Estudios incaicos

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Bib&oteca Na.don.al deJ Perá CdecctóR qaechaa-a'Jll'Ol'a

PAuLRMT 1057

ESTUDIOS · INCAICOS

OBRAS DE ERNESTO MORALES Serenamente . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Poesías

(Agotado)

Diafanidad •.... . . . . . . .. ... ... . Un pueblito y su poeta . . . . •.. . . Erase una vez .••

Cuentos

Cuentos a Coca

m sentimiento

popular en la literatura argentina

Leyendas guaraníes . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . Leyendas de Indias . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . Las Enseñanzas de Pacaric ............. . . Lírica popular rioplatense (Antolo¡ía ¡aucba) .

En venta

ERNESTO

MORALES

ESTUD·IO ·s INEAICOS

"EL

ATEN E O"

Lihrería Científica y Literaria

FLORIDA 371 -

CORDOBA 2069

Buenos Aires



1929

'

Se hizo el depósito de ley. Es propiedad del autor.

UNA HISTORIA DE AMOR (DEL FOLKLORE INCAICO)

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LA falta de escritura entre los Incas, ha hecho que se pierdan las manifestaciones de su prosa narrativa. El C:elo dogmático de los conquistadores que entraron a destruir quipos, hizo también que los amautas sobrevivientes de la catástrofe del imperio no pudieran trasmitir nada a los pocos cronistas que interesábanse por inquirir sobre aquellas cosas. Se han conservado poesías - aunque pocas también - porque es más fácil retenerlas en la memoria. Huaman Poma de Ayala y Pachacuti, cronistas aborígenes que amaron su tradición, han dejado ejemplos del alma de ésta, reproduciendo cantos e himnos. También el padre Bias Valera y fray Martín de Morúa, intuyeron lo que interesaría al future saber acerca del espíritu creador de esa civilización, en camino de ser extinguida, y enriquecieron sus crónicas con elementos del folklore. A fray Martín de Morúa se debe el único ejemplo de prosa narrativa que nos baya quedado de aquella literatura, posiblemente abundante, bella y, sobre todo, original, pintoresca. Su Historia de los Incas, reyes del Perú fué'terminada en 1590

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y se encontró manuscrita en los archivos de la Compañía de Loyola ( 1) • Fray Martín de Morúa poseía el quichua; esto hace singularmente valiosos los datos que da. e hizo posible que. conversando con viejos amautas, ellos le narrat an la bella y pícara ·historia de los amores de la virgen del Sol. Chuqui-llantu, con el pastor Acoya-napa. V arios cronistas españoles. expresan su asombro de hallar entre "aquellos gentiles" - como despreciativamente los llaman instituciones o creencias que se asemejaban a las de la civilización pagano-cristiana de Europa. El establecimiento de casas con reclusas. las escogidas o vírgenes del Sol ( acllas), recuerda a las vestales romanas o a las monjas católicas. Sólo en el Cuzco había unas mil ,q uinientas reclusas. todas de sangre real y consagradas al Sol. Pasaban su vida tejiendo para el templo y el Inca y su c'.orte; amasando el sancu (pan de los sacrificios) y fabricando acca (bebida de los festivales) • Entraban en las casas desde niñas. y ya no salían más. Nunca veían a nadie, excepto a la reina (Co ya) y las princesas ( ñustas) • Ellas. con el Inca. eran las únicas que podían visitarlas. Las vírgenes ( 1) Ahora se halla impresa en la benemérita Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú. Serie 11. Tomo IV y V .

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del Sol eran regidas por mujeres que habían envejecido allí: las mamaconas (mujeres que hacen de madres) • Estas les enseñaban a tejer y demás menesteres. Como las vestales romanas, el destino principal de estas vírgenes, dentro del organismo religioso del imperio, era el de conservar inextinguible el fuego destinado a los sacrificios ( nina villca). Es bueno bac:er un paréntesis en el capítulo de los sacrificios. Polo de Ondegardo, el Padre Bernabé Cobo y otros cronistas, aseguran que los incas realizaban sacrificios humanos, como los aztecas de México. Cobo dice que buena parte de las niñas de ocho o nueve años que los apupanacas (funcionarios destinados a escogerlas por todo el imperio) designaban, consagrábanse a los sacrificios. Los cronistas se han copiado los unos a los otros en éste y demás puntos; pero el Padre Blas Valera, mestizo que pasó lo mejor de su vida en el Perú, los refuta de manera definitiva. Bias Valera es un c,ronista fidedigno y original; su palabra merece fe, tanto que Garcilaso de la Vega y otros se sirvieron de sus manuscritos con buen provecho. Dice: "Mas en ningún quipo ni historia antigua ni moderna be hallado que algqna destas vírgenes novicias que no querían quedar en el templo fuesen señaladas para ser sacrificadas y muertas por el bien del pueblo· o del lugar, o por necesidad, ni que ninguna hubiese muerto desta manera, sino siempre lo contrario. Ni sé a~ónde pudo Polo adivinar tal interpretación, si no es que oyó decir

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que se sacrificaban pasñas y ñustas y acllas y huahuas; mas no entendió el lenguaje de los indios, que a las corderas y ovejas que se sacrificaban en nombre destas o de otras doncdlas, se llamaban pasña, chusña y ñusta, y las que en nombre de las mismas acllas, se decían también acllas; y el corderico se llamaba huahua, niño. Y q"l-l~n no repara en los tropos y figuras que tiene esa lengua, dirá siemprt una cosa por otra, y hará errar a todos los que le siguieren" ( 1) Volvamos a las vírgenes del Sol: Semejante a la casa del Cuzco, babíalas en todas las provincias, aun las más apartadas del imperio. Pero las que entraban allí no eran acllas de sangre real y no estaban destinadas al lnti, sino a su hijo: el Inca. Ellas debían ser sus mujeres, y una vez que lo fueran, podían volver a su lugar, donde eran recibidas con gran veneración. Las acllas, tanto las destinadas al Sol como al Inca, eran inviolables. Castigos terribles amenazaban a quienes las osaren: "el que se hallaba culpado en él, y aun el que solamente lo intentaba, le quemaban vivo con la misma mujer si tenía ésta culpa, y mataban a sus padres, e hijos y hermanos, y a todos los otros parientes cercanos, y aun basta a las ovejas del tal adúltero; y demás de esto des( 1) Relación de las costumbres antiguas de los naturales del Pirú, publicada como de autor anónimo, pero debida al Padre Bias Valera. Pág. 188 y 189.

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poblaban la tierra donde él era natural, sembrándola de sal, y cortando los árboles, y derribando las casas de toda la población y haciendo otros muy grandes castigos en memoria del delito". ( 1). Según Garcilaso, nunca hubo que poner en práctic:a tan rigurosa ley, porque jamás se dió el caso de que nadie violara la rigidez del enclaustramiento. No está en esto muy enterado el autor de los Comentarios reales. Cieza de León, en el capítulo XL de la segunda parte de su Crónica del Perú, cita que en tiempos del inca Viracocha cuatro mamaconas fueron ajusticiadas, junto con sus amantes, por orden del villac umu (gran sacerdote): habían sido sorprendidas violando la ley. También bajo el reinado del inca Tupac Yupanqui, unos sobrinos del soberano sufrieron igual suerte por la misma causa. Y Felipillo, el intérprete de los españoles que tanto comprometió al preso Ata"hualpa, lo hizo así porque, estando enamorado de una actla, era deseoso de su muerte. Y bien curioso es que la única página de prosa imaginativa del folklore incaico, sea precisamente una linda historieta de amor donde éste se burla de la amenaza terrible, y nos prueba otra vez que el amor es osado y todo lo puede. Llámase esta historia, según el cronista Morúa, Ficción y suceso de un famoso pastor llamado Acoya-napa con la ( l) Historia del descubrimiento y conquista de las provincias del Perú, por Agustín de Záraie.

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hermosa y discreta Chuqui-llantu, ñusta, hija del Sol. El título denota intervención española, y a fe que, por su galana frescura y agilidad de concepción, podría figurar entre las novelas picarescas de las bellas letras peninsulares. Hela aquí: Hallábase el pastor Acoya-napa entre las sierras, guardando las llamas blancas de los sacrificios. Era un mozo fornido y bello. Por disminuir las horas, tocaba su quena, dulcemente despreocupado. Atraídas por su melancólico sonido, Chuqui-llantu y otra compañera, vírgenes del Sol, acercáronse al sitio donde tocaba Acoya-napa. Eran ellas, vírgenes de una casa de provincias; por lo tanto, no de sangre real, y si habían sido escogidas, lo fueron por su singular hermosura. Como se ve, el reglamento de reclusión de estas casas no sería tan riguroso como las leyes lo dan a entender, ya que las vírgenes podían ~alir a pasear de día, aunque c.o n la consigna de regresar antes de la noche. Quedó el pastor maravillado de ver dos jóvenes tan bellas junto a él, y cayó de rodillas creyendo que fueran seres sobrenaturales. Chuqui-llantu, a quien también había impresionado la viril apostura del pastor, enteróle de quiénes eran y lo indujo a que siguiese tocando su quena. Luego, en conversaciones, pasaron ambas buen tiempo con él, hasta que les llegó la hora de regresar. En las casas de las vírgenes había viejos que servían de guardas, porteros y serenos: los puncu-

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camayoc. Estos, al entrar, las revisaban cuidadosamente - según el cronista - , para evitar que las vírgenes del Sol, "ocultos en sus chales o en las cuentas de sus gargantillas, entrasen sus aIJlados". La magia siempre ha sido cómplice del amor. Chuqui-llantu, sin cenar, metióse en la e.ama, donde siguió pensando en el pastor que la había impresionado tan hondamente. Con tal pensamiento se durmió, y, en sueños, apareciósele un cbecollo ( 1) , el que se posó en su regazo y oyó su cuita. Díjole él que fuese al sitio de las cuatro fuentes y cantase; si éstas le respondían lo que ella cantare, prueba era de que aprobaban su amor (2). Fué allí Chuqui-llantu, cantó, y las fuentes repitieron por el eco, exactamente sus palabras, lo cual llenó de júbilo a la doncella. A su vez el pastor, dolido por la pasión que la 'aclta había despertado en su alma simple, y comprendiendo la imposibilidad de verla realizada, lamentábase desesperado. Mas la madre de este pastor que, al parecer, era bruja, fué avisada del dolor que consumía al hijo, y subió a su choza. Mediante un sortilegio, consiguió hac.erlo entrar en un ( 1) Pajarillo cantor. ( 2) En el centro de cada casa de escogidas, levantábanse cuatro fuentes que simbolizaban las cuatro provincias del imperio: Chinchay-suyu, Cunti-suyu, Anti-suyu y Collasuyu. Sus aguas corrían orientadas hacia sus respectivas provincias.

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bordón que ella traía, y púsose a aderezar un guisado de ortigas que, según tradición quichua, son a propósito para curar la tristeza. En aquel punto, llegaron ambas vírgenes y pusiéronse a conversar con la anciana, comiendo de su guisado. Al despedirse, ésta regaló a Cbuqui-llantu su bordón. Regresó quejumbrosa la aclla a su palacio, pues infructuosamente había buscado al pastor. Y, ya en su alcoba, cuando más se lamentaba de su amor, vió que el bordón de la anciana convertíase en el soñado Acoya-napa. A la mañana siguiente salió otra vez Chuqui-llantu, sólo con su bordón, y, llegada a la sierra, convirtióse éste otra vez a su figura humana. Pero uno de los guardas, receloso quizás de estas salidas, había seguido a Chuquillantu: la hallj con el pastor y comenzó a dar gritos de alarma. Ellos, entonces, huyeron para estapar a la amenaza de la ley terrible. Huyeron basta que, cansados de andar, sentáronse sobre una peña y allí se adormecieron para no despertar nunca: quedaron convertidos en piedra. Llámanse éstas Pitu Siray, que quiere decir pareja, y el cronista Morúa dice haberlas visto en el camino que va de Guallabamba a Calca. Con esta donosa historia de amor, tejida seguramente por algún amauta más ingenioso que profundo, se ha querido dar una explicación a la forma humana de esas piedras. El rec:urso es común al espíritu de todos los pueblos, y las leyendas po-

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polares casi nunca tienen otro origen: explicar, mediante pasiones humanas movidas con resortes fantásticos, los caprichos de la naturaleza que se exteriorizan en formas bellas, curiosas y múltiples. El folklore incaico, seguramente presentaba un profuso acervo de historias semejantes, quizás más arraigadas en el sentimiento religioso de aquel pueblo, que creyó con tanta sinceridad. Ahora, sólo nos toca presentir la riqueza perdida. La linda historia de Chuqui-llantu y Acoyanapa es única. ¡Lástima que entre los hombres que conquistaron el imperio de Atahualpa hubiese más valientes que ingeniosos, y más hombres de segura fe que poetas, dados a catar la divina hermosura en cualquier parte donde ésta levante su cabeza de corola!

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ENTRE la multitud de cronistas hispanos que nos dejaran minuciosamente historiados los tiem' pos del esplendor imperial, señálanse cuatro nombres que tienen la particularidad de ser, dos de ellos mestizos y los otros dos indígenas auténticos. Bias Valera (hasta ayer conocido por el Jesuíta Anónimo) y Garcilaso de la Vega son mestizos. Felipe Huaman Poma de Ayala y Juan de Santacruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua son indígenas. Hoy nos ocuparemos de este último, aunque sin dejar de exponer un boceto del admirable Huaman Poma de Ayala. Este es autor de Nueva crónica y bu.en gobierno, que, descubierta en 1908, en la Universidad de Copenbague, aun permanece en manuscrito. Es la obra más valiente que se haya producido sobre la Conquista. Su autor, transido de angustia por el dolor de su raza, yergue su clamor, a la vez que condena a los verdugos. El manuscrito está acompañado con dibujos del autor que ilustran acabadamente acerca de instrumentos de labranza, huacas e ídolos, escenas de entierro y castigos. Ilumina la crónica una colee-

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ción de cantares quichuas, cantares de amor, de caza y agrícolas: poderoso tributo al hoy escaso folklore incaico que debió ser tan rico y bello. Clements R. Markham eleva su admiración por el valeroso artista que fué Huaman Poma: "Pero el rasgo más notable, con mucho, de esta crónica, constitúyelo un ataque desembozado y valeroso a la cruel tiranía del gobierno hispano. Ni al corre· gidor ni al cura perdonan el escritor y el dibujante coaligados. Se ven gentes flageladas, apaleadas y c:olgadas de los talones. A una mujer la desnudan, arrancándole las ropas, y la azotan porque falta· ron dos huevos a su tributo; y desfilan ante nues· tros ojos el vergonzoso trato dado a las niñas, el inhumano flagelamiento de los niños; los matri· monios forzados y el juego de curas con corregí· dores" ( l ) • Huaman Poma trabajó de 15,83 a 1613 en su libro, pero no lo llegó a publicar. Dice él mismo : "A algunos arrancará lágrimas; a otros dará risa; a otros hará prorrumpir en maldiciones; éstos lo encomendarán a Dios; aquéllos, de despecho, que· rrán destrozarlo; unos pocos querrán tenerlo en sus manos". No se sabe cómo murió; pero pasó su vida viajando por todo el Perú, predicando la tolerancia a los conquistadores e intercediendo por los conquistados, siempre infatigable y heroica· mente c:ompasivo. "Huaman Poma fué un héroe ( 1)

Los Incas del Perú. Cap. I.

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que honraría a cualquier nación". Su actitud de prédica trae a la memoria la gran figura de fray Bartolomé de las Casas. Sólo con este luminoso inspirado puede hacérsele un paralelo, a fin de ubicar como corresponde a quien fuera el corazón sangrante de su raza. La publicación de su libro arrojaría mucha luz sobre la época de la Conquista.

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Aunque sin presentar la figura apostólica del anterior, Juan de Santacruz Pachacuti Yamqui Sakamaygua, c;omo a sí mismo llámase, da en su relación datos interesantísimos para la historia. Era un cacique del Sur del Cuzco y originario de una tribu que fué enemiga de los incas. Su nombre Y amqui, atestigua que era descendiente de los principales señores, entre los primitivos habitantes de la región: los collahuas. Pachacuti habla de su linaje en tono no desprovisto de cierta vanidad, al comienzo su libro: Y o Don J oan de Santacruz Pachacuti Y amqui Salcamaygua, cristiano por la gracia de Dios Nuestro Señor, natural de los pueblos de Santiago de Hananguaygua y Huringuaiguacanchi de Orcusuyo, entre Canas y Ca,nchis, de Collasuyo, hijo legítimo de Don Diego Felipe Condorcanqui y de Doña María Guayrotari; nieto legítimo de Don

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Baltasar Cacyaquivi y de Don Francisco Y amquiguanacu, cuyas mujeres, mis agüetas, están vivas; y lo mismo soy bisnieto de Don Gaspar Apoquivicanqui y del general Don Joan Apoyngamaygua; tataranieto de Don Bemabé Apohilas Urcunipoco y de Don Gonzalo Pizauo Tintaya y de Don Carlos Huanco, todos caciques principales que fueron en la dicha provincia y cristianos profesos en las cosas de nuestra santa fe católica . .. Como se ve, otra es la actitud de Pachacuti, que habla como un converso. Huaman Poma no dejó de ser indígena, porque no dejó de sentir como indígena. Pachacuti escribió alrededor del año 1620.

LA OBRA -

LOS HIMNOS

Descubierto el manuscrito de Pachacuti por Clements R. Markham, en la Biblioteca Nacional de Madrid, la Relación de antigüedades deste reyno del Pirú, que así se llama la crónica de Pachacuti, se publicó en inglés en 18 73. Más tarde - 18 79 - el erudito español Marcos Jiménez de la Espada la dió a imprenta formando parte de una de las Tres relaciones de antigüedades peruanas. (Las otras dos eran la de Fernando de Santillán y la del Jesuíta Anónimo). La Relación de Pachacuti - como dice Jiménez de Ja Espada - está escrita en "indiana algarabía,

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especie de quichua con palabras castellanas, cuya prosodia y régimen es imposible acomodar, no digo a la lengua de Cervantes, pero a la de un traductor de novelas francesas" ... Pese a su deficiente estilo, la obra de este indio cronista se lee c:on facilidad. Encanta en ella la ingenua frescura con que narra acontecimlientos remotos y de los que tiene noticia sólo por los viejos amautas que se los trasmiten. (Quizás también por los pocos quipos que pudieron salvarse de la fobia de los proselitistas españoles). Pachacuti narra con naturalidad. Recoge en su Relación la crónica de la estirpe incaica, desde la fundación del Imperio por Manco Capac - aunque despojándolo del origen divino que la fábula le atribuye - basta Huásc'ar Inca, 11 Inca, como se titula el último capítulo que describe minuciosamente la cruel guerra civil de Huáscar y Atabualpa, y la intervención en ella de Francisco Pizarro. Aparte de la fidedigna imparcialidad con que Pacbacuti narra los acontecimientos históricos, en su obra llama la atención la importancia que atribuye al legendario personaje Tonapa, que predicó con una cruz, y al que supone fuese el apóstol Santo Tomás, presunción ésta que ha sido ratificada por moderno.s estudiosos americanistas. Y, sobre todo, despiertan nuestra curiosidad artística los himnos o plegarias que, en idioma quichua, trae su R elación, ya que con ellos se enriquece notablemente el folklore incaico.

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Samuel A. Lafone Quevedo y el presbítero Mi· guel A. Mossi - italiano de origen, pero radicado largo tiempo en la Argentina - erudito conocedor del quichua, tradujeron estos himnos al español. Dice el Himno de Manco Capac:

CANTICO QUE INVENTÓ EL VIEJO MANCO CAPAC INCA CON INTENCIÓN DE HALLAR AL SEÑOR DE CIELO Y TIERRA.

Ah Uitacocbanticcicapac - Cay caricacbon Cay uarmicacbon - Uilca ulcaapu - Hinantima - Acbiccbacamac - M ay pin canqui - Mana Cboricayquiman Hananpicbum Hurinpi· cbum - Quinraynimpichum - Capacosnoyqui H aynillabay H anancocbamantarayac Hurincocba Tiyancayca Pachacamac Runahuallpa - Apoynnayqaicuna - Camman - Allcañañiyuan - Riacytam . .. Traducción:

¡Oh, Ufra·cocbal Señor del Universo, ya seas varon, ya seas hembra, Señor de la reproducción; ya seas lo que fueres, ¡oh, Señor de la adivinación/ ¿En dónde estás?

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Y a estés encima, ya estés debajo, o acaso en derredor de tu espléndido trono y cetro, ¡oh, escúchame! En el alto cielo en donde tal vez moras, en el hondo mar donde tal vez residas, Creador del mundo, Hacedor del género humano, Señor de Señores, mis ojos son débiles para mi ansia de verte. Y en este tono elevado, digno, a la altura del tema, continúa el himno. No menos adecuada es la expres1on con que se dirige Capac Yupanqui al demonio y lo conjura: Del cielo, de la tierra, del qu:e yace en lo profundo de los mares; de su creador, del todopoderoso, del que tiene ojos fuertes , del dueño del hervidero espantoso. Sea éste varón o sea éste mujer,

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diciendo que para el Hacedor. Mujer se llama, pues bien yo te invoco. ¿Quién eres? ¿Y cuál eres tú? ¿Qué dices? Habla pu.es, ya.

SITUACIÓN DE LOS HIMNOS EN EL FOLKLORE INCAICO

No es mucho lo que ha quedado de la literatura que dió el Runa-simi (lengua oficial del imperio). Está el drama Ollantay, de discutible autenticidad y atribuído al padre Antonio Valdez, español, aun c;uando por el mismo Pachacuti se sabe que se cultivaba el género teatral entre los incas. Da él, por lo menos, los nombres de los distintos géneros cultivados: Anay Sauca (comedia), Hayachuca, Llama-llama (farsa) y Hanamsi (tragedia) • Está el aporte de las canciones que da Huaman Poma: un canto de cosecha, otro de caza, uno amoroso y uno que se supone entona un condenado a muerte, curioso documento para apreciar una faz del espíritu indígena: la del estoicismo. El doctor Justiniani, gran erudito, desc.ubrió otros y se los facilitó a Markham, que aseguraba poseer "copia de veinte cantares de la colección del

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doctor Justiniani y de otros varios, que me fueron enviados por quechuístas de Ayacucho, Cuzco y Puno. Casi todos son cantos de amor, alegres, entusiastas, los menos ; los más, elegíacos, preñados de tristeza y desesperación". Así, en medio de estos escasos do.c'.Umentos que son como estrellas en un cielo nublado y que dejan presentir la rica hermosura del folklore incaico, quizás para siempre desaparecido, el descubrimiento de la Relación de Pachacuti, con sus himnos plenos de acento religioso, vino a agregar estrellas de primera magnitud a esa constelación. La picaresca historia de amor de Morúa nos pone en presencia de lo ingenioso. El drama Ollantay, de lo patétic.o. Los cantares de Huaman Poma nos hacen convivir con lo lírico del alma que inventó la quena y el yaraví. Los himnos de Pachacuti nos descubren lo grandioso. En ellos palpita el espíritu lleno de religiosa unción de una raza cuyo culto y cuyo arte merecieron una suerte menos terrible. La codicia y el fanatismo, propios de la época más que de los conquistadores ibéricos, hicieron estragos en esa religión grandiosa y en ese arte admirabilísimo. Quedan de la una ruinas de templos y narrac;iones de cronistas sobre las cuales podemos imaginar su grandiosidad. Quedan del otro unas pocas páginas sobre las que podemos reconstruir el vasto tesoro que habrá sido aquella literatura, dueña de todas las gamas 'y maestra en

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todos los tonos. Y valioso hallazgo para esta reconstrucción, han sido los himnos que el indígena Pachacuti recogiera con clara intuición de su alto valor.

LA IDEA DE LA REENCARNACIÓN

LA idea de resurrecc1on no implica la de reencarnación. Las religiones del occidente - C:atolicismo, protestantismo, ortodoxia. . . - hablan de una resurrección en mundos distintos, buenos para el bueno y malos para el malo; en tanto que las religiones orientales, el budbismo principalmente, enseñan que después de un período de vida ultraterrena, se vuelve a la tierra, a proseguir en otra forma la serie de vidas que, como una serie de experiencias, van conduciendo el espíritu hacia la perfección. Los incas, que en diversas instituciones, credos y costumbres, presentan puntos de c:ontacto con los pueblos del antiguo oriente, creían en la reencarnación del alma, idea a la que se acompañaba la de la resurrección del cuerpo. Y esta es la causa que los bacía enterrar los cadáveres cuidadosamente momificados. Porque también creían que los espíritus experimentaban dolor si el cuerpo por ellos abandonado sufría. El espíritu que acababa de desencarnarse, abandonando el cuerpo que le había servido para su existencia en el Hurin Pacha (mundo terrenal),

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podía ascender al Hanan Pacha (mundo superior) , si en su vida terrestre había sido bueno, o podía descender al Hu.cu Pacha (mundo inferior) , situado en el centro de la tierra, si había sido malo. Hasta aquí la idea de resurrección de las almas que acepta el catolicismo; pero como los incas no tenían Purgatorio, de su infierno se podía salir para continuar en la tierra la serie de experiencias perfeccionadoras, y en esto coincidían con las remotísimas enseñanzas de los hindúes. Como país rigurosamente dividido en castas, a esa creencia esencial se le introducían modificaciones. Por ejemplo: las almas de los Incas iban al sol; la de los cucacas, sacerdotes y personajes de sangre real, iban al Hanan Pacha; en tanto que las de los hombres del pueblo, artesanos o agricultores, quedaban próximas a la tierra, aguardando su reenc.arnación. Y aun hay cronista que asegura que consideraban a los hombres de las castas· inferiores como a seres sin alma, nacidos, a modo de los animales, para trabajar por ellos, los de las castas superiores, y después desaparecer ( 1). Pero ( l) Para que se vea el espíritu de casta que regulaba costumbres y creencias en la sociedad nepótico-religiosa de los incas, he aquí lo que dice el cronista Cobo : "Porque les persuadió el Demonio que los nobles y gente de calidad, aunque fuesen de costumbres depravadas, eran siempre buenos y no era posible poderse condenar; porque el Infierno sólo era para los hombres bajos y sin calidad, como ladrones y gente pobre, para los hechiceros que mataban con

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ésta no sería una creencia muy aceptada, ya que los hombres del pueblo momificaban sus cadáveres ( 1) y celebraban los aniversarios de su muerte llevándoles bebidas y alimentos que les servirían en su nueva existencia. Es decir, no concebían la vida puramente espiritual y la materializaban, como hacen los hombres poco evolucionados de cualquier credo. La felicidad del H anan Pacha para un quichua ignorante, sería la que del cielo puedan tener hoy un católico o un mahometano ignorantes, la constituída exclusivamente por placeres sensuales. Aunque el inca Garcilaso asegura: " No nombraban los deleites carnales ni otros vicios entre los gozos de la otra vida, sino la quietud del ánimo sin cuidados, y el desc:anso del cuerpo sin los trabajos corporales" . Tal concepción nirvánica de la dicha celestial, sólo pudieran tenerla amautas, haravecs, sacerdotes y otros individuos de mayor desarrollo mental. Lo mismo que la creencia de que toda cosa material tiene yerbas y para otros desee género, y señaladamente para los que iban contra los mandatos del Rey o decían mal del Sol y de las Guacas; en los cuales pecados no incu rría n los del linaje de los Incas, que eran los nobles ; no haciendo caso de las otras especies de pecados" . Historia del Nuevo MundOl. Libro décimotercio, cap. 111. ( 1) Les bastaba ponerlos al aire seco de las montañas, según Garcilaso. Otros cronistas habla n de materias resinosas; pero, probablemente, nunca usaron el complejo sistema de los egipcios.

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un complemento espiritual y que, al poner un alimento o una bebida junto a la momia, no era ésta quien la gozaba, sino su espíritu que se apropiaba del complemento espiritual de la ofrenda. Concepción demasiado sutil para ser acc.esible a la masa popular. "Tuvieron los incas amautas - dice Garcilaso - que el hombre era compuesto de cuerpo y ánima, y que el ánima era espíritu inmortal, y que el cuerpo era hecho de tierra, porque le veía convertirse en ella, y así le llamaban allpacamasca, que quiere decir tierra animada; y para diferenciarle de los brutos le llamaban tuna, que es hombre de entendimiento y razón, y a los brutos en común dicen llama, que quiere decir bestia. Diéronle lo que llaman ánima vegetativa y sensitiva, porque les veían crecer y sentir, pero no la racional" (1). Una curiosa superstición explica cómo entenderían las gentes del pueblo las ideas de resurrección y reencarnación: Guardaban cuidadosamente las uñas que se cortaban y los cabellos que se les caían, para que en el momento de volver a la tierra, cuando el espíritu se apropiase otra vez del cuerpo abandonado en la muerte anterior, no les faltase nada. Esto da una idea también de la confusión que sería para algunos la teoría, demasiado trascendental para ser asimilada por cualquiera, de ( l)

Comentarios Reales. Libro 11, cap. VII.

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la reencarnadón del espíritu, forjándose un nuevo cuerpo, más apto para las experiencias de la nueva vida a ¡emprender. Hubo quien, al ser preguntado por el cronista indo-español, acerca de esta superstición de guardar uñas y cabellos, le respondió: "y aun si fuera posible habíamos de escupir siempre en un lugarH. Garcilaso teme no ser creído y se apoya en el testimonio de otros cronistas: López de Gomara, Zárate y Cieza de León. Estos y otros más están contestes en que la idea de la reencarnación, interpretada más o menos groseramente, según el grado de desarrollo, era común al pueblo quichua. Cieza de León nos habla de que al morir jefes de regiones apartadas, eran enterrados con sus mujeres, servidores y animales, para que le acompañaran en su nueva vida. Este c.eremonial d·e sacrificios que se realizaban en otros pueblos de indios y de salvajes del Africa, quizás fuese una costumbre de los· incas primitivos, después desaparecida, porque en los últimos tiempos, al sepultarse la malqui (momia) del señor, se sepultaban también llamas, a las que se daba el nombre del servidor o de la mujer que no se inmolaban. Así lo afirma el Jesuíta, Anónimo, contradiciendo a Polo de Ondegardo y al Padre Cobo. Polo de Ondegardo asegura que en la coronación de Huayna Capac, padre de Huascar y Atahualpa, es decir, el Inca anterior a la llegada de los españoles, se ~acrificaron doscientos niños y a su muerte mil adultos. El

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Jesuíta Anónimo, explica así el error de Polo: ... "concedo que fueron sacrificados doscientos huahuas y mil yuyac, o como otros dicen. runa; mas estos huahuas no se entienden niños hijos de hombres. sino corderitos, que también se llaman niños en aquella lengua; y al mismo modo. yuyac, se entienden animales ya crecidos adultos. que en lugar de hombres se sacrificaban" ( 1) • La explic~ción es factible ( 2) . Existía una creencia entre los antiguos incas que quizás explique el génesis de la idea de la resurección: Creían que. durante el sueño. el alma. abandonando al c,uerpo dormido. adquiría vida propia. Y así, los sueños. eran para ellos cosa de tanta realidad como la existencia de vigilia. Garcilaso tiene para esta creencia palabras de desdén: "que no es posible contar de una vez las niñerías o burlerías que aquellos indios tuvieron . . . Por esta vana creencia miraban tanto en los sueños. y los interpretaban, ( 1)

Relación. Pág. 146.

( 2) Respecto a esta costumbre de sacrificar hombres a la muerte de un jefe, el padre José de Acosta en su Historia Natural y Moral de las Indias, trae esta anécdota pintoresca: "De un portugués que siendo cautivo entre bárbaros le dieron un flechazo con que perdió un ojo, cuentan, que queriéndolo sacrificar para que acompañase a un señor difunto, respondió, que los que moraban en la otta vida tendrían en poco al difunto, pues le daban por compañía a un hombre tuerto, y que era mejor dársele con dos ojos: y pareciéndoles bien esta razón a los bárbaros, le dejaron".

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diciendo que eran agüeros y pronósticos, para conforme a ellos temer mucho mal o esperar mucho bien". Sin embargo, corrientes de doctrina espiritualista que han modernizado y occidentalizado las seculares enseñanzas de la filosofía yogi, aceptan lo que para el cronista indo-español fué niñería o burlería de un pueblo sumido en el error. La única prueba inmediata que un salvaje podía tener de la existencia espiritual, era el sueño. Al dormir, soñaba. Se veía en regiones desconocidas, cazando animales monstruosos o luchando con seres diversos y se sentía leve, sin la carga del cuerpo que se fatiga y sufre . . . Al despertar, veíase en el mismo sitio donde se echara a dormir. ¿Cómo explicar este fenómeno? El acababa de oivir, real aunque distintamente, y a la vez, había estado durmiendo. ¿Quién había vivido? ... ¿Quién dormía? Y el hombre primitivo se respondió a estas preguntas admitiendo que en él había dos seres: uno de carne, pesado, propenso a la fatiga y al dolor; el otro, aunque semejante al carnal por sus formas, como no se fatigaba ni sufría, como se transportaba fácilmente, no era de e.ame. Este sería el alma. Y si esto ocurría durante el sueño, ¿por qué no aceptar que, durante ese sueño más largo, la muerte,· el alma no adquiriera a su vez vida definitiva? Y á aceptado esto, la idea de la inmortalidad del alma y la de su ·resurrección

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en mundos que no eran el terrenal, es su consecuencia ( 1) • Asegura el cronista Bernabé Cobo en su Historia del Nuevo Mundo que "algunos creían que, salida el alma del cuerpo, si había vivido bien, se bacía estrella, y que de allí procedían todas las del cielo, y que allí gozaban la gloria. Y si la vida había sido mala, iba a cierto lugar donde tenía pena perpetua; la cual dónde y cómo se la daban también discrepaban, y cada uno fingía lo que quería; porque no tenían en esto cosa fija ni asentada ni obligatoria, sino que, como gente sin lumbre, andaban vacilando e inventando cada día cosas nuevas, conforme a la flaqueza humana". Estas palabras del cronista español no son justas, como no es veraz su afirmación de que creía que al infierno iban los malos, condenados a perpetuidad. Esta concepción católica del infierno no fué la que tuvieron los incas de su Hucu Pacha. El mismo cronista se desmiente al dedr a renglón seguido: "Otros tenían que las ánimas que salían de los cuerpos de unas partes, venían a nacer en otras". . . (2). ( 1) "La inmortalidad del alma ninguno la duda de cuantos infieles y báTbaros he hallado, antes todos responden que! alma no se acaba con el cuerpo ni muere; pero no saben decir a dónde va salida dél". Relaciones Geográficas de Indias. Tomo 11. Carta del P. Alonso de Bárzana, fechada en la Asunción del P araguay, el 8 de septiembre de 1594. ( 2) Libro décimotercio, cap. 111.

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Los incas creyeron en la reencarnación, esto es indudable, aunque la ignorancia y las superticiones de los pueblos más apartados del Cuzco adulteraran en sus detalles esa idea esencial. En el Perú antiguo que, por sus creencias, costumbres y división social, presenta similitudes con Egipto, China e India, no es raro encontrar esta idea común a todos los pueblos de la antigüedad, aun a los mismos hebreos y cristianos primitivos. El segundo c;oncilio de Constantinopla (año 5 5 3) , la consideró .herética y como a tal la persiguió; pero podría aducirse el testimonio de Orígenes, San Jerónimo, San Justino, San Clemente de Alejandría y otros Padres de la iglesia que, al interpretar los evangelios, atribuyen á Jesús esta enseñanza. Los incas creyeron en la reencarnación. Y si en sus detalles esta idea permanece un poco vaga, se debe a que los cronistas españoles, cegados por su fanatismo, no le dieron importancia y la desdeñaron hablando de ella someramente, teniéndola como a cosa de bárbaros a quienes aun no tocara el ala de luz de la sabiduría divina. Y, sin embargo, por sobre la creencia de sus conquistadores, las únicas, dábanse las manos con las enseñanzas religiosas más antiguas y más profundas que conoce la historia de la humanidad: las de la India y Egipto.

EL CRONISTA BERNABÉ COBO

DESPUÉS de cuarenta años de observaciones, fatigas y trabajos por América, el Padre Bernabé Cobo terminó su Historia del Nue vo Mundo. El libro, publicado por vez primera en 1890, con notas ilustrativas del erudito español M arcos Jiménez de la Espada, lo constituyen cuatro voluminosos tomos editados por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces. Pué terminado de escribir el año 16 5 3. Esta espera de más de dos siglos entre el año que se escribió y el que se publicó por primera vez, "demuestra la poca suerte que cupo al minucioso y veraz jesuíta, digno de ser más conocido por su documentación personal y su celo en conseguirla. Dice el cronista, comentando su propia labor : "La diversidad de opiniones (prudente lector) que be hallado en las crónicas de este Nuevo Mundo, y el deseo de inquirir y apurar la verdad de las cosas que en ellas se escriben, fué el principal motivo que tuve para determinarme a tomar este trabajo. Porque cualquiera que leyese atentamente los varios escritores que han impreso historias de estas Indias Occidentales e~perimentará lo que digo, y en aquellos que más conforman entre sí sus

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escritos, se echa de ver que unos han tomado de otros lo que dicen; siguiendo a los primeros los que después de ellos escribieron fiados de su fe y autoridad, sin ponerse a examinar la verdad de lo que hallaron ellos." Como se ve, el tono del cronista es seguro. El va a hablar de lo que vió y oyó, de lo que observó y dedujo con discernimiento propio. El está bien informado: Cincuenta y siete años de andanzas por tierras del Nuevo Mundo - desde 1596, año de su llegada, hasta 16 5 3 que termina su historia - hacen de él un testigo al que merece oírsele. Además, su inclinación lo lleva a observar, sin ánimo de escribir primero, y haciéndolo ya cuando el cúmulo de observaciones se le rebosaba de la imaginación amplia, pluma afuera: "ayudándome - dice - no poco mi natural inclinación de saber y esc.u driñar los secretos de las tierras donde he residido mucho tiempo, con que be tenido lugar de inquirir y contemplar despacio la naturaleza de estas regiones, y frutos peregrinos que producen" ... Llegando el año 1596, tuvo el Padre Bernabé Cobo ocasión de conocer y tratar a algunos de los primeros pobladores del Perú, adonde arribó a los sesenta y cuatro años de su conquista. Conoció a hijos de esos pobladores y, sobre todo, a indios "que se acordaban de cuando los españoles entraron en ~sta tierra: con quienes be conversado largo tiempo, y me pudieron informar mucho de los

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que ellos vieron; y lo que no alcanzaron, supieron a boc.a de los primeros españoles que vinieron a esta tierra". Mucho se sirvió el Padre Cobo de una Relación escrita por Pedro Pizarro, vecino de Arequipa y uno de los primeros pobladores del Perú. Esta Relación le fué proporcionada, manuscrita, por un descendiente del dicho Pedro Pizarro ( 1) Como se deduce, al Padre Cobo no faltaron fuentes de información ni oportunidad de ·a propiárselas ni celo para buscarlas. De su Historia así, puede afirmar: "Finalmente, hallará el lector aquí no pocas cosas añadidas a lo que habrá leído en otras crónicas de Indias; que a no llevar más de lo que está dicho en ellas, hubiera sido excusado mi trabajo, que ciertamente no ha sido pequeño el que he puesto en inquirir la verdad de cuanto aquí se escribe." Y su obra justifica estas palabras que dejan así de ser jactancia, como parecer pudiera. ( 1) Esta Relación se publicó por vez primera en 1844 en la Colección de documentos inéditos paca la historia de España. Lleva este título: Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú y del gobiemo y orden que los naturales tenían, y tesoros que en ella se hallaron, y de las demás cosas que en él han subcedido basta el día de la fecha. Hecha por Pedro Pizarro, conquistador y poblador destos reinos y vecino de la ciudad de Arequipa. Año 15 7 J. Según Jiménez de la Espada, Prescott conoció este manuscrito que hoy ya no se encuentra.

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Comienza el libro 1 con disquisiciones que hoy nos parecen pueriles a~erca del Universo, Del principio y origen del mundo, y cómo fueron criados y producidos todos los cuerpos simples que en él se encierran . .. Pero pronto baja el cronista de esos planos para concretarse a lo que él vió en Indias, y entonces se hace útil, interesante y hasta ameno. Describe el imperio del Inca, sus particularidades geográficas y climatéricas, sus montañas, ríos, sierras, llanuras; las calientes tierras yuncas en la parte oriental de la Cordillera, tierras húmedas y malsanas, pero tán ricas en . vegetación que el cronista se consagra a elogiar detalladamente su riqueza: maguey, yucas, batatas, lirenes, achicas, racachas, maní, yacones, gíquimas. . . Al hablar de la sierra, es curioso lo que afirma de unos vientos llamados tomahaves, vientos "muy secos, ásperos y desabridos; que levantan grandes polvaredas y que - asegura - desecan notablemente el cerebro y encienden la cólera, de suerte que con muy pequeña ocasión se encolerizan los hombres sobremanera, y así son por este tiempo en los pueblos de las sierras, como en Potosí y otros, más frecuentes las riñas y homicidios" . . . Al describir los llanos, habla de los mahamaes (de mac-haumi, en quichua, rezumarse, empaparse) , tierras a las que los incas transformaban de yermas en fecundas, mediante un laborioso e ingenioso sistema de irrigación por hoyas. Al desc.ribir las particularidades del reino mi-

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neral de que es pródiga una tierra tan volcánica, nos habla del barro especial ( sañu) y de la greda (llanca) que emplearon para su alfarería, aunque el Padre Cobo supone a ésta más atrasada de lo que, en realidad, estuvo. Cierto que no conocieron el vidrio, pero supieron dar formas varias y colores brillantes a sus vasijas, trabajadas con primor y paciencia. Pulimentábanlas en tal forma con piedrecillas suaves que en ellas, según afirma en su Diario José H. Ruiz de Chile, "llega a verse la cara". Entre las muchas maravillas de que se hace asombrado eco el Padre Cobo, está el de unas fuentes cuya agua al correr se transforman en piedra y las de árboles que, sumergidos en determinadas aguas, conviértense en piedras, con la singularidad de que la parte sumergida es piedra y la otra sigue siendo madera. Todo el libro III está dedicado a describir piedras de particularidades curiosas: copaquita, baquimasci, macay, piedra bezar, o la explotación de minerales ya conocidos por los españoles: oro, plata, azogue, hierro, cobre, estaño ... Los libros IV, V y VI están dedicados al reino vegetal, donde las variedades y maravillas de aquellas tierras tropicales se hacen más numerosas. El maíz, origen del pan y del alcohol para los indígenas. También los hicieron con la quínua, aunque en menor grado. La acbita, papas, ocas,

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yacón, xíquima y multitud de raíces o tubérculos comestibles que Cobo describe con proligidad. Plantas medicinales: la cochayuyu, la choclla, la guachanca, la cunturire, la guahi, e infinitas más de que se sirvieron c.o n tanta eficacia los brujos y aún sacerdotes quichuas. La coca tuvo notable importancia para los aborígenes del Perú; justo es que Cobo se detenga en ella, como lo hace, y describa sus singularísimas cualidades: El árbol, el trabajo que da el preparar las hojas, el efecto de éstas en el organismo humano, el comercio a que se dieron los españoles después de la caída del Imperio, cuando los indios sin el control de tan prudentes gobernantes se dieron a su inmoderado uso, sus muchas y grandes propiedades curativas ... Los árboles ocupan todo el libro VI. Desc.ribe Cobo más de ciento treinta especies distintas, algunas semejantes a otras europeas; pero por lo general por primera vez descriptas. Por ejemplo: el árbol que él llama manzanilla, por no saber su nombre quichua: Este árbol da fragantes frutos parecidos a la manzana, pero ponzoñosos, y durmiendo a la sombra de él ésta produce calenturas. El quishuar, árbol de recia madera con la que los indios fabricaban sus arados (tacllas). El molle, árbol resinoso del cual extraían los perfumes con que embalsamaban los cadáveres de sus soberanos. Esta resina es purgante también, mata las lombrices y cura las llagas. Sus hojas, en c.ocimiento, eran

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empleadas para los gotosos. Tiene otros usos, todos curativos, por lo cual el molle era muy estimado aún entre los españoles mismos. Los libros VII, VIII, IX y X, están dedicados a la fauna, no menos pródiga y original que la flora. Peces, aves, insectos, mamíferos, pasan por las páginas de Cobo, minuciosamente catalogados, a veces con sus nombres quichua y aymará. Se imagina uno el inaudito trabajo que ello pudo dar al observador, tan paciente como cariñoso. No se puede mencionar ni el nombre de todas las especies por él estudiadas. Se llenarían páginas: alcamatis, cúntures, chuslluncas, guacamayos, vizcachas, quirquinchus, llamas, vicuñas, antas, coyotes, etc. Todos sin igual entre la fauna europea. Hasta aquí la absoluta originalidad de este cronista. Más adelante entra en materia de costumbres, ciencias, ritos ya tratada por otros. Su obra adquiere semejanza con la del inca Garcilaso de la Vega, aunque · siempre conservando personalidad. Se ve que sus datos los ha recogido él mismo y que sus opiniones son suyas, porque difieren y hasta contradicen las de otros cronistas. El autor de la Historia del Nuevo Mundo es sincero. No siempre puede ser veraz. La índole de su obra no lo permite. ¿Lo son, en absoluto, Cieza o Sarmiento o Valera o Pachacuti o Betánzos, en quienes · se puede confiar la mayoría de las veces? Cobo no es un defensor de los indios como

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Huaman Poma; pero no cayó en el extremo opuesto, no se hizo su detractor como otros cronistas con el sólo fin de justificar las rapiñas y crueldades de los conquistadores. No deja de considerar falsa e idolátric.a la religión del 1nti, pero sabe respetar cuanto ella tuvo de admirable. Esta es también su actitud ante las leyes y costumbres del imperio conquistado. Por eso extraña ver en él afirmaciones como ésta: "Padecen extrema necesidad los pobres, por la poca caridad que usan con ellos los que los podían favorecer; todos son verdaderamente despiadados, mezquinos, sin rastro de liberalidad para repartir sus bienes con los necesitados. Pero, los que mayor necesidad y miseria experimentan son los viejos" . . . Afirmación falsa en su totalidad: En el imperio incaic.o, por su sistema social oligárquico-comunista, no había pobres. Y los viejos estaban al amparo de la miseria mucho mejor que en cualquiera de las naciones civilizadas de la época, y aún de la actual. Hombre que hubiese trabajado de acuerdo con las leyes que así lo ordenaban, podía estar seguro de que su vejez no estaría desamparada, siempre dentro de los límites de su casta. Cobo anduvo desde México hasta Chile, y a veces confunde unos indios con otros o, por lo menos, no dice de quienes habla. Esto puede ir en su descargo. Porque de las tribus bárbaras del trópico a los indios formados en nación bajo el cetro del Inca, hubo, con seguridad, mucho más diferencia que entre éstos y los mismos conquistadores.

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Flaquea también - ya lo he dicho - la obra del jesuita, cuando pretende elevarse a lo trascendental, cuando quiere averiguar: "Como hayan pasado a esta tierra los animales y aves que hallamos en ella" (Libro XI, cap. XIII y XIV) ; o cuando emplea seis capítulos en disquisiciones sobre si fueron o no las Indias la región de Ophir de la que Salomón habla. En cambio su crónica esc,ueta del reinado de cada uno de los reyes Incas desde Manco Capac hasta los que en Vilcabamba, ya desposeídos, ostentaban el título de sus antecesores, es una crónica bien realizada. Hay en ella color y relieve, cosas éstas que escapan a muchos otros cronistas • Y difícil de lograr por el parecido que un reinado tiene con otro, ya que la grandeza de los incas dependió, en esencia, de la colaboración sucesiva de sus monarcas. La Historia de Cobo se hace interesantísima y cobra animación cuando recoge leyendas: las del Diluvio, por ejemplo. Aunque en tono de burla, por creerse poseído de la verdad, actitud común a la mayoría. de los cronistas (Cieza es una bella excepción); Cobo nos brinda la ingenua, dulce poesía aborigen, quizás sin darse cuenta de lo que hubiera ganado su nombradía ante nuestra gratitud, si su pluma, más minuciosa en otros puntos, se hubiera extendido en éste, atrayente más que todos. · Hay capítulos en los libros XIII y XIV que se leen con verdadero deleitr: De los hechiceros médi-

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cos y las supersticiones que usaban en curar (Cap. XXXV). De los adivinos y cómo invocaban al Demonio (Cap. XXXVI). De los agüeros y abusiones que estos indios tenían (Cap. XXXVIII), Libro XIII. Y en. el XIV, Cap. XVII : De los juegos que tenían para entretenerse; sus instrumentos músicos y bailes. Poco citado hasta ahora, el Padre Cobo puede ser tenido como uno de los más importantes cronistas de la tierra incaica y su obra por una de las mejores. No está lejos de Cieza ni de Garcilaso, y supera a muchos que gozaron de más fama que él y escribieron sín ver lo que él vió, oyó y sufrió en sus largos peregrinajes por tierras inhóspitas. Cobo no tuvo suerte: No vió su libro publicado.. No la tiene todavía: De él hay pocas informaciones biográficas. Marcos Jiménez de la Espada que las prometió al iniciarse la edición de la Historia del Nuevo Mundo ( 1890), al terminarse ella ( 1893), aun no había p~dido escribirlas por su deficiente salud. Poco después murió sin escribirlas. Es indudable que hasta para gozar de fama póstuma hay que contar con la suerte. El Padre Cobo no la tuvo en vida ni la tiene en muerte. Y, sin embargo, la merecÍ¡a: Tenaz, laborioso, observador, sincero, dotado de bastante imparcialidad y limpio de encono contra "los bárbarosn, dió un libro veraz, copioso y poético con el que contribuyó poderosamente a que la civilización incaica se conociera y admirara.

EL CHACU

LA humanidad no progresa en curva netamente ascensional. Por el contrario, vuelve sobre sí misma, como buscándose. Se niega y se afirma. Por tal causa, muchas veces, una civilización antigua ha llegado a c.onclusiones que desconoce la moderna. Y cuerdo es, así, buscar la resultante del equilibrio que existe entre aquellas remotas y olvidadas civilizaciones y la nuestra de hoy, tan maravillosa, pero que no por ello puede menospreciarlas hasta olvidar algunas de sus sabias instituciones. Sólo evoluciona el que vive en un perpetuo estado de aprendizaje. El Imperio incaico del Perú, con su cultura elaborada al margen de la pagano-cristiana del mundo occidental, se presenta, en más de una de sus fases, como uno de los ensayos más interesantes que haya realizado un pueblo antes de ser absorbido por otro de cultura mecánica más potente (el triunfo del c,o nquistador sobre el indígena, es el triunfo del arcabuz sobre la flecha, del hierro sobre el pedernal) • El chacu es una de las instituciones más cuer-

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das, por lo previsoras, y más humanas, por lo sensibles, de aquel remoto Imperio. Chacu, en lengua quichua, quiere decir atajar; y aplicábase este nombre a la gran cacería anual que se realizaba en el Imperio, mediante el procedimiento de atajar los animales, sin matarlos a cíegas y según el arbitrio de cada cazador. Ellos no mataban inútilmente. Economizaban dolor y vidas, porque con su concepto comunario del patrimonio, vida era sinónimo de riqueza. Y sabían que hay una riqueza más preñada de posibilidades. en el animal vivo que en el muerto. Usaban del animal vivo con criterio de pueblo agricultor: recogían su lana como recogían los frutos del árbol, sin dañar la fuente que se los daba. La caza ballábase totalmente prohibida a la iniciativa individual, sobre todo la caza mayor, la de huanacus y vicuñas. Obrábase así, no sólo para impedir que la codicia humana 'realizase fechQrías en el patrimonio común, hasta llegar a la extinción de ciertas especies (como hoy ocurre) , sino también para que "los indios con el deleite de la caza no se hiciesen holgazanes y dejasen de acudir a lo necesario de sus casas y hacienda; y así no osaba nadie matar un pájaro, porque lo habían de matar a él por quebrantador de la ley del Inca, que sus leyes no las hacían para que burlasen dellas" ( 1) . De este modo, la caza no era pretexto para ( 1) Comentarios Reales, por el inca Garcilaso de la Vega. Libro VI, cap. VI.

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que dejase de funcionar un solo tornillo de esa admirable y estrictamente ajustada máquina de trabajo que era aquel pueblo. Y como, además, era un desposeído, ya que todo pertenecía al Inca, como hijo del Sol, aquel pueblo llegó a aceptar fácilmente conclusiones como esta que anota Prescott: "La caza de las montañas y bosques era tan propiedad del gobierno como si hubiese estado encerrada en un parque o en un redil". El chacu realizábase anualmente, pero con previsora sabiduría sólo cada cuatro años en cada región. De esta manera, dejábase que a los animales trasquilados les creciese la lana, pues la de la vicuña tarda tres años en volver a crecer. "Y también lo hacían porque todo aquel ganado bravo tuviese tiempo de multiplicar, y no anduviese tan asombrado como anduviera si c.ada año lo corrieran, con menos provecho de los indios y más daño del ganado". ( 1 ) . A pesar de la riqueza: de su fauna, los incas poseyeron pocos animales domésticos. La llama, usada como acémila, aunque no es animal fuerte ni resistente, pero sí sabio, era el principal. Después poseían alpacas, urcos y pacos, variantes de carneros, y el cuy, especie de conejo comestible. Debían, por lo tanto, recurrir a la caza de animales de tan valiosa lana y rica carne como el huanacu y la vi(1)

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cuña, a los que no pudieron domesticar, a pesar de la proverbial paciencia de la caza quichua ( 1) . El huanacu y la vicuña proporcionábanles, antes que todo, lana. La del huanacu, más grosera, destinábase para hacer las ropas de la gente común; la de la vicuña, lana finísima, llevábase a los conventos donde las vírgenes del Sol elaboraban para el Inca y los señores de su solar estirpe, tejidos que, por su color firme y recia trama, llenaron de justo asombro a los europeos. Proporcionábanles también carne para todo el año, la que con el nombre de charqui (cecina) .. repartíase equitativamente a todos los padres de familia. Debe recalcarse esto: no se mataban todos los animales apresados (como hoy se acostumbra), sino los machos de cierta edad. Las hembras, después de ser trasquiladas, volvían a soltarse junto I ( l) "Los pacos a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella sin remedio de hacerlos levantar ; antes se dejarán hacer mil piezas que moverse cuando les da este enojo. Por donde vino el refrán que usan en el Perú, de decir de uno que se ha empacado, para significar que ha tomado tirria, o porfía, o despecho, porque los pacos hacen este extremo cuando se enojan. El remedio que tienen los indios entonces es, parar, y sentarse junto al paco, y hacerle muchas caricias, y regalarle, hasta que se desenoja y se alza: y acaece esperarle bien dos y tres horas a que se desempaque y desenoje" (Historia natural y moral de las Indias, por el padre José de Acosta). Como se ve, no es este el procedimiento persuasivo que para sus caballos usan los carreros y cocheros de nuestras modernas urbes.

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con sus crías y los machos jóvenes: prudentísima previsión que les permitía contar el ganado salvaje como riqueza propia. Sacábase también de huanacus, vicuñas, pacos, tarucas, antas y otros animales, bravos o domésticos, la piedra bezar, que en otras épocas gozó de particular predicamento como medicina: " ... esta piedra que llaman bezar, se halla en el buche y vientre de estos animales, unas veces una, y dos, tres y cuatro. En la figura, grandeza y color tienen mucha diferencia" . . . "Refieren los indios, de tradición y enseñanza de sus Mayores y Antiguos, que en la provincia de Jauja, y en otras del Perú hay muchas yerbas y animales ponzoñosos, los cuales emponzoñan el agua y pastos que beben, comen y huellan. Y entre estas yerbas hay una muy conocida por instinto natural de la vicuña, y esotros animales que crían la piedra bezar, las cuales comen esta yerba y con ella se preservan de la ponzoña de las aguas y pastos; y de la dicha yerba crían en su buche la piedra, y de allí le proviene toda la virtud contra ponzoña, y esotras operaciones maravillosas" . . . "El efecto principal de la piedra bezar es contra venenos y enfermedades venenosas; y aunque de ella hay diferentes opiniones y unos ya tienen por cosa de aire, otros hacen milagros de ella, lo cierto es ser de mucha operación, aplicada en el tiempo y modo conveniente, como

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las demás yerbas, y agentes naturales. Pero no hay medicina tan eficaz, que siempre sane. ( 1) • He aquí cómo realizaban el cbacu, o sea la caza por el procedimiento de atajar, no de matar ciegamente todos los animales: Pasada la época de la cría, juntábanse diez o veinte o treinta mil indios según Cieza de León, hubo cbacus en el que entraron cien mil hombres. No poc,as veces el Inca mismo dirigía la operación. Esta enorme masa humana dividíase en dos alas y circulaban una vastísima extensión de bosques y sierras, empujando delante de sí cuanto ser viviente encontraran. El círculo se iba cerrando más y más, basta concentrarse en un sitio llano. Aquí, rodeado por una muralla triple o cuádruple de cazadores, armados de macanas (mazas) , huatacas (hondas) y chuquis (lanzas) , encontrábanse miles de presas. No sólo de buanacus y vicuñas, la caza principal, sino también antas (especie de ciervo) , zorros, pumas (leones) , uturuncus (tigres), quirquinchos (armadillos) , buychu (venados) , añatuyas (seudo zorros) y otras cien especies dañinas, aunque de pumas, antas y ututuncus, bestias poderosas, sólo se dejaban atrapar los cachorros. Entraban, entonces, en función, los buachbiy (flecheros) que, ayudados por los cbuquiy (lan( 1)

ldem, por el padre José de Acosta.

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ceadores) , mataban a las fieras. Luego los sipitiy (laceado res) y los lihuiy (boleadores) , tumbaban a los huanacus y vicuñas. Comenzaba la selección de los que habían de morir y de los que, una vez trasquilados, quedarían libres nuevamente. En ocasiones, alguna vicuña, animal agilísimo, conseguía romper el círculo humano y huir. Destacábanse, entonces, los cahuanas, hábiles rastreadores que no perdían la huella y la perseguían hasta cansarla y cogerla. El número de los venados, corzos y gamos, y del ganado mayor que llaman huanacu - dice el inca Garcilaso de la Vega - , que es de lana basta, y de otro que llaman vicuña, que es menor de cuerpo, y de lana finísima, era muy grande, que muchas veces, y según que las tierras eran unas de más caza que otras, pasaban de veinte, treinta y cuarenta mil cabezas, cosa hermosa de ver y de mucho regocijo". Y se plañe el inca: "Esto había entonces; ahora digan los presentes el número de las que se han escapado del estrago y desperdicio de los arcabuces, pues apenas se hallan ya huanacus y vicuñas, sino donde ellos no han podido llegar" (1) • No se puede exigir que el conquistador hispano pudiese comprender el respeto que todo ser viviente merece al hombre. La época era muy. bárbará, ( 1)

Comentarios Reales. Libro VI, cap. VI.

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y a aquéllos guiábalos un fin de conquista, que es e.orno decir: eran aliados de la muerte. La lección de los incas puede servirnos a los hombres de hoy, a los gobiernos civilizados de hoy. En todas partes se o·bserva la misma falta de sensibilidad para los seres inferiores, la que redunda en un inmediato perjuicio para el hombre, su persecutor inclemente. Y en todas partes la misma incuria de los gobiernos, bien diferente a la previsora tutela del Inca. Se dan así resultados pavorosos: El elefante, animal que es una fuente de incalculable riqueza, tiende a desaparecer. Los antiguos asiáticos lo habían domesticado; constituía la mayor pompa de sus procesiones militares y religiosas. Además, sin matarle, conseguían el marfil de sus colmillos. Hoy, casi todo el marfil se logra de elefantes muertos. Esta nefasta obra de exterminio · se está realizando también con el avestruz. En Afric.a ya casi no se le encuentra. Y parecida suerte va a correr pronto el ñandú americano. En Norte América se ha exterminado al hermoso flamenco y a la graciosa garza. Sus plumas se cotizan demasiado para que la codicia de los cazadores, no detenida por ninguna ley, dejase de llevar a ambos volátiles la más cruel de las guerras. Los animales de piel fina han sufrido igual suerte: el admirable castor ya no forma las populosas colonias de antes. Aun no ha desaparecido, pero sensiblemente raleado, sobrevive en familias aisladas. Las nutrias

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han desaparecido de California, y pronto desaparecerán de las costas de Alaska. Tanto se las ha perseguido, que el animal, en su lucha de defensa, se ha visto forzado a cambiar de costumbre, hecho notable de adaptación al medio. La nutria ya no sale a descansar a la playa, lo hace en las rocas o en las masas de algas flotantes, mar adentro. El canguro será pronto una especie desaparecida. El bisonte ya no vive en manadas. Se le ha matado en vez de domesticársele, ya que era posible hacer o, como lo realizó una colonia religiosa establecida en la América del Norte, en el siglo

XVIII. Hay más aún: si es cierto que el hombre ha conseguido domesticar al reno, al camello o a la llama, y aun aclimatar espedes en regiones distintas, también es cierto que animales, antiguamente domesticados, han vuelto al estado salvaje; en Egipto, en el antiguo Imperio, se había domesticado al antílope, al que se criaba en nutridos rebaños, y una cierta especie de perro, llamado hienoide por su similitud con la hiena, el cual prestaba sus servicios como cazador en jauría. Estos hechos, que hablan muy en contra de la sabiduría humana, que, por abandono, como es el caso de las especies domesticadas que vuelven al salvajismo, pierde una · infinita probabilidad de riqueza, sólo por lograr, inmediatamente, la menor parte. En 1900, alarmados los gobiernos de las nacio-

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nes europeas, firmaron un acuerdo. Por él se prohibía en el continente africano la caza de buitres, buhos, chimpancés, gorilas, jirafas, elefantes, rinocerontes, hipopótamos y cebras, en determinadas épocas del año, y aun cuando se la permitía, prohibíase la caza de hembras y cachorros. Es decir que, quizá sin conocerlo, los hombres de gobierno actuales volvían a encontrar una mínima parte de lo que constituyó entre los incas la sabia, previsora, sensible instituc.ión del Cbacu.

EL JESUITA ANóNIMO

AL hablar de los cronistas que escribieron sobre la conquista y evangelización del Imperio de los incas, el primer nombre que salta de las plumas es el del llamado inca Garcilaso de la Vega, el autor de los Comentarios Reales, .mestizo cuya madre fué india. Este hecho bastó para darle un predicamento singular a cuanto él afirmara. Sin negar que lo tiene, y sin dejar de conocer que muchas veces habla sólo de oídas, es preciso recordar que el inca Garcilaso escribió, en España, sobre recuerdos de su juventud. No es este el caso del español Pedro Cieza de León, por ejemplo, autor de una Crónica de la que el mismo Garcilaso se sirvió con buen provecho, ni el de los indios cronistas: Juan de Santacruz Pachacutí Yamqui Salcamaygua, y Felipe Huaman Poma de Ayala, especie de Fray Bartolomé de las Casas quichua, figura nobilísima, so:bre cuya acción de defensa al indio explotado y de ataque a la crueldad del c.onquistador, aun no se ha escrito lo suficiente para ser divulgado como merece. Los tres tienen más autoridad que el mestizo cronista, ya que -escribieron en el mismo Perú, y no de recuerdos, aunque sin

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la amenidad d estilo que hac atrayent y de f ~ cil lector los Comentarios Reale . 1 . Asimismo, escribió con m 's autorid d qu d aforcanado autor de 'sto , d j oíca BI s Valer, , también mestizo, auto.r de una Relación de lcu co lumbres antiguas de fo naturales del Pitú, on ño tan poca suerte para su nombre que base después de su pdrnera publicación en Jibro ( 1879 ), no fu é descubierto por M an uel Gonz ' lez de Ja Rosa que el autor de 1 Relación a quien se llamaba el Jesuita anónimo, era Bl a Valera. Fué en esto m 's afortunado que Prancisc:o de Cha es, cronista militar, o que Luí d T er uel. jesuita, que sólo han dejado sus nombres, pues sus obras se b an p erdido, al parecer, defin itivamente. I gual albur corrió Bias Valer bas ta 18 79, en que el erudito bi paao M arco Jiménez de la Espada descubrió el manuscrito y lo publicó, pero como de autor anónimo.

EL JESUITA BLA.S VA.LERA

El autor de la Relación era hijo natural del capitán de la conquista Luis Valera y de una ñu.sta de la coree de Atabualpa. Educóse a la española; aprendió latín y sabía español y quichua, circonsQoizís baya influído en uta prepoodn'2otÍ:a de ( 1) Garcilaso, el hecho de que Prescorr, cuya butoria unto H difondirn, lo cita m.ú qoe a ningún orro de los cron i1ras.

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tanda que lo habilitaría singularmente para hablar con los viejos amautas y quipocamayos sobrevivientes ( 1). Se ordenó y entró en la Compañía de Jesús. Pasó, e-ntonces, a catequizar en el Cuzco, luego a Quito. En 1590 partió para España y, residiendo en Cádiz, ocurrió que esta ciudad fué asaltada y tomada por los ingleses, en 15 9 6'. De ella salió Bias Valera, posiblemente llevando sus manuscritos, según algunos. Según otros, perdió en el incendio de la ciudad buena parte de ellos. No tuvo ocasión de publicar nada en vida, pues murió poco después, a los cincuenta y seis años de edad. No escribió sólo la Relación, único de sus libros que hoy se conoc,e. Era autor también de un Vocabulario histórico del Pirú, el cual parece haber servido con provecho a Fernando Montesinos. Perdidas también parecen que están sus obras: De los indios del Pirú, sus costumbres y pacificación y su Historia del Pirú, de la que, a todas luces, se sirvió el inca Garcilaso de la Vega, que la conoció después de fa muerte del Jesuíta Anónimo.

( l) El amauta era un filósofo e historiador, ya de la corte imperial o de la de. los gobernadores de provincias: curacas. El quipocamayo era el que descifraba quipos, serie de hilos

anudados y de divnsos colores que constituían el lenguaje escrito y, sobre todo numeral, de los quichuas.

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INFLUENCIA DE VALERA SOBRE EL INCA GARCILASO

Blas Valera, por su origen, por su c.o nocimiento del quichua, por su vida de catequista entre los indios y en distintas regiones del Perú septentrional, además de las naturales condiciones de su talento, estaba singularmente dotado para poder escribir, con mas precisión que nadie, sobre la historia, religión y costumbres del imperio del que su madre fué princesa. La pérdida de sus manuscritos es demasiado sensible, pues, por la breve labor que de él se conoce, puede inferirse lo importante que serían su Historia o su Vocabulario. Como dejamos dicho, aquélla fué conocida por el autor de los Comentarios Reales. Este partió para España recién cumplidos los veinte años; y ya viejo se le ocurrió esc.ribir sobre su tierra y recuerdos de mocedad. Para ello le sirvieron muchos amigos, españoles o indígenas ; pero más que todos ellos, seguramente, la Historia del Pirú, escrita por Bias Valera en latín y que el jesuíta Maldonado de Saavedra tuvo a bien prestarle en 15 9 7. Según el inca Garcilaso, que la pondera cumplidamente y cita a su autor con grandes elogios y reproduce veintiún pasajes de la obra, ésta no la leyó completa. El doctor González de la Rosa, erudito que ha dado mil y una razones para demostrar que el Jesuita Anónimo no es otro que

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Bias Valera, colige que el inca Garcilaso recibió íntegra la obra, pues el conde de Essex, jefe de los ingleses asaltantes de Cádiz, permitió a los jesuítas que saliesen antes del asalto, llevándose sus libros y papeles. En cualquier forma que la haya recibido, la Historia de Blas Valera fué un documento utilísimo para refrescar e ilustrar al que escribía sobre recuerdos harto lejanos. El ya citado erudito González de la Rosa va en este punto hasta a acusar de plagio al inca. Sobre ésto, ha escrito larga y serenamente, con acopio de datos, José de la Riva Agüero, en su libro La historia en el Perú, escritor peruano contemporáneo y una verdadera autoridad en la materia. José de la Riva Agüero libra de la acusación de plagio al autor de los Comentarios, pero abre iun debate nuevo: Para él, Blas Valera no es el Jesuíta Anónimo. Y da muchas y fuertes razones que, en rigor, aunque no hayan prosperado en el criterio general, merece tomárselas en cuenta, y disc.utirlas.

LA OBRA DEL JESUÍTA ANÓNIMO

Perdidos su Historia y su Vocabulario, pues de ambos no se conocen hasta ahora más que los fragmentos que dan Garcilaso y Montesinos, debe estudiarse a Bias V alera por su Relación. de las costumbres antigüas de los naturales del Pirú ( 1ra.

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edición, "publicada en M adrid por el Ministerio de Fomento con motivo del congreso internacional de americanistas que ha de celebrarse en Bruselas el presente año, 1879) ." Marcos Jiménez de la Espada, que dirigió su publicación incluyéndola en un tomo : Tres relaciones de antigüedades peruanas, die.e haber encontrado el manuscrito en la biblioteca del señor Bolh de Faber, erudito alemán residente en España. Equivocadamente, supone que fué escrito de 1615 a 1621 , cuando su autor ya en 1597 había muerto, y cree que es debido a un jesuíta español de los que primero llegaran al Perú en 15 68. Hablando de la obra dice: . . . " la importancia éle este escrito consiste, para mí, en las noticias bibliográficas que contiene, en proceder muchas de las de antigüedades, de los quipos y de relaciones de los primeros conquistadores de la tierra, y en la buena intendón y minuciosidad de las que suministra acerca del papado, sacerdocio y monasterios gentílico-peruanos, que acaso no sean todas muy de fiar, por la semejanza y aún mayor excelencia, en cuanto a la pureza· de costumbres, que se trata de establecer en favor del clero secular y regular, digámoslo así, de en tiempo de los Incas, comparado con el católico americano - si no entra también en la c.omparación el europeo - de fines del siglo XVI y principios del XVII" . Sin embargo, autores bien enterados, se han

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complacido en recalcar la fidedigna certeza que caracteriza a este cronista. La Relación se compone de once capítulos breves. Comienza con uno dedicado a las creencias religiosas y termina con el de la Conversión de los indios piruanos a la fe católica, empresa en la que el autor tomara tan buena parte. Es importante el 11: Sacrificios, donde desmiente lo que Polo afirmara de que en el Perú se sacrificasen niños. No lo sería en las regiones vigiladas por los Incas, porque Cieza de León, que anduvo por los más apartados lugares, afirma que se practicaban en ellas los sacrificios humanos y aun la antropofagia. Los ocho primeros capítulos tratan de asuntos religiosos: Templos, huacas, sacerdotes, adivinos, dioses, ritos, supersticiones; trayendo datos curiosos e importantes. En el noveno: Costumbres de los antiguos piruanos en lo civil, reproduce una serie de leyes, algunas de las cuales son pintorescas y no pocas sa.bias. Hablando de ellas, dice el cronista, con ingenuidad dogmática: "Si en alguna cosa fueron loables los piruanos, fué en las leyes que tuvieron y en el guardarlas. Y había dos maneras de leyes: unas que pertenecían a su religión falsa y a la adoración de sus dioses, y a sus ceremonias y sacrificios. Destas leyes y de sus interpretaciones no hay que hacer caso; porque así como su religión y secta

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fué mala e inventada por el Demonio, así lo fueron sus leyes. La otra manera de leyes, en lo que toca a lo civil y moral, fué muy loable, y muchas dellas se guardan hoy, porque vienen a cuento de los intereses de los que tienen el gobierno y el mando; y fuera bien que se guardasen todas, porque siquiera gozasen los naturales de las migajas que sobran a los advenedizos." En esta última parte, se ve que es su sangre india la que, saltando por sobre su educación española, habla indignada ante el dolor y la injusticia que padecen los suyos. Da Valera veinticuatro de estas leyes. Son curiosas y sagaces. Revelan que "aquella gentilidad", como dicen frecuentemente y con desdén los cronistas de la época, había llegado a poseer una civilización que mereciera un poco más de estudió y menos violencia. Pero, ¿pudieron dedicárselo quienes llegaron a su imperio en la edad de lucha y fanatism9 en que arribaron? El caos llevabán, el caos produjeron.

LAS LEYES

Comentaremos algunas de estas leyes: Dice la ley 1: Que todos los subiectos al imperio de los ingas hablen una misma lengua general,

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y esta sea la quechua del Cuzco, y la depriendan por lo menos los señores y sus hijos y parientes, y los que han de gobernar o administrar justicia o ser prefectos de oficios y obras, y los mercaderes y contratantes. Los incas, como se ve, dieron al idioma toda la importancia que éste tenía como alma de la raza. Comprendieron que para que las regiones conquistadas se anexasen definitivamente al organismo imperial, debían hablar el quichua. No se valieron de la violencia a fin de conseguir esto, sino de un modo más expeditivo y sabio: el trasplante de colonos, a los que se llamaba mitima.es. Acabada de conquistar una provincia de cuya fidelidad a sus conquistadores había dudas, se trasladaban a ella familias sacadas de las provincias leales, por lo común aquellas familias que tenían por jefe un ima huayna (casi joven) obrero. Y a su vez, de la provincia recién anexada trasladábanse familias a las leales. Este sistema de colonización fué triplemente benefiQioso para la unidad del imperio y mucho más eficaz que si se hubiese empleado la fuerza. Primero: las familias trasplantadas seguían comunicándose con los suyos, enviándoles productos propios de las nuevas regiones y recibiéndolos. Segundo: este intercambio acercaba a las regiones y multiplicaba los chasquis, único medio de comunicación. Tercero: el Runa-simi (la lengua oficial) se generalizaba y la pacificación del territo-

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rio rec1en anexado se bacía, lentamente sí, pero de modo seguro. Dice la ley 111: Que para el tiempo de barbechar, sembrar, segar, guardar la mies, regar las tierras, así comunes como de particulares, nadie se excuse, sino que salga con su arado; y qW! desde el rey hasta el más bajo ciudadano se ocupe en la labranza de tierras o de huertos, a sus tiempos. Difícil sería hacer cumplir esta ley de trabajo obligatorio en la sociedad tal como actualmente está constituída. Fác.il les fué a los Incas hacerla cumplir por el modo en que se había conglomerado su organización social ( 1) • ( 1) Curiosísima es la subdivisión que de los nombres de la familia trae Fernando de Santillán en su Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los incas : Pufíuc rucu (viejo durmiente) de 60 años en adelante; chaupi rucu (semiviejo) de 50 a 60 años; puric (hombre viril) de 25 a 50 años; ima huayna (casi mozo) de 20 a 25 años ; coca palla (cosechador de coca) de 16 a 20 años: pucllac buambra (muchacho que retoza) de 8 a 16 años ; ttanta raquizic (el que recib~ pan) de 6 a 8 años; macta puric, menor de 6 años : saya huambrac (el que puede estar en pie) y mossoc caparic ( recién nacido) • Como se ve, la subdivisión llegaba hasta el seno mismo de la familia, donde las obligaciones, según la edad y sexo, se repartían minuciosamente. E xplicable es que, con éste sistema de divisiones y subdivisiones en el orden civil, pudiese dictarse una ley de trabajo obligatorio.

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Dice la ley V: Que se conozcan las inclinaciones y habilidades de los mochachos, y conforme a ellas sean empleados, cuando llegasen a edad madura : si se inclinaren a la guerra y mostraren valor, se hagan soldados; si algún oficio mecánico, lo mismo; aunque lo más común y ordinario sea que cada uno siga el oficio de su padre. La primera parte de esta ley revela una poderosa intuición pedagógica. La mayoría de los hombres que en la vida fracasan, es por no haber escogido profesión, por haber tenido que aceptar la que las circunstancias le han impuesto. Pero una sociedad es un organismo fuertemente correlacionado en todas sus partes. El fracaso de una de éstas o, por lo menos, la mala rendición que de sus energías y aptitudes haga, repercutirá mucho o poco en el conjunto social, pero repercutirá siempre. El buen trabajo de las partes redunda en benefic,io del todo. Y esto se consigue haciendo que cada cual obedezca a su vocación, porque ella es camino y fuerza a la vez, motor, ruta y ala. Y a se presiente cuán difícil es conseguir esta solución. E ntre los incas, sociedad comunaria, como lo revela la última parte de la ley trascripta, no se consiguió del todo. Y la rutina de la costumbre violentó ordinariamente su sabia disposición. D ice la ley VII : Que hubiese depósitos. de ganado de la tierra, que sirviese, lo primero, para

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los sacrificios, lo segundo, para necesidades de la república, lo tercero, para socorrer a los pobres, lisiados y viudas y huérfanos. Esta ley piadosa revela la constitución teocr.á tica del Imperio. Antes que todo, los sacrificios para los dioses, el culto, lo que exteriorizaba su fe; sin pensar que un dios verdaderamente bueno miraría como la más preciada de las ofrendas aquello que se diese "a los pobres, lisiados y viudas y huérfanos". Dice la ley X: Que en el comer sean moderados y templados, y mucho más en el beber; y si alguno se embriagase de manera que pierda el juicio, que sea por la primera vez castigado conforme al juez pareciese, y por la segunda, desterrados, y por la tercera, privados de sus oficios, si son magistrados, y echados a las minas. Esta severísima ley, precursora de la actual ley seca, es comentada por el mismo Valera, haciendo ver que en los últimos tiempos no se cumplía. Los hombres de mala fe siempre hallan teorías que justifiquen los errores. No faltó, pues, amauta que proclamase la distinción entre cenca (calentarse) y hatun ma·c hay (beber hasta perder el juicio). La ley sólo había quedado para el que se excedía hasta esto último. Y así, la generalidad, burlándola, bebía.

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He aquí cuatro leyes relativas a las relaciones sex uales, materia peligrosa y difícil de legislar:

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Quien fuete causa de que alguna mujer preñada de tres meses paca acriba, mueca o malpara, dándole hierbas o golpes, o de cualquier manera, que muera ahorcado o apedreado. XVI. - El adúltero y la adúltera sean castigados con pena de muerte; y el marido, si hallare a su mujer en tal delito, denctncie luego, paca que se le cumpla de justa venganza; y lo mismo la mujer que supiere o viere a su marido, con adúltera, denuncie dellos, para que mueran. XVII. - Quien forzara doncella y la deshonrare, que mueca apedreado. Y si ella quisiera casarse con él, que no mueca, sino que se case luego. Quien forzare casada, que mueca ahorcado. Quien cometiere estupro con alguna doncella consintiendo ella, que sean azotados y trasquilados y puestos a la vergüenza, y él sea desterrado y conducido a las minas, y ella a guardar algún templo, y si quisieren casarse, sean solamente azotados y se casen luego; mas si él es casado y tiené hijo, que sea condenado paca que con sus hijos y mujer sirvan a la comunidad y ella a algún templo o a las acllas. XX. - Quien cometieie el pecado de sodomía, que muera arrastrado y ahorcado, y luego sea quemado con todos sus vestidos, y lo mismo si .se juntare con alguna bestia.

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La ley XXIII, demuestra una singular protección del Estado hacia el individuo. Entre los incas, el Estado, la comunidad, lo era todo, y continuamente sacrificaban la libertad del individuo a él. Así, es curioso ver cómo le tiende su protec.tora y todopoderosa mano : Quien hurtare cosa de comer o de vestir, o plata o oro, sea examinado si hurtó forzado de la necesidad y pobreza, y si se hallare que sí, no sea el tal ladrón castigado, sino el que tiene el cargo de proveedor, con privación de oficio, porque no tuvo cuidado de proveer a éste de lo que había menester ni hizo copia de los necesitados; y désele al tal ladrón lo que hubiere menester de ropa y comida y tierras y casa, con apercibimiento que si dende adelante hurtare, que ha de morir. Si se averiguase que hurtó cantidad y valor de (en blanco) achupallas ( 1), y dende adelante, no por necesidad sino de vicio o por ser haragán y ocioso, que muera ahorcado, y si fuese hijo de señor, muera degollado en la cárcel. Dice la ley XXIV: Haya en cada pueblo un juez contra los ociosos y haraganes, que los castigue y baga trabajar. He aquí la tutela entre paternal y despótica que el Estado ejercía sobre el individuo. Este era un elemento de" aquél, y era al bien común, no a su ( 1)

P iña de Indias.

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capricho personal, al que debía ajustar sus actos. Son muchos los cronistas españoles que, analizando las leyes y costumbres de este imperio, han tenido para él frases de admiración sincera. Fernando de Santillán: "Mucho hubo en su república de tan excelente que merece alabanza y aun es digno de imitación". Y el mismo Bias Valera epiloga las veinticuatro leyes que él reproduce: "Y en todas ellas y en las leyes ya dichas, eran tan puntuales en la ejecución y guarda de ellas, que era cosa para admirar". Tan admirable régimen, en verdad, más admirable aun por la remota época en que tuvo vida, fué, podría decirse, un producto natural del instinto aborigen. Historiadores como Prescott y otros, aseguraron que él fué creación de los emperadores incas. Aseveración equivocada, según lo han demostrado más recientes investigadores: el alemán Cunow (Organización del Imperio de los Incas) , los peruanos Belaúnde (El Perú antiguo y los modernos sociólogos) y De la Riva Agüero (La historia en el Perú); el boliviano Saavedra (El ayllu), el belga Greef (La evolución de las doctrinas políticas y de las creencias) , todos citados y comentados por el inglés Clements R. Markham (Los Incas del Perú), y que están contestes en afirmar que el comunismo agrario del imperio del lnti fué anterior a la fundación de Manco Capac. El es un resultado del primitivo ay.llu y de la agrupación de éstos. El genio de los legislado-

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res quichuas, consistió en saber aprovechar este núcleo y encauzar el instinto comunario de los habitantes inteligentes, laboriosos y dóciles, hacia la fundación de un imperio fuerte por sus armas, sabio por sus leyes, bello por su arte y noble por su religión. Tan noble, que llegó basta concebir el dios invisible y no antropomorfo, el que sólo imaginan los espíritus superiores. Analizando la Relación del J esuíta Anónimo (Bias Valera) y de otros cronistas, más civiles que militares, porque se han dado a estudiar más las leyes y costumbres del Imperio que la cronología de los emperadores y sus hechos de armas, es como se llega a admirar la grandeza de aquellos hombres remotos, cuya obra fué exterminada por quienes habían llegado a poseer una civilización mecánica superior, sobre todo en la creación de armas, pero inferior en sensibilidad y en la contextura de su organismo social.

FIESTAS INCAICAS

1 COMO todos los pueblos de civilización aún no acabada, el incaico era un pueblo profunda y sinceramente religioso. Sus fiestas tenían todas un carácter panteísta y constituían un símbolo. La primavera, época del año en que las fuerzas de la naturaleza se sienten remozar, halló en la liturgia del lnti un sitio de su predilección. Cuatro eran las fiestas principales que se celebraban en el imperio del Inca, y las cuatro tenían carácter agrícola-religioso; correspondían a los solsticios y equinoccios. Se verificaban estas fiestas: la del invierno, en el mes del lntip Raymi; era la fiesta de la cosecha. La de la primavera, en el mes de Coya Raymi; era una fiesta expiatoria. La del verano, en el mes de Capac Raymi. Fiesta de Huarachicu, o sea la de armar guerreros a los jóvenes de sangre real. La del otoño, en el mes de Pacha Pucuy; era la fiesta de la madurez ( l ) • ( 1 ) Los cronistas españoles, Betanzos, Velase-o, Molina, Pernández de P alencia, Balboa, Morúa y otros, y aun los

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La primavera comprendía los tres meses de Coya Raymi, Urna Raymi y Ayamarca, desde el 22 de septiembre al 22 de diciembre. , En el primero de éstos tiene lugar la principal de las fiestas primaverales, la fiesta expiatoria llamada Situa. Era ésta una fiesta nocturna. Su fin era el de rogar al Todopoderoso que los librase de enfermedades a los hombres y de pestes a los animales y cosechas. Preparábanse para festejarla mediante ayuno y abstinencia. El ayuno duraba tres días, y tomaba el nombre de Hatuncaci. Durante los dos primeros limitábanse a una vigilia de maíz crudo y agua; en el tercero el ayuno era riguroso, aún para los niños. Amasábanse en ellos el pan, llamado sanca. indígenas como Huaman Poma y el semi-indígena Garcilaso, no están de acuerdo para dar nombres a los meses. Clements R. Markbam, discípulo de Prescott, y que ha sido uno de los que más abincadamente estudiaron la civilización incaica, da la siguiente nomenclatura, fruto de su análisis en la obra de los distintos cronistas: 1.-lntip Raym i 11.-Chahuar Quis III .--Capac Situa I V .--Coya Raymi V.-Uma R aymi VI.-Ayamarca VII .--Capac Raymi VIIl.--Camay IX.-Hatam Pacay X.-Pacba Pucuy Xl.-Ayribua XIJ .-Aymoray

22 de junio ,, ,, julio .. .. agosto .. ..

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al 22 de julio (Primer mea del año)

.. .. agosto .. .. septiembre sep t iembre •• •• octubre oc tubre n .. noviembre noviembre .. ,, diciembre diciemb re ,, ,. enero enero ., .. febrero

febrero marzo abril mayo

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,, marzo

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.. abril

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Esta era una ceremonia familiar. Reuníanse en casa del hermano o del pariente mayor las distintas ramas de una familia y allí amasaban y cocían el pan, hecho con harina de maíz y amasado con sangre de niños· de cinco a diez años, la que extraían mediante una sangría practicada en el entrecejo y que Garcilaso de la Vega asegura haber visto practiqar también con fines curativos. Estos panes no se comían, sino que, después de bañados, hombres, mujeres y niños, pasábanselos por caras y cuerpos a fin de que los librase de toda enfermedad. Hecho esto, se pegaba todo el pan en los umbrales y dinteles de las puertas. Así preparados, realizaban la fiesta: Cuatrocientos guerreros, pertenecientes a la más linajuda aristocracia, se reunían en la plaza que abríase junto al templo del Sol, la que llamábase Inti Pampa. Allí los guerreros gritaban: "¡Vaya el mal fuera!" Colocábanse, entonces, los cuatrocientos suplicadores de modo que diesen ciento para cada punto cardinal. Gritaban: "Huid, males!", y, echando a correr, ciento para cada punto cardinal: los que miraban al sur, caían en. el río Quiquisana; los del norte, en el Arucuy; los del oeste, en el Apurímac, y los del este, en el Pissac. Bañábanse en ellos, en señal de que en sus aguas dejaban todo germen de mal. y que los ríos llevarían al océano ( 1) . ( 1)

El Inca Garcilaso de la Vega no concuerda en un

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Entretanto, salían todos los habitantes' a las puertas de sus casas y, sacudiendo sus mantos, rogaban : "¡Enfermedades, desastres y desdichas, salid fuera de esta tierra! ¡Qué huyan las enfermedades!" Después se echaban todos por las calles, danzando, y entre cánticos y algazara, llevando hachones de paja trenzada con aceite, llamados p y merece citársela por ser él uno de los biógrafos más amorosos de la atrayente personalidad y la universal obra ~el gran jurista español. Fray Francisco de Vitoria, da brillantez al intelecto de la Península en el siglo XVI que tanto

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ingenio brillante tuvo. Su talento como jurista le valió el título de "Padre del Derecho internacional"; sus conocimientos vastos, el apodo de "nuevo Sócrates"; su profundidad como teólogo, la primera cátedra de la Universidad de Salamanca, por voto del alumnado; su noble conciencia, el recuerdo de los siglos; su sabiduría, el acatamiento de sus contemporáneos más densos de ciencia: Luis Vives, en carta a Erasmo, dice del padre Vitoria: " Es un gran talento y una gran esperanza entre los suyos, provisto de un espíritu agudo y al mismo tiempo de un carácter pacífico, aunque un poco débil". Erasmo mismo tuvo frases de cálido encomio para su sabiduría. Y el sabio belga Juan Vasée, dice de él: " España no tenía nada tan sabio, tan sencillo ni tan santo". . . "Tenía una .e rudición increíble, una c.ultura infinita, una memoria pronta; era como un milagro de la naturaleza" ... Pudo haber agregado: y una conciencia viva que, al ser invocada para decidir quien tenía la razón, si Juan Ginés de Sepúlveda, paladín del derecho de la fuerza, o Bartolomé de las Casas, apóstol del humanitarismo, Padre de los indios sacrificados, no dudó en decidirse por éste, legalizar sus teorías, darles el apoyo de su celebridad y de su prestigio. Y por esto lo recordamos, al través de cuatro siglos, con amor y reverencia. Siendo muy niño, Vitoria se trasladó a Burgos, y estudió en uno de sus conventos. Desde él fué enviado a París donde permaneció quin!=~ años,

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cinco como alumno aventajadísimo y diez como profesor notable. En aquel tiempo, la siempre célebre Universidad de París, la Sorbona, estaba infestada de sofistas. Erasmo los clasifica así: "¿Hay nada más imbécil que el cerebro de estos teólogos? No conozco nada tan bárbaro como su lenguaje, nada más grosero que su espíritu, nada tan espinoso como su doctrina, nada más violento que sus discursos. "Francisco de Vitoria es todo lo contrario : Agudo, sutil, delicado, cordial, amante de las ideas, no de las palabras, hermano de los hombres que sufren, no de las teorías abstractas. Es decir: cerebro profundo y espíritu consciente. T anta fué la nombradía alcanzada por Vitoria en París que se le llamó a España (1522) y comenzó a actuar enseñando en el Colegio San Gregorio de Valladolid. En 15 26, vence al portugués Margallo en una célebre oposición que duró cuatro días, y es nombrado para la Prima cátedra de Teología en Salamanca. "No olvidemos nunca que Vitoria fué, ante todo, un Maestro, modelador de almas, formador de conciencias, que al morir vivió más perennemente que nunca en el espíritu y en la memoria de sus dis,c~ípulos" dice Camilo Barcia Trelles en su documentado libro: Francisco de Vitoria, fundador del Derecho Internacional Moderno. ( 1) . ( 1) Los ejercicios de oposición a las cátedras entonces se verificaban d~l modo siguiente : cada aspirante a la cátedra

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Conseguida esa cátedra, la silenciosa existencia del gran Maestro, fecunda como un río subterráneo, se hace más silenciosa: se consagra a enseñar. ¡Y de qué manera! Pedagogo instintivo, magnetizaba a su auditorio. Transformaba en vergel florido la yerma disciplina universitaria. Así vivió hasta 1546, siempre enseñando, aún en sus últimos tiempos en que ya paralítico se hacía trasportar en silla de ruedas hasta su cátedra. En vida no publicó libro alguno. Su sabiduría era tanta que iba acompañada de la más evidente humildad. Y sus Relecciones, obra póstuma, hecha por sus admiradores, recogiendo y ordenando los apuntes de sus discípulos, lo coloca como un precursor de Alberico Gentilis, el italiano celebérrimo, y del hodebía explicar durante varios días los extremos que les correspondiesen ; eran jueces de la contienda los estudiantes de la Universidad, que con sus votos decidían la adjudicación ; tratábase, más que de una especie de sufragio universal escolar, de una votación proporcional, ya que cada estudiante podía depositar tanto sufragios como cursos tuviese aprobados en la facultad respectiva; las oposiciones no se verificaban sin despertar gran apasionamiento, debido en parte al carácter bullicioso del mundo escolar; perQ el gran número de sufragistas participantes en la decisión, haría imposible la captación, por medios indeseables, de la voluntad de los electores. Baste decir que toda la ciudad tomaba parte directa o indirecta en esos torneos científicos, y la vida de los salmantinos aparecía ligada durante esos días de actuación a la Barcia Trelles. Obra citada. marcha de los ejercicios. -

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landés Hugo de Grocio, acatado aún por el mundo moderno. Una de las Relecciolnes de Vitoria, De lndíis prior, se refiere a los indios de América. Allí llega a conclusiones, avanzadas por lo muy humanas, que lo acercan al espíritu admirable del Padre Bartolomé de las Casas. Las Casas es un hombre de acción que piensa. Más aún : es un pensamiento y un brazo al servicio de una conciencia tan alta como muy de tarde en tarde se ve brillar entre los hombres. Se le calumnió, se le amenazó, se le acusó. El "Padre de los indios", indomable, sigue en su lucha. Un ideal lo ilumina; una fe le da renovados bríos. Vencerá. ¡Y ven~ió ! Si no prácticamente, en su totalidad, teóricamente. Juan Ginés de Sepúlveda, el erudito de palabra elocuente e ingenio falaz, cae derrotado por el Padre Las Casas, después de un combate célebre entre la oratoria del uno y la conciencia del otro. Fray Vitoria está con éste. Sostiene Las Casas, ardientemente, según los dictados de su temperamento, lo mismo que Vitoria sostiene, más sereno, apoyándose en razones. No era Juan Ginés de Sepúlveda un enemigo fácil. Docto, sutil, poseedor de un ingenio· brillante y un talento verbal de primera fuerza. Sostenía al cesarismo y la guerra, causas grata's a los grandes desde el emperador al más lejano encomende-

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ro. Su obra Democrates secundus sive dialogus de justis belli causis, exalta el imperialismo, pro~la­ ma la santidad de la guerra destructora que los españoles habían llevado a las Indias. Las Casas responde con sus admirabilísimas, humanísimas y, a la vez, doctísimas Treinta Proposiciones. Sepúlveda da teorías: los españoles son étnicamente superiores, deben conquistar y después bautizar. Su guerra, aun destructora, es santa. Tienen derecho a esclavizar a los indios, seres bárbaros y herejes. Las Casas responde no sólo con razones a las teorías del sofista, sino con sentimientos. Su obra está pensada por un cerebro fuerte al que una conciencia luminosa alimenta de genio: La superioridad étnica de los españoles no está cabalmente demostrada; los indígenas tienen instituciones, leyes, gobernantes, cpstumbres sanas, arte. No son bárbaros. Hay que bautizarles, sí ; pero no exterminarlos con el pretexto del bautismo. No dejarles abandonados a la codicia y crueldad de los soldados de la Conquista. La cruz los redimirá, la espada hará de ellos un montón de cadáveres o una jauría de fieras. El amor los atraerá a la colaboración. El odio los hará huir, los hará perderse en sus selvas inhollables, los pondrá en acecho, aguzará sus flechas y envenenará sus dardos. Vitoria apoya a Las Casas: Los indios, al llegar los españoles, se hallaban en posesión pacífica de sus territorios, gobernados por sus jefes, gozando de una civilización, aunque rudimentaria,

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no por eso bárbara. Tampoco eran pecadores, infieles e idiotas como alegaban quienes los trataban como a bestias feroe¡es. Ambos hombres de pensamiento y conciencia coinciden al juzgar la Conquista : Las Casas con indignación, sentimentalmente; Vitoria con vigor, lógicamente. Vitoria no quiere la anexión de las Indias, sino un protectorado. No quiere que se les lleve la guerra sin que ellos atacaran antes y aún en este caso extremo, el triunfo no da a los españoles el derecho de destruirlos, "porque las guerras, dice Vitoria, son causadas, generalmente, por la falta de los príncipes". . . ( 1). Hubo quien sostuviera que los españoles tenían derecho a apoderarse de Améric.a porque se hallaba sin dueño a su llegada. Vitoria le refuta: ¿No podrían haber invocado lo mismo los indios, en el caso de que un Colón de su raza hubiese desembarcado en España? Tanto Las Casas como Vitoria, en todo momento, hablaron teniendo en cuenta sólo el derecho de gentes, no los intereses comerciales de los encomenderos y sus cómplices los cortesanos. Ambos son pacifistas, no se quedan cortos en condenar la guerra, más la llevada contra los indios, seres pacíficos a quienes se hubiera podido evangelizar ( 1) En una ocasión el rey Carlos V. alarma.do por las palabras del padre Vitoria, le escribió una dura carta reprochándole el haber tratado ciertas cuestiones de modo que podrían producir inquietud y perjudicar a la Corona.

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sin nec~sidad de quemar sus reyes, destruir sus pueblos, asesinar sus mujeres y niños, reducir sus hombres a trabajos donde perecían por centenares diariamente ( 1). Pero Vitoria, dada su educación teológica y jurídica, es puramente teórico. Las Casas que, esgrimiendo su pensamiento, aunque no tuviera tan sólida cultura, no le va en zaga ; lleva a la acción lo que predica. Uno es un intelectual, el otro un apóstol; pero es hermoso comprobar como el intelectual, el profesor de teología, pudo coincidir con el misionero (iristiano y hermanar su pensamiento sutil al ardoroso de éste; sólo porque al escribir lo hacía oyendo la voz clara, inconfundible de la conc1enc1a.

( 1) Marcel Brion, en su libro sobre Las Casas, trae esta bonita anécdota: Vitoria, campeón de la paz, miraba con horror la continua guerra entre españoles y franceses. Predicando la paz, llegó a convencer a Don Pedro Fernández de Velazco, condestable de Castilla, y a tal punto que éste en la Corte adquirió nombre de mal patriota. Hablando un día con Carlos V. e intentando convencerle acerca de las ventajas de la paz sobre la guerra, el monarca, irritado, lo amenazó tirarlo de la galería en que se hallaba. El condestable, sereno, le contestó: "Que Vuestra Magestad repare mejor en que si yo soy pequeño, en cambio, peso mucho". Y continuó su defensa en favor de la paz.

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Más se hicieron señores al principio por maña que por fuerza. POLO DE ÜNDEGARDO.

MÁS que conquistadores, los incas fueron c1v1lizadores. El arquetipo del conquistador es Alejandro de Macedonia. De los doce monarcas incas cuyos nombres y hazañas recoge la historia, no hay uno que cuadre con tal patrón. Ni aun Viracocha, el más hazañoso de sus soberanos, presenta esa febrilidad, ese vértigo de conquistas que constituye la existencia toda del macedonio. Los incas conquistaban y después se detenían, largamente, para asimilar lo conquistado, antes de proseguir su marcha de ven~edores. La grandeza incaica fué así la obra de una dinastía ( 1) , no de "Aunque las instituciones del Perú hayan sido mo( 1) dificadas y maduradas bajo la influencia de los soberanos sucesivos, todas llevan el sello del mismo original, todas están vaciadas en el mismo molde. Ensanchándose y fortaleciéndose el imperio en cada época sucesiva de su historia, no era en sus últimos días . más que el desarrollo en escala mayor de lo que era en miniatura en sus principios, así como se dice que el germen que encierra la bellota contiene dentro de sí mismo todas las ramificaciones del futuro monarca de los bosques" ... Historia de la Conquista del Perú, por Guillermo H. Prescott. Libro I, cap. 11.

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un monarca. Imponían su religión, su idioma y su gobierno a los conquistados, comúnmente tribus salvajes, y entonces, y apoyándose en ellos, continuaban su lenta y segura obra de absorción. Esta obra está llena de intenciones de paz. Seguramente, en la realidad no pudieron realizarlas'. Los tiempos y los pueblos eran demasiado salvajes y la violencia fué el arma más eficaz para convencer a los rebeldes sobre las excelencias de su religión, su idioma y sus instituciones. Sin embargo, aunque el estado de guerra, sobre todo en las fronteras del imperio, haya sido el estad~ habitual, la violencia incaica aparece singularmente moderada, no sólo si se la considera en comparación con el imperio azteca, sino aun con la de los conquistadores europeos. Ingleses, portugueses y españoles demostraron no conocer ni practicar esta prudente máxima de uno de los soberanos Incas: " No debemos destruir a. nuestr'os enemigos, porque pérdida nuestra sería, ya que ellos y todo lo que les pertenece será nuestro". Para coger el fruto, los conquistadores incas no derribaban al árbol, como hacían los europeos. Quebrada la fuerza de un pueblo, comenzaban los incas su obra de civilizac.i ón imponiéndoles la religión solar, pero sin negar ni destruir sus ídolos. También respetaban sus costumbres, siempre que éstas no fuesen atentatorias a las leyes incas: combatieron duramente la antropofagia y la sodomía. Y por último se les enseñaba el Runa simi,

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la lengua general del imperio, aunque sin abolir de cuajo el dialecto o los dialectos de la tribu recién conquistada. Otra importante disposición tendiente a asimilarse el pueblo vencido, era llevar sus jefes al Cuzc.o, donde se les recibía cordialmente, se les agasajaba, se les enseñaba a ellos y señores princípales el idioma de la c.o rte y donde, por último, dejaban a sus hijos pa.ra que se les educase. Era una hábil manera de cobrarse rehenes. Y muestra de esta sagacidad que tan eficazmente colaboraba pa.ra hacer duraderas las conquistas de las armas, está la institución de los mitimaes y la importancia que dieron a la construcción de puentes y caminos, destinados a unir con fuerte cohesión pueblos heterogéneos, aprQximando sus distancias. Los caminos que tanto asombraron a los españoles, quizás porque ellos los descono,d an, los construían con grandes losas unidas por una mezcla a la que el tiempo endurecía hasta petrificarla. A los puentes, hechos de mimbre trenzado, suspendidos sobre los más torrentosos ríos, se les daba tanta importancia que su código amenazaba con la pena de muerte a quien incendiara uno. Cruzados por veloces chasquis,, puentes y caminos servían para trasmitir del uno al otro confín del vasto imperio las órdenes del Inca, o para llevar los productos de una provincia a la otra : Unía!)., identificaban regiones y razas diversas, propósito imperante en el ánimo de estos c.o nquistadores civili-

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zadores ( 1) . Alejandro de Humboldt, en su libro Vues des cordilléres, dice de los caminos: "Este suelo, bordeado por grandes piedras ta11adas, puede ser comparado con los más be11os caminos romanos que yo viera en Italia, en Francia o en España. El gran camino del Inca (2), es una de las· obras más útiles y al mismo tiempo más gigantescas que los hombres hayan ejecutado". Mitimae quiere decir extraño, advenedizo. El sistema de los mitimaes no era más que un sistema de colonización. Llevar familias de una región a otra. de las provincias recién conquistadas, aunque siempre teniendo en cuenta que los dimas fuesen semejantes. Esta manera de colonización obedecía al ya dicho propósito de conquista: el de unir; y la institución de los mitimaes habría sido, fuera de duda, el factor más útil para lograrlo. Había tres clases de mitimaes: Los que se 11evaban de las provincias leales a las levantiscas, recientemente subyugadas y viceversa; los que se apostaban en los pucaraes (fuertes) como guarní( 1) Tanta era la rapidez con qu'e los chasquis, de tambo en tambo (postas) llevaban estos productos, que el pescado del océano lejano se servía fresco en la mesa del Inca en el Cuzco. (2) El que unía las dos grandes capitales del imperio: el Cuzco y Quito. El cronista Cieza de León, al describirlo, tiene para él las palabras de más férvida' admiración que tantas extrañas maravillas como le fué dado descubt:ir, arrancan a su pi uma sincerísima.

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ción militar y los que se llevaban a las regiones que, siendo fértiles, permanecían despobladas. Los primeros mitimaes se encontraban así en otra región, rodeados de pueblos exótic.os. Establecíase rivalidad entre ellos y los llactay.os (naturales del país), se espiaban mutuamente. Y esta rivalidad y espionaje redundaba en beneficio del gobierno. Con los años, unidos por el culto religioso y por la lengua, llactayos y mítimaes se reconciliaban y avenían en el común respeto a las leyes del Estado. A estos mitimaes,. para resarcirlos de las molestias que su traslación pudiera originarles, "y conociendo los incas cuánto se siente por todas las naciones dejar sus patrias y naturalezas propias, porque con buen ánimo tomasen aquel destierro, es averiguado que honraban a estos tales que se mudaban, y que a muchos dieron brazaletes de oro y de plata, y ropas de lana y de pluma, y mujeres; y eran privilegiados en otras muchas cosas"... ( 1) • También, a veces, se les eximía de pagar tributos. Para trasportar estos colonos, se elegía ima huaynas, es decir, obreros, hombres jóvenes de veinte a veinticinco años. "No se reparaba - dice el 'padre Cobo - en estas mudanzas de mitímaes, en b distancia que había de sus tierras adonde los mandaban ir, aunque fuese muy grande; antes sucedía no pocas veces t~asplan( 1)

Pág. 85.

PEDRO CIEZA DE LEÓN: Del señorío de los incas.

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tarlos de un extremo a otro del reino, otras a trescientas y cuatrocientas leguas más b menos, como al príncipe se le antojaba ; por donde vemos hoy en las provincias del Collao mitimaes naturales y originarios de las de Chinchaysuyu, y en éstas muchos indios de aquélla. Ello es cosa averiguada que estaban tan mezclados y revueltos los de distintas provincias, que apenas hay valle o pueblo en todo el Perú adonde no haya algún ayllo (conjunto de familias) y parcialidad de mitimaes" ( 1) . Los trasplantados con fines militares son los que menos originalidad presentan. Siempre se hizo y aún se hace esto. Mas no menos sabia que la precaución de mezclar gente de distintas provincias, fué la de llevar mitimaes a las regiones fértiles y despobladas. La agricultura era la mayor fuente de riqueza común y a ella sacrificaban el albedrío de sus labradores. Los mitimaes parece haber sido una institución creada por Inca Yupanqui, noveno soberano de la dinastía, aunque hay quien se la atribuye a su padre, el inca Virac,ocha. De cualquier modo era una creación éasi reciente cuando la llegada de lOs españoles. Y como curiosidad, como afirmación a la idea de que el hombre, puesto en situaciones semejantes, piensa de modo parecido y repite, sin ( 1) Historia del Nuevo Mundo, por Bernabé Cobo. Tomo III, pág. 225 .

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conocer lo ya c.reado antes por otros hombres, es curioso consignar que esta institución de los mitima.es, no heredada por los quichuas de los pueblos preincaicos, ya era conocida y practicada por los reyes asirios y babilonios, miles de años antes que los incas. ¿De dónde la sacaron éstos y cómo la sacaron, si ella no fué creación de Virac.o cha o de Inca Yupanqui? ( 1). El cronista López de Gomara. en su Historia de Indias, dice que los mitimaes eran esclavos. No es cierto, ya que en el Imperio no se conoció la escla( 1) Según lo que puede deducirse de un pasaje del inca Garcilaso, fué Viracocha el primer institutor de los mitímaes que seguramente el Inca Yupanqui sistematizó. Pué después de la huída de Hancohuallu, jefe de los chancas, pueblo vencido y que rebelándose, resistió por largo tiempo al 'ejército de Viracocha. Dice Garcilaso: "Sosegado el alboroto que causó la huída de Hancohuallu, y acabada la visita que el Inca hacía de su imperio, se volvió al Cuzco, con determinación de hacer asiento por algunos años en su corte, y ocuparse en el gobierno y beneficio de sus reinos, hasta que se olvidase este segundo motín de los chancas. Lo primero que hizo fué promulgar algunas leyes, que parecieron convenir para atajar que no sucediesen otros levantamientos como los pasados. Envió a las provincias chancás, gentes de la que llamaban advenediza ( mítímaes}, en cantidad de diez mil vecinos que poblasen y restaurasen la falta de los que murieron en la batalla de Y ahuarpampa, y de los que se fueron· con Hancohuallu. D ióles por caudillos incas de los dél privilegio, los cuales ocuparon los vacíos que en aquellas provincias había". Comentarios Reale.s. Libro quinto, cap. XXVII.

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vitud en su sentido oriental y europeo. Sólo había yanaconas, criados perpetuos, que no eran esclavos. Al llegar los españoles, se asombraron de la vastedad de los sembradíos. Esta demostración de trabajo es obra de los mitimaes. Por ejemplo, el río Apurímac corre entre altas y escarpadas sierras, pero dejando a ambos lados de sus márgenes un angosto brazo de tierra laborable. Este angosto brazo también estaba c.u ltivado. Bellos jardines y árboles de riqueza frutal lo ornaban. Para conseguirlo, el Inca llevó de Nanasca, tierra caliente, familias de labradores que se avinieron al clima cálido de la región. Otro ejemplo de los beneficios que reportaron los mitimaes a la agricultura del imperio, lo da la provincia del Collao. Esta, · por ser una tierra muy fría, no daba maíz ni uchu (pimiento), pero daba en cambio papas y quinua (especie de espinaca). Entonces: "De todas aquellas provincias frías sacaron por su cuenta y razón muchos indios, y los llevaron al Oriente de ellas, que es a los Antis y al Poniente, que es a la costa del mar, en las c.uales regiones había grandes valles fertilísimos de llevar maíz, pimiento y frutas, las cuales tierras y valles antes de los incas no se habitaban; estaban desamparadas como desiertos, porque los indios no habían sabido ni tenido maña para sacar acequias para regar los campos" ( 1). ( l)

GARCILASO DE LA VEGA: Comentarios Reales. Li-

bro séptimo, cap. l.

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Los incas usaron en sus conquistas el mismo espíritu que usaron para sus cazas. Y así e.orno no entraban a matar los animales salvajes, destruyéndolos, tampoco entraban a destruir los pueblos vencidos. Respetaban la vida de todo hombre, porque sabían que un hombre vivo es una fuente de trabajo, una posibilidad de riqueza. Los aztecas fueron ronquistadores ; los incas civilizadores. José de la Riva Agüero, (La historia en el Perú), moderno, concienzudo y severo juez de aquella remota civilización, dice: "No fué, por cierto, el imperio de los incas, el "idilio de la historia", como cándidamente dijo alguien. En la historia no hay idilios; en toda condición y en cualquier época hay lágrimas y manchas. Fué un imperio despótico y comunista; y tuvo los inconvenientes y las ventajas, las virtudes y los vicios propios de su constitución". Lo importante es ir desentrañando de sus instituciones las que reportaron bien al mayor número de hombres. Y esta de los mitima.es fué una de ellas, seguramente. Si la historia no proporcionase reflexiones a los hombres destinados a condu.d r pueblos, sólo sería un juego vulgar y cruel. Esta. institución de los mitimaes debe estudiarse con seriedad, porque tal vez pudiera intentarse en las naciones del mundo moderno, pese a la característica personalista de su constitución. Dice el pensador y hombre de ciencia francés

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Gustavo Le Bon : "Conquistar a un pueblo puede ser obra de un dfa. Asimilárselo, exige, a veces, siglos. Inglaterra no pudo jamás asimilarse a Irlanda. Austria siempre tuvo por enemigos a los pueblos sometidos a su dominación. La violencia no basta .para fusionar las almas de las razas. A pesar de que la historia ha demostrado la verda.d de esta ley psicológica, los conductores de pueblos no la han comprendido todavía". Los remotos pobladores del Perú, sí. Por instinto, supieron que la violencia sólo engendra odio y temor, sorda y subterránea fuerza que aguarda la menor · debilidad de la violencia que la oprime para trasformarse en catástrofe. Por instinto, también, supieron que unir es conquistar. Sus mitimaes fueron el sistema de fuertes lazos con que atrajeron a los pueblos vencidos, les hicieron olvidar su condición de tales y los asimilaron hasta convertir a sus enemigos de ayer en útiles y sumisos colaboradores. Los incas - y no se equivocaban - creyeron que la perfección de un Estado, era armonía. De una forma u otra, la hallaron. Esto no puede negárseles.

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UN HÉROE INTELECTUAL DE LA CONQUISTA

EL NIÑO A VENTURERO

No bien cumplidos los trece y ya audaces años, se embarcaba con destino a las Indias un jovencito que estaba destinado a ser el más fidedigno , escrupuloso y cabal narrador de la conquista española. A la edad en que otros niños sólo sueñan - los más osados - alejarse del hogar paterno y salir en busc.a de aventuras al pueblo próximo, Pedro Cieza de León, que éste era el niño, embarcábase en verdad y, en compañía de hombres recios, temerarios y ambiciosos, lanzábase a la más singular y única de las aventuras, la que ningún niño, ni aun fantaseador de fuste, pudo imaginarse en la total magnificencia de su color, de su belleza y de su barbarie. H allóse asi el joven Cieza de León en un escenario de leyenda, al vaivén de las pasiones recién despertadas y por ello vivas, sangrantes. Corría el año 15 3 3 y el imperio incaico acababa de desvanecerse como un fantasma, aventado por el hierro de las duras espadas y el fuego de los temidos arcabuces, menos duro el uno que el alma de sus poseedores y menos cálido el otro que su arrojo. Y

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se vio testigo de la guerra civil que ensangrentó y manchó a los conquistadores. Ocho años después de llegar, en 154 l. comenzó la primera parte de su Crónica que no terminaría basta 15 5 O ( 1 ) • Según un narrador erudito, Cieza era un joven "humano, generoso, rebosando nobles simpatías, obediente y metódico, en el espectáculo de la crueldad, del pillaje y del más desenfrenado vandalismo, propio para engendrar el tipo contrario". Indudablemente, había en él la envergadura moral de un artista: Era un alma buena. Quizás su falta de cultura impidió que ella se expresara con lenguaje superior al del simple cronista; pero hay páginas de sus libros que por su veracidad pertenecen a la historia y por su valor y justeza de expresión, al arte. Observador sagaz, Cieza esci:ibió como por mandato de su espíritu, maravillado de lo que veía. Confiesa: "Y como notase tan grandes y peregrinas cosas como en este Nuevo Mundo de Indias hay, vínome gran deseo de escrebir algunas dellas, de lo que yo por mis propios ojos había visto, y también de lo que había oído a personas de gran e.rédito" ... ( 1) He aquí el título con que ella apareció, en 15 5 3, ya estando