Etimilogías inéditas y curiosas 8479623128, 9788479623128

Lingüística

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Índice
Introducción
I. Topónimos en busca de su verdadero origen
Introducción
1.Los madriles o maderiles de Madrid
2.Almudena y su origen almohade o almuhade
3.¿Mallorca o Mayorca?
4.Piedralabes, igual a Pedralbes
5.¿Quién vive? ¡Estepa!
6.Segovia,secus Viam
7.Bembibre, ¿bien vivir o buen beber?
8.Orense, tierra de oro
9.Lisboa, suave y buena
10.El polémico Santander
II. Curiosidades sobre nombres de persona
Introducción
1.García y su gracioso origen
2.¿Bernardo y Fernando son hermanos?
3.Fernando y sus variantes
4.Santiago, un lujo lingüístico
5.Pero, Perico
6.La familia lingüística de Rolando
7.El apasionante (y problemático) origen de Rodrigo
8.¿Cómo se llamaba el Campeador, Cid o Rodrigo?
9.Alfonso, un problema lingüístico
10.Gonzalo
11.Sancho, más santo
12.Gil, el visigodo
13.Ignacio, Énneco, Íñigo, Iñaki
14.Enrique, el honorable
15.Bellido Dolfos o Ataúlfo el peludo
16.El enrevesado “O’Donnell”
17.El incorrecto Agapito
18.Los “zoo-antroponimos”
19.“Ginónimos”
III. El origen de los apellidos terminados en "z"
Introducción
La clave está en el genitivo
1.Rodríguez
2.Velázquez, descendiente del cuervo
3.López, familia de lobo
4.García
5.Domínguez
6.Pérez, Pericot, Berihuete
7.Díaz
8.Fernández
9.Ordóñez
10.Jiménez, el excelente
11.González
12.Suárez
IV. La suerte de las palabras
Introducción
Algunas palabras en ambientes de baja cultura
1. ¡Arre! (¡al tajo!)
2. ¡Sooo!
3. Hacia y carra
4. Yegua
5. Muchiguada
6. Arriba
7. Quizá(chi (lo) sa?)
8. Rivera y ribera
9. Forajido(echarse al monte)
10. Aguinaldo (aquí danlo)
11. Beodo o bebido
12. Casa y cápsula
13. Roja y gualda
14. Capicúa(de cabo a rabo)
15. Cabello(vello de la cabeza)
16. La boda y las bodas
17. La dicha
18. A puerta gayola
19. Algunos restos monosilábicos
20. Bachillerato(laureado de Baco)
21. Magisterio y Ministerio(su curiosa evolución semántica)
22. Canciller, igual a perro guardián
23. Don-cella y don-cel
24. Inquilino y arrendatario
25. Aviar y obviar
26. La perorata
27. Prever y proveer
28. El finiquito
29. El matrimonio (de matri omnium)
V. El tiempo y su lingüística
1. La fecha
2. La famosahora sexta
3. La semana
4. Los días de la semana
5. Los curiosos nombres de algunos meses
6. ¿Cuántos “tacos” has cumplido?
7. Carnaval o el adiós a la carne
VI. La herencia lingüística de la guerra
1.¡Santiago, cierra España!
2. Batalla y baraja, una misma cosa
3. A propósito de las sotas
4. La castración
5. Sitiar, sitio, asedio.
6. Las huestes enemigas
7. El corazón y la coraza
8. Guzmán el Bueno
9. Las famosas calzadas romanas
10. Los pazguatos, los bragados y los gudaris
11. El curiosísimo campo semántico del búho
VII. Palabras, palabrotas y palabrejas
1. Los tacos como interjecciones
2. ¡Joder!
3. ¡Coño!
4. ¡Puñeta!
5. ¡Cojones!
6. Follar y sus afines, como ejemplos de envilecimiento lingüístico
7. El sieso
8. Tener “uebos”
9. Las putas y las putadas
VIII. La semántica del dinero
1. El erario
2. El dinero
3. El capital y los caudales
4. El sueldo
5. El jornal
6. El estipendio
7. El salario
8. El maravedí
9. Los "talegos"
IX. El griego, una lengua clásica viva y elitista
Introducción
1. Los romanos
2. El cristianismo
3. Los musulmanes
4. El Renacimiento
5. Las ciencias se escriben en griego
X. La basura lingüística
Introducción
1. La juventud como elemento perturbador
2. Los mayores y sus tópicos
3. Los seudo-intelectuales
4. Los dequeístas
5. Los "barbaristas"
6. Los académicos
7. La economía en lingüística
8. Los diccionarios
9. La estética del lenguaje
Apéndices
Apéndice I. Las llamadas "leyes de evolución"
Apéndice II. Nombres medievales
Apéndice III. Índice alfabético de las palabras más interesantes
Bibliografía consultada
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SEVERINO ARRANZ MARTÍN

Etimologías inéditas y curiosas

EDITORIAL

Verbum

Verbum

ENSAYO

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS

SEVERINO ARRANZ MARTÍN

Etimologías inéditas y curiosas

EDITORIAL

Verbum

SEVERINO ARRANZ MARTÍN [email protected]

© Severino Arranz Martín, 2005 © Editorial Verbum, S.L. 2005 Eguilaz, 6-2º Dcha. 28010 Madrid Apartado Postal 10.084. 28080 Madrid Teléf.: 91-446 88 41 - Telefax: 91-594 45 59 e-mail: [email protected] I.S.B.N.: 84-7962-312-8 I.S.B.N.: eBook 978-84-7962-312-8 Depósito Legal: SE-1197-2005 Diseño de cubierta: Pérez Fabo Fotocomposición: Origen Gráfico, S.L. Printed in Spain /Impreso en España por PUBLIDISA Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN .................................................................................

13

I. TOPÓNIMOS EN BUSCA DE SU VERDADERO ORIGEN Introducción ........................................................................... 1. Los madriles o maderiles de Madrid...................................... 2. Almudena y su origen almohade o almuhade....................... 3. ¿Mallorca o Mayorca?.............................................................. 4. Piedralabes, igual a Pedralbes ................................................ 5. ¿Quién vive? ¡Estepa! .............................................................. 6. Segovia, secus Viam................................................................... 7. Bembibre, ¿buen vivir o buen beber? .................................... 8. Orense, tierra de oro .............................................................. 9. Lisboa, suave y buena.............................................................. 10. El polémico Santander ...........................................................

17 17 22 23 25 26 27 28 29 30 30

II. CURIOSIDADES SOBRE NOMBRES DE PERSONA Introducción ........................................................................... 1. García y su “gracioso” origen.................................................. 2. ¿Bernardo y Fernando son hermanos? .................................. 3. Fernando y sus variantes ......................................................... 4. Santiago, un lujo lingüístico ................................................... 5. Pero, Perico ............................................................................. 6. La familia lingüística de Rolando........................................... 7. El apasionante (y problemático) origen de Rodrigo ............ 8. ¿Cómo se llamaba el Campeador, Cid o Rodrigo? ................ 9. Alfonso, un problema lingüístico........................................... 10. Gonzalo, toda una aventura lingüística ................................. 11. Sancho, más santo ...................................................................

33 38 45 46 48 50 51 54 58 61 64 66

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SEVERINO ARRANZ MARTÍN

12. Gil, el visigodo ......................................................................... 13. Ignacio, Énneco, Íñigo, Iñaki ................................................. 14. Enrique, el honorable............................................................. 15. Bellido Dolfos o Ataúlfo el peludo......................................... 16. El enrevesado O‘Donnell ....................................................... 17. El incorrecto Agapito.............................................................. 18. Los “zooantropónimos” .......................................................... 19. Los “ginónimos”......................................................................

67 68 70 71 72 72 73 75

III. EL ORIGEN DE LOS APELLIDOS TERMINADOS EN “Z” Origen y evolución.................................................................. La clave está en el genitivo...................................................... 1. Rodríguez ................................................................................ 2. Velázquez, descendiente de cuervo........................................ 3. López, de la familia del lobo .................................................. 4. García....................................................................................... 5. Domínguez .............................................................................. 6. Pérez, Pericot, Berihuete ........................................................ 7. Díaz .......................................................................................... 8. Fernández................................................................................ 9. Ordóñez................................................................................... 10. Jiménez, el excelente .............................................................. 11. González .................................................................................. 12. Suárez ......................................................................................

79 83 85 85 86 86 88 89 90 91 91 92 93 94

IV. LA SUERTE DE LAS PALABRAS Introducción ........................................................................... Algunas palabras en ambientes de baja cultura..................... 1. ¡Arre! (¡al tajo!)....................................................................... 2. ¡Sooo!....................................................................................... 3. Hacia y carra ............................................................................ 4. Yegua........................................................................................ 5. Muchiguada............................................................................. 6. Arriba....................................................................................... 7. Quizá........................................................................................ 8. Rivera y ribera.......................................................................... 9. Forajido (echarse al monte)...................................................

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ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS

10. Aguinaldo (aquí danlo) .......................................................... 11. Beodo (bebido)....................................................................... 12. Casa (cápsula) ......................................................................... 13. Roja y gualda ........................................................................... 14. Capicúa (de cabo a rabo) ....................................................... 15. Cabello (vello de la cabeza).................................................... 16. La boda y las bodas.................................................................. 17. La dicha ................................................................................... 18. A puerta gayola........................................................................ 19. Algunos restos monosilábicos.- yo.- el.- la.- lo.- sa.- so ............ Algunas palabras en ambientes cultos ................................... 20. Bachillerato (laureado de Baco) ............................................ 21. Magisterio y ministerio (su curiosa evolución semántica).... 22. Canciller, igual a perro guardián............................................ 23. Doncella y doncel.................................................................... 24. Inquilino y arrendatario ......................................................... 25. Aviar y obviar ........................................................................... 26. La perorata .............................................................................. 27. Prever y proveer ...................................................................... 28. El finiquito............................................................................... 29. Matrimonio (matri omnium)....................................................

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101 103 103 104 105 106 106 107 107 108 109 109 112 113 114 115 115 116 117 118 118

V. EL TIEMPO Y SU LINGÜÍSTICA 1. La fecha ................................................................................... 2. La famosa hora sexta............................................................... 3. La semana................................................................................ 4. Los días de la semana.............................................................. 5. Los curiosos nombres de algunos meses: septiembre (septem tempore)- octubre-noviembre-diciembre ............... 6. ¿Cuántos tacos has cumplido? ................................................ 7. Carnaval o el adiós a la carne .................................................

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VI. LA HERENCIA LINGÜÍSTICA DE LA GUERRA 1. ¡Santiago y cierra España!....................................................... 2. Batalla y baraja, una misma cosa ............................................ 3. A propósito de las sotas........................................................... 4. La castración............................................................................

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5. Sitiar, sitio y asedio .................................................................. 6. Las huestes enemigas .............................................................. 7. El corazón y la coraza.............................................................. 8. Guzmán el Bueno.................................................................... 9. Las famosas calzadas romanas ................................................ 10. Los pazguatos, los bragados, los gudaris................................ 11. El curiosísimo campo semántico del búho ............................ VII. PALABRAS, PALABROTAS Y PALABREJAS 1. Los tacos como interjecciones................................................ 2 ¡Joder! ...................................................................................... 3. ¡Coño!...................................................................................... 4. ¡Puñeta! ................................................................................... 5. ¡Cojones!.................................................................................. 6. Follar y sus afines como ejemplos de envilecimiento lingüístico................................................................................ 7. El sieso ..................................................................................... 8. Tener “uebos”.......................................................................... 9. Las putas y las putadas.............................................................

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VIII. LA SEMÁNTICA DEL DINERO 1. El erario ................................................................................... 2. El dinero .................................................................................. 3. El capital y los caudales........................................................... 4. El sueldo .................................................................................. 5. El jornal ................................................................................... 6. El estipendio............................................................................ 7. El salario .................................................................................. 8. El maravedí.............................................................................. 9. Los “talegos” ............................................................................

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IX. EL GRIEGO, UNA LENGUA CLÁSICA, VIVA Y ELITISTA Introducción ........................................................................... 1. Los romanos ............................................................................ 2. El Cristianismo ........................................................................ 3. Los musulmanes...................................................................... 4. El Renacimiento...................................................................... 5. Las ciencias se escriben en griego ..........................................

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X. LA BASURA LINGÜÍSTICA Introducción ........................................................................... 1. La juventud como elemento perturbador ............................. 2. Los mayores y sus tópicos........................................................ 3. Los pseudointelectuales.......................................................... 4. Los dequeístas ......................................................................... 5. Los barbaristas......................................................................... 6. Los académicos ....................................................................... 7. La economía en lingüística..................................................... 8. Los diccionarios ...................................................................... 9. La estética del lenguaje...........................................................

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APÉNDICES I. Las llamadas Leyes de evolución................................................. II. Nombres y apellidos medievales............................................. Nombres .................................................................................. Apellidos.................................................................................. III. Índice de palabras más interesantes.......................................

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Bibliografía.......................................................................................

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Introducción

Este libro nace con el objetivo de familiarizar al lector con uno de los elementos que constituyen y conforman nuestra lengua, la Lengua Española. Me refiero a las palabras desde que aparecen escritas en los primeros textos hasta nuestros días. Las que aquí se tratan son principalmente aquellas a las que los doctos y eruditos lingüistas han dedicado poca o ninguna atención; también de otras cuyo tratamiento por parte de aquellos es, a mi juicio, poco acertada. Y finalmente a las que, siendo su historia sobradamente conocida por los más o menos doctos, sin embargo su origen y peripecias son ignoradas por una gran mayoría. Esta última circunstancia pudiera dar al libro un cierto carácter polémico respecto al origen de ciertas palabras, dada la discrepancia tan notable entre los diferentes criterios etimológicos míos y los de algunos maestros que me han precedido en la investigación; cosa bastante frecuente en una materia que tanto se presta a la elucubración. Sin faltar al rigor histórico-lingüístico que tales contenidos requieren, me he propuesto hacer un libro interesante, para lo cual he seleccionado solamente aquellos contenidos que puedan despertar en el lector un cierto grado de curiosidad e interés, empresa bastante difícil tratándose de una materia tan poco atractiva como es en general la Lingüística. Siempre que me ha sido posible he procurado apoyar mis afirmaciones con referencias bibliográficas y con la mayor fidelidad posible. Pues en lingüística que, como ya he indicado, tanto se presta a la elucubración, se debe proceder con el mayor realismo, incluso reconociendo y exponiendo al lector los posibles fallos o puntos débiles de las propias afirmaciones, con el fin de no inducirle a errores. Se trata, pues, de un libro de divulgación que a su vez ha precisado un trabajo de investigación cuyo método ha consistido principalmente en formular una hipótesis basada en la pura intuición lingüística respecto del origen de tal o cual palabra. Seguidamente comprobar si, aplicando las reglas o leyes de evolución que se comentan en el Apéndice, el resultado es conforme o compatible con el enunciado inicial o hipótesis, en 13

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cuyo caso se procede a la verificación real que consiste en comprobar la evolución de la palabra investigada, a través de su presencia en los diferentes escritos, desde los más antiguos hasta los que corresponden a épocas en que las palabras han alcanzado su forma definitiva. Si tal presencia no se produce, nuestra hipótesis no se puede dar como plenamente confirmada, a no ser que se trate de evidencias. Otras veces, leyendo textos antiguos en latín medieval o ya en romance, se tropieza con una palabra en un estadio evolutivo intermedio, que parece que invita a investigar toda su historia. La mayor parte de las veces el lingüista se deja seducir y no descansa hasta completar su ciclo evolutivo, recorriendo un camino distinto del anterior: por una parte desde el estado en que la encuentras hasta su origen; es decir, el camino inverso al curso evolutivo natural; por otra parte, desde el estado en que la encuentras hasta su forma actual o término de la evolución. La labor de investigación a que antes me refería implica una búsqueda de palabras incluídas en documentos paleográfícos, obras de literatura, documentos históricos, antologías etc., en los cuales he encontrado “mis” palabras en sus diferentes estadios de evolución. De todos estos libros y documentos hago mención repetidas veces, aunque de una manera abreviada para no castigar al lector con tanta reiteración. Los títulos completos, así como sus mentores o recopiladores, figuran al final de este libro en el lugar destinado a la Bibliografía. Entre los mencionados merecen especial atención los documentos notariales contenidos en los diferentes tratados de Paleografía. Están escritos en ese latín medieval que algunos llaman el bajo latín, por supuesto en escritura paleográfica (carolingia, visigótica, etc.), aunque transcritos en signos gráficos actuales. La lectura de estos documentos es imprescindible para saber el origen y los diversos avatares por los que han pasado las palabras las cuales, igual que las personas, igual que las ciudades y los edificios que las conforman, tienen su propia historia de ruinas, de conquistas, de nacimientos, de destrucción y de muerte. Es una deuda de gratitud que la Lingüística tiene contraída con aquellos fedatarios públicos y privados; transmisores inconscientes de una de las facetas más importantes del hecho lingüístico. Se trata de escribanos y notarios que, con su diferente nivel de conocimiento del latín clásico y vulgar, nos han proporcionado un verdadero tesoro docu-

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mental. También con los cronistas y escritores de las diferente épocas y regiones. Pero no menor es la deuda con los paleógrafos que, como acabamos de ver, han transmitido toda esa enorme riqueza que tanto va a configurar ese hecho lingüístico. Espero que este libro contribuya a despertar por nuestra lengua no solo interés, sino respeto y seriedad a la hora de jugar a inventar términos como parece ser afición preferente de algunas personas o clases sociales sin la menor preparación ni capacidad para aportar nada a nuestra lengua, tan necesitada hoy de verdaderos defensores y propagadores; ahora que más que nunca está tan amenazada desde dentro y desde fuera. También deseo despierte el interés por el latín y el griego como sus progenitores, y cuyo estudio está cayendo en el más injusto de los olvidos. EL AUTOR

I

Topónimos en busca de su verdadero origen INTRODUCCIÓN Así como los nombres de persona son más bien caprichosos y más o menos aleatorios, los topónimos o nombres de lugar suelen obedecer a circunstancias de mayor fundamento. Entre las más importantes están las que aluden a ciertas características físicas o ambientales del lugar y su entorno; también a nombres de personas notables entre las cuales se encuentran los santos y sus templos o monasterios. A estas circunstancias corresponden los topónimos que seguidamente voy a comentar y cuya génesis puede ofrecer algún interés o curiosidad. 1. Los madriles o maderiles de Madrid Acerca del origen histórico de esta población no se han puesto de acuerdo los investigadores, ya que algunos, pocos, le suponen de fundación árabe, mientras otros, la mayoría, creen en una existencia anterior. Partiendo de esta última teoría que es la más verosímil, por pura lógica cabe pensar que esta población ya tendría su propio nombre y que los musulmanes respetarían, como era su norma, y cuya fonética probablemente desconfigurarían como también era su norma, según veremos próximamente con Mallorca a la que llamaron y escribieron Muyurga. Tal vez por esto escribiera el gran arabista Jaime Oliver Asín: “En medio de esta tendencia a considerar árabes nombres que no son…”. A este fenómeno lingüístico, al que bien podríamos encajar en lo que Menéndez Pidal llama “error de audición” (yo añadiría “y de pronunciación”), pertenecerían las formas Mayrit y Magerit entre otras, con que los conquistadores denominaron la futura metrópoli. ¿Cuál era el nombre premusulmán que originó las citadas formas? Sobre él han investigado filólogos de tanta talla como Menéndez Pidal, Joan Corominas, Manuel Gómez-Moreno, José Amador de los Ríos, Jaime Oliver Asín y otros, sin que sus estudios hayan dado frutos concluyentes; lo cual da idea de lo problemático de su origen lingüístico. 17

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El estudio más extenso es sin duda el del filólogo y arabista recientemente citado Jaime Oliver Asín, plasmado en su libro Historia del nombre “Madrid” en el cual trata de situar el origen de este topónimo en la voz latina “matrice”, en alusión al arroyo-fuente, alrededor del cual se formaría el primer núcleo de población; de tal modo que el citado manantial y su correspondiente arroyo tendrían la consideración de matriz o madre de la población. Es decir, el agua como su razón de ser, concepto este muy cercano al significado del arabismo magerit, “rica en aguas”, según el mismo autor. Esta teoría es muy próxima a la de Amador de los Ríos quien la hace derivar de matrix, aunque sin afirmarlo con rotundidad. Y ahora le toca el turno a mi investigación: Dado que el objeto de este libro son las curiosidades lingüísticas, creo que el origen del nombre Madrid constituye una de las más interesantes curiosidades, por lo cual, aún consciente de lo problemático de la investigación, la incluyo en el lugar de honor, la primera, como no podía ser menos, tratándose de la hoy Capital de España, centro irradiador de la Lengua Española y su cultura. Por mera cuestión de método he partido para su mejor estudio de la forma Madrit que tiene todas las apariencias y todas las probabilidades de ser la evolución de un hipotético maderit, el cual presenta la peculiaridad de tener dos fonemas condenados a perderse, que son la vocal [-e-] y la consonante [-d-]; la primera por estar en posición fonéticamente débil, en sílaba protónica (Regla 6ª del Apéndice), cuya pérdida daría como resultado la forma Madrit; la segunda, la [-d-] también estaba sentenciada por tratarse de una consonante sonora entre vocales (Regla 2ª); y que al desaparecer, daría lugar a la forma documentada Maerit que los conquistadores musulmanes escribieron Magerit, Mayrit, Maydrit, Maerit, entre otras parecidas que suman más de veinte. Ha de quedar claro que estas últimas formas son el producto de la ya comentada paulatina desaparición de la consonante [-d-] de Maderit. Digo paulatina porque los cambios fonéticos no se producen de la noche a la mañana sino a través de largos períodos de tiempo durante el cual hay un lapso de convivencia de formas que en este caso son las que vengo comentando junto a otras parecidas, aunque en los escritos figure Magerit como la “definitiva” y cuyo fonema [-g-], que en ningún caso tendría el sonido equivalente a la [j] actual sino de [y] de Mayerit, bien

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pudiera ser el modo musulmán de representar esa [-d-] relajada en vías de desaparición. Estas formas con el tiempo desaparecieron ante la más ortodoxa latina Madrit, del documentado Matrit(um) y sus derivados, hasta la vulgar Madrid por sonorización de la [-t], tanto en posición intermedia como en posición final cuando por fonética sintáctica queda la [-t-] entre vocales. Desde los primeros siglos de nuestra Era es muy frecuente ver en los escritos “inquid” por inquit o “reliquid” por reliquit” (Díaz y Díaz, 21). El actual Valladolid antes lo hemos visto escrito con [-it] en más de un documento. Valga como ejemplo uno de fecha 2 de septiembre del año 1351 que consta en el Archivo Histórico Nacional: “Dada en las cortes de Valladolit dos días de Setienbre…”. La forma Madrit, se prodiga en documentos que podríamos llamar “oficiales”, tal es el caso de una sentencia del año 1208 firmada por el rey Alfonso VIII. Sin embargo se le puede atribuir mayor antigüedad, a juzgar por la de su derivada Madrid que aparece casi un siglo y medio antes en el Cronicon de Cardeña: “Era de 968 annos regno don Ranimiro e cerco a Madrid e prisola…”, que nos dice que en aquel tiempo reinando Ramiro II cercó y conquistó Madrid. Por otra parte D. Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247) en De rebus Hispaniae o Historia Gottica dice que la forma Madrid es la expresión vulgar: “et Madrid vulgus appelat”. Lo cual viene a apoyar el curso etimológico que le vengo asignando. Por su parte Sampiro antes del año 1041 habla de “civitatem quae dicitur Magerit”. Lo cual habla bien claro de la convivencia de formas que antes mencionaba. Resumiendo brevemente los dos párrafos anteriores podríamos decir que la evolución de este topónimo presenta dos facetas bien diferenciadas, las romanizadas (Maderit-Madrit- Madrid) y las arabizadas, representadas principalmente por Maerit-Mayrit-Magerit; y que cada una de estas formas depende de la pérdida de uno u otro fonema de los ya mencionados, la [e] o la [d]. He dicho anteriormente que Madrit procede de una forma no documentada pero razonablemente intuida Maderit a la cual he tomado como punto de partida. Y enseguida surgen las preguntas respecto a su origen: ¿qué es esta palabra?, ¿de dónde procede? A menos que sea una de esas casualidades de homofonía, inmediatamente salta a la vista la idea de algo relacionado con madera, voz ro-

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mance que procede de la latina materia la cual dio origen al verbo materiare cuyo participio pasivo es materiatu o materitu, ya que muchos participios latinos de la primera conjugación (en –atu) pasaron a la tercera (–itu) al romanizarse, (Orígenes, 72). También se podría argumentar la equivalencia del sufijo –atus con –itus (C.H. Grandgent, 58). Este sería el origen de ese materitu o maderit(um) con el significado de “construido (o abundante) en madera”. En Cicerón leemos “aedes male materiata” o “casa que tiene mala obra de carpintería” (Dicc. Raimundo de Miguel). Esta forma no evolucionada, materitu o matritu, sería la que origina el actual cultismo matritense, en contra del vulgar madrileño. Esta forma podría aludir a un paraje o locus rico en madera o materitus, como parece ser cierto, según abundantes datos historiográficos, además del significado de algunos derivados como los maderiles, plural de la voz maderil o lugar con abundancia de madera, semejante a perojil o tierra abundante en perojos, o a los moriles, o los toriles o, si se quiere, en singular campanil, etc., todos los cuales dan carta de naturaleza al sufijo abundancial [–il] (plural –iles). Amador de los Ríos en su Historia de la Villa y Corte de Madrid nos habla de la forma Madril “en un sepulcro que se conserva en la capilla de San Ildefonso de la Catedral de Palencia”. (pág. 107). Entre las muy diversas formas latinas medievales de nombrar a la Ciudad y que avala esta hipótesis figura Madericum. (Vera Tassis en Historia de la Almudena). Entre maderiles y madriles no hay más diferencia que la pérdida de la vocal [-e-] que estaba en posición fonéticamente débil (Regla 6ª del Apéndice). Algo muy parecido ocurre con la forma madroño que procede de maderoño, con el sufijo despectivo -oño para indicar una madera de baja calidad, como efectivamente es la del conocido y simbólico árbol, el madroño. Este sufijo es la forma romanceada y vulgarizada del latino -oneus, o también -onius, los cuales están firmamente asentados en el habla (Grandgent, 51). Lo vemos con cierta frecuencia en ambientes rústicos en palabras como cambroño, relativo al arbusto cambrón, propio de la sierra segoviana; como también pedroño o pedroñera (ambos derivados de piedra). Así Cortés y López habla de “abundancia de leñas en sus bosques”, refiriéndose a Madrid.

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Otro ejemplo muy ilustrativo lo tenemos en ese calzado que usan en algunas regiones del norte peninsular que está hecho de madera, por lo cual se llamaron madreñas, sin la menor duda procedente de madereñas por pérdida de la vocal átona [e], según la recién citada Regla 6ª del Apéndice. Hoy se les suele nombrar almadreñas, probablemente por la influencia del artículo árabe. En general se pueden distinguir en la evolución de este topónimo dos importantes fuentes etimológicas: las latinas y las musulmanas. Las primeras obedecen a la raíz mat- (posterior mad-) con muchas variantes que sería prolijo enumerar. Otro tanto sucede con las arabizadas que, aun siendo derivadas de las anteriores según mi teoría y que proceden de la raíz evolucionada mag- o may, pasan de veinte las variantes registradas, según se dijo antes. Siguiendo en nuestra línea de curiosidades lingüísticas, procede destacar una que surge cuando comparamos mi teoría con la de Oliver Asín ya que, aunque éste parte del agua (matrice o corriente de agua) como elemento originario, y yo de la madera, maderit; sin embargo el origen lingüístico es el mismo porque tanto matrice como maderit- proceden de una misma palabra latina: mater (madre) que da origen a ambas voces, pues es indiscutible que la primitiva latina materia, de la que yo hago derivar el topónimo, procede de mater. La relación entre mater y matrice es tan evidente que no requiere más explicaciones; igual entre mater y materia o madera. Sólo cabe añadir que ésta, la madera, fue la materia por antonomasia, pues lógicamente y junto con los materiales térreos es anterior a cualquier otra. Todo lo dicho anteriormente puede resumirse en los siguientes puntos: 1º. El topónimo Madrid tiene su origen remoto en la voz romance madera, debido a la abundancia de ésta en toda su comarca. 2º. Que la forma musulmana Magerit no sea de raíz musulmana sino un cruce fonético y atípico con la forma intermedia romance maderit. 3º. Que el adjetivo gentilicio matritense es un evidente e indiscutible derivado culto matritu y éste a su vez de materitu con pérdida de las vocales [e] y [u] por las reglas ya conocidas. 4º. Que los madriles es un derivado de los maderiles que circundaban

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la Ciudad, ya que en algunos documentos se ve la forma Madril la cual puede muy bien haber dado origen a los madriles. 5º. Que el simbólico árbol madroño, etimológicamente procede de maderoño en alusión a su madera de baja calidad. 6º. Que cualquiera de las palabras que aluden a este topónimo, pertenecen a este mismo campo semántico de madera. 7º. Que cuesta mucho admitir que la forma definitiva y actual madrid sea un derivado del musulmán magerit, ya que ese cambio de la [g ] por la [d] tiene difícil explicación. 8º. Que mi teoría, en lo puramente lingüístico, está muy cerca de la de Oliver, en cuanto que “su” matrice tiene origen en la latina mater (madre); y “mi” materia, igualmente latina, también se deriva de mater en el sentido de materia madre o primigenia, como en verdad fue la madera. 9º. Que el hecho de ver el topónimo casi siempre en neutro (matritum, maioritum, madericum) hace pensar que Madrid fue ante todo una fortaleza, oppidum. Pero antes de salir de Madrid, nos vamos a detener brevemente en su célebre muralla que da nombre a la Virgen patrona de la Ciudad 2. Almudena y su origen almohade o almuhade Bien merece que se le dedique un breve comentario a este nombre, porque creo que presenta cierta curiosidad lingüística que, igual que el anterior, tiene su leyenda particular que la hace derivada de la supuesta voz árabe almudaina. Hasta aquí nada nuevo, aunque conviene aclarar que el punto de arranque para mejor comprender la evolución lingüística está, según mi opinión, en el origen de la muralla que rodeaba a Madrid; no a la primitiva, que fue derruida, sino a la construida por los conquistadores musulmanes para hacer de Madrid una plaza fuerte. Según datos historiográficos, su estilo era claramente almohade y consistía principalmente en que los refuerzos o cubos eran cuadrados, a diferencia de los de la cristiandad que eran redondeados, además de la mayor altura y protección complementaria de dicha muralla. “Almohade” también se decía y se dice (y se escribe) “almuhade”, de la misma manera que Mohamed también era y es Muhamed. No olvide-

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mos que, según los historiadores, el fundador de la dinastía almohade fue un tal Muhamed-ibn-Tumart y a sus seguidores se les llamaba al-muwaiddûn (almohades en castellano) Todo apunta a que la de Madrid era una muralla de estilo almuhade. O sea una muralla almuhadaina; palabra esta que se forma al añadir a la anterior el sufijo romance –aina, muy frecuente en la formación de palabras romances y que posteriormente evoluciona a la forma definitiva -ena, según vemos en la Regla. 8ª del Apéndice, originando un hipotético pero razonable almuhadena, para finalmente llegar a la forma definitiva “almudena”. La forma intermedia o de transición almudaina se conserva en Mallorca para denominar al barrio musulmán, cuya muralla y edificios colindantes eran de fundación y estilo árabe, probablemente de la época almohade. Los historiadores nos hablan de la espléndida muralla que tenía la Medina Muyurga, anteriormente citada, o sea la ciudadela que hoy es la capital, Palma de Mallorca. 3. ¿Mallorca o Mayorca? Aunque la etimología de este topónimo está comúnmente aceptada como procedente de Mayórica, no estaba demás hacer alguna consideración acerca de la veracidad de su origen lingüístico que, según esa teoría, sería un compuesto del adjetivo latino major (o maior), seguido del sufijo –ica, en femenino. Este sufijo, sin embargo, no suele usarse con adjetivos. Por otra parte, “para que en romance un sufijo pueda vivir y producir nuevas palabras, necesita llevar el acento” (M. Pidal, Gramática histórica, 83.) Y es evidente que éste, colocado en una voz esdrújula como es el caso de Mayórica, es completamente átono. Sin datos documentales para ello, parece más ortodoxa la procedencia del sintagma latino “maior quam” (mayor que) en comparación con las islas vecinas, sobre todo con Menorca. Por cierto, acerca de ésta, nunca he visto escrito el topónimo “Menórica”, pues le correspondería con el mismo derecho. De la misma forma, esta última estaría compuesta del sintagma latino minor quam (menor que). Siguiendo con la evolución fonética y morfológica de maior-quam, creo que mi teoría se ajusta bien a las reglas. Podría surgir alguna duda

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en el paso de la partícula quam a la solución final [ca] (qa, con pérdida de la [u]), pero esta duda se desvanece al comprobar que la pérdida del sonido [u] detrás de [q] es perfectamente normal en el paso del latín al romance (Orígenes. & 2).Un ejemplo muy significativo nos lo ofrece la palabra latina numquam que evolucionó a la forma definitiva nunca; ejemplo este que nos sirve también para justificar la pérdida de la final [-m]. Gonzalo de Berceo en sus Milagros de Nuestra Señora dice “Omne que hi morasse nunqua perdrie el viso”. Por si ello no fuera suficiente, véase este párrafo: “Una palabra que tenía un[ qua] latino, es en español un préstamo innegable del latín pero también una palabra que ha perdido la u.” (R. Wrigth, 58). Y a continuación pone como ejemplo la palabra castellana casi, derivado del latín quasi. Resumiendo, podemos decir que el nombre de ambas islas es fruto de la comparación entre ellas dos, en cuanto al tamaño o extensión, que vendría a decir que la primera es mayor que (maior quam) la segunda, y que ésta a su vez es menor que (minor quam) la primera. Y que ambos sintagmas latinos, respectivamente, van a dar origen, después de los cambios correspondientes, a Maiorca (también escrito Majorca), y a Menorca. La forma Mayórica sería un caso de ultracorrección (Regla 16), consistente en suponer que en Maiorqa se habría perdido la vocal [i] de la intertónica entre la [r] y la [q] de una supuesta Maiór(i)ca. Véase en la ya citada Gramática Histórica Española de M. Pidal, “Grupos interiores romances”. Porque si verdaderamente la palabra originaria fue maiórica o majórica, lo normal sería que la [c] (con sonido de “k”) hubiera sonorizado tempranamente (Regla 3ª del Ap.), como le sucedió, por ejemplo, a Astúrica que evoluciono a Astorga. Aunque en honor a la verdad, alguna vez y con carácter excepcional y tardío, se ha visto la forma Mayorga (Rivera y Arribas, LVI). Otro error parecido se comete cuando se sustituye la [y] de Mayor por la [ll]. En un documento aragonés, Mandato del Rey Jaime I, fechado en el año 1235, aunque ya estaba consumada la ultracorrección de que se habló, todavía no aparece la [ll]: “Rex Aragonum et Regni Maioricarum”. Dos siglos después, en una Real Provisión de los Reyes Católicos ya leemos Mallorca, lo cual en cierto modo nos da idea de la antigüedad de la identificación del sonido [y] con [ll]; aunque no todos habían caído en ese error, según nos lo confirma la forma Mayorga citada anteriormente.

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Por otra parte, conviene recordar que el nombre romance Mayor (latín maior o major) es muy frecuente como voz toponímica. Isla Mayor se llama la que está en las marismas del Guadalquivir; o el lago Maggiore en el Norte de Italia. Pero aún no hemos respondido a la pregunta inicial ¿Mayorca o Mallorca? Tanto si es cierta mi teoría “mayor quam”, como si lo es la otra, “mayórica”, en ningún caso está justificada la presencia de [ll]. Pero el uso consagra. Y aunque la forma actual no sea etimológicamente correcta, es la definitiva. 4. Piedralabes, igual a Pedralbes En ambos casos el primer elemento –piedra en castellano; pedra en catalán–, no necesitan explicación alguna en cuanto a su procedencia de la palabra latina petra (piedra, roca) con la única diferencia de la no diptongación de la [e] por parte del catalán. El matiz diferenciador está en el segundo componente albes o labes. Ambas formas proceden del adjetivo latino albus en género femenino, y que por simple observación se ve que su aparente diferencia está en un fenómeno lingüístico muy abundante que se conoce con la denominación de metátesis y que consiste en el intercambio de fonemas dentro de una misma palabra. (Ver Regla 13ª del Apéndice). El compuesto vendría a ser “Piedras (o rocas) blancas”; tanto en un idioma como en el otro. Quien comete metátesis es el castellano, al decir labes por albes. En todas las hablas hispánicas son muy abundantes los nombres de lugar con el adjetivo albus en sus diversas variantes sobre todo de género y número: Torralba, Sotosalbos, Fontalba, Hontalvilla. Los que más se parecen a cualquiera de las dos formas que encabezan este apartado son Guijasalbas, un paraje en la provincia de Segovia muy cercano a Vegas de Matute, y Piedras Albas es el nombre de un bello palacio en la extremeña ciudad de Trujillo. También Sasas albas que, aunque no pertenece a un lugar concreto, lo traigo aquí por su interés lingüístico. Sasas, que también significa piedras o mejor aún rocas o peñas, procede del latín saxa (neutro plural de saxum (roca o peñasco) y tiene la particularidad de figurar en el documento español original más antiguo. Se conserva en la Catedral de

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León y está escrito en latín vulgar. Su significado es semejante a los que venimos comentando, quizá con la sutil diferencia entre saxa (peñas) y pedra (piedra). Con esta teoría me permito discrepar, en lo que a Piedralabes se refiere, de algún lingüista según el cual la forma labes resultaría de la evolución de la voz latina lapis (piedra), dándose el caso curioso, bastante frecuente a lo largo de la evolución lingúística, del olvido o pérdida del sentido etimológico por parte de los hablantes; en cuyo caso el nombre de Piedralabes tendría el significado de “Piedrapiedra”. Un estudio técnicamente impecable pero… ¡Cosas de la Lingüística! 5. ¿Quién vive? ¡Estepa! Este es un claro ejemplo de cómo el paso del tiempo desdibuja el origen de las palabras y a la vez de cómo los hablantes inventan etimologías, basadas muchas veces en semejanzas fonéticas o proximidades semánticas, configurando palabras cuya morfología y fonética no responde a la ortodoxia lingüística. Lo acabamos de ver en el caso de Mallorca y lo vamos a estudiar a continuación, como ejemplo arquetípico de cómo el pueblo va configurando el habla, impregnándolo de sus peculiaridades. Hasta hace unas pocas décadas era muy frecuente la expresión “¿quién vive?”. Se usaba principalmente para anunciarse al llegar a casa ajena, y por lo general acompañándola de unos golpes con el aldabón o llamador de la puerta. “¡Gente de paz! ”, solían responder los de dentro; sobre todo en Andalucía donde dicha costumbre aún persiste. En lingüística todas aquellas palabras que se hablan mucho y se escriben poco están condenadas al desgaste y mucho más cuando caen en comunidades lingüísticas tan singulares como la que vamos a comentar. Me llamó la atención el comentario de un andaluz de Gilena, pueblo de la provincia de Sevilla, sobre el hecho verdaderamente curioso de que en el entorno del pueblo sevillano de Estepa la respuesta a “¿quién vive?” ya no era “¡gente de paz! ”, sino “¡Estepa! ”; y me lo presentaba como ejemplo de la gracia lingüística de los sevillanos. Ignoro si el relato era original o si lo había tomado de alguna publicación, libro o re-

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vista, en cuyo caso pido perdón al autor por no citar su nombre, a la vez que le felicito por haber encontrado esta joya lingüística a la cual yo solamente voy a añadir mi comentario filológico. El proceso evolutivo de esta respuesta es de lo más curioso y está condicionado por la particular fonética del habla andaluza, uno de cuyos rasgos es el suavizar el áspero sonido castellano de la [g] cuando ésta tiene sonido de [j], quedándolo en una simple aspiración que en la conversación poco cuidada apenas se articula. De tal modo que “gente” se percibe como si se pronunciara “hente”, con [h] aspirada. Por otra parte ya se sabe que este particular habla andaluza suele perder de su pronunciación la casi totalidad de las consonantes finales, de tal suerte que “paz” es “pa”. También suele omitir el sonido de la [d] intervocálica, aún en casos de fonetica sintáctica como es el caso de la preposición [de] que se reduce a [e]. Por todo lo dicho, nuestra frase “gente de paz” queda fonéticamente así: “ente e pá”, y luego “entepa” (con desplazamiento del acento). Ahora entra en juego ese conocido fenómeno lingüístico al que ya conocemos como etimología popular (Regla 15ª del Apéndice). El pueblo no concibe el sentido de este último vocablo y piensa que se trata de un error debido a la ignorancia: “no se dice entepa sino Estepa”, que por lo menos tiene una cierta congruencia toponímica con el nombre de esta población tan cercana ¡y tan importante! 6. Segovia, secus Viam No se sabe demasiado sobre sus orígenes históricos ni tampoco acerca de los de su nombre. Ciñéndonos a estos últimos que son los que interesan a este libro, son bastantes los indicios que invitan a pensar que el nombre Segovia está compuesto de la preposición latina de acusativo secus (que significa a lo largo de) y la palabra también latina viam (vía, camino); de forma que el compuesto “secus-viam” haría referencia a una población construida “a lo largo de la vía”, probablemente en alusión a su célebre calzada romana, más que referirse a la otra vía, la del acueducto o víaducto. Antes de entrar en los cambios morfológicos que hayan podido generar este compuesto, parece aconsejable recapitular algunos datos extraidos de los documentos antiguos porque pienso que algo ayudarán.

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En un documento fechado el 28 de junio del año 860, se refleja la donación del Rey Ordoño I al Obispo de León, de la iglesia de Santa Eulalia, cerca del río Lena, en el cual se lee la frase en latín “id est secus flubio lena eclesiam.” En él se hace referencia a la iglesia citada, con todas sus dependencias, que está “a lo largo” (secus) o en el curso del río Lena. Este documento se conserva en el archivo de la Catedral de León con el nº 798. Una mención parecida se encuentra en el Liber Historiae Francorum escrito en el año 727 en París. En el texto dice que “Chlotarius rex secus fluvium Sequana Malitonensem castrum ingressus, postea Parisius penetravit”, cuya traducción viene a decir que “el rey Clotario, avanzando hacia el campamento Malinotense (que está) a lo largo del río Sequana, posteriormente penetró en París”. El paso intermedio “Secovia” lo encontramos en un escrito del siglo XIII, la Historia de Ximénez de Rada, en un poema escrito en versos hexámetros donde se celebra la conquista de Toledo; el mismo donde vimos escrita la palabra “Magerit” (Roger Wright, 320). Esta misma forma también la vemos en la Crónica de Alfonso VII, siglo XII, en donde se lee que “domna Berengaria et Munio Adefonsi et sui socii miserunt nuntios imperatori, qui erat in Secobia”. El “secus fluvium” de los ejemplos precedentes es equivalente al supuesto “secus viam”. Y, aunque esta última forma no la haya podido encontrar en los textos antiguos, es elemental el paso por la etapa “secovia”, antes de la sonorización de la [c]. El paso a la forma definitiva y actual Segovia se debe precisamente a la citada sonorización y a la identificación de [u] y [o] (Reglas 3ª y 21ª del Apéndice). No creo en Segóbriga como antecedente del nombre Segovia, porque los defensores de esta hipótesis tendrían que explicar los cambios fonéticos sufridos hasta llegar a esta última y definitiva forma. 7. Bembibre, ¿bien vivir o buen beber? Este curioso topónimo aparece en casi todas las regiones de España, seguramente porque hay muchos lugares que ofrecen las condiciones o requisitos para poder darles este nombre. Procede de dos palabras latinas bene (bien) y vivere (vivir). Y así,

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con la grafía Benevivere, lo vemos en un documento fechado en 14 de mayo del año 1177, conteniendo un intercambio de terrenos entre el Abad de Benevivere y otros. (Floriano, 29). También Benuiuere, Benbiber, degenerando esta última en el actual topónimo Belbimbre (Orígenes, 72). Las transformaciones morfológicas hasta llegar a las formas actuales Bembibre y Belbimbre son muy fáciles de ver. Si acaso, destacar la pérdida de las dos [e] átonas interconsonánticas de la “primitiva” ben(e)viv(e)re. En cuanto a la forma Belbimbre, diremos que es un caso de ultracorrección (Regla 16 del Ap.) en que a los hablantes parece más lógica la forma Bel, apócope de bella, que la anterior bem, que no significa nada. Si hemos de hacer caso de la grafía primitiva Benevivere, su significado es bien vivir; sintagma que, aplicado a un determinado territorio o comarca, la califica de tierra de bien vivir. El hecho de verlo escrito con la grafía actual ([b] en lugar de [v]) es debido a una antigua identificación fonética de ambos sonidos y posterior grafía. Ya San Isidoro de Sevilla, que vivió entre los siglos VI y VII, en sus Differentie advierte sobre esta confusión: “Inter vivit et bibit. Vivit de vita, bibit de potione”. Cuya traducción viene a decir que la diferencia entre ambos verbos consiste en que, mientras que vivit viene de vida, bibit se refiere a la bebida (potione). Hace bien el gramático con esta advertencia, pues de lo contrario habría que pensar que la forma actual y definitiva Bembibre, en vez de “tierra de bien vivir” podría interpretarse como “de bien beber”. 8. Orense, tierra de oro Procede de auriense que significa “de oro”, y se puede afirmar con bastante probabilidad que este adjetivo calificaba a algún nombre como podía ser terra, regio u otra palabra latina parecida: terra auriense. El citado adjetivo está compuesto por el sustantivo latino aurum (oro) y el sufijo adjetival también latino y gentilicio -ensis el cual por diptongación de la tónica [e] (Regla 5ª) junto con el paso de la terminación –[is] a [-e], según es norma general, viene a ser auriense. Posteriormente la monoptongación de [au] en [o] (Regla 8ª) y la identificación de las vecinas [e] e [i] (Regla 21), dan como resultado la forma actual y definitiva Orense. La forma antigua la vemos en la Crónica Albeldense, año 881, en la

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que se nombra a “Sebastianus sedis Auriensem”. O sea, Sebastián de la sede (episcopal) de Orense. Parecida etimología tiene el topónimo Hontoria que procede del compuesto Fuenteauria o Fuente de Oro. (Orígenes, 38). Con la diferencia de que en el caso de Orense no se conserva el sustantivo al que auriense va calificando. Lo anteriormente dicho viene confirmado por el hecho de haber sido Orense una tierra favorecida con la existencia de oro, al menos en las aguas del río Sil. Por otra parte su escudo, entre otros signos heráldicos, presenta un puente de cinco arcos de oro en cuya diestra incluye un castillo del mismo metal, y a su siniestra igualmente de oro, un león rampante que sostiene una espada que, al igual que la corona real que remata el escudo, es también del mismo precioso metal. 9. Lisboa, suave y buena Está compuesto este topónimo de dos adjetivos. El primero de ellos es el conocido lisa en femenino que es común a casi toda la romania lo cual hace pensar en un antecedente latino. Lo que parece claro es que al menos este adjetivo toponímico está sustantivado, como sucede con el adjetivo plano, cuyo femenino plana también produjo algún topónimo como Castellón de la Plana. Una plana es como una lisa; o sea, una superficie suave, llana. Pero en el caso de la capital portuguesa ya no sólo es suave o llana sino además buena. En Alonso de Ercilla leemos Lisbona. En cuanto al segundo elemento boa, está claro que también el portugués, con mucha más contundencia que el castellano, pierde la sonora intervocalica [n] del adjetivo latino bona (buena), según la Regla 2 del Apéndice. Y digo que con más contundencia que el castellano porque éste, a pesar de la regla, ha conservado intacto dicho fonema en el adjetivo buena. 10. El polémico Santander Es opinión bastante generalizada que este topónimo debe su nombre a un santo llamado Emeterio, bajo cuya advocación se erigió un monasterio, alrededor del cual surgió el núcleo de población que hoy cons-

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tituye la ciudad, que según esta teoría tendría el nombre de este santo que sufrió martirio junto con su hermano Celedonio a mediados del siglo III en Calahorra. Los pasos evolutivos que experimentaría el nombre del Santo serían cronológicamente: Emederio (regla 3 del apéndice) Emderio ( “ 6 “ “ ) Emdeiro ( “ 13 “ “ ) Emder(o) ( “ 8 “ “ ) Si le anteponemos el adjetivo apocopado Sant, tendríamos Santemder; y finalmente el actual Santander. A pesar de la corrección y del respeto a las reglas, tiene esta teoría en su contra la falta de documentación. No se le ve en documentos en ninguno de esos pasos intermedios. Sin embargo, sí figura con otras denominaciones que se apartan notablemente de esta supuesta etimología. En un documento de “mil é tresientos noventa siete annos” le vemos bajo la forma “Santo Ander” (ver Muñoz y Rivero, doc. LXXI), lo cual nos llevaría a pensar en otro origen lingüístico que bien podría ser San Antero, que coincide con el nombre antiguo de una parte del territorio cántabro que se llamó San Anterio (ver Diccionario Espasa). Dos veces cita este documento Santo Ander, aunque en su parte final escriba Santoander y luego Santander. Algo nos dice en este mismo sentido la forma Sanctander en un documento de principios del siglo XV (Rivera y Arribas, 53). San Antero es célebre por su brevísimo papado, que duró solamente treinta y tres días, del 21 de noviembre del año 235 hasta el 3 de enero del año siguiente. Otra teoría apunta a Sant André(s) como posible antecedente del nombre de la ciudad santanderina. Como se ve, todo un ejemplo de confusión lingüística pero cargado de curiosidad e interés.

II

Curiosidades sobre nombres de persona INTRODUCCIÓN Para seguir el curso evolutivo de la lingüística onomástica es imprescindible la consulta de documentos antiguos en los que figuren la mayor cantidad de nombres de personas. Los que más de estos nos ofrecen son las inscripciones, tanto funerarias como las escritas en las paredes de las cuales son una buena muestra las halladas en las ciudades de Pompeya y Herculano entre otras, escritas generalmente en latín vulgar. Otra fuente muy importante de voces onomásticas la constituyen los documentos notariales sobre testamentos, donaciones, compra-ventas, privilegios reales, etc. Ello es así porque además de los nombres de los donantes y de los donados, compradores, vendedores, etc., hay en ellos una buena lista de firmantes; bien como testigos o también como albaceas, cancilleres, escribanos, etc. Son cerca de tres mil los nombres de personas que figuran en este tipo de documentos seleccionados para este trabajo, a los cuales hay que añadir los contenidos en inscripciones y otros escritos que he tenido necesidad de consultar para tener unas muestras que, sin prurito estadístico riguroso, al menos permitieran hacerse una idea aproximada de la implantación de algunos de estos antropónimos que presento como ejemplo de curiosidad lingüística. En cuanto a los documentos notariales, y a efectos de cuantificar o considerar la implantación de los diversos nombres seleccionados, he considerado solamente los comprendidos entre los pertenecientes al siglo IX, que por cierto son muy escasos, y los del XVI en que ya se pueden considerar consumados los principales cambios en la evolución de los fenómenos lingüísticos más interesantes. Aparte de los documentos citados, también son de consideración los relatos históricos en sus diferentes versiones, así como tratados de li33

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teratura y otros documentos afines, sin olvidar martirologios, santorales y hagiografías en general. De la obligada lectura de ellos se ve que la onomástica hispánica hasta finales de la Edad Media se nutre principalmente de las fuentes que a continuación se citan: I. Nombres romanos. Heredados de la larga estancia de éstos en la Península, dejando para la posteridad nombres de varón y de mujer, muchos de los cuales han llegado hasta nuestros días, no solo en las citadas inscripciones sino también y principalmente en libros y documentos. De su atenta lectura se deduce que los supervivientes son principalmente los correspondientes a personajes célebres en lo político y que además tuvieron mayor influencia favorable en el cristianismo (César, Augusto, Aurelio, Julio, Octavio, Constantino; nunca Calígula, Nerón, Caracalla, etc.). El mundo romano también habilitó como nombres de persona algunos adjetivos e incluso sustantivos, como Victoria, Fortunio, Aurea, Felicissimus, Dulcidius, etc. De estos se salvaron los que tenían un significado más noble. Se puede decir que tienen amplia vigencia hasta la invasión de los llamados bárbaros que, como era de esperar, impusieron su onomástica particular; a pesar de lo cual muchos de aquellos permanecieron en perfecta convivencia con los de los conquistadores germánicos. II. Constructos griegos y latinos. Combinaciones de palabras que significan o aluden a virtudes y valores humanos o divinos. Teodoro, Timoteo, Eufrasio, Facundo, Eugenio, Atanasio, etc. Estos resistieron todos los avatares históricos sin apenas merma hasta nuestros días, porque el cristianismo los acogió con cierta simpatía y los fomentó por esa citada alusión a ciertos valores propugnados por el Cristianismo. III. Nombres de origen germánico. Su implantación fue tan rápida y tan extensa como su conquista de la Península. Puede decirse que durante la Alta Edad Media fueron los más abundantes tanto en varones como en mujeres. Además de la lista de los Reyes Godos que aprendíamos en la es-

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cuela, otros como Brunilda, Froila, Arufinilda, Wifredo, Guttier, Egila, etc., son buena muestra de ellos. Por cierto, no todos los nombres de los reyes godos son de lengua germánica, también los hay latinos, como veremos luego. La trayectoria en general de estos antropónimos visigóticos se caracteriza por una gran presencia en los documentos de los siglos IX y X, seguidos de una fuerte bajada ante los del Cristianismo, hasta su casi desaparición a lo largo de los siglos XI y XII. Esta trayectoria puede ser un criterio válido para la confirmación o el rechazo de ciertas hipótesis sobre la procedencia visigótica de ciertos antropónimos, como se verá más adelante. Una característica muy notable de estos antropónimos y de las palabras góticas en general es su buen estado de conservación, lo cual indica que, cuando el vocabulario visigótico quiso implantarse en España, ya se habían consumado algunas de esas transformaciones fonéticas y gráficas que habían afectado al vocabulario latino. IV. Los procedentes del cristianismo. Estos constituyen sin duda el grupo más interesante porque, si bien tolera una buena parte de los anteriores, tiene como suyos los de personajes de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y muy especialmente los abstractos que representan conceptos religiosos, como las virtudes (fe, esperanza…) o bien otras como gloria, gracia, etc. En este apartado se deben incluir los constructos latino-cristianos que se encuentran en inscripciones y documentos de la época. Entre ellos son de destacar como más curiosos y representativos Quodvuldeus y Quodbuldeus en una inscripción de Roma en el año 396; cuya grafía nos habla de lo tempranamente que [b] y [v] se confundieron. Estos dos nombres de persona, significan “lo que Dios quiere”. Semejantes al anterior son Esperaindeo, o el hombre que espera en Dios y que también nos demuestra la antigüedad de ese fenómeno de las lenguas hispánicas en general que consiste en el rechazo de la [s] liquida de Speraindeo. Parecidos a lo citados son: Deogratias que, igual que el actual significa Gracias a Dios; Bonomen (Buen nombre) Deusaiuda (Ayuda de Dios), etc.

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Gutestdeus y su variante Gudesteus, que tiene la curiosidad de estar mezclado el latín con el adjetivo visigótico gut (bueno), con el significado Dios es bueno. Los primeros en aparecer y los más abundantes son los bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, especial y primeramente de los apóstoles. Otro importante caudal lo constituyen los de personajes modélicos, principalmente los mártires, cuya conducta se encargaron de propagar las diferentes iglesias para su imitación por los demás. Los monasterios fueron centros irradiadores de nombres de santos a cuya advocación estaban dedicados, pero también a ciertos monjes que habían destacado por su excelencia y cuya fama había traspasado los muros de los cenobios, aunque verdaderamente estos últimos nombres fueron de aparición más tardía. Para tener una idea de la evolución de los nombres del cristianismo, a continuación presento un cuadro representativo de su presencia en los documentos, comprendidos entre los siglos IX al XII y en el cual figuran solamente los que representan personajes bíblicos o santos “oficiales”. Digo “solamente” porque en él no se da entrada a aquellos que significan conceptos religiosos, como por ejemplo Esperanza, Gloria, Gracia (este ultimo, como veremos a continuación, dará origen al célebre García); y que de haberlos admitido, hubieran aumentado notablemente el número de los “cristianónimos”. SIGLO

MUESTRA

NOMBRES CRISTIANOS

PORCENTAJE

IX X XI XII

89 personas 153 personas 254 personas 744 personas

9 16 32 240

(10%) (10,5 %) (12,6 %) (32,3 %)

Este espectacular aumento experimentado en siglo XII bien pudiera obedecer a una mayor consolidación de la reconquista de la península por la cristiandad, a la vez que la Iglesia se abre a las nuevas corrientes cristianas europeas. En verdad podemos decir que este siglo supone la consolidación de la onomástica cristiana. V. Los “populares”. Con esta denominación me refiero a los que

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obedecen a diversas circunstancias de lugar de procedencia, oficio, mote, familia, raza o condición, a los que el lenguaje del pueblo aplicó su peculiar vocabulario, generalmente latino romance: Rodrigo, Alfonso, Mauricio, Gonzalo, etc. En este apartado también se pueden incluir aquellos considerados como producto de la imitación de personajes históricos famosos, como veremos en Rodrigo, Pelayo y otros parecidos, especialmente los de reyes. Este es el grupo más interesante y a la vez más difícil y más curioso en lo que a su origen lingüístico se refiere, y al que dedicaremos gran atención. VI. Los musulmanes. La onomástica de los musulmanes, pese a la larga estancia de éstos en la Península, apenas ha dejado restos porque el cristianismo no adoptó los nombres propios de unos invasores que en más de una ocasión persiguieron con extrema dureza a los cristianos. Algo parecido sucedió con los judíos cuya onomástica no llegó a cuajar. No obstante en la España cristiana, a lo largo del siglo XII vemos algunos, aunque más bien como apellido o sobrenombre: Jusef Abolcam Jacob Abenvita Abenchacet Abdela Una vez hecha esta brevísima introducción, procede ya pasar al caso particular de cada uno de los nombres que he seleccionado como los más curiosos, polémicos y de origen poco o nada conocido. Para su estudio he tenido que reunir un buen número de los ya citados documentos antiguos, comprendidos entre los siglos IX al XVI, los cuales me han facilitado una muestra de cerca de tres mil nombres de varón; pues los de mujeres tienen otro tratamiento distinto. Aunque este número parece una muestra estimable, al estar divididos entre los ocho siglos que vamos a estudiar, resulta para cada siglo una muestra pequeña, por lo cual sus resultados deben ser considerados con ciertas reservas, ya que su valor estadístico se reduce bastante, sobre todo en el siglo IX en que la escasez de documentos es muy notable, como se verá en las gráficas correspondientes.

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Por otra parte, conviene advertir que los apellidos de los figurantes no corren parejos con los nombres en cuanto a su número, ya que son muchas las personas que omiten su apellido, sustituyéndolo por el cargo, especialmente si se trata de clérigos: “Didacus episcopus”; “Dulcidius abbas”; o seglares como “Cide testis”; “ Didacus maiorinus”; “Rudericus, notarius regis”, etc. Otra circunstancia que enrarece bastante el cómputo de nombres es la sospechosa repetición en los documentos de algunos de los firmantes, en razón de cuyo cargo se supone hayan figurado en varios documentos más, cosa muy difícil de probar por el hecho citado de ocultar su apellido, quedando solo el nombre y el cargo. O sea que un Johannes testis que figure en varios documentos, resultaría muy difícil discernir si corresponde a una misma persona que se repite, o que se trate de varias que tengan el mismo nombre o cargo. Por todas estas circunstancias y algunas más que iremos viendo, es aconsejable tomar los datos estadísticos como una mera orientación que pueda servir para la mejor comprensión de la evolución de aquellos nombres y apellidos cuyo origen presento como fruto de mis investigaciones y como apoyo de las mismas. La muestra anteriormente citada está configurada con la suma de los que, en más o menos, constan en los documentos paleográficos recopilados y transcritos por los autores que se citan en la Bibliografía. 1. García y su gracioso origen Nombre primero y apellido después, García ha sido durante varios siglos uno de los más abundantes pero también uno de los más desconocidos y discutidos en cuanto a su origen y probablemente el que, según algunos filólogos, puede considerarse el de mayor antigüedad de todos los que constituyen el elenco de los nombres-apellidos españoles. Es muy natural que ante un fenómeno lingüístico de tanta importancia, el filólogo sienta un especial interés en su estudio, tal y como ha venido sucediendo durante los últimos tiempos. 1.1. Estado de la cuestión. Por el peso específico que tienen en la investigación filológica, voy a citar los tres lingüistas cuyas opiniones merecen mayor crédito en este asunto y que coinciden en atribuir a García origen prerromano.

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En primer lugar cabe citar la del filólogo suizo Wilhelm MeyerLübke (1861-1936), quien atribuye a García origen vascuence, basándose en la semejanza fonética de este nombre con un compuesto un tanto rebuscado que en este idioma tiene el significado de oso. Ramón Menéndez Pidal en Orígenes del Español (Párrafo 94) dice que “uno de los hijos de esta reina (Jimena) se llamó García, nombre vasco que debe haber entrado en el Occidente por influencia navarra”. De la misma opinión es Rafael Lapesa (ver Historia de la Lengua Española, 51). Hasta el momento presente estas opiniones, más las de otros filólogos que no cito, han tenido la suficiente fuerza como para que este asunto quede “oficialmente” resuelto en este sentido. No obstante y con los debidos respetos ante tales autoridades, me permito discrepar de ellos. 1.2. Refutación. Así como la toponimia de los pueblos célticos e ibéricos es relativamente abundante, la antroponimia es casi inexistente. Sabemos de ciudades, tribus, obras de arte y artesanía, utensilios y demás manifestaciones culturales, pero nada o muy poco de su lengua y mucho menos de sus personajes. –A lo largo de la historia de la onomástica, como veremos en los que yo llamo “zooantropónimos”, son contadísimos los nombres de varones identificados con los de animales (me refiero al significado de oso, que Meyer-Lübke le atribuye). Otra cosa son los apellidos. Pero no olvidemos que García fue primeramente nombre. –Sería el primero y único antropónimo antiguo no cristiano con una implantación creciente y tan importante que, como luego veremos, llegó a alcanzar más del 7% en el siglo XI. –El Cristianismo antes o después lo hubiera rechazado, como hizo con los que no eran “suyos”. –Para ser tan antiguo como aseguran, adolece de falta de presencia en los documentos de la Edad Antigua y buena parte de la Alta Edad Media. –También está ausente en las numerosas inscripciones funerarias con las formas más arcaicas en que se presenta (Garsea, Garsias, Gartia, etc.). Todos estos argumentos, y después de haber visto miles de antropónimos antiguos, me animaron a formular mi propia hipótesis acerca

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del origen lingüístico de este problemático nombre de persona, llegando a la siguiente conclusión. 1.3. García viene de la voz latina “Gratia”. Los apoyos para esta mi hipótesis están en: Los documentos históricos. Los documentos notariales. Las “leyes de evolución” o procesos del cambio lingüístico. La semántica. La congruencia histórico-lingüística. 1.4. Los documentos históricos. Los documentos del siglo IV ya nos hablan de emperadores romanos llamados Gratianus, nombre compuesto de Gratia y el sufijo –anus. Este antropónimo ni era exclusivo de un solo emperador (hubo hasta Gratiano V) ni tampoco de su época, pues lo vemos luego en el siglo VI en un Papiro de Ravena (Díaz y Díaz, 102). Y así sigue hasta nuestros días con el actual evolucionado Graciano. Más claro lo vemos como nombre de mujer, Gracia, al que vemos ya en el siglo IV con la forma Engracia, santa hispana que figura entre los llamados “innumerables mártires de Zaragoza”. En los varones siguió con la forma Gracián, no solo en Hispania pues, aunque más tarde lo vemos aplicado a un cronista italiano del siglo XI, demuestra que, como todas las acuñaciones del cristianismo, carecen de exclusividad territorial. Posibles antecedentes de estas formas sean los antropónimos Gratus y Gratius, vistos en documentos de los siglos primeros del Cristianismo (Díaz y Díaz, ob. cit.). Los documentos históricos, a partir del siglo IX, dan una serie de reyes con este nombre, ya con las formas evolucionadas Garsias, Garsea, Garceiz, Garcés: García I el Malo, Señor de Aragón, mediados del siglo IX, de procedencia vasca. García I Iñiguez de Navarra, hijo de Iñigo Arista, de este mismo siglo. García I, rey de León (principios del siglo X), hijo de Alfonso III. García I Fernández de Castilla, llamado “el de las manos blancas” (últimos del siglo X), hijo y sucesor del Conde Fernán González.

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García (I) de Galicia (siglo XI), tercer hijo de Fernando I de Castilla. De esta relación de reyes de las diversas nacionalidades de la Reconquista se obtiene una conclusión muy importante: todos tienen en común el ser “los primeros” que llevan este nombre. Es como si García fuese un nombre nuevo porque, si en el siglo IX hubiera existido un García cuarto o quinto, ello nos llevaría en cierto modo a atribuir a este nombre, o mejor dicho a esta forma, mayor antigüedad. Esto coincide también con el vacío o ausencia de este nombre en los documentos históricos, según vengo advirtiendo. Los García siguen hasta el quinto (García V, llamado “el Restaurador”) en Navarra, a diferencia de lo que sucede en el resto de los reinos cristianos peninsulares que no pasan de García II, lo cual viene en cierto modo a coincidir con el cuadro diacrónico que veremos a continuación. 1.5. Las llamadas “leyes de evolución” o procesos de cambio (ver Apéndice I). No es García una palabra que presente grandes transformaciones en su evolución. Seguramente se vio afectada tempranamente por la ya conocida metátesis, dando la forma de transición Gartia, la cual quedaría como hipotética si no hubiera sido vista en documentos, como luego comprobaremos. Posteriormente sufriría la palatalización del grupo -ti- de la sílaba intermedia que nos daría la actual forma garcia (gárcia). Una circunstancia que podría ir en contra de mi hipótesis sería el desplazamiento de la sílaba tónica de “gártia” a “garcía. Pero este desplazamiento es sólo aparente, ya que la ubicación de la sílaba tónica, tanto del actual García como de las formas arcaicas supuestamente acentuadas como “Garséa”, “Garsías”, etc., no sería debida a ninguna razón etimológica porque, si verdaderamente es de origen prerromano, es imposible saber dónde tenía la sílaba tónica este antropónimo. Por consiguiente las formas medievales igual pueden ser “Gársea” que Garséa. Ya que, como es lógico, en los documentos paleográficos en que aparecen las diferentes formas, y aún mucho después, no había hecho su aparición nuestra actual tilde como signo ortográfico. Por eso he dicho que ese desplazamiento de la sílaba tónica es sólo aparente. Lo que significa que el ac-

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tual apellido igual pudo haber sido Garcia como García. Más probablemente el primero que el segundo. En estos casos suele ayudar mucho la versificación pero a este nombre no se le ha visto en poema medieval alguno para poder discriminar sobre su acentuación. Por otra parte las palabras en –ia que con el paso del tiempo habían perdido su significado original, al entrar en léxico común, se les consideró como de procedencia griega (Grandgent, 110) y se les dio la pronunciación en –ia que por cierto siempre han presentado algún problema de acentuación, incluso en la actualidad. Así aún se duda entre afasia y afasía acrobacia y acrobacía hemiplejia y hemiplejía hipocondria e hipocondría. En cuanto a este cambio en la acentuación podemos afirmar que no es García el único caso, pues un buen ejemplo de ello lo vemos en el nombre femenino Lucia y Lucía, ambas formas procedentes del adjetivo latino en forma femenina “lúcida”. 1.6. Los documentos notariales. Antes del Cristianismo, más aún antes del siglo IX, ni a García ni a cualquiera otra de sus variantes más arcaicas se les ve en inscripciones ni funerarias ni murales y mucho menos figurar en documentos históricos. El más antiguo que he encontrado, aunque está fechado en el 904, lógicamente el Garsea que en él figura es de finales del siglo IX. Está referido a una donación hecha por el rey Alfonso III al monasterio de Sahagún en el que el Garsea figura como testigo (Floriano, doc. nº 2). Ya se dijo anteriormente que a la latina gratia se le supone, por metátesis, la forma gartia como el eslabón perdido y necesario para confirmar mi hipótesis. Por suerte así la vemos en el siguiente texto de un documento de venta fechado el 15 de diciembre del año 1028: “…monasterii qui fuit de gartia enequiz” (Floriano, 13), texto escrito en el bajo latín de este tipo de documentos medievales cuya traducción nos habla de que el objeto de la donación era un “monasterio que fue de Gartia (García) Iñiguez”. Aparte de estas muestras, que algo dicen sobre el campo onomásti-

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co de gratia, a medida que el cristianismo se consolida, empiezan a verse en los escritos nombres de persona como el ya mencionado Deogracias, a la vez que otras expresiones del tipo gratia Dei o Dei gratias, como por ejemplo: “ego adefonsus dei gratia hispaniae imperator”, tan abundantes en todo tipo de documentos. Para la mejor comprensión de la evolución de García desde su aparición en documentos notariales, presento un cómputo, relativo a la frecuencia de aparición en dichos documentos bajo sus diferentes formas, como nombre de persona y también como apellido, (ver Capítulo III) pues este antropónimo presenta la peculiaridad de compartir casi por igual ambas funciones. GARCÍA DIACRÓNICO SIGLO IX X XI XII XIII XIV XV XVI

Nº DE NOMBRES DE VARÓN 72 147 342 804 561 292 291 196

Nº DE “GARCIAS” (SÓLO NOMBRES) 2 6 27 12 18 8 2 4

% DE GARCÍA (NOMBRE) 2.80 4.08 7.80 1.50 3.20 2.70 0.68 2.04

Del estudio de este cuadro se pueden extraer algunas conclusiones de interés acerca de la evolución y peripecias de este nombre. Como la mayoría de los de origen cristiano, va creciendo con el paso del tiempo desde su aparición en los primeros documentos. Al contrario de los de origen no-cristiano que por lo general van perdiendo presencia, hasta quedarse reducidos a meros vestigios testimoniales, como veremos más detalladamente al hablar de la antroponimia visigótica. A todo lo dicho conviene añadir que, si bien parece ser cierto que gratia se vulgarizó en garcía –nombre primero y apellido después–, no lo es menos que la forma semiculta, gracia, ha sobrevivido hasta nuestros días en toda su pureza, usándose como nombre de mujer pero también como apellido. El nombre femenino de persona Gracia sigue hoy en plena vigencia. Algo nos dice también el apellido Gracián, que resulta de

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añadir al nombre Gracia el sufijo –anus. Como antecedente, véase un documento del año 981 en que aparece Sanccio Garseanis. (Millares, L). Y como intermedio para no romper la secuencia de su uso, recordemos a nuestro Baltasar Gracián (1601-1658). 1.7. La semántica. El hecho de caer en desuso como nombre, cosa que ya se inicia en el siglo XII podría deberse a que, una vez vaciado de significado al pasar de “grácia” a “gárcia”, esta última forma habría perdido su prístino sentido de un don divino y por lo tanto el cristianismo lo abandonó como antropónimo. Otra de las causas de su abandono como nombre de varón pudo ser la costumbre de poner a cada recién nacido el del santo del día o al menos el de cualquier otro personaje tanto bíblico como patrístico. Y García no obedecía a ninguno de ellos, ya que en las fuentes citadas al principio (santorales, hagiografías, etc.), no he visto santo alguno con tal nombre hasta bien entrado el siglo XI en el que aparece un San García, concretamente en el año 1050. Pero tal vez lo más curioso de la evolución de este nombre sea el paralelismo entre evolución hagiográfica y la semántica. En cuanto a la primera, la Iglesia lo desecha por extraño, no lo reconoce ni le ve antecedentes porque se han perdido en el tiempo; en cuanto a la segunda, la semántica, perdidas ya sus señas de identidad etimológica, lo encasilla en esa especie de cementerio griego de palabras en –ia. Lo mismo da que sea una palabra de procedencia ibérica que latina. Es muy coincidente el notable descenso de Garcías (nombre) con el espectacular aumento de nombres cristianos en este mismo siglo, según veíamos en el cuadro referente la evolución de los antropónimos del Cristianismo. 1.8. Conclusión. Es un hecho constatado y documentado, según hemos visto, que Gratia (posterior Gracia) y sus derivados existieron como antropónimos desde los primeros siglos del cristianismo, bajo las formas Gratia, femenina, y Gratianus, masculina, con sus formas romances posteriores Gracia y Graciano, éste antecedente de la forma de transición Garseano. El paso de las formas latinas a las romances parece que se consolidó a lo largo de los siglos VIII y IX. El hecho de que exista un núcleo geográfico, concretamente Nava-

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rra, en donde primero se documentaron estas formas es lo que probablemente ha llevado a los filólogos a atribuir a este antropónimo origen vasco-navarro. Si se me permite un pequeño margen de elucubración, yo sugiero la posibilidad de que la latina gratia pasara al vascuence y éste la asimilara a su peculiar fonética, dando las formas ya citadas. En este supuesto, las dos teorías, la de los grandes maestros y la que modestamente represento, serían compatibles. 2. ¿Bernardo y Fernando son hermanos? En el apartado anterior vimos que el cristianismo creó muchos nombres de persona construidos (constructos) con los participios, entre ellos el de presente, que podría ser el rutilante que veremos más adelante al hablar de Roldán, y también el de futuro pasivo, que sería el caso del los antropónimos Venerando, Servando, Amando, etc. Sin embargo estas formas en -ndo no siempre se conservaron tan puras como las que acabamos de ver. Aunque el grupo latino -[nd-] del gerundio o del participio de futuro pasivo es estable, no es extraño que sufra alteraciones tanto en su fonética como en su grafía. Un ejemplo de esto podría ser venerando (“el que merece ser venerado” o simplemente venerable, como San Veda) y cuyo primer paso hacia su forma romance sería Venrando por pérdida de la vocal átona interconsonántica (Regla 6). Posteriormente sufre metátesis (Regla 13), quedando la forma supuesta Vernando. La forma original Venerando que nos ha servido de punto de partida, tiene un antigua implantación. Veneranda fue una santa francesa del siglo II que sufrió martirio en Roma por orden del Prefecto Asclepiadeo. Otra santa del mismo nombre que celebra la Iglesia en Otranto, era la sirvienta de Santa Nerina (ambas referencias, tomadas del Diccionario Espasa). Venerando se llamaba también uno de los generales del rey franco Dagoberto que dirigió sus tropas a Zaragoza en ayuda del rey godo Sisenando. La forma definitiva Bernardo, se explicaría por la forma de solucionar el grupo [nd] por [rd] o [ld] (Bernaldo) muy frecuente. Y finalmente el cambio o equivalencia de [b] por [v], fenómeno muy antiguo no ya en romance sino en la lengua madre, el latín.

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Una vez expuesto el más que probable origen de Bernardo, uno no puede sustraerse a la curiosidad que provoca la coincidencia exacta de la fase Vernando con Fernando. Y digo exacta porque ya hemos visto en otro capítulo la equivalencia fonética de la [v] (labiodental) con el sonido [f] en algunas épocas y regiones. ¿Entonces podemos decir que Bernardo y Fernando son el mismo nombre? 3. Fernando y sus variantes Cuando en los documentos antiguos vemos las formas Fredenandus, Ferdinandus, Fridenandus, Ferrando… y a mayor abundamiento oímos el magisterio de Menéndez Pidal afirmando que se trata de un nombre germánico, parece que se tambalea el curioso artificio precedente; pese a lo cual hay que destacar que es poco discutible que los nombres en -ndus no son germánicos sino latinos. La forma culta Venerando, a juzgar por su escasa presencia en documentos medievales, podemos afirmar que tuvo corta vida, mientras que comienza a verse en los escritos el vulgar Bernardo o Bernaldo. Estas dos últimas formas poco frecuentes en los documentos notariales más antiguos, hasta el siglo XII en que adquiere mayor presencia. Como acabamos de ver, el hecho de considerar que Fernando sea la versión vulgar del culto Venerando, es bastante probable. En cuanto a las citadas formas en que se presenta este antropónimo, no son otra cosa que las diferentes maneras de solucionar la pronunciación de esos grupos consonánticos que quedan tras la pérdida de las vocales átonas, a veces muy difíciles de pronunciar. Así las formas Ferdinando, Fredenando, Fridenando proceden de la interposición de la [d] epentética, muy probablemente para facilitar la difícil pronunciación del grupo extraño [-nr-] de venrando, que quedaría tras la pérdida de la [e] átona (protónica) Algo muy parecido a la forma antigua ondra (de “ónora”) que interpone una [d] extraña, para facilitar la pronunciación del grupo [–nr-] y que vemos en algunos documentos antiguos bajo la forma onrra (actual honra). De esto tenemos muchos más ejemplos: del verbo venir se produjo en su futuro la forma antigua venré, procedente de veniré (venir-he) que por pérdida de la protónica quedó en venré que presentaba un grupo consonántico [-nr-] de difícil

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pronunciación y para solucionarlo se introdujo el fonema [–d-], sin otra función que la puramente eufónica: vendré. Otra manera de solucionarlo la vemos en la variante Ferrando que presenta la curiosidad de que en algunos casos da la forma Ferro, despojada del sufijo, que vemos en ciertos documentos, don Ferro. Seguramente por etimología popular, considerándola derivada de ferro (hierro), cruzándose así con las formas Ferrant y Ferrand, que en ciertas regiones que rechazaron la [f] inicial, dieron lugar a Herranz y análogas. Aparte de lo dicho, en modo alguno debemos pensar que la forma actual y definitiva Fernando sea el término de una evolución, como sucede con la mayoría de este tipo de procesos, pues la vemos conviviendo con todas las anteriormente citadas. Simplemente se puede afirmar que en el habla tuvieron más y mejor aceptación, tal vez por ser las más cómodas de pronunciar, y por ello se generalizó más. Dentro de los documentos constitutivos de la muestra que vengo manejando, ni Fernando ni ninguna de sus variantes aparecen hasta mediados del siglo XI. Cosa extraña si, como afirma Menéndez Pidal, es de procedencia germánica. Como producto de la onomástica del cristianismo, que yo creo que es, alcanzó en los siglos posteriores una gran difusión, como seguidamente vamos a ver; siempre basándome en los documentos que a tal efecto he manejado. SIGLO IX X XI XII XIII XIV XV XVI

PRESENCIA % 0,00 0,64% 4,57% 5,51% 7,35% 8,56% 8,80% 2,42%

Este recuento se refiere a todas las formas que adopta este antropónimo, las principales de las cuales acabamos de ver, sin contar las que proceden de la pérdida de la [f-] y su cambio por [h-] muda, como Herranz y sus derivados. Como se puede observar, lleva la misma trayectoria ascendente de los que componen la onomástica cristiana. Al contrario, insisto una vez

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más, de lo que sucede con los de procedencia prerromana o bárbara en general. Lo cual puede ser un buen criterio para estimar el origen de ciertos nombres de persona cuya procedencia es más o menos polémica. Por eso me resulta extraño admitir que, si Fernando es de origen bárbaro, aparezca en los documentos tan tarde, prácticamente en siglo XI y con una expansión tan creciente. El hecho de bajar tanto en el siglo XVI puede obedecer a la falta de monarcas que lleven este nombre. Y para terminar, solo añadir que en este recuento no se han tenido en cuenta las formas del apellido Fernández que trataremos en su lugar correspondiente. 4. Santiago, un lujo lingüístico Entre el étimo o palabra raíz y su forma evolucionada definitiva suele haber una serie de etapas intermedias que por distintas razones desaparecen de la escena lingüística, quedando a veces como meros testigos de su evolución, siempre que tengamos la suerte de verlos en algún texto de la época. El antropónimo Santiago es una importante excepción, porque tiene la peculiaridad de que todas y cada una de las formas de su evolución se siguen usando como nombres diferentes, aunque esta diferencia sea solo aparente, como seguidamente vamos a comprobar. La palabra raíz de la que partiremos es la bíblica latina Iacobus que en el habla hispánica va a producir una riquísima variedad. 4.1. Jacobo, Jacoba. Esta es la forma castellana, fruto de la particular evolución fonética de la [j] latina con sonido de semiconsonante [y] del antedicho Jacobus y del desplazamiento de la sílaba tónica, pues todo apunta a su primitivo carácter esdrújulo. 4.2. Yago. Muy cercana en el tiempo con la fase anteriormente señalada, se produciría por el paso de [c] (con sonido [k]) a [g] por sonorización (Regla 3 del Apéndice), con lo cual queda la forma romance más primitiva Yago la cual, aplicada al Apóstol, sería Sant Yago en que la forma Sant es apócope y evolución de Sanctus.

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4.3. Yagüe. El patrón de las Españas es quizás el santo más invocado en los momentos decisivos y difíciles de la historia guerrera. Recuérdese el grito de “Santiago, y cierra España” en la batalla de Clavijo que se hizo célebre al menos en los tratados antiguos de Historia de la Reconquista y al que dedicaremos en su momento algún espacio. O véase también el Cantar de Mío Cid en el que se cita al Santo con prodigalidad: “Los moros llaman Mafomat e los cristianos Santi Yague”. Estas invocaciones, como es natural, se expresaban en vocativo que, como se recordará del latín del Bachillerato, terminaba en [-e] para los nombres de la segunda declinación, como le corresponde a este nombre que venimos estudiando. Así que de Yago procede Yagüe que añade otra forma nueva de denominar al Santo. Esta denominación la vemos, por ejemplo, en un documento del año 1320 en que se cita a un tal Ferrand Yuanes, canónigo de Sant Yagüe (Rivera y Arribas, 43). 4.4. Jaime. Igualmente en vocativo está la forma castellana Jaime, coincidente con Jaume, propia del oriente peninsular. Ambas son fruto de la forma vocativa Iacme por pérdida de la vocal postónica [o] de su vocativo Jácome, con la misma fonética que el italiano Giácomo, que muy probablemente lo aprendieron los catalanes y aragoneses en sus correrías por tierras de Nápoles. De ello es buen testigo la onomástica regia de los monarcas catalano-aragoneses los cuales, a pesar de estos cambios en la fonética y en la grafía, nunca olvidaron su etimología: “Nos Jacobus dei gratia Rex Aragonum et Maioricarum, Comes barchinone…”. Este texto corresponde a un Mandato del Rey Don Jaime I de Aragón, en documento fechado el 2 de mayo de 1235. La evolución de esta palabra es bastante simple, pues parte de la confusión fonética de la [b] por la [m], debido al matiz bilabial de ambos fonemas, de manera que el vocativo Jácobe se identificó con Jácome, el cual, por la posterior pérdida de la [o] postónica (Regla 6 del Apéndice), dio la forma Yacme que en Castilla fue Jaime (con sonido jota), mientras que el oriente peninsular prefirió el ya mencionado Jaume (con sonido [y] semiconsonante). 4.5. Santiago. Como resumen de todo lo expuesto se puede decir

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que el Santo Patrón de las Españas goza del privilegio o lujo lingüístico de poder ser llamado con al menos cuatro nombres. Entre todos ellos el más universal es el castellano Santiago que, como habrá deducido el lector, resulta de la unión del adjetivo latino apocopado sanct (de sanctus) y del ya citado Yago, para dar Santiago, después de haber perdido esa [c] interconsonántica que no tiene valor fonético. 5. Pero, Perico Como veremos enseguida, no se trata de una conjunción adversativa sino de la forma vulgar y medieval del antropónimo latino Petrus y que presenta la particularidad de que el fonema [e] no diptongó en [ie] como por ejemplo en francés o italiano (Pierre, Pietro, respectivamente). Ya hemos visto que el cristianismo acuñó una buena cantidad de antropónimos, valiéndose de conceptos latinos sustantivales, como gracia o verbales como Venerando; también constructos como el citado quodvuldeus o los no menos graciosos Deusayuda y Speraindeo. Sin embargo los primeros nombres bíblicos fueron de aparición relativamente tardía, a juzgar por las inscripciones y documentos. Concretamente Petrus figura ya en inscripciones funerarias en la Roma de los siglos VI y VII cosa que no sucede todavía en Hispania durante esa misma época. Se le ve en los primeros documentos notariales, concretamente en uno del año 864 (Floriano, 11). En los escritos posteriores convive con Petru, Pedrum, Petro como formas más arcaicas. En el siglo XII ya se ve en los escritos la definitiva Pedro y que irá generalizándose hasta constituirse en el nombre más frecuente de toda la onomástica cristiana. En este transcurso y concretamente en documentos del siglo XII aparece también bajo la forma Pero. No cabe duda de que se trata de una variante vulgar de Pedro con pérdida de [d] como si se tratara de una intervocálica. En el Cantar de Mío Cid (año 1140) leemos: “tañen las campanas de Sant Pero a clamor” Y más tarde en siglo XIV, vemos el nombre del Canciller Don Pero López de Ayala, entre otros muchos testigos del gran uso que esta forma alcanzó y que se mantuvo documentada hasta el siglo XVI.

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El estudio diacrónico de este antropónimo en sus diferentes formas, y siempre sobre la base de nuestra muestra documental, nos da idea de la extraordinaria difusión que alcanzó en la onomástica hispana. SIGLO IX X XI XII XIII XIV XV XVI

PRESENCIA % 3.53% 6,5% 4.57% 13.50% 11.00% 14.24% 12.58% 16.50%

En los siglos posteriores su evolución es creciente. La baja frecuencia con que aparece en los documentos del siglo X es presumiblemente un incidente imputable a la muestra. La variante Pere es más propia, aunque no exclusiva, del oriente peninsular, aunque también la vemos en algún documento del interior; por ejemplo en una carta de donación en la población navarra de Puente de la Reina del año 1265. En estos últimos se observa que la forma Pere se usa más bien para nombrar al Santo que para las personas, pues ya hablamos antes del carácter invocativo de estos hagiónimos. La forma Pero tiene en el romance hispánico un derivado muy curioso de uso familiar Perico, que se forma añadiendo a Pero el ya familiar sufijo -icus y que va a tener verdadera importancia para formar el apellido Pérez, que más tarde comentaremos. El Arcipreste de Talavera (1398-1470?) en su Corbacho o reprobación del amor mundano ya lo nombra: “Perico, ve en un salto al vicario del arzobispo, que te dé una carta de descomunión…” 6. La familia lingüística de Rolando ROLANDO · ORLANDO · ROLDAN · RONALDO · ARNALDO A poco que se observen estos cinco nombres (sobre todo los cuatro primeros), pronto se advierte que son variantes de uno solo, pues constan de los mismos signos gráficos, si bien ligeramente descolocados

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por efecto de ese fenómeno tan frecuente y de tanto influjo en la formación y evolución de todas las lenguas, que ya conocemos con el nombre de metátesis. Antes de entrar en la búsqueda de la voz originaria, conviene recordar lo dicho en el apartado anterior acerca de la onomástica del cristianismo que, como decíamos, se vale con mucha frecuencia de vocablos de origen latino, formados por verbos con significado noble y generalmente en participios de presente, pretérito o de futuro pasivo. Algo parecido podría ser el caso de rutilante del verbo latino rutilare (brillar), como étimo o palabra raíz y originaria de estos cinco nombres. Las diferencias entre las diversas formas señaladas se deberían principalmente a peculiaridades lingüísticas regionales en las que el nombre se desarrolló, sobre todo en la forma de producirse la metátesis y del resto de los cambios fonéticos que ya conocemos. Conforme a ello, podemos responder lo siguiente: ROLANDO (Rollant, posterior Roland) sería la forma francesa, la original. ORLANDO es la forma que adoptó en el romance itálico. ROLDAN, la hispánica. RONALDO, la anglosajona. ARNALDO, la germánica. Este participio de presente daría nombre a uno de los cantares de gesta, quizá el más importante de la Cristiandad y que conocemos con el título de Chanson de Roland, de principios del siglo XII. Pronto fue difundido por la Europa culta e imitado por sus literaturas posteriores en las cuales el supuesto nombre original adquirió las diversas formas que hemos señalado. La evolución morfológica del primitivo participio de presente rutilante, que ha pervivido como cultismo hasta nuestros días produciendo todas las variantes regionales que acabamos de ver, habría experimentado tantos cambios que bien pudiéramos considerarlo un verdadero muestrario de buena parte de las reglas de evolución de nuestro Apéndice, sobre todas las cuales destaca la gran variedad de metátesis, como causa productora de tales variantes. La evolución podría muy bien haber sido esta:

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–Rutilante, participio de presente del ya citado rutilare, posible derivado verbal frecuentativo de ruta (camino), con el sentido de persona experta o conocedora de rutas o caminos. –Rudilande o rodilande –Rodland –Roland, la forma francesa moderna –Roldan, la forma castellana. Algún resto de este participio de presente nos queda del francés medieval en donde la forma Rollant aparece en la Chanson con verdadera profusión y que nos dice que el grupo consonántico –nt- es un resto indiscutible de un primitivo participio de presente: Rollant s’en turnet, le camp vait recercer Ço dit Rollant Li quens Rollant, etc. Pero si curiosa resulta la evolución morfológica de este antropónimo, no lo es menos su evolución semántica. Para ayudar a comprenderla sería bueno remontarnos a la antigüedad clásica pues al menos en la antigua Grecia desde el siglo VI a. de C. ya existía, rodeada de un halo de excelencia, la figura del estratega. Clístenes, Pericles. También Aníbal fue un buen ejemplo. Entre las funciones más importantes del estratega primaba el conducir los ejércitos por los lugares más aparentes para sorprender o resistir, lo que suponía un previo conocimiento del terreno y sus recovecos, que lógicamente se adquiría recorriéndolo, pateándolo, haciendo rutas y caminos al andar. Es decir, ejerciendo ese noble y antiguo oficio de “caballero andante”; de rutero o campeador como veremos más adelante. De Aníbal cuenta Tito Livio en su Historia de Roma, Libro XXII, que mató, crucificándole, a uno de sus ruteros o guías por haberse equivocado en su delicada misión confundiendo Casilino con Casino. Y en el Libro XXVII también narra semejantes calamidades que pasó Asdrúbal con los ruteros que en los momentos difíciles le abandonaron. Todo lo cual pone de manifiesto la enorme importancia que tuvo siempre en la estrategia militar el conocimiento del terreno como elemento decisivo de victoria.

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Viriato fue otro ejemplo y, como todos los buenos estrategas, ha pasado a la historia con ese halo de heroísmo que le concedió el título de viriato (tal vez de vir, varón, varonil, viril); el Cojonudo, diríamos hoy, sin importarnos lo más mínimo cuál fuera su verdadero nombre; el prototipo de guerrillero que tuvo en jaque a los romanos, como siglos después nuestro Campeador a los “moros”. Si es cierto que existió con este sentido el verbo rutilare (frecuentativo de ruta, como acabo de señalar), no nos debe extrañar que su participio de presente rutilante haya adquirido significado tan noble como el que venimos atribuyéndole y que Roldán, más que un nombre de pila fuera un verdadero título, rutilante o experto en caminos, concepto muy cercano al que veremos enseguida al tratar de Rodrigo, el Campeador. Los diccionarios latinos no lo recogen con esta acepción, sino más bien como brillante, resplandeciente, aplicado también a personas. Rutilantes o brillantes eran los atributos de los personajes que acabamos de citar. 7. El apasionante (y problemático) origen de Rodrigo Modestamente me voy a permitir discrepar de aquellos que defienden el origen visigodo de este antropónimo, sin que para ello aporten pruebas de cierto fundamento. R. Lapesa en su Historia de la lengua española le hace derivado de dos palabras visigodas hroths (fama) y riks (poderoso). Pero ya hemos dicho que las meras coincidencias fonéticas no son siempre garantía de seguridad. A mi entender es tan latino como el ya comentado Fernando. Para ello me baso, como punto de partida, en el hecho de su falta de presencia en las inscripciones hispánicas de la época de dominación visigoda, así como también de textos históricos tan propicios para ello como, por ejemplo, la Historia Gothorum de Aurelio Casiodoro que, aunque perdida, fue luego compendiada por el escritor godo Jordanes a mediados del siglo VI. Otro tanto podemos decir de la Crónica o Historia de los godos, suevos y vándalos de San Isidoro de Sevilla, así como también de su De viris ilustribus. En la Crónica mozárabe de mediados del siglo VIII figura con la forma Rudericus. Sus variantes: Rudericus

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Roderico Rodrico Roderigo Ruderigo Rodrigo Fuera de los documentos notariales seleccionados para este estudio y aparte el último rey godo que como se sabe tenía este mismo nombre, hay que llegar hasta el siglo IX para ver en la historia este antropónimo, como por ejemplo el primer conde de Castilla don Rodrigo que vivió en este mismo siglo. Su frecuencia en los documentos notariales citados es la siguiente: SIGLO IX X XI XII XIII XIV XV XVI

TOTAL MUESTRA (VARONES) 72 147 342 804 561 292 291 196

RODRIGO NOMBRES 0 1 3 39 24 10 9 1

%

OBSERVACIONES

0 0.68 0.88 4.85 4.28 3.42 3.09 0.51

De esta tabla de frecuencias y de lo anteriormente comentado, pronto se advierte las escasas posibilidades de su origen gótico, ya que si tuviera tal origen, su presencia en los primeros documentos notariales hubiera sido mucho mayor, como sucede con los antropónimos de este mismo origen, según vamos a comprobar seguidamente; pues arranca de cero y no se generaliza hasta el siglo XII, muy probablemente impulsado por la figura del héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar quien, como veremos seguidamente, lo llevaba de nombre o tal vez de sobrenombre, y cuyas hazañas (siglo XI) y leyendas se prodigaron a lo largo del XII y con una importante proyección literaria al XIII. A partir de aquí, igual que García, Rodrigo pierde presencia como nombre en favor del apellido con las formas que veremos en el capítulo siguiente al tratar de los apellidos. Con el fin de proporcionar más datos que avalen mi hipótesis, véase otra tabla de frecuencias aplicada a un antropónimo de verdadero

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origen visigótico, elegido un tanto aleatoriamente. Se trata de Froila, que por cierto no es de los más abundantes. SIGLO X XI XII. XIII. XIV XVI

PRESENCIA % 3.22 % 0.51 % 0.51% 0.44% 0.00 0.00

El hecho de su ausencia en los dos últimos siglos no significa que este antropónimo se extinguiera, pues pervivió bajo la forma Froilán y posiblemente Fruela, de cortísima duración. Incluso Froila existe actualmente como antropónimo, si bien muy escaso y aplicado a mujeres. Aunque, como ya he dicho antes, al siglo IX no le concedemos valor estadístico, es de interés decir que de los escasos documentos de ese siglo se comprueba una presencia de Froila del 1.17 %. Al mismo tiempo estos ejemplos vienen a confirmar lo ya apuntado anteriormente en el sentido de que los nombres de persona de procedencia visigoda tienen más presencia documental a lo largo de la Alta Edad Media y descienden a partir del siglo XII, hasta terminar en una práctica anomia; mientras que los del cristianismo, siguen el camino contrario. Volviendo a Rodrigo, estudiemos ahora una cualquiera de las formas señaladas anteriormente, por ejemplo Rudericus, en donde se ve con claridad la presencia del sufijo romance –icus sobre el original rodero (ya hemos visto la forma rodericus). En este estado de evolución todo hace pensar que la [-d-] ya había sonorizado (Regla 3 del Apéndice), procedente de una [t] de rutero, como resultado de poner a ruta el sufijo arius para significar el que hace la ruta o camino y que habría pasado por rutario o rotario > rotairo > rotero o rutero > rodero. Mas no para aquí su evolución porque todavía le vamos a ver con otro sufijo más, ya que el hablante, que no sabe de etimologías, le va a añadir el ya conocidísimo sufijo -icus que producirá la forma de transición Rod-er-icus que va a dar origen al definitivo Rodrigo. Como se verá más adelante, no es raro ver una palabra con dos su-

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fijos, como parece ser el caso de ruta o ruda al que se le coloca –ero (de –arius) para dar rudero y posteriormente se le agrega el ya conocido –icus con lo cual nuestro primitivo ruta dio el parasintético rudericus. Siguiendo con las formas primitivas, creo interesante fijar la atención en un documento de compraventa fechado el 20 de mayo del año 943, en que se lee “In dei nomine ego egilo una cum filiis meis adefonsus et ratario et semplicio.” (Floriano, nª 5). Es muy probable que ratario sea un caso de asimilación (Regla 11) de “rotario”, esa forma de transición o eslabón de la cadena que acabamos de ver. Si así fuese, el origen que vengo defendiendo estaría confirmado. Y teniendo en cuenta que ruta en latín, como hoy en castellano, significaba camino, resultaría que un rodero o rutero sería algo así como el experto en caminos o el Campidoctor (así le llamaban al Cid en un célebre poema que luego comentaremos) y también Campeador, puesto que los caminos y el campo parecen indisolublemente unidos. Como el lector habrá podido apreciar, una buena parte de los estadios evolutivos señalados son de uso actual en el habla castellana: rutero, rotario, rodero. Las dos últimas las recoge el DRAE, mientras que la primera es de uso más restringido y se refiere principalmente a los repartidores de prensa a los quioscos. Como se puede apreciar, sin ese halo de excelencia que la antigüedad les confería. El paso del medieval Rudericus al moderno Rodrigo es muy fácil de explicar, sobre todo si nos apoyamos en los estadios intermedios Rodericus, Roderigus y Roderigo, ampliamente registrados y documentados. Baste recordar las Reglas 3, 6 y 10 ya conocidas del Apéndice. Desde el punto de vista de los cambios morfológicos, es una palabra con muy poco margen de elucubración. O sea, podemos decir que presenta una evolución sencilla. Otra cosa es la simplificación o apócope ante el apellido en Rui o Roiz, propia de aquellos nombres excesivamente familiares, como se da también en Alfonso, al que vemos en algún documento bajo la forma Alfon (M. Rivero, 417) o Dia en lugar de Diago. En cuanto a la evolución semántica, acerca de la cual ya se ha dicho algo al darle un significado a la palabra rodericus en sentido de caminante, la veremos con más detalle al tratar el nombre “de pila” de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

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8. ¿Cómo se llamaba el Campeador, Cid o Rodrigo? La palabra Cid como nombre de varón aparece en un buen número de documentos medievales y con muy variada morfología, según su grado de evolución fonética y demás circunstancias, sobre todo regionales. Cede, figura en un documento notarial de principios del año 965. Se trata de una carta de venta de unas tierras, hecha en favor del monasterio de San Cosme y San Damián, en la que firma como testigo, entre otros, un tal Cede (“Cede confirmans”, Rivera y Arribas, 15). Citi, encontrada en otro documento fechado en octubre del año 971; una carta de venta a favor de un tal Froila, otorgada por un señor llamado citi uelasquiz. (Floriano, 22). Esta forma entra en los apellidos en [-z], que comentaremos en capítulo siguiente, y nos da el apellido Citez en el año 1055. A partir de aquí abundan las formas Cit, Cidi Cede, Cite, Cide; todas ellas anteriores al Cantar de Mio Cid, y que dan como resultado final la forma Cid, en un documento del año 1102 (Millares, 215), aunque tampoco sean las últimas, porque cuatrocientos años después lo encontramos en el Quijote: “Cuenta el sabio Cide Hamete Berengeli…”. Un breve estudio diacrónico sobre el nombre de persona, Cid, hecho sobre la muestra anterior, da estos resultados: SIGLO X X XII XIII

PRESENCIA % 1,29 I3,08 1,78 0.22

A partir de este último siglo no aparece en estos documentos como nombre, aunque sí como apellido, representado principalmente por las formas Citiz y Citez; mientras que en el nombre, según hemos visto, predominan Cidi, Cede, Cide, Cid. Como puede observarse en la tabla, sigue una trayectoria semejante a la de los antropónimos de origen no cristiano. Lo que sí se puede decir es que este nombre de persona antes de, y en el transcurso de, la vida del Campeador tuvo una vigencia bastante considerable, alcanzando su cota más elevada precisamente en el siglo en que éste vivió, el siglo XI. Murió en el año 1099.

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Después de lo dicho surge la duda razonable de si el héroe castellano tuviera por nombre “de pila” el de Cid por el que también se le conoce, sin necesidad de recurrir al supuesto origen musulmán, sidi, que Menéndez Pidal le asigna. Entonces, ¿por qué Rodrigo? No olvidemos que muchos sobrenombres, cuando representan algún concepto relevante, logran desplazar e imponerse al verdadero nombre. Platón, Tintoretto, Crisóstomo son buenos ejemplos, aunque el más representativo de esto, a mi juicio, es Pelayo, el cual con toda probabilidad procede del compuesto griego per-agios (muy santo, muy virtuoso), que antes de generalizarse como antropónimo, tiene todas las apariencias de ser un título aplicado a posteriori a varones eximios de la Cristiandad. Aunque también cabe preguntarse si, por ejemplo, el godo Don Pelayo lo tenía “de pila” o se lo adjudicó la Historia. Por todo esto no debe extrañar que un sobrenombre, rutero, rodero y luego Rodrigo; que es el que verdaderamente dio la fama a este histórico personaje, se impusiera a su verdadero nombre, Cide, Cede, Citi, Cid. ¿Pero hasta el extremo de que el propio personaje se autodenominase Rudericus? Así lo vemos en un documento en que el héroe castellano convierte en catedral la mezquita musulmana de Valencia: “Ego Ruderico simul cum conyuge mea…” que es un verdadero autógrafo del personaje. Por eso he dejado en interrogación el enunciado de este apartado: ¿cómo se llamaba el Campeador Cid o Rodrigo? Porque si él se autodenominaba Rodrigo, también podríamos abrir otra interrogación en el sentido de si renunciaría él a un nombre no cristiano, Cid, en favor del pomposo y flamante Rodrigo con todas las connotaciones señaladas y con todas las bendiciones del cristianismo por lo menos hasta el siglo XV. Pero aún hay más. Podríamos preguntarnos por qué el término Campeador ha ido siempre unido al nombre del héroe castellano. La explicación consistiría en la identidad de significado de rodrigo y campeador, que la memoria colectiva no olvidó. Porque sería difícil explicar la presencia de ese “mote”, siempre unido a Cid, formando el secular sintagma “el Cid Campeador”, que es tanto como decir “Cid el Rodrigo o el estratega”; de tal manera que el vocablo campeador, hoy vivo en la voz campeón, tiene su uso restringido para este histórico personaje. Otro tanto podríamos decir del cultísimo campidoctor. La literatura medieval asignó al Cid el sobrenombre “Campidoctor”

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en el poema ripollés Carmen Campidoctoris, escrito en latín medieval, en la escuela poética del monasterio de Ripoll, centro irradiador de cultura, célebre por su scriptorium y biblioteca. Aunque la palabra Campidoctor, latina, significaba “el oficial destinado a la instrucción de los quintos, instructor” (ver R. de Miguel), tiene un evidente parentesco semántico y fonético con un hipotético campiductor, guía o conductor a través del campo, que cuadraría bien con la idea de campeador o estratega o, según he comentado antes, con el significado de rodrigo. Todavía queda como un resto lingüístico del castellano la palabra rodrigón con el significado de guía para sostener y dirigir a las plantas jóvenes y también como varón de edad para la protección y acompañamiento de féminas.(Ver DRAE) Y yendo más lejos en el tiempo, ¿qué era Viriato, según hemos visto, sino un auténtico Campiductor o Campidoctor que trajo en jaque a los romanos precisamente por su mejor conocimiento del campo en el que se desarrollaban sus estrategias militares? Y más reciente aún, ¿qué otra cosa era Don Quijote como caballero andante sino un verdadero rodrigo, siempre inventando caminos? De ahí también el actual vocablo campeón, con su significado casi idéntico al de campeador o campidoctor. Significados todos ellos que caen dentro del área semántica que vengo atribuyendo a rodrigo, concepto muy arraigado en la historia y en la literatura hispana desde Viriato hasta los caballeros de la Edad Moderna. Menéndez Pidal admite también que Cid podría tener su origen en otra voz también árabe caid por reducción del diptongo. Ver Orígenes, 82.1, en donde por otra parte afirma: “Ya hemos aludido varias veces a la gran dificultad que presenta la grafía árabe, tan imprecisa en su vocalismo”. Todo lo cual produce ciertas dudas acerca del origen árabe de este antropónimo. El hecho de que los musulmanes le llamaran “mi señor”, cosa bastante discutible, con la palabra sidi, no es razón suficiente para que el antropónimo castellano Cide o Cid, con todo su rico abolengo, pierda su carácter onomástico en favor de una voz árabe, sólo por el hecho de su semejanza fonética. Por otra parte es bastante discutible que los musulmanes le llamaran mi señor con el sentido reverencial que tal tratamiento comporta,

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cuando es bien notorio que los historiadores árabes de la época que narraron sus hazañas le dedicaban adjetivos como tagiya (“tirano”), la´ in (“maldito”) e incluso kalb ala´du, “perro enemigo”. (McCaughrean y Montaner, 20). No sería la primera vez que ciertas semejanzas gráficas o fonéticas han despistado a los hablantes ¡y al filólogo!, induciéndoles a errores parecidos. Lo más razonable es pensar que el arabismo sidi, que confundió al gran filólogo, sea debido a la pronunciación y transcripción musulmana del castellano Cidi. Es conveniente no olvidar que los historiadores que más madrugaron en contar la conquista da Valencia fueron los árabes cuyos relatos son in situ e in tempore. (Ob. Cit.), mientras que las referencias escritas por parte de los cristianos son posteriores en cerca de un siglo. En un relato de la época en el que se narra el sitio de Zaragoza por el rey castellano Sancho II, se lee que la Ciudad “fue ganada por Cidi Ru Díaz”. Por otra parte es bueno recordar que Cid ha sobrevivido hasta nuestros días, no como nombre de persona pero sí como apellido con cierta profusión. A lo largo de esta exposición, creo que el lector habrá observado la semejanza tanto etimológica como semántica del hispánico Rodrigo con el galo Roldán. Ambas voces parten de la latina ruta. La francesa para dar Rutilante, posterior Roland, y la hispánica para dar rutero o rodero, antecedente de Rodrigo. Con razón podríamos decir que el francés Rolando y el español Rodrigo son dos hermanos gemelos, tanto en lo etimológico como en lo semántico. Y hasta en lo mitológico que rodea a ambos. Porque las andanzas del Campeador tienen mucho de mito. 9. Alfonso, un problema lingüístico Aunque se encuentra en los primeros documentos de carácter civil con una presencia bastante destacable, no está nada claro el origen gótico que algunos filólogos le asignan, entre ellos Meyer Lübke. Aparece en documentos históricos con referencia al rey de Asturias Alfonso I el Católico, que reinó entre los años 739 y 757.

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También se le ve con significativa frecuencia en documentos notariales del siglo IX, a pesar del escaso valor estadístico que vengo concediendo a este siglo por su escasez documental, lo cual podría llevarnos a asignarle procedencia gótica. Veamos este cuadro diacrónico: SIGLO IX X XI XII XIII XIV XV XVI

% ALFONSO (NOMBRE) 1.17 2.58 1,61 4.10 4.96 4.43 12.26 6.31

En esta tabla no están contemplados los Alfonsos que corresponden a los diversos monarcas que ostentaban este nombre, ya que son tantos los documentos en que figura, que probablemente alteraría el correcto cómputo onomástico, por repetirse tantas veces un mismo personaje real. Tengamos en cuenta que cada monarca firma muchos documentos (“signum regis Adefonsi”), o bien figura en ellos con las expresiones ya estereotipadas “regnante Adfonso”. Es fácil perder la pista de cuál de los muchos “Alfonsos” es el monarca mencionado. No olvidemos que desde finales del siglo VIII hasta mediados del XIV no transcurre un cuarto de siglo sin un rey Alfonso en alguna de las regiones hispanas peninsulares. Por eso he considerado únicamente los correspondientes al resto de las personas figurantes en dichos documentos. Tal vez el hecho de ostentarlo los reyes sea la causa de su creciente expansión en todas las unidades territoriales de la España medieval. Las formas más antiguas y hasta el siglo XII inclusive, están representadas mayoritariamente por la grafía Adefonsus, Adfonso, Adifonso, Aldefonsus, lo cual no excluye verlo alguna vez escrito Alfonso en pleno siglo XI. En su forma Ildefonsus la vemos ya en el XII. La forma arcaica Alafuns a la que Meyer Lübke atribuye origen gótico, junto a las anteriormente citadas, nos van a ayudar en la investigación. En las formas expuestas observamos la presencia de tres componentes:

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En rimer lugar la preposición [ad] de Adefonso. En segundo lugar la presencia de [l] (posible vestigio de ille). Y finalmente la palabra fons con el significado de fuente (del latín fons- fontis, masculino de la 3ª declinación, pero usada también como femenino). Estos tres elementos formarían un sintagma que en su forma más primitiva sería algo parecido a Ad-ille-fons con el significado de junto a la fuente o hacia la fuente. Son muy abundantes los lugares que podrían responder a esta denominación, y no debemos olvidar que muchos nombres de persona e incluso apellidos se deben al de la población donde el sujeto ha nacido o ha vivido, tal como vimos al tratar del origen de los apellidos. La forma onomástica que más se aproxima a esto la he visto en un documento fechado en 13 de marzo del año 1184, en una carta de venta del convento de Santa María de Gradefels (León), donde encontramos la expresión “regnante rege Allefonso”; bien cercano a la fase intermedia Adlefons (Vall, XXIX) o Aldefonso (Millares, 263). En la provincia de Segovia hay un municipio Aguilafuente que podría responder a estas señas de identidad: Ad-illa-fuente que, por un caso de etimología popular (Regla 15 del Apéndice), daría el actual y definitivo Aguilafuente que al menos dotaba al topónimo de un significado más concreto; sin embargo, el primitivo sería Adillafuente, pueblo junto o próximo a la fuente; pues en efecto este pequeño municipio segoviano está edificado alrededor de un hermosísimo manantial que surtía a todo el pueblo. La forma actual ya estaba consagrada en el último tercio del siglo XV, pues la vemos en un precioso incunable que da fe de un sínodo allí celebrado en junio de 1472 y que parece haber sido el primer libro que salió de la imprenta en España. Algo nos dice también la variante Ildefonso, vista ya en documentos del siglo XII, la cual parece confirmar mi teoría de ad-ill(e)-fons, antes citada, en que a fons se le da el género masculino (ille) que en correcto latín le corresponde, mientras que al asignarle el femenino que ya empieza a generalizarse en latín vulgar, produce la forma ad-(il)la-fons que va evolucionar a los ya citados Aguilafuente; mientras que Alafuns representaría la forma más vulgar procedente de Adlafons (posterior Alfons(o). Otro testigo de lo que vengo diciendo lo vemos en un documento

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fechado en marzo del año 1063 en el que encontramos el siguiente texto: “Et de pascuis usque ad illum fontem…” (Orígenes, pág. 39), más latino, en cuanto respeta no sólo el género masculino de fons, sino además el acusativo regido de la preposición [ad]. Y en la misma obra leemos: “vendimus tertia parte de molino qui est ala fonte de Nafarruri”. En otro documento posterior, año 1140, en una donación al monasterio de Sahagún, leemos “ad illa fonte de Imbla” (Millares, 219). Un dato a destacar en Alfonso es la no diptongación de la vocal tónica [o] de fons, al contrario del citado Aguilafuente. Ello puede deberse al freno de la escritura en cuyos documentos tanto se le ve a Alfonso. La variante Alonso obedecería a uno de esos regionalismos que, como el vascuence, rechazan el sonido [f-]. Alcanza su máxima implantación a lo largo de los siglos XV y XVI. Tal vez el apellido Lafuente o de la Fuente, tan de actualidad en nuestros días, sea un vestigio de esto que acabo de comentar. Otro antropónimo contemporáneo del anterior y muy parecido es Adecastri (posiblemente de ad-ille-castri) visto en un documento del siglo X (Floriano, nº 12), en forma de apellido y al que podríamos traducir como “junto al castillo”; que luego con el paso del tiempo y por deterioro fonético degeneró en Alemcastre (quizá de ad-el-castre) y posteriormente en el apellido Lancáster. Parecido a los anteriores es “ad illa tore” (junto a la torre) que vemos en documentos medievales, entre ellos uno leonés de últimos del siglo X (Orígenes, 25). También “ad illam viam” (Ibid., 39). 10. Gonzalo Para un buen número de filólogos se trata de un nombre de persona de procedencia visigoda. Otros se limitan a manifestar que es de origen oscuro. ¡Y tan oscuro! Quizá por eso sea tan apasionante investigarlo. Ya aparece en los primeros documentos notariales bajo las formas Gundisalvus, Gundissalvus, Consalbic, Gonçalbo, Goncaluo, Gonzalo. Coincidiendo en cronología y en presencia documental, aparece otro antropónimo Comessanus o Gomessanus que parece compartir con Gonzalo un significado común por obra y gracia de los adjetivos latinos sanus y salvus, ambos con el mismo significado de bueno, sano, sincero.

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Esta pareja de adjetivos “gemelos” ya aparecen juntos en las Glosas Emilianenses (“sanos et salbos”). Pero lo verdaderamente curioso es que tan gemelos como ellos son Gomes y Gundis, primeros componentes del doblete GomessanusGundissalvus. Para su mejor comprensión es preciso partir del sustantivo latino comes (amigo, compañero) en su forma nominativa que va a dar origen a gomes, mientras que sus formas esdrújulas, como “cómitis”, nos va a dar el ya conocido gundis, después de haber sido afectado por los fenómenos de las reglas de evolución siguientes: –sonorización de la [ c ] que pasa a [ g ] por fonética sintáctica. (Reglas 3 y 18) –identificación de vocales de la misma serie: o > u (Regla 21). –pérdida de la [ i ] átona. (Regla 6). –sonorización de la [t] > [d]. (Regla 3). Si, como acabamos de ver, tanto gomes como gundis bajo sus diferentes formas evolucionadas son la misma palabra latina, comes, con el significado de amigo, hombre de confianza, y por otra parte tanto sanus como salvus significan bueno, llegamos a la conclusión de que las diferentes formas con que este antropónimo se presenta son equivalentes a el buen amigo o el buen compañero. La forma antroponímica Comesano tuvo muy poca vigencia, pues desapareció a lo largo del siglo XII (ver Apéndice II), sin dejar descendencia. En una carta de donación de principios de este siglo vemos curiosamente como firmante a un tal Comesanus comes; o sea “el conde Comesano”. Hasta llegar a Gonzalo, último eslabón de la cadena, antes se pasa por la forma Gonçaluo, ampliamente documentada y que tiene de reseñable la presencia de esa [ç], procedente tal vez del encuentro de la doble [s] que proviene de la final de comes y de la inicial de sanus o de salvus. Y finalmente Gonzaluo pasa a Gonzalo por la identificación de las vocales de la misma serie [u] y [o].

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SEVERINO ARRANZ MARTÍN GONZALO DIACRÓNICO (siglos IX al XVI) SIGLO IX X1 XI XII XIII XIV XV XVI

% SOLO NOMBRE 0 1,94 1,34 1,52 2,56 1,90 2,51 1,46

Esta tabla no contribuye a esclarecer si Gonzalo tiene origen gótico o si pertenece al grupo de los antropónimos que he clasificado como de origen popular. Si al siglo IX le pudiéramos conceder un valor estadístico estimable, podríamos inclinarnos a negar su procedencia gótica por las razones anteriormente expuestas pero, al constituir una muestra tan pequeña los documentos de este siglo, esa presencia cero, aunque favorece mi hipótesis, tampoco la confirma. Este antropónimo, aunque abundante en documentos según acabamos de ver, carece del efecto impulsor que vimos en Rodrigo o en Alfonso tras los cuales había un gran personaje, mientras Gonzalo, sin respaldo hagiográfico ni regio, tras su “punta” en el siglo XIII y aparte su repunte el XV, sufre parecido declive de los “huérfanos de santo patrón”. 11. Sancho, más santo Tiene su origen en el adjetivo latino Sanctus (santo) aunque arranca más bien de su comparativo sanctior que significa más santo. La forma Sanctius que vemos en algunos documentos (el más antiguo del año 957), no es la forma neutra de ese comparativo pues, a pesar de la baja calidad del latín en que estaban redactados tales documentos, nunca el escribano pondría el género neutro a una persona. Lo que sucede es que a los nombres de varón se les denominaba en los escritos con la terminación [-us] del nominativo, siempre que su morfología lo permitiera. Por consiguiente la forma habitual y primitiva vulgar sería Santio, si nos atenemos a las leyes de fonética evolutiva. Esto viene

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confirmado por el hallazgo de esta forma en un documento del año 964 “regnante Santio in Legione” (Rivera y Arribas, 15). Estos cambios, partiendo de Sanctior, consisten en la pérdida de las dos consonantes -la [c] y la [r] - que se encuentran en posición fonética difícil. Antes de llegar a la forma actual y definitiva Sancho, pasará por otras fases intermedias y sobre todo de una notable variedad de formas, como veremos a continuación. En un documento del año 904, figura con la forma Sanzo, aunque ésta debió ser muy poco frecuente, a juzgar por su posterior ausencia de tales documentos. Otro tanto sucede con Sanx, vista por única vez en un documento del año 1110. La fase siguiente nos va a escribir este nombre con la forma Sancio o el femenino Sancia, (Floriano, 33) que representa la evolución fonética del grupo [ti], de la misma manera que la latina iustitia devino justicia y otros muchos ejemplos que podría mencionar. En la misma crónica, la Najerense, también llamada Cronica Leonesa, vemos las formas Sancius y Santius, ambas referidas al mismo personaje, Sancho II. Y finalmente la forma definitiva Sancho que representa un grado más de la palatalización del mencionado grupo [ti] (Regla 17 del Apéndice), y que tiene presencia en los documentos desde mediados del siglo XIII, lo cual no supone la desaparición total de Sancio que convive con aquella, según vemos en un documento del año 1229 en que aparecen ambas variantes del mismo nombre, Sancho y Sancius: “regnante rex Sancius in nauarra” (Floriano, 67) 12. Gil, el visigodo Su origen hay que buscarlo entre la onomástica visigoda y concretamente en el primitivo Ikila, presente en un documento del año 924 (Floriano, 12), el cual va evolucionar a las formas Egila y Egilo, en documento del año 943. Algo posteriores son las variantes Vegila y Vigila, ambas en documentos de principios del siglo XI (Floriano, 8). Todas estas formas citadas están empleadas como nombres “de pila”, alguno de los cuales nos suena por la Historia de España, como el rey godo Agila (años 549-555) o también Egilona, la viuda de Don Rodrigo, último de los godos.

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La forma definitiva Gil aparece en documentos del siglo XIII, usada tanto de nombre como de apellido. Pero a partir de aquí pierde notablemente su presencia onomástica para ser usada más bien como apellido. Su evolución fonética ha consistido únicamente en la pérdida de las sílabas átonas, incluida la inicial; muy parecida a la que veremos al estudiar el nombre Teresa. 13. Ignacio, Énneco, Íñigo, Iñaki Parece poco discutible que se trata de cuatro formas diferentes de un mismo étimo o palabra raíz, y todo ello por efecto de dos importantes circunstancias que conviene explicar. La primera se refiere a la diferente representación gráfica de ese sonido palatal-nasal-sonoro que modernamente representamos con la grafía [ñ]. Y digo modernamente porque esta representación no se generaliza hasta el comienzo de la Edad Moderna, pues en los escritos medievales apenas se la conoce. Hasta tanto, la grafía de este fonema estaba representada de diversas maneras, algunas de las cuales enumero a continuación: ng. por ejemplo: el verbo latino tangere, dio tañer gn. Por el contrario el sintagma latino tam magnus, dio tamaño nn. De punnus, el actual puño. La segunda circunstancia hace referencia a los diferentes sufijos que afectan a la voz primitiva y que en este caso son por una parte –acius que daría lugar a la forma Ign-acius y por otra parte el ya conocido –icus que produciría Ign-icus de donde viene la forma Íñigo, por sonorización de la [c], según la Regla 3 del Apéndice. Ambos sufijos, ampliamente representados desde los primeros documentos en el latín medieval, pertenecen al grupo de los llamados adjetivales, o sea que aplicados a un nombre le convierten en adjetivo, como veremos más adelante. El lector ya se habrá percatado de que el semantema o parte portadora del significado y que sustenta tales variantes es Ign-. Por consiguiente solo nos falta saber la naturaleza de éste. Descartado el origen gótico por las razones expuestas para otros antropónimos parecidos, descartado igualmente la procedencia musul-

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mana e incluso la griega por carecer su vocabulario de tal término, solo nos falta recurrir al latín en donde encontramos la voz ignis, (fuego, energía, esplendor, vehemencia, pasión…). Como se ve, una de las palabras con mayor riqueza semántica, a la cual los ya citados sufijos la convierten en adjetivo con el significado de fogoso, esplendoroso, vehemente, apasionado…). Ignis ha dejado en nuestra lengua el cultismo ígneo y sus derivados. 13.1. Ignacio. Procedente de la ya citada forma Ign-acius, es la más antigua, no solo por ser la primera que aparece en documentos sino por no haber sufrido variaciones importantes que puedan poner en duda su carácter latino. La presencia en documentos antiguos es debida al mártir del cristianismo, obispo de Antioquía (siglo I d. J.C,) que llevaba este nombre. Aquí se me ocurre la misma consideración que he hecho en ocasiones parecidas al hablar de los antropónimos más célebres; sobre si el personaje lo llevaba ya “de pila” o le obsequiaron con tan hermoso apelativo, como premio a su inestimable valor que este mártir demostró al ir cantando al sacrificio antes de ser devorado por las fieras del circo, por orden del emperador Trajano. Podemos decir que entre las variantes de este antropónimo es la forma más culta que se ha conservado con los mínimos cambios gráficos y fonéticos. 13.2. Énneco. Al semantema ign- también se le puede añadir el ya conocido sufijo –icus (ico > igo) con lo cual resultaría la forma ígnico o ínnico; ambas formas pronunciadas íñico, pues ya hemos visto que el fonema [ñ] se representaba también con [nn], lo cual justificaría la forma Énneco, procedente de Ínnico, por la confusión de vocales palatales [e] por [i] y viceversa (Regla 21 del Apéndice). Esta forma no aparece en la muestra hasta el siglo XI y con una frecuencia del 4,03 %. Su trayectoria es claramente descendente, en cuanto que en el XII su presencia se ve reducida a un 0,58 %; y los posteriores no aparece. Las formas en que se presenta en documentos (Orígenes. Documentos de Castilla) son Enneco, Eneco, Enneko. También Hiénego y Yénego que nos da seguridad sobre el carácter esdrújulo de estas formas, ya que de no haber sido así, sería impensable la diptongación en [ie].

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También se ven las formas Ennécones, que nos permiten aventurar una forma de apellido, procedente del genitivo Ennéconis, siguiendo el modelo de los nombres de la tercera declinación latina. 13.3. Íñigo. Su procedencia de la forma ígnico (Ign- más el sufijo –ico) está perfectamente clara; con la particularidad de la sonorización de la [c] (con sonido de [k]), según la Regla 3 del Apéndice, y también con la nueva grafía [ñ], de aparición tardía, ya que, según acabamos de ver, dicho signo no aparece en la muestra hasta bien entrado el siglo XV. 13.4. Iñaki. Su antecedente es Ignaci, forma vocativa de la ya conocida y antigua Ignacius, sosteniendo el sonido [k] que vimos anteriormente en los documentos de Castilla. Igual que Eneco, la forma Iñaki es de uso mayoritario en Vascongadas. 14. Enrique, el honorable No resulta nada fácil el origen de este antropónimo, a pesar de ser uno de los nombres de uso más frecuente, no ya en España sino en todo lo que fue la Europa latina en la cual suele ocurrir que detrás de un gran antropónimo hay un gran concepto, cosa que ya hemos visto en algunos de los anteriormente comentados. Por gran concepto hay que entender aquel que está dotado de un significado pleno de contenido y de una cierta universalidad, como podía ser la voz del latín clásico honor, la cual produjo antropónimos tan universales como Honorio que tuvo vigencia en todo el orbe romano, tanto de Oriente como de Occidente y ha llegado hasta nuestros días. Este, como todos los latinos, tuvo también su adjetivo patronímico Honorico, formado mediante el sufijo -ico (el ya conocidísimo -icus latino), del cual quedan algunos testimonios escritos Honorigo (año 915) y luego Onrigo (1258), (Orígenes, 204). La forma Onorico (con pérdida, de la h) la vemos con frecuencia en los documentos notariales seleccionados. La primera en uno del año 943. (Floriano, 14). Hasta aquí todo transcurre dentro de una ortodoxia más que aceptable. Pero entre esta fase y la definitiva Enrique o Henrique hay unos pasos que podrían explicarse de la forma siguiente: Onorico perdió la [-o-] átona interconsonántica (Regla 6 del Ap.),

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quedando Onrico que, usado en vocativo, daría Onrique. El paso siguiente al definitivo Enrique se explicaría por un fenómeno de asimilación vocálica, según la Regla 11 del Apéndice. 15. Bellido Dolfos o Ataúlfo el peludo Es curiosa la etimología de estas dos palabras cuyo rastro evolutivo parece haberse perdido, aunque por otra parte no escapa a los ojos del investigador, ya que el hallazgo de sus orígenes no tiene la menor dificultad. Bellido o Vellido, equivale a velloso o velludo que, como es bien sabido, se aplica a aquella persona que tiene mucho vello. El étimo o palabra raíz parece ser la latina vellus-eris nombre de la tercera declinación con el significado de vellón en el sentido que hoy se le da, sin otras particularidades que la ya conocida de la identificación del sonido [v] con el [b] y su posterior grafía. Pero el fonema [v] tuvo su período y su geografía labiodental. El sustrato lingüístico ibérico, principalmente el vascuence, rechazaba la [f-] inicial que en algunas regiones pasó a [p], por lo que filum (hilo, fibra) produjo la forma pelo, y el adjetivo piloso, pero en otras la sorda [f] sonorizó en [v], dando lugar a la forma castellana velloso. Así en la Gesta Comitum Barcinonensium (siglo XII) leemos “Guifredo qui cognominatus est Pilosus…” que, como es notorio, se refiere al conocido primer Conde de Barcelona Wifredo el Velloso o Piloso. Con referencia al Campeador leemos: “Enclinó las manos la barba vellida” En cuanto al nombre Dolfos o Adolfo, está bien claro que es evolución del nombre visigodo Ataúlfo, justificada en las reglas 3 y 8; aparte de que este nombre se halla documentado en la Crónica Najerense, del siglo XII, en el capítulo dedicado al Rey castellano Sancho II, en la que, refiriéndose al traidor Bellido Dolfos, se lee “Bellidus Ataulfus nomine”, en donde queda claro que, el que en principio era un sobrenombre Vellido, pasó a convertirse en el nombre, mientras que el antropónimo Ataúlfo pasó a figurar en este ejemplo como apellido, bajo la forma evolucionada Dolfos, con pérdida de la [-a] inicial, sonorización de la [-t-] y monoptongación de [au] en [o] (Reglas 3 y 8 del Apéndice).

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16. El enrevesado “O’Donnell” El origen hay que buscarlo en el antropónimo Otón que ostentaban algunos emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico y que se extendió por Centro Europa con cierta profusión y actualmente pervive en la forma Oto. En España se conserva mayormente con la forma Odón, como consecuencia de la sonorización de la [-t-] intervocálica (Regla 3 del Apéndice). En la toponimia quedan ejemplos como Villaviciosa de Odón en la provincia de Madrid e incluso nombres de persona. A él se le añadió ese sufijo afectuoso, -elle o -elli, muy de uso en algunas lenguas romances, como la italiana o la gallega, y equivalente al castellano diminutivo-afectivo –illo (como Pepillo, Pablillo); con lo que resulta Odonelle u Odonelli, muy parecido al italiano Antonelli. El encuentro de la forma masculina del artículo [o], propio de la lengua gallega y de otras no hispánicas, aplicado a este nombre, daría “o Odonelle” en la cual, para evitar la cacofonía producida por el encuentro de la vocal duplicada, se introduce el apóstrofo (’), que indica la supresión de una vocal, en este caso la [o]. Finalmente se produce la pérdida de la vocal final, como es norma bien conocida, con lo que nos queda el actual y definitivo O´Donnell, que presenta la peculiaridad de la duplicación de la consonante [n], sin que ello merezca mayores atenciones. 17. El incorrecto Agapito Muy parecida a la anterior por su origen y evolución, procede del griego “γπη”, ágape, que significa entre otras cosas comida de hermandad, relativa a las que hacían los primeros cristianos, que se caracterizaban por su ambiente de mutua ayuda y amor fraternal, y agapitas se llamaba a los que participaban en dichos ágapes. Pero el habla vulgar e iletrada no concibió un nombre de varón con la terminación -ita, de tan frecuente uso en todo lo referente a los pueblos de influencia judeocristiana, como lo vemos en el “Areopagita” (San Dionisio) o en el “Estagirita” (Aristóteles). Por ello prefirió la forma masculina del sufijo –ito, y a los varones les llamó Agapito, reservando

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Agapita para las mujeres. Hoy a nadie se le ocurriría poner el nombre Agapita a un varón. Todavía fue más lejos el habla vulgar por el desconocimiento de su etimología. A los Agapitos les quitó el sufijo por creer que se trataba de un diminutivo, quedando en algunos ambientes reducido este antropónimo a Agapo. 18. Los “zoo-antroponimos” Con este constructo me estoy refiriendo a aquellos nombres que son compartidos por animales y por personas, de los cuales voy a poner algunos ejemplos, advirtiendo que este tipo de antropónimos compartidos con los animales fueron desapareciendo a medida que el cristianismo fue imponiendo los suyos, quedando exclusivamente como apellidos. 18.1. Lupo. Procede del latín lupus (lobo). En los documentos notariales ya mencionados se le ve con mucha frecuencia, así como también en todo tipo de inscripciones, tanto en la forma masculina Lupo como en la femenina Lupa. Esta última la vemos en una inscripción mortuoria del siglo V en Tarragona (Díaz y Díaz, 144). Ambas formas, masculina y femenina, no son exclusivas de la onomástica hispánica sino de todo el orbe latino. Como nombre de persona en la onomástica hispánica llega a su máxima representación en el siglo XII aproximándose al 3 % de presencia en los documentos, bajo las formas Lupus, Lop, Lope, Lup. A partir de aquí gana presencia la forma Lope con respecto a las otras, aunque también la va perdiendo como tal nombre de varón, de tal manera que en el siglo XIV no tiene presencia en “nuestros” documentos. Como “ginónimo” (Lupa) no aparece ni una sola vez en ellos. 18.2. Urraca. Esta voz onomatopéyica que da nombre a un conocido pájaro, la vemos ya desde mediados del siglo IX, aplicado como nombre de mujer a la segunda esposa del rey de Asturias Ramiro I. También con la grafía Hurracka, en un documento del siglo X, donación hecha por el rey godo Froila II al abad Attanarico. (Floriano, 24). A partir de aquí le veremos ampliamente repetido en los docu-

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mentos notariales, hasta tal punto que llega a figurar alrededor del 15 % entre los “ginónimos” que figuran en dichos documentos entre los siglos XI y XII, seleccionados para este trabajo. Antes de este período es tan insignificante el número de nombres femeninos, que no se puede hablar de porcentajes. Después del XII no aparece en los citados documentos, de donde se deduce su práctica desaparición de la onomástica hispana. 18.3. Ursa. Palabra latina que significa osa (la hembra del oso) se le ve con cierta frecuencia en inscripciones funerarias, con algunas variantes como Ursina, hallada en una inscripción de entre los siglos IV y V en Teurn, Austria (Díaz y Díaz, 137). Su existencia debió ser muy efímera a juzgar por su ausencia en los documentos, aunque nos ha dejado el diminutvo úrsula, como recuerdo de su paso por la onomástica. La forma masculina Urso es muy poco frecuente. 18.4. Mursa. Esta palabra la encontramos usada como nombre de mujer en inscripciones funerarias. ¿Se trata de una coincidencia fonética con el nombre de ese animal marino hoy llamado morsa? 18.5. Aquila. Este es otro nombre compartido entre la célebre ave y algunas personas. A juzgar por su presencia en las inscripciones de la Edad Antigua, se supone que debió estar en moda en el mundo latino. A menos que se trate de una mera coincidencia fonética, su significado es ni más ni menos que Aguila. Los únicos restos de su paso por la onomástica son los derivados Aquilino y Aquileo. 18.6. Porco. Su significado es puerco pero en honor a la verdad, hay que decir que siempre que se le ha visto en los escritos era como sobrenombre. “Ego Sancio Porco scribtor…” leemos en un documento de donación del año 1015 (Rivera y Arribas, 17). 18.7. Palumba. Curiosamente este es uno de los más antiguos y el único que ha pervivido hasta nuestros días. Seguramente porque la paloma, que es lo que significa, tiene ciertas connotaciones cristianas. De él podemos decir que es exclusivo de mujeres y que es común a todo el orbe latino, sin que se pueda presumir origen exclusivamente cristiano.

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18.8. Don Cuervo. Para ser riguroso he de decir que como nombre de persona, bajo esta forma latina que procede de corvus, no lo he visto en ningún documento, aunque sí como apellido o sobrenombre. Seguramente porque tal forma latina dejaba al descubierto con toda su crudeza el significado de uno de los animales más detestados en la escala zoológica, que le hacía inapropiado para las personas. Sin embargo y curiosamente con el mismo significado de cuervo tuvo cierta vigencia Vela o Velas, escrito también Bela, del vocabulario visigodo, para nombrar a dicha ave. Seguramente el uso de Vela o Velas como nombre de persona en el habla hispana se pueda justificar por el olvido de su significado como tal ave, que quedó representado en exclusiva con el ya citado corvus (posterior cuervo). Este antropónimo visigodo consta en documentos históricos. Recuérdese que el Conde don Vela Jiménez, de la familia castellana de los Vela, célebre por sus repetidas traiciones, derrotó a los musulmanes en la batalla de Cellorigo (Logroño) a finales del siglo IX. Su presencia en los documentos notariales es escasa y decreciente, como corresponde a los antropónimos de origen visigodo. Lo vemos, por ejemplo, en un documento de venta del año 1009 en el que firma como testigo un tal Uela (Floriano, 16). También en otro del año 1085 que consta en el Archivo Histórico Nacional (Madrid, nº 616 Sahagún), sobre una donación hecha por Vela Bermudiz. Sin embargo como apellido es muy frecuente hasta nuestros días, tanto en la forma latina Cuervo como en la visigoda Vela. 18.9. León. Es uno de los pocos zoo-antropónimos que perviven, y a la vez uno de los más ilustres, en cuanto que lo han ostentado reyes, emperadores y papas. Dio lugar a algunos compuestos como por ejemplo Leonati, visto en inscripciones funerarias de los primeros siglos de nuestra Era. 19. “Ginónimos” Me permito componer una palabra nueva que, como fácilmente se observa, está compuesta de dos términos griegos, el primero de los cuales es giné que significa mujer, y el segundo onoma, nombre. Por tanto el

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compuesto viene a ser “nombre de mujer”; muy semejante al ya conocido antropónimo o “nombre de varón”. Los ginónimos son muy escasos en los documentos, debido a las limitaciones que la sociedad medieval impuso a las mujeres en lo referente a las actividades públicas. Son raras las firmas como testigos, y la mayor parte de su presencia en tales documentos obedece a alusiones de sus maridos en las donaciones o testamentos, en expresiones estereotipadas como “una cum uxore mea”, seguida del nombre de la esposa. O sea una donación que yo, fulano de tal, hago junto con mi mujer… Los documentos que mayor número de ellos contienen son aquellos en que constan donaciones o recepciones hechas por comunidades religiosas femeninas en los que aparece un buen número de firmantes de la comunidad como testigos, donantes, recipiendarias, etc. De la muestra de 2889 nombres de persona, elegida entre documentos entre los siglos IX al XVI solo el 4,67% son mujeres (ver Ap. II). En los primeros documentos se nota la presencia de los visigóticos (Arufidilda, Vistresinda, Bronilda) y su posterior y evidente declive, a la vez que aumentan los de origen griego como Eulalia, Sofía, etc., y la aparición de los del cristianismo, como Gracia, María, etc. Sorprende comprobar la antigüedad de algunos de ellos, hoy considerados como modernos; tal es Mariola, Sol, Blanca, Yolanda, Margarita, Sonna (¿antecedente del actual Sonia?) o el curioso Gisela. Algunos de estos muestran una curiosa evolución. Aparte del ya estudiado Urraca, llama la atención el conocidísimo Berenguela. 19.1. Berenguela. Bajo la forma más arcaica Berengaria aparece en un documento del año 1129, y así la vemos hasta el siglo XIV, alternando y conviviendo con Berenguela, algo posterior. Su aparición y notable expansión como nombre de mujer se produce a lo largo del siglo XII, aunque conviene resaltar el origen masculino de este nombre. Algo nos dice el hecho de que la esposa del rey de Castilla Alfonso VIII, doña Berenguela era hija de Ramón Berenguer III, conde de Barcelona. Todavía nos podemos remontar a tiempos más lejanos a buscar el origen de Berenguer, y nos encontramos con Berengario, nieto del emperador Ludovico Pío, hijo de Carlo Magno. Aunque poco frecuente en documentos, su presencia se prolonga por lo menos hasta el siglo XV. Como ginónimo tuvo una infrecuente expansión pero también es

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cierta su desaparición de la onomástica femenina en un lapso relativamente breve, pues si bien es cierto que necesitó tres siglos para ponerse de moda, sin embargo para desaparecer tuvo bastante con menos de uno, ya que en el XV apenas se le ve en documentos. 19.2. Esperanza. Aunque también se encuentra como nombre de varón, su uso mayoritario es femenino, y así lo vemos en una inscripción de la antigua Roma, que por cierto nos da con toda claridad su curiosa evolución desde la forma Speranda (Fabiae Sperandae, en dativo, puesto que a esta persona va dedicada esta leyenda funeraria.). Speranda es un participio de futuro pasivo del verbo sperare (esperar), que en una traducción más o menos libre puede significar la persona en la que se tienen muchas esperanzas. Entre esta forma antigua y la moderna, Esperanza, se han producido dos cambios, el primero de los cuales es debido a esa repugnancia del habla hispana en general por [s] líquida que le obliga a anteponer la vocal [e], de la que ya hemos hablado en otro lugar; mientras que el segundo consiste en el cambio de la [d] por su próxima [z]. Esta proximidad se refiere a que ambos fonemas son dentales sonoros y por consiguiente presentan cierta proclividad a confundirse. 19.2. Yolanda. El origen más probable, aunque no documentado, habría que buscarlo en la forma in-violanda del participio de futuro pasivo de (in)-violare que, aplicado a una mujer, vendría a significar aquélla que no debe ser violada (la intocable). Cuando aparece en los escritos, ya ha perdido el prefijo in- pero también la influencia palatal de la [i] ha producido esa [y] que ha terminado por absorber la antigua [v] inicial para producir la forma vulgar Yolant o Yoland. (Efecto yod de la regla 17). La forma semiculta está representada por Violant o Violante que como nombre de mujer estuvo muy de moda entre la nobleza de la Edad Media. En un documento fechado en marzo de 1268 en forma de real decreto, en que el Rey Alfonso X el Sabio instituye las ferias de Alcaraz se lee: “…en uno con la Reyna donna Yolant mi mugier…” (Floriano, 49). Así se llamaba también la hija de ambos, que luego fue la segunda esposa del rey D. Jaime I de Aragón.

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Está pues meridianamente claro que Violante y Yolant son dos formas diferentes de un mismo nombre. 19.4. El gracioso origen de Teresa. Este nombre femenino es un ejemplo más de que la onomástica medieval no era sólo latino-cristiana, germánica, judaica, etc. También, como ya se dijo, eran frecuentes los nombres de persona construidos con una combinación de palabras de origen griego o latino (o ambos). Tal es el caso de Teresa que, con bastante probabilidad, está compuesto de la voz griega tarajé (ταραχ) que significa turbación, y la preposición a (sin), igualmente griega. El compuesto resultante, atarajé tendría el significado de “sin turbación”; o sea el equivalente a calma, serenidad, sosiego; y su forma de uso sería Ataraxia. La evolución hasta el actual antropónimo (mejor “ginónimo”) es bastante sencilla, a juzgar por los diferentes estadios de evolución recogidos de los diversos documentos en que aparece con cierta prodigalidad. Por ejemplo Tarasia y Tharasia (V. Orígenes. Documentos de Castilla) del siglo XI; las cuales, pasando por Tareisa, darían las formas documentadas Taresa y Teresia. Sin duda este nombre ha sufrido en primer lugar la pérdida de la vocal inicial, fenómeno bastante frecuente. Algo parecido al nombre Millán que, como se sabe, proviene de Emilianus. O más complicado aún, el ya conocido topónimo Toro relativo a la célebre ciudad zamorana, tiene su origen en la palabra Gothorum; y más aún el actual Tordesillas le vemos en documentos medievales como Oterdesiellas. El resto de los cambios son el resultado de ciertas metátesis entre vocales, a los cuales responden las formas apuntadas en párrafos anteriores. Como se ve en estos ejemplos la pérdida de letras y sonidos no es exclusivo de las sílabas finales e intermedias sino también de las iniciales.

III

1. El origen de los apellidos terminados en ”z” INTRODUCCIÓN El nombre “de pila”, hoy igual que ayer, no fue suficiente para diferenciar e identificar a las personas. Por ello hubo que recurrir a diferentes fórmulas (palabras) que acompañaran al nombre y consiguieran su individualización. Estas con el paso del tiempo devinieron en lo que hoy un tanto impropiamente llamamos apellido. Digo impropiamente porque esta palabra procede de un verbo latino appello que significa nombrar o llamar. Y esta función de llamar o nombrar la hacía principalmente el nombre, no el apellido, que más bien tenía y tiene la función de identificar al sujeto. Pero el uso así lo ha consagrado y nosotros así lo aceptamos, aunque en rigor sea más propio llamarle sobrenombre, principalmente cuando el nombre “de pila” va acompañado de una o varias palabras que contribuyen a su personalización. Cervantes dice, refiriéndose a Don Quijote “que tenía el sobrenombre de Quijada”. En las inscripciones de la antigüedad, tanto funerarias como murales e incluso en los documentos históricos, apenas se ven los apellidos en el sentido que aquí les vamos a dar, pues en aquellos lo que acompaña al nombre suele ser otro nombre, el cognomen o cognomentum de los romanos o también el praenomen o nombre propio que se anteponía al de la familia. Otras veces era un adjetivo antroponímico. Sírvannos de ejemplo algunos de los encontrados en los primeros siglos de nuestra era en inscripciones funerarias: Flavius Sabinus Maecius Marcus Saturnino Saturo Valeria Pompeia 79

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Y mucho antes, los célebres personajes de la antigua Roma: Marco Tulio Cicerón, Cayo Crispo Salustio, Julio César, etc. En los documentos civiles en latín medieval posteriores al siglo IX, es frecuente ver nombres de persona sin ese acompañamiento identificativo que se ha venido llamando el apellido, aunque de ello haya importantes excepciones. Tal es el caso de los clérigos que, en lugar del apellido, ponen el cargo (abad, obispo, presbítero, etc.). Otro tanto sucede con el personal civil cuando obra en función de su cargo (rey, notario, testigo, etc.) lo cual dificulta seriamente el recuento estadístico de los apellidos, como ya se apuntó en el capítulo anterior. El aparente “absurdo demográfico” que veíamos se refiere al hecho de que el número de apellidos que figuran en el cuadro debería ser, por razones de procreación, muy superior al de los nombres “de pila”, pero no es así porque ese cómputo “estadístico” está hecho sobre unos documentos en que, según se acaba de señalar, la gran mayoría de las personas que en ellos figuran no dan el apellido, el cual queda oculto o sustituido por el cargo o la función que desempeñan en el documento: Petrus testis (testigo) Stephanus abbas (abad) Johannes episcopus (obispo) Eolalius diaconus (diácono) Dulcidius maiorinus (merino) Garsea comes (conde) Froila baccalaureus (bachiller) Fredegarius notarius (notario) Tomando como ejemplo los cinco primeros siglos documentales, nos encontramos con el siguiente panorama: en el siglo IX los apellidos representan el 2% con respecto a los nombres. En el X aumenta hasta el 6%. En el XI experimenta un notable aumento que llega a representar el 46 %. A partir de aquí sigue el aumento pero sin saltos demasiado notables. En el siguiente llega al 49%. Y en el XIII, el 53%. En proporción parecida sigue el aumento, a medida que se suceden los siglos posteriores, según podemos ver en el Apéndice II. Esta desproporción tan notable es la culpable de que las muestras de apellidos sean tan pequeñas y su valor estadístico tan escaso, como venimos insistiendo quizá con excesiva reiteración.

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El apellido, según se deduce de los miles de nombres de los documentos citados, tuvo orígenes muy variados: –Patronímico (basado en el nombre del padre): Fortunius Lopici (Hortuño hijo de Lope) –Toponímico (basado en el lugar de procedencia): Adulina de Kastillgu –De oficio o profesión: scribanus, maiorinus (merino), conde (de “cómite”). -Otros más, basados en la raza, parecido físico, etc. Estos últimos apellidos eran cercanos a lo que hoy conocemos con la denominación de mote: Moure o Mauregato (arabizado); el Roxo. También aquí pueden incluirse varios de los que figuran entre los llamados zoo-antropónimos del capítulo anterior. A la naturaleza y fines de este libro le interesa particularmente el primero de los citados, o sea los patronímicos, y a ellos vamos a dedicar el presente capítulo. La palabra patronímico es un constructo griego que significa nombre paterno, y fue precisamente éste, el nombre del padre en genitivo, el que, junto con la palabra latina filius (hijo), va a configurar lo que hoy llamamos el primer apellido. Así en el ejemplo Martinus, filius Flavii (Martïn, hijo de Flavio) observamos cómo el nombre paterno, que en este ejemplo sería Flavius, va en genitivo latino, Flavii, como era norma general. Sin embargo no todos los antropónimos admitían tal forma de genitivo, especialmente los de origen visigodo. Por ejemplo éstos, tomados de documentos notariales del siglo X: Adefonsus filius Bargala Eldefendo filius Tjo Gotinus filius Ikila Posteriormente el romance lo resolvió mediante la preposición [de], como se verá más adelante. Con el paso del tiempo filius fue desapareciendo por innecesaria, al quedar sobreentendida en el contexto. Así el ejemplo Egica filius Didaci, (Egica, hijo de Didaco) queda reducido a Egica Didaci, con el mismo significado.

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Otros ejemplos tomados de documentos del siglo X: Belasco Moratelli Eolalius Adecastri Flainus Didaci Aurelius Baroncelli Vilienus Erulgi Muz Garziezi Igualmente desaparece filius en el apellido romance formado con la preposición [de]. Así en Didacus, filius de Ataulfo, queda Didaco de Ataulfo. Como fácilmente se observa, tanto la forma simple como la compuesta de preposición, han llegado a nuestros días como las dos formas de apellido patronímico, aunque la primera con algunos matices que más adelante comentaremos. Aún perviven en el mundo latino muchos apellidos con la terminación [-i] del genitivo, de una manera muy especial en la lengua italiana: Ferrari, Marini, Martini, Volpi, etc. Son la herencia de la forma latina o latinizada de apellidar, por lo menos desde el Siglo IX y siguientes en que los documentos notariales están llenos de tales formas del genitivo: Jacobi, Fernandi, Berengarii, Guillelmi, etc. Como acabamos de señalar, no todos los nombres ofrecían tales facilidades para la formación del genitivo patronímico, aunque el lenguaje, como elemento vivo y dotado de gran versatilidad, se las ingenió para buscar una solución que permitiera formar el genitivo, no siempre con éxito. Para ello se valió de los sufijos o terminaciones, entre las cuales merecen citarse -icus e -icius, con su genitivo en -ici. Incluso se da el caso curioso de que este sufijo a veces se añade a otro ya existente. Sirva como ejemplo de esto el latino Martinus, que está formado sobre el nombre Martis (del dios romano Marte), simplemente añadiéndole el sufijo -inus, muy importante también en la formación de derivados romances. Seguramente por pérdida del sentido etimológico, posteriormente y para formar el apellido, se le añadió otro sufijo más, el ya mencionado -icus, quedando así el adjetivo antroponímico Martinicus (esdrújula) cuyo genitivo Martinici (también esdrújula) va a dar lugar al actual Martínez. Esta forma de genitivo sin embargo también convivió con la ro-

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mance formada mediante la preposición [de], como ya se indicó anteriormente.Véase este ejemplo tomado de un documento del año 1320, una carta de poder a favor del Infante D. Juan Manuel: “…e llamé a… Gomez Gonçalez fijo de don Martín…”. Este ejemplo nos dice además, que ya en siglo XIV González no significaba hijo de Gonzalo. Exactamente como sucede en nuestro días. En el mismo documento, unas líneas más abajo, se lee: “Yo Johan Martinez, el dicho escriuano…”. Todo lo cual nos demuestra la coexistencia de las dos formas de apellido, la culta Martínez y la vulgar “fijo de Martin” LA CLAVE ESTÁ EN EL GENITIVO Entre los muchos matices que tiene el genitivo nos interesa destacar el que se refiere al hecho de ser engendrado, pues tal es su significado primigenio (genitus en latín significa engendrado). Siguiendo el hilo de los ejemplos anteriores, en el caso de Flainus Didaci, estamos diciendo que la persona Flaino (posterior Laín) es hijo de Didaco. Precisamente del genitivo esdrújulo Didaci va a venir el actual Diaz, como se verá más adelante. El ejemplo que hemos visto de Martinez nos puede servir de pauta y orientación para el resto de los que aquí vamos a presentar. Pero antes conviene explicar qué es eso de adjetivo patronímico o generativo, porque en él va estar la clave del origen de estos apellidos. Se formaba añadiendo al nombre los ya citados sufijos -icus, -icius, -acus e –inus, entre otros, seguramente para hacerle declinable como cualquier otro adjetivo latino de la segunda declinación. Se trata de un adjetivo formado sobre un nombre de persona para indicar cosas o personas relacionadas con él. Ejemplos: –Del romance Pero (Pedro) se forma el adjetivo patronímico Pericus, (esdrújula) de cuyo genitivo Périci procede el actual Pérez. –Lope, mediante el sufijo -icus, va producir Lópicus para indicar lo que es propio de Lope, y de cuyo genitivo Lópici se va formar el actual López. Todas estas formas están datadas en los correspondientes documentos. Esta forma de apellidos en [-z] y sus pasos intermedios consta ya en los documentos notariales del siglo X. Concretamente en uno del año

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971 aparece ya la forma Velasquiz. También Gomez en otro del año 964. La forma agustinici, acompañando al nombre Ecta, la vemos en un documento del año 1058, (Menéndez Pidal en Estudios de Lingüística, 68). Este es uno de los casos más claros del sufijo patronimico -icus (-ici, en genitivo) para formar un supuesto Agustinez que no prevaleció, como otros muchos que se quedaron en meros intentos. Estas terminaciones en -ez o en -iz de carácter patronímico parece que estaban hechos para ser usados con nombres de procedencia latina, pues lo vemos aplicado incluso a los constructos más extraños, como es Buenomne (Buenhombre), apellido Buenomniz, que vemos en un documento leonés del año 1097 (M. Pidal, Orígenes, 173). Sin embargo, debió ponerse tan de moda, que lo llevaban hasta los nombres más representativos de la onomástica bárbara, que tanto difiere de la latina y que tan poco se presta a sus sufijos: Frolez- Assuriz- Acenarez- Annaiaz- Velidez, etc. No obstante lo dicho, se debe señalar que el adjetivo patronímico formado por -icus también se usó mucho en nominativo, sirviendo para añadir algún matiz especial al nombre “de pila”. Seguidamente ofrezco unos ejemplos, tomados de documentos medievales, en los que se ve claramente lo antes dicho, que este sufijo, en su forma latina -icus o en la romance -ico (posterior –igo), se aplicaba a nombres de cualquier procedencia: griegos, romanos, latino-cristianos, visigodos, etc.: Sigerico, Domenico, Roderico, Alderico, Alarico, Amalarico, Frederico, Agerico, Alerico, Sabarico, Onírico, Henrico, Manrico, etc. Algo parecido sucede con el sufijo latino –arius, responsable de los terminados en –ero: como el célebre Lehutarius > Lotario > Lutero. Bien entendido que este tipo de apellidos son exclusivamente patro-nímicos, nunca metro-nímicos. Con ello quiero decir que la madre no dejó apellidos, puesto que éstos eran inherentes al nombre del padre. El segundo apellido, de aparición bastante tardía, no alude para nada a la madre sino casi siempre al lugar de nacimiento o residencia: Pedro Alvarez de Toledo; Rodrigo Díaz de Vivar; o simplemente el mote: Gil Ferrandes el Roxo. Seguidamente, y para que el lector tenga una idea más completa de la historia y evolución lingüística de los apellidos más corrientes, a continuación se exponen algunos de ellos.

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1. Rodríguez El ya conocido Rodericus, antecedente del actual Rodrigo, tiene su genitivo patronímico o apellido en la forma Roderici que aparece con notable frecuencia en los documentos medievales. Como se dijo en el capitulo anterior, está formada con el sufijo -icus el cual evolucionaría a igo (Regla 3 del Apéndice), dando así lugar a la actual y definitiva forma Rodrigo. Con el paso del tiempo, y seguramente por pérdida del sentido etimológico, a la forma Rodrigo se va a añadir nuevamente el ya citado sufijo -ici (gen. de -icus), resultando así Rodríguici y luego Rodriguic de la cual va derivar el antiguo Roderíguez, forma esta que junto con Rodriguiz y Rodriquiz y Roderiz, aparecen ya en documentos de los siglos XI y XII. (M. Rivero, 378). De ellas procede el actual Rodríguez. Este apellido, igual que el nombre del que procede, tiene la peculiaridad de ser uno de los más variados, como lo demuestran, aparte de las citadas, las formas Ruiz, Roiz, Roy, Roys, Ruis… También uno de los más abundantes, dado que en el siglo XVI llega a una frecuencia en documentos del 4%, a pesar del descenso como nombre, según se vio en el capítulo anterior. 2. Velázquez, descendiente del cuervo Ya hemos visto en el capítulo anterior que el origen remoto de este apellido hay que buscarlo en Vela o Velas, voz procedente del sustrato mediterráneo occidental (según M. Pidal) con el significado de cuervo y que tiene presencia frecuente en los primeros documentos notariales del siglo IX y siguientes, como nombre con la forma Belasco y Blasco, antes de pasar a apellido. Incluso se llega a usar como nombre de mujer, Blasquita. También cabe preguntarse si el nombre de varón Blas no será una forma hipocorística bastante tardía de este antropónimo con la forma Blasco. Si bien en los documentos notariales seleccionados para este trabajo no aparece la forma primitiva Vela hasta el siglo XI, Uela, Uelasco, sí consta en los documentos históricos que nos hablan de la célebre familia castellana que llevaba este nombre y cuyo origen se remonta al siglo IX. Como hemos comprobado, el original Vela o Velas se ve afectado

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por el sufijo -icus, Velásicus, y así queda documentado en la forma Velasco o Belasco por pérdida de la [-i-] postónica (Regla 6 del Apéndice) Pero de aquí al definitivo Velázquez todavía falta un paso intermedio, un hipotético Velasquici (genitivo de Velásquicus) y que por fortuna deja de ser hipotético al encontrarlo en un documento del año 1115 bajo la forma Belaskiz. Otro caso de duplicidad del sufijo –icus, como consecuencia de la pérdida del sentido etimológico de este antropónimo. 3. López, familia de lobo Está formado sobre el ya conocido Lopo (posterior Lope) o Lupo, tal y como se dijo al tratar de los “zoo-antropónimos” en el capítulo anterior. Su evolución hasta la forma definitiva pasa en primer lugar por el ya conocido sufijo -icus que va dar un nominativo Lópicus, de muy poca o nula presencia en los escritos, pero cuyo genitivo Lópici es el que va dar la forma definitiva López. Tanto Lopici como Lopiz lo vemos en documentos a partir del siglo XII (Floriano, 35). Lop Lopici lo vemos en un documento de año 1148 (A. Millares, 221). La forma actual Llopis es una variante regional de López. 4. García En rigor no se le debía incluir en este capítulo por no ser de los que terminan en –z. Sin embargo, le hacemos un sitio especial por el hecho de que hubo un tiempo en que sí lo fue con la forma ya desaparecida Garceiz. Por otra parte parece obligado continuar con García para completar su ciclo evolutivo que, como ya se ha podido notar, comienza como nombre “de pila” para terminar como apellido. En cuanto a este apellido es de cierto interés un documento fechado el 28 de septiembre del año 924 que trata de una donación del Rey Froila II (Fruela) al Abad Atanarico, y en el que aparece como testigo un tal Muz Garcieci, forma esta que nos hace pensar en un genitivo patronímico referido a García, procedente de la aplicación del ya conocido sufijo –icus en forma genitiva. Otro intento de patronímico como éste lo vemos en otro del año

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957 bajo la forma Garseani, éste con el sufijo adjetival –anus (en genitivo). Tambien vemos en otro del año 1015 la forma Garceiz (Rivera y Arribas, 17). Llamo a estas formas “intento de patronímico” porque indudablemente no cuajaron en las formas posteriores que hemos visto que generaron los apellidos en [-z]. Por otra parte, García, por las causas apuntadas en el capítulo anterior, a partir del siglo XIII cambia la tendencia en el sentido de ir desapareciendo como nombre para usarse mayoritariamente como apellido; dándose la circunstancia de que va a convivir con su supuestamente original Gracia, también como apellido. La verdadera peculiaridad consiste en la pureza de su conservación hasta nuestros días, en el sentido de que no admitió sufijos patronímicos, como la mayoría de los antropónimos hispánicos, pues las formas Garceiz, Garcieiz, y Garseani, aparte de ser escasas, no van más allá del siglo XII, a partir del cual apenas se ven estas formas patronímicas. Tal vez la más chocante sea una de principios del siglo XI, Garcianiz, de un posible Garcianici, que supondría añadir a García el sufijo –anus más el sufijo –icus en genitivo (-ici). El fracaso de las formas patronímicas hizo que la forma onomástica semiculta, García, pasara en estado de pureza al apellido. Solamente quedan algunas variantes regionales como Garcés, Garsey, etc. GARCÍA DIACRÓNICO (apellido) SIGLO IX X XI XII XIII XIV XV XVI TOTAL

Nº DE NOMBRES Nº DE “GARCIAS” % DE GARCÍA DE VARÓN (SÓLO APELLIDOS) (APELLIDO) 72 0 0 147 4 2.12 342 24 7.02 804 9 1.20 561 5 0.91 292 17 5.82 291 15 5.15 196 7 3.57 2.705

OBSERVACIONES Doc. notariales

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Con este cuadro no se pretende demostrar nada válidamente computable, sino constatar la presencia de este apellido en los documentos, pues ya hemos visto que la costumbre medieval de omitir el apellido hace que el número de éstos constituya unas muestras tan pequeñas que reducen notablemente su valor estadístico. Sin embargo, alguna idea aportan acerca de su historia y evolución; por lo menos sí se puede apreciar una cierta relación de dependencia cuantitativa en las variaciones nombre-apellido, si comparamos este cuadro con el del capítulo anterior al tratar a García como nombre “de pila”, principalmente en el siglo XII en que el acusado descenso de García como nombre se ve correspondido cuantitativamente en el apellido. Una vez expuesto el estudio de este antropónimo tanto en uno como en otro uso (nombre-apellido) parece muy remota la posibilidad del su origen ibérico. 5. Domínguez Es el patronímico correspondiente a Domingo cuyo origen hay que buscarlo entre esa gran riqueza onomástica que produjo el cristianismo, basándose en nombres latinos. La palabra original de la que parte la evolución es dominus (el señor), con diferentes matices semánticos de los cuales aquí sólo nos interesa el que tiene carácter religioso o sea, El Señor, referido a Dios. Sobre Dominus, y por medio del ya conocido sufijo –icus, se va a formar el adjetivo latino dominicus (esdrújula) para indicar a la persona (o cosa) relacionada con el Señor, y que al romancearse va a producir la forma Dominco, vista en un documento del año 964 (Rivera y Arribas, 15); como también la esdrújula dominigo en un documento del año 1024 (Floriano, 24) y posteriormente Domingo (año 1067), según las ya conocidas Reglas 3, 6 y 10 del Apéndice. Como antropónimo adquiere una notable presencia en los documentos a partir del siglo XIII, con esta última forma. Pero hasta llegar al actual Domínguez todavía queda un tramo por recorrer. Un tramo oscuro porque en esta forma no aparece en los documentos de la muestra hasta finales del siglo XIV. Esto nos llevaría a pensar que la terminación en -ez de Domínguez se debe a pura imitación de aquéllos que lo tenían por derecho propio. De lo contrario habría

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que suponer un “sobresufijo”, como vimos en caso de Rodriguez y de Martínez. Es decir, sobre Domingo que, como ya hemos visto, está formado con el sufijo -ico (latino -icus), habría que añadirle un nuevo -icus, de cuyo genitivo –ici procedería un hipotético Domínguici. Pero cuando vemos el apellido Dominiquiz (esdrújula) en un documento de mediados del siglo XII (A. Millares, XL), no resulta tan hipotético, pues viene a confirmar mi teoría. Lo firma un tal Pelagio Dominiquiz, forma esta que va a ser el antecedente inmediato del definitivo Domínguez, según las conocidas Reglas 6-3-12 del Apéndice. Por si estas citas no fueran suficientes, nos encontramos con Maria Dominingez en un documento de principios del siglo XIII (Muñoz y Rivero, 380). Por otra parte, algo nos dicen los “missi domínici” o mensajeros del Emperador en el Sacro Imperio Romano Germánico; o el ya estereotipado sintagma signum domínici que tanto se prodiga en los documentos notariales. 6. Pérez, Pericot, Berihuete Es evidente que el actual apellido Pérez proviene del nombre latino Petrus, como ya se apuntó anteriormente; si bien es cierto que hasta tomar esta forma pasó por unos estadios que resultan curiosos. El apellido Perez consta ya en documentos del siglo XIII, durante el cual se prodiga con tanta abundancia como su antropónimo Petro. Antes había pasado por unas etapas de evolución morfológica, siempre basadas en el genitivo, y que a continuación se indican: Petrici aparece en documentos del siglo XI (Floriano, 27) y es el resultado de ponerle a Petrus el célebre sufijo genitivo –ici (de –icus). Le sigue Petriz, que se ve en documentos del XI y XII y es el resultado de la pérdida de la [i] final de la forma anterior. La fase Pedrez figura también en el siglo XII, aunque menos frecuente. Sin embargo es clave para entender la evolución hasta la forma definitiva. Ha convertido la [t] en [d] como si fuera intervocálica (sonorización, Regla 3), a la par que la palatal [i] se transforma por proximidad articulatoria en su cuasi-homófona [e], según la Regla 21 del Apéndice, con lo cual va a entrar en la “moda” de los apellidos en -ez. En el siglo XIII esta última forma perderá la [d] y tendremos el definitivo Pérez. Recordemos que esta [d] procede de la sonorización de la

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antigua [t] y ahora se pierde como si de una sonora intervocálica se tratara. Este doble proceso de deterioro se da sólo en aquellas palabras que han tenido un uso excesivo, además de su antigüedad. Así se produjo también la ya estudiada forma onomástica medieval Pero, propia del siglo XIII con su hipotético pero razonable Péricus y su genitivo Périci el cual, por pérdida de la vocal final [-i], también nos llevaría a la forma Pérez. A este mismo origen pertenece el apellido Pericot o Pericote, con un derivado por parte de esta última forma que es el vulgar y poco común apellido Berihuete, por aplicación de las Reglas 3ª y 5ª de Apéndice. 7. Díaz Este curioso apellido es también de los que podemos denominar “de abolengo”. Recordemos que abolengo viene de abuelo, y como veremos, pocos pueden presumir de abuelos tan antiguos como éste. Para no errar en nuestro camino de investigación, hemos de distinguir entre su seguro origen próximo, y su dudoso origen remoto. Con respecto al primero, parecen existir pocas dudas de que Díaz procede de Dídaci, genitivo del antropónimo Dídacus cuya presencia se prodiga en los documentos hasta el siglo XIII, a partir del cual apenas se ve ya como nombre, para pasar a figurar como apellido: Didaci, Didac, y finalmente Díaz, con pérdida de la [-d-] intervocálica, que será la definitiva; aunque hasta llegar a estas últimas habrá de pasar por algunas curiosas formas que vamos a ver. Lo verdaderamente interesante de este antropónimo es que produce dos nombres de persona bien diferentes: el que acabamos de ver, Díaz (más bien apellido), que procede del genitivo Didaci; y Diago, que procedería del nominativo ya romanceado Didaco, con sonorización de la [c=k], según la Regla 3 del Apéndice. Esta es la forma más abundante en documentos notariales y también la primera en cuanto a su aparición. Ya consta en uno de mediados del IX (Floriano, 11), siglo este en que el número de documentos es muy escaso; y a partir de aquí puede decirse que es uno de los antropónimos más repetidos, alcanzando en el siglo X una frecuencia del 11,70 %, para bajar al 1,51 % en siglo XII y seguir el camino descendente hasta su casi desaparición como nombre en el XIV. Siempre basándonos en la muestra repetidamente citada.

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A Didaco siguen en antigüedad las formas Didago, documentada en el siglo X, Diaco, Diego, Diac y Dego en el XII. Nótese que en estas últimas ya ha perdido la [d], aunque ésta persiste en el genitivo Didaci, que va a dar paso al definitivo Diaz, derivado de ese Diac que acabamos de ver. Con respecto al origen remoto de Didaco al que antes me refería, sin documentación alguna que lo respalde y sin más pruebas que la mera homofonía o semajanza fonética, se podría pensar en un originario Dido, seguido del sufijo -acus. Este nombre existió en la edad antigua. Recuérdese ese célebre personaje legendario que fundó la Ciudad de Cartago, la reina Dido, hija de Delo, rey de Tiro. 8. Fernández Después de lo dicho en el capítulo anterior acerca del antropónimo Fernando, y una vez expuestos los numerosos ejemplos de derivación patronímica mediante el sufijo -icus, poco nos queda por decir respecto de la génesis de este apellido que, igual que su correspondiente antropónimo, ha llegado a ser uno de los más difundidos dentro de los apellidos del habla hispánica. Aparece en documentos a principios del siglo XII, bajo la forma Fernandiz la cual nos lleva directamente al genitivo Fernándici fonéticamente equivalente. El definitivo Fernández aparece más tarde, aunque dentro del mismo siglo, por lo cual se puede hablar de formas coexistentes. A partir de aquí y al igual que el onomástico Fernando, se acrecienta hasta llegar a ser uno de los apellidos de más uso, incluso hasta en nuestros días. Finalmente cabe destacar que todas esas variantes que vimos en el nombre no se dan en el apellido, excepto algún Ferrandez muy raro. 9. Ordóñez Tiene todas las apariencias de proceder de Fortunius al que vemos ya en alguna inscripción funeraria del orbe romano, probablemente anterior al siglo VI de nuestra era (Díaz y Díaz, 140), y que con el paso del tiempo o mejor dicho con el uso, va a producir el nombre Ordoño. Cuando aparece por vez primera en un documento del año 860, ya ha sufrido importantes modificaciones en su morfología: Hordonius. To-

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das ellas son congruentes con las ya conocidas reglas de evolución que venimos comentando. Entre Fortunius y Hordonius observamos que: –La [f-] se ha convertido en [h-], según la Regla 19 del Apéndice. –La [-t-] ha sonorizado en [d], según la Regla 3, a pesar de no ser intervocálica pura. –La [u] intermedia se identifica con la [o], según la Regla 21. Entre los siglos IX y XIII conviven todas las formas de este antropónimo: Hordonio, Ordonio y Fortunio. A partir del XIII es menos frecuente como nombre “de pila” y se le ve con la grafía Ordonio, aunque su fonética fuese Ordoño (Regla 17 del Apéndice) porque el sonido [ñ] existió como fonema pero no como signo gráfico, para cuya aparición y generalización en los escritos hay que esperar hasta el siglo XVI. Como resto lingüístico menos evolucionado ha quedado Ortuño usado principalmente como apellido existente en la actualidad. En cuanto a la formación del actual Ordóñez, poco podemos añadir a lo ya conocido con respecto a la formación de los apellidos en [-z], aunque en este caso cabe sospechar que no se llegó a esta forma por la natural evolucion ya conocida sino más bien por imitación o moda de apellidar en [-z], porque falta la fase genitiva en -ici que por las razones que fueren no se ven por ninguna parte en los documentos. 10. Jiménez, el excelente Ya dijimos al principio de este capítulo que no todos los antropónimos se prestaban, por sus características fonéticas, a llevar el sufijo -icus cuyo genitivo -ici daría lugar a la terminación [ez] de algunos apellidos. También señalábamos a -inus como otro de los sufijos que más contribuyeron a la formación de derivados romances y muy especialmente de nombres de persona y apellidos. Así por ejemplo el antropónimo latino Maximus dio el adjetivo patronímico Maximinus, con el significado de algo o alguien relacionado con Máximo, y que posteriormente quedó también como antropónimo, Maximino. Algo parecido debió darse con el adjetivo latino eximius (excelente) al que se le añadió el sufijo -inus para formar el nombre Eximinus, do-

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cumentado en el año 981 en una carta de donación al monasterio de Leyre, hecha por el Rey Sancho Garcés II Abarca de Navarra y su esposa doña Urraca en el que se cita al abad Exymino (A. Millares, 232). En este mismo documento también aparece como nombre de mujer, Eximina. También referido al mismo monasterio y en otra carta de donación se lee “senior eximino acenariz” (Floriano, 311) que figura como uno de los firmantes del documento que, igual que el anterior, es una donación otorgada por otro Garsias (¡cómo se parece a Gracias!). Esta forma, eximinus, sufrió las lógicas erosiones, que en este caso fueron la pérdida de la [e] inicial (Regla 22) y también la confusión-asimilación de [i] por [e] (Regla 21), originando la forma Xemenus (posterior Jimeno) y Xemeni documentadas también en el siglo XI.(Floriano, 31) y antes en el siglo X con el nombre de mujer, Xemena (Rivera y Arribas, 15V), el actual Jimena. También en el siglo XI está documentada la forma Scemeno; posiblemente una variante puramente ortográfica del sonido [x]. La forma Ximénez es bastante más tardía. No la he visto hasta el siglo XV. Sin duda está formada sobre Ximeno, posiblemente por la moda de en [-ez] de los apellidos, porque el precedente Ximénici no aparece en ningún documento, aunque tampoco debe ser descartado. Sin embargo he encontrado el apellido Simeneiz en un documento del año 1265 (Rivera y Arribas, 41). El paso de la [x] a la [j] castellana para el actual Jiménez es un hecho constatado y de sobra conocido, aunque la mutación fonética tenga una génesis bastante oscura. 11. González El proceso evolutivo de este apellido lo podemos ver muy claro a partir de Gonzalvo, ya estudiado en el capítulo anterior, como forma que, evolucionando a Gonzalo, se impuso a todas las demás y que, aunque sea la definitiva, no por eso tenemos que perder de vista su antigüedad que se remonta al siglo XI. Ya se vio que la forma Gonzalo y sus variantes son el resultado de la fusión de los dos componentes de las formas arcaicas del tipo Gundissalvo. González es el resultado de añadir a Gonzalvo el ya conocido sufijo

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–icus en su forma genitiva -ici, resultando un supuesto y necesario Gonzalvic(i) y que por fortuna lo vemos documentado bajo la citada Consalbic en el año 1050 (Rivera y Arribas,16), alternando ya en el mismo documento con Gonzalez, lo que demuestra que los cambios no fueron excluyentes sino que hubo largos períodos de convivencia de formas. 12. Suárez El antropónimo Suero del que parece derivar, tuvo su vigencia a lo largo de la Edad Media, y entre los representantes más ilustres se me ocurre citar al célebre caballero Don Suero de Quiñones cuyas hazañas no voy a mencionar por ser de sobra conocidas. Lo verdaderamente curioso es su origen lingüístico. Por las mismas razones que dimos en el capítulo II al hablar de la antroponimia visigótica, podemos descartar tal origen, así como cualquier otro ajeno al mundo latino. Acaso haya que buscarlo en un error, primero de grafía y luego de fonética, del nombre de persona de la Roma imperial, Severo. Por esos intrincados caminos que tomó en el habla hispánica el fonema [v] y su representación escrita, le vemos con harta frecuencia identificado o sustituido por [u], dando en este caso la forma documentada Seuero (M. Pidal, Orígenes, 36). A partir de aquí, el único cambio consistiría en la pérdida de la primera [e], abocada a la desaparición por estar en posición fonéticamente débil (Regla 6), dando lugar a la definitiva Suero. A partir de aquí la forma Suárez del apellido se debería a pura imitación de los terminados en [-z], procedente del nombre Suarius cuyo genitivo Suarii vemos en un documento de finales del siglo XIII (Muñoz Rivero, 387). Pese a la aparente corrección del proceso evolutivo, no podemos estar completamente seguros, ya que ese diptongo [ue] también podría proceder de una [o] tónica de algo parecido a un hipotético y nunca visto Sorus.

IV

La suerte de las palabras INTRODUCCIÓN Con esta expresión un tanto extraña me estoy refiriendo a los ambientes lingüísticos en que una determinada palabra se ha desarrollado, porque de ello va a depender en buena medida todo su proceso evolutivo. Cuando hablo de proceso evolutivo me refiero no solo a los cambios morfológicos sino también a los semánticos. Es decir, que el entorno cultural va a ser una circunstancia fuertemente condicionante en el desarrollo de su fonética y representación escrita, pero también de su significado. Esto se comprenderá mejor con algunos ejemplos de palabras desarrolladas en diferentes ambientes culturales que nos recuerdan la semejanza con tantas otras cosas de la vida corrriente, como puede ser la influencia sobre las personas del medio en que se han desarrollado desde niños. Hay palabras cuya procedencia se desconoce y son como esas personas que llegan de fuera y nadie de su entorno conoce su pasado. No es extraño que sobre ellas se formen conjeturas y suposiciones no siempre coincidentes con la realidad. Algunas de las ya comentadas son buenos ejemplos de esto. A veces es el pueblo ignorante quien inventa esas historias pero en no pocas ocasiones somos los filólogos quienes con la mejor voluntad de investigación cometemos esos mismos errores. Ello es debido a las enormes dificultades de reconstrucción e identificación que presentan un buen número de las voces que componen el idioma. Y cuando hablo de “un buen número” quiero decir que, con respecto a los orígenes, es mucho mayor el número de las que se ignoran que las que se saben; lo cual es debido a la falta de documentos escritos y por consiguiente de palabras cuyo origen podría reconstruirse con más facilidad si hubiera de ellas constancia escrita. Con frecuencia muchas de ellas conservan la versión culta y también la vulgar. Por ejemplo operario y obrero; límite y linde. 95

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En otras ocasiones sólo una de las dos, como sucedió con horologium, que el habla vulgar la desgastó hasta quedarla en la forma actual, reloj. Otras veces es la culta la única que prevalece, debido al hecho de haber tenido un uso restringido a un ambiente culto y haber sido propagada por él, quien a su vez ha ejercido sobre ella una especie de control. Esto se da mayormente en aquellas que pertenecen a ciertas elites, sin que el habla vulgar las haya contaminado. Entre ellas destacan las que proceden del griego, como veremos en otro capítulo posterior, sin olvidar las latinas que fueron de uso exclusivo de algunas minorías, como por ejemplo el clerical, que las conservó intactas: oración, sermón, convento, etc. Otras tienen tres versiones, la culta, la semiculta y la vulgar: ópera, obra, huebra, respectivamente. ALGUNAS PALABRAS EN AMBIENTES DE BAJA CULTURA 1. ¡Arre! (¡al tajo!) Por su especial naturaleza interjectiva, aplicada exclusivamente a estimular a las bestias de carga, no se le ha encontrado en los escritos. Por ello cualquier intento de buscar su procedencia ha de ser puramente especulativo, como sucede con todas aquellas palabras que aparecen en el habla sin los más mínimos antecedentes. Tal vez por estas dificultades los dicccionarios etimológicos, entre ellos el DRAE, prudentemente no hacen la más mínima alusión al origen de esta palabra. Yo creo que está compuesta de la preposición ad y el sustantivo rem, acusativo de res, de la 5ª declinación latina. Ad indica dirección (a y hacia) y rem tiene un campo semántico muy amplio cuyo significado en este caso sería la tarea, el trabajo. Así que la exclamación ¡ad rem! sería tanto como ¡al trabajo! Exclamación válida para estimular la arrancada hacia la faena y cuyo uso actual se ha limitado a las bestias de carga, sobre todo si va acompañada de algún modo de acción más contundente. Los cambios que este sintagma haya experimentado se habrían limitado por una parte a la pérdida de la [-d] de la preposición ad y por la otra la de la [-m] de “rem”, quedando a-re, pronunciado enfáticamente arre.

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Acaso tenga el mismo origen la voz ¡ar!(o ¡arr!) que se pronuncia, como orden de ejecución en los movimientos de gimnasia y desfiles militares cuando se manda “de frente… ¡arr! ”, que es tanto como ¡arre! Cierta o no mi teoría, al menos creo haber respetado las “reglas del juego” y haber logrado un resultado congruente en el aspecto semántico 2. ¡Sooo! Su origen es tan oscuro como arre y por eso se debe proceder con la misma prudencia, simplemente exponiendo su posible procedencia de la preposición latina sub que, como es bien sabido, tiene el significado de bajo o abajo. La forma vulgar es este ¡so! interjectivo, de uso mayoritario en ambientes rurales, aunque también la vemos en “so pena de…” o en “so pretexto de”, con el significado de “bajo pena de” o “bajo el pretexto de”. O en este verso del Marqués de Santillana en su Doctrinal de Privados: “…nin cuaresmas nin advientos: nin de tales documentos, puestos so cristiano yugo”…. Además de estos casos, se usa también en forma proclítica soterrar, somero, somontano. Aplicado a los animales, ¡“sooo”! (¡abajo!) con el uso se ha convertido en una orden de parada para descabalgar o bajar. Es tanto como decir al jinete ¡abajo!, después de haberse detenido; por lo cual también pudiera identificarse con una orden de parada. Lo contrario es subir, que sin duda procede del compuesto latino “super-ire” (ir hacia arriba). 3. Hacia y carra La primera es una preposición que, aunque tiene origen latino, su forma actual corresponde a esas transformaciones del habla, debidas a una progresiva degeneración fonética, como consecuencia de dejar al pueblo que haga el idioma. No se corresponde con ninguna de las preposiciones latinas, por

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lo que cabe presumir que se trate de una palabra de naturaleza no preposicional en su origen. Mi opinión es que podría ser un compuesto de facie (cara, faz, rostro) y la preposición ad, facie-ad que en la conversación descuidada daría faciad, y posteriormente facia, para terminar en el actual hacia por conversión de la [f-] en [h], según vemos en la Regla 19 del Apéndice. Su significado sería cara a, equivalente a “rumbo a”, o “con dirección a”. Y así lo vemos en la forma medieval faze a para indicar dirección hacia donde se va. Muy probablemente el topónimo Vaciamadrid obedezca a un hipotético facie-ad-madrid, equivalente a Miramadrid. El segundo vocablo que encabeza este apartado, carra, es muy parecido en cuanto a su evolución. Podría tratarse de un compuesto que tiene su origen en carrus y ad, con las transformaciones fonéticas y gráficas que fácilmente se ven, sin necesidad de explicación alguna, en que se pierde la [-d] de ad, quedando en la preposición [a]; por otra parte la terminación [-us] de carrus pasa a [o], quedando carro. El sintagma resultante sería “carro a”. Por ejemplo: “según vamos con el carro-a Bardales”, que por un fenómeno de economía lingüística del que se hablará en otro capítulo, llegaríamos a Carra-Bardales, como un paraje. Algo más complicada es la evolución semántica de carra, que por cierto no figura en los diccionarios con esta acepción. Sin embargo se encontraba con cierta frecuencia en los mapas locales para indicar dirección hacia determinados parajes, que en un principio hacían pensar que se trataba de una abreviatura de carretera, lo cual quedaba en entredicho cuando se comprobaba que no se trataba de tal, sino de un modestísimo y estrecho camino, sólo trazado por las rodadas de los carros. 4. Yegua Procede del latín equus (caballo) cuya forma femenina era equa (la hembra del caballo). Curiosamente la forma masculina desapareció sustituida por caballus, quedando las formas cultas equitación y ecuestre como testigos de equus, mientras que el femenino equa permaneció, después de haber experimentado la diptongación de la [e] (Regla 5) y la sonorización del sonido [k] en [g] (Regla 3), quedando en la actual yegua.

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5. Muchiguada Enlaza con la palabra anterior de la cual se deriva por composición de multi (mucho o muchas veces) y equata que hace referencia a equus. De tal modo que el compuesto viene a adquirir el significado de una hembra (la yegua) muchas veces cubierta por el caballo (multiequata); o lo que es igual, dedicada a la recría, multiplicación o aumento de la especie. Aún quedan restos de esta palabra en los diccionarios bajo la forma muchiguar a la que el DRAE le da el significado de aumentar, multiplicar, haciéndola derivada de un hipotético multificare. 6. Arriba Su origen y evolución es muy parecida a la ya mencionada arre. En su origen, igual que aquélla, consta de la preposición latina ad, con pérdida posterior de la [d], y el sustantivo también latino ripa que significa orilla del río y que ha convertido el sonido [p] en [b], según la Regla 3ª del Apéndice. La idea de elevación que este compuesto tiene, es debida al hecho de que por lo general las orillas de los ríos suelen tener una gran elevación sobre el nivel de sus aguas.” ¡Ad ripam! ” era la voz de guerra que ordenaba el desembarco y la consiguiente ascensión por las riberas. El lenguaje culto sin embargo para expresar la idea de arriba prefirió la preposición también latina sursum, desfigurada por el habla vulgar en suso, que acabó por perderse pronto, quedando algún resto como “San Millán de Suso” (S. Millán de Arriba), o en función proclítica en frases del tipo “el susodicho Fulanito” con el significado de “el arriba mencionado”. 7. Quizá (chi (lo) sa?) En el Cantar de Mio Cid leemos: “alla dentro en Marruecos / do las mezquitas son que habran de mi salto / quiçab alguna noch” En cuanto a la palabra destacada en negrita, enseguida salta a la vista su naturaleza compuesta. En efecto, lo es de dos palabras latinas

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muy familiares aunque un poco desfiguradas por el uso. La primera de ellas es el interrogativo quis (quién); la segunda es sab, forma evolucionada de sapit (tercera persona del singular del presente de indicativo de sapio, saber). Así el sintagma resultante sería “quis sapit” (¡quién sabe!), en forma de interrogativa indirecta. La explicación de la cedilla [ç] podría deberse al encuentro de ss, final e inicial de ambos componentes. En la lengua italiana es chi lo sa (quién lo sabe). Al cual, si le quitamos el pronombre lo, nos queda qui sa; hermano gemelo de nuestro quizá o quizás. 8. Rivera y ribera Esta pareja de palabras han dado más de un disgusto ortográfico a los estudiantes, seguramente por desconocer su etimología. Después de lo dicho al tratar de arriba, poco cabe añadir sobre la primera de ellas. Sin embargo la segunda, rivera, tiene distinto origen. Procede del sustantivo latino rivus con el significado de riachuelo porque para el río de cierta categoría estaba flumen; y para la corriente de agua más o menos ocasional, fluvius. La forma rivus evolucionó hasta el actual río por pérdida de la [v] (Regla 2ª), hecho constatado en documentos del siglo III d. de Cristo. Por ejemplo el Appendix Probi corrige a los incultos que escriben rius en vez de rivus. Dada la proximidad fonética y semántica de ambas voces, rivera y ribera, no es extraño que su ortografía se haya prestado a confusiones. La evolución de ambas hasta las formas actuales ha sido debida al sufijo -arius (-aria en femenino), con el resultado riparia y rivaria que, pasando por ribaira y rivaira, respectivamente, daría las definitivas ribera y rivera. 9. Forajido (echarse al monte) La palabra está compuesta por el adverbio latino foras (fuera, afuera) y el verbo también latino exire (salir), por lo cual su significado es salir fuera, aunque con el tiempo adquirió una connotación muy peculiar que se aplicó a aquellos que se echaban al monte - como decimos hoy - en el sentido de bandido, huido de la justicia o cosa por el estilo.

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El verbo exir lo vemos ampliamente documentado. En el Cantar de Mío Cid leemos “el día es exido” o también “ixíe el sol”. Precisamente en él al Cid le llaman “el salido”, sin duda alguna en el sentido que aquí venimos señalando. Gonzalo de Berceo lo usa en la forma essir. Posteriormente este verbo va perdiendo vigencia, suplantado por el también latino salir. No obstante pervive aún en alguna expresión vulgar, como por ejemplo, el ejido, que oímos en medios rurales para indicar la salida del pueblo. En este mismo sentido lo vemos en el Cantar de Mío Cid, cuando en uno de sus versos dice: “a la exida de Bivar hobieron la corneja diestra”. 10. Aguinaldo (aquí danlo) Esta palabra es como un reto al investigador por las dificultades que presenta su estudio, debido principalmente a su falta de presencia en los textos antiguos. Por ello se precisa andar el camino, tomando como punto de partida la forma actual y, apoyándose en las reglas de evolución, llegar a “algún resultado”. Este debe haber sido el método seguido por algunos filólogos que me han precedido en el estudio de esta curiosa palabra de cuya investigación existen diferentes resultados. –El DRAE en la edición del año 1992 la supone procedente de aquilando. –Joan Corominas en su Diccionario Etimológico dice: “alteración del antiguo aguinando, de origen incierto, probablemente de la frase latina hoc in anno (“en este año”) que se empleaba como refrán de las canciones populares de Año Nuevo”. –El Diccionario Enciclopédico Abreviado Espasa la supone derivada del celta “eguinando” con el significado de “regalo de año nuevo”. Con todas las reservas que la prudencia aconseja, yo me voy a permitir discrepar de tales resultados, dirigiendo mi investigación por caminos algo diferentes. En primer lugar, vamos con su significado que, como es bien sabido, se refiere al regalo que se da por la fiesta de la Navidad y generalmente tras una canción petitoria. Este regalo en tiempos pasados consistía en comida, bebida y también en dinero, como lo indican los

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siguientes versos que leemos en El Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita “Sennores, dat al escolar que vos vien a demandar. Dad limosna o ración…” En todas las épocas han existido estas costumbres petitorias, acompañadas de canciones generalmente obsequiosas hacia los donantes reales o potenciales. Cualquier persona de más de medio siglo de edad ha conocido este tipo de cánticos en los medios rurales “Esta casa sí que es casa, tiene buenos paredones y los que viven en ella tienen buenos corazones” O esta otra “Acudidme compañeros que ya la veo venir con el porrón en la mano y una rosca en el mandil” Algunos de ellos terminaban con este estribillo “Si queréis vino o pan seguid cantando que aquí lo dan” ¡Cuánto me hubiera gustado que este último verso en lugar de “aquí lo dan”, hubiera dicho “aquí danlo”! Porque entonces tendríamos el primer eslabón perdido de una cadena evolutiva que, en más o menos, podría ser así: aqui-dan-lo (punto de partida) aguidanlo.- Sonorización del sonido [k] aguinaldo.-Metátesis.

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Esta clase de metátesis abunda en los escritos de diferentes épocas, según hemos visto al tratar del nombre Roldán y sus variantes. 11. Beodo o bebido Aunque la vemos en la literatura: (“un beodo oyó las dos y dijo con mucha paz ¡como! ¿dos veces la una? Ese reloj anda mal”) sin embargo, beodo se desarrolló mayormente en ambientes vulgares, ya que en medios cultos se empleó la voz ebrio. En las Glosas Silenses leemos “Si quis episcopus aut aliquis ordinatus ebrietatis uitium habuerit…” (“si algún obispo o alguien que haya recibido órdenes sacerdotales tuviera el vicio de la ebriedad…”). Ambas son de procedencia latina pero la primera tiene una evolución más curiosa y por eso la expongo a la consideración del lector. El vulgar beodo procede del culto bibitus, participio pasivo del verbo bibere (beber) al que ya conocemos de haberlo visto al hablar del topónimo Bembibre, y que ha dado bebido como resultado semi-culto. Sin embargo el habla vulgar la desgastó aún más, dando la forma beodo por unos cauces poco ortodoxos. Como curiosidad lingüística respecto de beodo y sus sinónimos, hay que decir que carecen del antónimo correspondiente. Lo que significa que nuestra lengua no tiene la palabra apropiada para significar que alguien no está borracho. Se pretende remediarlo con sobrio, en frases como fulano estaba sobrio; lo cual es impropio, ya que la cualidad de sobrio no es circunstancial como la borrachera sino algo estable. Sería deseable que la RAE llenara este vacío con la palabra apropiada. Mientras tanto, quizá fuera más apropiado decir que fulano estaba cuerdo o lúcido. 12. Casa y cápsula Tanto el DRAE como el Diccionario Etimológico de J. Corominas la hacen derivar de la latina casa, nombre femenino de la primera declina-

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ción, y que en latín tiene un uso muy reducido ya que este concepto de lugar donde se habita tiene cumplida representación con domus. Incluso el Diccionario latino de Raimundo de Miguel dice de ella que es de “etimología incierta”. Es muy probable que esta voz latina tenga su verdadero origen en la también latina y primigenia capsa, derivada a su vez de capio (contener, recoger; entre otros). De ella queda como único testimonio el cultismo cápsula en diminutivo para indicar un alojamiento pequeño. Solamente así se explica que una palabra de tanto uso lo mismo en ambientes cultos como vulgares, no haya sufrido la más mínima transformación ni fonética ni gráfica desde la supuesta originaria casa. Ello sería debido a que el fonema [p] de capsa no dejó que se perdiera la [s]. Lo mismo que hemos visto con ipse que dió esse (luego ese) Aunque es notorio que en ambientes rurales sí hay cierta tendencia a la pérdida de dicho fonema, como vemos en las expresiones “estoy en ca‘ la abuela”. Derivados de ella serían caja en castellano o caixa en catalán y gallego. 13. Roja y gualda La primera de estas dos palabras tiene su origen en el adjetivo latino esdrújulo robidus o rubidus, que al pasar al habla vulgar se trasforman en royo y rubio. Ambas formas darán en castellano rojo por la proximidad fonética de la vocales de la misma serie [o] y [u] que llegan a confundirse, según la Regla 21, y por otra parte la influencia palatal de la [i] que en castellano y en determinadas circunstancias, produce el sonido [j] (Regla 17). Más problemática se presenta la segunda de ellas, gualda, de la cual el DRAE dice que procede de la voz germánica “walda”, si bien es cierto que la pone asterisco con el que indica su carácter hipotético. Corominas la asigna el mismo origen, aunque con alguna matización. Este origen germánico es difícil de probar, y es muy posible que responda a una cierta proclividad de los filólogos a buscar orígenes exóticos cuando la procedencia de una palabra se presenta como algo indescifrable.

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Yo me atrevo a sugerir más bien etimología latina que arrancaría de la palabra pálea (pongo la tilde para ayudar a la mejor comprensión del proceso evolutivo) que posteriormente en castellano evoluciona a paja, que era su verdadero significado en latín. Estos cambios se producirían por la influencia palatal de la [e], equivalente a [i] (Regla 17) Ver Orígenes, 50. De este pálea se deriva el adjetivo latino pállidus –de alguna manera relacionado con el verbo palleo (palidecer, ponerse amarillo)- que pervive bajo la forma culta pálido. Esta última, al caer en el habla vulgar, va perder la [i] postónica (Regla 6) y a sonorizar la [p] inicial que se convierte en [b] probablemente por fonética sintáctica (Regla 18), que da lugar al adjetivo baldo o balda que ha llegado hasta nuestros días con el significado de “espiga que no ha granado bien “ (Ver DRAE), concepto muy cercano a algo seco y amarillo (paja). El paso desde baldo o balda a la definitiva gualdo o gualda tiene un proceso fonético un tanto difícil de explicar; algo parecido al vulgarismo “agüelo” por abuelo; semejante también a la evolución de buhardilla, y que en versión más vulgar produjo la forma guardilla. La evolución semántica está perfectamente clara: gualdo o gualda aluden al color de la paja “pálida”, o sea el color amarillento o incluso amarillo de la paja. Su uso ha quedado restringido casi exclusivamente al sintagma que define los colores de la bandera española, roja y gualda (o balda). 14. Capicúa (de cabo a rabo) El DRAE y el Diccionaro de uso del español de María Moliner dicen que procede del catalán “cap-i-cúa”, mientras que Corominas la soslaya, metiéndola entre los derivados de “capaz”. No hay la menor duda de que su origen es bastante problemático por su falta de presencia en libros y documentos, que nos permitirían seguir su rastro evolutivo. Por el momento hemos de conformarnos con estas pocas palabras de Libros del saber de Astronomía de Alfonso X el Sabio: “et llaman a las dos que son en cabo de la cola” (Millares, 280). Sin atreverme a afirmar que mi teoría sea la verdadera, pienso que está compuesta de dos vocablos latinos, el ya conocido caput (cabeza) y cauda (cola).

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El primer componente no salió mal parado de su paso por el habla vulgar, pues conservó el semantema “cap”, con pérdida de la terminación -ut (del nominativo). Mayor desgaste experimentó el segundo componente cauda (cola), que sufrió la monoptongación de la Regla 8ª y la pérdida de la [d] intervocálica por mor de la 2ª; quedando reducida a “coa” que, unido al primer componente, daría lugar a un hipotético “cap-y-coa” para terminar, por identificación de vocales de la misma serie (Regla 21), en el actual capicúa. La presencia de esa [i] podría ser la conjunción que une a los dos componentes. En tal caso no se altera el significado de este compuesto que, como es bien sabido, es “cabeza y cola” (“principio y fin”) y se aplica a aquellos números de varias cifras que se leen igual de izquierda a derechas que viceversa. Una versión aún más vulgar de este sintagma la vemos en “de cabo a rabo” Yo pensé que sería algo parecido a la expresión “Alfa-Omega” en el sentido de “principio y fin” que el cristianismo aplicaba a la figura del Salvador, pero no lo he podido constatar. 15. Cabello (vello de la cabeza) Parecido al ya conocido capicúa, estaría compuesto de dos palabras latinas, la primera de las cuales, caput, acabamos de comentar. El segundo componente es vellus (vello, vellón), ya comentado en el capítulo II, al hablar de Wifredo el Velloso. De la unión de estos dos se produciría un hipotético, aunque muy probable, capvello o cabvello que habrían producido la forma actual y definitiva cabello, con el significado de “vello de la cabeza”, a diferencia del que crece en otras partes del cuerpo al que se denomina simplemente vello. 16. La boda y las bodas La originaria es votum (voto o promesa) que en su forma neutra plural, vota, significa, entre otras cosas, los votos o promesas que se hacen los contrayentes en la ceremonia del casamiento canónico. Como se ve, ha habido un cambio semántico en cuanto que, de una serie de promesas se ha pasado a dar nombre a todo un aconteci-

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miento socio-religioso-profano. Las transformaciones morfológicas ya las habrá visto el lector. Sin embargo lo más curioso de esta palabra voda es que, estando en plural latino, vota, tiene significado singular, la ceremonia, la boda. Pero también se dice las bodas (en plural) y, sin embargo, tiene igualmente significado singular. Por ejemplo “las bodas de Camacho” o “las bodas de Luis Alonso”. Ello es debido a que sigue en el inconsciente colectivo el carácter plural de la palabra latina vota (los votos o promesas que se hacen los novios). Así la vemos en las Glosas Silenses con una importante acotación por parte del glosador el cual para aclarar su significado a los lectores les advierte que es equivalente a promissione: “Si quis maritus vel quia mulier vota [promissione ficieret] habens virginitatis adiungitur uxori…”, que dice bien claro el carácter de promesa que tenía la palabra vota. 17. La dicha Muy parecida a la anterior, procede de dicta neutro plural de dictum (lo dicho), que en plural es las cosas que se han dicho. Recuérdese que todavía perduran los dichos en el sentido de “tomarse los dichos” como una especie de compromiso que hacen los novios de contraer matrimonio en la ceremonia de esponsales, lo cual es un acontecimiento feliz, que es el significado que ha venido a adquirir dicha, en su sentido más amplio y referida a cualquier situación dichosa o de felicidad, aunque nada tenga que ver con el noviazgo ni matrimonio. 18. A puerta gayola Es una antigua expresión que en la actualiadad ha quedado relegada al ambiente taurino para indicar que el torero recibe al toro ante la puerta del toril. Gayola, que es la parte que nos interesa, tiene su origen remoto en la latina cavea con el significado, entre otros, de “jaula de bestia feroz” (ver R. de Miguel) que en su forma diminutiva era caveola. El uso vulgar, y muy probablemente por fonética sintáctica, sonorizó la [c-] inicial que pasó a [g], mientras que la [v], como sonora inervocálica se pierde, según la Regla 2 del Apéndice. Por otra parte la [e], como vocal palatal se identifica con [i] (Regla 21) para dar primero

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gaiola y finalmente gayola. De tal modo que a puerta gayola es equivalente a “a la puerta de la cueva” (en este caso, del toril). Parecida a cávea y muy probablemente derivada de ella, es cova que, con un significado parecido, da origen a la posterior cueva, por diptongación de la tónica [o], manteniéndose sin diptongar en algunos topónimos como Covarrubias, Covaleda, Covadonga, etc. por ir en posición proclítica; así como en algún sustantivo como alcoba cuya [o] tónica no diptongó por ser una apropiación de los árabes hispanos, hasta tal punto que algunos lingüístas la consideran de origen musulmán. 19. Algunos restos monosilábicos 19.1. Yo. El primitivo ego pierde la sonora intervocálica (Regla 2ª), quedando la forma intermedia eo. Posteriormente la [e] adquiere un grado mayor de palatalización y pasa a [i], quedando la forma io que aún perdura en la lengua italiana, por ejemplo. El castellano todavía va más lejos en su palatalización y da la definitiva yo. Pero en el habla de algunas regiones, Aragón por ejemplo, ha quedado solamente la o. 19.2. El-La-Lo. Estas tres formas (masculina, femenina y neutra) del artículo determinado castellano proceden de las del demostrativo latino ille, illa, illud, con las pérdidas no sólo de vocales sino también de algunas consonantes. En algunas hablas regionales quedan como únicos testigos las formas a (de illa) para el femenino y o (de illum) para el masculino. Por ejemplo en la lengua gallega “a Coruña”, o en expresiones como “facerse o bobo”. Recuérdese lo dicho al hablar del apellido O‘Donnell en el capítulo II. 19.3. Sa. Aunque sea salirse del propósito de esta obra que es la lengua castellana, voy a hacer una pequeña excepción por la curiosidad que presenta este artículo determinado, propio del habla mallorquina. Su origen hay que buscarlo en la forma femenina del demostrativo latino ipse, en este caso ipsa, de la cual sólo se han conservado las dos últimas letras. Así “sa Calobra” equivale al castellano la Calobra. Sin embargo este mismo demostrativo latino ipse, en castellano produjo ese, esa, pasando por las formas esse y essa.

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19.4. So. Es muy posible que la forma castellana so tenga ese mismo origen, el neutro ipsud, equivalente a nuestro artículo neutro lo, aplicado mayoritariamente a los adjetivos como en so malo (lo malo), pasando igualmente por la fase esso. El so a que me refiero es el mismo al que algunos filólogos, incluido el DRAE, hacen derivar de “seó”, una degeneración de señor; aunque esta conclusión resulta bastante difícil de probar. En alguna ocasión hemos oído frases como “so cerdo”, “so embustero”, etc. Lo cual evidenciaría que la forma neutra de ipse no se ha perdido del todo. Huelga decir que este so nada tiene que ver con el que veíamos en el capítulo IV, procedente de la preposición latina sub. En estos últimos no sólo se ha producido degeneración morfológica sino también semántica, al perder en cierta medida su identidad. ALGUNAS PALABRAS EN AMBIENTES CULTOS El ambiente culto no es garantía de pureza evolutiva, pues, haciendo uso de un conocidísimo refrán, diremos que “en todas las partes cuecen habas”; ya que, junto a casos de conservación pura, hay otros de alteraciones fonéticas y gráficas, que llaman la atención por proceder de esos medios socio-culturales más ilustrados. De ambas posturas se pueden citar abundantes ejemplos. Pero lo que nunca se ha visto es el caso de que una misma palabra haya sido alterada por los cultos y conservada incólume por el vulgo, como sucede con Bachillerato, que seguidamente voy a comentar. 20. Bachillerato (laureado de Baco) Esta palabra es una buena demostración de que también los ambientes cultos erosionan las palabras sobre todo en su semántica más que en su fonética y grafía; hasta tal extremo que a veces se llega a perder el sentido etimológico y cuando se quiere recuperar, se cometen errores. Tal es el caso de bachiller al que Joan Corominas le hace derivar de baccalarus, al que atribuye un “origen incierto”. Sin embargo el DRAE en su edición del año 1992 le supone procedente del francés “bachelier”.

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En los documentos notariales pertenecientes a la Baja Edad Media vemos con mucha frecuencia baccalaureus regis como firmante de documentos reales (donaciones, privilegios, etc.). También le vemos con la forma bachalaureus. No parece muy aventurado pensar que este cargo cortesano corresponda a un hombre de letras, dado que este tipo de documentos estaban redactados en un latín que, aunque muy degradado, era en muchos casos ignorado por los monarcas medievales. Algo muy parecido al notarius regis que también se prodiga en dichos documentos. Tiene todas las apariencias de un compuesto latino de dos palabras: la primera de ellas haría alusión al dios pagano de la orgía y del triunfo Bacchus (Baco), mientras que la segunda correspondería al adjetivo latino laureus, equivalente a laureatus, del verbo laureare (coronar de laurel), símbolo báquico por excelencia y que se aplicaba primeramente a los triunfadores bélicos pero que luego se haría extensivo a otra clase de éxitos, sobre todo los intelectuales. Ambos componentes Bacchus (bajo sus diferentes formas) y laureus o laureatus, se fundieron en una voz culta que fue asumida por las principales lenguas europeas para nombrar ese grado académico que –en francés es Baccalauréat –en alemán, Bakkalaureat –en italiano, Baccalaureato –en inglés, Bachelor–en español Bachillerato Nótese cómo se repite y permanece intacto el elemento bacc- o bach-, tal como lo vemos en nuestros documentos medievales citados. Otro tanto podemos decir de laureato que vemos en francés, alemán, italiano y español que nos hacen pensar en la existencia de un bachilaureatus, aunque no haya sido encontrada en documentos. Incluso la voz inglesa lord (lor en este caso) tiene este mismo origen. Un lord es un laureado, en este caso por otra clase de méritos. En cuanto al primer elemento, Bacchi, y en lo que se refiere a la lengua castellana, se puede decir que es la solución más ortodoxa, puesto que adopta la forma genitiva y por ello se puede traducir como “de Baco” en el sintagma laureatus Bachi (laureado de Baco). Este constructo es fácilmente accesible desde datos historiográficos.

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Por ellos sabemos que la corona de laurel, símbolo báquico por excelencia de la inspiración y la victoria, se aplicaba a los triunfadores bélicos (“de Sarmatis lauream retulit” (volvió triunfante de los Sármatas- escribe Suetonio. Ver R. de Miguel). Posteriormente también se concedió a los intelectuales, algunos de cuyos retratos han llegado a la posteridad, como el de Dante Alighieri, Luis de Camöes, Lope de Vega, coronados de laurel. Plinio escribe: “linguae lauream merite” (tú que te llevas la palma en la elocuencia. (Ibid). En general para celebrar los triunfos intelectuales, como podría ser el finalizar con éxito una etapa de estudios, el laurel no ceñía las sienes de los graduados, sino que orlaba su nombre. De aquí la “orla” que hoy llamamos el título, que todavía conserva esas cenefas tan historiadas que parecen restos de la corona de laurel. En cuanto al origen del doblete bachiller-bachillerato, caben dos posibilidades. En cuanto a la primera (bachiller), podría deberse a que el hablante olvidó su verdadero origen y sobre el participio pasivo bachilaureatus formó “bachiller”, al suprimir la terminación –atus. También es posible que esta forma proceda directamente del adjetivo laureus que hemos visto en documentos, bachalaureus. De esta manera el vocablo bachiller entró en el lenguaje culto, aplicado a la persona que ha obtenido ese título académico, mientras que Bachillerato quedó relegada a un determinado nivel de estudios. Como se ve, cierta confusión de significados, pues Bachillerato se debiera aplicar a la persona que ha sido condecorada (laureada) por haber alcanzado el éxito intelectual y que en rigor lingüístico nos obligaría a decir que Don Fulano es un bachillerato; no un bachiller; a menos que admitamos la segunda posibilidad de derivación que acabamos de comentar. Ya a principios del siglo XVI se veía con cierta frecuencia la forma bachiller. En tiempos de Miguel de Cervantes ya había tomado carta de naturaleza, como se observa al aplicar al personaje Sansón Carrasco el título de Bachiller en lugar de Bachillerato. También se ve en documentos de la época, por ejemplo el sintagma bachiller en decretos, que vemos junto con Bachalaureus legum que es tanto como decir licenciado en leyes. Con respecto a Bacchus y como dato curioso, también merece indicar que dio origen al verbo latino bacchor(-aris, -ari) con el significado de celebrar las fiestas, o sea no trabajar. De ahí puede proceder con obstante

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probabilidad, el castellano vacar y luego vacaciones, aunque ni el DRAE ni Corominas lo recojan con tal origen. 21. Magisterio y Ministerio (su curiosa evolución semántica) La primera está formada sobre el adverbio latino magis (más). La segunda sobre el adverbio minus (menos). Ambas tienen en común la forma -sterio, probable evolución del latino stare (estar). De tal suerte que la primera, magisterio, vendría a significar “estar en un nivel más”; mientras que la segunda, ministerio, sería lo contrario “estar en un nivel menos”. Es decir, mayor categoría para la primera y menor para la segunda. Una y otra respectivamente se concretan en los vocablos latinos magister y minister, que pasan al habla romance bajo las formas semicultas maestro y ministro que todavía conservan el rango del que antes hablábamos, pues maestro representó la máxima categoría, muy superior al ministro, ya que este último era un mero servidor; por ejemplo el que ayudaba a misa, o también en la actualidad “alguacil o cualquiera de los oficiales inferiores que ejecuta los mandatos y autos de los jueces”, según dice el DRAE. Ministerio vino a ser sinónimo de servicio o, más todavía, de necesidad o menester y que en lo semántico culmina con menesteroso como grado último de la inferioridad. La evolución fonética y gráfica de minister aún va más lejos con la pérdida de la [n] y a la confusión de [i] por [e], dando lugar a mester que, como sabe muy bien el lector, da nombre a una corriente poética de carácter culto en siglo XIII conocida con el nombre de Mester de Clerecía, que, según es opinión generalizada, significa oficio de clérigos; cosa bastante discutible, pues no creo que el hacer versos constituyera la parte esencial del oficio. Por lo tanto debe quedar claro que el verdadero oficio de los clérigos era el ser servidor de los demás que, como hemos visto, era el verdadero significado de ministro. Sin embargo la lengua, como elemento vivo y dinámico que es, ha dado la vuelta a tales significados y ha puesto al ministro en un plano muy superior al maestro que ya venía bastante devaluado tradicionalmente, no tanto por el mal trato que la sociedad le ha venido otorgando, como por la extensión a otros campos semánticos muy diferentes: maestro zapatero, maestro soldador, maestro albañil, etc.

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Estas dos palabras latinas han ejercido su influencia incluso fuera de la Romania. Las palabras del inglés mister y minster (de Westminster) tienen su origen en estas dos palabras latinas. 22. Canciller, igual a perro guardián Esta palabra es relativamente joven. Joan Corominas en su Diccionario etimológico de la lengua castellana sitúa su aparición en el siglo XIII y, aunque la hace derivar del latín cancellarius y ésta de cancella (verja), la relaciona con el romance francés, concretamente con chancellier. Sin hacer objeción alguna sobre tal procedencia, yo lo único que aporto a la historia de este vocablo es un origen bastante más remoto, afirmando que cancellarius es un constructo latino post-clásico, formado sobre la voz también latina cellarius (guardián) del verbo cellare (guardar), y de canis (can, perro). De tal modo que el constructo can-cellarius significa perro guardián. Gonzalo de Berceo en Los Milagros de Nuestra Señora y más concretamente en el de “La abadesa encinta”, dice en uno de sus versos: “non se podíe celar (ocultar) la flama encendida” Todavía se usa la palabra cancelario, entre otros significados, como el secretario. O sea el que guarda y custodia aquellas cosas que por su especial naturaleza deben permanecer ocultas y secretas. Entre los documentos consultados para este estudio, el más antiguo que he visto es uno del año 1144 en el que firma “Geraldus cancellarii imperatoris,” referido al Rey de Castilla Alfonso VII, el Emperador (Floriano, 68 y Rivera y Arribas, 44). Como corresponde a una palabra que se usó principalmente en ambientes cultos, su desgaste morfológico ha sido mínimo, mientras que el semántico ha sido notable; desde el ya comentado perro guardián hasta el hoy ministro de política internacional o incluso jefe de Estado en algunos países. Para ser más exactos hemos de advertir que can-cell-arius está formada sobre tres elementos: can (perro), cella (guardia), y el sufijo -arius. Todavía podemos profundizar más en este campo semántico y las palabras que lo representan, aún a riesgo de caer en la especulación, se-

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ducidos por la curiosidad y el interés. Las palabras citadas parecen emparentadas, tanto por su forma como por su significado con la latina clásica cárcer (cárcel). Y ante tales coincidencias, uno se pregunta si se tratará de una mera casualidad o si verdaderamente habrá un parentesco entre ellas. Porque las palabras del latín clásico que vemos en los diccionarios latinos también habrían sufrido antiguas transformaciones semejantes a las que conocemos por las reglas de evolución. Así cancellario habría evolucionado a cancellero o cancillero. De estas dos últimas formas, la primera dio cancelero, casi idéntica a la actual carcelero y de aquí cárcel cuyo parentesco no es sólo morfológico sino también semántico porque la cárcel siempre ha sido un lugar de custodia. En un documento fechado en el año 1326, perteneciente a un comunicado del Infante don Juan de Aragón, arzobispo de Toledo, leemos “regni Castelle cancellarius” (Rivera y Arribas, 43). En cuanto a la segunda cancillero o canciller cabe puntualizar que la influencia de la [i] forzó al sonido [l] a palatalizarse y pronunciarse como [ ll ] (lateral, palatal, fricativa, sonora). Los clérigos, como más cultos, no cayeron en ese error; y al guardián del convento le llamaban cellarius monasterii. Además conservaron la palabra cella en su sentido más prístino y con la mínima erosión morfológica en la voz celda con todas sus connotaciones de recogimiento y casi de escondrijo y que nos ilustra sobre la pronunciación de doble “ele” que aún tenía la [ll], lo cual permitió resolver el grupo consonántico [l-l] en [ld] para formar celda. A pesar de esto en algunos ambientes monásticos se ve la forma cellerarius (M. Rivero, 383, 396), que presenta la curiosidad de repetir el sufijo –arius. Aparte de los clérigos, también vemos esta palabra en escritos notariales. En uno del año 1238: “Don Johan Ysidric celero maor confirma” (Floriano, 47). 23. Don-cella y don-cel Ambas, en cuanto a su segundo elemento – cella o cel -, pertenecen a la misma raíz de la palabra anterior. La novedad la ofrece el primer componente don, resto de domus (casa) o también de la esdrújula domina (señora) e incluso de dominus (señor); de donde procederían respectivamente los compuestos:

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–DONCELLA (de domi-cella), en el sentido de la que está al cuidado doméstico. Pero también del hipotético dominae cella la mujer que está para guardar o acompañar a la señora. –DONCEL (de domini cell-). Se refiere al varón que está encargado de acompañar al señor. En el “Poema de la virgen Eulalia”, escrito en romance francés del siglo IX, encontramos la forma domnizelle que viene a reforzar lo anteriormente expuesto (R. Wrigth, 204): “La domnizelle celle kose non contredist”, que parece referirse a que la doncella, Eulalia, oculta (celle) alguna cosa. 24. Inquilino y arrendatario La palabra inquilino no presenta complicaciones en su evolución morfológica. Procede del verbo latino incolere (habitar). Si a la raíz incol-, le añadimos el sufijo -inus, tan abundante como el ya conocido -icus y tan decisivo en la formación de derivados romances, nos encontramos con la forma incolinus* que aunque no documentada, como tantas otras muchas formas de transición, constituye un eslabón necesario en la cadena evolutiva. El resultado inquilino se explica por ese fenómeno de asimilación vocálica (Regla 11 del Apéndice). Su carácter de palabra culta justifica su mínimo desgaste. Así pues en rigor lingüístico el inquilino es el que habita una casa; a diferencia de aquel otro, el que hoy llamamos arrendatario que, pagando el estipendio convenido, puede o no habitarla; en cuyo caso estamos ante la simple renta, como puede ser la de un bien cualquiera. Esta palabra, renta, tiene su origen en la esdrújula latina redita con el significado de “lo que se recobra” (en este caso la inversión dineraria). “Rédita” pierde la [i] átona y queda el hipotético redta y posterior renta que luego va a dar origen al verbo arrendar que resulta de anteponerle la preposición latina ad. 25. Aviar y obviar Estos dos vocablos pueden ser un claro ejemplo de lo que venimos llamando la suerte de las palabras. En realidad se trata de un mismo verbo viare (de vía), con el significado de caminar, al que se le han prefijado respectivamente las preposiciones latinas ad (hacia) y ob (contra).

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La curiosidad lingüística consiste en que cada una de estas dos formas tomó camino diferente según la calidad de los hablantes. Adviar pronto se vulgarizó como aviar, en el sentido de prepararse para el viaje pero también y principalmente arreglarse la vestimenta, adecentarse; siendo rechazada por el habla culta que prefirió otras como arreglarse o adecentarse. Con este verbo hemos oído frases como “avíate, que nos vamos”, “no tardo nada en aviarme” o en el refrán: “en este mundo tan jodío cada uno va a su avío”. Derivado de él es ataviar (componer, asear), que presenta una gran curiosidad, consistente en anteponerle por segunda vez la preposición ad, como si el hablante conservara en su memoria la necesidad de aquella que se borró con el tiempo. Solo que ahora bajo la forma “at”, como queriendo asegurarla contra la inseguridad de las consonantes intervocálicas cuya vida solía ser muy corta, según vimos en la Regla 2 del Apéndice. Ataviar les parecería a los hablantes más segura que “adaviar”. Obviar se acomodó en el habla culta y ahí sigue sin la menor alteración. La preposición latina ob muy rica en matices, comunica la idea de topar. Así cuando se dice que una cosa es obvia, significa algo con lo que nos vamos a tropezar o encontrar; algo que va a salir a nuestro encuentro; no ya en ningún desplazamiento real, sino más bien en los extraños caminos de la actividad intelectual. Sin embargo obviar, en su versión transitiva, representa la idea contraria: quitar obstáculos, dejar libre el camino precisamente para no tropezar, para no encontrarse con… 26. La perorata Esta palabra es un buen ejemplo de integridad conservada, pues tiene su origen en otra latina compuesta de la preposición, también latina, per que en posición proclítica adquiere un matiz intensivo parecido a la griega hiper (demasiado). Per-orare era, entre otras acepciones, hablar demasiado, luego una perorata es, en este sentido, lo que los jóvenes de hoy llamarían un verdadero rollo.

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27. Prever y proveer Es un error muy extendido, incluidos algunos diccionarios, entre ellos el DRAE, considerar que ambos vocablos tienen su origen en la misma palabra latina, el verbo video (ver), precedido de las preposiciones prae y pro, igualmente latinas. Ello es cierto en el primero, prae-videre que, gracias a los medios cultos, entró en el lenguaje con el mínimo desgaste, siendo sólo reseñable la pérdida de la [d] intervocálica, según la Regla 2ª del Apéndice. Su significado se ha conservado incólume sin variar el primitivo de cada uno de sus componentes, prae > pre (antes) y videre, (ver). De tal modo que el compuesto prever, significa en general ver de antemano; con sus derivados previsor, previsión, etc. Sin embargo en proveer, el verbo original es otro muy diferente; se trata del latino veho (llevar algo, transportar): al cual, si le anteponemos la preposición pro, que tiene un matiz semántico en sentido de povecho propio o ajeno, nos encontramos con un compuesto, provehere, que significa aprovisionarse, transportar alguna cosa para mí. Recuérdese la frase “vehere pro domo sua” (“en provecho de uno mismo”). Incluso la palabra provecho también tiene su origen en los mismos compuestos pro y la forma vectus del supino de veho. Con ello discrepo de la RAE y de J. Corominas, quienes en sus respectivos diccionarios la hacen derivar de un profectus que pertenece al verbo proficiscor que significa marcharse que, como se puede observar, no tiene la menor relación semántica con proveer. Como se observará, proveer se ha conservado en toda su integridad como consecuencia de un uso casi exclusivamente culto, si exceptuamos la pérdida de la [h], aunque esto no se puede considerar como cambio fonético. Sin embargo y, a pesar de sus orígenes tan bien diferenciados, causa extrañeza observar cómo ciertos hablantes se enredan con ambos verbos confundiéndolos, tanto en la expresión hablada como escrita. A veces oímos preveer por prever, o lo que es más grave preveyendo por previendo; todo ello por ignorar que prever se conjuga exactamente como nuestro ver con la preposición delante de tiempos, modos, números y personas.

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28. El finiquito Esta palabra resucita al habla allá por la década de los años cincuenta del siglo XX en que se empezó a usar profusamente en la legislación laboral para indicar una liquidación de haberes, junto con el cese de un trabajador en una determinada empresa. Y digo que resucita porque ya tuvo existencia anterior en nuestra lengua; si bien es cierto que su uso fue como sintagma más que como una palabra simple que es como se nos presenta hoy. Este sintagma era muy frecuente en ciertos documentos escritos en un latín medieval muy cercano ya al romance. Como ejemplo es interesante un documento fechado en abril del año 1451 en un poder notarial donde leemos: “…dar e otorgar carta o cartas de pago e de fin e quito…” (Rivera y Arribas, 43). El lenguaje moderno ha reforzado todavía más su uso al formar con estas tres palabras un verbo, finiquitar, dando un buen ejemplo de cómo se pueden “inventar” palabras nuevas sin tener que recurrir a la importación de otras extranjeras, cuando nuestra lengua tiene recursos sobrados para ello. 29. El matrimonio (de matri omnium) En una inscripción funeraria de la antigua Roma dedicada a una mujer (Díaz y Díaz, 126), el marido pone junto al nombre de ésta, Fabia Speranda y a modo de título, el sintagma matri omnium que en correcta traducción significa que esta dedicatoria va destinada “a Fabia Speranda, madre de todos…”. Creo que no cometo ningún disparate suponiendo que se refiere a la madre de todos mis hijos: o sea matri omnium meorum filiorum); sintagma este último (meorum filiorum) que se elude por sobreentendido; algo muy parecido a lo que vimos en los apellidos en que la palabra filius también se suprimía por innecesaria, y más aún tratándose del lenguaje epigráfico en el que predomina la economía de las palabras, impuesta por la falta de espacio material. Después de todo lo dicho, se puede al menos insinuar que el origen de la palabra castellana matrimonio pueda tener su origen en el ya citado sintagma matri omnium. Todavía está en plena vigencia la expresión

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“ésta es (o va a ser) la madre de todos mis hijos”, cuando nos referimos a nuestra prometida o a nuestra esposa. El DRAE dice que matrimonio procede de la latina matrimonium; y el gran lexicógrafo y latinista Raimundo de Miguel en su famoso Diccionario Latino dice que viene de matri, pero prudentemente omite la segunda parte; sin duda ante lo oscuro de su verdadero origen.

V

El tiempo y su lingüística 1. La fecha De entre las varias acepciones que esta palabra presenta en los diccionarios, nos quedamos con aquella que se refiere al día en que se hace y queda registrado un determinado hecho. En este sentido debemos entender los datos cronológicos y también los de ubicación que constan en toda clase de documentos que aspiraban a tener cierta pervivencia. El origen de esta palabra tiene pocas complicaciones. En los documentos antiguos de carácter jurídico nunca faltan expresiones de este tipo: “facta scribtura donationis die…”, cuya traducción sería “hecha esta carta de donación el día…”. Frases de esta clase generalmente se escribían al final del documento para determinar el día, mes y año en que tal documento se escribió. Con el paso del tiempo y siguiendo las inexorables leyes de la evolución lingüística, facta, participio pasivo del verbo latino facio, pasó en el habla popular a la forma de transición fecha antes de perder el sonido [f] y tras pasar por la forma arcaica faita o feita que vemos aún en otras lenguas o dialectos peninsulares. Conviene aclarar que facta va en femenino porque suele usarse para las cartas kartula o scriptura, ambas femeninas. En cambio cuando se refería a algún privilegium era factum, en neutro. En su versión culta queda la forma acta con pérdida de la [f] inicial (Regla 19 del Apéndice), y se refiere a dejar constancia de un hecho o de una serie de ellos, con su expresión en frases como “levantar acta de…”, libro de actas. Las formas estereotipadas facta o factum perviven hasta la Edad Moderna en que ya se ha consumado su evolución a la expresión definitiva “fecha esta carta” de donde procede la actual fecha. Hoy diríamos “hecha esta carta en el día tal del año cual”, o sea la fecha. 121

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2. La famosa hora sexta Aunque la mayor parte del cómputo del tiempo actual y su nomenclatura procede del mundo romano según veremos más adelante, sin embargo la forma de dividir el día no tuvo la suerte de pervivir como, por ejemplo, los días de la semana e incluso los meses, cuyos nombres están hoy en pleno uso, aunque la erosión les haya hecho poco reconocibles para los no versados en esta materia. Pero antes de entrar en el cómputo del tiempo, parece lógico mencionar el principal instrumento de su medida, el reloj, por el interés lingüístico de esta palabra, que procede de la latina horologium, que a su vez tiene su origen en la griega del mismo nombre (ρολγιον). Esta palabra puede ponerse como ejemplo de la máxima erosión, como corresponde a las voces excesivamente largas y de difícil pronunciación, pues ha perdido el cincuenta por ciento de los fonemas que la componían, además de haber sufrido la disimilación por la que la [o] superstite se hace [e] por no decir “roloj”. (Regla 12). Sabido es que los romanos dividían la jornada, que no el día, en cuatro partes y de la manera siguiente: –La hora prima: desde la salida del sol hasta media mañana. –La hora tercia: desde media mañana hasta mediodía. –La hora sexta: desde el mediodía hasta media tarde –La hora nona: desde la media tarde hasta la puesta del sol. De todas estas divisiones y como curiosidad lingüística, solo nos interesa la hora sexta porque de esta palabra va a derivarse el nombre dado a esa costumbre tan española de la siesta que por cierto tiene lugar precisamente entre el mediodía y la media tarde, durante el cual período se suele dormir la siesta, sin tener en cuenta tan graciosa etimología. Poco hay que explicar al lector para que comprenda la evolución desde sexta a siesta. La diptongación de la [e] y el vulgarismo del cambio fonético de [x] por [s], tan frecuente en todas las hablas hispánicas. Lo verdaderamente curioso es su evolución semántica por el salto tan enorme entre su significado primigenio y el actual.

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3. La semana En latín se decía septimana, compuesta del numeral cardinal septem(siete)y posiblemente de mane que significa la mañana o comienzo del día. Helmud Lüdtike opina que la primera parte de este compuesto se debe al numeral ordinal septimus, y la segunda al ya conocido sufijo en forma femenina -anus (septim-anus). 4. Los días de la semana La historia lingüística de sus nombres resulta muy curiosa, sobre todo la de aquéllos que estaban dedicados a las divinidades paganas: Marte, ¿Hércules?, Júpiter y Venus; o sea, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes, respectivamente; y que los latinos nominaban en genitivo, anteponiendo la palabra dies (día). Dies Martis (día de Marte). Luego simplemente martes Dies Mercurii (día de Mercurio), posterior miércoles. Aunque, como luego veremos, también podría ser día de Hércules. Dies Iovis (día de Júpiter). Luego jueves. Dies Veneris (día de Venus). Luego viernes. En muchos documentos medievales se ven estas expresiones latinas para designar el día de la semana, excepto lunes que apenas se deja ver. Con respecto a lunes hay que advertir que lo correcto fue en sus inicios dies lunae (día de la luna, en genitivo) pero posteriormente adquirió la terminación [-es] por contagio de los restantes días, como veremos a continuación. A estos nombres les sucedió algo muy parecido a los apellidos en [-z] que veíamos en el capítulo III en los que desapareció filius, permaneciendo sólo el genitivo paterno. Así los días de la semana perdieron dies, quedando sólo el genitivo de la divinidad a la que estaban dedicados. En todos ellos las alteraciones gráficas y fonéticas han sido mínimas, gracias a los documentos escritos en que tanto abundan, los cuales impidieron que el habla vulgar hiciera los estragos que ya hemos visto en otras palabras que no tuvieron la suerte de contar con el respaldo de la escritura.

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4.1. Martes. En este caso las transformaciones gráficas y fonéticas han sido de lo más simple. Únicamente la identificación de las vocales [e] con [i] por ser de la misma serie (Regla 21) y que han producido el cambio de martis por martes. Tiene la curiosidad de ser el único nombre que a lo largo del tiempo ha producido y sigue produciendo una gran abundancia de antropónimos y topónimos, algunos de los cuales ya hemos visto en su lugar correspondiente. Por el contrario el resto de los días, o mejor dicho sus nombres, apenas han dejado restos. Todo ello a pesar de ser Marte el dios de la guerra, lo cual le proporcionó unas connotaciones poco favorables, dadas las catastróficas consecuencias que las guerras producían, bien presentes en el inconsciente colectivo que rodeó al martes de un halo de mal agüero, plasmado en frase como “en martes ni te cases ni te embarques”. 4.2. Miércoles (¡mehe Hercules!). Aún cuando “oficialmente” tiene su origen lingüístico en Mercurio (dies Mercurii), hay que reconocer que desde Mercurio hasta miércoles hay unos pasos muy difíciles de justificar, pues tratándose de una palabra llana con el acento sobre la –u- (Mercúrii), el primer obstáculo que aparece es la diptongación de una vocal átona sita en la sílaba protónica; ya que la diptongación a que se refiere la Regla 5ª del Apéndice se refiere a las vocales breves –e- y –o- sólo cuando soportan el acento principal. Al tratarse de una palabra tan larga mer-cu-ri-i (cuatro sílabas) no obedece a la famosa “regla de las tres sílabas” (H. Lausberg, 152), y resulta muy difícil aplicarla a una voz sobreesdrújula “mércurii” a menos que se haya producido un desplazamiento del acento (Mércurii) cosa poco probable por tratarse de una palabra culta con gran presencia en los escritos y que todavía se sigue pronunciando y escribiendo, al menos en la lengua hispana, como llana (Mercurio). No obstante, el hecho de que un nombre de la segunda declinación dé un genitivo en -is, sí podría justificarse por la analogía con los ya citados martes, jueves, y viernes; como parece suceder con lunes. En ese mismo sentido opina M. Pidal, justificando tanto la terminación –es, como el desplazamiento del acento, por analogía con el resto de los otros nombres de los días de la semana. Las objeciones señaladas, sin embargo, no son causa suficiente para negar el origen “oficial” de este término, pero quizá hubiera que pun-

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tualizar tanto lo lingüístico como lo mitológico de estas afirmaciones porque antes hay que decir que al nombre griego Héracles los romanos le llamaron Hércules; forma esta de la que, según mi opinión, podría derivarse el nombre de este día de la semana, el miércoles, cuyo origen lingüístico habría que buscarlo en la célebre interjección del latín antiguo “¡mehercules!”, sintagma esdrújulo (mehércules) que, como juramento propio de los varones, se usaba para sellar un compromiso, poniendo por medio al semidiós Hércules (Raimundo de Miguel). Mehércules es un sintagma compuesto de la interjección latina arcaica “mehe”, luego “me”, sin un significado concreto pero que unida, en este caso, a Hércules, vendría a significar “¡por Hércules!” en el sentido de lo juro por Hércules. Las mujeres juraban por Cástor, ese otro héroe hermano de Pólux.”¡Mecástor!” era la fórmula. La expresión ¡mehércules! se prodiga en los textos antiguos, como por ejemplo este fragmento de un escrito del célebre romano Petronio, el famoso arbiter elegantiarum: “Puto mehercules illum reliquisse solida centum et omnia in numnis habuit”, cuya traducción viene a ser “calculo, ¡por Hércules!, que él había dejado cien sueldos y todo lo tenía en monedas”. O bien esta otra: “non mehercules patria melior dici potest”, cuya traducción es “no hay ¡por Hércules! nada más loable que la patria”. Tan abundante debió ser esta fórmula, que “mehércules”, llegó a suplantar en buena medida al originario Hércules, a juzgar por lo repetido que aparece en los escritos. Desde un punto de vista meramente formal en lo que a etimología se refiere, nuestro miércoles como derivado de mehercules o “mércules”, resulta de una exactitud y transparencia poco frecuentes. Se ha diptongado en ie la [e]” tónica (Regla 5) y cambiado la [u] por [o] (Regla 21). 4.3. Jueves. Viene de la forma Iovis, genitivo de Iupiter. En latín era, como ya hemos visto, dies Iovis (día de Júpiter). El paso a la forma definitiva Jueves se produce por la diptongación de la [o] en ue, además del sonido “jota” que adquiere la palatal [i] en su situación de semiconsonante, como sucede por ejemplo con iudice que dará la forma castellana juez. (Ver la Regla 17 del Apéndice). 4.4. Viernes. Tiene su origen lingüístico en Veneris (esdrújula), genitivo de Venus. De tal manera que Dies Veneris (día de Venus) era el dedica-

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do a la diosa del amor carnal. De ahí el adjetivo venéreas con que se distinguen a algunas de las enfermedades producidas por contacto sexual. Las transformaciones que ha experimentado viernes a lo largo de los siglos son de dos formas. Las que afectan a las vocales ya nos son sobradamente conocidas, pues se trata de la pérdida de la [e] átona y de la diptongación de la [e] tónica (Reglas 6 y 5, respectivamente); dando como resultado la forma arcaica “vienres”. La transformación más importante es la que afecta a las consonantes o, mejor dicho, a ese grupo sobrevenido y extraño, de difícil pronunciación, que el habla resolvió alterando el orden fónico rn en lugar de nr, con lo cual resulta el actual y definitivo viernes. Esta manera de resolver la pronunciación de estos grupos es muy frecuente y de ello hay infinidad de ejemplos hasta bien entrada la edad moderna. 4.5. Sábado, día del padre. Aparte de ser posterior a los citados, su origen es bastante menos conocido por los no especialistas en la materia, pues para ello había que llegar, en arameo, a la palabra abba (padre) y pasar por el griego, hasta llegar al latín, del cual vamos a hacer el punto de partida. Se asimiló a los nombres de la tercera declinación con el genitivo abbatis con diferentes formas, según las comunidades de hablantes. En castellano la forma antigua abat evolucionó a abad, también con el significado de padre, aunque en este caso de la comunidad de monjes. Pero ¿de dónde viene la [s-] inicial de sábado? Lo más probable es que proceda de ese fenómeno que ya conocemos con la denominación de fonética sintáctica que vemos en la Regla 18 del Apéndice. El nombre latino de este día sería dies abatis, en cuyo caso podemos contestar que dicha [s] procede de dies que en la expresión hablada se percibe unida a la [a] inicial de la esdrújula ábatis o ábadis. Pero aquí se presenta una verdadera curiosidad de signo contrario a lo dicho para lunes en cuanto que “renuncia” a la terminación -es de todos los demás y que en rigor le correspondería en razón de su terminación en [–is], ábatis, para adquirir otra impropia, sáb-ado. La causa puede deberse a una incorporación tardía de este nombre que, como se sabe, fue introducido por el cristianismo junto con domingo con significado parecido (die domínico significa día del Señor), y es razonable pensar

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que, pasada la influencia de los paganos terminados en [-es], sábado prefiriera la terminación [-o] de domingo, ya que ambas significan lo mismo. De su forma primitiva quedan sabatino y sabático. 5. Los curiosos nombres de algunos meses Me refiero a los de los cuatro últimos meses del antiguo calendario romano, que constaba de diez meses, hasta la reforma de Numa que añadió enero y febrero con cuya adición sumaban los doce. Por ello se observa un cierto desajuste porque, si antes septiembre era el mes séptimo; octubre el octavo y así sucesivamente, con esta reforma septiembre será el noveno, y diciembre el duodécimo. Pese a ello, la etimología de sus nombres aún es reconocible, pues están formados sobre dos palabras latinas: un numeral y la esdrújula “tempore”, forma de la voz latina tempus que, como sabe muy bien el lector, significa tiempo o período; pero que ha sufrido tales erosiones en su morfología por el uso, que no es extraño haya pasado desapercibida incluso para algunos filólogos. Los numerales que los componen como primer elemento son: Septem (siete) Octo (ocho) novem (nueve) decem (diez) Así pues, “septem-témpore” era el séptimo período o mes del año; “octo-témpore” era el octavo; “novem-témpore”, el noveno; y “decem-témpore”, el décimo. De las dos palabras simples que configuran cada uno de estos cuatro compuestos, el que más llama la atención por su deterioro fonético y gráfico ha sido el segundo componente témpore que se repite en todos y cada uno de ellos y que presenta la particularidad de sonorizar la [p] que pasa al sonido [b] -, como si fuera intervocálica, dando la forma arcaica “témbore”, equivalente a la forma vascuence “démbora”. (M. Pidal, Orígenes, 298). Aún se conserva como cultismo en ambientes religiosos las témporas, en alusión a las cuatro estaciones del año, referidos a los períodos de ayuno. Posteriormente se produjo la pérdida de la [o] postónica (Regla

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6) con lo cual nos queda -“tembre” y luego “-tiembre” por diptongación de la [e] tónica (Regla 5), que va a ser la definitiva. A pesar de lo dicho, conviene señalar que la fusión de los dos elementos –el numeral septem y el sustantivo tempore–, se produjo con importantes pérdidas de ambos componentes. De tal modo que resulta verdaderamente difícil concretar las pérdidas de cada uno de ellos. El compuesto septiembre habría pasado por las fases: septemtémpore>septémbore>septémbre>septiembre; conservándose sin sonorizar la [t] de témpore por estar agrupada con una consonante anterior tan distinta en su modo de articulación. Sin embargo la [p] no tiene dificultad para su paso a la sonora [b], dado el carácter bilabial de ambas. En noviembre y diciembre las pérdidas y transformaciones que sufren ambos componentes, hacen verdaderamente difícil seguir el curso evolutivo, aunque existen pocas dudas de que la terminación –embre tenga su origen en el ya mencionado témpore. La evolución de octubre es harto confusa. Hasta tal extremo que hace dudar de que el segundo elemento sea el ya comentado témpore y se trate de un caso más de analogía con los otros. También creo que ha de ser orientativo citar algún documento antiguo en donde podamos ver alguna de las etapas de la evolución que vengo señalando, aunque por desgracia no haya encontrado tantas como fuera mi deseo. Septembres ya aparece en alguna de las inscripciones pompeyanas (siglo I d. C) lo cual nos da idea de la antigüedad de algunos cambios fonéticos y gráficos que venimos comentando. La misma forma la vemos en el año 564, junto a decembres, año 527. (Díaz y Díaz, 130-131). En España la vemos en un documento de donación Diploma silonis regis cuyo original, firmado por el rey asturiano Silo, muerto en el año 783, y que se conserva en el Archivo de la Catedral de León. En él se lee: “facta carta donacionis sub die X Kalendas Setenberes”. En cuanto a las citas relativas a octubre, no he podido encontrar nada que se parezca a la supuesta y originaria octémpore, octémbre, octiembre o algo parecido. Siempre me he tropezado con formas del tipo octobres (Díaz y Díaz, 20) que representa la máxima pérdida de fonemas. El nombre de los restantes meses del año no tiene el menor interés lingüístico. Solamente mayo podría encerrar alguna curiosidad en cuanto al origen y evolución. Su origen lingüístico más probable es el adjeti-

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vo latino “magicus”, voz esdrújula que significa maravilloso. Su evolución hasta el definitivo mayo es bastante ortodoxa y, aunque faltan datos documentales con la profusión deseada, sin embargo he encontrado alguno que puede reforzar esta afirmación. Se trata de una carta de venta, otorgada por un tal Cid y fechada el 17 de abril del año 1009 en el cual se lee la fecha “XV Kalendas magias” (Floriano, 16). En este adjetivo magias se intuye fácilmente la pérdida del sonido [c] (=”k”), seguramente después de haber pasado por una fase de sonorización en [g]. También la influencia de la palatal [i] que influye sobre la [g], produciendo el sonido [y] de mayo. Este mismo es el origen del castellano majo, que se aplica a las personas y cosas que nos agradan. (El DRAE dice de él que es de origen incierto). 6. ¿Cuántos “tacos” has cumplido? Es evidente que con la palabra tacos se quiere expresar un año de calendario. Todavía existen esos bloques o tacos de trescientas sesenta y cinco hojas, una para cada día del año, excepto los bisiestos, que tenían uno hoja más. De aquí parte la acepción que, de mano de la juventud, se ha implantado en el lenguaje coloquial, identificando tacos con años. Creo que el lector ya conoce que el vocablo calendario proviene de la forma que los romanos tenían de contar los días del mes. Este se dividía en tres partes: kalendae (calendas), que eran el primer día de cada mes. Después venían las nonas y los idus en las cuales no voy a entrar por no ser de interés lingüístico. Solamente recordar que nuestra voz calendario tiene su origen en las ya citadas calendas o Kalendae, palabra ésta cuyo uso no terminó con la dominación romana, pues sobrevivió a la invasión visigótica y aún a la musulmana. Su uso en los documentos notariales para fijar la fecha llega hasta el siglo XIV en que ya comienza el cómputo día a día dentro del mes, junto a la del año. Por ejemplo: “XX die Maii. Era Mª CCC…”. Acaso al lector le suene la frase “ad calendas grecas”, equivalente a la también latina “sine die”; ambas con el significado de algo que no tiene cumplimiento fijo. Sobre todo las “kalendas Graecas”, porque es notorio que los griegos no tenían esa forma de cómputo temporal.

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7. Carnaval o el adiós a la carne El origen de la palabra carnaval ha dado lugar a bastantes opiniones, aunque casi todas ellas vienen a ser parecidas. La más curiosa y a la vez menos documentada y menos probable es aquella que la hace derivar del carrus navalis, una especie de carroza tirada por fantásticos seres marinos en la que se paseaba Dionisos Baco, esa divinidad pagana tan conocida en el mundo de la orgía. Se apoya esta teoría en que los días que precedían a la cuaresma siempre se caracterizaron por su carácter orgiástico, ya que suponían la despedida de ciertos placeres, sobre todo el de la buena mesa. Y para ello nada más representativo que la bacanal. Otro origen bien distinto le atribuye el DRAE en su edición del año 1992, según el cual procede de la expresión latina “carnem levare” (“quitar la carne”) y que es coincidente con la de J. Corominas en su Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Ambos lo hacen derivado del italiano carnevale y éste, según el filólogo, de carnelevale, alteración de carnelevate. Con respecto a estas últimas pienso que, aunque el verbo latino levare puede significar quitar, sin embargo no se ajusta plenamente. Es mucho más propio tollere y quizá por eso el lenguaje de los clérigos llamó a este período de “carnes tollendas”, que significa claramente un período en que las carnes deben ser suprimidas. Pienso que carnaval tiene su origen en la voz latina vale, que es una palabra de despedida, con el significado de adiós y que, unida al indiscutible carne, nos daría carnevale y luego carnaval (Reglas 9 y 11) para significar adiós a la carne, vulgarizándose aún más, posteriormente, con la forma carnal, como la llama el Arcipreste de Hita en su Libro de Buen Amor: “Batalla entre don Carnal y doña Cuaresma”. Cualquier estudiante de latín habrá encontrado en los clásicos Cicerón, Virgilio, Terencio, Apuleyo, Ovidio, etc., el imperativo-optativo “vale” como fórmula de despedida, la cual, por otra parte, ha pervivido en el género epistolar, sobre todo en el carteo familiar, hasta bien entrado el siglo XX, y siempre con el significado de un adiós equivalente a hasta luego. Con esta palabra se despide Cervantes del lector en el prólogo del Quijote. Y puesto que he mencionado la palabra cuaresma, es bueno avisar

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al lector no versado en la materia, del curioso origen de su nombre para que una vez más compruebe el desgaste que el tiempo y el medio hablante producen en las palabras, incluso en ésta que no es demasiado antigua, pues su uso no se generalizó hasta el siglo XIII (J. Corominas), en cuyo texto se explica su evolución desde la esdrújula quadragesima, numeral ordinal latino que significa, junto a dies, el día cuadragésimo o final del período de cuarenta días que duraba la Cuaresma. Entre esta última y su étimo, la mencionada quadragesima, el lector podrá apreciar la profundidad de los cambios.

VI

La herencia lingüística de la guerra Es natural que algo tan antiguo y a la vez tan universal y constante como la guerra, haya dejado en el lenguaje abundantes testimonios de su paso. Aquí voy a exponer solamente aquellos elementos lingüísticos que encierren algún interés y que, a ser posible, aporten al lector algo nuevo. 1. ¡Santiago, cierra España! A la hora de buscar explicaciones sobre el significado de esta histórica frase, uno se pregunta cómo es posible que los investigadores en materia lingüística se hayan resignado durante tantos siglos a admitir un significado tan absurdo en el sentido de pedir al Apóstol que cierre a España. Por mucho que forcemos a la mente, no encontramos el verdadero sentido de este sintagma tan repetido en los libros de historia de todos los tiempos. ¿Qué significa eso de cerrar España? ¿Es que España se podía cerrar? Al menos la versión histórica más leída acerca de la batalla de Clavijo dice que los cristianos derrotaron a los mahometanos a los gritos de ¡Santiago, cierra España! Más congruente con lo que seguidamente voy a comentar, sería que los historiadores se refirieran a los tres gritos más oídos durante la contienda: ¡Santiago! ¡Cierra! (?) ¡España! Como puede ver el lector, la dificultad radica exclusivamente en la palabra cierra para cuyo estudio hay que apoyarse también en la lógica lingüística, que en ciertos casos puede suplir la falta de referencias paleográficas para ayudar en la investigación. Consciente de las dificultades 133

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señaladas, me limito a exponer las conclusiones a las que he llegado, dejándolas como meras hipótesis para que el lector juzgue y pueda opinar sobre su validez. Lo primero que despierta nuestra curiosidad es por qué el germanismo werra y posteriormente su derivado hispánico guerra desplazó a vocablos latinos tan arraigados como bellum o proelium, de los cuales sólo han quedado algunos restos en los adjetivos bélico o belicoso, referidos al primero de ellos, porque del segundo (proelium), ni eso. Es evidente que la fonética del latín bellum o proelium e incluso lucta, quedan bien en el lenguaje narrativo histórico y literario; pero el fragor del combate, la sangre, la venganza, la muerte… lo expresa mejor la palabra guerra por la dureza fonética de esa [rr] que casi daña el tímpano e irrita el ápice de la lengua, si se pronuncia con energía. Aunque ignoramos la fonética de la medieval [w] germánica y su correspondencia con la hispánica en el germanismo werra, no sería ningún error atribuirle la pronunciación berra, que es la que hoy correspondería en virtud del actual valor fonético de la [w] germánica. Por otra parte cabe suponer que el habla vulgar diptongara la [e] en [ie] (Regla 5 del Apéndice) al tratarse de una [e] abierta y tónica y sobre todo en la región donde tuvo lugar la real o supuesta batalla, la Rioja, tan proclive a esta diptongación; quedando una hipotética “bierra” a la cual el habla popular quisiera buscar justificación semántica en la palabra fonéticamente más próxima, ¡cierra!, incurriendo así en la etimología popular de la Regla 15. Digo el habla popular porque la palabra guerra ha llegado hasta nuestros días sin tal diptongación, como corresponde a un vocablo de procedencia no latina y además muy recogido en los escritos, lo cual supone un cierto freno a las veleidades de los hablantes. Así podríamos decir con mayor propiedad que los cristianos derrotaron a los musulmanes en Clavijo, a los gritos de ¡Santiago!, ¡Guerra! y ¡España!, que se supone serían los más oídos, aunque nunca formando un sintagma invocativo, como lo exponían los textos escolares antiguos. Leyendo La Comedieta de Ponça del Marqués de Santillana encontramos unos versos que en cierto modo nos recuerdan la célebre frase y hasta pueden ayudarnos a su interpretación: “en ti fue gridada con voz pavorosa en los dos estoles ¡batalla!, ¡batalla!…”

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Sin entrar en la veracidad histórica de esta parte del combate, pues se trata de una obra de carácter alegórico aunque sobre un hecho real, esta estrofa nos lleva de la mano al verdadero grito de guerra por excelencia: ¡guerra!; que es casi sinónimo de ¡batalla! Es evidente que la exclamación ¡guerra! no puede faltar en ninguna contienda. Más aún, si esto que digo no fuera cierto, habría que inventar la palabra que de alguna manera la representara. En las escuelas de principios del siglo XX y en un célebre poema de Bernardo López, (“oigo, patria, tu aflicción / y escucho el triste concierto…”); había unos versos que nos lo recuerdan: “hasta las tumbas se abrieron gritando ¡venganza! y ¡guerra!” 2. Batalla y baraja, una misma cosa Para entrar en materia veamos una estrofa de El libro del buen amor (s. XIV) del Arcipreste de Hita:: “A do más puja el vino que el seso dos meajas, facen roido los beodos como puercos e grajas; por ende vienen muertes, contiendas e barajas; el mucho vino es bueno en cubas e en tinajas”. El lector habrá notado que barajas tiene aquí el mismo significado que contiendas; o sea riñas, peleas, etc. ¿Y por qué no batallas? Por si esta cita no fuera suficiente, ver M. Pidal, Orígenes, 276, en donde se menciona un texto del monasterio de Sahagún (1123) en el que aparece barallas con el mismo significado que en el Arcipreste y en el que explica la relación fonética de los fonemas [ll] y [j]. Según el DRAE (1992) batalla procede del francés bataille. Sin embargo el étimo o palabra raíz está bastante más lejos en el tiempo. Hay que buscarla en el verbo latino batuo que significa golpear, sacudir, pelear, batirse. De tal manera que, si al semantema o parte invariable portadora del significado, bat- o batu-, le añadimos el sufijo -alia tendríamos batalia o batualia”. Este sufijo es muy abundante en la derivación de palabras romances que han dado formas en –alla o -aja, como serralla, meaja, etc.

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En el escritor y gramático del siglo VI Casiodoro leemos este correctivo “battualia quae vulgo battalia dicuntur”, que tiene la virtualidad de indicarnos el primer paso evolutivo hacia la voz romance batalla. En consecuencia con lo anterior, el proceso evolutivo vendría a ser más o menos el siguiente: Batalia, por sufijación. Batalla, por palatalización (Regla 17) Badalla, por sonorización de la [t] (Regla 3) Baralla, ¿confusión de sonidos? Baraja, regionalismo. Del verbo latino batuo (infinitivo batuere) quedan los verbos batir y combatir. Y de las formas romances ya señaladas queda como más curiosa badajo (de campana) precisamente por su función de batir sobre el bronce. Por si la etimología de baraja no estuviera lo suficientemente clara, acudamos a lo puramente semántico. Quiero decir para comprobar que su significado etimológico cuadra bien dentro del campo semántico de la guerra que venimos estudiando. Indudablemente una buena parte de los juegos de la baraja tienen marcado carácter bélico, al menos en sus versiones más primitivas como pueden ser el tute y la brisca, en los cuales existe toda una logística de combate en que luchan las diferentes fuerzas: los palos, los triunfos, la caballería, los soldados de asalto (las sotas), además de otros ingredientes propios del combate como pueden ser la derrota, el matar, el robar, ahorcar etc. Todo esto a parte del enfrentamiento entre dos bandos que generalmente configuran los jugadores. 3. A propósito de las sotas El que algunos jugadores de naipes las llamasen putas se supone era debido a su vestimenta que les deja las piernas al descubierto y con unas faldas que les daban aspecto femenino. Sin embargo y según mi teoría, representan a varones duros y aguerridos pertenecientes a ese peculiar “ejército” del naipe, tan coincidente con el de verdad y que, en el caso de las sotas, (mejor dicho, los sotas) debía tratarse de soldados de

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asalto cuya vestimenta les permitía dejar las piernas libres para poder saltar, escalar y correr con mayor libertad. A esta conclusión se llega mediante la lingüística, si bien es cierto que este tipo de conclusiones deben venir apoyadas con una cierta congruencia lógica con usos y costumbres. La palabra castellana sota, lo mismo que soto, tiene su origen en el verbo latino saltare (saltar); de tal manera que un soto es un paso, un salto, entre dos montañas. La actual salto es la forma culta del citado verbo, mientras que soto es la forma vulgar que pasó por la fase sautu o soutu, con el mismo significado de salto antes mencionado. El culto saltar, pasando por las fases señaladas, se vulgarizó en la forma sotar (M. Pidal, Estudios de Lingüística, 30). En las Glosas Silenses en el capítulo “de diversis causis penitentium” vemos cómo el glosador aclara que saltare debe entenderse como sotare y más adelante, que “in saltatione” (el hecho de saltar) equivale a “ena sota” No parece, pues, ningún error afirmar que un sota, no una sota, es una persona que salta o asalta. En resumen, y en nuestro caso, un soldado de asalto. En un documento fechado en el año 1221, leemos “Saltuum Alborum” que luego será Sotos Albos, un pueblo de la provincia de Segovia. 4. La castración A poco latín que se haya estudiado, todo principiante en sus traducciones habrá tropezado más de una vez con la palabra castra, plural neutro que significa campamento militar. Y se supone que también conocerá cómo era la vida de los soldados en estos campamentos. Entre las prohibiciones más radicales marcadas por la disciplina castrense estaba la de vincularse con mujer alguna para evitar lazos afectivos que de alguna manera influyeran negativamente en su valor combativo e incluso en su desprecio por la vida, que era la cualidad por excelencia de todo buen guerrero. Cierto es que el mismo alejamiento de estas instalaciones militares respecto de los núcleos de población, ya era de suyo suficiente para impedir contactos con mujeres. Por eso eran tan temibles los asaltos a las poblaciones vencidas, porque las violaciones, junto con los saqueos, debían ser una verdadera calamidad. De esta radical abstención carnal propia de los castra proviene la

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palabra castrar en el sentido de una abstención forzosa. Posteriormente, por esos caminos extraños que a veces toman las palabras, vino a significar el hecho de extirpar los órganos genitales. 5. Sitiar, sitio, asedio. En la logística antigua de la guerra, cuando se pretendía conquistar una determinada población, entre las muchas operaciones preliminares y una vez hecho el cerco, solía tener lugar el corte de las vías de suministro de agua con el fin de condenar a la población al tormento de la sed. Esta palabra en latín era sitis (sed), de donde se deriva el actual y definitivo sitiar y posteriormente el sustantivo sitio con el mismo significado, aunque este último ha ampliado notablemente su campo semántico hasta identificarse con lugar en frases como hacer un sitio, tener un sitio; es un sitio maravilloso, etc. Por evolución fonética, según las Reglas 3ª y 21ª, la latina sitis produjo la romance sed; y de ésta asediar y asedio con un significado equivalente a sitiar y a sitio, respectivamente. Corominas admite también la posibilidad de su procedencia del vocablo latino obsidium (asedio). 6. Las huestes enemigas Este sintagma, que se lee con demasiada frecuencia en los libros de historia, representa uno de los casos más evidentes de hasta qué extremo se pierde el sentido etimológico de las palabras. Huestes procede del latín hostes, nominativo del plural de hostis, que significa enemigo en su sentido más bélico. Digo esto porque para la otra clase de enemigos estaba inimicus que también significaba enemigo y que es el que ha prevalecido, desplazando del vocabulario al anterior, del cual ya no quedan más que las formas cultas hostil, hostilidades, hostigar y pocos más. También le ha robado su significado de enemigo de guerra. La única diferencia básica entre ellos consiste en que hostis es un sustantivo, mientras que inimicus era un adjetivo; si bien con gran frecuencia se empleaba sustantivado: el enemigo. Esa quizá sea una de las razones que explicaría el absurdo lingüístico de unir esas dos palabras, “huestes enemigas” que quedaría justificado

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por el significado de ejército o tropa que adquirió a lo largo de la historia la palabra huestes, siempre en plural porque carece de singular; sin precisar si eran del bando contrario o del propio. Igual leemos “las huestes de Don Pelayo”, como “las huestes musulmanas”. Lo cual nos confirma la pérdida del significado de enemigo de guerra que tuvo en sus principios. 7. El corazón y la coraza El DRAE dice que corazón procede del latín cor. Joan Corominas en su Diccionario Etimológico hace la misma afirmación y añade: “Primitivamente sería un aumentativo, que aludía al gran corazón del hombre valiente y de la mujer amante”. En cuanto a que corazón sea un aumentativo del cor latino, según afirma Corominas, tiene difícil explicación sobre todo desde el punto de vista de la fonética evolutiva. La voz neutra latina cor- cordis (corazón, ánimo, valor, etc.), un sustantivo neutro de la tercera declinación, pasó a las lenguas romances con diferente fortuna. Digo esto porque en el habla castellana su vigencia fue de menor duración, aunque la veamos por ejemplo en Berceo: “de cor se los actores” (de memoria sé los actores), que convive con la forma diptongada cuer. Así lo vemos repetidamente en El Cantar de Mío Cid en frases como: “Spidiose el caboso de cuer e de veluntad” O también: “de cuer pesó esto al buen rey” (de corazón pesó esto al buen rey) Sin embargo, esta forma semiculta en castellano no tardó en desaparecer, suplantada por la vulgar corazón; si bien es evidente la convivencia entre ambas, pues en el mismo poema también la vemos con frecuencia: “fincó los hinojos, de coraçón rogaba” O en estos otros versos:

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“Enclinó las manos la barba vellida A las sues fijas en brazos las prendía Llególas al coraçón ca mucho las queria” De la forma cor quedan en las hablas hispánicas algunos derivados del tipo cordial, incordiar, concordia y pocos más. También en otras lenguas romances prevaleció y perduró la forma clásica, como por ejemplo “cuore” en italiano; “coeur” en francés, en las cuales, como vemos, se conserva muy poco erosionada. La historia de esta palabra es el más vivo ejemplo de cómo a través del tiempo puede perderse la secuencia evolutiva, con olvido de su verdadera procedencia. Pienso que esta palabra tiene su origen remoto en la voz latina corium (cuero) que, por sufijación, produce el adjetivo coriaceus, que significa “forrado de cuero”. El historiador latino Ammianus Marcellinus, que vivió en el siglo IV de nuestra Era, autor de la Historia de los Emperadores Romanos, escribe la frase “coriaciae naves”, en el sentido de barcos forrados de cuero.(R. de Miguel). El escudo o coraza, en su forma más antigua, estaba hecho de un entretejido vegetal, forrado de cuero, que se empuñaba con el brazo izquierdo, lo que permitía al guerrero dejar libre el brazo y lado derecho para combatir. Los mismos dibujos de la época nos han dejado abundantes muestras y en ellas observamos las diferentes formas y tamaños de tales pertrechos. Los había redondos y ligeros o grandes y pesadas corazas. Aquí sí le cuadra bien corazón, como aumentativo de coraza. El lado izquierdo era el que se protegía con la coraza, seguramente para proteger la preciada víscera, el cor. Aparte de las citas anteriores tomadas del Cantar de Mío Cid en las que predomina una semántica de la palabra cor (o la evolucionada cuer) que va de lo visceral a lo espiritual, también la vemos con algún matiz semántico que se aproxima a coraza Embraçan los escudos – delant los coraçones Abaxan las lanças – abueltas de los pendones Enclinaron las caras – de suso de los arzones Ívanlos ferir – de fuertes coraçones

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En este último verso parece apuntar la idea de coraza. Y a partir de aquí uno se pregunta por qué dos significados tan dispares, una coraza y una víscera, vienen a fundirse y a confundirse en un sólo significante, corazón; pero además a cuál de los dos sustantivos le cuadra mejor el sufijo aumentativo, si al tamaño de la víscera o al del escudo. Finalmente, si el lado izquierdo era el del corazón (o coraza grande), cuando este pertrecho dejó de utilizarse, el costado izquierdo siguió siendo el lado del corazón o coraza. 8. Guzmán el Bueno A Guzmán, el héroe de Tarifa, se le conoce por su calificativo de el Bueno, por el hecho de todos conocido de no rendir la plaza de Tarifa, aún a costa del sacrificio de su hijo. El autor o autores de tales proezas ya tenían por aquel entonces, finales del siglo XIII, sus calificativos propios del caso. Véase simplemente el Cantar de Mío Cid para comprobar la serie de adjetivos que le dedica el autor, con el significado de héroe. El adjetivo bueno aplicado a Guzmán por este acto heroico, creo que no tiene mucha lógica y pienso que se sustenta ni más ni menos en el propio significado de su nombre –gut man– Un germanismo que significa hombre bueno. Algo parecido a este germanismo lo tenemos en el antropónimo medieval Gudesteus, (gut-est-Deus) un constructo germano-latino-cristiano, integrado también por el adjetivo germánico gut, en este caso con la [t] sonorizada, y cuyo significado es “Dios es bueno”. 9. Las famosas calzadas romanas El origen remoto de la palabra calzada se encuentra en la voz latina calx (gen. calcis) que significa la cal o también piedra caliza. De tal manera que una “via calciata” era un camino o carretera hecha con piedra caliza, sin duda preferido por ser un material de menor dureza para no herir los cascos de las bestias de carga y tiro, y al mismo tiempo para evitar el deterioro de los carruajes que con otra materia más dura sufrirían. No se concibe una calzada romana de pedernal u otro material parecido.

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Esto se puede comprobar en las abundantes vías de comunicación que todavía subsisten en todos los países que vivieron bajo el imperio romano. El DRAE dice que calzada proviene de una hipotética calciata, pero de hipotética nada, pues la vemos con verdadera profusión en documentos antiguos, por ejemplo en El Toledano (De Rebus Hispaniae, VII, 7) “…et Arevalum et totum territorium abulense, et inde sicut dividit calciata quae dicitur de Guinea…”. En documentos del siglo X, concretamente en una Carta Real del Rey Alfonso III, la vemos bajo la forma calzata (Floriano, 9). Más adelante, ya a principios de la Edad Moderna, la vemos en su forma actual, por ejemplo en el Romance del rey moro que perdió a Valencia: “Helo, helo por do viene el moro por la calzada” Parecido origen debe tener la palabra cáliz. ¿Y por qué no también el calzado, referido quizá al idóneo para caminar por este tipo de vías? 10. Los pazguatos, los bragados y los gudaris Los pazguatos eran los vencidos que habían aceptado la derrota. Es decir, se habían pacificado; de tal modo que a esta clase de personas se les denominó pacificatus que el habla vulgar pronunciaría pazguato y luego pazguado, equivalente al actual apaciguado, al unírsele la preposición [ad]. El DRAE y el Diccionario de uso del español de María Moliner prefieren “apazguado” como étimo o palabra raíz. Entre las diferentes acepciones de bragados hay una que alude al valor combativo de ciertas personas. Su derivación de braga parece indiscutible, y con un criterio actual con olvido del uso y significado primitivo, dado que se aplica a una prenda femenina, parece un contrasentido aplicarla un varón valiente. Ya se sabe que procede de braca, una especie de pantalón, muy al uso de los celtas y otros pueblos invasores nórdicos que, como es bien sabido, se distinguieron por su belicismo. A los portadores de tal vestimenta se les llamó bracarii. Otro ejemplo de cómo una prenda de vestir dio un carácter especial a determinadas personas lo tenemos en otra vestimenta, también de uso militar; la cota, que rodeaba y protegía el torso de los guerreros. Ge-

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neralmente era de cuero claveteado con arandelas o placas de hierro; también las había hechas de malla metálica, la famosa cota de malla. Igual que bracarii se aplicó a los que se vestían con las bracae, cotarii eran los que portaba cota. Respecto de ésta cabe pensar que por su precio no estaría al alcance de todos, de ahí el carácter elitista de sus portadores. El paso de cotarii a gudari es tan evidente que no necesita explicación alguna. Es de estas palabras que, aunque no estén documentadas, el etimologista puede aventurarse a darla como buena. Cota tiene su origen en la voz latina cauta, un participio del verbo caveo que entre otras acpciones tiene la de proteger. 11. El curiosísimo campo semántico del búho En muchas culturas y civilizaciones a esta curiosa ave se le puede incluir entre los animales más simbólicos y representativos, como pueden ser el león, el águila o la serpiente. Ello es debido a su género de vida nocturna y vigilante, pero también a su aspecto y apariencia que le dan sus enormes ojos, fijos y abiertos, que le confieren esa idea de guardia o centinela. A ello hay que añadir su cautela para no ser detectado por sus presas a las que suele coger desprevenidas, siempre amparado en las sombras de la noche y generalmente ocupando lugares elevados para otear mejor su entorno. Como se verá, y casi sin proponérmelo, estoy describiendo las cualidades más destacables del perfecto centinela. No es nada extraño que en el ambiente militar haya tenido este ave nocturna un indiscutible predicamento. Su nombre latino fue bubo (-onis). La [b] intervocálica desaparece, según la Regla 2ª del Apéndice, en este caso sustituida por [h] hoy muda, aunque tal vez aspirada en otros tiempos; quedando el actual búho. Buharda se llamó y se llama a la parte superior de las murallas donde se apostaban los centinelas para vigilar desde lo alto; y muy posiblemente buhardilla tenga el mismo origen como lugar de observación. Ambos vocablos, buharda y buhardilla, siguen su proceso de vulgarización hasta desembocar en los respectivos guarda y guardilla; fenómeno lingüístico de cierta frecuencia como en los vulgarismos agüelo, vigüela, bueso, etc.

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Esto podría explicar el origen de palabras como guarnecer, guardia (buhardia), guarida, etc. y sus afines, que hasta ahora venían siendo considerados de procedencia germánica. Sin embargo y pese a su indiscutible congruencia morfológica y semántica, esta mi teoría carece de apoyos documentales que me hubiera gustado encontrar.

VII

Palabras, palabrotas y palabrejas 1. Los tacos como interjecciones “Es evidente que el taco ha tomado carta de naturaleza en el lenguaje coloquial tanto masculino como femenino, e incluso lo vemos desde hace algún tiempo en el lenguaje literario: libros, prensa y hasta en conferencias. “El taco o palabrota, como fenómeno lingüístico, ha evolucionado a la par que lo han hecho ciertas pautas de comportamiento socio-culturales, y hoy en buena medida viene a llenar un vacío lingüístico motivado por una notoria escasez de interjecciones. “Las lenguas hispánicas en general tienen una gran abundancia de tacos, pero es en castellano donde más impacto producen en el oyente, debido a la fonética de la “jota”, letra esta que está presente en los tacos más gordos, y que tiene una pronunciación tan bárbara y tan primitiva que si se fuerza un poco, termina irritando el velo del paladar donde tiene su punto de articulación. Sin embargo al taco le va bien porque le da cierto énfasis. Sólo así se explica la mutación lingüística de la “interjección” ¡joder! “El taco, como fenómeno psico-lingüístico, tiene también su pequeña historia. Hace algún tiempo podría ser interpretado como un mecanismo de desahogo o descarga de represiones psico-sexuales y, aunque las palabrotas siempre estuvieron proscritas por el buen gusto, no parece que en el terreno religioso fueran materia especialmente condenable, por lo cual podían ser usadas como aliviaderos que proporcionaban al que las profería ese extraño placer del quebrantamiento impune de una norma fronteriza con lo prohibido. “Pero, a medida que la sociedad se hizo más permisiva en lo relacionado con el sexo, el taco fue perdiendo tal carácter, hasta quedarse, como hemos dicho, en poco más que una interjección carente de significado propio; o mejor dicho, que adquiere matices diferentes según el ambiente y las circunstancias de cada momento”. 145

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Estos párrafos que van entrecomillados pertenecen a mi libro El mus es algo más y concretamente al capítulo denominado “Las palabrotas del mus”, y los traigo aquí por considerar que son una buena introducción para este capítulo en el que al taco o palabrota se le va tratar desde su etimología hasta su evolución semántica, por considerarlo de cierto interés lingüístico en cuanto que, como ya queda apuntado, puede afirmarse con rotundidad que ha sustituido en buena medida a las interjecciones clásicas las cuales no llegan a cumplir plenamente esa función psicológica de descarga de tensiones acumuladas en el ánimo en ciertas situaciones emocionales. A tenor de esto me permito citar otro párrafo del antedicho libro: “En estas circunstancias sobre todo, resultaría muy difícil a los perdedores (del mus) usar las interjecciones propias de la lengua vernácula que aprendimos en el colegio. No se concibe oir a un tío que está a punto de explotar expresarse así: “¡Pardiez!, ¡si no ligo una dichosa carta!”. “¡Cáspita!, ¡qué jugada tan deleznable he cogido! ¡Oh! ¡qué mala suerte tengo! En estos casos lo normal es escuchar otras interjecciones en frases parecidas: “¡Pero, coño, si no ligo una puta carta!”; y así sucesivamente. 2. ¡Joder! Esta palabra tiene todas las apariencias de proceder del verbo latino de la segunda conjugación gaudere cuyo significado se habría envilecido notablemente al pasar de alegrarse sanamente (“¡gaudeamus igitur! ”), hasta realizar el acto sexual y, más aún, fastidiar a alguien en el sentido de “joder al prójimo”. En principio parece un contrasentido este cambio semántico tan radical, pero no debemos olvidar que estos cambios tienen la misma lógica y justificación que los morfológicos. El paso desde alegrarse hasta fastidiar quedaría explicado por el hecho de que la hembra gozada carga con todas las consecuencias que del acto se puedan derivar. La evolución fonética desde el primitivo gaudere hasta la forma definitiva joder, presenta pocas dificultades: por una parte la monoptongación de [au] en [o] (Regla 8 del Apéndice), y por la otra un leve desplazamiento del punto de articulación de la [g] al sonido [j], dentro del mismo carácter velar de ambos fonemas.

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Del primitivo gaudere proceden las formas semicultas regodeo y regodearse. Pero también la vulgar de un supuesto gaudiare que a su vez produjo gozar. El DRAE dice que joder proviene de un verbo latino futuere que por cierto no figura en los diccionarios clásicos, aunque sí en alguna inscripción del latín vulgar, como ésta que voy a citar, cuya forma futues pudiera responder a esta etimología. Se trata de uno de esos “graffiti” de los primeros siglos de nuestra Era, encontrados en la Panonia Inferior (Díaz y Díaz, 39): “Grate, qui futues Grega ancilla Lupi optionis legionis secundes”. El lector no debe extrañarse del carácter grosero de esta inscripción pues es una de las muchas del mismo género que se conservan en las paredes de Pompeya y otras ciudades del orbe romano, sobre todo si han sido sedes de la soldadesca. Esta última teoría que sostiene el DRAE, entre otros, tiene mayor fundamento por el hecho de estar documentada, como acabamos de ver, aunque desde futuere hasta joder haya algunos puntos oscuros. El Diccionario Etimológico de Joan Corominas prudentemente rehúye esta palabra y no hace de ella mención alguna. Mi teoría, por el contrario, no está documentada con tal significado, aunque su evolución fonética, morfológica e incluso semántica es más ortodoxa. Pero ¿cuál de las dos es la verdadera? Como interjección se usa sólo en infinitivo y expresa dolor, admiración, sorpresa, etc., en frases como ¡joder, qué tío!; ¡joder, cómo duele!; etc. Fuera ya del carácter interjectivo, le vemos con harta frecuencia en el lenguaje “ordinario” como adjetivo, sin un significado concreto, a veces contradictorio: es un tío muy jodido; frente a expresiones como qué simpático es el jodido. Como verbo rara vez le vemos usado con su prístina significación. Solo en frases groseras como ¡nos ha jodido! o también en otras del tipo ¡jódete! Como se observará por todas las citadas acepciones que parecen las más representativas, esta palabra, tanto si procede de gaudere como si proviene de futuere, ha experimentado tal transformación semántica

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que nadie piensa al oírla, en ninguno de los dos significados anteriormente atribuidos a cada uno de estos verbos. 3. ¡Coño! Algo muy parecido sucede con esta palabreja que, según el DRAE, procede de la latina cunnus. Convendría añadir que ésta no es del latín clásico sino del vulgar y con presencia real en algunos escritos tales como las Tabellas Defixionum, de los primeros siglos de nuestra Era en que aparece bajo la forma cunus junto a venter (vientre) y umbilicus (ombligo), que confirma el origen que le asigna el DRAE, y que probablemente tenga su origen en el verbo cuneo (rajar, hendir). Siguiendo esta cadena etimológica, es muy probable que la voz conejo con la que se denomina un tanto groseramente esta parte de la anatomía femenina, responda a un supuesto coniculus, diminutivo del ya citado cunus, procedente, como hemos visto, del verbo cuneo. También podría pensarse, aunque con menor fundamento, que está relacionada con la voz clásica y culta latina coniux que, aunque significa principalmente cónyuge o consorte (igual para hombre que para mujer), ya algunos clásicos, Virgilio y Ovidio entre ellos, se lo aplican sólo a la mujer e incluso a la querida y a la prometida; si bien es verdad que esta forma, tratándose de la esposa, fue perdiendo presencia en favor de uxor. En cuanto al tránsito de coniux a coño, observamos la presencia de [ñ] como producto de la influencia de la [i] sobre la [n] (Regla XVII), de lo cual se pueden poner ejemplos tales como puño, del verbo punio que luego comentaremos. El paso de [u] a [o] no precisa explicación alguna, y la pérdida de la [x] final tiene su explicación por el rechazo que el hablante hispánico ha sentido siempre por este fonema, un tanto extraño a su fonética. Este vocablo con su doble interpretación etimológica nos da idea de cómo algunas veces las palabras se enredan y nos enredan a los filólogos, hasta incurrir en el disparate, pues con todos los visos de veracidad que presenta esta segunda hipótesis, la solución cunnus cuenta en su haber con la presencia en documentos, circunstancia que no se da en coniux.

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Usada como interjección, tiene unos matices muy variados, según las circunstancias y situaciones que hacen muy difícil su clasificación: No sé qué coños quieres. ¡Pero coño! ¡Hala, coño!; o simplemente ¡Coño! Para indicar sorpresa. Como se observará, en ninguno de estos usos interjectivos aparece el grosero significado que le veníamos asignando. 4. ¡Puñeta! Resulta chocante que ni el DRAE en su vigésima primera edición ni Corominas en su edición abreviada del Diccionario etimológico de la lengua castellana, recojan una palabra de tanto uso en el lenguaje como es el vocablo puñeta, tanto en función interjectiva como de un mero sustantivo e incluso como adjetivo (puñetero) en expresiones tales como “¡vete a hacer puñetas! ”, o bien “no seas puñetero”, respectivamente. Con esta acepción entre otras la recoge el diccionario de María Moliner, dándole también el significado de “encaje o bordado puesto en la bocamanga de la toga de los magistrados”. Pero a pesar de tales omisiones, ahí está en el lenguaje de todos los días. Y solamente por eso habrá que buscarle alguna explicación con respecto a su etimología y su rica peripecia semántica. En cuanto a la primera, es poco discutible su procedencia de puño y este a su vez del latín pugnus como elemento de pelea (pugna), aunque algunos filólogos la hacen derivada del verbo punio (castigar); es decir el puño como elemento de pelea o de castigo. Da igual. Lo verdaderamente chocante es su evolución semántica. Recuérdese –sobre todo las personas mayores– que esta era una palabra proscrita, cuyo uso por los menores siempre mereció algún reproche por parte de los padres y más aún de las madres, y más todavía si quien la pronunciaba era una niña. Y cuando el menor pedía alguna explicación a la reprimenda, los progenitores o educadores se salían por la tangente con alguna estupidez como esa que la identificaba con los puños rizados de las camisas antiguas, ante lo cual los más espabilados se preguntaban a qué puñetas venía esa reprimenda si su verdadero significado era algo tan inocente como unos simples puños de la camisa. Pero lo chocante es que esa interpretación de la palabra sigue vi-

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gente, según acabamos de ver, y con ese pretexto se la viene usando hipócritamente. Lo prudente es pensar que, cuando nuestros padres, abuelos y maestros la censuraban, algo debía tener la palabreja. Por ahí tenemos que investigar, por la semántica, aunque ayudada por la ya citada etimología. Se supone que, como todos los tacos o palabrotas, está relacionado con los órganos sexuales o sus funciones. Partiendo de lo cual e involucrando el puño en el escenario… que cada cual imagine. ¿Se trataría del llamado “pecado solitario”? La expresión “vete a hacer puñetas” siempre ha tenido muy mala aceptación, como si detrás de esas palabras se escondiera algo ofensivo; mientras que nadie se enfadaría si se la mandara a hacer ganchillo, pongo por caso. Precisamente por el hecho de haber perdido su prístino significado, ha sido uno de los tacos que mayor benevolencia ha merecido y uno de los primeros que se introdujo en el lenguaje literario. En el ya citado libro, El mus es algo más, cito una curiosa anécdota que tuvo lugar allá por la década de los 1960 en el Ateneo de Madrid en que el poeta Leopoldo de Luis comentaba un libro de versos de Gloria Fuertes, y cuyas primeras palabras de presentación eran: “Esta puñetera Gloria…”. La carga afectiva del adjetivo era tan notoria que a nadie se le ocurrió la más mínima crítica. Pues algo parecido se da en los diferentes usos que hoy adquiere en las conversaciones no solo coloquiales sino también e incluso en ambientes literarios. Como interjección tiene usos para todas las situaciones imaginables. Todo menos la cursilería de atribuirlo exclusivamente a esos puños rizados de los magistrados en el ejercicio de sus funciones judiciales o como adorno y complemento de cierta vestimenta, propia de épocas pasadas y de algunas clases sociales, tanto en hombres como en mujeres. 5. ¡Cojones! Los tacos o palabrotas estudiadas en los párrafos precedentes no han sido recogidos en textos literarios con la suficiente abundancia co-

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mo fuera deseable. También cabe pensar que hemos sido nosotros quienes no hemos tenido la suerte de encontrarlos, al menos en un estado de evolución tal que nos permita cierta seguridad respecto de su origen y evolución, sin tener necesidad de tanta hipótesis y tantas discusiones entre filólogos. Por el contrario, la palabra cojones la encontramos alguna vez, y en un grado de evolución que nos da seguridad tanto de su origen como de su evolución morfológica y semántica. En la célebre novela Satyricon del romano Petronio (siglo I d.C.) leemos: “Sed si nos coleos haberemus, non tantum sibi placeret” (Díaz y Díaz, 26), cuya traducción sería “Pero si nosotros tuviéramos cojones, …”. Ya antes el poeta Propercio usa la frase “coleatus equuleus” para denominar al caballo entero, sin castrar. (Raimundo de Miguel). La evolución de coleos hasta la actual forma castellana cojones ofrece pocas dudas. En primer lugar hay que constatar que la voz original se ve afectada por el sufijo aumentativo plural –ones, dando como resultado coleones, luego coliones y finalmente cojones, en cuyo proceso hay que destacar la identificación de la palatal [e] con su vecina [i] (coliones) y la posterior influencia de este sonido palatal sobre la [l], dando lugar a la fonética coyones o collones, según períodos y regiones, para producir finalmente el castellano cojones que es a donde queríamos llegar. El mismo o parecido origen hay que asignar al célebre condottiero italiano del Renacimiento, inmortalizado por Andrea Verrochio en su estatua ecuestre, al que llamaron “Colleoni” muy probablemente por razones testiculares. Algo parecido a lo que en Madrid se dice del caballo de Espartero. Una muestra más de que estamos en lo cierto en cuanto a la cadena evolutiva de esta palabra nos la da una curiosa anécdota relativa a la ciudad de Coyanza (¿”coyonuda”?) por lo que cambió su nombre por la hoy llamada Valencia de Don Juan (Roger Wrigth, 46). En estas circunstancias, el orden lógico en cuanto al nombre de esta ciudad sería el siguiente: nombre primitivo, Valencia de Campos. Nombre nuevo o sobrenombre, Coyanza (en alusión a las razones testiculares mencionadas); y finalmente Valencia de Don Juan, según acabamos de ver.

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6. Follar y sus afines, como ejemplos de envilecimiento lingüístico Podría decirse que el aire retenido en ciertos receptáculos deformables, cuando es liberado por un conducto estrecho, sale como pronunciando el sonido [f]. El cuerpo humano y algunas de sus funciones son buenos ejemplos de ello, tales como la respiración en ciertas circunstancias o el simple hecho de evacuar el aire del intestino. Pero quizá el más representativo sea ese sonido tan característico que es el del fuelle. Y digo representativo porque hasta ha dado lugar a una palabra latina que lo representa a modo de onomatopeya, follis, (pronúnciese “fol-lis”) de la cual se van a derivar una serie de vocablos que constituyen todo un curioso campo semántico. Su equivalente en castellano es fuelle pero no se reduce exclusivamente a ese instrumento con el que se aviva el fuego sino que se extiende a sus afines, que son muchos y muy variados. Ful, fullero, fútil, fulastre, etc., aluden a personas y cosas que parecen algo y luego se quedan en nada. Como cuando algo lleno de aire se vacía: un odre, una bolsa de cuero, etc. Es algo parecido a un engaño, a una apariencia. Fanfarrones, fanfarria se suele llamar a esas personas o cosas con apariencia de estar llenas de algún valor pero que pronto se advierte su vacuidad. También fofo, pufo, ¡puf! y cosas parecidas; todas ellas con el sonido [f]. ¿Tendrá esto alguna relación con el ya citado futuere como antecedente de joder? Es evidente que todas estas palabras y otras que estudiaremos se derivan de la ya mencionada follis, si bien posteriormente con el desarrollo y evolución propios de toda lengua y mediante derivaciones, la propia dinámica lingüística fue encajando cada concepto en su palabra, pero siempre respetando el semantema foll- como portador del significado, riquísimo en matices, que vengo comentando. Desde muy antiguo vemos en las obras literarias la palabra follia (folía) con el significado de engaño. Así la vemos en G. de Berceo en el Milagro “El romero de Santiago”: “Essiste de tu casa por venir a la mia. Quando exir quisiste fizist una follia” 6.1. Follar. En la cadena evolutiva hasta llegar a esta forma, parece que existió el verbo follicare cuyo significado viene a coincidir con todo

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lo que venimos comentando, en el sentido de emitir sonidos parecidos a la “respiración” del fuelle. Es cierto que la forma frecuentativa primitiva follicar, adquirió diferentes matices semánticos, según los diversos ambientes culturales que la usaron, con un desgaste mayor cuanto más bajos fueran éstos, los cuales son los responsables de la forma follar, que supone el desgaste máximo tanto en su morfología como en su semántica; como se verá más adelante. 6.2. Follón. Como sustantivo, el DRAE lo define, entre otros, como ventosidad sin ruido o como el cohete que se quema sin hacer ruido. En ambos casos coincide con lo que venimos diciendo: “algo que se desinfla”. En realidad se trata de un adjetivo que, en ambos casos va calificando: pedo follón, y cohete follón. Es un aumentativo del medieval folles, con los significados que el citado Diccionario les asigna: flojo, perezoso, negligente, vano, arrogante, cobarde; los cuales vienen a coincidir con los que venimos asignándole. En este sentido lo usa Gonzalo de Berceo en Los milagros de Nuestra Señora, concretamente en el que se refiere al “Sacristán impúdico”, al que Nuestra Señora se dirige con estas palabras: “con este alma, foles, - diznon avedes nada” Al sacristán impío le llama “foles” (falso, engañador). En El Cantar de Mío Cid se lee: “el Conde es muy follón, e dixo una vanidat”. El Arcipreste de Hita (siglo XIV) lo usa también en aumentativo, con significado muy parecido: “matanse los babiecas desque tú estás follón” También Cervantes en el Quijote lo emplea como calificativo, equivalente a personas vacías, holgazanas y sin valor alguno: “¡follones!, ¡malandrines!”. Con respecto a esta última palabra, el DRAE la hace derivado del vocablo italiano “malandrino”, aunque modestamente creo en su ori-

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gen castellano, pues un malandrín es simplemente un mal-andarín; o sea, un individuo que anda mal (en malos pasos) y que además ha perdido la [a] intertónica, quedando la forma malandrín. Andarín, igual que bailarín, saltarín y otras muchas, son voces netamente españolas. 6.3. El antiguo “folgar”. Este supone un paso evolutivo hacia las formas definitivas que iremos viendo. Procede del ya conocido follicar en el cual se ha sonorizado [c] (=“k”) en [g], según la Regla 3 del Apéndice, dando el hipotético foligar y posteriormente folgar por pérdida la [i]” intertónica (Regla 6). Tuvo un uso muy extendido en la literatura hasta el Siglo de Oro. Así el Marqués de Santillana (siglo XV) en uno de sus sonetos le da el significado de “descansar”: “e Caliope fuelga e ha reposo” Gonzalo de Berceo le da un matiz de goce místico en “El milagro de Teófilo”: “enfermó e murió, fo con Dios a folgar” Miguel de Cervantes lo pone en boca de D. Quijote con otro bien diferente: “no comer pan a manteles ni con la mujer folgar” Como se observa, la misma forma con significados algo diferentes, pues el de Cervantes se parece al comentado follar. 6.4. Las formas sin “f”. Posteriormente el sonido [f] inicial experimenta una evolución muy característica, aunque no exclusiva, de las hablas hispánicas que consiste en la pérdida de dicha inicial, sustituida por [h] de cuyo valor fonético no vamos a hablar por no entrar en ese campo tan variado de opiniones de los distintos tratadistas sobre el particular. Con el paso del tiempo nos encontramos, por ejemplo, con la forma holgar que va añadir matices nuevos a ese campo semántico que venimos

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estudiando, en cuanto no se limita al significado de holgazanear sino de alegrarse sanamente. Juan del Encina (ss. XV-XVI) escribe: “Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos que mañana ayunaremos” En una carta amatoria hallada en el equipaje de D. Beltrán de la Cueva (siglo XV) se lee: “Olguéme tanto con vuestra carta”. O también en una Cédula Real de la Cancillería de Castilla se dice en nombre de la Reina Isabel la Católica: “tenemos por muy servidor nuestro a D. Felipe y a D. Pedro, su hijo, y olgaríamos bien suyo”. 6.5. La juerga de la huelga. Pero no para aquí la evolución semántica de la latina follis porque el hecho de no hacer nada, o sea de descansar, va a producir implicaciones laborales en la vida moderna, en el sentido de no ir al trabajo como señal de protesta. O sea, la huelga; palabra que el habla andaluza la va a pronunciar dando a la [h] la aspiración de otros tiempos pasados, y cambiando [l] por [r], como rasgo dialectal, que va a dar lugar a juerga pero además dándole un nuevo giro semántico consistente en jolgorio, diversión, etc. Con verdad podemos hablar del follón lingüístico que ha producido a través de los siglos la humilde palabra latina follis. 7. El sieso Podría venir de sexus, un sustantivo de la cuarta declinación, que significa el órgano genital femenino. Según el medio cultural en que se desarrolló, presenta dos vertientes: por una parte la culta sexo que conservó su integridad morfológica casi intacta, así como también su significado, algo más ampliado al hacerse extensivo también al varón; por otra, la vulgar, que diptonga la [e] tónica (Regla 5ª del Apéndice) y cambiando [x] por [s], dando la definiti-

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va forma sieso con el consiguiente envilecimiento semántico, ya que su verdadero significado es culo, seguramente por proximidad anatómica. Otra teoría que sostiene el DRAE y María Moliner la hacen derivada del latín sessu (del verbo sedeo), relacionada con el hecho de sentarse. Y como este acto se lleva a cabo con las posaderas, en cierto modo ambas teorías vienen a confluir en el mismo sentido de culo. De tal modo que, cuando a una persona se le dice “eres un sieso” es tanto como decirle que tiene cara de culo. Por cierto que esta palabra, culo, tiene todas las apariencias de provenir del griego κλον (colon). 8. Tener “uebos” Pocas palabras han dejado un campo semántico tan variado como la latina opus, un neutro de la tercera declinación con un significado muy extenso, del cual y como más representativos podemos seleccionar obra, trabajo, ocupación, empeño. Presenta la particularidad de que, tanto la forma singular opus como la plural opera (esdrújula) han dejado, cada una por su parte, restos lingüísticos con diferentes significados. Opus, cuando cae en ambientes cultos se conserva intacta aunque su uso quede restringido casi exclusivamente al mundo de la música “opus… de Mozart”. El DRAE no la recoge como palabra “oficial”, aunque sí su derivado también culto opúsculo. Sin embargo el habla vulgar la desfigura fonética, gráfica y semánticamente hasta convertirla en “uebos”, como consecuencia de haberse producido en ella los fenómenos ya conocidos: diptongación de la [o] tónica inicial; sonorización de la [p], e identificación de la terminación [-us] en [-os] (Ver Reglas 5, 3, 7, respectivamente). Con esta palabra opus y la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo sum, se forma la expresión latina impersonal opus est, con un significado amplio, dentro del cual predomina la idea de “es necesario” “no hay más remedio”, etc. Esto se comprenderá mejor con algunos ejemplos: En el Cantar de Mío Cid leemos “uebos me seríe para toda mi compaña” (me sería necesario para toda mi compañía) y “nos uebos habemos en todo de ganar algo” (nos es preciso ganar algo en todo esto). O también “uebos habemos que nos dedes los marcos”. Se trata de las diferentes maneras con que los del Cid apremian a

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los judíos Raquel y Vidas para que les den el dinero a cambio de las arcas llenas de arena. A la vista de tales ejemplos no nos debe extrañar que el habla popular, confundiendo unos “uebos” con otros, hiciera suya la expresión “no hay más huevos que nos tenéis que entregar los marcos”. Lo que equivaldría a decir que los marcos se los tenían que dar “por cojones”. Ante lo cual uno se pregunta si la actual, y ya parlamentaria frase “manda huevos”, no procederá de la deformación semántica de la culta “opus est”, con lo cual el ilustre diputado que descuidadamente la pronunció en una sesión del Congreso, quedaría exonerado del posible matiz de vulgaridad que dicha frase pudiera tener. Pero se da el hecho curioso de que este giro lingüístico que tomó la expresión que vengo comentando, no ha dejado restos en el lenguaje literario. ¿Se tratará de una cautela lingüística para no caer en la grosería que acabo de comentar? Recuérdese lo dicho sobre Valencia de D. Juan. También la forma plural opera (esdrújula) tuvo una evolución parecida, pues, igual que el singular opus, su uso quedó restringido casi exclusivamente al campo musical. Pero cuando esta voz, en plural opera, pasa al uso más generalizado, el pueblo llano la desgasta hasta adoptar la forma semiculta obra de la cual se van a derivar las vulgares obrada y huebra, ambas de uso exclusivo en ambientes rústicos, con un significado relacionado con la tarea que solía realizar un hombre en una jornada de trabajo; aparte de obrar, obrador, obrero; o las formas cultas operar, operador, operario. 9. Las putas y las putadas Tanto el DRAE como el Corominas dicen que puta es una palabra de origen incierto. Aunque, a mi juicio, tienen razón, ello no significa que hayamos de renunciar a la investigación de su origen, porque en principio tiene todas las apariencias de una palabra de procedencia latina, lo cual parece que anima a investigar. El estado en que hoy la vemos nos hace pensar dos cosas. La primera es cómo una palabra de tanto uso y tan vulgar no haya sonorizado la [-t-] intervocálica, conservándose tan pura. Ello puede deberse a haber aparecido tarde, cuando ya “había pasado de moda” el mencionado fenómeno de la sonorización de la consonante sorda intervocálica de la

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Regla 3 del Apéndice, en cuyo caso habría que pensar en un préstamo de otra lengua, cosa poco probable. Parece más lógico que haya tenido una existencia anterior con otra morfología de cuya evolución proceda la forma actual; y que la pervivencia de esa [-t-] de puta sin sonorizar se justifique por ser la fase final evolutiva de un vocablo primitivo del cual estas famosas “cuatro letras” sean como sus restos. Ahora sólo nos falta investigar cuál puede ser ese vocablo originario. Para ello la investigación ha de ser respetuosa no sólo con las reglas del juego evolutivo, sino también con la semántica; a pesar de lo cual no cabe hacer otra cosa que presentar los “resultados” como meras posibilidades, hasta tanto el dicho étimo o palabra raíz no esté documentado en alguna de sus fases de evolución. Ambas condiciones las posee el adjetivo latino en su forma femenina esdrújula putida (pútida, hedionda, sucia, etc.) que, con pérdida de la postónica [i] y de la intervocálica [d] (Reglas 3 y 6), diera un doble resultado, dependiente de la cronicidad de los fonemas afectados. Es probable que existiera una fase intermedia putia, con pérdida de la sonora intervocálica [d] (Regla 2ª del Apéndice), que posteriormente y por la palatalización (Regla 17) produjese la vulgar pucha o pocha con el significado de “podrida” con el que ha llegado a nuestros días. La otra posibilidad estaría causada por la pérdida temprana de la [i] átona (postónica) que habría dado lugar a la secuencia evolutiva pútida>putda o pudta>puta. Si esta cadena evolutiva tiene algún punto oscuro, no sucede así con la semántica, de cuya congruencia no se puede dudar, pues cuadra perfectamente el significado del adjetivo latino putida con las connotaciones semánticas con que la sociedad antigua (y no tan antigua) calificaba a estas mujeres. La especial naturaleza de este vocablo, lleno de tabúes, es natural que apenas se le viera en las obras literarias. Aparece ya en Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora (“El clérigo ignorante”, estrofa 3ª, verso 11): “dicit al fijo de la mala putanna” (putaña. Ver DRAE). Cervantes en el Quijote la prodiga con la mayor desenvoltura y sin los prejuicios propios de la época. Corominas en su ya familiar Diccionario fija el siglo XIII como fecha de aparición documental, seguramente en referencia a la cita anterior.

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Sobre ella se formó putada y putear, ambas con otra semántica diferente y que, si en un principio tuvieron connotaciones de cierta grosería, hoy las vemos en obras literarias y las oímos en conversaciones y tertulias en todos los medios de comunicación. Como sucede con las palabras anteriores, ha extendido su influencia semántica a otros campos bien distintos. Cuando decimos que fulano es un hijo de la gran puta, ya no se piensa ni mucho menos en la honorabilidad de la madre. Cuando oímos se calló como un puta, no sólo se pierde su significado sino hasta su concordancia. No tienes ni puta idea; no tengo un puto duro; las estoy pasando muy putas, son expresiones que demuestran que estamos ante una de las palabras más versátiles y más ricas del vocabulario castellano.

VIII

La semántica del dinero Siguiendo la línea expositiva de este libro, no voy a caer en la tentación de hacer un seguimiento de la historia de este amplísimo y a la vez complicado mundo del dinero, sino solamente extraer de él todo aquello que pueda tener algún interés lingüístico, para lo cual he seleccionado las palabras más representativas cuyo origen y evolución, tanto etimológica como semántica, sean menos conocidos y a la vez más curiosos e interesantes. 1. El erario Tiene su origen en el sustantivo latino neutro aes (pronúnciese es) que significa cobre y que nos ha dejado derivados; unos por parte del nominativo, como parece ser as, y otros que proceden de las formas del genitivo, aeris (pronúnciese eris). Es bien sabido que las primeras acuñaciones monetarias eran de cobre. A partir de ahí erario ha pasado a significar hacienda pública o también lugar donde se guarda el dinero, representado antiguamente por monedas. Parece que la unidad monetaria más simple y más antigua del mundo romano fue el as cuyo nombre, según se cree, procede del antes mencionado nominativo aes con pérdida de la [e] átona. Según otros procede del numeral griego eis (ει´ς) o ais. El as, bajo sus diferentes formas –assis, assem o asses– pervive por lo menos hasta los primeros siglos de nuestra Era. Así lo vemos en Petronio (siglo I) cuando escribe: “assem habeas, assem valeas”; antecedente de nuestro refrán tanto tienes, tanto vales. A este mismo origen parece responder el as de los naipes como “número uno” en el sentido puramente aritmético, pero además con un valor añadido de el primero o principal.

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2. El dinero Su etimología hay que buscarla en la palabra denarius, que a su vez podría tener su origen en una composición de dos palabras, la primera de las cuales sería deni, numeral latino que significa de diez en diez; o sea una unidad o pieza que vale como una decena. La segunda parte del compuesto puede ser un simple sufijo –arius, o bien estar relacionada con el ya mencionado aeris (cobre). En cualquier caso el significado es el mismo: diez ases. El denario lo vemos como moneda de uso corriente hasta bien entrada la Edad Media en toda clase de documentos de compraventa y casi siempre formando el sintagma “sólidos denarios”; curiosa combinación que luego comentaremos. Su valor debió fluctuar según épocas y nacionalidades. Por algunos documentos de la época podemos calcular su valor; por ejemplo en Leges barbarorum y más concretamente en Lex Salica (comienzos del siglo VI), traducimos que “todo aquél que robe un cerdo será responsable del pago de seiscientos denarios equivalentes a quince sueldos (sólidos) sin contar principal e intereses de demora”. De donde se deduce que el valor de un sueldo o jornal en aquella época y cultura era igual a cuarenta denarios. 3. El capital y los caudales Curiosa historia la de estas “dos” palabras. He entrecomillado el numeral dos porque ambas son formas de una misma palabra-raíz: la ya conocida caput (cabeza), la cual tiene la peculiaridad de haber dejado restos diferentes, según las diversas formas de su declinación, dependiendo de que se deriven del nominativo (caput) o del genitivo-ablativo (“cápitis” o “cápite”). Del nominativo caput procede la forma cabo, con una gran cantidad de curiosísimos derivados algunos de los cuales ya hemos visto, más los que comentaremos en capítulos siguientes. De las formas esdrújulas capitis-capite proceden una larga lista de voces romences, entre ellas las dos que encabezan este apartado que son el resultado de la influencia de las Reglas 3ª y 7ª de las del Apéndice. La primera de ellas, capital, es la forma culta y por ello apenas ha sufrido modificaciones en su morfología; únicamente la adición del sufijo -alis al nominativo caput, con el cual se forma el adjetivo capitalis o ca-

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pitale que dio como resultado capital. Recuérdese la pena capital o la ciudad capital o simplemente la capital por sustantivación. Y dado que la cabeza es la parte principal, de ahí que sus significados se identificaran y fueran equivalentes a la pena principal y ciudad principal. Esta identificación también se hizo extensiva al mundo del dinero en que el capital y el principal son conceptos equivalentes ya desde muy antiguo, según acabamos de ver en el apartado anterior, cuando mencionábamos la expresión medieval “capitale et dilatura”, curioso antecedente del actual “principal e intereses de demora”, según comentábamos. En cuanto a la forma caudal - caudales cabe señalar que tiene otra evolución muy distinta como consecuencia de haberse desarrollado en otros ambientes; lo cual no significa que su uso sea o haya sido exclusivo del habla vulgar. Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre habla de “los ríos caudales” en el sentido de principales. La voz culta capitale se supone evolucionaría a un hipotético cabidal en el habla del pueblo, por las reglas que ya conocemos (3ª y 9ª), aunque de este paso no quede constancia escrita; luego cabdal por pérdida de la protónica [i], según la Regla 6ª. Y finalmente caudal en que el sonido [b] se hace [u] por la especial posición de la [b]. Pero si curiosa es su evolución fonética y gráfica, no lo es menos la semántica, al identificar el concepto de principal con el de dinero, cuando decimos “principal más intereses”. La forma caudal significa dinero preferentemente cuando está usado en plural, como cuando se dice “caja de caudales”; mientras que caudal (en singular) limita su significado a usos como el caudal de un río o cosas parecidas. 4. El sueldo El sintagma sólidos denarios, tan frecuente en los documentos notariales, no nos habla por sí mismo de cantidades concretas sino que indica con la esdrújula sólidos un cierto pago fijado por la costumbre o uso, porque este vocablo procede del verbo latino soleo (léase sóleo), con el significado de acostumbrar cuyo pretérito es el esdrújulo solitus de donde procede el medieval sólidos, y su significado predominante viene a ser acostumbrado. Por consiguiente sólidos denarios significa una cantidad de denarios o dineros fijada por la costumbre.

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Sólido, en singular, por las ya conocidas reglas de evolución lingüística vino a ser sueldo, después de pasar por la fase soldo, que por suerte la vemos en un documento de finales del siglo XIII, centum soldos (M. Rivero, 384) y al igual que su étimo, no tiene un valor cuantitativo concreto sino fijado, antes por la costumbre y hoy por la legislación laboral. 5. El jornal Es semejante al anterior en cuanto a su carácter retributivo, aunque no en cuanto a su etimología. Su origen remoto está en el vocablo latino dies (día), sobre el cual se forma el adjetivo diurnus al añadirle el sufijo -urnus, igual que sobre hodie se formó hodiernus. Pero el uso lingüístico no reparó en añadir a diurnus un sufijo más, -alis, que acabamos de ver en capitalis, dando lugar a diurnalis, posterior diornal forma de transición que dará paso a nuestro jornal, que se refiere al estipendio que se paga por un día de trabajo. La aparición del sonido [j] procede de la influencia palatal de la [i], según la Regla 17ª; propia del habla castellana y que, por ejemplo, en italiano da giorno, parecido al que produjo el antropónimo Yolanda que vimos en el capítulo II. 6. El estipendio Lo más curioso de esta palabra es su excelente estado de conservación a lo largo de más de dos milenios. Procede del compuesto latino stipendium, con el significado de paga o sueldo. Es el resultado de la fusión de dos vocablos, el primero de los cuales es stips, nombre femenino que se aplicaba a una moneda de cobre de tan escaso valor que “stipem mendicare” significaba pedir limosna (Ver R. de Miguel). En esta moneda parece que se pagaba a la soldadesca romana. El segundo elemento es el verbo pendo (pagar) que ha dejado algunos restos en palabras como pensión (procedente del supino pensum). De tal manera que el compuesto viene a significar paga en stips. El paso del verbo pendo al sustantivo pendium es de origen culto, ya que lo vemos usado por los clásicos latinos, y con ese carácter culto y mi-

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noritario ha llegado hasta nuestros días. Sólo así se explica su buen estado de conservación. 7. El salario Parecido al anterior, procede de la voz latina salarium (relativo a la sal) que era ni más ni menos que el pago en especie, o sea en sal, que se daba a los trabajadores de estas minas y que posteriormente parece que se hizo extensivo también a la soldadesca como paga habitual (Ver R. de Miguel). O sea que en lugar de la moneda oficial percibían su sueldo en sal, que se supone luego sería vendida o intercambiada. 8. El maravedí Lo vemos en los documentos medievales a partir de la invasión musulmana y más concretamente de los almorávides que fueron sus introductores a finales del siglo XI, bajo diversas y parecidas formas: morabitinos morabetinos morabentinos marabetinos, etc. Esta última parece la más cercana a la definitiva maravedí. Todas estas formas son variantes de un adjetivo gentilicio al-morábitis que, aunque de incorporación tardía al habla romance hispánica, todavía sufre algún cambio fonético como la sonorización de la [t] para formar el definitivo Al-morávides. Pero además sobre el original morábitis se forma un nuevo adjetivo, al añadirle el sufijo ya conocido -inus, con lo que resulta morabitinus cuyo artículo al queda absorbido por el hispano-romance, quedando en las formas antes señaladas y que se caracterizan por haber experimentado los cambios por metátesis, asimilación y disimilación que ya conocemos por las reglas del apéndice, hasta alcanzar la forma definitiva en el adjetivo maravedí que suponemos iría calificando a alguna moneda en concreto, presumiblemente al dinar de oro almorávide o mejor dicho dinar de oro (al)-maravedí, moneda en la cual los reyes de la España cristiana recibían las parias de los musulmanes tributarios.

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Posteriormente maravedí pierde su carácter adjetival, para pasar a ser un sustantivo que representa a una determinada moneda y que en ocasiones se hace acompañar de algún adjetivo, como puede comprobarse en el siguiente ejemplo. Durante el reinado de Enrique II de Castilla aparece el maravedí coronado, adjetivo este último que, por pérdida de la [o] átona, dio origen al cornado el cual a su vez también se sustantiva, dando nombre a dicha moneda, el cornado. La mayor parte de los nombres de las monedas son adjetivos sustantivados. 9. Los “talegos” En las dos últimas décadas del siglo XX, y procedente del habla marginal, se oyen expresiónes como “me ha costado tantos talegos”, dando a esta última palabra un valor cuantitativo de mil pesetas. Y aunque en principio uno se pregunta de dónde habrá salido semejante disparate lingüístico, luego de pensar y de intentar buscarle alguna explicación razonable, encontramos algo que pudiera justificarlo: No talegos pero sí talegones encontramos en una “Carta de recibo otorgada por Gonzalo Monte, en nombre del Conde de Castañeda, a favor de Fray Juan de Gumiel, prior de San Benito de Valladolid, de cuarenta y cinco talegones de moneda que el Conde había depositado en dicho Monasterio”. Está fechada en 30 de junio de 1460 (Rivera y Arribas, 65). Esta no es ni mucho menos la única muestra. Aunque más distante tanto en el tiempo como en la forma, encontramos con el mismo sentido de talegos la palabra folles, bolsas de cuero o talegos para guardar el dinero, dando la impresión de tratarse de una imprecisa forma de medida monetaria. Esto al menos parece deducirse de algunos textos antiguos en que ciertos pagos y valoraciones se expresaban en folles; palabra muy próxima a la ya comentada follis. En cuanto al dinero se refiere, hay cierta tendencia a dar nombre, generalmente espurio pero con algún fundamento, a ciertos conjuntos, tales como llamar un kilo a un millón de pesetas; lo cual no es del todo arbitrario porque tal denominación tiene su origen en el hecho de que mil billetes de mil pesetas de aquella época (mediados del siglo XX) pesaban un kilogramo.

IX

El griego, una lengua clásica viva y elitista

INTRODUCCIÓN Es un grave error considerar al latín y al griego como lenguas muertas. De la primera ya hemos visto lo suficiente para comprender la falsedad de tan tradicional afirmación en cuanto sobrevive en las lenguas romances e incluso se puede decir que las sigue nutriendo para la formación de palabras nuevas. Con respecto a la segunda, conviene hacer algún comentario para comprobar que no sólo vive sino que, igual que el latín, está dando vida a nuestra lengua y a otras muchas, incluso no romances, desde hace más de dos milenios. He dicho elitista porque el pensamiento y la cultura griega en general tuvieron como objetivo primero la búsqueda de la verdad mediante el pensamiento hecho palabra, o sea su filosofía; todo lo cual requería el soporte de un rico vocabulario que tuviera respuesta para las filigranas mentales que el juego filosófico demanda, tanto para lo concreto como para lo abstracto. Pero aún fue más lejos. No se conformó con “descubrir” la verdad, sino de trasmitirla, lo cual sólo era posible por medio de la palabra hablada o escrita. Pero no de una palabra cualquiera sino de aquella que ha sido elaborada como herramienta del pensamiento abstracto, lo cual ya supone un sello de distinción intelectual. De ahí su carácter minoritario. Esta y no otra es la razón de su descomunal riqueza lingüística porque además del léxico consuetudinario, común a todos los pueblos y civilizaciones, añadía ese nivel supremo, propio de las ciencias del espíritu. Esta riqueza lingüística tuvo, además, como vehículo de difusión la literatura más brillante de la antigüedad porque sobresalió en todos los géneros con indiscutible excelencia: poesía, teatro, narrativa, oratoria, etc. Precisamente por ser una lengua culta y minoritaria sus palabras se han conservado con las mínimas transformaciones, resistiendo todos los 167

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avatares lingüísticos que afectaron al resto de las lenguas, y que en más o menos se recogen en las llamadas leyes de evolución que se citan en el Apéndice de este libro. Algunas palabras tal vez se libraron de estas erosiones por haberse incorporado al habla tardíamente cuando los citados avatares lingüísticos ya habían “pasado de moda.” Pero la principal razón fue el ambiente de cultura en el que generalmente se desarrollaron. El pueblo, ese ente abstracto que es quien hace el lenguaje, no tuvo demasiada influencia sobre el vocabulario griego, cosa que, como hemos visto, no sucedió con el latín. Son excepciones las palabras griegas que han sido desfiguradas por el habla del pueblo; algunas de ellas ya las hemos visto. Quizá sea esa la causa de que en el vocabulario de uso corriente abunden tan poco las voces de origen griego, como si éstas estuvieran reservadas para más altos niveles de lenguaje del cual se nutrirían las ciencias, las artes, la filosofía y el saber en general de todo tiempo y lugar. Tan verdad es esto, que la casi totalidad de las ramas del saber clásico y moderno tenían y tienen nombre griego o en todo caso en combinación con alguna otra voz de procedencia latina, pero siempre conservadas en toda su integridad, gracias a que la cultura ha tenido siempre un gran respeto por una lengua que ha dado nombre a todas las ramas del saber. Por todo lo dicho y por lo que más adelante veremos, bien se puede afirmar que la cultura universal tiene una importante deuda con la lengua griega, la cual no merece el olvido a que dichas culturas la han relegado, en lo referente a su estudio. Las palabras siguientes son un buen ejemplo de su universalidad: Geografía Historia Matemáticas Filosofía Arquitectura Lógica

Astronomía Geología Zoología Botánica Economía Física

Química Pedagogía Gramática Aritmética Geometría

Y así una lista interminable. Todas estas denominaciones son palabras o constructos, que se han

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ido incorporando a las lenguas modernas, a medida que sus necesidades lingüísticas lo requerían. Algunas ya las usaban los griegos clásicos en el mismo sentido que hoy tienen; en otras las han extraído los creadores del saber de esa cantera inagotable para formar neologismos. Con estos préstamos unas veces se da nombre a entes nuevos como cibernética; mientras que otras se usan como recambios de palabras que hay que reponer por causa de su desgaste semántico; como sucede con mortuorio, que se había recargado de tintes luctuosos y para evitarlo se recurrió una vez más al diccionario griego; de ahí tanatorio, (de tánatos, θνατος, muerte), que, por ser desconocida de la mayoría de los hablantes, pierde tales connotaciones. Otro tanto podríamos decir de clínica (del verbo clino, κλ´ινω, acostar), en sustitución de hospital; o del cáñamo para dar nombre a los psicotrópicos de cuya composición forma parte, denominados cannábicos porque proceden del cannabis, en griego κνναβις, cáñamo. Siendo objeto de este libro el estudio de los fenómenos lingüísticos a través de las palabras, prefiero que sean éstas las que lo digan todo, en lugar de enredarnos en consideraciones historiográficas las cuales, aunque inevitables, quedarán reducidas al mínimo indispensable para la mayor claridad expositiva. Con verdad podemos afirmar que la penetración de la lengua griega en el suelo hispánico es la única que no ha costado sangre, a pesar de ser la primera en aparecer y la última en revitalizar nuestro caudal lingüístico. Digo la primera porque las anteriores, ibéricas y celtas, todavía no las podemos considerar como tales. Comenzó con la colonización o fundación de algunas ciudades mediterráneas que, aunque no pasó de ser algo más que contactos comerciales, suponemos que para ellos emplearían su propia lengua. Sabemos por la historia que los griegos fundaron ciudades en el suelo hispánico a las que dieron nombre como Ampurias (emporio, mercado) o también Kalípolis (de καλ´η, hermosa y πλις, ciudad) la actual Barcelona; Lukentum, Alicante; Rhode, Rosas. Consciente de las enormes dificultades para asignar a cada palabra griega época aproximada de penetración en nuestro torrente lingüístico, podemos afirmar que estas aportaciones nos llegaron principalmente por conductos que podríamos llamar indirectos, en cuanto que su penetración en nuestra lengua no vino de los mismos griegos.

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1. Los romanos El vocabulario romano se enriqueció con la conquista del mundo helénico, sobre todo la de los grandes núcleos de cultura como fueron Atenas y las ciudades de la Magna Grecia en donde hallaron una civilización muy superior y distinta de la rudeza que caracterizaba a los conquistadores de entonces. De estos contactos resultó un latín enriquecido con nuevas aportaciones que rellenaban las grandes carencias de una lengua, el latín hablado, que respondía a las necesidades lingüísticas más elementales. Porque la lengua griega, a diferencia de la latina, no tuvo una divisoria tan tajante entre el griego literario y el vulgar. El demos griego fue más culto que el vulgus latino. Estudiando con atención los préstamos griegos al latín, enseguida se observa un vocabulario enriquecido con palabras nuevas que daban nombre a las cosas nuevas, muchas de las cuales los conquistadores las romanizaron dándoles forma latina, y como latinas han pasado a las lenguas romances. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en Hércules que, como ya se dijo en su momento, es una romanización del griego Héracles ˆ τος), o Bacchus, el dios Baco, cuyo (’Ηρακλης); también Brutus (βρου nombre griego era Βκχος. Otros ejemplos: Gobernare (gobernar, de κυβερνω) diaeta (dieta, de διιτα) phosphorus (fósforo, de ϕωσ −ϕρος)

apotheca (botica y luego bodega, αποθηκη) ´ epitome (epítome, de πιτομη) ´ crypta (cripta, de κρπτη)

Y así un crecido número de voces cuya enumeración sería demasiado prolija. En no pocas ocasiones se combinaron sus palabras con otras latinas para formar compuestos, buscando así una mayor expresividad. Tal parece ser el origen de la medieval 1.1. Tatarabuelo. El DRAE da la siguiente definición: “De tátara y abuelo, por imitación de tataranieto m. y f. Tercer abuelo”. No parece muy acertada esta etimología que tiene mucho de tautología y a la vez de poco rigurosa, principalmente por atribuir a tátara el significado de tercero.

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Para mí no hay la menor duda de que proviene del griego tétara (τ ταρα), un numeral que significa cuatro y que, aplicado a abuelo sería el cuarto abuelo (se entiende en la línea ascendente). El paso de la forma original tétara a la vulgar tátara queda suficientemente explicada por la ya citada Regla 11 del Apéndice. Esta misma forma es la que se ha venido usando en los cultismos modernos para indicar cuadruplicidad, perdiendo la vocal postónica (Regla 6) y quedando tetra (cuatro) mediante la cual se forman compuestos tales como tetraedro, tetrapléjico, etc.; y que, aplicada al abuelo, parece correcta la forma hipotética tetarabuelo. La verdad es que tatarabuelo ha experimentado una evolución semántica en virtud de la cual hoy, más que el cuarto abuelo, indica un antepasado (muy antepasado) pero sin concretar la generación. Poco hay que explicar, que el lector no sepa, sobre el segundo abuelo o bisabuelo. Simplemente decir que procede de dos palabras latinas bis (dos) y abuelo; esta última del latín avus con el sufijo afectivo -olus que luego degeneró en el castellano -uelo por la Regla 5ª del Apénd. Pero esto ya lo sabe cualquier persona. Acerca del tercer abuelo hay pocos indicios lingüísticos. Lo más aproximado al supuesto “trisabuelo” o “tresabuelo” que sería la palabra más indicada para dar nombre al tercer abuelo, y que he podido encontrar, ha sido trasabuelo, en un documento fechado en 20 de octubre del año 1351: “el muy noble rrey don fernando nuestro trasabuelo que dios perdone…” (Floriano, 55). Es muy probable que, por ese fenómeno que conocemos con el nombre de asimilación vocálica que se explica en la Regla 11 del Apéndice, las formas tris o tres-abuelo hayan llegado al citado trasabuelo. Semejante a ésta es trasnieto que podemos ver en Berceo en Milagros de Nuestra Señora, concretamente en el de “La abadesa encinta” leemos “vedien a sus trasnietos en septima edat”. 2. El cristianismo Es seguramente el principal vehículo de penetración de palabras griegas en nuestra lengua, constituyendo una parcela lingüística de verdadera elite, desde sus primeros tiempos hasta la expansión por toda Europa de la cultura eclesiástica.

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En un principio las principales fuentes son su liturgia, su filosofía patrística, muchos de cuyos representantes habían tenido contacto con el mundo helénico; pero sobre todo su onomástica, aún vigente en nuestros días, según vimos en capítulos anteriores Esta lengua tenía recursos para todo lo divino y lo humano. Precisamente hablando de lo divino, griega es la palabra por excelencia, Dios (gen. de Zeus, Δις) como también los ángeles (de γγε− ’ ´α) o sus contrarios como diablo (de λος, mensajero), Iglesia (de εκκλησι διβολος) y otras muchas, relacionadas con el culto y funciones de la religión cristiana de lo cual las palabras siguientes son sólo una pequeña muestra de aquéllas que se instalaron en nuestra lengua y, en la mayoría de los casos, sin perder o transformar ninguno de sus elementos constitutivos: Biblia Paráclito Obispo Presbítero

Clérigo Parroquia Ídolo Ermita

Monasterio Basílica

O centenares de nombres de persona como: Crisóstomo (boca de oro), Atanasio (inmortal). Y todos los que comienzan o acaban en Teo: Teófilo (el que ama a Dios), Timoteo (temeroso de Dios). O aquéllos que empiezan por eu-: Eufemio (el bienhablado), equivalente a Eufrasio o a Eulogio, Eugenio (bien engendrado). Y otros muchos, que demuestran el buen gusto que siempre acompañó a quienes los seleccionaron: Sofïa (sabiduría), Teresa,(tranquilidad, sosiego) (Ver capítulo II), Crisóstomo (boca de oro). No obstante lo dicho, también es cierto que algunas palabras, muy pocas, se vulgarizaron, y el pueblo las desfiguró, como le sucedió a las siguientes. 2.1. Obispo. Resulta curioso comprobar cómo una palabra de tan tardía incorporación a la lengua hablada y de origen y uso tan culto, haya sufrido tan profundas modificaciones morfológicas. Estas se justifican por el hecho de que, pese a su procedencia culta, no pudo sustraerse a la influencia del habla vulgar, que también la usó pródigamente. Al-

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gunas de estas modificaciones tienen difícil explicación mediante las reglas de evolución que venimos usando en este trabajo. Su verdadero origen es un constructo griego compuesto de dos pa’ ι´), que indica posición superior; labras. La primera es la preposición epi (επ la segunda es un verbo scopeo (σκοπ ω), con el significado de indagar, espiar. De tal manera que un obispo vendría a ser algo parecido a un vigilante, inspector o guardián. Esta forma griega se latinizó en la esdrújula episcopus la cual, con el transcurso de los siglos y con el concurso del habla vulgar, va a dar como resultado, en la lengua castellana, el actual obispo. Hago hincapié en lo de “la lengua castellana” porque esta palabra, de uso tan universal como el propio cristianismo, experimentó en toda Europa tales transformaciones morfológicas, que hoy difícilmente se reconocería su origen. De tal modo que, dentro de las lenguas románicas, es en italiano y en español -vescovo y obispo, respectivamente- donde más íntegramente se ha conservado. En los textos literarios hispánicos vemos esta palabra bajo diferentes formas de evolución, incluso dentro de un mismo autor. Tal es el caso de Berceo: “Finó por aventura el bispo del lugar” Seguramente la supresión de la [o-] inicial fue por razones de versificación, porque más adelante dice: “Dieronli por pitanza la siella obispal” Y más adelante: “fue muj buen obispo e pastor derechero” El máximo desgaste de esta palabra la tenemos en Bisbal, un topónimo muy corriente en la geografía peninsular para indicar el origen obispal de ciertas fincas o poblaciones, que en tiempos fueron propiedad de tales instituciones religiosas. 2.2. Yermo, yerma y sus afines. Procedente del griego eremo ( ρημος) esdrújula, con el significado de desierto, inhóspito, etc.; pasó al vocabula-

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rio latino como un sustantivo neutro y esdrújulo eremus y que posteriormente pasaría al romance a través del cristianismo quien lo generalizó cuando muchos cristianos eligieron la vida solitaria en el desierto, por lo que recibieron el nombre de eremitas (con el ya conocido sufijo -ita) que le comunica un cierto matiz de adjetivo, con el significado de habitante del desierto, del páramo, etc. Curiosamente cuando, por la Regla 6 del Apéndice, pierde la vocal protónica y se convierte en ermita, cambia su significado para convertirse en templo edificado en el desierto o campo inhóspito. Además y encima del ya citado sufijo -ita, se le va añadir otro, -año”, procedente del sufijo adjetival latino -aneus, y que va a dar origen al parasintético ermitaño que encierra el doble significado, por una parte de habitante del desierto y por otra, habitante de una ermita. Estos sufijos tienen la virtualidad de desplazar el acento primitivo de la palabra raíz, la esdrújula eremo, pero ya antes se había producido la diptongación de la [e] tónica, dando la forma yermo, usado hoy como adjetivo y sustantivo, con el significado de baldío, estéril. 3. Los musulmanes Fueron portadores y propagadores de una buena parte de la cultura griega que habían aprendido por el trato y el contacto con otros pueblos y culturas que ya antes habían sido helenizados, como por ejemplo la civilización persa de donde conocieron entre otras las Matemáticas y la Astronomía. A esto se pueden añadir otros contactos, debidos a circunstancias políticas, como la conquista de Chipre y Tesalónica, dos importantes focos de cultura. Limitándonos al ámbito lingüístico hispánico, es de destacar el considerable número de voces hispanorromances que enriquecieron el vocabulario de los conquistadores, muchas de las cuales algunos lingüistas nos han “vendido” como de origen árabe, cuando en realidad lo que han hecho los musulmanes ha sido adaptarlas a su especial fonética e incorporarlas a su vocabulario que, al menos el de los conquistadores de la Península Ibérica, era bastante pobre en comparación con el latino visigodo. Un buen ejemplo de ello es el comúnmente admitido origen árabe

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de los fluviónimos que comienzan por guad-, como Guadarrama, Guadalupe, Guadalquivir y otros muchos que no cito por ser de sobra conocidos por el lector. Sin embargo creo más en el origen latino del primer componente guad-, como procedente del latín vado (de vadus, río), escrito durante mucho tiempo uado,(posterior uad- por pérdida de la –o), seguido del nombre que constituye el verdadero núcleo, alusivo generalmente a la característica más destacada del lugar por donde transcurre; si acaso interponiendo entre ambas partes, en algunos casos, la preposición latina ad, (posterior al), como parece adivinarse en Guad-al-quivir, Guad-al-lupe, equivalente este último en su significado al actual castellano Riolobo, ya que el segundo componente –lupe parece latino con el significado de lobo. Lo cual pone de manifiesto que tampoco los segundos componentes son tan árabes como se pensaba. Como sucede en el caso del río Guadalete, que tiene todas las apariencias de una voz latina –lete que a su vez corresponde a lite (de lis-litis,) que significa lid, contienda, combate. No olvidemos que en este río tuvo lugar una de las más importantes batallas de la historia de España, la Batalla del Guadalete. Así pues este fluviónimo significaría el río de la Batalla, por antonomasia. En documentos antiguos es bastante normal encontrarse con el sintagma vadit ad o uadit ad, aplicado a un río o bien a una determinada vía. Véase este ejemplo relativo a la via de Breto “que vadit ad (que va hacia) Morerola”, en un documento posiblemente de mediados del S.X.(Millares, 196). O bien estos otros “…et uadit al semdero qui exit; o también “… et uadit ad viam…” (Orígenes, 39). 3.1. Guarismo. El DRAE lo define así: “del ár. jwarizmi, sobrenombre del matemático persa Muhamed ibn Musa; véase algoritmo”. No parece muy fundamentado la procedencia musulmana de esta palabra. Otra cosa es que los árabes introdujeran dicho vocablo en nuestra Península. Es muy probable que el verdadero origen de guarismo esté en ariz’ que significa número, cantidad, cifra, etc. De ahí la palabra mos (αριθμς) aritmética, como ciencia de los números. Entonces el sobrenombre jwarizmi podría ser una desfiguración fonética y gráfica de la ya citada ριθμς, que daría al célebre matemático persa la idea de hombre de números o matemático.

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Comprendo que es difícil explicar la transformación fonética y gráfica, sobre todo por la presencia de los fonemas [g] y [u] iniciales, que muy probablemente se podrían justificar por analogía con logaritmos, muy cercana fonéticamente a “los guarismos”. 3.2. El veterinario. Este concepto se representaba con la palabra árabe albéitar que, según el DRAE, tiene su origen en otra griega ιππιατρς (léase ipiatrós), que a su vez estaría compuesta de hipos, ππος (caballo) y yatros, ’ιατρς, médico, curandero. (De esta última, yatros, proceden ejemplos tan curiosos como esas que en medicina se llaman enfermedades yatrógenas, o sea causadas u originadas por los médicos). Tanto albéitar como veterinario podrían estar relacionadas con bestiarius, segundo componente del sintagma medicus bestiarius o médico de las bestias. O también medicus bestiarum, con el mismo significado. De todo lo dicho, y con muchas reservas, podría concluirse que veterinario y albéitar son el resultado de dos diferentes modos de evolucionar la palabra bestiarius, según los ambientes lingüísticos en que se dasarrolló: albéitar el musulmán; veterinario el hispano-romance. En ambos casos con importantes transformaciones. 4. El Renacimiento No voy a profundizar en este tema por ser de sobra conocido como un fenómeno cultural que restableció todo el saber clásico romano y muy especialmente el griego, durante el cual se incorporaron al habla una ingente cantidad de palabras griegas en todas las manifestaciones de las ciencias, de las letras y de las artes en general. A esta época pertenece la aparición de muchos constructos grecolatinos sobre todo para mayor expresividad y estética, como pueden ser nostalgia y melancolía que luego comentaremos. El Humanismo renacentista se caracteriza por el resurgir de la cultura clásica, hasta el punto de que, en lo que al griego se refiere, el conocimiento de la cultura griega se impuso en las universidades europeas, llegando en algunas a imponerse como asignatura. Para ello escribió Constantino Lascaris su Gramática Griega en su cátedra de la universidad de Milán; o el francés Guillaume Budé sus Comentarii linguae grecae en la de París.

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Era muy natural que toda esta inmensa cultura sembrase de grecismos todas las manifestaciones científicas y culturales. 5. Las ciencias se escriben en griego Desde sus orígenes las ciencias se han venido nutriendo del caudal lingüístico griego, hasta tal extremo que se puede afirmar sin el menor miedo que las palabras más universales de todo el mundo civilizado pertenecen a esta lengua “muerta”, como enciclopedia, atmósfera; o las derivadas de crono-, de termo-, de piro-, de hidro-, de fitos, de geo-, de filo-, de electro-, de zoo- de gine-, de antropo, o con las terminaciones en -itis (inflamación) u –osis (afección), o también en -logía, -grafía, etc. 5.1. En Medicina. Muchas enfermedades tuvieron nombre griego desde los primeros tiempos. Pero hay algunas que merecen una reseña aparte, en razón a su estética lingüística tan acendrada que algunas como las ya anunciadas melancolía y nostalgia han trascendido lo estrictamente médico para estar presentes hasta en la poesía, sin entrar en cómo ni cuando se gestaron. El inestimable auxilio que el griego ha prestado a la Medicina está hoy en plena vigencia, no sólo respetando las denominaciones tradicionales de tal procedencia, sino incorporando noelogismos (neo-logismo, otro compuesto griego) para dar nombre a todas las exigencias. Para comprobarlo basta con ojear alguno de los muchos diccionarios de términos médicos, y se observará que la casi totalidad de las denominaciones que se dan a las diversas patologías corresponden a vocablos griegos, incluyendo la universal patología (de πθη), que pasó intacta al habla universal, a diferencia de la latina enfermedad (de infirmitate), deformada por el habla vulgar; como también trauma (τραˆυμα) en sustitución de golpe, que por cierto también es griega, κλαφος; (kólafos); ¡vaya lujo lingüístico! Esto se entenderá mejor si tenemos en cuenta que en algunas facultades de Medicina existen seminarios de lengua griega para un mejor entendimiento del significado de la extensísima nomenclatura de esta “lengua muerta”. Ante lo cual uno se pregunta si no sería más acertado conocerla en otras etapas más tempranas, antes de los estudios universitarios, ya que la terminología griega está presente en todas y cada

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una de las manifestaciones culturales y científicas de cualquier lengua de los países civilizados, porque de ella están hechos la casi totalidad de los neologismos y tecnicismos. Este es un mérito que también cabe atribuir a los científicos que tan bellamente las saben seleccionar. De ello se pueden poner ejemplos muy significativos: 5.1.1. Melancolía. Hoy la llamamos depresión, pero en realidad y etimológicamente significa bilis negra, por antigua creencia de que, en determinadas circunstancias anímicas, y principalmente en la depresión, la bilis, χολη´ , (jolé>kolé), se tornaba de color negro (melan, μ λαν). Así resultó una palabra cargada de musicalidad y de contenido semántico, melancolía, que por cierto, aunque se conserva intacta en el lenguaje culto, tampoco se libró de la influencia del vulgar que la desfiguró en malenconía (ver M. Pidal, Orígenes) por asimilación con mal y enconía del verbo enconar (infectar). 5.1.2. Nostalgia. No tan antigua pero de corte parecido es esta palabra que significa dolor del alma, por estar compuesta por la voz griega νοσ (inteligencia, espíritu), combinada con la forma latina procedente del verbo algeo (adolecer). El componente algia (dolor) está presente en la denominación de una gran parte de las patologías. 5.1.3. Esclerosis lateral amiotrófica. Respecto de la primera palabra de este sintagma solamente decir que está compuesto de scleros, σκληρς (duro), y del ya conocido sufijo –osis que significa afección y que está presente en la denominación de un buen número de patologías. La verdadera curiosidad está en el componente a-mío-trófica que, como se ve, consta de tres elementos griegos. Más propio era mío-a-trófica pero los creadores del parasintético, posiblemente para evitar el hiato formado por el encuentro de tres vocales, lo han visto más estético así, presuponiendo en el oyente o lector el suficiente nivel lingüístico para comprenderlo. Sus componentes son: La preposición a (α) que significa sin El sustantivo μυν, mion, (músculo) El sustantivo trofos (τροϕς), alimentación, crecimiento.

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Como fácilmente puede verse, la traducción literal es sin crecimiento del músculo, mientras que la interpretación médica debe ser la de atrofia muscular. Lateral es palabra latina y no presenta ningún interés especialmente reseñable. 5.1.4. Migraña. Esta es una de las palabras griegas que resultó afectada por el habla vulgar. En cierto modo tiene su justificación, pues nada hay más vulgar, o más corriente, que un dolor de cabeza, que es lo que ha venido a significar, adquiriendo una semántica que no le pertenecía porque en ese sintagma no hay ningún componente que signifique dolor. La medicina optó por otras soluciones más ortodoxas pero siempre dentro del vocabulario griego: cefalalgia o cefalea.

, mitad) y kránion Migraña es un compuesto de hemi (del prefijo ημι (κρνιον, cráneo) Por eso su significado es (dolor) de la mitad del cráneo. Su paso por el habla vulgar se acredita por el desgaste y modificaciones de sus componentes. El primero de ellos ha perdido la sílaba inicial, mientras que el segundo ha sufrido la palatalización de la Regla 17 que produjo la [ñ]. 5.1.5. Angina. Es otra apropiación de un vocablo griego agjo ( γχω, estrechar), por parte del latín que lo plasmó en ango (estrechar, oprimir) y luego angor, término muy usado en cardiología para denominar la angina de pecho (angor pectoris). 5.1.6. Cardiopatía. Este constructo cuyo significado es sobradamente conocido, es un buen ejemplo de la sutileza lingüística de la Medicina, cuando se trata de buscar para sus contenidos científicos las palabras que van a servir para su identificación e individualización que los hagan inconfundibles. Podía haber tomado del latín el ya comentado cor (corazón) al que ya dedicamos amplio espacio en el capítulo VI, pero consciente de la diversificación de matices que había adquirido esta palabra, prefirió la mayor pureza semántica y eligió καρδι´α (kardía), que entró en el torrente lingüístico, libre de otras connotaciones que no fueran las referentes a la preciada víscera.

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En cuanto a la segunda parte del constructo, “patía”, tampoco aquí se conformó con la latina infirmitate, ya muy manoseada, eligiendo el vocablo griego παθ´η (padecimiento). 5.2. Zoología. La cultura griega no sobresalió en el estudio de los animales, dado que toda su actividad la volcaron en el hombre y su devenir; o sea el ya citado Humanismo, que siglos después surgiría nuevamente en el Renacimiento. Todo ello sin abandonar las ciencias que más directamente afectaban al hombre. Esto es un buen ejemplo para la civilización de nuestros días en que, salvo los especialistas, se sabe mucho del mundo exterior pero se desconoce en buena medida ese otro tan inmenso y tan maravilloso que es nuestra vida interior o psiquismo (de ψυχη´ ), otra palabra griega de dimensión universal. No obstante lo dicho, también en estas ciencias no humanísticas dejaron su impronta lingüística. A ella pertenecen nombres tan curiosos como las siguientes. 5.2.1. Hipopótamo. Aún perviven en el habla culta los derivados de hippos,ππος, (caballo) en palabras como hípica e hipódromo. El segundo componente es potamos (ποταμς, río). Recuérdese Mesopotamia o país entre ríos. Así que este paquidermo (otra palabra griega que significa piel gruesa) resulta ser caballo de los ríos. ¿No tiene cierta poesía esta denominación? 5.2.2. Rinoceronte. Pero cuando verdaderamente comienzan a sistematizarse estos estudios no humanísticos y hay que poner nombres universales a las cosas, los científicos acuden a las fuentes principalmente griegas. Unas veces tomando el nombre íntegro ya existente, otras formando constructos valiéndose de elementos lingüísticos debidamente combinados. Tal es el caso de la palabra que encabeza este párrafo, que está compuesta de rinós, (genitivo de ρ´ις nariz) y keratos (de κ ρας cuerno). Cuerno en la nariz sería su significado, o bien nariz córnea. Joan Corominas en su Diccionario Etimológico fija su fecha de aparición en nuestra lengua en el año 1611. Si existía con ese mismo nombre en los documentos griegos o fue uno de los

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constructos renacentistas no interesa demasiado; lo importante es su estética lingüística. 5.3. Las otras ciencias o la resurrección lingüística. En cualquiera de ellas encontraremos cantidades abrumadoras de palabras griegas en competición con neologismos procedentes de otras lenguas modernas, principalmente del inglés, que por mucha versatilidad que tenga, que indudablemente la tiene, necesita echar mano del diccionario griego. Véase, entre otros ejemplos, micro-soft. O los Gigas, como medidas de almacenamiento o capacidad de la información, que tiene su origen en γ´ιγας, léase guigas, que significa gigante. 5.3.1. Átomo. ¡Quién le iba a decir a los atomistas griegos de los siglos V y IV antes de Cristo, Demócrito y Leucipo entre otros, que su átomos, ( −τομος) daría nombre al fenómeno de mayor trascendencia en la historia de la humanidad! 5.3.2. Cibernética. La ciencia más moderna y más universal también con nombre griego, en competición con el constructo moderno y “antinatura” que supone la palabra informática. Digo antinatura porque está compuesta de dos mitades de sendas palabras: infor-mación auto-mática. Pero aquí se da la curiosidad de que este último componente, la palabra automática ¡también es griega! 5.3.3. Atmósfera. También pertenece a ese tipo de palabras intemporales, sin que importe demasiado si fueron los griegos antiguos o los científicos posteriores quienes la compusieron. Seguramente fueron estos últimos quienes unieron sus dos componentes atmos (ατμ´ς, aire, vapor) con σϕαˆιρα (esfera). 5.3.4. Hidro. Es otra palabra intemporal y universal, como lo es su significado, agua, Por consiguiente esta mención es sólo para recordar la ingente cantidad de derivados que ha generado en todas las lenguas de los países civilizados en palabras más o menos relacionadas con las ciencias, la mayor parte de las veces formando combinaciones. Uno de los más curiosos y bonitos es aquel que compuso la Química de la Grecia clásica para dar nombre a ese precioso metal que conocemos por mercu-

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rio y que ellos lo nombraban hidroargyros, formado con δωρ (agua) y ργυρος (plata). O sea, agua de plata. De ahí que su símbolo químico universal sea Hg. 5.3.5. Electrónica. Ya los griegos habían descubierto las propiedades eléctricas del ámbar al que le daban el nombre de electrón (λεκτρον). De aquí partirían las posteriores formas que adquiere este étimo que, como todos los que venimos citando, tiene carácter universal, insustituible e intemporal.

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La basura lingüística INTRODUCCIÓN De la lectura de los capítulos precedentes, espero que el lector habrá sacado por lo menos la conclusión de que las palabras que integran una lengua tienen todas ellas una razón de existir; o sea, una razón histórica justificada, un origen y una evolución dentro de unas mal llamadas reglas de evolución que son contrarias a la discrecionalidad y capricho de los hablantes, ya que los cambios, sobre todo los fonéticos, o de pronunciación, son debidos a la propia naturaleza de los órganos articulatorios de la fonación, así como los de la audición. Y digo “mal llamadas” porque, como veremos en el Apéndice, más que leyes que obligan, son conclusiones sacadas, a la vista de los cambios observados en la evolución de las palabras a lo largo de su historia. Hoy como ayer el habla está constantemente asimilando nuevas formas de expresión que penetran en ella de los modos más diversos y, sin embargo, no todos esos elementos lingüísticos contribuyen a su enriquecimiento. Palabras y expresiones hay en el lenguaje, como veremos más adelante, que lo empobrecen y envilecen, robándole esa estética, esa belleza que a través de los siglos ha adquirido. La empobrecen porque la mayoría de las veces desplazan a las palabras y expresiones nobles en que se sustenta una lengua, y por contra no aportan nada constructivo a ella. La envilecen porque le restan esa seriedad que dimana de su abolengo. “El lenguaje lo hace el pueblo”. Esta frase la hemos leído hasta la saciedad en todos los tratados de lingüística tradicionales, entendiendo por pueblo los hablantes en general; tanto las clases cultas como el vulgo o personas iletradas. Su veracidad también la confirma el contenido de los capítulos precedentes y muy particularmente cuando hablábamos de las palabras que crecieron en ambientes tanto vulgares como cultos. Si por pueblo entendemos únicamente el vulgo inculto, también podríamos decir en sentido contrario que el lenguaje lo deshace el pue183

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blo. Un ejemplo vivo de esto es el latín vulgar, que no es una invención de las clases incultas, sino un proceso de degradación del verdadero latín, debido a un mal uso por parte de unos hablantes que, apartados de los modelos literarios, facilitaron la incidencia de esas causas de naturaleza fisiológica que acabo de mencionar, y que fueron disminuyendo a medida que se fue generalizando la escritura, la cual estableció sus modelos en los gramáticos, censores lingüísticos, escritores, etc., cuya labor de depuración fue luego potenciada por nuevos medios de control, especialmente los diccionarios, además de la creación de instituciones que culmina con las Academias de la Lengua, la de España en el año 1713. Todo este conjunto de personas e instituciones han tenido la virtualidad de reducir ese papel protagonista que se venía atribuyendo al pueblo, al cual si se le deja a su aire, hubiera hecho con la lengua de hoy lo mismo que hizo con el latín clásico a lo largo de la Edad Antigua y Media. O sea dejar a la lengua madre en gran medida irreconocible. Volviendo a la célebre frase de que el lenguaje lo hace el pueblo, me parece interesante analizar cómo influye hoy el pueblo en la formación o deformación del lenguaje, para lo cual parece conveniente una cierta clasificación, aunque sea algo arbitraria, de la sociedad hablante de nuestros días. 1. La juventud como elemento perturbador El carácter contestatario de la juventud tiene en el lenguaje una de sus más claras manifestaciones. Voluntariamente se apartan de una norma cuya transgresión les resulta impune, cosa que no se da en otras estructuras sociales. No soportan bien la disciplina idiomática que toda lengua exige. Como sucede con su vestuario, con su música y con tantas otras cosas, la juventud en general tiene un gran poder de irradiación que se extiende al mundo adulto, incluido el culto, quien en buena medida acaba imitándolos. En lo referente al vocabulario, beben en cualquier fuente. Lo mismo en el mundo de la droga –flipar, chutarse, –colocarse o las expresiones estar con el mono, estar colgado–, como en cualquier otra clase de hablas marginales que les lleva a llamar gayumbos a los calzoncillos o peluco al reloj de pulsera.

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Otras veces desfiguran palabras nobles dándoles un matiz especial que por su gracejo y, expresividad acaban instalándose en el habla, sobre todo si han sido recogidas en algunos diccionarios. Como ejemplo se puede poner el bocata, ya recogido por el DRAE y por el Diccionario de uso del español de María Moliner; o con jubileta, que ya va abriéndose camino en el habla coloquial. Seguidamente cito algunas palabras y expresiones que de la mano de la juventud se han introducido en los diccionarios. Como ejemplos, y sin ánimo de agotar la lista, propongo algunos de estos “inventos” que, a mi juicio, contribuyen a ensuciar un idioma tan especial como es el español, el cual no sería tan especial si se tratase de una lengua “uninacional” que, dicho en términos vulgares, podría hacer con ella lo que quisiera. Pero, cuando se es un verdadero centro irradiador y ejemplo vivo para un buen número de naciones hispanohablantes que superan los cuatrocientos millones, no podemos jugar a inventar palabras a tontas y a locas. Así resulta que el español está perdiendo calidad en cuanto a los hablantes en favor de otras lenguas que, sin tantas alharacas millonarias, suman bastantes más hablantes esparcidos por todo el mundo. A ver quién es profesor que explica a un extranjero las siguientes frases: Las titis me molan mogollón Estás muy quedado con esa tronca Coges unos rebotes que te cagas Oye tío, ¿me estás vacilando o te estás quedando conmigo? Dame la guita que me abro Hay que estar al loro Me voy a la piltra que mañana tengo curro 1.1. Currar. Esta palabra, por ejemplo, se ha colado en los diccionarios y es de suponer que también éstos pronto recogerán a su participio activo currante y el correspondiente sustantivo curro. No están justificadas estas formas por tener nuestro idioma otras palabras que expresan mejor y más dignamente ese idea de trabajar, palabra esta que probablemente quedará seriamente dañada, cuando no desplazada del uso normal por un currar que carece de la más elemental carta de naturaleza por ser una creación de hablas marginales.

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Cierto es que trabajar también se metió en el habla por la puerta falsa, desplazando a las ortodoxas laborar-labor-laborante. Su origen, me refiero al de trabajar, es muy oscuro pero al menos está consagrado por el uso desde el siglo XIII. Me inclino a pensar que trabajar está relacionado con ese campo semántico que señalamos para baraja y batalla en el capítulo V de este libro. 1.2. Rollo. Es una palabra de recurso cuando no se acierta con la apropiada para el caso. Cuando oímos “este tío es un rollo” es porque el hablante no acierta con la palabra cargante que sería la apropiada. Otro tanto cuando oímos que es un tío muy enrollado; o que “me da mal rollo” tal o cual cosa. Estas palabras tan recurrentes empobrecen notablemente la expresión correcta, porque son comodines que evitan el esfuerzo mental de buscar la más apropiada. 1.3. Mogollón. A veces las palabras adquieren la condición de basura por adoptar un significado que se aparta del verdadero origen. Porque la juventud unas veces inventa pero otras distorsiona las existentes, dándoles significados espurios. Tal le sucede a esta palabra cuya prístina naturaleza adjetiva a la par que su significado –holgazán, gorrón- se han olvidado para adquirir naturaleza de sustantivo como montón informe, barullo, etc., en frases como “había un mogollón de gente”; “ese tío tiene mogollón de dinero”. 1.4. “De puta madre”. Este sintagma, que carece de significado propio, es tan recurrente como el anterior e igualmente perjudicial por cuanto impide al hablante la búsqueda del adjetivo correspondiente. “Me ha quedado de puta madre” o “es un tío de puta madre” son expresiones que se van colando en el lenguaje coloquial para luego tomar carta de naturaleza en función de su uso mayoritario. Para que no todo sea peyorativo en lo que se refiere al peculiarísimo modo de innovación propio de la juventud, quiero señalar como aciertos verdaderamente destacables los siguientes ejemplos. 1.5. Meter la gamba. Esta expresión penetra en el habla juvenil en una época relativamente reciente, último tercio del siglo XX y de la ma-

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no del italiano en el que gamba significa pierna. Digo del italiano porque en la lengua española este vocablo había sido olvidado por los hablantes, ya que existió bajo la forma primitiva campa. Así lo vemos en las Glosas Silenses, en una expresión que por otra parte tiene un aspecto de verdadera curiosidad en cuanto a su significación. Pertenece a la parte que corresponde a De diversiis fornicationibus, en su aspecto penitencial: “Si inter femora [campas] fornicans II annis penitent”. El glosador aclara que el vocablo latino femora (de ahí fémur) en castellano debe interpretarse como campas o muslos. El paso de la arcaica campa a la actual gamba demuestra hasta qué punto las consonantes sordas se convierten en sus correspondientes sonoras sin el requisito de ser intervocálicas, como se explica en la Regla 3 de Apéndice. El habla italiana no ha perdido el uso de este vocablo que todavía se usa y de donde se supone procede la frase que encabeza este apartado meter la gamba. 1.6. Chiringuito. En Andalucía, y más concretamente en Sevilla, se llamaba chiringo a una copita de aguardiente. Chiringuito es su forma afectiva, más que diminutiva, y con ella se dio nombre a esos pequeños y provisionales puestos de bebidas que tanto han proliferado en los últimos tiempos, sin denominación propia. Es una de las palabras más graciosas de las inventadas por el pueblo llano, en este caso la juventud que fue quien la propagó, y a la vez más fundamentadas. Ni la RAE hubiera inventado un nombre mejor. También se aplica por extensión a cualquier establecimiento de este tipo, siempre que sea modesto en sus instalaciones. Este es un dignísimo ejemplo de cómo se pueden “inventar” o recrear palabras, sin recurrir a extranjerismos innecesarios. 1.7. Aguaducho. Es muy parecida a la anterior en cuanto ha sido propagada, más que creada, por la juventud. De lo que sí podemos estar seguros es de no haber sido creada por los lingüistas. Estos lo que han hecho es meterla en los diccionarios con la acepción, entre otras, de “puesto donde se vende agua, y hoy también refrescos y otras bebidas”. Esta palabra –por eso la traigo aquí– es otro buen ejemplo de cómo se debe crear

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un neologismo sin recurrir a lenguas foráneas. Sin duda es un acierto pleno; por ser gracioso, expresivo y a la vez ortodoxo, porque no es creación sino derivación del más puro latín clásico. Como se percibe claramente, es un compuesto cuya segunda palabra ducho nos recuerda a la ducha. Ambas formas son el masculino y el femenino del participio latino ductus (conducido o canalizado), referido al agua; de tal forma que aguaducha es agua canalizada. De ahí la simplemente ducha en femenino sustantivado, como procedimiento de lavado corporal, sustituto de la regadera. Aunque no con este significado, lo vemos con mucha frecuencia en documentos antiguos; por ejemplo en un documento de compraventa del año 1095 hecha al abad del monasterio de Sahagún en el que se detallan los elementos que componen el objeto de la venta, constan “montes, fontes, molinos, piscariis, aquis aquarum, cum aquaductibus earum”. O sea, con aguas canalizadas. (A. Millares, Lám. XXXVII). Así cuando los chiringuitos proliferaron en el campo con la llegada del automóvil, se hizo necesario dotarles de agua para su mejor higiene, lo cual obligó a canalizarla o conducirla, con lo cual estos establecimientos pronto contaron con agua ducha. En este caso el pueblo fue menos riguroso al darle género masculino al agua, aguaducho y no aguaducha. Pero este fenómeno lingüístico lo comentaremos más adelante. 1.8. El yu-yu. Se oye en expresiones como “le dio un yuyu” o también cuando se dice que esto o aquello tiene yuyu. Seguramente tiene su origen en la repetición de la interjección huy que, como se sabe, tiene significado de horror y que es muy frecuente oírla en series encadenadas: ¡huy-huy-huy, que por fonética sintáctica adquiere tal matiz. 2. Los mayores y sus tópicos El vocabulario es fiel reflejo de la cultura lingüística de los hablantes pero también del nivel de desarrollo del que en psicología se conoce con el nombre de factor verbal, que es ni más ni menos que el área de la inteligencia que regula la comprensión y expresión de los elementos del lenguaje. El exceso de tópicos por parte de un hablante denota cierta pobre-

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za mental, al menos en lo referente a ese factor verbal. Es el extremo opuesto a las invenciones que acabamos de ver en la juventud. Los tópicos son, como bien sabe el lector, palabras o frases de recurso, muy arraigadas en la expresión hablada y con las cuales nos topamos (de ahí tópico) como sin darnos cuenta. También se llaman frases hechas. Pero el hablante que verdaderamente tenga interés en usar un vocabulario “suyo” debe huir de estos lugares comunes que de tanto usarlos han perdido el primitivo sentido expresivo, si es que alguna vez lo tuvieron, y aparecen ante el que los oye como algo vano y sin verdadera significación. También denota en el hablante falta de originalidad y de recursos expresivos para sustituirlos por algo mejor. Veamos algunos de los más frecuentes. 2.1. …ni qué niño muerto! Esta frase, además de basura, es una solemne tontería. Por razones de pura estética lingüística es una expresión que debe ser evitada al no tener significado alguno porque de puro tópica (¡menos mal!), se ha vaciado de contenido hasta el punto que al pronunciarla, nadie piensa afortunadamente en algún cadáver infantil. 2.2. Campar por sus respetos. Lo correcto sería una frase de este estilo “fulano no campa por sus respetos”; con el significado de “fulano no sobresale o se distingue por sus miramientos”. Porque el verbo campar significa sobresalir o distinguirse. En cambio si a esta frase se le quita la negación, que es como hoy se usa, campar por sus respetos debiera significar lo contrario: distinguirse por sus miramientos. El sentido en que hoy se dice “campar por sus respetos” significa hacer lo que a uno le dé la gana, sin miramiento ni respeto alguno. Por tanto además de tópica es incongruente. 2.3. Tomar cartas en el asunto. Es del mismo corte que la anterior en cuanto que carece de la lógica más elemental, y sobre todo es un rodeo de palabras que puede muy bien sustituirse por intervenir u otra expresión como “tomar parte en…”, “tomar en serio una cosa”, etc. 2.4. El mundo es un pañuelo. Aunque no carece de lógica y tiene un valor expresivo grande, se ha vulgarizado tanto que podríamos encua-

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drarla como una de las frases más tópicas. Es bueno que el hablante busque expresiones alternativas. 2.5. El granito de arena. Aun reconociendo su valor expresivo, indica en el hablante falta de recursos lingüísticos, porque se la puede sustituir con otras muchas expresiones parecidas como “aportar algo”, “mi pequeña contribución”, etc. 2.6. El moco de pavo. El “genio” que lo inventara jamás podría imaginar que sería uno de los tópicos más repetidos por gentes de todos los niveles y condiciones. Pocos hablantes habrá que se hayan librado de pronunciarlo alguna vez en su vida. Y por muy familiar o coloquialmente que se use, siempre será una verdadera estupidez. 2.7. Veremos a ver. Esta, sin ser un verdadero tópico sino una incorrección, es una expresión con la que nos tropezamos con bastante frecuencia; incluso alguna vez se nos ha escapado en nuestra conversación, precisamente por ser tan corriente. Es un claro ejemplo de cómo se atribuye a una frase vacía y redundante un significado que no se corresponde con su significante, puesto que ninguna de las dos formas repetidas del verbo ver tiene tal significado ni otro cualquiera. Es como decir “iremos a ir”. No conviene confundirla con la correcta “vamos a ver”, a la cual se parece pero no es lo mismo. Como estos podríamos poner una larga lista de frases tópicas que siguen en el lenguaje hablado impunemente, pese al carácter de auténtica basura, sin que en general el hablante sea consciente de tal fenómeno; porque ¿cómo se explica el uso de frases como “darse con un canto en los dientes”, o eso de que “le viene como pedrada en ojo de boticario” para indicar que una cosa se adapta perfectamente a algo? ¿Cómo se lo podríamos justificar a un aprendiz de nuestra lengua? 3. Los seudo-intelectuales A pesar de lo que llevamos dicho, no debemos creer que los errores lingüísticos sólo proceden de los hablantes iletrados. Hay muchos que provienen de otras clases sociales que se tienen por cultas y que en realidad debieran ser el modelo para aquellas.

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Me refiero a algunos políticos, periodistas, escritores, docentes y otros que con sus malos ejemplos están siendo los responsables de cierta contaminación lingüística, tomándose libertades, sobre todo oratorias, que se apartan de la ortodoxia que a toda locución pública se le debe exigir, pues cada hablante, sobre todo si tiene cierta representación, debe ser un elemento depurador del idioma, sin dejarse llevar de ese prurito de inventar. Esto hay que dejarlo a los lingüistas para no jugar con un idioma como el español de España que, como ya hemos dicho, debe ser modelo vivo para los países que lo hablan. ¡Arreglados estaríamos si cada uno de ellos se dedicara a echar su basura autóctona! El primero y más nocivo de los efectos sería la ruptura de la unidad lingüística de la comunidad hispano-hablante, lo que convertiría a nuestro idioma en una verdadera torre de Babel porque habría perdido su verdadera identidad. Este daño es mucho más grave que aquel que proviene de los anglicismos, que, como veremos más adelante, están instalándose en nuestra lengua. Algunos políticos hablan del “Estao de la nación”; también del “Senao” o de las “jóvenas” militantes; mientras otros usan “abracadabrante” como genial novedad. Como frase elegante y de lucimiento se han sacado de la manga “el salto cualitativo”, los “juicios de valor” y otras estupideces por el estilo. “Catástrofe humanitaria” llamaban algunos comunicadores a las ayudas prestadas a las víctimas de algunos genocidios de las últimas guerras. A un sorpresivo vuelco electoral le llaman sorpasso. También han inventado sensibilidades para indicar las diversas corrientes de opinión dentro de un mismo partido político. De ellos ha salido el palabro privacidad, en sustitución de la ortodoxa intimidad. O también el verbo ningunear, que, por cierto, no hace ninguna falta, puesto que nuestro vocabulario tiene ya para ello palabras de abolengo; pero desde que el DRAE la admitió, se produjo el ninguneo de la ortodoxa anular. Con razón un célebre periodista de nuestros días escribe: “como se sabe, una de las primeras misiones del político es destrozar el lenguaje”. En algún tiempo llamaron Ministerio del Aire a las fuerzas aéreas; por lo mismo, también podría haber dicho “Ministerio del Agua” al de las Fuerzas Navales. Y ya metidos en el agua, me parece que se debe imputar a los profesionales de la medicina llamar “agua mineral ” a esa que se expende en

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botellas con fines supuestamente curativos. Hay que darles otra denominación porque el agua, al no ser ni animal ni vegetal, será mineral por obligación, sin distinción alguna entre las diversas procedencias. Los expendedores de este producto debieran hacer una consulta a la RAE para que les diera un nombre apropiado, como lo hizo con alunizar que fue un acierto pleno. Los medios de comunicación tienen una seria responsabilidad en la pureza de nuestra lengua y, mientras algunos son responsables de un lenguaje cutre y deleznable, es justo señalar que el periodismo tiene hoy excelentes escritores que merecen ocupar los sillones de la RAE y que con sus aportaciones están enriqueciendo y a la vez prestigiando el idioma. Más aún, la mejor literatura actual ha venido de la pluma de algunos periodistas. Pero, al ser el periodismo uno de los principales vehículos de comunicación hablada y escrita más proclives a ser imitados por los hablantes, estos profesionales deben procurar no incurrir en los mismos vicios lingüísticos que he censurado en páginas precedentes y evitar expresiones generalmente debidas al mal empleo de adjetivos y adverbios que faltan a la lógica lingüística por pretender compaginar conceptos verdaderamente incompatibles cuando no contradictorios, como en los ejemplos “la más rabiosa actualidad” o también “terriblemente cordial ”, “tremendamente bueno“; porque seguramente ignoran que, tanto terrible como tremendo provienen de sendos verbos latinos, terreo y tremo, que significan temblar de miedo; por lo tanto, mal se compaginan estos dos adverbios con la idea de cordialidad y bondad de los adjetivos a los que van calificando. Por muy coloquiales que sean las tertulias de algunos medios de comunicación, deben evitarse ciertas vulgaridades que van apareciendo con alguna frecuencia, como “no dar un palo al agua”, o “una patada a un bote” para indicar holgazanería; o bien abusar de las comparaciones chabacanas como “está más quemado que el palo de un churrero” o “está más claro que el caldo de un asilo”, las cuales pueden tener su gracejo en el lenguaje de la calle pero que en los medios de comunicación quedan bastante mal. Mediático y multimedia, dos neologismos periodísticos, bastante discutibles por cierto, son dos aspirantes al diccionario de la RAE, tras haber conseguido un lugar en algunos; por ejemplo en el de María Moliner. Digo discutibles, sobre todo el segundo, porque, si se echa mano del latín, debe hacerse con corrección gramatical, ya que el multi, (su-

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puestamente plural masculino) falta a la concordancia en género con el sustantivo neutro al que va calificando, media. Dado el gran poder de comunicación y difusión que tienen estos profesionales con respecto a los contenidos lingüísticos tanto hablados como escritos, sobre ellos cae una seria responsabilidad en el deterioro del lenguaje, máxime si consideramos que en la Academia ya se sientan algunos periodistas. Algunos docentes de salón también ponen de su parte para empobrecer el idioma. A falta de mejores ideas docentes, hacen méritos en lingüística. Llaman al encerado o pizarra de clase de toda la vida “panel vertical” y hablan de “gasto psíquico” cuando los alumnos se excitan demasiado; al recreo entre clases ahora le dicen “segmento de ocio”. Ellos introdujeron el latinismo curriculum cuyo significado latino nada tiene que ver con el que ellos le asignan. Pero además lo introdujeron mal, porque, para rematar la cursilería, no lo castellanizaron en el que sería su correspondiente currículo, con lo cual se evitarían por lo menos dos de los inconvenientes que todavía los docentes de salón no han acertado a resolver. El primero es su ortografía pues, como latina que es, habría de escribirse curriculum y pronunciarse como esdrújula; pero el que no sabe latín la pronuncia como llana, con lo cual ya se desvirtúa su prosodia. El segundo es su plural: a ver cómo se forma dicho plural en una palabra que termina en [-m] (¿curriculums?); y como éste era un verdadero callejón sin salida, optaron por el plural latino curricula, creando todavía más confusión a la hora de expresarlo en sintagmas como “los distintos curricula” o simplemente “los curricula”; con la aparente falta de concordancia en género y número, más la de acentuación, algo muy parecido a lo dicho sobre los multimedia. Afortunadamente el DRAE ha zanjado la cuestión castellanizando dicha palabra, currículo, con el significado de plan de estudios y varias acepciones parecidas. Pero los docentes de salón, o sea los político-docentes todavía siguen con sus curriculum y sus curricula. Los filósofos “progres” han acuñado “mismidad”; una genialidad que no hacía ninguna falta porque, a parte de ser fea y redundante, no hace sino desplazar a la culta latina identidad o la de origen griego autenticidad; y si se le quiere dar algún matiz especial, es preferible añadirle algo, a inventar un nuevo vocablo sin la menor necesidad y que de suyo no tiene otra significación que aquella que su “inventor” le quiera dar.

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Por el momento y afortunadamente no ha cuajado. Seguramente los inventores han querido resucitar la inusitada mesmedad, de uso muy restringido, vulgar y carente de significado concreto. (Ver DRAE). Otro tanto podríamos afirmar de “futurible” con un sufijo –ible (del latín -bilis) que no le corresponde por ser acompañante solamente de formas verbales a las que convierte en adjetivos, añadiéndoles un cierto matiz de posibilidad: amable, adorable (“que puede ser amado o adorado”); posible, realizable, etc. Pero los filósofos lo suelen usar como un mero sustantivo en frases como que tal cosa “es un futurible”, que es tanto como decir que algo presente puede ser a la vez futuro. Se me podrá objetar que la raíz futur- tiene naturaleza verbal pero ello es sólo en su versión más latina. 4. Los dequeístas Preocupa seriamente oír a algunas personas representativas, sobre todo de la política y del periodismo, incurrir en ese vicio que consiste en el uso erróneo de la conjunción postverbal que, anteponiéndole sin justificación alguna la preposición [de] en frases como “dijo de que”, o “pensaba de que”. Esta incorrección no es nueva, pues ya se cometía en el siglo XV; por ejemplo en este texto de D. Bernabé, obispo de Osma: “el noueno, que non les conviene aun de poner esta bienandança en la vanagloria nin en la fama del mundo” (Rivera y Arribas, 74). Pero en las últimas décadas ha experimentado un gran auge, debido a la irrupción en los foros públicos de personas sin la menor preparación. Porque en épocas pasadas escribían y hablaban desde las tribunas solamente los cultos, aunque haya algunas excepciones como la que acabamos de ver en este señor obispo, mientras que hoy es suficiente para ser escritor u orador, tener alguna clase de celebridad aunque no provenga del campo de la literatura. El “dequeísmo” -así se le empieza a denominar- tiene un fuerte poder destructor que se nota muy especialmente a la hora de impartir docencia de lengua española a los extranjeros, gran parte de los cuales se desorientan en su uso correcto.

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Me va a permitir el lector que una vez más tenga que recurrir a la lengua madre para fundamentar algunas reglas que seguidamente me permito presentar, dejando muy claro que está muy lejos de mi intención cualquier prurito reglamentista. Sólo deseo orientar al lector no especializado, hasta que las autoridades académicas tengan a bien poner un poco de orden en este caos, pues es evidente la necesidad de una norma que oriente a los hablantes, a los docentes y a los discentes. Se debe escribir que -sin [de]- ante las oraciones subordinadas que en latín se llamaban completivas con [ut], las cuales hacían la función de complemento directo del verbo principal. Ejemplo: “todos deseábamos que llegara pronto”. Para el lector que no recuerde bien la sintaxis latina lo expondré de otra manera y en forma de regla general: El uso de [que] está indicado siempre que vaya encabezando una oración subordinada con función de complemento directo del verbo de la oración principal; especialmente cuando éste es de esos que la sintaxis latina denominaba verbos de inteligencia, lengua y sentido: -verbos de inteligencia, (pensaba que…; soñaba que….; creo que…) -verbos de lengua (dijo que….; ordenó que….; avisó que….; advirtió que…) -verbos de sentido (vio que…; oímos que…; sintió que) Por el contrario, se puede usar de que detrás de los verbos intransitivos, “hablamos de que no era conveniente tal cosa”; “se trata de que no vuelva por aquí”; o bien cuando la subordinada va introducida por un sustantivo: Tengo deseos de que… Me había hecho la ilusión de que… O por un adjetivo: era partidario de que También se comete dequeísmo cuando a la subordinada en función de sujeto se le antepone la preposición [de], como el ejemplo que acabamos de ver del señor obispo de Osma o en otros, como en la oración: “es necesario de que vengas”.

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5. Los “barbaristas” Dentro de este apartado se deben encajar los barbarismos o introducción de voces extranjeras, tanto más perjudiciales cuanto más innecesarias sean. A muchos de estos extranjerismos se les podría calificar de “cultos” por el hecho de que en su mayoría vienen importados en los textos o usos no precisamente populares, aunque luego sea el pueblo el que más los propague, como sucede con el tan traído y tan llevado chapó, al que el uso indiscriminado le ha dotado de un plus semántico que nunca ha tenido el modesto chapeau francés. Algunos han constituido un verdadero lastre, como el galicismo restaurante para cuyo significado ya teníamos en nuestra lengua una digna representación. Ahora se da el caso curioso de que ese gremio, el de los empresarios de este tipo de establecimientos, no encuentra denominación apropiada y ha tenido que pasar por la humillación lingüística de compartirla con el dignísimo y tradicional de los restauradores, denominación que tradicionalmente se ha aplicado a los que se dedicaban a restaurar obras de arte. Todo ello cuando nuestra lengua podía ofrecer varias soluciones extraídas de los ricos yacimientos del latín, del griego e incluso del romance. Pero, lejos de eso, la RAE lo consagró, españolizándolo con la voz restorán que por cierto no ha cuajado. Los representantes de este gremio harían muy bien si pidieran a la RAE una denominación más acorde con su noble oficio. Sería una forma de reparar el daño lingüístico por haber consagrado la palabra restaurante para la cual en nuestra lengua, si lo que se pretendía era huir del ya desgastado comedor, hay un verdadero lujo de alternativas, basadas en ideas sugeridas por voces de tanto abolengo como, por poner algún ejemplo: Yantar Tinelo (los cocineros) Culina Figón Alimentar Nutrir Gustar, degustar Gula Otro tanto debieran hacer los del gremio de la venta de flores, porque eso de floristería tiene poco sentido (¿por qué no simplemente

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florería?); como también copistería que ya se está imponiendo lamentablemente en los establecimientos de reproducción o copias de documentos. Algo parecido sucede con el de los corredores de comercio que ya han recurrido al anglicismo “broker” para no ser confundidos con los corredores ciclistas o pedestres. Los usuarios de la lengua deben tomar conciencia de que la Real Academia de la Lengua es una institución que está al servicio de los hablantes, y que los representantes gremiales tienen el derecho de dirigirse a este alto organismo para cualquier clase de consultas. Con ello se evitaría en buena medida la intrusión de palabras extranjeras, algunas de las cuales están invadiendo nuestro vocabulario sin la menor justificación. A diferencia de los galicismos, que son más literarios, los anglicismos han penetrado mayormente por vía de la técnica, aunque ya se va notando una peligrosa afluencia en el otro campo. Ni feed-back ni software, por ejemplo, son indispensables ni significan más que nuestros retroalimentación ni programa; y si alguna connotación semántica tienen, sobre todo este último, es ese halo lingüístico que damos a posteriori los hablantes a las palabras que vienen de fuera. 6. Los académicos La lengua española tiene algunos fallos en su Gramática cuya corrección no parece estar ni haber estado nunca en el ánimo de la RAE. Uno de ellos consiste en anteponer el artículo masculino a aquellos nombres femeninos cuya letra inicial es una [a] tónica. Así en lugar de “la águila”, “la alma” o la agua”, la Gramática de la lengua española aconseja anteponer el artículo masculino, aunque el correspondiente nombre sea el femenino: el águila el alma el agua, etc. Este absurdo gramatical ocurre solamente en singular, porque en plural ya adquieren su perdida concordancia: las águilas

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las almas las aguas, etc. Pero no sólo con el artículo sino también con los demostrativos cuando decimos “de este agua no beberé”; o incluso con otros adjetivos. Este mismo fenómeno se da en la mayoría de las lenguas románicas y le han dado la solución con apóstrofo: l´aquila, en italiano; l´eau, en francés, etc. En español la solución a esta chapuza lingüística sería l’alma; l’águila; l’agua. Lo cual no sería un invento nuevo en nuestra lengua, sino continuar o restituir algo que ya existía desde la Edad Moderna en expresiones como d´ella y d´esa; o “ant’el dicho señor, referentes al último decenio del siglo XVI. Igualmente complicado para los que quieren aprender nuestra lengua, es el uso del posesivo su, apócope de suyo, que da lugar a situaciones de verdadera confusión, como en la expresión “me c… en su madre”, en que no se sabe bien si en esa grosería se trata de la madre del interlocutor o de la persona de la que se está hablando. A ambos casos se le debiera dar una solución y terminar con ese problema, fruto de un inmovilismo poco justificado por parte de la RAE, dicho sea con todos los respetos para tan alta institución. Otras lenguas romances lo han solucionado perfectamente sin pasar por esos estados de anfibología que se producen en la nuestra. Más aún, este problema ya estuvo resuelto en el habla medieval de algunas regiones hispánicas. En un documento navarro-aragonés del siglo XIII leemos la frase “por fer en toda lur voluntad”, en el sentido de por hacer en todo la voluntad “de ellos”. Lur es una simplificación, o mejor dicho, degeneración de illorum, genitivo del plural del demostrativo latino ille y que se traduce por “de ellos”. Es el equivalente al italiano “loro”. En castellano diríamos “por hacer en todo su voluntad”; sin más explicaciones, creando a veces estados de verdadera confusión. Para evitarlo tenemos que recurrir a aclaraciones tales como, “su padre de usted” y otras expresiones parecidas.

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7. La economía en lingüística También aquí el ahorro ha jugado un papel muy importante principalmente en tres aspectos básicos: de espacio, tiempo y esfuerzo. Estos dos últimos son los que ahora nos interesan más, principalmente aplicados a la importación de palabras extranjeras, y sobre todo del inglés; pues resulta curioso observar que todos estos anglicismos de importación suponen para el hablante español un evidente ahorro de esfuerzo y también de tiempo con respecto a las correspondientes voces nuestras. Es decir que el hablante no las asume indiscriminadamente sino con un acusado sentido de selección, basada en la mayor comodidad. Pero sobre todo los acoge y los incorpora a su léxico cuando en nuestra lengua no existe el equivalente o éste resulta más incómodo. Seguidamente enuncio algunos ejemplos de los anglicismos más extendidos y su equivalente español, si existe, con cuya comparación se puede comprobar e incluso cuantificar el ahorro de tiempo y esfuerzo. anglicismo show slot chip pub lobby parking feed-back air-back hobby week-end gays

sílabas 1 2 1 1 2 2 2 2 2 2 1

español espectáculo permiso de vuelo cucaracha bar de copas grupo de presión aparcamiento retroalimentación bolsa inchable afición fin de semana maricones

sílabas 4-5 6 4 4 6 5 6-7 4-5 3-4 5 4

Buena prueba del móvil económico del binomio tiempo-esfuerzo de estas importaciones es el hecho constatado de que en nuestra lengua hay muy pocos anglicismos que tengan más de dos sílabas. Aparte del asunto que nos ocupa, y como una curiosidad lingüística más, es bueno recordar que el ahorro de espacio no es exclusivo de nuestra lengua ni de nuestro tiempo, sino que ha constituido desde muy antiguo un fuerte condicionante lingüístico principalmente por las limitaciones de los materiales escriptorios, siempre escasos, como el papi-

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ro o el pergamino, principalmente por su complicada elaboración. El que mayores limitaciones de espacio presentó fue la piedra que produjo un tipo especial de expresión que se caracterizó por su estilo críptico porque quería decir mucho con muy pocas letras. Algo parecido a lo que ocurre hoy con el lenguaje publicitario, que pretende ahorrar palabras dando a estas su máxima expresividad, aunque aquí intervenga otro tipo de economía, la dineraria. Ya en la época del pergamino, de tan complicada elaboración, la economía aconsejaba aprovechar el material escrito cuando su contenido no resultaba demasiado interesante, borrando de ellos todo lo que antes se había escrito, para llenar sus páginas con texto nuevo. Eran los llamados palimsestos o reescritos. Sabido es que una buena parte de las abreviaturas que vemos en los documentos de la Edad Media y también de la Moderna obedecían a razones económicas, bien sea de tiempo, de material escriptorio, o de esfuerzo. Estas abreviaturas afectaban a palabras que se repetían con alguna frecuencia. Una de ellas era el actual “don” (de don fulano) que como se sabe es una abreviatura de dominus. Así leemos en G. de Berceo En el nomne del Padre que fizo toda cosa et de dom Jesucristo, fijo de la Gloriosa Para denominar a aquel que era hijo-de-alguien importante, se le decía hidalgo. (hereditas de filiis dalgo, vemos en un documento de mediados del siglo XIII; (Muñoz Rivero, 382). Cervantes abreviaba con el sintagma hideputa por hijos de puta, en donde hijo está representado por hi. No es Cervantes el único usuario de esta forma de abreviar, pues la vemos años antes en documentos notariales en frases como “fi de Martin Andres” o “ fi de Pero Ruys” o “fi de Ben Fas” en un documento de 1415, (Muñoz Rivero, 409). Y para terminar y no apartarnos del asunto principal de este capítulo, conviene reseñar que una buena parte de las reglas de evolución que citamos en el Apéndice están en alguna medida motivadas por la economía del esfuerzo articulatorio, que busca siempre la mayor comodidad en la pronunciación.

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8. Los diccionarios Varias e interesantes son las funciones de los diccionarios. Una de ellas es la de servir de guía en el recto y correcto uso de las palabras que integran una lengua en lo referente a su ortografía y significado. Por ello, cuando tenemos alguna duda en estos aspectos, recurrimos a sus páginas en busca de seguridad. No pocas veces ilustran sobre el origen de las palabras, aunque no siempre éste aparece claro, en cuyo caso y por lo general advierten que son “de origen incierto o desconocido”. Otra de sus funciones más importantes es la de registrar en sus páginas las voces de antes y de ahora que constituyen el corpus lexico-gráfico. Es comprensible la tendencia de los lexicógrafos a incluir el mayor número de voces, aún a riesgo de admitir algunas cuyo origen, uso y justificación son poco o nada ortodoxos. El hablante entiende que el mero hecho de incluir una palabra en los diccionarios, sobre todo si éste es el DRAE, otorga carta de naturaleza al vocablo, y al hablante patente de uso. Es cierto que en sus notas preliminares aquel advierte sobre el empleo de algunas formas cuyo uso no recomienda aunque figuren en sus páginas. Tal es el caso de las formas sicología o sicólogo, de la original psicología; o incluso setiembre en lugar del culto septiembre. También advierte del carácter familiar de algunas expresiones, pero el hablante en general no se para en tales distingos y las usa libremente, sólo por el hecho de figurar en algún diccionario. Desde que el DRAE, en su edición vigésimo primera, admitió el vocablo gilipollas, ha experimentado esta palabra un incremento tal, que hasta en el lenguaje escrito la vemos con excesiva frecuencia. Otro tanto se puede afirmar de cabrearse, que fue una palabra proscrita por el buen gusto, hasta que los diccionarios la incorporaron. Otra palabra, procedente del habla marginal, que ya ha merecido el “honor” del diccionario es pela, referida a la peseta, o el verbo molar (gustar, agradar) y en tal sentido las recoge el de María Moliner. Habría que preguntar a los lexicógrafos qué criterios siguen para tales admisiones, porque si siguen admitiendo más o menos indiscriminadamente todo lo que se dice, algunos diccionarios podrían llegar a convertirse en auténticos basureros. No olvidemos que con el mismo

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“derecho” todos los países de habla hispana podrían admitir, y de hecho así lo están haciendo, sus propios neologismos. Actualmente está en sus comienzos el Diccionario Integral de la Lengua Española que pretende incorporar los neologismos de todos los países hispano-hablantes. Se supone que cuando esta obra monumental cuya elaboración llevará muchos años vea la luz, se habrá multiplicado el número de tales neologismos. Y dada la rapidez de comunicación entre los diferentes países, en pocos años la lengua española se habrá enriquecido notablemente y habrá facilitado la comunicación entre los países de habla hispana, pero habremos complicado aún más el aprendizaje de nuestra lengua a otros hablantes que pretenden aprenderla. Actualmente cualquier agrupación (instituciones, gremios, corporaciones, etc.) están lo suficientemente estructuradas para que sus representantes puedan evacuar consultas de carácter lingüístico a las autoridades en esta materia para evitar, por ejemplo, la existencia de rótulos y carteles que, a parte de destrozar la gramática, siembren confusión ante los visitantes de otros países y cierta vergüenza a los hispanos Por ejemplo, lo que se pueda pensar ante un rótulo que diga “Peluquería Unisex”, para indicar que tal establecimiento da servicio ¡a ambos sexos!, cuando en realidad su significado debiera ser lo contrario, o sea de un solo sexo. Otro tanto podríamos decir de carnecería que, por olvido de su origen latino, el pueblo, por ese prurito ya conocido de la ultracorrección, entiende que si procede de cerne, lo normal es carnecería; en ese caso el que la expende debiera llamarse carnecero. O también las barbaridades que se están cometiendo con el idioma oficial por admitir toda clase de regionalismos por exigencias de otra naturaleza no precisamente lingüísticas sino meramente políticas. Si consideramos que entre todos los países de habla hispana hay veintidós Academias de la Lengua Castellana, llegaremos a la conclusión del esmero y el cuidado que se debe guardar en cuanto a otorgar carta de naturaleza a ciertas palabras. Y conviene añadir que alguno de estos países puede dar lecciones a “la madre patria” de pureza lingüística, gracias al celo y al esmero con que se cuida ese tesoro de la comunicación que se llama la Lengua Española.

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9. La estética del lenguaje Acabamos de señalar que la escritura y su generalización constituyó un eficaz medio para evitar los desvíos lingüísticos ya que por su conducto le venían al hablante los modelos en los cuales debía fijarse para construir su propio vocabulario y por tanto su propia expresión. El teatro fue también un antiguo y eficaz medio de difusión del correcto y elegante uso de la lengua. Ambos modos de expresión le llegaban al pueblo, el cual sabía muy bien valorar tanto las obras como a sus autores. Este estado de felicidad cultural podemos decir, sin la menor pretensión de exactitud, que comienza a generalizarse en España en el Siglo de Oro y llega hasta mediados del XX en que hace irrupción en las sociedades llamadas modernas el fenómeno de los medios audiovisuales. O más extenso aún, los multimedia, anteriormente citados. Con estos la imagen plástica sustituyó a la mental, ahorrando a la mente el esfuerzo de convertir en pensamiento el mensaje escrito u oído, lo cual trajo como consecuencia inmediata un empobrecimiento del ya mencionado factor verbal, mediante el cual la inteligencia elabora su propia imaginería que tanto ayuda a la comprensión y fijación de los mensajes. Hace algunas décadas que venimos oyendo a los docentes que una gran mayoría de los jóvenes de hoy no seben leer ni escribir. Leer, en cuanto no son capaces de entender la letra impresa de cierto nivel; y escribir en cuanto no saben expresar con la corrección debida las ideas que pretenden trasmitir; por no hablar de la ortografía. Todo esto pudiera ser algo menos dañino, siempre y cuando ese lenguaje “multimedia” pudiera servir de modelo de corrección y buen uso a aquellos que prefieren adquirir sus conocimientos más por la imagen plástica que por la palabra escrita. Pero esto no siempre se da en los medios audiovisuales, sobre todo radio y televisión, los cuales, con el fin ganar audiencia, no tienen demasiados escrúpulos en descender a un tipo de expresión que busca el gracejo y la familiaridad pero que degrada el idioma. Porque antes de tales inventos las hablas marginales se desarrollaban dentro de su propio ambiente sin invadir otros campos, pero en la actualidad han roto sus propios límites, instalándose incluso en el len-

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guaje oral de las personas cultas, lo cual degrada y confunde notablemente el buen uso de un idioma que, además del número de hablantes ya señalado, está llamado a ser uno de los primeros en esa inmensa red mundial de comunicaciones que, por vía de la electrónica, está produciendo el mayor fenómeno cultural de la historia de la humanidad. Se necesita hoy más que nunca por parte del hablante ese afán de elegancia verbal que tanto se valoraba hace tan sólo unas décadas. Otro tanto ha sucedido con el género epistolar, suplantado con los modernísimos medios de comunicación. Si comparamos el vocabulario personal con el vestuario, los jóvenes, que son los que más preocupan en este sentido, suelen usar casi exclusivamente esa ropa juvenil un tanto desaliñada, y cuando tienen que asistir a un acto social exigente, no tienen ropa un poco presentable o, si la tienen, no la saben llevar. Eso mismo sucede con su vocabulario. Están tan acostumbrados a ese lenguaje ficticio que señalábamos en páginas anteriores, que no saben manejar el verdadero, el auténtico, cuando las circunstancias lo demandan.

APÉNDICES

APÉNDICE I

Las llamadas “leyes de evolución”

Este Apéndice que vengo anunciando a lo largo de todos los capítulos es nada más que un sucinto y breve extracto de las que en Filología se conocen como leyes de evolución, formuladas por los filólogos y referidas a los cambios que han experimentado las palabras desde que se tiene constancia de ellas. No son apriorísticas sino todo lo contrario; pues, como dije en capítulo IX, son más bien deducciones sacadas de los diferentes estadios evolutivos de las palabras que han sido vistas en documentos de diferentes épocas. En cierto modo podríamos decir que son históricas en cuanto que, por los motivos ya apuntados, hoy apenas se producen tales fenómenos de transformación morfológica. Los cambios a que estas leyes se refieren son una constatación de los destrozos que con el paso del tiempo los hablantes han causado en los elementos constitutivos de las palabras: sonidos, grafía y significado. Más aún estas leyes vienen a ser como una enumeración de las causas que han provocado tales modificaciones. O dicho en otros términos, son una lista de patologías que han afectado a las palabras, tanto en su morfología como en su semántica. Las leyes que aquí se citan tienen un carácter muy general y están preferentemente referidas a la lengua castellana, con exclusión de todo tipo de regionalismos que no harían sino complicar al lector. Por otra parte las que aquí se citan no tienen un orden cronológico por las grandes dificultades que ello representa. Aquellos que deseen profundizar en esta materia, pueden consultar las obras de Menéndez Pidal que se citan en la reseña bibliográfica y cuya lectura es más que suficiente para conocer tales cambios. En cuanto a lo estrictamente fonológico es recomendable el Manual de pronunciación española de Tomás Navarro Tomás, editada por Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Miguel de Cervantes. Las que seguidamente se presentan tienen un carácter parcial y limitadas o aplicadas a los ejemplos que se tratan en los diferentes capítulos. –––––––––––– 1. La [-m] final pronto desapareció de la pronunciación. Incluso la terminación um del acusativo de los nombres de la segunda declinación latina quedó reducida a [-o]. Por otra parte la [-u] final fue siempre [o]. Así templum dio templo; la esdrújula asinus dio asno; portu dio puerto. 2. Los fonemas sonoros [b] [d] [g] [v] se perdieron cuando estaban entre dos vocales. En una inscripción del siglo VI leemos octao en lugar de octavo, que pierde la [v]. Otro tanto sucedió con sagitta, que dio saeta. Este fenómeno sigue haciendo estragos en los tiempos actuales. Así la [d] de los participios en -ado y de palabras semejantes tiende a no pronunciarse. Ya lo vimos en el 207

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capítulo 9 cuando citábamos “el Estao”, por obra de algunos políticos que no se conforman con una [d] algo relajada, como desde algún tiempo viene permitiendo la RAE, sino que prefieren su desaparición. 3. Sonorización. Las oclusivas sordas intervocálicas [p] [t] [k] y también la [f] generalmente se convierten en sus correspondientes sonoras [b] [d] [g] y [v]. Ya desde muy antiguo vemos escrito: súber en vez de la clásica súper; Iago por Iacob Sptephanu dio Estevan bicornua dio por sonorización la actual bigornia status dio estado limite(esdrújula) forma culta, dio la vulgar linde, después de pasar la supuesta límide. Esta sonorización también puede darse en posición inicial. En El Cantar de Mío Cid leemos colpe, posterior golpe; igual que en el Cantar de Roncesvalles: “vio un colpe que fizo don Roldane”; y más adelante “non vos veo colpe nin lançada”. En un documento del siglo XI leemos gomplaguit por complacuit, sonorización de la [c] inicial, aparte de la intervocálica. También se da algunas veces ante [l] y [r]: Petrus dio Pedro duplicare, doblegar En Berceo vemos encreido que luego dio engreído Igualmente el griego crypta dio gruta. Una idea de la antigüedad de este fenómeno nos la da la esdrújula rabidus por rapidus, que vemos en un tratado de veterinaria (De mulomedicina) del año 400 aproximadamente de nuestra Era. 4. Simplificación de las consonantes dobles que quedaron reducidas a una. Cuppa se simplificó en copa Sagitta en saeta summus> sumo (vulgar somo). 5. Diptongación de las vocales acentuadas [e] [o], en [ie] y [ue] respectivamente y en determinadas circunstancias. hostes dio huestes la esdrújula covanu dio cuévano pedes dio pies bene dio bien senex (anciano) dio sienes 6. Pérdida de vocales átonas. Las vocales latinas que van antes de la sílaba tónica

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(protónicas) o después de dicha sílaba (postónica), sobre todo internas, se pierden en el habla romance: solitu (esdrújula) dio sueldo por diptongación pero además pierde la [i] postónica. La voz latina esdrújula polypus (del griego poli-pous, muchos pies) pierde la [y] (con el sonido [i]), dando el actual pulpo. Actualmente en algunos medios rurales se oye, principalmente a personas mayores, decir riquismo en lugar del correcto riquísimo por pérdida de la segunda [i], (postónica), o sea la que va inmediatamente detrás de la sílaba tónica. Otro tanto en cuaresma que procede de la latina quadragésima, aunque, como se observa, en ésta hayan intervenido otros factores. 7. Identificación de vocales. Confusión de [u] y [o] finales. Todavía en los siglos X y XI se conservan restos de este fenómeno. Hay vacilación entre terminus y terminos. También en las no-finales se da este fenómeno de identificación de vocales de la misma serie. Los fonemas [e] y también [i] se articulan en la parte anterior del paladar; de ahí la denominación de vocales de la serie anterior o palatales; a diferencia de [o] y [u] que por articularse en la parte posterior se les dice que son vocales de la serie posterior o también velares por su proximidad articulatoria con el velo del paladar. En Gonzalo de Berceo vemos indistintamente judíos y jodíos. Otro ejemplo parecido lo vemos en un documento del siglo XIV: “Otro si devo a un jodío de Bejar” (Vall, LVI). Una palabra que podría servir de ejemplo de hasta qué extremo es cierta esta identificación, lo tenemos en palabra juez, que procede de la latina esdrújula iudice (de iudex) en la cual la [u] sufrió la diptongación de la Regla 5, como si de una [o] se tratase. 8. Monoptongación. Los diptongos [au] y [ai] se convierten con mucha frecuencia respectivamente en [o] y [e]: Fauce en hoz Cauca en Coca Vaica en vega (aunque esta última no sea de origen latino pero que por su antigüedad tuvo tiempo para ello). 9. Pérdida de la [-e] final, que tiende a desaparecer de la pronunciación y posteriormente de la escritura. Como ejemplos más abundantes, véase los infinitivos que en latín terminaban en -are, -ere, ire, todos los cuales pierden la [-e]: amar, correr, venir; pero esto no es exclusivo de los infinitivos. 10. La terminación [-us] del nominativo pasa definitiva y tempranamente a [o]. Fructus >fruto; del ya citado summus procede el romance somo al cual vemos en función proclítica en palabras como Somorrostro o Somosaguas que indican una posición elevada tanto del picacho (rostro) como de aguas. 11. Asimilación fonética de vocales. Esto sucede cuando, dentro de una misma palabra, dos vocales distintas se igualan en la pronunciación y en la grafía, debido a la

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atracción o influencia que ejercen entre sí dichas vocales. Es un fenómeno que aún permanece vivo en nuestros días y en ciertos medios culturales. Sirva de ejemplo la incorrección “difinitivo”. Conviene advertir que esto se da solo entre vocales de la misma serie: [e] con [i] y [o] con [u]. 12. Disimilación de vocales. Es de signo contrario a la anterior y consiste en una tendencia a evitar la repetición de los mismos sonidos vocálicos próximos. El numeral latino viginti dio veinte para evitar la repetición de la [i]; Ágata dio Águeda con el fin de no repetir tres veces la [a]. Horologium dio reloj para evitar la repetición de la [o] Redondo de rotundus (con la equivalencia de [o] y[u], ambas de la misma serie) pero que además presenta otra particularidad reseñable con la introducción de esa [e] extraña para evitar la reiteración de rodondo. 13. Metátesis. Es el cambio de lugar o intercambio de sonidos, tanto vocales como consonantes, dentro de una misma palabra. Como ejemplos podemos poner el apellido Jordán al cual vemos en las formas Jodrá, o el casi malsonante Jodar, e incluso Jódar, con desplazamiento del acento; y otros como Escudero que dio lugar a Escuredo; o Cabornero por el originario Carbonero. O también el ya comentado García, procedente, según mi teoría, del vocablo latino gratia. Pero se complica más cuando hay una verdadera permuta no sólo de letras sino de sílabas, como en el vocablo griego parábola que por metátesis recíproca dio la actual “palabra”. O la voz también griega morfé (morjh) que va un poco más allá, convirtiéndose en “forma” al pasar al habla hispánica, también con desplazamiento de la sílaba tónica. O la curiosa evolución de alimaña, que procede de animalia. En El Cantar de Mío Cid leemos “cortandos las cabeças”, en lugar del correcto cortadnos. En la adaptación castellana de la Chanson de Roland, hecha por M. de Riquer leemos “el escudo crebantado” en lugar del correcto quebrantado. 14. Influencia formal de una palabra sobre otra. Ya vimos al tratar de los días de la semana, cómo lunes tomó la terminación [es], que no le corresponde, por influencia de sus compañeros martes, miércoles, jueves y viernes; mientras que sábado la tomó de domingo, según vimos en el capítulo V. 15. Etimología popular. Es un fenómeno lingüístico que se produce por la ignorancia del verdadero origen de una palabra a la que el habla popular, y a veces la culta, le asigna una etimología incorrecta que de alguna manera justifique su significado. Recuérdese lo dicho al hablar de Bachiller. O la ya mencionada puñeta a la que las clases cultas se empeñan en darle una etimología falsa, según vimos en el capítulo correspondiente.

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16. Ultracorrección. Se comete cuando el hablante, con el prurito de corregir una supuesta desviación del habla, introduce modificaciones arbitrarias en la pronunciación o en la escritura. Tal era mi opinión en el caso de Mayórica. También “Bilbado” por el correcto Bilbao, o bacalado por bacalao. 17. Palatalización. Se refiere a la influencia que ejercen las vocales palatales, principalmente la [i] y en algunos casos la [e], sobre las vocales y consonantes próximas a ellas. Este fenómeno produjo algunos sonidos romances: ch, z, j, x, ñ. ll, y. Ejemplos: auscultare dio el romance escuchar caliciata dio lugar a calzada consilium a consejo punio a puño rubeus a rojo, etc. 18. Fonética sintáctica. Los cambios fonéticos que hasta ahora venimos señalando, tenían lugar dentro de una misma palabra. Pero en la conversación ordinaria con mucha frecuencia apenas se nota el corte entre dos palabras consecutivas, sobre todo cuando la precedente va en función proclítica, como los artículos, los posesivos y otros adjetivos como el apocopado Sant-.(de sanctus) Por eso de Sant Iacob se produjo “Sandiago”, con sonorización de la [t] como si fuera intervocálica. Mucho antes, hacia el año 400 de nuestra Era y en el ya citado tratado de veterinaria leemos: “si iumentum cambam percussam habuerit...”. Aquí cambam está usado en versión más ortodoxa y original. Sin embargo, en líneas precedentes hemos visto “supra gambam” con la [c] sonorizada o convertida en [g] suave, por quedar entre vocales al unirse fonéticamente las dos palabras para formar el compuesto supragambam. Recuérdese que esta palabra ya la vimos siglos después en la Glosas Silenses. 19. Cambio de [f] a [v]. La [f] intervocálica se convierte, como ya hemos visto, en su correspondiente sonora [v]. Sin embargo, en posición inicial y con gran frecuencia la [f] latina se hace [h]: de facere, hacer; de filum, hilo. En caso de vello procedente de filum que vimos en el capítulo correspondiente, puede explicarse por fonética sintáctica por la cual la [f] quedaría en posición intervocálica. El cambio de [f] intervocálica a [v] lo vemos ya en una inscripción mortuoria del año 652, lo cual nos da idea de la antigüedad de este cambio. 20. Identificación de [b] y [v]. Este fenómeno ya se daba en los primeros siglos del cristianismo. Lo veíamos en algunas inscripciones como en el antropónimo quodbuldeus, alternando con quodvuldeus; ovitu con obitu; bixit con vixit. 21. Identificación de vocales de la misma serie: [e] con [i] y [o] con [u]. Lo acabamos de ver en summus que produjo la forma vulgar somo. Como recordatorio para el lector, le remito a la Regla VII en las que se decía que las vocales, por su articulación, se clasifican en vocales de la serie anterior o palatales que

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son la [e] y la [i] por tener su articulación en la parte anterior del paladar; y de la serie posterior o velares [o] y [u] por tenerla en la zona posterior junto al velo del paladar. La [a] es vocal intermedia y no está sujeta a tales cambios. Lo que no se produce es esa identificación entre vocales de distinta serie: una palatal y otra velar. 22. Pérdida o adición de vocal inicial átona. En esto tiene mucho que ver la Regla XVIII. Tal sucede con el nombre Gil que perdió la [e] inicial del primitivo Egila. También en el caso del actual Tordesillas que en documentos medievales lo vemos como Oterdesiellas. A veces la pérdida es de una sílaba como en el caso del topónimo zamorano Toro que procede de Gotorum que significa “de los Godos”. A veces ocurre todo lo contrario, que se añade alguna letra que no existía, como sucede con nuestra voz actual atún, que era antes thunus.

APÉNDICE II

Nombres Medievales H = Hembra. Los números indican frecuencia.

SIGLO IX Aber Abotimius Adefonsus Aderosa (H) Ambagia (H) Annagia Ansedeus Antebre Antonia (H) Argemundo Ariulfo Ausanius (2) Ausonius Badosinda (H) Belasco Belmirus Christoforus Christus Cixila Daniel (2) Darvina (H) Datdinus Didacus Egeria (H) Ermolgius Fastila (2) (H) Felici Felix Flaiani Flaina (H) Flauius Fracianus (2) Fraina (H) Froesindus Froila Fronimio Gatton

Gaudisa (H) Godestheus Guttiher Hemilius Hordonius Ikila Kagitus Karissimus Lazarus Leobegildus Leomiri Liubila Nunni Nunnita (H) Nunno Nunnus Ordonio Paulus Petrus (3) Piniolus Proculus Raiola Ranemirus Recoire Recosinda (H) Reuelio Revelio Riciulfo Saracenus Saturninus Sesoira Sigericus Sisiuertus Taiellus Taurellus Trasulfus Trudildi Varianus

Veremudus Walamirus Wiliericus Zonio SIGLO X Abaiub Abita (H) Abolfeta Abolkacema Abolkazem Abzulam Acenariz Adefonsus (4) Agrarius Amuna Anagildus Antolina (H) Ariulfus Armentari Atan Attanarico Atus Aurelius (2) Baldemarus Belasco Bellaco Braolio (2) Brolion Burgala Calzato Cede Christoforus Citi Cixilani December Didaco Didacus (6) 213

Didago Diminigo Dominco Dulcidius Egeredus Egilo Eigaz Eldefendo Endura Eolalius Estevanus Eudo (2) Eximina Exymino Exyminus Facino Felix Ferro Flaginus Flaynus Fortis Fortunio (5) Fragianus Framila Fredenandus Froila (4) Froyla Frunimius Garcia Garsea (5) Gomez Gondisalbo Gontrodo Gotinus Gudesteus (2) Gundessalbo Gundisalus Gundisalvus

214 Gutinus Halel Halon Hermegildus Hordonius (2) Hurracka (H) Ikila Julianu Julianus Leanter Leobesildo Lup Mairellus Maurelus Monioni Muz Nebezanus Oggua Onorico Ordonio Ouecco Oueco Petro Potentia (H) Quimara Quinelus Rademirus Ranemirus (2) Ranimiro Rapinatus Ratario Recessvindo Rudericus Sabaricus Salvator Sanccia (H) Sanccio Sancio Santio Sanzo Saracinus Semplicio Seppronius Sisebutus

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Siseuutus Sisnandus Sonna (H) Stefano Stefanus Tjo Ueliti Uilienus Urraca (H) Vegila Vermudo Vincentius Xemena (H) Zacarias Zalti Zomas SIGLO XI Aba Abolmodar (2) Acenar (2) Adefonso (3) Adefonsus Adfonso Adulina (H) Alarique Albarus Alfonso Aliacte Amarguane Anfonso Annaja Aquilino Ariveli Arnolfus Arufidilda (H) Asnar Asnari Assemundus Aufidildi Aufitjldi Azenar Banzius Banzo

Basquita (H) Belite 83) Belliti Beremudus Bernardo Bernardus Billito Blasco (2) Blasius Bona (H) Bonomen Bronilda (H) Christoforus Cidi (3) Cite (4) Citi (5) Claudius Diaco Didaco (3) Didago (2) Didec Dideci Digazo Domeneco Domeniquo Domingo Dominico (3) Dominicus (2) Dulcidio Ello Eneco (9) Eneko (3) Enneco (2) Enneko Esteuano Eximino (2) Eximinus (3) Facundus Fanne Fauiui Felix Ferando Ferdinando Ferdinandus

Fernando (6) Fertungo Flaino Foba (H) Fortun Fortunio (9) Fortunius (2) Fredelandus (2) Fredinando Fredinandus Frenado (2) Frenando (2) Froila Froyla Fructuoso Galindo Galinno (2) Galino (3) Garcia Garcia (17) Garçia Garbea (2) Garsias Garsie Garssie Gartia Garzia (3) Gesafridi Gisando Godiso Gomesano Gomessanus Gomez (2) Gomiz Gondesalbo Gonterodo Gonzaluo Goto Gundesalbus Gundisaluus Gundissaluus Guntrodo Guterre Gutier (2)

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Gutierre Helo Ildefonsus Ioanes Iohane Iohannes Iuliana (H) Iusta (H) Johanes (4) Johannes (2) Kaceme Kardielle Karito Kenegas Kintla Lalan Laurence Leokadia (H) Lope (8) Maria (H) Martin Martino (4) Martines (3) Mayor (H) Migael Mihael Monio (2) Moniu Monnio (3) Munio Munius Muno Nunno Olalio Orbellito Ordonio Ordonius Oriueli Orvida (H) Ostrozia (H) Oueco Pedrum (2) Peidru Pelagio (2)

Pelagius (2) Pelaio Pepino (2) Petro (8) Petrum Petrus (5) Placencia (H) Raimondo Raimundus Ranemiro Ranimirus (3) Remundus Roderigo (2) Rogatus Romanus Rosaldi Ruderico Salitu Saltus Sancho Sancia (3) (H) Sancio (22) Sanctus (5) Sanctio Sanga (H) Sango (2) Sanzius Sanzo Scemenno Scemeno (4) Scepe Scimeno Serpe Servandus Seuero Sifuerto Sonna (H) Stephana (H) Stephanus (2) Steuanus Tarasia (H) Tell Tello Ualerius

215 Uela (3) Velasco (2) Uelite (2) Uellidi Uermudo (2) Urracca (H) Urraka (6) (H) Usimoda (H) Valerius Vermudo Vrraca (H) Xapi Xemeno Ziprianus Ziti SIGLO XII Abdela Abenchacez Abril Acenarii Adefonsi Adefonso (9) Adefonsus (18) Adosinda (H) Albar Alberte Albertinus (2) Alcherius Aldefonso Aldefonsus Alfierez Alfonso (2) Alfonsus (2) Alienor (3) Allefonso Allericus Almanricus Alquequo Aluariz Aluaro (3) Aluarus Anaia (3) Andreas

Andree Andreo (2) Anna (H) Ardericus Arias Armetero Arnald Arnaldi (2) Arnaldum Arnaldus (3) Arnallo Arnalmir Arpa Asur Aua (H) Aznar (3) Bartolomeus Bartran Belid Belidi Bellid (2) Bellide Belliti Benedicto Berengaria (11) (H) Berengarius (2) Beringuela (H) Bernaldus Bernard (4) Bernardi Bernardum Bernardus (9) Bernardus de Blanca (H) Blascho Bonifacii Brictius Carrione Cerebrunus Christoforo Cid (2) Cide (2) Cidi (5) Ciprianus (2)

216 Citi (3) Clemente Comes Comes (¿) Constancia (H) Cornelg Cydi Dego Deus aiuda Diac Diaco (2) Diacum Didac Didaco (3) Didacus (11) Diego (3) Dodo Dodus (2) Domingo (2) Dominici Dominico (7) Dominicus (9) Don Matheo Don Oddo Egidius (2) Eldonza (H) Ello Elogalize Elvira (H) Emiliani Enego Ennec Enneco Enneko (2) Ermegaudus Ermengaudus Ermesinda (H) Érmesinda (H) Ero Esidre Eximinus Facundo Fadab Felice (2)

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Felicem Fernando (9) Fernandus (26) Fernanndo (2) Fernanndo Fernanndus Fernant Fernat Ferrando (3) Ferrandus Ferriz (2) Filoria (H) Fortungo (2) Fortunio (3) Fredenendo Fredennnandus Frenandus Froila (4) Gaimundinus Galin (2) Garcia (6) Garsia (3) Garsias (3) Gaucerandi Geluira (H) Geraldi Geraldus (3) Gilieti Gillelmus Giraldus (2) Godesteo Gomeç Gomes Gomez (6) Gomis Gomiz Gondisaluus (2) Gonsalvo Gonsalvus Gontrodo Gonzalbo Gonzaluo (2) Gonzalvus (2) Goscelmus

Goterre Goterus Grimaldus Gudesteas Guillelmi (4) Guillelmina (H) Guillelmo Guillelmum Guillelmus (7) Gumiz Gundisaluus (5) Gundissaluo Gundissaluus Gundissalvus Gunsaluo Guntroide Guter (5) Guterio Guterrus Gutier (4) Henricus (2) Hugonis (3) Hysidorus (2) Ildefonsi Ildefonso Ildefonsus (3) Iohane Iohanes (2) Iohanne Iohannes (3) Iohanni Iohans Iusta (H) Jacob Joam Joanes Joannes Johan Johane (2) Johanes (2) Johani 82) Johanis Johannes (22) Johanni (3)

Jucef Julian Julianus Justa (H) Loheirenc Lop (7) Lope (5) Lopo Lup Lupo (2) Lupus Manrico (2) Manricus (5) Marcho Maria (4) (H) Marinus Marta (H) Martin (10) Martine Martini Martino (4) Martinus (16) Mauro (2) Melendus Mellenndus Menendus (2) Micael (4) Michael (7) Michaeli Michaelis (2) Michel Monio (2) Monnio Munino Munio (2) Muniu Munniu Nicholaus (2) Nicola Nuno Oraka (H) Ordonio Ordonius (2) Osorio (2)

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Osorius (2) Osur Otoni Palai (2) Paschalis Pedro (7) Peire Pelagio (5) Pelagius (15) Pelai Pelegrino Pero Petre Petri (3) Petro (44) Petrum Petrus (57) Poncius (9) Pontjus Ponz Punzardus Rabinato Raimiro Raimundi (4) Raimundo (2) Raimundus (10) Raimuni Ramirius Ramirus (2) Ramon (2) Ramundo Ranamirus Randulfo Ranimirus (2) Redericus Remir (2) Robertus Roderico (4) Rodericus (17) Rodric (2) Rodrico Roic (2) Romano Rudericus (13)

Salvador Salvator Sancia (4) (H) Sancio (3) Sancius (7) Santia (2) (H) Sanx Sanz Segeredo Semen (2) Sicard Soiones Sol (H) Stefanie Stephanus Suarius (3) Suero Taresa (3) (H) Tello (2) Tenentes Thomas Ueliti Ueremudus Uermudo (2) Uermudus Uicentius Uida Uiliti Uincete Uita (H) Urraca (2) (H) Urrace Urraka (2) (H) Vela (2) Velascus Velidi (3) Vellidi Velliti Veremudus (3) Vermudo (2) Vermudus (4) Vgo Victor Vida

217 Villidi Vincencio Vitali Vrraca (H) Wilelmus Wilielmo Xabbi Xabi Xemen Xemeno Xemenus Xicot Ximinus Isidro SIGLO XIII Abril Acenarius Adam (2) Adefonsus (3) Adefonsus IX Adefonsus VIII Adfonso Agustin Albar Aldefonso Aldericus Alffonso (2) Alfonsi (2) Alfonso (10) Alfonsso Alfonsus (6) Alienor (H) Alienore (H) Allefonso Alvaro Alvarus (5) Alvire (H) Andres Andruce Arias Arnaldus (3) Arnallus Artallus

Assalitus Atto Beatrice (H) Beltrando Berengaria Berengarie (2) Berengarii (3) Berengarius Berenguela (H) Bernaldus (2) Bernardi Bernardus Blascus Brunet Constancia (H) Cydi D. Ferrero Dalmacius Dego Diag (2) Didacus (3) Dimingo Domenga (2) (H) Domingo (11) Dominici (2) Dominicus (6) Don Domingo Don Fferrando Don Gil Don Henri Don Joan (2) Don Johan Don Lorenço Don Miguel Don Nunno Don Pelay Don Yugo Eligsendis Emposte Erman Ermenegaudio Ermengaudus Ermesinda (H) Esidro

218 Esteban Esteuan Eximenus Eximino Ferant Ferdinandus Fernan Fernando (4) Fernandus (9) Fernanndo (2) Fernat Ferrand Ferrandi Ferrando (5) Ferrandus (9) Ferrant (2) Ferrarii Ferruarius Ffelipp Fferrand (3) Fferrando (3) Fluire Fortunius Frederico Fredinando Froila (2) Garci (5) Garcia (4) Garçias Garsias (8) Garssie Gaston Geraldi Gerardus (2) Gil (6) Gomez (2) Gonçaluo Gonçaluus Gont Gonzalo (4) Gonzalus Gonzaluus Gonzalvo (2) Gonzalvus (3)

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Gonzavo Guillelmi (4) Guillelmo Guillelmus (7) Guillermi Guilles Gundisalvus Gunsaluus Gutier (3) Helipo Henricco Henrico Henricus Henrique Isidorus Jacobus Jaimes Joan (3) Joana (H) Joanes Joanna (H) Johamm Johan (25) Johane (3) Johanes (7) Johanna (H) Johanne (2) Johannes (3) Johanni Johannis (3) Johenne Juan (2) Juana (H) Julianus Lop (2) Loys (2) Lupu (2) Lupus (7) Manrico Manuel Marchus Marcio Maria (12) Marie (H)

Martin (18) Martino (4) Martinus (13) Matheus Mauricio Mauricius (2) Meiore Melendus (2) Michael (3) Michaelis (2) Migael (6) Millan Monio Mora el Munio Munnio Nunius Nunno Nunonis Nunus Ordonius (3) Orracha (H) Palai Pascal Pascual (2) Paydro Payo Pedrijuanes Pedro (21) Pelagii Pelagio (4) Pelagius (7) Pelao Pero (6) Petri (4) Petro (11) Petru Petrus (18) Petrus II Peydro Ponceta (H) Poncii Raimundi Raimundio

Raimundo Raimundus (8) Ramir (2) Ramiro (2) Ramirus Ramon (2) Ramonet Remondo Roderico (3) Rodericus (12) Rodrig Rodrigo (3) Roy (2) Ruderico (3) Rumeus San Peyre San Miguel Sancha (3) (H) Sancho (7) Sancie Sancii Sancio (2) Sanctus (3) Sandio Sant Yague Simon Sol Suerius Suero Tarasia (H) Telius Tellius (2) Teresia (H) Tomas Tuda (H) Uelasco (3) Ugonis Urraca (H) Vasquo (2) Veceint Vellidi Vermudo Viuian Xabbi

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Yague Yolant (H) Isidro (2) Yuanes (2) SIGLO XIV Afonso (3) Alffonso (3) Alfonso (8) Aluar Andres Anton Arnalda (H) Arnaldus (2) Aztorgo Bartolomeo Bartolomeus Batrix Berengaria (H) Berengario (2) Berengario de Berengarius (3) Bernardo Bernardus (3) Bernardus de (2) Cag Denys Diago Diego (3) Domingo (8) Dominicus (2) Duran Eldiardis (H) Elicsendis (H) Eluiri (H) Elvira (H) Emmanuelis Esteban (2) Fernan (7) Fernand Fernando (3) Fernant Ferran (3) Ferrand

Ferrandii Ferrando (3) Ferrandus Ferrant (2) Ferrarius Ferrer Fferrand (3) Francisco Garcia (4) Garçia Garsia Garsiam (2) Geraldus Germao Gomes (4) Gomez (2) Gonçalo Gonçaluo Gonsalvo Gonzalo (3) Guilleimum Guillelma (2) (H) Guillelmi Guillelmo Guillelmus (3) Iohan Jacobus Jayme Joan (3) Johan (18) Johana (H) Johane Johanes Johannes Juan (3) Jusiana (H) Jusiane Lop Lope Loppo Lourecço Maior (H) Maor (H) Marcos

219 Maria (5) (H) Marii Marin Martin (7) Martinum Matheos Mayor (H) Michaelem Michaelis (2) Migel Miguel (2) Nicolaus Nuno (2) Orraca (H) Pasqual Pedro (15) Pedrus Per Pere Pereronus de Pero (17) Petro (2) Petrum Petrus (6) Petrus de Raimunda (H) Raimundus (2) Raymundi (2) Raymundus de Rodrigo (4) Roy (4) Ruy (2) Salvator Sancho (6) Sant Yague Saurine (H) Simon de Taresa (H) Teresa (H) Tereysa (H) Thomas Veceynt Vurti

SIGLO XV Aldonça (4) (H) Aldrete Alfnso Alfon (2) Alfonsi (gen) Alfonso (20) Alfonsus (3) Alonso (12) Aluar Aluarus (2) Andres (3) Anton Antona (H) Baltasari Bartholomeus (2) Bartolome Beatriz (4) (H) Berengario Berengarius (2) Bernardo Bernardus Ça Çamisal Catalina (H) Christobal Dieg Diego (14) Diego de Diego Gonzalez Dieguo Dig Sanches Domingo (2) Donis Egidius Eluira (4) (H) Esteuan Ferdinandus Fernando (5) Fernnad Ferran Ferrand (10) Ferrand Pellis Ferrando (5)

220 Ferrant (2) Ferrnad Ffancischa (H) Ffernando Francesco Francisci (2) Francisco (7) Garcia (2) Gaspar Gil (4) Gilaberti Gomes Gonçalo (6) Gonzalo (2) Grauiel Guillelmus (2) Guillen Harnando Hurtado Iohanes Iuan (2) Jacobus Jhoan Joan (5) Johan (12) Johan Perez Johanes (2) Johannes Johannis (2) Juan (29) Juan Garcia Juan Rodrigues Leonor (H) Leonoris (H) Marcus Mari (H) Maria (H) Maria Alvarez (H) Martin (6) Martino (2) Martyn Martyno Mencia (3) (H) Mendo

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Miguel (4) Miguell NicolasSanchez Pascual (3) Pedro (5) Pero (21) Pero Ferrandes Pero Sanchez Petri (4) Petri de Petro (2) Petrum (2) Petrus (2) Petrus (IV) Raimundus Raymundi Rodrigo (7) Romeus Royz Rui Saluador Sancho (3) Stheuan Teresa (H) Thomas Toribio (3) Vurraca (H) Ximon Ynes 82) Yñigo Lopez Yñygo Isabel (2) (H) Yuan SIGLO XVI Agustin (2) Alonso (13) Alvar Ana (H) Andres (7) Antón (5) Antonio (6) Antonio de Baltasar (2)

Bartolomé (4) Benito (2) Bernardino (2) Blas Carlos Catalina (H) Catalina (H) Christobal Christobal de Christoval (2) Damian Diego (17) Diego de Domingo Ernando Estevan Eugenio Fernando (4) Francisca (H) Francisco (25) Garçi Garcia (3) Gaspar (6) Geronimo Gervasio Goncalo Gonzalo (2) Grauiel Graviel Henan Hernan Hernando (2) Iherónimo Iohan Isabel (2) Joan 82) Johan Juan (36) Juan de (2) Juana (H) Julian Lope Lorenco Lorenzo

Luis (4) Luys Madalena (H) Manuel Mari (H) Maria (H) Marin Martin (7) Mateo Mechor Melchor Miguel (12) Nicolas Pacual Pedro (21) Peralonso Pero (11) Petrus Rodrigo Sancho Santos Sebastian Tomas Tomas de Tome Yñigo Isabel (2) (H)

Apellidos Medievales

SIGLO X Adecastri Baroncelli Braolion Cristobaliz De Legjon Decanus Didaci Eneconis Erulgji Fidelis Froilani Garcieci Garseanis (3) Guterriz Heliz Lopiz Moniz (2) Moratelli Pilotici Pinioli Ranemirus (2) Sancciones Sanccionis (2) Sancionis (2) Scemenonis (2) Velasquiz SIGLO XI Abba Acenarece (2) Acenarez (4) Acenariz (3) Adecastri Alhastrez Alkarrace Almalieli Analso

Ansuriz (2) Arceiç (2) Ariguli (2) Ariueli Arnariç Asnare Asnari Assuriz (2) Atones Auriolec Ballanes Banzones Baroncelli Belasquiç Bermudez Bermudiz Bita Blasqui Braolion Christoforo Citiz (2) Colaco Consalbic Cristobaliz Dalde De Arroniz De Kastilligu De legjon Decanus Didaci Didaz (4) Doneliz Enecones (3) Eneconis (2) Enekones (2) Enequiz Erlgji Ermildiz

Fal Felez Ferdinandez Fernandiz Fertungones Fidelis Flahiniz Flainici Flainiz Flauinici Fortuniones (2) Fortunionis Froilani Frolaz (2) Galindiç Galindiz (6) Galindones Galones Garcece (2) Garceiç Garçeiç Garceiz (5) Garceyç Garcez Garcianes Garciaz (2) Garcieci Garciez Garciniz Garciones Gardielli Garseanis (3) Garzez Garzianes (2) Godestioz (2) Godestiuz Gomeiç Gomiz 221

Gondesalbez Gonzalbez (2) Gundesalbiz Guterriz (3) Heliz Johannes Lainici Lopece Lopez (3) Lopiz (2) Lupi Manxones Memez Moniz (3) Moratelli Munioz Munuce Murieliz Nunniz (2) Obecua Ordoniz Oriolis Ouequeç Pelagiz Petrici Petriz (3) Pilotici Pinioli Porco Queraz Ranemirus (2) Ranimiriz Recaderiz Roderiz Sancciones Sanccionis (2) Sanci Sançic

222 Sancij (4) Sanciones (3) Sancionis (3) Sange Sangez Sangiç (2) Sanz Scaberri Scemenones (5) Scemenonis (2) Telliz Uelaçques Uelascoz Uelaz (2) Uelazquez (2) Uermudez Uermudiz Velasquiz Xemenones Zuleimaz SIGLO XII Abolfacam Acenarez Acenariz Acenarez Adaledis Adefonsi (2) Afonso Alamageni Albari (2) Albariz (4) Albertinus (2) Alcazez Alfamar Alfonsi Alfonso Aluarez Aluari Aluariç Aluiti Aluitiz Amiguiç Anaez

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Annaiaz (2) Ansurez Arias (2) Arje Arnaldi Assurez Assuriç Assuriz Asurez Asuriz Auarca Banzones Belaskiz Beltran Bernaldo Bifinj Billitiz Bosin Bouet Braoliz Callidis Cideç Cidez Cidiz (2) Ciprianez Citi Citic Citiz Comua Conchis Cortide Cotar De Minerva De Alcarraz De Aldea De Aluar De Arauiana De Arazuri De Artusem De Auguero De Cardona De Castellazolo De Corrone De Fandalus

De Formesta De Fridas De Insula De Iorba De Lauanza De Lecht De Mecina De Mena De Minerva De Monteseren De Olmedo De Osore De Petra De Pinos De Rada De Ribas De S.Saturnino De Saga De Secano Dente (Manselle Diaz (6) Didac Didaci Didaz Didec Domingez Dominici (5) Dominiguez Dominiquiz Ectaz Enecones Ennecones Ennecons Enueig Erigiz Ezcherra Facundi (2) Fagege Favivit Feliz (2) Felizes Fernadez (5) Fernández (2) Fernandi (9)

Fernandiz (2) Ferrandez (4) Ferrer Fertungonis Flainz Florez Fogaza Fortunion Fortuniones Froila Froilaz Froile Frolez (2) Fumaz Galindez Galindiz Garceiz Garcez Garcia (3) Garcie Garsie (3) Gomez (4) Gomiz Gondisalvez Gondissalui Gonsaluiz Gonzaluez Gonzaluiz Gonzalviz Guillelmus Guillem Guillen Barreda Gumez Guncaluiz (3) Gundisaluj Gundisaluus Gundissalvez Gundissalvi Gunsalviz Gurbiano Gurgulio Guterii Guterrez Guterrij

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Guterriz (4) Gutterriz Helaz Honiensi Jheremie Joannis Johanis Johannes Johannis (4) Julianus Justi (3) Lampader Latron Lopez (4) Lopici (2) Lopiz (2) Lopiz de boleia Losi Lupi (3) Major Manncip Mariniz Martinez (8) Martini (8) Martiniç (2) Martinici Martins Mauri Mauro Maza Memez Mer Michaelez Michaelis Midez Migaeliz Migaeliz Mon Monazino Monioç Moniuz Moniz (6) Monniz Moraques

Moro (2) Munioniç Munionis Munioz (4) Muniz (3) Nepzami Nieto Nuniz Nunniç Nunniz Nunonis Olivari Olla Ordoniz Ovequiz Palaz (3) Pascaliç Pedrez (4) Pelagiades Pelagii (2) Pelagij (2) Pelaic 82) Pelaici Pelaiez Pelaiz (3) Petrez Petri (6) Petric Petriz (9) Piconi Ponzardi Raimundi (2) Ramirez Ramiriz Ranimiriz Roderici (5) Roderici de Castro Roderiguez Roderjcj Rodríguez (2) Rodriguiz (3) Roiz Romaniç Romanit

223 Ruderici Rumani Saion Saluatoriç Salvadorez Salvatoriz Salvattoriz Sanc Sanggez (2) Sangiz (3) Sanz Sarraciniz Sesgudez Sicard (2) Spora (2) Tabladeb Tacon Talesa Tapiero Telez Telliz Trestorna Turres Uela Uelasqueç Uelasquiz Uelaz Uele (5) Uermudez Uermudi Uermudiz Uicentiz Uincentis Uiuez Urgelensis Urgelo Velaci Velidez Vermudez Vermuiz Xemeniz Xemenons Xemenz Zidez

SIGLO XIII Abad Abbad Alamani Albari Albarich Alberit Alffonso Alfonsi Alfonso (4) Alfonsso Alvari Antilone April (2) Arnall Barbarroya Bernaldo Bernardi Brami Brunet (2) Cassomma Castrovetulo Ceruilione Cheralto Cibrianiz Ciprianez Cipriani Cornel Cornelli Cubiella Cullerarii De Alager De Alascuno De Alcalano De Aldava De Andino De Avellano De Campan De Caneto De Cheralto De Coladiella De Cornejo De Falx De Fozces ¿

224 De Gudal De Lomo De Lordem De lugan De Olugia De Planis De Sanctiago De Sant Oliva De Sarcia De Tarba De Termenes De Ual De Ussaria De Villagrassa Del Campo De Montecatano De Montecatano Diaç Diaz (3) Diaz de Briçuel Diaz Diaz Didaci (4) Dominici Dominingez Eannes El Pelettero Estevez Ezquerra Fayan de Sig. Fdez. de Riveiro Fdez.de Gumeill Fdez.de Rodeiro Fernan Deza (2) Fernandez (4) Fernandi (3) Fernandiz Ferrand Ferrandez (6) Ferrandi (2) Florez Fluire Froile (2) Frolez (2) Froyle

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Garcia (4) Garsie Gaucerandi Geralti de m. Agudo Gil (2) Gonçalez (2) Gonçaluj Gonçaluj Gonçalveç Gonz.de la Riba Gonzalez Gonzaluez de Rojas Gonzalui Gonzalvi Guillelmi Gundisalvi (2) Irovardi Isidric Joan Joanis (2) Johanes Johani (3) Johanis (9) Johannes Johanni Judas Justicii Lopez Lopez de Torres (2) Lopezdetamayo Lopiz Lupez Mantenga Marcialis Marcos Martin Martinez (5) Martinez de Coceda Martinez de Sarasa Martini (6) Martinj Matheos Michaelis Miguelez

Miguelliz Moniz Montis Albis Moro Munioni Muniz (2) N. de S. Cibrao Nicolas Nuniz Nunni Nunonis Nuñez Nuñiz Oariz (2) Odoarii Ortiz Oueci Ouequiz Palaz Palmer 82) Pardi Payz Pedrez Pelaez Pelagi (2) Pelagii (5) Pelaiz Pelaz (2) Perez (14) Perez de Cuenca Petralta Petri (21) Petri de Rintan Piriz Prior Raimundi (2) Reval Roderici (10) Rodríguez (4) Roiz Roiz de Canego Roiz de Loma Romano Romeo (2)

Rosell Roy Rroyz Ruderici (3) Sagristano Salvadorez Sanchetz Sanchez (2) Sanchez Freire Sancii Sanz (2) Semeneiz Sineterre Suarez Suarii Suerij Tellii (2) Trauosi Ueremudi Uermudiz de san Martinu Uirmuiz Vermudi Ysidori Yuanes SIGLO XIV Abbat (?) Agoro Agustini Alfonso (2) Alfonso de Porquera Alfonsso 82) Andreu Aquilario Arias (2) Arnaldi Augustini Bon Amich Boo de Pradeada Bruch Candanedo de Melgar deSusso Cigiario

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Cigiario Coil Colom Cuch Daroca De Acuta De Altariba (2) De Angelaria De Banieres De Bastida De Bayona De Beuiure De Centelies De Ceruaria De Cigiario De Concabela De Cumbis De Deo De Guanaler De Iuyano De Juneda De la Torre De Mansso De Moneon De Monterrubio De Nargone De Orenga De Ortallo De Pedrosa De Podio De Podio Uiridi De Primarano De Sacira De Santissu De Solerio De Timor De Toledo De Uillaleporaria De Villame De Villamerino De Villanoua Del Campo Dias Diaz (2)

Domínguez (4) Dominguez de Casares Eanes (6) Eanes de Cimadeuilla Eanes de Pereda Eanes de Uilar Boo Fernandez (3) Fernandez de Fresnedo Ferrandes (10) Ferrandes de Ordunna Ferrandes Duque Ferrandez (2) Ferrarii de Armenteru Ferrero Fferrero Garcia (15) Garcia Duque Garsia Gil (3) Gomez Gonzalez (3) Gotierres Guanser Guterrez Gutierres Qexada Gutierrez (2) Iohan (3) Iohanes de Mariz Johan (2) Johanis Ladron Lasso Lopez (2) Lopez de Salcedo Marha Marin Martin Martin de Recele Martines (6)

225 Martinez (3) Martinez de Arrieta Martinez Macust Martini Martini de Exeya Mateos Miguez Moniiz Moniz Mulet (2) Nogrol Nunez Olerii Ortiz Aysachapf Palmaz PartedeCesures Paschalis Pelaez Penado Peres (8) Perez (12) Perez de Cimadeuila Perez dePalmaz Podio Ribas Rodrigues Rodríguez (5) Rodriguez de Caele Roys, de Vseda Royz Rroyz Ruis Ruis de Calabaçanos Sanchez Sanchez de Uilariño Segriano (2) Ssanches Suares Suares de Cea Suarez Taparino Tomi Uiuianz Vecinos

Yanes de Malauer Yanez Yuannes Yuhanes Zaornosa SIGLO XV Abril Alfonso (3) Alfonso de Zamora Alonsi Alonso de Varsenilla Aluares Aluarez de Malla Asenxo Baasqques de Vilameaa Barroso Bernaldo Bezerra Blasquo Braba Brul Cabesça Cardo Carrasco Castan Cerabon Conçellon Cuesta D’Estunniga De Aguilar De Altabos De Andrade de Porras De Aosyn De Aryño De Avia De Ayala De Barros De Benauente De Burgos De Burgos De Campos

226 De Carba De Castanneda De Çeballos De Cisneros De Fons (2) De Fonseca De Gomiel De Herrera De Hita De Jahenet De la Cadena De la Cuesta De la Fuente (2) De la Serna (2) De la Torre (4) De Leon (2) De Luna De Luxan (3) De Madrid (2) De Maiont De Marcos De Mayorga De Mendoça (2) De Mendoza (3) De Montejano De Morales De Moxena De Muda De Nestares De Nostar De Palacios De Puerto De Queralto De Ramos (2) De Robres De Rojas De Romeral De Salamanca De Salcedo De Salues De Sancibrian De Santeruás De Santiago De Sepulveda

SEVERINO ARRANZ MARTÍN De Sosa De Taraçona De Taraçona De Tobar De Tordelaguna De Tovar De Treuiño De Treviño De Valdepeñas De Valladolid De Velasco (3) De Venauente De Villa De Villaseca De Villastrego De Villena De Yepes (2) Del Campo Del Castillo (2) Desteban Sanches DeVillamandos DeVillaquexida Dias Diaz de Peralta Diaz de Rojas Didaci Dixer Esquierdo Esteuanes Exeminis Fagundo Fernandez Aldret Fernandez de Pennaflor Fernandez Dixar Fernandi Fernandy Fernanz d’Èspinosa Ferrandes (15) Ferrandes de Alcoçer Ferrandez (2) Ferrandez Aldret Ferrandez de Castro

Ferrandez de Palaçios Ferrandez de Sanct Esteuan Ferrandy Ferrero de Mercado Forlata Garcia (8) Garcia Costilla Garcia de Becerril Garcia de Moneo Garcia de Rrobres Garcia de Santibrian Garcia de Villalpando Garcia Duque Gonçales (4) Gonçales Trapero Gonçalez de Toledo Gonsales (3) Gonsales de la Torre Gonz. De Leon Gonzales Gonzalez Gonzalez Aldret Guas Gutierrez Churron Gutierrez de Campo Hontanero (2) Iohonat Juan Lasaro Leçcano Legerensis Lobera Lopes (2) Lopez (2) Lopez de Calatayud Manrrique (3) Martin Martines (5) Martinez (4) Martinez de Buenabarua

Martini Maxmor Monte (2) Moran Olea d Reynoso Ollarii Osorio Pardo Paredes Paulo Pelliceri (2) Peres (3) Peres d Torieno Peres del Valle Peres del Valle Perez Perez Vitoria Pernia Petrus Queralto Quilmente Quixada Riesco Ripoll Robrecedo Roçedo Roderici Rodrigues Rodriguez Rodriguez de Villarreal Royz Rrequexo Rubert (2) Rudriguez Ruis de Vellon Ruyz Sagarra Saluadores Sames Sanches (3) Sanches de Trujullo Sanchez (2) Sanchez de Avila

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Sanchez de Cantalapiedra Sanchez de Valladolid Sorell Soto Tello Textoris Tocon Ximenes Xuarez de Villasirga Xymenes SIGLO XVI Abbad Agramonte Aguado Alvares Davyla Amador Arevalo Arias Ayllon Azpiscueta Balbas Bibas Biuas Bocanegra Calvo Carassa Carrança Carrasca Carrasco (2) Carrillo Castillejo Castro Castro Verde Castroberde Chacon Correas Cuesta Daluiz De Abril De Alcala De Alfaro

De Almaçan De Almenara De Angulo De Aranda De Artiaga De Avalos De Ayllon (4) De Bacan De Baena De Baluas De Beluer De Beneditus De Canencia De Castro 83) De Castroverde De Cespedes De Chinchilla De Contreras De Çornoça De Cuesta De Daganzo De Erguea De Ferrera De Griñon De Guagillo De Hortega De Hoyos De Jaen De la Rua De la Torre (2) De la Villa (2) De las Heras De Laserrna De Leo De Leva De Llano De Loaisa De Loranca (2) De Luxan De Luyando De Madrid (3) De Malpartida De Mata De Medina (3)

227 De Mena (2) De Mendoza De Miranda e de Carrança De Monsalue De Montoro De Morales De Murcia De Ocaña De Olmeda De Orche De Orue De Penafiel De Prado De Quintarnay De Recas De Revenga De Ribota De Rojas De Salamanca De Salinas De Santa Maria De Santarem De Sazedilla De Segura De Selaya De Silva De Sosa De Tolossa De Torres De Valbuena De Valencia De Valera (2) De Vallejo De Varales De Vargas De Vega De Villa Roel De Yague De Zambron Del Arco Del Castillo Del Llanillo Del Val

Delgado Descobar Dias del Campo Diaz (12) Espinosa Farinas Fernandez Torres Ferrandes Ferrandes de Castro Ferraz (2) Forcel Fuentenovilla Gallego Garcia (7) Gomez Gomez de Andrada Gomez de Portillo Gomez de Valdelomar Gonçales Gonçalez Goncalez de Sta. Cruz Gonsales Gonzalez Guevara Gutierrez Hernandes Hernandez Hernandez de Castro Hernandez de Torres Herrandes Herrandes de Aguilar Jordan Llopez Lopes de Toledo Lopez (9) Lopez de Mendoza Lopez de Murcia Luis Luys (2)

228 Maldonado Malo (2) Maratigui Martin Zerezeda Martinez (6) Martinez de Robles Matheo Medel Mexia Miranda y Alcantara Mohernando Moreno Muñoz Ochoa de Mendia Olaçaval Ordoñez de Sta. Mª Ortiz Ortiz de Luyando (2)

SEVERINO ARRANZ MARTÍN Pacheco (2) Paez Pardo (2) Pascual Pedro Martinez Peña Perayle Perez (7) Poçero Ramallo Ramirez Ricafuente Rodrigues Rodrigues de Barrientos Rojas Rojo Rubio Ruiz (6)

Ruiz de la Peña Ruiz de Villasana Ruy Perez Ruys Ruyz Saluador San Pedro Sanches Sanchez (2) Sanchez de las Heras Sanchez de Villacaña Sant Martin Santacruze Serrano Siliceo Talavera Tavera Tolosa Torres

Urroz Vaca Valderazete Valderrabano Vazquez Vela Velasco Velazquez Villalta Villandrando Ximenez (3) Ximenez de Baldemoro Ybarra Zapata Zornoça

APÉNDICE III

Índice alfabético de las palabras más interesantes

Palabra

Cap.

Aptdo.

A Abracadabrante Abuelo Académicos Acueducto Adefonsus Adolfo Agape Agapito Agapo Ágata Agila Agua (mineral) Aguaducho Águila Aguilafuente Aguinaldo Alafuns Albéitar Albus Alcoba Aldea Aledaño Alemcastre Alfonso Almadreñas Almohade Almorávides Almudaina Almudena Alunizar Amando Angina Antroponímico Apaciguado Apellido

X IX X I II II II II II Ap.I II X X II II IV II IX I IV II II II II I I VIII I I X II IX III VI III

3 1,1 6 6 9 15 17 17 17 12 12 3 1,7 18,5 9 10 19 3,2 4 18 9 9 9 9 1 2 8 2 2 3 2 5,1,5 1 10 1

Palabra

Cap.

Aptdo.

Andrés Aquila Aquilino Areopagita Arnaldo Arufidilda Arre Arrendatario Arriba As Asalto Asediar Asedio Asimilación Astorga Astorga Ataraxia Ataulfo Ataviar Atmósfera Átomo Atún Aviar

I II II II II II IV IV IV VIII VI VI VI XI I I II II IV IX IX Ap.I IV

10 18,5 18,5 17 6 19 1 24 6 1 3 5 5 11 3 3 19.4 15 25 5,3,3 5,3,1 22 25

B Baco Bachiller Bachillerato Bachillerato Baldo Baraja Barbaristas Batalla Batalla Batir Bellido

IV IV IV IX IV VI X VI VI VI II

20 20 20 5 13 2 5 1 2 2 15

229

230

SEVERINO ARRANZ MARTÍN

Palabra

Cap.

Aptdo.

Palabra

Cap.

Aptdo.

Bembibre Benevívere Beodo Berengaria Berengario Berenguela Berenguer Berihuete Bernaldo Bernardo Bigornia Blanca Boda Bonomen Braga Bragado Broker Buharda Buhardilla Buhardilla Búho

I I IV II II II II III II II Ap.I II IV II VI VI X VI IV VI VI

7 7 11 19.1 19.1 19.1 19.1 6 2 2 3 19 16 1 10 10 5 11 13 11 11

C Caballo Cabello Calendario Cáliz Calzada Cambroño Campar Campidoctor Cancellarius Canciller Cannabis Capicúa Capital Capsa Caput Capvello Carbonero Cardiopatía Carlo Magno

IV IV V VI VI I X II IV IV IX IV VIII IV IV IV Ap.I IX II

4 15 6 9 9 1 2,2 8 22 22 0 14 3 12 14 16 13 5,1,6 19.1

Carnaval Carra Cartas (tomar) Casa Castración Cauda Caudal Cede Celdas Celero Cellarius Cibernética Cid Cide Ciencias Cierra Citi Cojones Colleoni Comes Comessanus Comitis Concordia Conde Cónyuge Coño Coraza Corazón Cordial Cornado Cota Cotarii Cristianismo Cuero Cuervo Culo Currar Curriculum

V IV X IV VI IV VIII II IV IV IV IX II II IX VI II VII VII II II II VI II VII VII VI VI VI VIII VI VI IX VI II VII X X

7 3 2,3 12 4 14 3 8 22 22 22 5,3,2 8 8 6 1 8 5 5 10 10 10 7 10 3 3 7 7 7 8 10 10 2 7 18,8 7 1,1, 3

CH Chapó Chiringuito

X X

5 1,5

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS Palabra

Cap.

Aptdo.

D Denario Deogratias Dequeístas Deusaiuda Diago Díaz Diccionarios Diciembre Dicha Didacus Didago Dido Diego Dinero Diptongación Disimilación Doblegar Dolfos Dolfos Domingo Domingo Dominguez Doncel Doncella

VIII II X II II III X V IV III III III III VIII X Ap.I Ap.I II II V III III IV IV

2 1 4 1 4 7 8 5 17 7 7 7 7 2 5 12 3 15 17 4 17 5 23 23

E Economía Egila Egilona Ejido El Electrónica Emeterio Enequiz Enneco Ennecones Enrique Equa Equus Erario Ermita

X II II IV IV IX I II II ii II IV IV VIII IX

7 12 12 9 19,2 6,3,5 10 13 13 13 14 5 5 1 3,2

231 Palabra

Cap.

Aptdo.

Esclerosis Esperanza Esperaindeo Esperanza Estagirita Estepa Estético Estipendio Etimología (pop.) Eulalia Evolución Eximinus Eximius

IX II II II II I X VIII XIII IV Ap.I III III

5,1,3 22 1 19.2 17 5 9 6 15 23

F Facie Fanfarrones Fecha Ferdinandus Fernández Fernández Fernando Ferrand Ferrando Ferrant Ferro Finiquito Flumen Fluvónimos Fluvius Fluvius Folgar Follar Follar Folles Follón Fonética (sint.) Fontalba Forajido Fortunius Fredenandus Fridenandus

IV VII V II II III II II III II II IV IV IX I IV VII VI VII VIII VI Ap.I I IV III II II

3 6 1 3 3 10 3 3 3 3 3 29 9 4 6 9 6,3 1 6 9 6,2 18 3 9 9 3 3

10 10

232

SEVERINO ARRANZ MARTÍN

Palabra

Cap.

Aptdo.

Palabra

Cap.

Aptdo.

Fuelle Fullero

VII VII

6 6

G Gamba García Garcia Garsea Garseani Garsia Garsias Gartia Gaudere Gayola Gayumbos Genitivo Gil Ginónimos Gisela Gomessanus Gómez Gonsalbo Gonsaluo Gonzalo Gratius GuadGuadalete Guadalquivie Guadalupe Guadarrama Gualda Guardia Guarida Guarismo Guarnecer Gudari Guerra Guijasalvas Gundis Gundissalvus Guzmán

X II III II III II II II VII IV X III II II II II II II II II II IX IX IX IX IX IV VI VI IX VI VI VI I II II VI

1,5 1 4 1 4 1 1 1 2 18 1 2 12 19 19 10 10 10 10 1.4 2 3 3 3 3 3 14 11 11 4,1 11 10 1 4 10 10 8

H Hacia Hércules Hércules Herranz Hidalgo Hideputa Hidro Hilo Hilo Hipopótamo Holgar Holgazán Honorico Honorio Hontalvilla Hontoria Horologium Hostil Huelga Huestes Huestes

IV IX V II X X IX Ap.I II IX VII VII II II I I IV VI VII VI Ap.I

3 1 4,2 5 7 7 6,3,4 19 15 6,2,1 6,4 6,4 14 14 4 8 1 6 6,5 6 5

I Ignacio Ikila Ildefonso Influencia Intelectuales Interjecciones Iñaki Iñigo

II II II XIII X VII II II

14 12 9 14 13 1 14 14

J Jacobo Jacobo Jaime Jaime Jiménez Joder Jodío Jodrá

II II II II III VII Ap.I Ap.I

4 4 4 4 10 2 7 13

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS

233

Palabra

Cap.

Aptdo.

Palabra

Cap.

Aptdo.

Jolgorio Jordán Jornal Jubileta Juerga Jueves Juventud

VII XI VIII X VII V X

6,5 13 5 1 6,5 4,3 1

K Kalendas Kalípolis

V IX

6 0

L La Lancáster León Leyes Lid Límite Límite Linde Linde Lisa Lisboa Litis Lo López López Ludovico Lupo Lupa

IV II II Ap.I IX IV Ap.I IV Ap.I I I IX IV II III II II II

19,2 9 18,9 0 3 1 3 1 3 9 9 3 19,2 19,1 5 21 18,1 18,1

M Madera Madereñas Maderiles Maderit Madrid Madroño Madroño Maerit Magerit

I I I I I I I I I

1 1 1 1 1 1 1 1 1

Magisterio Mallorca Mallorca Maravedí María Mariola Martes Martinez Martinus Martis Materia Matrimonio Maximinus Mayores Mayrit Medicina Melancolía Menorca Menórica Metátesis Meter la gamba Miércoles Migraña Migraña Ministerio Mismidad Moco (pavo) Mogollón Monoptongación Morabitino Moriles Morsa Muchiguada Muyurga Mursa Mus Musulmanes

IV I II VIII II II V III III III I IV III X I IX IX I I Ap.I X V IX IX IV X X X Ap.I VIII I II IV I II VII IX

21 3 1 8 19 19 4,1 1 1 1 1 29 12 2 1 6,1 6,1 3 3 13 1,4 4,2 6.1.4 6,1,4 21 3 2,6 1,2 8 8 1 18.,4 5 3 18,4 4 4

N Niño (muerto) Nostalgia Noviembre

X IX V

2,1 6,1,2 5

234

SEVERINO ARRANZ MARTÍN

Palabra

Cap.

Aptdo.

Palabra

Cap.

Aptdo.

O Obispo Obra Obrero Obviar Octubre Odón O’Donnell Oliver (Asín) Ondra Onrico Onrra Ópera Ópera Operario Opus Ordoñez Ordoño Orense Orlando Ortuño Oto Otón

IX IV IV IV V II II I II II II IV VII IV VII III III I II III II II

2,1 0 0 25 5 16 16 1 3 14 3 1 8 1 8 9 9 8 6 9 16 16

Perico Pericot Pero Perorata Petra Petrus Piedralabes Piero Pietro Piloso Plana Pocha Polipous Porco Prever Proveer Puñeta Puño Puta (madre) Putada Putas Putas Putear Putida

II III II IV I II I III III II I VII Ap.I II IV IV VII VII X VII VI VII VII VII

5 6 6 26 4 5 4 6 6 15 9 9 6 18,6 27 27 4 4 1,3 9 3 9 9 9

P Paja Palatalización Pálido Palimsestos Paloma Palumba Pañuelo Patronímico Pazguatos Pedo Pedralbes Pedro Pedroñera Pedroño Peludo Pensión Pérez

IV Ap.I IV X II II X III VI VII I II I I II VIII III

13 17 13 7 18,7 18,7 2,4 0 10 6,2 4 5 4 4 15 6 6

Q Quizás Quodvuldeus

IV II

7 1

R Ratario Rédito Regodeo Reloj Reloj Renacimiento Renta Respetos Restaurante Ribera Rinoceronte Río

II IV VII V Ap.I IX IV X X IV IX IV

7 24 2 2 12 5 25 2,2 5 9 6,2,2 9

ETIMOLOGÍAS INÉDITAS Y CURIOSAS

235

Palabra

Cap.

Aptdo.

Palabra

Cap.

Aptdo.

Riolobo Rivera Rodrigo Rodríguez Roiz Rojo Rolando Roldán Rollo Romanos Ronaldo Rubio Rudericus Rui Ruticus Rutilante

IX IV II III II IV II II X IX II IV II II II II

4 9 8 10 8 14 7 7 1,2 2 6 13 7 87 7 6

S Sa Sábado Saeta Salario Salido Salto Sancho Sanctius Santander Santiago Santiago Santio Salvus Sanus Sasa Saxum Secus Sed Segobriga Segovia Semana Septiembre Servando Sexta

IV V Ap.I VIII IV VI II II I II VI II II II I I I VI I I V V II V

20,3 4,6 4 7 9 3 11 11 10 4 1 11 10 10 4 4 6 5 6 6 3 5 2 2

Sidi Sienes Sieso Siesta Simplificación Sitiar Sitio So Sobrio Sofía Sol Somo Sooo Sotas Soto Sotosalvos Speranda Suárez Suero Sueldo Sueldo Sumo Super

II X VII V Ap.I VI VI IV IV II II Ap.I IV VI VI I II III III VIII VIII Ap.I Ap.I

8 5 7 2 4 5 5 19,4 11 19.0 19.0 10 2 3 6.3 4 19.2 12 12 2 4 4 3

T Tacos Tacos Talegones Talegos Tanatorio Tatarabuelo Teresa Tópicos Tordesillas Tordesillas Tordesillas Toriles Toro Torralba Trasabuelo Trasnieto Tresabuelo

V VII VIII VIII I IX II X Ap.I II II I Ap.I I IX IX IX

6 1 9 9 1 2,1 20 2 20 11 20 1 22 4 2,1 2,1 2,1

236

SEVERINO ARRANZ MARTÍN

Palabra

Cap.

Aptdo.

U Uado Uebos Urraca Ursa Ursina Úrsula

IX VII II II II II

4 8 18,2 18,3 18,3 18,3

V Vado Vegila Velas Velasco Velázquez Vellido Vello Vello Velloso Venerando Veremos (a ver) Veterinario Viaducto Viernes

IX II II II III II IV Ap.I II II X IX I V

3 12 18,8 18,8 2 15 15 19 16 2 2,7 4,2 6 4,5

Palabra

Cap.

Aptdo.

Villaviciosa Violante Vistresinda

II II II

16 19.2 19

W Wifred Werra

II VI

15 1

X Xemenus

III

10

Y Yago Yague Yegua Yermo Yo Yolanda

II II IV IX IV II

4 4 4 3,2 19,1 19.2

Z Zoo (antropón.) Zoología

II IX

18 6,2

Bibliografía consultada

BERCEO, GONZALO DE, Milagros de Nuestra Señora, Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos), 1958. COROMINAS, JOAN, Diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1961. Diccionario de la lengua española, Madrid, Real Academia Española, 1992. DÍAZ Y DÍAZ, MANUEL C., Antología del latín vulgar, Madrid, Gredos, 1989. FERNÁNDEZ GALIANO, M., “Helenismos” en Enciclopedia Lingüística Hispánica, T. II, Madrid, ¿editorial?, 1966, págs. 51-77. FLORIANO CUMBREÑO, ANTONIO C., Curso General de Paleografía y Diplomática Españolas, Oviedo, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 1946. FONTÁN, ANTONIO y MOURE CASAS, ANA, Antología del Latín Medieval, Madrid, Gredos, 1987. GRANDGENT, G. H., Introducción al latín vulgar, Madrid, Instituto Miguel de Cervantes, Revista de Filología Española, 1952. LAPESA, RAFAEL, Historia de la Lengua Española, Madrid, Gredos, 1981. LAUSBERG, HEINRICH, Lingüística Románica, Madrid, Gredos, 1965 y 1993. LÜDTKE, HELMUD, Historia del Léxico Románico, Madrid, Gredos, 1974. McCAUGHREAN GERALDINE y MONTANER ALBERTO, El Cid, Barcelona, Vicens Vives, 2001. MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN, Estudios de Lingüística, Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1961. MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN, Manual de Gramática Histórica Española, Madrid, Espasa-Calpe, 1958. MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN, Orígenes del Español, Madrid, Espasa-Calpe, 1956. MIGUEL, RAIMUNDO DE, Diccionario Latino. MILLARES CARLO, AGUSTÍN, Tratado de Paleografía Española, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1932. MOLINER, MARÍA, Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1990. MONTERO VALLEJO, MANUEL, El Madrid Medieval, Madrid, El Avapiés, 1992. MUÑOZ RIVERO, JESÚS, Manual de Paleografía y Diplomática Españolas, Atlas, 1972. OLIVER ASÍN, JAIME, Historia del nombre Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional, 1991. RÍOS, JOSÉ AMADOR DE LOS RIVERA MANESCAU, SATURNINO y ARRIBAS ARRANZ, FILEMÓN, Láminas de Paleografía (Seleccionadas y transcritas por...), Valladolid, Universidad de Valladolid, Facultad de Filosofía y Letras, 1944. VALBUENA PRAT, ANGEL, Historia de la Literatura Española, Barcelona, Gustavo Gili, 1957. WRIGHT, ROGER, Latín tardío y romance temprano, Madrid, Gredos, 1982.

237

Verbum Títulos publicados: JEAN PAUL RICHTER: Introducción a la Estética. JOSÉ LEZAMA LIMA: La Habana. PEDRO AULLÓN DE HARO: La obra poética de Gil de Biedma. CONSUELO GARCÍA GALLARÍN: Vocabulario temático de Pío Baroja. PEDRO AULLÓN DE HARO: Teoría del Ensayo. ANTONIO DEL REY BRIONES: La novela de Ramón Gómez de la Serna. ELENA M. MARTÍNEZ: Onetti: Estrategias textuales y operaciones del lector. MARIANO LÓPEZ LÓPEZ: El mito en cinco escritores de posguerra. ANTONIO MARTÍNEZ HERRARTE: Ana María Fagundo: Texto y contexto de su poesía. LUIS CORTÉS: Homenaje a José Duránd. FERNANDO BERNAL: Salvador Cisneros Betancourt. PALOMA LAPUERTA AMIGO: La poesía de Félix Grande. EMILIO BERNAL LABRADA: Árboles Genealógicos de la Cuba española. CARLOS JAVIER MORALES: La poética de José Martí y su contexto. EMILIO E. DE TORRE GRACIA: Proel (Santander, 1944-1959): revista de poesía/revista de compromiso. KARL C. F. KRAUSE: Compendio de Estética. AIDA HEREDIA: La poesía de José Kozer. FERNANDO BERNAL: Memorias de un testigo. JAVIER MEDINA LÓPEZ: El español de América y Canarias desde una perspectiva histórica. FRIEDRICH SCHILLER: Sobre Poesía ingenua y Poesía sentimental. ROSARIO REXACH: Estudios sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda. GEORG HENRIK VON WRIGHT: El espacio de la razón. (Ensayos filosóficos.)

ENSAYO SEVERO SARDUY: Cartas. JOSÉ MASCARAQUE DÍAZ-MINGO: Tras las huellas perdidas de lo sagrado. WALTHER L. BERNECKER, JOSÉ M. LÓPEZ DE ABIADA y GUSTAV SIEBENMANN: El peso del pasado: Percepciones de América y V Centenario. JOSÉ MANUEL LÓPEZ DE ABIADA y JULIO PEÑATE RIVERO (Editores): Éxito de ventas y calidad literaria. Incursiones en las teorías y prácticas del best-séller. JUAN W. BAHK: Surrealismo y Budismo Zen. Convergencias y divergencias. Estudio de literatura comparada y Antología de poesía Zen de China, Corea y Japón. MARÍA DEL CARMEN ARTIGAS: Antología sefaradí: 1492-1700. Respuesta literaria de los hebreos españoles a la expulsión de 1492. MARIELA A. GUTIÉRREZ: Lydia Cabrera: Aproximaciones mítico-simbólicas a su cuentística. IRENE ANDRES-SUÁREZ, J. M. LÓPEZ DE ABIADA y PEDRO RAMÍREZ MOLAS: El teatro dentro del teatro: Cervantes, Lope, Tirso y Calderón. ENRIQUE PÉREZ-CISNEROS: En torno al “98” cubano. LAURA A. CHESAK: José Donoso. Escritura y subversión del significado. RAMIRO LAGOS: Ensayos surgentes e insurgentes. JOSÉ L. VILLACAÑAS BERLANGA: Narcisismo y objetividad. Un ensayo sobre Hölderlin. CONCEPCIÓN REVERTE: Fuentes europeas. Vanguardias hispanoamericanas. JOSÉ OLIVIO JIMÉNEZ: Poetas contemporáneos de España e Hispanoamérica. CIRILO FLÓREZ y MAXIMILIANO HERNÁNDEZ (Editores): Literatura y Política en la época de Weimar. JOSÉ LEZAMA LIMA: Cartas a Eloísa y otra correspondencia. IRENE ANDRES-SUÁREZ (Editora): Mestizaje y disolución de géneros en la literatura hispánica contemporánea.

ANTONIO ENRÍQUEZ GÓMEZ: Sansón Nazareno (Ed. crítica de María del Carmen Artigas). G. ARETA, H. LE CORRE, M. SUÁREZ y D. VIVES (Editores): Poesía hispanoamericana: ritmo(s) / métrica(s)/ruptura(s). CONSUELO TRIVIÑO ALZOLA: Pompeu Gener y el Modernismo. JOSÉ MANUEL LÓPEZ DE ABIADA y AUGUSTA LÓPEZ BERNASOCCHI (Editores): Territorio Reverte. Ensayos sobre la obra de Arturo Pérez-Reverte. RAQUEL ROMEU: Voces de mujeres en las letras cubanas. MIGUEL MARTINÓN: Espejo de Aire. Voces y visiones literarias. RAMÓN DÍAZ-SOLÍS: Filosofía de arte y de vivir. MANUEL MORENO FRAGINALS, J. L. PRIETO BENAVENT, RAFAEL ROJAS et alii: Cien años de historia de Cuba (1898-1998). JOSÉ LEZAMA LIMA: La posibilidad infinita Archivo de José Lezama Lima. NILO PALENZUELA: Los hijos de Nemrod. Babel y los escritores del Siglo de Oro. ALEJANDRO HERRERO-OLAIZOLA: Narrativas híbridas: Parodia y posmodernismo en la ficción contemporánea de las Américas. JAVIER HUERTA CALVO, EMILIO PERAL VEGA y JESÚS PONCE CÁRDENAS (Editores): Tiempo de burlas. En torno a la literatura burlesca del Siglo de Oro. RICARDO MIGUEL ALFONSO (Editor): Historia de la teoría y la crítica literaria en EE. UU. JOSÉ MANUEL LÓPEZ DE ABIADA, HANS-JÖRG NEUSCHÄFER y AUGUSTA LÓPEZ BERNASOCCHI (Editores): Entre el ocio y el negocio: Industria editorial y literatura en la España de los 90. ROBERTO GONZÁLEZ ECHEVARRÍA: La voz de los maestros. Escritura y autoridad en la literatura latinoamericana contemporánea. WILLIAM LUIS: Lunes de Revolución. Literatura y cultura en los primeros años de la Revolución Cubana.

ROLF EBERENZ (Editor): Diálogo y oralidad en la narrativa hispánica moderna. NILO PALENZUELA: El Hijo Pródigo y los exiliados españoles. LUIS SÁINZ DE MEDRANO (Coordinador): Antología de la literatura hispanoamericana (Vol. I). ISABEL GARCÍA-MONTÓN: Viaje a la modernidad: la visión de los EE.UU. en la España finisecular. ADRIANA MÉNDEZ RODENAS: Cuba en su imagen: Historia e identidad en la literatura cubana. LUIS PUELLES ROMERO: La estética de Gaston Bachelard. Una filosofía de la imaginación creadora. RICARDO LOBATO MORCHÓN: El teatro del absurdo en Cuba (1948-1968). JOSÉ LEZAMA LIMA: Poesía y prosa. Antología. ENRIQUE PÉREZ-CISNEROS: El reformismo español en Cuba. ANTONIO LASTRA (Editor): La filosofía y el cine. VIRGILIO LÓPEZ LEMUS: Eros y Thanatos: La obra poética de Justo Jorge Padrón. ANTONIO ROMÍNGUEZ REY: Limos del verbo (José Ángel Valente). RUTH A. COTTÓ (Editora): La mujer puertorriqueña en su contexto literario y social. LUIS T. GONZÁLEZ DEL VALLE: La canonización del Diablo. Baudelaire y la estética moderna en España. PEDRO M. HURTADO VALERO: Eduardo Benot: Una aventura gramatical. IRENE ANDRES-SUÁREZ, MARCO KUNZ E INÉS D’ORS: La inmigración en la literatura española contemporánea. ARMANDO LÓPEZ CASTRO: Luis Cernuda en su sombra. LEOPOLDO FORNÉS: Cuba. Cronología. JOSÉ SANTIAGO FERNÁNDEZ VÁZQUEZ: Reescrituras postcoloniales del Bildungsroman. MODESTA SUÁREZ: Espacio pictórico y espacio poético en la obra de Blanca Varela. REYES E. FLORES: Onetti: Tres personajes y un autor.

PEDRO AULLÓN DE HARO (2ª Edición): La obra poética de Gil de Biedma. COMFORT PRATT: El español del noroeste de Luisiana. MARCO KUNZ: Juan Goytisolo: Metáforas de la migración. ANTONIO DOMÍNGUEZ REY: El drama del lenguaje. ÁNGEL ESTEBAN: Bécquer en Martí. JAVIER PÉREZ ESCOHOTADO: Proceso inquisicional contra el bachiller Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. (Toledo 1530). MIGUEL MARTINÓN: Círculo de esta luz. Crítica y poética. FEDERICO LANZACO: Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa. JOSÉ MASCARAQUE: Los ángeles desterrados. DORA VISSEPÓ-ALTMAN TORRES: La obra literaria de Manuel Méndez Ballester. JOSÉ MANUEL LÓPEZ DE ABIADA y AUGUSTA LÓPEZ BERNASOCCHI: Juan Manuel de Prada: De héroes y tempestades. FRANCISCO MORÁN: La Habana elegante. JOAQUÍN P. PUJOL (Editor): Cuba: Políticas económicas para la transición. GUSTAVO ALFREDO JÁCOME (2.ª Edición): Gazapos académicos en Ortografía de la lengua española.

A. OJEDA, A. H. DALGO y E. LAURENTIS (editores.): Corea: tradición y modernidad. MARIELA A. GUTIÉRREZ: Rosario Ferré en su Edad de Oro. Heroínas subversivas de Papeles de Pandora y Maldito Amor. RAÚL MARRERO-FENTE (Editor): Perspectivas trasatlánticas estudios coloniales hispanoamericanos. JOSÉ MANUEL LÓPEZ DE ABIADA, AUGUSTA LÓPEZ BERNASOCCHI (Editores): Imágenes de España en culturas y literaturas europeas (siglos XVI-XVII). ANTONIO LASTRA (Editor): Estudios sobre cine. ALBERTO LÁZARO: H. G. Wells en España: Estudio de los expedientes de censura (1939-1978). GENEVIÈVE CHAMPEAU (Editora): Relatos de viajes contemporáneos por España y Portugal. JOSÉ MANUEL LÓPEZ DE ABIADA, FÉLIX JIMÉNEZ RAMÍREZ y AUGUSTA LÓPEZ BERNASOCCHI (Editores): En busca de Jorge Volpi: Ensayos sobre su obra. IRENE ANDRES-SUÁREZ (Editora): Migración y literatura en el mundo hispánico. SEVERINO ARRANZ MARTÍN: Etimologías inéditas y curiosas.