Filosofia Del Lenguaje

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KAEL VOSSLER FILOSOFÍA DEL L E N G U A J E E N SA Y O S T r a d u c c ió n

y. N o ta s

de

A M A D O Atífo'NÜO y BAIM .UNDO con

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LOSADA,

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Título original alemán:

Gesammelte Aufsatze zur Sprachphilosophie. Queda hecho el depósito que previene la ley núra. 11.723. Adquiridos los derechos exclusivos para todos los países de habla española. Copyright by Editorial Losada, S. A. Buenos Aires, 1943. Primera edición: 12 - V I I I - 1943 Segunda edición: 10 - I X - 1947 Tercera edición: 20 - X I I - 1957

PRINTED

IN

ARGENTINA

L O S C O M P A B A T IS T A S L a lin gü ística es una ciencia m uy jo v e n , nacida a p r in c i­ pios del siglo X I X . A cicateada la curiosidad p o r ciertas semejanzas visibles en tre el sánscrito, re cié n descubierto y las lenguas clásicas, se em pezó p o r com parar en tre sí el g riego, el latín, el sánscrito, el antiguo germ ano, e l antiguo eslavo, el antiguo persa, etc. L a com paración probaba el parentesco y se v ió que parentesco no podía interp reta rse más que com o unidqdjde^oxissn. L a lin gü ística com parativa se p lanteó com o fin la tarea de establecer las series de correspondencias en tre las lenguas parien tes; más tarde, p o r la com paración de las correspondencias, rem ontarse hasta Ja reco n stru cció n de la lengua o rig in a ria com ún. Esta lin aüística a rqu eológ ica y reconstructiva,, de ^camino aseen, dente cuando eran conocidasJ,asJlenauas derivadas y desconocida la le n g u a p rim itiv a , se aplicó aún con^más firm es y rápidos resultados a re c o rre r el cam ino inverso cuando la lengua orig in a ria ta m b ién era bien_ conocida, com o en e t caso del latín y las lenguas rom ances. Y aqu í es donde des­ a rro lló con extrem a d o r ig o r una m etod olog ía de la e v o lu ­ ción que no sólo se obligaba a ju s tific a r la rela ción segura en tre el punto de partida y el de llegada, sino a reco n stru ir todos los grados interm ed ios con form e al sistema de regu laciones que preside la evolu ción de cada lengua. F ija r ese sistema de regulaciones fué la tarea más u rg en te en la segunda etapa de esta ciencia. Las dos direcciones, aseen, dente y descendente, se im p lica n y com plem en tan com o en las genealogías, y la lin gü ística se hace a la vez a rqueóla-

gica e h istórica, reco n stru ctiva y evolucionista en cuanto a los fines, y com paratista en cuayito a los métodos. A n tes de constitu irse la lingü ística, m uchas m entes curiosas habían hecho com paraciones en tre lenguas para deducir parentes­ cos; p ero siem pre a base de semejanzas en tre palabras, semejanzas azarosas cuando no forzadas. L a com paratística se organiza en ciencia desde e l punto en que abandona ese ju e g o caprichoso para buscar s e r i e s d e c o r r e s p o n d e n c i a s s i s t e m á t i c a s , reguladas p o r el p rin c ip io bá­ sico de que las correspondencias, p o r numerosas que sean, no alcanzan v a lo r c ie n tífic o hasta que se han descubierto y fija d o las reglas estrictas a que se s o m e te n 3. L a e x ig e n ­ cia de lo sistem ático en las correspondencias apartó a los p rim e ro s lingüistas de las desacreditadas com paraciones lé ­ xicas y lo in d u jo a p r e fe r ir com o m a te ria l de estudio, p r im e ­ ro , la con ju ga ción , la d eclina ción y los sufijos, y luego la f o ­ n ética. E n la fo n é tic a n o contentó ya el establecer cuáles habían sido algunas etapas recorrid a s p o r un cam bio, y se e x ig ió saber el cóm o de cada una de las evoluciones cu m ­ plidas. D e a q u í nació en la segunda m itad del sig lo la fo n é t i ca e x p e rim e n ta l: fis io lo g ía y "física dé la palabra. C on tales p ertrech o s de m étod o y con una crítica cada vez más exigen te, la lin gü ística lleg ó en m enos de u n siglo a una consistencia de con ocim ien tos rea lm en te asombrosa, y, en verdad, a u n o rg u llo que los resultados ju stifica b an, espe­ cia lm en te en tre los Ju nggram m atiker o neogram áticos (in doeuropeístas com o K a r l B ru g m a n n y H erm a n n O sth off, germ anistas com o Eduard S ievers y H erm an n P a u l, ro m a ­ nistas com o G ustav G ró b e r y W ilh e lm M e y e r -L ü b k e ). N in ­ guna otra disciplina del saber hum ano había adelantado ta nto en tan p oco tiem p o. 1 P o r ejemplo: a las consonantes oclusivas sordas del indoeu­ ropeo p, t, k, corresponden respectivamente en germánico las f r i ­ cativas f, % (luego h ) y en ciertas condiciones b, d, g fricativas (como las del español) ; a las oclusivas sonoras b, d, g, correspon­ den p, t, k; a las aspiradas sonoras bh, dh, gh corresponden b, d, g (oclusivas que se hacen fricativas si intervocálicas). Tales co­ rrespondencias se comprueban en largas listas de palabras. Son las llamadas leyes de Grimm.

N A T U R A L IS M O Y P O S IT IV IS M O Pa ra d oja : en grandísim a p a rte, los progresos de la lin ­ güística y la seguridad de sus conocim ien tos se debían a sus propias lim ita cion es; es más, a su estrechez de m iras, cuan­ do no a un v ic io rad ical de sus fundam entos: cuento aqu í la concepción ex p lícita m e n te naturalista de los com paratistas de la segunda tanda ( e l más fam oso S ch le ich e r, que equipa­ raba la vid a de las lenguas a la de los v e g e ta le s ); los n e ogram áticos opu sieron a esta con cep ción de las lenguas com o m ateria n a tu ra l la de m ateria de historia, com o productos de historia y com o historia perpetua, lo cual fu é un cam bio de a ctitud que hizo época en esta cien cia ; p ero su concep­ ción positivista da la historia entrañaba esenciales lim ita ­ ciones de las que ta m b ién se d e riv a ro n grandes ventajas té c ­ nicas: pues entendían la historia de las lenguas com o su som etim ien to a un ju eg o coordinado de d eterm inaciones de m il especies: cronológicas, geográficas, etnográficas y dem o­ gráficas, de historia ad m inistrativa, relig io sa o m ilita r ; de­ term in a cion es del sistema m ism o in te rn o de la lengua: si la vo ca l evolucionada es sólo la de sílaba lib re o ta m b ién la trabada, si cuando está antes de la acentuada tien e o tro resultado que tras e l acento, qué p osición y qué vecindad de sonidos ex ige una consonante para u n cam bio y cuáles para o tro, qué condiciones tie n en los verbos que pasan de una con ju ga ción a otra, etc. L a ta rea de la lin gü ística con ­ sistía en f ija r esas determ inaciones. E n suma, todo esto su­ pon e la p refere n cia casi exclu siva p o r la p arte m a te ria l del lenguaje com o ob je to de estudio, p o r las form as sensibles consideradas en autonom ía, justam ente lo que m e jo r se pres­ ta a un con ocim ien to sistem ático y circunstanciado en tre todos los aspectos que ofrece e l co m p le jo fenóm eno del len ­ guaje. E l a rro lla d o r p restigio de las ciencias naturales en ese siglo y las exigencias y condiciones propias de los m é to ­ dos com parativos y recon stru ctivos ex p lica n tales orie n ta ­ ciones.

C O N C E P C IÓ N E S P IR IT U A L IS T A L a concepción espiritualista del lenguaje fu é planteada desde los p rim eros días de esta ciencia: W ilh e lm v o n H u m b old t, hasta hoy el más p rofu n d o y genial te ó ric o del len ­ guaje, esbozó ya en 1828 una lin gü ística basada en el espí­ r itu y n o en la m ateria, concibiend o e l len gu a je com o en érgeia (a cció n , a ctiv id a d ) y n o com o ergon (p r o d u c to ): vieindo com o m om en to esencial en e l lenguaje ése en que el pensam iento -— m e jo r diríam os la in te n ció n de pensa­ m ien to — busca expresarse en palabras y con e llo hacerse rea lm en te pensam iento. P e ro H u m b o ld t quedó to ta lm en te in com p ren d id o hasta un siglo más tarde, y la lin gü ística se e n ca rriló , contenta y confiada, p o r el cam ino del n atura­ lism o y del p ositivism o, donde encontraba las satisfaccio­ nes más seguras. A q u í y allá, sin em bargo, se sentía la nece­ sidad de hacer in te rv e n ir el esp íritu rea l y con creto de los hablantes en la historia de sxi hablar, sobre todo en aquellos tem as de sintaxis y e tim o log ía donde se m anejaban sentidos y significaciones. Hasta h u b o un lingü ista extra o rd in a rio , el austríaco H ugo Schuchardt, en cuya concepción del lengua­ je descubrim os ahora sorprendentes puntos de contacto con el olvid ado H u m b old t y que puso siem pre un sentido espi­ ritu a lis ta en los variadísim os problem as a que alcanzó su in g en te labor. S chuchardt habría sido el gran re v o lu cio n a ­ rio de la lingü ística, de haber tenido afán de p ros elitism o; p e ro se co n fo rm ó con p on er él in te n ció n espiritualista en una ciencia que en los colegas aceptaba ta l com o los tie m ­ pos se la ofrecían. KARL

VOSSLER

E l re v o lu c io n a rio ha sido K a r l Vossler. L a apa rición de la Estética de C roce en 1903 1, im p resion ó ta nto el ardiente esp íritu ju v e n il de V ossler cjue lo d eterm in ó a dar la bata1 B e n e d e t t o C r o c e , Estética come seienza dell’espressione e lingüistica genérale. Teoría e storia. Barí, 1903,

Ikt. Y , cu ««« 1904 p u b licó su Positivism o e idealis­ m o vidw a, r a t i o n e m > ra tjo n e, etc. En cónsuo la u en hiato debió ser com pleta­ m ente absorbida p or la o de la term inación, proceso fá c il

de com prender en fonética experim ental. A s í resulta ‘'•'con­ so. L a n delante de s tenía que desaparecer (re g la : clás. m e n s a > vu lg. mesa, m e n s e m > mese, s p o n s u m > esposu, e tc .): resulta coso, sobre e l cual se fo rm a analó­ gicam ente un in fin itiv o cósere. Más tarde, en e l período p relitera rio del francés antiguo, la e postónica inacentuada debió caer p or lo tanto, cósere debió dar *cosre; cf. a s i n u > asne, v i v e r e > v iv r e , etc. P e ro entre la s y la r se form ó un sonido de transición d: otro proceso fá cilm en te ex p lica b le p o r fonética exp erim en tal y por form aciones aná­ logas como pask’re > paistre, m o l’re > m old re , etc. A s í apareció una form a cousdre, cuyo diptongo ou form as acentuadas en la radical como c o u (d )s donde ese diptongo era fonéticam ente regu lar. resultó coudre de acuerdo con la re g la de que delante de consonante sonora: cf. blasm er >

se tom ó de ( ‘yo coso’ ), D e cousdre s se pierde blám er, etc.

Con esto habríamos reconstruido aproxim adam ente la la r­ ga cadena que lle v a de c o n s ú e r e a cou d re; es decir, habríam os explicado lingüísticam ente la form a coudre. Los intereses específicos y exclusivos de la lingü ística quedan satisfechos con dem ostrar que todas las fases indispensables y útiles para la com prensión se han cum plido conform e a reglas y leyes, esto es, con ju stificarlas alegando casos aná­ logos. P o r de pronto es in d iferen te si cada una de las fases interm edias ha existido en realid ad o si se ha in ferid o por analogía, va le decir, sí ha sido construida p or la lin gü ís­ tica. Y hasta una fo rm a construida con filo ló g ica correc­ ción como * cón-sue-re, que acaso nunca h aya aparecido, o como *cosre, puede ser más im portante para los fines de la explicación que una fo rm a histórica como cousdre, que yo hubiera podido fá cilm en te om itir, puesto que podría cons­ tru irse irreproch ablem ente a base de cosdre, por un lado, y de cous por otro. E l problem a de si ta l o cual fo rm a es histórica tiene, sin duda, mucha im portancia, pero ya no es exclu sivam ente lingüístico, sino de historia general, y como ta l debe ser descartado de la explicación puram ente lin ­ güística. L o único que qu iere conseguir la explicación lin -

yüística es un puente transitable, construido con todas las d e la ley , entre c o n s ú e r e y coudre. En nada afecta a la u tilidad y exactitu d ele este puente el estar construido con m a terial hipotético, o con m a terial realm en te existente e histórico, o en parte con uno y en parte con otro. T a m ­ poco m e in qu ieta directam en te la cron ología de cada fase; quiero decir que, para m i interés exclu sivam ente lin gü ísti­ co, tanto da que la serie tota l de fases estudiadas se h aya desarrollado a tra vés de m il años como qu e h aya ocurrido en m edia hora. L a duración de las etapas m e es in d iferen ­ te, pero es, en cambio, de suma im portancia el orden de sucesión de las fases, su cronología re la tiva , porque si 'esta­ blezco un orden in verso en la serie, m i explicación cae por la base. Si coloco, por ejem plo, la pérdida de s seguida de d antes que la pérdida de la d en casos como pedre > pére, entonces a coudre le alcanzaría la le y fon ética pedre > p ére y ten dría que h aber dado *c o u re ; pero en ese caso yo no hubiera lleva d o m i puente hasta la m eta dada coudre, sino que lo hubiera dejado en e l aire. En suma, los hechos y form as históricas nunca son más que e l m ero dato, que debo aceptar y con el cual debo contar. P ero lo buscado, lo que quiero encontrar son las reglas, las leyes, las relaciones que se ajustan a los hechos y los explican. En una palabra: m i interés no es histórico, es gram atical. Se objetará: No, lo que interesa en ese caso no son sim ­ plem en te las reglas, sino su sucederse, su historia, sus eta­ pas de propagación; no la gram ática pura, sino la gram ática histórica. A esto cabe rep lica r en seguida que las reglas gram atica­ les, es decir, los usos idiom áticos, no pueden ten er en p ro ­ piedad una historia. R eglas y usos no producen n i realiza n nada y, cuando cambian — o, como suele decir con cómico optim ism o el h istoriador de la lengua: cuando “ evo lu cio ­ nan” — tam poco entonces hacen ellos nada; a ellos les ocu­ rre, les pasa. Precisam ente cambian sólo porque ya no son observados o seguidos. Su historia es h istoria pasiva. P ero sólo puede h aber verd a d era historia de Pasin a llí donde la

víctim a no deja pasar sobre sí, sin resistencia, su su frim ien ­ to, sino que lo soporta activam ente y se a firm a íntim am ente a sí misma. A propósito de los usos y reglas idiom áticos, podrá eso adm itirse, a lo sumo, en sentido m etafórico, pero no en serio. En cambio, si y o quisiera ahora interesarm e históricam en­ te en e l caso coudre, si quisiera saber qué form as paralelas a coudre y anteriores a ella han existido y existen, habría abandonado la esfera de los intereses específicam ente lin ­ güísticos y arribado, quizá sin a dvertirlo, pero in evita b le­ m ente, a una serie d e problem as histórico-culturales, a sa­ ber: si ha existido — y cuándo, y d ó n d e — una palabra coud re, si siem pre ha pertenecido al repertorio léx ico galorom ántico o ingresó sólo más tarde como cultismo. Adem ás: ¿no se usa en tal o cuál regió n de Francia otra palabra dis­ tinta, p or ejem plo germ ánica o céltica, para designar e l con­ cepto de ‘coser’ ? ¿S ign ifica cualquier clase de labor de aguja o una bien determ inada? ¿ Y cuál? Etcétera, etcétera. En esta dirección, los problem as van creciendo hasta lle ­ gar a una historia cultural de la actividad de sastrería y costura. P e ro todo lingüista siente con in ven cible seguridad que entre la serie de los problem as puram ente gram aticales y la de los histórico-culturales h a y una tercera serie, in ter­ m ediaria, combinada, de problem as de gram ática histórica o de historia gram atical. P o r convincente que sea la dem os­ tración con que la crítica ló gica qu iere a cada m om ento poner en evid encia el contrasentido, la im posibilidad de una posición h íbrida d el interés cien tífico a m edio cam ino entre historia y gram ática, ahí está in con m ovible ese contrasen­ tido, esa im posibilidad: la gram ática histórica como produc­ to m etodológico. Más aún: no pasa año b ib lio grá fico que no saque a luz un im ponente núm ero de tales pastiches. Y o creo que esto puede explicarse por tres especies de respetables razones, si se prescinde de la vis in e rtia e que todos suponemos. 1. H a y lenguas tan

desorganizadas y

anárquicas, por

ejem plo el francés m edieval, que el entresacar — con c rite­ rio puram ente gram atical — las reglas de uso, continua­ m ente quebrantadas, apenas puede lle v a r más que a un m ero índice y selección a p ro x im a tiva de casos aislados, sin poder salir de una historia gram aticalizante. 2. Tam bién la h i s t o r i a diom ática se encuentra m u­ chas veces en in digen cia especial: en la in digen cia de la prehistoria. D ebe suplir m uy a menudo, m ediante construc­ ciones, la fa lta de testim onios su ficientem ente precisos y com pletos de form as históricas de lengua. De ahí que, aun cuando se rija por e l más decidido interés histórico, es corriente que no pueda ofrecer un cuadro, sino sólo un esquem a; que no pueda ofrecer historia, sino sólo un esque­ leto de determ inados procesos lingüísticos. A sí, aparece, como resultante de esa perplejidad, una historia cultural d el idiom a, pero tan descarnada que en justicia no debe con­ siderarse como historia, sino, a lo sumo, como gram ática histórica. S i este aspecto de criatura fa m élica es aprecia­ do por muchos como m érito y ven ta ja y se persigue a rtifi­ cialm ente, aun en los casos en que hay abundante alim ento histórico-cultural, esto no lo puedo ca lifica r sino de cons­ ciente o inconsciente atuendo académico. 3. L a historia idiom ática, por ser esencialm ente historia cultural, necesita — como toda historia cultural, es decir, externa, analítica, descriptiva, e x p lic a tiv a — apoyarse en una verd a d era historia especial, interna y sintética. P o r fá c il que sea para la historia idiom ática acoplarse a las his­ torias especiales de la política, de la ciencia, etc., ella tiene, no obstante, su propia inclinación y determ inación natural, que es apoyarse en la historia d el arte, y especialm ente en la de la literatura. Es como esos caballos que están a l ser­ vic io de todos, pero que, no bien se sienten libres y se aban­ donan a sus pasos, la querencia los lle v a al establo de su amo y señor, al historiador de la literatu ra. Como e l hablar es ante todo un fo rm a r artístico — es decir, un proceso esté­ tico — , la h istoria de lo hablado o de la im itación receptiva de las form as, v a le decir la historia cultural de la lengua,

tien de tam bién p referen tem en te a apoyarse en la historia artística de la lengua, en la historia de la literatu ra. Y ya sea que lo haga sin designio consciente y sólo por un oscuro impulso d irigid o hacia el lado puram ente f o r m a l del m a­ te ria l lingüístico, sea que lo haga de m anera puram ente f o r m a l í s t i c a , en uno y otro caso aparece algo como la gram ática histórica. S ería acaso más exacto designarla como historia cultural form alística de la lengua. L a histo­ ria cultural de la lengua tiene su impulso específico de cono­ cim iento en una inclinación form al, que, si no es satisfecha fu ndam entalm ente y con un propósito deliberado, lle v a a una lign ifica ció n y osificación form alísticas, es decir, a la gram ática histórica. Si e l historiador de la lengua se da cuenta cabal de esto, sí busca en sus trabajos e l contacto con la historia litera ria y estilística, no sólo de m anera instintivam ente form alista y, p or así decirlo, m a lgré lu i, sino con tesonera voluntad, entonces el planteam iento de sus problem as será cada vez más rico, más am plio y profundo, y su exposición será de estructura cada v e z menos form ulista, menos desparram ada y fragm en taria y más sobria, recia y coherente, sin que — como parece que se t e m e — ello tenga que perju dicar a la exactitu d y al rig o r constructivos d el método. ¿De qué m anera se puede realizar prácticam ente ese con­ tacto? 1 Esto no lo puede decidir una in vestigación m etodo­ lógica. N o nos toca a nosotros ponernos aquí a dar consejos a la investigación, sino sólo indicar los caminos lógicos por los que ha m archado hasta ahora o por los que se dispone a marchar. P e ro lógicam ente la relación de la historia lin ­ güística con la historia litera ria es la m ism a relación que h ay entre cualquier historia cultural y cualquier m era his­ 1 Para la historia lingüística francesa tengo yo mismo escrito un pequeño esbozo en cinco artículos conexos: Z iir Entstehungsgeschichte der franzosischen Schriftssprache, en la Germanischromanische Monatsschrift, 1911. A base de ese ensayo he publi­ cado posteriormente mi Frankreiehs K u ltu r ini Spiegel seiner Sprachentwicklunrt, Heidelberg, 1913. [Reelaborada y publicada en 1929 con el título de Frankreiehs K u ltu r und Sprache.]

toria especial de actividades espirituales; a lo que h ay que agregar, claro está, que a pesar de la diferen cia de m éto­ do, el objeto dado de la historia lin gü ística es e l m ism o que e l de la historia literaria, a saber, las obras idiomáticas. Éstas son estudiadas por el h istoriador del a rte o de la lite ­ ratura como monumentos, es decir, como documentos de sí mismas, pero el historiador de la len gu a las considera sólo en térm inos m u y generales, como documentos de la cultura, esto es, como r e fle jo de vid a espiritual. Fá cil es v e r cuánto podría b en eficiar a la historia de la litera tu ra un contacto más asiduo con la historia de la len ­ gua. Recordem os que la potencia artística de todo poeta y de todo escritor recibe su alim ento y educación inicial, p r i­ m itiva, de la lengu a madre, y que ésta es la atm ósfera espi­ ritu al en que por fu erza ha de respirar y crecer y fo rm a r­ se e l genio artístico in dividu al. E l cuadro h istórico-literario de una época determ inada lo puede lo g ra r un análisis del am biente idiom ático, p o r lo menos tan bien como lo han hecho hasta ahora los análisis de las corrientes políticas, sociales, religiosas, etc., por no h ab lar de los del suelo y del clima. Pienso que mucho m ayores tod avía son las ven tajas que prom ete a la historia de la lengua un contacto más deci­ dido con la historia del arte y de la literatu ra. P o rq u e en el arte los m edios técnicos de expresión y las direcciones de sentim iento y de gusto — propias, p or ejem plo, de una escuela poética d a d a —- salen a la lu z con ta l claridad y n iti­ dez que la m era pregunta de si esas mismas direcciones del sentim iento y d el gusto y análogos m edios técnicos de e x p re ­ sión están presentes en esa época en la len gu a de todo el país, y en qué m edida lo están, basta para ponernos ante un cúmulo de perspectivas nuevas y orientadoras y de cues­ tiones particulares y concretas. En efecto, por obra de los pocos grandes poetas de una época se potencian — d iría ­ m o s — , se abultan como en la caricatura artística y como concentrándose en un espejo de aumento, las numerosas y pequeñas tendencias ocultas de la len gu a materna. D e m odo

parecido un jardin ero artista realza y agranda las caracte­ rísticas im perceptibles de muchas hum ildes flo res y fa m i­ lias de flo res silvestres, al obtener de ellas, m ediante num e­ rosos procesos artificia les de nutrición y de cruzamiento, un exuberante ejem p la r de lu jo o una flo r monstruo. L a m oderna b iología v e g e ta l no desdeña estudiar los ensayos y procedim ientos de cu ltivo de la ja rd in ería científica. ¿Por qué no ha de hacer cosa parecida, y con análogo provecho, la b io logía idiom ática? ¿P or qué, en presencia de un poema, se ha de contentar siem pre con desmenuzar sólo el m aterial idiom ático crudo y nunca la técnica artística a base de sus condiciones y analogías gram aticales? Pues la técnica y la psicología de un poem a coinciden esencialm ente con la téc­ nica de su idiom a. En la historia del arte e l ojo se hace para la técnica y psicología mucho más perspicaz y ducho que en la historia de la lengua; pero eso se debe a la natu­ ra leza de su objeto, porque la h istoria lite ra ria tien e que habérselas con pocas y grandes unidades lingüísticas, m ien­ tras la historia idiom ática con muchas y pequeñísimas. A sí, pues, considerada prácticam ente, la historia de la litera tu ra debe v a le r como introducción óptica, especial­ m ente sinóptica, a la historia de la lengua; y ésta como un enriqu ecim iento en fuentes, analítico y ex p lica tivo, de la historia literaria. En esta relación de com ercio recíproco no h ay lu gar para querellas de com petencia ni de emulación. Considerada ló g i­ camente, la historia lite ra ria siem pre podrá, como historia del arte que es, gozar de una autonom ía cien tífica que no tien e la historia lingüística, en su carácter de historia cul­ tural. P e ro si hemos de ju zg a r con criterio ético, ninguna de las dos historias tien e jam ás otra m edida de cien tificidad y autonom ía que la que lo gren darle sus cultivadores.

HISTORIA CULTURAL E HISTORIA

G UI A

Se ha caracterizado en el ensayo a n terior la historia c u l­ tu ra l com o p refere n te m e n te analítica, descrip tiva y e x p lica ­ tiv a , y la H istoria com o sintética, narra tiva e in te rp reta tiva . P e ro esto no atañe a la m edula del con o cim ien to h istórico m ism o, sino al aspecto a rtístico de la exposición histórica. L a cuestión de si en ta l o cual caso debe p re v a le ce r la his­ to ria c u ltu ra l o la H istoria pura se resuelve ahí p o r e l sen­ tid o a rtís tico de las form as (insta n cia estética ). P e ro el p rin c ip io del arte no puede v a le r com o instancia cien tífica . E l historia d or busca una instancia su p ra in d ividual de decisión: la de la exa ctitu d o b je tiv a del re la to (in s ­ ta ncia d o cu m en ta l). M as com o los hechos sólo pueden r e v iv ir en un tem pera m en to su b jetivo, es in ev ita b le un em pañam iento de lo o b je tiv o p o r lo su b jetivo. A sí, n i la ins­ tancia estética n i la d ocum ental bastan, pues ambas atienden p re fe re n te m e n te aspectos prácticos y azarosos del p rob lem a (y a e l tem pera m en to del e x p os itor, ya la existencia cono­ cida de d ocu m en tos). Se necesita un c rite rio que alcance a lo general y fu ndam ental. Y el p rob lem a adquiere carácter filo s ó fic o : en el acaecer h istórico, esto es, en el ob ra r hum a­ n o ¿hasta qué punto los hom bres se rig e n y d eterm ina n a sí m ism os y a los demás? ¿En qué m edida son activos o pasivos? E n el fon d o, éste es el p rob le m a de la lib erta d , de la causalidad, de la re la ció n en tre esp íritu y naturaleza, etc. (in sta n cia filo s ó fic a ). L a lógica no puede v e r en e l p ro b le ­ m a historia cu ltu ra l o H is to ria u n dualism o rad ical n i una

rela ción exclu y en te. Toda historia bien entendida es his­ to ria c u ltu ra l; toda historia c u ltu ra l es H istoria pura. En realidad no hay absolutam ente nada que pueda ju s tifica r en la ciencia histórica una separación rad ical en tre vid a y cu ltu ra , en tre esp íritu y naturaleza, etc. H ay sí una especialización del interés h istórico en lo uno o en lo otro. A n te la instancia filo s ó fic a , H istoria pu ra es la de la c orrien te c en tra l del r ío de la historia — del o b ra r m ism o de los hom bres, de la lib erta d , del espíritu, de la vida, e tc é te ra — , e historia c u ltu ra l es la de las corrien tes accesorias: am ­ bientes, determ inaciones, pasividad, etc. L a instancia estética decide sobre el v a lo r a rtístico de una obra h istórica ; la instancia filos ófica , sobre cuestiones de p rin c ip io y m etod ológica s; y la docum ental, sobre crítica h istórica y sobre e l v a lo r c ie n tífic o de una vis ió n histórica. E n su ju risd icción , cada una tiene a las otras dos p o r subor­ dinadas y p o r apoyos. E n la filo s o fía y en el arte, com o en dos pilares, se apoya la bóveda de la H istoria. En la p ie­ dra clave del arco (in stancia d o cu m en ta l) con v erg en ambos soportes, y ella carga su peso a uno y o tro lado. Vossler m uestra con los ejem p los de B u rck h a rd t y de D e Sanctis cóm o las concepciones históricas, en e l caso de que se des­ e q u ilib re n con el tie m p o p o r haberse com probado la fra g i­ lidad de su docum entación, pueden salvarse para la histo­ rio g ra fía p o r las excelencias artísticas o p o r las filosóficas. A . A , y R. L .

M i estudio sobre la relación entre “ H istoria de la len ­ gua e H istoria de la litera tu ra ” m e ha lleva d o a conside­ ra r la relación entre historia cultural e H isto ria propia­ m ente dicha. En m i tra b a jo a n terior no podía más que bos­ q u eja r y rozar provision alm en te esta segunda relación, sin precisarla en form a d efin itiva . M e contenté entonces con d eja r establecido que ambas m aneras de historia tien en en lo fu ndam ental un mismo objeto y un mismo procedim ien ­ to : justam ente e l h istórico; que es im posible deslindar y re p a rtir e l m aterial que corresponde a una y a otra, y que tam poco el m étodo consentía un separación neta, n i menos una irrecon ciliab le oposición en tre ellas. Sin em bargo, debi­ mos reconocer cierta diferen cia de métodos. L a hemos carac­ terizado como diferen cia entre procedim iento analítico y sintético, descriptivo y n arrativo, ex p lica tivo e in terpreta­ tiv o : distinción en que asignábamos e l análisis, la descrip­ ción y la explicación a la historia cultural, y presentábam os la síntesis, la narración y la in terpretación como caracte­ rística de la H istoria pura. P e ro esto es, sin duda, una m era caracterización de la relación en tre esas dos maneras de historia: no es de n in ­ gún m odo una determ inación que satisfaga lógicam ente En realidad, los atributos de analítico o sintético, descrip­ tiv o o n arrativo, ex p lica tivo o in terpretativo, sólo atañen en principio al carácter artístico de la exposición histórica y no a la m édu la d el conocim iento histórico. Es m u y fá c il

convencerse de ello si se re flex io n a que unos mismos a tri­ butos se aplican a simples obras de arte, a poemas, y se u tilizan para fin es de caracterización estética. N o sólo en poesía, sino aun en pintura y en música, se puede hablar de estilo descriptivo y n arrativo, de estilo sintético y ana­ lítico. Obras artísticas de carácter predom inantem ente sim ­ bólico como H a m let, W e rth e r, Fausto, la D iv in a Com edia, pueden m uy bien calificarse de interpretaciones poéticas de la vida, y obras de carácter naturalista como e l A rs amandi, de O vidio, e l D e re ru m natura, de Lucrecio, el R om án de la Rose, las n ovelas de un P a u l Bou.rget, etc., de ex p lica cio ­ nes o análisis poéticos de la vida. Y con esto no sólo se com ­ prende, p or ejem plo, el contenido o la m ateria, o e l m otivo, o la tendencia de la obra de arte, sino, de preferencia, sus propiedades form ales, su técnica, sus m edios de expresión, su estilo, como se echa de v e r al punto si se recuerda que en la len gu a misma, p o r ejem plo en sintaxis, es posible dis­ tin gu ir form as que funcionan analítica, descriptiva y e x p li­ cativam ente y otras que lo hacen sintética, n arrativa e in te r­ pretativam ente. U n solo ejem plo bastará: E l francés litera rio, como la m ayoría de las lenguas ro ­ mances, posee para la designación d el pasado dos form as fle x iv a s distintas, el im p a rfa it y el passé défini. A l im p a rfa it le corresponde una visión del pasado analítica, descriptiva, e x p lica tiva — podría decirse tam bién está tica — ; al passé d éfini, una visión dinámica, sintética, expositiva, in terp re­ tativa. En una gram ática razonada del francés, creo que no sería im propio presentar e l im p erfecto como el tiem p o h is­ tórico-cu ltu ral p o r excelencia, y e l perfecto como tiem po puram ente histórico. Tam poco sería d ifíc il dem ostrar que el em pleo del im p erfecto en el francés litera rio se ha p ro ­ pagado casi en la m ism a m edida y con el mismo ritm o con que ha ido acentuándose el elem ento naturalista en poesía y el h istórico-cu ltu ral en h istoriografía. E l estado litera rio norm al, o por lo menos el uso clásico, es indudablem ente la arm ónica colaboración d el im p a rfa it y passé d é fin i en el estilo del relato.

S i querem os v e r ific a r y com prender de

modo palpable con cuánta b elleza cabe em plear el passé d é fin i para representar un avance de la acción, la apari­ ción de un suceso singular, único o sign ificativo, nuevo, con­ tingente, sorprendente y decisivo — en suma, e l río qu e v a derecho a su fin, la corriente capital d el relato, el suceder en la h is to ria — , y cómo, por otra parte, e l im p a rfa it se presta para visu alizar las circunstancias accesorias, fen ó ­ menos secundarios, escenario, ambiente, m otivos, funda­ m entos y resultados, lo perm anente, quieto, rezagado, re tró ­ grado, lo dejado atrás, lo general, habitual, in sign ificativo, — en suma, los meandros, remansos y rem olinos de la co­ rrien te, e l lecho flu v ia l de la h is to ria — , tom ém onos el gus­ to de le e r algunas fábulas de L a Fontaine, el más grande de los narradores franceses. Si se compara entonces y ad­ v ie r te cómo otros poetas cuentan esas mismas fábulas con un uso com pletam ente trastrocado, o por lo menos distinto, de los tiempos verbales, 1 1 0 se podrá rehu ir la evid encia de que lo que decide este diverso tratam iento de la lengua es e l genio artístico o e l gusto artístico o e l tem peram ento artístico: en d efin itiva , factores estéticos individuales. Cada poeta v e en esto o en aquello lo m otor y anim ador de su historia; unos perciben las cosas estáticam ente; otros, diná­ m icam ente. En las n ovelas de Zola, todo es im p a rfa it; en los relatos m edievales, todo es passé défini. Y estos factores individu ales e irracionales que en la e v o ­ lución d el arte form an como e l clim a y el cielo y p erm i­ ten que aquí crezca un estilo analítico y a llí un estilo sin­ tético; que fa vorecen unas veces una im agen dinám ica del mundo, y otras una im agen estática, y dejan desarrollarse y rebullir, en in fin ita variedad, entre un estilo y otro, in ago­ tables form as de transición y de cruzam iento; estas fuerzas prim arias del espíritu que son su principio de in dividu a­ ción ¿no han de ser objeto de la historia? L a cuestión de : i en ta l o cual caso debe p reva lecer la historia cultural o la historia pura se resuelve, pues, p o r la instancia estédel sentido artístico — -innato y a d q u irid o — de las frn>as.

P e ro subsiste un problem a: por encim a de esta prim era instancia ¿no h a y una segunda y superior? E l principio d el arte no puede erigirse en instancia, en sentido científico. O se id en tifica la historia con el arte y se le n iega todo carácter cien tífico, o bien se descubre una segunda instan­ cia, una posibilidad su praindividual de decisión. Es e v i­ dente que e l h istoriador está obligado de continuo a apelar ante esta segunda instancia. Supongam os un caso que puede ocu rrir en cualquier m om ento en la in vestigación histórica: U n autor escribe la historia de un gran m ovim ien to p o lí­ tico, de una revolución. Después de un profundo estudio de los documentos, ha llegad o a convencerse de que los perso­ najes A , B y C, que hasta entonces habían sido considera­ dos como instigadores y guías de la rebelión, en realid ad se dejaron arrastrar por los hechos, a los cuales prestaron sus nombres, pero no su propio sentido. D e acuerdo con esto, nuestro h istoriador traza su exposición ajustándose a la verd a d de lo ocurrido, y pinta con am plitud históricocultural, como un m ovim ien to de m ultitudes sin cabeza, esa m ism a revolu ción que hasta entonces había sido relatada com o una serie de hazañas heroicas de espíritus conducto­ res. É l no rechaza la exposición de sus predecesores por fa lta de gusto, p o r ejem plo, o por fa lta de estilo, sino por errónea, p or no corresponder a los documentos, por e q u i ­ v o c a d a . L a instancia que él in voca son los documentos. D e los documentos, es decir, de su conocim iento, de su estu­ dio, de su interpretación, de su crítica, de su recta com ­ prensión, y no del agrado artístico, depende e l que aquí o a llí preva lezca la concepción y exposición puram ente h is­ tórica o la histórico-cultural. En esta segunda instancia, que llam arem os instancia d o­ cumental, lo que se persigue es la veracidad, la exactitud, la concordancia entre visión artística y m a terial histórico, es decir, en tre la visión d el artista y la d el historiador, en tre e l tem peram ento su bjetivo d el n arrador y los hechos o b jetivos de la narración. P e ro como los hechos sólo pu e­

den r e v iv ir en un tem peram ento subjetivo, es absolutam en­ te in evita b le un em pañam iento de lo o b jetivo por lo sub­ je tiv o , y no es im aginable una coincidencia perfecta de la visión con el m aterial, una veracidad histórica defin itiva. P o r eso quizá tam bién esta segunda instancia, la docum en­ tal, ten dría que reconocer otra más alta. A d v ié rta s e que, en realidad, lo que ha ocurrido es que nuestro historiador ha quedado deslum brado p or e l radian ­ te resplandor de su descubrim iento en la h istoria de la revolu ción de nuestro ejem plo. D e ahí pasa a sospechar que tam bién en otros parecidos m ovim ientos populares los espíritus tenidos p or dirigen tes no fueron, en verdad, otra cosa que peleles. Y entonces se pone a escribir una segunda obra y trata de hacer v a le r su concepción histórica aun donde fa lta n los documentos decisivos. Ilustra la m a l docu­ m entada historia de una segunda revolu ción con las con vic­ ciones obtenidas en la in vestigación plenam ente docum en­ ta l de la prim era. P e ro aquí su concepción es com batida por otros historiadores. Como los documentos no bastan, la polém ica se hace cada v e z más general. Y resulta in e v i­ ta b le plantearse este problem a: ¿en qué m edida son posi­ bles y pensables en gen era l levantam ientos de multitudes y revoluciones sin espíritus dirigentes, sin héroes? A n te esta cuestión, o volvem os a caer en la prim era instancia del gusto personal y de la preferen cia artística, o proseguimos con consciente resolución p o r e l rum bo que y a espontánea e in stintivam ente había adoptado la discusión, a saber, el de lo gen eral y fundam ental. A h o ra es cuando e l plan tea­ m iento de los problem as cobra carácter filo só fico y pasa a ser éste: en e l acaecer histórico en general, es decir, en el obrar humano, ¿hasta qué punto los hom bres se rigen y determ inan a sí mismos y a los demás; hasta qué punto son causantes conscientes y libres de sus acciones; en qué m e­ dida son en ellas activos o pasivos? ¿ Y es que un caso ex clu ye al otro? A q u í es donde se yergu en los grandes y últim os problem as de la libertad y de la conciencia hum a-

ñas, de la relación en tre espíritu y naturaleza, de la cau­ salidad, etc. Cualquiera qu e sea la contestación que la instancia filo ­ sófica dé a esas cuestiones, h a y algo que está in m ediata­ m ente a la vista, y es que e l partido de la concepción analítica, descriptiva, ex p lica tiva e histórico-cultural, está respaldado p o r el partido del determ inism o, d el naturalis­ mo, positivism o, psicologism o, relativism o, de la causalidad, y que solidaria con la causa d el lib re albedrío y d el id ea ­ lism o es la de la concepción y estilo puram ente históricos, sintéticos, in terpretativos, narrativos. Estos com plejos de relaciones y otros parecidos, más o menos sueltos, pero anclados en la naturaleza de las cosas mismas, ten drá que ir rastreando la filo so fía si qu iere encontrar un modus v iv e n d i o b jetiva y lógicam ente satisfactorio entre los in te­ reses teóricos de una parte y los de la otra. P o rq u e se trata, en efecto, de intereses teóricos. Nunca es uno lo bastante tem eroso y precavido contra e l p elig ro de una concepción práctica de la controversia. A n te e l estrado de la filo so fía, esto ya no puede m irarse de n ingu ­ na m anera como controversia o polém ica, sino sólo como un problem a, como una deuda, como un caso que dilucidar. S i de esa polém ica tien e qu e salir la cim entación cien tífica y de esa sentencia la v a lid ez lógica, será preciso antes depo­ n er y ren dir todas las armas d el combate. En la prim era instancia, ante el ju rado de la estética, el problem a en litig io encerraba en sí un aspecto práctico, en cuanto que la inclinación d el artista a un estilo sinté­ tico o un estilo analítico ven ía a resolverse y a justificarse, no por consideraciones teóricas (cla ro que tam poco por decisiones a rb itra ria s), sino por el tem peram ento innato y p o r tendencias im pulsivas 1. En la segunda instancia, ante e l tribu n al documentarlo, 1 Con esto no queremos decir que la crítica estética deba resol­ verse en una psicología,_ o en una psicología del artista. Pero se apoya en ella, y si careciera de esta base naturalista y relativista, quedaría paralizada en un formulismo dogmático de código es­ tético.

e l fa ctor su bjetivo de las disposiciones e inclinaciones natu­ rales cede e l puesto al fa ctor o b jetivo del documento dado. P e ro tam bién aquí se esconde un m otivo práctico y cierta dosis de arbitrariedad, puesto que depende d el azar la can­ tidad y el estado de los documentos que han llegad o hasta nosotros 1. Sólo en la tercera instancia, ante el trono de la filosofía, es donde queda anulado todo residuo práctico, todo azar en los tem peram entos su bjetivos y en los documentos o b je ­ tivos. Tan to e l len gu a je de los hechos como las in clinacio­ nes d el corazón deben enm udecer si ha de ser oída la voz de la ló gica pura. A h o ra bien, la lógica no puede deshacerse de form as e fe c­ tiva m en te existentes, reconocidas — a l menos en parte — p o r las instancias in feriores: así el estilo analítico y el sin­ tético, la concepción histórico-cultu ral y la estrictam ente histórica; no puede proponerse anular o angostar una fo r ­ ma en ben eficio de otra. P ero tam poco puede reconocer un dualismo radical, pues en todas partes se le presenta el espectáculo de la colaboración de ambas form as, y hasta su p rogresiva unificación. Echemos una rápida ojeada a este espectáculo. En la concepción m ed ieva l de la historia, el personaje realm en te actuante, el personaje absolutam ente lib re y, en consecuencia, h i s t ó r i c o p or excelen cia era siem pre y en todas partes Dios. L os más inm ediatos efectos de su vo lu n ­ tad y m anifestaciones de su acción se reconocían donde­ qu iera que hubieran ocurrido los grandes m ilagros: en la historia del pueblo elegido, con sus profetas, y en la del cristianismo, con su fundador, sus apóstoles, sus mártires, etc. Ésta era la corriente central de la historia, la historia estricta.

A su lado, en el mundo pagano, Dios no obraba

p ositiva y directam ente, sino de modo indirecto y n ega ti­ 1 Y con esto tampoco deberá entenderse que la crítica históri­ ca se tenga que resolver en estudio de documentos y en filología. Pero sin estos fundamentos tecnicistas se condenaría a ser cons­ trucción y especulación filosófica.

v o : Dios no h a c í a qu e ocurriesen tales o cuales aconte­ cim ientos en G recia y en Rom a, sino que d e j a b a ocurrir, Estos acontecim ientos aparecían, pues, a los ojos m ed ieva ­ les, como una corriente accesoria sin dinam ism o propio, sólo enlazada a la corrien te prin cip al p or e l esquem a de la sim ultaneidad y por cierto paralelism o en su curso. L os sucesos de la corriente accesoria se ensartaban en general uno tras otro, sin in terpretación n i explicación, en fo rm a puram ente documental. P ero y a la sim ple yuxtaposición era, en cierto sentido, una interpretación. En los inescru­ tables designios de Dios estaba la unidad, la cla ve m ística de las relaciones de la corrien te accesoria con la principal. M isteriosas fu erzas divinas iban im pulsando la corriente prin cip al e in corporándole la accesoria. L a irracion alidad de la corriente accesoria no era más que un re fle jo de la m agna irracion alidad de la corriente principal. Y con esto quedaba asegurada la unidad de principio de la visión histórica. En la concepción renacentista de la historia — tal como nos la ofrece, en fo rm a clásica, M a q u ia v e lo — , e l m isticis­ m o irracion al está sin duda lim itado, pero no suprim ido todavía. Casi no ha hecho otra cosa que cam biar de lu gar y de nom bre. E l soporte de la acción principal, e l perso­ n a je histórico p or excelencia, y a no es Dios, sino el in d iv i­ duo humano con sus fin es especiales e individuales. L a corriente histórica cen tral se presenta, según esto, como una cadena de acciones teleológicas d el individu o. P e ro como en realid ad un fin no resulta inm ediatam ente de otro; como en tre la segunda acción teleológica y la p rim era se enclava e l éxito, el lo gro o el fracaso, o, como lo lla m a M aqu iavelo, la F o r t u n a , tenem os entonces en la historia dos clases de personas actuantes: e l individuo, de acción finalista, y la Fortuna, de caprichos que escapan al cálculo. P e rch é i l lib e ro a rb itrio non sia spento, g iu d ico p o te r esser v e ro, che la F o rtu n a sia a rb itra della m eta delle azioni nostre, m a che ancora ella ne lasci gobernare Valtra m eta o poco m eno (i noi, se ex p lica en E l P rín c ip e , capítulo x x v . Esta Fortuna

es el Dios m e d ieva l destronado, el que antes era árbitro de la corriente capital y ahora queda confinado en la acceso­ ria. En lu ga r d el paralelism o entre la corriente princip al y la accesoria, ha aparecido una más ín tim a unidad: el entrelazam iento de una corriente con la otra. E l esquema se ha convertido en drama. P e ro tanto el “ dram a” como el “ esquem a” están lejo s en la m entalidad dogm ática del m edioevo; e l dram a se apoya en la m entalidad estética del R enacim iento. U na nueva transform ación fu é la introducida más tarde por la A u fk la ru n g , o siglo de la Ilustración, con su filo s o ­ fía racionalista de la historia. E l protagonista histórico del Renacim iento, el in dividu o que se propone fines, es destro­ nado a su vez, y la Fortuna, que antes fu é personaje secun­ dario, entra en el foco de observación. L o que antes apa­ recía como capricho fu era de cálculo, se re vela a esta nueva lu z como n a t u r a l e z a s u j e t a a l e y e s . Esta natu­ raleza no es una persona, como lo eran Dios y e l individu o humano, n i es una personificación, como la Fortuna; no puede, p or lo tanto, ser soporte de acción libre, en el sen­ tido estricto de la expresión. Es soporte de un acaecer no libre, es el principio de causalidad. E l río cen tral de la h istoria no se nos presenta y a como una fu erza impulsora, sino como una tram a recia de relaciones causales, de natu­ ra leza física y psíquica. L a m irada d el h istoriador v a de las acciones huidizas y singulares d el h om bre a sus p erm a­ nentes y generales condiciones de vida, hábitos y organ iza­ ciones. E l conjunto de estas organizaciones y hábitos es lo que se lla m a civiliza ción o cultura. L a historia de la cultu­ ra es h ija de la Ilustración o Ilum inism o. Sólo, que precisa­ m ente en este estadio in fantil, tod avía no es en r ig o r h is­ toria En efecto, en la tram a causalista y estática de la corriente princip al no h ay sitio para e l acaecer verd a d era ­ m ente contingente, para la actividad creadora como tal. 1 El único, sin duda, que en la época del racionalismo hizo poderoso intento de concebir la ciencia de la cultura como historia y de superar el naturalismo e intelectualismo dominantes es Giambattista Vico

Las acciones libres de los hom bres han sido arrumbadas en la corriente secundaria, donde se m ueven como decora­ ciones anecdóticas, como curiosidades y accesorios a rtísti­ cos o — y ésta sería la concepción más p ro fu n d a — como r e fle jo de la corriente principal, com o destellos de color, como ilustración característica de las leyes naturales del acaecer. Las acciones y hechos de los hom bres de una épo­ ca servían de testim onio, de paradigm a y documento del esprit de l’époaue, al cual se consideraba como la v e r d a ­ d e r a realidad histórica. L a relación en tre corriente p rin ­ cipal y corriente accesoria no se piensa, pues, esquem ática ni cframáticámente, sino didácticam ente, esto es, como re la ­ ción en tre re g la y ejem plo, entre le y y caso aislado. L o que en la Edad M edia se concebía como paralelism o y en el Renacim iento como contraposición, pasa ahora a con­ cebirse, más estrecha e íntim am ente, com o unión. E l e je m ­ plo pertenece a la le y como el r e fle jo a la luz; puesto que e l concepto de fin a lid a d se entendía como un concepto de causalidad in vertido, como un espejism o de la causalidad en la conciencia su bjetiva (S p in o z a ), el h istoriador de la Ilustración no v e ía en las acciones teleológicas del in d iv i­ duo otra cosa qu e contrajuegos subjetivos de causalidades objetivas y reguladas por leyes. A q u í ya no nos encontra­ mos con una base de pensam iento m ístico n i dogm ático ni tam poco estético, sino más bien científico. L as relaciones de la corriente prin cip al con la accesoria son iluminadas racionalísticam ente, pero claro que tod avía no en e l sentido de que se expliqu en como relación puram ente lógica. P o r ­ que la relación entre le y y caso aislado, entre regla y eje m ­ plo, en tre causalidad y causalidad in vertida, entre o b je ti­ vid a d y subjetividad, lle v a siem pre consigo algo de cons­ truido y arreglado, algo de abstracto e intelectualista. Las abstracciones ley , regla, causalidad, o b jetivid a d son una realid ad doctrinaria, pero no histórica. Todo se ha pensa­ do con criterio logicista, no lógico. A la plena diafanidad lógica se ha llegad o sólo por la más recien te concepción de la historia, enriquecida con las

conquistas del rom anticism o y del positivism o. Gracias a los rom ánticos y a los positivistas, han vu elto a ser p rota ­ gonistas de la historia los hombres, vivie n tes y actuantes. A u n qu e es verdad que ya no lo son como individuos aisla­ dos o como superhombres en el sentido renacentista, sino como individuos y como héroes, o como grupos, clases, m a­ sas, plebe, naciones, etc. Y no sólo como personas que actúan consciente y id eo ló gica m en te, sino tam bién como hom bres que sufren, que yerra n y tantean. Unas veces, como seres libres, autodeterm inantes; otras, como aprisio­ nados en lim itaciones, naturales o no, y como estorbándose a sí mismos. Se podría decir: tan pronto lo son, tan pronto no. Son al mismo tiem po la corriente princip al y la acce­ soria. P ero no h ay otra realid ad histórica que la de estos seres tornadizos, in fin itam en te com plejos y difusos. L a f ilo ­ sofía rom ántica de la historia (H e g e l) trató por cierto de construir, p or detrás y por encima de esos seres, una Idea histórica u niversal y principios históricos nacionales, en cuyo servicio los hom bres actuaban. E l positivism o acabó con esta concepción: su labor destructora lo gró — al menos por un m om ento — desterrar de la historia todo sentido y reb a ja r la ciencia histórica a un estúpido ten derete filo ló ­ gico de “ hechos” . P ero la labor destructora era necesaria, pues la Id ea histórica u niversal am enazaba convertirse en corriente principal y a rroja r a los hom bres a la corriente accesoria. D e cualquier modo, es esencial para la ciencia histórica el no consentir otros soportes de acaecer que los hombres. Y con esto se asegura al mismo tiem po una uni­ dad de principio en tre la corriente capital y la accesoria, y hasta su plen a i d e n t i d a d . U n mismo in dividu o em ­ pírico, un mismo grupo de individuos se m u eve a la vez en la corriente prin cip al y en la accesoria. T o d a historia bien entendida es historia cultural; toda historia cultural es historia p u r a 1.

En la realidad no h ay absolutam ente

nada que pueda ju stifica r en la ciencia histórica una sepa­ 1 Prescindamos aquí, para simplificar, del concepto de histo­ ria natural.

ración radical en tre el pueblo elegid o y los otros pueblos, en tre el in dividu o y la Fortuna, entre las acciones de los hom bres y sus organizaciones, en tre su v id a y su cultura, en tre su espíritu y su naturaleza, e t c 1. S i proseguimos, no obstante, hablando de corriente p rin ­ cipal y corriente secundaria en historia, sólo podem os r e fe ­ rirnos, con esas expresiones, a distintas actitudes d el obser­ vador, a distintas direcciones d el interés histórico. L a relación entre corriente prin cip al y corriente accesoria no puede ser pensada sino como puram ente lógica. N o es un esquem a dogm ático, n i un dram a estético, n i una le y abs­ tracta; n i es paralelism o, n i contraposición, n i enlace, sino una lúcida im plicación. P ero ¿de qué especie es esta im plicación estrictam ente lógica? ¿P or qué un m ism o acaecim iento h istórico aparece precisam ente en la corriente princip al como actividad y en la corriente accesoria como pasividad? ¿N o podría ocurrir tam bién a l revés? Y ocurre de hecho, como que aquí de ningún m odo se im pone una altern ativa exclu yen te: pues no h a y corriente p rin cip al accesoria; no h a y pasividad que p o r otro lado no sea a la v e z su propia actividad, n i lib e r ­ tad que no ten ga en sí m ism a su propia condicionalidad. U n térm ino, en lu ga r de ex clu ir al otro, lo reclam a; uno no puede ser pensado de ningún m odo sin e l otro. E l je fe de una em presa, de una campaña o de una re v o ­ lución, por ejem plo, es siem pre a l m ism o tiem po arrastra­ do, em pujado y constreñido por las fu erzas en cuyo vértice está; y e l poeta, para su caminar, tien e que aven irse a los andadores de la len gu a m ism a que é l señorea, como, por otra parte, sus oyentes no pueden menos de poetizar con él. Eeinrich R ick er ha expuesto con gran claridad 2 cómo en esta relación de im plicación mutua radica la caracte­ rística fu ndam ental de la form a ló gica más estricta: la de la validez. 1 Para la más reciente filosofía de la historia, recomiendo la lectura de E r n s t T ro eltsch , D er Historismus und seine Probleme [E l historicismo y sus problemas], Tubinga, 1922

2 En Logos, 1911, II, págs. 26 y sigs.

P e ro esa inversión de las relaciones no puede, n atu ral­ mente, sig n ifica r cualquier trueque entre la corriente p rin ­ cipal y la accesoria o en tre la lib ertad y la condicionalidad. U na acción que figu ra en la corriente prin cip al como acto o rigin a l y como progreso, no puede estar in m ó vil en la m is­ m a corriente princip al como im itación y pasividad. En suma, hay pasividades en la corriente principal en tanto que ella es su propia corriente accesoria, y actividades en la corrien ­ te accesoria en tanto que es su propia corriente principal. L a prin cip al im p lica a la secundaria, la actividad im p lica pasividad, la lib erta d im plica condicionalidad, al m odo de un concepto a xiológico superior que presupone e l concepto in fe rio r correspondiente como una grada en qu e se apoya. Inversam ente, la corriente secundaria im p lica a la p rin ci­ pal, la pasividad im p lica actividad y la condicionalidad libertad, así como un concepto de relación d erivado presu­ pone e l correspondiente concepto de valor, d el cual p roce­ de. N ótese qu e en esta doble relación ló gica los conceptos de corriente accesoria, pasividad, condicionalidad, fu n cio ­ nan en e l p rim er caso como conceptos de v a lo r (o de des­ v a lo r ), y en e l segundo como conceptos de relación. P r i ­ m ero, la corriente accesoria, la pasividad, la condicionalidad no son otra cosa que peldaños o grados jerárquicos — in fe ­ riores y relativa m en te pobres de v a lo r — de la corriente principal, la actividad, la lib ertad ; después, no son conceptos pobres de va lor, sino libres de va lo r: conceptos renativos. En este segundo caso la condicionalidad es una n o-libertad, la pasivid ad es una n o-actividad, la corriente secundaria es una n o-co rrien te prin cip al; m ientras que en e l prim ero la corriente secundaria era una corriente princip al de segun­ da clase; etcétera. En esta fo rm a podría quedar establecida en la instancia filosófica la relación en tre historia cultural como historia ili> la corriente secundaria, e historia pura como historia de l;i corrien te principal. Y ahora, unas palabras más sobre las tres instancias: la tica, la docum ental y la filosófica. En ellas se decide

sobre e l v a lo r que tengan las obras de ciencia histórica. Naturalm ente, el ju icio d efin itiv o no puede ser sino uno solo; no puede escindirse, por ejem plo, en tres ju icios que se contradigan recíprocam ente pretendiendo cada uno la va lid ez: exactam ente como, en un proceso que debe reco ­ rr e r varias instancias sucesivas, queda fin a lm en te un solo fa llo como “ ju sto” . En la instancia suprema y últim a, los fa llo s anteriores son confirm ados o revocados. ¿P ero es que, de acuerdo con lo expuesto, la instancia lógica es de hecho la más alta, y la instancia estética la más baja? S í y no, pues una y otra tienen su ju risdicción pecu liar y específica, y cada una, en su propia jurisdicción, es la más alta y la otra le está subordinada. S i se tra ta d el v a lo r artístico de una obra histórica, e l puesto decisivo lo ocupa la instancia estética. Si se trata, como en e l presente estudio, de cuestiones de principio y m etodológicas de la in vestigación histórica, pasa al fre n te la instancia filo s ó fi­ ca. P e ro si se tra ta de crítica histórica y d el va lo r cien tífico de una visión histórica, claro qu e la instancia decisiva es la documental. A sí, pues, la más fie l m anera de represen ­ ta r la posición n orm al de las instancias con respecto a la crítica histórica, sería im agin ar un trián gu lo en cuyo v é r ­ tice superior estu viera la instancia docum ental y, en la base, la instancia estética en un extrem o y la filo só fica en e l otro. D e ese modo la instancia docum ental aparece como intersección de líneas convergentes que parten de lo esté­ tico y de lo filo só fico, y las dos instancias in feriores se nos presentan com o puntos de apoyo en que descansa la in s­ tancia docum entaría con peso equ itativam en te repartido. S i se qu iere prosegu ir con estas m etáforas, piénsese en una balanza apoyada sobre el ángulo superior, con un brazo extendido hacia e l lado filo só fico y e l otro hacia e l lado estético.

S i la obra que exam inam os aparece como docu­

m entalm ente correcta, irreproch able tanto desde e l punto de vista m a terial como desde e l form al, entonces los dos brazos de la balanza están en equ ilibrio. L a obra se a fir ­ m a en lo alto.

M ostrem os ahora con dos ejem plos — pues una am plia in vestigación teórica nos lle v a r ía demasiado le jo s — qué relaciones mutuas pueden establecerse entre las tres ins­ tancias al rom perse e l equ ilibrio. Cuando la C u ltu ra del R en a cim ien to, de Burckhardt, apa­ reció por p rim era vez, en 1860, era sobre todo una obra histórica erudita y qu ería ser ju zgada como tal. Y por m u­ cho tiem po se m antuvo en e l fie l. E l lib ro prestó a los his­ toriadores los más inapreciables servicios y dió poderosí­ simo im pulso para nuevos estudios sobre la cultura italiana del Renacim iento. Se comenzó lu ego a in vestiga r los o ríg e ­ nes, las causas y fuentes de esta cultura, y se h alló que en parte rem ontaban en la Edad M edia mucho más atrás de lo que Burckhardt había visto, y tam bién mucho más h on ­ do, en las culturas nórdicas y cristianas, especialm ente en la francesa. Se descubrió además que en e l R enacim iento se prolongaban elem entos m edievales, y obraban todavía con tanta profu n didad y fuerza, que una exposición m onu­ m ental y cerrada, como la ofrecida sobre ese período por Burckhardt, debía lle v a r a deform aciones e inexactitudes objetivas Sólo ahora, una v e z que la base docum ental de la obra se ha m ostrado insuficiente y equivocada, es cuando surgen tam bién dudas acerca de la adecuación de la fo rm a a los hechos, es decir, acerca de la exposición. L a balanza em pezó a inclinarse, y la obra amenazó con caer hacia el lado estético. Se d iría que era atraída autom áti­ cam ente por e l círculo m ágico de la instancia estética. P ero si e l lib ro de B urckhardt sigue siendo h oy leíd o y adm ira­ do, es porque, como obra de arte, es m agistral y conserva como pocos el encanto de m ostrar refractada y a través de un singular tem peram ento artístico y cien tífico una época igu alm ente singular, íntim am ente em parentada con ese tem ­ peram ento.

D e la serie de los instrumentos científicos ha

pasado a la de las obras de arte científicas. A bandonado 1 Véase C a r l N e u m a n n . Gedanken über Jakob Burckhardt [Ideas sobre Burckhardt], en la Deutsche Rundschau, X L IV , 8 de mayo de 1918.

por la instancia documental, es acogido y ensalzado por la instancia estética. Es in ú til que el reelaborador de las nue­ vas ediciones, L u d w ig G eiger, se resista a este cambio. Cuanto más se esfuerza en poner al día e l lib ro a é l con­ fia d o con notas, correcciones y apéndices, tanto más sube e l v a lo r de la edición o rigin a l intacta. Tales cambios de v a lo r no se basan, por ejem plo, en un trueque de puestos de las tres instancias, pues éstas se m antienen teórica e intem poralm ente en su jerarquía. L o que ha cambiado no es el eq u ilib rio en la jera rq u ía de las instancias, sino el eq u ilib rio del lib ro o su situación en el trián gu lo de fuerzas de las instancias. P ero un cambio tan concreto como éste necesita tiempo, a veces mucho tiem po, para que nos va ya entrando a todos en la cabeza. Gracias a su fu erte gravitación estética, la obra de Burckhardt se salvó, por de pronto, de caer en el círculo m ágico de la ins­ tancia filo só fica y de ser retenida en él o desechada. M ed ia ­ tamente, no h ay duda de que tam bién ha estado siem pre som etida a la instancia filosófica, en cuanto que la obra de Burckhardt y su estilo no se podrían aprehender y en ten ­ der sin supuestos filosóficos en el espíritu del crítico y sin echar una ojeada a los supuestos filosóficos del propio B u r­ ckhardt. Que la C u ltu ra del R en a cim ien to tam bién contie­ ne, de hecho, un va lo r filo só fico m ediato y secundario, se echa de v e r con sólo recordar que no d ejó de in flu ir en la filo so fía de Nietzsche. P ero en sentido inm ediato sería absurdo in scribir esta obra en la instancia filosófica, p re­ cisam ente porqu e su sentido más peculiar se apoya ante todo en la estética. Si en la instancia docum ental hubiera habido otras d e fi­ ciencias que las mencionadas, el lib ro de B urckhardt habría podido m u y bien gra vitar, no hacia e l lado estético, sino hacia e l filosófico. Éste es e l caso, si no m e engaño, de otra obra maestra de h istoriografía, la S toria della lettera tu ra italiana de Francesco D e Sanctis. En la instancia documental, este libro, apenas aparecido, fu é reputado insuficiente. Poco talento y poco tra b a jo se

necesitó para subrayar en el gen ial autor una serie de citas falsas y un vasto desconocim iento o descuido de las fuentes pequeñas o accesorias. P ero lo notable es que tantas in exac­ titudes apenas tra jeron como consecuencia e l m enor erro r objetivo. A u n después de am pliarse considerablem ente nuestros conocim ientos m ateriales y de afinarse la técnica filo lóg ica , la concepción de la evolu ción litera ria de Ita lia se ha m antenido tal como lo estableció D e Sanctis. Más aún: las incansables investigaciones realizadas desde entonces, en gen eral no han hecho sino a firm a r y corroborar lo que D e Sanctis había reconocido por intuición. Ciertam ente, este libro, como instrum ento de investigación, se v o lv ió sos­ pechoso mucho más rápidam ente que la C u ltu ra del R ena­ cim ie n to , de m odo que perdió en seguida su eq u ilib rio en la instancia docum ental; pero como sus fallas históricas eran de carácter técnico, y no ob jetivo, com enzó a gra vita r hacia la instancia filosófica. Y h oy mismo se m antiene en ella. Es que, en efecto, aunque se guarde de o fre c e r e x p lí­ citam ente problem as filosóficos, está sostenido por un sis­ tem a de filosofía, tan profundo y origin al como latente. Este sorprendente descubrim iento lo ha hecho B enedetto Croce, qu e con m ano m aravillosam ente sim ple y suelta h a e x tra í­ do de la S to ria lette ra ria el sistema oculto y lo ha organ i­ zado con espíritu tan congenial y con ta l lógica que esta­ ríam os por creer que lo único qu e Croce ha añadido de su parte a las ideas de D e Sanctis es la form a lógica, que ellas estaban aguardando desde hacía la rgo tiem po. L a Storia le tte ra ria es una obra filo só fica en e l mismo sentido en que la C u ltu ra del R en a cim ien to es una obra poética. N o es qu e estas obras, por e l hecho de que una gra vite hacia la instancia estética y la

otra hacia la filosófica,

pudieran perd er su carácter origin ario de libros históricos. I .as huellas que han dejado en la h istoriogra fía y en la investigación histórica y a no se han de borrar. P e ro e l que estas huellas perm anezcan tan hondas y tenaces lo debe lim c k h a rd t en p rim er térm in o a l peso artístico de su espíi ilu, y D e Sanctis al peso filo só fico del suyo.

Porqu e en estos dos pilares, en e l arte y en la filosofía, se apoya en igu al m edida la bóved a de la historia. En la piedra cla ve de este arco, en la instancia documental, v ie ­ nen a con verger p or ambos lados los soportes, así como, por su parte, la cla ve carga su peso hacia uno y otro lado 1. E l hecho de que un historiador posea dotes artísticas y otro dotes filosóficas está tan lejos de alterar la unidad fu n da­ m ental del concepto de historia como la división de los his­ toriadores, que vim os más arriba, en direcciones h istóricoculturales y pu ram ente históricas. P o r más que los espíritus d ive rja n en n atu raleza y en inclinaciones, la ló gica interna de su ciencia los lleva , poco a poco y sin la m enor v io le n ­ cia, a reunirse en la verd a d histórica.

1 Esta bilateralidad puede reconocerse aún en la más rigurosa técnica de las ciencias históricas, en la restitución de textos críticos, en los métodos auxiliares paleográficos, en la bibliogra­ fía., etc. También estas labores técnicas se apoyan en el don artístico y en el pensar lógico, es decir, filosófico; en la crítica de los documentos, ambos confluyen en el ideal de la exactitud.

EL SISTEMA DE LA GRAMÁTICA

P o rq u e en estosdos pilares, en e l arte y en la filosofía, se apoya en igu al m edida la bóved a de la historia. En la pied ra cla ve de este arco, en la instancia documental, v ie ­ nen a con verger por ambos lados los soportes, así como, por su parte, la cla ve carga su peso hacia uno y otro lado *. E l hecho de que un historiador posea dotes artísticas y otro dotes filosóficas está tan lejos de alterar la unidad fu n da­ m ental d el concepto de historia como la división de los his­ toriadores, que vim os más arriba, en direcciones históricoculturales y puram ente históricas. P o r más que los espíritus d ive rja n en naturaleza y en inclinaciones, la ló gica interna de su ciencia los lleva , poco a poco y sin la m enor v io le n ­ cia, a reunirse en la verd a d histórica.

1 Esta bilateralidad puede reconocerse aún en la más rigurosa técnica de las ciencias históricas, en la restitución de textos críticos, en los métodos auxiliares paleográficos, en la bibliogra­ fía., etc. También estas labores técnicas se apoyan en el don artístico y en el pensar lógico, es decir, filosófico; en la crítica de los documentos, ambos confluyen en el ideal de la exactitud.

EL SISTEMA DE LA GRAMÁTICA

G U f A

¿Qué sentido y lim ites tiene el estudio exclu sivam ente g ram atical de una lengua, desligado de tod o va lo r c u ltu ra l e h istórico? L o que persigne es v e r p o r qué cam inos ese hablar cam bia: procesos, m ecanism os de la Physis y de la Psyque, Procesos que sólo quedan explicados a satisfacción de la gram ática estricta cuando se les aísla p o r com pleto, excluyendo cu a lq u ier in icia tiv a y p a rticip a ción espiritual de los hablantes; cuando se les ha visto “ com o m ecaniza­ ción o autom atización del hablar y del pensar idiomático., com o un hu n d im ien to o sum ersión de la actividad espiritual en un esquema psicofísico de asociaciones” . ¿Cuáles son los procesos que tie n e n este carácter de m eca­ nism o asociativo? L os neogram áticos veían el cam bio fo n é tico com o el asien­ to p ro p io de la regularid a d ; M e ille t cree que los procesos gram aticales p o r excelencia son la analogía y la g ra m a ticalización. Éstos son, sí, los más im p orta n te s; no los únicos. H ay .seis procesos qu e tie n en las condiciones pedidas p o r la g ra ­ m ática: “ para cuya exp lica ción es inm ed ia tam en te in ú til tra e r a cuento una activid ad esp iritu a l lib re, una p erson a li­ dad” . L os tres p rim eros son tinifarm a dores de una o rig in a -

ría dualidad, los tres id tim os son diferenciadores de una orig in a ria unidad: A n a lo g ía , G ram aticalización, Contam inación.

C am bio fo n ético, C am bio sem ántico, D iferen cia ción .

E n los tres p rim eros , una p r im itiv a dualidad se fu nd e m ecánica y asociativam ente en unidad, p orq u e desfallece la atención que sostenía diferenciada esa dualidad. E n los tres ú ltim os, los diferenciad ores, la d ivisión n a tu ra l de una u n i­ dad ya n o m antenida p o r e l espíritu. E l proceso analógico tien e su pareja y contraparte m ecánicas en el cam bio fo n é ­ tic o ; la g ra m aticalización en e l cam bio sem ántico; la con ­ ta m in a ción en la d iferen ciación . E sto es lo que les da su estricto v a lo r sistem ático. T a n p ro n to com o se tra ta un cam bio en sí y p o r sí, sin refere n cia a su correspondiente con tra pa rte y aun a todos los otros procesos gram aticales, aparece com o u n suceso casual y con tin gen te que sólo la historia puede ju s tifica r. “ U n sistem a de esta especie es ta n rigu rosa m ente cerrado com o perpetu a m en te m o v ib le , ta n capaz de abarcar y de ord ena r e l m a te ria l lin g ü ís tico correspondiente com o de segu ir su c o rrie n te a través de tod.os los tiem pos. N o hay u n solo proceso lin g ü ís tico que pueda zafarse de esta re d ” . Este sistema de procesos, que son m ecanism o asociativo, autom atism o de la Physis y de la P sy que, desespiritualiza­ ción e inhistoricid ad , se extien d e sobre las com unidades lin ­ güísticas d el m und o, sin p osib le excep ción. A h o ra bien: si el es p íritu es vida, éste es el lado letal d el lenguaje. L a gram ática n aturalística estim a su v a lo r rigu roso en ceñirse a esta m u e rte del lenguaje; p ero ¿no tendrá algo que hacer ta m b ién con la peculiarida d de lo v iv o ? Q uiera que no, sólo desde esta consideración su p e rio r cob ra sentido su tarea: la m ecanización de la atención, del pensar, del record ar, etc., supone los conceptos de “ aten ción ” , “ pensar” , “ re c o r­ da r” etc., esto es, de la activid ad esp iritu a l del lenguaje.

P o r ú ltim o : si estos procesos alcanzan a toda lengua h u ­ mana, ¿se podría basar en ellos una gram ática general in h istórica , abstracta, o aun una gram ática com parada? R esueltam ente: no. E l gram ático aísla una palabra de la vida, pero siem pre la supone dentro de una com unidad lingüística. Y , p o r consiguiente, una gram ática com parada sólo se puede e rig ir sobre la base de conexion es históricas en tre los pueblos respectivos. E l m ism o concep to de “ gru p o lin ­ gü ístico” , no es g ram atical, sino h is tó rico -s o cia l. Y la g ra ­ m ática m ism a nunca se con form a con com p rob a r estos seis procesos en una lengua: se p regunta en seguida, p o r e je m ­ p lo, cuánto tie m p o se ha usado ta l analogía, con qué e x te n ­ sión geográfica, en tre qué clases sociales. Y v ie n en los p o r ­ qués. “ C on lo cual se ha penetrado hasta lo hondo en la cond icionalidad h is tó ric o -c u ltu ra l y se tra b a ja con con cep ­ tos lingüísticos h is tó ric o -c u ltu ra le s com o barbarism o, p rés­ tam o, cultism o, argot, n orm a id iom ática , escuela, calcos, gusto lin gü ís tico, etc.” . L a gram ática pu ra y abstracta se salva en la historia lingüística. Sus m ism os conceptos fu n ­ damentales se v u e lv e n históricos, pues cada uno es d evuelto a l espacio, al tie m p o y a la sociedad de que e l g ra m á tic o . los había desligado. > C on esto queda restablecida la con e­ x ió n de las form a s idiom áticas con la m odalidad esp iritu a l y la cu ltu ra to ta l del p u e b lo, y el lenguaje ya n o aparece am putado de toda actividad espiritual,t sino com o e l in s tru ­ m en to adecuado para la creación y p a rticip a ción de valores espirituales y com o la expresión característica de una índole espiritual. L os seis conceptos gram aticales han perd ido con esto aque­ lla ' seguridad abstracta de co-m eca n ism o y con tra -m eca n is­ m o, p orq u e se han llenad o de vid a histórica. A h o ra queda, en vez de la A n a logía , la historia com p leja de ta l o cual proceso analógico com p letam ente especial, e n tretejid o de m od o p ecu lia r con otros procesos contam inatorios, etc. L a idea naturalista del lenguaje nace de la con tem p lación de esa regularid a d m ecánica que la gram ática com prueba en

sus procesos. P e r o esa regularida d es sólo el reevrso de una en ergía esp iritu a l rea lm en te existente. Y del m ism o m od o los conceptos gram aticales ( analogía, e tc .) son el reverso de los conceptos lin g ü ís tico-h is tóricos . Y esto es no lo que anula sino lo que salva a la gram ática: sin los conceptos de com unidad lingü ística, ev o lu ció n lin ­ güística, m ezcla lingü ística, etc., una gram ática no puede ser ni pensada sistem áticam ente n i hallada en la realidad.

A. A. y R. L.

Siem pre que algo es espiritualm ente elaborado y cum ­ plido se puede encontrar el len gu aje humano precediendo y preparando ese cum plim iento, y con la misma re g u la ri­ dad se le oye resonar tras del cum plim iento, ponderándolo, censurándolo, notificándolo, participándolo. L a palabra está, pues, tanto ante el acto como tras él. L a palabra nos e x p li­ ca lo que se v a a cu m plir así como lo que se ha cumplido, y por eso m ism o no es lícito confundirla con el acto cum ­ plido o por cum plir. En cuanto consideram os una acción espiritual como tal, la separamos de toda palabra que entre a llí en juego. Más aún: no puede h aber peor acusación para un acto espiritual que la sentencia de que consiste sólo en palabras. Y por eso, el pensador, el investigador, e l estadista, el profesor, hasta el orador y e l poeta que sólo hagan palabras, no son verdaderos pensadores, in vestiga ­ dores n i poetas. D e aquí se sigue que la palabra o e l lenguaje, tomados en sí y por sí, no son actividad espiritual, pues toda acción valiosa queda más allá o, m ejor, entre las palabras. S i éstas tien en alguna significación, es gracias a su referen cia a algo d iferen te de ellas mismas. U na ciencia que sólo se ocupara de palabras en sí y por sí, desentendiéndose de sus referencias a todo va lo r cultural y no teniendo en cuen­ ta más que las relaciones entre las distintas clases y com ­ binaciones de palabras, podría parecer la em presa más in ­ útil, más in d iferen te y más sin sentido del mundo. Sin

em bargo, parece que sem ejante ciencia existe, y hasta están a su servicio m u y respetables investigadores. Son los g ra ­ máticos. H asta precisam ente los gram áticos más escrupulo­ sos se esfuerzan conscientem ente en prescin dir de toda r e fe ­ rencia de las palabras a resultados y a valores culturales. Tam poco se engañan respecto a la absoluta fa lta de re a li­ dad espiritu al de lo que ellos buscan en el len gu aje humano. “ L a langue est un étre id éa l qu ’on n ’ a aucun m oyen d ’attein d re d ir e c te m e n t... L a ré a lité in tim e de sa langu e éehappe au lin gu iste autant qu’á tout autre sujet p arlan t” 1. ¿D e qué especie es este ser? ¿Qué le queda a l gram ático en tre las manos, una v e z elim inada toda referen cia a la actividad espiritu al y a la obra cultural? “ L a réalité intim e du la n ga ge — responde M e ille t — c’est le systém e d’associations qui existe dans l ’esprit de chacun des sujets parlants d’un m ém e grou pe lingustique, et c’est en m em e tem ps l ’obligation qu i s’im pose á chacun d’eu x de m ain ten ir un parallélism e exact entre tous ces systémes. R éa lité pu rem ent sociale, la langu e est á la fois im m a nente et ex té rie u re aux in d iv id u s” 2. Es decir, un sistema y un constreñim ien­ to al sistem a qu e corren de in dividu o a individuo, que no están ni d el todo dentro ni d el todo fu era de ellos, sino que, por así decirlo, están e n t r e ellos. U na situación sem e­ ja n te a la arriba descrita e n t r e las acciones espirituales. E l len gu aje sería, según esto, precursor y sucesor no sólo de los actos de los hombres, sino tam bién de su in d ivid u a li­ dad. É l acompaña y circunda no sólo nuestros actos espi­ rituales, sino tam bién nuestra m ism a existencia espiritual: no sólo lo que el hom bre produce, sino lo que es. N o se le podría confundir ni con lo uno n i con lo otro. En efecto: no h a y acto psíquico n i h ay in dividu alidad espiritu al que estén injertados y trabados con un sistema lingüístico de modo ta l que no puedan y deban desligarse de é l en cuanto 1 A n to in e M e ille t, Linguistique (en De la méthode dans les Sciences, 2^ serie, París, 1911), pág. 291 y sig.

2 Ob. cit., pág. 292 y sig.

se quiera pen etrar en su naturaleza propia. Esto v a le aún para aquellas individu alidades que más profundam ente han buceado en la lengua, para los maestros del idiom a, los poe­ tas y los oradores. L a in dividu alidad espiritu al de G oethe puede y debe ser separada por e l h istoriador de todos los sonidos verbales en que se m anifestó y restituida a su in ti­ m idad y pureza de tal modo qvie la pueda contem plar aun quien nunca h aya pronunciado una palabra alemana. L a contraprueba de esto es que la lingüística, cuanto más estricta es su orientación gram atical, tanto más resuelta­ m ente prescinde, no sólo de toda m anifestación cultural, sino hasta de todas las individualidades que tu vieron que-, v e r de algún m odo con e l idiom a estudiado. P a ra el g r a m á -’ tico la lengu a de los cafres v a le tanto como la de los griegos y Pericles, y la de P ericles m ism o tanto como la de sus conciudadanos y contem poráneos más necios. En suma, el objeto esencial de la gram ática es una len gu a desligada de toda actividad y de toda vid a espirituales. P ero ¿a dóndo se v a con este aislam iento? ¿Qué puede continuar interesando, si y a se nos han vu elto in diferentes los estilos de los parlantes y la intención de su hablar? Pues nada más que la m anera como ese h ablar se v a cum pliendo o haciendo. Y como para una abstracción estricta no puede haber un suceder y un obrar espirituales, sólo queda un suceder natural y un hacer desespiritualizado, automático, mecánico. Y efectivam en te, a estos procesos, a mecanismos de la Physis y a mecanismos de la P syq u e se reduce toda la vid a idiom ática ta l como la entiende e l m étodo gram atical. Es necesario con firm a r esto con una serie de ejem plos, pues se vien e enturbiándolo continuam ente por lo mucho que se habla en lingü ística de evolu ción gram atical o de gram ática histórica. F ren te a esto, tenem os que em pezar p or recalcar que e l procedim iento gram atical sólo puede lisonjearse de haber cum plido su tarea allí donde haya e x o r­ cizado todas las peculiaridades creadoras y las iniciativas espirituales que tod avía pudieran fantasm ear en la lengua, reduciéndolas a mecanismos de la naturaleza y d el alma.

En la gram ática histórica de un idiom a romance se puede le e r que el neutro latino, aparte excepciones reducidísimas, se ha perdido en las lenguas románicas, es decir que sólo se diferen cian y a sustantivos masculinos y fem eninos, ha­ biéndose “ pasado” los neutros a los masculinos y fe m e n i­ nos. Este paso, se dice, está “ condicionado en p rim er lu gar por e l estado fon ético y luego por la significación de las palabras y form as correspondientes” l . N eutros como caste llu m , pratum , v in u m tenían las mismas term inaciones que los masculinos m urus, campus, annus, etc., en genitivo, dativo y ablativo del singular y del plural. Y especialm ente coincidían las form as en el acusativo singular -u m . L os masculinos estaban en m ayoría y se usaban proporcion al­ m ente con m a yor frecuencia. P e ro las form as más frecu en ­ tes, tanto para los neutros como para los masculinos, eran el genitivo, e l dativo y, sobre todo, e l acusativo singular, es decir, precisam ente aquellas form as en que no se d ife re n ­ ciaba e l género. A sí ocurrió que las otras form as de los neutros, las diferenciadas por e l género, poco a poco iban borrándose de la m em oria, y cuando por excepción se las necesitaba una vez, tenían que ser form adas de nuevo. E l neologism o resultaba según un sistema m ecánico de asocia­ ciones, según los llam ados “ grupos de proporciones” 2 Cuan­ do, por ejem plo, se necesitaba e l n om inativo singular de un neutro, digam os castellum , se le form ab a según un esque­ m a que se puede representar así: cam pum (o cam pi o cam ­ po o ca vip o ru m o c a m p is ): campus = castellum (o castelli o castello o castelloru m o c a s te llis ): castellus. Las vieja s proporciones cam pum : campus = castellum : castellus se abandonaban p o r más raras y complicadas, y se llegab a por pura desidia a una form a de n om inativo singular cas­ tellus, tan nueva como falsa (fran cés antiguo chastels). 1 S ch w an -B eh eren s, Gramm. d. A ltfr . [Gramática del anti­ guo francés], Leipzig, 1911 (9^ edic.), § 283. 2 Herm ann P a u l, Prinzipien der Sprachgeschichte, Halle, 1909, capítulo V. Y a he indicado, en el Homenaje a Ph. A . Becker (Heidelberg, 1922, pág. 180 y sigs.), cuán distinta ha sido en realidad la pérdida del neutro latino.

H oy, en verdad, los lingüistas se inclinan a no m irar y a sem ejante neologism o por analogía como una “ fa lta ” oca­ sionada por pereza espiritual y por m ecanización del pen ­ sar idiom ático, sino como una “ creación” producida por energía espiritual. P ero en lo que se re fie re a la explicación d el proceso mismo, no interesa en absoluto al procedim ien ­ to gram atical en que ese proceso sea considerado optim ista o pesimistamente. En ambos casos sólo se da por explicado cuando se le aísla por completo, elim inando toda concien­ cia, toda participación espiritual y toda in icia tiva de los individuos hablantes, y tratando e l cam bio an alógico-camo una cosa que se produce enteram ente a la m anera de un ju ego m ecánico de fuerzas. Los portadores de las fuerzas son en esa explicación no los hom bres sino los grupos de form as lingüísticas. E l ju ego de fu erzas resulta no de con­ sideraciones lógicas, n i estéticas, n i éticas, n i económicas, sino de la pura relación cu antitativa de frecuencia. Las form as usadas con m enor frecuencia son atraídas por las más frecuentes y se les agrupan asim ilándose a ellas. L o frecu en te es lo pesado o lo fu erte que arrastra consigo a lo infrecuente, como a cosa lige ra o débil. P a ra el gram ático riguroso, toda analogía — ya aparezca en la fonética, en la m orfología, en la sintaxis o en e l lé x ic o — no es cues­ tión de poder espiritual, sino de una fu erza física que acom­ paña a esas form as. Y la gram ática se sabe tan segura de esa condicionalidad física que n i siquiera se tom a e l tra ­ bajo de com probarla.

Que yo sepa, nunca ha dem ostrado

el triu n fo analógico de este o aquel neologism o sobre esta o aquella fo rm a antigua, m ediante un cómputo estadístico. Siem pre que en filo lo g ía se echa mano de la estadística, es, como hemos de v e r luego, al servicio de un m uy diferen te planteo del problem a. P o r el contrario, siem pre que se cum­ p le un triu n fo analógico, saca la gram ática la conclusión gratu ita de que la form a triu n fante — esto es, en e l ejem ­ plo nuestro, el n om inativo singular castellus en vez de cast e llu m — ha pertenecido a las más sólidas y frecuentes. L a

gram ática presupone algo que en realidad nunca ha dem os­ trado ni podrá dem ostrar. Se contenta con un sim ple “ des­ de lu ego ” donde, en e l fondo, la cuestión es sumam ente dudosa. Pues de ningún modo es cosa resuelta qu e en tre dos form as concurrentes la usada de hecho con más frecu en ­ cia sea en cada caso tam bién la más fu erte y que ten ga que triu n fa r a costa de su rival, la menos frecuente. P o r cierto, hasta la gram ática cuenta con la posibilidad inversa. En efecto: ella supone tam bién muchas veces, y siem pre sin haberlo dem ostrado n i podido dem ostrar, que ciertos m edios de expresión cuanto más frecu en tem en te se1 usan tanto más se debilitan, hasta que por fin se extinguen. Sólo que no son las form as sino las significaciones las som e­ tidas a esta segunda le y cuantitativa. E jem p lo: L os com parativos latinos fa c ilio r, p u lc h rio r, acrior, etc., esto es, la significación propia d el su fijo -io r ha desaparecido, salvo pocas excepciones, de las lenguas romances. E l uso frecuente, se dice, le ha d eb ilita d o la fu erza com parativa de ta l m odo que e l hablante que qu e­ ría señalar con énfasis una cosa que le llegab a al corazón como “ más ligera , más hermosa, más aguda” un buen día dejó a un lado e l descolorido io r y p re firió parafrasear plus fa cilis, m agis, acer o m eliu s p ucher. A p a rtir de ese m o­ m ento los fa c ilio r , a crior, etc., que antes eran tan corrien ­ tes, se fu eron haciendo cada v e z más raros, hasta desapare­ cer. D e m odo sem ejante, dicen, perdieron cada v e z más su fu erza sig n ifica tiva los dem ostrativos latinos iste, U le, des­ cendiendo a ser meros artículos, p or la frecuencia d el uso, qu e además era típicam ente protónico, “ en clítico” . En ton ­ ces hubo que crear reem plazantes para los dem ostrativos m ediante expresiones compuestas como ecce ¿líe, ecce iste que lu ego se desgastaron en francés hasta dar cel, cest, des­ alojadas a su v e z p o r compuestos como c e -lu i, c e lu i-c i, celu ila , etc. A s í es como palabras independientes, de sentido pleno, cuanto más a menudo entran en com posición con otras voces, descienden a ser meras palabras form ales (a u ­

x ilia re s ) o hasta elem entos form ales, sufijos o prefijos. En alem án -h c it, - schaft, -tu m , -b a r, -lic h , -sam , -h a ft, eran, antes de convertirse en sufijos, palabras independientes y de sentido pleno. *nora (esp. n u e ra ); sinistra + dextra > sinestra (sin ies tra ); en llegando que llegará + luego que llegue = en llegando que llegue; en punto de filosofía + en cuanto a filo ­ sofía — en punto a filosofía. Buen número de ejemplos en cas­ tellano reúne Cuervo en sus Apwitaciones, cap. V III. acostum­ bro levantarme temprano + me acostumbro a levantarme tem­ prano = acostumbro a levantarme temprano; convengo en que + concedo que = convengo que; no haya miedo de que le dejen + no temáis que le dejen = no haya, miedo que le dejen; la cuenta vino a montar sesenta reales + ascendió a sesenta reales — vino a montar a sesenta reales; etc.]

un montón de construcciones cruzadas que nadie hubiera ■•■«•¡¡pechado 1- E l in terpretar la contam inación como un fen ó n H-no aislado, ocasional o hasta patológico no es sostenible é ocurrido d el latín al francés, tal como lo vem os en p a trem > pére, ta le m > te l, etc., es el resultado de una serie enorm em ente la rg a y sumada de desajustes, v a le decir, de desvíos de la articulación a en dirección palatal; pero no de toda articu ­ lación a sino sólo de aquellas que se hallaban en sílaba acentuada y lib re y ante una consonante no nasal (com p. panem > p ain, partera > p a r í). Sólo pueden sumarse aquellas discordancias que son fonéticam en te análogas. Sólo se lo gra aquel cambio fonético que abarca una agrupación de sonidos. L o específicam ente regular, sujeto a ley , en un cambio fonético, es lo específicam ente analógico que hay en él. Precisam ente se presenta como regu la r en grupos análogos de sonidos, esto es, sólo en aquellos com plejos fonéticos tan repetidos, de ta l m odo frecuentes, que e l h a­ blante los lleg u e a sentir como un grupo unitario en su sen­ tim ien to m otor d el lenguaje. P o r ejem plo, una le y fonética del antiguo francés dice que todo sonido p, b, v, se asim ila a una dental que le siga: septem, > set, scripsi > escris, b ib it > b eit, m o v e t, > m uet, etc. P e ro con esto no debe entenderse que cada vez, en cada palabra en que ta l situa­ ción ocurra, se h aya cum plido esta asim ilación m ediante el puro proceso fon ético descrito, sino sólo que, p or larga cos­ tumbre, se ha creado un sentim iento m otor, una asociación mecánica de sonidos por la cual un cambio p t > t, v t > t, etc., que p rim ero era sólo esporádico, se hace luego más fr e ­ cuente y por fin se generaliza. Su generalización se ha v e r i­ ficado por una especie de analogía fisiológica. Y si se tienen escrúpulos en design ar este proceso como analogía, consi­ dérese que es una atracción m ecánica ejercid a desde los grupos de form as frecuentes sobre los raros: esencialm ente, pues, lo m ism o que la analogía, sólo que nuestro proceso se d esarrolla en un m ecanism o físico más bien que psíquico. A sí, la producción d el cambio fon ético está condicionada por un desajuste mecánico, pero la regu laridad de su curso lo está por una uniform ación mecánica. Como desajuste, e l cambio fon étitco es e l contra-m ecanism o de la analogía:

com o u niform ación en su co-m ecanism o. A s í se ex p lica qu a los procesos analógicos interrum pan p or un lado a los cam ­ bios fonéticos y por otro los continúen. L a analogía d e te r­ m in a la expansión de los cambios fonéticos lo mismo que su lim itación y explica a la vez su regu laridad y sus e x cep ­ ciones. E l dualismo m ecánico de sentim iento m otor articu ­ latorio y sensación acústica ten dría en realid ad que des­ tro zar e l sistem a todo de una len gu a si no se le opusieran las fuerzas de la uniform ación mecánica, esto es, los p ro ­ cesos analógicos. Y lo m ism o que la analogía y e l cam bio fonético, a m i parecer tam bién la gram aticalización y e l c a m b i o s e ­ m á n t i c o se corresponden como co-m ecanism os y contra­ mecanismos. A s í como los gram áticos hallan la ra íz d el cam ­ bio fonético en un natural desajuste entre el articu lar y el oír, así tam bién descubren la ra íz del cambio sem ántico en un desajuste, no menos natural, en tre “ pensar” y “ com ­ p ren d er” . Y así como no h ay en un grupo de elocución sonidos aislados, sino sólo in finitas y continuadas tran sicio­ nes de sonidos, según reconocen ellos, tampoco se pueden distin gu ir en un grupo concreto de sentido significaciones aisladas y fijas. Tam b ién e l grupo de sentido es una u n i­ dad flu ye n te y dinámica, dentro de la cual cada palabra, hasta la pala b reja más pálida, tien e su m atiz sign ificativo uni-ocasional, especial, pecualiarísim o. Y de nuevo tenem os que sólo e l m ú ltip le y repetido hablar, e l m om ento m ecá­ nico o autom ático del h ablar es lo que despierta en e l h a­ blante, en e l oyente, en e l in vestiga d or la im presión, la apariencia, la teo ría de que siem pre aparecen y vu elve n a aparecer significaciones verb a les singulares, fija s, usuales, que se pueden aislar de cada uno de los grupos de sentido y com parar entre sí. Se cree que con las palabras mesa, m ontaña, yo, tú se piensa siem pre lo m ism o; en realidad se piensa cada v e z una cosa d iferen te. L u ego se contrapone lo pensado siem pre — que no es más que una abstracción — a lo pensado cada v e z — que es un concretum y un in d iv iduum — ; se les com para, se com para lo pensado por e l h a-

1limite con lo com prendido por e l oyente, lo ocasional con lo habitual, lo de a yer con lo de hoy, etc. Se descubre un desajuste fundam ental entre pensar y com prender, y, como consecuencia, un cambio fundam ental de significación. Y aquí tam bién se hace otra v e z e l descubrim iento de que sólo triu n fan los pequeños y m ínim os desvíos y no los grandes, — no las equivocaciones, que son rectificadas o ('vitadas por e l espíritu — , y de que sólo se suman aquellos desvíos que se m u even en una misma dirección. P e ro esta dirección es siem pre de la significación de una v e z a la de muchas veces, de lo ocasional a lo general, de lo colo­ reado a lo descolorido, de lo concreto a lo abstracto, de lo estricto a lo am plio, de lo real a lo form al, en resumen, en la misma dirección en que se m ueven los cambios semán­ ticos que conducen a la gram aticalización. U n cambio se­ m ántico es regu la r sólo en cuanto que corre en la misma dirección que aquel va cia r y aquel am pliar e l sentido de una palabra que constituyen la esencia de la gram aticaliza­ ción. A q u í tenemos, pues, un co-m ecanism o de gram atica­ lización y de cam bio somántico, que corresponde al arriba descrito para la analogía y e l cambio fonético. Y aquí ta m ­ bién puede reconocerse sin dificu ltad e l mecanismo contra­ rio. Pues tan pronto como una palabra som etida a cambios semánticos regulares, esto es, continuados y sumados, m ín i­ mos, incontrolados e irreflex ivo s, se v e tan vaciada de sig ­ n ificación que y a no tien e un sentido propio y real, cae en la gram aticalización. E l fin del cam bio semántico es el com ienzo de la gram aticalización. A s í e l alem án s e h r ( ‘m u y’ ) significaba origin ariam ente ‘doloroso’ , recorrió lu e­ go una rápida serie de pequeños y graduales deb ilitam ien ­ tos y acabó por p erder tod a significación propia. Con ello se salió del dom inio de los cambios semánticos y quedó gram aticalizado como palabra fo rm a l de intensidad. Un camino análogo está a punto de correr la palabrita a rg ; com párese: ein a rg er F e h le r y es h a t m ich arg g e fr e u tl . [Respectivamente: ‘una grave fa lta ’ y ‘me ha alegrado 1 mucho’.]

P a ra la gram ática se trata de decidir si aquí h ay un cam ­ bio sem ántico o un caso de gram aticalización. Pues dentro de un m ism o sistema de uso uno y otro fenóm eno se ex clu ­ yen, como se exclu yen la analogía y el cambio fonético. Pueden darse casos que parezcan dem ostrar lo contrario, pero de hecho no hacen más que con firm ar la ya explicada relación de co-m ecanism o y contra-m ecanism o. E l latín vu lg. m en te ‘ín d ole’, ‘opinión’ , se fu é vaciando gracias a una regu la r m ecanización de su significado, de ta l m odo que pereció y h oy sólo perdura en las lenguas románicas como un su fijo a d verb ia l gram aticalizado: v ra i-m e n t, d écid ém en t, verdad er a -m e n te , etc. Sin em bargo e l italian o y el español conocen tam bién una palabra independiente, la m e n ­ te, con la significación de ‘in telecto’ ‘m entalidad’ . Sólo que ésta precisam ente no es la continuación del m en te lat. vu lg. sino un préstam o tom ado del latín libresco. V a contra la le y de los cambios semánticos e l que un significado re la ti­ vam en te estricto, como ‘in telecto’, proceda sin interrupción de otro relativa m en te am plio como ‘ ín dole’ . Tam b ién en español e l sustantivo m en te existe como préstam o cultista, según se v e por su estado fonético, pues si hubiera seguido su curso h ered itario debería haber dado m iente. [E n efecto, esta form a h ered itaria existe en español en las frases este­ reotipadas v e n ir a las m ientes, p arar m ien tes.] C ierto que a veces hallam os la misma palabra con dos usos, como in d e­ pendiente (su sta n tivo ) y como fo rm a l: T ro tz y tro tz, M ann y man. [En español cara al m on te y la cara, cuesta abajo y la cuesta, con la particu laridad de que la fo rm a gra m a ticalizada no lle v a acento. V éan se más ejem plos en T. N a v a ­ rro Tomás, Palabras sin acento, en R evista de F ilo lo g ía Española, 1925, tom o x n , pág. 351 y sig.] Mas para e l sen­ tim ien to idiom ático son palabras diferen tes; de m odo que una m ism a fo rm a de significación por principio nunca p e r­ tenece a la v e z a la gram aticalización y al cambio sem án­ tico. M ientras la significación independiente y ocasional de una palabra se encuentre en una discordancia natural con su significación dependiente y general, como es e l caso en

t'i cambio semántico, será im posible que se fundan en una unidad natural, como es el caso de la gram aticalización. ¿Es que la contam inación no tendrá tam bién en otro p ro ­ ceso gram atical su correlato específico, su pareja y contrafig u ra mecánicas? A s í como la contam inación es una alea­ ción autom ática de dos form as que se unifican en una te r­ cera (E rd a p fe l -f- K a r to ffe l — E rd to ffe l, [batata + papa = p a ta ta ]), así ten dría que ser su contraparte una eácisión autom ática de una form a u nitaria en dos form as sepa­ radas. V erd a d que los gram áticos han investigado todavía relativam en te poco tales escisiones o diferenciaciones fo n é ­ ticas, semánticas y sintácticas respecto de su regu laridad o continuidad autom ática (así como tam poco la contaminación ha encontrado aún del todo su reconocim iento como proceso gen eral y n o rm a l). Sin em bargo, es éste, m e parece, uno de los fenóm enos más im portantes, más generales y más evidentes. L o más y m ejor que se suele señalar como e n ri­ quecim iento del léx ico se basa en una diferen ciación de significaciones origin ariam ente equ ivalen tes: R abe-R appe, R e ite r -R itte r , K n a b e -K n a p p e , w a rd -w u rd e, als-also. [E je m ­ plos españoles: lim p io -lin d o , cualidad -calidad , h u e lg a -ju e r­ ga, fa m é lic o -ja m e lg o , y u n ta -ju n ta . En la A rg en tin a hierba, con su significación española, tien e un uso culto, y yerba sign ifica ‘h ierba m ate’ . L a existencia de estas form as dobles en la lengu a gen eral se explica porqu e cada una procede de distinta región o por ser una de ellas un cultismo h istó­ rico.] Todo llam ado progreso sintáctico es .diferenciación. D iferen ciación hay cuando en m oderno francés el artículo determ inante, que en el francés m ed ieva l tan pronto se ponía o se repetía al arbitrio, tan pronto faltaba, es ahora m anejado según determ inadas y claras distinciones, esto es, regu larm ente; cuando el uso alterno de celu i y c e lu i-lá , ce y cela, antes discrecional, se sistem atiza de ta l modo que, por ejem plo, c’ est fa u x y cela est fa u x designan y a dos direcciones de sentido com pletam ente distintas; cuando se ordena e l em pleo caótico del in dicativo y d el subjuntivo en las oraciones in terrogativas indirectas. En suma, siem pre

que de una unidad resulta una dualidad, tenemos d ife ren ­ ciación. S i e l m étodo estrictam ente gram atical no aprecia debidam ente estos innum erables casos, creo que eso se debe a que se les suele tra ta r como actos d el espíritu, como logros de la atención, como progresos h istórico-evolu tivos, y se les encom ienda a la historia d el idiom a. O, si no, se les trata dentro de la gram ática como excepciones de cambios fo n é ­ ticos o semánticos regulares. P e ro no se echa de v e r que esos cambios tien en tam bién su lado automático, mecánico, natural, regu la r e inhistórico, y pueden por tanto ser e x ­ plicados por la gram ática. En un estado anterior del alemán, convergiendo en el idiom a lite ra rio desde diferen tes regiones, se em pleaban indistintam ente, como queda dicho, Rabe y Rappe, R e ite r y R itte r, K n a b e y Knappe. Cada pareja significaba lo mismo. H o y cada form a significa cosa distinta. ¿P or qué? Prim ero, porque se llegó, irreflex ib lem en te, a o lvid a r su semejanza, su equ ivalen cia fundam ental. Segundo, porque se em pezó a reparar en una diferen cia que esas form as pudieran quizás albergar. L a gram ática no tien e que tom ar en cuenta más que e l p rim er caso: el o lvid o de la equivalencia, la pérdida de la riqueza, de lo superfluo, de la libertad de opción, de la licencia. E lla muestra cómo la lengu a se v u elve distraída e in d iferen te hacia sus tesoros, cómo se em pobrece, cómo cesa de acordarse de que Rabe y R appe son uno y lo mismo. Pues sólo en la m edida en que v a perdiendo este recuerdo puede el espíritu apoderarse de la cosa y d iferen cia r Rabe de R a p p e 1. L a gram ática in vestiga aquí tam bién e l otro aspecto de la atención, la atención como una to d a v ía -n o atención o como ya-n o-aten ción , y e l len gu aje como un precursor o sucesor del espíritu. M ientras Rabe y Rappe se recuerden y reconozcan tod avía como equivalentes, no podrán ser separados como form as de un va lo r distinto. P e ro en cuanto queda cum plida la escisión m ecánica de una unidad de significación, en ese punto tam bién y con eso mismo la diferen ciación es un hecho consumado. 1 [ Rabe ‘cuervo’, Rappe ‘caballo morcillo’.]

L a gram ática, pues, se ocupará tam bién de la causalidad m ecánica que ha ocasionado el que Rabe y Rappe no sean ya comprendidos como una unidad in diferenciada sino como una dualidad de anim ales negros. De ahí se deduce in elu ­ diblem ente que esta causalidad m ecánica es la contraria de la que dom ina en la contaminación. En la contaminación, e l hablante, partiendo de una parcial igualdad de las dos significaciones, se dejaba lle v a r a establecer una igualdad tam bién parcial en la form a fonética o en la sintáctica: noster vester — v o ster; der gleich e w ie derselbe der = derselbe w ie. P o r e l contrario, en la diferen ciación se incurre en una parcial desem ejanza de significaciones p a r­ tiendo de una desem ejanza parcial de la fo rm a fon ética o de la sintáctica. En ambas ocasiones se rin de el hablante a la apariencia de que entre form a y significación existe una conexión necesaria, natural; y en esto consiste lo común a ambos procesos. Una v e z se tom a in advertidam ente la sem ejanza de significación por sem ejanza de fo rm a (co n ta ­ m in ación) ; la otra, la diferen cia de form a por diferen cia de significación (d ife re n c ia c ió n ); y en esto está la oposición de ambos procesos. U na diferen ciación sólo puede cabsr donde y a no se m antiene la contam inación y viceversa. En algunos casos, por ejem plo en cuestiones sintácticas, es e x ­ traordinariam ente d ifíc il decidir si lo que tenemos delante es tod avía una contam inación o ya una diferenciación. A q ití se extiende un ancho campo para la sagacidad d el gram á­ tico. En la sintaxis francesa, por ejem plo, se le presenta la cuestión de si las construcciones h oy bien diferenciadas i l a coupé la barbe e i l a la barbe coupée estaban tod avía contaminadas o y a diferenciadas, y hasta qué punto, en el siglo x v i o antes o después; de si la actual diferenciación no se interrum pe a veces con una contaminación, y dónde tiene sus lím ites con ella; de si en una frase de doble sen­ tido como la barbe qu ’ i l a coupée e l sentido está condi­ cionado por la construcción o la construcción por e l sentido. En todos los fenóm enos tratados por la gram ática son estas ambigüedades el objeto más adecuado de la in vesti­

gación. ¿H ay en este o en ese caso un cambio fon ético o una analogía, un cambio semántico o una gram aticalización, una contam inación o una diferenciación? Éstos acababan siem pre p or ser los últim os problem as de la gram ática. P ero estos seis específicos procesos gram aticales ocurren únicam ente porque la vig ila n cia del espíritu, la atención, se concibe como desfallecida y se sobreentiende que ha perdido su eficacia. Im posible la analogía m ientras esté v iv o e l re ­ cuerdo de la diversidad de los grupos de form as; im posible el cam bio fonético m ientras los órganos de hablar y de oír estén alerta; im posible la gram aticalización m ientras estén representadas en érgica y claram ente las significaciones v e r ­ bales, n i e l cam bio sem ántico m ientras lo pensado cada vez sea com prendido íntegram ente, n i la contaminación m ien ­ tras no se confunda lo sem ejante, n i la diferen ciación m ien ­ tras se siga captando en unidad lo esencialm ente igual. A s í los procesos gram aticales dirigidos hacia la u nificación se presentan como desidias en e l distinguir, los orientados ha­ cia la va ria ción y la escisión como desidias en el sintetizar. En cuanto a si la preponderancia lógica del interés gra ­ m atical se centra en los procesos de uniform ación o en los de diferenciación, es cosa en sí in diferente. L os N e o gram áticos se inclinaban a tra ta r e l cam bio fonético como e l asiento propio de la regularidad, y la analogía y

la

contaminación como fuerzas perturbadoras. H o y p refiere M e ille t considerar únicam ente la analogía y la gram atica­ lización como procesos gram aticales por excelencia, cedien­ do en cambio a la historia lingü ística los cambios y las d iferen cia cio n es1. P ero

en este desplazam iento tem p oral

del centro de gravedad se m anifiestan sólo las cambiantes necesidades de la investigación, y no una subversión fu n ­ dam ental d el aspecto lógico. Éste exige, por e l contrario, que cada proceso de m ecanización ten ga su pareja y con1 L ’évolution des formes grammaticales (en Linguistique historique et linguistique genérale I, Paris, 1926, pág. 130 y siguientes).

ü afigura. E l cam bio fonético es regu lar sólo porque existe una analogía fon ética; e l cambio semántico es continuo sólo porque h a y una gram aticalización, y todas las diferen cia­ ciones tendrían que parecer cabriolas caprichosas o gram atiquerías pedantes si no hubiera contaminaciones. Tan pronto como se tratan los cambios y diferenciaciones en sí y por sí, y sin referen cia a los correspondientes procesos de uniform ación y aun a todos los otros procesos gram aticales, aparecen como sucesos casuales y contingentes que sólo la historia puede ju stificar. ¿ Y sería posible que esto no v a ­ liera lo mismo para la analogía, la contam inación y la gra m aticalizacón? ¿Qué es lo que nos pone en condiciones de reconocer como contam inación regular, por ejem plo, un proceso como sinister -j- d e xter — senester, si no es el conocim iento de un cam bio latino vu lga r? S i no supiéramos que la le y de ese cam bio exclu ye, sin más, la posibilidad de que una i b re v e clásica, como la de sinister, se mude en e vu lgar, como la de senester, ¿cómo lle g a r al descubri­ m iento de que ahí entraba en ju ego d e xter (b r e v e la p r i­ m era e )? Así, los procesos gram aticales reciben su carácter de regularidad, no de sí mismos, sino únicam ente de su referen cia a los demás. E l pensam iento riguroso del gram ático, pues, sólo puede reconocer una uniform ación por su referen cia a la d ife ­ renciación correspondiente, y viceversa. Gracias a esta reciprocidad o a este mutuo m ovim iento circular, e l pensam iento gram atical es sistemático y es ca­ paz de reconocer su determ inado estado lingüístico como sistema, esto es, como una reciprocidad continua de cambios y analogías, de diferenciaciones y uniform aciones, etc. El sistema, pues, abarca siem pre dos m omentos: el de la u ni­ form ación, que supone una diferenciación, y el de la d ife ­ renciación, que tien e en fren te una uniform ación. U n sis­ tem a de esta especie es tan rigurosam ente cerrado como perpetuam ente m ovible, tan capaz de abarcar y de ordenar ('1 m a terial lingü ístico correspondiente como de seguir su corriente a tra vés de todos los tiempos. N o h ay un solo proceso lingüístico que pueda zafarse de estas ataduras. Si

se presenta como una excepción a la le y fonética, aparece como una afirm ación de la le y de analogía o de la de contam inación; si no es un cam bio semántico, tendrá que ser una gram aticalización o una diferen ciación; etc. Com o totalidad, como sistema, la explicación gram atical se e x ­ tien de sobre todas las humanas comunidades lingüísticas con la misma fa lta de excepciones con que la m uerte im pera sobre todo lo vivien te. L a m uerte es e l lin de de la vida, su precursora y su sucesora. D e ta l m anera la circunda, sin lle g a r nunca a estar en ella, que todo lo v iv o tiene su lado m ortal. L a m u erte es la cesura sin la cual la vid a no sería ritm o, la pausa sin la cual no sería m ovim iento, la generalidad u ni­ fo rm e sin la cual no sería m u ltifo rm e peculiaridad. D e m odo sem ejante observa la gram ática con la agudeza de sus ojos m ortíferos e l lado leta l d el lenguaje. Sobre todo lo que h ay de v iv o en él d eja caer las sombras d el sistema, con lo que tanto más luminosa y plásticam ente v u e lv e a resaltar la peculiaridad de lo v iv o . A h o ra bien : ¿tiene, además, algo que hacer la gram ática con la peculiaridad de lo v iv o ? En todo caso, sólo desde esta consideración superior cobra sentido su tarea. Y hasta de ningún m odo podría ejercerla sin ella. ¿Cóm o podría consignar e l desvío de la atención, e l hundim iento del pen ­ sar en e l automatismo de la asociación, el sum ergirse d el h ablar y del oír en los mecanismos de la fon ética y de la acústica, el esfum arse del d iferen cia r y del recordar en la noche de la confusión y d el olvido, si no poseyera como supuestos enteram ente corrientes y consabidos los concep­ tos de la atención, del pensar, d el recordar, en fin , de la activid a d espiritual del len gu aje? L o que ocurre es que y a no se esfuerza uno en in vestiga r lo que presupone y cree ten er seguro. E l gram ático tien e desde luego que ocuparse de las m anifestaciones d el auto­ m atism o y mecanism o psíquicos y físicos, no de la a ctiv i­ dad espiritu al supuesta. P e ro como él d eriva aquellas m a­ nifestaciones, de esta actividad, viéndolas hundirse en ella, lo que propiam ente le interesa no es n i la en ergía espiritual

como tal, ni el mecanism o como tal, sino e l continuo anu­ darse de lo uno en lo otro, va le decir, e l camino que lle v a desde el punto de partida al de llegada, e l m ovim iento, la perpetua dirección de m ovim iento que conduce desde el dom inio de la en ergía espiritual hasta lo hondo de la m e­ cánica natural. É l qu iere v e r cómo las form as del hablar van rodando por la cuesta de lo hablado, hasta dorm irse en e l sistema. L e gusta contem plar cómo, a l deslizarse por la pendiente gen era l que v a de la lib erta d a la sujeción, cada form a idiom ática se conduce siem pre de modo distin­ to, disgregándose y agregándose a otro estado form al. El espectáculo siem pre cam biante de este patinaje es, dentro de una total u niform idad en lo general, de la m a yor v a ­ riedad im aginable en lo particular. Pues siem pre llegan nuevos huéspedes, quién sabe de qué reino de la luz, y van resbalando y sumiéndose en la existencia tenebrosa del sistema. Come d’antunno si levan le foglie L ’una appresso dell’altra, infin che il ramo Rende alia térra tutte le sue spoglie: Similimente il mal seme d’Adamo Gittansi di quel lito, ad una ad una, Per cenni, come augel per suo richiamo. Cosi sen vanno su per l’onda bruna. Ed avanti che sien di la discese, Anche di qua nuova schiera s’aduna. Inferno, I I I . A s í es que hasta la gram ática tiene su encanto, su senti­ m iento poético, que unos podrán encontrar desolador, otros divertido. E l descenso de la palabra v iv a al reino de tinieblas del sistema gram atical es un mom ento necesario en la fen o ­ m enología del espíritu. Y a este mom ento, como a todos los demás d el espíritu, le corresponde una parte o un aspecto del acaecer histórico. Cada una de las form as id io máticas o de significación que se gram aticaliza, que se con­ tam ina, que se diferencia, tiene su destino y su historia justam ente en la m anera como eso sucede. E l gram ático

nos enseña el sino que toda palabra tien e que alcanzar, a la corta o a la larga. P o r eso es en cierto sentido un h istoriador de las palabras; pero un historiador a medias, pues ha elim inado los conceptos de libertad, de azar, de fin alidad, etc. Em pieza por no ten er n i m étodo histórico ni un tem a propiam ente histórico. N o le es lícito n i valorar, ni seleccionar, n i criticar su tema, que son las form as id io máticas; antes bien, tiene, que aceptar la fundam ental eq u i­ va len cia de todas ellas. N o se le consiente hacer histórico su m étodo, sino que debe más bien proceder como estricto naturalista, v a le decir, debe sacar las form as idiom áticas del ám bito concreto del hablar, aislándolas y sistem atizán­ dolas. Con todo, esta obligación de no hacer preferencias entre las palabras y de aislarlas tien e sus lím ites. Cesa siem pre en e l punto en que com ienza otra comunidad lingüística. E n tre las leyes fonéticas y las analogías de la comunidad lingüística alem ana y las de la francesa puede h aber mucho de común desde e l punto de vista de la fonética y de la psicología; pero desde e l de la gram ática absolutam ente nada, y a sea que sólo se sospechen, y a sea que se dem ues­ tren las conexiones históricas que unen esas comunidades. U na gram ática com parada sólo se puede e r ig ir sobre los fundam entos de esas conexiones históricas, sean sospecha­ das o probadas. L a gram ática es com parativa únicam ente en cuanto es histórica. U na com paración de varios grupos lingüísticos, m eram ente gram atical, desentendida de p ro ­ blem as históricos, es puro jugueteo. Los conceptos de la gram ática no son de por sí capaces de decidir dónde acaba un grupo o comunidad lin gü ística y dónde em pieza otra. Pues los conceptos de “ grupo lin gü ístico” , “ comunidad lin ­ güística” , son creaciones histórico-sociales. A s í es como la gram ática recibe la m ateria que ha de tra b a ja r: señalada por la h istoria lingüística. Y a la histo­ ria lin gü ística tien e que d evolvérsela en seguida. Apen as se ha establecido en ta l o cual comunidad lin gü ística la presencia de la analogía, de la gram aticalización, etc., surge e l problem a de cuánto tiem po ha estado en uso esta o

iii|iicll;i analogía, para dilucidar si se extien d e por toda la i nmunidad o sólo p or una comarca de extensión d eterm in.ilih', o si únicam ente alcanza a un grupo de personas M>rialmente lim itado. A q u í com ienza el trabajo de la esin lislica , de la geografía, de la sociología, que ya no tien e Mué v e r nada con la gram ática pura. Y como conclusión :;i* pregunta uno: ¿por qué se han cum plido las llam adas analogías, etc., tan rápidam ente, tan lentam ente, en tal extensión geográfica, con tal profundidad social? Y con esto ha penetrado hasta lo hondo en la condicionalidad histó rico-cultural y se trabaja con conceptos lingüísticos históHco-culturales como barbarism o, préstamo, cultismo, argot, norm a idiom ática, escuela, calcos, gusto lingüístico, y tantos otros. Es más: e l poder expansivo de estos conceptos y p ro ­ blemas históricos es de ta l naturaleza que abraza hasta los conceptos fundam entales d el gram ático, los de cambio f o ­ nético, analogía, etc., transform ándolos en conceptos histó­ ricos. Pues y a no se tom an en sí y por sí los procesos pen ­ sados con esos conceptos; ahora cada uno ha de ser devuelto al espacio, al tiem po, a la sociedad, de que e l gram ático los había desligado. E l aislam iento queda anulado y la cone­ x ión con el m om ento idiom ático restablecida. Sólo que y a no se trata de aquella prim era conexión. Un trabajo autorizado y necesario como el de la gram ática no puede borrarse sin d eja r rastro. L a conexión p rim itiva era la ocasionalm ente dada en cada acto concreto de hablar. L a nueva es la ordenada, razonada y.con stru id a de la h is­ toria lingüística. Es la conexión de las form as idiom áticas con la particu laridad espiritual y la cultura tota l del pueblo. Con esto queda superada la amputación del len gu aje de toda actividad espiritu al y de toda individu alidad, de que hemos Ilabiado al principio. Pues en la historia de la lengua y a no aparece e l h ablar como un hacer palabras ajeno a su va lo r y a su sentido, sino como la expresión característica de una peculiaridad espiritu al y como e l instrum ento adecuado para la creación y participación de va lores espirituales. Desde e l punto de vista histórico-cultural, la lengu a se r e ­

laciona con dos especies de valores. Como expresión tom a parte en las actividades estéticas, y como instrum ento en todas las demás actividades espirituales. Como expresión abre cam ino a todos los presentim ientos, anhelos y ten den ­ cias del espíritu. Com o instrumento, arrastra consigo todas las experiencias y adquisiciones. D e precursor o sucesor, el len gu aje se ha hecho iniciador y depositario, y como tal ya no está ni delan te ni detrás d el espíritu, sino siem pre junto a él, en él, idéntico con él. A s í es como nuestros seis conceptos gram aticales han su­ frid o una transform ación fundam ental. Y lo que les ha sucedido no es em brujam iento ni desnaturalización. N o se ha hecho más que llenarlos de v id a histórica e inscribirlos en el pensar histórico. A h ora y a no existe la analogía como pareja y contrafigu ra m ecánica de las otras categorías, sino que no h ay otra cosa que la h istoria com pleja de este o aquel proceso analógico com pletam ente especial, el cual está en tretejid o de modo peculiar con otros procesos analó­ gicos, contam inatorios, etc. A s í el corazón, considerado en sí y por sí, como aislada construcción d el físico, representa una bom ba im pelen te regulada. P e ro piénseselo llen o de sangre humana y escondido en un cuerpo de h o m b r e ... y entonces es la pulsación y e l ritm o de nuestra vida. Y nuestras seis bombas gram aticales no son com prendidas re c­ tam ente y llevadas a su plena significación hasta que se las llen a de realid ad lingüístico-histórica, inscribiéndolas en e l pensam iento lin gü ístico-histórico e interpretando su trabajo como la pulsación o el ritm o de nuestra v id a idiom ática. L a gram ática introduce en los fenóm enos lingüísticos los conceptos de una regu laridad m ecánica y h alla en esto la confirm ación de todo su sistema, de m odo que podría p a ­ recer que e l len gu aje pertenece exclu sivam ente al reino natural, no al d el espíritu. P e ro este naturalism o sólo sigue subsistiendo para la grandeza bajo la suposición de una espiritualidad que se esfuma, de una actividad espontánea que se mecaniza. N o es una naturaleza psicofisica autodeterm inante y que se baste en sí misma. L a regu laridad de su en gran aje es tan sólo el reverso de una en ergía y

iii'livid a d espirituales realm ente existentes, y no m etafísicami'tito hipostasiadas o cosa por e l estilo. Y así, tam bién los runceptos gram aticales de analogía, etc., son e l reverso de !«»:; conceptos lingüístico-históricos. Poro de esto no resulta para el sistema de la gram ática 11 i el p eligro ni la obligación de disolverse en el pensam iento histórico, como e l azúcar en el agua. P o r e l contrario, sólo c‘l pensamiento histórico presta a este sistema su firm eza y claridad, así como el proceso de cristalización necesita de una flu id ez circundante. D e hecho, sólo dentro de la his­ toria lingüística puede form arse un sistema de la gram ática de dureza y transparencia cristalina. U na gram ática que se m antenga ajena a conceptos históricos como comunidad lingüística, evolu ción lingüística, m ezcla lingüística, etc., no puede ser n i pensada sistem áticam ente ni hablada en la realidad. •Verdad que otra v e z h ay ahora filó so fos del len gu a je que reclam an una gram ática independiente, general, pura, especulativa y universal, una gram ática de las gramáticas. Esos neoplatónicos y neoescolásticos sacarán sin duda tanto provecho de m is consideraciones como yo de las suyas.

LA VIDA Y EL LENGUAJE

GUÍ A Cálido análisis, llen o de sim patía, del concepto de le n ­ guaje en Charles B ally. F ilia c ió n : Sciussure, Bergson, M e il­ let. A specto p o lé m ico : e l lenguaje n o es cosa in te lectu a l, ni lógica, n i consciente, n i v o lu n ta ria ; ta m p oco es un organis­ m o natural, com o un anim al o tina planta. E l lenguaje es fu n ció n de la vida ín te g ra , que nunca es m era razón, sino sen tim iento, em oción , acción. A la vez es in stru m en to y p rod u cto de esos intereses vitales. B a lly reclam a u n estudio del lenguaje com o fu n ció n , com o sistema que funciona, des­ cartando toda historia. A h o ra bien: p o r razones de m étodo podem os p rescin dir de la ev olu ción e historia del lenguaje, pero nadie la ign ora. ¿ Y es com p a tib le esta realidad histórica con el concepto de función como esencial en el lenguaje? S i lo esencial del len ­ guaje es ser función (in s tru m e n to y p ro d u c to ) de la vida, entonces no puede te n e r progreso p ro p io ; a lo más, acom ­ pañará al progreso de la vida. P e ro el lenguaje tiene p r o ­ greso p rop io , p orq u e no es m era fu n c ió n sino ta m b ién a c ti­ vidad consciente y autónom a, e je rcic io y obra del espíritu. E l lenguaje com o fu n ció n es un abstractum vaciado de vida. Pa ra infundírsela, hay que pensar esa fu n c ió n com o acción y no com o suceso, en érgeia y no ergon, y, p o r c ie rto , cons­ cien te y perspicaz. ¡B ie n lo sabe B a lly , el a u tor del fa m o ­ sísim o T ra ité de stylistiqu e francaise! L o concreto, el ob je to m ism o real, es la unidad orig in a ria de poesía y lenguaje. I ’ero B a lly se niega a hacer de este con o cim ien to la base de ■uva ciencia exacta, p orq u e para él exacto es sólo el concep­ to edición, pág. 18: “ Hallazgo singular; si los gramáticos anteriores a 1800 hubieran estudiado el lenguaje sin pistas utilitarias, con principios pura­ mente científicos, nos hubieran legado una teoría de los estados «lo lengua que la lingüística actual, absorbida en el estudio de Inri cambios, apenas comienza a entrever” .] 2 [Véase 2-í edición, págs. 29-33, 81-8S y 193-194.]

gu aje como evolución. A m i parecer, aquí es donde se ponen de m an ifiesto los titubeos y la ferm en tación que hay en las ideas fundam entales de la lin gü ística actual. Estamos en una encrucijada. Si e l len gu a je v a le en p rim er térm ino o ^exclusivamente como f unción v ita l — psíquica y natural-— del espíritu, entonces no puede tener historia ni evolución propias, no puede hacer “ progreso” alguno: a lo más pu ede, acompañar con la perpetua u niform idad de su sistema fu n ­ cional los progresos de la vida, que desde lu ego no son los "suyos. P ero si tien e historia y evolu ción prom as y si hay "un progreso dentro d el len gu aje mismo, entonces tien e que "ser &lgo'"TV¡&ü q u e 1uiLli'U""fUnción” tien e que ser actividad consciente y autonom a o e jercicio v actuación del espíritu. ~ Una ve z que B a lly ha hecho d el concepto del len gu aje como función la base de su teoría, en rig o r y a no puede n i debe h alla r n i e x ig ir progreso n i evolu ción en e l len ­ guaje. Y de hecho, tampoco h alla nada de eso. P ero en las últimas páginas 1 d el sutil lib rito se v a haciendo cada ve z más palpable con qué gusto qu isiera é l ten er algo sem e­ ja n te y cómo lo desea para tran qu ilidad propia. Y como no lo puede hallar, hace responsable de ello a la tosquedad y desmaña de nuestros m étodos científicos. “ N o tre intention était raons de n ier le progrés lin gu istique que de p rou ver l ’insuffisance de nos m étodes” 2. P ero ¿cóm o iban los métodos a poder encontrar una cosa que desde e l principio se ha dado por excluida? ¿Cóm o nos iba a proporcionar el espíritu ló gico de la ciencia una visión de las cosas que nosotros mismos le hemos arrebatado per abstractionem ? P o rq u e e l len gu aje como función es un abstractum , un concepto vaciado que nunca podrá concebir e l progreso n i la vida, y que tam poco adqu iere más plenitud y m ovilid a d con p on erle al lado lo más henchido y v iv a z que hay, e l 1 [Págs. 88-93 de la 2?• edición.] 2 [En la 2^ edic., pág. 88: “ Notre intention n’était pas de nier le progrés linguistique, mais de prouver l ’insuffisanee de nos méthodes” .]

concepto de la vid a misma. E l concepto de la vid a arrastra tras sí el de su función como su propio cadáver. P a ra resu­ citar este cadáver y hacerlo capaz de progreso, h a y que in fu n d irle la vida, h ay que pensar esa función como acción y no como suceso, como enérgeia y no como erg on ; no como acción y en ergía ciegas, sino como actividad consciente y perspicaz. Y en realid ad ¿no es e l h ablar un ejercicio y obra del espíritu, una ocupación que se aprende, se ejercita, se afin a y se elev a p o r últim o hasta e l arte gen ia l del poeta? E videntem en te B a lly no ha desconocido esta verdad tan patente. P o r el contrario, este hom bre de tan fin o gusto, tan artísticam ente dotado, este autor de un fam osísim o T ra ité de stylistiqu e frangaise ha visto e l genio poético, im a ­ gin ativo, afectivo, lírico, subjetivo, adivinador, — ese genio que arraiga en toda lengua, aun en las frases y modismos cotidianos más modestos, y que hasta aparece en e l estilo cien tífico— mucho m e jo r y mucho más solícitam ente que la m ayoría de los lingüistas. P ero B a lly ten dría por anticien­ tífic o y por “ un erro r fa ta l” e l que d el conocim iento sim ple y profundo de la unidad origin aria de poesía y len gu aje se quisiera hacer la base de una ciencia exacta. Pues para él, exacto sólo puede ser el concepto del len gu aje como función y sistema, en lo cual bien se le puede dar la razón. P a ra m í ta l exactitu d es lo añadido y secundario, no los cimientos sino el cim borrio e l edificio. S i B a lly se anim ara y pusiera cabeza abajo su ideario, ¿no se trocaría acaso lo que en él se presenta ahora como conclusión — esa tím ida fe y ese nostálgico anhelo hacia el v a lo r propio y hacia la capacidad evo lu tiva del len gu aje— , no se trocaría en una suposición evidente, en un porsupuesto “ sin supuestos” , en un dato palpable? ■ Entonces quizá quedara tam bién claro que la historia de la poesía y de la litera tu ra no narra, en el fondo, otra cosa qu e las conquistas y los avances d el h ablar espiritual, así como la historia de la pintura nos in form a de los avances del v e r espiritual, y la de la música de los d el oír espiritual. ¿O es que vam os a ten er las artes por capricho académico

y por ju ego ocioso donde no cuenta para nada el conoci­ m iento in tu itivo del mundo? P ero si trastrocáram os e l curso de sus ideas, aquella p re­ suposición de que parte B a lly y que está m uy lejos de carecer de supuestos, a saber, la concepción naturalista del len gu aje como fu n ció n , aparecería a su autor como lo pos­ terio r y lo derivado, y p or consiguiente como tanto más exacto. N o necesitaría n i abandonar ni em pequeñecer su teoría de la función v ita l y de sus sistemas. Es más; sólo entonces podría con toda tran qu ilidad y derecho, al exponer cada sistema lingüístico en particular, hacer caso omiso de la historia de cada lengua y de sus relaciones con la lit e ­ ratu ra y con la vid a cu ltu ra l. Y a no necesitaría, como ahora se im pone, apartarse de esto con violen tos esfuerzos y cerrar los ojos a ello, pues entonces ten dría tras de sí la vid a u nitaria y concreta, en que naturaleza y cultura son tod avía una misma cosa; la recorrería conociéndola y reco ­ nociéndola y podría consagrarse confiadam ente a las abs­ tracciones d el gram ático y, en buena hora, hasta a las del biólogo y d el sociólogo. 'Sin perju icio para e l conocim iento, sólo nos es dado hacer abstracción de aquellas cosas cuyo va lo r y significación fundam ental y a se ha explorado y com prendido previam en te. T od o e l mundo sabe cómo la m ayoría de los lingüistas tradicionales hacen abstracción de la cultura y de la poesía de los pueblos y, sin haberlas com prendido lo más m ínim o, se apresuran a escribir su gram ática o su diccionario con exactitu d “ cien tífica” . ,Y a es tam bién conocida la deform ación profesional que suele atacar al espíritu de estos abstraídos y celosos servidores de la ciencia. P o d ría parecer jactancioso y ridícu lo que nosotros in si­ nuáramos a un autor tan r e fle x iv o como B a lly que dé vu elta a su ideología, poniéndola cabeza abajo. P ero lo cierto es que su m ism a id eología — tan pronto arrastrando como cediendo— tien de a sem ejante trastrueque. N o se trata, pues, de insinuarle nada, sino que nos lisonjeam os de poder presu m ir en qué dirección han de h allar solución natural

I" f',i .miles problem as con que B a lly lucha. Pues ahí e s tá ¡i.twi mi el encanto de su libro, y por eso me parece ser un nUmiii ilc los tiem pos e l que, partiendo de métodos n a tu ra li I i y abstractos y de un modo biológico y sociológico de l r, se acabe en e l anhelo de una visión in tu itiva y l iluMifica y en la volu ntad de com prender la vida del le n MKijo, intacta y tod avía “ no pu rificada” por ningún a is la in i'n to n i abstracción. P e ro e l buen camino, el que d esd e luego es e l más d ifíc il de recorrer porque es el más sim ple* I leva de lo concreto a lo abstracto, del lenguaje como c r e a ­ ción genial al len gu aje como sistema, del lenguaje com o v a lo r autónomo y como fin propio al lenguaje como in stru ­ mento, de su ser uno con la v id a a su funcionar p ara l a vida, de su d even ir y de su historia a su ser y naturaleza, de su actividad consciente a su automatismo y mecanismo, d el com prender endopática e interpretativamente su p r o ­ ceso a determ in ar explicativam en te su persistencia y sus leyes, de su labor de crear, de buscar y de hallar al ju e g o de sus categorías psieológico-gram aticales.

[ N ota . Vossler comenta la primera edición de Le langage et la vie. En la segunda, Bally introdujo importantes restricciones y salvedades en este aspecto. K arl Jaberg, en su artículo Sprache uncí Leben (Revue de Linguistique Romane, II, págs. 1-15), ya llamó la atención sobre ello. No hemos podido ver la primera edición. Pero nos parece útil informar en cada punto^ de cuál es el pensamiento de Bally tal como aparece en la edición de 192S. E l lenguaje no es algo racional ni lógico. — No lo es esencial­ mente. Véase, sobre todo, el capítulo L ’intelligeim et la languc(págs.^ 33-37). Claro que hay en el lenguaje inteligencia, orga­ nización; pero e3 sólo medio, no fin en sí. “ El lengnaje no está regido por el intelecto, sino que lo hace servir a sus fines y sabo prescindir de él cuando es preciso” (pág. 27). N o es consciente ni voluntario. — Ahora restringe Bally: “ E l funcionamiento del lenguaje es en gran parte inconsciente. Sin duda no hay que exagerar este carácter, y yo muestro en otro lugar (pág. 183 y sigs.) la importancia de los cambios reflexi­ vos” (pág. 36). “ La evolución de la lengua se hace, en gran, parte, inconsciente y colectivamente” (pág. 59). Y aun añade: “ La teoría de la absoluta inconsciencia de las innovaciones^ lin­ güísticas ha pasado ya” (pág. 188), etc. La lingüística histórica cree demasiado en lo inconsciente de la evolución lingüística; estudíese el funcionamiento de las lenguas y se “ verá por el con­ trario, que el elemento «artificia l», esto es, la conciencia, tiene

cu las lenguas un papel real, aunque variable según el estado social. Y a Antoine Meillet ha recalcado fuertemente en algunos rasgos el papel de la voluntad en los cambios lingüísticos” (pá­ gina 187). N o es un ser natural n i un organismo vivo “ que existe de por si y vive su propia vida” , metáfora darwiniana que ha despistado a muchos lingüistas. “ La lengua no existe más que en los cere­ bros de quienes la hablan, y son las leyes del espíritu humano y de la sociedad las que explican los hechos lingüísticos” (pág. 17). Aparte de esto, Bally sigue fiel al principio saussuriano de no tomar como base del tratamiento científico del lenguaje más que el “ sistema” , que él trata de vivificar explicándolo como función de la vida.]

FORMAS GRAMATICALES Y PSICOLÓGICAS DEL LENGUAJE

en las lenguas un papel real, aunque variable según el estado social. Y a Antoine Meillet ha recalcado fuertemente en algunos rasgos el papel de la voluntad en los cambios lingüísticos” (pá­ gina 187). N o es un ser natural ni un organismo vivo “ que existe de por si y vive su propia vida” , metáfora darwiniana que ha despistado a muchos lingüistas. “ La lengua no existe más que en los cere­ bros de quienes la hablan, y son las leyes del espíritu humano y de la sociedad las que explican los hechos lingüísticos” (pág. 17). Aparte de esto, Bally sigue fiel al principio saussuriano de no tomar como base del tratamiento científico del lenguaje más que el “ sistema” , que él trata de vivificar explicándolo como función de la vida.]

FORMAS GRAMATICALES Y PSICOLÓGICAS DEL LENGUAJE

E n e l habla, la a rticu la ción gra m a tica l unas veces con ­ cuerda y otras no con la a rticu la ción p sicológica del pensa­ m iento. E n cada caso, bajo las categorías gram aticales — f o r ­ males— laten las psicológicas. Y los desajustes son más frecu en tes de lo que se supone. D e todas maneras, los su je­ tos, predicados, géneros, etc. psicológicos se in fie re n de los eja.matica.les y las categorías gram aticales de la lengua rea l e histórica que hablam os n o sólo p e rm ite n a l oyente o le cto r in fe rir las categorías psicológicas, sino que condicio­ nen ta m bién su p rod u cció n en el hablante. L a oposición de estos dos conceptos ■—-“ categorías gram aticales” y “ catego­ rías psicológicas” — ,se reduce a la de los conceptos lin g ü ís I ic o -filo s ó fic o s de “ fo rm a ” y “ sign ifica ción ” . “ L a categoría psicológica no abraza un re p e rto rio de f o r ­ mas idiom áticas realizadas, cum plidas, s i n o s ó l o e s p arables; y siem pre que se la m enciona, entiéndese I ni jo ella aquella fo rm a que — aparezca o no de hecho— ¡u't'ía de esperar si el hablante, en vez de som eterse a la gra­ m ática de va lid ez general en su ¡comunidad lingüística, turnara p o r pauta otra gram ática, in d ivid u a l, elaborada o im provisada p o r é l m ism o y resultante ta n to de su singular sil nación aním ica y de su “ m en ta r” , com o del caudal de form as recib id o de la lengua m aterna I posibles desajustes en tre am bos órdenes de categorías :.i- clasifican en cuatro tipos fundam entales: p o r im p ericia (/»iiiiKttical del hablan te; p o r vacilació?i in tern a de su p e n -

sur; p orq u e la fo rm a g ram atical sólo es responsable del uso id iom á tico de la com unidad y n o de originalidades in d iv i­ duales; p orq u e el id iom a está todavía en em brión , p oco fija d o. E n suma: in su ficien cia p sicológica o insu ficien cia gram atical. P e ro cabe ta m b ién una concepción op tim ista , ju n to a esta pesim ista, de tales desajustes. C on el e je m p lo de C e llin i, V ossler prueba que “ lo que id iom á tica m en te es un sacar de c a rril puede con d u cir a valores a rtísticos siem pre que sea u n rasgo o rig in a l” . E l a u to r e je m p lific a con las a rticu la ­ ciones fonéticas, con el r itm o de la lengua, con la m étrica , con la m elod ía verb a l, con la sem ántica y hasta con la escritura. E n cada caso, la concep ción pesim ista u optim ista de los desajustes gra m á tico-p s ico ló g icos se im p on e según se vea com o m a lo g ro de la con ven ción gra m a tica l o como triu n fo de la orig in a lid a d espiritual. Se com p ren d e fá cilm e n te la im p orta n cia p rim o rd ia l que el estudio té cn ico y sistem ático de estos desajustes tien e en la nueva ciencia de los estilos.

N ota . — Hemos traducido meinen, die Meinung y das Gemeint respectivamente por “ mentar” , “ mención” y lo “ mentado” , apo­ yándonos en el uso autorizado de la Biblioteca de la Revista de Occidente, en los casos en que es clara la intención de Vossler de dar a la palabra un sentido técnico, esto es, científicamente convencional, distinto de pensar (denken). Por lo demás, es evidente que el sentido técnico que Vossler da a meinen, aparte su menor rigor teorético, es otro que el de Husserl. Éste ve como aspectos esenciales de toda expresión idiomática, la notificación, la significación y el objeto. En el terreno de la descripción empírico-psicológica, “ mentar” y “ significar” son equivalentes: señalar, apuntar intencionalmen'te hacia el objeto. Lo “ mentado” no es más que el objeto intencional. (L a significación de una palabra, no como acto psíquico de significar, sino como esencia lógica, se basa en esta referencia al objeto y en el modo especial de la referencia.) Para Vossler, en cambio, lo “ mentado” , o, como él gusta de decir, lo “ psíquicamente mentado” es — si no erramos— el complejo de experiencias psíquicas presentes en el acto de la palabra, lo cual se aproxima bastante a lo que Husserl llama notificación (Kundgabe), que comprende no sólo los actos de dar sentido, sino además “ todos los actos del que habla que,

basándose en el discurso, puede el oyente suponer en el que ha­ bla” (Investigaciones lógicas, t. II, 7). El lógico Husserl y el estético Vossler emplean, pues, la mis­ ma terminología técnica diferentemente convencionalizada. Para Husserl lo mentado es aquello de que la palabra es signo; para Vossler, especialmente aquello de que la palabra es indicio. Y n ambos casos la terminología está igualmente justificada, por­ que tanto para Husserl como para Vossler lo mentado es el contenido espiritual último y esencial que constituye su campo (diferente) de investigación. Esta diferencia del blanco elegido •— Husserl y Vossler, aquí momentáneamente unidos, son los dos .sabios que en la filosofía del lenguaje están animados por los intereses más opuestos — hace invertir la jerarquía relativa de algunos hechos: se comprende la preponderancia del signo (ele­ mento signifieador) para el lógico; el investigador de estilos, en cambio, antepone el indicio (elemento de notificación). A . A . y R. L .

F O R M A S G R A M A T IC A L E S Y P S IC O L Ó G IC A S DEL LENG UAJE

Es corriente o ír en boca de los lingüistas la frase de H u m boldt según la cual el idiom a no es e” pyov sino E ’ v e p y s ' . a M enos corriente es lle v a r la a la realidad: considerar y com ­ prender, de hecho, la lengua como una en ergía viva , y no v e r en ella algo concluso, ni un objeto en que van suce'diéndose los cambios como si obedecieran a un destino. N o es necesario insistir en que esa fu erza v iv a tien e sus direcciones y sus lím ites propios y en que es, por esencia, cosa de naturaleza espiritual. H a y en todo hablante un es­ fu erzo psíquico, un “ m entar” algo,; y todo oyente o lector que reconoce lo que el hablante “ m ienta” , com prende su lengua? Las palabras que nada “ m ientan” son simples ruidos. En e l “ m entar” está el va lo r espiritual d el habla. Todo lo cual no im plica necesariam ente que este “ m entar” h aya de ser racional o intelectu alm ente com prensible. Se puede verb a l y psicológicam ente, “ m entar” un puro disparate: [Abejón del abejón, muerto lo llevan en un serón. El serón era de paja; muerto lo llevan en una caja.

L a caja era de pino; muerto lo llevan en un pepino. El pepino era de mocato; muerto lo llevan en un zapato. Etc.]

K

L o “ m entado” en estos versos es un ju gu eteo que toda alm a fran ca de niño es capaz de asir, pero que choca al hom bre “ razonable” , fa lto de espontaneidad. En buena parte, los errores de com prensión de lo psicológicam ente “ m entado” se explican por esa ausencia de espontaneidad: p or la tendencia a buscar obstinadam ente razones, en un terren o en que únicam ente rigen impulsos anímicos. Se trata de razonar lo que sólo se tien e que in terpretar, y de conti­ nuo se explican las palabras diversam ente de como las pensó el hablante. N o sólo cuando m edia intención hostil se hablan y entienden los hom bres torcidam ente: suelen tam bién h a­ cerlo con la m e jo r voluntad. Libros hay, nada oscuros por cierto, sino de estilo diáfano, agudo y sumamente com uni­ cativo y sugestivo, que no pueden sin em bargo librarse de interpretaciones erróneas. E jem plo ilu stre de esta especie es el P rín c ip e de M aqu iavelo, exhibido por unos como p e r­ niciosa glorifica ción de la tiranía, p or otros como velada sátira contra ella, cuando en realidad ni es sátira n i es glorificación . L o que el caso del P rín c ip e ofrece en gran escala, puede ocu rrir tam bién en la form a más baladí del len gu aje humano. L a singularidad psicológica de la frasecilla más pequeña corre siem pre e l riesgo de ser entendida eq u i­ vocadam ente, porque nos inclinam os a colocarla en una horm a acabada y conocida, en vez de dejarnos guiar por el peculiar im pulso que ha determ inado su creación. N os ha1 [Canto popular de Sant/ Domingo, recogido por Pedro Hen~ ríquez Ureña y citado en La versificación irregular en la poesía castellana, 2$ edición, Madrid, 1933, pág. 63. El ejemplo que menciona Vossler en el original es el siguiente: Icli sass auf einem Birnenbaum, W ollt’ gelbe Rüben graben, Da kam derselbe Bauersmann, Dcm diese Zwiebeln waren.]

llam os ante una e.VIpysta y perseguim os en cambio un E^pyor, al cual suponemos en necesaria correspondencia con aquélla. Los errores habituales y más evidentes de este tipo se reconocen en lin gü ística como casos de desajuste entre la articulación psicológica y la gram atical. N o hay, pues, ca­ m ino más seguro para com prender erróneam ente lo “ m en­ tado” en una fo rm a cualquiera d el lenguaje, que su e x ­ plicación gram atical. U hland in icia con estas palabras e l prólogo de su H erzog E rn st vo n Schw aben [E l Conde Ernesto de SuabiaJ: E in ernstes S p ie l w ird euch v o rü b e rg h n . . . [V a a desarrollarse ante vosotros una pieza seria]. A l punto vien e e l gram ático a enseñarnos que en esta oración una pieza seria es el sujeto y va a d esarrolla rse. . . es el predicado. Lu ego, echando mano de sus tradicionales hormas de gram ático, com ienza a pregu ntar: ¿Qué cosa v a a desarrollarse ante vosotros? Y responde: Una pieza seria. Éste es, por lo tanto, el sujeto del (v a a ) desarrollarse. Y sin em bargo U hland no lo pensó así. U hland no entra en preguntas n i respuestas: se lim ita a anunciarnos que la representación que aguardam os tien e carácter de obra seria. L o que en el pensar del autor va le como sujeto es “ va a desarrollarse” , de cuya idea es predicado psicológico “ una pieza seria” . N ada m ejor, para persuadirse de ello, que dar al verso de U hland la form a más lógica posible, p or ejem plo la de la prosa francesa: Ce q u i va passer devant vous est une tragédie. S i todos los casos fu eran como éste, si el sujeto gram a­ tica l coincidiera siem pre con e l predicado psicológico y vi-: ceversa, la tarea sería m u y sim ple. P ero a menudo la e x ­ plicación gram atical concuerda puntualm ente con el s ig n ifi­ cado psicológico, y a veces ocurre lo contrario. N o hay m anera de calcular la relación entre uno y otro térm ino. Por eso mismo querem os hacerla objeto de esta in ves­ tigación. “ L a categoría gram atical es en cierto modo una p e tr ifii ;¡ci('m de la psicológica. Está ligada a una firm e tradición.

En cam bio la psicológica nunca d eja de ser algo libre, v i ­ talm en te activo, susceptible de plasm arse en form a va ría y cambiante, de acuerdo con la m entalidad de cada in d iv i­ duo” , dice H erm ann P a u l en sus P rin z ip ie n der S p ra ch geschichte 1. P a u l ha mostrado asimismo cómo las más d i­ versas significaciones m entales pueden ocultarse bajo una m ism a estructura gram atical. Veam os algunos de sus e je m ­ plos. A n te frases de construcción elem en tal como [tra d u ttore tra d ito re ] 2, acostumbramos a considerar que e l sujeto está representado por el prim er nom bre y el predicado por el segundo, v a le decir: el traductor es un traidor. Id éntica Apariencia tienen frases como ein M a n n ein W o rt o bon capitaine bon soldat, las cuales tienen, sin em bargo, un sen­ tido totalm ente diverso. U n hom be (M a n n ) no es una pala­ bra (W o r t ), sino que, una v e z em peñada su palabra, debe responder de ella y m antenerla. E l buen capitán no es un buen soldado, pero, si e l capitán es bueno, tam bién el sol­ dado lo será o debe serlo. N ingu no de ambos casos o frece y a una relación declarativa, p red ica tiva : en e l prim ero hay una relación desiderativa; en e l otro, una relación condi­ cional 3. En esta plu ralidad de significaciones psíquicas conteni­ das en una m ism a fo rm a gram atical se basan no sólo in fi­ nidad de equívocos, sino, además, toda especie de chistes y juegos verbales. A s í como h ay chistes y juegos de p ala­ 1 [Principios de lingüística histórica], Halle, 1920, § 180. 2 [En el original: Ehestand Wehestand (matrimonio: sufri­ miento).] 3 [Véase esta oposición con ejemplos españoles: madrastra, madre áspera y abril, aguas m il; hombre porfiado, necio consu­ mado y arroyo pasado, santo olvidado o noches alegres, mañanas tristes; juegos de manos, juegos de villanos y año de nieves, año de bienes; etc. En cada uno de los grupos, el primer refrán contiene la misma categoría psicológica que traduttore traditore o Ehestand Wehestand, vale decir, A es B; pero los refranes que damos en segundo término, coincidiendo enteramente con los primeros en la estructura gramatical, denuncian otras catego­ rías psicológicas que pueden ser muy variadas aunque en su base hay siempre una idea de correspondencia entre sus dos miembros.]

bras, los hay tam bién de construcción oracional. Es lo que acaece, por ejem plo, cuando se hace deslizar una “ m en ­ ción” positiva en una form a gram atical n ega tiva o dubita­ tiva , como al decir: “ N o es tonto el m ozo” , para celebrar a alguien por su viveza , o al pregu ntar: “ ¿Qué anda usted buscando por aquí?” , para a leja r a un im portuno. E l efecto retórico de tales giros reside, claro está, en que nuestro sentim iento d el len gu aje espera como habitual o r e ­ gu lar la coincidencia de la form a gram atical con lo “ m en­ tado” psicológicam ente, y en esos casos la defraudación de la espera nos provoca de algún modo una excitación. Si la coincidencia de ambos térm inos no fuese lo norm al, ¿podría su disparidad afectarnos como irónica, patética, cómica, etc., según las circunstancias en que se m anifiesta? P ero quizá la coincidencia no es tan frecu en te como supo­ nemos. Quizá sea una exigen cia nuestra, pero rara v e z — o nunca— una realidad. N o vam os ahora a ponernos a decidir si al h ablar aquí de reg la lo hacemos en el sentido de hecho frecu en te o de norm a natural o de ideal lejano. Sem ejante cuestión, cuando se atiende a las relaciones sintácticas, no puede tratarse sino de m odo im perfecto. Es que, no sólo en este caso, sino en todos — en fonética, m orfología, le x ic o ­ lo g ía y semántica, y hasta en m étrica, rítm ica y arm onía— laten bajo las categorías gram aticales, es decir, form ales, las otras: las psicológicas. En una parte ambas categorías p a ­ recen superponerse ajustadam ente; pero en otra vu elven a desconectarse. D ejem os, pues, de lado la cuestión de la esencia o del principio básico de tal coincidencia, y esfor­ cémonos en aclarar el concepto de categoría psicológica. Es tan d ifíc il deteterm in ar con rig o r una categoría psico­ lógica como prescribir al espíritu un determ inado “ m en­ ta r” . Éste se im pone al sujeto, quiéralo o no, sea o no lícito. E l hablante está poseído de la “ m ención” que expresa, y el oyen te sólo puede in fe rir las categorías psicológicas que corresponden a esa “ m ención” , una v e z que la ha captado, transcrito en su propia m ente y entendido. ¿ Y cuál es el punto de arranque de la inferencia? En p rim er lu gar, la

gram ática de la lengua en que la “ m ención” se ha e x p re ­ sado, lo s'su jeto s, predicados, géneros, etc. p s i c o l ó g i ­ cos se in fiere n de los gramaticales; y no por cierto de los de una gram ática unitaria y universal, sino precisam ente de las categorías h istórico-gram aticales en que el parlante mismo se m ueve. P o r haberse desconocido este n exo histórico de la relación entre categorías psicológicas y gram aticales, hubo quien se esforzó en descubrir reglas o signos u niversalm ente válidos para la determ inación de las categorías psicológicas: esfuerzos tan aleccionantes como inútiles, que no podem os menos de exp on er y refu ta r b r e v e ­ mente. D ice G eorg von der G abelen tz en sus Id een zu ein er v e r gleichenden S y n ta x 1: “ L la m o su jeto p sicológico a aquello en que quiero hacer pensar en m i oyente, y predicado psico­ lóg ico a lo que quiero que m i oyen te piense d el s u je t o ... Considero que la colocación natural de esos dos elem entos psicológicos fundam entales de la oración es: prim ero e l sujeto, lu ego e l predicado. Dicho orden es e l norm al, con respecto a las correspondientes categorías gram aticales, en todas las lenguas que conozco, y creo que en lo que atañe a las categorías psicológicas constituye una le y sin ex cep ­ ciones” . De ese modo, un predicado gram atical que encabece la oración será siem pre el sujeto desde el punto de vista psicológico. H erm ann Paul observa que puede suceder de otro m odo 2. P o r ejem plo, dice Paul, cuando a la observa­ ción de que Fulan o parece un h o m b re in te lig e n te se contes­ ta: ¡U n asno sí que es ése!, la palabra asno, aunque se h alle antepuesta, nunca se v o lv e rá sujeto psicológico; seguirá siendo predicado, tanto psicológica como gram aticalm ente. Mas, por desgracia, Pau l ha intentado descubrir, por su parte, algunas reglas generales sobre la relación entre su je­ to y predicado psicológicos y gram aticales. Sostiene P a u l 1 [Ideas para una sintaxis comparada, en la Zeitschrift fü r Volkerpsychologie, IV (1869), pág. 378 y sigs.] 2 Prinzipien der Spracliyeschichte, § 88.

que en últim a instancia es preciso atenerse a la intensidad d el tono, ya que en la oración aislada el predicado psicoló­ gico es siem pre el elem ento más fu ertem en te acentuado, y esto por ser psíquicam ente el más sign ificativo y de apari­ ción más reciente. P ero ¿existen en realidad oraciones psico­ lógicam ente aisladas? ¿N o se extiende nuestra vid a lin gü ís­ tica, sin interrupción, desde la cuna al ataúd? ¡Si hasta rebasa esos lím ites, para in va d ir la “ an tevida” y la “ tra svida” idiom ática del mundo en que participam os! Adem ás, nadie podrá dem ostrarnos que el elem ento de m ayor signi­ ficación psíquica im p liqu e siem pre algo nuevo que vien e a añadirse a lo ya conocido, así se trate de una oración aislada — v a le decir, separada por una pausa— •, como de una oración conexa con las demás. P od rá ser eso lo norm al en el discurso lógico, esto es, cuando nos proponem os trasm itir a nuestro oyente o lector, con m étodo riguroso y clara con­ ciencia del fin a que apuntamos, algo perfectam ente d efin i­ do. P e ro m uy otra cosa suele acaecer en e l len gu aje cuando es explosión de pasión íntim a, cuando es descarga y lir is ­ mo 1. A s í en los versos de Goethe que P a u l cita: W eg ist alies, was du liebtest, Weg, warum du dich betrübtest, W eg dein Fleiss und deine Ruh. P au l asigna aquí va lo r de sujeto psicológico a w eg, y justam ente h ay en este w eg una elevación de tono que, se­ gún la afirm ación de Paul, corresponde al predicado psico­ lógico. A lg o h ay por aquí que no convence. P a ra rastrear el 1 Contra la regla de Paul, ya ha observado Marty (U eber die Scheidung von grammatisehem, logisehem und psychologischem Subjekt [Distinción entre el sujeto gramatical, lógico y psicoló­ gico ], en el A rchiv fü r systeniatische Philosophie, I I I ) que no todo miembro de la oración que añade un trazo a la imagen total debe ser necesariamente predicado; que por medio de la acen­ tuación no sólo se da realce a palabras, sino también a partes de palabras, a sílabas; y, finalmente, que lo decisivo está siem­ pre en las conexiones psicológicas.

contenido psicológico de esos versos es necesario respetar sus conexiones e in dagar lo que G oethe realm en te “ m entó” : Herz, mein Kerz, va s solí das geben? Was bedránget dich so sehr? Welch ein fremdes neues Leben! Ich erkenne dich nicht melir. W eg ist alies, was du liebtest, W eg, warum du dich betrübtest, W eg dein Fleiss und deine Ruh—• Ach, wie kamst du nur dazu! 1 Goethe, a buen seguro, nada dice de nuevo a su corazón cuando le comunica que lejo s está y a todo lo que fu é objeto de su am or: por lo cual lejos (w e g ) no puede considerarse — y Pau l acierta al creerlo así— como predicado psicológico. P e ro tampoco pudo fu ncionar como tal, en el espíritu de Goethe, todo lo que amaste, etc., ya que esto tam poco es nuevo ni sig n ificativo para su corazón. L a in terpretación de que el estar lejos (w e g sein ) es de lo que se habla, esto es, de la vacied ad d el corazón qu e antaño fu é p len itu d (a lie s ) — amor, afán, cuidado, sosiego— , es, en el fondo, de tanto contrasentido como las anteriores. L o que la form a gram atical d eja v e r tras de sí como contenido es una “ m en ­ ción” psíquica dirigid a hacia algo totalm ente diverso: una explosión en que, sencillam ente, y a no h ay sujeto ni p re ­ dicado alguno. S i se qu isiera analizarla con criterio psicológico-lingüístico, sería m enester buscar las categorías íntim as y elem entales que quedan disponibles: fa cto r sig ­ n ifica tivo y fa cto r form al. L o que G oethe ad vierte y e x p e ­ rim en ta dentro de sí mismo como pleno de significación 1 [Corazón, corazón mío ¿en qué parará esto? ¿Qué es lo que tanto te acosa? i Qué vida tan nueva, tan extraña! Y a ni te reconozco siquiera. Lejos está todo lo que amaste; Lejos todo por cuanto te afanaste; Lejos tu cuidado y tu sosiego. .. ¡ Ay, cómo has llegado a esto! ]

es un estado de ánim o enteram ente nuevo, una vida extraña, jamás antes sentida, violen ta, que e l poeta no puede asir n i precisar sino n egativam en te: negando que ello se re la ­ cione de algún modo con nada de lo que hasta entonces fu é v id a activa y pasiva para él. L o único perceptible al análisis psicológico de la expresión es la pasional representación de a lgo nuevo y extraño, que es en sí inasible y que, por eso, se determ ina, de m odo puram ente fo rm a l y n egativo, como no-conocido ( — ex tra ñ o ) o n o -v ie jo ( — n u e v o ). P a ra el gram ático psicólogo, los tres versos que com ienzan con w eg son un m ero elem ento fo rm a l de los versos que preceden y que constituyen a su v e z el elem ento sign ificativo. L a estructura del idiom a, de tan rica articulación gram atical, vie n e así a aplicarse, encogiéndose, arrugándose, sobre un esqueleto lógico de elem ento sign ificativo y elem ento fo r ­ m al; y e l m anantial que brota d el alm a vien e a agotarse en un esquem a lógico que podría representarse por juicios como hoy ■— no ayer; n u evo — no v ie jo ; extra ñ o — no con ocid o; ¿qué? —- no esto. N o menos frá g iles son todas las demás reglas que p ro ­ pone P a u l: por ejem plo, que e l pronom bre re la tiv o es n or­ m alm ente sujeto psicológico, y e l pronom bre in terro ga tivo predicado o parte d el predicado (§ 198). P o d rá ser eso, en general, lo que ocurre en las interrogaciones in form ativas; p or ejem p lo: ¿quién ha ro to el cántaro?, pregunta suscepti­ b le de descom ponerse así: el que ro m p ió el cántaro (su jeto psicológico) ¿quién es? (predicado p sicoló gico ). P ero en la interrogación conm ovida y oratoria, que carece de dirección precisa y lle v a dentro de sí la respuesta, sem ejante des­ composición carecería de sentido: W er reitet so spát durch Nach und Wind? Es ist der Vater mit seinem Kind x. G oethe no pregunta quién es e l jin ete porque desee a ve1 [¿Quién cabalga tan a deshora, a través del viento y la noche? Es el padre con su pequeño.]

riguarlo. A decir verdad, ni siquiera pregunta cosa alguna, sino que entra a re la ta r una inqu ietante historia en torno a un sujeto — ¿quién?— oscuro todavía, que abarca a padre e hijo. Se podría reem plazar e l q u ién por ése que y supri­ m ir los signos de interrogación, sin falsear por eso la “ m en ­ ción” espiritu al básica. Se habría m utilado entonces cie r­ tam ente la categoría gram atical, pero no la psicológica. En resumen, no h ay señales seguras de especie ex terio r para descubrir las categorías psicológicas, puesto que no h ay gram ática g e n e r a l a que estén subordinadas las gram áticas históricas. P o r la m ism a razón es im posible d e­ lim ita r el núm ero de categorías psicológicas existentes. N o sólo es lícito adm itir los elem entos psicológicos, fo rm a y significación, sujeto y predicado; podem os con igu al d ere­ cho h ablar de número, género, caso psicológicos, y de p r o ­ nom bre, artículo, superlativo, elativo, futuro, etc., psicoló­ gicos. P e ro cuanto se haga en ese sentido dependerá de la gram ática del idiom a en que se procede. P oco ju stifica b le sería hablar de artículo p s i c o l ó g i c o en el latín clásico, que no posee artículo g r a m a t i c a l : sólo podría hacerse con im propiedad o por m etáfora. En cambio, sem ejante categoría puede sernos ú til en francés para ex p lica r ciertas form as idiom áticas que dejan p erp lejo al gram ático p u r o . A sí, en construcciones sintácticas como sa conversa tion ne sentait p o in t son curé de v illa g e y cela sent son v ie u x tem ps, L e o S pitzer ha logrado restrear acertadam ente, detrás del posesivo son, la categoría psico­ lógica del artículo determ inante. Esto ha perm itido a S pitzer lle g a r a una in terpretación del hecho, más satisfactoria que las explicaciones m eram ente gram aticales propuestas por A d o lf T o b le r 1. Con respecto al italiano — lengu a que m anifiesta seña­ lada predilección por e l uso d el ela tivo gram atical: b u o nissim o, asinissimo, vostrissim o, R ossinissim o, etc.— , es S pitzer , Aufsatze, zur romanische Syntax und StiUstik [Kstudios de sintaxis y estilística románicas], Halle, 1918; pág. 5 y sigs.

licito y provechoso adm itir tam bién una categoría p s i ­ c o l ó g i c a del elativo. P o r ejem plo: se nota la virtu d de este ela tivo psicológico en e l sentido que d el idiom a tien e Honvenuto C ellin i cuando escribe: non m i pareva di m e ­ n ta re tanta gagliarda riprensione, o bien: io conosco che /¡ostra E ccellen zia m i ha questa m o lta poca fede, en lugar do ta nto y m olto. L os gram áticos suelen no v e r en estos casos más que una m ecánica asim ilación de las partes in ­ variables de la oración a las variables: lo que llam an atracción. P ero con esto, sólo se capta la m ecánica general d el proceso. Podem os com probar que en e l caso de C ellin i vien e a agregarse algo peculiar, y ciertam ente anímico, exam inando otros ejem plos de atracción: ein schóner d u m m e r K e r l, ein ganzes m iserables R o s s 1, que son meros lapsus in volu n tarios — es decir atracciones p u r a s— , o bien juegos irónicos con e l significado de las palabras: un schóner aplicado a un du m m er K e r l, un ganzes aplicado a un m iserable Ross 2. Tam bién en C ellin i podría a dvertirse la existencia de atracciones involuntarias y de ironías prem e­ ditadas; m uy otras son, sin em bargo, las circunstancias psicológicas y lingüístico-históricas en que este italiano se encuentra. M edian te la concordancia entre ta nto y gagliard a, m o lta y poca, establece C ellin i un enlace más estrecho que los que la estricta gram ática de la len gu a escrita perm ite y crea habitualm ente: C ellin i se v a le d el antiguo doble sentido de m o lto y ta n to (a d j. y a d v.) como de una especie de elativo, que podem os considerar perfectam ente como categoría psicológica. Y ella abre, ante todo, e l horizonte a nuevas posibilidades, como una ta n ta -b u on a signora, una m o lta -p o ca fede, posibilidades que tienen su apoyo y su alianza en tipos de frase m u y corrientes como: una gran 1 [Un perfecto gaznápiro; todo un miserable rocín.] 2 1lis decir, haciendo schóner y ganzes adjetivos referidos a ln construcción sustantiva (adj. + sust.: dummer Kerl, miserahlnt Fioss), en vez de emplear los adverbios correspondientes, ñt'hini, r/nnz, referidos a los adjetivos dummer y miserables resimct ¡vilmente. A sí en español, un niño bobo perfecto o bien un ¡wi frfítn niño bobo junto a un niño perfectamente bobo.]

liifim ii,

mui Im onissim a signora; una gran poca, una p ochissl-

nni ft'tlc. Tal es la causa, al menos en parte, de que esas posibilidades se lleg ara n a rea liza r en los dialectos y en el len gu aje fam iliar, en tanto que no pudieron persistir en la lengua escrita. P ero como C ellin i las em plea sólo ocasio­ nalm ente, se suscita una n ueva cuestión: ¿es esto un flo rentinisiuo o una verd a d era peculiaridad psíquica? L eg ítim a será, en todo caso, la segunda interpretación, en la m edida en que d el conjunto d el len gu aje em pleado por C ellin i se desprenda un “ m entar” psíquico que lo h aya impulsado más bien hacia un ela tivo que hacia un positivo atribu tivo o dem ostrativo. Y ello no exclu ye, como es natural, que ese mismo im pulso h aya lleva d o a C ellin i hacia las form as dia­ lectales. E l dialecto le proporcionó la fu en te o la inserción gram atical d el ela tivo psicológico; pero la inspiración n e­ cesaria para crearlo le fu é suministrada por su propia u r­ gencia espiritual. Las categorías psicológicas sólo pueden brotar donde h allen y a prontas esas inserciones gram atica­ les: inserciones que el im pulso psíquico individu al, singular, del hablante, aprovecha y desarrolla. Así, pues, la categoría psicológica nos retrotrae, por una parte, a una inspiración aním ica que es, desde luego, de carácter humano prim ario y, por tanto, universal, pero que en los casos concretos sólo aparece y actúa en el in dividu o; y por otra parte, esta categoría desemboca en posibilidades gram aticales de v a lo r general, pero cuyo cum plim iento n e­ cesita ser preparado — de un modo o de otro— por circuns­ tancias especiales lingüístico-históricas. E l va lo r heurístico de las categorías psicológicas reside, pues, parcialm ente en lo psíquico y parcialm en te en lo gram atical; y, dentro de esto último, parte en lo gen eral y regular, y parte en lo in dividu al y singular. Ellas prestan su servicio según se Jas em pleo: y a en sentido inductivo, y a especulativo, tanto psicológico como gram atical. Si, por ejem plo, los conceptos de sujeto y predicado psi­ cológico;; :;e utilizan para tipos idiom áticos gram aticalm ente

bien evolucionados, claros y regulares, al punto revelan ellos su fertilid a d especulativa y se vu elven aptos para in ­ dicar al lingüista cómo una form a gram atical cualquiera puede transform arse en cualquier otra; cómo, por ejem plo, toda clase de palabras puede lle g a r a ser soporte del sujeto o del predicado. Cuando digo a m i h ijo geh. in m ein S tu d ie rz im m e r an den grossen T is ch ; darauf liegen zw ei B ü ch er: die b rin g m ir 1 el darauf (e n c im a ) de la segunda proposi­ ción es un sujeto psicológico. En efecto, m i “ m entar” dice que: s o b r e l a m e s a h ay dos libros. M i declaración no v a disparada hacia los lib ros sino hacia sobre la mesa. L ie g e n 2, que no contiene ningún acento de significado, sólo funciona como térm ino de enlace, algo como sind (e s tá n ): para la psicología de m i hablar n o se introduce con esa palabra, n i en particu lar n i en general, nada que posea va lo r designativo. E l v a lo r cognoscitivo de la categoría está aquí en e l lado gram atical — y por cierto en e l de la gram ática gen eral o especulativa— , es decir, en la perspectiva de poder fo rm a r sustantivos como das D a ra u f ( e l e n cim a ), das A u d e n -T is c h ( e l s o b re -la -m e s a ), das D a ru n te r ( e l d e b a jo ), das D a b ei ( e l a l-la d o ), das D a h in te r ( e l d e trá s ), das D a ru b e r ( é l a rrib a ), etc., posibilidades que reciben e l apoyo de form as análogas como das I i i e r ( e l a q u í), das D o r t ( e l a llá ), das H in -u n d -H e r ( e l d e -a q u í-p a ra -a llá , e l v a iv é n ), das J e n seits (e l allende o el más a llá ) y das Diesseits (e l a q u e n d e )3. Cuando exam inam os form as de construcción sintáctica irregu la r o poco clara, la categoría psicológica puede lle ­ varnos al conocim iento gram atical por v ía in du ctiva m ejor que por la especulativa. V eám oslo con otro ejem plo. L e o

1 [Anda a la mesa grande de mi estudio; encima hay dos li­ bros; tráemelos.] 2 ¡Están, hay, literalmente yacen, pero con un sentido ya muy debilitado que no despierta en estos casos la representación de

linter.]

:l |Kn alemán das Diesseits y das Jenseits expresan la pareja di- conceptos opuestos este mundo y el otro mundo.]

S p itzer se ha devanado los sesos para poner en claro la construcción sintáctica del pronom bre posesivo italian o en casos como doveva essere una disperazione inum ana, la sua y e non é ora un sogno i l m ió? Y los e x p lic a 1 como acom o­ daciones y trasposiciones mecánicas, con lo cual, ciertam en­ te, dem uestra haber captado la disposición psicológica del fenóm eno en sus líneas generales y de más bulto. P e ro lo que h ay en él de pecu liar y digno de atención reside en la gram ática, en la posibilidad — nada m ecánica ni acom oda­ ticia, p or cierto— de construir una misma palabra en doble form a: como predicado y sujeto a la vez. L a sua es, e fe c ti­ vam ente, a un tiem po sujeto y predicado. Sujeto, en el sentido de un estado psíquico de desesperación, conocido y fácilm en te com prensible por el contexto, y del cual se a fir ­ ma que debía de sobrepasar todo lo humano. Predicado, en cambio, en el sentido de que esa situación inhumana se había apoderado de él por com pleto y debía de ser, por excelencia, suya. H e ahí dos expresiones psicológicas dis­ tintas, agazapadas bajo u n a sola construcción gram atical. A s í tam bién en la oración: e non é ora un sogno il m ió? que psicológicam ente puede descom ponerse de este m odo: 19 “ ¿N o es un sueño lo que está ocurriendo ahora? (es decir, lo que m e está ocurriendo a m í?.” A q u í ora, i l m ió, son sujetos psicológicos, y el sueño es el predicado. 29 “ ¿Es­ te sueño es realm en te m ío ?” , “ ¿Soy y o quien ha soñado esto?” : aquí m ío (b a jo el cual se oculta un i o ) es e l p re d i­ cado psicológico, y e l sueño, e l sujeto. E l p rim er caso se presenta cuando se carga en sogno todo el acento de sig­ n ificación; e l segundo, cuando se le carga sobre m ió. En realidad, com parten e l acento uno y otro m iem bro de la oración, y a que es ésta un h íbrido gram atical. Tales construcciones de dos, y aun de tres, cuatro y más significados, abundan particularm ente en aquel tipo de len ­ gu aje que, sin atender al aspecto de comunicación racional, sirve más bien al estallido inm ediato de los sentimientos.

1 Aufsatze, ya citados, pág. 1 y sigs.

Así, en pequeño, la interjección, y en grande la lírica. Cuanto menos interesan a la sintaxis formal las exclama­ ciones, explosiones y demás formas primarias del habla, más vitalmente apasiona su estudio al psicólogo del len­ guaje: sea que investigue, especulativamente, la riqueza de formas que de ellas puedan desarrollarse o que ya están en vías de desarrollo; sea que, partiendo de tal o cual situa­ ción de conjunto, bucee en la significación particular de una exclamación dada. Las formas oracionales primitivas, especialmente, suelen contener sentidos múltiples. Tal el lo qui? — ¿yo aquí?— en que prorrumpe Silvio Pellico al despertar en la prisión, la primera mañana después de su encarcelamiento. No menos de cuatro construcciones psico­ lógicas pueden descifrarse en esas dos palabritas. Silvio pu­ do haberse preguntado, para orientarse a sí mismo en la desacostumbrada realidad en que se encuentra al salir de la oscuridad del sueño: ¿Quién es aquí el preso? Respuesta: Yo. Entonces sería io el predicado psicológico, y qui el su­ jeto. La pregunta pudo haberse formulado también de otro modo: ¿Pero dónde estoy, en realidad? Respuesta: Aquí. El predicado psicológico sería qui y el sujeto io. Pero cabe pensar asimismo que es ésta una interrogación meramente oratoria, y que ese orientarse a sí mismo es sólo la apa­ riencia, la capa bajo la cual se oculta un arranque de es­ panto y desesperación. En este caso io qui sería una pregunta sin respuesta, una especie de interjección, que ya no se deja analizar psicológicamente en sujeto y predicado, sino sólo en elemento formal y elemento significativo. Si el acento de significación está en el io, queda el qui (que expresa la relación de io con la realidad) como elemento formal; pero el caso inverso es igualmente posible. Y hasta creo que no debe excluirse una quinta solución: que en el ánimo del desesperado protagonista el io qui constituya una sola uni­ dad, un todo verbal, que ha de entenderse como una inter­ jección, como ai! ahimé! oh!, cuyo cuerpo fonético unitario Mistione a la vez el elemento formal y significativo. Y,

verosím ilm ente, esta quinta in terpretación del io qui es la única que lo gra tocar la m edula de la cuestión. Con esto hemos ahondado hasta la ra íz de las categorías psicológicas: hasta la éntidad fon ética in divisible, que ya no podem os descom poner lingüísticam ente, pero sí podemos tod avía descom poner psicológicam ente en elem ento fo rm a l y elem ento sign ificativo. D e la p a reja de conceptos de forma y s i g n i f i c a c i ó n , origin arios de la filo so fía d el len gu aje, se han ido derivando todas las demás catego­ rías psicológicas, según lo iba requ iriendo la creciente e x ­ periencia de la lin gü ística y con ayuda de los conceptos h istórico-gram aticales. A n te todo, puede com probarse en fo rm a puram ente em pírica que, en la m ayoría de las cons­ trucciones oracionales, el sujeto gram atical está con respecto al predicado gram atical en la misma relación que el e le ­ m ento psicológico fo rm a l con el elem ento psicológico sign i­ fica tivo . Es lo que sucede en expresiones como este á rb ol es una encina, donde encina aparece como soporte del centro de significación psíquica, y este á rb o l com o anticipación y fundam ento de la estructura oracional y, en consecuencia, como e l elem ento psíquicam ente form al. P ero nos encon­ tram os ahora con oraciones del tipo, y a mencionado, de E in ernstes S p ie l w ird euch v o rü b erg eh n (V a a desarrollarse ante vosotros una ob ra s e ria ), oraciones en que la plenitud de significado psíquico está anclada, no en e l predicado gram atical, sino en e l sujeto. Y nuestra atención se d irige entonces hacia el equ ívoco gram ático-psicológico de sujeto y predicado, para colocar los conceptos gram aticales y fo r ­ m ales de sujeto, predicado y género ju nto a sus correlatos — es decir, sus m odelos— psicológicos. U na cosa así tendría que ser la h istoria filo só fico-lin gü ística del nacim iento de las categorías psicológicas. Estas categorías han sido en ­ gendradas por conceptos de form a de orden gram atical y no lógico, y a base de una distinción lin gü ístico-filosófica, y no logicista, en tre form a y significado. Con esto queda dicho, im plícitam ente, que las categorías psicológicas no son conceptos de v a lo r n i de existencia, sino

conceptos de relación qu e indican únicam ente una corres­ pondencia pensada, en tre “ m ención” lingüistica y ex p re­ sión lin gü ística N o señalan, pues, una fu erza activa, una Evépysia en el lenguaje, sino sólo sus direcciones, sus ca­ nales. A l decir nosotros, más arriba, que en e l sentim iento idiom ático de C ellin i la categoría del ela tivo psicológico ten ía vita lid a d y eficacia, no ha de in terpretarse esto lit e ­ ra lm en te con respecto a la categoría, sino re fe rid o a las form as de expresión que podrían entrar en ella, v a le decir, a las form as elativas ( y próxim as a ella s) italianas y flo re n ­ tinas que son agrupables en esa categoría. L a categoría psicológica, no abraza un rep ertorio de form as idiom áticas realizadas, cumplidas, sino sólo esperables; y siem pre que se la menciona, entiéndese bajo ella aquella form a que — aparezca o no de hecho— sería de esperar, si el hablante, en v e z de someterse a la gram ática de va lid ez gen eral en su comunidad lingüística, tom ara por pauta otra gram ática, individual, elaborada o im provisada p or é l m is­ mo, y resultante, tanto de su singular situación aním ica y de su “ m entar” , como d el caudal de form as recibido de la lengu a materna. In virtién d ose la relación entre in d ivid u a li­ dad y com unidad lingüística, se asigna al individu o, sola­ m ente a m odo de ensayo, algo que en la realidad histórica com pete sólo a la colectividad: la va lid ez d el em pleo de la lengua. Se adapta a la in dividu alidad del h ablante una suerte de gram ática instantánea y a medida, que é l ha vislum brado, tras de la cual acaso ha corrido tam bién, pero que fin a lm en te tien e que abandonar en obsequio al orden y a la in teligib ilid a d generales. L a categoría psicológica señala así una dirección, dentro de la cual cada individuo, proporcionalm ente a la fu erza lingüística de que dispone, puede ensanchar los lindes de la gram ática de su propia lengua. Quien para el estudio del len gu aje st sirve de categorías psicológicas m archa como por sobre la cuerda de una cor­ d illera que d ivid e aguas: de un lado su vista recorre los va lles y las fuentes de las “ m enciones” psíquicas de los hablantes in dividu ales; d el otro, divisa a lo lejos los grandes

ríos y los sistemas de la evolución d el idiom a. L a prim era vertien te desciende a la llanu ra de las individu alidades y personalism os d el idiom a, hacia la estilística y la historia litera ria ; la otra, a la región de las comunidades y paren ­ tescos lingüísticos, al dom inio de la gram ática histórica y comparada. Indaguem os ahora cómo lo psíquicam ente “ m entado” puede separarse y alejarse de lo efectiva m en te expresado, y qué aspectos revisten, en los casos concretos, e l paralelis­ mo y la oposición en tre las categorías psicológicas y las gram aticales. C reo que es posible adm itir cuatro tipos fundam entales de discordancia en tre e l pensam iento y la expresión. 1. Cuando e l hablante se expresa con abandono, im p re­ cisión, precipitación o im pericia, puede suceder que una oración resulte, no como él la pensó en realidad, sino com ­ pletam ente distinta y hasta opuesta. E l len gu aje diario está llen o de errores sem ejantes, orales y escritos. E l “ K la d d e radatsch” 1, en su “ Buzón” , suele o frec er ejem plos p a rti­ cularm ente graciosos y de bulto: Este cam ino n o es cam ino. E l que a pesar de eso lo haga tendrá dos días de arresto o diez m arcos. L a V ita de Benvenuto C e llin i es una m ina para quien busque estas incongruencias. E jem p lo : Cosi (L u c a g n o lo ) preso i l suo vaso, p o rta to lo al papa, restó satisfatto benissim o, e súbito lo fe ce pagare. E l sujeto de restó y de fece ya no es L u ca g n o lo — como lo e x ig e la gram ática— , sino i l papa — como lo dem uestra e l sentido— . 2. Suele acontecer que e l parlante m ism o ign ora lo que realm en te qu iere decir, porque está indeciso y es solicitado a la v e z p o r distintas “ m enciones” espirituales, de ta l modo que se h alla preso en la maraña, no de la gram ática, sino de su propio pensamiento. Tales casos de idiocia psicológicove rb a l (n o m e re fie ro al idiotism o, achacable a in cu ltu ra) tocan los lím ites de lo psicopatológico; pero desde V erlain e y N ietzsche han alcanzado dignidad litera ria , y m erecen 1 [Periódico humorístico berlinés.]

que tam bién la lin gü ística y la estilística se ocupen de ellos. N o cabe duda de qu e V erla in e m aneja las expresiones idióticas con m iras artísticas, para re fle ja r e l estado cre­ puscular y penum broso de su alma. A s í cuando escribe en M es h ó p ita u x : “ Jusqu’a ux malades q u i paraissaient plus enduráis, durant ce m ois, p ou rta n t to rrid e e t q u i d o it étre m alsain, pas u n d’e u x r íe s t m o rt, mais q u elle m auvaise hum eur, á peine suspendue p ar la F éte N a tio n a le : petits extras, qu elqu e peu plus d’élasticité dans le rég lem en t, une d écoration in té rie u re , á bon m arché, due á l ’enthousiasme c o lle c tif des m alades: guirlandes de p a p ier et des R. F. guirlandes. V in g t jou rs la passés” . ¡Qué bien expresan estas líneas el tedio, la ín tim a indiferencia, la repugnancia con que e l poeta, en el hospital, cede a las tumultuosas im p re­ siones de un aniversario patriótico! P ero tam poco cabe duda de que V e rla in e no siem pre rig e como artista esos estados crepusculares, sino que acaba por som eterse idiom áticam ente a ellos como paciente. D ifícil sería trazar los lím ites, pues es propio del estilo im presio­ nista que e l escritor se en vu elva en su objeto, y, como cronista de una casa de enferm os, se torne tam bién él un alm a enferm a. D e cualquier modo, vam os aquí a tra ta r de exam in ar en V erlain e, no el artífice, sino su aspecto psicopatológico. Ese aspecto se traiciona en digresiones, distrac­ ciones, saltos de pensamiento, rupturas im previstas en el curso de las ideas; todo lo cual conduce a su v e z al re la ja ­ m iento de la construcción oracional y a l abandono de la gram ática. Y esto no corresponde en V erlain e, a diferen cia de C ellin i, a chapucerías gram aticales, sino, m u y al contra­ rio, a libertades, atrevim ien tos y negligencias que lleva n el cuño de la más alta virtuosidad. C ellini, aunque decidido y firm e en su pensamiento, incurre en erro r gram atical. V e r ­ la in e es en cam bio un escritor consumado que sabe vestir con gracia las debilidades y défaillances de su alma. A q u í aparece, pues, una clase m u y distinta de desacuerdo entre las form as psíquicas y las idiom áticas: fa lta de transparen­ cia en lo interno y humano, y no en lo lingüístico, gram atical

y estético. V éase cómo in icia V e rla in e sus Confessions: “ On m ’a demandé des «n o te s sur m a v ie ». C ’est b ien modeste, «n o t e s »; m ais «s u r m a v ie » , c’est q u elq u e peu a m b itieu x. N ’im p o rte , sans plus m ’appesantir, to u t sim p lem en t, — en choisissant, élaguant, éludant? pas tro p — m ’y v o ic i” . E l signo de in terrogación y la respuesta pas tr o p ¿correspon­ den sólo a éludant, a élaguant y éludant, o a los tres g e ­ rundios? ¿L o sabe V erla in e mismo? ¿Q uiere comunicarlo a los demás? ¿Puede hacerlo? E l artista flu ctú a y se com ­ place en esta im precisión. P o r otra parte, aun hom bres de constitución m ental p e r­ fectam ente sana pueden lle g a r a construir una oración cuya “ m ención” propia sea, sencillam ente, im posible de desen­ trañar. Es lo que sucede cuando varias personas se reúnen en asam blea o com isión y, después de d elib era r “ en común” , redactan e l tex to de una resolución, de un comunicado o de una le y de ta l m anera que bajo la cubierta de una unidad lingüística se encierran deseos y “ m enciones” inconciliables en tre sí. Apenas queda listo el texto, trabajosam ente cons­ truido a fu erza de imposiciones y concesiones mutuas, ya hay necesidad de ex p lica rlo y com entarlo. U n ejem plo de este género — penoso y com prom etedor para la razón hu­ mana— es eso qu e se dió en lla m a r Tratado de P a z de Versalles. E l profan o se queda desazonado y p erp lejo ante los artículos del tratado, porque no sospecha la m ultitud de casos y de fin es que se “ m entaron” cuando se fragu aba sem ejante jerigon za. A u n en textos ju rídicos c o r r e c t o s , no nos hallam os ante un “ m entar” sistema estudio

único, sino ante un

de “ m enciones” : sistema que sólo m ediante un

especial

llegam os

a reconocer

como

unitario y

«cerrado. En cambio, en las resoluciones y notas procedentes de una corporación desprovista de cultura ju rídica puede ocultarse, b a jo una form a gram atical correcta y hasta pu ­ lida, un caos de “ m enciones” . E l ven cer la anarquía m ental y organ izar sistem áticam ente las “ m enciones” constituye, para quien se dedica a la ciencia d el D erecho, una tarea capital, tanto desde el punto de vista fo rm a l como ob jetivo. D e ahí la necesidad de que todo ju rista posea cultura id io -

m ática y un sentido ejercitado en la captación de discor­ dancias entre las categorías gram aticales y las psicológicas. 3. P o r más que e l cu ltivo de una lengua, su estudio, su análisis, tengan por objeto echar lu z sobre las ideas y los m ovim ientos de ánim o del hablante, y aun cuando se ju sti­ fiq u e e l conocido dicho de que sólo es buen francés lo que está claro, ni esa m ism a claridad puede librarse de la acu­ sación de falsear, a veces, lo “ m entado” psíquicam ente por el hablante. Justamente en Francia, tierra clásica de la educación gram atical y de la disciplina idiom ática, una fa ­ la n ge de poetas se lanzó al ataque c o n t r a la Gram ática, a fin es del siglo pasado, bajo la dirección de Stéphane M allarm é. L a G ram ática — decían— , y en especial la sin­ taxis, sólo se había preocupado hasta entonces de lo racio­ n alm ente comprensible, de V in te llig ib le , y, por consideración a lo que es vá lid o para la m ayoría, se había aplastado cuanto h a y de más genuino en cada espíritu: la sensación in dividu al, le sensible. Los futuristas italianos hicieron su­ yas, con desaforada pedantería, esas aspiraciones, al paso que deform aban lo que había en ellas de exigen cia espiritual del individuo, reduciéndolo a sim ple letre ro de reclam o c o m e rc ia l1. Estas contorsiones de m oda no deben hacernos pensar, equivocadam ente, que haya existido siem pre un fu tu rism o lin gü ístico; n i tam poco que e l futurism o no se

1 Tínicamente por lo llamativo del caso y para mostrar cómo el anhelo de rehuir las convenciones gramaticales puede llevar a convenciones aun mucho más estrechas y crudas, transcribo a continuación los principios más importantes del Manifeste teclmique de la Uttérature futuriste de F. T. Marinetti (Milán, 12 de mayo de 1912) : 1. — II faut détruire la syntaxe en disposant les substantifs au hasard de leur naissance. 2. — II faut employer le verbe á l ’infini, pour qu’il s’adapte élastiquement au substantif et ne le soumette pas au moi de l’écrivain qui observe ou image. Le verbe a l ’infini peut seul donner le sens du continu de la vie et l ’élasticité de l ’intuition qui la pei’soit.

proponga ahora más que restablecer el equ ilibrio entre la estructura gram atical y la “ m ención” psíquica, a fa v o r de esta última. Pues es propio de las form as gram aticales e l afirm arse siem pre en e l uso idiom ático de la comunidad y el que esta base no les perm ita ceñirse a todas las necesidades, humores, impulsos, de un espíritu humano determinado.. Siem pre que en una lengu a se desarrolla un uso firm e, es decir, una re g la gram atical cualquiera, surge para e l hablante una posibilidad de conflicto, y se alza un m uro detrás del cual todo lo que en esa lengua n o s e p u e d e d e c i r por ahora, dorm ita como un bosque m ágico llen o de princesas encantadas. P o r eso, todo aquel que sobrepasa el térm ino m edio de los hombres, según la especial dirección de sus impulsos espirituales, siente estrecha la lengua de su país, si no e l len gu aje en general. A l tem peram ento artístico, an­ sioso de r e fle ja r todas las incitaciones d el momento, se le 3.-— In faut abolir l’adjectif. pour que le substantif nu gardo sa couleur essentielle. L ’adjectif portant en lui un principe de nuance est incompatible avec notre visión dynamique, puisqu’il suppose un arrét, une méditation. 4. — II faut abolir l’adverbe, vieille agrafe qui tient attachés les mots ensemble. L ’adverbe conserve á la phrase une fastidieuse unité de ton. 5. — Chaqué substantif doit avoir son double, c’est-á-dire le substantif doit étre suivi, sans locution conjonctive, du substantif auquel il est lié par analogie. Exemple: homme-torpilleur, femm e-rade... Etc. 6.— Plus de ponctuation. Les adjectifs, les adverbes et les locutions conjonctives étant supprimés, la ponctuation s’annulle naturellement, dans la continuité variée d’un style vivant qui se crée lui-méme, sans les arréts absurdes des virgules et des points. Pour accentuer certains mouvements et indiquer leurs directions. on emploiera les signes mathématiques X + : — = > et les signes musicaux. .. 9. — Pour envelopper et saisir tout ce qu’il y a de plus fuyant et insaisissable dans la matiére, il faut form er des filets serrés d’images ou analogies qu’on lancera dans la mer mystérieuse des phénoménes. 10.— Tout ordre étant fatalement un produit de l ’intelligence cauteleuse, il faut orchestrer les images en les disposant suivant un máximum de désordre. 11.— ...A p ré s le vers libre, voici enfin les mots en liberté. Etc.

aparece como u niform e y ríg id a ; al sensual, como dem asiado abstracta; al pensador de orientación filosófica, como m u ­ dadiza, insegura, dulzarrona, dem asiado abundante en im á ­ genes; para el m ístico en su éxtasis, e l idiom a no es tan oscuro e in defin ido como él lo necesitaría y quisiera; para el hom bre práctico, no es lo bastante b re v e y preciso; para el sensible, debiera poseer más delicadeza y minuciosidad; el escrupuloso lo qu erría más unívoco, y el trapacero más equívoco. C laro está que hay tam bién caracteres estragados y desilusionados que, al com parar e l idiom a con la vida, lo h allan aún dem asiado exuberante, como puede verse en Desengaño., el cuento de Thom as M ann: “ Ciertas personas m e han cantado en todos los tonos, con los ojos en blanco, que la lengu a es pobre, ¡oh, pero qué p o b re !. . . ¡Pues no, señor, no! A m í m e parece que la lengua es rica, exagerad a­ m ente rica, junto a la penuria y la lim itación de la vida. E l dolor tien e lím ites: e l d el cuerpo, en e l desm ayo; e l del alma, en la dem en cia. . . L a desgracia, lo mismo. P ero la necesidad humana de comunicarse ha in ven tado sonidos mentirosos que va n mucho más allá de esos lím it e s ... ¿Ocurrencia m ía? ¿Será que sólo a m í e l efecto de ciertas palabras m e recorre la m edula de arriba abajo, haciéndom e im aginar estados de ánim o que en realid ad no existen ?” Mu suma, no conozco, en el dom inio de la psicología humana, propiedad alguna fo rm a l que, dentro d el idiom a de cada Ij.i ís, no h aya sido y a echada de menos por alguno de sus lujos más exigen tes; ni propiedad alguna que, con cierta justificación subjetiva, no h aya sido tachada de superflua o perturbadora. l-;is m últiples — y a menudo opuestas—

necesidades y

pi Hrnwiones idiom áticas de los distintos espíritus in d ivid ú a ­ la» ¡¡r compensan en cierto m odo y se equilibran. P o r eso lngum im p rim ir en la estructura gram atical esa fu erza de iiii-i i i:i y ose eq u ilib rio inestable en que se balancea conti­ nua v sim étricam ente. E l orden gram atical v iv e , por decirlo Bsli ilc Iíi m u ltilateralidad de sus conflictos con las “ m en cio­ nes" paii|ini-a.s, y se m antiene a flo te, como un m al gobierno,

gracias al proporcionado descontento de todos los partidos. Claro es que en los casos dudosos v a con el voto de Xa m ayoría. Sólo es valedero, en efecto, porque representa las necesidades de la com unidad fren te a las pretensiones de los individuos particulares. D e ahí que siem pre que se in ­ sinúan desajustes entre las categorías gram aticales y las psicológicas, es regla general que el com prom iso se resu elva a fa v o r de la gram ática, m ientras qu e la excepción — o e l caso estilístico aislado— se resu elva a fa v o r de la psicología. P o r ejem plo, la palabra M adchen [‘muchacha’], a pesar de su género gram atical neutro, evoca, en determ inadas cone­ xiones psíquicas, una representación fem enina. Surge en ­ tonces un desacuerdo que, resuelto en sentido psicológico, lle v a a construcciones como die hasslichste m ein e r K a m m e r m a d ch e n 1 (W ie la n d ). N o es irrazon able adm itir que, m e ­ diante la sim ple repetición de tales construcciones ad sensum, e l género gram atical de K a m m erm á d ch en acabe por pasar d el neutro al fem enino. Es lo que está sucediendo, desde hace mucho, con F ra u le in [ ‘señorita’]: se dice h oy casi tan corrientem en te die F ra u le in M e ie r como das F ra u le in M e i e r 2. En francés, la transform ación d el p rim i­ tiv o guida, fem enino, en el actual le guide, masculino, se realizó ín tegram ente; y esta segunda form a, que era en otro tiem po una singularidad, psicológicam ente explicable, se ha vu elto re g la g ra m a tic a l3. P a ra decirlo en pocas p a ­ labras: siem pre que en e l desarrollo d el idiom a se resu elve un conflicto de este orden a fa v o r de las categorías psico­ lógicas, y m ientras esas soluciones son sostenidas por una m in oría dentro de la comunidad lingü ística sin lo g ra r la sanción de la m a yoría — es decir, de la gram ática— , está realizándose una ten ta tiva futurista. Sólo que en este caso

1 [ L a más fea de mis criadas: en femenino, die hasslichste, en lugar del neutro que exigen en alemán todos los diminutivos (M adchen).] 2 [D ie: artículo femenino; das: artículo neutro.J 3 [Lo mismo ha sucedido en español con guia, guarda, espía, centinela, etc., femeninos hasta la época clásica, y hoy mascu­

linos.]

se procede sin declaración p revia de intenciones, con eficaz ingenuidad y en el m a y o r silencio, en tanto que los fu tu ­ ristas de M ilán se rodean de estruendo para poner bajo su tu toría la causa de las categorías psicológicas. L o s futuristas pedantizan el elem ento más inestable y lib re d el len gu aje: la “ m ención” psíquica y la inspiración lingüística del in d i­ viduo. Y con esto lleg a n a la cúspide de tod a afectación idiom ática, a la que y a se inclinaban de antiguo, como ten ­ dencia general, los escritores románicos. 4. P o r últim o, puede acontecer que el orden gram atical de una lengua, aparte de sus conflictos con las necesidades espirituales de cada individuo, entre en contradicción con­ sigo mismo. Esto ocurría, en m anera aguda, con el francés antiguo. L e faltaba un criterio fo rm a l de congruencia — co­ mo falta, por otra parte, en los comienzos de toda lengua escrita— . V acilantes eran, v. gr., las reglas de concordan­ cia; se podía ele g ir librem en te entre souvent le v id re n t li ■padre e la m edre y souvent le v id re t li pedre e la m edre, entro m ’am istet et m on g re t en avez p erd u t y en avez p e r d vtz, entre de ces paroles que vous avez ci d it y ci dites. Cada hablante debía o podía ayudarse a sí propio. L a ten ­ dencia a las construcciones ad sensum partía entonces de la lengua misma, y no, como en el caso anterior, de. las peculiares necesidades anímicas del in dividu o e n c o n I m p o s i c i ó n al idiom a. En los documentos escritos en indigno español, francés, alemán, etc., horm iguean las rm iiilrucciones ad sensum, y no porque los que m anejaban ln plum a fuesen vigorosas personalidades, sino porque las fni'iim:; eran aún dem asiado inconsistentes para sostener tirtm tnirriones estrictam ente gram aticales; dicho en otros tPHimin:'.: porque la sociabilidad litera ria y lingü ística no fin Imllnlia organizada todavía. A s í es como a menudo en fi'dneé.'i unl.iguo, por ejem plo, e l sujeto, si no está especial­ m ente ¡leenf.uado, h ay que desenredarlo del contexto, y así e¡¡ emno enn frecu encia las oraciones coordinadas aparecen, de,-.de el punto de vista form al, construidas de la misma niauem