Expulsados, desterrados, desplazados / Expulsos, desterrados, deslocados: Migraciones forzadas en América Latina y en África / Migraçoes forçadas na América Latina e na África 9783865278302

Un acercamiento interdisciplinar a la realidad de las migraciones forzadas, sus causas y consecuencias. Estudia las estr

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Spanish; Castilian Pages 328 Year 2011

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ÍNDICE
ACERCA DE ESTE LIBRO
SOBRE ESTE LIVRO
INTRODUCCIÓN/INTRODUÇÃO
EXPULSADOS, DESTERRADOS, DESPLAZADOS. MIGRACIONES FORZADAS EN AMÉRICA LATINA Y ÁFRICA
DESPLAZADOS INTERNOS. RETOS SIN SOLUCIONES, SOMBRÍAS PERSPECTIVAS EN EL AÑO 2008
TETE E AS DESLOCAÇÕES FORÇADAS
EL ‘DESPLAZAMIENTO’ EN DEBATE/ O ‘DESLOCAMENTO’ EM DISCUSSÃO
CUANDO TU TIERRA TE EXPULSA
CANCIONEIRO DE UM BRASIL AMBULANTE – NYC COMO DESTINO
EL DERECHO A LA FICCIÓN EN TARRAFAL DE PEDRO COSTA
LA LITERATURA COMO FRONTERA Y MIGRACIÓN
LOS MAPUCHES DE CHILE: ENTRE EL EXILIO INTERNO Y EL VIAJE A OTROS MUNDOS
DESPLAZAMIENTO Y CONFLICTO ARMADO/ DESLOCAMENTO E CONFLITO ARMADO
EL IMPACTO DE LAS TRANSFORMACIONES DEL CONFLICTO ARMADO SOBRE EL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN COLOMBIA
DESMOBILIZAÇÃO, IMOBILIDADE E A IMPLICAÇÃO DA COMUNIDADE INTERNACIONAL NA RECONFIGURAÇÃO DA VIOLÊNCIA ARMADA NO HAITI
LAS LARGAS MARCHAS DE LA RESISTENCIA: LUCHA POR LA VIDA Y LA SOBERANÍA DE LAS COMUNIDADES EN GUATEMALA
DESPLAZADOS POR LA VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PERÚ: 1980-2000
DESPLAZAMIENTO: PASADO Y PRESENTE/ DESLOCAMENTO: PASSADO E PRESENTE
EL DESPLAZAMIENTO FORZADO DE LOS AFRODESCENDIENTES DEL PACÍFICO COLOMBIANO: PASADO Y PRESENTE
EL GENOCIDIO DEL PUEBLO AFROCOLOMBIANO: EL CASO DE BUENAVENTURA (PACÍFICO)
LA COMISIÓN ADMINISTRATIVA DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES EN LETICIA: VANGUARDIA INVOLUNTARIA DE LA COLONIZACIÓN COLOMBIANA
¿MIGRACIÓN, EXILIO O ENGAÑO? LA IRISH COLONY DE NAPOSTÁ (1889-1892)
PARAGUAY Y SUS YVYPÓRA1: EL CONFLICTO AGRARIO Y EL ROSTRO VELADO DE LA SOJA
A SITUAÇÃO DOS REFUGIADOS NA GUINÉ-BISSAU
VIOLENCIA, DESPLAZAMIENTOS Y RELIGIÓN EN EL CONTEXTO ÉTNICO DEL ESTADO DE CHIAPAS
EL DESPLAZAMIENTO DESDE LA LITERATURA/ O DESLOCAMENTO NA LITERATURA
ROSTROS DE CIUDAD: DEPLAZAMIENTO Y TESTIMONIO: CIUDAD BOLÍVAR: LA HOGUERA DE LAS ILUSIONES
APROXIMACIÓN AL TEMA DE LOS DESPLAZADOS EN LA NARRATIVA DEL CONFLICTO ARMADO EN EL PERÚ. LECTURA DE LAS MELLIZAS DE HUAGUIL DE ZEIN ZORRILLA
EL DESPLAZAMIENTO DE POBLACIONES EN LAS NOVELAS ‘LATINOAMERICANAS’ DE ALBERTO MANZI
DO ESPAÇO AO LUGAR: APROPRIAÇÃO DO ESPAÇO EM RIO SECO DE MANUEL RUI
ENTREVISTAS
Entrevista al cineasta colombiano Juan Lozano por Martín Lienhard
O exílio e a arte. Conversa com Isabel Lunkembisa por Martín Lienhard
ENTREVISTA COM SÉRGIO SANTIMANO POR MARTIN LIENHARD
COLABORADORES DE ESTE VOLUMEN/ COLABORADORES DESTE VOLUME
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Expulsados, desterrados, desplazados / Expulsos, desterrados, deslocados: Migraciones forzadas en América Latina y en África / Migraçoes forçadas na América Latina e na África
 9783865278302

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Expulsados, desterrados, desplazados Migraciones forzadas en América Latina y en África

Expulsos, desterrados, deslocados Migrações forçadas na América Latina e na África

Martín Lienhard (coord.) Con la colaboración/colaboração de Marília Mendes, Gloria Lorena López, Susan Gujer Bertschinger y/e Franziska Schmid

COLECCIÓN NEXOS Y DIFERENCIAS, N.º 31

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Colección Nexos y Diferencias Estudios de la Cultura de América Latina

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nfrentada a los desafíos de la globalización y a los acelerados procesos de transformación de sus sociedades, pero con una creativa capacidad de asimilación, sincretismo y mestizaje de la que sus múltiples expresiones artísticas son su mejor prueba, los estudios culturales sobre América Latina necesitan de renovadas aproximaciones críticas. Una renovación capaz de superar las tradicionales dicotomías con que se representan los paradigmas del continente: civilización-barbarie, campo-ciudad, centro-periferia y las más recientes que oponen norte-sur y el discurso hegemónico al subordinado. La realidad cultural latinoamericana más compleja, polimorfa, integrada por identidades múltiples en constante mutación e inevitablemente abiertas a los nuevos imaginarios planetarios y a los procesos interculturales que conllevan, invita a proponer nuevos espacios de mediación crítica. Espacios de mediación que, sin olvidar los nexos que histórica y culturalmente han unido las naciones entre sí, tengan en cuenta la diversidad que las diferencian y las que existen en el propio seno de sus sociedades multiculturales y de sus originales reductos identitarios, no siempre debidamente reconocidos y protegidos. La Colección Nexos y Diferencias se propone, a través de la publicación de estudios sobre los aspectos más polémicos y apasionantes de este ineludible debate, contribuir a la apertura de nuevas fronteras críticas en el campo de los estudios culturales latinoamericanos. Directores Fernando Aínsa Santiago Castro-Gómez Lucia Costigan Luis Duno Gottberg Frauke Gewecke Margo Glantz Beatriz González-Stephan

Jesús Martín-Barbero Sonia Mattalia Kemy Oyarzún Andrea Pagni Mary Louise Pratt Beatriz J. Rizk Friedhelm Schmidt-Welle

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Expulsados, desterrados, desplazados Migraciones forzadas en América Latina y en África

Expulsos, desterrados, deslocados Migrações forçadas na América Latina e na África Martín Lienhard (coord.) Con la colaboración/colaboração de Marília Mendes, Gloria Lorena López, Susan Gujer Bertschinger y/e Franziska Schmid

Iberoamericana



Vervuert



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Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2011 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2011 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-563-3 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-608-7 (Vervuert) e-ISBN 978-3-86527-830-2 Depósito Legal: Cubierta: Carlos Zamora Impreso en España The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706

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ÍNDICE

ACERCA DE ESTE LIBRO ........................................................................... SOBRE ESTE LIVRO ..................................................................................

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INTRODUCCIÓN/INTRODUÇÃO Martín Lienhard. Expulsados, desterrados, desplazados. Migraciones forzadas en América Latina y África ............................................... César Pastor Ortega. Desplazados internos. Retos sin soluciones, sombrías perspectivas en el año 2008.............................................. João Paulo Borges Coelho. Tete e as deslocações forçadas .................

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EL ‘DESPLAZAMIENTO’ EN DEBATE/ O ‘DESLOCAMENTO’ EM DISCUSSÃO Juan Tomás Ávila Laurel. Cuando tu tierra te expulsa.......................... 49 José Carlos Sebe Bom Meihy. Cancioneiro de um Brasil ambulante – NYC como destino .......................................................................... 61 Julio Ramos. El derecho a la ficción en Tarrafal de Pedro Costa......... 75 Jesús Morales Bermúdez. La literatura como frontera y migración ..... 91 Hugo Carrasco Muñoz. Los mapuches de Chile: entre el exilio interno y el viaje a otros mundos ................................................................. 107

DESPLAZAMIENTO Y CONFLICTO ARMADO/ DESLOCAMENTO E CONFLITO ARMADO Fernán E. González G. El impacto de las transformaciones del conflicto armado sobre el desplazamiento forzado en Colombia.......... 121 Sebastião Nascimento. Desmobilização, imobilidade e a implicação da comunidade internacional na reconfiguração da violência armada no Haiti................................................................................ 133 Andrés Cabanas. Las largas marchas de la resistencia: lucha por la vida y la soberanía de las comunidades en Guatemala.................... 147

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Ricardo Valderrama Fernández/Carmen Escalante Gutiérrez. Desplazados por la violencia política en el Perú: 1980-2000 ................ 157

DESPLAZAMIENTO: PASADO Y PRESENTE/ DESLOCAMENTO: PASSADO E PRESENTE Aline Helg. El desplazamiento forzado de los afrodescendientes del Pacífico colombiano: pasado y presente.......................................... Equipo de Coordinación del PCN Proceso de Comunidades Negras (Colombia). El genocidio del pueblo afrocolombiano: el caso de Buenaventura (Pacífico) .................................................................. Yannick Wehrli. La Comisión administrativa de la Sociedad de las Naciones en Leticia: vanguardia involuntaria de la colonización colombiana....................................................................................... Edmundo Murray. ¿Migración, exilio o engaño? La Irish Colony de Napostá (1889-1892) ....................................................................... Lilibeth Zambrano. Paraguay y sus yvypóra: el conflicto agrario y el rostro velado de la soja .................................................................... Nelvina Barreto. A situação dos refugiados na Guiné-Bissau ............. Jean-Pierre Bastian. Violencia, desplazamientos y religión en el contexto étnico del estado de Chiapas...................................................

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EL DESPLAZAMIENTO DESDE LA LITERATURA/ O DESLOCAMENTO NA LITERATURA Pilar Ramírez Gröbli. Rostros de ciudad: desplazamiento y testimonio: Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones............................ Mariano Ramírez Moreno. Aproximación al tema de los desplazados en la narrativa del conflicto armado en el Perú. Lectura de Las mellizas de Huaguil de Zein Zorrilla ............................................... Antonio Melis. El desplazamiento de poblaciones en las novelas ‘latinoamericanas’ de Alberto Manzi ..................................................... Nazaré Torrão. Do espaço ao lugar: apropriação do espaço em Rio Seco de Manuel Rui .........................................................................

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ENTREVISTAS Hasta la última piedra. Entrevista al cineasta colombiano Juan Lozano por Martín Lienhard.................................................................... 295 Crua beleza ou O exílio e a arte. Conversa com Isabel Lunkembisa por Martín Lienhard......................................................................... 301 A fotografia é uma opinião que intervém. Entrevista com Sérgio Santimano por Martín Lienhard............................................................. 309

COLABORADORES DE ESTE VOLUMEN/COLABORADORES DESTE VOLUME.... 321

CUADERNO FOTOGRÁFICO/CADERNO FOTOGRÁFICO Sérgio Santimano/AIM (Agência de Informação de Moçambique). Refugiados de guerra (Moçambique 1986-1988)

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ACERCA DE ESTE LIBRO MARTÍN LIENHARD

Este libro contiene, además de algunos materiales adicionales, las ponencias que se presentaron en el simposio interdisciplinar EXPULSADOS, DESTERRADOS, DESPLAZADOS. Migraciones forzadas en América Latina y los países luso-africanos. Coordinado por quien escribe, este evento se realizó entre el 27 de abril y el 2 de mayo de 2008 en el Centro Stefano Franscini (CSF) de Monte Verità (Ascona, Suiza italiana). En su organización colaboraron, con su eficiencia habitual, Marília Mendes y Annina Clerici. Patrocinado por el Centro Stefano Franscini (CSF) de la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich y apoyado por el Fondo Nacional Suizo para la Investigación Científica (FNSNF), este simposio contó con generosas contribuciones de la Cooperación suiza para el desarrollo (COSUDE-Prevención de conflictos), la KFPE (Swiss Commission for Research Partnerships with Developing Countries) y la Academia Suiza de Ciencias Humanas y Sociales (ASSH). Agradecemos también las contribuciones que recibimos de la Fundación Universitaria (Hochschulstiftung) del cantón de Zúrich y de la Asociación Universitaria de Zúrich (Universitätsverein). Claudia Lafranchi y Liliana Cantoreggi (ambas colaboradoras del CSF) acompañaron atenta y amablemente la organización del evento en todas sus fases. Nos complace mucho la excelente acogida que Klaus Dieter Vervuert y la editorial Iberoamericana brindaron, ya por cuarta vez, a un proyecto nuestro1. A Marília Mendes, Gloria Lorena López, Susan Gujer Bertschinger y Franziska Schmid van mis agradecimientos más sinceros por su colaboración en la preparación del presente volumen. A Anne Wigger y a Rebecca Aschenberg (Iberoamericana) les agradezco su atención constante y el gran cuidado que pusieron en la edición de este libro.

1 Los volúmenes anteriores, todos coordinados por quien escribe, fueron La memoria popular y sus transformaciones/A memória popular e suas transformações. América Latina y/e países luso-africanos (2000); Ritualidades latinoamericanas. Un acercamiento interdisciplinario/Ritualidades latino-americanas. Uma aproximação interdisciplinar (2003) y Discursos sobre (l)a pobreza. América Latina y/e países luso-africanos (2006).

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SOBRE ESTE LIVRO MARTÍN LIENHARD

Este livro contém, além de vários materiais adicionais, as contribuições que foram apresentadas no simpósio interdisciplinar EXPULSOS, DESLOCADOS, DESTERRADOS. Migrações forçadas na América Latina y em países luso-africanos. Coordenado por quem escreve, este evento se realizou entre 27 de abril e 2 de maio de 2008 no Centro Stefano Franscini (CSF) de Monte Verità (Ascona, Suíça italiana). Na sua organização colaboraram, com a sua eficiência habitual, Marília Mendes e Annina Clerici. Patrocinado pelo Centro Stefano Franscini (CSF) da Escola Politécnica Federal (ETH) de Zurique e apoiado pelo Fundo Nacional Suíço para a Investigação Científica (FNSNF), este simpósio contou com generosas contribuicões da Cooperação Suíça para o Desenvolvimento (COSUDE – Prevenção de conflitos), da KFPE (Swiss Commission for Research Partnerships with Developing Countries) e da Academia Suíça de Ciências Humanas e Sociais (ASSH). Agradecemos também pelas contribuições que recebemos da Fundação Universitária (Hochschulstiftung) do cantão de Zurique e da Associação Universitária de Zurique (Universitätsverein). Claudia Lafranchi e Liliana Cantoreggi (ambas colaboradoras do CSF) acompanharam com grande atenção e amabilidade a organização do encontro em todas as suas fases. Satisfaz-nos muito a excelente recepção que Klaus Dieter Vervuert e a editora Iberoamericana ofereceram, mais uma vez, a um projeto nosso1. Os meus agradecimentos mais sinceros vão para Marília Mendes, Gloria Lorena López, Susan Gujer-Bertschinger e Franziska Schmid pela sua colaboração na preparação do presente volume. Agradeço a Anne Wigger e a Rebecca Aschenberg (Iberoamericana) pela atenção constante e pelo grande cuidado que investiram na edição deste livro. 1 Os volumes anteriores, todos coordenados por quem escreve, foram La memoria popular y sus transformaciones/A memória popular e suas transformações. América Latina y/e países luso-africanos (2000); Ritualidades latinoamericanas. Un acercamiento interdisciplinario/Ritualidades latino-americanas. Uma aproximação interdisciplinar (2003) e Discursos sobre (l)a pobreza. América Latina y/e países luso-africanos (2006).

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EXPULSADOS, DESTERRADOS, DESPLAZADOS. MIGRACIONES FORZADAS EN AMÉRICA LATINA Y ÁFRICA MARTÍN LIENHARD Universität Zürich

Cada día, en algún lugar de nuestra aldea global, hay individuos, familias, grupos o comunidades enteras que toman la decisión de partir hacia alguna de las supuestas tierras de promisión: principalmente América del Norte, Europa y Australia. Lo que los incita a abandonar su lugar de residencia habitual puede ser la pobreza, la falta de acceso a los servicios básicos, la falta de perspectivas económicas y profesionales o la esperanza de poder ofrecer a sus hijos un futuro mejor. En cualquiera de estos casos, la emigración constituye, por lo menos hasta cierto punto, una “opción”: los individuos, las familias o los grupos en cuestión pueden “elegir” entre partir o no partir o entre irse ahora o más tarde. Para otros, en cambio, irse o no irse no es una opción, sino una cuestión de vida o muerte. Me refiero a las personas perseguidas por motivos políticos, religiosos y étnicos, entre otros. La única solución que les queda, si es que existe, es la huida. Su primer refugio suele ser un país vecino. Si tienen suerte, obtienen –rápidamente o con el tiempo– el status de “refugiados”; en este caso suelen recibir alguna atención, por modesta que sea, por parte de los países anfitriones. Bastante diferente es la situación de los llamados “desplazados internos” (DI), personas o grupos de personas expulsadas de sus hogares que buscan refugio en alguna zona de su propio país. Hace relativamente poco tiempo que los organismos internacionales han venido prestando atención a esta categoría de desterrados y han empezado a crear los mecanismos necesarios para mejorar su situación y/o para preparar su retorno. En 1998, la ONU emitió unos “principios rectores sobre el desplazamiento forzado” (guiding principles on internal displacement). En este documento, los “desplazados” son definidos como personas o grupos de personas que han sido forzadas u obligadas a huir o a abandonar sus casas o lugares de residencia habitual a raíz de o para evitar los efectos de un conflicto armado, situaciones de violencia generalizada, violaciones

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de derechos humanos, desastres naturales o provocados por el hombre, y que no han cruzado ninguna frontera estatal internacionalmente reconocida1.

Desde 1998, Migraciones forzadas, una revista internacional, informa sistemáticamente sobre las migraciones compulsivas y los esfuerzos realizados para contenerlas, para mejorar la situación de los desplazados y/o para facilitar su retorno2. El concepto de “desplazamiento interno”, tal como lo definen los textos de las Naciones Unidas, es sin duda una herramienta útil para la organización de la ayuda a los desplazados. Sin embargo, no es siempre posible ni útil distinguir categóricamente entre migraciones forzadas y otros tipos de migración o de desplazamiento. Por eso mismo, hemos otorgado, en este libro, un espacio relativamente amplio a trabajos que exploran y comparan diferentes categorías de “exilios”, “destierros” y “desplazamientos”3. Pensamos que la reflexión que presentan es una contribución útil a los debates en torno a la migración. Hoy en día, a nivel mundial, el número de “desplazados internos” asciende oficialmente a unos 25 millones de personas, mientras que el número de refugiados se estima en unos 9 millones de personas. En Colombia, la “violencia” ha expulsado de sus hogares a cerca de cuatro millones de personas4; la guerra civil en Angola provocó el desplazamiento de entre uno y cuatro millones de personas5; la “guerra sucia” en el Perú desterró a 600.000-1.000.000 de personas6; y la guerra civil en Guatemala desalojó por lo menos a 250.000 personas7. En Chiapas (México), la reacción de las 1

Daniela Vono de Vihena, “Tratamiento gubernamental e internacional del desplazamiento forzado en Colombia”, Migraciones forzadas, 12, enero de 2002, p. 44. 2 La citaremos con la sigla RMF. 3 Véanse en particular los artículos de José Carlos Sebe Bom Meihy, Juan Tomás Ávila Laurel, Hugo Carrasco, Nelvina Barreto, Jesús Morales Bermúdez y Julio Ramos. 4 Marco Alberto Romero, “El año de los derechos de las personas desplazadas en Colombia”, RMF 29, enero de 2008, p. 58. 5 Steve Utterwulghe, “Resolviendo los conflictos de las personas desplazadas internamente (PDI) en Angola”, RMF 12, enero de 2002, p. 28. 6 Francis Deng, representante del Secretario General de Naciones Unidas para el tema del desplazamiento interno, en su informe de 1996 (Diana Ávila, “América Latina: desplazados en Perú, ¿concluyendo su proceso?”, RMF 16/17, noviembre de 2003, p. 31). 7 Cecilia Bailliet, citando el Comité de los EE. UU. para los Refugiados (1998), habla de 250.000 DI (“Asunto pendiente: la cuestión de los desplazados internos en Guatemala”, RMF 7, abril de 2000, p. 7). Probablemente, su número fue mucho mayor, porque “miles de desplazados internos (DI) permanecieron en el anonimato debido al temor a la persecución” (Julie de Rivero, “Reinventando comunidades: el reasentamiento de refugiados guatemaltecos”, RMF 11, octubre de 2001, p. 9).

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autoridades indígenas tradicionales a la penetración de las iglesias evangélicas provocó la expulsión de decenas de miles de evangélicos de sus comunidades8. Por aproximativas que sean, tales cifras atestiguan, cuanto menos, la magnitud del fenómeno, pero no revelan el hecho de que muy a menudo, las víctimas de actos de expulsión masiva pertenecen a poblaciones que ya cargan con una larga historia de discriminaciones y destierro(s). En las Américas, como se lee en un artículo de la revista mencionada, “un desproporcionado número de desplazados internos lo integran indígenas y miembros de las minorías étnicas”9. En Colombia, las poblaciones más golpeadas por la “violencia” son las comunidades negras del Pacífico; en el Perú o en Guatemala, el campesinado indígena10. Poblaciones, por lo tanto, que aún en situaciones de paz (relativa) han sido tratados como parias en sus países respectivos. Como lo muestran varios estudios o reportajes, la mayor parte de los desplazados internos son mujeres y niños: sectores particularmente vulnerables11. Mejor que cualquier estudio, los testimonios presentados por Ricardo Valderrama y Carmen Escalante en su contribución a este volumen dan cuenta del carácter verdaderamente traumático que puede alcanzar un proceso de desplazamiento. El ejemplo transcrito a continuación se refiere a la situación vivida por los campesinos de lengua quechua del departamento de Huancavelica (Perú) en el contexto de la “guerra sucia” entre el grupo insurrecto Sendero Luminoso y el ejército peruano: Pero mi hijo, el que nunca se movía de la comunidad, ahora vive en Huancavelica, desde el día que se fue, sigue soltero, no tiene oficio, ni encuentra trabajo formal; trabaja ayudando a amontonar arena en la playa de los ríos. Tal vez gana diez soles, tal vez no gana. En vano amontonan esa arena; cargando la arena a los carros, apenas encuentra con qué llenar su estómago. Hasta ahora no encuen-

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Véase, en este volumen, el artículo de Jean-Pierre Bastian. Eric Mooney, “Donde no hay voluntad, no hay camino posible: responsabilidad nacional por el desplazamiento interno en las Américas”, RMF 18, septiembre de 2003, p. 43. 10 En el Perú, según la Comisión de Verdad y de Reconciliación, un 75% de las víctimas de la violencia de 1980-2000 fueron campesinos quechuas. Véanse también, en este volumen, las contribuciones de PCN-Proceso de Comunidades Negras, Aline Helg, Ricardo Valderrama/Carmen Escalante y Andrés Cabanas. 11 Henda Ducados, “Género, raça e classe – a feminização da pobreza: a estratificação do sector informal em Luanda”, (16/05/2007); Daniela Vono de Vihena, “Tratamiento gubernamental e internacional del desplazamiento forzado en Colombia”, RMF 12, enero de 2002, p. 42. Véase también, en este volumen, el artículo de César Pastor. 9

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tra ningún trabajo que sea formal. Desde la vez que mataron a mi marido, ya son muchos años que vive en Huancavelica; cuando vuelve es apenas por unos momentos. Cuando vuelve, es como que alguien le estaría expulsando. Es ausente, abajo [en la ciudad de Huancavelica]. Camina de cuarto en cuarto, cargado de su camita (llora). “Vamos”, le digo. Ya no regresa ni a comer. Desde esa vez mi hijo está ausente, caminando. Si esa vez no pasaba nada aquí, hoy mi hijo estaría trabajando la chacra, haciendo cualquiera cosa, tendríamos comida y mantención (Dorotea Otañe Vda. de Sedano, Pachaqlla, 1998).

Como ya se dijo, la ONU reconoce como desplazados internos a las personas o grupos de personas que han sido forzadas a abandonar sus lugares de residencia por motivos de guerra, situaciones de violencia generalizada, violaciones de derechos humanos, catástrofes naturales o desastres provocados por el hombre. Las causas del desplazamiento son, en efecto, muy numerosas. Además, como lo muestran varios de los trabajos incluidos en este volumen, la indicación de una causa genérica –por ejemplo la “guerra”– no basta para explicar la dinámica concreta de un fenómeno de desplazamiento. Así, refiriéndose a Colombia, Fernán González afirma que “el fenómeno del desplazamiento evidencia la lucha por el control de los corredores estratégicos que permiten el acceso al tráfico de armas, la exportación de drogas de uso ilícito o el fácil desplazamiento desde las zonas de refugio hacia las zonas de conflicto”12. En América Latina y en África, amén de otras regiones del planeta, la guerra y sus corolarios no son las únicas causas de las “migraciones forzadas”. El propio “progreso” técnico-económico resulta responsable del destierro de enormes contingentes humanos. Es el caso, en particular, de la construcción de grandes instalaciones hidráulicas: así, la represa de Itaparica, en el nordeste de Brasil, provocó el desplazamiento de unas 120.000 personas13. Sólo parte de la población afectada fue indemnizada o reubica-

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Véase su artículo en este volumen. John Horgan, “El proyecto de presa de Itaparica en el nordeste de Brasil: modelos y realidad”, RMF 4, abril de 1999, pp. 22-25. Hay muchos otros ejemplos. La construcción de la represa binacional de Yacyretá (entre Paraguay y Argentina) damnificó a 30.000 personas. Las comunidades indígenas de Mbokajaty, Pacito, Abiaru, Pindoty’i, Tekoa Miní y Katupyry perdieron su principal sustento económico: la pesca (“Este martes, afectados por la represa de Yacyterá se manifestarán”, (9/08/2009). En la zona del Alto Bío-Bío, en el sur de Chile, la Central Hidroeléctrica Ralco y otros proyectos más van desplazando a la población nativa pehuenche (Equipo Nizkor, “El proyecto de la Central Hidroeléctrica Ralco”, (11/03/2008). Véase también, en este volumen, el artículo de João Paulo Borges Coelho (represa de Cahora Bassa en Mozambique). 14 Véase, en este volumen, el artículo de Lilibeth Zambrano. 15 Según John Horgan (“El proyecto de presa de Itaparica en el nordeste de Brasil: modelos y realidad”, RMF 4, abril de 1999, p. 22), cada año, 10 millones de personas son desarraigadas por proyectos de desarrollo. 16 En América Latina, Colombia reconoce el fenómeno con la ley 387, también México desde hace poco, mientras que en Perú y Guatemala, los gobiernos prefieren considerar que con el fin de las guerras respectivas, el problema de los desplazamientos se ha resuelto (Erin Mooney, “Donde no hay voluntad, no hay camino posible: responsabilidad nacional en el desplazamiento interno en las Américas”, RMF 18, septiembre de 2003, p. 43). 17 En ciertas áreas de Angola, por ejemplo, los retornados se encuentran con minas anti-personales (Cecilie Winter, Nina M. Birkeland, “Angola: ¿de los planes a la acción?” (RMF 16/17, mayo de 2003, p. 35).

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No hace falta enfatizar que el desplazamiento masivo de poblaciones va provocando, forzosamente, situaciones extremadamente difíciles en términos sociales, económicos, culturales y educativos. En Colombia, por ejemplo, “el sistema gubernamental de ayuda está altamente formalizado […]; las personas sólo pueden ser registradas si fueron desplazadas durante el año anterior; la ayuda humanitaria sólo se brinda por tres meses (prorrogables por tres meses en casos especiales); y la ayuda actual está sujeta a la disponibilidad de fondos”18. En África, los “desplazados internos” acaban, a menudo, poblando campamentos de refugiados u otras zonas en un país vecino19. En estos campamentos, como lo explica José Eruesto, angoleño que estuvo refugiado en Zambia, se van perdiendo las tradiciones ancestrales, la interacción entre viejos y jóvenes y la práctica de la agricultura o la pesca20. Aunque no han escaseado políticas de reubicación de los “desplazados internos”21, es evidente que muchos de los desterrados terminan instalándose, por cuenta propia, en los barrios periféricos de las ciudades. Según informaciones del gobierno angoleño, casi un millón de personas desplazadas por la guerra retornaron a sus aldeas en el interior, pero, cuando se observa la creciente sobrepoblación de la ciudad de Luanda, estas informaciones resultan poco creíbles. Para muchos campesinos andinos, en el Perú, el retorno a las aldeas arrasadas durante la “guerra sucia” de los años 19802000 no constituía una opción realista, motivo por el cual preferían asentarse en las ciudades22. En Colombia, la persistencia de la violencia armada es un obstáculo permanente a la relocalización o al retorno de los desplazados. En suma, es patente que muy a menudo, las poblaciones rurales o periféricas expulsadas de su hábitat tradicional no han tenido otra opción que la de instalarse en los cinturones de miseria de las ciudades, a menudo en la capital de sus países respectivos. Al no encontrar en los espacios urbanos marginales verdaderas perspectivas de futuro, muchos desplazados se deciden, finalmente, a emigrar –igual que otros compatriotas suyos– hacia alguna de

18 Amelia Fernández, Roberto Vidal, “¿Colombia: el final del desplazamiento o el fin de la atención?”, RMF 16/17, noviembre de 2003, p. 24. 19 Véanse, en este volumen, la entrevista a Sérgio Santimano y los artículos de Nelvina Barreto y Juan Tomás Ávila Laurel. 20 José Eruesto, “El deterioro de las culturas en los campamentos de refugiados”, RMF 14, julio de 2002, p. 20. 21 Véase, en este volumen, el artículo de César Pastor. 22 Finn Stepputat, Nina Nyberg Sørensen, “Desplazados internos y medios de subsistencia móviles”, RMF 14, julio de 2002, p. 36.

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las ya mencionadas “tierras de promisión”, donde se mezclan con los que emigraron por motivos básicamente “económicos”. Cuando hablamos de migraciones forzadas, de poblaciones desplazadas o, todavía, de grupos humanos amenazados de expulsión o de destierro, estamos enfatizando, con razón, la violencia que sufren los desterrados. Cabe notar, sin embargo, que los desplazados, lejos de ser meras víctimas de determinados procesos, son también sujetos históricos. En este sentido, nos pareció importante indagar en la actuación de los propios colectivos desplazados, sus estrategias y prácticas de resistencia y de sobrevivencia, sus esfuerzos por recrear, en donde sea, una vida política, social y cultural propia, como lo muestran, por ejemplo, las Comunidades de Población en Resistencia en Guatemala23 y las Comunidades de Paz en Colombia24. Como cualquier otro fenómeno sufrido o protagonizado por seres humanos, las “migraciones forzadas” son un asunto multifacético y complejo. Entre sus causas figuran grandes problemas políticos, económicos, sociales, étnicos y religiosos, pero en su dinámica intervienen factores de otra índole: mentalidades, sensibilidades, anhelos, proyectos. Ninguna disciplina o práctica es capaz, por sí sola, de abarcar todas las dimensiones o facetas del fenómeno del desplazamiento forzado ni, por lo tanto, de determinar la mejor manera de hacer frente a sus efectos a corto, mediano o largo plazo. La interdisciplinariedad, tal como la entendemos, nos parece ser un instrumento idóneo para alimentar el diálogo múltiple que se necesita para abarcar, en la medida de lo posible, la complejidad de la cuestión de los desplazamientos. Por eso mismo hemos reunido en este volumen investigaciones o ensayos que provienen de la experiencia directa con los desplazados, de las ciencias sociales y de los estudios literarios o culturales; les agregamos, todavía, entrevistas con tres artistas –un cineasta (Juan Lozano, Colombia), un fotógrafo (Sérgio Santimano, Mozambique) y una actriz-bailarina (Isabel Lunkembisa, Angola), que enfrentan la problemática del desplazamiento en sus trabajos. Un último punto. Al ser el resultado de un simposio científico, Expulsados, desplazados, desterrados pretende cumplir con las exigencias de una publicación académica. Creemos y esperamos, sin embargo, que este volumen, por la diversidad de enfoques presentes, podrá ser de interés no sólo para los estudiosos universitarios, sino también para quienes trabajan, “en el terreno”, con poblaciones desterradas o relocalizadas.

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Véase el artículo de Andrés Cabanas en este volumen. Véase, en este volumen, la entrevista a Juan Lozano, autor de la película Hasta la última piedra. 24

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DESPLAZADOS INTERNOS. RETOS SIN SOLUCIONES, SOMBRÍAS PERSPECTIVAS EN EL AÑO 2008 CÉSAR PASTOR ORTEGA Ex funcionario del ACNUR

Introducción No habían pasado ni tres días del nuevo año (2008) y el tema de desplazados y refugiados llenaba no sólo las páginas de los periódicos, sino también las web de un sinnúmero de organizaciones humanitarias y de agencias de información. En enero de 2008, la comunidad entera veía a través de la televisión el horrible drama que afectaba a la población de Kenia. Decenas de miles de personas eran víctimas de la represión de la policía, a la par que sufrían agresiones, despojos, incendios y vandalismo, llevados a cabo por diferentes grupos armados con machetes y flechas. Se estima en más de 250.000 el número de personas que huyeron de esa violencia buscando, al interior del país o en dirección de Uganda o Tanzania, seguridad y protección. La mayoría de ellas perdieron así, devorada por el fuego y el robo, su empobrecida economía y se convirtieron en los primeros desplazados y refugiados de 2008. Antes de las fiestas de fin de año nadie había pensado, mucho menos la población de Kenia, que en algún momento, la demora y el resultado de las elecciones presidenciales iba a dar lugar a la peor de las confrontaciones políticas en el país. La extrema violencia que se observó no sólo fue la expresión de los problemas políticos electorales, sino también, en menor medida, de las rivalidades étnico-políticas existentes entre dos grupos que se disputan el poder desde años atrás. Mientras hablamos aquí de las IDPs (Internally Displaced Persons), la situación y la suerte de cientos de miles de desplazados y refugiados en Kenia siguen sin una solución duradera. Desafortunadamente, en la mayoría de los países, los intentos de mediación o de negociación política no han encontrado una solución definitiva al problema de desplazados.

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Definición Hay muchas definiciones del término de desplazados. El desplazamiento de personas y comunidades en sus diferentes formas ha sido una realidad en la historia de la humanidad. Sin embargo, para fines del tema que nos ocupa –las personas comúnmente llamadas “expulsadas, desterradas o desplazadas”–, la definición más apropiada es la utilizada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR. De acuerdo con esta definición, el término “personas desplazadas internamente” (IDPs) se refiere a todas aquellas personas que, forzadas a huir de sus hogares para escapar del conflicto armado, la violencia generalizada, las violaciones de los derechos humanos o los desastres naturales o provocados, se ven obligadas a abandonar sus hogares, sus comunidades, sus pueblos y su región, para establecerse en otra zona, en el interior del mismo país de origen1. Países afectados La mayoría de los desplazados internos en el mundo se encuentra actualmente en el África. En Sudán, la República Democrática del Congo, Angola, Chad, Mozambique y, en grupos residuales, en Liberia. En América Latina, el mayor número de desplazados se encuentra en Colombia; sin embargo, podemos también mencionar los casos de Guatemala, El Salvador, México y el Perú. En el Medio Oriente y Asia, las guerras en Irak y Afganistán no sólo crearon miles de refugiados, sino también miles de desplazados internos. Por otra parte, el tsunami del año 2004, que afectó a más de un millón de habitantes de Sri Lanka, la India, Bangladesh, Indonesia y Tailandia, forzó a cientos de miles de personas a desplazarse al interior de sus respectivos países. Causas En el estudio presentado por el representante del Secretario General de las Naciones Unidas a la 49ª sesión de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de ese organismo, se identificaron seis causas de desplazamiento2: 1 UNHCR/2007: 6, Los desplazados internos, (03.05.09). 2 Özden Melik: “Los Desplazados Internos. Situación actual en lo que se refiere a los derechos de los desplazados internos y de los Principios Rectores adoptados”, (03.05.09).

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Conflictos armados y luchas internas. Violencia comunitaria. Violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Reasentamientos forzados. Desastres naturales. Desastres ecológicos.

Sin embargo, entre otras causas de desplazamiento se pueden añadir igualmente: los efectos del cambio climático, de la mundialización, la discriminación, la identidad, y también la religión, etc.

Cambio climático y mundialización Las repercusiones económicas y ecológicas de las nuevas formas de producción son muy preocupantes en algunos países o regiones del África, Asia y América Latina. Los cambios climáticos de los últimos años en el África, por ejemplo, se dejan sentir con mayor gravedad por sus efectos negativos, debido a que las sequías y/o las inundaciones duran más tiempo, las fuertes lluvias son más frecuentes. A la larga, esto genera una presión constante sobre los pauperizados recursos y los hombres, que en la mayoría de los casos se ven obligados a abandonar sus comunidades y zonas de asentamiento. El secretario ejecutivo, Yve de Boer, de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, siglas en inglés), ha señalado que: “En el 2010, casi 50 millones de personas podrían verse desplazadas debido al cambio climático, la desertificación y la deforestación”3.

Problema étnico, identidad y discriminación Durante los últimos años se ha podido observar que los conflictos étnicos han sido una de las causas que originaron algunos desplazamientos masivos en el África. La confrontación étnica, que terminó en el genocidio entre los grupos étnicos hutus y tutsis en Ruanda y Burundi en 1994, es bastante comentada. No obstante la existencia, en la actualidad, de una convivencia más o menos pacífica entre estos grupos, el resentimiento y los

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Boer, Yve de: “Alto funcionario de la ONU advierte de consecuencias del cambio climático”, (12.12.2007).

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recuerdos siguen presentes en la memoria de cada comunidad. A pesar de las duras lecciones aprendidas del pasado sobre el impacto negativo que provocó el genocidio, la reconciliación no ha llegado a su fase final de un perdón total. Hay todavía mucho que hacer para evitar otros conflictos étnicos muy preocupantes en esa parte, como también en otras partes de África, por ejemplo en el norte de la República Democrática del Congo y en la región de Darfur (Sudán); a ellos hay que sumar el conflicto político entre los loua y los kikuyos en Kenia y recientemente el desalojo violento de la población de Zimbawe en África del Sur. En lo que se refiere a África del Oeste, la pacificación y la presencia de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas, por el momento, están dando resultados positivos de convivencia étnica y política en Liberia, Sierra Leona y Costa de Marfil. Hay que añadir de igual forma que en algunos países de América Latina, el elemento étnico sigue siendo aún un factor que agudiza y provoca confrontaciones sociales, que resultan en ciertos desplazamientos internos. La discriminación y la marginación de las poblaciones autóctonas en países con gran componente indígena, aun si no son muy abiertos, generan un cierto malestar psicológico social en algunos grupos humanos, que a la larga puede desembocar en desplazamientos internos. Los términos “indio”, “cholo” y “negro” utilizados en algunos países, son nominativos despectivos usuales en el vocabulario de cierta población blanca o mestiza, que de alguna manera delata la existencia de conflictos sociales todavía no resueltos en la memoria de ciertos grupos de poder. Los problemas políticos actuales en Bolivia, por ejemplo, están creando una situación muy delicada, compleja y explosiva entre dos regiones económicas del país y con un componente étnico diferente. Una crisis política que puede transformarse en una confrontación étnica y social de cierta gravedad y generar, con gran probabilidad, un desplazamiento de población al interior o al exterior del país. El caso de Guatemala de los años 1980 fue, en América Latina, el ejemplo más visible de una persecución étnica. En ese país, la población guatemalteca de origen maya fue en cierto tiempo discriminada y marginada. En esos años, esa población fue castigada severamente por los grupos de poder, entre otras razones por haber heredado tierras muy ricas productivamente que ésos ambicionaban y por mostrar un escaso interés en occidentalizarse y adaptarse a un sistema socio-cultural ajeno a su cosmovisión. La historia del éxodo de la población guatemalteca de los años 1980 y 1981 está aún presente en la memoria del pueblo. Fue a raíz de la represión militar cuando muchos de los llamados “hombres de maíz” dejaron sus raíces y sus aldeas en llamas, para desplazarse al interior del altiplano de Gua-

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temala, mientras otros se refugiaban en el estado de Chiapas, en México. Famosa por su crueldad, la política de tierra arrasada y de las aldeas modelo no ha sido borrada de la historia política de Guatemala y queda como el episodio más inhumano llevado a cabo en contra de la población maya.

La religión La religión como factor que origina el desplazamiento hace su reaparición en los últimos años como uno de los condimentos que sazona los apetitos agresivos de algunos grupos fundamentalistas y radicales en diferentes regiones del globo, en particular en África y Asia, pero también en América Latina. Por ejemplo, hace años atrás, en el estado mexicano de Chiapas, comunidades enteras se desplazaron a causa de los conflictos religiosos entre la población de un mismo grupo étnico. Es preocupante en la actualidad que en muchos países, los conflictos religiosos estén tomando más y más actualidad. La creencia religiosa hoy se usa como forma de opresión, marginación y violencia de un grupo contra el otro, en particular contra las mujeres, que son las víctimas de ciertas interpretaciones de los libros sagrados. Los resultados de estos conflictos, como se ha visto, han originado persecución o castigos y han desembocado en movimientos de desplazados.

Cifras Registrar todos los tipos de desplazamientos y contar con una información ajustada a la realidad constituye todavía un problema en los países en donde existe el fenómeno del desplazamiento interno. Las estadísticas sobre personas desplazadas no siempre muestran la realidad completa del fenómeno; por una parte, por la inexistencia de registros o bases de datos fiables en algunos de los países afectados; y, por otra, debido al desconocimiento de muchas situaciones de desplazados en una región o en un mismo país. Por razones geográficas y de seguridad, muchos grupos de desplazados no son contabilizados y a veces ni son conocidos, sobre todo aquellos que se encuentran en las zonas alejadas de los medios de transporte y de comunicación, o fuera de la presencia de organizaciones humanitarias. Un factor importante por considerar en cuanto a las cifras es el hecho de que el desplazamiento interno se presenta como un proceso dinámico y cambiante. El número de desplazados aumenta y disminuye constantemente en

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el mundo. Por ejemplo, las situaciones políticas y las intensas lluvias que afectaron Kenia, el Chad y otras regiones del mundo recientemente, incrementaron el número de desplazados más allá de 400.000 personas. Es importante agregar aquí que muchas de las cifras utilizadas por diferentes organismos internacionales u ONGs no siempre se basan en registros oficiales, uno, por la complejidad de prepararlas, dos, por la falta de recursos humanos y económicos, y tres, por el problema político y de seguridad que implica la recolección de datos. Los datos manejados en cada operación de protección y de asistencia provienen en muchos casos de listas que han sido preparadas por cada organización en particular para los fines relacionados a sus roles y actividades. El Centro de monitoreo de desplazamientos internos estima en 25 millones las personas desplazadas internamente en el 2005. Alrededor de 5 millones se encuentran en Sudán, y habría hasta 3,7 millones en Colombia. En el mundo, entre el 70 y el 80% de estos desplazados son mujeres y niños, sin embargo, el ACNUR cuenta entre la población protegida y asistida un número no mayor de 12.794.4004.

Características de la población desplazada La mayoría de los desplazados, en particular en los países en desarrollo, está constituida por poblaciones de origen rural. Esa población está compuesta mayormente por campesinos pobres, marginados económicamente. Las personas que han trabajado con los desplazados internos en Europa, Asia y África, a menudo encuentran que éstos son minorías étnicas, religiosas, tribales o lingüísticas, confrontados con mayorías étnicas; como es el caso de los kurdos en Turquía e Irak, los chechenos en la Federación Rusa, los kosovares albaneses en la ex Yugoslavia, los tamiles en Sri Lanka, los karen y kareni en Myanmar y los cristianos y animistas del sur de Sudán. Estas minorías étnicas buscan autonomía o independencia de los gobiernos que sirven los intereses del grupo étnico dominante. No obstante, en las guerras civiles de las Américas, los desplazados internos no son minorías étnicas en búsqueda de independencia; provienen principalmente de las mayorías rurales y pobres, como fue el caso de El Salvador y Honduras, y como es el caso actual de Colombia.

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UNHCR/ACNUR, 2007: “Los desplazados internos”. (18.08.2009).

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Números significativos también pertenecen a grupos indígenas, como en Guatemala durante los 80 y en Perú, donde según reportes, el 70% de los desplazados internos provienen de comunidades nativas5. Cabe mencionar como la característica más saltante de la población desplazada actual la presencia de un mayor número de mujeres, ancianos y niños y, en muchos casos, de menores no acompañados. Es decir, buena parte de la población desplazada se integra a la lista de una población vulnerable, con necesidades de protección y asistencia específica. Vulnerabilidad Un desarraigo violento, como ha sido la mayoría de los casos de los movimientos de desplazados y refugiados, afecta a las personas en general y a ciertos grupos en particular, como son los niños, mujeres, y ancianos, volviéndolos mucho más vulnerables a todo tipo de abusos, entre ellos a violaciones de sus derechos humanos y de sus derechos de personas. Es increíblemente dolorosa la situación y la vida de los desplazados en muchas operaciones de asistencia y en regiones pauperizadas en el mundo. La mayoría de ellos huyen con casi nada, con la ropa puesta y tal vez con algunos pequeños enseres de cocina, herramientas agrícolas y, los que tienen suerte, con algunas semillas. La falta de un lugar seguro donde asentarse en su región u otra o en el país de origen les hace deambular de un lugar a otro hasta perder las energías o la esperanza. El constante movimiento y el peligro de ser acosado en cada momento ponen en riesgo a la familia, a los niños y en particular a las mujeres que, en muchos casos, son explotadas de diversas formas. La vulnerabilidad que genera el desplazamiento desemboca casi siempre en un empobrecimiento gradual de las personas, de las familias y las comunidades. A su vez esa situación genera efectos físicos degradantes, morales y psicológicos, negativos para la condición humana, muchas veces irreversibles. Asistencia humanitaria a los desplazados Es responsabilidad de los gobiernos nacionales proveer asistencia humanitaria y protección a los desplazados internos; sin embargo, por razones políticas, sociales y económicas, se ha visto que los gobiernos nacionales no

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Roberta Cohen y Gimena Sánchez-Garzoli, “El desplazamiento interno en las Américas”, (18.08.2009).

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han sido capaces de asistir a los desplazados. En la mayoría de los casos de desplazamiento interno, han sido las agencias y organizaciones humanitarias las encargadas de atenuar y suministrar una asistencia inmediata, coordinando en algunos casos con los gobiernos u organismos nacionales. La búsqueda de soluciones duraderas a nivel político y económico, como el retorno, ha sido una de las principales preocupaciones de la ONU y de la comunidad internacional. En muchos casos, la comunidad internacional, en sus operaciones de apoyo y asistencia, ha tratado de beneficiar no únicamente a la población desplazada, sino también a la población receptora o aledaña; por ejemplo, en el caso de la reintegración de los desplazados internos en Liberia, se siguió el sistema de Community Based Approach, asistencia comunitaria, en diferentes sectores, llámese salud, educación, servicios comunitarios, agricultura (distribución de semillas y herramientas), etc. Este sistema favoreció la reintegración sin dificultad a los desplazados y refugiados a sus lugares de origen, evitando así la discriminación al interior de cada comunidad. Es importante subrayar aquí que a fin de evitar sustituir el rol del gobierno, las agencias y los organismos humanitarios, en actividades relacionadas con la búsqueda de soluciones durables, el suministro de asistencia, tareas de protección y de seguridad, etc., se coordinan con el gobierno central o con entes nombrados por los gobiernos nacionales, privilegiando a las autoridades locales por su cercanía a los lugares de asentamiento de los desplazados, organizaciones de desplazados/retornados y grupos locales de desarrollo.

Protección de los desplazados internos La primera responsabilidad de los gobiernos nacionales es la protección de los desplazados internos. No obstante, es preocupante que en la mayoría de los casos de desplazamiento interno, los gobiernos nacionales, que deberían ser los primeros responsables en el manejo de una situación semejante, tanto a nivel de la protección como de la asistencia humanitaria, no están presentes, y más aún, no son proactivos en buscar soluciones durables. Algunos se han desentendido del tema, o simplemente se muestran “incapaces por razones internas” de atender y resolver esta tragedia humanitaria que afecta a la población nacional y, por consiguiente, a millones de personas desplazadas en decenas de países en el mundo. Sin embargo, podemos decir también que hay casos muy esperanzadores. Casos específicos de solución durable o legislación específica para

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situaciones de desplazamiento se están dando gracias a los esfuerzos de algunos de los gobiernos afectados, en particular en América Latina. El PAM (Plan de Acción de México), “adoptado por veinte países latinoamericanos en noviembre de 2004” (UNHCR/ “El impacto de la solidaridad regional”, 2007), es un excelente ejemplo6. Si bien es cierto, de manera general, que hay principios jurídicos rectores que protegen a los desplazados internos, todavía no existe ningún organismo de la ONU con un mandato específico ni las herramientas jurídicas necesarias para establecer convenios internacionales específicos, como es el caso de la protección y asistencia a refugiados asignado al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La protección de los desplazados, en el mejor de los casos, se basa en normas que señalaremos más adelante y en normas constitucionales y leyes nacionales que benefician a toda la población nacional. Sin embargo, en la mayor parte de los casos de conflicto o violencia, la constitución o las leyes nacionales no son tomadas en cuenta, mucho menos respetadas. Es ahí justamente donde radica y se origina el problema de los desplazados.

Protección internacional: un desafío de la comunidad Teniendo en cuenta el inmenso peso que representan los problemas de los desplazados internos como tragedia humanitaria de los últimos años, la comunidad internacional ha insistido con los gobiernos nacionales afectados en el respeto a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario como herramientas jurídicas que ofrecen de alguna forma cierto nivel de protección y asistencia a la población afectada. El Comité Internacional de la Cruz Roja, el representante del secretario general de las Naciones Unidas (SG) y el ACNUR han mostrado permanentemente su preocupación y compromiso con el problema de los desplazados, en particular promocionando y fortaleciendo el marco jurídico destinado a proteger a las personas afectadas. En las publicaciones sobre desplazados del Comité de la Cruz Roja, en los principios rectores del desplazamiento interno enunciados por el representante del secretario general de la ONU y en el nuevo manual de Protec-

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UNHCR: Plan de Acción de México: El impacto de la solidaridad regional. C.R.: Editorama, 2007.

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ción de los Desplazados Internos del ACNUR se hace referencia a los derechos de los desplazados en materia de su protección. Sin el esfuerzo, el compromiso y la solidaridad de la comunidad internacional, las organizaciones humanitarias de Naciones Unidas, las organizaciones no gubernamentales en los ámbitos nacional e internacional y algunos gobiernos, la situación de miles de desplazados en materia de protección, de asistencia y de la búsqueda de soluciones durables sería extremamente crítica y dolorosa en los países pobres, afectando en particular a la población más vulnerable, como son los niños, mujeres y ancianos.

Los desplazados internos en Liberia El contexto de la guerra Más de 14 años duró el conflicto bélico que afectó a la población de Liberia. Fue uno de los conflictos más violentos y sanguinarios, semejante a lo vivido en Sierra Leona, en la región de África occidental. La violencia desencadenada contra la población, el terror, la persecución, el empobrecimiento de grandes zonas, el reclutamiento forzado, la destrucción del país, etc., dio lugar a grandes movimientos de desplazados al interior del país, así como a movimientos de refugiados en dirección a zonas seguras en casi todos los países de la región, en particular, por su gran número, en Sierra Leona y Guinea. La población liberiana huyó de la indiscriminada y salvaje matanza de la población civil, los robos, la destrucción de la propiedad privada, comunitaria y estatal, las violaciones y el reclutamiento de niños como soldados y de mujeres como esclavas sexuales. Según algunos testimonios de desplazados y refugiados, los bandos confrontados, así como el ejército, realizaron todo tipo de atrocidades contra la población. Con la finalidad de estar seguros y protegidos de la violencia y tener un mínimo para sobrevivir, un total de 35 asentamientos humanos o campamentos se establecieron a lo largo de la carretera principal que une Bong County con Monrovia. Desafortunadamente, no existe información sobre el número de personas que se internaron en diferentes áreas selváticas en la región de Lofa, donde se pudo constatar posteriormente la existencia de comunidades con grandes dificultades a nivel de asistencia y servicios básicos. En agosto de 2003, cuando se firmó el acuerdo de paz, había una población de más o menos 600.000 desplazados en el país y más de 120.000 refugiados sólo en Sierra Leona y Guinea.

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El contexto de paz y de la reconstrucción La llegada de un contingente de soldados por la paz, la misión de Naciones Unidas para Liberia, UNMIL, el posterior desarme y desmovilización de excombatientes de los grupos beligerantes en casi todo el territorio nacional, la organización de las elecciones de 2005 y la instalación del gobierno de la presidenta Ellen Johnson-Sirleaft, fueron las bases que dieron al país un cierto panorama de estabilidad política, armonía social, tranquilidad, seguridad y un respiro de confianza y esperanza de paz para el país. Sobre estas bases, la población desplazada y refugiada, dentro y fuera del país, comenzó a movilizar sus emociones, sus pesadillas, a consultar a sus ancianos, a sus familias, a sus dirigentes, y a preguntarse sobre su pasado, sus tierras, sus casas, sobre el resto de la familia y sobre sus muertos, sobre el cese de violencia, la situación económica, el desarme, la desmovilización etc., con vistas a tomar una decisión, la más dura, la de volver a sus lugares de origen para rehacer de nuevo sus vidas sin más pertenencias que su fe y esperanza. Decidir retornar a sus lugares de origen o pueblos aledaños no fue una tarea fácil; nadie sabía qué le esperaba en el enmarañado mundo del pasado y del presente. Pero no había otra solución durable más propicia y esperanzadora que volver a estos lugares de origen. Los dolores, traumas, sufrimientos, a menudo individuales y familiares, fueron el equipaje más pesado con que tuvieron que cargar cientos de jefes de familia, en particular las mujeres, muchas de las cuales tuvieron que asumir ese rol por efectos de la violencia. Así, sobrellevando angustias y dolores, cientos de miles de desplazados y refugiados emprendieron el camino de retorno a casa.

Actores y responsabilidades para el retorno El gobierno de Liberia, hallándose por los estragos de la guerra ante una situación económica precaria, sometido a la presión de su pueblo y con grandes proyectos y deseos de una recuperación económica, social y política, confió a la comunidad internacional el manejo del retorno de los desplazados y refugiados. Por un lado, a nivel de los refugiados, el ACNUR, con su mandato de buscar soluciones duraderas al problema, sensibilizaba, apoyaba y promovía, en los países de refugio de África del Oeste –en particular Sierra Leona y Guinea– el retorno de miles de refugiados. Por otro lado, el gobierno, las ONGs nacionales, las agencias de las Naciones Unidas (UNHCR, WFP, UNDP, UNICEF) y algunas ONGs internacionales trabaja-

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ban directamente con la población desplazada en sus campamentos y creaban las condiciones básicas para el regreso a los lugares de origen. Asistían así, con alimentación y transporte, la recepción de miles de desplazados en estos lugares de origen. Así también se construía la mínima infraestructura básica de servicios comunitarios para facilitar su reintegración.

Reconstrucción de infraestructura básica, reconstrucción del edificio humano: un gran reto para todos Escuelas, clínicas, edificios públicos, casas habitación, postes, estaciones eléctricas, centros de purificación de agua potable, puentes, cooperativas, áreas agrícolas y todo lo que significaba construcción, economía individual y colectiva fue salvajemente destruido. Raptos, violaciones de mujeres y niños, muertes, amputaciones, torturas, etc., demolieron el edificio moral y social del país. No existen palabras para calificar tal violencia ni mente para entenderla; es indescriptible el odio y la destrucción que vivió el país. Reconstruir un país lleva años y años. Dotar a Liberia de toda la estructura productiva necesaria y de la infraestructura básica de servicios, carreteras, puentes y comunicaciones, destruidos durante el periodo de violencia, será un proceso largo y necesitará mucho financiamiento externo. Sin embargo, la reconstrucción del hombre como edificio humano, la cicatrización de las heridas físicas y psicológicas que aún quedan, igualmente necesitará tiempo y muchos recursos, más allá de los puramente económicos. El perdón, el olvido de los traumas, de las torturas y de las vejaciones necesitará todo el apoyo psicosocial del gobierno, de la comunidad internacional y de todos aquellos interesados en la paz y la armonía entre los hombres. A diferencia del ejercicio de moverse de un lugar a otro, de correr y traspasar las fronteras, la huella que deja el desplazamiento en el alma de un ser humano apenas se ve en la televisión, el cine y los reportajes. La complejidad del sufrimiento que transporta un desplazado es mucho más grande que cualquier volumen o peso de sus pertenencias personales. Por tal razón, aun si es justo y vital pensar en todas las etapas de la asistencia humanitaria, es también fundamental e indispensable pensar en reconstruir, en reedificar la estructura física y moral del ser humano con nuevos cimientos de dignidad, creatividad y trabajo. No olvidemos que el desplazado es quien tendrá que hacer frente a sus traumas y sus pesadillas; él es quien asumirá la reconstrucción de su familia, de su región y de su sociedad con el apoyo de la comunidad nacional e internacional.

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Por todo ello, es profundamente importante, en todos los niveles de intervención individual o comunitaria –sea ésta política, social o económica–, sensibilizar para evitar que se produzcan nuevos casos de desplazamientos forzados. Es profundamente agobiante decir que detrás del nombre o el concepto de un desplazado interno se encubre y esconde uno de los más críticos sentimientos de humillación, marginación y violación de los derechos humanos.

Conclusión En la medida en que sigan existiendo conflictos, guerras, discriminación étnica y religiosa, expulsión de campesinos de sus tierras, violencia por parte de algunos estados y tolerancia política por parte de los otros; en la medida en que dejemos pasivamente que se modifique y contamine el medio ambiente natural y social y se acelere el cambio climático, millones de personas, en particular mujeres y niños, seguirán caminando por el sendero pedregoso y ensombrecido del desplazamiento. El año 2008 empezó mal en lo que concierne a desplazamientos internos. La crisis política en Kenia fue altamente preocupante por sus alcances y su influencia en el resto de países de África del Este; la situación política en Zimbabwe es delicada. Hay, sin embargo, signos de esperanza de una reconciliación política; lo mismo podría esperarse en Ruanda y Burundi en cuanto a la reconciliación de los grupos étnicos rivales. La situación en América Latina, a pesar de los grandes pasos dados en materia de derechos humanos y democracia, puede verse afectada por las guerras no sólo verbales entre diferentes protagonistas, sino también por los diferendos políticos relativos a la descentralización y a las autonomías regionales, como es el caso de Bolivia, y también por la violencia cultivada por la extrema pobreza en los barrios marginales y en la zonas rurales. Es posible prever que tanto en África como en América Latina, los retos para la comunidad internacional serán muchos, y que los logros de su ayuda y presencia se verán opacados por el sombrío panorama de inestabilidades políticas y desigualdades económicas. Además, el cambio climático, como generador de desplazamiento, seguirá en combustión a través de fuertes lluvias, huracanes, inundaciones, etc. En todo caso, el fenómeno de desplazamiento interno seguirá siendo una gran preocupación para la comunidad internacional hoy, mañana y pasado mañana.

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Bibliografía BOER, Yve de: “Conferencia de la ONU sobre el cambio climático”, en: (3 de mayo de 2009). COHEN, Roberta y SÁNCHEZ-GARZOLI, Gimena: “El desplazamiento Interno en las Américas”, Brookings Institution, en: (3 de mayo de 2009). ÖZDEN, Melik: “‘Los Desplazados Internos’, una colección del Programa Derechos Humanos del Centro Europa – Tercer Mundo”, en: (3 de mayo de 2009). UNHCR / Plan de Acción de México (2007): “El impacto de la solidaridad regional”, en: (3 de mayo de 2009). UNHCR (2007): “Los desplazados internos”, en: (3 de mayo de 2009).

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TETE E AS DESLOCAÇÕES FORÇADAS JOÃO PAULO BORGES COELHO Universidade Eduardo Mondlane (Maputo)

1. Introdução As razões por que uma comunidade (ou conjunto de comunidades) quebra as relações estáveis que a ligam a um determinado território – e que caracterizam o assentamento – ou seja, as causas do processo de deslocamento, podem ser diversas. A literatura distingue normalmente como grandes causas do deslocamento as catástrofes naturais (cheias, fomes, secas, terramotos), as guerras (quando o seu impacto origina deslocamento de populações), as perseguições (étnicas, raciais, políticas ou religiosas) e os grandes projectos de desenvolvimento (albufeiras de barragens, grandes estradas ou aeroportos, etc.) (Cernea 1993: 379; Guggenheim & Cernea 1993). Nos últimos cem anos, a Província de Tete, no noroeste de Moçambique, tem sido como que um ‘laboratório’ de migrações forçadas. Guerras, catástrofes naturais, projectos de desenvolvimento, todos esses factores que a literatura costuma apontar como causas, ocorreram nesse território mais do que uma vez e com efeitos intensos, embora desiguais. Devo começar por dizer que muitos destes fenómenos são comuns a extensas partes do território moçambicano. A minha escolha desta província carece portanto de uma justificação. Esta assenta em duas linhas principais: por um lado, Tete conjuga como nenhuma outra todos os fenómenos apontados como causas de deslocação forçada; por outro lado, acresce que, devido ao facto de ser uma zona de baixíssima densidade populacional, sobretudo a sul do rio Zambeze, tais causas podem ser observadas na sua forma ‘pura’, isto é, sem a interferência de factores como por exemplo a disputa de terras derivada do excesso de população. Além disso, por diversas razões, como veremos, esses fenómenos ocorreram neste território com uma intensidade particular. Vou organizar a minha intervenção referindo cada um destes factores, após o que procurarei lançar é uma pequena discussão sobre os conceitos e sua oportunidade no tratamento do fenómeno da deslocação forçada.

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2. Factores de Deslocamento Forçado em Tete A ‘tradição’ do deslocamento Historicamente, a ideia que imediatamente ocorre quando se fala do deslocamento forçado em África é a escravatura, não só no seu sentido clássico mas incluindo também a fuga aos esclavagistas externos e internos. Tete não escapa a essa regra. Localizada na parte ocidental de Moçambique, constituiu tradicionalmente uma rota de passagem entre os grandes reinos do Congo (em particular o Mwata Cazembe) e a costa, rota essa utilizada para exportar escravos para as Américas no século XVII, e para as ilhas francesas do Índico no século XIX. A esse factor vieram somar-se outros factores de desordenamento territorial como a actuação de prazeiros afro-goeses1 e o Mfecane2, assim como uma grande seca ocorrida durante mais de uma década, em meados do século XIX (Newitt 1988: 20-21), factores esses que, conjugados, fizeram historicamente do Alto Zambeze uma zona de deslocamentos permanentes e maciços. Carl Wiese, um explorador alemão ao serviço de Portugal em finais do século XIX, traça um quadro eloquente dos resultados: Há cerca de dez anos [por volta de 1879], a terra dos Sengas [...] era densamente povoada, e hoje o viajante que se dirige a essa terra infortunada, que em breve se tornará num deserto, ainda se cruza com duas ou três aldeias destruídas em cada dia de jornada. Ali, os elefantes costumavam existir em abundância, os habitantes caçavam, tal como os caçadores estrangeiros, e a cada ano uma quantidade valiosa de marfim era exportada para o Zumbo, Cachombo, e Tete, e dali para Quelimane [...]. Mas hoje esses mercados deixaram de receber o marfim dos Sengas [...]. A razão da falta de marfim Senga são as guerras devastadoras conduzidas por esses magnates [...]. É esta a razão pela qual o território Senga se transformou num deserto, onde o viajante só encontra aldeias queimadas, crâneos e ossos humanos. Os caçadores locais partiram para outros lugares ou foram vendidos como escravos, ou ainda, como aconteceu a muitos, impiedosamente

1 Concessionários de terras (ou prazos) semi-autónomos entre os séculos XVII e XIX, cuja economia assentou largamente no marfim e no tráfico de escravos. Constituíram uma espécie de guarda avançada, semi-formal, da colonização portuguesa. 2 Fenómeno migratório militarizado e de relativamente curta duração, com origem Zulu do leste da actual África do Sul, que abrangeu em meados do século XIX grande parte do território dos actuais Moçambique e Zimbabwe, e mesmo o sul da actual Tanzania, originando grandes alterações políticas, culturais e, de uma forma geral, de ordenamento territorial, nomeadamente no vale do rio Zambeze.

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mortos no decorrer dos assaltos às aringas [...]. Os lugares são devastados como se sofressem a acção de um impetuoso furacão. [...] Os homens são, como disse, assassinados ou vendidos; tudo o que não pode ser levado ou comido é destruído, e as aldeias são queimadas! As mulheres e crianças que escapam à morte são trocadas com os Árabes por pólvora ou panos [...] (Wiese 1891: 248-9).

É sobre este pano de fundo que os portugueses impõem, através de um processo longo, marcado pelas guerras de ocupação, o sistema colonial. Estruturalmente, esse sistema esteve longe de significar a estabilização do território. Pelo contrário, se as guerras de ocupação implicaram o desmantelamento das unidades políticas locais e o seu redimensionamento, tal como a substituição das suas elites políticas por novos chefes submetidos e aculturados ao poder colonial, o próprio sistema económico colonial baseou-se num movimento continuado de população. De facto, destituído de capitais para a colonização, Portugal desenvolveu uma economia assente num sistema ferro-portuário tornado rentável pelos serviços de transporte e taxas de circulação das importações e exportações dos territórios do interior da África Austral, associado a um esquema maciço de exportação de mão-de-obra para esses mesmos territórios, sobretudo para a Rodésia do Sul e a África do Sul. O deslocamento considerado de sentido lato inscrevia-se nesta perspectiva: através de contratos periódicos de trabalho, a força de trabalho masculina deixava as suas comunidades para trabalhar em minas e plantações, nos caminhos-de-ferro ou em outros postos nas cidades. Ficando para trás a produzir a sua alimentação, as famílias não ‘pesavam’ como componente dos salários, e portanto as mais-valias absolutas extraídas podiam ser maiores. Este sistema de deslocamento forçado estrutural de uma parte da comunidade acabou por ser integrado no modo de funcionar das comunidades.

As guerras Mais recentemente, nestes últimos 40 anos, Moçambique viveu duas guerras de natureza bem diversa, todavia ambas afectando directamente a população e, em particular, o ordenamento desta no território. A primeira foi uma guerra típica, embora tardia, das dinâmicas emancipalistas africanas contra a ocupação colonial, opondo uma frente de libertação moçambicana ao regime colonial português, no quadro da Guerra Fria. Durou dez anos, entre 1964 e 1974, e abrangeu o norte do território moçambicano e, no final, a sua parte central. Como todas as guerras, esta obrigou a

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deslocamentos maciços de população, internos e para os países vizinhos, não só ditados pelas operações militares e sua lógica local, mas também, mais especifica e sistematicamente, pela estratégia colonial de construção de aldeamentos estratégicos destinados a impedir o contacto entre os guerrilheiros e a população. Nos dez anos de guerra foram construídos perto de 1000 aldeamentos, abrangendo cerca de 1 milhão de pessoas. Tete, com perto de 30% do total de aldeamentos e de população aldeada (Borges Coelho 1993: 230 e passim), foi a província mais afectada por este factor, quer pela dispersão da sua população antes da guerra, quer por ter constituído o corredor de passagem da guerrilha emancipalista para sul. Os efeitos deste processo foram generalizados, devastadores e muito diversos, traduzindo-se os principais em dificuldades acrescidas de acesso a água e a terras agrícolas; multiplicação de doenças endémicas trazidas por uma descida abrupta da qualidade da alimentação e pela concentração de pessoas; e, ainda, desestruturação político-administrativa das comunidades que, destituídas agora das suas estruturas organizativas e da sua moral intrínseca, se tornaram não só completamente dependentes de ajuda externa para a sua reprodução, como também espaços de grande violência social. A guerra colonial terminou em 1974, na sequência do golpe de Estado de 25 de Abril em Portugal, que abriria espaço para as negociações que vieram a conduzir à independência de Moçambique, em 1975. Todavia, pouco tempo depois começava novo conflito, ateado pela estratégia da Rodésia e da África do Sul do apartheid de desestabilização dos países vizinhos, conflito esse que, ao longo dos seus mais de 15 anos de duração, se transformaria numa verdadeira guerra civil que veio a cobrir a totalidade do território, deslocando directamente perto de 40% dos moçambicanos. De facto, e segundo as fontes principais (ONUMOZ/UNOHAC 1994a: 10-12; ONUMOZ/UNOHAC 1994b; United Nations Department of Public Information 1995: 165-6), a guerra civil deslocou internamente quase 5 milhões de pessoas, e obrigou perto de 2 milhões a refugiar-se nos países vizinhos. Mais uma vez, Tete foi uma província duramente afectada, sobretudo devido à sua posição geográfica, ao facto de constituir um gigantesco istmo com fronteiras com três países, um dos quais, o Malawi, constituiu durante uma boa parte da guerra uma retaguarda das operações da Renamo, o movimento guerrilheiro que combatia o governo. Em resultado, em finais de 1992 Tete era sem dúvida uma das províncias mais fustigadas pela guerra, traduzindo-se essa situação num deslocamento forçado generalizado que despovoou extensas partes do seu território, e de que os números são a expressão mais eloquente: mais de 300.000 deslocados internos (numa média próxima da nacional), e cerca de 45% da popu-

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lação refugiada em países vizinhos (a média nacional de refugiados em países vizinhos foi de perto de 12%).

Os projectos de desenvolvimento Também os projectos de desenvolvimento costumam ser apontados como factores de deslocamento forçado, e, no que toca à Província de Tete, quero alinhar aqui pelo menos três tipos. O primeiro foi constituído pela barragem de Cahora Bassa, uma das maiores do mundo, construída em Tete pelo regime colonial, e cuja albufeira, enchida no período de transição para a independência do país em 1974, obrigou ao deslocamento directo de cerca de 20.000 pessoas que viviam nas margens do rio Zambeze entre as localidades de Zumbo e Songo. A segunda causa de deslocamento forçado, neste âmbito, foi a estratégia de desenvolvimento rural adoptada após a independência, que consistiu na implementação de aldeias comunais. As razões desta estratégia, anunciada como forma de transformação socialista das relações de produção no campo, e único processo de fazer chegar aos camponeses os “benefícios da independência” (nomeadamente nos campos da saúde e educação, e também de apoio à produção agrícola), são complexas. Incluem, sem dúvida, a necessidade de controlo político e administrativo do território, num quadro de confronto regional agudo com a África do Sul do apartheid, assim como a constituição, por meio de tais concentrações, de reservas de mão-de-obra a serem utilizadas sazonalmente nos empreendimentos agrícolas estatais, encarados como instrumento essencial de crescimento da economia. Em Tete, entre a independência e 1982, altura de generalização da guerra civil no território, foram construídas cerca de 40 aldeias comunais para perto de 100.000 camponeses, ou seja, 13% do total da população. No mesmo período foram edificadas cerca de 1.400 aldeias comunais em todo o país, integrando perto de 2 milhões de pessoas, cerca de 20% da população total3. 3 Ver Borges Coelho (1993: 345). As causas do deslocamento forçado são quase sempre encaradas como uma ruptura de equilíbrios na sociedade (a guerra como intervalo entre duas situações de paz, por exemplo, ou uma catástrofe natural entre situações ‘normais’). E, quando essa ruptura é planeada (caso das deslocações forçadas provocadas por projectos de desenvolvimento, normalmente identificados com grandes obras de engenharia), como interrupções pontuais desse equilíbrio. Uma perspectiva interessante é aberta no caso de rupturas erigidas em políticas de Estado, portanto continuadas no tempo, transformando-se o desequilíbrio em regra. Sobre as aldeias comunais, ver também Casal (1987), Araújo (1988), Brito (1991), Friedmann (1980), entre outros.

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Acontecimentos climáticos extremos Há ainda, evidentemente, fenómenos naturais como as secas e as cheias, também eles poderosos factores de deslocação forçada das comunidades dos seus territórios. Tete, sobretudo a sul do rio Zambeze, é uma zona altamente propensa à seca, tendo sofrido episódios severos em 1981-1984, 1991-1992 e 1994-1995. Por outro lado, a província experimentou cheias severas do rio Zambeze em 1977-1978, 1996, e 2000, obrigando ao deslocamento de milhares de pessoas (Borges Coelho 2004: 53). 3. Algumas Notas para Discussão Como definir um denominador comum para fenómenos tão diversos? Um conceito operativo que permita incluí-los numa mesma problemática? Corremos aqui, penso eu, vários riscos. O principal talvez seja o de proceder a uma definição tão abrangente, tão geral, que verdadeiramente não nos traz grandes respostas. Além disso, de nada nos serve um conceito taxonómico, que nos permita apenas classificar estes fenómenos de movimentação de populações no território, a não ser talvez para estabelecer critérios de assistência externa, humanitária, a essas populações. Articulações entre as diversas causas de deslocamento forçado Olhando para todos estes factores diferenciados de deslocação forçada, importa salientar alguns aspectos. O primeiro, desde logo, é que, embora isolados para efeitos de análise, eles surgem na realidade intimamente relacionados entre si. Assim, por exemplo, no tempo colonial, mais precisamente nos primeiros anos da década de 1970, coexistiram as deslocações motivadas pela guerra com as deslocações provocadas pela barragem de Cahora Bassa. Mais tarde, já depois da independência, as cheias do rio Zambeze em 1977 foram “utilizadas” pelo Estado moçambicano como argumento para a deslocação de comunidades tendo em vista a formação de aldeias comunais. Por outro lado, as deslocações que formaram os aldeamentos coloniais (motivadas portanto pela guerra) e as deslocações que deram azo às aldeias comunais (motivadas por um discurso de desenvolvimento) acabaram por traduzir-se em realidades muito próximas aos olhos das comunidades. Finalmente, em determinadas circunstâncias é muito difícil distinguir os deslocamentos provocados pela guerra dos deslocamentos devido às secas e às cheias.

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Na verdade, embora os factores devam ser isolados para efeitos de análise, eles surgem muitas vezes, e são apreendidos, de forma agrupada, devendo portanto ser igualmente analisados os seus efeitos conjugados.

A intensidade do deslocamento Por outro lado, e para além desta diversidade de causas, também a intensidade dos processos de deslocamento pode variar. Se considerado num sentido lato, o facto de um número significativo de homens de uma comunidade emigrarem sazonal ou definitivamente para fora do seu território pode ser já considerado como uma forma de deslocamento, forma essa capaz de alterar profundamente o equilíbrio dessa comunidade e a sua relação com o território. Mas é grande a diferença entre um processo deste tipo, que se pode manter em baixa intensidade durante décadas, e, por exemplo, a ruptura provocada pelo enchimento da albufeira de Cahora Bassa nas comunidades de Mágoè, no sul de Tete, obrigando ao seu deslocamento físico imediato para novos territórios. O nosso conceito operativo de deslocamento é, aqui, estrito, referido ao segundo cenário e definido como um processo que implica ruptura física na relação entre a população e o seu território, obrigando-a a deixá-lo. E, assim, interessa-nos sobretudo não as causas externas de atracção que levam a comunidade a partir, mas as causas locais (produzidas no interior do território ou, se originadas no exterior, expressas e provocando impacto no nível local) que obrigam a comunidade a alterar fundamentalmente a sua relação de assentamento e a deixar o seu território.

A diversidade na comunidade O caso da guerra civil em Tete, e em Moçambique em geral, é particularmente esclarecedor de como as deslocações forçadas se devem não só a factores externos à comunidade, mas também a factores internos; e de como a comunidade, sendo diversa, reage diversamente a esses estímulos violentos. Certamente que, relativamente ao deslocamento forçado, a guerra agiu como causa externa à comunidade, e fê-lo de forma brutal. Zonas de grande disputa militar, cujo controle mudou frequentemente de mãos entre o governo e a Renamo, ou zonas onde a Renamo sentiu necessidade imperiosa de se estabelecer e controlar, foram zonas que experimentaram mais intensamente a brutalidade da guerra e obrigaram comunidades inteiras a fugir. Outras

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vezes os guerrilheiros necessitavam de manter a população junto das suas bases para dificultar as acções de contra-insurgência e para ter onde buscar alimentos e, portanto, agiam de modo a que a estabilidade do assentamento fosse mantida (Geffray 1991; Gersony 1988: 10-12). Consequentemente, as comunidades não se comportaram como um todo homogéneo face à guerra e ao deslocamento. Parte dos seus membros transformaram-se em protagonistas das acções militares, quer incorporada no exército governamental, quer através do recrutamento para as hostes guerrilheiras. Outros beneficiaram de diversas maneiras das oportunidades que surgiam, numa dinâmica que, com o decorrer do conflito, se aproximou cada vez mais de uma guerra civil. Os que fugiam, fizeram-no de diversas maneiras e em diversas ocasiões e circunstâncias. Os primeiros a fugir eram, em princípio, os que tinham meios para tal (ou os podiam transferir) e os que tinham para onde ir. Muitos, sobretudo no sul, empreenderam a fuga através de canais familiares e de parentesco, indo refugiar-se junto de familiares normalmente nos subúrbios de cidades mais bem protegidas (Liesegang 1995). Embora se possam apontar, em termos gerais, algumas grandes tendências no deslocamento originado pela guerra, como a definição de campos (uma parte da população permanecendo na órbita das autoridades governamentais e outra na órbita da Renamo)4, uma certa regionalização do conflito ou a maior segurança junto às cidades, o que é certo é que a forma concreta do deslocamento forçado dependeu também, em grande medida, de dinâmicas locais relacionadas com a resposta das comunidades.

A perspectiva da comunidade Decorre da discussão anterior que a apreensão cabal do fenómeno do deslocamento forçado implica um conhecimento detalhado das dinâmicas e perspectivas das comunidades deslocadas face a ele, contrariando a tendência de grande parte da literatura que, ao simplesmente vitimar as comunidades, perde de vista a análise do social como um todo e as considera como mero objecto do processo, retirando-lhes portanto o estatuto de sujeito activo.5 4 O deslocamento de populações no sentido da dicotomização do espaço é um fenómeno clássico da guerra de guerrilhas. Para uma perspectiva comparativa ver, por exemplo, Stepputat (1995: 5-7). 5 Segundo Stepputat (1995: 1), “a noção de deslocamento implica uma inter-relação entre movimento e relações de poder, e o poder é, tal como Foucault nos mostrou, depen-

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Podemos pois concluir, em traços gerais, que: • o deslocamento forçado ocorre quando os factores, sobretudo externos, que afectam a vida da comunidade (as condições de produção e reprodução da sua existência material e cultural) ganham uma intensidade para além da capacidade que essa mesma comunidade tem de os gerir, restando-lhe portanto o deslocamento como única alternativa de sobrevivência; • frequentemente esses factores se apresentam não com uma natureza “pura”, antes exercendo a sua influência, e sendo percebidos, de forma conjugada e articulada; • os factores de deslocamento forçado não afectam de igual maneira todos os membros da comunidade; • consequentemente, nem sempre a comunidade responde a estes estímulos de forma coesa, existindo antes uma construção diversificada de estratégias consoante os lugares ocupados nas relações de poder no seu interior, as alianças que decorrem com o exterior e a apreensão geral do significado dos fenómenos; • e, finalmente, esta razão obriga a uma reavaliação da importância das perspectivas comunitárias relativamente ao deslocamento forçado, ou seja, à consideração das comunidades como sujeitos no processo.

Bibliografia ARAÚJO, Manuel (1988): Características da distribuição espacial da população rural na República Popular de Moçambique: um exemplo da transformação no uso do espaço. Tese de doutoramento. Lisboa: Universidade de Lisboa, Faculdade de Letras. BORGES COELHO, João Paulo (1993): Protected Villages and Communal Villages in the Mozambican Province of Tete (1968-1982): A History of State Resettlement Policies, Development and War. Tese de doutoramento. Bradford: University of Bradford, Department of Social and Economic Studies.

dente da produção e controle de espaços específicos e do movimento dos sujeitos no interior e entre esses espaços”. Por outro lado, nas comunidades rurais africanas são frequentes fenómenos de deslocamento forçado planeado. Tradicionalmente, nas comunidades chewas do norte do rio Zambeze, por exemplo, o esgotamento dos solos e o crescimento excessivo das aldeias estavam por trás de conflitos rituais em que a parte perdedora era obrigada a partir para fundar novas aldeias. Ver Borges Coelho (1993: 30-49).

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EL ‘DESPLAZAMIENTO’ EN DEBATE/ O ‘DESLOCAMENTO’ EM DISCUSSÃO

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La participación en este encuentro estaba sujeta a la reflexión multidisciplinar del tema de las poblaciones desarraigadas en las áreas lusófonas del África subsahariana, y de regiones de las mismas condiciones de América Latina. Desde el principio, dos razones impidieron que Guinea Ecuatorial se incluyera en el enfoque de estas discusiones, pues ni es lusófona ni francófona, por una parte, y, aparte del evidente hecho geográfico de su no pertenencia al área latina de América, no existen en el seno de su comunidad las tensiones, razones o fricciones que desencadenen un movimiento poblacional susceptible de acaparar la atención internacional, por otra. Pero un acercamiento a los hechos guineos permite deshacer estas convicciones. El verdadero desinterés internacional por los asuntos de Guinea Ecuatorial es la causa de las concepciones erróneas sobre su verdadera situación. Nuestra insistencia descansa en la intención de que paulatinamente se abandone esta actitud de ignorancia voluntaria con un país que no se merece la exclusión de la comunidad internacional. El acercamiento del que hicimos mención permitiría descubrir que Guinea Ecuatorial no es enteramente francófona ni lusófona, pero tampoco ha dejado de tener lazos con las comunidades que comparten los sentimientos de las entidades humanas de las que estamos haciendo mención. Quien mirara Guinea Ecuatorial de cerca sabría que pudo haber sido portuguesa de no ser por los avatares históricos y coloniales, y que por las mismas razones pudo haber sido francesa. Es decir, que no es portuguesa ni francesa, pero que nunca ha dejado de serlo definitivamente. De hecho, la porción continental que le correspondió a España en el reparto de África comparte fronteras con sendos países francófonos, cuyos pueblos fronterizos comparten aquellos sentimientos franceses en la común cultura ancestral fang, la que hubieran tenido y a la que habrían pertenecido de no ser por la irrupción colonial europea en su historia. Por el lado insular, la isla de Annobón, a la que debo mis raíces vitales, es una tierra diminuta que en los años del hecho colonial fue poblada por portugueses, en la que dejaron la impronta de aquel poblamiento en forma del fa dambo, lengua de Annobón, a la letra, un dia-

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lecto del portugués que comparte similitudes y giros con otro dialecto de São Tomé, un archipiélago que forma un país que nunca dejó de ser portugués hasta su emancipación en 1975. El acceso de Guinea Ecuatorial a la independencia, en octubre de 1968, se hizo sin traumas aparentes hasta que los hechos posteriores desmintieron aquella concepción. La España colonial no había contemplado la posibilidad de conceder la independencia hasta que la presión internacional se hizo insostenible. Llegado a este punto de presión, la cesión de poder se hizo sin que se estuviera seguro de que los aspectos formales del mismo, como la administración, el ejército, las finanzas públicas y el orden público, encontrarían acomodo y sostenibilidad continuadora en las estructuras creadas por los que ocuparon la silla abandonada casi precipitadamente por España. La confirmación de aquella falta de seguridad en lo que a la gestión de los asuntos guineanos se refiere se hizo patente a pocos años del acceso a la independencia. Vencidos esos años, no quedaban en toda Guinea vestigios de aquella hispanidad, o lo que quedaba de los mismos era considerado oprobioso y atentatorio contra los nuevos modos de gestión política impuestos por los dueños de la silla, modos que, por otro lado, no estaban fundamentados en ningún soporte científico conocido. En otras palabras, aquellos nativos que asumieron el poder guineano carecían de los conocimientos necesarios para gestionar la recién adquirida independencia. A afirmación tan rotunda le asiste el derecho de una mostración plena de los hechos que la justifique. Eso es, una acusación de este tamaño exige una demostración del estado de cosas que la afirme y corrobore, proceso en el que nos embarcaremos en las siguientes líneas. El desconocimiento de los métodos de gestión y la exposición pública de su ignorancia para gestionar los asuntos también públicos propició la adopción de una actitud de desconfianza hacia todo lo que sospecharan que podría enjuiciar aquella actitud y denunciara aquella ignorancia pública. En la práctica, aquella actitud se tradujo en una represión feroz contra la población, ferocidad que no le resta ningún ápice a la otra característica de la que adolecía, su irracionalidad. Nosotros, desde aquí, creemos que los sentimientos que tuvieron aquellos dueños de la silla justifican sobradamente aquella represión, toda vez que en la génesis de aquellos hechos están involucrados aspectos vitales y sensibles afectos de relaciones complejas. Precisamente el complejo por saberse incapacitado para cumplir con el deber público crea una frustración que se pretende disimular con la impostura, el descaro, la altanería hueca y la eliminación del testigo inquieto, indeseado y sutil. Fue en aquella época en que se gestó lo que ya denominamos “la teoría del testigo ausente”, tema que ya abordamos en otro trabajo.

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Como resultado de aquella represión, muchos guineanos se vieron obligados a abandonar su tierra y refugiarse en los países limítrofes. Fue cuando aquellos ciudadanos de los que ya hablamos fueron a pedir y a esperar la hospitalidad de sus hermanos de Camerún y Gabón, y otros fueron a Nigeria a desear que los miles de nigerianos que fueron repatriados al comienzo de la deriva personalista de Macías los acogieran como pago por lo que vivieron en las plantaciones de cacao y café de la isla de Fernando Poo, nombre que las nuevas autoridades se apresuraron a cambiar por el de Macías Nguema Biyogo. Fue cuando aquella hispanidad guineana se dio la mano con la francofonía de Camerún y Gabón, aunque tal abrazo se hiciera en la lengua que más conocían, que era la auténticamente suya, la fang. Es importante notar que toda esta ingente masa de hombres y mujeres desplazados fue impelida sin que en su país de origen se declarase un conflicto bélico que justificara tal desplazamiento. Por no haber, ni siquiera había enfrentamientos internos, pues desde el acceso de Macías al poder no hubo en el interior ninguna contestación pública a sus desmanes. En los países africanos de acogida tampoco se constituyó ningún grupo político, social o cultural con cobertura mediática que denunciara el estado de cosas de aquella Guinea que estaba yendo a la deriva. Y pese a este hecho, del que nos debemos lamentar, por las terribles consecuencias derivadas de esta ignorancia de los asuntos guineos por parte de la comunidad internacional, en la nación que más debería estar interesada por nuestros asuntos, España, creció una práctica que adquirió la categoría de ley, mediante la cual quedaba prohibida en cualquier medio de divulgación de noticias la mención de Guinea Ecuatorial y de la suerte que corrían sus habitantes, sean cuales fueran las condiciones que imperaban en sus territorios. Fue cuando Guinea Ecuatorial se declaró “materia reservada” y se impuso el silencio sobre lo que acontecía en la ex colonia. Aunque no es el propósito de este trabajo, nunca dejaremos de ir tras las causas que motivaron aquella ley brutal, irracional y de consecuencias devastadoras. Yendo tras las respuestas, no dejaremos de reseñar las razones esgrimidas por ciertos historiadores o investigadores, que creen relacionar aquel comportamiento con el choque de intereses políticos y económicos de personas relacionadas con el poder franquista, imperante en aquella España que no parecía haber encontrado todavía su destino. Sin menospreciar las conclusiones de prestigiosos historiadores e investigadores sobre el tema guineano, nos aventuramos a conjeturar que aquella deleznable actitud de la clase política española no tuvo otra motivación que el simple ejercicio de la práctica de “la teoría del testigo ausente”. Y es que la mención del tema guineano en los medios de comunicación españoles podía destapar aspectos escabrosos que sólo una mala e ineficiente administración colonial podían haber producido,

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de manera que su divulgación comprometía a los responsables de aquélla; así se hubieran puesto a la vista de todo el mundo los resultados de una política errática, o del tipo que fuera que diera aquel resultado que querían ocultar. La historia pasó las páginas y permitió que se remitieran las consecuencias de aquel desplazamiento masivo, y fue cuando Macías fue depuesto mediante un golpe de Estado y muchos miles de ciudadanos desplazados pudieron volver a su país. Los que los vimos llegar nunca pensábamos que teníamos a tantos hermanos en los países vecinos. En aquella Guinea, y con las costumbres que traían, no había sitio en nuestras ciudades para todos ellos. Pero no volvieron todos los que eran, afortunadamente; cientos de ellos, muchos miles, quizá, hicieron los cálculos y vieron que en aquella Guinea no se darían las condiciones para que se pudieran reproducir o mantener los escasos logros personales que habían alcanzado en sus países de acogida. Y no volvieron. Son los miles de guineanos que todavía viven en Gabón, en Camerún y en todas las provincias de una España donde no encontraron verdadero apoyo cuando más lo necesitaban. Por ser Guinea un país peculiar, no pueden faltar en ella los casos que justifiquen que las cosas más llamativas adquieran carta de naturalidad. Ya hicimos notar que la ausencia de enfrentamientos bélicos, ni siquiera intestinos, no evitó que se dieran ciertos hechos que normalmente tienen lugar en países que sí tienen estos enfrentamientos. Con estas aclaraciones queremos aludir brevemente a los movimientos forzados de población que tuvieron lugar en épocas recientes de nuestra historia. Dejando atrás las levas forzadas en la época colonial para acometer trabajos públicos, en los que se llevaba a mucha gente lejos de sus lugares de residencia, incluso fuera de su demarcación territorial, la historia reciente de Guinea Ecuatorial aporta el caso del movimiento forzado de annoboneses para ejercer las labores agrícolas en Bioko durante el régimen de Macías. Y aquel movimiento forzado adquiere una relevancia especial cuando se aporta el testimonio del terrible aislamiento en que vivían aquellos isleños unos años antes de aquella migración a punta de pistola. Aquella isla guineana, cuya historia particular está plagada de episodios de doloroso abandono por parte de todos los que por obligación histórica tenían que velar por el bienestar de sus habitantes, aporta a la historia del país el primer caso de gente que se lanza al mar a buscar mejores perspectivas al otro lado del horizonte y en unos medios que no eran los adecuados. Durante los años de aquel aislamiento, en los que carecían absolutamente de cualquier producto de recurso inmediato, lo que se conoce como “productos de primera necesidad”, primero pagaron un tributo de miseria con decenas de vidas de desesperados que agarraban el remo y se hacían a la mar ante la mínima señal de un barco en el horizonte, por más que el sentido común aconsejara que

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desistieran de emprender una aventura en la que perderían la vida. Pero la carestía atroz era más que cualquier consideración humana y lógica, y se hacían a la mar, confirmándose más tarde el luctuoso presagio. Como no se habían aliviado de la miseria, siguieron con aquel tributo de vidas humanas hasta que planificaron una expedición para asir de la mano a la madre África, que los había confinado en medio del solitario océano. Cuando ocho isleños famélicos pusieron sus trémulos pies en las tierras de Gabón, allá en la década de los 70, el mundo civilizado compartió con otros lo que todos ya sabían, pues los mapas no se trazaron en nuestros días: Annobón existía. Y que, además, no era una zona que no tuviera nada que vender, en un mundo que corría aceleradamente hacia este tramo en que solamente vale el que tiene algo de vender, o que fuera susceptible de ser vendido con lo que tuviera, aunque sea para el beneficio de otros. Corrían los años 70, y meses después ya había prendido la mecha viajadora para que la gente de Malabo se atreviera a cruzar los 33 kilómetros que les separaba de la costa más cercana de Camerún. Se escapaban de la miseria guineana, pero también de las exacciones de los esbirros de Macías. Ya hemos hablado de las particularidades de la historia guineana en lo que a este tema se refiere. El resto del cuento es igual para todos los países, lo que hace que sobre el mismo se haga una reflexión general, cuyas consecuencias se podrán aplicar a todos. Sin embargo, no podemos recurrir a generalidades sin hacer una breve reseña de la situación guineana actual. Si no fuera por el dinamismo económico derivado de la explotación del petróleo y el gas, habría una cantidad grande de guineanos que sería carne de embajadas, sobre todo la española, pues debido a las pocas expectativas de vida en sus lugares de origen se concentran en las principales ciudades, pero sin que en éstas encuentren la satisfacción a sus necesidades, sobreviviendo en condiciones míseras, sin acceso a los servicios básicos, de los que carecen estas principales ciudades. Esto es lo que les obligaría a tomar la senda del desconocido extranjero. Estas carencias a las que hacemos mención no están ocultas a la gente ahora, pero con el dinamismo económico al que hemos aludido y debido a que en los medios rurales las expectativas son menores, se produce un fenómeno de enmascaramiento de la realidad, hecho que contribuye a la atenuación de la presión sobre los servicios consulares de los países desarrollados.

La diáspora, la caja de los truenos, los jinetes del Apocalipsis El fenómeno de la diáspora internacional, de cuando miles de hombres, mujeres y niños de todas las edades se ven obligados a abandonar sus países

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por cualquier motivo, político, económico o social, es tan generalizado y conocido que ya no hace falta que de él se hable, pues al revés de lo que ocurría con un coronel que nos fue dado a conocer por un excelente escritor de nuestros tiempos, los hombres que mal navegan en la marea de la diáspora internacional sí tienen quien les escriba. También debemos decir que no porque esto último es de general conocimiento, los perniciosos efectos de la misma se someten a algún tipo de consideración para aportar alguna solución. Esto es, y como muchos asuntos de este mundo, se conoce que existe como problema, pero este conocimiento no tiene otra trascendencia. En este breve ensayo, pues, hablaremos de la diáspora interna, la que tiene lugar en el espacio interno de una comunidad nacional, de cuando en el interior de un país las grandes disparidades sociales, económicas y políticas obligan a los habitantes de ciertas regiones a abandonarlas para buscar mejores expectativas en las capitales, que se constituyen en los únicos centros del reparto del poder político, económico y social. Esta afluencia al centro tiene una consecuencia inmediata: el debilitamiento progresivo de las formas tradicionales de subsistencia y de interacción con el medio, expresadas en manifestaciones culturales y artísticas y el recurso a la lengua local, en la que se comunican y se perpetúan estos hallazgos culturales. Los efectos de este hecho se pueden ver, por ejemplo, en naciones que podrían ser potencias agrarias y que dependen de la importación de alimentos para abastecer a su población. En lo que al aspecto lingüístico se refiere, se constata que en las ciudades los desplazados se ven obligados a entenderse en las lenguas impuestas, muchas veces extranjeras, consideradas ellas como los vehículos de comunicación y de acceso a los bienes negados por el poder político. En muchas de las ciudades de África, por ejemplo, un simple curso de inglés puede ser un peldaño decisivo en la búsqueda del ansiado bienestar. La afluencia masiva de hombres de la periferia marginada al centro pone en evidencia una inmensa y ficticia bolsa de paro solamente justificable porque los hombres repelidos por la periferia no atesoran los conocimientos necesarios para acceder al mercado de trabajo, toda vez que las maneras del desempeño de los puestos disponibles, y estos mismos puestos, son distintos a los de sus lugares de origen. Las necesidades vitales en el nuevo entorno obligan a las mujeres a agenciar espacios de participación en los que ofertan lo más íntimo de su ser. Así nace la prostitución, impregnada de estigma por el recelo de los guardianes de las buenas costumbres. Pero la censura o la represión de este comercio carnal, y vital, no disminuye ni un ápice sus efectos, los cuales se manifiestan con la incorporación al censo de la población de otros individuos en la misma situación de sus progenitores, ausentes o desconocidos algunos. Está

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bien decir que esta ausencia o desconocimiento se produce por la manera en que se gestó la relación cuyo fruto son estos nuevos individuos. Pero también es importante señalar que el aumento de la población carente de recursos nunca es achacable a la prostitución, sino más bien a una procreación legalizada de padres insolventes, los que se escaparon de la periferia eligiendo oficios dispares y de afianzamiento precario en la capital. La respuesta del poder central ante el considerable aumento de la población es la incorporación de los individuos más jóvenes a los aparatos de represión, como la policía o el ejército, porque estos individuos carecen de los estudios elementales necesarios para acceder a otros oficios. Esta es una de las paradojas de muchos países subdesarrollados, en los que la nómina de sus ejércitos no guarda ninguna relación con los efectivos necesarios ni con su cometido. Es decir que el reclutamiento no se hace previamente a la identificación de las necesidades de ningún tipo, de las muchas que suelen adolecer los países modernos para satisfacer a los ciudadanos. La cruda evidencia de estos hechos es la constatación de que los conocidos actos de “represión” en ciertos países son más bien una “autorrepresión”, pues los brazos ejecutores de ella son los miembros segregados de la masa de desesperados que salieron de la periferia en busca de mayores expectativas, a los que se emplea en cometidos viles con la promesa de una mejoría económica o el acercamiento a las altas esferas del poder. La contundente evidencia es que la una no se cumple y el otro está camuflado con cierta complicidad con los verdaderos autores intelectuales del estado perpetuo de represión, que exigen una fidelidad rayana en métodos puramente mafiosos. En la mayoría de los casos no suele ser fácil la desvinculación de este círculo de poder. Las exigencias internacionales sobre ciertos regímenes en la adopción de medidas democráticas y de gobernabilidad chocan siempre contra las reticencias de los detentores del poder, que en estos casos recurren a los efectivos antes citados para eliminar al otro sector de la población, a veces constituido de escasos miembros, pues la disidencia es peligrosa, que sí comulga con las ideas y exigencias de los organismos internacionales. Esta es la manifestación dolorosa del uso de los desplazados de la periferia como carne de cañón, a veces, y para sostener a los detentores del poder, el drama diario de muchos países africanos, las interminables guerras civiles. Las exacciones cometidas durante estas represiones se suman a la miseria por la falta de atención y de expectativas y obligan a los ciudadanos sometidos a los mismos a tomar la senda del extranjero. Es cuando en los telediarios de los países ricos se habla de una patera volcada con 20 muertos subsaharianos, o de un camión donde se asfixiaron 20 ciudadanos de Asia porque nadie supo ni quiso saber que la necesidad de abandonar la tierra por falta de

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expectativas no le quita a ninguno del derecho al aire. Es cuando vemos en una esquina de Madrid a una mujer, joven y bella, esperando un gesto o una señal para ir a servir a su nuevo y desconocido señor, con el riesgo de que en el empeño, o desempeño de esta profesión furtiva, no solamente se deje la honra, sino la vida. Es cuando un barco europeo recoge a unos náufragos y ningún país de este continente accede a darles acogida en su territorio, como si de apestados se tratara. ¿No tenemos la impresión, cuando los vemos sin nada que ofrecer, y sin nadie que los quiera, que todos estos señores que aparecen en los telediarios son apátridas? ¿Cómo alguien se va a preocupar por ellos si cuando estaban en su país, en la capital, fugados de sus pueblos, eran solamente una figura? Es que el asunto del que estamos hablando se decidió ahí. Empezó en los pueblos, en la periferia del poder, de la riqueza, de la autosuficiencia. Si esta periferia se hubiera cuidado, no se hablaría de la guerra, de la prostitución de la mujer, de la pérdida de las lenguas locales y del reencuentro en la diáspora.

Lengua perdida, lengua obligatoria En el cuento de la diáspora debemos dar cuenta de un hecho que podría ser presentado como una paradoja, y es que la pérdida de la lengua materna, la utilizada en la periferia para registrar los hallazgos producidos en aquella interacción entre el hombre antes de desplazarse y el medio que lo circundaba, no es óbice para que no constituya una exigencia de los nuevos tiempos el conocimiento de la lengua de los lugares de acogida. Aparte de la utilidad que aporta el hecho de que el conocimiento del código lingüístico de la tierra de acogida permite el acceso a las ideas y a las claves del éxito en la misma, este conocimiento permite conocer los problemas postergados en estas nuevas comunidades donde el desplazado piensa integrarse. En estos tiempos de obligatoria interacción, en los que por doquier se exponen, se combinan o se ofrecen ideas, productos, sensaciones, sería una falta de humanidad desentenderse de los problemas de estas nuevas comunidades por falta del dominio de la lengua, ya que el intercambio con frecuencia puede hacerse sin mediación de un conocimiento básico de la lengua de la comunidad donde se establece. En otras palabras, no es bueno que porque un comerciante chino o coreano se instale en Malabo y porque lo que oferte se pueda anunciar en las cifras arábigas 2500 o 300, no conozca los problemas que afectan a los miembros de la comunidad donde se instala. El comercio silente de los nuevos mercaderes no es bueno en estos tiempos de obli-

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gada relación. No dice mucho de lo que se espera que sea la globalización, porque es de humanidad básica dolerse por el desastre de quien al año te compra seis cubos, tres sábanas, un aparato de televisión o una estera persa de imitación. El abordaje y la solución de los problemas de la nueva humanidad surgida del empuje de las desigualdades son complejos, pero el inicio de ellos se hace tras el paso ineludible por una lengua en la que se desguacen los contenidos de las materias que todavía están sin ajustar. El destierro de las palabras “paz, mujer con dolores, diáspora”, del lenguaje de los mercaderes de los nuevos tiempos no es un buen signo. Que estos mercaderes sean completamente mudos, tampoco. Cualquier situación conflictiva requiere una respuesta. El dolor de los que abandonan sus pueblos, sus casas, y dejan atrás a sus familiares, requiere una respuesta global. Los que dejan sus vidas en el intento por alcanzar el bienestar no solamente necesitan de alguien que les escriba, sino de muchos que juntando ideas y propuestas intenten dar con la solución definitiva a los problemas que les afligen y azotan. La naturaleza pública de las causas de estos desplazamientos forzados es la confirmación de que nadie debería alegar ignorancia del conocimiento de sus causas. Se acabó el tiempo de la inocencia. Se acabaron, pues, los tiempos en que los pensadores de las diversas tendencias o los que ejercían como tales solamente se limitaban a señalar los hechos, sin proponer alguna solución, aunque fuera ilusoria, o poco práctica. Sabemos que hay muchos que viven del ideal. A muchos de nosotros nos sorprendería que algún pensador propusiera, por enésima vez, que los gobernantes de los países donde se producen migraciones silentes, no masivas, pero continuas, tomaran las disposiciones para mejoras las condiciones vitales de sus paisanos, y evitar la tentación de arriesgar la vida para encontrar lejos lo que podrían encontrar en sus tierras si hubiera mejor gestión. Muchos de nosotros creemos que no es una tarea relativamente difícil. No es como enfrentarse a un enemigo armado, lo que muchos pueblos viven en sus carnes; tampoco es como firmar un cese de hostilidades por la presión internacional, hecho también frecuente en muchas zonas del mundo. Por todas estas razones, aunque nos sorprendería otra vez si algún ingenuo diera la misma respuesta de siempre, decimos ahora que es la más coherente; siempre será la solución de elección. ¿No dudaría mucho cualquier Estado moderno en firmar el nuevo destino de su embajador si supiera que la nueva embajada en cualquier país europeo se haría cargo de los gastos de todos los nacionales suyos que arribaran a ese país por escaparse de la miseria que su gobierno no ha sabido paliar? Y es que hay muchos de nosotros que no entienden las funciones de los representantes de ciertos países cuando sus

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nacionales vagan míseros por las calles del país donde están acreditados, como si estuvieran ellos ejerciendo alguna misión que fuera precisamente atentatoria contra el bienestar de sus paisanos desplazados. Creemos, presos de la fiebre del ideal, que no habría nada más ajustado a las funciones de un embajador en un país de acogida que ocuparse de atender las necesidades vitales de sus compatriotas repelidos por la ineficaz gestión del gobierno que representa. Sentimos que algunos verían la hiriente paradoja en el planteamiento de esta cuestión. Sabemos que la política se rige por otros criterios, y sabemos que el ejercicio del poder no tiene absolutamente nada que ver con la solución de los problemas de los ciudadanos. Igualmente sabemos que el gobernante de cualquier país cuyos habitantes sobreviven bajo el umbral de la pobreza o están sometidos a una feroz represión tiene su asiento en la ONU, y tiene los minutos de gloria que le concede esta organización. Conocemos, además, algunas de las razones por las cuales la misma ONU cree que hay algunos gobernantes que, por inhumanos que sean, no es bueno que se les margine o se les abandone a su suerte. Finalmente sabemos que en la ONU de pocos miembros, en la que se deciden verdaderamente las cosas, unos tienen siempre la palabra y otros no la tendrán nunca. Lo ideal es que cuando todos los hermanos se sientan en una familia se busquen las soluciones de los problemas presentados. El hombre no vive del ideal. O, mejor, no sólo de ideales vive el hombre. Pero los problemas exigen una solución. Y cuando los problemas son masivos, exigen soluciones que se pueden llamar masivas porque afectan a esa masa grande de gente. Es decir, necesitamos que una fuerza grande incida sobre los problemas de miles de personas, de muchos miles. Entonces, recurrimos a una organización que sí ha logrado captar la atención de miles, de muchos miles de personas en todo el mundo. La organización del fútbol mundial. Cuando recurrimos a la fuerza de convocatoria de la FIFA es porque obviamos la capacidad de acción de las ONGs, pues ya vimos que tiene alcance limitado. Y recurrimos a la decisión de una organización que durante años ha funcionado con una vocación autónoma propia de las ONGs, pero que en la práctica tiene tanto poder, y lo ejerce, como un potente organismo supranacional. Incluso la FIFA tiene reglas propias, a las que se someten millones de personas independientes y los Estados que creen en los beneficios de esta sumisión. No hay en el mundo nada parecido a un súper gobierno eficaz como la FIFA. Esta eficacia suprema lo asimila a una dictadura y así lo sienten muchos en este mundo de Dios. Lo ideal sería que la organización mundial del fútbol compartiera sus secretos con la sociedad civil sobre cómo convencer a los gobiernos reacios a los cambios. Como es probable que alguno se resienta del rodeo, tocaremos las cosas por donde hay que

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tocarlas: hay un país subsahariano de una renta per cápita escandalosa, por vertiginosa, que tiene un magnífico estadio de fútbol de 15 mil personas. En las ciudades del mismo país no hay agua corriente ni luz eléctrica estable. Y, lo que es más grave, este mismo país no tiene un solo hospital con capacidad para 150 camas. Las necesidades sanitarias se satisfacen en el extranjero, pues todavía no están convencidos los que gobiernan de que la salud es un bien básico que no puede esperar tanto tiempo para su satisfacción. El mismo país del que hablamos tiene pocas escuelas en las capitales, escuelas en las que sólo se mantiene en pie el edificio. Con los cálculos actuales debemos aclarar que con el dinero gastado en construir el magnífico estadio se podría construir más de un hospital de 150 camas. Sobraría más dinero, tanto como para juntar los tubos para el agua de las casas de aquel país de ciudades no muy grandes. Llegados aquí, retomamos lo que ya dijimos sobre las ONGs y el fracaso que tuvieron para convencer a los gobernantes de medio mundo. ¿Qué tiene la FIFA que no tienen las ONGs de todos los colores? ¿Qué tiene la FIFA que prospera donde fracasa incluso la ONU? ¿Qué tendrá la FIFA que tiene más poder de convocatoria que los economistas del Banco Mundial? Estas son las preguntas que deben responder los que creían que era una simple payasada la mención de la FIFA en el problema de los desplazados del mundo entero. Ya no creemos en la falacia de que el deporte promueve la paz entre los pueblos (que sí la podría promover, pero que es otro asunto), y por esto no creemos en la inmunidad de la que gozan los estamentos futboleros del mundo entero. Como los conocimientos que tenemos ahora no nos permiten alcanzar más, desconocemos los beneficios que tendría si ganara la copa del mundo de fútbol cualquier país que tuviera una renta per cápita de 20 mil dólares y la mitad de la población estuviera bajo los umbrales de la pobreza. O de un país que ganara el ansiado título y de sus estadísticas públicas se sacaran los datos de un triste PNB por habitante de 450 dólares. ¿Tiene verdaderamente la membresía en la FIFA unos beneficios ocultos que solamente unos privilegiados pueden conocer? Dirigimos la misma pregunta a los que se mofarían de nuestra mención del poderoso organismo en un foro como este. Creemos que los criterios de solvencia que la FIFA exige a los países miembros deberían ser los mismos que exigieran la sociedad civil y todos los organismos interesados en el desarrollo de estos países. Entonces, ante el fracaso de todos ellos apelamos a la FIFA para que incluya en sus exigencias a los países un mínimo de desarrollo humano, sin el cual esta membresía añorada no se pudiera conseguir. Este sería el grandísimo favor que haría al mundo la organización que regula el fútbol de todo el orbe. La satisfac-

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ción de las exigencias de los estamentos del fútbol en detrimento de las necesidades vitales de los habitantes de los países miembros es un insulto a la civilización, es un menosprecio al sufrimiento de la gente, es una omisión del deber. Una organización que acapara la atención de millones de personas debería pensar en los problemas de estas personas. La visión de un partido de fútbol de equipos poderosos o la consecución de un trofeo internacional nunca fueron necesidades vitales hasta que nos convencieron de que lo eran, aunque muchos de nosotros todavía no estamos convencidos. El doloroso deambular de miles de personas en los países desarrollados en busca de una vida mejor debería mover la compasión de millones de personas que desde la confortabilidad de sus hogares, y de las ciudades de sus países, televisan los eventos futbolísticos de los países desarrollados. Si estos millones de personas tampoco gozan de un confort en sus hogares ni en las ciudades de sus países, algo grave está ocurriendo en el mundo para que no nos demos cuenta de esta anestesia de gran magnitud.

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Apresentação Expressões como ‘migração forçada’ ou ‘migração compulsória’ [...] não pretendem subestimar a existência e a importância dos deslocamentos livres e espontâneos.

A epígrafe, assinada por Alfredo José Gonçalves (2001), precede a indicação de que “as migrações costumam figurar como o lado visível de fenômenos invisíveis”. A premissa aplicada aos movimentos internos brasileiros é também válida para as emigrações em geral e em particular às de brasileiros. Em termos de povoamento, ao longo da história do Brasil, o acesso ao trabalho e ao direito de propriedade tem sido tratado de maneira conservadora. A concentração urbana, por sua vez, convive com o esvaziamento do campo, que é compensado pela combinação da tecnologia aliada à devastação florestal e ao crescimento da pecuária. Mesmo assim, o território brasileiro é um dos clássicos vazios demográficos do globo. Isto faz a situação do Brasil ser peculiar. Esta constatação exige que o caso brasileiro tenha precisões analíticas que mexam com os trilhos usuais aplicados aos deslocamentos na era da globalização. Paradoxalmente, figurando como um dos cinco maiores países do mundo em extensão territorial, o Brasil ostenta um dos mais expressivos desequilíbrios demográficos1. Apesar da redução da desigualdade social, nos últimos anos, o Brasil superou apenas cinco dos 126 países que registram informações sobre distâncias entre riqueza e pobreza. Esse fato o marca como uma das áreas com mais graves variações sociais do planeta. No relatório de 2007, a PNAD (Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios) diz que “a 1 Cerca de 20 milhões de pessoas vivem nos nove estados da chamada Amazônia Legal com densidade demográfica de 3,4 habitantes por km2, enquanto na cidade de São Paulo quase 11 milhões de habitantes perfazem uma densidade demográfica de 7.214 habitantes por km2.

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fatia da renda apropriada pelos 10% mais ricos representa mais de 40% da renda total, ao passo que a fatia apropriada pela metade mais pobre da população representa 15%”2. Os efeitos da combinação destes dados servem de chão explicativo para a evasão de brasileiros que saem progressivamente em direção a outros países. Vale também como sugestão para o dilema que junta a reputação de país do futuro com a fuga de jovens. Afinal, como uma região tão grande, cheia de possibilidades, sem uma política explícita de exclusão populacional que implicaria exílios constantes, justificaria expressivos fluxos? Sutilezas permitem que pensemos que, no caso brasileiro, as saídas compulsórias tenham conotações bem menos evidentes e claras. Há outras forças atuando no impulso de “expulsão”. Sem uma ponderação prévia, seria temerário avaliar as condições dos deslocamentos populacionais brasileiros. A par do abismo entre ricos e pobres, outro fator histórico dificulta o entendimento do acesso e posse da terra de setores numerosos da população: as seculares migrações que funcionam como contingente de reserva disposto ao progresso dos grupos proprietários. A constatação deste problema evoca uma questão preliminar: a saída de brasileiros do país recentemente seria uma continuidade do mesmo impulso? Duas correntes se dispõem a esclarecer o caso. Os que advogam que sim se baseiam nas perenes manobras que configuram o tradicionalismo e atualizam o pacto patrimonial e, neste caso, os deslocamentos populacionais seriam históricos, motivados pela não sustentabilidade urbana3. Os estruturalistas, pelo contrário, vendo o imediato do processo emigratório na era da globalização, além de desprezar a rotina continuista, percebem o fenômeno como universal e do nosso tempo. Independentemente das teorias, resta apontar fatores surpreendentes na constatação dos problemas relativos à saída de brasileiros do Brasil. No Brasil ainda prevalece o pressuposto de que somos um país que recebe imigrantes. Se isto é verdade – em particular para com os vizinhos da América Latina – em outro extremo, vigora o desafio da aceitação de que temos expressivos contingentes fora de nossas fronteiras4. Estranhamente a academia brasileira mostrase conservadora em termos de enfrentamento dessa realidade. Talvez pela difi-

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“A parcela da renda dos 50% mais pobres é apenas ligeiramente maior que a parcela ganha pelo 1% mais rico” segundo o Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada no relatório da PNAD de 2007. 3 Paulo Bahia (s.d.) fala de “glamourização do campo” relacionando o latifúndio com a mobilidade urbana. 4 Os números oficiais dizem que existem cerca de 3.500.000 mil brasileiros fora do território nacional. Os mais realistas chegam a 5 milhões.

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culdade de romper com a “culpa” de assumir a emigração ou mesmo pela dificuldade em admitir equívocos das políticas governamentais em face das alternativas apontadas, o fato é que não dá mais para silenciar frente aos problemas de deportação e de repatriação e ao cerceamento de ingressos de brasileiros noutros países. Tanto isto é fato que o Congresso Nacional assumiu a responsabilidade de um inquérito capaz de dimensionar a gravidade do caso5. Seria, contudo, ingênuo supor que na cultura brasileira não existam pólos sensíveis à reflexão dessa problemática que, aliás, atinge grande parte de famílias, em particular em estados pouco industrializados. Paralelo aos recursos usados pela demografia, o fato tem sido percebido culturalmente pelo que chamamos de reserva de memória6. A música, no caso brasileiro a chamada MPB – música popular brasileira –, ao contrário do comportamento acadêmico, desde muito vem denunciando o problema da evasão dos brasileiros. A constante dissociação entre o que é cantado popularmente e os critérios analíticos da academia sugere que as fontes orais sejam consideradas como indicativo de situações fixadas na memória coletiva. Formulando-se como um discurso cumulativo, expressões de temas que se somam de maneira sutil e articulada, as canções evidenciam a inscrição do dilema da saída.

Nova York e a imaginação utópica Mesmo para alguém acostumado a pensar a relação entre a música e os discursos coletivos, a percepção do fenômeno brasileiros em Nova York chega a surpreender. Isso evoca a construção sofisticada de um estado imaginado, como cidade inventada no sentido proposto por Italo Calvino, ou mesmo uma espécie de capital simbólica de um Brasil no exterior. No comum das vezes, em termos de preleção musical, o que se considera é a prevalência do discurso feito para aqueles que estão longe de casa e, nesses casos, cumpre-se uma tradição poética que vem das canções de exílio. No caso, porém, mais do que cantares meramente nostálgicos, as canções

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A Comissão Parlamentar Mista de Inquérito foi criada através do requerimento nº 02, de 2005-cn, com o objetivo de “apurar os crimes e outros delitos penais e civis praticados com a emigração ilegal de brasileiros para os Estados Unidos e outros países, e assegurar os direitos de cidadania aos brasileiros que vivem no exterior” (Congresso Nacional 2006). 6 Valho-me do conceito de reserva de memória segundo o proposto por Ferreira 1971, p. 79.

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expressam dilemas da opção de sair e manutenção de valores da cultura vivida alhures. Dois fatores são claros: a saída do país como ato provisório e a possibilidade irrestrita de se manter brasileiro fora do Brasil. Isto explica por que na linguagem comum é inexistente o termo “emigração”. As canções afeitas aos brasileiros nos Estados Unidos são numerosas. Entre quarenta e sete encontradas, nove merecem destaque pela sua repercussão7. Essas canções articuladas permitem um desenho do trânsito emigratório para os Estados Unidos8. Em 1974, a composição de Paulo Diniz, Severina Cooper (It’s not mole não), imediatamente tornou-se um grande sucesso, inaugurando a rede de outros que se seguiriam. Lulu Santos continuou em 1982 com Tudo com você9. No ano seguinte, em 1983, despontou o enorme lance de uma dupla de polêmica aceitação, Chrystian e Ralf com Nova York. Depois vieram duas canções com o mesmo nome Manhatã, uma de Caetano Veloso e outra de Cazuza, gravadas ambas em 1989. Uma sexta, Iracema Voou, entre melancólica e ácida, é da autoria de Chico Buarque de Holanda. Depois, a sétima, Uma Rua Chamada Brasil, foi enredo de uma Escola de Samba carioca, Império Serrano, – composta por Arlindo Cruz, Maurição, Elmo Caetano e Carlos Sena e interpretada por Jorginho do Império em 1999. A oitava é um forró de João Caetano e Geival Lacerda, cantado por Trevisan, Um matuto em Nova York, de 2001, e finalmente a nona, de 2006, Statue of Liberty, composição de David Byrne, Marisa Monte e Fernandinho Beat Box10. As nove combinadas fermentam questionamentos afeitos à consciência do processo desse Brasil que se descobre “fora de si”11. 7

Foram consideradas as canções gravadas e com vendagem superior a cem mil cópias. Antes de breve exame dessas músicas, cabe lembrar que em 1940, Carmen Miranda havia gravado um samba que pode ser considerado germe do processo: Disseram que voltei americanizada, de Vicente Paiva e Luiz Peixoto. Depois de estrondoso sucesso na Broadway em Nova York, detratores nacionalistas da cantora a criticaram ao que, no samba, ela responde: “Eu posso lá ficar americanizada?/Eu que nasci com o samba/E vivo no sereno/Tocando a noite inteira a velha batucada/Nas rodas de malandro, minhas preferidas/Digo mesmo ‘eu te amo’ e nunca ‘I love you’/Enquanto houver Brasil na hora da comida/Eu sou do camarão, ensopadinho com chuchu”. 9 Em 1982, Lulu Santos em seu disco de estreia, sintomaticamente denominado Tempos Modernos, gravou duas canções que se ajustavam à proposta de uma classe média que então viajava para os Estados Unidos com propósitos nítidos de turismo ou estudo. As duas canções são: De repente Califórnia e Tudo com você. 10 Nesta relação não foram consideradas letras que tratam de Nova York em geral, mesclada com referências a outras cidades como Londres ou Paris. 11 Em trabalho anterior, sobre os brasileiros nos Estados Unidos, vali-me do título Brasil fora de si: experiências de brasileiros em Nova York (2004) para mostrar a resistência aos princípios da cultura hospedeira. 8

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Vale lembrar que diversos – os mais importantes – gêneros musicais brasileiros estão contemplados: rock, balada, bossa nova, samba e forró. Isto sugere que diversas camadas sociais se apropriaram da mesma temática. Em todos os casos, Nova York figura como centro.

As canções como trilha sonora de uma processo histórico sutil Severina Cooper (It’s not mole não) é um baião carregado de humor. A letra parodia a visita do roqueiro Alice Cooper ao Brasil em 1974, ano da gravação de Paulo Diniz. Ironizando a performance do americano, diz a letra: “Eu vou pra feira comprar uma cascavel/Encher os dedos de anel e aprender a dançar rock/Eu vou borrar os olhos todos de carvão/Amor cegar um caminhão/e vou bater em Nova Iorque”. Estava assim aberta a fase de definição de Nova York como destino. Curiosamente a possibilidade da volta também ficava assinalada, bem como o motivo da viagem, “no fim do ano volto na grana montado” e, depois, o divertido refrão: “It´s not mole não/Don´t have condição”. Além de definir Nova York como lugar de enriquecimento, outra cidade é mencionada e também a companhia feminina, conquista machista que subverte a dominação cultural pela aventura amorosa: “Vou passar as minhas férias lá na praia de Miami/Com uma galega de dois metros de altura/Daquelas que tira coco sem precisar de vara”. Talvez o elemento mais notável desta pretensa aventura seja o uso do termo matuto12. A conclusão da letra indica a moral da história: “Depois que a gente vai ‘símbora’ pro estrangeiro/E se amunta no dinheiro o negócio é chaleirar”. Tudo com você traduz uma relação romântica entre jovens, sem qualquer cunho social. Assim se expressou Lulu Santos em vista da ida da amada para Nova York: Quero te conquistar Um pouco mais e mais A cada dia Satisfazer tua vontade Também me sacia Vem me hipnotizar No alto andar, luar

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“Vou mostrar prá esses moleques/que o matuto é que é o bom/Eu que penei aqui na terra tantos anos/Agora o americano é quem vai curtir meu som”.

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Me acaricia Posso morrer de amor Que ninguém desconfia Eu quero tudo com você Que só sabe viver Sabe cantar Não vá pra Nova York, Amor não vá Eu quero tudo com você, não vá.

Trata-se, poeticamente, do esforço de um rapaz que tenta impedir a namorada de ir para Nova York. Ainda dentro de molduras típicas de uma classe média emergente e cheia de desejos de viagens, a probabilidade de ida aos Estados Unidos estava mais ligada a possível turismo, sem revelar intenções de permanência. De toda maneira, Nova York era referência. Na terceira alternativa – uma balada entre romântica e melancólica – o herói, um rapaz, sonha com a possibilidade de estar com a namorada em Nova York. A separar os dois, no Brasil, um sonho desfeito e a possibilidade pouco clara de um novo encontro fora do espaço nacional. Estranho movimento, diga-se, pois trata de aspiração que viria a acontecer, mas que, enquanto não se realiza, se torna devaneio onde um rapaz, com “cabelos compridos a rolar no vento”, percorre o caminho guiando um caminhão. A imagem proposta de “fazer o caminhão voar” qualifica como quase mágicas as aventuras desse herói que sonha conduzir a amada, não mais para as nuvens, mas para Nova York. A palavra saudade equivale a um sentido ambíguo por não ser uma ausência provocada pela distância de países. Pelo contrário, Nova York representaria a união dos dois que, aqui, são separados pelo eventual trabalho dele, caminhoneiro na estrada. Depois de seis anos, Caetano Veloso, de maneira poética assume a ilha Manhattan como Nova York e, na sofisticação que combina letra e harmonia, deixa evidente o padrão erudito que se expressa na perfeição metafórica vazada em seus versos medidos. Destacando-a, sem dizer nome, a Estátua da Liberdade pousa qual uma doce cunhã, palavra que designa mulher em tupi. Propondo a forma da ilha como uma barca imensa, tendo “na proa, levantada uma tocha na mão”, não há como escapar do tributo laudatório que, aliás, compõe a inescapável visão de modernidade que organiza este discurso. Como centro catalisador, Manhattan seria um fatal “remoinho de dinheiro”. Passando de um ícone a outro, o equipara a “um leve Leviatã”, onde se explicaria o sentido da ida em busca daquele espaço onde “dançam guerras no meio da paz das moradas de amor”.

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Em seguida, no mesmo ano e em diálogo com Caetano, a melodia de Cazuza e Leoni percebe Nova York como espaço alternativo. Mostrando o sucesso de um brasileiro malandro moderno, declara que logo conseguiu “carro e apartamento” e assim evidencia um dos pressupostos estereotipados do “brasileiro mandigueiro” que dá sorte porque sabe contornar as dificuldades. Usando a propalada desculpa do “dinheiro” e do capitalismo explica seu sucesso pela negociação de identidade: “virei chicano, índio americano” e ostenta a aventura que garante que “os States são meus”. Exibindo a possibilidade de convívio na clandestinidade revela que “só tenho visto de turista, mas sou tratado como artista”. Na sequência menciona indolentemente as delícias de andar “em pleno Central Park com as estrelas do cinema” e arrola bagagem composta por blusão de couro e tênis All Star, “deixando as louras loucas com meu latin style”. Sintomaticamente, fala da mudança de status: “não sou mais paraíba/Sou South American/Aqui em Manhatã”, mas não deixa de se referir, também, à saudade que é compensada com “um feijão com pimenta e um Hollywood no chinês lá na Rua 46”. A nota mais complicada da mensagem corre por conta da visão inconsequente de alguém que vive, além de clandestino, “fumando um baseado em frente a um policial, aqui tudo é tão liberal”. A complexidade da letra proposta por Chico Buarque de Holanda em Iracema Voou a transforma em uma página antológica. Mesmo levando-se em conta a perversidade polissêmica das palavras – que podem ser entendidas de várias formas, por diferentes grupos sociais –, cabe supor o potencial da versão erudita como atestado da crítica intencional do autor. Causa surpresa também o teor meio amargo e até conformado da letra que, inteira, mais que registra a experiência da emigração. Indo além, os versos fluem coerentes com o ritmo cadenciado, ainda que lento. Conduzida pela voz masculina, a letra fala de uma experiência feminina. No caso de Iracema Voou, isto é notável, pois apoiada em outra história de uma Iracema anterior, que também renunciou, remete à perenidade da saga feminina que se atualiza13.

13 Antes de Chico Buarque de Holanda, em 1865, o cearense José de Alencar (18271877) tinha inventado uma outra Iracema, índia nativa, que tem seu nome do guarani traduzido por “lábios de mel”, e é descrita como tendo os “cabelos mais negros que a asa da graúna”. Esta seria uma verdadeira Eva brasileira que deixou o Paraíso, apaixonada pelo colonizador português, de quem pariu um filho, “o primeiro brasileiro”, destinado a deixar o Ceará para povoar o país. Ela morreu pelo filho. Metáfora perfeita do processo colonizador, Iracema seria o anagrama de “América”. A América daquela Iracema implicou sua morte como mulher, mãe e colonizada. Como tal, a cultura nativa teria falecido para gerar o mestiço povoador do Brasil.

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Morta a Iracema de Alencar, sobrevive a história lendária que se traduz na existência do destino das brasileiras de hoje. Como base de seus argumentos, Chico Buarque de Holanda, porém, propõe sua Iracema voando para a “América”. “América”, agora, Estados Unidos. Vejamos os versos: Iracema voou Para a América Leva roupa de lã E anda lépida Vê filme de quando em vez Não domina o idioma inglês Lava chão numa casa de chá Tem saído ao luar Com um mímico Ambiciona estudar Canto lírico Não dá mole para a polícia Se puder, vai ficando por lá Tem saudade do Ceará Mas não muita Uns dias, afoita Me liga a cobrar É Iracema da América.

Em 1999, mais do que nunca, houve motivos para se pensar o significado de um evento tão marcante como o carnaval. O “Grêmio Recreativo Escola de Samba Império Serrano”, uma das mais tradicionais agremiações do Rio de Janeiro, levou para o Sambódromo carioca um enredo inusitado: Uma Rua Chamada Brasil. Tratando da abordagem de fenômeno ainda quase não assimilado – a emigração de brasileiros para a cidade de Nova York –, os sambistas do bairro de Madureira trocaram as possibilidades de encenar tópicos tradicionais por um incômodo e polêmico assunto: os brasileiros que deixaram o país em busca de outras oportunidades na Terra do Tio Sam. Vejamos o que diz o texto: Em busca Em busca de um novo Eldorado, ô viajei! pro melhor país do mundo Fui tentar minha sorte na 46 E ao chegar encontrei aventureiros Gente deste mundo inteiro Nas terras do Tio Sam

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Vi o jeito brasileiro na Grande Maçã Há esperanças de um novo amanhã Bate forte coração eu sei É difícil ser um rei Longe da terra natal Mas eu não perdi a fé, lutei Pra curar a solidão Eu rezei na Catedral Fui chamado afro-brasileiro Pra ganhar algum dinheiro Fui muambeiro, engraxate, fui garçom Me encantei com os diamantes O teatro é pura emoção Foi tão bom Nesta cidade vi amor, fraternidade Mas a saudade fez meu peito balançar Mãe baiana Foi sua carta que me fez voltar Lá vou eu de verde e branco feliz A Serrinha é meu encanto, meu país Parabéns Carmen Miranda que conseguiu Mesmo distante não deixar de ser Brasil.

É lógico que seria impossível um só samba enredo encerrar a pluralidade da experiência brasileira em Nova York. De qualquer forma, não deixa de ser significativo notar que perpassam a letra alguns dos estereótipos da trajetória. A busca do novo Eldorado é a primeira fantasia aludida. O Eldorado foi evocado como alternativa para grupos de pessoas que, sobretudo, buscam uma segunda chance na vida. A Rua 46, como síntese e metáfora do lócus brasileiro na Grande Maçã, representa a tentativa de mostrar certa organização espacial onde os brasileiros estariam, hipoteticamente, concentrados em um lugar apto a complementar o que não conseguiram no Brasil. A “apropriação” lá de um espaço equivaleria à reinvenção do país. Ao mesmo tempo, isso reforça um dos pontos mais interessantes para a avaliação da experiência emigratória: enfatizar que é em Nova York, na Grande Maçã, na Rua 46, que estaria a representação da nossa saga migratória. Ainda que o samba contemple apenas Nova York e despreze a discussão sobre a legalidade dos brasileiros que lá habitam – dado o fato de a maioria das pessoas serem “indocumentadas” –, a emigração é assumida como um todo continuado e até irreversível. A insistência no mito do jeito brasileiro, exposto na Grande Maçã, junto aos “demais aventureiros, gente deste mundo inteiro”, atesta, desde logo, a

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distinção entre a cultura nacional brasileira, reafirmada entre tantas outras que também se submetem ao mesmo processo, e as demais, neutralizadas pela força da vivência local. Manter o nosso jeito é uma garantia de não adesão àquele meio. Resistências. Distinções. Mais do que isso, manutenção dos princípios de uma brasilidade, supostamente jamais traída, ainda que em trânsito. Como se fora errante, mas com a possibilidade de uma volta controlada, o conjunto de versos da música não deixa de garantir o provisório da estadia lá e o absoluto da adesão cultural ao Brasil. Ao longo da letra, expressões alusivas à identificação dos brasileiros, tais como afro-brasileiro, jeito, Carmen Miranda, expõem expectativas, esperanças, decepções e, por fim, a luta vitoriosa. Depois de tudo, a volta. O mito da volta é alimentado como um eterno retorno, muitas vezes mais sonhado do que vivido. O mito da volta funciona como um lastro derradeiro, como um capital identitário sagrado a que os brasileiros não renunciam. A próxima música é um forró14. Sintomático o ritmo de Um matuto em Nova York, assinado por João Caetano e Geival Lacerda, mostra a variação de tipos sociais que também são retratados na letra que diz: Sou um matuto, mas sou um matuto de luxo Me encontrei com George Bush num congresso em Nova York Lá, precisei de levantar uma grana Me entrosei com uma dona pra cantar num show de rock Imagine quem foi me prestigiar Dominguinhos chegou lá para cantar um xodó Os americanos esqueceram a tal da guerra No swingue pé-de-serra admitiram o forró Os americanos esqueceram a tal da guerra No swingue pé-de-serra admitiram o forró (Simbora) Nosso forró pé-de-serra Hoje é coisa de bacana Sou um matuto latino Forrozeiro nordestino Na colônia americana Sou um matuto que falo inglês fluente Mas prefiro meu oxente com ponto de exclamação Represento nossa cultura raiz É assim que sou feliz Pisando firme no chão

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Sobre esta canção e os percalços do intérprete leia-se Godoy 2001.

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Não se admire se eu for lá em Miami E trouxer uma madame para a missa do vaqueiro Dançar forró até o sangue ferver E ela nunca esquecer do matuto brasileiro.

A letra de João Caetano e Genival Lacerda deixa passar a sensação de consciência de classe e de um lugar social dos emigrantes brasileiros pobres de Nova York. Aliás, a letra revela ainda uma característica a mais: a movimentação até Miami. O orgulho na transposição de status de simples matuto para matuto de luxo é revelador da auto-estima de quem aprendeu com a experiência. Como uma paródia, as rimas arranjam situações hipotéticas que, no entanto, traduzem controle da situação e até invertem o processo de dominação da cultura norte-americana. De maneira entusiasmada, por exemplo, diz que “os americanos esqueceram a tal da guerra” e “no swingue pé-de-serra admitiram o forró”. Sem a mágoa ou a ironia proposta por Cazuza, a latinidade é assumida não como estratégia de sobrevivência, mas como alternativa de vida que em vez de opor combina o fato de ser um matuto latino com forrozeiro nordestino. A conquista amorosa da tal madame de Miami também demonstra um espírito diferente da letra de Cazuza, pois quem é conquistada é a mulher que depois de dançar forró nunca vai “esquecer do matuto brasileiro de Nova York City”. “Intrigante” é boa palavra para definir a canção Statue of Liberty, proposta em 2006, cantada por Marisa Monte, que repartiu parceria com David Byrne e Fernandinho Beat Box. Mantendo características de composição instrumental e melódica brasileira, com dominância de palavras em língua inglesa, até parece que esta canção se presta a uma síntese de todo o processo. Mesclando a palavra baianas com segmentos ou tipos sociais que venderiam DVDs, a canção propõe que a figura sintetizada pela baiana seria o brasileiro em geral que teria controle da situação – “pés no chão do mundo” – mas ao mesmo tempo teria desatinado a orientação nova-iorquina – “down on Broadway” “where are you Statue of Liberty?”. Absolutamente sintomático é o final da canção onde a contraposição entre a pergunta “where are you” é respondida por “I am here”. Statue of Liberty Baianas down on Broadway Where are you Statue of Liberty? Baianas down on Broadway Selling DVDs Os pés no chão do mundo

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Where are you? I am here Jogging in São Paulo Truth and longing On my headphones Quem será New York City is on my mobile Great desire, kitchen fire

Mais que nada, interessa nesta canção realçar o significado da música, vista não apenas como ritmo, mas como sintoma da reserva crítica da memória coletiva. Ao dizer “when I walk and the music’s in me”, o que se tem é a garantia de que a articulação de mensagens passada pelas letras de canções populares guarda o sentido social de construções críticas que se armam ao sabor dos acontecimentos. A emigração como processo que comporta enorme relação com sentimentos e que mexe com emoções profundas, não poderia deixar de se constituir em discurso digno de análise.

À guisa de conclusão Tudo começou com Carmen Miranda, pode-se dizer. Na canção usada pela “pequena notável” para garantir sua brasilidade estão cunhados dilemas da saga que se projetaria mais tarde. Os conceitos e preconceitos a respeito do trânsito de brasileiros para os Estados Unidos se mostram expostos em síntese ali. Busca de dinheiro, fama e prestígio contrastavam com resistências nacionalistas. Na oposição aos fatores da americanização estavam as declarações de amor eterno ao Brasil representado pela impossibilidade de não se identificar com o samba, o cuíca, as balangandãs e os sabores, pois na hora da comida “eu sou do camarão ensopadinho com chuchu!”. A visita de Alice Cooper ao Brasil em 1974 motivou críticas plurais, mas certamente poucas chegaram aos limites da paródia Severina Cooper (It’s not mole não). A inversão da proposta crítica, ou seja, em vez de falar do roqueiro no Brasil é proposta a ida de uma nordestina brasileira aos Estados Unidos. O cômico arremedo proposto faz do riso um recurso crítico reversível: os anéis do pop star norte-americano, o rock e os borrões do olho serviriam de pretextos ridicularizadores para quem já sabia que Nova York era a metáfora da capital utópica no novo tempo emigrante. Estava aberto o caminho dos principais ritmos nacionais para refletir sobre o tema da saída

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dos brasileiros. No rock de Lulu Santos é quase inconsequente a ida a Nova York. Sem um cunho social, apenas indica a situação de amantes que poderiam ser separados pela alternativa de uma viagem. A balada de Chrystian e Ralf traduz uma expectativa, uma possibilidade, pois ainda no Brasil, o herói cantor sonha e os Estados Unidos seriam um sonho utópico, lugar de calma e felicidade para os dois amantes. A conversa das duas Manhatãs indica apropriações diversas do cenário de Nova York. Caetano aponta a atração do dinheiro, que metaforicamente explicaria a transferência de nossa história e cultura para aquela ilha e Cazuza e Leoni mostram a cidade como espaço de fuga. Chico Buarque, no anagrama de “América/Iracema”, ironiza a modernidade trágica de uma brasileira comum que revive a saga de quem tem que renunciar à própria cultura em favor de condição de vida que a silencia. Sendo o samba-enredo um arremedo épico, loa consagradora de uma experiência que busca legitimidade na aceitação pública, suas contradições se explicam mais e melhor no quadro das indecisões coletivas que afetam a todos: afinal, seria válido e aceitável o esforço desses nossos novaiorquinos? E Uma rua chamada Brasil foi cantada aqui, no nosso carnaval. Por outro lado, pergunta-se: e o forró não corresponderia ao retorno ao popular, a devolução crítica à maioria, de um processo que se constrói na medida em que mostra o domínio de uma saga que afinal só se explica na escalada de uma história coletiva? Mas, sem dúvida, um samba cantado por Marisa Monte, com palavras em inglês sintetiza a apropriação do processo emigratório. A criação de uma cidade mítica, utópica, Nova York como capital de um Brasil ambulante, expõe a sutileza e sofisticação do processo de deslocamento dos brasileiros rumo ao exterior. O arco de músicas articuladas em variedades rítmicas servem de sugestão ao sentido defensivo da memória nacional que arrasta para o campo subjetivo as negociações identitárias. O discurso crítico aos mecanismos políticos nacionais são apontados de maneira a exibir consciência de um processo que ganha corpo na consciência nacional e em paralelo aos debates promovidos por especialistas. Aliás, fecha-se esta reflexão sobre música como mecanismo de exame de deslocamento de brasileiros com uma canção clássica da MPB, “Vai passar”, da autoria da dupla Chico Buarque de Holanda e Francis Hime, de 1984, que, antevendo o formidável processo de deslocamento de brasileiros na raiz da redemocratização do país, decreta: Num tempo Página infeliz da nossa história Passagem desbotada na memória

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Das nossas novas gerações Dormia a nossa pátria mãe tão distraída Sem perceber que era subtraída Em tenebrosas transações Seus filhos erravam cegos pelo continente Levavam pedras feito penitentes Erguendo estranhas catedrais.

Bibliografia BAHIA, Paulo (s.d.): “O latifúndio glamourizado: agronegócios e desenvolvimento sustentável na era FHC”, em: (10/10/2009). CONGRESSO NACIONAL (2006): Relatório da Comissão Parlamentar Mista de Inquérito sobre Emigração. Brasília, em: (10/10/2009). FERREIRA, Jerusa Pires (1971): Armadilhas da Memória. São Paulo: Ateliê Editorial. GODOY, Fabiana (2001): “Calçada da Fama”, em: Negócios, (10/10/2009). GONÇALVES, Alfredo José (2001): “Migrações internas: evoluções e desafios”, em: Estudos Avançados, vol. 15, nº. 43, Sept./Dec., São Paulo, (10/10/2009). INSTITUTO DE PESQUISA ECONÔMICA APLICADA (2007): Relatório da Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios – PNAD, (10/10/2009). MEIHY, José Carlos Sebe Bom (2004): Brasil fora de si: Experiências de brasileiros em Nova York. São Paulo: Parábola Editorial. PORTES, Alejandro (1981): “Modes of structural incorporation and present theories of labor immigration”, em: Mary Kritz et al. (eds.): Global trends in migration. New York: Center for Migration Studies, pp. 179-197.

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En Monte Verità No sabía si iba a poder responder a la generosa invitación de Martín Lienhard a que llegáramos –con o sin maletas– a un lugar llamado Monte Verità para conversar sobre las “migraciones forzadas”. ¿Qué verdad podría evocar en estas amables montañas suizas el discurso crítico sobre la magnitud de la violencia contra la vida en los mapas de la globalización contemporánea? Tal vez convendría, desde el inicio de nuestras discusiones, recordar que la creación de la categoría de “personas desplazadas” y de su posterior corolario sociológico, las “migraciones forzadas”, presuponen las discusiones “cosmopolitas” de la ONU tras la fundación de Israel y la proliferación de los nuevos Estados postcoloniales. Tales discusiones asumían la naturalidad de la territorialidad estatal en los nuevos mapas delineados por los tratados y las luchas anticoloniales durante los años de la posguerra1. El mundo contemporáneo dificulta la distinción entre la “migración forzada” y la “voluntaria”. La distinción recorta los desplazamientos en función de un concepto moderno y eurocéntrico de la voluntad del sujeto, ubicando la discusión dentro del horizonte establecido por el vocabulario de la soberanía territorial e identificando el derecho a la residencia y a la seguridad personal con las garantías y documentos otorgados por el Estado soberano. ¿Cómo encarar hoy, por ejemplo, la discusión sobre el reconocimiento a los derechos de la diversidad sexual en el marco de esos vocabularios que desde hace medio siglo han tendido a restringir lo “político” a la cuestión de las protecciones y las garantías de la normatividad ciudadana? ¿No será posible pensar que la misma categoría de la persona designada por un documento que supuestamente acarrea el reconocimiento político-estatal de la “ciudadanía” es también una instancia de la violencia normativa y de una

1

Michael Ignatieff (2001) repasa los debates sobre la función del Estado en las discusiones sobre los derechos humanos. Negri y Hardt (2002) discuten las condiciones del estatismo bajo la globalización y encaran la discusión de la ciudadania global.

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dislocación “interna”? La violencia no sólo expulsa hacia afuera de las naciones y sus mapas; regula y oprime el adentro de sus inclusiones, el interior normativo de sus casas y barrios, al imponer límites sobre las condiciones de acceso a la lengua, las escuelas y hospitales. ¿Hay una “migración voluntaria”? Sin subestimar la violencia de las persecuciones genocidas o expulsiones masivas que frecuentemente obligan a poblaciones enteras a emigrar, es posible preguntarse si la distinción misma entre lo “voluntario” y lo “forzado” no implica una jerarquización que ordena la compleja experiencia diaspórica de acuerdo a clasificaciones modernas, ligadas a los mapas del Estado-nación y a los enrejillados disciplinarios de las ciencias sociales. En respuesta a las preguntas que nos trajeron a Monte Verità, permítanme aproximarme a un cortometraje del director portugués Pedro Costa titulado Tarrafal, sobre el caso del “Proceso de Expulsión Administrativa” levantado contra el joven caboverdiano José Alberto Tavares, residente de Lisboa2. Tarrafal, cuyo título remite al conocido campo de concentración establecido por Antonio de Oliveira Salazar en Cabo Verde en 1936, es una brillante historia de “chupasangre” y vampiraje estatal. Su análisis nos permitirá aproximarnos a la dimensión postcolonial de lo que Michael Taussig alguna vez llamara el “maleficio” o “fetichismo” de Estado. Tarrafal fue uno de los seis cortos reunidos bajo el título de O Estado do Mundo (2007), ómnibus comisionado por la Fundação Calouste Gulbenkian de Lisboa para conmemorar sus primeros 50 años de labores culturales. Incluyó cortometrajes de Ayisha Abraham, Chantal Akerman, Wang Bing, Apichatpong Weerasethakul, Vicente Ferraz y Pedro Costa, todos producidos a partir de una pregunta muy abierta sobre la vida contemporánea y la experiencia de la mundialización. Confluyen en O Estado do Mundo estilos fílmicos tan divergentes como el nuevo regionalismo del brasileño Vicente Ferraz en el corto titulado Germano, sobre la pesca local y la contaminación, con el merodeo entre las ruinas y el desalojo industrial en la denuncia que hace Wang Bing de la violencia estatal y la tortura. En el caso de las contribuciones de Akerman y Costa –los únicos dos colaboradores de origen europeo– es notable un denominador común, en la medida en que ambos exploran la fractura entre la imagen y el sonido mediante la minimalización 2 Para una introducción general a la filmografía de Costa, ver J. Quandt (2006). Discutiremos adelante el trabajo de J. Rancière (2007) sobre Juventude em Marcha de Costa. Ricardo Matos Coba, curador principal de varias retrospectivas internacionales de Costa, acaba de editar una colección de trabajos bajo el título de Dez mil cigarros: o cinema de Pedro Costa (Editorial Antígona, colección Orpheu) que no he podido consultar aún.

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del aparato cinemático. Akerman y Costa investigan formalmente los efectos de la dislocación sensorial de la experiencia contemporánea en la superficie misma de la forma cinematográfica mediante un contrapunto entre el trabajo de la stasis del plano largo y la saturación acústica. Uno de los objetivos de este trabajo es explorar las estrategias y los efectos ético-políticos de la sobrecarga estética que se desprende del contrapunto entre la imagen y la narración en Tarrafal, teniendo muy en cuenta la larga discusión sobre lo que Benjamin considerara, ya a comienzos de los años 30, la “politización de la estética” en su conocida impugnación de la “estetización de la política” (Benjamin 1936). Ante el cine de Costa, la discusión sobre la politización de la estética nos llevará a aproximarnos a la relación entre el arte y la pobreza contemporánea.

Los regímenes de la visibilidad multicultural A contrapelo de la demanda normativa de inscripción y reducción de la multiplicidad y la diferencia, Costa produce una crítica radical de tres principios de lo real mediático: 1. El recorte espacial entre lo público y lo privado y el repliegue de la “diferencia” en una privacidad “étnica” o “culturalizada”. 2. El fetiche del rostro (en la entrevista) como sinécdoque de una nueva ciudadanía; el rostro es inseparable del problema de particularidad “traducible” y de las políticas lingüísticas nacionales, impactadas por la inmigración y los medios. 3. El fetiche de la investigación de archivo como suplemento de la crisis de la memoria “nacional” en las sociedades contemporáneas. 1. La dislocación urbana. Los recorridos de Costa en el barrio de Fontainhas se producen a contrapelo del régimen interiorizado de la visibilidad multicultural y del domesticado fetichismo de lo real en los medios y la televisión. La mirada y la escucha de Costa en el underground de Fontainhas evidencian una posición polémica ante la demanda del naturalismo documental mediático (fomentado aparentemente por la misma Fundação Gulbenkian), ejemplarizado por el “mosaico” multicultural en Lisboetas de Sergio Trefaut (2004). La poética de la interpelación multicultural también se constata en la instalación de Trefaut, Novos Lisboetas, expuesta precisamente en la Fundação Gulbenkian durante aquel verano de 2006 (cuando se intensificaba el debate sobre el acceso a la ciudadanía portuguesa bajo la presión del Parlamento Europeo). 2. El fetiche del rostro. La poética de la interpelación multicultural procesa formalmente ciertos tropos básicos. El rostro es un tropo fundamental,

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ligado a la cuestión de la expresividad visual. El rostro es el soporte físico de la comunicación y de los modelos de la lengua que trabaja el cine. El rostro figura en la historia del cine como foco de subjetivación y como partícula (o fetiche) de un “todo” cultural. El rostro iconizado –soporte físico del encuadre de la comunicabilidad y del orden simbólico (nacional)– es dislocado por las intensas inmigraciones recientes que, como bien demuestra el propio Trefaut, transforman no sólo las relaciones laborales o la religiosidad de un país de tradición católica como lo es Portugal, sino la relación misma entre la imagen multiplicada (en riesgo de proliferación y dispersión permanente), la lengua y el cambiante contenido del gentilicio: lisboetas. El multiculturalismo documental comparte más de un presupuesto con la lógica del profiling. El claroscuro de Costa complica cualquier fetiche del rostro de la subjetividad expresiva. No hay entrevistas. Los interiores no son espacios de un drama familiar convencional, donde la cámara interviene para “capturar” o a “traducir” la diferencia (ya sea de acuerdo a principios etnográficos o de acuerdo a las convenciones menos sofisticadas del relato-tipo How the Other Half Lives del clásico género periodístico del human interest story iniciado por Jacob Riis en Nueva York en 1888). Los interiores, transitados por la multiplicidad, son zonas muy propensas a la promiscuidad de los roles familiares. Esa condición del tránsito y la multiplicidad corroe la naturalidad de la escena doméstica y problematiza cualquier drama de la subjetivación o del costumbrismo multicultural focalizado en la “diferencia” puntualizada del rostro. 3. Memoria y archivo. Tal es la condición del mundo de Fontainhas y de la comunidad provisoria, alternativa, que construye el trabajo mismo de la filmación. El tema de la autoridad y de la memoria que la sustenta son ciertamente claves en ese mundo. Aparece dramatizado por la figura del narrador, cuentero o músico: posiciones benjaminianas, algo nostálgicas, que aproximan el cine de Costa a las funciones públicas del teatro clásico (la trágica tensión entre jurisdicciones en pugna: ley escrita, relato oral, divinidades, etc., analizadas por Hegel en su discusión de la Antígona de Sofocles en La fenomenología y La filosofía del derecho y luego por tantos otros). Esa teatralidad es muy notable en la segunda secuencia de Tarrafal: la fragmentaria y alucinada escena cortesana de la caza de la “liebre” (que resulta ser un gato). La elíptica teatralidad de los diálogos impugna el principio de realidad de los medios. Relativiza la norma mediática con un gesto artificiosamente arcaizante al que le corresponde, en otro nivel, la reducción del movimiento de la cámara y de los efectos de la edición. Costa simplifica los recursos técnicos, rechaza el travelling y el efectismo espontáneo de la

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cámara en mano, así como los cortes del montaje, –tres recursos creativos legados del cine de vanguardia y del free cinema–, aunque ya hoy aplanados y asimilados por la habituación mediática. La cartografía de esa Europa trastornada por el destino diaspórico de los imperios modernos, delinea espacios muy precarios, provisorios, siempre al borde de la destrucción o de la intervención estatal. En efecto, cuando Costa filma No Quarto de Vanda, Fontainhas se encuentra ya en un proceso de demolición que se acaba de filmar en Juventude em Marcha, donde tanto Vanda como Ventura son trasladados a una aséptica y disciplinaria vivienda estatal. Costa descubre conexiones imprevistas entre los espacios: rutas o pasajes improvisados, desvíos, atajos, redes de conexiones ubicadas fuera del ámbito público del reconocimiento ciudadano o policíaco. Las conexiones se dan incluso fuera del ámbito de la lengua oficial (y de los subtítulos). Allí constatamos –no sólo la extrema vulnerabilidad de la vida– sino también la fuerza del mundo que deviene en una lengua nueva. Esa lengua nueva exige la transformación del quehacer y la estructura del aparato cinemático mismo: Costa se criolliza en Fontainhas. Nada menos que una lengua potenciada por una eficacia tan marginal como creativa y práctica, para la cual no existen aún aquellas condensaciones gramaticales del crisol asimilatorio, ya sea escolar o mediático. Las inflexiones de la lengua nueva –su relación con el trauma y el potencial emancipatorio de la experiencia del pasado– son la materia de un archivo que necesariamente habrá de ser alternativo. Las películas de Costa trabajan a contrapelo de la marca historicista o arqueológica que domina la tercera gran zona del documentalismo multicultural contemporáneo: la vocación archivista que encuentra un excelente ejemplo portugués en el trabajo de montaje histórico de Susana de Sousa Dias en Natureza Morta (2005), brillante película testimonial sobre la represión interna, los presos políticos y la violencia colonial en Portugal y sus colonias africanas durante la dictadura de Salazar. La guerra colonial es un tema frecuentemente aludido por Costa desde Casa de Lava, donde ya nos topamos con la primera referencia a los presos de Tarrafal, la cárcel creada por Salazar en 1936. Por cierto, Juventude em Marcha alude a la figura heroica de Amilcar Cabral, quien estuvo preso en la prisión de Tarrafal. El “mal de archivo” no es, por cierto, una invención demasiado reciente. Es constitutiva de la temporalidad moderna, como la historia universal (Foucault, Donato, Derrida). Bien puede que su peculiaridad en las frecuentes revisiones contemporáneas de las formaciones nacionales, se relacione con dos factores: primero, la crisis contemporánea de hegemonía nacional y la transición a esferas públicas marcadas por nuevas multiplicida-

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des, en muchos casos diaspóricas, bajo la violencia administrada de la sociedades de vigilancia y control; segundo, se relacionan con el quiebre de las “grandes fábulas” modernas de la memoria nacional, quiebre concomitante con la mercantilización de los “afectos” identificatorios en el deporte, las telenovelas, la canción y otros géneros del pastiche en la memoria light en las contemporáneas sociedades del espectáculo. El brillante trabajo de Susana Sousa Dias se distingue claramente de la retórica de un “memorialismo pop”. Su investigación en los archivos fotográficos y registros de la violencia colonial, tanto en África como en Portugal, es ejemplar. Natureza Morta es un logrado ejemplar del “mal de archivo”, una película de corte histórico impulsada por lo que R. Guha llamó alguna vez la operación against the grain de la lógica del archivo. Su “irónico” positivismo es notable: su recorte de los materiales del archivo está delimitado por los mismos principios de la empiria del pasado, es decir, del pasado como experiencia reificada en la imagen, forma objetivada cuyo sentido viene garantizado por el orden del archivo mismo. La operación elíptica y poética de la memoria de los personajes en el cine de Costa encarna sueños de justicia insatisfechos, potencial del deseo incumplido, vivo aún como intensidad afectiva en la experiencia del pasado y fuerza que posibilita la impugnación de la injusticia.

Los deícticos de la fantasmagoría imperial Ahora bien: si en el documental de Susana de Sousa Dias domina una discreta distinción entre los deícticos del imperio –el “aquí” y el “allá” entre metrópoli y colonia, Europa y África– las elaboraciones de Costa desdibujan la frontera entre el centro y la periferia de la violencia imperial. Tarrafal es un film sobre un “allá” que si bien es inscrito por la historia europea en la “distancia” colonial, figura en los relatos diaspóricos como el lugar fantasmático de una experiencia “aquí” mismo. Tarrafal está “aquí”, es decir, designa la fantasmagoría del lugar, la condición contemporánea que obliga a los sujetos planetarios a reinventar las condiciones espaciales de la subjetividad, a reimaginar los diminutos puntos deícticos de referencia (aquí, allá, antes, después, yo, nosotros, ellos), las coordenadas espacio-temporales que la lengua, en su condición pragmática, utiliza para ubicar al sujeto de la enunciación, localizando el cuerpo del que habla en el enrejillado de la distancia física y temporal que estabiliza u ordena la experiencia3. 3

Los trabajos seminales de E. Benveniste, producidos como una investigación que entrecruza el análisis estructural y el análisis de la pragmática de la lengua, así como las

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Tarrafal muestra cómo la mundialización impacta la estructura profunda de la lengua y su relación con la subjetividad. Más acá de los intensos procesos de colonización y de la masiva violencia del “contacto” lingüístico tan violento desatado por los imperios modernos y la colonización lingüística y simbólica del Sur (Ngugi), Costa investiga de un modo muy radical cómo la mundialización impacta la lógica de la individuación y de la interiorización de lo simbólico por el sujeto que tanto Lacan como aquellos insistentes seguidores de Piaget identificaron con la inscripción del sujeto en los marcos provistos por esquemas normativos, ópticos y auditivos. “Aquí” y “allá” son deícticos de operación enrarecida en Tarrafal. Son funciones sostenidas ya sea por la orientación de los objetos en el espacio o por la textura del sonido-ambiente y el timbre de la voz en este corto donde explícitamente se tematiza la dimensión fantasmagórica que asume la Ley estatal –sus territorios y residencias– entre los sujetos diaspóricos. Los sujetos del cine de Costa se ubican en un espacio fracturado y dislocado: un planeta donde han sido desplazados, dislocados, sometidos a exigencias y demandas de un “entretiempo” dramatizado como una especie de limbo entre la vida y la muerte. Los deícticos fantasmagóricos tienen entonces que ver con una crítica muy minuciosa de la fantasmagoría del lugar asignado a los sujetos por el Estado: la “residencia” y el papel ciudadano son enrarecidos ante la óptica del inmigrante que descubre la arbitrariedad y “particularidad” (racializada) de la ley “universal”. La residencia es una instancia en el plano fantasmático de la ciudadanía. Se entrecruza así la indicación múltiple del “aquí” y del “allá” en este corto sobre el papel que juega la memoria del lugar en la articulación de la subjetividad diaspórica. Como en Natureza Morta de Dias, Costa despliega un riguroso trabajo sobre relatos y estrategias de la memoria. Pero su archivo es de otro tipo, muy distinto del registro documental de Dias. Costa opera en un archivo de deseos incumplidos. La investigación de archivo, entonces, a contrapelo del soporte documental o empírico del testimonio, elabora la fuente imaginaria (y no por imaginaria menos real ni de poca fuerza realizativa) del deseo como un motor de la experiencia y el cambio; la fabulación del deseo, siempre elíptica y fragmentaria, es el soporte del reclamo de justicia ante la experiencia de la explotación. Costa “documenta” con una precisión notable esa zona de la experiencia diaspórica: el objeto inclasifirevisiones posteriores de la teoría de la enunciación en los análisis de las posiciones del sujeto del discurso en Foucault, Deleuze/Guattari, Agamben, etc. recobran vigor ante el trabajo de un cineasta como Pedro Costa, tan alerta a la problemática del espacio y la localización del sujeto en los esquemas audiovisuales del cine y de la vida contemporánea.

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cable e incumplido del deseo (la promesa ciudadana) y la fuerza realizativa de la ficción desatada por ese deseo.

Más acá del efecto de lo real Creo que fue uno de los personajes de Notre Musique de Godard, convocado a un encuentro de intelectuales reunidos en Sarajevo para conversar sobre la catástrofe y la memoria, quien dice más o menos así: a los palestinos les toca el documental, a los israelitas la ficción. La discusión ya agotadora sobre el contraste entre el documental, la fuerza indicadora de la imagen cinematográfica y la especificidad de la ficción, han sido temas fundamentales en la historia de la teoría del cine al menos desde los trabajos clásicos de S. Kracauer (1960) sobre la “redención” de la realidad física en el cine, o de André Bazin en su conocida polémica contra el malabarismo del cine vanguardista y su defensa del plano largo en la imaginación naturalista. En la década de 1970 esa discusión cobró un nuevo ímpetu en los círculos postestructuralistas, acaso a partir del gran impacto que tuvo la reconceptualización del debate clásico sobre la mímesis en el importante texto de Roland Barthes sobre el “efecto de lo real” en las descripciones y el relato decimonónico en el conocido número de Communications (1968). En las discusiones sobre el cine, a partir de la influencia que ejerce el texto de Barthes y la semiótica en la obra de C. Metz, circula también el lugar común sobre el artificio o la mediación formal en la producción o “construcción” de la “verdad” incluso en los géneros documentales. Costa presiona los límites de la distinción en Tarrafal: investiga el poder inscrito por la división del trabajo entre el documental (o la función testimonial) y la ficción. No le basta constatar, con Godard, el impacto de la división del trabajo sobre los protocolos de acceso a las funciones del discurso (a los palestinos, el testimonio, a los israelitas, la ficción). Tampoco ignora el poder brutal del interdicto ni de la división del trabajo. Aún así, produce un cine donde los inmigrantes africanos transitan un dominio donde la facultad imaginativa –sus cargas pulsionales y políticas– no dependen ya de la oposición entre la ficción y el testimonio o el documento. El documentum es de hecho parte del problema: la evidencia o prueba en el papel de la ley. Para Costa “borrar la distinción entre ficción y testimonio o documento es una intervención política que insiste en el reclamo del derecho a la fabulación de los sujetos subyugados y reconoce la coexistencia de ‘creencias’ y ‘saberes’ en el orden de cualquier relato”.

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Cuerpo y estetización de la pobreza La nueva pregunta sobre la distribución desigual del acceso a la ficción y sobre la reducción del saber subyugado o subalterno a la normativa del discurso testimonial o documental tiene sin duda que ver con el lugar del cuerpo en las representaciones. ¿Dónde se ubica el cuerpo? Uno de los ejemplos más extremos de las poéticas documentales o testimoniales que predominan hoy en el melodrama global de la pobreza, se encuentra en la obra de Sebastião Salgado, sobre todo, pero no exclusivamente, en Éxodos, donde la reificación del cuerpo del emigrante es extrema. Hoy vuelvo a mencionar a Salgado, no sólo por el tema de las “migraciones forzadas” que nos concierne aquí, sino porque pareciera que la “estetización de la pobreza” es también un efecto polémico del arte en el cine de Pedro Costa. Es una pregunta que se le hace con frecuencia al propio director. En un par de ocasiones he tenido la oportunidad de observar cómo Costa responde impacientemente a este tipo de preguntas: “¿No siente usted que las referencias estéticas de sus encuadres, el rigor del artificio, de los marcos, o el calculado cromatismo de las superficies en escena, no piensa que todo esto distorsiona o desdibuja estéticamente el horror del sufrimiento de sus personajesactores desposeídos? ¿No hay un desajuste entre la estética y la pobreza?”. La pregunta implica una demanda testimonial. La exigencia se fundamenta en aquel antiguo principio naturalista que al modo de las teorías dramáticas del siglo XIX exige la correspondencia entre el registro formal de la obra y el registro social de la experiencia representada. La genealogía brechtiana de Costa y sus modelos más recientes (Straub-Huillet, Bresson, etc.) explican la impaciencia del director portugués ante la demanda mimética y testimonial, esa ley de correspondencia que asume, sin mucha discusión, que a un mundo pobre le corresponde un arte pobre. La expectativa no hace sino recordarnos que en la sociedad contemporánea la belleza se piensa como un atributo de la riqueza y la posesión. Habrá que buscar la respuesta de Costa a esa antigua polémica sobre “forma” y “contenido” no tanto en sus entrecortadas respuestas en foros públicos, sino en sus películas mismas. Tarrafal abre en medias res, narrativamente, de un modo un poco elíptico, con la toma fija que contiene los primeros siete minutos del cortometraje. En esa toma, José Alberto Tavares, sentado a la izquierda del cuadro, conversa con su madre, Lucinda, ubicada más hacia el centro de la imagen. Conversan sobre Cabo Verde. Interesa enfatizar el turbante de seda o de algodón muy fino que cubre elegantemente el cabello de Lucinda. Los colores del turbante conectan con las superficies del interior donde la madre conversa con el hijo: una choza –no sabemos dónde queda– hecha de mate-

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riales muy precarios, aunque seguramente recompuesta por el diseño plástico de una escenografía que no deja mucho lugar a dudas sobre el diálogo entre Costa y la pintura barroca europea, sobre todo la obra de Vermeer. Costa asume en la composición de Tarrafal el reto artístico de una alusión barroca sin que la belleza se oponga necesariamente al registro de la desposesión ni a la pobreza extrema del espacio donde conversan madre e hijo. Se intensifica el color opaco en la superficie de los materiales y se descentra el ángulo del encuadre, pero la escena está finalmente subordinada por el contrapeso de la mesura y la stasis del lente fijo: doble movimiento que recuerda, por cierto, en el plano de la energía de los cuerpos, la dualidad entre el dramatismo y la stasis en la gesticulación de los actores de Robert Bresson, otra figura clave para Costa, fundamental acaso en Ossos, su tercer filme –el que lo lanza hacia Fontainhas–, y donde Costa ya está plenamente consciente de una paradójica poética de la “reducción al hueso” de los recursos técnicos que simultáneamente trabajan la intensificación de las superficies cromáticas y la leve irregularidad de los encuadres. Esa es la tensión matriz del cine de Costa, la contradicción a partir de la cual se produce el principio paradójico de una economía del signo que de un mismo golpe genera el énfasis estilístico mediante la reducción de recursos. Esa paradoja, que trastorna la economía habitual o el equilibrio verosímil entre tiempo y movimiento, es en sí una paradoja deleuziana y barroca, pero a la vez es inseparable de la experiencia y de los “contenidos de la forma” del ritmo y de la experiencia de Ventura (de un Ventura jubilado, que reflexiona sobre el tiempo perdido del amor). Se trata de la paradoja de lo frío y lo caliente que recorta los rostros mismos del claro-oscuro, temática y racialmente motivado en esta cinematografía de una extraña luminosidad subterránea. La “motivación” (en el antiguo sentido formalista) histórica y política de la estetización del cine de Costa es fundamental. Costa nos obliga a preguntarnos nuevamente sobre la relación entre el arte y la pobreza, tal como había hecho en Juventude em Marcha4, y desnaturaliza radicalmente el hábito mimético de las correspondencias u homologías. La forma está motivada por las necesidades específicas de la estructura de la imagen y del mensaje político. Vermeer, por ejemplo, es una “cita” motivada por la economía de la posición de la cámara en la toma estática de Tarrafal, colocada diagonalmente, como ocurre con la perspectiva en varias pinturas del gran innovador del trompe l’oeil, tan importante para Buñuel, quien lo recuerda y lo cita directamente en Un Chien Andalou, como para los pintores surrealistas. La

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Véase J. Ramos (2009).

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cita de Vermeer desnaturaliza la estabilidad de la perspectiva realista, aunque, insistimos, Costa es un director muy mesurado: la stasis de la cámara en este plano secuencia de siete minutos contrarresta cualquier desborde, exceso o malabarismo de estilo5.

La carta de expulsión y la letra estatal Leída en un registro político, la cuestión del estilo en el cine de Costa remite a la pregunta por la complejidad y autocuestionamiento del patrimonio artístico durante la era de la crisis radical de la promesa universal del acceso al derecho en las sociedades contemporáneas. El tema nos lleva nuevamente a la “Carta de Expulsión” con que cierra Tarrafal y su relación con el antecedente de la conocida “Carta de Ventura” comentada por Rancière en su ensayo sobre Juventude em Marcha. La “Carta de Ventura” es hasta cierto punto, como nota Rancière, una carta entre la “oralidad” y la “escritura”, entre el origen y el destino del sujeto migrante cuya historia se cuenta mediante el “ensamblaje” o patchwork (Rancière) de Costa. Señala Rancière: C’est ce qu’atteste le superbe épisode à variations de la lettre qui donne au film son refrain: une lettre adressée par l’émigré à celle qui est restée au pays, qui dit à la fois le quotidien des travaux ou des souffrances et l’amour qui promet à l’aimé cent mille cigarettes, une automobile, une douzaine de robes et un bouquet de quatre sous. Cette lettre, Ventura en module différemment la récitation pour l’apprendre à Lento, l’illettré.

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En su libro reciente sobre Vermeer, Vermeer’s Hat. The Seventeenth Century and the Dawn of the Global World, Timothy Brook sigue la trayectoria de los mercados (abiertos inicialmente por los portugueses) que introducen en Europa algunos de los mismos objetos de lujo que proliferan en las pinturas de Vermeer, cuya afición por la cartografía también es bien conocida. La poesía épica de Camões registra la participación portuguesa en los primeros movimientos de esas mismas rutas que luego hicieron posible la expansión de los mercados asiáticos alrededor, según Brook, de la gran ciudad de Shanghai. La hermosa perla del cuadro clásico de Vermeer bien pudo haber entrado a Europa en un barco portugués desde la India, el escenario colonial de Las lusíadas, si no desde las costas de Mozambique (donde anduvo perdido Camões por varios años) o de una de las islas caboverdianas, donde todavía hoy hay una pequeña economía perlera. Más que la especulación sobre la “vida material” del arte al estilo de Timothy Brook, interesa aquí la motivación ideológica de reelaboración estética de Vermeer, un clásico del barroco de la primera gran acumulación global, en esa secuencia de Tarrafal.

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[...] Or Pedro Costa l’a composée en fait à partir de deux sources différentes : des vraies lettres d’émigrés – semblables à celles dont il s’était fait jadis le facteur et qui lui avaient donné accès à Fontainhas – et une lettre de poète, l’une des dernières lettres envoyées par Robert Desnos à Youki depuis le camp de Flöha.

El ensamblaje de la carta es ciertamente central en Juventude em Marcha. La misma carta apareció en ciernes en Casa de Lava, la primera película de Costa sobre la migración caboverdiana, donde ya aparece el juego entre las varias fuentes que comenta Rancière: por una lado, el modelo conversacional y las cartas de emigrantes a parientes que esperan en la isla, y por otro lado, uno de los últimos textos escritos por Robert Desnos para Youki, su pareja, poco antes de su muerte por desgaste y tifoidea, mientras el poeta surrealista se encontraba todavía preso en el campo de concentración de Flöha. La fuente europea del patchwork en la carta de Ventura no puede estar más motivada o cargada: se trata de un texto escrito por un preso en un campo de concentración, una “carta” que recorre, digamos, el itinerario de una esperanza de contacto sin la más mínima posibilidad de un canal (universal) comunicativo. La elaboración de Ventura añade un elemento a la “fuente” de la carta de Desnos: el desgaste del cuerpo explotado por las condiciones del trabajo en Lisboa. Ventura registra así la fantasmagoría de la “promesa” (universalista) de participación ciudadana que lo encamina de Cabo Verde a Europa. Cabo Verde, en ese sentido, no es un “exterior” absoluto del mundo europeo: es un espacio subordinado, inscrito en los mapas del mundo constituido por la modernidad europea. La carta registra la fractura, las grandes discontinuidades en las rutas del sujeto atrapado en las redes de la promesa incumplida y desecha del rumbo “universal” del imperialismo europeo. Ni los músicos de Casa de Lava ni Ventura viajan a Europa simplemente como “extranjeros”: se desplazan en el mismo mapa trazado por la violencia imperial y la nueva división mundial del trabajo determinada por las economías globales que rehacen y deshacen el sentido de países enteros, como el mismo Cabo Verde, cuyo origen criollo se remonta exclusivamente al tráfico esclavista ibérico del Atlántico. El “caso” de José Alberto Tavares, nacido en Lisboa, es aún más contundente: la carta estatal busca expulsarlo de su propio país natal. Cuando se escucha la respuesta crítica de Pedro Costa en Tarrafal a la lectura universalizante (y dualista) que Rancière propone de la “Carta de Ventura” en Juventude em Marcha se entiende que la carta en Tarrafal no es ya una carta como la de Ventura, que reescribe y “criolliza” la tradición literaria francesa (el texto de Desnos, según ve Rancière). Es ahora la carta

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estatal del “Proceso de Expulsión Administrativa” contra José Alberto Tavares, el mismo joven quien conversa con su madre en la primera secuencia y luego con Ventura, en la segunda secuencia del corto. Se trata de una carta escrita en “língua portuguesa”, en contraste marcado con el criollo de los personajes. Es un interdicto que declara la expulsión de un sujeto de origen portugués de padres caboverdianos. La carta estatal desnaturaliza cualquier reclamo fundante o esencial del lugar de nacimiento o de origen. La letra de la ley materializa la imposibilidad de la promesa universal de acceso al derecho ciudadano. El relato –recordemos– comienza con la pregunta de un hijo a su madre. No sabemos exactamente dónde se encuentra la habitación donde conversan, si en África o en Europa: el discurso inmediatamente ubica la enunciación en esa zona de imprecisión deíctica –el entrelugar diaspórico del aquí/allá– que comentamos antes. El lugar del hijo que pregunta a su madre sobre la casa paterna en Cabo Verde. El padre ha muerto y el hijo quiere regresar. “¿Regresar a dónde?”, responde la madre. La secuencia es doblemente irónica: la casa paterna ha sido abandonada, responde la madre, no sin una leve ironía ante la idealización del país de origen que resuena en la curiosidad del hijo. “Allá” no queda nada, una casa en ruinas ocupada por ratas. Sin embargo, la madre, no sabe lo que sabe el hijo, quien ha recibido la carta del gobierno portugués ordenando su expulsión de Portugal. Su retorno al país natal (de los padres) no está simplemente motivado por una instancia de saudade diaspórica, si no por la expulsión y pérdida de la “residencia” en el único país que conoce, Portugal, cuyo aparato judicial ha decidido enviarlo de “regreso” a Cabo Verde. Entonces ni “aquí” ni “allá” se puede estar. La doble ironía –la materna y la filial– no cancela sin embargo la carga afectiva que cobra ese hermoso diálogo que da comienzo a Tarrafal, donde madre e hijo conversan sobre la añoranza de una casa con huerto. Se está en la carga afectiva desatada por el acto de la memoria y de la narración en la conversación misma. De pronto el hijo cambia de tema y le pide a la madre que le recuerde un cuento tradicional, el relato de un mensajero de la muerte que deposita una carta en el bolsillo de sus víctimas; una carta, digamos, de interpelación a la víctima, anunciándole su muerte. El mensajero entrega la carta, le chupa la sangre a su víctima, tras abrirle unos agujeros en el cerebro. La historia del “chupasangre” es una historia de vampiros y fantasmas (véase Paola Cortés Rocca). El fantasma distribuye la carta: la letra de la ley. No dudo que tanto el tema del zombi en Casa de Lava como la historia vampiresca de Tarrafal haya sugerido a algunos críticos la relación entre la narrativa post-secular de Costa con el llamado realismo mágico. Conviene

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sin embargo distinguir entre el trillado realismo mágico del mercado multicultural y la narrativa post-secular que explora la multiplicidad y conflicto entre saberes y creencias en el contexto desigual del coloniaje moderno. Sin necesidad a estas alturas de hacer la historia del concepto tan abusado por la crítica literaria latinoamericanista en los años 70 y luego canonizado como estilo postcolonial de la globalización de la novela (García Márquez, Rushdie, Isabel Allende, etc.) y en el cine (Como agua para chocolate fue uno de los primeros éxitos de distribución de Miramax en el gran mercado multicultural de los años 90), digamos que hay una zona de aquella discusión que mantiene plena relevancia actual: la intensidad del choque o las contradicciones históricas y culturales que motivaron las convenciones literarias y formales de los variados estilos de lo “maravilloso” durante el periodo tardío de la modernidad y el imperialismo son irreducibles a un reificado estilo mediático o académico. Muy brevemente, digamos que si nos aproximamos a la “modernidad” como a un proceso de racionalización, secularización y “desencantamiento del mundo”, entonces es obvio que las experimentaciones antropológicas vanguardistas, ligadas tanto al surrealismo (la liberación de la “maravilla” en Breton/Aragon) como a los experimentadores y variados regionalismos americanos (Carpentier, Faulkner, Guimarães Rosa, Asturias, Zora Neal Hurston, Maya Deren, Wilfredo Lam, Juan Rulfo, García Márquez, Toni Morrison), investigaron “lo maravilloso” motivados por el intento de entender aquellas zonas de las narrativas y los saberes subyugados durante la experiencia colonial, saberes que no fueron cancelados por la racionalización ni por el “desencantamiento” moderno del mundo. El legado del “realismo mágico” y sus antecedentes vanguardistas estuvo conformado por “exploraciones seculares de las excepciones de la racionalización moderna”. De ahí que el vocabulario de la “maravilla” se deslizara con tanta facilidad, ya en el mismo Carpentier, al vocabulario antropológico del “mito”. Desde la posición maravillosa (en tanto excepción a la hegemonía del principio moderno, racional, de realidad), el escritor latinoamericanista se aproximaba a la resistencia subalterna e impugnaba desde allí la ineficacia de la racionalización en las zonas de la modernidad “desigual” o colonial. Sin embargo, estos mismos autores generalmente operaban mediante un recorte dualista notable que recuerda la moderna e ilustrada escisión entre creencia y conocimiento, maravilla/ magia vs. razón. El acercamiento contemporáneo a la experiencia de la encantación noinstrumentalizable, –esa experiencia que, por falta de mejor término, relacionamos (sin desconocer los manoseos) con la intensidad política de la espiritualidad, es decir, con los contendidos no-instrumentalizables y eman-

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cipatorios del deseo, inapropiables por las burocracias religiosas– como la muy tentativa de Costa, son acercamientos “postseculares” en la medida en que no aceptan la naturalidad de los contenidos epistemológicos de la racionalidad moderna, y sobre todo porque impugnan la razón encarnada institucionalmente en la Historia (hegeliana) del Estado como materialización o cuerpo de la razón universal. El Estado en Tarrafal de Costa es un Estado brujo: su carta es el efecto de una letra fantasmagórica. Costa radicaliza el análisis de la compleja relación entre el Estado y la narrativa de la creencia en Tarrafal. El vampiro del relato de Lucinda se duplica en la segunda secuencia del cortometraje, una especie de play within a play, que pone en escena algunos de los elementos del relato tradicional que le cuenta la madre al hijo en la primera parte. Esa duplicación durante la puesta en escena en la segunda parte nos recuerda, por cierto, la imbricada relación entre la voz “primaria”, testimonial, de los “informantes” de Costa, y su realización performativa: se borra la distinción, cuando vemos que la aparición de la “Carta de Expulsión Administrativa”, en la segunda parte del film, da un nuevo sentido al relato de vampiros en la primera secuencia. El Estado es el vampiro, no su antídoto racional. El Estado es el chupasangre que administra el tiempo y el valor de los cuerpos sometidos y agotados por la explotación del trabajo. La crítica del trabajo –la crítica del agotamiento y desnaturalización absoluta del cuerpo explotado por el trabajo o por la compulsión adictiva a la que conduce el vacío anímico de Vanda–, explica la aparición de Ventura tanto en Juventude em Marcha como en Tarrafal. Ventura intercambia el tiempo del amor por el contrato laboral que lo llevó desde Cabo Verde a Lisboa. Ventura le entrega la sangre y el tiempo de la sangre y del amor a la vampira máquina estatal. De ahí que sea tan fundamental para Costa la referencia a la “Carta a Youki” de Robert Desnos en Juventude em Marcha: una carta de amor, escrita por un recluso de un campo de concentración, poco antes de morir de tifoidea. Más acá del evidente trabajo de patchwork, la reescritura de esa “Carta de Desnos”, en su promesa imposible de “1.000 cigarrillos”, flores frescas y una casita de lava y un cuerpo saludable para el amor, conviene notar la impugnación de Ventura y de Costa del nuevo régimen del trabajo asalariado –sin protecciones constitucionales– que sostiene las “democracias” blancas en Europa o los Estados Unidos. El relato “imaginativo” de la madre en Tarrafal no es entonces una compensación secundaria de lo real; al contrario de lo que podría pensarse desde una teoría de la ideología o de la creencia como falsa conciencia, el relato de la madre provee el soporte narrativo-teórico para el análisis de la ficción estatal en la “Carta de Expulsión Administrativa”.

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“Existe una frontera entre la vida y la muerte que no se debe traspasar, y mucho menos aquí, en Cumbres Borrascosas”, escribió Emily Brontë (Brontë 2003: 46-49) en su novela de ese nombre. La frase aparece como un pretexto para derivar de ella un relato conmovedor en torno a los amores desdichados de Catherine y Heathcliff, los héroes románticos de aquellas soledades lustrales apenas pobladas de fantasmas, de brezos y de nieve, un aura para la conversación y la sugestión, tan propias a los ambientes precursores de la modernidad. “Una frontera entre la vida y la muerte que no se debe traspasar”, es el límite demarcado por el narrador para sugerir la relación de sucesos vivos, así se pierdan en la muerte. Mas al perderse en la muerte no mueren por ello, antes bien en la vida permanecen. Y no porque se les cuente como derivaciones de la memoria sino porque los héroes vuelven a la vida para reclamar pertenencia: su cuerpo, su amor a la persona amada, a la memoria de su propia desolación y a resarcir la dicha. Una, otra vez vuelve Catherine, por asir a su amante y emprender con él las travesías hacia su castillo de Cumbres y en las borrascas se despeña su empeño ya por la intromisión de lo inesperado, ya por el destiempo propio a los amores intensos y a quienes viven la intensidad de los amores. La vida es muerte para los amantes, pareciera decir la autora, la muerte es vida. “Es la muerte como el aire que respiramos”, escribió Pascal Quignard, en novela también de intensidad (Quignard 2005: 75). ¿En dónde situar, entonces, la frontera intraspasable de la frase inicial? La frontera como límite está asociada a la demarcación de territorios. El límite es una línea que se traza para marcar una situación: “este lado”, “el otro lado”, “antes” o “después”. La noción de la frontera como límite se manifiesta de diversas maneras, desde el concepto de límite político hasta el de límite étnico o cultural. El límite es la expresión de una forma de ejercer el poder y concebir un territorio político en términos de grupos de poder: “mi propio territorio” versus “el territorio de otros” (Fábregas 2005: 27). No necesariamente un territorio de poder, pero un territorio de particularidades es la literatura y se concibe a sí misma con coordenadas de diferen-

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ciación respecto a los otros campos de la cultura y del quehacer humanos, aun cuando cada vez se presenta como ineludible la ruptura de los límites de particularidad para encontrarse en los campos de la historia, la filosofía, la antropología, la medicina, la moral, las ciencias duras. ¿Y cómo no habría de serlo si sus propuestas narrativas rompen con frecuencia los nodos de contención de las ciencias y las humanidades? La frontera de la muerte y la vida de que venimos hablando sirve para ejemplificar, también desde su propio campo, algunas derivaciones del ser de frontera en la literatura, entre las que quisiera detenerme en tres y ejemplificarlas desde algunos relatos literarios: la materia de la literatura: letras, palabras, lenguaje. El amor y el cuerpo, con frecuencia desdichados. Y la migración o el movimiento humano, búsquedas del más allá al más acá y lo inverso en todos los ámbitos del mundo.

La materia de la literatura: letras, palabras, lenguaje Desde su definición etimológica, “y en su acepción más amplia, literatura, significa lo perteneciente a las letras; y abarca lo mismo las obras poéticas y oratorias que las de medicina, astronomía y matemáticas. En su acepción más estricta, se reserva la voz literatura a las obras literarias, a las composiciones del humano ingenio, exteriorizado por la palabra o el escrito, pero con bellas formas de expresión. Comprende todavía a las obras científicas, filosóficas, etc., si no se consideran éstas bajo otro aspecto que el de estar bien escritas, elegantemente expresadas” (Ruano 1960: 15). Desde su acepción la literatura establece el límite de las bellas formas de expresión, el “no considerar otro aspecto que el de estar bien escritas” las obras, ajeno claramente a su contenido. El límite de la belleza a través de las palabras es agonía y reto para los creadores, piedra de toque de acuerdo a los intereses de cada época que más querrían el uso ancilar de ella por encima de su aliento de creación y libertad. En Libertad bajo palabra Octavio Paz escribía: Palabra ya sin mí, pero de mí… Palabra, una palabra, abandonada, rïente y pura, libre, como la nube, el agua, como el aire y la luz, como el ojo vagando por la tierra, como yo si me olvido (Paz 1974a: 31-32).

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En momentos de liberacionismos en el mundo, en América Latina se discutió el valor y sentido de las palabras en sí mismas o el de su servicio a las causas de las revoluciones. De muchos ensayos “dialécticos” estuvo llena la cultura de la época y muchos creadores naufragaron en los fangos del ancilarismo. Otros creadores y críticos situaron los cuestionamientos de la sociedad al ámbito mismo de la literatura. Aparecerían ensayos en torno a “la tradición de la ruptura” (Monegal 1977: 145; Paz 1974a), y el mismo Vargas Llosa reivindicaría la libertad total para la literatura y el acto de creación, ajena a la sujeción a los poderes y Estados constituidos. Dirá: “La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas a doblegar su naturaleza díscola, fracasarán. La literatura puede morir, pero no será nunca conformista. Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad” (Prieto 1974: 414). Tampoco fue privativo de América Latina el debate en cuestión. Sirva recordar la tragedia de Paul Nizan en Francia, ese tránsfuga que, “adolescente carcomido por una angustia extraña ganó, cuando fue hombre, el derecho de morir por su cuenta”, según escribiera Sartre, entre otras cosas a causa de la persecución de que fuera objeto por el Partido Comunista francés, cuando en septiembre de 1939 anunció que lo abandonaba (Sartre 1982: 41). En otra región, el escritor Imre Kertész, aguzará su pensamiento en torno a la sujeción provocada por los Estados. Dice: “El Estado es siempre el mismo. También hasta ahora sólo ha financiado la literatura para liquidarla. El apoyo estatal a la literatura es la forma estatalmente encubierta de la liquidación estatal de la literatura” (Kertész 2005: 18). La aventura lingüística de los creadores confronta invariablemente el muro de la libertad y lo traspone, o perece en el intento. La libertad, para los escritores abreva en las palabras por ir en pos de las bellas formas de expresión, sin necesariamente reparar en el tema o contenido, pues el objeto de éstas es alcanzar una obra de arte, inscrita en la red de palabras a semejanza de las imágenes en los azulejos ornamentales de ciertas fuentes palaciegas. Precisamente de la lectura de un azulejo ornamental de cierta fuente palaciega deriva Pascal Quignard su novela La frontera (2005). En alguno de sus renglones se encuentra una reflexión en torno a la belleza, para él alcanzada por el artista del azulejo, para el lector alcanzada por él en la combinación de sus palabras. “Puede que las obras de arte sean fruto de la venganza”, dice, en una especie de eco a los afanes de Paul Nizan, cuya “venganza” hacia el Partido Comunista le conduce no a contar las gestas de los orgánicos cuanto a “los hombres sin comunión […] como Antoine, un hombre de la soledad. (La verdad de su vida estaba del lado de aquellos que no habían triunfado)” (Sartre 1982: 41).

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El fondo, probablemente, de la cuestión estribe en la insuficiencia de los lenguajes para cada época ante el desgaste natural del mismo a fuerza de reiteración y emulación. La modernidad, como reflexiona Steiner, valora como legado “lo efímero, lo fragmentario, lo burlesco, la ironía de uno mismo” en contraparte de “lo inmortal”, valorado por los artistas de antaño (Steiner 1998: 194). El creador en todas las épocas parece no renunciar a ello, así sea preciso reinventar un lenguaje “al norte del futuro”, como ambicionaba Paul Celan (quien escribió: “venía, venía,/ venía, una palabra, venía,/ venía a través de la noche,/ quiso resplandecer, quiso resplandecer” [Celan 1998: 51]), forma ésta de movimiento hacia adelante, hacia lo nuevo, búsquedas del más allá al más acá y lo inverso. Intento señalar que la lengua literaria es un espacio de frontera que cada escritor debe enfrentar y trasponer para alcanzar su objetivo, no siempre en forma exitosa. A la manera de muchos emigrantes por los océanos, ríos o pantanos, con frecuencia los escritores naufragan en los embates de las palabras, pero cada uno de ellos tiene frente a sí el reto de lograr o no lograr, pero no el de permanecer dubitativo. Y ¿qué es lograr o no? Pues eso: el eco en los corazones de los hombres, la belleza al filo de las palabras, ya se trate como resultado de un fruto de la venganza, como quería Pascal Quignard, ya de abrevar en las fuentes de las consejas populares y sus historias, a la manera de Tizón, por no decir de Rulfo y una larga peregrinación de autores latinoamericanos, sumergidos en las vertientes populares, con el reto a cuestas de trasponer la frontera brutal de la escritura que es, a la vez, la tumba de la oralidad, pero con la exigencia de evitar la putrefacción de las palabras y alcanzar su riqueza expresiva. Emigración forzada para muchos escritores ha sido su inmersión en las fuentes cenagosas de la oralidad y de las cargas inherentes a la llamada “cultura popular”, una cultura así clasificada para diferenciarla en el margen de la considerada cultura en verdad, la “dominante”, y mantener, por tanto, en el margen, en la exclusión, a sus cultores, por muy destacados que fueren. Y no porque tales escritores ansíen, desde su origen, el tránsito hacia lo popular y hacia la oralidad. La palabra como destino del escritor pareciera urgirlo dentro de los cánones convenidos. Su fuga o necesidad de transitar las ciénagas de la novedad, lo colocan en la duda de su ciudadanía, como a los judíos-alemanes en los años del nazismo (se puede pensar en José María Arguedas, por ejemplo, y aun en Rulfo, como autores no siempre considerados escritores por sus contemporáneos). Y es que “escribir es un acto político, el que escribe es aquel que pretende desempeñar la prenda. Desempeñar el lenguaje. Romper el diálogo. Liberar la domesticación. Renunciar a la fraternidad y a la patria. Desligarse de toda

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religión” (Quignard 2007: 97); emigrar hacia las necesidades propias de su escritura. A propósito de Pascal Quignard y su novela La frontera, conviene asomarnos de nuevo a ese gusto literario y humano por la transposición de la frontera entre la muerte y la vida. Ya Emily Brontë guarda ese dejo pesaroso que conduce a la muerte de ambos amantes como posibilidad única de reencuentro en la bruma de “los valles nemorosos, solitarios”. En el caso de La frontera, de Quignard, la transposición de la frontera muerte-vida ocurre en los sueños de la esposa, quien decide desde ellos vengar la muerte de su esposo matando a su amante, quitarse la vida ella misma con la expectativa de que ni “un ave se entrometiera entre el amado y aquella que lo amaba”, desdeñar belleza y fortuna pues que pensaba “que la auténtica vida estaba con los muertos; que era ella la que estaba sumida en un monstruoso exilio” (Quignard 2005: 104 y 81). Esta novela, La frontera, se deriva de la lectura de “las sombras azules en los azulejos del palacio de Fronteira” en Portugal, pero podemos encontrar muchos otros relatos derivados de la propia literatura o de leyendas populares a lo largo de los tiempos. Sirva recordar a Quevedo en sus Sueños, a Zorrilla en, al azar, “A buen juez mejor testigo” (Zorrilla 1973: 3756), a Bécquer en “El rayo de luna” o “La corza blanca” (Bécquer 1973), a Yeats, el finísimo poeta irlandés quien escribiera: Soñé que alguien moría en sitio extraño lejos de toda mano habitual; y clavaron tablones cubriendo su rostro los campesinos de esa tierra, pesarosos de sepultarla en tal soledad, y pusieron sobre el túmulo una cruz de dos trozos de madera y en torno plantaron ciprés; y la dejaron a las estrellas impasibles hasta que yo grabé estas palabras: Quien fue más bella que tu primer amor yace hoy bajo tablones (Yeats 1977b: 37).

A propósito de Yeats y su libro Mitologías, a propósito de Bécquer también, he ahí que sus relatos favorecen la comprensión y parentela de la gran cantidad de relatos populares de México y América Latina en sus contenidos de transposición de mundos, el terreno y el de ultratumba; la transposición de las fronteras entre naturaleza y género humano, como si la literatura estuviera habitada por la nostalgia de un mundo primigenio luego trastoca-

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do por la diferenciación evolutiva y no se resignara a la fragmentación. Los relatos sobre nahualismo pueden testimoniar la presente aserción, aquellos otros mitológicos de mutación de los humanos en fuentes de cristalinas aguas, en plantas, en minerales, montañas, fuego o viento; los otros, siempre en la imaginación de Occidente, del salvaje como espejo del civilizado, el bárbaro y la hechicería y el espiritismo, el par que nos habita (Vernant 1993; Bartra 1992). Hay, en la tradición de la literatura, otro tratamiento del tránsito entre la muerte y la vida, cuya hondura entraña las entrañas del dolor y la degradación humanas. Se trata de esa vuelta de los “Sepulcros de los vivos”, por usar la figuración de Dostoyevski en una de sus novelas. El hombre Dostoyevski, advenido en un momento al paredón de fusilamiento, muerto en su experiencia humana aunque luego superviviente, sobrevivió también al sepulcro de las cárceles siberianas y recontó los fangos de la degradación y de la generosidad extremas, sobrevivió como “observador de la vida”, según frase posterior de Kertész, alejado de la Rome du prolétariat, como llamara Georges Sorel a Moscú. ¿Qué más podía hacer? Cargar con el difunto de sí mismo hasta cuando alcanzara la comprensión de ser un superviviente no debió hacerle la vida más gratificante; habitar el muerto de sí a lo largo de varios años algo le debió dejar de una dimensión no exactamente humana. “Es hombre quien mata, es hombre quien comete y sufre injusticias; no es hombre quien, perdido todo recato, comparte la cama con un cadáver” (Levi 1999: 187), así sea el cadáver de sí mismo. Y como el mismo Levi escribiera, Dostoyevski pudo haberlo expresado también: “a mi experiencia breve y trágica de deportado se ha superpuesto esa otra mucho más larga y compleja de escritor-testigo, y la suma es claramente positiva; globalmente, este pasado me ha hecho más rico y seguro” (Levi 1999: 221). Los “Sepulcros de los vivos” dicen relación a esa inagotable perturbación política, y acaso humana, que ha perseguido la exclusión de la faz de la tierra, la eliminación de contingentes humanos diferentes sea por raza, cultura, pensamiento o religión, aun cuando los mismos miembros de los contingentes humanos ni siquiera se percaten de ello. Las cárceles zaristas fueron modelo de eliminación y los campos de concentración soviéticos, las periferias continentales también, Guantánamo ahora; los campos de concentración nazis. Kertész, quien reflexiona, cruda y audazmente, en torno a la significación de quienes perecieron en los campos de concentración y su sentido para la trayectoria humana, reflexiona también en torno al sentido de “traición” por parte de quienes sobrevivieron. Retrae ese sentido de “traición”, en la medida en que en los supervivientes se representa la suerte de entidades individuales desplazadas del infortunio grupal o colectivo, del

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infortunio de cuantos partieron sin dejar rastro alguno. “Toda historia individual es kitsch –escribe–, porque escapa a lo que responde a una ley. Cada superviviente sólo demuestra que en un caso aislado se ha producido una avería. Solamente los muertos tienen razón, nadie más” (Kertész 2007: 130).

El amor y el cuerpo, con frecuencia desdichados Otra expresión de La frontera, la novela de Pascal Quignard que nos sirve de pre-texto, es aquel que se refiere al cuerpo en cuanto tal. Formulación artística sobre la irrupción definitiva de un deseo, larvado desde siempre en las estructuras humanas de sus protagonistas (pues que “las almas permanecen mucho tiempo ocultas antes de que la ocasión las saque a la luz”, Quignard 2005: 58), la novela hace patente cómo el sentido de las cosas, desde las ansias independentistas de un pueblo hasta aquellas que tienen que ver con la violencia, la venganza, la cotidianeidad o el arte atraviesan por la arcilla frágil del deseo, casi siempre expresión en el hombre por el cuerpo de una mujer, derivado de algún descubrimiento oculto, de alguna irracionalidad. En la novela, el deseo, la desdicha, el arte nacen de la casual observación de un personaje, el señor de Jaume, cuando la protagonista, la joven de Alcobaça, se retrae al bosquecillo para “expulsar una parte de su cuerpo”. El primer objeto derivado de aquella observación es el de “una canción titulada ‘Cuando mi amante caga’ [que] toda Lisboa cantó. En aquella canción había un detalle que sólo (la joven conocía) y que la señalaba” (Quignard 2005: 40-41). Más adelante la novela dará pie a otras señales tatuadas en las partes del señor de Jaume, tatuadas hacia el final en las partes de ella como preámbulo a su venganza, y al final, representadas en unos azulejos procurados por el marqués de Fronteira: […] un azulejo azul […] representaba el pubis rasurado y tatuado de una mujer. El rey dijo: El deseo nos enloquece a diario y su carencia nos abandona en las sombras. Y es cierto que las sombras son azules […] Por eso el parque está poblado de hombres que se suicidan y bailarines que caen. Fue así como el marqués de Fronteira se vengó de la venganza de la señora de Oeiras. Por eso los animales pintados en los azulejos tienen rostro humano. Por eso en los ángulos de los frescos, en las esquinas de las paredes, se ven figuras en cuclillas levantando sus faldones y defecando en la sombra (Quignard 2005: 116-117).

El asunto del arte, en tanto expresión del deseo, es el de trasponer el cuerpo en cuanto tal en objeto ya de palabras, ya musical o visual.

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Abundando en la parte del cuerpo como expresión del deseo, fragmento de seducción y de escritura, sirva recordar el pasaje de un amor desdichado de Giacomo Casanova, en su paso por Holanda, con la virtuosa Esther. Dice entonces: […] me vino a la mente una idea luminosa […] En medio del hoyuelo que daba a su barbilla un encanto indefinible, Esther tenía una pequeña señal negra, algo saliente y adornada con tres o cuatro pelitos extremadamente finos y que realzaban su belleza. Estas señales […] que en general prestan mayor encanto incluso a las más hermosas figuras cuando están en el rostro, en el cuello, en los brazos o en las manos, se repiten en el cuerpo en las zonas correspondientes a la parte visible. Yo sabía, pues, que Esther debía de tener una señal poco más o menos semejante en cierto lugar que una joven no enseña, y que, siendo pura, como yo la suponía, era probable que ni ella misma conociera. “Voy a dejarla estupefacta –me dije a mí mismo–, y a establecer mi superioridad de tal forma que se le quite para siempre de la cabeza esa idea de igualdad que se le ha metido.” Al mismo tiempo, afectando toda la pompa y la preocupación de un augur, me pongo a formar la pirámide y saco estas palabras: “Hermosa y discreta Esther, nadie sabe que tenéis, en la entrada del templo reservada al amor, una señal en todo parecida a la que decora vuestra linda barbilla” (Casanova 1982: 805).

El caso, en las Memorias, corroborado afirmativamente por el seductor y la heroína, conduce a mayores complicaciones en el juego y a un desenlace indeseado para ambos: la separación. Se trata, en este caso, de una persecución y prosecución inagotable de posesión sexual y de fuga, ejemplar para esa época, que no para la nuestra, según expresión de Alberto Bevilacqua, el autor de La califa, Humana aventura o El eros (vid. Pisano 2004: 169). No es fugaz, en la literatura, la especie de prisión sensual inscrita en la textura de la piel, en sus emanaciones. Con nitidez, Fyodor M. Dostoyevski, lo explicita: Cuando un hombre se enamora, por alguna hermosura, del cuerpo de una mujer, o aunque sólo sea de una parte del cuerpo de una mujer (eso un sensual puede comprenderlo), es capaz de dar por ella hasta sus mismos hijos, de vender a su padre y a su madre, a Rusia y a la patria; es honrado, pues va y roba; pacífico, pues degollará; fiel, pues hará traición (Dostoyevski 1960: 153).

Las señales, alguna señal, parecen la frontera o impronta en las obras literarias inscritas en el deseo. A semejanza de las prostitutas mediáticas, quienes gustan de exhibir sus fotografías virtuales o reales en los diarios y la televisión, la novela de Alexandar TiÓma, A las que amamos (2004), nos da la

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sucesión de las imágenes igualmente efímeras de la prostitución y las prostitutas en una ciudad empobrecida (Novi Sad) de la Europa de la posguerra. Ya sea que “la ventana que daba a la calle estaba a oscuras […] o que las dos ventanas de la buhardilla estaban iluminadas”, ya que los usuarios y las meretrices constituyan una galería de desdichados no exentos de anhelos, ya que de una ventana aparezca o desaparezca un jarrón a conveniencia, una inscripción que en el ánimo perdura. En la mujer un como “ojalá tuviera yo un hombre así”; en el hombre un “por esto ha merecido la pena. Esto lo paga todo […] las huellas de la presencia de la chica como si lo atrajeran a un nuevo abrazo”. Ese siempre ir más allá del cuerpo mismo, ir más allá “de uno de esos momentos cargados de certidumbre sensual que empujan (a Deviƒ) a buscar nuevos contactos, cuya veracidad y vigor se tiene la costumbre de comprobar pensando en la muerte” (TiÓma 2004: 28 passim). El ir más allá de uno de esos momentos cargados de certidumbre sensual, suscrito por Alexandar TiÓma, y que condujo a Casanova a escribir sus Memorias, retraen a la mente dos novelas más, con movimientos similares de los impulsos humanos, si bien con disparidades temporales de un siglo: Resurrección de León Tolstoi y El lector de Bernhard Schlink. Los personajes masculinos conciben en su ser un más allá de lo común en la mujer que les arrebata el impulso en los albores de su juventud. Cierto halo religioso se encuentra en Tolstoi, una mirada de carácter estético, plástico se encuentra en Schlink. Dice Tolstoi: Ahora, sentado en la sala del jurado, mientras evocaba aquel momento, Nekhludov se dijo que anulaba en su memoria todos los demás recuerdos que le sugería Katucha. El lazo rojo de la muchacha, su vestido blanco, su rubor, sus ojos negros y brillantes, toda su persona, era aquella noche la expresión de la pureza y el amor. Amor no sólo hacia él, sino hacia todos y toda la Humanidad, hacia todo lo que existía […]. Sentía palpitar ese amor en ella, porque también lo sentía en sí mismo, y en lo más profundo de su alma tuvo la sensación de que aquel amor unía las suyas […]. ¡Si a él le hubiera bastado con aquel hermoso momento! (Tolstoi 1972: 50).

En cambio, del amor vendrán, andando el tiempo, los remordimientos y el desastre para su exitosa vida, transmutada en la novela por un camino de redención. Por su parte, Bernhard Schlink, escribe: Años más tarde comprendí que lo que había cautivado mi mirada no había sido su figura, sino sus posturas y sus movimientos […]. Ella no posaba, no

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coqueteaba […]. Recuerdo que su cuerpo, sus posturas y movimientos me parecían a veces torpes. No es que fuera torpe. Más bien parecía que se recogiera en el interior de su cuerpo, que lo abandonara a sí mismo y a su propio ritmo pausado, indiferente a los mandatos de la cabeza, y olvidara el mundo exterior. Fue ese mismo olvido del mundo lo que vi en sus posturas y movimientos al ponerse las medias. Pero entonces no era torpe, sino fluida, graciosa, seductora; una seducción que no emanaba de los pechos, las piernas y las nalgas, sino que era una invitación a olvidar el mundo dentro del cuerpo (Schlink 2006: 20).

Se trata, en ambos casos, de los momentos cenitales de la vista amorosa, del lazo que cautiva a los amantes. Progresivamente se dará paso al remordimiento, a la culpa, aunque la resolución de la culpa en los involucrados desemboca en una madeja que los anuda de por vida: “Nekhludov se rebelaba contra aquel arrepentimiento que, paulatinamente, le subía del corazón a la garganta”, dice Tolstoi (1972: 65). Más escéptico, Michael Berg, el personaje de Schlink, se confronta con su culpa individual y la culpa colectiva de su generación que alimentó la historia del Tercer Reich: “Señalar a otros con el dedo no nos eximía de nuestra vergüenza. Pero sí la hacía más soportable, ya que permitía transformar el sufrimiento pasivo en descargas de energía, acción y agresividad. Y el enfrentamiento con la generación de los culpables estaba preñado de energía” (Schlink 2006: 159). En ambos casos, los protagonistas ansían la vuelta a la normalidad, salir del túnel de su historia conflictiva para volver a su rutina, menos laberíntica. En ambos casos, el túnel lo representa el juicio a que están sujetas, Katucha en Resurrección, Hanna en El lector. En ambos casos, los varones son también abogados en los juicios, sin posibilidad de inclinar favorablemente la balanza de la justicia a favor de las acusadas. En ambos casos, las vidas de los varones se vinculan a las de las condenadas de manera definitiva. Llegan al límite, que decanta sus propios límites o fronteras traspuestas en sus vidas: las de edad, clase social, posición política, formación intelectual, etc., siempre en desequilibrio hacia las mujeres. En ambos casos, los varones emprenden la travesía, viaje o migración hacia otro destino: Nekhludov hacia Siberia, acompañando a Katucha en sus trabajos forzados; Michael Berg hacia el descrédito de su profesión y de su vida, hacia la inutilidad de las palabras y el conocimiento. Rememorar ambas novelas conduce, también, a retraer un relato contemporáneo, del neozapatismo en México, en el cual se halla presente la movilidad de personalidades por incursión en la emigración o por adentrarse en los meandros de la prostitución, tal las mujeres heroicas de Aleksandar TiÓma. Tiempos aquellos de otoño se detiene en la trayectoria de Bernardo

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Cifuentes, capitán del ejército mexicano. Para el narrador, todo comienza en el Hotel Casa Vieja de San Cristóbal de Las Casas cuando llega a cubrir una de las mesas de San Andrés. Están el capitán, el narrador, Clara, reportera de otro diario nacional en la estancia del hotel. Al lado del capitán, dos mujeres, expectantes, joviales; de la franja fronteriza quizá la mayor de ellas, cierta vulgaridad; espigada, morena la otra, hermosa proveniente de El Salvador o quizá de Panamá. Fija sus ojos el narrador en ella, ella los suyos en los del narrador. Un estremecimiento no pasional recorre el cuerpo de él, la pulsión de un re-conocimiento intelectual. (Domínguez 2006: 36). Comienza a extrañarla, pues la imagen de la espigada mujer, de nombre Paloma en el relato, se le quedó fija tal la más enternecedora, plena y hermosa de su vida. Un dejo de nostalgia desde entonces se instaló en su alma, la persistencia de, hacia ella, una ansiedad. Y hacia ella fue. No sería sino al cabo de las reyertas políticas del país, una década después, cubriendo la nota en una ciudad fronteriza del norte, cuando habría de encontrarla, descendiendo y ascendiendo en contorsiones de serpiente alada, en la cima de un tubo alto, muy alto, del afamado Babilonia Club. Nunca como entonces vio a Paloma cual si diosa, así la diosa fuese del table dance en el recinto maloliente, palacio de la lujuria, Babilonia Club. Como en el caso de Nekhludov con Katucha, a Buenaventura le fue dado conocer el destino de Paloma. No fue él la causa de prostitución en ella, apenas testigo del momento de su seducción por parte del capitán Cifuentes; apenas previsor del abandono de éste, como en efecto ocurrió, en un hotel de la ciudad de Durango, donde ella quedó a expensas de la penuria, tal le ocurre a Vera en la novela de Aleksandar TiÓma (en su caso, en un hotel de Be…ej). La pre-visión en Buenaventura, su incapacidad para desnudar en un golpe de presente la visión en su interior, operan en él la condena de unir su vida a la de Paloma en la Siberia de su peregrinar de burdel en burdel a dondequiera que el destino la conduzca. Y es que, en el caso de Paloma, se repetía lo que en Emina, en la novela de TiÓma: “poseía la intensidad de la desgracia, y parecía no poder librarse de este infortunio que tanto embellecía sus enormes ojos marrones” (TiÓma 2004: 52). En el caso del relato Tiempos aquellos de otoño, asistimos todavía, como en las novelas románticas, a una historia de seducción y su desembocadura lógica en la prostitución, como telón de fondo del conflicto social y la migración, que nada seguro posibilitan. Pero el conflicto social y la emigración, producen también otras modalidades, entre las cuales me detendré en dos. La primera, la novela Los inmigrados (2007), de Lojze Kova…i…, que narra la expulsión de una familia servo-alemana, en los preámbulos de la segunda guerra mundial. De Basilea, cuya casa en la Elisabethenplatz les

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fulge como paraíso, parten hacia Yugoslavia, la tierra del padre de familia, en un poblado innominado, de donde precisan partir hacia Liubliana en situación de extrema pobreza, a la que se suma la conciencia de no pertenencia a ningún mundo: ni al alemán, ni al suizo, ni al eslavo, quizá sólo al sitio de la confusión en la Babel de la invasión militar que los libera de todo, prejuicios, agresiones, desconocimiento, miseria, ilusiones: “Por la ciudad […] que se transformó en un lugar de encuentro, en una capital completamente diferente”, dice el narrador (Kova…i… 2007: 293). Pero eso funciona como corolario a la desdicha de la emigración. En el entretanto de llegarse a Liubliana y a la situación excepcional de su condición de Babel, son marionetas de la casualidad. En manos de la desdicha y la casualidad, los emigrantes se mueven como los dados en el cubilete. La parte frágil de esa composición, las mujeres, las frágiles mujeres, en el tono, sobre todo, de su juventud, se transforman, por determinación de los actores, en sólo un cuerpo, un intercambio, momento del cuerpo como expresión del deseo. Y allí las mujeres van, en el cubilete de su destino, con la puesta en escena del asedio de quien se apresta ¿a socorrerlas?, con la expectación de sus congéneres emigrados, con el destino interior, su exigencia personal, de un siempre ir más allá del cuerpo mismo. En el caso de Los inmigrados, la narración plantea el momento del sacrificio de Clairi, en manos del señor Perme, apenas por alcanzar habitación y alimentos, cierto calor afectivo y humano. “Era como si de repente volviéramos a nuestros cuerpos, que íbamos a reanimar de nuevo”, reflexiona el narrador (Kova…i… 2007: 186-188), en una afirmación que desdobla a la persona en un ser interior (afectivo, sensible, inteligente) y un ser exterior, un cuerpo, con manejo autónomo según la apropiación que cada mujer alcance del suyo propio. La doble experiencia, expuesta por el narrador de Los inmigrados, aquella de la ciudad transformada “en un lugar de encuentro, en una capital completamente diferente”, y aquella otra de que en la no pertenencia a ningún mundo la miseria posee a los emigrantes, y que, en manos de la desdicha y la casualidad, los emigrantes se mueven como los dados del cubilete, son destino común. La parte frágil de esa composición, las mujeres, aparecen como sólo un cuerpo, un intercambio, momento del cuerpo como expresión del deseo, según determinación de los actores, pero con su exigencia personal de un siempre ir más allá del cuerpo mismo. La experiencia actual de los emigrantes centroamericanos por el sur de México algo muestra. Dice un trabajo: El planeta se calienta y las fronteras se desangran […]. Con el deshielo se puede atravesar el polo norte en barco, pero las fronteras se han transformado en

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diques de contención para los migrantes, que son tratados como mercancías no rentables y son objeto de transacciones por dinero si quieren llegar a la tierra todavía prometida. Las mujeres, en y a cambio, pagan con su cuerpo. Ellas protagonizan esta épica desde el lado más oscuro y con la naturalidad de quienes saben del uso y abuso a los que están destinadas por una discriminación actual y milenaria, a la que se agregan la de la pobreza y la de ser migrantes indocumentadas. En la genealogía femenina centroamericana, las abuelas se quedan a cuidar a los nietos y las hijas, ya muy jóvenes, parten, la mayoría no muy lejos, al Soconusco, donde se quedan para ganarse otra vida o perderse en ella. Algunas […] se arriesgan, solas o en grupo con otros migrantes emprenden la hazaña hacia el norte. En el camino también tienen que emplear su cuerpo, cuando no se apoderan de él los asaltantes y otros hombres que controlan y se cobran así su paso. En lo más recóndito de su ser, tal vez cada una de las mujeres migrantes sueñe con llegar a ser algún día la tierra de la gran promesa para todos los suyos en un mundo nuevo y aguerrido y, por fin, justo (Vericat 2007: 24).

El texto da fe de, por lo menos, dos referencias al cuerpo de las mujeres como transacción. Por un lado, el empleo personal del cuerpo, como fuente de financiamiento para el beneficio personal y de la familia; por otro, como objeto de transacción para garantizar el paso de un grupo de compatriotas o de pares del destino común de la migración: “Hay grupos que vienen de pueblitos de la sierra, del campo, y se vienen hasta cuarenta hombres jóvenes con siete u ocho mujeres a las que claramente usan como pasadoras” (Vericat 2007: 97), a veces parapetos de la violencia. Otra forma de emplear el cuerpo supone algún nivel de acuerdo en la transacción, pues, más allá de los malentendidos o engaños para contratarse ya no como camareras de un restaurante sino como prostitutas en alguna cantina o antro, al final se llega a una aceptación. De alguna forma, como en la frase de Aleksandar TiÓma, “estas mujeres comercian con su cuerpo, pero es la naturaleza la que les ha regalado su mercancía, y no distinguen muy bien en dónde y en qué reside su valor” (TiÓma 2004: 74). Pero tanto en este, como en los casos anteriores, existe la conciencia de que el cuerpo fuera una entidad independiente, ajena al anhelo final que cada cual persigue, aquel como de arribar a un destino más alto, siempre al seno de la pujanza y riqueza de una gran ciudad, al norte, siempre al norte de la propia. Por ejemplo, de Michelle, (bella, grácil, alta, quien saliera de Honduras a los 16, a viajar, con un hijo ya, y luego de tres años con un hijo más y ya bailando y sonriente a los veinte días del parto), la autora anota: “Sonríe triunfante, como si su cuerpo no fuera de ella sino de otra mujer que no ha pasado por un parto” (Vericat 2007: 22). El espíritu que anima a los migran-

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tes es precisamente el de ir hacia el más allá de lo propio, sin posibilidad de vuelta. Una reflexión de Michael Berg, el personaje de Schlink, en torno a este destino, reflexión, por otra parte, hacia la explicación de sí mismo, es ilustrativa de este sentido y es, a la par, el vínculo con una tercera parte de este trabajo. Dice: Por entonces releí la Odisea, que había leído por primera vez en bachillerato, y que recordaba como la historia de un regreso. Pero no es la historia de un regreso. Los griegos, que sabían que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, no creían en el regreso, por supuesto. Ulises no regresa para quedarse, sino para volver a zarpar. La Odisea es la historia de un movimiento, con objetivo y sin él al mismo tiempo, provechoso e inútil (Schlink 2006: 171).

Por enlazar este final con la reflexión inicial de este texto (no final del texto en cuanto tal pues aún se extiende a considerar también la migración o movimiento humano, político, religioso, simbólico en nuestra época, desde la literatura), sirva ponderar cómo en los seres humanos los fenómenos de frontera y migración les asientan siempre esas búsquedas del más allá al más acá, y el movimiento inverso, a pesar de costos, satisfacciones y fracasos.

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LOS MAPUCHES DE CHILE: ENTRE EL EXILIO INTERNO Y EL VIAJE A OTROS MUNDOS HUGO CARRASCO MUÑOZ Universidad de la Frontera, Temuco-Chile

Antecedentes Los mapuches, indígenas conocidos también en la bibliografía como araucanos, desde el poema épico de Alonso de Ercilla, constituyen uno de los pueblos originarios de Chile e históricamente el más importante de ellos. Conocida es la defensa de su territorio durante cerca de tres siglos ante el ejército español en una de las guerras más extensas que se conoce en la historia universal1. Después, ya independizado el país y con el fin de unificar el territorio nacional, hacia 1881 los mapuches son sacados por el Gobierno de los lugares que ocupaban lo que hoy es la Región de la Araucanía y parte de las regiones del BioBio, por el norte y de los Ríos y de los Lagos por el sur, y radicados en reducciones situadas en los sectores costero y precordillerano. Así, los mapuches sufren su primera expulsión y el destierro del territorio por el cual habían luchado y en el cual habían mantenido su población, formas de vida, creencias y cultura durante miles de años, siendo reemplazados por colonos de procedencia europea. De este modo, los descendientes del otrora heroico, digno e indomable pueblo mapuche, raíz local del pueblo chileno, inician una nueva parte de su historia despojados, sustituidos y convertidos en exiliados en su propia tierra. Hacia el siglo XX, por primera vez vencidos por la vergüenza, la pobreza, la marginalidad y las normas de una sociedad distinta y aún incapaz de reconocer su propia identidad y la ajena, los mapuches empiezan a alejarse de lo que fue por siglos “su país”, y a dispersarse. Muchos se van poco a

1 Respecto a la historia del pueblo mapuche, cf. el excelente trabajo de Bengoa (1985), quien sistematiza datos bibliográficos conocidos y los incorpora junto a otros recogidos de la tradición oral que, al mismo tiempo, le sirven de criterios de selección y análisis. Si se quiere complementar su visión con la de algunos jóvenes estudiosos mapuches, puede verse un trabajo relativamente reciente de Marimán et al. 2006.

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poco a la ciudad extraña y ajena: los jóvenes, hombres y mujeres, en busca de trabajo y supervivencia debido a la insuficiencia y mezquindad de sus tierras, y los ancianos, cuando las han perdido, engañados por tratos legales o ilegales que no entienden. Otros mantuvieron la vía tradicional de atravesar la cordillera y reunirse con otros mapuches y con la sociedad argentina, sobre todo al sur del país, en la zona donde envueltos y revueltos con los chilenos constituyen varias decenas de miles de personas (hacia 1980 los chilenos en general formaban el 11,6% de la población extranjera en Argentina, de los cuales gran parte son mapuches). Y, como dice Jorge Muñoz sobre los avecindados en el Neuquén, el reverso de la Araucanía, “todos éramos Mapuches en Chile, con o sin apellido, con o sin sangre araucana, pero por el contacto con ella todos éramos hombres de la tierra” (2005: 41). Más cerca de la actualidad, otros mapuches, al igual que tantos chilenos que debieron alejarse del país en la época de dictadura del gobierno militar, también se alejaron atravesando no la familiar cordillera plagada de araucarias, sino los mares y cielos desconocidos. Es significativo al respecto el emocional encuentro en su casa de Nueva Imperial del matrimonio de Eusebio Painemal y Chinura Morales con una académica que había sido profesora voluntaria de inglés de uno de sus hijos en Hungría durante los primeros años de esta otra migración forzada con consecuencia de exilio externo. En los períodos de gobiernos democráticos, gracias a la mejora de las condiciones generales y algunas discriminaciones positivas para los pueblos indígenas existentes y, sobre todo, a partir de la promulgación de la Ley 19.253 sobre Protección, Fomento y Desarrollo Indígena, conocida como Ley Indígena, muchos mapuches, hombres y mujeres, han tenido mayores posibilidades de mantenerse en el país en mejores condiciones de vida, estudio y trabajo. También se observan exilios voluntarios de personas que se han instalado en otros lugares para hacer estudios de postgrado o para dedicarse a actividades laborales propias de los países donde se hospedan. En todo caso, al interior de la sociedad mapuche todavía subsiste la tendencia a atribuir a los que se han alejado de la matriz cultural tradicional y muestran rasgos de transculturación, la categoría de ahuincados (huinca: no mapuche), o de tregua (perros). Algunos todavía piensan que ellos “no son nada. Son peor que perros” (FMP, agosto 2003, conversación personal).

Las migraciones mapuches De acuerdo a Carlota Solé, la inmigración (i. e. ‘migración’), que implica el cambio de residencia y puede ser permanente, duradera o temporal, “es

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el movimiento o desplazamiento de una o varias personas desde el exterior de un territorio o desde el lugar de origen al interior de otro territorio o lugar de destino. La inmigración puede ser interna, al darse dentro de un espacio o territorio determinado, o externa, al salir para llegar a otro exterior” (Solé 2002: 197). Las migraciones existen desde el inicio de la humanidad, primero como desplazamientos en busca de alimentos o mejores condiciones de existencia, y luego como procesos más complejos que ocurren por cuestiones de desigualdad en diversas zonas del mundo. Esto permite identificar dos grupos de causas menores, uno de índole económico-laboral (ofertas de trabajo, diferencias salariales, posibilidades de promoción individual, movilidad ocupacional, etc.) y otro de carácter ideológico-político (migración por guerras o tiranías), cuando las diferencias se relacionan con el grado de democracia formal, libertad política y/o de expresión, de representación de intereses, etc. En cuanto a las razones de la migración entendida como parte de los movimientos migratorios recurrentes en la historia de la humanidad, Solé piensa como Ravenstein (1885, 1887) que una la constituye la atracción de la disponibilidad de trabajo, de tierra, de oportunidades ocupacionales y vitales para personas en condiciones de precariedad o que desean mejorar sus condiciones de vida. De aquí surgen otras clasificaciones como migraciones campo/ciudad, de corta/larga distancia, temporales/persistentes, voluntarias/obligadas, etc., y se desarrolla el binomio emigración/inmigración como instrumento privilegiado para contrarrestar desigualdades socioeconómicas al redistribuir el trabajo en zonas de alta /baja productividad.

Algunos patrones migratorios de la región latinoamericana Debido a las limitaciones de otras fuentes, los censos de población han sido por muchos años la principal fuente informativa de los estudios sobre migración. El Proyecto IMILA (Investigación de la Migración Internacional en Latinoamérica) del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), División de Población, ha reunido gran cantidad de datos reunidos por los censos nacionales que, con algunas limitaciones, permiten cuantificar la migración y caracterizar a los migrantes internacionales. A partir de sus datos, se han identificado tres grandes patrones migratorios (cf. Villa y Martínez 2008). a) El primero corresponde a la “inmigración de ultramar” hacia América Latina, cuya intensidad ha declinado durante los últimos decenios,

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debido a la reducción de inmigrantes por efectos de retorno, mortalidad y otras razones. b) Un segundo patrón es el de la “migración intrarregional”, basada en factores estructurales, desigualdades de desarrollo económico y social, y coyunturales, número de migrantes duplicado en los años setenta y cuyos principales países de destino son Argentina y Venezuela en América del Sur, Costa Rica en Centroamérica, predominando en el Caribe la circulación de personas entre los diversos países insulares. c) El tercer patrón es el de la “emigración de latinoamericanos y caribeños” con destino principal a Estados Unidos, stock que se duplicó entre 1980 y 1990. El examen de esta y otra información disponible en el Proyecto IMILA evidencia la marcada heterogeneidad de las características de los migrantes y sugiere que los factores asociados a la migración han adquirido una creciente complejidad, con frecuencia de signo opuesto a escala estructural/ individual. En cuanto a tendencias del contexto socioeconómico contemporáneo de la región y relaciones entre la migración y las tendencias del desarrollo, destacan los esfuerzos en favor de un esquema de regionalismo abierto y de integración en el ámbito de la globalización. Esto supone el establecimiento de concertaciones a escala internacional propuestas para o por las políticas de migración, que para ser eficaces deben ser concebidas como componentes de las estrategias de desarrollo.

Migración mapuche y no mapuche Para situar mejor el fenómeno migratorio mapuche, Valdés (s/f) hace un análisis comparativo con la migración no mapuche y, a partir de la información de los censos poblacionales del país, propone tres tipos de migración de los habitantes mapuches de la Región Metropolitana: migración antigua, reciente y de retorno, y dos tipos de población involucradas: flotante o transeúnte y no migrante.

Migración mapuche, cultura e identidad Como puede verse, en este contexto los mapuches no se hacen presentes en los patrones migratorios, ni están incorporados ni inciden directamente

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en las otras macroobservaciones. Esto obliga a mirar la situación desde más cerca e incorporar otras categorías. En torno a la migración de los mapuches de Chile, hay dos grandes fuentes. Una está constituida por investigaciones académicas, elaboradas dentro y fuera de las universidades. En ellas se ha sistematizado y discutido el problema, vinculándolo con el pasado histórico y la situación actual mapuche en el contexto del país y del mundo, y con elementos como la identidad y las identidades (étnicas, históricas, políticas, psicosociales, discursivas, etc.), desarrolladas al interior de su cultura y de sus relaciones interétnicas, interlingüísticas e interculturales con diversos sectores, aspectos y procesos de la sociedad mayoritaria del país y de los pueblos indígenas internos y externos. Otra gran fuente surge del trabajo permanente de diversas instituciones que trabajan directamente con los procesos migratorios del pueblo mapuche dentro y hacia fuera del país. Entre estas últimas se destaca la Pastoral de Migraciones de la Iglesia Católica, que vincula los componentes de la población mapuche situados en Chile y en Argentina, particularmente las relaciones entre Temuco y la región de la Araucanía en Chile y de Neuquén en Argentina. Entre los trabajos que buscan comprender la complejidad del proceso migratorio se encuentra uno de Álvaro Bello (2002) que analiza la migración de los mapuches de Chile en sus relaciones con la etnicidad en su dimensión política y simbólica. Bello se preocupa de revisar los procesos de migración rural-urbano de los mapuches de Chile vinculados a los procesos de construcción de identidad, así como a la elaboración de los discursos etnopolíticos del “movimiento mapuche”, para lo cual discute los conceptos de comunidad y territorio, involucrados y puestos en tensión por los procesos migratorios. A este respecto, Bello plantea la consideración de la migración campo/ciudad como proceso sociocultural y sociodemográfico que se realiza desde dentro hacia afuera del mundo mapuche. Por un lado presenta el activo proceso de construcción de redes sociales como producto de la dinámica propia de los migrantes, organizaciones y espacios de sociabilidad urbana, basadas en un sentido de pertenencia e identidad mapuche que los vincula (y/o re-vincula, agregamos nosotros), a sus comunidades de origen. De acuerdo a esto, la migración y la presencia masiva de mapuches en las grandes ciudades (Santiago, Concepción, Temuco, de acuerdo a parámetros locales), exige la comprensión adecuada de los procesos de interacción de estas poblaciones con sus comunidades para así comprender la etnicidad en su dimensión política y la reconfiguración de lo mapuche fuera de sus tierras ancestrales (parte del fenómeno denominado “mapuche urbano”, que lo es sólo en parte).

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En este sentido, debe tenerse en cuenta que entre dirigentes de organizaciones e intelectuales mapuches predomina la sensación de que la migración es un proceso impuesto desde fuera como consecuencia de la situación de dominación que vive el pueblo mapuche, por lo que se tiende a rechazarla. Incluso hay sectores mapuches que piensan que una de las estrategias para reconstruir “la nación mapuche” consiste en el regreso masivo de los migrantes al espacio tradicional, aunque otros piensan lo contrario. Esta “territorialización” de las necesidades y demandas colectivas del pueblo mapuche, correspondiente a la utopía del Estado Mapuche que desde otra perspectiva hemos denominado “el gran mito moderno del pueblo mapuche” (Carrasco 2006), nos permite interpretar la migración de los mapuches como una forma de “nueva expulsión”. Esta vendría siendo la continuidad de la “gran expulsión” o “destierro” de 1881 desde sus tierras a las reducciones impuestas por el Gobierno, es decir, siempre como un “desplazamiento forzado” aunque tenga la apariencia de un proceso libremente decidido, tan habitual en las relaciones interculturales. Esto es coincidente con la hipótesis de Bello, quien piensa que la migración mapuche “refleja la complejidad de la cuestión etnonacional mapuche planteando una serie de preguntas a la reconfiguración de las identidades y a las formas futuras de convivencia plural al interior de un país como Chile”. Villa y Martínez (2008) proponen el concepto de “movilidad espacial” para resolver el problema teórico de la migración, siguiendo lineamientos holísticos con el fin de integrar características biodemográficas y atributos socioculturales al concepto clásico. En la situación mapuche, resulta conveniente entender e interpretar el fenómeno migratorio desde esta perspectiva en la medida en que ello puede incluir sus características sociohistóricas y culturales como se ha dicho más atrás. En este sentido, los autores piensan que la urbanización acelerada de Chile comienza alrededor de la década de los 60, cuando el latifundio se desarticula y se produce la Reforma Agraria (basada en la Ley de la Reforma Agraria n° 16.640), procesos que no afectaron a las comunidades mapuches que ya habían sido “radicadas” a partir de 1881 después de su derrota militar, aunque sí las afectaron la descampesinización y proletarización de las zonas rurales ocurridas posteriormente (Villa y Martínez 2008: 1). Mariqueo (1989) afirma que la ley de la Reforma Agraria “resultó altamente perjudicial para los intereses del Pueblo Mapuche” y afirma que, a diferencia de los winka, muy pocos mapuches se beneficiaron de ella, pero esto no parece referirse a la migración, que en cambio se detiene bastante con el proceso de esta Reforma. En cambio, la migración interna de los mapuches toma más fuerza al término del gobierno de la Unidad Popular y comienzos de la dictadura militar,

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cuando esta última privatiza y traslada al mercado las tierras adecuadas para la explotación productiva, en particular las que habían sido redestinadas en la reforma agraria, lo que incidió fuertemente en sectores de la sociedad mayoritaria pero no en la mapuche. Lo que en particular influyó fuertemente fue la promulgación y puesta en práctica del decreto con fuerza de ley N° 2.568, conocida como la “ley de división de tierras” (1979), que genera nuevas condiciones socioculturales, y que, al permitir la enajenación de las tierras, vulnera de diversos modos la dinámica interna de las comunidades y de la tradición. De esta forma se provocaron conflictos familiares, comunitarios e intercomunitarios profundos, incidiendo en la cohesión de las comunidades, con lo cual también aumentó bruscamente la migración interna mapuche. Por estos y otros motivos, la aplicación de esta ley es “el punto de inflexión en las tendencias migratorias mapuche, pues esto habría provocado un aumento acelerado de los flujos migratorios mapuche respecto de los períodos anteriores” (…) y la “peor catástrofe cultural acaecida sobre el pueblo mapuche después de la Derrota Militar” (Villa y Martínez 2008 3 y ss.). A lo que debe agregarse, como ya está dicho, “la erradicación de sus tierras y su territorio en 1881”.

Una forma distinta de migración mapuche: el viaje al otro mundo Hay también otra modalidad en que los mapuches conciben la experiencia del desplazamiento migratorio: el regreso del “viaje a Argentina” se transforma con frecuencia en una experiencia epifánica. En efecto, el viaje de regreso a Chile por la cordillera toma connotaciones particulares cuando dos mapuches “se pierden” en medio de la cordillera y se salvan sólo por el encuentro providencial de una pequeña casa en la cual vive una mujer que ha muerto hace muchos años. Ella vive ahí con su marido, un personaje sobrenatural que a petición de la mujer les permite dormir esa noche en la casa y al irse al amanecer les guía por el camino adecuado. Incorporado al sistema mítico mapuche como una forma del viaje al mundo de los muertos, este relato se narra en los discursos mítico-creenciales, pero está igualmente presente en el discurso público mapuche e incluso aparece en los últimos años transformado en libros de poesía y otras formas artísticas (cf. Carrasco 1999 y 2006). Esto permite apreciar una forma diferente de enfrentar el proceso de emigración/inmigración y la transformación de una experiencia cotidiana en una experiencia sagrada, transformando un viaje cotidiano en un viaje liberador al otro mundo, donde comparten con los ancestros y con los ngen (espíritus “dueños”) de la cordillera.

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Son bastante comunes también migraciones externas transitorias realizadas como viajes de placer o conocimiento, como extensos desplazamientos internos y externos para conocer parientes, otros pueblos indígenas, espacios ceremoniales, etc.

Algunas observaciones finales En este punto conviene considerar algunos supuestos manejados durante el desarrollo del Simposio Expulsados, desterrados, desplazados. Migraciones forzadas en América Latina y los países luso-africanos, en parte también explícitos en los documentos enviados a los participantes. Los conceptos y lenguajes escogidos para nominar el evento no son triviales. Se propone rectamente el carácter “forzado” de las migraciones contemporáneas, focalizando así una significación en la cual subyacen las nociones de poder, violencia, necesidad, injusticia, solidaridad y otras, lo que situó la discusión en un ámbito serio y multifacético, favoreciendo la discusión multidisciplinaria e intercultural y la dignidad étnica y personal de las poblaciones estudiadas y de los propios participantes. Los términos centrales de la formulación, “expulsados, desterrados, desplazados”, facilitan el transcurso fluido del sentido para reconocer desde la experiencia personal posibilidades de ubicación y calificación de los procesos sugeridos. Asimismo, esto priorizó la motivación a observar causas migratorias injustas, como situaciones de guerra o de conflicto armado, implementación inescrupulosa de grandes proyectos (extractivos, agrícolas, industriales, hidráulicos, infraestructurales, urbanísticos, etc.), que por separado o en conjunto provocan el desplazamiento masivo de poblaciones con graves consecuencias de carácter social, económico, cultural y educativo.

El desplazamiento forzado En términos generales, la magnitud del problema de desplazamiento forzado del pueblo mapuche en Chile parece mínimo en comparación con las situaciones y datos presentados en el simposio por especialistas de diversos países (los 2 o 4 millones de personas involucrados en Colombia, p. ej.). No obstante, esto se clarifica al pensar que la guerra de rechazo a la invasión hispana movilizó a todo el pueblo mapuche por tres siglos. Igual proyección tuvo el proceso de establecimiento reduccional de 1881, que también impli-

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có una suerte de expulsión o destierro para toda la población (hombres, mujeres, niños, ancianos), y la ley del gobierno militar que quebró las comunidades y permitió la venta de las tierras, provocó en forma directa la mayor emigración interna y externa de los tiempos contemporáneos. Otras formas de migración forzada de los mapuches de menor magnitud objetiva, igualmente afectan a personas y grupos separados de sus raíces, sus hogares o comunidades, y han hecho sufrir maltratos a sus personas, a su dignidad humana y a sus derechos, lo que implica que siempre hay injusticias por solucionar, tareas por realizar o causas con las cuales comprometerse antes que se generen los grandes problemas. Y en todas ellas (migración obligada a la ciudad, desplazamientos debidos a grandes proyectos hidroeléctricos o a la instalación de empresas madereras en tierras mapuches, el exilio interno y externo provocados por el gobierno militar, etc.), se ha observado al mismo tiempo la modificación de sus rasgos identitarios y de sus relaciones interculturales transformadas prioritariamente en procesos intraculturales o de orientación indigenista.

Bibliografía BELLO, Álvaro Andrés (2002): “Migración, identidad y comunidad mapuche en Chile: entre utopismos y realidades”, en Asuntos Indígenas No. 3-4 (2002). Copenhague: IWGIA, pp. 40-47 BENGOA, José (1985): Historia del Pueblo Mapuche (siglo XIX y XX). Santiago de Chile: Ediciones Sur, Colección Estudios Históricos. CARRASCO, Hugo (1981): El mito de Shumpall en relatos orales mapuches. Tesis de Grado. Universidad Austral de Chile. — (1999): “El viaje al otro mundo en la gramática mítica mapuche”, en Nueva Stylo No. 2. Temuco: Universidad Católica de Temuco, pp. 25-34. — (2006): “Poesía Mapuche actual: la identidad escindida. Viaje al Osario, de Juan Paulo Huirimilla”, en Revista Chilena de Literatura 68, pp. 141-168. MARIMÁN, P./CANIUQUEO, S./MILLALÉN, J./LEVIL, R. (2006): ¡Escucha, winka…! Cuatro ensayos de Historia Nacional Mapuche y un epílogo sobre el futuro. Santiago de Chile: LOM Ediciones, Colección Ciencias Humanas. MARIQUEO, R. (1989): “Etnodesarrollo del Pueblo Mapuche”, en Autodesarrollo Indígena en las Américas. Copenhague: s.e. 1989 (Actas del Simposio de IWGIA en el Congreso de Americanistas, Amsterdam 1988). RAVENSTEIN, E. G. (1885, 1889): “Leyes de las Migraciones”, en Carlota Solé, “Inmigración”, pp. 197-198, y en J. Conill (coord.), Glosario para una sociedad intercultural. Valencia: Fundación Bancaja, pp. 197-202. SOLÉ, Carlota (2002): “Inmigración”, en J. Conill (coord.), Glosario para una sociedad intercultural. Valencia: Fundación Bancaja, pp. 197-202.

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VALDÉS, Marco R. (s/f): Migración mapuche y no mapuche, en (última puesta al día 2006). VILLA, Miguel/MARTÍNEZ, Jorge (2008): Tendencias y patrones de la migración internacional en América Latina y el Caribe. Simposio sobre Migración Internacional en las Américas organizado por CEPAL/CELADE. San José: OIM.

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Anexo 1: Razones de un lonko “Delegados y participantes de distintos países y de los 5 continentes del mundo, a este II Foro Social Mundial de las Migraciones. Reciban pues, un fraternal saludo de nuestro pueblo. Vengo del Territorio Mapuche. País Chile, que se ubica al extremo Sur de nuestro continente Americano en donde los Mapuche somos el 10% de la población nacional. En medio del desenfrenado neoliberalismo en curso, desde el territorio ancestral mapuche ha surgido una fuerte voz que exige la restitución de nuestros derechos como pueblo. Derecho territorial que parte con los acuerdos históricos y que en forma soberanos pactaron dos pueblos, como es la Corona Española y el Pueblo Mapuche, que posteriormente fue vulnerado por el Reinado Español, me refiero al Pacto de Quillín 1641, y que por la tenaz resistencia de nuestro pueblo fue ratificado por el Estado Chileno en los Parlamentos de Negrete de 1803 y el de Tapiwe 1825, todos los cuales dan cuenta y reconocen la existencia de una nación mapuche y de un territorio ubicado desde el río Bio Bio al sur con una extensión de más de 10 millones de hectáreas de tierra (…).” Mapuche de Izquierda. Santiago de Chile, 28 de junio 2006 (el título es nuestro)

Anexo 2: La huelga de hambre (fragmento) Al finalizar la huelga de hambre que Patricia Troncoso Robles, conocida como La Chepa, siguió durante 112 días acompañada de Patricio Marileo Saravia, Jaime Marileo Saravia y Juan Carlos Huenulao Lielmil (todos ellos han sido condenados por la ley antiterrorista con una pena de 10 años y un día por el delito de incendio terrorista a otras tres personas mapuches, siguiendo la tradición de la cultura mapuche), señaló con precisión en forma oral la situación y comentó el sentido que tenía para su pueblo. Dijo La Chepa: “Hoy 30 de enero del año 2008 pongo fin a mi huelga de hambre que se prolongó durante 112 días (…). A mi querido pueblo Mapuche y a todos quienes han puesto en estas movilizaciones su solidaridad, su generosidad, su compromiso por las reivindicaciones de nuestro pueblo”.

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EL IMPACTO DE LAS TRANSFORMACIONES DEL CONFLICTO ARMADO SOBRE EL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN

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En primer lugar, quiero agradecer a Martín Lienhard y a los editores de este libro la oportunidad de participar en él abordando el tema de las relaciones entre el desplazamiento forzado, las transformaciones del conflicto armado y la evolución territorial de los cultivos de uso ilícito. Agradezco también el apoyo de los investigadores del CERAC, Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto, en especial de Soledad Granada, para la realización de este texto. Para entrar ya en materia, quiero iniciar mi exposición a partir de las paradojas de la situación colombiana, caracterizada por el contraste entre una situación de continua violencia de más de cincuenta años y una notable estabilidad institucional, que continúa la tradición decimonónica de una ininterrumpida vida electoral al lado de una serie de guerras civiles (Pécaut 1987). Esta estabilidad institucional no ha logrado una plena legitimidad de las instituciones ni de la clase política, severamente criticada como corrupta y clientelista: en las últimas décadas, no ha habido ni un desarrollo equilibrado de las regiones que garantice el acceso de la mayoría de la población a niveles aceptables de bienestar. El innegable progreso económico de los años recientes, que se ha visto interrumpido por la crisis actual, ha venido siendo acompañado por una creciente desigualdad de ingresos y oportunidades y altos niveles de desempleo, que obviamente han aumentado con la crisis actual. Y la pérdida creciente de legitimidad del sistema político se ha seguido acentuando tanto por los vicios tradicionales de los partidos como por las relaciones de muchos de sus miembros con el narcotráfico y el paramilitarismo. Con respecto a la evolución del conflicto armado, los avances logrados por la recuperación del territorio por parte de las fuerzas del Estado, y el consiguiente repliegue de los grupos guerrilleros hacia sus tradicionales zonas de refugio en las zonas de colonización campesina periférica se han visto matizados por ataques esporádicos de la guerrilla en las zonas limítrofes de sus áreas

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de influencia, por el resurgimiento de grupos armados anteriormente vinculados a grupos paramilitares que buscan mantener el control de sus zonas y el desplazamiento de los cultivos de uso ilícito hacia las zonas fronterizas, donde interactúan grupos guerrilleros, antiguos grupos paramilitares y nuevas “bandas emergentes” con grupos de narcotraficantes. En esas zonas de frontera con el Ecuador y Venezuela, y en el andén del océano Pacífico, se está produciendo un aumento sin precedentes en el número de personas desplazadas, al lado de procesos de confinamiento de la población por parte de los actores armados, que tiene que ver con su necesidad tanto de mano de obra para la industria cocalera como de control territorial de las zonas que habitan.

Una mirada de larga duración Estos contrastes entre orden y violencia, ligados a la historia del poblamiento territorial y de la articulación paulatina de las regiones marginales al conjunto del país, nos llevaron a acuñar el término de “presencia diferenciada del Estado”, en uno de nuestros libros anteriores (González/Bolívar/Vásquez 2002), para tratar de explicar las diferencias que reviste el conflicto armado colombiano según las características de las regiones, su estilo y momento de poblamiento, su inserción en la vida económica nacional y mundial y su articulación política al conjunto de la vida nacional. Nuestra propuesta de lectura de la violencia parte de la presencia diferenciada de las instituciones del Estado en el espacio y el tiempo para explorar los problemas de inclusión política, social y económica que conlleva el proceso desigual y paulatino de incorporación e integración de nuevas regiones al conjunto del Estado nación y de la articulación de poderes regionales y locales, junto con sus respectivas clientelas, a la vida política de la nación. Estos procesos de integración y articulación hacen referencia a la relación dinámica y cambiante entre el centro, la periferia y la semiperiferia en términos políticos y a la manera como esa relación se manifiesta en la mediación que los partidos tradicionales realizaron entre la nación, las regiones, subregiones y localidades durante buena parte de la historia de este país. A esa “presencia diferenciada de las instituciones estatales en el espacio y el tiempo” corresponden formas diferenciadas de violencia armada, ciudadanía y soberanía. En ese sentido, la violencia reciente se mira en relación con la manera particular y el momento en que el modelo de mediación bipartidista ha venido erosionándose en las últimas décadas. En este marco analítico se presta particular atención al tema del poblamiento y la colonización campesina en relación con los inicios de la violencia guerrille-

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Zonas de conflicto Corredores estratégicos Corredores de importancia decreciente Corredores de importancia creciente Corredores logísticos Centro de Investigación e Educación Popular, CINEP

ra y a la expansión posterior de la guerrilla hacia zonas más integradas a la vida económica y política del conjunto de la nación: en esas zonas surge la respuesta de los grupos paramilitares y sus aliados políticos para confrontar la amenaza guerrillera y se produce el esfuerzo del gobierno para recuperar

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el control militar de esos territorios, que hace replegarse a la guerrilla hacia sus zonas tradicionales de refugio. En ese cruce de enfrentamientos se enmarca el tema del desplazamiento. En ese sentido, Daniel Pécaut (1999) liga el fenómeno reciente del desplazamiento en Colombia con los efectos del desplazamiento producido por la Violencia de los años 50. Además, este autor señala que el país había asumido por mucho tiempo una especie de negación colectiva frente a la situación de guerra que colocaba a buena parte de la población en medio del fuego cruzado de contrincantes armados de diversa índole. Solamente en los últimos años el país se fue haciendo consciente del desplazamiento con el aumento de las masacres sistemáticas que acompañaban el avance de las fuerzas paramilitares y la expansión de las acciones guerrilleras hacia zonas más integradas a la vida nacional. Por otra parte, Pécaut recuerda que la pérdida de sistemas de referencia sufrida por los pobladores desplazados es aún más grave porque la mayoría de ellos, especialmente provenientes de zonas de colonización, nunca han tenido pleno acceso a la ciudadanía: su precaria posesión de la tierra ha limitado su inserción en la sociedad y su relación con la comunidad nacional ha estado siempre subordinada a las redes particulares de poder que se van construyendo en esas regiones. Sin la pertenencia a un conjunto social determinado y las garantías institucionales, la ciudadanía se convierte en algo abstracto y lejano.

La magnitud del problema: discrepancias con las cifras oficiales Para la creciente conciencia sobre el problema juega un importante papel la investigación, de carácter exploratorio, realizada por la Conferencia Episcopal Colombiana en 1995, que sitúa el problema en la agenda pública. Con base en encuestas a los curas párrocos sobre la población desplazada que llegaba a sus localidades, se estimaban en más de 108.000 las familias desplazadas entre 1985 y 1994, lo que permitía calcular en unas 568.000 personas el número de desplazados, que representaban entonces cerca del 2% de la población nacional (Conferencia Episcopal de Colombia, 1997). De esa población, el 58,2% son mujeres y el 24,6% de esas mujeres eran cabezas de hogar; el 72% eran menores de 25 años y el 16,96% eran de la tercera edad. Casi 40.000 de esas mujeres desplazadas perdieron, antes de desplazarse, a su marido o a uno o más de sus hijos (Conferencia Episcopal de Colombia, 1997). En los mismos años, la consultoría para el desplazamiento forzado y los derechos humanos, CODHES, ofrecía datos desde 1985: en ese año hablaba

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de 27.000 personas desplazadas, 36.000 en 1986, 59.000 en 1987, 105.000 en 1988, 119.000 en 1989, 77.000 en 1990, 110.000 en 1991, 64.000 en 1992, 45.000 en 1993, 78.000 en 1994, 89.000 en 1995, 181.000 en 1996, 257.000 en 1997, 308.000 en 1998 y 288.000 en 1999 (Rojas 2000: 267). Para CODHES, el problema se acelera entre 1994 y 1999, cuando se acerca a los dos millones en 15 años (entre 1985 y 1999): en cuatro años, entre agosto de 1994 y junio de 1998, CODHES estimaba en 726.000 el número de desplazados forzados: según sus estimativos, en 1998, la población afectada fue de 308.000 personas, y entre enero y septiembre de 1999, de 225.000 (CODHES 1999). El trabajo conjunto de varias ONGs, la Academia, la Iglesia católica, el ACNUR y el Ministerio del Interior, logró la aprobación de la ley 387 de 1997, para la prevención y la atención del desplazamiento forzado, a pesar de muchas resistencias, incluida la de algunos sectores del propio gobierno que se resistían a reconocer la magnitud del problema y su relación con el conflicto armado (Zuluaga 2004). Esa ley formalizaba documentos anteriores del gobierno como la creación del Programa Nacional de atención inmediata a la población desplazada por la violencia en 1995 y de un sistema nacional para elaborar estrategias sobre el problema en 1997. La nueva ley se concretó en un plan de acción de la presidencia, que trataba de articular la acción gubernamental en los ámbitos nacional y territorial y creaba el Sistema Nacional de atención integral a la población desplazada, SNAIPD, cuya coordinación pasa a la Red de Solidaridad Social (RSS) en marzo de 1999, que asume sistemáticamente la puesta en marcha de la política consagrada por la ley (Bello 2004). Este marco legal posibilitó las numerosas acciones de tutela por el incumplimiento de las normas. A pesar de los avances registrados por la fuerza pública colombiana en la recuperación del control militar del territorio, el ACNUR registraba en el 2006 cerca de tres millones de personas desplazadas, el número más elevado desde el 2002 (El Nuevo Siglo 20/06/2007). En el mismo sentido, en el 2008, el Centro de control de desplazamientos internos de Ginebra (Suiza), en un informe avalado por el ACNUR, estimaba en cuatro millones la cifra de desplazados de Colombia, que colocaba al país en segundo lugar del mundo, después de Sudán y un poco por encima de Irak (El Tiempo 18/04/2008). En contraste con las cifras de CODHES y ACNUR, las cifras del gobierno sólo admitían, para el año 2006, 2.060.000 personas desplazadas, con un aumento sólo de 215.000 personas en el año 2006: además, hay que restar unas 120.000 personas retornadas, a las que el gobierno ha acompañado, pero que aún siguen registradas. Según El Tiempo, este aumento de las cifras

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de ACNUR obedeció a tratar de responder a la sentencia de la Corte Constitucional, que señalaba serias discrepancias entre la magnitud del problema y las cifras del sistema nacional de registro (El tiempo 20/06/2007). Para el CERAC, Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto, cuyas tendencias coinciden bastante con el SIPOD, el Sistema de Información para la población desplazada, no hay una tendencia continua hacia el aumento sino alzas y bajas, con una tendencia fuerte hacia el aumento entre el 2001 y 2002, para disminuir luego.

La judicialización de la política sobre el desplazamiento forzado Estas discrepancias sobre las cifras y las numerosas acciones de tutela llevaron a la Corte Constitucional a asumir una actitud de vigilancia sobre las acciones del gobierno en esta materia: para ello, acumuló en una respuesta 108 acciones de tutela de 1150 núcleos familiares que reclamaban la protección de sus derechos consagrados en la ley 387 de 1997. En ese entonces la Corte le recordó al ejecutivo sus deberes para con los desplazados y le urgió unas acciones de cumplimiento: según la corporación, los desplazados estaban siendo víctimas de una violación sistemática de sus derechos, que no era atribuible a una entidad específica del estado sino a varios órganos estatales por acción u omisión Se trataba, según la Corte, de “un estado de cosas inconstitucional”, que reflejaba una enorme brecha entre la ley del desplazamiento y la realidad de los derechos de la población desplazada. Un año después, la Corte intervino nuevamente para declarar que la situación no había cambiado; en consecuencia, emitió tres autos que ordenaban un mayor esfuerzo presupuestal y la corrección de las fallas administrativas que detectaba (Restrepo 2008: 4A). Siguiendo los autos 109 y 233 de 2007 de la Corte, se creó la Comisión de Seguimiento a la política pública sobre el desplazamiento forzado. La misma Comisión previene que su información presenta, de entrada, un subregistro porque sólo incluía a la población referenciada en el Registro único de población desplazada (RUPD), dejando de lado a las personas y grupos familiares que no han declarado su situación ante las autoridades competentes, a los que no han sido incluidos y a los posteriormente excluidos por las autoridades. Este subregistro ha sido estimado por la Cruz Roja y el Programa Mundial de alimentos en porcentajes que oscilan entre el 25% (Villavicencio), 34% (Santa Marta), 38% (Barranquilla), 41% (Medellín), 51% (Sincelejo), 53% (Florencia), 74% (Bogotá) y 75% (Cartagena) (Comisión de Seguimiento 2008: 17-18).

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Según el primer informe de la Comisión, presentado el 31 de enero de 2008, el problema del desplazamiento forzado de los últimos 13 años se concentró entre los años 2000 y 2002, que comprenden el 47,8% de los grupos familiares registrados: el mayor porcentaje se presentó en el 2001, seguido por el 2002 y el 2000, que coincide con la expansión del proyecto paramilitar y la ruptura de los diálogos de paz con las FARC. Puede concluirse que la mayoría de la población desplazada ha sido expulsada de las zonas rurales del país (75,2%), de los cuales el 54% proviene de una zona rural periférica (vereda o campo), el 21% de un centro poblado (corregimiento, caserío o inspección de policía) y solo el 23,7% de una cabecera municipal (Comisión de Seguimiento 2008: 27-29). Sobre los responsables del desplazamiento, el 37% culpaba a los grupos paramilitares, el 29,8% a las FARC, el 3% al ELN, el 1,6% a las bandas emergentes, el 2,3% a los combates entre grupos armados y el 1% a la fuerza pública. El Informe de la Comisión destaca que un porcentaje significativo de los grupos entrevistados (22,5%) manifestó no saber o se negó a responder. La Comisión también subraya sus diferencias significativas con la información del gobierno: el Sistema de Información sobre la Población desplazada, SIPOD, tiende a atribuir la mayoría de los casos a los grupos guerrilleros y sólo unos pocos a los grupos de autodefensa. Parece ser que, después del proceso de desmovilización oficial de los paramilitares, algunos funcionarios negaban sistemáticamente el registro de los que los señalaban como autores del desplazamiento al presumir que su desmovilización implicaba que no podían ser autores del desplazamiento (Comisión de Seguimiento 2008: 30-32). Según el Informe, la inmensa mayoría de la población desplazada no muestra mucho interés en retornar a su lugar de origen, sea por haber alcanzado cierta estabilidad económica o por saber o creer que persistían las causas del desplazamiento: las condiciones de vida del lugar de origen, la falta de oportunidades de empleo y la carencia de un lugar adonde llegar (Comisión de Seguimiento 2008: 32-33). También llama la atención las características de la población desplazada: la mayor proporción corresponde a hijos del jefe / la jefa del hogar, en segundo lugar los propios jefes de hogar, en tercer lugar sus cónyuges y, en cuarto lugar, sus nietos/as y sobrinos/as. O sea que la mayoría son menores de edad, económicamente dependientes: entre los 5 y 14 años, se encuentra el 31,8% de la población desplazada; entre 15 y 19 años, se encuentra el 13,4%; el 62,6% es menor de 25 años; sólo el 4,2% es mayor de 60 años. El 54% de los desplazados son mujeres: el 45,2% de los hogares tiene jefatura femenina del hogar, sin cónyuge (viudas, separadas, abandonadas o madres solte-

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ras) en el 78,8% de los casos. Por otra parte, el 25,1% de la población desplazada se autorreconoce como perteneciente a una minoría étnica: el 3,7% como indígenas y el 21,2% como afro. Dada la proporción de la población nacional, esto significaría que la población afrocolombiana es la más afectada por el desplazamiento (Comisión de Seguimiento 2008: 32-33).

El balance de la Comisión Después de este análisis de la población desplazada, la Comisión realizó un balance de los logros de las políticas oficiales: en primer lugar, considera que son muy bajos los niveles de observancia de sus derechos en cuanto a la ayuda humanitaria de emergencia, la reunificación familiar y la reparación del daño sufrido son considerablemente bajos. En cuanto a los derechos a la salud y educación, la atención se acerca bastante al promedio de la población nacional, pero con graves problemas de deserción escolar y gran concentración de la población en el sistema de régimen subsidiado de salud y severos grados de desnutrición infantil. En cuanto al derecho a la alimentación, la vivienda digna y la generación de ingresos, la situación sigue siendo precaria: la inmensa mayoría de los desplazados está vinculada a actividades de economía informal o de subsistencia (Comisión de Seguimiento 2008: 132-138). Las causas de estos escasos logros son múltiples: en primer lugar, la complejidad del tema hace muy difícil la armonización de las diferentes instancias encargadas de los distintos aspectos del problema. Por otra parte, el tema del desplazamiento tiene que ver con problemas estructurales como la inequidad y la apropiación violenta de la tierra, la degradación del conflicto armado, la permanencia de la actividad de actores armados en las zonas expulsoras y la fragilidad de la presencia de las instituciones estatales, especialmente en los gobiernos locales y los organismos de justicia (Bello 2004: 316-329). En el fondo, sostiene Roberto Vidal (2004), los logros jurídicos conseguidos tenían grandes limitaciones en lo político y social: el discurso legal parecía suponer que la situación original de los desplazados era idílica y que, antes del desplazamiento, los campesinos vivían en “un paraíso perdido de clases medias rurales”, con acceso básico a los derechos. Esta idealización de las condiciones previas de los campesinos desplazados trajo como consecuencia la no consideración del tema de la prevención de las causas económicas, sociales y políticas del desplazamiento y la insistencia en la prevención del desplazamiento mismo: se buscaba desestimular la migra-

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ción, reducir la ayuda para no atraer desplazados y el retorno rápido para evitar que los desplazados echaran raíces en los lugares de llegada. Otra consecuencia era que el sistema de protección estaba encaminado a la atención temporal y no hacia el acceso permanente a nuevos derechos. Finalmente, la ley parecía percibir el desplazamiento como un accidente temporal, susceptible de ser reparado por el retorno o una indemnización, no un fenómeno extendido por toda la geografía del conflicto, que revela “un fenómeno masivo de transformación demográfica y política del país, como efecto secundario del conflicto” (Vidal 2004). O sea que el desplazamiento forzado, en zonas en disputa por los actores del conflicto armado y donde se expanden los cultivos de uso ilícito o las rutas de su comercio, sería un indicador de profundos cambios demográficos y sociales, asociados a un conflicto agrario nunca solucionado. Esto se ve claramente cuando se considera la dimensión espacial del fenómeno y su desarrollo histórico en relación con las transformaciones temporales y espaciales del conflicto armado.

La geografía del desplazamiento y del conflicto armado En general, se puede afirmar que hay una gran coincidencia entre el desplazamiento forzado y las luchas de los actores armados por el control territorial. Según ACNUR y CODHES, el mayor número de los desplazados de los años recientes proviene de Antioquia, la Costa Caribe (Córdoba y Sucre), Caquetá, Putumayo, Cauca y Nariño; Arauca, Casanare, Meta y Norte de Santander. En Antioquia y Norte de Santander se han presentado fenómenos de confinamiento de las poblaciones por presiones de los grupos armados (El Nuevo Siglo 20/06/2007). Para el CERAC, es claro que la inmensa mayoría de los desplazados entre 1996 y 2006 provenían de Antioquia, seguida de lejos por Bolívar, Caquetá, Cesar, Magdalena, Putumayo y Tolima. En lugares muy secundarios se ubican Norte de Santander, Meta, Sucre, Cauca, Córdoba y Nariño. En Antioquia el problema se concreta más específicamente en los municipios del Urabá antioqueño, pero con proyección hacia todas sus fronteras: Córdoba, Sur de Bolívar y Magdalena Medio. La comparación de estas informaciones con los estudios previos realizados por CODHES y la Conferencia Episcopal colombiana confirma la misma conexión entre desplazamiento y conflicto armado: entre 1994 y 1995, los departamentos expulsores de población desplazada eran Antioquia, seguido de lejos por Santander, Cesar, Cauca, Sucre, Meta y Córdoba, mientras que los receptores eran Cundinamarca, Antioquia, Santander Córdoba, Atlántico, Boyacá y Valle.

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Más recientemente, se presenta una dinámica de mayor desplazamiento en los departamentos con salida al Océano Pacífico (Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño), donde se evidencia tanto los intentos de las FARC para comunicar sus zonas de influencia con el Pacífico o la frontera con el Ecuador, como la lucha entre las FARC y las AUC por el control del tráfico desde las zonas cocaleras del Bajo y Medio Putumayo, hacia la costa del Pacífico en Nariño, Cauca y Valle. En los límites entre Cauca y Nariño se producen enfrentamientos de las tropas del gobierno con grupos separados de las FARC y el ELN, mientras que en el Andén Pacífico y la vertiente occidental de la cordillera los combates se producen entre las FARC, el ELN y grupos antiguos y tradicionales de paramilitares por el control de la comercialización de la coca, lo que da origen a veces a alianzas insólitas entre ellos (El Colombiano 04/04/2007). También se presentan desplazamientos en los departamentos del Tolima, Putumayo y Caquetá; en el nororiente aparecen con cierta importancia Magdalena, Cesar y Norte de Santander (CERAC). Esta tendencia se ha modificado ya para el segundo semestre del 2007: la mayoría de los desplazados se concentra ahora en el Caquetá, seguido por el Tolima y Meta, que superan ya a Antioquia, ahora seguida de cerca por Bolívar, Huila, y un poco más lejos por Cundinamarca, Magdalena, Nariño, Santander y Valle del Cauca (CERAC). En ese sentido, estos hallazgos tienden a coincidir en parte con los análisis de la geografía y la evolución temporal del conflicto, presentado en nuestro libro anterior (González/Bolívar/Vásquez 2002), que mostraba que la violencia colombiana tiene una cobertura desigual según diferentes variables regionales, que permiten distinguir varias dinámicas territoriales. Se puede afirmar que el fenómeno del desplazamiento evidencia la lucha por el control de los corredores estratégicos que permiten el acceso al tráfico de armas, la exportación de drogas de uso ilícito o el fácil desplazamiento desde las zonas de refugio hacia las zonas de conflicto. Y que el desplazamiento tiende a coincidir con el periodo expansivo de los grupos guerrilleros, la consiguiente reacción de grupos paramilitares de derecha y su reciente momento de repliegue y lucha por el control de territorios vinculados a los cultivos de uso ilícito.

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FERNÁN E. GONZÁLEZ G.

Artículos de prensa “A pesar de la Corte”, en El Colombiano, Medellín, 21 de febrero de 2008, p. 4 A. “Colombia con mayor número de desplazados en el mundo”, en El Nuevo Siglo, 20 de junio de 2007, p. 23. “Colombia, segundo en desplazados”, en El Colombiano, 20 de junio de 2007, p. 3 A. “Emergencia en Nariño no para”, en El Colombiano, jueves 5 de abril de 2007, p. 8 A. “En el 2006 no hubo un millón de desplazados”, en El Tiempo, 20 de junio de 2007. Respuesta oficial del gobierno, a cargo de Diego Molano, de Acción Social de la presidencia, al artículo anterior. “Éxodo más grande del país en 20 municipios de Nariño”, en El Colombiano, 4 de abril de 2007, p. 8 A. “Éxodo de 5000 personas por combates en Nariño”, en El Colombiano, 3 de abril de 2007, p. 10 A. “Hay 26 millones de desplazados”, en El Tiempo, 18 de abril de 2008. “Por qué ACNUR encontró un millón más de desplazados”, en El Tiempo, 20 de junio de 2007, pp. 1-2. “Pugna por coca en costa de Nariño ha desplazado a 4500”, en El Tiempo, 4 de abril de 2007, pp. 1-5. “Son 6000 los desplazados por combates en Nariño”, en El Nuevo Siglo, 4 de abril de 2007, p. 23.

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DESMOBILIZAÇÃO, IMOBILIDADE E A IMPLICAÇÃO DA COMUNIDADE INTERNACIONAL NA RECONFIGURAÇÃO DA VIOLÊNCIA ARMADA NO

HAITI

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Ao mesmo tempo em que pretende oferecer uma introdução ao tema da violência política no Haiti nos últimos anos, o presente trabalho procura destacar os elementos relacionados mais diretamente com o deslocamento geográfico da população afetada e, em função das ações das tropas da ONU, com a movimentação interna dos próprios grupos armados envolvidos. A circunstância incomum de que o Haiti ocupa um terço de uma ilha oferece ao fenômeno dos deslocamentos internos uma dimensão singular que exacerba a insularidade de uma nação historicamente pioneira na conquista da igualdade civil para todos os seus cidadãos, mas igualmente acuada, seja por conta da animosidade incessante do vizinho com quem partilha a ilha, seja pelas constantes ameaças de reocupação por forças militares de outras nações, unidas ou não. Também a questão da movimentação transfronteiriça e da reintegração dos deportados na paisagem social haitiana se revelou um problema bastante delicado na última década. Outro aspecto ainda a ser levantado e discutido é uma dimensão possivelmente ainda mais perversa que o deslocamento forçado, a saber, a imobilidade forçada gerada pela violência e pela insegurança. Num país de altíssima densidade populacional e de recursos naturais completamente esgotados, a movimentação interna em busca de oportunidades econômicas sempre representou historicamente uma ferramenta essencial na luta pela sobrevivência e, simbolicamente, uma das conquistas mais fundamentais da luta pela independência e contra a escravidão, inscrita como garantia fundamental na história política da nação haitiana. De modo geral, no fenômeno todo que abordaremos, a fronteira entre atores e vítimas da violência revela-se muito fluida e muitos dos problemas relacionados com a violência são produto das próprias soluções adotadas com a intenção de contê-la ou suprimi-la. As hipóteses aqui discutidas baseiam-se nos resultados de uma investigação realizada sob os auspícios do Programa DDR do PNUD e da MINUSTAH, durante os meses que imediatamente antecederam e sucederam as

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eleições de maio de 2006 (Nascimento 2006). DDR significa Desarmamento, Desmobilização e Reintegração de antigos elementos armados de volta à vida civil. Tem sido uma estratégia amplamente adotada para dissolver grupos armados em cenários pós-conflito e foi afinal integrada como um modelo de intervenção nas missões de manutenção da paz das Nações Unidas. Comprovou-se como uma abordagem relativamente bem-sucedida em alguns casos. No Haiti, contudo, revelou-se um fracasso: inútil e redundante, na melhor das hipóteses, tendo mesmo contribuído para deteriorar a situação em termos de segurança. Converteu-se numa ferramenta de cooptação para indivíduos que estabeleceram esquemas de beneficiamento privado em razão do crônico estado de emergência que se tornou a normalidade no país. Não nos encontramos diante de um conflito armado como visto em outros contextos onde uma estratégia clássica de Desarmamento, Desmobilização e Reintegração foi implementada. Ao mesmo tempo, não é inteiramente um quadro de violência urbana convencional. Não é possível afirmar que o fenômeno da violência no Haiti seja guiado unicamente por estratégias de ganho pessoal e por estratégias oportunistas. Politizar, despolitizar e repolitizar o fenômeno da violência são amplamente reconhecidos como parte inalienável da dinâmica de qualquer conflito no âmbito da política moderna. Para a elaboração do referido estudo, foram realizadas 355 entrevistas nas cinco maiores cidades do país (incluindo os arredores rurais e semiurbanizados e, nas províncias do interior, toda a província): Port-au-Prince, Gonaïves, Les Cayes, Cap Haitien e Hinche. Na capital, o estudo se concentrou em quatro grandes áreas, correspondentes aos bairros mais violentos da cidade: Carrefour Feuilles, Martissant, Bel Air e Cité Soleil. A abordagem qualitativa, baseada na análise de entrevistas foi realizada como uma tentativa de desvelar aquilo que usualmente se encontra por trás de dados assumidos como objetivos por abordagens quantitativas tradicionais. Baseou-se fundamentalmente em categorias por meio das quais as pessoas afetadas organizam suas percepções. Nesse caso, buscávamos as categorias utilizadas pelos haitianos para compreender a intensificação e a expansão da violência armada em seu país, a violência sofrida e os danos por ela provocados, para abordar o que consideram ser as causas e os efeitos da violência praticada pelos grupos armados, como estruturam e localizam, tanto territorial como socialmente, fenômenos específicos relacionados com a violência armada. Por meio de entrevistas abertas e da seleção subsequente de grupos de entrevistados para discussões aprofundadas, com um grau ajustado de formalização, tais métodos nos ofereceram os elementos a serem abordados, problematizados, integrados e ulteriormente elaborados. A dire-

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triz do trabalho se apoiou num eixo territorial, assumindo que a expansão da violência, suas dimensões em termos de funcionamento, causas e efeitos, assim como as variações das percepções sobre ela, alteram-se consideravelmente de acordo com a localização de cada narrativa específica. O propósito fundamental da pesquisa foi produzir um quadro inicial para apreciar a historicidade da violência no Haiti e confrontar idéias convencionais de uma violência amplamente difundida, abrangente e generalizada, embora sempre vista por seus intérpretes como “latente”, assim como oferecer recomendações para a adoção de uma estratégia aperfeiçoada de intervenção, articulando segurança e desenvolvimento, capaz de se apoiar nas estruturas de auto-organização e participação já existentes em cada comunidade e preparando o caminho para uma estratégia de longo prazo. A investigação procurou sintetizar as percepções dos habitantes de distritos particularmente afetados pela violência e pela insegurança. Através da análise da articulação entre os elementos recorrentes na formulação pelos entrevistados de discursos explicativos sobre o quadro de violência armada no país, foi possível destacar alguns traços estruturantes do espectro de percepções. A violência é invariavelmente percebida como algo vindo de fora da comunidade, seja através de intervenções abusivas ou omissões por parte das autoridades estatais ou da força policial, seja através da chegada de forasteiros suspeitos. Há uma percepção amplamente compartilhada de que o Estado desempenha um papel de permissividade na proliferação dos grupos armados, não apenas ao favorecer uma vinculação de seus próprios déficits legitimatórios à legitimação daqueles, mas também ao recorrer aos grupos armados com demasiada freqüência na tentativa de assegurar apoio político popular em áreas específicas estabilidade ou instabilidade conforme as necessidades do momento e a remoção ou o estabelecimento de obstáculos à ação política de outros agentes institucionais, políticos ou sociais. Na ausência de instituições estatais operando como mediadores simbólicos na superação dos conflitos, todos os agentes envolvidos (igrejas, líderes comunitários, ONGs, jornalistas, forças de segurança pública ou privada, e mesmo agências e instituições internacionais) podem ser levados a uma incômoda posição de partes do conflito, o que acaba por produzir efeitos inesperados. Desse modo, o Estado, como um referente institucional, emerge como uma demanda em todos os níveis considerados. No que diz respeito à caracterização dos grupos armados em atividade, foi identificada uma tendência para descrever a configuração e a dinâmica de cada grupo em função das percepções compartilhadas sobre suas origens, convertendo suas motivações e demandas numa ou outra modalidade de plataforma original adulterada ou corrompida; nesse sentido, a autodefesa

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emerge repetidamente como uma entre diversas outras estratégias discursivas de adaptação à ausência de forças institucionais. Os discursos dos líderes dos grupos armados enfatizam a natureza política de suas ações, com o propósito de sustentar suas posições dentro dos próprios grupos armados: a autocaracterização dos membros dos grupos armados como militantes políticos envolve mais um esforço de justificação de sua posição no interior da estrutura hierárquica do grupo do que uma justificação de suas ações diante da comunidade; o discurso politizado é sobretudo dirigido às próprias fileiras e não ao público em geral ou a destinatários externos. As vítimas dos grupos armados são invariavelmente caracterizadas a posteriori como oponentes políticos. Manter vivo um sentido agudo de insegurança funciona como meio de controlar os mecanismos de acumulação de recursos materiais e de neutralização de potenciais rivais em meio à população local, que teme ser caracterizada como “oponente político”. Em termos operacionais, o apoio logístico obtido pelos grupos armados em suas bases comunitárias de suporte pode assumir muitas faces e provir de variadas fontes: proteção política, assistência financeira, envolvimento periódico, apoio discursivo de ações específicas, disposição de bases seguras ou de material e treinamento militar por parte de elementos oriundos das extintas forças armadas estabelecidos na área em que atuam os grupos. A multiplicação e a flexibilização das estruturas e atividades dos grupos armados parecem ser uma resposta às irregularidades na disposição de recursos: grupos financiados externamente tendem a ser muito mais violentos e respondem menos diretamente a mudanças no ambiente comunitário. De modo correlato, a dinâmica de confrontação com a polícia ou com as forças internacionais é utilizada para reforçar o poder do grupo armado em seu próprio território, sendo considerada uma forma de legitimação de sua presença e posição no interior da comunidade. Com um ambiente econômico de extrema estagnação, explosões de violência são com bastante frequência interpretadas como luta por uma parcela das escassas oportunidades econômicas emergentes (seja na exploração de recursos como acesso à água, seja no controle sobre a distribuição de oportunidades de emprego ou no envolvimento em iniciativas de desenvolvimento). Quando questionados diretamente sobre a causalidade da violência e da insegurança, entrevistados de todos os perfis tendem a desconsiderar a presença ou a introdução de armas de fogo e enfatizar as decisões tomadas deliberadamente pelas autoridades para conter com mais violência, a violência que já vinha sendo perpetrada contra eles. Uma avaliação da medida em que os grupos armados dependem da canalização de recursos materiais disponíveis localmente é altamente recomendável e ajudaria a

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compreender melhor como eles buscam diversificar suas atividades de modo a lidar com fontes extremamente descontínuas e irregulares de apoio material para suas estruturas e atividades. Ajudaria igualmente a compreender como sua morfologia se adapta às flutuações na disponibilidade de recursos e como uma estratégia de neutralização bem sucedida poderia produzir frutos ao lidar diretamente com esse aspecto específico. Quando quer que se considerem, no entanto, mecanismos disponíveis para a contenção da violência armada, convém reconhecer que as comunidades são excessivamente débeis para controlar a polícia ou assumir em suas próprias mãos as atividades ligadas à segurança, ainda que um envolvimento mais intenso das elites comunitárias na discussão sobre assuntos de segurança seja altamente recomendável. Entre os grupos armados e as comunidades onde estão baseados existe uma malha pluridimensional de vínculos, abrangendo relações de dependência material, a partilha e o reforço mútuo de posturas de rejeição à chegada ou ao estabelecimento de forasteiros, uma oscilação volátil entre proteção e ameaça, oferta de recursos humanos e materiais (inclusive dinheiro e oportunidades econômicas). Conflitos entre grupos armados paralisam inteiramente as atividades cotidianas da vizinhança: atividades comerciais, educacionais e toda a rede de transporte são completamente suspensas ou bloqueadas quando estão iminentes confrontações abertas ou em seguida a elas, ou ainda enquanto dure a mediação entre os grupos, geralmente conduzida por líderes de um terceiro grupo. Entre os muitos suspeitos e os poucos condenados como agentes da violência, é uma premissa amplamente compartilhada a idéia de que a violência é sobretudo uma reação à coerção praticada pelas instituições estatais; contra-violência, resistência e proteção comunitária de base é a chave simultaneamente explicativa e justificatória geral para o envolvimento com a violência armada. No que diz respeito aos níveis de envolvimento percebido, praticamente nenhuma instituição escapa a uma avaliação negativa; quando a violência emerge e a insegurança impera, mesmo igrejas e associações comunitárias são vistas antes como partes no conflito do que como possíveis mediadores ou catalisadores da negociação e do acordo. Num contexto sem qualquer referencial válido ou eficaz de sistema judicial, a linha que separa a atividade criminal com matizes políticos da mobilização política com episódios de criminalidade instrumental será ainda relevante para casos específicos, mas praticamente impossível de ser definida. A violência armada e os grupos armados que a promovem no Haiti são caracterizados por uma extrema volatilidade. Qualquer tentativa de cristalizar classificações estabelecidas em torno das atividades dos grupos armados

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em qualquer momento específico acabará por perder a dimensão de sua dinâmica interna e incorreria na falácia da essencialização. Possivelmente a única maneira de evitar o que acabaria correspondendo a um retrato falseado do fenômeno da violência seria incorporar suas múltiplas dimensões do ponto de vista de sua dinamicidade. Com isso em mente, devemos, antes de mais nada, estabelecer uma contextualização histórica do fenômeno. A compreensão da historicidade é tanto mais importante se levarmos em conta que os próprios haitianos são extremamente ciosos do papel da temporalidade, dos referenciais históricos, da cronologia e da transformação histórica na estruturação e coordenação de suas representações e discursos. Em segundo lugar, é fundamental prestar atenção à evolução conjuntural do cenário político: disputas políticas internas no Haiti e a interferência da comunidade internacional devem ser compreendidas como elementos integrantes da configuração do quadro de violência e insegurança no país. Finalmente, é igualmente indispensável afastar tendências interpretativas culturalizantes: a ênfase sobre uma pretensa singularidade cultural haitiana, seja com um caráter fundador, determinante ou explicativo em relação aos processos históricos tende a cristalizar e a essencializar o fenômeno da violência, incorrendo no risco de gerais avaliações e juízos temerariamente próximos da racialização. Nos anos recentes, a sociedade haitiana se acostumou, ainda que com certa relutância, a ver-se associada à idéia de uma disseminação irresistível da violência e da insegurança. Porém, dados sugerem que a grande maioria das variantes em termos de atividades criminais (mesmo aquelas politicamente motivadas) são de origem relativamente recente. Somente a violência patrocinada e perpetrada pelo Estado é que parece ter raízes na história. Para compreender o caráter recente da delinquência e da criminalidade, propomos um sumário histórico de algumas das dimensões mais relevantes desses fenômenos. Tal perspectiva histórica pode nos ajudar a perceber que as premissas baseadas na natureza cultural ou étnica da violência no Haiti são completamente infundadas. Uma série infindável de relatórios escritos por consultores internacionais trabalhando esporadicamente para organizações internacionais foi responsável pela emergência de platitudes e lugares-comuns sem qualquer apoio na literatura acadêmica ou em dados empíricos. Tais relatórios desenvolveram um estilo de argumentação que consiste num rol de recomendações pré-definidas, sustentadas por afirmações infundadas, sem base referencial ou empírica e usualmente com a reprodução de estereótipos, não poucos de caráter racista. Foi contra o pano de fundo da prevalência e da proliferação desse tipo de literatura recente sobre o Haiti – patrocinada, apreciada e favorecida pelas agências internacionais – que esta pesquisa se colocou e com que teve de se

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defrontar ao longo de sua realização. Tais textos, sem qualquer tipo de escrutínio por colegas acadêmicos, obscurecem a realidade ao atribuir à violência um caráter tipicamente haitiano, evitando qualquer tipo de estudo real sobre as causas e mecanismos da violência. De fato, o contrário é de longe mais sustentável: foi a dissolução das bases sobre as quais se assentavam os código culturais tradicionais que permitiram que a violência se disseminasse a ponto de se tornar um fenômeno de tão amplo alcance. Historicamente, a principal fonte da violência e da arbitrariedade foi o Estado. Apesar disso, também deve ser ressaltado que tampouco isso foi uma constante da história haitiana e que o país conheceu longos períodos de estabilidade, calma social e de prevalência dos direitos civis e do estado de direito em sua história. A violência patrocinada e promovida pelo Estado alcançou um nível sem precedentes durante o regime dos Duvalier. A brutalização da sociedade haitiana foi produzida num quadro de total impunidade, sem que qualquer processo de reconciliação, reintegração ou reparação fosse jamais empreendido. Com a queda de Jean-Claude Duvalier e o fim do regime despótico em 1986, a população esperava uma drástica melhora nos padrões de vida, mas também um avanço em termos de segurança diante do Estado. No entanto, a arbitrariedade tomou seus próprios rumos. A insegurança emergiu com força a partir do início da década de 90 e reforçou-se marcadamente nos anos entre 1995 e 1997. É fundamental considerar o que aconteceu nos 15 últimos anos para entender as dimensões do colapso total da segurança no Haiti. Muitos fatores podem ser apontados. Primeiro, o dramático aprofundamento da pobreza, com o embargo econômico adotado em 1993 e 1994 contra o país. Em um período muito curto, a frágil economia haitiana, inteiramente dependente de influxos internacionais, foi completamente inviabilizada. Juntamente com o acentuado crescimento demográfico, isso gerou uma enorme pressão sobre os já escassos recursos disponíveis, afetando o tecido comunitário em todos os setores da sociedade, mas particularmente entre os mais pobres, que passaram a ver-se cada vez mais atomizados. No final dos anos 90, e especialmente na última década, a violência patrocinada pelo governo, terceirizada para grupos extralegais, impediu a emergência de jovens pobres como possíveis bases de poder em comunidades empobrecidas, o que desestabilizou ainda mais a ordem social. Em segundo lugar, uma série de fatores remete ao âmbito institucional: 1) A destruição e a deslegitimação de instituições públicas pelo próprio governo que as deveria construir, sustentar e proteger. Esse processo teve início durante a ditadura dos Duvalier, mas continuou a partir de então. 2) A glori-

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ficação da violência popular a partir de 1991, especialmente da parte do chefe de estado, revelava um enfraquecimento do poder do Estado (Jean / Maesschalck 1999). 3) A continuidade da violência promovida pelo Estado, mesmo sob um governo legítimo e constitucional, levou a uma radicalização do descrédito das instituições estatais. 4) O enfraquecimento das instituições de coerção organizada (a força policial e o sistema judiciário) por razões correlatas àquelas já mencionadas (Hurbon 2001: 70). 5) A cooptação e clientelização de organizações sociais de base (oganyzasyon popilè, OP) a partir de 1997, inicialmente instrumentalizadas para pressionar o sistema político no quadro de disputas eleitorais. Especialmente na capital do país, surgiu um novo tipo de economia político-criminal, fundada no controle de territórios e no estabelecimento de vínculos com várias linhas de comando situadas no aparato estatal, no sistema político e nos círculos empresariais. Os anos entre 1995 e 1997 parecem ser um período decisivo para situar com precisão o momento em que se inicia a radicalização da violência que se vive mais ou menos ininterruptamente desde então. A partir de 1995, uma série de assassinatos espetaculares, jamais propriamente investigados, criou um clima contínuo de medo em meio à população. Apesar do fato de que outros dois assassinatos de personagens públicos já haviam ocorrido em 1994, durante a ditadura militar, a população esperava que isso cessaria com a restauração da democracia e da ordem constitucional em outubro de 1994. Os assassinatos e a impunidade no entanto só aumentaram. A inexistência de qualquer mecanismo de repressão diante de crimes tão marcantes serviu para confirmar e solidificar um sentimento generalizado de impunidade e impotência. Nos últimos 4 ou 5 anos, a incidência ampliada de novos tipos de crimes, conforme demonstrado pelo acréscimo sistemático desde o estupro aos episódios de roubo ou assalto, produziu um cenário objetivo de medo em todos os setores da população. Hoje no Haiti há vários tipos de grupos armados ativos ou grupos implicados na violência armada, muitos (senão a maioria deles) em justaposição ou inter-relação uns com os outros. Muitos desses grupos já estavam presentes no início dos anos 90, em seguida à eleição do presidente Jean-Bertrand Aristide, na esteira da mobilização popular através de organizações de base que possibilitou sua eleição e o fortalecimento de diversos movimentos sociais em todo o país. Outros já haviam dado início à consolidação de suas bases de poder nos anos que seguiram ao golpe de estado do general Raoul Cédras, em especial na organização de focos de resistência à curta ditadura militar que, em menos de três anos, do final de 1991 a setembro de 1994, havia eliminado cerca de 5000 oponentes políticos.

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Ao longo desta investigação, no primeiro semestre de 2006, pudemos identificar cerca de 12 diferentes perfis de grupos armados ou grupos de indivíduos armados ativos interagindo em distintos níveis: OPs, baz armé, gangues armadas, zenglendo, fugitivos das prisões, nacionais deportados (números estimados em torno de 40 mil somente entre os boatpeople resgatados pela guarda costeira americana durante o período do golpe de estado), guardas de segurança privada, militares desmobilizados (ex-FAd’H), antigos paramilitares (Front de Résistance), funcionários públicos dispensados, policiais ativos e ex-policiais associados a atividades criminais e ao crime organizado. Um espectro igualmente amplo de armamentos é utilizado por esses elementos, envolvendo desde o uso criativo e mortífero de pedras e garrafas até o recurso convencional às submetralhadoras, granadas de mão e fuzis automáticos. Entre os grupos armados ativos, a distinção entre ação politicamente motivada e crime organizado é extremamente confusa e cada vez mais próxima da completa indiferenciação. Com demasiada frequência, os objetivos políticos são incertos, se não inteiramente secundários em relação aos crimes perpetrados pretensamente tendo em vista a promoção de uma plataforma política específica ou de um conjunto de interesses socialmente legítimos. É difícil de saber se estamos lidando com um movimento de insurgência popular que recorre a formas financiamento de base criminal ou com pequenas células criminais que se tentam cobrir de um verniz de credibilidade política. É possível que sejam milícias de base ou orientação comunitária crescentemente dependentes de financiamento criminal ou então de gangues de perfil mafioso cujos membros se encontram profundamente arraigados nas comunidades locais. No entanto, a despeito de todas as dificuldades em traçar as linhas que separam o crime da política, a mobilização criminal para a promoção de interesses privados, por um lado, e a mobilização política para a promoção de plataformas de transformação social, por outro, o principal elemento a ser destacado é o fato de que todos os grupos armados têm uma margem de ação fora do controle das instituições estatais. Se na sucessão de regimes mais ou menos excepcionais – a ditadura dos Duvalier, o período de transição, a curta mas mortífera ditadura militar e a restauração da normalidade, que rapidamente se deformou em nova fase de perseguições e massacres – se durante todas essas fases de extrema estabilidade ou extrema instabilidade política, o Estado havia se articulado em torno de grupos armados, utilizando-os como a principal ferramenta de garantia da estabilidade política e de avanço de plataformas políticas específicas, a partir do momento em que esses grupos se autonomizaram, o próprio Estado ruiu.

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Os atores da violência e da desestabilização no Haiti são parte de um quadro complexo e volátil de interesses, demandas e estratégias. De modo algum podemos reduzir o conflito no Haiti a uma confrontação binária, onde as partes podem ser trazidas à mesa de negociação e levadas a concordar sobre um quadro comum de diretrizes para o desarmamento e a desmobilização. Em lugar de facilitar o compromisso dos indivíduos e grupos envolvidos com a violência armada em torno de um pacto de estabilização, a insistência sobre a natureza binária do conflito fortalece a posição de indivíduos que buscam obter e assegurar capital político através da mobilização de grupos armados. Cerca de dois anos após a realização desta investigação, mais de um ano após a discussão de seus resultados e recomendações pelas agências competentes da MINUSTAH, pouco ou quase nada avançou no Haiti seja em relação ao desarmamento, à desmobilização e à reintegração de elementos armados, seja em relação à redução da violência e ao desenvolvimento das comunidades afetadas. A crise alimentar recente foi vivida com especial intensidade no país, por conta da completa ausência de estruturas institucionais ou políticas capazes de representar uma instância mínima que amortize os efeitos diretos das oscilações do mercado mundial de alimentos sobre a oferta, a distribuição ou os preços dos gêneros alimentares básicos. Extremamente pobre em muitos (senão em todos os) sentidos, não faltam ao Haiti no entanto intérpretes confusos de sua história e realidade contemporâneas, tampouco lhe faltam intervenções humanitárias catastróficas, embargos econômicos bem intencionados, apoios internacionais intermitentes, programas de cooperação que enfrentam um problema pontual criando uma série de problemas irreversíveis muito piores e, por fim, talvez o que menos falte ao Haiti seja gente que ganha muito ali onde todos perdem. A criminalidade é atualmente um fenômeno disseminado por todas as áreas urbanas do país. A violência armada continua a assombrar as vidas de todas as pessoas que vivem na capital, a despeito da presença massiva das forças da MINUSTAH. Os grupos armados em atividade nas áreas mais pobres – alguns leais ao ex-presidente Aristide, outros leais a facções políticas rivais, outros ainda puramente criminosos – têm-se enfrentado constantemente entre si, com a sempre cambaleante Polícia Nacional Haitiana e com os capacetes azuis, estes, por vezes demasiado tímidos, por vezes demasiado ferozes, mas jamais surgindo como uma força de manutenção da paz capaz de transmitir à população uma sensação mínima de confiança e segurança. Talvez o mais alarmante seja o fato de que muitos moradores dos distritos pobres de Port-au-Prince digam ter tanto medo da polícia quanto dos grupos armados e que muitos moradores dos bairros mais pobres entre os pobres

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digam ter tanto medo dos capacetes azuis quanto de qualquer outro grupo armado. Muitas, senão a maioria, das vítimas das ondas recentes de violência, incluindo as incursões dos capacetes azuis, foram civis inocentes. É evidente que não são mais inocentes depois de mortos: para todos os efeitos, os corpos estendidos no chão depois de um confronto são ou bem criminosos, suspeitos que reagem, ou oponentes políticos. Grupos de direitos humanos documentaram assassinatos e sequestros praticados pelos muitos grupos armados, incluindo execuções extrajudiciais por parte da Polícia Nacional e as mortes resultantes de tiros indiscriminados disparados pelas tropas da ONU. Estabilidade política e democracia não podem ser baseadas na mera manutenção de fatores conjunturais que assegurem calma relativa. Estabilidade requer um enquadramento institucional. Talvez em nenhum outro lugar esse truísmo da teoria política seja mais evidente do que no Haiti. E talvez em nenhum outro lugar ele tenha sido mais negligenciado do que no Haiti do governo interino, que promoveu a transição do governo de Jean-Bertrand Aristide, deposto antes do fim de seu segundo mandato até a eleição do presidente atual, René Préval. Um grande número de historiadores e cientistas sociais destacam o contínuo déficit de uma dimensão institucional para a liberdade política alcançada historicamente pela sociedade haitiana. De fato, a garantia dessa liberdade política geral em termos de liberdades específicas asseguradas diante do arbítrio do governo jamais chegou a ser um traço marcante do Estado haitiano (Dahomay 2001: 22 e ainda Trouillot 1990). Poderíamos dizer, portanto, que a precária convergência e a interdependência entre legitimidade e coerção que caracterizam a situação atual não é de todo uma novidade e esteve presente como um elemento central da vida política haitiana ao longo de toda a sua história. A comunidade internacional e suas agências jamais terão os meios ou a legitimidade para assumir o lugar das instituições nacionais no Haiti. Seu papel está antes em apoiar a reconstrução e a modernização das instituições básicas do universo político e judicial do país. A eleição e a posse de um novo governo no Haiti alteraram completamente as premissas da intervenção humanitária. Já não basta identificar lacunas de legitimidade ou a insuficiência da vontade política de atores políticos individuais. Ao longo do processo de estabilização, garantias institucionais não podem ser abandonadas em nome de um objetivo supremo de pacificação. A maneira como a paz é perseguida e eventualmente obtida é parte integral do processo de reconstrução institucional e consolidação democrática. Se as demandas por justiça não são levadas a sério e processadas por meio de canais institucionais, elas permanecem como uma fonte perene e cristalizada de insatisfação e resistência.

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A estruturação das necessidades e dos interesses como demandas por direitos e instituições (internacionais quando necessário, mas nacionais sempre que possível) não é algo acidental ou o resultado eventual de uma negociação, ainda que por vezes possa ser conveniente vê-la assim de modo a fortalecer um processo de negociação específico. Essa estruturação é sobretudo uma forma necessária de articulação da linguagem política, talvez a única capaz de suplantar a violência. Se rejeitarmos a premissa de que a contestação do poder político é também uma forma legítima de política, acabaremos nos dedicando a uma tarefa autocorrosiva de cooptação de iniciativas políticas de base. Ao negar-lhes qualquer acesso à política que não por meio da assimilação a modelos já aceitos de mobilização, estaremos negando nelas seu próprio potencial para transformações inovadoras da cultura política. Devemos distinguir duas dimensões: histórica e coletivamente, as narrativas sobre a presença, atividade e nível de ameaça de grupos armados tendem a caracterizar tanto a politização quanto a criminalidade como uma circunstância episódica; mas quando se trata de trajetórias individuais, criminosos comuns tendem a buscar a politização com o objetivo de assegurar seja sua mobilidade seja sua possibilidade de obter acesso e refúgio junto a uma comunidade organizada em torno de uma identificação político-partidária. Os efeitos das atividades dos grupos armados nas vizinhanças mais afetadas são múltiplos, e incluem o deslocamento forçado de indivíduos, famílias ou comunidades inteiras, bloqueio ou alteração involuntária da atividade econômica, obstáculos ao acesso a serviços básicos e à infra-estrutura, alimentação precária etc. Mas o que poderia ser usualmente visto como um resultado de processos violentos é na verdade visto pelas comunidades afetadas como as próprias ferramentas da violência de que os grupos armados se servem. Por outro lado, níveis intensificados de violência armada podem também ser vistos por vezes como fatores que desencadeiam uma consolidação de redes de vizinhança, reforçando a legitimidade e a aceitação de ONGs locais e associações comunitárias. Programas de Desarmamento, Desmobilização e Reintegração como o que a MINUSTAH ainda insiste em implementar no Haiti depois de anos de fragorosos fracassos não substituem projetos abrangentes de desenvolvimento institucional e comunitário. Tais programas são apenas medidas provisórias para facilitar a transição da guerra para a paz. Portanto, se um programa assim quiser ser sustentável e bem sucedido a longo prazo, tem de ser apoiado a cada passo por intervenções de reconstrução pós-conflito, desenvolvimento comunitário, social e econômico. As condições para um progra-

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ma de Desarmamento, Desmobilização e Reintegração bem sucedido sequer chegaram a estar presentes no país. Tradicionalmente, estratégias assim são empregadas após uma guerra civil ou um conflito armado onde há dois campos mais ou menos definidos e um acordo de paz tenha sido obtido, definindo os termos para a desmobilização. Mas no Haiti nenhuma dessas condições se aplica. Não houve guerra civil e, exceto por erupções episódicas de violência, seus níveis não alcançaram aqueles típicos de um conflito armado aberto. O que se vê no Haiti é o cenário de um Estado disfuncional, ausência de instituições, violência urbana em proliferação, força policial corrupta e brutal, e uma miríade de pequenos grupos armados com estruturas e lealdades fluidas e cambiantes. Num tal cenário, o desarmamento é, na melhor das hipóteses, algo complicado. Quando diferentes grupos estão divididos por animosidades e lutam entre si por um punhado exíguo de oportunidades econômicas (quase invariavelmente de natureza ilegal), quando estruturas institucionais são inexistentes, quando a economia é estagnante, quando a polícia é vista como apenas mais um entre os grupos armados, é ingênuo demais acreditar que a maioria das pessoas, se é que alguma, entregará suas armas sem que seja oferecida uma oportunidade clara e confiável para uma saída da pobreza e para uma existência pacífica, combinada com a percepção de um desenvolvimento institucional em curso. O desarmamento voluntário no Haiti e a reintegração de comunidades desagregadas e deslocadas pela violência só poderão resultar de uma estratégia de desenvolvimento econômico e institucional e só serão alcançados se combinados com esforços para gerar alternativas sustentáveis à violência. De outro modo, veremos com frequência cada vez maior manifestações como as do início da primavera deste ano em Port-au-Prince, em meio às quais se fizeram ouvir mensagens claras de repúdio à presença das forças de paz, com inúmeras faixas e gritos de ordem dizendo que os haitianos estão, além de famintos, cansados, e preferem algo de desenvolvimento em lugar desse magro sanduíche de paz que lhes é oferecido, com as pontas dos fuzis internacionais de um lado e as pontas dos fuzis dos grupos armados do outro.

Bibliografia DAHOMAY, Jacky (2001): “La tentation tyrannique Haitienne”, em Chemins Critiques 5 (1), pp. 11-36. HURBON, Laennec (2001): Diabolisation et mal politique. Haïti: misère, religion et politique. Montréal/Paris: Éditions du CIDIHCA/Kartala.

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A modo de introducción: Guatemala en el fin de la historia Guatemala es un país golpeado por la violencia y la injusticia social, y ocupa el penúltimo lugar de América Latina en el Índice de Desarrollo Humano elaborado por Naciones Unidas1. Este espacio extremo, polarizado, en permanente construcción o en continuo proceso de destrucción, se encuentra todavía huérfano de nombre e identidad: Guatemala, Guatepeor, Guatelinda, Guatemala de la eterna primavera y la eterna tiranía, en palabras del intelectual Luis Cardoza (1994: 47). O Guatebala, según el poeta Roberto Monzón (2002: 72), en función de la violencia estructural e interminable que nos persigue: Balas bang y Balas vieneng Y en el cuerpo se detienen (“Guatebala”).

A pesar de las limitaciones, la sociedad y la población se muestran creadoras y vitales: todo está por lograr y está casi todo permitido, incluido el derecho a la utopía y a soñar otro mundo posible, derechos resignados y poco reconocidos en otras sociedades, especialmente en el autodenominado Primer Mundo. No olvidemos que Guatemala y cada uno de los pueblos centroamericanos protagonizaron intentos recientes de transformación del viejo orden y construcción de nuevas sociedades. Intentos de naturaleza imaginativa y lúcida, aunque también de resultados limitados, como en el caso de la revolución sandinista nicaragüense. En el país se reinventan a diario las estrategias de supervivencia. En cualquier calle céntrica y ruidosa de las principales ciudades puede adquirir1

Guatemala ocupa el puesto 118 en el citado Índice, por detrás de Bolivia y sólo por encima de Haití.

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se, antes que en las salas de cine, el último estreno cinematográfico. El 70% de la población que sobrevive en el ámbito de la economía informal es símbolo de precarización económica y laboral, pero también de la capacidad de concebir formas de resistencia desde lo cotidiano. Roque Dalton (1988: 200), poeta salvadoreño y revolucionario asesinado, describió en un intenso poema la laboriosidad y capacidad de innovación de sus compatriotas en la lucha por la supervivencia, similares a las desarrolladas en Guatemala: los sembradores de maíz en plena selva extranjera, los reyes de la página roja, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo o de las picadas del escorpión o la barba amarilla en el infierno de las bananeras, los que lloraran borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos.

La vida, día a día y en el transcurrir lento y sin embargo intenso del tiempo, es efectivamente violenta hasta la indignidad y la extenuación, implacable en su modelo excluyente de desarrollo y acumulación. Pero se revela también generosa, solidaria, afable, abierta, humilde y humana.

La continuidad en la historia: violencia, exclusión y desplazamiento forzado El 26 de abril de 2008 se conmemoró el décimo aniversario del asesinato de monseñor Gerardi, director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado y coordinador del Informe de Recuperación de la Memoria

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Histórica “Nunca Más”. Este asesinato, ocurrido dos días después de la presentación oficial del informe y transcurridos 16 meses de la firma de los Acuerdos de Paz, fortaleció a los actores tradicionales del poder, como el ejército, provocó un repliegue en las luchas sociales y limitó el desarrollo de los Acuerdos y la agenda de la paz. Monseñor Gerardi y su equipo de trabajo solían afirmar que la memoria, terca y tenaz, termina por imponerse frente al olvido. Sin embargo, en Guatemala nos empeñamos en no aprender de errores anteriores, repitiéndolos continuamente. Retrocedamos por momentos en el tiempo: fin de la década de los 70, departamento de Baja Verapaz. La construcción de la represa hidroeléctrica de Chixoy, la más grande del país, que inunda 50 km2 de terreno y obliga al desplazamiento de 3.445 personas, genera la oposición de algunas comunidades. La hidroeléctrica cuenta con financiamiento del Banco Mundial y transnacionales, además del apoyo del ejército y el gobierno militar de la época. En Río Negro, una de las comunidades afectadas, son asesinados más de 400 de sus 650 pobladores, entre ellos mujeres y niños2, en al menos tres masacres consecutivas a inicios de los años 80. Un informe de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (1995: 183) explica la violencia vivida en términos de intereses económicos: En Río Negro fueron los conflictos entre la población civil y el INDE (Instituto Nacional de Electrificación) los detonantes para acusar a todos los de la aldea de ser guerrilleros y responsables de encubrir los sabotajes ocurridos en un camino y de la quema de una garita de las PAC3. Ninguno de estos hechos justifica, ni legal ni moralmente, que fueran violados sus derechos humanos y, aún menos, que fueran masacrados.

Año 2008, departamentos de Quiché y Alta Verapaz. El megaproyecto hidroeléctrico de Xalalá inundará 31,8 km2 de terreno y obligará al desalojo de 16 comunidades y aproximadamente 2.400 personas, para abastecer de energía eléctrica a corporaciones productoras de caña de azúcar y etanol. Aunque en el mes de abril de 2007 casi 20.000 pobladores se oponen a la hidroeléctrica en el marco de una consulta comunitaria promovida por la Municipalidad, el proyecto continúa avanzando. La población es ignorada,

2 Las cifras de la represión a inicios de los años 80 refieren más de 600 masacres, 200.000 asesinados y desaparecidos; un millón de desplazados internos, más de 40.000 refugiados en campamentos de México. 3 Patrullas de Autodefensa Civil, cuerpo paramilitar creado por el ejército para combatir a la guerrilla y controlar a la población durante el conflicto armado.

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incluso en su existencia física. Un diputado del partido gobernante afirma: “Allí en donde se construiría la represa, es una zona de selva virgen, habitada únicamente por animales salvajes, esperamos que cuando se inicien los trabajos de ingeniería no resulte por allí una ONG en defensa de los animales” (Boton 2007: 6). Regresamos de nuevo a la historia: noviembre de 1977, Huehuetenango. Una marcha de mineros denuncia las malas condiciones de trabajo en una mina de tungsteno y antimonio situada en el municipio de San Ildefonso Ixtahuacán, uno de los más pobres del país. Los trabajadores de las minas laboran en condiciones infrahumanas y perciben un salario de 80 centavos de quetzal por día trabajado (menos de 80 centavos de dólar). Año 2005, departamento de San Marcos. La empresa minera Montana inicia la explotación de oro en el municipio de San Miguel Ixtahuacán. A pesar de que la población de municipios vecinos solicita el fin de la explotación, preocupada por la deforestación, el agotamiento de las fuentes de agua y la posibilidad de envenenamiento por la utilización de cianuro en el proceso de obtención del oro, el trabajo continúa y la empresa obtiene nuevas concesiones en otros municipios del país. La minera dispone de financiamiento del Banco Mundial, transnacionales canadienses y estadounidenses e inversionistas locales. ¿Podemos afirmar, a partir de los datos anteriores, que el fin del conflicto armado devino en fin de la historia de exclusión, violencia y desplazamiento forzado de población? Entre uno y otro momento de la historia se advierte una línea de continuidad fundamentada en la violencia y el despojo, al punto que se habla hoy de un tercer periodo de genocidio y expolio, después de la conquista (siglo XV) y la expropiación de tierras comunales para el cultivo del café (fines del siglo XIX). Actualmente, la explotación del subsuelo y los bienes naturales de las comunidades (oro, gas, petróleo, agua, semillas, biodiversidad) constituye el eje prioritario de acumulación de las empresas. Permitámonos un tercer y definitivo salto atrás, en estos tiempos de miradas cortas e invariablemente hacia delante. Década de los 80 y 90. La persecución a los opositores genera actitudes personales y colectivas de inhibición, inacción, abandono de la protesta y la crítica, y un profundo vacío cultural y de pensamiento: escuchar cierto tipo de música, leer cierta literatura, reflexionar, debatir, no está permitido. Se opta por el silencio y la introspección, tan presentes en el carácter de los guatemaltecos y las guatemaltecas. En palabras de la poeta Luz Méndez de la Vega (1999: 20) en su significativo libro Toque de queda. Poesía bajo el terror, en aquellos días largos de violencia todos los habitantes del país se convierten en “nocturnos

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seres de silencios y anticipados habitantes de la muerte”: Guatemala como un enorme campo de confinamiento, habitado por exilados internos. En 2008, la persistencia de la violencia política y los ataques sistemáticos contra líderes sociales y defensores de derechos humanos mantienen la parálisis social y el silencio como estrategia de supervivencia. Además del asesinato de Monseñor Gerardi, después de la firma de la paz se producen otros episodios de violencia política, paradigmáticos y con carácter disuasorio de la protesta social (Cabanas y del Cid 2003: 13, 80 y 81): desaparición de la catedrática universitaria Mayra Gutiérrez, asesinato de la hermana Bárbara Ford, asesinato del intelectual indígena Antonio Pop y del líder campesino Mario Caal, entre otros. El incremento de la violencia común (16 asesinatos cada día durante 2007) y de los asesinatos de mujeres (3.000 desde el año 2000, 600 aproximadamente cada año) se da en un marco de conexiones entre poderes criminales y poderes políticos que hacen la criminalidad funcional a los intereses de reproducción y control social. Cada nuevo asesinato refuerza y deja vigente la sociedad del terror y la lógica del miedo: el exilio interno, múltiple y prolongado de los que ocultan a los asesinos para seguir viviendo.

El desplazamiento permanente Además de las movilizaciones, externas e interiores, motivadas por la violencia política en el marco de un modelo económico excluyente, nuevos desplazamientos se anuncian o están en marcha. A inicios del siglo XXI, el derrumbe de los precios del café deja sin trabajo temporal a más de 400.000 trabajadores, que pasan a engrosar el silencioso contingente de ciudadanos que recorre 6.000 kilómetros durante más de 20 días (en ocasiones durante dos y tres meses) para intentar llegar a su destino: la tierra promisoria, Estados Unidos. Un número cercano a los dos millones de guatemaltecos, el 20% de la población, ha emigrado y reside de manera legal o ilegal en Estados Unidos. Durante 2007 aportan la cifra récord de 4.000 millones de dólares en concepto de envío de remesas, que equivalen al 80% del presupuesto del país, casi cinco veces el presupuesto del Ministerio de Educación, casi 10 veces el presupuesto del Ministerio de Salud, casi 200 veces el presupuesto del Ministerio de Cultura. Obligados a la diáspora por una sociedad que privilegia el beneficio y las soluciones individuales por encima de los derechos colectivos, los emigrantes representan para muchas familias la única fuente de ingresos estable y el único remedio contra la extrema pobreza.

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En paralelo a la migración, los desplazamientos internos, silentes y desorganizados, continúan produciéndose. Se calcula que al menos 50 personas ingresan cada día a la Ciudad Capital desde sus poblaciones de origen, buscando mejores condiciones de vida, aunque apenas encuentran una ciudad agotada y un Estado incapaz de dar respuesta a los planteamientos básicos de la población. Es necesario plantear en este punto las ambiguas y difusas fronteras existentes entre desplazamiento forzado por la violencia y migración económica. Resulta pertinente que nos preguntemos: ¿la emigración a los Estados Unidos es una opción, una decisión personal o una necesidad impuesta? ¿Un suceso individual o colectivo? ¿Cómo calificar el hecho de que en las comunidades de Huehuetenango y San Marcos, fronterizas, pobres, de mayoría indígena, entre el 25% y 50% de su población joven, masculina, esté en Estados Unidos, modificando radicalmente la composición económica, social, cultural, las relaciones y la reproducción futura de la comunidad? Las palabras y el lenguaje se quedan cortos para visibilizar y denominar la tragedia y también la complejidad de causas y consecuencias de los desplazamientos forzados. Podemos responder ahora a la inquietud inicial: ¿aprendimos de la historia reciente? No, parece ser que no hemos aprendido. El modelo de desarrollo continúa privilegiando la ganancia personal. Domina la imposición sobre la concertación. El uso de la fuerza sigue siendo un aliado privilegiado en este esquema. Todavía está pendiente la transición, no hacia la democracia formal, sino hacia la sociedad libre de exclusión, persecuciones y amenazas.

Las largas marchas de la resistencia El historiador Severo Martínez Peláez (1991: 15) refiere que durante la época colonial existe al menos una rebelión indígena cada semana, motivada por la oposición al pago de impuestos, la reacción ante la violencia y la servidumbre, etc. La resistencia de las comunidades se concreta históricamente en formas múltiples de lucha: política, cultural, social, resistencia silenciosa y pasiva, adaptación de la religiosidad impuesta a las propias creencias y cosmovisión, lucha armada organizada y permanente entre 1960 y 1996. La historia de las Comunidades de Población en Resistencia (en la Sierra, Ixcán y Petén) representa la expresión contemporánea de la defensa frente a un proyecto de dominación. Las CPR (en un primer momento más de 60.000 personas, 10.000 al final del conflicto armado) sobreviven orga-

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nizadamente dentro del territorio desplazándose con cada ofensiva del ejército, desafiando a la autoridad y generando sus propias formas económicas y organizativas. Para derrotar esta resistencia, el ejército utiliza ataques aéreos, incursiones de brigadas del ejército, bombardeos, quema de milpa, robo de cosecha, destrucción de casas, iglesias, escuelas y cementerios, envenenamiento de fuentes de agua, cerco económico, limitando la cantidad de víveres que las personas de comunidades vecinas pueden adquirir. Una investigación realizada por este autor entre los años 1993 y 1995 y publicada en el año 1999 determina la existencia de al menos 1.349 muertos de las CPR en la Sierra en el periodo de 1976 a 1993 (1999: 174). Muertos no sólo por asesinato, sino también por hambre, por susto, por frío, por enfermedad, por tristeza, ligados a la represión y persecución continuas. Fueron exactamente 1.210 personas asesinadas, 71 muertos por hambre, 15 muertos por susto (categorías no reconocidas oficialmente pero reivindicadas por las comunidades como expresión de las formas de represión y de la necesidad del resarcimiento). La persecución afecta también a los niños: 141 menores de 14 años asesinados, 6 desaparecidos, 9 heridos y 21 muertos por hambre. Hay 170 ancianos asesinados y 287 mujeres. Este recuento es parcial porque se basa en apenas 700 entrevistas realizadas a los supervivientes integrantes de las Comunidades de Población en Resistencia. Aquellos que ya habían muerto y los que habían abandonado las CPR en el momento de la investigación habrían aportado sin duda muchos otros casos de violencia. Las CPR dejan de consumir sal, caminan descalzos, remiendan una y otra vez su ropa, elaboran ollas y otros utensilios con restos de helicópteros del ejército derribados en combates con la guerrilla, imponen el silencio como norma, por ejemplo el silencio de los gallos o los niños, que no pueden llorar ni reír. Más silencio añadido al silencio histórico, para lograr algún día hablar. Desarrollan un complejo sistema organizativo, apoyado en las fuerzas guerrilleras que establecen un primer círculo de protección, pero sobre todo en la voluntad de la población y la organización de complejas estructuras de toma de decisión, en las que participa toda la población. Aprenden del marxismo, del guevarismo aportado por la guerrilla, de la teología de la liberación, de la cosmovisión y sobre todo de la tradición comunitaria indígena de toma de decisiones colectiva y búsqueda del consenso. El símbolo de la resistencia durante el conflicto armado es el caminar y el camino: días, en ocasiones semanas enteras para lograr romper el cerco del ejército, llegar a las aldeas, comprar y vender productos. Días enteros atravesando veredas, bajo la montaña, cruzando ríos de aguas agitadas para

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reunir las comunidades dispersas o en emergencia. Días y noches hasta conseguir medicina o llegar a un hospital. El camino vertebra y une: en una sociedad particularmente individualizada, desestructurada y desarticulada como la guatemalteca, esta vertebración tiene un impacto fundamental en la cohesión social y organizativa. A partir de 1993, las CPR logran el reconocimiento del gobierno y el fin de la persecución sobre sus territorios, convirtiéndose en símbolo de la resistencia paciente y casi milenaria de la población de Guatemala e implicando además el paso de la resistencia pasiva a la resistencia activa, la emergencia de los pueblos indígenas como actores fundamentales para la transformación social, y la superación de proyectos concebidos desde y para lo local, que se convierten en proyectos de visión nacional. Revierten episodios de horror y construyen una historia de rebeldía, superación y utopía. En el libro Historia de un gran amor, el sacerdote jesuita Ricardo Falla (1993: 7) valora de esta forma el proceso vivido: Lucha por defenderse, para sobrevivir, lucha para defender lo de uno, lucha para sostenerse en una tierra que no se quiere perder. Lucha para subsistir como pueblo, lucha para mantenerse en pie, lucha para que el dolor y la persecución no se vuelvan derrota ni fracaso. Lucha por mantener un proyecto de comunidad en medio de la adversidad, por presentar al futuro una cosecha de resistencia.

Además de las CPR, la experiencia desgarradora y traumática del refugio en México genera conciencia, sensibilización de personas que crecen y se forman en los campamentos solidarios de Chiapas y que ahora forman parte del nuevo liderazgo de organizaciones sociales e indígenas. Ricardo Falla (1992: 212) habla de cuatro aprendizajes fundamentales: “la vida en comunidad, la lucha política, el fortalecimiento de la conciencia nacional y la asimilación del sufrimiento causado por la represión”. Hoy, nuevas formas de resistencia se desarrollan alrededor de la defensa de los bienes naturales y la soberanía de las comunidades. Desde junio de 2005, cuando la comunidad de Sipakapa, vecina de la minera Montana, dijo no a la explotación minera, se han generalizado las consultas comunitarias sobre explotación minera y megaproyectos hidroeléctricos, en reclamo de la soberanía de las comunidades y su poder para decidir si explotar o mantener intactos los recursos. Las consultas se fundamentan en el derecho de consulta establecido en el Convenio 169 de la OIT, y en el Código Municipal. Las consultas populares superan las limitaciones de la democracia formal y procedimental, para avanzar a una democracia sustantiva, según la definición de Ricardo Sáenz de Tejada (2007: 163-164):

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La visión mínima de la democracia hace énfasis en el régimen político y en el establecimiento de procedimientos para elegir autoridades […] Por su parte, desde la perspectiva sustantiva la democracia es una forma de organización social que implica no sólo la plena garantía de las libertades políticas, sino también de condiciones sociales que posibiliten la participación y el disfrute ciudadano de estas mismas libertades.

En 2008, 12 años después del fin del conflicto armado, los Acuerdos de Paz, obligados a una desgastante competencia con la agenda neoliberal de reducción del Estado y lo público, se han vaciado de contenido. El ciclo de la explotación de personas y recursos se fortalece, con la consecuencia de nuevas situaciones de violencia y desplazamiento forzado. Paralelamente, el ciclo de la resistencia continúa su devenir circular. Las formas que adopte esta resistencia dependerán tanto de la permeabilidad del Estado a las demandas, como de la propia creatividad de las organizaciones sociales y la superación de formas de trabajo autoritarias, desconectadas de la población. En cualquier caso la larga marcha de la resistencia continuará, convirtiendo a las víctimas de hoy en protagonistas de transformaciones futuras. Mario Payeras, intelectual brillante y comprometido, poeta y ex comandante de la guerrilla, por orden de importancia, describió en su obra Poemas de la Zona Reina (1997: 14) estos caminos de ida y vuelta de la resistencia, inevitables para seguir viviendo: Hoy sabemos que el regreso a las primaveras idas es irrealizable; que el hábito de explicarse las cosas acalambradas de contradicciones es la fuente de toda lucidez; y que el oficio de conspiradores para cambiar el mundo es la única manera de no envejecer.

Bibliografía BOTON SIMAJ, Santiago (2007): ¿De qué sirve la luz para quienes no quieren ver la luz? Un primer acercamiento para conocer el proyecto hidroeléctrico Xalalá. Guatemala: Pastoral Social de Ixcán/Derechos en Acción. CABANAS, Andrés y DEL CID VARGAS, Paula Irene (1999): Los sueños perseguidos. Memoria de las Comunidades de Población en Resistencia de la Sierra. Guatemala: Magna Terra Editores. — (2003): Guatemala: derechos humanos en tiempos de paz. Bilbao: Universidad de Deusto. CARDOZA Y ARAGÓN, Luis (1994): La revolución guatemalteca. Guatemala: Ediciones del Pensativo.

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DALTON, Roque (1988): Las historias prohibidas del Pulgarcito. San Salvador: UCA Editores. EQUIPO DE ANTROPOLOGÍA FORENSE DE GUATEMALA, EAFG (1995): Las masacres en Rabinal. Estudio histórico-antropológico de las Masacres de Plan de Sánchez, Chichupac y Río Negro. Guatemala: EAFG. FALLA, Ricardo (1992): Masacres de la Selva. Ixcán, Guatemala (1975-1982). Guatemala: Editorial Universitaria. — (1993): Historia de un gran amor. Recuperación autobiográfica de la experiencia de las Comunidades de Población en Resistencia en Ixcán, Guatemala. Guatemala: Edición del autor. MARTÍNEZ PELÁEZ, Severo (1991): Motines de Indios. Guatemala: AGAYC. MÉNDEZ DE LA VEGA, Luz (1999): Toque de queda –Poesía bajo el terror– (19691999). Guatemala: Librerías Artemis-Edinter. MONZÓN, Roberto (2002): Dame más tiempo vida. Guatemala: Colloquia/Ediciones de la Anormalidad. PAYERAS, Mario (1997): Poemas de la Zona Reina. Guatemala: Librerías ArtemisEdinter. SÁENZ DE TEJADA, Ricardo (2007): Revolucionarios en tiempos de paz. Rompimientos y recomposición en las izquierdas de Guatemala y El Salvador. Guatemala: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

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DESPLAZADOS POR LA VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PERÚ: 1980-2000 RICARDO VALDERRAMA FERNÁNDEZ Universidad San Antonio Abad (Cusco) CARMEN ESCALANTE GUTIÉRREZ Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas (Cusco)

El fenómeno de las poblaciones desplazadas entre los años 1980 y 2000 es una problemática muy actual en el Perú por cuanto, a pesar de haber existido una política gubernamental de apoyar el retorno de estas poblaciones a sus lugares de origen, este retorno ha sido muy limitado. La mayoría de estas poblaciones se han quedado en las ciudades en las cuales buscaron refugio. Entre 1980 y 2000 se desarrolla el episodio de violencia más “extremo y prolongado” que se dio en nuestro país en lo que va de vida Republicana, más largo que las guerras con Chile y con Ecuador juntas y con mayor derramamiento de sangre, así como hechos de violencia, crimen, violación y tortura que ni nuestros peores enemigos hubieran podido cometer contra la población civil e inocente. De las 77.352 víctimas comprobadas, la mayoría eran “indígenas”. El conflicto abarcó casi todo el territorio nacional, pero tuvo menor presencia en los departamentos de frontera como Moquegua, Madre Dios, Tacna y Tumbes. En el resto del territorio afectó profundamente, sobre todo –en orden decreciente en cuanto a su intensidad– en Ayacucho, Junín, Huanuco, Huancavelica, Apurímac, San Martín y Cerro de Pasco. Del total de víctimas, el 79% vivían en las zonas rurales y el 56% de los mismos eran campesinos; el 75% tenían como lengua materna el quechua, aymara, ashaninka o amazónico. Cifras que hacen que no podamos cerrar los ojos ante la evidencia de la diferencia étnica en nuestro país. La violencia subversiva que se inició en nuestro país en 1980 causó la migración involuntaria de numerosas familias, sobre todo del ámbito rural hacia las ciudades más cercanas a ellos y desde ahí a Lima. En los primeros años se calculaba que eran un millón de desplazados. La población total del Perú era de 17.762.231 en el censo de 1981; en el de 1993 era de 22.639.443. Para el 2007 es de 28.674.757 habitantes. La población de Lima

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en 1981 era de 5.447.346 habitantes, y en 2007 de 7.598.000. Esta diferencia en el incremento en la población hace suponer que hubo más de un millón y medio de desplazados. Esta población incluso ha creado barrios con el nombre de su localidad, así tenemos Huanta I y Huanta II en el cono norte de Lima. En el mismo cono norte hay desplazados en el Agustino, Comas, San Juan de Lurigancho y canto Grande; en el cono sur de Lima en San Juan de Miraflores, Villa el Salvador, Chorrillos y Villa María. Si bien desde los años 40 se viene incrementando el flujo migratorio campo-ciudad, a partir de los años 80 muchas de las familias que migran lo hacen involuntariamente, sin ninguna planificación, porque ven sus vidas amenazadas y tienen que salir de sus casas dejándolo todo, a veces sólo con la ropa que llevaban puesta o con un pequeño maletín o bolsa conteniendo unas mudas de ropa. Dejaban sus casas y otros bienes como rebaños1 o cultivos al cuidado de familiares y/o vecinos. Viviendas que fueron robadas y quemadas. El ganado lo vendían –los familiares– a precios muy bajos, también hubo robo de ganado y enfermedades que diezmaron rebaños, porque no los cuidaban bien y no les hacían tomar agua a su hora o bien les hacían tomar aguas infectadas o heladas que les causaron enfermedades. Esto dio lugar a una gran descapitalización del campo y la agudización de la pobreza extrema. A esto se agrega que las familias que huían de la violencia y se refugiaban en otras zonas no fueron consideradas refugiadas y no recibían ningún apoyo, ninguna atención por parte de las instituciones estatales. Ya en 1983, en la comunidad de Andabamba (Huancavelica) nos contaron que a otras comunidades de Huancavelica estaban viniendo familias de Ayacucho a refugiarse de la violencia. Pero el Gobierno no los llamaba “refugiados” de acuerdo con la definición internacionalmente aceptada. Sin embargo, al igual que los refugiados de un país a otro, que no hablan el idioma del lugar al que llegan, que no conocen esa cultura, que no conocen las costumbres

1 Las sociedades de pastores aman a su rebaños: éstos no tienen solamente un valor comercial. Una de las desplazadas por la violencia dice: “De aquí ese día nos fuimos en carro y nuestro ganado parado, desde la ladera nos miraba lo que partíamos. Al ver esto, mi padre vino llorando en el carro. ‘Qué suerte es la que tenemos, para que nuestro ganado camine a otros lugares, no están cuidando, ahora esta tarde quién los arreará. Están volviendo ellos mismos a su corral’. Comentando así pasamos en carro por el sector de Kunyaq (de la comunidad). A un principio el ganado dormía donde podía. Si alguien o algún familiar arreaba arriba, arrojando con piedras, para que vuelva a su corral” (Victoria Melchor).

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del lugar al cual llegaron y que no tienen la preparación adecuada para trabajar en algo en esa nueva sociedad, son tratados –peor que si hubieran ido a un país extranjero– con desprecio y racismo. No se aprecia su cultura, su idioma, su ropa y sus costumbres: “no gozamos de ayuda de organismos internacionales… que asistan su desesperanza, confusión, hambre y frío”. La Convención de 1951, sobre el Estado Legal de los Refugiados y el Protocolo de 1967 conexo a las disposiciones de la Convención, define a los refugiados como “las personas forzadas a buscar asilo en el extranjero debido a un bien fundado temor de ser perseguidas”. Las familias de quechuas y aymaras no pudieron salir del país para refugiarse en otro, lo que sí hicieron un buen porcentaje de intelectuales y familias de ciertos sectores sociales y económicos que tenían hijos o hermanos vinculados a Sendero Luminoso: para evitar represalias a toda la familia se fueron del país. Los comuneros se movilizaron desde la comunidad hacia otra comunidad2 (que no estuviera tan afectada por la violencia) o a un pueblo cercano o capital del distrito, los que vivían en capitales de distrito se movilizaban hacia las capitales de provincia y los de ahí hacia las capitales departamentales. Y muchos de la sierra central se fueron hacia la capital del Perú: Lima. La cual, desde 1993, aumentó en cerca de dos millones de habitantes. Los comuneros de Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, bajaron hacia pueblos de la costa donde hicieron sus asentamientos humanos, en los arenales, sin servicio de agua y desagüe, ni de luz. Estos campesinos, en pueblos como Nazca, Chincha y otros, se dedicaron a vender su fuerza de trabajo a los agricultores. En esas zonas ya los campesinos habían logrado pactar salarios regulares. Con la presencia de este nuevo contingente de trabajadores desesperados y que no sabían de leyes, las condiciones de trabajo retrocedieron y nuevamente hubo salarios bajos y jornadas de sol a sol en la labor agrícola, con la diferencia de que ahora se trata de una agricultura para la exportación (espárragos, por ejemplo).

2

En estos casos migraban a comunidades donde tenían parientes, como lo dice este testimonio: “Por este motivo en Huancavelica busqué terreno y el terreno que compré me lo quitaron. Apareció otro dueño del terreno que compré. Así fracasé, perdí mi dinero. Caminando así, como loco, compré un terreno que ya tenía dueño. Eran dos dueños. Así me quitaron mi terreno. Tenía dos dueños. Había vendido a otro. Me vendió primero a mí. Entonces, después había vendido a otro. Este es el que me arrebató el terreno, y perdí mi dinero, antes tramité una licencia y los planos y después me fui, mis atados y bultos llevé ahí. Ahora estoy aquí, ‘mi cumpa’ el tayta Víctor y tu ahijado Maxi, en la casa de él viví. Viviendo como alojado, en la casa de él, establecí mi residencia aquí (Pachacclla)”.

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Una particularidad de esta población desplazada por la violencia, a diferencia de los migrantes de años anteriores, es que tienen un alto grado de inseguridad y dependencia. Inseguridad frente al futuro, preocupación por el futuro de sus hijos, para ellos mismos la incógnita de no saber qué pasará en los siguientes años. Al verse obligados a abandonar a su familia, su pueblo y sus pertenencias, su traslado a la ciudad resulta violento, su migración constituye un violento cambio de vida: no es que decidieron por sí mismos residir e insertarse en la ciudad: ésta es sólo su lugar de refugio. Por otra parte, estos migrantes enfrentan en la ciudad el rechazo y el recelo: se piensa que son parientes de terroristas o que posiblemente sean terroristas. Sucedió también que los de la ciudad no tomaron en cuenta el estado de ánimo de este tipo de migrantes, los cuales habían sufrido muchas pérdidas3. Estos refugiados tuvieron que enfrentar solos su estado anímico y sus condiciones materiales para –superando los obstáculos– no sólo sobrevivir, sino desarrollarse en la ciudad. Pese a que la violencia empezó en 1980, el Estado recién crea el Programa de Apoyo a los Refugiados (PAR) en respuesta a la exigencia de la población civil que exige una atención por parte del Estado a esta población que busca refugio ante la violencia. El PAR ayuda a los desplazados a retornar a sus lugares de origen. Hasta 2001, este programa ayudó a 21.300 personas a retornar a sus lugares de origen. Aunque se sabe que hay muchos más desplazados. A las mujeres les tocó, en el contexto de la violencia, asumir –al lado de su papel tradicional– tareas nuevas. Las mujeres monolingües quechuas se vieron obligadas a involucrarse en la política, tuvieron que protestar y reclamar por sus familiares apresados, muertos o desaparecidos. Cabe mencionar, en cuanto a esas tareas nuevas: – Hacerse cargo, ellas solas, del hogar, de los hijos. 3 “Pero mi hijo, el que nunca se movía de la comunidad, ahora vive en Huancavelica, desde el día que se fue, sigue soltero, no tiene oficio, ni encuentra trabajo formal; trabaja ayudando a amontonar arena en la playa de los ríos. Tal vez gana diez soles, tal vez no gana. En vano amontonan esa arena; cargando la arena a los carros, apenas encuentra con qué llenar su estómago. Hasta ahora no encuentra ningún trabajo que sea formal. Desde la vez que mataron a mi marido, ya son muchos años que vive en Huancavelica; cuando vuelve es apenas por unos momentos. Cuando vuelve, es como que alguien le estaría expulsando. Es ausente. Abajo (en la ciudad de Huancavelica). Camina de cuarto en cuarto, cargado de su camita (llora). ‘Vamos’, le digo. Ya no regresa ni a comer. Desde esa vez mi hijo está ausente, caminando. Si esa vez no pasaba nada aquí, hoy mi hijo estaría trabajando la chacra, haciendo cualquiera cosa, tendríamos comida y mantención” (Dorotea Otañe Vda. de Sedano, Pachacclla, 1998).

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– Hacerse cargo de cultivos y rebaños, de pastizales y animales menores. – Hacerse cargo de buscar y reclamar por su marido, padre o hermano. (La mayoría de muertos y desaparecidos eran varones adolescentes, jóvenes, adultos; también la mayoría de torturados fueron varones, lisiados o inválidos a causa de la violencia). – Tomar abogado, vincularse a otras mujeres en la misma situación. – Eran víctimas de estigmatización por ser parientes de desaparecidos supuestamente subversivos. Y si estaban en prisión, peor. – Desplazarse: el 12% eran mujeres, el 80% eran varones, por ello las poblaciones rurales quedaron con una mayoría de mujeres. A las mujeres se las ve más como a víctimas, pero hay que rescatar su papel y su acción como defensoras de la vida y la paz. Por otra parte, se ha estudiado y destacado su participación dentro de Sendero Luminoso como victimarias y violentas, pero hay que ver que una mayoría defendieron la vida y la paz y continuaron sosteniendo sus familias y sus comunidades. Fueron combatientes por la paz, defendieron sus territorios, mantuvieron cultivos, pastos, rebaños, reconstruyeron sus pueblos y sus hogares. Los futuros estudios sobre esta etapa tendrán que considerar las variables étnica y de género, así como la generacional. La situación de desprotección de la vida de los habitantes de las zonas rurales del país puso en evidencia que el Estado no está presente en las zonas rurales y que no garantiza la seguridad ciudadana. La presencia del Estado se da a través de las escuelas, las cuales no llegan a muchas comunidades de pequeña población. En menor cantidad que escuelas existen postas médicas en algunos distritos y pueblos. En cuanto a la Guardia Civil, sus puestos eran menos numerosos y sólo estaban en distritos. Un aspecto que aportaron los desplazados a la vida social en las ciudades fueron sus formas de cooperación, su solidaridad; fue una etapa en que se hacían “polladas”, para colaborar con las familias que habían migrado y que necesitaban dinero para solucionar situaciones de salud y de vivienda o para empezar un negocio: se apoyaban entre ellos aun cuando todos ellos tenían muy bajos ingresos. En las ciudades enfrentaron problemas como los que narra la siguiente testimoniante: “Mi marido quería que fuéramos a la ciudad a vivir. Si quedamos aquí nos matarán, decía. Vendiendo llamas y alpacas, se fue él antes a Huancayo, ahí le habían quitado el dinero y volvió con la misma cara, el que fue a comprar la tierra. También eso nos pasó. No quería que la noche le sorprendiera, ni quería pasar la noche en Pachacclla, pueda ser que las almas despierten decía”.

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La poca solidaridad de algunas personas de la ciudad, así como su falta de escrúpulos para con los comuneros que “bajaban” de las comunidades de altura para refugiarse en las ciudades fue frecuente, así otro testimoniante también nos cuenta: “Esa vez terminé todo mi ganado. Poseía ochenta llamas y setenta alpacas. Tenía trescientos ovinos y siete caballos. Todo este ganado terminé. Anduve por Huancayo junto con mis hijos. Así estuve en Huancavelica y Huancayo. Compré casa y ahí también me estafaron. La gente de las ciudades sabe estafar. Uno de los hijos no firmó. Entonces, a causa de lo que no firmó, me devolvieron dinero devaluado. En todo esto terminé mi cebada, mi maíz, terminé mis sogas, mis costales, todos los cueros con lana. Todo terminé. Ahora último, no tengo nada”4. Otro testimoniante nos informa sobre cómo fue estafado él: “En Huancavelica estuve después de haber escapado, no volví por miedo. Trabajaba como peón en la construcción de casas. También ayudando como cargador. En Huancayo también trabajé de igual manera. Volví igual después de haber pensado mucho. Por este motivo en Huancavelica busqué terreno y el terreno que compré me lo quitaron. Apareció otro dueño del terreno que compré. Así fracasé, perdí mi dinero. Caminando así, como loco, compré un terreno que ya tenía dueño. Eran dos dueños. Así me quitaron mi terreno. Tenía dos dueños. Había vendido a otro. Me vendió primero a mí. Entonces, después había vendido a otro. Éste es el que me arrebató el terreno, y perdí mi dinero”5. En 2000 se constituyó la Comisión de la Verdad y Reconciliación, encargada de investigar todos los hechos de violación de los derechos humanos que se produjeron desde 1980 hasta noviembre de 2000. Esta Comisión entregó su informe final el 28 de agosto del 2003. Una de sus conclusiones es que nuestra sociedad es altamente discriminadora y racista. Los indicadores de las víctimas son: – – – –

Lugar de hábitat: zona rural. Actividad: agricultor campesino. Idioma: quechua, aymara, amazónico. Educación: analfabeto, educación primaria.

La constatación más dolorosa es que al país no le condolía lo que pasaba a los quechuas, aymaras, ashaninkas. Es el pesar más grande que cargamos nosotros, los contemporáneos a esa etapa de violencia.

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Testimonio de Fortunato Otañe. Testimonio de Reynaldo Taype.

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Desplazados por la Violencia. Testimonio de una joven huancavelicana: Victoria Melchor Sedano Para finalizar, queremos presentar, primero, el caso concreto de una dirigente de la Asociación de Desplazados de Huancavelica. El testimonio lo recogimos en 1998. Los sucesos a que hace referencia la joven comunera se refieren al 3 de abril de 1989 y tuvieron lugar en la estancia Chaqerimana, de la comunidad campesina Santa Rosa de Pachacclla (Departamento de Huancavelica, Perú). Esa misma noche, cinco estancias de esta comunidad fueron atacadas y hubo un total de 26 muertos. La razón por la que mataron a la madre de esta joven es que buscaban a su padre, el cual era Presidente de la Comunidad en ese año. Doce de la nochetan haykuramuran puñukuchkaptiyku. Hinaspan, papayqa vintananta escaparuran. Mamayta wasi ukupi hapirqun chullachalla wawachayuqta. Ñuqayku cusinapi puñuraniku achka sullkachaykunapiwan. Hinaptin maqan ukupi ultimuta gulpirayun. Hinaspan yawarninpas sutuchkaqta hawaman urqurqamun. Hinaspa uywata hina, hawapi punkullapi, wasiy ura patiyullapi sipirun; wasi ukupi qaparispa michakuchkaptiyku, hapikuchkaptiyku chuqaykuruwanku wasi ukuman, wasi ukupi llaviruwanku cusinapi. Hinaspa, ñakañakayta kuskacharuspayku sirdasta kuchuriniku wataraptinku. Buscaptiyku yawarllaña way yawarllaña lluqllakuchhaska mamaymanta, allqullaña laqwakuchkasqa. Hinaspa, wasi ukupi puñuchini, uñachata wata pusaq killachayuq huqcha quidaran. Hinaptin, pusaykuruspay puñuchini, tukuywan upallay consoylani. Hinaptin puñurachiptiy qalaychala puñukurun, ñuqallaña manchakustin tiyasqani sapallayña. Las docemanta las dos imatañachá puñururanku sullkaykuna waqasqanpi waqasqanpi puñurqunku. Sapallayña tiyasqani manchakustin, chayman ñuqapas puñurusqani achikyaymanqa. Diez, doce años imachá quidarqani. Hinaptin puñururqaniraq, tiyuy Eleuterio: “Mama Marcela, mama Marcela” nimuchkasqa, mamaypa sullkan, wasiyta: “Hawka, hawka puñukunkichik, uraytaqa pasarquwanku wañuymi, manan taytay ñuqapas kanchu, abueluykichik, mana kanchu”. Nistin tiyuy Eleuterio chayaykaramuwaptinkuqa qaparin, qaparin. “Way, mamaykitapas kayqa sipirusqa”. Qapariptinqa qapariniku. Chullachalla walichayuq phawarquniku qala chakichalla. Hinaptin mamayqa wañusqaña ultimu kachkasqa, ‘corazonllanpas kawsachkanchu’ nirqanikuraq, wañurusqa ultimupuni. Hawaman papelta laqaykusqa: “Kayna suplunkunaqa wañunmi”. Usuy martillotawan dibujaykusqa papilpa hawanpi rumiwantaq ñitiykachisqa. Cosina punkullapi, urallanpi chawpi panpapi qawachkaniku. Chaynata sufriniku ultimuta. Chaymantapuni, mana imaykupas ancha kanñachu, uywaykupas tukun, llaqtaman ripukuraniku, llaqtamanta kutimunaykupaq ni kanñachu chakraykupas, nitaq uywaykupas kanchu. Huancavelicata ahí mismo pasakuraniku, mamaypa pichqanqa pichqaykuniku, carruta hapirquniku, apayku allinkaqchata, mana allinkaqtaqa kanaykuni-

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ku. Hinapi, pasakuniku. Pipas munaqñachu uywaykutapas runapas suwapas hina dejasqa kanchapi; kaq quwiiyku, wallpaykupas, imaykupas patente. Pinapas apakurqan munaqlla. Chaymantan pobrekama chayaruniku. Hinaspaqa, kunankamapas mana imapas progresakunikuchu formaltaqa, ni kaypi ni wakpi. Kutimuptiyqa wasiykunapis laqayllaña, vaca lliw tukukurun ichunta. Hinaptin maytaq kunan sumaqta tichayta atiniñachu total. Huancavelicapiqa qanchis wata yupay tiyamuraniku. Papayqa awapakustinmi puriq, awapakuspa mantiniwaqku. Pinsamintuwanmi tumayman wischukuruspaqa ultimo kaq, imayikupas kaqchu. Supachata supakuruq kaniku, cebada murunchata, hinaspaykun, kay kitanakuylla, warma irqita yarqawaqku; qayna uña warmachakunata. Hinaptin kitanakuylla mikuruq kaniku yarqaymanta; ñataq tardiykaramuptin vivereschakuñata rantikustin, diario ganakustin quinientuschata, trescientuschata, kusisqa chayamuq sapa punchaw. Mayninpiqa mana kaqchu, chaymi mana estudiota atinikuchu, falto de alimento, falto de plata, chayna. Kay awapakustin, gracias a institución, tiyuymi kan Sistu sutiyuq Qucha patapi. Chaymi ricomindaykuran, “kaypi away, kaypi maquinata qusaykiku. Hinaptin siray cunficcionay todo modelutan qusaykiku, mididakunata captaynaykipaqpas”, niptin; quykuptin ñataq chaywan qatikuruspanqa yacharuspanqa mana kacharinñachu. “Kikillaykimantañan paguykipis lluqsikunqa” niptin ima. Astawan hapin. Mana kacharikuranñachu. Chaywan institucionnin kunan yacharun. Hinaptinqa yachantaq ima awaytapas, qalayta pachitita, baytata, pulluta, llikllata, imatapas kay lliklla pullukunata yachan. Hinaspapas siran casacata, lanata puskachiwaqku. Chay paqu millmamanta awaruq. Hinaspan telata ruwaspan siraq. Chay yachayllawanmi papayqa manan formal trabajupichu, chayllawan. Wakin turaykunaqa (miskita chupitita) rantikustinmi puriq, mana estudiuyuq, chay mamay wañukusqanmanta pacha, mana mayqenpis estudiyaranñachu, ñuqapas manaña.

Traducción al castellano Vinieron a las doce de la noche, cuando dormíamos y mi padre logró escapar por la ventana. A mi madre la atraparon, con una de sus wawas [hija chiquita], dentro de la casa; y nosotros junto con mis hermanitos dormíamos en la cocina. Le pegaron mucho hasta tumbarla al suelo. Así chorreando sangre la sacaron afuera. Así la mataron como a un animal, afuera de la puerta, en el patio de abajo. Dentro de la habitación gritábamos asustados. A nosotros nos empujaron dentro de la cocina y nos cerraron por afuera, amarrándonos con soguilla. Con mucha dificultad corté esa soguilla. La busqué, mi madre estaba sangrando, su sangre era como un charco, el perro lamía esa sangre. Así al último de mis her-

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manitos lo llevé a dormir. Mi hermanito era de un año y ocho meses. Así, llevándolo le hice dormir. A todos les hice callar, les consolé. Así les hice dormir. Todos se quedaron dormidos, yo no más asustada, solita, estuve sentada, desde las doce de la noche. Recién a las dos de la mañana se habrían dormido mis hermanos menores en lo que lloraban. Así llorando se durmieron, ya solamente yo me quedé sentada, asustada. Así casi al amanecer yo también me había quedado dormida. Tenía diez o doce años de edad cuando me quedé. Así cuando aún dormíamos, mi tío Eleuterio estaba gritando: ‘Mama Marcela, Mama Marcela’. Él era hermano menor de mi madre. En nuestra casa dijo: ‘Están durmiendo ustedes, en cambio abajo nos ha pasado la muerte, mi padre ya no hay, vuestro abuelo ya no hay’. Llegando a nuestra casa gritó ‘Ayyy, a vuestra madre también aquí la han matado’. Cuando él gritó, nosotros también gritamos. Salí corriendo con una sola faldita y con mis pies descalzos. Así mi madre había estado totalmente muerta, ‘tal vez su corazón aún vive’, dijimos, pero estaba totalmente muerta. En su encima estaba tirado un papel: ‘Así mueren los soplones’, con una hoz y un martillo dibujados sobre el papel. El papel estaba aplastado por una piedra. Nosotros miramos desde la puerta de la cocina, que estaba en el medio del patio. Desde ese rato empezamos a sufrir totalmente. Desde entonces nada tuvimos suficiente, nuestro ganado se terminó. Nos fuimos al pueblo y cuando regresamos del pueblo ya no teníamos ni chacras ni ganado. Ahí mismo nos fuimos a Huancavelica, apenas hicimos los cinco días [ceremonia fúnebre] a nuestra madre. Cogimos un carro, nos llevamos lo que estaba bien, lo que estaba mal lo quemamos. Así nos fuimos. Aquel que quería, fuera buen hombre o ladrón, se quedó con nuestro ganado que dejamos en el corral, con nuestros cuyes y nuestras gallinas y otras cosas. El que quiso a su querer se quedó con lo nuestro. Así entramos a ser pobres. Hasta ahora no podemos progresar ni aquí ni allá. Cuando regresamos hasta nuestra casa se había desmoronado, las vacas habían ido comiendo la paja del techo hasta terminarlo. Así hasta ahora no puedo hacer un techo para la casa. En Huancavelica vivimos siete años contados. Mi papá camina con su oficio de tejedor. Así tejiendo para otros nos mantuvo. Cuando recordaba lo sucedido se abandonaba a la bebida totalmente. No teníamos nada, nos hacíamos sopita de cebada. Así nos quitoneábamos [‘quitarse unos a otros la comida’], siendo niños pequeños teníamos mucha hambre. Así quitoneándonos sabíamos comer con mucha hambre. Ya por la tarde regresaba nuestro padre trayendo los víveres que había comprado. Ganaba por día quinientos, trescientos, alegre llegaba cada día. A veces no había. Por eso no hemos estudiado, a falta de alimentación, a falta de dinero. Mi padre era tejedor y gracias a una institución a la que le recomendó mi tío de nombre Sixto, quien es de Qochapata. A eso le recomendó: ‘Aquí teje, aquí te vamos a dar máquina. Así para que confecciones te vamos a dar todo modelo, con sus medidas y todo, para que captes así. Ya una vez que siguió eso y aprendió, ya no lo soltaron. De ti mismo va a salir el pago’, le dijeron. Así aún más fuerte lo agarraron, ya no lo soltaron, ahí se acostumbró a la

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institución. Así sabe todo sobre tejidos, bayeta, mantas, atadores, sabe todo sobre tejer mantas y atadores. Así confecciona casacas. Hila lana, esa fibra de alpaca hila, así con eso confecciona la tela y con esa tela cose (casacas). Así con lo que sabe trabaja mi padre, no está en un trabajo formal, sólo con eso. Mis otros hermanos vendiendo dulces y chupetes caminaban, no han estudiado; desde ese tiempo en que mi madre murió ninguno de ellos pudo estudiar, yo tampoco. Discurso de Víctor Sedano, presidente de la Asociación de Desplazados por la Violencia del Departamento de Huancavelica, Perú (3 de marzo de 1998).

Otro ejemplo de la situación por la que atraviesan los desplazados por la violencia se puede entender a través del discurso que el representante de la Asociación de Desplazados, Víctor Sedano, da con motivo de su diálogo con el Defensor del Pueblo (3 de marzo de 1998). Este comunero asume una conciencia colectiva para hablar en nombre de todos los desplazados del departamento de Huancavelica, enfocando los principales problemas económicos, sociales y educacionales por los cuales atraviesan. Aunque este comunero es de lengua materna quechua, dijo su discurso en castellano: En primer lugar permiso. En este momento que está presente, señores, dignas autoridades, con el permiso de ustedes voy a iniciar el uso de la palabra que me está invitando la palabra la comunidad campesina Antacancha Castilla. Voy a iniciar. Sea bienvenido en este momento, Doctor Jorge Santisteban, su grata visita le agradecemos. Además, señores Embajadores de Suecia, de Holanda y además de las instituciones que están presentes. Y también, en este momento, quedamos agradecidos al ver la presencia de la cooperación técnica internacional que están presentes aquí. Agradecemos. Queremos plantear nuestra necesidad en este momento. Nosotros actualmente estamos agradecidos al Doctor Solano que está presente, quien se va a quedar permanente. Mañana se instala la oficina de Defensoría del Departamento de Huancavelica y (se) va a ubicar en el jirón Jorge Chávez número doscientos veintidós. Está aquí con nosotros a la vez actualmente. Señores, muchas necesidades tenemos dentro de la provincia y departamento de Huancavelica. Estamos en una crisis económica y en un desamparo. Actualmente, cuanto hemos solicitado a diferentes instituciones no gubernamentales y gubernamentales, muy poco ha sido la atención. No nos ha atendido cuando hemos pedido. Tenemos documentos contundentes para presentar a la Defensoría del pueblo y a la vez, señores, en este momento, con la presencia de ustedes voy a hablar (a) nivel del Departamento de Huancavelica, (no) solamente aquí en la provincia de Huancavelica es la necesidad. Sino en las siete provincias tenemos la necesidad. Tanto en Churcampa, Pampas, Tayacaja, Acobamba, la provincia de Angaraes, la provincia de Huaytará, la provincia de Castrovirreyna, por cuales son los

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motivos. Los motivos ha sido la subversión, ha azotado durante los quince años. Hemos sido, nuestros familiares hemos perdido. Hemos perdido nuestras pertenencias. Actualmente, para salvaguardar nuestras vidas, hemos escapado (a otros pueblos). En este momento, algunos hemos retornado a nuestros lugares de origen, sin apoyo. No nos han certificado a los que hemos retornado voluntariamente. Gracias. En este momento contamos con su personería jurídica, la Asociación Departamental (de desplazados por la violencia). Ahí recién ahí nos está escuchando, gracias a los visitantes. Nos va a escuchar a la vez nuestro planteamiento. En este momento muchas necesidades tenemos en el Departamento de Huancavelica. No sólo al interior de esta comunidad, de estas comunidades campesinas, Antacancha Castilla, Santa Rosa de Pachacclla, en caso de San Juan de Ccarhuac. Algunas, muchas comunidades estamos en extrema pobreza. Está declarado por Estados Unidos que (Huancavelica) es el departamento más pobre. Yo quisiera, solicitaría su apoyo en cosas para producir. Huancavelica tenemos (somos) eminentemente zona minera, zona turística, tenemos varios recursos naturales para poder explotar. Solamente, nos falta, lo que nos falta es capital para iniciar el trabajo. Y, estamos bajo también por la educación.

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EL DESPLAZAMIENTO FORZADO DE LOS AFRODESCENDIENTES DEL PACÍFICO COLOMBIANO: PASADO Y PRESENTE ALINE HELG Université de Genève

“¿Por qué nos matan y para qué? Los afrocolombianos somos señalados por nuestras raíces y perseguidos por nuestras riquezas”. Así empieza una denuncia de asociaciones de defensa de las comunidades negras del Pacífico ante el Senado de Colombia en junio de 2007. La denuncia señala los asesinatos, las violaciones de derechos humanos y los desplazamientos forzados cometidos por la fuerza pública, los paramilitares y las guerrillas en la región del Pacífico, y termina con un llamado a las comunidades nacional e internacional: “La humanidad exige Justicia”. Cuando menciona “nuestras raíces”, la denuncia alude al hecho de que los desplazados de hoy son los descendientes de esclavos arrancados a África. Cuando habla de “nuestras riquezas”, alude a las tierras, selvas y ríos con su biodiversidad y subsuelo que los afrocolombianos lograron transformar en tierras colectivas de comunidades negras en virtud de la Ley 70 de Negritudes de 1993. Durante el periodo colonial, el Pacífico fue la región de la actual Colombia que más alimentaba el tesoro de los reyes españoles, gracias a sus exportaciones de oro producido por miles de hombres, mujeres y niños africanos y por sus descendientes. Aunque los españoles sabían desde 1511 que había oro en el Chocó, la resistencia armada de los indígenas, las dificultades del terreno y las del clima no les permitieron establecerse en la región antes de 1660. En ese entonces, según misioneros jesuitas, el número de indígenas sólo en el Chocó ascendía a 60.000, pero su número disminuyó rápidamente a consecuencia de la sobreexplotación laboral, la represión y las enfermedades. Al principio de la explotación de las minas de aluvión, indígenas y africanos trabajaban a veces bajo el mismo látigo, pero después de una rebelión indígena en 1664, la minería fue casi enteramente trabajada por manos de esclavos africanos –congos, minas, ararás y carabalíes, sobre todo– traídos a un ritmo acelerado. Así, a mediados del siglo XVIII, gran parte de los habitantes de la región del Pacífico eran africanos que habían sobrevivido a su

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captura, su desplazamiento hacia los puertos negreros de África, la travesía del océano Atlántico y el largo viaje de Cartagena al Chocó. El viaje incluía la navegación en canoas y peligrosas caminatas, encadenados los unos a los otros a través de llanuras calientes, valles y sierras glaciales. Los historiadores estiman que la mitad de los africanos morían en estos desplazamientos forzados, entre el punto de partida y el de llegada; los que llegaban con vida a las minas del Pacífico no eran sino sobrevivientes traumatizados. Su agotamiento y su desesperación eran tales que sus dueños no podían ponerlos a trabajar durante varias semanas. Una vez en los reales de minas, los esclavos eran organizados en cuadrillas bajo la autoridad de un capitán que era o un esclavo experimentado o un libre de color. Sus condiciones de trabajo y de vida en estos núcleos productivos eran particularmente difíciles por las faenas extenuantes, la violencia de la disciplina, el calor, la humedad y las lluvias. Además, la alimentación suministrada, importada del interior, era mala e insuficiente, obligando a los amos a dar a sus esclavos dos días a la semana para cultivar, pescar y cazar para su propio sustento. Por eso, las cuadrillas se transformaron rápidamente en verdaderas sociedades locales. Desde el principio, los esclavos desarrollaron varias formas de resistencia, principalmente la huida y la auto-manumisión. La huida era facilitada por el escaso poblamiento en la región y sus selvas abundantes, pero exigía una gran adaptación al medio para poder sobrevivir; sin embargo, no fueron pocos los esclavos que lograron formar palenques y rochelas, o establecerse en antiguas minas abandonadas, desarrollando una economía propia que a veces incluía la producción y venta de oro. La auto-manumisión, autorizada por la ley, fue conseguida por los esclavos que aprovechaban los sábados y domingos, los días festivos y los momentos de descanso para trabajar por cuenta propia en los placeres y su conuco. Vendían sus productos, y después de años de ahorro compraban su propia libertad o la de sus seres queridos. Así se explica en parte por qué, hacia 1778, una tercera parte de la población afrodescendiente de la región no era esclava sino “libre de color”; su número (6.732) era casi igual al de la población indígena, en disminución constante. Al mismo tiempo, el número de esclavos ascendía a cerca de 15.000 (siendo mujeres el 47% de ellos), contra sólo 2.076 blancos. En términos proporcionales, en 1778, los esclavos representaban el 49% de la población de la región pacífica y, junto a los libres de color, el 71%; los indígenas, el 22%, y los blancos –concentrados en las villas y los puertos– menos del 7% (McFarlane 1993: 353, 356). Con acierto, Almario (2002: 71) ha llamado a este proceso de transformación “dinámicas de desesclavización y territorialización, mutuamente

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influyentes y partes constitutivas y sustanciales del trayecto inicial hacia la etnicidad de estos grupos negros”. En resumen, estos grupos trascendieron los espacios de su explotación esclavista –los reales de minas–, se acomodaron al medio ecológico complejo en el cual vivían y lo transformaron en territorio propio en donde vivir, formar familias y construir una identidad individual y colectiva. Sin embargo, debido al principio de “limpieza de sangre” impuesto por la Monarquía española, que excluía a los afrodescendientes libres de la mayoría de las funciones no manuales, los pocos blancos de la región monopolizaron el poder estatal y eclesiástico. Entre 1810 y la independencia de Colombia en 1821, el conflicto entre criollos independentistas y realistas afectó a todo el virreinato de la Nueva Granada. En la región del Pacífico, el orden de por sí frágil que existía en la Colonia se derrumbó, abriendo a los esclavos nuevas oportunidades para liberarse. Varios entraron en los ejércitos, a menudo en las filas opuestas al partido de sus amos. En algunas minas los esclavos se rebelaron y se negaron a seguir trabajando para sus dueños. La independencia de 1821 no puso fin a esta insubordinación. En términos legales, casi todas las tierras de la región fueron declaradas vacías y propiedad de la nación (baldíos). La Constitución de 1821 acordó la ciudadanía y la igualdad ante la ley a los afrodescendientes libres y a los indígenas, pero limitó el sufragio a los hombres que tenían propiedad o medios de vivir independientes y, a partir de 1840, que supieran leer y escribir –lo cual en el Pacífico excluyó del voto a la inmensa mayoría no blanca–. En cuanto a la esclavitud, la Ley de Manumisión de 1821 sólo acordó la libertad a los hijos de esclavas nacidos de ahí en adelante. Si en el conjunto del país, el número de esclavos siguió declinando a raíz del fin de la trata africana, el envejecimiento de la población esclavizada y las continuas auto-manumisiones y fugas, en el Pacífico, los dueños de minas lograban reducir sus pérdidas comprando esclavos de otras regiones. Pero la Guerra Civil de los Supremos (1839-1842), en la cual los federalistas prometieron la libertad a los esclavos que se unieran a sus tropas, dio un golpe duro a la esclavitud en la región. Muchos esclavos aprovecharon para formar nuevos núcleos de poblamiento autónomo, a veces entrando en conflicto con indígenas. Por fin, dos años después de su llegada al poder, los liberales decretaron la abolición de la esclavitud el 1 de enero de 1852 –sin compensación para los amos y aún menos para los esclavos–. En toda la costa pacífica quedaban 10.560 esclavos, los cuales representaban más del 64% de los esclavos de Colombia, señal de su continua importancia en la economía nacional y regional (Jaramillo 1989: 223-24). La abolición no cambió profundamente los esquemas de poblamiento en la región pacífica. Las tentativas realizadas por los dueños para vincular por

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contrato a sus antiguos esclavos fracasaron. Los afrodescendientes libres y libertos siguieron estableciéndose en núcleos fluviales rurales; otros migraron hacia los centros administrativos de Quibdó o los puertos comerciales de Buenaventura y Tumaco. Progresivamente el oro dejó de ser la exportación principal de Colombia. Si la economía de los pobladores negros del Pacífico continuó contando con la extracción y venta del oro, también dependía de la agricultura, la caza y la pesca, adaptada a un medio ecológico frágil. Sin embargo, su ocupación del territorio se hacía todavía fuera del reconocimiento legal y sin escritura de títulos de propiedad. Además, como los liberales decretaron el sufragio universal masculino en 1853, la mayoría de los afrodescendientes entraron en las filas del Partido Liberal, sin defender un proyecto “étnico-social” propio. Más bien, utilizaron su voto en las elecciones para reivindicar derechos sociales o para entrar en redes de clientela que les permitieran una movilidad social individual limitada. Después de una nueva guerra civil en 1885, un grupo de conservadores y liberales disidentes impuso la Constitución de 1886, la cual representó un enorme paso atrás en términos de derechos populares. Concebida como una panacea contra las guerras civiles, declaraba que su fin era “afianzar la unidad nacional y asegurar los bienes de la justicia, la libertad y la paz”. En ninguna parte hablaba de igualdad. Limitaba la ciudadanía a los hombres adultos que ejercían una profesión, arte u oficio y que disponían de medios conocidos de subsistencia. No hacía referencia a los indígenas o a los negros, pero consideraba sus tierras como “territorios nacionales”. El Concordato de 1887 con el Vaticano entregó gran parte de la administración de esta vasta periferia (aproximadamente el 70% del país) a órdenes católicas con la misión de “civilizar” a sus habitantes indígenas y negros para integrarlos dentro de la nación católica, mestiza y andina. En la región del Pacífico, este proyecto nacional centralizador buscaba destruir el proceso de adaptación al medio y de construcción cultural que las poblaciones negras habían iniciado desde el siglo XVII. Careciendo de una tradición de lucha común, atomizadas, relegadas al margen de la estructura estatal y desprovistas de una legislación que reconociera sus derechos y posesión de tierras, estas poblaciones no lograron más que hacer intentos embrionarios de afirmación regional, concretamente como chocoanos. A principios del siglo XX, las élites del país acogieron las ideologías del racismo pseudo-científico y del darwinismo social. Aunque las leyes no expresaban directamente tales visiones racistas, utilizaban otros medios para restringir los derechos de los negros y los indígenas, como la exigencia de tener un domicilio fijo, de saber leer y escribir o de ser hijos de padres casados por la Iglesia católica. Estas normas, como en el pasado, no logra-

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ron ordenar la sociedad, y aun menos la región del Pacífico. Pero tampoco obligaban al Estado a proveer educación, salud y protección a todos los colombianos. Este abandono se manifestó en altas tasas de analfabetismo, que a su vez privaban a gran parte de los hombres de la región pacífica del sufragio y de la posibilidad de concurrir para los pocos cargos públicos existentes –tasas que después eran perversamente utilizadas por políticos racistas como pruebas de la supuesta inferioridad racial de estas poblaciones–. A pesar de todo, los afrodescendientes del Pacífico, que hacia 1980 constituían, a raíz de la disminución constante de la población indígena, entre el 80 y el 90% de la población de la región, continuaban su proceso de apropiación territorial y construcción cultural. Sin embargo, no iban creando organizaciones de defensa relacionadas con su proceso de asentamiento –mientras que los indígenas ya tenían décadas de haber formado movimientos étnicos–. El impulso organizativo de las comunidades negras vino en parte de afuera, de la opción preferencial por los pobres decidida por la II Conferencia Episcopal latinoamericana (CELAM, 1968). En 1976 se organizó la pastoral afroamericana que tuvo su primera reunión en Buenaventura cuatro años más tarde. Su meta era el cambio social y la concientización de los valores de la cultura afroamericana. Paralelamente, el Estado prestó mayor atención a la educación primaria en la región del Pacífico y abrió algunas alternativas a las escuelas normales con la creación de centros profesionales y programas universitarios a distancia. También se iniciaron los primeros proyectos de desarrollo y de descentralización que comprendían mecanismos de participación y de protección de derechos territoriales y étnicos, de los cuales salieron líderes comunitarios. Estos cambios ocurrieron justo cuando el Estado y varias empresas nacionales y extranjeras empezaron a interesarse en la región Chocó-Pacífico por sus riquezas naturales y su ubicación geopolítica. El Plan de Desarrollo Integral para la Costa Pacífica (PLADEICOP), en 1984, hizo énfasis en los recursos naturales de la región y en la necesidad de aprovecharlos al máximo, gracias a la construcción de infraestructuras para desenclavar la región. Poco después, ante la deforestación de sus bosques por compañías madereras, algunas asociaciones de campesinos del río Atrato y del Baudó, apoyadas por la Iglesia católica, empezaron por primera vez a defender su particularidad cultural y étnica y a reclamar los derechos de las comunidades negras a la propiedad de sus tierras. En 1991, después de un debate democrático sin precedente en el país, Colombia adoptó una nueva Constitución descentralizada, democrática y pluralista, que liberó a los colombianos de la Constitución de 1886 y del

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Concordato de 1887. La Constitución de 1991 decretó la igualdad de todos sin “discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica” y puso fin al estatuto de “territorios nacionales”. Al mismo tiempo la nueva Constitución le atribuyó al Estado la protección de todos, la atención médica y la educación, encargándole también la promoción “de condiciones para que la igualdad sea real y efectiva” y la adopción de “medidas en favor de grupos discriminados o marginados”. Reconoció la diversidad étnica y cultural del país y la existencia de comunidades indígenas, a las cuales atribuyó dos asientos en el Senado. Sin embargo, la Constitución de 1991 no rompió con casi dos siglos de silencio republicano sobre la presencia de negros en el país. La asamblea constituyente no incluyó delegados de las nacientes asociaciones negras y el texto que aprobó no mencionaba los afrodescendientes sino en su Artículo Transitorio 55, que fue adoptado de mala gana para responder a la movilización de varias comunidades negras. Este artículo anunciaba que en el lapso de dos años el gobierno promulgaría una ley garantizando la protección de la identidad cultural y el derecho a la propiedad colectiva de “las comunidades negras que ha[bía]n venido ocupando tierras baldías en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico”. La Constitución de 1991 y el Artículo Transitorio 55 generaron una movilización sin precedente en la costa pacífica, animada por las comunidades negras con el apoyo de la Pastoral afroamericana y un grupo de antropólogos. Se formaron organizaciones propias que expresaron la especificidad étnica de las “comunidades negras” en términos de interacción entre territorio, identidad y cultura. Bajo esta intensa presión, en el verano de 1993, el Congreso aprobó la Ley 70 de Negritudes. Esta ley reconoce la propiedad colectiva ancestral de las comunidades rurales negras de la zona pacífica, protege su identidad cultural, garantiza su desarrollo económico, y les da dos asientos especiales en la Cámara de Representantes. Define “comunidad negra” como “el conjunto de familias de ascendencia afrocolombiana que poseen una cultura propia, comparten una historia y tienen sus propias tradiciones y costumbres dentro de la relación campo-poblado, que revelan y conservan conciencia de identidad que las distinguen de otros grupos étnicos”. La Ley 70, sin duda, representó un logro para las comunidades negras del Pacífico colombiano, que por primera vez fueron reconocidas, pero excluyó de facto a las comunidades negras de las ciudades y de otras regiones (con la excepción del Palenque de San Basilio, cerca de Cartagena). Además, no habló de las “raíces” esclavistas de la presencia de los negros

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en Colombia. En realidad, la definición de comunidades negras se inspiró en los artículos constitucionales sobre las comunidades indígenas, pero con diferencias importantes. Primero, la Ley 70 definió las tierras de las comunidades negras como baldías, no como suyas; consideró a los negros como pobladores, no como propietarios desde tiempos inmemoriales; y les dio el derecho a la propiedad colectiva, no comunal. Segundo, no les concedió el derecho al autogobierno local, como a los indígenas. Tercero, los dos asientos que les otorgó no están en el Senado, como los de las comunidades indígenas, sino en la Cámara de Representantes, cuerpo que consta de un número mayor de miembros, lo cual diluye su voz todavía más. No obstante, las comunidades rurales del Pacífico supieron hacer de la Ley 70 un instrumento legal para transformar los baldíos que cultivaban en tierras colectivas en las cuales vivían. Según Sánchez (2003), “En ninguna parte de América Latina se había demostrado con tanta contundencia, y en tan corto tiempo, que los movimientos sociales étnicos lográramos reivindicar nuestros derechos territoriales. En menos de cinco años, en el Chocó hemos titulado más de 3.500.000 hectáreas [sobre un total de 5.000.000] a favor de las comunidades afrocolombianas, un hecho sin precedentes en el mundo”. Almario (2004: 98-99) estimó que “entre 1991 y el 2002, los afrocolombianos o afrodescendientes llevaron a cabo […] una portentosa ‘reforma agraria, étnica y social’ en el Pacífico, en la medida que se legitimó con la Ley 70 de 1993 su control sobre los territorios ancestrales, lo que al tiempo entraña un profundo sentido de ingeniería e imaginación social para construir un territorio propio, que sirve de soporte simbólico y material a su identidad étnica resignificada […] sin que fuera necesario recurrir a [...] la violencia”. Pero esta reforma étnica y agraria ocurrió justo cuando nuevos planes estatales, como el Plan Pacífico lanzado en 1992, buscaban afanosamente hacer del Pacífico un eje mayor del comercio internacional y una región de producción a gran escala. En este contexto, esa reforma, aunque fuera pacífica, no se hizo sin conflictos con las empresas de extracción y la agroindustria ya presentes en la región, conflictos que generaron en torno suyo divisiones dentro del movimiento de las comunidades negras. Ya a partir de 1996, el Pacífico “de paraíso de paz”, según la expresión de Arocha (1993: 177), se estaba transformando en infierno de la guerra. En el Chocó, la guerra llegó por el Urabá, cuando los paramilitares de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) empezaron su “limpieza”, atacando las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), los sindicatos y los movimientos sociales, así como las comunida-

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des supuestamente a favor de las guerrillas o demasiado “tibias” en el conflicto, generando olas de desplazamiento forzado, en parte hacia el Chocó. Los grupos guerrilleros expulsados por los paramilitares también se refugiaron en el Chocó, particularmente en el bajo Atrato, llevando detrás de ellos a los paramilitares y la guerra. A partir de 1996, en pleno proceso de titulación colectiva de las tierras, los enfrentamientos entre las FARC y los paramilitares se multiplicaron, golpeando a las comunidades presas entre ambos fuegos. A la zona de Tumaco y Buenaventura, la guerra llegó a raíz del desarrollo del Plan Colombia en el vecino departamento del Putumayo, con dineros, apoyo militar y fumigación de los Estados Unidos, lo cual produjo el éxodo y refugio de narcoproductores, guerrilleros y paramilitares en el Pacífico nariñense y caucano, donde reconstituyeron su producción y redes de exportación. Además, en 1997 las tensiones entre comunidades negras rurales y urbanas se agudizaron. Grandes corporaciones de cultivo de palma africana, respaldadas por el Plan Colombia, lograron aliarse a algunos consejos comunitarios que aceptaron contratos para el uso de sus tierras. A partir del año 2000, los paramilitares empezaron a ganar terreno a expensas de las guerrillas en toda la región pacífica. Hasta hoy en día, atacan a los líderes de los sectores organizados y establecen un régimen de terror y “limpieza social” y étnica. Las comunidades que no guardan silencio y no se someten a los paramilitares son víctimas de amenazas, masacres, asesinatos selectivos y desplazamientos forzados. Progresivamente los líderes de los años 1990 van siendo asesinados o expulsados, y las organizaciones populares prohibidas o debilitadas. Los proyectos de valoración étnica y de conservación de la biodiversidad y los recursos naturales dejan de recibir respaldo financiero. Además, tanto la expulsión de poblaciones negras asentadas desde varias generaciones como la llegada de nuevos colonizadores blancos y mestizos del Putumayo, Antioquia, y Valle cambian la demografía y las relaciones étnicas del Pacífico. Éste se transforma en una de las regiones del país con la mayor actividad de narcotráfico y los mayores proyectos de producción de palma africana. La irrupción de actores armados e ilegales en la región se hace casi sin la intervención del Estado colombiano para defender la Constitución de 1991 y la Ley de Negritudes de 1993. Concluiré con unas reflexiones sobre el impacto a largo plazo de la guerra en el Pacífico colombiano. A partir del Artículo Transitorio 55 y de la Ley de Negritudes, las comunidades negras de la región pacífica formalizaron y concretizaron un proyecto de titulación colectiva de sus tierras sobre la base de su identidad y cultura. La Ley 70 exigía la demostración por estas comunidades de que “el conjunto de familias de ascendencia afrocolombia-

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na” que viven sobre estas tierras “poseen una cultura propia, comparten una historia y tienen sus propias tradiciones y costumbres”. Ellas hicieron un trabajo monumental de definición del territorio, de conceptualización de un manejo territorial autónomo, permitiendo no sólo la conservación y reproducción de sus recursos naturales, sino también de sus comunidades negras. Además, hicieron un trabajo monumental de memoria histórica, de valoración comunitaria de su “negritud” y de construcción de su identidad propia, en el contexto de una nación que hasta entonces se había definido como mestiza-blanca y les había negado cualquier visibilidad (salvo en las áreas bien conocidas de la música, el baile y, en menor medida, del deporte). Tal como los esclavos supieron aprovechar la brecha legal de la automanumisión para liberarse y establecer núcleos de poblamiento autónomo, a fines de siglo XX las comunidades negras supieron aprovechar la oportunidad legal creada por la Ley 70 para hacer una reforma agraria, étnica y social. Pero esta reforma se oponía al proyecto de construcción nacional de las élites político-económicas del país andino, que incluye la integración forzada de la región del Pacífico a través de megaproyectos de desarrollo capitalista, explotación a gran escala de los recursos naturales y colonización mestiza y blanca. De aquí la necesidad para estas élites de hacer una contrarreforma, o una “contra-revolución étnica”, como la llamó Sánchez (2003). Una contrarreforma que otros han caracterizado de “exterminio” (Escobar 2004: 61), de “limpieza étnica” y “etnicidio-genocidio” (Almario 2004: 76). Una contrarreforma cuya meta es aniquilar la titulación colectiva de las tierras de las comunidades negras e indígenas, lo cual supone desterrar o enclavar estas comunidades y negar su proyecto étnico y cultural. Una contrarreforma que en términos legales significa violar la Constitución de 1991 y la Ley 70 de 1993. De aquí el papel de vanguardia que juegan los paramilitares en la etapa clave de “limpieza étnica” y la abrumadora falta de acción del Estado y ejército colombianos en defensa de la legalidad y la ciudadanía. Como lo demuestra la denuncia citada al principio, las organizaciones negras e indígenas han entendido correctamente la significación de esta contrarreforma. Ya no piden sus derechos y sus tierras al Estado en nombre de la Constitución y las leyes colombianas, sino a las organizaciones internacionales en nombre de los derechos humanos (Oslender 2004: 46). Ya no piden la titulación colectiva de la tierra o el reconocimiento de su identidad étnica, sino el derecho a la vida.

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EL GENOCIDIO DEL PUEBLO AFROCOLOMBIANO: EL CASO DE BUENAVENTURA (PACÍFICO) EQUIPO DE COORDINACIÓN DEL PCN, PROCESO DE COMUNIDADES NEGRAS (COLOMBIA)1

Introducción La gente negra en Colombia se encuentra asentada en los valles interandinos del Patía, Magdalena y Cauca, en el Pacífico, eje cafetero, costa Caribe, archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, en el pie monte amazónico, la Orinoquía, las zonas auríferas del país y en ciudades como Cali, Cartagena, Santa Marta, Barranquilla y Bogotá. Como resultado del empoderamiento de la población negra en Colombia, en 1991 se logró el reconocimiento de las comunidades negras como sujetos diferenciados de derechos debido a su condición étnica y cultural; el artículo transitorio 55 de la Constitución Nacional ordenó el reconocimiento de las comunidades negras. Es así como en el año de 1993, mediante la implementación de la Ley 70, se definió como comunidades negras al conjunto de familias de ascendencia africana que poseen una cultura propia, comparten una historia y tienen sus propias tradiciones y costumbres dentro de la relación campo-poblado, que revelan y conservan conciencia de identidad que las distinguen de otros grupos étnicos2. Esta inclusión fue el primer gran logro de la lucha social afrocolombiana. En los años 1995 y 1996 se inició el proceso de titulación colectiva sobre los territorios en los cuales se ejercía ocupación colectiva. Entendiendo ésta como el asentamiento histórico y ancestral de comunidades negras en tierras para su uso colectivo, que constituyen su hábitat, y sobre los cuales desarro1 Representante del PCN y participante activo en el encuentro de Monte Verità fue Carlos Rosero. Publicamos aquí, con la amable autorización del PCN, una versión abreviada del documento “Genocidio del pueblo afrocolombiano. Por acción y omisión es responsabilidad del estado colombiano”. La versión completa se encuentra en (28/08/2009). 2 Ley 70 de 1983, artículo 2, numeral 5.

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llan en la actualidad sus prácticas tradicionales de producción3. Hasta la fecha se han titulado 3.500.000 hectáreas, lo cual puede ser considerado el segundo gran logro de la lucha social afrocolombiana. Entre el año 1993 y el 2004, los líderes y activistas afrocolombianos planteaban que la población afrocolombiana alcanzaba el 25% del total nacional y que era necesario, por tanto, que su participación política, económica, social y cultural se viera representada en igual medida, pero estas reivindicaciones generaron resistencias en el interior de las élites políticas, económicas y sociales, ya que a éstas no les resultaba pertinente que los negros quisieran participar en igualdad de condiciones con el resto de la sociedad. Aun así, mediante la Ley 649 de 2000 se establecieron dos curules para parlamentarios afrocolombianos. Éste sería el tercer gran logro de la lucha social afrocolombiana. Podríamos enunciar otros grandes logros en materia de inclusión y definición de políticas en “favor” de las comunidades negras colombianas, pero es necesario que hablemos de lo que viene pasando en la práctica, lo que ocurre en el día a día de los afrocolombianos y que hoy nos permite hablar de un genocidio en contra de este grupo étnico. El primero de enero de 2008 se cumplieron 156 años de la abolición de la esclavitud en Colombia. Para los 10,6 millones de afrocolombianos que viven actualmente en el país y para sus mayores, este hecho sólo dejo claro que la esclavitud había dejado de ser un negocio rentable, pero en ninguna medida constituyó una medida de reparación, ya que no bastaba con pregonar que “eran libres”, sino que era necesario adoptar medidas que permitieran vivir esa libertad. A pesar del tiempo transcurrido, a los afrocolombianos no se les garantiza en la práctica sus derechos más elementales, muchos de los cuales fueron reconocidos hace apenas 15 años. Pese a sus deficiencias, el Censo General 2005 corrobora la situación de desigualdad que sufre el pueblo afrocolombiano en temas como calidad de la vivienda, derecho a la alimentación, acceso a agua potable, servicios de alcantarillado, necesidades básicas insatisfechas. Los indicadores socioeconómicos con los que se caracteriza la situación de los afrodescendientes hacen obvia la exclusión histórica y la marginalidad a que han estado sometidos. La situación en las regiones por ellos habitadas habla por sí sola y nos dice que los afrocolombianos son uno de los sectores sociales con mayor vulnerabilidad en el país; se les niegan, en efecto, la casi totalidad de sus

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Ley 70 de 1993, artículo 2, numeral 6.

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derechos económicos, sociales y culturales: el 80% de la población presenta necesidades básicas insatisfechas, el 60% esta en situación de pobreza crítica, los ingresos per cápita son de 500/600 dólares al año, la esperanza de vida es sólo de 55 años. Las actuales situaciones de pobreza, marginalidad y discriminación son la herencia legítima de la condición a la que estuvieron sometidos los afrocolombianos hasta hace 156 años. A estos aspectos de por sí lamentables, y que parecen suspendidos en el tiempo, se suman los efectos del conflicto armado y social que vive el país: el desplazamiento forzado interno, las crecientes violaciones en contra de los afrodescendientes y sus territorios, las infracciones constantes del derecho internacional humanitario realizadas por el ejército, los paramilitares y la insurgencia armada. A este respecto, Carlos Rosero, líder afrocolombiano, comenta lo siguiente: “Los hilos secretos de las tramas de la guerra en Colombia, una de las tantas a las que los afrodescendientes han asistido con banderas que parecen propias, está haciendo de ellos asesinos o asesinados, desplazados o desplazadores, pero en cualquier caso víctimas, abriendo la posibilidad de nuevas heridas y de un reciclaje constante y eterno de los odios”. En el escenario de la confrontación armada en Colombia, la vinculación de los afrodescendientes al conflicto y a los bandos en contienda, desde nuestro punto de vista, pone de relieve la manera en que viejas discriminaciones y sus consecuencias juegan en contextos nuevos. Antes ilusionados por la promesa de la libertad, los afrodescendientes constituyeron en las guerras de la Independencia un número significativo de quienes engrosaron las filas del ejército libertador; hoy con ingresos per cápita por debajo del promedio nacional, los jóvenes afrodescendientes están irremediablemente condenados a prestar el servicio militar. Con índices de desempleo en muchos casos iguales o superiores al 80%, como ocurre en Buenaventura, los afrodescendientes, hombres y mujeres, ingresan a la policía o a los batallones de soldados profesionales, como una de las pocas posibilidades laborales que quedan. En general, en situaciones como las que se viven en Colombia, cuando se tienen muy pocas posibilidades de obtener ingresos en dinero para asegurar la supervivencia, las armas y su culto, la posibilidad de poder que representan, y la paga, se convierten en una alternativa. Al respecto es significativo el contraste entre los ingresos per cápita de la población afrodescendiente con las ofertas de algunos de los actores armados que alcanzan a ser hasta de 450 dólares al mes. La utilización de afrodescendientes en las tropas profesionales, encargados de cometer o encubrir las masacres realizadas en algunas regiones del país con poblamiento fundamentalmente indígena, levanta de nuevo la ima-

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gen de los “negros” como demonios y amplia los abismos de la relación entre comunidades que históricamente han estado subordinadas”4.

Buenaventura entre la riqueza comercial del puerto y el genocidio de los afrocolombianos El Municipio de Buenaventura está ubicado en el departamento del Valle del Cauca, región del Pacífico colombiano, tiene una extensión de 607.800 hectáreas, de las cuales el 99,64% corresponde al área rural y 0,35% de su extensión al área urbana. En este municipio está ubicado el puerto más importante del país. Buenaventura está poblado por comunidades negras en un 88,5%, los indígenas son 0,9% y los mestizos 10,6%. Su población, según el último censo realizado por el DANE en el 2005, es de 324.007 mil habitantes. La lógica común y corriente siempre nos dijo que soldado avisado no moría en guerra, pero en el terreno de las alertas tempranas, la lógica institucional funciona de manera distinta; es por ello que son incontables los casos en los que las comunidades y las entidades internacionales como el Parlamento Europeo y las Misiones Humanitarias han alertado con suficiente antelación al gobierno colombiano y sus autoridades sobre posibles agresiones por parte de los actores armados. Casos como los del Alto Naya, Yurumangui, Norte del Cauca, para citar sólo los más recientes, en los que aun conociendo con antelación el riesgo inminente en que estaban las comunidades, las autoridades no hicieron nada para protegerlas de las masacres y del desplazamiento. Es más, en muchos casos los testimonios de las comunidades hablan de la manera en que las fuerzas militares y de policía omiten sus responsabilidades o colaboran activamente con los paramilitares. La masacre ocurrida en la Semana Santa de 2001 en el Alto Naya y el desplazamiento de comunidades indígenas paeces y comunidades afrodescendientes ocurrió luego de que el 2 de abril de 2001, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a solicitud de varias ONGs, ordenara al gobierno colombiano la adopción de medidas cautelares para proteger a las comunidades del Cauca. De la misma manera, todas las masacres ocurridas en Buenaventura después de junio del 2000 han ocurrido en sitios reportados por una Misión de Observación como sitios de alto riesgo; esta informa-

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“Los afrodescendientes y el conflicto armado en Colombia: La insistencia en lo propio como alternativa”. Presentación al Simposio internacional Pasado, presente y futuro de los Afrodescendientes. Cartagena, octubre de 2001. Carlos Rosero.

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ción es de conocimiento de las autoridades civiles y militares a nivel local, regional y nacional. A marzo de 2001, de los 4.372 desplazados inscritos en Buenaventura en el Sistema Nacional de Desplazados de la Red de Solidaridad Social, 1.933 correspondían a personas entre 6 y 20 años y 1.250 al rango de 21 a 50 años, en tanto que sólo 361 eran personas mayores de 51 años. Vistas así las cosas, el desplazamiento está acentuando de manera dramática y acelerada la tendencia natural de los jóvenes y personas en edad productiva a desplazarse, rompiendo los patrones de migración y retorno. Quienes permanecen en las veredas son en su mayoría niños menores de 5 años y ancianos. Las repercusiones de esta situación en el plano de la cultura y de los procesos de lucha y apropiación de los territorios se traduce en que las cadenas de transmisión de la cultura se rompen, y pasa lo mismo con la continuidad entre generaciones, al tiempo que se debilita la posibilidad de fortalecer la resistencia de las comunidades y de asegurar las condiciones mínimas de supervivencia.

¿Qué relación existe entre la crisis humanitaria que vive la población afrocolombiana con el racismo y la discriminación racial? El Proceso de Comunidades Negras ha planteado que la existencia de los afrocolombianos depende en gran medida de su capacidad de preservar su identidad, sus tradiciones, el respeto a sus estructuras de gobierno y el desarrollo del ser dentro de su territorio, entendiendo éste como el eje central de toda su estructura organizativa y cultural. Debido a la situación de intenso conflicto que se vive en este municipio, existe una variada gama de hechos que ocasionan el desplazamiento de los afrocolombianos: “Es que hoy, además de ser víctimas de masacres, bombardeos, ametrallamiento, desapariciones forzosas, amenazas a líderes, asesinatos selectivos y detenciones masivas y arbitrarias, amedrantamiento y violación del Derecho Internacional Humanitario por parte de los actores armados […], nuestros territorios están siendo invadidos por monocultivos de coca, caña y palma aceitera, lo que se ha constituido en una amenaza para nuestros procesos de resistencia no violenta que durante años hemos venido ejerciendo”5. La desterritorialización (emplazamiento, desplazamiento interveredal o interno) obliga a los afrocolombianos

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Declaración del Encuentro y movilización por la vida y la libertad de los pueblos del Sur Occidente colombiano, Buenaventura, 10 y 11 de diciembre de 2007.

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a cambiar su modo de vida, los obliga a trasladarse a zonas urbanas donde negro es sinónimo de malo, de feo y de peligroso, los lleva a convertirse en parias y mendigos. El desplazamiento le recuerda a los afrocolombianos que siguen siendo los esclavos libertos que están ocupando un espacio que no les corresponde, que deben comer, vestir y comportarse como lo hace el resto de la población para ser merecedores de una atención digna e integral.

Principales problemas identificados a) Excesiva militarización Tradicionalmente los miembros de las comunidades negras han solicitado presencia del Estado en sus territorios. Normalmente esta presencia es entendida por los miembros del gobierno como la necesidad de ampliar el pie de fuerza y de esta manera brindar “mayor seguridad” a la población. Los miembros de las fuerzas militares, desde su llegada a las comunidades, señalan a la población como facilitadores o colaboradores de la guerrilla y limitan por tal motivo su movilización hacia la zona rural: “a los jóvenes que estudian en Buenaventura y van de vacaciones o por el fin de semana a sus comunidades de origen, les rompen las maletas, le tiran las ropas y objetos personales al suelo, o se las tiran al río”6, según las autoridades para comprobar que no lleven nada ilegal. Según declaraciones de los representantes del consejo comunitario del río Cajambre, la fuerza pública restringe el tránsito de lanchas y embarcaciones entre las 6:00 pm y 6:00 am, señalando que ellos (la fuerza pública) no responden por las vidas de las personas que transiten en ese horario. “Esta disposición limita a los habitantes para el desarrollo de muchas de las actividades tradicionales de producción, que obviamente están íntimamente ligadas al uso del río desde muy tempranas horas de la mañana hasta entrada la noche, en tanto que el medio acuático constituye la infraestructura de transporte, movilidad, sitio de vida social y de trabajo”7. De igual manera los representantes del consejo comunitario del río Anchicayá recalcan las dificultades de interacción que se tienen con la fuerza pública: “Nuestros territorios antes eran de alegría, felicidad y armonía, 6

Santiago Valencia, líder juvenil afrocolombiano, Bahía Málaga, 29 de octubre de

2007. 7

Defensoría del Pueblo. Informe visita Río Cajambre, Municipio de Buenaventura, Valle del Cauca; Eduardo Areiza Lozano, Defensor Comunitario Costa Pacífica Vallecaucana; Buenaventura, 9 de Agosto de 2007.

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pero hoy a través de toda esa famosa seguridad democrática que se ha desbordado […] que muchas veces nos acostamos los que somos los del caserío y al otro día amanecemos militarizados […]; allí no hay garantías para la población negra, porque muchas veces las poblaciones ya no pueden salir a ejercer sus actividades de minería, de caza y pesca en lo agrícola y lo pecuario, […] y es un error que debe revisar la fuerza pública […]. Porque cuando llegan a las comunidades, involucran a la población como si fueran delincuentes o como si fueran de uno u otro grupo”8. En la audiencia sobre población afrocolombiana en situación de desplazamiento, líderes afrocolombianos plantearon que no se veía el interés del gobierno nacional y local para detener el conflicto existente en el municipio de Buenaventura y que tampoco era claro como estando tan militarizados había barrios dominados por paramilitares y por guerrilleros: “Pues mientras más dure la guerra entre barrios, mientras más se maten entre negros, mejores condiciones se crean para que la población vea su territorio como un ambiente fastidioso, y estén dispuestos a desplazarse”9.

b) Estigmatización de los jóvenes negros: “Son unos vagabundos. Sólo les gusta comer, beber y matar”10 En octubre de 2007, la organización CODHES, el Proceso de Comunidades Negras PCN y otras organizaciones sociales y no gubernamentales realizaron un trabajo de campo en el municipio de Buenaventura, donde se pudo verificar la grave situación de discriminación que viven los jóvenes afrocolombianos en manos de los miembros de la policía nacional. En el informe de CODHES sobre Buenaventura señalan: “Los jóvenes afrocolombianos son discriminados por la fuerza pública y son frecuente blanco de acciones ilegales por parte de dichas autoridades. La fuerza pública les detiene sin razón –o con razones que no justifican detención– y les maltratan, golpeándoles y abusando con comentarios racistas como ‘nosotros no vinimos aquí a cuidar negros’”.

8

Silvano Caicedo Girón, representante del Consejo Comunitario del rio Anchicayá, miembro del Proceso de Comunidades Negras, entrevista, Buenaventura, 29 de octubre de 2007. 9 Mario Angulo Sanclemente, representante del Palenque Regional el Congal, miembro del Proceso de Comunidades Negras, entrevista, Buenaventura, 29 de octubre de 2007. 10 El puerto indomable , declaraciones del ex comandante de la policía de la ciudad de Buenaventura, Yamil Moreno.

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Se recibieron testimonios sobre agresiones verbales por parte de los miembros de la fuerza pública (policía) como provocación para tener una excusa para violentar a los jóvenes afrocolombianos. El solo hecho de estar en un barrio controlado por milicianos o paramilitares o el hecho de llevar trenzas son causas “válidas” para ser agredidos física y emocionalmente; los jóvenes señalan que han sufrido golpes con las manos y que “a uno le dieron con un bate hasta que se rompió”, “ahora nos pegan en el estómago y en los genitales porque ahí no se notan tanto los golpes”11; algunos defensores de derechos humanos señalan que esos “defensores del estado social de derecho” esconden sus placas para no ser identificados12. De igual manera la defensoría del pueblo señala la existencia de “atropellos, abusos y extralimitaciones en los operativos de los agentes de policía, DAS y SIJIN, ante todo en los barrios de bajamar”. Informando que “las quejas se centran en que los agentes de la policía realizan requisas y retenciones maltratando física y verbalmente a las personas, tomándoles fotografías y siendo reseñados. Especialmente los jóvenes de estos lugares expresan que regularmente son brutalmente golpeados, azotados y atropellados por agentes del orden”13. A finales del mes de septiembre de 2007 el Palenque Regional el Congal organizó un encuentro deportivo entre jóvenes negros de diferentes barrios para lograr la integración entre ellos y la vinculación de los jóvenes a la organización juvenil, Juventud 500. En medio del partido llegó la fuerza pública y se llevó retenidos a todos los muchachos para verificar sus antecedentes, les tomaron fotos y reseñaron a todo el grupo; el reclamo principal de los jóvenes afrodescendientes fue: “¿Hasta jugar fútbol es malo? ¿Es que no tenemos derecho ni a divertirnos?” Líderes sociales han tratado de llegar a un acuerdo con la policía para que no retenga de esta manera a los jóvenes afrodescendientes, ya que esta situación se puede salir de las manos y está generando resentimientos entre la población. La respuesta de los altos mandos es exigir al Palenque el Congal que certifique por escrito que conoce a todos y cada uno de los jóvenes y que responda por ellos. ¿Acaso a algún otro ciudadano colombiano se le exige que una organización u otra entidad respondan por su comportamiento? Estos hechos se convierten en acciones comunes en el puerto de Buenaventura y nos recuerdan el actuar de la policía sudafricana en la época del

11

Informe sobre Buenaventura, CODHES, octubre de 2007. Informe sobre Buenaventura, CODHES, octubre de 2007. 13 Defensoría del Pueblo, Conflictividad social y armada, desplazamiento forzado y atención humanitaria en el Municipio de Buenaventura, diciembre de 2007. 12

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apartheid, donde cientos de jóvenes africanos fueron asesinados a golpes en oscuros callejones de Ciudad del Cabo, donde todos sabían que una patrulla de la policía era señal de muerte y derramamiento de sangre. Paralelamente, los grupos armados mantienen el dominio de varios barrios, especialmente los ubicados en la zona de Bajamar; varios miembros de estos sectores señalan que se sienten encarcelados. Un caso alarmante es el que se presenta en las calles Manhattan y Brooklyn, que dividen al barrio Lleras (controlado por los milicianos) y Alfonso López (controlado por los paramilitares); en estas calles han sido asesinados decenas de jóvenes afrocolombianos que son sindicados como informantes de uno u otro bando. Los actores armados obligan a los niños y adolescentes afrocolombianos a hacer parte de sus filas. Inclusive el Proceso de Comunidades Negras tuvo conocimiento de la existencia de una escuela de los milicianos en pleno centro de Buenaventura, donde están convirtiendo niños en pequeños mercenarios al servicio de la insurgencia y en contra de las tradiciones y la cultura que se les ha transmitido por generaciones. Los actores armados no sólo intimidan emocionalmente a la comunidad, sino que además controlan el acceso a bienes y servicios. Las plazas de mercado y tiendas de estos barrios deben pagar vacunas para poder trabajar, lo que genera un alto costo en los alimentos, situación que viene a acrecentar la ya aguda crisis alimentaria que presenta esta población; igualmente sucede en el comercio que se realiza en la zona rural entre consejos comunitarios.

c) Megaproyectos Los afrocolombianos señalan que el interés del Estado en Buenaventura se resume al puerto, “con el argumento de la expansión portuaria porque no es más […]. Porque en Buenaventura sólo se piensa en el puerto, no hablan de la pesca artesanal ni de la agricultura, solamente ven el puerto que está pegado al norte y no ven a la comunidad que está pegada de la parte cultural, de la parte social, de la parte sociocultural y ambiental”14. Se dice que entre los megaproyectos destinados al Pacífico sur se encuentran: • La construcción de una vía hacia el océano (Acuapista) y un puerto en Bahía Málaga. 14

Silvano Caicedo Girón, representante del Consejo Comunitario del río Anchicayá, miembro del Proceso de Comunidades Negras, entrevista, Buenaventura, 29 de octubre de 2007.

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• Una vía entre Tumaco-Manta (Ecuador) y la carretera a López de Micay (asociada al proyecto hidroeléctrico). • Instalación de una represa para generar energía eléctrica en el río Micay. • El proyecto Arquímedes, que consiste en construir una hidrovía que conecte el norte y el sur de la región. • Acuapista del Sur, que consiste en una vía que conecte Buenaventura y Tumaco y con una intervención de aproximadamente 150 kilómetros sobre el manglar. • El monocultivo de palma aceitera. En este documento mencionaremos brevemente el megaproyecto de ampliación del puerto. Este proyecto de expansión busca la construcción de un muelle turístico en la zona denominada de Bajamar, que es la que comprende los barrios La Playita, el Lleras, Alfonso López, Palo Seco, El Pinar, Juan XXIII y San Luis, entre otros, y son los barrios a los que llegan los afrodescendientes desplazados de las zonas rurales. La situación de los pobladores de los barrios de Bajamar es muy compleja, ya que todos saben que se avecina el desalojo, debido a una Comunicación de la DIMAR15 que señala que los caseríos ubicados en las zonas de Bajamar no son susceptibles de titulación colectiva. Silvano Girón, líder del Proceso de Comunidades Negras, señala que en cualquier momento empieza el desalojo, y que además están usando lo que él llama “la estrategia del tsunami”, y es aprovechar el miedo que produce este posible desastre natural para atemorizar a la gente y que acepten desplazarse a “la urbanización Maravilla Hurtado y Nueva Buenaventura”. Lo que se sabe es que existe un proyecto para construir 3.000 viviendas para los habitantes de los barrios de Bajamar, pero según censos de la población existen cerca de 17.000 habitantes; la pregunta es: ¿qué pasará con las 14.000 personas que no resulten beneficiadas? ¿Qué tipo de alternativas se les ofrecen?16 El proyecto de ampliación del puerto y sus posibles impactos no han sido consultados con la comunidad afrobonaverense, la propuesta de reubicación para los habitantes de las zonas de Bajamar no es clara, la situación laboral de la comunidad no ha sido discutida y es claro que se verá gravemente afectada. Buenaventura es un buen ejemplo para los conflictos entre desarrollo económico y derecho

15 Silvano Caicedo Girón, representante del Consejo Comunitario del río Anchicayá, miembro del Proceso de Comunidades Negras, entrevista, Buenaventura, 29 de octubre de 2007. 16 26 de octubre de 2007, entrevista a Silvano Caicedo Girón.

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étnico. En la zona rural del municipio de Buenaventura se han desarrollado otros megaproyectos, que no fueron consultados y que aún ahora, con los evidentes impactos negativos que han ocasionado, son los líderes comunitarios los que deben hacer frente a estos empresarios y arriesgarse a nuevas amenazas provenientes de los diferentes actores armados que se benefician de estos megaproyectos: “Los miembros del Consejo Comunitario del río Anchicayá, con esa pelea que tenemos cazada con los señores de la Epsa y como andamos de frente con ellos […], por lo menos desde el consejo mayor, nosotros debemos proteger a la población y a sus dirigentes porque nosotros sabemos cómo se resuelven las cosas en este país y eso es por las vías del plomo, por eso estamos diciendo que a la población como a los dirigentes debemos darles unas medidas de protección, y no unas medidas como las dan, que le dicen a uno que le dan guardaespaldas y una casa, que le doy un motor, eso no […], sí o no estar en nuestro territorio ejerciendo nuestras actividades con las garantías que debemos tener y que esa gente no nos pueda tocar a nosotros, y que si algunos llegan a pasar, que sea una responsabilidad directamente del Estado y me atrevo a decir que también de la comunidad internacional, porque ellos conocen nuestros casos y en situaciones tan complejas como las que tenemos nosotros en el marco territorial y en el marco de tantas masacres que han pasado a nuestras comunidades”17.

d) Desplazamiento forzado Debido a la garantía que supone tener un territorio titulado colectivamente, es muy difícil que haya un desalojo por vías legales; la única herramienta de que pueden echar mano los actores ilegales es sacando a la fuerza a las comunidades del territorio. “Pues no es lo mismo una organización defendiendo sus derechos colectivos en el territorio que una agrupación de desplazados luchando para que lo atiendan bien en zonas urbanas”. Buenaventura es el principal receptor de población desplazada en el Pacífico colombiano; la mayoría de esta población es negra e indígena, proveniente de las veredas, corregimientos y caseríos que forman parte de este municipio. Como señalamos anteriormente, el desplazamiento o, mejor aún, la desterritorialización que se vive en las comunidades negras está generando un cambio en la estructura social y cultural de este grupo étnico; independientemente del hecho que lo genere, estos efectos perduran por generaciones.

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Silvano Caicedo Girón, entrevista, Buenaventura, 29 de octubre de 2007.

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“Hoy mucha de nuestra gente que andaba en un proceso de reivindicación de derechos, con base a los cinco principios del PCN, anda haciendo fila en las oficinas de Acción Social, Pastoral Social y Cruz Roja, para acceder a una remesa que no satisface el derecho a la alimentación [...]. Cuando sacan a un líder de su espacio territorial se presenta un cambio de contexto […], lo que se nos avecina es un futuro incierto”18. La expectativa de retorno entre los miembros de las comunidades negras es muy grande, lamentablemente el acompañamiento estatal es mínimo. Las familias desplazadas que ya retornaron a sus territorios señalan que persisten las dificultades para el desarrollo normal de sus actividades de trabajo en el territorio, como son la minería, la agricultura y el corte de madera. Estas familias cuentan “que ya no se puede ir a las cabeceras del río ni a la montaña por el temor a ser víctima de una confrontación o de un bombardeo, que para el desarrollo de las actividades de trabajo ya no pueden internarse en el monte por algún tiempo como de costumbre, armando ranchos de vivienda provisional, y que bajo estas condiciones de limitación se está poniendo en riesgo la autonomía alimentaria y violando el derecho al uso y aprovechamiento del territorio”19. El proceso de desterritorialización de las comunidades negras es una constante en la historia del país. Además del desplazamiento forzado interno de hoy, que por su magnitud y consecuencias en el tiempo recuerda a la población afrocolombiana actual la historia de la trata y la esclavización, la pérdida del dominio territorial de la población afrocolombiana se ha hecho a expensas de la ampliación de la hacienda ganadera en el Caribe, la caña de azúcar en el valle geográfico del río Cauca, la ampliación del cultivo del cacao en el Norte del Cauca, los proyectos turísticos en el Caribe, San Andrés y Pacífico, la constitución de áreas protegidas y más recientemente la ampliación del monocultivo de la palma aceitera al norte y sur del Territorio Región del Pacífico. Lo notables es que a diferencia de las iniciativas comunitarias, surgidas del conocimiento que las comunidades tienen de su medio, la palma aceitera cuenta con todo el respaldo económico y político del gobierno nacional y de muchos gobiernos regionales y locales.

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Mario Angulo Sanclemente, representante del Palenque Regional el Congal, miembro del Proceso de Comunidades Negras. Entrevista, Buenaventura, 29 de octubre de 2007. 19 Defensoría del Pueblo, Informe visita Río Cajambre, Municipio de Buenaventura, Valle del Cauca; Eduardo Areiza Lozano, Defensor Comunitario Costa Pacífica Vallecaucana; Buenaventura, 9 de Agosto de 2007.

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LA COMISIÓN ADMINISTRATIVA DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES EN LETICIA: VANGUARDIA INVOLUNTARIA DE LA COLONIZACIÓN COLOMBIANA YANNICK WEHRLI Université de Genève

El 1 de septiembre de 1932, un grupo de peruanos armados tomó el control de la localidad amazónica de Leticia, en violación del tratado SalomónLozano firmado entre Perú y Colombia en 1922, que otorgaba a esta última un área irregular en forma de trapecio de la cual tomaría su nombre. El tratado firmado en 1922 había sido ratificado en 1928 y Colombia había tomado posesión del Trapecio sólo dos años después. Tras un largo proceso diplomático bajo los auspicios de la Sociedad de Naciones, la soberanía colombiana en la zona fue confirmada a través de un acuerdo firmado en Ginebra el 25 de mayo de 1933. Una comisión de la Sociedad o Liga de Naciones habría de encargarse de la administración y gobierno del Trapecio de Leticia durante un año, plazo en el que las partes deberían llegar a un acuerdo definitivo en el marco de la conferencia de Río de Janeiro. La misión principal de esta comisión fue el mantenimiento del orden a fin de que las negociaciones de Río se desarrollaran en un ambiente sereno y propicio para la conciliación. Pero también buscaría aminorar las tensiones entre la población colombiana y peruana de la zona para evitar el surgimiento de un nuevo incidente. La Comisión de Leticia constaba de tres miembros: el coronel Arthur Brown, del ejército estadounidense, el capitán de aviación español Francisco Yglesias y el capitán de fragata brasileño Alberto de Lemos-Basto. Los tres militares eran asistidos por un secretario, funcionario de la Secretaría de la Liga de las Naciones, el chileno Carlos García Palacios1. La elección de tres militares para componer la Comisión demuestra el carácter de su misión. De hecho, el acuerdo de Ginebra preveía también que el gobierno 1 García Palacios sustituyó en septiembre de 1933 al cubano Armando Mencía, destituido por deslealtad para con la Comisión. Brown e Yglesias dimitieron poco antes del final del mandato de la Comisión y fueron sustituidos por sus paisanos: general Edwin B. Winans y Guillermo Giraldez.

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colombiano pusiera a disposición de la Comisión tropas bajo las órdenes de la misma. La Comisión se encargó también de reconstruir y mejorar las infraestructuras de Leticia a fin de que los habitantes que habían huído del lugar tras el golpe peruano pudieran volver a sus hogares. Me propongo estudiar la forma en que fue organizado el regreso de los “emigrados”, tal como se les llamó entonces –nunca se habla de refugiados ni de desplazados–. También pondré especial atención en lo que se podría llamar la “misión civilizadora” de la Comisión, la cual impulsó importantes avances en salubridad, educación y tecnología. Así, a través de los trabajos de esta comisión, ilustraré la obra de la Sociedad de Naciones, primera organización internacional de carácter universal, cuyo programa de acción abarcaba no sólo el mantenimiento de la paz, sino también la cooperación internacional, la colaboración económica, el progreso social, técnico y sanitario. Veremos los éxitos de su obra pero también sus límites, sobre todo en lo que atañe a la población indígena. Por falta de espacio, no trataré las causas y el desarollo del conflicto colombo-peruano, ni tampoco sus consecuencias en la política interna de los dos países. Remito al lector a los trabajos de Juan Miguel Bákula y Ricardo Arias citados en la bibliografía. Al llegar a Leticia en junio de 1933, la Comisión encontró una localidad semidespoblada, con tan sólo 60 habitantes de los 200 que se estimaba que había antes del golpe peruano2. Los habitantes colombianos de Leticia habían sido expulsados a Brasil, donde encontraron refugio en diversas localidades de la frontera. Durante varios meses sobrevivieron en condiciones muy modestas gracias a la ayuda de la población local. Muchos peruanos y habitantes de otras nacionalidades también huyeron con el temor de que se agravara el conflicto y se produjera un contra-ataque colombiano. Además, los asaltantes habían utilizado los materiales de las casas para construir instalaciones defensivas, y otros bienes más habían sido robados o destruidos. Cuando los habitantes volvieron poco a poco a Leticia, constataron los destrozos. Varios colombianos, sin mayor arraigo en la región, ya que se habían establecido en Leticia una vez que Colombia tomó posesión del territorio en 1930, hicieron saber que sólo volverían si se les otorgaba una indemnización por las pérdidas materiales. A principios de julio, varias quejas de este tipo determinaron que la Comisión propusiera al gobierno colombiano costear la recons-

2

“Premier rapport, en date du 3 septembre 1933, de la Commission d’administration du territoire de Leticia”, en Journal officiel de la Société des Nations (JO) XIV 1, pp. 21-25.

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trucción de las casas destruidas así como el pago de una indemnización por concepto de bienes perdidos durante el periodo de la ocupación peruana. Bogotá aceptó la sugerencia y confirió a la Comisión la tarea de llevar a cabo la reconstrucción y las investigaciones necesarias para comprobar la veracidad de las reclamaciones. El gobierno aceptó pagar los gastos sin considerar la nacionalidad de los beneficiarios, siempre y cuando se comprometieran a permanecer en Leticia. Así, en los contratos de entrega de las casas se incluyó una cláusula según la cual los habitantes no podrían vender sus casas y, en caso de que abandonaran Leticia, sus propiedades pasarían a manos del gobierno colombiano3. Detrás del generoso gesto de Bogotá con todos los habitantes, incluidos los de nacionalidad peruana, tenemos, pues, el objetivo de convertir a Leticia en un centro de colonización. Se necesitaba de habitantes para abrir caminos en la selva y explotar los recursos de la región, lo que atraería a nuevos pobladores colombianos, condición sine qua non para que Colombia pudiera realmente afirmar su autoridad y soberanía en la zona. La acción de la Comisión conllevaba varias ventajas. Debido a la fragilidad del estado colombiano, los conservadores en el poder habían delegado en 1892 a las misiones religiosas la administración de las regiones periféricas y la misión de “colombianizar” a los indígenas a través de la evangelización y la enseñanza del castellano, la historia y la geografía colombiana. Además se les encargaba el desarrollo económico de estas regiones, lo que debía facilitar la llegada de más colonos. Durante los años 20 y 30 del siglo XX, los liberales criticaron la ineficacia y el exorbitante costo de este sistema (Helg 1984: 156-163, Bonilla 1972: 188-194). Bogotá encontraría en la Comisión un socio eficaz y poco costoso ya que sus miembros se esforzaron en limitar al máximo los gastos. Así, por ejemplo, ejercieron un control muy estricto sobre los costos de reconstrucción, a costa de los obreros a quienes se les descontaban las horas de trabajo interrumpidas por las lluvias4. De las 66 casas particulares con que contaba Leticia, solamente 32 permanecían en pie, aunque la mayoría en mal estado5. Esto dificultó el retorno de los refugiados. La Comisión tuvo que contratar numerosos obreros para la obra de reconstrucción. Primero empleó a los habitantes desocupados de Leticia, pero como no eran suficientes, tuvo que autorizar de forma tempo-

3

Telegramas intercambiados entre la Comisión y el gobierno colombiano entre julio y octubre de 1933, Archivo de la Sociedad de las Naciones (ASDN), COL 135, leg. 20. 4 Lemos Basto a Enrique Amaya Durán, jefe de las obras, 16 de noviembre de 1933, ASDN, COL 135, leg. 13. 5 “Deuxième rapport, en date du 15 février 1934, de la Commission d’administration du territoire de Leticia”, en JO XV 7, pp. 911-923.

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ral la permanencia de un máximo de 200 obreros brasileños provenientes de la zona fronteriza. La reconstrucción de las casas particulares no supuso dificultad alguna para la Comisión, ya que quedaban muchos restos de los edificios derrumbados, por lo que la población de Leticia creció rápidamente. En cambio, las reclamaciones por pérdidas fueron muy difíciles de evaluar, pues no se contaba con un inventario de las posesiones anterior al 1 de septiembre. Para comprobar la veracidad de las reclamaciones, la Comisión tuvo que basarse en testimonios de vecinos y pedir la ayuda de ex-funcionarios colombianos que ya no residían en Leticia. Por estas razones, el proceso de indemnización tomó mucho tiempo. Puesto que la mayoría de las reclamaciones presentadas –138– habían sido exageradas, se decidió pagar no más de la cuarta o tercera parte de la suma exigida. Asimismo, el empleo de los testimonios de los vecinos en este proceso de verificación produjo tensiones, envidias y odios entre los habitantes. Al respecto, García Palacios estimó a posteriori que hubiera sido mucho más fácil distribuir a todos una suma idéntica como incentivo o subsidio para la reconstrucción6. La cantidad total que cubrió el gobierno colombiano por concepto de indemnizaciones y reconstrucción fue de 13.603 pesos, una suma equivalente a 8.600 US$7. Si se considera el sueldo total que percibió cada uno de los comisarios, 8.700 US$, vemos que el desembolso que hizo el gobierno colombiano no fue realmente significativo. Aparte de las casas particulares, muchos edificios públicos necesitaban reparaciones. Las calles no habían sido limpiadas desde hacía mucho tiempo. Los mosquitos proliferaban en los charcos de aguas estancadas. El comisario brasileño Lemos-Basto se encargó de los trabajos públicos y del saneamiento de Leticia. En colaboración con dos médicos militares y gracias a un barco hospital del ejército colombiano, se organizó una asistencia médica para las poblaciones ribereñas, cuyo estado sanitario era catastrófico. Este beneficio se extendió también a los refugiados cuyas casas en Leticia aún no habían sido terminadas8. Se previó igualmente el envío de un inspector de Sanidad proveniente de Bogotá. Bajo sus instrucciones lucharon de manera eficaz contra la proliferación de los mosquitos: drenaron las zonas pantanosas y vertieron petróleo donde el drenaje era poco eficiente. Tam-

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Informe final del secretario de la Comisión, septiembre de 1934, ASDN, R 3633, 1/14584/4332; “Rapport final, en date du 19 juin 1934, de la Commission d’administration du territoire de Leticia”, en JO XV 7, pp. 938-947. 7 Véanse los informes de la Comisión. 8 Informe de la Comisión sobre su viaje al Atacuari, julio de 1933, ASDN, COL 136, leg. 37; cartas entre Acevedo y Brown, 17 y 19 de julio de 1933, ASDN, COL 136, leg. 29.

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bién cavaron vías de evacuación para las aguas de lluvia. Prohibieron el uso de las aguas estancadas e instalaron letrinas en las casas particulares. Se construyó una enfermería y luego un hospital suficientemente bien equipado para dar atención a 30 personas. Bogotá mandó a un médico para dirigirlo, así como a un dentista. Por último, para luchar contra las enfermedades venéreas, las prostitutas de Leticia tuvieron que pasar a revisión médica9. Por desgracia, todas estas acciones se hicieron sólo en la localidad de Leticia y en ningún otro lugar del Trapecio. Con respecto a las obras públicas, se procedió a la mejoría de las vías de acceso y de los dos embarcaderos del pueblo. De acuerdo con los deseos del gobierno colombiano, la Comisión emprendió la instalación del alumbrado eléctrico. Si bien estos trabajos se demoraron por la falta de material, al final del mandato de la Comisión había luz eléctrica en la calle principal y en los edificios públicos. En materia de comunicaciones, la Comisión dirigió la instalación de una estación de radio inalámbrica que el gobierno colombiano había comprado en 1930 a la empresa Marconi. Se restableció también el servicio postal y se pidió a Bogotá un encargado de correos y telégrafos. En febrero, volvió a abrir sus puertas la escuela para niños. Disponía de un taller de carpintería y una pequeña explotación agrícola, creada bajo la dirección de un agrónomo enviado desde la capital. La Comisión abrió también una escuela para niñas en marzo. Tanto el maestro y el asistente de la escuela de varones como la maestra encargada de la de niñas fueron nombrados por el gobierno. La presencia de la Comisión permitió al estado colombiano implementar en Leticia su programa y métodos escolares al igual que en los otros departamentos, pero con mayor éxito incluso. La reforma escolar de 1932 preveía para las clases populares una escuela orientada hacia la formación profesional, cuya aplicación, no obstante, había sido impedida por falta de medios para la compra de herramientas y terrenos (Helg 1984: 117-119, 156-163). En Leticia, gracias a la intervención de la Comisión internacional, esto fue posible. Se puede notar que en todos estos aspectos, educación, salud pública, comunicaciones, electrificación, la Comisión siguió las instrucciones o intentó cumplir con los deseos del gobierno colombiano. Se convirtió en una colaboradora afanosa de Bogotá a pesar de haber luchado por defender su independencia. En efecto, las relaciones entre Bogotá y la Comisión no estuvieron exentas de tensiones. Entre diciembre de 1933 y enero de 1934 discutieron sobre

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Informe del inspector de sanidad colombiano, 22 de mayo de 1934, ASDN, R 3633, 1/7023/4332, leg. 2.

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la interpretación del mandato de la Comisión. Mientras ésta pretendía actuar en total independencia debido a su nombramiento por el Consejo de la Liga, el gobierno colombiano la consideraba como su representante en Leticia. Otro asunto delicado: el número de tropas. Bogotá quería establecer entre 500 y 1.000 soldados en el Trapecio, mientras que la Comisión insistía en que esta fuerza se limitara a 50 elementos, con la intención de evitar nuevas tensiones con el Perú. La Comisión descartó también algunas alusiones provenientes de militares colombianos que le aconsejaban traer del Caquetá peones con sus familias para efectuar las obras de reconstrucción, duplicando de golpe la población colombiana de Leticia10. La Comisión, que no quería asustar a los habitantes peruanos, hizo caso omiso de estas insinuaciones. La intención de la Comisión era fomentar relaciones armoniosas entre los habitantes de Leticia y para sortear situaciones de peligro mantuvo un control estricto. Al efecto prohibió el porte de armas, con excepción del machete, el principal instrumento de trabajo en la zona. También reglamentó la venta y consumo de alcohol, así como la organización de fiestas11. Gracias a estas medidas no se produjo ningún incidente grave que dificultara las negociaciones de Río y podemos concluir que la Comisión cumplió con éxito su principal misión. En su informe final al Consejo de la Liga, la Comisión describió con orgullo la forma en la que había transformado Leticia. La población de Leticia aumentó durante su mandato de 60 a 250 personas, sin contar los mil habitantes que fueron censados en el resto del Trapecio. En su desarrollo, Leticia se vio mucho más favorecida que ninguna otra localidad de la Amazonía colombiana en muchos años. Ello fue posible por la intención de la Comisión y el gobierno colombiano de hacer notar al mundo un deseo ferviente por el progreso. La primera buscó demostrar su capacidad para difundirlo, mientras que el segundo pretendía dar muestras de la calidad de sus métodos de enseñanza y sus programas de salud pública, pruebas irrefutables de modernidad. Sin embargo, como ya se ha hecho notar, los únicos beneficiarios de este proceso fueron los habitantes del pueblo de Leticia y no así los del resto del Trapecio. El oficial de salud pública enviado por el gobierno colombiano redactó un informe sobre el estado sanitario del Trapecio. Después de alabar el “sano criterio y la mucha actividad” con que la Comisión administró el terri10 Informe de la Comisión sobre su viaje a Bogotá, agosto de 1933; memorándum del asesor jurídico colombiano de la Comisión, 18 de julio de 1933, ASDN, COL 136, leg. 32 y 37. 11 “Deuxième rapport…”.

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torio, hizo una descripción antropológica de los dos “tipos” de habitantes de la zona: el “indio puro” y el colono. Del primero decía12: Carecen de toda noción de higiene y usan para el tratamiento de sus enfermedades los remedios más absurdos. [...] Son de temperamento tímido, desconfiado, perezoso, de imaginación lenta y esencialmente tristes. No ríen y cuando lo hacen es con un rictus que más se aproxima al del llanto. No tienen creencias religiosas definidas mezclando el culto cristiano con los ritos más curiosos y bárbaros. Es una raza vencida por la naturaleza y por los hombres.

Se reconocerá sin dificultad el discurso higienista de la época y todos los tópicos sobre la barbarie, la degeneración, la tristeza y la pereza de los indígenas que perduran hasta el día de hoy en Colombia (Friedman 1981: 6065, 83-91). En cambio, sobre los colonos, el médico colombiano dice: El colono que ha venido del interior sí goza de magnífica salud, a pesar de que poco se preocupa por hacer viviendas higiénicas, y de que su alimentación es también deficiente. Hay entre ellos, boyacenses, huilenses, santandereanos, antioqueños y tolimenses que viven aquí desde hace varios lustros; tiene [sic] familia numerosa y se conservan muy bien. Constituyen ellos por si solos un argumento incontrovertible de la bondad del clima.

Termina su informe así: “Una labor higiénica continua, práctica y docente, hará de este precioso lugar una ciudad ideal, pues con su clima refrescado por las brisas del Amazonas, con industrias inexplotadas [...] harán del lugar, el más adecuado para dar trabajo a muchas personas”. Si el médico colombiano demuestra cierto optimismo, no se puede negar que Leticia fue dotada por el gobierno colombiano a través de la Comisión internacional de la infraestructura necesaria para emprender la colonización de la zona. Y esto, lógicamente, puso en riesgo a la población nativa del Trapecio. En la zona de Leticia habitaban también indígenas del grupo ticuna. Algunos huyeron a Brasil, por lo que la Comisión encontró varios pueblos indígenas ribereños abandonados. Otros se adentraron en la selva, hacía el centro del Trapecio, a más de cuatro días de camino de Leticia. Este fenómeno de “exo-invisibilización”, como lo llama la antropóloga colombiana Claudia López Garcés, es decir el hecho de hacerse “invisible” frente a la amenaza del no-indígena, era habitual para los ticunas desde la época colo-

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Informe del oficial de sanidad colombiano, Dr. Alfonso Marino Parra, 22 de mayo de 1934, ASDN, R 3633, 1/7023/4332, leg. 2.

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nial; con mayor intensidad en el siglo XVII, durante las luchas entre colonos españoles y portugueses, y a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se vieron en la necesidad de huir de los cazadores de esclavos enviados por las explotaciones caucheras, responsables de la aniquilación de un número considerable de grupos indígenas. La Comisión hacía una distinción entre los indígenas “civilizados” que trabajaban de peones en una hacienda de la zona y los que vivían “en estado primitivo” en el centro del Trapecio. Con ninguno de ellos la Comisión tuvo mayor contacto, si bien se escucharon rumores de malos tratos sufridos por los ticunas por parte de colombianos. La Comisión no pudo ocuparse del asunto por el mismo aislamiento de los indígenas, pues no se proponía –ni contaba con los medios adecuados– extender su radio de acción al centro de la selva. La cuestión indígena, además, quedaba fuera de su esquema de análisis. En el censo realizado por la Comisión al final de su mandato importaba señalar básicamente la actividad profesional y la nacionalidad de los pobladores; más que nada el equilibrio entre peruanos y colombianos. El censo del Trapecio de Leticia arrojó una cifra superior a los 1.200 habitantes y una estimación de 300 ticunas localizados en su centro13, los cuales no fueron señalados en la documentación oficial publicada por la Comisión. Los indígenas localizados en las riberas, alrededor de 190, eran contados como peruanos. Así, la Comisión parecía negar la existencia de la población ticuna del centro del Trapecio, como si no fueran parte de este mundo, allá perdidos en la selva. La Comisión, pues, careció de una mirada crítica con respecto a su colaboración con el proceso colonizador colombiano; tampoco tomó conciencia de las consecuencias que acarrearía su puesta en marcha o del peligro de aculturación para la población indígena que inevitablemente suscitaría el renovado atractivo de Leticia. Un peligro potencial, tengo que admitir, ya que la llegada masiva de colonos sólo tuvo lugar a partir de los años 50 (Bonilla 1972: 241). No se trata aquí de juzgar a la Comisión, sino más bien de entender su acción colocándola en su contexto histórico. La Comisión, en primer lugar, no tenía motivos para oponerse a los proyectos de Bogotá. La soberanía colombiana había sido claramente reconocida por la Liga de las Naciones y, en el contexto de los años 30, caracterizado por un nacionalismo robustecido por la crisis económica y por la necesidad de definir las fronteras nacionales, no era de extrañar que el estado colombiano tomara las medidas nece-

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Carta de García Palacios a Walters, 16 de mayo de 1934, ASDN, R 3633, 1/4731/4332, leg. 1.

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Comisión de la Sociedad de las Naciones en Leticia, 1934. Foto cortesía Biblioteca de las Naciones Unidas, Palais des Nations, Genève.

sarias para confirmar su autoridad en la zona. También hay que recordar que la preocupación por la preservación de la cultura y los modos de vivir de las poblaciones indígenas no existía o, cuando mucho, estaba sólo en ciernes. La concepción dominante en el mundo occidental era que la salvación de los indígenas, tanto en América Latina como en la África colonial, tenía que pasar por su “civilización”. Los miembros de la Comisión eran todos occidentales: un español y un estadounidense que sirvió un largo tiempo en la Zona del Canal. En cuanto al oficial brasileño, recordemos que en el Brasil positivista, los encargados de “pacificar” e integrar a los indígenas a la nación eran militares (López Garcés). Con respecto al secretario García Palacios, funcionario internacional desde hacía casi 15 años, estaba imbuido de la idea de progreso que la Sociedad de Naciones debía difundir. El etnocentrismo de la Comisión, pues, no debe extrañarnos. Para concluir, la Comisión tuvo éxito en la reconstrucción de Leticia y en el retorno de los refugiados. El gobierno colombiano colaboró con ansia y proveyó a la Comisión de todo lo necesario para hacer más fácil su misión. No dudó en hacerlo, ya que se trataba de una población muy reducida, por lo tanto de un gasto menor, y de una zona estratégica donde necesitaba afirmar su soberanía. Además, Bogotá no podía sino aprovechar la resonancia

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mediática de la actuación de una comisión internacional en Leticia para proyectar al mundo occidental una imágen progresista. El que una comisión nombrada por una organización internacional haya prestado tan poca atención a la preservación de la población indígena podría resultar chocante si cometiéramos el error de juzgar anacrónicamente su acción con criterios actuales de multiculturalismo y respeto a la etno-diversidad. El informe del inspector de sanidad colombiano citado, al ser traducido al francés y al inglés y luego publicado en el órgano oficial de la Liga, junto con los informes de la Comisión, fue de alguna forma respaldado por la autoridad de la organización14. Evidentemente, ¡y menos mal!, hoy en día sería imposible leer observaciones de tal naturaleza en los comunicados oficiales de la ONU, si bien esta misma organización habría hecho lo mismo antes del proceso de descolonización en África, a partir del cual asumió un carácter más universal, pluricultural y pluriconfesional. Tomó también la defensa de los derechos humanos como principio fundamental. Si bien la Liga de las Naciones asumía con gran responsabilidad cuestiones humanitarias, como la protección de la infancia, la lucha contra la esclavitud y el tráfico de seres humanos, su época era otra y su acción se sostenía en valores occidentales y cristianos.

Bibliografía ARIAS, Ricardo (2003): “Exaltación nacionalista y llamados a la reconciliación bipartista durante la guerra con el Perú”, en Medófilo Medina y Efraín Sánchez (eds.), Tiempos de paz, acuerdos en Colombia 1902-1994. Bogotá: Instituto de Cultura y turismo, pp. 83-88. BÁKULA, Juan Miguel (1988): La política internacional entre el Perú y Colombia. Bogotá: Temis. BONILLA, Víctor Daniel (1972): Serfs de Dieu et maître d’indiens. Paris: Fayard. FRIEDMANN DE, Nina S. (1981): Indigenismo y aniquilamiento de indígenas en Colombia. Bogotá: CIEC. HELG, Aline (1984): Civiliser le peuple et former les élites: l’éducation en Colombie, de 1918 à 1957. Paris: L’Harmattan. LÓPEZ GARCÉS, Claudia Leonor (s.f.): Ticunas brasileros, colombianos y peruanos: Etnicidad y nacionalidad en la región de fronteras el alto Amazonas / Solimões. Tesis de doctorado. Universidad de Brasilia, en (23 de abril de 2008).

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“Rapport final…”.

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¿MIGRACIÓN, EXILIO O ENGAÑO? LA IRISH COLONY DE NAPOSTÁ (1889-1892) EDMUNDO MURRAY Universität Zürich

En la segunda mitad del siglo XIX, las repúblicas latinoamericanas intentaban consolidar la soberanía y supervivencia territorial delimitando las fronteras y creando identidades culturales afines a los objetivos sociales y económicos de las élites locales. Las burguesías construyeron un imaginario nacional en el cual figuraban elementos lingüísticos, religiosos y étnicos. Respecto al factor étnico, las clases gobernantes consideraban que era necesario “blanquear” las sociedades autóctonas con un flujo inmigratorio de las “razas del norte de Europa” (BFO 1889: 6) para que aportaran sus virtudes supuestamente civilizadas, laboriosas y pragmáticas al ethnos y al ethos de las sociedades nativas. Entre 1850 y 1930 los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Cuba, México, Perú y otros países de la región incentivaron la inmigración desde los países europeos. Entre ellos, Irlanda tenía la doble característica de ser parte del Reino Unido –la cultura inglesa fascinaba a las burguesías latinoamericanas– y de tener una población mayoritariamente católica. Este estudio describe la historia de la colonia irlandesa de Napostá en el contexto de otros emprendimientos parecidos en América Latina, y profundiza en las actitudes de los diferentes actores y las causas de un cambio en la política inmigratoria de los países sudamericanos.

Colonias británicas e irlandesas en América Latina Bajo la influencia de Thomas Malthus (1766-1834), quien sostenía que el crecimiento de la población superaba la oferta de alimentos necesarios para mantenerla en una Europa superpoblada, la emigración masiva hacia América presentaba un doble atractivo para los gobiernos de ambos lados del Atlántico. Una vez consolidada la independencia y la estabilidad republicana en el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, la mayoría de los países latinoamericanos tomaron medidas para atraer inmigrantes. Entre ellas figuraba la apertura de oficinas de información en Europa y la entrega de pasa-

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jes subsidiados, tierras de cultivo, implementos de labranza y capital de trabajo, con el objetivo de formar colonias agrícolas en tierras fiscales1. Brasil y Argentina fueron los países con mayor cantidad de colonias, pero muchos europeos emigraron también a Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú, Venezuela, Guyana, Panamá, México y las Antillas. Entre 1861 y 1915, sólo en las provincias argentinas de Santa Fe y Entre Ríos, se formaron al menos 72 colonias con inmigrantes de casi todos los países de Europa occidental y oriental, y más tarde también de Medio y Lejano Oriente. Las colonias San Patricio y Refugio en Tejas (1829-1836), los asentamientos de trabajadores irlandeses en los ferrocarriles La Habana-Güines en Cuba (1835-1840) e Interoceánico en Panamá (1854), la colonia Príncipe Dom Pedro en Santa Catarina, Brasil (1867-1868), las plantaciones en Jamaica, St. Croix, Montserrat y otras islas del Caribe (siglo XVIII), la colonias O’Higgins y Sandy Point en Chile (1878, 1916), Las Palmas del Chaco Austral (1893-1921) y New Ireland en las Islas Malvinas (1903-1904) son ejemplos de colonias de irlandeses e ingleses. Estas colonias tuvieron una suerte variada. Algunas, como la planeada colonia irlandesa de MacNamara en la California mexicana, no pasaron de un proyecto malogrado. Gran parte de los inmigrantes de Cork que fueron al Brasil en 1827 con la esperanza de recibir tierras terminaron en las calles de Río de Janeiro mendigando como escravos brancos. Las Palmas del Chaco Austral se convirtió en un polo industrial en esa región, pero la venta de tierras a colonos ingleses e irlandeses fracasó. Las colonias irlandesas de Tejas fueron la excepción. Crecieron y llegaron a ser importantes focos de desarrollo agrícola-ganadero y de transferencia cultural entre los colonos y sus vecinos mexicanos y norteamericanos.

Irlandeses en Argentina Pequeña con respecto a los Estados Unidos y otros países, la inmigración irlandesa en Argentina es descrita con frecuencia en términos positivos en cuanto al éxito relativo de los inmigrantes. Aproximadamente la mitad de los 50.000 irlandeses llegados al Río de la Plata desde Irlanda en 1840-1880 se integraron al circuito económico de producción y formaron una comuni-

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Muchos de los conceptos sobre colonias agrícolas británicas en América Latina fueron tratados por D. C. M. Blatt en su artículo pionero de 1964 (ver bibliografía al final).

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dad con idiosincrasia e instituciones propias. Entre ellos, un porcentaje inusualmente elevado se abocó a la producción y comercialización de lana, cuyo precio internacional fue favorecido por una fuerte demanda en este periodo. Integrando cadenas de comunicación y migración espontáneas, los irlandeses llegaban a la Argentina para trabajar con algún capitalista local o irlandés, quien se hacía cargo del precio del pasaje a cambio de un periodo de trabajo en el campo. La mayoría de los hombres jóvenes trabajaban como pastores de ovejas, y al final del periodo obtenían la mitad o un tercio de la producción en corderos y lana. De este modo, en dos o tres años contaban con un capital propio para invertir en majadas más grandes que, a su vez, requerían el arriendo de tierras. Varios lograron adquirir tierras y de este modo integrar la clase terrateniente. Unos pocos llegaron a adquirir enormes extensiones en Uruguay, Paraguay, Argentina y el sur del Brasil, pero en promedio las propiedades tenían entre 1.500 y 2.500 hectáreas. De este modo, cumplían el sueño típicamente irlandés de ser propietarios de sus tierras, lo que les daba el estatuto social de landlord (terrateniente). En la segunda mitad del siglo XIX, los estancieros irlandeses comenzaron a instalarse en Buenos Aires y otras ciudades y se integraron a la oligarquía local, aunque no sin conservar rasgos de su identidad étnica2. En alianza con eclesiásticos católicos romanos de Irlanda que eran destinados a América del Sur como capellanes de la comunidad, los estancieros y grandes comerciantes lideraron la formación de un pujante grupo de poder. Apoyados en una estructura social jerárquica –trabajadores del campo, empleados de comercio urbanos, comerciantes, propietarios rurales– los sacerdotes católicos guiaban espiritual y materialmente a la colectividad, brindándole instituciones de educación y de encuentros sociales y obteniendo a cambio la financiación de sus obras. Desde 1860, los irlandeses colaboraron estrechamente con la élite gobernante en Argentina, ocupando un lugar prominente en la comunidad de habla inglesa local. Con la perspectiva de una fuerte inversión de capitales ingleses en la infraestructura del país y de una inmigración masiva desde Europa, los irlandeses se hallaban en una posición óptima para aprovechar las mejores oportunidades de ascenso social. Sin embargo, cometieron el error de pensar que podían extender su poder hasta su país de origen trayendo masivamente a sus paisanos más pobres.

2

“Estanciero”, propietario de una estancia o finca en las pampas normalmente dedicada a la cría o engorde de ganado vacuno u otros. El término fue incorporado al habla de los irlandeses en la región.

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Pasajes, curas y agentes A partir de 1886 el gobierno argentino tomó varias medidas para atraer la inmigración desde países del norte de Europa, contrarrestando lo que consideraba un excesivo flujo de inmigrantes de Italia y España. Se organizaron exhibiciones de productos argentinos en varias ciudades europeas, y el Comisario General de Inmigración fue autorizado a entregar hasta 50.000 pasajes subsidiados. Se abrieron oficinas de información para emigrantes en ciudades europeas y de los EE.UU. Miles de folletos fueron distribuidos, los cuales describieron las bondades del país para los inmigrantes, incluyendo precios locales y datos sobre las tierras de cultivo y el transporte. Sólo entre los emigrantes belgas, la campaña argentina fue tan eficiente que en 1888, de un total de 7.794 emigrantes registrados 4.724 eligieron ese país (seguidos por 2.180 a América del Norte). Un año después de comenzada la propaganda, las autoridades británicas se mostraban preocupadas por la gran cantidad de emigrantes del Reino Unido que se dirigían a la Argentina: “[A]hora son tantos y cada vez más por lo que el tema merece especial atención. […] En cualquier caso los cónsules de Su Majestad deberán ejercer algún tipo de control sobre el proceso de inmigración” (BFO 1889: 4). Una figura clave en el esfuerzo de atraer inmigración irlandesa fue Patrick Joseph Dillon (1842-1889), sacerdote católico y capellán de los irlandeses en Argentina de 1863 a 1889. Aprovechando su posición de líder comunitario, Dillon utilizó sus conexiones con varios grandes estancieros y fundó en 1875 el primer periódico irlandés fuera de Irlanda, The Southern Cross, que todavía se publica en Buenos Aires como semanario. Desde esa plataforma, Dillon se hizo un nombre como defensor de los derechos de los estancieros irlandeses y de este modo ingresó en la política provincial de Buenos Aires. En 1880 fue elegido diputado provincial con el apoyo del Partido Autonomista Nacional, y en 1883 ocupó una banca como senador nacional. Los reclamos de la oligarquía terrateniente en Argentina, incluyendo a los estancieros irlandeses, podían resumirse en la siguiente lista: seguridad y protección contra los malones de los aborígenes y gauchos alzados, estabilidad institucional para asegurar sus títulos de propiedad y capitales, medios de transporte y facilidades de mercado para dar salida nacional e internacional a sus productos agropecuarios y, finalmente, inmigración de mano de obra calificada para trabajar en sus campos. Como portavoz de este poderoso grupo de poder, Dillon se hizo cargo del último punto y concentró sus esfuerzos en atraer inmigrantes irlandeses. Viajó a Europa en misión oficial en abril de 1881, y al volver en enero del año siguiente recomendó al

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gobierno la contratación de compañías navieras con las que se tramitaría la provisión de pasajes sin cargo, así como la entrega de tierras y otros beneficios para atraer inmigrantes. En 1887, dos miembros de la comunidad irlandesa en Argentina fueron nombrados agentes de inmigración del gobierno argentino en Irlanda. John Stephen Dillon, hermano menor del padre Patrick J. Dillon, y Buckley O’Meara operaban en conjunto, obteniendo del gobierno un honorario de sesenta pesos por cada inmigrante irlandés que arribara a Buenos Aires3. Además recibían un porcentaje del valor del pasaje de la compañía naviera Norddeutscher Lloyd. Dillon y O’Meara abrieron oficinas de información en Dublín y Cork, y contrataron los servicios de agentes locales (Andrew Hogan en Dublín y un señor apellidado Marley en Cork). Su trabajo era supervisado por la oficina de Londres, a cargo de Agustín González y Charles Hartley.

Del transporte de mercancías y esclavos al transporte de emigrantes En los primeros meses los resultados fueron magros. En 1888 se registraron sólo 25 irlandeses llegados al puerto de Buenos Aires (AGN). Si bien esta cantidad era insignificante comparada con la de los inmigrantes de otros orígenes en el mismo periodo, para los de Irlanda representaba un incremento respecto a los años anteriores (ver cuadro). Pero el gran salto se registró en 1889, lo que refleja el éxito de las gestiones de los agentes y de la campaña del gobierno a través de sus oficinas de información. El negocio de la inmigración transatlántica se convirtió en una ocupación rentable para los armadores de barcos en las últimas décadas del siglo XIX, cuando la emigración de Europa hacia las Américas acentuó su tendencia en forma masiva. Hasta ese momento las compañías navieras construían sus naves para el transporte de mercancías de uno al otro lado del Atlántico (manufacturas desde Europa hacia las Américas y África, y materias primas en el sentido contrario). El transporte de esclavos desde el África hasta la abolición apoyada por Gran Bretaña, ejemplifica los avances técnicos de la segunda mitad del siglo XIX. El más importante, la introducción de la propulsión a vapor a partir de 1850, prácticamente remplazó a la navegación a

3

En 1887, sesenta pesos argentinos equivalían a ocho libras esterlinas (650 euros al 18 de septiembre de 2008; véase Murray (2006: 155)).

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Cuadro Llegadas de irlandeses al puerto de Buenos Aires en 1880-19004 Año

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Inmigrantes irlandeses

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1881

0

1882

0

1883

0

1884

0

1885

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1886

0

1887

0

1888

25

1889

1.810

1890

40

1891

6

1892

3

1893

7

1894

0

1895

3

1896

1

1897

14

1898

13

1899

11

1900

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Los registros del AGN en el cuadro no contemplan aquellos inmigrantes provenientes de Irlanda que declaraban nacionalidad inglesa.

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vela en poco más de una década. Más que la rapidez que significaba el vapor, su importancia económica residía en que los viajes en barco ahora podían ser regulares, con programas de salidas y llegadas más o menos confiables, y la posibilidad de planificar el transporte de carga y pasajeros5. Hacia 1880 existían compañías navieras especializadas en el transporte de inmigrantes pero con flexibilidad para otros tipos de transportes. Los barcos se adaptaban a la necesidad de cada viaje, combinando carga y pasajeros en primera, segunda y tercera clase. Cuando se trataba de llevar inmigrantes pobres en tercera, como los que eran habitualmente contratados por agentes del gobierno, los vapores podían llevar casi 2.000 pasajeros en condiciones que no se diferenciaban demasiado de las que se vivían en un barco de transporte de esclavos. A finales de 1888, el gobierno argentino a través de Dillon y O’Meara contrató a la compañía Norddeutscher Lloyd de Alemania, que asignó el vapor Dresden de 4.527 toneladas para una misión especial. Era el viaje inaugural del Dresden, que tenía capacidad para 38 pasajeros en primera clase, 20 en segunda y 1.759 en tercera, y podía navegar a una velocidad de trece nudos. Zarpó de Southampton el 30 de diciembre de 1888 e hizo escala en Queenstown, como se llamaba entonces el puerto de Cork en Irlanda. Allí subieron a bordo la mayoría de los pasajeros: emigrantes irlandeses hacia la Argentina. Dillon, O’Meara y sus agentes mintieron a diestra y siniestra para convencerlos y así hacerse de la ganancia correspondiente. Prometieron pasajes, comodidades al llegar a Buenos Aires, créditos, transportes, tierras y todo tipo de seguridades que en realidad no existían. La gran mayoría de los 1.771 inmigrantes que llegaron a Buenos Aires no estaba preparada para esta aventura. Si bien había jóvenes con alguna experiencia laboral, eran muchas las familias con numerosos hijos, ancianos que resistían mal las condiciones del viaje, convictos que fueron dejados en libertad con la condición de no volver a Irlanda y prostitutas de las calles de Cork, Limerick y Dublín. Un vicecónsul británico que los visitó al llegar al puerto de Buenos Aires escribió: “[M]uchos de ellos pertenecen a las clases más indigentes. Entre ellos hay muy pocos agricultores, demasiados hombres con oficios que aquí no se necesitan, y demasiadas mujeres y

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Si bien hay registros (en 1848) de barcos a vela que tardaron seis meses en llegar de Liverpool a Buenos Aires, la mayoría de los viajes con este tipo de naves tardaban poco más de dos meses. La introducción del vapor a mediados de siglo redujo el viaje a 45 días, y a un mes hacia 1880. A su vez, el precio del pasaje desde Liverpool o Southampton hasta Buenos Aires pasó de £16 (equivalente al salario de un año para un agricultor) a £10 en caso de pasajes subsidiados por el gobierno.

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niños para los escasos recursos con que cuentan” (BFO 1889: 13); la mayoría “son la escoria de las calles de las ciudades irlandesas, hombres y mujeres que nunca trabajaron” (ibíd. 58). Ninguno de ellos hablaba una palabra de español.

La supervivencia del más fuerte Al llegar al puerto de Buenos Aires el 16 de febrero de 1889, los pasajeros del Dresden fueron amontonados en el Hotel de Inmigrantes. Los primeros días había 5.453 inmigrantes en un depósito con capacidad para 2.000. Como los irlandeses fueron los últimos en llegar, la mayoría debió dormir a la intemperie en el patio del Hotel (Blatt 1964: 16). Muchos estaban enfermos, especialmente los niños. Casi todos iban descalzos y vestidos con harapos. Las grescas entre ellos y con inmigrantes italianos eran frecuentes para conseguir una mejor ubicación o por la comida. Algunas mujeres fueron llevadas por las monjas irlandesas Sisters of Mercy a su convento, y otras fueron empleadas como personal doméstico por las familias porteñas. Otras trabajaban como prostitutas en la zona del bajo de Buenos Aires. Algunos consiguieron trabajos en los campos de la provincia, pero la mayoría de los que pudieron emplearse lo hicieron en Buenos Aires. Un mes después todavía había unos 700 sin ocupación y sin lugar donde dormir. La comunidad irlandesa en Buenos Aires, con pocas excepciones, dio la espalda a los inmigrantes del Dresden. Habiendo ganado con tanto esfuerzo durante décadas un lugar prominente en la sociedad local, temían ser identificados socialmente con sus compatriotas más pobres. Para ayudarlos se formó un Comité de Inmigración Británica integrado por varias figuras de la comunidad de habla inglesa: John Drysdale, David Methven, Peter A. Gartland, Edward Casey, Frank Mulhall, Michael Dineen, el Padre Pasionista Constantine Bermingham, el Padre Matthew Gaughren de los Oblatos de María Inmaculada, y miembros del gobierno municipal. De este modo estaban representados el mundo de los negocios, la prensa, el clero y el gobierno. Estaba ausente el pionero de esta colonización, el ya mencionado Padre Patrick Dillon, que enfermó y viajó a Irlanda, donde murió el 11 de Junio 1889. Tampoco acompañaron a los inmigrantes John Stephen Dillon ni el otro agente Buckley O’Meara. Edward Casey, propietario de grandes extensiones y pionero de múltiples negocios, era el único representante de los irlandeses de Argentina. Peter A. Gartland, que estaba relacionado con las tierras de “La Vitícola”, en Napostá, cerca de Bahía Blanca en el sur de la provincia de Buenos Aires, propuso formar una colonia irlandesa.

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La colonia irlandesa de Napostá La colonia irlandesa ya era un proyecto antes de la llegada de los inmigrantes del Dresden. “La Vitícola” era un emprendimiento que tenía inicialmente el objetivo de desarrollar la producción de vino en la región, pero hasta ese momento continuaba despoblado por falta de mano de obra. La idea de Gartland era establecer allí la colonia irlandesa con ayuda del gobierno, atrayendo a inmigrantes irlandeses. El contrato preveía el establecimiento de 400 chacras a un valor nominal de 80 pesos la hectárea, más la provisión de comida, semillas, herramientas, habitación y animales domésticos, así como también préstamos para financiar la producción inicial. Unos 700 de los pasajeros del Dresden, entre los que había 60 familias, fueron transportados en un tren especial del Ferrocarril del Sud hasta “La Vitícola”. La estación de tren, a 680 kilómetros al sur de Buenos Aires y a veinte horas de viaje, se había inaugurado pocos meses antes. Allí fueron dejados a merced de las inclemencias del tiempo, con víveres para quince días que brindó el gobierno. Allí todas las promesas se estrellaron contra la perspectiva de un duro invierno en medio de las pampas sin abrigo y con escasos víveres. A pesar de los primeros reportes optimistas despachados por el gerente de la colonia, J. Roy Wilson, pronto se supo la verdad: los colonos habían sido abandonados. Los irlandeses vivían en tiendas de campaña que poco a poco fueron cayendo por las inclemencias. Algunos dormían en pozos hechos en la tierra. Construyeron casillas de madera que no tardaron en venirse abajo con las lluvias y el viento. No había baños, poca higiene y una absoluta falta de cuidados médicos y medicamentos. El agua era de tan mala calidad que inmediatamente hubo enfermedades. Muchos niños murieron. Sólo P. Matthew Gaughren se ocupó de los colonos. “La gente escuchó misa a cielo abierto. Tuve que bendecir muchas sepulturas porque la mortalidad era muy alta, especialmente entre los infantes, a causa de la diarrea por el cambio climático y la comida” (Gaughren, 2 de Abril de 1889). Unos meses más tarde P. Gaughren pedía permiso a su superior para ir a vivir por seis meses en la Colonia Irlandesa, para atender “aproximadamente setecientos católicos y a unos cien protestantes que no hablan una palabra de español” (24 de Junio de 1889). El escándalo del Dresden fue motivo de varios artículos y cartas de lectores en periódicos de Argentina e Irlanda. Desde el púlpito, los sacerdotes en Irlanda recomendaban a sus feligreses no ir a la Argentina. Las autoridades británicas extremaron las medidas para que los emigrantes tuvieran garantías, y los convencían de elegir un destino dentro del imperio. El desprestigio

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creado por el fracasado intento de colonización en Napostá provocó que muchos irlandeses decidieran no viajar a la Argentina en los años siguientes. El flujo migratorio desde Irlanda hacia América del Sur no recuperó su nivel anterior a 1880 sino hasta la década de 1920, y sólo por unos años. Con el tiempo, la atención pública que al principio suscitaron los colonos se fue desvaneciendo. Olvidados, abandonados a su propia suerte, víctimas de múltiples engaños y de la falta de responsabilidad de los empresarios privados y el gobierno, fueron dispersándose poco a poco. Algunos consiguieron trabajos en las estancias vecinas y se afincaron en la región. Pero la mayoría dejaron la Colonia e hicieron como pudieron el camino de vuelta hasta Buenos Aires. Después de mucho quejarse en el consulado británico, sólo unos pocos consiguieron que los repatriaran a Irlanda. La mayoría desapareció sin dejar huellas en los registros oficiales.

Qué nos enseñaron los inmigrantes del Dresden Con el Dresden Affaire, como lo llamó la prensa, se comprueba que la historia siempre registra los hechos desde el punto de vista de las élites, pocas veces desde el de los más débiles. Los cónsules británicos en Argentina (algunos de ellos irlandeses) opinaban que los inmigrantes eran “improvisados e irresponsables” (BFO 1889: 76). La comunidad local de irlandeses se hizo eco de este juicio ignorando a sus compatriotas y dejándolos en manos de comerciantes inescrupulosos. Sólo los inmigrantes con posibilidades de trabajar en el servicio doméstico –especialmente mujeres jóvenes y sin hijos– tenían alguna posibilidad de conseguir empleos e integrarse al circuito económico local. Los responsables de esta empresa de colonización, P. Dillon, su hermano John S. Dillon, Buckley O’Meara, Peter Gartland y miembros del gobierno argentino a través del ministerio de relaciones exteriores, les echaron la culpa a los mismos inmigrantes, tildándolos de perezosos e indolentes. Si bien no todos se beneficiaron con la presencia de los irlandeses del Dresden en Argentina, los agentes hicieron una buena ganancia, estimada en por lo menos 1.800.000 francos suizos6. Los inmigrantes pagaron el precio de la irresponsabilidad y la corrupción de una clase dirigente que los veía únicamente como medio para lograr sus objetivos económicos. Al contrario de otras inmigraciones espontáneas que se daban dentro de las redes de solidaridad familiar o profesional y en las que el individuo tenía

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Es decir, 1.040 francos suizos por 1.700 inmigrantes (ver nota 3).

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más y mejor información y por tanto mayor probabilidad de tomar buenas decisiones, la evolución posterior a la Colonia Irlandesa muestra que las opciones para los irlandeses del Dresden no tenían matices: o se integraban a los niveles más bajos del circuito económico local o re-emigraban, si podían, a otros destinos. La mayoría de los que sobrevivieron tuvieron que asimilarse a la sociedad local como fuera. Con excepción de 33 huérfanos recibidos por el Instituto Fahy de Buenos Aires en 1891 y las mujeres que ingresaron al convento de las Sisters of Mercy, los colonos tuvieron que arreglarse por su cuenta sin ningún tipo de ayuda institucional7. Las entrevistas con sus descendientes muestran que la asimilación –más violenta que la integración– fue tan fuerte que a pesar de vivir en una sociedad más bien anglófila como la argentina, varios de sus apellidos fueron castellanizados (por ejemplo, McCarthy a Makarte). Más importante aún, la memoria de lo que pasó con sus ancestros quedó enterrada bajo el silencio familiar, por el que el Dresden y la Colonia Irlandesa se convirtieron en un tema tabú, como se desprende de la entrevista con Ricardo Power, nieto de Thomas y Mary Power, pasajeros del Dresden. Por último, el Dresden Affaire nos muestra que en la historia de América Latina, nadie estuvo exento de pertenecer a un sector oprimido. El exterminio y la explotación de los pueblos indígenas y de origen africano ha sido relativamente mucho más importante. Pero la misma dominación económica ha sido ejercida por las burguesías sobre los inmigrantes de cualquier origen geográfico o étnico para lograr la seguridad económica y el privilegio social de una minoría.

Bibliografía ÁLVAREZ, Juan Pablo (2009): “Los descendientes del Dresden”, en (11 enero 2011). Incluye el documental Los descendientes del Dresden (26‘) producido también por J. P. Álvarez. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Libros de entradas de pasajeros al Puerto de Buenos Aires. Transcripción por el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos. Señalado en el texto como “AGN”.

7 Algunos niños fueron a parar a instituciones temibles, como los orfanatos en Irlanda. Entre ellos, Patricio y Timoteo McCarthy, que nacieron en Argentina (1897 y 1895), hijos de un tambero de Balcarce y su esposa que habían llegado en el Dresden, fueron recibidos en el Sacred Heart Home de Drumcondra y luego en St. Vincents Orphanage.

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BLATT, D. C. M. (1964): “British Agricultural Colonization in Latin America”, en Inter-American Economic Affairs, vol. 18 (1964), N° 3. Washington: InterAmerican Affairs Press, pp. 3-38. BRITISH FOREIGN OFFICE (BFO: 1889): “Correspondence respective Emigration to the Argentine Republic”, en Commercial Papers No. 32. London: Harrison & Sons. ENTREVISTAS Y CORRESPONDENCIA con descendientes de algunos pasajeros del Dresden (2003-2008): Juan Pablo Álvarez Pierce, Ricardo Power, Jorge Nealon, Stella Zuccarelli, Jorge Makarte (Argentina), Joseph Carroll, Justin Rossney (Irlanda), John Hayes, Margaret Kristich, Bill Simmons (EE.UU.), Alan House (Australia), Peter Mulvany y Anthony Riseley (Inglaterra). GAUGHREN, Matthew (1889). OMI Provincial Archives, Dublin (2005): Nine personal letters from Father Matthew Gaughren OMI to Father Tatin OMI, Provincial in England, 1888-1890. Copias de las cartas manuscritas. GERAGHTY, Michael John (1999): “Argentina: Land of Broken Promises”, en The Buenos Aires Herald, 17 de marzo de 1999. MURRAY, Edmundo (2006): Becoming irlandés: Private Narrative of the Irish Emigration to Argentina (1844-1912). Buenos Aires: Literature of Latin America.

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Acontecimientos desencadenantes de los conflictos de tierra en Paraguay El modo de apropiación y uso de la tierra en Paraguay ha estado íntimamente vinculado a condiciones político-institucionales. La conquista del territorio paraguayo por los españoles supuso la distorsión de una estructura social en cierta forma igualitaria, determinada por una economía de la reciprocidad. A fines del siglo XVI se fundaron nuevos lugares de asentamiento, fuera del propio guára2, los llamados táva, donde se aglomeraban los guaraníes cristianizados. Así, por ejemplo, los grupos carios y tobatines, asentados entre los ríos Tebicuary por el sur y Jejuí por el norte, fueron reubicados en los nuevos pueblos hispano-cristianos, siendo despojados de sus independientes tey’i y privados de la conciencia de pertenencia al guára, herencia de los antiguos guaraníes. A los pobladores de los táva se les desvinculó de los criollos y mestizos, negándoseles todo derecho social, cultural, económico y productivo. Los guaraníes obligados a trasladarse a estos nuevos pueblos padecieron una experiencia de desarraigo, al perder su original dominio sobre las tierras para el tipo de agricultura al cual estaban familiarizados. Ellos sólo contaban con los pequeños lotes de tierra del táva, de propiedad comunal, en los que únicamente se les permitía cultivar la mandioca que constituía, en la época colonial, la comida asociada a la subsistencia de la gente pobre. 1 La palabra guaraní yvypóra, que sirve de título a una novela de Juan Bautista Rivarola Matto (1970), está compuesta por la partícula yvy, que alude a la tierra, y póra, vocablo que en su primera acepción se refiere al duende o fantasma, y en su segunda al habitante o morador. Juntas figuran al morador, al fantasma de la tierra y nombran al campesino sin tierra paraguayo. 2 Concepto socio-político que determina una cierta región definida y delimitada generalmente por ríos. Simboliza la conciencia de pertenencia de los antiguos guaraníes. En esta unidad geográfica, los guaraníes eran dueños absolutos de los recursos naturales y de las tierras.

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En la segunda mitad del siglo XVIII, la Provincia experimentó un crecimiento demográfico progresivo, volviéndose la tierra cada vez más insuficiente. En este contexto, los criollos y los mestizos, quienes vivían dispersos en los valles, comenzaron a interesarse en las tierras dominadas por los indígenas, con la intención de apoderarse de ellas. Este hecho es la primera manifestación de lucha por la posesión de las tierras entre el criollo y mestizo con el guaraní ya cristianizado. Los poblados rurales e indígenas más afectados fueron los de origen mitayo3 y las comunidades de origen yanacona4, cuyas tierras fueron obtenidas por la clase superior gobernante. Los indígenas en condición de mitayos y yanaconas quedaron fuera de las tierras privadas y fueron la mano de obra para la explotación en los yerbales y los obrajes. Debido al sistema de encomienda, las tierras y los indígenas se convirtieron en patrimonio de los conquistadores. Éstos, como es sabido, incumpliendo las Leyes de Indias y las Ordenanzas de los gobernadores, sometieron a los indígenas y a los criollos a rigurosos trabajos y a desplazamientos forzosos hacia el Norte de Paraguay, en la Villa Real de Concepción, cuando ocurrió su fundación en el siglo XVIII. En este caso, fueron usados como un antemural contra las usurpaciones portuguesas en territorio paraguayo dominado por los españoles y los constantes ataques de los mbayáes5, a quienes se les había despojado de sus tierras y de cuyo odio se apro-

3 Indígena obligado a trabajar por turno en actividades públicas. Esta palabra es de origen quechua. En el sistema incaico, mitayuq era aquel que tenía que pasar un turno de trabajo (mita). En Paraguay la encomienda de mitazgo estuvo instaurada durante los siglos XVI y parte del XVII. Los sometidos a la mita sólo recibían un pequeño lote de tierra necesario para la subsistencia de la familia. Carecían del derecho de propiedad del lote que se les asignaba. 4 La palabra yanacona también proviene del quechua del período incaico. Se denominaba yanakuna a los súbditos del Inca que trabajaban fuera de su comunidad; en el virreinato peruano, a los indios que estaban al servicio del encomendero de forma perpetua. En Paraguay el yanaconato consistió en el repartimiento de los cautivos guaraníes rebeldes que se negaban, por la fuerza, a acatar el dominio de los españoles. Estaban obligados a trabajar en chacras, en la preparación de alimentos, hilanzas, en los famosos molinos de mano (hoy llamados trapiches). Los guaraníes yanaconas sentían un profundo desprecio por los guaraníes mitayos. Este desprecio estaba motivado no por la diferencia de status que existía entre ellos, sino por el hecho de que los mitayos tenían la posibilidad de vivir en sus táva-pueblos y de que aún seguían ligados por el parentesco, vínculo social privilegiado por los antiguos guaraníes. En cambio, el yanacona era un ser desarraigado de su comunidad, sin parentesco y forzado a vivir en las casonas del encomendero. 5 La etnia mbayá no debe ser confundida con la etnia mbyá guaraní-hablante de hoy. Mbayá y mbyá son dos etnias distintas: mbayá de la familia guaycurú, mbyá de la fami-

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vechó el imperio lusitano para oponer resistencia a los españoles, tal como se nos cuenta en la novela Vagos sin tierra (1999) de Renée Ferrer. En el siglo XVIII, a los campesinos se les llamó los “desheredados”, “desarraigados” o “vagos” por carecer de tierras propias. Los españoles asignaron tierras usufructuadas por ellos sin obtener propiedad legal. Las tierras para chacras eran adquiridas por “merced real”, el equivalente a un título de propiedad, pero a muy pocos pobladores se les otorgó. Los oficiales tuvieron privilegios especiales en la repartición de las tierras. Los terrenos quedaron hipotecados hasta tanto no se efectuase el pago de la media annata, según la avaluación fiscal, en pesos plata. Normalmente se les daba a los campesinos tierras no aptas y expuestas a los asaltos de los mbayáes y/o bandeirantes6. Esta modalidad de organización social, de expropiación y uso de la tierra se transformó radicalmente durante el gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840), quien hizo caso omiso de las concesiones y los derechos sobre las tierras otorgadas por la Corona Española, confiscándoselas al clero y a los terratenientes, para convertirlas en “Estancias de la Patria”. Es decir, se interesa en promover el desarrollo de Paraguay sin la intervención del capital extranjero, convirtiendo las tierras en propiedades fiscales, destinadas al beneficio del colectivo. El programa económico de Francia contemplaba, primordialmente, el reemplazo del monocultivo por una diversificación de la producción agrícola. El estado en la época de José Gaspar Rodríguez de Francia distribuía ganado a muy bajo costo o de forma gratuita si se trataba de campesinos más pobres y, también, proveía de instrumentos de labranza necesarios para el cultivo agrícola. Por su parte, los gobiernos de los López (Carlos Antonio, 1844-1870 y su hijo Francisco

lia guaraní. A los kadiwéu se les ha considerado los actuales descendientes de los mbayáes. La etnia mbayá-guaycurú vivió a ambos lados del río Paraguay, en el norte y noroeste del Paraguay y de la Argentina alcanzando por el sur el río Bermejo. También hubo presencia mbayá en las zonas colindantes con el estado brasileño de Mato Grosso del Sur, a los que se les asignaba con el nombre de caduceos o kadiwéus. El etnónimo mbayá, cuyo significado es “terribles”, “malos” o “salvajes”, fue atribuido por los guaraníes, a quienes atacaban con frecuencia. 6 Bandas lusitanas que penetraban en la Provincia de Paraguay, en 1630, para disputarles el territorio a los españoles. Su primer modo de penetración e incursión fue por la fuerza. A posteriori, estas bandas (esta vez, formados de mestizos luso-guayanás) emplearán otra estrategia de cautiverio. Se ofrecían hachas de metal y cualquier otro tipo de objeto curioso a los jefes guaraníes-mbiazá de los pequeños tey’i, con quienes los bandeirantes pactaban, entregándoles a su gente. A los bandeirantes que practicaban este tipo de intercambio se les llamaba pomberos, así nombrados por el padre Montoya en su libro de 1630.

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Solano, 1862-1870), dieron continuidad a la política económica de Francia, manteniendo las restricciones a los latifundios y multiplicando las “Estancias de la Patria”. Durante los regímenes de Francia y los López, la modalidad de usufructo de las tierras era el arrendamiento. Los campesinos debían pagar al estado un canon anual por la utilización de las mismas. En este periodo se consolidó la agricultura parcelario-comunitaria7. Este escenario persiste hasta el estallido de la Guerra de la Triple Alianza, en 1865, que liquida definitivamente el sistema social, político y económico imperante. La destrucción del modelo económico de Francia y los López significó el resurgimiento del latifundio y la intromisión de las potencias extranjeras en el destino de Paraguay. En este periodo se aprueba por ley la transferencia de tierras a particulares (1883-1885). La ley del 4 de noviembre de 1875 autorizaba al Poder Ejecutivo a vender las tierras a sus ocupantes y a todo aquel que las demandase. Los interesados contaban con un plazo de 12 meses para hacer efectivo el pago de las tierras adquiridas, en monedas de oro y plata sellada. Con un mes de mora, sin embargo podían perder el derecho a las mismas. Esta exigencia no permitió que los campesinos pobres tuvieran la posibilidad de adquirir su propia tierra. Debido a que muy pocos tuvieron opción de comprar tierras, el estado decidió rematarlas al capital extranjero. La adjudicación masiva de las tierras a foráneos originó la restitución de los latifundios, con lo cual se inicia la problemática de la tierra en Paraguay. Comunidades enteras de campesinos quedaron confinadas dentro de los grandes latifundios y obligadas a trabajar para sus propietarios, con amenazas de ser expulsadas en caso de resistirse. Desde 1970 se produce la inserción de empresas agroindustriales8 en Paraguay, incidiendo en la estructura agraria para entonces predominante. Estas empresas se han apropiado de las tierras más fértiles del país. Se produjo al mismo tiempo el ingreso masivo de pequeños, medianos y grandes productores agrícolas brasileños en las fronteras norte y este. Las tierras “sin dueño” que sirvieron en otro momento para descongestionar las regiones más pobladas, dejaron de existir. La historia social sólo da cuenta de la exacerbación de la explotación de la mano de obra campesina en los obrajes y en los yerbales. Hasta la década de 1960 la presencia pública del campesinado se produjo, fundamentalmente, para buscar soluciones a problemas 7 El paso de la apropiación privada a la utilización comunal de las tierras, durante el período colonial (1524-1811) y su posterior paso a la independencia (1811-1870). 8 Como Agriex, Agropeco, Fiduciaria Transatlántica Alemana, entre otras. Se instalaron en la cuenca del Paraná en los departamentos de Amambay, Alto Paraná, Canindeyú e Tapúa.

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puntuales. En este periodo se habilitaron masivas colonizaciones que permitieron la expansión de la frontera agropecuaria y una significativa ruralización que trajo consigo importantes transformaciones en la estructura poblacional, en las regiones de antiguas comunidades. Otro hecho relevante en la década del 60 hasta mediados de los 70 fue la aparición y la rápida expansión de un nuevo modo de organización campesina, las llamadas Ligas Agrarias Cristianas (LAC)9, que tuvieron repercusión en los ámbitos políticos y económicos. Por el poder que había alcanzado esta organización, el gobierno se valió de intensas y violentas acciones represivas para desarticularlas. Hasta entonces, la escasa o nula participación de los campesinos constituía el signo más visible de la marginación en que se encontraban. La apertura democrática en febrero de 1989 ha propiciado que los campesinos expresen, sin mayores restricciones, sus reclamos por la tierra, silenciados y soslayados durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Los campesinos, articulados en coordinaciones zonales, regionales y nacionales, comenzaron a presionar al gobierno y a los terratenientes con ocupaciones y movilizaciones. Como una forma de control de estas rebeliones, el entonces presidente de la República, el general Andrés Rodríguez (1989-1993), presentó un proyecto de ley para la ampliación del Estatuto Agrario, con el propósito de defender la propiedad privada de los invasores. Con esta ampliación del Estatuto Agrario, el estado acentuó el conflicto de tierra al ponerse del lado de los terratenientes. El mismo año la Asociación Rural del Paraguay (ARP), gremio a favor de los ganaderos, declaraba que la invasión de la propiedad privada constituía una violación de los derechos humanos. Asimismo, el Instituto de Bienestar Rural (IBR), el actual Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT), organismo encargado de ejecutar la política de tierra en Paraguay, también se manifestaba en contra de las ocupaciones de tierra por considerarlas actos irregulares, calificados de delito penal. Hacia finales de 1989, el Ministerio del Interior llevó a cabo un censo en todo el país, que arrojó un total de 110.000 familias campesinas sin parcela propia. Como respuesta ante estos resultados el gobierno de Rodríguez propuso la habilitación de nuevas colonias y creó con este fin el Consejo Nacional de Coordinación para el Desarrollo Rural (CONCODER). No obstante, 9 Se trata de una modalidad organizacional de carácter solidario y basada en la fraternidad. Sus demandas fundamentales fueron la redistribución de la tierra, así como el pago justo por los productos agrícolas. En sus inicios fueron movimientos de carácter religioso, nacieron y se desarrollaron bajo el amparo de la Iglesia católica, pero pronto adquirieron un rasgo contestatario que los llevó a desligarse de ella.

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este organismo duró sólo un año y fue disuelto en junio de 1990 por su repartición burocrática. La táctica que ha funcionado hasta el presente a los Sin Tierra son las tomas acompañadas de movilizaciones de protesta, aunque sin el amparo jurídico, pues siguen considerándose delitos penales. El monopolio de tierra es un problema que Paraguay no ha podido solventar hasta ahora, postergando el desarrollo agrario y agudizando los conflictos con otros aspectos que veremos a continuación.

Expansión e impactos del monocultivo de la soja en Paraguay A mediados de 2006, un grupo interdisciplinario10, con el apoyo de BASE IS (Base Investigaciones Sociales), inicia una pesquisa en algunas comunidades campesinas paraguayas que ya convivían con cultivos de soja convencional desde hace tiempo y en otras que han entrado en contacto con el modelo sojero transgénico desde los años 1999/2000. Partiendo de este estudio, nos proponemos analizar el desequilibrio socioeconómico y cultural ocasionado a las familias campesinas por el avance de la soja. Asimismo, estudiaremos las condiciones de vida de los campesinos en los lugares de origen y en el destino migratorio. Nos apoyaremos en el documental Soberanía violada de Malu Vázquez y en algunas opiniones de migrantes expulsados a causa de dicho monocultivo, recogidas por el grupo de investigación de BASE IS en cuatro ciudades: área metropolitana de Asunción, Caaguazú, Ciudad del Este y Encarnación. La soja es más que un simple cultivo, es un sistema, porque adquiere una dimensión geopolítica relevante y colabora con la globalización económica de la agricultura en función de los intereses de corporativos. La deshumanización de la agricultura y el despoblamiento del campo a causa del modelo agroexportador, su “sojización”, se extienden en los países del Norte y Sur de América Latina. El monocultivo de soja se revela como una guerra solapada contra las comunidades rurales e indígenas, que genera el vaciamiento del campo e incide negativamente en la identidad de estos sectores sociales, privándolos de su memoria cultural para obligarlos a aglomerarse en las ciudades. Paraguay ocupa el cuarto lugar a nivel mundial entre los países exportadores de soja y la quinta posición en cuanto a la producción mundial 10 Proyecto del Grupo de Reflexión Rural de Argentina. Este grupo produjo la compilación de ensayos Repúblicas unidas de la soja. Realidades sobre la producción de soja en América Latina, en la que se abordan las consecuencias sociales, económicas y ecológicas de la expansión de los monocultivos de soja.

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del mismo monocultivo. La superficie cultivada en la zafra de 2006/2007 alcanza los 2.426.000 hectáreas. Durante los periodos 1995/96-2005/06 la soja ha mantenido un promedio de 125.000 has. por año y figura un crecimiento del 191%. Una parte del suelo plantado con soja, se presume, eran tierras ganaderas reconvertidas en el presente a la oleaginosa, la otra parte de ellas pertenecía a familias campesinas, a las que se les ha arrebatado por venta, alquiler o despojo. Las comunidades con mayores problemas de tenencia de la tierra son aquellas con mayor presencia de soja, en Alto Paraná e Itapúa. La juventud rural, por carecer de posibilidades económicas para acceder a la tierra, sólo cuenta con dos alternativas: migrar a las grandes ciudades u ocupar otras tierras si aspiran a permanecer en el campo. La familia campesina halla grandes obstáculos tanto en la producción como en la comercialización de sus productos. Los dirigentes campesinos destacan que desde el 2000 se ha acentuado la degradación y el abandono de las prácticas de agricultura de subsistencia de las comunidades. Los trastornos climáticos, como aseguran los mismos campesinos, también inciden de manera negativa en la producción de los cultivos. Ante la inestabilidad del clima, los campesinos muestran preocupación por el porvenir de sus chacras. A propósito manifiesta un campesino de la Sexta Línea Yvypé en Lima, Departamento de San Pedro: “[...] La deforestación de los bosques nos seguirá influenciando. Ahora ya es muy caliente y será por esta razón más caliente [...]” (Reinaldo Casco 2007)11. Los campesinos asocian la decadencia progresiva de su economía a la expansión de los monocultivos. En el momento en que los campesinos comienzan a plantar soja, desplazan sus rubros de autoconsumo, dependiendo cada vez más de un sistema de cultivo que no pueden controlar y el cual exige una inversión considerable de dinero. El monocultivo de soja es el que más deuda trae. El fácil acceso a financiamientos es lo que motivó a los campesinos a cultivar la soja. La mayoría de los créditos se concede en gran parte en forma de insumos para la producción. Este hecho constituye una estrategia para crear dependencia por los productos de monocultivo. Los insumos que reciben, en la mayoría de los casos, tienen precios más altos que los del mercado. Por ello, la sequía padecida en los años 2003/2004 ha contribuido a que la mayoría de campesinos sojeros haya acumulado deudas. Es en las zonas sojeras donde se presenta el más alto nivel de endeudamiento por créditos agrarios:

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Véase el documental Soberanía violada de Malu Vázquez. Traducción nuestra al castellano de los subtítulos en alemán.

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Los pequeños productores caen en la política de la producción agroexportadora. Entonces plantan soja, solicitan el crédito, la empresa les da el crédito, todos los insumos, la semilla, plantan. No le sale bien la soja y quedan con una deuda alta. Ahora no pueden pagar su deuda porque no le sale bien la producción, entonces viene la gente del silo y les dice vamos a refinanciar la deuda de ustedes y nosotros los propietarios del silo vamos a ser la garantía. Luego, si los productores no van a poder pagar, los silos les pagan las deudas y quitan las tierras a los pequeños productores. O sea que todos aquellos que están con esa política, corren el riesgo de perder su tierra (Dirigente de Alto Paraná)12.

Se registra en las comunidades campesinas un alto nivel de pérdida por embargos. La mayoría de los propietarios de los silos ha empleado tácticas truculentas para expropiarles las tierras a los pequeños productores, quienes, en última instancia, se ven forzados a venderlas para saldar su deuda. Primero venden su ganado y cuando es insuficiente acaban alquilando sus tierras o vendiéndoselas a los terratenientes. Estas circunstancias amenazantes obligan a los campesinos a abandonar sus comunidades en busca de un trabajo con el cual su familia y ellos mismos puedan subsistir: “Los primeros que vendieron fue por causa de salud [...]. Otros vendieron porque miraron en otra parte lo que están [sic] pasando y éstos se adelantaron para escapar de las cosas que se venía [sic], la extensión de la soja, ahí procuraron ya otro lugar” (Campesino de Pirirí). Por otro lado, los campesinos son conscientes de que la implementación de las semillas de soja transgénica y la industrialización de los monocultivos ha cercenado toda posibilidad de trabajo. Sólo algunos hombres menores de 30 años son admitidos en el silo para trabajos temporales: la fumigación, la descarga, la selección de los granos y la alimentación de los hornos para el secado. La faena es agotadora, el promedio de descarga es de 1.000 toneladas al día y la jornada requiere por lo menos 10 horas diarias. Las condiciones contractuales y de salud son precarias. Los trabajadores carecen de un equipamiento adecuado para protegerse del polvillo y los agrotóxicos. La expansión de la soja ha agudizado la problemática de la tenencia de la tierra: “Los brasileños compran una pequeña parcela, compran al otro

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Citado en el artículo “Los refugiados del modelo agroexportador. Impactos del monocultivo de soja en comunidades campesinas paraguayas” de Javiera Rulli, en Repúblicas unidas de la soja. Realidades sobre la producción de soja en América del Sur [formato digital], proyecto del Grupo de Reflexión Rural disponible en (consultado: 8 de abril de 2008). Las declaraciones de dirigentes campesinos que en adelante se citarán han sido recogidas por Javiera Rulli en el trabajo mencionado.

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y un tercero que está en medio ya no puede resistir, porque se le vienen con venenos […]; al final termina vendiendo sus tierras asediado por los tóxicos” (Dirigente campesino de Caaguazú). En los departamentos de San Pedro, Alto Paraná, Caaguazú e Itapúa se registran mayores niveles de venta de tierra y desaparición de comunidades campesinas. El agronegocio de la soja ha provocado la devastación de los suelos, la deforestación, la contaminación de ríos y acuíferos, la desaparición de la biodiversidad, la expoliación del patrimonio cultural y la eliminación de la agricultura familiar de autoconsumo. Es innegable la penosa corrupción por parte del Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT), en la transferencia de tierra a manos de sojeros: “Nosotros buscamos el título de la finca en el Instituto Nacional del Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT). El título no existe. Ellos usan un contrato privado y los funcionarios públicos lo emplean para desalojarnos [...]” (Benigno García Tajykaré 2007)13. En la actualidad la modernización agraria representa una amenaza contra la soberanía territorial y alimentaria. Es la responsable de la descomposición de los pueblos nativos y rurales y su confinamiento. El acelerado crecimiento de la población urbana y el descenso de la población rural coinciden con la aguda crisis de la agricultura tradicional campesina y la desaceleración económica del país. El lavado ecológico de los corporativos de bioagrocombustibles, la Mesa Redonda sobre Soja Responsable –RTRS– y organismos del estado –gobiernos, institutos agrarios, etc.– en los países de expansión de monocultivos, intentan sugestionar a la gente, legitimando la producción irresponsable de soja, que trae perjuicios sociales y ecológicos irreversibles.

A modo de conclusión Una de las consecuencias nefastas del modelo sojero es la situación de indefensión de los campesinos e indígenas desplazados. El arraigo de las familias campesinas e indígenas se fundamenta en el derecho a mantener su identidad, lo que supone la posibilidad de conservar, afianzar, establecer y fijar dignamente sus modos de vida, sus costumbres, su cultura y un sistema productivo propio. Por eso, la tenencia de tierra va más allá de una mera titulación, es un concepto integral que se amplía hacia el ámbito de posesión

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Integrante de un campamento de Sin Tierras en: “Soberanía violada”.

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real y apropiación del territorio. Esto supone el establecimiento permanente de la familia en un lugar, así como el desarrollo de su sistema de producción local, su situación socioeconómica y el contexto social, ambiental, político y lingüístico en el que se inserta dicha tenencia. La reflexión sobre los impactos del modelo sojero supone reconsiderar ciertos aspectos eludidos. Repensar nuestros posicionamientos y los fundamentalismos epistemológicos y metodológicos, implica, en este caso, revisar las nociones tradicionales de espacio rural y urbano. Además, urge relativizar, tal como lo considera João Paulo Borges Coelho14, las zonas de origen y el concepto de tradición, puesto que los espacios abrigan en su seno contradicciones y se vuelven ambiguos. Ciertos conceptos no logran abarcar lo suficiente y nos apartan de la comprensión de los matices en los fenómenos migratorios. Esto motiva una serie de interrogantes, como una forma de expansión del horizonte en el cual se despliega el fenómeno de migración obligada en Paraguay por el monocultivo mecanizado: ¿hasta qué punto los espacios rural y urbano, en el caso paraguayo, son ámbitos diferenciados?, ¿en qué medida el uno interfiere en el otro de forma recíproca?, ¿en los espacios caracterizados como rurales se crean dinámicas internas cambiables?, ¿sirve el espacio urbano de mediador en la transformación del espacio rural?, ¿cuáles son las circunstancias de los desplazados en los lugares de destino? y ¿qué sucede con aquellas familias que se han quedado en el campo y cuyas chacras están rodeadas por la soja? Estas familias de campesinos también experimentan una forma de desplazamiento forzoso. Aparecen confinadas en su propio espacio, en el cual se atenta contra su integridad física, cultural y psíquica, llevándolos a condiciones aún más vulnerables. Según manifestó Julio Ramos en este simposio, es preciso pensar los espacios no ya como territorios estáticos, sino como ámbitos movibles de múltiples escenarios en los cuales convergen y divergen diferentes tiempos –lo que vale sin duda alguna para los otros casos de desplazamiento forzoso expuestos durante el Simposio–. En este sentido las fronteras entre uno y otro espacio se vuelven porosas. Esto es, el hecho de que los actores sociales de un determinado ámbito se desplacen, a pesar de su voluntad de no hacerlo, supone un redimensionamiento de los espacios. Es decir, transformaciones en la disposición territorial, nuevas formas de urbanización y rupturas de los modos de vida y de producción. Lo antes manifestado supone al mismo tiempo el desplazamiento de la lengua del que migra. La “sojización del campo” en Paraguay lleva al des-

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En su trabajo incluido en este libro.

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poblamiento del campo y amenaza la identidad lingüística y cultural del campesinado. En este sentido, conviene estudiar la relación existente entre el fenómeno de migración interna y el desplazamiento lingüístico en Paraguay, para dar cuenta del espacio geolingüístico y sociocomunicativo en el que se desenvuelven los hablantes migrantes. Es importante considerar los procesos posteriores a la migración y el comportamiento que provoca en los migrantes rurales el cambio de su lugar de origen, sus modos de vida y el empleo de la lengua: ¿qué ocurre con la lengua de origen si sus hablantes migran de una región predominantemente guaraníhablante a una zona donde la mayoría es hispanohablante?, ¿la tendencia no es el fortalecimiento del bilingüismo, sino la pérdida de la lengua de origen (el guaraní), la “hibridación” lingüística y/o el monolingüismo castellano?, ¿cómo se van transformando los códigos, las visiones y posturas frente al mundo de los migrantes?, ¿la migración del campo a las grandes ciudades, en especial a Asunción, representa uno de los factores que acelera y fomenta el proceso de cambio lingüístico de la lengua materna al castellano y/o es el producto de la “hibridación” lingüística en la forma jopara? Las complejas aristas que he mencionado ponen en evidencia el vacío innegable que existe en torno a la interpretación de los desplazamientos obligados.

Bibliografía FERRER, Renée (2007): Vagos sin tierra, 2ª ed. Asunción: Servilibro. RIVAROLA MATTO, Juan Bautista (2001): Yvypora. El fantasma de la tierra [libro digitalizado]. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Edición digital basada en la de Buenos Aires, Santiago Rueda editor, 1970. Disponible en (consultado en marzo de 2007). RULLI, Javiera (2006): “Los refugiados del modelo agroexportador. Impactos del monocultivo de soja en comunidades campesinas paraguayas” [formato digital]. Recopilado en Repúblicas unidas de la soja. Realidades sobre la producción de soja en América del Sur, proyecto del Grupo de Reflexión Rural, disponible en (consultado el 8 de abril de 2008) . VÁZQUEZ, Malu (2007): Soberanía violada [formato DVD]. Coordinadora Departamental de Defensa de la Soberanía, con el apoyo de Base de Investigaciones Sociales. Coordinación del material: Catalina Servín. Producción periodística: Arturo Peña. Original: guaraní/español. Rodado en mayo y junio de 2007, en tres distritos del Departamento San Pedro (Lima, Guayaibí y Capiibary).

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A SITUAÇÃO DOS REFUGIADOS NA GUINÉ-BISSAU NELVINA BARRETO Projecto de Desenvolvimento e Assistência Comunitaria, Bissau

Introdução A República da Guiné-Bissau tem uma superfície total de 36.125 km2 e uma população estimada em 1.295.840 habitantes, que compõem um mosaico étnico diversificado (28 etnias). A língua oficial é o português embora o crioulo, que é uma mistura das línguas étnicas e do português, seja a língua veicular e de unidade. O país tem fronteiras a norte com a República do Senegal e a sul com a República da Guiné Conackry. A Guiné-Bissau viveu em 1998/99 um conflito político-militar que durou 11 meses, tendo em consequência sido destruídas vidas e bens das populações. Este conflito fragilizou consideravelmente as instituições do estado e as fundações do jovem estado de direito democrático. Todavia, apesar de incipiente, o país já realizou três eleições legislativas e três presidenciais, garantindo assim a alternância política. As principais instituições da Guiné-Bissau são: o Presidente da República, a Assembleia Nacional Popular, o Governo e o Supremo Tribunal de Justiça.

Contexto sub-regional A Guiné-Bissau está integrada no Espaço Económico e Financeiro SubRegional Oeste Africano que é a UEMOA. Aderiu também ao espaço de integração política da CEDEAO, constituindo-se assim em zona de livre circulação de pessoas e bens e fazendo parte do processo de integração oeste-africano. Esta zona geográfica é particularmente instável, só nos últimos quinze anos viveu mais de quatro conflitos, incluindo o de Casamança, que é o mais antigo, a par dos movimentos independentistas do Biafra e do Delta do Niger. Devido à sua localização, a Guiné-Bissau recebe periodicamente vagas de refugiados vindos de países vizinhos, resultantes de diversos conflitos

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que abalam a zona, alguns bastante prolongados como a Libéria, Casamança e a Serra Leoa, outros mais pontuais (Guiné Conakry). Calcula-se que ao longo da última década terá recebido cerca de 10.000 refugiados vindos destes Países.

Historial da entrada dos refugiados na Guiné-bissau Os primeiros refugiados a entrar na Guiné-Bissau nos anos 80 foram os provenientes do conflito de Casamança, que atravessaram a fronteira para fugir dos ataques intensivos da guerrilha e encontrar alguma segurança. Em 1986, o governo da Guiné-Bissau, para proteger os refugiados, inicia uma busca de apoios junto a alguns parceiros internacionais vocacionados para a problemática dos refugiados, nomeadamente as agências do sistema das Nações Unidas. De 1991 a 1996, chegou mais uma vaga de refugiados de origem senegalesa, liberiana e serra leonesa e o governo, preocupado com a dimensão da situação de segurança do seu território, propôs a transferência dos refugiados senegaleses para longe da linha de fronteira e criou, em parceria com a UNHCR, um campo de refugiados em Djolmet. Em 2000/01/02 aumenta o número de refugiados serra leoneses, liberianos e da Costa do Marfim.

A situação dos refugiados A situação desses refugiados é extremamente problemática devido às próprias dificuldades que o país enfrenta. A maioria dos refugiados vive no Norte do país e sobrevive essencialmente da agricultura, da pesca e do pequeno comércio. A ausência de serviços sociais básicos, de um programa de assistência e de uma rede de organizações humanitárias para apoiar os refugiados impede a sua integração no país de acolhimento e acentua os problemas específicos dos grupos. Assim em 2001 o governo cria oficialmente a Comissão Nacional para os Refugiados, com o apoio do UNHCR e de alguns parceiros não governamentais. Com o objectivo de autonomizar e facilitar a integração local dos refugiados foram realizados, de 2004 a 2007, pequenos projectos de actividades geradoras de rendimentos nas seguintes áreas: agricultura, pequeno comércio, horticultura, educação e micro-crédito.

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Dificuldades de integração As dificuldades de integração variam em conformidade com as áreas geográficas onde os refugiados se encontram. Desta forma nas zonas urbanas (Bissau, Bafatá, S. Domingos) os principais obstáculos registados são: (i) falta de emprego, (ii) falta de organizações de apoio aos refugiados, (iii) falta de projectos para geração de rendimentos. Nas zonas rurais as dificuldades são: (i) elevada taxa de analfabetismo, (ii) dificuldade de acesso à terra para praticar agricultura, (iii) resistência das populações locais em partilhar os escassos recursos.

Problemas particulares No domínio dos cuidados de saúde básicos, as taxas de prevalência do HIV/SIDA, da tuberculose e da malária são extremamente elevadas, traduzindo assim uma grande incapacidade de cobertura de cuidados médicos a esse grupo vulnerável. Na educação, o acesso é dificultado pela questão da língua (a maioria dos refugiados são anglófonos) e pela falta de meios para compra de materiais escolares e pagamento de propinas. Com o regresso à paz e a alguma estabilidade nos seus países de origem, a grande maioria dos refugiados prefere voltar, com o apoio de organismos vocacionados para o efeito, para se restabelecer e iniciar lá uma nova vida.

Instituições de assistência • UNHCR – Agência especializada das Nações Unidas (Alta Comissão para os Refugiados das Nações Unidas) • CNR – Comissão Nacional para os Refugiados • ADRA – Instituição da Igreja Adventista A UNHCR financia acções da Comissão Nacional para os Refugiados que por sua vez sub-delega muitas das actividades de campo para a missão evangélica da ADRA.

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VIOLENCIA, DESPLAZAMIENTOS Y RELIGIÓN EN EL CONTEXTO ÉTNICO DEL ESTADO DE CHIAPAS JEAN-PIERRE BASTIAN Université de Strasbourg

México es una nación mayoritariamente católica. Desde la conquista, el catolicismo uniformó a la totalidad social dictando pautas de comportamientos y valores. De este modo, la conciencia nacional se ha tejido a través de los grandes símbolos católicos, en particular con el guadalupismo como expresión ideológica de la totalidad nacional y como mito integrador. En este contexto, toda expresión religiosa distinta a la católica suele ser considerada como una herejía o como una penetración de ideas y valores amenazadores para la nación. Sin embargo, pese a todo, en las últimas décadas un modelo religioso sectario de tipo protestante o evangélico ha progresado en México. Los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)1 son contundentes. Si en 1960 los evangélicos eran el 1,6% de la población, en el 2000 ya eran el 7,2%. Mientras tanto, los católicos nominales en México pasaban del 96,4% en 1960 al 87,8% en el 2000. Estos datos globales no reflejan una realidad religiosa minoritaria que es más compleja y probablemente más numerosa aún. En particular, el censo no abarca –en la categoría “protestante o evangélico”– al conjunto de una población que a menudo, tanto en el campo como en la ciudad, prefiere esconderse bajo los ítems “ninguna” u “otra” por temor a la persecución. Con todo, se hace necesario leer más finamente los datos, en particular a partir de los censos por estado de la Federación, y aun a nivel municipal. De hecho, se puede constatar una triple polarización de los movimientos religiosos protestantes: por un lado, en los estados fronterizos con tasas por encima del promedio nacional; por otro lado, en los suburbios de la ciudad de México y los municipios conurbados del estado de México; en fin, en el sur del país, en particular en los estados de Tabasco y Chiapas. En cambio, el centro-oeste resiste a los cambios religiosos con tasas de protestantes muy inferiores al 1

Cf. (25.04.2008), Censos Generales de Población y Vivienda, 1960-2000.

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promedio nacional. El caso chiapaneco es particularmente interesante para permitirnos entender los efectos sociales de la difusión de movimientos religiosos no católicos en el contexto étnico. De hecho, el cambio religioso ha sido drástico en Chiapas en los últimos cuarenta años. Mientras en 1970, el 91% de los habitantes se definían como católicos, ya eran sólo el 63,83% en el 2000. El derrumbe de la identificación con el catolicismo ocurrió en todo el estado, pero con una brusquedad particular en ciertas regiones (los Altos, las Cañadas y la zona de Mariscal), donde predominan municipios indígenas o municipios con fuerte densidad de población indígena. Los censos del INEGI nos informan sobre el tipo de afiliación religiosa de los no católicos. Los ítems escogidos se refieren a cuatro tipos de datos fuera del ítem católico. Se trata de los que practican las religiones “protestante o evangélica” y “bíblicos no evangélicos” (1970: 4,8%; 2000: 21,88%); “judaica” (0,1% en 1990 y 0,0 en el 2000) y “otra” (1970: 0,3%; 2000: 1,2%); de los que practican “ninguna” (1970: 3,5%; 2000: 13,07%) y de un porcentaje muy bajo de “no especificado” (1990: 1,4%; 2000: 1,18%). Lo que más llama la atención es el crecimiento abrumador de evangélicos y de otras religiones que se esconden esencialmente bajo el ítem “ninguna”. Este ítem no nos remite a un crecimiento del ateísmo en un estado predominantemente rural, sino más bien al temor que manifiestan los actores sociales en afirmar una identidad religiosa muchas veces perseguida o bajo sospecha en el discurso –ampliado por la prensa– de muchos antropólogos. Si todavía ser evangélico puede parecer legítimo, ser testigo de Jehová lo es menos. Además, probablemente, bajo el ítem “ninguna” puede esconderse una religión indígena entendida como “catolicismo de la costumbre” que escapa a las regulaciones religiosas de la institución católica. Con todo, en el 2000 más de una tercera parte de la población escapaba a las regulaciones institucionales del catolicismo romano, y este fenómeno se acentuaba en las poblaciones indígenas, donde en muchos municipios los católicos representan ya menos de la mitad de la población. Esta evolución de las representaciones y de las pertenencias religiosas de los indios chiapanecos ha tenido cierta visibilidad por los conflictos que se han generado. En muchos municipios, la diferenciación religiosa ha provocado violentas confrontaciones que parecen ser religiosas. Han conducido a expulsiones de los grupos de parentesco disidente por parte de los caciques católicos. Eso ha sido a veces interpretado como una guerra de religión. Sin embargo, detrás de los intereses religiosos, afloran intereses políticos y ante todo económicos. Quisiera tratar de entender el sentido de este proceso acelerado de diferenciación religiosa intraétnica, así como la violencia que la acompaña.

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La comunidad étnica dividida Chiapas es el estado mexicano con la tasa más elevada de no-católicos romanos; en ciertos municipios, esos pertenecen al catolicismo llamado “de la costumbre”; sin embargo, la mayoría de ellos son miembros de organizaciones religiosas ligadas al protestantismo histórico (presbiterianos, bautistas, nazarenos), al pentecostalismo (Asambleas de Dios, Iglesia de Dios de la Profecía, etc.) y a varios otros movimientos religiosos no protestantes de origen norteamericano o nacional (adventistas, testigos de Jehová, Luz del Mundo, etc.). Por primera vez en cinco siglos de presencia continua, la Iglesia católica, con sus tres diócesis (San Cristóbal, Tuxtla Gutiérrez y Tapachula), ya no logra regular las creencias de la población. Mientras hasta entonces las expresiones religiosas correspondientes al concepto de “costumbre” se habían siempre manifestado en una relación de subordinación y de aceptación de la autoridad episcopal reconocida, hoy día, el catolicismo costumbrista no tiene reparos en oponerse al catolicismo institucional, ante todo cuando éste desarrolla prácticas eclesiales cercanas a la corriente de la Teología de la liberación, como es el caso en la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Por otra parte, sectores enteros de la población adoptan prácticas religiosas nuevas, protestantes o no, y escapan así a la regulación del catolicismo institucional. Una sociografía detallada revela un proceso que puede llevar a la Iglesia católica a verse desposeída a corto plazo de su monopolio sobre las conciencias y a perder incluso su hegemonía. Según los datos recolectados para el 2000 por el INEGI, esto se produce ya en 33 de los 111 municipios donde los católicos representan menos del 50% de la población, mientras en 1990 esta realidad afectaba a sólo 25 municipios. Esta geografía de la “descatolicización” coincide con las periferias étnicas, con las regiones donde la violencia agraria es la más fuerte y donde se ha implantado la guerrilla zapatista. Se trata de tres regiones con predominio indígena: los Altos de Chiapas, las Cañadas y la zona de Mariscal. En los Altos, algunos municipios eran ya para 1990 en su mayoría no católicos o al punto de llegar a serlo, y esta tendencia se aceleró en el 2000. Los católicos eran un 33,3% en Chanal, un 16,7% en Chenalhó, un 47,4% en Oxchuc, un 46,5% en Mitontic y un 35,89% en Tenejapa, mientras que en otros municipios el aparente monolitismo católico relativo (Chamula el 74%, Zinacantán el 90,6%) se debía a las expulsiones repetidas de las familias heterodoxas por los caciques indígenas. Durante estos últimos veinte años, en los municipios apenas mencionados, miles de habitantes han sido expulsados por la violencia caciquil hacia las periferias de San Cristóbal de las Casas o han emigrado hacia la región pionera de las Cañadas. En esta región, hoy día en parte territorio zapatista, los

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expulsados han constituido parajes enteramente “protestantes”, cambiando así la composición religiosa de los municipios de tal modo que los católicos eran en el 2000 ya solo el 33,2% de la población en La Independencia, el 62,2% en Las Margaritas y el 46,2% en Ocosingo. La tendencia es aún más clara en la zona fronteriza de Mariscal, donde predominan las comunidades indígenas mam. En el 2000, los católicos romanos constituían el 17,8% de la población del municipio de Bejucal, el 29% en El Porvenir, el 28,7% en Bella Vista, el 39% en La Grandeza, el 39,5% en Motozintla, el 42% en Mazapa, el 43% en Frontera Comalapa, el 54% en Amatenango y el 61% en Siltepec. Durante los años 80, trastornadas por el flujo de indios mam de Guatemala expulsados por la confrontación entre tropas gubernamentales y la guerrilla, las comunidades mam han vivido, en ambos lados de la frontera (García Ruiz 1992), una verdadera mutación de sus afiliaciones religiosas. Chiapas siempre ha sido un mosaico étnico. Las etnias actuales son el fruto de las reconstrucciones identitarias de larga duración. El Estado colonial usó de las divisiones étnicas reconstituidas para facilitar el control político de la región. Aunque unos movimientos indios mesiánicos se manifestaron de manera esporádica (Favre 1971), nunca hubo indios genéricos unidos en un común proyecto de resistencia al poder colonial. En cambio, hasta la década de 1950, una cierta estabilidad en la repartición territorial y un mismo universo simbólico cívico-religioso aseguró una gran homogeneidad en el comportamiento de las etnias a pesar de la diversidad lingüística. Esta estabilidad empezó a quebrarse en los municipios indígenas de la vecina Guatemala donde se anticipó un proceso de confrontación intraétnica a favor del régimen revolucionario, entre 1944 y 1954. En aquel momento se agudizó la lucha por la tierra. La diferenciación religiosa intraétnica se afianzó así sobre la doble base del crecimiento de sectores étnicos protestantes y de otros sectores étnicos vinculados a la Acción católica, unos y otros opuestos al catolicismo de la costumbre. Este proceso se dio un poco más tarde en los municipios étnicos de Chiapas. Jan Rus (1995:79) ha mostrado de qué manera “la relación de la población a la tierra cultivable en las comunidades de los Altos empeoró a partir de la mitad de los años 1950 y durante los años 1960”. Pero en aquel entonces, la estabilidad de las comunidades étnicas no se veía amenazada porque las tierras bajas del estado siguieron ofreciendo trabajo para una franja de la población étnica joven que lograba encontrar un empleo temporal. A partir de los años 70 y 80, la lucha por la tierra se agudizó aún más por el constante crecimiento demográfico; pero el cambio fundamental vino de las nuevas relaciones económicas imperantes en las tierras bajas del estado. Ahí, el cambio de una economía de cosecha a una economía ganadera, el uso creciente de tecnología

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moderna que recortaba el uso de mano de obra y la baja drástica de los precios del café frenaron tremendamente la demanda de mano de obra indígena. De tal modo que “el empleo migratorio agrícola que permitió emplear de 60.000 hasta 75.000 mayas de los Altos al principio de los años 1970, había bajado al principio de los años 1990 a menos de 40.000 o 50.000 trabajadores”, mientras la población de hombres en edad laboral “había crecido entre los tzotziles, tzeltales, tojolobales y choles de 125.000 hasta los 210.000 para 1990” (Rus 1995: 82-83). Este cambio en la economía regional y en las tasas de uso de mano de obra indígena acarreó tensiones sin precedentes en las comunidades étnicas; las expulsiones y los flujos migratorios fronterizos reforzaron la atomización de las poblaciones indígenas, en particular en las regiones pioneras donde los parajes étnicos se suceden sin otra lógica que la migración corporatista por grupos de parentesco. A eso se añadieron unas tensiones intraétnicas ligadas a una diferenciación social acelerada por la expansión de la economía de mercado y las confrontaciones entre indígenas y entre indígenas y mestizos por el problema de la tierra. La multiplicación de las afiliaciones religiosas fue paralela al proceso de crisis económica estructural en la cual entraron las comunidades étnicas. De hecho fue durante las décadas de 1970 y de 1980 que se dio la explosión religiosa no católica. Fue el fruto de un proceso que las sectas reforzaron ofreciendo una respuesta simbólica a la crisis estructural de las economías indígenas.

El rechazo del sistema de cargos En las comunidades indígenas lo religioso y lo político se encuentran mezclados. Dehouve (2006: 102-103) ha mostrado el carácter sagrado del poder en el contexto étnico maya, proceso de larga duración que remite a la idea y las prácticas de una “realeza sagrada” que perdura hasta hoy en aquellos municipios indígenas, resistiendo a las ofensivas del Estado moderno y a la secularización. Las fiestas religiosas son todavía hoy un factor determinante de la reproducción social. La antropología funcionalista ha mostrado de qué manera el sistema de fiestas rebasa un tipo de organización religiosa, las cofradías y las mayordomías. Se trata de asociaciones cuyos miembros se reclutan entre ciertos oficios o ciertos barrios de los municipios (Lundius 1993). Por turno, los individuos que representan familias extensas se ven encargados de asegurar el costo y el desarrollo de la fiesta. De ahí el uso del término de “cargo” que refleja el carácter coercitivo de una función que requiere tiempo y dinero. A la vez, el sistema de cargos asegura una movilidad simbólica orientada hacia la búsqueda de un prestigio siempre mayor

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ligado a la ejecución del cargo. Para muchos antropólogos, el sistema de las fiestas religiosas ha sido la base y la causa de la estabilidad social y cultural de los grupos indígenas. La participación en los cargos aseguró la integración comunitaria y el igualitarismo económico de las sociedades indígenas. De hecho, en las economías tradicionales precapitalistas, los gastos rituales suntuarios asumidos por turno por las principales familias movilizaban la riqueza de los nativos más prósperos y les impedía transformarse en emprendedores capitalistas. De esta manera, la comunidad indígena se regulaba a través del proceso de consumo y quema del excedente impidiendo toda movilidad social que no fuera simbólica y prevenía así las iniciativas económicas capaces de destruir los lazos sociales (Cancian 1965). Este análisis presupone la estabilidad de las entidades étnicas y pudo reflejar una cierta realidad indígena pasada. Sin embargo, en el plano teórico, un tal acercamiento ha conducido a la sustancialización de la identidad étnica (Poutignat 1995: 134-153). La rápida inserción de las sociedades indígenas en la economía de mercado con las políticas de desarrollo promovidas por el estado durante los años 1940 y 1950 ha modificado drásticamente la realidad social indígena. Esto ha provocado entre los tzotziles y los tzeltales de los Altos una creciente diferenciación social intraétnica. Como lo han constatado Smith (1981) y Cancian (1992), hoy día el sistema de fiestas ya no asegura la redistribución del excedente y el equilibrio comunitario, sino, al contrario, intensifica el consumo. Así se ha generado un lucrativo mercado ligado al ritual religioso. La venta de alcohol (el posh para ser exacto), de velas, de flores, de imágenes y más recientemente de gaseosas producen ingresos cuantiosos a los detentores del transporte y del comercio, dándoles además los medios económicos para acaparar las tierras y los medios simbólicos para legitimar su hegemonía. Si se toma en cuenta que las comunidades indígenas celebran en promedio una fiesta al mes y que los indios recurren constantemente a los favores de algún santo, parece claro la importancia del control del mercado ritual. Este mecanismo cívico-religioso refuerza una estratificación asimétrica en la medida en que los indígenas son los dueños de los comercios y los medios de transporte y sus clientes políticos quienes aseguran las fiestas religiosas, momento privilegiado para el consumo de alcohol, velas y comida, y asimismo para la creación de deudas. Así, las ceremonias religiosas han sido desposeídas de su función redistributiva; ellas premian a los indios más ricos, los caciques, incrementando su prestigio y asegurando el fortalecimiento de sus monopolios; las fiestas sirven para legitimar las desigualdades crecientes en el seno mismo de la comunidad indígena. El cacicazgo ha sido una creación del Estado colonial, pero el Estado revolucionario del siglo XX lo ha retomado para asegurar el control de las poblacio-

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nes indígenas a través de este sistema de mediación entre la sociedad global y las comunidades étnicas. El Estado contribuyó así a formar una élite indígena estrechamente asociada a las políticas integracionistas fomentadas por los aparatos paraestatales, en particular por el Instituto Nacional Indigenista. Desde los años 1920, los caciques reconocidos o impuestos por el Estado se han dado cuenta de que una de las maneras de conservar y de incrementar su poder consistía en el uso de las instituciones político-religiosas tradicionales para su propio provecho. Así, con el apoyo político del Estado, se han servido de la fiesta ritual para reforzar un control social cuyos límites se reflejan, ayer como hoy, en la arbitrariedad y en una violencia intraétnica continua. Es precisamente cuando se produjo esta apropiación de las fiestas religiosas por los caciques cuando las sectas han empezado a crecer entre ciertos sectores de las comunidades indígenas. Ellas son una manifestación de la diferenciación social creciente y de los antagonismos sociales intraétnicos ligados al empobrecimiento de amplios sectores en el seno mismo de los municipios indios. Rus ha mostrado este proceso de desposeimiento y a la vez de nacimiento de alternativas económicas esencialmente artesanales forjadas por un “lumpenartesanado” de mujeres indígenas (Rus 1995: 82). De hecho, se observa que la adopción de nuevas prácticas religiosas fue realizada por los sectores sociales marginados o en vía de marginación. Es por eso que los indígenas heterodoxos se encuentran de preferencia en los parajes y ejidos dispersos en la periferia del municipio, mientras los caciques detentan los comercios, las casas y las mejores tierras de la cabecera. Esta geografía de la adhesión a los nuevos movimientos religiosos explica también que las conversiones no sean individuales sino más bien corporativas y sigan las redes y los lazos de parentesco, como lo ha mostrado Siverts (1969) en el contexto del municipio de Oxchuc. Las nuevas prácticas culturales son un medio para realizar la suspensión del sistema de explotación ligado a la fiesta político-religiosa y se traducen en primer lugar por el rechazo del trabajo comunitario (tequio) gratuito, del cual suelen también aprovecharse los caciques. La adopción de religiones de tipo protestante y su rechazo del alcohol, del tabaco y de las distracciones ligadas a la fiesta tradicional no se dio por casualidad. Se trata de una opción deliberada que busca la autonomía simbólica y la suspensión de las prácticas rituales para las cuales la ingesta de alcohol es imprescindible. Las nuevas prácticas religiosas no se limitan al rechazo del consumo y del gasto ligados al sistema de fiestas; ellas cuestionan también el sistema de cargos siempre más costoso y menos asequible para las nuevas generaciones empobrecidas surgidas del boom demográfico. La tendencia a la reformulación del sistema de cargo parece generalizarse. En algunos pueblos donde las actividades económicas se han

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diversificado y desarrollado de manera notoria, estas transformaciones han llevado a los jefes de familia de los parajes a buscar evadir los gastos crecientes ligados a los cargos. Esta actitud se tradujo por la erección de capillas independientes y la creación de sistemas de cargos menos onerosos, relativamente autónomos frente a los del centro del municipio (Smith 1981: 56-57). En este caso se puede hablar de una ruptura ad intra que no hace peligrar el sistema y no provoca violencia. De igual manera, en otros pueblos fuera de Chiapas, se pudo observar el abandono del sistema de cargos, sin que hubiera conflictos, en la medida en que los nuevos grupos religiosos no católicos aseguran una cierta continuidad simbólica del sistema (Dow 1993). En cambio, en las comunidades indígenas donde el sistema de cargos se encuentra fuertemente estructurado y vivo, la construcción de lugares de culto que salen del sistema simbólico amenazan los mecanismos mismos del poder caciquil. Esto conduce a las violentas persecuciones religiosas (encarcelamientos, asesinatos, incendios de templos y casas, violaciones, linchamientos, secuestros, expulsiones...) por parte de los caciques amenazados en su hegemonía por la huelga religiosa. Por eso los caciques chamulas han expulsado durante los años 1970 y 1980 unos 30.000 miembros de su municipio superpoblado (más de 50.000 habitantes en 1990). A partir de 1964, la adopción de prácticas presbiterianas, adventistas y luego pentecostales por sectores sociales chamulas marginados se ha traducido por unos enfrentamientos por el poder municipal desde 1970 (Rivera Farfan et al. 2005: 160-172). En un país donde la democracia es una ficción que se ejerce a través del clientelismo con eslabones desde la cúpula del Estado hacia las bases indígenas, los caciques chamulas apoyados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) denunciaron los efectos aculturadores y enajenantes de las sectas. Con eso, buscaron ocultar el problema fundamental ligado a la acumulación capitalista y al ejercicio del poder en el seno mismo de las comunidades indígenas. Por su lado, los indios protestantes chamulas, a veces aliados con sectores católicos progresistas cercanos al obispo de San Cristóbal de las Casas, no han tenido reparo en afiliarse a un partido de derecha, el Partido de Acción Nacional (PAN), para llevar adelante su combate. Durante las elecciones municipales de 1974, mientras los “protestantes” y los católicos progresistas habían conseguido llevar al poder a un candidato de la oposición al PRI, los caciques procedieron impunemente a las primeras expulsiones masivas, alegando el no respeto de las tradiciones religiosas étnicas y la amenaza de quiebre de la identidad étnica. A pesar de una constitución que asegura el derecho a la libertad de culto, el Estado no castigó estas acciones ilícitas con el pretexto de la amenaza a las identidades étnicas por parte de las sectas. Los caciques, todos afiliados al PRI, recuperaron así el poder, por la fuerza y con la legitimación estatal, y mantu-

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vieron el catolicismo de la costumbre. Pero, criticados y castigados por el obispo progresista de la diócesis, no tuvieron reparo para romper el lazo privilegiado con el catolicismo romano y se afiliaron a la Iglesia ortodoxa cismática cuya sede se encuentra en la capital del estado. Desde entonces, la protesta religiosa no dejó de crecer dentro del municipio a la par de las expulsiones, las persecuciones y los enfrentamientos entre “católicos” y “protestantes”2. Persecuciones y expulsiones de evangélicos en San Juan Chamula, Chiapas, 1976-1981 15/08/1976

600 evangélicos expulsados de distintos parajes del municipio.

22/08/1976

Numerosas familias apresadas y luego expulsadas del paraje de Joltzempen.

12/09/1976

Una casa quemada y varias familias expulsadas.

18/11/1976

8 personas que habían regresado al municipio golpeadas y expulsadas.

30/11/1976

El evangélico Nicolás Pérez Coltosh del paraje de Chiotic asesinado; siete sospechados detenidos, pero pronto se les libera.

09/11/1977

19 familias expulsadas del paraje de Nichén.

09/11/1977

10 familias expulsadas del paraje de Milpoleta.

25/11/1978

80 evangélicos expulsados de diversos parajes.

16/12/1978

75 personas expulsados de distintos parajes.

04/03/1980

34 familias apresadas, golpeadas y luego expulsadas del paraje de Muquem.

24/12/1981

Asesinato de Miguel Cashlan Gómez Hernández, primer convertido y pastor en Chamula. Se le corta la nariz, los labios y una oreja, se le arranca los ojos y escalpa el pelo antes de ahorcarlo.

FUENTE: Comisión Nacional de Derechos Humanos, México. Citado por Hartch 2007: 168-169. 2 Sobre el caso de la comunidad Chamula ver Cantón Delgado, 1994: 44-49. Cf. también Informe sobre el problema de las expulsiones en las comunidades indígenas de los Altos de Chiapas y los derechos humanos, México, Comisión Nacional de Derechos Humanos, 1992; y Proceso, (México), 907, 20 de abril de 1992, pp. 10-14.

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Las expulsiones afectan a la mayoría de los municipios indígenas de los Altos de Chiapas y en particular a los de Chamula, Chalchihuitán, Chenalhó, Mitontic y Zinacantán, así como a otros numerosos municipios en la zona de influencia zapatista, en particular en Las Margaritas. En Zinacantán, la oposición a los caciques se apoyó en un partido de izquierda (el Partido de la Revolución Democrática) para enfrentar a los caciques ligados al PRI3. De derecha o de izquierda, la opción política en el medio indígena parece secundaria frente a las opciones religiosas. En este contexto, la diferenciación política es ante todo una diferenciación religiosa. Por eso los conflictos intraétnicos aparecen como unas guerras de religión. En un universo no secularizado, lo religioso endógeno es portador de una ruptura más nítida que las mediaciones partidistas, que son percibidas como unas estructuras importadas, no indias.

Bibliografía CANCIAN, Frank (1965): Economics and prestige in a Maya community; The religious cargo system of Zinacantan. Stanford: Standford University Press. — (1992): The decline of the Community in Zinacantan: Economy, Public Life and the Social Stratification, 1960-1987. Standford: Stanford University Press. CANTÓN DELGADO, Manuela (1994): “Protestantismo y violencia en tierras mayas: los casos de Guatemala y Chiapas (México)”, en Antropología No. 8, pp. 31-58. DEHOUVE, Danièle (2006): Essai sur la royauté sacrée en République mexicaine. Paris: CNRS Éditions. DOW, James (1993): “Protestantismo en el campo: causas materiales del abandono de fiestas en la sierra oriente de Hidalgo”, en Notas Mesoamericanas No. 14, pp. 123-130. ESTRADA MARTÍNEZ, Rosa Isabel; VEGA CARRILLO, Graciela (1992): Informe sobre el problema de las expulsiones en las comunidades indígenas de los Altos de Chiapas y los derechos humanos. México: Comisión Nacional de Derechos Humanos. FAVRE, Henri (1971): Changement et continuité chez les Mayas du Mexique. Paris: Anthropos. GARCÍA RUIZ, Jesús (1992): “De la identidad aceptada a la identidad elegida; el papel de lo religioso en la politización de las identificaciones étnicas en Guatemala”, en Estudios Sociológicos No. 30, pp. 713-733.

3 “Lo religioso un velo de la lucha interna por el poder en Los Altos”, en La Jornada, México, 22 de febrero de 1994, p. 16. “Resurge la violencia interétnica en San Juan Chamula”, La Jornada, 21 de noviembre de 1995. Sobre la violencia electoral, cf. Proceso (México), 26 de junio de 1995, p. 34.

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ROSTROS DE CIUDAD: DEPLAZAMIENTO Y TESTIMONIO: CIUDAD BOLÍVAR: LA HOGUERA DE LAS ILUSIONES PILAR RAMÍREZ GRÖBLI Universität Zürich

¡Me espanta la ciudad! ¡toda está llena de copas por vaciar, o huecas copas! ¡Tengo miedo ¡ay de mí! De que este vino Tósigo sea, y en mis venas luego Cual duende vengador los dientes clave! ¡Tengo Sed-mas de un vino que en la tierra No se sabe beber! ¡No he padecido Bastante aún, para romper el muro Que me aparta ¡oh dolor! De mi viñedo! JOSÉ MARTÍ, “Versos libres”

Toda emigración, sea voluntaria o involuntaria, sea del campo a la ciudad o viceversa, supone una ruptura con el entorno que se ha habitado. Los vínculos creados a nivel afectivo, las redes originadas en el intercambio cotidiano y la construcción social se ven interrumpidas por la partida. El individuo que parte, emigra o se desplaza se enfrenta a formas diversas de otredad en las que precisa una búsqueda de su nueva identidad. La partida bajo circunstancias de desplazamiento forzado presenta ciertas particularidades: la ruptura con el entorno habitado es anterior a la partida; las redes de intercambio de lo cotidiano se han resquebrajado y debilitado antes de que se produzca la emigración; la construcción social se ha visto golpeada e interrumpida por hechos violentos previos; de tal manera que las relaciones propias del tejido social están mediatizadas por el miedo a la muerte. En Colombia, la huida, la vida errante, la búsqueda de refugio se han incrementado de manera alarmante en las últimas dos décadas. Las cifras y los testimonios lo confirman: el desplazamiento forzado es un fenómeno que se ha venido agudizando desde la década de los años 801. Ese ascenso 1

Respecto a las cifras sobre el número de desplazados diversos estudios indican que en 1985 era aproximadamente de 25.000 personas mientras que en el año 1998 ascendió a 308.000 personas. Datos tomados de Suárez 2005: 58.

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vertiginoso revela que el fenómeno se ha ido convirtiendo en un problema de carácter sistemático y permanente. Entre los motivos que impulsan el desplazamiento figuran formas de violencia como las masacres, las amenazas, el hostigamiento y los homicidios selectivos. Además de lacerar a las comunidades directamente afectadas, las migraciones forzadas tienen graves repercusiones en todos los ámbitos nacionales. Respecto a los testimonios sobre el desplazamiento, el campo literario se ha preocupado cada vez más por conceder la palabra a quienes forman parte de un colectivo ignorado2. Cualquier realidad explicada solamente desde las cifras está condenada a no ser sino una realidad parcial, incompleta y poco fidedigna. No sólo las cifras revelan, las voces también revelan y hasta llegan a delatar, a poner de manifiesto lo que las cifras pueden ocultar. Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones (1995), escrita por Arturo Alape (†2006), concede la palabra a voces testimoniales de jóvenes que habitan en Ciudad Bolívar, Bogotá. Estas voces juveniles, a través de sus historias de vida, narran el transcurrir de su existencia en los asentamientos ilegales de la ciudadela habitada actualmente por más de 700.000 personas. La estructura del texto en su conjunto comprende siete historias de vida narradas por los testimonios, todos ellos jóvenes menores de edad. Se cuentan entre ellas entrevistas realizadas a algunos jóvenes que trabajan en el ámbito artístico. Las reflexiones del autor aparecen en crónicas cortas y hacia la parte final del libro se encuentra una exégesis sobre la situación del joven tanto a nivel local como a nivel nacional. La obra concluye con la retrospectiva de las historias contenidas en una reflexión titulada “El Valle de la Memoria”. Las historias personales y familiares están marcadas por el dolor del desplazamiento y las experiencias de destierro. Sin embargo, un pronunciado deseo de superación y una esperanza inquebrantable impregna la visión del futuro en los relatos. Las historias de vida están dotadas de la autoridad discursiva de quienes narran, “desde dentro”, cómo se vive en medio del “desencanto y escepticismo” que domina el ambiente marginal en la ciudad, cuáles son los sueños y utopías de las generaciones desplazadas y de qué manera se puede construir una nueva historia retornando a las fuentes de la memoria colectiva. La lectura de estas historias no ofrece siempre respues2 Esta es una de las características de las obras de carácter testimonial. Su esencia reside en otorgar voz al sujeto “marginado”. El discurso testimonio está profundamente ligado al relato en tanto que es una narración que no desconecta “el valor deíctico del yo” sino que implica que el sujeto del enunciado es el mismo sujeto de la enunciación (Prada Oropeza 1986:13).

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tas a las inquietudes que provoca. La reflexión se extiende a nuestra propia existencia y corremos el riesgo, o la suerte, de aventurarnos por caminos inéditos en los que podemos optar por ser, o no ser cómplices. El presente trabajo explora el desplazamiento como revelación de un “otro”, un yo-subalterno, voz testimonial que en Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones expresa la complejidad de la relación entre el desarraigo del ambiente urbano, ocasionado por el desplazamiento forzado, y la conquista de nuevos espacios citadinos en los que se generan importantes procesos de construcción comunitaria y colectiva. En la primera parte se abordará la problemática del desplazamiento. La segunda parte examina la noción de ciudad y sus aspectos dentro de la obra, mientras que la tercera rastrea el proceso de reconstrucción de las historias de vida a partir de las experiencias del desplazamiento.

Desplazamiento forzado De acuerdo con los informes presentados por el Grupo de Trabajo Colombia-Suiza3, presentado en diciembre de 2002, se afirma que las comunidades más afectadas por el fenómeno del desplazamiento forzado en Colombia son las poblaciones negras y las minorías étnicas. En este mismo informe, Héctor Mondragón expone que entre la guerra y el desplazamiento no existe una relación de causalidad directa. Para él, como para otros investigadores, la relación es inversa: hay desplazados para que haya guerra4. Su afirmación alude al evidente interés que demuestran muchos grupos políticos y económicos, actores o no en conflicto, por la explotación de territorios con abundante riqueza y diversidad en recursos minerales. Harvey Suárez (2005: 57) plantea que “el desplazamiento forzado se convierte en un revelador y en un catalizador analítico que permite identificar los conflictos y las violencias subyacentes a la migración interna forzada y la búsqueda de refugio”. El análisis contiene elementos de interpretación que permiten determinar las dinámicas y tendencias del conflicto armado y

3

El Grupo de Trabajo Suiza-Colombia ha publicado un informe detallado sobre la situación de desplazamiento interno en Colombia, véase en la bibliografía bajo “Jahresbericht 2004”. 4 En otro informe sobre la situación del conflicto armado en Colombia, se presentan los siguientes datos: “En cuanto a las causas, 56% de población se desplazó por amenaza generalizada, 32% por enfrentamiento entre grupos armados y sólo 5% por amenazas específicas” (Gómez 2003: capítulo 5).

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a su vez establece una correlación entre las áreas de expulsión y las áreas de recepción. Una constante en los patrones de desplazamiento es que las personas en situación de migración forzada tienden a no alejarse de sus lugares de origen; pero debido a la precariedad e insuficiencia en las condiciones de seguridad y de sustento, se ven obligados a buscar las ciudades intermedias o las ciudades principales. Entre las zonas de mayor recepción se encuentra el Distrito Capital: Santafé de Bogotá. La capital sigue siendo un foco altamente receptor de desplazados procedentes de todas las partes del país. Es en la periferia de la ciudad, especialmente en terrenos baldíos –que tarde o temprano serán destinados a la expropiación–, donde se ubican los desplazados.

El espacio urbano Interpretar el espacio urbano como composición de diversos fragmentos espacio-temporales, supone admitir que subyace una estructura en la que elementos de diferente naturaleza y distinto origen se amalgaman dando lugar a los caracteres que definen la noción del ámbito urbano. La ciudad se torna, pues, en un universo en el que interactúan y conviven dos tipos de fuerza: una fuerza exterior corporeizada en la infraestructura urbana, el cúmulo de informaciones, el comercio, los contrastes, las incongruencias, etc., y por otro lado, el sujeto mismo, el/la habitante de la ciudad y el repertorio de sus experiencias acumuladas. Esa fuerza interior que establece una comunicación continua y un intercambio permanente con la otra fuerza, con el mundo exterior. En la escena urbana, las esferas de lo público (la fuerza exterior) y de lo privado (la fuerza interior) delimitan el papel y el quehacer del sujeto urbano. En la obra Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones, la temática de la complejidad de estos dos ambientes y de las relaciones de reciprocidad que hay entre ellos es presentada en los relatos testimoniales como un jeroglífico que para los jóvenes es difícil descifrar5. Las historias de vida, más que esbozar un dilema entre lo pertinente a lo público y lo privado, sugieren una oposición entre lo que caracteriza la modernidad en relación con la colectividad. El/la joven resiste a percibirse como una entidad solitaria enfrentada 5 Obras como El pelaíto que no duró nada (1991) de Víctor Gaviria, La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo, Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco, Sangre ajena (2000) de Arturo Alape y La multitud errante (2001) de Laura Restrepo integran la experiencia de desarraigo en la narrativa, relacionándola con el ambiente urbano.

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al enmarañado tejido de la ciudad; el/la joven se reconoce a sí mismo/a dentro de la noción de un colectivo, cuyo denominador común es la experiencia del desplazamiento. Es la noción de colectividad la que le proporciona identidad y sentido de pertenencia. La idea de lo colectivo provee al joven un marco referencial que modifica las pautas de comunicación e interacción en su relación con la “otra” ciudad, con la modernidad. En Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones, la gran ciudad se presenta como espacio anónimo de encuentros y desencuentros, en el que sensaciones, miradas y el sentir de hombres y mujeres se torna difuso y tal vez indescifrable. “Bogotá es una maremagnun”, un confluir de tiempos y de espacios inhabitables por los hombres circundados por el miedo y la soledad. La ciudad inédita con múltiples rostros es la que nos presentan las voces de jóvenes, que han sido víctimas del desarraigo.

Rostros de la ciudad Mundos contrapuestos en disputa, retazos de espacios monstruosos. Alape (1995: 19) concibe así la ciudad: “violencia verbalizada, confusión existencial […], individualismo absoluto […], la ciudad de uno, la ciudad de otros, la ciudad de nadie”. En los relatos, en cuanto a la percepción de la ciudad que emana del sujeto periférico, se pueden distinguir dos perfiles: el de lo representado y el de lo imaginado. Ese espacio de división y fragmentación, donde se experimenta lo deshumanizante y paranoico, donde reina la individualidad y se experimentan grandes contradicciones e incongruencias, constituye el perfil de la ciudad representada. Por otro lado, ahí donde la percepción individual adquiere validez, donde la capacidad creativa tiene aforo, donde se juntan los aciertos, los logros y los sueños, conforma el perfil de una ciudad imaginada. Tanto la ciudad representada como la imaginada forman parte de la totalidad del concepto de lo urbano. Nótese que mientras en la primera las relaciones entre sujeto y ciudad están determinadas por el miedo, la indiferencia y la disensión, en la segunda las relaciones entre los individuos se construyen a partir de experiencias, y saberes que los identifica; el sujeto se convierte en el agente esencial de la dinámica colectiva. Lo colectivo está corporeizado en el barrio. La psicóloga Emanuela Jossa afirma que “la ciudad colombiana se construye empezando por la marginalidad y no por el centro”6. En el sujeto marginado existe una conciencia

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Emanuela Jossa, “La ciudad gritada y condenada”, texto citado por Giraldo (2002: 29).

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de su papel en el mundo barrial, pues el barrio se constituye en el referente central de la identificación y el sentido de pertenencia territorial. Si bien, en los testimonios, las reflexiones conducen al sujeto a una confrontación de sí mismo con su propia historia de vida transcurrida en un ambiente hostil, esa misma reflexión se convierte en un instrumento esencial de concientización y valoración de las prácticas culturales en su entorno local. Alape insiste en describir la ciudad a través de espacios concretos: la calle, la esquina, la cuadra, el barrio. Estos lugares de imágenes y representaciones son para el autor el “territorio de la muerte”. Sin embargo, en estos mismos espacios se gestan procesos en pro de la vida; es decir, son territorios de convergencia entre la vida y la muerte7. Es allí en donde el intercambio, la deliberación y el diálogo re-crean un sistema de símbolos comunes que da identidad a la colectividad.

Ciudad Bolívar: propósitos de la obra Ciudad Bolívar8 es el nombre que lleva la ciudadela donde habita más de medio millón de personas. En la obra Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones, el lector accede a los lugares “insondables” en los que han trascurrido estas historias. Alape se traza dos claros propósitos en esta obra: 1. Indagar el transcurrir de las vidas que habitan en la “otra ciudad”. 2. Recuperar la memoria viva de la trashumancia en Bogotá. El autor se propuso adentrarse en la lógica de los contrasentidos de la otra ciudad y persigue una búsqueda inagotable de la alteridad. Las narraciones en las historias de vida acercan al lector a la comprensión de la experiencia del desplazamiento forzado y el impacto social ocasionado por la expulsión y el rechazo. Se trata de cortos pero intensos relatos autobiográficos que revelan las entrañas de otra “ciudad”, es decir, el funcionamiento de una subcultura urbana. El término subcultura es aplicable aquí en la medida en que las prácticas colectivas, las costumbres, las tradiciones y los comportamientos constituyen la

7 María P. Tajes señala que “la muerte también tiene muchos significados simbólicos en el contexto de la emigración. […] la partida supone una especie de muerte vivida” (Tajes 2006: 97). 8 “En Ciudad Bolívar, el 56,2% de la población aún no ha resuelto sus necesidades básicas insatisfechas (NBI) y el 41% se encuentra en situación de miseria y completo hacinamiento, con escasas posibilidades de recuperarse pues la gran mayoría pertenece al sector informal, el más inestable, desprotegido y vulnerable a las fluctuaciones de la economía” (Alape 1995: 108).

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plataforma de una estructura sostenida por un repertorio de símbolos que se articulan entre sí. En ese andamiaje están latentes los rasgos comunes que definen a la colectividad como tal; es de allí de donde extrae su concepción peculiar del mundo, es decir, su cosmovisión.

La lógica propia Las historias de vida contienen fuertes críticas y cuestionamientos respecto al caos, la represión y las “limpiezas”9. En el entorno barrial, el caos y el desorden están regulados de manera singular; allí existe una estructura jerárquica en la que los integrantes de un grupo específico pueden ser eliminados o no, dependiendo del desempeño en su cometido. La plataforma que garantiza la estabilidad de esta forma de sistema está basada en la relación que se establece entre la “norma”, la “ley” y la “regla”. En circunstancias normales las “leyes” constituyen “actos de autoridad soberana que ordenan” (o pretenden establecer el orden); las “normas” son “reglas que se deben seguir”, la “regla” es la “razón que debe servir de medida, y a la que se han de ajustar las acciones para que resulten rectas”10. En el contexto de la angustia provocada por el desarraigo, un cierto “desamparo cósmico”11, la ruptura del núcleo familiar y, entre otros factores, el narcotráfico, han provocado una inversión de los valores culturales, llevando a la sociedad a un estado crítico. La nueva jerarquía de valores altera las formas sociales de conducta y comportamiento. En el contexto barrial juvenil, la inversión de los valores deriva en una lógica propia. La venganza a muerte, por ejemplo, se convierte en “la razón que sirve de medida” para justificar las acciones. En el contexto específico de Ciudad Bolívar, “el revolcón” es una de esas nuevas normas impuestas que adquiere legitimidad para el grupo que la introduce. Surge una normatividad en la que las reglas se imponen según las razones –nuevos valores– con que se determine medir tal o cual acción. La “norma”, normatividad impuesta, infringe la “ley” hasta entonces existente. Las “leyes”, preceptos existentes, no han resultado efectivas para el establecimiento del orden, por lo tanto se instauran nuevas leyes que dotan de lógica el nuevo orden; de esta manera se legitima la “norma” que es la que modifica la conducta y las interacciones. Los valores sobre los cuales se 9 El término “limpiezas” se refiere a asesinatos selectivos en los que se ejecuta a jóvenes de sectores marginados . 10 Diccionario Académico Ilustrado el Cid (1990: 303, 354 y 431). 11 Este término es utilizado por Giraldo (2000: 16).

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ajusta dicha norma han sido revertidos; prácticas tales como obtener dinero fácil, la lógica del astuto, el cobro de la justicia a mano propia o asesinar por dinero son algunas de las acciones que se imponen en el ejercicio. Estos hechos corresponden a los rasgos que caracterizan a un tipo de personaje que Álvaro Pineda B. cataloga como “héroe abyecto”12.

Reconstrucción y memoria colectiva La recuperación de la memoria colectiva conduce necesariamente a la búsqueda de un sistema de referentes. Comparto el planteamiento hecho por Fernán González en el marco de este simposio: “La negación colectiva de los problemas de la violencia (en Colombia) reforzó el éxodo”. Es necesario apelar a la memoria colectiva para revivir experiencias que reivindican el sentido de comunidad, que estructuran el presente y el futuro. Lo colectivo como la experiencia desde el otro como portavoz de una construcción conjunta.

El taller de la memoria El proceso de escritura de los testimonios se inicia con un taller de formación para jóvenes habitantes de los barrios del sector de Ciudad Bolívar. Se trataba de un trabajo conjunto en el “que los jóvenes reflexionaran sobre su vida. Una forma de reencuentro con las señales de la identidad, a partir de su propia experiencia” (Alape 1995: 26). Alape advierte que la actitud inicial de los jóvenes fue de escepticismo y muestras de agresividad13. El taller de la memoria se convierte en la fuente vital para esta obra. Este pro12 A mi parecer el narcotráfico ha causado claros disturbios tanto en el escenario político como en el económico; pero lo más grave es que ha provocado serias rupturas en el tejido cultural de Colombia. La inversión de la escala de valores se deriva en gran medida de la lógica mercantilista e irracional del narcotráfico. J. A. Rodríguez (1999) lo expresa de la siguiente manera: “El narcotráfico, ha sido el factor que mayor complejidad le ha dado al estado de guerra del país en la actualidad: no sólo es capaz de corromper fuerzas estatales, sino a otros actores como la guerrilla misma y los paramilitares. Es por eso que hoy, en Colombia, los muertos no se sabe de donde vienen: las relaciones corruptas entre narcotráfico, guerrilla, Estado y paramilitarismo han impedido cualquier acción conjunta de reacción” (Rodríguez 1999: 112). 13 “La agresividad de los jóvenes estaba sujeta a la idea de preservar su propia identidad. [...] pueden estar equivocados pero agresivamente están en lo suyo” (Alape 1995: 27).

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ceso estaba acompañado de lecturas adicionales como La antropología de la pobreza de Oscar Lewis, Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas y Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet, que proporcionarían nuevos elementos de juicio para los jóvenes.

Las historias testimoniales El contexto local de las historias se enmarca dentro de la situación específica de Ciudad Bolívar que ha sido señalada anteriormente. Los diversos acontecimientos tienen que ver con situaciones concretas de desplazamiento. El asentamiento dentro del espacio urbano constituye un episodio importante en la vida de estos jóvenes; su infancia ha estado marcada, entre otras, por circunstancias migratorias. El desplazamiento es la constante en todas las historias. Sin embargo, los relatos, más que reconstruir el abandono y la expulsión, hacen énfasis en las diversas formas de asimilación del nuevo entorno y destacan la actitud de un emigrante que ha conquistado un nuevo lugar. Si bien las referencias a la marginación y exclusión son contundentes, su historia de vida no está enteramente regida por la violencia, como ocurre en la narrativa fatalista. J. M. Camacho (2006: 207) señala que este tipo de literatura utiliza “motivos escatológicos y elementos delictivos para crear una estética mórbida próxima al realismo sucio”14. Los recuerdos, así como los sueños y la esperanza, refuerzan la posibilidad de un desarrollo personal y colectivo; ellos forman parte de ese repertorio anhelado al que he llamado antes la ciudad imaginada. Jesús, uno de los jóvenes testimoniantes, lo expresa de la siguiente manera: “Para adelante tengo muchos anhelos: quisiera algún día llegar a estar bien, quisiera estar con mi buena ropita, teniendo bien a mi niña y a mi sardina”15 (Alape 1995: 241). Las referencias al “aquí” y al “allá” están directamente relacionadas con el desplazamiento y con la muerte. La noción de “allá” alude al desplazamiento forzado, a la pérdida de tradiciones, a la ruptura con las costumbres.

14 Juan Manuel Camacho D. (2006) presenta en su libro Magia y desencanto en la narrativa colombiana un excelente ensayo sobre la creación literaria de Fernando Vallejo. “En sus novelas Vallejo desmitifica a los héroes, que aparecen vistos como personajes de pacotilla, denuncia las demagogias de las iglesias redentistas, se burla de los políticos salvapatrias y de los agoreros apocalípticos, proclama las virtudes de la homosexualidad y alerta contra las mujeres embarazadas que terminan pariendo futuros sicarios” (Camacho 2006: 207). 15 Término utilizado en Bogotá para referirse a una mujer muy joven.

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En palabras de Jesús: “Nosotros vinimos con cuatro hermanos y cuatro se quedaron allá, dos hombres y dos mujeres” (Alape 1995: 206). El “aquí” está vinculado a las nociones temporales “el ayer” y “el ahora” y sugiere la presencia de un ámbito bi-dimensional: Llegó mucha gente del campo porque aquí la gente si es gente desterrada del campo. [...] Hay gente que viene de Santander, paisas16, por ejemplo; cuando se acordó comenzaron los supermercados y al año ya se veía vender de todo (Alape 1995: 211).

La mayoría de las historias no narran solamente lo implacable de la violencia, sino que a menudo incluyen la participación de los jóvenes en la comunidad y los intentos de organización juvenil. El devenir del joven y las alternativas en su nueva realidad se cristalizan en el arte. Estas alternativas artísticas, concebidas como una forma de resistencia, surten un efecto en “la modificación de los patrones de la transmisión del conocimiento”, como acertadamente lo expresó Carlos A. Rosero en el marco de este simposio. Espacios lúdicos como la creación y expresión a través de la pintura y la danza forman parte de la recreación en la construcción de la memoria colectiva. Para muchos jóvenes son campos vetados a los que solo se puede acceder a través de los sueños. En uno de las relatos, Jerley, un joven compositor de canciones de rap, narra su historia personal y su opción por la música. Sus composiciones contienen un mensaje de protesta. La expresión de comportamientos y pensamientos reaccionarios se convierten en sí en una alternativa, en una propuesta, que rechaza la violencia. Cuando canto a mi gente / o a la que esté presente / yo siempre llevo conmigo / esa actuación rebelde / contra lo malo protesto / porque eso me gusta / y por la rumba puesto / aunque la muerte me asusta / en la noche nadie sale / hay tinieblas de terror / quiero que esto ya se acabe / pero vuelva la diversión... (Alape 1995: 175).

Alape le confiere un lugar especial a la producción escrita de los jóvenes; efemérides cuya presencia garantiza la reconstrucción de recuerdos, experiencias, usos, costumbres, lugares en los que la memoria opera a partir de nociones comunes de identidad.

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La expresión “paisas” se refiere a las personas oriundas de la región de Antioquia en Colombia.

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Jerley deja de cantar y de bailar Rap, sudoroso me pasa tres cuartillas dobladas y me dice en un tono de mucho convencimiento: léalas. Todavía me estoy preparando: ¿Dónde me metieron la esquina? (título) Es un cuento mío (Alape 1995: 193) (cursivas agregadas).

En el testimonio, la creación textual converge con un discurso oral ofrecido por el testigo. Lo testimoniado se refuerza en la escritura como estrategia de preservación de la memoria colectiva; ese proceso de reconstrucción social es esencialmente un acto comunicativo de selección y transmisión de conocimientos y experiencias. La recuperación de la memoria colectiva mediante el testimonio extrae del pasado aquello que se encuentra vivo y que es capaz de seguir vivo en la conciencia de una colectividad.

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TIRADO MEJÍA, Álvaro (1971): Introducción a la historia económica de Colombia. Bogotá: Ancora Editores.

Páginas virtuales Jahresbericht der Arbeitsgruppe Schweiz-Kolumbien (2004): (25 de enero de 2007). SUÁREZ, Harvey (2005): “Dinámica del desplazamiento forzado en Colombia”, en (8 de abril de 2008).

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APROXIMACIÓN AL TEMA DE LOS DESPLAZADOS EN LA NARRATIVA DEL CONFLICTO ARMADO EN EL PERÚ. LECTURA DE LAS MELLIZAS DE HUAGUIL DE ZEIN ZORRILLA MARIANO RAMÍREZ MORENO Universität Zürich

Como es de todos conocido, durante la década de los 80 y buena parte de los 90 del siglo XX, el Perú sufrió la tragedia de un conflicto interno que produjo casi 70.000 muertos y desaparecidos, y 500.000 desplazados (Comisión de la Verdad y Reconciliación 2003). Las condiciones de vida que padecen estos últimos son brutalmente dramáticas, habida cuenta que su presencia ha sido y es desatendida por las instituciones del estado y no constituye un tema de interés para el gran público. El presente trabajo trata de evaluar la manera como la narrativa literaria ha recogido el tema de los desplazados. No obstante, ante el gran número de relatos que tratan del conflicto interno, he optado por fijar el estudio en una sola novela que, a mi manera de ver, permite una primera aproximación. El objetivo del análisis es comprender los mandatos que organizan el relato y describir sus estrategias narrativas en atención al tema del desplazamiento forzado.

Las mellizas de Huaguil. Modernización, residuo e identidad en los Andes peruanos Dos muchachas de familias diferentes son unidas por el destino de tal manera que se consideran hermanas mellizas. Su unión está signada por el apego a la madre viuda y a la vida de una comunidad campesina, Huaguil, próxima a una gran hacienda, que sufre las consecuencias de la reforma agraria, la agudización de la pobreza y la guerra interna. Sin embargo, una de ellas, Rosaura, decide irse a la ciudad tan intempestiva como misteriosamente. El abandono de la comunidad está motivada en ella por una fuerza interior que su hermana intuye y desea, pero que el apego y temor le impide tomar para sí: la aspiración al progreso. Esta última, Inés, se queda con la madre, vive las miserias de la crisis del campo y tiene que huir de su pueblo a causa del conflicto armado. Rosaura regresa años después convertida en

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una mujer rica, importante, ataviada con prendas de lujo y cabellera pintada, y quiere llevar a su hermana a la gran capital. Inés está enferma a causa de un mal que le deforma la cara, viuda y resuelta a terminar sus días en la comunidad donde reposan los restos de su madre y de su esposo. Sin embargo, Rosaura no retorna sola a la ciudad: se lleva al nieto de Inés en un gesto que nos sugiere el camino que ha de seguir la sociedad andina. Rosaura representa la migración exitosa y su corolario, la inserción en el mundo capitalista, inserción que supone un recorrido por varias identidades. Inés representa la decisión de atarse a un mundo que agoniza y que termina deformándola pero que le permite, al mismo tiempo, afirmar una identidad sostenida en la memoria. Esta aparente oposición irreconciliable es, a mi manera de ver, menos contradictoria que complementaria. Las hermanas representan los dos lados de una oposición dialéctica y al mismo tiempo los elementos de la identidad permanentemente escindida de la sociedad andina moderna. Así, alrededor de estos dos personajes centrales el relato evoca un universo narrativo atravesado por un movimiento pendular y contrapuesto que va del campo a la ciudad y viceversa. Las acciones y acontecimientos se centran, no obstante, en su mayoría, en los espacios andinos que recrea la novela. La ciudad aparece como el espacio lejano del Otro que, con su gran poder, señala los mandatos del sistema hegemónico. Los sucesos son evocados por un narrador homodiegético que es interrumpido constantemente por diálogos extensos que conceden al relato un gran dramatismo. Sumado a esto se halla el acertado manejo del montaje, haciendo que las secuencias se entrelacen con gran pericia y el tiempo del relato fluya como en una película. Ahora bien, el hecho de que el narrador se concentre en la descripción de los espacios y paisajes andinos, en contraste con el manejo del montaje y el diálogo, nos permite observar la oposición que encontramos entre los personajes principales ahora reproducida en el nivel de discurso: entre el mundo volátil y superficial del capitalismo urbano y el espacio de lo estático, tradicional de la comunidad andina, entre la velocidad del montaje y el drama y la lentitud eficaz de la descripción. De esta forma, a pesar de que el universo de valores que la novela nos propone se posiciona en lo andino y tiende a presentárnoslo como el espacio de la belleza y pureza natural y el escenario de la resolución ética, domina en el relato una evidente ambigüedad con respecto a lo otro, a lo ajeno capitalista que arrasa con los valores atávicos de la comunidad andina. Se observa bien lo dicho en el estupendo capítulo V sobre la feria de Chupaca. Por otro lado, los personajes que pueblan el relato asumen roles claramente simbólicos. La madre viuda hace referencia a un mundo semifeudal cuyas prácticas sociales y culturales se abandonan, pero al mismo tiempo

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muestra la entereza y dignidad de una mujer andina frente a la pobreza y el sufrimiento y cumple el rol de destinadora del saber y de los valores. La comunera Elena, cuya historia está marcada por la guerra, representa la resistencia y el compromiso con la comunidad, es víctima y testigo y asume en algún momento la responsabilidad de enfrentar la subversión de manera activa. El esposo de Inés, guerrillero herido que decide dejar la guerra y opta por la vida familiar, representa –con su inopinada muerte a causa de una mordedura de serpiente– el destino de una guerra condenada y torpemente dirigida. Es con él y su hijo que Inés huye de la comunidad hacia la selva y sufre las miserias y el horror del desplazamiento. Y finalmente la propia comunidad, a pesar de los inimaginables desastres que le ha tocado vivir, sobrevive convertida en un pequeño pueblo con aspiraciones de modernización. Para mostrarnos este proceso, el relato se instala en un periodo histórico muy particular que va desde los años de la reforma agraria hasta la actualidad. Es decir, recorre un tiempo extremadamente convulsionado que transformó para siempre la sociedad andina. Así, la destrucción de la hacienda, la expansión capitalista, la crisis de la comunidad campesina, las consecuencias de la migración a las ciudades y la terrible guerra desatada por Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas son hechos y fenómenos que son recogidos magistralmente por esta breve novela. Es claro, sin embargo, que la presentación de la tensión entre dos mujeres andinas que toman rumbos completamente opuestos le permite narrar al autor las variadas respuestas de los individuos andinos a la irrupción, casi siempre violenta y brutal, de la modernidad capitalista. “Lo que busca [Zorrilla] es adentrarse en las modificaciones de la identidad que se vienen produciendo en la sociedad peruana de las últimas décadas y diseñar el perfil del hombre nuevo, del peruano de hoy” (Cuba 2004, sección de introducción, párrafo final). La identidad de Rosaura sufre precisamente una serie de transformaciones que suponen la apertura dolorosa de un individuo premoderno a un mundo que se halla en permanente movimiento: el de la modernización capitalista1. Rosaura sale en busca del progreso económico y esto la convierte en un sujeto descentrado que se sostiene en la simulación y el vacío. Se instala en el ámbito del parecer y construye un discurso que carece de sustento ético. Es la apelación simple a una vida más holgada, más cómoda, determinada por el consumo. No obstante, la realización del éxito económico implica a su vez la liberación del individuo mujer. 1

Es importante señalar que no digo modernidad capitalista, pues ésta supone ciertas prácticas políticas y culturales que el modelo peruano de modernización no ofrece. Me refiero a la institucionalización social y democrática.

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–[Elena a Rosaura] Vi el carrazo en la plaza y pregunté a todo el mundo. ¿De quién es? ¿Ha llegado el Presidente de la República? ¿Un ministro? ¿Un embajador? Y cuando me dijeron que eras tú, me salieron alas. Qué presidente, ni qué embajador, es la reina que ha llegado (Zorrilla 1999: 25).

El éxito económico ubica a Rosaura en el lado que, ganando la guerra a la subversión, ha condicionado los modos de actuar y el camino a seguir en el futuro. En el último día de su visita, el pueblo de Huaguil, sus autoridades y sus niños de la nueva escuela le ofrecen un homenaje en la plaza de armas y ella les devuelve el gesto con la promesa de construir un complejo deportivo (Zorrilla 1999: 159-160). Se ha convertido así en sostén del mundo que hizo tanto sufrir a su hermana y a su pueblo, pero que se yergue como el único posible. Un sentimiento de culpa llena su enorme vacío y en medio del desmayo que le ha producido la muerte de Inés, sueña con sus años de aprendizaje, con su ejemplar egoísmo, con la visita que le hizo la madre viuda y con su rechazo a darle dinero (Zorrilla 1999: 151). Y, a pesar de todo, llevarse al nieto “a la ciudad a hacerse hombre” (Zorrilla 1999: 161) surge como un gesto de reconciliación y continuidad que la redime. Para el hijo de Inés, este gesto implica también la afirmación de una relación recíproca: El joven carpintero fricciona las manos. –Bueno tía. –Sí pues, me tengo que ir. –Ahora sí, tía, ya no nos olvidarás (Zorrilla 1999: 160).

Para la gente de Huaguil, es un gesto que significa la salida lógica hacia el progreso: “A la ciudad a hacerse hombre –hace una mueca al otro lado del vidrio el cuartelero–. Yo quiero esa suerte” (Zorrilla 1999: 161). Resulta importante en este punto preguntarse qué significa entrar a la modernidad, qué implica, para un individuo cuyo origen está condicionado por prácticas culturales signadas por la inmovilidad y la tradición, traspasar la frontera hacia el otro modernizado. Ser moderno terminó significando, como en la actualidad, ser incapaz de detenerse y menos aún de quedarse quieto. Nos movemos y estamos obligados a movernos [...] porque no existe posibilidad alguna de encontrar gratificación [...] La completud siempre es futura, y los logros pierden su atractivo y su poder gratificador en el mismo instante de su obtención, si no antes. Ser moderno significa estar siempre un paso adelante de uno mismo, en estado de constante transgresión [...]; también significa tener una identidad que sólo existe en tanto proyecto inacabado (Bauman 2002: 34).

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La identidad moderna se constituye entonces en un discurso inacabable, de manera análoga a lo que sucede en la migración a las grandes ciudades. Los individuos que emigran ceden a la tentación de ser, de afirmarse en el espacio y en el tiempo. Y así como hay individuos que emigran, hay sociedades enteras que no pueden abandonar la migración. Este no terminarse de la identidad, en el caso de la novela de Zorrilla, se manifiesta claramente en el personaje de Rosaura. Ella migra y se transforma, se desplaza en su interior hacia el ámbito del parecer y se integra a una velocidad de la existencia que le exige volatilidad. Por eso las alternativas de Rosaura son individualistas. Se puede observar esta estrategia en muchos pasajes de la novela; quizá el más significativo sea la vez que una vendedora le recomienda vestirse con prendas sugestivas y provocadoras para enfrentarse al nuevo mundo que le espera en la ciudad: Pruébate con confianza, china. No conozco tus gustos, pero sé qué necesitas. Tendré la cara vieja, pero mi alma no conoce las arrugas. Esta blusa te estrecha la cintura y las blondas levantan tus pechos, el mandil asienta tus caderas. Ahora el zapatito calado y camina balanceándote sin miedo, pa-ti, pa-mí. Tú no has robado ni has matado a nadie. Levanta la mirada y repite a cada paso: “Ha llegado mi tiempo, ha llegado mi hora” (Zorrilla 1999: 44. Las cursivas son del original).

La apelación a lo individual supone el abandono absoluto de las formas comunitarias. No hay otra salida más que concentrarse en uno mismo y hallar en el interior la fuerza, la voluntad, la astucia y el poder. Esta ética individualista, que en las sociedades posmodernas o del capitalismo tardío (“líquidas”, como las llama Bauman) se asocia al abandono de las tareas y responsabilidades de la modernización por el estado desregulado y privatizado en manos de los individuos, resulta, en las sociedades heteróclitas y abigarradas como la andina, de la precariedad, ineficacia o simple ausencia del estado. Los ciudadanos en los Andes nunca han existido, nunca hubo por tanto la necesidad real de desregular o privatizar las tareas de las instituciones: son los individuos andinos y las comunidades andinas subalternizadas las que asumieron la función, más o menos exitosa, más o menos trágica, de una modernización inacabada y contrahecha. Es así como la sociedad andina se mueve, a despecho de su identidad, migra constantemente y se estaciona en el movimiento. De esta manera, la experiencia andina, como en otros aspectos, reúne, mezcla y sufre fenómenos que las sociedades centrales experimentan de manera progresiva. El periplo de este personaje liminal, y al mismo tiempo asentado firmemente en una vida modernizada, muestra

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las aristas de una experiencia que se nutre de lo escindido y que es también, en el contexto peruano, una búsqueda de formas nuevas de convivencia. En el universo de la novela, sin dejar de lado el drama que implica el abandono de la casa materna y de la identidad social y cultural, el mundo que la acoge se revela de hecho como inevitable e incluso deseable. El retorno de Rosaura a la comunidad representa por tanto una breve pausa en ese movimiento perpetuo. Una pausa que le obliga a mirar su pasado y a reconocerse escindida. El reflejo que halla de sí misma es el cuerpo de su hermana, el dolor asentado en las cicatrices y el tumor que la deforma, pero sobre todo en su muerte que Rosaura no pudo evitar. Por su lado, Inés se instala en un primer momento en el ámbito del deseo, tentada por las cartas de su hermana que le cuenta las posibilidades de hacer dinero y le pide que la acompañe: El sobre era amarillo, el papel rosado, adornado por guirnaldas que centelleaban ante las llamas del fogón [...]: He llegado a Huancayo. Me va bien, pero te necesito. [...] Volvió a leerla en su cama, palpando la textura del papel, acercándolo a su rostro y gozando ese nuevo aroma, cerrando los ojos para el ver el rostro de Rosaura (Zorrilla 1999: 31-32. Las cursivas son del original).

Se halla por tanto en una situación de indecisión que la conduce a la paralización de su voluntad, convirtiéndose en la compañía permanente de la madre. Va con ella a todas partes y sufren juntas la pobreza, el hambre y la barbarie de la guerra. Su existencia se centra en la madre y en la comunidad. Y es de ella que recibe el saber y los valores de la vida campesina y comunera. A tal punto llega su entrega que, a exigencia de la madre, acepta casarse con Josafat, el carpintero que les ayudó en un terrible momento. A partir de ese hecho, nunca más pensará en irse. El sufrimiento que le espera, sin embargo, le lleva al final de su vida a considerarlo como un destino predeterminado: –Primero fue mi madre, después fue Josafat, luego mi hijo. Y ahora no vale la pena... Una vez... ¿Sabes? Encontré un escarabajo que padecía con su carga miserable. Tú eres Inés le dije. Adelante siempre y con fuerza, pero volviendo siempre al mismo sitio (Zorrilla 1999: 20).

El tiempo para ella no ha significado un avance o progreso. Es un tiempo-espacio que se reafirma en el no-movimiento. Este tiempo es un poco el de una comunidad tradicional andina, un tiempo mítico que se reencuentra en el futuro. Hay sin embargo en su vida un momento de quiebre fundamental: cuando se casa con Josafat y éste decide involucrarse en la guerrilla.

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Ella vive todavía bajo la influencia de la madre viuda, dominada por esa presencia descomunal, sabia y poderosa que lo controla todo. Con Josafat concebirá un niño que llenará de esperanzas a la madre viuda. Pero él va a la guerra, mata, es herido y las abandona. El hambre y la muerte cunden, y la viuda sale en búsqueda del marido de su hija. Inés ha perdido toda ilusión, su imagen parece escabullirse detrás de la madre, se reduce casi hasta lo superfluo. Aunque es capaz de dar auxilio dos veces a los guerrilleros. Al regresar la madre le dice: “Muertos y sufrimiento. Eso es el mundo ahora” (Zorrilla 1999: 96), luego se desvanece. Muerta su madre, Inés tiene que irse con su pequeño hijo a Tarma, donde está Josafat, quien le ha enviado un mensaje, la espera. En este punto la vida de Inés se transforma. Ha pasado del ámbito del deseo a la apatía y de ésta nuevamente al deseo configurado ahora en la esperanza de la unión familiar. Para este momento Huaguil es un espacio devastado por la guerra, poblado casi exclusivamente por viejos. La mención del desplazamiento es sin embargo breve: cuando nace el hijo de Inés, la curandera dice: “Qué bien que nazca alguien [...] Ahora que Huaguil comienza a quedarse vacío” (Zorrilla 1999: 89), o cuando Elena le cuenta a Rosaura el tiempo que han vivido: “Sospechas, traiciones, sangre y muertos en las calles, en esta misma plaza. Todos los días era volar al cementerio, prepararse un té, voltear el pañuelo negro para acompañar otro sepelio” (Zorrilla 1999: 28). En otro momento de la novela, la llegada de unos camiones cargados con campesinos y periodistas nos muestra la presencia de los desplazados: Pero aquel día la plaza amanece alborotada. Ha llegado un ómnibus con los comuneros que huyeron a la capital en los malos tiempos [...] Tras ellos arriba una nube de periodistas [...] Esa tarde los comuneros desfilan ante el pabellón nacional, reciben de los soldados los costales de abono y semilla para la reconstrucción del pueblo [...] Los ancianos asoman de sus ruinas, sacuden la calva, contemplan el espectáculo de colores y ruido que se prolonga por varios días, retornan a sus sombras (Zorrilla 1999: 117).

Inés y su familia también huyen y sufren las calamidades de una vida obligada a empezar de nuevo. Pero ellos, como la inmensa mayoría de los desplazados en el Perú, no recibirán la ayuda de nadie. Llegan a la selva con el fin de alquilar una parcela e invierten todo el dinero de sus cosechas. Pero la selva es extraña y difícil y no les brinda el resultado que ellos esperan. La lluvia pudre las semillas y la ruina se avecina con el hambre. Josafat no quiere, no obstante, rendirse, no puede, porque como ex-guerrillero, una vez derrotada la subversión, no le queda otra alternativa que huir. Inés no lo va a

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abandonar jamás. La tierra era mala y había sido habitada antes por otros desplazados que tuvieron que dejarla, tal vez con sus muertos, ahí. Inés encontró una pileta de agua sepultada por la hierba, los maderos de una plataforma devorada por la podredumbre. Arranchó la maleza y cada puñado le reveló senderos, obras de madera podridas por el tiempo: las huellas de habitantes desaparecidos, los podridos fragmentos de sueños ajenos. El carpintero acudió a su llamado. –Así que no éramos los primeros (Zorrilla 1999: 103).

Los desplazados ocupan los espacios dejados por otros desplazados, convertidos en residuos del sistema que los excluye. El hombre que alquila la tierra sabe que no es buena y no lo advierte ni le importa: Inés sopló sus manos desolladas, contempló el canasto donde el maíz esperaba ser desgranado. –Ese hombre engorda con nuestra sangre. Ha medido todo, por eso arrienda su tierra. Nunca sobra un centavo y nunca alcanzaremos a comprar nada. –Paciencia. Una buena cosechita y nos levantamos. Ya vas a ver (Zorrilla 1999: 105).

Poco tiempo después la nueva cosecha se pierde bajo una lluvia inclemente. Josafat “se hizo una capa de hule y salió herramienta en mano a disputarse con las tormentas el fruto de su sudor en esa tierra de extraños” (Zorrilla 1999: 106). De pronto una serpiente le muerde en medio de su desesperación y el veneno lo mata en dos días. Inés decide enterrar a su marido en Huaguil e inicia el viaje de retorno llevando a cuestas a su hijo y el cadáver de Josafat. Pero en medio del penoso y complicado regreso, Inés arriba, a través de la voz del narrador, tiene una certeza que le da la fuerza para continuar: la conciencia de su condición de excluida, proletaria, de residuo del sistema: [Saliendo de la selva] –Chanchamayo – musita Inés. [...] También allá los árboles tienen dueño, y la mala hierba y la hojarasca, y la inútil visión de los cielos. Nada se concede en esta tierra gratuitamente [...] En este mundo el carpintero ha pretendido un retazo de tierra para su hijo y su mujer. ¿Y a quién? Al hombre que los recibía en el vestíbulo y tomaba su dinero por la rendija. Ese trato confirmaba que los hombres eran desiguales, y esa desigualdad era la garantía del orden en la tierra. ¿Por qué? ¿Por ser ese hombre el dueño de Madrigal y ellos los miserables que la imploraban? ¿Por ser un hombre blanco él –la raza elegida por otro insensible dios para cosechar los frutos de

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la tierra– y ellos los indios nacidos para regar la tierra con su sudor?[...] Sí, y ellos estaban condenados a buscar el mejor timbre de voz, a inclinarse ante la insolencia del propietario [...] –Paciencia –murmuró Inés –Eso dijo él (Zorrilla 1999: 108-109).

Luego esta conciencia es también la afirmación de una identidad, la que le impidió dejar a la madre y quedarse con el marido y la que le obliga ahora a volver a casa: Eso dijo. Ahora todo ha terminado y sólo quedan recuerdos para contárselos al hijo y los nietos, para que un día digan nuestro padre luchó. Sí, para eso deberá recordar lo vivido, y guardar las palabras que encierran la sustancia de los instantes, para contárselo a los hijos y que los hijos puedan repetírselo a los nietos, en la esperanza de agotar así el dolor y librar de lágrimas a las generaciones que todavía vendrán. –Para eso –dice Inés– se recuerdan a los muertos. Porque no están del todo muertos y nos ayudan de donde están a sobrellevar el dolor. –Ahora lo sé... –había dicho cuando el ómnibus se negó y la camioneta se negó a llevarla con su carga (Zorrilla 1999: 109).

En el camino recibe, sin embargo, la solidaridad y el reconocimiento de la gente que conoce el sufrimiento y que, como ella, no se deja morir en el vacío: “Pero apareció el camión y el chofer de camiseta blanca cargó el cajón y dijo servido señora. Yo sé lo que son estas cosas” (Zorrilla 1999: 110). Inés asume los valores que nutren o deben nutrir el tiempo nuevo, el tiempo que les corresponde a los pobres en el futuro, en el que a manera de un vuelco de la realidad los de abajo tengan espacio y voz para decir su historia y producir los mandatos de la vida. Esta afirmación resulta de gran importancia si consideramos que la nueva modernidad se preocupa ya no por la inclusión o integración de los excluidos, sino que se limita a la ubicación simbólica y física de los mismos como sobrantes, como residuos. No se trata, como señala Bauman, de una exclusión explícita a la manera de los grandes mecanismos autoritarios, sino de un dejar fuera en consonancia con un esfuerzo sistemático de poner orden en el entorno. Los residuos humanos son como los ingentes desechos industriales incapaces de desaparecer, pero incapaces al mismo tiempo de producir ganancias. ¿Quiénes son desde esta perspectiva, si no los “indios”, los campesinos pobres del sur? El destino de los residuos es el basurero, el vertedero. Con frecuencia, en realidad de manera rutinaria, de la gente “superflua” se habla como de un problema esencialmente financiero. Ha de ser “provista”, es decir, alimentada, cal-

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zada y cobijada [...] La respuesta a la superfluidad es tan financiera como la definición del problema: limosnas provistas, legisladas, avaladas o promovidas por el Estado [...] (designados con un abanico de eufemismos: subsidios de asistencia social, deducciones tributarias, desgravaciones, subvenciones) (Bauman 2005: 25).

La determinación de Inés de no irse con Rosaura y de volver a su comunidad para enterrar a su marido adquiere el sentido de una afirmación trascendente de lo sido y de lo que se será en el acto mismo de ser comunera, de ser campesina andina. Cuando muere, el tiempo se detiene en Huaguil, no porque sea ella la mujer poderosa que su hermana es, sino porque es ella el cobijo de lo que son todos los que han sobrevivido, del dolor de todo un pueblo “superfluo” transfigurado en la deformación de su rostro. Por eso el rezador “indio” que ha venido a su entierro lo grita: –Fue un aviso de nuestro Padre ese rostro llagado de mamá Inés. Nuestro padre purificó la tierra con su dolor, para que podamos vivir. Ahora no hay hacienda y no hay comunidad, pero en esta tierra han regado sangre el cuchillo y el fusil. Y moscas hemos sembrado en las casas, huesos hemos sembrado en los campos (Zorrilla 1999: 154).

La novela nos propone, a través de la vida de Inés, que al menos desde los Andes peruanos, aquella superfluidad de los “indios”, de las subalternizadas y empobrecidas comunidades, es indispensable para la realización de la modernidad, de nuestra modernidad otra, utópica y real al mismo tiempo2. Rosaura e Inés son las caras opuestas y complementarias de esa modernidad. Por otro lado se comprueba que el desplazamiento forzado aparece como elemento subsumido que contribuye a completar el paisaje de horror que el relato reconstruye. El relato se concentra, cuando refiere el conflicto interno armado, en la narración de los horrores militares de la guerra. Este hecho no es privativo de la novela de Zorrilla, sino que es una constante en la narrativa que evoca el conflicto. Ahora bien, los escritores han privilegiado la narración de los dramas subjetivos de los personajes y la violencia explícita en la que éstos toman partido por uno de los lados o de la cual son víctimas directas. Las poblaciones desplazadas huyen para salvar la vida, se autoexcluyen de los acontecimientos centrales del conflicto y no asumen por tanto

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Sobre la idea de “modernidad otra”, véanse los ensayos de Miguel Ángel Huamán (2005).

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ninguna posición política ni militar. Todo lo contrario, se hallan en un lugar indeterminado, pues son víctimas del conflicto fuera del escenario de los combates y no contribuyen sino con su ausencia al paisaje de desolación que deja la guerra. Así las cosas, el desplazado carece de valor político inmediato. De esta manera el drama de los desplazados termina siendo desplazado del escenario de la narrativa. Naturalmente estas afirmaciones requieren de mayores estudios. No obstante, resulta claro que en esta novela en particular la huida de los comuneros cumple una función que abre el relato a otras posibilidades narrativas, es decir, a otros escenarios y personajes que refieren la experiencia de los desplazados. Esta operación se halla en conjunción con la propuesta ética de la novela que ya hemos descrito. Nuevos escenarios y personajes a los que, sin embargo, la obra de Zorrilla y la llamada narrativa de la violencia política no han dado aún una atención particular.

Bibliografía BAUMAN, Zygmund (2002): Modernidad líquida. Buenos Aires: FCE. — (2005): Vidas desperdiciadas. Barcelona: Paidós. COMISIÓN DE LA VERDAD Y RECONCILIACIÓN (2003): Informe Final, en (3 de marzo de 2008). CUBA CRONKLETON, Martha (2004): “La narrativa de Zein Zorrilla: un acercamiento a la identidad cultural del peruano de hoy”, en (16 de septiembre de 2009). HUAMÁN, Miguel Ángel (2005): Siete estudios de interpretación de la literatura peruana. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos. ZORRILLA, Zein (1999): Las mellizas de Huaguil. Lima: Editorial San Marcos.

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EL DESPLAZAMIENTO DE POBLACIONES EN LAS NOVELAS ‘LATINOAMERICANAS’ DE ALBERTO MANZI ANTONIO MELIS Università degli Studi di Siena

Alberto Manzi (1924-1997) ha sido uno de los protagonistas de la cultura italiana en la segunda mitad del siglo XX. Su nombre, sobre todo para una entera generación de sus conciudadanos, está vinculado en primer lugar a un célebre programa de televisión realizado por la RAI entre 1959 y 1968. Su título era “Non è mai troppo tardi” (“Nunca es demasiado tarde”) y se proponía la alfabetización de adultos a través del nuevo medio tecnológico (en Italia las transmisiones regulares de la televisión se habían iniciado en 1954). Con el auxilio de una red de grupos de televidentes asistidos por maestros, se calcula que más de un millón de italianos haya conseguido en ese período, con el auxilio de ese programa, el título de escuela primaria. Este proyecto fue imitado en muchos países y el mismo Manzi fue invitado a dictar cursos y a organizar experiencias didácticas análogas en varios lugares del mundo. Otra actividad que le ha dado una fama internacional es la de escritor de narraciones destinadas a los jóvenes. Sus libros han sido traducidos a decenas de idiomas y le han valido los premios más importantes para esta clase de literatura (por ejemplo, en 1956, el Premio Andersen). Menos conocida, en cambio, es su relación profunda con la realidad latinoamericana, sobre todo con el área andina y amazónica. La aparición en los últimos años de dos novelas póstumas ha llamado con fuerza la atención sobre este aspecto de su personalidad. En realidad, ya en época anterior había dedicado dos novelas al mundo latinoamericano. En 1974 había publicado La luna nelle baracche (La luna en las chozas, Manzi 1974). En 1979 se editó El loco (Manzi 1979), con el título en español. Algunos años después de la muerte del autor, en 2005, han salido Gugù (Manzi 2005a) y E venne il sabato (Y vino el sábado) (Manzi 2005b). Estas últimas novelas arrojan una luz retrospectiva sobre las anteriores. Ellas, en efecto, habían quedado relativamente marginadas dentro de la categoría un poco reduccionista de literatura para jóvenes. Una visión conjunta de los cuatro libros permite rescatarlos dentro de un diseño coherente y al mismo tiempo caracterizado por una progresiva profundización del enfoque.

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A través del archivo del autor, que he podido consultar gracias a la cortesía de su esposa Sonia Boni, es posible darse cuenta de que estas novelas son el fruto de una serie de viajes a varios países sudamericanos, desde la mitad de los años 50 hasta la década de los 80. Documentos, apuntes, cartas atestiguan la importancia de estas experiencias y los contactos establecidos por el escritor con las luchas sociales de este periodo, aunque el motivo de su primer viaje había sido un interés meramente naturalista (el estudio de una hormiga tropical, por encargo de la Universidad de Ginebra). Al mismo tiempo, es singular el silencio casi total mantenido por Manzi sobre esta parte tan significativa de su vida. En esta actitud confluyen, posiblemente, dos factores: la discreción personal del autor y razones de seguridad para las personas implicadas en sus encuentros, víctimas posibles de la represión, en países regidos por gobiernos autoritarios. Desde el punto de vista del tema de este simposio, son tres las novelas que nos interesan. Un lugar aparte lo ocupa Gugù, cuyo argumento espeluznante es el secuestro de niños para utilizarlos como abastecedores de órganos para los transplantes. La primera novela, La luna nelle baracche, se desarrolla en una hacienda dominada por relaciones de tipo feudal, aunque disfrazadas de cierto paternalismo. Los hombres al servicio de la propiedad, después de que algunos muchachos han perdido uno de los caballos del dueño y tras la reacción de los peones contra los abusos sufridos por este evento, ejercen la represalia. Por orden del terrateniente destruyen las chozas de los trabajadores y los obligan a construirlas nuevamente en un sitio diferente. Aunque no se trata de un desplazamiento de lugar geográfico en el sentido estricto, contiene evidentemente una carga notable de violencia. Así lo entiende Pedro, el peón que se opone a la pasividad y resignación de su pueblo. Por eso propone que la reconstrucción de las viviendas se realice inmediatamente. Pedro advierte lúcidamente que lo que está en juego es la dignidad de los trabajadores. Si ellos se revelan vulnerables frente al ataque de los poderosos, éstos se ensañarán cada vez más. Si, en cambio, manifiestan todo su valor, reafirman la unidad de un pueblo que no se deja someter. En otro pasaje de la novela, la represalia se repite en forma personal contra el propio Pedro. Mientras tanto él se ha transformado progresivamente en un rebelde, que por eso mismo pone en riesgo el sistema de opresión. Cuando intenta ponerse en contacto con el sindicato, que a su vez se revela sordo a las exigencias de los campesinos, es víctima de una agresión combinada entre los guardias del terrateniente y la policía. Herido de gravedad, se arrastra penosamente hasta la hacienda, pero allí descubre que durante su ausencia su choza ha sido destruida. Uno de los guardianes del hacendado

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hasta llega a jactarse de esta acción de sabotaje. A Pedro se le obliga a construir una vez más su vivienda, pero hay una circunstancia que vuelve más dura esta intimación. No puede dejarla al lado de los ranchos de los otros peones, sino que tiene que colocarla entre el bosque y la aldea. Es una manera clara de acentuar el proceso de destierro y de exclusión del que se ha atrevido a oponerse a un poder absoluto. Al mismo tiempo, el guardián quiere humillarle en lo que para Pedro representa una conquista importante para la emancipación suya y de su gente: saber leer y escribir. Para rematar simbólicamente su separación material del mundo de la cultura, golpea sus manos ya destrozadas. En este detalle se advierte la presencia del Alberto Manzi maestro de escuela. Por eso, después de la conclusión trágica de la odisea de Pedro, la novela se cierra con una nota de esperanza, representada por un muchacho que empieza a su vez el aprendizaje de la lectura y la escritura: E da una baracca un’ombra si mosse, avanzò fino al ceppo del grosso albero e si sedette. Era Marco, il figlio di Félix. Al chiaror della luna aprì un quaderno che un giorno Pedro gli aveva regalato e con un mozzicone di matita cominciò a scrivere. Lentamente, stentatamente. La sua ombra, man mano che la luna si spostava, ingigantiva, come se volesse dominare tutto il villaggio. –È il nuovo Pedro– mormorò la gente1 (Manzi 2006a: 128).

El tema del desplazamiento forzado se repite con mayor insistencia en El loco. En esta segunda novela del autor afecta al mismo tiempo las casas y las tierras de la población indígena. La narración se desarrolla esta vez en un contexto andino, con muchas referencias culturales a usos, creencias y fiestas típicas de ese mundo. Hay una compañía interesada en la explotación de una mina que necesita, para realizar su propósito, apropiarse de las tierras de la comunidad y hasta derribar algunas de las casas de los campesinos. Es evidente la analogía con una de las novelas peruanas más conocidas de los 70, Redoble por Rancas (Scorza 1970) y, en general, con todo el ciclo de cinco episodios (baladas y cantares, según la definición del propio autor),

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“Y desde una choza se movió una sombra, avanzó hasta el tronco del gran árbol y se sentó. Era Marco, el hijo de Félix. Al claro de la luna abrió un cuaderno que un día le había regalado Pedro y con un fragmento de lápiz empezó a escribir. Lentamente, con dificultad. Su sombra, a medida que la luna se desplazaba, se agigantaba, como si quisiera dominar toda la aldea. –Es el nuevo Pedro –susurró la gente.” (Esta traducción literal de la cita, y las que seguirán, son mías.)

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conocido como “La guerra silenciosa”, vinculado a la lucha de los comuneros de Cerro de Pasco. Como veremos muy pronto, hay constancias en el libro de Manzi de esta relación intertextual. Lo que confirma sus lecturas es la presencia –comprobada– de los libros de Scorza en la biblioteca del escritor italiano. El punto de coincidencia más notable es la representación animista del cerco tendido, en ambos casos, alrededor de las tierras comuneras. La “serpiente de púas” (“serpente di filo spinato”) de Manzi es un claro homenaje al “gusano de alambre” de Scorza. En El loco, como en la novela anterior, los representantes del poder económico y político alternan el uso de la violencia con la tentativa de corromper la voluntad de los comuneros y su unidad. En lugar de las tierras codiciadas para realizar las excavaciones mineras, la compañía ofrece tierras supuestamente mejores. Asimismo ofrece el espejismo de máquinas agrícolas modernas y nuevas casas, en substitución de las que deben ser abatidas. Pero los comuneros tienen una clara conciencia de lo que implican estas propuestas. No se trata, para ellos, de un problema meramente económico. Lo que está en juego en esta confrontación es la defensa de una identidad colectiva. Las tierras y las casas representan un elemento decisivo de esta identidad, de la primacía del ser sobre el tener, como se afirma en un pasaje clave, en una forma mucho más intensa que en la novela anterior, porque esta vez se trata de valores compartidos y no del heroísmo solitario de un personaje que se contrapone a la inercia de la masa. De allí la resistencia que manifiesta el mismo alcalde de la comunidad, en nombre de la tradición. Alrededor de este conflicto, se manifiestan dos concepciones del mundo antagónicas. Por un lado, la mentalidad mercantil, que parte de la convicción de que todo se puede comprar, todo es mercancía. Por el otro, la fidelidad colectiva a un sistema de valores que no pueden enajenarse. Hay un momento muy significativo en el diálogo entre los representantes de la Compañía y el alcalde sobre la venta de las tierras: –Non si può, eccellenza. Sono terre dei nostri antenati. Non possiamo venderle. –Non le vendete, le scambiate. –È uguale, eccellenza. Sono terre dei comuneros. È impossibile2 (Manzi 2006b: 37).

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“–No se puede, excelencia. Son tierras de nuestros ancestros. No podemos venderlas. –No las venden, las intercambian. –Es lo mismo, excelencia. Son tierras de los comuneros. Es imposible.”

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Más adelante, el plan de desalojamiento, que empieza a realizarse comenzando por las personas más débiles, representa una ocasión para reafirmar la solidaridad entre las víctimas. El personaje que da el título a la novela, el Loco, cede simbólicamente su poncho a la vieja Damiana, que ha sido echada a la calle, a pesar de la lluvia que está cayendo a cántaros. Pero el momento cumbre de la narración es la ya nombrada aparición repentina del alambre de púas en las tierras comuneras. Su naturaleza siniestra de hilo tejido en las tinieblas expresa toda la violencia contra la colectividad. Su acción destructora se realiza contra la naturaleza, configurándose como una auténtica antinaturaleza: “Tagliava terreni, scavalcava torrenti, separava sentieri”3 (ibíd.: 172). Alrededor del cerco que avanza cada día más se desarrolla un debate dentro de la comunidad, donde se perciben claras analogías con los planteamientos críticos de José María Arguedas y Manuel Scorza sobre la función contradictoria del mito en la sociedad andina. También las obras de Arguedas figuran en la biblioteca del autor, en edición original y en traducción al italiano. La edición italiana de los trabajos antropológicos del autor (Arguedas 1983), que reproduce la recopilación realizada por Ángel Rama (Arguedas 1975), lleva al margen del texto una extensa e interesantísima serie de anotaciones de Manzi, que revelan una lectura profundizada. Ni las ceremonias de los curas católicos ni las del brujo indígena sirven para detener la plaga del alambre de púas. La idea de que ella tal vez refleje el enojo de la Pachamama lleva a los comuneros a edificar un montículo de piedras (apacheta). Pero esta iniciativa tampoco consigue resultados concretos contra el monstruo. Frente a la muerte violenta de todos los comuneros que intentan descubrir el secreto del cerco, hasta se recurre al mito del chullachaqui, difundido sobre todo en la selva. Al final sólo la joven Belzebù, que recibiera ese apodo por parte del Loco en virtud de su carácter rebelde, busca una explicación racional para la presencia del alambre de púas. Pero la mayoría de la gente, tratando de encontrar en la religión un refugio para sus miedos, vuelve a llenar la iglesia. Es evidente en este pasaje la denuncia del papel enajenante que a veces desempeña la fe. Cosa que resulta bastante sorprendente si se considera que la primera edición del libro (Manzi 1979) apareció en una editorial de clara y antigua orientación católica. Hay huellas, en el itinerario latinoamericano de Manzi, de encuentros con la teología de la liberación, que empieza a difundirse en forma masiva a partir de la década de los 70 y que influye, en una época de grandes conflic-

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“Cortaba chacras, franqueaba torrentes, separaba caminos.”

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tos sociales, en los comportamientos de una parte significativa del clero latinoamericano. Es posible que en esos años este influjo haya penetrado también, en Italia, en una parte del mundo editorial católico. La novela termina con la resistencia de los comuneros, que abandonan la lucha armada practicada en el pasado y siguen una táctica no–violenta. Pero este cambio, lejos de resolver el contraste, provoca la exasperación de las autoridades. Uno de los representantes del poder afirma con lucidez que los rebeldes más peligrosos son justamente los que no usan armas: “È qui che si distrugge il potere. Una suonata di flauto, una risata...queste sono armi peggiori dei fucili”4 (ibíd.: 208). Al final, la violencia se desata en su totalidad contra los comuneros, que han rebautizado con el nombre de Tiuna su aldea de San Sebastián. Entre las casas arrasadas por las bombas, quedan en pie sólo los símbolos del poder: la iglesia, el palacio de justicia, la escuela, el palacio de gobierno. La presencia de la iglesia y de la escuela en este elenco es muy significativa. En ambos casos, se trata de la cara oficial que suelen presentar estas instituciones. Ya se ha hablado de los contactos de Manzi con la teología de la liberación durante sus estadías sudamericanas. Asimismo se ha aludido al tema de la escuela, un auténtico leitmotiv que recorre todas las novelas del autor. En este sentido, como ya se ha subrayado, representa un elemento profundo de continuidad con su tarea de maestro, auténtico centro de toda su existencia y de su obra literaria. Pero, en su caso, se trata de una educación alternativa, que sirve para despertar en las personas la conciencia de sus derechos, y no para confirmar la ideología del poder. El tema del desplazamiento se presenta con insistencia abrumadora en la novela póstuma E venne il sabato. Aquí también las chozas de barro y cañas de la ciudad de Pura desaparecen a raíz de un incendio. Sus autores, como sabrá el nuevo cura padre Julio que acaba de llegar, han sido hombres al servicio de la Compañía, que explota en forma bestial a los trabajadores del caucho. Se trata de un escarmiento para aplastar la resistencia pasiva que los mismos han organizado contra la opresión. Un viejo habitante de Pura cuenta que esta práctica ha sido reiterada a lo largo del tiempo. La primera vez el incendio había servido para obligar a la gente a trasladarse desde su aldea a Pura y a trabajar en forma de esclavitud para la Compañía. En esa circunstancia, se les impuso mediante la violencia el abandono de los lugares de origen y la pérdida de sus raíces. Ahora la historia se repite: al tener que

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“Es aquí donde se destruye el poder. Una tonada de flauta, una carcajada... éstas son armas peores que los fusiles.”

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reconstruir sus viviendas, los habitantes no dispondrán de tiempo para asistir a una forma de escuela, que se considera subversiva por el hecho mismo de sacar de la ignorancia a los campesinos: Ora hanno bruciato anche queste case: chi lavora per la Compagnia ha le case della Compagnia; noi vecchi ora non abbiamo più la casa. Dobbiamo ricostruirla, così non abbiamo tempo per venire a scuola. È semplice, molto semplice. Vogliono ricordarci che i padroni sono loro e che dobbiamo fare solo quel che loro vogliono.5

Más adelante el tema del incendio vuelve a presentarse en el diálogo con un forastero recién llegado a Pura. Se trata, con toda evidencia, de un personaje autobiográfico, que alude a la participación silenciosa del autor en las luchas de esos años, al lado de los sectores populares de los países visitados. En la conversación con un anciano conoce los detalles relativos a la destrucción de las viviendas. Aquí también, en el relato del hombre, se destaca la función enajenante de la religión. Durante la consagración de la hostia realizada por el cura rebelde, parece como si de ella saliera sangre. Los representantes del poder insinúan a la población de Pura que este supuesto prodigio se debe a un sacrilegio cometido por el padre. En realidad, la explicación del evento es muy sencilla y al mismo tiempo muy brutal. La sangre que ha aparecido en la hostia es la del propio padre Julio y ha salido de sus manos destrozadas por los golpes recibidos por los guardias de la Compañía, como venganza por haber defendido a los trabajadores contra los abusos. La misma empresa experimenta más adelante otra forma de ataque a las casas de los caucheros. Frente a una huelga de brazos caídos de los trabajadores, que se niegan a recoger el caucho, decide vaciar sus casas de todo lo que contienen. Muebles, camas, mesas, desaparecen de las viviendas, puesto que pertenecen a la Compañía. Frente a la reiterada negativa de los peones de someterse a la voluntad del poder, se procede a quemar los muebles, utilizando una vez más la función altamente simbólica del fuego: Fece un cenno. Un militare versò una tanica di benzina sui mobili e appiccò il fuoco. Il vecchio letto, quello grande, dove suo padre l’aveva procreato, dove

5 “Ahora quemaron estas casas también: los que trabajan para la Compañía tienen las casas de la Compañía; los ancianos ahora ya no tenemos casa. Tenemos que reconstruirla, y de este modo no tenemos tiempo para ir a la escuela. Es sencillo, muy sencillo. Quieren que recordemos que los dueños son ellos y que debemos hacer sólo lo que ellos quieren.”

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lui aveva dormito con la sua sposa, dove erano nati i suoi figli, ora bruciava. Non disse una parola. Le lacrime gli offuscavano gli occhi. Doveva essere il fumo di tutto il suo avere che bruciava6 (ibíd.: 151).

Pero la resistencia pasiva de hombres y mujeres no se afloja y sigue representando un obstáculo para los planes represivos. Un capítulo de la novela está dedicado a “Il nono villaggio” (“La novena aldea”). El tema, en este caso, es el cambio repentino de cultivos impuesto a los campesinos por el gran terrateniente Don Hildebrando. Todos tendrán que dedicarse desde ahora a la cultivación del maguey, que resulta más rentable para la propiedad, aunque se utilice, para justificar este cambio repentino, la consabida motivación ideológica del “interés nacional”. Al mismo tiempo serán obligados a destruir los cultivos tradicionales de plátano, mango, caña, maíz, etc., que sirven para su sustento. Pero frente a estas proposiciones, se manifiesta la oposición compacta de los trabajadores. El camino elegido por el terrateniente es, una vez más, el de la represalia. La novela recuerda que diez años antes la aldea había sido arrasada en su totalidad después de una rebeldía. Para evitar que el escarmiento se repita, los campesinos deciden estudiar el ejemplo de resistencia ofrecido por los habitantes de Pura. Comprenden así que la difusión de este modelo no–violento de lucha puede ser decisivo para subvertir las relaciones de fuerza. La represión, sin embargo, no se detiene. La técnica preferida sigue siendo la del desalojamiento forzado, que afecta en este caso, en primer lugar, a la viuda Rocío. Pero el espíritu solidario aprendido a través del ejemplo de Pura se manifiesta de una manera singular y desconcertante para los hombres del poder. Todas las familias de la novena aldea deciden sufrir voluntariamente lo que ha sufrido Rocío. Entran, por eso, en sus casas y sacan de ellas todos los muebles. Es un gesto basado en el principio de “ponerse en los paños de los otros” o, con otras palabras, en el concepto de que “cada uno de los otros soy yo”, según la fórmula que en Pura le ha explicado el viejo Gongo: Ci pensarono lungo la strada del ritorno. Ogni altro sono io. Se lo ripetevano, sentivano che quella frase voleva dire tutto, ma non capivano come poteva essere messa in pratica, come farlo capire agli altri. Così decisero che ne avrebbero parlato la mattina dopo a tutto il villaggio, ripetendo quel che Gongo aveva

6 “Hizo una seña. Un militar vertió un bidón de gasolina en los muebles y prendió el fuego. La vieja cama, la cama grande, donde su padre lo había engendrado, donde él había dormido con su esposa, donde habían nacido sus hijos, ahora ardía. No dijo nada. Las lágrimas le velaban los ojos. Debía ser el humo de todas sus cosas ardiendo.”

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detto loro. Per questo non risposero alle domande dei compagni, neppure all’interrogatorio pressante delle rispettive mogli7 (ibíd: 208).

Cuando vuelven a edificar sus casas, descubren asimismo todas las ventajas prácticas del trabajo colectivo. Aquí es evidente el impacto que el escritor italiano ha recibido de sus experiencias de viaje y de sus lecturas sobre el mundo andino, en particular de las obras de Arguedas, donde son frecuentes las referencias al principio de reciprocidad (ayni). El desahucio se repite con los mismos trabajadores de Pura, para castigar su huelga de tiempo indeterminado. Pero esta vez un personaje singular, Huguito, que recoge hierbas en la selva para una industria farmacéutica y ha comprado una extensión de tierra muy amplia en la colina de Pura, les ofrece una alternativa, permitiendo que construyan sus nuevas viviendas allí. La Compañía, por otra parte, sigue en su acción sistemática de destrucción de la identidad de los habitantes. Se ordena el traslado forzado de los campesinos de tres aldeas a Pura. Para que esta operación se efectúe, los caucheros deben a su vez dejar las antiguas viviendas en la ciudad. Los ejemplos podrían multiplicarse, hasta la tentativa de empujar a todos los campesinos hacia la selva, para que se cumpla totalmente su desarraigo y, al mismo tiempo, se les pueda acusar de mantener contactos con los guerrilleros. La represión contra las aldeas, por otra parte, produce una migración masiva hacia la ciudad de Pura. Pero esta concentración se vuelve intolerable para la Compañía, y las autoridades ordenan una vez más el desalojamiento, en una espiral que parece infinita. Frente a esta imposición, los campesinos actúan una forma de resistencia que encuentra su figura altamente simbólica en la cadena, un motivo que se repite con algunas variantes en otros pasajes de la novela: Era una catena, una lunga catena vivente. Ogni donna stringeva saldamente le mani di chi la precedeva. La catena umana si snodava lungo le strade, girando attorno alle case, facendo angolo con gli angoli dei muri. Non dissero più nulla. Attesero8 (ibíd.: 363). 7 “Pensaron en eso durante el camino para regresar. Cada uno de los otros soy yo. Lo repetían entre sí, percibían que esa frase quería decirlo todo, pero no comprendían cómo podía ser realizada en la práctica, cómo podían hacerla comprender a los demás. Por eso decidieron que hablarían del asunto la mañana siguiente con toda la aldea, repitiendo lo que les había dicho Gongo. Por eso no contestaron las preguntas de sus compañeros, ni siquiera el interrogatorio insistente de sus respectivas esposas.” 8 “Era una cadena, una larga cadena viviente. Cada mujer apretaba con fuerza la mano de quien estaba delante de ella. La cadena humana se deslizaba a lo largo de las

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Lo dicho hasta ahora es suficiente para demostrar hasta qué punto el escritor italiano ha captado la centralidad del motivo del desplazamiento en la realidad latinoamericana. Al mismo tiempo se advierte una conciencia creciente de lo que está en juego en el empleo de esta técnica represiva. Desde el punto de vista de las fuerzas dominantes, hay una clara voluntad de desarraigo, porque la vinculación con el territorio se percibe como un elemento de fuerza de los sectores oprimidos. En este sentido, hay una plena sintonía entre la intuición del escritor italiano y los resultados de las investigaciones más recientes sobre la cuestión indígena, que subrayan el papel decisivo de la territorialidad. Desde el punto de vista de las víctimas, existe una percepción lúcida de la importancia que tiene la defensa de su ambiente de vida. Pero sobre todo, a través de este enfrentamiento, se afirma la necesidad de una respuesta colectiva y solidaria. Con estas narraciones Alberto Manzi refleja una asimilación profunda de los valores comunitarios del mundo indígena americano. Sus novelas documentan, por un lado, la plena vigencia de una ética que tiene raíces milenarias en la lucha actual contra la opresión. Pero, por otro lado, sugieren que este patrimonio puede representar una alternativa válida contra el individualismo que domina las relaciones humanas en los países hegemónicos y que impide “ponerse en los paños de los otros”.

Bibliografía ARGUEDAS, José María (1975): Formación de una cultura nacional indoamericana, selección y prólogo de Ángel Rama. México: Siglo XXI. — (1983): Arte popolare, religione e cultura degli indios andini. Torino: Einaudi. MANZI, Alberto (1974): La luna nelle baracche. Firenze: Salani. — (1979): El loco. Firenze: Salani. — (2005a): Gugù. Iesa: Gorée. — (2005b): E venne il sabato. Iesa: Gorée. — (2006a): La luna nelle baracche. Iesa: Gorée. — (2006b): El loco. Iesa: Gorée. SCORZA, Manuel (1970): Redoble por Rancas. Barcelona: Planeta.

calles, dando vuelta alrededor de las casas, formando esquinas con las esquinas de los muros. No volvieron a decir nada. Esperaron.”

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O tema do simpósio – expulsos, deslocados, desterrados – tem como ideia central a deslocação forçada de pessoas que têm de encontrar um novo lugar para viver. Para as autoridades a questão é muitas vezes posta noutros termos: é necessário encontrar um espaço, campos de refugiados a maior parte das vezes, para alojar as pessoas, a tónica da preocupação caindo naturalmente nas dimensões desse espaço onde todos terão que caber. Estes dois conceitos e concepções do que parecem ser coisas semelhantes – espaço e lugar – estão no centro da reflexão que vou apresentar nesta comunicação. Como podemos definir espaço e lugar? O que os distingue? A primeira diferença remete para o carácter abstracto de espaço e para a concretude de lugar. Aristóteles, numa das secções de Física, considera o lugar como contentor ao afirmar que “lugar” se refere às dimensões precisas do espaço que contém alguma coisa (Relph 1996: 907). No seu estudo, Relph refere Eric Walter, um psiquiatra social que se debruçou sobre a questão do lugar como um aspecto fundamental para a saúde mental dos indivíduos, afirmando que é precisamente na teoria de Aristóteles que se baseiam as políticas de deslocamento e desenraizamento de populações. Walter prefere a teoria de Platão, pois este estabelece uma relação entre o indivíduo e o lugar, considerando o lugar e tudo o que o compõe como essencial para o desenvolvimento do indivíduo (“the nurse of all becoming”, cf. Relph 1996: 907), enquanto a teoria de Aristóteles caracteriza o lugar apenas com atributos espaciais independentes do seu conteúdo. Platão considera o lugar como um receptáculo de formas, poderes e sentidos. Walter faz notar que esta visão de Platão permite considerar os habitantes e o lugar como agentes em conexão. Deste modo, lugar passa a ser visto como território de sentidos que se ligam à experiência humana. Yi-Fu Tuan, um dos geógrafos que mais se dedicou a esta questão, define o lugar como um espaço carregado de sentido. São as experiências associadas a um espaço, sejam elas pessoais ou do domínio comum, que fazem dele um lugar: “Ce qui au départ est un espace quelcon-

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que devient un lieu dès que nous le connaissons mieux et que nous lui accordons une valeur” (Tuan 2006: 10). Esse conhecimento adquire-se através da experiência, que Tuan define acentuando a capacidade de aprendizagem com o que se viveu. O meu propósito é analisar a acção da primeira parte do romance Rio Seco, do escritor angolano Manuel Rui, à luz desta teoria. Isto não quer dizer, no entanto, que considero que o romance poderia ser uma transposição pura e simples de uma experiência ou percepção concreta e realista. Considerando a teoria de Paul Ricœur da configuração da realidade através da metáfora continuada da mise en intrigue, esta permite-me prosseguir o trabalho com um pé na literatura e o outro nas teorias geográficas que, num trabalho de maior fôlego, me fornecem uma abordagem complementar dentro da análise literária da categoria narrativa espaço. Rio Seco põe em cena um casal de deslocados, Noíto e Zacaria, de dois pontos diferentes do país, que fugindo da guerra civil, chegam a Luanda. Acabam por se instalar na ilha em frente da costa. Ao mesmo tempo que se adaptam à natureza da ilha, diferente do interior de onde vêm, os dois aprendem a conhecê-la, a conhecerem a população e a se orientarem nela e na sua sociedade. As experiências íntimas que vão vivendo, tanto no conhecimento do novo espaço, como na sua vida pessoal de casal ou na sua participação na vida social da ilha fazem-nos sentir-se em casa, ao ponto de acharem que querem ficar ali para sempre. Vejamos então como se dá a apropriação do espaço e a sua transformação em lugar. Ambas as personagens vêm de uma experiência de deslocamentos forçados sucessivos e ambicionam encontrar um lugar de paz para viver: Do outro lado era terra. Terra grande. A terra que havia percorrido quase sem saber como, quando e onde. Tudo apenas memórias de urgência. Agarrar bicuatas sem escolher nas coisas, salvando as que estavam mais à mão. Correr. Esconder-se. Passar noites e dias de fome. Falando baixo. Escutando um ruído de cada vez. Sempre no tomar cuidado de guardar a vida e os ganhos dela sobrados. Nesse aí parecia um paraíso bem defendido e protegido pelo mar. (Rui 1997: 23)

Este pequeno excerto, para além de indubitavelmente caracterizar as personagens como eternos desalojados, aponta desde logo dois aspectos importantes: ambos conhecem o mundo e anseiam por uma casa, aparecendo a ilha como um paraíso preservado e protegido. No seu artigo “Home and world, cosmopolitanism and ethnicity” (1996), Yi-Fu Tuan começa por estabelecer uma oposição contrastiva entre home e

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world, que traduzirei aqui por casa e mundo, apesar de casa não compreender todos os significados de home. A maior diferença entre casa e mundo é a escala que, do menor para o maior seria: casa, vizinhança1, mundo, não se podendo assimilar este último a planeta. A casa tem um âmago, é próxima e íntima. O mundo é lá fora, largo, aberto, largamente compartilhado e constituído pelas múltiplas possibilidades que oferece a um indivíduo. A primeira afirmação do autor é que as pessoas têm casa e mundo. No contexto em que nos encontramos eu diria que as pessoas necessitam de casa e de mundo. “Le lieu est la sécurité, l’espace la liberté: nous sommes liés à l’un et désirons l’autre” (Tuan 2006: 7). Isto para as pessoas que vivem em condições normais, pois, logo na primeira página do romance, Zacaria parece ambicionar exactamente o contrário: “Um homem quando espera, pensa no despedir-se da terra e depara com tanto mundo de água para mudar o destino, as mãos procuram, nem que seja só por desespero, um lugar” (Rui 1997: 9). O desejo é encontrar um lugar, onde ter uma casa, a segurança. Zacaria vê o novo espaço com que se depara – o mar, uma ilha – o mundo de água para mudar o destino, como o novo mundo de possibilidades que se lhes abre e que ainda não conhecem. A ilha surge-lhes desde logo como um paraíso (nunca lá houve guerra) protegido pelo mar, que a isola e que deu origem a um pequeno microcosmo, onde as tradições foram preservadas e onde se manteve uma cultura à parte da cidade. É nesse microcosmo relativamente fechado que o casal se vai instalar, transportado no barco premonitoriamente chamado Boaçorte. A travessia do canal e a aproximação gradual da costa permitem uma progressão também na descoberta do espaço, com o mar, a ilha, as pessoas: Tanta água. E dali é que saíam os ditos e afamados peixes grandes, do tamanho de um homem ou maiores que um jacaré. E também morava, nesses obscuros de azul, a sereia de que ela ouvira contar. E do outro lado? Aquela linha azul também. As manchas brancas pareciam casas. O verde, de certeza, tanto seus olhos eram experimentados, só podiam ser árvores. Então, do outro lado deveria haver água doce. E porque é que o barqueiro vinha buscar água ali? (Rui 1997: 11-12). [...] Sentia-se eufórica após o ziguezague e diagonal longa, quase paralela à costa mas, na proximidade, pessoas andando nos dois sentidos, pela praia umas manchas a mexerem que pareciam javalis, pelo jeito de se movimentarem rápido dentro do arvoredo cá para fora e seguido para dentro. Era a chegada! (Rui 1997: 21-22).

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Vocábulos utilizados pelo autor em inglês e francês respectivamente neighbors e voisinage.

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O discurso de Noíto na primeira parte do livro está cheio de interrogações, para as quais procura encontrar respostas. Domina por isso o discurso modalizante: pareciam, de certeza, deveria ser, etc. Perante tanta incerteza, as personagens baseiam-se no conhecimento que têm do seu mundo anterior para interpretar o novo espaço, pelo que a comparação é a estrutura de pensamento e a figura de estilo mais utilizada, criando imagens poéticas inesperadas: a propósito do caminho que os barcos tomam, Noíto, originária do interior, compara o mar com a terra: “satisfeita pelo marido ter questionado a picada. Porque era uma picada. Os outros [barcos], de motor, iam pela estrada” (Rui 1997: 17). As comparações nem sempre são suficientemente próximas e a personagem procura melhores: “As mãos dela apanhando areia, amaciando pelos dedos como memória de fuba. Não. Como losseques de milho pisado na pedra que se esburacou, lentamente pelo bater das mulheres e a água borrifada” (Rui 1997: 23). As tentativas para se apropriar do espaço traduzem-se também por acções nem sempre coroadas de êxito como “Quando Noíto foi lavar os pratos e os talheres [no mar], tentou aplicar-lhes sabão e por mais que esfregasse não pegou” (Rui 1997: 52). Estas comparações e tentativas de apropriação do espaço provocam no leitor empatia com a personagem, pela ingenuidade que revelam e pela carga poética do discurso que a transmite. Mas o seu desejo de conhecer o novo espaço não esmorece e Noíto alegra-se com os seus pequenos sucessos “E foi por aí. Falando com todas as pessoas que encontrou. [...] De regresso a casa, transpirava uma vitória do primeiro caminho. E de coisas aprendidas sobre aquela terra” (Rui 1997: 49). Encontra um interlocutor privilegiado para lhe responder a todas as suas dúvidas, um rapazito chamado Kwanza: “E não havia dúvida que o miúdo lhe revelava, tão mansa e confiadamente, saborosos pequenos mas muito importantes segredos daquela ilha” (Rui 1997: 57). As aprendizagens ligam-se sobretudo às artes do mar, às comidas que se fazem com ingredientes que não conhece, aos costumes e às tradições, à orientação no espaço, aos pormenores significativos. O que coincide com a teoria de Tuan (2006), segundo a qual um espaço só se transforma em lugar após a identificação dos lugares significantes que se tornam pontos de referência no interior do espaço. Comparando a presente travessia com a primeira (acima citada) a personagem pensa “Tudo diferente. Os lugares, as casas e caminhos que ela referenciava. Até aquele bocado de arvoredo espesso que era o coqueiral e depois as casuarinas envolvendo o bengalô” (Rui 1997: 187). Essa identificação prossegue até dominar o espaço por completo “Dava-se por feliz. Finalmente tinha o corpo da ilha todo na mão. De um lado uma ponta, que ela já conhecia. E agora, a outra” (Rui 1997:

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217). Para a transformação do espaço em lugar é necessário notar os pormenores: “[...] também só agora Noíto dá atenção às letras brancas pintadas no barco [...], é assim a vida, uma pessoa nem sempre dá de imediato pelos pormenores [...]” (Rui 1997: 72). Para além disso um lugar torna-se uma realidade quando se teve uma experiência total, partilhada pelos sentidos e pela razão. Há muitos exemplos de experiências sensoriais da personagem, acompanhadas de reflexão (Rui 1997: 239). Todas estas experiências e reflexões constituem experiências íntimas e é pelo vivenciar de um certo número destas experiências que um espaço se torna familiar2. Uma experiência íntima é considerada uma experiência que fica profundamente registada no nosso eu profundo, mesmo quando se trata de um gesto simples e banal. São momentos que nos impressionaram e que recordamos. Segundo Tuan (2006), a característica mais significativa da experiência íntima é tornarmo-nos passivos e aceitarmos tornar-nos vulneráveis, expostos a tudo o que a experiência nova possa trazer consigo e, como consequência, os lugares íntimos são aqueles em que as nossas necessidades fundamentais são tomadas em conta e satisfeitas sem qualquer problema. Isto é o que acontece com Noíto e Zacaria, recebidos na ilha de modo muito caloroso e solidário. É esse conhecimento íntimo adquirido pela experiência, que implica tanto os sentimentos como a reflexão, que permite conhecer o espírito de um lugar. Na antiguidade os deuses tinham a sua morada em determinado ponto, eram os genius loci, guarda e fonte da sua identidade. No caso da ilha existe a sereia, a Kianda. É dela que depende o bem-estar da população. Actualmente o espírito do lugar tem outro significado: consiste nas características que tornam esse lugar único, do ponto de vista paisagístico ou social. Apreender e integrar o sentido do lugar não é dado a todos, trata-se de uma faculdade sintética que abrange para além dos sentidos de percepção, a imaginação, a memória e a intenção: Il est fait d’expériences pour la plupart fugitives, et peu dramatiques, répétées jour après jour et au cours des années. C’est un mélange unique de vues, de sons et d’odeurs, une harmonie singulière de rythmes naturels et artificiels tels que le temps du lever et du coucher du soleil, du travail ou du jeu. Le sentiment du lieu est inscrit dans nos muscles et nos os (Tuan 2006: 184).

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Em Rio Seco podemos indicar como algumas das mais marcantes o primeiro fogo, o primeiro banho no mar, aprender a pescar, o pilão feito por Zacaria com uma árvore do lugar.

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A vontade consciente e desesperada de se querer integrar num lugar e conhecê-lo influenciam a facilidade de aquisição desse sentimento e a sua intensidade. Para isso contribuiu sem dúvida o sentimento de topofilia. Este termo começou a ser divulgado como o laço afectivo entre as pessoas e um lugar por Tuan (Relph 1996). É uma emoção humana provocada pelas atitudes positivas dos habitantes ou por paisagens agradáveis. No romance traduz-se pela paz, a abundância e a solidariedade dos habitantes para com Noíto e Zacaria, a quem tudo corre bem. Noíto, segundo a distinção feita por John Eyles (Relph 1996: 910), teria um sentido de lugar de tipo social – alguém que se orienta num novo espaço através da rede social de amigos e familiares – e instrumental – alguém que vê o lugar como fonte de recursos e oportunidades: apoia-se na família do Mateus como se fosse a sua própria para se orientar no novo espaço social e económico, mas, sobretudo, aplica à ilha os costumes aprendidos noutros lugares, tomando em consideração não ofender os habitantes locais, mas sem se preocupar em seguir estritamente a ordem local: “Tu não sabes. Nesta terra tem serviço de mulher e serviço de homem. Tu fazes serviço de homem e as pessoas até te aumentaram no respeito” (Rui 1997: 199). Assim, no final da primeira parte, Noíto e Zacaria, deixaram de ser desalojados e desenraizados, têm uma casa e têm um mundo: a sua mundividência é maior do que a dos pescadores, mas acabaram por se integrar naquela vizinhança e por conhecer aquele pequeno mundo, resumo de tudo: O ar adensava-se cada vez mais e o calor, marventoso, untava a pele dos corpos de uma espécie de gordura salitrada que o suor mais intenso não conseguia diluir. Mas era bom estar. Porque o rigor com que os dias se seguiam na aparente repetição do sol e da noite, emaranhava-se nos mistérios mais essenciais da vida. E sempre a partir de coisas tão simples que permitiam, derrenpentemente, a Noíto, incluir mais uma página interrogativa no livro da existência. A ilha, ao fim e ao cabo, tinha a vantagem do resumo. [...] Como se fosse o mundo todo inteiro. Um mundo galáxio e distraído a desgastar o tempo que também não se cansava em sua distracção, de repetir o ciclo dia-noite. Mas era aí que Noíto ponderava a ilha como o mar igual mas sempre diferente (Rui, 1997: 134).

Este excerto resume bem todo o processo de transformação do espaço em lugar valorizado pela experiência da aprendizagem e a integração feliz dos dois protagonistas no novo espaço. Trata-se de uma apropriação do espaço respeitadora do espírito do lugar, sendo a prova da assimilação sem dúvida a identificação que a população faz de Noíto com a sereia: “Tu não és a Kambuta. És metade da Kianda na parte da cabeça” (Rui 1997: 234). Desde que se respeite o espírito do lugar tanto os habitantes como os que

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chegam ficam a ganhar. Por outro lado o excerto torna patente que a comunidade da ilha é uma cosmogonia, “o mundo todo inteiro”, sempre igual e sempre diferente, pois as introduções de diferenças não alteraram o carácter particular da cultura local.

O lugar considerado como espaço O romance tem três partes. Na primeira, como acabámos de ver, domina a topofilia e encontramos a ilustração perfeita da integração bem sucedida e respeitadora do lugar, sendo representado uma espécie de paraíso em que o desejo de querer saber mais sobre o lugar é premiado. Nas segunda e terceira partes, no entanto, dominam a topofobia e a anomia. Abordá-las-ei, ainda que brevemente, pois reforçam pela negativa a teoria explorada na primeira parte deste trabalho. A intriga sofre uma reviravolta, porque novas influências, de outro tipo, vão fazer sentir-se na ilha. Sobretudo porque esses elementos não pretendem apropriar-se do espírito do lugar, querem apenas o espaço e o que ele contém, explorando a ilha ao máximo ou exercendo sobre ela o poder económico e pela força das armas. Agentes que em vez de quererem saber mais sobre o espaço, vão querer agir sobre ele através da corrupção e da violência, antítese da transformação do espaço em lugar. No artigo “Home and world cosmopolitanism and ethnicity” (1996), o modo como Tuan vê cosmopolitismo é particularmente interessante na economia da análise em curso. A primeira definição que Tuan dá deste conceito não deixa de surpreender à primeira vista: cosmopolitismo é algo de universal, inclusivo, ordenado. O que faz com que também as sociedades prémodernas, que funcionam como pequenas cosmogonias, sejam, de certa maneira, cosmopolitas. A raiz etimológica das duas palavras é, aliás, a mesma palavra grega kosmos. Nesta concepção aquilo que é enfatizado é a harmonia cósmica e social e a unidade cultural. Aquilo que encontramos no mundo da ilha. A segunda concepção de cosmopolitismo, mais habitual, é a de uma organização social complexa, desenvolvendo-se geralmente numa capital de país desenvolvido, que atrai a si pessoas de origens, culturas e ocupações múltiplas e diversificadas. Na segunda acepção da palavra, apesar de Angola não poder ser considerado um país desenvolvido, na obra, guardadas as devidas proporções, Luanda é vista como cosmopolita – cidade aonde acorrem as mais diversas etnias e culturas, onde se falam muitas línguas e onde o sistema social, económico e administrativo é muito mais complexo. Se a comunidade de pescadores da ilha se pode considerar uma comunidade cosmopolita no primeiro sentido – a sua cultura é uma, inclusi-

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va e ordenada –, em relação a Luanda, no entanto, é a província – que Foucault lembra significar literalmente região vencida (Tuan 1996) –, e os seus habitantes são tidos como provincianos, os seus costumes como atrasados e as suas crenças como superstições (Tuan 1996: 946). Luanda é o centro, a ilha, a periferia. Em qualquer estado, as relações entre a capital e as aldeias ou comunidades exteriores, ainda que muito próximas como é o caso da ilha no romance, não são igualitárias. Na capital estão concentrados os poderes legislativo, judicial, executivo (nos tempos modernos, eu acrescentaria o económico); em suma, o Estado que se estende às outras regiões através da administração e dos seus funcionários. O estado exerce uma outra forma de apropriação de um espaço, que tende sempre a atenuar ou eliminar as diferenças para atingir a unidade da Nação. Nada disso tem de ser negativo, mas em tempo de guerra civil, o disfuncionamento predomina, permitindo todas as perversões do sistema. Voltando ao romance, a segunda parte é centrada nas peripécias causadas pelo personagem Fundanga, antigo militar, que rouba, brutaliza e mantém todos sob a sua alçada pelo terror. Na terceira parte é crucial o aparecimento de Bélita, filha de Noíto, que estivera desaparecida. Esta vem dar continuidade ao desenvolvimento económico dos negócios da mãe e criar os seus próprios. É importante ainda um outro antigo guerrilheiro, bem colocado dentro do governo, o comandante Kanavale, que fez uma casa de antigos colonos, que mais tarde alugará por um preço exorbitante. Nestes três casos, o sistema cosmogónico da ilha é abalado. No fundo é como se, sob a acção de Noíto e de Zacaria e depois de Fundanga, Bélita e Kanavale, a ilha passasse de uma economia de subsistência minimalista e honesta para uma economia do lucro máximo, contaminada pela corrupção e pela violência que grassavam no continente. Fundanga serve-se do sistema legal e do aparelho repressivo para destruir a relação amorosa de Bélita, recorrendo aos fiscais, à polícia e à prisão. A administração ao serviço de interesses privados é um exemplo da nova apropriação do espaço. Noíto e Zacaria também se deixam contaminar, apesar de depois voltarem ao bom caminho. Os dois, Noíto e Zacaria, reconsiderarão, mas o bicho entrou no fruto. Zacaria constata-o: “E essa doença que anda em toda a gente do outro lado, desculpa parece que vocês é que trouxeram aqui. A doença do dinheiro. Tu, o Fundanga e a tua filha. Pensa bem. Quando chegámos aqui, não eras assim” (Rui 1997: 502). O resultado traduz-se na anomia instalada na ilha. A desestabilização é tal que leva à morte de Mateus e de Zacaria. O sistema estatal e os novos elementos que poderiam ser influências enriquecedoras transformam-se num ataque à paz e à harmonia, porque no contexto de guerra civil nada funciona devidamente, por causa da miséria, do oportunismo, da corrupção e do

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nepotismo generalizados3. Ninguém parece sentir-se culpado em particular, mas todos contribuem para a situação. O Éden deu lugar ao inferno. E como sempre acontece quando tudo corre mal, a culpa é atribuída ao estrangeiro: “E tu e a tua filha era melhor irem embora daqui. Aconteceu muita confusão depois que vocês chegaram com o mano Mateus e agora até parece que a chuva nem vai vir” (Rui 1997: 529). Contrariamente ao que se passava na primeira parte, as influências foram demasiado numerosas, contínuas e impositivas, não deixando o sistema local adaptar-se e encontrar o seu próprio caminho na nova situação económica e social. Mais uma vez, podemos verificar que Rio Seco pode ilustrar a teoria do sentido do lugar de Tuan: “Home as a particular people and place – a unique agglomeration of qualities that can be sustained and evolve in accordance with its own genius only if home (ethnic group or nation) is somewhat isolated, not constantly buffeted by exotic customs and views” (1996: 949). Na primeira parte as influências acabavam por ser benéficas, porque não eram tantas: “On the other hand, without any buffeting wind from outside, or, to change the metaphor, without germinating ideas and values from an external source, home becomes ingrown and sterile – it becomes homely, with its negative sense of dullness and inconsequencially” (Tuan 1996: 949).

A nação como lugar Retomando a ideia de cosmopolitismo do mesmo artigo, Noíto, a velha desdentada, como é tratada pelos “civilizados” da cidade, pode ser considerada a verdadeira cosmopolita, segundo a definição do autor: aquele que pode fazer casa em qualquer parte do mundo e que por motivos filosóficos, religiosos ou económicos, encara o outro com tolerância. No caso de Noíto, são os princípios filosóficos da Nação que lhe foram incutidos durante a luta armada para a libertação e o amplo conhecimento que adquiriu de diferentes lugares, etnias e línguas que fazem com que encare novas realidades com tolerância e que se sinta também ligada a esse lugar novo da ilha, incorporando-o no lugar mais vasto que é a Nação, uno apesar das diferenças. Sendo a aprendizagem do que é novo o meio de atingir esse estado cosmopolita de

3 Seria interessante comparar a obra em questão com a posição defendida por Ruy Duarte Carvalho (1992), segundo a qual os malefícios da crise atribuídos à guerra, como a miséria, a corrupção e o nepotismo não têm como causa única ou principal a guerra civil. Mas esse seria outro artigo.

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aceitação das diferenças, como por exemplo aprender línguas4. Por outro lado, o sentido desse lugar vasto que é a Nação foi adquirido através de experiências íntimas positivas, tais como a solidariedade entre os guerrilheiros e o projecto comum de independência e dignidade para todos. Assim, o lugar tornou-se íntimo, mítico e mesmo sagrado através dos sacrifícios de vidas que foi necessário fazer para se chegar à vitória contra o exército colonial. Segundo Tuan, um dos modos de transformar a ideia política de nação num lugar concreto, e por isso passível de gerar sentimentos positivos, é tornar o seu espaço sagrado5. Noíto recorda os tempos passados no mato, durante a luta armada contra o poder colonial, com prazer: “Les gens regardent en arrière pour différentes raisons, mais il en est une qui est partagée par tous: le besoin d’acquérir un sens de soi et de son identité” (Tuan 2006: 187). E o ser angolana é sem dúvida um dos traços que Noíto integrou na sua identidade. A apropriação do espaço independentemente da sua escala, a sua transformação em lugar, dá-se sempre pela via da aprendizagem e das experiências íntimas solidárias.

Bibliografia BROSSEAU, Marc (1996): Des romans-géographes essai. Paris: L’Harmattan. CARVALHO, Ruy Duarte de (1992): “O passado vivido e o presente em presença (Hipótese para análise antropológica da crise em curso)”, em: Angola: A crise e o desafio demográfico. ADRA - Programa Angola Canadá - Cidmaa, Workshop, Luanda, Agosto. RELPH, Edward (1996): “Place”, em: Ian Douglas; Richard Huggett, e Mike Robinson (eds.): Companion Encyclopedia of Geography. The environment and humankind. Douglas/London/New York: Routledge, pp. 906-922. RUI, Manuel (1997): Rio Seco. Lisboa: Cotovia.

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Uma dessas aprendizagens importantes e que se tornaram um cimento a unir os guerrilheiros foi a da língua portuguesa: “Os camaradas guerrilheiros vinham de todo o lado. Cada um com a sua língua. E entendiam-se. Essa língua dos tugas, que não é só deles, é nossa, uniu-nos muito. Afinal uma língua não é de ninguém! A língua é de quem aprendeu” (Rui 1997: 113). De notar que as línguas locais são actualmente, em muitos casos, o único factor claro de identificação de grupo étnico enquanto que a língua portuguesa funciona como um dos elementos de coesão da nação. 5 A análise de Tuan refere-se ao contexto ocidental, através da construção de monumentos aos mortos que lutaram pela pátria, mas mesmo sem esses monumentos é possível ver essa sacralização. Noíto, por exemplo, considera o espaço da natureza repleto de espíritos como sagrado.

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DO ESPAÇO AO LUGAR

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TUAN, Yi-Fu (1996): “Home and world, cosmopolitanism and ethnicity, key concepts in contemporary human geography”, em: Ian Douglas, Richard Huggett e Mike Robinson (eds.): Companion Encyclopedia of Geography. The environment and humankind. Douglas/London/New York: Routledge, pp. 939-951. — (2006): Espace et lieu. La perspective de l’expérience. Gollion: infolio.

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HASTA LA ÚLTIMA PIEDRA ENTREVISTA AL CINEASTA COLOMBIANO JUAN LOZANO POR MARTÍN LIENHARD

Hasta la última piedra (2006) es una impactante película documental realizada por Juan Lozano, cineasta colombiano que reside en Ginebra. Lo que muestra es la difícil y dolorosa experiencia de una comunidad campesina del Urabá que busca sobrevivir y desarrollarse en tanto Comunidad de Paz en el contexto de una guerra cuyos protagonistas son el ejército colombiano, los paramilitares y las FARC. MARTÍN LIENHARD: Uno de los objetivos centrales de nuestro simposio fue, como lo escribimos en una circular, “otorgar una atención particular a la experiencia de las propias colectividades que se han visto involucradas en –o amenazadas por– procesos de expulsión, desplazamiento o reubicación compulsiva; nos interesarán especialmente, en este contexto, los movimientos colectivos de resistencia contra la expulsión y el desarraigo, las estrategias de supervivencia de las poblaciones dispersadas y todas las prácticas de reconstrucción de una vida comunitaria –economía, organización social, educación, etc.– en los espacios de reasentamiento o de retorno”. Realizada dos o tres años antes de nuestro simposio, tu película, que todavía no conocíamos al poner en marcha nuestro proyecto, se adecua perfectamente a los propósitos de nuestro simposio. Gracias a tus imágenes hemos podido imaginar mejor lo que significan, para una comunidad concreta, unos términos como “expulsión”, “destierro” y “desplazamiento”. Al mismo tiempo, nos permitieron observar, en un caso concreto, de qué manera un colectivo amenazado de muerte logra, pese a todas las dificultades, encontrar un camino no sólo para sobrevivir, sino también para recrear su vida comunitaria. La primera serie de preguntas que deseo hacerte es la siguiente: ¿En qué medida, tus trabajos anteriores te prepararon para acometer esta empresa sin duda difícil? ¿Cómo llegaste a conocer la lucha de la “comunidad de paz” de S. José de Apartadó? ¿Con qué objetivos te acercaste a esa comunidad? ¿Cómo recibieron la idea de tu proyecto? ¿En qué medida colaboraron en el “guión” de la película? JUAN LOZANO: Yo me entero de la existencia de la comunidad de paz luego de la última masacre que sufrieron, la más cruel: dos familias enteras fueron asesinadas a garrote en febrero de 2005 por paramilitares y unidades

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del ejército colombiano en una misión conjunta (esto ya está demostrado jurídicamente) y una semana después el fotógrafo colombiano Jesús Abad Colorado (único periodista que cubre el hecho en el momento) publica en El Tiempo una crónica cargada de dolor, de rabia, de desesperanza donde cuenta la historia trágica y valiente de la gente de la comunidad. Yo leo esa crónica y busco de inmediato la manera de entrar en contacto con ellos y poner al servicio del proyecto de la comunidad mi cámara. El objetivo es muy simple, producir un objeto audiovisual que le sirva a la comunidad de paz para poder hablar de su proyecto de neutralidad y encontrar las solidaridades necesarias en Colombia y en el exterior. ¿Cómo recibieron ellos la idea de la película? Con aprehensión al comienzo, los primeros días. Y es lógico; durante los últimos años sólo unos poquísimos periodistas colombianos se han acercado a observar qué es la comunidad de paz. El grueso de los medios de comunicación del país ha hablado de la comunidad en la mayoría de las veces con una ignorancia total (del terreno, del contexto, de las condiciones particulares de la región, de los objetivos de la comunidad, de los intereses estratégicos que allí existen para los actores de la guerra, del proyecto de resistencia pacífica…) y en otras con desprecio y de una manera sesgada y acusatoria contra la gente que allí habita. Nosotros tuvimos la gran ventaja, por encima de otros periodistas que los habían visitado, de pasar mucho tiempo con ellos, más de tres semanas; y aunque hubiéramos querido compartir más tiempo, esos días nos permitieron conocernos mejor y vivir la cotidianidad del día a día y del trabajo. ¿Que cómo colaboraron con el guión de la película? En la primera reunión que tuvimos una vez llegados al pueblo, ellos nos sometieron una serie de temas y de imágenes que deseaban ver plasmadas en la película que hablaría sobre ellos. Para mí era perfecto, ellos se habían apropiado completamente del proyecto, y mi problema entonces era hacerles entender que no era posible hablar de todo en la película porque podría durar veinte horas. Ellos insistían sin embargo en la importancia de que viajáramos con la cámara hasta el sitio de la masacre. Un sitio enclavado en las montañas a casi diez horas de marcha por un camino inexistente en medio de la vegetación; un sitio abandonado por los campesinos después de la masacre y donde había presencia de todos los grupos armados. Tal desplazamiento representaba para el equipo de producción, además de los riesgos, cuatro días de trabajo. Cuatro días sobre un total de veinte significaba mucho a cambio de unas imágenes de unos cuantos segundos de duración. Este oficio impone a veces unos criterios de selección perversos donde lo único que cuenta es la película que se está haciendo y se olvida todo lo demás. “La

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película es lo de menos” me dijo una noche uno de los líderes de la comunidad. “Si usted quiere entender realmente por qué estamos en este proyecto de resistencia, de dónde viene esto, qué significa para nosotros la tierra, tiene que ir hasta allá y ver y oler y sentir”. Y entonces fuimos y efectivamente esos cuatro días nos permitieron tener sólo cinco imágenes que en total suman menos de un minuto en la película. Pero más allá de eso nos permitió vivir en compañía de los personajes de nuestra película –más de 40 personas de la comunidad nos acompañaron hasta allá para filmar el río y la casa donde ocurrió la masacre–, y entonces pudimos acompañarlos en sus oraciones, en el miedo de estar en ese sitio, en el dolor, en la rabia, en la alegría de volver aunque fuera por unas cuantas horas. Ese viaje me permitió entenderlos realmente y hoy me doy cuenta que la película hubiera sido otra completamente diferente sin ese viaje. ML: Las comunidades de paz, como permite verlo la propia película, se encuentran entre varios fuegos: las FARC, los paramilitares, el ejército colombiano. ¿Qué actitud asumieron, si es que se enteraron de tu presencia, ante tu proyecto? Y de modo más general, ¿cuáles fueron las dificultades prácticas –en el terreno– para la realización de tu documental? JL: Durante las dos primeras semanas no tuvimos inconvenientes mayores. La embajada suiza había informado a las autoridades militares presentes en la zona de nuestra visita y el hecho de tener esa protección facilitó nuestro trabajo. Comenzando la tercera semana, se produce un ataque de las FARC al comando de la policía del pueblo vecino y entonces entendemos que nuestra presencia en la zona genera unas reacciones que somos incapaces de controlar y unas presiones de parte y parte hacia la comunidad, y entonces decidimos salir. ML: Hasta la última piedra es, pese a los horrores y las dificultades que muestra o sugiere, un relato muy positivo. Vemos, en efecto, a una comunidad que lucha, construye, dialoga y, a veces, hasta se divierte –por lo menos los niños–. En este sentido, tu película se distingue –favorablemente, en mi opinión– de las películas (documentales o de ficción) que se complacen en la representación de la miseria y la violencia. ¿Es la realidad o una especie de “utopía” lo que nos muestra tu película? ¿O las dos cosas al mismo tiempo? JL: A ver… ¿hasta qué punto las cosas son realidad? Si situaciones de ese tipo se pueden ver en la película es porque esas situaciones realmente existieron, la cámara las captó, es decir que son reales. Pero al mismo tiem-

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po podrían ser interpretadas como una utopía porque es en el montaje donde tú puedes interpretar esas situaciones y acentuar –o desvirtuar– su significado. Dentro de mi trabajo documental las personas con las que trabajo, a las que filmo, son ante todo personas; es evidente que yo estoy ahí con mi cámara haciendo un documental sobre ellas porque fueron o son víctimas de una situación de agresión. Pero antes de ser víctimas son personas, son actores políticos con derechos y autodeterminación, con su vida propia llena de risas y de lágrimas. Y en el momento en que yo no sea capaz de seguir entendiendo eso y empiece a percibir a mis personajes únicamente desde el ángulo de la víctima, ahí estaré obligado a cambiar de oficio. ML: El espectador de la película no ignora (porque se le ofrecen las informaciones pertinentes) que la estrategia de la comunidad de San José de Apartadó fue, en el contexto colombiano de 2005-2006, bastante riesgosa. Nos enteramos que hasta la conclusión de la película, 170 miembros de la comunidad –hombres, mujeres y niños– fueron asesinados. ¿Qué sabes de cómo continuó la “epopeya” de esa comunidad? ¿Volviste a visitarla posteriormente? ¿Tuvieron la oportunidad de ver la película? ¿Cuál ha sido su reacción? JL: La situación, a nivel de agresiones, 4 años después sigue igual. O peor, porque cada vez es más palpable el aislamiento de este tipo de propuestas al interior del país. Eso los ha radicalizado en su posición pero al mismo tiempo los ha fortalecido. Es muy paradójico, porque con el tiempo ellos se fortalecen como proceso mientras que al mismo tiempo se exponen más, se vulnerabilizan más y se fragilizan más. Yo volví un año después de terminada la película para presentarla a la comunidad. La vimos en un televisor chiquito, con un sonido pésimo, pero a pesar de eso la gente se reunió y la vimos hasta el final. Durante la proyección la gente se reía mucho y comentaban cada plano identificando todas las personas y lugares que iban apareciendo. Al comienzo me molestó, pero poco a poco fui entendiendo que esa reacción era una prueba de la manera como ellos se re-apropiaban de esas imágenes, de la manera como se reconocían, y esa respuesta de ellos frente a la película fue muy grata para mí. Luego de la reunión entregamos unos 200 dvds con la película y se empezó a trabajar –ellos empezaron a trabajar realmente–en la manera de difundirla. Ahí me dije, eso, de alguna manera ya no me pertenece. La película está hecha y ahora sólo tiene que llegar a unos públicos. ML: Hasta la última piedra ha sido vista, con gran emoción, por todo tipo de espectadores en numerosos países de Europa. No cabe duda de que

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cumplió, en este sentido, un papel muy importante de información y sensibilización respecto de la situación que padecen numerosas poblaciones rurales en Colombia. Ahora bien, ¿Quiénes han visto tu película en Colombia, sea en las ciudades o en el campo? ¿Cuál ha sido su reacción? ¿Ha suscitado polémica? JL: La película es vista y difundida en Colombia en circuitos alternativos (universidades, barrios, etc.) en las ciudades. Ha sido vista también por ONGs e instituciones que trabajan en el país por la defensa y promoción de los derechos humanos. Pero a mí me gustaría llegar sobre todo a otros públicos; aquellos que desconocen esas otras Colombias. Y que se han marginado por indiferencia de ese otro país que vive la guerra en permanencia. Ese público es muy importante porque es el público que vota, es el que genera “opinión”. Sólo una vez tuve una proyección pública en Bogotá con personas ajenas al tema de derechos humanos. La reacción de ese público (indiferente en general a “los temas políticos”) fue para mí un retrato de la sociedad colombiana y de las causas de la situación política y social del país. La mayoría de intervenciones una vez terminada la película era de señoras afectadas por lo que acababan de ver, pero afectadas desde un punto de vista de la compasión cristiana; la gente de la comunidad generaba solidaridad y compasión, nada más. Lo que esas señoras veían en la pantalla era un sufrimiento humano moralmente inaceptable, pero eran incapaces de entender a esas personas como actores políticos propositivos de una manera diferente de concebir la comunidad, el hombre, la sociedad, el país. Eso me marcó mucho y me llenó de pesimismo también porque ese público con su indiferencia (que es mayoría en el país), con su manera de ver al otro, al diferente, es en gran parte culpable de las desigualdades sociales y de la guerra en el país. ML: En Europa, por lo menos, Hasta la última piedra ha suscitado grandes expectativas en cuanto a tus trabajos cinematográficos posteriores. Es posible que no te resulte muy fácil trabajar bajo la “presión” de tales expectativas. ¿Cómo vinculas los propósitos de tu hasta ahora último trabajo, Témoin indésirable, merecedor del premio a la película más innovadora en el Festival Visions du réel 2009 de Nyon (Suiza), con los de Hasta la última piedra? Y una pregunta casi obligatoria: ¿En qué nuevos(s) proyecto(s) estás trabajando? JL: Yo no siento esa presión de la que tú hablas, mis presiones vienen más bien desde mí mismo, queriendo hacer otro tipo de imágenes. Yo tengo

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un compromiso con Colombia que me impide, por el momento, pensar en otro tipo de películas por hacer. A mí me gustaría lanzarme en otro tipo de escrituras, alejado de Colombia, pero por ahora no sería honesto hacerlo. Sería imposible. Yo sigo entendiendo mi trabajo como un trabajo de puente entre mundos que no se conocen, y por el momento no veo cómo podría dejar de hacerlo. ML: En el mundo entero, el cine documental está ganando espacio, incluso en el circuito semicomercial. No sólo los temas, sino también las formas que ostenta son extremadamente diversas. ¿Cómo explicas el interés creciente que suscita, actualmente, el cine documental? Y ¿cómo definirías –práctica o teóricamente– tu propia manera de hacer cine documental? JL: Son varias cosas: primero, la superproducción de imágenes y de contenidos de la época en la que estamos viviendo. La gente puede llegar a sentirse saturada de esta superproducción y del vacío que esto puede producir, y eso puede hacer que la empuje a buscar otro tipo de contacto mas “real” con el otro, con el mundo; esa puede ser una razón de que el documental vaya ganando espacio. La vertiginosa evolución tecnológica puede aportar también explicaciones a esto: cámaras muy ligeras y baratas y sistemas de edición accesibles a un público más amplio han abaratado los costos de producción. Esta democratización de la imagen ha producido mucha basura que contribuye también a la polución de imágenes en la que vivimos, pero también ha permitido que productores profesionales corran menos riesgos a la hora de financiar un documental y que esos documentales puedan existir. Yo sigo considerando al documental como la mejor herramienta de expresión y de vida. Hacer un documental, para mí, es entrar en contacto con seres humanos que admiro y con los que camino un pedazo de la vida. Es una situación muy privilegiada en la que tú recibes todo el tiempo a cambio de entregar al final un documento que atestigüe (en urgencia o para la memoria) de esa situación de vida.

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CRUA BELEZA OU O EXÍLIO E A ARTE CONVERSA COM ISABEL LUNKEMBISA (ANGOLA/LOCARNO)1

MARTIN LIENHARD: No nosso colóquio sobre migrações forçadas se discutiu o problema do deslocamento de populações na África e na América Latina. Embora se tratasse de um encontro básicamente científico, deu-se um espaço considerável à exposição da própria esperiência dos deslocados como também de reflexões sobre como melhorar a situação dos deslocados e das pessoas que já estão sendo reassentadas/relocalizadas em outros lugares. No contexto desse colóquio, você apresentou Crua beleza, um espetáculo que recria situações de exílio que você mesma ou outras pessoas viveram. Quais foram as vivências concretas em Angola que fizeram com que você tivesse de partir? ISABEL LUNKEMBISA: Primeiro de tudo, saí de Angola na idade da adolescência ou quase entrando na adolescência. Então, poucas foram as coisas que eu vivi diretamente, foram as influências indiretas que fizeram com que eu tivesse de sair de Angola, com que meus pais me mandassem para fora de Angola. Foi principalmente a guerra - a guerra que durante mais de trinta anos foi infelizmente protagonista da vida cotidiana em Angola, sendo então Angola um país em guerra. As pessoas tinham muito poucas possibilidades de ter um futuro digamos “normal”, no qual se desenvolver com as possibilidades que cada um de nós, na minha opinião, deveria ter na vida. ML: Onde é que vocês moravam naquela altura? IL: Nós moravamos numa pequena aldeia não muito longe da cidade de Luanda, Dondo, no Kwanza Norte, em direção a Malange. Uma pequena parte de Dondo era uma “aldeiazinha” elitista porque lá moravam muitos cooperantes, os estrangeiros que trabalhavam nas multinacionais de Angola, e pouco a pouco, a guerra, que era prevalentemente muito forte no sul de Angola, estava chegando nessa aldeia. Aí, tivemos que sair de lá para irmos para Luanda e Luanda foi uma cidade que até 1992 nunca tinha sido ataca-

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A transcrição desta entrevista foi realizada por Marília Mendes.

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da, nunca tinha vivido mesmo a guerra, mas eram mais as influências da guerra que também faziam com que a segurança fosse precária. ML: Qual é a língua local em Dondo? IL: Kimbundu. ML: Mas seus pais falam também kikongo, não é? IL: Sim, os meus pais são do norte e de Luanda, o que faz que na minha família tenha as duas línguas. ML: Era complicado sair de Angola naquele momento? IL: Para mim, eu não senti a complicação de sair de Angola, porque uma adolescente de 13, 14 anos que sai de um país, não vive as complicações de sair do país. Para mim, foi uma viagem, foi uma coisa alegre porque eu pensei: “eu vou sair, passar férias e logo eu já volto”. ML: Você saiu de avião? E para onde? IL: Sim, logicamente. De Luanda para Itália, com amigos dos meus pais. Cheguei na Itália, mas infelizmente na Itália não pude ficar, porque esses amigos de meus pais eram diplomatas e eles tinham uma outra missão, então tinham que prosseguir. Então, eles decidiram me mandar para a Suíça porque, na altura, acho que a Itália não dava exílio. Fiquei muito pouco tempo na Itália, só alguns dias, depois vim para a Suíça. Cheguei em Basel [Basiléia], porque em Basel, não sei se ainda existe até hoje, havia um centro de acolhimento de requerentes de exílio. ML: E você estava sozinha? IL: Sim, estava sozinha, porque primeiro, eles me acompanharam, mas depois, dali em diante, fiz o meu percurso sozinha. ML: E, então, o que aconteceu lá? IL: Lembro que cheguei um pouquinho depois do meio-dia, então o escritório estava fechado. Eu tive que esperar fora e era em Dezembro. Eu nunca tinha vivido o inverno na minha vida, fazia um frio e a idéia de ter que espe-

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rar uma hora e meia fora, para mim, foi quase que como uma morte, eu estava congelada. Depois das 13:30, eles abriram, nós entramos, eles deram-nos um formulário para preenchermos com os nossos dados. E depois eles faziam grupos – isso foi na época, não sei como funciona hoje, graças a Deus, nem quero saber. Eles formam os grupos e mandam-nos para diferentes lugares, que são bases provisórias para depois as pessoas serem transferidas para as diferentes cidades da Suíça. Essas bases são as caves das escolas (lugar onde também se presta serviço de proteção civil). São bunkers. Tem quem ficar semanas ou meses aí, depende da situação. Como era menor de idade, eles tinham que me mandar para uma estrutura que acolhesse também menores de idade, o que fez com que eu ficasse mais de um mês nesse bunker. É uma realidade muito chocante e dolorosa, porque havia dois dormitórios com quarenta, cinquenta camas, onde você dorme ao lado de... Isso para mim foi um choque porque pensei que eles me tivessem mandado para um lugar onde eu ia ter o meu quarto. Em vez disso fiquei lá pouco mais de um mês. Felizmente ou infelizmente, acho que felizmente, foi essa a minha sorte, eu era asmática, tive uma crise de asma e eles tiveram que acelerar o meu processo. Daí, depois eles me mandaram para Berna. Cheguei em Berna, tive que passar por uma outra base antes de chegar no foyer de requerentes de exílio. ML: Isso era diferente? IL: O foyer é diferente, porque é um prédio com quartos, uma cozinha em comum, uma sala em comum. E era diferente porque você tinha uma certa privacidade, mas era igual no sentido de você estar com gente de vários países. ML: E lá onde você chegou, havia outras pessoas vindas de países africanos que falavam português? IL: Não, quando cheguei tinha duas moças com quem dividia um quarto, uma delas era do Congo. Também tinha uma da Nigéria, tinha uma angolana, mas que saiu logo após a minha chegada. E tinha pessoas de diferentes países. ML: E você ficou muito tempo nesse centro? IL: Fiquei, acho que meses... Felizmente já não me lembro do tempo exato que tive que ficar nessa situação provisória! Até eles me mandarem para uma família suíça, em Worblaufen, sempre no cantão de Berna.

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ML: E lá você estava numa família, ia para a escola, todas essas coisas? IL: Antes de chegar na tal família... O meu caso foi sempre muito especial. Não sei, nunca comparei com outras realidades, mas como eu era a única menor de idade, na época, e no foyer onde eu morava, os outros iam trabalhar, acho que os assistentes sociais lhes encontravam trabalho nos restaurantes ou na limpeza. Então, eu pensei que normalmente eu teria que continuar a ir para a escola, porque nunca tinha aprendido uma profissão, tinha na altura só quatorze anos, mas o meu assistente social disse que eu tinha que ir a trabalhar, que eu não poderia ir para a escola porque iria custar muito para o estado. Isso foi uma situação muito frustrante para mim, porque eu venho de uma família com formação universitária. A minha mãe é doutora, o meu pai é engenheiro agrônomo e farmacêutico e nunca pensei na minha vida ter que trabalhar sem ter a possibilidade de fazer uma formação - porque em Luanda ia para a escola. ML: Mas com quatorze anos, você tem a obrigação de ir para a escola. IL: Claro, normalmente sim, mas o problema aqui na Suíça, ou o que eu aprendi aqui na Suíça, foi que você tem que batalhar sempre para saber quais são os seus direitos e também os seus deveres. E na altura, eu não sabia, tinha chegado. Quando eles disseram para mim: “você tem de trabalhar”, foi um choque, mas eu não vi outra possibilidade. Pensei: “você tem de trabalhar agora, tem de economizar para pagar seus estudos depois”. Mas como eu sou uma pessoa muito batalhadora e rebelde, pensei que tenho que fazer algo para fazer as pessoas notarem que é uma coisa impossível para uma pessoa de quatorze anos. Aí, eu tive uma brilhante idéia – para mim – para chamar a atenção das pessoas. Foi assim que numa manhã acordei, fui para uma loja e comecei a roubar. Pensei que, se dentro daquele foyer eu só tinha contato com os meus assistentes sociais, mas não com qualquer instituição suíça que poderia me ajudar, então pensei com esta ação em chamar a atenção para ver como encontrar uma solução. Era a minha única possibilidade porque a minha pessoa de referência tinha me dado um conselho que era inaceitável para mim. E isso foi a minha sorte porque eu comecei a roubar, a loja em questão era o Coop de Ittigen, e aí me prenderam e tive que me apresentar perante o juiz. Felizmente a partir deste momento começou tudo, a minha carreira escolar, porque o juiz foi muito bom comigo, ele me deu o endereço de uma instituição que integrava os menores de idade estrangeiros e assim eu consegui fazer a classe de integração e prossegui os estudos no sistema escolar suíço e não num sistema que também existe, que é

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mais fácil e onde eles colocam muitos estrangeiros que não conseguem integrar-se diretamente no sistema suíço. ML: E durante todo esse tempo, você continuava morando com essa família? IL: Antes de começar os estudos, eles transferiram-me para uma família, foram dois processos paralelos embora diferentes, porque o assistente social teve de procurar uma família para mim, mas o outro percurso eu o fiz sozinha, o que fez com que, quando eu cheguei na família, eu já tinha a possibilidade de ir para a escola. ML: E quando você falou com o juiz, você já sabia a língua local? IL: Não, falei em português com tradução. Uma outra história a contar, nem todos os tradutores traduzem corretamente, enfim... ML: E depois as coisas continuaram normalmente ou você teve outros problemas especiais? IL: Creio que as coisas continuaram normalmente entre aspas, dificuldades eu acho que sempre tive, mas não dificuldades que valham a pena serem enfatizadas porque, claro, teve gente que não acreditou que eu poderia fazer uma escola normal, havia gente que falava “quando você acabar a escola de integração, é melhor você fazer um ano de aprendizagem e depois obter uma profissão manual”. Mas, para mim, foram pessoas que só me motivaram. Mas também tive muita sorte, fui acolhida por uma família que me tratou como própria filha e com o tempo fui fazendo amizade com muitos suíços com os quais eu aprendi a falar perfeitamente a língua local... E depois a maior dificuldade que eu tive, foi na altura em que eu decidi fazer a escola de comércio. Só que essa escola de comércio eram três anos de escola e um ano de estágio. Então, quando estávamos à procura de lugares para o estágio, eu não conseguia um, porque eu me chamo Lunkembisa: já o nome e a nacionalidade sempre foram um problema. Por cima disso, eu tinha ainda o estatuto de exilada, o que complicava ainda mais a situação. Um dia o diretor da escola veio falar comigo e me disse “eu vi que você é a única que ainda não encontrou um lugar para fazer o estágio, mas eu tenho um endereço”. Esse emprego era no ex-BIGA [Direção-Geral para a Indústria, os Ofícios e o Trabalho], que agora é o SECO [Secretaria de Estado da Economia], na Confederação Suíça. Eu pensei “Mas que doido, se os priva-

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dos não me aceitam, imagina entrar para trabalhar num departamento federal”. E ele disse: “não, a gente vai tentar, você manda tudo e aí vemos”: Eu mandei, eles me convidaram para uma entrevista e graças a Deus – os candidatos eram cinco suíços e eu - eles optaram por mim. Isso acho que foi o highlight, sim. Da dificuldade de não conseguir nada, consegui um lugar que me permitiu fazer o estágio e depois fiquei três anos trabalhando lá antes de me mudar para Zurique para prosseguir os estudos de tradutora. Queria com isso também ajudar, quem como eu que chega num país sem saber falar a língua. Assim antes de me mudar para Zurique fui fazer um estágio linguístico em Nova Iorque. Hoje sou tradutora diplomada e trabalho com a polícia do cantão onde moro. ML: Mas você também é bailarina e por isso gostaria de passar à questão da obra que você apresentou em Monte Verità, Cruda Bellezza ou Crua Beleza. Como é que esse projeto começou e foi desenvolvido? IL: O espetáculo Cruda Bellezza foi um projeto que nasceu espontaneamente, porque eu fui contatada pela coreógrafa Tiziana Arnaboldi, que é uma coreógrafa do Ticino, que queria montar um espetáculo sobre os direitos humanos. Para isso ela queria reunir artistas com diferentes técnicas. Ela estava procurando alguém que fizesse dança africana ou dança de expressão africana e me contatou. Ela me explicou a ideia dela e me disse que todo o mundo tinha que fazer uma audição. Fiz a primeira audição com ela. Como hoje, eu trabalhava 50% no escritório e 50% com arte. Tinha uma aluna que é jornalista e ela escreveu um artigo sobre mim. Esse artigo foi publicado num jornal ticinês e a Tiziana leu esse artigo. Depois de o ler, mudou tudo e passou a querer fazer um espetáculo sobre a minha história. E aí a gente se encontrou, eu escrevi a história. Ela leu-a, e procuramos traduzir essa história em movimento, em partes de dança e em partes teatrais. E foi assim que a gente construiu essa Cruda Bellezza. Ela fez a direção artística e aproveitamos também para incluir outras histórias que falam de emigração, de abandono... E foi assim que nasceu o espetáculo. ML: Vocês estrearam esse espetáculo aqui e depois foram para África, não é? IL: Sim. Foi o primeiro espetáculo da Tiziana Arnaboldi que fez uma tournée mundial. Foi apresentado 40 vezes na Europa e 6 vezes em África (África do Sul, Moçambique e Angola). Além dos espetáculos foi feito um DVD da tournée africana com o realizador Mohamed Soudani. Depois do

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sucesso na Suíça, na Itália... a Pro Helvetia [Fundação suíça para a cultura] decidiu, com a tournée africana, ir até ao país onde a história nasceu: Angola. A gente acabou a tournée em Angola, no teatro do Chá de Caxinde [editora e centro cultural em Luanda]. É um teatro de estilo barroco, um teatro muito lindo, com um pequeno restaurante ao lado: uma estrutura muito linda. ML: Como foi a recepção do espetáculo? IL: Foi muito emocionante, um público muito caloroso e atento. Porém, tivemos inicialmente dificuldade com a Alliance Française, o nosso parceiro, que trabalhava juntamente com a Pro Helvetia, e a nível da organização da Alliance Française, eles foram um pouquinho arrogantes para conosco. Mas a nível do público, fez refletir muito, porque nós em África pensamos que a Europa é o ponto final, que a Europa é a felicidade. Crua beleza fez pensar a muitos que isso não é a verdade. Tem gente que fala “mais vale ter pouco mas ficar no próprio país que sair e passar por tantas”. Porque infelizmente hoje em dia tem poucas pessoas, eu falo da Suíça, porque é o país onde eu moro, tem poucas pessoas africanas ou estrangeiras que têm uma posição alta, né? Na Europa e na Suíça, os estrangeiros são sempre vistos como que do terceiro mundo - nem gosto dessa expressão. Mas como disse, as pessoas são sempre vistos como tendo menos capacidade, têm que lutar muito mais, têm que se afirmar muito mais para conseguir um nível alto de vida social. Isso fez com que as pessoas refletissem muito. Minha história é um caso que teve um happy end, e felizmente na minha geração tem mais casos do que na geração anterior de pessoas que conseguem – como eu – ter uma situação normal. Acho que o espetáculo fez com que as pessoas refletissem muito sobre a idéia que tinham da Europa, sobretudo pensando como nós, os africanos, tratamos os europeus na nossa terra e como nós, os africanos, somos por eles tratados na terra deles. Eu em Luanda não conheço europeus pobres e na Suíça não conheço africanos ricos... ML: E nos outros países, África do Sul e Moçambique, vocês também receberam o mesmo tipo de reação? IL: Em Moçambique, em Maputo, acho que o acolhimento foi mais caloroso, a gerência do teatro é franco-moçambicana, mas a Embaixada Suíça fez uma recepção para o grupo. E na África do Sul, digamos que fomos sempre bem recebidos, mas acho que a nossa tensão era tão alta que aproveitamos pouco desse acolhimento.

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A FOTOGRAFIA É UMA OPINIÃO QUE INTERVÉM ENTREVISTA COM SÉRGIO SANTIMANO POR MARTIN LIENHARD1

MARTÍN LIENHARD: A idéia que sustentou o simpósio Expulsos, Deslocados, Desterrados. Migrações forçadas na América latina e na África, era discutir, desde os ângulos mais variados, os múltiplos problemas que acarreta a expulsão de populações ou comunidades de seu espaço tradicional ou habitual. Fizemos questão de convidar você a esse encontro porque sabíamos que tem um material fotográfico muito importante sobre o fenômeno de pessoas em fuga em conseqüência da guerra que devastou Moçambique durante muitos anos. Para informação dos leitores do livro que agora estamos publicando com suas fotos, gostaria de lhe perguntar como chegou a fazer seu trabalho de documentação. SÉRGIO SANTIMANO: Bom, é preciso situar-nos no tempo em que isso foi feito, o tempo mais a activo da minha documentação daquilo que se chamou, depois, de “guerra civil”, mas que realmente foi uma guerra de desestabilização apoiada pelos governos minoritários da então Rodésia do Sul, que formaram grupos armados para desestabilizar um regime legítimo: o primeiro governo de Moçambique após a independência. O envolvimento do regime, das forças do apartheid e de Jan Smith que liderava a ex-Rodésia do Sul fez, na altura, com que se criassem movimentos armados, muitas vezes constituídos por ex-militares. Portanto, não eram tropas normais, eram tropas especiais, GEP (Grupos Especiais Pára-quedistas), forças que directamente estiveram envolvidas na guerra contra os movimentos de libertação. Após o acordo de Lusaka, há uma cessação da guerra e uma transferência do poder, que estava na mão do colonialismo português. Com o acordo de Lusaka, começou o processo da entrega de Moçambique à Frelimo, movimento que lutou de armas na mão para o alcance da independência. Quando se dá a independência, essas forças especiais e grupos são recrutados pela Rodésia para desestabilizar aquilo que foi o primeiro

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A transcrição desta entrevista foi realizada por Franziska Schmid. Elaboração do texto definitivo: Martín Lienhard e Sérgio Santimano. Agradece-se a releitura atenta de Manuela Soares (Lisboa).

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governo independente e legítimo moçambicano. Primeiro essa força antiMoçambique-independente tem as suas bases na Rodésia, mas, depois da libertação da Rodésia e a constituição da República do Zimbabwe, ela se move para a África do Sul (MNR). Estou a referir-me aos inícios, 1980. Foi uma “página” um pouco dura, porque essa força começou a desestabilizar o país, com acções armadas, cujo alvo foi a destruição de infra-estruturas, pontes, estradas e fábricas. Depois, a guerra vai agudizar-se, destruindo não só objectivos estratégicos mas também civis, como escolas, hospitais... ML: Essa guerra teve lugar em todo o país ou sobretudo em algumas regiões? SS: Não, essa guerra começa no centro do país e um pouco no norte. Em meados dos anos oitenta já está praticamente em todas as provincias e às portas da capital, Maputo. Mas obviamente, a guerra espalhou-se pelas aldeias e pelo campo, pelas estradas, pelos hospitais, pelas escolas, o que criou um fluxo de refugiados por volta, se não estou em erro, de três milhões de refugiados ao nível interno e externo. Provocou uma movimentação da população para países como o Malawi, Tanzânia e Zimbabwe, onde foram constituídos campos de refugiados. ML: E na África do Sul? SS: Na África do Sul penso que não. Aqui começa a me faltar um bocado a memória, mas podemos dizer que os movimentos aconteceram praticamente em todos os países de fronteira. Internamente a guerra originou que as pessoas saíssem do campo e se refugiassem nas cidades, e isso tudo por causa de uma ação armada, violenta. Como já disse, esses movimentos foram fomentados, nos inícios, por essas forças retrogradas na região, mas também, mais tarde, por erros cometidos durante o processo revolucionário e socialista. Hoje esquece-se um bocadinho essa parte da história, a guerra entre o comunismo e o imperialismo ou o capitalismo, mas no início, na minha maneira de ver, tratou-se mesmo uma guerra de desestabilização, perpetuada por países vizinhos retrógrados, como era o caso da Rodésia e a África do Sul com o apartheid. ML: Mas além desses grupos paramilitares ou o que fossem, houve também pessoas da população local, por exemplo camponeses, que se envolviam na guerra da Renamo [Resistência Nacional Moçambicana], ou não?

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SS: Eu penso que mais tarde, devido ao descontentamento interno, houve provavelmente uma adesão, voluntária em alguns casos (e devida aos erros cometidos no processo revolucionário), mas muitas vezes também forçada. Havia uma técnica que eu lembro, utilizada durante a guerra de desestabilização, que era o rapto de pessoas. As pessoas eram raptadas e depois instrumentalizadas e obrigadas a cometerem atrocidades contra a população civil: métodos bastante duros. Essas pessoas depois constituíam grupos altamente violentos e sem nenhuma perspectiva. Foi um tempo que deixou marcas muito profundas no tecido social da sociedade moçambicana. Ainda hoje, essa memória é viva, existe, embora já haja uma nova geração que não viveu esta última guerra, que já não sabe como é que isso foi, o que é muito positivo. ML: Em que momento você começou a se envolver como fotógrafo para documentar esses movimentos de populações em fuga? SS: Foi durante o período de 1983 a 1988, quando eu trabalhei na Agência de Informação de Moçambique (AIM), considerada, na altura, uma das melhores agências de informação a nível da África. O nosso grupo de jornalistas era liderado por um grande jornalista, Carlos Cardoso, que foi assassinado no ano 2001. O grupo de jornalistas que havia na agência era bastante profissional e punha como tarefa, como acontece em qualquer agência, de divulgar a informação do que acontecia no país tanto a nível nacional como internacional, mas com ênfase no nível internacional. Eu lembro, por exemplo, que durante esse período, nós, os fotógrafos moçambicanos e da agência, éramos praticamente os únicos autorizados a ir à zonas de perigo, de guerra. Quanto aos jornalistas estrangeiros havia um certo impedimento pelo fato de correrem risco de vida. Os jornalistas estrangeiros, normalmente, ficavam baseados nas cidades e nós entregávamos o nosso material para eles publicarem depois nos seus jornais e nas agências internacionais. Isso não quer dizer que não houve um ou outro jornalista mais corajoso, mais esperto, que não tivesse furado esta lei e que não se tivesse aproximado ou tivesse mesmo estado nas zonas de conflito, chamadas de „zonas de perigo“. Houve um ou outro caso de jornalistas que fizeram isso e se arriscaram. O nosso papel era de documentar a situação que se vivia fora das grandes cidades, no campo. Sabotagens e massacres nas estradas e nos transportes públicos, destruição de infra-estruturas: pontes, estradas, fábricas e, mais tarde, hospitais e escolas. Às vezes íamos dias depois ou até mais tarde, por isso a nossa documentação muitas vezes se resumia a entrevistas com as vítimas e testemunhas vivas destes ataques. Íamos também recolher infor-

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mação nos hospitais, onde essas pessoas estavam a receber tratamento, e falar com outras pessoas da zona. Mas houve um ou outro caso em que algumas das minhas fotos foram tiradas no dia seguinte ao ataque. Isso aconteceu nos arredores da cidade de Maputo, na famosa zona chamada de Maluana (estrada nacional n.°1), que nos traz a triste memória de muitas pessoas massacradas nos autocarros. Lembro que fui informado à noite que devia estar preparado no dia a seguir para viajar para essa zona onde, segundo as informações disponíveis, teria havido um ataque o dia anterior. No dia seguinte de manhã estávamos na zona onde o ataque foi feito, cheia de vestígios ainda muito “frescos” da barbaridade que a guerra trouxe. ML: É nessa história que se inspirou Mia Couto em Terra Sonâmbula, não é? Tem lá a história de um jovem que mora num autocarro queimado. Eu não sei se isso é uma lembrança disso. SS: Não posso garantir que esteja ligado realmente a este massacre de Maluana: houve muitos outros. Este foi o que foi registrado por imagens. Há também outras pessoas, artistas plásticos, que desenharam o autocarro, que a gente chama de machimbombo: era uma referência bastante simbólica. Porque uma coisa era os ataques entre militares, mas neste caso as vítimas eram civis. Há essa teoria, que ainda me custa um bocado engolir, quando se diz que, às vezes, “os meios justificam os fins”. Eu não consigo conceber que seja preciso massacrar civis e inocentes, crianças, velhas, mulheres, para uma causa por mais justa que ela seja; que se possa cometer esse tipo de crime para justificar a tal “democracia” – porque depois, esse movimento começou a utilizar o termo da democracia. Tínhamos pela primeira vez uma identidade que era nossa, tínhamos a liberdade de movimento (no tempo colonial, um negro não podia movimentar-se depois das 21 horas na então cidade de Lourenço Marques) e a liberdade de sermos nós mesmos, mesmo a nível cultural. Eu achava isso um pouco estranho, independentemente do primeiro governo ter optado por uma via socialista ou chamada de comunista e ter mantido relações muito próximas com a União Soviética, o bloco socialista europeu, a China e Cuba. Nessa altura havia clivagens entre a China e a Rússia, mas eu lembro perfeitamente que o presidente Samora, que era uma pessoa que marcava muito, dizia que a posição moçambicana não tinha a ver com o conflito sino-soviético, mas que nós tínhamos o nosso país para construir. Agora começa a haver muita publicação de livros em Moçambique de historiadores e de pesquisadores que vale a pena ler, porque nesses livros está mais explícito esse momento da história de Moçambique. Gostaria de fazer referência a um grande inte-

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lectual ligado aos movimentos de libertação da África, um intelectual originário de Goa, chamado Aquino de Bragança, sobre o qual recentemente foi editado um livro em sua homenagem (Batalhas ganhas, sonhos a continuar) de Silvia Bragança (viúva de Aquino). Eu, por acaso, tive a oportunidade de ler partes do livro durante minha estadia recente em Moçambique. É um livro baseado em opiniões de pessoas que estiveram ligadas a Aquino e que fazem o retrato da pessoa que ele era. Bragança morreu com Samora, no mesmo avião, era o conselheiro de Samora. Era um amigo pessoal de todos os líderes africanos na altura como Nelson Mandela, Amilcar Cabral, Agostinho Neto e outros. Foi um indivíduo que teve uma base no início em Paris, e depois em Marrocos e na Argélia. Aquino montou o Centro dos Estudos Africanos em Maputo, e há um pupilo dele que é o Issufo Adamo, que também publicou, recentemente, um livro que se chama Sair dos dentes do crocodilo para cair na boca do leopardo. Esse livro também reflete e analisa esse tempo de um ponto de vista muito crítico e também académico. Mas voltando à minha experiência: a Agência de Informação em Moçambique é uma agência directamente ligada com o estado, uma agência oficiosa do estado, sob a tutela do gabinete do primeiro-ministro. Eu não sei se, no meu tempo, teria sido sob a tutela da presidência, mas era um órgão de informação que procurava veicular uma informação nacional. ML: Quantos fotógrafos eram nessa agência? SS: Nós, nessa agência, éramos quatro fotógrafos. É preciso referir também que eu não sou o único testemunha fotográfico desse tempo. Todos os fotógrafos da altura estiveram envolvidos nesta documentacão, ou quase todos. Eu pertenço à geração dos fotógrafos pós-independência, o que significa que todos nós, de uma maneira ou outra, registramos esse conflito armado que vivemos nos anos 80. O meu testemunho é uma parte de um grande testemunho dos fotógrafos da minha geração. E a Agência tinha como finalidade documentar a realidade em Moçambique e era muito focalizada não só no conflito armado, nos refugiados e na fome, como também no aspecto da construção, dos projectos para o desenvolvimento. Também fizemos muitos registros das acções do governo moçambicano. É preciso notar que as nossas condições de trabalho e de equipamento não eram muito boas, havia muita restrição quanto aos filmes. Não tínhamos muitos filmes para realizar a nossa documentação fotográfica, para as nossas reportagens. O apoio que o nosso sector fotográfico da Agência recebia, era um apóio que vinha da Suécia, de um jornalista, fotógrafo sueco,

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que equipou o nosso laboratório e conseguiu material fotográfico vindo da Suécia, mas tínhamos restrições na aquisição desse material. ML: Mas vocês tinham um laboratório móvel? SS: Não, não. O laboratório era na Agência que ficava na cidade, na capital. Portanto, fazíamos as nossas reportagens e depois, quando voltávamos, lavávamos os filmes, como se dizia, revelávamos e escolhíamos as fotos. E eu quando entro na Agência, estou um tempo em Lisboa a fazer um estágio na agência noticiosa portuguesa que hoje se chama Lusa e que antigamente se chamava a Anop. Fiquei ali a fazer um estágio durante uns meses e a receber instrução no manuseamento de um aparelho que se chama “Telefotos”. Quando regresso a Moçambique, nos finais de 83, entro para a Agência e já vou trabalhar no departamento fotográfico nesta tecnologia que permitia o envio de fotos através de um aparelho que se chamava “Telefoto”. E enquanto não tínhamos um aparelho na própria agência, eu ia para o serviço de telecomunicações e este tinha um aparelho semelhante. ML: E a qualidade das fotos difundidas dessa maneira era boa? SS: Era boa. E era o que havia naquela altura, todas as agências utilizavam. Foram reportagens feitas em situações difíceis. Eu lembro-me que muitas vezes tinha de ir para uma determinada região fazer cobertura e nunca sabia quando voltava, porque, por mais que me dissessem que era um trabalho por uma semana ou por uns dias, as dificuldades logísticas, do terreno ou de combustível faziam com que eu ficasse mais tempo do que estava estipulado no início. E eu lembro que foi nessa altura que vivia com minha actual esposa e ela vivia essa angústia de eu não ter vindo mais ou menos na altura que tinha dito que vinha. Então, havia sempre um suspense. E também não havia possibilidades de comunicação, mesmo telefónica, em determinadas zonas. Mas sempre conseguia enfim chegar à casa, por mais tarde que fosse, mas regressava e regressei, pois ainda cá estou... Mas era um tempo difícil e eu me interrogava muitas vezes durante esse período o que estaria a fazer ali e porque estava envolvido nesta documentação, nesta actividade profissional, porque eu tinha os meus vinte e poucos anos na altura, mas eu refleti nisso profundamente e optei por este engajamento, esta participação, porque realmente tinha ódio ao sofrimento humano, mais ainda sabendo que esse sofrimento de uma maneira ou outra era indirectamente ou directamente ocasionado pelos regimes racistas tanto da África do Sul como da Rodésia. E pensei que poderia participar com minha máquina

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Maputo (Dezembro de 1987). O irlandês Bob Geldof, cantor rock e militante contra a fome, fala com uma criança de 13 anos, cujas pontas dos dedos foram cortadas pelos bandidos sul-africanos do MNR. Foto: Sérgio Santimano/AIM.

fotográfica nestes registros fotográficos para contribuir a criar cada vez mais consciência, não só ao nível nacional como internacional, dos malefícios que essa guerra estava a trazer à população civil. E esse era o meu maior engajamento, não era propriamente o fato de sermos socialistas ou comunistas, não era isso. Por mais que, obviamente, tenho simpatias por um sistema mais socializante do que capitalizante... Porque era um tempo que se falava muito na criação do “homem novo” e essas coisas, mas, como disse, eu pensava que, quanto mais eu pudesse documentar os horrores da guerra e divulgasse, eu ia contribuir para que essa guerra acabasse. Eu sabia que essa guerra, de uma maneira ou outra, era fomentada pelos regimes do apartheid e eu estava, obviamente, muito contra esse sistema de segregação racial, porque não posso conceber como é que as pessoas podem ser catalogadas ou discriminadas em função da cor da pele. E então, optei por ficar no país e por participar na luta contra esses regimes anti-humanos, que apoiavam o movimento rebelde. ML: E você, nessas circunstâncias, no momento de tirar uma foto, prestava atenção a quê?

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SS: Eu lembro que depois de ver tanta violência e tanta miséria humana, não me cingia só a trazer esse aspecto dramático, eu procurava sempre no meio da maior dor e tragédia humana um sinal da esperança. Daí que, em algumas fotos, para quem tenha conhecido e vivido a realidade moçambicana desse tempo, há sempre sinais, há sempre uma imagem que traz uma certa esperança, mas obviamente fotografei alguns momentos da dor directamente, sem artifícios. No meio dessa tragédia, procurava momentos de vida, de esperança. ML: Nessa altura, você também prestava atenção à composição da foto, ou tudo isso era mais espontâneo? Porque suas fotos têm, obviamente, qualidade estética, muito grande até. SS: Obrigado, é bom ouvir isso, mas aí, tenho que mencionar as influências que eu tive nessa altura, são influências directamente recebidas de fotógrafos moçambicanos com mais experiência, nomeadamente, o Ricardo Rangel e o Kok Nam. Eram fotógrafos já mais velhos e fotógrafos que vêm do tempo colonial, que fazem uma fotografia crítica do tempo do colonialismo; são fotógrafos com maior experiência técnica, e estética também. E nessa altura, nós não tínhamos muitas outras referências para olharmos e para vermos, uma vez que havia uma carestia muito grande de livros, revistas e jornais internacionais. Formamo-nos vendo, olhando e falando com esses fotógrafos, com a a experiencia dos “mais velhos”. ML: E o próprio Rangel, como é que ele se tinha formado? SS: A história do Ricardo Rangel começa no tempo colonial, ele é um fotógrafo com trinta anos mais do que eu. E pelo que eu pude ler e falar e entender, ele aparece como fotógrafo no tempo colonial como assistente de um fotógrafo de estúdio na cidade de Lourenço Marques (hoje Maputo). Eu acho que no início, ele não era fotógrafo, era uma pessoa que fazia limpeza do laboratório fotográfico e depois, gradualmente, foi-se interessando cada vez mais pela fotografia. E há uma história muito engraçada: a primeira máquina que ele adquire, ele a adquire roubando o relógio do avô e ele hipoteca o relógio do avô a alguém que tinha uma máquina e faz a troca. Mas depois, o avô (não sei bem se foi o avô, mas foi um familiar) ficou sabendo do desaparecimento do relógio e ele teve que contar a verdade dizendo que tinha tirado o relógio, que ele tinha feito a troca do relógio por uma máquina. Portanto, Rangel começa a fotografar nesse laboratório e ali, ele dá os primeiros passos, antes de entrar no fotojornalismo. Rangel entra no fotojornalismo

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como um dos primeiros fotógrafos não-brancos no tempo colonial. Muitos dos trabalhos de Ricardo Rangel não são publicados dado o enfoque que ele dava à população desfavorecida e à crítica das situacões de injustiça social. No tempo colonial havia censura, e a fotografia que ele fazia era muito censurada. Depois, ele se envolve em jornais mais ou menos progressistas, alguma foto começa a passar à crítica, até que, depois da independência, em liberdade, consegue mostrar as fotografias que foram rejeitadas e proibidas no tempo colonial. Portanto, a geração dele é de fotógrafos e de jornalistas contra o sistema colonial. E, por acaso, antes do seu falecimento (Ricardo morreu este ano, 11 de Junho), em Fevereiro estou com ele a fazer uma entrevista para um jornal sueco e ele contou-nos um aspecto relevante para a geração dele, que era o seguinte. Ele dizia: “Nós (ele e os jornalistas) fomos jornalistas contra o sistema, e foi um drama enorme, depois da independência, deixarem de ser contra”. Porque tinham agora de ser a favor, e isso foi um drama muito pesado para muitos jornalistas. E foi uma fase muito difícil. Eu não sou dessa geração, eu sou da geração que, vendo essa fotografia social de Rangel, começo também, de uma maneira ou outra, esporadicamente, a ser um bocado crítico, já no pós-independência. E era incrível que às tantas as minhas fotografias também começavam a ser críticas quando trabalhei com Ricardo Rangel no meu começo do fotojornalismo, no jornal Domingo, onde Ricardo era o director. Portanto, dou os meus primeiros passos como fotojornalista, com o meu chefe, o decano da fotografia moçambicana que era o Ricardo Rangel. E eu lembro uma foto que fiz, crítica do ponto de vista social, que era uma foto de duas crianças que dormiam na rua, numa escada de um prédio, que o Ricardo, no início, não quis publicar, porque essa era uma foto que teria mais cabimento ser publicada no tempo colonial do que no pós-independência, onde já estávamos livres, independentes. Mas no fim, ele acabou por aceitar e publicou a foto com um título um bocadinho arranjado. Nesse tempo havia um controle do governo, um controle ideológico ao nível dos textos, e algumas vezes ao nível das fotos, que eram proibidas. Houve também trabalhos que o Rangel se recusou a fazer, porque eram, acho eu, um pouco fora de sua maneira de ser enquanto intelectual. Havia uma justiça que se fazia na altura, chamava-se “chambouco”: batia-se nas pessoas publicamente. Ele recusou-se a registrar esse tipo de coisas, mas houve alguém que o fez e essas fotos, hoje, são importantes para mostrar o que acontecia nessa altura. ML: Felizmente, a época da guerra e do deslocamento de grandes populações já acabou. A situação mudou, mas você continua seu trabalho de fotógrafo. Quais são seus objectivos agora, nessa situação diferente, quando você registra a realidade moçambicana?

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ML: Como disse no início, a minha grande influência na fotografia foi dada por Ricardo Rangel e por Kok Nam, outro fotógrafo bastante experiente que fez documentação do pós-independência, por exemplo, do conflito armado indirecto – e muitas vezes directo – com a Rodésia. Na fotografia do Ricardo Rangel feita no tempo colonial, há essa visualidade bastante humana, bastante crítica perante os conflitos humanos e sociais que o colonialismo trouxe. Isso foi muito marcante e ainda é, como também o é o fato da fotografia documentária ser uma fotografia directa e ela ser feita com bastante energia, com bastante engajamento do fotógrafo, com os motivos a serem fotografados, de uma maneira muito directa. Essa fotografia é um espelho para nós vermos a nós mesmos. O Rangel costumava dizer que as pessoas que conhecem melhor a realidade de Moçambique são os fotógrafos. Os fotógrafos estão directamente ligados à realidade moçambicana. Quando saí de Moçambique e fui viver na Suécia, tive a oportunidade de estudar fotografia numa “alta” escola de fotografia documentária e fotojornalismo. Eu já era fotógrafo, mas a escola de fotografia documentária sueca deu-me outras aberturas e outras visões para eu prosseguir o meu trabalho como fotógrafo documental. E esta nova linha de fotografia documentária que me deu a escola sueca é a possibilidade e a maneira, de se “contar uma história através da imagem”. O que significa que eu tenho um tema que quero documentar e estou ali com esse tema até conseguir a história completa. Isso é uma coisa nova que não existia em Moçambique. Eu sempre regressei a Moçambique com projectos, e o Rangel era um fotógrafo que nunca teve um projecto. Ele dizia-me, com ironia: “Sérgio, um dia, se calhar, tenho que arranjar um projecto fotográfico, eu nunca trabalhei com projectos.” Isso traz uma outra maneira de contar as minhas histórias através da fotografia. Hoje começa a haver situações, por mais que nós já não estejamos no tempo colonial, onde se vêem injustiças sociais. Isso significa que o que está a me interessar agora é continuar a minha documentação e minhas reportagens em Moçambique, se calhar com um olhar um bocado crítico do que se passa hoje na sociedade moçambicana, que está em desenvolvimento, mas que nos traz, e eu vejo e começo a notar, um grande desnível entre os que têm e os que não têm. A par disso, também começa a haver uma mudança física de projectos de desenvolvimento (construcões, etc.), que eu acho que também devem ser documentadas para a posterioridade, para servir de documento. Eu tenho sempre a vantagem de estar e viver em dois mundos diferentes com processos de desenvolvimento diferente: a Suécia e Moçambique. Quando estou em Moçambique, o meu olhar é mais limpo... Desta última viagem já tenho uma colecção de imagens que podem começar a mostrar esse contraste de que estou a falar, que quero aprofundar ainda

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mais no futuro. Há um tema que são os transportes de Maputo. É um problema grave que eu gostaria muito de documentar, porque sei que mais tarde ou mais cedo, esse problema vai ser resolvido, mas, por enquanto, é um problema bastante difícil para a maior parte da população, que se joga à cidade de Maputo para o trabalho e depois tem que regressar às suas casas. Vêemse grandes bichas de gente à espera do transporte, mas também na própria caixa para levantar dinheiro... Noto que as pessoas vivem uma certa frustração. Hoje há uma certa pressão, uma opinião pública que “fiscaliza”, que fala e que escreve, como, por exemplo, sobre a destruição das florestas. Acho que é um fenómeno que se deve documentar. Se fizermos e publicarmos esse tipo de fotografia, estamos a ser críticos perante uma situação que não está a funcionar bem e podemos contribuir e impressionar para que esses problemas venham a ser resolvidos. Mas também documentar o aspecto positivo, porque também há projectos de viveiros, de plantação de árvores, de reposição de novas árvores. Mostrar os dois aspectos para balancear, porque não podemos só ser negativos, não é? ML: Você actualmente publica fotos em jornais ou revistas em Moçambique? SS: Não, publiquei agora por acaso, quando estive em Moçambique, num jornal que é um jornal gratuito. Eu participei na distribuição gratuita desse jornal nos bairros periféricos da cidade de Maputo, e o jornal pediu logo se eu podia publicar quatro ou cinco fotografias dessa visita. É óbvio que os jornais têm os seus próprios fotógrafos. Eu noto às vezes que o espaço para a publicidade, que é o factor económico para qualquer jornal, é maior do que o espaço para a fotografia. Há muitos jornais hoje em Moçambique, acho que à volta de dezassete jornais semanais e diários que publicam fotos, e há uma nova geração de fotógrafos também. Há fotografia para ilustrar o texto, mas há uma ausência de fotografia crítica. Eu acho que a fotografia deve voltar a ser aquilo que foi no tempo do Rangel: uma fotografia crítica, uma fotografia que tem uma opinião; a própria fotografia é uma opinião que intervém. Não estou a dizer que não haja, nos jornais, uma fotografia que esteja dentro dessa linha de querer emitir uma opinião crítica, mas de uma maneira geral, as fotos que vejo são mais para ilustrar os textos. ML: Aqui, na Suíça, houve grandes fotógrafos documentários nos anos trinta, quarenta, cinquenta. Havia muitas revistas, jornais, onde se publicavam essas fotos, mas actualmente, não vejo nada disso. Claro que há exposições de fotos, isso sim, mas jornais, revistas com uma fotografia crítica, eu não vejo.

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SS: Sim, essa tradição está acabada na maior parte dos jornais e revistas. Os fotógrafos free-lance de alguma qualidade já não conseguem vender as suas fotos, porque as revistas não compram. Tudo, aparentemente, está relacionado com o problema económico. Então, os jornais dão máquinas digitais aos próprios jornalistas: a fotografia é mais para fazer a ilustração, sem a qualidade da fotografia profissional. Há de vez em quando algum jornal ou alguma revista de solidariedade que publica, mas é muito pouco. E os outros rejeitam, porque na Europa há uma tendência, penso eu, não sei se estou correcto, de se pensar muito em si: o que se passa fora da Europa é pouco relevante. O que é considerado relevante tem a ver com projectos económicos, como o turismo, ou ainda com situações particularmente dramáticas. Mas publicar features, quer dizer uma série de quatro ou cinco fotos sobre um tema, é difícil. Com as minhas reportagens, eu tento também mostrar uma vida mais ou menos normal em Moçambique, país africano. E há também uma relutância a isso da maior parte dos editores, porque o grande público não quer ver o africano como um agente normal e participativo no desenvolvimento. O africano tem que estar sempre numa situação de miséria, de incompetência. Mas na verdade, há muita gente que está fazendo boas coisas em África, e mesmo que estejam confinados em pequenas “ilhas”. Essas “ilhas” de grande competência existem, e eu procuro às vezes mostrar um bocadinho essa realidade, mas essa realidade, em princípio, não é muito aceite, porque na minha opinião, as pessoas dentro da Europa desenvolvida ainda querem continuar a ver o africano como indivíduo apenas melindrado, visão a meu ver bem estereotipada.

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Juan Tomás Ávila Laurel: Escritor prolífico y polifacético, ha abordado con constatada calidad todos los géneros literarios, en los que ha publicado obras merecedoras de varios premios nacionales e internacionales. Entre sus obras destacan la novela La carga (1999); El desmayo de Judas (2001), libro por el que recibió el Tercer Premio de Narrativa del XXXV Certamen Internacional Odón Betanzos Palacios que organiza el Círculo de Poetas y Escritores de Nueva York; el poemario Historia Íntima de la Humanidad (1999), merecedor de una mención honorífica en la misma edición del antes mencionado certamen. Ávila Laurel se consolida como un exitoso conferenciante a nivel internacional tras haber visitado varias universidades extranjeras en los últimos años, entre ellas la Rutgers University, Missouri-Columbia y Bates College (Estados Unidos), o la de Seúl (Corea del Sur). En 2003 fue nombrado Joseph Astman Distinguished Faculty Lecturer en Hofstra University (Nueva York). Nelvina Barreto: Guiné-Bissau. Coordinadora do Projecto de Apoio ao Ensino de Base do Ministério da Educação Nacional. Colaboradora do Projecto de Desenvolvimento e Assistência Comunitária (CDD). Jean-Pierre Bastian: Historiador y sociólogo suizo, profesor ordinario de sociología de las religiones en la Universidad de Estrasburgo y director de investigación en el Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL), Universidad de París III. Entre sus obras se destacan Los disidentes, sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911 (1989); Protestantismos y modernidad latinoamericana; historia de unas minorías religiosas activas en América Latina (1994); La mutación religiosa de América Latina (1997); Europa latina - América Latina, la modernidad religiosa en perspectiva comparada (ed.) (2004); Religions, valeurs et développement dans les Amériques (ed.) (2007). José Carlos Sebe Bom Meihy: Especialista em História Oral, desenvolve pesquisas sobre os discursos de grupos marginalizados. Atualmente dirige o Núcleo de Estudos em História Oral da USP e analisa os movimentos imi-

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gratórios brasileiros. Entre seus principais trabalhos destacam-se Manual de História Oral (2005), Brasil fora de si: experiências de brasileiros em Nova York (2004) e Cinderela Negra: a saga de Carolina Maria de Jesus (1996). Andrés Cabanas: Periodista y escritor, natural de Galicia, España, y residente en Centroamérica desde 1987. Convencido de que otro mundo es posible, necesario e inevitable, plantea el periodismo como un ejercicio de empatía y compromiso con los sectores empobrecidos de la sociedad, fundamentado en el rigor analítico y la pasión comunicadora, siguiendo el ejemplo de Ryszard Kapus´cin´ski. Ha publicado poesía: Un amor en cada (aero)porto (1994), Este país me eligió para vivirlo (2009), A ti y a mí (2009); ensayo: Los sueños perseguidos. Memoria de las Comunidades de Población en Resistencia de la Sierra (1999); El Mezquital: la lucha por el desarrollo de una comunidad (1999); Guatemala: derechos humanos en tiempos de paz (2003); La encrucijada de Guatemala: regresión autoritaria o democracia participativa (2008); y una recopilación de artículos: La paz en cámara lenta, 1996-2005 (2006). Desde septiembre de 2000 compagina la escritura con la labor de representación de Mugarik Gabe ONG en Guatemala. Hugo Carrasco Muñoz: Profesor Titular del Dpto. de Lenguas, Literatura y Comunicación de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad de la Frontera, Temuco, Chile, donde ha sido elegido Decano de Facultad en tres periodos, Director de Dpto., Director Fundador del Centro de Estudios de la Araucanía, etc. Recibió la Medalla a la Trayectoria Académica, máxima distinción de la Universidad a sus académicos. Sus principales líneas de investigación han sido hasta hoy: los discursos de la cultura mapuche: interculturalidad e indigenidad, los problemas de la comunicación en contextos interculturales y literaturas y etnoliteraturas indígenas: textos, entornos y contextos, ámbito en el cual ha dirigido Proyectos FONDECYT, DIDUFRO y otros. Ha publicado ampliamente, impartido clases de postgrado, dirigido tesis, creado eventos y publicaciones. João Paulo Borges Coelho: Historiador e escritor moçambicano, é professor de História Contemporânea na Universidade Eduardo Mondlane. Os seus interesses de pesquisa incluem os conflitos e a segurança na África Austral, os movimentos e ordenamento populacional no território, e as questões que se relacionam com a história e a memória. Os seus trabalhos literários incluem a publicação, nas editoras Caminho (Lisboa) e Ndjira (Maputo), de cinco romances (As duas sombras do rio, 2003; As visitas do

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dr Valdez, 2004 – prémio nacional de literatura; Crónica da rua 513.2, 2006; e Campo de trânsito, 2007), dois volumes de estórias da série Índicos Indícios, Setentrião e Meridião, ambos em 2005 e uma novela (Hinyambaan, 2008). Fernán E. González G.: Nació en 1939 en Tolú, Sucre, Colombia. Historiador y politólogo. Trabaja desde hace 38 años con CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular) como investigador sobre la historia política de Colombia, la relación entre Iglesia y Estado y el trasfondo de la violencia reciente. Ha sido profesor de numerosas universidades de Colombia y otros países. Actualmente dirige el Observatorio Colombiano para el desarrollo integral, la convivencia ciudadana y el fortalecimiento institucional en regiones afectadas por el conflicto armado (ODECOFI). Entre sus últimos libros destacan Violencia política en Colombia: de la nación fragmentada a la construcción del Estado (2005, con Ingrid E. González y Teófilo Vázquez) y Partidos, guerras e iglesia en la construcción del estadonación en Colombia, 1830-1900 (2006). Aline Helg: Profesora de Historia en la Universidad de Ginebra, Suiza, desde fines de 2003. Anteriormente enseñó en la Universidad de Los Andes (1979-81) y en el Instituto de Estudios Universitarios del Desarrollo en Ginebra (1983-86). De 1989 a 2003 fue profesora de Historia latinoamericana en la Universidad de Texas (Austin). Sus temas de investigación y enseñanza son las Américas y el mundo atlántico desde el siglo XVIII hasta el presente, la diáspora africana, la etnicidad, la esclavitud y su abolición, el racismo, los procesos de independencia y de formación de la nación, y los derechos constitucionales comparados. Es autora de Civiliser le peuple et former les élites. L’éducation en Colombie, 1918-1957 (1984), también en traducción española; Our Rightful Share: The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886-1912 (1995), premiado por la American Historical Association, la Asociación de Historiadores del Caribe y la Asociación de Estudios Caribeños, y también publicado en traducción española en Cuba; y Liberty and Equality in Caribbean Colombia, 1770-1835 (2004), premiado por la American Historical Association y publicado en traducción española en Colombia. Martín Lienhard: Estudioso literario e historiador, profesor de Literatura hispanoamericana, brasileña y luso-africana en la Universidad de Zúrich. Se doctoró en Ginebra con una tesis sobre José María Arguedas. Entre sus libros destacan La voz y su huella: escritura y conflicto étnico-social en

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América Latina (Premio Casa de las Américas 1989; La Habana 1990, Hanover USA 1991, Lima 1992 y México 2003), Testimonios, cartas y manifiestos indígenas: desde la conquista hasta comienzos del siglo XX (1992), O mar e o mato - Histórias da escravidão (1998; 2005); edición francesa bajo el título Le discours des esclaves – de l’Afrique à l’Amérique Latine (2001) y Disidentes, rebeldes, insurgentes. Resistencia indígena y negra en América Latina. Ensayos de historia testimonial (2008). Juan Lozano: Nacido en Colombia en 1971, suizo y colombiano, se formó en la Escuela Nacional de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. En tanto productor y cineasta independiente realizó, entre 1995 y 1998, diversas series documentales de televisión, en particular para el Ministerio de Cultura de Colombia. En 1998 se instaló en Ginebra, donde realizó varios filmes comprometidos, relacionados sea con su ciudad de adopción (Un train qui arrive est aussi un train qui part, 2002, sobre la inmigración y la integración de los extranjeros jóvenes en Ginebra), sea con el conflicto armado en Colombia (Le bal de la vie et de la mort, 2001 y Hasta la última piedra, 2006). Su primer largometraje, Témoin indésirable (2008), se centra en los límites y los condicionamientos del periodismo comprometido en un contexto de guerra; se proyectó en varios festivales prestigiosos y está siendo distribuido en Francia y en Suiza. Trabaja actualmente en un nuevo largometraje, Impunity, coproducido por la televisión de la Suiza francesa (TSR) y Arte. Juan Lozano es también autor de una novela inédita, Aquí no pasa nada, y de un volumen de relatos, Hôtel, Ojtwüu y otros. Isabel Lunkembisa: Dançarina de origem angolana (Luanda). Sua formação em dança africana começou em Angola. Em 1990 chegou à Suíça. Em 1994 fundou, em Berna, com duas amigas, a companhia “Shades of Black”. Participou em seminários de mestres de fama internacional como Koffi Koko, George Momboye, Ismael Ivo e Irène Tassembedo. Em 1998, obteve um certificado de Hip Hop na Broadway Dance School de Nova Iork, e, em 2009, o mestrado de dança-terápia na escola ASPRU Risvegli de Milão. Desde 2005 participa como dançarina protagonista em Cruda bellezza, produção de dança-teatro de Tiziana Arnaboldi. Antonio Melis: Docente e investigador italiano, profesor de Literaturas Hispanoamericanas y de Civilizaciones Indígenas de América en la Universidad de Siena. Es director del CISAI (Centro Interdipartimentale di Studi sull’America Indigena) y coordinador del Máster en Traducción Literaria y Edición de los Textos de la misma Universidad. Es autor de monografías

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sobre Pablo Neruda, Federico García Lorca y Ernesto Che Guevara. Su campo principal de investigación es el área andina, con trabajos sobre Arguedas, Vallejo, Mariátegui, Martín Adán, Romualdo, Cisneros, Belli, Eielson, etc. Sus ensayos sobre Mariátegui han sido reunidos en el libro Leyendo Mariátegui (1999). Actualmente se ocupa sobre todo de literaturas indígenas americanas contemporáneas y de la improvisación poética en América Latina y en el Mediterráneo. Es miembro de la redacción de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana y de In Forma di Parole. Es Profesor Honorario de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. Jesús Morales Bermúdez: Escritor, filósofo, antropólogo. Originario de San Cristóbal de Las Casas, donde nació en 1947. Doctor en Antropología. Es profesor-investigador del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas y ha trabajado como jefe del Departamento de Patrimonio Cultural e Investigación del Instituto Chiapaneco de Cultura (1990-1994), director del Centro Chiapaneco de Escritores (1990-1994) y director del CESMECA-UNICACH. En 1986 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Testimonio, otorgado por el INBA y el Gobierno de Chihuahua. Obra literaria publicada: Antigua palabra narrativa indígena ch’ol (1984, nueva edición 1999). Memorial del tiempo o vía de las conversaciones (1987, nueva edición 2003), Ceremonial (1992, nueva edición 2003), La espera (1994), Por los senderos de lo incierto (1994), Las criaturas de Prometeo (1994), Divertimenta (2000, versión en italiano, 2004), Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas (1997; 2ª edición 1998). Ensayo antropológico: Entre ásperos caminos llanos. La diócesis de San Cristóbal 1950-1995 (2005), La tierra en Chiapas. Viejos problemas nuevos (coautoría, 1999; 2ª edición 2002). Edmundo Murray: Candidato al doctorado en la Universidad de Zúrich, licenciado en letras (Universidad de Ginebra, 2003). Autor de Devenir irlandés: Narrativas íntimas de la emigración irlandesa a la Argentina 18441912 (2004) y Becoming gauchos ingleses: Diasporic Models in IrishArgentine Literature (2009). Miembro del consejo de redacción de “Ireland and the Americas: Culture, Politics, and History” (2008). Miembro fundador de la Sociedad de Estudios Irlandeses Latinoamericanos (SILAS). Coordinador del taller de poesía de la Librería Albatros, Ginebra (2000). Primer editor de Irish Migration Studies in Latin America (2003-2009). Autor de colecciones de poemas y cuentos (Poemas nómades, 1999; Taxonomía Fantástica de los Árboles de Buenos Aires, 2000).

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Sebastião Nascimento: Tem formação em Direito Público e concluiu o mestrado em Direito Internacional pela Universidade de São Paulo em 2003. Cursa o doutorado em Ciências Sociais na Universität Flensburg, Alemanha, desde 2004 e é pesquisador do Centro Brasileiro de Análise e Planejamento. Entre diversos artigos e ensaios, publicou recentemente Entre a intenção e o gesto: políticas de ação afirmativa no acesso de afro-descendentes ao ensino superior e Ensaios sobre o tardocolonialismo português em Moçambique. Suas áreas de interesse incluem colonialismo e pós-colonialismo, formação nacional, conflitos internacionais, movimentos de libertação nacional e nacionalismo. César Pastor Ortega: De niño migra con su madre y hermanos a Huancayo, donde realiza sus estudios de primaria, secundaria y se gradúa como antropólogo y sociólogo en la Universidad Nacional del Centro del Perú. A fines de 1976 viaja a Suiza, para seguir estudios de postgrado en el Instituto Universitario de Estudios para el Desarrollo (IUED) de la Universidad de Ginebra, donde obtiene el Diploma de Investigación. En 1980 inicia sus estudios de doctorado de tercer ciclo en la Sorbona Nueva, París III. Sin embargo, por razones económicas tiene que abandonar ese proyecto. En 1980 es contratado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para refugiados, allí trabaja por 25 años en varios países de América Central y en México, así como en Ginebra y en muchos países del África del Este y Oeste. En 2007 se jubila. Estudia en la Universidad de Wisconsin, Madison. Participa en diferentes conferencias sobre cambio climático y desplazados. Prepara proyectos sobre gestión de desastres naturales. Actualmente se encuentra trabajando en la creación de un Museo de Arte Africano en el Perú. Pilar Ramírez Gröbli: Licenciada en Literatura y Lingüística en español e inglés por la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, Colombia. Realizó una maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. En el año 2007 obtuvo el título de licenciada en la Universidad de Zúrich con una tesis sobre literatura testimonial. Entre sus publicaciones se encuentran los artículos: “Grotesque images in the legend of sleepy hollow”, Universidad Pedagógica Nacional; “Elementos míticos en Las muertes de Tirofijo y otros relatos”, Universidad de Liverpool; “El arte mítico de la violencia: principio y fin en Cien años de soledad”, Universidad de Sevilla; “The Role of Natural Ressources in Peace Agreements” (en co-autoría con Simon Mason y Damiano Sguaitamatti), Center for Security Studies (ETH).

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Mariano Ramírez Moreno: Máster en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con una investigación de la narrativa andina de Óscar Colchado Lucio. Profesor de Lengua y Literatura en escuelas y universidades del Perú. Ha participado en diferentes congresos y encuentros literarios. El año 2008 publicó su primer libro de poemas, Curvado camino, con el sello Mundo Ajeno. Actualmente realiza los estudios de doctorado en la Universidad de Zúrich con una tesis sobre el poeta peruano José Watanabe bajo la dirección de Itziar López Guil. Julio Ramos: Nació en San Juan, Puerto Rico, en 1957. Profesor emérito, Universidad de California, Berkeley. Libros: Desencuentros de la modernidad en América Latina (1989), Paradojas de la letra (1996, 2007), Por si nos da el tiempo (2002), Dislocaciones: ensayos sobre cultura literaria y visual (2010). Ha dirigido los video-documentales La Promesa (1996) y Mar Arriba (2009). Sérgio Santimano: Nasceu na cidade de Maputo (ex. Lourenço Marques) em 1956. Formado no Instituto Português de Fotografia (Lisboa, curso básico), em Moçambique colaborou como fotógrafo no Ministério da Cultura e como professor no Centro de Estudos Culturais (C.E.C.). Em 1982, iniciou a sua carreira como repórter fotográfico no jornal Domingo sob a direcção de Ricardo Rangel. Fez dois cursos avançados de fotografia documentária e fotojornalismo no Nordens Folkhoskola Biskops-Arnö (Suécia). Em 1993 realizou a sua primeira exposição individual, Caminhos. Desde então vem trabalhando na área da fotografia documentária e do fotojornalismo em Moçambique e Índia, contando com várias exposições individuais e colectivas, das quais se destacam AFRICA – REMIX. L’Art Contemporain d’un Continent (Düsseldorf, Londres e Paris), 3rd African Photography Encounters in Bamako, Iluminando Vidas (Christoph Merian Publishers, Basileia, 2002). Trabalhos publicados em diversas revistas e jornais, a destacar Grande Reportagem (Portugal), e Courrier de l’Unesco. Em 2006 saiu seu livro Terra incógnita. Nazaré Torrão: Diplomada pela Sorbonne (Diplome d’études approfondies en Études Portugaises, Brésiliennes et de l’Afrique Lusophone) com um trabalho de literatura portuguesa, Fanny Owen de Agustina Bessa-Luís: Romantismo e Modernidade. É actualmente doutoranda em literatura comparada, em fase final de redacção da tese, intitulada Espaço narrativo e identidade nacional literária: A construção da imagem de um país na literatura de Lídia Jorge, Manuel Rui e Mia Couto. Chargée d’enseignement

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de língua e literatura portuguesas na Faculdade de Letras da Universidade de Genebra, tem vários artigos publicados sobre autores moçambicanos cuja temática gira em torno da identidade nacional. Ricardo Valderrama Fernández/Carmen Escalante Gutiérrez: Antropólogos cusqueños con gran experiencia en trabajo de campo (Cusco, Apurímac, Huancavelica, etc.). Entre sus publicaciones destacan tres volúmenes de testimonios quechuas (en quechua con traducción española): Gregorio Condori Mamani [y Asunta, la mujer de Gregorio]. Autobiografía (1977); Ñuqanchik runakuna/Nosotros los humanos. Testimonios de los quechuas del siglo XX [Victoriano Tarapaki y Lusiku Ankalli], 1992; La doncella sacrificada. Mitos del valle del Colca (1997). Yannick Wehrli: Historiador suizo, licenciado en Historia y en Estudios hispánicos y portugueses, docente en Historia contemporánea en la Universidad de Ginebra, está terminando su tesis de doctorado sobre los Estados latinoamericanos y las cuestiones de seguridad internacional en el periodo de entre-guerras. Publicó varios trabajos sobre América Latina y la SDN y sobre los conflictos del Chaco y de Leticia, entre los cuales cabe mencionar: “Briand, la Société des Nations et l’Amérique latine. Le conflit du Chaco, 1928-1929”, en Bariéty, Jacques (éd.), Aristide Briand, la Société des Nations et l’Europe, 1919-1932, 2007, pp. 223-236 y “Les délégations latino-américaines et les intérêts de la France à la Société des Nations”, Relations internationales, no 137, 2009/1, pp. 45-59. Lilibeth Zambrano: Magíster Scientiae en Literatura iberoamericana. Docente e Investigadora del Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres” de la Universidad de Los Andes (Mérida/Venezuela). Realiza su tesis de doctorado (“Reconstrucción del panorama de la narrativa paraguaya de tema rural”) en la Universidad de Zúrich (Suiza) bajo la tutoría de Martín Lienhard. Ha publicado varios trabajos en revistas y en memorias de congresos nacionales e internacionales, entre ellos “Representación de la condición fronteriza y limítrofe del sujeto rural paraguayo en Follaje en los ojos de José María Rivarola Matto y Vagos sin tierra de Renée Ferrer” y “La lengua guaraní como morada y asiento del ser en la poesía de Susy Delgado”.