Estudios sobre el español de Cuba (Biblioteca Cubana) 8490745315, 9788490745311

Este libro recorre un extenso universo lingüístico que avanza desde los indigenismos en el español de la Isla hasta los

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Spanish Pages 204 Year 2018

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Índice
Humberto López Morales, cosmopolita doméstico,
Darío Villanueva
Presentación, Orlando Rodríguez Sardiñas
Estudios sobre el español de cuba
Nota del autor
Introducción
Indigenismos en el español de Cuba
Elementos africanos en el español de Cuba
Tres calas léxicas en el español de La Habana (indigenismos,
afronegrismos, anglicismos)
Contribución a la historia de la lexicografía en Cuba:
observaciones pre-pichardianas
Observaciones fonéticas sobre la lengua de la poesía
afrocubana
Fricativas y cuasifricativas no aspiradas en el español
de Cuba (notas de fonética genética)
Neutralizaciones fonológicas en el consonantismo
final del español de Cuba
Nuevos datos sobre el voseo en Cuba
El español de Cuba: Situación bibliográfica
Abreviaturas bibliográficas
Bibliografía
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Estudios sobre el español de Cuba (Biblioteca Cubana)
 8490745315, 9788490745311

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ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

E. Serrano Dirigida por: Pío

serie Biblioteca Cubana

Serie dedicada a difundir lo mejor de la literatura cubana clásica y contemporánea. Agrupa temas y abordajes relativos a las letras cubanas, con títulos de diferentes géneros y autores de dentro y fuera de la Isla, en un diálogo cultural útil y generador de intercambios. Entre los autores más destacados de la Serie, figuran: José Martí, José María Heredia, Julián del Casal, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cirilo Villaverde, Ramón Meza, Jorge Mañach, Alejo Carpentier, Pablo de la Torriente, José María Chacón y Calvo, Humberto López Morales, Nivaria Tejera, Juan Arcocha, Guillermo Cabrera Infante, Leonardo Padura, Abilio Estévez, Pedro Juan Gutiérrez, José Lorenzo Fuentes, Dulce María Loynaz, Isel Rivero, Roberto González Echevarría, José Olivio Jiménez, Manuel Díaz Martínez, Severo Sarduy, Francisco Morán, Lilliam Moro, Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo, Eugenio Suárez Galbán, José Prats Sariol, Félix Luis Viera, Rafael Alcides, Armando Álvarez Bravo, José Abreu Felippe, Antonio José Ponte, Reinaldo Montero, Luis Manuel García, Reinaldo García Ramos, Julio Travieso, José Kozer, Lydia Cabrera, Eliseo Diego, Gastón Baquero, Lina de Feria, Virgilio López Lemus, Ramón Fernández Larrea, Enrique Pérez Díaz, José Triana, Rogelio Riverón, Virgilio Piñera…

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

Estudios sobre el español de Cuba

esta obra ha recibido una ayuda a la edición del ministerio de educación, cultura y deporte

El editor agradece la colaboración de Carlos Domínguez Cintas, Coordinador de Publicaciones RAE © Humberto López Morales, 2018 Imagen de portada: CUVA INSULA, fragmento de El Mediterráneo Americano, según T. de Bry, 1594 © Editorial Verbum, S. L., 2018 Travesía Sierra de Gata, 5. Madrid 28500 & 910 465 433 e-mail: [email protected] www.editorialverbum.es I.S.B.N.: 9788490745311E Diseño de cubierta: Pérez Fabo Fotocopiar este libro o ponerlo en red libremente sin la autorización de los editores está penado por la ley. Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE Humberto López Morales, cosmopolita doméstico Darío Villanueva ...................................................................

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Presentación Orlando Rodríguez Sardiñas ................................................ 11 ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA Nota del autor ................................................................................. 17 Introducción .................................................................................... 19 Indigenismos en el español de Cuba .............................................. 57 Elementos africanos en el español de Cuba ................................... 73 Tres calas léxicas en el español de La Habana (indigenismos, afronegrismos, anglicismos) ........................................................... 85 Contribución a la historia de la lexicografía en Cuba: observaciones pre-pichardianas ..................................................... 103 Observaciones fonéticas sobre la lengua de la poesía afrocubana ...................................................................................... 121 Fricativas y cuasifricativas no aspiradas en el español de Cuba (notas de fonética genética) ............................................. 129 Neutralizaciones fonológicas en el consonantismo final del español de Cuba ............................................................... 143 Nuevos datos sobre el voseo en Cuba ............................................. 151 El español de Cuba: situación bibliográfica ................................... 157 Abreviaturas bibliográficas ............................................................ 177 Bibliografía ................................................................................... 181 7

Humberto López Morales, cosmopolita doméstico

Humberto López Morales reedita sus Estudios sobre el español de Cuba, casi medio siglo después de su primera publicación en la ciudad de Nueva York. Nunca he comentado el asunto con él. Con Humberto, uno de los más generosos conversadores que he frecuentado, pocas veces hablé de libros, suyos, míos o de terceros. No sé qué decir a este respecto: quizás nos interesaba más a ambos hablar de la vida, de las nuestras y de las de los demás. También se ejerce de humanista, título que no nos desagrada a ninguno de los dos, platicando sobre la condición humana. A nuestras conversaciones de este tenor podríamos ponerles un título terenciano, si fuese necesario hacerlo (que no lo era): Homo sum, et nihil humanum a me alienum puto. Decía que nunca comenté con Humberto si este libro que ahora reaparece sin haber perdido vigencia en su contenido y aportaciones lingüísticas era o no el preferido por él. Ciertamente, mi amigo tiene muchos entre los que elegir. Alguno de ellos, además, distinguido con un codiciado premio como el Isabel de Polanco de ensayo, y muy ampliamente difundido. Pienso, por caso, en La andadura del español por el mundo, de 2010. Pero se me figura que estos estudios sobre el español de Cuba están profundamente entrañados con la trayectoria vital, no solo intelectual, de su autor. En el decenio anterior a su publicación, el joven profesor e investigador Humberto López Morales había destacado ya por sus aportaciones a un capítulo poco cultivado de la literatura española: los orígenes medievales del teatro castellano. Pero antes, finalizados los estudios de licenciatura en la Universidad de su ciudad natal, La Habana, Humberto había comenzado a pergeñar una tesis doctoral precisamente sobre el español de Cuba. Para documentar los aspectos léxicos y fonológicos de su empeño, el joven investigador salió al campo para entrevistar a guajiros camagüeyanos y orientales como lo que eran: los genuinos propietarios de un idioma global como el español en su fluencia cubana. Como el propio Humberto escribiera, "el curso de los acontecimientos nacionales" torció el renglón de su vida; aquella nonnata tesis sobre la fonología del español en Cuba cedió paso a otros proyectos como los antes apuntados, pero sobrevivieron las hijuelas que se recogen en el libro que ahora reaparece: Estudios sobre el español de Cuba. 9

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Tuve la fortuna de conocer muy pronto, al principio de mi carrera como profesor, a Humberto López Morales, cuya producción literaria, sociolingüística, lexicográfica y dialectológica me ha ilustrado durante medio siglo de un aprendizaje que para nosotros, los filólogos, nunca concluye. Pero esta relación se intensificó para mi beneficio en los años en que conviví con él, codo con codo, en la Real Academia Española, yo en mi función de secretario primero y de director después, y él como Secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Fue entonces cuando, amén de conversar y leernos, viajamos juntos. Y así descubrí una condición de Humberto López Morales que en mi fuero interno lo señala e identifica: la de un gran cosmopolita doméstico. Me explico. Humberto es un habanero puertorriqueño, un tejano madrileño, un español europeo (valga la redundancia), pero también mira directamente a los ojos y le habla de tú a tú a cualquier nativo de esa patria ecuménica que el mexicano Carlos Fuentes gustaba denominar "el territorio de la Mancha". Quiero ello decir que gracias a la lengua que compartimos más de quinientos millones de personas desparramadas por cuatro continentes, Humberto se ha desenvuelto como Perico por su casa por casi el mundo entero. En ningún lugar lejano de España al que yo haya llegado él había dejado de estar una o varias veces, y en todos me preguntaban por Humberto porque invariablemente había depositado allí su huella. Huella académica e intelectual, pero también, y quizá sobre todo, huella humana. Después de dos decenios largos de entrega a ASALE, Humberto López Morales ha vaciado su despacho madrileño de Felipe IV, 4. Lo sabemos en Miami, pero el cosmopolitismo doméstico que lo caracteriza le hace seguir presente en todos los lugares en que se habla español, que conforman para él un vasto hogar sin fronteras. Conservamos además como oro en paño en la sede madrileña de ASALE su espléndida biblioteca de varios miles de volúmenes, entre los que menudean los de temática hispanoamericana. Pero entre todos ellos, los escritos por Humberto López Morales (los menos) o por otros autores (lógicamente, los más), hay uno que me gusta pensar que está muy cerca de su corazón: estos Estudios sobre el español de Cuba. Darío Villanueva Director de la RAE y Presidente de ASALE

Presentación

El libro recoge, como lo hace notar su autor, “una serie de trabajos sobre el español de Cuba publicados en diferentes revistas especializadas entre 1961 y 1969”, así mismo se añaden en esta edición una serie de estudios que pertenecen ya a este tema y que el lingüista se proponía unificar y dar a la luz en un solo tomo. El trabajo que se recoge en estas páginas, para la fecha de su publicación inicial, representa un gran paso en las investigaciones lingüísticas en Cuba y, en general, en el Caribe. Ponen de manifiesto que las escasas investigaciones llevadas a cabo con anterioridad a la fecha de estas exposiciones necesitan ser replanteadas “en términos científicos” y que habría que prescindir de una gran parte de ellas ya que son más bien producto de unas ideas dialectológicas completamente obsoletas. La obra recorre un mundo lingüístico extenso y destacan un panorama que lleva desde los indigenismos en el español de la Isla hasta los últimos datos sobre el voseo en Cuba, pasando por capítulos que se adentran en los elementos africanos del español isleño, las calas léxicas del habla capitalina, así como la historia de la lexicografía en Cuba hasta observaciones fonéticas sobre la lengua de la poesía afrocubana. Los estudios contenidos en este trabajo sobre aspectos de las fricativas y cuasifricativas no aspiradas, y las neutralizaciones fonológicas en el consonantismo final del español de Cuba, hacen de este libro un tomo absolutamente indispensable tanto para especialistas como para investigadores y estudiantes de la lengua española. El libro contiene una amplísima, y no fácil de conseguir, bibliografía sobre el tema del que se ocupa. Orlando Rodríguez Sardiñas, 2018

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A Rafael Lapesa, mi maestro, en humilde homenaje por sus cuarenta años de cátedra universitaria, siempre ejemplares y generosísimos.

Este libro recoge una serie de trabajos sobre el español de Cuba publicados en diferentes revistas especializadas entre 1961 y 1969, más otros que por diversas causas permanecieron inéditos o que fueron escritos para aparecer aquí. Los artículos tratan principalmente de temas léxicos y fonológicos; son fragmentos inconexos de un amplio proyecto que debió haberse realizado y presentado a la Universidad de La Habana como tesis doctoral, de haber sido otro el curso de los acontecimientos nacionales. El antiguo proyecto sigue en pie, pues a estos trabajos parciales seguirá, espero que en breve, una fonología del español de Cuba. Para los sujetos que dentro y fuera de Cuba hicieron posible estas investigaciones, mi agradecimiento más profundo, en especial para aquellos guajiros camagüeyanos y orientales entrevistados en 1959, que con su espléndida cooperación supieron suplir en la encuesta lingüística mi inexperiencia y mis deficiencias técnicas de entonces. Quiero también consignar mi gratitud a Gordon von Miller, del Radiology Department de la Baylor School of Medicine, en Houston, sin cuya experta y generosa ayuda me hubiera sido imposible obtener e interpretar adecuadamente las cinemarradiografías del estudio sobre fricativas y cuasifricativas, y a Las Americas Publishing Co. por la oportunidad que me ha brindado de volver a examinar los trabajos publicados y replantear algunos de sus puntos. Houston, febrero de 1970.

Introducción Ubi nihil erit quod scribas, id ipsum scribito. Epistulae at Atticum, IV, 8, 4. El español de Cuba es en muchos aspectos terra incognita. Sólo algunos puntos han sido explorados, aunque casi siempre de manera insuficiente. Ahora que preparo mi Introducción a la fonología del español de Cuba compruebo a fondo lo que ya había observado en dos estudios bibliográficos anteriores, que algunas de las investigaciones hechas hasta la fecha sobre el español de la isla necesitan ser replanteadas en términos científicos y que, por consiguiente, es lamentablemente necesario desentenderse de una buena parte de esta literatura, pues los resultados ofrecidos son más bien producto de un empirismo diletante o de unas ideas dialectológicas en extremo caducas. Por el momento la penuria informativa es tal, que me he decidido a recoger en este librito varios estudios publicados entre 1961 y 1969, más otros inéditos, a pesar de que reconozco lo relativo y provisional de algunos de los trabajos: Ubi nihil erit quod scribas, id ipsum scribito. Los que aquí aparecen reunidos no ofrecen más unidad que, en términos generales, el tema central de que se ocupan. El lector podrá juzgar rápidamente por el índice que a pesar de esa unidad, algo forzada desde un punto de vista lingüístico, los trabajos apuntan en varias direcciones. Demás está advertir que el alcance y el propósito de éstos es muy desigual. He revisado todos los artículos que aquí se reimprimen procurando ponerlos al día; el proceso ha ido desde simples retoques bibliográficos a la reelaboración total. I La primera vez que me ocupé de la influencia de las lenguas prehispánicas en el español de Cuba estaba demasiado preocupado con el sustrato 1. Cierto que ya A. Alonso (1939) había dado el golpe de gracia 1 «¿Un sustrato lingüístico indígena en el español hablado en Cuba?», Trabajos y Conferencias, Seminario de estudios americanistas, Madrid, 3 (1961), 133-46, y 19

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a la teoría indigenista de Lenz, y que Jungemann (1955) y Malmberg (1959) habían puesto seriamente en tela de juicio varios postulados sustratísticos tradicionalmente aceptados; pero también era cierto que algunas conclusiones de estos últimos no parecían definitivas y que A. Alonso, lejos de desanimar con los resultados de su investigación, invitaba a continuar sobre el asunto 2. Aquel trabajo mío tuvo, como era de esperar, conclusiones paupérrimas. Materiales demasiado abigarrados y resabios de un historicismo mal comprendido viciaron aquel estudio, de concepción algo prematura además. Hoy no parece que haya lugar para presentar el tema, pues la hipótesis de que la realización velar y ensordecida de /r̄ / pudiera tener alguna relación con el llamado taíno está en franca decadencia. Cuando Navarro Tomás (1966), 95, señaló el fenómeno en Puerto Rico, donde se da con frecuencia de norma, observó que su mayor densidad coincidía geográficamente con la zona de Maricao, donde había una mayor pervivencia de influencias indígenas en varios aspectos de la cultura; pensó no en un hecho de sustrato, sino en una «influencia refleja» por la que cabía «suponer que la rr velar de Puerto Rico puede ser efecto de la acomodación del sonido castellano al medio indígena y mestizo, bajo alguna influencia especial de la fonética boricua». La hipótesis adelantada por Navarro Tomás tropieza con graves dificultades, algunas señaladas por él mismo. En primer lugar obliga a suponer que el dialecto o dialectos hablados en Puerto Rico poseían /r/, pero no /r̄ /. BFE, III (1961), 10-20. 2 En general las hipótesis de sustrato han ido perdiendo terreno desde entonces. Trabajos teóricos han cooperado a clarificar los límites y el funcionamiento del sustrato; junto a los muy conocidos de A. Alonso (1941) y Menéndez Pidal (1950), cf. los más recientes de Malmberg (1959, 1963), Gamillscheg (1960), Cisneros (1961), Gessmann (1963). Modificaciones de importancia a ideas tradicionales sobre los sustratos prerromanos en la península han sido hechas, directa o indirectamente, por Haudricourt y Juilland (1949), Martinet (1951-2, 1952), Joos (1952), Jungemann (1956) y Galmés (1962). Véase ahora un riguroso análisis de la cuestión en Craddock (1969). Con respecto al sustrato indígena del español de América, poco se ha avanzado desde el estudio general de Malmberg (1947-8). Los trabajos posteriores son muy contradictorios; cf. a manera de ejemplo, Corvalán (1956), Révah (1957), da Silva Neto (1957), Dávila (1959), Stepanov (1961), Bar- Lewan (1963) y Lope Blanch (1969, 1970 a, 1970 b). Creo que el problema del sustrato en el español (y en el portugués) americano debe plantearse de nuevo, deslindando cuidadosamente los fenómenos de adstrato y las interferencias de hablantes bilingües.

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Para llegar a esta conclusión es necesario basarse en testimonios escritos y dar por fidedignas transcripciones españolas hechas durante un período de la historia de la lengua que se caracteriza por su gran inestabilidad y polimorfismo; y aún así, dado que el corpus es exiguo 3, sería muy difícil llegar a establecer este aspecto del sistema fonológico de dichos dialectos, e imposible lo relativo a sus realizaciones alofónicas. Nadie puede asegurar que el arauaco de Puerto Rico contaba con un fonema /r/ realizado fonéticamente como monovibrante alveolar, ni tampoco que esta realización que hoy damos al fonema en los indigenismos no haya sido producto de una interferencia española para suplir un sonido sin paralelo en su sistema. El presupuesto inicial, formado a base de suposiciones, como se ve, necesita por lo menos mayor refuerzo diatópico. Hasta ahora la 3 Se reduce a una frase recogida y transcrita por Las Casas, al léxico fósil de la toponimia y al escaso vocabulario indígena —quizá muy hispanizado—, más observaciones aisladas de conquistadores, cronistas y misioneros. La frase que trae Las Casas es O cama guaxerí guariquen caona yarí, que según él significaba «Oye, señor, mira el joyel de oro». Queda claro que cualquier deducción que se saque de aquí es hipotética en grado superlativo. La transcripción pudo no ser fiel en lo fonético, quizá el grupo fónico está arbitrariamente dividido y es posible que la traducción sea sólo aproximada; problemas irresolubles, como se ve. El otro texto, que durante algún tiempo se creyó indígena, es en realidad un canto negro de Haití; hoy se sabe que Aya bomba ya bombai / Lamassam Ana caona / Van van tavana dogai / Aya bomba ya bombai / Lamassam Ana caona, no son restos de ningún areíto de los indios de La Española. El fragmento había sido conservado por tradición oral hasta 1852, en que H. R. Schoolcraft (1851-60) lo imprimió con letra y música. Tres años más tarde, el historiador haitiano Emile Nau (1854) explicaba el origen haitiano de este canto. Recientemente, M. Henríquez Ureña (1963), I, 26-7, tras compendiar estos datos, observa que la música de la canción se ajusta a la escala eptafónica y no a la pentafónica, que se entiende era la usada por los indígenas. Además, la melodía es muy semejante a la de una canción francesa —Monsieur Contin— popular en Santo Domingo a principios del siglo XIX. Desechada la fantasía del areíto, sólo parece quedar la posibilidad de encontrar pictografías que puedan arrojar alguna luz sobre el problema; pero esto no parece muy probable, al menos para Cuba. En una exploración a Punta del Este (Isla de Pinos), realizada en 1922, F. Ortiz pudo ver restos de algunas pictografías; pero la exploración dirigida por Herrera Fritol, dieciséis años después, no pudo encontrarlas ya. En los años 1959-60, la Sociedad Espeleológica de Cuba descubrió nuevo material pictográfico, aunque muy dañado, pero no he sabido que se haya efectuado ningún estudio sobre el mismo. Ante esta situación es más de lamentar que se haya perdido el vocabulario de fray Domingo de Vico —cf. P. Henríquez Ureña (1940), 121 y nota 1—, pues aunque reducido al plano léxico, sin duda hubiera ampliado el horizonte a la investigación.

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investigación dialectal ha.encontrado realizaciones de /r/ semejantes a la de Puerto Rico en zonas de Colombia (Cértegui, Istmina, Tadó, Condoto y Nóvita) 4, en Trinidad 5 y posiblemente en un pequeño punto del oriente de Cuba 6. Si se acepta, como ha hecho de Granda (1966), que la realización velo-alveolar vibrante está de algún modo relacionada con [x], entonces habría que añadir a otras zonas de Colombia (Montería) 7 y al oriente de Venezuela 8. La información no 4 Flórez (1951), 232-5. 5 Thompson (1957), 365. 6 En Yateras, donde parece ser norma, en contraste con Caujerí, Zapata, Güira, Yara y Dos Brazos, donde /r/ se realiza siempre con articulación alveolar; pero este asunto tiene que ser estudiado in situ con metodología cartográfica, pues las fuentes de información que poseo no son suficientes, ya que para Yateras, Zapata y Dos Brazos sólo tengo datos a nivel de idiolecto. Debe tenerse en cuenta que en otros puntos orientales, donde los antropólogos han señalado supervivencias de elementos indígenas —étnicos, técnica alfarera y restos institucionales, como la herencia por vía materna; cf. Pichardo Moya (1943), 289-97 y (1945) 234, y Rosenblat (1954), II, 47-54—, no se da la realización alveolar. Ni Almendros (1958), ni Salcines (1967), ni Isbăşescu (1965, 1968 a) consignan el fenómeno, pero ello es explicable: Almendros, a pesar de lo general de su título, trabaja sólo con materiales del Occidente, Salcines analiza exclusivamente las áreas metropolitanas de La Habana y Santiago de Cuba, e Isbăşescu ha trabajado con un sujeto (de Santiago) como representante de toda la provincia de Oriente. 7 Flórez (1951), 235; (1960), 177; (1963), 273. Para esta última obra, véase Bibliografía, Flórez (1964 b). Flórez (1957), 46, señala también para Guarumo, en Antioquía, la pronunciación de /r̄ / inicial «con un elemento velar fricativo sordo», pero el autor especifica bien que es un caso de idiolecto. 8 Rosenblat, en su reseña a El español de Puerto Rico, de Navarro Tomás, NRFH, IV (1950), 161-6. En estas mismas páginas, Rosenblat se pregunta: «¿No será esa rr con comienzo aspirado la primera etapa del proceso de velarización?» De Granda (1966) trabaja en esta dirección: cree que la variante velo-alveolar es una etapa del proceso hacia la velarización total, y así lo consigna en un intento de fechar el cambio [r] → [x] en Puerto Rico. De Granda (1966) acaba de revisar en detalle lo relativo al posible origen indígena del fenómeno; a los materiales conocidos añade nuevos datos que imposibilitan aún más la hipótesis indigenista, entre ellos el de la «coincidencia casi exacta de la zona de conservación de rr alveolar (ángulo S.O. de la isla desde Adjuntas a Cabo Rojo) con los últimos testimonios que poseemos de la existencia de indios en el siglo XVIII». En esta última revisión del problema faltan los datos suministrados por Canfield (1962), 91-2, que dice que /r/ con realización velar sorda o sonora se da en Puerto Rico, y «ahora se conoce en Cuba, en Santo Domingo y recientemente en las costas de Colombia y Venezuela». La información es muy imprecisa, y quizá por eso no haya sido tomada en cuenta por de Granda. Lo cierto es que quedamos sin saber si Canfield se

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es muy abundante, pero lo suficiente para comprobar que el fenómeno no coincide geográficamente con los antiguos asientos taínos; mientras que se da en zonas de dominio prehispánico chibcha no se encuentra en otras arauacas, vecinas además de Puerto Rico. También merecen consideración otros puntos extralingüísticos. A juzgar por los testimonios antiguos, los indios de las Antillas mayores aprendieron español muy rápidamente 9, aunque es imposible saber con qué interferencias lo hablarían. Ahora bien, para pensar en un fenómeno de adstrato se necesita que los hablantes indios hubieran constituido un numeroso núcleo de población durante los siglos coloniales 10, y que, refiere a las variantes mixtas señaladas por Flórez y Rosenblat, o si se trata de variantes exclusivamente velares, en cuyo caso sería necesario saber más detalladamente su distribución geográfica. En cuanto a Santo Domingo y Cuba da la impresión —revisando su bibliografía— de que sus informes proceden de los ya viejos de Henríquez Ureña (1940), 139, y de Navarro Tomás (1966), 94. El primero dice que la realización velar es muy rara, «cuando existe es puramente individual», y el segundo se limita a apuntar en nota: «Informes personales dan idea de que la rr velar realiza progresos en Cuba», pero sin más detalles es difícil formarse alguna idea sobre la exactitud de tal información. 9 Según Las Casas, hacia 1540 la extinción del llamado taíno era casi un hecho, y desde diez años antes no era necesario aprenderlo —dice— porque los indios sobrevivientes hablaban español. P. Henríquez Ureña (1940), 119-20, pensaba que Las Casas exageraba cuando al escribir su Historia de las Indias, 1550-61, da como extinguidos a estos dialectos de las Antillas, pero reconoce que no debió de exagerar mucho. En realidad, el sistema de convivencia que se implantó desde los primeros momentos propiciaba una rápida castellanización: las encomiendas, sobre todo, y también los amancebamientos y las uniones legales, donde siempre se impuso la clase dominante. Cf. Pichardo Moya (1943), 288-352, y E. S. Santovenia (1935), 14-35. La convivencia lingüística indígena-castellana no fue muy duradera en ninguna de las grandes Antillas. En Cuba, quizá menor, pues aunque Colón llega a sus costas en 1492, la isla no fue colonizada hasta 1515 con la empresa de Diego Velázquez. 10 Según informes de la Colección de documentos inéditos de ultramar (IV, 252), en 1532, es decir, diecisiete años después de terminada la expedición de Velázquez, quedaban en Cuba 5.000 indios. La información choca algo con la de Marrero (1966), 144, que afirma que para 1537 eran 5.000 los indios encomendados. De cualquier forma se nota cuán escaso era su número para entonces. La población indígena con anterioridad a estas fechas ha sido objeto de especulación. Las Casas y Pánfilo de Narváez, al terminar la expedición colonizadora, pensaron que los habitantes de la isla no pasaban de 200.000. A Las Casas, Cuba debió parecerle semideshabitada, pues hablaba de 3.000.000 para La Española. En tiempos modernos, A. Hüne (1820) afirmó que en 1511 la población de indocubanos era de un millón, cifra astronómica que fue seguida

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además, hubieran gozado de algún respaldo social, situaciones éstas que la historia impide imaginar. Parece, pues, forzoso abandonar la hipótesis arauaca; sin embargo, Malmberg (1961, 1964) seguido de de Granda (1969), que han tratado de explicar el fenómeno acudiendo a otras causas, no han ofrecido soluciones del todo convincentes 11. Otro punto no menos interesante es el de la entonación, pero en Cuba, así como en el resto de las Antillas mayores, resulta totalmente intocable. En el caso de Cuba sólo es posible seguir sospechando que las diferencias de esquemas de entonación entre la zona oriental y el resto de la isla 12 tenga alguna relación con el taíno, dado que por algunos historiadores para «documentar» la leyenda negra. En 1942, las investigaciones de I. Rose revitalizaron la idea de una numerosísima población indígena en la isla, porque después de hacer excavaciones y de analizar el material encontrado, Rose pensaba que en un área de 10 kilómetros alrededor de Bañes debió de haber existido por largo tiempo una población de 5.000 indios. La falsa suposición de que esta densidad demográfica fuese válida para toda la isla quedó demostrada con el estudio definitivo de A. Rosenblat (1945), donde se ofrece la cifra de 80.000 para los indocubanos en 1492. Cf. sus riquísimos elementos bibliográficos en el Apéndice, V, 196-8. 11 Malmberg (1961), 100-1 y (1964) 237, al rechazar la influencia indígena del fenómeno, dice: «Debe ser una casualidad que la rr uvular no se encuentre nada más que en algunos lugares aislados americanos. Su existencia en otro dialecto hispánico peninsular [el portugués de Lisboa] y en otras lenguas románicas [galo-romance, dialectos provenzales y fraco-provenzales] demuestra, empero, su carácter hispánico. Y la uvularización de la rr es tan sólo aspecto de un fenómeno más general. (Cf. el artículo sobre las r-es portuguesas de Jorge Moráis Barbosa, en el volumen III de Miscelánea homenaje a Martinet, 1963.) Por consiguiente, no debe explicarse por influencia de ningún idioma indígena.» De Granda (1969) retoma el punto de Moráis Barbosa, y piensa en un proceso general de desfonologización de /r/, que en el dominio español llevaría a la neutralización sistemática de r̄ /r. El trabajo está muy documentado, y se basa en el hecho de que r̄ /r es una oposición aislada en el sistema fonológico español, y que, por tanto, no se integra en ninguna correlación fonológica. Señala que en Madrid y en otras zonas hispánicas, /r̄ / se articula con sólo dos vibraciones, y que en áreas muy periféricas —el judeo-español y el español de Filipinas— /r̄ / se ha desfonologizado y la neutralización es un hecho. Dejando a un lado otros puntos que podrían discutirse, el mismo de Granda piensa que en Puerto Rico lo que se produce es una transfonologización, con lo que no puedo estar de acuerdo si se toma el término en el sentido generalmente aceptado, pero aún así, el origen de esta llamada transfonologización no parece que esté en conexión con los fenómenos señalados más arriba. El asunto requiere más discusión. 12 Salcines (1967).

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la influencia indígena subsistió con insistencia mayor en las áreas orientales. El artículo que se publicó con el título de «¿Un sustrato lingüístico indígena en el español hablado en Cuba?» ha sido ahora totalmente rehecho. Como no existen influencias gramaticales de ningún tipo y como las fonológicas —concretamente la entonación— no son susceptibles de comprobación al haber desaparecido las lenguas indígenas desde el siglo XVI, los estudios de las influencias lingüísticas indígenas se han concentrado en el léxico. Los indigenismos llenan diccionarios: allí aparecen ordenados alfabéticamente en una confusión de etimologías, consideraciones semánticas no muy fundamentadas, y observaciones diacrónicas y sincrónicas mezcladas arbitrariamente. A veces se les ha agrupado en ámbitos semánticos y se les ha buscado ‘autoridades’, pero no siempre éstas constituyen la documentación probatoria o al menos sustentadora de tal o cual teoría, sino que se las incluye como una especie de adorno 13. Justo es reconocer que todos estos estudios pertenecen a una época en que lexicografía, lexicología, etimología y semántica integraban un oscuro e indiscriminado conjunto. Las tendencias estructuralistas y post-estructuralistas de la semántica, la autonomía y deslinde de los estudios etimológicos, la lexicoestadística y la sociolexicología son en verdad asuntos novedosos 14. Pero lo relativo a la metodología etimológica (tradicional), a la semántica diacrónica y a la técnica lexicográfica pre-estructuralista es asunto bien conocido desde hace 13 Cf. infra, 173, 4.1. 14 Desde Hjelmslev (1958) hasta el momento son varias —y encontradas— las tendencias de la semántica, que hasta en los círculos lingüísticos norteamericanos ha sido reconsiderada y vuelta a valorar. Véase un resumen introductorio en Pottier (1964). Hitos significativos en los trabajos posteriores son: Coseriu (1964), Prieto (1964), Katz y Postal (1964), Nida (1964), Greimas (1966), Pottier (1968) y Rodríguez Adrados (1969 a). Con respecto a las nuevas directrices de los estudios etimológicos, los trabajos fundamentales son los de Malkiel (1957, 1962). En cuanto a la lexicoestadística, la bibliografía es amplia y desigual: una buena introducción teórica en Gudschinsky (1956), una revisión de principios en Hoijer (1956) y en Rea (1958), en Hymes (1960) un análisis de la bibliografía. Cf., además, infra, 83, n. 2. La sociolexicología no constituye per se un capítulo lingüístico independiente; hay que buscar algunos principios e indicaciones de método en trabajos sociolingüísticos de enfoque más amplio: McDavid (1946), Schatzman (1955), Bernstain (1960), Alleyne (1961), Kurath (1962), Labov (1964, 1966, 1968).

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bastantes años 15, aunque por desgracia quienes se han ocupado de estas investigaciones han estado profesionalmente al margen de la lingüística. Su empeño primordial ha sido la recopilación, inspirada en criterios cuantitativos casi siempre. Cuando se compara el resultado de las recientes investigaciones de Lope Blanch (1969) con las interminables listas de aztequismos de Robelo (1904) y de Santamaría (1959), se comprende la enorme distancia que separa la realidad lingüística del espejismo de los diccionarios 16. Se comprende que cualquier estudio sincrónico sobre los indigenismos debe partir de una realidad de norma. Hasta que ésta no se determine estaremos moviéndonos sobre base poco sólida, manejando materiales cadavéricos o de sub-norma. El nuevo enfoque de este trabajo —«Indigenismos en el español de Cuba»— ha sido determinar la nómina de estos elementos léxicos en la lengua viva. Pero en realidad se trata de la nómina pasiva, y sólo teniendo esto en cuenta los resultados que aquí se ofrecen pueden ser tomados como índice general con bastante seguridad. Cuando pueda hacerse el análisis sobre un corpus adecuado, tendremos acceso a la nómina activa, que a juzgar por la tabulación de una muestra 17 debe ser 15 Los trabajos etimológicos —monográficos o en artículos de diccionario— cuentan con muchos e ilustres cultivadores desde el Etymologisches Wörterbuch der romanischen Sprachen, de Diez (1854). Cierto que el diccionario de Diez no fue tan conocido y divulgado en América como el Romatisches Etymologisches ~ Wörterbuch, de Meyer-Lübke; pero la primera edición del Wörterbuch es de 1911-20, y ya antes habían aparecido numerosos trabajos de éste y otros romanistas. En el ámbito hispánico, Cuervo (1883) y J. F. López (1884) habían trabajado ya en esa dirección, y en el umbral de este siglo, Menéndez Pidal (1900) daba excelentes modelos de investigación etimológica. Aun antes de que se terminara la impresión del diccionario de MeyerLübke, García de Diego (1919, 1920) comenzaba sus investigaciones de etimología española. Los estudios de semántica diacrónica arrancan, en teoría, desde el mismo Bréal, pero en realidad no es hasta 1921 cuando su discípulo A. Meillet (1921-36) sistematiza y jerarquiza materiales que pudieron servir de pauta metodológica. 16 El equipo dirigido por Lope Blanch trabajó con un Corpus léxico de 4.600.000 palabras aproximadamente, de las cuales 2.393.000 pertenecían a la lengua escrita y 2.211.000 a la lengua hablada. El número total de indigenismos encontrados fue 21.938, pero de éstos 18.554 son topónimos o patronímicos, lo que hace que los indigenismos pertenecientes al sistema léxico de la capital mejicana sean sólo 3.384. Esta cantidad equivale al 0,07 por 100 del léxico total. 17 Cf. infra, «Tres calas léxicas en el español de La Habana», 83-100.

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bastante más modesta. La distribución diastrática y diatópica de esta nómina general está todavía lejos de poder intentarse, pues no hay materiales en que apoyarse 18. El establecimiento de la nómina, o mejor, del complejo de nóminas de los indigenismos léxicos, debería estar directamente relacionado con investigaciones estadísticas, que tampoco estamos en condiciones de comenzar como no sea en modestísima escala. Las relaciones proporcionales entre indigenismos y el léxico básico no pueden hacerse, simplemente porque no sabemos cuál es el léxico básico del dialecto que estudiamos, y los análisis de frecuencia, dispersión y uso habría que hacerlos sobre lengua escrita, lo cual no ofrece mayores inconvenientes si acudimos a la computación mecánica, pero sólo nos daría una visión parcial de los hechos lingüísticos 19. A la determinación de la nómina procede su clasificación. Varios son los puntos de vista que pueden servir de base, pero ninguno presenta tantos problemas como el de clasificar por origen dialectal. El determinar la procedencia lingüística de los elementos de la nómina tropieza —para empezar— con que, a pesar de los trabajos de la antropología arqueológica, carecemos de suficiente información sobre las culturas indígenas que habitaban la isla a la llegada de los descubridores 20. El núcleo guanatahabibe sigue siendo un enigma etnolingüístico 21, 18 No hay estudios de estratificación sociocultural para La Habana ni para ningún otro centro urbano del país; las áreas rurales están igualmente vírgenes en este sentido. 19 Cf. infra, 83, n. 2. 20 Cf. Fewkes (1904), Harrington (1921), Bureau of American Ethnology (1921) y Loven (1935). A estos estudios ya clásicos en la arqueología antillana y cubana en particular, añádanse los más recientes de Ortiz (1943), Kriekberg (1946), Álvarez Conde (1956) y Pichardo Moya (1945, 1956). 21 S. Loven (1935) piensa en un desprendimiento continental del Norte, del que se encontraba en Cuba un pequeño resto a la llegada de los descubridores; los guanatahabibes estarían emparentados con los timucuanos de la Florida y habrían salido de la península en tiempos en que la fisiogeografía antillana era distinta de la actual. Según esta hipótesis; los guanatahabibes estuvieron extendidos por toda la isla y por las otras Antillas. Bastantes años antes, C. Thomas (1903), apoyado en una ponencia de Gatschet leída ante un congreso de la American Philological Society en 1800, creía que, aunque el origen de los timucuanos era incierto, en lo referente al vocabulario presentaban más semejanzas con los indios de la América del Sur, especialmente con los arauacos, que con los del norte de la Florida. Si los guanatahabibes estaban entroncados con los timucuanos, y junto a

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y aunque creemos saber los puntos de procedencia de las invasiones siboneyes, no es segura su filiación lingüística 22. La caracterización cultural de guanatahabibes, siboneyes y taínos cuenta con esquemas éstos con los arauacos, la comunidad racial y lingüística debió estar muy desvanecida a la llegada de los españoles, quizá por un aislamiento de siglos, porque entonces estos cortos grupos de guanatahabibes estaban claramente diferenciados de los otros indios, también arauacos. Los testimonios no dejan lugar a dudas. Colón, en su carta a Luis de Santángel y a Gabriel Sánchez, especifica que la parte oeste de la isla estaba poblada por indios distintos; el Almirante se convenció de esto cuando los intérpretes que llevó en su segundo viaje se entendieron con todos los indios de la costa Sur y de los cayos, pero no con los guanatahabibes. Sobre ellos escribió Velázquez al rey: «Son los postreros indios della [Cuba]; y la vivienda destos guanatahabibes es a manera de salvajes, porque no tienen casas, ni asientos, ni pueblos, ni labranzas, ni comen otra cosa sino las carnes que toman de los montes y tortuga y pescado», Colección (1869), XI, 429. También Bernal Díaz (1933-4), I, 44-5, anota que en el extremo oeste de la isla está «la tierra de los guanatahaveys, que son unos indios como salvajes». Por el relato de Las Casas (1875-6), I, 400, sabemos del aislamiento voluntario y la tenaz incomunicación de estos indios porque no podían entenderse con los demás, entre otras razones. 22 Llegan a las Antillas procedentes de la península de la Goajira, el valle del Magdalena y, sobre todo, del delta y las inmediaciones del Orinoco. La toponimia prehispánica de la isla pudiera ayudar a comprobar el origen geográfico de estas invasiones. Cuanajay coincide con uno de los nombres indígenas de la isla que habitaban los guamás; Macurijes, en Pinar del Río, Matanzas, Camagüey y Oriente, con el nombre de los indios macurix o macurijes, asentados en las márgenes del río Macurís, en Brasil. Los términos Yara, Marianao, Guajara, Guama, Macabí y otros, tienen correspondencias exactas en la toponimia indígena brasileña. Guanacaste ofrece notables coincidencias de estructura con Guaranacaste, en Costa Rica; Jaruco, con Jacurucu; Tinguaro y Baire, con Tingúa y Baurú; Soroa, con Surá, todos estos en Brasil. Sagua, en Las Villas y Oriente, parece estar presente en Saguarema, río de Brasil; Jagua, en la Habana y Las Villas, en Jaguararí; Güira, en Güiricema, ambos en Brasil. Y muchos topónimos más que podrían aducirse. Estos materiales tienen que ser manejados con cautela, pues la presencia de estos topónimos en Cuba puede responder a causas muy diversas. Las Casas pensaba que estos indios, «gente bonísima... [que] llamábanse en su lengua ciboneyes, la penúltima sílaba luenga», venían de la sierra de Cibao y que de aquí deribaba el gentilicio. Vivanco (1952) se inclina a ver diferentes grupos étnicos en esas migraciones, pero cree que en su mayoría eran indios de las sierras de Sibundoy y Abibes, en la zona nororiental de Colombia, y que, por tanto, debieron llamarse sibundoyes. Es una hipótesis difícü de comprobar. Para información sobre estos sibundoyes de Colombia, vid. Castellvi (1940), con bibliografía lingüística en las páginas 96-7. Las clasificaciones modernas de lenguas indígenas de Centro y Suramérica no han podido resolver la cuestión. Cf. Alden Masón (1950), MacQuown (1955), Greenberg (1960), Loukotka (1945, 1966) y Tovar (1961).

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relativamente completos, pero hay otros puntos que necesitan esclarecimiento. Nuestra considerable ignorancia con respecto al primer núcleo quizá no sea un factor demasiado negativo en la investigación lingüística, pues al parecer esos indios estaban ya a punto de extinguirse a la llegada de los españoles y la documentación parece indicar que los sobrevivientes desaparecieron rápidamente. 23 Sabemos que los siboneyes fueron en realidad los pobladores de la isla, que durante varios siglos fueron llegando en olas sucesivas y que la ocuparon en su totalidad, probablemente con excepción de las zonas extremas del Occidente. Esta cultura siboney sucumbió ante la invasión taína, pueblo de cultura superior que muy pronto se convirtió en amo, sometiendo a servidumbre a los antiguos pobladores. Suponemos que estas invasiones taínas datan sólo de unos cincuenta años antes de la llegada de Colón; quizá sea por esto que la arqueología no haya podido encontrar sus restos mucho más allá de las provincias orientales 24. La cuestión caribe es todavía asunto debatido, aunque las investigaciones más recientes se inclinan a ver una huella muy superficial de los caribes en las grandes Antillas, las que habrían invadido y sojuzgado, como habían hecho ya con las menores, de no haber llegado los españoles 25. 23  La primera posesión oficial de los españoles en Guaniguanico, tierra de guanatahabibes, es de 1554; para entonces debieron estar ya casi totalmente extinguidos o muy apartados en cavernas costeras, pues no figuran en los censos de encomiendas. 24 P. García Valdés, en su discurso de entrada a la Academia Cubana de la Historia, planteó la tesis de que en Pinar del Río, la región más occidental de la isla, existió un asiento de civilización taína. Se basaba en el descubrimiento de algunos utensilios de ese origen, según creía. Ortiz (1935) rechazó este planteamiento con argumentos sólidos. 25 Sobre el asiento caribe en las Antillas mayores no hay acuerdo entre los estudiosos de estas culturas prehispánicas. Loven (1935), 54-8, piensa que no había establecimientos caribes en Puerto Rico a la llegada de los españoles; se apoya en Las Casas fundamentalmente, pero su opinión sigue siendo muy discutida. Cf. Pichardo Moya (1956); 17, y Tovar (1961), 122. Pichardo Moya (1956), 48, en cambio, pone en duda el asiento caribe en Cuba defendido por Ortiz (1943) y por Vivanco (1952). Pichardo piensa que los gladiolitos, que vienen considerándose como caribes, son decididamente taínos; con respecto a unas hachas y objetos enigmáticos encontrados en San Vicente, cree que la ornamentación presenta ciertas analogías visibles también en ornamentaciones taínas, aunque reconoce con Ortiz que puede tratarse de una influencia remota. Véase DeGoeje (1926), 63-7. La toponimia de origen caribe que se conserva en Oriente, y en la que se basa Vivanco en parte para su argumentación, es factor demasiado inseguro. El mismo autor sólo aduce Maicí, nombre del cacicazgo

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De todo esto se saca la conclusión de que en el momento del descubrimiento vivían en Cuba tres culturas indias y que sólo la taína, recién llegada por lo demás, es lingüísticamente clasificable; aunque el nombre se debe a una convención propuesta por S. Loven (193.5) y aceptada ya comúnmente, se trata de un dialecto del núcleo arauaco. ¿Hablaban también los siboneyes un dialecto arauaco? Desconocemos la situación lingüística de la isla en 1492, aunque algunos autores dan por sentado, basándose en el testimonio de algunos cronistas, de que en las grandes Antillas se hablaba una especie de koiné arauaca 26. más oriental de la isla, que según él significó maíz. Pero aparte de la imponente escasez de estos topónimos, Vivanco, con su miopía característica en asuntos lingüísticos, no considera la posibilidad del vocabulario transportado, que es la única forma posible de explicar la presencia en las Antillas mayores de elementos léxicos de otras zonas. Parece seguro que a fines del siglo XV los caribes se habían apoderado de las Antillas menores, y sólo entonces comenzaron a extenderse a las mayores. El testimonio de Gómez de Gomara indica claramente el estado de asedio que padecían los habitantes antillanos ante las irrupciones belicosas y antropofágicas de los caribes: «...los indios, como los vieron salir a tierra con armas [a los españoles], a gran prisa huyeron de la costa a los montes, pensando que fuesen como caribes que los iban a comer...» Cf. P. Henríquez Ureña (1938), 95-102, y Zayas (1914), s. v. caribe. 26 Colón dice: «En todas estas islas non vide mucha diversidad de la fechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua, salvo que todos se entienden que es cosa muy singular», Documentos, IV. Las Casas anota lo mismo repetidas veces: «Por todas estas islas, como sea toda o cuasi toda una lengua...» «Como todas estas islas hablasen una lengua...» «...su lengua, la cual es toda una en todas estas islas de las Indias, y todos se entienden.» Sus referencias a «la lengua destas islas» son continuas. Cf. Las Casas (1875-6), I, caps, xliii, xlv, xlvi, liii y ex; II, cap. xxi. Bernal Díaz (1933-4), cap. viii, dice que él y muchos de sus compañeros de la expedición de Juan de Grijalva a Méjico sabían la lengua indígena de Cuba y entendieron a la india de Jamaica que encontraron en la isla yucateca de Cozumel («Muchos de nuestros soldados e yo entendimos muy bien aquella lengua que era como la propia de Cuba»). Miembros de la expedición conquistadora de la Florida encontraron que aquellos indígenas llamaban «con el mismo nombre que los habitantes de Cuba —guanajos— a unas aves que comían». Sin embargo, Fernández de Oviedo (1851-5), IV, cap. xliii, hablaba de lenguas diferentes en las Antillas, pero P. Henríquez Ureña (1940), 105 señala que Oviedo no sabía taíno y que es posible que se confundiera con pequeñas diferencias regionales, como las que señala el mismo Las Casas. Cf. Rosenblat (1964). Las opiniones modernas siguen encontradas. Cf. Tovar (1961), 119, 122-3, con amplia bibliografía. Schmidt (1926) y Rivet (1952) dieron por seguro la presencia de dialectos arauacos en la Florida, con lo que este núcleo lingüístico adquiere una extensión muy considerable: desde la Florida

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Sin embargo, el asunto no parece tan fácil de despachar, a menos que llegásemos a saber que los siboneyes eran también arauacos y que su dialecto con respecto al llamado taíno presentaba diferencias pequeñas y superficiales. Pero de no ser así nos encontraríamos con el hecho de que por lo menos la mitad de la isla pertenecía a un dominio lingüístico diferente del taíno. Esta situación nos presenta nuevos problemas, pues habría quizá que considerar que eran tres los núcleos dialectales que convivieron y no sólo el taíno y el caribe, lo que aumenta las ya no pocas dificultades de clasificación. Un trabajo dedicado a cuestiones léxicas no puede dejar de plantear este inconveniente. Pero hasta ahora es un caso sin solución. Nos es imposible distinguir entre términos taínos y caribes en más ocasiones de las confesadas, a pesar de que hay dialectos del mismo núcleo todavía vivos, así que se comprenderá fácilmente la imposibilidad total de despejar la incógnita con respecto al siboney. Y es que el conocimiento que ahora tenemos del caribe y de algunos dialectos arauacos 27 no suple la información morfológica estructural que necesitamos a fin de poder identificar los elementos léxicos. Los testimonios históricos valen poco en este sentido, pues no consideran casi nunca la posibilidad de vocabulario transportado, que no debió ser poco juzgando por las condiciones históricas y geográficas. La nómina puede clasificarse de muchas otras formas: (i) atendiendo a los tipos de lexías, cuyo rendimiento sería mínimo, pues y las Antillas hasta los territorios actuales de Bolivia y Paraguay. Recientemente la tesis de Perea Alonso (1942) sobre el origen arauaco de las lenguas indígenas del Uruguay ha sido rebatida por Blixen (1958). 27 Taylor (1957 c) señaló hace trece años, en su artículo sobre canoa, que este término pudo haber provenido de alguna lengua antillana desconocida, de donde pasaría al dialecto de las primeras tribus arauacas que llegaron a las islas, pues el estudio comparado de este término no parece apoyar origen arauaco o caribe. Quizá el mismo razonamiento sea válido para otros términos que aún esperan estudio semejante. Taylor (1957 a) ha señalado la dificultad de estos estudios dentro del núcleo arauaco, pues la descripción que hoy se tiene de los diferentes dialectos que lo integran es insuficiente. Cf. para el arauaco: Holmer (1949), Taylor (1957 a, 1957 b, 1957 c, 1969, 1970), Caudmont (1951); para el caribe: Taylor (1952, 1953) y DeGoeje (1939, 1946). No me ha sido posible consultar el Glosario etimológico taíno-español, de J. A. y S. Perea, publicado en Mayagüez en 1941.

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todas son del tipo lexema (+gramema, –s); (ii) atendiendo a la sustancia semántica de las lexías, que al igual que (i) daría una clasificación nada productiva, pues todas caen dentro de la misma categoría. Más variedad arrojaría una clasificación que atendiera a (iii) semas, (iv) sememas, (v) archisemenas, y/o (vi) clasemas; pero creo que siendo los indigenismos parte integral de la norma léxica y mostrándose sincrónicamente indiferenciados, ese tipo de clasificación no pasaría de ser un ejercicio académico, muy interesante, pero de una utilidad relativa 28. Los indigenismos se diferencian de otros elementos léxicos por razones de procedencia y a veces por su estructura fonológica, pero ninguno de esos dos factores conlleva suficiente importancia como para patrocinar un estudio semántico independiente. La misma observación me parece válida con respecto al análisis de la sustancia de los indigenismos en relación con la estructura de la norma dialectal. No es que dejen de producirse casos de neutralización, infección, polarización y otros fenómenos estudiados por Fernández Adrados (1969 a) ni que algunas distribuciones dejen de crear ciertos microproblemas, pero es que lo mismo ocurre con elementos de otro origen. En un plano sincrónico no veo cómo pueda desmembrarse el sistema léxico partiendo de consideraciones tan endebles. En un estudio diacrónico de los indigenismos los puntos de vista cambian, principalmente porque aquí sí resulta muy pertinente el estudio semántico exhaustivo de los indigenismos en proceso de incorporación que permitan explicar lo relativo a introducción, com28 Una clasificación por sememas, aunque con método intuitivo, es lo que se ha venido haciendo hasta ahora cuando los autores nos hablan de que tal o cual porcentaje de indigenismos pertenece a la fauna, o a la flora, o designan utensilios, etc. Creo que esto es útil en términos diacrónicos, pero que en una descripción léxica sincrónica no es esta la información más relevante, pues aquí se impone la consideración de toda la estructura léxica, o si fragmentada, atendiendo a categorías semémicas generales, donde también podría verse la proporción de indigenismos. Aunque en «Indigenismos del español de Cuba» no fue mi intento pasar más allá de la lexicoestadística, resultó imposible evitar la sustancia semántica de las lexías en la etapa de reconocimiento. Una revisión de estos resultados obliga en algunos casos a replantear las llamadas definiciones de nuestros diccionarios de indigenismos. Al elaborar estos materiales tuve la oportunidad de comprobar in extensu varias de las observaciones teóricas presentadas por Rodríguez Adrados (1969 a), 27-90, pero es asunto complejo del que no puedo ocuparme aquí.

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petición, desplazamiento y reajustes del sistema, y ver además proporcionalmente qué mundos nocionales se enriquecen, empobrecen o quedan indiferentes. Nada de esto es posible conseguir sin proyectar semánticamente los indigenismos sobre la estructura de la lengua. Claro que esto exige trabajos previos de glotocronología o lexicoestadística diacrónica que aún están por hacerse y que dejarían saber, además, la frecuencia y proporción de los indigenismos en diversas épocas y en distintos planos de lengua. II Otro de los trabajos reproducidos aquí trata de la influencia africana en el español de Cuba. Los resultados lingüísticos del contacto entre africanos e hispanohablantes de Cuba es tema de gran interés, aunque no exento de problemas de difícil solución, sobre todo si se enfocan estos estudios desde un ángulo diacrónico progresivo. En cualquier consideración al respecto tiene que entrar como premisa el conocimiento adecuado de la estructura y el léxico de las lenguas africanas que entran en contacto con el español colonial. Es necesario, además, disponer de cuadros cronológicos que especifiquen el núcleo etnolingüístico de los esclavos importados, así como su proporción, y, por último, aunque no menos importante, contar con suficiente información sociológica que ayude a trazar los esquemas de influencia 29. La investigación tropieza con dificultades desde los primeros momentos. Estamos lejos de saber con seguridad el origen de los africanos transportados a América, pues los datos que podemos manejar son pocos, inseguros y muy irregulares. Los problemas de información son de dos tipos: ausencia de documentación para reconstruir la fase de captura y transporte a los puertos 29 Muy recientemente, algunos trabajos de De Granda (1968 a, 1968 b, 1968 c) han venido a llamar la atención de los dialectólogos hispánicos hacia las múltiples facetas que es necesario considerar para un enfoque integral de la cuestión negra. Pienso en lo futuro poder ocuparme de éste y otros problemas teóricos y de método de la dialectología hispanoamericana.

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de embarque, fase ésta no manejada por europeos, sino por mercaderes africanos y autoridades políticas locales, e insuficiencia de los documentos de las etapas posteriores. Lo primero, que parece ser un lugar común en la historiografía africana, sigue todavía en pie a juzgar por las recientes palabras de P. Curtin (1964 a), 40, que insiste en que no podrá llegarse a conocer el verdadero impacto de la trata hasta que no se sepa más sobre las fuentes de suministro y las formas en que se satisfacían las demandas de esclavos. La situación ha llevado a historiadores y antropólogos a la literatura testimonial en busca de fuentes. La pauta inicial fue dada por Koelle en su introducción a la Polyglotta Africana (1854), donde recoge la narración de 179 casos de captura y esclavización, analizados y valorados recientemente por Hair (1965). Curtin (1967) defiende la legitimidad historiográfica de tales testimonios y da amplia información bibliográfica de textos que no figuran en su antología (pág. 4, nota 2). Por otra parte, los capítulos VII, VIII y IX de Ortiz (1916 b) están elaborados exclusivamente sobre este tipo de fuentes; son en su mayoría narraciones de viajeros de la segunda mitad del siglo XIX: William B. Baikie, Narrative of an exploring voyage up the rivers Kwora and Binué in 1854 (London, 1856); Thomas J. Hutchinson, Ten years wanderings among the ethiopians; with sketches of the manners and customs of the civilized tribes, from Senegal to Gabon (London, 1861); Degranpre, Voyage à la côte occidental d’Afrique fait pendant les années 1786 et 1787 (Paris, 1801); extractos de Campagne dans le haut Senegal et le haut Niger, citados en Frey, Côte occidentale d’Afrique (Paris, 1890); Lander, Expedition to Niger (New York, 1858); Laffitte, Le Dahomé (Tous, 1874); D. Turnbull, Travels in the West-Cuba, with notices of Porto Rico and the Slave Trade (London, 1840), y selecciones de las narraciones recogidas en los tomos de la Collection des relations de voyages, de Walckenaer. Ortiz también hace uso de textos más novelados, como el libro de V. Tissot y C. Amero, Au pays des nègres, peupaldes et paysages d’Afrique (Paris, 1887), y de observaciones de comentaristas de la trata. En esto recoge y amplía los materiales de la enciclopédica obra de A. Saco (1879), ya clásica en la historia de la esclavitud africana en América. Aún así la información sigue siendo precaria, pues en unos casos se reduce a experiencias personales, en otros, a narraciones de tono muy

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subjetivo donde es difícil entresacar el dato histórico, y en su mayoría se trata de testimonios muy recientes. Con anterioridad, las incursiones al interior en busca de esclavos debieron ser también de grandes proporciones, aunque quizá menos organizadas, a juzgar por la catastrófica devastación comentada por viajeros de principios del siglo pasado, como observa Curtin (1964 a), 41. En ayuda de esta literatura confesional o testimonial ha venido el estudio de la tradición oral, que cuenta ya con trabajos importantes 30, pero hasta ahora no se ha conseguido arrojar más luz sobre esta fase de la trata. Quizá en lo futuro, las investigaciones arqueológicas en África, que ahora comienzan con gran intensidad 31, puedan ayudar a resolver la nebulosa. Con respecto a la documentación conservada —filiaciones, registros generales de esclavos, declaraciones de la Compañía de Assiento, documentos aduanales, contratos de venta 32— sucede que en numerosas ocasiones no se consigna la procedencia del esclavo, sino otros datos más importantes para el comercio 33, y que 30 N’Diaye Leyti (1966) ha podido construir un esquema de la historia de los reyes y su genealogía desde el siglo XVI hasta el XX, así como de la organización política y administrativa del antiguo reino del Senegal; Afigbo (1966) ha trabajado en la historia de la Nigeria oriental y ha expuesto principios metodológicos con respecto a la tradición oral; Alagoa (1967) ofrece pautas para el fechado de estos materiales. Más dedicados al análisis de casos concretos, Brou Tanoh (1967), Fischer y Tame-Tabmen (1967) y Camochan (1967). P. E. H. Hair (1967) expone algunos reparos al utilizamiento exclusivo de fuentes orales en asuntos africanos e indica que la investigación documental, siempre que esto sea posible, debe preceder a la valoración de datos —especialmente en los casos de Wölkerwanderungen— generosamente suministrados por la tradición oral. Más recientemente, J. Ki-Zerbo (1969) ha pasado revista a las posibilidades de utilizar la tradición oral como fuente de la historia africana. 31 Cf. Davies (1967), esp. 305-20. 32 Cf. ahora la recopilación de repositores documentales sobre africanos y sus descendientes en América, preparado por especialistas de los países americanos bajo la dirección de M. Acosta Saignes (1969). Lamentablemente, Cuba no proporcionó información al respecto. 33  Álvarez Nazario (1961), después de revisar tres manuscritos, posiblemente los únicos conservados de los que podrían arrojar luz sobre la procedencia de los esclavos llegados a Puerto Rico, observa lo siguiente. En el primero de ellos —Libro, en que por el Governador Juez-conservador de la Rl. Compañía de Assiento de Negros, hecho por

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cuando el origen se encuentra especificado, no siempre es informe fiable. Son varias las causas conocidas que hacen dudar al investigador. Parece que desde el mismo siglo XVI comenzaron a infringirse las disposiciones de la corona y que muchos esclavos procedían de otras zonas que no eran las autorizadas de Angola, Guinea, costas de Cabo Verde e islas vecinas. Parece también que los traficantes tuvieron otra razón de peso para encubrir el verdadero origen de ciertos grupos étnicos: la fama de belicosos e insubordinados que algunos comenzaron a disfrutar desde muy pronto 34. Si sumamos a éstos los casos en que, por ignorancia o comodidad, los esclavos pasarían a los registros como originarios del puerto de exportación 35, las poDn. Miguel de Uriarte, para proveer de ellos diferentes Provincias de Indias; se toma razón de los que dicha Compañía vende en esta Ysla, con expresión del día de la venta, la calidad del Negro, quien lo compró y en quanto [1768-1779]— «no consta el registro de la procedencia de los negros importados, y sí tan sólo el nombre del comprador del esclavo, con la especificación de si este es ‘pieza’, ‘muleque’ o ‘mulecón’, sexo, precio, y en alguno que otro caso, si se informa que el negro es ‘ladino’ se da su nombre». En el segundo MS. —Negros emancipados. Filiaciones (1859)— «que contiene 434 filiaciones de los negros que arribaron a Humacao en la barca Majestic, confiscada por las autoridades españolas a traficantes contrabandistas»; y en el tercero —apenas unos folios del Registro Central de Esclavos: Quinto y Séptimo Departamentos (1872)— «sólo se declara en contados casos el origen africano particular de los negros aludidos», 17, nota. La situación no parece haber sido diferente para Cuba, pero esto es difícil de precisar hasta que no contemos con una investigación seria y sistemática que venga a sustituir el trabajo de Ortiz (1916 b), 168-73. Información más segura, pero también precaria en cuanto al origen, en Aimes (1907), que, sin embargo, ha podido construir un cuadro con los precios de venta según las fechas, y en ocasiones según la calidad del esclavo (bozal, muleque, mulecón, pieza, ladino, criollo), Vid. explicación detallada de estas categorías en Ortiz (1916 b), 171-2. Fuera de las Antillas la situación parece ser muy heterogénea. 34 Fue lo que sucedió con los yolofes desde el alzamiento general de esclavos en Puerto Rico, en 1527. Una real cédula firmada por Carlos V en 1532 menciona a los jelofes como causantes de la revuelta y los califica de «soberbios, inobedientes, revolvedores e incorregibles»; es la misma cédula que prohíbe su importación a las Indias sin licencia expresa. Cf. Álvarez Nazario (1961), 50. 35  Cf. A. Ramos (1943), 70-1. Es muy de lamentar que la ponencia conjunta presentada ante un congreso de especialistas por el Instituto de Estudios Africanos en América Latina y el Caribe, de La Habana, sobre «Aspectos del establecimiento de la esclavitud en América», sólo sea una antología de lugares comunes sobre el tema. Cf.

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sibilidades de trabajar con cálculos de error mínimo se reducen aún más. A pesar de estas limitaciones, se hicieron varios intentos de clasificación étnica de los negros llevados a Cuba. El trabajo más extenso, el de Ortiz, fue publicado en forma definitiva en 1916 como parte de su libro Los negros esclavos (24-48) 36. Como resultado de este intento Ortiz ofrece una nómina de noventa y nueve regiones africanas, no todas ellas localizadas sobre el mapa. Sería, sin embargo, algo apresurado lanzarse a trabajar en un plana lingüístico sobre estos resultados. La identificación de grupos étnicos y núcleos dialectales sigue siendo difícil, aún después de los trabajos de Greenberg (1953, 1963), Hair (1966) y Ladefoged (1968) principalmente, pero no del todo imposible. Lo que detiene cualquier intento es que la base etnológica ofrecida por Ortir no parece científicamente sólida. No se precisa ser especialista en esta materia para hacer ciertos reparos de método y, en consecuencia, dudar de las conclusiones ofrecidas. En primer lugar, Ortiz trabaja con elementos de segunda mano; no ha hecho su investigación en forma sistemática sobre los archivos, sino recopilando nombres que ha visto citados en libros antiguos de autores cubanos y en documentos que quedan sin especificar. En realidad lo que ofrece es una lista de «apelativos etnográficos usados por los afro-cubanos», pág. 24, pero sin ninguna jerarquización en cuanto a la naturaleza de las fuentes, y sin ni siquiera ocuparse del fechado de los testimonios. Los materiales coleccionados, que no reciben el menor análisis —el mismo autor reconoce que su trabajo está desprovisto de «depuración etnológica», pág. 48—, aparecen presentados en línea alfabética. Entre sus fuentes figuran, por un lado, el Diccionario de Pichardo y su mapa de 1866, entonces inédito, Macías, Pérez Beato, periódicos del siglo XIX, viejos negros amigos del autor, etc. Todas ellas de poca solvencia científica. Otras fuentes menos impresionistas, como reales cédulas, libros de geografía, estadísticas, IEA (1969) en la Bibliografía. 36  En 1866, E. Pichardo preparó un mapa de procedencias para ser incluido en la Antropología y Patología comparada de los negros esclavos, de H. Dumont, que empezó a publicarse en 1515 (RBC, X, núms. 3 y ss.). Este material ha sido utilizado en el estudio de Ortiz de 1916. También están recogidos en este libro los datos proporcionados por M. Pérez Beato (1910) y, por supuesto, los de un trabajo previo del mismo Ortiz (1905).

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comentarios y diarios de viaje, libros históricos, mapas de la Enciclopedia Británica, etc., están aducidos con cierta incoherencia y superficialidad; el autor identifica caprichosamente sus materiales con los de estas obras, sin que medie explicación alguna. Muchas de las hipótesis que se presentan parecen en extremo discutibles. Dejando aparte la información de detalle, las conclusiones que se sacan de este trabajo de Ortiz indicarían que los elementos africanos transportados a Cuba eran principalmente mandingas, gangás, minas, lucumíes [yorubas], carabalíes y congos, aunque en menor escala fueron también introducidos ashantis, falas y yolofes 37. Aun suponiendo que se tratara de resultados irrefutables resulta que en un área bastante menor que la que supone la localización geográfica de estos grupos, Westermann y Bryan (1952) encuentran alrededor de 173 diferentes lenguas o complejos dialectales. Investigaciones más recientes han ampliado este número considerablemente 38. 37  Álvarez Nazario (1961), con rica documentación, aunque con todas las reservas del caso, ha preparado para Puerto Rico el siguiente esquema para los negros traídos directamente de África: (i) bozales de origen sudanés, y (ii) bozales de origen bantú. Entre los primeros están los yolofes, los mandingas, los fula, los biafaras, los gangá, los mendé, los grebo, los minas (procedencia fanti o ashanti), los lucumíes [yorubas], los hausas y los carabalíes; entre los de origen bantú, los congos, los angolos y los mozambiques. Cf. especialmente las páginas 46-74. La base de tal clasificación no deja de parecer algo simplificada, tanto desde un punto de vista antropológico como lingüístico, pero cuenta con el apoyo de otros autores. Muller (1964), 108-11, habla del Sudanic Branch, donde incluye los dialectos fula, mandinga, mossi, kpelle, twi-fante, mende; fon, ewe, hausa, kanuri, yoruba, iba, bini, efik y nubio, y del Bantú Branch, donde coloca los dialectos congo, lingala, fangbulu, mbundu, ndongo, makua, thonga, shona, nyanja, bemba, sotho, zulu, xhusa y tswana. El reciente trabajo de Mukarousky (1966), tras analizar treinta lenguas con propósito lexicoestadístico, ofrece parecida conclusión, ya que habla de dos grandes núcleos lingüísticos, el Erythreo-Sudanic y el Bantu-Guinean, para el África occidental, aunque hay algunas discrepancias de catalogación. Vid. la nota siguiente. 38 Spencer ha compilado las respuestas de un cuestionario que investigaba la diversidad de lenguas en esa área del continente, y los resultados indican que debe haber cerca de trescientas lenguas diferentes en Sierra Leona, Costa de Marfil, Gana y Nigeria. Ladefoged (1968), xi, que cita esta investigación de Spencer, especifica que si se añaden las lenguas habladas en el Senegal, Gambia, la Guinea portuguesa, Guinea, Mali, Liberia, el Alto Volta, el Níger, Togo, Dahomay y parte de la República de Cameroun, que comúnmente se la considera perteneciente al África occidental, la suma total

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Un ensayo de clasificación lingüística de (i) mandingas, (ii) gangas, (iii) minas, (iv) lucumíes y (v) carabalíes arroja el siguiente resultado: (i) dyola, serer, bambara, fula (?); (ii) temne, limba, loko, soso; (iii) cama, nzima, fante, effutu, ga, twi, kyerepong, late; (iv) batonu, yoruba, bini, y (v) igbo, kalabari, ibidio, efik, ngwo, ngwe, bafut, kom. Teniendo en cuenta que la localización geográfica de estos grupos étnicos es imprecisa en tiempos históricos 39 y que la información lingüística utilizada es moderna se comprenderá lo tambaleante de tales ensayos. Sólo es posible trabajar por aproximación, y aún así, sobre informes etnológicos inadecuados. Pero aunque los problemas de procedencia estuvieran resueltos no es posible realizar el análisis contrastivo, pues no sólo desconocemos lingüísticamente los dialectos aumentaría a más de quinientas lenguas. La clasificación de las lenguas africanas ha sido tema de investigación desde hace largo tiempo, pero el período de mayor intensidad y crédito científico se abre con los dos volúmenes de Migeod y Hugh (1911-13). A este estudio suceden los trabajos de Delafosse (1929) sobre los dialectos mandingas en particular, de Werner (1930) y Delafosse (1930), de Guthrie (1948, 1953, 1959) sobre el bantú y sus dialectos, de Homburger (1949) y los rigurosos trabajos de Greenberg (1955, 1963 a), que marcan época en estos estudios, más el de Bryan (1961) sobre las lenguas bantúes. Sin embargo, la clasificación de las lenguas africanas es asunto no terminado. Cf. el trabajo de Johnson (1965), que plantea un problema más serio que el de simple terminología, el de Jungraithmayr (1967), el de Goodman (1969) y, en menor escala, el de Weil (1968). Las obras generales también ofrecen discrepancias. Cf. Meillet y Cohen (1952) y Paul (1952). Lo mismo se advierte en los manuales de von Ostermann (1952) y de Muller (1964). 39  Faltan trabajos para otras regiones centrales del occidente africano comparables al estudio de P. E. H. Hair (1967) para la costa de Guinea. Hair ha trazado un inventario de las unidades etnolingüísticas de esta región costera del continente basándose en la documentación portuguesa y en otras fuentes europeas de entre 1440 y 1700. Comparando este inventario con otro preparado sobre materiales actuales, el autor demuestra que en nomenclatura, localización y lengua estas unidades han permanecido bastante inalterables durante tres, cuatro y hasta cinco siglos. Hair se refiere a condiciones lingüísticas externas, principalmente a cuestiones de límite y desplazamiento. Trabajo de parecido propósito es el de Moreira (1964), pero limitado a los fulas de la Guinea portuguesa. Steward (1966) comprueba que ha habido poco cambio en el dominio lingüístico del dialecto guan, a pesar del prestigio de dialectos vecinos, especialmente del norte de Akan pero los materiales con los que trabaja son modernos, igual que los analizados por Wioland y Calvet (1967). La localización de las unidades etnolingüísticas del África de los siglos XV al XVIII sigue siendo desconocida en detalle. A partir del XVIII ya se cuenta con información más rica, gracias a investigaciones históricas, como la de Arhin (1967).

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africanos, sino también el español colonial de Cuba. Esta última deficiencia puede ser salvada en lo futuro, aunque es trabajo de grandes proporciones; pero no parece posible por el momento llegar a conocer el estado de los dialectos africanos del Oeste central con anterioridad al siglo XIX, dada la falta casi total de corpus analizable. Hoy, a pesar del enorme avance de la dialectología africana de los últimos años, todavía no se está en condiciones de iniciar procesos de reconstructivismo 40, y sólo pueden rastrearse estados anteriores de lengua a través de arcaísmos de la tradición oral. Hasta 1841 no se contó con estudios de importancia sobre las lenguas africanas. Los vocabularios que habían sido confeccionados con anterioridad a esta fecha quedaron compilados en el pequeño diccionario multilingüe que E. Morris preparó para uso de la famosa expedición del Níger: Outline of a Vocabulary of a Few of the Principal Languages of Western and Central Africa (1841) 41. Constaba de más de 1.500 palabras inglesas y sus equipavalentes en hausa, ibo, yoruba, fulfulde, mandinga, bambara, fante y wolof. Después de esta compilación aparecieron grandes diccionarios de fanti, eyo, yoruba y ashanti 42. Para 1847 se conocían catorce vocabularios de lenguas de akán, once de varios dialectos ibo, ocho de yoruba y varios otros 43. 40 En realidad el único trabajo de reconstrucción lingüística de una lengua del Occidente central que conozco es el de Gregersen (1967), y se ocupa sólo de las consonantes palatales. Swadesh (1966) y Painter (1966) han iniciado investigaciones glotocronológicas y lexicoestadísticas, pero con radio muy reducido. Fuera de estos pocos casos específicos sólo se cuenta con los estudios accesorios de Dalby (1967, 1968), que ha trazado la historia de los silabarios de vai, mende, loma, y kpelle y el alfabeto del bassa, todos dialectos de Sierra Leona, y el silabario de Surinam; la investigación sólo se ha podido remontar hasta alrededor de 1830. 41 El diccionario de Norris continuó un primer esfuerzo de la Senegal Company en cuanto a preparar un lexicón multilingüe de las lenguas africanas. Cf. las Mémoires de la Societé Ethnologique, II (1845), 205-67. Curtin (1964 b), 388-400, que cita este trabajo, ofrece una exposición de conjunto sobre este primer momento de la investigación lingüística en Africa. Valoración lingüística e identificaciones modernas de los núcleos dialectales, en Hair (1966 b). Especialmente sobre las lenguas bantúes, Doke (1954), 11-9; para los trabajos posteriores a 1860, Doke (1945). 42  Brookings (1843), Raban (1831), Crowther (1843) y Halleur (1845). 43  Cf. R. G. Latham, «On the Present State and Recent Progress of Ethnographical Philology», Reports of the British Association for the Advancement of Science, XVII (1847), 154-229, citado y comentado por Curtin (1964 b), 392.

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Siete años más tarde se publicaba la primera edición de la famosa Polyglotta Africana. Durante este período inicial, con excepción de las obras de Macbriar (1837) y de Brookings (1843), la atención de los investigadores se concentró exclusivamente en el léxico. Hay que esperar a la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, al XX para poder contar con descripciones gramaticales más extensas, aunque a menudo viciadas por deficiencias teóricas propias de su momento. Las descripciones estructurales que hoy tenemos de ciertos dialectos africanos son trabajos recientes 44, algunos de ellos muy discutidos todavía 45. De acuerdo con esto, lo que parece más accesible al investigador es el estudio léxico, pero aun aquí no parece que pueda avanzarse más allá de mediados del siglo XVIII. En cuanto a estructuras, en principio y siempre en un plano hipotético, podría trabajarse con descripciones de modernos dialectos del oeste africano. De esta forma, sin embargo, no es posible calcular el margen de error que forzosamente se producirá al suponer esquemas estructurales paralelos entre el dialecto actual y el de períodos anteriores en varios siglos. Otra desventaja para iniciar estos estudios es lo inadecuado de nuestra información en cuanto a la cantidad, fecha y localización de los elementos africanos. El investigador cuenta con fuentes generales de información 46, y en particular para Cuba con los trabajos de Saco (1879), Humboldt (1856), de la Pezuela (1863-1866), Aimes (1907), Ortiz (1916), Guerra (1935, 1938) y Corwin (1967). Es idea general que de 1512 a 1886 entraron en la isla cerca de un millón de africanos. A esta cifra se ha llegado sumando las cantidades que ofrece Aimes para el período de 1512 a 1865, que arrojan un total de 527.828, y añadiendo cada uno por su cuenta los cálculos que ha creído oportuno para los años subsiguientes. 44 Pueden consultarse en las revistas especializadas, principalmente ALR, ALS, AN, AS, JAL, JWAL. 45  Véanse las discrepancias de Newman (1965) y Jungraithmayr (1967) sobre ciertas características de los dialectos del occidente de Chadie, y la polémica de Oladele Awobuluyi (1967 a, 1967 b), y Ayg Bamgbgse (1967 a, 1967 b) sobre algunos aspectos del vocalismo yoruba. 46 Scelle (1906, 1910), Monheim (1927), Donnan (1930-35), Wyndham (1935), King (1943), Ducasse (1948), Bonilla (1961), Mannix (1962), Mellafe (1964), Uranich (1966), Lapeyre (1967), Cowley (1968), Curtin (1969) y Fage (1969), trabajos como se supondrá muy desiguales en cuanto a su alcance y utilidad para nuestro propósito.

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Como el trabajo de Aimes se basa solamente en las importaciones legales, se ha abierto otra puerta a la especulación con las entradas de contrabando. Ortiz suma a la cifra de Aimes unos 200.000, y en otro lugar (1916 b), 20 nota 1, casi el doble, pero sin apoyo documental. No sorprende que las estadísticas de la esclavitud en Cuba varíen con los diferentes autores, pues otro tanto sucede en todo el continente: las cifras van desde los cálculos más conservadores, como el de Mellafe (1964) —1.000.000 de entradas legales y otro de contrabando durante todo el período colonial de la América española—, hasta los más alucinantes, como los de Cooper (1876), Curtin (1969), que con mucha minuciosidad acaba de reestudiar la cuestión, afirma categóricamente que los esclavos que llegaron a América no pudieron ser más de 9.000.000, y es muy probable que hasta menos. Curtin se basa, entre otras cosas, en la disponibilidad de transporte transatlántico de esos siglos, punto novedoso y probadamente útil en este tipo de estudios. Parece que las cifras de las investigaciones más recientes y serias aconsejarían reducir los cálculos para Cuba, pues resulta exagerado pensar que la isla absorbiera la mitad de toda la importación a Hispanoamérica, si atendemos a los números de Mellafe, o la novena parte de la importación continental, si seguimos los de Curtin. Sin embargo, el que pueda llegarse a precisar la cantidad de africanos llegados a Cuba durante los trescientos setenta y cuatro años de la trata, es factor de utilidad relativa, pues para un enfoque socio-lingüístico de la cuestión se necesitarían cifras clasificadas y densidad demográfica en los distintos momentos del período esclavista. Intentando proporcionar en parte esta información, Ortiz (1916 b) compuso un cuadro tomando informes de diversas fuentes, donde a base de cálculos aproximados muestra la proporción de blancos y negros 47. 47 López Prieto (1882), 40; Ferrara (1915)) 8-9; Saco (1879), I, 261; Labra (1873), 251, y Colección de documentos inéditos de Ultramar, IV, 252. Obsérvese que el cuadro deja sin especificar la proporción entre negros esclavos y libres, información que podría ser significativa para un estudio lingüístico, dado el mayor porcentaje de criollos entre estos últimos. De los 76.180 habitantes negros de 1792, sólo 44.333 eran esclavos, según Guerra (1935), 71. De acuerdo con informes del censo de 1817, recogidos por Humboldt (1856), 224.268 eran esclavos y 115.691 eran negros libres. Guerra (1938), 188, ha subrayado que en 1791 uno de cada cuatro habitantes era esclavo. Corvvin (1967), 12-3, dice que para este mismo año había en Cuba un esclavo por milla cuadrada, proporción muy modesta en comparación con Haití y las Barbados. El número de esclavos fue disminuyendo drásticamente hacia la segunda mitad del siglo XIX; en 1869 los esclavos eran 363.288; nueve años más tarde la cifra se había reducido a 227.902.

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BLANCOS

NEGROS

1532

37,5

62,5

1620

93,4

6,6

1775

56,2

43,8

1792

56,4

43,6

1811

45,5

54,5

1817

45

55

1827

44,2

55,8

1830

44

56

1841

41,5

58,5

1846

47,4

52,6

1849

48,5

51,5

1855

47,8

52,2

1859

52,2

47,8

1860

51,6

48,4

1861

56,8

43,2

1872

55,4

44,6

1877

67,8

32,2

1899

67,9

32,1

1907

70,3

29,7

El cuadro muestra que, con excepción de la violenta fluctuación de 1620, la población negra superó a la blanca casi constantemente hasta 1859, y que sólo en este siglo la población blanca la duplicó con amplio margen. En términos matemáticos, el elemento africano debería haber tenido gran importancia durante el contacto lingüístico, pero es preciso tener también otros factores en consideración. Mientras que los hablantes blancos presentaban, en general, homogeneidad lingüística, el elemento africano era dialectalmente diverso hasta Claro que más útil que este tipo de estadística sería saber la proporción entre negros bozales y criollos, pues sabemos que los negros nacidos en Cuba hablaban ya sin interferencias. Cf. infra, 76, 1.24. A veces es posible conseguir esta información a través de los censos, pero sólo para épocas relativamente recientes.

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un grado imposible de precisar. Además, esta diversificación tuvo siempre proporciones irregulares, a pesar de ciertas prohibiciones de importación y de algunos períodos de mayor preponderancia de unos grupos sobre otros 48. Pero por sobre todo, el ínfimo nivel social de estos africanos, muchos de ellos sometidos a la esclavitud, impone al análisis consideraciones sociolingíiísticas especiales. Sin embargo, lo que en realidad resulta más problemático es el no disponer de un corpus analizable. Un estudio contrastivo, además del conocimiento previo de las lenguas que entran en contacto, necesita de textos que permitan analizar y fechar los procesos de interferencias en el español de los hablantes negros, y su grado de permeabilidad en la norma lingüística, con los casos de fracaso y regresión. Quizá con respecto al léxico esto pueda intentarse, pero exigiría manipular un volumen tal de textos que no veo posibilidad de efectuarlo a menos que se mecanice la investigación. La situación podría quedar esquematizada así: I

II

III

IV

x

X

N

Y

N

y

N

w

W

N

Z

N

N1

z

48  La importación de yolofes se prohibió, o al menos se restringió, desde el mismo siglo XVI, pero ello no garantiza que en realidad dejasen de traerse. En el siglo XIX disminuyó la trata de mandingas y gangas, pues al parecer, los ingleses de Sierra Leona vigilaban muy estrechamente las costas vecinas y sus flotillas de cruceros impedían el comercio a otros países. Dumont, en cita recogida por Ortiz (1916 b), nos informa también de que «hace mucho tiempo que los mandingas han dejado de ser transportados a Cuba». El P. Dumont escribía esto poco después de mediar el siglo pasado, lo que hace suponer que esta unidad etnolingüística no llegó a la isla —o al menos no llegó en cantidad significativa— desde el siglo XVIII. Marrero (1966), 147, afirma que se prohibió la importación de mandingas, pero es información no documentada; no me ha sido posible confirmar el dato en otras fuentes. Marrero asegura también que entre 1845 y 1850 entraron gran número de carabalíes como consecuencia de las guerras tribales africanas, y que de todos los esclavos importados a la isla, el mayor renglón lo constituían los lucumíes [yorubas]. Pero estas afirmaciones necesitan confirmación.

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Donde (I) serían las lenguas africanas, (II) la norma dialectal, (III) el español adquirido por las unidades etnolingüísticas llegadas de África y (IV) la norma dialectal modificada por los elementos africanos incorporados. El proceso estaría representado por la siguiente fórmula:

[ [ Y

W Z

[ [

X

+N→

x

N

y

N

w

→N

1

N

z

N

Queda clara la imposibilidad de hablar de la influencia de un dialecto sobre otro hasta que el proceso no haya cumplido su ciclo, hasta que no se tenga un estado de lengua como el representado por N1 en la fórmula de arriba. Es importante no caer en la simplicidad teórica de confundir N(x, y, w, z) con N1, pues aunque lo uno sea teóricamente causa de lo otro, son en sí fenómenos diferentes. Un estudio de N(x, y, w, z) será, en rigor, un análisis de interferencias lingüísticas en los hablantes bilingües o en proceso hacia el bilingüismo. En el caso de estas lenguas africanas y el español no puede hablarse de lenguas en contacto con el sentido que la expresión tiene desde Weinreich (1953), puesto que en realidad, al menos en las Antillas, no se establece una situación de bilingüismo. Los hablantes negros se vieron forzados a aprender rápidamente un nuevo código de comunicación, y con esto se inició un proceso hacia la mortandad lingüística de sus dialectos 49, lo que explica que los elementos africanos transportados a la norma española no hayan sido muchos. A falta de otros textos más fidedignos, se hace necesario en el caso de Cuba acudir a obras literarias y a testimonios 50, pero lamentablemente estos últimos son breves y muy recientes. La excepción a esta 49 Algunos han vivido hasta hoy como lengua de agrupaciones religiosas y sociedades secretas. Cf. J. L. Martín (1944, 1945, 1946), Díaz Fabelo (1956) y L. Cabrera (1957). Es asunto que necesita revisión muy cuidadosa. 50 Cf. infra, 72-76.

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penuria de materiales es una lista de veintiún términos que se supone especie de vocabulario para la comunicación rudimentaria con los negros bozales. De éstos, quince fueron anotados por Pichardo (1836) y el resto añadidos por Ortiz (1916 b), sin que ninguno parezca tener más fuente que la experiencia personal: brucu ‘malo, mal hecho, desaprobación’, capiango ‘ladrón’; cucha-cucha ‘escuchar, oír’; chapi-chapi ‘chapear, limpiar la tierra de hierba con el machete’; fino-fino ‘bueno, bien hecho, aprobación’; fon-fon ‘castigo de azotes, azotar’; guari-guari ‘lavar, limpiar’; luku-luku ‘ver, mirar’; llari-llari ‘llorar, tener melancolía o tristeza, padecer de algún dolor, enfermar’; meri-meri ‘estar borracho’; musenga-musenga ‘¡caña, caña!’, excitación al trabajo del corte de caña de azúcar’, napi-napi ‘dormir’; ñami-ñami ‘comer, comida’; piquinini ‘cosa o persona pequeña’; pisi-pisi ‘orinar’; puru-puru ‘evacuar el viente’; quiquiribu ‘morir’; sangara ‘caminar, aguardiente’; soqui-soqui ‘fornicar’, y tifi-tifi ‘robar’ 51. 51  Pichardo (1836) ofreció ocho etimologías inglesas de este vocabulario: lukuluku < (to) look, napi-napi < (to) nap, pisi-pisi < (to) piss, tifi-tifi < (to) thieve y merimeri < marry, que da por seguras; mientras que propone con signo interrogante: guasiguasi < (to) wash, llari-llari < (to) yearn y guari-guari < (to) ward. De las ocho, las seis primeras parecen irrefutables; la séptima no logra sostenerse, pues no hay ningún contacto semántico entre llari-llari y to yearn; y sí mucha analogía fonética, además de semántica, con el español llorar, étimo que también apunta Pichardo como posibilidad. Con respecto a guari-guari pensó en el verbo to ward, que sin duda es error por word (Ortiz corrigió to word, pero tal verbo no existe). Creo que es posible pensar en word como hipótesis mientras no se encuentre explicación más satisfactoria. En 1923, Ortiz rechazó dos de estas etimologías inglesas: guari-guari le pareció reduplicación verbal de un lexema guarí —también presente en guariao y guaricandilla, dice— con la significación de ‘cacareo’; se apoya en Crowther (1843), 167, que trae el lucumí o yoruba shwerewere ‘charlar, hablar mucho sin ton ni son, cotorrear’, y llari-llari fue explicado partiendo del fanti o ashanti yari ‘enfermedad’. Las dos hipótesis son problemáticas, pues habría que empezar por preguntarse por qué los negreros aprendieron estos términos de ciertos dialectos africanos y no al revés, como sería de esperar, y aún así, si sería funcional emplearlos, dado el muy diferente origen lingüístico de los esclavos. En el caso del yoruba shwerewere no tenemos transcripción fonética, lo que dificulta precisar la evolución (aunque el haber sido escrito así por un inglés haría pensar en un elemento inicial palatal fricativo, cuya desaparición no se explica bien). El étimo fanti para llarillari me parece ocioso, tanto por las razones señaladas arriba como por las que trae Álvarez Nazario (1961), 127 y 377. Quizá sea posible añadir soqui-soqui a la lista de los anglicismos (< to fock?) o a la de onomatopeyas, como ñami-ñami y fon-fon. Con

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Este pequeño vocabulario abre nuevas interrogantes, pues no sabemos si fue norma general entre los bozales o sólo entre ciertos grupos, o si Pichardo y Ortiz lo compusieron por acumulación a base de informes tomados de diferentes idiolectos. Tampoco sabemos si esta lista es exhaustiva, si es válida para épocas anteriores al siglo XIX y si se trata de transcripciones fieles o convencionales. Problemas irresolubles como se ve. Pero lo esencial a nuestro tema es observar que los africanismos de esta lista no pasaron a ser norma léxica en ninguna de las áreas de Cuba. Este camino de diacronía progresiva parece llevarnos a un callejón sin salida. No sucedería lo mismo si se enfocaran estas investigaciones diacrónicas en dirección regresiva, pues en el caso de Cuba el elemento africano tiene su representación activa en la norma léxica actual. Zwernemann (1968) acaba de hacer este trabajo con un vocabulario recogido en el Brasil en el siglo XX 52, y también sería posible hacerlo con los llamados afrocubanismos. Esto exigiría como trabajo previo una revisión cuidadosísima de las nóminas léxicas preparadas hasta ahora, pues en parte al menos son pródigas en etimologías inaceptables. Partiendo de una base segura podría iniciarse el proceso de identificación y estadística, y sabríamos por fin cuáles son los verdaderos afrocubanismos léxicos, cuáles sus fuentes dialectales y cuál su proporción. La investigación es seductora, pero requiere un trabajo preparatorio amplio que aún está por hacer. Painter (1966) ha demostrado, con respecto a las lenguas africanas mismas, que este tipo de estudio, proyectado sobre una línea cronológica, además de su valor lingüístico, es un instrumento inapreciable para otras disciplinas, especialmente la historia. respecto a piquinini hay que pensar en el portugués pequenino y no en el español pequeñín o pequeñito. En el inglés del sur de los Estados Unidos se conservan las formas picaninny, piccaninny y pickaninny, introducidas por los negros de las Antillas. Partridge (1958) piensa en el español pequeñito o en el portugués pequenini [sic]. En resumen, ocho términos parecen provenir del inglés, cuatro del español, uno del portugués, dos o quizá tres sean de origen onomatopéyico y cinco de origen desconocido, posiblemente africanismos adaptados o productos híbridos. 52 El vocabulario fue recogido y publicado por Nina Rodrigues en su libro Os Africanos no Brasil a finales del siglo pasado (2.K edição, São Paulo, 1935). Zwernemann ha comparado esta lista con las preparadas por Koelle, Westernan y Rattray, y ha llegado a la conclusión de que se trata de un vocabulario de origen buli (o bulea), dialecto del grupo mosi, pues a él pertenece el 89,5 por 100 de sus elementos.

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Si desde un punto de vista diacrónico la investigación tropieza con obstáculos a veces insalvables, al trabajar con un corte sincrónico en nuestro siglo el panorama cambia totalmente; se cuenta con un corpus amplísimo (hipotéticamente) y con suficiente información extralingüística, al menos en cuanto a población y a algunos aspectos antropológicos. Sin embargo, excepción hecha del léxico, es muy poco lo estudiado. Los lexicógrafos han estado trabajando a caballo entre etimologías y uso, pero la atención ha ido preferentemente a las primeras 53. Igual que con los indigenismos se necesita establecer las nóminas activas y pasivas, y efectuar análisis de frecuencia y proporción en la lengua viva. Me ocupé de las influencias africanas en el español de Cuba en 1964 y 1967 54. Este último trabajo, de tono más bien divulgador, incorporó el material anterior donde sólo trabajaba con el plano fonológico y añadió consideraciones generales sobre el léxico, pero ahora he creído de más utilidad desglosar la estadística del léxico negro y su sustancia semántica. Ya he apuntado anteriormente las razones que me impulsan a no dar consideración semántica particular a un grupo léxico por el simple hecho de su origen extrahispánico. Sin embargo, en el caso de los afronegrismos y aun tratándose de un corte sincrónico actual, quizá valdría la pena estudiar monográficamente algunos casos de competición —que no se dan con los indigenismos—, por ejemplo. Pero de esto no me es posible ocuparme por el momento. III Estudiadas las nóminas pasivas de indigenismos y afronegrismos quedaban en pie dos investigaciones muy relacionadas. Tratar de establecer la nómina activa de ambos núcleos y obtener datos de su proporción dentro del léxico total. Esta tarea tiene que ser relegada para el futuro por falta de corpus y de investigaciones sociológicas previas para conseguirlo. Se puede acudir a la lengua escrita, pero trabajando con materiales tan parciales sólo se conseguirían cifras de muy relativa aproximación, y habría que resolver serios problemas 53 Cf. infra, 158-168. 54 «El supuesto africanismo del español de Cuba», Arch, XIV (1964), 202-11, y «Elementos africanos en el español de Cuba»; BFE, XXI (1967), 27-43.

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de selección como los señalados por Muller, ZRPh, LXXXI (1965), y Bustos (1966-67) al material utilizado en la computación de Juilland y Chang-Rodríguez (1964). Aprovechando el léxico recogido recientemente con el cuestionario preliminar del PILEI (1968) decidí practicar algunas calas sobre indigenismos, africanismos y anglicismos. Poco después de completado este trabajo se terminó la transcripción de las primeras doce encuestas de un corpus destinado al estudio de la norma culta del español de La Habana 55; sometí este texto a tabulación con el mismo propósito y así poder confrontar las proporciones entre diálogo espontáneo y encuesta dirigida. Se trata, por supuesto, de una muestra muy acotada diastrática y diatópicamente. IV Sobre la fonología del español de Cuba aquí se vuelven a publicar dos trabajos de muy diferente propósito. Las «Observaciones fonéticas sobre la lengua de la poesía afrocubana» 56 surgió como reacción a uno de los tantos mitos que por ahí circulan sobre el español de América y el de Cuba en particular, y es que algunos críticos literarios, preocupados con la llamada poesía afrocubana, han pensado que ciertas características fonéticas, que la lengua escrita transcribe, son copia fidedigna del habla de los negros. Desde un punto de vista lingüístico tal razonamiento es muy ingenuo. En el ámbito hispánico, la lengua de los negros y la de otros personajes exóticos de algunas obras literarias ha sido estudida por de Chasca (1946), Veres d’Ocón (1950) y Weber de Kurlat (1967). Gillet (1925), Weber de Kurlat (1959), Lihani (1958), Teyssier (1959) y López Morales (1965) han examinado total o parcialmente la lengua rústica de los pastores de la literatura peninsular de los siglos XV y XVI. Toda esta investigación ha tenido por objeto describir los elementos lingüísticos utilizados por un autor para construir el habla de sus criaturas literarias. Todos estamos de 55 Cf. Boletín informativo de la Comisión de lingüística y dialectología iberoamericanas del PILEI, núm. 2 (Lima, 1970), y López Morales (1970). 56 Publicado en EA, 7 (1966), 1-3, con el título de «La lengua de la poesía afrocubana».

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acuerdo con Rona (1962) en que esos elementos no surgen de la nada, sino de una observación más o menos cuidadosa y penetrante de la realidad lingüística. Pero este ejercicio tiene diferentes grados de éxito, el más sobresaliente de ellos bastante alejado de la realidad que se intenta imitar. Muchos factores, y todos subjetivos, condicionan de algún modo esta parcialidad, que se hace muy obvia cuando se compara el esfuerzo del autor con los resultados de un análisis lingüístico. Es un error de método —en el mejor de los casos— proyectar los resultados de un análisis de T (texto literario) hacia H (habla real) y describir H por T, porque la relación H → T es teóricamente falsa: mientras H → ea ......... ez, T → ed + eh+ep. Esto sólo hace referencia al punto más grueso de la cuestión, pero en rigor factores como la distribución y frecuencia de los elementos son también decisivos en la comparación. Todo esto, suponiendo que el autor haya alcanzado conciencia de diferenciación dialectal y que no mezcle elementos de H con H1, H2, etc., o que no haga privativos de H, lo que es también común a H1 y H2, como ha sucedido con las ‘caracterizaciones’ de la lengua de la lírica afrocubana. V En el estudio «Neutralizaciones fonológicas en el consonantismo final del español de Cuba» 57 los problemas abordados son otros; se ha intentado analizar un aspecto del sistema. A algunos lectores parecerá anacrónico el que después de la irrupción del transformacionalismo siga yo insistiendo en estos esquemas estructurales. Decidí dejar el trabajo como estaba, con algún dato nuevo de distribución, porque es material que retomaré en la Introducción a la fonología del español de Cuba; no se crea con esto que estoy convencido de que la lingüística transformativa ha superado completamente al estructuralismo funcional y que se han acabado los problemas teóricos para el dialectólogo. El asunto es complicadísimo y no voy a desarrollarlo aquí, pero convendría recordar que la descripción integral y coherente de un complejo de normas dialectales 57 Publicado en AL, V (1965), 183-90.

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supone un enorme paso de avance dentro de lo limitado de nuestro conocimiento de ciertas áreas hispánicas. La descripción de cualquier sistema dialectal presupone necesariamente una teoría lingüística de base. El sistema puede ser considerado como una estructura estática o como un conjunto de procesos, una serie de cadenas de comportamientos predictibles; se tendrá entonces una descripción llamada estructural o una generativa (no menos estructural que la anterior). Pero aún dentro del estructuralismo fonológico las diferentes interpretaciones de principios teóricos fundamentales pueden llevar a posturas conceptuales muy diferenciadas. Es erróneo creer que en estos casos estamos ante discrepancias metodológicas, y nada más. El fonema es —para los fonólogos de Praga y sus seguidores— una unidad bifuncional: demarcativa y distintiva. Entendido así el fonema, la tarea de localizarlos, identificar sus alófonos y trazar los esquemas de distribución en el sistema se centra en el carácter contrastivo que le dan sus rasgos relevantes. En tales términos, la descripción de un sistema fonológico puede alcanzar gran complejidad al comprobar que en ciertos decursos el carácter contrastivo desaparece; se hace necesario entonces llegar a una complicada maquinaria de neutralizaciones, tanto más complicada en cuanto se acepten sin modificación los postulados de Trubestkoy (1938) y los teóricos de su línea, puesto que hay situaciones de norma dialectal que no logran ser explicadas según las clásicas cuatro posibilidades de realización del archifonema, como creo haber ejemplificado en «Neutralizaciones fonológicas en el consonantismo final del español de Cuba». Quienes reaccionan contra las implicaciones semánticas que casi forzosamente acompañan al carácter contrastivo del fonema no se limitan a proponer un análisis donde las oposiciones fonológicas no se busquen en contextos de ceteris paribus, según la expresión de Jakobson, sino en el examen de múltiples contextos fónicos y la observación distributiva de sus unidades. Cuando esta otra postura estructuralista niega de hecho que lo distintivo sea un carácter o una función del fonema, no estamos sólo ante diversos métodos analíticos, sino ante dos teorías: una que ve al fonema como unidad demarcativa y distintiva, los funcionalistas, y otra que lo ve sólo como unidad demarcativa, los formalistas. La relevancia contrastiva

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es función fonológica para los primeros, mientras que es resultante extrafonológica para los segundos. Las implicaciones de esta última definición del fonema son de larguísimo alcance teórico, pues una vez suprimido el carácter contrastivo, los conceptos de neutralización, archifonema, el propuesto de archialófono, prosodema y tonema son enteramente inoperantes. El problema no pertenece al pasado, como pudiera pensarse al cotejar las fechas de los trabajos de Bloch (1950), Harris (1951), Hockett (1955) y otros defensores del formalismo fonológico, sobre todo en Norteamérica, donde las ideas de Chomsky se han impuesto vertiginosamente y con un dogmatismo que asusta. Chomsky ha ganado los círculos teóricos, pero sólo parcialmente los dialectales. Eso que ahora se llama «lingüística antropológica», sin que se sepa muy bien por qué 58, sigue cultivando tal formalismo en sus análisis de lenguas indígenas americanas y de lenguas africanas. Cierto que lo que ahora se construye para ellas son más bien sketches de los que estuvieron de moda por los años cuarenta para las llamadas lenguas de cultura 59. La llegada del estructuralismo a la semántica, por el contrario, ha revitalizado —redefiniéndolos según el nuevo alcance— conceptos ya muy tradicionales dentro de la fonología funcional, lo que invita a revisar dichos conceptos en su totalidad, como ha hecho ya Alarcos Llorach (1957) con el de neutralización. VI Las notas fonéticas sobre fricativas y cuasifricativas estaban redactadas ya en 1965, pero no quise publicarlas hasta poder comprobar algunos puntos que aún me parecían cuestionables. Ahora he tenido oportunidad de someter el asunto a nuevo análisis, utilizando palatogra58 Véase la certera crítica de K. Teeter (1964) que rechaza la denominación, y la respuesta de C. F. Voegelin (1965), que en defensa de la lingüística antropológica termina por identificarla con una especie de metodología de colecta de materiales lingüísticos. El libro de J. H. Greenberg (1968), a pesar de su título, no trae nada que lo haga diferir de la llamada lingüística descriptiva. 59 Para las insuficiencias de tales trabajos, cf. la reseña de Martinet, Word, (1949), 13-35, al esquema preparado por R. Hall (1948) para el francés.

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mas y cinemarradiografías, y completando la investigación con material filmado del movimiento labial de las articulaciones. Sólo en unos pocos casos, el resultado de esta última investigación obligó a modificar el trabajo de 1965. Con posterioridad a esta fecha salieron las monografías de Isbăşescu (1965-1968 a) y las tesis de Lamb (1967) y Salcines (1967); mis resultados no siempre son coincidentes, pero me atengo aquí de hacer consideraciones al respecto, primero para respetar la estructura original del artículo, y después porque de ello me ocuparé in extensu en mi libro sobre la fonología del español de Cuba. VII La única investigación geolingüística que pude llevar a efecto antes de 1960 fue la del voseo, y también surgió como reacción a una vieja tradición libresca de la dialectología hispanoamericana 60. Como allí digo, no se trata de resultados definitivos, pues algunas zonas marginales a las que integraban mi programa de encuestas deberían ser revisadas también. Ahora añado que quizá valdría la pena reexaminar la cuestión con una red más tupida de la que pude preparar entonces y aprovechando los avances teóricos y las modificaciones técnicas de los últimos diez años de la geolingüística. Como se comprenderá, trabajar en esta línea desde fuera de Cuba se hace muy difícil, aunque no del todo imposible 61. VIII He añadido al libro otros dos trabajos que hacen todavía más heterogéneo el material, pero que no dejan de tener cierto denominador común con su tema central. «Contribución a la historia de la lexicografía en Cuba: 60 «Nuevos datos sobre el voseo en Cuba», EA, 4 (1965), 4-6; 5 (1965), 12. No está de más seguir insistiendo en el asunto: Gutu-Romalo (1959) piensa que en español, vos persiste sólo en oraciones y en la lengua dramática o jurídica, y M. Molho (1968) dice que el voseo se extiende por «la majeure partie des territoires américains de langue espagnole», pág. 56. 61 Es de lamentar que las instituciones que podrían patrocinar este tipo de estudio no se preocupen del asunto, aunque quizá sea mejor así, pues en definitiva es de agradecer que no se nos someta a la ingrata tarea de revisar trabajos de un nivel científico ínfimo, como la opera magna del Instituto de Literatura y Lingüística [sic] de la Academia de Ciencias de Cuba: La lingüística en Cuba (1868-1968). O miseras hominum mentes, o pectora caeca! (Lucrecio, De Rerum Natura, II, 59).

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observaciones prepichardianas» debió haber aparecido en el volumen de homenaje a Ramón Menéndez Pidal de Filología, pero otras ocupaciones inminentes me impidieron terminarlo antes de la fecha señalada. Desde aquí agradezco vivamente la gentil invitación de Frida Weber de Kurlat. El otro trabajo, «El español de Cuba: situación bibliográfica», fue originalmente una ponencia presentada al V Congreso del PILEI, motivada por lo disperso e insuficiente de la información bibliográfica sobre el español de Cuba. En espera de la gran Computarized Bibliography of Spanish Linguistics, que prepara el profesor R. J. Campbell y su equipo de la Universidad de Indiana, me propuse reunir los materiales disponibles, tratando de valorarlos lingüísticamente, en la medida de lo posible. Cuando preparé este trabajo —en 1968— la información que el estudioso del español de América tenía a su disposición para Cuba era la proporcionada por Nichols (1941) y por Serís (1964) principalmente. Nichols, en un trabajo no superado todavía en algunos aspectos, daba 35 títulos para Cuba, distribuidos entre estudios generales, diccionarios y vocabularios, trabajos individuales, influencias de otras lenguas y toponimia. La Bibliografía de la lingüística española, de H. Serís, aprovecha íntegramente los materiales de Nichols, incorporándoles las adiciones de los reseñantes L. B. Kiddle, RI, VII (1943), 213-40; C. Rosenbaun, RR, XXXIV (1943), 285-7, y R. H. Valle, Hisp, XXXVII (1954), 274-84, más los trabajos posteriores de Hatzfeld (núm. 14.875), Wagner (núm. 14.876), Conrad (núm. 14.877) y Cantell-Patrick (núm. 14.979). En la sección «Cuba» aparecen 45 títulos agrupados en: estudios generales, fonética, sintaxis, lexicografía, fauna y flora, jerga, toponimia y onomástica, y lexicografía local. En la sección «Indigenismos», un título; en «Lenguas indígenas de América», otros seis; en «Lexicografía» [general], otro, y quizá sea posible encontrar alguno más buscando exhaustivamente en esta caótica bibliografía. El trabajo bibliográfico de Alvar (1962) incluye al español de América como «Complemento bibliográfico», de ahí que siendo otra la finalidad de la obra se anoten sólo unos pocos títulos para Cuba. La bibliografía de Quilis (1963), por la misma causa apuntada para el trabajo de Alvar, da también muy contados títulos. Revisando las bibliografías cubanas (generales) tampoco es mucho lo que podía encontrarse. En los ocho volúmenes de la Bibliografía cubana del siglo XIX, de Carlos M. Trelles (1911-5), se anotan siete títulos (Cf.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

55

especialmente, VII, 431-3); en los dos tomos de su Bibliografía cubana del siglo XX (1916-7), cuatro; en su Biblioteca científica cubana (1918-9), tres, y en su Biblioteca histórica cubana (1922-6), seis; advirtiendo que muchos de los títulos están repetidos varias veces. Mayor información trae Dihigo (1936), pero ni aquí los números útiles a nuestro propósito superan la docena. Una revisión de las obras escritas o dirigidas por Fermín Peraza, el más docto de nuestros bibliógrafos, no arrojaba resultados más positivos. En su imprescindible Anuario bibliográfico cubano, publicado en La Habana hasta 1959, en Medellín (Colombia) durante 1961-2, y desde entonces en Gainesville (Florida) no se encuentran más de trece títulos, que el lector puede consultar en la sección de «Filología y literatura» desde su fundación hasta 1943, en la de «Filología general» entre 1944-5 y en la de «Lingüística» a partir de 1946. Los números del Anuario publicados en Gainesville, lamentablemente, carecen de índice de materias. Cuando preparaba el material de este libro llegó a mis manos La lingüística en Cuba, ensayo histórico y bibliográfico, de F. M. Mota (1968). El propósito de esta bibliografía es anotar los estudios lingüísticos hechos en Cuba desde 1868 a 1968; dentro de este plan, los estudios sobre el español en Cuba son minoría. Para nuestro interés, el aporte de este trabajo es muy limitado, pues excluye las investigaciones sobre Cuba hechas en el extranjero, que en los últimos diez años son las únicas científicamente aceptables, y aún la lista de las hechas en el país es en extremo deficiente 62. La bibliografía sobre el español de Cuba que acompañaba al artículo de 1969 ha sido ahora integrada a la bibliografía general 63, pero los números que presentan alguna importancia para el estudio de esta área hispánica van marcados con un asterisco.

62 Cf. infra, 157-158, 0.13. 63 Igual que el artículo de 1969, esta bibliografía excluye: (i) estudios sobre la lengua de autores específicos, (ii) libros de folklore (colecciones de cuentos, cantos, adivinanzas, etc., con excepción de la obra de Feijoo, que aunque incluye adivinanzas y trabalenguas, trae también refranes y dicharachos; científicamente es obra modestísima, pero informativa), (iii) vocabularios colocados al final de novelas, cuentos, etc., y (iv) obras que, a pesar de su título, no dan información lingüística alguna, por ejemplo, los Apuntes caracteriológicos sobre el léxico cubano, de Entralgo (La Habana, 1941).

Indigenismos en el español de Cuba

0. Hasta el momento, los indigenismos del español de Cuba han ocupado mucho la atención de los investigadores, pero esta labor ha estado concentrada principalmente en (i) la discusión de etimologías para aceptarlos o rechazarlos como tales indigenismos, y (ii) su recolección exhaustiva para alinearlos en diccionarios 1. No hay recuento de cubanismos que no recoja una impresionante cantidad de estos elementos léxicos. Cierto que muchos de ellos incluyen topónimos, antropónimos y gentilicios, pero aun descontando estas aportaciones, el número de indigenismos seguía siendo impresionante. Revisando estos materiales era fácil llegar a la conclusión de que el inventario de indigenismos, tal y como era presentado en los diccionarios, no correspondía con el de la lengua hablada. La razón principal para explicar este hecho es que ninguno de los diccionaristas había hecho uso sistemáticamente de materiales orales. Las deficiencias de información aumentaban al comprobar que, en gran parte, se habían mezclado con mucha arbitrariedad fuentes de épocas muy diversas, lo que daba entrada lo mismo a elementos sacados de los cronistas que a los de un relato popular del siglo XX. Y todo presentado con idéntico índice de vitalidad, cuando en realidad una buena proporción estaba constituida por fósiles léxicos, términos que llegaron a las páginas de los historiadores de Indias, pero que si se habían incorporado a la norma léxica de entonces, fueron eliminados de ella posteriormente. Otra causa de este espejismo son los trabajos de léxico especializado —como el de Roig Mesa (1963) en el ámbito botánico, por ejemplo—, donde con puntillosa insistencia se han recogido centenares de indigenismos (reales o supuestos), cuyo reconocimiento se hace difícil o imposible de unas áreas rurales a otras. Es éste un trabajo valioso de especialización y constancia, pero que no logra dar idea justa de la nómina general. 1 Cf. infra, 158-168. 57

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Con respecto a la supuesta vitalidad de algunos indigenismos, debe señalarse el hecho de que en el siglo XIX alcanzó gran moda un movimiento literario llamado siboyenismo 2, que resucitó y reanimó a un gran número de indigenismos ya caducos. Se trataba de una resurrección libresca que nada o poco tenía que ver con la lengua hablada, pero que lamentablemente influyó en los trabajos posteriores que partían de textos escritos, dando con esto una visión falsa del inventario. 1. La presente investigación tiene por finalidad cooperar al establecimiento de la nómina pasiva de los indigenismos léxicos en la norma general del español hablado en Cuba. 1.1 Preparación de los materiales. 1.11 Se comenzó por revisar el diccionario de Pichardo (1953) y sacar todos los indigenismos verdaderos que aparecen en su lexicón, excepción hecha de topónimos, antropónimos y gentilicios. Las ediciones del diccionario de Pichardo son todas del siglo XIX (descontando el Pichardo novísimo), lo que la hace la colección léxica más antigua de que podemos disponer en Cuba. Como a partir de entonces no surgen nuevos indigenismos, sino a lo más, algunos se reajustan o se modifican semánticamente, seleccionarlo como base de la investigación parece ser una medida prudente, pues el riesgo de omisiones se reduce así lo más posible. 1.12 Pero como el Pichardo es un diccionario de voces cubanas solamente, necesita ser complementado, a fin de incluir en nuestros materiales básicos indigenismos de otras procedencias que pudieran pertenecer también a nuestra norma. Una segunda lista fue confeccionada 2 El movimiento comenzó en 1855, cuando José Fornaris publica su libro de poemas Cantos del siboney; el éxito popular fue inmediato, a pesar de la ínfima calidad literaria de sus composiciones, que llevan títulos tales como «Los últimos siboneyes», «Muerte de Doreya», «La canoa», «La canción del cacique», «El cacique del [sic] Camagüey», «Hatuey», etc. José L. Luaces, también poeta y gran amigo de Fornaris, se unió al siboneyismo, y juntos fundaron la revista La Piragua, de corta vida, que vino a constituir el órgano de expresión del movimiento. Pero ninguno de los siboneyistas llegó a tanta mediocridad estética como Napóles Fajardo, más conocido por «El Cucalambé»; su único libro, Rumores del Hórmigo (1856), recoge poemas como «Hatuey y Guarina», «Al cacique de Maniabón», «El behique de Yariguá», «Caonaba» y otros títulos por el estilo; sus composiciones avulgaradas e incongruentes pueden ejemplificarse con la siguiente estrofa: Con un cocuyo en la mano / y un gran tabaco en la boca, / un indio desde una roca / miraba el cielo cubano. Sin comentarios.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

59

con los materiales de Buesa Oliver (1965); se incluyeron todos los indoamericanismos aparecidos en su monografía, inclusive los elementos arauacos y caribes. La lista resultó muy extensa y parcialmente inadecuada, debido a la cantidad de elementos chibchas, quechuas, aimaras, tupí-guaraníes y araucanos desconocidos en esta área antillana; sin embargo, no me pareció indicado hacer una selección a nivel de idiolecto o basada en experiencias lingüísticas individuales. Se realizó entonces una encuesta previa de carácter eliminatorio con doce sujetos, dos de cada una de las provincias del país 3. Aquellos elementos que no fueron identificados por ninguno de los sujetos quedaron automáticamente excluidos. 1.13 El próximo paso fue la composición del inventario base. Se integraron los materiales sacados del Pichardo y los que arrojó la encuesta de los indoamericanismos de Buesa Oliver; se eliminaron las repeticiones, y, además, los términos batea, boniato, fotuto, guagua, guarapo, jimagua, maloja, manjuarí, tabaco y tanda, que no parecen ser indigenismos 4. 1.14 Como el propósito de la investigación no era el reconocimiento formal de los elementos, sino el reconocimiento integral del signo en cuanto forma y sustancia, se añadió a cada término del inventario base una serie de semas —de 2 a 6— sacadas de las definiciones de Pichardo (1953), Macías (1885), Suárez (1921), Ortiz (1923), Martínez Moles (1928), Dihigo (1928-1946) y Rodríguez Herrera (1959). Este cotejo arrojó múltiples discrepancias, como era de esperar, tratándose de diccionarios compuestos a lo largo de más de un siglo y hechos sobre muy diferentes criterios y bases teóricas. En los casos en que evidentemente estábamos ante diferentes sememas se hizo necesario abrir una nueva entrada en el inventario 3 Cf. el cuadro del 1.2. Los sujetos fueron 1, 5, 8, 10, 18, 19, 24, 28, 32, 35, 46 y 49. 4 Todos estos términos están ampliamente discutidos en el DCELC, y aunque en algunos casos (batea, boniato, manjuarí, fotuto) Corominas no rechaza de plano la posibilidad de indigenismo, sus razonamientos en contra son lo suficientemente poderosos como para eliminarlos de nuestro inventario. Guagua es efectivamente indigenismo, pero como nombre popular del insecto fue identificado sólo por dos sujetos; su homónimo guagua ‘ómnibus’, que es al que me refiero arriba, aunque de etimología discutida, no parece que tenga nada que ver con el indigenismo.

60

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base. Lo mismo sucedió con las homonimias causadas por metaforización; en este último caso el proceso de adición no se detuvo hasta después de terminadas las encuestas 5. 1.2 Los sujetos entrevistados fueron cincuenta: procedían de todas las provincias del país, de todos los estratos sociales —reflejados en las ocupaciones— y de todos los niveles culturales; la edad fluctuaba entre un mínimo de dieciocho y un máximo de sesenta y uno. Los sujetos fueron entrevistados en Miami durante el verano de 1966; ninguno de ellos llevaba más de seis meses de residencia fuera de Cuba. CUADRO I 6 I

II

III

IV

V

VI

VII

1

M

52

B

A

médico

Pinar del Río

2

M

29

B

C

oficinista

Pinar del Río

3

F

48

B

E

ama de casa

Los Palacios, PR

5 Por esta razón el inventario base duplicó sus entradas para doce términos: caguama2: animado (persona), sexo femenino, edad avanzada; ciguato, -a2: animado (persona), aspecto enfermo general / pálido, decaído/desanimado; guanajo, -a2: animado (persona), estúpido / atontado / imbécil; guajiro, -a2: animado (persona), trato social torpe, retraído en reuniones por temor social; güin2: animado (persona), delgadez extrema; jaiba2: animado (persona), cobarde; jutía2: animado (persona), cobarde; loro2: animado (persona), hablador incansable; morrocoyo2: animado (persona) / inanimado, de gran tamaño, de movimientos pesados/ de formas pesadas; papaya2: inanimado, órgano sexual femenino; tiburón 2: animado (persona), arriesgado / atrevido, actividades exitosas; guataca2: animado (persona), adulador. 6  I = sujeto, II = sexo, III = edad, IV = raza (M[ulato]), V = nivel educativo, VI = profesión y VII = procedencia. El código utilizado para designar el nivel educativo es el siguiente: A = estudios universitarios a nivel de doctorado, B = estudios universitarios a nivel de licenciatura, C = estudios superiores especializados (no universitarios), D = estudios secundarios, E = estudios primarios a nivel superior, F = estudios primarios y G = sin educación escolar; el diacrítico volado + indica que el sujeto ha desarrollado estudios en el nivel inmediato superior, pero sin completarlos. Esta escala se basa en el esquema de las instituciones educativas de Cuba con anterioridad a 1961. Las profesiones que figuran en el cuadro son las desempeñadas en Cuba por nuestros sujetos.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

61

I

II

III

IV

V

VI

VII San Juan, PR

4

M

31

N

G

carpintero

5

F

34

B

C

oficinista

San Luis, PR

6

F

28

M

E

peluquera

San Luis, PR

7

M

47

B

G

campesino

Artemisa, PR

8

M

33

B

B

ingeniero

La Habana

9

F

32

B

B

profesora

La Habana

10

F

58

B

C

oficinista

11

M

46

N

C

maestro

Guanabacoa, H

12

F

55

B

E

dueño de tintor

Guanabacoa, H

13

F

36

M

F

dueña de tintorería

Bejucal, H

14

M

31

B

D

ama de casa

Marianao, H

15

F

21

B

C

negociante

Marianao, H

16

M

41

B

F

estudiante

San José de lasVegas, H

17

M

44

B

F

obrero

Batabanó, H

18

F

40

B

B

dueño de bar

Matanzas

19

M

48

B

C

profesora

Matanzas

20

F

34

M

E

concejal

Cárdenas, M

21

M

39

B

F

dependiente

Jovellanos, M

22

M

41

M

G

chófer de camión

San Jn. de los Ramos, M

Regla, H

62

HUMBERTO LÓPEZ MORALES I

II

III

IV

V

VI

VII

23

M

47

B

B

carpintero

Santa Clara, LV

24

M

53

B

C

abogado

Santa Clara, LV

25

F

35

B

C

dueño de hotel

Placetas, LV

26

F

33

B

E

ama de casa

Caibarién, LV

27

M

61

B

C+

empleada

Cienfuegos, LV

28

F

47

B

B

negociante

Cienfuegos, LV

29

M

40

M

E

abogada

Quemado de Güines, LV

30

M

58

B

E

dueño de tabaquería

Remedios, LV

31

M

41

B

C

maestro

Camagüey

32

F

36

B

C

actriz

Camagüey

33

F

37

M

C

maestra

Ciego de Ávila, C

34

M

53

B

B

abogado

Ciego de Ávila, C

35

F

28

B

D+

oficinista

Nuevitas, C

36

M

50

B

B

médico

Morón, C

37

M

55

B

A

juez

Santiago de Cuba, O

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA I

II

63 III

IV

V

38

M

46

M

C

dirigente obrero

Santiago de Cuba, O

39

F

38

B

C

ama de casa

Santiago de Cuba, O

40

M

43

B

B

sacerdote

Guantánamo, O

41

F

51

B

E

modista

Guantánamo, O

42

M

47

M

B

periodista

Guantánamo, O

43

F

18

B

E+

estudiante

Holguín, O

44

M

48

B

E

empleado

Bayamo, O

45

M

53

B

C

dueño de ferretería

Manzanillo, O

46

M

49

B

G

campesino

Yateras, O

47

M

40

B

E

obrero

Alto Songo, O

48

F

52

B

F

ama de casa

Victoria de las Tunas, O

49

M

50

N

B

notario

Victoria de las Tunas, O

50

M

42

M

E

empleado

Puerto Padre, O

64

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

1.3 Cada elemento del inventario base fue presentado al sujeto. Para colocarlo en la columna positiva era necesario que éste diera en su definición un mínimo de dos semas. Por consiguiente, si el sujeto no lograba llenar este requisito, el término se marcaba como no reconocido 7. 2. Los resultados de la encuesta fueron tabulados. Se desecharon los elementos identificados por menos de 31 sujetos, y los otros fueron agrupados en cinco categorías, de acuerdo a la cantidad de sujetos que identificó los indigenismos: I (31-34), II (35-38), III (39-42), IV (43-46) y V (47-50) 8. 8, 9 7 1, 2 5, 6 4

3

11, 12

14 10 16 15 13 17

18, 19 20 21

22 27, 28

29

30 26 23, 24 25

36 33, 34 35 31, 32

50 48, 49 45

44

43 42

47 37, 38, 39

40, 41 46

Mapa 1 7  Las respuestas fueron desde parcas negativas a larguísimas y muy detalladas descripciones. La exigencia de los dos semas permitió eliminar respuestas del tipo «es una mata», «es un pájaro», cuando el sujeto no pudo añadir más información; se trata de identificaciones vagas, demasiado generales para tomarlas en consideración. También pudieron ser eliminados los casos en que a la sustancia semántica de la lexía se le ha impuesto la de una estructura paremeológica, como sucedió con piragua, no identificada como tal (embarcación, de gran tamaño, para navegación marinera) por la mayoría de los sujetos, probablemente porque se han impuesto las expresiones «Estar al borde de la piragua», «Estar en el pico de la piragua» (riesgo, situación peligrosa), que dejan sin identificación semántica al elemento en cuestión. 8  Es justo reconocer que al preparar el cuadro con los resultados del cómputo ha sido necesario acudir a límites arbitrarios. En primer lugar, al seleccionar sólo los términos reconocidos por más de 30 sujetos implica que la norma está constituida por los elementos comunes a un 60 por 100 de los sujetos. Si se cree que es una proporción muy baja para el establecimiento de la norma, siempre se podrá poner la línea divisoria entre cualquiera de los grupos, y se tendrán así proporciones de un 70, 78, 86 y 94 por 100 respectivamente. También la agrupación propuesta es arbitraria, como lo hubiera sido cualquier otra; me he decidido por esta división de tipo matemático para que no haya lugar a apreciaciones subjetivas.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

65

CUADRO 2 I

II

III

IV

V

aguacate

aguacate

aguacate

aguacate

aguacate

ají

ají

ají

ají

ají

anón

anón

anón

anón

anón

areíto aura

aura

aura

aura

aura

bajareque

bajareque

bajareque

bajareque

bajareque

barbacoa batey

batey

bejuco

bejuco

bejuco

bohío

bohío

bohío

bohío

butaca

butaca

bija bohío butaca

butaca

butaca

cacao

cacao

cacao

cacique

cacique

cacique

cacique

cacique

caimán

caimán

caimán

caimán

caguama2 caimán caimito

caimito

caimito

caníbal

caníbal

caníbal

caníbal

canoa

canoa

canoa

canoa

canoa

caoba

caoba

caoba

caoba

caoba

carey

carey

catibía

catibía

catibía

catibía

cayo

cayo

cayo

cayo

cayo

cazabe

cazabe

cazabe

ceiba

ceiba

ceiba

ceiba

ceiba

ciguato

ciguato

ciguato

ciguato

coca

coca

66

HUMBERTO LÓPEZ MORALES I

II

III

IV

V

cocuyo

cocuyo

cocuyo

cocuyo

cocuyo

colibrí

colibrí

comején

comején

comején

comején

comején

curiel cusubé chapapote

chapapote

chapapote

chapapote

chapapote

chicle

chicle

chicle

chicle

chicle

chirimoya

chirimoya

chirimoya

chirimoya

chirimoya

chocolate

chocolate

chocolate

chocolate

chocolate

guacamole guajiro

guajiro

enagua guacamayo guacamole

guacamole

guácima

guácima

guajiro

guajiro

guajiro

guanábana

guanábana

guanábana

guanábana

guanábana

guanajo

guanajo

guanajo

guanajo

guanajo

guano

guano

guano

guao

guao

guao

guao

guasa

guasa guataca

guataca

guataca

guataca

guataca

guateque

guateque

guayaba

guayaba

guayaba

guayaba

guayaba

guayo

guayo

guayo

guayo

guayo

güin

güin

güin

güin

güin

güira

güira

güira

hamaca

hamaca

hamaca

hamaca

hamaca

henequén

henequén

huracán

huracán

huracán

huracán

huracán

jaba

jaba

iguana

iguana

iguana

jaba

jaba

jaba

jagüey

jagüey

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA I jaiba

II jaiba

67 III

jaiba

IV

V

jaiba

jaiba jarana

jarana

jarana

jarana

jarana

jején

jején

jején

jején

jíbaro

jíbaro

jíbaro

jíbaro

jícara

jícara

jíbaro

jicotea

jicotea

jicotea

jicotea

jicotea

jutía

jutía

jutía

jutía

jutía

loro

loro

loro

loro

loro

maíz

maíz

maíz

maíz

maíz

majagua

majagua mamey

mamey

mamey

macana magüey

mamey

mamey

manatí

manatí

mangle

mangle

mangle

maní

maní

maní

maní

maní

manigua

manigua

manigua

manigua

manigua

maraca

maraca

maraca

maraca

maraca

marañón

marañón

marañón

marañón

marañón

miraguano

miraguano

miraguano

morrocoyo2

morrocoyo

morrocoyo

morrocoyo

papa

papa

papa

papa

papa

papalote

papalote

papalote

papalote

papalote

papaya papaya2

papaya

petaca

petaca

piragua pita

pita

sabana

sabana

sabana

sicote

sicote

sicote

sicote

sicote

sinsonte

sinsonte

sinsonte

sinsonte

sinsonte

tamal

tamal

tamal

tamal

tamal

68

HUMBERTO LÓPEZ MORALES I

II

III

IV

V

tiburón

tiburón

tiburón

tiburón

tiza

tiza

tiza

tiza

tiburón

tomate

tomate

tomate

tomate

tomate

tuna

tuna

yagua

yagua

yuca

yuca

yuca

yuca

yuca

zapote

zapote

zapote

zapote

3. La clasificación de esta nómina pasiva de los indigenismos del español de Cuba, atendiendo a su procedencia dialectal, presenta dificultades irresolubles. Nuestro conocimiento de las lenguas prehispánicas habladas en las Antillas es muy insuficiente, y a pesar del trabajo de los especialistas no es mucho lo que puede afirmarse con entera seguridad. Después de examinar las etimologías y las opiniones de Cuervo (1954), Friederici (1960), Lokotsch (1926), Henríquez Ureña (1935, 1938), DeGoeje (1939, 1946), algunas monografías de Taylor (1953, 1956, 1957 a, 1957 b, 1957 c) y el imprescindible Corominas (19541957) ofrezco la siguiente clasificación provisional. CUADRO 3 9 I ARAUACO

II CARIBE

III ARAUACO O CARIBE

IV NÁHUATL

V QICHUA

ají

butaca

bija

aguacate

coca

anón

*caimán

caguama

cacao

*chirimoya

areíto

caníbal

catibía

chapapote

*jarana

batey

loro

cocuyo

chicle

papa

bejuco

*manatí

guayaba

chocolate

bohío

morrocoyo

guasa

guacamole

cacique

piragua

guateque

jícara

huracán

papalote

caimito

9  El asterisco indica que la clasificación ofrece grandes dudas a los especialistas.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA I

II

69 III

IV

caoba

mangle

petaca

carey

maraca

*sicote

cayo

sinsonte

cazabe

tamal

*ceiba

tiza

comején

tomate

curiel

zapote

enagua guacamayo guácima guajiro guanábana *guanajo *guao *guayo güira hamaca iguana jaba jagüey *jaiba *jején *jíbaro jicoteca jutía macana magüey maíz majagua mamey

V

70

HUMBERTO LÓPEZ MORALES I

II

III

IV

V

maní *manigua *miraguano sabana runa yagua yuca

MAYA

TUPÍ

ANTILLANISMOS

?

*henequén

*tiburón

aura

cusubé

bajareque

marañón

barbacoa

pita

canoa ciguato colibrí guataca güin papaya papaya2

5. En resumen, los indigenismos que integran la nómina del español hablado en Cuba suman 97, distribuidos (provisionalmente) de la siguiente forma, según el origen dialectal: CUADRO 4 INDIGENISMOS arauaquismos caribismos clasificados

NÚM.

POR CIENTO

45

46,38

7

7,21

nahuatlismos

15

15,46

quichuísmos

4

4,12

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA INDIGENISMOS clasificados

inclasificados

71 NÚM.

POR CIENTO

mayismos

1

1,03

tupismos

1

1,03

arauaquismos o caribismos

10

10,30

antillanismos

10

10,30

3

3,00

?

Elementos africanos en el español de Cuba

0. Es casi un lugar común en los estudios de dialectología hispanoamericana pensar que la influencia africana en el español de Cuba es grande y fácilmente observable en el plano fonológico y por supuesto en el léxico. En lo relativo a la pronunciación el examen de estos postulados se dificulta sobremanera, pues nunca han sido presentados en términos específicos, sino de manera general y vaga 1. El que carezcamos de referencias concretas y el hecho —mucho más importante— de que los análisis más recientes no arrojen ninguna 1  Montori (1916), 109, habla de «la influencia prosódica de los negros africanos que desde los primeros tiempos de la colonización fueron importados». La apreciación es enteramente subjetiva como casi todo el libro. Cf. la reseña de Dihigo, RFLQ XXIII (1916), 353-5. Se explica mejor que a partir de esta información dada por un estudioso cubano, y apoyándose en factores extralingüísticos como el mestizaje y el folklore, lo de la influencia negra se haya convertido en un tópico de nuestra dialectología. Las obras de Ortiz han cooperado, de manera nada modesta, a perpetuar esta imagen desfigurada. Pero conviene recordar, por una parte, lo ya puntualizado por los McDavid hace diecinueve años en su trabajo «The Relationship of the Speech of American Negroes to the Speech of Whites», con respecto a las relaciones entre raza, como concepto biofísico, y lengua, tema que ha vuelto a conquistar gran popularidad gracias a los recientes estudios de etnolingüística. Por otra parte, la africanía de la música cubana es fenómeno del siglo XX (danzón [?], son, mambo, sucusucu, [ahora mozambique]), como ha observado el mismo Ortiz (1950, 1951), y mucho antes que él, los musicólogos Sánchez de Fuentes (1923, 1927), García Agüero (1936) y Elíseo Grenet (1939), pues antes del siglo XX, excepción hecha de la conga, el elemento consustancial del cancionero cubano tradicional (zapateo, punto cubano, guajira, bolero, guaracha, habanera, canción y rumba) es la música andaluza. Con respecto al español de Puerto Rico, se han señalado específicamente ciertos fenómenos que algunos autores creen atribuibles a la influencia negra. Álvarez Nazario (1961), 198-9, piensa entre otros, en la neutralización 1/r, la aspiración o desaparición de -/s/, las asimilaciones de /l,r/ y la velarización de / r̄ /; también Dillard (1962) defiende la influencia afronegroide en la aspiración de -/s/. Todos estos casos son insostenibles por razones diacrónicas y diatópicas que se anotan más adelante. En cuanto a la velarización de /r̄ /, cf. de Granda (1966), con refutación detallada a Álvarez Nazario y a otros autores que han mantenido el punto. 73

74

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

diferencia fonética entre la lengua de los hablantes blancos y negros 2, obliga a revisar la cuestión desde un punto de vista diacrónico progresivo. 1. Los textos más antiguos que tenemos son ya del siglo XIX, y la gran mayoría, de carácter literario. 1.11 Por una parte, novelas y narraciones costumbristas: la más conocida de estas novelas es Cecilia Valdés o La loma del Angel, de Cirilo Villaverde, publicada por primera vez completa en 1882, pero el primer volumen había visto la luz en 1839. Le siguen Francisco, de Ambrosio Suárez, que empezó a escribirse en 1838; Petrona y Rosalía, de Féliz Tanco, también de 1838, y El negro Francisco, de Antonio de Zambrana, escrita en 1875. Además de estas novelas, los relatos Escenas de la vida privada en la Isla de Cuba, de Félix Tanco; las Costumbres del campo, de Anselmo Suárez, recogidos en el libro Colección de artículos (1859); Tipos y costumbres populares. Los negros curros, de Carlos Noreño (s. a.); Tipos y costumbres populares, de Francisco P. Gelabert (1881), y la Garandísima y sobreisaliente baile de gente de colore, en la grurieta de Marinabo, la noche de vinticuatro de angosto diete mimo saño de la Siñó y de la rinvuetura de la mundo. Dincrinsión jecha po la negro bosale cuñusío po Creto Gangá, a quiene tata Dió lo bindiga, amene, de Creto Gangá [seudónimo de Bartolomé Crespo Borbón], escrita en 1863. 1.12 En teatro, del mismo Bartolomé Crespo, el juguete cómicolírico Debajo del tamarindo (1864). 1.13 Por último 3, unas coplas anónimas publicadas en un periódico de Matanzas y transcritas por Bachiller y Morales (1883), 100-1: Criollo. Venga uté a tomai seivesa y búquese un compañero, que hoy se me sobra ei dinero. En medio de la grandesa, Dio, mirando mi probesa, me ha dado una lotería, 2 Cf. Almendros (1958), Isbăşescu (1965, 1968) y en un futuro próximo mi Introducción a la fonología del español de Cuba. 3  No he tenido acceso a la Proclama anónima; es «una hoja suelta de la época del marqués de Someruelos [1799-1813] en que el rey del cabildo congo de La Habana llama a sus súbditos a rechazar la invasión de Bonaparte ». Cf. Alzola (1965), 361-6.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

75

y en mi randiante alegría me ha convertido en poeta; y aquí está mi papeleta, que no he cobrao entuavía. Africano. ¡Ah! si oté no lo cubra, si oté tovía no fue, ¿pa qué buca que bebe? ¿Con qué oté lo va pagá? Cuando oté lo cubra, anjá, antonsí ma qui ti muere bebe oté como oté quiere, come oté como dan gana, y durmi oté una semana má que lan tempo si piere.

1.2 En estos textos se encuentran hablantes blancos, negros y mulatos; entre los negros, los hay bozales o nacidos en África y criollos. Algunos autores han intentado expresamente ofrecer una caracterización dialectal de bozales y criollos —como el autor de las coplas de arriba—; pero aun éstos se sirven de determinados fenómenos de manera muy irregular. En síntesis, la norma de los bozales de esta literatura decimonónica estaría caracterizada en cuanto a su fonología de la siguiente forma: 1.21 La estructura silábica general corresponde al esquema: S → (C)(C)(‘)V(V) {C} {V}

Dentro de ella habría que distinguir una serie de fenómenos diversos no sólo en naturaleza, sino también en distribución y frecuencia. De los textos analizados pueden sacarse conclusiones siempre relativas, puesto que no hay homogeneidad lingüística en la presentación. Los fenómenos comunes en estos textos son:

λ→ɳ/

(3)

s→θ/

(4)

r→θ/

(5)

r→

(6)

l→

(7)

d→θ/v#

(8)

θ→h/

(9)

λ→j/

// # // #

# //

# // l i r i

/

/

v

// # v#

#

v

// (10)

d→r/

# v#

v

{ {

# // # //

{ {

{ { { { {

(2)

#

{ { { {

{

θ→s/

//

{

(1)

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

{

76

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

77

Todas estas reglas deben ir marcadas como potestativas, pues en los textos los fenómenos señalados alternan continuamente con los fenómenos de norma 4. Con respecto al vocalismo: e

{

({

i

{

o u

{

(´) V →

{ ) a e

{

(11)

aunque habría que hacer la misma observación anterior. 1.22 Comparando estos resultados con los del dialecto (literario) del criollo, los fenómenos que resultan comunes al dialecto (literario) del bozal son los representados por las reglas 1, 3, 5, 6 y 7. Los otros han desaparecido. Sin embargo, con excepción de las coplas, estos fenómenos comunes ocurren muy esporádicamente en los criollos, cuyas peculiaridades lingüísticas, según esta literatura, son la preferencia de un léxico arcaizante (entodavía, semos, dende, dispierte, dispués, naiden, rompido, mesmo, vide, vinió, escuro, asina, dentre, etc.) y el empleo de algunos vulgarismos fonéticos, ya lexicalizados (suidad, haigan, güenos, etc.), bien conocidos en todo el ámbito hispánico. 1.23 El testimonio de Bachiller y Morales (1883 b) coincide, en líneas generales, con la información que se saca de los textos: el negro criollo distinguía bien los elementos vocálicos, realizaba -/s/ como cero fonético y neutralizaba las oposiciones l/r, l/i, r/i en contextos fónicos específicos. (A estos fenómenos se podría añadir el seseo y el yeísmo esporádicos y la pérdida de /d/ intervocálica que traen los textos.) Partiendo de aquí se podría llegar a la conclusión de que el dialecto de los negros criollos estaba fonéticamente caracterizado por 1, 3, 5, 6, 7 (y 9). El siguiente paso de la investigación sería contrastarlos 4  En principio traté de analizar todos los idiolectos de los personajes negros de Cecilia Valdés para tener no sólo la descripción de los mismos, sino datos estadísticos; pero el polimorfismo y la alternancia son tales que el habla de muchos de los personajes es un verdadero caos que no parece conducir al investigador a ninguna parte. Lo mismo, aunque en menor medida, puede observar el lector en las coplas transcritas: uté y búquese, pero está; cobrao, pero dado y convertido.

78

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

con la norma cubana del XIX y ver si en realidad se trata de fenómenos caracterizadores, es decir, discrepantes de la norma o comunes a ella. De nuevo aquí el investigador se encuentra con limitaciones, pues no hay estudios serios sobre el español de Cuba del siglo XIX, y los textos sobre los que podrían hacerse están, según creo, erizados de problemas. 1.24 Acudiendo de nuevo a los testimonios tenemos que, según Pichardo, que escribe en 1836, «un lenguaje relajado y confuso se oye diariamente en toda la isla, por donde quiera, entre los negros bozales o naturales de África (...): este lenguaje es común e idéntico en los negros, sean de la nación que fuesen, y que conservan eternamente, a menos que hayan venido mui niños: es un castellano desfigurado, chapurrado, sin concordancia, número, declinación ni conjugación, sin r fuerte, s ni d final; frecuentemente trocadas la ll por la ñ, la e por la i, la g por la v…» (liii). Adviértase que estas características fonéticas pertenecen a los hablantes negros que a su llegada a la isla como esclavos eran expuestos al primer contacto con el español. Este proceso de exposición y contacto se repitió constantemente durante más de dos siglos, pero estas peculiaridades fonéticas —resultado de un esfuerzo de adaptación del español— casi desaparecen en la primera generación, en los negros criollos. El mismo Pichardo exceptúa ya entre los hablantes de ese «lenguaje relajado y confuso» a los que han venido mui niños, que adoptaban fácilmente la lengua de los amos. «Los negros criollos —dice— hablan como los blancos del país (léase región) de su nacimiento o vecindad, aunque en la Habana y Matanzas, algunos de los que se titulan curros, usan la i por la r y l; v. g., poique ei niño puee considerai que es mejoi dinero que papei (liv). 1.3 Que la neutralización l/r no era en Cuba fenómeno exclusivo de los hablantes negros se desprende claramente del mismo Pichardo cuando al hablar de algunas características generales del español de la isla dice: «En la Habana se oye con frecuencia pronunciar con l las voces terminadas en r, amal por amar, y viceversa, sordado por soldado» (liv). El seseo y el yeísmo estaban totalmente generalizados entre los criollos blancos y negros. Pichardo dice: «… en la isla de Cuba no hay persona de su suelo que pronuncie ce, ci y la z como se debe: lo mismo sucede con la ll y la y, con la v y la

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

79

b; todo es s y b…» Las neutralizaciones l / i, r / i son señaladas por Pichardo como usual en algunos negros curros, pero conviene señalar que para nuestro diccionarista, curro significa «de movimientos afectados y de pronunciación andaluza», lo que parece indicar que Pichardo no atribuye el origen de la solución vocalizada de estas neutralizaciones a los hablantes negros. También a este fenómeno se refiere Bachiller y lo explica porque «fueron andaluces los más de los pobladores (...) que dejaron huellas que van desapareciendo», y añade: «por lo demás tiene que confesarse que una gran parte de sus alteraciones [las de los negros criollos] las inicia la generalidad de la gente del pueblo, con especialidad la del campo» (101). 1.4 Afortunadamente todos estos fenómenos tienen, en el ámbito hispánico general, una historia y una geografía muy conocidas. Las neutralizaciones l/r se registran en Andalucía desde el siglo XIV, y en América, desde principios del XVI; la confusión andaluza de las sibilantes estaba ya en marcha en el siglo XV; en América hay muestras de seseo desde el primer cuarto del siglo XVI; la pronunciación yeísta está documentada en la península desde el siglo XVI, y posiblemente desde mucho antes a juzgar por algunos textos mozárabes; en América, desde el siglo XVII. La aspiración de -/s/ parece darse en la península desde el siglo XVI; lo mismo sucede con la desaparición de /d/ intervocálica, aunque es muy posible que estos fenómenos estuviesen vivos desde antes en la lengua oral. Sólo las neutralizaciones l/i, r/i —casi inexistentes hoy en el español de la isla— parecen recientes, pero el testimonio de Pichardo y de Bachiller, así como el hecho de su actual vitalidad en áreas del Mediodía y de Canarias, y entre los hablantes más viejos, hacen sospechar que el fenómeno tenga un nacimiento anterior y que sea igualmente de procedencia peninsular. La revisión de la actual geografía de estos fenómenos termina por rechazar su procedencia africana 5. 5 Cf. Malmberg (1947, 1947-8, 1950), MacCurdy (1950), Matluck (1951), Silva Fuensalida (1952-3), Canfield (1952, 1953, 1960, 1961, 1962), A. Alonso (1953), A. Alonso y R. Lida (1953), Toscano (1953), Washington Vázquez (1953), Corominas (1953), Alvar (1955, 1959 a, 1959 b, 1966, 1968), Galmés (1962), Catalán (1956-7, 1960, 1964), Lapesa (1956, 1957, 1964), Boyd-Bowman (1960), Menéndez Pidal (1962), Alarcos (1964), Vidal de Battini (1964), Flórez (1964, 1965), Cárdenas (1967) y Clegg (1969).

80

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

2. Pero si desde el punto de vista fonético no puede aceptarse influencia africana, no ocurre lo mismo con el léxico 6. 2.11 Conviene advertir desde el principio que una buena parte de este vocabulario transportado son topónimos, antropónimos y gentilicios, y que igual que con los indigenismos, los diccionarios y monografías, con su acumulación exhaustiva e indiscriminada cronológica, diatópica y diastráticamente, dan una idea muy equivocada hasta de la nómina pasiva de estos afronegrismos léxicos 7. 2.12 Por eso se hizo necesario repetir con los afronegrismos del español de Cuba el mismo tipo de investigación llevada a cabo con los indigenismos. (Cf. supra, 56-66.) Se utilizó la misma metodología y los mismos sujetos, sólo que aquí el inventario base fue construido exclusivamente sobre el Glosario, convenientemente podado de (i) topónimos, antropónimos y gentilicios, (ii) elementos de origen extra-africano que amparados por etimologías insostenibles fueron incluidos por Ortiz en muy generosa proporción 8. 2. 2 Los resultados de la encuesta aparecen ordenados en el cuadro que sigue. En principio se trató de hacerlo paralelo al de los indigenismos, pero a medida que se tabulaban los materiales se fue imponiendo una clasificación diferente. Los cinco grupos de los indigenismos quedaron reducidos a tres, delimitados de acuerdo con el número de sujetos que los identificaba satisfactoriamente: I (31-35), II (36-44), III (45-50). De nuevo aquí son procedentes las consideraciones hechas en la nota 8 de la pág. 62.9 6 Nadie —hasta donde llegan mis noticias— ha planteado o señalado influencias africanas en la morfosintaxis del español cubano. 7 El Glosario de afronegrismos trae más de quinientos términos; el mismo autor consideró que el material reunido por él era escaso: «No son muchos, sin embargo, si se tiene en cuenta que aún hoy [1922], según el censo de población de 1917, el 27 por 100 de los habitantes de Cuba son de color, y de ellos, 2.500 nativos de África. La escasa influencia lingüística africana en el habla vernácula criolla queda explicada por la diversidad de lenguas...» 8 El Glosario —ya ha quedado dicho en otras ocasiones— necesita de una cuidadosa revisión, pues la fantasía etimológica de Ortiz ha hecho aparecer como afronegrismos a muchísimos términos indígenas e hispánicos. Véase, a manera de ejemplo, sus etimologías para cáncamo, cucaracha, churre, fo, fuñió, gago, merengue, sambumbia. Cf., además, Rosenblat (1956).

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA I

81 II

III

[de] ampanga bachata

de] ampanga bachata

de] ampanga bachata

banana bemba bembé *biyaya bongó cachimba cachimbo candangazo, cañangazo conga

banana bemba bembé biyaya bongó cachimba

banana bemba

candangazo, cañangazo conga

congo cumbancha cundango

congo cumbancha cundango

congo cumbancha

champola

champola

champola

cheche

cheche

cheche

chimpancé

chimpancé

chimpancé

fufú guaguancó guinea *jelengue jubo

fufú guaguancó guinea jelengue jubo

fufú

biyaya bongó cachimba

guinea jelengue jubo

macaco majá

majá

majá

malanga

malanga

malanga

mambo

mambo

mambo

2

*ñame *ñame *ñáñara ñinga

ñame ñame ñáñara

9 El * indica que la etimología africana ofrece serias dudas a los especialistas.

82

HUMBERTO LÓPEZ MORALES quimbamba (s)

quimbamba (s)

quimbamba (s)

quimbombó

quimbombó

sanaco, -a sirimba

sanaco, -a

quimbámbara (s) quimbombó quimbumbia, cambumbia sanaco, -a *sirimba subuso10 *titingó tonga *yaya

titingó tonga yaya

yaya

3. Conclusiones.10 3.1 Hoy no es posible observar diferencias de realización fonética entre hablantes blancos y negros11. Por otra parte, la idea de que algunos rasgos de la pronunciación cubana general se deben a influencia de los hablantes negros tiene que ser totalmente rechazada, pues los fenómenos que según los textos y los testimonios parecían típicos de los negros criollos del siglo XIX son todos de carácter hispánico, tienen documentación temprana y están presentes en otras áreas donde no es posible pensar en influencia africana. Todo esto nos lleva a una conclusión contraria al supuesto que muchos han venido aceptando sin análisis: la fonética del español de Cuba no tiene influencias africanas; por el contrario, fueron los negros criollos los 10 A diferencia de los otros términos, subuso parece ser de introducción reciente; originariamente fue término jergal hampesco tomado del vocabulario ñáñigo —como iyamba, ecobio, manguá —, pero hoy es ya parte de la norma léxica, sobre todo en el occidente de la isla. La influencia del vocabulario ñáñigo y brujero en el léxico popular cubano no deja de tener cierta importancia. En la mayoría de los casos se trata de calcos semánticos en formas hispánicas: araña "inofensivo, cobarde"; bayú "amancebado" (Castellanos, s.v.), hoy exclusivamente "prostíbulo"; bicho "cuchillo"; bolo "falto de inteligencia"; casco "prostituta agotada, sin valor" (hoy, cualquier mujer en las condiciones señaladas); fiñe "muchacho"; grajo "hedor fortísimo que se despide de las axilas; guillarse " marcharse, fugarse", en la actualidad "disimular en general"; indio "sol"; jama "comida", etc. 11  Las excepciones son contadísimas. Cf. Alzola (1965), 366, que describe una entrevista hecha en mayo de ese mismo año con Salomé Urrutia Vasallo, anciano negro de ciento nueve años de edad.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

83

que aprendieron un español con rasgos fonéticos de origen andaluz, asentados ya en la isla por lo menos desde el siglo XV 12. 3.2 En cuanto al léxico, si consideramos que la norma general pasiva está compuesta por I en el cuadro de arriba, los afronegrismos que la integran son 40, prescindiendo de las derivaciones (bemba: bembón, bembona, bembita, bembetear, bembeteo), que en realidad son siempre fenómenos de estructura hispánica. Pero en esto serán los índices de frecuencia y dispersión los que dirán la última palabra.11 12 13

12 Esta es la conclusión a que se llega analizando la información de que se dispone hasta este momento. Dado el estado incipiente y precario de la dialectología hispanoamericana no es posible especificar más. Cuando se cuente con análisis sistemáticos del vocalismo hispánico de América y de muchas regiones peninsulares que aún están por estudiar con rigor, se podrá proceder con los estudios de dialectología comparada. No es que no haya problemas 11  con el consonantismo (para no decir nada de los elementos suprasegmentales, la morfosintaxis y hasta el léxico), pero la masa de información sobre realizaciones de los 12  fonemas 13  vocálicos no puede ser más anacrónica, excluyendo las excepciones de rigor.

Tres calas léxicas en el español de La Habana (indigenismos, afronegrismos, anglicismos)

0. En ocasiones anteriores he tratado de establecer la nómina pasiva de indigenismos y afronegrismos léxicos en la norma cubana 1. En esos trabajos expresaba la necesidad de llegar a la nómina activa y a índices de frecuencia y dispersión, pero al mismo tiempo indicaba la imposibilidad de llevar a efecto la investigación, dada la escasez de registros de lengua viva 2. 0.1 Muy recientemente, y gracias al proyecto de estudio de la norma lingüística culta de las grandes ciudades del mundo hispánico que patrocina el Programa Interamericano de Lingüística y Enseñanza de Idiomas (PILEI), ha sido factible la recolección de materiales para el estudio de la norma habanera. 1 Cf. supra, 55-69, 78-81. 2  Hasta el presente los únicos trabajos léxico-estadísticos que conozco, dedicados exclusivamente al español, son los de Keniston (1920), Cartwright (1925), Buchnan (1927), Céspedes (1928-9), Rodríguez Bou (1952), García Hoz (1953), Juilland Chang-Rodríguez (1964), Patterson (1967), Urrutibéheity (1968) y Lope Blanch (1969). Para otros trabajos estadísticos sobre el español que no se ocupen esencialmente del léxico, e investigaciones hechas sobre otras lenguas, cf. las bibliografías de Dale (1948) y de Guiraud (1954). Todos estos autores, con excepción de Rodríguez Bau y Lope Blanch, trabajan exclusivamente con lengua escrita. Rodríguez Bau incluye en su universo 1.073.243 elementos de lengua oral (aproximadamente una séptima parte), y Lope Blanch, 2.211.000 en un universo de 4.600.000. Estas investigaciones han sido motivadas por muy diferente propósito: se trata en unos casos de diccionarios de frecuencia con base a aplicaciones pedagógicas de la enseñanza gradual del léxico básico español, o con finalidad lingüística pura, para estudiar la estructura del léxico, y, consecuentemente, estructuras morfológicas y fonológicas. Casi todos trabajan con un interés centrado en el léxico básico, por eso no resultan comparables ni en teoría ni en método con nuestro propósito, donde más que la frecuencia y la dispersión nos interesan los índices de densidad de cierto tipo de elementos. El cuarto punto de la investigación de Urrutibéheity que trae el cómputo de elementos heredados, prestados y creados del universo de Juilland y Chang-Rodríguez, resulta de especial interés para nuestro tema, pero el trabajo de Lope Blanch es el único que en realidad ofrece posibilidades de comparación. 85

86

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

Por una parte, la aplicación de un cuestionario de 4.649 puntos a doce sujetos arrojó un corpus léxico de 54.825 unidades; por otra, al completarse la transcripción gráfica de las doce primeras entrevistas de un conjunto de trescientas ochenta horas de grabación —destinado principalmente al análisis fonológico y morfosintáctico— se contó con otro corpus de aproximadamente 39.695 unidades, lo cual hace un universo de 94.515 palabras. 0.2 A primera vista estas cantidades pudieran parecer demasiado pobres para efectuar un recuento léxico. Sin embargo, conviene especificar que el universo que sirve de base a este trabajo no es en modo alguno insignificante, si se tiene en cuenta que se trata de (i) un área urbana particular, y (ii) dentro de ésta, un estrato sociocultural específico 3. Lo que sí resulta —a mi juicio— insuficiente es el número de sujetos que han participado en la creación del universo —27 en total 4—, hecho que aconseja tomar estos materiales como muestra y tener por provisionales los resultados de este cómputo hasta que pueda trabajarse con un universo más representativo. 1. Corpus léxico A. 1. 11 Se obtuvo mediante la aplicación del cuestionario léxico del PILEI 5. El cuestionario divide su universo en veintiuna áreas, cada 3 Lope Blanch utiliza un corpus de 2.211.000 términos de lengua hablada para su estudio de los indigenismos en la ciudad de Méjico, que tenía una población de 3.353.033, según United Nations (1968). La Habana, según la misma fuente, cuenta con una población de 1.665.770, lo que para igualar la proporción de Lope obligaría a trabajar con un corpus de 1.098.413 términos. Pero esta cifra tiene que ser reducida muy drásticamente, pues mientras Lope Blanch trabaja con todos los estratos socioculturales, este estudio se hace sólo sobre uno de ellos, el menos populoso, además. Lamentablemente no se cuenta con medios para intentar un cálculo aproximado ■sobre la población clasificable en este estrato; no existe estratificación sociólógica para La Habana, y los datos estadísticos que ofrece el Gobierno cubano no son fiables, como acaba de demostrar Mesa-Lago (1969) con materiales irrebatibles. 4 El número de sujetos empleados en la recolección del corpus de lengua hablada para el estudio de Méjico fue de 490, pero sólo el 29 por 100 de esta cifra correspondía aproximadamente al nivel sociocultural alto (personas cultas = 19 por 100; personas de cultura superior = 10 por 100); es decir, unos 122 sujetos. 5  Cuestionario provisional para el estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y de la Península Ibérica, I (México,

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

87

una de ellas con un número de entradas que variaba desde un máximo de 447 a un mínimo de 17. CUADRO 1 ÁREAS I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI

El cuerpo humano Alimentación Vestuario La casa La familia. El ciclo de la vida. La salud Vida social. Diversiones La ciudad. El comercio Transporte y viajes Medios de comunicación y difusión Cine, televisión, radio, teatro Comercio exterior. Política nacional Sindicatos. Cooperativas Profesiones y oficios El dinero. La banca. Las finanzas. La bolsa Instituciones. La enseñanza. La Iglesia Meteorología El tiempo cronológico El terreno Vegetales. Agricultura Herramientas caseras Animales. Ganadería

ENTRADAS 328 348 447 346 265 298 277 346 214 112 241 39 197 102 148 50 104 239 170 17 300

1.12 Los sujetos fueron seleccionados de acuerdo con las normas del proyecto del PILEI, según la reunión de Madrid, más requisitos especiales para el caso de La Habana, cuya investigación no se lleva a efecto in situ 6. 1968), editado por el Centro de Lingüística Hispánica de la UNAM y el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, bajo la dirección de J. M. Lope Blanch. Contiene: fonética y fonología (18-61), morfosintaxis (65-205) y léxico (209-399). En la reunión de Méjico —septiembre de 1969— se revisó cuidadosamente lo relativo al léxico, que quedó completamente rehecho. Esta última versión, que no será todavía la definitiva, se publicará en breve en Madrid, por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con el cuidado editorial de Antonio Quilis. 6 (a) mayores de veinticinco años; (b) igual proporción de hombres y mujeres —que

88

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

CUADRO 2 7 I

II

III

A

M

51

B

C

A

B

M

39

M

C

C+

C C S V C C V D S S

C+

C D E F G H I J K L

M F F M M M F M F F

44 42 28 58 48 61 63 50 33 34

IV

B B M B N B B B B B

V

VI

A C A B C B C B B

VII

VIII

IX

X

médico

PR

LH

LH

maestro

LH

LH

LH

corredor de aduana inspector escolar maestra catedrático de química abogado negociante ama de casa dirigente de coperativa maestra de ballet maestra

LH LH LH LH O LH LH LH LH LH

LH LV LH LH LH LH LH LH LH LH

M LH LH LH LH LH LH

1.13 Al tabular los resultados del cuestionario se hizo necesario reajustar las cifras iniciales debido a (i) eliminación de entradas que no consiguieron respuesta por parte de ninguno de los sujetos, (ii) inclusión de los añadidos léxicos producidos al aplicar una técnica de series abiertas en la encuesta, y (iii) suma de nuevas entradas producto de la sinonimia y la metaforización. no me fue posible cumplir—; (c) hijos de hispanohablantes nativos de La Habana o residentes en ella por más de cinco años, y (d) nivel terciario o educación no sistemática equivalente. En el caso de La Habana, por tratarse de una situación especial bien conocida de todos que nos obliga a trabajar con refugiados políticos en Miami, se ha añadido otra exigencia a la selección de los sujetos: tras la llegada de La Habana, una permanencia en Miami no superior a tres meses; en muchos casos nuestros sujetos fueron entrevistados a las pocas horas de su llegada de Cuba, gracias a la ayuda de los oficiales de inmigración. Cf. el Boletín informativo de la Comisión de Lingüística y Dialectología Iberoamericana del PILEI, 2 (Lima, 1970). 7  I = sujeto; II = sexo; III = edad; IV = raza (M[ulato]); V = estado civil (C[asado]), (S[oltero]), (V[iudo]), (D[ivorciado]); VI = nivel cultural (A, educación universitaria a nivel de doctorado; B, educación universitaria a nivel de licenciatura; C, educación superior especializada —no universitaria—; el diacrítico+ indica que además se han cursado algunos estudios en el nivel inmediato superior); VII = ocupación; VIII = lugar de origen del padre; IX = lugar de origen de la madre; X = lugar de origen del cónyuge (PR, Pinar del Río; H, Habana; M, Matanzas; LV, Las Villas; O, Oriente). Para la organización de los informes he seguido en parte la pauta de Shuy et al (1968).

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

89

CUADRO 3 (i) 322 312 430 321 262 245 263 319 199 105 237 35 194 101 145 42 101 230 151 17 283

I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI

(ii) 4 71 16 7 5 26 5 16 3 6 8 20 18 12 1 1 1 5 86 7 76 Total

(iii) 63 1 21 10 32 1 6 2 0 0 0 0 0 2 2 1 0 0 5 0 10

Total 389 384 466 338 299 271 274 337 202 111 245 55 212 115 148 44 102 235 242 24 369 4.862

1.21 Los resultados lineales de esta investigación fueron los siguientes 8.

CUADRO 4 INDIGENISMOS I marañón [nariz de]

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS

bembón

8 No me he planteado aquí algunos problemas que están todavía en pie con respecto al origen de ciertos términos. Cf. los trabajos citados en la nota 1. En los casos de duda acudo al DCELC como autoridad máxima, y en su defecto, al consensus de los especialistas. En el caso de los anglicismos también dejo por resolver algunos puntos que no son axiales a este trabajo. Los he alineado a todos como si se tratara del mismo tipo de anglicismo, prescindiendo de si se trata de traslados in solidum, como paddock y handicap (términos deportivos), o de versiones hispanizadas, como parquear, ponche, etc.; tampoco he atendido al tipo de adaptación —ni fonológica ni morfosintáctica—, lo que hubiera dado por sí tema para un largo estudio.

90

HUMBERTO LÓPEZ MORALES INDIGENISMOS

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS

güin II maíz [sopa de]

bisté

jaiba

rosbif

guanajo

bacon

ají

cake

mamey

pie

anón

bar

guanábana guayaba chocolate aguacate zapote chrimoya III enagua

overol zipper straples blume tisar(se) (to tease) boy [corte a lo] vanity smoking sprey champú shawl suéter Dandy [como un]

IV guayo

bar (mueble) doilies frigidaire high fidelity file

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA INDIGENISMOS

91

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS block

V manigua [hijo de la] VI

mambo

poquer

conga

bridge

mozambique

ring round crawl fútbol high (la) fox (-trot) blues night club show coctel paddock handicap short field right field central field left field pitcher catcher home ampaya (umpire) hit homerun inning out

VII

bell boy

92

HUMBERTO LÓPEZ MORALES INDIGENISMOS

AFRONEGRISMOS

VIII

ANGLICISMOS ticket steward jet ponche (to punch?) parquear cloche chasis yippy (jeep) convertible

X butaca

ticket cawboys [películas de] dial

XI cacique

clearing mitin (meeting) líder retirado (retired) marketing

XIII

barman

XV

clergyman

XVI huracán XIX guayabe caoba majagua apasote guácima henequén yuca tuna

ñame

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA INDIGENISMOS

93

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS

ceiba mamey maní zapote marañón anón guanábana XX guataca cocuyo

jubo

comején

majá

jején sinsonte guanajo jaiba carey jicotea guano

1.22 Estos resultados arrojan las siguientes proporciones por área: CUADRO 5 ÁREAS

INDIGENISMOS

I II III

2 12 1

IV

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS

0,51 % 3,12 0,21

1 0 0

0,25 % 0,00 0,00

0 6 13

0,00 % 1,56 2,78

1

0,29

0

0,00

6

1,77

V VI VII

1 0 0

0,33 0,00 0.00

0 3 0

0,00 1,10 0,00

0 26 1

0,00 9,59 0,36

VIII

0

0,00

0

0,00

9

2,64

IX

0

0,00

0

0,00

0

0,00

94 ÁREAS X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI Totales

HUMBERTO LÓPEZ MORALES INDIGENISMOS 1 1 0 0 0 0 1 0 0 15 1 9 45

AFRONEGRISMOS

0,90 0,40 0,00 0,00 0,00 0,00 2,27 0,00 > 0,00 6,19 4,16 2,43 0,98 %

0 0 0 0 0 0 0 0 0 1 0 2 7

0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,41 0,00 0,54 0,14 %

ANGLICISMOS 3 5 1 0 0 1 0 0 0 0 0 0 71

2,70 2,04 1,80 0,00 0,00 0,67 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 1,42 %

2. Corpus léxico B. 2.1 A diferencia del corpus léxico A, éste no es producto del estímulo lingüístico de un cuestionario; no se trata, por tanto, de léxico provocado, sino libre 9. 2.21 Los resultados lineales del análisis fueron los siguientes: CUADRO 6 INDIGENISMOS

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS

aguacate ají bijol canoa guayaba güin güira hamaca maíz sinsonte tomate

congas majá malanga ñame

basket (ball) bisté blume cake convertible ferry frigidaire fútbol guinga (gingham) yaquis jet

9  Los sujetos, en términos generales, fueron seleccionados según las normas establecidas. Todos los detalles específicos los encontrará el lector en la tesis que prepara B. Vallejo (The Social Stratification of Cuban Spanish) para la Universidad de Texas.

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA INDIGENISMOS

95

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS monorail o.k. ping pong sandwich shock slide standard subway test

2.22 Estos resultados arrojan las siguientes proporciones: CUADRO 7 INDIGENISMOS

AFRONEGRISMOS

ANGLICISMOS

0,03%

0,01%

0,05%

3. Resultados generales. 3.1 Al comparar los resultados de ambos cómputos en cuanto a proporción, las diferencias son verdaderamente notables. Esto es explicable, puesto que en A no ha sido posible recopilar nexos ni un altísimo porcentaje de verbos, adverbios y adjetivos 10, materiales que ayudarían a reducir el coeficiente de densidad de indigenismos, afronegrismos y anglicismos, que con pocas excepciones caen en la clase de sustantivo (de lengua). 3.2 Con respecto a la frecuencia, el contraste de A y B es igualmente notable. El caso de ser A léxico provocado explica por sí solo el amplio índice de frecuencia de algunos elementos.

10  Las estadísticas de Urrutibéheity (1969) muestran que las lexical words (nombres, verbos, adjetivos y adverbios) constituyen el 97 por 100 del vocabulario básico, pero que sólo alcanzan el 46 por 100 del uso. En cambio, las funtion words (pronombres, artículos, preposiciones y conjunciones), que constituyen el 2 por 100 del vocabulario básico, alcanzan el 52 por 100 del uso.

96

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

CUADRO 8 indigenismos I (A)

II (B)

III (A)

IV (B)

V

12

3

15

ají

9

1

10

anón

16

16

1

1

aguacate

apasote bijol butaca cacique

1

1

12

12

3

3

canoa

1

carey

2

2

caoba

11

11

ceiba

10

10

cocuyo

5

5

comején

5

5

chirimoya

6

6

chocolate

12

12

enagua

2

2

guácima

3 guajiro

3 2

2

guanábana

17

17

guanajo

15

15

guataca

2

2

guano

4

4

guayaba

19

guayo

8

güin2

1

henequén

5

24 8 1

güin

1

1

güira

2

2

hamaca

4

4

6

6

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA I (A)

II (B)

97 III (A)

IV (B)

V

huracán

8

8

jaiba

5

5

jején

6

6

jicotea

8

maíz

6

8 3

9

majagua

4

4

mamey

14

14

maní

9

9

manigua

1

1

marañón

3

3

sinsonte

9 tomate

tuna

1

yuca

12

zapote

1

10

5

5 1

16

6

28 6

CUADRO 9 Afronegrismos I (A)

II (B)

III (A)

bembón

12

IV (B)

V 12

conga

12

jubo

3

1

13

majá

6

2

8

malanga

4

10

14

3

mambo

11

11

mozambique

5

5

ñame

6

1

7

98

HUMBERTO LÓPEZ MORALES

CUADRO 10 Anglicismos I (A)

II (B)

ampaya

III (A)

IV (B)

V

10

10

bacon

3

3

bar

9

9

bar (mueble)

1

1

barman

1 basket (ball)

bisté

1 1

12

3

15

bell boy

1

1

blues

1

1

blume

4

block

11

11

1

1

boy [corte a lo] bridge

1

1

5

1

cake

12

catcher

10

10

9

9

10

1

cawboys [películas de] center field

4

12

clearing

1

1

clergyman

1

7

cloche

7

9

coctel

9

11

convertible (auto)

10

1

1

crawl

1

3

chassis

3

1

dandy [como un]

1

1

dial

7

7

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA I (A)

II (B)

champú doilies

99 III (A)

IV (B)

V

11

11

4

4

ferry

1

1

file

1

1

fox (-trot)

1

1

frigidaire

8

1

9

fútbol

5

1

6

1

1

1

1

guinga handicap

1

high fidelity

1

high (la)

1

1

1

hit

10

10

home

10

10

home run

10

10

inning

10 yaquis

jet

10 9

9

left field

10

9 12

3

10

lider

6

6

marketing

1

1

mitin

4 monorail

night club

4 1

5 o.k.

1 5

1

1

out

8

8

overol

3

3

paddock

1

1

parquear

12

12

6

6

pie ping pong

7

7

100

HUMBERTO LÓPEZ MORALES I (A)

II (B)

III (A)

IV (B)

V

pitcher

10

10

ponche

12

12

póquer

511

5

retirado

10

11

right field

7

10

ring

1

7

rosbif

6

1

round

6 sandwich

shwal

4 2

shock

4 2

1

1

short field

10

10

show

10

10

yipy

9

smoking

3

9 slide

sprey

9 1

4 standard

strapless steward

1

6

6

6

6

12

12

1

test ticket

1 4

1

subway suéter

12

1

1

17

17

tisar(se)

7

7

vanity

8

8

zipper

4

4

4. Conclusiones. 4.1 Por tratarse del análisis de una muestra sólo se han ofrecido resultados generales en cuanto a índices de densidad y frecuencia. Teniendo a mano un corpus limitado y no del todo homogéneo, no me ha parecido útil preparar coeficientes de dispersión y de uso. En un futuro

ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL DE CUBA

101

espero poder trabajar en un léxico básico del español de Cuba, y entonces habrá que entrar de lleno en estos asuntos que todavía presentan serios problemas teóricos. 4.2 Por el momento disponemos de tres elementos de juicio con respecto a indigenismos y afronegrismos. En cuanto a inventario es fácil observar las diferencias entre la nómina pasiva y el empleo provocado y libre de los elementos.

CUADRO 11 NÓMINA PASIVA

LÉXICO PROV.

LÉXICO LIBRE

Indigenismos

97

45

11

Afronegrismos

39

7

4

El mismo decrecimiento es observable en la frecuencia. El corpus A nos da, además, la oportunidad de ver el índice de densidad en sus diferentes áreas. 4.31 He incluido los anglicismos en este cómputo, aun cuando no tenemos nómina pasiva como punto de comparación, porque es idea bastante difundida que en Cuba la influencia inglesa (supongo que en el léxico) es enorme; Criado del Val (1957) incluye a Cuba entre las «zonas de competencia con el ingés», y Roña (1964) la coloca entre las «zonas de mezcla [con el inglés]». Es imposible reprochar estas afirmaciones cuando los dialectólogos han carecido de estudios esclarecedores sobre Cuba 11. 4.32 Convendría añadir a la información ofrecida por el cómputo algunas especificaciones. En primer lugar, la investigación ha sido hecha en un área urbana, justamente la más cosmopolita del país, y con unos sujetos de nivel cultural alto, donde son muy frecuentes los estudios universitarios especializados, el dominio de lenguas extranjeras —fundamentalmente el inglés— y los viajes al extranjero. El material utilizado es, por tanto, el más propicio para encontrar anglicismos, 11  El único trabajo moderno sobre el tema es el de Padrón (1962), donde el nivel teórico no puede ser más elemental ni la información más insuficiente; se ocupa ■—muy subjetivamente— de galicismos, anglicismos, italianismos y latinismos. Cf. López Morales (1970).

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HUMBERTO LÓPEZ MORALES

galicismos, latinismos, etc., en mayor proporción. En otras palabras, que las cifras anotadas aquí son, con mucha probabilidad, las más altas que pudieran encontrarse. Y aun así, conviene tener presente que algunos elementos, como slide, pertenecen a una norma léxica especializada —según mis materiales—, pues sólo aparece en el idiolecto de una históloga que describe un proceso de biopsia. Naturalmente que el coeficiente de dispersión en un universo adecuado sería lo único que pudiera confirmar estos casos. Si se trabajara con otros estratos socioculturales, y por supuesto con áreas rurales, de seguro desaparecerían del inventario —no es posible saber en qué proporción— anglicismos relativos a la moda y a la vida social. Pero esto habrá que comprobarlo en trabajos futuros.

Contribución a la historia de la lexicografía en Cuba: observaciones pre-pichardianas

En 1795 se sintió por primera vez la necesidad de componer un diccionario de regionalismos para Cuba. Fray José María Peñalver presentó entonces a la Sociedad Económica de Amigos del País una propuesta para que se confeccionara un Diccionario provincial de la isla de Cuba 1 pero la idea nunca llegó a realizarse. Sin embargo, los estudiosos de asuntos léxicos disponen hoy de dos valiosos textos antiguos: un fragmento del Viaje de Perico Ligero al país de los moros, de A. López Matoso (1816), y una lista de palabras aparecidas en el Cuadro estadístico de la siempre fiel isla de Cuba (1827); ambos documentos anteriores al Diccionario de Pichardo 2. I El Viaje de Perico Ligero al país de los moros es un manuscrito parcialmente inédito donde el mejicano López Matoso narra las vicisitudes de su exilio político 3. Su estancia en La Habana, además de 1  Cf. Dihigo (1916), 328-9. Debe citarse, además, el Diccionario de provincialismos cubanos preparado por Domingo del Monte, con la colaboración de Francisco Ruiz, José Estévez, Joaquín Santos Suárez y José del Castillo. El manuscrito de este diccionario se ha perdido, pero E. J. Varona, que lo conoció, publicó unos severos comentarios en La Enseñanza, Revista quincenal de Instrucción Pública, 3 (1875), 29-33. Cf. Rodríguez Herrera (1953), xvi-ii. 2  Es también de mucho interés la colección de «Vozes provinciales» incluida en el Cuadro estadístico de la siempre fiel isla de Cuba, compuesto durante el gobierno de O’Donnell y publicado en 1847, pero este trabajo es posterior en once años al Diccionario de Pichardo. 3  El manuscrito pertenece a la colección del Middle American Research Institute de la Universidad de Tulane; lleva por título Viaje de Perico Ligero al país de los moros, y fue escrito «por el Lic. A. López Matoso, Relator de la Audiencia de México, desterrado por Calleja en 1816». El texto consta de cinco capítulos, llamados libros en el MS. En el IV, 37-45, describe su estancia en La Habana. D. Wogan ha publicado dos fragmentos del Viaje: «La Habana vista por un mexicano en 1817-1829» (1955) y «El primer vocabulario de cubanismos de A. López Matoso» (1961). En este último 103

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HUMBERTO LÓPEZ MORALES

pintorescas descripciones de la ciudad y sus gentes, le animó a anotar una serie de términos que llamaron su atención. «El idioma y nombres teqnicos de los avaneros —escribió con su estilo burlón y satírico— es una monserga de el diablo» 4: Anones son las anonas q. en nada se distinguen de las nuestras. Ajiaco es un guizo de baca, tazajo, platano, jamón, yuca, muniato, y mucha especería. Alegría es maíz crudo tostado asta q. revienta, y asi sin mas ni mas se une con miel en unas pelotas. Anafe es el braserillo de lunbre para cigarrarricho [sic]. Ají es el chile. Los ai de todas claces: grandes y dulces q. se comen crudos y no saben mal: ó encurtidos en vinagre: otros chicos amarillos mui picantes, q. saben a cucaracha. trabajo, Wogan reproduce las páginas donde se encuentra la pequeña colección léxica; el vocabulario va acompañado sólo de una brevísima nota preliminar con algunos datos sobre el autor, pero sin comentarios lingüísticos. Recientemente, el MS de López Matoso ha sido objeto de una edición preparada por James C. Tatum como tesis doctoral, aún inédita, para la Universidad de Tulane (A Critical Edition of Antonio Ignacio López Matoso’s Viaje de Perico Ligero al pais de los moros: The Unpublished Diary of a Mexican Political Exile). Agradezco esta última información al profesor Otto Olivera, quien, además, me facilitó la consulta del Cuadro estadístico (1829), uno de cuyos rarísimos ejemplares se guarda en la Howard Tilton Library de la Universidad de Tulane. El «perico ligero» es auto-designación del autor, y el «país de los moros» hace referencia a Ceuta, «donde López Matoso temía que hubiesen de terminar sus andanzas de exilado político». Nació en la ciudad de Méjico en 1761, de padre habanero y madre segoviana. Según Wogan (1961), López Matoso llegó a La Habana el 16 de octubre de 1817, y allí permaneció hasta el 15 de mayo de 1820, cuando pudo regresar a Méjico gracias al indulto del virrey Apodaca, sucesor de Calleja; tendría entonces entre sesenta y sesenta y cinco años. Más información personal sobre López Matoso en Tatum (1968), 1-21; el vocabulario —IV, 37-46 del MS— en 253-260. 4  He sustituido los acentos graves del MS por acentos agudos, pero he respetado la ortografía original, sin desarrollar las abreviaturas, tengan o no diacrítico. Mantengo el orden de las entradas según el original, aunque no siempre éste sea estrictamente alfabético; he corregido un evidente error del MS: guajira por guajiro. A pesar de que este texto ha sido editado en dos ocasiones, como queda dicho, ninguno de estos trabajos es enteramente fiable. En la edición de Wogan falta el artículo tazajo brujo, y en la de Tatum, el de cazavi. Hay otros descuidos editoriales: la entrada para melón debe ser melón de agua, y las de los tasajos, tazajo aporreado y tazajo brujo; la coma de Wogan entre tazajo y aporreado carece del menor sentido.

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Bélicas llaman a las Ysabeles qizá porq. fueron aciendo didiminutivos: de Ysabelitas, Ysabelicas, y de estas bélicas. Búcaros son las jícaras ó tecomates. Bojíos son las casuchas de paja o jacales. Bolántas son las q. los guachinangos dicen bolantes. Cajéles son las naranjas agria-dulces de cascara berde. Conchitas son las Concepciones qizá porq. primero dijeron conchón y como esto era mui gordo lo achicaron en conchita. Candéla es la lumbre de cigarro o puro. Caimitos son una fruta mui parecida en la figura al zapote blanco; pero su gusto es agri-dulce: la carne incipida, y el ueso en un capullo como algodón q. es lo q. principalme. se come y sabe bien. Crianderas son las amas de leche q. los Guachinangos dicen chichiguas. Comadronas son las parteras. Cativia es la yuca grueza mui molida y echa masa de q. se forman unas grandes tortillas. Son un pan mui seco y terroso; pero en dulce, remojado con vino es mui deleitoso. Cazavi es la yuca grueza mui molida y echa masa de q. se forman unas grandes tortillas. Son un pan mui seco y terroso; pero en dulce, remojado con vino es mui deleitoso. Chunhos llaman a los Geronimos. Chanos a los Sebastianes. Cozinar es guizar, y asi «cocíname un par de uebos» es freírlos. Cheleqe es chaleco por q. suena mas curro lo Primero. Corujo es el coyole, el cual lo ablandan no se como y acen en dulces. Chico es el octavo ó tlaco. Contra son unas monedas de ojalata con una seña de cada tienda en donde unicame. sirven y valen lo q. los pilones en Méjico. Cantinas son las tiendas de comestibles, y en las q. se vende carbón y manteca se dicen tabernas. Funche es una arina de maíz cocida la cual ó se guiza con arroz, gallina, o carne de zerdo, ó se ace en dulce. Fuetes son unos látigos delgados de tejido de cañamo o de cuero mui

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HUMBERTO LÓPEZ MORALES

duros, mas q. garrotes. Al negro q. al amo condena a su antojo es con la prudena. de darle 100. o 200 latigazos, ó sin señalar docis cascarle el tienpo de la voluntad. Tanbien las negras se regalan con igual agazajo, aun cuando están preñadas. Si muere el paciente mas pierde el amo q. es su dinero. Si escapa, mejor, mañana se repetirá la misma comedia. Fogón es el fuego de la cocina. Flusion es el catarro ó resfriado. Fletar es frotar, y asi decir q. un enfermo se flotó con aceite; es diciendo q. se fletó. Guarapo es el suco de la caña, ó miel sin fuego, y lo comen como un plato regalado. Guanajo es el guajolote. Guachinango es voz de desprecio á todos los nativos de Veracruz á todo el reino. Asi es q. asta los negros unos a otros cuando acen una pica día se dicen: esa es guachinangada. Aun en la jente de rango es este jenial desprecio. El año de 818 parió la sr̄ a Yntendenta una niña a quien se puso por nonbre Guadalupe, y por cariño todos le decíamos Guachi nanguita. Fué a visitar a la sra otra de las señoronas, y aco tumbrada aqella al cariño dicho; dijo a una criada: traeme á la Gu chinanguita. Al verla la visita dijo con seriedad: no le dee vm. ese nombre a esta niña ¿no vee vm. q. es blanca y bonita? Guanabana es una tercera entidad entre chirimoya y Anona. La cascara en su color, delgado, y terso es de chirimoya aunq. un poco mas verde. La carne es una masa blanca mui semejante a la mas dulce chirimoya: la pepita esta dentro de un capullo como algodon de un agrio mui gustoso. Se come natural, ó en agua con azúcar, ó en dulce. De todos modos es mui sabrosa y mui fria. La cascara tiene unos votoncitos pequeños. Guano son unas pencas del gruezo, color y tamaño q. las de magei, de las cuales acen los techados de las casas pobres, y las sacan de las ojas secas de la palma real. Guajiros son los rancheros, ó payos del campo. Güiras son tecomates. Con mucha gracia equibocan la h y la j; y así dicen hardin por jardín hornada por jornada. Hotel es la hospedería, ó posada por seguir la voz inglesa.

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Insultar es acer tomar colera a otro; y asi fulano está insultado es decir q. está colérico. Jovos son los mui pocos y malos tejocotes. Jaibas son los cangrejos peqeños. Jabas son los tonpiates, y Jabucos los chicos. Maní son los cacahuates. Muniato es el camote. Jutia son unos ratones del campo q. los comen como conejo. Mangos son una fruta como zapotes amarillos: su carne amarilla mui ebrosa y cierto gusto á reciña: el ueso, está dentro de una túnica delgada pero dura como la de zapote blanco. Malanga aunq. amarilla y grande es en todo una papa. Maloja es el tlazole ó zacate de maíz. Melón de agua es la zandía. Malarrabia es un dulce mui sabroso de camote frito y miel. Manjarete es un dulce de maíz molido cocido en leche. Mata-hambre es la yuca mui molida y cocida en dulce. Maruga es lo mismo q. maula. Tu relox es maruga es decir: q. anda mal. Ñame es la raíz de chayote. Palmitos son los cohogollos de la palma mui blancos y tiernos y se comen en dulce. Palmiche es una semilla q. produce la palma como pimienta grueza y sirve para engordar marranos. Palanqetas son ponte-duro. Pacana la nuez criolla chica. Papagayos son los papelotes de los muchachos. Quimbonbó es una fruta q. tiene muchas pepitas redondas y pardas, las cuales se cocinan y dan una baba espesa y mui larga y se comen con carne de cerdo, gallina, etc. La r. y la 1 siempre la pronuncian alrebes. Armas del pulgatorio: almas de los sordaos: cerdas de monja: celdas de marrano. Sumideros son las letrinas.

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Tibor es el vacin. La letra s siempre la sincopan. En un conbite una señorita pidió un mulito de gallina por decir un muslito. Tazajo aporreado es un guizo de tazajo en ebras peqeñas, baca y platano frito. Tazajo brujo es la baca mal tasajeada q. solo comen los negros. Tarros son los cuernos. Virar es moverse de un lado a otro. Vatarraba ó Vatarrabia es el vetabel. Yo solo es frace para decir q. se singulariza. Yo solo me rei: Yo solo lloré: Yo solo comi; quiere decir que yo mas q. nadie rei, lloré y comi. Yaguas son las pencas mui gruesas y grandes de palma real y sirven para techados de casas pobres. Ziguato se dice al pezcado q. olisca. Ziguas son los caracoles marinos, q. se comen.

La lista consta de 70 entradas, y es —como se ve— un conjunto indiscriminado de observaciones personales basadas en una experiencia dialectal única. Junto al léxico aparecen expresiones y hasta apuntes de carácter fonético. El fragmento en cuestión viene a ser una especie de comparación entre el dialecto de La Habana y el de la meseta central mejicana, hecho en forma casual, divertida y sin el menor asomo científico, como demuestra ejemplarmente su explicación para el hipocorístico Conchita. El tratamiento de muchas de las entradas responde a este propósito comparativista de manera gruesa: anones = anonas, ají = chile, búcaros = jícaras o tecomates, corujo = coyole, chico = octavo ó tlaco, guanajo = guajolote, maloja = tlazote ó zacate de maíz, etc. Aun cuando el autor se libra algo de este ingenuo esquema y añade mayor información, nunca logra desprenderse del todo de su experiencia dialectal (cf. bojíos, caimito, criandera, contra, jabas, mangos, ñame), sólo que algunas comparaciones están equivocadas y otras no parecen del todo exactas. El autor compara búcaro con tecomate y con jícara, pero tecomate es «vasija ordinaria de barro en forma de jícara (...) usado para beber en

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él», y según el mismo Santamaría (1959) 5, jícara es (1) «fruto del árbol [Crescentia cujete, L] (...) sólido, duro, con pulpa y pepitas semejantes a la de la calabaza, de corteza leñosa como el espesor de un peso duro, de la cual se hacen vasijas del mismo nombre, (2) Vasija hemisférica de boca grande, hecha del fruto anterior. Se pinta de varios colores, se graba y pulimenta, y aun se negrea al humo, (3) Por extensión llegóse a llamar así cualquier vasija empleada principalmente para tomar chocolate, que fue el uso primitivo de la jícara». Como se ve en estas definiciones el sema más importante es utensilio para beber en él, que no corresponde en absoluto al contenido semántico de búcaro, que nunca ha sido utensilio para beber en él, sino para colocar flores y plantas. Lo que corresponde al tecomate y a la jícara mejicanos es jícara, que se hace cortando en dos mitades una güira, sacando la pulpa y dejando secar la corteza; la usan todavía los campesinos para tomar café sobre todo. Güira y güiro son nombres del «fruto semejante a la calabaza, producido por el árbol tropical Crescentia cujete» (Vid. Buesa Oliver, 21); se trata del mismo árbol y del mismo fruto, sólo que en Cuba se prefiere el arauaquismo güira para designar el fruto. Con respecto a jovos hay una confusión ya señalada por Tatum (1968): «The author may mean jocotes since jobos and tejocotes are not the same, nor are called the same in Cuba. Possibly the te- dropeed from tejocotes at later date.» También Tatum señaló la inexactitud de identificar ñame con chayote: «The Academy identifies ñame as a plant of the dioscoraceous family and chayote of the cucurbitaceous or gourd family. Pichardo says essentially the same, as does Santamaría.» Se trata, en efecto, de plantas diferentes, el Sycios edulis —chapote— y la Dioscorea alata, sativa, etc., los diversos tipos de ñames. El autor dice que bolantas son las 5  Aunque trabajo con el Diccionario de mejicanismos, publicado en 1959, conviene recordar que la recolección léxica de Santamaría comienza a principios de siglo. El primer y único tomo de su Provincialismo tabasqueño es de 1921, y según confesión del autor (1959), XXIII-IV, el «caudal lexicolójico» del Diccionario de mejicanismos estaba completo cuando decidió acometer la empresa del Diccionario de americanismos; esta obra, publicada en 1942-3, llevó a Santamaría treinta años de labor. Luego el Diccionario de mejicanismos es en realidad del primer cuarto de este siglo. No debe olvidarse tampoco que en la elaboración de sus trabajos, Santamaría incorporó los materiales de García Icazbalceta y que éstos fueron recogidos en el siglo XIX, pues su inconcluso Vocabulario de mexicanismos comenzó a publicarse en 1899.

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que los guachinangos llaman bolantes (Vid. infra, guachinango). En el léxico dialectal de Méjico no encuentro bolantes, sino bolán, volán, «nombre con que se conoce la volanta en Yucatán; carruaje que en otras partes se llama chispa; usual en pueblos y haciendas. VARS. bolán, bolánkoche, volancoché», Santamaría (1959), s. v. volán. Por lo demás, volanta parece ser término conocido en todo Méjico a juzgar por Santamaría, que lo define como «Quitrín descubierto, con varas largas, tirado por una sola bestia»; muy usado por los campesinos. Es quizá el mismo volante [?] de las Antillas. En Cuba no fue carruaje rural, sino urbano, y en contra de lo que dice Acad. (1956) los hubo también de cubierta desplegable, tal y como se ven en los grabados de la época. Según las identificaciones de López Matoso, una jaba es un tonpiate. Tompiate, tompeate es una «esportilla tejida de palma, cilíndrica y honda, a manera de bolsa o morral, muy usada para guardar granos y cosas semejantes», según Santamaría (1959); pero la jaba, además de que pudo estar hecha de otros materiales y tener otras formas, se usaba y se usa principalmente para transportar cosas, no para guardarlas. La maloja queda definida como tlazole o zacate de maíz; tlazole es «planta y hojas secas de la caña de maíz o de azúcar, que sirve de forraje y combustible»; zacate, «paja, rastrojo, cañas secas de maíz». La identificación, lo mismo que en jaba, es parcial, pues maloja es «hierba de prados empleada como pienso» y no conlleva las anotaciones de hojas secas, paja, rastrojo, que sugiere la comparación del autor, aunque éstas pudieran estar presentes. En otros casos, donde la comparación no es tan insistente y donde el autor se detiene a presentar algunos rasgos del objeto que describe, López Matoso abunda en información, que puede ser irrelevante lingüísticamente, como es el caso de fuetes, o, por el contrario, muy útil, como en caimito y guanábana. Sorprende encontrar los términos comadronas, cozinar y hotel en esta lista de supuestos occidentalismos cubanos. Comadrona es término que no recoge Pichardo, quizá por parecerle —con razón— elemento patrimonial hispánico y no regionalismo. Se trata de un arcaísmo conservado en varias partes del mundo hispánico. Aut (1726-1739) trae comadre como «mujer que tiene por oficio el asistir y ayudar á parir á otras: que por otro nombre se llama Partéra». No parece muy explica-

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ble tampoco el que López Matoso haya incluido a cozinar en su lista, cuando se trata de un término hispánico de difusión general en el siglo XIX y desde bastante antes. Cf. Fernández de Palencia (1490) y Aut (1726-39). En tiempos del autor convivía con cocer y guizar; cocinar es término conocido también en Méjico. Vid. Santamaría (1959). No se comprende bien por qué incluye hotel; es galicismo y no anglicismo, como piensa López Matoso —en inglés es también galicismo, cf. Partridge (1958)—, muy conocido y extendido por todo el mundo hispánico; debió ser también conocido en Méjico, al menos entre la gente culta. Los artículos para cantina, contra y guachinango son confusos. La distinción entre cantina y taberna parece ser arbitraria, pero carecemos de otras fuentes lexicográficas contemporáneas para comprobarlo. En contra parece que López Matoso generalizó lo que debió de haber sido costumbre de algunos comercios habaneros, pues la contra no es «la moneda de ojalata», que no pasaría de ser una contraseña cualquiera, sino lo que se regala al comprador. Pilón en Méjico es «lo que da por añadidura el vendedor al comprador», según Santamaría (1959), lo que prueba que el autor tenía ciertas ideas adecuadas que no logró expresar con claridad. Es cierto que guachinango sirvió para apodar al mejicano, pero no encuentro el sentido depreciativo en los diccionaristas cubanos, a lo más como sinónimo de astuto. Cf. Pichardo (1953), Suárez (1921), Ortiz (1923). En cuanto a guachinangada, es término desconocido en las otras fuentes consultadas para Cuba, pero en Méjico debió ser popular. Santamaría (1959) lo trae como «acción indigna y poco arreglada a la decencia, propia de un guachinango», y añade, «de uso costeño». ¿Se refiere López Matoso a Veracruz en este pasaje? Es significativo que no recoja la acepción de pez (pargo) que dan Pichardo (1953) y Maclas (1888), y que pareció ser la más común. Fuera de estas objeciones, sólo queda por especificar que el anafe no fue para cigarrillos, que fogón no es el fuego, sino, como ya señaló Tatum (1968) apoyado en Acad (1956) y en Gagini (1919), el lugar donde se hace el fuego para cocinar; que el chichigua de la descripción de criandera es efectivamente ‘nodriza’, pero que no es término de norma desde hace mucho tiempo en que se encuentra relegado a niveles rurales y muy populares; que muniato fue una variante muy poco frecuente de boniato, y que el papelote del artículo de papagayo es de López Matoso; pues en La Habana, la norma dijo papalote. Por otra parte,

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papagayo y tarro, que el autor siente necesidad de «traducir», no fueron términos desconocidos en Méjico; papagayo es común en Tabasco, Campeche y Yucatán, y tarro parece ser general. Cf. Santamaría (1959). II El Cuadro está lleno de valiosa información léxica, especialmente las secciones destinadas a los «reinos animal, vegetal y mineral» (6-17); sin embargo, conviene detenerse en la «Definición de varias voces provinciales», especie de vocabulario de regionalismos compuesto para ayudar en la lectura del libro a los no familiarizados con las peculiaridades léxicas de la isla, principalmente —supongo— a los españoles de la administración pública del reino. La Definición consta de veintiocho entradas, pero de ellas, dos deberían eliminarse por razones de sinonimia (burén-cazabe, hacienda o sitio de criar-hato), y, en cambio, deberían añadirse otras siete; son términos que resultan definidos dentro de los artículos (burenes, bramadero o fundo, conuco, trapiche, miel de descarga, hormas y furos). Esto hace un corpus léxico de treinta y dos términos. Definición de varias voces provinciales y algunos objetos de esta isla de que se hace mención en el Cuadro estadístico: estadístico 6

Algodonal. Finca de muy poco cultivo establecida sobre las costas algo escabrosas, en terrenos estériles poco útiles para otros objetos de agricultura: el algodón que se produce en este pais no es de la mejor calidad; y la razón que dan generalmente para ello es, que este arbusto se reciente mucho de la desigualdad de temperatura que se esperimenta en estos climas. Bocoy. Embase construido con duelas á semejanza del tonel, y sirve para la miel de purga, el azúcar mascabado y el café: los de la primera especie tienen 110 galones de capacidad, los de la segunda de 50 á 6  Cuadro estadístico / de la siempre fiel / Isla de Cuba, / correspondiente al año de 1827, / Formado / por una comision de gefes y oficiales, / de orden y bajo la dirección / del escelentisimo señor capitan general / don Francisco Dionisio Vives; / precedido / de una descripción histórica, física, geográfico, y acompañada de / cuantas notas son conducentes para la ilustración del cuadro. / Habana, Oficina de las viudas de Arazoza y Soler, impresoras del Gobierno y Capitanía / general por S. M., 1829.

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54 arrobas, los de la tercera se dividen en pequeños y grandes, y su cabidad ordinaria es de 28 hasta 40 arrobas. Burén. Véase casabe. Caballería de tierra. Medida agraria provincial, que equivale á un cuadrado de 432 varas de lado, ó una superficie de 186.624 varas cuadradas. Cacagual ó cacaotal. Finca de mas ó ménos estension en terrenos de bosques húmedos, en que se crian los árboles que producen el cacao: fructifica solamente con ventaja en parages sombríos, y necesita poco cultivo. Cafetal. Finca destinada al cultivo y beneficio del café, establecida en esta Isla de pocos años á esta parte: hay grandes y pequeños cafetales, los primeros suelen ser de gran costo y casi tanta servidumbre como los ingenios. Este arbusto se siembra simétricamente en cuadros de dos varas y se deja crecer poco: las habitaciones están colocadas por lo general en el centro donde terminan las calles pobladas de árboles frutales, palmas y otros árboles que atraviesan la finca, haciendo de ella una mansión de recreo muy deliciosa. Carga ó caballo. Es el peso que se considera generalmente á una béstia de carga, que es de ocho arrobas. Casabe. Tortas circulares y muy delgadas de 10 hasta 20 pulgadas de diámetro, de una especie de pan que se fabrica de la raíz harinosa de la yuca ágria rallada despues de esprimido el jugo venenoso de esta planta: se cuecen en unos hornos que se llaman burenes y son como fogones sobre cuya parte superior hay marcados uno ó mas círculos algo cóncavos, de igual diámetro prócsimamente al de las tortas, en los que se echa por un cedazo la fécula ya preparada; se estiende y comprime con una paleta hasta que cocida de un lado la vuelven del otro; en este estado se conservan mucho tiempo; es el pan común de los campos, y usado también en las poblaciones. Cimarrón. Adjetivo que se aplica a los esclavos prófugos; también al ganado que se huye á los montes, y otros parajes solitarios sin domicilio ni cuidado del propietario. Colmenar. Pequeño espacio de tierra regularmente cercado, en donde se reune un cierto número de colmenas, ó cajas que contienen los enjambres de abejas productoras de la cera y miel: estas pequeñas fincas, se hallan generalmente anecsas á las haciendas de crianza, aunque

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también las hay aisladas en los terrenos mas solitarios. La colmena de este pais se forma, ya de trozos de cedro, guácima, varía, ó palma real ahuecados ó bien de un cajón de cuatro tablas, pues se carece de corcho. Corral. Espacio circular de tierra de una legua provincial de rádio que es de 5 varas castellanas, y tiene por objeto la cria de todo ganado. (Véase Hato.) Guano. Ramas ó pencas secas de las diferentes especies de palmas que hay en la Isla; el guano llamado de Yarey es la palma que sirve á los tegidos de serones, sogas y esteras, particularmente para sombreros de paja, por ser mas fino y flexible que los demás; el de cana es el que se usa generalmente para techar casas, aunque también se emplea á este objeto el de manacas y palma real; pero este último es de mucha ménos duración que los anteriores: la palma real se cria generalmente en toda la Isla, sobre las costas y en los terrenos bajos muy feraces de lo interior; la de manaca solo es peculiar á ciertos parages pedregosos y anegadizos, las demas clases son propias de las sabánas ó llanuras. Hacienda ó sitio de criar. Véase Hato. Hacienda principal. Con este nombre genérico se designan en la presente estadística los hatos, corrales y realengos de alguna estension que hay en la Isla de Cuba, por no haber sido posible clasificar con exactitud el de cada una de estas clases, en razón á la obscuridad que aparece sobre esta materia en varios distritos. Hato. Hacienda principal de una periferia circular de dos leguas de rádio, ó para hablar con mas propiedad, un polígono de muchos lados con dicho rádio: tanto estos como los corrales son haciendas destinadas á la cria de toda especie de ganado que se alimenta en sus llanuras y bosques, y que se multiplica naturalmente sin mas esmero que el de un corto número de hombres que las recorren constantemente. La primera casa que se fabricó en cada una de estas haciendas se llamó bramadero, fundo, ó sitio principal de ellas; mas en muchas, vendieron, cedieron ó arrendaron después algunas partes de terreno en que establecieron también sus habitaciones los nuevos propietarios, herederos ó arrendatarios; estas partes constituidas cada una de ellas en una finca, se han indicado con el nombre de hacienda ó sitios de

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criar, incluyendo también bajo esta denominación los sitios principales. Todas ellas, ó el mayor número, tienen sus pequeños espacios cercados que llaman conucos, en donde se cultivan las viandas para el consumo de sus habitantes. En los principios de las concesiones de estas tierras, el hato solo criaba ganado vacuno, caballar y mular, asi como el corral el de cerdo. En el dia muchos de los hatos y corrales están demolidos en parte ó en el todo, y reducidos sus terrenos á la agricultura. Miel de purga. Aunque sale de la caña, y está denominada de este modo en los estados de producciones, no es la que viene directamente del guarapo ó zumo de dicha planta, sino la que produce el azúcar cuando se está purgando. La miel de purga se divide en dos clases, la primera resulta del azúcar despues de compactado por medio del cocimiento y baticion, hasta antes de purgarla y se llama miel de descarga, es mas gruesa y apropósito para convertirla en azúcar y de mejor sabor; la segunda que es propiamente de la que se trata, la produce el mismo azúcar cuando se está purgando en las hormas, que son unas piezas de barro de figura cónica, de tres cuartas de alto, 18 á 20 pulgadas de diámetro en su base, y en la cúspide tienen un agujero de 2 á 3, se sientan ó colocan perpendicularmente en una tabla en sentido inverso, en que hay otros agujeros de 14 pulgadas nombrados furos: se le echan dos tortas de barro batido en el espacio de 30 á 40 dias, con la distancia de 16 de uno á otro, y durante esta operación, está destilando la miel de purga que es mas delgada y participa de mas ácidos que la anterior, aunque toda se mezcla y espende por miel de purga. Mascabado. Azúcar bruto, sin el beneficio de la purga, al cual tampoco se le dá tanta baticion, para que quede de calidad poroso y grano mas entero. Potrero. Porcion indeterminada de terreno cercado que se destina al pasto, cria y cepa de toda especie de ganado. Pulpería. Tienda que abraza el ramo de taberna y el de comestibles; las del campo están ademas provistas de loza, fierro c. y son las que se indican con el nombre de mistas. Rapadura. En los ingenios en que se elabora azúcar son aquellas partículas que van quedando pegadas en la resfriadera donde se bate el azúcar

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para cuajarla, y se hace una masa compacta que se la dá este nombre. En los pequeños en que solo se hace rapadura, se le dá a la miel el punto correspondiente, y despues de una pequeña batición se echa en unos moldes que se tienen para su venta; es el azúcar mas común en los campos, particularmente en los departamentos del Centro y Oriente. Realengo. Terreno encerrado entre las curvas circulares que sirven de límite á los hatos y corrales: aquel cuya superficie llega por lo menos á la de un corral, está comprendido entre las haciendas principales, y si menos, en las haciendas ó sitios de criar; en lo demas ocurren las mismas cicunstancias que en los hatos y corrales. Estos espacios que se consideraron como realengos, fueron despues cedidos ó vendidos á los particulares, y conservaron el mismo nombre. Sitio de labor ó estancia. Finca de corta estension destinada á todos los cultivos menores, y de cuyos productos se abastecen los pueblos. Tasajo. Carne de vaca, cerdo ú otro animal, salada ó ahumada y seca. Tejamaní. Listones de madera de 12 á 18 pulgadas largo, 4 á 6 de ancho y media de grueso, que se emplean en techar edificios; pero es preciso darles betún ó pintura para que resistan á la intemperie: generalmente son de pino tea ó blanco, aunque algunos los usan también de cedro: la duración de esta cubierta no escede de 15 años. Tejar. Fábrica de teja, ladrillo, hormas c.: una parte de éstos forman por sí fincas rurales, y los demas están anecsos á ingenios, cafetales y potreros. Vega. Se distingue con este nombre un pedazo de tierra baja, regularmente sobre las márgenes de los rios, destinado al cultivo del tabaco. Yaguas. Véase la palma real en el reino vegetal. Ingenio. Se dá este nombre á unas haciendas de gran estension de terreno, en donde se cosecha la caña dulce y se elabora el azúcar. Cuando las fincas de esta especie son pequeñas y solo producen miel ó rapadura se llaman trapiches, cuya denominación tiene también el molino ó máquina donde se esprime la caña. Son los ingenios las fincas mas valiosas que se conocen en la Isla por sus fábricas, laboratorios y servidumbre, que en algunos pasa de 500 esclavos: muchas de estas fincas queman sus mieles, que reducen á aguardientes por medio de alambiques.

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Al revisar este vocabulario de regionalismos sorprende encontrar algunos términos que aparecen con idéntico significado en diccionarios antiguos. Algodonal está ya registrado en Aut (1726-39): «La tierra en que nacen las plantas del algodón: yá sea producidas por la misma tierra, ó yá sembrádas y cultivadas», aunque es posible, como pudiera sugerir la definición del Cuadro, que se haya aplicado también a cualquier finca de las características señaladas (poco cultivo, establecida sobre costas algo escabrosas, terrenos estériles), aunque no se cultivase en ellas algodón. Cacaotal está igualmente en Aut: «El sitio donde se plantan los cacaos, que los hai mui dilatados y mui numerosos en las Indias. Es voz formada por los españoles de la palabra Indiana, y en terminación castellana»; es el mismo contenido semántico que da el Cuadro. Modernamente la significación sigue en pie en algunos lugares americanos, principalmente en Méjico, aunque a juzgar por Santamaría (1921) es cultismo: «Lo común en Tabasco es llamar hacienda al plantío de cacao; sólo las personas leídas usan de cacaotal, aunque aparezca algo exótica la voz.» Santamaría rechaza las variantes cacahual y cacagual que da el cubano Ramos Duarte (1898) y antes el Cuadro, y que son las que han prevalecido en Cuba, aunque hoy sólo se conoce como topónimo. Cazabe, en Aut (1726-39): «Torta, que á manéra de pan se hace en algúnas partes de las Indias Occidentales de la raíz de la Tucubia ó Yuca, la qual raen fuertemente los naturales y después la ponen como en lagár con una gran piedra encima, para que exprima todo el zumo, y lo que queda seco se cuece á fuego lento en vasos de barro, cuya figura dexa hechas las tortas, que sirven de pan á los Indios y Españoles. Nuestros Historiadores casi vulgarmente le llaman Pan de cazábe.» El término está documentado desde 1492 en el diario de Colón. Cimarrón, en Requejo (1717): «Monticula, ae; Montivagus, i»; Aut (1726-39): «Sylvestre, indómito, montaráz. Llámanse por común nombre estos toros y vacas cimarrones: y aun es nombre común en las Indias de todos los animales sylvestres.» Aplicado también a personas fue conocido en la literatura áurea y en América. Vid. DCELC y Registro (1951), 258. Colmenar, con idéntico sentido al del Cuadro, desde Nebrija: «aluearium, ii; apiarium, ii; mellarium, ii»; Covarrubias (1611): «El lugar donde tienen las colmenas»; Aut (1726-39): «El cercado, sitio ó lugar donde están las colménas.» Azúcar mascabado, en Aut (1726-

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39), que trae un texto de la Recopilación de Indias (s. a.): «Que del primer azúcar blanco, cuajado y purificado le pague de diezmo á razón de cinco por ciento: y del refinado, espumas, caras, mascabádos, cogúyos, clarificados, miéles y remiéles, se pague á razón de quatro por ciento.» Pulpería está documentado desde Simón (1627), y lo trae Aut (172639) así: «Tienda en las Indias, donde se venden diferentes géneros para el abasto: como son vino, aguardiente y otros liquóres, géneros pertenecientes á droguería, buhonería, mercería y otros, pero no paños, lienzos ni otros texidos.» Tasajo, en Covarrubias (1611) y Aut (1726-39); tejar, desde Nebrija (1942): «do hazen tejas, t. do hazen ladrillos»; Aut (172639): «El sitio, ú oficina donde se fabrican las tejas.» Ingenio de azúcar, en Aut (1726-39), con prolija descripción. Claro que la aparición de estos términos en diccionarios antiguos no acredita que fueran conocidos de la norma léxica peninsular de principios del siglo XIX. Si estas definiciones se incluyeron en el Cuadro, dada la finalidad específica de la «Definición», parece indicar que los términos no eran usuales entonces. Esto parece explicable en los casos de cacaotal, cazabe, pulpería, ingenio, y cimarrón (en ambientes ciudadanos de la península), que aunque recogidos por estos diccionaristas son casi todos de procedencia americana; más difícil resulta explicar la inclusión en el Cuadro de tasajo, tejar y hasta algodonal, pues son de origen peninsular, y en la península vivieron sin competición léxica. Aceptables resultan los que pudiéramos llamar regionalismos semánticos, pues se comprende que aunque la lexía fuese idéntica a la española, una sustancia semántica diferente podía confundir la lectura. Por esto aparece caballería de tierra; según Aut (1726-39): «Se llama también en las Indias cierto repartimiento de tierras á haciendas que permitieron los Reyes se pudiessen dar á las personas que fuessen pobladores de las partes que se conquistaban, para que se avecindassen y mantuviessen en ellas.» Pero entonces una caballería era «solár de 100. pies de ancho, y 200 de largo», y no «un cuadrado de 432 varas de lado, ó una superficie de 186, 624 varas cuadradas». En cuanto a carga o caballo, ya Nebrija (1492) trae el concepto; Covarrubias (1611) dice: «El peso que lleva sobre si la bestia (o el hombre)», y añade: «Carga menor, la que lleva un jumento. Carga mayor, la del macho»; Aut (1726-39) repite: «El peso que lleva, ó puede llevar sobre sí el hombre ó la bestia,

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transportándolo de una parte a otra, como también el carro ó la nave», y más adelante: «Cierta porcion de granos, que en castilla son quatro fanegas. Díxose assi por ser el peso que regularmente puede llevar una bestia.» La clave diferenciadora parece estar en la medida de la carga, pero las comparaciones resultan imposibles porque el arabismo fanega fue medida de capacidad (equivalente a ‘saco’ aproximadamente, Vid. DCELC), mientras que lo que se da en el Cuadro es una medida de peso (ocho arrobas). En cuanto a corral, Fernández de Palencia (1490) habla de corrales de ovejas, pero Nebrija (1492) y otros diccionaristas antiguos hablan exclusivamente de corral como lugar para aves. Covarrubias (1611), sin especificación de medidas, trae corral de bacas, aunque con referencia concreta al que «tienen en los mataderos». Aut (1726-39) sólo recoge el término como «sitio o lugár que ahi en las casas ó en el campo, cercado o descubierto, que sirve para diversos ministerios: como son para tener gallinas, leña y otras cosas semejantes». No sabemos cuándo se hace general la acepción ‘recinto para encerrar ganado’ que traen los diccionarios modernos, pero parece que en Cataluña y en Mallorca la acepción es antigua. Cf. DCELC, s. v. corral. De aquí pasaría a designar en Cuba el espacio de tierra «que tiene por objeto la cría de todo ganado», y que, según el Cuadro, tuvo medida y forma específicas. Lo mismo sucede con hato, cuya acepción de ‘rebaño, manada’ (ya en Nebrija y en Aut) daría base a la definición ofrecida por el Cuadro. En el caso de realengo, como indican los mismos compiladores, estamos ante un arcaísmo; fue el terreno «encerrado entre las curvas circulares que sirven de límite a los hatos y corrales», que debió pertenecer a la corona, antes de que fuesen cedidos o vendidos a particulares; aunque dejaron de pertenecer al rey, «conservaron el mismo nombre». Los términos cafetal, miel de purga, ra(s)padura y tejamaní son de creación reciente, y quizá sean americanismos semánticos; todos de formación hispánica. Potrero quizá esté documentado en un texto mozárabe de 1204 (Vid. DCELC, s. v. potro), pero no lo recogen los diccionarios antiguos; hoy es común a toda América, donde ha sustituido a prado. Bocoy es galicismo reciente (fr. boucaut ‘odre, barril grosero para materias secas’); ésta parece ser la primera documentación, pues es anterior en 26 años a la mejicana (1853) que trae Corominas.

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En realidad los regionalismos de forma y contenido son sólo los seis indigenismos anotados: burén, cacagual, cazabe, guano, yaguas y, quizá, conuco. III La información lexicográfica sacada de los vocabularios del Viaje y del Cuadro resulta, en rigor, incomparable, dado lo disímil del propósito y el carácter de ambas obras; mientras que López Matoso anota principalmente terminología gastronómica, hipocorísticos y de actividades urbanas diversas, el Cuadro se interesa por los regionalismos técnicos relativos más bien a la agricultura y a la industria. A pesar de estas direcciones encontradas los dos vocabularios coinciden en tres indigenismos (cazabe, guano, yagua) y en tazajo; en el tipo de definición ofrecida puede apreciarse el carácter más utilitario de los compiladores del Cuadro. Aunque la publicación de la obra de Pichardo reduce considerablemente la importancia de estos vocabularios, todavía es preciso acudir a ellos en el caso de varios términos no recogidos en el Diccionario provincial de voces cubanas, y, por supuesto, para trabajos glotocronológicos del léxico cubano.

Observaciones fonéticas sobre la lengua de la poesía afrocubana

1. Cuantos se han ocupado del tema con alguna amplitud han creído necesario apuntar al menos que dentro del carácter de la poesía afrocubana el hecho lingüístico constituye un factor importante. Valoraciones de diversa índole y diverso alcance se suceden desde hace bastantes años. 1.1 Cuando Francisco Martín Llorente estudia al poeta negro del siglo XIX, Cabrera Paz 1 subraya que «nadie antes —que sepamos— escribió, con firma responsable, en jerga africana» (10). Lo que Martín Llorente llama jerga africana no es más que un español sometido convencionalmente a ciertos cambios fonéticos que en un tiempo quizá hayan caracterizado el habla de los negros africanos recién llegados a la isla. Esta situación requiere un análisis más detenido que no puedo hacer aquí  2. Baste indicar que estos fenómenos casi desaparecen por completo del habla de los criollos, y que no siempre hubo que esperar a la primera generación nativa porque «ese lenguaje relajado y confuso» de que habla Pichardo, ese «castellano desfigurado, chapurrado, sin concordancia, número, declinación ni conjugación, sin r fuerte, s ni d final [en el que aparecen] frecuentemente trocadas la ll por la ñ, la e por la i, la g por la v» no alcanza ya a los que han venido mui niños 3. Cierto que los contingentes de esclavos africanos estuvieron llegando a Cuba por lo menos hasta 1886, y, por consiguiente, la imitación literaria del habla de estos negros —llamados congos popularmente— pudo contar con modelos vivos hasta el primer cuarto de este siglo o algo más. Pero no fue así; desde mucho antes, la jerga se había estereotipado. Todavía hoy, las novelas y los dramas que traen a sus páginas el período colonial 1  Presencia negra en la poesía popular cubana del siglo XIX, conferencia leída en la Sociedad de Estudios Afrocubanos (Club Atenas) el 19 de abril de 1938, y publicada el mismo año en La Habana. El trabajo se imprimió bajo el seudónimo literario del autor, Armando Guerra. Cf. Bibliografía: Guerra, Armando (1938). 2  Cf. «Elementos africanos en el español de Cuba», en este volumen, 71-81. 3  Pichardo (1953), LIII. 121

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hacen que sus negros hablen como los de la novela costumbrista de entonces. Esta convención lingüística, muy desligada ya de toda realidad, es tradición literaria; precisamente esa tradición es la que engañosamente lleva a Martín Llorente a decir que cuando Cabrera Paz describe en un poema unos festejos de su pueblo lo hace en congo (12). 1.2 Esta línea caricaturesca, siempre moldeable al propósito cómico o dramático del autor, es olvidada por la poesía afrocubana del siglo XX, que utiliza diferentes recursos lingüísticos. Basándose en ellos, Max Jiménez dice de la obra de Güirao: «Cuba tiene poetas, pero no de carácter internacional, es decir, de hablar castellano. Sus mejores poetas son regionales, Cuba y África» 4. El mismo Güirao (1938) habla de una «poesía bilingüe», pero sospecho que la expresión es metafórica porque en otro lugar dice «en nuestro caso, la ingenuidad primitiva del negro utiliza el cauce seguro de lo español para hacerse, por así decir, localmente universal» (xxiv). Emilio Ballagas (1946), sin entrar en mayores especificaciones, anota que «la poesía negra posee un material lingüístico inconfundible a base de sonidos consonantes nasales y de terminaciones agudas en o, en a, en e y en u, generalmente de gentilicios o nombres de bailes afroamericanos, como arará, gangá, bongó [?], tombuetú» (11-2). 1.3 José J. Arrom (1941-2) y Dorothy Feldman Harth (1956) son los primeros que analizan la lengua de esta poesía. Arrom empieza por hablarnos del dialectalismo negro (393) y más adelante expone lo que considera «más comunes cambios morfológicos [sic] del lenguaje del negro cubano», nota 28, pág. 411. La señora Harth, por su parte, considera que la innovación lingüística es uno de los factores que distinguen a la poesía de Nicolás Guillén, pero apunta en seguida que el poeta emplea «el dialecto peculiar de las Antillas y varias partes de la América del Sur». La confusión que se produce es todavía mayor cuando la autora sostiene que Guillén da sabor popular a su poesía «de una manera imitativa (...) por medio de cambios fonológicos». Las contradicciones no pueden ser mayores y no parecen explicarse ni siquiera pensando en autores que manejan la terminología lingüística de manera tan impresionista. 4  Apud, Guerra, A. (1938), 6.

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Tras semejantes introducciones ya no causa sorpresa el candoroso análisis fonético a que Arrom y Harth someten los textos. Ambos han visto rasgos tipificadores en la pérdida de -/d/, -/l/, -/r/ y, sobre todo, -/s./; la pérdida de /d/ intervocálica en las terminaciones -ado, -ada, y en las expresiones apocopadas pa ‘para’, pa na ‘para nada’, ta ‘está’. Arrom, por su parte, añade las peculiaridades: seseo, yeísmo, asimilación de consonantes, metátesis de líquidas, reduplicaciones de consonantes, y finaliza con la ininteligible afirmación de que «el rotacismo pasa también a la escritura: bo