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Escritos medievales en honor del obispo Isidoro de Sevilla
CORPVS CHRISTIANORVM IN TRANSLATION
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CORPVS CHRISTIANORVM Series Latina CXIII B SCRIPTA DE VITA ISIDORI HISPALENSIS EPISCOPI necnon
CORPVS CHRISTIANORVM Continuatio Mediaeualis 281 SCRIPTA MEDII AEVI DE VITA ISIDORI HISPALENSIS EPISCOPI
EDIDIT Jose Carlos Martín-Iglesias
TURNHOUT
FHG
ESCRITOS MEDIEVALES EN HONOR DEL OBISPO ISIDORO DE SEVILLA
Introducción, traducción, índices y notas por Jose Carlos Martín-Iglesias
H
F
Revisión científica J. C. Martín-Iglesias
© 2017, Brepols Publishers n.v., Turnhout, Belgium All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without the prior permission of the publisher.
D/2017/0095/205 ISBN 978-2-503-57609-1 e-ISBN 978-2-503-57610-7 DOI 10.1484/M.CCT-EB.5.113394 ISSN 2034-6557 eISSN 2565-9421 Printed on acid-free paper.
ÍNDICE DE MATERIAS
Introducción Los escritos medievales en honor de Isidoro de Sevilla Isidoro de Sevilla: su familia, su vida, su producción escrita
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Bibliografía Abreviaturas utilizadas Fuentes antiguas Bibliografía general
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Traducciones Braulio de Zaragoza, Noticia de los libros de nuestro buen señor Isidoro de Sevilla (BHL 4483) 83 Redempto de Sevilla, La muerte del bienaventurado Isidoro, obispo de Sevilla (BHL 4482) 87 Anónimo de los siglos xi-xii, Vida de san Isidoro 93 Traslado de san Isidoro a León en el año 1063 (BHL 4488) 99 Martino de León, Sermón sobre el tránsito de san Isidoro (BHL 4485) 107 Vida de san Isidoro (con la breve noticia del obispo Braulio de Cesaraugusta sobre la vida de san Isidoro) 115 Vida de san Isidoro (BHL 4486) 115 Breve noticia del obispo Braulio de Cesaraugusta sobre la vida del santo doctor de las Hispanias Isidoro (CPL 1215) 200 Pedro Muñiz, Homilía para la festividad de san Isidoro 207 Vida de los santos obispos Leandro e Isidoro de Sevilla, Fulgencio de Ástigi y Braulio de Cesaraugusta (BHL 4810) 225
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Índice de Materias
Apéndices 299 Apéndice I: En la festividad del santo arzobispo Isidoro 299 Apéndice II, 1: En la festividad de san Isidoro, arzobispo de Híspalis 306 Apéndice II, 2: En la festividad de san Leandro, arzobispo de Híspalis 315 Apéndice II, 3: En la festividad de la santa virgen Florentina 319 Apéndice II, 4: En la festividad de san Fulgencio, obispo y confesor 321 Apéndice III: En la festividad de san Isidoro, obispo y confesor 323 Apéndice IV: En la festividad de san Isidoro 326 Apéndice V: Lecciones sin título en honor de san Isidoro 328 Índices Índice de las fuentes bíblicas Índice de las fuentes no bíblicas Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas Índice de los topónimos y las iglesias
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333 340 350 357
INTRODUCCIÓN
Los escritos medievales en honor de Isidoro de Sevilla El presente trabajo reúne las traducciones de los textos hagiográficos y litúrgicos latinos en honor del obispo y escritor Isidoro de Sevilla († 636) y sus hermanos editados en dos volúmenes de la colección Corpus Christianorum: Series Latina 113B y Continuatio Mediaeualis 2811. Las composiciones más antiguas remontan al siglo vii y pueden datarse de forma verosímil poco después de la muerte del ilustre prelado, acaecida en abril del año 636: la denominada Renotatio librorum domini Isidori (BHL 4483) de Braulio de Zaragoza y el Obitus beatissimi Isidori Hispalensis episcopi (BHL 4482) de Redempto, un clérigo de la Iglesia de Sevilla del que no se tienen más noticias. La Renotatio librorum d. Isidori es una noticia de carácter bio-bibliográfico añadida por Braulio de Zaragoza al final del De uiris illustribus (CPL 1206) de Isidoro de Sevilla, si bien la información bibliográfica prima sobre la biográfica. Es importante, sobre todo, porque recoge el catálogo de las obras de Isidoro que circulaban en Hispania en tiempos del autor, 17 en total (entendiendo como una sola obra los dos libros de Differentiae). Por su parte, el Obitus b. Isidori Hispalensis ep. es una narracción de fuerte carácter hagiográfico centrada, fundamentalmente, en la penitencia canónica in extremis a la que se entregó Isidoro de Sevi1
Martín-Iglesias, Scripta de uita; e Id., Scripta Medii Aeui.
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lla durante la Vigilia Pascual del año 636 (en la noche del 30 al 31 de marzo), pocos días antes de su muerte, acaecida, verosímilmente, el 4 de abril de ese mismo año. Este relato refiere, además, con pormenor las palabras de Isidoro de Sevilla a los fieles reunidos con él en la basílica de San Vicente Mártir con motivo de dicha celebración. En su origen fue una carta, pero se ignora a quién fue dirigida, pues se ha transmitido sin el encabezamiento que incluía, junto con el saludo inicial, el nombre del destinatario. Las siguientes dos obras, desde un punto de vista cronológico, incluidas en este volumen son de autor desconocido, pueden fecharse ya en el siglo xi y situarse en la región de León, tras el traslado de las reliquias del santo desde Sevilla a la capital del reino castellano-leonés a finales del año 1063, en tiempos de Fernando I (1035-1065). Una de ellas es una Vita s. Isidori que no es más que un centón elaborado a partir de la Renotatio de Braulio de Zaragoza, de un pequeño extracto de la noticia sobre Isidoro de Sevilla que Ildefonso de Toledo incluyó en su De uiris illustribus (CPL 1252) (cap. 8), y del Obitus de Redempto de Sevilla. Es probable que sea más antigua que la que indicaré a continuación, la Translatio s. Isidori Legionem anno 1063 (BHL 4488), pues su autor parece desconocer esta última composición, de la que, con toda probabilidad, se habría servido en su escrito, en caso de haber tenido acceso a ella. La segunda es mucho más interesante: se trata del relato conocido como Translatio s. Isidori Legionem anno 1063 (BHL 4488), un título meramente descriptivo de los contenidos de la obra y de su datación aproximada, pues se ha transmitido sin título ni nombre de autor. Fue compuesta, probablemente, en el último cuarto del siglo xi. En ella el autor comienza narrando la invasión de Hispania por las tropas sarracenas a comienzos del siglo vii y las desgracias subsiguientes hasta la primera gran victoria cristiana en tiempos del rey Pelayo (718-737), y continúa exaltando el buen gobierno de los monarcas cristianos de Hispania hasta el reinado de Fernando I de León y Castilla (1035-1065), de quien se hace un encendido panegírico. Da inicio entonces el asunto principal de esta obra: el pacto entre Fernando I y el rey sevillano al-Mutadid (Benabeth en el relato) (1042-1069) para llevar hasta León las reliquias de santa Justa. Sin embargo, cuando la
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Introducción
embajada leonesa encargada del traslado de los santos despojos de la mártir sevillana llega a la ciudad hispalense, no acierta a encontrar el sepulcro de la santa. Isidoro de Sevilla se aparece entonces en una visión al obispo Alvito de León para indicarle que Dios les niega los restos de santa Justa, pero les concede los suyos, indicándole a continuación el lugar preciso de su enterramiento. Una vez recuperadas las reliquias de san Isidoro, y tras la muerte de Alvito, los legados cristianos regresan a León con el consiguiente júbilo del rey y del pueblo leonés. Un siglo más tarde, Martino de León († 1203), un canónigo del monasterio de San Isidoro de León, compuso un Sermo in transitu s. Isidori (BHL 4485) datable en el último tercio del siglo xii. En este sermón el autor hace uso por extenso, entre otras fuentes, de la Renotatio de Braulio de Zaragoza, así como de varias obras de Isidoro de Sevilla, como el De uiris illustribus, las Etymologiae (CPL 1186), las Sententiae (CPL 1199) y, probablemente, el De ortu et obitu patrum (CPL 1191). El propósito de Martino de León es ilustrar mediante la figura y el ejemplo de Isidoro de Sevilla que una vida santa y entregada a la enseñanza es el ideal al que debe aspirar todo sacerdote. Además, siguiendo su costumbre, Martino trata de demostrar que la vida de Isidoro de Sevilla se ajustó, precisamente, a las enseñanzas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y para ello se entrega al comentario exegético de tres pasajes bíblicos, tomados del Evangelio de Mateo 5, 19, del Cantar de los Cantares 3, 7-8 y del libro de Ezequiel 1, 13. Unos pocos años después, entre finales de ese mismo siglo y comienzos del siguiente, otro canónigo de San Isidoro de León reunió el expediente de textos hagiográficos más importante de la Edad Media latina sobre Isidoro de Sevilla, constituido por una Vita s. Isidori (BHL 4486) (dividida, a su vez, en dos secciones: una Vita beati Ysidori episcopi, Yspaniarum doctoris [§§ 1-31] y un Obitus eiusdem sanctissimi doctoris [§§ 32-41]), completada en su parte final por la denominada Adbreuiatio Braulii Caesaraugustani ep. de uita s. Isidori Hispaniarum doctoris (BHL 4486o) (§§ 42-44), que aspiraba a ser una ampliación y actualización de la Renotatio librorum d. Isidori, y continuada por una Historia translationis s. Isidori (BHL 4491), que pretendía ampliar y actualizar,
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a su vez, la Translatio s. Isidori Legionem a. 1063. Todas las piezas de este expediente leonés son obra, sin ninguna duda, del mismo autor y, si bien ofrecen un gran número de datos auténticos, mezclan éstos con elementos fantasiosos sobre la infancia y la juventud de Isidoro (de las que no se tienen noticias fidedignas) y sobre los milagros obrados a lo largo de su vida (entre los que se incluye, por ejemplo, un enfrentamiento con Mahoma). De un modo semejante, la ampliación de la Renotatio de Braulio de Zaragoza con obras no recogidas por el autor visigodo se elabora a partir de la inclusión de composiciones que en el León de la época se creía que eran de Isidoro, pero que hoy deben tenerse por apócrifas. De estos tres escritos, se traducirán aquí únicamente los dos primeros, dado que la Historia translationis s. Isidori ha sido traducida en esta misma colección por Estévez Sola a partir de su propia edición del texto2. El canónigo de San Isidoro de León que redactó estas obras se sirvió de un gran número de fuentes, entre las que pueden citarse la Renotatio librorum d. Isidori, el Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi, el Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), los De uiris illustribus de Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo, las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum (CPL 1204) y las Etymologiae (CPL 1186) de Isidoro de Sevila, las Epistulae (CPL 1230) intercambiadas entre Isidoro de Sevilla y Braulio de Zaragoza, la Epistula ad Eugenium episcopum (CPL 1210) atribuida a Isidoro de Sevilla, la Epistula ad Leudefredum episcopum (CPL 1223) y la Epistula ad Masonam Emeritensem episcopum (CPL 1209) del Ps. Isidoro de Sevilla, el Lamentum poenitentiae (CPL 1533) del Ps. Sisberto de Toledo, la Translatio s. Isidori Legionem a. 1063, el Sermo in transitu s. Isidori y algún otro sermón de Martino de León, y, quizás, el De institutione uirginum et de contemptu mundi (CPL 1183) de Leandro de Sevilla. La siguiente obra recogida en este volumen, transmitida sin título ni nombre de autor, fue descubierta e identificada por Patrick Henriet3. Se trata de la Homilia in natale s. Isidori, un sermón compuesto poco tiempo después que las tres piezas precedentes por Pe2 3
Estévez Sola, “Historia translationis”; e Id., “Historia de la traslación”. Vid. Martín-Iglesias, Scripta Medii Aeui, p. 32*.
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dro Muñiz en la época en que desempeñó la dignidad de deán de la catedral de León, esto es, entre 1186, aproximadamente, y 1205, año en que fue promovido al obispado de esa misma ciudad, para pasar, finalmente, a ejercer como arzobispo de Santiago de Compostela a finales de 1206 o comienzos de 1207, dignidad que ostentó hasta su muerte en 1224. El título con el que me refiero a esta obra es mío, pero está basado, en parte, en dos noticias de Lucas de Tuy en su Liber miraculorum s. doctoris Isidori (Díaz 1228) (editado sólo parcialmente) sobre esta pieza. En efecto, en el prólogo a su Liber dice el Tudense: “atque Legionensis praesul, qui tempore praecedente in Compostellana ecclesia moribus et scientia fulget, metropolitano sublimatus honore, homelia beatissimum confessorem Isidorum Christi legiferum et post apostolos Christi apostolum eleganti stilo testatus est”4. Y más adelante añade en esa misma obra, en el cap. 66: “Decanus Legionensis nomine Petrus, vir litteratus admodum et honestus, qui assumptus in archiepiscopum, nunc strenue Iacobitam regit Ecclesiam, eo tempore febre quartana graviter laborabat… Qui protinus sanitate recepta, glorificabat Deum et confessorem eius Isidorum… Edidit praeterea dictus decanus rectoricis coloribus praeclaram homiliam, in qua Christo confessorem Isidorum laude celebri extulit gloriose”5. Estos dos pasajes han permitido a Henriet la identificación del sermón citado con la obra compuesta por Pedro Muñiz en honor de Isidoro de Sevilla, pues en la Homilia in natale s. Isidori se lee: “apostolicum per omnia uirum, inmo post apostolos Christi apostolum… El prólogo ha sido editado por Jiménez Delgado, “Liber”, p. 279-280 (el pasaje aducido se lee en la p. 280). Trad.: “y un prelado de León, que en los últimos tiempos brilla por sus costumbres y su ciencia en la Iglesia de Compostela, tras ser distinguido con el honor de metropolitano, en una homilía escrita en un estilo elegante, ha dejado testimonio de que el bienaventurado confesor Isidoro fue un legislador de Cristo y un apóstol de Cristo después de los apóstoles”. 5 Edición de Viñayo González, San Martín, cap. 15 de la Vita s. Martini Legionensis (BHL 5600), p. 246-248 (= Liber miraculorum, cap. 66). Trad.: “Un deán leonés, de nombre Pedro, un varón muy erudito y honesto, que, promovido al arzobispado, rige ahora con firmeza la Iglesia de Santiago de Compostela, sufría por aquella época unas graves fiebres cuartanas… Éste, recuperando de inmediato la salud, glorificaba a Dios a y su confesor Isidoro… Escribió, además, el citado deán una distinguida homilía, llena de adornos retóricos, en la que con ilustres elogios honró gloriosamente al confesor de Cristo Isidoro”. 4
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Christi profecto legifer Ysidorus” (lección VIª, lín. 184/185 y 387), lo que coincide con la noticia del prólogo del Liber miraculorum citada más arriba6. La homilía de Muñiz es, fundamentalmente, un panegírico de Isidoro de Sevilla a quien se presenta provisto de las mismas virtudes que distinguieron a los patriarcas bíblicos (como Noé, Abraham, Jacob o Moisés, entre otros) y a los padres de la Iglesia (Orígenes, Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Gregorio Magno), así como de unos conocimientos semejantes a los de los más grandes sabios de la Antigüedad (Salomón, Platón, Aristóteles, Cicerón). Y estos elogios se entremezclan con noticias sobre la vida de Isidoro tomadas de las obras compuestas por esas mismas fechas en San Isidoro de León: la Vita s. Isidori (BHL 4486) y la Historia translationis s. Isidori (BHL 4491). El último de los grandes relatos hagiográficos aquí traducidos es la Vita beatorum Leandri, Isidori archiepiscoporum Hispalensium, Fulgentii Carthaginensis archiepiscopi et Braulionis Caesaraugustani episcopi (BHL 4810), redactada, con toda probabilidad, en el último tercio del siglo xiii en Zaragoza por un autor que reunió otro expediente de textos tripartito, dedicado, en este caso, a la historia de la diócesis zaragozana desde sus orígenes y, en especial, al obispo Braulio de Zaragoza († ca. 651), a quien el hagiógrafo presenta, sin ningún rigor histórico, como hermano de Isidoro de Sevilla, por lo que este último ocupa, en consecuencia, un lugar relevante en la narración. En el único manuscrito conservado que transmite este expediente hagiográfico completo, la Vita Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810) es la primera en ser copiada (Paris, Bibliothèque nationale de France, lat. 2277, f. 1ra-30ra); se incluye a continuación (f. 30rb-32va) el relato conocido como Legenda Caesaraugustana (BHL 4774), sin duda, del mismo autor que la Vita y en el que se presenta con brevedad la historia eclesiástica de Zaragoza desde sus orígenes, que se sitúan en el siglo iii d. C., hasta la reconquista de la ciudad en 1118; mientras que la tercera y última de las piezas recogidas en ese mismo manuscrito (f. 32va-33rb), que lleva por título De reuelatione beati Braulii episcopi Caesaraugustani in limine ecclesiae beatae Mariae 6
Puede consultarse, asimismo, Suárez González, “Invocar”, p. 71-73.
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iacentis (BHL 1448m) y refiere el descubrimiento de las reliquias de Braulio de Zaragoza en tiempos del prelado de esa ciudad Pedro de Librana (1118-1128), puede ser anterior a las otras dos y de un autor diferente7. Como se ha dicho, el interés del hagiógrafo se centra en la vida y los méritos del pontífice Braulio de Zaragoza, pero, dado que se hace a éste hermano de Leandro e Isidoro de Sevilla, Fulgencio de Écija y Florentina, un buen número de pasajes de la obra están dedicados a estos últimos, sobre todo, al comienzo, al informar el autor de los supuestos orígenes familiares de Braulio y del contexto histórico en el que transcurrieron su infancia y su juventud (cap. 2 y 5-6), y a la conclusión, pues se reserva al deceso de cada uno de ellos todo un capítulo: el cap. 24 a Fulgencio, el cap. 25 a Leandro y el cap. 26 a Isidoro, dejando el capítulo final de la obra para dar noticia de la muerte de Braulio (cap. 27), como principal protagonista que es del relato. Entre las fuentes aducidas, pueden citarse las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum de Isidoro de Sevilla, el De uiris illustribus de Ildefonso de Toledo, los Dialogi (CPL 1713) de Gregorio Magno, la anónima Vita s. Isidori de origen leonés a la que me he referido más arriba (el tercero de los textos traducidos en este volumen) y la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada. Estas fuentes se completan con la Vita Iohannis eleemosynarii (BHL 4388) de Anastasio el Bibliotecario, la Vita s. Aegidii ab. in Occitania (BHL 93), la Vita Gregorii I papae (BHL 3641-42) de Juan Diácono (Hymmónides), la Vita s. Aegidii ab. in Occitania (BHL 93), un anónimo Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), el Liber s. Iacobi (BHL 4076a), el Planeta (Díaz 2112) de Diego García de Campos y el Sermo in synodis 3 de Guibert de Tournai († 1284), que proporciona el terminus post quem más importante para la datación de la Vita Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810). Y, en menor medida, con la Vita s. Germani ep. Autissiodorensis (CPL 2105) de Constancio de Lyon, la Passio s. Eulaliae Emeritensis (CPL 2069b), la Vita Martini Turonensis (CPL 475) de Sulpicio Severo (de quien se aduce asimismo algún pasaje de la Epistula III [CPL 476] y de los DialoLa Legenda y el De reuelatione han sido editados y estudiados por Martín-Iglesias, “Tres textos”. 7
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gi [CPL 477]), el Registrum epistularum (CPL 1714) de Gregorio Magno, el Sermo in diem s. Mariae (CPL 1251) del Ps. Ildefonso de Toledo, el Epitome de Caesaribus del Ps. Aurelio Víctor y, quizás, el Liber de gradibus humilitatis et superbiae de Bernardo de Claraval. Finalmente, se ofrece la traducción de ocho breves opúsculos de carácter litúrgico en honor de Isidoro de Sevilla (cinco textos: Apéndices I; II, 1; y III-V) y sus tres hermanos: los obispos Leandro de Sevilla († ca. 602) (Apéndice II, 2) y Fulgencio de Écija († ca. 619/29) (Apéndice II, 4), y la virgen consagrada Florentina († 633) (Apéndice II, 3). Estas últimas piezas, todas ellas divididas en lecciones, transmitidas de forma anónima y fechadas entre los siglos xiii y xvi, son, fundamentalmente, centones y resúmenes de las restantes obras incluidas en este mismo volumen.
Isidoro de Sevilla: su familia, su vida, su producción escrita8 Isidoro de Sevilla nació en una fecha indeterminada de la segunda mitad del siglo vi. Su nacimiento puede situarse, de forma siquiera aproximada, hacia los años 560-5709, pues debía tener, al menos, treinta años cumplidos en el momento de su nombramiento como obispo de Sevilla a la muerte de su hermano Leandro hacia el 602, su predecesor en esa dignidad. En efecto, en el canon 19 del Concilio IV de Toledo, presidido por el propio Isidoro de Otra reciente presentación de la vida de este autor, su formación cultural y su producción escrita puede encontrarse en Fear, Wood, “Introduction”, esp. p. 1120. 9 Es el arco cronológico considerado más probable por Madoz, San Isidoro, p. 4; Díaz y Díaz, “Isidoro”, p. 72; Domínguez del Val, Historia, vol. 3, p. 2526; y Elfassi, “Isidore”, p. 3. Vid., no obstante, García Moreno, “La Andalucía”, p. 571, e Id., “Las Españas”, p. 221, quien cree que esta norma bien pudo no haberse aplicado en el caso de Isidoro, puesto que su elección fue debida, fundamentalmente, a la influencia política de su poderosa familia. Recientemente, este mismo estudioso ha señalado que, quizás, la familia de Isidoro no se habría asentado en Sevilla, tras su partida de la provincia Cartaginense, hasta la reconquista de esta ciudad hacia el final del reinado de Atanagildo (555-567), lo que situaría el nacimiento de Isidoro hacia los años 567-570, si su elección se ajustó a la norma conciliar que exigía que el obispo tuviese, al menos, treinta años cumplidos en el momento de su elección, vid. García Moreno, Leovigildo, p. 34 n. 48 y p. 110. 8
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Sevilla en el mes de diciembre del año 633, se prescribe que no deben acceder al rango episcopal “aquellos que no hayan alcanzado la edad de treinta años”10. No es la única posibilidad, sin embargo, pues en el año 385 el papa Siricio (384-399), en una carta al obispo Himerio de Tarragona (ca. 384-ca. 390), había fijado en 45 años la edad mínima para acceder al obispado11. En su De uiris illustribus (CPL 1206), en el capítulo dedicado a Leandro (cap. 28), el propio Isidoro indica que su familia era originaria de la provincia Cartaginense, esto es, una amplia región de Hispania que se extendía a lo largo de la costa mediterránea por las actuales regiones de Valencia y Murcia y llegaba hasta la ciudad de Almería, ya en Andalucía, limitando al norte con la Tarraconense y al sur con la Bética, y adentrándose por el interior de la Península Ibérica hasta llegar a la Lusitania, al oeste, y a la Galaecia al noroeste, abarcando, aproximadamente, las actuales regiones de Castilla-La Mancha, Madrid, el sur de Aragón y las zonas más orientales de Castilla y León12. Por su parte, Leandro, a la conclusión de su tratado De institutione uirginum (CPL 1183), dedicado a su hermana Florentina, recuerda cómo su familia hubo de abandonar su región de origen por causa de la llegada de unos extranjeros, según la interpretación más general del pasaje (cap. 31, 3-7): “En efecto, la tierra a la que se le han arrebatado sus ciudadanos y en la que se han introducido extranjeros, al perder su honor, perdió igualmente la fecundidad” (aquí cap. 31, 7)13. Este suceso, de difícil identificación, ha sido puesto en Concilio IV de Toledo, can. 19, lín. 668-669 (ed. Martínez Díaz, Rodríguez, p. 209). 11 Siricio, Epistula I, cap. 9. Recoge este precepto Fernández Alonso, La cura patoral, p. 48-49. 12 Véase, por ejemplo, el mapa ofrecido por Vallejo Girvés, Hispania, p. 534. 13 Una interpretación semejante se encuentra en Campos Ruiz, “Reglas”, p. 74: “Y no sin el juicio de Dios, pues el país al que se le han arrebatado sus ciudadanos y donde se han metido extranjeros, al perder su honor, perdió su fertilidad”. Es dudoso el sentido del pasaje en Vega, S. Leandri, p. 11: “…porque la tierra a quien arrancaron sus ciudadanos y fue entregada a extraños, en el mismo punto que perdió su dignidad, se vio privada de su fecundidad”; Palacios Royán, “San Leandro”, p. 163: “Pues la tierra a la que han sido arrebatados sus habitantes y entregados a unos extraños, en cuanto perdió su dignidad, careció también de fecundidad”, puesto que esos “extraños” pueden ser perfectamente unos extranjeros. Por el contrario, es 10
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relación, no obstante, con el desembarco del ejército bizantino en la costa oriental hispana en el año 552 ante la solicitud de auxilio al emperador Justiniano I por parte del noble visigodo Atanagildo, rebelado desde el 551, aproximadamente, contra Ágila I (549-555)14. El envío de estas tropas expedicionarias se realizó a cambio de ciertas concesiones territoriales, que con el tiempo provocaron que los bizantinos, que se negaron a retirarse de Hispania tras la victoria de Atanagildo, llegasen a dominar por la fuerza de las armas una amplia franja costera del territorio peninsular que se extendía desde Alicante hasta Cádiz15. Parece lógico suponer, en consecuencia, que la familia de Isidoro estuviese establecida en esa parte de la provincia Cartaginense y que abandonase ésta al ser invadida por los soldados imperiales, pero, probablemente, no antes de comienzos del año 555, en que se produjo un nuevo desembarco de tropas bizantinas en el levante hispano, en esa ocasión con el propósito de acometer la conquista de la Península Ibérica, incluso antes de la llegada al poder de Atanagildo (555-567), precipitada, precisamentotalmente diferente el sentido que otorga al pasaje Barlow, Iberian, p. 227, que traduce: “That land, whence citizens were carried off and sent abroad, lost its fertility as soon as it lost its dignity”. Según esta interpretación, esos “extranjeros” serían Severiano y su familia, expulsados (es decir, exiliados) de su tierra natal (“concessi”) y convertidos, en consecuencia, en “extraños” o “extranjeros” respecto a ella. Dicho exilio no les habría sido impuesto necesariamente por un ejército invasor, sino que pudo haber sido decretado por el monarca visigodo en el poder como represalia contra un miembro de la nobleza hispanorromana de lealtad sospechosa, probablemente, durante el reinado de Ágila I (549-555), un monarca que fue un firme defensor de la fe arriana, de manera que esos “extraños” serían aquellos a quienes se han concedido los bienes materiales arrebatados a sus legítimos propietarios como consecuencia del exilio, vid. Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 353, en que se resume la tesis general del artículo; y Cazier, Isidore, p. 32-35, que fecha la expulsión de la familia de Isidoro entre los años 549 y 552 y entiende que esos “extraños” son los godos, por oposición a los hispanorromanos, a los que pertenecían Severiano y su familia. Debe señalarse, en fin, que más tarde Fontaine se adhirió a la tesis tradicional de ver en esos extranjeros a los bizantinos, vid. Fontaine, “Isidoro”, p. 30 (siguiendo la tesis de Vallejo Girvés, Bizancio, p. 439-441); e Id., Isidore de Séville. Genèse, p. 90-91. 14 El episodio es estudiado por Vallejo Girvés, Hispania, p. 125-164. Son de interés, además: García Moreno, “Colonias”, p. 151-152, e Id., Leovigildo, p. 34 n. 48. 15 Véase el mapa de las posesiones bizantinas en la Península Ibérica incluido en Vallejo Girvés, Hispania, p. 544. Puede consultarse, además: Martin, La géographie, p. 285-289; Vallejo Girvés, Hispania, p. 369-377.
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te, por ese nuevo peligro16. Este desarrollo de los acontecimientos resulta mucho más lógico, si, como se cree, el notable Severiano, el padre de Isidoro de Sevilla, apoyaba al rebelde Atanagildo en su lucha contra Ágila I17. En efecto, no parece tener mucho sentido que Severiano y su familia hubiesen huido de los aliados de la facción política a la que se adherían mientras ambos bandos colaboraban eficazmente. En sus Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum (CPL 1204) Isidoro de Sevilla, que deja ver un claro antibizantinismo en toda su obra18, se refiere a ese conflicto, en especial, en la segunda redacción de esta obra o redacción larga (cap. 46-47). Otras tesis proponen como causa de la partida de Severiano y su familia de la provincia Cartaginense un motivo religioso, bien el rechazo que éstos sentían por la política religiosa de Bizancio19, bien la persecución de los católicos por parte de Leovigildo a raíz de la rebelión de su hijo Hermenegildo20. Esta última tesis obligaría a fechar la salida de la Cartaginense hasta el año 579, al menos, lo que parece poco probable, dado que Isidoro no nació sino después de que su familia abandonase su tierra natal y, en ese caso, apenas habría tenido poco más de veinte años al acceder al episcopado sevillano hacia el año 602. La decisión de trasladarse a la provincia de la Bética se habría visto favorecida, además, quizás, por el hecho de que Severiano o su 16 Creo que este mismo razonamiento es el que lleva a Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 23, a fechar el nacimiento de Isidoro de Sevilla hacia el año 556, tras la caída de Cartagena (la ciudad natal de Isidoro, para Pérez de Urbel) en poder de los bizantinos. Sobre Ágila I, vid. García Moreno, “Ágila I”; y sobre Atanagildo, García Moreno, “Atanagildo”. 17 Así Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 381-387; García Moreno, “La Andalucía”, p. 564-567; e Id., “Las Españas”, p. 220-222. Recientemente, García Moreno, Leovigildo, p. 98, ha señalado que la partida de Severiano y su familia del territorio hispano controlado por Bizancio podría explicarse por el rechazo de éste, en tanto que gran hacendado hispanorromano, del régimen fiscal bizantino, que habría considerado muy perjudicial para sus intereses. 18 Vid., por ejemplo, Hillgarth, “Coins”, p. 489; Blanco Freijeiro, La ciudad, p. 187-188 y 192; García Moreno, “La Andalucía”, p. 572-576; Fontaine, “Isidoro”, esp. p. 30 y 33-36; Velázquez Soriano, “La doble”, p. 105, 111, 119 y 122; Vallejo Girvés, Hispania, p. 383. 19 Beltrán Torreira, “San Leandro”, p. 341-343. 20 González Blanco, “La tradición”, p. 59.
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esposa tuviesen algunas propiedades en esa cercana región, pues la posesión de villas y terrenos dispersos por diversos territorios se aviene bien a lo que se sabe de otras familias aristocráticas en Occidente durante los siglos iv-vi21. La elección de Sevilla, en concreto, podría explicarse, asimismo, por el carácter fuertemente romanizado de esta ciudad22, pero también de profunda raigambre católica, creo, al igual que Córdoba, no en vano los dos principales bastiones del rebelde (y católico) Hermenegildo († 585) contra su padre, el arriano Leovigildo (568-586). Finalmente, por más que en nuestros días esté muy extendida la idea de que la ciudad natal de Leandro, Fulgencio y Florentina fue Cartagena, esto no pasa de ser una mera hipótesis23. En el De institutione uirginum, Leandro escribe a su hermana Florentina que ella era tan pequeña en el momento en que su familia abandonó su tierra natal que, sin duda, no guarda ningún recuerdo de ella (cap. 31, 4). Por el contrario, ninguna fuente antigua indica que Isidoro, el más pequeño de los hermanos, naciese en la Cartaginense. Se admite, por lo tanto, que su alumbramiento se produjo después del traslado de su familia a la región de Sevilla24. Dicho traslado hubo de producirse, en consecuencia, entre el nacimiento de Florentina y el de Isidoro25. Ahora bien, de acuerdo con los Consularia Caesaraugustana (CPL 2267) el rey Atanagildo habría tenido que recuperar la ciudad de Sevilla en el año 567: “Este Atanagildo Así lo creen Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 370-371, 379 y 387; Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 91, añade este estudioso en este trabajo que otra de las causas que pudieron influir en la decisión de la familia de retirarse a la Bética habría sido que ésta fuese la tierra natal de Severiano o de su esposa. Sobre la organización territorial y diocesana de la provincia de la Bética en época visigoda, vid. Sánchez Velasco, Salas Álvarez, “Fuentes”, p. 203-221. 22 Beltrán Torreira, “San Leandro”, p. 344. 23 Ha sido defendida con argumentos sutiles por Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 372-375; y, más recientemente, por García Moreno, Leovigildo, p. 34 n. 48. 24 Séjourné, Le dernier père, p. 22; Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 23, e Id., Los monjes, p. 233; Madoz, San Isidoro, p. 5; Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 103, e Id., “Isidoro”, p. 73; Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 362 n. 32, 375 y 398; Cazier, Isidore, p. 34; Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 91; García Moreno, Leovigildo, p. 34 n. 48. 25 Sin embargo, Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 361-362, creen que Florentina, aunque concebida en la Cartaginense, habría nacido ya, probablemente, en Sevilla. 21
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se apoderó de la ciudad de Híspalis, situada en la provincia Bética, tras hacerle la guerra, y causó muchos daños en Córdoba mediante frecuentes incursiones” (entrada no 6a)26. Dicha noticia se ha interpretado en el sentido de que el ejército bizantino en su conquista de la Península Ibérica habría llegado a apoderarse de Sevilla, que no habría sido recuperada por los visigodos hasta el año 567, hacia el final del reinado de Atanagildo27. Si esto fuese así, cabría preguntarse, entonces, si la familia de Severiano se habría desplazado hasta Sevilla directamente huyendo de los bizantinos y habría permanecido en ella durante el período en que ésta estuvo sometida por el ejército imperial, o bien sólo se habría establecido en ella tras haber sido recuperada por Atanagildo28. Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que la noticia de los Consularia Caesaraugustana no menciona la causa del enfrentamiento militar y que el motivo del asedio y reconquista de Sevilla por parte de Atanagildo pudo no haber tenido ninguna relación con el Imperio bizantino y acaso deba explicarse, más bien, como un conflicto interno del reino visigodo, puesto que no hay ningún otro dato, ya sea proporcionado por la literatura de la época, la epigrafía o los restos arqueológicos, que apoye la presencia bizantina en Sevilla en algún momento del siglo vi29. En la noticia dedicada a su hermano Leandro en su De uiris illustribus (cap. 28), Isidoro da el nombre de su padre: Severiano. Esta noticia, la última de las conservadas de los Consularia Caesaraugustana, obra de autoría discutida, se ha transmitido como una adición marginal a los Chronica de Juan de Bíclaro. Puede leerse en Cardelle de Hartmann, R. Collins, Victoris, p. 61: “Hic Athanagildus Hispalim ciuitatem Hispaniae prouinciae Baeticae sitam bello impetitam suam fecit, Cordubam uero frequenti incursione admodum laesit”. Sobre los Consularia Caesaraugustana puede consultarse Jiménez Sánchez, “Acerca”, esp. p. 362-364 (texto completo) y p. 364-366 (traducción); Martín-Iglesias, “Máximo”. 27 El pasaje es estudiado en Cardelle de Hartmann, Collins, Victoris, p. 108-109 y 112 (estudio de R. Collins); García Moreno, Leovigildo, p. 33-34; y Vallejo Girvés, Hispania, p. 199-200. 28 Domínguez del Val, Leandro, p. 22, cree que, por la razón aducida, la familia de Severiano se habría instalado en Sevilla en el 568, pero entiende, al mismo tiempo, que Isidoro ya había nacido. Una opinión semejante se lee en García Moreno, Leovigildo, p. 34 n. 48. 29 Así Vallejo Girvés, Bizancio, p. 123-124 (aunque esta autora cambiase su apreciación de la noticia de los Consularia Caesaraugustana en su posterior: Vallejo Girvés, Hispania, p. 199-200); Vizcaíno Sánchez, La presencia, p. 140-142. 26
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Puesto que tres de sus hijos ocuparon sedes episcopales en la Bética, cabe deducir que Severiano debía formar parte de una familia poderosa y que era de origen hispanorromano, en virtud de su propio nombre y de los nombres latinos y griegos de sus vástagos30. Es probable su pertenencia a la aristocracia senatorial31 (esto es, a una nobleza municipal de rancio abolengo, pero que no ejercía, necesariamente, una magistratura local32), a pesar de que Isidoro, al referirse brevemente a su padre, no concede a éste ninguno de los calificativos esperables en un caso semejante, como “illustris”, “spectabilis” o “clarissimus”, o incluso “clarus” o “nobilissimus”, u otros semejantes como “potens”, “potentior”, “honestior” o “senior”33. También Leandro, cuando habla de sus padres, se sirve únicamente de términos como “communem matrem”, “mater” o “parentes… communes” (De institutione uirginum, cap. 31, 3-4 y 31, 11). Acaso deba verse en ello un rasgo de la humildad propia de tales prohombres. Ninguno de los citados epítetos, al menos en ese sentido, se encuentra tampoco en los restantes autores y fuentes de los siglos vi-vii que se refieren a cualquiera de los miembros de esta familia, como Liciniano de Cartagena34, Gregorio Magno35, Braulio de Zaragoza, Redempto de Sevilla, Ildefonso de Toledo, 30 Séjourné, Le dernier père, p. 20; Vega, S. Leandri, p. 8; Velázquez Arenas, Leandro, p. 13; Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 102; Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 376; Codoñer, “Isidoro”, p. 444. 31 Es defendida por Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 376-379. De “familia aristocrática”, sin más, la califica Díaz Martínez, “Gregorio”, p. 64-65; y de ‘familia de la alta sociedad hispanorromana’ Navarra, Leandro, p. 19-20. En el caso de la aristocracia hispanorromana ambas expresiones son equivalentes, vid. Reydellet, Isidore, p. 158 n. 248. 32 Vid. al respecto Martin, La géographie, p. 105-103. 33 Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 28: “Leander, genitus patre Seueriano, Carthaginiensis prouinciae Hispaniae” (trad.: “Leandro, nacido de su padre Severiano, de la provincia Cartatinense de Hispania”). Los epítetos que debían aplicarse a los distintos rangos del estamento senatorial, los tres primeros que señalo en esta lista, son recogidos por Isidoro de Sevilla en las Etymologiae, 9, 4, 12. Como se indica en Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 369 n. 48, es dudoso si la referencia al origen Cartaginense debe aplicarse a Leandro o a su padre, lo que, en cualquier caso, no cambia demasiado la interpretación del pasaje. 34 Epistula ad Gregorium papam, cap. 6. 35 Dialogi, 3, 31, 1-6; Moralia in Iob, “Epistola” (ed. Adriaen, S. Gregorii, p. 1-7); Registrum epistularum, lib. 1, 41, ibid. 5, 53 e ibid. 9, 228-229.
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Fructuoso de Braga36, el Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272, Díaz 380) o los concilios visigóticos. El adjetivo “clarus” se lee en Juan de Bíclaro a propósito de Leandro y, ya en el siglo viii, en la Chronica Muzarabica anni 754 a propósito de Isidoro de Sevilla, pero referido a su condición de obispos37; y en los Concilios VIII y XV de Toledo, de los años 653 y 688, respectivamente, Isidoro es calificado de “doctor egregius”38. Sin embargo, un pasaje del De institutione uirginum deja ver que Florentina ocupaba una elevada posición en la sociedad de la Hispania del siglo vi, pues Leandro le da el siguiente consejo: “A las que su condición social haya hecho o haga en el futuro siervas tuyas, y vuestra común profesión hermanas, no debes herirlas por la ligazón de la servidumbre, sino respetarlas por la igualdad de la profesión… Y con esto no pretendo estimularte hacia la humildad hasta el extremo de acrecentar la soberbia de aquellas que, al aceptarlas tú como hermanas, deberían de buen grado ser tus siervas y prestarte asistencia no forzadas por su condición servil, sino con caridad, como libres. Porque ante el Señor no hay acepción de personas (Efes. 6, 9), sino que, al distribuir la gracia de la fe, atiende por igual a la señora que a la sierva, y no es elegida la señora y rechazada la sierva; ambas son igualmente bautizadas, juntas reciben el cuerpo y la sangre de Cristo” (cap. 22, 1-2)39. Así, Florentina es calificada de “domina” (“señora”) respecto de las otras monjas con Vita s. Fructuosi, cap. 1, lín. 6-7. Juan de Bíclaro, Chronica, cap. 77: “Leander Ispalensis ecclesie episcopus clarus habetur” (trad. “Leandro, obispo de la Iglesia hispalense, es tenido por un hombre ilustre”); Chronica Muzarabica anni 754, cap. 14, lín. 3-4: “Isidorum Hispalensem metropolitanum episcopum clarum doctorem Hispania celebrat” (“España honra al ilustre Doctor Isidoro, obispo metropolitano de Sevilla”, trad. de López Pereira, Continuatio, p. 185). Como se ve, en ambos casos el contexto de la expresión no parece favorecer una interpretación del adjetivo “clarum” como ilustre por nacimiento. 38 Concilio VIII de Toledo, lín. 499 (p. 411); Concilio XV de Toledo, lín. 424 (p. 316). 39 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 204. Este pasaje es señalado por Madoz, “Varios”, p. 293-295 (pero véanse, con carácter más general, sobre el sentimiento aristocrático de Leandro en el De institutione uirginum, las p. 287-295, donde se llama también la atención sobre la importancia del cap. 27, de acuerdo con las ediciones modernas); Navarra, Leandro, p. 83-84; Beltrán Torreira, “San Leandro”, p. 340; Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 63 n. 2. 36 37
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las que convive. Y un poco más adelante, sigue diciendo Leandro, abundando en cierta forma en la idea precedente: “Tú, a ejemplo de tu esposo celestial, huye de los honores del siglo y no pretendas ser superior a las demás o que así se te considere” (cap. 23, 5)40. Por otro lado, existe una importante tradición medieval que hace de Severiano un duque de la provincia Cartaginense. El duque provincial (dux prouinciae) de la Hispania visigoda fue un noble godo o hispanorromano con mando militar sobre toda una provincia del reino41, al menos, hasta mediados del siglo vii, momento en que acumuló otras funciones administrativas y judiciales42. Aunque esta noticia no pueda descartarse sin más, no encuentra confirmación en ninguna fuente antigua43. Debe tenerse en cuenta, por otro lado, que es posible que la figura de este duque provincial, del que no se tiene referencia alguna en las fuentes antiguas hasta los tiempos de Recaredo I (586-601)44, fuese creada por el padre de éste, el rey Leovigildo (568-586), mucho despues, en consecuencia, de la partida de Severiano y su familia de la Cartaginense45. Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 205. A saber, de oeste a este y de norte a sur: Lusitania, Galaecia, Tarraconense, Narbonense, Cartaginense y Bética. A los duques de esas provincias se sumaron, quizás, en la segunda mitad del siglo vii un duque de Cantabria y un duque de Asturias, vid. García Moreno, “Estudios”, p. 138-147, quien señala que en el Concilio XIII de Toledo firman las actas ocho duques, por orden de firma (ibid., p. 145 n. 568): Vademiro, Recaredo, Argemiro Égica, Isidoro, Sisebuto, Suniefredo y Sisimiro (Concilio XIII de Toledo, Subscriptiones no 85-90, 94 y 106 [p. 265-267]). Por su parte, Martin, La géographie, p. 75-78, niega la existencia de las provincias de Asturias y Cantabria en época visigoda. 42 Sobre la figura del dux y la categoría del dux prouinciae en la Hispania visigoda pueden consultarse García Moreno, “Estudios”, p. 115-149; Arrechea Silvestre, Jiménez Gutiérrez, “Sobre la provincia”, p. 389-390; Martin, La géographie, p. 167-175. Un útil resumen de las prerrogativas de este alto funcionario se encuentra en García Moreno, “Estudios”, p. 119-124. 43 Lo advierten ya, por ejemplo, Vega, S. Leandri, p. 9; Beltrán, “Algunas”, p. 607; Madoz, “San Leandro”, p. 416 n. 3; Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 101; y Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 379. 44 Martin, La géographie, p. 168. Precisamente, durante el reinado de Recaredo I, el duque de la Lusitania fue un hispanorromano, el duque Claudio, vid. García Moreno, “Estudios”, p. 123; Martindale, The Prosopography, p. 316317 (Claudius 2); Martin, La géographie, p. 169. 45 Así lo cree García Moreno, “Estudios”, p. 118-119; aunque Martin, La géographie, p. 168 n. 35, lo pone en duda. 40 41
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En cuanto a la madre de Isidoro, se ha querido ver en ella a la Túrtur o Túrtura presentada por Leandro de Sevilla en el De institutione uirginum como madre de Florentina (cap. 31, 9-10)46, pero en un contexto claramente alegórico47 en el que el autor desarrolla un pasaje de los salmos a propósito de la tórtola, “turtur” en latín, nombre que se aplica a continuación a la madre espiritual de Florentina: “No alces el vuelo del nido, porque encontró la tórtola donde guardar sus polluelos (Salm. 83, 4). Tú, que naciste de Túrtura, eres hija de la sencillez. En esa sola persona hallarás compendiados los oficios de muchos de tus seres queridos. Mira a Túrtura como a una madre, considera a Túrtura tu maestra; y puesto que ella te engendra todos los días para Cristo con su afecto, estímala como madre más querida que la que te dio el ser. Y como ya estás a cubierto de toda tormenta y de cualquier torbellino mundano, acógete a su seno, que ha de serte tan suave llegarte a su lado y tan dulce cobijarte en su regazo hoy que eres ya adulta, como grato lo era cuando niña”48. Creo, por consiguiente, que puede deducirse de este pasaje que Túrtura no fue en modo alguna la madre de Isidoro y sus hermanos, sino la guía espiritual de Florentina, es decir, la abadesa del convento en el que ésta profesaba y que Leandro opone la figura de Túrtura a la madre que dio el ser a Florentina, su madre biológica49. Unas enigmáticas palabras que Leandro pone en boca de su madre en esa misma obra han hecho pensar a algún estudioso que aquélla pudo ser de fe arriana y, en consecuencia, de origen godo y que sólo habría profesado la fe católica tras la llegada de la faFontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 363-366. Así ya Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 101. 48 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 214-215. 49 Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 27, quien entiende que Túrtura, antes de ejercer como abadesa del monasterio en el que profesaba Florentina, habría sido el aya de ésta, pues habría estado al servicio de Severiano y su esposa; Beltrán, “Algunas”, p. 608; Vega, S. Leandri, p. 9 n. 1; Campos Ruiz, “Reglas”, p. 10; Vives Gatell, “2. Fulgence”, col. 371; Velázquez Arenas, Leandro, p. 13; Cazier, Isidore, p. 35-37. Para Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 89-90, Túrtura fue tanto la madre biológica de Florentina, como la abadesa del monasterio en el que esta última profesaba. Por su parte, Vogüé, Histoire”, p. 103, cree que la forma “turtur” empleada por Leandro no designa, quizás, a una mujer concreta, sino que puede ser, simplemente, una referencia a la vida sencilla y alejada del siglo que practica Florentina. 46 47
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milia a la región de Sevilla (cap. 31, 3): “con frecuencia hablando con nuestra madre, al desear saber yo si le gustaría regresar a la patria, ella, que comprendía que había salido de allí por voluntad divina y para conseguir salvarse, solía responderme, poniendo a Dios por testigo, que no quería ver su tierra y que jamás la volvería a ver, y, bañada en lágrimas, añadía: ‘El destierro me hizo conocer a Dios; desterrada moriré, y deseo recibir sepultura donde adquirí conocimiento de Dios’”50. Podría aducirse en contra de esta tesis la prohibición legal vigente en la Hispania visigoda de los matrimonios mixtos, esto es, entre hispanorromanos (católicos) y godos (arrianos), con vistas no tanto a preservar la pureza racial, como la pureza religiosa, prohibición que no parece haber sido derogada hasta los tiempos de Leovigildo (568-586)51, por más que dichas uniones no debían de ser infrecuentes, en especial, entre las capas altas de la sociedad de ambas razas52. Sea como fuere, quizás haya que entender que dicha conversión se refiere, simplemente, a la entrega de una dama hispanorromana a una vida ascética y consagrada a Dios53. Esta madre, así como Severiano, habían ya fallecido en el momento en que escribe Leandro, pues éste añade (cap. 31, 11): “Por último, queridísima hermana, te ruego que me tengas presente en tus oraciones y no te olvides de nuestro hermano menor Isidoro, 50 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 213. Para la tesis del origen godo y fe arriana de la madre de Isidoro de Sevilla, vid. Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 21, e Id., Los monjes, p. 195 y 233; Madoz, “Varios”, p. 265 n. 2 y p. 287-295 e Id., “San Leandro”, p. 415 n. 1; Beltrán, “Algunas”, p. 608; Vives Gatell, “Florentine”, col. 600, e Id., “2. Fulgence”, col. 371; Domínguez del Val, Leandro, p. 21; Navarra, Leandro, p. 20. Lo da por seguro Sáinz Magaña, “Florentina”, e Id., “Fulgencio”, p. 815. 51 Jiménez Garnica, “El origen de la legislación”, e Id., “El origen de la prohibición”; García Moreno, Hispania, p. 127-128, e Id., Leovigildo, p. 144-145; Collins, “¿Dónde estaban”, p. 220; Valverde Castro, “El reino”. 52 Valverde Castro, “El reino”, p. 523-524; y García Moreno, Leovigildo, p. 145. Se plantea ya este problema Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 22-23. 53 Así Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 355-357, quienes advierten, además, que, probablemente, la citada expresión está inspirada por los episodios bíblicos de Abraham y de la partida del pueblo hebreo de Egipto, quienes abandonan su tierra para salir al encuentro de Dios; Beltrán Torreira, “San Leandro”, p. 340; Cazier, Isidore, p. 31; Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 88-89.
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que nos fue encomendado por nuestros padres a los tres hermanos restantes, tras ponerlo bajo la protección divina, cuando, gozosos y libres de toda preocupación por su niñez, pasaron a la compañía del Señor”54. Por desgracia, no hay en el De institutione uirginum ningún dato que permita fijar con precisión su redacción, por más que ésta se acostumbre a situar al comienzo del reinado de Recaredo I, hacia los años 587-59055. El único dato objetivo es que en la salutación inicial Leandro es calificado de obispo56, lo que proporciona como terminus a quo de dicha obra el año 579, aproximadamente, momento en el que Leandro era ya pontífice de Sevilla, pues de acuerdo con el testimonio de Gregorio Magno (Dialogi, 3, 31, 1), Leandro, ya obispo, influyó de forma decisiva en la conversión al catolicismo del príncipe Hermenegildo († 585), el primogénito del rey Leovigildo. En general, se cree que esta conversión se habría producido en el año 579, coincidiendo con la rebelión de Hermenegildo contra su padre57. No obstante, también se ha propuesto que la conversión de Hermenegildo pudo Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 215. Opiniones contrapuestas en Campos Ruiz, “Reglas”, p. 12 (hacia 580); Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 394-395 (en tiempos de Recaredo I); Velázquez Arenas, Leandro, p. 22 (entre el 577/8 y la partida hacia Constantinopla, que este estudioso fecha en el año 580); Garcia Moreno, “La Andalucía”, p. 569 (hacia 587); Beltrán Torreira, “San Leandro”, p. 336 (en tiempos de Recaredo I, de acuerdo con Fontaine y Cazier); Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 87 (probablemente, hacia 575-600); Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 7677 (hacia 590); Gómez Cobo, “Observaciones”, p. 567-574 (el tratado fue redactado en un contexto histórico de polémica con el arrianismo, por lo que, aunque el autor del artículo no propone ninguna fecha concreta para la composición de esta obra, cabe deducir que debe situarse en tiempos de Leovigildo o, a lo sumo, en los primeros años del reinado de Recaredo I). Por su parte, Domínguez del Val, Historia, vol. 2, p. 441-442, advierte sobre la imposibilidad de fechar con precisión este texto dentro del episcopado de su autor. 56 Velázquez Arenas, Leandro, p. 97. 57 Vid. Thompson, “The Conversion”, p. 11-22; García Moreno, Historia, p. 114-124; Id., “Las Españas”, p. 220-221; Id., Leovigildo, p. 111-112; e Id., “Leovigildo”, p. 523-525; Navarra, Leandro, p. 24; Vallejo Girvés, Hispania, p. 237-238 (y sobre la rebelión de Hermenegildo, p. 235-262). Sobre Hermenegildo, pueden consultarse Orlandis, “Algunas observaciones”; Hillgarth, “Coins”; Vázquez de Parga, San Hermenegildo; Maldonado Ramos, “Algunos precedentes”; Fernández Martínez, Gómez Pallarès, “Hermenegildo”; Marcotegui Barber, “El tratamiento”; Vivancos Gómez, “Hermenegildo”. Sobre el 54 55
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no haberse producido de inmediato tras la rebelión del 579 y que quizás deba ser retrasada un tiempo, probablemente, hasta el año 582, puesto que Leovigildo no inició la campaña militar contra su hijo Hermenegildo hasta esa fecha, lo que sólo se explicaría, según esta tesis, si la conversión de este último no se hubiese producido hasta entonces58. El caso es que no se conoce con precisión la fecha del comienzo del episcopado de Leandro, que suele situarse hacia hacia 577/859. No se presta a discusión, sin embargo, que, cuando Leandro, ya como obispo de Sevilla, redacta el De institutione uirginum, los progenitores de esta ilustre familia habían fallecido. Si Severiano murió antes que su esposa es algo que no puede determinarse, por más que así se haya afirmado en alguna ocasión60.
apoyo de Leandro de Sevilla al rebelde Hermenegildo, puede consultarse también el punto de vista de García Moreno, Leovigildo, p. 110-112. 58 Collins, “¿Dónde estaban”, p. 219-220, y, de forma algo más matizada, Id., La España, p. 53-55. En un trabajo anterior, este mismo estudioso había señalado que la conversión de Hermenegildo habría debido de producirse sólo hacia el final de la contienda, entre el año 583 y la muerte del rebelde en el 585, quizás como reacción frente a las medidas adoptadas en el concilio arriano del año 580 convocado por Leovigildo para atraer a la fe arriana al mayor número posible de católicos, vid. Collins, “Merida”, p. 215-217. 59 Vega, S. Leandri, p. 11; García Moreno, Prosopografía, p. 91-93 (no 178); Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 72. Por el contrario, Maldonado Ramos, “Algunos precedentes”, p. 66, cree que Leandro no accedió al obispado hasta el año 584, aunque no desarrolla su tesis. Sobre la datación del De institutione uirginum, Velázquez Arenas, Leandro, p. 22. Cualquier intento de precisar esta datación no pasa de ser una mera hipótesis. Pueden consultarse, en cualquier caso, Navarra, Leandro, p. 86 n. 27; Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 77. 60 Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 65; Díaz y Díaz, “Isidoro”, p. 73. Parece entenderlo así también Navarra, Leandro, p. 20-21. Si Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 356-357, tienen razón y la conversión de la madre de Isidoro a su llegada a Sevilla responde a la práctica de una vida de ascesis y recogimiento, consagrada a Dios (una idea totalmente verosímil), es posible que ésta fuese consecuencia, como ellos mismos señalan (p. 358 n. 22), de su viudez. De acuerdo con esta interpretación, Túrtura habría podido fundar incluso el monasterio en el que también se refugió Florentina, de modo que aquélla sería, a un mismo tiempo, la superiora y la madre de ésta, vid. Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 365-369 y 378. Creo, no obstante, que esta interpretación no se ajusta a la literalidad de las palabras de Leandro de Sevilla en el cap. 31 del De institutione uirginum, puesto que, en el momento en que éste escribe, Túrtura vive, mientras que la madre de
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Tres fueron los hermanos de Isidoro que llegaron a la edad adulta: Leandro de Sevilla, Fulgencio de Écija (la antigua Ástigi) y Florentina (De institutione uirginum, 31, 11). En la Renotatio librorum domini Isidori, Braulio de Zaragoza, al presentar la figura de Isidoro de Sevilla y el elenco de las obras compuestas por éste, menciona a sus tres hermanos: a Leandro, como predecesor de Isidoro en el episcopado hispalense (lín. 1/2)61; a Fulgencio, como obispo, pero sin especificar su sede (lín. 18); y a Florentina, como virgen consagrada (lín. 34/35). Leandro, Isidoro y Florentina son también presentados como hermanos en el Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae, mientras que Fulgencio es citado, asimismo, por Leandro en el De institutione uirginum (cap. 31, 5). Además, tanto Leandro como Isidoro de Sevilla dedican a su hermana Florentina, respectivamente, el De institutione uirginum62 y el De fide catholica contra Iudaeos (CPL 1198)63. En fin, también Ildefonso de Toledo en su De uiris illustribus presenta a Leandro y a Florentina como hermanos de Isidoro, mientras que no menciona a Fulgencio (cap. 8)64. El hecho de que los nombres de dos de los cuatro hermanos, Leandro e Isidoro, sean griegos y poco comunes en Occidente ha hecho pensar a algún estudioso que la familia pudo ser de origen bizantino65. Florentina ha muerto, como reconocen los propios autores del artículo, vid. Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 366-367. 61 Noticia que confirma Ildefonso de Toledo (657-667) en su De uiris illustribus (CPL 1252), cap. 8: “Isidoro, después de Leandro, su hermano, ocupó la silla de la sede episcopal de Sevilla, de la provincia de la Bética” (trad. Codoñer, El De uiris, p. 129). 62 Velázquez Arenas, Leandro, p. 97. 63 Ziolkowski, The De fide, p. 1. En el prefacio de esta obra Isidoro escribe, además: “Así pues, venerable hermana, te dedico a petición tuya este [tratado] para la edificación de tu devoción, de modo que hago así copartícipe de mi esfuerzo a la persona con la que comparto la suerte de mi sangre” (trad. de Castro Caridad, Peña Fernández, Isidoro, p. 47). Señala el pasaje Díaz y Díaz, “Isidoro”, p. 73. 64 Aunque, en su catálogo de las obras isidorianas (De uiris illustribus, cap. 8, lín. 133/134), Ildefonso cita el De ecclesiasticis officiis, dedicado por Isidoro a Fulgencio, en la carta-prefacio que recoge la dedicatoria, Isidoro no califica de hermano a Fulgencio, a diferencia de lo que hace con Florentina, cuando dedica a ésta el De fide catholica contra Iudaeos. 65 Collins, España, p. 85. Otra explicación de estos nombres en Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 397, donde se propone que serían fruto, quizás, de la
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De los cuatro, Leandro era, sin duda, el mayor66, nacido hacia los años 530-54067. En el De institutione uirginum afirma haber enviado a su hermano Fulgencio de vuelta a su tierra natal en circunstancias peligrosas, quizás con objeto de tratar de recuperar las posesiones familiares que Severiano y su esposa se vieron obligados a dejar atrás al abandonar la Cartaginense (cap. 31, 5)68. Esta devoción de sus padres por los mártires orientales Isidoro de Quíos y Leandro de Esmirna, cuya persecución habrían asemejado con la que sufrían los católicos en Hispania por parte de los godos arrianos. Pero, al margen de que no parece haber existido en la Hispania visigoda anterior al Concilio III de Toledo una firme persecución de la fe católica, el culto de esos santos orientales apenas debió de ser relevante en la Hispania romana y visigoda, puesto que no aparecen recogidos en el fundamental trabajo de García Rodríguez, El culto. 66 Giordano, “Leandro”, p. 110; Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 65 n. 11. 67 Las fechas propuestas giran en torno a esos años: Vega, S. Leandri, p. 11: hacia 540; Velázquez Arenas, Leandro, p. 14: hacia 536-538; Navarra, Leandro, p. 20: hacia 540; Domínguez del Val, Historia, vol. 2, p. 432: hacia 530-540; Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 66: hacia 530-540; Andrés Sanz, “Leandro de Sevilla, San”, p. 280: hacia 535. Sobre Leandro de Sevilla, vid., además, García Moreno, Prosopografía, p. 91-93 (no 178); Salvador Ventura, Prosopografía, p. 130-132 (no 223). 68 Es la tesis de Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 393; Cazier, Isidore, p. 34-35. Por su parte, García Moreno, “La Andalucía”, p. 568 y 570-571, piensa que, acaso, durante el conflicto entre el rey Leovigildo y su hijo Hermenegildo, Leandro, como consecuencia de su apoyo al rebelde, pudo considerar que la situación de la familia en Sevilla era poco segura y que quizás era preferible en esos momentos que los cuatro hermanos regresasen a su tierra natal en la Cartaginense y, llevado por esta idea, habría enviado allí a Fulgencio para valorar dicha decisión sobre el terreno, pero la estancia de Fulgencio en la Cartaginense, y más concretamente, en el territorio de esta provincia bajo dominio de Bizancio, se habría prolongado varios años y habría provocado que la situación de Fulgencio fuese insegura cuando, hacia el año 587, Leandro publicó el De institutione uirginum, en el que tachaba de extranjeros a los bizantinos, al tiempo que se daba a conocer que el nuevo rey, Recaredo I, tenía la intención de servirse del prelado sevillano como uno de los baluartes de su nueva política, todo lo cual habría sido interpretado por la corte de Bizancio como una traición de dicho obispo a sus compromisos con la causa imperial; mientras que González Blanco, “La tradición”, p. 59, cree que bien pudo haber estado justificada por motivos religiosos y que, acaso, fue el obispo de Cartagena quien solicitó la asistencia de la poderosa familia de Severiano, lo que habría provocado que Leandro enviase a su hermano Fulgencio, quizás como obispo auxiliar, lo que justificaría la tradición medieval que hace de Fulgencio obispo de Cartagena (este estudioso se inspira, sin embargo, en parte en tradiciones locales de escaso rigor histórico).
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decisión revela que Leandro ejercía cierta autoridad sobre Fulgencio, lo que sólo cabe explicar por ser aquél el primogénito69. Que Florentina era, probablemente, la tercera en edad se deduce de ese mismo pasaje del De institutione uirginum y de su continuación: “Me lamento, ¡desgraciado de mí!, de haber enviado allí a nuestro hermano Fulgencio, cuyos peligros me tienen sumido en continuo temor… Fuiste sacada de aquella tierra a una edad en la que, aun cuando en ella habías nacido, no puedes ahora recordarla. No guardas recuerdo alguno que permita a tu ánimo sentir nostalgia; dichosa de ti, que ignoras lo que, sin duda, te causaría dolor. Yo, en cambio, te hablo por experiencia…” (cap. 31, 5-6)70. Florentina murió, además, en el año 633, algún tiempo después, en consecuencia, que su hermano Fulgencio, fallecido entre los años 619 y 628/9 (a lo sumo), como señalaré a continuación, lo que sugiere igualmente que podría ser más joven que éste. En esa misma obra, un poco más adelante, se refiere Leandro a Isidoro como el menor de los hermanos: “Por último, queridísima hermana, te ruego que… no te olvides de nuestro hermano menor Isidoro, que nos fue encomendado por nuestros padres” (cap. 31, 11)71. Leandro profesó la vida monástica hasta su nombramiento como obispo de Sevilla (ca. 577/8-ca. 602)72, y acaso pudo llegar Sobre Fulgencio de Écija, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 99 (n 192). Tienen a Fulgencio por el segundo de los hermanos Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 23; y García Moreno, Leovigildo, p. 126. 70 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 214. Sin embargo, para Díaz y Díaz, “Isidoro”, p. 73, Florentina debía de ser mayor que Fulgencio, aunque él mismo admite que lo contrario también sería perfectamente posible. También Campos Ruiz, “Reglas”, p. 9, ve en Fulgencio al tercero de los hermanos. 71 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 215. 72 Que fue monje antes de ser obispo lo afirma Isidoro de Sevilla en el De uiris illustribus, cap. 28. Sin embargo, Collins, España, p. 85, señala que, dado que no se conoce la existencia de ningún monasterio en Sevilla en la segunda mitad del siglo vi, es más probable que Leandro y sus hermanos llevasen una vida de disciplina ascética en la mansión familiar, al estilo del tipo de vida propio de la aristocracia cristiana en Roma y en otras regiones de Occidente desde finales del siglo iv; la misma idea se lee en Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 71, quien añade que, dadas las críticas de Leandro contra los monasterios urbanos en el De institutione uirginum (cap. 26, 1), es probable que dicho monasterio se encontrase en el campo: “No imites a esas vírgenes que habitan en las ciudades en pequeñas celdas, agobiadas por multitud de inquietudes” (trad. Velázquez Arenas, Leandro, p. 209). 69
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a contraer matrimonio en una época temprana de su vida, quizás todavía en su tierra natal, antes de convertirse a la vida religiosa, que abrazó, sin duda, después del traslado de la familia a la región de Sevilla, pues, hablando de la virginidad, dirige a Florentina las siguientes palabras en el De institutione uirginum: “Advierte que el corazón de tu hermano sólo desea tu progreso; comprende su anhelo de que tú estés con Cristo; porque aunque en mí no tengo lo que en ti pretendo perfeccionar, y me aflige haber perdido lo que ansío que tú poseas, sin embargo obtendré parte de mi perdón si tú, que eres la porción mejor de mi sangre, no pones los pies en el camino del pecado (Salm. 1, 1), sino que con firmeza conservas lo que posees” (pref. 29)73. Otro dato importante que se tiene de su vida es que, al comienzo de su episcopado, en los primeros años de la década del 580 (hacia 580/2) se desplazó hasta Constantinopla con el afán de conseguir el apoyo de Bizancio para la causa del católico Hermenegildo contra su padre, el rey Leovigildo, y que allí conoció al futuro papa Gregorio Magno (entonces apocrisiario del pontífice romano en la corte imperial), a quien solicitó un comentario del libro de Job, comentario que ha llegado hasta nosotros en forma de un extenso tratado transmitido bajo el título de Moralia in Iob (CPL 1708). Leandro habría permanecido en Constantinopla, al menos, hasta el año 584, si bien se ha propuesto igualmente como fecha de regreso el año 586, quizás ya como exiliado tras la derrota de Hermenegildo74, en algún momento antes de la muerte de Leovigildo en la primavera de ese año, si se presta credibilidad al testimonio de Gregorio Magno en sus Dialogi (3, 31, 6). En efecto, este autor indica que, antes de morir, el rey arriano confió a Leandro de Sevilla el cuidado del futuro rey, Recaredo I, aunque esta noticia 73 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 181-182. Madoz, “Varios”, p. 283-285, descarta la tesis con argumentos poco convincentes. 74 Esta explicación es preferible a dividir la estancia de Leandro en Constantinopla en dos viajes diferentes: el primero como legado de Hermenegildo y su facción, y el segundo como exiliado del rey Leovigildo. Así ya Vega, San Leandro, p. 19-21; Campos Ruiz, “Reglas”, p. 10-12; García Moreno, Prosopografía, p. 93 n. 7; Beltrán Torreira, “San Leandro”, p. 345. Para Domínguez del Val, Leandro, p. 41-46, toda la estancia de Leandro en Constantinopla sería consecuencia del destierro impuesto por Leovigildo.
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plantea ciertos problemas y podría ser antes una anécdota propia del género hagiográfico que un hecho histórico real75. Y, por otro lado, no implica necesariamente una entrevista personal entre el rey y el obispo, pues dicha encomienda podría haberse realizado por medio de una carta. En fin, en esta breve biografía de Leandro debe tenerse en cuenta también la noticia relacionada al exilio de este prelado que se lee en el De uiris illustribus de Isidoro de Sevilla y a la que me he referido más arriba: “Éste, durante su estancia lejos de su tierra como consecuencia de su exilio, compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, unos libros llenos de erudición en las Sagradas Escrituras y en los que con un estilo vehemente atacó la depravación de la impiedad arriana y la puso de manifiesto, mostrando qué motivos tiene contra los herejes la Iglesia católica y cuánto se diferencia de ellos por sus sentimientos piadosos y los sacramentos de la fe” (cap. 28). Para muchos estudiosos, Leandro se habría exiliado en Constantinopla, pero el lugar concreto del destierro, así como las fechas de éste, son totalmente dudosos, porque pudo Sobre el viaje de Leandro a Constantinopla, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 92-93, e Id., Leovigildo, p. 118, 124, 165-166 y 173 (partidario de fechar el regreso de Leandro a Sevilla tras la muerte de Leovigildo); Velázquez Arenas, Leandro, p. 16-17; Vives Gatell, “2. Fulgence”; Fontaine, Cazier, “Qui a chassé”, p. 388-390; Navarra, Leandro, p. 25-30; Salvador Ventura, Prosopografía, p. 131; Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 104 (quien, como García Moreno, considera más probable que el regreso de Leandro se produjese tras la muerte de Leovigildo); Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 73-74 (quien cree que, tras su regreso a Hispania hacia 583/4, Leandro hubo de permanecer un tiempo en la Cartaginense hasta el final de la rebelión de Hermenegildo, cuando finalmente Leovigildo le habría permitido regresar a Sevilla); Castellanos, Los godos, p. 124-129; Díaz Martínez, “Gregorio”, p. 61-62; Vallejo Girvés, Hispania, p. 249-251. Sobre los problemas que plantea la noticia de Gregorio Magno, vid., por ejemplo, Fontaine, “Conversion”, p. 115-116; Vázquez de Parga, San Hermenegildo, p. 13-14 y 20-22 (que niega que fuese Leandro de Sevilla la fuente de Gregorio Magno en lo relativo al conflicto entre Hermenegildo y su padre); Collins, “Merida”, p. 216-217 (quien cree que Gregorio Magno sólo tuvo noticia de la conversión de Hermenegildo tras la partida de Leandro de Constantinopla); Orlandis, “Gregorio”, p. 91-92; Cazier, Isidore, p. 43-47 (quien cree, pese a todo, en la veracidad del testimonio transmitido por Gregorio Magno); García Moreno, Leovigildo, p. 166 n. 446 y p. 172. Son favorables a la veracidad de la noticia, entendiendo que la fuente de Gregorio Magno debió de ser el propio Leandro de Sevilla, Hillgarth, “Coins”, p. 490; y Vilella Masana, “Gregorio”, p. 170-173. 75
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haber sido desterrado fuera de Sevilla, por ejemplo, o incluso de la Bética, pero en algún otro lugar de Hispania76. Y tampoco es seguro que haya que poner en relación este exilio con la revuelta de Hermenegildo contra Leovigildo, pese a que así lo sugiera un comentario de Gregorio Magno en los Dialogi: “Éste (sc. Leovigildo), al acercarse al final de su vida, víctima de una enfermedad, se cuidó de confiar a su hijo Recaredo, al que dejaba entregado a su misma herejía, al cuidado del obispo Leandro, a quien en el pasado había afligido con gran dureza, con el deseo de que este último hiciese también en el caso de Recaredo lo que había hecho con sus enseñanzas en el caso del hermano de aquél (sc. Hermenegildo)” (cap. 3, 31, 6)77. Esta noticia se pone, asimismo, en relación con el comentario de Isidoro de Sevilla en las Historiae Gothorum en el que se dice que Leovigildo “lleno del furor de la perfidia arriana, promovió una persecución contra los católicos, relegó al destierro a muchísimos obispos y suprimió las rentas y privilegios de las iglesias” (cap. 50, en cualquiera de las dos redacciones del texto)78. Es cierto, no obstante, que el carácter religioso de la obra compuesta durante ese período (esos “dos libros contra los dogmas de los herejes”) y la relevancia concedida dentro de ella al arrianismo sugieren que debe ser anterior al deceso del rey arriano a comienzos del años 586. Esta obra, así como la siguiente de la que da cuenta 76 Collins, “¿Dónde estaban”, p. 215 y 218-219, señala que el destierro de Leandro de Sevilla no fue motivado, probablemente, por su fe religiosa, sino por su participación en la rebelión de Hermenegildo, y que no puede ponerse en relación con la embajada de Leandro ante el emperador en Constantinopla, pues el obispo hispalense debió de ser relegado a algún lugar dentro del territorio dominado por los visigodos y sólo después de la caída de la Sevilla rebelde en manos de Leovigildo en el año 583 (datación de Juan de Bíclaro, Chronica, cap. 68; pero fijada en el 584 por otros autores, como Saitta, “Un momento”, p. 122; y García Moreno, Leovigildo, p. 157); Cazier, Isidore, p. 43-44 (quien señala que los exilios de otros obispos católicos decretados por Leovigildo fueron impuestos dentro del reino visigodo). Sobre el tema del exilio en la Hispania visigoda es fundamental Vallejo Girvés, “Los exilios”, trabajo centrado en los reinados de Leovigildo y Recaredo I; puede consultarse, además: Frighetto, “El exilio”. 77 El amplio pasaje que Gregorio Magno dedica en los Dialogi (3, 31) a los reinados de Leovigildo y Recaredo I, del que forma parte el extracto aquí aducido, es traducido y analizado en García de la Fuente, “Leovigildo”. 78 Traducción de Rodríguez Alonso, Las Historias, p. 257.
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Isidoro de Sevilla en ese mismo capítulo de su De uiris illustribus, un tratado Aduersus instituta arrianorum, esto es, un tratado contra las creencias de los arrianos, pudieron haber sido escritas como reacción frente al concilio de los obispos arrianos convocado por Leovigildo en el 580 para facilitar las conversiones del catolicismo al arrianismo, en el que se trató de reducir en la medida de lo posible los principios dogmáticos y los ritos que separaban a ambas fes cristianas79. Por otro lado, volviendo al problema del exilio de Leandro, otros estudiosos creen que, en realidad, no hubo nunca un destierro oficial decretado por Leovigildo, pues las penas de exilio impuestas por éste se habrían limitado a los católicos de origen germánico (godos y suevos), sino, simplemente, un apartamiento de la patria por propia voluntad del obispo sevillano, tesis que se enfrenta, no obstante, a la dificultad del término utilizado por Isidoro de Sevilla, que habla claramente de exilio (“in exilii sui peregrinatione”)80. Fulgencio llegó a ser obispo de Écija (ca. 610-ca. 619/29)81, firmó, junto con su hermano Isidoro, el Decreto del rey Gundemaro (610-612) en el año 61082 y las actas del Concilio II de Sevilla en el
79 Así ya García Moreno, Leovigildo, p. 166. Sobre el concilio arriano del 580, celebrado en Toledo por deseo de Leovigildo, del que da noticia Juan de Bíclaro en sus Chronica (cap. 57), vid. Thompson, “The Conversion”, p. 20-21; García Moreno, Hispania, p. 126; Id., “La coyuntura”, p. 283-288; e Id., Leovigildo, p. 129-131; Orlandis, “El arrianismo”, p. 60-64; Collins, “¿Dónde estaban”, p. 216-218; Cardelle de Hartmann, Collins, Victoris, p. 130-131; Vallejo Girvés, Hispania, p. 243-244. 80 Vid. Vallejo Girvés, “Los exilios”, p. 36-37. 81 En general, sobre Fulgencio de Écija, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 99 (no 192); Yelo Templado, “Inautenticidad”; Salvador Ventura, Prosopografía, p. 97-99 (no 165); Martín-Iglesias, Scripta de uita, p. 230-231; Sáinz Magaña, “Fulgencio”. 82 Negó la autenticidad de este documento, transmitido como apéndice a las actas del Concilio XII de Toledo del año 681, González Blanco, “La historia”, p. 69-72, e Id. “El decreto”; pero, en general, se tiene por auténtico, vid., por ejemplo, Martínez Díez, “Los concilios”, p. 121-122, e Id., “Concilios españoles”, p. 304-305; Orlandis, Historia, p. 248-252; García Moreno, “Los orígenes”, p. 246-247, e Id., “Gundemaro”, p. 205; Vallejo Girvés, Bizancio, p. 271-274, e Id., Hispania, p. 326-328; Peidro Blanes, “La política”; Mansilla Reoyo, Geografía, p. 314-316.
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año 619, de nuevo en compañía, entre otros, de Isidoro83. Ésta es la última noticia que de él se tiene, aunque no hay testimonio alguno de su sucesor hasta un nuevo concilio provincial de Sevilla (a veces citado como el Concilio III de Sevilla) de fecha incierta, quizás celebrado hacia el año 624, según la opinión mayoritaria, o quizás algo más tarde, hacia los años 628/984. Y, finalmente, Florentina vivió como virgen consagrada en un convento no identificado, pero que se suele situar, con buen criterio, en la región de Sevilla, o incluso en esa misma ciudad85, aunque esta última tesis es menos probable, puesto que Leandro censura los monasterios urbanos en el De institutione uirginum (cap. 26, 1)86. Cabría pensar, incluso, que Severiano o su esposa, a su llegada a la región de Sevilla, pudieron haber fundado un monasterio dúplice en sus posesiones (en el campo), en el que habrían profesado sus hijos y que, mientras Leandro habría salido de él hacia Su firma en el Decreto de Gundemaro se lee en Martínez Díez, Rodríguez, La Colección, vol. 6, p. 209 (subscriptio no 14); y en las actas del Concilio II de Sevilla, en Vives Gatell, Concilios, p. 185, en ambos casos su nombre aparece seguido de la mención de su sede, conforme a la costumbre. Con respecto al Concilio II de Sevilla, se ha llamado la atención sobre los grandes beneficios que la diócesis de Écija (esto es, Fulgencio) obtuvo en dicho concilio por mediación de Isidoro de Sevilla, vid. Sánchez Velasco, Salas Álvarez, “Fuentes”, p. 207. 84 Sobre este concilio, vid. Martínez Díez, La Colección, vol. 1, p. 318-321; García Moreno, Prosopografía, p. 99-100 (favorable a la fecha más tardía); Orlandis, Ramos‑Lissón, Historia, p. 253 y 259-260; Orlandis, “Tras la huella”; Stocking, “Martianus”; Drews, “Jews”, p. 190 y 205-206; Sotomayor Muro, “Sedes”, p. 474 y 485-486; González Salinero, “Isidoro”. Recientemente, la carta de Braulio de Zaragoza (carta no 3, ed. Riesco Terrero) a Isidoro de Sevilla en la que se basan muchas de las dataciones propuestas para este concilio ha sido fechada con nuevos argumentos hacia los años 631/633 por Miguel Franco, Braulio, p. 16-20 (el lector debe tener en cuenta que la carta no 3 de la edición de Riesco Terrero es la epist. II para esta estudiosa). 85 Vega, S. Leandri, p. 65; Vives Gatell, “Florentine”, col. 600, quien cree, además, que habría sido fundado por su hermano Leandro; Salvador Ventura, Prosopografía, p. 91-92 (no 152). Por su parte, Baltar Rodríguez, San Fulgencio, p. 3-4 y 14-15, basándose en un tradición local, identifica este cenobio con el convento de Nuestra Señora del Valle en Écija (y vid., además, Id., “Introducción”, p. 12); recoge esta tradición igualmente Fiestas Lê-Ngoc, “La devoción”, p. 207-209. La descarta como carente de rigor histórico Sáinz Magaña, “Florentina”. 86 Niño Sánchez-Guisande, “Leandro”, p. 71 (el pasaje ha sido aducido más arriba en la n. 71). 83
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el año 577/8 para ejercer como obispo de Sevilla (llevándose con él a Isidoro, al menos), Florentina pudo haber pasado allí toda su vida. Las palabras de Leandro, citadas más arriba, dirigidas a Florentina a propósito de Túrtura: “acógete a su seno, que ha de serte tan suave llegarte a su lado y tan dulce cobijarte en su regazo hoy que eres ya adulta, como grato lo era cuando niña” (De institutione uirginum, cap. 31, 10), hacen pensar que Florentina se cobijaba de pequeña en el seno de Túrtura, porque fue entregada por sus padres a la vida monástica siendo muy niña aún87. Para muchos autores, el tratado se habría redactado en el momento en el que Florentina decidió adoptar la vida conventual88, pero debe abandonarse esta idea: en el momento en que Leandro escribe a Florentina, ésta lleva ya muchos en el convento. Por el contrario, el propósito del De institutione uirginum es hacer desistir a Florentina de su intención de abandonar el monasterio, moverla a reflexionar sobre su decisión y convencerla de lo contrario, esto es, de mantener el pacto establecido con Dios en el momento en que entró en la vida conventual89. En efecto, parece que Florentina habría manifestado a Leandro su deseo de salir del convento y regresar a su tierra natal, donde, de toda evidencia, Leandro y sus hermanos disponían aún de posesiones familiares: “Mas, impelido por la brisa del amor que por ti siento… vengo a suplicarte, hermana, por la Trinidad santísima del Dios único, que no vuelvas la vista atrás como la esposa de Lot, tú que saliste al igual que Abraham de la tierra de tus antepasados, no sea que tu desdichado precedente se convierta en estímulo hacia el bien para las otras, cuando vean en ti lo que ellas han de evitar… No te dejes seducir por la idea de regresar algún día a la tierra que te vio nacer, pues Dios no te habría sacado de allí, si hubiera querido que continuaras habitando 87 Ya lo vio así Cazier, Isidore, p. 31-32 y 36. Se opone, no obstante, a esta interpretación del pasaje Vogüé, Histoire”, p. 102. 88 Vid., por ejemplo, Vega, S. Leandri, p. 65; Campos Ruiz, “Reglas”, p. 10; Velázquez Arenas, Leandro, p. 22-23; Giordano, “Leandro”, p. 110; Domínguez del Val, Historia, vol. 2, p. 439. Esta última es la opinión general, según señala Andrés Sanz, “Leandro de Sevilla”, p. 64. Por mi parte, lo encuentro imposible. 89 Cazier, Isidore, p. 31-32.
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en ella” (cap. 31, 1-2)90. Por otro lado, la exaltación de la virginidad en el prefacio de esta misma obra, junto con expresiones concretas contra el matrimonio como: “¿Por qué pretendes, virgen, entregar a un hombre tu cuerpo que ha sido redimido por Cristo? ¿Te redimió uno y deseas desposarte con otro? ¿Sirves a uno por el precio de la libertad y te condenas con una esclavitud voluntaria?” (pref. 18), o, en unas palabras durísimas: “Tratar de gustar a ojos ajenos es deseo de meretriz, y, si te conduces con la idea de agradar al que con mirada concupiscente te observa, ofendes a tu celestial esposo. Juzga la diferencia que media entre la casada y la virgen; examina las aspiraciones de una y otra; considera, entonces, cuál de las dos sigue el camino recto” (pref. 39)91, y, más adelante: “Recuerda, hermana mía, las tribulaciones que suelen rodear a las nupcias… Los primeros riesgos del matrimonio acostumbran a ser la corrupción, el hastío de la corrupción, la penosa carga de la gestación y los dolores del parto… ¿Adónde va después de morir la que depositó su total alegría en las bodas?” (pref. 43-45)92, y concluye: “Es lícito a la doncella casarse, pero, si no se casa, se ha integrado a los coros de los ángeles… No te dejes arrastrar por los pomposos cortejos de las bodas” (pref. 50 y 56)93, sugieren, además, que Florentina sopesaba la idea de desposarse, lo que explicaría, precisamente, su deseo de abandonar el monasterio. Florentina podría haber manifestado, en consecuencia, a su hermano Leandro, el padre de familia en ausencia de los padres naturales, su intención de contraer matrimonio y tomar posesión, como dueña, de los dominios familiares que le correspondían por herencia en calidad de dote94. Contra todo 90 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 213 (retocada mínimamente por mí). La propuesta, a la que me sumo, es de Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 87. 91 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 180 y 183. 92 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 184. Toda esta sección del prefacio es una fuerte diatriba contra el matrimonio. 93 Traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 185-186. 94 Parece referirse a ello Leandro cuando escribe: “De entrada, si bien lo miras, se venden a sus maridos y junto con la virtud pierden la libertad, cuando al recibir la dote hacen cautiva su virginidad. ¿Qué le queda a la desventurada que pone en venta su pudor? ¿Qué será de ella, si por azares del siglo, como sucede a veces, pierde la dote?” (pref. 46) (traducción de Velázquez Arenas, Leandro, p. 184).
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ello escribe Leandro y, puesto que Florentina, fue enterrada en Sevilla junto a sus hermanos Leandro e Isidoro, el obispo hispalense consiguió imponer su voluntad. Es probable que, huérfana de sus padres, sin el consentimiento de su hermano mayor, Florentina no pudiese realizar sus deseos. El Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272, Díaz 380) ofrece como fecha de la muerte de Leandro el 14 de marzo del año 602 y como fecha del óbito de Florentina, el 28 de agosto del año 63395. Esta segunda viene aceptándose sin discusión, puesto que carecemos de cualquier otro testimonio al respecto, mientras que el año del deceso de Leandro es más discutido, dado que, en la noticia que Isidoro de Sevilla le dedica en su De uiris illustribus (cap. 28), se indica que éste murió en tiempos del rey Recaredo I, cuya muerte suele fijarse en diciembre del 60196. En cuanto a Fulgencio, no se tiene ninguna noticia fidedigna relacionada con la fecha de su muerte y su lugar de enterramiento. Únicamente se sabe que aún vivía en el año 619 y que diez años más tarde, a lo sumo, ya había fallecido97. La iglesia que acogió el sepulcro de los otros tres hermanos no ha sido identificada, tampoco, con precisión, puesto que el epitafio con la noticia de su enterramiento y las fechas de sus muertes sólo se ha conservado por vía de tradición manuscrita y la Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488), esto es, el relato del hallazgo de los restos de Isidoro en Sevilla y de su traslado a León, tampoco especifica en qué iglesia fueMartín-Iglesias, “El Epitaphium”, p. 156. Vid. al respecto García Moreno, Prosopografía, p. 94 n. 3; e Id., “Recaredo I”. Una revisión crítica de la opinión tradicional se encuentra en Martín-Iglesias, “El Epitaphium”, p. 156 n. 38, pues Isidoro de Sevilla, en las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum, fecha la ascensión al trono de Liuva II, el hijo de Recaredo I y su sucesor, en la era 640 (año 602) en la primera redacción de esta obra (cap. 57), corregida en 639 (año 601) en la segunda redacción. Quizás habría que pensar que en el momento de la muerte de Leandro, aceptada la fecha del 14 de marzo del 602 que se lee en el Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae, Liuva II no había aún ascendido al trono. Sobre Liuva II, vid. García Moreno, “Liuva II”, donde no se señala, sin embargo, la existencia de interregno alguno entre ambos monarcas. 97 García Moreno, Prosopografía, p. 99 (no 192), sobre Fulgencio, y p. 99-100 o (n 193), sobre el nombramiento de su sucesor, de nombre Marciano; Salvador Ventura, Prosopografía, p. 147. 95
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ron encontrados. Cabría pensar, no obstante, que era la basílica de las Santas Justa y Rufina, dado que el acuerdo entre el rey de León y Castilla, Fernando I, y el rey taifa de Sevilla al-Mutadid (10421069) (el Benabeth de las traducciones recogidas en este volumen) implicaba el traslado a León de las reliquias de santa Justa, de lo que podría deducirse que el obispo Alvito de León se hallaba en dicha basílica cuando tuvo la visión en la que Isidoro de Sevilla le indicó que Dios les negaba los despojos de la mártir sevillana, pero les entregaba los suyos, señalándole a continuación el lugar en el que estos últimos se encontraban enterrados98. Precisamente, la tradición medieval hace de la iglesia de las Santas Justa y Rufina el lugar de enterramiento de Leandro de Sevilla99, pero los restos de los santos hermanos pudieron, acaso, haber sido guardados en ella ya en tiempos de la conquista árabe. Es significativo, por ejemplo, que Isidoro de Sevilla recibiese la penitencia in extremis en la basílica de San Vicente Mártir100, transformada en mezquita por los árabes en el año 830, lo que sugiere que se trataba de la iglesia catedral. Así, se ha planteado la posibilidad de que los hermanos fuesen sepultados en la catedral hispalense y, ante la amenaza de la conversión de ésta en mezquita, fuesen trasladados a otra iglesia cristiana, como la de las Santas Justa y Rufina, muy prestigiosa, por lo demás, por albergar los restos de las mártires sevillanas por excelencia101. 98 García Moreno, “El Tesoro”, p. 309-310, cree, sin embargo, que la basílica de las santas hispalenses habría sido destruida mucho antes de la llegada a Sevilla de los enviados de Fernando I, de ahí la imposibilidad de encontrar las reliquias de santa Justa. 99 Véase, por ejemplo, el texto recogido en este mismo volumen en el Apéndice II, 2, en honor de Leandro de Sevilla, lección VIª; y las Vitae s. Leandri publicadas en Martín-Iglesias, “En torno”, p. 211 no 94 y p. 214 no 57. Señala esta iglesia como lugar de enterramiento de Leandro Navarra, Leandro, p. 123 y 126; y también García Moreno, “El Tesoro”, p. 309, cree que la basílica de las Santas Justa y Rufina pudo haber acogido el sepulcro de Isidoro y sus hermanos. 100 Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis ep. (CPL 1213), 2 lín. 2021. 101 Vid. Martín-Iglesias, “La translation”, p. 52-53. La tesis es de Williams, “León”, p. 242-243. Que la basílica de San Vicente Mártir fue la primitiva catedral de Sevilla es señalado, también, por Blanco Freijeiro, La ciudad, p. 171-174 y 177.
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No se tiene conocimiento de ninguna obra escrita por Fulgencio o Florentina. Por el contrario, Leandro de Sevilla fue un autor lo suficientemente destacado como para que Isidoro de Sevilla le dedicase una entrada de su tratado De uiris illustribus102. En dicha noticia, una de las más extensas del catálogo de escritores cristianos recogido por Isidoro (cap. 28, 27 líneas), tan importante como la dedicada a Juan Crisóstomo (cap. 6), y sólo superada por las consagradas a Osio de Córdoba (cap. 1, 35 líneas) y al papa Gregorio Magno (cap. 27, de 29 líneas), se atribuyen a Leandro dos libros contra los dogmas de los herejes, en los que dedicó una sección especial a demostrar la impiedad de la herejía arriana (Aduersus haereticorum dogmata, perdido); un pequeño escrito, probablemente en un libro, redactado en forma de preguntas y respuestas, contra los arrianos, una forma literaria que sugiere que pudo ser concebido como un manual escolar (Aduersus instituta arrianorum, también perdido); un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y el desprecio del mundo, dedicado a su hermana Florentina (el ya citado De institutione uirginum et de contemptu mundi); un gran número de cartas (todas ellas perdidas), entre las cuales se contaba una al papa Gregorio Magno (590-604) sobre el bautismo103 y otra 102 Sobre la producción literaria de Leandro de Sevilla, vid. Madoz, “San Leandro”; Domínguez del Val, Leandro, p. 96-112, e Id., Historia, vol. 2, p. 431-478; Andrés Sanz, “Leandro de Sevilla”; Navarra, Leandro, p. 41-111. 103 De la que hemos conservado, sin duda, la respuesta de Gregorio Magno en el Registrum epistularum (CPL 1714), lib. 1, epístola 41, dirigida a Leandro de Sevilla, tal y como ya señaló en su momento Vega, S. Leandri, p. 35. En ella se dice: “En cuanto a la triple inmersión del bautismo, nada se os puede responder de un modo más apropiado que lo que vos mismo habéis manifestado, pues que existan costumbres diversas bajo una misma fe no supone un inconveniente para la santa Iglesia. Nosotros, por nuestra parte, en el hecho de que sumergimos tres veces, simbolizamos los misterios de los tres días de sepultura del Señor a fin de que, cuando el niño es sacado tres veces del agua, quede representada de ese modo la resurrección del Señor al cabo de tres días. Y si, por un casual, alguien considera que esto se hace por veneración hacia la excelsa Trinidad, no supone tampoco ningún inconveniente sumergir una sola vez en el agua al que debe ser bautizado, pues, dado que en las tres personas hay una sola sustancia, no puede ser censurable en modo alguno sumergir al niño en el bautismo bien tres veces, bien una sola, siendo así que en las tres inmersiones pueden simbolizarse las tres personas de la Trinidad y en la única inmersión, la singularidad de la divinidad. Pero, si hasta ahora el niño en el bautismo era sumergido tres veces por los herejes, no creo que esto deba hacerse
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a uno de sus hermanos, en la que desarrollaba la tesis de que no se debe temer la muerte, acaso en relación con su propia muerte y con el propósito de consolar al destinatario104, en quien sería más fácil ver, en ese caso, a Fulgencio que a Isidoro, puesto que este último parece haber vivido junto a Leandro hasta la muerte de éste, aunque no puede descartarse tampoco a Isidoro, porque esa carta podría haber sido, en realidad, un pequeño tratado consolatorio redactado en forma epistolar105; y algunas composiciones litúrgicas, que incluían oraciones elaboradas, parece, sobre un salterio transmitido en una doble edición (es decir, sobre un manuscrito que transmitía el libro de los Salmos en dos versiones distintas, fuesen éstas cuales fuesen, algo que debió ser frecuente, al menos, hasta la decisión de unificar la liturgia hispana aprobada en el Concilio IV de Toledo, presidido por propio Isidoro de Sevilla)106, así como entre vosotros no sea que, mientras cuentan las inmersiones, dividan la divinidad y que, mientras siguen haciendo lo que hacían, se ufanen de haber vencido a vuestra tradición” (la traducción es mía). 104 Pues este tipo de escritos acostumbra ser de carácter consolatorio. Para Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 107-108, esta carta, dirigida probablemente a Isidoro, abordaría el tema filosófico de la meditatio mortis (la meditación sobre la muerte). 105 Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 45, fecha esta misiva en el año 585, durante el período en el que Leandro habría sido desterrado de Sevilla por Leovigildo, tras la victoria de éste en la guerra contra Hermenegildo, y cree que su propósito habría sido exhortar a su hermano menor a no cejar en su lucha contra el arrianismo, aun a riesgo de su vida (idea que se encuentra ya en Séjourné, Le dernier père, p. 2627), y vid. igualmente Id., Los monjes, p. 234-235, con ello este estudioso da crédito al relato de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 11; mientras que Cazier, Isidore, p. 44, cree que fue escrita a Isidoro de Sevilla desde Constantinopla en la época en que la ciudad de Sevilla fue asediada por Leovigildo durante la guerra que éste sostuvo con su hijo rebelde Hermenegildo, esto es, en algún momento de los años 583-584 (la datación, ausente del estudio de Cazier, es mía) – sobre el asedio y conquista de Sevilla durante el conflicto entre Hermenegildo y Leovigildo, vid. García Moreno, Leovigildo, p. 153-157. Para Wood, “A Family Affair”, p. 40, la carta habría sido dirigida a Fulgencio. 106 Mucho se ha discutido sobre la expresión de Isidoro de Sevilla en su De uiris illustribus, cap. 28, lín. 18-19: “in toto enim psalterio duplici editione orationes conscripsit (sc. Leander)”. Vid. al respecto Morin, “La part”, p. 157-161; Domínguez del Val, Leandro, p. 98-102; Navarra, Leandro, p. 50-56 (favorable a ver en esas oraciones un conjunto de colectas sobre un mismo salterio, pero elaboradas en distintos momentos de la vida del autor); Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 107; Andrés Sanz, “Bibliothecam”, p. 42 y 44. Sobre las distintas versiones del
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otras composiciones para la misa y los oficios divinos (perdidas o de dudosa identificación). Es evidente, además, que, en su condición de obispo, Leandro hubo de pronunciar numerosos sermones a lo largo de su vida, no recogidos explícitamente por Isidoro por incluirlos éste, sin duda, entre la producción litúrgica de su hermano. Uno de ellos ha llegado hasta nuestros días, el De triumpho ecclesiae ob conuersionem Gothorum (CPL 1184), transmitido bajo el nombre de Leandro y pronunciado con ocasión del Concilio III de Toledo, del año 589, quizás el sínodo más importante de la historia de la Iglesia en la Hispania medieval, por ser el acto oficial de conversión del reino visigodo del arrianismo al catolicismo, dos años después de que se hubiese convertido de forma privada el rey Recaredo I107. Es probable, además, que Leandro fuese el encargado de redactar o, al menos, supervisar la redacción de las actas del Concilio I de Sevilla, reunido en el año 590, que suscribe en primer lugar, al tiempo que su nombre aparece el primero en la breve carta dirigida al obispo Pagasio de Écija que precede a las actas108. Muerto Leandro, su hermano menor Isidoro fue elevado a la cátedra episcopal sevillana, dignidad que desempeñó entre los años 602, aproximadamente, y 636, según todos los indicios. Los manuscritos que conservan su epitafio coinciden en fijar su muerte el 4 de abril (Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae, lín. 14), pero difieren en el año: 645 (era hispánica 683), de acuerdo con el manuscrito más fiable, en general; 635 (era hispánica 673), de acuerdo con una familia de manuscritos que parece remontar a un modelo perdido del siglo xii; y 631 (era hispánica 669), de acuerdo con el segundo manuscrito más antiguo109. Por su parte, el año 636 como fecha de su muerte (era hispánica 674) aparece recogido en el Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi (BHL 4482) de Redempto de salterio que pudieron circular por la Hispania visigótica, vid. Andrés Sanz, “Las versiones”. 107 Sobre esta pieza, además de los estudios generales sobre el conjunto de la producción escrita de Leandro de Sevilla, baste citar los trabajos particulares de Fontaine, “La homilía”; Orlandis, “La doctrina”; y Gómez Cobo, La Homelia; Id., “Matizaciones”; e Id., “La unidad”. 108 Estas actas y la carta han sido editadas por Vives Gatell, Concilios, p. 151-153. 109 Martín-Iglesias, “El Epitaphium”, p. 155.
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Sevilla, que también sitúa el deceso del santo el 4 de abril (cap. 6, lín. 87/88). Esta última información, sin embargo, plantea ciertos problemas y no es seguro que pueda atribuirse al autor del relato. Entre los datos objetivos que permiten fechar, siquiera de forma aproximada, el fallecimiento de Isidoro de Sevilla deben citarse su asistencia al Concilio IV de Toledo, que presidió el 5 de diciembre del año 633110, y el hecho de que casi cinco años después, su sucesor, Honorato, firma las actas del Concilio VI de Toledo el 9 de enero del 638111. Otros datos que deben tenerse en cuenta son, por un lado, la ausencia del obispo de Sevilla en el Concilio V de Toledo, reunido a finales de junio del 636112; el hecho de que Braulio de Zaragoza, en la Renotatio librorum domini Isidori (lín. 67/68), sitúa la muerte de Isidoro en tiempos de Chintila (636-639), cuyo reinado dio inicio en marzo del año 636113; y que Ildefonso de Toledo, en la noticia que dedica a Isidoro de Sevilla en su De uiris illustribus (cap. 8), afirma que éste se distinguió durante los reinados de Recaredo I (586-601), Liuva II (601/2-603), Witerico (603-610), Gundemaro (610-612), Sisebuto (612-621), Suintila (621-631) y Sisenando (631-636), fallecido este último el 12 de marzo del año 636114. En consecuencia, todas estas informaciones sugieren que Isidoro debió de morir poco después del rey Sisenando, puesto que ya no se distinguió durante el gobierno de Chintila y no participó en junio del 636 en el Concilio V de Toledo. Añádase a todo ello el testimonio, de autenticidad discutida, del epitafio del obispo Honorato de Sevilla, el sucesor de Isidoro115. En él se precisa tanto la Como siempre, el estudio prosopográfico más convincente es el de García Moreno, Prosopografía, p. 93-94 (no 179). Puede consultarse, además: Salvador Ventura, Prosopografía, p. 120-123 (no 208). 111 García Moreno, Prosopografía, p. 95 (no 180). 112 El concilio parece haberse clausurado el 30 de junio de ese año, vid. Orlandis, Ramos‑Lissón, Historia, p. 301. 113 Sobre Chintila, vid. García Moreno, “Quintila”, donde se fija el inicio del reinado de este monarca el 12 de marzo del 636. 114 Sobre Sisenando, vid. García Moreno, “Sisenando”. 115 Se trata del Epitaphium Honorati ep. Hispalensis (ICERV 273, Díaz 372), estudiado, editado y traducido por Fernández Martínez, Carande Herrero, “Dos poemas”, p. 13-22; y de nuevo por estas mismas estudiosas en Carande Herrero, Escolà Tuset, Fernández Martínez, Gómez Pallarès, Martín Camacho, “Poesía”, p. 23-31, y en Fernández Martínez, Carmina, 110
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fecha de la muerte de Honorato, el 12 de noviembre del año 641, como la duración de su episcopado, cinco años y seis meses, lo que sitúa su nombramiento en el mes de mayo del año 636. Esto daría como arco cronológico de la muerte de Isidoro de Sevilla los meses de marzo y mayo del año 636, y en este punto puede añadirse la precisión de la fecha del 4 de abril, sobre la que existe unanimidad en las fuentes antiguas. En conclusión, en el estado actual de nuestros conocimientos, puede aceptarse el 4 de abril del año 636 como fecha más probable del tránsito de Isidoro de Sevilla. Nada se sabe de la vida de Isidoro antes de su elevación a la cátedra episcopal hispalense, pues nada se recoge sobre ella en las fuentes antiguas. Algunos estudiosos, no obstante, han propuesto que se habría iniciado en la vida cristiana como monje, tesis nada descabellada e incluso verosímil, por más que ni Braulio de Zaragoza ni, sobre todo, Ildefonso de Toledo, que concede una gran importancia a la condición monástica de los autores de los que trata, digan nada al respecto116 (téngase en cuenta que no parece que Ildefonso desee acumular méritos en favor de Isidoro en su pequeña noticia sobre éste). Debe descartarse, por lo demás, de esta discusión el poema aducido a menudo en la controversia que p. 318-327. También García Moreno, “El Tesoro”, p. 309, se muestra partidario de la veracidad de la noticia conservada en el epitafio, aunque cree que éste pudo haberse realizado ya en época musulmana. Se han mostrado contrarias, sin embargo, a la autenticidad de esta inscripción Gimeno Pascual, Miró Vinaixa, “Carmina”; y, más recientemente, de nuevo Gimeno Pascual, “Supersunt”; y Sánchez Velasco, “Pruebas”. 116 Sigue siendo fundamental en este tema el trabajo de Pérez Llamazares, “¿San Isidoro”, donde se rechaza de forma categórica la condición de monje de Isidoro en algún momento de su vida. Rechazan igualmente esta condición Madoz, San Isidoro, p. 10; Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 106; Domínguez del Val, Historia, vol. 3, p. 30; y Codoñer, “Isidoro”, p. 445. Favorables a una formación monástica de Isidoro son Férotin, “Deux manuscrits”, p. 379; Séjourné, Le dernier père, p. 28-29; y Pérez de Urbel, San Isidoro, p. 26-27 (dejando a un lado las noticias que este estudioso toma de las leyendas medievales consagradas a Isidoro, el fondo de su argumentación está fundado), e Id., Los monjes, p. 233-236 (este mismo investigador llega incluso a hacerlo abad del monasterio, vid. Id., San Isidoro, p. 51-53, y Los monjes, p. 235-235); y esta idea se encuentra en trabajos más recientes como Linage Conde, “El monacato”, p. 238; y Cabrera Valverde, “San Isidoro”, p. 204. Considera posible la formación monástica de Isidoro Fontaine, Isidore de Séville et la culture, vol. 1, p. 7-8.
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comienza diciendo, en uno de los manuscritos que lo transmiten: “Florus Ysidoro abbati” (“Floro al abad Isidoro”), pues es obra de Floro de Lyon (siglo ix)117. Ha de tenerse en cuenta que Isidoro se vio privado de sus padres siendo aún muy niño (De institutione uirginum, 31, 11) y que, a continuación, quedó bajo la tutela del primogénito de los hermanos, Leandro de Sevilla, del que el propio Isidoro informa que profesó la vida monástica antes de ser nombrado obispo de Sevilla (De uiris illustribus, 28, lín. 1/3). Además de Leandro, también Florentina adoptó la vida monástica, de modo que sabemos que, al menos, dos de los cuatro hermanos se entregaron al monacato. No cabe descartar, en consecuencia, que, hasta la elección de Leandro como obispo sevillano hacia 577/8, Isidoro viviese los primeros años de su vida en un monasterio118. Ya como prelado hispalense, firmó las actas del Decreto de Gundemaro (a. 610), las del Concilio II de Sevilla (a. 619), de carácter provincial, y las del Concilio IV de Toledo (a. 633), de carácter nacional. Presidió, sin duda, los concilios de Sevilla y Toledo, pues es el primer obispo en firmar las actas (en el primer caso como obispo de Sevilla y en el segundo, como obispo metropolitano)119 y en el Decreto de Gundemaro su firma aparece inmediatamente tras la del monarca (aquí también como obispo metropolitano)120. Pero su reputación se asienta sobre su producción escrita, recogida con pormenor en la Renotatio librorum domini Isidori de Braulio de Zaragoza y de forma más sucinta en la entrada que Ildefonso de Toledo le dedicó en su De uiris illustribus (cap. 8). Por el contrario, el catálogo de las obras isidorianas incluido en la deno117 Bogaert, “Florus”, p. 407-408. Se sirven del citado poema, por ejemplo, Férotin, “Deux manuscrits”, p. 377-379; y Séjourné, Le dernier père, p. 27-28; y también lo menciona Pérez Llamazares, “¿San Isidoro”, p. 54. 118 Contra la opinión más generalizada, da por supuesto que Isidoro se entregó a la vida monástica en una primera etapa de su vida Wood, “A Family Affair”, p. 37. 119 Concilio II de Sevilla, p. 185: “Isidorus in Christi nomine ecclesiae Spalensis episcopus ss.”; y Concilio IV de Toledo, lín. 240-241, p. 260: “Ego Isidorus in Christi nomine ecclesiae Spalensis metropolitanus episcopus haec statuta subscripsi”. 120 Decreto de Gundemaro, lín. 74-77, p. 208: “Ego Ysidorus Spalensis ecclesiae prouinciae Beticae metropolitanus episcopus, dum in urbem Toletanam pro occursu regio euenissem, agnitis his constitutionibus assensum praebui atque subscripsi”.
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minada Adbreuiatio Braulii Caesaraugustani ep. de uita s. Isidori Hispaniarum doctoris (BHL 4486o) no es más que una ampliación de la Renotatio escrita por un canónigo de San Isidoro de León con la adición de una serie de obras atribuidas a Isidoro de Sevilla en el León de finales del siglo xii y comienzos del xiii, pero que deben ser tomadas por apócrifas121. Las obras de Isidoro de Sevilla han merecido un gran número de estudios, por lo que resumiré aquí con brevedad qué obras son éstas, a qué géneros literarios pueden adscribirse y cuál es su contenido. Necesariamente, se trata de una visión personal del problema, en especial, en lo tocante a las obras de atribución dudosa, sobre las que todavía hoy en día existen discrepancias entre los estudiosos. La fecha de redacción de algunas de estas obras es también objeto de discusión122. Toda la producción escrita compuesta por Isidoro de Sevilla, al menos, en las versiones que han llegado hasta nuestros días, debe fecharse durante el episcopado del autor, esto es, entre los años 602, aproximadamente, y 636. Braulio de Zaragoza atribuye a Isidoro de Sevilla 17 obras en su catálogo, de las que 15 se han conservado, mientras que existen dudas sobre las otras dos. Por su parte, Ildefonso de Toledo únicamente recoge diez obras isidorianas en su propio inventario, todas ellas citadas ya por Braulio.
121 Ya Vega, “Cuestiones”, p. 87-90, con buen criterio, aconsejaba desconfiar de las noticias propias de la Adbreuiatio y no confirmadas por la Renotatio ni Ildefonso de Toledo. Para los problemas que plantea este texto remito a Martín-Iglesias, Scripta Medii Aeui, p. 25*-29*. Contamos también con una revisión reciente de la información transmitida por la Adbreuiatio a cargo de Andrés Sanz, “Bibliothecam”, p. 37-41. 122 Algunos de los principales trabajos sobre Isidoro de Sevilla, en tanto que escritor, son: Madoz, San Isidoro, p. 23-87; Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 114162; Domínguez del Val, Historia, vol. 3, p. 87-176; Elfassi, Poirel, “Isidorus”; Codoñer, Martín Iglesias, Andrés Sanz, “Isidorus”; Martín-Iglesias, Scripta de uita, p. 219-267; Codoñer, Andrés Sanz, Martín Iglesias, “Isidoro”. Cómodos resúmenes, además, en Codoñer, “Isidoro”, p. 445-450; y Elfassi, “Isidore”, p. 4-7. Además, sobre la Praefatio in Psalterium (CPL 1197) atribuida a Isidoro de Sevilla, pero de dudosa autoría, que habría precedido a una doble edición del texto de los Salmos (a partir de la traducción de los Setenta y de la jeronimiana ex Hebraeo), vid. Andrés Sanz, “De notis”, e Id., “Isidoro de Sevilla”, p. 106-111.
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A esta extensa producción deben sumarse una colección de poemas, los denominados Versus Isidori (CPL 1212); quizás una plegaria que se cantaba en la Vigilia Pascual, la Benedictio lucernae (CPL 1217a) (Bendición de la lámpara)123; seis cartas al obispo Braulio de Zaragoza (CPL 1230o)124 (sobre envíos y solicitudes de códices las más antiguas, y sobre la delicada salud de Isidoro y el envío de las Etymologiae las últimas), otra al obispo Heladio de Toledo (ca. 615-ca. 633) (CPL 1211) (sobre un grave pecado cometido por el obispo de Córdoba) y, quizás, una misiva a un Eugenio obispo de Toledo (CPL 1210) que no puede ser otro que Eugenio I (636-ca. 646)125 (sobre la primacía del pontífice romano)126. Por 123 Brou, “Problèmes”, p. 194-197; Bernal, “La laus cerei”, p. 318-322 y 341345 (es el estudio fundamental); Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 155-156. La edición del texto en Brou, “Problèmes”, p. 195-197, contiene sólo la primera parte de la plegaria y presenta, además, algún error, por lo que es preferible recurrir a Brou, Vives, Antifonario, p. 281-283 (Benedictio lucerne ante altare y Benedictio cerei, que no son más que dos secciones de una misma obra); o Bernal, “La laus cerei”, p. 318322. Los argumentos en defensa de su autenticidad son válidos, pero no disponemos aún de un buen estudio de sus fuentes, que resulta imprescindible antes de que pueda atribuirse con mayor seguridad a Isidoro de Sevilla. Por mi parte, he efectuado una rápida revisión de las posibles fuentes de esta obra, sirviéndome de la Library of Latin Texts (LLT-A 10), y no he encontrado ningún paralelo posterior a Isidoro de Sevilla: p. 281 (f. 172v, 6-7) “vel quod formatur ex nicilo vel quod reparatur ex perdito”, cfr Pedro Crisólogo, Collectio sermonum, serm. 33, 3 lín. 46-47 “Quia qui posuit cum formaret ex nihilo, inposuit iterum ut reformaret ex perdito”; p. 281 (f. 172v, 11) “ut antiquorum tabesceret suavitas amara pomorum”, cfr Jerónimo de Estridón, Epistula 78, 27, 1 (p. 71, 14-15) “in morem litterarum radicum amaritudinem pomorum suauitas conpensabit”; p. 283 (f. 173v, 7-8) “aquis populum docet esse salvandum”, cfr Claudio Mario Victorio, Alethia, 2, 558 “ipse docebit aquis populos sic posse renasci”; p. 283 (f. 173v, 15) “niveo adoperta sub tegmine”, cfr Cipriano Gallo, Heptateuchos, Gén. v. 1083 “niueoque togas sub tegmine sumant”. 124 Dejo a un lado la carta-prefacio de las Etymologiae dirigida a Braulio de Zaragoza que se lee en muchos de los códices de esta obra. 125 Sobre el cual, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 116 (no 247). 126 Reciente edición y estudio de Iranzo Abellán, Martín-Iglesias, “Un nuevo manuscrito”. Ni el estilo ni las fuentes obligan a rechazar su atribución a Isidoro de Sevilla, pero el destinatario, Eugenio I, que fue nombrado obispo de Toledo hacia finales de febrero o principios de marzo del año 636 (antes del 12 de marzo), es decir, apenas un mes antes del fallecimiento de Isidoro, acaecido el 4 de abril de ese mismo año; el tema tratado, la primacía del primado de Roma (el mismo asunto al que se dedica la Epistula ad Claudium ducem del Ps. Isidoro de Sevilla [CPL 1224]); y el hecho de que no se haya conservado más que por vía de tradición indirecta, pues todos los manuscritos existentes dependen de la Vita s. Isidori (BHL 4486) com-
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el contrario, las restantes cartas transmitidas bajo el nombre de Isidoro de Sevilla son, sin duda, apócrifas: al obispo Masona de Mérida (CPL 1209), al duque Claudio de Mérida (CPL 1224), al obispo Leudefredo de Córdoba (CPL 1223) y a un arcediano de nombre Redempto (CPL 1224o). Debió tomar parte, además, en mayor o menor medida en la redacción de las actas del Concilio II de Sevilla y del Concilio IV de Toledo. Ha querido atribuírsele también alguna participación en la elaboración del Decreto de Gundemaro del año 610127. Además de todo ello, se tiene a Isidoro de Sevilla por el compilador y revisor de una colección de actas conciliares de interés para la Iglesia hispana, conocida como Collectio Hispana (CPL 1790), que reunía, junto con quince concilios hispanos (desde el Concilio de Elvira hasta el Concilio IV de Toledo), diez concilios orientales (en su versión latina), ocho africanos y diez galos, además de otras piezas, entre las que se contaban 103 decretales. Dicha colección, pese a estar hoy perdida en la versión atribuible a Isidoro de Sevilla, puede reconstruirse por la tabla de los concilios que recogía, conservada por el manuscrito Wien, Österreichische Nationalbibliohek, lat. 411, del siglo viii128. Por lo que se refiere al catálogo de las obras isidorianas transmitido por Braulio de Zaragoza, éstas pueden agruparse, quizás, en tres grandes etapas de la vida de su autor. La primera se corresponde no tanto con el final del gobierno de Recaredo I (586-601), como, sobre todo, con los reinados de Liuva II (601-603), Witerico (603-610) y Gundemaro (610-612), y coincide con los primeros años de la actividad episcopal del autor. A ella pueden adscribirse cinco tratados exegéticos. De éstos dos pueden calificarse de exégesis literal: uno dedicado a presentar de forma sucinta a los principales personajes de la historia bíblica y puesta por un canónigo de San Isidoro de León a finales del siglo xii o comienzos del xiii, la hacen sospechosa de fraude. Es verdad que el destinatario podría no haber sido Eugenio I de Toledo, sino otro obispo de ese nombre (se ha propuesto a Eugenio de Egara [ca. 628-ca. 633]) y que su dignidad de obispo toledano podría ser fruto de un error de transmisión de la carta original desde su redacción en el siglo vii hasta la copia de la que se disponía en el citado monasterio en los siglos xii-xiii. Sobre Eugenio de Egara, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 211 (no 607). 127 García Moreno, “Las Españas”, p. 221 n. 30. 128 Martínez Díez, La Colección, vol. 1, p. 206-218 y 306-325.
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cristiana (De ortu et obitu patrum [CPL 191]) y el otro a resumir los contenidos de los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y fijar, al mismo tiempo, el corpus bíblico (Prooemia in libros ueteris et noui Testamenti [CPL 1192]). Los otros tres pertenecen al terreno de la exégesis alegórica: uno de ellos se corresponde, en cierta medida, con el De ortu et obitu patrum, pues expone el sentido místico y espiritual tanto de los patriarcas bíblicos, como de los protagonistas de los Evangelios (los evangelistas, Pedro, María, Lázaro, pero también los personajes secundarios, como los sordos, los mudos, un centurión romano, un leproso o un paralítico en concreto y otros semejantes a éstos), y se ha transmitido en tres redacciones, de las que las dos primeras podrían ser obra de Isidoro (De nominibus legis et euangeliorum, más conocido, como Allegoriae quaedam sanctae Scripturae [CPL 1190])129; otro, probablemente inacabado, constituye un comentario del Pentateuco y algunos otros libros del Antiguo Testamento, como Josué, Jueces, los cuatro libros de los Reyes, Esdras y Macabeos (Quaestiones in uetus Testamentum [CPL 1195]); y otro, en fin, está consagrado al simbolismo de los números en las Escrituras (Liber numerorum [CPL 1193]) y podría fecharse asimismo, quizás, en esta primera etapa, sobre todo, si se tiene en cuenta que Braulio de Zaragoza lo cita junto con el tratado De nominibus legis et euangeliorum, aunque quizás haya que considerarlo perdido, por más que en la actualidad se venga identificando con un Liber numerorum transmitido de forma anónima en algunos manuscritos a la conclusión de las Etymologiae del propio Isidoro, un libro en el que, por el momento, no se ha detectado ninguna fuente de época posterior a Isidoro130. A ellos deben añadirse dos libros de Differentiae, esto es, El estudio más reciente es el de Poirel, “Quis”. Ha sido editado y estudiado por Guillaumin, Isidore; este mismo autor se ha reafirmado en la atribución a Isidoro de este libro en Guillaumin, “Sur une liste”, p. 106-107. Su autenticidad es admitida por Elfassi, “Connaître”, p. 63, e Id., “Isidore”, p. 5. Para los problemas que plantea identificar el tratado editado por Guillaumin con el Liber numerorum de Isidoro de Sevilla, vid. Díaz y Díaz, “Introducción”, p. 129-131. Y puede consultarse, además: Martín-Iglesias en Codoñer, Martín-Iglesias, Andrés Sanz, “Isidorus”, p. 407-411, e Id., Scripta de uita, p. 235-237. Sea como fuere, el debate sigue abierto, pues una y otra parte tienen sus argumentos. 129 130
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dos manuales elaborados mediante la explicación de las diferencias que existen entre dos o tres términos parecidos por su forma o por su significado, pero no iguales, uno de contenido gramatical (De differentiis uerborum [CPL 1187] – de datación incierta, no obstante –) y otro de interés espiritual y filosófico (De differentiis rerum [CPL 1202]); un tratado De uiris illustribus (CPL 1206), continuación de los manuales homónimos de la literatura cristiana de Jerónimo de Estridón y Genadio de Marsella, en el que Isidoro se interesa de un modo especial por los escritores de origen hispánico, entre ellos, su propio hermano Leandro de Sevilla131; y unos poemas, que nos han llegado incompletos, para los armarios que guardaban los códices de la biblioteca de la catedral de Sevilla, así como para las paredes de otras estancias como el escriptorio y la enfermería, citados habitualmente como Versus Isidori (CPL 1212) y que incluyen un dístico en honor de Leandro de Sevilla (poema no 14), que dice: “No eres apenas inferior a los antiguos doctores, prelado Leandro. Tus palabras lo demuestran”. La segunda etapa se enmarca dentro del reinado de Sisebuto (612-621) y es un período de plena madurez del autor. Incluye dos tratados históricos: una historia universal del mundo desde la creación hasta el año 615/6 (Chronica [CPL 1205]) y una historia de los pueblos bárbaros que se asentaron en la Península Ibérica en el siglo v, godos, vándalos y suevos, concluida muy poco después de la muerte Sisebuto en el 621 (durante el breve gobierno de Recaredo II, que va de febrero a marzo del 621132), pero comenzada, sin duda, aún en tiempos de este monarca (Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum [CPL 1204]); una regla monástica para un cenobio que no ha podido ser identificado con seguridad (Regula monachorum [CPL 1868])133; dos tratados de polémica religiosa (ambos de datación incierta, en realidad), uno dedicado a los principios sobre los que se asienta la fe cristiana frente a la religión judía (en especial en el segundo de los dos libros que componen esta obra, mientras que el primero está consagrado a la figura de JeExiste un reciente estudio de esta obra en Martín-Iglesias, “El catálogo”. Sobre este monarca, vid. García Moreno, “Recaredo II”. 133 Existe un reciente estudio de Frighetto, A comunidade vence o indivíduo. 131
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sucristo), dedicado, como se ha señalado, a su hermana Florentina (De fide catholica contra Iudaeos [CPL 1198]), y otro a las herejías en general, conocido por la noticia de Braulio de Zaragoza (De haeresibus [CPL 1201]) y que se ha propuesto identificar con un pequeño escrito sobre ese mismo tema conservado sin nombre de autor en el manuscrito R-II-18 de la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (f. 62v-65r), cuya verdadera paternidad ha venido planteando dudas, aunque mi propio análisis del texto tiende a confirmar, de forma inesperada, la atribución a Isidoro de Sevilla134; un tratado sobre el mundo natural, dedicado 134 Ha sido editado por Vega, S. Isidori Hispalensis, p. 25-38, edición en la que se omite una entrada situada entre las no 62 y 63, es decir, tras la entrada dedicada a los estoicos (“Stoici dicunt aequalia esse peccata omnia et poenas pares…”, p. 38 no 62), en el manuscrito R-II-18 de la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, el único testimonio conocido del texto, se lee (f. 65r): “Peripatetici, Aristotele principe, dicunt quandam particulam animae esse aeternam, sed de reliquo uero magna ex parte mortalem” (la fuente es el Indiculus de haeresibus (CPL 636) del Ps. Jerónimo, 25, y fue incorporada de un modo muy parecido en las Etymologiae del propio Isidoro, 8, 6, 13), y, tras ella, sigue la entrada no 63 de la edición de Vega sobre los Académicos (“Academici omnia incerta esse definiunt…”). Entre las fuentes de la obra, además del De haeresibus (CPL 314) de Agustín de Hipona, el Indiculus de haeresibus (CPL 636) del Ps. Jerónimo, y los paralelismos con pasajes de tratados del propio Isidoro de Sevilla como el libro VIII de las Etymologiae (CPL 1186), las Quaestiones in uetus Testamentum (CPL 1195) (In Leuiticum, 11, 4-9) y las Sententiae (CPL 1199) (lib. 2, 2, 12-13; lib. 2, 3, 7b), se detecta el uso de los Moralia in Iob (CPL 1708) de Gregorio Magno, 33, 10, 19 lín. 31-33 (= entrada 64 Vega] (señalado por Fontaine, Isidore de Séville et la culture, vol. 2, p. 727 n. 1), los Chronica (CPL 2257) de Próspero de Aquitania, no 1297 (= entrada 48 Vega), en una versión aumentada con los denominados Additamenta altera 446-457 (CPL 2258), a. 447, 3 lín. 1/5 (Continuatio codicis Ouetensis seu Escurialensis R-II-18) (= entrada 49 Vega), y, sobre todo, el Octauius (CPL 37) de Minucio Félix, 5, 13 (= entrada 61 Vega [p. 38 lín. 3-4]) y el De opificio Dei (CPL 87) de Lactancio (= entrada 61 Vega [p. 38 lín. 2-3]). Estas dos citas son importantísimas, porque las obras indicadas de Minucio Félix y Lactancio sólo se han detectado, por el momento, en la Hispania visigoda, en los tratados de Isidoro de Sevilla. Sobre los problemas relacionados con la autoría de este escrito, vid. Martín-Iglesias en Codoñer, Martín-Iglesias, Andrés Sanz, “Isidorus”, p. 411-417, e Id., Scripta de uita, p. 241-243. Dos estudios recientes insisten en la atribución a Isidoro de Sevilla de pasajes tomados de esta obra en el Liber glossarum (siglo viii), lo que, sinduda, apoya la paternidad propuesta por Vega, vid. Grondeux, “Le traitement”, p. 73; Pirovano, “Il De haeresibus”, esp. p. 204-206 (esta circunstancia ya había sido señalada por Anspach, “Das fortleben Isidors”, p. 356; y Vega, S. Isidori Hispalensis, p. 22). Debe advertirse, no obstante, que en el Liber glossarum también se atribuyen a Isidoro
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a Sisebuto (De natura rerum [CPL 1188]), que versa, entre otros temas, sobre las divisiones del tiempo, las partes del mundo, el cielo, los planetas y las estrellas, los eclipses, los fenómenos naturales, los ríos y los mares135; otro dedicado en dos libros a los ritos, prácticas y festividades de la Iglesia, por un lado, y a los grados eclesiásticos y a los sacramentos, por otro, dedicado por Isidoro a su hermano Fulgencio de Écija (De ecclesiasticis officiis [CPL 1207]); un tratado de cáracter moral, dividido en dos libros, en el primero de los cuales el ser humano, que se confunde con el alma en el desarrollo de la obra, se lamenta por sus pecados y por su peregrinación en este mundo y la razón lo instruye sobre el modo de enfrentarse a sus pesares, mientras que, en el segundo libro, la razón se entrega a una amplia exposición de los preceptos que debe observar el alma para llevar una vida verdaderamente cristiana (Synonyma [CPL 1203]), por lo demás, como otras obras de este autor, se ha conservado en dos versiones distintas, ambas, con toda probabilidad, del propio Isidoro; un amplio tratado en tres libros que comienza como una exposición de carácter teológico sobre las personas de la Trinidad, el alma, la resurrección, el Juicio final, las penas, las recompende Sevilla pasajes tomados de Agustín de Hipona, Ambrosio de Milán, Euquerio de Lyon (las más numerosas), Eutropio, Gregorio Magno y Jerónimo de Estridón, vid. Grondeux, “Le traitement”, p. 82-83; así como, también, del obispo visigodo del último cuarto del siglo vii Julián de Toledo, vid. Alberto, “Poésie wisigothique”, p. 163, y Conduché, “Présence de Julien”, p. 142 y 149 (17 entradas del Liber glossarum cuya fuente es Julián de Toledo son atribuidas, sin embargo, a Isidoro de Sevilla). Estamos, sin duda, ante un opúsculo de origen hispano y redactado en el siglo vii, puesto que el sector del códice R-II-18 del Escorial que lo transmite es, a lo sumo, de comienzos del siglo viii. Se advierten incluso en el De haeresibus ciertos rasgos de estilo que lo emparentan con Isidoro de Sevilla, como la construcción “genitos gloriantur” de la entrada 55 Vega, que, de acuerdo con la Library of Latin Texts - Series A [LLT-10], los Monumenta Germaniae Historica - eMGH 2016, y la Patrologia Latina, sólo se encuentra en las Etymologiae, 9, 2, 57 y en un pasaje del De uniuerso de Rabano Mauro, 16, 2 (PL 111, 438A), basado precisamente en Isidoro de Sevilla. Por su parte, Vega, “El Liber de haeresibus”, p. 249-251, comparó el inicio del De haeresibus (“Nunc haereticorum sententias opinionesque infidelium prosequamur”) con el del cap. 48, 1 del De natura rerum (CPL 1188) de Isidoro de Sevilla: “Nunc terrae positionem definiemus et mare quibus locis interfusum uideatur ordine exponemus”. 135 Nueva traducción anotada, precedida de una útil introducción sobre el autor y la obra, de Kendall, Wallis, Isidore of Seville.
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sas futuras o las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), que pasa luego a interesarse por otros temas de tono doctrinal y moral, como la gracia, la predestinación, el pecado, los vicios y las virtudes o las tentaciones (todo ello de forma detallada), y acaba exponiendo los diversos ideales de vida cristiana, oponiendo la vida contemplativa a la activa, y dedicando secciones especiales a los distintos estados en los que puede vivir un cristiano: los santos, los monjes, los prelados, los príncipes, los jueces, los pobres o los justos y concluyendo con las oportunas reflexiones sobre la brevedad de la vida y la muerte (Sententiae [CPL 1199]), junto con las Etimologías, fue la obra más conocida y apreciada de Isidoro durante la Edad Media, y es citada a menudo como De summo bono (Del sumo bien); y, sobre todo, la primera parte de su compilación enciclopédica, esto es, los actuales libros I-X de las Etimologías (Etymologiae [CPL 1186]), dedicada también a Sisebuto, quizás en el año 620136, y en la que Isidoro se interesa por la gramática, la retórica, la dialéctica, las matemáticas, la medicina, el derecho, la historia, los libros sagrados, las festividades de la Iglesia y los oficios eclesiásticos, la Trinidad, los ángeles, los patriarcas bíblicos, los profetas, los apóstoles y los demás protagonistas de los Evangelios, los mártires, los clérigos y los monjes, los fieles en general, la Iglesia cristiana y las herejías, los pueblos del mundo conocido, sus lenguas, los grados del parentesco y concluye añadiendo una especie de diccionario dedicado, sobre todo, a los adjetivos y sustantivos relacionados con las cualidades y los oficios del ser humano. La tercera y última abarca los reinados de Suintila (621-631) y Sisenando (631-636), pues Isidoro hubo de morir, como he señalado más arriba, poco después de la ascensión al trono de Chintila (636-639). Se caracteriza por un descenso de la producción literaria, quizás porque por entonces Isidoro centró sus esfuerzos en la redacción de las Etymologiae, dando por concluida la segunda parte de esta obra, correspondiente a los actuales libros XI-XX, hacia el 633, por más que escribiese a Braulio de Zaragoza que le enviaba un códice de esta obra falto de revisión debido a su mala salud137. 136 137
Díaz y Díaz, “De patrística”, p. 27. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Braulium Caesaraugustanum ep., no 6.
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En ella el autor se ocupa del cuerpo humano y las edades del hombre, de los animales, del mundo natural, de la geografía de la tierra y de su historia, de las ciudades, de las construcciones del hombre y de los campos, de las piedras y los metales, de la agricultura, la guerra y los juegos, de las naves, los ropajes y los complementos, de los muebles, y de los instrumentos utilizados en la casa y en el campo. Esta última versión de las Etymologiae aparece precedida de una breve dedicatoria a Braulio de Zaragoza. También publicó Isidoro en tiempos de Suintila, en el año 626, una segunda redacción de sus obras históricas (Chronica e Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum), ampliadas con la adición de nuevas noticias y reelaboradas en otros pasajes, con objeto de celebrar, probablemente, a instancia del monarca visigodo, la conquista de las últimas posesiones bizantinas en la Península Ibérica en el año 625. Al tiempo que reescribía ampliamente sus dos obras históricas, redactó, verosímilmente, el epítome de sus Chronica que acabó incluyendo en lo que con el tiempo sería el libro V de las Etymologiae138.
Martín-Iglesias, “El capítulo”; e Id., en Codoñer, Martín-Iglesias, Andrés Sanz, “Isidorus”, p. 362-368. En contra, Codoñer, “El De descriptione”. 138
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TRADUCCIONES
BRAULIO DE ZARAGOZA NOTICIA DE LOS LIBROS DE NUESTRO BUEN SEÑOR ISIDORO DE SEVILLA*
Del obispo Isidoro Isidoro, hombre ilustre, obispo de la Iglesia hispalense, sucesor en esa dignidad del obispo Leandro y hermano de éste, comenzó a sobresalir en época del emperador Mauricioa y del rey Recaredob. En él reclamó la Antigüedad algunos de sus derechos o, más bien, nuestro tiempo vio reflejado en él el saber de la Antigüedad. Fue un hombre versado en todos los registros del discurso, hasta el punto de que, en virtud del uso de la lengua, se hacía entender tanto del rústico como del docto y, cuando la ocasión lo requería, brillaba con una incomparable elocuencia. Por lo demás, qué grande fue su sabiduría fácilmente podrá comprobarlo al punto el lector juicioso a partir de los diversos estudios de aquél y de las obras que
* Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori Hispalensis ep. (CPL 1206°; BHL 4483): Braulionis Caesaraugustani ep. Renotatio librorum domini Isidori – ed. J. C. Martín (CC SL 113B), Turnhout, 2006, p. 199-207. Hay una traducción francesa de Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 433435; y española de Martín-Iglesias, La Renotatio, p. 265-268. a Emperador de Bizancio de 582 a 602. b El rey visigodo Recaredo I (586-601).
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redactó. En fin, entre los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, he querido recordar los siguientes. Escribió, en efecto, unas Diferencias, en dos libros, en los que con gran agudeza distinguió en virtud de su sentido aquellos términos que en su uso diario se emplean impropiamente; unos Proemios, en un libro, en el que, mediante breves noticias, expuso los contenidos de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras; un tratado Del nacimiento, vida y muerte de los padres, en un libro, en el que dio noticia de los principales hechos de aquéllos, del honor que disfrutaron, de su muerte y de su sepultura, sirviéndose de un estilo caracterizado por la brevedad; unos Oficios eclesiásticos, en dos libros, dedicados a su hermano el obispo Fulgencio, en los que con su propio estilo, pero no sin tener presentes las enseñanzas de los antepasados, expuso el origen de los oficios, esto es, por qué es desempeñado cada uno de ellos en la Iglesia de Dios; unos Sinónimos, en dos libros, que elaboró para el consuelo del alma e infundirnos la esperanza de que obtendremos el perdón por nuestros pecados, introduciendo la exhortación de la razón; un tratado Del mundo natural, en un libro, dedicado al rey Sisebuto, en el que, haciendo uso tanto de los estudios de los doctores de la Iglesia como de los de los filósofos, resolvió ciertos aspectos oscuros de los elementos de la naturaleza; un tratado De los números, en un libro, en el que se ocupó en parte de la ciencia aritmética con motivo de los números que aparecen en las Escrituras de la Iglesia; un tratado De los nombres de la Ley y de los Evangelios, en un libro, en el que mostró cuál es el significado trascendente de los personajes que allí se citan; un tratado De las herejías, en un libro, en el que, siguiendo los ejemplos de los antepasados, reunió, con la mayor brevedad con la que pudo, las noticias dispersas sobre el tema; unas Sentencias, en tres libros, que adornó con citas tomadas de los libros de las Enseñanzas morales del papa Gregorioa; una Crónica universal, en un libro, desde el principio del mundo hasta su propia época, redactada con una extraordinaria brevedad de estilo; un tratado Contra los judíos, en dos libros, a petición de su hermana Florentina, que profesó voto de permanecer virgen, en a
El papa Gregorio Magno (590-604).
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los que con testimonios de la ley y de los profetasa probó la veracidad de todas las creencias que profesa la fe católica; un tratado De los hombres ilustres, en un libro, al que nosotros hemos añadido esta noticia; una Regla monástica, en un libro, que organizó del modo más virtuoso posible para uso de su patria y provecho de las almas de los de voluntad débil; un tratado Del origen de los godos, del reino de los suevos y de la historia de los vándalos, en un libro; unas Cuestiones, en dos libros, en los cuales el lector reconoce abundantes materiales procedentes de antiguos tratados; un códice de Etimologías de una enorme extensión, dividido por él en títulos, no en libros, que yo, personalmente, dado que hizo copiarlo a petición mía, pese a que lo dejó inacabado, he distribuido en quince librosb. Todo el que con asiduidad y con detenimiento lea esta obra, que pertenece de todo punto al ámbito de la filosofía, por merecimientos propios no será más un ignorante en lo que respecta al conocimiento de los saberes divinos y humanos. Él, que abundaba en la gracia de las distintas disciplinas, reunió allí de forma resumida todo aquello que, en general, debe conocerse. Existen también con gran distinción en la Iglesia de Dios otras muchas pequeñas obras y composiciones litúrgicasc de este varón. Creo que, después de tantos años de decadencia, Dios lo hizo nacer en estos últimos tiempos en Hispania para restaurar los saberes de los antiguos y lo puso entre nosotros como una especie de apoyo, por así decirlo, a fin de que no nos desplomásemos completamente bajo el peso de la ignorancia. No sin merecimiento podemos aplicarle las siguientes palabras debidas a un filósofod: “Cuando recorríamos desorientados nuestra propia ciudad – dice –, y errábamos por ella como extranjeros, tus libros, por así decirlo, nos han mostrado el camino de vuelta a casa para que así podamos finalmente saber quiénes somos y dónde estamos. Tú nos has mosEs decir, el Antiguo Testamento. Corrijo aquí la lectura por la que opté en mi edición del texto (“in uiginti libros”), en favor, ahora, de la lectura que puede atribuirse al arquetipo (“in xv libros”) y, verosímilmente, al autor. c Sobre este sentido, vid. Rico Camps, “Arquitectura”, p. 40. d Cita literal de Agustín de Hipona, De ciuitate Dei, 6, 2 (p. 167, 20-27), que, a su vez, la toma de Cicerón, el filósofo al que se refiere Braulio de Zaragoza. a
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trado la historia de nuestra patria, el desarrollo de los tiempos, las leyes sagradas, los poderes de los sacerdotes, el derecho privado y el público, los nombres de los reinos, regiones y lugares, de todo lo divino y lo humano, sus diferencias, sus funciones y sus causas”. Por lo demás, con qué río de elocuencia, con cuántos dardos de las Sagradas Escrituras y testimonios de los padres abatió la herejía de los acéfalosa, lo ponen de manifiesto las actas del concilio celebrado bajo su presidencia en Híspalisb, en el que demostró la verdadc enfrentándose al obispo Gregorio, defensor de la citada herejía. Murió en tiempos del emperador Heracliod y del cristianísimo rey Chintilae, aventajando a todos en sana doctrina y más fructífero que cualquier otro en obras de caridad.
Herejes monofisitas. El nombre latino de la actual ciudad de Sevilla. c En este punto, el testimonio de la tradición manuscrita podría estar corrupto (“eam… ueritatem”). No obstante, con objeto de corregir el pasaje se ha propuesto entender: “catholicam… ueritatem”, esto es: “…en el que demostró la verdad de la fe católica”, vid. Galindo en Lynch, Galindo, San Braulio, p. 360 n. 11, variante que sigue en su traducción Fontaine, Isidore de Séville. Genèse, p. 435. d El emperador bizantino Heraclio I (610-641). e El rey visigodo Chintila (636-639). a
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REDEMPTO DE SEVILLA LA MUERTE DEL BIENAVENTURADO ISIDORO, OBISPO DE SEVILLA*a
[Comienza aquí la muerte del bienaventurado Isidoro, obispo hispalense, según fue relatada felizmente por el clérigo Redempto.] (1) Me ha parecido digno de interés exponer brevemente a tu santidad de qué modo nuestro buen señor Isidoro, de gozoso recuerdo, obispo metropolitano de la iglesia hispalense, recibió la penitencia y se confesó ante Dios y ante los hombres, y referir a tu excelencia, tan preciada para mí, la manera en que aquél abandonó esta vida en dirección al cielo. Me ha empujado, en primer lugar, el hecho de rendir servicio a vuestra caridad como consecuencia del interés que mostráis por él, fruto de vuestro amor hacia su persona; y en segundo lugar, dado que no puedo dejar de contar la verdad, también me siento en la obligación, ante tus ruegos, de darte a conocer todo lo que he podido recordar de él, aunque sea tan sólo una pequeña parte de lo mucho que podría contarse. (2) Tan pronto como conoció, no sé de qué modo, que llegaba su fin y advirtió con sutileza, merced a la naturaleza de su alma,
* Redempto de Sevilla, Obitus beatissimi Isidori Hispalensis ep. (CPL 1213): Redempti clerici Hispalensis Obitus b. Isidori Hispalensis ep. – ed. J. C. Martín (CC SL 113B), Turnhout, 2006, p. 379-388.
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que su cuerpo era consumido por una persistente enfermedada, durante unos seis meses, aproximadamente, si no más, repartió a diario entre los pobres, y en una cantidad incluso mayor de lo que había acostumbrado hasta entonces, tantas limosnas que desde que salía el sol hasta el atardecer permanecía recibiendo dádivas para atender a muchos de ellosb. A continuación, fue golpeado de tal modo por su enfermedad que, al acrecentarse la fiebre en su cuerpo y comenzar a rechazar la comida su debilitado estómago, reunió fuerzas para recibir la penitencia e hizo que acudiesen con urgencia junto a él sus coepíscopos, los bienaventurados Juan y Eparcioc. Y al ser transportado desde su celda hasta la basílica de San Vicente Mártir, una muchedumbre tan grande de pobres, clérigos y todo tipo de religiosos junto con todas las gentes de esta ciudad lo acogió entre gritos y grandes gemidos que incluso aquellos que tenían un corazón de hierro se deshacían por completo en lágrimas y lamentacionesd. Y, cuando, ya en la basílica del citado mártir, fue situado en mitad del coro, junto a la cancela del altar, dispuso que la multitud de las mujeres permaneciese lejos de él con objeto de que, en el momento de recibir la penitencia, únicamente se distinguiese a su alrededor la presencia de varones y no se viesen, en efecto, mujeres. (3) Y después de solicitar a los antedichos prelados, a uno de ellos, el cilicio y, al otro, que arrojase ceniza sobre él, elevando sus manos al cielo, comenzó a hablar así: “Tú, Dios mío, que conoces los corazones de los hombres y te dignaste perdonar sus pecados al publicano que permaneció a distancia del templo mientras golpeaba su pechoe, Tú, que te dignaste resucitar a Lázaro, cuando dormía, haciéndolo salir de su sepulcro cuatro días después de la disolución de la carnef, y quisiste que lo acogiese el seno de nuesPasaje inspirado quizás en Sulpicio Severo, Epistula III, 6. El final de esta oración está, quizás, corrupto. Se esperaría que el texto dijese: “…permanecía repartiendo dádivas entre muchos de ellos”. c Los obispos sufragáneos Juan de Elepla (ca. 619-ca. 646) y Eparcio de Itálica (ca. 632-ca. 653). d Pasaje inspirado, quizás, por Sulpicio Severo, Epistula III, 18. e Cfr Luc. 18, 10-13. f Cfr Juan 11, 1-45. a
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tro patriarca Abrahama, acepta en esta hora mi confesión y aparta de tus ojos los innumerables pecados que he cometidob, no tengas presentes mis malas obras, ni quieras recordar los delitos de mi juventud (Salm. 24, 7). Tú, Señor, no estableciste la penitencia para los justos que no pecaron contra ti, sino para alguien como yo, un pobre pecador (Man. 8) que he cometido pecados que sobrepasan en su número a la arena del mar (Man. 9). ¡Que no encuentre en mí el enemigo ancestral nada que castigarc! Tú bien sabes que, desde que, pobre de mí, asumí indignamente esta carga más que este honor en esta santa iglesia, no he dejado de pecar en ningún momento, sino que me he afanado en obrar de un modo inicuod. Y puesto que Tú dijiste que, en cualquier momento en que el pecador, cambiando de conducta, se convierta, olvidarás todas sus iniquidadese, me acuerdo ahora de esta promesa tuya. Con esperanza y confianza clamo, en consecuencia, ante Ti, cuyos cielos no soy digno de contemplar debido a la multitud de los pecados (Man. 9) que se acumulan sobre mí. Atiéndeme, escucha mi oración y concédeme, pecador de mí, el perdón que te solicito. ¿Y si los cielos no están exentos de impurezas a tus ojos (Job 15, 15), cuánto más no he de estarlo yo, un simple hombre, que he bebido la iniquidad como si fuese aguaf y me he saciado del pecado como si fuesen entrañasg?”. (4) A continuación, una vez pronunciadas estas palabras, recibió de los citados pontífices el cuerpo y la sangre del Señor con un profundo gemido de su corazón, pues se consideraba indigno de ello. Solicitó entonces el perdón de esos mismos prelados, así como el de todos aquellos miembros del clero que se hallaban presentes, de los ciudadanos y de todas las gentes, en general, diciendo: “Os suplico tanto a vosotros, santísimos sacerdotes y señores míos, como a la santa reunión de los clérigos y del pueblo, que vuestra Cfr Luc. 16, 22-23. Cfr Salm. 50, 11. c De nuevo, quizás, Sulpicio Severo, Epistula III, 16. d Cfr Jer. 9, 5. e Cfr Ez. 18, 21-22. f Cfr Job 15, 16. g Traducción de “claustra” del texto latino, una lectura considera tradicionalmente como corrupta, pero que, acaso, pueda aceptarse con este sentido. a
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oración se eleve hacia el Señor y que ruegue por un desdichado como yo, cubierto por completo por la mancha del pecado, a fin de que, puesto que por mis propios merecimientos no soy digno de obtener su gracia, merezca por vuestra intercesión alcanzar el perdón por mis pecados. Perdonadme, os lo suplico, aunque soy indigno de ello, las faltas que he cometido contra cada uno de vosotros. Si a alguien he despreciado por odio, si a alguien he negado impíamente mi caridad, si a alguien he corrompido con mi consejo, si a alguien he herido, encolerizándome contra él, perdonádmelo ahora que así os lo suplico, es más, que muestro arrepentimiento”. Y una vez que todos a grandes voces y con lágrimas solicitaron el perdón para él y que él perdonó a todos y cada uno las obligaciones y recibos de sus deudas para con él, habló de nuevo, amonestando a todos los presentes de este modo: “Santísimos obispos y señores míos y demás personas que aquí os encontráis, os ruego y suplico que mostréis caridad los unos hacia los otros, sin devolver mal por mal (I Pedr. 3, 9), y que no difundáis calumnias entre el puebloa. Que no encuentre en vosotros el enemigo ancestral nada que castigarb, que no halle entre vosotros el lobo rapaz ninguna oveja perdida a la que llevarse, sino que, por el contrario, el buen pastor, alejándola de las fauces del lobo y llevándola alegre sobre sus hombros, la guarde en este redilc”. (5) Y así, después de esta confesión y de esta oración, ordenó seguidamente que se distribuyese entre los necesitados y los pobres el dinero que le restaba. ¿A qué fiel puede quedar duda alguna de que al instante, libre ya de todos sus pecados, entró a formar parte de la comunidad de los ángeles? A continuación, quiso ser besado por todos los presentes, diciendo: “Si de todo corazón me habéis perdonado todos aquellos actos malvados y perversos que hasta el día de hoy he cometido contra vosotros, el Creador todopoderoso os perdonará, a su vez, a vosotros todos vuestros delitosd. Así, del mismo modo que el agua de la fuente sagrada que hoy el pueblo Cfr Lev. 19, 16. Cfr Sulpicio Severo, Epistula III, 16. c Cfr Luc. 15, 4-5. d Cfr Mat. 6, 14. a
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devoto va a recibira ha de traeros el perdón por vuestros pecados, así también este beso que nos damos sea para vosotros y para mí nuestra garantía de la vida futura”. (6) Una vez concluidas todas estas ceremonias, fue llevado de regreso a su celda y, al cabo de cuatro días desde su confesión y penitencia, llegó en paz al fin de su cura pastoral y de su vida. Amén. [En la víspera de las calendas de abril, en la decimonovena lunab, era 674.]
Es una referencia, verosímilmente, a la celebración del bautismo de la noche del Sábado Santo que precede al Domingo de Resurrección. En esa fecha, en la madrugada del 30 al 31 de marzo del año 636, Isidoro de Sevilla habría recibido la penitencia in extremis, confesándose y comulgando. b La víspera de las calendas de abril es el 31 de marzo, al que, en el año 636, correspondió la luna 18ª. Es la fecha de la Pascua de ese año. Pero la muerte de Isidoro de Sevilla se habría producido cuatro días más tarde, el 4 de abril, esto es, la víspera de las nonas de abril, tal y como se lee en su epitafio, a la que correspondió ese año la 22ª luna. La era hispánica es correcta, puesto que la era 674 corresponde al año 636. El texto del epitafio de Isidoro de Sevilla se puede leer en Martín-Iglesias, “El Epitaphium”, p. 154 (con traducción en las p. 155-156). a
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(1)a Isidoro, hombre ilustre, obispo de la Iglesia hispalense, fue sucesor en esa dignidad del obispo Leandro y hermano de éste. En él reclamó la Antigüedad algunos de sus derechos o, más bien, nuestro tiempo vio reflejado en él el saber de la Antigüedad. Fue un hombre versado en todos los registros del discurso, hasta el punto de que, en virtud del uso de la lengua, se hacía entender tanto del rústico como del docto y, cuando la ocasión lo requería, brillaba con una incomparable elocuencia. Por lo demás, qué grande fue su sabiduría fácilmente puede comprobarlo al punto el lector juicioso a partir de los diversos estudios de aquél y de las obras que redactó. En fin, entre los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, hemos querido recordar los siguientes. (2)b Escribió, en efecto, unas Diferencias, en dos libros, en los que con gran agudeza distinguió en virtud de su sentido aquellos términos que se emplean impropiamente; unos Proemios, en un libro, en el que, mediante breves noticias, expuso los contenidos de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras; un tratado Del nacimiento y la muerte de los padres, en un libro, ocupándose de los hechos de éstos, dio noticia del honor que disfrutaron, de su muerte y de su sepultura, sirviéndose de un estilo caracterizado * Anónimo, Vita sancti Isidori saeculis xi-xii exarata (BHL –): Vita sancti Isidori ab auctore anonymo ss. xi-xii exarata – ed. J. C. Martín (CC SL 113B), Turnhout, 2006, p. 405-412. a El texto de los seis primeros capítulos está tomado de la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza, aquí: Renotatio lín. 1-11. b Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 12-45.
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por la brevedad; unos Oficios eclesiásticos, en dos libros, dedicados a su hermano el obispo Fulgencio, en los que con su propio estilo, pero no sin tener presentes las enseñanzas de los antepasados, expuso el origen de los oficios, esto es, por qué es desempeñado cada uno de ellos en la Iglesia de Dios; unos Sinónimos, en dos libros, que elaboró para el consuelo del alma e infundirnos la esperanza de que obtendremos el perdón por nuestros pecados, introduciendo el sistema de la exhortación; un tratado Del mundo natural, en un libro, dedicado al rey Sisebuto, en el que, haciendo uso tanto de los estudios de los doctores de la Iglesia como de los de los filósofos, resolvió ciertos aspectos oscuros de los elementos de la naturaleza; un tratado De los números, en un libro, en el que se ocupó en parte de la ciencia aritmética con motivo de los números que aparecen en los Escrituras de la Iglesia; un tratado De los nombres de la Ley y de los Evangelios, en un libro, en el que mostró cuál es el significado trascendente de los personajes que allí se citan; un tratado De las herejías, en un libro, en el que, siguiendo los ejemplos de los antepasados, reunió, con la mayor brevedad con la que pudo, las noticias dispersas sobre el tema; unas Sentencias, en tres libros, que adornó con flores tomadas de los libros de las Enseñanzas morales del papa Gregorio; una Crónica universal, en un libro, desde el principio del mundo hasta su propia época, redactada con una extraordinaria brevedad de estilo; un tratado Contra los judíos, en dos libros, a petición de su hermana Florentina, que profesó voto de permanecer virgen, en los que con testimonios de la ley y de los profetas probó la veracidad de todas las creencias que profesa la fe católica; un tratado De los hombres ilustres, en un libro, al que nosotros hemos añadido esta noticia; una Regla monástica, en un libro, que organizó del modo más virtuoso posible para uso de su patria y provecho de las almas de los de voluntad débil; un tratado Del reino de los godos, del origen de los suevos y de la historia de los vándalos, en un libro; explicó en su sentido histórico y alegórico dos libros de Cuestiones, esto es, del Génesis y de todo el Pentateuco, en los cuales el lector reconoce abundantes materiales procedentes de antiguos tratados; un códice de Etimologías de una enorme extensión, dividido por él en títulos, no en libros, que yo, personalmente, dado que hizo co-
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piarlo a petición mía, pese a que lo dejó inacabado, he distribuido en veinte libros. (3)a Y son cuarenta y cuatro libros. Todo el que con asiduidad y con detenimiento lea esta obra, que pertenece de todo punto al ámbito de la filosofía, por merecimientos propios no será más un ignorante en lo que respecta al conocimiento de los saberes divinos y humanos. Él, que abundaba en la gracia de las distintas disciplinas, reunió allí de forma resumida todo aquello que, en general, debe conocerse. Existen también con gran distinción en la Iglesia de Dios otras muchas pequeñas obras y composiciones litúrgicas de este varón que nos ha parecido prolijo recoger aquí, pues encontramos que son muy numerosas para referirse a ellas una por una. (4)b Creo que, después de tantos años de decadencia, Dios lo hizo nacer en estos últimos tiempos en Hispania para restaurar los saberes de los antiguos y lo puso entre nosotros como una especie de apoyo, por así decirlo, a fin de que no nos desplomásemos completamente bajo el peso de la ignorancia. No sin merecimiento podemos aplicarle las siguientes palabras debidas a un filósofo: “Cuando recorríamos desorientados nuestra propia ciudad – dice –, y errábamos por ella como extranjeros, tus libros, por así decirlo, nos han mostrado el camino de vuelta a casa para que así podamos finalmente saber también con tranquilidad dónde estamos. Tú nos has mostrado la historia de nuestra patria, el desarrollo de los tiempos, las leyes sagradas, los poderes de los sacerdotes, el derecho privado y el público, los nombres de los reinos, regiones y lugares, de todo lo divino y lo humano, sus diferencias, sus funciones y sus causas”. (5)c Por lo demás, con qué río de elocuencia, con cuántos dardos de las Sagradas Escrituras y testimonios de los padres abatió la herejía de los acéfalos, lo ponen de manifiesto las actas del concilio celebrado bajo su presidencia en Híspalis, en el que demostró la verdad enfrentándose al obispo Gregorio, defensor de la citada herejía. Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 45-50. Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 51-61. c Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 62-66. a
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(6)a Comenzó a sobresalir en época del emperador Mauricio y del católico rey Recaredo y hasta los tiempos del emperador Heraclio y del piadosísimo Chintila, rey de los godos en las Hispanias. Murió en paz en los tiempos de estos últimos, aventajando a todos en sana doctrina y más fructífero que cualquier otro en obras de caridad. Esto escribe sobre él el obispo Braulio de Cesaraugusta. (7) Por su parte, el bienaventurado Ildefonsob, arzobispo de la sede toledana, da el mismo testimonio sobre aquél, diciendo que alcanzó en su forma de expresarse una fluida elocuencia tan llena de encanto que la riqueza admirable de su discurso causaba tanto asombro en sus oyentes que, debido a ello, quien lo escuchaba no podía retener lo que oía a menos que se le repitiese en varias ocasiones. (8)c Tan pronto como conoció, no sé de qué modo, que llegaba el fin de su vida y advirtió, merced a la naturaleza de la sutileza de su alma, que su cuerpo era consumido por una persistente enfermedad, todos los días, durante unos seis meses, aproximadamente, si no más, desde que salía el sol hasta el atardecer, repartió limosnas a diario entre los pobres, y en una cantidad incluso mayor de lo que había acostumbrado hasta entonces. A continuación, al acrecentarse la fiebre en su cuerpo y comenzar a rechazar la comida su debilitado estómago, reunió fuerzas para recibir la penitencia e hizo que acudiesen junto a él sus coepíscopos Juan y Eparcio. Y al ser transportado desde su celda hasta la basílica de San Vicente, lo recibió con grandes gemidos una muchedumbre de clérigos y de gentes de la ciudad. Y cuando fue situado en mitad del coro, junto a la cancela del altar, dispuso que las mujeres permaneciesen lejos de él con objeto de que, en el momento de recibir la penitencia, únicamente se distinguiese a su alrededor la presencia de varones.
Mezcla aquí el autor dos pasajes diferentes de la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza: lín. 2-3 y lín. 67-69. b Se refiere el autor a Ildefonso de Toledo (657-667), de cuyo De uiris illustribus toma estas líneas, que extrae de la entrada dedicada a Isidoro de Sevilla (cap. 8). c Desde aquí hasta el final del texto sigue el autor el Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi de Redempto de Sevilla, aquí: Obitus cap. 2 lín. 11-28. a
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(9)a Y después de solicitar a los antedichos obispos, a uno de ellos, el cilicio y, al otro, que arrojase ceniza sobre él, elevando sus manos al cielo, dijo: “Tú, Dios mío, que conoces los corazones de los hombres y te dignaste perdonar sus pecados al publicano, mientras golpeaba su pecho, acoge en esta hora mi confesión”. Y así, después de pronunciar estas palabras y otras muchas, recibió el cuerpo y la sangre del Señor con un profundo gemido de su corazón. Solicitó entonces el perdón de los clérigos y los laicos, diciendo: “Os suplico, queridísimos, que intercedáis por mí, que soy indigno, a fin de que por vuestra intercesión merezca alcanzar el perdón por mis pecados”. (10)b Y, al solicitar todos a grandes voces el perdón para él, los exhortó a que mostrasen caridad los unos hacia los otros. A continuación, dispuso que se distribuyese entre los necesitados el dinero que le restaba. Entretanto, quiso ser besado por todos los presentes, diciendo: “Si de todo corazón me habéis perdonado aquellos actos malvados y perversos que hasta el día de hoy he cometido contra vosotros, el Señor os perdonará, a su vez, vuestros pecados. Así, del mismo modo que el agua de la fuente sagrada que hoy el pueblo devoto va a recibir ha de traeros el perdón por vuestros pecados, así también este beso que nos damos sea para vosotros y para mí nuestra garantía de la vida futura”.
a Este capítulo es el resultado de la unión de dos pasajes distintos del Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi de Redempto de Sevilla: cap. 3 lín. 29-36 y cap. 4 52-62. b Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi, cap. 4 lín. 65-70 y cap. 5 lín. 75-83.
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El santo cuerpo de éste por el favor de Dios fue sacado de la ciudad de Híspalis después de 468 años y sepultado con el honor que merecía en la ciudad de León. Cómo se llevó esto a cabo, hemos considerado digno de incluirlo en este relato, si bien no con un estilo elegante, sí, al menos, fiel. Así pues, en el año septuagésimo quinto desde la muerte del gloriosísimo prelado Isidoro, todo el pueblo de los godos por la voluntad inescrutable de Dios fue entregado para que fuese herido por una espada infiela. En efecto, los sarracenos, un pueblo ultramarino, atravesando el mar que solaza a la ciudad de Híspalis, se apoderaron, en primer lugar, de esta misma ciudad. A continuación, ocuparon las provincias de la Bética y la Lusitania. Contra ellos salió a enfrentarse con las armas el rey Rodrigob al frente del ejército de los godos. Pero, como el citado rey, despreciando la religión de Dios, se había entregado en manos de los vicios, de inmediato fue puesto en fuga y todo su ejército fue destruido por
* Translatio s. Isidori Legionem a. 1063 (BHL 4488) – ed. J. C. Martín-Iglesias (CC CM 281), Turnhout, 2016, p. 3-10. He publicado ya dos traducciones: Martín-Iglesias, “Relatos”, p. 227-232; e Id., “La translation”, p. 55-61 (en francés, en versión de J. Elfassi). Hay, además, una traducción francesa parcial de Henriet, “Translations”, p. 266-267. a El final de esta oración parece inspirado por las Homiliae in Euangelia de Gregorio Magno, 1, 1 (p. 6, 22). b Rey visigodo (710-711).
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la espada casi hasta su total exterminioa. Tras ello, los sarracenos avanzando a lo largo y a lo ancho perpetraron innumerables y horribles crímenesb. Cuántos crímenes y cuántas crueldades entre los nuestros cometieron éstos, lo atestiguan los pueblos arrasados y las murallas derruidas de ciudades ilustres por su antigüedad. En aquella época terrible, toda Hispania hubo de lamentar que a lo largo de ella se arrasasen monasterios, que se destruyesen episcopadosc, que los libros de la ley sagrada fuesen entregados a las llamas, que las riquezas de las iglesias fuesen saqueadas y que todos sus habitantes fuesen víctimas del hierro, el fuego y el hambre. Finalmente, aquella misericordia que no acostumbra a aniquilar hasta su extinción a aquellos contra los que se lanza, sino a corregirlos, castigándolos con compasión, fortaleció el valor de cierto Pelayod que procedía de un regio linaje y, así, éste, rebelándose contra los sarracenos, entabló combate contra ellos en el lugar que recibe el nombre de Cueva de Santa Maríae. Por lo demás, de qué modo en aquel choque la mano de Dios luchó en favor de los nuestros puede advertirse en el hecho de que el poder de Dios volvió contra los propios sarracenos los proyectiles arrojados por ellos con sus armas y en que cierto peñasco, hendido por voluntad divina, rodó hacia abajo y acabó con un número no insignificante de sarracenos, aplastándolosf. En caso de que alguien desee conocer con detalle todo esto, que lea la triste historia de aquellos tiempos. Desde ese momento la gloria y el reino del pueblo godo comenzaron a crecer de nuevo, poco a poco, como el brote de una raíz que vuelve a la vida y, gracias al celo de los reyes que, nacidos de linaje real, gobernaron con nobleza el reino, alcanzaron vigor lentamente con el paso del tiempo. Fueron, en efecto, célebres por sus hazañas y su valor, ínclitos por su prudencia, insignes por Noticia tomada, sin duda, de la Chronica Adefonsi III, 7. Expresión que recuerda los Punica de Silio Itálico, 12, 387. c Parece que el autor recurre de nuevo a las Homiliae in Euangelia de Gregorio Magno, 17, 16 (p. 130, 365-366), aunque una expresión muy semejante se lee también en los Dialogi de Gregorio Magno, 3, 38, 3. d El rey Pelayo de Asturias (718-737). e Es una referencia a la batalla de Covadonga, acaecida en el año 722. f La fuente es la Chronica Adefonsi III, 10, citada en la frase que sigue como “la triste historia de aquellos tiempos”. a
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su misericordia y su justicia y llenos de devoción religiosa. Éstos, además, crearon episcopados, fundaron iglesias y las dotaron de riquezas, oro y piedras preciosas, las adornaron con libros y, en la medida de sus fuerzas, extendieron la gloria del nombre de Cristo. De su ilustre linaje surgió Fernando, varón clarísimoa, hijo del rey Sanchob. Qué grandes y frecuentes estragos causó aquél entre los sarracenos, cuando alcanzó el cetro del reino, no es nuestra intención exponerlo. Entre las restantes acciones que, impulsado por su piedad, llevó a cabo religiosamente, solicitó al rey de la ciudad de Híspalis, Benabethc, que le entregase el cuerpo de la santísima virgen Justa, que descansa en esa misma ciudadd, con objeto de llevársela a la ciudad de León. A la petición del rey, tal y como éste quiso, Benabeth mostró su consentimiento y le prometió que se la entregaría. Obtenida semejante promesa, el rey Fernando convocó al venerable Alvito, obispo de la ciudad de Leóne, y al honorable varón Ordoño, obispo de Astorgaf, y, además, al conde Nuño con una pequeña tropa de soldados, y los envió a Híspalis para traer desde allí el cuerpo de la citada virgen. Éstos, al llegar, comunicaron al rey Benabeth el motivo de su embajada. Éste les dice: “Sé, ciertamente, que he prometido a vuestro señor lo que decís, pero ni yo ni ninguno de los míos os mostrará el cuerpo que buscáis. Buscadlo por vosotros mismos y, una vez encontrado, tomadlo y partid”. Tras recibir esta respuesta, el venerable obispo Alvito se dirige en secreto a sus compañeros con estas palabras: “Como veis, compañeros, a menos que la misericordia divina nos asista en el a Fernando I, rey de Castilla de 1035 a 1037, y a raíz de la muerte del rey de León Bermudo III (1028-1037), hermano de su esposa Sancha, rigió asimismo el reino de León hasta su deceso en 1065. b Sancho Garcés III, rey de Pamplona (1004-1035). c El rey taifa de Sevilla al-Mutadid (1042-1069), de la dinastía Banû Abbâd, nombre del que procede, por deformación, Benabeth. d Una virgen hispanorromana martirizada, según la tradición, junto con su hermana Rufina a finales del siglo iii d. C. e Obispo de León, primero como obispo auxiliar o coadjutor del obispo Cipriano, entre 1047 y 1057, y luego ya como único obispo titular de la sede leonea de 1057 a 1063. f Obispo de Astorga de 1061 a 1066.
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propósito de nuestro viaje, volveremos sin haber podido llevarlo a cabo. Es necesario, en consecuencia, queridísimos, que solicitemos la ayuda de Dios y que insistamos en ello durante estos próximos tres días mediante ayunos y oraciones hasta que la majestad divina se digne revelarnos el oculto tesoro del santo cuerpo”. Pareció bien a todos la propuesta del prelado y cumplieron ese período de tres días entregándose al ayuno y a la oración. Y ya al tercer día, tras recorrer el Olimpo, se había puesto el sola y había sobrevenido la cuarta noche, cuando el venerable prelado Alvito se entregaba aún sin descanso a la oración. Entonces, mientras sentado en una silla recitaba para sí mismo no sé qué salmo, es vencido por el sueño. Se le apareció entonces cierto varón provisto de venerables cabellos blancos y que llevaba en su cabeza la mitra episcopal, y se dirigió a él con estas palabras: “He sabido, ciertamente, que tú y tus compañeros habéis venido a llevaros el cuerpo de la santísima virgen Justa y transportarlo lejos de aquí. Aunque no es deseo de la voluntad de Dios que esta ciudad se vea desolada por la partida de esta virgen, no obstante, la bondad divina no os enviará de vuelta con las manos vacías. En efecto, se os entrega mi cuerpo. Tras haceros con él, lleváoslo y regresad sanos y salvos a vuestros hogares”. Al preguntarle el reverendo varón Alvito quién era el que tales consejos le daba, responde: “Yo soy el doctor de las Hispanias Isidorob, obispo de esta ciudad”. Y dicho esto, desapareció ante los ojos del que lo veía. El prelado, por su parte, una vez despierto, comenzó a felicitarse por la visiónc y a orar a Dios con mayor insistencia, rogándole que, si esta visión procedía de Dios, se manifestase con todo detalle una segunda y una tercera vez, pero si esto no era así, que alejase de él. Y tras rezar en este sentido, se durmió de nuevo. Y he aquí que, apareciéndosele el mismo varón, le habló con palabras Expresión poética inspirada quizás por la Ilias Latina, 108. Es posible que el autor de este relativo tomase la expresión “doctor de las Hispanias” del diploma por el que el rey Fernando I donó el monasterio de Santa Marta de Tera al obispo Ordoño de Astorga (Scripturae, doc. 67, p. 174), fechado el 23 de diciembre de 1063, es decir, el día después de que las reliquias de Isidoro de Sevilla se depositasen solemnemente en el monasterio de San Isidoro de León. c Ha podido inspirarse aquí el autor de la Epistula II, 5, de Sulpicio Severo. a
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que no diferían en absoluto de las anteriores y de nuevo desapareció. Despabilándose por segunda vez, el pontífice imploraba con mayor alegría al Señor que la visión lo exhortase a ello por tercera vez. Y mientras oraba a Dios con insistencia, es invadido por tercera ocasión por el sueño. El varón antedicho se le apareció como había hecho ya una primera y una segunda vez y repitió por tercera vez lo que había dicho antes. Y, golpeando por tres veces el suelo de la tierra con el báculo pastoral que llevaba en la mano, le mostró el lugar en el que descansaba el santo cuerpo, diciendo: “Aquí, aquí, aquí encontrarás mi cuerpo. Y para que no creas que te has visto engañado por una falsa visión, ésta será para ti la señal de la veracidad de todo esto: tan pronto como hayas puesto mi cuerpo sobre la tierra, te verás afectado por graves molestias corporales a las que seguirá de inmediato el fin de tu vida. Y así, liberado de este cuerpo mortal, te reunirás con nosotros”. Dicho esto, la visión se retiró. Se despierta el prelado convencido de la veracidad de tan importante visión y feliz por la elección de que es objeto. Y, al llegar la mañana, dijo a sus compañeros: “Conviene, queridísimos, que, inclinando nuestros rostros, rindamos veneración a la omnipotencia divina, que se ha dignado asistirnos con su gracia y no ha permitido que nos veamos privados de la recompensa de nuestro viaje. En efecto, por deseo divino se nos prohíbe llevarnos de aquí los restos de la bienaventurada Justa, virgen consagrada a Dios, pero nos llevaremos un presente no inferior, pues vamos a transportar el cuerpo del santísimo Isidoro, que ejerció la dignidad episcopal en esta ciudad y con sus obras y escritos adornó Hispania”. Esto dice y les revela de principio a fin los pormenores de su visión. Tras oír todo esto, dan gracias a Dios, acuden juntos ante el rey de los sarracenos y le cuentan todo por orden. Al oír esto, aquél, aunque infiel, considerando, no obstante, el poder de Dios, sintió un gran temor y les respondió: “Y si os entrego a Isidoro, ¿con quién me quedo yo aquí?”. Pero, como no le era posible menospreciara a unos varones de tan gran autoridad, les da permiso para buscar los restos del santo confesor. Relataré unos hechos increía
Giro poético en latín que el autor pudo leer acaso en la Thebais de Estacio, 7, 733.
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bles, sin embargo, recuerdo haberlos oído a aquellos que estuvieron presentes entonces. Mientras se buscaba la tumba del santo cuerpo, se encontró en el suelo de la tierra la señal del báculo con el que el bienaventurado confesor había mostrado, mediante tres golpes, el lugar del sepulcro. Abierto éste, emanó de él una fragancia de un olor tan maravillosoa que impregnó los cabellos y las barbas de todos los presentes de un modo semejante a la humedad de la niebla o al perfume de un bálsamo. El santo cuerpo estaba cubierto por un ataúd de madera hecho de enebro. Y tan pronto como fue abierto, el obispo Alvito, reverendo varón, cayó enfermo y al séptimo día, tras recibir la penitencia, de acuerdo con las palabras de la visión entregó su espíritu a los ángeles, según creemos. Entonces, el obispo de Astorga Ordoño y todo el ejército, haciéndose cargo de los despojos del bienaventurado Isidoro y del cuerpo del prelado leonés Alvito, se apresuraban a regresar ante el rey Fernando. Y cuando el cuerpo del santísimo Isidoro fue puesto en las andas de madera, el rey de los sarracenos , el citado Benabeth, puso sobre el cuerpo de aquél un paño de seda tejido con extraordinaria habilidad y, dejando oír grandes suspiros que procedían de lo más profundo de su pecho, dijob : “He aquí que partes de este lugar, Isidoro, varón venerable. Sabes bien, no obstante, hasta qué punto cuanto a ti te atañe me atañe a mí también. Por ello te ruego que siempre te acuerdes de mí”. Recuerdo haber oído estas palabras a aquellos que las oyeron. Así, una vez llevado a cabo todo esto, regresaron a sus hogares con la mayor alegría. A su llegada, el gloriosísimo rey Fernando montó grandes fastos. Y aunque estaba triste por el fallecimiento del prelado leonés Alvito, a quien siempre había venerado con la mayor devoción, no obstante, celebró la llegada del gloriosísimo confesor Isidoro con una pompa llena de solícita atención. Colocó el santo cuerpo en la basílica de San Juan Bautista que él mismo había hecho construir recientemente y, en presencia de todos los nobles varones y obispos de su reino, hizo que ésta fuese consagraNuevamente, una expresión que se lee tanto en las Homiliae in Euangelia (36, 13 [p. 345, 360-361]), como en los Dialogi (4, 28, 4) de Gregorio Magno. b Siguen tres hexámetros cuantitativos bien construidos. a
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da en honor del santo confesor. Y en nuestro tiempo el décimo día antes de las calendas de eneroa se celebra anualmente de un modo festivo el aniversario de la consagración de la iglesia y del traslado del santo prelado. Se cuenta que, con ocasión de aquella primera celebración, el clarísimo rey y toda su familia por el fervor que sentían por el santo confesor, mostraron, llenos de humildad, una devoción tan grande que, cuando llegó la hora de la comida, el rey, dejando a un lado su elevada posición real, servía alegremente con sus propias manos, a la manera de los criados, los exquisitos alimentos a todos los religiosos presentes y que la reina con sus hijos e hijas, siguiendo el ejemplo de los siervos, ofrecía humildemente todo tipo de atenciones al resto de la multitud. Por lo demás, en ese lugar en el que los restos del santo cuerpo son objeto de veneración por parte del pueblo fiel, tantos y tan grandes milagros se ha dignado llevar a cabo nuestro señor Jesucristo para honor y gloria de su nombre, devolviendo la vista a los ciegos, restituyendo la capacidad de oír a los sordos, expulsando espíritus inmundos de los cuerpos poseídos o concediendo caminar bien de nuevo a los cojos, que, si alguien instruido los fijase por escrito, llenaría no pocos volúmenes de libros. Mas, en parte, por falta de pericia y, en parte, por falta de celo, permanecen olvidados, cubiertos por el silencio. Pero si la fe llena de confianza de quienes le supliquen así lo solicita, todavía hoy en día nuestro señor Jesucristo se digna llevar a cabo milagros no inferiores por intermedio de su confesor. Los restos del santo confesor fueron sacados de la ciudad de Híspalis y trasladados hasta León en el año 1063 de la encarnación de nuestro señor Jesucristo, indicción I, concurrente III. A la gloria del santo pontífice parece que atañe también lo siguiente, el hecho que, si bien la ciudad de Híspalis, gracias al cálido vapor del mar, nunca había acostumbrado a sufrir la quemazón del frío, sin embargo, el año en que los santos restos fueron llevaron lejos de allí, hasta tal punto fue asolada por un frío glacial que El 23 de diciembre. Debe tenerse en cuenta que los antiguos se servían de un cómputo inclusivo, de modo que para ellos el décimo día antes de una fecha concreta, en este caso, el 1 de enero, es el noveno para nosotros. a
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ni en los viñedos, ni en los olivares ni en los higuerales quedó fruto alguno. Que cada uno se exprese tal y como lo siente. Por lo que a mí respecta, afirmo que incluso los propios elementos advirtieron la partida del santo cuerpo y que, al advertirlo, lo sintieron mucho y por voluntad de Dios castigaron con la privación de los frutos de la tierra a los habitantes de la ciudad que se había visto privada de tan gran patrono. Con estas obras y otras semejantes glorifica a sus elegidos ante la mirada de los mortales Jesucristo, que, en presencia de Dios padre y de los santos ángeles, gratifica a aquéllos con el premio de verlo, el cual en compañía de su Padre y del Espíritu Santo, un solo Dios, vive y reina por los siglos de los siglos, que nunca han de llegar a su fin. Amén.
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MARTINO DE LEÓN SERMÓN SOBRE EL TRÁNSITO DE SAN ISIDORO*
(1)a Isidoro, varón ilustre, natural de Cartagena, nacido de Severiano, su padre, y obispo de la Iglesia hispalense, fue hermano y sucesor santísimo del obispo Leandro. Este bienaventurado varón, entregado desde su infancia al estudio de las letras, instruido en las letras latinas, griegas y hebreas, versado en todos los registros del discurso, fue de amable conversar y talento sobresaliente y se mostró ilustrísimo tanto por su vida como por sus enseñanzas. Y así, en efecto, avanzando de virtud en virtudb, refulgió como un doctor eximio hasta el punto de que, de acuerdo con el registro de su discurso, se mostraba igualmente apto y vigoroso por su incomparable elocuencia en la instrucción de todos, ya fuesen latinos, griegos o hebreos, ya fuesen sabios o menos inteligentes. Tanta sabiduría, ciencia y santidad poseyó este varón gloriosísimo que con razón puede decirse de élc: “He aquí un gran sacerdote que en los días de su vida agradó a Dios y fue encontrado justo”.
* Martini Legionensis sermo in transitu sancti Isidori (BHL 4485) – ed. J. C. Martín-Iglesias (CC CM 281), Turnhout, 2016, p. 13-19. a El comienzo del sermón (cap. 1) está construido sobre noticias tomadas de la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza (lín. 1-7) y del cap. 28 (sobre Leandro) del De uiris illustribus de Isidoro de Sevilla. b Cfr Salm. 83, 8. c Cfr Sir. 50, 1. Cfr el Corpus antiphonalium officii, vol. 3, 2544.
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(2) La forma ‘sacerdote’ es un nombre compuesto a partir del griego y del latín y se dice ‘sacerdote’ como si se dijese ‘el que da lo sagrado’. Del mismo modo que ‘rey’ deriva de ‘regir’, así también ‘sacerdote’ deriva de ‘santificar’ y de ‘dar lo sagrado’a. Hay dos motivos, ciertamente, por los que alguien se convierte en un gran sacerdote: el primero es que vive adecuadamente, el segundo, que enseña adecuadamente. Aunque un doctor de la Iglesia viva adecuadamente, con todo, si no enseña adecuadamente, no es grande. Y aunque enseñe adecuadamente, con todo, si no vive adecuadamente, no será grande en modo alguno. Así pues, es necesaria una enseñanza acompañada de una vida adecuada. En efecto, una enseñanza que no va acompañada de una vida adecuada vuelve soberbio al doctor y, al contrario, una vida que no va acompañada de enseñanza convierte en inútil al doctorb. De ahí que el Señor diga en el Evangelio: Quien incumpla uno solo de estos mandamientos y enseñe a cumplirlo a los hombres será tenido por alguien insignificante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y los enseñe será tenido por alguien grande en el reino de los cielos (Mat. 5, 19). En este pasaje el reino de los cielos es la asamblea de los elegidos. A menudo las Escrituras denominan reino de los cielos a la Iglesia de los fieles, pues, dado que ésta anhela las alturas celestiales, el Señor reina ya en ella como en el cielo. Así pues, quien incumpla uno solo de los mandatos de nuestro Señor Jesucristo, esto es, quien no los cumpla con sus obras y enseñe a los hombres que deben cumplirlo, será tenido por alguien insignificante en el reino de los cielos, es decir, en la asamblea de los fieles. Es como si dijese abiertamente: “Quien desprecie cumplir mis mandatos y enseñe a los hombres a cumplirlos, será tenido por alguien insignificante, es decir, carecerá de perfección en la santa Iglesia”. Sobre esto dice también el Señor en otro pasaje: Hablan, pero no actúan (Mat. 23, 3). Y sigue: Pero quien actúe, esto es, quien cumpla de hecho mis mandatos, y enseñe (a los hombres a cumplirlos), será grande (Mat. 5, 19), es decir, honorable en la santa Iglesia. Así pues, la predicación del sacerdote debe ser confirmada con obras, de tal a b
Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 7, 12, 17. Isidoro de Sevilla, Sententiae, 3, 36, 1.
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modo que éste instruya con su ejemplo en aquello que enseña con sus palabrasa. (3)b Viene a confirmar también este precepto esto que se lee en el Cantar de los Cantares: He aquí que sesenta varones valerosos de entre los más valerosos de Israel rodean el lecho de Salomón, todos sujentado espadas y muy diestros en los combates. El arma de cada uno de ellos está junto a su muslo a causa de los peligros nocturnos (Cant. 3, 7-8). Salomónc, ciertamente, quiere decir ‘el pacificador’. Así pues, ¿quién debe entenderse en la figura de Salomón sino Cristo, del que se ha escrito: Él es nuestra paz, el que ha hecho de los dos pueblos uno solo (Efes. 2, 14)? El lecho de Salomón, es decir, de Cristo, es la santa Iglesia, pues, mientras se aleja de las preocupaciones del mundo, mientras no cesa de limpiar su corazón de toda mancha terrenal por medio de la penitencia y mientras aspira a la patria celestial con todo el deseo de su corazón, dispone el lecho, por así decirlo, en el que descansa Cristo dulcemente. De ahí que este último diga cariñosamente a sus discípulos: He aquí que yo estaré a vuestro lado todos los días hasta el fin del mundo (Mat. 28, 20). Y dice, asimismo, por medio del profeta: Andaré en medio de ellos y estaré entre ellos (II Cor. 6, 16). Y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios (Ez. 37, 23). Los sesenta varones valerosos que rodean el lecho de Salomón simbolizan a los prelados de la Iglesia, que la protegen con sus palabras y con su ejemplo y que tanto con sus oraciones como con sus predicaciones rechazan lejos de ella a los enemigos visibles e invisibles. Todos – dice – están sujentando espadas y son muy diestros en los combates (Cant. 3, 8). ¿Qué se representa por medio de la espada sino la palabra de Dios? ¿Y qué se representa por medio de las manos con las que aquéllos sujetan las espadas sino el obrar? Pues, ciertamente, mientras cumplen con sus obras la palabra de Dios que conocen en su corazón, siendo siempre más y más doctos, vencen con su sabiduría y su fortaleza a los enemigos de la Iglesia. Son muy diestros en los combates esIsidoro de Sevilla, Sententiae, 3, 36, 2. Todo está capítulo está formado por citas de la Expositio super Cantica canticorum (2, 9, col. 505A-D) del Ps. Gregorio Magno. c El rey de los judíos Salomón, hijo de David, cuyo reinado se extiende hacia los años 970-931 a. C. a
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pirituales, pues saben impedir los vicios primero en sí mismos y luego en sus feligreses. Se muestran muy diestros en los combates, pues cumplen con sus obras los preceptos de Dios que predican con sus palabras. Son prudentes y muy diestros en los combates, pues con la espada de la discreción sajan tanto en sí mismos como en sus feligreses todo lo superfluo y los atractivos de este mundo. De ellos se añade a continuación: El arma de cada uno de ellos está junto a su muslo a causa de los peligros nocturnos (Cant. 3, 8). ¿Qué entendemos por arma sino la templanza en la vida y qué por muslo, sino los apetitos de la carne? Así pues, los prelados de la Iglesia que ya han alcanzado la perfección de las virtudes llevan siempre su arma junto a su muslo, pues superan a diario los apetitos de la carne con la templanza de sus vidas, no sea que el enemigo al que temen en la noche de este mundo, presentándose de improviso, los encuentre débiles y descuidados en las obras de Dios y los engañe más fácilmente tanto a ellos como a sus feligreses por medio de la sensualidad del placer y de los deleites de la carne y los empuje a pecados más graves. (4) Y así, es tenido por alguien grande en el reino de los cielos, esto es, en la Iglesia, aquel que cumple con sus buenas obras aquello que predica con sus palabras. Así pues, dígase del bienaventurado Isidoroa: “He aquí un gran sacerdote que en los días de su vida agradó a Dios y fue encontrado justo”. Grande de verdad, pues cumplió con sus actos las obras de Dios que predicó con sus palabras. Ciertamenteb, con razón es calificado de gran sacerdote aquel a quien después de tantos años de decadencia Dios lo hizo nacer en Hispania en estos últimos tiempos, según creo, para restaurar el saber de los varones antiguos, que, a causa de su gran antigüedad, prácticamente había desaparecido de las mentes humanas, y ello con el fin de que el pueblo cristiano no continuase debilitándose por más tiempo a causa de la ignorancia y la tosquedad. En efecto, lleno de caridad y de sabiduría, no ocultó bajo tierra los talentos que le fueron confiadosc, sino que los dividió entre todos por Cfr Sir. 50, 1. En esta frase, Martino de León recurre de nuevo a la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza, lín. 51-53. c Cfr Mat. 25, 18. a
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igual y, como un buen negociador, los fue devolviendo duplicados al Señora, mientras con su predicación incitaba a los corazones de muchos a anhelar las cosas del cielo. En efecto, igual que el doctor Gregoriob sucedió al apóstol Pedro, así el bienaventurado Isidoro sucedió al apóstol Santiagoc, pues la semilla de la vida eterna que sembró el bienaventurado Santiago, la regó en abundancia con la palabra de la predicación este ilustre doctor, como si fuese uno de los cuatro ríos del paraíso, y con el ejemplo de sus buenas obras y la reputación de su santidad iluminó a toda Hispania, como si fuese una refulgentísima lámpara. (5) El profeta Ezequiel dice así entre otras cosas en la visión de los cuatro animales: Y la apariencia de esos animales – dice – y su aspecto era como el de carbones de fuego ardiendo y era un aspecto semejante al de las lámparas (Ez. 1, 13). Pord medio de esos cuatro animales se representa la multitud de los santos. Y su apariencia se compara a carbones de fuego y a lámparas encendidas, pues todo aquel que convive con santos varones por su imitación de éstos y por las enseñanzas que de ellos recibe arde de amor hacia el Creador. No obstante, esta diferencia existe entre los carbones y las lámparas: que los carbones arden, ciertamente, pero no expulsan las tinieblas del lugar en el que yacen, mientras que las lámparas, como resplandecen con la gran luz de sus llamas, iluminan las tinieblas que se extienden en derredor. Por esa razón hay que señalar que muchos santos llevan una vida tan sencilla, oculta y rodeada de tan gran silencio en pequeños lugares que su existencia apenas puede llegar a ser conocida por los demás. ¿Qué son, en consecuencia, éstos sino carbones, que, si bien emiten un resplandor merced al fuego del Espíritu que arde en ellos, con todo, no cuentan con la llama del ejemplo ni iluminan las tinieblas de los pecados en los corazones ajenos, pues ocultan por completo su vida a los demás? Ciertamente, brillan para sí mismos, pero no sirven como ejemplo de luz para los demás. Éstos, si bien arden con el fuego del amor Cfr Mat. 25, 20. El papa Gregorio Magno (590-604). c Santiago el Mayor. d A partir de este punto y hasta el final del capítulo siguen extractos de las Homiliae in Ezechielem prophetam de Gregorio Magno (1, 5, 6-7; 2, 9, 12). a
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divino, con todo, no llegan hasta los demás con la reputación de su santidad ni con la palabra de su predicación. Las lámparas, sin embargo, lucen con más fuerza y, aunque están en un lugar, resplandecen en otro, pues el renombre de todo aquel que brilla con el ejemplo de sus buenas obras y con la palabra de su predicación luce a lo largo y a lo ancho, como una lámpara. Y cuando los que están próximos tienen noticia de sus buenas obras, gracias a ellas se sienten inflamados de amor por los bienes celestiales. Y por el hecho de que se muestran a través de sus buena obras, resplandecen, por así decirlo, con la luz de una lámpara. Así pues, cuando los santos varones encienden de amor por la patria celestial a aquellos que están junto a ellos, como si los tocasen, son carbones. Pero, cuando hacen llegar su luz hasta aquellos que se encuentran a lo lejos con objeto de que no se adentren en las tinieblas a causa de sus pecados, son lámparas que iluminan el camino de los demás. Así pues, con razón son calificados de lámparas aquellos que ofrecen a los demás los ejemplos de sus virtudes y les muestran por medio de su vida y de sus palabras la luz de las buenas obras. Y, ciertamente, resplandecen como lámparas aquellos que gracias al amor por el Creador y la llama de la buena predicación expulsan las tinieblas del error de los corazones de los pecadores. Así pues, el que vive adecuadamente en secreto y no es de utilidad para los demás es carbón. Pero aquel que, llevando una vida santa y situado a la vista en la Iglesia, ofrece desde su interior la luz de su rectitud a muchos es una lámpara, pues arde para sí mismo y luce para los demás. (6) Así pues, con razón es comparado este bienaventurado varón a una lámpara resplandeciente, pues tanto con la palabra de su predicación como con la reputación de su santidad iluminaba a quienes estaban cerca y lejos de él y hacía prender en ellos el amor por la patria celestial. Y, ciertamente, se compara de un modo adecuado a una lucerna encendida, pues ardía en el amor hacia Dios y hacia el prójimo y alejaba de los corazones de los demás las tinieblas de los pecados. Cuantosa acudían junto a él, merced a la asiduidad de su cercanía, al disfrute de sus palabras y al ejemplo de Frase tomada de nuevo de las Homiliae in Ezechielem prophetam de Gregorio Magno (1, 5, 6). a
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sus buenas obras, recibían la luz de la verdad y ardían en deseos de la luz eterna. (7) En efecto, este bienaventurado varón, entre otras obras de santidad que llevó a cabo con sabiduría en la Iglesia de Cristo, abatió y destruyó la malvada herejía de los acéfalosa, que, negando la existencia de dos sustancias en Cristo, predicaban que había una sola naturaleza en la persona de éste, al tiempo que afirmaban que él no fue el Dios verdadero y el Hijo de Dios, sino tan sólo un hombre puro. En efecto, después de derrotar a Gregorio, un obispo de la citada herejíab, y convencerlo con los testimonios y la autoridad de las Sagradas Escrituras, le demostró que en Cristo hubo dos naturalezas, a saber: una divina y una humana, que la divina es aquella por la que existe por siempre coeterno e igual a Dios Padre, y que la humana es aquella por la que en favor de nuestra salvación se dignó ser temporalmente hijo del hombre, esto es, de la Virgen. ¿Y qué puedo decir de su santidad y su sabiduría? La lengua humana no basta en absoluto a la hora de enumerar por completo todos los bienes que Dios deparó a su Iglesia por la intercesión de aquél, ni basta para decir qué útil fue para el pueblo inculto y el mundo decadente, cuando en su crónica enseñó las edades del mundo y la sucesión de los tiemposc. ‘Crónica’ se dice en griego, en latín se dice ‘sucesión de los tiempos’d. En efecto, ‘cronos’ en griego se traduce en latín por ‘tiempo’. Así pues, enseñó al pueblo ignorante la sucesión de los tiempos y las edades del mundo, le mostró las leyes divinas, expuso a los sacerdotes los oficios eclesiásticos y los grados de todos los estamentos, impuso leyes a los reyes y a los varones principales, prohibió la codicia a los jueces, instruyó en la disciplina de la religión cristiana a los ciudadanos y a todas las gentes al servicio de la fee. En fin, explicó en sus escritos los nombres de los reinos, las regiones y los lugares, los de todo lo divino y lo humano, sus diferencias, sus funciones y sus causas, así como todo aquello que resultaba oscuro y prácticamente ajeno ya a las mentes Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 63-64. Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 65-66. c Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 57-61. d Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 5, 28. e Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 57-61. a
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humanas. Se distinguió en sabiduría y en santidad en los tiempos de los emperadores Mauricio y Focasa, durante el mandato del rey de los godos Recaredo. Fue, en efecto, generoso en sus limosnas, insigne por su hospitalidadb, circunspecto de corazón, veraz en sus palabras, justo en sus juicios, asiduo en su predicación, alegre en sus exhortaciones, celoso de ganar almas para Dios, cauto en el comentario de las Escrituras, prudente en sus consejos, humilde en sus ropajes, sobrio en la mesa, devoto en sus oraciones, preclaro por su honestidad y esclarecido por sus bondades de todo tipo. Actuó asimismo como padre de los clérigos, como consolador de los tristes, como apoyo de los huérfanos y las viudas, como alivio de los oprimidos, como defensor de los ciudadanos, como perseguidor de los herejes y martillo de los soberbios. ¿Y qué más puedo decir? Se mostró ante el mundo como un espejo de toda clase de bondades y por ello, según creemos, reina ya sin fin junto a Cristo. Murió en tiempos del emperador Heraclio y del rey de Hispania Chintilac, aquel Heraclio que restituyó a su lugar original en Jerusalén y honró la cruz del Señor que el impío rey Cosroes se había llevadod. Durmió con sus padres el bienaventurado Isidoro en la era 640e, aventajando a todos en sana doctrina y rectos consejosf y fructífero en obras de caridadg, y fue sepultado en buena ancianidad (Gén. 15, 15). Ahora, queridísimos hermanos, es oportuno que roguemos con insistencia a este santísimo confesor para que nos asista constantemente ante Dios en calidad de intercesor, pues somos unos pobres pecadores que nos encontramos aún en medio de los peligros que amenazan nuestras almas, a fin de que, merced a sus santísimos méritos y a sus súplicas, después de esta vida podamos reunirnos con la asamblea de los elegidos de Dios, si así nos lo concede Aquel que en la perfecta Trinidad vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Amén. Emperadores bizantinos: Mauricio de 582 a 602, y Focas de 602 a 610. Isidoro de Sevilla, De ortu et obitu patrum, 24, 1. c Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 67-68. d Cosroes II, rey de los persas (590-628). e Es el año 602 de la encarnación. f Posidio de Calama, Vita s. Augustini (CPL 358), 31, 4-5. g Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 68-69. a
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Comienza el proemio a la vida de san Isidoro, arzobispo hispalense* (1) Queridísimos hermanos, los ilustres méritos del bienaventurado doctor de las Hispaniasa, el confesor de Cristo, Isidoro, arzobispo hispalense y primado de Hispania, la santa Iglesia predica en todo el orbe que deben ser exaltados con las merecidas alabanzas, y a este varón su célebre reputación lo recomienda siempre y en toda región como a alguien digno de ser de todo punto festejado. No obstante, al margen de esta gloria general de su honor que se ha ganado por sus grandes merecimientos en las reuniones de todos los fieles, es honrado con especiales elogios en Hispania: ésta, a quien mereció tener en la tierra como doctor de su fe después de los apóstoles, lo venera en los cielos en calidad de patrono y lo considera su * Vita sancti Isidori (CPL 1214, BHL 4486) necnon Adbreuiatio Braulii (CPL 1215, BHL 4486o) – ed. J. C. Martín-Iglesias (CC CM 281), Turnhout, 2016, p. 23105. En esta traducción y en las siguientes, se hace uso en alguna ocasión de cruces (†) para indicar pasajes corruptos en el texto latino original, imposibles de solucionar en el estado actual de nuestros conocimientos. a Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488), lín. 75.
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poderosísimo intercesora. Él es, en efecto, el resplandeciente rayo del sol de la justicia por el que la luz de la verdad brilló especialmente para ti, Iberia, y, así, tú, que habías sido seducida por los numerosos errores y engaños de los arrianos, los acéfalos, Mahoma y otros pseudoprofetas, merced a las enseñanzas del bienaventurado Isidoro te convertiste en el caudillo de la ortodoxia. Él es ese insigne pastor y egregio pontífice tuyo que a ti, que eras digna de ser confiada a las sedes celestiales y fecundada con las riquezas eternas, te colmó de tan abundantes beneficios de las Sagradas Escrituras que, obteniendo un feliz resultado de tu situación, ya no eres la última entre las últimas regiones, sino la primera entre las primeras. Él es el que tras el gloriosísimo apóstol Santiago te proporcionó esta distinción llena de gracia, a saber, que, fecunda en pueblos, conspicua por tu religiosa piedad, ilustrísima por tus triunfos, denominada, ciertamente, Hispania por la ciudad de Híspalisb, sede del bienaventurado Isidoro, merced a un presagio totalmente certero de los acontecimientos que habían de suceder, sobresales más colmada de riquezas divinas que de felicidad terrena. En efecto, aunque victoriosa por tus trofeos y estimable por tus encantos has llevado los títulos de tu gloria hasta los confines de todas las regiones, sin embargo, es mucho más admirable y mucho más glorioso el hecho de que, ya sea por la reverencia debida a nuestro Salvador, ya sea por la presencia del gloriosísimo apóstol Santiago, ya sea incluso por la presencia y las brillantes enseñanzas del rectísimo padre Isidoro, todos te honran con abundantes y atentos presentes y todo el sentimiento religioso cristiano confluye en ti, pues esto te ha concedido el azar o te ha otorgado tu fuerza innata. Ciertamente, no sin merecimientos obtuvo esta región la distinción del privilegio apostólico a fin de que, del mismo modoc que en Roma por la prerrogativa de una gracia singular Gregorio sucedió al apóstol Pedro, así también Isidoro, en nada inferior a Gregorio, sucediese en Hispania a Santiago. En efecto, Isidoro, como un agricultor celoso de su deber, regó con la salubérrima predicación de las lluvias celestiales las semillas de la Cfr Corpus orationum, 2003; 2009; 4028. Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 14, 4, 28. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 4 lín. 93-97. a
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palabra de Dios que sembró el bienaventurado Santiago y, arrancando con la azada del Espíritu las espinas, los abrojos y la cizaña de los depravados dogmas que habían sembrado los malintencionados herejes, cuidó esas semillas hasta recoger los frutos de la vida. Sin duda, a Gregorio su autoridad, en razón del principado de su posición y de sus méritos, lo puso al frente de todo el orbe en calidad de bienaventurado príncipe de los apóstoles y a Isidoro la semejanza de sus méritos hizo que fuese declarado por el juicio de la curia romana como otro Gregorio. Pero, ciertamente, sobrepasa nuestras fuerzas, talento y conocimientos exponer con la debida justicia todas y cada una de las obras que no sólo de acuerdo con las leyes de la naturaleza, sino también milagrosamente la divina providencia a través de aquél se dignó llevar a cabo de un modo admirable en la vejez del mundoa para iluminar a la Iglesia. Sea como fuere, yo, un pecador, de un hombre santísimo, yo, una nimiedad, de un hombre extraordinario, yo, un necio, de un hombre sapientísimo, llevado por la gracia de la caridad, resumiré en un relato escrito en un estilo digno de fe y con la brevedad de que sea capaz unas pocas de sus muchas acciones dignas de admiración para instrucción de los hombres venideros, no sea que las obras de tan gran padre con el paso de los años se borren también del corazón de los fieles. Ciertamente, el hecho de hablar bien de tantas y tan grandes bondades de un varón tan grande y tan bueno no debe atribuirse sino a los méritos de la bondad de ese mismo varón. Sin duda, la magnitud de la excelencia de estos méritos alcanzó una dimensión tal que la elegancia del discurso debe someterse a la fidelidad de los hechos y la naturaleza de la verdad debe conformar el cultivo de la elegancia. (2) Comienza la vida del bienaventurado obispo Isidoro, doctor de las Hispaniasb. Pues bien, a fin de que el insigne confesor Isidoro se viese adornado por unos insignes orígenes y que un linaje distinguido anunciase de antemano su distinguido futuro, fue su padre Severianoc, duque de la ciudad de Cartagena, de la provincia de HisMartino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 158. Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488), lín. 75. c Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, 28. a
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pania, y descendiente del rey de los godos Teodoricoa, mientras que su madre tuvo por nombre Túrturab, y fueron sus hermanos y preceptores, junto con la santísima virgen Florentina, abadesa de vírgenes consagradas, unos varones ilustrísimos, unos varones sapientísimos y, en verdad, unos varones provistos tanto de unas costumbres excelsas como de un talento singular, los confesores de Cristo Leandro, arzobispo de Híspalis, y Fulgencio, un santo doctor y un ilustrísimo prelado que iluminó a la Iglesia universal con el fulgor de sus santos escritos y sus santas obras. Instruido por las serenísimas enseñanzas de éstos, eficaz en sus oraciones y adornado de decorosas costumbres, iluminó a su patria con su religiosa piedad, a su padre con su prudencia, a sus hermanos con su disciplina, a sus parientes con su devoción, a sus iguales con su amistad, a sus allegados con su favor y a su prójimo con su afecto. Amaba a este niño el gloriosísimo doctor y arzobispo Leandro como si en él encontrase el único consuelo y de un valor especial, al margen de sus sentimientos hacia su patria. Y como deseaba que aquél fuese su heredero, y no tanto en lo referente a las falaces riquezas, cuanto en lo referente a sus justas costumbres, ponía el mayor cuidado en que la edad que tenía, que acostumbra a inclinarse al mal, no encontrase ningún lugar por el que Isidoro se deslizase, precipitándose en el pecado. No dudaba en servirse de la vara y fue alabado en élc. Lo instruyó y, así, provocó envidia en su enemigo y se preció de él en medio de sus amigosd. Lo vio mientras estaba aún con vida y se alegró, y en su muerte no se entristeció frente a sus enemigos. En efecto, dejó tras él a alguien semejante a sí mismo, a un defensor de su casa frente a sus enemigos, a alguien que mostraría su favor a sus amigos (Sir. 30, 5-6). ¡Oh santísimo padre Leandro, este niño venerable a quien amas, a quien crías, a quien instruyes, a quien formas, a quien corriges, a quien custodias, es el paraninfo del esposo celestial y el amigo de los santos ángeles, es semejante a los patriarcas y los profetas, conciudadano de los apóstoles, el igual de los mártires, el esplendor de los prelados y digno de ser comparado Teodorico I (418-451). Leandro de Sevilla, De institutione uirginum, 31, 9. c Recuerdo de dos pasajes bíblicos: Prov. 13, 24 y Sir. 30, 2. d Sigue el autor adaptando a su relato pasajes de la Biblia, aquí: Sir. 30, 3 y 30, 5. a
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en su justa medida con los rangos de todos los santos, tal y como mostrará en su debido momento el desarrollo de su vida! (3) Pues bien, en una ocasión en que, siendo aún muy pequeño, tal y como se lee a propósito del bienaventurado Ambrosioa, había sido conducido hasta un huerto en los brazos de su nodriza, ésta se olvidó de él y se fue de allí, dejándolo entre las hortalizas. Algunos días despues, su padre Severiano, lleno de dolor por su hijo (Gén. 37, 34), se sentó en su asiento y, situándose frente al jardín, miró hacia él y vio cómo una inmensa multitud de abejas en medio de un gran murmullo descendía rápidamente sobre el pequeño niño y a continuación salía volando desde él hacia los cielos. Éste, lleno de estupor, descendió rápidamente en dirección al huerto y, tras llamar a sus sirvientes, se apresuró a contemplar la maravillosa visión del suceso que se estaba produciendo. Al llegar, vieron que una parte de las abejas entraba y salía por la boca del niño, mientras que otra parte producía miel y fabricaba panales sobre el rostro y todo el cuerpo de aquél. Y, al abrazar el padre a su hijo entre gritos y lágrimas, las abejas se elevaron hasta una altura tal en el aire que no podían ya ser advertidas con los ojos del cuerpo. He relatado esta pequeña anécdota entre las muchas que acontecieron de un modo semejante en torno a su persona para que todo hombre juicioso pueda comprender qué gran perfección de virtudes poseía al comienzo de su vida. (4) Así pues, cuando el venerable niño Isidoro fue entregado al estudio de las letrasb, como, según creía él mismo, no mostraba el suficiente talento, movido por un temor infantil, pues tenía miedo de los varazos del maestro, por voluntad divina huyó no lejos de la ciudad de Híspalis. Y cuando a causa de la fatiga del camino se sentó sediento junto al borde de cierto pozo, vio una enorme roca perforada por sinuosos agujeros. Contemplando con detenimiento la roca, comenzó a meditar en su interior cuál era la causa de ese agujero y cuál su propósito. De un modo semejante, en la boca del pozo había un madero con canales producidos por los continuos Paulino de Milán, Vita s. Ambrosii (CPL 169), 3, 2-4. Se trata del obispo Ambrosio de Milán (373/4-397). b Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 1 lín. 4-5. a
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roces de las cuerdas a la hora de sacar agua. Mientras reflexionaba interiormente sobre ello en silencio, llegó una mujer con la intención de sacar agua. Ésta, admirada de todo punto por la hermosura del niño, le pregunta qué hace ahí y por qué ha venido hasta ahí tan solo. Poseía, en efecto, una admirable hermosura: era de rostro resplandeciente, de noble presencia, de aspecto alegre, de gesto animoso, de mirada humilde y siempre mostraba una gran modestia en su comportamiento. El niño, volviéndose hacia ella con humildad, le dice: “Señora, te ruego que te dignes explicarme quién ha hecho los agujeros de esta piedra y los canales de ese madero o con qué propósito han sido hechos”. Y la mujer le responde: “Esa piedra ha sido perforada por el continuo golpeteo de las gotas del agua y este madero ha sido acanalado por el continuo roce de las cuerdas a la hora de sacar agua”. El niño, entonces, lleno del Espíritu de Dios, hablando consigo mismo, se dice: “Pues si la durísima piedra es excavada por el continuo goteo de la blanda agua y el madero cedió cortado por el roce de las cuerdas, ¿cuánto más yo, un ser humano, merced a la gracia de Dios, aprendiendo un poco día tras día con pequeñísimos progresos, puedo llegar a acrecentar mis conocimientos?”. ¡Oh venerable Isidoro, la percepción de este perfeccionamiento no es propia de un niño pequeño, sino de un varón hecho y derecho o de un anciano sapientísimo! ¿Quién es el que, antes incluso de que te instruyeses en las letras, te formó de tal modo en tu tierna edad sino el Espíritu de la verdad (Juan 16, 13), que, sugiriéndote todo eso, te escogió también como vaso santificado (II Tim. 2, 21) a fin de que llevases el nombre del Hijo de Dios ante los reyes, los príncipes y los hijos de Israel? Tras ello, el niño regresó a Híspalis con rapidez y se entregó con humilde devoción a las enseñanzas de sus maestros. (5) En fin, una gracia tan grande fue infundida en su interior desde el cielo que retenía con avidez en su pecho sediento de conocimientos todas las enseñanzas tomadas de las Escrituras que le exponían sus maestros y, sin mostrarse como un oyente olvidadizo (Sant. 1, 25), las guardaba en el armario de su memoria para poder ser de utilidad a muchos fieles y aventajaba a sus propios doctores mostrando una inteligencia que iba, por así decirlo, por delante de ellos. Debido a lo inusitado de esta asombrosa capaci-
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dad, tanto los maestros, como todos aquellos que estaban presentes, se mostraban atónitos y llenos de estupor y admiración. Y así, ciertamente, inflamado por el Espíritu de Dios, instruido en las letras latinas, griegas y hebreasa, versado en todos los registros del discurso, distinguido en la erudición del trivio y exhaustivamente formado en el estudio del cuadrivio, insigne por su conocimiento de las doctrinas de los filósofos, erudito en las leyes divinas y humanas, de amable conversar y talento sobresaliente, se mostró ilustrísimo de acuerdo con su edad tanto por su vida como por su sabiduría en medio de la admiración de todos. Y así, en efecto, avanzando de virtud en virtudb, refulgió como un doctor eximio hasta el punto de que, de acuerdo con el registro de su discurso, se mostraba igualmente apto y vigoroso por su incomparable elocuencia en la instrucción de todos, ya fuesen latinos, griegos o hebreos, ya fuesen sabios o menos inteligentesc. Así pues, cuando el bienaventurado Isidoro refulgía, prácticamente, en todos los saberes de los mortales, lo que en nuestros tiempos se considera algo inaudito que pudiese acontecer, no abrazó los placeres del mundo, como acostumbra a hacer la edad juvenil, sino que se entregó todo él con aplicación a la reflexión lógica, a la instigación de buenos actos en esta vidad y a la meditación de las ciencias divinas. En fin, hasta tal punto lo distinguió la naturaleza, lo enriqueció la gracia divina, lo hicieron destacar sus costumbres y lo engrandecieron sus estudios que, ciertamente, se asemejaba a Platón en talento, a Aristóteles en aplicación, a Tulio en elocuencia, a Calcenteroe en riqueza de estilo, a Orígenes en erudición, a Jerónimo en gravedad, a Agustín en doctrina y a Gregorio en sus enseñanzas. Y cuando por deseo de su hermano y preceptor el obispo Leandro envió a ese mismo bienaventurado Gregorio una carta sobre la felicidad, adornada a fuerza de una admirable dedicación tanto con senMartino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 1 lín. 5-6. Cfr Salm. 83, 8. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 1 lín. 6-12. d Traducción dudosa. e A partir de aquí los nombres citados parece tomados de las Etymologiae de Isidoro de Sevilla, 6, 7, 1-3. Calcentero es el sobrenombre de Dídimo de Alejandría, un gramático griego del siglo i a. C. a
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tencias de los filósofos, como con pasajes selectos de las Sagradas Escrituras, y el bienaventurado Gregorio la leyó, se cuenta que, lleno de admiración por la elocuencia del discurso, la coherencia del pensamiento y la riqueza de los conocimientos y advirtiendo en su espíritu qué clase de persona iba a ser aquél, dijo: “He aquí otro Daniel”. Y otro añadió: Y éste es mayor que Salomón (Mat. 12, 42). (6) Y así, desde entonces el bienaventurado Gregorio, dominado por el deseo de ver al bienaventurado Isidoro, manifestaba con toda claridad la aspiración de su espíritu al santísimo sacerdote Leandro, que estaba unido a él por el vínculo de la caridad. El origen de esta amistad había surgido cuando, al no poder Leandro eliminar de raíz el fervor de la herejía arriana en tiempos de Leovigildo, se desplazó hasta la asamblea de los obispos en Constantinopla con objeto de confirmar los capítulos de la santa e inmaculada Trinidad. Allí se encontraba Gregorio, cardenal por entonces, actuando en representación del pontífice de Roma. Leandro estableció con él un fuerte vínculo de amistad y le solicitó que le expusiese las doctrinas morales del libro de Job, lo que aquél llevó a cabo con devoción algún tiempo después, durante su apostoladoa. Cuando el venerable Isidoro conoció este deseo del santo Gregorio, cosa admirable de oír, en la noche del nacimiento del Señor, según se cuenta, una vez que había sido leída la primera lección en la iglesia de Híspalis, saliendo fuera de la iglesia y conducido no sé por quién, llegó a la ciudad de Roma en un brevísimo lapso de tiempo y encontró al bienaventurado papa Gregorio cantando himnos en honor de Dios con ocasión del oficio de maitines. Al verlo, el bienaventurado Gregorio lo reconoció de inmediato lleno de una grandísima alegría y, dando gracias por ello, abrazó a su queridísimo amigo Leandro en la persona de Isidoro. Éste, tras despedirse del santo después de que se cumpliese el relato evangélicob, saliendo de la iglesia, regresó a Híspalis esa misma noche y encontró celebrando ese mismo oficio de maitines a los clérigos que allí había dejado. Si esto ocurrió por el deseo del santísimo Gregorio, por los méritos de Isidoro o por Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 27. Es decir, de que llegase el día de la Navidad. Se entiende que el viaje tiene lugar en las últimas horas de la Nochebuena. a
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alguna otra razón, confieso que no lo sé. Es preferible, en efecto, no referir grandes sucesos en aquellas materias en las que no se yerra sin riesgo de mentir, antes que relatar hechos contrarios a la verdad. Pero tengo por seguro que el bienaventurado joven merced al bagaje de su saber abordó numerosos asuntos y transmitió a aquél numerosas enseñanzas para utilidad de la Iglesia y beneficio de los fieles. En efecto, perseguía por todos los medios a su alcance a los herejes defensores de depravadas doctrinas, pues en esos tiempos numerosas herejías invadieron la viña de la heredad del Señor, socavando, naturalmente, los cimientos de la santa Iglesia. Y no dudamos de que fue decisión de la divina providencia el hecho de que refulgiese por entonces Isidoro, que no sólo condenó la maldad de esos herejes con testimonios tomados de las Sagradas Escrituras, sino que, además, la abatió con silogismos y argumentos de los filósofos. (7) En tan alta cima de los saberes mostró una perfección tan completa que, por lo que a mí me parece, ninguno de los antiguos filósofos podría ser comparado con él, ateniéndose a un juicio basado en un recto examen. ¡Ojalá fuese posible dejar esto a un lado por prudencia a fin de que, al menos, los estudios de los paganos no pudiesen anteponerse o compararse a las verdaderas enseñanzas, pues, del mismo modo que los cielos se elevan por encima de la tierra, así también nuestros senderos se elevan por encima de los senderos de aquéllos y nuestros pensamientos por encima de los suyosa, y cuanto el espíritu aventaja a la carne, la razón a los sentimientos, la fe a la opinión, la inteligencia a la fe, la paz de Dios a todo entendimiento (Filip. 4, 7), en fin, el Creador a toda criatura, así también la teología ha superado a cualquier sabiduría del mundo y nuestros filósofos a cualquier doctrina de los filósofos gentiles! Y puesto que esto es así, mucho más los supera Isidoro, que brilló por su perfecto dominio de las doctrinas filosóficas de los antiguos y se distinguió por su profundo conocimiento de las doctrinas teológicas de los modernos. No obstante, dejando a un lado en este momento otros riquísimos volúmenes de este ilustre varón a los que se entregó esforzadamente con un admirable talento, el libro que recibe el nombre de Etimologías, merecedor de a
Adaptación de un pasaje bíblico: Is. 55, 9.
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una gran admiración y digno de todo punto de ser sostenido en las manos, muestra, atestigua y exclama que tampoco falta entre los elogios de este santísimo y eruditísimo varón el que es manifiesto que los primeros entre los filósofos y los más doctos prelados e incluso el sapientísimo Salomón, que aventajaba a todos ellos tanto en ciencia como en edad, ceden ante él y que por la variedad de sus conocimientos él es considerado después de los apóstoles como alguien incomparable a todos los hijos de los hombres. (8) En ese libro encontrarás a Isidoro dotado de elocuencia en la erudición del trivio, allí lo admirarás perfecto en la disciplina de las matemáticas en el estudio del cuadrivio. Allí lo conocerás como un buen teórico y práctico, mostrando cómo proteger y restablecer la salud del cuerpoa, allí, en fin, lo tendrás por un Apolo, un Esculapio y un Hipócratesb, enseñando la medicina metódica, la empírica y la lógicac. Allí lo descubrirás como un grandísimo experto en derecho, exponiendo los preceptosd de Foroneoe, Trimegistof, Salóng y Pompilioh. Allí pensarás que ha instruido a Justinianoi, introduciendo los derechos y las leyes en los edictos y
Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 4, 1, 1. Nombres tomados probablemente de las Etymologiae de Isidoro de Isidoro de Sevilla, 4, 3, 1-2. c Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 4, 4, 1. d La fuente es Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 5, 1, 1-3. e Mítico rey del Peloponeso. f Hermes Trimegisto (Mercurio Trimegisto según Isidoro en las Etymologiae 5, 1, 2), un personaje mítico resultado del sincretismo entre el dios griego Hermes (Mercurio para los romanos) y el dios egipcio Thot, y modelo del sabio en la Antigüedad. g Deformación del nombre de Solón († ca. 558 a. C.), un político y legislador a quien se atribuye el primer código legal de Atenas hacia el año 593 a. C. h Numa Pompilio, el segundo rey de Roma (715-673 a. C.), según la tradición. i El emperador bizantino Justiniano I (527-565). a
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decretos. Allí reconocerás que ha bebido de Ferécidesa y Josefob, distinguiendo las efeméridesc, los calendarios, los anales y las historiasd. Allí exclamarás que ha leído a Eusebioe, Jerónimo y Orosio, prosiguiendo sus crónicasf. Y puesto que se lee a propósito de Salomón que se ocupó desde el cedro que nace en el Líbano hasta el hisopo que surge de las paredes (III Rey. 4, 33), allí se advierte a propósito del bienaventurado Isidoro que extendió sus reflexiones admirablemente desde la primera causa de las cosas hasta, prácticamente, la última de las criaturas y considerarás que él, discutiendo las ocupaciones y las maneras de cada uno de los oficios y describiendo, en fin, la naturaleza y las circunstancias de todas las cosas, no sólo absorbió todos los conocimientos de Salomón, sino que incluso superó a éste. Allí creerás que ha consultado al primer hombre, investigando las diferencias entre el éter, el aire, las aguas y la tierra, así como las naturalezas y los nombres de todos los seres vivos. Allí te sorprenderás de que todo él se haya deleitado en el
Cfr Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 1, 42, 2. Probablemente, Ferécides de Siros, activo hacia mediados del siglo vi a. C., escribió sobre el nacimiento de los dioses y la creación del universo. Se lo confunde a menudo con Ferécides de Atenas, activo un siglo más tarde, que escribió unas Historias llenas de materiales míticos y de genealogías. Ambos son citados en los Chronica de Eusebio de Cesarea, traducidos al latín por Jerónimo de Estridón, del primero se dice: “Se distingue el ilustre historiador Ferécides” (ed. Helm, a. 541 a. C., p. 103b lín. 22-24); y del segundo: “Se da a conocer Ferécides, el segundo escritor de historia” (ed. Helm, a. 455 a. C., p. 111 lín. 24-25). b El escritor judío Flavio Josefo († 95 d. C.). c Probablemente, en este pasaje deba entenderse “Hic ephemeridas, kalendaria, annales et hystorias distinguendo”, en lugar de “Hic ephe, idus, kalendaria, annales et hystorias distinguendo” (lín. 233-234 de mi edición), pues “ephe idus” es, sin duda, un error de copia por “ephemeridas”. La tesis es de Á. Cancela Cilleruelo (Univ. Complutense), a quien agradezco haberme hecho partícipe de su corrección antes de darla a la imprenta. El mismo error se encuentra en la lección IIIª de la homilía en honor de Isidoro de Sevilla compuesta por Pedro Muñiz (traducida aquí en las p. 207-223), porque éste se sirvió, sin duda, de la misma copia de la Vita s. Isidori (BHL 4486) que está en el origen del códice Madrid, Biblioteca Nacional, 10442, el arquetipo de toda la tradición manuscrita conservada de esta obra. d Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 1, 44, 1-5. e Eusebio de Cesarea († 339/40). f Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 5, 28 y 5, 39. a
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abrazo de Raquela, cuando lo veas ocupado con solícito afán en las experiencias de los antiguos. Allí te alegrarás de que haya sido conducido junto al seno de Líab por la fragancia de una mandrágorac, cuando adviertas que, deleitado en el amor de las cosas celestiales, se ha dejado atraer piadosamente por la fecundidad de las Sagradas Escrituras, y te alegrarás de que, sentado junto a Maríad a los pies del Señor, haya elegido la mejor partee, de que junto a Marta se haya entregado solícitamente a las múltiples tareas de su ministeriof, de que junto a Pablo, el vaso de la elección (Hech. 9, 15) arrebatado hasta el tercer cielo (II Cor. 12, 2), esforzándose más que todosg para ganarse a todos, se haya hecho todo para todosh, de que junto a Pablo se haya opuesto frontalmente a Pedro, que predicaba la circuncisióni, de que junto a Pedro, una vez muerto Simónj, no haya temido a Nerón, de que haya echado abajo uno por uno los dogmas de todos los herejesk, de que haya aceptado y venerado los cuatro santos conciliosl. Allí junto con el sínodo de Calcedonia debilita las tesis de los herejes Dióscorom y Eutiquesn, allí junto con el primer sínodo de Éfeso aplastó la impiedad de Nestorioo, allí junto con el sínodo a Cfr Gén. 29, 17-20. Se trata de la segunda esposa de Jacob y la preferida de éste. Fue, además, la hermana pequeña de Lía, mencionada un poco más adelante. b Fue la hermana mayor de Raquel y la primera esposa de Jacob. c Cfr Gén. 30, 14-16. d María Magdalena. e Cfr Luc. 10, 42. f Cfr Luc. 10, 40. g Cfr I Cor. 15, 10. h Cfr I Cor. 9, 22. i Cfr Gál. 2, 11. j Cfr Hech. 8, 9-24. Se trata de Simón Mago. k Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 8, 3-5. l A saber: Concilio I de Nicea (a. 325) Concilio I de Constantinopla (a. 381), Concilio de Éfeso (a. 431) y Concilio de Calcedonia (a. 451). Son citados a continuación en el relato en un orden cronológico inverso. Es una referencia a Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 6, 16, 5-10. Todos estos concilios forman parte de la denominada Collectio Hispana (CPL 1790), una colección de actas conciliares reunida, quizás, hacia el año 633 por Isidoro de Sevilla. m Dióscoro de Alejandría († 454). n Muerto hacia el 454. o Elegido obispo de Constantinopla en el 428 y fallecido el 451.
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de Constantinopla censura a Macedonioa y a Eunomiob, allí junto con el sínodo de Nicea condena al astutísimo Arrioc, completamente cegado por su errord. (9) Este Arrioe fue cierto presbítero de Alejandría que, mintiendo, aseguró que existían diversas sustancias en la Trinidad y afirmó de manera impúdicamente falsa que Cristo no es el Dios verdadero y que no permanece eternamente en el Padre. Pero esta desdichada persona perdió la razón y, mostrándose como un mendaz y un pérfido en su afirmación, como negó que Cristo fuese el Dios verdadero, por el juicio justo de Dios reventó por el medio y, esparcidas todas sus vísceras (Hech. 1, 18), cayó postrado con el rostro vuelto hacia la tierra y mancillado en su abominable boca, esa misma con la que había negado a Cristo. Por causa de su impiedad mereció en esta vida un castigo apropiado tanto por parte de Dios, como de los hombres, y precedió en los fuegos del tártaro a muchos depravados o que habían de depravarse por efecto de su error para ser allí atormentado junto con sus seguidores por la eternidad. Ciertamente, como la abominación de este crimenf se extendió por todo el orbe con el auxilio de todo el orbe infiel, después también de la ruina de † … †g tras la expulsión de su querido Atanasioh, después de los tristes llantos de Italia tras el destierro de Eusebio, obispo de Vercellii, después de la lamentable devastación de las Galias tras la proscripción de Hilarioj, Leo-
Obispo de Constantinopla durante los años 344-346 y ca. 350-360, hasta que fue depuesto de su dignidad. Aún vivía en el 362. b El obispo Eunomio de Cízico († ca. 394). c Sacerdote de Alejandría que promovió la herejía que lleva su nombre. Murió en el año 336. d Isidoro de Sevilla, Etymologiae, 6, 16, 6-9. e Lo que está inspirado por el Sermo in natale Domini II de Martino de León, 30 (col. 431C-432B). f Es decir, la herejía arriana. g La expresión latina está corrupta. Se esperaría algo así como: “et post Orientis funestam, Athanasio suo expulso, subuersionem”, esto es: “después también de la funesta ruina de Oriente tras la expulsión de su querido Atanasio”. h El obispo Atanasio de Alejandría (328-373). i Eusebio de Vercelli (345-ca. 370/1). j Hilario de Poitiers (ca. 350-367). a
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vigildoa, rey de las Hispanias, seducido por el error de esta herejía junto a casi todos los varones principales de su reino, llegó a un grado tal de demencia que, persiguiendo a todos los prelados de las iglesias más ilustres y eruditos en la ley de Dios, los exilió fuera de las fronteras de Hispania y, abatiendo a la mayoría de ellos con la espada, encerrándolos en la cárcel, atormentándolos de hambre y afligiéndolos con diversos tipos de penas no sólo en los territorios de Hispania, sino también en la Galia y en otras regiones, llevado por su terrible locura los consagró como mártires dignos de Dios. Y como se mostró poderoso en la guerra, oprimió impíamente a muchos pueblos que sometió a su poder. Llevó la persecución contra los católicos con odio, suprimió los privilegios de las iglesias, condenó a los ricos, cegado por la avaricia, y fue nocivo para todos. Entre todas las maldades que cometió se incluyen que al santísimo obispo emeritense Masonob lo relegó al exilioc y que al ilustrísimo doctor y arzobispo hispalense Leandrod, que, oponiéndose a las abominables herejías con sus enseñanzas espirituales, se esforzaba sin desmayo por la conversión del linaje de los godos, tras afligirlo con todo tipo de injusticiase a fin de que sus ovejas, una vez privadas del pastor y rodeadas por los seductores, fuesen cercadas más fácilmente por las fauces de los lobos, lo expulsó del reino de Hispania; se incluye también que junto con sus varones principales se entregó miserablemente a la herejía de los arrianos y que, amenazando al pontífice romano, afirmó, y se comprometió a ello mediante un juramento, que obraría en pos de la destrucción de la ciudad de Roma y de la ruina de la Iglesia. (10) Por su parte, el joven y venerable Isidoro, perfectamente formado en los conocimientos de todas las disciplinas, consumido Sigue un resumen de noticias tomadas de la segunda redacción de las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum de Isidoro de Sevillam, cap. 49-51. b El obispo Masona de Mérida (ca. 573-ca. 600). Más adelante en esta misma obra (§ 21) se reproducirá una supuesta carta que le habría sido enviada por Isidoro de Sevilla, pero que hoy se tiene por apócrifa, la Epistula ad Masonam Emeritensem episcopum (CPL 1209). c Cfr Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 6 (p. 69, 105-110). d Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, 28. e Expresión inspirada quizás en Sulpicio Severo, Vita s. Martini Turonensis, 6, 4; o en Martino de León, Sermo in festo sancti spiritus, col. 1255A. a
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por el fuego del martirio, dispuesto a morir en defensa de la Iglesia y provisto de las armas de la fe, avanzó sin temor, fortalecido por la gracia, como un valerosísimo atleta de Cristo contra la rabiosa furia del rey Leovigildo y de sus varones principales. Entonces, los sirvientes del seductor, ora tratando de atraerlo con amabilidades de todo tipo, ora lanzando amenazas sobre él, ora turbándolo con disputas, ora ofreciéndole presentes, ora aplicando tormentos sobre él, por cuantos medios podían se empeñaban en alejarlo de su santo propósito. Creían, en efecto, que sería un gran avance en favor de sus doctrinas el que, vencido Isidoro, que se distinguía tanto por la brillantez de sus conocimientos, como por la nobleza de su linaje, la hermosura de su cuerpo, la gravedad de sus costumbres y la dulzura de su elocuencia, pudiesen atraerlo a adherirse a ellos. ¡Ánimo, valerosísimo atleta Isidoro, he aquí ahora el tiempo favorable (II Cor. 6, 2)! En esos días, en efecto, el tesoro incomparable que reuniste en tu niñez, tal y como hemos oído, no sólo lo reservaste para ti, sino que también lo pusiste al servicio de los fieles. ¡Sal a la palestra, es tiempo de hablar (Ecles. 3, 7) y de esparcir las piedras (Ecles. 3, 5) de las Sagradas Escrituras a fin de que las frentes obstinadas de los enemigos sean machacadasa y se reafirme la fe de la Iglesia católica! Mira, en efecto, cómo la pequeña nave de Pedro es zarandeada por todas partes en medio del mar por las olas que la golpeanb, cómo se hunde la Iglesia de Cristo, a menos que sea conducida por la mano del auxilio divino hasta el puerto de la costa anheladac! En esas circunstancias el firmísimo atleta Isidoro se regocijaba en medio de los tormentos y daba gracias a Dios, pues había sido considerado digno de sufrir todo tipo de afrentas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y en medio de las muchedumbres de los arrianos que desde todas partes ladran contra él, ni se deja atemorizar por las amenazas ni seducir por las promesas, antes bien, inflamado más y más por el fuego de la caridad y sintiéndose seguro en medio de las espadas de los herejes, haciendo uso tanto de los truenos de las Sagradas Escrituras, como Quodvultdeo, Sermo 4: Contra Iudaeos, paganos et Arianos, 12, 1 (p. 242, 2). Cfr Mat. 14, 24-32. c Jerónimo de Estridón, Epistula 2, 4 (p. 12, 5). a
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del fulgor de las proposiciones de los filósofos, lanzaba con intrepidez ríos ardientes de divinas palabras con los que ensombrecía las miradas de sus crueles enemigos. Como uno de los cuatro ríos del paraíso, dejaba salir con ímpetu de su boca ríos de gracia con los que, regando la árida tierra de los fieles, llevaba ésta al verdor de la fe y, merced a las olas de su elocuencia, sumergía la perfidia de los herejes, que ponía su confianza en la soberbia de la necedad y la verbosidad. Se quedan atónitos, enmudecen, se encolerizan y se sienten confundidos esos desdichados que, cuando creen que van a superar a un joven, se ven superados vergonzosamente por ese mismo joven y que se duelen de que la fe de Cristo que creen que van a extirpar de raíz crece día tras día con un vigor celestial gracias a los esfuerzos de ese joven. (11) Entonces el venerable doctor Leandro, al tener noticia de la constancia del valerosísimo joven Isidoro, regocijándose en el Señor, rogaba al Señor con continuas oraciones que Él, que había comenzado a obrar maravillas por medio de la tierna juventud de su siervo, lo confortase dotándolo de una fortaleza celestial y se dignase conceder bondadosamente a través de él a su Iglesia el triunfo anhelado, una vez postrados sus enemigos los herejes. Y así, le envió una carta en la que expone que en modo alguno debe temerse la muerte en defensa de la fe católicaa. Por su parte, el bienaventurado joven, confortado tanto por las oraciones de su prelado y hermano, como por sus exhortaciones y el apoyo de sus cartas, no se dejaba quebrantar en medio de las adversidades, ni se ensoberbecía en medio de la prosperidad, sino que en todo momento se mostraba dichoso y alegre, como si disfrutase de un banquete. Y así, una vez derrotada la insania de los arrianos, afirmaba abiertamente de acuerdo con las autoridades de las Sagradas Escrituras, con los razonamientos de las siete artes liberales y con las asambleas de los filósofos que hay un solo y verdadero Dios y que el Hijo forma parte desde siempre de la unidad de la esencia junto al Padre y al Espíritu Santo, e instaba a los pueblos fieles a obedecer al pontífice de Roma, escogido por los fieles en sustitución del bienaventurado Pedro, así como a todos los prelados de las a
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iglesias enviados por esa misma institución celestial, apoyándose en testimonios de las Sagradas Escrituras. Desde entonces asumió, además, con tanta solvencia las funciones de su prelado y hermano Leandro, con tanta facilidad llevó esa pesada carga, con tanta fidelidad siguió el sendero de la constancia que, despreciando la cárcel, las amenazas, los tormentos y la espada de los perseguidores, acudió lleno de confianza a presencia del serenísimo príncipe Recaredo, hijo del impiíssimo rey Leovigildo y, dándole a beber con frecuencia de la copa de la palabra de Dios, lo alejó de la herejía arriana y lo volvió favorable a las doctrinas de la fe católica, al tiempo que, por otro lado, no sólo se enfrentó a la soberbia del cruel rey Leovigildo, que se había entregado a todo tipo de vicios y había cerrado sus oídos con las espinas de esa diabólica herejía para no escuchar lo que era bueno, sino que además, hasta tal punto turbó asimismo a los principales de todo el reino, irritándolos con la espada del Espíritu, que, ante la insistente perfidia de éstos, ese impiísimo padre y criminal tirano decidió la muerte del piadosísimo y serenísimo príncipe Hermenegildo, su hijo, que estaba retenido con cadenas por su defensa de la fe católica y era un íntimo amigo de Isidoro, pues el bienaventurado Leandro, tras liberarlo de la abominación arriana, lo había confirmado en la fe católicaa, y, a continuación, ante la evidencia de que los servicios fúnebres del gloriosísimo rey y mártir eran celebrados por ángeles bajo la forma de ministros, llevado por la culpa de su manifiesta perfidia, reconoció el castigo que merecía, no porque se arrepintiese, sino empujado por el arrepentimiento (Mat. 27, 3), siguiendo en ello el ejemplo del traidor Judasb. En efecto, tras viajar hasta Toledo y recaer sobre él el juicio celestial, afectado por una terrible enfermedad, en medio de atroces sufrimientos y gritos vomitó su miserable alma junto con las entrañas para ser atormentado por la eternidad, según creemos, por voraces llamas y gusanos allí donde lo precedió su seductor, el despreciable Arrio. (12) Así pues, una vez muerto el rey Leovigildo, se dio la circunstancia de que Hispania acogió feliz a su querido Leandro tras a b
Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 28. Gregorio Magno, Dialogi, 3, 31, 1-6.
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regresar éste triunfalmente de Cartagena y, tras suceder a aquél en el reino el católico Recaredo, hermano del rey y mártir Hermenegildoa, anunció que merced a la victoria del valeroso Isidoro la paz había sido devuelta a la Iglesia con gran alegría de los fieles, después de que la perfidia arriana hubiese sido erradicada de los territorios de todo el reino con el debido deshonor. En consecuencia, son llamados de regreso los prelados que estaban en el exilio, son adornadas las iglesias, los devotísimos fieles se recocijan junto con los padres y se ensalza con grandes alabanzas la clemencia de Dios todopoderoso, que fortaleció a Isidoro con la firmeza de una virtud tan grande. Por su parte, el bienaventurado Leandro, sirviéndose de las obras de la caridad y de la palabra de la predicación, se esforzaba devotamente con solicitud y con un amor no fingido (II Cor. 6, 6) en favor del cristianísimo rey Recaredo, que había puesto a Leandro en el lugar de su padre, en favor del linaje de los godos, por los que siempre había sentido el afecto de un padre, y en favor del pueblo hispalense, en cuyo interés miraba especialmente con sus afanes, e intentaba persuadirlos de que creyesen que el Padre, el Hijo y el Espírito Santo eran trinos en virtud de la distinción de las personas, pero un solo Dios en virtud de la divinidad de su majestad. Después de que todos ellos creyesen, los instruyó primero en los preceptos y los oficios eclesiásticos. Además, por esa misma época los suevos, que ya habían sido purificados por aquél con el agua del bautismo, se asientan en la Galaecia. Y así, viendo Leandro que la admirable constancia de Isidoro refulgía al acrecentarse en él tan grandes virtudes, no sé si advertido por algún tipo de presagio de que, una vez que él mismo muriese, Isidoro partiría a tierras extranjeras por causa de la predicación o por algún otro motivo, ya fuese a fin de que, según creemos, aquel que desde su infancia se había consagrado virgen de mente y de cuerpo al Señor no pudiese verse mancillado en medio de la muchedumbre ni siquiera por una ligera palabra, ya fuese a fin de que aquel que se había mostrado firmísimo en tiempos de la persecución, una vez disfrutando de la tranquilidad, ensoberbecido por la Mezcla en esta expresión el autor dos pasajes de los Dialogi de Gregorio Magno, 3, 31, 5 y 3, 31, 8. a
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jactancia que nace de la brisa ligera del favor humanoa, no se viese quebrantado por ella, recluyó al joven de tan buena índole en una celda construida, según se cuenta, con esa intención por el propio Isidoro. Por su parte, tanto el piadosísimo rey Recaredo, como los numerosos prelados de las iglesias, mostrándose afligidos, soportaban con gran pesar de su espíritu este hecho, pues se abstenían de oponerse a las decisiones de tan gran padre, considerando que sería injusto. Critican esto los clérigos, murmurando, y lo rechaza el pueblo, voceando, en la idea de que la brillantísima lámpara que era Isidoro no debía ser colocada bajo el celemín de una celdab y ni siquiera bajo el de una sola ciudad, pues gracias al fulgor de sus conocimientos y de sus buenas obras podía iluminar con gran fulgor a todo el orbe, y gritaban con voces quejumbrosas que, quien había sido probado como el oro en el crisol (Sab. 3, 6) por los impíos con los golpes de las penas, no debía ser recluido en una celda, sino mostrado para que proporcionase luz a muchos pueblos. (13) Pero el venerable padre Leandro, como si se encontrase oprimido por una carga de gran peso, no cedió ante el piadoso rey Recaredo, ni ante los prelados de las iglesias, ni ante los varones principales del reino, ni ante los murmullos de los clérigos o las voces de la gente, pues, advertido de antemano por la gracia del Espíritu Santo, sabía qué se proponía conseguir. En fin, puso a disposición de Isidoro maestros eruditísimos en todas las ciencias con objeto de que, si algo le faltaba por aprender, escuchando a estos maestros, discutiendo, además, con ellos, intercambiando opiniones, enfrentándose a ellos y respondiéndoles y preguntándoles, pudiese añadirlo a su formación, corrigiendo ésta. ¡Y qué cosa tan asombrosa! En efecto, todos aquellos que presumían de que instruirían a Isidoro con su ciencia, instruidos por éste de un modo extraordinario, se felicitaban del destacado incremento de sus propios conocimientos. Por su parte, el venerable rey Recaredo se sentaba con asiduidad junto a la celda del bienaventurado varón, con piadosos tragos a través de una ventana bebía la fe de la santa Trinidad que tomaba de las aguas del Salvador gracias al manana b
Bernardo de Claraval, Sententiae, 2, 163 (p. 55, 1). Cfr Mat. 5, 15; Marc. 4, 21; Luc. 11, 33.
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tial que era el bienaventurado Isidoro y, sin olvidarse de todos los que lo escuchaban, deseando devolver duplicado al hijo de Dios el talento que éste le había entregado, derramaba con gran fe entre las gentes que le estaban sometidas el líquido de la vida eterna que había recibido. Estabaa, ciertamente, lleno de fervor religioso y era muy distinto a su padre en sus costumbres. Ciertamenteb, aquél era religioso y muy inclinado a la guerra, éste era piadoso por su fe e ilustre por sus deseos de paz; aquél extendió el poder de su pueblo con las artes de la guerra, éste, con gran gloria, enalteció a ese mismo pueblo con el trofeo de la fe. En efecto, tras adoptar la fe católica al comienzo mismo de su reinado, llevó de regreso a la práctica de la verdadera fe a las gentes de todo su pueblo, una vez suprimido el pecado del error que había arraigado entre ellos. A continuación, con objeto de condenar la herejía arriana, convocó un sínodo de todos los obispos, haciéndolos acudir desde las diversas provincias de Hispania y de la Galia. A ese concilio asistió ese mismo religiosísimo príncipe y ratificó sus actas con su presencia y su firma. Éste, que estuvo lleno de virtudes, engrandecía con honores a todos aquellos que advertía que eran gratos a Diosc, mientras que a aquellos que se entregaban a prácticas contrarias a la fe los censuraba en presencia de todos para que los demás sintiesen temor. Éste, siguiendo no a su pérfido padre, sino a Cristo, nuestro Señord, aborrecía y maldecía la demencia arriana y se esforzaba por expulsarla deshonrosamente de todo su reino. Tuvoe tanto encanto en su rostro, tanta bondad mostró en su espíritu que, penetrando en los corazones de todos, se ganó el afecto incluso de los malvados. Fue tan generoso que, haciendo uso de sus derechos, devolvió los privilegios y los bienes de las iglesias que su padre había entregado al tesoro público, y tan compasivo que a menudo renunció a los tributos del pueblo, mostrando una desinteresada Comienza aquí un extracto de la segunda redacción (o redacción larga) de las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum de Isidoro de Sevilla, cap. 52-53. b Repetición presente ya en el original latino. c Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 9 (p. 80, 23-24). d Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 9 (p. 79, 14-15). e Recurre de nuevo el autor a la segunda redacción de las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum de Isidoro de Sevilla, cap. 55-56. a
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munificencia, y distribuyó sus riquezas entre los desdichados y sus tesoros entre los necesitados, sabedor de que el reino le había sido confiado con el propósito de que hiciese un buen uso de él. Sea dicho esto en alabanza de nuestro buen Dios y de sus confesores Leandro e Isidoro, que merecieron recibir del Señor un discípulo semejante. (14) Entonces, el enemigo del género humano, no queriendo que él y los suyos fuesen perseguidos por esos santos confesores por intermedio del rey Recaredo, a quien aquél antes había tenido entre sus súbditos, incitó contra el rey Recaredo a dos condes ilustres por sus riquezas y nobles por su linaje, pero impíos en sus corazones y innobles en sus costumbres, a saber, Gravista y Vulgerno, junto con un obispo arriano de nombre Atalcoa. Éstos, después de reunir a una multitud de francos, de devastar las regiones cercanas a la ciudad de Narbona y de asesinar a una innumerable multitud de clérigos, religiosos y católicos para vengar a la insania arriana, se esforzaban incluso por arrebatar el reino al piadosísimo rey Recaredob. Trasc enviar al duque Claudio de Méridad, el gloriosísimo Recaredo obtuvo una gloriosa victoria sobre ellos. En efecto, aquél, después de abatir y derribar a unos sesenta mil enemigos, regresó a Hispania provisto de una gran gloria. Después de esto, una vez calmadas en todas partes las tempestades, el Señor se dignó conceder a su pueblo la deseada paze. Cuando se daban estas circunstancias y la Iglesia católica disfrutaba de una gran tranquilidad por el favor de Dios, cuando el mal de la herejía arriana Ataloco, obispo arriano de Narbona, rebelado, junto con los condes Granista y Wildigerno (cuyos nombres aparecen aquí deformados como Gravista y Vulgerno), contra Recaredo I en el año 589. Vid. García Moreno, Prosopografía, p. 52 (no 69), sobre Granista; p. 84 (no 165), sobre Wildigerno; y p. 223-224 (no 663), sobre Ataloco. b Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 12 (p. 92, 1-12). c Mezcla el autor dos fuentes en esta frase: Isidoro de Sevilla, Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum, cap. 54 de la segunda redacción; y Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 12 (p. 93, 25-26). d Es el supuesto destinatario de una de las cartas atribuidas a Isidoro de Sevilla por la tradición manuscrita, pero, sin duda, apócrifa, sobre la primacía del pontífice romano (Epistula ad Claudium ducem [CPL 1224]). Sobre el personaje histórico, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 41-43 (no 35). e Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 12 (p. 94, 36-37). a
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estaba siendo expulsado de los corazones de casi todos, cuando la ciudad de Híspalis se regocijaba junto con los santísimos confesores por la gracia de tan gran tranquilidad y daba sin cesar muchísimas gracias al Señora, sucedió que ese mismo venerable obispo Leandro enfermó, pues Dios lo llamó a su lado. Éste, al advertir que iba a llegar en breve el último día de sus felicísimos esfuerzos, ruega que su venerable hermano Isidoro sea sacado de su celda y llevado ante él para disfrutar de su compañía y bendecirlo, así como para encomendarse a sus oraciones. Cuando informaron de ello al bienaventurado Isidoro, cuyos pensamientos estaban ya totalmente centrados en los cielos y anteponían esa pequeña celda a todas las riquezas de este mundo, rechazó a los mensajeros lejos de sí, diciendo: “Sabed, hermanos, que no saldré en modo alguno de esta celda, mientras mi hermano siga viviendo en el cuerpo de esta peregrinación”. Y así lo aseguró mediante un juramento. Por su parte, el bienaventurado Leandro, después de haber cumplido sin cesar con sus obligaciones pastorales, después de recibir el cuerpo y la sangre del Señor, se durmió felizmente en el Señor. Creo, además, que no debe ser omitido el hecho de que este ilustrísimo doctor Leandrob fue engendrado por el mismo padre Severiano por el que fue engendrado también Isidoro, que profesó como monje y que, después de haber sido un monje firmísimo, debido a la gran insistencia de las gentes, aunque él mismo rehusaba, fue nombrado obispo de la Iglesia de Híspalis. Fue éste un varón de amables palabras y destacadísimo talento, y refulgió tan extraordinariamente por su vida y por sus enseñanzas que merced a su fe y a su celo y gracias al bienaventurado joven Isidoro, su hermano, las gentes del linaje de los hispanos, renunciando a la insania arriana, como se ha escrito más arriba, regresaron a la fe católica. En efecto, durante el tiempo de su exilio redactó éste dos libros contra los dogmas de los herejes, ambos repletos de erudición en las Sagradas Escrituras, en los que con un estilo vehemente atacó la impiedad arriana y reveló su depravación, monstrando Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 9 (p. 80, 27-31). A partir de este punto, en las noticias que se dan de Leandro de Sevilla, se sirve el autor de nuevo del De uiris illustribus de Isidoro de Sevilla, cap. 28. a
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qué acusaciones tiene contra esos mismos herejes la Iglesia católica y cuánto se distingue de ellos tanto en lo que se refiere a la piedad como en lo que hace a los sacramentos de la fe. Se conserva, asimismo, otra obra de él digna de alabanza contra las doctrinas de los arrianos, en la que opone sus propias respuestas a los preceptos de aquéllos. Difundió, además, un pequeño libro sobre la instrucción de las vírgenes y el desprecio del mundo dedicado a su hermana Florentina y dividido en títulos que distinguían sus partes. Y, ciertamente, se esforzó igualmente con no poco empeño en favor de los oficios eclesiásticos. Realizó, por otro lado, una edición de todo el salterio con oraciones dobles. También redactó un gran número de composiciones en forma de poemas de dulce sonido para las misas, los oficios y los salmos. Escribió un gran número de cartas al papa Gregorio y una sobre la felicidad, en las que solicita a éste el palio arzobispala, un comentario del libro del bienaventurado Jobb y un volumen con una regla pastoralc y le ruega repetidas veces que interceda por él ante el Señor en relación con el mal de la podagra, del que sufría terriblemented. Y consiguió todo esto del bienaventurado papa Gregorio, que lo apreciaba tiernamente. Como hemos señalado con anterioridad, dirigió otra carta a su hermano Isidoro en la que instruye a éste de que nadie ha de temer la muerte. También dirigió un buen número de cartas particulares a los demás obispos, y si bien no especialmente brillantes por su estilo, llenas, en cualquier caso, de agudas sentencias. Se distinguió en tiempos del rey católico Recaredo, ejerciendo en las Hispanias las funciones del pontífice romano. En tiempos de este rey llegó asimismo al término de su vida mortal en la víspera de los idus de marzoe. (15) Y así, luego que el bienaventurado Leandro fue llevado junto a los ángeles, la metrópoli hispalense, una vez privada de
Gregorio Magno, Registrum epistularum, 9, 228 (p. 804, 60-61). Cfr Gregorio Magno, Registrum epistularum, 1, 41 (p. 49, 50-58); 5, 53 (p. 348, 8-10); pero también Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 27. c Cfr Gregorio Magno, Registrum epistularum, 5, 53 (p. 348, 7-10). d Gregorio Magno, Registrum epistularum, 9, 228 (p. 804, 54-55). e El 14 de marzo. Fecha probablemente tomada del Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), lín. 13. a
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tan gran patronoa, elevaba día y noche sus oraciones al Señor a fin de que éste, compadeciéndose de su pueblo, le proporcionase un pastor fidelísimo que fuese el sucesor del bienaventurado Leandro no sólo en la dignidad episcopal, sino también en la santidad de sus costumbres. Y nuestro piadoso Señor no desatendió la súplica de aquéllos, concediéndoles misericordiosamente lo solicitado. Entonces, los obispos de las parroquias adyacentes, lamentando profundamente el deceso de tan gran padre, se reunieron en un mismo lugar con los clérigos y religiosos convocados para la ocasión a fin de mirar por los intereses de esa misma Iglesia de acuerdo con los preceptos de los santos padres, eligiendo a un prelado idóneo. Y, ciertamente, con objeto de confirmar la elección de éstos asistió también el serenísimo rey Recaredo junto con los varones principales y la nobleza de las Hispanias. Pero el pueblo de la ciudad, incapaz de guardar silencio sobre lo que había concebido en su interior, adelantándose a las intenciones de quienes eran más eminentes, gritaba entretanto que el siervo de Dios Isidoro, que en sus años juveniles había actuado valerosamente en favor de la fe católica y había soportado innumerables tormentos a manos de los impíos por su defensa de esa misma fe, era digno del episcopado. Por lo demás, la voluntad y la opinión del rey, los obispos y los varones principales eran las mismas y su acuerdo unánime y afirmaban que Isidoro era de todo punto digno del episcopado, pues tanto con el ejemplo de sus buenas obras, como con las palabras con que predicaba la santa fe, instruía a toda Hispaniab. Y acudiendo ante el bienaventurado Isidoro, le manifiestan con humildad y respeto la voluntad común de todos, tratando de persuadirlo de que acepte la carga del arzobispado para beneficio de toda Hispania. Pero él, que evitaba todo encumbramiento del mismo modo que habría evitado un precipicioc, no accedía de ninguna manera a los deseos de aquéllos. Ante esto, al ver el venerable príncipe y los santos pontífices que nada podían conseguir con sus exhortaciones e incapaces de soportarlo durante más tiempo, tras convocar a los Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488), lín. 166. Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 4 lín. 97-99. c Bernardo de Claraval, Vita s. Malachiae, 20 (p. 330, 20-21). a
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ciudadanos, se aprestaron de forma unánime a actuar por la fuerza en lo tocante a Isidoro. Y así, tras reunirse una multitud, echó abajo las paredes de la celda del bienaventurado varón en medio de un gran griterío y, pese a que aquél se resistía como podía, lo condujo hasta la iglesia entre cantos de júbilo. Gritaba con fuerza el siervo de Dios, tratando de explicar la razón de su rechazo, pero en vano, pues prevalecían las voces de la alegre muchedumbre, que mantenía cerrados sus oídos. (16) Advirtiendo, así pues, el heraldo de Cristo que no podía resistirse a ello de ningún modo, cedió a la fuerza y fue elegido obispo de Híspalis en medio de una extraordinaria veneración. Era de todo punto insigne, de todo punto distinguido, de todo punto célebre, de todo punto hermoso, de todo punto amado, de todo punto deseado. Insigne por sus orígenes, por su honestidad, por su posición, por su majestad. Distinguido por sus cualidades naturales, por su dignidad, por la gracia de Dios, por su disciplina. Célebre por sus enseñanzas, por sus palabras, por las distinciones conseguidas, por las alabanzas recibidas. Hermoso por sus ropajes, por su físico, por su discernimiento, por su devoción. Amado por su gentileza, por su conversación y sus consejos, amado por su protección. Deseado por su bello aspecto, deseado por su bondad, por su inocencia y sentido de la justicia, deseado por su perfecta caridad. Tal persona es escogida, tal persona es preferida, tal persona es designada, seleccionada, elegida, tal persona es distinguida. Se envían, además, unos mensajeros ante el gloriosísimo Gregorio, papa de la venerable ciudad de Roma, para que, tras confirmar la elección con la bendición del bienaventurado apóstol Pedro, se dignase enviar a su queridísimo amigo Isidoro el palio arzobispal. Por su parte, el santo papa Gregorio, sintiendo una enorme felicidad por la elección de su amado Isidoro, dio gracias a Dios y, tras acoger entre grandes honores a los mensajeros, confirmó la elección y, enviando unos regalos junto con lo solicitado, concedió incluso a Isidoro que disfrutase de la dignidad de primado en las Hispanias. (17)a Y así, tras verse distinguido con el honor episcoa
y 338.
Por error, el § 17 se repite dos veces en la edición de Henschen, “Vita”, p. 337
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pal, qué elevada vida llevó, qué grande se mostró y cuánto bien hizo y cuántas grandes obras llevó a cabo, que su actuación como pontífice lo revele, que su actuación como prelado lo manifieste, que su actuación como sacerdote lo muestre, que su actuación como obispo lo testimonie. Que sus virtudes declaren qué pontífice fue, que sus conocimientos detallen qué prelado fue, que sus enseñanzas confiesen qué sacerdote fue, que sus costumbres expliquen qué obispo fue. En efecto, se mostraba siempre prudente, siempre constante, siempre modesto, siempre justo. Prudente a la hora de discernir, prudente a la hora de escoger, prudente a la hora de amar, prudente a la hora de permanecer firme. Constante a la hora de padecer, constante a la hora de resistir, constante a la hora de golpear, constante a la hora de perseguir. Moderado a la hora de desear, moderado a la hora de ambicionar, moderado a la hora de hacer uso de algo, moderado a la hora de contenerse. Justo a la hora de reflexionar, justo a la hora de hablar, justo a la hora de obrar, justo a la hora de perseverar. Diligente en todo momento, devoto en todo momento, útil en todo momento, enérgico en todo momento. Diligente a la hora de emprender, diligente a la hora de obedecer, diligente a la hora de actuar, diligente a la hora de ocuparse de algo. Devoto a la hora de meditar, devoto a la hora de expresarse, devoto a la hora de orar, devoto a la hora de solicitar, devoto a la hora de rogar, devoto a la hora de obtener. Útil a la hora de persuadir, a la hora de disuadir, a la hora de dispensar, útil a la hora de compensar. Enérgico a la hora de arrancar, a la hora de edificar, enérgico a la hora de plantar. Teniendo siempre ante sus ojos los sufrimientos del Hijo de Dios, no ambicionaba la gloria entre los hombresa, poniéndose, así, al servicio de todos. Deseando antes ser amado que temidob y buscando antes ser útil a los demás que mandar sobre ellos, se mostraba amable y bondadoso con todo el mundo. Entregándose al ayuno, a la oración y a la meditación de las Sagradas Escriturasc y comiendo sólo un poco de los alimentos más despreciables, y no a Expresión tomada, quizás, del Libro I de la Vita prima Bernardi Claraeuallensis (BHL 1211) de Guillermo de Saint-Thierry, 45 (p. 67, 1232-1233). b Agustín de Hipona, Epistula 211, 15 (p. 370, 10). c Martino de León, Sermo in natale Domini II, 38 (col. 546C).
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porque lo desease, sino por necesidad, miraba con parquedad por sí mismo y con generosidad por los demás. Actuaba con la misma gravedad de costumbres que antes y con la misma humildada. En efecto, con la mayor de las constancias seguía siendo el mismo que antes había sidob y, al acrecentarse su dignidad, aumentaban en él los dones del Espíritu Santo y estaba tan lleno de autoridad y de gracia que por todas partes la alabanza de su santidad y su lámpara, encendida con una luz inextinguible y no situada ya bajo el celemín, sino puesta sobre el candelero, se difundía por todas partesc gracias a las alabanzas de todos, hasta el punto de que incluso las brillantísimas lámparas de muchos doctores, encendidas más y más por la fulgurantísima luz de aquél desde un resplandor que ya era bueno a otro mejor, al sumarse el fuego del Espíritu Santo, se volvían esplendorosas. Y declarándose asimismo deudor de todos, entre otros poseía en propiedad, por así decirlo, este radiante don, a saber, regocijarse con quienes se regocijan, llorar con quienes lloran (Rom. 12, 15), y asumiendo sobre sí con una piadosa compasión las tribulaciones de los desdichados, las padecía él mismo más que las advertía, y, dejándose llevar por el celo de su piedad, las remediaba con una generosa distribución de limosnas. Ciertamente, tanta era la abundancia de sus larguezas y tan continua la dicha de sus donativos que, en medio de la admiración de muchos, nadie, ni siquiera sus allegados, era capaz de averiguar de dónde le venía la prodigalidad de tantas riquezas. Pero qué pródigo se mostró durante todo el tiempo de su vida, sólo a Dios queda reservado conocerlo. Había enseñado, ciertamente, unas costumbres serenísimas, a alegrarse más concediendo que recibiendo. Parco consigo mismo y avaro hasta cierto punto, pero generoso con todos, colmaba a todo el mundo de beneficiosd. Tanto en la prosperidad, como en la adversidad, su rostro era siempre el mismo; provisto de una luminosa alegría, se mostraba especialmente bondadoso con todos y no lo dominaba la soberbia, enemiga de todas las virtudes, sino que, Vita s. Nicholai ep. Myrensis (BHL 6113), p. 300, 11-12. Sulpicio Severo, Vita s. Martini Turonensis, 10, 1. c La repetición de esta expresión se encuentra así ya en el original. d Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 3 (p. 52, 47-48). a
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mostrando ante todos una tranquila humildada, era queridísimo por igual por los más poderosos y los pobres. Es más, elevado a la distinción tan alta del apostolado, demostraba no menos con sus obras que con sus palabras que, investido de la dignidad de obispo, no había sido llamado a una cátedra, sino a un deber, no a un honor, sino a una carga, no a ser el primero, sino a servir, no a vaciar las bolsas de los fieles, sino a erradicar sus pecados, no al descanso, sino al esfuerzob, no a reclamar platos y bebidas de diversos sabores, sino a instruir a las gentes en los preceptos divinos y a convencerlas de ellos, así como a proporcionar previsoramente recursos materiales a los pobres de Cristo. (17 [18A]) Tan solícito se mostraba en mirar por los clérigos y los escolares que por ese mismo vehemente cuidado probaba ser el padre de todos y cada uno de ellos. Y, ciertamente, le parecía insuficiente atender a los clérigos y escolares vecinos, de modo que llamaba también a otros desde todas partes con objeto de tener muchos más a los que distribuir sus beneficios, a los que instruir por sí mismo en las páginas de las Sagradas Escrituras y a los que proveer en abundancia de alimentos temporales. Así pues, los clérigos acudían junto a él deseosos no sólo de escuchar a tan gran padre, sino también de verlo. Y tras ser acogidos bondadosamente por éste con el afecto propio de un padre, se daba la circunstancia de que no se apartaban de su lado hasta distinguirse por sus conocimientos de la ley de Dios y por los buenos servicios que habían de prestar a la Iglesia católica. Y para alejar de ellos cualquier oportunidad de holgazanear entregados al ocio, en las afueras de la ciudad de Híspalis construyó un monasterio de extraordinaria belleza del que a ningún escolar se daba permiso para salir antes de cuatro años. Por lo demás, a algunos de aquellos que parecían especialmente dotados y rechazaban permanecer en el monasterio y que, merced a la advertencia del Espíritu de verdadc, sabía de antemano que serían grandes hombres en la Iglesia de Dios por sus obras y sus palabras, a fin de que no apartasen su mente del estudio, entregándose a todo Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069), 5, 3 (p. 54, 68-72). Gregorio Magno, Registrum epistularum, 5, 16 (p. 282, 22). c Cfr Juan 14, 17; 15, 25; 16, 13; I Juan 4, 6. a
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tipo de vanos pensamientos mientras vagaban de un lado a otro, si se les presentaba la ocasión, los retenía sujetos a unas cadenas de hierro. Del conjunto de todos ellos destacó el santísimo Ildefonso como el lucero del albaa, y no en menor medida sobresalió también el glorioso obispo de Cesaraugusta Braulio. Y como, por las exigencias de sus múltiples responsabilidades, no siempre podía transmitirles personalmente sus enseñanzas, tal y como deseaba, buscaba por todas partes maestros comprometidos con la ley de Dios y adecuados para las luchas del certamen espiritual y, distinguiéndolos con muchos honores, les suplicaba humildemente que no olvidasen su amado esfuerzo y continuasen su eficaz trabajo a la hora de instruir a los escolares. En efecto, le parecía que las abominables herejías no podrían ser arrancadas de raíz de la viña del Señor a menos que todos los clérigos y religiosos, aprovechando su reputación de santidad y la vehemencia de su predicación, se preocupasen sin cesar por las gentes. En efecto, el pábulo y el origen de todo mal y herejía son la relajación de las costumbres de los clérigos y los religiosos y el indolente desprecio de la ciencia de las Escrituras. Vigilaba, asimismo, con gran celo a los religiosos, monjes, monjas, eremitas y a todos aquellos que renunciaban al siglo siguiendo las reglas de los padres a fin de que ninguno de ellos fuese oprimido por la miseria, ni pereciese por no alimentarse de la palabra de Dios, a fin de que no se dispersasen como las piedras del santuario al tener que mendigar de aquí para allá, empujados por la necesidad, de que no cambiase el perfecto color del orob, esto es, el propósito de los santos varones, de que no olvidasen llevar una vida santa por culpa de una vida itinerante, de que no se mezclasen en las preocupaciones del siglo, atraídos y arrastrados por la concupiscenciac, y de que no se entregasen a la servidumbre del diablo, una vez soltados los frenos de las reglas. Del mismo modo que una madre que ama a su único hijo, unido a todos por la caridad, ofrecía a cada uno de ellos el seno de su bondad. Como una gallina que cobija a sus polluelos bajo las alas, los protegía frente a los males a a El obispo Ildefonso de Toledo (657-667). Todas estas noticias carecen de rigor histórico. b Pasaje de resonancias bíblicas, cfr Lam. 4, 1. c Martino de León, Sermo IX de diuersis, col. 130D-132A.
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fin de que, sacudidos por los golpes de las adversidades y apremiados por las angustias propias de la pobreza, no se afligiesen más allá de lo que exige la medida por verse privados del sostén paterno. Del mismo modo que el águila incita a volar a sus polluelos, él animaba a aquéllos con piadosos consejos a desear los cielos, volando él mismo primero sobre ellos, entregándose a obras celestialesa, con lo que seguía el ejemplo del santísimo apóstol Pablo, no fuese a ser que, después de predicar a los demás sin contar él mismo con un buen número de buenas obras, condenado por el juicio del evangelio por hablar y no obrarb, fuese considerado un réproboc. ¿Qué hermano, en efecto, de alguna de las santas congregaciones enfermaba, afectado por un malestar del espíritu o del cuerpo, sin que él acudiese en persona a llevarle el remedio de la salud? ¿Quién entre ellos era abrasado por las tentaciones del enemigo, convirtiéndose en motivo de escándalo, sin que él, llevado por el celo pastoral, no derramase sobre aquél el agua de la santa predicación? Asumía sobre él los cuidados de sus subordinadosd, considerando adecuado que fuese únicamente él quien se viese atribulado por las preocupaciones del siglo a fin de que los santos varones, libres de toda perturbación y disfrutando de comida y vestido, se aplicasen en complacer sólo a Dios, en la idea de que, si algún mérito le faltaba, lo compensaría gracias a la intercesión de aquéllos. Y si bien, mirando tanto por su propia salvación, como por la de los demás, evitaba intencionadamente la presencia de las mujeres, sin embargo, sentía un grandísimo afecto por todas aquellas monjas y religiosas que veía que permanecían entregadas a la alabanza de Dios y miraba por ellas con constantes larguezas a fin de que contasen en abundancia con bienes materiales y espirituales. Y así, a lo largo del territorio de Hispania construyó numerosos y hermosos monasterios en los que reunió un gran número de religiosos de ambos sexos para que se entregasen a la alabanza y glorificación del nombre del Dios. Les entregó, igualmente, una regla que él mismo había elaborado de acuerdo con los preceptos de los apóstoles y que Cfr Martino de León, Sermo in Sexagesima, col. 621A. Cfr Mat. 23, 3. c Cfr I Cor. 9, 27. d Graciano, Decretum, pars 1, dist. 88, can. 1, textus (p. 307, 3-4). a
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organizó de la forma más virtuosaa en virtud de la diversidad de los lugares y de las fuerzas de los siervos de Dios, enseñando que cada uno permaneciese en la posición y en la gracia en la que había sido llamadob y que, si era necesario, sirviese humildemente tanto en el oficio que ejercía en el siglo, con tal de que fuese honesto, como en el monasterio de acuerdo con las órdenes de su prepósito. (18 [19A]) A continuación, no contentándose con ser de utilidad a una sola provincia, pues se consideraba nacido para provecho de todos los fieles, saliendo a recorrer las ciudades y las regiones y haciendo resonar las sagradas trompetas del Nuevo y del Antiguo Testamento, animaba a los elegidos a desear los cielos, exhortando a la guerra espiritual contra los rectores de estas tinieblas del mundo. Por todas partes resuena la trompeta del evangelio, por todas partes se anuncia a Cristo, por todas partes se escuchan las alabanzas de la santa Trinidad y no hay quien se oculte de su calor (Salm. 18, 7), pues la palabra del confesor se extendió por toda la tierra. En efecto, a quienes no podía instruir estando presente físicamente, los confortaba enviando cartas y mensajeros. Todo lo que encontraba indecoroso, inadecuado, sucio y, sobre todo, contrario a la ley de Dios, su ojo no lo perdonabac y, deseoso de que no se acrecentase, desarrollándose en mayor medida, se esforzaba por erradicarlo y extirparlo del pueblo cristianod, enfrentándose lo más rápidamente posible a ello en sus principios. Y también establecía en todas las Iglesias de Hispania los preceptos apostólicos, los decretos de los santos padres y, en especial, las disposiciones de la santa Iglesia de Romae. Cual celoso legislador imponía normas tan celestiales como humanas y daba leyes llenas de justicia que respondían a los principios de la modestia y la honestidadf, diciendo que eran un fuego abrasador (Salm. 103, 4) que consumiría los
Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 38-39. Cfr Vita s. Froilanis ep. Legionensis (BHL 3180), lín. 92-93. c Cfr Deut. 7, 16. La fuente es, probablemente, Bernardo de Claraval, Vita s. Malachiae, 7 (p. 315, 19-20). d De nuevo, Bernardo de Claraval, Vita s. Malachiae, 7 (p. 315, 21-22). e Bernardo de Claraval, Vita s. Malachiae, 7 (p. 315, 24 – 316, 2). f Bernardo de Claraval, Vita s. Malachiae, 7 (p. 315, 23-24). a
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bosques de los pecadosa, diciendo que eran un agua frigidísima que enfriaría los ardores de las tentaciones. En fin, ¿qué ciudad hubo, qué soledad, qué mares que no disfrutasen de los beneficios de este doctorb? Y así, mientras el siervo de Dios confortaba los corazones de los fieles con el sustento de la palabra de Diosc, mientras asistía a los pobres de Cristo con limosnas, mientras perseguía celosamente los dogmas de los herejes por todas las provincias de las Hispanias, en su recorrido llegó hasta la ilustre ciudad de Roma, tal y como le había rogado humildemente el sumo pontífice. Supera nuestras fuerzas exponer con cuánto honor y respeto fue acogido aquél por el obispo y los cardenales de Roma, pero el lector puede comprenderlo con facilidad por las atenciones que tuvieron hacia él y las pruebas de afecto que le mostraron. En efecto, después de haber hecho recaer sobre él las responsabilidades de toda la curia, todos lo trataban como a un piadoso padre, conservando, no obstante, siempre el decoro apostólico, hasta el punto de que, si le resultaba grato, ellos, que eran nobilísimos por su linaje, reputados por sus costumbres y eminentes por su dignidad, asumían sobre sí las funciones propias de los siervos y lo atendían con cuanta humildad les era posible, considerando que, puesto que, despreciando los tormentos de los varones más principales, se había expuesto a la muerte en defensa de la fe católica y del honor de la Iglesia de Roma y había demostrado con numerosas sentencias de las Escrituras que ésta era la madre de todas las Iglesias, era digno de un varón tan grave que fuese venerado con un honor apropiado por esos mismos romanos. Pareció oportuno, asimismo, a todos que los prelados de la Iglesia se reuniesen en un santo sínodo con objeto de que, si se encontraba algo que fuese inapropiado o dudoso, fuese corregido por ellos en compañía de ese mismo santísimo Isidoro. Habrían retenido a éste con muchísimo gusto en la curia romana para su propio decoro, si no hubiesen advertido que ello iba a redundar en perjuicio de la Iglesia, tal y como les señaló el propio Isidoro. Y así, tras disolverse el sínodo, reguló cuanto quiso en la curia romaBernardo de Claraval, Vita s. Malachiae, 6 (p. 315, 14). Uranio, Epistula de obitu Paulini, 9 (col. 864B). c Gregorio Magno, Moralia in Iob, 6, 27, 44 (p. 316, 13-14). a
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na y, después de despedirse con tristeza de todos esos afectos que allí dejaba, regresó a Hispania provisto de un grandísimo honor y de presentes apostólicos. Habían comprobado, ciertamente, que entre otras muchas virtudes aquél se distinguía por el espíritu de profecíaa y, así, cuando hablaba de muchas cosas que habrían de ocurrir en el futuro tal y como si ya hubiesen acontecido históricamente, parecía que evangelizaba más que anunciaba hechos por venir. Por lo demás, al ponerse en camino de regreso, se extendió un gran gozo y regocijo por la Iglesia de los hispanos. (19 [20A]) Y cuando el santo doctor se aproximaba a los territorios de las Galias, el Señor obró portentos extraordinarios por medio de su santob. En efecto, dado que las provincias de las Galias y las Hispanias sufrían una prolongada sequía del cielo y a causa de la falta de lluvias las cosechas, los árboles y las plantas se secaban y los seres humanos, en razón de esa misma calamidad, sufrían graves molestias físicas, al tener noticia de la llegada del santo obispo, las gentes, felices y alegres, confiadas en la acostumbrada misericordia del Señor, que siempre obraba maravillas por medio de su siervo, salían a su encuentro desde todas las ciudades con cruces y cirios, suplicándole que se dignase elevar sus oraciones al Señor en favor de ellas. Y las gentes de Narbona, al llegar aquél, le gritaban diciendo: “¡Oh piadoso Isidoro, doctor de las Hispaniasc, elevando tus santas oraciones al Señor, líbranos de los peligros que se ciernen sobre nosotros! Has llegado deseado por todos, ¡ojalá que gracias a ti el Señor nos conceda los acostumbrados beneficios!”. Entonces, el bienaventurado doctor, tal y como era inclinado a la compasión, ordena guardar silencio y ofrece a esas gentes hambrientas el alimento de la palabra de Dios, exhortándolas a que, invocando junto con él a Dios misericordioso, soliciten los beneficios del Hijo de Dios mostrando una fe absoluta en la santa Trinidad y dejando a un lado cualquier duda. A continuación, el santo varón, elevando sus manos al cielo, rogaba al Señor que para mayor gloria de su santo nombre se dignase conceder a su pueblo Cfr Apoc. 19, 10. Cfr Salm. 125, 2. c Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488), lín. 75. a
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el perdón de los pecados, la salud fisica, un tiempo benigno, lluvias abundantes y una rica cosecha, tal y como todos deseaban. ¡Qué poder tan extraordinario el de la oración de los santos! En efecto, si bien el cielo estaba completamente despejado y toda la región sufría el ardor del sol, tras unos repentinos mugidos de los truenos y unos cercanos resplandores de los rayos, siguió un diluvio de agua tan grande que nadie había conocido en los tiempos pasados una lluvia comparable a ésa. El bienaventurado confesor, rodeado por todas partes por los resplandores de los rayos, parecía arder por completo, mientras que todos los demás, aterrorizados por el miedo a morir, abandonando al santo, se refugiaron en las iglesias. Por su parte, aquellos enfermos que habían llegado hasta allí sobre las espaldas de otros que los habían transportado con objeto de solicitar la ayuda del bienaventurado padre, olvidándose de su debilidad, sobrepasaban incluso a los demás en su huida. Y con razón, pues todos habían recuperado su antigua salud gracias al bienaventurado Isidoro. Y los demás, al advertir el milagro obrado por Dios en el caso de la salud de los enfermos, provistos de nuevas fuerzas deseaban acercarse al santo, pero no había ninguno que se atreviese avanzar más allá de las puertas por impedírselo tanto el fulgor de los relámpagos como el diluvio del agua que caía. Y así, tras sentarse el heraldo de Cristo hasta que cesó la lluvia, corrió hasta él toda la multitud de las gentes alabando en el santo los milagros de nuestro Salvador. Y el bienaventurado pontífice los exhortaba amablemente, diciendo: “He aquí, hermanos, cuánto obtiene la fe firme en la santísima Trinidad. En el nombre de la indivisible Trinidad solicitasteis veros libres de tres o más peligros y tres o incluso más beneficios han sido concedidos por el Señor, a saber: la salud física, un tiempo benigno y una rica cosecha y abundantes frutos. Además, y a ello debéis entregaros con especial santidad y empeño, en caso de que mantengáis una fe pura, obtendréis el perdón de los pecados y el premio de la recompensa eterna. En consecuencia, fortificad ahora vuestros corazones (Sant. 5, 8) en la caridad de Cristo, el Hijo de Dios, y no os dejéis rodear por los seductores que recorren el mar y la tierra para hacer un prosélito destinado a ser abrasado horrendamente por las llamas eternas. Son unos lobos voracísimos y de una terrible avidez, que no
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vienen sino a destruiros y a perderos, devastando sus rostros para mostrarse ante los hombres como gentes que ayunan a fin de que de ese modo se les presente una ocasión más sencilla de engañar”. Exponiéndoles éstas y otras ideas semejantes, el santo llegó hasta un albergue para restaurar allí sus miembros fatigados. Entretanto, las gentes alababan las grandes obras de nuestro buen Dios por las aldeas y las plazas, maldiciendo y detestanto a aquellos que negaban incluso una sola vez en su pensamiento que el Hijo de Dios y de la Virgen, nuestro Señor Jesucristo, fuese el Dios verdadero, existente por la eternidad con el Padre y el Espíritu Santo. (19a) Y tras partir de allí el bienaventurado obispo, las curaciones de enfermedades y las lluvias lo acompañaban. Y así, habiendo llegado no lejos de la ciudad de Híspalis, se le anunció que cierto malvadísimo Mahoma con una boca venenosa y provista de unas ideas nunca oídas inficionaba a quienes lo escuchaban. Asimismo, se le comunicó que después de su partida un dragón de un tamaño increíble, pues sobrepasaba la extensión de una gran viga, devastando todo a su alrededor con sus fauces flamígeras, había llevado la desolación sobre un gran número de suburbios de la ciudad. Al conocer estas noticias, el santo, fuertemente afligido, envió a varios de sus servidores para que trajesen ante él a Mahoma o bien, en caso de que aquél no quisiese acudir por su propia voluntad, para que lo retuviesen sujeto con ataduras hasta su llegada, entregándoles él mismo unos cordones destinados a anular los maleficios de aquél. Pero el engañador del género humano, el diablo, transfigurándose en un ángel de luz, se apareció a Mahomaa, diciéndole: “Querido mío, ya está aquí nuestro adversario, el seductor Isidoro, un acérrimo enemigo tanto de nosotros, como de todos los nuestros. En consecuencia, abandona rápidamente los territorios de Hispania, pues ni tú ni los ángeles de Dios siquiera podemos enfrentarnos a él”. Y Mahoma le dice: “¿Qué significa esta novedad de que los ángeles de Dios no son capaces de enfrentarse a un hombre mortal?”. Por su parte, el diablo responde: “¡No hables de una noveCfr Tultu sceptrum de libro domini Metobii, lín. 15-25. Pero la rareza de esta fuente hace poco probable que llegase a ser conocida por el autor de la Vita s. Isidori (BHL 4486). a
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dad, afirma, más bien, que es algo de una antigüedad ancestral! En efecto, aquel primer hombre que fue hecho a semejanza de Dios y mantuvo en su interior una conexión con todo el mundo creado, a cuya custodia habían sido designados unos santos ángeles, fue expulsado del paraíso por el engaño del diablo y los ángeles de Dios no pudieron ayudarlo en modo alguno. Incluso Cristo Jesús, un gran profeta, apremiado por ese mismo diablo e impulsado por la angustia, rogó a Dios que lo liberase de la muerte, no pudiendo soportar por más tiempo las persecuciones. ¿En qué le fueron de utilidad, ciertamente, los ángeles? Sin embargo, el Señor se llevó a su Cristo y lo liberó de todo mal”. “Todo esto, dice Mahoma, fue obrado por el príncipe de los espíritus, según cuentas, pero Isidoro es un hombre, ¿y vosotros lo teméis?”. Le respondió el diablo: “No actúa Isidoro en tanto que hombre, pues el príncipe de los espíritus actúa a través de él. Reconoce, en efecto, que después de partir el pueblo de Israel de Egipto hasta tal punto obstaculizó el demonio la marcha del pueblo por medio de Balaam, el hijo de Beora, que el Señor a duras penas pudo entregarle al cabo de cuarenta años la tierra antaño prometida, lo que había asegurado que haría al cabo de cuarenta días”. Le dijo entonces Mahoma: “¿Tanto poder posee, en consecuencia, el diablo que puede incluso oponerse a Dios?”. Y el diablo le respondió: “En modo alguno, pero, como Dios es un juez justo y creó a aquél entre los astros como el lucero del alba, le permite entregarse a sus obras en determinadas ocasiones a fin de que los justos, probados por las persecuciones como el oro en el crisolb, sean transportados hasta las eternas delicias de la leche y la mielc y que los impíos, por su parte, en pago por sus malas obras sean castigados eternamente entre atroces tormentos por aquel a quien siguieron”. Y dijo Mahoma a éste: “Y si sabías de antemano que debido a la intervención de Isidoro nada iba yo a conseguir, ¿por qué me anunciaste que por mi mediación ibas a ganarte a toda la gente de Hispania?”. A esto respondió el diablo: “Supe por una revelación divina que aquél iba a permanecer en la Cfr Núm. 22, 5-6. Cfr Prov. 27, 21; Sab. 3, 6. c Cfr Núm. 16, 14. a
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Iglesia de Roma y que no iba a regresar aquí nunca más, pero en ocasiones los designios de la voluntad divina cambian, una veces en razón de la maldad de los hombres, otras en razón de su arrepentimiento. En razón de la maldad, como en el caso de la dilación de la entrega de la tierra prometida a los hijos de Israel. En efecto, dice las Escrituras, aún no han sobrepasado toda medida las iniquidades de los amorreos y los fereceos (Gén. 15, 16), de modo que, quien vive en la inmundicia se vuelva aún más inmundo (Apoc. 22, 11) y, en consecuencia, sea juzgado con mayor severidad. En razón del arrepentimiento, como en el caso del pueblo ninivita, de quien se compadeció el Señor debido a su arrepentimientoa. En consecuencia, no te muestres ahora incrédulo a mis palabras, antes bien, parte rápidamente de aquí en dirección a África y enseña allí mis preceptos, pues vas a convertirte en el origen de un gran pueblo. En efecto, aún no han sobrepasado toda medida las inquidades de los hispanos”. Y diciendo esto, el diablo desapareció. Entonces, Mahoma, tras reunir a los suyos, les refirió en detalle todo esto. Ellos le dijeron: “¿Acaso no has oído cómo a su regreso lleva a cabo curaciones y devuelve al mundo la lluvia, inexistente después de largo tiempo? Reflexiona y no desobedezcas a la boca del Señor, no sea que caigas en las manos de Isidoro y seas tratado con una especial dureza. En efecto, éste, dejando a un lado toda compasión humana, muestra la misma crueldad que una osa, cuando le han sido arrebatados sus cachorros”. Entonces, Mahoma, aterrorizado, apresuró su huida y, tras entrar en África, sedujo con su abominable predicación a una innumerable multitud de ismaelitas. Por su parte, los enviados del bienaventurado obispo, al llegar a Córdoba y no encontrar al que buscaban, continuaron hasta el mar y, después de capturar a algunos de los seguidores de aquél, regresaron. Mientras tanto, el santo doctor se había detenido en su viaje allí donde se encontraba el dragón. Y así, tras llegar a un paraje que recibe el nombre de Santa Eulalia, salió a su paso la mostruosa bestia de horrenda apariencia, de cuyas fauces salía un sonido semejante al de un rapidísimo torrente desbordado, mezclado con un crepitar de llamas. El santo exhortaba entonces a
Cfr Jon. 3, 1-10.
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a los suyos a que, dejado a un lado cualquier temor, se acercasen valerosamente a la bestia protegiéndose con la señal de nuestra redención. Y al aproximarse éstos, el dragón, que avanzaba hacia ellos dando muestras de una grandísima crueldad, inclinando la cabeza, se detuvo, como si obedeciese el mandato de alguien que así se lo hubiese ordenado. Y le dijo el santo: “En el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios, te ordeno que te retires a un lugar donde no puedas hacer daño a ninguna criatura”. Ante estas palabras, la serpiente, se alejó de allí silbando y produciendo un enorme estrépito y no volvió a mostrarse en ningún otro lugar. (20 [21A]) Y cuando el santo doctor estaba ya cerca de la ciudad de Híspalis, salió a su encuentro una multitud de gentes de ambos sexos, clérigos, escolares, monjes y laicos, que lo acogieron con una gran alegría entre himnos y aclamaciones, entre cantos de júbilo y de felicidad. Y así, al acudir todos corriendo a tocar los bordes de la ropa del santo padre, cierta mujer embarazada, sofocada debido a la presión de la turbamulta, entregó el espíritu. El santo, al advertirlo, en la medida en que estaba lleno de entrañas de misericordiaa, lloró abundantemente, elevando en silencio una oración al Señor. Entonces, después de un pequeño lapso de tiempo, la mujer resucitó, diciendo a grandes voces: “¡Bendito seas, santo padre Isidoro, y benditas sean las palabras que salen de tu bocab! En efecto, merced a tus santas oraciones, tanto yo misma, como aquel a quien llevo en mi vientre, no sólo hemos sido traídos de regreso a la vida presente, sino que, además, hemos sido arrebatados de la mano del enemigo”. Entonces, las gentes, rodeando a la mujer, preguntaban a ésta qué le había ocurrido. Y ella les dijo: “Al abandonar el cuerpo mi alma y la de mi hijo, el que está en mi vientre, se presentó una caterva de demonios que se aprestaban a arrastrarnos mediante unas ligaduras de fuego hasta los parajes de los tormentos, pero, al orar nuestro gloriosísimo padre por nosotros, se oyó una voz que dijo: ‘Que las almas de éstos regresen a sus cuerpos, pues Isidoro, el amigo de Dios, ora por ellos’. Al oír esto, uno de los santos ángeles que siempre acompañan al bienaventurado doctor Isidoro, a b
Julián de Toledo, Historia Wambae regis, 21 (p. 519, 3). Passio s. Sebastiani (CPL 2229), 27 (p. 156).
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nos condujo de vuelta al cuerpo”a. Y así, elevando todo el pueblo su voz al cielo y proclamando con voz clara sus alabanzas al Altísimo, condujeron a Isidoro hasta la ciudad. Ciertamente, una paz tan grande concedió el Señor a su Iglesia gracias a Isidoro y tanto terror infundió en todos los hijos de la superstición que, una vez extirpada de raíz de las Hispanias toda depravación herética, no se encontraba a nadie que quisiese u osase defender alguna herejía. Y con objeto de que el santísimo varón no dejase sin acometer ninguna obra de misericordia, en el caso de que alguna de las jóvenes del siglo debido a la miseria fuese a verse forzada a entregarse a una vida infame, el servidor de Dios, adelántandose a ello, ponía fin rápidamente a esos desdichados propósitos, entregándola al matrimonio o confiándola a un monasterio, según escogiese ella misma. Además, si encontraba a algún laico propenso a ponerse al servicio de la ley del Señor, le mostraba un especial afecto y lo incluía afectuosamente entre sus sacristanes. Liberó a muchos que estaban prácticamente consumidos por las penalidades de la cárcel e incluso a muchos cautivos, entregando presentes con largueza a cambio de ello, y en cuanto a aquellos que estaban oprimidos por las deudas, entregando el dinero correspondiente a sus acreedores, hizo felices a ambos. Era, asimismo, su mayor preocupación restablecer la paz entre quienes habían discutidob y, ora construyendo iglesias, ora restaurando monasterios, ora reparando puentes, se mostraba como un solícito operario al servicio de la Verdadc, citando a menudo a los suyos esas palabras de Salomón que dicen: Muchas maldades ha enseñado la ociosidad (Sir. 33, 29). Los reyes y los varones principales estaban unidos a él por los lazos de un afecto tan grande, y, en parte, también debido a la autoridad apostólica de la que estaba investido, que lo veneraban humildemente como a un santísimo padre y cumplían con la mayor devoción cuanto él les ordenaba. De ahí que se viese entre los varones principales una distinguida obediencia a los monjes, cuando aquel que había cometido una ofensa contra el rey o algún varón principal y no podía Sulpicio Severo, Vita s. Martini Turonensis, 7, 6. Bernardo de Claraval, Sermo de sancto Malachia, 2 (p. 51, 17). c Cfr Juan 14, 6. a
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obtener el perdón de éste de otro modo, acudía lleno de confianza al último refugio que constituía Isidoro. ¿Qué pecador acudió en alguna ocasión junto a aquél entristecido, turbado y sofocado por la desesperación, que, después de recuperar de inmediato sus fuerzas merced a las palabras llenas de la gracia de Dios que salían de su dulce boca, no se alejase de su lado, manifestándole su agradecimiento y colmado de bondades, animado, feliz y dichoso por la gracia de la esperanza y convertido en un hombre justo por la contrición de su espíritu? Cuantos acudían junto a él, fuesen de la profesión que fuesen, a fuerza de verlo con frecuencia y de disfrutar de su conversación, así como merced al ejemplo de sus buenas obras, dejaban de ambicionar las cosas de este mundo e, iluminados por la luz de la verdad, se consumían en deseos de la luz eternaa. Por lo demás, cuán grande fue su virtud y cuánto el fulgor de los milagros con los que se distinguió, aunque todos los órganos del cuerpo humano se transformasen en lenguas, no serían capaces de expresarlob. Además, mirando por el interés de las generaciones futuras, redactó un número casi incontable de libros, ilustres por sus sentencias y sus palabras, tantos que es largo enumerarlos. No obstante, el bienaventurado Braulio, obispo de Cesaraugusta, los enumera parcialmente en sus escritos. Y después de haber redactado un tratado alfabético de las enseñanzas de Papias, un tratado alfabético de distinciones de palabras, un tratado alfabético de distinciones teológicas y un tratado alfabético de libros, poniendo fin a todo ello con una oración, escribió una oración en forma de alfabeto, lamentando los errores futuros del pueblo de los godos, así como su ruina, un alfabeto con el que oraba a diario al Señor y que hemos considerado oportuno recoger en esta obra. Comienza la oración en forma de alfabeto destinada a rechazar las tentaciones del adversario y merecer la gracia de Dios, compuesta por Isidoro, de santo recuerdo, arzobispo de la Iglesia hispalensec. Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 6 lín. 141-144. Jerónimo de Estridón, Epistula 108, 1, 1 (p. 306, 1-3). c El largo poema que sigue está formado por extractos del Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae (CPL 1533). a
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(22A) Escuchaa, Cristo, el triste llanto y el amargo cántico / que deja oír un espíritu contrito y afligido. / Mira los ríos de sus lágrimas y advierte su gemidob. Elevando hasta ti mi voz entre lágrimas y lleno de angustia, / dejo escapar profundos suspiros desde el fondo de mi corazón / por si acaso quisieses perdonarme, aplacado por mis súplicasc. Alivia las desgracias que pesan sobre mí de un modo insoportable, / que me oprimen desde hace ya largo tiempo, que sin piedad me aplastan / y no tienen fin, y que así yo pueda recuperar el aliento de la vidad. Has dejado caer sobre mí con firmeza la mano que me golpea, / desgarrando santamente mi carne con el castigo de tus tormentos, / con la muerte, la espada, la suciedad, la peste y la cárcel inmersa en tinieblase. Tienes el poder de matar al impío, digo la verdad, / pero, te lo ruego, después de la punición, apiádate y concédele el perdón, / pues no deseas la muerte del inicuo, sino que vivaf. Privado de quien podría consolarme, encerrado entre piedras sillares, / gimo llorando y suspiro. Clamando “Apiádate de mí”, / llamo a tu puerta, implorándote todo el día, pero tú siempre lo dejas para más adelanteg. No renuncies a tu antigua compasión, te lo ruego, / pues, si prescribes que yo siga padeciendo el rigor de tu justicia, / soy entregado a mil penas, soy merecedor de mil muertesh.
a En el original latino, las estrofas, de tres versos cada una, siguen, en efecto, el orden del alfabeto de acuerdo con la primera palabra de cada una de ellas, que en las primeras estrofas es la A y en la penúltima la Z. Cierra el poema una estrofa final cuya primera palabra comienza por G. El presente poema no es de Isidoro de Sevilla. Se trata de una adaptación del Lamentum poenitentiae (CPL 1533) del Ps. Sisberto de Toledo. b Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 1, 1-3. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 2, 1-3. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 3, 1-3. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 9, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 11, 1-3. g Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 4, 1-3. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 6, 1-3.
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Mis años entre dolores, mi vida entre gemidos / he pasado, convertido en un ser despreciable. Perdóname, Señor. / Ya no puedo soportarloa. Suplico tu auxiliob. Esto es amargo, pero leve, pues se puede dejar atrás, / pero es más amargo y es grave lo que es irrevocable, / pues allí no hay fin de las penas ni descanso del dolorc. Allí un fuego abrasador consume los cuerpos de los condenados. / No espera ya regresar nunca más aquel a quien el que allí habita recibe. / Me consumo por el temor que siento hacia él, me angustio de pavord. Cuando vengas como un juez y un testigo justo / a conceder la remuneración justa a los méritos de cada uno, / ninguna obra encontrarás por la que decidas salvarmee. La iniquidad será abominable a tus ojos. / En efecto, ninguno entre los inmundos se unirá a ti. / ¿Cómo podré yo, entonces, un sucio macho cabrío, ser juntado con las inmaculadas ovejasf? Ante ti ni siquiera a los justos proporcionará seguridad su justicia. / Si examinas ésta con severidad e incluso ella no es más que pecadog, / ¡ay de mí!, ¿en qué vicio compareceré yo implicadoh? Cuando sean sopesados el bien y el mal, esta parte a quien ha obrado uno y otro / reclamará: aquella hacia la que con un movimiento se incline la balanza. / ¿Qué haré yo entonces, si el peso del mal me arroja sobre la parte izquierdai? Contemplarán los malvados a los buenos que con dicha / merecieron alcanzar la gloria y se lamentarán con amargura / por no haber vivido tan justamente como fueron libres de hacerloj.
Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 8, 1-3. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 78, 3. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 16, 1-3. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 17, 1-3. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 18, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 31, 1-3. g Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 32, 1-2. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 29, 3. i Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 35, 1-3. Para la última expresión, cfr Mat. 25, 31-33. j Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 37, 1-3. a
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Prorrumpirán en alaridos y gritos monstruosos, / entregándose a un llanto inmenso, amargo y violento, / cual nunca hubo, ni fue descrito, ni vistoa. No encontraré protección en las concavidades de la tierra, del cielo o del mar, / que también serán recorridos por ríos de fuego y asolados por su calor. / ¿Dónde me esconderé, desdichado de mí? ¿Dónde huiré ante tib? El círculo del mundo es abarcado por tu inmensidad. / Tú llenas el cielo y la tierra y sin ti nada hay. / ¿Dónde huirá de tu cólera el que no te ha apaciguadoc? Soy oprimido por todas partes por las tribulaciones, angustiado por las aflicciones. / Mi mente se debate en medio de la tristeza, mi corazón nada entre lágrimasd / y no hay descanso para mi espíritu, atormentado siempre por algún temore. Tras coger los útiles necesarios para la penitencia, con el saco y el cilicio / llamo a la puerta de tus oídos de piedad y de tus entrañas de clemencia, / profiriendo palabras de súplica y manifiestando mi dolor entre lágrimasf. Escucha las súplicas que te dirige mi espíritu sufriente y aplácate. / Ten presente mis dolores y aplícame tus ungüentos, / pues soy hechura tuyag y creación tuyah. Contempla de una vez por todas, Dios misericordioso, las tribulaciones que padezco, / pon fin a esta mortificación, detén tus latigazos / y no me oprimas, ni me atormentes más en tu indignación, te lo suplicoi.
Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 40, 1-3. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 51, 1-3. Para la última expresión, cfr Salm. 138, 7. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 52, 1-3. d Cfr Salm. 6, 7. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 50, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 54, 1-3. g Cfr Efes. 2, 10. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 55, 1-3. i Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 7, 1-3. a
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Sácame del lodo de la inmundicia de todos los pecados. / No te niegues a limpiarme de mis impurezas antes de disolverme, / y, así, no seré entonces ya inmundo, si ahora me purificasa. Acoges también a algunos pecadores, pero sólo a aquellos que ahora justificas. / Vuelves tu mirada hacia muchos, como en el caso de Pedro, y éstos se arrepienten entre lágrimasb, / y, así, a quienes habían bajado a los infiernos los conduces hasta las alturasc. Puesto que ninguna buena obra voy a tener que pueda oponer a las malas, / mi conciencia tiembla agitada por el temor a las penas que le esperan, / pues la asusta sufrir infinitos tormentosd. Buen Dios, acude en esta hora con una palabra de tu boca en ayuda del que va a perecer / y en esta hora líbralo para siempre de tu ira y de la muerte / de modo que por tu clemencia salves a quien tu justicia condenae. A muchos que no merecían la compasión de tu bondad / has condonado graciosamente los pecados y concedido el perdón, / no me niegues sólo a mí lo que has otorgado a tantosf. Eres aplacado por la confesión de los que se comportan con humildad, mostrándote indulgente, / y te dejas llevar con rapidez al perdón al escuchar la voz del que llora, / acostumbrado a prestar atención a las lágrimas del que se arrepienteg. Bondadoso padre, disculpa lo que te confieso, reconociendo mi culpa. / Revelo mi maldad, no la oculto, Vengador. / Acepta mi confesión y concédeme tu indulgenciah. No es pequeña tu mano como para que no puedas salvari, / pues eres muy dado al perdón. En consecuencia, sé indulgente, te
Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 57, 1-3. Se trata de san Pedro. Es una referencia a un pasaje de los evangelios sinópticos: Mat. 26, 75; Marc. 14, 72; Luc. 22, 62. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 58, 1-3. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 61, 1-3. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 62, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 64, 1-3. g Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 65, 1-3. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 63, 1-3. i Cfr Is. 59, 1. a
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lo suplico, / compadécete de mí, no me arrojes a la perdición; líbrame de todo mal, no me entregues a la destruccióna. Te lo ruego, no me golpees con tu doble látigo, / refrena un poco tu ira, ten paciencia, / pues yo soy muy desdichado, pero tú eres más misericordioso aúnb. Dejándote inclinar por la piedad, concédeme de nuevo tu gracia. / No me arrebates la vida al tiempo que pones fin a mis pecados. / Dame tu bendición, otórgame el perdón según tu costumbrec. Atormenta cuanto te plazca mi carne debido a sus pecados, / pues aceptaré con gusto las penas temporales, / sólo te imploro que no hagas recaer sobre mí las penas eternas en tu indignaciónd. Aflígeme aquí con dolores, aquéjame aquí con tribulaciones, / purifícame ahora con penalidades para no tener que castigarme en el futuro. / Mortifica la carne, ha delinquido; así, el alma se redimee. Llevado por la clemencia, decide salir piadosamente en busca del perdido, / haciendo uso de esa extraordinaria bondad con la que acoges a los réprobos, / conviertes a los adversarios y corriges a los extraviadosf. Lamento haberme extraviado, actuando como un impío, un pecador y un disoluto, / y echando a perder los bienes de mi familia por el amor de una ramera. / En consecuencia, regreso a tu lado como un ser miserable, pobre y maltratadog. También yo grito que soy indigno de ocupar un lugar entre tus hijos, / pues, despreciando los consejos de un buen padre como tú, / anduve vagabundeando por todas partes y me adentré por lugares apartados del buen caminoh. He obrado el mal, desdichado de mí, en mi ignorancia, / he provocado tu ira con crímenes terribles. / Consternado de corazón, soy afligido justamente por un gran pesari. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 66, 1-3. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 67, 1-3. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 68, 1-3. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 69, 1-3. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 70, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 71, 1-3. g Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 72, 1-3. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 73, 1-3. i Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 74, 1-3. a
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Regreso, no obstante, entre lágrimas ante tu ira, confeso y arrepentido. / Acepta mi confesióna, olvidando mi culpa, / y acoge, te lo suplico, con la bondad propia de un padre a quien se ha extraviadob. No obstante, si aún consideras oportuno afligirme con nuevos golpes, / hiéreme, castígame y censúrame como a aquellos a los que amasc, / pero con clemencia, a fin de enmendarme, no de causarme la muerted. No te muestres tan cruel conmigo como merecen los que están abrumados por el peso de la culpa, / modera tu severidad, deja de fustigarme, / no sea que, oprimido por continuos golpes, desespere y perezcae. Entretanto esto te suplico: a fin de que, vencido por las tentaciones / por las que a menudo soy turbado y dominado con violencia, / no sucumba a ellas, desdichado de mí, préstame tu auxilio, te lo ruegof. Tan sólo instrúyeme y no permitas que me vea agobiado, / pues no podré soportar las tentaciones de los demonios, / si dejas de contener la maldad de éstosg. En consecuencia, bondadoso padre, te lo suplico de rodillas, / aplácate un tanto, por poco que sea, y muéstrate indulgente en esta hora, / pues, abrumado por un duradero castigo, me he convertido en un ser muy desdichadoh. No sometas a la carne a un dolor eterno / y que el alma no se vea, así, forzada cruelmente a abandonarla. / Que el espíritu descanse del fin de los tormentosi. ¡No te demores, visítame, es más, ven y libérame! / ¡Di al cautivo: “¡Levántate!”, y al desdichado: “¡Sal fuera!”! / ¡Reconforta al Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 63, 3. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 75, 1-3. c Cfr Hebr. 12, 6. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 76, 1-3. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 77, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 78, 1-3. g Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 79, 1-3. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 80, 1-3. Para la última expresión, cfr Salm. 37, 7. i Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 81, 1-3. a
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que ha sido empujado dentro de la cárcel, muestra ya al que ha sido encerrado en ellaa! El astuto enemigob me ha vencido, tal y como lo veo. / He cometido, desdichado de mí, un gran mal por el impulso de la carne. / Extiende ahora tu mano y socorre al desdichadoc. Lleno de confusión, deploro las maldades que recuerdo haber cometido, / me deshago en súplicas y lamentos, entristecido en mi espíritu, / y te suplico que no niegues el deseado perdón al que se arrepiented. Ciertamente, ante el pecado no bastan las lágrimas, / pero aquello que no puedo expiar con mis pobres sollozos, / te ruego que lo hagas desaparecer compasivamente, que lo examines con clemenciae. Dejándote llevar por tu misericordia, convierte en justo al impío, / en luminoso al tenebroso, en distinguido al horrendo / en inocente al inicuo, en vivo al muertof. Compadeciéndote finalmente, olvida las culpas de mi crimen / y, arrebatando a tu criatura de la mano del diablog, / acuérdate de tu hechura y muéstrate clementeh. No entregues a tu obra, Señor, a la destrucción de la muerte / a causa del pecado de la carne, que / proclamaste que podía borrarse con lamentos y ser objeto de perdóni. Ninguna culpa hay tan grave que no merezca el perdónj. / Tú dijiste que todo pecado sería perdonado a los hombres / a excepción únicamente de la blasfemia contra el Espíritu Santok.
Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 82, 1-3. Cfr Gén. 3, 1. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 83, 1-3. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 85, 1-3. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 86, 1-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 87, 1-3. g Cfr Salm. 30, 16; 70, 4. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 88, 1-3. i Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 90, 1-3. j Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 94, 1. k Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 95, 2-3. Para la última expresión, cfr Mat. 12, 31. a
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Lleno de todo punto de confianza, estoy seguro de que no quieres aniquilarme. / Me sometiste a las tribulaciones con las que es necesario corregir, / y ello a fin de que, limpio de toda culpa, pueda regresar a tu graciaa. He pecado contra ti (Salm. 40, 5), he pecado y he delinquido abominablemente, / pero no me entregues a la perdición ahora que me he convertido, concédeme lo que te suplico, / purifícame antes de mi muerte y, mientras aún vivo, redímemeb. No tengas presente quién he sido, sino quién deseo ser. / Te lo suplico, no consideres que debo ser condenado por mis antiguas culpas. / Advierte mi propósito de corrección y perdona mi deudac. Acoge, Padre y Señor, al siervo que ha cometido una falta al huird. / En tu búsqueda regresaré del error que conduce a la muerte / y, después de haber sido un servidor malvado, me convertiré en uno dignoe. Desata, Cristo, las cadenas de mis pies, los ligamentos de mis crímenes, / abre la entrada cerrada de la cárcel tenebrosa, / saca ya al sepultado a la luz, entrega al peregrino a la tierra natalf. Tú eres Dios, el Creador de la luz, el rey de la gloria (Salm. 23, 7-10) eterna, / a quien ninguna palabra abarca, ni oscurecen las tinieblasg. / Escucha ya, Señor, al desdichado que clama ante tih. Visita ya, Cristo Dios, al siervo que creaste. / Permíteme deplorar lo que he obrado en esta vida / y concédeme la luz eterna que anheloi. Cristo, a ti, que eres rico en gracias por tu bondad, / suplico que me concedas en vida frutos y méritos / a fin de que no me aniquiles más adelante por considerarme estérilj. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 98, 1-3. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 100, 1-3. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 101, 1-3. d Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 103, 1. e Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 99, 2-3. f Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 105, 1-3. g Cfr Salm. 138, 12. h Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 107, 1-3. i Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 109, 1-3. j Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 110, 1-3. a
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Te imploro que me permitas realizar buenas obras después de las malas, / que en mi hogar tenga por tu presente algo que pueda ofrecerte, / merced a lo cual, una vez sacado de la parte izquierda, pueda pasar a la derechaa. No me entregues al diablo junto a los impíos para que muera, / ni permitas que sea arrojado al precipio del infierno, / tú que viniste a redimir de la muerte a quienes creyesen en tib. Y al concluir este alfabeto, he de cantar, permaneciendo en vigilia, “Gloria / a ti, Padre, y al Hijo y al ínclito Paráclito, / a quien se debe la alabanza y que goza de poder por los siglos eternos”. Aménc. He creído oportuno incluir todo esto en el relato de esta narración para que cualquiera pueda advertir a partir de ello con qué humildad se veía a sí mismo, mientras se distinguía ante los ojos de la majestad divina con tan grandes señales, sin pensar en grandezas ni en cosas admirables por encima de sus capacidades y enumerando los sufrimientos de su cuerpo, y no para gloriarse de ellos con altivez, sino para aconsejar a los seguidores de Cristo que no se envaneciesen llevados por la soberbia ni se dejasen abatir en la adversidad, sino que elevasen su espíritu hacia los cielos confiados en la esperanza del perdón. (23A) Asimismo, hemos añadido a esta obra la carta que aquél escribió al santo arzobispo de Mérida Masono sobre la redención de los prelados después del pecado de la carne, carta que san Masono le solicitó humildemente con insistencia, pues es de gran utilidad no sólo para los obispos y las personas de rango eclesiástico, sino también para todos aquellos que regresan junto a Dios, después de entregarse al arrepentimiento. (21) Al santo arzobispo de Mérida Masonod. A mi santo señor, el obispo Masono, bienaventurado por sus méritos, Isidoroe. Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 111, 1-3. Para la última expresión, cfr Mat. 25, 33. b Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 112, 1-3. Para la última expresión, cfr Os. 13, 14. c Ps. Sisberto de Toledo, Lamentum poenitentiae, 113, 1-3. d Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep. (CPL 1209). e Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., tit. a
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Vuestro servidor, el religioso varón Nicetio, se ha presentado ante mí y me ha entregado una carta de vuestra honorable persona. Por ella la noticia de vuestro buen estado de salud ha llegado a mi conocimiento, pero, sobre todo, merced al citado mensajero, cuya lengua es una carta viviente. En consecuencia, tras dar gracias a nuestro buen Dios por vuestra salud, como si se tratase de una encuesta judicial, me he aplicado a recomendaros con mis ruegos a la mirada divina en virtud de las bondades de vuestros méritos, en la medida en que ha podido hacerlo mi insignificante personaa. En cuanto a aquello que a continuación, venerable hermano, has expuesto en tu carta, no debe entenderse que en las sentencias aludidas existe diversidad en los decretos por el hecho de que en unas, esto es, en las actas de Ancirab, capítulo xviiii, se lee que con ocasión del pecado de la carne el grado de la dignidad poseída debe restituirse tras la penitencia, mientras que en otras se lee que tras un delito de este tipo en modo alguno debe concederse de nuevo el honor de la posición anteriorc. En efecto, esta diversidad se explica de este modo: las citadas actas, en efecto, ordenan devolver sus antiguas dignidades eclesiásticas a aquellos que se entregaron previamente a la satisfacción de la penitencia o a una digna confesión de los pecados, por el contrario, aquellos que no se enmiendan del vicio de la corrupción y que incluso con una impía arrogancia tratan de justificar ese mismo delito carnal que admiten, ciertamente, no pueden recibir ni el grado de la dignidad poseída, ni la gracia de la comuniónd. En consecuencia, estas dos sentencias han de entenderse del modo siguiente: deben ser restituidos en la posición correspondiente a su cargo aquellos que por medio de la penitencia merezcan reconciliarse con la piedad divina. No sin merecimientos recuperan el honor de la dignidad que les ha sido retirada aquellos que por medio de la enmienda de la penitencia Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 1. Referencia al Concilio de Ancira, celebrado en el año 314. Es otro de los concilios orientales recogidos en la Collectio Hispana (CPL 1790), una colección de actas conciliares tanto orientales, como africanas, galas e hispanas que pudo haber sido reunida por Isidoro de Sevilla hacia el año 633. c Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 2. d Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 3. a
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han sabido encontrar un remedio para su vida. Ciertamente, a fin de que esto no siga siendo, acaso, ambiguo, debe ser confirmado por una sentencia de la autoridad divinaa. Y, en efecto, el profeta Ezequiel mediante la imagen de una Jerusalén pecadora muestra cómo se recupera el antiguo honor tras la satisfacción de la penitencia: Avergüénzate, dice, oh Judá, y carga con tu ignominia (Ez. 16, 52). Y un poco después: Tanto tú como tus hijas volved a vuestro antiguo estado (Ez. 16, 55). Eso que dijo de avergüénzate muestra que tras el acto vergonzoso, esto es, el acto del pecado, uno debe enrojecer e inclinar su frente avergonzada, postrándose en el suelo, por los pecados cometidos, pues ha llevado a cabo un acto digno de avergonzamientob. A continuación, establece que tras su ignominia, esto es, su comportamiento licencioso, recupere el antiguo estado de su cargo o dignidad. En consecuencia, cuando uno después de unos actos dignos de avergonzamiento se avergüenza, soporta de buen grado su ignominia y lamenta con humildad su deposición, podrá ser restituido, según el profeta, a su honor precedente. También Juan el evangelista escribe entre otras cosas algo semejante al ángel de la Iglesia de Éfeso: Recuerda el motivo por el que has caído y entrégate a la penitencia y vuelve a tus primeras obras, de lo contrario, me presentaré ante ti y cambiaré tu candelero de su lugar (Apoc. 2, 5)c. En la figura del ángel muestra, ciertamente, al prepósito de la Iglesia, esto es, al sacerdote, de acuerdo con Malaquías, que dice: Los labios del sacerdote custodian el conocimiento y de su boca se solicitará la ley, pues es el mensajero del Señor de los ejércitos (Mal. 2, 7). En consecuencia, el prepósito que ha caído en un vicio es advertido por el evangelista de que recuerde el motivo por el que ha caído y se entregue a la penitencia y vuelva a sus primeras obras para que no le sea retirado su candelerod. En efecto, se entiende que el candelero es la enseñanaza sacerdotal o el honor de la dignidad que desempeña, según lo que está escrito en el libro de Samuel a propósito de la condena de Elí: Sus ojos se habían cubierto de oscuridad y no podían ver la lámpara de Dios Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 4. Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 5. c Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 6. d Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 7. a
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antes de que ésta se apagase (I Rey. 3, 2-3). Ciertamente, había sido la lámpara de Dios cuando, lleno de la dignidad sacerdotal, refulgía con la claridad de la justicia. El profeta afirma que aquél se apagó cuando, por culpa de los crímenes de sus hijos, perdió el poder propio del sacerdocio, la luz de los méritos. En consecuencia, el candelero o la lámpara del sacerdote (que se interpretan como los carismas propios de esta dignidad) entonces se apagan por completo o se retiran, según Juan, cuando después de la caída en el pecado, despreciada la penitencia, no se borran los crímenes cometidosa. En efecto, no dijo: “Puesto que has caído, retiraré tu candelero”, sino: En caso de que no te entregues a la penitencia, retiraré tu candelero (Apoc. 2, 5). En consecuencia, cuando un prepósito peca, si existe previamente penitencia por el delito, sigue a ésta, sin duda, la restitución de la dignidad. Y en los Proverbios se dice: Aquel que oculta sus pecados no prosperará, por el contrario, aquel que los haya confesado y haya renunciado a ellos, éste alcanzará la misericordia (Prov. 28, 13)b. Ciertamente, también esto de que una sentencia de los cánones ordena que después de siete años el penitente regrese a su situación anterior, los santos padres lo sancionaron no por una decisión de su propio arbitrio, sino por un dictamen del juicio divino. En efecto, se lee que la profetisa María, la hermana de Moisés, al incurrir en el delito de denigrar a Moisés, fue cubierta de inmediato por la marca de la lepra, y cuando Moisés solicitó que aquélla sanase, Dios ordenó que ésta saliese del campamento durante siete días y que, tras corregirse, fuese admitida de nuevo en el campamentoc. En consecuencia, se entiende que María, la hermana de Aarón, es la carne del sacerdote, que, cuando por culpa de delitos fruto de la soberbia se ensucia con las más sórdidas manchas de las corrupciones, es expulsada fuera del campamento durante siete días, esto es, fuera de la asamblea de la santa Iglesia durante siete años, tras los cuales, después de limpiarse de sus delitos, recupera el honor de su antigua posición o dignidadd. En la Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 8. Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 9. c Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 10. El episodio bíblico en Núm. 12, 1-15. d Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 11. a
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medida en que he podido, he expuesto aquí fielmente con testimonios tomados de las Sagradas Escrituras la doctrina venerable y llena de autoridad del concilio de Ancira, mostrando que puede ser restituido en su anterior dignidad aquel que ha sabido llorar sus delitos por medio de la satisfacción de la penitencia, mientras que aquel otro que no lamenta los pecados que ha cometido y que, antes bien, lleva a cabo actos abominables sin ningún respeto por la religión ni temor por el Juicio divino no puede en modo alguno ser restablecido en su posición anteriora. Por lo demás, al final de esta carta he creído que debía añadirse que, siempre que en las actas de los concilios se encuentren dictámenes diferentes, debe respetarse antes el dictamen de aquel concilio cuya autoridad sea más antigua o más importanteb. Difundió asimismo numerosas cartas en respuesta a las consultas de muchos, cartas que hemos creído que debían recogerse aquí, si no por completo, sí, al menos, en parte, con objeto de que la virtud y la autoridad de este santo se muestre en ellas al mundo y de que los fieles de Cristo se instruyan. (22) A su discípulo Braulioc. A mi señor en Cristo, el queridísimo arcediano Braulio, Isidoro. Queridísimo hijo, cuando recibas una carta mía, no has de dudar en abrazarla como si de un amigo se tratase. En efecto, éste es el consuelo alternativo de que disponen los que están alejados, consistente en que, si no está presente aquel a quien se aprecia, se abrace en su sustitución su carta. Te hemos enviado un anillo como prueba de nuestro afecto y un manto para que sirva a nuestra amistad de abrigo. De este nombre derivaron los antiguos esa palabrad. Así pues, reza por mí, y que el Señor te inspire el sentimiento de que yo merezca verte aún en esta vida y de que a aquel a quien entristeciste en el pasado con tu partida, alegres en algún momento, por el contrario, con tu presencia. Por
Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 12. Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Masonam Emeritensem ep., 13. c Isidoro de Sevilla, Epistula II ad Braulionem Caesaraugustanum ep. (ed. Riesco Terrero, p. 62-64). d Se refiere a la palabra “amicitia” (“amistad”), que pone en relación etimológica con “amictus” (“abrigo”). a
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mediación del primiclerioa Maurención te hemos enviado un cuaderno de reglas monásticasb. Por lo demás c, mi amadísimo señor y queridísimo hijo. (23) Braulio, obispo de Cesaraugusta, a Isidorod. A mi señor y el primero de los obispos, Isidoro, en verdad mi señor y elegido de Cristo, Braulio, el peor de los pecadores y el siervo inútil de los santos de Dios. Acostumbra a llenarse de alegría el hombre interior y espiritual cuando tiene noticias de la persona amada. Por esa razón, reverendísimo señor, querría ahora que, a menos que lo impida el tamaño de mis culpas, abrazases bondadosamente las noticias que de mí te envío y acogieses pacientemente el reproche de mis quejas. En efecto, ambas cosas me propongo: tanto cumplir con mi deber de darte noticias mías, como presentar ante ti y contra tu propia persona las desdichas que constituyen la causa de mi reclamación. Al inicio mismo de este dictado y aún en el puerto, ruego postrado a la eminencia de tu apostolado que con la mayor bondad prestes oídos a quien te entrega esto. Y aunque la presentación de un reproche en el que intervienen las lágrimas pierde intensidad, puesto que las lágrimas no son signo de reproche, espero, no obstante, que mis lágrimas provoquen tu llanto, pero así lo espero, en cualquier caso, llevado por la atrevida audacia que es fruto del amor y no por la soberbia que nace de la arrogancia. Pero voy a empezar ya a exponer mi causa contra ti. Han transcurrido siete años, si no me equivoco, desde que recuerdo que llevo solicitándote los libros de los Orígenes redactados por ti y que por diversas y variadas circunstancias ni he conseguido, cuando he estado contigo, ni tú me has enviado tampoco a continuación, cuando me he ausentado de tu lado, y así, mientras con sutiles excusas dilatorias alegabas unas veces que no a Clérigo que ocupaba una posición de preminencia sobre los demás. El término es estudiado por Sánchez Salor, Jerarquías, p. 183-184, que no recoge este uso. b Probablemente, un cuaderno de ocho folios. Se cree que podría haber contenido la Regula monachorum (CPL 1868) del propio Isidoro de Sevilla. c Laguna en el texto original latino. d Braulio de Zaragoza, Epistula V ad Isidorum Hispalensem ep. (ed. Riesco Terrero, p. 66-74).
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estaban terminados, o que no contabas con una copia escrita, o que mi carta se había perdido o bien otras muchas razones semejantes, hemos llegado hasta el día de hoy y seguimos sin que mi solicitud se vea cumplida. Por esta razón convierto mis ruegos en un reproche, a ver si así, incomodándote con mis quejas, alcanzo a obtener lo que no he conseguido mediante súplicas. En efecto, a menudo acostumbran a resultar útiles al mendigo los gritos. Dime, señor mío, te lo ruego, ¿por qué motivo no me concedes lo que te suplico? Has de saber una cosa: no me iré fingiendo, por así decirlo, que no deseo lo que solicito, antes bien, lo buscaré y volveré a buscarlo con todo mi empeño hasta que lo obtenga por las buenas o me lo lleve por las malas, pues nuestro piadosísimo Redentor prescribió: Buscad y encontraréis (Mat. 7, 7; Luc. 11, 9), y añadió: Llamad y se os abrirá (Mat. 7, 7; Luc. 11, 9). He buscado y sigo buscando, y también he llamado. Y por esa misma razón grito también que me abras. En efecto, me consuela el hallazgo de este argumento, a saber, que tú, que has despreciado a quien te suplicaba, quizás escuches a quien te reprende. En definitiva, también yo profiero todo esto de acuerdo con tu ciencia y no presumo con la jactancia propia de un necio de que un ignorante podría descubrir algo nuevo a un hombre perfectoa. Sin embargo, aun siendo poco instruido, no me avergüenzo de dirigirme al más diserto de los hombres, pues recuerdo el precepto del apóstol en el que se te prescribe: Soportad de buen grado a quien es poco instruido (II Cor. 11, 19). Por todo ello, escucha los contenidos de mi reproche. Dime, te lo suplico, ¿por qué sigues demorando la distribución de los talentosb y el reparto de los alimentos que te han sido confiadosc? Abre ya tu mano, haz partícipes a tus siervos para que no perezcan por las privaciones provocadas por el hambre. Sabes bien que el acreedor ha de solicitarte unas cosas, cuando se presente ante ti. No perderás nada de lo que nos entregues. Recuerda que una multitud quedó saciada ya antes con unos panes y que sobraron pedazos de
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3, 17. b c
Recuerdo de algunos pasajes de san Pablo: cfr Efes. 4, 13; Col. 1, 28; II Tim. Cfr Mat. 25, 15. Cfr Salm. 77, 25.
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ellos debido a la gran cantidad de panesa. ¿O acaso crees que el don que te ha sido confiado te ha sido entregado únicamente para tu propio provecho? Es tanto tuyo como nuestro, es un bien común, no uno privado. ¿Quién ha de atreverse a decir, aun siendo un insano, que disfrutes de lo que posees en propiedad, cuando tú sólo sabes disfrutar de forma irreprochable de lo que es común a todos? En efecto, puesto que Dios te ha concedido la administración de su tesoro y sus riquezasb por la clase de salud espiritual, sabiduría y ciencia que hay en ti, ¿por qué no repartes con generosidad aquello que no disminuye cuando se comparte con los demás? Y puesto que, entre los miembros de la cabeza situada por encima, aquello que cada uno de ellos no recibe lo posee en otro de tal modo que sabe que también el otro debe poder poseer lo que él mismo tiene, ¿acaso te muestras mezquino con nosotros porque no encuentras nada que en correspondencia puedas obtener de nosotros? Pero si das a quien ya tiene, consigues un beneficio de poco valor; por el contrario, si das a quien nada posee, obedeces los preceptos evangélicos con objeto de que eso se te devuelva en la retribución de los justosc. Y por esa misma razón siento remordimientos de conciencia, pues no conozco en mí nada bueno que pueda compartir, ya que se nos exhorta a estar los unos al servicio de los otros con amor y a poner a disposición de los demás la gracia que cada uno hayamos recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Diosd, y ya que, según la medida de la fe que Dios ha concedido a cada uno (Rom. 12, 3) en un sola juntura de sus miembros, éste debe compartirla con las restantes partes del cuerpo, pues todo esto lo obra un único y mismo Espíritu, que lo reparte a cada uno según su criterio (I Cor. 12, 11). Pero vuelvo al único recurso a mi disposición, al que ya me he referido, esto es, la insistencia, la vieja amiga de los que están privados de amistad y no poseen ninguna de las gracias propias de los miembros honorables. Por lo tanto, escucha mi voz (Salm. 26, 7; 63, 2), pese a que nos separan tantas tierras: Entrégame lo que me debes (Mat. 18, 28), pues eres el siervo de los Cfr Mat. 14, 15-21; Marc. 6, 34-44; Luc. 9, 12-16; Juan 6, 5-13. Cfr Is. 33, 6. c Cfr Luc. 14, 14. d Cfr I Pedr. 4, 10. a
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siervosa y de los cristianos. A fin de ser allí mayor que todos nosotros, y puesto que sabes bien que nuestra causa te ha sido confiada por la gracia, no desdeñes asumirla en favor de unos espíritus sedientos y consumidos por el hambre de saber. ¿No soy un pie, al menos, que, corriendo a cumplir las órdenes recibidas, pueda ponerme al servicio de los restantes miembros de la Iglesia, naturalmente, una vez asumida la decisión de la obedienciab, y con mi sumisión agradar al principado de la cabeza que ejerce el mandoc? Aunque sé que formo parte de los miembros menos honorables, ha de ser suficiente para ti el hecho de que te consta que has recibido esos dones de la cabeza y que es adecuado que tú los muestres a través de mí y que no lo es que yo me vea privado de tu asistencia, pues, aunque soy insignificante, he sido redimido, no obstante, por la sangre de Cristod. En efecto, la cabeza no dice a los pies: ‘No me sois necesarios’, pues los miembros del cuerpo que parecen ser más débiles son más necesarios, a aquellos que son considerados más viles los ceñimos de mayor adorno y aquellos miembros nuestros que son menos honestos merecen un mayor cuidado (I Cor. 12, 21-23). Así pues, nuestro Creador y Dispensador gobierna todo lo que existe de tal modo que, cuando los dones divinos se comparten con otro que no los ha recibido para que sean poseídos por ese otro, se acrecienta el amor. En fin, entonces se dispensa adecuadamente la gracia multiforme, cuando se entiende que cualquier don ha sido recibido también en favor de aquellos que no lo poseen, cuando se considera que ha sido entregado por causa de aquel a quien se hace partícipee. La prudencia de tu santidad sabe perfectamente también que ese capítulo del apóstol que he citado en parte se ajusta por entero a esta situación y a nadie se oculta que, sin la menor duda, tú conoces mejor que yo lo que acabo de exponer de forma sumaria. Así pues, sólo resta esto que te pido vivamente: que me concedas lo solicitado, y si no por mí mismo, al menos, por el amor infundido en nosotros por Dios, en virtud del cual se nos prescriCfr Gén. 9, 25. Expresión quizás corrupta en el manuscrito. c Cfr Col. 2, 10. d Cfr Efes. 1, 7; Apoc. 5, 9. e Cfr I Pedr. 4, 10. a
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be, como sabes, compartirlo todo y sin el cual todas las cosas no valen nadaa. Y si he soltado, más que expresado, alguna idea excesiva, o negligente, o poco humilde, te ruego que todo lo acojas con bondad, que todo lo perdones, que reces para que Dios todo me lo perdone. En consecuencia, te señalo asimismo esto: sé que los libros de las Etimologías que te solicito, mi señor, aunque incompletos y corrompidos, están ya en poder de muchos. Por ello, te ruego que te dignes enviármelos en una copia completa, corregida y bien ordenada a fin de evitar que, empujado por mi ansiedad a llevar a cabo un acto inadecuado, me vea obligado a aceptar de otros vicios por virtudes. Por mi parte, deseo que, aunque nada necesitas y aunque se dice que los servicios ofrecidos por propia iniciativa huelen mal, tu eminente beatitud me ordene lo que sea en aquello que puedo y alcanzo a hacer y que disfrutes de nuestro reconocimiento, es más, que goces del amor que es Diosb. Pues bien, una vez expuesto todo esto, tengo algunas preguntas sobre las divinas Sagradas Escrituras que desearía que me aclarase la luz de tu corazón, si es que tienes a bien iluminarme y explicarme los misterios de la ley de Dios. Mas, aunque alcance a obtener esto que ahora te solicito, no habré de guardar silencio sobre lo demás. Facilítame, en cualquier caso, el camino para tomar confianza sin confundirme con la aguijada de la vergüenza desde el primer momento, perdonando mi ignorancia y sin censurar a quien amabas, pese a que no lo mereciese, pues parece de todo punto ignominioso y vil que quien no se ha saciado aún de amor sufra el rechazo de aquel a quien ama. Con la sumisión propia de un siervo como yo te presento mis respetos y ruego a tu piadosa y santísima eminencia que te dignes rezar por mí para ganarte con tu intercesión mi alma, que a diario se agita en este mar, y conducirla al puerto de la eterna tranquilidad, a salvo de las miserias y los escándalos. Me ha resultado grato hablarte durante largo tiempo, como si, situado frente a ti, viese las facciones de tu rostro. Por ello no he prestado atención a la verbosidad y he cometido quizás un acto irreflexivo. Pero debía hacer algo así u otra cosa parecida a fin de que me concedieses a b
Cfr I Cor. 13, 2-3. Cfr I Juan 4, 8; 4, 16.
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siquiera por mi impertinencia, al provocar todo este ruido, lo que no quisiste concederme por mi humildad. He aquí a qué audacia me ha llevado la gracia de vuestra bondadosa persona. Y por ello, si en estas líneas algo desagrada a vuestra paternal excelencia, que lo atribuya a sí misma, que es tan amada que hace desaparecer el temor, pues el amor perfecto expulsa lejos de sí el temor (I Juan 4, 18). Asimismo, confiado en tu gracia singular, te suplico, mi singular señor, en quien se apoya el vigor de la santa Iglesia, que, puesto que el metropolitano Eusebio ha fallecidoa, actúes con el celo propio de tu misericordia y supliques a tu hijo y nuestro señor el rey que puedas poner en lugar de aquél a alguien cuya sabiduría y santidad sea un ejemplo de vida para los demás. Encomiendo, en fin, con toda mi alma a vuestra venerabilísima eminencia a este hijo tuyo que lleva la presente y confiamos en merecer recibir por su mediación una carta vuestra que nos ilustre tanto sobre esto último que os hemos suplicado, como también sobre aquello otro de lo que nos hemos quejado más arriba. Amén. (24) Al santo Brauliob. A mi señor y el siervo de Dios, el obispo Braulio de Cesaraugusta, Isidoro. La carta de tu santidad me encontró en la ciudad de Toledo. Había partido ya, en efecto, con motivo del concilio y, aunque, cuando ya estaba en camino, una comunicación del príncipe me había aconsejado regresar, pese a todo, como ya estaba más cerca de presentarme ante él que de retornar, preferí no interrumpir el curso de mi viaje. Acudí a presencia del príncipe, encontré allí presente a tu diácono, por mediación de él recibí tu carta, la abracé, la leí y di gracias a Dios por tu buena salud, deseando con toda el almac, aun débil y fatigado, obtener por la gracia de Cristo el don de verte en esta vida, pues la esperanza no engaña por el amor que ha sido derramado en nuestros corazonesd. Aprovechando el viaje, te he enviado el códice de las Etimologías junto con otros códices. Aunque está sin revisar debido a mi pobre salud, El obispo Eusebio de Tarragona. Isidoro de Sevilla, Epistula VI ad Braulionem Caesaraugustanum ep. (ed. Riesco Terrero, p. 74). c Cfr Luc. 22, 15. d Cfr Rom. 5, 5. a
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pese a todo, me había propuesto confiártelo para que lo corrigieses, si conseguía llegar al lugar fijado para el concilioa. Por lo demás, en cuanto a la elección del obispo de Tarraco, he advertido que, de acuerdo con la opinión del rey, no se trata de aquel que solicitas, no obstante, él mismo aún no tiene claro en qué sentido inclinaré de una forma definitiva su ánimo. Te suplico, en fin, que te dignes interceder ante Dios por mis pecados a fin de que por tus ruegos mis faltas sean olvidadas y mis culpas perdonadas. Además con mi propia mano: Reza por mí, venerabilísimo señor y hermano. (25) Al santo arzobispo de Toledo Eugeniob. A mi señor queridísimo e ilustre por sus virtudes, el obispo Eugenio, Isidoro. Al recibir la carta de vuestra santidad por medio del mensajero Verecundo, hemos dado gracias al Creador de todo lo que existe por que se digna conservar la salud de vuestro espíritu y vuestro cuerpo en beneficio de su santa Iglesia y, mientras nos preparamos para responder a vuestras preguntas en la medida en que seamos capaces, os rogamos que por la intercesión de vuestras oraciones el Señor nos libre de las desdichas que nos oprimenc. Pero, puesto que vos, mi venerable hermano, nos solicitáis que como persona conocedora de estas materias os demos nuestra opinión a propósito de ciertas consultas que nos hacéis, aunque vos no ignoráis la respuesta, debemos deciros que el lazo anudado por una sentencia de una autoridad mayor no puede ser desatado en modo alguno por una menor, a no ser como consecuencia de la proximidad de la muerte, y que, por el contrario, una sentencia emitida por un derecho inferior puede ser anulada por uno superior que intervengad. Ciertamente, así lo sancionaron los padres ortodoxos teniendo por guía la autoridad del Espíritu Santo. Y en caso de que alguien sostenga una opinión diferente, como vuestra prudencia a Quiere decir Isidoro que, debido a su delicada salud, no estaba seguro de poder llegar con vida a Toledo para asistir al concilio. b Es la Epistula ad Eugenium episcopum (CPL 1210) atribuida a Isidoro de Sevilla, pero de dudosa autenticidad. El prelado al que va dirigida es, supuestamente, Eugenio I de Toledo (636-ca. 646), que accedió al cargo apenas un mes antes del fallecimiento de Isidoro. Se ha propuesto también como destinatario de esta misiva al obispo Eugenio de Egara (ca. 628-ca. 633). c Isidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 2-7. d Isidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 7-11.
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conoce perfectamente, saldrá de ello una abominación, esto es, la vanagloria del hacha contra aquel que corta con ellaa. Ésta es la doctrina que existe respecto a la igualdad entre los apóstoles: Pedro se sitúa por encima de los restantes, pues mereció oír lo siguiente del Señor: Tú serás llamado Cefas (Juan 1, 42), tú eres Pedro, etc. (Mat. 16, 18), y asumió el primero el honor del pontificado en la Iglesia de Cristo y no de manos de algún otro, sino del propio Hijo de Dios y de la Virgen. También a él, tras la resurrección del Hijo de Dios, dijo éste mismo: Apacienta a mis corderos (Juan 21, 15; 21, 16), designando con el término de corderos a los prelados de las distintas Iglesiasb. Y si bien la dignidad de este poder se ha extendido a todos los obispos de los católicos, sin embargo, reside por la eternidad de un modo especial por una especie de privilegio singular en el prelado romano, como si fuese la cabeza, siendo así esta dignidad más elevada en él que en el resto de los miembrosc. En consecuencia, aquel que no muestra a éste respetuosamente la debida obediencia, separándose de la cabeza, se vuelve culpable de cisma acéfalo, pues la santa Iglesia aprueba y defiende la tesis expuesta como si fuese un artículo de la fe católica, como hace con la sentencia de san Atanasio a propósito de la fe en la santa Trinidad. A menos que alguien crea esto con fe y firmeza, no podrá alcanzar la salvaciónd. He ofrecido brevemente estas reflexiones a vuestra dulcísima caridad, teniendo bien presente esa máxima del filófoso de que al sabio un poco le es suficientee. (26) Al obispo de Córdoba Leofredof. A mi señor, el siervo de Dios, el obispo Leofredo, Isidoro. Al leer la carta de tu santidad, he sentido una gran alegría, pues he saIsidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 11-14. Para la última expresión, cfr Is. 10, 15. b Isidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 14-19. c Isidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 19-22. d Isidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 22-26. e Isidoro de Sevilla (?), Epistula ad Eugenium episcopum, lín. 26-28. f Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum (CPL 1223). La versión de esta carta recogida en la Vita s. Isidori (BHL 4486) es una forma mixta entre la recensión breve (ed. Reynolds) y la recensión larga (ed. Friedberg). El supuesto destinatario es el obispo Leudefredo de Córdoba (ca. 619-ca. 651), vid. García Moreno, Prosopografía, p. 104 (no 203). a
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bido por el relato de ésta que tu salud, tan querida para mí, va bien. En cuanto a aquellas cuestiones que a continuación el desarrollo de tu misiva me ha planteado, doy gracias a Dios por que ejerces con solicitud tu responsabilidad pastoral y preguntas de qué modo se organizan los oficios eclesiásticos. Y si bien todo esto es perfectamente conocido por parte de vuestra prudencia, no obstante, puesto que me consultas con el afecto propio de un hermano, te lo expondré en la medida en que soy capaz de ello y te explicaré, a propósito de todos los grados de la Iglesia, qué es lo que corresponde a cada uno de ellosa. Pues bien, al ostiario corresponden las llaves de la iglesia para que cierre y abra el templo de Dios, cuide de todo lo que se encuentra dentro y fuera de éste, reciba a los fieles y expulse a los excomulgados y a los incrédulosb. Al acólito corresponde el mantenimiento de las velas del santuario, éste mismo lleva el cirio, éste mismo prepara el cáliz para la celebración de la eucaristíac. Al exorcista corresponde retener en la memoria los exorcismos e imponer su mano sobre los poseídos y los catecúmenos que deben ser exorcizadosd. Al salmista corresponde el oficio de cantar, entonar las bendiciones, los salmos, las alabanzas de la eucaristía y todo aquello que tiene que ver con la habilidad en el cantoe. Al lector corresponde leer en voz alta las Escrituras y proclamar las profecías a las gentesf. Al subdiácono corresponde llevar el cáliz y la patena hasta el altar de Cristo, entregarlo a los diáconos, sujetar las vinajeras, el aguamanil y el manutergio, y ofrecer agua al obispo, a los presbíteros y a los diáconos para que se laven las manos ante al altarg. Al diácono corresponde asistir en todo aquello que se relaciona con los sacramentos de Cristo, a saber, el bautismo, el crisma, la patena y el cáliz, llevar las ofrendas y disponerlas en el altar, preparar la mesa del Señor y que ésta sea decorada, llevar la Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 1 (p. 269). Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 2 (p. 269). c Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 3 (p. 269). d Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 4 (p. 269). e Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 5 (p. 269). f Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 6 (p. 269). g Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 7 (p. 269270). a
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cruz y proclamar el Evangelio y al apóstol. En efecto, del mismo modo que se prescribe a los lectores proclamar el Antiguo Testamento, así también se prescribe a los diáconos proclamar el Nuevo. A éste corresponde igualmente el oficio de oraciones y el recitado de los nombres. Éste mismo advierte que prestemos oídos al Señor, exhorta a orar, clama y anuncia la paza. Al presbítero corresponde celebrar el sacramento del cuerpo y la sangre del Señor en el altar, recitar las oraciones y bendecir al pueblob. Al obispo corresponde la consagración de las basílicas, la unción del altar y la administración del crisma. Éste mismo regula los oficios citados y los grados eclesiásticos y bendice a las vírgenes consagradas. Y si bien cada uno de los grados eclesiásticos se ocupa de un oficio, éste, por su parte, está situado al frente de todos ellos. Éstos son los grados y los ministerios de los clérigos, ministerios que, por lo demás, se distribuyen por la autoridad del obispo bajo el cuidado del arcediano y la vigilancia del primiclerio y del tesoreroc. En efecto, el arcediano manda sobre los subdiáconos y los diáconos. A ellos corresponden estos ministerios: la supervisión del adorno del altar por parte de los diáconos, el cuidado del incienso y de que se lleve al altar del sacrificio todo lo necesario para el sacrificio, la vigilancia de cuál de los diáconos debe leer al apóstol y el Evangelio y quién debe recitar las oraciones y el responsorio los días del Señor o en las festividades de las solemnidades. Corresponden igualmente a su cuidado la vigilancia y supervisión de los feligreses, así como las disputas entre éstos. Éste aconseja al obispo a propósito de la necesidad de mantener en buen estado las basílicas de la diócesis. Éste ha de visitar las parroquias del obispo y supervisar los adornos y los bienes de las basílicas diocesanas. Éste mismo informa al obispo sobre los asuntos concernientes a las libertades eclesiásticasd. Éste recibe el dinero recogido entre la comunidad y lo entrega al obispo, y distribuye entre los clérigos la suma que corresponde a cada uno. El arPs. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 8 (p. 270). Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 9 (p. 270). c Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 10 (p. 270). d Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 11 (p. 270). a
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cediano comunica al obispo las faltas de los diáconos. Éste mismo indica en el santuario al sacerdote los días de ayuno y los que son solemnidades. Y éstos son anunciados públicamente por él mismo en la iglesia. Por lo demás, cuando el arcediano está ausente, el diácono cumple sus funcionesa. El arcipreste ha de saber estar a las órdenes del arcediano y obeder tanto los mandatos de éste, como los de su obispo. También corresponde esto especialmente a su ministerio: tener bajo su cuidado a todos los presbíteros incluidos en este orden, estar con asiduidad en la iglesia y, cuando se produzca la ausencia de su obispo, celebrar en sustitución de éste las solemnidades de la misa, decir las colectas o que las diga aquel a quien él mismo así lo haya encomendadob. Al primiclerio corresponde la supervisión de los acólitos, los exorcistas, los salmistas y los lectores, la señal de la cruz que debe imponerse en razón del buen ministerio de los clérigos y de la honestidad de la vida, el deber de anunciar y decidir con esmero quién de los clérigos debe leer las Escrituras y entonar el salmo, las alabanzas, el ofertorio y el responsorio. También le corresponde la regulación del modo en que debe cantarse en el coro de acuerdo con las solemnidades y el tiempo del año, y el cuidado además de que se lleven velas al santuario. Asimismo, si se necesita algo para la reparación de las basílicas que se hallan en la ciudad, éste mismo ha de comunicarlo al sacerdote. Éste mismo debe transmitir a los feligreses las cartas del obispo en relación con los días de ayunos, castigar a los clérigos que conoce que han pecado, y poner en conocimiento del obispo las faltas de aquellos a los que no consigue enmendar. Éste mismo debe nombrar a los sacristanes y ocuparse también de los registros. Por lo demás, cuando el primiclerio está ausente, estas funciones que se han citado las ejerce éste mismo, pues es el siguiente a aquél ya sea atendiendo a la ley o a su formaciónc. Al tesorero corresponde la supervisión del ostiario de las basílicas, la preparación del incienso y de las velas en el san-
a Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 12 (p. 270). b Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. larg. 12 (col. 91). c Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 13 (p. 270-271).
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tuario y en la eucaristíaa. Así pues, que la Iglesia de Dios conserve todo esto tal y como lo recibió de los padres, sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierdab mientras se dirige a la patria. c (27) Basten por el momento estas cartas de entre otras muchas, prácticamente innumerables. En efecto, si quisiésemos incluir en este escrito a propósito de aquél todo lo que nos sale al paso, más fácil sería que nos faltase el tiempo antes que la materiad. Ciertamente, entregándose durante todo el tiempo de su vida a esta santas obras, la reputación de su ciencia y sus virtudes se extendió por todas las regiones. En consecuencia, muchos nobles y grandísimos sabios, deseando ver a su anhelado Isidoro y escuchar la sabiduría del nuevo Salomón, llegaban desde los confines de la tierrae. Unos acudían a conocer por él la doctrina salutífera, otros, a ver a quien obraba milagros en el nombre del Señorf. Acudían enfermos para ser sanados de sus malesg, pues el poder de Dios salía de él y sanaba a todos (Luc. 6, 19). Incluso acudían algunos herejes, muy seguros de sí mismos, a ponerlo a prueba, por si, acaso, podían sorprenderlo en un error en sus palabras. En cierta ocasión en que los obispos se reunieron en un sínodo en Híspalis, se presentó allí Gregorio, que formaba parte de la depravada rivalidad de aquéllos, de hecho alguien muy diferente a lo que deja ver su nombreh, un obispo de la herejía de los acéfalosi, de palabras elocuentes, de lengua diserta, con mucha facilidad para los falsos silogismos y muy agudo en las controversias, que, como un río rapidísimo, a muchos fieles que se le oponían y que parecían formar parte de los elegidos los arrana Ps. Isidoro de Sevilla, Epistula ad Leudefredum episcopum, rec. brev. 14 (p. 271). b Cfr Deut. 5, 32. c Hay una línea en blanco en este punto en el manuscrito que conserva esta obra, como si se hubiese reservado para un título que nunca llegó a escribirse. d Quodvultdeo, Sermo 4: Contra Iudaeos, paganos et Arianos, 13, 10 (p. 244, 39-40). e Cfr Mat. 12, 42; Luc. 11, 31. f Cfr Col. 3, 17. g Cfr Luc. 6, 10. h Sin duda, el autor piensa aquí en los méritos de Gregorio Magno. i Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 150.
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caba del jardín de la santa Iglesia y los arrastraba miserablemente consigo a la destrucción de la muerte. Negaba, en efecto, que en Cristo hubiese dos sustancias y afirmaba que éste no era el Dios verdadero, el Hijo de Dios Padre existente antes de los tiempos, sino tan sólo un hombre puroa. Éste, tras presentarse ante el bienaventurado Isidoro, solicitó que se le concediese la posibilidad de atreverse a entablar un combate dialéctico con aquél en público, confiando en que, aunque no pudiese superarlo, tampoco sería superado por aquél en modo alguno, y en que, si así sucedía, ello provocaría la ruina de muchos, tal y como el hereje había previsto. Por su parte, el bienaventurado confesor, advirtiendo que esto era dispuesto por el Señor para provecho de la Iglesia católica, tras acceder bondadosamente a la solicitud de aquél, fija una fecha, convoca a los fieles y se elige a los jueces que, tras escuchar a las dos partes, emitiesen un dictamen apropiado en contra del que fuese derrotado y a favor del que obtuviese la victoria. ¿Qué necesidad hay de continuar? Se inicia el certamen y, al entrechocar los testimonios de los diversos pasajes de las Escrituras, el hereje cede en su empeñob, pues no podía hacer frente a la sabiduría y al Espíritu que hablaba (Hech. 6, 10). Y así, admirando la sapiencia del Señor (Hech. 13, 12), no aguarda a que sea emitido el dictamen de los jueces, declarando con su propia boca que ha sido vencido. (28) Y cuando las gentes junto con los obispos y el clero alababan a Dios con piadosa devoción, pues había sido derrotado el ladrón de cristianos, el que los seducía día y nochec, se presentó un ciego quejándose a voces con acritud: “¡Ay – dice –, santo doctor Isidoro, hace ya largo tiempo que tuve noticia de tu santidad, pero, a pesar de estar ahora aquí presente, privado de tu bondad, no merezco verte!”. Entonces, Gregorio, al ver a aquél, rogaba al bienaventurado Isidoro, que guardaba silencio, que le pasase uno de los guantes pontificales que tenía en la mano. Tras obtenerlo, se levantó lleno de fe en presencia de todos y, tocando con el guante los ojos del ciego, dijo con voz muy clara: “Que nuestro Señor Jesucristo, Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 147-150. Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 150-151. c Cfr Apoc. 20, 9. a
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que iluminó los ojos de mi corazón por medio del bienaventurado Isidoro, merced a los santos méritos de éste se digne iluminar los ojos de tu cuerpo para confirmación de la fe”. Y tras estas palabras, después de que saliese un poco de sangre de los párpados del ciego, éste recuperó la vista. Recocijándose entonces las gentes con gritos de júbilo y alabanza, el bienaventurado obispo, después de lograr a duras penas que se hiciese el silencio, mostró que Cristo Jesús debe ser venerado como Dios verdadero y hombre verdadero y que en la sola persona de éste mismo hay dos sustancias, a saber, la divina y la humana, que la divina es aquella por la que existe por siempre coeterno a Dios Padre, y que la humana es aquella por la que comenzó a ser hombre al nacer de una madre sin tacha como la Virgena. b
(29) Puestoc que no puedo disfrutar de ti con los ojos de la carne, séame siquiera posible disfrutar de tus palabras con objeto de tener el consuelo de conocer por una carta tuya que goza de salud aquel a quien anhelo ver. Ojalá fuese posible que se diesen estas dos buenas cosas, pero desearía, al menos, sentirme reconfortado en lo que a ti respecta en mi interior, si no puedo serlo en mi mirada corporal. Cuando estuvimos juntos, te solicité que me enviases la sexta década de san Agustínd. Te ruego que, por cualquier medio que sea, hagas que esta obra llegue a mi conocimiento. Os hemos enviado el pequeño volumen de los Sinónimose y no porque sea de alguna utilidad, sino porque tú querías tenerlo. Te recomiendo, por lo demás, a mi servidor, y también me recomiendo ante ti a mí mismo con objeto de que reces por mí, que soy un pobre desdichaMartino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 151-155. Siguen dos líneas en blanco en el manuscrito y falta, al menos, con toda seguridad el inicio de la carta que comienza en el § 29. Es probable, además, que falte un pequeño párrafo de transición entre el episodio narrado en el § 28 y la inclusión en la obra de cuatro nuevas cartas, tres de Isidoro de Sevilla a Braulio de Zaragoza (§§ 29, 31) y una de este último a Isidoro (§ 30). c Carta de Isidoro de Sevilla a Braulio de Zaragoza: Epistula I ad Braulionem Caesaraugustanum ep. (ed. Riesco Terrero, p. 62). d Es una sección de las Enarrationes in Psalmos (CPL 283) de Agustín de Hipona: las Enarrationes 51 a 60. e Los Synonyma (CPL 1203) de Isidoro de Sevilla. a
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do, pues me siento sumamente abatido tanto por las dolencias de la carne como por las culpas del corazón. En ambas te ruego que me asistas, pues por mí mismo nada merezco. Te suplico, en fin, que, cuando al portador de esta carta, si la salud lo acompaña, se le presente la ocasión de regresar a nuestro lado, tenga a bien alegrarnos con tus palabras. a Deseob con toda mi alma ver tu rostro y ojalá Dios tenga a bien satisfacer mi anhelo algún día antes de que yo muera. Por lo demás, en estos momentos te ruego que me encomiendes a Dios en tus oraciones de modo que satisfaga mi esperanza en la vida presente y me conceda disfrutar de la compañía de tu beatitud en la futura. Y con su propia mano: Reza por mí, venerabilísimo señor y hermano. También . c (30) Piadosod señor y el más distinguido de los hombres, te mando con retraso noticias mías, pues tardíamente se me ha presentado la oportunidad de escribirte, debido a que, al tiempo que se acumulaban mis propios pecados, me he visto impedido de enviarte noticias mías como consecuencia no sólo de una desgraciada sequía y de la escasez consecuente, sino también de la atroz extensión de una epidemia y una terrible incursión de nuestros enemigos. Sin embargo, ahora, aun oprimido por mil obligaciones, por mil preocupaciones, tras despertarme de un profundo y aciago sueño, por así decirlo, después de un largo período de desdichas, con mi corazón y mi cuerpo postrados con humildad me permito enviarte un saludo afectuoso en las líneas de esta misiva mía, suplicando a tu eminentísima y poderosa beatitud que tengas a bien recomendar hasta el fin de sus días a ese siervo tuyo al que siempre acogiste con esa mirada que es propia de tu santa bondad. Falta el título de la carta siguiente o, al menos, el encabezamiento. Carta de Isidoro de Sevilla a Braulio de Zaragoza: Epistula VIII ad Braulionem Caesaraugustanum ep. (ed. Riesco Terrero, p. 76). c Falta un nuevo encabezamiento. d Carta de Braulio de Zaragoza a Isidoro de Sevilla: Epistula III ad Isidorum Hispalensem ep. (ed. Riesco Terrero, p. 64-66). a
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Ciertamente, yo me siento desgarrado, Cristo lo sabe bien, por el grave dolor de no merecer ni siquiera ahora teneros ante mi vista, a pesar de haber transcurrido ya tanto tiempo desde la última vez. Pero pongo mi esperanza en Aquel que no olvida mostrar su misericordia ni desampara por siempre, pues confío en que escuchará la súplica del pobre y en que lleve a este desdichado que soy yo ante vuestra presencia. Te ruego, ciertamente, y te imploro, suplicándotelo con todas mis fuerzas, que, acordándoos de vuestra promesa, tengáis a bien enviar a este siervo vuestro el libro de las Etimologías que hemos oído que ya habéis concluido con la ayuda del Señor, pues yo mismo soy testigo ante mí de que os aplicasteis a esa obra en gran medida a petición de este siervo tuyo, y por esta razón debes mostrarte generoso conmigo en primer lugar. ¡Y ojalá que seas acogido tú también el primero y lleno de dicha en la asamblea de los santos! Asimismo, os suplico que os cuidéis de que, por mediación de vuestro hijo, nuestro señor el rey, se nos envíen rápidamente las actas del concilio en las que se lee cómo Sintario, aunque no fue purificado por el fuego de vuestro juicio, salió de él bien malparado. Ciertamente, hemos hecho llegar también a su majestad una solicitud en este mismo sentido, pues tenemos mucho trabajo por delante en el concilio a fin de averigüar la verdad. Por lo demás, ruego a la piedad del supremo Creador que se encargue de conservar con salud a vuestra eminente beatitud por largo tiempo en favor de la pureza de la fe y la estabilidad de su Iglesia, que por la gracia de vuestra intercesión me proteja de las diversas calamidades y los múltiples peligros del mundo presente, y que la santísima Trinidad merced a vuestra oración haga que yo esté resguardado en el interior de vuestro corazón, a salvo de toda tempestad provocada por el pecado. Y con su propia mano: Yo, Braulio, a mi señor Isidoro, de quien soy siervo. ¡Ojalá pueda gozar de tu compañía en el Señor, oh lámpara resplandeciente (Juan 5, 35) e inextinguible! a
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Nueva laguna, correspondiente al encabezamiento de la misiva, al menos.
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(31) Hea dado gracias a Cristo, pues he sabido que disfrutas de salud, y ojalá, mientras aún esté en este cuerpo, pueda también contemplar a aquel cuya buena salud he conocido. Voy a contarte qué es lo que me ha ocurrido por mis pecados, pues no he sido digno de leer tu carta. En efecto, tan pronto como recibí tu pergamino, se presentó ante mí un servidor del rey. Entregué el citado pergamino a mi camarero y acudí rápidamente ante el príncipe con la intención de leerlo más tarde y responderte. Sin embargo, cuando regresé del palacio del rey, no sólo no encontré tu escrito, sino que, además, habían desaparecido todos mis otros documentos. Y la principal razón, bien lo sabe el Señor, de que haya deplorado mis propios merecimientos es que no he podido leer tu carta. Pero te ruego que, en cuanto se te presente la ocasión, vuelvas a escribirme y no me prives del placer de tus palabras de modo que reciba de nuevo por tu bondad lo que por mis faltas he perdido. Y con su propia mano: Reza por mí, venerabilísimo señor. (32) Comienza el relato de la muerte de este mismo santísimo doctor. Así pues, cuando el glorioso doctor Isidoro se distinguía con diversas señales milagrosas y su reputación de santidad se difundía por casi todo el orbe, merced al espíritu de profecíab con el que refulgía con gran claridad anunció con mucha antelación a sus discípulos el día de su muertec. Se eleva un clamor entre los escolares, se extiende la aflicción entre los monjes, las monjas prorumpen en sollozos y la alegría del pueblo se convierte en pesar. Por su parte, el bienaventurado confesor, mostrando la misma solicitud que siempre había tenido en favor de la grey de la Iglesia de Dios, dispuso que todos los obispos, abades y varones principales de Hispania se reuniesen en un sínodo en Toledo, pues, antes de abandonar el cuerpo mortal, deseaba con todo su corazón dejar al estamento clerical en una concordia fraternal y al de los laicos en una paz duradera. Cuando fue llevado hasta ese sínodo, exhortó a todos, en primer lugar, a que permaneciesen en la fe de la santa a Carta de Isidoro de Sevilla a Braulio de Zaragoza: Epistula IV ad Braulionem Caesaraugustanum ep. (ed. Riesco Terrero, p. 66). b Cfr Apoc. 19, 10. c Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis ep., 2 lín. 11.
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Trinidad, transmitiéndoles esta definición sobre la esencia de la unidad y la variedad de las personas, a saber, que sólo existe un único y verdadero Dios, indivisible en su esencia y en su naturaleza, sobre el cual dijo Moisés: Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Dios (Deut. 6, 4), y éste no puede ser dividido por los fieles ni siquiera en su pensamiento para que no den vueltas dentro del laberinto de la herejía. Dios está en su totalidad y en su integridad en todas partes tanto por su esencia, como por la presencia de su majestad, o lo que es lo mismo, está dentro de todas las cosas, pero no incluido en ellas, y fuera de todas las cosas, pero no excluido de ellasa, ni tampoco se encuentra en un lugar en concreto. Y si bien es simplicísimo en lo que atañe a la divinidad de su majestad, es trino en lo que atañe a la distinción de las personas: el Padre es ingénito y todopoderoso por siempre, el Hijo es unigénito, nacido del Padre e inseparable de él por siempre, el Espíritu, por su parte, es de ambos, pues procede desde siempre de forma inseparable del Padre y del Hijo, por lo que todos ellos son uno solo. Asimismo, confesamos que en la sola persona de Cristo existen dos nacimientos y dos naturalezas: una, naturalmente, es eterna y procede de su Padre, en virtud de la cual, puesto que es igual a Dios Padre, es inmortal e impasible, y la otra es temporal y procede de su madre, y fue asumida por él junto con el alma, en virtud de la cual se dignó padecer y morir por nosotros, por lo que es Dios verdadero y hombre verdadero en una sola persona. Por lo demás, si no comprendemos en los pliegues de nuestra mente cuál es el significado de engendrar, nacer y proceder, compréndamoslo en los pliegues de nuestra fe y alcanzaremos la salvación. Aborreciendo todas las abominables herejías no en menor medida que un precipicio, las debilitó y condenó, en especial, la execrable y odiosa secta de Arrianob, así como también la abominable superstición de los acéfalos, que, merced a su firme vigilancia y al ilustre celo de su hermano y predecesor Leandro, varón distingui-
Cfr Ps. Agustín de Hipona, De essentia diuinitatis, 1 (p. 1199). Se refiere el autor, naturalmente, al hereje Arrio, cuyo nombre aparece aquí deformado. a
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do por su santidad y sus enseñanzas, suprimió, destruyóa y eliminó por completo en toda Hispania y en las Galias, persiguiéndolas con las espadas de la palabra de Dios. Además, demostró al pontífice de Roma, elegido por los fieles en sustitución del bienaventurado apóstol Pedro, pues es la cabeza de la Iglesia de Dios, que, en todo aquello que atañe a Dios, hay que someterse a los clarísimos testimonios de las Sagradas Escrituras. Además, argumentando por medio de éstas, prohibió que los miembros llegasen a separarse en algún momento de su cabeza, lanzando una maldición contra aquellos que tuviesen la audacia de hacerlo. Impuso leyes a los reyes y a los varones principalesb, entregó una regla eclesiástica de fe a los sacerdotes de la Iglesia de Cristo, expuso los oficios eclesiásticos y los grados de todos los estamentosc, mostró las leyes divinas e instruyó en la disciplina de la religión cristiana a los ciudadanos y a todas las gentes seguidoras de la fed. Y finalmente, cuando todo esto había sido ya aceptado por todos, como un nuevo Moisés y legislador de nuestros tiempos, prosiguió diciendo con proféticas palabras: “En caso de que conservéis estas tradiciones con el corazón puroe, disfrutaréis de paz y de riquezas en la vida presente y mereceréis la alabanza perpetua en la gloria eterna. Pero, en caso de que abandonéis estos preceptos, vendrán sobre vosotros unos males terribles y el pueblo de los godos caerá víctima del hambre, la espada de los enemigos y la peste. Ahora bien, si os volvéis hacia vuestro Dios y Señor observando todo esto, vuestro linaje conquistará las puertas de sus enemigosf y disfrutaréis de una gloria mayor que la que nunca existió”. A continuación, tras recibir la bendición, todos regresaron a sus hogares despiéndose del santo. (33) El bienaventurado Isidoro, por su parte, permaneciendo durante algunos días en Toledo, se entregaba infatigablemente a la palabra de la santa predicación. Y si bien construía con un Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 63-64; y cfr asimismo Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 146-147. b Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 163-164. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 162-163. d Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 164-166. e Cfr I Tim. 1, 5; II Tim. 2, 22. f Cfr Gén. 22, 17. a
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empeño admirable numerosos monasterios para los siervos de Dios, cuando estaba en Híspalis o en Toledo, se contentaba con una pequeñísima celda. Tras regresar a continuación a Híspalis, cuandoa, merced a la naturaleza de su alma, advirtió con gran exactitud antes que nadie que su cuerpo era consumido por una persistente enfermedad, aunque para admiración de muchos siempre se había entregado con generosidad al reparto de limosnas, durante seis meses o más repartió a diario tantas limosnas entre los monjes, escolares y pobres en mayor medida aún de lo que había acostumbrado hasta entonces que desde la salida del sol hasta el atardecer permanecía entregado al reparto de numerosas dádivas entre los pobres. A continuación, fatigado por la debilidad fruto de su enfermedad, al aumentar la fiebre en su cuerpo y comenzar a rechazar la comida su debilitado estómago, con objeto de dejar a los suyos un ejemplo de penitencia, reunió fuerzas para recibir la penitencia a fin de llevar a cabo abiertamente ante todos de hecho lo que siempre había enseñado a los suyos de palabra y decir con el apóstol: Imitadme tal y como yo imito a Cristo (I Cor. 11, 1). Y así, tras convocar al clero y a todo el pueblo, se hizo transportar por sus discípulos hasta la iglesia en una camilla y mandó de inmediato que estuviesen presentes el santo obispo Juan, de venerable vida, y el ilustre varón Uparcio, un prelado santísimob, a los que la santidad de sus vidas había unido a él con el vínculo de la amistad. Y al ser conducido desde su celda hasta la iglesia de San Vicente Mártir, tan gran número de clérigos, escolares, monjes y monjas, que habían encontrado en el santo confesor a su maestro y protector, y, en fin, de todas las gentes de esa ciudad lo acogió entre gritos y grandes gemidos, tirándose de los cabellos de la cabeza, mesándose las barbas de sus rostros y desgarrándose las ropas, que incluso aquellos que tenían un corazón de hierro se deshacían por completo en lágrimas y lamentaciones.
a A partir de este punto y hasta el final del capítulo sigue el autor el Obitus b. Isidori Hispalensis ep. de Redempto de Sevilla, 2 lín. 11-24. b Se trata de los obispos Juan de Elepla (ca. 619-ca. 646) y Eparcio de Itálica (ca. 632-ca. 653), este último citado aquí como Uparcio por corrupción de su nombre.
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(34)a Y cuando en la iglesia del citado mártir fue colocado en mitad del coro, junto a la cancela del altar, dispuso que la multitud de las mujeres permaneciese lejos de él con objeto de que, en el momento de recibir la penitencia, únicamente se distinguiese a su alrededor la presencia de varones y no se viesen mujeres. Y después de ser cubierto con ceniza y vestido con el cilicio por parte de sus amados obispos, ya citados, que junto con los demás que habían acudido a esta triste, aunque santa, ceremonia eran consumidos por un llanto inconsolable, elevando sus manos al cielo comenzó a hablar así: “Tú, Dios mío, que conoces los corazones de los hombres y te dignaste perdonar sus pecados al publicano, cuando éste se golpeaba el pecho a lo lejos, tú que te dignaste resucitar a Lázaro cuando dormía, haciéndolo salir de su sepulcro cuatro días después de la disolución de la carne, y quisiste acogerlo en el seno del patriarca Abraham, acepta esta confesión mía y aparta de tus ojos los innumerables pecados que he cometido, no tengas presentes mis malas acciones, ni quieras recordar los delitos de mi juventud (Salm. 24, 7). Tú, Señor, no estableciste la penitencia para los justos que no pecaron contra ti, sino para alguien como yo, un pobre pecador que he cometido pecados que sobrepasan en su número a la arena del mar (Man. 8-9). ¡Que no encuentre en mí el enemigo ancestral nada que castigar! Tú bien sabes que, desde que, pobre de mí, asumí indignamente esta carga más que este honor en esta santa iglesia, no he dejado de pecar en ningún momento, sino que me he afanado en obrar de un modo abominableb. Y puesto que Tú dijiste que, en cualquier momento en que el pecador, cambiando de conducta, se convierta, olvidarás todas sus iniquidadesc, acordándome ahora de esta promesa tuya, clamo, ciertamente, con esperanza y confianza ante Ti, cuyo cielo no soy digno de contemplar debido a la multitud de los pecados (Man. 9) que se acumulan sobre mí. Atiéndeme, escucha mi oración y concédeme, pecador de mí, el perdón que te solicito, pues, si los cielos no están exentos de impurezas a tus ojos (Job 15, 15), ¿cuánto más no he de estarlo yo, sólo a A lo largo de todo este nuevo capítulo, la fuente sigue siendo el Obitus b. Isidori Hispalensis ep. de Redempto de Sevilla, 2-4 lín. 24-55. b Cfr Jer. 9, 5. c Cfr Ez. 18, 21-22.
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un hombre, que he bebido la iniquidad como si fuese aguaa y me he saciado de las entrañas del pecado?”. A continuación, una vez pronunciadas estas palabras, recibió de esos mismos pontífices el sacrificio vivífico del cuerpo y la sangre del Señor con un profundo gemido de su corazón, pues se consideraba indigno de ello. (35)b Entonces, ofreciéndonos en todo momento un ejemplo de humildad, solicitó el perdón de esos mismos obispos, así como el de todos aquellos miembros del clero que se hallaban presentes, de los ciudadanos y de todas las gentes, en general, diciendo: “Os suplico tanto a vosotros, santísimos sacerdotes y señores míos, como a la santa reunión de los clérigos y del pueblo que vuestra oración se eleve hacia el Señor y que ruegue por un desdichado como yo, cubierto por completo por la mancha del pecado, a fin de que, puesto que por mis propios merecimientos no soy digno de obtener su gracia, merezca, al menos, por vuestra intercesión alcanzar el perdón por mis pecados. Perdonadme, aunque soy indigno de ello, las faltas que he cometido contra cada uno de vosotros, si a alguno os he despreciado por odio, si a alguno os he herido encolerizándome”. Ves un modelo de virtudes en aquel de quien dependían con solicitud paternal las necesidades de todos, pues contemplas que el maestro solicita de tal modo allí el perdón de quienes eran inferiores a él, dado que esto es más digno de la gracia divina que el simple amor: temer haber ofendido en alguna ocasión a aquellos a los que se beneficia. Imita esto y, en la medida de tus fuerzas, intenta alcanzar la humildad de tan gran doctor. Ésta es, en efecto, la mayor muestra de humildad y la prueba de un temor puro y santo de Dios, que existe por los siglos de los siglos: ponerse a disposición de quien es inferior y no considerarse superior a nadie con un corazón lleno de soberbia. A continuación, el bienaventurado confesor añadió: “Perdonadme, os lo ruego, mis buenos señores, al menos, ahora que así os lo suplico encarecidamente, es más, que muestro arrepentimiento, si es que alguna falta he cometido”. Y una vez que todos a grandes voces y con lágrimas solicitaron el perdón para Cfr Job 15, 16. Continúa el autor tomando todas estas noticias del Obitus b. Isidori Hispalensis ep. de Redempto de Sevilla, 4-6 lín. 55-84. a
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él – aunque esto es censurado por algunos, pues él, que refulgía en la cima de la santidad, no debía ser asistido por las súplicas de los pecadores, sino que, por el contrario, debían ser ellos asistidos por la intercesión de aquel que se había consagrado al Señor desde el inicio de su vida con toda la integridad de su corazón y de su cuerpo, según ponen todo esto de manifiesto las virtudes de este singular varón –, habló de nuevo, amonestando a todos los presentes de este modo: “Santísimos obispos y señores míos y demás personas que aquí os encontráis, os ruego y suplico que mostréis caridad los unos hacia los otros, sin devolver mal por mal (I Pedr. 3, 9), y que no difundáis calumnias entre el puebloa a fin de que, unidos todos por el vínculo del amor, no encuentre entre vosotros el lobo rapaz ninguna oveja perdida a la que llevarse”. Así pues, cuando hubo perdonado a cada uno de sus deudores sus obligaciones y recibos, que parecían casi innumerables, lo que se sumó a las demostraciones de su extraordinaria bondad, recuperadas las fuerzas merced a un divino vigor, comenzó a participar con fruición en el banquete del sustento celestial, a ofrecer a las gentes tan abundantes platos del misterio divino y a indicar alegre a todos el día en que nacería a la vida, en que deseaba, al igual que el apóstol, disolverse y estar con Cristo (Filip. 1, 23), que se puede asegurar sin la menor duda que él en su espíritu siempre participó de los convites eternos y que, aunque víctima de una grave enfermedad, cuanto más débil se encontraba, se mostraba, sin embargo, tanto más firme y predicaba lleno de vigor con su palabra y con su ejemplo con tan gran constancia, prudencia y elocuencia. Apresurándose él mismo en dirección a las moradas celestes, incitaba a los presentes a apresurarse también ellos. Y así, hecho todo esto, ordenó seguidamente que se distribuyese entre los necesitados y los pobres el dinero que restaba. Pero también esto ilustra de una forma extraordinaria su título de gloria, el hecho de que el heraldo y el portador de la paz del Señor quiso ser besado por todos e, imitando a su Creador, besando a todos y cada uno de los presentes, les dejó esa misma paz que predicaba con sus palabras y sus costumbres, diciendo: “Si de todo corazón me perdonáis todos aquellos actos malvados y perversos que hasta a
Cfr Lev. 19, 16.
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el día de hoy he cometido contra vosotros, el Creador todopoderoso os perdonará, a su vez, a vosotros todos vuestros delitosa. Así, del mismo modo que el agua de la fuente sagrada que hoy el pueblo devoto va a recibir ha de traeros el perdón por vuestros pecados, así también este beso que nos damos sea para vosotros y para mí nuestra garantía de la vida futura”. Una vez concluidas todas estas ceremonias, fue llevado de regreso a su celda. (36) Durante los siguientes tres días fue conducido igualmente de una forma semejante hasta la iglesia por el clero y un innumerable ejército de gentes cuyo número aumentaba de día en día por el deseo de contemplar la partida del santo padre, tan triste para ellos, pero grata a la asamblea celestial, y a todos los sedientos daba de beber las palabras de la santa predicación y, con impaciencia y lleno de alegría, esperaba recibir a su señor de regreso de la bodab, como si fuese a salir con una lámpara encendida al encuentro de Cristo y de la asamblea celestial, que lo invitaban a tan dichoso casamiento, rodeado por una muchedumbre de obispos, clérigos, varones principales y gentes en general. Y estando en la iglesia cuatro días después de su confesión y penitenciac, una vez concluido su sermón al pueblo, elevando sus manos al cielod y bendiciéndolos a todos, encomendando a Dios el rebaño que hasta ese momento le había sido confiado, entregó su santo espíritu al Señor, dejándonos a nosotros el preciosísimo tesoro de su cuerpo, digno de ser honrado con una adecuada veneración. Cuando las gentes ven que el alma del pontífice ha abandonado el envoltorio del cuerpo, elevan sus voces y sus gemidos hasta el cielo, llorando con los sollozos más amargos el deceso de tan gran padre. La ciudad de Híspalis se inunda de lágrimas y, mostrando amargura en el triste rostro de su corazón, los obispos lloraban de forma inconsolable a su pastor, los varones principales a su preceptor, los clérigos a su doctor, los monjes y las monjas a su rector y sustentador, los pobres a su padre y defensor. No mucho después el luto se convierte en gozo, la amargura en dulzura, la voz de los que lloran en alabanza, la Cfr Mat. 6, 14. Cfr Luc. 12, 36. c Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis ep., 6 lín. 84-85. d Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis ep., 3 lín. 30. a
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desesperación en consuelo, pues el santo no permitió que se entristeciesen hasta tal punto durante largo tiempo. En efecto, de su cuerpo emanó una fragancia tan maravillosa y tan superior al aroma de todos los perfumes que todos los que estaban presentes creyeron disfrutar de la felicidad celestial. Allí se reunieron enfermos de diversos males que recuperaron su antigua salud no sólo mediante el contacto del santo cuerpo, sino incluso por el mero olor que desprendía. A aumentar con especial riqueza y acrecentar con especial abundancia los dones tan insignes de los méritos de este singular varón contribuye la cifra de cuarenta años, un número consagrado a un complejo simbolismo, pues, al llegar al fin de su vida y morir al cabo de ese espacio de tiempo, mientras la gracia de Dios habitaba plenamente en su interior y lo asistía, mostró de forma manifiesta que la excelencia de la perfección se concede a sí misma el simbolismo de ese número místico. ¡Queridísimos hermanos, que la mirada de vuestra caridad observe y advierta qué grande fue este santo entre los santos, qué admirable, qué digno de alabanza, qué magnífico y qué glorioso! Ciertamente, entre los santos uno devuelve la vista a los ciegos, otro sana a los leprosos, otro da vigor al paralítico, otro libera al poseído, otro desata los órganos vocales de los mudos, otro restituye el oído a los sordos, otro corrige el andar del cojo, otro trae de vuelta al difunto hasta su cadáver, otro conserva a las personas a salvo del contacto o de la bebida de un veneno, otro cura a los afectados por cualquier clase de enfermedad. En efecto, como dice el apóstol, a cada uno se concede una manifestación del Espíritu en beneficio de los demás. Ciertamente, a uno le es concedido por el Espíritu el don de hablar con prudencia, a otro el don de hablar con sabiduría de acuerdo con ese mismo Espíritu, a otro la fe conforme a ese mismo Espíritu, a otro la gracia de las curaciones conforme al único Espíritu, a otro la realización de portentos, a otro la profecía, a otro la separación de los espíritus, a otro los diversos tipos de lenguas, a otro la interpretación de las palabras. Todo esto lo obra un único y mismo Espíritu (I Cor. 12, 7-11). El confesor y elegido de Dios Isidoro, repleto de los dones del Espíritu, de sus presentes, de su gracia, de su generosidad, de su impulso y de su inspiración, hasta tal punto resplandeció por completo por todos los presentes de estas gracias y los dones de
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estos carismas que, cuando el apóstol describía esos dones, enumerándolos, pareció dirigir la mirada de su mente hacia Isidoro, en quien confluyeron los dones de todos los justos anteriores y desde el que salieron fluyendo hacia los siguientes. (37) Durmió con los padres el bienaventurado Isidoro en la era 640, en el año 622 de la encarnación del Señora, aventajando a todos en sana doctrina y rectos consejos, rico en obras de caridadb y después de alcanzar una vejez cargada de buenos díasc. No se oscurecieron sus ojos ni sus dientes se movieron de su sitiod. En fin, la voluntad de todos fue unánime, así como sus intenciones y deseos fueron uno mismoe en el sentido de que el cuerpo del santo debía ser enterrado con el honor debido. Y puesto que el santísimo doctor Leandro, antes de abandonar su cuerpo, había solicitado que su bienaventurado hermano fuese sepultado junto a él, y también la gloriosa virgen Florentina, su hermana, había rogado esto mismo con toda su alma para ella, situaron honrosamente en el medio el sepulcro del santísimo cuerpo de Isidoro, añadiendo a uno y otro lado los sepulcros de san Leandro y santa Florentinaf y adornándolos con mucho oro y plata, una vez acabada de cincelar la obra. Hubo entonces muchos iluminados por un don divino que vieron cómo el alma del santo era conducida hacia lo alto por una multitud de ángeles entre cantos de alabanza (Salm. 46, 2) y de júbilog y cómo Cristo, el Hijo de Dios, salía al encuentro de aquél con la innumerable asamblea de los santos. Incluso uno cuya vida moderada parecía de todo punto digna de imitación y que amaba por encima de todo lo demás a ese mismo confesor, cuando debido a la desgracia ocurrida era atormentado por un gran pesar, negándose a recibir consueloh, aseguró haber sido arrebatado en un éxtasis y afirmó haber visto a este ilustre pastor entre la muchedumbre de a En realidad, la era hispánica 640 corresponde al año 602 de la encarnación; y el año 622 de la encarnación, a la era hispánica 660. b Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 184-186. c Cfr Salm. 33, 13; I Pedr. 3, 10. d Cfr Deut. 34, 7. e Sulpicio Severo, Vita s. Martini Turonensis, 9, 3. f Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), v. 1-5. g Cfr Salm. 41, 5. h Cfr Salm. 76, 3.
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los inocentes a los que Herodes mandó matar por causa de Cristoa, ejerciendo allí el primado con la palma del martirio, la aureola de la virginidad y la corona de la confesión, y diciéndole: “Estoy preparado para prestar ayuda a todos los que imploren en mi nombre la asistencia de Cristo”. Merced a esta visión parecía siempre dichoso y feliz, pero, en cierto modo, siempre estaba afligido, suspirando por la presencia de semejante padre. Mas, ¿qué necesidad hay de que señale los milagros de este perfectísimo varón?, ¿de que exalte sus virtudes?, ¿de que elogie sus conocimientos?, ¿de que proclame sus enseñanzas?, ¿de que ensalce sus costumbres? En efecto, ¿qué necesidad hay de buscar en este varón apostólico, es más, en este verdadero apóstol de Cristo tras los apóstoles, una armonía de virtudes, cuando se distingue en él de forma manifiesta la prudencia de Noé, la fortaleza de Abraham, la templanza de Isaac, el sentido de la justicia de Jacob y la paciencia de Job? ¿Por qué razón se ha de alabar en Isidoro la magnitud de sus conocimientos, cuando se advierte en él la presciencia de Moisés y Elías? ¿Qué necesidad hay de proclamar la gracia de las enseñanzas de aquel en el que se advierte que abundaba la verdad del doctor de los gentilesb, en cuyo espíritu hervía la disciplina y en cuyo entendemiento rebosaba el celo? ¿Qué necesidad hay de celebrar el esplendor de las costumbres de aquel en el que se advierte que predominaba la firmeza de Estebanc y de los restantes seguidores de Cristo ante los tormentos? (38) Pero puesto que no debemos demorarnos en todo ello en estos momentos, no sea que una lectura excesivamente prolongada provoque hastío en el oyente, volvamos a nuestro propósito. Hubo asimismo muchos clérigos y escolares muy bien formados en el arte de componer versos y poemas que conocieron a semejante doctor y exaltaron las grandes señales de tan piadoso padre tratando de los presentes recibidos por su intercesión. Entre éstos el honor del clero, el bienaventurado Ildefonso, arzobispo de Toledo y varón de refulgente santidad, que había bebido las purísimas aguasd de la Cfr Mat. 2, 16. Cfr I Tim. 2, 7. c El protomártir Esteban, cuyo martirio a manos de los judíos se relata en Hech. 6, 8-7, 59. d Ps. Cixila de Toledo, Vita s. Ildefonsi (BHL 3919), p. 316, 5-6. a
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doctrina que surgían del pecho de su maestro, hizo que en honor de este maestro en la parte de la iglesia en la que yacían los santos doctores, fuesen representadas en una pintura extraordinaria las obras de éstosa y que se grabase el siguiente poema en la cruz de plata que se elevaba sobre los sepulcros de los santosb: (39A) Esta cruz venerable guarda los cuerpos de dos hermanos: Leandro e Isidoro, ambos semejantes dentro del estamento de los obispos. La tercera es su hermana Florentina, virgen consagrada de por vida. ¡Oh, qué dignamente descansa aquí junto a ellos, compartiendo su suerte! Isidoro en medio separa los miembros de los otros dos. Quiénes fueron éstos, lector, pregúntalo a sus libros. Conocerás también que ellos se expresaron adecuadamente en todo momento, que se mostraron seguros en su esperanza y llenos de fe, y que, por encima de todo, fueron queridos. Has de saber que, gracias a las enseñanzas de estos santos, los fieles han crecido en número y que ha sido devuelto al Señor aquello que unas leyes impías retenían. Y para que te convenzas de que estos varones viven por siempre en las alturas, alzando la vista hacia arriba, contémplalos allí retratados. (39) Sigue otro poema. Para alabanza de la Iglesia en honor de Cristo, el rey de la gloria, cantemos sin descanso, y en honor del unigénito de la Vigen un poema al estilo de Davidc entonemos con solemnidad.
Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), v. 12. Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), v. 1-12. El epitafio es de autor desconocido. c El rey de los judíos David (ca. 1010-ca. 970 a. C.), a quien se atribuían los Salmos. a
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Que la gloria de Isidoro con una voz que traiga al recuerdo sus méritos ensalcen los cánticos, que crezca el número de sus alabanzas, que se regocijen el pueblo y el ejército de los ángeles. Éste, refulgiendo en nuestros tiempos por sus costumbres de acuerdo con la palabra del Señor, lleno de fe extendió la fe católica y su fe puso fin a la peste del error herético. Nacido en Cartagena, mostrando desde su infancia una ciencia en nada semejante a la de un niño, por los territorios de Hispania el manantial de la sabiduríaa hizo fluir, obrando grandes señales. Mientras estuvo al frente de la sede de Híspalis como primado, enseñó la ley a Hispania como hispano que era, destacando por sus enseñanzas, predicando al crucificadob y rechazando la idolatría. Noble por su linaje, permaneció firme en las grandes obras de Dios, deseando alcanzar el premio de los gozos celestiales, una vez despreciados los de este mundo. Merced al fulgor de sus obras como un ejemplo fructífero se mostró al clero. Sin desviarse del camino emprendido, anhelando los cielos con todo su ser, sometió a los vicios. Los conocimientos de los romanos por todas las regiones del mundo éste restableció largamente. Como el lucero de la tarde la Hesperia iluminó, como el lucero del alba la Iglesia iluminó con gran claridad. Éste en su ortodoxia a Arrio, un terrible adversario, a b
Cfr Prov. 18, 4; Sir. 1, 5. Cfr I Cor. 1, 23.
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haciendo uso de la razón, lo golpeó como un martillo y el atrabiliario enemigo cayó vencido a la vista de todos. La devoción del clero íbero con gran gozo lo honra como padre de la patria, teniendo presentes sus enseñanzas, lo alaban las regiones del mundo como doctor de la Iglesia. Este esplendor de los arzobispos, este espejo de sacerdotes escribió con doctas modulaciones maravillosos poemas sobre la fe católica, acumulando libros sobre libros. La ceguera de Mahoma, que provocaba la perdición de las gentes depravadas, los milagros de aquél incapaz de desmentir, hubo de ceder entristecida ante ese varón sin mácula. Como creyó con sinceridad, así también con sinceridad enseñó el modo de arrepentirse, perspicaz a la hora de instruir, eficaz a la hora de dar ejemplo, doctor de la multitud. ¿Quién podría exponer o referir por completo la lista de sus grandes obras? La lengua no bastaría y la diestra desfallecería a la hora de escribirlas una por una. Así pues, roguemos a éste, en cuya santidad creemos con firmeza, que de las asechanzas del enemigo y de los vicios nos proteja por siempre. ¡Oh vencedor de los crímenes, ojalá con tus súplicas con el Señor nos reconcilies, ojalá nos confortes en la esperanza y borres nuestras culpas, ojalá nos limpies de todas nuestras manchas! A tu hermano Leandro, a quien honramos junto a ti, rogamos su asistencia, que escuche nuestras súplicas y que, escuchándolas, las guarde
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en su eterna memoria. Del doctor Fulgencio, hermano y compañero de éstos, queremos acordarnos, a quien, en virtud de los méritos de su vida, que mire con solicitud por nuestra salud imploramos. A la ilustre virgen Florentina, compañera de sus hermanos, pedimos que acuda en nuestra ayuda y mitigue las ofensas que cometemos contra Aquel en quien creemos. ¡Y ojalá, además, que el Señor quiera aplacarse (cante el clero ‘Amén’) y que merced a la intervención de la Virgen limpie de la mancha del crimen a aquellos a los que el pecado ensucia! ¡Y que por nosotros la distinguidísima Virgen, alejadas las tinieblas de los vicios, ruegue a fin de que Aquel que rige todo con su admirable poder nos coloque en los cielos! Amén. (40) Murió el bienaventurado confesor Isidoro el día de las nonas de abrila en tiempos del cristianísimo rey de Hispania Chintilab y del emperador romano Heraclio, aquel Heraclio que restituyó a su lugar original en Jerusalén y honró la cruz del Señor que el impío rey Cosroes se había llevadoc. No dejó ningún testamento, pues, si bien abundaba en numerosas riquezas en Cristo, con todo, como era humilde de espíritud, antes de abandonar este mundo distribuyó cuanto poseía entre los pobres y los necesitados. Y también reveló el sincero afecto de todos hacia este padre el hecho de que situaron en unos lugares retirados dos lámparas casi perpetuamente encendidas e inextinguibles que se cuenta que fueron fabri5 de abril. La fecha está tomada del Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), lín. 14; o del Obitus b. Isidori Hispalensis ep. de Redempto de Sevilla, 6 lín. 87. b Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 67-68. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 181-184. d Cfr Mat. 5, 3. a
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cadas por ese mismo varón con materiales naturales, una junto a su cabeza y otra junto a sus pies, con objeto de que gracias a ellas el santísimo cuerpo disfrutase, por así decirlo, de una luz permanente. (41) Ahora, queridísimos hermanos, es oportuno que toda la Iglesia venere con alabanzas y elogios a este santísimo doctor, pero, sobre todo, la de las Hispanias, que refulgió de un modo especial por encima de las demás merced a las salubérrimas enseñanzas de aquél. ¿Quién no ha de ensalzar a un varón digno de ser venerado con todo tipo de alabanzas en su niñez, digno de ser alabado con total veneración en su infancia, lleno de tantas virtudes en su adolescencia, distinguido por una bondad tan grande en su juventud, ilustrísimo por tantos milagros durante su episcopado, provisto de una predicación tan elogiable en su vejez, adornado por una muerte tan inimitable en su ancianidad, glorificado por un tránsito tan extraordinario con ocasión de su fin? ¿Quién no ha de afirmar que ha resultado gratísimo al examen del rey eterno, que embelleció su dignidad de prelado con su vida y sus costumbres, su renombre con virtudes, su gracia con señales, su disciplina con progresos espirituales, sus conocimientos con alabanzas, sus días con un perfeccionamiento interior y su fin con tan gran gloria? Ciertamente, cuando ese bienaventurado varón era oprimido aún por la molestia de la masa corporal y su espíritu, sediento de la fuente vivaa, no deseaba nada en el cielo ni en la tierra a excepción de esa misma fuente, qué grande se mostró a los ojos de la majestad divina, qué grato a Dios, qué querido por los ángeles, qué merecedor de amor por parte de los hombres, qué distinguido en milagros, qué insigne en virtudes, qué magnífico en señales, qué digno de una gloriosa alabanza, qué rico en méritos abundantes frente a Dios, qué conspicuo por la magnificencia de sus presentes frente a los hombres, todo el orbe lo conoció en la gracia rediviva de los portentos obrados por su cuerpo sin vida, una gracia digna de admiración a lo largo de todos los siglos. Ciertamente, qué grande y con qué cualidades la tierra, generadora y sustentadora de las generaciones que pasan, produjo, alimentó y confortó al sabio Isidoro, varón, no obstante, nada terrenal, ni caduco, o más bien, para expresarme a
Cfr Apoc. 21, 6.
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con una mayor propiedad, lo retuvo y conservó, pese a que con su corazón y con sus obras él anhelaba sin descanso alcanzar el cielo, lo atestigua el propio cielo, lo percibe la tierra, lo grita el aire, lo muestra la utilidad de las aguas, lo revelan sus curaciones, cuando, de acuerdo con las órdenes de la voluntad divina, siempre complacientes frente a los méritos de Isidoro y atentas a sus ruegos, se ponen obsequiosamente al servicio de las deprecaciones de los que suplican de manera piadosa y obsequian a éstas con sus beneficios para ilustración de la Iglesia y alabanza de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
(42) Comienza la breve noticia del obispo Braulio de Cesaraugusta sobre la vida del santo doctor de las Hispaniasa Isidoro.
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Isidoro, varón ilustre, natural de Cartagena, nacido del nobilísimo Severiano, su padre y duque de esa misma tierra, arzobispo de la Iglesia hispalenseb y primado de Hispania, fue hermano de los santísimos obispos y confesores Leandro y Fulgencio y de la santísima virgen Florentina, abadesa de vírgenes consagradasc, y sucesor santísimo de san Leandro. Este bienaventurado varón, entregado desde su infancia al estudio de las letras, instruido en las letras latinas, griegas y hebreas, versado en todos los registros del discursod, distinguido en la erudición del trivio y exhaustivamente formado en el estudio del cuadrivio, así como erudito en las leyes divinas y humanas, fue de amable conversar y talento sobresaliente, se mostró ilustrísimo tanto por su vida como por su sabiduríae y con razón mereció el título de doctor de las Hispaniasf por parte de todos. Y así, en efecto, avanzando de virtud en La fuente es ahora la Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 2; 2 lín. 57; 19 (20A) lín. 762. b Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 1 lín. 2-3. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 63-67. d Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 1 lín. 3-6. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 5 lín. 141-147. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 2; 2 lín. 57; 19 (20A) lín. 762. a
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virtuda, refulgió como un doctor eximio hasta el punto de que, de acuerdo con el registro de su discurso, se mostraba igualmente apto y vigoroso por su incomparable elocuencia en la instrucción de todos, ya fuesen latinos, griegos o hebreos, ya fuesen sabios o menos inteligentesb. Ciertamente, mostró a la hora de hablar una riqueza de expresión tan grata que la admirable fluidez de su discurso causaba estupor en quienes escuchaban, pues aquel que escuchaba no podía retener en su memoria lo oído a pesar de que le fuese repetido de manera reiteradac. (43)d Ciertamente, qué grande fue su sabiduría fácilmente podrá comprobarlo el lector juicioso a partir de los diversos estudios de aquél y de las obras que redactó. En fin, entre los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, he querido recordar los siguientes. Escribió, en efecto, unas Diferencias, en dos libros, en los que con gran agudeza distinguió en virtud de su sentido aquellos términos que en su uso diario se emplean impropiamente; unos Proemios, en un libro, en el que, mediante breves noticias, expuso los contenidos de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras; un tratado Del nacimiento, vida y muerte de los padres, en un libro, en el que dio noticia de los principales hechos de aquéllos, del honor que disfrutaron, de su muerte y de su sepultura, sirviéndose de un estilo caracterizado por la brevedad; unos Oficios eclesiásticos, en dos libros, dedicados a su hermano el obispo Fulgencio, en los que con su propio estilo, pero no sin tener presentes las enseñanzas de los antepasados, expuso el origen de los oficios, esto es, por qué es desempeñado cada uno de ellos en la Iglesia de Dios; unos Sinónimos, en dos libros, que elaboró para el consuelo del alma e infundirnos la esperanza de que obtendremos el perdón por nuestros pecados, introduciendo la exposición de la razón; un tratado Del Cfr Salm. 83, 8. Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 1 lín. 8-12. c Ildefonso de Toledo, De uiris illustribus, cap. 8. d A partir de este punto, el catálogo de los libros escritos por Isidoro de Sevilla está tomado de la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza, lín. 8-50, pero el autor de la Adbreuiatio Braulii Caesaraugustani ep. de uita s. Isidori Hispaniarum doctoris (CPL 1215) intercala algunas obras no recogidas por el obispo cesaraugustano. a
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mundo natural, en un libro, dedicado al rey Sisebuto, en el que, haciendo uso tanto de los estudios de los escritos de la Iglesia como de los de los filósofos, resolvió ciertos aspectos oscuros de los elementos de la naturaleza; un tratado De los números, en un libro, en el que se ocupó de la ciencia aritmética con motivo de los números que aparecen en las Escrituras de la Iglesia; un tratado De los nombres de la Ley y de los Evangelios, en un libro, en el que mostró cuál es el significado trascendente de los personajes que allí se citan; un tratado De los herejes y las herejías, en un libro, en el que, siguiendo los ejemplos de nuestros mayores, reunió con la mayor brevedad con la que pudo lo que estaba disperso; unas Sentencias, en tres libros, que adornó con citas del papa Gregorio tomadas de los libros de las Enseñanzas morales; redactó con una extraordinaria brevedad de estilo una Crónica universal, en un libro, desde el principio del mundo hasta su propia época; un tratado Contra los judíos, en dos libros, a petición de su hermana Florentina, abadesa de vírgenes consagradas, en los que con testimonios de la ley y de los profetas, probó la veracidad de todas las creencias que profesa la fe católica; un tratado Del nacimiento eterno de Cristo en razón de su Padre y temporal en razón de su madre, en un libro, redactado a partir de testimonios de Isaíasa; abrevió en gran medida los libros de las Enseñanzas morales a petición del bienaventurado papa Gregorio; explicó con una diserta exposición el Cantar de los Cantares; escribió un tratado De los varones ilustres, en un libro (después nosotros hemos añadido estas noticias); una regla de religiosos, en un libro, que organizó del modo más virtuoso posible para uso de su patria teniendo presentes las fuerzas de los monjes; un tratado Del origen de los godos, del reino de los suevos y de la historia de los vándalos, en un libro; y unas Cuestiones, en dos libros, en los cuales el lector reconoce abundantes materiales procedentes de antiguos tratados. Reunió
a Ps. Isidoro de Sevilla, Ysaie testimonia de Christo Domino (CPL 1200a), p. 343. Es una de las obras no recogidas por Braulio de Zaragoza en su noticia sobre Isidoro de Sevilla y, sin duda, apócrifa. Tampoco recoge Braulio en su catálogo las dos siguientes obras: el resumen de los Moralia in Iob de Gregorio Magno y el comentario al Cantar de los Cantares, todas ellas apócrifas, según toda verosimilitud.
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una Biblia y difundió la cuarta traducción del salterioa. Trabajó con un empeño no despreciable en un comentario sobre los libros de Moisésb, el salterio y los cuatro Evangelios. Escribió asimismo un gran número de tratados sobre el derecho canónico y civil. Y, además, un códice de Etimologías de una enorme extensión, dividido por él en títulos, no en libros, que, dado que hizo copiarlo a petición mía, pese a que lo dejó inacabado, he distribuido en quince libros. Todo el que utilice y lea a menudo esta obra, que pertenece de todo punto al ámbito de la filosofía, por merecimientos propios no será más un ignorante en lo que respecta al conocimiento de los saberes divinos y humanos. En esa obra se encierra el encanto de las distintas disciplinas y se reúne de forma resumida todo aquello que, en general, debe conocerse. Existen también otros muchos libros de este santo varón y otros escritos litúrgicos en la Iglesia de Dios de gran belleza con los que contribuyó distinguidamente a la fortaleza de ésta. Creoc que, después de tantos años de decadencia, Dios lo hizo nacer en estos últimos tiempos en Hispania para restaurar el saber de los varones antiguos, que a causa de su gran antigüedad prácticamente había desaparecido de las mentes humanas, y ello con el fin de que el pueblo cristiano no continuase debilitándose por más tiempo a causa de la ignorancia y la tosquedad. Y, así, enseñó al pueblo ignorante la sucesión de los tiempos y las edades del mundo, le mostró las leyes divinas, expuso a los sacerdotes los oficios eclesiásticos y los grados de todos los estamentos, impuso leyes a los reyes y a los varones principales, prohibió la codicia a los jueces, instruyó en la disciplina de la religión cristiana a los ciudadanos y a todas las gentes al servicio de la fe, suprimió de toda Hispania la abominación de la herejía arriana, persiguiéndola con las espadas de la palabra de Diosd, y elimia Se discute si esta noticia es auténtica o no. Que Isidoro de Sevilla llevase a cabo la edición de una Biblia latina no puede descartarse sin más, pero es dudoso. Braulio de Zaragoza no da noticia de ello. b Esta obra exegética y los tratados citados a continuación dedicados al derecho canónico y civil están ausente del catálogo de Braulio de Zaragoza y tampoco parece que puedan atribuirse a Isidoro de Sevilla. c La fuente es ahora Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 4 lín. 85-89. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 32 lín. 1683-1687.
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nó y destruyó la malvada herejía de los acéfalosa. En efecto, después de derrotar a Gregorio, un obispo de la citada herejía, y convencerlo con su autoridad sirviéndose de los testimonios de las Sagradas Escrituras, le demostró que en Cristo existen dos naturalezas, a saber: una divina y una humanab. En fin, explicó en sus escritos los nombres de los reinos, los lugares y las regiones, los de todo lo divino y lo humano, sus diferencias, sus funciones y sus causas, así como todo aquello que resultaba oscuro y prácticamente ajeno ya a las mentes humanasc. Destacó por estar provisto de una riqueza tan grande de conocimientos que, según creemos, no sólo no hubo nadie que lo aventajase en variedad de conocimientos en nuestros tiempos, sino incluso desde los tiempos de los apóstoles o incluso antes, con excepción del primer hombre y de Salomón. Se distinguió en los tiempos de los reyes Recaredo, Juliánd, Subitericoe, Gundemarof, Sisebutog , Chintilah y Sisenandoi, a los que liberó de la insania arriana y confirmó en la fe católicaj. (44) Fue, asimismo, ilustre por su espíritu de profecía k, generoso en sus limosnas, insigne por su hospitalidad, sereno de corazón, veraz en sus palabras, justo en sus juicios, asiduo en su predicación, alegre en sus exhortaciones, celoso de ganar almas para Dios, cauto en el comentario de las Escrituras, prudente en sus consejos, humilde en sus ropajes, sobrio en la mesa, devoto en sus oraciones, preclaro por su honestidadl, siempre dispuesto a actuar en favor de la Iglesia y en defensa de la verdadm y esclarecido por sus bondades Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 5 lín. 146-147. Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 5 lín. 150-152. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 5 lín. 166-169. d Por Liuva II (601/2-603). e Por Witerico (603-610). f Gundemaro (610-612). g Sisebuto (612-621). h Por Suintila (621-631). i Sisenando (631-636). La lista de estos reyes visigodos está tomada de Ildefonso de Toledo, De uiris illustribus, cap. 8. j Vita s. Isidori (BHL 4486), 11 lín. 366-367. k Cfr Apoc. 19, 10. La fuente inmediata es la Vita s. Isidori (BHL 4486), 18 (19A) lín. 747-748. l Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 171-176. m Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 299. a
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de todo tipo. Actuó, asimismo, como padre de los clérigosa, como doctor y sustentador de los monjes y las monjasb, como consolador de los tristes, como apoyo de los huérfanos y las viudas, como alivio de los oprimidos, como defensor de los ciudadanos, como represor de los soberbios, como perseguidor y martillo de los herejes. ¿Y qué necesidad hay de continuar? Se mostró ante el mundo como un espejo de toda clase de bondades y por ello reina ya sin fin junto a Cristoc. Por lo demás, con qué río de elocuencia, con qué dardos de las Sagradas Escrituras y testimonios de los padres destruyó y abatió las abominables herejías de todos, lo ponen de manifiesto las actas de los concilios celebrados bajo su presidencia en Híspalis y en Toledod. En ellas demostró con clarísimos testimonios de las Escrituras que se debe obedecer al pontífice de Roma, escogido por los fieles en sustitución del bienaventurado Pedroe, y servir al único Dios verdadero en la Trinidad de las personas. Murió en tiempos del emperador Heraclio y del cristianísimo rey de Hispania Chintilaf, aquel Heraclio que restituyó a su lugar original en Jerusalén y honró la cruz del Señor que el impío rey Cosroes se había llevado. Durmió con sus padres el bienaventurado Isidoro en la era 640, aventajando a todos en sana doctrina y rectos consejos, fructífero en obras de caridadg y distinguido por diversas señales milagrosas. En él reclamó la Antigüedad algunos de sus derechos, o simplemente nuestro tiempo vio reflejado en él el saber y los milagros de la Antigüedadh. A modo de comentario puesto en alabanza suya, podemos aplicarle no sin merecimiento las siguientes palabras debidas a un filósofo: “Cuando éramos como extraños – dice – en nuestra propia ciudad, semejantes a extranjeros, tus libros nos han mostrado el camino de vuelta a casa para que así podamos finalmente saber quiénes somos y dónde Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 176-177. Vita s. Isidori (BHL 4486), 33 lín. 1729-1731. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 177-181. d Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 62-64. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 32 lín. 1687-1691. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 40 lín. 2017. Aquí sí se trata del rey Chintila (636639). g Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 181-186. h Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 3-5. a
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estamos”a. Ejerció el episcopado durante cuarenta añosb y fue sepultado en buena ancianidad (Gén. 15, 15)c, acompañado por los coros de los ángeles. La ciudad de Híspalis se ve afligida por el dolor y por una inundación de tristeza, cuando, privada de tan gran padred, es entregada a la suerte del crudelísimo ladrón. Ahora, queridísimos hermanos, es oportuno que toda la Iglesia exalte con sus alabanzas a este santísimo confesor que es Isidoro, pero, sobre todo, la de las Hispanias, que refulgió de un modo especial por encima de las demás merced a las salubérrimas enseñanzas de aquéle. En efecto, igual que el doctor Gregorio sucedió en Roma a Pedro, así el bienaventurado Isidoro sucedió con sus enseñanzas en las regiones de Hispania al apóstol Santiago. Ciertamente, las semillas de la vida eterna que sembró el bienaventurado Santiago, las regó en abundancia con la palabra de la predicación este bienaventurado Isidoro, como si fuese uno de los cuatro ríos del paraíso, y con el ejemplo de sus buenas obras y la reputación de su santidad iluminó toda Hispania, como si fuese un resplandeciente rayo de solf. Así pues, roguemos con insistencia a este santísimo confesor para que nos asista constantemente ante Dios en calidad de intercesor, pues somos unos pobres pecadores que nos encontramos aún en medio de los peligros de esta vida, y que de ese modo, puesto que abrazamos con un piadoso amor sus santas enseñanzas, nos veamos libres en este mundo de los peligros que nos acechan y después de esta vida merezcamos reunirnos con la asamblea de los elegidos de Dios merced a su santa intercesióng. Amén.
Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 53-57. Ildefonso de Toledo, De uiris illustribus, cap. 8. c Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 186-187. d Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488), lín. 159-166. e Mezcla el autor de esta obra un pasaje de Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 4 lín. 93-99, con otro de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 41 lín. 2028-2031. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 11-12. g Martino de León, Sermo in transitu s. Isidori, 7 lín. 187-192. a
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Primera leccióna. Queridísimos hermanos, los ilustres méritos del bienaventurado confesor de Cristo y pontífice Isidoro, dignos de ser exaltados con las merecidas alabanzas, la santa Iglesia los da a conocer por todo el orbe y a este varón amable en todos los aspectos su amable reputación lo recomienda en todo momento y en todas partes. No obstante, al margen de esta gloria general de su honor que se ha ganado por sus grandes merecimientos en las reuniones de todos los fieles, es honrado con especiales elogios en Hispania: ésta, a quien mereció tener en la tierra como doctor de su fe después de los apóstoles, lo venera en los cielos en calidad de patrono y lo considera su poderosísimo intercesor. Él es, en efecto, el resplandeciente rayo del sol de la justicia por el que la luz de la verdad brilló especialmente para ti, Iberia, y así, tú, que habías sido seducida por los numerosos disparates y engaños de las herejías, te convertiste en el caudillo de la equidad. Él es ese insigne pastor y egregio pontífice tuyo que a ti, que eras digna de ser confiada a las sedes celestiales y fecundada con las riquezas eternas, te colmó de tan abundantes beneficios que, obteniendo un feliz resultado de * Pedro Muñiz, Homilia in natale s. Isidori (BHL –): Petri Munionis homilia in natale sancti Isidori – ed. J. C. Martín-Iglesias (CC CM 281), Turnhout, 2016, p. 109-122. a Toda esta primera lección tiene como fuente la Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 2-32.
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CM 281 109
PEDRO MUÑIZ, HOMILÍA PARA LA FESTIVIDAD DE S. ISIDORO
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tu situación, ya no eres la última entre las últimas regiones, sino la primera entre las primeras. Él es el que te proporcionó esta distinción llena de gracia, a saber, que, fecunda en pueblos, conspicua por tu religiosa piedad, ilustrísima por tus triunfos, denominada, ciertamente, Hispania por la sede del bienaventurado Isidoro merced a un presagio totalmente certero de los acontecimientos que habían de suceder, sobresales más rica en dicha divina que en felicidad terrena. En efecto, aunque victoriosa por tus trofeos y estimable por tus encantos has llevado los títulos de tu gloria hasta los confines de todas las regiones, sin embargo, es mucho más admirable y mucho más glorioso el hecho de que todos te honran con abundantes y atentos presentes y todos los miembros de la religión cristiana acuden hasta ti, pues esto te ha concedido el azar o te ha otorgado tu fuerza innata. Segunda leccióna. Ciertamente, no sin merecimientos obtuvo Hispania la distinción del privilegio apostólico a fin de que, del mismo modo que en Roma, por la prerrogativa de una gracia singular, Gregorio sucedió a Pedro, así también Isidoro, en nada inferior a Gregorio, sucediese en Hispania a Santiago. Sin duda, a aquél el prestigio del principado de su posición y de sus méritos lo presentan a todo el orbe como el bienaventurado príncipe de los apóstoles y a éste la semejanza de sus méritos ha hecho que sea declarado por el juicio de la curia romana como un nuevo Gregorio. En consecuencia, de un modo merecido e inefable la divina providencia, siempre eficaz en sus previsiones, mientras compensa las pérdidas con dones y restaña los daños con beneficios, previendo que eran inminentes unos tiempos difíciles debido al impío cambio en la veneración de las gentes hacia ella y que los fieles en las regiones de las Hispanias iban a ser expulsados de sus territorios por las armas y la osadía de los infieles, preparó la ciudad de León, entregada en otro tiempo a las legiones romanas con este propósito, como cabeza y residencia de todo el reino, por así decirlo. Comob únicamente esta ciudad era una ciudad de sacerdotes y reyes, sólo ella era digna de a La fuente principal de esta segunda lección es también la Vita s. Isidori (BHL 4486), 1-2 lín. 32-70 y 5 lín. 156-160. b Se aparta en este punto el autor de la Vita s. Isidori (BHL 4486) y recurre brevemente a la Historia translationis s. Isidori (BHL 4491), pról. lín. 20-26.
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acoger con regio aparato en una regia basílica los admirables restos del confesor de Cristo y pontífice Isidoro, de venerar y poseer por una especie de don de la justicia a aquel a quien la propia Híspalis, a cuyo frente estuvo mientras vivió en su cuerpo y en la que, una vez difunto, en tanto que se prolongaba la crueldad de los paganos, permaneció ignoto durante muchos años, no pudo retener ni siquiera oculto. ¡Qué dignísimo sacerdote, qué gloriosísimo confesor aquel cuya dignidad mereció y cuya gloria obtuvo que su sepulcro lo mostrase como un cónsul por sus orígenes familiares, como un Gregorio por sus costumbres, como un pontífice por su aplicación y un padre apostólico por sus prodigios! Pero, ciertamente, exponer todo esto en detalle con los debidos respetos está más allá de nuestras fuerzas y el hecho de hablar bien de tantas y tan grandes cualidades de un varón tan grande y tan bueno no debe atribuirse sino a los méritos de la bondad de ese mismo varón. Sin duda, la magnitud de la excelencia de estos méritos ha alcanzado una dimensión tal que la elegancia del discurso debe someterse a la fidelidad de los hechos y la naturaleza de la verdad debe conformar el cultivo de la elegancia. Ciertamente, a fin de que un varón ilustre como él se viese adornado de ilustres principios y un origen distinguido anunciase su distinguido futuro, su tierra natal fue Cartagena, su padre, Severiano, y sus hermanos y educadores, junto con la santísima virgen consagrada Florentina, fueron los confesores de Cristo y pontífices Leandro y Fulgencio, varones ilustrísimos, varones sapientísimos y, en verdad, unos varones provistos tanto de unas costumbres excelsas como de un talento singular. Instruido por las purísimas enseñanzas de éstos, eficaz en sus oraciones y adornado de nobles costumbres, inspiró a su patria con su religiosa piedad, a su padre con su prudencia, a sus hermanos con su disciplina, a sus parientes con su devoción, a sus iguales con su benevolencia, a sus allegados con su favor y a sus íntimos con su amor. En fin, hasta tal punto lo distinguió la naturaleza, lo enriqueció la gracia divina, lo hicieron destacar sus costumbres y lo engrandecieron sus estudios que, ciertamente, se asemejaba a Platón en talento, a Aristóteles en aplicación, a Tulio en elocuencia, a Calcentero en riqueza de estilo, a Orígenes en erudición, a Jerónimo en gravedad, a Agustín en doctrina y a Gregorio en sus enseñanzas.
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Tercera leccióna. ¡Ojalá fuese posible dejar esto a un lado por prudencia a fin de que, al menos, los estudios de los paganos no pudiesen anteponerse o compararse a las verdaderas enseñanzas, pues, del mismo que los cielos se elevan por encima de la tierra, así también nuestros senderos se elevan por encima de los senderos de aquéllos y nuestros pensamientos por encima de los suyosb, y cuanto el espíritu aventaja a la carne, la razón a los sentimientos, la fe a la opinión, la inteligencia a la fe, la paz de Dios a todo entendimiento (Filip. 4, 7), en fin, el Creador a toda criatura, así también la teología ha superado a cualquier sabiduría del mundo y nuestros filósofos a cualquier doctrina de los filósofos gentiles! No obstante, dejando a un lado otros riquísimos volúmenes de este ilustre varón a los que se entregó esforzadamente con un admirable talento, el libro que recibe el nombre de Etimologías, merecedor de una gran admiración y digno de todo punto de ser sostenido en las manos, muestra, atestigua y exclama que tampoco esto falta a los elogios de este santísimo y eruditísimo varón, a saber, que los primeros entre los filósofos y, en especial, los más doctos prelados, incluso el sapientísimo Salomón, que aventajaba a todos ellos tanto en ciencia como en edad, es tenidoc por alguien sin igual en comparación con todos los hijos de los hombres. Allí lo encontrarás dotado de elocuencia en la erudición del trivio, allí lo admirarás perfecto en la disciplina de las matemáticas en el estudio del cuadrivio. Allí lo conocerás como un buen teórico y práctico mostrando cómo proteger y restablecer la salud del cuerpo, allí, en fin, lo tendrás por un Apolo, un Esculapio y un Hipócrates enseñando la medicina metódica, la empírica y la lógica. Allí lo descubrirás como un grandísimo experto en derecho, exponiendo los preceptos de Foroneo, Trimegisto, Salónd y Ponfilioe. Allí pensarás que ha instruido a Justiniano, introduciendo los derechos y las leyes Esta tercera lección se construye de nuevo casi exclusivamente sobre la Vita s. Isidori (BHL 4486), 7-10 lín. 205-298 y 11-12 lín. 353-381. b Cfr Is. 55, 9. c Hay que entender que el sujeto es Isidoro. Con toda probabilidad, el anacoluto que resulta de esta construcción debe atribuirse al autor del original latino. d Deformación del nombre de Solón, presente ya en la fuente. e Deformación del nombre de Numa Pompilio. a
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en los edictos y decretos. Allí reconocerás que ha bebido de Ferécides y Josefo, distinguiendo las efemérides, los anales, los idus, los calendarios y las historias. Allí exclamarás que ha leído a Eusebio, Jerónimo y Orosio, prosiguiendo sus crónicas. Allí creerás que ha consultado al primer hombre, investigando las diferencias entre el éter, el aire, las aguas y las tierras, así como las naturalezas y los nombres de todos los seres vivos. Allí admirarás que ha absorbido los conocimientos de Salomón, exponiendo los trabajos y las causas y las formas de cada uno de los oficios y describiendo, en fin, la naturaleza y circunstancias de todas las cosas. Allí te sorprenderás de que todo él se haya deleitado en el abrazo de Raquela. Te alegrarás de que allí haya sido conducido junto al seno de Lía por la fragancia de una mandrágorab, de que allí, sentado junto a María a los pies del Señor, haya elegido la mejor partec, de que allí junto a Marta se haya entregado solícitamente a las múltiples tareas de su ministeriod, de que allí junto a Pablo se haya opuesto frontalmente a Pedro, que predicaba la circuncisióne, de que allí junto a Pedro, una vez muerto Simónf, no haya temido a Nerón, de que allí haya echado abajo uno por uno los dogmas de todos los herejes, de que allí haya aceptado y venerado los cuatro santos concilios. Allí junto con el sínodo de Calcedonia debilita las tesis de Dióscoro y Eutiques, allí junto con el primer sínodo de Éfeso aplastó la impiedad de Nestorio, allí junto con el sínodo de Constantinopla censura a Macedonio y a Eunomio, allí junto con el sínodo de Nicena condena al astutísimo Arrio. Ciertamente, como la crueldad de este crimen persiguió a los fieles por todo el orbe con la ayuda de todo el orbe y como, después de la ruina…g tras la expulsión de su queCfr Gén. 29, 17-20. Cfr Gén. 30, 14-16. c Cfr Luc. 10, 42. d Cfr Luc. 10, 40. e Cfr Gál. 2, 11. f Cfr Hech. 8, 9-24. g En este pasaje Pedro Muñiz se sirvió de un manuscrito de la Vita s. Isidori (BHL 4486) que presentaba la misma lectura que se lee en el códice Madrid, Biblioteca Nacional, 10442, f. 6rb (§ 9), y que carece de sentido, al menos, de un sentido fácilmente aprehendible. Cabe sospechar que se trata de una lectura corrupta del original, pero muy antigua, pues Pedro Muñiz fue contemporáneo del autor a
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rido Atanasioa, después de los tristes llantos de Italia tras el destierro de Eusebiob, después de la lamentable devastación de las Galias tras la proscripción de Hilarioc, una vez que Leovigildo, rey de las Hispanias, se vio afectado por esta peste junto con casi todos los principales varones de su reino, también el bienaventurado confesor de Cristo y pontífice de Híspalis, Leandro, tras sufrir todo tipo de injusticias por su defensa de la fe cristiana, partió exiliado a África, entonces el joven y venerable Isidoro, perfectamente instruido en los conocimientos de todas las disciplinas, lleno de la gracia de una completa honestidad, consumido por el fuego de la fe, con tanta solvencia asumió las funciones de su prelado y hermano Leandro, con tanta facilidad llevó esa pesada carga, con tanta fidelidad siguió el sendero de la constancia que, despreciando las amenazas, los tormentos y la espada de los perseguidores, no sólo se enfrentó a la soberbia de tan terrible príncipe, sino que hasta tal punto perturbó a los principales de todo el reino, irritándolos con la espada del Espíritu, que, ante la insistente perfidia de éstos, tal y como el bienaventurado papa Gregorio refiere con más detalle en el libro de los Diálogosd, ese impiísimo padre y criminal tirano decidió la muerte del piadosísimo y serenísimo príncipe Hermenegildo, su hijo, que estaba retenido con cadenas por su defensa de la fe católica, y, ante la evidencia de que los servicios fúnebres del gloriosísimo rey y mártir eran manifiestamente celebrados por ángeles bajo la forma de ministros, siguiendo en ello el ejemplo del traidor Judas, reconoció la culpa de su perfidia no porque se arrepintiese, sino empujado por el arrepentimiento (Mat. 27, 3). Sucedió, en consecuencia, que Hispania acogió a su querido Leandro tras regresar éste triunfalmente del exilio y, tras sustituir a aquél el católico Recaredo, hermano del rey y mártir Hermenegildo, anunció que la paz había sido devuelta a la Iglesia, una vez erradicada de todos los territorios del reino la perfidia arriana. de la citada Vita s. Isidori. Es difícil comprender, en definitiva, cómo entendía este pasaje el propio Pedro Muñiz. a El obispo Atanasio de Alejandría (328-373). b El obispo Eusebio de Vercelli (345-ca. 370/1). c El obispo Hilario de Poitiers (ca. 350-367). d Es una referencia a los Dialogi de Gregorio Magno, lib. 3, 31, 1-8.
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Cuarta leccióna. Así pues, en tiempos del piadoso príncipe Recaredo, después de que Leandro se reuniese con los bienaventurados y los seres celestiales, por intervención o previsión del cuidado de la gracia divina, con todo el apoyo, todo el acuerdo y todo el sostén de todo el clero, el pueblo y los varones principales, Isidoro recibió los honores del episcopado hispalense, siendo alguien de todo punto insigne, de todo punto distinguido, de todo punto célebre, de todo punto hermoso, de todo punto amado, de todo punto deseado. Insigne por sus orígenes, insigne por su posición, insigne por su honestidad, insigne por su majestad. Distinguido por sus cualidades naturales, distinguido por la gracia de Dios, distinguido por su dignidad, distinguido por su disciplina. Célebre por sus enseñanzas, célebre por sus palabras, célebre por las distinciones conseguidas, célebre por las alabanzas recibidas. Hermoso por su físico, hermoso por sus ropajes, hermoso por su devoción, hermoso por su discernimiento. Amado por su gentileza, amado por su conversación, amado por sus consejos, amado por su protección. Deseado por su bello aspecto, deseado por su bondad, deseado por su inocencia y sentido de la justicia, deseado por su perfecta caridad. Siempre prudente, siempre constante, siempre modesto, siempre justo. Prudente a la hora de discernir, prudente a la hora de escoger, prudente a la hora de amar, prudente a la hora de permanecer firme. Constante a la hora de padecer, constante a la hora de resistir, constante a la hora de golpear, constante a la hora de perseguir. Moderado a la hora de desear, moderado a la hora de hacer uso de algo, moderado a la hora de contenerse. Justo a la hora de reflexionar, justo a la hora de hablar, justo a la hora de obrar, justo a la hora de perseverar. Diligente en todo momento, devoto en todo momento, útil en todo momento, enérgico en todo momento. Diligente a la hora de emprender, diligente a la hora de obedecer, diligente a la hora de actuar, diligente a la hora de ocuparse de algo. Devoto a la hora de meditar, devoto a la hora de expresarse, devoto a la hora de orar, devoto a la hora de solicitar, La mayor parte de esta lección, hasta las palabras “a un verdadero apóstol de Cristo tras los apóstoles”, es, simplemente, un resumen de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 15-16 lín. 521-591 y 37 lín. 1895-1907. a
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devoto a la hora de rogar, devoto a la hora de obtener. Útil a la hora de persuadir, útil a la hora de disuadir, útil a la hora de dispensar, útil a la hora de compensar. Enérgico a la hora de arrancar, enérgico a la hora de destruir, enérgico a la hora de machacar, enérgico a la hora de edificar, enérgico a la hora de plantar. Tal persona es escogida, tal persona es preferida, tal persona es traída, tal persona es designada, tal persona es elegida y ordenada, tal persona es enaltecida, tal persona es distinguida. Por lo demás, una vez ordenado, enaltecido y distinguido, qué elevada vida llevó, qué grande se mostró, cuánto bien hizo y cuántas grandes obras llevó a cabo, que su actuación como pontífice lo revele, que su actuación como prelado lo manifieste, que su actuación como sacerdote lo muestre, que su actuación como obispo lo testimonie. Que sus virtudes declaren qué pontífice fue, que sus conocimientos detallen qué prelado fue, que sus enseñanzas confiesen qué sacerdote fue, que sus costumbres expliquen qué obispo fue. Sus virtudes como pontífice equiparan a Isidoro a los patriarcas, sus conocimientos como prelado asemejan a Isidoro a los profetas, sus enseñanzas como sacerdote igualan a Isidoro a los apóstoles, sus costumbres como obispo asimilan a Isidoro a los mártires. Mas, ¿qué necesidad hay de que exalte las virtudes de este perfectísimo varón?, ¿de que elogie sus conocimientos?, ¿de que proclame sus enseñanzas?, ¿de que ensalce sus costumbres? En efecto, ¿qué necesidad hay de buscar en Isidoro una harmonía de virtudes, cuando se distingue en él de forma manifiesta la prudencia de Noé, la fortaleza de Abraham, la templanza de Isaac y el sentido de la justicia de Jacob? ¿Por qué razón se ha de alabar en Isidoro la magnitud de sus conocimientos, cuando se advierte en él la presciencia de Moisés y Elías? ¿Qué necesidad hay de proclamar la gracia de las enseñanzas de aquel en el que abundaba la verdad del doctor de los gentilesa, en cuyo espíritu hervía la disciplina y en cuyo entendemiento ésta rebosaba? ¿Qué necesidad hay de celebrar el esplendor de las costumbres de aquel en el que se advierte que predomina la firmeza de Estebanb y los restantes seguidores de Cristo ante los tormentos? Como fieles a b
Cfr I Tim. 2, 7. El protomártir Esteban, citado en Hech. 6, 8 – 7, 59.
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creyentes pasemos, queridísimos hermanos, a las señales que, por el favor del Señor, vinieron después y que merced a esas señales apostólicas todo el orbe reconozca en el arzobispo de la sede hispalense Isidoro a un varón de todo punto apostólico, es más, a un verdadero apóstol de Cristo tras los apóstoles, que crea en él, que lo venere, que lo ensalce y lo honre. Pero, puesto que, de acuerdo con el testimonio del apóstol, las señales del don de lenguas son una señal no para los fieles, sino para los incrédulos (I Cor. 14, 22), y por esa razón las señales se realizan no para provecho de los fieles, sino de los incrédulos, que la devoción de los fieles venere en Isidoro especialmente aquellas señales que obra en los bienaventurados la perfección de la fe, la esperanza y la caridad y que sólo pueden advertirse con la mirada del espíritu. En efecto, aquellas señales que, mostradas abiertamente ante los sentidos, se perciben con los ojos del cuerpo, aprobando las causas de los justos, las muestra el Juez como un indicio del juicio divino, mientras recuerda que en ese día se dirá que muchos expulsaron en su nombre a los demonios y obraron prodigios, al tiempo que, negando conocerlos, reprueba, no obstante, a aquellos que, reprobándolos como servidores de la iniquidad, niega conocera. En ello es mostrado por el poder manifiesto de la razón que se consideran más verdaderas aquellas señales y más rectos aquellos portentos que obra en nuestro interior de un modo invisible la virtud de Cristo que habita en nosotrosb y se exhorta a despreciar profundamente aquellas señales que deben ser compartidas con la muchedumbre de los depravados y resultan visibles sólo para los ojos exteriores. Y puesto que con palabras verdaderas se promete que los seguidores del verdadero maestro obrarán señales mayores que las que Él obró, en ello se muestra, sin duda, que habían de obrar señales también, especialmente, por esta razón, que es más importante y más relevante, porque no siempre es necesario que las señales obradas de un modo manifiesto y visible por el Salvador sean realizadas por todas las gentesc. Así Cfr Mat. 7, 23. Cfr II Cor. 12, 9. c Entiendo que, precisamente por esa razón, tenía mayor importancia obrar milagros de forma visible: porque esto no se entiende como algo estrictamente necesario como demostración de santidad. a
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pues, son dignas de admiración y de mayores alabanzas las grandes señales, los insignes portentos y los preclaros prodigios que entre los verdaderos ministros del verdadero Maestro, entre los siervos fieles y prudentes del más eminente Señor obró el insigne ministro y egregio dispensador, el confesor de Cristo y pontífice Isidoro, pues no se preocupó de ser útil sólo en razón del parentesco o del beneficio de sus allegados, mirando por los intereses permanentes de una sola persona, o de una sola ciudad, o de una sola provincia, o, en fin, de una sola región, sino que, abrazando al prójimo por la esperanza de la conversión y, lo que es más importante y más agradable al Creador, por la condición compartida del primer nacimientoa, consumido todo él por el amor a Cristo y creyéndose nacido para beneficio de todo el mundob, de acuerdo con la expresión de un ilustrísimo varón, aunque pagano, merced a la inestimable aplicación puesta en sus continuos estudios previó lo necesario en provecho de todo el mundo. Quinta lección. Es grato, queridísimos, observando con mayor atención y examinando con mayor diligencia la gloria de tan gran varón, comparar, con el oportuno respeto a la devoción que se le debe, sus grandes milagros con los portentos de cualquier otro de los santos, pues le fueron concedidos por un presente divino, otorgados por el favor divino y dispensados por la gracia divina, pero de un modo diferente. En efecto, puesto que, tal y como canta el salmista, Dios misericordioso y todopoderoso, admirable en sus santos (Salm. 67, 36), debe ser ensalzado y alabado, no es lícito creer que la bondad de la majestad divina es ingrata con el honor dignamente mostrado hacia los santos y ni siquiera debe sospecharse que alguno de aquellos a los que un verdadero y perfecto amor une con la cabeza que es Cristoc envidia de algún modo el bien que es de otro, pues éste es, ciertamente, suyo o, más bien, es común a todos. Así pues, ¿quién entre los que aman a Dios, entre aquellos que conforme al designio de Dios son calificados de a Parece inspirarse aquí Pedro Muñiz en las Sententiae de Pedro Lombardo (3, 28, 4 [107]), o quizás en los Collectanea in omnes Pauli apostoli Epistulas de ese mismo autor (ad Efes. 4, 23-27 [col. 205D]). b Expresión tomada de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 18 (19A) lín. 703. c Cfr I Cor. 11, 3; Efes. 4, 15; 5, 23.
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santos, entre aquellos por cuyo bien miran todas las cosasa, quién, repito, es en mayor medida un elegido que este elegido de Dios?, ¿quién es más santo que este santo?, ¿quién más bienaventurado que este bienaventurado?, ¿quién más fiel que este fiel?, ¿quién más prudente que este prudente varón, que amó a Dios por encima de cualquier otra cosa, que se aplicó en complacerlo por encima de cualquier otra cosab, que se mostró en todo momento como un ministro de Dios al servicio de Diosc, de acuerdo con el precepto del apóstol, con mucha paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en las angustias, en los golpes, en las cárceles, en las sediciones, en los trabajos, en las vigilias, en los ayunos, actuando con pureza, con sensatez, con mansedumbre, con la guía del Espíritu Santo, con caridad no fingida, con palabras sinceras, con la fuerza de Dios (II Cor. 6, 4-7)? ¿Quién, te lo suplico, es más fecundo en portentos que este varón?, ¿quién más insigne en prodigios? Queridísimosd hermanos, que la mirada de vuestra caridad observe y advierta qué grande fue este santo entre los santos, qué admirable, qué digno de alabanza, qué magnífico y qué glorioso! Entre los santos uno devuelve la vista a los ciegos, otro sana a los leprosos, otro da vigor al paralítico, otro libera al poseído, otro desata los órganos vocales de los mudos, otro restituye el oído a los sordos, otro corrige el andar del cojo, otro trae de vuelta al difunto hasta su cadáver, otro conserva a las personas a salvo del contacto o de la bebida de un veneno, otro cura a los afectados por cualquier clase de enfermedad. En efecto, como dice el apóstol, a cada uno se concede una manifestación del Espíritu en beneficio de los demás. Ciertamente, a uno le es concedido por el Espíritu el don de hablar con prudencia, a otro el don de hablar con sabiduría de acuerdo con ese mismo Espíritu, a otro la fe conforme a ese mismo Espíritu, a otro la gracia de las curaciones conforme al único Espíritu, a otro la realización de portentos, a otro la profecía, a otro la separación de los espíritus, a otro los diversos tipos de lenguas, a otro la interpretación de las Cfr Rom. 8, 28. Cfr Col. 1, 10. c Cfr II Cor. 6, 4. d A partir de este pasaje y hasta el final de la lección, Pedro Muñiz recurre de nuevo a la Vita s. Isidori (BHL 4486), 32 lín. 1650-1651 y 33-36 lín. 1712-1868. a
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palabras. Todo esto lo obra un único y mismo Espíritu (I Cor. 12, 7-11). El confesor y elegido de Dios Isidoro, repleto de los dones del Espíritu, de sus presentes, de su gracia, de su generosidad, de su impulso, de su favor, de sus enseñanzas y de su inspiración, hasta tal punto resplandeció por completo por todos los presentes de estas gracias y los dones de estos carismas que, cuando aquél describía esos dones, enumerándolos, parecía dirigir la mirada de su mente hacia Isidoro, en quien confluyeron los dones de todos los justos anteriores y desde el que salieron fluyendo hacia los siguientes. Se creería que el apóstol pudo presagiar el futuro. A estos dones tan insignes de los méritos de este singular varón, que habían de acumularse con especial riqueza y acrecentarse con especial abundancia, se añade la cifra de cuarenta años, un número consagrado a un complejo simbolismo, pues, al desempeñar la prelatura durante ese espacio de tiempo y morir al cabo de él, mientras la gracia de Dios habitaba plenamente en su interior y lo asistía, mostró de forma manifiesta que la excelencia de la perfección se concede a sí misma el simbolismo de ese número místico. También se sumó a las demostraciones de su extraordinaria bondad el hecho de que, después de anunciar, tan pronto como su mente presintió su muerte natural, el día en el que nacería a la vida, en el que deseaba, al igual que aquel portaestandarte celestial, disolverse y estar con Cristo (Filip. 1, 23), de mostrar toda su impaciencia y alegría por recibir a su señor de regreso de las bodasa, como si fuese a salir con la lámpara encendida en compañía del clero, sus coepíscopos y el pueblo al encuentro del esposob que lo invitaba a tan dichoso casamiento y, después de entregarse de continuo a una generosa distribución de limosnas durante los seis meses precedentes e incluso durante los cuatro últimos días antes de su óbito, de ser conducido desde su celda hasta la basílica de San Vicente Mártir y ser situado en medio de ella junto a la cancela del altar, rodeado de una innumerable muchedumbre de gentes del clero y del pueblo, entre los cuales todos los religiosos y los demás pobres de Cristo eran consumidos por un llanto inconsolable, una vez recuperadas las fuerzas merced a b
Cfr Luc. 12, 36. Cfr Mat. 25, 1.
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a un divino vigor y tras haberse confesado ante todos, tras haber cubierto sus miembros con el cilicio y la ceniza y haberse saciado con el alimento vivificador, comenzó él mismo el primero a participar con fruición en el banquete del sustento celestial y a ofrecer a sus invitados tan abundantes platos del misterio divino (todo lo cual pone de manifiesto las virtudes de este varón singular) que se puede asegurar sin la menor duda que él en su espíritu siempre participó de los convites eternos, y, aunque víctima de una grave enfermedad, se mostraba, sin embargo, tanto más firme y enérgico, cuanto más débil se encontrabaa. Apresurándose a este convite con tanta constancia, con tanta prudencia y con tanta intensidad, él mismo con su discurso y con su ejemplo incitaba a los presentes a apresurarse también ellos. ¡Y qué magníficamente da también esplendor al renombre de su gloria el hecho de que el heraldo y portador de la paz del Señor, en la que con su palabra y sus costumbres predicaba que estaba hecho el asiento de Diosb, después de haber dejado esa misma paz a imitación del Creador de la pazc tras dar un beso a todos y cada uno de los presentes, disfrutó de la paz eterna, descansando en paz! Sexta lección. ¿Quiénd no ha de ensalzar a un varón digno de ser venerado con todo tipo de alabanzas, digno de ser alabado con total veneración, lleno de tantas virtudes, distinguido por una bondad tan grande, merecedor de un fin tan elogioso, adornado por una muerte tan inimitable, glorificado por un tránsito tan extraordinario? ¿Quién no ha de afirmar que ha resultado gratísimo al examen del rey eterno aquel que embelleció su dignidad de prelado con su vida y sus costumbres, su renombre con virtudes, su gracia con señales, su disciplina con progresos espirituales, sus conocimientos con alabanzas, sus días con un perfeccionamiento interior y su fin con tan gran gloria? Ciertamente, cuando aún ese bienaventurado era oprimido por la incomodidad de la masa corCfr II Cor. 12, 10. Cfr Salm. 75, 3. c Cfr Juan 14, 27. d La primera parte de esta lección, hasta las palabras “y los obsequian con sus beneficios”, está compuesta a partir de amplios pasajes de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 41 lín. 2031-2057. a
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poral y su espíritu, sediento de la fuente vivaa, no deseaba nada en el cielo ni en la tierra a excepción de esa misma fuente, qué grande se mostró a los ojos de la majestad divina, qué grato a Dios, qué querido por los ángeles, qué merecedor de amor por parte de los hombres, qué distinguido en milagros, qué insigne en virtudes, qué magnífico en señales, qué digno de una gloriosa alabanza, qué rico en méritos abundantes frente a Dios, qué conspicuo por la magnificencia de sus presentes frente a los hombres, todo el orbe lo conoció en la gracia rediviva de los portentos obrados por su cuerpo sin vida, una gracia digna de admiración a lo largo de todos los siglos. Ciertamente, qué grande y con qué cualidades la tierra, generadora y sustentadora de las generaciones que pasan, produjo, con todo, alimentó y confortó al sabio Isidoro, varón nada terrenal, ni caduco, o más bien, para expresarnos con una mayor propiedad, lo retuvo, pese a que con su corazón y con su mano él anhelaba sin descanso alcanzar el cielo, lo atestigua el propio cielo, lo percibe la tierra, lo grita el aire, lo muestra y prueba la utilidad de las aguas, cuando de acuerdo con las órdenes de la voluntad divina, siempre complacientes frente a los méritos de Isidoro y atentas a sus ruegos, se ponen obsequiosamente al servicio de las deprecaciones de los que suplican piadosamente y los obsequian con sus beneficios. Pero, ¿qué necesidad hay de que demos a conocer lo que es conocido?, ¿de que aclaremos lo que es claro?, ¿de que manifestemos lo que es manifiesto? ¿Acaso no te parece que el cielo honró a Isidoro, cuando el Habitante y Creador de los cielos por una decisión de su voluntad hizo que el rey de los hispanos, el ilustrísimo varón Fernandob, tras ser llamado y hecho salir de los escarpados Pirineos de la Hispania Citerior, enviando a los principales prohombres de su reino junto con los prelados de santo recuerdo Alvito de León y Ordoño de Astorga, visitase la costa bética y los bosques gaditanos de tal modo que, a la hora de indagar en pos del sepulcro del gloriosísimo confesor de Cristo y buscar los despojos de su sagrado cuerpo, ni el terror de la espada de los bárbaros desvió de su piadoso propósito el ánimo del religioso príncipe, lleno a b
Cfr Apoc. 21, 6. El rey de León y Castilla Fernando I (1035-1065).
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de piadosa devoción, ni lo hizo desfallecer el temor de que su esfuerzo resultase en vano ante la conocida dificultad de hallar un lugar olvidado después de un largo intervalo de tiempo como consecuencia de la crueldad de los paganos y desaparecido del recuerdo de los vivos? ¿Acaso no te parece una muestra de reverencia celestial el hecho de que con la noticia del nacimiento del Señor, mediante una guía semejante a la de esa nueva estrella que, señalando el camino, condujo a los reyes desde Oriente hasta Jerusalén junto a la cuna del Salvador con ofrendas místicas y sin dejarse atemorizar por la mirada de Herodesa, hasta tal punto el resplandor de su fulgorb iluminó las mentes devotas de estos varones principales que desde las remotas sinuosidades de los montes Pirineos viajaron hasta Híspalis, despreciando el furor del tirano líbico, en busca de los restos del elegido confesor de Cristo Isidoro, ocultos después del paso de tantos siglos? ¿Acaso no te viene a la cabeza el turbado Herodes y con él toda Jerusalén ante el anuncio de una noticia inesperada y la imagen del engañador engañado, al ser los magos advertidos por una visión angélica, cuando el bárbaro general junto con toda Híspalis, estupefacto, sintió un gran temor ante la legítima y también inesperada búsqueda de esos religiosos y principales varones y, al ser instruidos los venerables obispos en sueños por una revelación divina, tranquilizados desde el cielo con respecto a que sus piadosos deseos obtendrían el resultado deseado y conducidos finalmente por señales manifiestas hasta el hallazgo del sagrado cuerpo, la ciudad gimió por el hecho de que se le arrebatase el protector y patrono de su tierra natal? Osc lo ruego, ¿con cuánta honrosa reverencia abrazan a Isidoro los cielos y los ciudadanos de los cielos, cuando el Creador del cielo y de la tierra inclinó el ánimo de un general pagano y bárbaro a venerar tanto y tan solemnemente las reliquias de aquél que un blasfemo de Cristo prorrumpió en alabanzas de un cristiano, un perseguidor de los santos lamentó la partida de uno de ellos y un saqueador de cristianos adornó, ciertamente, con presentes regios los restos de un conCfr Mat. 2, 1-11. El rey de Judea Herodes I el Grande (37 a. C.-4 d. C.). El fulgor de Isidoro. c A partir de este punto y hasta el final de la lección Muñiz se inspira en la Historia translationis s. Isidori (BHL 4491), cap. 3, 1-2; 3, 4; y 6, 7. a
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fesor de Cristo? Pero, además, ¡con cuánto estupor y admiración debe venerarse el hecho de que incluso los elementos lamentaron entristecidos que la provincia se viese privada de tan egregio protector y de que no sólo negaron a ésta los beneficios propios de la naturaleza, necesarios para el desarrollo, sino que incluso mostraron un grado tal de pesadumbre que se levantaron contra su tierra natal con un celo contrario a su natural socorro, pues atribuían a los habitantes del lugar haberse quedado huérfanos de tan gran e insigne padre como consecuencia de la depravada conducta de éstos! En efecto, si bien la clemencia del cielo había favorecido al suelo de la Bética por delante de las restantes provincias de las Hispanias y el refrescante encanto de esos lugares era dichosamente beneficioso para la innata fertilidad, similar a la del paraíso, de todo lo que allí nacía, semejante patria lloró hasta tal punto haberse quedado huérfana de semejante padre y mostró la orfandad que padecía de tan gran padre con tan grandes daños que se vio marchitada y ajada por el insólito rigor de súbitas heladas. Se pone de manifiesto, o más bien, proclama, por medio de tales indicios que, merced a los méritos de un protector tan grande y excelente, también fueron otorgadas por el cielo las comodidades tan grandes de los grandes beneficios que disfrutó esa provincia, que sólo la ausencia de las reliquias de aquél exige suprimir. En efecto, ¡qué amables manifestaciones de la clemencia celestial y qué numerosas señales acompañaron al féretro del sagrado cuerpo durante toda la duración del viaje hasta la metrópolis de León! ¡Y también qué numeroso y qué magnífico aparato de religiosas personalidades con tantos reproches hacia sí mismas, qué gran aplauso lleno de alegría espiritual por parte del clero junto con el pueblo, en fin, qué gran aplauso de uno y otro sexo, dejada a un lado la excelencia de la majestad real, que, renunciando a su privilegio temporal, se regocijaba de llevar festivamente sobre sus hombros los restos del santísimo confesor, como Davida el arca de la alianza, a fin de que, cuanto más humilde se mostrase a los ojos del pueblo, tanto más mereciese por siempre para sí y para sus descendientes otro reino junto a Dios por la providencia de la clemencia divina! Pero, puesa
El rey David (ca. 1010-ca. 970 a. C.).
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to que parece superfluo detenerse con detalle en tales sucesos, ciñámonos a exponer ordenadamente de forma breve y sucinta los actos que aquél realizó, comparando por medio de semejanzas apropiadas y de un modo razonable, por así decirlo, estas nuevas señales con las antiguas, los milagros y prodigios de sus virtudes con los padres de uno y otro Testamento, cuyos nobles ejemplos superó con unas obras como las suyas. En efecto, he aquí que el admirable legislador Moisés proporciona agua de una piedra al pueblo sedientoa y, sin duda, el legislador de Cristo que fue Isidoro conduce de regreso a un fugitivo sediendo, dándole a beber del pavimento de piedra del altar. He aquí que Eliseo resucita al hijo de la sunamitab e Isidoro sana al hijo sordomudo de cierto astorgano. He aquí que Pedro da vigor al paralítico Eneasc e Isidoro, después de curar a un paralítico, convierte, además, a un judío lleno de admiración por lo sucedido. He aquí que Santiago expulsa a unos demonios de unos cuerpos poseídos, también éstos gritan abiertamente que Isidoro los expulsa a menudo. He aquí que Pedro acompañado por Juan sana a un cojod y un niño dominado por una violenta pasión afirma que Isidoro acompañado por ese mismo Pedro lo ha curado de su enfermedad. He aquí que Esteban, lleno de la gracia de Dios, obra grandes señales y prodigios ante el puebloe, e igualmente Isidoro, lleno de esa misma gracia, obra a diario innumerables milagros en la ciudad de León ante la admiración general también tanto de los judíos, como de los paganos, por don de nuestro Señor Jesucristo, que junto con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Cfr Núm. 20, 9-11. Cfr IV Rey. 4, 32-35. c Cfr Hech. 9, 32-33. d Cfr Hech. 3, 1-8. e Cfr Hech. 6, 8. Se trata de nuevo del protomártir Esteban. a
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VIDA DE LOS SANTOS OBISPOS LEANDRO E ISIDORO DE SEVILLA, FULGENCIO DE ÁSTIGI* Y BRAULIO DE CESARAUGUSTA**
Comienza el prólogo de la vida de los bienaventurados Leandro e Isidoro, arzobispos de Híspalis, Fulgencio, arzobispo de Cartagena, y Braulio, obispo de Cesaraugusta, que fueron hermanos y tuvieron por padre al rey Leovigildo, hermano del rey de Francia, de nombre Luibaa, y por madre a Teodosia, hija de Severiano, duque de la provincia Cartaginense, que fue hijo de Teodorico, rey de los godosb. Comienza el prólogo del bienaventurado papa Gregorioc. Ciertamente, mediante el relato de una vida admirable nuestro único propósito, así como el de aquellos doctos y santos varones que vivieron antes que nosotros, es que gracias a ello nazca en todos una piadosa y fructífera ansia de imitación, y que, por otra * Hoy Écija. ** Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii, Braulionis (BHL 4810) – ed. J. C. Martín-Iglesias (CC CM 281), Turnhout, 2016, p. 123-186. a El rey visigodo Liuva I (567-572). b Teodorico I (418-451). c Aunque atribuido al papa Gregorio Magno (590-604), este primer prólogo se basa en dos fuentes: en el prefacio de la Vita Iohannis eleemosynarii (BHL 4388) de Anastatio el Bibliotecario (p. 179-180) y, en menos medida, en el prefacio de la Vita s. Germani ep. Autissiodorensis (CPL 2105) de Constancio de Lyon (pref. [p. 118, lín. 1 - p. 120, 26]).
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parte, la santa y veneranda Trinidad obtenga la gloria y magnificencia que merece así en esto como en todo lo demás, ella que siempre de generación en generación hace brillar su luz a fin de iluminar a los que habitan en las tinieblas y en la sombra de la muerte del pecado (Luc. 1, 79). Muchos son empujados por su intelecto a escribir ante el atractivo de una materia especialmente rica, pues se cree que los talentos resultan enriquecidos por la abundancia de las ideas. En efecto, queridísimos amigos, no admiramos suficientemente a aquellos varones que precedieron a nuestra generación. Vivieron en grata sociedad con Dios, pero por las intrigas del diablo siempre nos decimos estas palabras unos a otros: que, en tiempos de aquellos varones que vivieron antes que nosotros, la iniquidad de los hombres no se había multiplicado tanto como ahora, tal y como predijeron las Sagradas Escrituras, pues ha crecido la iniquidad y se ha enfriado la caridad de la mayoría (Mat. 24, 12). Por ello no estamos capacitados para elogiar, como se merecen, los méritos de aquellos varones. En efecto, aquel que se propone relatar, aunque sólo sea parcialmente, la vida y los hechos de los ilustrísimos varones y obispos Leandro, Fulgencio, Isidoro y Braulio, como consecuencia de la magnitud de la sabiduría de éstos, se siente sacudido por una gran agitación, así como el fulgor del sol, al caer sobre los ojos de los hombres, tras disminuir la agudeza de su vista, vuelve confusa la mirada de éstos por la intensidad de su luz. En efecto, mi débil espíritu se siente atemorizado ante el sinfín de sus gloriosos actos que se ofrece ante mí, un número tal que no puede ser recogido por completo. Dentro de mi pecho se desata una lucha en dos sentidos opuestos: por un lado, me retiene la imposibilidad de darlos a conocer; por otro, me empujan a recordar y referir algunos de sus actos la consideración de su piedad y sus buenos ejemplos, pues hasta ahora permanecen impíamente alejados del conocimiento y del provecho de los hombres a causa de un silencio prolongado. Por este motivo nos proponemos narrar la vida de estos santos varones: por el deseo de darla a conocer también a nuestra época, deseando mostrar, asimismo, una vez reunidas sus enseñanzas, que fueron superiores a nosotros, y poder entrar así por el camino
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estrecho y angostoa, cerrar la boca de los que dicen iniquidadesb y salir al paso de las doctrinas nocivas para el alma. Por ello he preferido dejar a un lado mi timidez antes que condenar al olvido unas virtudes tan divinas. Excusa al doctor la materia, y, cuando la pobreza de las palabras desagrade al lector, lo aplacará el sentido de éstas. Y no temo que se me juzgue como a un usurpador de un ministerio semejante: en efecto, tantos años han pasado ya que apenas puede alcanzarse el conocimiento de las vidas de estos varones, oscurecido por el silencio. Ciertamente, habría preferido, por mi parte, que hubiesen sido otros los narradores de los hechos de tan excelentes varones antes que serlo yo mismo, pues cualquier otro fue más digno de ello que yo. Pero puesto que no ha sido así, prefiero que ese alguien sea yo antes que no haya nadie que lo haga. Yac, ciertamente, otros antes que yo se mostraron hombres extraordinarios tanto en sus actos como en sus enseñanzas en relación con la magnífica y excelente sabiduría de esos santos padres, me refiero, ciertamente, a Leandro, Fulgencio, Isidoro y Braulio, devotos servidores de Dios, amantes de la virtud y propagadores de la bondad. No obstante, aunque estos otros escritores fueron unos hombres destacados tanto por su posición como por sus méritos, no es nuestro propósito renunciar a nuestro relato, pues han abandonado esta materia como algunos aplicados agricultores abandonan una viña fértil y rica en uva. En efecto, incluso aunque no se lo propongan, gracias a los frutos de su labor dejan, ciertamente, una bendición para los pobres que vienen tras ellos y eligen esa viña, de los que nosotros somos los más insignificantes. En efecto, también todos estos santos varones que nos han precedido, aunque por amor a Dios se aplicaron en trabajar con todo su empeño ese olivo fructífero que, como dice el salmista, está plantado en la casa de Diosd, debido al gran número de olivos que hay en ella, sin embargo, se les pasaron por alto muchos de los frutos de ese olivo que el Cfr Mat. 7, 14. Cfr Salm. 62, 12. c Todo este párrafo es de una gran dificultad y es probable que haya llegado hasta nuestros días fuertemente corrompido. Para ello, basta comparar el texto de esta obra en el único manuscrito que la conserva con las fuentes que manejó su autor. d Cfr Salm. 51, 10. a
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Señor tuvo a bien conceder y que nosotros, aun siendo indignos y estando faltos de vigor, hemos recogido con alegría, como el Señor aceptó la pequeña moneda de la viudaa. Sin criticar a estos autores que nos han precedido y sin ser nosotros un hombre tal que podamos imitar la sabiduría que les fue concedida por Dios, nos hemos apresurado a fijar por escrito estos virtuosos actos, y lo hacemos, ciertamente, por esto, porque entendemos que no es justo ocultar con nuestro silencio lo que puede proporcionar un gran provecho a los oyentes, no sea que también nosotros caigamos en el mismo error de juicio que aquel siervo que escondió su talento bajo tierra. Y en segundo lugar, porque en esta narración nuestra se recogen castigos e historias deleitosas y se incluyen en ella las que fueron escritas por excelentes varones en alabanza de los santísimos, ciertamente, y bienaventurados obispos Leandro, Fulgencio, Isidoro y Braulio. Además, como quienes nos precedieron fueron hombres sabios y maestros en el dominio de la lengua y eran amantes de la historia, desarrollaron sus materias con sapiencia y en un tono elevado. Esto fue, principalmente, y por encima de todo, lo que nos empujó a asumir nuestra presente tarea: el hecho de narrar esos sucesos en el estilo sencillo, coloquial y humilde que es propio de nosotros a fin de que el rústico y carente de instrucción pueda sacar provecho de aquello que se dice. Fin del prólogo. Prólogo del bienaventurado papa Gregoriob. Los hechos de los santos padres dignos de ser honrados con un culto y una veneración especiales los antiguos fieles decidieron con prudente reflexión celebrarlos con todo tipo de homenajes, y, al celebrarlos, venerar a aquéllos con toda la devoción de su corazón. En efecto, de ese modo se extiende más ampliamente la gloria de Dios, que opera por medio de ellos y reina en ellos, y, al conocer una reputación de tanta virtud, los corazones de los oyentes se sienten incitados con mayor fuerza a llevar una vida honrada. Así también en la antigüedad los paganos erigían imágenes de sus Cfr Marc. 12, 42; Luc. 21, 2. Como el primer prólogo, este segundo prólogo no es tampoco de Gregorio Magno, sino que está tomado del prefacio de la Vita s. Aegidii ab. in Occitania (BHL 93) (p. 99). a
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antepasados con el propósito, sin duda, de que las generaciones de los tiempos por venir, al contemplarlas, se aplicasen con el mayor ardor en aspirar a la virtud y en alcanzar la gloria. Así pues, ¡cuánto más conviene que la devoción de los cristianos, recordando con frecuencia los hechos de los padres del pasado, los conozca bien, mirándose en ellos como en un espejo! (1) Del advenimiento de Leovigildo, sucesor de su hermano Luibaa. Pues bien, después de que, en tiempos del emperador romano Justiniano, Atanagildob, rey de los godos, muriese en Toledo de muerte natural y el reino de los godos estuviese sin príncipe durante cinco meses, lo sucedió en la Galia, en la ciudad de Narbona, un nuevo rey, de nombre Luiba, y reinó durante tres años. Éste, dos años después de haber alcanzado el principado, no sólo designó como sucesor suyo a su hermano Leovigildo, sino que también lo nombró corregente del reino y lo puso al frente del gobierno de Hispania, contentándose él, por su parte, con el reino de la Galia. Así, el reino tuvo dos gobernantes, pese a que no admite un poder compartido. Por lo demás, a Luiba únicamente se le atribuye un año de reinado en el cómputo de los tiempos, los restantes se ponen bajo el nombre de su hermano Leovigildo. (2) Del matrimonio de Leovigildo con Teodosia, hija del duque de la provincia Cartaginense, y de los hijos de ambos. Tomó como esposa Leovigildo a una dama de nombre Teodosia, hija de Severiano, duque de la provincia Cartaginense, quien fue hijo de Teodorico, rey de los godosc. De ésta nacieron cuatro distinguidas y grandes columnas de la Iglesia y fundamento de toda nuestra fe, a saber, en el orden en que los engendró de ella: Leandro, arzobispo de Híspalis; Fulgencio, obispo de Astorga y después arzobispo de Cartagena; Isidoro, arzobispo de Híspalis; y Braulio, obispo de Cesaraugusta; y además otros dos varones, a saber: Hermenegildo, mártir, a quien su padre hizo asesinar con un hacha; y Recaredo, que reinó tras su padre; y una hija: Florentina, Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, 2, 14. El rey visigodo Atanagildo (555-567). c El comienzo de este cap. 2 está tomado también de Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, lib. 2, 14. a
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que fue madre de casi cuarenta monasterios de vírgenes consagradas, casi mil monjas. (3) Del reinado de Leovigildo, de las guerras que llevó a cabo y de los reinos y ciudades que conquistóa. Este Leovigildo, en el año duodécimo de su reinado, deseando aumentar su reino con la guerra y acrecentar sus riquezas, dio la orden de ello a sus soldados. Coincidiendo su ambición y la de su ejército y viéndose favorecido por la victoria, llevó a cabo numerosas empresas ilustres. En efecto, derrotó a los cántabros y se apoderó de la regia ciudad que tiene por nombre Cesaraugusta. Una vez vencida por él toda la región de Sabariab, también muchas ciudades rebeldes de Hispania se sometieron a su poder con las armas. Triunfó sobre los soldados imperiales en diversas batallas y les arrebató algunas plazas fuertes combatiendo. Doblegó con la espada a todas las ciudades que se extienden desde el puerto de Aspec hasta el mar Océano, las conquistó y las sometió a la fe cristiana. Las ciudades metropolitanas a las que doblegó con la espada son las siguientes, a saber, yendo de un lado a otro durante veinte años, conquistó Valencia, Tarragona, la ciudad de Cesaraugusta, Brácarad, y las ciudades de Cartagena y Toledo, Santiagoe y la ciudad de Híspalis, junto con todas las ciudades, pueblos, aldeas y plazas fuertes de los alrededores. Fue el primero en enriquecer el tesoro del príncipe y el primero en acrecentar con avaricia el tesoro público a fuerza de rapiñas entre los ciudadanos y arrebatándolo de las manos de los enemigos. Fue el primero entre los suyos en sentarse en el trono llevando a En este tercer capítulo el autor se sirve de tres fuentes: las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum de Isidoro de Sevilla (cap. 49-52 de la segunda redacción de esa obra), la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada (lib. 2, 14), y los Dialogi de Gregorio Magno (3, 31, 3-6). b Según García Moreno, Hispania, p. 117, se trataría de una pequeña región montañosa al oeste de la actual provincia de Zamora y al sureste de Braganza (Portugal), bañada por el río Sabor, un afluente del Duero; pero, más recientemente, este mismo estudioso ha situado la región de Sabaria en las proximidades del Cubo del Vino, en el extremo sur de la provincia de Zamora, lindando ya con la de Salamanca, vid. García Moreno, Leovigildo, p. 56-57. c El puerto del Somport, en los Pirineos. d Brácara Augusta, hoy Braga (Portugal). e Santiago de Compostela.
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vestiduras reales, pues, con anterioridad a él, el asiento del rey, sus ropajes y su modo de conducirse eran los mismos para el pueblo y para el rey. Fundó asimismo una ciudad en Celtiberia a la que llamó Recápolis por el nombre de su hijo Recaredo. Pero, una vez que alejó de sí a sus hijos, enviándolos a instruirse, el error de su impiedad oscureció en él la gloria de tan grandes virtudes. En efecto, dominado por la violencia de la herejía arriana, llevó a cabo persecuciones contra los católicos, a Masona, santísimo obispo de Mérida, y a otros muchos los relegó al exilio, suprimió los ingresos y los privilegios de las iglesias, extendiendo la pestilencia arriana, aumentó en gran medida el número de los herejes y se atrajo a muchos más sin necesidad de perseguirlos, seduciéndolos con oro y con riquezas. Y, entre otras iniquidades propias de su herejía, se atrevió incluso a hacer rebautizar a algunos católicos, y no sólo a gente común del pueblo, sino también a miembros pertenecientes a la dignidad del estamento sacerdotal. Fue asimismo un azote para algunos de sus propios seguidores, pues a cuantos vio sobresalir por su dignidad o por su poder, o bien les hizo cortar la cabeza o bien, tras privarlos de sus bienes, los proscribió y los condenó al exilio. Y, finalmente, su hijo Hermenegildo, rechazando la herejía arriana, se convirtió a la fe católica gracias a la predicación de su hermano Leandro, varón reverendísimo y ya por entonces obispo de Híspalis. A Hermenegildo su arriano padre intentó tanto persuadirlo mediante recompensas como atemorizarlo mediante amenazas con el fin de que adoptase nuevamente esa misma herejía. Y cuando Hermenegildo respondió con la mayor firmeza que nunca abandonaría la verdadera fe, una vez que la había descubierto, su padre, lleno de ira, lo privó de su reino y lo despojó de todos sus bienes. Y cuando ni siquiera así consiguió debilitar el valor del corazón de aquél, lo recluyó en un estrecha mazmorra en la ciudad de Híspalis, encadenando con grilletes su cuello y sus manos. Comenzó entonces el joven rey Hermenegildo a despreciar el reino de este mundo y, anhelando el reino de los cielos con un firme deseo, yacía inmaculado sobre cilicios, elevaba oraciones a Dios todopoderoso suplicándole que lo confortarse y con tanta mayor grandeza despreciaba la gloria de esta vida pasajera cuanto que, en-
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cadenado, había descubierto que nada valía cuanto su padre había podido arrebatarle. Al llegar el día de la festividad pascual, en medio del silencio de lo más profundo de la noche, su pérfido padre envió ante él a un obispo arriano para que de mano de éste recibiese Hermenegildo la comunión de una forma consagrada sacrílegamente y de ese modo recuperase el favor de su padre. Pero el varón entregado a Dios censuró, como debió hacerlo, al obispo arriano que acudió ante él, y alejó de su lado la perfidia de aquél con las increpaciones que merecía, pues, aunque a los ojos de los demás yacía encadenado, sin embargo, en su interior, se encontraba a salvo en la elevada altura a la que había ascendido su espíritu. En consecuencia, su padre, cuando el obispo arriano regresó ante él, se enfureció y envió de inmediato a sus esbirros para que matasen al firmísimo confesor de Dios allí donde yacía. Esto sucedió en los idus de abrila. En efecto, tan pronto como entraron, clavando un hacha en el cráneo de aquél, le arrebataron la vida de su cuerpo y mataron en él aquello que la propia víctima que murió asesinada había decidido despreciar en su persona. Pero, para mostrar la verdadera gloria que éste había alcanzado en los cielos, no faltaron tampoco los milagros. En efecto, en medio del silencio de la noche comenzó a oírse el canto de una salmodia junto al cuerpo de este rey y mártir, que fue, en verdad, rey por ser mártir. Hubo, asimismo, algunos que a ellosb durante la noche se les aparecieron cirios encendidos. Esto hizo que el cuerpo de aquél, esto es, un verdadero mártir, mereciese ser venerado con justicia por todos los fieles. En cuanto a su padre, pérfido y filicida, lleno de arrepentimiento, lamentó haber obrado así, sin embargo, no llegó a alcanzar la salvación. Comprendió que la fe católica era la verdadera, pero, atemorizado por el miedo que le inspiraba su pueblo, no llegó a adoptar esta fe. 13 de abril. La muerte de Hermenegildo acaeció en el año 585. Esta construcción poco elegante se presenta así en el original latino. Entiéndase: “Hubo también algunos a los que durante la noche se aparecieron cirios encendidos”. a
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Finalmente, emprendió la guerra contra los suevos, con extraordinaria rapidez sometió el reino de éstos al poder de su linaje y con gran beneficio para su raza conquistó este reino, pues antes de esto el pueblo godo se encontraba estrechamente limitado dentro de unos reducidos territorios. Afectado por una enfermedad, llegó al final de sus días y encomendó entonces al obispo Leandro, al que en el pasado había tratado con mucha dureza, el cuidado de su hijo el rey Recaredo, al que dejaba tras él, con objeto de que Leandro obrase en aquél lo que con sus exhortaciones había obrado en su hermano Hermenegildo. Una vez que le hubo confiado este cometido, murió en la ciudad de Toledo en la era 627a, después de haber reinado quince años. (4) Del advenimiento del rey Recaredo tras la muerte de su padre Leovigildob. Tras la muerte de éste, el rey Recaredo, tomando como modelo no a su pérfido padre, sino a su hermano y mártir, se convirtió, abandonando la depravación de la herejía arriana, y condujo a todo el pueblo de los visigodos a la verdadera fe, hasta el punto de que no permitió que sirviese en su reino todo aquel que no temiese mostrarse como un enemigo del reino de Dios profesando la pérfida herejía mencionada. Y no es sorprendente que se convirtiese en heraldo de la verdadera fe quien era hermano de un mártir, cuyos méritos ayudaron, sin duda, a aquél a conducir a tantos hasta el seno de Dios todopoderoso. En este acto debemos tener presente que algo semejante no habría podido ser llevado a cabo en modo alguno, si el rey Hermenegildo no hubiese muerto en defensa de la verdad. En efecto, tal y como está escrito: Si el grano de trigo, cayendo sobre la tierra, no muere, permanece solo; pero si muere, proporciona fruto en abundancia (Juan 12, 24-25), vemos que se cumplió en los miembros lo que sabemos que se había cumplido en la cabeza. Así también en el pueblo de los visigodos uno murió para que muchos viviesen y, una vez que un grano pereció fielmente en defensa de la fe, creció una abundante cosecha de almas. a b
Año 589. En realidad, Leovigildo murió en el año 586 (era 624). Todo el capítulo está inspirado en los Dialogi de Gregorio Magno (3, 31, 7-8).
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(5) De qué modo Recaredo extirpó la herejía arriana de Hispania y restituyó en ella la fe católica. A continuación, Recaredo, renunciando a vengarse, comenzó a gobernar con tanta moderación que llevó de regreso al seno de la Iglesia y de la fe católica a muchos católicos, en lo que triunfó con su recta fe, sin necesidad de predicacióna. En cuanto a los obispos heréticos, los condenó a todos ellos y los envió al exilio a las regiones más remotas. (6) De qué modo el rey Recaredo por consejo de su hermano Leandro hizo llamar de regreso de sus estudios a sus hermanos Isidoro, Fulgencio y Braulio. Entonces, por consejo de su hermano Leandro, arzobispo de Híspalis, hizo regresar junto a él desde sus escuelas a Fulgencio, Isidoro y Braulio. Asíb, gracias a la instrucción que recibieron de Dios, éstos alcanzaron en poco tiempo un conocimiento y un dominio tan grande de todas las materias divinas y humanas que se convirtieron en doctores de la ciencia eclesiástica entre los hispanos en griego, sirio, hebreo, árabe, germano, egipcio, latín y romance, así como en las siete artes liberales. Lo prueba de todo punto su sabiduría: estaban tan bien formados en todas las controversias propias de la gramática, la dialéctica, la geometría, la astronomía y la aritmética que ningún filósofo, exponiendo ante ellos algún tema de discusión tomado de estas disciplinas, pudo nunca mantener su punto de vista frente al de ellos ni dejarlos sin argumentos, por el contrario, tan pronto como escuchaba las respuestas de aquéllos, incluso llegaba a considerarlos maestros de esa disciplina sobre cualquier tema del que hablasen. Peroc lo que es digno de admiración es que, a pesar de estar formados en el conocimiento de tantas materias y hallarse siempre en medio de todas las luchas motivadas por la persecución contra la fe católica, se mantuvieron en todo momento dentro de los estrechos límites impuestos por la moderación y, a pesar de entregarse noblemente y sin descanso al servicio e instrucción de la Iglesia con Rufino de Aquilea, Historia ecclesiastica, 11, 19. Rufino de Aquilea, Historia ecclesiastica, 11, 7. c Rufino de Aquilea, Historia ecclesiastica, 7, 32, 31. a
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la palabra de Dios y esforzarse con el mayor celo en defensa de la doctrina de la Iglesia, ciertamente, pusieron de manifiesto con la mayor prudencia la elocuencia que tenían. Eran de rostro amable, de aspecto dulce, de comportamiento recto, de hermosa apariencia, de enorme corpulencia, eminentes por su sentido de la justicia y capaces de llevar adecuadamente a cabo cualquier empresa, y por su exterior daban de todo punto la sensación de ser hombres de biena. Eranb de un físico muy atractivo, de porte distinguido, de sobresaliente estatura, de cuerpo casto y espíritu devoto, de aspecto amable, de una gran prudencia, de una extraordinaria moderación, firmes en su fortaleza interior, perseverantes en su longanimidad, valerosos por su entereza, mansos por su humildad y humildes por su mansedumbre, solícitos en su caridad, longánimos en su esperanza, solícitos a la hora de participar en las vigilias, constantes en la oración, bondadosos en sus enseñanzas, muy sinceros en sus palabras, disertos en su modo de expresarse, prudentísimos en sus consejos, libres de cualquiera de las cadenas propias de este mundo, dadivosos en su generosidad para con todos los de su entorno, prestos a la hora de ponerse al servicio de los siervos de Dios, tan fuertes como la mostazac ante la adversidad, muy firmes ante las tentaciones y muy alegres en su hospitalidad, tranquilos ante las injurias y bondadosos ante el odio. En fin, nada podía encontrar en ellos el enemigo del género humano de lo que servirse para engañarlos con algún ardid o para manchar su buen nombre con alguna falsedad. ¿Por qué me demoro refiriendo tantos detalles? En todos los aspectos de su conducta brillaban como una gran lámpara, semejantes al lucero del alba refulgiendo entre los astros, pues el Rey de reyes (Dan. 2, 37; I Tim. 6, 15), Jesucristo hombre (I Tim. 2, 5), los había elegido como soldados, para que, cual mansísimos corderos, condujesen sus legiones contra las más crueles de las fieras de las herejías: Os envío – dice – como corderos en medio de lobos (Luc. a La posible fuente de este pasaje es la Vita s. Thomae Cantuariensis archiep. (BHL 8206), 2 (p. 164). b A partir de este punto y hasta el final del capítulo, el autor de esta obra se inspira en el Liber s. Iacobi (BHL 4076a), 1, 6 (p. 34-35 [f. 25v-26r]). c Cfr Mat. 17, 19; Luc. 17, 6.
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10, 3). Y así, los varones de Dios, convertidos por el Espíritu Santo en valerosísimos combatientes, en legítimos soldados y egregios portaestandartes de la Iglesia, amparados por el escudo de la fea, vestidos con la coraza de la justicia (Efes. 6, 14), firmemente armados con la palabra de Dios, protegidos con el yelmo de la salvaciónb y calzados con el anhelo de anunciar el evangelio de la paz (Efes. 6, 16), se lanzaron a una batalla campal contra los antiguos enemigos, quebraron todas las abominables armas de éstos, salvaron a muchos de la mano de la muerte (Dan. 3, 88; Os. 13, 14) y, tras vencer a los herejes, proporcionaron un abundante botín a la Iglesia de Cristoc. Éstos son los verdaderos agricultores de Dios, quienes plantaron la Iglesia de Cristo con su enseñanza y su predicación, la honraron con una gran humildad, la cultivaron con la verdadera caridad, la hicieron crecer mediante la predicación de la palabra, la regaron con el agua de la divina salvación eterna y gracias a la elocuencia que les insuflaba el Verbo divino consiguieron con su riego que muchos creciesen en gran medida. (7) Del privilegio que supuso la bondad de Recaredo, y que estos santos vivieron en tiempos de Gregorio. Recaredod, en el primer año de su reinado, corrigió con atenta aplicación aquellas leyes y decretos que parecían haber sido establecidos de una manera confusa por Enricoe, añadiendo muchas leyes que habían sido omitidas, y, en presencia de su hermano Fulgencio y del papa Gregorio, suprimió muchas otras que eran superfluas. Era, ciertamente, Recaredo muy valeroso y muy afortunado en la guerra. Poseía una amplia formación literaria, sobresalía por su elocuenciaf, era de pequeña estatura, pero de elevado espíritu, ilustre y prudente tanto en la conversación familiar como en sus disCfr Efes. 6, 16. Cfr Is. 59, 17. c Cfr Rom. 6, 16. d Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, 2, 14. e Deformación del nombre del monarca visigodo Eurico (466-484), en cuyo reinado se publicó el denominado Código de Eurico. f Ps. Aurelio Víctor, Epitome de Caesaribus, 2, 3-4. a
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cursos, poco dado a la ira y siempre deseoso de adquirir sabiduríaa. Seb caracterizaba, ciertamente, por una grave serenidad y una profunda gravedad, por una madura alegría y una alegre madurez, por una encantadora moderación y un moderado encanto. Era juicioso en sus diversiones, discreto en el reír, de una serenidad llena de nobleza, de una pudorosa alegría, de cuerpo bien proporcionado, de porte distinguidoc, de hermosa apariencia, de rostro amable, de aspecto dulce, de comportamiento recto, de enorme corpulenciad, de espíritu devotoe, de un físico muy atractivo, de una gran prudencia, de una moderación extraordinaria, de un elevado sentido de la justicia, clemente en sus sentencias, firme en su fortaleza interior, perseverante en su longanimidad, valeroso por su entereza, manso por su humildad, solícito en su caridad, longánimo en su esperanza, y llamadof desde el comienzo mismo de su infancia a proclamar a Cristo antes que a negarlo y a creer con todo su corazón en la indivisible Trinidad que es Dios. Gracias a su astucia, celo y sabiduría acabó con las impías depravaciones de las herejías y todo el pueblo de los visigodos se convirtió a Cristo. ¡Yg cuánta gravedad, cuánta dignidad mostraba en sus palabras y en sus conversaciones! ¡Qué rápido, qué eficaz, qué favorable y bondadoso se mostraba a la hora de resolver cualquier problema! Seh caracterizó por su respeto a la religión y mostró un comportamiento muy distinto al de su padre. En efecto, su padre era irreligioso e inclinado a la guerra, él, piadoso por su fe e ilustre por sus deseos de paz; su padre acrecentó el poder de los heréticos arrianos con la guerra, él extirpó de su reino a esas mismas gentes con la vicRodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, 2, 7. Siguen ahora unas líneas tomadas del prólogo del Planeta de Diego García (p. 165, 3-5 y p. 164, 26-28). c Expresión del Liber s. Iacobi (BHL 4076a), 1, 6 (p. 34 [f. 25v]). d De nuevo parece inspirarse el autor en la Vita s. Thomae Cantuariensis archiep. (BHL 8206), 2 (p. 164). e Siguen unas expresiones tomadas del Liber s. Iacobi (BHL 4076a), 1, 6 (p. 34 [f. 25v]). f Passio s. Eulaliae Emeritensis (BHL 2700), 2 (p. 68, 4-6). g Sulpicio Severo, Vita Martini Turonensis, 25, 6. h A partir de este punto y hasta el final del capítulo la fuente es la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, lib. 2, 15. a
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toria de la fe, llenándose de gloria. En efecto, al comienzo mismo de su reinado, formado e instruido en la fe católica por Leandro y Fulgencio, tras poner fin a la ignominia de esa herejía, condujo en su totalidad al ignorante pueblo del linaje de los godos al culto de la verdadera fe. Además, asistido por el auxilio de la fe, luchó victoriosamente contra los pueblos enemigos. En una ocasión incluso, en que unos sesenta mil francos irrumpieron en la Galia gótica, tras enviar contra ellos al duque de Mérida al frente de un contingente de celtíberos, los doblegó con la espada y obtuvo sobre ellos un glorioso triunfo. Nunca se produjo en las Hispanias de los tiempos de los godos una victoria mayor ni semejante. En efecto, derrotados y capturados muchos enemigos, el resto de su ejército se dio a la fuga y, perseguido por los godos hasta los territorios de su propio reino, fue aniquilado. Con frecuencia llevó también a cabo numerosas guerras victoriosas contra los romanos y la arrogancia y las incursiones de los vascones. Por ello, no parece tanto que emprendiese diversas guerras como que hubiese ejercitado a su pueblo de un modo útil, como en los juegos de la palestra. En fin, las provincias de las que su padre se había apoderado mediante la guerra, él las conservó en paz de un modo pacífico, las administró con equidad y las gobernó con moderación. Fue, por lo demás, de rostro apacible, de gran generosidad y extraordinaria bondad, y poseyó tanta gracia en su exterior y tanta bondad en su espíritu que, con su influencia sobre los ánimos de todos, se ganó incluso el respeto y el afecto los malvados. Fue tan dadivoso que restituyó a sus legítimos propietarios aquellos bienes de los particulares y aquellas posesiones de las iglesias que la maldad de su padre había incluido en el tesoro del príncipe; y tan clemente que, haciendo gala de su bondad, suprimió con frecuencia los tributos impuestos al pueblo. Enriqueció también a muchos con bienes materiales y a muchos otros los encumbró con honores, empleando sus riquezas en interés de los pobres y sus tesoros en favor de los necesitados, sabedor de que le había sido concedido el reino con el fin de que se sirviese de él para hacer el bien. A sus buenos inicios añadió un buen fin. En efecto, la fe en la verdadera gloria a la que se convirtió al comienzo de su reinado, la
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confirmó al término de sus días con una confesión y una penitencia públicas. Por lo demás, tomó como esposa a una mujer originaria de las regiones de Britania, Heladia, hija del rey Arturoa, de la que tuvo un hijo, de nombre Luibab. (8) Del III Concilio de Toledoc, en el que, por mandato de nuestro señor el papa Gregorio, se reunieron sesenta obispos, y en el que fue extirpada la herejía arriana bajo la presidencia de Recaredo y fue elegido en él Braulio como obispo de Cesaraugusta. End el año tercero de su reinado, en los idus de mayoe, Recaredo celebró el tercer sínodo toledano y convocó en la ciudad regia a sesenta y dos obispos procedentes de las diversas provincias de la Galia y de Hispania con el fin de condenar la herejía arriana. Este mismo gloriosísimo príncipe asistió a este concilio y confirmó las actas con su presencia y su firma, renunciando con todos sus súbditos a la perfidia de los paganos, judíos y arrianos que hasta ese momento había practicado el pueblo de los godos de acuerdo con las enseñanzas de Arrio, afirmando y predicando la unidad de las tres personas, que sólo hay un Dios, que el Hijo fue engendrado por el Padre y es consubstancial a éste, que el Espíritu Santo procede conjuntamente del Padre y del Hijo, que es uno solo el Espíritu de ambos y que, por consiguiente, ambos son uno solo. Y entre el segundo sínodo, presidido por Montano, y éste transcurrieron cuarenta y dos añosf. Y este último se celebró bajo la presidencia del arzobispo de Toledo Heladio, y asistieron a él obispos enviados desde Italia por nuestro señor el papa Gregorio: Castoriog, obispo de la Iglesia de Amiternum; Albino, obispo de Noticia carente de rigor histórico. El rey visigodo Liuva II (601/2-603). c Se reunió en el año 589, asistió a él Leandro de Sevilla, pero no Braulio de Zaragoza. d Al comienzo de este capítulo el autor continúa sirviéndose de la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, lib. 2, 15. e 15 de mayo. f Alusión al Concilio II de Toledo, presidido por el prelado Montano de Toledo, y celebrado en 531, aunque en la tradición manuscrita aparece fechado en la era 565 (año 527), es decir, 62 años antes que el Concilio III de Toledo, del año 589. g Los supuestos participantes en este concilio están tomados tanto de la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, lib. 2, 15, como de diversos pasajes de los Dialogi de Gregorio Magno. a
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Teatea; Marcelino, obispo de Ancona; Bonifacio, obispo de Ferentinum; Fortunato, obispo de Túderb; Paulino, obispo de Nola; Dacio, arzobispo de Mediolanum; Sabino, obispo de Canusiumc; Casio, obispo de Narniad; Constancio, obispo de Aquitania; Venancio, obispo de Luna; Frigiano, obispo de Luca; Venancio, obispo de Placentiae; Carbonio, obispo de Populoniaf; Fulgencio, obispo de Ocriculumg; Terulano, obispo de Perusia; y Flórido, obispo de Tifernumh. De las regiones de la Galia: Migecio, arzobispo de Narbona. Y Juan, arzobispo de Tarraco; Leandro, arzobispo de Híspalis; Félix, obispo de Porto. De las regiones de Sicilia: Maximiano, obispo de Siracusa. Y Braulio, obispo de Cesaraugusta; Fulgencio, obispo de Ástigii; Masona, obispo de Mérida; Partarcio, arzobispo de Brácara; e Isidoro, arcediano de Cesaraugusta. Y los sufragáneos de todos ellos. Yj en ese concilio fue erradicada de entre los hispanos la herejía arriana, de la que se había visto infectado el pueblo de los godos desde los tiempos del rey de los godos Atanaricok y del emperador de los romanos Valentel, quien dio a los godos unos doctores para que consolidasen entre ellos la perfidia arriana. Pero en ese concilio fue erradicada la inmundicia de la herejía arriana y los godos se convirtieron a la verdadera confesión de la fe católica. Y en él se incluye la homilía del santo obispo Leandro en alabanza de la Iglesia y en defensa de la profesión de la fe católica por parte de los
Hoy, Chieti. Hoy, Todi. c Hoy, Canosa. d Hoy, Narni. e Hoy, Piacenza. f Hoy, Porto Baratto (Toscana). g Hoy, Otricoli (Rieti). h Tifernum Tiberinum, hoy Città di Castello. i Hoy, Écija. No asistió tampoco al citado concilio. j Vuelve de nuevo el autor, hasta el final del capítulo, a la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, lib. 2, 15. k Gobernó sobre los godos tervingios (365-381) y persiguió a los cristianos (369372). l Emperador romano de Oriente (364-378). a
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godos, que comienza así: “Que esta festividad que hoy celebramos es de todas las solemnidades la festividad…”a. (9) Sermón del bienaventurado Braulio en el concilio de Toledo en el que fue elegido obispo, concilio en el que Braulio, obispo de Cesaraugusta, a instancias de los demás obispos, pronunció un discurso sobre el Verbo divino de la manera que sigueb. Entonces, todos decretaron de común acuerdo que Braulio se levantase y dijese unas palabras sobre el Verbo. Éste, levantándose, tras recibir la bendición, comenzó a hablar en estos términos: “Tus siervos somos pastores de ovejas, al igual que lo fueron nuestros padres, lo somos nosotros (Gén. 47, 3). Estas palabras son del capítulo cuadragésimo séptimo del Génesis. Las pronunciaron, ciertamente, los hijos de Israel en presencia del rey Faraón. Ante la pregunta de qué oficio tenían, examinaron tres puntos: su ministerio, la finalidad de su ministerio, y el modo y la forma de ejercer su ministerio. El ministerio es el desempeño de la cura pastoral; su finalidad, cumplir con la devoción y la obediencia debidas; y el modo de ejercerlo, la imitación de los santos padres y la conformidad de sus vidas con el ideal de santidad. Al primer aspecto se refieren las palabras: somos pastores de ovejas; al segundo, las palabras: tus siervos; y al tercero, las palabras: al igual que lo fueron nuestros padres, lo somos nosotros. De estos tres aspectos de su oficio es necesario que todo sacerdote dé cuenta en presencia del rey eternoc. “Buscad la verdad en vosotros mismos y en el prójimo: en vuestro interior, juzgándoos a vosotros mismos; en el prójimo, advirtiendo y corrigiendo sus maldades; en vuestro interior, contemplándoos con un corazón purod. Y que cada uno de nosotros se siente y piense en la vida que ha llevado, en la vida que se propone llevar y en qué merecimientos puede hacer a diario. Las Sagradas a Son las primeras palabras de la homilía De triumpho ecclesiae ob conuersionem Gothorum (CPL 1184) de Leandro de Sevilla. b Este sermón es, en realidad, el Sermo in synodis 3 de Guibert de Tournai, en el que el autor de esta Vita intercala algunas expresiones de Bernardo de Claraval y, quizás, de Geoffroy de Auxerre. c Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 21. d Bernardo de Claraval, Liber de gradibus humilitatis et superbiae, 6 (p. 20, 1215).
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Escrituras dicen que ante Dios ningún bien ha de quedar sin recompensaa, pues, así como no perecerá ni un solo cabello de vuestra cabeza (Luc. 21, 18; Hech. 27, 34), así también, todo lo que hemos hecho y hemos dicho, ni un solo día, ni una hora ni un instante de nuestra vida ha de perecerb. Como símbolo y anticipo de ello son convocados los sacerdotes a los sínodos a fin de que sepan responder entre tanto de todo estoc. “En cuanto a lo primero, se dice: somos pastores, y no de cualquier clase de animales, sino de ovejas, pues, según Crisóstomo, cuanta diferencia hay entre la instrucción de los hombres dotados de razón y los animales irracionales, tanta debe haber entre el rector eclesiástico y aquellos que son regidos por él. Por otro lado, estos pastores deben apacentar a sus ovejas de tres modos: con su palabra, con su ejemplo y con su auxilio. Sobre el primer modo, es decir, la palabra, así se dijo de forma figurada a Pedro, el primer pastor de la Iglesia, en el último capítulo de Juan: Apacienta mis ovejas (Juan 21, 17). Con la palabra los pastores deben apacentar sus ovejas de tres formas distintas: mediante la reprensión, advirtiéndoles que deben temer la sentencia de Dios; mediante la exhortación, llamándolas a entregarse a la penitencia; y mediante el consuelo, asegurándoles que alcanzarán la gloria celestiald. “En relación con la primera de ellas, se dice en el último capítulo de Miqueas: Apacienta a tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, etc. (Miq. 7, 14), pues, haciendo uso de la autoridad que proporciona la ordenación sacerdotal, se deben someter y corregir los pecados notorios y los pecadores contumaces. Y con razón se dice: Apacienta con el cayado de la reprensión (Miq. 7, 14), a fin de que en el uso de las palabras de reprensión se encuentre un término medio tal que no condene los pecados con un rigor desmedido ni los perdone con una excesiva ligerezae. En efecto, si callas, parece que apruebas; y si te excedes, que te ves agitado por el espíritu Cfr Mat. 10, 42; Marc. 9, 40. Esta oración ha podido ser tomada de Geoffroy de Auxerre, Declamationes de colloquio Simonis cum Iesu, 44, 54 (p. 236, 29-32). c Esta última frase está tomada de Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 21. d Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 22. e Cfr Mat. 16, 19. a
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de la indignación y del furor bajo el manto del celo fanáticoa y de la ira exaltadab. “En relación con la segunda de ellas, es decir, la exhortación, se dice en el capítulo decimoctavo del Eclesiástico: Él es misericordioso y enseña, semejante a un pastor se compadece de su rebaño, practica la doctrina de la compasión, instruye a los mejores, enseña a los más sencillos (Sir. 18, 13-14). Y las palabras se modifican de acuerdo con las exhortaciones de los prelados y la capacidad de comprensión de los oyentes. En efecto, del mismo modo que, si a partir de muchos animales de especies y apariencias diferentes se obtuviese el cuerpo de un único animal, y que, si se entregase en un solo cuerpo a un solo hombre la posesión de la servidumbre de todos ellos, esto es, todo animal para que se sometiese a sus mandatos, convendría que este hombre sencillo mostrase tan diferentes y opuestas personalidades como lo exigiese la propia diversidad de las bestias de manera que éstas persistiesen unas frente a otras en sus cualidades animales, pero mostrándose recíprocamente compatibles, así también el pastor eclesiástico, que tiene que regir y enseñar a muchos hombres, ha de modificar su naturaleza sencilla y firme en virtud de la variedad de aquéllos, exhortando a éstos unas veces con leche, y otras, cuando lo necesiten, con alimentos sólidos, es decir, enseña e instruye como un pastorc. “En relación con la tercera de ellas, es decir, el consuelo, se dice en el tercer capítulo del Éxodo (Éx. 3, 1): Moisés apacentaba las ovejas de Jetró y, en cierta ocasión en que condujo su rebaño al interior del desierto, llegó hasta Oreb, la montaña de Dios. La mansedumbre de Moisés es el consuelo del pastor. La conducción de las ovejas hasta el interior del desierto es la ejercitación de los feligreses en la contemplación de los goces del paraíso, que es denominado ‘desierto’ por la amenidad de sus flores, el encanto del lugar, el canto concertado de los pájaros, el verdor de las plantas, la abundancia de los frutos de la tierra, todo lo cual existe en el desierto literalmente y en un sentido espiritual en el paraíso. La llegada a Oreb, Cfr Is. 59, 17. Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 22. c Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 22-23. Para la última expresión, cfr Sir. 18, 13. a
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la montaña de Dios, que significa ‘mesa’, es el disfrute de la gloria que alcanzarán los santos en la vida futura. De ella disfrutan los que sobresalen por la naturaleza de su espíritu divino y de sus cualidades humanas, pero no deja de haber en la vida presente un anticipo de ello en forma de un cierto goce interno, pues el verdadero pastor ora lleva a su rebaño a parajes umbrosos y retirados para su refresco, ora lo conduce a lechos húmedos y blandos para su descanso, ora entona para él dulces melodías para alejar el hastío o lo reconforta con la dulzura de una flauta, cantando una dulce canción de amor, como dice ese ilustre poeta: ‘En este tiempo incluso el ganado busca el frescor’a. “El prelado debe apacentar a sus feligreses con su ejemplo, es decir: mediante la penitencia pública, la piedad interior y el celo del afecto. En cuanto a la primera, se dice en la Primera Epístola de Pedro: Apacentad, en la medida de vuestras posibilidades, el rebaño de Dios, mirando por su bien, no por obligación, sino de forma voluntaria, según el deseo de Dios, y no por un vergonzoso afán de lucro, sino por un impulso cordial, y no como si reinaseis sobre los fieles, sino mostrándoos con gusto como un modelo para el rebaño, con objeto de que, cuando se presente el Príncipe de los pastores, obtengáis la corona inmarcesible de la gloria (I Pedr. 5, 2-4). Y dice: como un modelo para el rebaño, porque la penitencia en el pastor es un ejemplo de la penitencia y la mortificación a las que debe entregarse el rebañob. En cuanto a la segunda, dice Isaías: Apacienta su rebaño como un pastor, recogerá los corderos dispersos y los llevará en brazos, acogerá en su regazo a las ovejas paridas y él mismo cargará con ellas. En efecto, por su piedad y compasión interiores el pastor piadoso no sólo lleva en su regazo a los corderos incapaces de marchar, lleva, asimismo, sobre sus hombros a las ovejas paridas, enseñando, así, al pastor de la Iglesia a saber prestar su auxilio a la debilidad de las ovejas en virtud de su piedad y compasión interiores. En el cuarto capítulo del Génesis se dice: Has de saber, Señor, que tengo conmigo tiernos niños pequeños y ovejas y vacas preñadas, y si las hago esforzarse más en la marcha, en un solo día morirán todos los a b
Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 23-24. Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 23-24.
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rebaños (Gén. 33, 13)a. En cuanto al tercero, dice Lucas: Había en esa misma región unos pastores que permanecían vigilantes y montaban guardia durante la noche custodiando su rebaño (Luc. 2, 8). Se dice de ellos que permanecían vigilantes y montaban guardia en la medida en que por medio de su vigilia se elevan hasta Dios y por medio de su guardia descienden junto al pueblob. “Debe también apacentar con el auxilio, y esto con un auxilio de tres clases: temporal, corporal y espiritual. En cuanto al primero, dice Juan, capítulo sexto: Apaciente cada uno a aquellos que dependen de él (Jer. 6, 3). En efecto, quienes aman las riquezas terrenales más que a sus ovejas, pierden merecidamente el nombre de pastor. En cuanto al segundo, dice Juan: El buen pastor da su vida por sus ovejas (Juan 10, 11), pues, si se presenta la necesidad, debemos aceptar la muerte corporal a cambio de la salvación de los fieles. En cuanto al tercero, dice Amós: Como si un pastor salvase dos patas o la punta de la oreja de un animal de las fauces del león, así se salvarán los hijos de Israel que habitan en Samaria (Am. 3, 12). El nombre de esta ciudad significa ‘guardia’, porque los pastores que guardan a sus feligreses protegiéndolos con sus oraciones consiguen salvarlos del poder de los demonios. En el primer se dice: Apacentaba tu siervo el rebaño de tu padre y venía el oso, etc. (I Rey. 17, 34)c. “Pero, por desgracia, muchos pastores no apacientan su rebaño. En efecto, los ignorantes no lo apacientan con la palabra, los mundanos no lo apacientan con el ejemplo, los codiciosos no lo apacientan con su auxilio. Dice Isaías: Los pastores no comprendieron, por eso no apacientan con la palabra, además todos ellos se apartaron de su camino, es decir, siguiendo aquello que les agrada, por eso no apacientan con el ejemplo, todos y cada uno se apartaron de él por la dureza de su corazón, por eso no apacientan con el auxilio, desde el último hasta el primero (Is. 56, 11). Que interprete esto a su manera el que quiera. Pero, donde no se hace ninguna excepción, no se hace tampoco ninguna distinciónd: Yo soy uno de ellos y estoy en medio de vosotros, como el que sirve (Luc. 22, 27). Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 24. Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 25. c Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 25. d Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 25. a
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“Así pues, los ignorantes no enseñan con la palabra, pues la palabra de reprensión ha sido convertida en perdón, llegando por ello a ser motivo de corrupción, la palabra de exhortación, convertida en silencio, la de consuelo, en reprensión. En cuanto a lo primero, dice Joel: Mi pueblo se ha convertido en un rebaño perdido, sus pastores lo han extraviado (Jer. 50, 6), lo que ocurre cuando los pastores no castigan a los publicanos y a los notorios pecadores, sino que los defienden por lo que respecta a sus pecados y absuelven a los excomulgados contra las reglas del derechoa. “En cuanto a lo segundo, dice Juan: No hay quien despliegue ya mi tienda, ni hay quien ponga en pie mis pieles, pues mis pastores han actuado como necios y no han buscado al Señor. A causa de ello no han mostrado ninguna inteligencia y todo su rebaño se ha dispersado (Jer. 10, 20-21). Así se lamenta el Señor. No hay quien amplíe la Iglesia de Dios en la fe, ni la extienda en la caridad, pues sus pastores actúan como necios y carecen de buenas obras. No buscan a Dios por carecer de piadosos propósitos y no muestran inteligencia por no comprender el peligro que corren por no haberse entregado a una enseñanza provechosa. Y su rebaño se dispersa bien porque se separa de la unidad de los sacramentos, bien porque se aleja del camino de Dios y de los mandamientos, bien porque renuncia a la esperanza de las promesas eternasb. “En cuanto a lo tercero, dice Zacarías: Toma los útiles del pastor necio, pues he aquí que he de suscitar en la tierra un pastor que no se ocupará de las ovejas perdidas, ni saldrá en busca de las extraviadas ni curará a la enferma, y no alimentará tampoco a la que esté sana, y comerá la carne de las que estén bien cebadas y les arrancará las uñas (Zac. 11, 15-16). Los útiles de los pastores son sus ropajes y el morral, es decir, la palabra de la predicación en la memoria; el arco en un extremo, es decir, el celo acompañado de prudenciac; el bastón Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 26. Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 26. c Es posible que en estas últimas expresiones haya un problema de transmisión, pues en la fuente se lee algo bastante diferente, a saber: “Los útiles de los pastores son el pan en el morral, es decir, la palabra de la predicación en la memoria; el perro sujeto con la cadena, es decir, el celo acompañado de prudencia”, vid. Guibert de Tournai, Sermo In synodis 3, p. 26. a
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junto con la varaa, es decir, una firme autoridad y una mesurada reprensión; el cuerno junto con la flauta, es decir, el temor al Juicio Final y la esperanza puesta en la dulzura de la compasión divinab. “Todo esto es arrebatado al pastor ignorante y necio. En efecto, éste no se ocupa de las ovejas perdidas, es decir, no exhorta a los pecadores a la penitencia; no sale en busca de las ovejas extraviadas, es decir, no lleva de regreso al buen camino a los que se alejan de él; no cura a la enferma, es decir, no asiste a los que sucumben a las tentaciones; no alimenta a la que está sana, es decir, no confortan a los que progresan espiritualmente; come la carne de las que están bien cedadas, es decir, convierte en su amo a las riquezas de la vida en este mundo; y les arranca las uñas porque suprime de los corazones los lazos del amor y todo lo divide. Y se cumple así aquello del Génesis: Maldicen los egipcios a todos los pastores de ovejas (Gén. 46, 34), pues raramente se encuentra en alguna parte un fiel que desee purificar su alma con la confesión y escuchar a su sacerdotec. “Así pues, esta clase de pastores no apacientan con la palabra. De un modo semejante, los mundanos no apacientan con el ejemplo, sino que, por el contrario, rechazan el ejemplo de la penitencia con su voluntad, el de la piedad con su falta de fe, el del celo y la aplicación con su incuria y su dejadez. Respecto a lo primero, dice Zacarías: Contra los pastores recae mi cólera y a los machos cabríos castigaré (Zac. 10, 3). El macho cabrío es un animal desvergonzado e inmundo, es el pastor mundano y lascivo por el desorden de sus apetitos carnales e inmundo por la concupiscencia de su lujuria. Contra ellos se levanta la cólera de Dios en la vida presente, como se pone de manifiesto por su repugnancia, y los castigará en la vida futura con la condena de su cuerpo y de su almad. Respecto a lo segundo, esto dice el Señor a los pastores en Ezequiel: Mandabais sobre mis ovejas con violencia y dureza (Ez. 34, 4), y sigue: Golpeabais los pechos más elevadose con vuestros costados y vuestros lomos Cfr Salm. 22, 4. Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 26. c Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 26-27. d Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 27. e Por corrupción de la fuente se lee “in summa pectora” en el original latino, frente a las formas esperables “infirma pecora”, esto es, “las ovejas débiles”. La leca
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hasta dispersarlos fuera, y los atacabais con vuestros cuernos (Ez. 34, 21). En el mando se representa la arrogancia; en los lomos y en los costados, la ostentación y la soberbia; en el ataque con los cuernos, la vinolenciaa. Respecto a lo tercero, se dice: Se durmieron los pastores junto con el rey Asur (Nah. 3, 18). Asur significa ‘criatura vigilante a la hora de tentar’, es decir, el diablo, que es una criatura de Dios. Estos pastores no se muestran vigilantes ante él, sino que se duermen por incuria, o bien bajo el pretexto de otras obligaciones se ausentan. Dice Zacarías: ¡Ay del pastor, y del que es una vana imagen de éste, que descuida a su rebaño! (Zac. 11, 17) Sabemos que las vanas imágenes no valen nada y que este tipo de pastores no tienen cabida en la Iglesiab. “Así pues, los pastores mundanos no apacientan con el ejemplo. De un modo semejante, los codiciosos no apacientan con el auxilio temporal, pues son ladrones y saqueadores; ni con el corporal, pues son asesinos; ni con el espiritual, pues son traidores. Respecto a lo primero, dice Ezequiel: Os alimentabais de leche y de las ovejas más lanudas, matabais a las que estaban bien cebadas y no apacentabais mi rebaño (Ez. 34, 3). He ahí un latrocinio manifiesto, como dice el apóstol: ‘Concédase en derecho que, si estás al servicio del altar, vivas del altarc, pero no que lleves una vida de lujo a costa del altar y adquieras frenos dorados y sillas de montar policromadas. En efecto, cualquier cosa que cojas al margen de lo necesario para alimentarte y vestirte es un sacrilegio, un latrocinio, una rapiña’d. Respecto a lo segundo, así dice Zacarías, a saber: Los pastores mataban y exterminaban sus ovejas y las vendían, diciendo… (Zac. 11, 5) Estos pastores llevan literalmente a la muerte a sus ovejas, pues nunca se levantan de la cama o de la mesa para administrar los sacramentos, despreocupándose del peligro que aquéllas puedan correr, mientras ellos tengan, no obstante, sus testamentos y lega-
tura “pectora”, no obstante, por más que sea errónea, se lee en parte de la tradición manuscrita de la fuente, vid. Burghart, “Du sermon-modèle”, p. 28 n. 236. a Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 27-28. b Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 28. c Cfr I Cor. 9, 13. d Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 28.
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dosa. Respecto a lo tercero, dice Jeremías: ¿Quién habrá semejante a mí? ¿Quién aguantará con firmeza ante mí? ¿Dónde está ese pastor capaz de hacer frente a mi mirada? (Jer. 49, 19; 50, 44) En efecto, no son capaces de hacer frente a la ira del Señor por medio de oraciones y auxilio espiritual, y son traidores porque no luchan, sino que, por el contrario, huyen del combate; porque reciben el salario que corresponde a un soldado y, cuando comienza la batalla, huyen. Dice Juan en el capítulo décimo: El asalariado y el que no es pastor, etc. (Juan 10, 12) De acuerdo con esto la finalidad de nuestro ministerio es, ciertamente, la demostración de nuestra voluntaria servidumbre y por eso se dice tus siervos (Gén. 47, 3), hablando de los pastores. De ahí que se diga en el capítulo vigésimo noveno del Génesis: Sirvió Jacob por Raquel durante siete años, y le parecieron sólo unos pocos días en virtud de la grandeza de su amor (Gén. 29, 20). Este tercer aspecto supone la conformidad de nuestras vidas con las de los antiguos padres a partir de la imitación de su santidad. En efecto, todos ellos apacentaron su rebaño de acuerdo con lo que se dice en el evangelio: Asemejaos a vuestro padre Abraham, etc. (Is. 51, 2). Y del mismo modo que ellos vivieron en la excelencia de la santidad, así también debemos hacerlo nosotros imitando sus obras, Oseas: Vi en lo más alto a sus padres (Os. 9, 10). Que allí nos, etc.” b. (10) Y finalizado el sermón, se levantó cierto hebreo entre los arrianos que mantuvo una discusión con Braulio en torno a la Trinidadc. A continuación, una vez que se hubo hecho el más absoluto silencio, cierto judío que profesaba la perfidia arriana dijo a Brauliod: “¿De qué modo crees en Dios Padre?”. Braulio respondió: “Creo en Dios Padre todopoderoso”. El judío le dice: “Dices bien, y estoy de acuerdo contigo en ese punto, pero no es oportuno que Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 28-29. Guibert de Tournai, Sermo in synodis 3, p. 29. c Esta supuesta discusión (cap. 10-21) reproduce íntegramente un Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214) anónimo que puede fecharse en el siglo xiii. En algún pasaje en concreto, no obstante, el autor de esta Vita aduce alguna otra fuente, que será indicada en su momento. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 13-18. a
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añadas: ‘Y en Jesús, su Hijo’”. Braulio responde: “Y creo asimismo en Jesús, y que es unidad de unidad y uno solo con el Padre”. El judío le dijo: “Lo que dices no puede ser, pues es imposible que Dios tenga un Hijo”. Braulio respondea: “¡Oh hebreo herético, no entiendes esto!”. El hebreo le dice: “¿Crees que Dios es todopoderoso?”. Braulio responde: “Lo creo”. El hebreo le dice: “No es suficiente”. Braulio responde: “Es necesario, ¡oh desdichadísimo y herético hebreo!, que sepas esto, que creas en ello y que lo reconozcas”. El hebreo le dice: “No lo creo así”. Braulio le dice: “No es suficiente. ¿Crees que es bondadoso?”. El hebreo le dice: “Así lo creo” b. Y dice Braulio: “Nuestra fe denomina y llama ‘poder’ al Pac dre . De ahí que diga Salomón: Yo, la Sabiduría, salí de la boca del Altísimo la primera, engendrada antes que cualquier otra criatura. Yo hice que saliese en los cielos una luz inextinguible (Sir. 24, 5-6)d. Cuando Él daba firmeza a los cielos (Prov. 8, 27), yo estaba a su lado, disponiendo todo en su lugar (Prov. 8, 30). Y llama ‘sabiduría’ al Hijoe. De ahí que diga David: Contigo el principado en el día de tu poderío, etc. (Salm. 109, 3). Y llama ‘querer’ al Espíritu Santof. De ahí que diga Isaías: El espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres (Is. 61, 1). Dice Moisés en el libro del Génesis: El espíritu del Señor se cernía sobre las aguas (Gén. 1, 2). “La sabiduría de cada uno de los hombres es su Hijo. ¿Te parece que esto es así? Y estos tres, es decir: el Padre, el Hijo y el Espíritu En este párrafo, tal y como se ha transmitido en el único manuscrito que conserva esta obra, se mezclan las palabras de Braulio con las del judío, si se compara con la fuente, un Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214) de autoría incierta, conservado en dos manuscritos, dice lo siguiente, que traduzco a partir del original latino: “El cristiano dice: ‘¡Oh desdichado, no entiendes esto. ¿Crees que Dios es todopoderoso? – ‘Así lo creo’. – ‘No es suficiente, pues es necesario que sea sabio. ¿Lo crees así?’. – ‘Lo creo’. – ‘No es suficiente. Es necesario que sea bondadoso. ¿Lo crees así?’. – ‘Lo creo’” (ed. Martín-Iglesias, p. 61 lín. 19-25). b Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 19-25. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 26. d Esta cita podría haberse tomado del Opus contra Varimadum Arianum (CPL 364) del Ps. Vigilio de Tapso, 1, 12 (p. 26, 26-27, 37). e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 26-27. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 27. a
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Santo, son un solo Diosa. De ahí que diga Moisés en el libro del Levítico: El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, Él me ha enviado ante ti (Éx. 3, 15). “Te pruebo que esto es así por medio de una comparación. En el sol hay tres elementos, a saber: la materia, el fulgor y el calor, y, no obstante, hay un solo sol. Y del mismo modo que el sol entra en la casa por una ventana de cristal y no se ve mancillado ni dividido, sino que, por el contrario, el sol permanece intacto, así también la Sabiduría de Dios se encarnó en la Virgen y, mientras se hallaba en la Virgen, se encontraba en el cielo, como el sol, y la Virgen permaneció inmaculada al igual que la ventana de cristal no fue corrompida por el solb, puesc del mismo modo que con ocasión de la entrada y salida a través de ella del sol la ventana de cristal permanece intacta, así también la entrada y la salida de la divinidad no mancilló en modo alguno a la Virgen María. “He aquí otro ejemplo. Mira la cítara y cómo consiguen hacer brotar con dulces sones el canto de este instrumento el arte, la mano y las cuerdas, operando al mismo tiempo. La mano toca con arte, las cuerdas resuenan, los tres elementos actúan al mismo tiempo, pero sólo las cuerdas producen el sonido que se oye, y así como la producción del sonido atañe únicamente a las cuerdas, así también la asunción de la carne atañe únicamente al Hijo. “¡Oh hebreo!, ¿qué es lo que dices? Parece que dices que Dios no tiene un Hijo. Te lo pruebo, asimismo, por medio del profeta David, que dijo: El Señor me ha dicho: ‘Tú eres mi hijo’ etc. (Salm. 2, 7). Y también por medio de Salomón, que dijo: Oh Tú, Creador, que todo lo has creado, ¿quién eres Tú y quién es tu Hijo? Así pues, tiene un Hijod. “Y dijo Salomón: La Sabiduría se ha hecho una casa que tiene siete columnas (Prov. 9, 1). Asimismo, tal y como dice Isaías: Brotará un renuevo, etc., hasta: espíritu de temor del Señor (Is. 11, 1-3). El renuevo es la bienaventurada Virgen María, el vástago es Cristo, Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 28-29. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 30-34. c El final de este párrafo y todo el siguiente están inspirados por el Sermo in diem s. Mariae (CPL 1251) del Ps. Ildefonso de Toledo, cap. 5 y 3, respectivamente. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 35-38. a
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las siete columnas de la casa de Cristo a las que se refiere Salomón son los siete dones del Espíritu Santoa. “Te lo pruebo, asimismo, por medio de Nabucodonosor, quien, tras arrojar a tres jóvenes al horno, dijo: Veo a un cuarto y parece el Hijo de Dios (Dan. 3, 92). Así pues, tiene un Hijob. “Daniel nos ha dejado este testimonio de gran autoridad: Yo, Daniel, vi que se aderezaban los cielos y que se sentaba sobre ellos un anciano de muchos días, cuyas vestiduras eran albas como la nieve y sus cabellos, blancos como la lana, cuya casa era de fuego y todo lo que la rodeaba era también de fuego, de su rostro manaba un río de fuego, y lo servían mil millares de ángeles (Dan. 7, 9-10). Y yo, Daniel, vi, asimismo, en una visión cómo venía el Hijo del hombre sobre las nubes del cielo y se sentaba junto al Creador, y recibió del Creador el poder sobre todas las cosas, y todos los pueblos lo servían, y su reino no tendrá fin (Dan. 7, 13-14)c. “Bien sabes que no se puede ver a Dios sino bajo alguna forma concreta. En primer lugar, se apareció a Adán en el paraíso bajo una forma humana, diciéndole: ¿Dónde estás, Adán? (Gén. 3, 9). A continuación, se apareció a Abraham bajo la encina de Mambré, cuando éste vio a tres varones y adoró a uno de ellos como símbolo de que sólo hay un Dios, diciendo: ¿Señor, así quieres perder al justo como al injusto, Tú que eres el Señor del cielo y de la tierra? (Gén. 18, 23). Así pues, creía que aquél era Dios mostrándose bajo una apariencia humana, y éste inmediatamente desapareció de su vistad. “A continuación, se apareció a Jacob junto al río Fanuel y se bañó con él bajo una apariencia humana, y, cuando éste le pidió su bendición, le impuso este nombre: ‘Israel’e, que significa: ‘el varón que ve a Dios’. Y Jacob llamó a ese lugar ‘Fanuel’, que quiere decir: ‘el lugar que ve a Dios’. Y a continuación se apareció a Moisés en
Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 39-42. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 43-45. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 46-52. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 53-59. e Cfr Gén. 32, 24-30. a
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una zarzaa, y le dijo: ¿Quién eres Tú? – Yo soy ‘ helie pharacie’ b (Éx. 3, 13-14), que significa ‘Yo soy el que soy’c. “A continuación, se apareció a Manué, padre de Sansón, en el campod, y le dijo: Tendrás un hijo a quien llamarás Sansón, que liberará a Israel de los filisteos (Juec. 13, 5). Y dijo Manué: Señor, ven conmigo a casa y te daré de comer (Juec. 13, 15). Y fue con él, y le lavó los pies, y le sirvió tortas cocidas con cabrito, y tenía en su mano un bastón con el que tocó las tortas. Y de inmediato se levantó un gran fuego y desapareció de su vista. Manué, estupefacto, dijo: Moriremos (Juec. 13, 22). Pero su mujer le respondió: Si Dios quisiese matarnos, ¿por qué hablaría con nosotros? (Juec. 13, 23)e. “Nosotros sabemos y creemos que Dios se apareció bajo esas formas, pues los mortales no pueden verlo de ningún otro modo. Esas formas no eran auténticas, pero sí era auténtica aquella otra que tomó naciendo de la bienaventurada Virgen. Así pues, judío y desdichadísimo hereje, reconoce que Cristo encarnado es Dios. Y nosotros creemos que en aquella carne que tomó naciendo de la bienaventurada Virgen María estaba la Sabiduría de Dios, es decir, el Hijo de Dios, y, al tiempo que estaba en ella, se encontraba, asimismo, en el cielo. Así pues, cree que estás sometido a Dios, adora a quien adoramosf. “Y Dios no quiso adoptar la forma de ninguna otra criatura en la que aparecerse, sino únicamente la del hombre, tal y como se apareció en primer lugar a Adán, luego a Abraham, luego a Jacob, y luego a Moisés en una zarza, y no bajo ninguna apariencia, sino por medio de su voz. Y esta voz nació de Dios, pero no fue Dios, Cfr Éx. 3, 2. Es una expresión hebrea con ortografía latina, pero incomprensible para los copistas y, de ahí, que haya resultado deformada durante la transmisión del texto. Ya en el Tractatus contra Iudaeos que sigue aquí el autor de esta Vita la expresión aparecía corrompida (ed. Martín-Iglesias, p. 63 lín. 65), vid. Hernando Delgado, “Tractatus” p. 29 n. 4 del cap. 2, quien señala que el texto hebreo que subyace debía ser: “Eheié asher eheié”, que es la expresión hebrea correspondiente a “Yo soy el que soy”. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 60-66. d Cfr Juec. 13, 11. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 67-73. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 74-80. a
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sino que Dios estuvo en ella, y Moisés supo que Dios estaba en ella. Y tú ves que esos primeros padres adoraron a Dios bajo esas formas, no queriendo que Dios se apartase del hombre, y, no obstante, esas formas eran evanescentes. Así también nosotros adoramos a Dios bajo la forma de Cristo, y se apareció bajo esta forma como si fuese superior a las demás y más noble, y bajo ella ha de venir a juzgar a vivos y muertosa etcb. (11) De que no debe llevarse a cabo la circuncisión de la carne. “Dios entregó a Moisés una ley que contenía seiscientos trece preceptos, y éstos no le fueron entregados sin motivo. Queremos hablar ahora de algunos de ellos, no de todos, como, por ejemplo, de la circuncisión. Dejaremos de momento a un lado los restantes, de los que nos ocuparemos a su debido tiempo. De todos esos preceptos, no observas sino tres, a saber: la circuncisión, el sábado y la Pascuac. “Y quiero demostrarte que uno de los tres, esto es, la circuncisión, es nulo y carece de valor, de lo que es testimonio Jeremías, quien dice: A los varones de Judá y de Jerusalén: Adoptad una nueva costumbre en vuestra forma de comportaros y no sembréis entre espinas. Circuncidaos por amor al Señor, vuestro Dios y el Creador, retirad el prepucio de vuestros corazones, varones de Judá y de Jerusalén, no sea que se levante mi cólera como un fuego, pues no habrá entonces quien escape de ella (Jer. 4, 3-4). Así pues, quien se circuncida es como el que siembra entre espinas, pues no espera obtener ningún fruto. Y ésta fue la nueva costumbre a la que me he referido más arriba, a saber: que recibiesen el bautismod. “Y en otro pasaje dice Jeremías: Todos los pueblos conservan el prepucio de su carne, pero Israel conserva el de su corazón (Jer. 9, 26). Por estas palabras sabemos que la circuncisión del corazón es más grata a Dios que la de la carne. En efecto, Dios bendijo a Abrahame, y éste aún no estaba circuncidado, y fue llamado ‘amigo de Dios’ f. Y no se nos ha dicho: Abraham se circuncidó y fue amigo de Cfr Hech. 10, 42; II Tim. 4, 1; I Pedr. 4, 5. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 81-88. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 89-93. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 94-101. e Cfr Gén. 12, 2-3. f Cfr Gén. 15, 6. a
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Dios, sino: Creyó Abraham y fue amigo de Dios (Gén. 15, 6). Y Dios lo salvó de la destrucción y de la ruina de Sodoma y Gomorraa. Y yo te pruebo esto mismo por medio de Lot, quien no se circuncidó, pero por la circuncisión de su corazón salvó Dios a Lot del fuego que arrasó Sodoma y Gomorrab, y no estaba circuncidadoc. “Y sobre la circuncisión del corazón dijo David: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (Salm. 109, 4), y Melquisedec no estaba circuncidado. Y no dijo: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Aarón, que estaba circuncidado. Y en virtud de la circuncisión de su corazón, salvó el Señor asimismo a Noé con ocasión del diluvio. Y dijo a éste el Señor: Te he visto comportarte como un hombre justo ante mí en todos tus actos (Gén. 7, 1), y no estaba circuncidado. Y no dijo Dios: Te he visto comportarte como un hombre justo y circuncidadod. “Por la circuncisión de su corazón aceptó Dios el sacrificio de Abele, y éste no estaba circuncidado. Y por la circuncisión de su corazón dijo Dios a Jacob en el vientre de su madre: Amo a Jacob y aborrezco a Esaú (Mal. 1, 2-3; Rom. 9, 13). Y por la circuncisión de su corazón dijo a Jeremías en el vientre de su madre: Antes de que salieses por la vulva, etc. (Jer. 1, 5). ¿No ves que fue santificado en el útero de su madre y no estaba circuncidadof? “Puedes ver, entonces, que todos éstos alcanzaron la salvación y no debido a la circuncisión. Así pues, vemos que la circuncisión no resulta de ningún interés ni para ti ni para los demás. Por lo tanto, la circuncisión no vale nada, puesto que no es de ninguna utilidad para nadieg. “Y puso Dios su nombre a Sansón en el vientre de su madre, diciéndole: Bendito eres (Juec. 13, 24), y no estaba circuncidado. Y te lo probaré, asimismo, por el hecho de que Melquisedec era sacer-
Cfr Gén. 18, 16-33. Cfr Gén. 19, 1-29. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 102-109. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 110-115. e Cfr Gén. 4, 4. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 116-121. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 122-124. a
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dote de Dios, y Abraham le dio el diezmoa, y no estaba aquél circuncidado. Y dijo también Dios al profeta Balaam que bendijese a los hijos de Israelb, y no estaba circuncidado. Y todo ello lo incluyó Moisés en su libro, que leen los judíos y lo tienen entre sus lecturas sagradas. Así pues, si la circuncisión tiene algún valor, ¿por qué leéis al profeta Balaam, que no fue circuncidado? El Señor lo eligió como profeta suyo. Y dice el profeta Ezequiel: La circuncisión del corazón entra en mi casa, y no la circuncisión de la carnec. “Y si alguien objetase a este respecto por qué razón, entonces, Cristo se circuncidó y cambió el sábado por el domingo, que se le dé la siguiente respuesta: para que todo aquello que había sido profetizado sobre Cristo se cumpliese cuando él llegase y pusiese fin en su propia persona a la circuncisión de la carne, y porque tenía el mandato de ser el principio de ello. Y así, cumplió la ley Mosaica para que se cumpliesen en él las palabras de los profetas y llegase a su fin la ley de los judíos, pues todo lo que había sido prescrito a los judíos, fue prohibido a los gentiles, pues, si hubiese actuado de otro modo, los judíos le habrían echado en cara de inmediato que actuaba contra la ley. Y así, Cristo cumplió la ley antigua y dio inicio a la nueva leyd. “Y si alguien preguntase por qué razón Dios ordenó a Abraham circuncidarse a la edad de noventa y nueve añose, que se le dé la siguiente razón: porque Dios es el hacedor de todo lo que existe y conoce todo lo pasado, lo presente y lo futurof, y sabía que de la semilla de Abraham nacerían quienes lucharían contra gentiles y morirían, y no conocerían a sus muertos a no ser por esta señal, porque todos y cada uno de ellos estaban circuncidados, y por este motivo les fue prescrita la circuncisión y no por otra causag. “Y Josué, hijo de Nun, permaneció en el desierto con los hijos de Israel durante cuarenta añosh, y Dios todopoderoso les envió el Cfr Gén. 14, 18-20. Cfr Núm. 22-24. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 125-132. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 133-140. e Cfr Gén. 17, 24. f Cfr I Juan 3, 20. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 141-147. h Cfr Núm. 14, 33. a
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maná desde el cieloa, y sin embargo, ellos no estaban circuncidados. Y una vez que se circuncidaron, no tuvieron maná, sino que trabajaban con sus manos y no conseguían alimentos sino a costa de grandes esfuerzos. Y, a continuación, cuando los gentiles quisieron enfrentarse a Josué y a los hijos de Israel en el campo Atio, dicen las Escrituras que dijo Dios al profeta Josué: Reúne a todos los jóvenes de veinte años que sean aptos para el combate. Y los reunió y no quiso entrar en combate hasta que todos ellos estuvieron circuncidados con objeto de que se distinguiesen de los demásb. “Así pues, ya sabes que se llevó a cabo esta circuncisión y que aquéllos fueron circuncidados con cuchillos de pedernalc para que mediante esta señal reconociesen a sus muertos entre los demás. Así pues, ya sabes que esta circuncisión se llevó a cabo por esta razón y no por ninguna otra. Por lo tanto, es evidente que la circuncisión es inútil y que no debe seguir practicándosed. “Y Tobías, dondequiera que encontraba muertos, al verlos circuncidados, los enterraba y los veneraba, y de los otros no se preocupabae. Y has de saber que por esta razón fue dada la circuncisión: porque, cuando los judíos tenían un rey y pontífices y luchaban con los gentiles, eran reconocidos por esa marca. Y ésa es la utilidad de la circuncisión de los judíos. Pero éstos, al carecer en nuestros días de aquello que hemos señaladof, son malditos ellos y su linaje, y han sido dispersados por las cuatro partes del mundo, y no tienen ya necesidad de la circuncisión, dado que no luchan contra nadie. Has de saber que este mandato de la circuncisión fue dado con razón y que Moisés lo suprimió, pues, mientras vagaba durante cuarenta años por el desierto con los hijos de Israel, no quiso que se circuncidasen, dado que no tenían necesidad de esa marca, siendo así que no luchaban contra nadieg. Cfr Éx. 16, 31-35. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 148-156. Para la última expresión, cfr Jos. 5, 2-9. c Cfr Jos. 5, 2. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 157-160. e Cfr Tob. 1, 20-21. f Se refiere el autor al bautismo. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 161-170. a
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(12) De que no debe celebrarse el sábado según la tradición judaica. “Has de saber que la ley fue dada por un motivo concreto y que ese motivo ya no existe. En ella fueron incluidos seiscientos trece preceptos. De entre éstos, unos tenían algún sentido, otros ninguno. Otros eran tan oscuros que nadie los entendía. Algunos han ido dejando de tener sentido con razón, y uno de esos preceptos es el del sábadoa. “Y quiero probarte que ello ha sido justo por una razón: porque Dios quebrantó el sábado, pues el domingo hizo el cielo y la tierrab, y así, sucesivamente, hizo todo lo que existec. El día del viernes hizo al hombred, y tú dices que el sábado descansóe, en consecuencia, el trabajo causaba fatiga a Dios, lo que es de todo punto ajeno a Dios, pues por la palabra del Señor fueron consolidados los cielos (Salm. 32, 6). Y si te mantienes en tu postura, te probaré que Dios trabajó incluso más el sábado, pues ese día santificó todo lo que había hechof. Así pues, quebrantó el sábadog. “Y te doy otra prueba de que no se debe conservar la fiesta del sábado sino por un motivo en concreto. Sabes bien que Josué, hijo de Nun, cuando llegó a Jericó con los hijos de Israel, puso cerco a Jericó, y le dijo Dios: Da una vuelta en torno a la ciudad con los sacerdotes y los levitas y con el arca de la antigua alianza (donde se guardaban las reliquias), proclamando la ley con acompañamiento de trompetas. Y haz esto una vez al día durante seis días, y el séptimo día hazlo siete veces (Jos. 6, 3-4). Y así se hizo, y se vinieron abajo las murallas y conquistaron la ciudadh. En consecuencia, el profeta Josué quebrantó el sábado junto con los hijos de Israel. ¿Por qué tú, entonces, lo observasi?
Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 171-175. Cfr Gén. 1, 1. c Cfr Gén. 1, 1-31. d Cfr Gén. 1, 26-27; 1, 31. e Cfr Gén. 2, 2. f Cfr Gén. 2, 3. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 176-181. h Cfr Jos. 6, 5. i Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 182-188. a
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“Te doy prueba de ello por medio de Elías, que, huyendo por temor a Ajaba, se quedó dormido en un lugar bajo un tamarisco, y se acercó a él un ángel y lo despertó, y encontró una vasija llena de agua y un panb, y le dijo el ángel: Come de este pan y bebe de esta agua y, con la fuerza que te proporcionarán este pan y esta agua, te dirigirás durante cuarenta días hasta Oreb, la montaña de Dios (III Rey. 19, 7-8). Por lo tanto, caminó en sábadoc, pues en un período de cuarenta días consecutivos hay cuatro sábados. “Te probaré, asimismo, todo esto por medio de este otro ejemplo que encontramos en el libro de los Macabeos: cuando vinieron los gentiles y atacaron a los judíos en sábado, dado que éstos observaban el sábado, fueron derrotados por sus enemigos. A continuación, cuando los enemigos quisieron someter a los judíos en sábado, fueron vencidos por estos últimos, pues el Señor por medio de un ángel había anunciado a los judíos que se defendiesen en sábado, diciéndoles: En tiempo de guerra no observéis el sábadod. Así pues, quebrantó el sábadoe. “¿En caso de que tu hijo caiga en un pozo en sábado, lo sacarás de él o nof? Si dices que no, me parece que mientes y que serás un asesino. Y en el caso de que lo saques de él, quebrantas el sábado. Así pues, debes entender que el precepto del sábado no fue impuesto sino por un motivo en concreto y que, una vez que ha dejado de existir ese motivo, ha dejado de tener vigencia el precepto del sábadog. “La ley fue dada a Moisés. Moisés la dio a los hijos de Israel y les enseñó el alfabeto. Como un maestro enseñó a sus discípulos, y no obstante, éstos no dejaban de entregarse a los placeres y de adorar a los ídolosh, porque no conocían a su Creador. A continuación, Josué, hijo de Nun, los enseñó a mantener su palabrai. A continuaCfr III Rey. 19, 3. Cfr III Rey. 19, 5-6. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 189-193. d El episodio en I Mac. 2, 32-41. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 194-199. f Cfr Luc. 14, 5. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 200-203. h Cfr Éx. 32, 6. i Cfr Jos. 24, 25-27. a
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ción, el profeta David les enseñó los juiciosa y las costumbres justas, es decir, de qué modo conducirse en la vida. A continuación, Moisés y los profetas profetizaron la venida de Cristo y dijeron que con la venida de Cristo se daría cumplimiento a la ley y que entonces habría perfectos mártiresb. (13) De la venida de Cristo y de la nueva ley. “¡Oh hebreo incrédulo, no quieres creer en la venida de Cristo ni que con su venida ha sido establecida una nueva ley! Quiero probarte la nueva ley por medio de Moisés, el primer profeta, a quien Dios dijo: Suscitaré un profeta entre tus hermanos como lo he hecho contigo, y pondré en él mi palabra, y a aquel que no lo escuche, lo expulsaré de mi pueblo (Deut. 18, 18-19). Tú debes creer que ese profeta es Cristo. Pero dices, ¡oh incrédulo!, que Moisés dijo: A cualquier profeta que surja entre vosotros y os hable contra aquello que yo os dije cuando os saqué de Egipto, matadlo, pues quiere alejaros de Dios, vuestro Creador, y que os convirtáis a los ídolos (Deut. 13, 1-2; 13, 5)”c. El hebreo respondió: “Te concedo que Moisés dijo esas palabras, pero tú no las entiendes correctamente”d. Braulio le dijo: “Voy a probarte que con la llegada de ese profeta, es decir, Cristo, debía surgir una nueva ley, diferente de aquella que fue dada a Moisése. “Te lo pruebo por medio del profeta Jeremías, que dijo: He aquí que llegará el día, dice el Señor, en que estableceré una nueva alianza con Israel y Judá, y no será como aquella que hice con vuestros padres, cuando los liberé de la tierra de Egipto (Jer. 31, 31-32). Así pues, el Señor nos ha dado una nueva ley, y yo tengo esa ley y soy Israelf. “Te lo pruebo por medio de otro profeta, en este caso, Isaías, pues, del mismo modo que dio una nueva ley, así también dio nuevos nombres, quien dijo: Os llamé y no quisisteis escucharme, hicisCfr Salm. 118, 108. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 204-210. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 211-219. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 220. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 221-222. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 223-226. a
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teis siempre lo que es malo a mis ojos y obrasteis contra mi voluntad. Y por esta razón dice Dios, nuestro Señor, a Israel: He aquí que mis siervos comerán y vosotros pasaréis hambre. Ellos beberán y vosotros tendréis sed. Y gozarán de alegrías y vosotros sufriréis aflicciones. Y a vosotros os aniquilará el Creador y yo designaré a mis siervos con otro nombre (Is. 65, 12-15)a. “¡Oh hebreo incrédulo!, no crees que yo tengo este nombre, no ves que yo he sido bendecido en la tierra por el Dios del cielo, tal y como dice Isaías: Quien es bendecido en la tierra es bendecido por el Dios del cielo (Is. 65, 16). Asimismo, te digo que tú no tienes este nuevo nombre ni esta ley. El que tiene uno y otra está lleno de felicidad. Así puesb, uno que se convirtió de vuestra ley a Cristo ayer fue llamado Abraham, hoy Juan. Concedec o niega si los profetas dijeron todo esto, di si hay una nueva ley o si debe haberla. Si dices que la hay, yo soy Israel, yo, que tengo esa ley. Si dices que no la hay, en ese caso, la que tú tienes carece de valor alguno, pues se os arrebatará a vosotros y se entregará a los cristianos recientemente convertidos a la fe. “Y te digo que, del mismo modo que prometió nuevos nombres al pueblo de Israel, así también prometió a los suyos un nuevo nombre y una nueva lenguad. Te lo pruebo por medio del profeta Isaías, que dice: De Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra del Señor (Is. 2, 3). Tú dices bien que a Moisés la ley le fue dada en el monte Sinaíe y que esta ley después de mil años salió de Jerusalén y fue dada a Israel. Así pues, hay otra ley y debemos observarlaf. “Y yo te pruebo por medio de Isaías que, del mismo modo que Dios prometió a Israel una nueva ley, así también prometió una ley a los gentiles, y dijo: He aquí mi siervo, a quien he elegido y acogido bajo mi protección. Y he puesto mi espíritu en él para que anuncie la verdad a los pueblos (Is. 42, 1). Y no parará hasta que impere la Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 227-232. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 233-237. c Desde aquí y hasta el final del párrafo la fuente es de nuevo Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 237-240. d Cfr Is. 62, 2; 65, 15. e Cfr Éx. 31, 18. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 241-245. a
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justicia en la tierra. Y las islas aguardan su ley. Esto dice el Señor todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y dice asimismo: Yo te he salvado y te he entregado a los pueblos como testimonio de mi alianza, pues has abierto los ojos de los ciegos y has sacado de la prisión a los encarcelados y has liberado a los que vivían en tinieblas. Pues yo soy el Señor, tu Dios, y no cederé a otro mi nombre glorioso ni mi gloria, ni los cederé a los ídolos para que me alaben. Todo lo que os he dicho ya se ha cumplido, y os profetizaré otros nuevos acontecimientos y haré que los conozcáis antes de que ocurran (Is. 42, 4-9)a. “He aquí lo que dice Isaías: Todos los sedientos venid a las aguas (Is. 55, 1) y vivirá vuestra alma. Y estableceré una alianza eterna entre vosotros y yo, y os concederé mi misericordia, la que concedí al fiel David. Yo lo he elegido como caudillo y preceptor de los pueblos, y lo adorarán todos los que antes no sabían de él, y los hombres que no lo conocían correrán ante él por amor del Señor, tu Dios y el Santo de Israel, porque te glorificará (Is. 55, 3-5)b. “Dice Jeremías: He aquí que llegará el día, dice el Señor, en que cumpliré la buena palabra que di a la casa de Israel y a la casa de Judá. En ese día y en ese tiempo será la semilla de David una semilla de justicia, y juzgará a la tierra con su justicia. Y en ese día se salvarán Judá y Jerusalén, y vivirán en paz. Éste es el nombre que recibirá: Dios de la justicia. Esto es lo que dice Dios: ‘No faltará en el linaje de David, ni faltará en el trono de Israel, ni faltará entre los sacerdotes un varón ante mí que me ofrezca un sacrificio y un holocausto siempre todos los días’. Y a mí, Jeremías, me llegó la palabra del Señor, que me dijo así: Si es posible que yo destruya mi obra y mi alianza entre el día y la noche de modo que no sea de día o de noche a su debido tiempo, no lo es, sin embargo, que yo haga esto mismo con David, mi siervo, de modo que no haya un hijo suyo sobre el trono ni sacerdotes en Israel que me ofrezcan siempre un sacrificio. Y del mismo modo que el hombre no puede contar las estrellas del cielo ni la arena del mar, así yo multiplicaré el linaje de David y los levitas que me sirven (Jer. 33, 14-22)c. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 246-256. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 257-262. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 263-276.
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“¡Oh hebreo incrédulo!, ¿por qué no crees que por medio del profeta Jeremías Dios dijo estas palabras a la casa de Israel y a la casa de Judá, y que ha sido prometido este bien que anunció a la casa de Israel y a la casa de Judá: que no dejará de haber un rey del linaje de David ni sacerdotes que ofrezcan sacrificios por la eternidada? “Y tú, hebreo, dices que tú eres Israel. Pero yo te pruebo que no eres Israel. En efecto, en el caso de que me des un rey del linaje de David y sacerdotes que hagan eternos sacrificios, te lo concederé; de otro modo, yo soy Israel. Reconoce, en consecuencia, que ese rey del que habla Jeremías es Cristo y que los levitas a los que se refiere son todos los prelados de la santa Iglesia. En efecto, así lo prometió Dios, diciendo: No dejará de haber un rey del linaje de David ni sacerdotes que me ofrezcan un sacrificio por la eternidad (Jer. 33, 17-18)b. “Dice Jeremías: Volved, hijos de Israel, regresando junto a mí, y os amaré. Os recogeré uno a uno de cada ciudad, y de dos en dos de cada familia, y os traeré a Sión. Y os daré pastores según mi corazón y os apacentarán con conocimiento y sabiduría. Y cuando os hayáis multiplicado y extendido por la tierra, en ese día, dice el Señor, nadie dirá ya: ‘¡Ah, el arca de la alianza del Señor!’, ni la traerá a su pensamiento ni se acordará de ella, ni a vosotros os ocurrirá ya ningún mal. En ese tiempo, se llamará a Jerusalén ‘trono del Señor’, y en ella se reunirán todos los pueblos en el nombre del Señor y no se dejarán llevar por la maldad de su perverso corazón (Jer. 3, 14-17)c. “Y dice Isaías: Vosotros, hijos de Israel, seréis recogidos uno a uno (Is. 27, 12). “Y dice Jeremías: He aquí que llegará el día, dice el Señor, en que nadie dirá ya: ‘Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto’, sino: ‘Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra del Aquilón y de todas las tierras a las que los había arrojado, y ha de llevarlos de regreso a su tierra, la que entregó a sus padres’. He aquí que envío muchos pescadores, dice el Señor, y os pescarán. Y a continuación os enviaré muchos cazadores y os cazarán por todos los montes, etc. (Jer. 16, 14-16)d. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 277-281. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 282-287. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 288-296. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 298-304. a
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“No hemos escrito una lista completa de todos los bienes que Dios prometió a los buenos hijos de Israel, sino que hemos citado sólo unos pocos entre ellos, pues sería prolijo enumerarlos en su totalidad. Y de los pocos a los que nos hemos referido, queremos daros brevemente una explicacióna. (14) Que el Mesías ha venido y no va a nacer de nuevo. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, tú crees que el Mesías va a nacer y venir de nuevo, y tienes la esperanza de que te reunirá desde las cuatro partes del mundob y te conducirá a Jerusalén montado sobre caballos y mulosc y sobre los cuellos de los filisteosd. Y tú crees que habitarás allí por la eternidad y no morirás. Y yo te pruebo que no comprendes bien esto, pues hay una Jerusalén en la tierra y otra en el cielo, y Dios prometió la celeste a los buenos hijos de Israele. Y te pruebo esto por medio del profeta que dijof: Jerusalén será conocida eternamente. Y aduciré, asimismo, el testimonio de Isaías, que dijo: ¡Oh tú, Jerusalén, no te iluminará ya la luz del sol durante el día, ni la luz de la luna durante la noche, sino que Dios será siempre tu luz! (Is. 60, 19)g. “¡Oh desdichadísimo hebreo, qué mal entiendes todo! En efecto, hay dos Jerusalén, una celestial y otra terrenal, y la promesa del Creador a Israel fue en relación con la Jerusalén celestial. Y te lo pruebo de este modo, porque todo lo de este mundo tendrá un final, en consecuencia, la Jerusalén terrenal, que está en el mundo, tendrá un final junto con todo el mundo. En consecuencia, la promesa del Creador a Israel es la Jerusalén que es la contemplación de la pazh, es decir, el paraíso, que es gozar de la contemplación de Diosi. “Del mismo modo que te he probado que hay dos Jerusalén, esto es, una terrenal y otra celestial, así también te pruebo que son Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 305-307. Cfr Salm. 106, 2-3. c Cfr Jer. 17, 25. d Cfr I Rey. 10, 5. e Cfr Apoc. 21, 2 – 22, 5. f Cfr Jer. 17, 25; 21, 38-40. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 308-316. h Cfr Ez. 13, 16. i Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 317-322. a
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dos las venidas de Cristo. Y la primera venida de Cristo ya se ha producido, pues ya ha venido en carnea, y la segunda se producirá cuando venga a juzgar a vivos y muertosb. “Escucha la demostración de la primera venida. Dijo el profeta Miqueas: ¡Oh Belén, ciudad de Judá, de ti saldrá un caudillo que ha de gobernar sobre el pueblo de Israel! (Mich 5, 2)c. Por ello, yo creo firmemente que ese caudillo es el Mesías, que es Cristo, quien nació en Belén. Han pasado setecientos sesenta y seis años, y reina sobre mí, que soy Israel. Te lo pruebo también por medio de Isaías, que dijo a propósito del nacimiento de Cristo: Ha nacido un niño, etc. (Is. 9, 6). Nos ha nacido en forma carnal y nos ha sido dado en forma espiritual el citado Hijo de Dios, que ya ha venido y ha de venir una vez más. Y te lo pruebo de nuevo por medio de Isaías, que dice: He aquí que una virgen concebirá etc., hasta: elegir lo bueno (Is. 7, 14-15)d. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, tú dices que Isaías en su profecía, es decir: He aquí que una virgen concebirá (Is. 7, 14), no dice ‘virgen’, sino ‘aelma’. Y yo te concedo que no dice ‘virgen’, sino ‘aelma’, pero te pruebo que ‘aelma’ debe traducirse como ‘virgen’, puesto que Abraham envió a su siervo y le dijo: Ve a la tierra de mi pueblo y no elijas mujer para mi hijo de entre los cananeos, sino de entre los de mi pueblo. Y ve a la tierra de Baniel, hijo de Najor y de Melca (Gén. 24, 3-4). Y dijo Abraham a su siervo: Acércate a una fuente. Muchas ‘aelmas’ acudirán a esa fuente, y aquella ‘aelma’ que te invite y te diga: ‘Ven conmigo, te daré un buen alojamiento y todo aquello que necesites, y daré agua a tus camellos y a tus animales’, ésa es la esposa de mi hijo (Gén. 24, 13-14). Y ésta es ‘aelma’ y es ‘bavila’, es decir, ‘virgen’. Te digo, asimismo, que, si no quieres entender ‘aelma’ como ‘virgen’ en Isaías, tampoco yo quiero tener por virgen a Rebecae, a la que Abraham llamó ‘aelma’, cuando en-
Cfr I Juan 4, 2; II Juan 7. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 323-326. Para la última expresión, cfr Hech. 10, 42; II Tim. 4, 1; I Pedr. 4, 5. c Cfr Mat. 2, 6. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 327-335. e Cfr Gén. 24, 15-16. a
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vió a su siervo por ella. Así pues, era una mujer licenciosa y una meretriza. “Y tú, ¡oh desdichadísimo hebreo!, dices que Emmanuelb no es Cristo, sino el hijo de Ajaz. Pero, ¡oh desdichado!, ¿cómo puede ser el hijo de Ajaz?, pues el profeta dijo: Se alimentará de mantequilla y miel (Is. 7, 15). Y al final de su predicción dijo el profeta: ¡Oh Emmanuel, ante ti se congregarán todos los pueblos y reinarás sobre ellos! (Is. 8, 8-9)c. ¿Y tú, desdichado, cómo dices que Emmanuel fue el hijo de Ajaz, pues ningún gentil estuvo nunca al servicio del hijo de Ajaz? Así pues, no es él Emmanuel, pues no sabemos de ningún otro ante quien hayan acudido todos los pueblos a no ser Cristo. Y de aquello otro que anunció el profeta: que Emmanuel se alimentaría de mantequilla y de miel, de esto no se alimentó el hijo de Ajaz, sino Cristo. Y a él correspondía alimentarse de esto y no de otra cosa, pues la miel es muy dulce y la mantequilla muy blanda, y, ciertamente, sus palabras fueron muy dulces y sus preceptos muy blandosd. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, me he opuesto a ti en relación con las dos venidas de Cristo y con su nacimiento. Y quiero probarte a propósito de la primera venida de Cristo que del pueblo de Israel debían resultar dos partes, y de estas dos partes una debía ser creyente y la otra incrédula. Escucha lo que se dice a propósito de la parte incrédula por medio de Isaías, quien habla en el nombre del Señor: Escuchad, cielos, y presta atención, tierra, pues el Señor ha hablado: ‘He alimentado a mis hijos y los he hecho prosperar, y ellos, sin embargo, me han despreciado. Conoce el buey a su amo y el asno el pesebre de su dueño, sin embargo, Israel no me conoce y mi pueblo no muestra ninguna inteligencia’. ¡Ay raza pecadora, pueblo cargado de iniquidad, linaje miserable! Estos hijos malvados han abandonado al Señor y han ultrajado al Santo de Israel, etc. (Is. 1, 2-4)e. “Muchos vituperios dirige el Señor por boca de los profetas a los depravados hijos de Israel, pues se descarriaron. Y el Creador sabía lo que había de suceder, y vinieron los profetas y predijeron Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 336-349. Cfr Is. 7, 14. c Cfr Mat. 25, 32. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 350-360. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 361-370.
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el futuro. Y tú, desdichadísimo hebreo, no entiendes lo que dice Isaías: Han abandonado y ultrajado al Santo de Israel (Is. 1, 4). Bien ves que el Santo de Israel es Cristo, a quien tu raza ha vituperado y tú vituperas. Y quien vitupera al Creador no es extraño que vitupere a los hombresa. “Dice Isaías: Oí la voz del Señor, que me decía: ‘¿Qué puedo enviar y quién irá con nosotros?’ Y le dije: ‘Aquí me tienes, envíame a mí’. Y me dijo: ‘Ve y di a ese pueblo: Escuchad, prestando toda vuestra atención, y no entendáis; ved, y no comprendáis. Ciega el corazón de ese pueblo, tapona sus oídos y cierra sus ojos, no sea que, acaso, vea con sus ojos, oiga con sus oídos, comprenda con su corazón y se convierta, y yo lo cure’. Y le dije: ‘¿Hasta cuándo, Señor?’ Y me dijo: ‘Hasta que arrase su ciudad, dejándola sin habitantes, y arrase sus casas, dejándolas sin moradores, y su tierra quede desierta. Durante largo tiempo hará esto el Señor. Multiplicaré lo que quede en medio de la tierra. Y aun eso lo diezmaré, y se convertirá y servirá de ejemplo como el terebinto y como la encina que extienden sus ramas. Y será una semilla santa lo que permanezca en pie en esa ciudad’ (Is. 6, 8-13)b. “Dijo Isaías: Suprimirá de Israel el Señor en un solo día la cabeza y la cola, al que se inclina y al que manda. El anciano y el notable, ellos son la cabeza; el profeta que enseña falsamente, él es la cola. Y los que llaman dichoso a este pueblo se revelarán como unos mentirosos, y los que son tratados de dichosos se precipitarán al abismo, etc. (Is. 9, 14-16)c. “Y por esa razón, como vituperasteis al Santo de Israel, provocasteis que el Creador os cegase. Y os cegó los ojos, los oídos, el corazón y la mente por medio del profeta Isaías, a quien Dios envió y que dijo: ¿Hasta cuándo, Señor? (Is. 6, 11). Hasta que la tierra quedó desierta y fue destruida. Mira lo que Dios hizo en primer lugar a los depravados hijos de Israel que no quisieron creer en Cristo: fueron cegados y reducidos a la cautividad. Han pasado setecientos sesenta años y aún hoy se encuentran dispersos por las cuatro partes del mundo. Escucha nuevamente lo que dijo Isaías en otro Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 371-377. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 378-388. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 389-392. a
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pasaje: Suprimirá de Israel el Señor en un solo día la cabeza y la cola. El anciano y el notable son la cabeza, y el profeta mendaz es la cola, y quien diga algo bueno de este pueblo será un mentiroso (Is. 9, 14-16). (15) De los vituperios a los hijos de Israel y de que deben cesar sus sacrificiosa. “Sería prolijo dar cuenta de todas las censuras, tan graves y tan numerosas, que dirigió el Señor a los depravados hijos de Israel, pero citaremos, a continuación, algunas de ellas y que, a partir de estas pocas, se comprendan todas las demás. Escucha lo que dijo Isaías a propósito de los malvados hijos de Israel, y a propósito de Judá y de Israel, y a propósito de los habitantes de Jerusalén en los días de Ozías, Joatam, Ajaz y Ezequíasb, reyes de Judá: Escuchad la palabra del Señor, príncipes de Sodoma. Prestad atención a la ley de vuestro Dios, gentes de Gomorra. ‘¿Con qué objeto me ofreceréis la multitud de vuestras víctimas sacrificiales? – dice el Señor –. Estoy harto de vuestros holocaustos de carneros y no quiero más grasa de cebones, ni más sangre de becerros, corderos y machos cabríos. Cuando acudís a mi presencia, ¿quién os ha solicitado estas ofrendas de vuestras manos para que podáis entrar en mis atrios? No me ofrezcáis más sacrificios. El grano y el incienso me son abominables. No he de soportar más la neomenia, el sábado y las otras festividades. Vuestras fiestas son impías. Vuestros novilunios y solemnidades los aborrece mi alma. Y cuando extendáis vuestras manos hacia mí, apartaré mis ojos de vosotros, y cuando multipliquéis vuestras oraciones, no las escucharé, pues vuestras manos están llenas de sangre’ (Is. 1, 10-15)c. “Escuchad y comprended, hebreos, pues el Señor os llama ‘príncipes de Sodoma y Gomorra’d no porque seáis de ese linaje ni habitantes de esas ciudades, sino porque os habéis mostrado semejantes a ellos en sus actos. Y os he dicho que Dios siente aborrecimiento por vuestros sábados y vuestras solemnidades. Si entendéis bien esto, no dijo el Creador sino que transformaría el sábado y todo lo demás en una nueva leye. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 393-401. Cfr Is. 1, 1. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 402-416. d Cfr Is. 1, 10. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 417-422.
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“Y tú dices que aquello que dijo Isaías sobre los sábados y las festividades, lo dijo por causa de Jeroboam, hijo de Nabat, y de su familia, quien no hizo sino dos becerros de oro y los puso uno en Dan y el otro en Betela, y dijo a los hijos de Israel: Éste es vuestro Creador, el que os sacó de Egipto. ¿Por qué acudís a Jerusalén a adorarlo? Podéis salvaros aquí, adorando estos becerros (III Rey. 12, 28). Éstos eran nueve tribus y media junto con Jeroboam, hijo de Nabat, quienes nunca creyeron ni creerán en la ley de Moisés, ni se unieron a Jerusalén con Roboam, hijo de Salomón. A estas dos tribus y media anunció el Creador unas veces bienes y otras veces malesb. “Y a propósito de esto que os he dicho, os digo lo siguiente por medio del profeta que dice: Cuando extendáis vuestras manos hacia mí, apartaré mis ojos de vosotros, y cuando multipliquéis vuestras oraciones, no las escucharé, pues vuestras manos están llenas de sangre (Is. 1, 15). ¡Ay de ti, desdichado, pues habéis provocado la cólera de Dios por causa de la sangre de Cristoc! “Dijo Jeremías: Traicionándome, se han apartado de mí la casa de Israel y la casa de Judá, dice el Señor. Han renegado de mí y han dicho: No es Él (Jer. 5, 11-12). Y esta expresión: No es Él, no se entiende sino a propósito de Cristod. “Te lo pruebo por medio de Jeremías, que dijo: Aunque Moisés y Samuel me rogasen en favor de este pueblo, ciertamente, apartaría mis ojos de ellos, e irían de la muerte a la muerte (Jer. 15, 1-2) y los entregaría a la cólera de los reyes de todo el mundo (Jer. 15, 4). Creo por ello que tú eres objeto de esta cólera, y no por otra causa, sino por Cristo. Han pasado ya setecientos sesenta años y esta cólera durará hasta el fin del mundoe. “Y te pruebo por medio del profeta Ezequiel lo que dijo Dios a propósito de la sinagoga y de su pueblo depravado y de la vieja prostituta egipcia. Escucha lo que dice Dios: ¡Oh Jerusalén, tu linaje y tu estirpe proceden de la tierra cananea, tu padre era amorreo y tu madre hetea! (Ez. 16, 3). Y dice el Señor: Yo te encontré cubierta Cfr III Rey. 12, 28-29. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 423-431. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 432-436. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 437-439. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 440-444. a
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de sangre, y te limpié y te vestí, y adorné tus manos con anillos y tus orejas con pendientes. Y, a continuación, fuiste muy hermosa, y viste los senos en tu pecho y comenzaste a ser admirada y a disfrutar e, inmediatamente después, a fornicar (Ez. 16, 9-16). Y fornicaste en la tierra de Egipto (Ez. 16, 26) y en la tierra de Asur con tus vecinos (Ez. 16, 28), y fornicaste como una prostituta y una mujer casadaa . Y mostrándote como una vilísima prostituta, quebrantaste las costumbres de las otras prostitutas, pues a las otras prostitutas se les dan presentes por yacer con ellas, pero, en tu caso, fuiste tú la que los entregaste a los que fornicaron contigo (Ez. 16, 31-34)b. (16) De la transformación de la sinagoga por la sangre de Cristo. “Nosotros hemos probado en esta obra que en la sinagoga hubo buenos y malos, y ahora queremos probar la pasión de Cristo por medio del profeta Isaías, quien dice a propósito de la pasión de Cristo: He aquí que mi siervo adquirirá sabiduría, y será exaltado y enaltecido, y se elevará muy alto. Así como se asombraron de él muchos, así también su aspecto carecerá de gloria a los ojos de los varones, y de ella carecerá su apariencia entre los hijos de los hombres (Is. 52, 13-14). Ciertamente, él soportó nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores, y nosotros lo consideramos como a un leproso, como a alguien golpeado y abatido por Dios. Sin embargo, él fue herido por culpa de nuestras iniquidades y fue molido por culpa de nuestros crímenes, y gracias a sus moraduras fuimos sanados. Y el Señor descargó sobre él las iniquidades de todos nosotros. Fue ofrecido en sacrificio porque él mismo lo quiso, y no abrió la boca. ¿Su generación quién la explicará? (Is. 53, 4-8). Él mismo entregó su alma a la muerte, y fue incluido entre los criminales. Y tú, el padre de los justos, intercediste incluso en favor de los pecadores (Is. 53, 12)c.
a En este punto, el texto de la fuente manejada por el autor de esta Vita se había corrompido y, en lugar de transmitir la lectura “corrupta” (mujer licenciosa), transmitía la variante “nupta” (mujer casada), que, evidentemente, no es el sentido esperable. La misma expresión se ha utilizado un poco antes, en el cap. 14, en este caso, con las lecturas esperables, donde se dice: “Así pues, era una mujer licenciosa y una meretriz”. b Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 445-455. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 456-468.
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“¡Oh desdichadísimo hebreo!, ¿cómo dices que todo esto se dijo a propósito de Jeremías?, pues Jeremías no hizo desaparecer ningún pecado, ni fue suspendido en la cruz con dos ladrones, y su generación podemos explicarla fácilmente, pero no podemos hacer lo mismo con la generación de Cristo. También estas palabras que dice Isaías no fueron dichas sino a propósito de Cristoa. “Y dice Jeremías sobre la pasión de Cristo: Sión es para nosotros como un ave que vuela. Y tú, Jerusalén, considera la tristeza y el dolor que vienen sobre ti, pues detendrán a tu salvador y lo matarán al mediodía. Y, a continuación, resucitará y se sentará en su trono, y juzgará a sus enemigos y tomará cumplida venganza de ellos (Is. 16, 2). Y dice en otro pasaje Jeremías: Un tremendo temor se extenderá por la tierra a lo largo de todas las regiones, y el Señor será asesinado ese mismo día (Jer. 20, 4)b. “Y dice Habacuc sobre la pasión de Cristo: He escuchado tus palabras y he sentido temor, y te digo que te veo entre dos ladrones (Hab. 3, 2)c. “Y Amós predijo de qué modo sería vendido Cristo: Los tres primeros pecados que cometió Israel los he de perdonar, mas el cuarto no lo perdonaré, pues vendieron al justo por dinero, y a ese justo lo vendieron como a un pobre por el precio de un calzado consistente en unas sandalias (Am. 2, 6)d. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, tú dices que ese justo es Josée, y mientes, pues el pecado cometido contra José fue el primer pecado y por ese pecadof estuvisteis en cautividad durante cuatrocientos treinta añosg, y el Señor os perdonó ese pecado y os liberó de esa cautividad por mediación de Moisésh y os dio el manái. Y por el segundo pecado que cometisteis, cuando adorasteis al ídolo y obrasteis contra la ley, os arrojó a la cautividad durante siete años Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 469-472. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 473-479. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 480-481. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 482-485. e Cfr Gén. 37, 12-36. f Cfr Gén. 37, 18-28. g Cfr Éx. 12, 40-41. h Cfr Éx. 12, 37 – 13, 16. i Cfr Éx. 16, 1-15. a
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en manos de un príncipe que se llamaba Módicoa. Y el tercer pecado fue cuando matasteis a los profetasb y adorasteis a los ídolos, y llegó Nabucodonosor y se apoderó de Jerusalén, y a vosotros os llevó cautivos y permanecisteis cautivos en Babilonia durante setenta añosc. Y, a continuación, os liberó Dios de esa cautividad y os condujo a Jerusalén, y ese pecado os fue perdonadod. “Y dice Esdras: Llegaron los hijos de Israel a Jerusalén procedentes de Babilonia, y construyeron el templo, y vivieron tan buenos tiempos como vivieron en los días de David y Salomón (III Esdr. 5, 56-57)e. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, ¿cómo dices que ese justo fue José? El pecado de la venta de José fue el primer pecado, y fue perdonado. Y el segundo pecado fue perdonado, y el tercer pecado fue perdonado. Y el cuarto pecado veo que no ha sido perdonado, pues fue Cristo aquel a quien vendieron vuestros antepasadosf. Y la culpa por este pecado carece de fin, mientras que las culpas de los otros pecados tuvieron un fing. “Y tú dices que, cuando el Mesías, que es Cristo, venga, os reunirá desde las cuatro partes del mundo, y venceréis a todo el mundo y exterminaréis a todos los pueblos con él al frente, y os conducirá de regreso a Jerusalén. Y tú entiendes mal todo esto. Yo quiero probarte que debes entender esto por medio de Isaías, que dijo: Cerrad el libro hasta que vengan mis discípulos (Is. 8, 16). Y en otro pasaje dice Isaías: Será el profeta entre vosotros como un libro cerrado. Y mostrarán el libro al pueblo y dirá el pueblo: ‘Muy oscuro es este libro y no sabemos leerlo’. Y lo enseñarán también a los sabios, y los sabios dirán: ‘No sabemos explicar estas palabras’ (Is. 29, 11-12)h. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, ¿cómo puedes comprender las dos venidas de Cristo, cuando cerró a tus ojos el significado de la profecía? Tú no puedes comprender en modo alguno la que dice: Cfr Juec. 6, 1. Cfr II Rey. 18, 4; 18, 10. c Cfr II Par. 36, 14-21. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 486-496. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 497-499. f Cfr Gén. 37, 28. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 500-505. h Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 506-514. a
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Cerrad el libro hasta que vengan mis discípulos (Is. 8, 16). Y los discípulos eran los apóstoles, que estaban penetrados de la gracia del Espíritu Santo. En virtud de ella, comprendieron y expusieron toda la ley. Por lo tanto, yo soy discípulo del Creador, dado que entiendo la ley y puedo explicarla correctamente, pues tú la tienes cerrada y yo abierta. Y yo te digo que, así como entiendes esto de un modo erróneo, así también lo entiendes todo mala. “Y puesto que te pruebo que, en lo que concierne a la primera venida de Cristo, no es como tú dices, también te pruebo que es de otro modo, pues dice Isaías: Os recogerán, hijos de Israel, uno a uno (Is. 27, 12)b. “Y dice Jeremías: Os recogerán, hijos de Israel, uno a uno de cada ciudad, y de dos en dos de cada linaje (Jer. 3, 14)c. “Y dice Ezequiel: Os recogeré de todas las tierras y todas las regiones, y os rociaré con agua limpia y os purificaré de vuestras bajezas, de vuestras iniquidades y de vuestros ídolos, y os quitaré el corazón de piedra y os proporcionaré corazones humanos, y, a continuación, me alejaré de vosotros y de vuestra descendencia, y la expulsaré de la tierra de Israel y no regresará allí (Ez. 36, 24-26)d. “¿Acaso ves que dijo que, cuando viniese, dividiría a todo el mundo y exterminaría a todos los pueblos? Pero no es sorprendente que tú lo entiendas así, puesto que vosotros sois aquellos a los que Dios ordenó al profeta Isaías que cegase con una ceguera de la mente y de la inteligencia y no podéis comprender esto. Y Dios dijo en otra ocasión por medio del profeta Isaías: Será la profecía entre vosotros como un libro cerrado. Y mostrarán el libro al pueblo y el pueblo no lo comprenderá, igual que si estuviese cerrado. Y lo mostrarán también a los sabios y no comprenderán sus palabras (Is. 29, 11-12). Así pues, desdichadísimo hebreo, no es sorprendente que no seas capaz de entender esto, puesto que tienes cegados los ojos del corazón y de la inteligenciae.
Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 515-522. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 523-525. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 526-527. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 528-532. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 533-541.
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“Pero si tú dices que Cristo no ha venido, te pruebo por medio del profeta Ezequiel que la venida de Cristo tenía que lavar a Israel con agua pura con el propósito de no devolverlos a los ídolos, una vez purificados en su corazón, ni introducir inmundicias en sus corazones en las cosas humanasa. Y si tú dices que Cristo no ha venido, estás lleno de inmundicia y adoras a los ídolos. Y aquellos a los que dominan una ceguera y una iniquidad semejantes se condenan en cuerpo y almab. “Y te digo que Dios dijo por medio del profeta Isaías: Mantén el libro oculto, reservado para mis discípulos (Is. 8, 16). ¿No ves, desdichadísimo hebreo, de qué modo Dios lo ocultó, reservándolo para sus discípulos? Y yo te pruebo que la ley permaneció oculta hasta esos discípulos, que esos discípulos fueron los apóstoles de Jesucristo, que yo soy Israel, discípulo de esos discípulos de Cristo, que son los apóstoles, que ellos me instruyeron y que los propios apóstoles preceptuaron que yo me regenerase por el bautismoc. Y después de haberme regenerado por medio del sagrado bautismo, me iluminó el fulgor de la sabiduría y de la inteligencia y me vi libre de la iniquidad de todos los pecados y de la ceguera, y comprendí la primera venida de Jesucristod. “Y te la mostraré refiriéndome de nuevo a su nacimiento de acuerdo con el profeta Isaías, que dice: He aquí que una virgen concebirá etc. (Is. 7, 14), y: Nos ha nacido un niño, etc. (Is. 9, 6). Y como dice David: Un hombre ha nacido en ella, y el propio Altísimo la fundó (Salm. 86, 5), y: Tú, Belén, tierra de Judá, no eres en absoluto la más pequeña entre las principales ciudades de Judá. De ti saldrá un caudillo que ha de gobernar, etc. (Miq. 5, 2)e. “Y sobre la pasión de Cristo dice Isaías: Y fue incluido entre los criminales (Is. 53, 12). Dijo Jeremíasf: Sión es como un ave que vuela. Y tú, casa de Jerusalén, considera la tristeza y el dolor que vienen Cfr Ez. 36, 25-26. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 542-547. c Cfr Tit. 3, 5. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 548-556. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 557-561. Para la última expresión, cfr además Mat. 2, 6. f El comienzo de la cita se asemeja a Is. 16, 2. a
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sobre ti, pues tu salvador será detenido y asesinado, y resucitará para juzgar a sus enemigos. Y el profeta Amós predijo de qué modo sería vendido Cristoa y Zacarías anunció cómo había de venir montado sobre una asnab. Y tú dices que, cuando Cristo venga, exterminará a todos los pueblos. Y yo te digo que el hombre que había de venir montado sobre una asna, vino lleno de mansedumbre y sin intención de cometer violencia contra nadie. Y por ello, desdichado, hasta ahora todo lo has entendido malc. “Escucha qué dice Daniel a los equivocados intérpretes: Presta atención e interpreta bien la visión: setenta semanas se cumplirán sobre tu pueblo y sobre la santa ciudad de Jerusalén, y el Ungido será asesinado, y el delito reemplazará a la justicia, y se cumplirán la profecía y la visión, y el Ungido, el Santo de los santos, etc. (Dan. 9, 23-24), hasta: Y al cabo de setenta semanas Cristo será asesinado, y vendrá un príncipe que destruirá Jerusalén y sus templos, y la destrucción de la ciudad será eterna (Dan. 9, 26)d. “Y te digo que ya se ha cumplido lo que anunció Daniel: las setenta semanas se cumplieron y os vendió Titoe, os vendió a treinta de vosotros por un solo denario. Y mandó hacer cuatro cisternas, cortó las cabezas de los vuestros y llenó con ellas las cisternas. Y quiso exterminaros de raíz, pero oyó una voz procedente del cielo que le dijo que dejase libres a algunos de ellos como señal de la voluntad de Dios. Y cuando hubo oído esto, mandó el rey que fuesen construidas cuatro naves y cogió a todos los jóvenes supervivientes y los metió en las naves sin remos ni alimentos. Y dijo el rey: ‘Yo los dejo en el mar con este propósito: que, en el caso de que Dios quiera condenarlos, los condene allí mismo, y, en el caso de que quiera que permanezcan sanos y salvos, los conduzca a un puerto seguro’. Y estas palabras del rey fueron proféticas, pues aquéllos sobrevivieron dispersados por las cuatro partes del mundo como
Cfr Am. 2, 6. Cfr Zac. 9, 9. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 562-569. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 570-575. e El emperador romano (79-81). Destruyó el templo de Jerusalén en el año 70, durante el gobierno de su padre Vespasiano (69-79). a
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señal de la voluntad de Dios y objeto de burlaa, y en recuerdo de la pasión del Hijo de Dios. “Y te digo que Tito no metió entonces a ninguna mujer en aquellas naves y que aquéllos escaparon al peligro del mar y tomaron esposas entre los gentiles adoradores de ídolos, pues todos los otros pueblos eran gentiles y adoraban ídolos. E hicieron esto contra lo establecido por la ley. Con ello quiero probarte que no sois la semilla de Israel. Y si tú dices que tenéis el poder de convertirlas en judías, eso es falso, pues ellas eran las que mandaban sobre vosotrosb. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, entiendes mal, pues dices que Cristo aún no ha venido, que esas setenta semanas aún no se han cumplido y que ha de venir otro Tito a destruirosc. (17) De la demostración de la segunda venida de Cristo y de qué modo ha de venir. “Ya te he dicho a propósito de la primera venida de Cristo de qué modo debía nacer, ser vendido y sufrir el martirio. Ahora te expondré en relación con su segunda venida de qué modo ha de venir, pues aquellos que no quisieron creer en su primera venida no participarán de la segundad. “Por ello dice el profeta David a propósito de la segunda venida: Lo precederán un fuego abundante, el rayo y el terremoto, y todo el orbe desde el sol levante hasta el poniente, y todos los pueblos también, se estremecerán (Salm. 96, 3-4)e. “Y dice Isaías a propósito de la segunda venida: Cuando venga el Señor, se mostrará el Señor a sus siervos y llevará su cólera sobre sus enemigos, pues el Señor vendrá con llamas de fuego, abrasando a quienes se oponen a Él, y los aniquilará con el fuego y los atravesará con su lanza y su espada (Is. 66, 14-16)f. “Y dice Malaquías a propósito de la segunda venida: He aquí que llegará el día, dice el Señor, en que se encenderá mi cólera como un horno contra los malvados, y serán como la paja. Y arderá mi cólera, dice Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 576-586. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 587-591. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 592-597. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 598-601. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 602-604. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 605-608. a
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el Señor fuerte, y no quedará de ellos ni raíz ni semilla. Y a aquellos que tuvieron temor de mí los protegerá el sol de la justicia, de la salvación y de la alegría. Se regocijarán como pequeños becerros y se felicitarán. Y los perversos serán arrojados al suelo como el polvo pisado bajo los pies, cuando se cumpla su tiempo, dice el Señor fuerte (Mal. 4, 1-3)a. “Y dice Daniel: En una visión he visto venir al Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo y sentarse junto al Creador, y cómo recibía del Creador el poder supremo sobre todas las cosas. Y todos los pueblos lo servirán y su reino no tendrá fin (Dan. 7, 13-14)b. “Escucha, desdichadísimo hebreo, en relación con la segunda venida, de qué modo vendrá a juzgar a vivos y muertosc, cómo quienes no quisieron creer en la primera no participarán de la segunda ni habrán de escapar al Anticristo, y cómo quienes se oculten hasta la venida de Cristo se salvaránd. “Y de ahí aquello que te he dicho con anterioridad de que Israel estaba compuesto por dos pueblos, esto es: uno bueno y otro malo. Y lo mismo digo de los gentiles: que son dos pueblos, esto es: el primero, bueno, y al que Dios prometió todo tipo de bienes; y el otro, malo, y al que Dios prometió todo tipo de malese. “Y quiero probarte aquellos bienes que Dios prometió a los buenos gentiles. A propósito de los buenos dice Isaías: Todos los sedientos venid a las aguas (Is. 55, 1), y: Yo nombro a David caudillo y preceptor de los gentiles para que los instruya y los forme en las cosas divinas, y correrán ante él algunos que no lo conocían (Is. 55, 4-5)f. “Y dijo Isaías al pueblo de Israel: El pueblo creyente formará parte de la cabeza, pero vosotros formaréis parte de la cola (Deut. 28, 44)g. “¿No ves que los gentiles que creen en Cristo están en la cabeza, mientras que tú estás en la cola, y que ellos se han convertido en Israel porque creenh? Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 609-615. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 616-618. c Cfr Hech. 10, 42; II Tim. 4, 1; I Pedr. 4, 5. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 619-622. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 623-626. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 627-631. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 632-633. h Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 634-635.
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“Y en otro pasaje dijo a propósito de los buenos gentiles Malaquías: No hay prudencia en vosotros, dice el Señor fuerte, nuestro Dios. Desde el sol levante hasta el poniente mi nombre es glorioso. Ante él todos los pueblos harán un sacrificio puro (Mal. 1, 10-11)a. “¿No ves que Dios prometió a los gentiles hacer un sacrificio puro? Así pues, había aborrecido el primer sacrificio según la ley de Moisésb. “Y dice en otro pasaje Isaías: Éste es mi Hijo, a quien he elegido. He puesto mi espíritu en él para que diga la verdad a los gentiles (Is. 42, 1). Y todas las regiones aguardarán su ley (Is. 42, 4). Y dijo en otro pasaje Isaías: Escúchame, pueblo mío, pues de mí saldrá la ley y mis preceptos serán la luz de los gentiles (Is. 51, 4)c. “Y dice Jeremías: Ante ti acudirán todas las gentes y te dirán: ‘Es verdad que nuestros padres adoraron a los ídolos y los convirtieron en dioses y no eran dioses’. Y Yo extenderé mi mano sobre ellos y conocerán mi nombre glorioso (Jer. 16, 19-21). Y dijo en otro pasaje Jeremías: En ese día los gentiles venerarán a Jerusalén y la llamarán ‘trono del Señor’ y no persistirán en su necedad (Jer. 3, 17)d. “Y dijo Salomón después de haber construido el templo: Señor, Dios mío, te suplico que, a todos aquellos entre los gentiles que vengan a venerar tu nombre en este templo, los escuches de buen grado (III Rey. 8, 42-43)e. “Y dice Esdras: Dios entrará en el corazón de los gentiles y dirán los gentiles: ‘A nosotros habría correspondido construir este templo más que a vosotros’ (I Esdr. 4, 2)f. “Podemos dar cuenta de muchos otros bienes que Dios prometió a los gentiles, tal y como, a partir de estos pocos que hemos citado, se comprende que hubo muchísimos otrosg. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, tú dices que Dios nunca prometió ningún bien sino a los hijos de Israel. Ciertamente, mientes, Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 636-638. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 639-640. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 641-644. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 645-649. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 650-652. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 653-654. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 655-656.
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pues Dios prometió a Israel bienes y males, es decir: bienes a los hombres de bien, y males a los malvados. Y, tal y como prometió en el caso de Israel males a los malvados y bienes a los hombres de bien, así también prometió entre los gentiles bienes a los hombres de bien y males a los malvadosa. “Escucha qué dice Dios por medio del profeta David: Lleva tu cólera contra los pueblos que te, etc. (Salm. 78, 6)b. “Y dice el profeta Miqueas: Lleva tu cólera contra aquellos pueblos que no me escuchan (Miq. 5, 14)c. “Y dice Abdías: Será fuego la casa de Jacob y será una llama la casa de José, paja, la casa de Esaú, y no quedará raíz de la casa de Esaú etc. (Abd. 1, 18)d. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, ya has oído los vituperios que Dios lanza contra las gentes malvadas. Tú dices, aduciendo como prueba al profeta Abdías, que será fuego la casa de Jacob y será una llama la casa de José, paja, la casa de Esaú y no quedará raíz de la casa de Esaú (Abd. 1, 18), sin embargo, Dios no habló sino de los malvados, pues algunos de ellos fueron hombres de biene. (18) Por qué razón el Señor prescribió comer carne o prescribió no comerla desde los tiempos de Adán hasta Noé, y desde Noé hasta Moisés, y aquello que Moisés preceptuó en la ley fue expresado mediante alegorías y debía ser tomado en sentido figurado por el Hijo de Dios y sus apóstoles. “En el principio creó Dios el cielo y la tierra, etc. (Gén. 1, 1), hasf ta : Y vio Dios que era bueno, y creó todos los animales, los reptiles de la tierra y las aves del cielo, los frutos de la tierra y los peces del mar. Y vio Dios, etcg.. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, te expondré desde el principio del mundo por qué razón Dios mandó comer carne o prohibió comerla. Y te digo que pasaron dos mil doscientos cuarenta y dos Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 657-660. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 661-662. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 663-664. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 665-666. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 667-673. f Esta cita parece un resumen de Gén. 1, 11-25. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 674-676. a
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años desde Adán hasta Noé, durante los cuales las gentes no debían comer carne ni beber vino. Y cuando Noé salió del arca, Dios autorizó a Noé que matase y comiese cuantos animales quisiesea. ¿Acaso no ves, hebreo, que Dios no prohibió a Noé que comiese carne? Y este permiso para comer carne se extendió desde Noé hasta Abraham y desde Abraham hasta Moisésb. “Y te diré por qué razón prohibió comer carne Moisés de acuerdo con el mandato de Dios, lo que había sido permitido a Noé, a Abraham, a Isaac, a Jacob y a José, sus predecesores. Y ello no fue sin motivo, es decir, el que Moisés prohibiese comer carne de cerdo, onagros, liebres y otros muchos tipos de carne que no queremos enumerar, y prohibió comer, asimismo, muchos peces y muchas avesc. Y éste fue el motivo: que los gentiles adoraban ídolos que se mostraban con la figura de esas carnes. Y hubo otro motivo: que su pueblo no se asemejase en su comportamiento a esos animalesd. “Y todo esto no lo comprendieron los hijos de Israel hasta que vino al mundo la Sabiduría de Dios y se encarnó en la Virgen. Y dijo la Sabiduría de Dios: No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento (Mat. 5, 17). Así pues, le había sido encomendado todo lo que debía cumplirse. Y esto es lo que fue expresado en el evangelio, lo que tú no comprendes ni crees. Comprendieron, por el contrario, estas palabras que dijo Jesucristo a los apóstolese, y con la ayuda de la gracia de Dios y del Espíritu Santo expusieron todas sus enseñanzas por todo el mundo. E hicieron comprender y lograron que se entendiese que todo lo que Moisés había dicho en el terreno espiritual, lo había dicho también de un modo alegóricof. Cfr Gén. 9, 3. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 677-684. c Cfr Lev. 11, 1-47; Deut. 14, 3-21. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 686-692. e En este punto existía un nuevo error en el manuscrito del Tractatus aduersus Iudaeos que sigue aquí el autor de esta Vita, pero es un error que se encuentra en toda la tradición manucrita de dicha fuente, en la que se lee, como aquí: “intellexerunt hoc uerbum, quod dixit Ihesus Christus apostolis”, cuando se esperaría, al final del pasaje indicado, “apostoli” como sujeto del “intellexerunt” precedente, con el sentido: “Comprendieron, por el contrario, estas palabras que dijo Jesucristo los apóstoles”, vid. Martín-Iglesias, “Problemas planteados”, p. 45. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 693-699. a
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“Y te citaré el testimonio de los profetas que vinieron después de Moisés al respecto de que la ley no puede comprenderse sino a través de los escritos de los apóstoles. Por ello dice el profeta Joel: Vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes, etc. (Joel 2, 28). Y así se interpretan estas palabras: ¿no ves que los jóvenes antedichos fueron los apóstoles, quienes explicaron las palabras de los profetas, cuyo sentido estaba, por así decirlo, oculto, y las comprendierona? “Y dice en otro pasaje Isaías: Guarda el pacto y la ley, etc., hasta: para mis discípulos (Is. 8, 16). Y aquellos que fueron los apóstoles fueron los discípulos que nos explicaron la ley y nos la enseñaron, y nosotros hemos alcanzado la gracia de Dios al comprender la ley, y tú has provocado su cólera y su odio para siempreb. (19) De que puede comerse la carne de cerdo. “¡Oh desdichadísimo hebreo!, tú discutes conmigo citando las palabras de Isaías, que dice que a los que coman carne de cerdo en sus platosc se les dirá: ¡Apartaos de mí, pues sois inmundos! (Is. 65, 5). Y dice en otro pasaje Isaías que a aquellos que coman carne de cerdo y carnes prohibidas y ratas Dios los expulsará de su ladod. Y te digo, ¡oh hebreo!, que tus padres comieron este tipo de carnes en contra de la prohibición que se les había impuesto. Y debido a ello los censuró Isaías con esas palabras, pues quebrantaron el precepto de Dios al comer ese tipo de carnes, puesto que se las había prohibidoe. “Y tú, desdichadísimo hebreo, citando estas palabras de Isaías discutes con los cristianos, que comen carne de cerdo, pues con ello se apartan de Dios. Y te digo que nosotros comemos carnes ‘caystri’ f, lo que significa que comemos sin restricción alguna y con pureza esas carnes, y somos israelitas al comerlas, pues Dios nos lo Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 700-704. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 705-708. c Cfr Is. 65, 4. d Cfr Is. 66, 17. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 709-715. f Es una deformación de la forma hebrea correspondiente utilizada en la fuente, en la que se lee “caisser” (ed. Martín-Iglesias, p. 94 lín. 718) por casher (puro), vid. Hernando, “Tractatus”, p. 18 n. 24. a
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prometió por medio del profeta Jeremías, que dijo: Estableceré con vosotros un nuevo pacto, no como aquel que establecí con vuestros padres, cuando los saqué de la tierra de Egipto (Jer. 31, 31-32). Y este pacto es una nueva ley, y en esa ley está permitido comer esa clase de carnesa. “Y te cito el testimonio de ese sabio tuyo que se llamaba Rabí Gamaliel, quien, al tratar de las carnes, dijo en hebreo en su libro, (y ello ocurrió diez años antes de la venida de Cristo y fue escrito en hebreo): ‘Lima nicea chymo hasin. Sahayt hachadoysi bahayec etabaciro listrael’ b, que quiere decir: ‘¿Por qué razón el Creador dio su nombre al cerdo (que significa ‘causa que cambiará’)? Bendito sea el nombre del Señor que ha de permitir comerlo – es decir, comer cerdo –, a Israel’. Y dice en otro pasaje Rabí Gamaliel: ‘En caso de que una mujer encinta tenga el deseo de comer carne de cerdo durante el mayor y principal de los ayunos, que se le dé a comer de ella hasta que se sacie’c. “¿Acaso no ves, desdichadísimo hebreo, que vuestros sabios prescribieron comer ese tipo de carnes a las mujeres encintas y no se juzga que deban ser condenadas por ello? En efecto, vuestros sabios lo prescriben, y ello no fue hecho sin motivo. Y cuando Moisés las prohibió, no fue sin motivo tampoco. Lo mismo te digo también en relación con Elías, quien, por temor al rey Ajab, se retiró a vivir en un valle en el que había una laguna y los cuervos le llevaban el pan y la carne que comía. ¿Y no ves acaso que Elías comía los panes y la carne que le llevaban los cuervosd, aunque estos animales eran impurose? Y ello no sucedió así sin motivof. (20) Cómo los judíos deben bautizarse en el bautismo católico. “Ahora opongo a tu razonamiento, desdichadísimo hebreo, que Dios por medio de sus profetas prometió a Israel las aguas del Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 716-723. Nueva expresión hebrea corrompida por la dificultad de su transmisión manuscrita por copistas ignorantes de esa lengua. Sobre el pasaje, vid. Har-Peled, The Dialogical Beast, p. 212. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 724-731. d Cfr III Rey. 17, 1-6. e Cfr Lev. 11, 15. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 732-739. a
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bautismo. Y ahora te hablaré de una de ellas: En ese día sacaréis agua de las fuentes del Salvador (Is. 12, 3), dice el Señor. Y yo afirmo que esa fuente es el bautismo, según dice Isaías: Todos los sedientos venid, etc. (Is. 55, 1). Y el agua que da el Creador a los que no tienen dineroa es la fe acompañada del bautismob. “Y en otro pasaje dice Ezequías: Os rociaré con agua limpia y seréis purificados de vuestras bajezas, etc. (Ez. 36, 25)c. “Y en otro pasaje dice Dios por medio del profeta Zacarías: Saldrá de Jerusalén el agua que contendrá el espíritu de la vida (Zac. 14, 8)d. “Y tú no comprendes el significado de estas aguas, pero te lo explicaré de acuerdo con los discípulos de Cristo. Y estas aguas son el bautismo, la penitencia y la confesión dados a todos los que aceptan la ley de Cristo. Y como no conoces estas aguas ni las recibes, provocas la cólera de Dios y su maldicióne. (21) Demostró Braulio a los judíos que la eucaristía del cuerpo de Cristo fue anunciada alegóricamente en la ley Mosaica. “Y tú, desdichadísimo hebreo, censuras a los cristianos por causa de la ofrenda del pan y del vino que llevan a cabo, y te pruebo que ésta es más grata a Dios que la tuya. Por ello dice Dios por medio del profeta David: Lo ha jurado el Señor y no ha de retractarse, etc. (Salm. 109, 4). Y Melquisedec hizo una ofrenda consistente en pan y vino y fue grata a Diosf. “Y dice el profeta Malaquías: No hay prudencia en vosotros. Desde el sol levante hasta el poniente mi nombre es grande y glorioso entre todos los pueblos, que me ofrecen un sacrificio (Mal. 1, 10-11)g. “Tú te burlas y nos zahieres porque hacemos la ofrenda del pan y del vino y decimos que es el cuerpo de Cristo, pues dices que es imposible que se conviertan en la carne y la sangre. Y te pruebo,
Cfr Is. 55, 1. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 740-744. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 745-746. d Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 747-748. e Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 749-752. f Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 753-757. g Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 758-760. a
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citando tu propia ley, que el fuego se convirtió en agua, y ésta a continuación se transformó de nuevo en fuegoa. “Y te digo que, cuando los hijos de Israel regresaron de Babilonia a Jerusalén, acudió el sacerdote Nehemías a un pozo en el que habían sido guardados la ceniza y el fuego del sacrificio, y esa ceniza y ese fuego fueron el holocausto de los antiguos sacerdotes, y allí encontró un agua espesa. Y dijo el pueblo: ‘¿Acaso esto es agua?’. Y el sacerdote Nehemías dijo: ‘Veo aquí agua, pero creo que es fuego’. Y cogió el agua y la esparció sobre los sacrificios y se encendieron los leños del sacrificiob. “¡Desdichadísimo hebreo, el agua se transformó en fuego! Así también es posible que el pan y el vino se conviertan en la carne y la sangre de Jesucristo”c. (22) Tras la celebración del concilio de Toledo, todos regresaron a sus sedes. Encontrándose Braulio en su sede de Cesaraugusta, en la iglesia de Santa María, surgió por entonces la secta de Mahoma. Regresemos ahora a lo que sucedió a continuación. A la conclusión del sínodo, todos regresaron a sus sedes y el bienaventurado Braulio, por su parte, regresó a la ciudad de Cesaraugusta. Encontrándose en la citada ciudad de Cesaraugusta, surgió una nueva herejía impulsada por la secta de Mahoma, una depravada herejía de otro tiempo. Creció la lucha contra aquel a causa del cual nació esa secta, prestando Cristo su asistencia a la verdad católica. (23) De la ciencia y de la elocuencia del bienaventurado Braulio, y de las virtudes y otras cualidades naturales con las que el Señor lo distinguió. Sud discurso entre nosotros no fue otro sino que debíamos renunciar a las seducciones de este mundo y a los honores de la vida presente con objeto de seguir a Jesús, nuestro Señor, libres y sin traba. Insistía en que debíamos seguir el ilustrísimo ejemplo que Cristo nos proporcionó y que debíamos imitar su ejemplo. Y fue Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 761-765. Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 766-771. El pasaje bíblioc en II Mac. 1, 19-22. c Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214), lín. 772-774. d Este capítulo está construido en buena medida a partir de extractos de Sulpicio Severo, aquí la Vita Martini Turonensis, 25, 4-5. a
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afortunada su época también por las pruebas de gran fe y virtud que aquél dio, pues, de acuerdo con las enseñanzas del Señor, él, que era un hombre rico y poseedor de muchos bienes, vendiéndolo todo y dándoselo a los pobres, hizo posible con su ejemplo lo que era imposible de hacer. Mostrabaa una gran generosidad, asistía a los que padecían necesidades, la pobreza ajena la consideraba como propia y se apresurabab con la mayor solicitud a ponerse al servicio de la caridad fraternalc. Era, en efecto, humilde en la prosperidad y firme ante la adversidad. Y cuando acudía ante él la gente de bien con una causa justa, se mostraba amigo de la gente de bien y enemigo de los malvados. No hacía callar nunca a nadie que hablase en defensa de la verdad, insistía en las obras de la misericordia según el valor de los bienes de cada uno y, no obstante, se mostraba ávido de insistir en ellas incluso con independencia de dicho valor. Era compasivo con los enfermos y disfrutaba con la compañía de quienes eran bondadosos, consideraba los males ajenos como propios, se regocijaba por las alegrías ajenas como si fuesen propias, se mostraba severo en la corrección de los vicios, cautivaba los corazones de sus oyentes a la hora de fomentar las virtudes, en los momentos de ira mantenía la prudencia sin dejarse arrastrar por la ira y en los momentos de serenidad no dejaba a un lado, sin embargo, el rigor de su severidad. ¡Yd cuánta gravedad, cuánta dignidad mostraba en sus palabras y en sus conversaciones! ¡Qué rápido, qué eficaz, qué favorable y bondadoso se mostraba a la hora de resolver las controversias de las Escrituras! Erae ilustre por sus ayunos, eminente por su humildad y firme por su fe, estaba siempre presto a llevar a cabo una buena acción y, merced al ardor de su divina virtud, había llegado a ser semejante a los santos monjes. Cómo se comportó al inicio de su consagración, quéf cualidades y qué grandeza mostró, no es Gregorio Magno, Registrum epistularum, 6, 33 (p. 407, 24-25). A partir de este punto y hasta el final de párrafo siguiente, sigue el autor a Gregorio Magno, Registrum epistularum, 9, 234 (p. 816, 14 – 817, 25). c Cfr Rom. 12, 10; Hebr. 13, 1. d Sulpicio Severo, Vita Martini Turonensis, 25, 6. e Sulpicio Severo, Dialogi, 1, 22, 2. f Sulpicio Severo, Vita Martini Turonensis, 10, 1-2. a
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nuestro propósito detallarlo con palabras. En efecto, mostrando la mayor de las constancias, seguía siendo el mismo que antes se había dado a conocer por su santidad. En su corazón había humildad y sencillez en sus ropajes, y tenía tan gran conocimiento de las Sagradas Escrituras que desempeñaba la dignidad episcopal provisto de la gracia de la santa predicación, y no sólo hacía vida de monje, sino que ésta no se distinguía en nada de la forma de vida monacal. Ena efecto, a diario se esforzaba por vivir fuera del mundo y de la carne, por alejar de los ojos de su mente todas las imágenes corporales y por contemplar espiritualmente los gozos celestiales. Y lleno de anhelo por contemplar a Dios, decía no sólo con palabras, sino con todo su corazón: Contigo ha hablado mi corazón, etc. (Salm. 26, 8). Sobre los restos de los santísimos mártires Engracia y los otros mártires hizo que se construyese la iglesia de las Santas Masasb y decretó celebrar en ella los oficios solemnes. Escribióc la vida del bienaventurado Emilianod, arcipreste de Tarazona, y ocupó la cátedra episcopal en la Iglesia de Cesaraugusta durante veinte años, en los tiempos de Sisenando, Chintila, Tulga, Suedoe y Sisebutof, reyes de los godos. Tanta moderación y prudencia había en él que frente a los soberbiosg se mostraba lleno de inteligencia, actuando con prudencia y con la astucia de una serpiente, y, adornado con la gracia de la humildad, fue un hombre de una extrema dulzura que se comportó con la bondad de una paloma. Teníah humildad en su corazón y ejercía con dignidad las responsabilidades de su cargo, de modo que no había en él ni medrosa humildad ni arrogante Gregorio Magno, Registrum epistularum, 1, 5 (p. 5, 11-16). Es, sin duda, la iglesia de Santa María de las Santas Masas, hoy Santa Engracia. c Ildefonso de Toledo, De uiris illustribus, 11. d San Millán. Se trata de la denominada Vita sancti Aemiliani (CPL 1231), conservada y obra, efectivamente, de Braulio de Zaragoza. e Entiéndase: Chindasvinto. f La inclusión del rey Sisebuto (612-621) resulta extraña en esta lista que, siguiendo un orden cronológico estricto, incluye a Sisenando (631-636), Chintila (636-639), Tulga (639-642) y Chindasvinto (642-653), conforme a la fuente manejada por el autor de esta Vita, a saber, el De uiris illustribus (CPL 1252) de Ildefonso de Toledo, cap. 11, dedicado a Braulio de Zaragoza. g Juan Diácono, Vita Gregorii I papae (BHL 3641-3642), 4, 1 (col. 171A). h Gregorio Magno, Registrum epistularum, 5, 41 (p. 320, 6-8). a
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soberbia. Ya, expresándose con total independencia, defendía de las insolencias de los jueces la libertad de cualquier persona y se esforzaba por llevar algún tipo de ayuda a todos en cuanto de él dependía. En consecuencia, sería, ciertamente, prolijo y muy complejo que me ocupase en detalle de todas las ocasiones en que dio limosna. Afirmo incluso que a quienes le pedían una caridad les dio más de lo que esperaban y que siempre dio con alegría a quienes le pedían una caridad. Estaba tan lleno de compasión hacia todos que, si quieres, puedes ver que padeció entonces en su propio cuerpo la enfermedad del prójimo, hasta el punto de hacer, ciertamente, deudor de él a Dios, pues está comprobado que soportó dichas enfermedades en sus propios miembros enfermos. Y no sólo visitaba con longanimidad a las personas de cualquier clase social, sino que también les prestaba su asistencia. Y baste a propósito de Braulio lo dicho hasta aquí. (24) De la muerte de Fulgencio, que estuvo al frente de la diócesis de Cartagena durante veinticuatro añosb. Fulgencio, por su parte, en todas sus palabrasc y en todas sus obras tenía presente el último día que pesa sobre los hombres, en que se retribuirá a cada uno, y con tanta mayor prudencia valoraba todos los afanes de todos los hombres, cuanto más cercano advertía que se encontraba el fin del mundo, conforme se extendía la desolación por todas partes. Se veía agobiado por tan gran cúmulo de preocupaciones en su cura pastoral en favor de las almas y de su provincia que, comenzando a padecer molestias físicas, no sólo no pudo explicar, tal y como se había propuesto, las alegorías contenidas en los Sagrados Evangelios, en Isaías y los doce profetas, así como en el Génesis, el Pentateuco y los Reyes, exponiéndolas por orden, capítulo por capítulo, sino que asimismo, al agravarse las incursiones de los ejércitos enemigos y las numerosas dolencias de Siguen, casi hasta el final del capítulo, varios extractos de la Vita Gregorii I papae (BHL 3641-3642) de Juan Diácono: 3, 47 (col. 155D); 3, 44 (col. 153C); 2, 56 (col. 116D); 4, 52 (col. 208D-209A). b Noticia carente de rigor histórico. c En este capítulo, continúa haciendo uso el autor de pasajes de la Vita Gregorii I papae (BHL 3641-3642) de Juan Diácono: 4, 65 (col. 214A-B); 4, 67 (col. 217B); 4, 67 (col. 219B); 4, 68 (col. 221A). a
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su cuerpo, desistió por completo de su propósito de llevar a cabo la antedicha exposición, y lamentaba haber llegado a conocer semejantes días y suplicaba a Dios como consecuencia de todos los intentos de disolución de su cuerpoa. En efecto, a diario desfallecía de dolor y suspiraba anhelando el remedio de la muerte, y, tras enviar un mensajero a sus hermanos Leandro y Braulio, éstos acudieron con rapidez ante él. Finalmente, sus numerosos ruegos fueron escuchados por Dios y, después de haber proporcionado felizmente lustre a la diócesis de Cartagena durante veinticuatro años con sus enseñanzas y sus obras, en el año cuadragésimo sexto de su vida y en el día de las calendas de enerob escapó a la corrupción de la carne en brazos de Leandro y Braulio, siendo digno de ser elevado al cielo por el esplendor de su pureza. Acudieron, por lo demás, a su funeral el rey Recaredo y su hermano Isidoro, y, tras la celebración del servicio religioso en la iglesia en la que había sido ordenado ministro de Dios, fue sepultado junto al altar del santo precursor del Señor, Juan el Bautista, y allí yace hoy día. (25) Una vez que Fulgencio fue sepultado, cuando Leandro y Braulio regresaban a sus sedes episcopales, Leandro entregó en el camino su espíritu a Dios en brazos de su hermano Braulio y fue sepultado en Híspalis por su hermano Braulio. A continuaciónc, cuando los dos hermanos regresaban a sus sedes episcopales y habían llegado a las cercanías de Híspalis, a la altura del cuarto miliario, Leandro se vio afectado de un dolor en un costado y, antes de alcanzar las murallas de la ciudad, murió en el camino el día del miércoles, el cuarto día de la semanad y el a Esta última expresión puede estar corrupta en el único manuscrito que nos ha conservado esta Vita. En efecto, en la fuente, la Vita s. Gregorii I papae (BHL 36413642) de Juan Diácono o Hymmónides, se lee: “atque dissolutionem sui corporis totis conatibus flagitaret” (“y suplicaba con todas sus fuerzas la disolución de su cuerpo”), pero el acusativo “dissolutionem” que constituye el complemento directo del verbo “flagitaret” se presenta convertido en genitivo en esta Vita por influencia, sin duda, del genitivo que sigue: “adque dissolucionis sui corporis totis conatibus flagitaret”, lo que dificulta mucho la comprensión del pasaje. b 1 de enero. c La primera parte de este capítulo está compuesta a partir de la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, lib. 8, 15. d Es el miércoles. Hay que tener en cuenta que, para los antiguos cristianos, el primer día de la semana era el domingo.
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tercero antes de las calendas de marzoa, y enterró consigo la gloria de los godos. Sin que su vida abundase en días, pero sí en virtudes y honores, devolvió su santo espíritu a su Creador, que se lo había entregado. Ello causó un gran pesar en todas las personas y no sólo se sintieron desolados los notables del reino, sino también todas las gentes, y su cuerpo fue colocado en Híspalis en un ataúd digno de él por su hermano Braulio. A continuación, acudieron hasta allí desde todas las partes del reino pontífices y abades, religiosos y seglares, soldados y notables, gentes humildes y de alcurnia, así como también una multitud de paganos y judíos, pues la noticia de la muerte de Leandro había causado en el corazón de los hombres el mismo dolor que si alguien es herido por el lanzamiento de una flecha imprevista. En efecto, hasta tal punto se habían puesto de manifiesto en él desde su infancia el valor, la generosidad, la afabilidad, la justicia, la sabiduría y la modestia que, tras su muerte, parecía que todas estas virtudes habían sido sepultadas junto con el que había sido sepultado. En efecto, todas las gentes, no sólo en su sede, sino también en los otros territorios de Hispania, entregándose a sus pasiones y dando rienda suelta a la lujuria, se apartaron del buen camino, dejándose arrastrar a donde aquélla quiso llevarlos, y no retuvieron ninguna de las buenas enseñanzas de aquél, cuando perdieron el ejemplo de su virtud. Fue sepultado, por lo demás, en la iglesia de Santa María, Madre de Dios, a la derecha del altar. Así, ocurrió que todo el que acudió a su funeral celebró el servicio religioso en medio del dolor de su hermano Recaredo. Por lo demás, ocho días después de la muerte de Leandro, murió también su hermano Recaredo. Aunque éste se encontraba en la ciudad de Toledo por necesidades de gobierno, el rey visigodo, mientras aún vivía, manifestó su deseo de ser enterrado junto a aquél. Murió en el decimoquinto año de su reinado, despuésb de haber reinado durante quince años, en la era 643c. Yace enterrado en Híspalis. 27 de febrero. El final del presente capítulo sigue la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, lib. 2, 15-16. c Año 605. Recaredo murió, sin embargo, a finales del año 601. a
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Muerto éste, lo sucedió en el trono su hijo Luiba y reinó durante dos añosa, nacido, ciertamente, de una madre de oscuro linaje, pero ilustre por la virtud de su naturaleza. A éste, cuando se hallaba en la flor de su juventud, habiéndose desarrollado con éxito la revuelta de un usurpador contra él, su falta de experiencia lo privó del título de rey y, tras serle cortada la mano derecha, murió en el año decimosexto de su vida y el segundo de su reinado. Muerto Luiba en la era 645b, Victerico gobierna durante siete años el reino que había invadido en vida de aquélc. Fue éste, ciertamente, un varón valeroso en el arte de la guerra, pero no conoció la victoria, pues, aunque emprendió la guerra contra los soldados romanos, a menudo la llevó a cabo sin obtener gloria alguna, excepto por el hecho de que, llegando hasta Segniciad, hizo allí cautivos a algunos soldados. Éste cometió durante su vida muchas iniquidades y en el momento de morir pereció víctima de la espada, pues de la espada se había servidoe. Ciertamente, recibió el castigo que merecía por la muerte de tantos inocentes: en efecto, fue asesinado durante el transcurso de un banquete como resultado de una conjura de algunos de los suyos. Su cuerpo fue vilmente arrastrado y enterrado. (26) Muerto Leandro, lo sucedió en el arzobispado de Híspalis su hermano Isidoro, que publicó muchos libros para instruir en la fe católica. En esta época Isidorof sucedió en el episcopado a su hermano Leandro. En él reclamó la Antigüedad algunos de sus derechos o, más bien, nuestro tiempo vio reflejado en él el saber de la Antigüedad. Fue un hombre versado en todos los registros del discurso, hasta el punto de que, en virtud del uso de la lengua, se hacía entender tanto del rústico como del docto y, cuando la ocasión lo requería, brillaba con una incomparable elocuencia. Por lo demás, Liuva II (601-603). Año 607. c Witerico (603-610). d Sigüenza. e Cfr Mat. 26, 52. f En su primera parte (hasta el párrafo que concluye diciendo: “y las causas de los oficios eclesiásticos”), este capítulo sigue las noticias sobre Isidoro de Sevilla incluidas en la anónima Vita s. Isidori de origen leonés traducida en este mismo volumen (p. 93-97). a
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qué grande fue su sabiduría, a partir de esto, a partir de su diversos estudios y de las obras que redactó, fácilmente puede comprobarlo el lector juicioso. En fin, de entre los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, conviene recordar los siguientes. Escribió dos libros de Diferencias, en los que con gran agudeza distinguió en virtud de su sentido aquellos términos que se emplean con un uso confuso; un tratado De la amistad, en un libro, en el que, mediante breves noticias, expuso los contenidos de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras; un tratado De la vida y muerte de los santos padres, en un libro, en el que, narrando los hechos de éstos, dio noticia del honor que disfrutaron, de su muerte y de su sepultura, sirviéndose de un estilo caracterizado por la brevedad; un tratado Del gobierno del reino y el ejercicio de la justicia, en un libro, dedicado a su hermano Recaredo; unos Oficios eclesiásticos, en dos libros, dedicados a su hermano Leandro, en los que con su propio estilo, pero no sin tener presentes las enseñanzas de los antepasados, se esforzó por mostrar el origen de los oficios y cómo se desempeña cada uno de ellos en la Iglesia de Dios; unos Sinónimos, en dos libros, en los que exhortó a la elevación moral del alma y a la esperanza de que obtendremos el perdón por nuestros pecados mediante la profesión de la vida ascética; un tratado Del mundo natural, en un libro, dedicado al rey Sisebuto, en el que, a partir tanto de las doctrinas de los doctores de la Iglesia, como, asimismo, de los estudios de los filósofos, resolvió ciertos puntos oscuros de los elementos de la naturaleza; un tratado De los números, en un libro, en el que en el que pone en parte a su servicio a la ciencia aritmética con motivo de todas las Escrituras de la Iglesia relacionadas con ellos; un tratado De las herejías, en un libro, en el que siguió los ejemplos de los antepasados y reunió, con la mayor brevedad con la que pudo, las noticias dispersas sobre el tema; unas Sentencias, en tres libros, que explicó con citas tomadas de los libros de las Enseñanzas morales del papa Gregorio; una Crónica universal, en un libro, desde el principio del mundo hasta su propia época, redactada con una extraordinaria brevedad; un tratado Contra los judíos, en dos libros, a petición de su hermano Fulgencio y su hermana Florentina y por un afán de dignidad, en los que se expuso la fe católica y la probó con testimonios de la ley y
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de los profetas; un tratado De los hombres ilustres, en un libro. † A todos esto Fulgencio †a. Una Regla monástica, en un libro, que organizó del modo más virtuoso posible por deseo de su patria y de los débiles de voluntad; y un tratado Del origen de los godos y del reino de los suevos. Hizo una exposición de acuerdo con el sentido del Génesis y de todo el Pentateuco desde un punto de vista histórico y alegórico. Quien lea estos libros, reconocerá abundantes materiales procedentes de antiguos tratados sobre semejante tema. Un códice de Etimologías de una enorme extensión, dividido por él en títulos, no en libros. Puesto que lo elaboró a petición de su hermano Braulio, obispo de Cesaraugusta, aunque lo dejó inacabado, lo dividió también en veinte librosb. Y fueron cuarenta y cuatro libros. Quien, después de los libros de todos los filósofos y de la filosofía, lea con asiduidad y con detenimiento esta producción suya, por merecimientos propios no será más un ignorante en lo que respecta al conocimiento de los saberes divinos y humanos. Lleno de la elocuencia propia de todos los sabios, reunió con brevedad en su obra de forma resumida todo aquello que, en general, debe conocerse. Existen también en la Iglesia de Dios muchas otras pequeñas obras de este mismo varón y otros muchos escritos distinguidos y llenos de enseñanzas, de los que es prolijo dar cuenta aquí. Creo que, después de tantos años de decadencia, Dios todopoderoso suscitó estas obras en los últimos tiempos en Hispania para restaurar los saberes de los antiguos y, por así decirlo, las levantó como columnas que debían sostenernos a fin de que no nos desplomásemos completamente bajo el peso de la ignorancia. No sin merecimiento puede aplicarse a aquél las siguientes palabras de un filósofo: “Cuando nos encontrábamos recorriendo desorientados nuestra propia ciudad y errando por ella como extranjeros, tus libros hasta tal punto nos orientaron que finalmente podemos descansar y saber dónde estamos. Tú nos mostraste la historia de nuestra patria, la sucesión de los tiempos, los poderes de los sacerExpresión sin sentido en el original, que parece incompleto en este punto. El final de este párrafo presenta también problemas de sentido, fruto, quizás, de una deficiente copia del único manuscrito que conserva esta obra. a
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dotes cumplidos, la disciplina común de los fieles, los nombres de las regiones y lugares y de todas las cosas divinas y humanas, sus diferencias y las causas de los oficios eclesiásticos”. Éstea en el séptimo año del rey Sisebuto celebró con gran autoridad en Híspalis en la sala consistorial de la iglesia de la Santa Madre un concilio contra la herejía de los acéfalos y, en compañía de su hermano Brauliob, obispo de Cesaraugusta, por medio de los argumentos verdaderos de los doctores y con afirmaciones de una verdad indudable, confirmó en la verdadera fe a cierto obispo acéfalo de origen sirio que defendía la antedicha herejía y condenó sus palabras, e, insistiendo durante largo tiempo, liberó para siempre al citado pontífice de su anterior error. Y con qué río de elocuenciac, con cuántos dardos de las Sagradas Escrituras y testimonios de los santos padres abatieron la herejía de los acéfalos, lo ponen de manifiesto las actas del sínodo celebrado bajo la presidencia de Isidoro en Híspalis, en el que demostró la verdad enfrentándose al obispo Gregorio, defensor de la citada herejía. Se dio a conocer en tiempos del emperador de los romanos Mauricio y del rey de los godos católicos Recaredo, y vivió hasta los tiempos del emperador de los romanos Heraclio y del rey de los godos Chintila, el más piadoso de los hispanos, aventajando a todos por tanta sabiduría y aventajándolos por sus buenas obras, y más fructífero que cualquier otro por su caridad. Estas numerosas noticias sobre él las escribieron Braulio, obispo de Cesaraugusta, y Juan de Santa María de Narbona, que fue diácono de ésta y prior de Santa María la Mayor de Cesaraugusta. Por su parte, el bienaventurado Ildefonso, obispo de la sede toledana, da sobre éste mismo el siguiente testimonio, diciendo que alcanzó en su forma de expresarse una elocuencia llena de fluidez de un encanto tal que la riqueza admirable de su discurso causaba tanto asombro en sus oyentes que, debido a ello, una vez escuchado lo que oímos, uno no podía retenerlo a menos que se le repitiese Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, lib. 2, 17. Precisión carente de rigor histórico. c Vuelve el autor a servirse de la Vita s. Isidori utilizada al comienzo de este mismo capítulo, de la que toma la mayor parte de la información que sigue, hasta la expresión “sea para vosotros y para mí nuestra garantía de la vida futura”. a
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en varias ocasiones. Dijoa, asimismo, que ocupó la cátedral episcopal durante casi cuarenta años. Tan pronto como conoció, no sé de qué modo, que llegaba el fin de su vida y, mientras su cuerpo era consumido por una persistente enfermedad, con la sutileza propia de su alma advirtió el futuro, durante unos seis meses, aproximadamente, si no más, desde que salía el sol hasta el atardecer, repartió limosnas a diario entre los pobres, mostrándose mucho más atento aún de lo que siempre había acostumbrado. A continuación, cuando la fiebre ardía en su cuerpo y alejaba la comida de su debilitado estómago, se apresuró a confesarse y solicitó que se presentasen ante él sus irreprochables coepíscopos Juan de Tarazona, Braulio de Cesaraugusta y Eparcio, arzobispo de Toledo. Y al ser transportado desde su celda hasta la basílica de San Vicente, lo recibió con grandes gemidos una muchedumbre de clérigos y de gentes de la ciudad. Y cuando fue situado en medio de la iglesia, junto a la cancela del altar, solicitó a los clérigos que se pusiesen ante él con objeto de que, en el momento de recibir la penitencia, viese únicamente varones presentes. Y solicitó a los antedichos obispos, a uno de ellos, el cilicio y, al otro, que arrojase ceniza sobre él, y, elevando sus manos al cielo, dijo: “Tú, Dios, que conoces los corazones de los hombres y permitiste que fuesen perdonados sus pecados al publicano, mientras éste golpeaba su pecho, acoge en esta hora mi confesión”. Y así, después de pronunciar estas palabras y otras muchas, recibió el cuerpo y la sangre del Señor con un profundo gemido de su corazón. Solicitó entonces el perdón de clérigos y laicos, diciendo: “Os suplico, queridísimos hermanos, que intercedáis por mí, indigno siervo de Cristo, a fin de que por vuestra intercesión merezca alcanzar el perdón por mis pecados”. Y, una vez que todos a grandes voces solicitaron el perdón para él, los exhortó a que mostrasen caridad los unos hacia los otros. A continuación dispuso que se distribuyese entre los necesitados el dinero que le restaba. Entretanto, solicitó y quiso ser besado por todos, diciendo: “Si de todo corazón me habéis perdonado aquellos actos malvados y perversos que hasta el día de hoy he cometido contra vosotros, el Señor os perdonará, a su vez, vuestros pecados. a
Ildefonso de Toledo, De uiris illustribus, cap. 8.
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Así, del mismo modo que el agua de la fuente sagrada que el pueblo devoto va a recibir en el cuarto año del citado príncipe, en la era 681a, la víspera de los idus de abrilb, ha de traeros el perdón por vuestros pecados, así también este beso intercambiado sea para vosotros y para mí nuestra garantía de la vida futura”. Enc la era 683d, † en el año de Suintilae y de su hijo Ricimero †f, en el año tercero del rey Sisenando, se celebró en Toledo un concilio de la Galia e Hispaniag. Reunidos en la iglesia de Santa Leocadia, virgen y mártir de Cristo, sesenta y ocho obispos junto con los vicarios de los obispos ausentes y los nobles de palacio, con la asistencia todavía de Isidoro, arzobispo de Híspalis, y de Braulio, obispo de Cesaraugusta, su hermano y que ya resplandecía extraordinariamente por sus muchas obras, celebraron un concilio sobre diversos asuntos. Y tuvo lugar bajo la presidencia de Justo, primado de la ciudad regiah, y suscribieron sus actas Isidoro, arzobispo de Híspalis, Solva, arzobispo de Narbonai, Juliano, arzobispo de Brácaraj, Áudax, arzobispo de Tarracok, Rimiro, vicario de Méridal, y Año 643. 12 de abril. Esta precisión temporal está tomada de Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, lib. 2, 18. c A partir de aquí y hasta el final del capítulo la fuente es la Historia de rebus Hispaniae de R. Jiménez de Rada, lib. 2, 19. d Año 645. e El rey visigodo Suintila (621-631). Su hijo Ricimero (o Recimero) es mencionado por Isidoro de Sevilla en las Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum, cap. 65 (segunda redacción). f Existe en este punto un evidente error de transmisión en el manuscrito, dado que el pasaje, tal y como ha llegado hasta nosotros, carece de sentido. g Se refiere el autor al Concilio IV de Toledo, celebrado en el año 633 y presidido por Isidoro de Sevilla. h El obispo Justo de Toledo (633-636). i En realidad, el obispo Sclúa de Narbona, elevado a la cátedra episcopal en una fecha indeterminada a comienzos del siglo vii y que firma, en efecto, las actas del Concilio IV de Toledo y cinco años más tarde asiste aún al Concilio VI de Toledo. j El obispo Juliano de Brácara Augusta, que asistió, ciertamente, al Concilio IV de Toledo y, en el año 638, al Concilio VI de Toledo. No se tienen más noticias de él. k La firma del obispo Áudax de Tarraco aparece únicamente en las actas del Concilio IV de Toledo. Debió de ser nombrado obispo pocos años antes. l El representante de Mérida en el Concilio IV de Toledo fue el obispo Esteban (ca. 630-ca. 633), que firma en tercer lugar, tras Isidoro de Sevilla y Sclúa de Narbona (ed. Martínez Díez, Rodríguez, lín. 244-245, p. 261). a
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los obispos sufragáneos de aquéllos. Se reunieron en total sesenta y ocho obispos y fue éste el cuarto concilio de Toledoa. Entre todos los restantes asistentes de este santo sínodo sobresalió Braulio, obispo de Cesaraugusta, cuya elocuencia admiró Roma, madre y señora de ciudades, con motivo de la lectura de una carta suya. En la era 689b se celebró el quinto concilio de Toledo, reuniéndose en él veinticuatro obispos bajo la presidencia de Eugenio, pontífice de la ciudad regia, para arrojar luz no sólo sobre asuntos terrenales, sino también sobre cuestiones divinas, transmitiendo muchas enseñanzas a las mentes ignorantes. Qué gran número de santos obispos junto con los vicarios de los obispos ausentes que se sentaron con ellos y los distinguidos nobles de palacio del rey Chintila que fueron considerados dignos de asistir al concilio se reunieron en la iglesia de Santa Leocadia, virgen y mártir de Cristo, lo pone de manifiesto gloriosamente el Libro de los cánones. Por encima de los demás asistentes sobresalió en este sínodo con gran distinción Braulio, obispo de Cesaraugusta, y llenó, como convenía, de piadosa doctrina las almas cristianas. Sus obras aún hoy en día las venera la Iglesia. Y en este concilio suscribieron las actas Áudax, arzobispo de Tarracoc, algunos de sus sufragáneos y los vicarios de los obispos ausentes. (27) Muertos ya Leandro, Fulgencio, Isidoro y el rey Recaredo (todos ellos murieron en brazos de Braulio), finalmente, también éste, una vez de regreso en la ciudad de Cesaraugusta, en su sede episcopal, en la iglesia de Santa María la Mayor, y rodeado de numerosos obispos, entregó con alegría su espíritu a Dios en brazos de Áudax, arzobispo de Tarraco.
a Firman las actas del Concilio IV de Toledo 62 obispos y siete representantes de otros tantos obispos: tres presbíteros, un arcipreste y tres arcedianos. b Año 651. En realidad, el Concilio V de Toledo se reunió en el año 636 (era 674), fue presidido por Eugenio I de Toledo y firmaron sus actas 22 obispos y, en representación de sus obispos, un presbítero y un diácono. c El obispo Áudax de Tarraco firma únicamente las actas del Concilio IV de Toledo (a. 633). En el Concilio V de Toledo no figura ningún representante de la diócesis de Tarraco, mientras que en el Concilio VI de Toledo (a. 638) firma como obispo de Tarraco Protasio, consagrado en torno al 637.
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Cuandoa regresó a su sede episcopal, cercano ya el vigésimo primer año desde que gloriosa y felizmente comenzó a regir su Iglesia, desde los tiempos de Sisenando y Chintila, reyes de los godos, de Tulga y de Suedob, así como de Sisebuto, reyes de los godos, al cabo de pocos díasc se le presenta una dolencia. Al agravarse ésta por su enfermedad, toda la ciudad de Cesaraugusta siente una gran turbación, pues se acercaba a su tránsito quien estaba destinado a alcanzar la gloria, y a Braulio, ya cansado de las fatigas de este mundo, el Señor lo invita a gozar de los premios del cielo. Incluso los paganos, los judíos y los sarracenos decían: “¿Por qué nos abandonas, padre? ¿En qué manos nos dejas en nuestra desolación?”d. La multitud de paganos, judíos y cristianos, monjes y miembros de las otras órdenes religiosas, que día y noche acudieron a visitarlo y a velarlo fue tan grande como permitió la entrada de su casa y pudo acoger ésta. Durante todo el tiempo que pasó hasta que su alma lo abandonó, estuvo acompañados de coros que cantaban salmose. Pasó de este mundo al otro al amanecer del día del Señor, el sexto día antes de las calendas de abrilf, en brazos de Áudax, arzobispo de Tarraco, y de algunos otros obispos, y un gran pesar se extendió por toda la ciudad. Recibió digna sepultura en la iglesia de Santa María la Mayorg, al pie del altar del apóstol Santiago, que él mismo había hecho construir. Concluye la vida del obispo Fulgencio, el rey Hermenegildo, Braulio, el obispo Isidoro, Leandro y el rey Recaredo, todos ellos santos. Demos gracias a Dios, que dio buen inicio a esta labor y buen fin. Fin.
a El comienzo de este último capítulo parece tomado del De uiris illustribus de Ildefonso de Toledo, cap. 11. b Entiéndase de nuevo: Chindasvinto. c Constancio de Lyon, Vita s. Germani ep. Autissiodorensis, 7, 42 (p. 198, 1-5). d Sulpicio Severo, Epistula III, 10. e El final de este párrafo procede de la Vita s. Germani ep. Autissiodorensis de Constancio de Lyon, 7, 42 (p. 198, 9-11). f 27 de marzo. g La actual basílica del Pilar.
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APÉNDICES*
Apéndice Ia En la festividad del santo arzobispo Isidoro Primera lecciónb. Así pues, como el bienaventurado confesor Isidoro, varón ilustre, debía estar adornado por unos insignes orígenes y un linaje distinguido debía anunciar a su distinguida persona, fue su patria la ciudad de Cartagena, de la provincia de Hispania. Su padre fue el duque Severiano y su madre tuvo por nombre Túrtura. Fueron sus hermanos y preceptores, junto con la santísima virgen Florentina, los ilustrísimos y eruditísimos varones, confesores de Cristo, Leandro, arzobispo de Híspalis, y Fulgencio, obispo de Ástigi. Instruido por las serenísimas enseñanzas de éstos, iluminó a sus padres, hermanos y parientes con su noble afecto. Así pues, tal y como se dice a propósito del bienaventurado Ambrosio, cuando era niño, su padre vio cómo un enjambre de abejas entraba y salía por la boda de éste y volaba hasta el cielo, lo que simbolizaba la magnitud de sus santos conocimientos. Así pues, cuando el niño Isidoro fue entregado al estudio de las letras, temiendo los varazos del maestro, pues no mostraba el suficiente
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* Apéndices – ed. J. C. Martín-Iglesias (CC CM 281), Turnhout, 2016, p. 189-
Esta obrita ha sido compuesta a partir de extractos tomados de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 2-19a y 39. b Vita s. Isidori (BHL 4486), 2-4 lín. 58-134. a
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talento, huyó de la ciudad de Híspalis. Al sentarse, fatigado, junto a un pozo, vio una roca acanalada en la boca del pozo. Así pues, cuando se preguntaba, sorprendido, cuál era la causa de los canales en esa roca, una mujer que había llegado hasta allí con la intención de sacar agua, le dijo que surgían por el continuo roce de la cuerda que a diario pasaba por esa roca. Recuperando entonces la sensatez, guiado por el Espíritu de Dios, comprendió que la rudeza de su talento podía ablandarse por el ejercicio, al igual que la roca. Así pues, regresó a aprender. Segunda leccióna. Tanta gracia se dignó concederle el Señor en el aprendizaje que, lleno de erudición en todo tipo de escritos, ya fuesen en latín, en griego o en hebreo, en virtud de su elocuencia y de lo florido de sus conocimientos no encontraba igual entre todos los filósofos. Cuando el sumo pontífice, el bienaventurado Gregorio, tuvo noticia de la reputación de aquél, escribió a menudo sobre él al bienaventurado Leandro, su hermano, diciéndole que le gustaría conocerlo. ¡Cosa admirable! Estando Isidoro cierta noche correspondiente al nacimiento del Señor durante el oficio de maitines en la iglesia de Híspalis, de repente viajó hasta Roma y vio allí al bienaventurado Gregorio, que esa misma noche asistía a ese mismo oficio de maitines. Éste, felicitándose junto con el propio Isidoro y reconociéndolo gracias al Espíritu de Dios, lo abrazó en representación de su hermano, el bienaventurado Leandro, tan querido para él. Así pues, reconfortados los dos con sus respectivas bienaventuradas palabras y su conversación, Isidoro regresó a la iglesia de Híspalis, donde encontró celebrando ese mismo oficio de maitines a los clérigos que allí había dejado. Se ignora por los méritos de quién de ellos se produjo este milagro. Tercera lecciónb. Así pues, el bienaventurado Isidoro mostró una perfección tan completa con un dominio total de todas las artes liberales y de las ciencias que ninguno de los antiguos filósofos podría ser comparado con él. Y cuando la herejía arriana creció con virulencia en todo el reino de los godos durante el reinado del rey Leovigildo, una vez enviados al exilio los santísimos confesores a b
Vita s. Isidori (BHL 4486), 5-6 lín. 135-191. Vita s. Isidori (BHL 4486), 7-13 lín. 203-418.
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Leandro de Híspalis y Masona de Mérida, así como otros obispos, el joven Isidoro, censurando abiertamente la citada depravación herética, anhelaba alcanzar la palma del martirio. Muerto Leovigildo, lo sucedió su hijo Recaredo, que hizo llamar del exilio a los santísimos obispos. Como consecuencia de ello, gracias al favor de Dios, se dio la circunstancia de que, instruido perfectamente el citado Recaredo en la fe católica por el bienaventurado Leandro, casi todo el pueblo de los godos se convirtió a la fe católica gracias a la predicación de este último. Y así, al ver el bienaventurado Leandro la admirable constancia de Isidoro, guiado por no se sabe qué espíritu, recluyó a este joven de tan buena índole en una celda construida por el propio Isidoro. Tanto el piadosísimo rey, como los numerosos prelados de las iglesias y, sobre todo, los clérigos soportaban con pesar este hecho y decían que semejante lámpara de la Iglesia no debía ser colocada bajo el celemín, sino sobre el candelabro. Pero el santísimo Leandro no cedió ni ante las súplicas del rey Recaredo, ni ante las voces de los prelados y los clérigos. En efecto, guiado por el Espíritu Santo, sabía qué había hecho. Cuarta leccióna. Por su parte, el venerable rey se sentaba con asiduidad junto a la celda del bienaventurado varón. Así pues, Recaredo, siguiendo la verdadera fe católica, tras convocar un gran concilio, se convirtió allí mismo a ella en compañía de los prelados y de todos los barones de su reino e incluso la fortaleció. Doliéndose de ello, el enemigo del género humano incitó contra el rey a dos condes poderosos por sus recursos y riquezas, a saber, los arrianos Gravista y Vulgrina, junto con un obispo arriano de nombre Atalco, que invadieron el territorio de Recaredo, devastando Narbona y las provincias circundantes y matando a un gran número de clérigos y otros fieles para vengar a la secta arriana. Recaredo, tras enviar contra ellos al duque Claudio de Mérida, b una vez derrotados los depravados enemigos de la fe, ese mismo general reVita s. Isidori (BHL 4486), 13-14 lín. 424-482. Se diría que hay una laguna en este punto en el texto, a menos que el autor haya cometido un anacoluto, dejando el nominativo inicial “Recaredus” sin ninguna función en el resto de la frase y acumulando dos ablativos absolutos seguidos por delante de la proposición final, cuyo sujeto es ahora el duque Cladio (“ese mismo general”). a
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gresó a Hispania acompañado de la gloria de la victoria. Así pues, cuando el bienaventurado Leandro se vio golpeado por una enfermedad mortal, dispuso que Isidoro fuese sacado de su celda para solazarse con él, bendecirlo y encomendarse él mismo a sus oraciones, pero el bienaventurado Isidoro dio la siguiente respuesta a quienes fueron en su busca: “Sabed, hermanos, que no saldré en modo alguno de esta celda, mientras mi hermano siga viviendo en esta vida, que es una peregrinación”. Y, ciertamente, así lo aseguró mediante un juramento. Quinta leccióna. Y así, una vez recibidos los sacramentos eclesiásticos, el bienaventurado Leandro partió junto a Dios. Así pues, luego que aquél fue llevado hasta la gloria celestial, se produce una reunión a la que asisten, viniendo desde todas partes, los prelados, los clérigos, los varones principales y, sobre todo, el gloriosísimo rey, quienes suplican con insistencia a Dios que les conceda un idóneo sucesor de tan santísimo varón. Así pues, reunidos todos ellos, se produce un debate en torno al sucesor de tan gran pontífice. Pero el pueblo de la ciudad, incapaz de guardar silencio sobre lo que había concebido en su interior, proclamó que el bienaventurado Isidoro era el más digno para la citada dignidad. Así pues, como las voluntades del rey, los prelados y los varones principales coincidían en ese mismo sentido, manifiestan con humildad su voluntad al santo varón. Pero éste no quiso acceder de ninguna manera a los deseos de aquéllos. Y sin demora el venerable príncipe y los santos pontífices, viendo que nada podían conseguir con sus ruegos, se dirigieron en compañía del pueblo, en medio de un gran griterío, a la celda, la echaron abajo y condujeron al siervo de Dios hasta la iglesia. Sexta lecciónb. Viendo, en consecuencia, el varón de Dios que nada podía hacer, cedió a la fuerza y, así, fue elegido con veneración obispo de Híspalis. Su elección fue anunciada mediante solemnes mensajeros al sumo pontífice, el bienaventurado Gregorio. El citado sumo pontífice recibió ésta con gran alegría y gozo y la confirmó de inmediato, enviando a aquél un palio junto con el a b
Vita s. Isidori (BHL 4486), 14-15 lín. 483-551. Vita s. Isidori (BHL 4486), 16-17 (18A) lín. 555-661.
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honor de la dignidad de primado en toda Hispania. Por lo demás, hasta qué punto el citado pontífice en el desempeño de su arzobispado se mostró constante y humilde, paciente y bondadoso, compasivo con los desdichados y los pobres y dotado de toda clase de virtudes, nadie sería capaz de referirlo con palabrasa. Y después de comenzar a sobresalir por sus virtudes, inició la construcción de un monasterio para propagar los sarmientos de Cristob. Y, así, construyó un venerable monasterio en las afueras de la ciudad de Híspalis, donde hacía que se diese acogida a una numerosa multitud de clérigos y escolares procedentes de todas partes para que allí se entregasen a las disciplinas escolares, tras reunir allí mismo los pertinentes doctores y cuanto era necesario, de tal modo que, al crecer los conocimientos de la ciencia divina, se acrecentase la fe de Cristo con objeto de poner fin a la depravación herética. Y para alejar de los que estaban en el monasterio cualquier oportunidad de vagar de un lado a otro, dispuso que quienes ingresasen en él no saliesen del monasterio en un plazo de cuatro años. Formaron parte del conjunto de éstos el venerable y bienaventurado Ildefonso, después arzobispo de Toledo, el glorioso Braulio, después obispo de Cesaraugusta, y muchos otros nobles e ilustres varones. Por lo demás, a aquellos que veían dotados para la ciencia, si por comodidad querían entregarse a otra ocupación que resultase inadecuada, a fin de llevarlos de vuelta al estudio, hacía que fuesen retenidos con cadenas de hierro. Séptima lecciónc. Construyó, además, a lo largo del territorio de Hispania otros numerosos monasterios en los que reunió un gran número de religiosos de ambos sexos para que se consagrasen a la alabanza y glorificación de Dios, entregándoles una regla de vida que él mismo había elaborado de acuerdo con los preceptos de los santos apóstoles. Pero, no contentándose con ser de utilidad a una sola provincia, saliendo a recorrer las ciudades y las regiones, como una trompeta soplada por Dios, no cesaba de hacer resonar la palabra de la verdadd en los oídos de los fieles, exhortando a los Esta expresión procede de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 39 lín. 1983-1986. Cfr Juan 15, 5. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 17 (18A)-18 (19A) lín. 693-742. d Cfr Salm. 118, 43; II Cor. 6, 7; Efes. 1, 13; Sant. 1, 18. a
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fieles y fortificándolos en la fe católica y en los preceptos apostólicos ora con su propia voz, ora mediante el envío de cartas. Y cuando su reputación se extendió con gran distinción por todo el orbe, el sumo pontífice que entonces había hizo que aquél fuese llamado a su presencia. Cuando éste llegó a Roma, fue recibido con grandes honores por el pontífice y los cardenales. Así pues, viendo el sumo pontífice la excelencia de tan gran varón, hizo que todos los prelados fuesen convocados a un concilio y prescribió a éstos que en los preceptos que allí se fijasen siguiesen las correcciones de Isidoro. Octava leccióna. Así pues, todos los prelados sentían un respeto tan grande hacia él que lo veneraban como a su padre y señor. Y, así, una vez disuelto el sínodo, consiguió cuanto quiso en la curia romana. Así pues, tras despedirse todos con lágrimas y una gran tristeza, regresó a Hispania provisto de un grandísimo honor y de presentes apostólicos. Y cuando el santo doctor se aproximaba a los territorios de las Galias, las provincias de las Galias e Hispania sufrían una sequía tan prolongada del cielo que no sólo se secaban las plantas, las cosechas y los árboles, sino que los hombres, en razón de esa calamidad del cielo, sufrían graves molestias físicas. Así pues, al tener noticia de la llegada del santo obispo y doctor, salieron a su encuentro con gran alegría, rogándole y suplicándole que pudiesen verse libres de esos peligros gracias a sus oraciones. Él, por su parte, tras reunirlos a todos, los confortó con el alimento de la palabra de Dios y, finalmente, los exhortó a que rezasen fervorosamente a Dios con la confianza de obtener su misericordia. Y, cuando él comenzó a orar, eran tales la serenidad del cielo y el calor que todos ardían a un mismo tiempo debido al caluroso viento que los quemaba. Pero, de improviso, el cielo se transformó en rayos y truenos y en un diluvio tal de lluvia que cualquiera podía comprender con toda evidencia que ello había ocurrido por el poder de la oración del santo doctor y por sus méritos. Novena lecciónb. Cuando cesó la lluvia, acudieron todos junto al santo obispo, celebrando las grandes obras de Dios. Y él les dijo: “He aquí, hermanos, cuánto obtiene la fe en la santa Trinidad. Pia b
Vita s. Isidori (BHL 4486), 18 (19A)-19 (20A) lín. 731-778. Vita s. Isidori (BHL 4486), 19 (20A) lín. 787-866.
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diendo en su nombre, no sólo habéis sido liberados de tres peligros, sino de muchos más”. Así pues, mientras el santo varón recorría las ciudades y las plazas fuertes, curaba a los enfermos que habían escapado a la citada tempestad. Y, así, habiendo llegado no lejos de la ciudad de Híspalis, se le anunció que el malvadísimo Mahoma con una boca provista de unas ideas nunca oídas inficionaba a quienes lo escuchaban como un miembro venenoso del diablo. Isidoro, enviando de inmediato a unos mensajeros en su busca, fabricó incluso unas cadenas para que no tardasen en llevarlo ante él, retenido con ellas. Entretanto, el enemigo del género humano, que se había transformado en un ángel de luz, se apareció al citado Mahoma, instándolo, como si fuese un mensajero de Dios, a que huyese de Isidoro, que se aproximaba, y se trasladase a otras regiones.
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En la festividad de san Isidoro, arzobispo de Híspalis Primera lecciónb. Así pues, a fin de que el ilustre confesor Isidoro estuviese adornado por unos ilustres orígenes y un linaje distinguido anunciase a su distinguida persona, fue su patria la ciudad de Cartagena, de la provincia de Hispania. Su padre fue el duque Severiano y su madre tuvo por nombre Túrtura. Fueron sus hermanos y preceptores, junto con la santísima virgen Florentina, los ilustrísimos y eruditos varones, confesores de Cristo, Leandro, arzobispo de Híspalis, y Fulgencio, obispo de Ástigi. Instruido por las serenísimas enseñanzas de éstos, iluminó a sus padres, hermanos y parientes con su noble afecto. Así pues, tal y como se lee a propósito del bienaventurado Ambrosio, cuando era niño, sus padres vieron cómo un enjambre de abejas entraba y salía por la boda de éste y volaba hasta el cielo, lo que simbolizaba la magnitud de sus santos conocimientos. Así pues, cuando el niño Isidoro fue entregado al estudio de las letras, temiendo la palabra del maestro, pues no mostraba el suficiente talento, huyó de la ciudad de Híspalis. Al sentarse, fatigado, junto a un pozo, vio una roca acanalada en la boca del pozo. Así pues, cuando se preguntaba, sorprendido, cuál era la causa de los canales en esa roca, una mujer que había llegado hasta allí con la intención de sacar agua le dijo que surgían por el continuo roce de la cuerda que a diario pasaba por esa roca. Recuperando entonces la sensatez, guiado por el Espíritu de Dios, comprendió que la rudeza de su talento podía ablandarse por el ejercicio, al igual que la roca. Así pues, regresó a aprender. Tú. Responsorio. Isidoro, varón ilustrec, distinguidod primado de las Hispaniase. Oración. Leandro y Fulgencio, junto con la santísima virgen Florentina, fueron sus hermanos y preceptores. Versículo. De nuevo, una composición en honor de Isidoro de Sevilla elaborada a partir únicamente de pasajes de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 1-39. b Vita s. Isidori (BHL 4486), 2-4 lín. 58-134. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 58. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 5 lín. 148. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 3. a
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Formado por las serenísimas enseñanzas de éstosa, lo instruyeron por completo las leyes divinas y humanasb. Oración. Leandro yc. Segunda lecciónd. Tanta gracia se dignó concederle el Señor en el aprendizaje que, lleno de erudición en todos los escritos latinos, griegos y hebreos, en virtud de su elocuencia y de lo florido de sus conocimientos no encontraba igual entre todos los filósofos. Cuando el sumo pontífice, el bienaventurado Gregorio, tuvo noticia de la reputación de aquél, escribió a menudo sobre él al bienaventurado Leandro, su hermano, diciéndole que le gustaría conocerlo. ¡Cosa admirable! Estando Isidoro cierta noche correspondiente al nacimiento del Señor durante el oficio de maitines en la iglesia de Híspalis, de repente viajó hasta Roma y vio allí al bienaventurado Gregorio, que esa misma noche asistía a ese mismo oficio. Éste, felicitándose junto con el propio Isidoro y reconociéndolo gracias al Espíritu de Dios, lo abrazó en representación de su hermano Leandro, tan querido para él. Así pues, reconfortados los dos con sus bienaventuradas palabras, Isidoro regresó a la iglesia de Híspalis, donde encontró celebrando ese mismo oficio de maitines a quienes allí había dejado. Y cuando la herejía arriana creció con virulencia en todo el reino de los godos, una vez muerto Leovigildo, el bienaventurado Isidoro, censurando abiertamente la citada herejía, anhelaba alcanzar la palma del martirio. Tú ahora. Responsorio. El doctor de la Iglesiae Isidoro, erudito en varias lenguasf, distinguido por su nobleza y su dignidad, en las doctrinas de los filósofosg. Oración. Enh su tierna infanciai resplandeció. Versículo. Al mundo en su vejezj fue entregado por el Señor este
Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 63-68. Vita s. Isidori (BHL 4486), 5 lín. 144. c Es simplemente el comienzo del texto de la primera oración. Sigue el mismo procedimiento en las restantes oraciones incluidas entre las lecciones de esta obra. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 5-10 lín. 135-301. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 39 lín. 1970. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 5 lín. 141-142. g Vita s. Isidori (BHL 4486), 7 lín. 212-213. h Sigue la frase del responsorio. i Vita s. Isidori (BHL 4486), 4 lín. 129. j Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 45. a
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joven venerablea, lleno de graciab, erudito en las leyes divinas y humanasc. Tercera lecciónd. Así pues, al ver el bienaventurado Leandro la admirable constancia de Isidoro, guiado por no se sabé qué espíritu, recluyó al joven Isidoro en una celda. Tanto el piadoso rey, como los numerosos prelados de las iglesias soportaban con mucho pesar este hecho y decían a aquél que no debía colocar semejante lámpara bajo el celemín. Pero el bienaventurado Leandro no cedió ni ante las palabras del rey Recaredo, ni ante las de los demás. Él sabía qué había hecho. El bienaventurado Recaredo se sentaba con asiduidad junto a la celda del bienaventurado varón. Y, reunido un gran concilio, profesó la fe católica junto con sus barones y fortaleció la Iglesia. Tú ahora. Responsorio. Elegido por Dios al inicio de su vidae, fortificado por la constanciaf, no era un niño. Oración. Sinog un varón cumplidoh. Niño, ciertamente, por su edad, por sus conocimientos y su mansedumbre. Versículo. Refulgía como un ancianoi, provisto de floridos conocimientos, cargado del peso de la dignidad de sus costumbresj, apreciado por todos por la dulzura de sus palabrask. Oración. Sino un varón. Versículo. Gloria. Antífona para el segundo nocturno. Al extenderse la rabiosa insania de los arrianos, el santísimo Leandro, prelado de Híspalis, es enviado al exilio por la rabia de los impíosl. Oración. Cuando te invoco (Salm. 4, 2). Antífona. El valerosísimo atleta demostraba alegre al rey Leovigildo, su opositor, que los arrianos eran unos falsos doctoresm. Oración. Señor, Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 81-82. Vita s. Isidori (BHL 4486), 16 lín. 601-602. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 5 lín. 144-145. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 12 lín. 394-439. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 35 lín. 1786-1787. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 12 lín. 384. g Como en el caso anterior, sigue la frase del responsorio. Además, encuentra su continuación en la frase del versículo que sigue. h Vita s. Isidori (BHL 4486), 4 lín. 127-128. i Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 307-309. j Vita s. Isidori (BHL 4486), 13 lín. 414-415. k Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 308-309. l Vita s. Isidori (BHL 4486), 9 lín. 276-293. m Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 297-334. a
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Apéndice II, 1
Señor (Salm. 8, 2; 8, 10). Antífona. Eligiendo morir por Cristo y cumpliendo las funciones de su prelado, demostraba con sagacidad la falsedad de las afirmaciones de los herejes. Oración. En el Señor confío (Salm. 10, 2). Versículo. Condujo al justo (Sab. 10, 10). Cuarta leccióna. Así pues, cuando el bienaventurado Leandro se vio golpeado por una enfermedad mortal, dispuso que Isidoro fuese sacado de su celda para solazarse con él, bendecirlo y encomendarse él mismo a sus oraciones. Pero san Isidoro dio la siguiente respuesta a quienes fueron en su busca: “Sabed, hermanos, que no saldré en modo alguno de esta celda, mientras mi hermano siga viviendo en esta peregrinación”. Y, ciertamente, así lo aseguró mediante un juramento. Así pues, una vez que el bienaventurado Leandro alcanzó la gloria celestial, el bienaventurado Isidoro fue elegido como pastor, su celda fue echada abajo por el rey y el pueblo y condujeron al siervo de Dios hasta la iglesia. Tú ahora. Responsorio. Como uno de los ríos del paradiso dejaba salir por su boca ríos de gracia con los que, regando la árida tierra de los fieles, llevaba éstos al verdor de la feb. Oración. Que en las personas Dios era trino predicaba, pero uno solo en su esenciac. Versículo. Aconsejaba a las gentes que obedeciesen con humildad al pontífice de Roma y se precaviesen con cuidado de la herejía arrianad. Oración. Que en las personas. Quinta leccióne. San Isidoro cedió a la fuerza y, así, fue elegido con veneración obispo de Híspalis. Su elección fue anunciada mediante solemnes mensajeros al sumo pontífice, el bienaventurado Gregorio. Éste la recibió con alegría y la confirmó, enviando a aquél un palio junto con el honor de la dignidad de primado en toda Hispania. Hasta qué punto san Isidoro se mostró constante y humilde, paciente, bondadoso y dotado de toda clase de virtudes, nadie sería capaz de referirlo con palabrasf. Construyó también monasterios en los que acogía a un gran número de clérigos Vita s. Isidori (BHL 4486), 14-15 lín. 473-551. Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 326-328. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 12 lín. 389-392. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 11 lín. 350-358. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 16 lín. 556-578 y 17 (18A) lín. 641-651. f Esta expresión procede de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 39 lín. 1983-1986.
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y escolares para que allí se entregasen a las disciplinas escolares. Dispuso también que ningún escolar abandonase el monasterio en un plazo de cuatro años. Formaron parte del conjunto de éstos el bienaventurado Ildefonso y muchos otros nobles. Tú. Responsorio. Doctor ilustre, que predicó a las gentes la fe en la santa Trinidada. Oración. Y, una vez muerto éste defensor de la Trinidadb, Dios le concedió la vida. Versículo. Este legislador enseñaba a las gentes las leyes divinas de la honestidadc. Oración. Y. Sexta lecciónd. Construyó, además, a lo largo del territorio de Hispania numerosos monasterios en los que reunió un gran número de gentes de ambos sexos al servicio de Dios. Pero no fue de utilidad a una sola provincia, sino que sembró la palabra de Dios por las ciudades y los reinos, exhortando a los fieles y fortificándolos con los preceptos apostólicos ora e mediante el envío de cartas. Y cuando su reputación se había extendido por el orbe, el sumo pontífice que entonces había hizo que aquél fuese llamado a su presencia. Éste, cuando llegó a Roma, fue recibido con grandes honores por el pontífice y los cardenales, como convenía. Así pues, viendo el sumo pontífice la excelencia de tan gran varón, hizo que todos los prelados fuesen convocados a un concilio. Y prescribió a éstos que en los preceptos que allí se fijasen siguiesen las correcciones de Isidoro. Así pues, todos los prelados sentían un respeto tan grande hacia él que lo veneraban como a su padre y señor. Y, así, una vez disuelto el sínodo, y tras haberse despedido de todos con tristeza y entre lágrimas, regresó a Hispania provisto de un gran honor y de presentes apostólicos. Tú ahora. Vita s. Isidori (BHL 4486), 11 lín. 346-350. Es difícil aprehender el sentido del adjetivo “trinus” en este pasaje, que traduzco conforme al sentido que encuentro más apropiado, por más que no lo haya encontrado recogido en ningún diccionario. El pasaje podría haber sufrido, no obstante, la pérdida de un sustantivo o haberse corrompido, con lo que la forma de nominativo “trinus” encubriría, quizás, el ablativo correspondiente, “trino”, en hipérbaton, concertado con el “Deo” mencionado más adelante, con el sentido siguiente: “Y, una vez muerto, el Dios trino le concedió la vida”. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 18 (19A) lín. 718-719. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 17 (18A)-18 (19A) lín. 693-746. e Hay en este punto una laguna en el texto latino, fruto de un salto de ojo. a
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Responsorio. Éste es el resplandeciente rayo del sol de la justicia por el que la luz de la verdad brilló para ti, Iberia. Oración. Y tú, que habías sido seducida por muchos engaños, te convertiste en el caudillo de la ortodoxia. Versículo. Éste es ese insigne pastor y egregio pontífice tuyo que te colmó de los beneficios de la doctrina de la salvacióna y te adornó con las enseñas de las virtudes. Oración. Y tú, que. Versículo. Gloria al Padreb. Antífona para el tercer nocturno. El bienaventurado Isidoro, cuyos pensamientos estaban ya totalmente centrados en los cielos, recluido en la celdac mortificaba su cuerpo entregándose sin descanso a la oración y al ayuno. Salmo. Señor, ¿quién… (Salm. 14, 1). Antífona. Exhortaba a las gentes a que sometiesen sus cuellos al yugo del gran rey Cristo, que se precaviesen con cuidado de la herejía arriana y que obedeciesen con humildad al pontífice de Romad. Salmo. Señor, en tu poder (Salm. 20, 2). Antífona. Se reúne una multitud de gentes pobres y de poderosos que gritan y dicen con unanimidad que el siervo de Dios Isidoro es digno del episcopadoe. Salmo. Del Señor es la tierra (Salm. 23, 1; 32, 5). Versículo. El justo como la palma (Salm. 91, 13). Evangelio según Mateo. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal pierde su sabor, ¿de qué modo podrá ser salada?, etc. (Mat. 5, 13). Todo de acuerdo con las citadas lecciones. f. Y cuando el santo doctor se aproximaba a los territorios de las Galias, las provincias de las Galias e Hispania sufrían una sequía prolongada del cielo. Al tener noticia de la llegada del santo obispo y doctor, todos salieron a su encuentro con alegría, rogándole y suplicándole que pudiesen verse libres de esos peligros gracias a sus oraciones. Él, por su parte, tras reunirlos a todos, los confortó con el alimento de la palabra de Dios, exhortándolos a que rezasen a Dios. Y, cuando él comenzó a orar, esa calma tan grande se transformó en lluvia, de modo que cualquiera podía Vita s. Isidori (BHL 4486), 1 lín. 11-18. Cfr Filip. 4, 20. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 14 lín. 477-479. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 11 lín. 350-358. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 15 lín. 531-551. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 19a lín. 811-873. a
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comprender que un diluvio tan grande de agua había acontecido por el poder de la oración del santo doctor. Y, así, habiendo llegado no lejos de la ciudad de Híspalis, se le anunció que el malvadísimo Mahoma con una boca venenosa y provista de unas ideas nunca oídas había inficionado a quienes lo habían escuchado. Aunque Isidoro envió a unos mensajeros a que lo capturasen, Mahoma, huyendo, pasó entonces al otro lado del mar. Tú ahora. Responsorioa. Este ilustrísimo legisladorb predijo con mucho antelación el día de su muerte a los fieles y los exhortaba a que permaneciesen en la fe de la santa Trinidad. Oración. El clamor y el llanto de los clérigos, monjes y pobres se eleva a lo alto. Versículo. Cuando todo el orbe refulgía de milagros gracias a él, este prelado y profeta anunció que iba a morir. Oración. El clamor. Octava lecciónc. Y cuando el santo prelado estaba cerca de la ciudad de Híspalis, se formó una multitud de gentes de ambos sexos, esto es, de escolares, clérigos, monjes y laicos con himnos, aclamaciones y gran alegría. Así pues, al acudir todos corriendo a tocar los bordes de la ropa del santo padre, cierta mujer embarazada resultó sofocada debido a la presión de la turbamulta. El siervo de Dios, al advertirlo, elevó en silencio una oración entre purificaciones de lágrimas. Pero la mujer, resucitando después de un pequeño lapso de tiempo, dijo con una voz alegre: “Bendito seas, padre Isidoro, pues con tus santas oraciones nos has liberado tanto a mí, como a mi feto de la muerte temporal y de la eterna”. Y refirió a todos los presentes que, cuando ella y su feto murieron y sus almas eran conducidas al infierno, se oyó la siguiente voz: “Que las almas de éstos regresen a sus cuerpos, pues Isidoro, mi amigo, ora por ellos”. En fin, llevó a cabo muchas obras de caridad, entregando a las jóvenes pobres en matrimonio y liberando a los cautivos. Refulgió ilustre por los dones de tantas virtudes y milagrosd que no es posible referirlose. Tú. a b
719.
Vita s. Isidori (BHL 4486), 32 lín. 1648-1660. Esta forma parece tomada de la Vita s. Isidori (BHL 4486), 18 (19A) lín. 718-
Vita s. Isidori (BHL 4486), 20 (21A) lín. 888-922. Vita s. Isidori (BHL 4486), 36 lín. 1864. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 39 lín. 1983-1986. c
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Apéndice II, 1
Responsorio. Santo prelado de Dios, Isidoro, luz y esplendor de la patria, protector y pastor fiel. . Que nos concediese los gozos de la vida celestiala. Versículo. Que de una piedra diste de beber al sediento y con repetidas oraciones te dignaste suplicar al Señor. Oración. Que nos concediese. Novena lecciónb. Este venerable primado también hizo que todos los prelados se reuniesen en un concilio de Toledo, en el que fueron aprobados por él muchos preceptos relacionados tanto con la fe católica, como con las costumbres de los clérigos. Predijo, por lo demás, su muerte a sus discípulos con espíritu de profecía. Finalmente, encontrándose en la citada ciudad, solicitó con humildad el perdón de todos los prelados y los restantes asistentes al concilio, si alguna falta había cometido contra alguno de ellos por ira, por odio o por cualquier otro motivo. Y tras llegar a la iglesia de Híspalis, edificaba a diario al pueblo, entristecido este último por la muerte inminente de aquél. Durmióc, por lo demás, con los padres el bienaventurado Isidoro en el año 622 de la encarnación del Señor en buena ancianidad (Gén. 15, 15)d. No se oscurecieron sus ojos ni sus dientes se movieron de su sitio. Había dispuesto, por lo demás, el bienaventurado Leandro que su hermano Isidoro y su hermana Florentina recibiesen sepultura junto a él. Fueron construidos, en consecuencia, tres sepulcros con grandes ornamentos de oro y plata. Una vez situado en el medio el sepulcro del gloriosísimo Isidoro, los otros dos son situados a uno y otro lado entre grandes honores, y allí resplandecieron muchos portentos y milagros por los méritos de los santos prelados y gracias a la asistencia de nuestro Señor Jesucristo. Tú.
Esta completiva hay que entenderla como dependiente del infinitivo “precari” (“suplicar”) que sigue en el texto. El orden lógico de toda esta expresión sería el siguiente: “Santo prelado de Dios, Isidoro, luz y esplendor de la patria, protector y pastor fiel, que de una piedra diste de beber al sediento y con repetidas oraciones te dignaste suplicar al Señor que nos concediese los gozos de la vida celestial”. b Vita s. Isidori (BHL 4486), 32-34 lín. 1650-1773. c A partir de este punto sigue el autor la Vita s. Isidori (BHL 4486), 36-37 lín. 1869-1881. d La fuente bíblica procede, sin duda, de la Adbreuiatio Braulii Caesaraugustani ep. de uita s. Isidori Hispaniarum doctoris (BHL 4486o), 44 lín. 2182-2183. a
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Responsorioa. Santo padre de la patria, Isidoro, confesor de Cristo, tú, que fuiste la gloria de la Iglesia y la lámpara de la ley. Oración. Tú, de quien el coro del cielo se alegra de tenerte como compañero. Versículo. Tú, merced a cuya protección prosperan la ley y el pueblo, llévanos de regreso junto al Señor. Oración. Tú, de. Versículo. Gloria.
Este responsorio está tomado de unos versos que se leen en el inédito Liber miraculorum de Lucas de Tuy, poema “Alme pater patrie”, v. 1-4 (el poema se lee, no obstante, en Henriet, “Rex”, p. 345 n. 69). a
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Apéndice II, 2
Apéndice II, 2a En la festividad de san Leandro, arzobispo de Híspalis Primera lección. El bienaventurado Leandro, que tuvo por padre al duque Severiano y por madre a Túrturab, originario de Cartagena, de la provincia de Hispania, profesó como monje y de monje pasó a ser designado obispo de la iglesia de Híspalis, de la provincia de la Béticac. Fue éste un varón de amables palabras y destacadísimo talento, y se distinguió extraordinariamente por su vida y por sus enseñanzasd. Al no poder el bienaventurado Leandro eliminar de raíz el fervor de la herejía arriana en tiempos del rey de los godos Leovigildo, se desplazó hasta la asamblea del obispo de Constantinopla con objeto de confirmar los capítulos de la santa Trinidad. Allí se encontraba Gregorio, cardenal por entonces, actuando en representación del pontífice de Roma. Leandro estableció con él un fuerte vínculo de amistad y le solicitó que le expusiese las doctrinas morales del libro de Jobe. Tú ahora. Segunda lección. Regresando entonces el bienaventurado Leandro a su sede, provisto de las armas de la fe, avanzó sin temor, fortalecido por la gracia de Cristo, como un valerosísimo atleta de Cristo contra la rabiosa furia del rey Leovigildo y de sus varones principalesf. Gracias a su fe y a su celo, todo el pueblo de los godos,
Esta lecciones no son más que una versión abreviada de otras que bajo el título de “In sancti Leandri episcopi et doctoris” han sido editadas por Martín-Iglesias, “En torno”, p. 212-215. En última instancia las fuentes sobre las que se ha construido el relato que está en el origen de estas lecciones son la Vita s. Isidori (BHL 4486), el De uiris illustribus de Isidoro de Sevilla (cap. 27-28, dedicados a Gregorio Magno y Leandro de Sevilla), la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, los Dialogi y los Moralia in Iob de Gregorio Magno, la Vita s. Iuliani ep. Toletani (BHL 4554) de Félix de Toledo, la Vita s. Leandri conservada en el códice de El Burgo de Osma, Biblioteca Capitular, 2B, f. 153vb-155va (ed. Martín-Iglesias, “En torno”, p. 208-211) y el Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272). b Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 61. c Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 28. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 14 lín. 490-491. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 6 lín. 172-178. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 299-301. a
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Apéndice II, 2
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rechazando la insania arriana, se convirtió a la fe católicaa. Ciertamente, el citado Leovigildo, lleno del furor de la perfidia arriana, tras mandar asesinar a su hijo Hermenegildo, fidelísimo defensor de la fe católica, promoviendo una persecución contra los varones católicos, a los santos obispos Masona de Mérida, Fulgencio de Ástigi, Leandro de Híspalis y otros muchos los relegó al exilio, confiscó los ingresos de las iglesias y arrebató a éstas sus privilegios. A muchos los atrajo a la pestilencia arriana mediante el terror y a otros los sedujo con oro. Y, entre otras iniquidades propias de su herejía, se atrevió incluso a hacer rebautizar a algunos católicos, y no sólo a gente común del pueblo, sino también a miembros pertenecientes a la dignidad del estamento sacerdotal, como a Vicente de Cesaraugustab, a quien de obispo convirtió en apóstata y, por así decirlo, lo hizo descender desde el cielo hasta el infiernoc. Tú. Tercera lección. Finalmente, el rey Leovigildo, conmovido por el bienaventurado Leandro, se arrepintió de haber dado muerte a su hijo, pero no llegó a alcanzar la salvación de su alma. En efecto, gracias al bienaventurado Leandro conoció que la fe católica era la verdadera, pero por temor a su pueblo no mereció convertirse a ellad. Así pues, tras viajar hasta Toledo, afectado por una terrible enfermedad debido al tremendo juicio celestiale, ordenó a su hijo Recaredo que hiciese llamar de regreso del exilio a los obispos, que escuchase como a padres a Leandro de Híspalis y su hermano Fulgencio de Ástigi, que sobresalían con gran distinción en las doctrinas de la Iglesia, y que obedeciese los consejos de éstosf. Así pues, una vez muerto Leovigildo, se dio la circunstancia de Vita s. Isidori (BHL 4486), 14 lín. 491-494. No se tienen más noticias de este obispo que las que proporciona Isidoro de Sevilla en su De uiris illustribus (cap 30) y en sus Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum (cap. 50, en las dos redacciones de la obra). Su apostasía se fecha en torno a los años 580/1 y se pone en relación con el concilio arriano convocado por Leovigildo en el 580, vid. García Moreno, Prosopografía, p. 205 (no 587). En el año 589 firma las actas del Concilio III de Toledo el obispo Simplicio como prelado de Zaragoza. c Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, 2, 14. d Gregorio Magno, Dialogi, 3, 31, 6. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 11 lín. 370-372. f Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, 2, 14. a
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que Hispania acogió feliz a su querido Leandro tras regresar éste triunfalmente. Éste educó e instruyó en la fe católica a Recaredo, el sucesor de aquél en el reino, hermano de un rey y mártira. Y éste, tras convertirse, renunciando a la depravación de la herejía arriana, siguiendo no a su pérfido padre, sino a su hermano mártirb, condujo al culto de la verdadera fe a las gentes de todo el linaje de los godos gracias a la predicación del bienaventurado Leandroc. Tú. Cuarta lección. Ese mismo bienaventurado Gregorio, ante los ruegos del bienaventurado Leandro, explicó el libro del santo Job en su sentido místico y moral. Escribió el bienaventurado Gregorio algunas cartas al bienaventurado Leandro, una de las cuales está incluida en esos mismos libros de Job con el título de prefaciod. Dice en ella, en efecto: “A mi venerabilísimo señor y santísimo hermano, el obispo Leandro, Gregorio, el siervo de los siervos de Dios”e etc. Tú. Quinta lecciónf. Y, ciertamente, el bienaventurado Leandro escribió al bienaventurado Gregorio muchas cartas sobre el bautismo y otros temas eclesiásticos. Compuso, asimismo, muchos libros contra los dogmas de los herejes y los preceptos de los arrianos. Difundió, además, un pequeño libro sobre la instrucción de las vírgenes y el desprecio del mundo dedicado a su hermana Florentina. También se esforzó éste mismo con no poco empeño en favor de los oficios eclesiásticos. En efecto, escribió oraciones con una doble melodía para todo el salterio. Y redactó un gran número de dulces composiciones para las misas, los oficios y los salmos. Escribió, ciertamente, a su hermano y a otros muchas cartas particulares, y si bien no especialmente brillantes, llenas, en cualquier caso, de agudas sentencias. Tú. Sexta lección. San Leandro tanto mortificaba a diario su cuerpo al servicio de Dios que se ganó un nombre célebre en toda HisVita s. Isidori (BHL 4486), 12 lín. 376-379. Gregorio Magno, Dialogi, 3, 31, 7. c Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de rebus Hispaniae, 2, 15. d Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 27. e Gregorio Magno, Moralia in Iob, encabezamiento de la carta-prefacio, dirigida, en efecto, a Leandro de Sevilla. f La fuente de esta lección Vª es Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 28. a
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pania. Fue, en efecto, un varón lleno del temor de Dios, distinguido por su prudencia, muy inclinado a la limosna, justo a la hora de dar a conocer su juicio, compasivo en sus sentencias, persistente en la oración, admirable en sus alabanzas a Dios, muy diligente a la hora de solucionar las dificultades que surgían en el cumplimiento de los oficios eclesiásticos, un ilustre defensor de todas las iglesias, firme en la corrección de los soberbios, provisto de una rica piedad y tan copioso en ríos de caridad que por caridad nunca denegó nada a nadie que le rogase algoa. Se distinguió durante el reinado de Recaredo, un varón lleno de sentimiento religioso y un glorioso príncipe, en cuyos tiempos también llegó al final de su vida mortalb con una muerte admirable el tercer día antes de los idus de marzo, en la era 640c y está enterrado en la iglesia de las Santas Justa y Rufina, en la que había servido a diario. Allí son concedidos muchos beneficios gracias a los méritos de éste mismo y de las bienaventuradas vírgenes, merced a la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien se debe el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Tú.
a Hasta aquí la fuente de esta lección es Félix de Toledo, Vita s. Iuliani, 5 lín. 44-61. b Quizás, de nuevo, Isidoro de Sevilla, De uiris illustribus, cap. 28. Pero, en esta última parte, la lección VIª sigue la Vita s. Leandri conservada en Burgo de Osma, Biblioteca Capitular, 2B, lín. 94-96. c El 13 de marzo del año 602. En el epitafio que se hizo copiar en el sepulcro que acogió los restos de Leandro, Isidoro de Sevilla y Florentina se lee que Leandro murió la víspera de los idus de marzo del año 602, es decir, el 14 de ese mes, vid. el Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272), lín. 13.
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Apéndice II, 3
Apéndice II, 3a En la festividad de la santa virgen Florentina Primera lección. La santísima Florentina, una virgen incomparable por sus costumbres y su santidad, fue hija de Severiano, duque de Cartagena, y de Túrtura, esposa de este último. Tuvo tres hermanos, a saber: Leandro de Híspalis, Fulgencio de Ástigi e Isidoro de Híspalisb, predicador y primado de toda Hispania, unos varones eruditos en toda santidad y doctrinac, protectores, rectores y doctores de toda Hispania y de la Iglesia universald. Segunda lección. La citada santa Florentina tuvo por sobrinos al santo mártir Hermenegildo, hijo de su hermana, de nombre Teodosia, y al glorioso rey Recaredoe, cuyas costumbres y constancia en la fe de Cristo imitó, ciertamente, esta virgenf. Gracias a la fragancia de su olor y a la imitación de su santidad, las iglesias de Hispania brillaron con gran distinción. Y, así, esta bienaventurada progenie y esta descendencia digna de alabanza descansó por la eternidad en la sucesión de los siglos. Tú. Tercera lección. Ciertamente, esta virgen consagrada a Dios, cuando san Isidoro crecía en la cuna, vio un enjambre de abejas en la boca de Isidoro que ascendía y descendía y que repetía esto con frecuencia de forma alternativa, tal y como se lee a propósito del bienaventurado Ambrosiog. Sintiéndose aterrada por el temor de qué era lo que sucedía y después de postrarse en oración, comprendió que aquél iba a ser un gran doctor, un luchador y un combatiente contra los heréticos. Y lo que observó con los ojos de la De nuevo, la fuente principal de estas lecciones es la Vita s. Isidori (BHL 4486), completada con unos breves extractos del Chronicon mundi de Lucas de Tuy y de la Vita beatorum Leandri, Isidori archiepiscoporum Hispalensium, Fulgentii Carthaginensis archiepiscopi et Braulionis Caesaraugustani episcopi (BHL 4810), traducida en este mismo volumen (p. 225-297). b Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 58-67. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 32 lín. 1685-1686. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 65. e Noticia carente de rigor histórico. f Lucas de Tuy, Chronicon mundi, pref. 2 (p. 6, 41-43). g Vita s. Isidori (BHL 4486), 3 lín. 88-98. a
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Apéndice II, 3
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contemplación, lo vio después con los ojos de la carne y lo observó llena de felicidad. Cuarta lección. Y como sabía que el bienaventurado Isidoro iba a ser un varón tan admirable, se aplicaba en alimentarlo no con la leche del cuerpo, sino con la leche del Espíritu Santo, y en protegerlo con la mayor diligencia, protegiéndose siempre ella misma de toda mancha del corazón y del cuerpo. A su santidad y a sus enseñanzas se sometieron un grandísimo número de vírgenes y continentes y se distinguió con el velo de la religión. Resplandeció como el lucero del alba en medio de la niebla (Sir. 50, 6). Tú. Quinta lección. A esta santísima Florentina, que florecía en el jardín de las delicias y las virtudes con una dulce fragancia (Efes. 5, 2), Cristo, la flor del campo y el lirio de los valles (Cant. 2, 1), la amóa como a una amiga entre las doncellasb. Así pues, sus hermanos y bienaventurados prelados, que la amaban, al ver la santidad de su buena índole, instruyendo y enseñando a sus compañeras, con su consuelo y sus visitas les proporcionaban el alimento del cuerpo y del alma y las edificaban con todo tipo de enseñanzas. Tú. Sexta lección. En fin, el santísimo Leandro, hermano de esta misma Florentina, escribió para ella dos pequeños libros para su consuelo y el de sus hermanas: uno sobre la instrucción de las vírgenes, de qué modo la virginidad está próxima y cercana a Dios y es la igual de los ángeles, a los que está estrechamente unida; y otro sobre el desprecio del mundoc, de qué modo todo es transitorio y no ha de permanecer bajo el cielo. Esta bienaventurada, instruida por las enseñanzas del Espíritu Santo, tenía bajo su responsabilidad casi cincuenta monasterios, en los que vivía casi un millar de santas vírgenesd. Se distinguió en los tiempos del emperador Justiniano y aceptó el sueño de la muerte tras el deceso del bienaventurado Leandro. Tú.
Cfr Efes. 5, 2. Cfr Cant. 2, 2. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 14 lín. 502-503. d Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 2 lín. 114a
b
116.
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Apéndice II, 4
Apéndice II, 4a En la festividad de san Fulgencio, obispo y confesor Primera lección. En tiempos del emperador de los romanos Justinianob resplandeció con gran distinción en las doctrinas de la Iglesia el obispo Fulgencio de Ástigic, hermano de los excelentísimos doctores Leandro e Isidoro, pues fue un varón erudito en las lenguas griega, hebrea, árabe, siria y latinad. Gracias a sus enseñanzas brillaron de forma admirable y con gran lustre la Iglesia de Ástigi, primero, y luego la de Cartagenae, cuya sede rigió por espacio de veinticuatro añosf. Tú. Segunda leccióng. Finalmente, en todas sus palabras y en todas sus obras tenía presente el último día que pesa sobre los hombres, en que se retribuirá a cada uno, y con tanta mayor prudencia valoraba todos los afanes de todos los hombres, cuanto más cercano advertía que se encontraba el fin del mundo, conforme se extendía la desolación por todas partes. Tú. Tercera lección. Y se veía agobiado por un gran cúmulo de preocupaciones en su cura pastoral en favor de las almas de sus feligreses y de su provincia. Y al padecer molestias físicash, daba siempre gracias a Dios. Este bienaventurado doctor asistió al concilio de
Estas lecciones no son más que una reelaboración de las noticias consagradas a Fulgencio de Écija en la Vita b. Leandri, Isidori archiep. Hispalensium, Fulgentii Carthaginensis archiep. et Braulionis Caesaraugustani ep. (BHL 4810). b Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 1 lín. 93. c Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 8 lín. 371. d Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 6 lín. 228-233. e Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 2 lín. 109111. f Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 24 lín. 1553-1554. g Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 24 lín. 1537-1540. h Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 24 lín. 1541-1542. a
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Apéndice II, 4
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Toledo en el que fue condenada la herejía arrianaa por sesenta y dos obispos reunidos desde todas las regiones por la autoridad del bienaventurado papa Gregoriob. Tú. Cuarta lección. A este concilio asistió también el glorioso rey Recaredo, que, en presencia de los obispos y del bienaventurado Fulgencio, firmó las actas con su nombre, rechazando junto con todos la perfidia de los paganos, los judíos y los arrianosc. Y a este santo sínodo asistió el bienaventurado Leandro, hermano de este bienaventurado Fulgencio, y fue suprimida por completo la perfidia arrianad. Tú ahora. Quinta leccióne. Este bienaventurado explicó con no pequeño detalle las alegorías contenidas en los Sagrados Evangelios, en Isaías y los doce profetas, así como en el Génesis, el Pentateuco y los Reyes. Y agobiado por las incursiones de los ejércitos enemigos y las numerosas dolencias de su cuerpo, desistió por completo del estudio y de los comentarios de las Escrituras y, llorando de alegría por haber llegado a su último díaf. Tú. Sexta leccióng. Y suplicando, finalmente, con todas sus fuerzas la disolución de su cuerpo y suspirando por el cercano remedio de la muerte, que aguardaba con ansia, tras enviar un mensaje a su hermano Leandro de Híspalis y a Braulio de Cesaraugusta, éstos, ciertamente, acudieron con rapidez ante él. Y en el año cuadragésimo sexto de su vida, una vez recibidos los sacramentos, en presencia de los citados santos obispos escapó a la corrupción de la carne para ser recompensado con la gloria de la incorrupción. Tú. a Referencia al Concilio III de Toledo del año 589. El papa Gregorio Magno no fue elegido como pontífice de Roma hasta un año despues, en el 590. b Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 8 lín. 340-347 y 371. c Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 8 lín. 347350. d Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 8 lín. 368375. e Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 24 lín. 1543-1548. f Sigue esta frase en la sexta lección. g Vita beatorum Leandri, Isidori, Fulgentii et Braulionis (BHL 4810), 24 lín. 1548-1556.
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Apéndice III
Apéndice IIIa En la festividad de san Isidoro, obispo y confesor Primera lecciónb. Isidoro, hombre ilustre, obispo de la Iglesia hispalense, sucesor en esa dignidad del obispo Leandro y hermano de éste, comenzó a sobresalir en época del emperador Mauricio y del rey Recaredo. En él reclamó la Antigüedad algunos de sus derechos o, más bien, nuestro tiempo vio reflejado en él el saber de la Antigüedad. Tú ahora. Segunda lecciónc. Fue un hombre versado en todos los registros del discurso, hasta el punto de que, en virtud del uso de la lengua, se hacía entender tanto del rústico como del docto y, cuando la ocasión lo requería, brillaba con una incomparable elocuencia. Tú ahora. Tercera lecciónd. Por lo demás, qué grande fue su sabiduría fácilmente podrá comprobarlo al punto el lector juicioso a partir de los diversos estudios de aquél y de las obras que redactó. Cuarta leccióne. En fin, entre los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, he querido recordar los siguientes. Escribió, en efecto, unas Diferencias, en dos libros, en los que con gran agudeza distinguió en virtud de su sentido aquellos términos que en su uso diario se emplean impropiamente. Quinta lecciónf. Unos Proemios, en un libro, en el que, mediante breves noticias, expuso los contenidos de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras. Un tratado Del nacimiento, vida y muerte de los padres, en un libro, en el que dio noticia de los principales hechos de aquéllos, del honor que disfrutaron, de su Las fuentes de esta pequeña composición son las siguientes: las lecciones I-VI están tomadas de la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza; las lecciones VII-VIII del Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi de Redempto de Sevilla; y la lección IX del cap. 8 (dedicado a Isidoro de Sevilla) del De uiris illustribus de Ildefonso de Toledo. b Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 1-5. c Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 5-7. d Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 8-9. e Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 9-13. f Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 13-17. a
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Apéndice III
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muerte y de su sepultura, sirviéndose de un estilo caracterizado por la brevedad. Sexta leccióna. Unos Oficios eclesiásticos, en dos libros, dedicados a su hermano el obispo Fulgencio, en los que con su propio estilo, pero no sin tener presentes las enseñanzas de los antepasados, expuso el origen de los oficios, esto es, por qué es desempeñado cada uno de ellos en la Iglesia de Dios. Unos Sinónimos, en dos libros, que elaboró para el consuelo del alma e infundirnos la esperanza de que obtendremos el perdón por nuestros pecados, introduciendo la exhortación de la razón. En aquel tiempo, según Marcos, nuestro Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: Estad alerta, velad y orad. No sabéis, en efecto, cuándo llegará el momento, etc. (Marc. 13, 33). b Así pues, cuando el bienaventurado conoció, no sé de qué modo, y advirtió con sutileza, merced a la naturaleza de su alma, que llegaba su fin, mientras su cuerpo era consumido por una persistente enfermedad, durante unos seis meses, aproximadamente, si no más, repartió a diario entre los pobres, y en una cantidad incluso mayor de lo que había acostumbrado hasta entonces, tantas limosnas que desde la salida del sol hasta el atardecer permanecía ocupado distribuyendo dádivas. A continuación, fue golpeado por la enfermedad. Y, al acrecentarse la fiebre en su cuerpo y comenzar a rechazar la comida su debilitado estómago, reunió fuerzas para recibir la penitencia e hizo que acudiesen con urgencia junto a él sus coepíscopos, los bienaventurados Juan y Urpacioc. Octava lecciónd. Y después de solicitar a los antedichos prelados, a uno de ellos, el cilicio y, al otro, que arrojase ceniza sobre él, elevando sus manos al cielo, comenzó a hablar así: “Tú, Dios mío, que conoces los corazones de los hombres y quisiste que fuesen perdonados sus pecados al publicano que permaneció a distancia del templo mientras golpeaba su pecho, Tú, que te dignaste resucitar a Lázaro, cuando dormía, haciéndolo salir de su sepulcro Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 18-23. Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi, 2 lín. 11-20. c Corrupción del nombre original: Eparcio, el obispo de Itálica (ca. 632-ca. 653). d Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi, 3 lín. 29-37. a
b
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Apéndice III
cuatro días después de la disolución de la carne, y quisiste acogerlo en el seno de nuestro patriarca Abraham, acepta en esta hora mi confesión y aparta de tus ojos los innumerables pecados que he cometido”. Novena leccióna. Una vez concluidas todas estas ceremonias, fue llevado de regreso a su celda. Y mientras desempeñaba sus cuidados pastorales, el día después de su confesión y penitencia, llegó en paz al fin de su vida la víspera de las calendas de abrilb, después de haber ejercido de manera irreprensible la cura pastoral durante casi cuarenta añosc.
Redempto de Sevilla, Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi, 6 lín. 84-87. 31 de marzo. c Esta última precisión procede de Ildefonso de Toledo, De uiris illustribus, cap. 8. a
b
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Apéndice IV
Apéndice IVa 210
En la festividad de san Isidoro Primera lecciónb. Isidoro, hombre ilustre, obispo de la Iglesia hispalense, sucesor en esa dignidad del obispo Leandro y hermano de éste, comenzó a sobresalir en época del emperador Mauricio y del rey Recaredo. En él reclamó la Antigüedad algunos de sus derechos o, más bien, nuestro tiempo vio reflejado en él el saber de la Antigüedad. Segunda lecciónc. Fue un hombre versado en todos los registros del discurso, hasta el punto de que, en virtud del uso de la lengua, se hacía entender en su sentido tanto del rústico como del docto y, cuando la ocasión lo requería, brillaba con una incomparable elocuencia. Por lo demás, qué grande fue su sabiduría fácilmente podrá comprobarlo al punto el lector juicioso a partir de los diversos estudios de aquél y de las obras que redactó. Tercera lecciónd. En fin, entre los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, he querido recordar los siguientes. Escribió, en efecto, unas Diferencias, en dos libros, en los que con gran agudeza distinguió en virtud de su sentido aquellos términos que en su uso diario se emplean impropiamente. Cuarta leccióne. Unos Proemios, en un libro, en el que, mediante breves noticias, expuso los contenidos de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras. Un tratado Del nacimiento, vida y muerte de los padres, en un libro, en el que dio noticia de los principales hechos de aquéllos, del honor que disfrutaron, de su muerte y de su sepultura, sirviéndose de un estilo caracterizado por la brevedad.
Las presentes lecciones no son más que un extracto de la Renotatio librorum d. Isidori de Braulio de Zaragoza. b Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 1-5. c Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 5-9. d Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 9-13. e Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 13-17. a
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Apéndice IV
Quinta leccióna. Unos Oficios eclesiásticos, en dos libros, dedicados a su hermano el obispo Fulgencio, en los que con su propio estilo, pero no sin tener presentes las enseñanzas de los antepasados, expuso el origen de los oficios, esto es, por qué es desempeñado cada uno de ellos en la Iglesia de Dios. Unos Sinónimos, en dos libros, que elaboró para el consuelo del alma e infundirnos la esperanza de que obtendremos el perdón por nuestros pecados, introduciendo la exhortación de la razón. Sexta lecciónb. Un tratado Del mundo natural, en un libro, dedicado al rey Sisebuto, en el que, finalmente, haciendo uso de los estudios de los doctores de la Iglesia, así como de los de los filósofos, resolvió ciertos aspectos oscuros de los elementos de la naturaleza.
a b
Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 18-23. Braulio de Zaragoza, Renotatio librorum d. Isidori, lín. 23-26.
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Apéndice V
Apéndice V: Lecciones sin título en honor de san Isidoroa 212
Primera lección. Isidoro, hispano por nacimiento, originario de Cartago Nova, que gobernaba su padre Severiano, fue instruido santa y generosamente en el estudio de las letras por sus hermanos, los santos varones Leandro, arzobispo de Híspalis, y Fulgencio, obispo de Ástigib, y adquirió inmensos conocimientos en latín, griego y hebreo con gran distinción de su nombrec. Segunda lecciónd. Éste, siendo aún un adolescente, censuraba abiertamente con tanta firmeza la herejía arriana (que ya desde hacía tiempo había penetrado profundamente en el pueblo de los godos, pueblo que dominaba Hispania por extenso) que estuvo cerca de ser asesinado por los arrianos. Tercera leccióne. Pero, retenido por Leandro, que presagiaba que aquél sería su sucesor, y aconsejado por éste para que se reservase para una época más apropiada, moderó su indignación. Así pues, una vez que Leandro llegó al final de su vida, Isidoro es encumbrado al arzobispado de Híspalis con una gran unanimidad por parte del rey y del pueblo. Cuarta lección. Esta designación la confirmó el santo papa Gregorio y envió un palio a Hispaniaf. Por lo demás, fue tan grande la reputación de sabiduría y santidad de Isidoro que, tras convocarse un concilio general, fue llamado a él por el sumo pontífice, por propia iniciativa de éste, y es digno de admiración cuánto peso y autoridad tuvo en él, ante el pontífice y todos los prelados, en cada uno de los asuntos tratados el parecer de Isidorog. Quinta lección. Por lo demás, tras regresar a Hispania, después de haber anunciado con antelación su muerte y la devastación de
a Las lecciones Iª-Vª están inspiradas en la Vita s. Isidori (BHL 4486) y la lección VIª, en la Historia translationis s. Isidori (BHL 4491) del mismo autor. b Vita s. Isidori (BHL 4486), 2 lín. 58-67. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 5 lín. 141-147. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 10 lín. 297-334. e Vita s. Isidori (BHL 4486), 15-16 lín. 521-557. f Vita s. Isidori (BHL 4486), 16 lín. 565-568. g Vita s. Isidori (BHL 4486), 18 (19A) lín. 727-746.
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Apéndice V
Hispania a manos de los sarracenosa, partió de esta vida la víspera de las nonas de abrilb en el año 622 del nacimiento de Cristoc y fue sepultado en Híspalisd. Sexta leccióne. A continuación, sus restos fueron trasladados a la ciudad de León por el rey de León Fernando, que, a fuerza de grandes súplicas y riquezas, los consiguió del sarraceno Enetof, que reinaba en Híspalis. En su nombre se edificó un templo en León, en el que yace sepultado, se distingue con milagros y es honrado con un gran fervor del pueblo.
Vita s. Isidori (BHL 4486), 32 lín. 1699-1703. Y cfr, además, Historia translationis s. Isidori (BHL 4491), 1, 1. b 4 de abril. La fuente es la Vita s. Isidori (BHL 4486), 40 lín. 2016. c Vita s. Isidori (BHL 4486), 37 lín. 1870. d Vita s. Isidori (BHL 4486), 37 lín. 1875-1881. e Historia translationis s. Isidori (BHL 4491), 2, 1-3, 5. f Corrupción del nombre latino de la fuente: “Benabeth”. a
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ÍNDICES
ÍNDICE DE LAS FUENTES BÍBLICAS
Génesis 1, 1 1, 1-31 1, 2 1, 11-25 1, 26-27 1, 31 2, 2 2, 3 3, 1 3, 9 4, 4 7, 1 9, 3 9, 25 12, 2-3 14, 18-20 15, 6 15, 15 15, 16 17, 24 18, 16-33 18, 23 19, 1-29 22, 17 24, 3-4 24, 13-14 24, 15-16 29, 17-20 29, 20 30, 14-16 32, 24-30 33, 13
37, 12-36 37, 18-28 37, 28 37, 34 46, 34 47, 3
258, 279 258 250 279 258 258 258 258 161 252 255 255 280 171 254 256 254, 255 114, 205, 313 151 256 255 252 255 186 265 265 265 126, 211 249 126, 211 252 245
Éxodo 3, 1 3, 2 3, 13-14 3, 15 12, 37 – 13, 16 12, 40-41 16, 1-15 16, 31-35 31, 18 32, 6 Levítico 11, 1-47 11, 15 19, 16
271 271 272 119 247 241, 249 243 253 253 251 271 271 271 257 261 259 280 282 90, 190
Números 12, 1-15 166 14, 33 256 16, 14 150 20, 9-11 223 22, 5-6 150 22-24256
333
Índice de las fuentes bíblicas
Deuteronomio 5, 32 6, 4 7, 16 13, 1-2 13, 5 14, 3-21 18, 18-19 28, 44 34, 7
179 185 145 260 260 280 260 277 193
Josué 5, 2 5, 2-9 6, 3-4 6, 5 24, 25-27
257 257 258 258 259
Jueces 6, 1 13, 5 13, 11 13, 15 13, 22 13, 23 13, 24
272 253 253 253 253 253 255
I-IV Reyes I Rey. 3, 2-3 I Rey. 10, 5 I Rey. 17, 34 II Rey. 18, 4 II Rey. 18, 10 III Rey. 4, 33 III Rey. 8, 42-43 III Rey. 12, 28 III Rey. 12, 28-29 III Rey. 17, 1-6 III Rey. 19, 3 III Rey. 19, 5-6 III Rey. 19, 7-8 IV Rey. 4, 32-35
166 264 245 272 272 125 278 269 269 282 259 259 259 223
Paralipómenos II Par. 36, 14-21
272
Esdras I Esdr. 4, 2 III Esdr. 5, 56-57
278 272
Tobías 1, 20-21
257
Job
15, 15 15, 16
Salmos 2, 7 4, 2 6, 7 8, 2 8, 10 10, 2 14, 1 18, 7 20, 2 22, 4 23, 1 23, 7-10 24, 7 26, 7 26, 8 30, 16 32, 5 32, 6 33, 13 37, 7 40, 5 41, 5 46, 2 50, 11 51, 10 62, 12 63, 2 67, 36 70, 4 75, 3 76, 3 77, 25 78, 6 83, 8 86, 5
334
89, 188 89, 189 251 308 157 309 309 309 311 145 311 247 311 162 89, 188 170 286 161 311 258 193 160 162 193 193 89 227 227 170 216 161 219 193 169 279 107, 121, 201 274
Índice de las fuentes bíblicas
91, 13 96, 3-4 103, 4 106, 2-3 109, 3 109, 4 118, 43 118, 108 125, 2 138, 7 138, 12
Isaías 1, 1 1, 2-4 1, 4 1, 10 1, 10-15 1, 15 2, 3 6, 8-13 6, 11 7, 14 7, 14-15 7, 15 8, 8-9 8, 16 9, 6 9, 14-16 10, 15 11, 1-3 12, 3 16, 2 27, 12 29, 11-12 33, 6 42, 1 42, 4 42, 4-9 51, 2 51, 4 52, 13-14 53, 4-8 53, 12 55, 1 55, 3-5 55, 4-5 55, 9 56, 11 59, 1 59, 17 60, 19 61, 1 62, 2 65, 4 65, 5 65, 12-15 65, 15 65, 16
311 276 145 264 250 255, 283 303 260 147 157 162
Proverbios 8, 27 8, 30 9, 1 13, 24 18, 4 27, 21 28, 13
250 250 251 118 196 150 166
Eclesiastés 3, 5 3, 7
129 129
Cantar de los Cantares 2, 1 2, 2 3, 7-8 3, 8
320 320 109 109, 110
Sabiduría 3, 6 10, 10
133, 150 309
Eclesiástico o Sirach 1, 5 18, 13 18, 13-14 24, 5-6 30, 2 30, 3 30, 5 30, 5-6 33, 29 50, 1 50, 6
196 243 243 250 118 118 118 118 153 107, 110 320
335
268 266 267 268 268 269 261 267 267 265, 266, 274 265 266 266 272, 273, 274, 281 265, 274 267, 268 174 251 283 271, 274 263, 273 272, 273 170 261, 278 278 262 249 278 270 270 270, 274 262, 277, 283 262 277 123, 210 245 158 236, 243 264 250 261 281 281 261 261 261
Índice de las fuentes bíblicas
66, 14-16 66, 17 Jeremías 1, 5 3, 14 3, 14-17 3, 17 4, 3-4 5, 11-12 6, 3 9, 5 9, 26 10, 20-21 15, 1-2 15, 4 16, 14-16 16, 19-21 17, 25 20, 4 21, 38-40 31, 31-32 33, 14-22 33, 17-18 36, 24-26: 49, 19 50, 6 50, 44 Lamentaciones 4, 1 Ezequiel 1, 13 13, 16 16, 3 16, 9-16 16, 26 16, 28 16, 31-34 16, 52 16, 55 18, 21-22 34, 3 34, 4 34, 21 36, 24-26
36, 25 36, 25-26 37, 23
276 281 255 273 263 278 254 269 245 89, 188 254 246 269 269 263 278 264 271 264 260, 282 262 263
Daniel 2, 37 3, 88 3, 92 7, 9-10 7, 13-14 9, 23-24 9, 26
235 236 252 252 252, 277 275 275
Oseas 9, 10 13, 14
249 163, 236
Amós 2, 6 3, 12
271, 275 245
Joel
249 246 249 143 111 264 269 270 270 270 270 165 165 89, 188 248 247 248 273
336
283 274 109
2, 28 Abdías 1, 18
281 279
Jonás 3, 1-10
151
Miqueas 5, 2 5, 14 7, 14
274 279 242
Nahúm 3, 18
248
Habacuc 3, 2
271
Zacarías 9, 9 10, 3 11, 5 11, 15-16 11, 17 14, 8
275 247 248 246 248 283
Índice de las fuentes bíblicas
Malaquías 1, 2-3 1, 10-11 2, 7 4, 1-3 I-II Macabeos I Mac. 2, 32-41 II Mac. 1, 19-22 Evangelio de san Mateo 2, 1-11 2, 6 2, 16 5, 3 5, 13 5, 15 5, 17 5, 19 6, 14 7, 7 7, 14 7, 23 10, 42 12, 31 12, 42 14, 15-21 14, 24-32 16, 18 16, 19 17, 19 18, 28 23, 3 24, 12 25, 1 25, 15 25, 18 25, 20 25, 31-33 25, 32 25, 33 26, 52 26, 75 27, 3 28, 20
Evangelio de san Marcos 4, 21 6, 34-44 9, 40 12, 42 13, 33 14, 72
255 278, 283 165 277 259 284 221 265, 274 194 198 311 133 280 108 90, 191 169 227 215 179, 242 161 122 170 129 175 242 235 170 108, 144 226 218 169 110 111 156 266 163 290 158 131, 212 109
337
133 170 242 228 324 158
Evangelio de san Juan 1, 42 5, 35 6, 5-13 10, 11 10, 12 11, 1-45 12, 24-25 14, 6 14, 17 14, 27 15, 5 15, 25 16, 13 21, 15 21, 16 21, 17
175 183 170 245 249 88 233 153 142 219 303 142 120, 142 174 174 242
Evangelio de san Lucas 1, 79 2, 8 14, 5 6, 10 6, 19 9, 12-16 10, 3 10, 40 10, 42 11, 9 11, 31 11, 33 12, 36 14, 14 15, 4-5 16, 22-23 17, 6 18, 10-13 21, 2 21, 18
226 245 259 179 179 170 235 126, 211 126, 211 169 179 133 191, 218 170 90 89 235 88 228 242
Índice de las fuentes bíblicas
22, 15 22, 27 22, 62
II Cor. 12, 9 II Cor. 12, 10
173 245 158
Hechos de los apóstoles 1, 18 127 3, 1-8 223 6, 8 223 6, 8-7, 59 194, 214 6, 10 180 8, 9-24 126, 211 9, 15 126 9, 32-33 223 10, 42 254, 265, 277 13, 12 180 27, 34 242 Epístola a los Romanos 5, 5 6, 16 8, 28 9, 13 12, 3 12, 10 12, 15
Epístola a los Gálatas 2, 11
126, 211
Epístola a los Efesios 1, 7 1, 13 2, 10 2, 14 4, 13 4, 15 5, 2 5, 23 6, 14 6, 16
171 303 157 109 169 216 320 216 236 236
Epístola a los Filipenses 1, 23 4, 7 4, 20
173 236 217 255 170 285 141
Epístola a los Colosenses 1, 10 1, 28 2, 10 3, 17
Epístolas I-II a los Corintios I Cor. 1, 23 196 I Cor. 9, 13 248 I Cor. 9, 22 126 I Cor. 9, 27 144 I Cor. 11, 1 187 I Cor. 11, 3 216 I Cor. 12, 7-11 192, 218 I Cor. 12, 11 170 I Cor. 12, 21-23 171 I Cor. 13, 2-3 172 I Cor. 14, 22 215 I Cor. 15, 10 126 II Cor. 6, 2 129 II Cor. 6, 4 217 II Cor. 6, 4-7 217 II Cor. 6, 6 132 II Cor. 6, 7 303 II Cor. 6, 16 109 II Cor. 11, 19 169 II Cor. 12, 2 126
215 219
190, 218 123, 210 311 217 169 171 179
Epístolas I-II a Timoteo I Tim. 1, 5 186 I Tim. 2, 5 235 I Tim. 2, 7 194, 214 I Tim. 6, 15 235 II Tim. 2, 21 120 II Tim. 2, 22 186 II Tim. 3, 17 169 II Tim. 4, 1 254, 265, 277
338
Epístola a Tito 3, 5
274
Epístola a los Hebreos 12, 6 13, 1
160 285
Índice de las fuentes bíblicas
Epístola de Santiago 1, 18 1, 25 5, 8
303 120 148
Epístolas I-II de Pedro I Pedr. 3, 9 90, 190 I Pedr. 3, 10 193 I Pedr. 4, 5 254, 265, 277 I Pedr. 4, 10 170, 171 I Pedr. 5, 2-4 244 Epístolas I-III de Juan I Juan 3, 20 I Juan 4, 2 I Juan 4, 6 I Juan 4, 8
I Juan 4, 16 I Juan 4, 18 II Juan 7
172 173 265
Apocalipsis 2, 5 5, 9 19, 10 20, 9 21, 2 – 22, 5 21, 6 22, 11
166 171 147, 184, 204 180 264 199, 220 151
Oración de Manasés 889 8-9188 9 89, 188
256 265 142 172
339
ÍNDICE DE LAS FUENTES NO BÍBLICAS
Adbreuiatio Braulii Caesaraugustani ep. de uita s. Isidori Hispaniarum doctoris (BHL 4486o) 44 lín. 2182-2183 313 Agustín de Hipona De ciuitate Dei 6, 2 (p. 167, 20-27) Epistulae 211, 15 (p. 370, 10)
140
Ps. Agustín de Hipona De essentia diuinitatis 1 (p. 1199)
185
7 (p. 315, 19-20) 7 (p. 315, 21-22) 7 (p. 315, 23-24) 7 (p. 315, 24 – 316, 2) 20 (p. 330, 20-21)
Braulio de Zaragoza Epistulae Epistula III ad Isidorum Hispalensem ep. (p. 64-66)182 Epistula V ad Isidorum Hispalensem ep. (p. 66-74)168 Renotatio librorum d. Isidori lín. 1-5 323, 326 lín. 1-7107 lín. 1-1193 lín. 2-396 lín. 3-5205 lín. 5-7323 lín. 5-9326 lín. 8-9323 lín. 8-50201 lín. 9-13 323, 326 lín. 12-4593 lín. 13-17 323, 326 lín. 18-23 324, 327 lín. 23-26327 lín. 38-39145 lín. 45-5095 lín. 51-53110 lín. 51-6195
85
Anastatio el Bibliotecario Vita Iohannis eleemosynarii p. 179-180225 Ps. Aurelio Víctor Epitome de Caesaribus 2, 3-4
145 145 145 145 138
236
Bernardo de Claraval Liber de gradibus humilitatis et superbiae 6 (p. 20, 12-15) 241 Sententiae 2, 163 (p. 55, 1) 133 Sermo de sancto Malachia 2 (p. 51, 17) 153 Vita s. Malachiae 6 (p. 315, 14) 146
340
Índice de las fuentes no bíblicas
lín. 53-57206 lín. 57-61113 lín. 62-64205 lín. 63-64 186 lín. 62-6695 lín. 63-64113 lín. 65-66113 lín. 67-68 114, 198 lín. 67-6996 lín. 68-69114 Chronica Adefonsi III 7100 10100
Félix de Toledo Vita s. Iuliani 5 lín. 44-61
318
Fernando I de León y Castilla Scripturae doc. 67, p. 174
102
Graciano Decretum pars 1, dist. 88, can. 1, textus (p. 307, 3-4) 144 Gregorio Magno Dialogi 3, 31, 1-6 131 3, 31, 1-8 212 3, 31, 3-6 230 3, 31, 5 132 3, 31, 6 316 3, 31, 7 317 3, 31, 7-8 233 3, 31, 8 132 3, 38, 3 100 4, 28, 4 104 Homiliae in Euangelia 1, 1 (p. 6, 22) 99 17, 16 (p. 130, 365-366) 100 36, 13 (p. 345, 360-361) 104 Homiliae in Ezechielem prophetam 1, 5, 6 112 1, 5, 6-7 111 2, 9, 12 111 Moralia in Iob Epistola Leandro episcopo salutatio (p. 2) 317
107
Corpus orationum 2003116 2009116 4028116 Epitaphium Leandri, Isidori et Florentinae (ICERV 272) v. 1-5193 v. 1-12195 v. 12195 lín. 13 137, 318 lín. 14198 Diego García Planeta p. 165, 3-5 p. 164, 26-28
103
Geoffroy de Auxerre Declamationes de colloquio Simonis cum Iesu 44, 54 (p. 236, 29-32) 242
Ps. Cixila de Toledo Vita s. Ildefonsi (BHL 3919) p. 316, 5-6 194 Constancio de Lyon Vita s. Germani ep. Autissiodorensis pref. (p. 118, lín. 1 – p. 120, 26)225 7, 42 (p. 198, 1-5) 297 7, 42 (p. 198, 9-11) 297 Corpus antiphonalium officii vol. 3, 2544
Estacio Thebais 7, 733
237 237
341
Índice de las fuentes no bíblicas
6, 27, 44 (p. 316, 13-14) Registrum epistularum 1, 5 (p. 5, 11-16) 1, 41 (p. 49, 50-58) 5, 16 (p. 282, 22) 5, 53 (p. 348, 7-10) 5, 53 (p. 348, 8-10) 5, 41 (p. 320, 6-8) 6, 33 (p. 407, 24-25) 9, 228 (p. 804, 54-55) 9, 228 (p. 804, 60-61) 9, 234 (p. 816, 14 – 817, 25) Ps. Gregorio Magno Expositio super Cantica canticorum 2, 9 (col. 505A-D)
3, 4 6, 7
146 286 137 142 137 137 286 285 137 137
Ildefonso de Toledo De uiris illustribus 8 96, 201, 204, 206, 294, 323, 325 11 286, 297 Ps. Ildefonso de Toledo Sermo in diem s. Mariae (CPL 1251) 3251 5251
285
Ilias Latina 108102
109
Isidoro de Sevilla De ortu et obitu patrum 24, 1 114 De uiris illustribus 27 122, 137, 315, 317 28 107, 117, 128, 130, 131, 136, 315, 317, 318 30316 Epistulae Epistula I ad Braulionem Caesaraugustanum ep. p. 62181 Epistula II ad Braulionem Caesaraugustanum ep. p. 62-64167 Epistula IV ad Braulionem Caesaraugustanum ep. p. 66184 Epistula VI ad Braulionem Caesaraugustanum ep. p. 74173 Epistula VIII ad Braulionem Caesaraugustanum ep. p. 76182 Etymologiae 1, 42, 2 125 1, 44, 1-5 125 4, 1, 1 124 4, 3, 1-2 124
Guibert de Tournai Sermo in synodis 3 p. 21 241, 242 p. 22 242, 243 p. 22-23243 p. 23-24243 p. 24245 p. 25245 p. 26246 p. 26-27247 p. 27247 p. 27-28248 p. 28248 p. 28-29249 p. 29249 Guillermo de Saint-Thierry Vita prima Bernardi Claraeuallensis (BHL 1211), Liber I 45 (p. 67, 1232-1233) 140 Historia translationis s. Isidori (BHL 4491) pról. lín. 20-26 1, 1 2, 1 – 3, 5 3, 1-2
221 221
208 329 329 221
342
Índice de las fuentes no bíblicas
11 (p. 270) 177 12 (p. 270) 178 13 (p. 270-271) 178 14 (p. 271) 179 recensión larga 12 (col. 91) 178 Epistula ad Masonam Emeritensem ep. tit.163 1164 2164 3164 4165 5165 6165 7165 8166 9166 10166 11166 12167 13167 Ysaie testimonia de Christo Domino (CPL 1200a) p. 343202
4, 4, 1 124 5, 1, 1-3 124 5, 1, 2 124 5, 28 113, 125 5, 39 125 6, 7, 1-3 121 6, 16, 5-10 126 6, 16, 6-9 127 7, 12, 17 108 8, 3-5 126 14, 4, 28 116 Historiae Gothorum, Vandalorum et Sueuorum 49-51128 49-52230 50316 52-53134 54135 55-56134 65295 Sententiae 3, 36, 1 108 3, 36, 2 109 Isidoro de Sevilla (?) Epistula ad Eugenium episcopum lín. 2-7174 lín. 7-11174 lín. 11-14175 lín. 14-19175 lín. 19-22175 lín. 22-26175 lín. 26-28175 Ps. Isidoro de Sevilla Epistula ad Leudefredum episcopum recensión breve 1 (p. 269) 2 (p. 269) 3 (p. 269) 4 (p. 269) 5 (p. 269) 6 (p. 269) 7 (p. 269-270) 8 (p. 270) 9 (p. 270) 10 (p. 270)
176 176 176 176 176 176 176 177 177 177
343
Jerónimo de Estridón Epistulae 2, 4 (p. 12, 5) 108, 1, 1 (p. 306, 1-3)
129 154
Juan Diácono Vita Gregorii I papae (BHL 3641-3642) 2, 56 (col. 116D) 3, 44 (col. 153C) 3, 47 (col. 155D) 4, 1 (col. 171A) 4, 52 (col. 208D-209A) 4, 65 (col. 214A-B) 4, 67 (col. 217B) 4, 67 (col. 219B) 4, 68 (col. 221A)
287 287 287 286 287 287 287 287 287
Julián de Toledo Historia Wambae regis 21 (p. 519, 3)
152
Índice de las fuentes no bíblicas
7 lín. 163-164186 7 lín. 164-166 186 7 lín. 171-176204 7 lín. 176-177205 7 lín. 177-181205 7 lín. 181-184 198 7 lín. 181-186205 7 lín. 184-186 193 7 lín. 186-187206 7 lín. 187-192206
Leandro de Sevilla De institutione uirginum et de contemptu mundi 31, 9 118 Liber s. Iacobi (BHL 4076a) 1, 6 (p. 34 [f. 25v]) 237 1, 6 (p. 34-35 [f. 25v-26r])235 Lucas de Tuy Chronicon mundi pref. 2 (p. 6, 41-43) Liber miraculorum v. 1-4
Passio s. Eulaliae Emeritensis (BHL 2700) 2 (p. 68, 4-6)
319 314
237
Passio s. Sebastiani (CPL 2229) 27 (p. 156) 152
Martino de León Sermo IX de diuersis col. 130D-132A143 Sermo in festo sancti spiritus col. 1255A128 Sermo in natale Domini II 30 (col. 431C-432B) 127 38 (col. 546C) 140 Sermo in Sexagesima col. 621A143 Sermo in transitu s. Isidori 1 lín. 2-3 200 1 lín. 3-6200 1 lín. 4-5119 1 lín. 5-6121 1 lín. 6-12121 1 lín. 8-12201 4 lín. 85-89203 4 lín. 93-97116 4 lín. 93-99206 4 lín. 97-99138 5 lín. 146-147 204 5 lín. 150-152 204 5 lín. 166-169 204 6 lín. 141-144154 7 lín. 146-147186 7 lín. 147-150180 7 lín. 150179 7 lín. 150-151181 7 lín. 151-155 180 7 lín. 158117 7 lín. 162-163186
Paulino de Milán Vita s. Ambrosii 3, 2-4
119
Pedro Lombardo Collectanea in omnes Pauli apostoli Epistulas ad Efes. 4, 23-27 (col. 205D) 216 Sententiae 3, 28, 4 (107) 216 Posidio de Calama Vita s. Augustini 31, 4-5
114
Quodvultdeo, Sermo 4 Contra Iudaeos, paganos et Arianos 12, 1 (p. 242, 2) 129 13, 10 (p. 244, 39-40) 179 Redempto de Sevilla Obitus b. Isidori Hispalensis episcopi 2 lín. 11 2 lín. 11-20 2 lín. 11-24 2 lín. 11-28
344
184 324 187 96
Índice de las fuentes no bíblicas
2-4 lín. 24-55 3 lín. 29-36 3 lín. 29-37 3 lín. 30 4 lín. 52-62 4 lín. 65-70 4-6 lín. 55-84 5 lín. 75-83 6 lín. 84-85 6 lín. 84-87 6 lín. 87
29, 3 31, 1-3 32, 1-2 35, 1-3 37, 1-3 40, 1-3 50, 1-3 51, 1-3 52, 1-3 54, 1-3 55, 1-3 57, 1-3 58, 1-3 61, 1-3 62, 1-3 63, 1-3 63, 3 64, 1-3 65, 1-3 66, 1-3 67, 1-3 68, 1-3 69, 1-3 70, 1-3 71, 1-3 72, 1-3 73, 1-3 74, 1-3 75, 1-3 76, 1-3 77, 1-3 78, 1-3 78, 3 79, 1-3 80, 1-3 81, 1-3 82, 1-3 83, 1-3 85, 1-3 86, 1-3 87, 1-3 88, 1-3 90, 1-3 94, 1 95, 2-3 98, 1-3 99, 2-3
187 97 324 191 97 97 189 97 191 325 198
Rodrigo Jiménez de Rada Historia de rebus Hispaniae 2, 7 237 2, 14 229, 230, 236, 316 2, 15 237, 239, 240, 317 2, 15-16 289 2, 17 293 2, 18 295 2, 19 295 8, 15 288 Rufino de Aquilea Historia ecclesiastica 7, 32, 31 11, 7 11, 19
234 234 234
Silio Itálico Punica 12, 387
100
Ps. Sisberto de Toledo Lamentum poenitentiae 1, 1-3 2, 1-3 3, 1-3 4, 1-3 6, 1-3 7, 1-3 8, 1-3 9, 1-3 11, 1-3 16, 1-3 17, 1-3 18, 1-3
155 155 155 155 155 157 156 155 155 156 156 156
345
156 156 156 156 156 157 157 157 157 157 157 158 158 158 158 158 160 158 158 159 159 159 159 159 159 159 159 159 160 160 160 160 156 160 160 160 161 161 161 161 161 161 161 161 161 162 162
Índice de las fuentes no bíblicas
100, 1-3 101, 1-3 103, 1 105, 1-3 107, 1-3 109, 1-3 110, 1-3 111, 1-3 112, 1-3 113, 1-3
lín. 89-93254 lín. 94-101254 lín. 102-109255 lín. 110-115255 lín. 116-121255 lín. 122-124255 lín. 125-132256 lín. 133-140256 lín. 141-147256 lín. 148-156257 lín. 157-160257 lín. 161-170257 lín. 171-175258 lín. 176-181258 lín. 182-188258 lín. 189-193259 lín. 194-199259 lín. 200-203259 lín. 204-210260 lín. 211-219260 lín. 220260 lín. 221-222260 lín. 223-226260 lín. 227-232261 lín. 233-237261 lín. 237-240261 lín. 241-245261 lín. 246-256262 lín. 257-262262 lín. 263-276262 lín. 277-281263 lín. 282-287263 lín. 288-296263 lín. 298-304263 lín. 305-307264 lín. 308-316264 lín. 317-322264 lín. 323-326265 lín. 327-335265 lín. 336-349266 lín. 350-360266 lín. 361-370266 lín. 371-377267 lín. 378-388267 lín. 389-392267 lín. 393-401268 lín. 402-416268
162 162 162 162 162 162 162 163 163 163
Sulpicio Severo Dialogi 1, 22, 2 285 Epistula II 5102 Epistula III 688 10297 16 89, 90 1888 Vita s. Martini Turonensis 6, 4 128 7, 6 153 9, 3 193 10, 1 141 10, 1-2 285 25, 4-5 284 25, 6 237, 285 Tractatus contra Iudaeos (Díaz 1214) lín. 13-18249 lín. 19-25250 lín. 26250 lín. 26-27250 lín. 27250 lín. 28-29251 lín. 30-34251 lín. 35-38251 lín. 39-42252 lín. 43-45252 lín. 46-52252 lín. 53-59252 lín. 60-66253 lín. 67-73253 lín. 74-80253 lín. 81-88254
346
Índice de las fuentes no bíblicas
lín. 661-662279 lín. 663-664279 lín. 665-666279 lín. 667-673279 lín. 674-676279 lín. 677-684280 lín. 686-692280 lín. 693-699280 lín. 700-704281 lín. 705-708281 lín. 709-715281 lín. 716-723282 lín. 724-731282 lín. 732-739282 lín. 740-744283 lín. 745-746283 lín. 747-748283 lín. 749-752283 lín. 753-757283 lín. 758-760283 lín. 761-765284 lín. 766-771284 lín. 772-774284
lín. 417-422268 lín. 423-431269 lín. 432-436269 lín. 437-439269 lín. 440-444269 lín. 445-455270 lín. 456-468270 lín. 469-472271 lín. 473-479271 lín. 480-481271 lín. 482-485271 lín. 486-496272 lín. 497-499272 lín. 500-505272 lín. 506-514272 lín. 515-522273 lín. 523-525273 lín. 526-527273 lín. 528-532273 lín. 533-541273 lín. 542-547274 lín. 548-556274 lín. 557-561274 lín. 562-569275 lín. 570-575275 lín. 576-586276 lín. 587-591276 lín. 592-597276 lín. 598-601276 lín. 602-604276 lín. 605-608276 lín. 609-615277 lín. 616-618277 lín. 619-622277 lín. 623-626277 lín. 627-631277 lín. 632-633277 lín. 634-635277 lín. 636-638278 lín. 639-640278 lín. 641-644278 lín. 645-649278 lín. 650-652278 lín. 653-654278 lín. 655-656278 lín. 657-660279
Translatio s. Isidori an. 1063 (BHL 4488) lín. 75 115, 117, 147 lín. 159-166206 lín. 166138 Tultu sceptrum de libro domini Metobii lín. 15-25149 Uranio Epistula de obitu Paulini 9 (col. 864B)
146
Ps. Vigilio de Tapso Opus contra Varimadum Arianum 1, 12 (p. 26, 26-27, 37)
250
Vita s. Aegidii ab. in Occitania (BHL 93) p. 99228
347
Índice de las fuentes no bíblicas
Vita s. Froilanis ep. Legionensis (BHL 3180) lín. 92-93145 Vita s. Isidori (BHL 4486) 1 lín. 2 1 lín. 2-32 1 lín. 3 1 lín. 11-12 1 lín. 11-18 1 lín. 45 1-2 lín. 32-70 2 lín. 57 2 lín. 58 2 lín. 58-67 2 lín. 61 2 lín. 63-67 2 lín. 63-67 2 lín. 63-68 2 lín. 65 2 lín. 81-82 2-4 lín. 58-134 3 lín. 88-98 4 lín. 127-128 4 lín. 129 5 lín. 141-142 5 lín. 141-147 5 lín. 144 5 lín. 144-145 5 lín. 148 5 lín. 156-160 5-6 lín. 135-191 5-10 lín. 135-301 6 lín. 172-178 7 lín. 212-213 7-10 lín. 205-298 7-13 lín. 203-418 9 lín. 276-293 10 lín. 297-334 10 lín. 299 10 lín. 297-334 10 lín. 299-301 10 lín. 307-309 10 lín. 308-309 10 lín. 326-328 11 lín. 346-350 11 lín. 350-358
11 lín. 366-367 204 11 lín. 370-372 316 11-12 lín. 353-381 210 12 lín. 376-379 317 12 lín. 384 308 12 lín. 389-392 309 12 lín. 394-439 308 13 lín. 414-415 308 13-14 lín. 424-482 301 14 lín. 477-479 311 14 lín. 490-491 315 14 lín. 491-494 316 14 lín. 502-503 320 14-15 lín. 473-551 309 14-15 lín. 483-551 302 15 lín. 531-551 311 15-16 lín. 521-557 328 15-16 lín. 521-591 213 16 lín. 556-578 309 16 lín. 565-568 328 16 lín. 601-602 308 16-17 (18A) lín. 555-661 302 17 (18A) lín. 641-651 309 17 (18A)-18 (19A) lín. 693742303 17 (18A)-18 (19A) lín. 693746310 18 (19A) lín. 703 216 18 (19A) lín. 718-719 310, 312 18 (19A) lín. 727-746 328 18 (19A) lín. 747-748 204 18 (19A)-19 (20A) lín. 731778304 19 (20A) lín. 762 200 19 (20A) lín. 787-866 304 19a lín. 811-873 311 20 (21A) lín. 888-922 312 32 lín. 1648-1660 312 32 lín. 1650-1651 217 32 lín. 1683-1687 203 32 lín. 1685-1686 319 32 lín. 1687-1691 205 32 lín. 1699-1703 329 32-34 lín. 1650-1773 313 33 lín. 1729-1731 205 33-36 lín. 1712-1868 217
200 207 306 206 311 307 208 200 306 319, 328 315 199 200 307 319 308 299, 306 319 308 307 307 200, 328 307 308 306 208 300 307 315 307 210 300 308 328 204 308 315 308 308 309 310 309, 311
348
Índice de las fuentes no bíblicas
8 lín. 368-375 8 lín. 371 24 lín. 1543-1548 24 lín. 1548-1556 24 lín. 1553-1554 24 lín. 1537-1540 24 lín. 1541-1542
35 lín. 1786-1787 308 36 lín. 1864 312 36-37 lín. 1869-1881 313 37 lín. 1870 329 37 lín. 1875-1881 329 37 lín. 1895-1907 213 39 lín. 1970 307 39 lín. 1983-1986 303, 309, 312 40 lín. 2016 329 40 lín. 2017 205 41 lín. 2028-2031 206 41 lín. 2031-2057 219 Vita s. Leandri (Burgo de Osma, Biblioteca Capitular, 2B) lín. 94-96318 Vita b. Leandri, Isidori archiep. Hispalensium, Fulgentii Carthaginensis archiep. et Braulionis Caesaraugustani ep. (BHL 4810) 1 lín. 93 321 2 lín. 109-111 321 2 lín. 114-116 320 6 lín. 228-233 321 8 lín. 340-347 322 8 lín. 347-350 322
322 321, 322 322 322 321 321 321
Vita s. Nicholai ep. Myrensis (BHL 6113) p. 300, 11-12
141
Vitas ss. patrum Emeritensium (CPL 2069) 5, 3 (p. 52, 47-48) 5, 3 (p. 54, 68-72) 5, 6 (p. 69, 105-110) 5, 9 (p. 79, 14-15) 5, 9 (p. 80, 23-24) 5, 9 (p. 80, 27-31) 5, 12 (p. 92, 1-12) 5, 12 (p. 93, 25-26) 5, 12 (p. 94, 36-37)
141 142 128 134 134 136 135 135 135
Vita s. Thomae Cantuariensis archiep. (BHL 8206) 2 (p. 164) 235, 237
349
ÍNDICE DE LOS NOMBRES DE PERSONA, PUEBLOS Y SECTAS HERÉTICAS
Arrianos (v. también: Herejía arriana): 116, 128-130, 135-136, 231-232, 237, 239, 249, 301, 308, 317, 322, 328 Arrio, presbítero de Alejandría y hereje (v. también: Arriano): 127, 131, 196, 211, 239 Arturo, rey de Britania: 239 Astorganos: 223 Asur, patriarca bíblico y nieto de Abraham: 248, 270 Atalco, obispo arriano: 135, 301 Atanagildo, rey visigodo de Hispania: 229 Atanarico, rey de los godos: 240 Atanasio, patriarca de Alejandría: 127, 175, 212 Áudax, arzobispo de Tarraco: 295297
Aarón, patriarca bíblico y hermano de Moisés: 166, 255 Abdías, profeta: 279 Abel, hijo de Adán y Eva: 255 Abraham, patriarca bíblico: 89, 188, 194, 214, 249, 251-256, 265, 280, 325 Abraham, nombre que simboliza a cualquier judío: 261 Acéfalos: 86, 95, 113, 116, 175, 179, 185, 204, 293 Adán, el primer hombre: 252-253, 279-280 Agustín, obispo de Hipona: 121, 181, 209 Ajab, rey de Israel: 259, 282 Ajaz, rey de Judá y padre de Ezequías: 266, 268 Albino, obispo de Teate (= Albino de Rieti): 239 Albino de Rieti: v. Albino, obispo de Teate Alvito, obispo de León: 101-102, 104, 220 Ambrosio, obispo de Milán: 119, 299, 306, 319 Amorreos: 151, 269 Amós, profeta: 245, 271, 275 Anticristo: 277 Apolo, médico: 124, 210 Aristóteles, filósofo griego: 121, 209 Arriano, hereje (= Arrio): 185
Balaam, profeta: 150, 256 Baniel, padre de Rebeca, la esposa de Isaac (= Batuel): 265 Batuel, padre de Rebeca, la esposa de Isaac: v. Baniel Benabeth, rey taifa de Híspalis (v. también: Eneto): 101, 104 Beor, padre de Balaam: 150 Bonifacio, obispo de Ferentinum: 240 Braulio, obispo de Cesaraugusta: 83, 96, 143, 154, 167-168, 173, 183, 200, 225-229, 234, 239-241,
350
Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas
David, rey de Israel: 195, 222, 250251, 255, 260, 262-263, 272, 274, 276-277, 279, 283 Dióscoro, patriarca de Alejandría y hereje: 126, 211
249-250, 260, 283-284, 287-289, 292-297, 303, 322 Braulio de Zaragoza: v. Braulio, obispo de Cesaraugusta Calcentero, gramático griego: 121, 209 Cananeos: 265 Cántabros: 230 Carbonio, obispo de Populonia (Cerbonio de Populonia): 240 Casio, obispo de Narnia: 240 Castorio, obispo de Amiternum: 239 Cefas (.i. Pedro apóstol): 175 Cerbonio de Populonia: v. Carbonio Chindasvinto, rey visigodo de Hispania: v. Suedo Chintila, rey visigodo de Hispania: 86, 96, 114, 198, 205, 293, 296-297 Chintila, rey visigodo de Hispania (= Suintila): 203 Cicerón, político y escritor romano: v. Tulio Claudio, duque de Mérida: 135, 301 Constancio, obispo de Aquitania: 140 Cosroes II, rey de los persas: 114, 198, 204 Crisóstomo: v. Juan Crisóstomo Cristo (v. también Jesucristo, Jesús): 101, 109, 113-115, 118, 127, 129130, 134, 139, 142, 145-146, 148, 150, 154, 162-163, 167-168, 171, 173, 175-176, 180-181, 183-187, 190-191, 193-195, 198, 202, 204205, 207, 209, 212, 214-216, 218, 220-223, 236-237, 251-254, 256, 260-261, 263, 265-267, 269-277, 282-284, 294-296, 299, 303, 306, 309, 311, 314-315, 319-320, 329
Egipcios: 247, 269 Elí, sacerdote de los judíos: 165 Elías, profeta: 194, 214, 259, 282 Eliseo, profeta: 223 Emiliano, arcipreste de Tarazona y santo (= san Millán): 286 Emmanuel: 266 Eneas, paralítico curado por san Pedro: 223 Eneto, rey taifa de Híspalis (= Benabeth): 329 Engracia, mártir: 286 Enrico, rey de los godos (= Eurico): 236 Eparcio, arzobispo de Toledo: 294 Eparcio, obispo de Itálica (v. también: Uparcio, Urpacio): 88, 96 Esaú, hijo de Isaac y patriarca bíblico: 255, 279 Esculapio, médico: 124, 210 Esdras, sacerdote de Israel: 272, 278 Esteban, protomártir: 194, 214, 223 Ezequiel, profeta: 111, 164, 247-248, 256, 269, 273-274 Eugenio I, obispo de Toledo: 174 Eugenio II, obispo de Toledo: 296 Eunomio, obispo de Cízico y hereje: 127, 211 Eurico, rey de los godos: v. Enrico Eusebio, obispo de Cesarea: 125, 211 Eusebio, obispo de Tarragona: 173 Eusebio, obispo de Vercelli: 127, 212 Eutiques, hereje: 126, 211 Ezequías, hijo de Ajaz y rey de Judá: 268, 283 Ezequiel, profeta: 111, 165, 247-248, 256, 269, 273-274
Dacio, arzobispo de Mediolanum: 240 Daniel, profeta: 122, 252, 275, 277
Faraón, rey de Egipto: 241 Félix, obispo de Porto: 240 Fereceos: 151
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Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas
291, 300, 302, 307, 309, 315, 317, 322, 328 Gregorio, obispo acéfalo: 86, 95, 113, 179-180, 204, 293 Griegos: 107, 121, 201 Gundemaro, rey visigodo de Hispania: 204
Ferécides, historiador griego: 125, 211 Fernando I, rey de León y Castilla: 101, 104, 220, 329 Filisteos: 253, 264 Flavio Josefo, historiador judío: 125, 211 Florentina, virgen consagrada y hermana de Isidoro de Sevilla: 84, 94, 118, 137, 193, 195, 198, 200, 202, 209, 229, 291, 299, 306-307, 313, 317, 319-320 Flórido, obispo de Tifernum Tiberinum: 240 Focas, emperador bizantino: 114 Foroneo, rey mítico del Peloponeso: 124, 210 Fortunato, obispo de Túder: 240 Francos: 135, 238 Frigdiano de Luca: v. Frigiano Frigiano, obispo de Luca (= Frigdiano de Luca): 240 Fulgencio, obispo de Ástigi (v. también: Fulgencio, obispo de Astorga): 84, 94, 118, 198, 200201, 209, 225-228, 234, 236, 238, 240, 287-288, 291-292, 296-297, 299, 306, 316, 319, 321-322, 324, 327-328 Fulgencio, obispo de Astorga (= Fulgencio de Écija): 229 Fulgencio, obispo de Ocriculum: 240 Fulgencio de Écija: v. Fulgenio, obispo de Ástigi
Habacuc, profeta: 271 Hebreos: 107, 121, 201, 249-251, 260261, 263-268, 271-274, 276-284 Heladia, hija del rey Arturo de Britania: 239 Heladio, arzobispo de Toledo: 239 Heraclio, emperador bizantino: 86, 96, 114, 198, 205, 293 Herculano de Perusia: v. Terulano Herejía arriana (v. también: Arrianos): 122, 130-131, 134-136, 204, 212, 231, 233-234, 239-240, 249, 300-301, 307, 309, 311, 315-317, 322, 328 Hermenegildo, hijo del rey Leovigildo y hermano de Recaredo I: 132, 212, 229, 231-233, 297, 316, 319 Herodes el Grande: 194, 221 Heteos : 269 Hilario de Poitiers: 127, 212 Hipócrates, médico: 124, 210 Hispanos: 136, 147, 151, 195, 220, 234, 240, 293, 328 Ildefonso, obispo de Toledo: 96, 142, 194, 293, 303, 310 Isaac, hijo de Abraham y patriarca bíblico: 193, 214, 251, 280 Isaías, profeta: 202, 244-245, 250251, 260-274, 276-278, 281, 283, 287, 322 Isidoro, obispo de Híspalis: 83, 87, 93, 99, 102-104, 107, 110-111, 114-125, 128-139, 146-154, 163, 167-168, 173-175, 179-181, 183-184, 186, 192-196, 198-200, 205-209, 212-216, 218, 220-221, 223, 225-229, 234, 240, 288, 290,
Gamaliel: v. Rabí Gamaliel Godos: 85, 94, 96, 99-100, 114, 117, 128, 132, 154, 186, 202, 225, 229, 233, 238-241, 286, 289, 292-293, 297, 300-301, 307, 315, 317, 328 Granista, conde visigodo: v. Gravista Gravista, conde visigodo: 135, 301 Gregorio I, papa: 84, 94, 111, 116117, 122, 137, 139, 202, 206, 208-209, 212, 225, 228, 236, 239,
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Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas
Judas Iscariote: 131, 212 Judíos: 84, 94, 202, 223, 239, 249250, 253, 256-257, 259, 276, 282-283, 289, 291, 297, 322 Julián, rey visigodo de Hispania (= Liuva II) (v. también: Luiba, hijo del rey Recaredo I): 204 Juliano, arzobispo de Brácara Augusta: 293 Justa, virgen y mártir hispana: 101-103 Justiniano I, emperador bizantino: 124, 210, 229, 320-321 Justo, obispo de Toledo: 295
293, 295-297, 299-302, 304-314, 319-321, 323, 326, 328 Isidoro de Sevilla: v. Isidoro, obispo de Híspalis Ismaelitas 151: Israelitas: 281 Jacob, patriarca bíblico: 194, 214, 249, 251-253, 255, 279-280 Jeremías, profeta: 249, 254-255, 260, 262-263, 269, 271, 273-274, 278, 282 Jeroboam, rey de Judá: 269 Jerónimo de Estridón: 121, 125, 209, 211 Jesucristo (v. tambien: Cristo, Jesús): 105-106, 108, 129, 149, 152, 180, 200, 223, 235, 274, 280, 284, 313, 318, 324 Jesús, el Hijo de Dios (v. también: Cristo, Jesucristo): 150, 181, 250, 284, 311 Jetró, padre de la esposa de Moisés: 243 Joatam, hijo de Ozías y rey de Judá: 268 Job, patriarca bíblico: 122, 137, 194, 315, 317 Joel, profeta: 246, 281 José, hijo de Jacob y patriarca bíblico: 271-272, 279-280 Josefo: v. Flavio Josefo Josué, profeta y patriarca bíblico: 256-259 Juan, apóstol y evangelista: 165-166, 223, 242, 245-246, 249 Juan, obispo de Tarazona: 294 Juan, arzobispo de Tarraco: 240 Juan, nombre que simboliza a cualquier cristiano: 261 Juan, obispo de Elepla: 88, 96, 187, 324 Juan Bautista (San) : 288 Juan Crisóstomo: 242 Juan de Santa María de Narbona, prior de prior de Santa María la Mayor de Zaragoza: 293
Latinos: 107, 121, 201 Lázaro, hermano de Marta de Betania, resucitado por Cristo: 88, 188, 324 Leandro, obispo de Híspalis: 83, 93, 107, 118, 121-122, 128, 130-133, 135-138, 185, 193, 195, 197, 200, 209, 212-213, 225-229, 231, 233234, 238, 240, 288-291, 296-297, 299-302, 306-309, 313, 315-317, 319-323, 326, 328 Leandro de Sevilla: v. Leandro, obispo de Híspalis Leofredo, obispo de Córdoba (= Leudefredo de Córdoba): 175 Leovigildo, rey visigodo de Hispania: 122, 127-129, 131, 212, 225, 229-230, 233, 300-301, 307-308, 315-316 Leudefredo de Córdoba: v. Leofredo, obispo de Córdoba Levitas, descendientes de Leví: 258, 262-263 Lía, esposa del patriarca Jabob y hermana de Raquel: 126, 211 Liuva I, rey visigodo de Hispania: v. Luiba, rey de Francia y hermano de Leovigildo Liuva II, rey visigodo de Hispania: v. Luiba, hijo del rey Recaredo I, y Julián, rey visigodo de Hispania Lot, sobrino de Abraham: 255
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Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas
254, 256-257, 259-261, 269, 271, 278-282 Montano, obispo de Toledo: 239
Lucas, evangelista: 245 Luiba, rey de Francia y hermano de Leovigildo (= Liuva I): 225, 229 Luiba, hijo del rey Recaredo I y rey visigodo de Hispania (= Liuva II) (v. también: Julián, rey visigodo de Hispania): 239, 290
Nabat, padre de Jeroboam: 269 Nabucodonosor II, rey de Babilonia: 252, 272 Najor, esposo de Melca y padre de Batuel: 265 Nehemías, sacerdote: 284 Nerón, emperador romano: 126, 211 Nestorio, patriarca de Constantinopla y hereje: 126, 211 Nicetio, mensajero de Masona: 164 Ninivitas: 151 Noé, patriarca bíblico: 194, 214, 255, 279-280 Numa Pompilio, rey mítico de Roma (v. también: Ponfilio): 124 Nun, padre de Josué: 256, 258-259 Nuño, conde leonés al servicio de Fernando I: 101
Macabeos: 259 Macedonio, patriarca de Constantinopla y hereje: 127, 211 Mahoma: 116, 149-151, 197, 284, 305, 312 Malaquías, profeta: 165, 276, 278, 283 Manué, padre de Sansón: 253 Marcelino, obispo de Ancona: 240 Marcos, evangelista: 324 María, hermana de Moisés: 166 María, madre de Jesucristo: v. Virgen María María Magdalena: 126, 211 Marta de Betania: 126, 211 Masona, obispo de Mérida (v. también: Masono): 231, 240, 301, 316 Masono, obispo de Mérida (= Masona): 128, 163 Mateo, apóstol y evangelista: 311 Maurención, primicerio y mensajero de Braulio de Zaragoza: 168 Mauricio, emperador bizantino: 83, 96, 114, 293, 323, 326 Maximiano, obispo de Siracusa: 240 Melca, esposa de Najor y madre de Batuel: 265 Melquisedec, sacerdote de Israel: 255, 283 Mercurio Trimegisto, jurisperito: 124, 210 Micetio de Narbona: v. Migecio Migecio, arzobispo de Narbona (= Micetio de Narbona): 240 Millán, santo: v. Emiliano Miqueas, profeta: 242, 265, 279 Módico, príncipe: 272 Moisés, patriarca bíblico: 166, 185, 186, 194, 203, 214, 223, 243, 250-
Ordoño, obispo de Astorga: 101, 104, 220 Orígenes de Alejandría, exegeta cristiano: 121, 209 Orosio, historiador: 125, 211 Oseas, profeta: 249 Ozías, rey de Judá y padre de Joatán: 268 Pablo de Tarso: 126, 144, 211 Pantardo, obispo de Brácara Augusta: v. Partarcio Papias, gramático medieval: 154 Partarcio, arzobispo de Brácara Augusta (= Pantardo de Brácara Augusta): 240 Paulino, obispo de Nola: 240 Pedro, apóstol: 111, 116, 126, 129, 130, 139, 158, 175, 186, 205-206, 208, 211, 223, 242, 244 Pelayo, rey astur-leonés: 100 Platón, filósofo griego: 121, 209 Pompilio: v. Numa Pompilio Ponfilio (= Pompilio): 210
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Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas
Sisebuto, rey visigodo de Hispania: 84, 94, 202, 204, 286, 291, 293, 297, 327 Sisenando, rey visigodo de Hispania: 204, 286, 295, 297 Solón: v. Salón Solva, arzobispo de Narbona (Sclua de Narbona): 295 Subiterico, rey visigodo de Hispania (= Witerico) (v. también: Victerico): 204 Suedo, rey visigodo de Hispania (= Chindasvinto): 286, 297 Suevos: 85, 94, 132, 202, 233, 292 Suintila, rey visigodo de Hispania (v. también: Chintila): 295 Sunamita (la), mujer de Sunem cuyo hijo fue resucitado por Eliseo: 223
Rabí Gamaliel: 282 Raquel, esposa del patriarca Jabob y hermana de Lía: 126, 211, 249 Rebeca, esposa de Isaac, el hijo de Abraham: 265 Recaredo I, rey visigodo de Hispania: 83, 96, 114, 131-133, 135, 137-138, 204, 212-213, 229, 231, 233-234, 236, 239, 288-289, 291, 293, 296-297, 301, 308, 316-319, 322-323, 326 Redempto, clérigo de Sevilla: 87 Ricimero, hijo del rey Suintila: 295 Rimiro, vicario de Mérida: 295 Roboam, hijo de Salomón y rey de Israel: 269 Rodrigo, rey visigodo de Hispania: 99 Romanos: 146, 196, 238, 240, 290, 293, 321
Teodorico, rey de los godos (v. también: Teodoro): 118, 225, 229 Teodosia, esposa del rey Leovigildo: 225, 229, 319 Terulano, obispo de Perusia (= Herculano de Perusia): 240 Tito, hijo del emperador Vespasiano: 275-276 Tobías, patriarca bíblico: 257 Trimegisto: v. Mercurio Trimegisto Tulga, rey visigodo de Hispania: 286, 297 Tulio (Marco Tulio Cicerón), político y escritor romano: 121, 209 Túrtura, esposa de Severiano y madre de Isidoro de Sevilla: 118, 299, 306, 315, 319
Sabino, obispo de Canusium: 240 Salomón, rey de Israel: 109, 122, 124-125, 153, 179, 204, 210-211, 250-252, 269, 272, 278 Salón, sabio jurisperito (= Solón): 124, 210 Samuel, profeta: 165, 269 Sancho Garcés III, rey de Navarra y padre de Fernando I de León y Castilla: 101 Sansón, juez de Israel: 253, 255 Santiago el Mayor, apóstol: 111, 117, 205, 208, 223, 230, 297 Sarracenos: 99-101, 103-104, 297, 329 Sclua, obispo de Narbona: v. Solva Severiano, duque de Cartagena y padre de Isidoro de Sevilla: 107, 117, 119, 136, 200, 209, 299, 306, 315, 319, 328 Severiano, duque de la provincia Cartaginense y abuelo de Isidoro de Sevilla: 225, 229 Simón Mago: 126, 211 Sintario, obispo herético: 183 Sirios: 293
Uparcio, obispo de Itálica (= Eparcio): 187 Urpacio, obispo de Itálica (= Uparcio): 324 Valente, emperador romano de Oriente: 240 Vándalos: 85, 94, 202 Vascones: 238
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Índice de los nombres de persona, pueblos y sectas heréticas
Vulgerno, conde visigodo (v. también: Vulgrina): 135 Vulgrina, conde visigodo (v. también: Vulgerno): 301
Venancio, obispo de Luna: 240 Venancio, obispo de Placentia: 240 Verecundo, mensajero del obispo Eugenio de Toledo: 174 Vicente, obispo de Cesaraugusta y apóstata: 316 Victerico, rey visigodo de Hispania (= Witerico) (v. también: Subiterico): 290 Virgen María: 113, 149, 175, 181, 198, 251, 253, 280
Witerico, rey visigodo de Hispania: v. Subiterico y Victerico Zacarías, profeta: 246-248, 275, 283
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ÍNDICE DE LOS TOPÓNIMOS Y LAS IGLESIAS
Cartagena: 107, 117, 131, 196, 200, 209, 225, 229-230, 287-288, 299, 306, 315, 319, 321 Cartaginense, provincia de Hispania: 225, 229 Cartago Nova: 328 Celtiberia: 231 Cesaraugusta: 96, 143, 154, 168, 173, 200, 225, 229-230, 239-241, 284, 286, 292-297, 303, 316, 322 Chieti: v. Teate Città di Castello: v. Tifernum Tiberinum Constantinopla: 122, 126, 211, 315 Córdoba: 151, 175 Covadonga: v. Cueva de Santa María Cueva de Santa María: 100
África: 151, 212 Alejandría: 127 Altares: San Juan Bautista (Sevilla): 288 Santiago apóstol (iglesia de Santa María la Mayor, Zaragoza): 297 Amiternum: 239 Ancira: 164, 167 Ancona: 240 Aquilón, tierra del: 263 Aquitania: 240 Aspe, puerto de montaña (= Somport): 230 Ástigi: 240, 299, 306, 316, 319, 321, 328 Astorga: 101, 104, 220, 229 Atio, campo: 257
Dan: 269
Babilonia: 272, 284 Basílica: v. Iglesia Belén: 265, 274 Betel: 269 Bética, provincia de Hispania: 99, 222, 315 Brácara Augusta: 230, 240, 295 Britania: 239
Écija: v. Ástigi Éfeso: 126, 165, 211 Egipto: 150, 260, 263, 269-270, 282 Fanuel, lugar: 252 Fanuel, río: 252 Ferentinum: 240 Francia: 225
Calcedonia: 126, 211 Canosa: v. Canusium Canusium (= Canosa): 240
Galaecia, provincia de Hispania: 132 Galia: 128, 134, 229, 239-240, 295 Galia gótica: 238
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Índice de los topónimos y las iglesias
Jericó: 258 Jerusalén: 114, 165, 198, 205, 221, 254, 261-264, 268-269, 271-272, 274-275, 278, 283-284 Judá: 165, 254, 260, 262-263, 265, 268-269, 274
Galias: 127, 147, 186, 212, 304, 311 Gomorra: 255, 268 Hesperia: 196 Híspalis: 86, 95, 99, 101, 105, 116, 118-120, 122, 136, 139, 142, 149, 152, 179, 187, 191, 196, 205-206, 209, 212, 221, 225, 229-231, 234, 240, 288-290, 293, 295, 299-303, 305-309, 312-313, 315-316, 319, 322, 328-329 Hispania: 85, 95, 100, 103, 110-111, 114-117, 127-128, 131, 134135,138, 144-145, 147, 149-150, 184, 186, 196, 198, 200, 203, 205-208, 212, 229-230, 234, 239, 289, 292, 295, 299, 302-304, 306, 309-311, 315, 317-319, 328-329 Hispania Citerior: 220 Hispanias: 96, 102, 115, 117, 128, 137-139, 146-147, 153, 199-200, 206, 208, 212, 222, 238, 306
León: 99, 101, 105, 208, 220, 222223, 329 Líbano: 125 Luca: 240 Luna: 240 Lusitania, provincia de Hispania: 99 Mambré, valle: 252 Mediolanum (= Milán): 240 Mérida: 135, 163, 231, 238, 240, 295, 301, 316 Milán: v. Mediolanum Narbona: 135, 147, 229, 240, 293, 295, 301 Narni: v. Narnia Narnia (= Narni): 240 Nicea: 127 Nola: 240
Iberia: 116, 207, 311 Iglesias San Juan Bautista (León): 104 San Vicente Mártir (Sevilla): 88, 96, 187, 218, 294 Santa Leocadia (Toledo): 295296 Santa Madre (Sevilla) (v. también: Santa María): 293 Santa María (Narbona): 293 Santa María (Sevilla) (v. también: Santa Madre): 289 Santa María (la Mayor) (Zaragoza): 284, 293, 296297 Santas Justa y Rufina (Sevilla): 318 Santas Masas (Zaragoza): 286 Israel: 109, 120, 150-151, 185, 241, 245, 252-254, 256-269, 271-274, 276-280, 282, 284 Italia: 127, 212, 239
Océano, mar: 230 Ocriculum (= Otricoli, Rieti): 240 Otricoli (Rieti): v. Ocriculum Olimpo, monte: 102 Oreb, monte: 243, 259 Oriente: 221 Perusia: 240 Piacenza: v. Placentia Pirineos: 220-221 Placentia (= Piacenza): 240 Populonia (= Porto Baratto, Toscana): 240 Porto (Lusitania): 240 Porto Baratto (Toscana): v. Populonia Recápolis (= Recópolis): 231 Recópolis: v. Recápolis
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Índice de los topónimos y las iglesias
Tarazona: 286, 294 Tarraco (v. también: Tarragona): 174, 240, 295-297 Tarragona (v. también: Tarraco): 230 Teate: 240 Tifernum Tiberinum (= Città di Castello): 240 Todi: v. Túder Toledo: 131, 173-174, 184, 186-187, 194, 205, 229-230, 233, 239, 241, 284, 289, 294-296, 303, 313, 316, 322 Túder (= Todi): 240
Roma: 116, 122, 128, 130, 139, 145146, 151, 186, 205-206, 208, 296, 300, 304, 307, 309-311, 315 Sabaria: 230 Samaria: 245 Santa Eulalia, pueblo de la Bética: 151 Santiago de Compostela: 230 Segnicia (= Sigüenza): 290 Sevilla: v. Híspalis Sicilia: 240 Sigüenza: v. Segnicia Sinaí, monte: 261 Sión: 261, 263, 271, 274 Siracusa: 240 Sodoma: 255, 268 Somport: v. Aspe
Valencia: 230 Vercelli: 127 Zaragoza: v. Cesaraugusta
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