, dejándola que se construya para consolidarla, Wolfman quiere salvar la muerte-viviente que ha amurallado dentro de él. Es decir, él mismo, el habitáculo, el huésped [hôte] de sus huéspedes, y la contradicción dramática de su deseo, de un deseo que, sin embargo, ya no es suyo. De paso, hemos visto, él quería salvar a dos de sus analistas (el Padre y la Hermana, por separado o combinados), e incluso salvar la perpetuación del análisis. ¿Qué quiere decir salvar al analista, e incluso al análisis? ¿No hay al menos dos rescates en este caso, o dos salvaciones, de las cuales una imita a la otra para evitarla, al igual que la incorporación simula la introyección de la que guarda una “vocación nostálgica”? ¿Pero dónde nos lleva la lógica de tal simulacro? Mire la escritura del Verbario: como una suerte de relato [récit] singular, ciertamente, el relato del drama del Hombre de los Lobos, pero también como el relato escandido, ritmado, paso a paso, de una desencriptación [décryptage] en sí misma dramática, el relato del relato, de su progreso, sus obstáculos, sus retrasos, sus interrupciones, sus descubrimientos a lo largo de todo un laberinto, de su vestíbulo, de sus corredores, de sus ángulos. El deseo de los analistas (hay dos analistas y la cuestión del deseo se vuelve menos simple que nunca) está ahí implícito, y no queda jamás en la sombra. Ese deseo invierte los lugares, es parte de la operación, e incluso le da su primer impulso. Y es también el deseo de salvar. ¿De salvar a quién, de salvar qué? No al Hombre de los lobos: es demasiado tarde. Un breve capítulo, cerca del final, pregunta: “¿Es Wolfman analizable, 17

y cómo?”. Se señala la dificultad de reconocer una “verdadera transferencia” desde el momento en que Wolfman “era su hermana”. Hubiera sido necesario deconstituir la “instancia jurídica” que estableció a Sergei como juez por sobre el padre criminal. Sin esperar ninguna transferencia, “habría sido necesario” poner en cuestión el “código jurídico” sobre el cual se apoya el chantaje de la institutriz con sus palabras en inglés, “oponer la comprensión analítica del padre a una legalidad [juridisme] represiva”, y llegar hasta el análisis de los abuelos, o incluso de los bisabuelos paternos. La única aparición de la palabra fuero, es en este capítulo donde vemos anunciarse, a condición de otra escucha analítica y de una vigilancia anasémica, todo el alcance político-jurídico de este “caso”. Para salvar, entonces, no al Hombre de los lobos (nació el día de Navidad de 1886 y acaba de firmar sus Memorias), sino a su análisis. Más dos analistas: no Freud y Ruth Mack Brunswick, sino los signatarios del Verbario: “Una fuerza irresistible nos atrae: salvar el análisis del Hombre de los lobos, salvarnos”. A intervalos regulares, un narrador o un recitante-orador [récitant] avanza en la escena diciendo “nosotros” (la pareja signataria del Verbario), como en una noveleta de Poe o una obra de Brecht: para hacer el balance, medir el paso, presentar al héroe de la acción, es decir, de un drama. Por ejemplo, en este párrafo en cursiva, cuando se levanta el telón [le rideau] para dar a ver “Detrás del mundo interior” [“Derriere le monde interne”]*, en la obertura del segundo capítulo. El deseo de los dos “autores”, de su unidad doble, se asume en la primera persona del plural, incluso si, fuera de las cursivas, esa unidad doble utiliza la tercera persona. El deseo asumido es ciertamente el de salvar no al Wolfman sino a su análisis y a “nosotros mismos”, los dos o tres se encuentran aquí ligados bajo el sello de un contrato por descifrar. Yo subrayo: “El drama del Hombre de los lobos permanece inacabado para el héroe. Pero una vez que la acción se pone en movimiento, no puede detenerse a medio camino, debe continuar en nosotros, ineluctablemente, hasta su desenlace final. Y aquí nuestra insatisfacción, estimulada por un deus ex machina providencial, elabora, imagina, sueña. Una fuerza irresistible nos atrae: salvar el análisis del Hombre de los lobos, salvarnos. Al hilo de los días, se abre, se extiende y se cumple en nosotros un cuarto acto salvador. 1. Un paseo improvisado a través de un Verbario. Criptónimos y lo que esconden Acerca del “Derrière le rideau” como un nombre de Derrida, Cfr., Glas. Ed. cit., p. 80; y “Roundtable on Autobiography” en The ear of the other. Ed. cit. pp. 76-77. [N. del T.]. *

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Los autores habían llegado a este momento preciso de su redacción y se disponían a retomar el texto de Freud según su punto de vista –el de la incorporación–, cuando se les ocurrió consultar un diccionario ruso”*

Al desplegar el “drama” de Wolfman, al descifrar la escritura monumental de su historia, al reconstituir el código jeroglífico que tuvo que inventar para decir sin decir lo prohibido (aluden en un punto a Champollion y a la Piedra de Rosetta), los dos analistas construyeron: el análisis de una cripta, por supuesto, de una criptografía, con su lengua y su método; pero también, indisociablemente, la cripta de un análisis, su cripta descifrada [décryptée], su cripta en descifre, el monumento conmemorativo de lo que hace falta mantener vivo, y en poder seminal. Lo más precioso, no lo dudamos. Tanto para ellos como para nosotros, incluso si esto puede no ser exactamente lo mismo en cada caso. Lo que esto fue para ellos, lo reservan designando pero sin intentar, como suele ocurrir, sustraerlo en principio a la lectura, para descontarlo de la escena. Ellos lo ofrecen incluso, en algún momento, a una “tercera oreja”. Para salvarse, la fuerza de su doble deseo no es una parte menor de la escena. De lo que se muestra y de lo que, como siempre ocurre con la fuerza, escapa a la representación. El Verbario se lee como el relato de una novela, de un poema, de un mito, de un drama, todo en traducción plural, productiva y simultánea. No estoy aquí definiendo las formas o los géneros que se prestarían –que se dejarían tomar prestados– a una exposición psicoanalítica. Estoy señalando, en la intersección invisible de estas necesidades de apariencia formal, lo que es único acerca de un procedimiento que debe inventar su propio lenguaje. Y a algunos lectores (de tipo espontáneo) tal vez les sorprenda no encontrar en el “estilo” del Verbario ninguna de las maneras hoy en día predominantes en el discurso francés: en el ágora psicoanalítica, fuera de ella o en esa zona intermedia que se expande tan rápidamente. Ni en su simplicidad más expuesta, más serena (escucha: sabemos que estamos buscando algo de lo que no nos desviaremos), más sonriente (conozco la sonrisa paciente de los autores, su lucidez indulgente y despiadada, al mismo tiempo, efectivamente analítica, ante todo tipo de dogmatismo o estereotipia, jactancia o conformidad teórica, la búsqueda del efecto a cualquier precio: “¿Pero veamos, de qué, de quién tenemos miedo? ¿Qué es lo que buscamos? ¿Qué quieren de nosotros todavía?”), ni en el refinamiento elíptico de la sutileza más arriesgada este *

Cfr. “Chapitre II, Derrière le monde interne”, pp. 111-112. [N. del T.]

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“estilo” no se parece: a nada que un lector francés pueda esperar reconocer de un programa que le resulte tranquilizador. Un cierto cuerpo extraño [étranger] trabaja aquí nuestro espacio doméstico. Y el mismo tendrá el programa que no tiene más secreto para él, habrá previsto todos los modos de rechazo (expulsión interna o incorporación) que podrían acelerar el amurallamiento. El sentimiento de extrañeza no se importa con la lengua materna o el poliglotismo de los autores, ni tampoco con las “referencias” más activas e insistentes (Freud, Ferenczi, Abraham, Hermann, Klein, poetas franceses, ingleses, húngaros, etc.). Se debe a la Cosa que los ocupa. Y nos llama, a su vez, un relato: el relato de una novela, de un poema, de un mito, de un drama, todo traduciendo al francés lo que, en principio, había sido la traducción analítica (la perforación activa que produce una cripta atacada simultáneamente en las tres lenguas que la construyen), traducción analítica, pues, de un texto (el “drama” real de Wolfman) que constituiría él mismo, ya, una traducción encriptada [cryptée]. Primera consecuencia: la génesis. El Verbario no propone un catálogo, una taxonomía, una tabla léxica donde estarían fijas las especies verbales. Por el contrario, todo comienza en el instante en que el/lo “material” se explica a través de las leyes de su funcionamiento vital, en el momento en que rechaza “contentarse con un catálogo de jeroglíficos descifrados”, donde la constitución genética de esta criptografía es analizada en su historia a partir de acontecimientos pre-verbales, luego verbales de un tipo singular, donde las leyes de formación o desplazamiento (tópico o económico), de contradicción, o de temporización, vienen a dar cuenta de lo que ha podido funcionar como un verbario, un diccionario en varias lenguas manipulado con una agilidad tanto más impresionante, en los límites de lo increíble, en cuanto cada lengua hace ángulo consigo misma y con las otras dos, por lo que toda la correspondencia lineal queda rota. Pero la génesis no es suficiente para caracterizar la “forma” de este libro. El relato cuenta, ciertamente, además de la génesis del “caso”, su propia historia del relato, poniendo en escena a los recitantes-oradores y marcando todos los géneros que se practican en esta doble articulación, tanto la novela (novela familiar, las aventuras de uno o más sujetos en una moderna sociedad europea atravesada por varias guerras o revoluciones), como el drama (un “héroe” que es varios, una “acción” en cuatro actos, e incluso una “dramaturgia del Inconsciente en el diván de RMB”, varias escenas teatrales, un “reconocimiento” e incluso un “desenlace” del lado, es cierto, de los recitantes-oradores), o el poema (producción de una obra como lengua, “un solo poema a varias voces”, como se dice, una “obra de la vida” en la que habrán participado, 20

además del propio Wolfman, todos los analistas conocidos o desconocidos por él) o el mito (reconstrucción de un origen inmemorial, in illo tempore), o la traducción (circulación entre escrituras, marcas corporales, verbales o no, que forman un corpus más o menos –como siempre– idiomático y que requiere la producción de otra escritura de traducción). Pero si esta descripción es aún insuficiente, es porque no explica la necesidad de este recurso a todas estas “formas”. Ésta me parece referir, en última instancia, a la estructura críptica del “referente” último. Aquel se construye de tal manera que no se presenta nunca “en persona”, ni siquiera como objeto de un discurso teórico en sus normas tradicionales. La Cosa está encriptada. No en la cripta (fuero del Yo) sino por la cripta y en el Inconsciente. El acontecimiento “narrado”, reconstituido por una génesis novelística y mito-dramático-poético, no aparece jamás. Requiere, además de la temporalidad del après-coup en la que tanto insiste Historia de una neurosis infantil, este enfoque “transfenoménico” que reconocimos anteriormente como el movimiento más continuo de esta investigación. En el momento mismo en que se reconoce que el análisis sobre “documentos” (en este caso como en el de Schreber) es una traducción, de un texto “establecido” en un texto “inventado” (develamiento y “creación”); en el momento mismo en que se mantiene la distinción entre el original y su versión, hay que precisar que este original es apenas un lugar asintótico de “convergencias” para todas las “traducciones y traiciones posibles”, aproximación interminable del idioma, interminable para el texto “original” en sí mismo. Hace falta precisar, sobre todo, que el original está, desde ya, marcado por la “ficción”. Si la ficción abre desde ya la posibilidad del “original”, el relato que “traduce” el original debe, por su parte, avanzar “en el modo de la ficción”, incluso si éste no se reduce a una “ficción” y a un “viaje imaginario”. Es en este modo que se relaciona con el acontecimiento que instituye la cripta, con lo que tuvo (elegido) lugar fuera de lugar (la reproducción, ya, con el hermano menor, de una escena de seducción que habría vinculado a la hermana con el padre y que inaugura, en una intolerable contradicción libidinal, la “primera incorporación” críptica). El sin-lugar propio de este archi-acontecimiento, se denomina aquí “una coyuntura, tan mítica como se quiera”, un “momento cero” de la contradicción, “momento cero hipotético”. El Post-scriptum de la primera parte enfatiza el carácter “completamente ficticio”, de la reconstitución11 anterior. Se trata de un “personaje mítico”. No entendemos ahí solamente la Es precisamente en su “Extracto de la historia de una neurosis infantil (El Hombre de los lobos)” que Freud articula conjuntamente los problemas del “après-coup”, de la reconstrucción, del carácter real o fantasmático de ciertas escenas traumáticas, del relato (de la relación) analítico. Ocasión de recordarlo de una vez por todas: el Verbario no puede sino suponer conocido el texto de Freud (e incluso todo el corpus de la literatura post-freudiana sobre el 11

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retórica de una ironía prudente y modesta. Pero tampoco nos apresuramos a oponer la “ciencia”, la “verdad” o lo “real” a esta ficción. “Ficticio” no quiere decir “gratuito”, agrega el Post-scriptum. La relación vinculante a una lógica interna del original sigue siendo [demeure] la regla de las traducciones, incluso si ese original fuese él mismo construido, por la estructura del acontecimiento “originario”, como un sistema “criptomítico”. Está en obra un cierto tipo de verificación, cuyos procedimientos solo pueden depender de nuevas exigencias anasémicas y metapsicológicas, especialmente de nuevas definiciones tópicas de la Cosa, de la Realidad, de la Fantasía [Fantasme], etc. Estas exigencias están producidas y puestas a prueba por este tipo de trabajo. En su principio, excluyen la gratuidad, no dejan libertad al orden del relato o a la necesidad interna de las traducciones. El relato impone, además, su forma, con una regularidad que es preciso explicar. Psychoanalysis lithographica, toma también el aspecto de una narración autobiográfica, autoanalítica, incluso mientras fuerza otra cripta, sin pretender la “confirmación o refutación de (mi) construcción en el plano de la realidad de los hechos”12. Al principio es un “cómo escribí Psychoanalysis lithographica”, cómo descifré el extraordinario criptograma “archeopterics” (en el centro del sueño princeps) en su anagrama “cryptorchia” y luego procedí (sin ningún referente fuera de texto) al montaje de la organización libidinal que hace tiempo estableció las correspondencias “genotípicas” entre los dos “gramatosomas” (archeopterycs y cryptorchia). Ahí también, como en el Verbario (las dos elaboraciones se cruzan en el tiempo, y se prueban ahí los mismos conceptos), las palabras inglesas se abren camino al pasar. “El descubrimiento del inglés como lengua críptica fue un paso crucial” (Verbario). Por un lado, la institutriz inglesa, por otro, un médico de lengua inglesa. Ahí también, con la chance suplementaria de que la palabra cripta también se haga parte de la palabra disfrazada, mantenida en secreto, encriptada (cripta en cripta, nombre en el nombre, cuerpo en el cuerpo), cripta como parte de la Hombre de los Lobos), sin embargo, por razones evidentes, era preciso evitar re-definir a cada instante la relación con el análisis freudiano o post-freudiano. Refiriéndose a toda la bibliografía analítica sobre Wolfman (que acaba de añadir, una vez más en varias lenguas, una última contribución), el discernimiento del lector hará parte de lo que es considerado como adquirido, de lo que es abandonado o discutido, completado o reubicado en perspectiva, consolidado o perturbado. Dar cuenta de lo increíble como tal, he aquí lo que han emprendido los autores del Verbario. Freud había prevenido: el Hombre de los Lobos es “increíble” (“Sin embargo, algunos detalles me parecieron tan extraordinarios y tan increíbles, que experimenté cierta vacilación en requerir a otros que los creyeran” [Cfr.,“De la historia de una neurosis infantil (1918 [1924]” en Obras completas. Volumen 17 (1917-1919). Trad. J. L. Etcheverry, Buenos Aires: Amorrortu 1992, p. 13. -trad. modif.]). Pero si Wolfman impuso una tradición de lo increíble, ésta amplía aún sus límites, más allá de los que suponía Freud. Ante la demostración, el incrédulo tendrá siempre la posibilidad, si él todavía tiene placer en ello, de frotarse los ojos. 12 Nicolas Abraham, Psychoanalysis Lithographica (a propósito de L’enfant imaginaire de Conrad Stein) Critique 319, diciembre, 1973 [“Psychoanalysis lithographica” en La corteza y el núcleo. Ed. cit., pp. 247-262 (p. 255)].

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criptorquidia, el relato del análisis “sobre los documentos” cuenta también, desde el otro lado, desde el lado del objeto, este acontecimiento fundacional y mítico, este “advenimiento” que exige el relato cifrado desde el origen, en la medida en que requiere, en su posibilidad misma, el secreto. El énfasis es mío: “No podría haber podido tener lugar sin la obligación de mantenerlo en secreto”. El Psychoanalysis Lithographica vuelve frecuentemente sobre la necesidad de lo “poético”, de una “verdad poética” que no pierde nada al romper con la “veracidad”, esta forma cientificista, ingenuamente objetivista o realista del consenso epistemológico. La cuestión aquí no es la adecuación con alguna “realidad oculta” (“aún cuando –dice sonriendo– se alcance su coincidencia alguna vez...” [256]), sino descubrir cómo el discurso del analizado “se vuelve una obra”. “Esto es lo que pasó, me parece” [256]. Pero solo una obra, a su vez, podría responder a esta pregunta, y hacerla. He aquí que está hecho. Nicolas Abraham nunca dejó de experimentar la necesidad, dentro del nuevo tipo de cientificidad y verificación requerido por el psicoanálisis, del texto mito-poético. En 1962, su Presentación a Thalassa13 comunica, como una red de traducciones, el sueño ferencziano del psicoanálisis convertido en “ciencia universal”, un bio-análisis, y una nueva filosofía capaz de abordar preguntas que el autor de la presentación, muy presente incluso si dice al final que “se borra”, nunca abandonará: “la estructura del símbolo primero”, la “topología y fisiología de los conjuntos simbólicos”, el “sentido transfenoménico de los fenómenos”, etc. Tal Presentación se presenta, se pone en escena, por supuesto, delante (to the fore), sin contener el afecto “jubiloso”, la “alegría”, la “liberación” [cf. 23] provocada por el colapso, en última instancia, de un “compartimento [cloison] impermeable en el centro del yo” [cf. 30]. No se trata aquí del compartimiento de una cripta, lo que solamente separa aún una forma de racionalidad de una forma de irracionalidad. Sin embargo, el afecto es reconocible: la alegría de salvar o de liberar algo haciendo saltar un compartimento intestino, de poner fin a una suerte de hermetismo artificial en el “centro del yo” o, más precisamente, a un artefacto, esta producción cuasi-natural, aunque accidental, de un artificio o de un mecanismo artificial. Es en esta condición que “verdad científica y verdad poética” revelarán su pertenencia a la “misma esencia”. Pero a la inversa, el descubrimiento práctico (practicado) de esta esencia común podrá derribar los tabiques [cloisons]. Así comprendida, esta verdad poética no se pierde ya en la gratuidad de un esteticismo literario, ni nos conduce nuevamente al descubrimiento simple de una presencia, a Ferenczi, Thalassa, Psychanalyse des origines de la vie sexuelle, suivi de Masculin et Féminin, Edición establecida, presentada y anotada por Nicolas Abraham, Payot, 1962 [“Presentación de ‘Thalassa’” en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 23-31]. 13

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la intuición de la “cosa misma” de filósofos o fenomenólogos. Es “poética” en el sentido de que escribe un texto sobre y en un texto, un jeroglífico sobre un jeroglífico, un símbolo (en una acepción muy específica de la palabra y determinado por el conjunto de la investigación, que no debe asimilarse fácilmente) sobre símbolo. El cuerpo que ya firma antes incluso del nombre “propio”: “El lenguaje de los órganos y funciones sería pues, a su vez, un conjunto de símbolos que remiten a un lenguaje más arcaico aún, y así sucesivamente. Planteado esto, parece de una lógica irreprochable considerar el organismo como un texto jeroglífico sedimentado en el curso de la historia de la especie y que una investigación adecuada estaría en condiciones de descifrar […] Podríamos agregar que también el método psicoanalítico opera por un vaivén incesante entre el exterior y el interior, y que no existe ninguna diferencia de principio entre la conducta verbal del analizado, las tentativas de un paramecio ante el obstáculo, la reacción inflamatoria de un tejido ante una agresión química y el funcionamiento, incluso normal, del músculo cardíaco” (ibíd. [27-29], énfasis mío). Y diez años antes: “…no hay nada que no sea símbolo” [67], o bien: “Lo simbolizado es siempre el símbolo de un simbolizado inferior” [39].14 El modelo jeroglífico que funciona en todas partes (a menudo se evoca en el Verbario) es más, y otra cosa que un modelo analógico. Implica, por una parte, que el objeto último aún resta, sea como un nombre o cuerpo “propios”, un texto por descifrar, pero también, por otra, implica que su escritura no es esencialmente verbal o fonética: sea cual sea la importancia y la complejidad económica de la fonetización. Sin embargo, se evitará la interpretación simplista y escrituralista; se evitará omitir la “operación del sujeto” o el funcionamiento operatorio del símbolo, se evitará substancializar el objeto-texto, “el símbolo-cosa considerado como jeroglífico o texto simbólico”, como “símbolo muerto” (Ibíd., [33]). En este último caso, sólo tendríamos ante nosotros ese “catálogo de jeroglíficos” al que el Verbario no se reduce en ningún caso: en el momento mismo en que el Verbario aísla una única “palabra-cosa” tenida por muerta o letárgica, explica la génesis operatoria, la eficacia viva y vigilante. Desde el punto de vista del psicoanálisis y no de la filología, de la lexicología o de la arqueología como tales.

Le symbole, De la psychanalyse a la transphénoménotogie, op., cit., [Cfr., “El sentido del símbolo como más allá del fenómeno” en La corteza y el núcleo., Ed. cit., pp. 32-76]. 14

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Hay una continuidad extraordinaria, una sorprendente coherencia entre el programa de 1961 y toda la investigación anasémica de los trabajos posteriores. Desde la primera página del Manuscrito de 1961, en el primer acápite (“El texto del símbolo”) del primer capítulo (“Psicoanálisis y trans-fenomenología del símbolo”), se reconoce el medio del Verbario: “Acostumbramos dirigirnos a los símbolos como el arqueólogo que se aplica a descifrar los documentos de una lengua desconocida. Lo dado es una cosa portadora de un sentido. Hay quienes viven en el cómodo prejuicio de que basta con adjuntar el sentido a la cosa, su soporte, las significaciones semánticas a los jeroglíficos, para vanagloriarse del éxito del desciframiento. No habremos hecho nada más que convertir un sistema de símbolos en otro sistema, permaneciendo, a su vez, deudor de su secreto. En realidad, la lectura del texto simbólico no se detiene en la observación de una correspondencia término a término. Para completar la obra del desciframiento habrá sido necesario restablecer todo el circuito funcional, que implica una multiplicidad de sujetos teleológicos y en el cual el símbolo-cosa no juega sino un papel de relevo. Dicho de otro modo, comprender un símbolo es volver a colocarlo en el dinamismo de un funcionamiento intersubjetivo” [cf. 33]. No querría, volviendo hacia las lejanas premisas del Verbario, caer en la facilidad del ya, de la teleología continua o del futuro anterior. El Manuscrito de 1961 fue, ciertamente, un paso indispensable en una larga elaboración. Nicolas Abraham, como se dice, filósofo de formación, extremadamente atento a los problemas de la estética, del lenguaje, de la traducción, de la poética y la traducción poética, leyó a Husserl, me parece, como nadie lo hizo hasta entonces. Como era su costumbre, rechazaba dulce, obstinadamente y con tranquila ironía (en mi memoria, mantenida aquí en una especie de estenografía entre paréntesis, este período está escrito en “la rue Vézelay”, dos años después de nuestro encuentro en un Coloquio15 cuyo diálogo se prolongó durante casi veinte años entre nosotros, según trayectos múltiples, paralelos, tangenciales, de intersección, de traducciones transversales, dentro de las cuales se mantuvo, como la respiración viviente de la amistad, esta reserva móvil que indicaría palabras queridas por Nicolas Abraham y Maria Torok, se las reconocerá en sus escritos: lo “auténtico” (y todos sus sinónimos) en preferencia a la “alienación”, a las “palabras vacías”, a las “palabras huecas

Cerisy-la-Salle, septiembre 1959. Ahí, Nicolas Abraham presentó su conferencia, Réflexions phénoménologiques sur les implications structurelles et génétiques de la psychanalyse (Génese et structure, Mouton, 1965) [Cfr., “Reflexiones fenomenológicas sobre las implicaciones estructurales y genéticas del psicoanálisis” en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 77-85]. 15

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que mueven a los ideólogos, a los utopistas, a los idólatras”16) sin dejarse desviar por lo que se instalaba como un dogma, una seguridad, un simplismo: la incompatibilidad de la fenomenología husserliana con el descubrimiento psicoanalítico. ¿Qué es lo que el idealismo trascendental, la reducción fenomenológica, el retorno a lo dado originariamente de la percepción consciente –se preguntaba– podría tener en común o de conciliable con el psicoanálisis? La pregunta no era ilegítima, pero se endureció en el eslogan y en el desconocimiento. Nicolas Abraham buscó, por el contrario, pacientemente, un pasaje efectivo a través de la fenomenología, una determinación rigurosa de su más allá, una reinterpretación de su contenido (especialmente el de fenomenología genética, a través de los temas de la intersubjetividad, de la hylé originaria, del tiempo, de la iteración, de la teleología, etc.) y de su método (análisis intencional, reducción trascendental, la puesta fuera de circuito de temas y objetos constituidos, el retorno a las operaciones constituyentes, etc.): condición de una ruptura crítica con toda clase de presuposiciones o de ingenuidades de las cuales el psicoanálisis mismo, aún hoy, mantiene, de modo desigual, los residuos. Y sobre todo con todo psicologismo Esta “transfenomenología” referida en 1961 todavía está en el centro del proyecto de archi-psicoanálisis definido en la Introducción a Hermann.17 Por supuesto, el concepto transfenomenológico del “jeroglífico” desde entonces se ha enriquecido y complicado, la noción de “secreto” ha recibido estatus tópico o metapsicológico nuevo, el “símbolo-cosa” un rol que ya no es simplemente un “relevo”, o cuya meditación, en todo caso, toma en el Verbario una forma que el Manuscrito de 1961 no anticipa expresamente, la teleología del deseo deviene más contradictoria y retorcida. Y lo más importante, las dos estructuras de descentramiento localizadas en los escritos más recientes –la cripta como cuerpo extraño [étranger] incluido por incorporación en el Yo, y el efecto de fantasma [fantôme], más radicalmente heterogéneo en la medida en que implica la tópica de un otro, de un “muerto enterrado en lo otro”18– habrían Nicolas Abraham, Le cas Jonas, traducción y comentario psicoanalítico del Livre de Jonas, “obra de un gran poeta húngaro, Mihaly Babits (1882-1941)”, “…poema escrito en unas semanas tan pronto como el poeta supo que sufría de una enfermedad incurable y fatal. Es una especie de autobiografía interior, siguiendo de cerca la historia bíblica del profeta Jonás…”. Nicolas Abraham termina este trabajo en mayo de 1973. 17 Irme Hermann, L’instinct filial, precedido de una Introduction à Hermann, por Nicolas Abraham, Denoël, 1972. [“Introducción del «instinto filial»” en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 294-335]. 18 Aunque las palabras “fantasma” [“fantôme”] o “asedio” [“hantise”] se imponen a veces para designar a los habitantes de la cripta en el interior del Yo (muertos viviendo como “cuerpos extraños [étrangers] en el sujeto”), hay que distinguir rigurosamente lo extraño incorporado en la cripta del Yo y el fantasma que viene a asediar desde el Inconsciente de un otro. El fantasma tiene su lugar en el Inconsciente, y no es el efecto de una represión “propia” al sujeto que vendría a asediar con toda una suerte de ventriloquías, sino “propio” a un inconsciente 16

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hecho más y otra cosa que simplemente completar o complicar las anticipaciones de un programa. Introdujeron en él un viraje [déportement] esencial. Una reestructuración general era necesaria y fue inmediatamente emprendida, más fecunda que nunca, sin esta incorporación artificial que rechazaría la novedad o los riesgos del proceso. Mientras que en 1961 el proyecto de una transfenomenología aún negociaba, por así decirlo, con la fenomenología o con sus límites, La corteza y el núcleo (1968)* marca, con un gesto más cortante, la heterogeneidad de los procedimientos. Yo diría que esta heterogeneidad se debe a la heterogeneidad en sí misma, a la alteridad: no tanto a la del Inconsciente, como es comúnmente aceptado, sino, más radicalmente, a la que luego hará posible la definición de la cripta como un extranjero en el Yo, y especialmente del fantasma heterocríptico que retorna del Inconsciente del otro, según lo que podría llamarse la ley de otra generación. La fenomenología del ego o del alter ego trascendental, gobernada por el principio de los principios (intuición de la presencia en la presencia a sí), no podía sino bloquear el camino. En 1968, el “contrasentido de Husserl respecto del tema del inconsciente” es analizado explícitamente. Ciertamente, como lo hizo Husserl a veces para designar los actos de reducción, de puesta fuera de circuito o puesta entre paréntesis, Nicolas Abraham usa la palabra conversión cuando señala la transformación que el psicoanálisis opera o debería operar: especialmente en su lenguaje, en su relación con la lengua y con la tradición de los conceptos. La anasemia invierte el sentido y el sentido del sentido, y es, por tanto, una suerte de conversión, pero bajo esta palabra se pone en juego algo totalmente distinto de la reducción fenomenológica. Se trata aquí de saber lo que sucede cuando, bajo la paleonimia de los conceptos heredados, bajo los mismos viejos nombres, adviene un “cambio semántico radical que el psicoanálisis ha introducido en el parental. La (re)aparición [revenance] no es un retorno de lo reprimido. De ahí la singularidad de su análisis, la inutilidad o la impotencia, a veces, de la transferencia. Ningún efecto de fantasma se identifica en el Verbario. Sin embargo, a pesar de su estricta diferencia, los efectos de fantasma y los efectos de cripta por incorporación se descubrieron casi simultáneamente, en el mismo espacio problemático y las mismas articulaciones conceptuales. Se trata de un secreto, de una tumba y de un entierro, pero la cripta de donde retorna [revient] el fantasma es la de un otro. Se podría decir que se trata de una exocríptica, de una heterocríptica. Esta heterocríptica requiere una escucha totalmente otra de la incorporación críptica en el Yo, incluso si ella se opone también a la introyección y si las palabras “fantasmógenas”, bajo su forma verbal o no verbal, hacen también el rodeo [détour] de los alosemas. El “ventrílocuo” heterocríptico habla a partir de una tópica extranjera al sujeto. La metapsicología del efecto de “fantasma” fue abordada en los siguientes textos: Nicolas Abraham, “Notules sur le fantôme” en Études Freudiennes, 910, abril 1975 [“Apostillas sobre el fantasma”, en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 370-375 ]; María Torok, “Histoire de peur, Le syntôme phobique: retour du refoulé ou retour du fantôme?” [“Historia de miedo. El síntoma fóbico: ¿retorno de lo reprimido o retorno del fantasma?” en La corteza y el núcleo, pp. 376-384.], ibíd; “L’objet perdu –Moi” [“«El objeto perdido -yo». Apuntes sobre la identificación endocríptica” en La corteza y el núcleo, pp. 263-281,], op. cit, principalmente p. 410, n. 1, y desarrollado en el transcurso de un Seminario sobre la Unidad Dual a partir de 1974 (Institut de Psychanalyse). * Cfr., “La corteza y el núcleo” en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 183-204. [N. del T.].

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lenguaje” (ibíd. [187]). Este cambio nunca es claro, unívoco, homogéneo. Trabajar con toda suerte de residuos, en razón precisamente de la identidad de los antiguos nombres. Produce y mantiene “los innumerables contrasentidos que nutren la literatura psicoanalítica” [187]. ¿Qué se puede entender, por ejemplo, bajo la palabra “placer”, de un “placer” que no se sentiría como tal, sino (Cf. Más allá del principio de placer) como sufrimiento? (Apunto, de paso, que Maria Torok proporciona una respuesta a esta pregunta ejemplar en su ensayo sobre el “cadáver exquisito”). La teoría de la anasemia está destinada a definir de manera sistemática (solo el sistema puede limitar aquí el equívoco que renace incesantemente) la ley de esta conversión semántica. Es una especie de teoría del contrasentido. En francés, las mayúsculas metapsicológicas (el Inconsciente, la Percepción-Consciente, el Yo, el Placer, etc.) remiten, a través de su artificio, a una transformación semántica ajena [étrangère] a la reducción fenomenológica y a las comillas que la señalan. El dominio del psicoanálisis se extiende al “suelo impensado” (ibíd. [cf. 188]) de la fenomenología. Y sin embargo, esta extrañezaexterioridad [étrangeté] habita las mismas palabras, se disfraza en la misma lengua y en el mismo sistema discursivo. De ahí la cuestión planteada en La corteza y el núcleo: “Es en ese hiato, en esta no-presencia a sí, condición misma de la reflexividad, que el fenomenólogo se posiciona para escrutar sin saberlo, desde esta terra incognita, su único horizonte visible, el de los continentes habitados. Ahora bien, el dominio del psicoanálisis, por su parte, se sitúa precisamente sobre ese suelo impensado de la fenomenología. Constatarlo es ya señalar, cuando no resolver, este problema: ¿Cómo incluir en un discurso, cualquiera sea, eso mismo que, por ser su condición, le escaparía por esencia? Si la no-presencia, núcleo y razón última de todo discurso, se hace palabra, ¿puede –o debe– hacerse oír en y por la presencia a sí? Esta parece la situación paradójica inherente a la problemática psicoanalítica” [cf. 188]. Las mayúsculas deben, por tanto, “designar” y reenviar al “fundamento de significación”, según figuras “ausentes de los tratados de retórica” [189]. Podríamos tomar como un primer ejemplo de esto la misma “figura” de la-corteza-y-el-núcleo. Desde su aparición en la teoría de la nuclearidad (Manuscrito de 1961) hasta el ensayo que porta este título, se había sometido a una larga operación anasémica. Esta problemática es indispensable para cualquier revolución (teórica u otra) que intente definir rigurosamente la estrategia de su discurso, la forma de su irrupción o su ruptura en el espacio discursivo tradicional. La irrupción en sí, ciertamente, no se reduce a esa estrategia,

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pero tampoco podría, sin esa estrategia, sin ese nuevo tipo de “crítica”, protegerse contra las mistificaciones, oscurantismos y consignas pseudo-revolucionarias. La Introducción a Hermann, sistematiza el programa anasémico bajo el nombre de archipsicoanálisis. Además de la riqueza inherente de esta “Introducción” (Presentación, Parentemas, y Glosario), una lectura de las “Observaciones sobre la lectura de Hermann, la anasemia y el archi-psicoanálisis” [304-335] puede iluminar a cada instante el texto del Verbario: sobre la tópica o el lugar que no deben tomarse en sentido propio o figurado sino como “una alusión a aquello sin lo cual ninguna significación -ni en sentido propio ni en sentido figurado- podría advenir”. “Llamaremos lugar (intra-psíquico) a la condición en nosotros de que podamos hablar de un lugar cualquiera; fuerza (intra-psíquica) a aquello sin lo cual no comprenderíamos ningún fenómeno intensivo […] Estos términos que intentan lo imposible: asir mediante el lenguaje la fuente misma de la que emana el lenguaje […] Una teoría psicoanalítica se reconoce como tal precisamente en la medida en que opera con anasemias” [cf. 307]. La condición para que este “imposible”, esto “indescriptible”, este “X ignotum” y “transfenoménico” dé lugar a conceptos anasémicos, es reconocer el fenómeno como símbolo y, por ese mismo hecho, la exigencia de un complemento transfenoménico. En su caso singular, el Verbario obedece estrictamente a esta regla general. La “forma” de la Introducción a Hermann no es menos notable. Está escindida: dos introducciones en una, un “monólogo ficticio” para comenzar, el relato de un “poema”, de un poema que cuenta el mismo “había una primera vez”, el “acontecimiento inaugural” que, por ser “u-tópico”, “u-crónico”, por tanto “tuvo realmente lugar”. Poema “descifrado” de aquello que ha tenido lugar sin tener lugar, sin haber estado nunca presente, “de lo que nunca ha sido” [cf. 295]. Queda un recuerdo de lo que nunca ha sido, y para esta extraña anamnesis no puede convenir sino un relato mítico, un relato poético, pero un relato que tiene la edad del psicoanálisis, del archi-psicoanálisis y la anasemia, “tan fantástico como los cuentos de hadas”, si se quiere, pero “tan riguroso como las matemáticas” [296]. La firma, si esto aún se pudiera decir, de este archi-poema contando el archiacontecimiento traumático del “desagarrarse” [“décramponnement”], vacila entre los nombres de Imre Hermann y Nicolas Abraham, autentifica, en cualquier caso, el “autotestimonio del superhominizado psicoanalista en que me he convertido” [296]. Descifrando el poema de Hermann, el “traductor” ha escrito otro. A través de la fidelidad rigurosa de la transcripción, se produce otro texto, el mismo pero otro. No se puede separar más el concepto de anasemia de 29

un determinado concepto de traducción, como no se puede disociar en Nicolas Abraham, al analista, el teórico del archi-psicoanálisis del poeta-traductor. Esto quizás se comprenda mejor cuando se lean las “poesías mimadas” (1954), el Caso Jonás o El Fantasma de Hamlet.19 Cada vez, la traducción poética y la interpretación psicoanalítica despejan, uno para el otro, un nuevo camino, se orientan el uno al otro sin ningún privilegio unilateral. El trabajo de escritura poética (que traduce) presupone una lectura psicoanalítica, en su precisión singular y en la generalidad de sus leyes (por ejemplo, la teoría del “fantasma”). Pero la traducción poética no es una aplicación, ni una verificación, ni un seguimiento; pertenece al desciframiento analítico en su fase más activa e inaugural. Esta transcripción analítico-poética no pone al presunto autor de un texto en el diván, sino a la obra en sí. Nicolás Abraham insiste a menudo en esto: “El paciente privilegiado no es otro que el poema” (El caso Jonás*), “la obra de arte (¡y no el artista!)” [cf. 86].20 Así, cada vez que el Verbario propone una operación traductiva, puede entenderse en este este vasto espacio anasémico. Este espacio está trabajado en todas partes, investido por el valor científico de relatos míticos, por transcripciones analítico-poéticas, por el proyecto de una nueva estética psicoanalítica y una nueva teoría del ritmo o de la rima poéticas, con una reestructuración metapsicológica, etc. Tres palabras más sobre la anasemia: el relato, el ángulo y la sepultura. 1. Antes incluso de todas las razones que imponen una forma “narrativa”, hasta autobiográfica, a esta obra, y que incluso superponen la forma “relato” [récit] al poema, al drama, a la novela, a la traducción (acabo de indicar algunas de ellas, y de reconducirlas a esta “Le Fantôme d’Hamlet o Le Ve Acte, précedé par L’entr’acte de la ‘vérité’” (inédito [Cfr., “El fantasma de Hamlet o el acto VI precedido por el entreacto de la «verdad»” en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 386-411]). “El ‘secreto’ revelado por el ‘fantasma’ de Hamlet, y que incluye un orden de venganza, no podría sino ser un señuelo. Encubre otro secreto, este real y verdadero, pero que resulta de una ignominia no decible que, sin que el hijo lo supiera, cargaba el padre en su conciencia” [387]. “El enigma de la fascinación secular de ‘Hamlet’ debe remitirse a la perennidad en nosotros del “efecto fantasma” y de nuestro anhelo sacrílego de reducirlo…” [389]. * Abraham, N., Jonas et le cas Jonas. Paris: Flammarion, 1981, p. 63. [N. del T.]. 20 Nicolas Abraham, “Le temps, le rythme et l’inconscient, Réflexions pour une esthétique psychanalytique” en Revue Française de Psychanalyse, Julio, 1972 [“El tiempo, el ritmo y el inconsciente. Reflexiones para una estética psicoanalítica” en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 86-112]. Esta es la versión completa de una conferencia pronunciada en Cerisy-laSalle en septiembre de 1962, con motivo del Coloquio que se dio sobre el tema Arte y psicoanálisis. Este ensayo se comunica con todos los motivos que nos ocupan aquí. Una elaboración psicoanalítica examina toda su coherencia a través de un material muy rico (Narciso, Ulises, Kafka, el “asedio de Hamlet”, la rítmica de Aprendiz de brujo de Goethe, o el Cuervo de Poe, etc.), para formular la cuestión de la génesis “ficticia”, del autor “ficticio”, del autor “inducido por el poema” y del inconsciente de la obra. La “obra” “auténtica”, se lee aquí, está a la altura [est à la mesure] de su inconsciente. Tal es su precio (a pagar en principio por el autor). Yo añadiría más a la tasa, a medida y en la medida [au fur et à mesure] de su inconsciente. 19

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nueva tópica del acontecimiento que ha tenido lugar sin haberlo tenido), el relato habrá sido solicitado en el concepto, en el trabajo del concepto, por la estructura anasémica. Esa estructura describe una historia o una fábula en el concepto, y la describe como un trayecto que se recorre en sentido inverso para “remontar” más allá del origen, que, con todo, no es un sentido propio. El concepto es re-citado en esta travesía. 2. La anasemia hace ángulo. En la palabra misma. Manteniendo la vieja palabra para someterla a su conversión singular, la anasemia no compromete una explicación continua, el desarrollo ininterrumpido de una virtualidad de sentido, una regresión hacia el sentido originario, según el estilo fenomenológico. Si la anasemia se “remonta a la fuente” de la significación, como se dice en La corteza y el núcleo y en la Introducción a Hermann, es a una fuente pre-originaria. Un cambio de dirección interrumpe bruscamente la continuidad de la explicación, y le impone esta angulación anasémica: efecto y condición del discurso psicoanalítico. 3. Si el proceso anasémico inaugura una ciencia mito-poética y archi-psicoanalítica orientando su relato hacia un acontecimiento otro que tiene lugar donde no ha sido, es porque la pérdida del objeto (por ejemplo, en el archi-trauma de desagarrarse, antes incluso de la distinción entre el duelo y el rechazo o la enfermedad del duelo), no se limita a jugar un rol entre otros. Es “desde” la posibilidad de esta “pérdida” o de la “muerte” del objeto (entendiendo todas estas palabras según la anasemia), desde la posibilidad de la sepultura, bajo una forma u otra, que todo el espacio teórico se redistribuye. El relato anasémico tiene, por tanto, una relación esencial con la sepultura. A fortiori en el caso (el del Hombre de los lobos) en que el trauma no tuvo lugar solo una vez: se puede menos que nunca hacer economía de un relato. Volvemos, así, a la cripta como sepultura. A esta cripta singular de la cual nunca nos hemos alejado. Reencontrar el camino de la tumba, luego violar un sepultura, he aquí lo que parecería el análisis de una incorporación críptica. La violación podría implicar alguna transgresión del derecho, un forzamiento o una perforación penetrante, pero la sepultura violada en sí misma nunca fue “legal”21. Es incluso el monumento funerario de lo ilícito, y marca el lugar de un “Esta imagen (la del fantasma que viene a imponerse para nombrar esta vez, en el sentido más amplio que evocaba más arriba, al habitante de una cripta propia al Yo. J. D.) designa también, para el paciente, la ocasión del tormento, un recuerdo que él había enterrado, sin sepultura legal, recuerdo del idilio vivido con un objeto prestigioso, de un idilio que, por alguna razón, devino inconfesable, recuerdo oculto desde entonces en lugar seguro, en espera de su resurrección. Entre el idilio y su olvido, que llamábamos «represión conservadora», existió el traumatismo metapsicológico de la pérdida, o mejor: la «pérdida» por el efecto mismo de este traumatismo” 21

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goce, un goce real aunque amurallado, enterrado vivo en su prohibición. Cuando el proceso de introyección se impide, se instala una contradicción, como hemos visto, y con ello esa oposición de fuerzas que construye la cripta, tumba las paredes, organiza un mercado, un sistema de transacciones, evalúa las tasas de goce o sufrimiento (esto es por definición el forum, el foro, la plaza del mercado donde se deciden la jurisdicción, la ley, las tasas, la proporción, fur; au fur et à mesure [en la medida que]* es un pleonasmo). Hay que guardar vivo aquello mismo que provoca el peor sufrimiento. El derramamiento [déferlement] de la libido en el momento de la pérdida (que a veces llega hasta el orgasmo) es reprimido, no en sí mismo, como tal, sino en su vínculo con lo/el muerto. La enfermedad del duelo se instala en esta “represión suplementaria”, censurando su relación con el momento de la alucinación orgásmica y con la “voluptuosidad ilegítima”.22 La represión “conservadora” instala en el Inconsciente lo que tiene para el Yo el aspecto de un cadáver exquisito: aparentemente ilegible y desprovisto de sentido, difuminando las huellas por acumulación segmentada de fragmentos de frases plegadas (efecto “surrealista”), pero designando también seguramente, cuando el papel plano pierde sus pliegues y revela su desafío a la semántica, el cadáver de un placer exquisito, disfrazado por la represión como un dolor exquisito, el lugar singular, preciso, elegido (exquisito) de lo reprimido por desenterrar. Es ahí donde, para el terapeuta, “conviene operar para desenterrar lo reprimido”. “El dolor del autotormento que nos pone en la pista del panteón [caveu] donde yace el deseo enterrado (un «aquí yace» donde el nombre del muerto permanece desde hace mucho tiempo ilegible), es también un envite hecho al analista para proceder a la exhumación, dándole al mismo tiempo el modo de empleo apropiado a este estadio del análisis: «acúseme»” (ibíd. [222]) En 1968, Maria Torok había, pues, alcanzado los cimientos teóricos a partir de los cuales, algunos años más tarde, el análisis del Hombre de los lobos se haría posible: oposición (interna y externa) entre el proceso de inclusión introyectiva y la fantasía de incorporación, […] “En un trabajo reciente decidíamos violar, con manos impías, la «Sepultura» –por otra parte, completamente hipotética– que el Hombre de los Lobos llevaría en sí, para descubrir –tras el recuerdo indecible de la seducción por la hermana– el recuerdo de otra seducción, aquella que la hermana habría sufrido por parte del padre”. “L’objet perdu – Moi”, op. cit. [“«El objeto perdido -yo» Apuntes sobre la identificación endocríptica”, en La corteza y el núcleo, Ed. cit., pp. 264-265/266 –trad. modif]. * En este punto sigo el Littré: “FUR (lat. forum, marché, prix), s. m. Ne se dit que dans ces locutions: Au fur et à mesure, à fur et mesure, à fur et à mesure que ou de, c’est-à-dire à mesure que ou de.” (Dictionnaire de la langue française. Abrégué du dictionnaire de É. Litrré de l’academie française par A. Beaujean. Editions Universitaires, p. 501). [N. del T.]. 22 Maladie du deuil et fantasme du cadavre exquis, op., cit. [“Enfermedad del duelo y fantasía del cadáver exquisito”, p. 218].

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estructura críptica de la inclusión incorporativa (bóveda, yacimiento, cadáver exquisito, inversión localizada del goce en suspenso/en sufrimiento [jouissance en souffrance], contradicción insoluble en el deseo como “cimiento de la fijación imaginal” [217], la especificidad de un análisis como “exhumación”. etc.). ¿Qué precisiones esenciales serían necesarias para adaptar estas premisas generales al caso de Wolfman? ¿Qué esquemas intermedios? Se refieren sobre todo a la función del Yo y del lenguaje en la organización psíquica del criptóforo. Yo: un guardián de cementerio. La cripta está encerrada en sí, pero como un lugar extranjero, prohibido, excluido. El Yo no es el propietario de lo que guarda. Él hace la vuelta [tour] del propietario, pero sólo las rondas. Da vueltas alrededor y, principalmente, utiliza sus conocimientos de los lugares para desviar-distraer a los visitantes: “El [el yo como guardián de cementerio] se mantiene plantado ahí para vigilar las idas y venidas de la familia cercana que pretende –por diversas razones– tener acceso a la tumba. Si consiente en introducir a los curiosos, a los molestos, a los detectives, será para prepararles pistas falsas y tumbas ficticias”.23 En cuanto al lenguaje, habita la cripta en la forma de “palabras enterradas vivas” (ibíd. [230]), difuntas, es decir, palabras “desafectadas de su función habitual de comunicación” [230]. Ya no designan el deseo a través de la prohibición, como en la represión histérica que acaban de amenazar en la medida misma en que ya no tienen este efecto de prohibición. Marcan, en el lugar mismo en que están enterradas vivas, “conservadas”, que el deseo ha sido de alguna manera satisfecho, que el goce tuvo lugar. Más allá de estos esquemas intermediarios, un rasgo esencial distingue el caso del Wolfman: el relevo o el retraso suplementario de una procuración. Esta palabra, creo, no aparece en el Verbario, pero sí dos veces, en relación con el Hombre de los lobos en Introyectar-incorporar y en “El objeto perdido –yo”. La cripta de Wolfman no alberga su propio objeto perdido e incorporado, como lo haría la cripta de un melancólico, sino el objeto ilegítimo de otro, de su hermana, de su hermana seducida por su padre. Si un guardián de cementerio, en lugar de poseer las tumbas, es al menos el titular de tomarlas a su cargo, Wolfman, él, es sólo el sustituto delegado (por procuración) al puesto de guardián.24 Al menos en la medida de esta

“De la topique réalitaire, Notations sur une métapsychologie du secret”, op. cit. [“La tópica realitaria. Observaciones sobre una metapsicología del secreto”, p. 229]. 24 Carga de préstamo, pues. No es sólo de una propiedad (o de dos, si se quiere jugar con el corte entre las dos propiedades, al comienzo de la Historia de una neurosis infantil) la que es despojada o de la cual sólo se dispone bajo hipoteca. La custodia [garde] misma es hipotecada. A partir del lugar donde se fijó en mi memoria escolar, una 23

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sustitución de seducción. Histérico en la medida en que está decepcionado por no haber sido seducido, él, por el padre, guarda el secreto, no denuncia, no traiciona en esas extraordinarias escenas de “testimonio”, para poder “suplantar” a su hermana. Las palabras del relato le servirán, según tal o cual ángulo, para denunciar y para callar, para gozar.

3. LA CIFRA (MORTAGE) Una cripta, entonces, según el ángulo de las palabras. Criptar: el verbo, creo no haberlo usado aún. Criptar es cifrar, operación simbólica o semiótica que consiste en manipular un código secreto, algo que nunca se puede hacer solo. Hasta ahora hemos reconocido a la cripta como (1) una organización de lugares diseñada para extraviar, y (2) una ordenación tópica hecha para mantener (conservar-ocultar) al muerto vivo. Pero la instancia del código cifrado aún no parecía indispensable para la definición de la cripta: como si los cuerpos, apenas, las meras siluetas, atravesando el silencio fúnebre de los lugares, se cruzaran sin jamás intercambiar una señal. Sin embargo, lo que ahora leemos aquí es un texto encriptado sobre las paredes de una cripta, cripta sobre cripta. Pero la pared no precede, ella se construye del mismo material del texto. La cifra no se de-cifra sobre una superficie parietal. Retardando el acceso a la instancia cifrante del código secreto, es principalmente la naturaleza “verbal” de la operación críptica lo que aún no hemos podido situar en su necesidad. Y, sin embargo, en una primera lectura, el descubrimiento más teatral de los efectos de cripta, en el Verbario, parece involucrar una maquinaria o una mecanización verbal, a menudo lexical, incluso nominal. Máquina, sí, y el cálculo de la astucia, la mekhané fue bien un teatro de palabras si lo que los autores invocaron como el “deus ex machina” de su descubrimiento, sólo un instante antes del desenlace, tomó la forma de un diccionario. De más de un diccionario. Pero, ¿quién tiene los diccionarios? ¿Quién los detenta? ¿Y todo esto tiene, finalmente, un diccionario? La parte más larga del Verbario trata de oraciones de sueños con una estructura de diálogo. Todo parece decidirse, en la interpretación, paso a paso, según criterios que se denominarían palabra inglesa no ha dejado de obsesionarme [hanter] en el curso de esta lectura, la palabra inglesa para hipoteca: MORTGAGE, reaparecido salvo, intacto, en toda su descomposición.

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lingüísticos: la disimulación de los arqueónimos bajo los criptónomos, el retorno de la anglofonía infantil, una máquina de traducción (consciente-inconsciente) casi perfecta en su finalidad, la operación de ciertas palabras en la pesadilla de los lobos, etc. Y, finalmente, lo que hay que mantener absolutamente en secreto, el tieret, ¿no es aún una palabra? ¿una especie particular de palabra, ciertamente, también una cosa muda, pero, aun así, “algo” que no tendría “lugar”, parece, sin una lengua? De ahí, se diría una vez más, la necesidad de que el relato se convierta, infinitamente envuelto en sí mismo, en relato de relato de relato, etc. Ya redoblado, puesto que contaría la historia del desciframiento al mismo tiempo que la del objeto descifrado, encuentra en este último la estructura de un relato. No solo medio suplementario, porque el material documental tiene la forma de relatos (principalmente, relatos de sueños), sino porque el “acontecimiento”, el drama que recuenta es reconocido por los analistas como una historia de palabras, de palabras intercambiadas: entre varios sujetos en el sueño mismo, entre sí para desviar al analista, una palabra por otra, de un fuero a otro. A partir de entonces, se preguntará, ¿no está la cifra de la cripta formada por un material verbal, incluso nominal? La respuesta a esta pregunta no puede ser simple, sí o no, y su formulación debe ser desplazada por el objeto mismo y por los protocolos de este trabajo. Los límites esenciales de lo que yo llamaría una lectura “lingüística” del Verbario me parecen inscritos en la base teórica de la empresa. 1. La autonomización eventual del lenguaje propiamente dicho, del lenguaje verbal, es comprendida, por tanto, como limitada desde el principio, desde las premisas generales, como un momento oral en el proceso de introyección. El vacío de la boca comienza por dar lugar a los gritos, llantos, como “rellenado diferido”25, luego al llamamiento a la presencia materna, para tender, gradualmente, según el progreso de la introyección o de la auto-afección, hacia el “auto-rellenado fonatorio, mediante la exploración linguo-palato-glosal del vacío” [235]. Se asistiría así a una “sustitución progresiva parcial” (énfasis mío [235]): las “satisfacciones de la boca, llena del objeto materno”, serían reemplazadas, parcialmente, por “las de la boca vacía del mismo objeto pero llena de palabras dirigidas al sujeto [...] Aprender a colmar con palabras el vacío de la boca, he ahí un primer paradigma de introyección [...] Es así como la absorción de alimentos en sentido propio deviene introyección en lo figurado. Operar este pasaje es lograr que la presencia del objeto ceda lugar a una auto-aprehensión de su ausencia. El lenguaje que

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Introyecter-Incorporer, op. cit. [“Duelo o melancolía. Introyectar-incorporar”, p. 235].

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suple esta ausencia figurando la presencia, solo puede ser comprendido en el seno de una ‘comunidad de bocas vacías’” (Ibíd. [235-236]). En el límite entre el afuera y adentro, y como sistema de bordes, el orificio bucal no desempeña este rol paradigmático en la introyección sino en la medida en que es primero un lugar silencioso del cuerpo, no dejando jamás de serlo totalmente y solo deviene “hablante” por suplementariedad. Esta ley general instruye también la limitación suplementaria y la reversión catastrófica que sobreviene con la fantasía de incorporación. Esa fantasía realiza la metáfora oral que preside la introyección, rechaza (o prohíbe), junto con la introyección, su metáfora suplementaria, e introduce un objeto en el cuerpo. Pero ésta [la fantasía] implica comer el objeto (por la boca o de otro modo) para no introyectarlo, para vomitarlo, se podría decir, en el interior, en el bolsillo de un quiste. La metáfora se toma “literalmente” [“à la lettre”] para rechazar la efectividad introyectiva y siempre, estaría tentado a añadir, idealizante. Si la incorporación puede parecerse, paradójicamente, a un vómito interno, la necrofagia exitosa, aquella que asimila al muerto, la “comunión alimentaria entre los sobrevivientes” sería una “medida preventiva de anti-incorporación” (ibíd. [238]). Jamás se le preguntará al muerto de qué modo prefería ser comido: todo está organizado para que quede una manera de desaparecer en los dos casos, desaparecido, como otro, de la operación, ya sea de duelo o de melancolía. Desaparecido, inencontrable, atópico. Para que la metáfora introyectiva sea tomada “literalmente”, es necesario que el límite que prohíbe la introyección tenga su lugar en la boca. Como el paradigma mismo de la introyección. La boca, no pudiendo más articular ciertas palabras prohibidas, toma en ella – como fantasía– la cosa innombrable. Desde entonces, sólo la incorporación pasa por una cripta de lengua (de ahí el efecto lingüístico), pero esto se debe a que el momento verbal de la obra de boca (prohibido) había, en principio, “suplido” o “figurado” una presencia sin palabra. Si una metaforización no hubiese precedido (en el cuerpo), la desmetaforización26 (que es también una sobre-metaforización) no habría podido fingir ingerir la cosa innombrable, otra manera de desenredarse de ella. Que el muerto permanezca [reste] muerto, en su lugar de muerto, y que siempre se pueda asegurarlo. Que no regrese, él, más, y que, con él, no haga volver el trauma de la pérdida. Que se comprometa, vivamente, a ocupar su lugar de muerto, y ahí quedarse. Que se comprometa, pues, en carne viva. Esto presupone un cuasi-contrato: como siempre o nunca, unilateral. La cripta es tal vez el contrato con lo muerto. El criptóforo se compromete 26

Ibíd., Sobre estos puntos (introyección, des-metaforización mágica, etc.). Cfr., también la Presentación de Thalassa.

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con los muertos, les otorga, por una apertura de crédito, una hipoteca en sí, una apuesta en el cuerpo, un bolsillo quístico tan visible (descarado) como secreto, lugar de un placer tanatopoético que siempre puede incendiarse. De ahí el doble deseo, la contradicción mortal asignada por toda cripta. Para mantener la vida y poner al muerto en su bolsillo (en una “caja de fósforos”, dice Genet en Pompas fúnebres*), hay que reservarle ese lugar cosido cerca las pudendas, esta pieza referida a lo que se tiene de más precioso, el dinero, el título o la acción a tasas más elevadas. Tomada también por el chantaje del otro, aquel que deja siempre sin recurso cuando en la noche, en cada esquina, en el ángulo de cada calle, viene a amenazar un deseo: la bolsa o la vida. Eso presupone que el criptóforo, al comer el pedazo (bocado [mors*]) sin poder digerirlo, obligado a mantenerlo en una reserva accesible e imposible, permanentemente traiciona la cifra de su ocultación. Guardar la vida y poner la muerte en su bolsillo, suspender la muerte en la sentencia misma que allí hace derecho: L’arrêt de mort [Sentencia de muerte y Suspensión de muerte], título de un relato críptico de Blanchot, quizás.* 2. A pesar de su vasto alcance, toda la maquinaria de los estratagemas lingüísticos, toda la criptonimia reconstituida por el Verbario no tendría ninguna eficacia, ni en el drama de Wolfman ni en el drama del análisis, sin la inicialidad del trauma reconstruido o conjeturado, sin la organización de las fuerzas libidinales, sin el lugar de los personajes, sin un deseo doblemente vendado en la “envidiable contradicción del momento cero”, sin la función económica, sin las “razones económicas contradictorias” que mantienen la escena traumática “con sus palabras escondidas” y su palabra excluida, tantas fuerzas limitantes (“fuerza es ...” dice a menudo el Verbario) que no requieren, en cuanto tales, ninguna verbalización. Y precisamente porque la instancia verbal no es sino un efecto derivado, es que la palabra-cosa pudo constituirse como tal, y volver a ser una especie de cosa después de la represión que la excluyó. La posibilidad Cfr., Genet, J., Pompas fúnebres. Barcelona: Debate, 1991. Trad. María Teresa Gallego y María Isabel Reverte. [N. del T.]. * “Mors”, puede significar “bocado” tanto como “broca” o “mordaza”, como las que se fijan al hocico de un caballo, y alcanza, así, incluso la significación de “freno”. La palabra, por ejemplo, tiene un lugar privilegiado en Glas (Cfr., Glas., pp. / Clamor, pp. ), respecto de la cual Derrida escribe en “Survivre”: “Problema del mors (¿cómo traducir mors?) que se plantea en Glas y en Fors. Es evidente (y ese es el lugar para marcarlo, en esta breve banda telegráfica destinada a los traductores y que entierro al pie de la otra banda) no puedo intentar plantear aquí una cierta inter-traducibilidad (triunfante y detenida) del Triomphe de la Vie y de L’arrêt de mort sino a partir de un trabajo que comenzó en otra parte y cuyo código no puede no intervenir en la traducción. Glas, Pas, Fors, para limitarse esta secuencia de título poco traducibles, conducen a otra parte, pero insisto en ellos porque la relación con el trabajo del duelo es más temática, así como el trabajo sobre el concepto freudiano de trabajo del duelo. Ahora bien, se sabe que el “triunfo” corresponde según Freud a una fase, de tipo maniaco, en el proceso del duelo” (en Parages. Paris: Galilée, 1986, pp. 152-153. Trad. mía). [N. del T.]. * Cfr., Blanchot., M., La sentencia de muerte. Pre-textos, 2002. Trad. Manuel Arranz. [N. del T.]. *

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tópica de la cripta, la línea de demarcación que ella instituye entre el proceso de introyección y la fantasía de incorporación, es lo que daría cuenta, sin limitarse, del funcionamiento verbal. Pero precisemos: si nada es puramente verbal en esa criptonimia, nada aparece ahí, sin embargo, como cosa dada en persona a una percepción. La percepción en sí misma, como todo cuadro mudo, se tiene bajo la ley de la cifra. Todo es críptico, “jeroglífico”. Las palabras y las cosas no son más que piezas sobre ese tablero. Nada ahí es perceptible o verbalizable por principio, y de parte a parte. Sin esta jeroglífica general, jamás se explicaría la posibilidad de que una cripta tenga lugar, que su fantasma sea otra cosa que una ilusión fenomenal o epifenoménica, que su inclusión sea real y su eficacia tan resistente. Al interior de estos límites estrictos, el “verbario” propiamente dicho guarda toda su amplitud, su riqueza, su proliferación criptonímicas. La primera parte de este libro, “La palabra mágica”, proporciona la matriz general del análisis. Se pliega y se articula en dos capítulos correspondientes a dos fases de la investigación, el planteamiento de un dispositivo de investigación y luego el descubrimiento. El primer capítulo reconstruye una escenografía traumática y la incorporación que la acompaña. Parece no recurrir a ningún hecho del lenguaje, a ningún material verbal. Solo aprendemos por qué el deseo de Wolfman debía permanecer “mudo”. Se analiza un cierto lenguaje de la nariz, pero con esto se trata aún (provisionalmente) de un síntoma que no da a leer ninguna palabra, de un síntoma hecho para ser ilegible en un léxico: escritura sin lenguaje, un “letrero” o “libro abierto” pero cubierto de signos impronunciables. La traducción propuesta no es, pues, aún la de un rebús. Alusión, una vez más, a una jeroglífica muda: las “piedras de malévola tonalidad” de un cierto sueño que, “como la piedra de Rosetta, esperan a su Champollion”. El capítulo siguiente no contradice el esquema planteado. Pero sin enmascarar un cierto reordenamiento del dispositivo de investigación y una modificación notable del procedimiento, esta vez hace falta intervenir el material verbal. Este material interviene, en una masa desbordante, pero siempre contenida, orientada, comprendida, en los momentos más determinantes de la interpretación, por la estructura general del dispositivo anteriormente reconocido. ¿Por qué y cómo? Para explicar que ciertas palabras han podido y debido, como medio de autoterapia, ser tratadas como cosas, o incluso como Objetos. Esto era indispensable para la fantasía de incorporación y para las exigencias tópicas ya definidas. Si, efectivamente, Wolfman procedió a

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una incorporación críptica (hipótesis del primer capítulo), él tuvo que comportarse de tal manera con las palabras. ¿Cómo? Los analistas parten, en ambos extremos de la primera cadena verbal por reconstituir, de dos escenas silenciosas, de dos “cuadros” visibles (visualizados) que deben haber tenido por fin transformar las palabras en cosa y debían, pues, inversamente, darse a leer como rebús. Dos “imágenes”, una fobogénica, la otra erógena. No se sabe aún si son complementarias. Por un lado, el sueño princeps. Esquemáticamente: el seis de los seis lobos (la cifra se mantiene aunque haya sido corregida como siete y se haya bosquejado como cinco), una vez traducido al ruso (Chiest, vara, mástil y quizás sexo, cercano a Chiestero y a Chiesterka, “los seis”, el “grupo de seis personas”, cercano a Siestra, hermana, y a su diminutivo Siesterka, hermanita, hacia lo cual la contaminación del alemán, Schwester, había orientado el desciframiento), asocia, entonces, en la lengua materna, a través de un relevo esencialmente verbal esta vez, a la hermana con la imagen fóbica del lobo. Pero el relevo, sin embargo, no es semántico: viene por una contigüidad léxica, o una consonancia formal. Si se pasara por la virtualidad Siesterka-Bouka (hermanita-lobo), deformada, en la pesadilla de la estrella y de la media-luna, en Zviezda-Louna, se tendría quizás un comienzo de confirmación. Pero la asociación hermana-lobo parece romperse en la pesadilla sobre el rascacielos. Aparentemente, la hermana no se encuentra más allí. El lobo está ahí, al menos en la palabra alemana para el rascacielos, Wolkenkratzer, en el otro nombre ruso para lobo (no Bouka esta vez, sino Volk). Sin embargo, si es así atestiguada, la presencia del lobo ya no está asociada con la de la hermana, sino solo en este equivalente que propongo aquí del nombre propio francés Grateloup para todo rascacielos [gratte-ciel], por esta familia semántica que algunas lenguas reúnen bajo los sonidos iniciales gr, kr, skr, (el funcionamiento que nos interesa aquí, en este “caso”, es el de estas “motivaciones”, sea lo que sea que se piense en otras partes): el ruso Skreb, raíz de Skrebok, raspador, Skroït, tallar, Skrip, crujido, el alemán Krebs, cáncer, que invierte más o menos, Skreb, etc. La familia Grateloup, aparentemente extraña a la hermana, lo era menos, en su nombre mismo, a los temores hipocondríacos concernientes a la nariz (rasguños, cicatrices, cáncer) sin duda asociados, según vías a la vez fónicas y semánticas, por cuasi-homonimias y cuasi-sinonimias (el juego entre los dos, sin privilegio absoluto del significado, o, si se quiere, de significante, es un recurso indispensable), al lupus seborreico. La hipótesis según la cual la hermana (la seductora seducida) fue reemplazada en su ausencia por esta abundancia léxica alrededor del foco Grateloup (raspado, rasguño, cicatriz) excluía, debido a la abundancia y la 39

movilidad del vocabulario sustitutivo, que una sola palabra dotada de un solo sentido haya sido reemplazada por otra, según un simple desplazamiento metonímico. La polisemia rica y ordenada de una palabra impronunciable (escondida, criptada) debía disimularse detrás de una serie regulada, aunque dotada de un cierto juego, de criptónimos. ¿Pero, cuál era la palabra impronunciable? Se toma entonces la cadena por el otro extremo. Se sigue la dirección hacia una segunda escena muda, un segundo cuadro (visualizado): Groucha, la fregadora de piso, con su balde y su escoba, vista desde la parte posterior, y el retorno compulsivo a esa imagen erotógena. Este es un rebús de un tipo particular. Tan pronto como, en contraste con Freud, se centra el dispositivo óptico sobre la operación que consiste en frotar, y reportándose entonces a las palabras rusas que la designan (Tieret, Natieret), se percibe que el catálogo de las acepciones (alosemas) proporciona el abanico (plegado y desplegado) de las asociaciones y de las disociaciones entre los esquemas de fregado y / o de herida-rasguños (Tieret: 1. frotar, 2. machacar, 3. herir, 4. pulir. Natieret: 1. friccionar, frotar 2. frotar, encerar, encajonar, 3. herir, rasguñarse). El rascacielos como “grateloup” podría entonces asociar el lobo a la voluptuosidad obtenida por un frotamiento. La palabra Tieret, prohibida porque traicionaría la escena del deseo encriptado, se haría reemplazar no por una sola palabra ni por una cosa, sino por traducciones, en palabras o en los síntomas de rebús, de uno de sus alosemas. La criptonimia no consistiría entonces en representar-ocultar una palabra por otra, o una cosa por otra, una cosa por una palabra o una palabra por una cosa, sino en tomar de la extensa serie de alosemas, una acepción que se encuentra (segundo grado del desplazamiento) traducida en un sinónimo. La cicatriz (real en el síntoma) es la representación, corporal y visible, teatral, de un sinónimo de alosema (rasguñarse, herirse). Todo pasa como si la transcripción criptonímica, jugando con los alosemas y sus sinónimos (siempre más numerosos, en su serie abierta, de lo que dice un diccionario), hiciera el ángulo de un gancho para desviar al lector y hacer el itinerario ilegible. Arte del chicane: de la argucia jurídica o del raciocinio áspero de un sofista, pero también del estratagema topográfico multiplicando los simulacros de represas, las puertas disimuladas, las desviaciones obligatorias, los cambios bruscos de sentido, todas las pruebas de un juego de paciencia para seducir y desalentar a la vez, fascinar y fatigar. Es en razón del procedimiento anguloso y zigzagante de esta criptonimia, y sobre todo porque los trayectos alosémicos, en esta extraña carrera de relevos, pasan el testimonio por 40

asociaciones no semánticas, por contaminaciones puramente fonéticas; es porque las asociaciones en sí mismas constituyen a las palabras o a los fragmentos de palabra en cuerpo o en cosa sonora y/o visual, que los autores del Verbario vacilan en hablar aquí de desplazamiento metonímico, o, incluso, de confiarse del repertorio de los retóricos. Esto supone al menos que cada elemento léxico, sea que esté o no reprimido (en sentido estricto) como (una) cosa, tenga una estructura angulosa, si no cristalina, como la de una piedra tallada en facetas, y guarde, con sus alosemas u otras palabras, un contacto, una contigüidad aquí semántica, allí formal, siguiendo la línea o la cara más económica. Una de las primeras consecuencias de esta colocación es el reconocimiento del carácter criptonímico de ciertas significaciones, que había sido interpretado sin desvío ni desplazamiento: por ejemplo, la amenaza de castración. Los términos que la evocaría serían sólo “criptónimos de palabrasplaceres reprimidos”. La represión que persigue la palabra-placer hacia al Inconsciente, donde funciona a la manera de una cosa (más que como una representación de cosa), se distingue de la represión neurótica: ninguna verbalización es posible como tal, lo que debe significar que el trauma no debe haber tenido lugar: a-lugar ningún foro [for]. El estreñimiento crónico simboliza, a lo mucho, esa “retención del decir”, esa imposibilidad de expresar, de emplazar las palabras [mettre des mots en place] en el mercado. En lugar de la simbolización verbal, la escena de la fregadora de suelo visualiza el Tieret, la fantasía erotógena traduce la palabra-tabú como rébus y funciona desde entonces como un fetiche indescifrable o deseado. La “palabra” Tieret, afectada por una “verdadera represión” que la expulsa al Inconsciente, sólo puede, pues, tener el estatuto de una palabra-cosa. Desde el Inconsciente, el Tieret, como Cosa del inconsciente críptico, co-símbolo marcado, como hemos visto, por la misma línea de escisión que el símbolo fracturado [brisé] por la cripta, puede hacer retornar según dos vías que atestan su doble destino: la del alosema que pasa directamente, por así decirlo, la frontera del Inconsciente para fijarse en cuadro o en síntoma (por ejemplo, en cuadro erotógeno: la fregadora de suelo), y luego la del sinónimo del alosema en el caso en que, en tanto palabra (consciente e inconsciente, iluminada por la instancia lúcida y reflexionante de la cripta), atraviesa la fisura intra-simbólica, la pared de la cripta, sin pasar por el Inconsciente. Esta se disfraza entonces en criptónimo, en sentido estricto y como tal, quiero decir, en la forma de palabra. Esta maquinaria atestiguaría la existencia de la cripta en el yo escindido pero también un “destino otro de la misma palabra”: la fetichización en el Inconsciente. En ambos casos, la travesía de un compartimiento [cloison] interruptor sigue un desvío anguloso. Y que el 41

tabique [cloison] mismo fue construido por el ensamblaje [ajointement] de piezas poligonales, incluso poliédricas. No sólo a causa del poliglotismo, del diálogo de la madre y de la niñera en los sueños de Wolfman, sino porque, en una sola lengua, cada palabra multiplica sus caras o sus lados alosémicos, y multiplica la multiplicación alosémica cruzando los injertos formales, combinando las afinidades fónicas. Un solo ejemplo. Lo tomo, de otros tantos, del medio de esa prodigiosa ciencia de los sueños que el Verbario desarrolla en inmenso poema polifónico. Esta ciencia de los sueños, no lo olvidemos, extrae las consecuencias criptonímicas (en sentido estricto, intrasimbólico y léxico) de la hipótesis matricial: la cripta en el Yo y la represión en el Inconsciente de la única palabra-cosa Tieret. El ejemplo: para que en Ich stehe vor dem Kastem, estoy de pie, signifique estoy mintiendo, hacen falta al menos tres operaciones conjugadas: 1. un sistema de inversión propio a este sueño. El motivo no puede ser lingüístico (ni semántico ni formal) y en otro sueño, estoy de pie significará no estoy tendido, mientras aquí él “significa” estoy tendido, Ich liege, I am lying, yo miento. 2. una traducción en el sentido corriente de una lengua en otra. Ella conserva el mismo sentido en otro discurso: sinonimia. 3. una equivalencia formal (si se quiere, contaminación homonímica) en el interior de la lengua inglesa: I am lying, estoy tendido, I am lying, estoy mintiendo. Estas tres operaciones pertenecen a tres sistemas esencialmente diferentes. El paso de una técnica a otra forma parte de la estratagema, pero su posibilidad pertenece a la poliédrica del jeroglifo. En algunos aspectos, el Verbario parece implicar y desarrollar tales proposiciones freudianas: menos las que conciernen al Hombre de los Lobos que aquellas que tocan la división del yo (Fetischismus, 1927, Die Ichspaltung..., 1938), o más a la distribución tópica de representaciones de palabra (sistema preconsciente-consciente) y de representaciones de cosa (sistema inconsciente). De hecho, la posibilidad de la estructura críptica en el Yo escindido, como el análisis de las paredes en la superficie intrasimbólica, propone una reconsideración del concepto de Ichspaltung. Sobre todo, si el Tieret no es simplemente una representación de palabra en el Inconsciente, si no es ni siquiera una representación que invierte una huella mnémica sino, en este nuevo sentido del co-símbolo inconsciente, no reconocemos en la Cosa ni una palabra ni una cosa. En el Inconsciente, esa “palabra” es una “palabra muda”, absolutamente heterogénea al funcionamiento de las otras palabras en los otros sistemas. La huella que ella constituye de un acontecimiento que no habría estado jamás presente, ¿cómo se podría mantener en la oposición de las palabras y de las cosas? La Cosa se calla y no es una cosa. Su estructura testamentaria organiza la pompa de todo el funcionamiento críptico. Ella 42

requiere una gráfica totalmente otra, una tópica totalmente otra, una teoría del símbolo totalmente otra. Esta es abordada en el último capítulo (Le symbole éclaté). Se encuentra ahí, a veces casi literalmente (el proceso de “indeterminación”, el “núcleo simétrico completo”, etc.), el programa de 1961. Ahora se confirma que, si los arqueónimos, las “palabras originarias” que no se enuncian en el descubrimiento, producen las “palabras” de la “palabra”, no las figuras de retórica sino lo que se denominarán aquí las “rimas” (semánticas o formales, por el sentido o por la oreja o por los ojos, o incluso por la ausencia de rima), toda una poética, en suma, que requiere un traductor-poeta-psicoanalista, el Tieret, él, él solo, no produce ninguna palabra. No da a gozar más que un cuadro viviente. Pero no se opone a este cuadro-fetiche como, en la tradición, la cosa misma a su fetiche. Esta Cosa no es la cosa misma de los filósofos. Es una marca o una cifra, un pedazo de cifra que no puede traducirse sino en una larga frase interminable o en la escena de un cuadro de varios sujetos, varios objetos, varias entradas o salidas. Huella sin la víspera [veille] de un presente, Cosa sin causa, Causa por de-significar según la anasemia. * * * Con la edificación de la cripta terminada, es necesario sellarla. Hace falta condenar la salida y firmar. ¿Pero con qué nombre? Ninguna cripta sin edificación: de una arquitectura edificada, de un discurso edificante. Ve a aquel que firma, bajo el título de Memorias, con el nombre de El Hombre de los Lobos. Él consolida la cripta: para desviar al lector en el momento del último sello. Pero si la edificación de un tal foro implica más de uno, siempre, ¿quién firma, y con qué sello cifrado? Él había edificado una cripta en él: artefacto, inconsciente artificial del Yo, enclave interno, de paredes, de pasajes robados, de chicanes, una circulación oculta y difícil, dos puertas cerradas, un laberinto interior que resuena por todas partes, un discurso donde se

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cruzan tantas lenguas y luego, en alguna lugar en el ruido, un silencio de muerte, la obturación. Él morirá-muere la cripta en él. Tal como él la vive, el primero, porque él vive aún y sobrevive al instante en que escribo, sin saberlo. Pero, ¿quién, él? ¿Quién regresa aquí? ¿Dónde? ¿A quién? ¿A qué? ¿Habrá funcionando bien para él, esta maquinación críptica? Si es así, no, si no, sí. Hasta hoy sus criptónimos habían celado tan bien su identidad, confundido la pista de su verdadero nombre (y, ante todo, a los propios ojos de quien dice yo), que el objetivo parecía alcanzado. Todo había marchado bien. Pero, también muy mal: lo que resta a salvo eran el monumento de una catástrofe y la posibilidad permanente de su retorno. Y es en la medida en que la cripta cerraría mal que aún quedaba una chance: la prueba. Pero nunca se meditará lo suficiente sobre el hecho de que la prueba vino, para él, demasiado tarde. Para él, pero ¿quién, él? ¿Habría podido leer lo se escribe aquí sobre su cripta? ¿Esto le sería devuelto? ¿Reviniendo, de dónde? Es alguna cosa como su nombre propio lo que sus criptónimos mantuvieron en secreto. Criptonimia se dice, primero, de su nombre propio. La Cosa (Tieret) sería quizás el nombre del Hombre de los Lobos, si tuviese aquí un nombre y un nombre propio. Él no se dio ningún nombre. Bajo el nombre propio patronímico, aquel que él recibió de la sociedad civil sin haber estado presente en el acta de nacimiento, bajo el segundo nombre, el que él finge recibir de la sociedad psicoanalítica internacional y con el que él firma memorias y testamenta, otro criptónimo, parece llamarse con el nombre de la Cosa. Cuando en secreto él se atreve, sabiéndolo apenas, a llamarse, cuando él desea llamarse, llamar su deseo por su nombre, se llama por el nombre impronunciable de la Cosa. Él, pero, ¿quién? La Cosa es un pedazo de símbolo. Ella no se llama más. El cuerpo entero de un nombre propio es siempre fragmentado por la tópica. En cuanto a la “palabra” que dice la Cosa de la palabra-cosa, esta no es ni siquiera un nombre sino un verbo, toda una frase 44

envuelta, la operación de una frase y la frase de una operación que compromete a varios sujetos, varias instancias, varios portadores de nombres, varios lugares, un deseo excluido por aquello mismo que lo habita como una contradicción voluble, prohibiéndole llamarse a sí mismo, simplemente, idénticamente, con un solo vocablo glorioso. Y firmar de una sola vez con una sola mano, de un solo trazo continuo, sellado y sin rotura [bris]. Si la problemática de los efectos de nombre propio y de firma no se comprometiese con la posibilidad de tales estructuras y de tales maquinaciones tópicas, giraría alrededor de los lugares (tener lugar y no-lugar) donde todo se decide. Ella seguiría haciéndonos creer que (el) yo firma cuando autentifica el sello de un “yo firmo”. Creer que un fenómeno de nombre propio se termina por lo que retorna al padre, al nombre patronímico recibido del padre civil, Serguei P., o del padre fundador del psicoanálisis, Wolfman. E incluso bajo la cobertura de estos dos nombres de guerra, “él” se reservaba más de uno. A pesar de su privilegio exclusivo, Tieret no fue el único. Su nombre se edifica al menos en tres columnas: “….Wolfman se habría creado una palabra mágica que, sin traicionar a nadie, le permitía obtener la satisfacción sexual efectiva o sublimada: sería la palabra Tieret. Pero también tenía muchos otros secretos… goulfik, “bragueta”, atributo oculto de su padre, el verdadero nombre de su ideal, transformado en Wolf: ‘lobo’, su nombre de familia críptica. Del mismo modo, él lleva en sí una tercera palabra disfrazada, el nombre de su vocación de testigo: vidietz […] Estas tres palabras ... parecen constituir las tres columnas invisibles pero sólidas que Wolfman ha edificado sobre su imposible deseo de ocupar uno u otro lugar en la escena vista, su verdadera ‘escena primordial’. Estas tres columnas han sostenido, durante unas ocho décadas, esta vida atrapada y hasta hoy bajo el choque de la hipnosis infantil inaugural”. Poco se ha dicho sobre el nombre de la madre. Los autores del Verbario señalan en alguna parte que ante la escena de seducción entre padre e hija, Wolfman y su madre estaban “alojados bajo la misma enseña”. De cierta manera, Wolfman ocupa también el lugar de su madre. Freud habló de una “identificación” de Wolfman “con su madre”. Al menos, él firma también con su nombre esta “enseña”, él se llama su madre. Y en el sueño de los iconos, es a ella a quien él confía la realización de “su propio deseo”. Por las mismas razones, si una problemática de la “motivación” o de la “arbitrariedad” del signo, de los poderes o de las ilusiones “miméticas” del lenguaje, no pasara por esta nueva lógica de los efectos de nombre propio o de firma, giraría alrededor y pasaría por alto lo que produce efectivamente tanto el efecto de lo arbitrario como el efecto de motivación. Esta 45

problemática hasta el día de hoy estaría limitada a muy poca cosa: las representaciones conscientes de las “palabras” y de las “cosas” para un yo hablante en el sistema “interno” de la lengua. En los estrictos límites de ese funcionamiento “interno”, regido por el principio de la arbitrariedad del signo, ningún efecto de motivación, ni siquiera ilusorio, es explicable. El sueño de las Palabras Inglesas, esa extraña empresa de Mallarmé para ordenar el sistema de motivaciones miméticas de una lengua, seguiría siendo menos que un juego, menos que un “trabajo correcto... de los que es mejor no hablar”, una aberración sin principio y sin futuro. Sería de otro modo para lo que produce, en la lengua y en la escritura, este deseo de idioma o idioma del deseo. Ellos fuerzan el sistema en el sistema, desvían los códigos generales (nacionales) y los explotan, a través de ciertas transacciones, en una economía que, a partir de entonces, ya no es puramente idiomática (absoluto indescifrable) ni simplemente común (convencional y transparente). El Verbario muestra cómo un signo, que se ha convertido en arbitrario, puede remotivarse. Y en qué laberinto, en qué multiplicidad de lugares heterogéneos, hay que implicarse para rastrear la motivación críptica, por ejemplo en el caso TR, cuando está marcado por un efecto de nombre propio (aquí Tieret) y cuando, a partir de entonces, ya no pertenece simplemente al sistema interno de la lengua. Sin embargo, esta motivación funciona ahí, y la conciencia lingüística no puede negarlo. Por ejemplo, cuando Turok (turco, la bandera turca en el sueño de la luna con una estrella) dice (?), significa (?), traduce (?), comenta (?), representa (?), o en todo caso, imita también la palabra-cosa Tieret. Por ejemplo. Léase al respecto la nota titulada “Pleurer sur la tombe d’un poète” (título de un poema de Lermontov); o incluso el párrafo de Introyectar-Incorporar sobre el suicidio de la hermana por envenenamiento por mercurio (cosa y palabra, rtout), lo que Wolfman procura disimular, herméticamente, sin duda, a Freud, diciendo que ella se mató con una pistola; o nuevamente esta nota –sobre el caso del TR escondido– que habla de la “importancia central para Wolfman de la raíz tr, tor (tor: la forma en pasado del verbo Tieret), o la carta de Wolfman que habla de su interés por la lingüística comparada e insiste: “...he podido darme cuenta de la raíz germánica de algunos términos rusos. Por ejemplo, el nombre de pila Trude, encuentra su fuente en el germánico Trud, que significa ‘fuerza’. Esta palabra del antiguo alemán es, muy probablemente, la raíz de la palabra rusa Trud, porque en ruso trud significa el ‘esfuerzo’ que se necesita para trabajar”. (Pausa elíptica aquí para aquellos, entre los cuales me encuentro, que se interesen por la gran cadena:

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Ich stehe: Ich liege: I am lying: je mens: yo no digo la verdad, truth, y todas sus “rimas”, reunidas al final del Verbario, después Trud, la fuerza, y por lo tanto toda una historia del ser.) En cuanto al sello secreto de tales nombres propios, una desencriptación sería imposible, la tentación misma quedaría prohibida si el deseo del analista vacilara al comprometerse, como se dijo más arriba, y si no trabajara también doblemente, en su nombre, por su nombre. Pero, ¿cómo se llama aquí, en este caso, el analista? Y si –comprobación hecha– un nombre propio ya no es más un vocablo uno, único y simple, si describe siempre, bajo la articulación de una frase y de una escena, una economía múltiple de lugares, de instancias y de fueros, ¿qué sucede, y con qué complicación suplementaria, cuando el analista es varios? ¿Doble, lo que no limita, por el contrario, la pluralidad? ¿Qué sucede cuando él no dice yo, sino, como se entiende aquí, nosotros que no es nada menos que magistral? ¿A quién? ¿A qué retorna un nombre? Pero retornar presente, hacer retornar al presente, a la (re)aparición, sea cual sea, ¿no es ya la ley del nombre? Precipitando la pregunta, a riesgo de cortarla: ¿quién firma aquí? no pregunto, naturalmente, cuál de los dos, si ésta o aquél, sino ¿cómo se llaman –en su nombre propio y en su nombre común–, Nicolas Abraham y Maria Torok? Demostración de Criptonimia: en un símbolo, columna erigida de un nombre, por ejemplo, o voz blanca de un escrúpulo, la línea de rotura [brisure] se prolonga siempre del otro lado, más allá del Yo. Imagino (ilustración destacada) el paleontólogo inmóvil, repentinamente, a pleno sol, a su vez hechizado ante el canto de una palabra-cosa, un instrumento de piedra abandonado, como una tumba que se quema en medio de la hierba, el doble cortante de un bifaz. Y siento, en mi lengua, el ángulo cortante de una palabra rota.

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Por qué querer decir –lo que Nicolas Abraham vive/vió, en su nombre, en Marika Torok. Y en otros, entre ellos sus amigos. En ti, anónimo leyendo en este caso tan sellado. .

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