Filosofia Y Carnaval

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

Eugenio Trías Filosofía y carnaval

;

:W Cuadernos A N A G R A M A

Eugenio Trías Filosofía y carnaval

EDITORIAL ANAGRAMA

2.a edición

Maqueta de la colección: Argente y Mumbrú

© . E D IT O R IA L A N A G R A M A Calle de la Cruz, 44 Barcelona -17 Depósito Legal: B. 39274 - 1973 ISBN

84 - 339 • 0304 ■ 7

Printed in Spain Créticas Diamante, Zamora, 83 • BarceIona-5

PROLOGO

Este libro recoge tres ensayos en los que se elaboran algunas ideas que en La filosofía y su sombra estaban simplemente esbozadas. En este sentido no aporta sustancialmente una temática nueva con relación a La filosofía y su sombra, si bien perfila algunos puntos e insinúa algunos des­ arrollos originales. Los dos primeros ensayos permiten aclarar un capítulo especialmente esquemático de La filoso­ fía y su sombra (capítulo 11 del 2.a ensayo, titu­ lado «La cultura occidental»). En dicho capítulo incorporaba una hipótesis de M. Foucault median­ te la cual intentaba definir la cultura occidental con relación a otras culturas. En estos dos ensayos — «E l loco tiene la palabra» y «Arqueología de la cultura occidental»— hago una reseña mucho más detallada de esa hipótesis, intercalando asi­ mismo algunos planteamientos personales. Esa reseña la efectúo a dos niveles: primero, mediante una visión panorámica del «proyecto ar­ queológico» de M. Foucault (1." ensayo); en segun­ do lugar, mediante un análisis y comentario de la Hisloire de la Folie, obra en la cual expone Fou­ cault con mayor claridad su hipótesis sobre la «cultura occidental» (2.a ensayo). Estos dos ensayos se hallan, por tanto, consa­

7

grados a estudiar la obra de este discutido pensa­ dor francés que. de forma justificada o injustifi­ cada, ha sido adscrito al movimiento «estructuralista», considerándosele el filósofo o hasta el ideó­ logo más representativo de esa corriente. En el tercer ensayo elaboro por mi cuenta y riesgo algunas de las conclusiones que se despren­ den de los análisis «arqueológicos» de M. Foucault. Pero el lector podrá advertir hasta qué punto esos desarrollos se despegan de su punto de par­ tida y se encaminan por direcciones inexploradas. Esto es especialmente perceptible en el penúltimo capitulo — «Filosofía y carnaval*— que justamente da nombre a este libro. En él trato de forma inédita la temática «estructuralista» de la «muerte del hombre», escindiéndome en realidad del llama­ do «estructuralismo filosófico». En efecto, la tesis de la «muerte del hombre», en su formulación foucaultiana, me parece toda­ vía tímida y poco radical. Foucault se limita a plan­ tearla en el terreno epistemológico. Esta timidez ha tranquilizado a mucha gente que asimilaba esa tesis a la idea de una catástrofe atómica, por ejem­ plo. Cabe, sin embargo, una formulación diferen­ te de esa tesis, más radical que la tesis foucaul­ tiana y menos «drástica» que la idea de la extin­ ción del género humano. La idea de la «muerte del hombre» posee para mí un sentido vital, que afecta a nuestra conducta de forma directa y que determina una forma de comportarse y una acti­ tud: y por consiguiente, una ética. Esa idea signi­ fica que el «hombre», la «persona humana», la «existencia humana» o el «sujeto humano» consti­ tuyen fetiches. Que el humanismo, el subjetivis­ mo, el personalismo, el existencialismo, han abo­ nado un cierto fetichismo: fijar un papel so­

8

cial, una máscara o disfraz, como patrón de una pretendida identidad o self.]ha muerte del hombre significa, por tanto: la disofiición de esa identidad y ia liberación de una profusión de máscaras o disfraces que todos nosotros almacenamos —y que inhibimos en virtud de ese fetichismo. Nuestra idea es, pues, disolver esa identidad y liberar una multiplicidad. Recordar que bajo esa identidad o nombre se esconde una muchedumbre: que núes* tro nombre es, en todo caso, el mismo que el del endemoniado que confesó a Jesucristo: «Legión es mi nombre»^ Elaborar esta nueva filosofía es una tarea ardua y peligrosa que me llevará mucho tiempo todavía. Por eso, me he limitado aquí a esbozarla en dos capítulos, uno de los cuales lleva el título del libro: «Filosofía y Carnaval». Pues, en efecto, es una filosofía carnavalesca la que propongo: libe­ ración de todas las máscaras y disfraces que repri­ mimos, conversión de la vida en común en una fabulosa mascarada, dramatización de nuestra vida cotidiana. Es, pues, una filosofía cuyas categorías funda­ mentales podemos ya insinuar: carnaval, máscara, teatro, travestí, desdoblamiento, multiplicación, condensación, retorno. Una filosofía que suspen­ de toda concepción acerca de la «unidad de la conciencia y su identidad consigo misma», y el conjunto de conceptos involucrados en esa con­ cepción: especialmente el concepto de tiempo y temporalidad, de historia c historicidad. Desde un punto de vista ético, esta filosofía tendería a re visar críticamente los conceptos tradicionales de «autenticidad», «mala fe», etcétera, y a sustituir­ los por otros. En cualquier caso, esta filosofía de la disolución de ¡a persona humana —una íiloso-

9

fia que propone como alternativa el carnaval, el travestí, el desdoblamiento, el teatro— debe ela­ borarse con todo detalle, cosa que desde luego aquí no se hace: me limito, muy al final del libro, a sugerir esta temática.

10

I EL LOCO T IE N E LA PALABRA*

1. — Presentación de la obra de M. Foncault Para presentar la obra de un autor parece nece­ sario, como requisito, que exhiba una problemá­ tica más o menos conclusa. Parece también obliga­ do que el autor haya pasado por las consabidas etapas de la «germinación», «maduración», «madu­ rez»... Entonces, y sólo entonces, resulta posible «reconstruir» el camino seguido, trazar las líneas de continuidad y los puntos de ruptura, señalar la o las problemáticas que se suceden, entrecruzan y terminan por desaparecer... Esto supuesto, ¿cómo podremos presentar la obra de ese joven profesor de La Sorbona, de apenas 42 años, que se halla actualmente en plena «maduración» y autoesclarecimiento de su problemática? ¿No será una anticipación ociosa la nuestra: la de pretender esclarecer una obra que está aún a tiempo de esclarecerse a sí misma? Tenemos conciencia de la vanidad de nuestro esfuerzo, condenado de antemano por la reciente publicación de un balance metodológico de su (* ) Este ensayo se publicó en la revista ‘ Convivium". n.« 30. J9Ó9/II/. Agradecemos su autorización para reproducirlo en este cuaderno.

11

propia obra,' del que son anticipo sus «respuestas a las primeras objeciones» aparecidas en las re­ vistas Esprit y Cahiers pour l'analyse.' ¿No será una pedantería, en estas condiciones, nuestra con­ tribución? Seguramente que sí. Con la salvedad, sin embargo, de que esa obra ya es pública, está ahí para ser leída, discutida. En consecuencia, esa obra de algún modo nos atañe, es nuestra. Con nuestra presentación no pretendemos enjuiciarla. Queremos, simplemente, continuarla. Pero continuarla no significa, aquí, apropiamos de alguna de las hipótesis o teorías que F o u c a u l t establece, con el fin de probarlas en los mismos campos de aplicación investigados por el autor o en otros campos. Una presentación nos obliga en otra dirección: nos obliga al análisis, a la repeti­ ción de lo dicho con otros signos; nos fuerza a traducir. Y nuestra actividad tautológica se justi­ fica por el exceso de información que la obra en cuestión posee. Intentamos únicamente añadir un poco de redundancia a una obra que ha realizado una elección lingüística peligrosa. Queremos aña­ dir, por tanto, algunos signos que puedan contri­ buir a una lectura liberada de ambigüedades. Por otra parte, la presentación de esta obra no conclusa se justifica por un motivo: porque con Las palabras y las cosas ha cubierto una etapa, ha cerrado, por lo menos en parte, un ciclo abier­ to por su obra primeriza Enfermedad mental y personalidad.* Aunque pueda —y deba— proseguirt. Archéologle du savoir, Galllmard, nrt, 1969. 2. "Ríponse au Cercle d’ápistémologie", Cahiers pour l'Analyse, n.o 9, Génialogie des Sciences, ed. Scuil, verano 1963. “ Réponse a une question’ , Esprit n.» 5, mayo 1968. 3. Maíadie mentóle et persoñaliti, P.U.F., Parla, 1954, col. 'In ltiation philosophique*. (Traducción, Paidos, 'Biblioteca del hombre contemporáneo*, 1961). Esta obra ha sido titulada, en su tercera

12

se el proyecto teórico de Foucault, podemos ya descubrir ahora su delineamiento general. Nuestro intento consistirá en [ I ] señalar las lí­ neas generales de este proyecto y [ I I ] desgajar la conclusión más acuciante y actual —a nuestro modo de ver— que se desprende de la investi­ gación de M. Foucault. El primer punto nos con­ duce a esclarecer ese «dominio de investigación» que Foucault denomina arqueología; el segundo, a su importante concepción de la «sinrazón». El primero nos llevará, asimismo, a confrontar sus tres principales obras: la Historia de la locura en la edad clásica,* su Nacimiento de la clín ica *4 56y Las palabras y las cosas, así como su primera obra, en la que se fragua, por así decirlo, el proyecto arqueológico. El segundo punto nos conducirá, de las últimas páginas de la Historia de la locura a su obra sobre Raymond Roussél,* así como a al­ gunas páginas de Las palabras y las cosas.

2. — E l proyecto arqueológico Para comprender el proyecto teórico de M. Fouhay que leer detenidamente el último capí­ tulo de Enfermedad mental y personalidad así como el prefacio de la Historia de la locura. Allí está esbozado un programa que intenta realizar en sus principales obras. El punto de partida es caült

edición, Maladie mentóle et psychotogie. El autor ha introducido modificaciones de importancia (MMP). 4. Folie et déraison, Histoire de la folie a Vdge classiqtte, Pión, "Civilisation d’hier et d'aujourd'hui", Parts, 1961 > (la edición abre­ viada de 1964 ha sido traducida en P.C.B., Breviario n.« 191) (HF). 5. Naisance de la clinique (Une archiologie du régard médicaleí. P.U.F.. Parts, 1963 (traducción. Siglo XH. 1966) (NC).

6. Raymond Roussei, Callimard, o rí (“Le chemba*), 1963 (RR).

13

freudiano: intenta desgajar lo «inconsciente» —o lo «no pensado»— que subyace a un cierto domi­ nio objetivo: el saber. En este punto el proyecto de Foucault se cruza con el proyecto estructuralista. El inconsciente que intenta desgajar, al igual que «los procesos inconscientes de la vida social» investigadas por L évi-Strauss,78 9o que los sistemas inconscientes que investiga el lingüista (siguiendo el programa de T roubetzkoy),* es un «inconsciente categorial... más kantiano que freudiano» (P. Ricoueur).* En este punto Foucault corrobora sus confesadas influencias: L évi-Straus, L acan, Dumézil . La empresa, sin embargo, es insólita: se trata de «un psicoanálisis del saber, de la ciencia» que establezca, como todo «psicoanálisis estructuralista», no tanto la preexistencia de contenidos re­ currentes (en forma de arquetipos) —y en este sentido la empresa de Foucault está tan lejos de la de Gastón B achelard 101como la de L acan o L évi-Strauss lo está de la de Jungu— cuanto de las «condiciones de posibilidad» de los contenidos; y siendo así que éstos pertenecen al orden del acontecimiento, se trata de descubrir la estructura invisible que les subyace y fija sus limites. Lo insólito de la investigación de Foucault no radica tanto en el método cuanto en el dominio objetivo sobre el que lo aplica: el saber, las cien­ 7. Anthropologie structuralt. Pión, París, 1958, p. 25. 8. La phonologie acluelle, en Psyehologie du langage, París, 1953, p. 243. 9. "Structure et hcrmeneutlque*, Bsprlt, n.° 11, noviembre 1963, p. 600. 10. Psicoanálisis del fuego, trad. Alianza Editorial, Madrid, 1966, especialmente la Introducción. 11. U vi-Stíuuss, Sociologie el anthropologie par Marcel Mauss, Introduction & Vauvre de M. Mauss, P.U.F., París 1950 (4.a ed., 1968), p. XXXII.

14

cias. Se trata de descubrir las condiciones de po­ sibilidad, primero, del psicoanálisis freudiano; más tarde, de toda la psiquiatría que investiga la «ena­ jenación mental»; por fin, de la medicina poste­ rior al siglo xix; y por último, de un conjunto de «saberes» que han aparecido — y desaparecido— a través de una secuencia cronológica de la cultura occidental (a partir del Renacimiento). La arqueología investiga, en primer lugar, la teoría freudiana. Esa elección viene determinada por la enorme capacidad de diagnóstico de esa teo­ ría. En efecto, Frbud intentó esclarecer la etiología de la «enfermedad mental», para lo cual mostró a la vez la recurrencia de ciertas formas de expre­ sión comunes a la vida onírica y al universo del enajenado mental, entendiéndolos como fenóme­ nos de regresión a un estadio anterior (infantil, protohistórico). Asimismo vinculó el simbolismo de esos estados regresivos a la simbología religiosa y ritual de algunos pueblos primitivos e intentó relacionar la sintaxis peculiar de este «lenguaje del inconsciente» con la de algunos lenguajes con­ siderados «primitivos». La moderna lingüística y la moderna etnología han desestimado estos dos últimos puntos: B enveniste u señala hasta qué punto F reud aceptó sin crítica algunas hipótesis lingüísticas, hoy día abandonadas, sobre el carácter peculiar de ciertos lenguajes primitivos (en los que, se decía, los con­ trarios se expresaban con los mismos nombres). Asimismo, L évi-Straus señala, en el famoso ca­ pítulo titulado «La ilusión arcaica» de su obra1 2

12. Probantes de lingliistique génirale, GaUimard, nrf, París, 1966, cap. V II: ‘ Remarques sur la fonctlon du langage dans la découverte freudtenne’ , p. 75 ss.

15

principal,1* hasta qué punto la identificación de en­ fermo mental = niño = primitivo es falaz; pero asimismo explica por qué se lleva a cabo continua­ mente —y no sólo por el científico o por el «hom­ bre occidental»— esa confusión. De algún modo se trata de una confusión que encierra una gran ver­ dad: la de que la «mente infantil», como lo de­ muestra Jakobson en el dominio de la fonología,** posee todos los «modelos posibles» que consti­ tuyen el fondo o bagaje sobre el que cada cultura producirá una selección. De ahí que tanto los científicos como los indígenas tiendan a percibir en el «o tro » que analizan ciertos comportamientos visibles en los niños de sus respectivas sociedades. Foucault repite la crítica de esta asimilación, centrándose fundamentalmente en la supuesta co­ rrelación de enfermo mental con niño y primitivo. En este punto surge la cuestión de la existencia supuesta de formas de enajenación en socieda­ des llamadas primitivas. Y sobre ello nuevamen­ te L évi-Strauss u señala la necesidad de distinguir ciertas formas de exclusión social relativa (cha­ manismo, por ejemplo) que no pueden subsumir­ se a la «demencia». Y de este modo prepara la in­ vestigación de Foucoult de las condiciones de posibilidad de la enajenación mental definida por la cultura occidental. Con lo que volvemos de nuevo a Freud, pero una vez hemos eliminado alguna de sus correla­ ciones injustificadas, producto de la «ilusión ar­ caica». Freud explica la enajenación mental como1 5 4 3 13. Les structures élémentaires de la patenté, París, Mouton, 19673, p. 9g $. 14. R. J akobson, Kindersprache, Aphasie und allgemeine Lautgeseize, Upsala, 1941. 15. Jntr. d l'oeuvre, de M. tíauss, p. X VIII ss.

16

una regresión a formas arcaicas (infantiles, protohistóricas). Y en este punto incide el proyecto ar­ queológico de Foucaült: no se trata tanto de refu­ tarla Freud cuanto de fija r las condiciones de po­ sibilidad de su propia explicación y de eliminar la extrapolación freudiana de su investigación al dominio de una antropología general. El proyecto de Foucault consiste en señalar los límites estruc­ turales (y culturales) de validez de la teoría freu­ diana. Ésta ha trazado el perfil de ciertas pautas especialmente profundas de la cultura occidental, extrapolando la teoría que las explica al dominio de la cultura en general. En este punto comienza la «arqueología», como investigación del a priori histórico y cultural de una determinada ciencia (aquí el psicoanálisis). La elección de éste viene dada por el hecho de que, de forma sintomática, esclarece como ninguna teo­ ría las principales estructuras inconscientes de la cultura occidental. El psicoanálisis roza peligro­ samente algunos de los «lím ites» o «experienciaslím ite»1* que trazan la fisonomía de la cultura occidental y sirven de índice diferencial con rela­ ción a otras culturas. En efecto, al intentar des­ gajar el simbolismo onírico está rozando un verda­ dero problema que F oucault señala: la peculiar escisión y separación que tiene lugar en la cultu­ ra occidental (sobre todo a partir del siglo x v ii) entre «vida despierta» y «vida onírica». Asimismo, al intentar explicar la «enajenación mental» está muy cerca de esfumar la tajante divisoria entre normalidad y locura, así como de señalar implí­ citamente la dirección proseguida por Foucault: la que conduce a la investigación de las pautas de1 6 16. Términos utilizados por Foucault en el prelado a HF.i

17 2. — FILOSOFÍA y CABNAVAL

una cultura que define al excluido social como enajenado mental. Por último, la explicación de la locura como un fenómeno de regresión y de emer­ gencia de experiencias infantiles (sexuales) inhibi­ das, asi como el conjunto de conceptos clave del psicoanálisis (censura, inhibición, sublimación, et­ cétera) supone, como condición, una cultura en la que se trace [1 ] una divisoria tajante entre la vida infantil y la «madurez» (hasta el punto de que aquélla «deba ser olvidada») y [2 ] una cultura que refuerce al máximo las normas que constriñen el deseo y lo «sacrifican» en el trabajo cultural.17 La arqueología se traza, por tanto, como tarea, reconstruir la marcha misma de la teoría psicoanalítica, de tal forma que tanto esta teoría como el objeto real que investiga (la cultura occidental) sean entendidos en sus condiciones de posibili­ dad. Este es el programa esbozado con toda cla­ ridad en el prefacio a la Historia de la locura y cuyo objetivo es descubrir el surgimiento de cada una de las estructuras que forman las escisiones antes citadas (vida despierta/onirismo; alienación/ normalidad; vida infantil/madurez; etc.) asi como sus transformaciones. Y de este modo señalar a la vez: [1 ] las condiciones de posibilidad d éla revolu­ ción freudiana y [2 ] el a priori cultural de toda psiquiatría de las enfermedades mentales. La «historia de la locura» es la investigación de una de estas estructuras (alienación/normalidad) así como del a priori de la psiquiatría [2 ]. En este sentido, constituye un primer intento de realizar ese ambicioso programa esbozado en el prólogo. Se trata de descubrir: [1 ] cuándo emerge esa es-

17. Cfr. el capitulo Snal de MMP y el prefacio de HF. i

18

tructura; [2 ] qué modificaciones sufre a nivel de contenidos; [3 ] cómo se definen en cada reestruc­ turación los contenidos. Y e! resultado de este análisis es la definición de dos modalidades de «anormalidad» y confinamiento social (redoblado por la «reclusión espacial»): [a ] la «sinrazón» de los «insensatos» de los siglos x v ii y x v iii , recluidos en los internados; [b ] la «alienación mental» del moderno «loco» recluido en el asilo y re-enajena­ do por una psiquiatría que se cree «positiva» y que se encarga de definirlo y observarlo desde fuera. Vemos por tanto la marcha del pensamiento foucaultiano: de un análisis crítico del psicoaná­ lisis se pasa a una consideración reflexiva de sus principales descubrimientos; de ahí se pasa al establecimiento del marco general y de los lími­ tes de la cultura occidental; “ y de ahí volvemos a un análisis crítico (ahora en sentido kantiano)“ de las condiciones de posibilidad de la teoría freudiana. Pero con ello Foucault abre un dominio de investigación del que recoge las primicias en su Historia de la locura, donde investiga uno de esos «lím ites»; y esa investigación (de la escisión «razón/no razón») le permite, por último, esclarecer1 9 8 18. En este punto el proyecto foucaultiano se cruza con el pro­ yecto nietzscheano de un análisis critico 'd e los máximos valores de la cultura occidental*. Cfr. el prefacio a HF.l 19. Para la definición de este segundo sentido de “critica*, cfr. NC, p. 15: "La búsqueda aquí emprendida implica por lo tan­ to el proyecto deliberado de ser critica, en la medida en que se trata, fuero de toda intención prescriptiva. de determinar las con­ diciones de posibilidad de la experiencia módica, tal como la épo­ ca moderna la ha conocido. De una vez por todas, este libro no está escrito por un médico contra otro, o contra la medicina por una ausencia de medicina. Aquí, como en otras partes, se trata de un estudio estructural que intenta descifrar en el espesor de lo histórico las condiciones de la historia misma". (El subrayado es nuestro).

19

las condiciones de posibilidad del saber psiquiá­ trico. Esta marcha del pensamiento la reproduce la misma sucesión de sus obras: hasta aquí sólo hemos examinado las dos primeras. La Historia de la clínica y Las palabras y las cosas constituyen la prosecución de esta marcha, a partir del último punto: si la Historia de la locura trazaba las condi­ ciones de posibilidad del saber psiquiátrico, la Arqueología de la mirada médica mostrará las condiciones bajo las cuales la medicina taxonómi­ ca anterior al siglo xix (una medicina que pregun­ taba al enfermo «¿Qué tiene usted?»; una medi­ cina que fijaba la respuesta y lo observado en ese «jardín de las especies nosográficas» en el que in­ gresa también la «locura») deja lugar a la medicina positiva fundada en la observación y mirada del médico (el cual pregunta ahora: «¿Dónde le duele a usted?»). Y por último. Las palabras y las cosas delinea­ rá el cuadro general de condiciones de posibilidad de algunas secuencias del saber occidental, toman­ do como base un conjunto de disciplinas en las que Foucault descubre una unidad en sus diferen­ cias (según el programa estructuralista). La origi­ nalidad de esta empresa consiste en acoger como eje de unión, en lugar del eje cronológico —o de un eje aparentemente común que vendría dado por la comunidad de «objetivo» de una misma disciplina en distintos «tiempos»— la estructura según la cual en cada «segmento» («epistem e») se ordenan las cosas, y se definen los modos de rela­ ción entre éstas, y se define por último el carácter de los signos que permiten reconocer esas rela­ ciones. En este sentido, Foucault trazará una im­ presionante hipótesis de trabajo según la cual la

20

categoría de semejanza constituye la piedra an­ gular de la episteme renacentista, que se bifurca en cuatro modos o formas generales de conexión entre las cosas (conveniencia, emulación, analogía, simpatía/antipatía), las cuales se reconocen me­ diante signos que pertenecen al mismo dominio de la similitud, con la particularidad de que siempre deben ser diferentes de aquello que indican (y así por ejemplo: si el acónito cura los ojos es porque hay una simpatía entre ambas cosas; y la marca de esa simpatía es la analogía entre los granos de sus semillas y los párpados). Los signos se definen, por tanto, como figuras del mundo (figuras de la semejanza). Forman parte de las cosas, a modo de grafismos de ese gran libro abierto que es la Natu­ raleza, cuya clave se halla a su vez en el Libro (religioso o clásico). De ahí las dos formas de saber más generales del Renacimiento, la eruditio y la divinado, ambas dirigidas a descifrar un libro: el Libro por excelencia (la Biblia o los textos grecolatinos) o el Libro abierto de la Naturaleza. Este sistema de categorías explica así la floración de disciplinas del orden de la magia, de una medi­ cina que escandalizará a los ilustrados, de las cien­ cias ocultas, etc. Este sistema explica la raciona­ lidad inmanente de todas esas disciplinas al hallar sus mismas condiciones de posibilidad y límites. Pero con Don Quijote esta sabiduría descifra­ dora hará crisis. Don Quijote todavía pretende arrancar a todas las cosas sus signos o marcas olvidadas, que señalan relaciones verdaderas (es decir, aquí, semejantes) y que intentan de con­ tinuo verificar al Libro (de caballerías). Pero ahora las cosas se han replegado en su identidad y no remiten a «resonancias» (emulaciones, analogías) de otras cosas. Las palabras siguen este rumbo

21

también y se limitan a expresar la identidad o di­ ferencia entre las cosas. Sólo la poesía y, como ve­ remos, la «sinrazón», seguirá desenterrando ese mundo de semejanzas que el saber ha desterrado fuera de sí. Para Descartes, la «semejanza» es una relación bastarda y turbadora que establece la imaginación y que impide el conocimiento ra­ cional de las identidades y de las diferencias. Con lo cual, ese saber renacentista que hizo de la me­ táfora y de la analogía una forma de conocimiento queda sustituido por un saber que relega al «no saber» esas formas. Con el clasicismo, el lenguaje deja de ser «la prosa del mundo» para convertirse en sistema de signos arbitrarios mediante los cuales se repre­ sentan las cosas. El saber que se instaura cons­ tituirá un discurso en el cual se ordenarán las representaciones de las cosas por sus identidades y diferencias: discurso sobre el propio lenguaje, en la «gramática general y razonada»; discurso sobre las cosas y sus reinos naturales, en la «his­ toria natural»; discurso sobre las formas de in­ tercambio, en el «análisis de las riquezas». Esta episteme surge, por tanto, de la disociación de las palabras y las cosas, de la definición de las palabras como signos que representan las cosas y de éstas como contenidos representados y «signifi­ cados» (y por tanto integrados en el Discurso). Pero en la obra del Marqués de Sadb nos encontra­ mos con una modificación de estas relaciones. Aparentemente, esta obra no hace otra cosa que repetirse a sí misma; representa una y otra vez un mismo objeto: el deseo. De ahí su ambigüedad: pues descubre una dimensión de las cosas que difícilmente se deja «representar», ya que habla de una dimensión soterrada y oculta de las cosas que

22

sólo aparece cuando nos liberamos de los discur­ sos ordenados, de las clasificaciones y de los «ta­ bléame». El saber decimonónico surge como un saber de las profundidades de las cosas que ex­ trema su crítica al «formalismo» dieciochesco (por ejemplo, H eghl y E ngbls). Como dice H bgbl, el «formalismo» se limitaba a clavar etiquetas en los tarros del herbolario; sólo si se rompen esos tarros podremos percibir el aroma que contienen; y en el delirio báquico de esa ruptura se instaurará un saber que intenta desgajar la «interioridad» de las cosas, su fondo, su «contenido». El saber decimonónico surge del aniquilamien­ to del discurso clásico. E intenta descubrir, más allá de las «representaciones», «la cosa en sí», las cosas mismas. Pero al esbozar ese descubri­ miento seguirá un curso peculiar. Conocerá las cosas a través de una «cosa» privilegiada cuyo «interior» contiene las condiciones de posibilidad del conocimiento de cualquier objeto: se trata del hombre. El hombre, el sujeto humano, constituirá ahora la referencia obligada de todo saber: doblete em­ pírico-trascendental, será a la vez la condición a priori de todo conocimiento y el objeto «em píri­ co» de las «ciencias humanas». Sus principales es­ tructuras, esclarecidas por la analítica de la finitud, explicarán el rumbo de los saberes: la finitud, la historicidad, constituirán la base del rumbo historicista de todas las ciencias del xix. El lengua­ je será entendido como una «cosa» transida de his­ toricidad, al igual que la «vida» y el «trabajo humano», configurándose en consecuencia una «gramática histórica», una «biología» y una «eco­ nomía política». El libro termina anunciando una posible rees­

23

tructuración del saber, perceptible en la etnología, el psicoanálisis y la lingüística estructural; en es­ tas disciplinas ya no se estudia al sujeto humano sino a sistemas de significación y comunicación que son, además, inconscientes. Con lo cual es po­ sible pensar que se anuncia una nueva cpisteme en la que el lenguaje deja de definirse por su com­ plicidad con las estructuras históricas y tempora­ les mediante las cuales se definen todas las cosas (según la pauta que establece ese objeto .privile­ giado que es el hombre) y comienza a definirse de otro modo, como sistema de signos que desempe­ ñan la función de comunicación. Por otra parte, la utilización de este modelo lingüístico en otras disciplinas como las citadas ¿no significará acaso: [1 ] una nueva definición de la relación entre pa­ labras y cosas, [2 ] la desaparición del «hom bre» de nuestro campo epistemológico? El libro termi­ na con estos interrogantes, limitándose a apostar por la extinción del hombre caso de que esa rees­ tructuración tenga lugar.

3. — E l loco tiene la palabra No vamos a entrar en la discusión sobre la afir­ mación de Foucault de la posible desaparición del «hombre» en la episteme que acaso se insinúa. Tampoco indagaremos los problemas metodológi­ cos que este libro insólito plantea, ni la posible «ideología» que contiene.® Sólo queremos llamar la atención sobre el punto que habíamos ya esbo-2 0 20. obra de

Para el lector que se interese por otros aspectos de la adjutamos la siguiente bibliografía: R. Barthss, Ensayos críticos, trad. Seis y Barral, 'P or ambas partes*.

24

F o u c au lt .

zado: este libro cierra y consuma en parte el pro­ yecto arqueológico de F oucault, al intentar un análisis general de la estructura subyacente de los diferentes episodios del saber occidental. Este libro culmina, así, el proyecto delineado en obras anteriores, sin las cuales la lectura de Las palabras y las cosas carece de relieve y de significación. Pero cierra ese proyecto sólo en parte, pues, como hemos indicado, el proyecto inicial consistía en una «arqueología de la cultura occidental». De al­ gún modo Foucault ha restringido este proyecto al de una «arqueología del saber», dejando pen­ diente la investigación de aquellas escisiones que, como la estructura «normalidad/locura», señalan J. Demuda, L'icriture et la diffirence, col. *Tel QueP, Senil, 1967, cap. 2: 'Cogito et histoire de la folie’ . M. Autor: 'L e relativisme culturaliste de M. Foucault', Temps Modemes, I, 1967, n.« 241. C. Cakcuilhbm, 'M orí de rhomme ou épouiaement du Cogito?*, Critique. 242, julio 1967. P. Bukgeun, 'L'archóologie du savoir*, Bsprit, mayo 1967. AAadlmos, aunque a regañadientes: Sylvib Lb Bon: *Un positiviste déspíré: M. Foucault', Temps Mo­ dernas, n. c. O. Rbvault d'Allones: *M. F.: Les mota contre les choses*, Raison Préssente, n.» 2, 1967. GaRaudy, ‘ La philosophie de la mort de l'homme'. La pensie. X, 1967. Piscar, Le structuráüsme, P.U.F., cap. 7, p. IOS ss. Dentro de esta sección incluiríamos algunas críticas que, como la de Sastre en Vare o de Lefesvre en Positiom contre les teelknocrates, sólo merecen ser citadas por mera afición erudita. Consúltense, por último, las siguientes obras de M. Foucault no citadas: “La pensóe du dehors". Critique, junio 1966. 'Freud, Marx, Nietzscbe', en la obra colectiva Nietisehe, ed. Minuit, 1967. *La proto-fábula*, en lides Vente (trad. Paidos: Julio Vente: un revolucionario subterráneo). Introducción a Traum und Bxistent de Binswano» , Desclée de Brower, París. ■S'affranchir de llnunanisme (Entrctlen)’ , La Quintaine littiralre, n® 5, mayo 1966.

25

los límites estructurales de la cultura occidental. Este libro, además, se articula con la Historia de la locura en el sentido que señala Foucault en el prólogo.*1 Se trata del análisis de las diferentes formas de reunir en lugares comunes las palabras y las cosas, garantizando así una comunicación «racional» y un saber. La Historia de la locura investiga, por el contrario, aquello que en cada segmento cultural queda más allá de ese lugar, de ese tópos de reunión y dispersión que constituye la episteme. Investiga el modo en que se define ese más allá por parte del saber y las condiciones de posibilidad de esa definición. Por último, pre­ senta el semblante de las figuras de «no razón» que desfilan en la cultura occidental desde el Re­ nacimiento («sinrazón», «locura»). Pero a través de todas estas obras, F oucault plantea un problema que, a mi modo de ver, es el más decisivo — e incisivo— de todos los que nos presenta. Trataremos de llamar la atención sobre él, pues suele ser eludido en favor de otras cues­ tiones aparentemente más imperiosas. El punto de partida de este problema viene dado por la ecuación entre «locura» y «ausencia de obra» establecida en el prefacio a la Historia de la locura. El loco, en efecto (y no nos referimos sólo al «alienado mental» del siglo x ix ) es un excluido social. Esa exclusión se reduplica con una reclusión y — a partir del siglo xix— con una ter­ cera «enajenación», por así decirlo, producida por el saber del psiquiatra. El loco, desde después (pero no antes) del siglo xvu, «carece de lengua­ je », su discurso resulta ininteligible, excepto, con el psicoanálisis, por el especialista. Pero en cual-2 1 21. MCH, p. 15

26

quier caso su mensaje no atañe al «otro mundo» de los normales-racionales. Su discurso no intran­ quiliza; nunca constituye una «contestación»; nues­ tra coartada, como, la de D e s c a r t e s , siempre es