Escolios gongorinos: Biografía, anotaciones y defensas 9783968694818

El volumen Escolios gongorinos ofrece un conjunto de ensayos en torno a distintas cuestiones referentes a la vida de Gón

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Spanish; Castilian Pages 286 [285] Year 2023

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Table of contents :
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
ENTRE LELIO Y HORTENSIO: GLOSAS A LA VIDA Y ESCRITOS DE DON LUIS DE GÓNGORA
MARTÍN VÁZQUEZ SIRUELA: PEQUEÑO PERFIL BIOGRÁFICO
IN SCHEDIS: DOS NOTAS AL PANEGÍRICO AL DUQUE DE LERMA DE MARTÍN VÁZQUEZ SIRUELA
FRANCISCO DEL VILLAR: SEMBLANZA DE UN ERUDITO BARROCO
CONTRA EL INJUSTO OLVIDO: MANUEL SERRANO DE PAZ
UN OPÚSCULO MANUSCRITO: LOS FRAGMENTOS DEL COMPENDIO POÉTICO
BIBLIOGRAFÍA
PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS
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Escolios gongorinos: Biografía, anotaciones y defensas
 9783968694818

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JESÚS PONCE CÁRDENAS

ESCOLIOS GONGORINOS Biografía, anotaciones y defensas

Iberoamericana • Vervuert • 2023

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Dirección de Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona) con la colaboración de Christoph Strosetzki (Westfälische Wilhelms-Universität, Münster) y Marc Vitse (Université Toulouse-Jean Jaurès) Consejo asesor: Patrizia Botta Università La Sapienza, Roma Enrica Cancelliere Università di Palermo José María Díez Borque Universidad Complutense, Madrid Ruth Fine The Hebrew University of Jerusalem Edward Friedman Vanderbilt University, Nashville Joan Oleza Universidad de Valencia Felipe Pedraza Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real Juan Luis Suárez The University of Western Ontario, London Edwin Williamson University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 161

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La publicación del presente volumen ha sido posible gracias al apoyo del Proyecto «Hibridismo y Elogio en la España áurea» (HELEA), PGC2018095206-B-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2023 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2023 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-374-9 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-480-1 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-481-8 (e-Book) Depósito Legal: M-27451-2023 Cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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ÍNDICE

Presentación.......................................................................................... 7 Entre Lelio y Hortensio: glosas a la Vida y escritos de don Luis de Góngora...................................................................................... 13 Martín Vázquez Siruela: pequeño perfil biográfico.................................. 49 In schedis: dos notas al Panegírico al duque de Lerma de Martín Vázquez Siruela...................................................................... 63 Francisco del Villar: semblanza de un erudito barroco............................. 99 Contra el injusto olvido: Manuel Serrano de Paz.................................... 143 Un opúsculo manuscrito: los Fragmentos del Compendio poético.................................................................................................... 187 Bibliografía............................................................................................ 259

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PRESENTACIÓN

El conjunto de los escolios a la poesía de Góngora no conoce igual en toda la historia de la literatura española: ni las anotaciones al Laberinto de Fortuna de Juan de Mena, ni los comentarios a la obra de Garcilaso de la Vega —dos de los corpora de glosas antiguas más renombrados— alcanzaron su número y su complejidad1. En verdad, el elenco de textos eruditos que iluminaron los versos del autor más difícil del Barroco hispano es significativamente amplio, incluso si se prescinde de aquellos documentos que circularon en el siglo xvii y de los que hoy tan solo queda alguna noticia suelta2. Sin ánimo alguno de exhaustividad pueden recordarse aquí testimonios tan importantes como la Silva a las Soledades de don Luis de Góngora con anotaciones y declaración y un discurso en defensa de la novedad y términos de su estilo (h. 1613-1616) de Manuel Ponce3; las Anotaciones y defensas a la Primera Soledad de don Luis de Góngora de Pedro Díaz de Rivas (h. 1616-1617); las Anotaciones al Polifemo (h. 16161620) y las Anotaciones a la Segunda Soledad (h. 1617-1624) del mismo erudito cordobés4; la Soledad primera del príncipe de los poetas españoles, El término «escolio» designa aquella «nota que se pone a un texto para explicarlo» y deriva de la voz latina medieval scholium, originada a su vez por el vocablo griego σχόλιον, entendido propiamente con la acepción de «comentario» (DRAE). 2  Como la Defensa de los errores que introduce en las Obras de don Luis de Góngora don García de Salcedo Coronel, su comentador (1636) de Andrés de Ustarroz; los Comentarios de la Soledad primera (circa 1646) de Antonio Calderón o los comentarios sobre las Soledades y el Polifemo (1658) de fray Luis de Amezquita. Para estos documentos perdidos, véase Blanco, Elvira y Plagnard, 2021, pp. 623, 635, 641. Sobre un tratado perdido de Alonso Chirinos Bermúdez que llevaba el hermoso título de Charites y acogía una defensa de la poesía de Góngora compuesta hacia 1620-1629, véase Rico García, 2021. 3  Manuel Ponce, 2021 (ed. Azaustre Galiana). 4  Díaz de Rivas, 2017 (eds. Melchora Romanos y Patricia Festini). 1 

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don Luis de Góngora, ilustrada y defendida (h. 1615-1620), atribuida plausiblemente al antequerano fray Francisco de Cabrera5; el Polifemo de don Luis de Góngora comentado por García de Salcedo Coronel (Madrid, Juan González, 1629)6; las Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote (Madrid, Imprenta del Reino, 1630) de José Pellicer de Salas y Tovar7; las Soledades de don Luis de Góngora comentadas por don García de Salcedo Coronel (Madrid, Imprenta Real, 1636); la Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe de Cristóbal de Salazar Mardones (Madrid, Imprenta Real, 1636); las Notas al Polifemo (h. 1637) de Andrés Cuesta8; las Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de José Pellicer de Salas y Tovar (1638)9; las dos partes del Segundo tomo de las Obras de don Luis de Góngora. Comentado por don García de Salcedo Coronel (I Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1644; II Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1648)10; las Anotaciones dispersas de Martín Vázquez Siruela al Polifemo, las Soledades, el Panegírico al duque de Lerma y otras poesías11 y, por último, coronando la serie, los ponderosos volúmenes manuscritos de Comentarios a las Soledades del grande poeta don Luis de Góngora (1625-1673), del doctor Manuel Serrano de Paz12. Al menos seis décadas de prodigiosa labor (1613-1673) conforman el arduo panorama de explicaciones dedicadas a los versos del escritor más polémico y oscuro de nuestras letras, lo que prueba bien que Góngora no es poeta para tibios. El análisis de los poemas mayores del genial cordobés no ha cesado de beber de los escolios del siglo xvii hasta nuestros días. A zaga de aquellos eruditos, los gongoristas que en tiempos recientes han seguido el magisterio de Alfonso Reyes, Dámaso Alonso, Emilio Orozco Díaz, Antonio Vilanova, Robert Jammes, Antonio Carreira o Mercedes Blanco, han tratado de

Góngora vindicado: Soledad primera, ilustrada y defendida, 2009 (ed. Osuna Cabezas). 6  Existe edición facsimilar: Salcedo Coronel, 2008. 7  Puede consultarse en edición facsimilar: Pellicer, 1971. 8  Estudiadas y editadas parcialmente por Micó, 1985. 9  Pellicer, 2022 (ed. Núñez Rivera). 10  Los comentarios de Salcedo Coronel al Panegírico al duque de Lerma han sido editados y estudiados por Érika Redruello Vidal en una tesis doctoral defendida recientemente: Redruello, 2022. 11  Las glosas de Martín Vázquez Siruela son objeto de una importante edición al cuidado de Mercedes Blanco y Pedro Conde Parrado:Vázquez Siruela, 2023. 12  Roland Béhar ha disertado brillantemente sobre las formas y funciones del comentario en la polémica gongorina en un trabajo imprescindible (Béhar, 2021). 5 

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aquilatar cuál es el valor preciso de un caudal ingente de apostillas, a menudo centradas en la identificación de los posibles hipotextos manejados para componer cada pasaje. Esta monografía no se ha planteado como una aguja de navegar escolios, ya que un trabajo de tal alcance rebasaría con mucho los límites de un breve ensayo. El propósito de este volumen es bastante más modesto, tal como evidencia la índole concreta de sus seis capítulos. En efecto, se abordará a lo largo de los mismos el estudio de diferentes elementos del orbe gongorino desde ángulos dispares: la biografía, el comentario y la defensa. Voluntariamente se han orillado los grandes nombres en la tradición impresa de las anotaciones (Pellicer, Salcedo Coronel) y las principales apologías del cabeza de la escuela culta (Francisco Fernández de Córdoba, abad de Rute) para fijar la mirada en algunos textos de otros ingenios a los que aún no se ha prestado atención suficiente: fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, Martín Vázquez Siruela, Francisco del Villar y Manuel Serrano de Paz. Los eruditos del siglo xvii que tomaron partido por la nueva poesía formaban una comunidad dispersa, pero bien conectada a través de redes epistolares que comunicaban la corte con Salamanca, Zaragoza, Granada, Córdoba, Sevilla, Antequera, Jaén, Oviedo, Valladolid y otras urbes. Por tal razón en este volumen vamos a atender a la cuestión biográfica como una importante vía inicial de acceso a tales círculos y, así, daremos noticia de documentos e informaciones que no se habían considerado hasta la fecha. El capítulo primero se dedica a la sucinta Vida de Góngora redactada por fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, ponderando la relación del docto trinitario con el cabeza de la escuela culta y con el cronista real José Pellicer de Salas. El capítulo segundo se centra en la semblanza del erudito granadino Martín Vázquez Siruela, uno de los comentaristas más perspicaces y, paradójicamente, uno de los menos leídos, a causa de las dificultades que plantean las apostillas manuscritas que dejó sueltas. El perfil del clérigo, poeta y anticuario iliturgitano Francisco del Villar se somete a examen en el capítulo cuarto, no solo en calidad de participante en la polémica contra el murciano Francisco Cascales, sino también como ingenioso versificador, historiador local y autor de un curioso documento de asunto gongorino no exento de interés. La vida y andanzas del polifacético Manuel Serrano de Paz, médico y poeta, comentarista de Góngora y catedrático de Matemáticas en la Universidad de Oviedo, constituye buena parte del objeto de estudio del capítulo quinto.

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Junto al cauce biográfico, se reflexiona asimismo sobre el interés crucial que revisten los comentarios antiguos a la obra gongorina. A través de varias catas significativas, varios escolios se estudian en paralelo, con el fin de aquilatar cuáles fueron los logros de cada uno de los eruditos del siglo xvii, sus aportaciones principales y también sus puntos débiles. En ese orden de asuntos, el capítulo tercero examina de cerca las glosas de Martín Vázquez Siruela a dos pasajes del Panegírico al duque de Lerma, cotejando las mismas con la información recogida por Pellicer y Salcedo Coronel. Los Comentarios a las Soledades de Serrano de Paz se someten a examen en el capítulo quinto, dedicando especial atención al pasaje del catálogo piscatorio de la segunda parte del poema, en paralelo con las notas de Díaz de Rivas, Pellicer y Salcedo. El capítulo final ofrece el estudio y edición de un texto conservado en estado fragmentario: el Compendio poético, de Francisco del Villar. Las páginas del erudito de Andújar no recogen, estrictamente, comentario alguno, pero dan cabida a una serie de cuestiones sumamente originales que es necesario rescatar, como la ponderación de la valía de Góngora en tanto autor de «epigramas» (sonetos y décimas) o la vindicación de sus obras mayores como «poemas heroicos». De manera casi transversal, un tercer vértice de interés se percibe en todos los estudios del presente volumen: la cuestión candente de la apología de Góngora. Ingenios como Paravicino,Vázquez Siruela, Francisco del Villar y Serrano de Paz esgrimieron, en medio de una tempestuosa polémica como no se ha conocido otra igual en las letras hispánicas, algunas defensas (más o menos articuladas) de la probidad del «virtuoso» poeta y lo sublime de sus escritos más ambiciosos. A la luz de lo examinado en varios apartados de la monografía, conviene distinguir dos planos en el campo de la querella literaria: de un lado, la polémica abierta entre partidarios (Pedro de Valencia, el abad de Rute, Manuel Ponce, Martín Vázquez Siruela, Martín de Angulo y Pulgar, Juan de Espinosa Medrano) y detractores (con titanes de la talla de Lope, Quevedo o Jáuregui); del otro, la polémica solapada entre los comentaristas mismos, que se tiran los trastos a la cabeza con acusaciones de lábil erudición, fatuidad o trabajo apresurado en demasía. Este volumen presenta reunidos por vez primera un conjunto de estudios que tuve ocasión de elaborar durante un arco temporal relativamente amplio, entre los años 2014 y 2021. Originariamente, aquellos trabajos se llevaron a cabo en el marco de dos proyectos I+D financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación: «Las artes del elogio:

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poesía, retórica e historia en los panegíricos hispanos» (2016-2018) e «Hibridismo y elogio en la España áurea» (HELEA, 2019-2022). Tales reflexiones fueron, además, objeto de distintas presentaciones en congresos y seminarios celebrados en Sorbonne Université, de forma que el objeto de la investigación se alineaba perfectamente con la encomiable labor desarrollada por el grupo Pólemos de aquella sede parisina, dirigido por la catedrática Mercedes Blanco e integrado por un amplio número de estudiosos de distintas universidades europeas y americanas. No puedo concluir estas líneas sin expresar mi más hondo agradecimiento a Mercedes Blanco, que me impulsó a mantener esta línea de investigación abierta con su certero magisterio, así como a Pedro Conde Parrado y Juan Matas Caballero, admirados colegas y compañeros durante siete años en los proyectos ARELPH y HELEA. Al ejemplo y estímulo de los tres citados maestros en las lides del gongorismo contemporáneo se debe no poco de las presentes páginas. Mi gratitud se hace asimismo extensiva a Ignacio Arellano, Adriana Beltrán del Río Sousa, Rafael Bonilla Cerezo, Antonio Carreira, Francisco Juan Martínez Rojas, Patricio de Navascués Benlloch y Anne Wigger por la ayuda que me han brindado en algunos momentos de la realización de esta obra. Es justo, finalmente, consignar que la publicación del presente volumen ha sido posible gracias al apoyo económico del Proyecto «Hibridismo y elogio en la España áurea» (HELEA), PGC2018-095206-B-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.

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ENTRE LELIO Y HORTENSIO: GLOSAS A LA VIDA Y ESCRITOS DE DON LUIS DE GÓNGORA

La primera biografía de Góngora que se conserva figura entre los paratextos del códice Chacón bajo el título Vida y escritos de don Luis de Góngora1. Se trata de una semblanza de apenas cuatro caras y media, redactada entre los meses de junio y diciembre de 16282. Al modo humanístico de las Vitae auctoris, el sucinto relato servía de pórtico a la obra, conforme a aquel uso que abre el accessus a los textos líricos con el conocimiento de la trayectoria vital del poeta3. De acuerdo con los Para el texto de la Vida y escritos, manejo la edición facsimilar del manuscrito Chacón: Obras de don Luis de Góngora [Manuscrito Chacón] (Introducción de Dámaso Alonso, Prefacio de Pere Gimferrer), Málaga, Real Academia Española-Caja de Ahorros de Ronda, 1991, III volúmenes (el texto de la Vida y escritos figura en el volumen I, s. f.). También me sirvo de la cuidada edición electrónica de Adrián Izquierdo: http://obvil.sorbonne-universite.site/corpus/gongora/1628_vida-chacon. Sobre la importancia del manuscrito Chacón, véase Antonio Carreira, 1998, pp. 7594 y Amelia de Paz, 2011. 2  La datación de la Vida y escritos en una franja temporal tan precisa —sobre la que hemos de volver más adelante— se antoja altamente significativa por dos motivos. En primer lugar, por la cercanía misma al óbito del poeta, fallecido en Córdoba el lunes 24 de mayo de 1627. Es decir, el texto se redactó tan solo un año después de la desaparición del creador de las Soledades. La otra razón es que dicha cronología se enmarca en el contexto de los años finales de la década de 1620, precisamente en el período que Mercedes Blanco ha identificado como segunda fase en la polémica gongorina, comprendida durante «el período que va de la década de 1620 hasta bien avanzada la década de 1630» (Blanco, 2013, p. 16). 3  Conforme a dicha práctica, Cristoforo Landino abría en 1482 la primera edición humanística comentada de la poesía de Horacio con una Vita del gran lírico de Venusia. En los preliminares de dicho volumen, el exégeta recalcaba la importancia de iniciar las obras con dicha introducción biográfica: «Vetustum sane institutum est: 1 

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fundamentos del género antiguo en el que se inscribe, la denominada biografía erudita o alejandrina, el texto obedece a dos requerimientos esenciales: la exposición de los principales hitos en la existencia del autor; la alabanza de su figura y obra, tanto en lo moral como en lo literario. Al enmarcarse cronológicamente en pleno fragor de la polémica en torno a Góngora, se puede atribuir también una tercera función al escrito: la apología del racionero cordobés y su legado poético, frente a los ataques de envidiosos y detractores. Carente de marca de autoría, la Vida y escritos aparecía rubricada con las siglas «.A.A.L.S. M.P.», como si de una antigua inscripción votiva se tratara4. Gracias al testimonio posterior de la edición Hoces, el sentido de esa fórmula latina suele fijarse del modo siguiente: «Anonymus Amicus Lubens Scripsit, Moerens Posuit» (‘Un amigo anónimo lo escribió de buen grado, lo depositó afligido [como ofrenda]’)5. Pasadas varias centurias, el testimonio de una carta datada en el otoño de 1629 resultaría crucial para aclarar la identidad del biógrafo6. Hoy sabemos que detrás de et quod deinceps ab omnibus pene doctioribus perpetua sit semper consuetudine observatum: ut si quis ex elegantioribus poetis enodandus interpretandusque assumitur: vita in primis eius describatur» (‘Es tradición asentada desde antaño y respetada por casi todos los doctos: quien pretenda explicar e interpretar a los más elegantes poetas, describa en primer lugar su vida’) (Landino, 1482). Salvo indicación expresa de diferente autoría, las traducciones recogidas en este volumen son propias. Sobre las Vidas de Horacio impresas durante el Renacimiento, véase Dauvois, 2012. 4  Como si de un guiño anticuario se tratara, la fórmula epigráfica coincide parcialmente con varios elementos de una secuencia de siglas bien conocida por los humanistas familiarizados con las arulae o ‘altarcillos votivos’:V.S.L.M. El desarrollo de las siglas corresponde a la frase «VOTUM SOLUIT LUBENS MERITO» (‘De buen grado ha cumplido su voto, con merecimiento’ o ‘Ha cumplido su promesa de buen grado, como es justo’). Este tipo de pequeños monumentos votivos se erigían en cumplimiento de una promesa a una divinidad. 5  Todas las obras de don Luis de Góngora, en varios poemas recogidos por don Gonzalo de Hozes y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba, Madrid, Imprenta del Reino, 1634, s. f.Téngase en cuenta que la edición Hoces vio la luz después de la muerte de Paravicino y que, por otro lado, no se poseen datos sobre quién pudo llevar a cabo la interpretación de tales siglas. En verdad, atendiendo a los usos antiguos, el desarrollo de las iniciales bien podría ser otro: «Amico Animo Lubens Soluit, Merito Posuit» (‘Con el espíritu de un amigo y de buen grado ha cumplido [su promesa], ha erigido [este monumento] como es justo’). Pueden verse algunos usos similares de inscripciones votivas en Fernández Díaz, 2002 (en especial, pp. 12-14). 6  El texto se localiza en la sección final del manuscrito 9/5770 (3) de la Real Academia de la Historia: Cartas eruditas de diversos literatos de España a don Ioseph

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aquellas siglas se ocultaba una célebre figura del aula regia de Felipe III y Felipe IV: el poeta y predicador fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga (Madrid, noviembre de 1580-Madrid, 12 de diciembre de 1633), uno de los amigos más señalados de Góngora y su albacea testamentario. La decisión de no firmar el texto de la Vida y escritos recogida en el lujoso manuscrito de la Biblioteca Olivarense pudo verse en el entorno cortesano como un elegante signo de modestia7. Los conocedores áulicos de la pieza podían atribuir al gesto del trinitario la honrosa nota de la magnanimidad, como si se tratara de un reconocimiento póstumo no movido por el deseo de notoriedad, sino tan solo por el afecto y la gratitud que el albacea debe guardar hacia el finado. Con todo, un hecho nada baladí permite apreciar que en el ánimo de Paravicino pudieron haber pesado otras razones. En efecto, muy poco después de su redacción, en 1629, José Pellicer de Salas solicitó permiso al predicador real para reproducir la semblanza biográfica entre las páginas iniciales de las Lecciones solemnes. La reluctancia de este a la hora de dar dicho texto a las prensas quedaría bien clara en los renglones de la carta antes aludida, dirigida al inquieto cronista de Felipe IV: Ya sabe Vuestra Merced qué son priesas repartidas y tropeles de Madrid. Discúlpeme consigo mismo y con su amor, pues no puede ignorar mi ánimo de no haberle asistido a los aparatos tristes de la muerte del señor Antonio Pellicer que esté en el cielo, sino a la verdad misma de la tristeza y al consuelo, si yo pudiera bastar a tanto de la pérdida. Ganancia es no solo para la virtud y el valor sino para el crédito la bufonería de esos micos. No es verdad que les dan dineros por el entretenimiento torpe, que estudian por mover la risa del pueblo; que es pecado mortal la detracción, aun secreta. Que si no les doliera el crédito ajeno, no le aullaran. ¿Que la comedia tiene libertad servil para escarnecer la tragedia? La tragedia no puede remitir o la severidad del ceño o la majestad del semblante. Pues, ¿qué los quiere? Duélanos su perdición como cristianos y mezclemos ese llanto espiritual entre la risa constante de sus ladridos inútiles. La Vida de don Luis quedó cerrada en una gaveta.Yo traje las llaves y volverá dentro de quince días de la fecha de esta carta, siendo Dios servido. Si antes compusiese vuestra merced con su ánimo el dejarme fuera de estacada tan ajena de mi profesión, sería

Pellicer de Tovar, Cronista Mayor de Su Majestad. Puede leerse una transcripción parcial de la misiva en el importante trabajo de Iglesias Feijoo, 1983, pp. 163-164. 7  Sobre Góngora y la biblioteca del conde duque, véase Lawrance, 2011; O’Reilly, 2011; Marías, 2011.

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mucha amistad. Y si no, mire vuestra merced: si hablan en la comedia, en el Polifemo por estampar, esos perros a quien la envidia sirve de rabia, ¿qué dirán del autor de la Vida de él? ¿O cómo no dirán que merezco la ofensa si la ocasiono entre los versos, cuando aun no me fue del púlpito excusa? Guarde Dios a vuestra merced como deseo. En Burgos, a 1º de octubre de 1629. Fray Hortensio Félix Paravicino8.

Tras solicitar al erudito cortesano que le disculpe por no haber podido asistir a las honras fúnebres de don Antonio Pellicer y, consecuentemente, por no haber tenido ocasión de brindarle consejo y consuelo ante tamaña pérdida, fray Hortensio alude al polémico episodio de las burlas de Pedro Calderón de la Barca, llevadas a las tablas. El lenguaje áspero que emplea en este pasaje resulta palmario y permite intuir su estado de ánimo: «bufonería», «micos», «mover la risa del pueblo», «aullaran», «su perdición como cristianos», «entre la risa constante de sus ladridos inútiles», «esos perros a quien la envidia sirve de rabia». Los detractores del orador sacro que se mofaron de su estilo en los escenarios aparecen retratados en los renglones de la misiva según los usos de la animalización grotesca: las gentes del teatro actúan como perros que Reproduzco el texto completo de la carta, desarrollando las abreviaturas y modernizando grafías y puntuación. La colección epistolar carece de foliación (en la reproducción digital custodiada en la R.A.H. la misiva ocupa las imágenes 149152). Como recuerda oportunamente Mercedes Blanco, hay que valorar esta curiosa epístola con algunas reservas, ya que «no está muy claro el asunto» por diferentes motivos. En primer lugar, se ha conservado «la carta de Paravicino a Pellicer, mas no la precedente misiva del cronista al predicador real, si es que tal epístola existió (puesto que resulta igualmente posible que le hablara del asunto en una conversación directa, de viva voz)». Una vez constatado que falta esa información capital, hay que admitir «que no sabemos qué era exactamente lo que Pellicer solicitó al predicador trinitario y cuál fue precisamente el texto de la Vida de don Luis que quedó “cerrada en una gaveta” y que “volverá dentro de quince días”. Se ha supuesto que debía tratarse de una copia manuscrita de la misma Vida que figura en el códice Chacón, un original que con toda lógica debía estar en poder de Paravicino, ya que era el autor de tan breve semblanza». De ser atendible esa hipótesis, aún habría que conjeturar otro detalle, pues hemos de «suponer que Pellicer tenía acceso al códice y que sabía de quién era el texto (y es suponer bastante)». Por último, cabría una segunda posibilidad, que «en realidad podría tratarse de otra Vida escrita expresamente para las Lecciones solemnes». En suma, nos movemos en el nebuloso ámbito de las conjeturas y por ello ha de abordarse el asunto con muchas precauciones. A falta de nuevos indicios, hay que «reconocer que no sabemos gran cosa» del trasfondo literario y editorial de tan curiosa misiva. 8 

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muerden y aúllan, son grotescos cual monos que imitan al ser humano, ofreciendo un burdo remedo de su dignidad. La condena llega a su punto más alto cuando explicita que el escarnio al que se le ha sometido de manera injusta supone una lesiva detracción de la honra y, por ende, no solo constituye un delito, sino (lo que resulta más grave) un pecado mortal. Con espíritu estoico, Paravicino trata de hallar consuelo para sí en medio de tan lastimosas circunstancias: «Ganancia es no solo para la virtud y el valor sino para el crédito la bufonería de esos micos». La epístola del trinitario a Pellicer, coloreada con los aludidos ribetes de cólera, permite situar el texto de la Vida y escritos en el entorno de una doble querella literaria: la surgida en torno a Góngora y la que, muy a pesar suyo, rodeó al propio Paravicino desde su ascenso cortesano en 1617. El poeta y predicador real rehusó firmar la copia manuscrita de la Vida en 1628 y, como parece traslucirse de la citada carta, apenas un año más tarde hizo las gestiones oportunas con Pellicer para que dicha semblanza no viera la luz de la imprenta9. De alguna manera, los citados renglones misivos invitan hoy a los estudiosos a reflexionar acerca del sinuoso espacio polémico en el que se enlazaron los perfiles del orador biógrafo y el poeta biografiado. A lo largo de los apartados siguientes el asedio crítico se va a centrar, fundamentalmente, en tres aspectos. En primer lugar, se analiza la estructura de la Vida y escritos, atendiendo a diversos matices genológicos. El paralelismo entre el biógrafo y el biografiado será objeto de examen en el apartado segundo, a partir del examen de los cuidados octosílabos del Himno al amanecer y de algunos ataques padecidos, entre 1617 y 1629, por Paravicino. Por último, se comentarán los procedimientos puestos en juego por el predicador poeta para ensalzar la figura de Góngora con la intención de reclamar para su difunto amigo la primacía entre los poetas de su tiempo. 1. Forma y sentido de una Vita Auctoris secentista La educación universitaria de Paravicino, formado en Toledo, Ávila y Salamanca, así como sus amplios intereses literarios y la práctica habitual de la imitatio inducen a pensar que el culto escritor pudo estar familiarizado con el género antiguo y renacentista de las Vitae por diferentes Para la reluctancia del predicador poeta a dar sus textos a la imprenta y la difusión de algunos poemas suyos bajo nombre fingido, véase Hernando, 2017. 9 

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vías10. Más allá del presumible conocimiento de algunas obras clásicas dedicadas a varones ilustres (Plutarco, Cornelio Nepote) o a emperadores (Suetonio), el predicador pudo manejar algunas Vidas de famosos autores latinos como Horacio, Lucano, Persio y Juvenal (recogidas por el mismo Suetonio en las Vitae poetarum) o acaso las nuevas colecciones de biografías surgidas al calor del Humanismo11. Puede recordarse entre ellas la compilada tempranamente por el humanista Sicco Polenton de Trento (Epithoma in vitas scriptorum illustrium Latinae linguae libri XVIII, hacia 1437); por el toscano Pietro Crinito, aventajado discípulo de Poliziano (De poetis Latinis libri V, Florencia, 1505)12; o por el ferrarés Lilio Gregorio Giraldi (Historiae Poetarum tam Graecorum quam Latinorum Dialogi Decem, Basilea, 1545). Junto a ese conjunto de Vitae de poetas griegos y romanos, pudieron pasar por las manos de Paravicino algunas biografías de poetas españoles impresas —en un arco temporal que va de 1567 a 1625— entre los paratextos de obras bastante difundidas13. La Vida y escritos de don Luis de Góngora discurre a lo largo de 144 renglones escasos, distribuidos en diez párrafos de extensión desigual, como si de un ágil bosquejo se tratara. Atendiendo al contenido de

Como aproximación global al trinitario y su obra es obligado remitir al magno estudio de Francis Cerdan, 1994. Se recogen allí los datos en torno a la formación humanística recibida en el centro jesuítico de Ocaña y en las universidades de Alcalá y Salamanca. 11  En torno a dichas colecciones y su fortuna en el Quinientos es útil la consulta de Eichel, 2001. Resulta asimismo de interés la aportación interdisciplinar del volumen coordinado por Thomas F. Mayer y Daniel Woolf, 1995. En torno a las vidas de filósofos, puede verse la reciente monografía de Baker, 2017. 12  El éxito de esta obra puede inferirse de las once ediciones de que gozó entre 1505 y 1598. Sobre la recepción parcial del volumen de Crinito en España, véase el estudio de Navarro, 1993. 13  Conforman estas un corpus no muy numeroso. Gracias a un esclarecedor estudio de Anne Cayuela sabemos que a la altura de 1628 el conjunto de Vidas de poetas publicadas en España se limitaba a seis muestras: en 1567 la de la traducción del Canzoniere de Petrarca realizada por Salomón Usque (Vida y costumbres del poeta), en 1579 la de Ausiàs March (Vida del poeta, por Diego de Fuentes, trasladada de sus antiguos originales), en 1580 la de Garcilaso de la Vega incluida en las Anotaciones de Fernando de Herrera (Vida de Garcilaso), en 1582 la de Gregorio Silvestre (Discurso breve sobre la vida y costumbres de Gregorio Silvestre, necesario para entendimiento de sus obras), en 1622 la de Garcilaso redactada por Tomás Tamayo de Vargas (Vida de Garcilaso de la Vega, sacada de sus obras), la del Divino Figueroa en 1625 (Breve discurso de Luis Tribaldos de Toledo sobre la vida de Francisco de Figueroa).Véase Cayuela, 2012. 10 

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cada segmento, la pequeña pieza de ostensión oratoria se estructura del modo siguiente: § 1, líneas 1-15 Fechas de nacimiento y defunción. Tenue lamento sobre la brevedad de la existencia del poeta y el reconocimiento incompleto que se le rindió en su patria. Nombre de los progenitores y linaje. § 2, líneas 16-53 Lugar de nacimiento: sintética laus Cordubae. Infancia. Formación universitaria: laus Helmanticae. Alabanza del ingenio del joven y de su inclinación a la poesía. Justificación de la escasa proclividad al estudio del Derecho. Prolongadas disculpas acerca del cultivo de la vena festiva y satírica. § 3, líneas 54-59 Constatación del cultivo de la lírica amorosa. Se le excusa en ello de toda culpa al ser versos escritos «a contemplaciones ajenas» y —contra toda evidencia cronológica— se afirma que desde que tomó las órdenes sagradas no compuso poemas inspirados por ese tipo de «Musas libres». § 4, líneas 60-77 Exaltación de las obras mayores (Polifemo, Soledades) como fruto cumplido de la madurez del poeta. Referencias a la polémica en torno al nuevo estilo. El biógrafo declara sin ambages su amistad con el escritor y hace profesión de veracidad: «el autor de esta prefación […] lega y brevemente refiere la verdad». § 5, líneas 78-89 Reconocimiento de las licencias que se tomó Góngora al introducir numerosos cultismos en el terreno léxico («voces latinas») y atrevidas figuras poéticas del ornato («metáforas») que rehúyen «la sencillez de nuestra habla castellana» y generan «obscuridad». Reta a las voces críticas a que traten de superar al maestro «con imitación no jocosa». § 6, líneas 90-99 Refiere brevemente el «estado, dignidades y comodidades» del escritor, que se limitan, en suma, a la «ración de la Santa Iglesia de Córdoba». Execración de la veleidosa Fortuna, que no sabe ajustar los premios con los méritos. § 7, líneas 100-108 Estancia de Góngora en Madrid y protección de algunos «grandes príncipes» como el duque de Lerma y el marqués de Siete Iglesias. Recalca la ingrata circunstancia de que éstos «los gozó familiares y estimadores mucho, benéficos poco». Se reserva el cierre de la comitiva de mecenas para el poseedor del manuscrito Chacón, el «conde duque de Sanlúcar [la Mayor]», del que «se prometía algún mayor deshielo de su fortuna». § 8, líneas 109-117 Enfermedad y muerte del poeta. Pervivencia de la memoria del autor. § 9, líneas 118-123 Reflexión sobre la infortunada primera edición de las obras de Góngora, impresas con excesiva prisa y con descuido. Intervención de la Inquisición («ya con amor, ya con autoridad ha sido necesaria recogerlas»).

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§ 10, líneas 124-144 Elogio de don Antonio Chacón, amigo y confidente del poeta. Compilación de las poesías de Góngora por el señor de Polvoranca, que las «comunicó [con el poeta] con libertad y doctrina». Se pondera que el códice forme parte de la biblioteca del conde-duque y se desea que en un futuro el valido permitirá que se impriman los versos gongorinos en «una segunda copia que dar a la estampa».

La presentación sucinta del contenido de la Vida permite apreciar cómo el orador sacro se atuvo a la horma genérica de la biografía erudita para bosquejar su semblanza de Góngora. Este tipo de escritos respondía, desde la Antigüedad grecolatina, a un conjunto de esquemas preestablecidos, a partir de los cuales cada texto iba desarrollándose «par fiches et par rubriques […]: origine, naissance, jeunesse, prise de pouvoir ou premiers commandements, vie publique, vie privée, vieillesse, mort»14. Desde el punto de vista de la articulación oratoria del «relato» de una trayectoria vital coherente, la conformación de la prosopopeya, la etopeya y la pragmatografía del personaje biografiado se llevaba a cabo con los argumenta a persona codificados en el ámbito de la laudatio: «genus, natio, patria, sexus, aetas, educatio et disciplina, habitus corporis, fortuna, condicionis etiam distantia, animi natura, studia»15. No estará de más recordar otro detalle esencial con implicaciones genológicas de cierto calado. En efecto, la composición de Vitae, más que al campo de la creación literaria, se asociaba a un ámbito menor de la Historia y, por ende, los cultores del género (tanto en el orbe grecorromano como en el neolatino o el vernáculo) fueron conscientes de compartir con los historiógrafos algunas aspiraciones. Unos y otros «s’efforcent de respecter l’ordre chronologique», «font état de leur volonté de s’en tenir aux res memoria dignas» y «sont animés de la même intention moralisatrice»16. Los imperativos que biógrafos e historiadores comparten se veían así reforzados por «leur volonté de dire la verité», lo que a menudo iba a justificar la necesidad de equilibrar el relato, dando cabida tanto a las «uirtutes» como a algunos «uitia» (menores y Jal, 1990, p. 337. Lausberg, 1990, I, pp. 317-318. El estudioso alemán sintetiza aquí la información recogida en Quintiliano: Institutio oratoria, V, 10, 23. Por otro lado, recalca que «los loci a persona guardan estrecha relación con la literatura prosopográfica (en el género del retrato literario) y biográfica. El eslabón que los une es el elogio personal epidíctico» (p. 319). 16  Lausberg, 1990, I, p. 340. 14  15 

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­excusables) del personaje biografiado. Tales características pueden apreciarse en la rauda semblanza paraviciniana, ya que el docto poeta y fraile trinitario siguió escrupulosamente el orden cronológico (nacimiento, educación, obras de juventud y madurez, etapa de senectud en la corte, enfermedad, muerte), exaltó los aspectos dignos de memoria (la obra imperecedera que Góngora ha legado a su patria), hizo profesión de veracidad (aunque esta no fuera del todo genuina) y abordó variados aspectos morales (sin rehuir algunos asuntos problemáticos)17. La tarea de condensar lo esencial de la vida y la poesía de un autor muy complejo en poco más de dos folios no es empresa fácil. Si además el personaje biografiado y sus versos presentan aristas suficientemente conocidas por la communis opinio, el asunto se complica aún más. Por ese motivo, la gesta oratoria que Paravicino estaba llamado a cumplir en el restringido espacio de la Vida y escritos podía arredrar al más pintado, aunque el amigo y albacea de Góngora no se acobardó ante ella18. Las sirtes entre las que debía navegar el biógrafo antes de llegar a buen puerto eran cuantiosas y giraban, principalmente, en torno a siete cuestiones de dispar naturaleza: 17  Por lejano que resulte tal matiz en el mundo contemporáneo, no puede orillarse la importancia del aspecto moral de las Vitae desde la Antigüedad hasta la Edad Moderna. Por espigar un ejemplo próximo en el tiempo al de la Vida de Góngora compuesta por Paravicino, la crítica ha señalado cómo el elemento moral en las biografías recogidas en el Libro de retratos de Francisco Pacheco resulta bastante marcado: «Suivant un canevas précis, Pacheco nous renseigne sur la naissance, le lignage, les études et les activités menées par le personnage. La foi, l’érudition et l’humilité sont des qualités souvent soulignées. L’auteur précise ses liens amicaux avec ces varones à la perfection morale et intellectuelle irréprochable» (Hue, 2012, p. 89). 18  La primera biografía, implícitamente, debía impugnar la serie de invectivas ad hominem sufridas por Góngora, ofreciendo una suerte de controcanto a tales vituperios. Aquellas suelen regodearse en el origen judío de la familia del poeta, su fama de tahúr y manirroto, el presunto carácter soberbio y desdeñoso, la escasa dignidad de su comportamiento como eclesiástico o el ambicioso intento de renovar la lírica española asociándola a un oscuro estilo latinizante. Como muestras elocuentes, véase Cacho, 2004. También puede consultarse la aportación de Sánchez Jiménez, 2018. En el texto atribuido al Fénix estudiado por el catedrático de Neuchâtel se acusa a Góngora de comportamientos sensuales nada apropiados para un clérigo («Vos y otros sacristanes disolutos, / por complacer livianas y ligeras/ mujeres, que de putas son terceras», vv. 5-7), se recuerda su presunta ascendencia hebraica («Ser mosaico es delito, no tercero», v. 12) y se desautorizan sus logros poéticos como meras «cuchufletas» o «chanzas» («vuestro ingenio, en chufetas peregrino», v. 11). El poema puede leerse en Sánchez Jiménez, 2018, p. 161.

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1. Es fama que el poeta pertenece a linaje de conversos19. 2. Su inconstancia y talante festivo le impidieron coronar con éxito los estudios universitarios de Derecho en Salamanca20. 3. Desde su primera juventud ha escrito versos amorosos y ha compuesto tanto invectivas como poemas burlescos poco edificantes21. 4. Varios ingenios de primer rango tildan las obras gongorinas más ambiciosas de obscuras e ininteligibles, censurando Lo ha probado recientemente el catedrático de Historia de la Universidad de Córdoba Enrique Soria Mesa, al investigar todos los costados del linaje del poeta (Soria Mesa, 2015). 20  En la biografía póstuma de Giovan Battista Marino —publicada por Baiacca en 1625, apenas tres años antes de que Paravicino compusiera la gongorina— también se recogía la escasa inclinación del genial napolitano hacia los estudios de jurisprudencia, que dejó inconclusos. «Giovan Francesco suo padre, che fu cittadino e giureconsulto napolitano […], presso ad entrare nella pubertà l’applicò allo studio de le leggi […]. Ma avendonlo la Natura con veementissima inclinazione applicato a gli studii piacevoli e più nobili della poesia, ricusò d’affaticarsi in quelle, e sottraendosene si rissolse di essercitare il suo talento in questi. Il che fece poco a poco e di nascosto, per lo timore ch’eli aveva del padre, vendendo i libri legali, e convertendo quel poco ritratto in comprarne altri poetici e d’umanità». Tomo la cita de la Vita e morte del Cavalier Marino, en la magnífica edición moderna cuidada por Clizia Carminati (Baiacca, 2011, p. 79). Recuérdese, por otro lado, cómo el abandono de la carrera jurídica para consagrarse a las litterae humaniores es un episodio que también figura en las Vite de Petrarca. 21  Pueden leerse referencias de similar tenor en la biografía de Marino compuesta por Giovan Battista Baiacca: «Nelle poesie amorose riusciva acuto e, secondo al parere d’alcuni, troppo propenso alle lascivie, onde con acre censura di disonestà lo tacciarono […]. La composizione satirica e piacevole era parimente a lui facile ed accomodata» (Baiacca, 2011, p. 96). No deja de resultar curioso que Paravicino emplee en esta sección de la Vida una iunctura tan marcada como «tempestad sabrosa y luciente»: «La edad floreciente, el genio gallardo y gustoso, el ingenio singular, la libertad de la nobleza (mal obediente a siempre justa rienda de la razón) padecieron la tempestad sabrosa y luciente de su pluma». Conviene así señalar que el sintagma «tempestad sabrosa» ya había sido utilizado por Santa Teresa de Jesús en 1577 en Las moradas del castillo interior: «Podrá ser que reparéis en cómo más en esto que en otras cosas hay seguridad. A mi parecer por estas razones: la primera, porque jamás el demonio debe dar pena sabrosa como ésta; podrá él dar el sabor y el deleite que parezca espiritual, mas juntar pena —y tanta— con quietud y gusto del alma, no es de su facultad; que todos sus poderes están por las afueras, y sus penas, cuando él las da, no son, a mi parecer, jamás sabrosas ni con paz, sino inquietas y con guerra. La segunda, porque esta tempestad sabrosa viene de otra región de las que [el diablo] puede señorear. La tercera, por los grandes provechos que quedan en el alma, que es lo más ordinario determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos y quedar muy más determinada a apanarse de los contentos y conversaciones de la tierra, y otras cosas semejantes» (Santa Teresa de Jesús, 1852, tomo III, pp. 229-230). Puede 19 

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acremente el nuevo estilo22. 5. El poeta no llegó a desarrollar una carrera pública verdaderamente notable, ni ostentó cargos eclesiásticos o cortesanos de muy alto rango. 6. El escritor ha fallecido en la pobreza, tras haber perdido parcialmente el juicio. 7. La Inquisición ha mandado recoger la primera impresión de sus obras por incluir versos escabrosos y de dudosa moralidad.

Mediante un ejercicio de funambulismo oratorio, el biógrafo consiguió eludir parcialmente el citado conjunto de verdades incómodas, dedicándose con sutileza y aplicación a maquillarlas. Paravicino afirmará entonces —no sin aplomo— que la «sangre» de los progenitores de Góngora «fue nobilísima»; que la «violencia natural y amor de las letras humanas» ocasionaron que el joven no se adelantara «grandemente […] en el estudio de los dos Derechos»; que las «Musas festivas» sazonaron sus versos con «ardor picante»; que los poemas de amor no hablan de experiencias personales, sino que se compusieron «a contemplaciones ajenas»; que el atreverse a forjar un nuevo estilo latinizante y obscuro se justifica suficientemente por la necesidad de «sacar los brazos de las fajas supersticiosas de la ignorancia y del miedo nuestra infancia»; que la ausencia de progresos en el cursus honorum eclesiástico y cortesano se explica por la «venganza» que quiso tomar «de la Naturaleza» la tornadiza «Fortuna»; que «no fue lesión en el juicio el daño de la cabeza», sino una grave alteración de la «memoria»; que la descuidada publicación de las Obras en verso del Homero español se debe a la «codicia» del impresor y a la excesiva «priessa» con que se elaboró el tomo; que la orden inquisitorial de recoger los ejemplares obedece al «amor» y «autoridad» del Santo Oficio… En suma, a la manera de un abogado de cierto talento en un juicio difícil, el biógrafo justifica las faltas, atenúa los cargos, exonera a su «defendido» y, con tal fin, no vacila a la hora de inculpar a otros, ya sean éstos el hado, la inclinación natural, los detractores, el impresor codicioso o algunos mecenas poco dados a munificencias. Desde el punto de consultarse asimismo la edición exenta de la obra, cuidada por Dámaso Chicharro: Santa Teresa de Jesús, 1999, pp. 348-349. 22  Baiacca también se hizo eco de las críticas a la novedad de estilo en la Vita de Marino: «Come ritrovatore di nuova, ardita e leggiadra maniera di stile soleva ridersi di coloro i quali, insistendo su le pedate de gli antichi, con la berretta a taglieri e le calze alla martingalla ed il benduccio, non ardivano di scostarsi dalle strettezze e ­dall’ubbidienza de’ lor maggiori, chiamando spesso costoro fra gli amici per ischerzo e vilipendio col nome di ebrei ostinati e fissi ne’ rancidumi della lor legge» (Baiacca, 2011, p. 113).

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vista moral, no contento con todo eso, el biógrafo emprenderá el vuelo hiperbólico para extraer la siguiente conclusión acerca del presunto carácter ejemplar y la naturaleza intachable del poeta: «en prosa, conversación y trato no ha visto España más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros»23. 2. Dos escritores bajo asedio: Lelio y Hortensio Los primeros contactos entre Luis de Góngora y fray Hortensio Paravicino suelen datarse en torno a 1609, si bien es cierto que no se han conservado cartas o documentos que lo atestigüen. Frente a esa datación hipotética, los primeros escritos que dan testimonio fehaciente de la complicidad entre las figuras que forjaron el estilo culto se fechan en junio de 1613 y mayo de 161524. Como ha evidenciado Mercedes Blanco, la estrecha amistad que unió a fray Hortensio Paravicino y al poeta más brillante de su tiempo […] debió de nacer de una «simpatía genial», como hubiera dicho Gracián. [Esta] se cimentó en una solidaridad de intereses, en un mismo apetito de fama y, sobre todo, en un programa estético e intelectual muy similar.

No es descabellado suponer que entre 1617 —año en el que Góngora fijaba su residencia en la corte— y marzo de 1626 —momento en el que el poeta sufrió la apoplejía que marcó su colapso final— debieron de estrecharse aún más los lazos que le unieron al trinitario25. La Vida y escritos, § 2, líneas 50-52. La epístola de Pedro de Valencia a Góngora, escrita en la corte en junio de 1613, permite identificar al trinitario como uno de los primeros conocedores del texto del epilio: «Con muy grande gusto y atención he leído las Soledades y el Polifemo. De este había una tarde oído leer parte al señor don Enrique Pimentel, en presencia del Padre Maestro Hortensio» (Pérez López, 1988, pp. 59-60). Dos años después, en una carta al duque de Sessa, enviada desde Toledo con fecha 8-9 de mayo de 1615, Lope afirmaba: «Aquí llegó Hortensio y visitó a su cuñado de Vuestra Excelencia, admirable mecenas suyo.Viene glorioso de esta visita y con pensamientos de que no se le vaya la Provincia, por lo menos para la banda donde se acuesta. Dios lo haga, que —calificado por don Luis— si no fuere Provincial, será predicador en verso» (Vega, 1985, p. 138). 25  Tomo la cita de Blanco, 2012, p. 30.Véase, especialmente, el apartado primero del artículo («Paravicino y Góngora: dos hombres y un proyecto literario», pp. 3023  24 

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pertenencia de ambos escritores al servicio de la Capilla Real (uno en calidad de predicador, el otro como capellán de honor) debió de facilitar no poco el trato asiduo y amistoso entre ambos26. El contenido de la Vida y escritos así como su enlace con la polémica en torno a la nueva poesía pueden disponerse en paralelo con una ambiciosa composición del orador sacro: el Romance describiendo la noche y el día, dirigido a don Luis de Góngora (denominado por el autor de las Lecciones solemnes el Himno al amanecer). Ese interesante poema se articulaba en dos secciones de extensión desigual: la primera parte (vv. 1-104) describe en un estilo suntuoso la caída del crepúsculo, las tinieblas de la noche y el amanecer de un nuevo día; el segundo apartado (vv. 105-132) se vale de la analogía con la puesta de sol y la llegada del alba para exaltar la figura del poeta cordobés y para darle ánimos frente a los injustos ataques recibidos. Bajo el senhal latinizante de Lelio, Paravicino ensalzaba así a Góngora en los cincelados octosílabos finales: Oh, tú, Lelio, que —heredando al docto Marcial la pluma— las sales que el mundo admira, Píndaro mejor, renuncias; a quien el jayán de Ulises, cuarta de Trinacria punta, debe más luz que a su frente apagó la ciega astucia; cuyas sacras Soledades —misteriosas sí, no mudas—

44). Sobre la conexión entre el poema de Paravicino al retrato juvenil pintado por El Greco y el de Góngora a su propio retrato de madurez, véase el excelente estudio de Lara Garrido, 1987. 26  Durante el bienio 1623-1624 se datan las misivas conservadas que Góngora dirigió al trinitario. Todas ellas pueden leerse en la pulcra edición de Antonio Carreira: Góngora, 2000, pp. 81-182 (carta del 19 de diciembre de 1623), pp. 183-184 (carta del 26 de diciembre de 1623) y p. 187 (carta del 20 de febrero de 1624). Desde el ámbito creativo, en 1623 compuso Góngora el soneto De la esperanza, donde acometía el encendido elogio de fray Hortensio y su hermano, Francisco Paravicino, conde de Sangrá. Puede consultarse el texto en la monumental edición de Juan Matas Caballero: Góngora, 2019, pp. 1580-1587.

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cuanto respeto las puebla, tanta deidad las oculta; hijo de Córdoba grande, padre mayor de las Musas, por quien las voces de España se ven, de bárbaras, cultas; ya que el cielo en nuestras vidas sus luminares conmuta, sea en los dos uno el ejemplo, si el alma en ambos es una. Ya viste anochecer honra que amanecer ves más pura, pues no tolera la Aurora manchas que admite la Luna. No los disgustos nos venzan, temporal es la fortuna, si el Sol muere muchas veces, también resucita muchas27.

Bajo el signo de un tenue eco horaciano («animae dimidium meae» > ‘sea en los dos uno el ejemplo,/ si el alma en ambos es una’), las seis cuartetas de romance presentan ideas y valores presentes también en la Vida y escritos: 1. La fama de Góngora se cimentaba originariamente sobre un conjunto de composiciones en las que primaban las «sales que el mundo admira», a imagen y semejanza de los juegos y licencias propios de los epigramas latinos («heredando al docto Marcial la pluma»). Esa misma idea se localiza en el siguiente pasaje biográfico: «se entregó todo a las musas. Festivas ellas en aquellos años dulces y peligrosos, le dieron a beber (desatadas las gracias en los números) tanta sal que pasó el sabor sazonado a ardor picante». Abundando en dicho paralelismo, la mención del vate bilbilitano se localiza pocas líneas después: «a vueltas de las costumbres comunes, que en doctrinales 27  Paravicino, 1650, fol. 15 r.-v. Paravicino, 2002, p. 142. En una de las tiradas de las Lecciones solemnes no sometidas a revisión, Pellicer incluía parte de estos octosílabos de Paravicino, como ha estudiado Alfonso Reyes, 1996, t.VII, pp. 119-120.

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sátiras y españolas vivezas (cual ningún otro, aunque vuelva Marcial a cortar su pluma) acusó la de don Luis»28. 2. El poeta cordobés abandonó el camino de éxitos y reconocimiento que había obtenido con la musa festiva para recorrer un nuevo sendero, más alto y arduo, a zaga de las huellas del oscuro y refinado autor de los epinicios: «las sales renuncias, Píndaro mejor»29. Las dos obras maestras que surgieron de ese ambicioso intento fueron el epilio dedicado al «jayán de Sobre Marcial y Góngora, en el contexto de la ponderación de la agudeza, véanse Blanco y Ponce Cárdenas, 2021. 29  La asociación entre Píndaro y Góngora puede rastrearse en los escritos de humanistas barrocos y de varios poetas importantes de la escuela culta. En junio de 1613, Pedro de Valencia parece ponerla en circulación, desde los sustanciosos renglones de su Carta parecer sobre el Polifemo y las Soledades: «En las materias y poesías más graves en que vuestra merced ha querido hacer prueba de no mucho tiempo a esta parte, reconozco la misma lozanía y excelencia del ingenio de vuestra merced, que en cualquier género de compostura se levanta sobre todos y, señaladamente, en lo lírico de estas Soledades, de que se me ofrece decir lo que un epigrama griego [acerca] de Píndaro: “Que cuanto sobrepuja la trompeta, gritando encima las flautas de los corzos, resuena sobre todas vuestra lira”» (primera redacción del pasaje), «Este mismo sentimiento tengo en las poesías de argumentos más graves, en que vuestra merced ha querido hacer prueba estos días, que también en ellas reconozco la excelencia y lozanía del ingenio de vuestra merced, que se levanta sobre todos, señaladamente en estas Soledades, porque se me ofrece decir lo que de Píndaro dicen los Griegos y Latinos. Horacio: “Multa Dircaeum tollit aura cygnum”; y Antípatro en un epigrama: “Que cuanto se levanta la trompeta/ encima de las flautas de los corzos/ resuena sobre todas vuestra lira”». Pérez López, 1988, pp. 60-61 y 74-75. Igualmente, el paralelo con Píndaro puede localizarse en un carmen neolatino (compuesto antes del 21 de agosto de 1622, fecha del asesinato del noble escritor) del conde de Villamediana (Viro Nobili Poetae Perillustri D. Ludovico Gongora Cordubensi S.P.D., vv. 60-66): «Tu praestare potes, tu solus, Gongora, Musis/ nempe litas, tu, lauriferos Heliconis honores/ promeritus, viridi velas modo tempora fronde,/ qua frontem immensus redimiit Pindarus olim/ ipse suam, ad numerum cuius stupuere catenae/ Graiugenum, attonito caneret seu pectine laudes,/ caelicolum heroum seu strenua facta virorum» (‘Tú puedes preservar, tú solo, Góngora a las Musas: tales sacrificios les ofrendas; solo tú ciñes tus sienes —pues te has ganado los laureados honores del Helicón— con verde fronda, con la misma que el inmenso Píndaro coronó en otro tiempo su frente, pues los griegos quedaron arrebatados ante la armoniosa cadencia de sus poemas cuando aquel cantara en inspirados versos la alabanzas de los héroes celestiales o las gestas valerosas de grandes varones’). Tomo la cita de la edición de María Teresa Ruestes: Juan de Tassis, conde de Villamediana, 1992, p. LXXVIII. Sobre esta composición neolatina, es de obligada consulta Gil Fernández, 2015. La vinculación con el autor de los Epinicios la recalcaba asimismo José Pellicer de Salas en el retumbante título de su obra: Lecciones solemnes a las Obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, Príncipe de los Poetas líricos de España (Madrid, Imprenta del Reino, 1630). 28 

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Ulises» y las «sacras», «misteriosas» Soledades. En la Vida y escritos se afirma lo siguiente: «En los mayores años, o avisado de los asuntos o escrupuloso del estilo menos grave en obras tan celebradas, no sin generosa vergüenza de algún amigo de menor edad (confesó él) se empeñó a la grandeza del Polifemo y Soledades». 3. Con la gesta poética que cumple, Góngora honra a su ciudad natal: «hijo de Córdoba grande»/ «Nació en Córdoba, honrada porfía de pueblo y feliz a ser en todos siglos y, entre tanta nobleza, patria de los mayores ingenios de su nación, quizá (digo) del mundo en esto». 4. Gracias al nuevo estilo que ha acuñado, Góngora ilustra con vocablos y sintaxis latinizantes la lengua española, haciendo que pase de un estadio infantil a una admirable edad madura: «por quien las voces de España/ se ven de bárbaras, cultas»/ «No quiero negar alguna más licencia que dio a sus Musas para huirse a la sencillez de nuestra habla castellana. Si no hubiera habido de estos atrevimientos, no solo no hubiera dejado los primeros paños de su niñez, mas ni sacado los brazos de las fajas supersticiosas de la ignorancia y del miedo nuestra infancia.Y cuando demasiadamente religioso el seso le confiese, o en la locución, voces latinas, o en la oscuridad y metáforas, descuido o afectación, prueben a vencerle con imitación». 5. El creador de la nueva poesía ha recibido ataques injustos, con los que han tratado de manchar su reputación: «Ya viste anochecer honra/ que amanecer ves más pura»/ «Discurrir del crédito y calumnias y todo lo apologético de una parte y otra de este estilo pide más tiempo y más notas de erudición que estos renglones permiten».

El tono final del Himno al amanecer resulta esperanzado, ya que apunta cómo la nombradía de Paravicino y Góngora se mantendrá incólume y resultará aún más luminosa30. La llamada de signo neoestoico a resistir El caballero genovés Tommaso Sivori —oscuro ingenio integrado en los círculos literarios madrileños durante los años iniciales del reinado de Felipe IV— dedicó a Góngora una composición laudatoria en octosílabos, hacia inicios de la década de 1620, en pleno contexto de la polémica. Entre los versos de arte menor del poema rubricado En alabanzas de don Luis de Góngora se valía de la misma imagen solar empleada por Paravicino en el Himno al Amanecer (vv. 17-40): «Sonoro, armonioso y grave/ el canto vas esparciendo/ que los gustos va midiendo/ al compás de Amor süave/ y, con canora armonía/ alternando los acentos,/ con las alas de los vientos/ suavemente los envía/ donde este jardín pomposo/ goza el fruto con la flor,/ con tal belleza y primor/ que es divinamente hermoso./ Las flores del verso son/ que —al margen de tu fuente—/ le hace sombra dulcemente/ la envidiosa emulación;/ mas con inmortal memoria,/ si como sombra escurece,/ tu claro sol que amanece/ triunfa siempre de su gloria./ Pues, Góngora, los caminos/ de las deidades alcanzas,/ no 30 

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los embates de la Fortuna sirve como incitación para estas dos figuras, situadas en el ojo del huracán, de modo que puedan mantener la perseverancia con espíritu constante31. Conviene ahora subrayar cómo Paravicino exhorta a Góngora a que «no los disgustos nos venzan» y de manera esperanzada le insta a apreciar cómo «viste anochecer honra/ que amanecer ves más pura»32. A la hora de atribuir una cronología al romance, la frase «no los disgustos nos venzan» podría verse como un levísimo indicio, ya que no parece que el uso del pronombre personal átono «nos» responda a una suerte de identificación o empatía con el poeta de Córdoba, sino que sirve para remachar el común destino que ambos ingenios comparten, al ser criticados y vilipendiados de forma injusta («el cielo en nuestras vidas sus luminares conmuta»). Si bien el origen de las pesadumbres de Góngora parece relativamente fácil de intuir a partir de la circulación manuscrita del Polifemo y las Soledades en la corte (1612-1614), la pregunta consiguiente es: ¿de dónde procedían los «disgustos» que tanto afectaban al predicador real y resultaban parecidos a los del creador de las Soledades33? Como respuesta a tal interrogante podrían barajarse hay que recelar mudanzas/ en los términos divinos». Tomo la cita del manuscrito Rimas de Thomas Sivori, caballero ginovés, compuestas en su mocedad y escriptas por mano de don Juan de Castroverde, su sobrino (BNE Mss. 2610, fols. 23 v-24 r). 31  El senhal de Lelio se localiza asimismo en el soneto de Paravicino encabezado por la rúbrica A lo de Séneca, que el que desprecia los bienes de Fortuna prevalece contra ellos y contra ella. Quizá deba plantearse alguna conexión con el romance descriptivo, merced a un mismo tono neoestoico. El texto reza así: «Los bienes del caso, Lelïo, miro/ como el cauto piloto la bonanza,/ porque el halago infiel de la esperanza/ hace a las fieras entre el cebo el tiro./ El don que en la fortuna más admiro/ no me parece don, sino asechanza/ vil, cauteloso don de su privanza./ Temiendo a mi conciencia me retiro/ de esta vana deidad. Muerte importuna/ cierra el favor. ¡Oh sabio el que su ceño/ huye o lo atiende en señoril jactancia!/ Que al tal no lo derriba la Fortuna,/ ni lo estremece, no, que del empeño/ ciega viene a estrellarse en su constancia». (Paravicino, 1650, fol. 69 v). Puede consultarse asimismo la edición moderna: Paravicino, 2002, p. 173 (introduzco cambios y correcciones en el texto del poema y la puntuación). 32  Toda vez que ambas afirmaciones se sitúan tras la evocación de las obras mayores y la ponderación de la nueva poesía culta, creo que probablemente estos octosílabos deberían inscribirse en el marco amplio de la polémica cultista, en una fecha imprecisa entre 1617 y 1625, siempre posterior a la circulación de las Soledades y el Polifemo y a la tormenta suscitada por la difusión de ambas composiciones. 33  Francis Cerdan estimaba que quizá debiera conectarse el contenido de tales octosílabos a circunstancias personales de Góngora durante los años 1622-1623.

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distintas opciones y todas ellas giran en torno a los ataques sufridos por el trinitario. Conviene, pues, pasar revista a los principales de ellos para comprender las circunstancias que rodean la composición de la Vida y escritos y la escritura del Himno al amanecer. En una cronología no bien determinada —aunque presumiblemente no muy posterior al 19 de diciembre de 1617, fecha del nombramiento de predicador real de Felipe III—, el trinitario fue objeto de las pullas de un compañero de orden34. Las malignas décimas que componen el Contra Hortensio circularon como una biografía en verso destinada a revelar las verdades más sangrantes acerca del personaje: «Esta segunda impresión/ sale, Félix, corregida:/ historia de vuestra vida,/ verdades patentes son». A lo largo del vituperio, escabroso en grado sumo, el anónimo autor no ahorrará ningún tipo de tacha infamante contra el orador sacro, al que tilda venenosamente de bastardo, mundano, corrupto, falsificador de documentos oficiales, impotente, hipócrita, sodomita35… Véase Cerdan, 1979, p. 150. Como panorámica de los elogios y dicterios, puede consultarse igualmente Balcells, 1984. 34  Cerdan, 1989, p. 112. El poema completo se copia entre las pp. 112-116. La invectiva rimada aparecía precedida de un epígrafe interesante: «Estos versos satíricos (y aun creo mentirosos) compuso un fraile trinitario contra el padre fray Félix Hortensio Paravicino, de su orden, Predicador del rey, y en letra desconocida y sin firma los repartió a un mismo tiempo por toda la provincia de Toledo; de que ofendido el padre Hortensio hizo por orden del Nuncio prender al fraile que adivinó era autor de ellos, con ánimo de que jurídicamente fuese castigado conforme a tan gran delito. Pero en la primera confesión que al fraile se le tomó dijo que no respondería palabra hasta que en el proceso se había hecho contra él se pusiese traslado auténtico de la sátira que se le propietaba y por cuya causa le tenían preso. Esta respuesta fue bastante para que el padre Hortensio alzase mano del pleito y consintiese el fraile fuese suelto». 35  En primer lugar, le acusa de ser hijo ilegítimo, al tiempo que tilda a su madre de prostituta: «Pura vuestra madre fue./ Perdonad, por vida mía,/ que un pelo cuando escribía/ me trocó la R en T […]./ Era en sí la madre santa,/ para todo el mundo buena,/ pues ni Troya por Elena/ vio sobre sí gente tanta./ Sólo es cosa que me espanta/ que en herencia maternal/ no hayáis sido General,/ pues vuestra madre lo fue». Se le afea haber medrado en la Orden Trinitaria pagando por cada uno de los ascensos («No vieron jamás los vivos/ tan patentes simonías,/ tan vendidas prelasías,/ tan defraudados cautivos./ Todo es robo y recibos») y haber falsificado documentos para ocultar su condición de hijo ilegítimo, con el propósito de acceder al cargo de predicador real («Cierto es que no habéis guardado/ ni de rey, ni de Dios ley,/ pues a vuestro señor rey/ habéis, bastardo, engañado./ Del libro habéis arrancado/ del bautismo (¡osada mano!)/ la fe […]»). Como remate en la ignominia, se le imputa la condición de religioso mundano y ligero de cascos, sazonando el

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El segundo hito en la cadena de arremetidas contra Paravicino tuvo lugar en 1625, después de que este diera a las prensas el Panegírico funeral de Felipe III. La publicación de dicho encomio fue saludada con un texto denigratorio: el Antihortensio o ejercicio de erudición al erudito don N36. En dicho panfleto injurioso se acusa al predicador real de plagiario, al tiempo que intenta demostrar cómo su presunta erudición era un mero espejismo. Frente a tales dicterios, Juan de Jáuregui decidió saltar a la palestra pública, asumiendo la defensa de Paravicino con una Apología por la verdad37. Si el primer ataque vino desde las filas de su propia orden religiosa y el segundo de un medio culto o académico, el tercero llegó desde el selecto ámbito de la corte, nada menos que de la pluma de un famoso aristócrata aficionado a la poesía: el conde de Salinas38. En un impreciso arco temporal que se extiende plausiblemente entre agosto de 1622 y octubre de 1626, don Diego de Silva y Mendoza pudo componer tres sonetos satíricos para mofa y escarnio del predicador39. En dicho asunto con todo tipo de detalles tan picantes como truculentos. Paravicino frecuenta los ambientes poco edificantes del teatro («Vivís hacia caballero,/ en melindres y visajes/ un bufón, tres ninfos pajes,/ en la comedia el primero»). Tal conducta desarreglada se extiende a lo amoroso (formalmente, nótese la falla del segundo verso hipermétrico): «Allí amante os considero,/ que imitáis lo desatinado/ del caballeresco estado,/ pensando con más de cuatro/ que si no sale al teatro/ no es bien público el pecado […]./ Que en porfía y competencia/ améis de títulos mil/ una comedianta vil,/ ¡por Dios, que es gran insolencia!». Ahora bien, tras dicha andanada, el ataque más venenoso y definitivo se reserva para el final: Paravicino finge tener amores con una actriz, para ocultar otras dos características vergonzantes. La primera es la impotencia («Mas no podrá la impotencia/ disimular») y la segunda, la sodomía («Bien sé que por desmentir/ ciertas traseras espías/ habéis querido estos días/ a esa cómica servir […]/ y dijo un representante/ que es caso de Barrabás/ disfrazar golpes de atrás/ con amagos de delante»). 36  Cerdan, 2010. 37  Impresa en Madrid por Juan Delgado en el año 1625. 38  Luis Rosales planteó la hipótesis de que el motivo oculto del ataque fue la Proposición que hizo de doce sujetos para Presidente de Castilla el maestro Hortensio Félix Paravicino al rey Felipe IV, datada el 11 de noviembre de 1626. En este informe secreto dirigido al soberano, el noble personaje no salía tan bien parado como sería deseable y, en consecuencia, no llegó a alcanzar el anhelado cargo. El documento puede leerse en Rosales, 1998, pp. 568-571. 39  El máximo conocedor de la vida y obra del conde de Salinas, Trevor J. Dadson, considera que a la luz de los datos actuales es casi imposible fechar [con mayor exactitud estas piezas satíricas], aunque parece claro que se componen después de

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tríptico el noble y quisquilloso poeta se burlaba del novedoso estilo del predicador, acusándole de articular discursos hueros («gocé hora y media de un silencio hablado», «abrir como él la boca y decir nada») y de engañar a su auditorio con brillos retóricos y trampantojos («decir iluminado tan vestido de escorzos y reflejos», «para todo en reflejas y reflejos», «ecos de luces», «salime yo, que tengo muy mal gusto, con pedazos de luz aporreado»)40. La injuriosa biografía en décimas, el discurso-invectiva y los epigramas satíricos forzosamente debieron de hacer mella en el ánimo de un religioso que se había singularizado ante el público de la corte como el adalid del nuevo estilo culto de predicación, al igual que Góngora en el terreno de la lírica. Con todo y con eso, el calvario del predicador real no acabó en 1625, ya que de nuevo se vio rodeado por la polémica en 1628 y a comienzos de la primavera de 1629. Las circunstancias del primer caso resultan poco claras, pues tan solo pueden inferirse del testimonio de una carta de Lope de Vega a Antonio Hurtado de Mendoza. La datación de tal misiva no se ha podido fijar con precisión, aunque

la vuelta de Salinas a Madrid desde Lisboa (agosto de 1622). Contra el parecer de Luis Rosales, el añorado investigador británico considera que estos sonetos son anteriores al memorial de Paravicino y que el rechazo que hace este de las pretensiones de Salinas es su venganza por la sátira sobre el estilo de sus sermones. Si son posteriores, ¿cómo se explica la negativa de Paravicino de apoyar las pretensiones de Salinas? Solamente aparecen los dos sonetos en uno de los cancioneros más fiables de su obra: BNE 3657, pero hacia el final de la sección o cartapacio de Salinas; es decir, fueron añadidos después de la composición de la mayor parte de este cancionero. Claro que hay más copias en otros manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, la mayoría anónimas. Muy buena y sugerente es la versión que se encuentra en la Real Academia Española.Tal como constata el profesor Dadson, la datación de los poemas de don Diego de Silva y Mendoza no es nada fácil, puesto que utilizar como guía los cambios de estilo no da resultados, ya que fue cambiando o revisando ligeramente muchos de sus poemas durante el curso de unos cuarenta años. Quisiera dejar aquí constancia de mi entera gratitud hacia el profesor Trevor J. Dadson, que ha tenido la suma gentileza de proporcionarme este caudal de datos y valoraciones en un intercambio epistolar. 40  Los poemas pueden leerse en Silva y Mendoza, conde de Salinas, 1985, pp. 94-95.También los recoge Luis Rosales, con rica anotación, en una importante monografía (Rosales, 1998, pp. 136-142). Sobre las dificultades de atribución de estos versos, puede consultarse el completo estudio de Trevor J. Dadson, 2008, p. 324. Por último, una interesante valoración de los ataques satíricos que sufrían los oradores sacros en la corte ofrece Alonso, 1974, pp. 981-982.

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podría remitirse a los meses que median entre julio y septiembre de 1628. La críptica alusión del Fénix reza así: Algo está pacífico el enojo poético contra Hortensio, que no osaron dar traslados de los sonetos, con temor de que fuese conocido el estilo.Yo, por mi parte, ya estaba resuelto a llevarme la que me cupiese, que dieron en adjetivarme con él, como si fuera yo el que le aguarda en la escalera del púlpito, mas creo que lo hicieron sospechando que un soneto que anduvo en ofensa del pintor era de nuestra oficina. Engañáronse, pero allá va, copiado del que me echaron por la ventana41.

El suceso del año siguiente fue más público y notorio: tras haber pronunciado un sermón en la Capilla Real el 11 de febrero de ese año, en el que denuncia la violación de la clausura del monasterio madrileño de las Trinitarias algunos días antes por parte de algunas gentes del teatro, Calderón de la Barca insertó en el texto del Príncipe constante seis versos en los que se burlaba del oscuro estilo del predicador y sus innovaciones en el campo del panegírico funeral. Con esta inserción se representó la comedia en torno al 20 de abril de 1629, lo que debió de irritar no poco al religioso, que presentó una queja formal al propio monarca. En otoño de ese mismo año la herida todavía seguía abierta, tal como deja meridianamente claro la ya citada epístola a Pellicer42. 41  Vega, 1985, p. 272. El anónimo soneto maldiciente atribuía al predicador poeta cierto carácter andrógino o afeminado, como si se tratara de una nueva Catalina de Erauso (en el verso noveno lo apostrofa en los siguientes términos: «¡oh, monja alférez de color de pedo») y lo escarnecía por seguir el diabólico magisterio de Góngora («¿quién te matriculó con la cuadrilla/ de Góngora Satán?»). La asociación de ambos escritores en la poesía satírica del momento no se limitaba —claro está— a esta piececita, sino que puede rastrearse en composiciones de autoría problemática, como el poema que principia Alguacil del Parnaso, Gongorilla. En cinco versos de este poema se atribuye a Paravicino la condición de discípulo del creador de las Soledades (vv. 116-120): «¿Quién pudo adjetivar, sino tú solo,/ que al vicio das la boga,/ púlpito con garito y sinagoga?/ Por eso en insolente desatino/ sólo te codició Paravicino» (Quevedo, 1999, vol. III, p. 249). Por razones de espacio no podemos detenernos en la problemática atribución de estos versos a Francisco de Quevedo. Sobre el antagonismo entre los dos genios del Barroco hispano, véase ahora la importante valoración de Conde Parrado, 2021. 42  El testimonio de esta misiva resulta capital para entender por qué la Vida y escritos no llegó a reproducirse al comienzo de las Lecciones solemnes. Paravicino mostraba en esos renglones su reluctancia a convertirse de nuevo en blanco de burlas, arriesgándose a saltar —en letras de imprenta y a cara descubierta— al

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A la luz de estos datos resulta fácil apreciar que la querella en torno a la nueva poesía de las Soledades y el Polifemo se desarrolló en paralelo a la polémica suscitada por el nuevo estilo culto de predicación. Con significativa coincidencia temporal, Paravicino redactó en 1628 la primera biografía de Góngora y dio a las prensas el Panegírico funeral a la reina doña Margarita de Austria. Desde las líneas de la dedicatoria de este luctuoso encomio el predicador real deja entrever con elegante distancia el hartazgo y el abatimiento de ánimo que pudieron generar tan prolongadas controversias: «En este siglo (y más en nuestra nación) no hay tranquilidad de letras. La calma es borrascosa, el puerto se ha hecho escollo y naufragio el muelle»43. 3. De enanos y gigantes: la vía singular de lo sublime El aplicado biógrafo, tras haber obtenido la absolución del creador de las Soledades mediante una serie de quiebros y fintas retóricas, podía por fin consagrar todos sus esfuerzos a la obligada «magnificación» del difunto. Consecuentemente, a lo largo de la Vida y escritos puede rastrearse el uso de superlativos, la presencia de vocablos relacionados con la idea de grandeza o exclusividad, la nombradía que hará eterna la memoria del finado. A los ojos del predicador real, la primacía de Góngora en las letras del siglo xvii no puede discutirse, ya que define al poeta cordobés —tal como corresponde a un espíritu preclaro— como el «más lucido y vehemente ingenio que ha producido nuestra nación». El inmenso talento natural del racionero parece, además, habérselo infundido su origen bético. Como subraya el encomiasta, la ciudad de Córdoba (en tanto

espinoso terreno de la polémica en torno a Góngora. Las relaciones correctas que mantenía con Lope de Vega y con Quevedo debieron de pesar algo en la decisión de inhibirse y dar un paso atrás. Se ha supuesto que el trinitario pudo permitir a Pellicer que utilizara como planilla el texto de la Vida y escritos para redactar su Vida de don Luis de Góngora. De hecho, Luis Iglesias Feijoo calificaría esta segunda pieza biográfica de no ser “más que una amplificación” ejecutada sobre la «falsilla» del primer texto (Iglesias Feijoo, 1983, p. 169). Puede verse también el estudio de Juan Manuel Oliver, publicado en dos partes: Oliver, 1996a, 1996b. De obligada consulta es la reciente edición digital de la Vida de Góngora compuesta por Pellicer, al cuidado de Adrián Izquierdo: http://obvil.sorbonne-universite.site/corpus/ gongora/1630_vida-mayor. 43  Paravicino, 1994, p. 222.

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rincón nativo de Séneca, Lucano, Juan de Mena y Luis de Góngora) puede jactarse de ser la «patria de los mayores ingenios de [la] nación». La excelencia de Góngora no admite parangón, tal como marcan los tonos enfáticos del elogio. Dicha idea se apuntala en la Vida y escritos mediante las varias recurrencias del calificativo singular o del sustantivo singularidad44. La primera aparición del adjetivo se localiza en el relato de su paso por la Universidad. El biógrafo afirmaba allí que desde edad bien temprana, durante la estancia salmantina, «entre todos se hizo conocer por singular don Luis, mirado y admirado por Saúl de los ingenios, de los hombros arriba mayor que todos»45. En ese mismo contexto juvenil aparece por segunda vez el término: Góngora lucía entonces su «genio gallardo y gustoso, el ingenio singular». Por último, casi como epítome de la grandeza y carácter único de un poeta irrepetible, Paravicino exaltaba a su maestro con la fórmula «la singularidad de este extraño y divino genio». Ya se han señalado algunas concomitancias notables entre Hortensio y Lelio en algunas páginas precedentes. En este sentido, la conciencia de ser único, el iniciador de un nuevo estilo y, por ende, una figura que no tiene ningún rival a su altura entre los contemporáneos también la aplicó a sí mismo el orador sacro en otro texto de 1628. De nuevo, desde los renglones de la dedicatoria del Panegírico funeral a la reina doña Margarita de Austria puede espigarse un detalle —pequeño sí, aunque suficientemente significativo— puesto que el trinitario utilizaba allí el mismo término con el que identificó la excelencia de Góngora («singularidad»): Alguna singularidad (¿No dice esta voz soledad? Acierto: soledad dice) de mis estudios y estilo comenzó a hacer no envidias, odios. ¡Gran culpa es desear saber más! La edad me descuidó, ya no lo ignorara. La edad, empero,

44  Sebastián de Covarrubias acotaba así el sentido del calificativo ‘singular’: «la cosa que consideras por sí sin ayuntarla a otra; y así decimos “singular ejemplo” del que no tiene otro a quien le comparemos». Tomo la cita de Covarrubias, 1998, p. 940. En el Diccionario de la RAE figuran dos acepciones: «solo», en el sentido de «único en su especie»; «extraordinario, raro, excelente». 45  El trinitario ensalza la sobresaliente talla intelectual del joven Góngora mediante una referencia vetero-testamentaria sobre la excelencia de Saúl: «Et erat vir de Beniamin nomine Cis, filius Abiel, filii Seror, filii Bechorath, filii Aphia, filii viri iemini, fortis robore. Et erat ei filius vocabulo Saul, electus et bonus: et non erat vir de filiis Israel melior illo: ab humero et sursum eminebat super omnem populum» (Libro de Samuel, I, 9, 1-2). La cita es de la Biblia Vulgata, 2002, p. 225.

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ni el crédito son remedios contra este miserable afecto que con el mal ajeno se quieta o con la muerte se engaña46.

El genio que procura alcanzar la excelencia con los estudios, la erudición y la novedad de estilo se pergeña en estas líneas como una figura solitaria, blanco de las invectivas de aquellos que se muestran incapaces de alcanzarlo. El motor principal de los ataques a su persona no es otro que el odio y la envidia, definida esta última como el «afecto miserable que se aquieta con el mal ajeno»47. En este punto preciso, conviene recordar cómo la aparición de dicha idea se inscribe en un marco histórico-cultural muy preciso, valorado con brillo por Javier Portús del modo siguiente: En el Siglo de Oro fama, envidia y éxito literario eran conceptos muy relacionados entre sí, a lo que contribuyó poderosamente la complejísima realidad intelectual española, caracterizada por la aparición de potentes grupos y tendencias muy enfrentados. La República de la Letras se hallaba en guerra continua, con episodios tan viscerales como los relacionados con el gongorismo. Todo ello generó una amplísima producción polémica, e hizo que las alusiones autorreflexivas fueran muy numerosas y los contextos en los que aparecían muy variados48.

La envidia y los ataques satíricos conforman en el panorama de las letras barrocas la tónica habitual, según se ha estilado siempre entre el genus irritabile vatum. Paravicino, hastiado por los injustos ataques de los Paravicino, 1994, p. 222. Recordaba a este propósito Javier Portús cómo desde el siglo xv tuvo lugar un interesante proceso que afecta a la autorreflexión en el marco de las diferentes disciplinas creativas: «escritores, artistas o científicos se preguntaron sobre las leyes que regían sus campos de trabajo al tiempo que reflexionaron e investigaron sobre sí mismos en tanto creadores. A consecuencia de ello, se vio notablemente enriquecida «la casuística relacionada con la caracterología del poeta, el pintor, etc., a los que se asignaban una serie de características relacionadas con sus temperamentos, humores, o con los rasgos de su personalidad. Uno de los temas que aparecen con más frecuencia en estos contextos es el de la envidia, que se relaciona con nociones como la competencia, la fama, la calumnia, la emulación […] y que constituye uno de los índices que nos permiten calibrar hasta qué punto se trata de una cultura individualista. En España el asunto alcanzó un amplio desarrollo, sobre todo desde finales del siglo xvi» (Portús, 2008, p. 136). 48  Portús, 2008, p. 139. 46  47 

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coetáneos, depositará entonces sus esperanzas en el juicio —más sereno y ecuánime— de los siglos venideros. Tras el óbito del genial racionero, se abrirá una nueva fase de nombradía inmarcesible y eterno brillo: el «espíritu grande de este español […] vivirá en la memoria y aun en los labios de todos e irá debiendo a la posteridad más aplauso siempre». Las gigantescas dimensiones de Góngora, poeta inalcanzable que domina con señorío el panorama de su tiempo, se comparan ingeniosamente a lo largo del encomio con la talla diminuta de los detractores que parodiaban su estilo. Así, Paravicino lleva a cabo el careo con cierta tonalidad de reto: «prueben [sus émulos] a vencerle con imitación no jocosa y reconocerán el paremia de los griegos: que el desliz del pie de un gigante es carrera para un enano»49. Con indudable acierto, Adrián Izquierdo ha señalado la semejanza que tiene el aforismo empleado por Paravicino con una sentencia utilizada algunos años más tarde, en 1635, por Juan de Piña al comienzo del prólogo al Epítome de las fábulas de la Antigüedad50. No estará de más recordar el pasaje concreto: Decían que pecaba el que no pecaba escribiendo, sino maravillando. Aristóteles, Platón y Séneca sienten lo mismo y quieren que el tiro se haga por alto aunque se pierda la munición. El Fénix por no [haber de medirse] con [nada] igual es el Fénix. Que envidiar al que trepa la pirámide, al palio de la corona de oro, sin haber dado un paso el aleve, mendigue su ignorancia. Que más vale el desliz de un gigante que la carrera de un enano o de un Bonamí (tan pequeño le presentaron a su majestad en una caja de algodones que era leve amago del más átomo pigmeo)51.

En estos renglones Juan de Piña ensalza a aquellos que osan elevarse e intentan un camino sublime («por alto», «trepa» o asciende hasta la cima), a pesar de que tal audacia pueda conllevar alguna caída o aunque tan arriesgado intento no alcance su objetivo («que el tiro se haga por alto aunque se pierda la munición»)52. Igualmente, parece ­desprenderse Párrafo 5, líneas 86-89. Véase la nota 153 de la edición digital de la Vida y escritos. 51  Epítome de la primera parte de las fábulas de la Antigüedad con una glosa en cada una y la de Endimión y la Luna sin epítome, Madrid, Imprenta del Reino, 1635, s. f. Sobre esta curiosa obra, remito a Cristóbal, 1996. 52  La estimación de Piña podría ponerse en contacto con algunos valores heredados del pensamiento clásico. Por espigar un testimonio elocuente, al comienzo de la carta a Luperco, Plinio el Joven reflexionaba sobre el talante de un orador 49  50 

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[nota 52] /. . . / excelso y el intento de alcanzar la sublimidad: «Dixi de quodam oratore saeculi nostri recto quidem et sano, sed parum grandi et ornato, ut opinor, apte: “nihil peccat, nisi quod nihil peccat”. Debet enim orator erigi, attolli, interdum etiam effervescere, efferri ac saepe accedere ad praeceps; nam plerumque altis et excelsis adiacent abrupta, tutius per plana, sed humilius et depressius iter; frequentior currentibus quam reptantibus lapsus, sed his non labentibus nulla, illis non nulla laus, etiamsi labantur, nam ut quasdam artes, ita eloquentiam nihil magis quam ancipitia commedant. Vides, qui per funem in summa nituntur, quantos soleant excitare clamores, cum iam iamque casuri videntur. Sunt enim maxime mirabilia, qua maxime inexspectata, maxime periculosa» (‘Dije —creo que justamente— de cierto orador de nuestros días, correcto y sobrio, mas falto de grandiosidad y adornos: “tiene este un solo defecto: que no tiene defectos”. De hecho, el orador tiene que saber erguirse, elevarse y, en ocasiones, incluso inflamarse, dejarse ir y a menudo también llegar hasta el borde del precipicio; ya que muchas veces lo alto y excelso se encuentra junto a lo escarpado. La vía del que corre por la llanura es más segura, más humilde y llana; con más frecuencia tropieza el que corre y no el que repta, pero ningún elogio se dedica a estos que no caen, en tanto que los otros merecen alabanza incluso en la caída; pues al igual que a otras artes, nada ayuda a la elocuencia tanto como los riesgos. Ves a los funambulistas que caminan sobre el alambre, cuantos clamores suelen suscitar cuando parece que están ya a punto de caer. Así pues, suscita mayor admiración lo más inesperado y lo más peligroso’). La cita del pasaje inicial de la epístola IX, 26 procede de Plinio, 2005, vol. I, pp. 736-738 (la traducción del fragmento es mía). En esas líneas, el pensador romano plasma la idea de que «la elocuencia sublime nace de propósitos audaces; estos implican serios peligros e incluso caídas insospechadas, pero es mejor ser sublime con faltas a ser mediocre sin ellas».Tal estimación tuvo interesantes ecos en la controversia en torno a Góngora, como ha estudiado Núñez Cáceres, 1985 (recojo la cita de p. 131). El propio Jáuregui ya aducía el pasaje pliniano en 1624, entre las páginas de su cuidado Discurso poético: «Ya veo la imposibilidad de evitar algunos descaecimientos en los que vuelan alto. Mas verifíquese en sus escritos que siguen encumbrado vuelo por la mayor parte y que en pocas, y poco, descaecen; que yo los preferiré no sólo a lo humilde y lo corto, sino a lo mediano y sin vicios y aun traeré en su defensa una epístola de Plinio a Luperco lib. 6, que trata con elegancia este punto y puede ser bien útil a quien la entendiere sin abuso. Sustenta allí aquel discreto que no se debía estimación a “cierto Orador de su tiempo, aunque recto y sano en la elocuencia, por no ser bastantemente adornado y engrandecido”, hasta llegar a decir que su culpa era carecer de culpa, mostrando que no incurría en defectos, porque no intentaba peligros. “Dixi de quodam Oratore recto quidem et sano, sed parum grandi et ornato, nihil peccat, nisi quod nihil peccat”. La epístola es larga mas el corazón de su intento y lo más atrevido que afirma se reduce a pocas palabras que son las referidas y estas: “Más veces caen los que corren que los que andan asidos al suelo; mas estos no cayendo, ninguna alabanza merecen; y aquellos, aunque caigan, son dignos de alguna”. “Frequentior currentibus quam reptantibus lapsus; sed his non labentibus, nulla laus; illis nonnulla laus, etiam si labantur”. Admito la sentencia, y por más ajustada a los poetas que a los oradores, porque la composición poética debe correr con superior aliento y el

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de estas líneas que todo aquel que aspira a la excelencia asume un perfil único, cual fabulosa ave Fénix que «no» tiene «igual». El autor del ­Epítome sostiene que el primero en su género merece toda alabanza, aunque cometa algún traspié («desliz») y para ello se vale de la antinomia entre lo gigantesco y lo diminuto. Frente a los grandes y los audaces («gigante») se halla la caterva de los pequeños («enano»), del crítico «aleve» que mendiga «su ignorancia» y que con sus mezquinas críticas («envidiar») jamás alcanzará la cima de nada («la carrera de un enano»), pues son cortas sus piernas y resultan bajas sus miras. Para alcanzar el sentido profundo de las valoraciones de Piña y Paravicino, convendría identificar antes los valores atribuidos a la polaridad gigante / enano en la cultura de occidente, puesto que la idea central de dicho binomio opositivo se ha ligado, mediante algunas formulaciones ingeniosas, a la noción de progreso del conocimiento y a la práctica imitativa. Todo ello puede entenderse mejor a la luz de un pulcro estudio de Luigi Spina53. Como apertura de su reflexión, el investigador de la Universidad de Nápoles recuerda la importancia de una famosa que camina aterrado debe ser del todo excluido y no comparado con otro. Mas las caídas, tropiezos o lapsos que Plinio comporta en los que bien corren se entiende que han de ser leves y pocas, y que procedan firmes en lo restante, como lo juzga Horacio donde dice: “Ubi plura nitent in carmine, non ego paucis offendar maculis”. Y luego: “Opere in longo fas est obrepere somnum”.Y bien que lo consiente así, se indigna contra Homero las veces que en sus largos poemas “dormita”, no dice “duerme”. También se advierta que a los que corriendo tropiezan o resbalan, no les concede Plinio entera alabanza: solo dice que merecen alguna, “nonnulla laus”, y cuando así lo juzga es trayéndolos a parangón con los rendidos y arrastrados, “reptantibus”. ¿Quién duda que hacen poco en no caer los que andan pecho por tierra? No hay que agradecer a éstos el ser iguales, sino decirles lo que Marcial a Crético li 7, epig. 89: “Aequalis liber est, Cretice, qui malus est”. Malo es en poesía, y peor que malo, el no levantarse del suelo: el siempre caído no puede caer, segura tiene su igualdad. Cierto es que hace más el que corre aunque a veces caiga: no dice por esto Plinio que quien corre cayendo y levantando (como es nuestro adagio) merece gloria de buen corredor. Ni cabía tal sentencia en quien tan bien conocía (y lo muestran sus obras) cuánto importa en los escritores la igualdad, y que no la habiendo se debe poca estima a sus grandes aciertos. ¡Cuánta menos se deberá a los que por arrojarse a correr caen a cada paso, como los que decimos! O por lo menos caen las más veces y muy pocas aciertan a levantarse» (Jáuregui, 1624, fols. 19r-20r). Puede consultarse asimismo la magnífica edición digital cuidada por Mercedes Blanco, junto con las anotaciones allí recogidas: http://obvil.sorbonne-universite.site/corpus/­ gongora/1624_discurso-poetico/. 53  Spina, 2004.

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s­entencia de Bernard de Chartres, recogida por su discípulo John of Salisbury (Metalogicon Libri, III, 4, 900b): Itaque ea in quibus multi sua tempora consumpserunt, in inuentione sudantes plurimum, nunc facile et breui unus assequitur; fruitur tamen aetas nostra beneficio precedentis, et saepe plura nouit, non suo quidem precedens ingenio, sed innitens uiribus alienis et opulenta patrum. Dicebat Bernardus Carnotensis nos esse quasi nanos gigantium humeris insidentes. (‘Así pues, las investigaciones y estudios en las que muchos han consumido su tiempo, dedicando no poco sudor a estos hallazgos, hoy un solo hombre puede alcanzarlos con facilidad y rapidez; nuestra época recoge el beneficio de la precedente y si a menudo alcanza mayor conocimiento, no es porque supere a los antecesores en ingenio, sino porque se apoya en las fuerzas de otros y se sustenta en la riqueza de sus padres. Decía Bernard de Chartres que somos como enanos sentados sobre hombros de gigantes’).

Este conocido pasaje de John of Salisbury pone el acento en «la problématique générale des rapports entre imitatio y aemulatio» y en la manera en que «les auteurs anciens ont toujours posé le problème de leurs relations avec leur prédécesseurs»54. Como cabía esperar, el par opositivo «gigante/ enano» podía rastrearse con mucha anterioridad en los grandes autores del pensamiento latino. De hecho, una imagen de índole similar se localiza en la obra de Séneca, concretamente en la epístola LXXVI a Lucilio: «Non est magnus pumilio licet in monte constiterit; colossus magnitudinem suam servabit si steterit in puteo» (‘No es grande un enano, por mucho que se alce sobre una montaña; un coloso conservará su grandeza incluso si se yergue sobre un pozo’)55. En relación con la fórmula que Paravicino aplica a Góngora, el citado aforismo del filósofo latino presenta cierto interés, ya que se introducen, dentro de dicha comparativa, adjuntos bastante significativos: el gigante mantiene su imponente talla incluso en circunstancias adversas Spina, 2004, p. 29. La comparación, como apunta el estudioso italiano, resultaría en última instancia positiva para ambos polos: «Si l’on y regarde de plus près, cependant, on s’aperçoit que la disproportion instaurée par la comparaison a pour effet de distribuer les rôles d’une manière fixe et satisfaisante pour les deux parties. Aux Anciens est attribué le mérite de la primogéniture dans l’inventio, aux Modernes le mérite de pouvoir progresser, précisément en s’appuyant sur l’expérience des Anciens. Le progrès cumulatif des connaissances se présente donc comme un processus complexe, dans lequel chacun a son rôle à jouer». 55  Séneca, 1962, vol. II, p. 164. 54 

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(sus pies se hunden en un pozo), en tanto que el enano no adquiere ni majestuosidad, ni grandeza en una situación aparentemente ventajosa (por mucho que se muestre a ojos de los demás encaramado a la cima de una montaña). Desde el punto de vista espacial, el careo planteado por Séneca se realiza en altura, mientras que las dimensiones cotejadas por el biógrafo de Góngora se refieren a la extensión recorrida en una competición. Según las estimaciones de Paravicino (y de Piña) unas pocas zancadas de un gigante —aunque este trastabille o dé algún traspiés— recorren un espacio infinitamente mayor al cubierto por la carrera de un enano. Así pues, el «desliz» del coloso supone un avance cuantitativo frente al vano esfuerzo del pequeño y ridículo adversario56. 56  La voz carrera porta ineludiblemente consigo la noción de «progreso» o «avance» hacia una «meta» y la idea de «competición». Por ello, no comparto plenamente el sentido que Adrián Izquierdo atribuye a este pasaje en la edición digital del texto: «Podría pensarse que Paravicino […] estaría pensando en la natural destreza de un Góngora polifémico, cuyos naturales “deslizamientos” o movimientos involuntarios de la pluma, como el pie de un Polifemo arrasador, significaban un sofocado esfuerzo para sus enanos imitadores». Creo que el sentido del fragmento va más bien en otra línea, similar a la valoración pliniana recogida en la epístola a Luperco: Góngora intentó forjar un nuevo estilo sublime y, al tiempo, elevar la lengua española a la altura de la latina. Su audacia le llevó a tomarse alguna «licencia», acaso excesiva, y a incurrir en algunas faltas o tropiezos (como la «obscuridad», las «metáforas» atrevidas y la incorporación de numerosas «voces latinas»), disculpables por la osadía que le impulsa y los riesgos que todo ello implica. Merece así elogio el poeta ambicioso que se atreve a lo sublime y comete algún desliz frente a la caterva de mediocres que no asume riesgos y se dedica exclusivamente a la crítica y la parodia. Más vale el inmenso avance de un gigante, aunque tenga algún tropiezo o caída, que la distancia ridícula recorrida por un enano a la velocidad que le permiten sus cortas piernas. Como me hace notar Mercedes Blanco con suma gentileza, la audacia propia de quien aspira a las alturas y a la grandeza fue censurada por Juan de Jáuregui al comienzo de su Discurso poético. El polemista sevillano insertó en tal pasaje una serie de ejemplos tomados del ámbito de las competiciones deportivas (tiro de barra, salto, juego de pelota): «Hay poetas que, por escribir recatado, escriben abatido, y el huir de la temeridad los lleva a la cobardía. Otros, por ser suaves y puros, son desnervados y flojos; huyen lo rígido y vanse a lo lánguido. Y para no detenerme en ejemplos, voy al camino que principalmente siguen los poetas que ahora notamos. Digo que estos se pierden por lo más remontado, aspiran con brío a lo supremo: esta es la virtud que procuran. Pretenden, no temiendo el peligro, levantar la poesía en gran altura y piérdense por el exceso. Lo temerario les parece bizarro, esta es la especie de reto que los engaña; y, huyendo de un vicio que es la flaqueza, pasan a incurrir en otro, que es la violencia. La primera raíz del intento alabo; y a un tiempo mismo vitupero los engañosos medios, y los errados efectos en la ejecución. Porque,

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Más allá del plausible conocimiento de la prefación de Juan de Piña, ¿de dónde podía venirle a Paravicino la inspiración para recoger en la Vida de Góngora una imagen tan eficaz? Haciendo algo de memoria, podemos apuntar ahora cómo la polaridad gigante-enano ya se había usado con éxito en el plano de los escritos morales y religiosos. Ante tal circunstancia, cabría conjeturar que en calidad de predicador y erudito en letras sagradas, Paravicino podía estar bien familiarizado con un símil que con relativa frecuencia se localiza en la prosa religiosa del Quinientos57. a­ spirando a lo excelente y mayor, sólo aprehenden lo liviano y lo menos.Y, creyendo usar valentías y grandezas, sólo ostentan hinchazones vanas y temeridades inútiles […]. Significa la voz cacocelía un mal celo y vituperable por demasiado; una afectación y vehemencia por adelantar nuestras fuerzas, y pasar a imposibles, perdiéndonos en la pretensión. Este es el error primitivo y el vicio capital en que hoy incurren los ingenios de que tratamos. Quieren salir de sí mismos por extremarse y, aunque es bien anhelemos a gran altura, supónese que esos alientos guarden su modo y su término, sin arrojarse de manera que el vuelo sea precipicio y, por alcanzar al extremo, aun no lleguemos al medio […]. Explicareme con ejemplos. Muchas veces un tirador de barra, empleando gran ímpetu en adelantar sus fuerzas, suele desbarrar y perderse. Lo mismo sucede al que salta; lo mismo, al que juega la pelota; y a otros. Así nuestros poetas, esforzándose en demasía por llegar a extremos sin límite, les sale después lo compuesto como pelota que se torció en la pala, y hizo falta, queriendo exceder largas chazas; como salto desbaratado que, por aventajar a otros, descaece y tropieza; y, finalmente como barra, que desliza de la mano y quebranta el brazo, dejando el tiro más corto en vez de adelantarle. Ejemplos de estos desaires se refieren por grandes poetas» (Jáuregui, 1624, fols. 2 r-5r). Puede verse asimismo la edición digital cuidada en 2016 por Mercedes Blanco: http://obvil.sorbonne-universite. site/corpus/gongora/1624_discurso-poetico. 57  Por espigar algún ejemplo significativo, fray Luis de Granada la empleaba en 1554 entre las páginas del muy difundido Libro de oración y meditación: «Muchos otros remedios te pudiera dar contra esta presunción temeraria; mas deseando llegar al fin, sólo este aviso te daré: que si quieres entender cuán lejos estás de la verdadera oración, te mires como un espejo en aquellos que fueron verdaderamente devotos, en cuya comparación te parecerá que eres un enano en presencia de un gigante.Y callando primeramente los ejemplos de Cristo, y de la Virgen nuestra señora, porque la grandeza de su resplandor no te ciegue la vista, recogeré otros ejemplos más bajos, y más proporcionados con tu flaqueza, para que, mirándote en presencia de estos, veas claramente lo que eres; y viendo que lo que tú eres fueron ellos, no pierdas la esperanza de ser lo que ellos fueron» (Luis de Granada, 1994, párrafo 117). No mucho después, hacia 1560, san Pedro de Alcántara utilizaba idéntico símil en el Tratado de la oración y la meditación, en su Aviso séptimo: «Para la presunción, el remedio es considerar que no hay más claro indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que está muy cerca, porque en este camino los que van descubriendo más tierra, ésos se dan mayor prisa por ver lo mucho que les falta; y por eso nunca hacen caso de lo que tienen en

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Si bien la curiosa dialéctica de los tamaños y los pasos contrastados de enanos y gigantes se puede hallar en otros discursos secentistas de ámbito europeo58, conviene centrarse en otras piezas surgidas en el mundo hispánico del Barroco, concretamente, en el ambiente posterior a Góngora. En primer lugar, recordaremos aquí un interesante pasaje del Apologético de Espinosa Medrano, que se hacía eco de la polaridad gigante-enano en los siguientes términos: Harto mejor, pues, que Júpiter en su celebro a Minerva, este padre mayor de las Musas volvió a dar nuevo ser a la [lengua] castellana en la regeneración de su soberano ingenio y amaneció entonces nuestra poesía de tan divino taller, grande, sublime, alta, heroica, majestuosa, y bellísima, digna

comparación de lo que desean. Mírate, pues, como en un espejo, en la vida de los Santos y en las de otras personas señaladas que ahora viven en carne, y verás que eres ante ellos como un enano en presencia de un gigante, y así no presumirás» (Alcántara, 1999, p. 161). Por otro lado, la referencia expresa a los pasos de un gigante que exceden con creces los pasitos de un enano se aplica en ámbito religioso a la comparación entre lo divino inconmensurable y lo humano finito: «Nec mirum videbitur quod Pygmae seu nanus minus quam Gigas currat, inter quos tanta est differentia. Nec proinde dicetur non currere nanus, imo currit, et si passibus inaequalibus. Minus mirari oportet quod creatura non ita diligat sicut creator, inter quos infinita est distantia» (‘Ni causará admiración que un pigmeo o enano corra menos que un gigante, entre los cuales hay tanta diferencia. Ni por ello se dirá que el enano no corre, pues en verdad corre, pero lo hace con distinta zancada. Menor causa de admiración es que lo creado no ame tanto como el creador, entre los cuales existe una distancia infinita’). La cita procede de Philippi Diez Lusitani Conciones Quadruplices super Evangelia,Venetiis, 1588, Apud Dominicum de Farris, t. II, col. 166 (la traducción del pasaje es mía). 58  Así Girolamo Cardano establece una comparación afín concluyendo que los pasos de un gigante, a igual esfuerzo realizado por ambos, suponen un progreso distinto. El avance de alguien de elevada estatura es grande y va en consonancia con sus dimensiones, en tanto que el progreso de un enano es obligatoriamente reducido: «Sed hoc et discriminis in simpliciter tardo, et tardo quo ad quantitatem ambitus: quoniam velox ob ambitum, tardus autem simpliciter, absque labore fit: quod etiam apud nos videmus. Neque enim homo magnus, maiore cum labore progreditur quam pumilio, et tamen magnus longos passus facit, pumilio paruos. Nam anguli cum fuerint aequales, aequalem laborem praestant: ubi vero latera fuerint maiora, tanto basis maior erit. Passus igitur gigantis et pumilionis aequali labore fiunt: gigas largos, pumilio paruos et angulos facite. Licet autem aequali cum labore fiant, inaequali tamen robore indigent ut moueantur». El libro IX de la Physica de Cardano versa sobre el movimiento (De motibus). Tomo la cita de Hieronymi Cardani Mediolanensis Philosophi ac Medici Celeberrimi Operum Tomus Tertius, quo continentur Physica, Lugduni, Sumptibus Ioannis Antonii Huguetan et Marci Antonii Ravaud, 1663, p. 178.

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e­ ntonces de mayores ornatos, de pompas mayores, creciole la estatura, igualola al tallazo de la gentileza latina y quedaron comunes los arreos, indiferentes las galas. Adornáronla entonces con decencia los áureos collares, que antes la brumaban con melindre. Esto fue lo grande, esto lo raro, esto lo nuevo: para jayán ropaje, agigantar el bulto, y proporcionar con la regia loriga de Saul (Regum lib. I. c. 17) la rústica terneza del pastorcillo, que apenas rodaba oprimido del peso de tanta malla. Fullería del teatro fue, para hacer capaces las personas de la grandeza trágica, fingir lo corpulento a diligencias del coturno; porque el lenguaje de los héroes, si no los desmiente el zueco, no cabe en talles ordinarios. En siendo enano el idioma, ¿qué ha de hacer porque no le atropelle el vulgo, si diligente Zaqueo no trepa al higuerón y, encaramado al árbol, no remienda la estatura con el tronco? (Luc. cap. 19). Mas la Musa de Góngora no ha menester zancos teatrales ni mentirosos para arrogarse todo el fausto de la elocuencia latina, estrenándole las joyas de su mayor estimación y los adornos más incomunicables de su vanidad, porque este divino Dédalo le cultivó el lenguaje, le reformó la sentencia, le encrespó la elocución, le abultó la frase, le aseó las voces, le sazonó las sales, con que la dejó capaz de todo aquel ornamento y llegaron a caber en ella sin azares no solo esas colocaciones latinas, pero muchas osadías de frases, construcciones, casos, y esquemas latinos, como ponderáramos si este papel como es apología fuera comento59.

No parece casual que el amplio fragmento en el que el Lunarejo ensalza a Góngora por haber elevado la lengua española a la altura de la latina se sitúe, exactamente, tras la cita de una tirada de versos pertenecientes al Himno al amanecer de Paravicino, a quien el ingenio peruano elogia como el «mayor orador que admiró España». Tampoco parece casual que en dicho pasaje la ponderación de excelencia recurra al paralelo con la figura veterotestamentaria de Saúl, al igual que hiciera el trinitario en la Vida y escritos. De hecho, la entera alabanza de Góngora pergeñada por Espinosa Medrano se sustenta, significativamente, en un prolongado haz de términos que giran de manera constante en torno a los conceptos de una elevada altura o unas dimensiones gigantescas: «mayor», «grande», «sublime», «alta», «creció», «estatura», «tallazo», Espinosa Medrano, 1662, fol. 15r. Puede consultarse también la moderna edición digital del Apologético cuidada por Héctor Ruiz, con precisas anotaciones, que está disponible en red desde 2017: http://obvil.sorbonne-universite.site/corpus/ gongora/html/1662_apologetico.html. Existe asimismo una edición impresa moderna (que incluye varios errores en la transcripción): Espinosa Medrano, 2005 (la cita del pasaje en p. 158). 59 

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«­grande», «raro», «jayán», «agigantar», «regia loriga», «peso de tanta malla», «lo corpulento», «trepa», «encaramado», «estatura», «encrespó», «abultó». En suma, a zaga de las ideas del trinitario, el apologeta peruano ensalza cómo el lenguaje poético castellano, gracias a la audacia y al genio de Góngora, se ha convertido de «enano» en gigante. En conclusión, la gesta cumplida por el racionero cordobés en sus obras mayores ha conseguido elevar la poesía española a la altura de la latina. El siguiente testimonio llega de la mano del príncipe de los bibliógrafos españoles. En efecto, hablando de aquellos imitadores que trataron en vano de superar el inalcanzable modelo del Polifemo y las Soledades, Nicolás Antonio recogía, entre las páginas de la Bibliotheca Hispana Nova, la polaridad aquí examinada, introduciendo en la misma algunas novedades. Así dice el erudito sevillano en la entrada dedicada a Góngora: Quamvis negari non possit summi atque inimitabilis poetae simias quotidie nasci, quorum impotentem vereque ridiculam audaciam meo loco excipere nos decet, quo loco pumilionis importunitatem, qui praesumeret gigantis gladio ad pugnam uti, exciperemus (‘Aunque no puede negarse que todos los días al sumo e inimitable poeta le nacen simios [‘imitadores’], cuya ridícula e impotente audacia nos conviene subrayar aquí, ya que se comportan como el enano importuno que presume de valerse en la lucha de la espada de un gigante’)60.

En suma, desde Juan de Piña hasta Paravicino, pasando por Nicolás Antonio y Espinosa Medrano, el binomio opositivo «gigante-enano» ha servido, con leves matices, para articular la alabanza de lo señero del creador de las Soledades y el vituperio de sus émulos, los mediocres personajes que lo zahieren y parodian. Podría, pues, afirmarse que en el cotejo de la grandeza admirable y la pequeñez ridícula se cifra la calificación del «extraño y divino genio de Góngora». 4. Entre la biografía y el encomio: a modo de conclusión La Vida y escritos de don Luis de Góngora responde de manera ejemplar al intento de fijar la imagen de un escritor tan admirado como denostado a la altura de 1628, pues tal como se ha intentado demostrar 60 

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Nicolás Antonio, 1788, p. 37.

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en las páginas precedentes, el texto se ubica significativamente en el marco de la polémica en torno a la nueva poesía culta. Impulsado por ello, el biógrafo parece mostrarse consciente —al igual que sucediera por predios italianos con la Vita di Marino del Baiacca— de que la narración biográfica era, «innanzi tutto, il primo resoconto compiuto della vita e delle opere del maggior poeta del secolo; per tanto quella prima notizia doveva rispondere a criteri ben determinati, che v­ alessero a ­orientare in futuro l’opinione pubblica e il giudizio diffuso [sullo ­scrittore e ­sull’opera]»61. Para ser justos, la amistad que compartieron Paravicino y Góngora no dejó una huella nítida en una semblanza vital que debe considerarse, ante todo, una pequeña pieza oratoria que oscila entre lo biográfico y lo apologético. Pese a la complicidad que debieron compartir ambos ingenios y el trato cercano y asiduo durante los años que coincidieron en la corte, Paravicino nada dice de la prosopografía de Góngora (no da ni una sola señal física), ni de su etopeya (que se ha relacionado modernamente con un temperamento nervioso)62. Tampoco recoge el orador sacro ni una sola sentencia o dicho agudo pronunciado por Góngora, ni un pequeño detalle anecdótico que humanice o acerque la figura del escritor. A juicio de los coetáneos, ocasionalmente las Vidas impresas en el siglo xvii se convirtieron en fascinantes obras de ficción, en eficaces textos retóricos que se alejaban a paso firme del terreno sólido de la Historia para adentrarse por predios bien distintos, en el territorio —luminoso y 61  Así se expresa Clizia Carminati en el estudio introductorio a la primera biografía de Marino, impresa en el siglo xvii (Baiacca, 2011, p. 14). 62  Frente a la ausencia de elementos referidos a la prosopografía en el texto de Paravicino, José Pellicer de Salas incorporaba en su Vida unas líneas (no muy clarificadoras) sobre la fisionomía del poeta: «Fue don Luis de proporcionada estatura, ni grande ni pequeña. El rostro aguileño, la frente espaciosa, que tiraba a calvo, los ojos grandes, la nariz corva y afilada, la color morena algo, la barba decente y, en todo, con señales de hombre insigne» (sigo el texto de la edición digital de Adrián Izquierdo). Sobre la cuestión del ethos del escritor cordobés, puede aducirse una interesante reflexión de Fernando Lázaro Carreter, que identificaba algunas de las características atribuibles a Góngora («inconstancia», «desdén», «necesidad de preeminencia», «discontinuidad en los impulsos», «falta de perseverancia», «intensa emotividad») con las propias de un temperamento nervioso, según la tipología caracterológica establecida a partir de las teorías de Robert Le Senne (Traité de caractérologie, Paris, Presses Universitaires de France, 1952).Véase «Para una etopeya de Góngora» (Lázaro Carreter, 1992).

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mendaz— de la fábula moral o del poema en prosa63. En el caso concreto de la Vida y escritos de don Luis de Góngora, la tarea llevada a cabo por el albacea del genial poeta se cimentó en el cultivo de la concisión: el docto trinitario expuso únicamente aquello que le pareció esencial. Siguiendo una línea tan lógica como rigurosa, toda la semblanza se limitó a esculpir una figura grandiosa y algo hierática, una imagen imponente destinada a perdurar, aureolada por un reconocimiento sin fisuras.

Recupero aquí una valoración de Tommaso Stigliani, el archienemigo de Giovan Battista Marino. Después de haber leído la biografía del cavalier napolitano publicada por Baiacca, Stigliani dedicó en 1626 un chispeante y malévolo juicio a una Vita adornada con rasgos algo fantasiosos e hiperbólicos: «Ella non è una storia, ma una favola ed una poesia in prosa, la quale —faccendo la scimia di Senofonte in Ciro— descrive il personaggio non quale era, ma quale avrebbe dovuto essere […]. Tutto il rimanente è alterato o, per dir meglio, adulterato con isfacciata mescolanza di composte menzogne e d’immaginati ghiribizzi». Tomo la cita de la magna edición de la Vita e Morte del cavalier Marino, cuidada por Clizia Carminati (Baiacca, 2011, p. 35). 63 

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MARTÍN VÁZQUEZ SIRUELA: PEQUEÑO PERFIL BIOGRÁFICO

Martín Vázquez Siruela (Borge, provincia de Málaga, 1600-Sevilla, 31 de mayo de 1664) ocupa una posición singular en la pléyade que conforman los partidarios de la poesía gongorina. Este ingenio áureo secular resulta hoy algo conocido en el campo historiográfico, fundamentalmente, por sus facetas de especialista en cultura anticuaria, dotado historiador (esencialmente de asuntos eclesiásticos) y como preceptor de vástagos de la alta aristocracia (el marqués de Heliche)1. Desde el terreno filológico, sin embargo, este apasionado lector y lúcido estudioso de Góngora no ha gozado del reconocimiento debido a su indiscutible talento hasta fechas muy recientes2. En sintonía con las labores de recuperación de un meritorio legado crítico, auspiciadas por Mercedes Blanco y Pedro Conde Parrado, el modesto propósito de estas páginas es iluminar las andanzas vitales de un erudito meridional que, entre los vestigios de unas obras dejadas en borrador, ha legado valiosas aportaciones en los terrenos de la epigrafía, la numismática, el comentario erudito o la historiografía3. Al igual que sucede con numerosos intelectuales y artistas del Siglo de Oro, no abundan las noticias sobre su vida. La principal fuente de información para trazar un perfil biográfico y rastrear algunos de sus escritos es la conocida obra del príncipe de los bibliógrafos españoles:

Gallego Morell, 1953; Salas Álvarez, 2009; Gimeno Pascual, 2013. Así lo acredita el conjunto de estudios coordinado por Mercedes Blanco en el monográfico Góngora visto por un intelectual del siglo xvii. Martín Vázquez Siruela y el manuscrito BNE 3893, publicado en 2019. 3  El listado de manuscritos de Vázquez Siruela se localiza en la biografía de Gimeno Pascual, 2013. 1  2 

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la Bibliotheca Hispana4. El erudito sevillano Nicolás Antonio mantuvo estrechos lazos de amistad con Vázquez Siruela y dedicó a su colega y mentor una entrada bastante amplia en su magno compendio5. En tales líneas se da información precisa sobre el origen malacitano (nacido en la pequeña localidad de Borge, en la sierra de la Axarquía), la primera etapa de su carrera eclesiástica (canónigo del Sacromonte), su estancia en la corte como preceptor del marqués de Heliche, la protección del valido don Luis de Haro (que le aseguró la promoción al puesto de racionero de la catedral hispalense), los conocimientos y virtudes que le adornaron6… Aquel primer esbozo biográfico de Nicolás Antonio pudo completarse, ya en el siglo xx, gracias a una rica documentación inédita, examinada con acribia por Antonio Gallego Morell en un trabajo que representa una contribución capital hasta hoy. A la luz de las reflexiones del catedrático de la Universidad de Granada, podía dividirse el ­recorrido 4  Sobre la amistad y el intercambio intelectual entre ambos ingenios, debe consultarse la reflexión de Jammes y Gorse, 1979. 5  «Baeticus ex oppido Alborge prope Malacam, canonicus collegiatae ecclesiae Sacro Montis Granatensis, in quo commeratus theologiam docuit, et omnibus bonis artibus, antiquitatis totius notitia, linguarumque cognitione ingenium acre et sui juris non mediocriter locupletauit. Vocatus inde fuit Matritum ut Gasparem Harium, Felichii marchionem, Ludovici de Haro principis, apud Philippum IV, aulici filium primogenitum, Latinas doceret litteras. Quo munere functus portione Hispalensis ecclesiae in gratiam discipuli fuit ornatus. Vixit in ea aliquot annos non solum docti atque eruditi sed probi ac pii visi fama conspicuus, et omnibus carus ausque ad fatalem diem Junii mensis primam anni MDCLXIV quae paralysi jam diu praeoccupatum, sibique dum taxat vicinaeque morti intentum, magno omnium bonorum dolore, e vivis abstulit. Amicissimum mihi, dum viveret, caput quam parce ac modeste potui, veluti, de re mea loquutus, collaudares: multa hic vir eruditissimus observavit, in adversaria retulit, memoria continuit; pauca ad unguem absoluit, ut fere consueverat nihil perfunctorie aut per transennam, quod ex occasione offerretur, examinare; unde plurima incepta manserunt in schedis. Elaboraverat Hispalia gens: De Sanctis Hispalensibus opus: opus in argumento non plene ei satisfecerant Antonius Quintanadueñas Jesuita, et Martinus Anaya Maldonado. Vidi ego commentarium justae molis De San Fulgencio, hermano de los Santos Arzobispos Leandro y Isidoro y de los libros que escribió, summa diligentia et accuratione absolutum. Expectari fecerat apologiam quamdam nominis sui adversus Franciscum Bilches, Jesuitam, de Sanctis Giennensibus et Historiae Beaciae urbis scriptorem, a quo parum aeque tractatus fuerat. Praefatur eruditissime, acutissime, elegantissime ad Thomae Hurtadi,Toletani, Clerici Regulatis Minoris, Resolutiones Orthodoxas Morales de vero Martyrio Fidei, ut ex ungue hoc leonem agnoscas», Nicolás Antonio, 1788, tomo II, p. 112. 6  Al dar noticia de un manuscrito copiado por Vázquez Siruela, que obra en su propiedad, Alberto Blecua sintetizaba los datos dispersos sobre este ingenio andaluz (Blecua, 2014).

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vital de Vázquez Siruela en tres etapas esenciales: la fase de formación humanística y los primeros pasos en la carrera eclesiástica (Granada, 1618-1642); la etapa central en la corte, en calidad de preceptor del hijo del primer ministro de Felipe IV (Madrid, h. 1642-h. 1645); el tramo final, como racionero de la catedral de Sevilla y asesor en materias anticuarias del marqués de Estepa (Sevilla, 1646-1664). Como pudo verificar Gallego Morell a la luz de diversos documentos, este ingenio era hijo de Bernardo de Siruela, oriundo de Alhama (Granada), y de Catalina Vázquez, cuyo linaje procedía de Antequera (Málaga). La familia parece haber sido de recursos modestos, aunque ello no impediría que el hijo del matrimonio Siruela-Vázquez accediera a un alto nivel de estudios. A la luz de la información archivística, se tiene constancia de que, el 31 de agosto de 1618, el joven Martín Vázquez Siruela ingresó en el colegio de San Dionisio, del Sacromonte. Allí cursó estudios de Artes y Teología: el 29 de abril de 1620 obtuvo el grado de Bachiller en la Universidad de Granada y el 2 de julio de ese mismo año se graduó como maestro. Tras haber obtenido los requeridos títulos universitarios, su carrera eclesiástica fue progresando poco a poco en el seno de la misma institución: desde el 21 de julio de 1625 hasta el 1 de enero de 1630 desempeñó las funciones de canónigo del Sacromonte. En la abadía sacromontina desarrolló su actividad docente, puesto que leyó cursos de Artes y Escritura. Posteriormente, ostentó el cargo de secretario de la Abadía —desde el 30 de diciembre de 1631 hasta el 30 de diciembre de 1635—, el de clavero segundo —desde el 30 de diciembre de 1635 hasta el 30 de diciembre de 1641— y finalmente —a partir de 1641— el de rector del Colegio, la dignidad más alta tras el abad. Al tiempo que asumía estos cargos, Vázquez Siruela siguió ampliando su formación en la Universidad de Granada, hasta que obtuvo el 23 de diciembre de 1640 el título de doctor. Algunas calas en obras surgidas al calor de los círculos poéticos y anticuarios granadinos permiten documentar la fama de la que gozaba Vázquez Siruela ya entre las décadas de 1620 y 1630, al tiempo que dejan entrever cómo, en parte, sus actividades como apasionado crítico gongorino se entienden a partir del entorno de la ciudad nazarí durante aquellos años. Agustín Collado del Hierro en el poema Granada —una laus urbis de estilo gongorino, datada entre 1624 y 1636— insertó un encomio de la abadía del Sacromonte y, dentro de este, un elogio de Vázquez Siruela (canto V, octavas LXXVI a LXXVIII):

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Anónimo, Retrato de don Martín Vázquez Siruela. Granada, Universidad de Granada (Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico).

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Por el doctor Siruela, por su Historia, verá el cielo tu imagen con respeto sin distinguir la cumbre de la gloria, o clima celestial mudarla objeto. En corónica escribe tu memoria al golpe de los años más secreto, tan inmortal que con tu nombre ha sido monumento retórico el olvido. La verdad que sacó de tus ruïnas, ¡oh Sacro Monte!, aqueste docto Atlante, de las lumbres al Sol más convecinas, desde su pluma lucirá constante. Por ella son tus láminas divinas cultas hojas talladas en diamante. El profético ardor, en ellas vivo, de tu inmortalidad será el archivo. En salustiana concisión aclama la luz del alfabeto castellano: el estudioso néctar que derrama las flores son del griego y del romano. Por el clarín de su perpetua Fama el nombre sonará Ilipulitano; a par del suyo vivirá Siruela en cuanto el Siro enciende, el Plaustro hiela7.

Tras ensalzar la fundación de la abadía del Sacromonte por parte del arzobispo don Pedro de Castro, Collado del Hierro elogiaba —con profusión de hipérboles— el esfuerzo de Vázquez Siruela para apoyar con sus investigaciones historiográficas la creencia en los plomos y reliquias, reforzando la propaganda del prelado. En estos endecasílabos, el encomiasta identificaba al «doctor Siruela» con un «docto Atlante», esto es, un ‘titán de la erudición’8. Por otro lado, en el pasaje se recoge la noticia de que Vázquez Siruela debía de estar redactando a la sazón Fernández Dougnac, 2015, pp. 512-513 (tesis dirigida por el catedrático José Lara Garrido). 8  Si la fecha de redacción del poema Granada puede fijarse aproximadamente entre 1624 y 1633-1636, en un detalle de este pasaje Collado del Hierro cometería una pequeña imprecisión, ya que en la estrofa LXVII atribuye a Vázquez Siruela el 7 

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una Historia del Sacromonte, importante «corónica» de la congregación religiosa compuesta en un estilo lacónico que recuerda la romana «concisión» de Salustio9. Los endecasílabos del doctor Agustín Collado del Hierro ilustran de manera elocuente la nombradía de Martín Vázquez Siruela en calidad de erudito conocedor de las lenguas clásicas, cuya ciencia podía servir de garante para los controvertidos hallazgos de reliquias, objetos y textos, donde se hallaba una historia inverosímil y gloriosísima para Granada, haciendo de ella la primera región evangelizada de Europa, sede del más antiguo obispado. Ahora bien, en el mismo entorno de la ciudad nazarí, residieron y trabajaron por aquellos años dos de los mejores poetas gongorinos: Pedro Soto de Rojas (Granada, 1584-Granada, 1658) y Francisco de Trillo y Figueroa (La Coruña, hacia 1618-Granada, 1680). Durante los años de residencia de Vázquez Siruela en Granada, el «culto Soto» había dado ya a las prensas dos volúmenes de poesía: el Desengaño de amor en rimas (Madrid,Viuda de Alonso Martín, 1623) y Los rayos del Faetón (Barcelona, Pedro Lacavallería, 1639).Tanto por motivos de edad, como por sus contactos en la corte y dilatada experiencia literaria, Soto de Rojas pudo haber ejercido de figura tutelar entre aquel grupo de intelectuales. Conocemos por diversos testimonios de época que en torno a Soto se celebraron tertulias de signo humanístico y lecturas de poesía y que tales veladas tuvieron por escenario las cuidadas terrazas que componían el carmen de los Mascarones, jardín privado que eternizaría en su obra maestra: el Paraíso cerrado (Granada, Simón Bolívar, 1652). De hecho, sabemos que el canónigo y docente Martín Vázquez Siruela mantuvo contacto con aquellos círculos de admiradores de Góngora10. rango de «doctor», mientras que hoy sabemos que no obtuvo el título hasta diciembre de 1640 (Fernández Dougnac, 2015, p. 55). 9  Ahora bien, podría pensarse asimismo —como indica M. Blanco— que tal crónica «fuera más bien la del supuesto pasado paleocristiano que justificaba la fundación de la Abadía del Sacromonte como santuario en que se depositaban las reliquias de los pretendidos varones apostólicos y donde había tenido lugar su martirio. Las frases poco comprensibles sobre “la luz del alfabeto castellano” y luego “las flores del griego y del romano” deben aludir acaso al problema de los idiomas en los que estaban escritos los pergaminos, láminas y plomos, imposibles en la época a la que supuestamente pertenecen». 10  Como prueba la anécdota del «risible caso», recogida en el Apologético historial sobre la antigüedad de Granada de Francisco de Trillo y Figueroa, cuya copia se conserva en un códice de 1672: «Sobre lo que es muy de notar un risible caso que en mi tiempo sucedió en esta insigne ciudad al doctor Siruela, Canónigo del Monte

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Es lícito sospechar que en ese ambiente se fraguaran las anotaciones sueltas a pasajes de las Soledades, el Polifemo, el Panegírico y otras composiciones menores11. La fama del canónigo sacromontino como maestro de latinidad y especialista en antigüedades pronto debió de rebasar los límites de Andalucía. La reputación de que gozaba entre los círculos anticuarios, el prestigioso grado de doctor, su amplia experiencia docente y la condición de canónigo de vida intachable justificarían la vertiginosa promoción que tuvo lugar poco después. Comenzaba así el segundo tramo del cursus honorum: en 1642 dejaría atrás la vida provinciana de Granada para instalarse en la corte, como preceptor del adolescente don Gaspar Méndez de Haro Guzmán y Fernández de Córdoba (1629-1687), marqués de Heliche. Tal circunstancia era convenientemente subrayada por Nicolás Antonio en su semblanza biográfica: «Vocatus inde fuit Matritum ut Gasparem Harium, Felichii marchionem, Ludovici de Haro principis, apud Philippum IV, aulici filium primogenitum, Latinas doceret literas» (‘Fue llamado a Madrid para que enseñara letras latinas a don Gaspar de Haro, marqués de Heliche, hijo primogénito del favorito de Felipe IV, don Luis de Haro’). El cometido —en el que habría de asistirle el carmelita fray Diego de Angulo— tenía gran calado, ya que implicaba hacerse cargo de la formación humanística del heredero de don Luis Méndez de Haro y Guzmán,VI marqués del Carpio, I duque de Montoro, y de

Santo, muy presumido de Antigüedades, que a la verdad no entendía.Tratose de hacerle una burla en un festejo que se tuvo en el Carmen de [Pedro] Soto [de Rojas], academia de esta ciudad en aquel siglo, y algunos días antes un sacristán de San Salvador que por temporal tenía también su nicho en fábrica tan hermosa, abrió cinco S en un ladrillo nazarí muy grande, lo soterró en parte húmeda porque las letras se carcomiesen algo y para el día señalado se llevó y manifestó a todos por admiración de grande antigüedad. Y después de haber discurrido larguísimamente el Doctor Siruela sobre la inteligencia de las cinco letras SSSSS, le dijo el sacristán donairosísimamente: —“Mire, señor doctor, no se canse, que no entiende de estas materias.Yo no sé latín y tengo de declararle esta inscripción, sin que tenga duda lo que quieran decir las cinco S. Es esto: Sebastián Sánchez, Sacristán de San Salvador”. Corriose dicho doctor y fue muy risible la burla, como lo será las más veces que lleguen a interpretarse algunas piedras antiguas que solo constan de notas y no de razones continuadas». Para una valoración de la pesada broma, puede verse Elvira, 2019. 11  Sobre algunos de los personajes que frecuentaban la tertulia humanística de Soto en el carmen de los Mascarones, permítase remitir a Ponce Cárdenas, 2021, pp. 255-256.

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doña Catalina Fernández de Córdoba12. No estará de más recordar que tras la caída del conde duque, en 1643, el marqués del Carpio, don Luis de Haro asumió el valimiento13. Dicho detalle permite situar al erudito Vázquez Siruela en una posición muy cercana a los núcleos de poder durante los años centrales de la convulsa década de 1640. Para Helena Gimeno, la estancia en la corte representa un momento crucial en su trayectoria: Sería su estancia en Madrid al servicio de los Haro, grandes bibliófilos y aficionados a las antigüedades, y la estrecha relación que mantuvo en la capital con su gran amigo y corresponsal Nicolás Antonio, a la sazón ocupado en la recopilación de materiales para la edición de una Censura de las Historias Fabulosas que liberase a la Historia de España de los fantasmas creados por la literatura apócrifa, lo que dio el impulso definitivo a Vázquez Siruela para la realización de una encomiable labor: tendió una red de amigos y correspondientes con quienes intercambiar informaciones y debatir cuestiones históricas y arqueológicas, que, además, le facilitasen colecciones de textos con inscripciones al uso en su época, especialmente de la Bética, tales como los manuscritos de Juan Fernández Franco que le prestó Nicolás Antonio, los papeles de Jerónimo Zurita y Honorato Juan que habían sido del conde de Guimerá y que pudo copiar en Zaragoza gracias a Juan Francisco Andrés de Uztarroz, las que obtuvo de Francisco de Urrea, del maestro Rus Puerta, o de Rodrigo Caro14.

Por cuanto ahora nos interesa, una obra del Setecientos consagrada a la materia numismática da noticia de un texto perdido en el que los nombres del maestro sacromontino y su noble discípulo aparecen reunidos: El doctor don Martín Vázquez Siruela, prebendado de la catedral de Sevilla, hombre erudito y aplicadísimo al estudio de todo género de Antigüedades, trabajó mucho en ilustrarlas y emprendió varias obras de que se conservan fragmentos. Una de las más adelantadas es el itinerario de su Viaje de Madrid a Sevilla y Cádiz, hecho año 1645, en compañía (al parecer)

12  Vidales del Castillo, 2016, pp. 60-68 (tesis dirigida por Fernando J. Bouza Álvarez). Sobre los intereses artísticos del prócer, véase López Fanjul, 2013. 13  Valladares Ramírez, 2016. 14  Gimeno Pascual, 2013 (tomo la cita de la versión del DBE disponible en red).

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de don Gaspar de Haro, marqués de Heliche, cuyo maestro fue. Este Viaje contiene observaciones sobre varias cosas de Antigüedad15.

Por otro lado, durante la estadía madrileña, Vázquez Siruela pudo haber tenido un trato directo con algunas figuras relevantes de las letras secentistas. Entre los impresos que vieron la luz con su nombre durante esta época debe recordarse el texto de la Censura de la versión castellana de un texto clásico por Jusepe Antonio González de Salas: el Compendio Geographico i Historico del orbe antiguo. Descripción del sitio de la tierra, escripta por Pomponio Mela, Español antiguamente en la República Romana i ahora, con nueva i varia Ilustración, restituido a la suya Española (Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1644). En los paratextos de esa obra figuraban como censores Vázquez Siruela y Francisco de Quevedo16.

15  Martínez Pingarrón (trad.), 1777, tomo I (Prólogo, p. XII). Una carta de Vázquez Siruela a Nicolás Antonio acredita que en 1645 el erudito acompañó a su noble patrón en el citado viaje por tierras meridionales: «El año de 45, cuando bajó don Luis, mi señor, a la Andalucía, y yo sirviéndole traje conmigo estos papeles, y en San Pablo de Córdoba vi el original de la historia y los cotejé con él y en todo se correspondían con gran ajustamiento». El fragmento epistolar aparece recogido en Godoy Alcántara, 1868, p. 22. 16  Se reproduce seguidamente el texto de la «Censura del Dr. Martín Vázquez Siruela, Canónigo de la Iglesia Colegial Insigne del Sacro-Monte»: «De orden del señor licenciado don Gabriel de Aldama, consultor del Santo Oficio de la General Inquisición y Teniente de Vicario en esta Villa de Madrid, he visto este libro, cuyo título es Compendio Geográphico y Histórico del Orbe Antiguo. De dos partes de que suelen constar estas Censuras una es inexcusable por ser en servicio de la Fe, que como pide los entendimientos rendidos ansí las lenguas y las plumas postradas a su veneración. Otra no es necesaria, pero introducida de la costumbre, en abono del escriptor y de lo escripto. En la primera, que me toca forzosamente, cuanto mi diligencia puede alcanzar, este libro va segurísimo y en él se hallan todas las calidades que en escripto cathólico se pueden desear o pedir, sin que haya no digo sentimiento advertido (que está eso muy lejos) pero ni palabra descuidada que pueda o manchar la pureza de la Religión o desasear las buenas costumbres. Donde quiera que el argumento da ocasión, espira el ánimo del autor religiosísimo y su piedad se hace conocer. En la Segunda, que no es de obligación, cuidadosamente me excuso de hablar, habiendo de hacerlo la obra misma. Cuyo crédito, si fuese mala, no se podría alterar por la alabanza ajena; como si fuese buena, por el vituperio; principalmente en el concepto de los doctos, a quien con propiedad pertenecen iguales escriptos. Demás de tener bien entendido cómo el autor no pende de tales elogios. Con esto he dicho mi parecer. En Madrid, a 18 de octubre de 1643 años. Dr. Martín Vázquez». González de Salas, 1644, s. f.

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A comienzos del otoño de 1645, don Luis de Haro estuvo preparando su primera jornada a Andalucía. El 17 de octubre dejaba Madrid, acompañado por su heredero (el marqués de Heliche), en cuyo séquito iban Vázquez Siruela, Diego de Ángulo y Juan de Góngora. La comitiva llegó a Sevilla casi un mes más tarde, el 15 de noviembre, tras haberse detenido en Córdoba así como en varias villas de los señoríos andaluces de los Méndez de Haro y Guzmán17. La protección del valido y su heredero pronto hubo de dar sustanciosos frutos, ya que —como revelaba Nicolás Antonio— en premio a las labores ejercidas como preceptor del marqués de Heliche,Vázquez Siruela consiguió una plaza de racionero en la capital andaluza: «Quo munere functus portione Hispalensis ecclesiae in gratiam discipuli fuit ornatus» (‘a instancias de su discípulo, fue recompensado con la merced de un puesto de racionero en la catedral hispalense’). El expediente de ­limpieza de sangre, necesario para tomar posesión del puesto, lleva la fecha de 164618. En verdad, la incorporación de Siruela al clero catedralicio sevillano sería la coronación de su carrera eclesiástica.Ya en el entorno bético pudo estrechar aún más los lazos de amistad con figuras de la talla de Rodrigo Caro y Nicolás Antonio. En atención a sus vastos conocimientos anticuarios, desempeñó el cargo de bibliotecario capitular19. Como ha puesto de relieve Juan Ramón Ballesteros, en estos años de senectud,Vázquez Siruela se integró en «el círculo erudito» de Adán Centurión y Córdoba, III marqués de Estepa (1582-1658)20. A lo largo de todo el año 1657, el racionero hispalense se alojó en la localidad de Estepa, donde probablemente redactara unas «singulares cartelas explicativas» que debían exhibirse para ilustrar la colección anticuaria de su noble protector. A la hora de abordar la ultima linea rerum del inquieto ingenio de Borge, cabe recordar aquí el testimonio del hispalense Antonio Riquelme y Quiroz (Sevilla, 17 septiembre 1640-Sevilla, 28 julio 1704): Este laborioso varón compuso varias inscripciones sepulcrales que se pusieron en la Catedral de Sevilla, entre ellas la de don Martín Vázquez Siruela,

Soons, 1990, pp. 827-835. Entrada 296: Expediente M-17, Legajo 46, 1646. Salazar Mir, 1995, tomo I (Expedientes 1 a 541), pp. 137-138. 19  Solís, 2017, p. 74, n. 48. 20  Ballesteros, 2002, pp. 119-159. También resulta sumamente útil la consulta de Ballesteros, 2015, pp. 325-344. 17  18 

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su prebendado, la que para muestra de su estilo copiamos aquí, sacada del artículo que pone don Ambrosio de la Cuesta en sus Adiciones a don Nicolás Antonio, y para lo mismo otras que corresponden a sevillanos ilustres. La de Siruela dice así: “Martinus Vazquez Siruela, Albergensis, Diocesis Malacitanae, Almae Hispalensis Ecclesiae Portionarius, vir summa eruditione spectatus, obiit Hispali, paralisi correctus, die 31 Maij 1664”21.

Además de la escueta prosa funeraria de la lápida, el texto venía acompañado de tres dísticos en forma de epitafio, compuestos por el propio Riquelme. Este ingenio era conocido en los círculos béticos no solo porque «cultivaba las musas» sino porque, como era manifiesto, «poseía muy bien el latín y componía en verso y prosa con gravedad»: EPITAPH. Hic ego Martinus jaceo, cognomine Vasquez Historiam colui, mors tulit atra manu. Nulla dedi praelo, calamo plura, quid ultra? Res mihi parva licet, maxima quaeque fuit; scripta parent alii, formis vulganda superbis, tu mea, si voles hospes, in astra ferant.

Una versión libre de los tres dísticos podría ser la siguiente: Aquí reposo yo, Martín, de apellido Vázquez, cultivé la Historia, la muerte me llevó con negra mano. Nada di a las prensas, numerosos escritos compuse con la pluma, ¿qué mucho? Aunque fueron cuestiones de poca monta para mí, sin embargo resultaron ser las más grandes; otros dan a la luz escritos que se divulgan en soberbios formatos, mas si tú quieres, caminante, mis obras llegarán hasta las estrellas22. Matute y Gaviria, 1886. A continuación, se espigan varios datos de las páginas 78 y 80. De ser exacta la datación del óbito que figura en la lápida sepulcral, habría que corregir todas las biografías sucintas de Vázquez Siruela publicadas hasta la fecha. Como recordaba Juan Ramón Ballesteros en el artículo antes citado, «según Nicolás Antonio, Siruela murió el 1 de junio de 1664 […]. Todas las biografías de Siruela que conozco utilizan esta fuente para fechar su fallecimiento» (Ballesteros, 2002, p. 340, n. 28). 22  Agradezco a Pedro Conde Parrado las correcciones y sugerencias que me ha brindado con toda generosidad, para aquilatar la versión en castellano que aquí se ofrece. 21 

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En el modesto epitafio latino compuesto por Riquelme llama la atención que insista en los textos que Vázquez Siruela dejó manuscritos y que jamás verían la luz de la imprenta. Los versos insistirían en la modestia y retraimiento de un clérigo que no quiso divulgar su obra «en soberbios formatos». Ello concuerda a la perfección con algunas noticias de Nicolás Antonio sobre su forma de trabajar y sobre su carácter: «multa hic vir eruditissimus observavit, in adversaria retulit, memoria continuit; pauca ad unguem absoluit, ut fere consueverat nihil perfunctorie (aut per transennam) quod ex occasione offeretur examinare; unde plurima incepta manserunt in schedis» (‘sumamente erudito, este varón fijó su atención en muchos asuntos, consignó sus hallazgos en borradores, los mantuvo encerrados en su memoria; mas pocos escritos concluyó, perfeccionándolos con la última lima; de modo que se había acostumbrado a no examinar a la ligera —como de paso— ninguna materia de cuantas a la ocasión se le ofrecían; motivo por el cual muchos escritos a los que había dado inicio se quedaron en anotaciones dispersas’). Tal parece haber sido la opinión general sobre el erudito, puesto que una idea semejante se localiza en la historia eclesiástica sevillana de Diego Ortiz de Zúñiga: El doctor Martín Vázquez Siruela, racionero, en toda erudición muy erudito, especialmente eclesiástica, y de ésta en la histórica. Recogió una copiosa librería con estimables manuscritos, muchas monedas romanas, inscripciones y otros rastros de la venerable Antigüedad, pero su estilo difusísimo no le dejó perfeccionar obra alguna de muchas a que dio principio23.

Lo mismo parecen sugerir unas afirmaciones vertidas en la nota de presentación de los Varios escritos de Martín Vázquez Siruela, antaño perteneciente a los fondos de la biblioteca del duque de Gor: El autor de este libro fue Martín Vázquez de Siruela, racionero de la Iglesia de Sevilla, de cuya erudición y conocimiento de lenguas se esperaban muchos frutos, que serían preciosísimos, pero su genio capaz de todo y mal contentadizo lo empeñó en muchas obras y le dificultó el acabarlas. Algunos fragmentos (como estos) guardan los curiosos con gran estimación24.

23  La primera edición de los Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla vio la luz en Madrid, 1677.Tomo la cita de una edición setecentista, bastante posterior: Ortiz de Zúñiga, 1796, tomo IV, p. 200 (libro XVI). 24  Recogía esta cita Gallego Morell, 1953, p. 415.

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En definitiva, volviendo sobre la valoración de los tres testimonios, Vázquez Siruela fue un humanista «capaz de todo», «en toda erudición muy erudito», mas llevado de sus múltiples intereses y a causa de su «genio mal contentadizo» y su «estilo difusísimo» acometió la redacción de muchos tratados que no llegó a concluir. Acaso minaran tan loables proyectos sus obligaciones como canónigo catedralicio y preceptor, la falta de perseverancia y un natural de ardiente curiosidad, pero algo disperso25.

25  A tenor de lo que refieren algunas figuras del mismo entorno cortesano, lejos de ser Vázquez Siruela un caso aislado, presenta similitudes con otros intelectuales del momento. En la estimativa de la época, tal perfil debía de responder a un rasgo de temperamento propio casi de un signum temporis. Baste citar un testimonio similar: el 27 de septiembre de 1641, don Antonio León, cronista de Indias, daba cuenta del óbito del historiógrafo don Tomás Tamayo de Vargas. Tras un sucinto elogio, aporta esta interesante noticia: «Ya sabrá Vuestra Merced cómo se llevó Dios a nuestro amigo don Tomás Tamayo de Vargas, quitándonos la muerte a un sujeto de los mayores que tenía Castilla. Dicen que deja escritas algunas cosas.Yo creo que pocas acabadas, que es falta de grandes ingenios y ricos caudales tocar muchas materias y no acabar ninguna: que lo fogoso del estudio no sufre el insistir demasiado en una cosa. No sé si se venderá su librería, que aunque era corta tenía cosas buenas, y algunos papeles curiosos que luego se dividirán entre los que más cerca estuvieren». Tomo la cita del conocido trabajo de Alfonso Reyes sobre «Pellicer en las cartas de sus contemporáneos» (Reyes, 1996, tomo VII, p. 141).

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IN SCHEDIS: DOS NOTAS AL PANEGÍRICO AL DUQUE DE LERMA DE MARTÍN VÁZQUEZ SIRUELA

Los recientes estudios sobre la polémica gongorina han arrojado mucha luz sobre textos y autores que yacían en el olvido1. Disponemos hoy de nueva información sobre obras como el Parecer acerca de las Soledades del abad de Rute, el Apologético en favor de Góngora de Espinosa Medrano, el Discurso poético de Jáuregui, la correspondencia entre Cascales y Villar, los Comentarios a la Soledad segunda de Pedro Díaz de Rivas, los Fragmentos del compendio poético de Francisco del Villar, la Silva a las Soledades de don Luis de Góngora con anotaciones y declaración de Manuel Ponce... Igualmente destacables resultan las aportaciones en torno a figuras de primer rango, como las Epístolas recogidas por Lope en la Filomena o el Prólogo de Quevedo a la edición de las Obras de fray Luis2. La reflexión del presente trabajo se inscribe en el ámbito de la polémica, aunque de modo algo más solapado. En efecto, cabría distinguir en el campo de la querella literaria dos áreas principales. En primer plano destacaría la lucha «de puertas afuera»: la pugna —abierta y descarnada— que enfrentó a partidarios y detractores, contraponiendo los «cultos» seguidores del nuevo estilo a los «patos del aguachirle castellana». Por razones comprensibles, la crítica tiende a poner el foco en ese aspecto central. Ahora bien, podría afirmarse que al lado de tal 1  Mercedes Blanco ha impulsado tal línea de investigación a través del ambicioso proyecto de «Édition digitale et étude de la polémique autour de Góngora» del Labex-Obvil en la Université Paris-Sorbonne. Quisiera agradecer a Mercedes Blanco y Pedro Conde Parrado que me hayan permitido leer su edición anotada de los comentarios de Vázquez Siruela, en curso de publicación. Por otro lado, la generosa lectura y consejos de ambos colegas ha mejorado la presente reflexión. 2  Véanse las ediciones digitales en red: http://obvil.paris-sorbonne.fr/corpus/ gongora/.

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c­ ontienda discurrió —casi en paralelo— otra pugna larvada, más discreta, pues frecuentemente quedó circunscrita a la confidencia epistolar o a la anotación manuscrita, sin llegar a hacerse pública. Se trataría, pues, de una guerra intestina librada «de puertas adentro»: la batalla de los comentaristas. «Las primeras andanadas» de aquella contienda —tal como revelara Dámaso Alonso—cayeron «sobre Pellicer» y nacieron de una cuestión tan humana y mezquina como la «comunidad de oficio»3. Los ataques contra el cronista real procedieron de diversos ingenios, entre los que cabe destacar a Andrés Cuesta, Martín Vázquez Siruela y García de Salcedo Coronel4. Después de haber examinado en el capítulo precedente algunos aspectos centrales en la biografía y el perfil intelectual de Vázquez Siruela, la intención de este ensayo es hacer una cala significativa dentro de sus anotaciones al panegírico gongorino. Para ello, en primer lugar, se valorarán las críticas del canónigo del Sacromonte a las Lecciones solemnes, dado que estas evidencian una toma de postura clara en el marco interno de la polémica. Seguidamente, se someterán a escrutinio las apostillas de tres escoliastas (Pellicer,Vázquez Siruela y Salcedo Coronel) en torno a varias iuncturae de la estancia III del elogio al duque de Lerma. El estudio comparativo de esas apostillas pondrá de manifiesto similitudes y diferencias en el método de trabajo de los tres eruditos. Dicho cotejo evidenciará también la agudeza interpretativa y el manejo de fuentes que confiere una nota distintiva a aquellos protofilólogos. 1. Un códice de glosas eruditas:Vázquez Siruela o la exigente pulcritud El conjunto de los comentarios manuscritos e impresos a la obra de Góngora ofrece a los estudiosos una magnífica atalaya para examinar cuáles fueron los valores y procedimientos del Humanismo barroco en

Alonso, 1987, pp. 469 y 465. Una visión más aquilatada de la estima que el erudito aragonés tuvo entre sus contemporáneos ofrece Luis Iglesias Feijóo, 1983. Véase también Micó, 2001. 4  En fechas recientes, han abordado la reconciliación final entre los dos comentaristas Iván García Jiménez y Mercedes Blanco en dos valiosos asedios críticos. García Jiménez, 2015, p. 293-297; Blanco, 2017 (en especial, pp. 344-354). 3 

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España, aplicado a las letras vernáculas5. Frente a la fortuna crítica que han tenido los comentarios de Salcedo Coronel y Pellicer, que gozaron de amplia difusión tras haber visto la luz de la imprenta en fechas relativamente tempranas, las valiosas anotaciones de Vázquez Siruela apenas se conocen hoy, ya que las glosas redactadas para ilustrar algunos pasajes de las Soledades, el Polifemo, el Panegírico al duque de Lerma y otras canciones gongorinas de asunto heroico permanecieron inéditas. Las anotaciones del canónigo de la catedral hispalense —al igual que buena parte de su restante obra— quedaron «in schedis», es decir, en fichas sueltas, agavilladas sin orden aparente. La recuperación de las valiosas apostillas atesoradas en el códice 3893 de la Biblioteca Nacional de Madrid se ha producido a instancias de Mercedes Blanco y Pedro Conde Parrado. La catedrática parisina y el latinista de la Universidad de Valladolid, en colaboración con los paleógrafos Raquel Rodríguez y Antonio Valiente, han estudiado en detalle y completado la transcripción de un cartapacio que, por sus características materiales había dificultado grandemente la lectura de los especialistas que anteriormente intentaron acercarse a aquellas páginas. A las complicaciones de orden material se sumarían otras surgidas de la naturaleza misma del texto, pues el códice se compone de una serie de «borradores» o «apuntes» aleatorios, al parecer, concebidos inicialmente a modo de comentarios a la Fábula de Polifemo y Galatea, a los que se fueron sumando anotaciones ocasionales a otros poemas. Por ese motivo, resulta complejo dilucidar el orden o la justificación de esos disiecta membra. Llegados a este punto, conviene asimismo recalcar que el manuscrito BNM 3893 contenía otros dos documentos gongorinos, bien conocidos por la crítica. Ambos textos fueron ya editados a lo largo del siglo xx: el elegante y refinado Discurso sobre el estilo de don Luis de Góngora y carácter legítimo de su poética del propio Vázquez Siruela6 y la curiosa Lista de autores que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de Luis de «Se pueden espigar en estos textos testimonios no solo de lo que leían y sabían los literatos y eruditos de aquel período, sino de cómo lo leían, con qué métodos, pasiones y prejuicios. Porque razonan acerca de unas poesías muy complejas con muy varios temas y fuentes, los ataques, defensas y comentarios tienen mucho que decir sobre asuntos no estrictamente poéticos o retóricos, y dejan ver o entrever el concepto que tenían sus autores de sí mismos como lectores y eruditos, de la Europa de su tiempo, de la relación de España con Italia, de la tradición clásica, del lenguaje y de la historia» (Blanco, 2013, p. 9). 6  Yoshida, 1995. 5 

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Góngora7. Por otra parte, el contenido del famoso who is who del gongorismo áureo puede ponerse en paralelo con la información recogida por don Martín de Angulo y Pulgar, oriundo de la granadina villa de Loja8. Más allá del contacto que Vázquez Siruela mantuvo con el círculo de Granada, hay que sopesar las relaciones que trabó con los demás comentaristas. Pese a que en las glosas manuscritas del canónigo sacromontino se deslice, de vez en cuando, algún reparo a las anotaciones impresas en general, no parece baladí que su refinado Discurso sobre el estilo de don Luis de Góngora y carácter legítimo de la poética esté consagrado a don García de Salcedo Coronel9. De hecho, tal dedicatoria justificaría por sí sola que entre sus elocuentes párrafos se localice una defensa de la necesidad de los scholia a una poesía tan compleja. A mayor abundancia, en la sucinta apología del commento humanístico, el escritor recalca la necesidad de que las apostillas deberían elaborarse en un tiempo no muy alejado de la fecha de composición del poema. Veamos ahora cómo se justifica la conveniencia de la proximidad en el tiempo: Las interpretaciones de los poetas no han de ser después de pasados muchos siglos, como han querido decir algunos desagradándose también de esta felicidad en Góngora, porque perdida o estragada la lengua, que siempre está en crecientes y menguantes como la luna y las costumbres del siglo en que escribieron alteradas, lo que en su misma edad es dificultoso quedará inaccesible, habiéndose de pelear después con dos obscuridades, con la nativa del idioma poético, que lo acompaña desde la cuna, y con otra mayor inducida del tiempo. Aún no habían salido las flechas de la aljaba de Píndaro, esto es los versos de la pluma (que con este nombre los llama) y ya tenía puestos los ojos en los intérpretes, conociendo que necesitaba de su ilustración para ser entendido. Las palabras quedan ya puestas y son tan oportunas que con ellas responde por sí propio, por don Luis y por vuestra merced, acreditando al instituto de esta obra y mostrando cuánta necesidad Ryan, 1953. Como es sabido, en la ciudad de Granada, imprimió Angulo y Pulgar en 1635 sus Epístolas satisfactorias, haciéndose eco de esta información: «En Granada los doctores Babia, Romero, Chavarría, Soto de Rojas y Martín Vázquez Siruela; licenciados Meneses y Morales, sin otros muchos que habrá en estos y otros lugares, de quien yo no tendré noticia; pero los referidos no son poetillas, ni estudiantillos, como más bien le consta a Vuestra Merced».Véase Osuna Cabezas, 2014. 9  Véanse algunas andanadas contra Pellicer y alguna leve pulla dirigida a ciertas imprecisiones de Salcedo Coronel: Alonso, 1987, pp. 469-475. 7  8 

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tienen los poetas de este hilo de oro que guíe sin error a los demás por sus laberintos, en aquello solo que dice: «Apud vulgus autem interpretibus indigent». No se ajustó vuestra merced con su dictamen, porque aquesta limadísima interpretación no quiso que fuese solo para el vulgo, retocándola y aseándola con tantos colores y atavíos de las mejores letras y erudición, que también a los doctos y que no se tienen por vulgo da mucho que saber y de qué admirarse10.

En primer lugar, los citados renglones pueden verse como una prueba de estima hacia el «caballerizo de la reina nuestra señora» y caballero «del hábito de Santiago». Para definir los comentarios de Salcedo Coronel, se emplea la bella imagen del «hilo de oro» que guía «sin error» a través de los tortuosos senderos del laberinto. Además pondera la labor del escoliasta refiriendo que sus glosas no solo facilitan la comprensión a los legos en el momento de adentrarse en una poesía tan bella como hermética, sino que además ofrece a los doctos «mucho que saber» en la materia de las «mejores letras y erudición», al tiempo que les da motivos «de qué admirarse»11. La relación —más o menos correcta— que Vázquez Siruela pudo mantener con Salcedo Coronel contrasta con la escasa estima que debió de sentir por los desvelos eruditos de José Pellicer, al que de manera displicente se refiere varias veces en las glosas manuscritas, bien de forma directa12, bien bajo el nombre pastoral de Salicio. Si bien es cierto que al refutar la communis opinio en torno a la interpretación de pasajes gongorinos especialmente complejos, difundida por los comentarios impresos de Salcedo Coronel y Pellicer, en algunas ocasiones resulta poco claro identificar con ese senhal bucólico a uno de estos dos escoliastas, ya D ­ ámaso Sigo el texto de la citada edición impresa, al cuidado de Saiko Yoshida, actualizando algunas grafías y corrigiendo pequeños detalles de puntuación: Yoshida, 1995, p. 104. 11  Aunque no todo serían mieles y parabienes, puesto que concluía el texto del modo siguiente: «Esto es, señor, lo que de este trabajo de vuestra merced juzgo por mayor, aunque me quedan algunos reparos, o de cosas que no entiendo bien, o en que soy de opinión contraria, y porque aquí no cabe tanta menudencia, las reservo para ocasión más oportuna». 12  «Por ribera incierta, explica Pellicer, ignorada del peregrino, pero a la verdad más ignoró él la gracia de este adjunto que el peregrino la ribera, la cual se llama incierta porque ya era tierra y ya mar, ya la cubrían las ondas, y ya la despejaban poniendo en duda a cuál de los dos elementos, al mar o a la tierra, se ha de atribuir, y así ribera incierta viene a ser lo mismo que dudosa» (Ms. fol. 184 r.). 10 

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Alonso había probado décadas atrás cómo en «muchos lugares de las notas del canónigo del Sacromonte» se prueba cumplidamente «que Salicio no puede ser otro que Pellicer»13. En el párrafo siguiente espigamos algunos de los dardos arrojados en el códice contra el cronista real: «Es de considerar que se engañó puerilmente el Comentador explicando aquel verso último “nadante urna de canoro río”, el cual carea con este de Claudiano “undantem declinat prodigus urnam”. Y se afirma en que hay alusión entre la “urna nadante” de Licio y la “undante” de Claudiano, cosa que no se puede tolerar, porque la urna que Claudiano le concede al río es la vulgar que señalan todos los poetas, aquella vasija en que los fingen recostados; y llámala “undante” porque de ella nacen las ondas. Mas la urna de Licio es toda la canal o madre del río por donde lleva su curso al mar; y llámala “nadante”, porque el barco a quien da este oficio lo era no en el mar de sus lágrimas, que es ridícula interpretación, sino en el océano que surcaban con él para hacer los pescadores sus lances» (n. 33, fol. 63 v.). «Pudiérase pasar con la explicación de Salicio» (nota 38), «“Gracia” es aquí lo mismo que favor amoroso (y no lo que se pone a soñar Salicio)» (fol. 71 v.), «Esto cuanto a la explicación sincera y legítima del lugar, sin haber tocado en el punto del color que tienen los corales debajo del agua en su lugar nativo, pues de eso no habla el autor. Mas porque Salicio conozca su engaño y que él solo cometió el yerro que a otros atribuye, ha de saber que hay corales rojos dentro de las aguas» (fol. 72 r.); «Esta doctrina, que propuesta así en general no puede tener duda ni consiente reparo que nos lleve a pensar otra cosa, aplicó Licio al tapete de flores sobre el que Acis y Galatea se reclinaron, y dice que la primavera, hilándolo y tejiéndolo de su propia mano, con su gran destreza y sabiduría lo sacó tan galán, exquisito y hermoso, y lo salpicó de tanta diversidad de matices y sedas, que, aunque los tirios (tan diestros en el arte de la tintura) quisiesen imitar sus colores, sería vana y perdida toda su diligencia y sin esperanza más fruto [sic] que afrentarse a sí propios y descubrir las pocas fuerzas de su arte, que nunca en emulación de la naturaleza puede quedar menos que vencida. En cosas tan llanas como estas tropezó miserablemente Salicio y, con la seguridad y firmeza que pudiera un oráculo, se atreve a decir […]» (fol. 77 r.-v.). «Revoca amor los silbos. ¡Cuánto suda Salicio en este lugar! Mas es deprecatoria y explícase así brevemente: “oh, Amor, restituye el cuidado de los pastores o destierra el cuidado de los perros”. Revocar es aquí reducir, restituir, volver, etc., como en la Canción de Larache “flacas redes / que dio a la playa desde su barquilla / graves revoca a la espaciosa orilla”» (n. 163, fol. 94 r.).

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Con un rigor y una precisión implacables,Vázquez Siruela consigna puntualmente los fallos e inexactitudes del rival. Las expresiones valorativas resultan, por demás, bastante reveladoras: «se engañó puerilmente el Comentador», «ridícula interpretación», «se pone a soñar Salicio», «Salicio conozca su engaño», «en cosas tan llanas […] tropezó Salicio», «¡Cuánto suda Salicio!». Si bien un frío y apenas contenido desdén alienta en las seis citas seleccionadas, se advierte cómo la templanza de Siruela llegó a quebrase del todo en otro lugar del comento. La gota por fin había colmado el vaso y, en estas otras líneas, apenas conseguirá velar su ira cuando reproche a Pellicer la arrogancia de atribuir fallos al poeta (fols. 99 r-100 r): Dos errores atribuye el autor de las Lecciones solemnes a Licio en las obras de Galatea. Uno es haber puesto palomas y otro lluvia de flores, etc., porque estas son señales de regocijo y el fin de las bodas de Galatea fue trágico14. Ya sabemos, dice, que el fin de los amores de Acis y Galatea fueron trágicos y, conforme a ellos, habían de ser luctuosas las ceremonias del desposorio. ¡Oh, árbitro de la erudición!, ¿sabes lo que dices? ¿El fin de los amores de

14  Siruela arremete aquí contra la nota con la que Pellicer había ilustrado los versos 335-336 del epilio gongorino: «Llueve sobre el que Amor quiere que sea / tálamo de Acis ya y de Galatea». Para que se pueda seguir mejor el razonamiento de la refutación, reproduzco el texto de las Lecciones solemnes: «Cometió don Luis dos errores en esta Boda de Acis y Galatea. El que escribe cualquier poema ha de ajustar las circunstancias con el suceso tanto que, si el fin es trágico, ha de ir disponiendo el caso de modo que después no parezca áspero, habiendo comenzado en regocijo y proseguido en felicidad que acabe en tragedia.Ya sabemos que el fin de los amores de Acis y Galatea fueron trágicos y, conforme a ellos, habían de ser luctuosas las ceremonias del desposorio. Lo primero, no habían de aparecer palomas en los mirtos, porque fueron agüeros felices en la superstición poética, como fue el que lucieron a Eneas en Virgilio, libro VI Aeneis, guiándole para el hallazgo del ramo de oro; el que tuvo Julio César, referido de Suetonio, in August. c. 94; el con que Mopso animó a los Argonautas en Valerio libro II Arg. La fundación de Nápoles, que cuentan los Anales de Veleyo Patérculo lib. I Hist. Rom., y Estacio lib. IV Syl., por lo cual los Napolitanos hicieron una estatua a Apolo, donde anidaba una paloma, testigo Alex. Neap. lib. V, c. 13, Genial. El agüero que dio la paloma a Marcial, lib. VIII, ep. 3, de que se alzaría el destierro a su hermano. Dejo los agüeros que tenían los Hebreos, referidos por Pierio, lib. XXII Hierogl., pues en todas edades fue agüero feliz esta ave y así no debía ponella don Luis en la boda de Acis, donde el tálamo mismo fue sepulcro suyo; sino hacer lo que en el Píramo y Tisbe, que es el suceso mismo, donde mezcla agüeros infaustos […]. Según lo cual, no anduvo atinado don Luis» (Pellicer, 1630, cols. 273-274).

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Galatea fue trágico? ¿Quién te empeñó a esa tan gran mentira? Antes fue el más feliz que ellos pudieron desear, porque a manos de Polifemo no murió Acis para morir, sino para trocar la naturaleza y perpetuar los amores y el casamiento, pues con Acis hombre tuvieran fin y con Acis río fueron inmortales y duran hasta hoy. Así que se pudiera dudar si la muerte de Acis fue maña pretendida, solicitud de Galatea para perpetuar la ocasión de su gusto. A lo menos, Acis mayor victoria ganó del gigante con quedar hecho río, que con haberle llevado a Galatea. Es insigne para declaración de todo esto un lugar de Silio Itálico en el libro 14: «Quique per Aetneos Acis petit aequora fines,/ et dulci gratam Nereida perluit unda./ Aemulus ille tuo quondam Polypheme calori,/ dum fugit agrestem violenti pectoris iram,/ in tenuis liquefactus aquas evasit et hostem,/ et tibi victricem Galatea inmiscuit undam»15. Nótese en el segundo verso, «dulce gratam nereida perluit unda»; en el quinto verso, «et hostem» y todo el sexto —que es admirable— «Et tibi victricem Galatea immiscuit undam», en que se ve con toda claridad que no se debe reducir a tragedia y fin desdichado de amor, sino a linaje de victoria y felicidad la transformación de Acis en río […]. Los ejemplos que acumula nuestro buen autor son donosísimos16, y pésame que traiga las palomas de Virgilio que, por la reverencia de tan gran autor, me había hecho desentendido, hice la vista gorda, las quería pasar en silencio sin contarlas con las de Licio. Pero, ¿qué se puede hacer si nos provocan las Lecciones solemnes? Mucho más bien están las palomas en Licio que en Virgilio. Ellas son criadas de Venus en cuanto son aves lujuriosas, como todos escriben y la razón enseña, y sólo le sirven para empresas de amor.Y, en aplicándolas a otra cosa, dejan de ser criadas suyas, El fragmento se localiza en el libro XIV de los Punica de Silio Itálico (vv. 221226). Joaquín Villalba vierte así el pasaje: «[Y viene también] Acis que busca el mar a través del territorio del Etna y baña a la complacida Nereida con sus dulces aguas. Acis fue en otro tiempo, Polifemo, rival de tu amor y, mientras huía de la cólera insensible de tu impetuoso corazón, transformándose en agua sutil, pudo escapar de ti, su enemigo, y mezclar su curso victorioso al tuyo, Galatea» (Silio Itálico, 2005, p. 510). 16  La anotación de Vázquez Siruela continúa dando algún fustazo ulterior al cronista real: «Las palomas aquí no son agüeros, ni se envían como pronósticos de felicidad o desdicha, sino como ministras de Venus a seguir [a] los amantes. Son así como las palomas que finge Anacreonte haberle dado Venus para su servicio, introducida, quizá, con mejor acuerdo que el de Marón.Véase la oda 10 en la traducción de don Manuel de Villegas, aunque mal ajustada con el original griego, y versión latina de Enrico Estéfano. También han culpado a Virgilio en esto de las palomas. Discúlpale, fuera de sus intérpretes, el padre Mendoza en el Viridaris quividendus y para decir que las palomas, para ser pronóstico de felicidad, habían de ser enviadas de Júpiter. Mas una misma cosa puede ser augurio feliz y siniestro, como él mismo simula (de quo videns Laevinus. Torr., lib. 1, od. 14)». 15 

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pues ¿qué discreción fue la de Virgilio en fingir que Venus envió palomas que guiasen a Eneas para buscar el ramo de oro, acción tan distante del ministerio en que las palomas le servían? Al contrario, Licio —observando la propiedad de estas aves— las introduce como espías dobles de Venus, que solicitan los amantes y los van atrayendo y persuadiendo hasta que Venus sale victoriosa. Véase dónde las palomas están más bien. Lo que refiere de Suetonio es ridículo, porque los agüeros y pronósticos vanos de que allí se hace mención, ¿qué tiene que ver con introducirse aquí las palomas por criadas de Venus? Y no le fue tan feliz a Julio César el pronóstico pues, alcanzada la victoria de los hijos de Pompeyo, le mataron miserablemente cuando comenzaba, como Acis, a gozar los frutos de la victoria. Lo mismo es en los demás ejemplos el trueno sin nubes (de quo videndum Laevinio Torrencio, lib. I, od. 34).

El uso de un apóstrofe cargado de ironía («Oh, árbitro de la erudición») y el encadenamiento de una triple interrogatio retórica («¿sabes lo que dices? ¿El fin de los amores de Galatea fue trágico? ¿Quién te empeñó a esa tan gran mentira?») dan la medida de cómo Siruela hace subir la temperatura emocional del pasaje, según los modos propios de la indignatio oratoria. Algo más adelante, pondrá en duda la autoridad de la información que maneja Pellicer, sea cual fuere su origen, nombrando nada menos que a un virgilianista tan conocido como el padre Juan Luis de la Cerda, profesor de Retórica en el Colegio Imperial de Madrid: «puede el autor de las Lecciones solemnes decir a quien le dio esta nota (si fue Cerda) con celos de Virgilio la guarde y oiga tanto de su justicia». Como se ha visto, al afirmar que Góngora había cometido un error al situar una pareja de palomas en el locus amoenus donde cumplieron Acis y Galatea sus amores, Pellicer adujo la autoridad de Virgilio. Para llevarle la contraria,Vázquez Siruela invierte el razonamiento y sostiene que don Luis usa con propiedad el valor de estas aves, en tanto que el mantuano incurrió en un fallo dentro del libro VI de la Eneida: «Los ejemplos que acumula nuestro buen autor son donosísimos, y pésame que traiga las palomas de Virgilio que, por la reverencia de tan gran autor, me había hecho desentendido, hice la vista gorda, las quería pasar en silencio sin contarlas con las de Licio». El fragmento final de la glosa no tiene desperdicio, ya que en él se sostiene que Pellicer aduce a tontas y a locas una sarta de lugares paralelos en torno a los agüeros favorables que aportan las aves consagradas a Venus (Suetonio, Valerio Flaco, Veleyo Patérculo, Estacio, Marcial, Piero Valeriano, Alejandro de Alejandro), vengan o no a cuento, sin

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p­ reocuparse siquiera de verificar si resultan aptos para reforzar sus argumentos («Lo que refiere de Suetonio es ridículo»), al tiempo que arroja una flecha contra los comentarios virgilianos de Juan Luis de la Cerda. Por si los testimonios en torno al Polifemo que hemos ido desgranando fueran pocos, también entre los comentarios a las Soledades, impugnaba Siruela el parecer de las Lecciones solemnes. En esta ocasión lo hará apuntando directamente el nombre de su autor: «Por ribera incierta»: explica Pellicer, «ignorada del peregrino», pero a la verdad más ignoró él la gracia de este adjunto que el peregrino la ribera, la cual se llama «incierta» porque ya era tierra y ya mar, ya la cubrían las ondas, y ya la despejaban poniendo en duda a cuál de los dos elementos, al mar o a la tierra, se ha de atribuir, y así ribera incierta viene a ser lo mismo que dudosa, y la imitación parece de Lucano, lib. 1, ver. 409, que con gran desperdicio de palabras dice lo que don Luis con una sola (n. 3, fol. 184 r.).

El pequeño conjunto de glosas seleccionado permite apreciar cómo los comentaristas también mostraban entre sus glosas disidencias y resquemores, expresados ocasionalmente con cierta acrimonia. La competición por aclarar de la manera más precisa la obscuritas gongorina dio lugar a una interesante polémica larvada entre los exégetas: anotaciones manuscritas y cartas guardan todavía los ecos de una pugna soterrada por alcanzar la verdadera erudición, la interpretación más atinada17.

17  «A veces —tanta es la dificultad de los textos— el comentarista se declara vencido y deja al celo de algún lector afortunado el establecer el sentido de tal verso o de tal palabra.Y entonces, de cualquier rincón de España, en carta privada al autor, llega acaso la solución anhelada. De aquí la importancia de examinar la correspondencia de los gongoristas [del siglo xvii] […]. Imagine el lector a los gongoristas de toda España cambiándose, en activa correspondencia, noticias y aclaraciones sobre la interpretación de su poeta favorito. Pero, ya que no el estudio de la correspondencia, que no es accesible a todos, el estudio de los comentarios publicados durante el siglo xvii nos parece de todo punto indispensable, en vista no sólo de la dificultad sintáctica de Góngora, sino de su rara erudición» (Reyes, 1996, tomo VII, pp. 147 y 149; publicado originariamente en la Revue Hispanique, LXV, 1925). Sobre las burlas contra Pellicer, cabe remitir asimismo a Usunáriz, 2019.

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2. Escolios en lid: la estrofa III del Panegírico al duque de Lerma Los comentarios a una gavilla de pasajes del Panegírico al duque de Lerma custodiados en el manuscrito BNM 3893 se revelan como una aportación de interés, aunque —dada la naturaleza del códice donde se conservan— resulten algo inconexos y saltuarios. Razones de espacio vedan que podamos ofrecer aquí la precisa cuenta de todos y cada uno de ellos. Por su valor intrínseco, vamos a centrarnos en las glosas que Vázquez Siruela redactó para iluminar la tercera estancia del poema epidíctico. Con el propósito de aquilatar su valor, estas se cotejarán con los comentarios de Pellicer y Salcedo. La comparación permitirá entrever las inclinaciones e intereses de los tres eruditos, al tiempo que servirá para justipreciar los logros de cada uno. Antes de reproducir las glosas, recordemos la octava a la que se refieren: Segundo en tiempo sí, mas primer Sando en togado valor; dígalo armada de paz su diestra, díganlo trepando las ramas de Minerva por su espada, bien que desnudos sus aceros, cuando cerviz rebelde o religión prostrada obligan a su rey que tuerza grave al templo del bifronte dios la llave.

Dentro de la configuración del texto laudatorio, el juego de los numerales ordinales que abría la estancia servía para enlazar con el cierre de la octava precedente, cuyo dístico final rezaba: «Y débale a mis números el mundo/ del Fénix de los Sandos un segundo»18. 2.1. Un anotador morigerado: las glosas de Pellicer Pese a la fama de vanilocuo y torrencial del cronista de Felipe IV, las glosas a la estancia tercera del Panegírico al duque de Lerma resultan bastante concisas. Siguiendo la disposición general del volumen, Pellicer ofrecía en primer lugar una «explicación» del contenido de la octava, a modo de paráfrasis: 18 

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Sobre la simbología del Fénix en el texto gongorino: Ly, 2017.

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Segundo Fénix en tiempo, pero primer Sando en valor y en prudencia, en togado valor, dígalo trepando por su espada la oliva, dígalo su diestra armada de paz; bien que desnudo el acero cuando los rebeldes o los herejes obligan a su rey que abra el templo del bifronte dios, de Jano, que comience la guerra19.

Tras aclarar el contenido, Pellicer dispuso una batería de «notas» eruditas. El interés del escritor aragonés por la genealogía explica en parte tan amplias disquisiciones: Hace don Luis primer Sando al Duque, porque el primero que tomó nombre de Sandoval fue un caballero que socorrió al rey don Pelayo en la refriega de la viga, que se llamaba Sando Cuervo, como dice fray Prudencio de Sandoval20.Y mudó en Sandoval el nombre de Sando por haberle pedido el rey don Pelayo que le valiese21, diciendo a voces: —«¡Sando valme; Sando, valme!», según refiere Diego Matute de Peñafiel en su Prosapia de Cristo al

Pellicer, 1630, col. 618. Recoge aquí la noticia que transmite fray Prudencio de Sandoval en un apartado de la Chrónica del ínclito emperador de España don Alonso VII (Madrid, Luis Sánchez, 1600): «Afírmase que hay papeles de antigüedades de España en poder de don Pedro Fernández de Velasco, condestable de Castilla, que fue príncipe muy curioso, y en ellos se decía que en los tiempos muy antiguos estos caballeros se llamaban Sando Cuervo y que eran del linaje de los Godos.Y en su tiempo, antes que España se perdiese, fueron señores de aquel famoso lugar de Amaya,Villasandino, con otros muchos de aquella comarca, y tan exentos y libres en su señorío que labraban moneda.Y cuando se perdió España se juntaron a la defensa de ella con el infante don Pelayo y fueron los principales en levantarlo por rey y hacer guerra a los moros» (Sandoval, 1600, p. 189). El apartado que dedica íntegro a la Descendencia de la Casa de Sandoval, Duques de Lerma se localiza entre las páginas 187-243 de esta obra. 21  José de Valdivielso refería el dato en el Sagrario de Toledo. Poema heroico (Barcelona, Esteban Liberós, 1618), obra dedicada al cardenal don Bernardo Sandoval, tío del privado. Afirma el poeta en las estrofas IV-V del canto XXIV, comparando al Sando primero y al valido: «Atiende en el del ínclito Pelayo,/ restaurador de España, la braveza,/ del sarraceno fulgurante rayo/ que rompe, enciende, raja y descorteza,/ que como el otro en el mortal desmayo/ de un Sando codició la fortaleza,/ diciendo “Sando, valme. Sando, valme”,/ que teme que el peligro le desalme./ Por su seguridad, por su privado,/ así Felipe un Sando trae consigo,/ meritísimamente de él amado,/ si no por padre, por electo amigo./ “Cortés” de todos y “honrador” llamado,/ no envidiado jamás de su enemigo, / si es que le tiene quien por altos modos / a tantos hizo y hace bien a todos» (Valdivielso, 1618, fol. 432 r.). 19  20 

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fin22. Aunque mi doctísimo Maestro en Filosofía, el doctor Juan González Martínez23, en un libro que me ha comunicado, que intitula Salo Gonia, que es del linaje de los Salios y Salas, prueba verisímilmente que aquel caballero de quien los Sandovales descienden se llamaba Salio y no Sando. Y hace al caso haber tomado los hijos del conde don Pedro, nieto del conde Fernán González de Castilla, el nombre de SalVador o Valedor, en memoria de aquel Socorro de la viga, que hoy tienen por armas los Sandovales.

El relato de la gesta bélica protagonizada por el cabeza de la estirpe sirve para dar cuenta del origen del apellido Sandoval y pone cierto énfasis en el merecido favor real que la aristocrática familia ostentaba con legítimas prendas desde antiguo. Pellicer no se iba a conformar con citar un conocido texto de Diego Matute de Peñafiel en elogio del valido, sino que —con cierto prurito exhibicionista— añade información novedosa amparándose en la auctoritas del teólogo Juan González Martínez, docente en la Universidad de Alcalá de Henares. Sostiene así que este último erudito aporta otra posible interpretación sobre el origen del antropónimo Sandoval, en una obra manuscrita (la Salogonia, hoy acaso perdida) que el autor le ha permitido consultar antes de ser publicada. Del ámbito genealogista y lisonjeramente cortesano de la primera nota, pasamos ahora al segundo comentario: Dice luego don Luis: En togado valor, aludiendo a lo que Cicerón en la oración por su casa: «Magistratus Deorum religione armantur». El Tácito en Los claros oradores: «Quid tutius, quam exercere artem, qua semper armatus praesidium

En la anotación de Pellicer se cita expresamente el apéndice final de una obra dedicada al privado: Diego Matute de Peñafiel Contreras, Prosapia de Christo, Baza, Martín Fernández, 1614. El pasaje aludido en la glosa es el siguiente: «Así que los hijos del conde don Pedro, nieto del conde Fernán González de Castilla, fueron los que usaron el nombre de Sando valedor o Salvador, que quiere decir Sando valme, de donde se dicen Sandovales. Tomando este nombre de aquel socorro tan famoso que hizo uno de sus antiguos abuelos al rey don Pelayo y por haber valido al rey en aquella refriega de la viga, se ve hoy la viga por divisa en el escudo de Vuestra Excelencia.Y usando antes solamente el nombre de Sando o Sando Cuervo, como dice Prudencio, se mudó en Sandoval el nombre de Sando, por haberle pedido el rey don Pelayo que le valiese, diciendo a voces “Sando valme, Sando valme”», «Lerma. Genealogía de su excelencia desde Adán y Eva» (Matute de Peñafiel, 1614, fols. 11v-12r). 23  Al comienzo de una biografía de Pellicer, entre los docentes que tuvo, aparece citado este profesor: Pellicer y Saforcada, 1778, pp. 101-102. 22 

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amicis, opem alienis feras?»24. Y el emperador Justiniano en el Proemio de su Instituta escribe: «Imperatoriam maiestatem non solum armis decoratam, sed etiam legibus oportet esse armatam, ut utrumque tempus et bellorum et pacis recte possit gubernari»25. Confirma esto Aristóteles, libro 2.3 et 5; libro 7, capítulo 9 de sus Políticas. La novela 24, capítulo 2, porque la República no menos se defiende con la toga que con la espada. Así lo confiesan los emperadores León y Antemio, en la ley 14. C. De Aduoc. Diu. Iud. donde dicen: «Nec enim solos nostro Imperio militare credimus illos, qui gladiis, clypeis, et thoracibus nituntur, sed etiam aduocatos». Imitó don Luis a Juan de Mena, copla 147: «Porque Castilla mantenga en estilo / toga y oliva, non armas ni peltas»26.

El cronista real se concentra, tal como puede apreciarse, en explicar el sintagma «en togado valor». La iunctura encubriría una sutileza de concepto, dado que funde en un único sintagma el arrojo propio del mundo de la milicia y la prudencia característica de la correcta acción de gobierno. Todo ello se apunta, metonímicamente, a través de la vestimenta civil propia de gobernantes y legisladores (la toga). Para ello el escoliasta se apoya en el refrendo de algunas figuras más destacadas de la cultura grecolatina (Cicerón, Tácito y Aristóteles) así como en el legado del corpus jurídico de Roma (la ley XIV de los emperadores León y Antemio). Desde el punto de vista de los valores estrictamente literarios, entre las glosas de Pellicer tan solo una remite al ámbito de la imitatio y, curiosamente, va referida a un posible modelo vernáculo: el Laberinto de Fortuna de Juan de Mena27. En las Lecciones solemnes se reproduce el 24  Tácito, Dialogus de oratoribus, I, 5: «Quid est tutius quam eam exercere artem, qua semper armatus praesidium amicis, opem alienis?». ‘¿Qué hay más seguro que ejercer un arte con cuyas armas llevas siempre contigo una defensa para los amigos, un socorro para los extraños?’. 25  Se trata del famoso inicio del manual por excelencia de derecho civil romano, las Imperatoris Iustiniani Institutiones: «Imperatoriam maiestatem non solum armis decoratam, sed etiam legibus oportet esse armatam, ut utrumque tempus, et bellorum et pacis, recte possit gubernari» (‘A la majestad imperial no sólo le conviene adornarse con armas sino también armarse con leyes, de modo que pueda ejercer con rectitud el gobierno en todo tipo de tiempos, tanto en la guerra como en la paz’). 26  Pellicer, 1630, cols. 618-619. 27  Entre los comentarios al Panegírico Pellicer evocaría la posible inspiración de Mena en otro pasaje (col. 641): «Llama don Luis “Júpiter novel” al rey, a imitación de Juan de Mena, copla I, que dice al rey don Juan “Al gran rey de España, al César novelo”». Por su parte, Martín Vázquez Siruela proponía una autorizada fuente latina para este sintagma (Claudiano) e impugnaba, sin nombrar al cronista real, la hipótesis de

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cierre de la copla CXLVII: «Porque Castilla mantenga en estilo / toga y oliva, non armas ni peltas». En efecto, como han señalado los estudiosos, «la contraposición entre guerra y paz está presente en toda [la] obra. Su inclinación hacia la paz queda bien marcada en ocasiones, como cuando se imagina tiempos de paz para Castilla» en el explicit de la ya citada copla28. La serie de elementos que aparece en los dos versos tardo-medievales («toga», «oliva», «armas», «peltas»29) se corresponde puntualmente con los tres símbolos empleados por Góngora dos centurias después («togado valor»; «ramas de Minerva» o ‘ramos de olivo’; «espada»-«aceros»). Si se considera plausible la reminiscencia (más o menos lejana) del modelo de Mena, cabría hablar aquí de una muestra de imitatio cum variatione, ya que Góngora no se limitaría a reproducir servilmente los constituyentes de la fuente cuatrocentista, sino que recoge el concepto y lo modela verbalmente de otra forma, intensificando el ornato. De tal modo, la mención directa de la vestimenta se expresa como adjunto («toga» > «togado valor»), la designación expresa del elemento arbóreo se formula como perífrasis mitológica («oliva» > «ramas de Minerva») y Pellicer: «7. El Júpiter novel. Es clara imitación de Claudiano en el 4 Consulatu, dicho verso 197: “Talis ab Idaeis primaevus Iupiter” etc. Son elegantísimos. Véanse y lo que refiere Barthio de Sidonio que dijo en emulación de Claudiano:“Cum iuvenem super astra Iovem”, etc. Ninguno llega al Júpiter novel, arrímese a esto algo de los libros de caballerías en gracia de este nombre. Estoy muy dudoso que quisiese imitar a Juan de Mena, en quien “César novelo” vale tanto como “César segundo”. No se refiere a que el rey don Juan fuese joven en la edad; así el Comendador Griego de los caballeros noveles, la ley XV, título XXI, p. 2, y este nombre significa “cierta alegría y despejó en el obrar”; que también denotaban las vestiduras que señala la ley XIX y las armas al fin de la ley, y es como aquel lucimiento y lozanía con que amanece el sol y sale del oriente según la descripción de Arias Montano sobre el salmo 18, y en términos casi le aplica este nombre Zenón obispo en Cerda, to. 2, J. 2, p. 566: “longaeva semper aetate novellus”». A estas consideraciones debe añadirse el contenido de otra nota numerada 173 entre las apostillas de Vázquez Siruela: «Júpiter novel: una inscripción que refiere Leunclario, Bard. Hist.Turc., p. 137 “Novus Constantinus”, del emperador que sustituyó en Constantinopla, parece a lo de Juan de Mena “César novelo”, esto es, “segundo” y en quien resucita o vuelve a vivir Constantino o César. “Júpiter novel” es otra cosa». Con todo, para ser precisos, conviene apuntar cómo en algunas otras glosas dedicadas al Panegírico al duque de Lerma Martín Vázquez Siruela veía plausible que Góngora hubiera utilizado como fuente poética de indudable prestigio en la tradición castellana el Laberinto de Fortuna (n. 50, 51, 60, 61, 174). 28  Véase Bermejo Cabrero, 1973, p. 164. 29  La voz ‘pelta’ designa el «escudo ligero usado por los antiguos soldados griegos» (DRAE).

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los sustantivos genéricos referidos a los instrumentos de guerra se cambian en el primer término y se sustituyen en el segundo por una sinécdoque de materia cristalizada («armas» > «espada», «peltas» > «aceros»). 2.2. La silva I, 1 de Estacio: filología anticuaria en las notas de Vázquez Siruela Una vez calibrado el alcance de los comentarios de Pellicer, debemos valorar a continuación el pequeño conjunto de glosas a la estancia III, redactado por el canónigo sacromontino. En el elenco de schedae del códice, estas aparecen numeradas como la vigesimoséptima y la vigesimoctava: 27. Armada de paz su diestra. Es clara imitación de Papinio en la primera silva del libro I, donde se describe el coloso del emperador Domiciano, que era un caballo de gran gentileza, con una estatua encima del mismo emperador, cuyo traje, apostura y gallarda disposición de miembros describe el poeta con mucha gala y, tratando de las insignias que tenía en las manos, dice: «Dextra vetat pugnas: laevam tritonia Virgo / non gravat», etc. Lo que dice de la mano siniestra claro es de entender, porque no quiere decir más sino que tenía en la mano el emperador un simulacro de la diosa Palas, de pequeña estatura, de manera que no le hacía peso. Mas el primer hemistiquio («Quod dextra vetat pugnas»), que es el que nos toca, sí tiene mucha dificultad, aunque llegamos a su explicación cuando ya otros la tienen vencida. Así Poliziano, con gran ingenio, capítulo 65 de la Miscelánea, explicó que Papinio quería en aquellas palabras dar a entender el hábito y postura de pacificador que las estatuas solían tener y confirma de Quintiliano, libro 11, capítulo 3.Véase en el mismo autor que es curiosísimo30. Gevarcio, empero, contradice esta explicación y juzga que la estatua del emperador tenía en la mano diestra un ramo de olivas, que es jeroglífico de paz, y por eso dice el poeta: «Dextra vetat pugnas».Véase lo demás en el comento de este autor, cuya explicación parece más conforme a la verdad. Y así en nuestro Licio «armada de paz» la diestra es ‘enramada de oliva’, que como fue siempre amigo y solicitador de la paz el duque de Lerma, porque tuvo siempre el ramo de oliva en la mano con que desviar las guerras, como dice Papinio. Y quien no conoce la ventaja que hay entre los dos modos de explicar un mismo sentimiento, «dextra vetat pugnas» es gallardo decir, pero «armada de paz su diestra» es mayor gala, por la contradicción que dicen entre sí «armar» y «paz».Y así es de grande suspensión verlas juntas.  30 

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Poliziano, 1522, fol. 83 r.

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De los tres comentaristas,Vázquez Siruela fue el único que puso en relación la estampa gongorina que presenta al duque de Lerma como pacificador con un pasaje de la silva I, 1 de Estacio (Equus Maximus Domitiani Imperatoris ‘La gran estatua ecuestre del emperador Domiciano’, versos 37-40): Dextra vetat pugnas, laevam Tritonia virgo non gravat et sectae praetendit colla Medusae, ceu stimulis accendit equum; nec dulcior usquam lecta deae sedes, nec si pater ipse teneres31. Veda la diestra las luchas, apenas carga la izquierda la virgen tritonia, en tanto exhibe la testa cortada de Medusa; la diosa aguijonea al corcel; ninguna otra sede más dulce podría elegir la deidad, ni aun sosteniéndola tú, oh padre Jove32.

Consideraban los anticuarios barrocos que la gigantesca estatua del emperador exaltada en esta silva mostraba la efigie de Domiciano a lomos de su corcel, mientras sostenía el César sobre la palma de su mano izquierda una escultura de Palas33. El texto latino que Vázquez Siruela adujo como posible fuente presentaba dificultades de comprensión, por ello recogió las explicaciones de varios humanistas. Gracias a la cita expresa de «Gevarcio», cabe pensar que el comentarista manejó un ejemplar de los poemas estacianos anotados por Jan Caspar Gevaerts (1593-1666): Statii Opera Omnia. Janus Casperius Gevartius recensuit et Papiniarum lectionum commentario illustrauit Estacio, 2003, pp. 32-34. Esta versión castellana no coincide exactamente con la de la traducción más difundida hoy en España: «Tu diestra se opone a las contiendas; no doblega tu siniestra el peso de la virgen Tritonia, que ostenta la cabeza cortada de Medusa; la diosa parece espolear a tu caballo; en parte alguna podría escoger sede más grata: ni siquiera si fueras tú, oh padre de los dioses, quien la sustentara» (Estacio, 1995, p. 28; trad. Gabriel Laguna Mariscal). 33  Marshall, 2008. La opinión de los eruditos del siglo xvii se aleja mucho de las consideraciones de algunos latinistas de hoy. Por ejemplo, la traducción de las Silvas de Gabriel Laguna recogía en nota al pasaje cómo «la diestra de la efigie de Domiciano se elevaba en actitud pacificadora. En el antebrazo siniestro embrazaba un escudo que ostentaba en relieve la imagen de Minerva, quien —según el poeta— a pesar de su condición de diosa de la guerra, no infundía belicismo al emperador» (Estacio, 1995, p. 28, n. 30). 31  32 

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(Lugduni Batavorum, Apud Iacobum Marcum, 1616). Dentro de dicho tomo, en numeración de página aparte, tras el texto de las Silvas figuraba el comentario, erudito y polémico, de Gevaerts (Iani Casperii Gevartii Papiniarum Lectionum Commentarius)34. Entre las anotaciones a la silva I, 1, interesa especialmente el contenido de la octava glosa. Dicho comento aparecía precedido por un epígrafe significativo: «Statius contra Domitii, Politiani, Parrhasii sententiam explicatus» (‘Estacio explicado contra el parecer de Domicio, Poliziano y Parrasio’). A lo largo de cuatro páginas el humanista y jurisperito de Amberes interpretaba el sentido exacto del verso trigésimo séptimo y parte del trigésimo octavo («Dextra uetat pugnas, laevam Tritonia virgo non gravat»). Al confrontar las notas de Gevaerts con las de Siruela puede distinguirse que la afirmación de este último en torno a la misteriosa escultura de Minerva («Lo que dice de la mano siniestra claro es de entender, porque no quiere decir más sino que tenía en la mano el emperador un simulacro de la diosa Palas, de pequeña estatura, de manera que no le hacía peso») es traducción libre de la siguiente glosa: «Hoc est, Palladis efigies leviter sinistre manui innititur, adeo ut non gravet. Saepe enim minorem aliquam effigiem et statuam, magna illa simulacra suis manibus sustinebant» (‘Esto es, sostenía con ligereza en la mano izquierda una efigie de Palas, de forma que no le resultaba pesada. A menudo aquellas grandes esculturas sostenían en sus manos alguna estatua menor’)35. Por otro lado, tal estampa podía visualizarse gracias a la reproducción de dos «medallas» procedentes de la Bibliotheca (o catálogo de reproducciones numismáticas) de Johannes Sambucus36.

34  Para la polémica entre Jan Caspar Gevaerts (Gevartius) y Émeric Crucé (Cruceus) a propósito de los comentarios a la poesía de Estacio, véase la reciente aportación crítica de Berlincourt, 2018. De la misma estudiosa, puede consultarse igualmente la monografía Commenter la Thebaïde (16e-19e siècles). Caspar Von Barth et la tradition éxégetique de Stace (Berlincourt, 2013). 35  Iani Casperii Gevartii Papiniarum Lectionum Commentarius, p. 36 (en el citado volumen de Opera Omnia, con numeración de página aparte). 36  Sambucus, 1569. El conjunto de las ilustraciones que reproducen monedas o ‘medallas’ puede contemplarse a partir de la p. 289. La primera efigie de Domiciano se localiza en la p. 298. La estampa de una escultura sedente que sostiene en su mano una figura de Palas se encuentra en la p. 326 (reverso de una moneda de Trajano).

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Fig. 2. Johannes Sambucus, Emblemata et aliquot nummi antiqui operis Ioanni Sambuci Tirnaviensis Panonii.Tertia Editio cum emendatione et auctario copioso ipsius auctoris, Antuerpiae, Ex Officina Christophori Plantini, 1569, p. 326.

Mayor enjundia tiene la reflexión en torno al hemistiquio «Dextra vetat pugnas», dado que dicha acuñación de Estacio es el más que plausible hipotexto de la cláusula gongorina «armada de paz su diestra». Para explicar el funcionamiento de los conceptos que vertebran el encomio estaciano, la tradición humanística había dado varias justificaciones posibles. La amplia nota de los comentarios de Gevaerts recoge puntualmente las aclaraciones contrapuestas de Domicio, Poliziano y Aulo Parrasio, a la que se suma como cuarta interpretación en lid la hipótesis del propio editor secentista37. Poco amigo de hacer gala de ajenas plumas, el erudito andaluz no tiene empacho alguno en admitir que sus apostillas se basan sobre una importante tradición interpretativa: «el primer hemistiquio (Quod dextra vetat pugnas), que es el que nos toca, sí tiene mucha dificultad, aunque llegamos a su explicación cuando ya otros la tienen vencida». Tras hacer caso omiso de las lecturas propuestas por Domiciano y Giano Aulo Parrasio, a los que ni siquiera nombra, presenta en quintaesencia las interpretaciones de Poliziano y Gevaerts sobre tan controvertido pasaje. De hecho, Vázquez Siruela traduce allí —casi ad pedem litterae— varias frases del jurisperito flamenco: 1. «Politianus Miscell. cap. 65 et acutius quiddam afferens, ait putare se notari hic a Poëta habitum, qui Pacificator in statuis dicitur, de quo Quintilian. lib. II cap. 3» > «Poliziano, con gran ingenio, capítulo 65 de la Miscelánea, explicó que Papinio quería en aquellas palabras dar a entender el hábito y postura de Publii Papinii Statii Sylvarum libri V. Thebaidos libri XII. Achilleidos libri II. Notis selectissimis in Sylvarum libros Domitii, Morelli, Bernartii, Gevartii, Crucei, Barthii, Joh. Frid. Gronovii Diatribe. In Thebaidos praeterea Placidi Lactantii, Bernartii etc. quibus in Achilleidos accedunt Maturantii, Britannici, accuratissime illustrati a Johanne Veenhusen (Lugd. Batav.: Ex Officina Hackiana, 1671, p. 12). 37 

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pacificador que las estatuas solían tener y confirma de Quintiliano, libro 11, capítulo 3». 2. ««Aio namque Domitianum dextra manu gestasse ramum olivae unaeque fraenum» > «Gevarcio […] juzga que la estatua del emperador tenía en la mano diestra un ramo de olivas». 3. «[et decennes pueri sciunt]38 olivam esse pacis symbolum» > «que es jeroglífico de paz».

Si resultan atendibles cada una de las afirmaciones vertidas por el comentarista gongorino en esta glosa, cabe sospechar que Vázquez Siruela no se habría conformado únicamente con la lectura de la edición de Estacio anotada por Gevaerts, sino que —impelido por una sana curiosidad— se lanzó a consultar directamente el texto del ameno tratado erudito de Poliziano39. En efecto, la nota sexagésimo quinta de la Miscelánea anticuaria del humanista florentino condensaba su parecer sobre la interpretación correcta del pasaje estaciano. La frase de Siruela («Véase en el mismo autor, que es curiosísimo») podría entenderse como ‘consúltese directamente el texto de la Miscellaneorum Centuria, ya que las noticias que allí se dan son del mayor interés’40. Siruela dedicaba la parte final de la nota veintisiete a justificar el engaste de una tesela estaciana en el encomio del valido: si el emperador Domiciano ‘vedaba las luchas con su diestra’, sosteniendo acaso un ramo de olivo, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas «fue siempre 38  Elimina púdicamente el fustazo irónico que daba Gevaerts a los otros escoliastas, al inicio de su frase: «hasta los niños de diez años saben que la oliva es símbolo de paz». 39  Poliziano, 1522, fol. 83r. A zaga de las referencias de Poliziano, el erudito de Borge alude también en su comentario a un pasaje del libro undécimo de la Institutio Oratoria de Quintiliano (capítulo tercero, párrafos 66-67): «LXVI. Quippe non manus solum sed nutus etiam declarant nostram voluntatem, et in mutis pro sermone sunt, et saltatio frequenter sine voce intellegitur atque adficit, et ex vultu ingressuque perspicitur habitus animorum, et animalium quoque sermone carentium ira, laetitia, adulatio et oculis et quibusdam aliis corporis signis deprenditur». «LXVII. Nec mirum si ista, quae tamen in aliquo posita sunt motu, tantum in animis valent, cum pictura, tacens opus et habitus semper eiusdem, sic in intimos penetret adfectus ut ipsam vim dicendi nonnumquam superare videatur. Contra si gestus ac vultus ab oratione dissentiat, tristia dicamus hilares, adfirmemus aliqua renuentes, non auctoritas modo verbis sed etiam fides desit. Decor quoque a gestu atque motu venit». 40  Como me apunta generosamente Pedro Conde Parrado, se desprende del texto de otras apostillas que Vázquez Siruela había manejado directamente el texto de las Misceláneas de Poliziano. El latinista de la Universidad de Valladolid considera probable que leyera la obra del humanista toscano en la edición de Amberes: Miscellaneorum Centuria Una (Antuerpiae, Apud Philipum Nutium, 1567).

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amigo y solicitador de la paz», ya que «tuvo siempre el ramo de oliva en la mano con que desviar las guerras, como dice Papinio». Especial valor revisten las líneas que coronan la glosa, pues aportan una reflexión de orden estilístico: «Y quien no conoce la ventaja que hay entre los dos modos de explicar un mismo sentimiento:‘dextra vetat pugnas’ es gallardo decir, pero ‘armada de paz su diestra’ es mayor gala, por la contradicción que dicen entre sí ‘armar’ y ‘paz’. Y así es de grande suspensión verlas juntas». Para el comentarista, la rescritura del fragmento de la silva I, 1 que Góngora lleva a cabo en este pasaje del Panegírico al duque de Lerma no solo imita la excelencia del modelo, sino que en un logrado ejercicio de aemulatio supera el legado del maestro, puesto que la enunciación plana del hemistiquio cincelado por Estacio se adorna novedosamente con las galas de una agudeza de improporción y disonancia41. La clave de tal victoria radica en la «mayor gala» del sintagma «armada de paz»: el ornato adquiere insospechados realces gracias al efecto estético surgido a partir de la contradictoria tensión semántica que se establece entre el participio (‘armada’) y su adjunto (‘de paz’).Tal oxímoron conforma una suerte de callida iunctura, una fórmula ingeniosa que consigue despertar la admirativa sorpresa de los lectores entendidos, al modo de la anhelada admiratio de los clásicos o la meraviglia perseguida por los ingenios del Barroco italiano: «es de grande suspensión verlas juntas»42. 41  Recuérdese cómo en el Discurso V de la Agudeza, Gracián cita una amplia serie de ejemplos en los que la «ingeniosa disonancia» se funda «entre el sujeto y sus adyacentes propios», recalcando cómo esta «improporción» sirve «para la panegiri» y para «la ponderación juiciosa y crítica».Varias de las muestras que aduce pertenecen a la obra de Góngora y, de hecho, sostiene que el genio cordobés fue «en toda especie de agudeza eminente; pero en esta de contraproporciones consistió el triunfo de su grande ingenio» (Gracián, 2004, vol. I, pp. 62 y 60). 42  Mercedes Blanco ha valorado con exactitud el alcance del pasaje erudito en una nota a la edición conjunta de los comentarios del erudito de Borge: «Esta nota de Vázquez Siruela evidencia dos características de su comentario. La primera es la tendencia a animarlo conjugando la ilustración y defensa de Góngora con la filología latina, puesto que el carácter ambiguo y misterioso del “armada de paz su diestra” reitera y prolonga el misterio y la ambigüedad del “Dextra vetat pugnas”. Misterio, porque no se sabe si la prohibición de la guerra que se atribuye a la mano del príncipe es puramente abstracta, o si se encarna en algún gesto o algún símbolo visible y, de ser así, en cuál. La respuesta que retiene Vázquez Siruela es la misma en los dos casos: el duque de Lerma, al igual que Domiciano en su estatua, llevaría un ramo de olivo en la mano derecha. La solución que da al enigma la filología humanística puede trasladarse al caso de Góngora. La otra característica de estos escolios es el tener muy presente la valoración estética: Góngora se inspira en Estacio pero

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Tal como es costumbre en la visión ‘protofilológica’ de la Edad de Oro, el objetivo que mueve buena parte de los comentarios de Vázquez Siruela es identificar los modelos clásicos, neolatinos y vernáculos sobre los cuales se sustenta la práctica de la imitatio gongorina. En esa búsqueda compleja, aportará nuevos y relevantes datos con otro escolio: 28. Díganlo trepando / las armas de Minerva por su espada. Así leía yo en mis cuadernos manuscritos. Pellicer lo imprimió con alguna diversidad, porque lee «las ramas de Minerva», que es la oliva. Y si es verdadera esta lección no habrá diversidad entre esta sentencia y las del número pasado, sino será continuación y más explicación de aquella misma. Así la oliva con que el duque de Lerma en nombre de su dueño pacificaba el mundo enramó primero su espada y la tuvo en sosiego y ocio. Y lo mismo casi viene a ser la primera lección, porque las armas de Minerva son las artes de la paz: la quietud estudiosa, sabiduría, prudencia civil y atención al bien de los estados. Todo lo cual comprendió Papinio en otra frase no muy diferente, prosiguiendo la descripción de la misma estatua: «latus ense quieto severum». Espada quieta le atribuye aquí a Domiciano, esto es, ociosa y detenida entre las artes de la paz, quietud de la república y civiles estudios del gobierno. Y conforme a esto no viniera mal que las palabras precedentes «dextra negat pugnas» se hayan de entender que tenía la espada ceñida y no en la mano que, como esto es pronóstico y señal de guerra, así traer la espada quieta en la vaina es indicio de paz.Y así de la mano desarmada se dice bien «dextra vetat pugnas securum» y luego de la espada que está en ocio «latus ense quieto». Por donde, «armada de paz su diestra» es lo mismo que ‘desarmada’ y esta la tengo por la más sincera y fácil explicación.

El arranque de la nota vigésimo octava proporciona valiosa información sobre cuál era el texto de los poemas de Góngora que leía el canónigo de Borge. Como exquisito humanista y bibliófilo, éste poseía una copia de los textos recogida en «cuadernos manuscritos». El detalle no es baladí, ya que la mención de los cartapacios poéticos explica que en el pasaje que está comentando haya percibido la presencia de una variante, que disuena con la lectio recogida en el volumen de las Lecciones solemnes: «las armas de Minerva por su espada»/ «las ramas de Minerva

lo supera “con mayor gala”, porque la expresión “armada de paz” implica contradicción y aporta, como diría Gracián, una agudeza “de improporción y disonancia” que no se percibe en el “Dextra vetat pugnas”».

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por su espada»43. De hecho, aún hoy pueden citarse entre los manuscritos e impresos conocidos que consignan la variante «armas» del verso vigésimo un códice misceláneo de la Real Academia de la Historia (RAH 9-2581) así como el texto publicado por Hoces en 163444. Una vez constatada la presencia de una curiosa variante en el pasaje, el exégeta pasará a realizar algunas valoraciones acerca de las dos posibles lecturas. Considera en primer lugar que el sintagma de valor perifrástico «las ramas de Minerva» (‘los ramos del árbol consagrado a Minerva’ o ‘los ramos de olivo’) se erige en continuación lógica de la juntura ingeniosa «armada de paz», tal como se había adelantado en la glosa precedente («fue siempre amigo y solicitador de la paz el duque de Lerma, porque tuvo siempre el ramo de oliva en la mano con que desviar las guerras, como dice Papinio»).Tal interpretación estaría refrendada por la hipótesis ya citada de Gevaerts en torno al hemistiquio estaciano («Aio namque Domitianum dextra manu gestasse ramum olivae»; ‘Así pues declaro que Domiciano llevaba en la mano derecha un ramo de olivo’). El encomio del duque de Lerma se modela alusivamente sobre el perfil imperial de Domiciano, siguiendo el modelo epidíctico de Estacio. Ahora bien, lejos de indicar que el valido de Felipe III empuñaba en su mano derecha una simple rama de olivo, Góngora lo eterniza poéticamente sosteniendo una espada desenvainada en la que se entrelazan las ramas del árbol consagrado a Palas.Vázquez Siruela insistiría en tal detalle de valor simbólico en estas líneas de su escueto comentario: Y si es verdadera esta lección no habrá diversidad entre esta sentencia y las del número pasado, sino será continuación y más explicación de aquella misma. Así la oliva con que el duque de Lerma en nombre de su dueño pacificaba el mundo enramó primero su espada y la tuvo en sosiego y ocio.

Mercedes Blanco apunta en nota a su edición la posibilidad de hallarnos ante una referencia con valor cronológico: «Es la primera vez que alude Vázquez Siruela al texto de Góngora del que dispone; lo tiene en cuadernos manuscritos personales, no lo lee en el impreso de Hoces, lo cual no quiere decir que ese impreso no existiera por entonces. Sin embargo, el hecho de que no coteje su versión manuscrita con la del Todas las obras, de 1633, tiende a hacer pensar que estas notas son anteriores a esa fecha, aunque posteriores a las Lecciones solemnes, de 1630». Añádase otro detalle significativo: la edición Hoces de 1634 recoge la variante «armas» y no la más extendida «ramas». 44  Martos, 1997, p. 264. 43 

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Tal innovación «icónica» sobre el modelo estaciano le debió de parecer irrelevante, indigna de ser glosada, pues acaso el valor simbólico de tal elemento resultaba en exceso sabido por aquel entonces. Transcurridas cuatro centurias, consideramos hoy que para iluminar el sentido del pasaje se antoja necesaria una noticia recogida a la altura de 1611 por el lexicógrafo Sebastián de Covarrubias: «la espada, revuelta en ella el ramo de la oliva, significa el castigo moderado y piadoso»45. El sentido oculto de la estancia gongorina serviría para ponderar la prudencia, justicia, piedad y contención del privado, tanto en el plano político como en el militar. El ánimo de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas estaría naturalmente inclinado hacia la paz, pero la cautela y providencia del sabio ministro hace que ostente siempre en su diestra una espada desenvainada ornada con ramos de olivo. Cuando las culpas de los súbditos rebeldes (Flandes) o el auxilio de la verdadera religión (frente a los ataques de la flota otomana en el Mediterráneo o las incursiones piráticas de los protestantes en Cádiz y en las Indias occidentales) obligaban al duque de Lerma a declarar la guerra abierta, su sabiduría hacía que este se mostrara proclive a sofocar las rebeliones y asistir a los partidarios del catolicismo romano, aplicando en todo momento rectamente justicia, cual fiel partidario de un tipo de «castigo moderado y piadoso». En la tradición de los emblemas y empresas sacras pueden hallarse interesantes paralelos, durante una cronología cercana a la redacción del poema epidíctico por parte de Góngora46. Baste ­gráficamente Covarrubias, 1998, p. 549 (sub voce ‘espada’). Existen interesantes paralelos en el campo de la emblemática, como el que ofrece Juan Francisco de Villava en las conocidas Empresas espirituales (Baeza, Fernando Díaz de Montoya, 1613). Este volumen —impreso pocos años antes de que Góngora redactara el encomio de don Francisco de Sandoval y Rojas— alberga en su primera parte la empresa VIII, que lleva por lema «De Dios airado». Dentro de la imago puede contemplarse una mano diestra que ciñe una espada desenvainada, en torno a cuya lama figuran ramas de olivo entrelazadas. Una filacteria se sitúa junto al arma. Allí figura el siguiente lema latino: «Lenimine acutius» («Más afilada con el apacigüamiento»). El epigrama reza así: «No se descuide el pecador que, siendo/ de Dios cierto enemigo,/ merced le hace con piadosa mano;/ pues no darle el castigo/ según le va ofendiendo/ no es de su perdición indicio vano, / porque en el sufrimiento/ se enciende a veces su rigor sangriento,/ cual con el olio blando/ se va el temido acero acicalando». Los comentarios de Villava a esta empresa espiritual no resultan nada ambiguos, toda vez que la espada ceñida con ramos de olivo encierra un mensaje muy claro: ‘Dios resulta clemente y concede tiempo a los pecadores para que se arrepientan de sus faltas y vuelvan al sendero recto. Mas la clemencia y 45  46 

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—como pequeño botón de muestra— un emblema de Villava, en cuyo grabado se aprecia claramente cómo la mano diestra sostiene una espada desenvainada en torno a la cual serpea el ramo de olivo:

Figura 3. Juan Francisco de Villava, Empresas espirituales, Baeza, Fernando Díaz de Montoya, 1613, fol. 29 r.

La misma imagen aparece en otros emblemas de cariz político y civil, a lo largo del siglo xvii, lo que testimonia la considerable extensión de una suerte de simbología asociada al buen gobierno47. sabiduría del Altísimo no restan valor a su inviolable justicia, ya que para aquellos pecadores que persisten en su protervia, aguarda inexorable la espada desenvainada, con la que ejecutará el castigo definitivo’. La simbología de la rama de olivo apunta hacia la paciencia y ánimo clemente de la divinidad, que ya no es la airada figura de un dios colérico, propia del Antiguo Testamento. Así concluye el commento de Villava: «Púsose este pensamiento en la espada que con el olio blando, fruto de la oliva, suele acicalarse para cortar mejor.Y así a Dios airado se le da esta empresa, porque la misericordia de que usa es muchas veces ocasión de que después se indigne más». 47  Rastreando en el vasto océano de la emblemática, el mismo elemento icónico fue utilizado en obras de distinta índole.Varios años después de la publicación de las Empresas espirituales y morales, Julius-Wilhelm Zincgref dio a las prensas su conocida Centuria de emblemas ético-políticos (1ª ed. 1619, 2ª ed. 1624). En esta colección, el emblema LXVI muestra una pictura bastante similar a la del volumen del clérigo jiennense. A modo de sentencia aguda, la inscriptio reproduce parcialmente una cita

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Tras esta pequeña digresión, hemos de volver forzosamente a la segunda parte de la glosa vigésimo octava de Vázquez Siruela quien, no contento de haber explicado el sentido de la lectio «ramas de Minerva», también se ve impelido a aclarar el significado del sintagma recogido por la otra variante («armas de Minerva»): Lo mismo casi viene a ser la primera lección, porque las armas de Minerva son las artes de la paz: la quietud estudiosa, sabiduría, prudencia civil y atención al bien de los estados. Todo lo cual comprendió Papinio en otra frase no muy diferente, prosiguiendo la descripción de la misma estatua: «latus ense quieto securum». «Espada quieta» le atribuye aquí a Domiciano, esto es, ociosa y detenida entre las artes de la paz, quietud de la república y civiles estudios del gobierno. Y conforme a esto no viniera mal que las palabras precedentes «dextra negat pugnas» se hayan de entender que tenía la espada ceñida y no en la mano que, como esto es pronóstico y señal de guerra, así traer la espada quieta en la vaina es indicio de paz.Y así de la mano desarmada se dice bien «dextra vetat pugnas securum» y luego de la espada que está en ocio «latus ense quieto». Por donde, «armada de paz su diestra» es lo mismo que «desarmada» y esta la tengo por la más sincera y fácil explicación.

Para justificar que la juntura que aparece en la copia manuscrita que posee podría tratarse verdaderamente de una variante de autor, el canónigo de Borge trata de iluminar su significado relacionándola con otro fragmento de la silva I, 1 de Estacio (vv. 43-45): It tergo demissa chlamys, latus ense quieto securum, magnus quanto mucrone minatur noctibus hibernis et sidera terret Orion48.

de un conocido pasaje horaciano procedente del carmen II, 19 y referido a la aretalogía de Baco («Idem/ pacis eras mediusque belli»; «Eras el mismo en medio de la paz y de la guerra»). La imago presenta una mano que sostiene una espada desenvainada, cuyos afilados aceros están circundados por un ramo de olivo. Otros ejemplos de parecido tenor pueden verse en Ponce Cárdenas, 2020, pp. 619-625. 48  Estacio, 2003, p. 34. Quizá un levísimo eco de este pasaje estaciano pueda percibirse en una de las octavas laudatorias que Francisco de Trillo y Figueroa compuso Dando la bienvenida al duque de Alburquerque, volviendo a España de ser virrey de México, celebrándole en sus hazañas, gobierno y antepasados (Baltasar de Bolívar, 1662). La estancia de Trillo reza así: «Veamos renacer en vuestro acero/ los trofeos difuntos de Belona,/ que el renombre español vuele severo/ del polo helado a la abrasada zona;/ la espada de Orión armado y fiero/ conquiste de Ariadna la corona;/ seréis al

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Pende de tus hombros la clámide, seguro está el costado con la espada en su vaina, tan temible como el arma inmensa con la que Orión amenaza durante las noches invernales y aterroriza a las estrellas.

Los posibles significados que se abren a partir del uso de un sintagma del tenor de «armas de Minerva» permiten al exégeta volver sobre sus pasos y recuperar de soslayo la interpretación del pasaje estaciano que articuló Domicio: «dextram vetare pugnas, vel quia dextra est inermis in statua». Tal conexión puede hacerse al enlazar la afirmación de la apostilla latina («dextram vetare pugnas: porque la mano diestra de la estatua está desarmada») y su equivalente castellano («Y así de la mano desarmada se dice bien “dextra vetat pugnas”»). En la zarabanda interpretativa que surge a raíz de este pasaje, finalmente Vázquez Siruela acaba decantándose por la última versión: «Armada de paz su diestra es lo mismo que “desarmada” y esta la tengo por la más sincera y fácil explicación»49. Tal como se avanzaba en páginas precedentes, el manuscrito BNM 3893 atesora otras interesantes apostillas al Panegírico al duque de Lerma, que merecen igualmente ser analizadas. Motivos de espacio nos impiden aquí examinar con la debida atención tales escolios, tarea que esperamos desarrollar en futuros asedios50. catalán y al lusitano/ en guerra y paz segundo Octavïano». Sigo el texto de la moderna edición de las Obras, cuidada por Antonio Gallego Morell para las ediciones del CSIC: Trillo y Figueroa, 1951, p. 620. 49  No comparto tal lectura: la sutileza del concepto radica en el profundo sentido simbólico de la diestra que ciñe una espada desenvainada, en torno a la cual serpea un ramo de olivo. El arma que se ostenta de tal guisa no implica amenaza directa, sino leve advertencia: quien la enarbola no es un ni sanguinario guerrero, ni un tirano caprichoso, sino un gobernante justo y próvido, capaz de impartir en el momento propicio el debido castigo a los réprobos. La interpretación de este código cifrado se antoja bastante obvia a la luz del testimonio de Covarrubias, ya aducido en las páginas precedentes: «la espada, revuelta en ella el ramo de la oliva, significa el castigo moderado y piadoso». 50  La nota vigésimo novena le serviría a Vázquez Siruela para conectar el fragmento estaciano citado en la glosa precedente con otro sintagma empleado por Góngora en el Panegírico: «29. Cuánta espada. Papinio en el mismo lugar: “magnus quanto mucrone minat/ noctibus hibernis et sidera terrat Orion”». Esta mínima apostilla podría referirse a la juntura «cuánta espada», que puede localizarse en la estrofa LXXI del encomio al valido (vv. 561-568): «¡Ay mil veces de ti, precipitada,/ mas república al fin prudente! ¿Sabes/ la que a Pedro le asiste cuánta espada/ a sus dos remos es, a sus dos llaves?/ De una y de otra lámina dorada/ sus miembros aun no

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Las glosas de Vázquez Siruela nos permiten apreciar hoy cuál era su «modo de entender la tarea filológica de leer a los poetas», una labor que resultaba «perfectamente conforme a la tradición humanística»51. El comentario de las notas 27 y 28 refrenda poderosamente tal idea, ya que estas prueban cómo las apostillas a las Silvas de Estacio funcionaban, a los ojos del erudito meridional, como un útil modelo de commento, al tiempo que le proporcionaban valiosa información para iluminar detalles oscuros o complejos en el texto del Panegírico52. 2.3. Los comentarios de Salcedo Coronel Cuando en 1648, don García de Salcedo Coronel daba a las prensas el último volumen de sus anotaciones, Martín Vázquez Siruela debía de haber culminado varios años antes buena parte de las apostillas a la obra de Góngora. El poeta y comentarista hispalense articulaba la glosa a la estancia tercera del panegírico en torno a aquellos tres elementos que estima de mayor relieve: el sintagma «togado valor»; la cláusula «armada de paz su diestra» junto a la perífrasis «las ramas de Minerva»; el sentido anticuario de la referencia al «templo del bifronte dios»53.

el Fuentes hizo graves,/ que señas de virtud dieron, plebeya,/ las togadas reliquias de Aquileya». 51  Blanco y Conde Parrado, 2023, n. 464. 52  Ahora bien, resulta asimismo plausible pensar que, en líneas generales, la vía por la que habrían de discurrir sus pasos podría acusar la influencia de un ejemplo bastante próximo en el espacio y en el tiempo: los comentarios del jesuita Juan Luis de la Cerda a la poesía de Virgilio. Podría pensarse, pues, que «al hilo de una lectura de esta edición de Virgilio con argumentos, explicaciones y anotaciones, cuya princeps se publicó en 1608 (Bucólicas y Geórgicas) y en 1612 (Eneida), y tuvo éxito duradero en Europa, iba surgiendo en la mente de Vázquez Siruela el impulso de apostillar tal o cual pasaje de Góngora que recordaba por asociación de ideas con lo que estaba leyendo.Vázquez Siruela se sabía de memoria toda la obra del poeta cordobés, o gran parte de ella, lo que hizo posible la sucesión desordenada de lugares gongorinos a los que se aplicaron sus escolios. El mismo modo de proceder se confirma en todo el bloque segundo del manuscrito: se explica por el ir y venir entre lugares de Góngora recordados y la exploración de la inmensa biblioteca erudita y poética que poseía o manejaba». Procede la cita de la anotación de Mercedes Blanco y Pedro Conde Parrado a la edición de los escolios (en curso de publicación). 53  Para las anotaciones y comentarios al Panegírico gongorino impresas por el poeta y caballero hispalense, consúltese la tesis doctoral de Redruello Vidal, 2022.

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Las apostillas a los versos 17-18 son las más extensas y acaso divagatorias, ya que esbozan un discurso anticuario sobre los tipos de toga en el mundo romano y el valor simbólico que revestían tales prendas: Segundo en tiempo sí, mas primer Sando en togado valor. Pero aunque segundo Fénix en tiempo, fue primero en prudente valor. Para entender mejor la propiedad con que don Luis dijo «togado valor» será necesario que digamos qué cosa es toga y quién la usó en la Antigüedad y sus diferencias. El uso de la toga fue antiquísimo, porque según Plutarco la vistió primero Rómulo54. Sus especies fueron varias, porque hubo toga que llamaron pretexta, la cual la traían los niños y así encontramos en muchos de los antiguos escritores que a la edad pueril la llaman «pretextata». Esta toga pretexta se guarnecía por el ruedo de púrpura, distinguiéndose la patricia de la plebeya; porque la una era obscura y ordinaria, teñida no con múrice o cóceo, sino con jugos de hierba. Pero la verdadera púrpura se concedía a las togas de aquellos cuyos padres ejercían los públicos magistrados y tenían los primeros honores de la república, como consta de Alejandro, libro V, capítulo 18 Genial. Dier. y de su doctísimo comentador, Andrés de Tiraquelo55 […]. Aludiendo, pues, a la toga que usaban los magistrados, dice nuestro Poeta que el e­ xcelentísimo 54  Plutarchi Chaeronensis Gravissimi et Philosophi et Historici Vitae Comparatae Illustrium Virorum Graecorum et Romanorum,Venetiis, Apud Hieronymum Scotum, 1572, p. 13, col. B. El pasaje aludido se localiza en las Vidas paralelas de Teseo y Rómulo: «Hoc novissimum quod gessit Romulus bellum fuit. Inde id quod multi, adeoque praeter pauca exempla fecerunt omnes, qui magno et mirabili fortunae successu ad amplas aspirauerunt opes et fastigium nec ille declinauit; verum rebus gestis elatus animoque insolescens, reliquit comitatem illam popularem, quam odioso commutauit dominatum, atque ex habitu quo ornauit se pupugit cives siquidem tunica vestiebatur purpurea ac toga praetexta, reponsa dabat ex solio recliui» (p. 13). Doy una versión de este fragmento: ‘Esta fue la última guerra en la que Rómulo participó. En adelante no estuvo ya libre de incurrir en lo que les sucede a muchos, o por mejor decir, fuera de muy pocos, a todos los que con grande y extraordinaria prosperidad son ensalzados en poder y fausto; porque, engreído con los sucesos, con ánimo altanero cambió la popularidad en una manera de ejercer el poder molesta y enojosa hasta por el ornato con que se transformó, pues empezó a vestir una túnica sobresaliente, adornó con púrpura la toga, y despachaba los negocios públicos reclinado bajo dosel’. 55  Remite aquí a una conocida obra del humanista y jurisperito francés André Tiraqueau (1488-1558): los comentarios a los Genialium Dierum Libri Sex de Alejandro de Alejandro. La referencia de Salcedo Coronel a los usos de la toga pertenece exactamente al libro V, caput XVIII («In quo discretus ordo plebeius a patricio fuerit et in quo patricius a senatorio quodve discrimen in vestibus apud diversas gentes»). El texto completo puede leerse en Andreae Tiraquelli, Regii in curia Parisiensi Senatoris, Semestria in Genialium Dierum Alexandri ab Alexandro, Iurisperiti Neapolitani, libri VI

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duque de Lerma fue primero Fénix en togado valor, porque tuvo el primer lugar en el gobierno de estos reinos en tiempo de Felipe III. Marcial en el libro VI, epigrama 76, llama «togado Marte» a Domiciano, de quien pudo ser que se acordase don Luis: «Ille sacri lateris custos Martisque togati»56. También pudo ser que dijese don Luis «togado valor» por «pacífico», que en este sentido usaron los antiguos de esta voz toga. Lucano en el libro I [de la] Farsalia: «longoque togae tranquilior usu. / Dedidicit iam pace ducem»57. Donde Omnibono Vicentino, erudito comentador suyo, explica: «Longo usu togae: id est, longa pace»58.

Salcedo Coronel recurría aquí a un amplio bagaje de citas para construir una digresión sobre la historia del vestido en el orbe clásico. Se aducen así los testimonios de historiadores grecolatinos (Plutarco, Suetonio, Julio Capitolino y Dionisio de Halicarnaso), epistológrafos (Séneca, Plinio el Joven), poetas (Estacio, Juvenal, Virgilio, Marcial, Lucano) y eruditos de la Antigüedad tardía (Macrobio) al lado de diversos humanistas (Alejandro de Alejandro, Tiraquelo, Adrián Turnebo, Omnibono Vicentino).

cum Indice Capitum, Rerumque et Verborum Locupletissimo (Lugduni, Apud Haeredes Gulielmi Rouillij sub Scuto Veneto, 1614, pp. 520-546). 56  Reproduce el incipit del epigrama VI, 76. El primer verso del epitafio de Cornelio Fusco reza así en la traducción de Juan Fernández Valverde y Antonio Ramírez de Verger: «Aquel guardián de un pecho sagrado y de un Marte togado» (Marcial, 1997, vol. I, p. 375). 57  Lucano, Farsalia, libro I, vv. 130-131. El pasaje se refiere a Pompeyo: «Más sosegado por la costumbre prolongada de la toga, olvidó ya con la paz la [costumbre] de la espada». Reproduzco la versión de Jesús Bartolomé Gómez: Lucano, 2003, pp. 157-158. 58  La breve cita de este comentario es del todo exacta. Se localiza en Annei Lucani Bellorum Civilium scriptoris accuratissimi Pharsalia, antea temporum iniuria difficilis ac mendosa. Nouissime autem a uiro docto expolita et emendata, scribentibus Joanne Sulpitio et Omnibono Vicentino, viris eruditissimis, Venetiis, Augustinum de Zanis de Portesio, 1511, fol. 6 v. Ahora bien, téngase en cuenta que los comentarios de Omnibono Vicentino a la Farsalia vieron la luz en varias impresiones de la epopeya lucanea desde finales del Quattrocento. Junto con las anotaciones de Juan Sulpicio Verulano se publicaron en la edición de la Pharsalia,Venecia, Simone Bevilacqua, 1498. Poco después se reimprimió la obra en Milán —en 1499— sin indicación de impresor. En 1511 Melchor de Sessa costeó en Venecia una nueva edición de la Pharsalia cuidada por Agustín de Zanis de Portesio, que igualmente incluía las glosas de Sulpicio y Omnibono. Rodríguez de Castro, 1786, tomo II, p. 91. Para la amplia nota de Salcedo Coronel: Obras de don Luis de Góngora comentadas, 1648, pp. 289-292.

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La quintaesencia de la información que extrae de tan abigarradas fuentes no resulta, a fin de cuentas, tan preciosa, ya que de manera algo escueta el escritor sevillano acabará explicando que el sintagma gongorino «togado valor» puede entenderse con el significado de «prudente valor» y también con el sentido de «pacífico». Con todo, sorprende que en la retahíla de testimonios invocados en una glosa tan extensa no llegue a decir nada acerca de uno de los pasajes más famosos de la obra de Cicerón: «Cedant arma togae»59. Desde el punto de vista estrictamente literario, mayor interés reviste la segunda glosa, dedicada a elucidar el sentido de la perífrasis mitológica («ramas de Minerva» > ‘oliva’) y a revelar un posible hipotexto para el sintagma «armada de paz su diestra»: Dígalo armada/ de paz su diestra, díganlo trepando/ las ramas de Minerva por su espada. Tomó este pensamiento de Claudiano en el Cuarto consulado de Honorio: «Lictori cedunt aquilae, ridetque togatus/ miles et in mediis effulget curia castris./ Ipsa Palatino circumuallata senatu/ iam trabeam Bellona gerit, parmamque remouit/ et galeam, sacras humeris uectura curules./ Nec te laurigeras pudeat, Gradiue, secures/ pacata gestare manu Latiaque micantem/ loricam mutare toga». Las ramas de Minerva son la oliva porque este árbol estaba consagrado a esta diosa, como en otra parte habemos dicho. Fue símbolo de la paz, a que alude nuestro poeta, insinuando el pacífico sosiego con que en su tiempo se vieron florecer estos reinos por la atención de este príncipe60.

En el rastreo de fuentes aparece citado —por vez primera entre las glosas a la estancia III— el alejandrino Claudio Claudiano. Los versos que recuerda Salcedo Coronel pertenecen al solemne arranque del Panegyricus de quarto consulatu Honorii Augusti (vv. 9-16)61. En ellos se ­localiza 59  Diego López en su conocida Declaración magistral sobre las Sátiras de Juvenal y Persio, príncipes de los poetas satíricos, impresa en Madrid por Diego Díaz de la Carrera el año 1642, recogía la información siguiente: «Pónese aquí “toga” por la paz, como en muchas otras partes. Y así dice Cicerón contra Catilina: “Cedant arma togae”, “Den la ventaja las armas a la paz”.Y es figura metonimia porque toga es una ropa así llamada porque no había en ella alguna púrpura entretejida, como en la pretexta, y traíanla los soldados nuevos y en tiempo de paz y por esta razón se pone por la propia paz» (López, 1642, p. 101). 60  López, 1642, pp. 292-293. 61  Claudiano, 2002, t. II, p. 6-7. En traducción castellana, el fragmento reza así: «Las águilas ceden su puesto al lictor, los soldados sonríen vestidos con la toga y la curia resplandece en medio del campamento. La misma Belona, rodeada por el

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un giro muy especial: la curiosa iunctura claudianea «pacata manu», referida ingeniosamente al belicoso Marte, guarda alguna semejanza con el sintagma gongorino «armada de paz su diestra». En ambas troquelaciones poéticas se percibe la agudeza propia del oxímoron, ya porque el dios de la guerra consigue templar sus ánimos y se muestra propicio al emperador Honorio, hasta el punto de que se aviene a rendirle honores sosteniendo en su ‘mano apaciguada’ o en su ‘mano portadora de paz’ las fasces consulares; bien porque el duque de Lerma —fautor de la Pax Habsburgica— hace ostentación de prudencia y buen gobierno con su «diestra» paradójicamente «armada de paz». El hallazgo de Salcedo Coronel no entra en oposición directa con el de Vázquez Siruela. De hecho, podría evocarse la conocida estimación de Dámaso Alonso acerca de la contaminatio: «Góngora, fiel a su época, imita tenazmente. A veces sobre una sola estrofa, y aun un solo verso, se proyectan al mismo tiempo tres o cuatro sombras venerables (porque las burlas contra el ardor erudito de un Pellicer o un Salcedo son muchas veces injustificadas)»62. Si no erramos en la apreciación, el sintagma «armada de paz su diestra» podría haber surgido de un refinado ejercicio de imitación ecléctica. En un ejemplo de contaminación, la voz «diestra» procedería del modelo epidíctico de Estacio (silva I, 1, v. 37): «Dextra vetat pugnas». Sobre ese bastidor estaciano, el calificativo añadido por Góngora («armada de paz») podría enlazarse con la referencia de Claudiano a Marte Gradivo, el numen que ostenta su «pacata manu» (la «mano portadora de paz» o «mano apaciguadora»). Ahora bien, la enunciación más o menos plana de ambos modelos cobraría nuevos quilates formulada como oxímoron (en una suerte de enigma): «armada de paz». El lector atento solo consigue alcanzar el sentido simbólico así cifrado al llegar a los siguientes versos: «díganlo trepando/ las ramas de Minerva por su espada». La estampa se va aclarando paulatinamente y el concepto descubre la ingeniosa construcción: el duque de Lerma empuña en su mano derecha una espada desenvainada, por tanto, es lícito afirmar que su «diestra» está «armada». Ahora bien, en torno a la desnuda lámina de

s­enado imperial, lleva ya la trábea y dejó atrás su escudo y su casco para transportar en sus hombros la sagrada silla curul. Y no te avergüenzas, Gradivo, de llevar en apaciguadas manos las hachas adornadas de laurel ni de cambiar tu brillante coraza por la toga del Lacio». Reproduzco la traducción de Miguel Castillo Bejarano: Claudiano, 1993, vol. I, pp. 203-204. 62  Alonso, 1985, I, p. 223.

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acero se enredan los ramos de olivo, que simbolizan la «paz» y la quietud. La clave de ambos elementos entrelazados puede identificarse gracias al testimonio de Sebastián de Covarrubias apuntado con anterioridad: «la espada, revuelta en ella el ramo de la oliva, significa el castigo moderado y piadoso»63. Desde el plano de la erudición, quizá las apostillas menos interesantes sean precisamente las que dedica Salcedo al cierre de la estrofa gongorina: Bien que desnudos sus aceros, cuando/ cerviz rebelde o religión postrada/ obligan a su rey que tuerza grave/ al templo del bifronte dios la llave: quiere decir que aunque procuraba con atención valerosa y prudente gobierno conservar pacíficamente el dilatado imperio de su rey, sabía también disponer en la ocasión justa que las españolas armas se ejercitasen contra el rebelde y hereje, acreditando victoriosas el poder de su invicto monarca. Ya dijimos en otro lugar que el templo de Jano se abría en tiempo de guerra, a que alude don Luis. Llámale «bifronte» por haberle fingido con dos caras. Así Virgilio en el libro VII Aeneis, a quien imitó nuestro poeta: «Ianique bifrontis imago». Lee lo que notamos a la canción tercera.Vicencio Cartaro en las Imágenes de los dioses, hablando de Jano, refiere la causa diciendo: «Chi dunque intende il Sole per Iano, come fa Macrobio, lo dice havere la guardia delle porte del cielo, perché l’entrare e l’uscirne a lui è libero, ne è chi lo possa impedire. E per questo lo fecero con due faccie mostrando che non ha bisogno il sole di rivolgersi in dietro per vedere l’una e l’altra parte del mondo». Y poco más adelante: «Mostrano anchora le due faccie di Jano il tempo che tuttavia viene e perciò l’una è giovane e quello che già è passato, onde l’altra faccia è di magiore età, è barbuta»64.

En este tercer bloque de comentarios, tras ofrecer una sucinta paráfrasis del contenido de los endecasílabos, se apunta la costumbre romana de declarar la guerra mediante el ritual de la apertura de las puertas del templo de Jano. El comentarista hispalense se detiene además en la ilustración del rasgo característico del numen latino, apuntando un uso virgiliano del calificativo culto «bifronte» («Ianique bifrontis imago»), que postula como fuente directa —poco atendible, por tratarse de un tópico 63  Covarrubias, 1998, p. 549 (sub voce ‘espada’). Para la presencia del conde duque de Olivares en un cuadro del Salón de Reinos portando una espada envuelta en ramos de olivo, véase Ponce Cárdenas, 2020. 64  Salcedo Coronel, 1648, p. 293.

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muy extendido— del sintagma gongorino «bifronte dios». Por otro lado, la glosa se cierra con una cita de uno de los manuales mitográficos más conocido en la Europa de su tiempo: las Immagini degli dèi degli antichi, de Vincenzo Cartari. 3. Comentaristas en diálogo: a modo de conclusión Cumpliendo la sentencia heraclítea («Omnia secundum litem fiunt»), durante el Siglo de Oro la pugna por alcanzar el solio de «príncipe de los poetas españoles» estuvo rodeada constantemente de polémica. Así ocurrió con el caso de Garcilaso de la Vega durante el Quinientos y, de nuevo, con la obra lírica de Góngora a lo largo de la centuria siguiente65. Ahora bien, la doble querella —renacentista y barroca— en torno a la cuestión de la primacía de los creadores pronto hubo de extenderse al terreno de los exégetas: los comentaristas rivalizaron entre sí para demostrar cuál fue el más brillante y erudito. En el caso del vate toledano participaron en la lid figuras tan notables como el Brocense, Fernando de Herrera y Tomás Tamayo de Vargas66. El listado de escoliastas de la Antonio Carreira valoraba así la cuestión de la primacía: «Lo que venía de Italia es, ni más ni menos, el primer gran canon poético del Siglo de Oro, aquí representado por Garcilaso: una revolución en la métrica y en la sensibilidad […]. Un canon vigente hasta nuestros días, al que se superpone el segundo, más intenso y restringido: Góngora. Más restringido significa que, mientras que Garcilaso pronto dejó de encontrar resistencia, en cambio Góngora sí la encontró, aunque en forma decreciente, durante el siglo xvii, no digamos después.Y su influjo fue más intenso porque comenzó con los primeros poemas, penetró géneros para los que no estaba previsto y, traspasando fronteras y océanos, arraigó en Portugal e Iberoamérica, Brasil incluido, hasta bien entrado el siglo xviii» (Carreira, 2010, p. 397). 66  Codoñer, 1993. Merino Jerez, 2005. El profesor Merino contrastaba así la manera de proceder de los dos exégetas más famosos de la obra garcilasiana: «El Brocense, tal como sucede en la mayoría de sus comentarios a poetas clásicos y modernos, se limita a evidenciar las fuentes directas, antiguas o modernas, en las que se inspiró Garcilaso, para que el lector pueda apreciar por sí mismo el mérito de su arte, y todo ello desde una perspectiva ramista, en la que composición y análisis forman un mismo proceso. Herrera, en cambio, en la investigación de fuentes intenta evitar los pasos del Brocense y, para ello, modifica el lema de la nota, amplía el número de fuentes (algunas simples paralelismos) y subraya la influencia de Virgilio, a quien concede la primacía en la imitación [por parte] de Garcilaso» (Merino Jerez, 2005, p. 120). El tercer autor en lid, el cronista Tomás Tamayo de Vargas, no tuvo empacho en elaborar un pliego de cargos contra sus dos célebres antecesores: «Ambos por cierto 65 

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obra gongorina resulta más extenso, aunque sus integrantes hoy día sean menos conocidos: Manuel Ponce, Pedro Díaz de Rivas, José Pellicer de Salas, García de Salcedo Coronel, Martín Vázquez Siruela, Manuel Serrano de Paz, Cristóbal de Salazar Mardones, Andrés Cuesta… Una parte del gongorismo contemporáneo ha contemplado el imponente caudal de los comentarios con alguna displicencia. Ahora bien, frente a la visión reductiva y empobrecedora de algunos críticos actuales, Mercedes Blanco apuntaba cómo, lejos de ser el fruto inerte de una «pedantería estrafalaria», los escritos de los comentaristas constituyen el núcleo de la polémica más destacada de la historia literaria española67. Además de la necesaria imbricación de aquellas glosas en el entorno global de la polémica, las anotaciones siguen facilitando hoy día la comprensión de los versos del escritor más oscuro y difícil en lengua castellana. El cotejo de las apostillas a la tercera estancia del Panegírico al duque de Lerma permite apreciar los intereses, méritos y limitaciones de tres intelectuales en el campo de la erudición. Si bien entre la ganga de algunas informaciones sobreabundantes se ha de cribar el oro de la interpretación fundada, se impone como una evidencia que el estudio de la poesía de Góngora ha de sustentarse en aquellas aportaciones68. Para justamente dignos de loa por su cuidado, como de menos aplauso por su demasía. Si Herrera se persuadió de que antes no hubiese consultado o su memoria o sus libros, engañose sin duda, porque los afectos naturales en los hombres de ingenio, y más en materias amorosas, no requiere estudio particular o para su expresión o para su perfección. La naturaleza sola, que ayudada de la causa que los excitó los representa y el discurso favorecido de las circunstancias los pule, los dilata, los perfecciona. Como también Sánchez si creyó que las imitaciones que entre Garcilaso y otros confiere fueron siempre cuidadosas y advertidamente hechas de ajenas propias, porque las que propiamente lo son, ellas mismas con facilidad se dejan entender; en muchas de las demás, ¿quién creerá que tuvo necesidad de guía el ingenio felicísimo de nuestro poeta, ni tiempo su corta vida tan bien ocupada para imitar con tanta particularidad cosas que sin dificultad a cualquiera se ofreciera y aun indignas en otros? Fuera de que muchas veces son solo lugares comunes y en que siendo la sentencia, aunque general en todos, allí especial, las palabras son diversísimas» (Tamayo de Vargas, 1622, fol. 2 v-3 r). 67  Blanco, 2012, pp. 49-70 (p. 55). 68  Como ha subrayado la máxima especialista en la polémica gongorina, «las discusiones eruditas […] para aclarar las expresiones enigmáticas del poeta muestran que lo que está en juego es la propiedad refinada de los términos, un ideal de escritura en que cada palabra es una jugada arriesgada donde, aunque tal vez a ciegas, se apunta y se atina […]. El deleite de la poesía consistiría no sólo en la fascinación

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cerrar estas líneas, acaso sea oportuno rememorar dos testimonios en los que la lectura y la necesidad del conocimiento erudito van de la mano. El primero da voz a un deseo de Francisco de Trillo y Figueroa, que se dirigía así al receptor ideal de sus versos: «Lector, que seas propicio o no poco me importa, que seas muy erudito solamente me conviene»69. El otro fragmento proviene de una sugestiva exhortación de Vázquez Siruela, con la que nos invita a seguir sus pasos y ahondar en arduas pesquisas: «Entremos, pues, en la oficina de la erudición»70.

intuitiva ante la palabra del poeta sino en el descubrimiento y la contemplación morosa de su fundamento histórico, filológico y filosófico» (Blanco, 2012, p. 61). 69  La frase figura en la Razón de esta obra, partes de que se compone, estilo, imitación, intento y erudición, texto preliminar que encabeza la Neapolisea, Poema heroico y panegírico al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba (Granada, Baltasar de Bolívar y Francisco Sánchez, 1651). Leo de la edición moderna, al cuidado de Antonio Gallego Morell: Trillo y Figueroa, 1951, p. 419. 70  N. 35. Ms. BNE 3893, fol. 64v.

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FRANCISCO DEL VILLAR: SEMBLANZA DE UN ERUDITO BARROCO

Entre los varios ingenios pertenecientes al entorno de la erudición hispánica del siglo xvii, la figura de Francisco del Villar y Bago (Andújar, h. 1565-Andújar, 1639) presenta un interés notable por distintos motivos1. Ante todo, por el curioso papel que desempeñó en la polémica gongorina, pues participó en la misma con diversos escritos de alcance desigual. El perfil del clérigo iliturgitano también se antoja relevante por otra razón, ya que se convirtió en el principal impulsor de justas poéticas y festividades en el marco urbano de su villa natal. Por último, la doble condición de poeta ocasional y defensor acérrimo del obscuro estilo culto nos brinda una oportunidad magnífica para pulsar el influjo de la nueva poesía en distintos focos andaluces desde una cronología temprana, ya en el plano teórico, ya desde un aspecto más creativo y práctico. A lo largo de las siguientes páginas trataremos de arrojar alguna luz sobre el perfil biográfico y literario de este polemista meridional hoy apenas conocido, atendiendo a los varios aspectos que acabamos de señalar. 1. Algunos datos biográficos Hace casi sesenta años, Jean Canavaggio daba a las prensas el primer estudio consagrado a la figura que aquí nos ocupa2. En las páginas de Para el concepto de Humanismo erudito en Europa y su cronología aproximada, véase el estudio de Jehasse, 2002. Al entorno español del siglo xvii y los avatares de la erudición humanística ha consagrado importantes reflexiones Escobar Borrego, 2010. En cuanto a la aplicación del marbete ‘Humanismo erudito’ al campo de la polémica gongorina, remito a Blanco, 2012a, p. 58. 2  Canavaggio, 1965. 1 

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dicho artículo el hispanista francés se refería a la nebulosa que rodeaba la existencia de Francisco del Villar en los términos siguientes: «nous ne savons à peu près rien de la vie de cet honorable ecclésiastique». En efecto, por aquel entonces bien poco se conocía acerca de la trayectoria vital de este letrado andaluz, si dejamos al margen —como único dato aislado— su cargo de vicario y juez eclesiástico de Andújar, desempeñado en torno a 1630. Posteriormente, desde el campo de los estudios gongorinos se ha dedicado escasa atención a este oscuro partidario de Góngora3. En la primera monografía consagrada a la recepción crítica de las Soledades, Joaquín Roses Lozano acotaba en un apartado los principales trazos de «la polémica epistolar entre Francisco Cascales y Francisco del Villar». Allí el investigador cordobés apuntaba de nuevo cuán «poco sabemos sobre este personaje»4. Por fortuna, disponemos hoy de una interesante gavilla de datos que permiten reconstruir con cierto detalle sus pasos. En la ciudad de Andújar, hacia 1565, debió de nacer Francisco del Villar y Bago, en el seno de una familia perteneciente a las élites letradas de este importante núcleo urbano jiennense. Pudo cursar estudios en su ciudad natal junto al padre Melchor Navarro, que había sido en Granada uno de los más aventajados discípulos de Juan Latino5. Tras haber Excepción hecha del importante artículo publicado por Juan Matas Caballero en 1990, del que se dará noticia más adelante. 4  Roses Lozano, 1994, p. 39 (el apartado completo se extiende entre las pp. 3942). 5  Sobre la existencia proba del venerable padre Melchor Navarro se recogen las siguientes noticias en un curioso texto decimonónico: «Presbítero, natural de Andújar, en el reino de Jaén. Nunca fue niño, ni mozo en sus costumbres. Estudió en Granada desde los catorce hasta los veintidós años con el célebre negro Juan Latino, y aprovechó tanto en la Gramática, Retórica y Poesía, que mereció intentase su maestro sustituirlo en su cátedra; pero le precisó volver a su patria, donde ordenado de sacerdote obtuvo por oposición la cátedra de latinidad, enseñando en ella a sus discípulos aún más virtudes que letras, y de gratis a los pobres. Llenó España su escuela de sabios y virtuosos obispos, curas, religiosos y magistrados, que justamente se gloriaban de tener tal maestro. Restableció en Andújar el año de 1600 el tercer Orden de San Francisco, que había caído mucho, y emprendió una vida austera y penitente. Enseñar la doctrina cristiana, visitar los hospitales y los ejercicios de piedad y devoción ocupaban todas sus horas. Su devoción a la Concepción Purísima fue en extremo tierna y eficaz, procurando por todos los medios extender su veneración y culto. Premiole su afecto cordial y ardiente fervor la Santísima Virgen con un singular favor. Estando el día ocho de diciembre de 1634 hincado de rodillas en la capilla mayor del convento de San Francisco, haciendo oración a la una de la tarde, como lo tenía de costumbre, quedó muerto sin estrépito, ni enfermedad alguna. Y todos 3 

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c­ ulminado su aprendizaje inicial en Gramática y Humanidades, su trayectoria académica lo sitúa en uno de los principales centros culturales de la España de la época, ya que desde 1579 hasta 1582 su nombre quedaba recogido en los Libros de Matrícula del colegio de San Antonio, de la Universidad de Alcalá de Henares6. Desconocemos en qué momento el flamante estudiante del entorno complutense pudo tomar las órdenes, obtener el título de graduado y regresar a Andalucía, aunque se tiene noticia cierta de cómo obtuvo una capellanía en la iglesia de San Esteban, en la provincia de Jaén, a comienzos del siglo xvii7. Con suma generosidad, el padre don Francisco Juan Martínez Rojas, actual deán de la catedral jiennense, ha puesto a nuestra disposición varios datos de interés hallados en el Fondo de Capellanías y Obras Pías del Archivo Histórico Diocesano de Jaén, en el legajo correspondiente a Santisteban del Puerto y a la capellanía del licenciado Zarza. Como se desprende de tales documentos, «en 1601 el licenciado Francisco del Villar obtuvo la capellanía fundada por el licenciado Cristóbal de la Zarza, párroco de la parroquia de San Esteban, de la localidad de Santisteban del ­Puerto, por su testamento otorgado en 1598. El vicario general, licenciado Olea, reputaron tan dulce tránsito en tal día y ocasión, por un gran beneficio de su amada Señora. El clero de la parroquia de San Miguel, en la que por su testamento se había mandado enterrar el venerable difunto, hizo sacar su cadáver de la bóveda de los religiosos, donde lo habían sepultado, y trasladarlo a dicha iglesia, para no carecer de tan apreciable tesoro». Tomo la cita de Ramírez de Luque, 1805, t. IV, pp. 233-235. 6  «Villar de Vayo (Francisco) n. Andújar, 1582: C. S. Antonio, Lib. 1257, fº 90». Tomo el dato de José de Rújula y de Ochotorena, 1946, p. 877. En el Portal de Archivos Españoles en Red (PARES) puede consultarse asimismo la entrada de 1579 referida a los «Cursos en Teología probados ante la Universidad de Alcalá por Francisco del Villar, natural de Andújar» (Archivo Histórico Nacional, Universidades, L-478, fol. 780). Toda la información relativa a tales documentos se encuentra disponible en la red: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/ Control_servlet?accion=3&txt_id_desc_ud=4448309&fromagenda=N. 7  «Pleito del licenciado Francisco del Villar, opositor a la capellanía que instituyó el licenciado Cristóbal Esteban de la Zarza en la iglesia de San Esteban, año de 1601» (Archivo General del Obispado de Jaén, 1623, fol. 24 v). Parte de la información referente a este documento puede consultarse en red, en la revista Códice: http:// www.revistacodice.es/archivo_general_1623/3_2_fol_22v-32r.pdf. Como me notifica el padre Francisco Juan Martínez Rojas, deán de la catedral de Jaén, a día de hoy no se ha descubierto ningún dato sobre la ordenación sacerdotal de del Villar, «que debió ser a finales del xvi». Según me hace notar este profundo conocedor de los archivos eclesiásticos jiennenses, «el fondo de Expedientes de Órdenes empieza en el siglo xvii, por lo que no se puede rastrear datos sobre nuestro personaje ahí».

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erigió las capellanías y nombró primer capellán al licenciado del Villar, por haberlo señalado así en su testamento el licenciado Zarza». Como aclara el padre Martínez Rojas, «en Jaén, en esa época, los curas eran los actuales coadjutores o vicarios parroquiales. Ayudaban a los párrocos —llamados entonces priores en Jaén— en la parroquia, sobre todo en la administración de sacramentos. Su nombramiento duraba un año, lo realizaba el obispo y lo podía prorrogar indefinidamente si el párroco le daba el visto bueno. Se ve que las relaciones entre Zarza y del Villar fueron buenas, pues el primer nombró capellán de su capellanía al segundo». La citada documentación prueba que don Francisco del Villar mantuvo «la capellanía diecisiete años, ya que entre el 3 y el 13 de noviembre de 1618 hizo dejación libre de la misma. El argumento que dio es que renunciaba a la capellanía en favor de su sobrino Andrés de Ervás para que este pudiese ordenarse sacerdote. La escritura de renuncia la firmó en Villanueva de Andújar (actualmente Villanueva de la Reina), el 3 de noviembre de 1618. Mientras Santisteban del Puerto estaba entonces en el extremo oriental de la diócesis de Jaén, Andújar, localidad natal de Francisco del Villar, estaba en el occidental. Se ve que progresivamente se acercó a Andújar, ya que el lugar donde firma la renuncia está cercano a su localidad natal»8. Después de haber desempeñado funciones diversas en varias localidades del reino de Jaén, el licenciado Villar logró asentarse en su ciudad natal, donde llegaría a desempeñar los cargos de maestro, vicario perpetuo del Arciprestazgo de Andújar y comisario apostólico de la Santa Cruzada. La vida de Francisco del Villar debió de transcurrir desde entonces consagrada a las obligaciones marcadas por el ejercicio de sus distintas funciones y al cultivo de facetas diversas de las litterae humaniores. Gracias a la documentación conservada sabemos que el interés de Villar por el esoterismo llegó a ocasionarle algunos problemas con la Inquisición. La curiosidad que el humanista sentía por la adivinación y la consiguiente inclinación natural hacia el estudio de la astrología judiciaria motivaron una denuncia al Santo Oficio. Durante el proceso inquisitorial que se le incoó, se acusó al sacerdote de haber copiado un libro prohibido y de poseer un cartapacio en el que podían r­ econocerse

8  Cito por extenso las afirmaciones que el padre Martínez Rojas realiza en carta datada el 7 de mayo de 2014. Quisiera agradecerle ahora la magnífica ayuda brindada durante el transcurso de estas pesquisas.

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diferentes elementos de hechicería9. Tras el debido interrogatorio y juicio, durante el cual el acusado admitió todas sus faltas, se dictó una sentencia de reprensión y la historia se saldó con la confiscación de los textos sospechosos10. Tal como evidencia la documentación conservada, un misterioso episodio sangriento vino a truncar el hilo de una vida aparentemente plácida11. En efecto, en un documento datado en 1639, las actas ­capitulares de la ciudad de Andújar, se recoge la noticia del «pleito y causa criminal» que los hermanos de este personaje, don Luis del Villar Coronas Tejada, 1991, pp. 160-161: «La Inquisición española, que siempre fue dura con judíos y protestantes, manifestó una cierta benevolencia con brujos y hechiceros. La jurisdicción civil durante mucho tiempo se encargó de juzgar los casos de brujería y hechicería, siendo sus sentencias mucho más duras que cuando se encargó de esos casos la Inquisición. En el reino de Jaén y en la etapa que estamos estudiando sólo se presentan casos de hechicería […]. El estudio de los procesos de hechiceros incoados por la Inquisición nos presenta unas actividades o prácticas a las que se les quiere atribuir valores mágicos, aprovechándose de la credulidad ajena; a veces se trata de una colaboración amigable con el demonio al que se invoca e incluso se le amenaza si no aparece de forma ostensible y otras veces el hechizo se hace por amistad para resolver el problema de una amiga, aunque lo normal es que sea una actividad mercantil en la que se paga en dinero o más corrientemente en especie el favor recibido. En la hechicería se observa una total mescolanza de lo más sagrado y lo profano». 10  Da cumplida noticia del asunto Coronas Tejada, 1991, pp. 243-244. En la jurisdicción inquisitorial de Jaén se incoaron quince procesos por hechicería entre 1623 y 1666. Como suele ser habitual, la mayor parte de los mismos iban referidos a mujeres, ya que el delito se consideraba preferentemente femenino. Tan solo dos de las investigaciones acusan a varones, pertenecientes ambos al estamento clerical. Resume así las líneas principales de la historia el citado estudioso: «El caso de don Francisco del Villar, que ejercía su ministerio sacerdotal en Andújar, era el de una persona interesada por la llamada astrología judiciaria, pretendiendo conocer a través de las influencias de los astros y sus posiciones cómo iban a ser las cosas para los humanos, por ejemplo, cómo sería un viaje que pretendía realizar. Se le denunciaba de haber copiado un libro de astrología y de tener un cuaderno de “cosas supersticiosas y hechicería”. El clérigo no niega nada de la acusación y presenta libro y cuaderno. Después de las audiencias y demás pruebas y consulta de fe, los inquisidores dictaron la sentencia de represión y la confiscación del libro y cuaderno» (la cita en p. 244). 11  Quisiera agradecer a don Vicente Maroto, funcionario responsable del Archivo Municipal de Andújar, el generoso envío de este documento, recogido entre las actas capitulares iliturgitanas. Es justo apuntar que la primera noticia del mismo, con transcripción parcial de sus principales elementos, se halla en Torres Laguna, 1981, pp. 100-101. 9 

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y Bago, regidor perpetuo de Andújar, y doña Eufrasia del Villar, junto a su sobrino don Manuel Salcedo y Villar, movieron contra «Juan de Arenas y Manuel de Mestanza, ausentes, sobre los malos tratamientos, heridas y muerte alevosa de don Francisco del Villar, clérigo, presbítero y vicario perpetuo de rentas de esta ciudad y arciprestazgo» (véase el documento y la correspondiente transcripción en el Apéndice I). Por falta de otros indicios documentales, desconocemos aún las causas que pudieron motivar el homicidio de Francisco del Villar a manos de aquellos dos prófugos. 2. Para un pequeño perfil literario El interés de la historiografía literaria por Francisco del Villar nace de un detalle muy concreto: la pugna que mantuvo con Francisco Cascales a propósito de la obscuridad de las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea. Desde fecha temprana, la participación en el debate sobre la licitud de la obscuritas debió de granjearle un cierto renombre entre los apologistas del nuevo estilo12. De hecho, en el conocido listado de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora podemos encontrar ya —de forma esquemática— los datos esenciales sobre el humanista iliturgitano: «Maestro Don Francisco del Villar escribió en apoyo, contra Francisco Cascales, y dejó escrito un compendio poético»13. Como era natural, otra mención temprana del ingenio andujareño puede localizarse en las Epístolas satisfactorias, publicadas por Martín de Angulo y Pulgar en 1635. Este otro erudito defensor gongorino, en la «proposición séptima y última» de su argumentación, niega ante «cierto sujeto grave y docto» que los admiradores del nuevo estilo formen un cisma o una secta. Para apoyar su tesis propondrá una amplia lista de los ingenios que han manifestado su apoyo a Góngora, ordenándolos geográficamente. Tras mencionar a los más destacados autores de Madrid, Córdoba, Antequera, Sevilla, 12  Puede consultarse ahora la magnífica edición digital, minuciosamente anotada, de las cartas cruzadas por Cascales y Villar, al cuidado de Mercedes Blanco y Margherita Mulas: Cascales, 2018. 13  En dicho elenco el nombre del maestro Villar aparece en octava posición, después de varias figuras bastante más conocidas: Francisco de Amaya, el abad de Rute, Pedro Díaz de Rivas, Salcedo Coronel, Pellicer, Salazar Mardones y Diego de Pisa Ventimilla.Véase la transcripción y estudio de Hewson A. Ryan, 1953, p. 429.

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Salamanca, Segovia y Toledo, puede leerse lo siguiente: «En Andújar, el maestro don Francisco del Villar»14. Pocas noticias más sobre Villar pueden espigarse entre los documentos conservados de la polémica. Sin embargo, por algunos testimonios indirectos, podríamos afirmar que el erudito iliturgitano mantuvo un contacto más o menos estrecho con alguno de los principales escritores que entraron en esta lid. Por ejemplo, de cierto relieve se antoja la amistosa correspondencia que pudo mantener el maestro Villar con el discutido cronista real José Pellicer de Salas y Tovar, el más célebre de los comentaristas gongorinos. En efecto, en la Bibliotheca formada de los libros y obras públicas de don Joseph Pellicer de Ossau y Tovar, el polémico ingenio aragonés conserva preciosa noticia sobre un tratadito de naturaleza anticuaria de Villar, hoy perdido. Al leer en dicho volumen la sección consagrada a las diferentes Obras que han dedicado a don Joseph Pellicer diversos autores, la cuarta entrada, con fecha de 1639, arroja la información siguiente: Discurso Apologético en el cual se prueba que la población que antiguamente se llamaba Iliturgi o Forum Iulium es hoy la ilustre Ciudad de Andújar. Dedicósela a don Joseph Pellicer, en treinta párrafos, el maestro D. Francisco del Villar, su natural, y todo su contenido. Es la dedicatoria con muy hermoso estilo, muy individuales noticias de la Historia y la Geografía antigua15. 14  Epístolas satisfactorias, 1635, Puede verse asimismo la transcripción de Martínez Arancón, 1978, p. 221. En los Argumentos de cada estanza que Angulo y Pulgar sitúa al final de la Égloga fúnebre a don Luis de Góngora aparece citado nuevamente el clérigo de Andújar. Ofrezco seguidamente la anotación 28: «Calumniaron de obscuro al Polifemo, aunque abrió camino a la cultura y se la dio a nuestro lenguaje. Los doctos le siguen, loan y defienden. Entre los que escribieron en su favor fue el conde de Villamediana, don Juan de Tasis, como se colige de la décima “Royendo sí, mas no tanto”. Don Francisco de Córdoba, abad que fue de Rute, el doctor don Francisco de Amaya (siendo Colegial en Osuna) que hoy es Oidor de Valladolid y el licenciado Pedro Díaz de Rivas, natural de Córdoba.Y sin los comentadores que han tenido sus obras (de quien diremos después) escriben por Don Luis el Maestro Don Francisco del Villar, Juez de la Cruzada en Andújar, un Compendio retórico y poético; y don Joseph Antonio González de Salas en su Disertación Paradójica.Y yo entre tanto sujeto, no entre su número, le defendí en mis Epístolas satisfactorias, que escribí al Licenciado Francisco de Cascales, Maestro de Retórica y de grande erudición, de la Santa Iglesia de Cartagena» (Égloga fúnebre, 1638, fols. 18 v-19 r). Manejo el ejemplar encuadernado en el famoso códice de asunto gongorino: BNE Ms. 3906. 15  Bibliotheca formada de los libros y obras públicas de don Joseph Pellicer de Ossau y Tovar, 1671, fols. 150v-151 r.

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A la luz de la datación que en la Bibliotheca de Pellicer se atribuye al estudio anticuario de tema iliturgitano, podría confirmarse con bastante probabilidad que Villar envió al cronista real su Discurso apologético en los primeros meses de 1639, poco tiempo antes de morir a manos de Juan de Arenas y Manuel de Mestanza. Habida cuenta de los lazos amistosos fomentados a menudo por la proximidad geográfica, creemos que no cabe descartar un probable contacto entre Villar y don García de Salcedo Coronel. Hay cumplidas noticias de la continua relación que el famoso comentarista mantuvo entre 1616 y 1639 con varias villas y ciudades del reino de Jaén, pues así lo prueba la cuantiosa documentación conservada en el archivo de los condes de Luque. Durante las diversas estancias que el autor de los Cristales de Helicona realizó por tierras jiennenses parece bastante posible que mantuviera alguna relación con el apologista gongorino de Andújar16. En ese marco de redes locales, es obligado apuntar cómo, durante el siglo xvii, en el reino de Jaén varias ciudades promovieron la celebración de festejos solemnes, eternizados en una ineludible justa literaria. Además de los actos organizados en la capital y en otros núcleos importantes como Baeza o Úbeda, en Andújar se aprecia «un Con fecha de 23 de octubre de 1619, un documento explicita que Salcedo Coronel estaba por aquel entonces avecindado en el reino de Jaén: «Escritura otorgada por García de Salcedo Coronel, vecino de Linares, a favor de Martín de Labrid, de veinticuatro ducados y tres reales y medio, por el arrendamiento de una casa en la ciudad de Baeza». Pienso también en otro tipo de documentación que remacha una relación bastante estrecha y continua en el tiempo con el entorno jiennense. Baste, por ahora, evocar la escritura de compraventa de un oficio de regidor de la villa de Linares, otorgada por Salcedo Coronel a favor de Rodrigo de Benavides y Francisco Barragán (datada en 1620-1621); la escritura de obligación de pago de trescientos ducados por él otorgada a favor de Lope Sánchez de Valenzuela, veinticuatro de Baena, por la compra de un caballo (1616-1617) o la real cédula de Felipe IV otorgada para que García de Salcedo Coronel pueda tomar el hábito de Santiago en la ciudad de Baeza, sin desplazarse al convento por estar enfermo (1639). En otro orden de asuntos, tampoco debe olvidarse que entre las obras de erudición que Salcedo Coronel tenía en el telar cuando le asaltó la muerte figura un tratado de significativo título: Aparatos de la Historia de Baeza. Sobre la figura del comentarista gongorino, puede consultarse ahora la tesis doctoral de García Jiménez, 2014, pp. 7-28. Conviene tener en cuenta que, en este interesante esbozo biográfico, de indudable calidad, no se han considerado los abundantes datos procedentes de la numerosa documentación del Archivo de los condes de Luque. 16 

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alto ­número de celebraciones festivas en las que tanto los conventos ­religiosos como el cabildo de la ciudad no regatearon esfuerzos para reunir todo tipo de elementos, religiosos y profanos, orientados a conseguir la solemnidad que cada evento conmemorado requería»17. Por cuanto ahora nos interesa, los principales impresos conocidos de Francisco del Villar revelan el destacado papel que quiso jugar como dinamizador del entorno urbano y literario de su ciudad natal: Relación de la fiesta que celebró el muy observante convento de San Francisco de Andújar, al glorioso San Pedro Baptista y sus compañeros, primeros Mártires del Japón. Dispuesta por el M. D. Francisco del Villar y dedicada a la muy noble y leal ciudad de Andújar (1629)18; Relación del solemne recibimiento que en la ciudad de Andújar se hizo a una imagen de la Concepción de la Virgen Nuestra Señora. Por el Maestro Don Francisco del Villar (1633); Fiestas a la conducción del agua y primeras fuentes de la Ciudad de Andújar, por cuyo mandato el Maestro Don Francisco del Villar, Vicario Perpetuo y Comisario Apostólico de la Santa Cruzada de este Arciprestazgo las copió (1635). La inclinación de las élites letradas de Andújar por este tipo de celebraciones resulta muy marcada, ya que por esos mismos años, el sobrino de Francisco del Villar, el ocasional poeta Manuel Salcedo del Villar daba también a las prensas otra Relación de las fiestas que hizo la muy noble y muy leal ciudad de Andújar a la Beatificación del glorioso Patriarca San Juan de Dios (1631)19.

Valladares Reguero, 2008, p. 140 (sobre la figura de Villar véanse especialmente las pp. 143-146). Sobre las justas poéticas de la primera mitad del siglo xvii, puede consultarse la valoración de Osuna, 2010. 18  Puede verse el ejemplar de la Biblioteca de la Academia de la Historia («Papeles Varios», tomo XIX), con signatura 9-29-1-5755 (carece de los fols. 13-16 y 41-42). No he podido consultar el ejemplar custodiado en la biblioteca de la catedral de Córdoba con la signatura 1.211. Da importante noticia de estos impresos Valladares Reguero, 1997. 19  Madrid, Biblioteca Nacional,VE 131-24. 17 

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El prestigio de Villar en el entorno jiennense debió de cimentarse en actividades e impresos como los apuntados. De hecho, algunos textos eruditos de la época citan al clérigo iliturgitano como autoridad en puntos que afectan a la historia de algunas devociones locales, tal como prueba la Historia eclesiástica del reino y obispado de Jaén20. La participación de ingenios en los certámenes literarios de Andújar puede considerarse digna de nota, ya que a la justa de 1627 concurrieron quince autores, que presentaron un total de veintiséis composiciones. Los festejos de 1633 tuvieron un éxito de convocatoria aún mayor, puesto que en ellos participaron nada menos que veintiocho escritores con un total de cincuenta y siete poesías. Es obligado apuntar que no todos los justadores eran simples «rimadores de correcto oficio», ya que también participaron en tales certámenes figuras bien conocidas en el campo de la poesía barroca. Ante todo, hay que evocar al baezano Alonso de Bonilla, famoso maestro del conceptismo sacro, que fue galardonado en varios certámenes de 1627 y de 1633. También 20  «El maestro don Francisco del Villar en una relación que sacó a luz de las fiestas que en Andújar se celebraron a los Santos Mártires del Japón, en la dedicatoria a la ciudad escribe lo siguiente: “No ilustra menos el sepulcro de santa Potencia, que vivió y murió en este mismo distrito, el cual rompió ahora y deshizo el Ilustrísimo señor don Baltasar de Moscoso y Sandoval , obispo de Jaén, a fin de reedificarlo más suntuoso y rico, estampando en él demonstraciones de su devoto y piadoso celo, para lo cual examinó y autorizó la tradición que siempre esta ciudad ha tenido”» (Rus Puerta, 1634, fols. 252v-253r).

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es preciso recordar a la poetisa María de Rada, conectada asimismo con los ­círculos antequerano-granadinos, pues participó activamente en las Justas impresas por Francisco del Villar21. Sobre la ocasional dedicación del maestro Villar a la poesía de tema sacro es justo apuntar cómo sus coterráneos quisieron reconocer en su escritura indudables méritos, tal como evidencia la concesión de premios en la justa poética celebrada el 13 de junio de 1627 en honor de los protomártires del Japón. Con motivo de tal efeméride franciscana, el erudito autor participó en cuatro de los cinco certámenes convocados. La inspiración y el esfuerzo le granjearon dos destacados galardones: el primer premio en el certamen segundo y el segundo premio en el certamen tercero. El soneto con el que coronó su victoria dice así: Dulcísimo Jesús, si norte y guía es hoy vuestra Pasión a nuestros ojos, ¿qué tormentos podrán darnos enojos?, ¿qué penas vencerán nuestra alegría? Llegue a tomar tan bárbara porfía de estos sangrientos triunfos los despojos, que los clavos serán claveles rojos, rosas tan rigurosa tiranía. Con fervor de Francisco van diciendo veintitrés hijos suyos la esperanza desde el Japón al cielo conducida. Y el martirio no temen, ofreciendo cruces a Dios, lanzas a lanza, coronas a corona, a muerte vida22.

No cabe extenderse más en el examen del contexto urbano y festivo de este tipo de composiciones sacras, aunque parece obligado, al menos, apuntar la relevancia que podría tener este tipo de acontecimiento literario para valorar la difusión del nuevo estilo. Refiriéndose a la importancia de la Relación breve de las justas celebradas en Córdoba por la Sobre María de Rada, véase Osuna, 2005, en especial pp. 241-245. Relación de la fiesta que celebró el muy observante Convento de San Francisco de Andújar al Glorioso San Pedro Baptista y sus compañeros, primeros mártires del Japón, fol. 27 r. 21  22 

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beatificación de Santa Teresa (1615), el maestro Robert Jammes apuntaba el modo en que podemos «ver cómo, en un año apenas, los poetas de Córdoba, Antequera, Baeza… que participaron en este acto habían asimilado y adoptado todos los procedimientos estilísticos de las Soledades». El añorado decano de los estudios gongorinos invitaba asimismo a confrontar los datos de dicha relación con otros textos similares: «examinando desde el mismo punto de vista las numerosas relaciones de justas, fechadas con toda precisión, que han sido conservadas, no se toparía sin duda con ninguna obra maestra (aunque, ¿quién sabe?), pero se podría hacer un estudio cronológico preciso de la difusión del gongorismo en la península»23. A zaga de esa reflexión, quisiera evocar ahora algunos ágiles octosílabos del elogio de Andújar que Juan Fernández de Perea publicara en la Justa de 1633: Yace Andújar, apacible ciudad generosa, a donde Naturaleza y Fortuna pródigamente se oponen. Ilustre y noble por tantos heroicos hijos que al bronce de la Fama solicitan eternas ocupaciones. En sus templos y edificios quiere el Tiempo que reposen grandeza y antigüedad entre dóricos primores. Ceres y Baco la asisten, Minerva nombre le pone y el Betis por ver sus ninfas enfrena cursos veloces. Si en agradable fatiga tal vez la diosa triforme a su ejercicio concita venatorios escuadrones, tributos rinde la tierra, despojos tributa el bosque,

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Robert Jammes, introducción a las Soledades: Góngora, 1994, p. 99, n. 96.

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siendo víctima a sus aras cuanto vuela y cuanto corre24.

El ribete culto de la pequeña laus urbis consagrada a Andújar resulta evidente en detalles del tenor de la ponderación de su riqueza agrícola (trigales y viñedos) mediante los consabidos referentes mitológicos (Ceres, Baco), el empleo de la perífrasis alusiva referida a Diana («diosa triforme»), la utilización de cultismos latinizantes (concita, venatorios) o el reconocible giro sintáctico ser a («siendo víctima a sus aras/ cuanto vuela y cuanto corre»). Parece lícito sostener que el citado pasaje evoca de manera sutil el magisterio de algunos romances de corte laudatorio o cinegético, así como de la propia Fábula de Polifemo y Galatea. Los ecos de la poesía gongorina resultan asimismo apreciables en los versos de otro ingenio casi desconocido, Francisco Criado y Piédrola, que imita de la siguiente manera la famosa descripción del arroyo de la Soledad segunda (vv. 318-325): «Aunque vuestro, emancipado/ hoy vuestro dominio goce,/ mis vigilias en el agua,/ sierpe en cristales veloces/ que, cual víbora, al nacer/ a la tierra el pecho rompe,/ escupiendo por veneno/ el aljófar que la esconde./ Fuente que con pies de plata/ cuando no salta o no corre/ furiosa se precipita/ porque a los vuestros se postre»25. A veces el homenaje a los versos gongorinos aparece ribeteado de un cierto humor juguetón, como atestigua el fragmento de otro romance jocoso del mismo Francisco Criado y Piédrola, en el que este reescribe un celebérrimo pasaje del romance de Angélica y Medoro: «Vivisteis muy penitente,/ pues estuvo a los bochornos/ el alma con mucha sed/ y el cuerpo con poco toldo»26. Relación, fols. 39v-40r. Como me indican Marc Vitse y Robert Jammes, el último verso (cuanto vuela y cuanto corre) procede de la comedia gongorina Las firmezas de Isabela, donde figura con similar connotación gastronómica. Reproduzco aquí el pequeño pasaje que comprende los versos 576-579: «Convalescí en pocos días/ y aun granjeé fuerzas dobles,/ porque registró mi mesa/ cuanto vuela y cuanto corre» (Firmezas de Isabela, p. 77). 25  Relación, fols. 40r-41r. El aludido pasaje gongorino reza así: «el pie villano, que groseramente/ los cristales pisaba de una fuente./ Ella pues sierpe, y sierpe al fin pisada/ (aljófar vomitando fugitivo/ en lugar de veneno),/ torcida esconde, ya que no enroscada,/ las flores que de un parto dio lascivo/ Aura fecunda al matizado seno» (Góngora, 1994, p. 467). Corrijo la minúscula inicial del término «aura», ya que dicho vocablo realmente corresponde al nombre de una deidad menor. 26  Relación, fol. 55 r. Por supuesto, nos hallamos ante una reescritura cómica de dos de los más conocidos versos del romance En un pastoral albergue (vv. 13-14): «las 24 

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3. Villar y Cascales: una disputa en torno a la obscuritas Las tres misivas con las que el erudito murciano Francisco Cascales cerraba la Década Primera de sus Cartas filológicas forman un conocido tríptico de argumento polémico y gongorino27. Como es bien sabido, el autor de las Tablas poéticas encaminaba la Epístola VIII de aquel interesante volumen Al licenciado Luis Tribaldos de Toledo, proponiendo allí una importante argumentación Sobre la obscuridad del Polifemo y Soledades de don Luis de Góngora. La misiva aparece datada en Murcia, en el mes de noviembre, sin indicación de año. En una fecha imprecisa, el maestro Francisco del Villar respondería a las objeciones planteadas por Cascales con otra misiva, encaminada esta vez al maestro de la Orden Trinitaria fray Juan Ortiz de Atienza. Finalmente, tras haber recibido de manos del fraile la carta apologética de Villar, el quisquilloso erudito murciano argumentaría nuevamente contra las innovaciones poéticas gongorinas. Para comprender el hilo de reacciones y relaciones que testimonian tales cartas, quizá no estará de más ubicar temporalmente el ir y venir de misivas, al tiempo que se reflexiona brevemente sobre los actores de este apartado polémico. La datación de la pugna epistolar entre Cascales y Villar resulta bastante difícil de precisar. Como bien indica Juan Matas Caballero en un estudio particular consagrado al asunto, «a falta de otros datos más precisos, y aunque se trata de un paréntesis temporal demasiado largo, entre los venas con poca sangre,/ los ojos con mucha noche». Tomo la cita de la monumental edición crítica de Antonio Carreira: Romances, II, p. 89. Pueden añadirse así los versos de Criado y Piédrola al conjunto de imitaciones del contraste cuantitativo gongorino que el gran gongorista recoge en nota. En ese abigarrado conjunto se localizan las versiones debidas a ingenios tan dispares como el padre Villar, Antonio Enríquez Gómez, Miguel de Barrios, Baltasar López de Gurrea, Antonio Serrão de Castro, Hernando Domínguez Camargo y Francisco Acuyo. 27  Cartas Philológicas, es a saber de Letras Humanas, varia erudición, explicación de lugares, lecciones curiosas, documentos poéticos, observaciones, ritos y costumbres y muchas sentencias exquisitas, Murcia, Luis Verós, 1634. Las tres cartas ocupan, respectivamente, los fols. 29r-34r (Francisco Cascales a Luis Tribaldos de Toledo); 34v-37r (Francisco del Villar a fray Juan Ortiz); 37r-40v (Cascales a Villar). El tríptico epistolar fue editado asimismo por Martínez Arancón, 1978, pp. 191-208. Otra edición reciente de las dos primeras cartas de Villar y Cascales se halla en Reyes Cano, 2010, pp. 619-633. La mejor publicación del intercambio misivo es la cuidada por Mercedes Blanco y Margherita Mulas en el marco del proyecto Pólemos, precedida de un amplio estudio introductorio: Cascales, 2018.

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últimos meses de 1616 —fecha de la Carta echadiza— y 1621 —cuando le respondió Francisco del Villar— conviene situar la epístola» inicial de Cascales en censura del nuevo estilo obscuro28. Por otro lado, Joaquín Roses Lozano plantea una cronología bastante similar, ya que a su juicio «pudo abarcar desde el año 1615 al 1621», sin mencionar que la décima misiva es incluso «de fecha posterior»29. Otros gongoristas tan prestigiosos como Robert Jammes o Mercedes Blanco han expresado asimismo su opinión sobre el espinoso asunto30. El destinatario de la primera carta era un humanista bien conocido en los círculos cortesanos, ya que Luis Tribaldos de Toledo (Tébar, 1558-Madrid, 1634) había desempeñado —entre otros cometidos— labores docentes en el colegio Trilingüe de Alcalá de Henares. También fue secretario para la correspondencia latina del primer conde de Villamediana; asumió la función de preceptor de don Juan de Tassis y Peralta, el famoso poeta culto, II conde de Villamediana y, ya en el ápice de su carrera, obtuvo el honroso cargo de cronista de Indias31. En los círculos literarios de las décadas iniciales del siglo xvii, Tribaldos de Toledo gozaba de considerable reputación como especialista en las litterae humaniores: no solo había mantenido contacto epistolar con Justo Lipsio, sino que también había amparado con su autoridad la edición del Anacreón castellano de Quevedo y la impresión póstuma de las Rimas de Luis Carrillo y Sotomayor, pues compuso versos laudatorios para ambas obras32. También el docto Tomás Tamayo de Vargas hubo de consultarle durante la elaboración de sus comentarios a la poesía de Garcilaso de la Vega33. Desconocemos si en un primer momento el cronista de Indias llegó a pronunciarse públicamente acerca del nuevo estilo acuñado por

Matas Caballero, 1990, p. 69. Roses Lozano, 1994, p. 42. 30  Matas, 1990. En el utilísimo apéndice que Robert Jammes dedica a «La polémica de las Soledades (1613-1666)» al final de su edición de la obra maestra gongorina, se sintetiza buena parte de la información conocida hasta entonces sobre los textos de Villar, a quien se dedican las entradas XXXIII y LVII (Góngora, 1994, pp. 663-665 y 703-705). 31  Véase Arcos y Rodríguez, 2001a y 2001b. 32  La composición neolatina de Tribaldos, con una precisa traducción, puede leerse ahora en Quevedo, Anacreón castellano, pp. 135-136. 33  «No dejaré de añadir lo que me advirtió el licenciado Luis Tribaldos de Toledo, cuyo juicio es siempre para mí venerando por la integridad de su doctrina y ánimo» (Comentarios a Garcilaso, 1972, p. 631). 28  29 

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las obras mayores de Góngora. Ahora bien, tras la defunción del creador de las Soledades, un texto bien conocido prueba que finalmente este tomaría partido a favor del poeta. En efecto, desde Madrid, el 15 de noviembre de 1632, Luis Tribaldos de Toledo firmaba la Aprobación del volumen de Todas las obras de don Luis de Góngora recogidas por don Gonzalo de Hoces y Córdoba. Entre aquellas páginas preliminares, el prestigioso erudito afirmaba que las poesías gongorinas se pueden y deben estimar por la cosa más aguda y delgada y de mayor sal y donaire, con sus partes de gravedad, que han salido en estilo lucido en España, que esta es la quintaesencia de un entendimiento delgado, sublime y por excelencia, aunque singular, de general agrado para todos estados. Su grandeza es de manera que ni griegos ni latinos pueden competir con la vivacidad de sus conceptos y las demás lenguas vulgares vuelan muy rateras en su comparación. En suma, de este solo talento se puede España gloriar, pero no esperar otro semejante en estas letras, en varias edades34.

En suma, que Cascales recabara con una carta bien fundamentada el parecer de Tribaldos acerca de la obscuritas podría verse como una jugada magistral de los detractores del genial racionero, ya que de haber obtenido de este una censura pública del nuevo estilo, la aureola de prestigio que rodeaba al docto personaje se habría extendido asimismo al campo de los «casticistas». A juzgar por los elogios de Góngora que el cronista hizo en la Aprobación, parece que no llegó a buen puerto tal maniobra. Otro de los posibles interrogantes que plantea el intercambio epistolar aquí examinado surge, claro está, de la misteriosa figura del maestro fray Juan Ortiz de Atienza (Granada, 1580-Sevilla, 1636)35. Pese a que Todas las Obras de don Luis de Góngora, 1633, fol. 3 v. Sigo el texto del ejemplar BNM R-8143. 35  En el Diccionario de escritores trinitarios de España y Portugal, bajo la entrada Fray Juan Ortiz de Atienza se ofrece la siguiente información: «Fue hijo de Granada, Doctor por su Universidad y Catedrático de la misma durante muchos años, Consultor y Calificador del Santo Oficio, Ministro sucesivamente de los Conventos de Málaga, Jerez de la Frontera, Córdoba, dos veces de Andújar, de Murcia y Granada, Visitador de su Provincia de Andalucía y, últimamente, Vicario General y Provincial. Su argumento fue el más temido y celebrado en las escuelas y sus sermones aplaudidos por un lucido y numeroso auditorio. El padre Ortiz sacó excelentes discípulos en cátedra y púlpito. El padre fray Agustín Muñoz, Regente de Estudios del convento de Granada, Lector de Prima de Teología y secretario del Padre Maestro fray Miguel Ruiz, Provincial, en la aprobación que dio al elogio fúnebre 34 

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aún deberán realizarse estudios que esclarezcan detalladamente las andanzas de un religioso que llegó a alcanzar en la Orden Trinitaria el honroso cargo de vicario general y provincial de Andalucía entre 1635 y 1636, creo que los numerosos desplazamientos del predicador por diferentes ciudades meridionales permiten intuir algún posible contacto con los círculos literarios de Córdoba y Andújar, así como su interés por la nueva poesía. De hecho, sabemos que en 1605 fray Juan Ortiz participó en el capítulo trinitario celebrado en el convento de Córdoba36. Parece plausible que la relación amistosa entre el maestro Francisco del Villar y fray Juan Ortiz debió de cimentarse en el trato mantenido por ambos ingenios durante los años que el fraile revistió las funciones de ministro en el convento de Andújar, antes de ser destinado a Murcia. Formado Cascales en el más férreo clasicismo, en sus dos cartas se percibe claramente el «peso de la tradición», que aboga por el necesario equilibrio y la perfecta adecuación entre res y uerba37. El pensamiento del erudito murciano muestra cierta sintonía con una famosa reflexión de Quevedo, situada en el pórtico de su edición de las Poesías de fray Luis: «el arte es acomodar la locución al sujeto»38. La dificultad originada por determinados usos de la elocutio y no cohonestada por la profunda idea de la inventio (a la que se refiere Cascales con sintagmas del tenor de «recóndita doctrina» o «doctrina secreta») resulta censurable a juicio de los críticos que sustentan una tendencia conservadora. De ahí que la misma idea reiterativamente aflore en la epístola: «bien claro consta que la obscuridad del Polifemo no tiene excusa, pues no nace de recóndita doctrina, sino del ambagioso hipérbaton tan frecuente y de las metáforas tan continuas que se descubren unas a otras y aun a veces están unas sobre

predicado por el padre Fray Basilio de Sotomayor en las honras del Padre Ortiz trae unos versos del Padre fray Francisco de Guadarrama en que a dicho Padre Ortiz se le atribuye “ingenio divino, heroico, grave, raro, sutil y suave”. Estando predicando una Cuaresma fue sorprendido de una lenta calentura, que sin cumplir dos años de Provincial le llevó a la tumba. Acudieron a sus honras y entierro todas las órdenes religiosas y nobleza de Sevilla, donde murió a la edad de 56 años, pronunciando su elogio fúnebre el citado padre Basilio en el convento de Santa Justa y Rufina, donde se celebró dicha función el día 25 de abril de 1636. Escribió muchas materias teológicas y predicables, pero no sabemos que tenga algo impreso» (Asunción, 1899, t. II, pp. 174-175). 36  Pujana, 2006, p. 683. 37  Matas, 1990, p. 71. 38  Rivers, 1998, p. 47.

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otras»; «lo que no vemos en esta poesía culta, que sin haber doctrina secreta sino solo el trastorno de las palabras y el modo de hablar peregrino y jamás usado ni visto en nuestra lengua […] camina como el lobo, que da unos pasos adelante y otros atrás, para que así confusos no se eche de ver el camino que lleva»39. Al aire de esta preponderancia de la res sobre los uerba en la valoración clasicista, se ha destacado justamente la importancia concedida al hipérbaton en este punto de la polémica40. En efecto, a juicio de Cascales el origen de la obscuritas gongorina se localiza principalmente en la sobreabundancia de figuras de ornato, combinada con una llamativa y continua alteración del orden sintáctico: ¿Qué otra cosa nos dan el Polifemo y Soledades y otros poemas semejantes, sino palabras trastornadas con catacresis y metáforas licenciosas que, cuando fueran tropos muy legítimos, por ser tan continuos y seguidos unos con otros habían de engendrar oscuridad, intrincamiento y embarazo? Y el mal es que de sola la colocación de palabras y abusión de figuras nace y procede el caos de esta poesía41.

Dicho en otros términos, «el velo que entenebrece los conceptos» de la escritura gongorina «es sola la frasis»42. Por cierto, en este punto muestra Cascales significativas coincidencias con el parecer inicial del abad de Rute, que en la carta que enviara a Góngora sostenía el siguiente juicio sobre las Soledades: «nace en esta composición la obscuridad de la demasía de tropos y schemas, paréntesis, aposiciones, contraposiciones, interposiciones, sinécdoques, metáforas y otras figuras artificiosas y bizarras cada una de por sí; y a trechos y lugares, convenientes; mas no para amontonadas»43. Mucho se ha insistido en las acres censuras de Cascales, pero creo que quizá no se ha llamado suficientemente la atención sobre los elogios, probablemente sinceros, que el erudito también prodiga a la poesía gongorina compuesta entre 1580 y 1611. De hecho, desde el propio

Cartas Philológicas, fols. 34r y 32r. Blanco, 2010, pp. 183-184 y 186-187.Véase también Ly, 2011. 41  Cartas Philológicas, fol. 30v. 42  Cartas Philológicas, fol. 33r. 43  Martínez Arancón, 1978, p. 17. 39  40 

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i­nicio de la carta primera se refiere al genial racionero como «el archipoeta de Córdoba» y lo encomia en los siguientes términos: ¿Quién puede presumir de un ingenio tan divino, que ha ilustrado la poesía española a satisfacción de todo el mundo, ha engendrado tan peregrinos conceptos, ha enriquecido la lengua castellana con frases de oro, felicemente inventadas y felicemente recibidas con general aplauso, ha escrito con elegancia y lisura, con artificio y gala, con novedad de pensamientos y con estudio sumo, lo que ni la lengua puede encarecer ni el entendimiento acabar de admirar atónito y pasmado?44

Por mi parte, no logro percibir algún ribete de ironía en un pasaje marcado por la alabanza más encendida. Por supuesto, a continuación irrumpe el contraste, puesto que la altura intelectual y las indudables dotes para la poesía de Góngora hacían aún más increíble la tremenda caída de sus poemas mayores: «¿quién puede presumir [que alguien de su talento] había de salir ahora con ambagiosos hipérbatos y con estilo tan fuera de todo estilo y con una lengua tan llena de confusión que parecen todas las de Babel juntas?»45. De alguna manera, a zaga de esa valoración contrastiva, podría pensarse que las cartas de Cascales, de alguna manera, dan cuenta de la «historia de una decepción» colectiva: aquel escritor que parecía llamado a llevar la literatura de su siglo a las más altas cumbres, rivalizando con los autores antiguos (Virgilio) y modernos (Tasso), se ha atrevido a romper los preceptos clásicos en torno al estilo para ofrecer novedades que muchos ni comprenden, ni aprecian. Tras el crudo desengaño, al erudito autor de las Cartas filológicas le resta levantar acta de la existencia de un primer Góngora luminoso y otro destinado a perderse, errante, entre tinieblas: Si don Luis se hubiera quedado en la magnificencia de su primer estilo, hubiera puesto su estatua en medio de la Helicona, pero con esta introducción de la obscuridad, diremos que comenzó a edificar y no supo echar la clave al edificio. Quiso ser otro Ícaro y dio nombre al mar Icario […]. Por realzar la poesía castellana ha dado con las columnas en el suelo.Y si tengo de decir de una vez lo que siento, de príncipe de la luz se ha hecho príncipe de las tinieblas46. Cartas Philológicas, fol. 29v. Cartas Philológicas, fol. 29v. 46  Cartas Philológicas, fol. 40 r. 44  45 

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Al igual que Ícaro o Luzbel, la excesiva libertad, la ambición y la soberbia llevaron a Góngora a precipitarse en el abismo. Así, desde el contexto epistolar de la polémica, surgía en fecha temprana el tema candente de las «dos épocas» de Góngora, que ya Marcelino Menéndez Pelayo se encargaría de canonizar durante el siglo xix47. Por supuesto, desde el marco de una pequeña semblanza no podemos extendernos en otros particulares de interés que ofrece el curioso tríptico. Baste por ahora evocar tan solo otro pasaje interesante, donde Francisco del Villar pone de manifiesto la actitud hipócrita de los detractores de Góngora: No sé qué más claro se pueda decir y lo que me admira es que, después de haberlo satirizado, le imitan todos, quedando pasmados de oír que a las aves llamaba cítaras de pluma48. Y Lope en su Andrómeda llama a los ánades naves de pluma y otras infinitas imitaciones que dejo, por no cansarme y cansar a Vuestra Paternidad, a quien suplico a estas impertinencias dé tantas permisiones cuantas yo di admiraciones y alabanzas al ingenio del amigo, que por ser el que así lo es otro yo, pienso lo habrá reputado Vuestra Paternidad por servicio personal, a quien Nuestro Señor [guarde]49.

La mención expresa de uno de los epilios más conocidos de Lope ha permitido a los críticos establecer una fecha a quo para la carta del iliturgitano, situándola en un momento impreciso, posterior a la publicación de La Andrómeda, cuyos versos fueron recogidos en el volumen

47  Alonso, 1985, pp. 97-105. Distinguiendo una obra inicial de impecable gusto y elegancia, seguida de un brusco cambio estilístico y una segunda época marcada por la oscuridad y la aspereza, la crítica que Cascales hizo a Góngora pocos años después de la circulación de las obras mayores se asemeja bastante a la que Giovan Pietro Bellori hizo en 1672 de la pintura de Caravaggio. El historiógrafo establecía un marcado contraste entre las dos fases de la pintura caravaggiesca, condenando las tinieblas de la segunda: «la prima maniera dolce e pura di colorire fu la megliore, essendosi avanzato in essa al supremo merito e mostratosi con gran lode ottimo coloritore lombardo. Ma egli trascorse poi nell’altra oscura, tiratovi dal proprio temperamento, come ne’ costumi ancora era torbido e contenzioso» (Bellori, 2009, vol. I, p. 232). 48  Sobre una tipología de metáfora similar («alados violines»), presente en autores tan diversos como Marino, Góngora, Quevedo, Saint-Amant, Martial de Brives, Du Bois Hus, Le Moyne, De Saint-Louis o Perrin, ha disertado Rousset, 1995, pp. 184-187. 49  Cartas Philológicas, fols. 36v-37r.

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de La Filomena (1621)50. Ahora bien, pese a lo que allí se indica, el pasaje al que alude Villar no se encuentra en el poema mitológico citado, sino en el primer canto del otro epilio, dedicado a la historia luctuosa de Filomena, Progne y Tereo. En dicho relato puede leerse la siguiente descripción (vv. 393-400): «Los jardines le pinta siempre hermosos,/ las retóricas fuentes, porque luego/ son todas artificios sonorosos/ y las burlas del agua en las del fuego;/ los estanques, que nadan bulliciosos/ ánades mansos con lascivo fuego/ y el cisne que compite con la espuma,/ con alta presunción nave de pluma». A la luz de este pasaje puede reconocerse otra imprecisión en la cita que Villar parece estar haciendo de memoria, puesto que pese a compartir espacio con los ánades, el ave al que se aplica la metáfora es el blanco y altivo cisne. En otro orden de asuntos,Villar apunta asimismo la existencia de «otras infinitas imitaciones», que omite por evitar prolijidad. Podría acaso referirse a otro de los textos más característicos del libro impreso por el Fénix en 1621; me refiero a la suntuosa Descripción de La Tapada, insigne monte y recreación del duque de Braganza. Tras haber elogiado en varias octavas la hermosura de sus lagos, la variedad de su fauna, la abundancia de plantas y flores, el dramaturgo apuntaba lo siguiente acerca de la presencia de aves: «Los árboles en huertas no envidiaran/ la primera del mundo, a no ser puesta/ de aquel divino agricultor, ni hallaran/ la más famosa a su hermosura opuesta;/ aquí las aves como en centro paran;/ su asilo, su región, su esfera es esta;/ aquí, tal vez en ramas, tal en flores,/ cantan sus celos alternando amores»51. Una vez evocado esta suerte de paraíso ornitológico, Lope reescribe del siguiente modo la metáfora de la navegación aérea: «Nadan el aire y los plumosos remos/ el dïáfano campo libres cortan/ y, tocando a las nubes los extremos,/ Ícaros ya cobardes se reportan»52. Para probar la veracidad del aserto del apologista de Andújar quizá no 50  En los preliminares de La Filomena, la suma del privilegio está fechada el 13 de junio de 1621; la suma de la tasa, el 19 de julio del mismo año y la fe de erratas lleva fecha de 7 de julio. Debemos, por tanto, suponer que el volumen comenzaría a distribuirse ya avanzado el verano (Lope de Vega, Obras poéticas, p. 529). Las octavas de La Andrómeda se localizan en pp. 675-695. Evidentemente Villar estaba citando de memoria, ya que en ninguna de las noventa y ocho estancias del epilio consagrado a los amores de Andrómeda y Perseo incluía Lope el sintagma «naves de pluma». 51  Remito a la excelente edición cuidada por Alberto Fadón Duarte: Descripción de La Tapada, 2020, p. 109. 52  Descripción de La Tapada, 2020, p. 109. Puede leerse también en Obras poéticas, 1989, p. 662.

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esté de más apuntar aquí otra huella de la metáfora de la navegación alada, ya que en un bello idilio consagrado al duque de Maqueda, Esteban Manuel de Villegas empleaba la misma imagen culta para referirse al vuelo de las aves cuando perciben el brillo de los ojos de la amada: «Por cuya luz de innumerable suma/ veloces más que el mismo pensamiento/ con alado remar naves de pluma/ volvieron a surcar mares de viento,/ formando visos en lugar de espuma/ su no desalentado movimiento/ y alegres alternando aquella salva/ que por patrona se le debe al Alba»53. 4. Góngora como nuevo Marcial: relieves de un texto fragmentario En el conocido catálogo dedicado a la Polémica de las Soledades, Robert Jammes daba ya alguna noticia del «traslado incompleto» del manuscrito del Compendio poético del maestro Francisco del Villar. Sobre los escasos capítulos que hoy se conservan de esta obra no muy conocida, el catedrático de Toulouse adelantaba el siguiente juicio: «son de un interés más bien mediano», aunque bien «merecerían un análisis crítico»54. En marcado contraste, la valoración de ese mismo texto por Jean Canavaggio resulta mucho más positiva. En efecto, el citado estudioso no dudaría en tildar de «document bibliographique précieux» este curioso «compendio» de asunto gongorino55. El título completo que lleva el códice custodiado en la Biblioteca Nacional con la signatura BNM Ms. 2529 es el siguiente: Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por don Francisco del Villar,Vicario, Juez eclesiástico de Andújar, por los años de 1630, cuyo original pasó en poder del

Villegas, 1797, p. 393. Soledades, 1994, p. 704. 55  Canavaggio, 1965, p. 252. El estudio se centra únicamente en las noticias que los Fragmentos del Compendio Poético van espigando sobre la producción dramática de Góngora. De hecho, de forma algo llamativa, junto a los tres títulos teatrales más conocidos (Firmezas de Isabela, Doctor Carlino, Comedia Venatoria) se nombra una misteriosa cuarta pieza, hoy perdida, el Mundo al revés. Sin duda, el intento de dilucidar las intenciones profundas del autor cordobés al componer un tipo de comedia radicalmente opuesto a la renovación lopesca resulta un importante foco de atención en las páginas redactadas por Francisco del Villar. Ahora bien, no pretendemos aquí repetir cuestiones ya examinadas por el profesor Canavaggio, sino que intentaremos poner de relieve otros aspectos que hasta ahora habían pasado desapercibidos. 53  54 

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marqués de la Merced. La datación aproximada del manuscrito original perdido, basada en algunos datos internos, permite situar la escritura del documento apologético en torno a 163556. El eje del minucioso encomio que Villar consagra a la obra gongorina se sustenta en una idea central: «en todo género de poesía fue eminente don Luis de Góngora». Desde ese axis argumental, el maestro de Andújar irá desgranando los distintos aspectos creativos de su admirado autor: «Don Luis de Góngora fue singular poeta epigramatario», «Don Luis de Góngora fue en todo rigor poeta heroico», «Don Luis de Góngora fue eminente en lo lírico», «Don Luis de Góngora fue maestro de lo satírico y jocoso», «Don Luis de Góngora fue el primero en burlesco», «no le faltó a don Luis de Góngora espíritu para lo sacro», «Don Luis de Góngora trató con propiedad lo cómico». Por supuesto, tras haber fundamentado la excelencia alcanzada por el poeta cordobés en el cultivo del epigrama, la poesía heroica y la lírica, en la sátira, en la escritura burlesca, en la poesía de tema religioso y en la escritura teatral, Francisco del Villar solo podía llegar a una conclusión: «Don Luis de Góngora fue el mayor poeta de España». Como suele ser preceptivo en la retórica demostrativa del Siglo de Oro, en el comienzo mismo de su argumentación el maestro Villar apuntala el carácter admirable y sublime de la obra de Góngora mediante la comparación con los más grandes modelos de la Antigüedad: Tal es la cortedad de nuestro discurso y su capacidad tan limitada que apenas hay ingenio en quien dos facultades se hallen con eminencia, aunque no falta en nuestros tiempos presunción —¡vano despejo!— que se haya atrevido a tener públicas conclusiones de todas. Aun dentro de una misma ciencia se dan pocas veces las manos lo práctico y lo teórico, verdad

56  Jean Canavaggio establecía la cronología aproximada del manuscrito entre 1636 y 1637, al considerarlo posterior a la muerte de Lope de Vega (1635) —puesto que se alude al óbito del Fénix— y lo estima anterior al fallecimiento de Pérez de Montalbán (1638), de quien habla Villar como todavía vivo (Canavaggio, 1965, pp. 245-254). Con todo, hay que tener en cuenta que en la página 71 de este curioso texto apologético se explicita el año: «Con atención hoy en el año de 635 las voces que a fuerza de bien ponderados conceptos y no vistos aplausos dieron el principio de la Poesía española y Laurel de Apolo (sin guardar a nadie la cara) al genio más abundante de nuestro siglo, a la dulzura más fácil y conceptuosa que vieron los pasados. Lope de Vega Carpio abonó no solamente de su fama, sino de cuantas cosas le prohijaron el nombre».

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que ordinariamente están mirando las experiencias. Sea ejemplar la poética, cuyas partes, como si fueran incompatibles o contrarias, raras veces las vemos hermanadas en un sujeto. En lo heroico se ciñeron el laurel Homero y Virgilio, en lo lírico Horacio y Píndaro, en lo satírico Persio y Juvenal, en lo epigramatario Marcial y Catulo, en lo cómico Plauto y Terencio, en lo trágico Lucano y Séneca. Don Luis de Góngora parece que supo poner excepción a esta regla, jugando las armas de Apolo a muchas manos y recibiendo cariño de todas las Musas. Algunos se han persuadido que solo en lo satírico hizo con mejores esfuerzos, pero cualesquiera que eche las [s]ondas hallará su profundidad; en lo epigramatario, heroico y lírico sus obras mismas harán demonstración matemática, que no ha menester ajena defensa quien siempre viste tan aceradas armas57.

Villar pasa lista en este elocuente párrafo a los principales géneros antiguos, indicando quiénes son los dos autores más eximios en cada uno de los seis campos evocados. De tal manera se identifica a los grandes maestros de la epopeya (Homero y Virgilio), la poesía lírica (Píndaro y Horacio), la sátira (Juvenal y Persio), el epigrama (Catulo y Marcial), la comedia (Terencio y Plauto) y la tragedia (Séneca y Lucano).Tras haber establecido que habitualmente un poeta solo consigue alcanzar la excelencia en uno de aquellos terrenos, mientras que los demás le aparecen vedados, sostiene, según la tópica del sobrepujamiento, que Góngora vendría a ser un caso único en la historia literaria, ya que el vate cordobés consiguió alcanzar las más altas cimas en terrenos genéricos tan diversos como la poesía lírica, el epigrama, la sátira y el poema heroico. Pese al considerable interés que podrían suscitar algunas reflexiones de Villar sobre la poesía heroica gongorina o sus valoraciones de lo lírico y lo burlesco, me limitaré únicamente a glosar ciertos aspectos de las páginas que consagraba al epigrama58. Tras haber dedicado varios p­ árrafos 57  Fragmentos del Compendio Poético, pp. 1-3. Permítase remitir a la edición del texto de Villar, recogida en el capítulo sexto del presente volumen. 58  Baste como botón de muestra el combativo arranque de esa sección: «De mano armada se ha querido poner la Envidia de parte de algunos, que con avaricia culpable niegan a don Luis el blasón de poeta heroico. Pero cuando las evidencias descubren la cara, ¿qué ingenio dócil no las respeta? Escribió las Soledades, Polifemo, Panegírico y muchas canciones y sonetos, que por lo ilustre de los asuntos, por la pompa del verso y por la alteza del estilo pertenecen a la épica. Éstos fueron los poemas donde procuró lucir la agudeza, el ingenio, la sazón de la edad y los estudios de la erudición. De éstos hizo honrosa gala y aprecio, que de las burlas y juguetes (con calificarlo tanto) siempre se dio por desentendido. Para lo escénico y lírico se valió

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al asunto de la obscuritas, remachando la idea de que «la desigualdad en los asuntos causa diferencia en el estilo»59, Francisco del Villar aborda un tema ciertamente original: la condición de «singular poeta epigramatario»60. El interés del erudito de Andújar por el conjunto de los poemas breves gongorinos merece especial atención por lo inhabitual que resulta en su tiempo. Como es bien sabido, en las Lecciones solemnes, José Pellicer de Salas se limitaría a comentar las obras mayores de Góngora y, por consiguiente, dejó fuera de su estudio el entero conjunto de la poesía «menor». Algo similar ocurre con las aportaciones críticas de don García de Salcedo Coronel. En los varios volúmenes de anotaciones que el comentarista sevillano dio a las prensas entre 1629 y 1648, también quedaba completamente al margen el interesante corpus epigramático legado por el poeta61. En clara sintonía con los comentaristas más célebres, tampoco los demás ingenios (Andrés Cuesta, Pedro Díaz de Rivas, de su natural solo, para lo épico o heroico del natural y el arte.Y no consiguió más el ocio que el desvelo, o que pudo más el descuido que los conatos» (pp. 25-27). El paralelo con el padre de la literatura occidental aparece en p. 32: «Y así Pedro Díaz de Rivas en la edición de Madrid le intitula el Homero español». Más adelante alude al conocido texto de las Lecciones solemnes y a la autoridad de José Pellicer de Salas, contrastando los sobrenombres aplicados a Góngora: «Pocos pertrechos de razones y menos aparatos de argumentos serán necesarios para conseguir este intento [probar que “Don Luis de Góngora fue eminente en lo lírico”], pues aunque Pedro Díaz de Rivas y la edición primera de las obras de don Luis le intitula el Homero español, un docto comentador suyo le da el lauro de príncipe de los poetas líricos y este parecer sigue el mayor resto de los aficionados a sus obras» (pp. 40-41). En una nota marginal se aclara: «Pellicer en Lecc. Sol.». Cabría desarrollar en otros asedios críticos el análisis de lo heroico, lo lírico y lo burlesco, tal como lo aprecia Villar. 59  Desarrolla el tema entre las páginas 13-14 del manuscrito. Al final de este apartado pondera de este modo el cambio estilístico: «Y queriendo huir el cuerpo a las alabanzas del vulgo, como de poco aprecio en orejas cuerdas, advertido de todos ejemplos y segura doctrina latina y griega, penetró lo más escondido del Parnaso y se hizo dueño de los secretos no comunicados de las Musas, pretendiendo guardarse en lo heroico, con que se halló obligado a realzar el estilo, dificultar las frases y aun escurecerlas, y así comenzó las Soledades diciendo “Pasos de un Peregrino son errantes/ cuantos me dictó versos dulce Musa/ en soledad confusa”. Con que mostró la comprehensión especulativa que tuvo de los preceptos de esta profesión y la facilidad con que se acomodó a la práctica de ellos» (Fragmentos del Compendio Poético, pp. 13-14). 60  Sobre este particular, véanse las pp. 14-25. 61  García Jiménez, 2013, pp. 31-60. Conviene, con todo, apuntar cómo en el volumen donde comenta los sonetos, impreso en 1644, Salcedo Coronel anunciaba su propósito de dar a las prensas otro tomo de anotaciones, consagrado a los «romances,

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Cristóbal de Salazar Mardones, Manuel Serrano de Paz…) mostraron excesivo interés por el importante ciclo que forman los epigramas gongorinos. Las páginas de Francisco del Villar sobre la relevancia del genus minimum constituyen, pues, un documento excepcional en el contexto de la tradición crítica del siglo xvii. De hecho, esa suerte de preterición por parte de los comentaristas estaba llamada a perpetuarse durante las siguientes centurias, al punto que en un reciente estudio se apuntaba cómo las décimas, que conforman la principal aportación gongorina al epigrama vernáculo, constituyen todavía «el corpus más desatendido de la poesía de Góngora»62. Con términos altamente elogiosos abría su reflexión el maestro Villar: Aunque en todo género de poesía le tejieron las Musas coronas a nuestro poeta, en el genio de los epigramas (que son inscripciones breves y agudas) no le han igualado alguno en Italia ni en Grecia; en superior esfera le miran todos; en cada hoja de sus guirnaldas parece que quiso la erudición escribir con letras de oro triunfos que le eternizan. Mas, ¿qué mucho si su desvelo fue llave maestra para manifestar cuantos conceptos y adornos han tenido escondidos y reclusos todas las edades? Engolfose don Luis en el Océano abundante y provechoso de la lección antigua y tomando alturas de seguros polos, halló nuevos y no conocidos rumbos, Colón de no menos preciosas Indias con la carta de marear de su estudiosa porfía. No se atreviera por sí sola mi atención a tan arrogante censura63: así lo publicaron siempre con constante entereza el maestro Baltasar de Céspedes, que lo fue de Retórica en la Universidad de Salamanca; el padre Martín de Roa, varón eminente en todas letras, de cuya destreza en las lenguas castellana, latina y griega se puede muy bien fiar la seguridad de este juicio, pues supieron registrarles aun los ápices más pequeños de la propiedad y gramática de todas. Los ejemplares64 no pudieron sacar de este empeño: si el celo cristiano y la piedad cortés (que trabajan por tenerlas reclusas) permitieran salir a luz las

décimas, comedias y otras poesías varias». Dicho trabajo, de haberse realizado, jamás llegó a ver la luz. 62  Pezzini, 2013, p. 101. Algo más adelante, la estudiosa pisana afirma: «la indiferencia demostrada por los gongoristas del siglo xvii en comentar las décimas iguala el desinterés por editarlas» (p. 104). La profesora Pezzini ha cuidado en fechas recientes la edición de las Décimas, 2018, del poeta cordobés. 63  El sintagma «arrogante censura» debe entenderse con la posible acepción de ‘opinión presuntuosa’ o ‘juicio tan jactancioso’. 64  Emplea la voz ejemplar con el sentido restrictivo de texto ‘original’.

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agudezas y donaires que escribió en amoroso y satírico, la curiosidad y el despejo las guardan en los archivos de no pocos acreditados gustos, pero no las desperdician, ni estragan, aunque las traen siempre entre las manos: a la imprenta se niegan, no a las memorias, que para recreación del anónimo las conservan, cosa que no desdora el honor o desdice del recato. Razón es (perdone el desahogo más atrevido) que ande de barrio65 y parezca con rebozo, pero según el aprecio que veo de estas obras, las diligencias con que algunos las buscan y la avaricia con que las poseen, me persuado a que este siglo las ha de vincular66 a los venideros67.

El fragmento insiste en la conocida idea de la imitatio/aemulatio de diversos modelos, al punto que pondera el modo en que los epigramas gongorinos han logrado superar a los de Italia y Grecia. Podría inferirse de lo apuntado en estas líneas que Villar estimaba acaso que en la poesía del Siglo de Oro el género del epigrama no había alcanzado contornos bien definidos y solo con el espaldarazo gongorino al antiguo genus minimum este llegaría a integrarse del todo en el campo literario de la época. Invita a pensar así la identidad que establece entre Góngora y el almirante Cristóbal Colón, pues con sus versos el genial racionero encontró «nuevos y no conocidos rumbos» que le llevarían a descubrir «no menos preciosas Indias». Otro detalle interesante del pasaje es la noticia indirecta sobre la circulación manuscrita de los epigramas gongorinos, en especial los de asunto satírico y amoroso. El clérigo iliturgitano afirma que «en los archivos de no pocos acreditados gustos» se custodia copia de tales poemas, mas tales versos no se han sometido ni a los estragos de la «imprenta», ni a los de la opinión pública, ya que podrían resultar de alguna manera lesivos para la honra de los personajes aludidos68. Si en algún caso singular tal escritura «desdora el honor o desdice del recato», ello 65  La expresión andar de barrio aparece en varios textos de la época, como la comedia lopesca Servir a señor discreto (Madrid, Castalia, v. 733). Edición Weber de Kurlat. 66  Como tecnicismo del lenguaje forense, entiéndase el verbo vincular como ‘dar en herencia inalienable’. 67  Fragmentos del Compendio Poético, pp. 15-18. 68  Como bien apunta el profesor Vitse, el empleo de la voz estrago en el pasaje puede resultar ambiguo, de algún modo. Quizá no se hable aquí tanto de los estragos e imprecisiones materiales cometidos en el paso del manuscrito a la impresión, sino de los estragos que puede generar la difusión pública, mucho más mayoritaria, por impresa.

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no impide que se tengan en la mayor estima, puesto que los entendidos «las buscan» con diligencia y «las poseen» con avaricia69. La difusión de los epigramas gongorinos esbozada en esas líneas nos hace recordar —con Antonio Carreira— que «muchos textos de aquel tiempo dejan entrever que hubo cierta devoción por el manuscrito, que los autores competían por alcanzar el más preciado, el más fiable, pues para ellos, en resumen, la verdad de los textos se encontraba antes en el manuscrito que en el impreso. El colmo de fidelidad lo representaban, naturalmente, los autógrafos; luego venían los idiógrafos, los apógrafos y demás, que eran coleccionados con fruición por eruditos y aficionados. El libro impreso, sin negar su utilidad, fue visto a veces con recelo, no solo por atribuirle mayor descuido, sino también porque se había convertido en mercancía»70. Por otro lado, no quisiera dejar de notar cómo, en el citado párrafo, el maestro Villar sustenta su valoración en la auctoritas de dos intelectuales de reconocido prestigio: el catedrático Baltasar de Céspedes y el erudito cordobés Martín de Roa71. Al margen de la mención que aparece en la segunda de las Epístolas satisfactorias de Angulo y Pulgar, y esta cita del Compendio poético, no se ha exhumado hasta la fecha ninguna declaración del humanista Baltasar de Céspedes (Granada, h. 1560-Salamanca, 1615) a favor de la nueva poesía72. Quizá podría sospecharse que el

69  Robert Jammes y Marc Vitse no comparten esta posible interpretación. A juicio de los dos maestros, la idea que se sostiene en el pasaje sería la siguiente: la circulación manuscrita permite respetar el decoro, sin desdorar el honor de nadie. Bajo esa luz, los catedráticos de Toulouse-Le Mirail consideran necesaria una reinterpretación de todo el final de la cita, y nueva redacción del comentario: «se custodia copia de tales obras, pero los anónimos que para su recreación las conservan no las entregan a la imprenta, de modo que no se ofende al honor de nadie ni a la decencia. Algunos las buscan, pero cuando las tienen no las comunican, como si se hubieran de reservar para que las hereden los siglos venideros». 70  Carreira, 2001, p. 24. El estudio queda recogido en una deslumbrante colectánea: Carreira, 2021b. 71  Martín de Roa (Córdoba, 1561-Montilla, 1637) ingresó en la Compañía de Jesús en 1576. Por sus aptitudes e inclinación a las letras, desempeñó las funciones de docente de Retórica y Teología en el colegio de Córdoba. También ocupó el cargo de rector en los colegios de Jerez, Écija, Sevilla, Córdoba y Málaga. Residió un tiempo en Roma como procurador. En el conocido listado de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora, el vigésimo sexto escritor citado es el propio Roa (véase Ryan, 1953, pp. 430 y 451). 72  Marín, 1966; Mañas Núñez, 2002; Comellas, 2009.

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a­ utor de los hoy perdidos Hypomnemata a los epigramas de Marcial sintiera alguna inclinación por el estilo agudo y conceptuoso de Góngora. Con todo, hay que recordar que en el entorno del Alma Mater Helmantica la poesía del genio cordobés contaba con importantes apoyos, como el del helenista Andrés Cuesta y algo más adelante el de Manuel Serrano de Paz, licenciado en Medicina por dicha universidad73. Sería interesante, por otro lado, precisar si la mención del cordobés Martín de Roa por parte del maestro Villar pudo estar motivada por la lectura de la obra que el docto jesuita publicó en 1636. Me refiero al tratado sobre el Antiguo Principado de Córdoba en la España Ulterior. En dicho texto el mílite ignaciano incorporaba el elogio de los tres máximos escritores «modernos» de su ciudad natal (Mena, Rufo, Góngora), afirmando lo siguiente: En nuestro siglo ilustres poetas se han visto, el Virgilio español Juan de Mena, que en grandeza de estilo, erudición y conocimiento de varias letras no cede a ninguno de los antiguos; el jurado Juan Rufo en su Austriada y Seiscientas, digno de muy buen lugar; el Plauto y Marcial de nuestra edad, don Luis de Góngora, superior sin agravio de los mejores latinos y griegos en cultura, agudeza y mucho más en sal y donaire sin comparación74.

La insistencia del padre Roa en la «agudeza» y, sobre todo, en la «sal y donaire sin comparación» que definirían a Góngora como «Marcial de nuestra edad» debe ponerse en paralelo con valoraciones de parecido tenor. De hecho, puede apreciarse cuán extendida estaba entre los humanistas de la España barroca la idea de exaltar la figura del escritor cordobés como una suerte de Martialis redivivus planteando un pequeño recorrido de ejemplos fechados entre los primeros años de la centuria y, aproximadamente, la mitad del siglo75. Siguiendo el hilo temporal, desde una cronología tan temprana como 1604, Bartolomé Jiménez Patón denominaba ya a Góngora como el «nuevo Marcial castellano». De forma algo significativa, el conocido 73  Para la figura de Andrés Cuesta, es de obligada consulta Micó, 2001, pp. 111131. Sobre Serrano de Paz, puede verse el capítulo quinto de la presente monografía, junto con la bibliografía allí indicada. 74  Antiguo principado de Córdoba, fol. 26 v. 75  Mercedes Blanco y Jesús Ponce Cárdenas han reflexionado en un trabajo conjunto sobre la identificación entre Góngora y Marcial, atendiendo a una casuística más amplia que la aquí recogida (Blanco y Ponce Cárdenas, 2021, pp. 335-362).

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maestro de Retórica aplicaba dicho sintagma al creador de las Soledades mientras ponderaba el uso de una de las clases de ironía (el astismos), de la que Góngora haría uso en un epigrama sepulcral76. Bien avanzada la década siguiente, en 1616, Fernando Luis de Vera y Mendoza culminaba la primera redacción del conocido Panegírico por la poesía. En esta célebre alabanza de las litterae humaniores, el noble meridional sostenía que «don Luis de Góngora nació en la calle de Marcial y, sin ninguna duda, con mayor sal y no menores nervios en las veras que agudeza en las burlas»77. Otro testimonio interesante ofrece el erudito anticuario Rodrigo Caro, que emplea la designación de «Marcial cordobés» en 1626 y cita, además, con una pequeña glosa, una de las décimas gongorinas para refrendar tal aserto78. Por otra parte, uno de los discípulos más cercanos del creador de las Soledades, el predicador real fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, en un conocido romance laudatorio encaminado a Góngora, también emplea el parangón con el bilbilitano: «¡Oh tú, Lelio, que heredando/ al docto Marcial la pluma,/ las sales que el mundo admira/ Píndaro mejor renuncias!»79. En 1627, precisamente desde la dedicatoria de La estafeta del dios Momo a Paravicino, el conocido novelista Alonso de Salas Barbadillo invocaba la doble protección de Marcial y Góngora, considerados ambos por igual «ingenios príncipes»: Las horas que vuestra reverendísima ocupare leyendo estos borrones (supuesto que ninguna tiene ociosas) las ha de usurpar a sí mismo y darme aquel tiempo precioso, que gastado consigo fuera como siempre padre de Elocuencia española en arte, p. 399. El texto fue impreso una década más tarde, en Montilla, en 1627. Panegyrico por la poesía, fol. 53 v. Sigo el texto del ejemplar BNM R-15005. Puede verse asimismo la edición moderna de Delgado Moral, 2013, p. 285. 78  Días geniales, t. II, p. 13. «Don Pedro.— Ahora entiendo lo que dijo nuestro Marcial cordobés a los opositores del magisterio de música de aquella santa iglesia, en una décima, que si no me acuerdo mal, dijo así: “Los edictos con imperio/ maese Lobo ha prorrogado/quizá hasta que barbe el Grado/de su vocal magisterio./ Si no lleva otro misterio,/el nuevo término corra,/ juegue en tanto a la morra/ nuestro pretendiente bobo/ o apele de maese Lobo/ para otro maese Zorra”. Dijo famosamente, haciendo alusión de los nombres de los opositores, y tomando la metáfora de solfear con los dedos y los gestos que los músicos hacen, a los que hacen los que juegan a la morra». Sobre esta décima gongorina, véase el brillante análisis realizado por Amelia de Paz a la luz de una precisa documentación de archivo, 2015. 79  Obras póstumas, divinas y humanas, p. 142. El análisis de los citados versos se localiza en el capítulo primero de esta monografía. 76  77 

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grandes y prodigiosos partos. ¿Podrá aspirar el sabio más ambicioso a mayor laurel que tener a vuestra reverendísima atento algunas, aunque breves, horas? Hazaña ha sido, y sólo hazaña de capitanes santos, y de pocos, parar al Sol en su curso. Pregunto: ¿será menos blasón para mí suspender al sol de los ingenios en lo más ardiente de su carrera y reducir a silencio y atención los sagrados rayos que a todos tienen atentos […]? Todo mi fin es hacerme espaldas yo a mí propio y volver por mi reputación. Según esto la dádiva para mí es, no para vuestra reverendísima, con que podré decir que me quedo con lo mismo que ofrezco. Aun no son estos mis mayores miedos, pues recelo que se levante alguna tempestad calumniadora, acusándome los circunspectos porque presento a vuestra reverendísima libro cuya materia ellos harán más jocosa y entretenida de lo que suena. Peligro es este que a no ser tan común pudiera temerse mucho, mas témplanse los horrores de estas sombras en su misma antigüedad, pues acometiendo a muchos espíritus gentiles, las vencieron y burlaron. Tengo valientes padrinos en ejemplares ilustres: no es mi protección vulgar, sino augusta y grande. Al mayor monarca de la tierra consagró Marcial sus epigramas. ¿Quién duda que reconoció aquel príncipe docto que en muchos de aquellos donaires se escondían grandes misterios y que agradeció el presente más que con liberalidad de dádivas, con hacer lugar (entre tantas ocupaciones) para leellas, estudiallas y repetillas? Tal nos sucedía con nuestro gran don Luis de Góngora, pues todos traíamos en la memoria sus agudezas inimitables, porque pasaba en muchas de ellas el concepto a más de lo que decía el exterior sonido, juntando a un mismo tiempo en nuestros semblantes la risa y la admiración. Demás de que estos ingenios príncipes no se olvidaron de las veras, antes dijeron algunas de tanto peso que pudieran hoy trasladarse al púlpito. Parece que digo lo que no es y que hablo más con el deseo que con la verdad. Pues adviertan [que] uno de los oradores evangélicos más graves y doctos de nuestros tiempos, en un libro suyo de sermones que anda impreso, tan aceto que multiplica las impresiones cada día, se vale en uno de ellos (y para ocasión bien importante) de aquel verso de Marcial que dice: «Non facit ille deos, qui rogat, ipse facit»80. Quisieran ellos que todo fuera de esta calidad y

La cita es del verso sexto del epigrama VIII, 24: «Si quid forte petam timido gracilique libello,/ inproba non fuerit, si mea charta, dato./ Et si non dederis, Caesar, permitte rogari:/ offendunt numquam tura precesque Iovem./ Qui fingit sacros auro vel marmore vultus,/ non facit ille deos: qui rogat, ille facit» (‘Si acaso algo te pido en mi modesto y pequeño librito, concédemelo, siempre y cuando mis papeles no sean insolentes.Y si no me lo concedieras, César, permite mis súplicas: a Júpiter nunca le ofenden el incienso y los ruegos. Quien esculpe los sagrados vultos en oro o en mármol no hace a los dioses: los hace quien a ellos encamina sus ruegos’) (Martialis Epigrammata, 2007, s. p.). 80 

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valor y no advierten que el poeta ha de enseñar deleitando y que por esta causa se le deben mayores gracias a su artificio, pues llamando a que le escuchen con lo exterior de los donaires, esconde en lo interior lo agrio de la reprehensión severa81.

Según pondera Salas Barbadillo, los «donaires» de los epigramas de Marcial son dignos de la grandeza del emperador, dedicatario de los poemillas. De manera semejante, la poesía gongorina ofrece «agudezas inimitables» en las que perfectamente se funden «el exterior sonido» y el profundo «concepto», de forma que los cortesanos que las alcanzan a leer son presa a un tiempo de «la risa y la admiración».Tanto en Marcial como en Góngora «lo exterior de los donaires» deleita y «lo agrio» interior enseña con la justa «reprehensión severa». La comparación del creador de las Soledades con el máximo autor de epigramas en el mundo romano sigue apareciendo en la obra de otros ingenios durante las primeras tres décadas del siglo. Por ejemplo, Cristóbal Suárez de Figueroa recurriría al mismo tipo de identificación en la prosa miscelánea del Pusílipo (1629). La sexta Junta de esta obra se inicia con un elogio del creador de las Soledades, en los siguientes términos: «monstruo de los ingenios, aquel Fénix de las agudezas, don Luis de Góngora, el solo poeta español, el moderno Marcial». No es la única vez en el volumen que el escritor alaba el talento y la novedad de estilo del poeta culto: «pocos entre modernos de nombre, salvo aquel ingenioso cordobés, luciente honor de las Españas, a quien ninguno llegó en la novedad de la locución y en el seguir hasta lo último galanamente una metáfora»82. Un último ejemplo: desde las páginas de la segunda redacción de la República Literaria, concluida hacia 1642, Diego de Saavedra Fajardo elogiaba así la escritura gongorina: «en nuestros tiempos renació un Marcial cordobés en don Luis de Góngora, requiebro de las musas y corifeo de las gracias, gran artífice de la lengua castellana, y quien mejor supo jugar con ella y descubrir los donaires de sus equívocos con incomparable agudeza»83. En suma, según prueban las citas de Jiménez La estafeta del dios Momo, s. f. Manejo el ejemplar BNM R-1140. Pusílipo, pp. 191 y 146. Sobre la obra, puede verse el interesante estudio de Gherardi, 2013. 83  República literaria, pp. 219-220. Saavedra Fajardo mencionará después el cambio de rumbo estético y la obscuridad de las obras mayores, tan discutida como admirada: «Cuando en las veras deja correr su natural es culto y puro, sin que la 81  82 

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Patón,Vera y Mendoza, Rodrigo Caro, fray Hortensio Félix Paravicino, Martín de Roa, Salas Barbadillo, Suárez de Figueroa o Saavedra Fajardo, el dominio de la ironía, la simpar agudeza, la sobreabundancia de sales y donaires, el juego propio de los equívocos que traslucen con indudable brillo los versos gongorinos solo podían encontrar un paralelo digno en el legado clásico de los Epigrammata de Marcial84. En verdad, este pensamiento se muestra acorde con los nuevos derroteros estéticos de la centuria, pues —como ha señalado Mercedes Blanco— «parece lógico que hacia 1600, cuando empieza a florecer el conceptismo barroco, muchos poetas busquen inspiración en Marcial, autor incomparable por la intensidad y variedad de su agudeza». Por si ello fuera poco, el autor latino «interesaba especialmente a los españoles, quienes sentían como compatriota suyo a un autor nacido en el territorio de Hispania, lo que compensaba su extrañeza de ciudadano de la Roma antigua»85. En perfecta consonancia con tales valores, Gracián encumbraría en la Agudeza y arte de ingenio a la pareja formada por Marcial y Góngora, ya que en ambos se cumple ejemplarmente el virtuosismo en el manejo de sutilezas, donaires y conceptos86.

sutileza de su ingenio hiciese impenetrables sus conceptos, como le sucedió después, queriendo retirarse del vulgo y afectar la oscuridad, error que se disculpa con que aun en esto mismo salió grande y nunca imitable. Tal vez tropezó por falta de luz su Polifemo, pero ganó pasos de gloria. Si se perdió en sus Soledades, se halló después tanto más estimado, cuanto con más cuidado le buscaron los ingenios y explicaron sus agudezas» (p. 220). 84  De gran interés resulta la visión de Góngora que emerge de la prosa de Gracián, bien estudiada en Blanco, 2012b, pp. 85-103. En líneas generales, sobre la relación de Góngora con el genus minimum, puede verse la brillante reflexión de López Poza, 2013. 85  Blanco, 2013, p. 44. Se conservan versiones e imitaciones vernáculas de Marcial en la poesía de Bartolomé Leonardo de Argensola, Francisco de Quevedo, Juan de Jáuregui, Manuel de Salinas y Lizana, Fernando de la Torre Farfán, García de Salcedo Coronel, el conde de Rebolledo, Esteban Manuel de Villegas y otros muchos ingenios secentistas. La huella del bilbilitano resulta muy marcada también en los epigramas neolatinos de Francisco Cascales (2004). Como valoración amplia de los ecos de Marcial en España, puede remitirse al estudio de Gil, 2004. 86  Sobre la «agudeza triunfante» dilucidada por Gracián, véase Blanco, 1992, pp. 245-314. Al evocar algunas figuras de «poetas tan dignos de veneración y respeto» de los siglos xvi y xvii, el docto Bernardo de Balbuena incluye en su lista a Boscán, Garcilaso, Castillejo o Acuña. Al único autor que cita con un epíteto que acota su singularidad es al racionero cordobés, al que exalta con un superlativo absoluto: «el

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Dejando a un lado el testimonio de los sonetos concebidos al modo del epigrama clásico, la mayor aportación gongorina a un tipo de poesía breve y aguda, a menudo sustentada en lo circunstancial o anecdótico, se identifica con el conjunto de las décimas. Por ello no puede extrañarnos hoy que, de los veintiséis epigramas citados por Villar, doce sean precisamente espinelas. Esta cifra no parece baladí, ya que según refiere el más autorizado editor de la poesía gongorina, el escritor cordobés «entre 1600 y 1626 escribió setenta y ocho poemas en décimas», de los cuales cincuenta y ocho son composiciones mono-estróficas87. En suma, el humanista iliturgitano evoca en su Compendio —aproximadamente— la sexta parte del conjunto de espinelas, por su indiscutido brillo como epigramas agudos. El orden en que tales poemas se clasifican difiere también mucho de unas colecciones a otras88. Por ejemplo, las sesenta y cuatro composiciones en décimas recogidas en el códice Chacón se presentan agrupadas en cinco bloques temáticos: fúnebres, amorosas, satíricas, burlescas y varias89. El volumen de Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas recogidos por don Gonzalo de Hozes y Córdoba divide el corpus de las décimas en: amorosas, líricas, burlescas, fúnebres y varias90. La edición de las Obras en verso del Homero español, cuidada por Juan López de Vicuña, ordena el conjunto de las décimas en seis secciones: amorosas, líricas, satíricas, burlescas, fúnebres y varias91. Distanciándose de los anteriores tipos de propuesta, Francisco del Villar, por su parte, distingue cinco categorías en los epigramas gongorinos: heroicos, líricos, burlescos, satíricos y sacros. Si nos atenemos a la propuesta de clasificación del Compendio poético, en el apartado de los epigramas heroicos se citan cuatro composiciones: los versos consagrados a la muerte de la reina Margarita («Ociosa toda virtud»); la espinela escrita por la recepción de «una empanada que le envió el marqués del Carpio al autor, de un jabalí que había muerto» («En vez de acero bruñido»); las dos décimas A la toma de Larache, puerto y plaza fuerte de África que se encargó al marqués de San Germán («Larache agudísimo don Luis de Góngora». Ha ponderado esta valoración de Balbuena una monografía reciente: Tenorio, 2013, p. 32. 87  Carreira, 2013, p. 79. 88  Para una visión global de la clasificación de la obra gongorina en el siglo xvii, es de rigor remitir a Pérez Lasheras, 1995, pp. 143-153. 89  Ms. Chacón, t. I, pp. 261-318. 90  Todas las obras, fols. 56v-65v. Sigo el texto del ejemplar BNM R-8143. 91  Obras en verso del Homero español, fols. 55v-63v.

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aquel Africano») y el altisonante epigrama encaminado al caballero cordobés don Pedro de Cárdenas y Angulo, por la muerte de su caballo en un lance de toros («Murió Frontalete y hallo»). Como ejemplo de epigramas líricos se aducen únicamente dos poemas: A una dulce tiranía del amor, epigrama cuarto («Siempre le pedí al amor»); A un tropezón que dio una dama («Tropezó un día Dantea»). Algo mejor representados se hallan los epigramas burlescos y los satíricos. En el grupo burlesco espiga tres composiciones: A una dama sevillana («Con la estafeta pasada»), la espinela que dirige a don Juan de Guzmán («Ya que al de Béjar le agrada») y el conocido poema Al sepulcro de Simón Bonamí enano («Yace el gran Bonamí, a quien»)92. Igualmente conocidos resultan los epigramas de sátira de estados, como la espinela contra un mal médico («Doctor barbado y cruel»), un mal abogado («Oh, jurisprudencia, cuál») o un cornudo consentido (A un casado que enriqueció a título de corto de vista y bien acondicionado: «Casado el otro se halla»)93. El carácter de sátira ad personam que identifica una sección importante de las décimas gongorinas vedaría su difusión en las colecciones manuscritas más autorizadas (como la debida a los desvelos de don Antonio Chacón Ponce de León, señor de Polvoranca), así como su omisión en los primeros tomos impresos. Esa conexión entre el orbe epigramático de las décimas y la veta satírica del genus minimum promueve, nuevamente, el contacto entre Góngora y Marcial. De hecho, además de en el Compendio poético, ese nexo puede hallarse en otros textos de asunto gongorino. Por ejemplo, en los Diálogos en que se contienen varias materias y se explican algunas obras de don Luis de Góngora, cuya autoría desafortunadamente no ha podido aún dilucidarse, la lección octava se consagra a Marcial, en concreto al punzante poema que el vate latino consagrara a Lálage. Allí se establece algún contacto y cierta significativa distinción entre el genus minimum y la sátira:

Para las tres fases de redacción del epitafio de Bonamí, remito a Carreira, 1998, pp. 301-304. 93  Varias décimas se ofrecen en el Compendio con un número de foliación: Ociosa toda virtud, f. 64; En vez de acero bruñido, f. 63; Siempre le pedí al Amor, f. 66; Con la estafeta pasada, f. 63; Ya que al de Béjar le agrada, f. 63; Yace el gran Bonamí, a quien, f. 64; Doctor barbado y cruel, f. 65; Oh, jurisprudencia, cual, f. 66; Casado el otro se halla, f. 65. Tras cotejar la localización de estos epigramas en la edición Vicuña y en la edición Hoces, no hay coincidencias entre las citas del maestro Villar y la foliación de ninguno de estos impresos. 92 

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[Marcial] escribió con no pequeño aplauso y aceptación muchos y muy diversos epigramas, en los cuales ya alaba cosas honestas, ya induce y amonesta a la virtud, si bien en muchísimos nota y reprehende los vicios y costumbres de aquel tiempo. Lo cual hace con grande facecia y no poca sal, según es costumbre de los epigramistas, fingiendo personas y nombres sin particularizar a nadie: «Hunc servare modum nostri novere libelli,/ parcere personis, dicere de vitiis». Porque en esto se diferencia el epigrama de la sátira.Y como fue costumbre de los antiguos en alguna manera loable enseñar a los príncipes, con cierto género de lisonja, diciéndoles que eran los que debían ser, pues aconsejarles tenía peligro, así este poeta en algunos epigramas alaba al descubierto las cosas buenas y amonesta la virtud; en otros aprueba lo que no es culpable y en otros con obscenas palabras y poco honestas razones satiriza en general reprehendiendo los vicios (p. 241).

Parece significativo que el anónimo apologista de Góngora acoja en estos variados diálogos un discurso sobre la función del epigrama en Marcial, atendiendo fundamentalmente a la problemática singular que entrañan las composiciones breves identificables con una muestra de satura ad personam94. Como suelen justificar los teóricos de este antiguo género, la presencia del humor y la sal gruesa en el epigrama se justifica por el propósito moralizador, por la finalidad de corregir los comportamientos erróneos o desviados. Es obligación del poeta no apuntar hacia ningún personaje en concreto. El contacto del epigrama con los módulos propios de la satura nos llevan también a recordar las puntualizaciones de Villar acerca de la obscuritas en este tipo de escritos. Tal idea aparece desarrollada en el punto sexto de los Fragmentos del Compendio Poético, donde exalta la importancia de Góngora en tanto «maestro de lo satírico y jocoso»: Cuestión ha sido controvertida, y su resolución no poco dudosa, qué estilo ha de guardar la sátira. Algunos dicen que ha de ser obscuro y dificultoso, lo uno porque la fealdad del vicio que reprehende no lleve descubierta la cara y ofenda el recato de quien la leyere y lo otro porque sea como la píldora que se receta cubierta de oro, para que al enfermo le brinde su hermosa apariencia y lleve rebozado su amargor y desabrimiento. De este parecer he visto personas entendidas y con ellas el licenciado Francisco de Cascales en una de sus epístolas. Otros sienten que el estilo de la sátira ha de

Sobre esta cuestión en particular, puede verse también lo recogido en la Vida de Paravicino, que analizábamos en el primer capítulo de la presente monografía. 94 

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ser fácil y claro, vulgar y humilde, usando de versos puros y frases propias, así lo siente Horacio y el mismo licenciado Cascales en sus Tablas. La razón es porque, siendo su fin reprehender los vicios, es conveniente retórica el ajustarse a términos que todos entiendan. Don Luis usó en ella de ambos estilos, y para conmigo su autoridad sola puede hacer opinión bastante segura. La regla general para este poema parece peligrosa porque no todo lo que es sujeto de la sátira conviene que se muestre con claridad, ni sea para la vista de todos, antes tal vez importa ponerle velo que parezca decente a los más modestos. Adelantose don Luis en este género de decir conocidamente a todos los ingenios de España, sin que haya quien niegue esta ventaja, ni aun la dificulte. Picó con todo donaire y reprehendió con singular agudeza, pero no sin ofensa de muchos que fueron (y aun hoy lo son) fiscales perpetuos de su fama. De ejemplo le podrán servir, ya que no de disculpa, los más celebrados ingenios del mundo, tocados de tan peligroso contagio. Si bien al celo católico no hay cosa que satisfaga tanto como el conocido arrepentimiento que tuvo en la madurez de su edad, diciendo ordina[p. 51]riamente con Lipsio «utinam revocare fas sit atque etiam delere»95. No sea permitido a la imprenta lo que ofendió al decoro de personas particulares y es justo perdonar tan sazonadas vivezas y piérdanse tesoros tan peligrosos y nadie aumente su crédito con perdida reputación ajena. Entre los escritos que con menos escrúpulo pueden divertir el ingenio se valió mi elección de las siguientes, puesto que la imprenta les ha vadeado el peligro.

Las citas de la obra de Cascales en el fragmento citado invitan a pensar que la relación entre ambos ingenios no debió de torcerse del todo, a tenor de las diferencias irreconciliables que tenían en un tema tan espinoso como la obscuritas. Además, las afirmaciones de Villar nuevamente inciden en el aspecto capital de la circulación de textos satíricos solo en forma manuscrita, puesto que los llega a considerar «tesoros tan peligrosos». En suma, los pasajes del Compendio poético aquí examinados podrían evidenciar el interés de una obra, conservada de forma fragmentaria. En el capítulo sexto de la presente monografía se ofrece la edición anotada del significativo texto del erudito iliturgitano, ya que en algunos puntos específicos sigue ofreciendo aún hoy aportes bastantes sugestivos en torno a la creación gongorina.

‘Ojalá me fuera permitido retirarlo o, incluso, borrarlo por completo’. Figura la siguiente anotación al margen: «Lips. c. 20». 95 

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5. A modo de conclusión La obra de Francisco del Villar se incardina en uno de los momentos más apasionantes del Humanismo erudito de la España áurea: la batalla en torno a la licitud del nuevo estilo culto.Tanto la Carta a fray Juan Ortiz como los fragmentos conservados del Compendio poético desempeñan, a su modo, un papel relevante en la polémica gongorina, cuyo abrupto relieve lo «configuran una serie de textos —conocidos unos y perdidos otros— que nos dan cuenta no solo de diferentes maneras de entender la obra de Góngora, sino que nos revelan todo un estado de alerta ante una situación delicada»96. El estudio de los diversos agentes que intervinieron en la polémica y la amplia diversidad de textos ponen de manifiesto, ante todo, la conveniencia de esclarecer, con el mayor detalle posible, el perfil biográfico de unos ingenios hoy casi olvidados. La notoria presencia de estos literatos en relaciones de fiestas, justas poéticas, elogios preliminares, noticias epistolares, documentos oficiales y cualquier otro tipo de escrito (biográfico o literario) permite ir identificando algunas de las redes que vincularon durante la primera mitad de la centuria los diversos núcleos urbanos, las vías de difusión y circulación de manuscritos, los datos que intercambiaron estos eruditos, las alianzas y enconos que fueron surgiendo entre los propios apologistas. Cualquier reconstrucción de la polémica que no atienda a este importantísimo caudal de información estará condenada, de antemano, a la imprecisión o al fracaso. Como es lógico, muchas son aún las tareas pendientes en esta materia. Tal como sostiene Mercedes Blanco en una ajustada valoración reciente de la batalla en torno a Góngora: Queda no obstante muchísima obra por delante para realizar su programa. Hay que reconocer además que la información conseguida es de manejo incómodo y que requiere ímprobo esfuerzo considerar el conjunto de la polémica, incluso limitándose a las piezas bien editadas, sin hablar de las mal editadas o inéditas. Los documentos del siglo xvii que hablan de Góngora y enjuician su poesía forman una nebulosa de textos brevísimos, breves, de mediana extensión y larguísimos, en prosa y en verso, de autoría asumida o disimulada o del todo anónimos, con muy varias modalidades genéricas, propósitos y estilos; unos fechados o que pueden fecharse con

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Pérez Lasheras, 2009, p. 84.

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facilidad, otros de fecha incierta; unos impresos, otros manuscritos; unos conocidos a través de un testimonio, otros por varios o por muchos; otros, perdidos o no localizados por ahora. Pese a todo sabemos lo suficiente para afirmar la importancia excepcional de este conjunto documental: por la gracia y brillantez de algunas piezas, por el rango y el talento de los que en él intervienen como autores o destinatarios de epístolas o dedicatorias, por la pasión en él invertida, porque resulta insustituible para entender lo que significaba la poesía en la España del siglo xvii, algo que poseía una centralidad social y cultural que nos cuesta trabajo imaginar. Aun medio borrada por el tiempo e imperfectamente observada, la huella de la recepción de Góngora en su siglo da fe de que un poema pudo ser entonces una especie de cometa o meteorito, algo sensacional y que anunciaba grandes cosas, inquietantes o prometedoras97.

Las citadas líneas retratan a la perfección el complejo laberinto de los comentarios, censuras y apologías del nuevo estilo98. De tales afirmaciones emerge, además, la necesidad perentoria de editar de forma fiable el abigarrado conjunto que forman los textos de la polémica. Con tal propósito, la citada estudiosa ha consolidado un grupo de investigación internacional que desde hace varios años está renovando profundamente el panorama editorial y crítico en torno a este argumento. Dicho proyecto, auspiciado por la Université de Paris IV-Sorbonne, se enmarca dentro del Observatoire de la Vie Littéraire (OBVIL)99.

Blanco, 2013, p. 8. Es muy grato remitir al amplio caudal de estudios coordinado por Mercedes Blanco y Aude Plagnard sobre El universo de una polémica. Góngora y la cultura española del siglo xvii, en el marco del proyecto Pólemos de Sorbonne Université (Blanco y Plagnard, 2021). 99  Así anunciaba la profesora Blanco la constitución de este grupo de trabajo: adscrito a «un “laboratorio” ligado a la Sorbona que se ha creado recientemente con el nombre de Observatoire de la vie littéraire (OBVIL), y que se propone un renovado estudio de la literatura presente y pasada, en sus valores y en su historia, movilizando las técnicas digitales, está en curso un proyecto de edición de la polémica en torno a Góngora. Se trata de crear una base de datos en donde se irán colgando ediciones críticas y anotadas de los textos de ataque, defensa y comentario de la obra del poeta, con un sistema lo más refinado posible, pero de manejo sencillo, que permita interrogarlos de manera conjunta. Se ha constituido un grupo internacional de una veintena de personas dispuestas a hacerse cargo de las tareas de edición e interpretación de estos textos, tanto jóvenes como veteranos; entre ellos algunos gongoristas de renombre» (Blanco, 2013, pp. 9-10). 97  98 

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Reproducción de las dos páginas del documento que recoge la información conocida sobre el homicidio del presbítero iliturgitano Francisco del Villar a manos de Juan de Arenas y Manuel de Mestanza.

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Apéndice I (Transcripción) [1639, 10 de Junio,Viernes] En el pleito y causa criminal que ¿es y pende a mí? entre partes de: la una, don Luis del Villar y Bago, regidor perpetuo de esta ciudad, y doña Eufrasia del Villar, su hermana, y don Manuel Salcedo Villar, y su sobrino, y Juan de Zamora, su procurador en su nombre; y de la otra, Reos acusados Juan de Arenas y Manuel de Mestança, ausentes, sobre los malos tratamientos, heridas y muerte alevosa de don Francisco del Villar, clérigo, presbítero, vicario perpetuo de rentas de esta ciudad y arciprestazgo, en que los dichos querellantes piden que los dichos Reos ausentes sean condenados en las penas en que han incurrido y merecieren por el dicho delito e incidentalmente en diez mil ducados que por razón de daños alegan haberse seguido y ¿recrecido? por la muerte del dicho maestro don Francisco del Villar. Visto lo alegado y probado por los dichos querellantes y todo lo que ver y examinar convino de plazo, proceso y autos enantes de los susodichos, fallo, atento los autos y méritos del otro proceso y la culpa que de él resulta contra los dichos acusados ausentes y atento su fuga, contumacia y rebeldía, que les debo condenar y condeno a que en cualquiera parte de los reinos y señoríos de Su Majestad donde pudieren ser vistos sean presos y traídos a la cárcel pública de esta ciudad y de ella sea sacado el dicho Juan de Arenas, caballero, en bestia de albarda, atado de pies y manos, con soga de esparto a la garganta, y sea llevado por las calles públicas y acostumbradas de esta ciudad, por voz de pregonero que publique su delito y esta sentencia. Y en la plaza que de esta ciudad se acostumbra esté hecha una horca en la forma ordinaria, donde sea ahorcado por el pescuezo hasta que naturalmente muera, y después sea quitado de la dicha horca y hecho cuartos que se pongan por los caminos que vienen por los cercados a la puente del arroyo Molinos y cabeza y mano derecha se pongan en un palo alto y escarpia junto al barranco que está cerca del río de Guadalquivir a vista de la casa y cercado que dicen de las Colladas.Y al dicho Manuel de Mestança condeno a que de la dicha prisión sea llevado a las galeras de Su Majestad, donde sirva por galeote forzoso al remo y sin sueldo tiempo de seis años y no los quebrante, pena de cumplirlos doblados. Y más le condenamos a cada uno en mil ducados para los dichos querellantes por razón de las dichas costas y

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SEMBLANZA DE UN ERUDITO BARROCO

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daños deducidos en esta causa y en ¿perdimiento? el dicho Juan de Arenas de todos los demás bienes que se hallare tener en cualquier tiempo aplicados para la cámara de Su Majestad y gastos de Justicia del consejo por mitad y al dicho Manuel de Mestança de la mitad de los bienes que asimismo se hallare tener en cualquier tiempo […].Y no se han podido embargar bienes de los susodichos por esa causa no se les hace condenación de costas ni salarios y por mi sentencia definitiva juzgando así lo pronuncio y mando. Apéndice II Instancia que hizo el Maestro don Francisco del Villar, Vicario perpetuo y Comisario apostólico de la Santa Cruzada en la ciudad de Andújar y su arciprestazgo. Al doctor don Juan de Acuña, solicitando que apresurara la estampa de este libro100. Distraíase cada día mi pensamiento (si bien más discursivo que curioso) y entrábase por las puertas de su casa de v. m. acompañado de ponderadas atenciones. Allí miraba una elocuencia digna de las más populosas cortes, una virtud tan despejada como atractiva y muchas letras dignas de los mayores premios. Y notando a muy clara luz todo este aparato de merecimientos reducido a las estrecheces de ese lugar (afortunada estrella suya) y también hallado en el retiro de ese Priorato, encogíase la Razón de hombros, arqueaba la Admiración las cejas y poníase el Silencio el dedo en la boca. 100  Manejo el ejemplar del fondo antiguo de la Biblioteca de la Universidad Complutense: Discursos de las efigies y verdaderos retratos non manufactos del Santo Rostro y Cuerpo de Cristo Nuestro Señor, desde el principio del mundo.Y que la Santa Verónica que se guarda en la Santa Iglesia de Jaén es una del duplicado o triplicado que Cristo Nuestro Señor dio a la bienaventurada mujer Verónica. Al Eminentísimo y Reverendísimo Señor don Baltasar de Moscoso y Sandoval, Presbítero Cardenal de la Santa Iglesia de Roma, del título de Santa Cruz en Hierusalem, Obispo de Jaén, del Consejo de su Majestad. Por el doctor Juan de Acuña del Adarve, Prior de Villanueva de Andújar, Impreso en Villanueva de Andújar, en las casas del autor, Por Juan Furgella de la Cuesta, 1637, s. f. En la página que sigue a esta «Instancia» laudatoria de Francisco del Villar puede leerse un epigrama —en forma de décima— compuesto por su sobrino, don Manuel Salcedo y Villar, como elogioso tributo al autor de las Efigies: «Lince atento al más cifrado/ rayo del divino amor,/ ¿quién vio tan cortés pastor/ ni amante tan despejado?/ El cielo os ha franqueado/ los secretos que habéis visto,/ tan estimado y bienquisto/ (¡oh favor extraordinario!)/ que os ha hecho secretario/ de los disfraces de Cristo».

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Pero cuando más embarazado en las dudas, más indeciso en las confusiones, me comunicó v. m. su libro de las efigies de Cristo y conocí por él que ocio tan bien ocupado de estudios, soledad tan acompañada de letras y encogimientos tan esparcidos de erudición a lo oráculo, pueblan los desiertos y, a lo sol, asisten en todas partes. Desdén (que puede pasar plaza de agravio) hace v.m. a los deseos (ansias digo) de todo este reino en no apresurar la pereza de las prensas hasta que goce luz merecida tan ilustre trabajo. Que la Theología cursada en cátedras, predicación admirada en púlpitos, ingenio aplaudido siempre y talento lucido en todo, privilegio han de tener, por más que anden en pasos de peligrosos riesgos para que ni el miedo los encuentre, ni la desconfianza los suspenda. Razón es que Villanueva y Andújar eternicen la memoria de tan desvelado protector, Jaén los blasones de tan ilustre hijo, este Obispado la doctrina de tan gran maestro, España el crédito de tan grave escritor y el mismo Cristo la gloria de tan milagrosas transformaciones. Mire, pues, v. m., cuando tantos respetos le pleitean, con qué justicia podrá negar gracia tan deseada; y más si pueden algo mis ruegos, tan afectuosos en esta parte como en desear la vida de v. m. con los acrecentamientos que tantas prendas merecen. De Andújar y julio 15, de 1636 años. El Maestro don Francisco del Villar.

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CONTRA EL INJUSTO OLVIDO: MANUEL SERRANO DE PAZ

Desde que Alfonso Reyes señalara la acuciante necesidad de «volver a los comentaristas», ninguno de los grandes gongoristas de los siglos xx y xxi ha dejado de consultar las antiguas anotaciones para aclarar los enigmas que plantea el poeta más oscuro del Barroco1. A zaga del erudito mexicano, bastantes especialistas han señalado que el estudio de la denominada polémica gongorina no puede prescindir de un examen en profundidad de aquellos comentarios áureos2. De hecho, durante las últimas décadas, los investigadores que se han ocupado de esta parcela específica de los estudios gongorinos han ido estableciendo una suerte de rango cualitativo en virtud del cual aquellos «proto-filólogos» secentistas podrían identificarse como intérpretes de primera categoría, modestos comentaristas de segundo orden o, incluso, como escoliastas de tercera fila. Por razones diversas, parece existir algún consenso en otorgar la primacía a la tríada que integran Pedro Díaz de Rivas, José Pellicer de Salas y García de Salcedo Coronel3. Desde un meritorio segundo plano podría recordarse ahora el terno formado por Andrés Cuesta,

Reyes, 1996, pp. 146-151. Soledades, 1994, pp. 605-716 (Apéndice II «La polémica de las Soledades, 16131666»); Roses, 1994 (en especial remitimos al capítulo VIII de la primera parte: «Los comentaristas de las Soledades», pp. 53-60); Blanco y Plagnard, 2021. 3  Romanos, 1983, 1986a, 1986b, 1989, 1990, 1992, 1993, 2002, 2005, 2010, 2012. Es de obligada consulta la utilísima edición digital de las Anotaciones a la Segunda Soledad (1617) de Pedro Díaz de Rivas, cuidada por Melchora Romanos y Patricia Festini en el marco del proyecto Pólemos: Díaz de Rivas, 2017. Puede consultarse en red: https://obvil.sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/1617_ soledad-segunda-diaz. 1  2 

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Martín Vázquez Siruela o Cristóbal de Salazar Mardones4. Por último, totalmente desplazados del canon, parecen hallarse diversos autores que, todavía hoy, algunos no dudarían en tildar de periféricos, al considerar sus comentarios materia prescindible. En ese grupo de los preteridos u olvidados encontramos escritores de los que apenas se conocen datos, como Manuel Ponce y su Silva a las Soledades con anotaciones y declaración5; el misterioso Manuel Serrano de Paz; el jurisperito antequerano Francisco de Amaya, autor de un comentario perdido6; y su paisano fray Francisco de Cabrera, candidato a la autoría de la Soledad Primera ilustrada y defendida7. El presente estudio tratará de sentar las bases para la recuperación de la obra del doctor Manuel Serrano de Paz. Con tal propósito, en primer lugar, se ofrece un perfil biográfico de este olvidado ingenio del Siglo de Oro. Seguidamente se dará precisa noticia del papel que Manuel Serrano de Paz y dos de sus hermanos menores desempeñaron en los círculos letrados del Principado de Asturias, ofreciendo por vez primera una pequeña selección y valoración de sus escritos poéticos. Tras ubicar correctamente la figura del doctor en Medicina por la Universidad de Salamanca y catedrático de Matemáticas en la Universidad de Oviedo, pasaremos a establecer la cronología de su obra principal: los dos voluminosos tomos de Comentarios a las Soledades conservados en la Real Academia de la Lengua. El cotejo de un fragmento de tales anotaciones con las glosas de otros ingenios permitirá calibrar la calidad y hondura crítica de esos escritos. Finalmente se ofrecerá un esbozo de reflexión 4  Las figuras de Salazar Mardones y Cuesta han suscitado el interés de algunos estudiosos. Baste evocar aquí dos importantes artículos: Castaño, 1995 y Micó, 2001. Sobre Vázquez Siruela, es obligado remitir al monográfico de la revista e-Spania, dirigido por Mercedes Blanco en 2019. 5  Es muy grato remitir a la edición y al exhaustivo estudio crítico de esta obra preterida, realizados de forma modélica por Antonio Azaustre Galiana (Silva a las Soledades, 2021). 6  Varios impresos de contenido jurídico se conservan; por ejemplo, los Observationum Iuris Libri Tres, impresos en 1625 y dedicados al conde duque de Olivares, que acogen en los preliminares un elogio en prosa del abad de Rute y un poema neolatino de Juan de Aguilar, el manco de Antequera (leo el texto de la reedición: Colonia Allobrogum, Philippus Gamonetus, 1656). El volumen de Opera Iuridica (Lugduni, Philippi Borde, Laur. Arnaud et Petri Borde, 1662). Por último, cabe recordar la obra póstuma Desengaños de los bienes humanos (Madrid, Oficina de Melchor Álvarez, 1681), impresa por su viuda, doña Luisa de la Vega y Tizón. 7  Osuna Cabezas, 2009, pp. 29-33.

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en torno a la cuestión candente del alegorismo interpretativo, aplicado a la obra de Góngora y a la épica de Homero. 1. Un linaje de médicos y jurisperitos El autor de los más extensos Comentarios a las Soledades hoy conocidos pertenecía a una familia de origen portugués, vinculada académicamente a la Universidad de Salamanca. Los padres del futuro estudioso de la obra magna gongorina fueron el médico luso don Leonel Serrano de Paz (Agrochâo, 15 de agosto 1569-Oviedo, 5 de enero 1648) y su esposa, doña María Díaz de Mezquita (Monforte de Río Libre, ¿?-Oviedo, 13 de mayo de 1640)8. Don Leonel Serrano de Paz estudió Artes y Medicina en la Universidad de Salamanca entre 1583 y 1587. Una vez obtenido el título de Bachiller en Medicina ejerció su actividad profesional en la zona de Braganza y Chaves durante varios años (15871605). Allí contrajo matrimonio con doña María Díaz de Mezquita y en esa comarca lusa nació su primogénito, que recibió el nombre de su abuelo paterno: Manuel. Tras requerir sus servicios don Manuel de Zúñiga y Acevedo,VI conde de Monterrey (Villalpando, 1586-Madrid, 1653), el doctor Serrano de Paz y su familia pasaron de Portugal al reino de Galicia9. Bajo la protección de este aristócrata debió de ir prosperando la fortuna familiar. Tras haber cumplido servicios con la Casa de Zúñiga, a partir del otoño de 1620 se conservan ya varios asientos de pago que prueban que el doctor Leonel Serrano de Paz había entrado al servicio de otro noble personaje, el culto don Pedro Fernández de Castro y Andrade,VII conde de Lemos y IV marqués de Sarria. Precisamente en Monforte de Lemos, el doctor Leonel Serrano de Paz llegó a trabajar como médico de la villa, del colegio de la Compañía de Jesús (fundación del cardenal don Rodrigo de Castro) y de los condes don Pedro Fernández de 8  Para reconstruir los pasos de la familia Serrano de Paz-Díaz de Mezquita me baso en el imponente caudal de datos recogido en un detallado estudio de Justo García Sánchez, 2012. En esta monografía sobre el doctor Tomás Serrano de Paz, hermano del comentarista gongorino, nada se dice sobre la posible ascendencia conversa de la familia Serrano, que migró desde Portugal a España y que contó con un notable número de miembros dedicados al ejercicio de la medicina. 9  Sobre el conde de Monterrey, permítase remitir a Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, 2018.

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Castro y doña Catalina de la Cerda y Sandoval. Para la familia Serrano de Paz, el cambio definitivo de domicilio se produjo en el año 1631, cuando el doctor recibió el nombramiento de médico del Cabildo de Oviedo. Don Leonel desempeñaría tales funciones hasta su muerte, en enero de 1648. Del matrimonio formado por Leonel Serrano de Paz y María Díaz de Mezquita nacieron siete vástagos: Manuel (Braganza, 1605-Oviedo, 25 de noviembre de 1673); Juan (Orense, 1608-Esmirna, 1672); Francisco (Monforte de Lemos, 25 de diciembre de 1615-¿?); Faustino (¿?-Oviedo, 27 noviembre 1674);Tomás (1623-Oviedo, marzo de 1693); Marcela (¿?) y Jerónima (¿?). Se conserva abundante documentación sobre la formación académica de varios de los personajes citados. Baste citar ahora dos ejemplos: Juan de Paz cursó estudios de Artes y Medicina en Salamanca y completó su formación en las universidades de Pisa y Padua; Tomás Serrano de Paz obtuvo el título de doctor en Derecho Canónico por la Universidad de Oviedo y fue catedrático de Prima y decano de dicha sede académica. Volviendo a la figura del comentarista gongorino, sobre la trayectoria universitaria de Manuel Serrano de Paz poseemos bastantes datos. Según consta en los libros de matrícula del Studium salmanticense, siguiendo la tradición familiar, el joven se inscribió en el año 161810. El examen de Gramática, cursado en la ciudad del Tormes antes de ingresar en la Facultad Mayor de Artes, tuvo lugar el 24 de octubre de 1618. En el documento que da fe de ello aparecen algunos datos sobre el futuro comentarista de las Soledades: «Manuel de Paz, natural de Bragança, diócesis de Miranda de Duero en Portugal, de trece años, lleno de cara, ojos grandes, dos lunares, cada uno en su carrillo en el medio. A Artes, 24 de octubre de 1618. Testigos Juan Díaz de Mezquita y Bernardo de Paz»11. Como es lógico, su nombre seguirá apareciendo en los libros de matrícula durante los años siguientes, hasta 1624. Su carrera académica se vio coronada con la obtención de los títulos de bachiller en Artes y Filosofía (21 de abril de 1621) y bachiller en Medicina por el Estudio Salmantino (con fecha de 21 de abril de 1625). Por las mismas fechas en las que Manuel Serrano de Paz cursaba sus estudios en la prestigiosa universidad castellana, otros ingenios vinculados al entorno gongorino frecuentaban aquellas mismas aulas. Cabe recordar, en primer lugar, el nombre del jurisperito Francisco de Amaya 10  11 

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Marcos de Dios, 2000, p. 120 (sub voce Manuel de Paz). García Sánchez, 2012, p. 33.

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(Antequera, 1587-fallecido antes de 1680), bachiller por Cánones en Salamanca en 1608, doctor en Cánones por la Universidad de Osuna en 1612, rector de la Universidad de Osuna entre 1616 y 1617, nombrado colegial del Colegio de Cuenca de la Universidad de Salamanca, donde se halla presente ya el 22 de noviembre de 161712. El futuro cronista real, José Pellicer de Salas y Tovar (Zaragoza, 22 de abril de 1602-Madrid, 16 de noviembre de 1679), también se formó en la ciudad del Tormes. De hecho, por aquellos años debieron de gestarse ya los primeros contactos entre algunas figuras del primer gongorismo. Así, una noticia indirecta, recogida en las Lecciones solemnes, aclara cierto contacto personal entre el joven Pellicer y el jurisperito antequerano: «Don Francisco de Amaya, Oidor hoy en Granada, digno de mayores aumentos, lib. III Observa. Iur. cap. 5, que la leyó de oposición a la Cátedra de Volumen en Salamanca, año de 1621, siendo yo Consiliario por mi nación La Mancha en aquella Universidad insigne, a que me hallé presente»13. Finalizada la etapa formativa en Salamanca, Manuel Serrano de Paz regresó al domicilio familiar, en Monforte de Lemos. En la villa condal tuvo acceso a la rica librería del colegio que la Compañía de Jesús había erigido bajo la protección del cardenal de Sevilla don Rodrigo de Castro. De hecho, alguna prueba de sus inclinaciones humanísticas da la copia que realizó de un raro códice medieval de tema cinegético14: Livro de Monteria composto polo Señor Rey Don Joaom de Portugal, e dos Algarves, e Señor de Ceuta, trasladado de un Original de maom escrito en pergamino que se achou na Libreria do Collego da Compª de Ihs de Monforte de Lemos polo Bacharel Manoel Serrâo de Paz este anno de mil e seyscentos e vinte e seys. La copia del texto cuatrocentista elaborada por Manuel Serrano de Paz se conserva hoy en la Fundaçâo Oriente de Lisboa, con la signatura Inv. 2646. Conviene apuntar asimismo que en el scriptorium del colegio jesuítico el doctor Serrano de Paz llegó a copiar una segunda obra, encuadernada hoy junto al tratado cinegético: Agricultura del Cuçemi, Author Sobre Francisco de Amaya, véanse las páginas que consagra a este admirador de Góngora Luis Iglesias Feijoo en su erudito estudio sobre noticias epistolares de algunos comentaristas gongorinos (Iglesias Feijoo, 1983, pp. 172-188). Debe consultarse asimismo el estudio de Daza, 2007. 13  Pellicer, 1630, col. 311. Durante su estancia en dicha sede académica, Pellicer debía de ser ya bastante conocido por sus docentes y compañeros, puesto que llegó a ocupar el cargo de consiliario por el reino de Toledo y el de vicerrector en sustitución del cardenal Enrique de Guzmán y Haro (1621). 14  Conde, 2010. 12 

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Caldeo y traduzida en Arábigo y Añadida por Abubacre Aben Noxia, Author Árabe, traducida en lenguaje castellano por un incierto y vuelta en castellano bueno ordinario del antiguo en que fue traduzida y copiada por el Bachiller Manuel Serrano de Paz. Sacose de un original de mano de la librería del Colegio de la Compañía de Monforte de Lemos. Año de 1626. Pese a que algún estudio no atribuya una identidad clara al copista del antiguo manuscrito, la prueba de que el bachiller Serrano de Paz copió con veintiún años la segunda de las obras citadas se halla en el propio texto de los Comentarios a las Soledades. En efecto, allí puede leerse lo siguiente: Cucemí, escritor caldeo de agricultura antiquísimo (cuyo libro vi manuscrito, aunque no entero, traducido de caldeo en arábigo por Abubacre Aben Noxia y del arábigo en español por no sé quién en la librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Monforte de Lemos que fundó el ilustrísimo cardenal y Arzobispo de Sevilla don Rodrigo de Castro) escribe que en el mar de la India, cerca de la isla de Carandín […]15.

Aunque no se ha exhumado todavía ningún documento que pruebe este particular de manera fehaciente, es bastante probable que Manuel Serrano de Paz abandonara Monforte de Lemos hacia 1631, junto al resto de la familia, cuando su padre obtuvo la plaza de médico de la catedral de Oviedo. Por falta de rastros documentales, los siguientes años de la vida del comentarista aparecen sumidos en la sombra. Sin embargo, realizando alguna conjetura, el hecho de que tras la defunción de don Leonel Serrano, el cabildo ovetense decidiera (con fecha de 21 de enero de 1648) que la plaza vacante fuera ocupada por Manuel Serrano de Paz nos lleva a pensar que el erudito gozaba ya de cierta reputación como médico en la capital del Principado. El nombramiento llevaba aparejado un salario de trescientos ducados anuales, así como el usufructo de una casa sita en la feligresía de San Isidro, en la calle de la Plazuela del señor obispo (calle de la Canóniga). Pasados los años, los padrones de vecinos de la ciudad de Oviedo constatan que el domicilio familiar seguía siendo esa misma residencia. De hecho, sabemos que todavía estaban allí avecindados en 1670 los hermanos «Manuel Serrano de Paz, médico hijodalgo» y «Faustino Serrano de Paz, cathedrático de Prima en la Universidad de 15 

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Modernizo las grafías y la puntuación.

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esta ciudad, hijodalgo»16. El veinticinco de noviembre de 1673, rodeado de varios de sus hermanos y otros familiares, fallecía el doctor Manuel Serrano de Paz. 2. Poesía y justas literarias en el Principado El entorno académico y urbano de las fiestas y justas poéticas celebradas en Oviedo entre 1639 y 1667 permite comprobar cómo los tres hermanos Serrano de Paz (Manuel, Faustino y Tomás) participaron en los acontecimientos principales de la Res Publica Litterarum en la capital asturiana. La primera noticia de esas colaboraciones llega hasta nosotros gracias a la Relación de las fiestas hechas en la ciudad de Oviedo en honor de Santa Eulalia de Mérida. Por haberla dado por Patrona al principado de Asturias nuestro Santo Padre Urbano VIII. Dedicadas al Ilustrísimo Señor don Antonio de Valdés, obispo de Oviedo, conde de Noreña, del Consejo de su Majestad. Año 163917. En ese curioso texto, el villancico A la fuga que hizo de su casa Santa Eulalia por ser mártir, cantado en la primera jornada festiva, acoge pasajes de acendrado cultismo: «Miren cómo en suelo verde/ sus plantas de cristal pone,/ dando un espejo a las rosas,/ en que aliñen sus primores./ A las injurias del aire/ su madeja de oro expone,/ para que entre obscuras selvas/ sus hebras sirvan de soles./ En rosicler van teñidas/ sus mejillas, que conforme/ es a su pecho el semblante/ en disfraces y en colores./ Por entre frondosos lados/ que tejen amenos bosques,/ mientras ligera se mueve/ le da guirnaldas al monte./ Si tal vez cambrón desata/ de coral fuentes veloces/ en sus plantas luego, al punto,/ purpúreo el cambrón se corre./ Mírenla cómo se acerca/ a los martirios atroces,/ aquella que siendo tierna,/ tiene corazón de bronce./ ¡Ay cómo vuela, mas ay cómo corre!/ ¡Miren, miren la niña, señores!». García Sánchez, 2012, p. 35. Puede consultarse la moderna edición de Justo García Sánchez: Santa Eulalia de Mérida. Certamen poético, 1639. Edición del manuscrito del padre Andrés Mendo, S. J. (Biblioteca Pública Ramón Pérez de Ayala, Oviedo), Oviedo: Asociación de Archiveros de la Iglesia en España, 2011 (con prólogo de Agustín Hevia Vallina). El Patronato de Santa Eulalia para la diócesis de Oviedo fue aprobado por el pontífice Urbano VIII el 19 de febrero de 1639. Las celebraciones comenzaron el sábado 17 de septiembre del mismo año con un «repique general de fiesta en todas las iglesias de Oviedo» y un octavario iniciado el domingo 18 del mismo mes (García Sánchez, 2011, pp. 19 y 21). 16  17 

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Todo el relato de los festejos urbanos se ha conservado en un manuscrito compuesto por el padre jesuita Andrés de Mendo (Logroño, 1608-Madrid, 1684). Como se deduce de la lectura de este curioso texto, buena parte de los versos recogidos para estas fiestas llevan la culta impronta gongorina. Baste evocar aquí un fragmento recitado el Cuarto y quinto día del octavario, me refiero a la Loa de Neptuno y la Fama, redactada por Juan de Noriega, cura de Bobes. Me limitaré aquí a reproducir los versos iniciales: [Salió la Fama diciendo]: «Tú que del cristal salado/ eres el mayor Monarca/ y en el más profundo golfo/ eriges luciente alcázar,/ cuya fábrica (aunque tosca)/ es un milagro del agua,/ un asombro de los peces,/ una admiración de plata,/ un espanto de coral,/ un prodigio de escarlata,/ una suspensión de perlas,/ un promontorio de nácar,/ un escollo de alabastro,/ un Cáucaso de esmeralda,/ un perímetro de jaspe/ y una máquina bizarra,/ en quien artífice acaso/ la Naturaleza sabia/ ingeniosamente entonces/ maravilla ostentó rara,/ si ocioso, pues, entre densas/ algas y ovas te regalas,/ y Náyades, Nereïdas,/ lisonjeado descansas,/ gozando de tu Anfitrite/ o de la hermosa Salacia,/ caricias, que en dulce aliento/ a tanta deidad consagran,/ si lo tan divino mucho/ de tan justas alabanzas/ como publican los ecos/ de aquesta trompa animada,/ merecen cultos, si atento/ te suspenden consonancias,/ de repetidos aplausos/ en este zafir que escarcha/ mansamente el Ocëano/ en inquietudes rizadas,/ atiende, repara»18. El certamen tercero de la justa poética consistía en glosar una redondilla dedicada al martirio de Santa Eulalia, padecido a muy temprana edad (doce años): «Lo que admira, Eulalia, es/ tan niña al Amor sirváis,/ pues en doce años ganáis/ como Cristo en treinta y tres». El segundo premio se lo llevó don Tomás Serrano de Paz y su hermano mayor, Faustino, también participó en el mismo certamen, aunque no obtuvo galardón alguno. Otros textos suyos allí recogidos son el romance Por Cristo, que si no salgo y las cuatro décimas que comienzan A Eulalia nos confirmáis, debidas al estro de Faustino, así como un curioso jeroglífico elaborado por Tomás Serrano de Paz19. 18  Santa Eulalia de Mérida, p. 31. Corrijo la equivocada transcripción del verso trigésimo sexto, donde erradamente el editor lee “Casir”, confundiendo claramente la ç con c y la f con una s lunga. 19  Se localizan, respectivamente, en pp. 56-57, p. 64 y p. 61. Copio aquí el jeroglífico: «El bachiller Thomás Serrano de Paz pintó al cielo y en él al signo de Acuario y al signo de León y debajo el sol. Dicen los astrólogos que entrando en el signo de Acuario el sol causa lluvias y entrando en el signo de León causa calores, con que

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Tras el óbito del monarca Felipe IV, fallecido el 17 de septiembre de 1665, las principales ciudades y universidades de la Corona española organizaron solemnes funerales, que dieron lugar a un importante conjunto de relaciones. En ese marco luctuoso cabe situar la prolija Relación de las exequias que en la muerte del Rey nuestro señor don Felipe Quarto el Grande, Rey de las Españas y Emperador de las Indias, hizo la Universidad de Oviedo en el principado de Asturias. Ofrécela en la real mano de la Reina nuestra Señora doña María Ana de Austria, gobernadora de estos reinos (Madrid, por Pablo de Val, 1666)20. Este interesantísimo opúsculo incorpora numerosos textos debidos a los hermanos Manuel, Tomás y Faustino Serrano de Paz. Como es preceptivo, de las disposiciones tomadas por el claustro ovetense para determinar «las Exequias, Pompa funeral y modo de ellas» se da puntual descripción en las páginas iniciales: Era lunes diecinueve de octubre cuando a las tres de la tarde se juntó Claustro pleno a determinar lo que el día antes se había propuesto […]. Mandose que hubiese una oración fúnebre y que no la dijese estudiante alguno, como otras veces, por cuanto a la persona real se debía mayor obsequio y que así orase un doctor.Y fue encargado esto al doctor don Tomás Serrano de Paz, catedrático de Prima de Cánones. Mandose que siguiendo el estilo de las otras universidades se publicase una justa literaria o certamen poético y encargose esto al Doctor y Maestro don Manuel Serrano de Paz, de cuya erudición para estas cosas estaba la Universidad satisfecha de otras ocasiones, que lo ejecutó con tanta puntualidad que el sábado siguiente estaba ya publicado el cartel y puesto en las puertas mayores de las Escuelas, de las de la Iglesia Catedral y Arco de la Plaza21.

El citado párrafo es interesante porque revela algunos datos sobre la estima en que se tenía a los dos hermanos en el ámbito astur del Studium. Aureolado de cierto prestigio como orador, a Tomás se le encarga la redacción de un sermo latino en elogio del soberano difunto. Por otro lado, a Manuel se le encomienda que elabore las normas para se sazonan los frutos. La letra latina junto al sol: Levitici, c. 26 “Dabo temporibus suis”. La castellana: “Labrador consulta a Eulalia/ y verás que ella gobierna/ el influjo de los signos,/ la virtud de los planetas». 20  El volumen alcanza la nada desdeñable extensión de doscientas noventa y tres páginas. Para las citas que incluyo a continuación, sigo el texto de los ejemplares BNE 2 / 44818 y BNE 2 / 39256. 21  Tomo la cita de las pp. 7 y 14-15.

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un «­certamen poético», puesto que su «erudición» lo capacita para ello y además (como se apunta casi de pasada) ya ha desempeñado ese cometido en «otras ocasiones». En pocos días el comentarista gongorino ya había redactado el cartel para la justa, «con tanta puntualidad» que se hizo público el sábado veinticuatro de octubre. La descripción de la tumba real y capilla, como es habitual en este tipo de escritos, figura al inicio de la relación. El pasaje rezaba así: Queriendo, pues, la Universidad perpetuar la memoria de su Rey y Señor, no pudo dar principio a su Túmulo con otro cuerpo más sólido y más estable y firme, ni encerrar su tumba o Cenotaphio dentro de otro que sustente más firmemente su memoria que el cúbico […]. Repetían las cuatro columnas el orden Tuscano, que es el simplicísimo y más firme de todos, porque estando dedicadas a las cuatro Virtudes Cardinales que vivieron en nuestro grande Rey, debían excluir todo género de afeite y ornato, indigno de tales virtudes, que piden sencillez y simplicidad y firmeza de corazón, sin embozo ni afeite […]. Vestíanse estas columnas todas de negro, pero adornadas con cuatro jeroglíficos que mostraban su dedicación. La delantera de la mano derecha, que miraba al lado de la Epístola en el Altar, estaba dedicada a la Templanza. Mostrábalo el jeroglífico, que en una grande tarjeta pintaba un brazo desnudo hasta el codo, colgando un freno de la mano, con este mote arriba: Modus, bellum, temperamentum.Y abajo esta letra: «El codo y la mano armados/ del freno y la razón templaban/ los caballos que volaban/ a morir precipitados». La columna que correspondía a esta en el mismo lado estaba dedicada a la Fortaleza, mostrábalo el jeroglífico, que en una grande tarjeta pintaba un avestruz con una barra de hierro atravesada en el pico y arriba este mote: Fortis in duris.Y abajo esta letra: «La blanda lisonja que/ concede el Tiempo o Fortuna/ no da fortaleza alguna,/ que ésta en lo duro se ve». La otra columna delantera que miraba al lado del Evangelio estaba dedicada a la Justicia; mostrábalo el jeroglífico, que en una grande tarjeta pintaba un águila y debajo un rayo, [el águila se mostraba] con un ramo de oliva en la boca y este mote arriba: Parcere subiectis et debellare superbos22.Y esta letra abajo: «El rayo arrojé tal vez/ sobre la montaña altiva,/ pero siempre amé la oliva/ en la boca del jüez». La última columna, corres-

Como bien se recordará, el mote reproduce la sentencia conclusiva de uno de los pasajes más célebres del libro VI de la Eneida (vv. 851-853): «Tu regere imperio populos, Romane, memento / (hae tibi erunt artes), pacique imponere morem, / parcere subiectis et debellare superbos» (‘Tú, romano, recuerda tu misión: regir los pueblos bajo tu mando. Estas serán tus artes: imponer las leyes de la paz, favorecer a los humildes y abatir a los soberbios’). 22 

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pondiente a esta en el mismo lado, se dedicaba a la Prudencia; mostrábalo el jeroglífico, que en una grande tarjeta pintaba un espejo redondo de los de Sol y al mismo Sol, que le estaba desde arriba penetrando con sus rayos, los cuales iban derechos a un laurel que se estaba abrasando con ellos.Y arriba este mote: Fidelis, Prudens, Amans.Y abajo esta letra: «A luz de este Sol miré/ lo que el laurel me dictaba,/ mas siempre prudente ataba/ la Caridad con la Fe». Adornaba más estas columnas otras tarjetas con versos de los que se compusieron en el certamen y en el chapitel de cada una estaba un Escudo de las Armas Reales y otro con las Armas de la Universidad, debajo de cada jeroglífico. Ligábalas una con otra su arquitrabe, friso y cornisa del mismo orden Tuscano, los cuales estaban vestidos también de negro y adornados con algunos jeroglíficos y versos del certamen […].

Después de la puntual descripción de los cuatro jeroglíficos dispuestos sobre las columnas, se da cuenta de los cuatro epigramas latinos en forma de epitafio, situados en torno a la tumba: Dentro de este cuerpo cúbico se levantaron tres gradas, que subían una vara en alto, y sobre la última grada se puso la Tumba Real o Cenotaphio, con un terciopelo negro, y en el lado de la cabeza, que era la parte del Occidente, se pusieron encima dos almohadas de terciopelo negro, sobre las cuales se puso la Corona Real en una fuente de plata, y al lado derecho el Estoque desnudo, y al izquierdo el Cetro, en otra fuente de plata, según los llevaron en la Pompa funeral, como diremos. Guarnecían la tumba cuatro epitafios, dos en cada lado, en este modo. Estaba en el lado derecho, que miraba al mediodía, al principio, que correspondía a las almohadas, una figura de la Muerte, con trofeos, calavera y huesos blancos, como suelen pintarse, y luego este Epitafio, en un dístico latino: «Non cepit quem terra, capit brevis urna, Philippum, / Mors arctat corpus,Terra sed ipsa minor». Seguíase luego otra Muerte como la antecedente y luego un Escudo de las Armas Reales de Castilla y León, que mediaban el lado; luego otra Muerte y luego otro Epitafio en cuatro dísticos latinos: «Quid iacet hoc Tumulo? Regni, Regisve cadaver? / Abstulit heu ambo linea, luxque eadem./ Heu cecidit Regnum, vitam solvente Philippo,/ terribilis Famae: sic sonat alta tuba./ Quot Libitina una confecit funera plaga,/ corpora tot claudit funebris urna simul./ O inter laevas numeretur nigra lapillo:/ non Iove, sed Krono dignior ista dies». Nótese para la inteligencia de este último verso que su Majestad murió en Jueves, día dedicado a Júpiter de los Antiguos, y que al Sábado dedicado a Saturno le tenían por ominoso. Y su Majestad murió en la hora antes de salir el Sol, que era la última de la noche del Miércoles, y así era hora de Saturno. A este Epitafio seguía otra Muerte, con que se remataba este lado. El otro, que miraba al Septentrión

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y era el izquierdo estaba adornado en la misma correspondencia. Primero debajo de las almohadas una Muerte o trofeos de ella y luego este Epitafio: «Mirare immensum tabulam cepisse Philippum,/ orbis erat cineri debita tumba suo./ Victrices at Musae ipsi statuere sepulchrum,/ virtutes, titulos, Principe dignus honor». Seguíase otra Muerte y luego en medio otro Escudo de las Armas Reales de Castilla y León y luego otra Muerte y luego este Epitafio: «Quis iacet urna hac parva? Cuius condidit ossa/ dira manus sortis? Vultus at ipse docet./ Aspice marmoreo titulum, nomenque sepulchro/ scripta Philippi, quem Parca severa tulit./ Hespera gens dolet et tot duris obruta telis/ concidit ex animis, vulnere caesa gravi». De estos Epitafios y de los cuatro jeroglíficos de las columnas fue Autor el Doctor don Manuel Serrano de Paz23.

Desde el arranque mismo del volumen ovetense compuesto para las exequias del rey planeta tenemos una información preciosa, hasta hoy completamente desconocida, acerca de la faceta creativa del comentarista de Góngora. En efecto, a su inspiración se deben cuatro epigramas fúnebres en latín humanístico y otros tantos poemitas castellanos, insertos en el género visual y poético del jeroglífico, la modalidad sacra del emblema. El papel de los Serrano de Paz en estas conmemoraciones luctuosas no se limitó a la organización de la justa y la composición de ocho poesías por parte de Manuel. También tuvo un destacado papel en las mismas el hermano menor, Tomás. Tal como refiere la minuciosa relación, el domingo quince de noviembre tuvo lugar la solemne procesión funeral, que culminó del modo siguiente: Ya estaban esperando los huéspedes convidados y eran las tres y media de la tarde, habiendo tardado una hora en el pase dicho; y así habiéndose vestido el Preste y Diáconos, y tomado su asiento, que era un banco raso cubierto de negro, entre la Tumba Real y el Rector, comenzó la música a cantar Vísperas de Difuntos y después la Vigilia con mucha solemnidad. Y habiendo cantado el último responso y dicho el Preste la oración, se volvieron a sentar todos y levantándose entonces de su asiento el doctor don Tomás Serrano de Paz, acompañado de otros dos Doctores modernos y del Maestro de Ceremonias, todos con las faldas de las lobas arrastrando y cubiertas las cabezas, se subió al Púlpito y habiendo hecho reverencia a la Tumba Real, descubriendo entonces la cabeza, bajando la chía y quedando

El texto de los jeroglíficos se encuentra en las pp. 22-25. Los epitafios se localizan en pp. 28-30. 23 

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cubierto con la gorra doctoral, hizo una oración fúnebre latina que va aquí impresa. En ella se verá cumplido lo que pide Quintiliano en una Oración grande, libro 8, Instit. cap. 2: «Nobis primo sit virtus, perspicuitas, propia verba, rectus ordo, non in longum dilata conclusio, nihil nec desit, nec superfluat. Ita sermo et doctis probabilis et planus imperitis erit». Así fue dicha oración entendida de todos y alabada de todos. Pero, ¿quién podrá decir la grandeza y elocuencia del orarla? Eso no se puede escribir, sólo el oído y la atención pudieron atestiguarlo, baste que concurrieron en él lo que de Marco Tulio dijo Quintiliano, libro 10 Institut., cap. I, la fuerza en el decir de Demóstenes, la copia de Platón y el agrado de Sócrates. Era ya de noche cuando se acabó la Oración, aunque dentro de la Capilla las muchas luces hacían día.Y así, despedidos los huéspedes, se volvió la Universidad al Colegio de San Vicente24.

Con todo detalle en el párrafo se explicitan los gestos rituales que se cumplieron durante la actio y la pronuntiatio del elogio funeral neolatino en honor del difunto rey. El título completo de la pieza oratoria compuesta y pronunciada por Tomás Serrano de Paz es el siguiente: Oratio funebris in exequiiis Philippi IV. Magni Hispaniarum Regis, Domini Nostri. Recitata a Doctore Don Thoma Serrano de Paz, Sacrorum Canonum Primario Antecessore, in Illustri Academia Ovetensi et Perpetuo eiusdem ubis Decurione et in Regio Pintiano auditorio causarum Patrono25. La extensa relación funeral también copia las instrucciones elaboradas por Manuel Serrano de Paz para la celebración de la justa poética, con un total de diez certámenes en lengua latina y vernácula. Como cabía esperar, la publicación de los nombres de los jueces de este concurso lírico permite ver cómo estaban allí representados los tres hermanos26. El día de la solemne presentación discurrió así:

Este encendido elogio de Tomás Serrano de Paz se halla en pp. 39-41. Puede leerse el discurso en pp. 45-64. 26  «Serán jueces los señores Rector de la Universidad, que fuere, y lo es el señor Licenciado don Diego de la Caneja, arcediano de Villaviciosa, Dignidad y Canónigo en la Santa iglesia Catedral de esta ciudad. El doctor don Faustino Serrano de Paz, catedrático de Prima de Leyes. El padre maestro fray Francisco de Uría, del orden de Santo Domingo, y catedrático de prima de Theología. El doctor don Diego de Valdés Bango, arcediano de Gordón, dignidad y canónigo doctoral en la santa iglesia catedral de esta ciudad, y el maestro fray Plácido de Quirós, de la orden de San Benito, abad del colegio de San Vicente, catedrático de Vísperas de Teología.Y secretario el Doctor y maestro don Manuel Serrano de Paz». Tomo la cita de pp. 104-105. 24  25 

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Era jueves, diecinueve de noviembre, a cosa de las tres de la tarde, cuando ya dispuesto todo lo referido y lleno el General así en los asientos doctorales como en los bancos bajos y otros que se añadieron de gente ilustre y estudiantes y otra mucha que concurrió, quedando alguna en pie, habiendo dado señal un instrumento funesto, se subió en la Cátedra el doctor don Manuel Serrano de Paz y habiendo captado la venia a las personas a quien debía y a todo el auditorio dijo un Elogio u Oración Panegírica o Epitafio al Rey nuestro Señor, difunto, dando con ella principio al certamen así27.

Sin ceñirse exclusivamente al papel de jueces, dos de los hermanos compusieron varias poesías para la ocasión. Tomás Serrano de Paz redactó un Epicedio latino de cuarenta hexámetros y un epigrama funeral en dos dísticos28. Entre las «Poesías fuera de certamen» figuran cinco curiosas composiciones de Faustino Serrano de Paz: un epitafio latino de dos dísticos, otro epitafio latino de cuatro dísticos, una canción real («Augusta Casa, que en labrados riscos») y dos poemas en Endechas octosilábicas29. Dado que cada uno de los certámenes se cierra con una octava real, puesta en boca de las diferentes musas, cabe suponer que el elogio poético de estas octavas epigramáticas se deba a Manuel Serrano de Paz, secretario de la justa y autor del cartel. No podemos extendernos más en estas facetas creativas y circunstanciales de la poesía de justas de los tres hermanos Serrano de Paz, que bien merecerían un estudio monográfico. Por ello nos limitaremos aquí a apuntar la existencia de otro interesante impreso del entorno ovetense, ­relacionado con ellos: el Certamen poético a la gloriosa virgen y martyr Santa Eulalia de 27  El texto de esta Oración panegírica se extiende entre pp. 110 y 132. Aparece el discurso laudatorio rematado por tres octavas reales: «Con inmortal vestido te adornaron/ las hijas del antiguo dios Nereo,/ luego las nueve Musas alternaron/ en triste canto vuelto el amebeo,/ a cuyo son funesto lamentaron/ los griegos todos tu vital deseo,/ tanto pudo mover los corazones/ Musa sonora en lúgubres canciones./ Con afectuosa Thetis diligencia/ certámenes propuso numerosos,/ admirados de mí con excelencia/ entre cuantos he visto majestuosos,/ en ellos vive eterna tu presencia,/ y vivirán tus hechos más gloriosos/ igualando los términos del mundo/ tu nombre, sin peligros de segundo./ Esto cantaba Homero de su Aquiles,/ y esto nuestra Academia de Felipe,/ convocando los cisnes juveniles/ a bañarse en las aguas de Aganipe./ El Parnaso reconoce sus abriles,/ el tiempo al año las flores anticipe,/ para que asistan cultas, no confusas,/ a coronarle el Coro de las Musas» (p. 131). 28  El texto del epicedio puede leerse en pp. 143-145; el epigrama, con doble versión —griega y latina—, se halla en pp. 157-158. 29  Puede verse en pp. 268-275.

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­ érida, patrona del obispado y ciudad de Oviedo y del Principado de Asturias, con M el compendio de su milagrosa vida, impreso en Valladolid en 166730. En suma, a la luz de estos testimonios parece oportuno afirmar que los hijos del doctor Leonel Serrano de Paz se integraron exitosamente en las élites letradas de la capital del Principado. El primogénito, Manuel, ocupó el honroso puesto de médico de la catedral y ostentó la Cátedra de Matemáticas de la Universidad de Oviedo. Por su erudición e inclinación a las buenas letras el claustro universitario solía encargarle que redactara las normas de los certámenes poéticos celebrados en la ciudad. Entre los hijos menores, el jurisperito Faustino Serrano de Paz, doctor y clérigo, fue capellán de la iglesia parroquial de San Isidoro de Oviedo y alcanzó la Cátedra de Prima de Cánones en la Universidad de Oviedo. Como hemos tenido ocasión de ver, también frecuentaba el comercio con las musas. Finalmente, tras haberse graduado en el Estudio astur como bachiller, licenciado y doctor en Cánones entre 1637 y 1645, el más joven de los varones, Tomás Serrano de Paz, tuvo una importante carrera por tierras castellanas antes de instalarse en Oviedo. Fue fiscal de la Real Chancillería de Valladolid desde 1645 y tomó posesión del cargo de oidor en la misma Chancillería en junio de 1648. Tras haber sido oidor decano, revistió los poderes de presidente en funciones de dicho tribunal. A partir de 1651 pasaría a tierras asturianas, donde llegó a ocupar los cargos de gobernador y capitán general del Principado. Durante los años de docencia en la Universidad de Oviedo los hermanos Serrano de Paz fueron elaborando diversos escritos de corte académico. Del guardián de la memoria del primogénito (tal como emerge del texto mismo de los Comentarios) conviene señalar que se han perdido algunas obras. En efecto, el jurisperito Tomás Serrano de Paz fue autor de unas Lecturae canonicae ovetensis matutinae liber decretalium (Oviedo, 1660) y de una traducción titulada Astucias militares de Sexto Frontino (versión que pudo tener presente el texto italiano Astutie militari di Sesto Iulio Frontino,Venecia, Cornis de Irino, 1541; así como el texto latino de la Sylloge strategematum sive astutiae militaris, Francofurti, J. A. Enderum et W. Junioris Haeredes, 1661). Probablemente el conjunto de obras manuscritas que figuraba en la librería de Tomás Serrano de Paz, esperando la fortuna de las prensas, debió de ser más amplio y comprendía diversos asuntos y disciplinas, como permite sospechar una afirmación del propio jurisperito: 30 

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García Sánchez, 2004.

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En cuanto a los libros manuscritos que compusieron y dejaron escritos el dicho su padre y hermanos, así en Medicina y Jurisprudencia como en Matemáticas, Filosofía y más Artes liberales y Buenas Letras les ruega y encarga y quiere no los vendan, sino es que sea a mercader de libros o impresor u otra persona que tome por su cuenta el imprimirlos, para que no perezcan obras tan insignes y de tanta utilidad para los estudios de las letras. Y lo mismo guarden con los papeles y libros que el otorgante deja escritos que unos y otros para su conservación los hizo encuadernar y sus enfermedades y pleitos y otros embarazos no le han dado lugar a poder entregarlos a la imprenta31.

Si nos fijamos en el caso del primogénito, Manuel Serrano de Paz, no parece exagerado afirmar que en sus múltiples facetas de copista de antiguos códices de raro valor, comentarista gongorino, catedrático de Matemáticas, estudioso de Astronomía y médico de la iglesia catedral de Oviedo, muestra en verdad «el perfil de una amplia inquietud intelectual y letrada», tal como resaltara Juan Carlos Conde32. Del amplio interés por las litterae humaniores y de los ricos fondos que debió de guardar en su biblioteca privada alcanzamos alguna curiosa noticia. De hecho, en la biblioteca de la Universidad de Salamanca se conserva uno de los volúmenes que perteneció a la librería personal de Manuel Serrano de Paz: De situ orbis libri tres, de Pomponio Mela (Amberes, Plantino, 1582). El texto llevaba los comentarios de Ermolao Bárbaro y Hernán Núñez (signatura BG/32619). Por otro lado, el fondo antiguo de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid también custodia otro volumen que otrora estuvo entre los ricos fondos bibliográficos del comentarista gongorino: Scriptores aliquot gnomici iis qui graecarum literarum candidati sunt: utilissimi quorum opuscula huic libro inserta proxima pagina referuntur (Basylea, Joan Frobenius, 1521). Allí figura el texto griego de los Praexercitamina o Progymnásmata de Aftonio, las Icones de Filóstrato y la Vida y fábulas de Esopo (signatura BH FLL 32156). A la muerte del comentarista, los tomos de su librería pasaron a manos de su hermano y heredero, don Tomás Serrano de Paz. Por una afirmación del testamento de este otro ingenio sabemos que aquel importante legado bibliográfico estaba tasado en una cantidad bastante respetable: «seiscientos ducados […] importaron los libros de la librería del doctor

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Véase p. 105 (actualizo grafías y puntuación). Conde, 2010, p. 110.

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don Manuel Serrano de Paz, su tío, mi hermano legítimo que fue, difunto, de quien soy y fui heredero»33. 3. Los Comentarios a las Soledades: vida y erudición La primera noticia sobre los extensos comentarios de Manuel Serrano de Paz a las Soledades se remonta al año 1955, cuando Dámaso Alonso anunciaba el hallazgo de los dos códices, hasta entonces ignotos, depositados en la biblioteca de la Real Academia Española34. El gran gongorista no daba ningún dato concreto en aquella breve aportación que permitiera establecer la cronología y andanzas de este mal conocido ingenio áureo, puesto que se limitaba a apuntar los títulos y cargos de Serrano de Paz que aparecían ya en el título de la obra35. La cronología de los commenti resulta en verdad bastante amplia, ya que, desde el arranque mismo del primer tomo, dos folios no numerados dan cuenta del origen de este encomiable trabajo, los avatares que sufrió y cómo se llevó a término. Según revela el propio doctor ­Serrano, el proyecto juvenil de acometer la interpretación de la obra más oscura Cito la transcripción del documento: apéndice I, p. 144. El trabajo se titulaba escuetamente «El doctor Manuel Serrano de Paz, desconocido comentador de las Soledades» y quedó recogido en la primera edición de los Estudios y ensayos gongorinos (Madrid, Gredos, 1955). El tomo se volvió a imprimir varias veces. Aquí manejamos la primera reimpresión de la tercera edición: Alonso, 1982, pp. 496-508. 35  Los dos voluminosos manuscritos aparecen bajo estas largas rúbricas: Comentarios a las Soledades del grande poeta don Luis de Góngora, compuestos por el doctor don Manuel Serrano de Paz, médico de la santa iglesia cathedral de Oviedo, cathedrático de mathemáticas. Con la explicación litteral, allegórica política y moral del poema. Primera Parte a la Soledad Primera. Sacada a luz por el Auctor en su vida y de su mano escrita, corregida y enmendada, publicada después de su muerte por el Doctor Don Thomás Serrano de Paz, su hermano y heredero, Regidor perpetuo de la ciudad de Oviedo y por ella Diputado del Principado de Asturias, Cathedrático de Prima de Cánones en su insigne Universidad,Abogado de sus Audiencias y de la Real Chancillería de Valladolid (Real Academia Española, manuscrito 114); Comentarios a las Soledades del grande poeta don Luis de Góngora, compuestos por el doctor don Manuel Serrano de Paz, médico de la santa iglesia cathedral de Oviedo, cathedrático de mathemáticas en su insigne Universidad, Phylósopho, Phylólogo y Profesor de las Buenas Letras y Artes Liberales. Con la explicación litteral, allegórica política y moral del poema. Segunda parte. Contiene la Soledad segunda sacada y trasladada de original después de la muerte del Autor. Por el doctor D.Thomas Serrano de Paz, Regidor Perpetuo de la ciudad y Cathedrático de prima de Cánones de dicha Universidad, Abogado de su Audiencia y de la Real de Valladolid (Real Academia Española, manuscrito 115). 33  34 

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y enigmática de Góngora —frisaba entonces el autor los veinte años— daba sus primeros pasos en Salamanca durante la primavera de 1625, durante los momentos en los que Manuel Serrano de Paz había obtenido el grado de bachiller de Medicina y se disponía a regresar junto a su familia a Monforte de Lemos. Seguidamente transcribo el texto completo, a la luz del manuscrito iré corrigiendo todos los errores de copia advertidos en la edición parcial de Dámaso Alonso. Razón de estos comentarios Habiendo asistido en la Universidad de Salamanca desde el año de mil y seiscientos y dieciocho hasta el de veinticinco, me introdujo a la amistad de don Andrés Gómez Hurtado, noble extremeño natural de Zafra, no la unidad de la profesión y estudios, pues eran diversos, sino la unidad de la posada, inclinación igual a las buenas letras y comunicación familiar de cada día. Acabamos nuestros cursos y al despedirnos, caminado cada uno a su patria, prometimos uno al otro igual correspondencia epistólica y discurriendo sobre la materia que más afinaría esta correspondencia, le pareció al dicho don Andrés el que tomásemos a nuestro cargo el comentar estas Soledades del ilustre poeta don Luis de Góngora, empresa que en aquel tiempo se estimaba muy dificultosa, así por la grandeza del poema como por su obscuridad. Firmes ambos en este intento, comenzaron a correr las cartas con algunos trozos de lo que cada uno comentaba, alternando los períodos y esperando cada uno la respuesta del otro. Pareció luego que esta tardanza en esperar uno por la respuesta del otro era hacer el comento inacabable y así con mejor acuerdo nos pareció dividir esta Soledad Primera de una vez en varios trozos, dejando el uno al otro libres los que le tocaban, para que fuese comentando cada uno los que quedaban a su cargo, sin esperarnos, remitiendo empero lo que así fuésemos comentando uno al otro. Esta división fue cau///sa que yo o por tener menos ocupaciones entonces o por haber tomado mi parte con mayor cuidado acabase los comentarios a los trozos que me habían tocado mucho primero, los cuales fui remitiendo con toda puntualidad a don Andrés. Pero como los pareceres humanos no tienen consistencia y son siempre casi falibles, esta correspondencia que en nuestra opinión había de ser perpetua, la quebró no la muerte, sino o la distancia de las patrias o el entregarse (lo que tengo por más cierto) a mayores ocupaciones mi compañero, dejando esta para él ya fastidiosa, pues apenas le remití mis trozos comentados cuando se cerró del todo a la correspondencia, que si bien fue solicitada por cartas algunas mías, nunca mereció respuesta. Desengañado, pues, aunque pudiera haber dejado esta ocupación, quise lograr con ella algunos ratos de tiempo ociosos, los que me permitían mayores estudios. Y así me atreví yo solo a comentar la ­Segunda

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Soledad, engañándome con la esperanza de que en el entretanto volvería a la primera correspondencia mi amigo. Pero al fin me engañó, pues di fin al comentar la Segunda Soledad sin tener ni recibir carta suya. Desesperado ya, entonces volví sobre esta Primera Soledad y me puse a comentar los vacíos que habían quedado, suertes de mi compañero. De este modo vine a hacer todos estos comentarios ser míos, dejando empero en ellos lo que había comentado don Andrés, quitando empero algunas superfluida//des que la primera pluma había sembrado, añadiendo en su lugar cosas más necesarias a la explicación del poema.Ya se había puesto fin a estos comentarios, cuando publicaron a estas Soledades don Joseph Pellicer sus Lecciones Solemnes y don García Coronel sus Comentarios, ambos ingenios grandes y que si hubieran primer publicado dichas obras, me hubiera yo negado al trabajo de comentador, pero habiéndoles ganado por la mano, sirviéronme sus obras para enmendar las mías, no trasladando de ellos cosa alguna, porque si bien somos los mismos en algunas y en la unidad de los autores citados, yo las bebí con mi trabajo en las mismas fuentes que ellos. Enmendeme, empero, en no dejar al Poeta sin defensa en algunas culpas que dichos menos vistos jueces y otros con ellos le achacan, como mostrará el discurso de los comentarios, que en muchas cosas levantan el sentir del Poeta y lo sacan de lo ratero en que ellos le ponen, mostrando mayor su dictamen. Junté a esto las alegorías a imitación de las que a Homero hizo Heráclides Póntico, porque nunca entendí que el intento del Poema36 se acortase en lo literal solo, antes siempre juzgué que el Poëta escondió otro sentido mayor del que muestra la letra.Y así fui discurriendo las alegorías que en el propósito se podían dar. Y no quiero crea alguno que doy estas por las intenciones del Poeta, que acaso escondió otras muy diversas, pero en cosa tan oculta valga a cada uno su juicio. Quien las juzgare superfluas, tiene en su volun///tad el no leerlas y esto de los comentarios. Del Autor no tengo qué añadir a lo mucho que dijeron otros. Su grande ingenio, afinada erudición, cornucopia de buenas letras, muestran sus mismas obras. Esta de las Soledades tuvieron muchos por obscura, intrincada y difícil de desatar. Es la causa de esto la grande propiedad con que el Poeta habla en cualquiera materia que toca, que parece profesor en todas y el entender esta propiedad no es de todos igualmente. Y esto le hace obscuro, como también el uso frecuente de tropos y figuras poéticas y los que condenan esto o no saben qué cosa es el ser Poeta o lo miran con envidia.Y esto baste acerca de la razón de estos comentarios37.

La curiosa «Razón» que encabeza el primer tomo explica el origen Corregido: tacha la sílaba final «ta» y la sustituye en la línea siguiente por «ma». Madrid: Biblioteca de la Real Academia Española, manuscrito 114 (tomo I), s. f. Modernizo grafías y puntuación. La transcripción de ese texto puede leerse parcialmente en el citado artículo de Dámaso Alonso, 1982, pp. 500-501. 36  37 

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de una ardua empresa, dilatada a lo largo de varias décadas. El proyecto surgía de la amistad compartida por el médico e hidalgo de origen portugués y don Andrés Gómez Hurtado, «noble extremeño natural de Zafra». Según explicita el médico, fino gustador de las litterae humaniores: Acabamos nuestros cursos y al despedirnos, caminando cada uno a su patria, prometimos uno al otro igual correspondencia epistólica y discurriendo sobre la materia que más afinaría esta correspondencia, le pareció al dicho don Andrés el que tomásemos a nuestro cargo el comentar estas Soledades del ilustre poeta don Luis de Góngora, empresa que en aquel tiempo se estimaba muy dificultosa, así por la grandeza del Poema como por su obscuridad.

Si bien el extremeño Andrés Gómez Hurtado pronto habría de arrojar la toalla, el intento de glosar e interpretar la obra maestra gongorina fue pacientemente desarrollado por Manuel Serrano de Paz, primero en Monforte de Lemos, luego en Oviedo, a lo largo de los casi cincuenta años que median entre 1625 y 1673. La defunción del comentarista impidió que diera los últimos retoques a su obra, ya que ni siquiera llegó a concluir sus alegorías, como a continuación se verá. De hecho, en una fecha imprecisa entre 1673 y 1693 sería su hermano y heredero, Tomás Serrano de Paz, quien habría de ocuparse de encargar una copia en limpio de los borradores que habían llegado a sus manos38. Así acotaba Dámaso Alonso las dimensiones y características principales de ambos códices, deslindando las partes atribuibles a distintas manos: «Miden los tomos unos 217 x 157 milímetros. El primero tiene 4 hojas + 677 folios + 11 hojas. Las cuatro primeras hojas están ocupadas por la portada, dos hojas de prólogo (“Razón de estos Commentarios”) y una en blanco. De las once últimas, las diez primeras contienen un índice alfabético de “las cosas más notables que se escriben en estos Commentarios”; la undécima está en blanco […]. Las tres primeras líneas [de la portada] son de una mano, que es la misma que escribe todo el primer tomo de los comentarios, indiscutiblemente, según se declara en la misma portada, la del autor, don Manuel. El resto de dicha portada, de otra mano, que es (no me cabe duda) del hermano, don Tomás. El segundo tomo está formado por 4 hojas sin foliación (de ellas, las tres primeras en blanco; y la cuarta, la portada) + 512 folios + 3 hojas en blanco […]. Hasta el folio 39 está el segundo tomo escrito de la letra del primero, es decir, la de don Manuel. Al vuelto de ese folio hay una nota de mano de don Tomás […]. La advertencia termina en el folio 40.Y en los siete últimos renglones de la plana reanuda don Tomás la copia de los comentarios de don Manuel. Pronto se cansó: al vuelto de ese folio comienza otra letra, sin duda, de amanuense. Sigue ya la misma mano hasta el folio 119 v. Desde el 120 hasta la mitad del vuelto del 38 

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Debemos, precisamente, al jurisperito Tomás Serrano otra curiosa noticia sobre la labor limae que mantuvo ocupado al médico humanista a lo largo de varias décadas: Hasta aquí (lector amigo) tenía de su propia letra trasladados estos comentarios el doctor don Manuel Serrano de Paz su autor, cuando la Parca invidiosa le cortó el hilo de su vida. Hallé lo escrito hasta aquí corregido y mejorado y en muchas partes muy diverso de lo que estaba escrito en el borrador, porque iba puliendo con lo provecto de la edad algunos rasgos a que se había extendido la juventud, en cuyos verdores hizo esta obra. Estuve dudoso si daría a la estampa lo que se sigue, por no haber logrado la última mano de su autor, al fin me resolví a no defraudarte de ello, pues aunque no está tan limado como lo antecedente, a juicio de hombres doctos (a quien consulté) es digno de salir en público.Vale. Doctor don Thomas Serrano de Paz39.

A la luz de lo apuntado por su heredero, el paciente trabajo desarrollado durante años por Manuel Serrano no llegó a someterse a una revisión definitiva y, de hecho, la novedosa interpretación de los versos gongorinos bajo especie alegórica tampoco pudo llegar a término40. Veamos ahora lo que indica a ese propósito el hermano y albacea del comentarista: Hasta aquí, lector amigo, llegan las adiciones de las Alegorías que a esta Soledad en sus comentarios tenía escritas el doctor don Manuel Serrano de Paz, su autor, cuando la invidiosa Parca le quitó la pluma de la mano. Así te lo advierto porque si adelante acaso no hallares continuación de folio 387 es otra distinta. Una mano nueva comienza ahí y llega al folio 499, donde terminan los comentarios. Sigue un índice alfabético de “las cosas más notables”, folios 500-512, que ha sido escrito, otra vez, por la mano de don Tomás» (Alonso, 1982, pp. 497-499). 39  Fols. 39v-40r. 40  Serrano de Paz obra en las glosas de forma semejante a la de los otros comentaristas. Primero reproduce un pasaje del poema, seguidamente da cuenta del contenido y, por último, va extractando del mismo fragmento aquellos sintagmas o iuncturae que estima difíciles de comprensión o notables por ofrecer un bello ejemplo de reescritura de un modelo griego, latino o italiano. En torno a dichas teselas el erudito médico humanista va bordando sus interpretaciones e iluminándolas con algunos paralelos interesantes de hipotextos de prestigio. Cuando Serrano de Paz estima que algún pasaje puede esconder un sentido cifrado, después de las pertinentes glosas, intercala su interpretación alegórica. Para ver cómo actúa en la dispositio de los comentarios, puede verse el apartado cuarto de este capítulo.

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las ­alegorías antecedentes, no lo atribuyas a menos cuidado y negligencia del autor, el cual si tuviera más vida las hubiera continuado y puesto en la última perfección como ya viste lo ejecutó en los Comentarios de la primera Soledad.Vale. Doctor don Thomas Serrano de Paz.

A la luz de los citados párrafos puede reconstruirse parcialmente la amplia cronología de unos comentarios que se iniciaron en Monforte de Lemos en 1625 y mantuvieron ocupado a su autor hasta la fecha de su muerte, acaecida en Oviedo en 1673. Posteriormente, el cuidado y transcripción de las anotaciones pasó al hermano del catedrático ovetense, don Tomás Serrano de Paz. Desde que Dámaso Alonso exhumara los dos volúmenes en 1955, curiosamente, a lo largo de las décadas siguientes ningún investigador llegó a acercarse a los mismos. El autor de los Estudios y ensayos gongorinos apuntaba en aquel estudio pionero que «estos comentarios son de una extensión desmesurada» y en una estimación aproximada sostenía que «son más de tres veces más extensos que los de Salcedo Coronel y más de diez veces más extensos que los de Pellicer»41. El carácter detallado y minucioso de aquellas glosas podría haber ejercido indudable atractivo en los estudiosos que trataban de dilucidar algunos puntos oscuros en la obra gongorina o entre los investigadores que pretendían aclarar algunos de los modelos literarios empleados por el genial racionero. Ahora bien, el estudio de Dámaso Alonso, lejos de incitar a la consulta de tales códices, arrojó sobre ellos una suerte de anatema42. A juicio del catedrático madrileño, tales comentos no representaban «una Alonso 1987, pp. 501-502. El primero en contemplar con algún reparo la profundidad de las indagaciones de Dámaso Alonso en este asunto particular fue Joaquín Roses Lozano (1994: 60): «Es muy probable que desde 1630 a 1650 el aislado ovetense siguiese trabajando, como una hormiguita, enmendando, con la ayuda de los comentarios impresos que no recibiría tampoco muy tempranamente, sus desvelos y fantasías. Fantasías porque, según Alonso, que parece haberse leído el mamotreto, el poco juicio de su autor es relevante». Como evidencia la frase que reproducimos en cursiva, el profesor Roses parece poner en duda que Alonso hubiera leído con la necesaria atención y el debido detenimiento los dos imponentes volúmenes de Serrano. Por otro lado, en el Catálogo que Robert Jammes dedicara a la Polémica de las Soledades, la entrada número cuarenta corresponde a los Comentarios que aquí nos ocupan. El catedrático de Toulouse refleja allí la necesidad de volver sobre esta obra: «A pesar de sus ­flaquezas evidentes (como la manía de buscar interpretaciones alegóricas estrafalarias), merecería quizás un estudio más detenido» (Góngora, Soledades, 1994, p. 678). 41  42 

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importante fuente de conocimientos» por tres razones principales: por su tarda cronología (posterior a los impresos de Pellicer y Salcedo Coronel, datados respectivamente en 1630 y 1636)43; por haberse gestado en el norte de la península, teóricamente lejos de los círculos gongorinos (andaluces o cortesanos); por el «imperdonable» pecado del método interpretativo de las alegorías. Pese al sumarísimo juicio negativo que Alonso realiza de estos comentarios «de una extensión desmesurada», de vez en cuando se le escapó al investigador complutense algún atisbo de valoración positiva, ya que ciertas páginas de Serrano de Paz permitirían «la restitución o aclaración» de algunos dificilísimos «pasajes que puede hacerse con ayuda de los comentarios»44. Aún puede percibirse otro resquicio de duda en su estudio, puesto que el poeta y académico se veía obligado a reconocer que «afortunadamente, no todo es tan baladí en estos comentarios. A través de sus 2.352 páginas salen algunas noticias y muchas observaciones útiles». Para aquilatar el interés de las minuciosas anotaciones de Manuel Serrano de Paz a las Soledades cabe emplear la metodología ya utilizada en el capítulo tercero para tomar el pulso a dos escolios de Martín Vázquez Siruela al Panegírico al duque de Lerma. En efecto, la manera más segura de identificar la valía de las glosas del médico humanista se sustenta en un ejercicio de comparación, para ello se realizará en el siguiente apartado una cala significativa en el commento, para acto seguido cotejar tales noticias y reflexiones con lo aportado por los demás ingenios del siglo xvii.

43  Para elaborar sus glosas, Serrano de Paz no solo manejó las ediciones impresas con comentario de Pellicer y Salcedo Coronel, sino que también tuvo acceso a copias manuscritas del poema que atesoraban variantes. El propio Dámaso Alonso lo reconoce en su estudio, donde al referirse al «célebre pasaje en que se describe el curso de un río», admite que Serrano «conoce la versión canónica, la de Pellicer y la de su amigo y colaborador Gómez Hurtado, y dice: “Yo después de estas tres lecciones puestas aquí, hallé ésta en un manuscrito, que en parte conviene con la de Pellicer, en parte discrepa”.Y reproduce esa cuarta versión […]. Gracias a él (por lo puntualmente que reproduce los textos que junta) es posible ahora dar luz a algún recodo de ese pasaje que permanecía oscuro» (Alonso, 1982, pp. 504-505). 44  Alonso, 1982, p. 505.

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4. Fragmentos de un comentario haliéutico: hacia una nueva valoración El estudio comparativo de los comentaristas constituye un ejercicio fascinante y complejo, practicado desde hace años con indiscutible brillo por Melchora Romanos. Como apunta la autorizada investigadora bonaerense, el cotejo de las glosas: «nos ofrece un interesante mundo de múltiples perspectivas críticas y de curiosas relaciones que se mueven entre saberes compartidos y juegos potenciados de lecturas que se condicionan y dialogan continuamente entre sí»45. Los textos de las notas áureas plantean a veces corteses disensiones, como la de García Salcedo Coronel y Cristóbal de Salazar Mardones a propósito del calificativo «sordo»46. En otras ocasiones, los anotadores reconocen sus deudas y declaran su gratitud a aquellos amigos que les han proporcionado información o consejo para una apostilla. También puede encontrarse, simplemente, la expresión de cierta contradicción en el juicio o alguna pulla contra estimaciones poco fundadas47. Bajo esa luz, seguidamente trataremos de valorar los méritos del comentarista Manuel Serrano de Paz. Para ello se confrontarán sus anotaciones con las de Pellicer, Salcedo Coronel y Díaz de Rivas, los tres ingenios considerados —teóricamente— los mejores intérpretes de la poesía gongorina en el siglo xvii. El pasaje en el que se va a centrar nuestra atención pertenece a una de las más célebres secciones descriptivas de la Soledad segunda: el bodegón de diferentes piezas capturadas en sus redes por los pescadores. El suntuoso elenco marino se abría así (vv. 96-101): Las redes califica menos gruesas, sin romper hilo alguno, pompa el salmón de las reales mesas, Romanos, 1995, p. 185. O la cortés enmienda que Serrano plantea frente a Pellicer en fols. 317v-318r de sus Comentarios: «Trenzas de oro llamó al cabello y el mesmo nombre trenzas significa el cabello, quasi trichas, de trix, o thrix que entre griegos significa el cabello de donde debe este nombre». Al lado de la glosa, figura esta anotación en el margen izquierdo del fol. 317v: «Pero perdone Don Joseph Pellicer en esta parte, que no tiene justicia». 47  Pueden verse, a este propósito, las saetas que Vázquez Siruela iba lanzando contra las Lecciones solemnes de Pellicer en algunas de sus notas, como se ha estudiado en el capítulo tercero de la presente monografía. 45  46 

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cuando no de los campos de Neptuno, y el travieso robalo, guloso de los cónsules regalo48.

El catálogo piscatorio se abre, pues, con dos de los mayores trofeos: el salmón —digno de las mesas de un moderno rey— y el róbalo —gala de los antiguos banquetes consulares romanos—. Por motivos de espacio, nuestro cometido aquí no se centrará en dilucidar los problemas de ictionimia que algunos términos pueden ocasionar, sino que intentaremos evidenciar mediante el cotejo de las diversas glosas cuál fue el comentarista más minucioso y capaz en su estudio del pasaje49. Conduciendo ya nuestro discurso al campo de Agramante de los cuatro comentarios, en primer lugar, veremos cómo, desde las páginas de las Lecciones solemnes, Pellicer reprodujo en su Explicación la siguiente paráfrasis: «Cogieron en las redes menores el salmón, pompa de las mesas de los reyes o de los campos de Neptuno, calificándolas, dando a entender que para pescarle no era menester la jábega o red mayor, pues con la menor se pescaban sin romperse. Cogieron también el Robalo inquieto, guloso regalo de los Cónsules antiguos»50. Una vez aclarado el sentido general de los seis versos, el cronista real incorpora dos comentarios, referidos de forma respectiva a las dos especies citadas. El primero reza así:

Soledades, 1994, p. 435. Aunque probablemente no estará de más recordar que en la definición del Diccionario de la Real Academia Española el ‘róbalo’ (o ‘robalo’, hoy más conocido como lubina) aparece identificado como un «pez teleósteo marino, del suborden de los Acantopterigios, de siete a ocho decímetros de largo, cuerpo oblongo, cabeza apuntada, boca grande, dientes pequeños y agudos, dorso azul negruzco, vientre blanco, dos aletas en el lomo y cola recta.Vive en los mares de España y su carne es muy apreciada» (DRAE). Sobre el étimo de este vocablo precisa, asimismo: «Metátesis de *lobarro, término derivado de lobo». Sobre los usos de los términos ‘róbalo’ y ‘lubina’ en el entorno mediterráneo y el atlántico, es de obligada consulta Mondéjar, 1989. Por su parte, el diccionario académico aporta en torno al salmón la información siguiente: «Pez teleósteo de hasta metro y medio de longitud, de cuerpo rollizo, cabeza apuntada y una aleta adiposa dorsal junto a la cola. El adulto tiene azulado el lomo y plateado el vientre, con reflejos irisados en los costados. Los machos presentan, además, manchas rojas o anaranjadas. Su carne es rojiza y sabrosa, vive en el mar y emigra a los ríos para la freza. Existen varias especies, una de las cuales es propia del Atlántico y las restantes del Pacífico» (DRAE). 50  Pellicer, 1630, col. 534. 48  49 

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Pompa el salmón. Imitó don Luis en esta pesquería no pocos lugares de las églogas piscatorias de Giulio Cesare Capaccio en su Mergellina y de las Églogas Náuticas de Laurencio Gambara, que no me pareció trasladar, por ser muchas. Dice ahora que calificó el Salmón las redes, el Salmón pompa de las mesas de los Reyes. Imitó a Ausonio en su Mosela «Nec te puniceo rutilantem viscere Salmo». Plinio, lib. IX, c. 18 trata de este pescado y latamente Aldrovando Lib. de Pisc.51.

Por otra parte, la segunda glosa dice así: Y el travieso Robalo, guloso de los Cónsules regalo. Es el Robalo pez sabrosísimo y fue el que los antiguos llamaron Lupus, según escribe Agustín Barbosa en su Diccionario Lusicanico, latino en la voz Robalo peixe.Tuviéronle los antiguos entre las demás delicias gustosas, como confiesa Macrobio, lib. III, Saturn., c. 16. Los griegos le dijeron lάbraξ Labrax. Hace mención de él Aristóteles, Opiano, Atheneo, Marcial, Ovidio, Horacio, Plinio, Alberto Magno y latamente tratan de él Conrado Ritter Husio In Halieus Oppiani lib. IV, 112; Conrado Gesnero, lib. De Pisc. y Ulises Aldrovando, Lib. de Pisc. (cols. 534-535).

La información que proporciona el texto de las Lecciones solemnes resulta en este punto bastante magra, ya que apenas se limita a nombrar algunos autores clásicos y humanísticos que tratan dicha materia52. Con innegable tino, Pellicer nombra en sus anotaciones a algunos poetas italianos interesantes en la tradición piscatoria y náutica (Giulio Cesare Capaccio, Lorenzo Gambara), pero no se toma la molestia de documentar posibles fragmentos líricos de tales ingenios que pudieran despertar la emulación gongorina.

Pellicer, 1630, col. 534. Se ha apuntado recientemente cómo en el marco de los comentarios completos a las Soledades se percibe a menudo un llamativo desfase entre la extensión y profundidad de las glosas dedicadas a la Soledad primera y las consagradas a la Soledad segunda: «En el trabajo de los que, contra todo pronóstico, completan la aventura de anotar el poema desde su cabo exacto hasta la conclusión provisional, se aprecia, llegados a este punto, un bajón desde el punto de vista cuantitativo que, según los casos, puede interpretarse como el resultado bien de una cierta prisa por llegar a la imprenta, bien como una suerte de fatiga hermenéutica, sin menoscabo de otras posibilidades» (Moya Mora, 2023, p. 256). 51  52 

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En claro contraste con la escueta anotación del cronista aragonés, García de Salcedo Coronel incorporaba, por su parte, varias citas ­poéticas, así como un interesante acopio de pasajes ilustrativos: Dice que el salmón, pompa de las mesas reales, ya que no lo sea del mar, calificó estas pequeñas redes, quedando preso en ellas sin romper hilo alguno, y también el travieso robalo, guloso regalo de los Cónsules. Las redes califica menos gruesas: calificó las pequeñas redes de los pescadores, quedando preso en ellas. Sin romper hilo alguno: sin romper ninguno de sus hilos. Pompa el salmón de las reales mesas: el salmón, pompa de las mesas de los reyes. Describe este pescado Ausonio in Mosella: «Nec te puniceo rutilantem viscere salmo/ transierim, latae cuius vaga verbera caudae/ gurgite de medio summas referuntur in undas,/ occultus placido cum proditur aequore pulsus./ Tu loricato squamosus pectore, frontem/ lubricus et dubiae facturus fercula coenae,/ tempora longarum fers incorrupte morarum/ praesignis maculis capitis: cui prodiga nutat,/ aluus, opimatoque; fluens abdomine venter»53. Es pescado regaladísimo y que ordinariamente en España le sirven en la mesa de nuestro Rey. Sus diferencias podrás ver en Conr. Gesn. libro IV de pisc. Quando no de los campos de Neptuno, pompa de las mesas reales: ya que no lo sea del mar, por hallarse en él otros mejores pescados. Y el travieso robalo, guloso de los Cónsules regalo:Y también mientras pretendía deslizarse, quedó preso en las redes el travieso robalo, guloso regalo de los Cónsules. Conrado Gesnero en el libro IV De piscibus quiere que sea el que los Latinos llamaron lupo, a quien Plinio después del Accipenser da el primer lugar. Libro IX, cap. 17: «Postea praecipuam auctoritatem fuisse lupo et asellis, Cornelius Nepos et Laberius poeta mimorum tradidere. Luporum laudatissimi qui appellantur lanati a candore mollitiaque carnis». Quiere este autor que los más estimados y mejores sean los que se cogen en los ríos. A esto alude Macrobio, libro III Saturnalia, capítulo 15. «Quid (dice) stupemus captiuam illius saeculi gulam servisse mari, cum in magno, vel dicam maximo apud

53  Se trata de los versos 97-105 del largo poema descriptivo Mosella, del bordelés Décimo Magno Ausonio. ‘Tampoco puedo olvidarte a ti, oh Salmón, con tu carne purpúrea. Los inquietos vaivenes de tu ancha cola te llevan desde el centro del abismo hasta la cresta de las ondas, cuando en medio de las aguas en calma se revela tu oculto empuje.Vestido el pecho de escamosa cota, lúbrica la frente, hecho para servirse a quien no sabe a qué hora cenará, sin perder la frescura soportas largo tiempo las demoras. Destacas con la testa bellamente moteada y el flanco enorme, oscilante; el vientre ondea con el graso abdomen’. La traducción libre del fragmento ausoniano es mía. He consultado la edición moderna del texto latino, al cuidado de Bernard Combeaud: Ausonio, 2010, p. 310. Cabe remitir al estudio de Scafoglio, 2023. Sobre el catálogo piscatorio en Ovidio, Ausonio y Góngora, también resulta útil la consulta de Anegón, 2023.

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prodigos honore fuerit etiam Tiberinus lupus». Muchos quieren que este pescado sea el que nosotros llamamos sollo y no el robalo. Pero Conrado Gesnero lo refuta, porque el sollo carece de espinas y el lobo las tiene. El lobo es voracísimo y el sollo no. De donde infiere que en ninguna manera sea el sollo el que llamaron los antiguos Lupus. El mismo engaño padecieron los que afirman que el Accipenser es el sollo; pues éste, como habemos dicho, carece de espinas y del Accipenser refiere Plinio en el lugar citado que las tiene vueltas hacia la boca. El Accipenser es pequeño (como observó Gerónimo de Huerta, insigne Médico y Filósofo) y el sollo grandísimo. El Accipenser fue raro, como consta de muchos lugares y principalmente Ovidio in Halieutica: «Tuque peregrinus Accipenser nobilis undis». Y de Marcial libro XIII, epigrama 86: «Ad Pallatinas Accipensem mittite mensas,/ ambrosias ornent munera rara dapes»54.Y el sollo se coge en muchas partes y no poca cantidad, pues en una Cuaresma, siendo yo Gobernador y Capitán a guerra de la ciudad de Capua, en el reino de Nápoles, se cogieron diecinueve sollos en el Vulturno, río que ciñe aquella ciudad, y el que menos pesó de ellos tenía setenta rótulos, que son otras tantas libras que llamamos carniceras, y alguno tuvo ciento y veinte. No me parece error presumir que don Luis tuviese al róbalo por el que llamaron Accipenser los antiguos: cuya estimación fue tan grande que refiere Plinio que entre todos los pescados fue tenido por el más noble. Y así cuando le llevaban a las mesas, entraban los ministros coronadas las cabezas, cantando y tañendo, celebrándole como cosa sagrada. Consta de Atheneo, libro VII: «Archestratus (dice) qui eamdem Sardanapalo vitam vivebat de Galeo Rhodio loquens existimat eandem esse qui apud Romanos cum tibiis et coronis in coenam ferebatur, coronatis etiam iis qui eum ferebant dictum Acipenserem». Lo mismo refiere Macrobio, libro III, capítulo 15 Saturnalia. Era este pescado por raro y por el excesivo precio con que se compra una vianda solamente de los Cónsules y hombres poderosísimos de la república. Cicerón in fragmento De Fato dice: «Nam cum esset apud se ad Iauerinum Scipio unaque Pontius, allatus est forte Scipion: Accipenser, qui admodum raro capitur, sed est piscis ut ferunt in primis nobilis. Cum autem Scipio unum et alterum ex iis qui eum salutatum venerant invitasset, pluresque etiam invitaturus videretur, in aure Pontius: Scipio, inquit, vide quid agas, Accipenser iste paucorum est». A esto parece que aludió nuestro poeta, diciendo que era guloso regalo de los Cónsules55.

Se trata del epigrama XCI del libro XIII (Acipensis): «Ad Palatinas acipensem mittite mensas:/ ambrosias ornent munera rara dapes». Sigo el texto moderno de W. M. Lindsay: Marcial, 2007, s. p. En la traducción de Juan Fernández y Antonio Ramírez de Verger el epigrama se vierte así: «Enviad un esturión a las mesas del Palatino:/ que estos raros regalos engalanen los manjares divinos» (Marcial, 1997, t. II, p. 345). 55  Soledades comentadas, fols. 214r-215r. 54 

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Al poner frente a frente las notas de Pellicer y los comentarios de Salcedo Coronel puede apreciarse abiertamente el prurito de ­exhaustividad que mueve al segundo, frente al apresuramiento relativo del cronista. Además de los consabidos tratados de erudición sobre el mundo natural (Plinio, Conrad Gesner), con excelente criterio, el poeta y caballero hispalense incorporaba en sus glosas la cita de varios poemas latinos, en cuyos versos se ponderan las excelencias piscatorias, como el Mosella de Ausonio, la Halieutica de Ovidio o el epigrama XIII, 91 de Marcial. Siguiendo el recorrido ya fijado en los párrafos anteriores, examinaré en tercer lugar la información aportada por el cordobés Pedro Díaz de Rivas, cuya cercanía personal con el poeta siempre lo ha situado en la más alta estimativa de los críticos56. Para establecer el cotejo con las notas de Pellicer y Salcedo Coronel, concretamente interesa aquí el texto de la anotación 18, consagrada al sintagma Pompa el salmón de las reales mesas. El erudito andaluz no se interesa en el aparato ictiológico, ni siquiera en la tradición literaria antigua en torno al salmón, puesto que su atención se centra en el cultismo latinizante ‘pompa’: «Aquello se dice pompa de las cosas que es excelente y singular entre ellas, como notamos en el Poliphemo, allí “pompa del marinero niño alado”. Pero nuestro poeta imita en este lugar a Marcial, libro X, 31 “Mullus tibi quatuor emptus/ librarum cena pompa caputque fuit”. Mullus es lo mismo que salmón, en este lugar de Marcial»57. El tertium comparationis de Díaz de Rivas no presenta mucha utilidad aquí, ya que atiende exclusivamente al uso de un vocablo, quizá de forma remota inspirado por el modelo epigramático de Marcial. Tras constatar cuáles son los puntos anotados por Pellicer, Salcedo y Díaz de Rivas, resulta necesario consultar ahora el tomo segundo de 56  Anotaciones a la Segunda Soledad de don Luis de Góngora, Ms. BNE 3906, fols. 248r y ss. 57  Anotaciones, fols. 250v-251r. El texto completo del epigrama X, 31 reza así: «Addixti servum nummis here mille ducentis,/ ut bene cenares, Calliodore, semel./ Nec bene cenasti: mullus tibi quattuor emptus/ librarum cenae pompa caputque fuit./ Exclamare libet: “Non es hic, improbe, non est/ piscis: homo est; hominem, Calliodore, comes”». La traducción de Juan Fernández y Antonio Ramírez de Verger reza así (Contra el glotón Caliodoro): «Ayer traspasaste un esclavo por mil doscientos sestercios para, por una vez, darte una buena cena, Caliodoro. Y no cenaste bien: un salmonete de cuatro libras que compraste constituyó el menú y el plato principal de la cena. Sienta bien gritarte: “Esto no es, manirroto, no es un pescado, es un hombre; a un hombre, Caliodoro, te estás zampando”» (Marcial, 1997, t. II, p. 178).

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los Comentarios de Serrano de Paz. El catedrático de Matemáticas de la Universidad de Oviedo glosa de esta forma los seis versos gongorinos: Dentro de las redes, aun las menos gruesas, está quieto el Salmón, sin que intente romper algún hilo, el Salmón, regalo grande en las mesas de los reyes, pompa suya, ya que no del mar. Y el Robalo travieso, grande regalo de los Cónsules. Las redes califica. Dos pescados entra en las redes el Poeta, los más nobles de todos y que compiten entre sí sobre la excelencia: el salmón, no conocido de los antiguos, y el robalo, tan conocido como apetecido de ellos. Da el primero lugar al salmón, como se lo dan todos los modernos. Es este pesce marino, pero sólo del Océano; de él sube a los ríos a morir en donde le pescan y jamás en el mar. Nace en los ríos, crece en el mar y vuelve a los ríos a morir; y así con justa razón el Poeta le mete en la pesca que se ejercita en la boca de un río que entra en el Océano, que en el Mediterráneo no los hay y de ahí nació el no conocerle los antiguos, ni griegos ni latinos, excepto Plinio y Ausonio, que en tiempo de aquel con las guerras de Alemania se debió de comenzar a tener noticia de él. Es su nombre alemán, en donde se llama salmi y de allí Salmón, como testifica Ulyses Aldrovando, a quien, y a los más que historiaron de pesce puedes consultar, y de ellos iremos sacando lo que dijéremos58. Las redes califica, pues, menos gruesas: a las redes menos gruesas califica por buenas el salmón, pues sin hacerles fuerza está dentro de ellas quieto, sin romperles hilo alguno. Muestra el Poeta la grande quietud y mansedumbre que tienen en las redes, con la cual aun a las menos gruesas que pudieran fácilmente romper, califican por buenas. Es ordinario en él no salirse de ellas, si bien esto no es verdad siempre, como escribe Gesnero, que tal vez enredados suelen hacer ímpetu para salirse y no pudiendo, si hallan espacio, se muerden unos a otros59. Pompa de las reales mesas. Es tan estimado que generalmente se prefiere a todos los pescados, así marinos como fluviales. Testifícalo Plinio, libro 9, cap. 18: «In Aquitania salmo fluviatilis maximis omnibus praefertur». Un poeta philósopho y médico moderno libro 6 poesis philoso.: «Et inter pisces salmo venerabilis omnes/ plurima dona tibi, non mala piscis habet». «Es entre los peces 58  Las distintas informaciones sobre el salmón que recoge Aldrovandi en el tratado De piscibus se localizan en el libro IV, en el capítulo I, titulado «De salmone». Remito a la edición Ulyssis Aldrovandi Philosophi et Medici Bononiensis De piscibus libri V et De cetis liber unus, Bononiae: Apud Bellagambam, 1613, pp. 481-489. Este volumen ricamente ilustrado puede consultarse en red en la siguiente dirección electrónica: http://amshistorica.unibo.it/17. Agradezco a la profesora Mercedes Blanco que me haya notificado la existencia de esta magnífica digitalización. 59  Comentarios a las Soledades, fols. 62v-63r.

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todos/ el salmón más respetado./ Muchos dones para ti,/ péscalos bien e no malos»60.Y con razón, pues en sabor y tierno vence a todos, y estímanle tanto los Holandeses, que con haber en aquellas islas peces delicadísimos en grande abundancia, todos se venden al ojo en montón, sólo este a libras, juzgándose digno solo de las mesas reales61. Entiende por estas el poeta las de todos los señores, en las cuales es pompa el salmón. Es ostentación, magnificencia, grandeza, es una especie de triunfo, pro de todos los regalos, de todos los peces, que sobre todos le estiman62. De los campos de Neptuno. Cuando no sea pompa del mar, es pompa de las mesas reales, que en el mar puede no ser pompa, porque abundando en él, como en lugar proprio los peces, otros más delicados puede haber más, como no se conozcan en las mesas, es pompa en ellas el salmón, porque es el más delicado de todos. Campos de Neptuno llama al Océano, porque impera en ellos Neptuno, él en Virgilio libro 2 Aeneidos hablando contra Eolo: «Non illi imperium pelagi, saevique tridentis,/ sed mihi sorte datum». «No el imperio del mar y del tridente/ agudo a él, mas a mí en suerte me dieron». Y el mesmo en Homero dice también: «Omnia sunt pares in res divisa, et honorem/ quisque suum cepit, mihi parent aequoris unda». «Dividimos las cosas igualmente,/ y el imperio cada uno ocupó suyo, / y a mí del mar las ondas me obedecen». Campos, pues, suyos llama al mar y bien campo, pues significa este nombre un espacio grande de tierras, muy llano, dicho así a capiendo, porque caben en él animales muchos. Y de esto pasa así [a] significar cualquiera espacio muy llano, cual es el mar, en quien si caben muchos animales bien se ve, si es llano bien se muestra y el nombre que le dieron de Aequor que es lo mismo que llano, lo significa. Campo líquido le llamó Virgilio, libro 6 Aeneidos: «Principio caelum aeternas camposque liquentes/ lucentemque globum lunae». Así Eurípides in Phoenis «Jonium per mare abiete navigans circumfluos super infructuosos campos Syciliae».Y Plinio, libro 2, cap. 64 hablando de la redondez de las aguas: «Globum tamen effici mirum est in tanta planitie maris, camporumque». Y Casiodoro, libro II, epístola 21: «Voluptuosi pisces campos liquidos transeuntes cauernas suas studiossa indagine perquisunt». Y Sedulio: «Libera per uitreos mouit uestigia campos».Y Sidonio, libro 2, epístola 2: «Pelagi mobilis campus cymbalis late secatus per uagatilibus».Y así otros muchos, pero con particularidad, como nuestro poeta, así también les llamó «campos

No he podido identificar a qué autor u obra se refiere con ese escueto título. Traduce con bastante fidelidad una afirmación de Aldrovandi: «Salmonem nos praeferemus, cum quia saporis gratia Lupus non cedit, tum quia piscium apud Hollandos, ubi delicatissimorum piscium ingens copia est, solus ad libram vendatur, tanquam omnibus praeferendus» (Aldrovandi, De piscibus libri V et De cetis liber unus, p. 481). 62  Comentarios a las Soledades, fol. 63r. Prosigue la glosa con una Alegoría del salmón, que aquí no se copia. 60  61 

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de Neptuno» Virgilio, libro 8: «Stupea flamma manu, telisque uolatile fessum/ spangitur arua noua Neptunia caede rubescunt»63. Y el travieso Robalo. Este pescado a quien los antiguos llamaron labrax, lupus o lobo, por su audacia, como diremos64. Es también de los que se pescan en los ríos, aunque no nace en ellos […]. Al Robalo jamás le vi nacido en las aguas dulces, vile haber subido del mar a los ríos y estanques, que aunque acostumbra a andar en alto mar, no huye, con todo, los estanques salados ni las bocas de los ríos. Confírmalo galantemente Opiano, libro 1, que cuenta muchos: «Labrax audaces amiae placidaeque Chremites/ Pelamydes, congri quem dicunt nomine Oliston,/ aequora quae fluvio, quae sunt vicina paludi/ in coluisse iuvat, qua dulcis terminus undae/ et fluctus cano commixtus uortice multo/ uoluitura terra, pisces hic pascua laeta/ accipiunt, pingui distendunt membra sagina,/ ex ponto fluvi limes petit ostia labrax»65. «El Robalo, las Amias atrevidas,/ las alegres Chremitas y Pelamydes,/ los Congrios y el que tiene nombre Olistho/ los mares que vecinos a algún río/ o lagunas están, habitar gustan,/ por donde la dulce agua lo extremo/ y las ondas mezcladas con el cieno,/ con muchos remolinos de la tierra,/ se retornan, aquí los peces hallan/ alegres pastos y sus miembros crecen/ con gordura, a las bocas de los ríos/ camina desde el mar el cruel Robalo». Y no menos elegante Marcial in Xeniis 89 así: «Laneus Euganei lupus excipit ora Timaui/ aequoreo dulces cum sale pastus aquas»66. «Del Brenta euganeo la boca/ busca el lanudo Robalo,/ mezclando las aguas dulces/ con sal marino en el pasto». Con razón, pues, le pone el poeta en pesca que hace en la boca de una ría, como a los otros que hasta agora habemos referido67.

Comentarios a las Soledades, fols. 64r-65r. «Stuppea flamma manu telisque volatile ferrum/ spargitur: arva nova Neptunia caede rubescunt» (Eneida VIII, 694-695). «Se cruzan antorchas de inflamada estopa y el volante hierro de los venablos. Los campos de Neptuno se ven teñidos de rojo con la sangre recién vertida». 64  Aldrovandi consagra al robalo el capítulo segundo del cuarto libro De piscibus (De lupo). En la citada edición se localiza entre las pp. 490-498. 65  La traducción latina de los ocho versos de Opiano aparece recogida en el De piscibus de Aldrovandi, p. 493. 66  Lupus (epigrama 89 del libro XIII): «Laneus Euganei lupus excipit ora Timavi,/ aequoreo dulces cum sale pastus aquas», Marcial, 2007, s. p. «El róbalo, tierno como la lana, bebe de las bocas del Timavo de los eugáneos, sustentándose de aguas dulces mezcladas con sal marina» (Marcial, 1997, t. II, p. 345). La zona de las Colinas Eugáneas se encuentra en el entorno véneto de la ciudad de Padua. El Timavo es un río de siete o nueve bocas, a través del cual la nave Argo navegó hacia el Adriático, según refieren algunas tradiciones míticas. Los versos de Marcial se localizan asimismo en el tratado de Aldrovandi, De piscibus libri V et De cetis liber unus, p. 494. 67  Comentarios a las Soledades, fol. 65r-v. 63 

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Travieso le llama y bien. Este pesce aunque no es difícil de pescar, procura mucho huir de la red después de pescado y para esto usa de una astucia notable, que con la cola ara la arena de tal suerte que hace un canal a modo de mina, por el cual se escapa, saliendo por debajo de las redes. Testifícalo Plinio, libro 32, cap. 2. «Lupum rete circundatum arenas arare cauda, atque ita conditum transire rete». Tomolo de Ovidio, que en su Halieutica canta así: «Clausus rete lupus, quamuis immanis et acer/ Dimotis cauda latitat submissus arenis»68. «Encerrado en las redes el Robalo,/ aunque bravo y cruel, bajo la arena/ arada con la cola oculta el cuerpo». No menos elegante Opiano canta esto (libro 3) así: «Fulvam labrax alis molitur arenam,/ conatur foveam branchiis aptare capacem/ corporis ut magnos sub terris occul[t]at artus/ ac ueluti lecto iaceat per littora gripos/ piscaentes verrunt, hic caeno immensus in alto/ effugit exitium praedae, fugit humida lina». «La arena rompe roja con las alas/ el Robalo y procura aptar al cuerpo/ cueva capaz, en donde como en cama/ descanse, ocultando allí sus miembros./ Barriendo las riberas con las redes/ se van los pescadores, mas él queda/ zabullido en el cieno, en donde evita/ el fin del robo y el cáñamo mojado». Clarísimamente Plutarco lib. [De sollertia] anim[alium]. así: «Lupus rete iam trahi sentiens solum interea magna vi ruendo, diuidendoque cauat, ac ubi latibus tum adversus insultus communivit iniicit abditque se et hic tantis pertraxet dum rete praeteruehatur». «Sintiendo el Robalo sacarse las redes, dividiendo y rompiendo entretanto el suelo con grande fuerza le cava, y luego que fortificó el escondrijo contra los insultos, se mete en él y se esconde, y está aquí quedo un poco, mientras la red pasa». Causa bastante fue esto para que Aristófanes, en Ateneo, diga de él que excede en prudencia a los otros peces y causa bastante para que los llame «traviesos» el Poeta, pues inquietos son, viéndose presos. Y escribe Celio Calcagnino por confesión de muchos pescadores, andan dentro de las redes con grandísimo ímpetu por romperlas y en el anzuelo preso qué hacen. Oye a Plinio, libro 32, cap. 2: «Minus improuidendo lupus solertiae habet sed magnum robur impaenitendo. Nam ut haesit in hamo, tumultuoso discursu laxat vulnera donec excidant insidiae». Menos con su providencia tiene cuidado el Robalo, mas grande fuerza en el pesar, porque luego que se quedó en el anzuelo con meneos tumultuosos, alarga las heridas, hasta salir de las asechanzas. Nota que el «tumultuoso discursu» «con un menearse a una parte y a otra», travieso, con traviesos meneos procura salirse del anzuelo. Oye a Ovidio: «Lupus acri concitus ira/ discursu fertur vario fluctusque; ferentes/ prosequitur, quassatque; caput dum vulneres saeuus/ laxato cadat hamus et ora patentia linquat»69. «Movido de feroz ira el Robalo,/ con movimientos mil camina y sigue/ las ondas que le llevan y sacude/ la 68  Las ediciones modernas recogen diferentes variantes en estos dos versos: «Clausus rete lupus, quamvis immitis et acer,/ Dimotis cauda submissus sidit harenis». 69  Aldrovandi cita el mismo fragmento ovidiano en De piscibus, p. 495.

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cabeza hasta que el cruel anzuelo/ alargada la herida suya, se salga/ y los labios le deje bien patentes». Nota aquel «discursu vario», «con movimientos mil y mil traviesos meneos».Y remate Opiano, libro 3, que no lo olvidó. Así: «Labrax deflexo pendens confossus ab hamo,/ continuo in lymphis concusso vertice saltat/ et setas uiolentus agens sua vulnera frangit,/ et maiora facit, funestaque fata repellit»70. «Colgando herido del anzuelo corvo,/ el Robalo en las ondas sacudiendo/ la cabeza continuamente salta/ y moviendo violento los sedales/ sus llagas rompe, haciéndolas mayores/ y las hados funestos él repele». Mira si es travieso y atrevido y consigo mesmo cruel, causas que juntas con su voracidad le dieron el nombre de labrax entre los griegos y entre los latinos Lupus o Lobo, como de aquel testifican Athenaeo y Eustachio71, y de este San Isidoro, libro 12, cap. 6 «Ex moribus terres trium pisces aliqui vocantur, ut canes marini quod mox deant et lupi quod improba voracitate alios persequuntur». De alguno de estos se debió de corromper el robalo español, si ya no de robar acaso la comida de los otros se dijo, así de rapaz le trata Columella, libro 8, cap. 17, cuyas palabras daremos abajo72. Guloso de los Cónsules regalo. Ya conoces al Robalo por travieso, conócele agora por regalo guloso de los Cónsules.Y lo fue tanto que después del Accipenser (el sollo dicen algunos) este tuvo el principado. Escríbelo Plinio, libro 9, cap. 17, por autoridad de Cornelio Nepote y Laberio Poeta: «Post Accipenserem apud antiquos piscuum nobilissimum habitum, praecipuam auchtoritatem fuisse lupo, et asellis (es la merluza) Cornelius Nepos et Laberius Poeta mimorum tradidere […]». ¿Quiere más que le llamaban «dios»? Oye a Eusthachio: «Quidam piscatorem scis litatus quosnam haberet uenales pisces cum bis lupum et Anthiam et eius generis alios responderet Deos inquit nominasti, et mihi piscibus, non diis aparet». Mira si exagera esto bien el precio en el que le tenían. Archestrato, en Atheneo, le llama «hijo de los dioses». Óyele en estos versos: «Miletum cum adieris ex Gasone accipe/ Castreum cephalum et prolem deorum lupum/ hic enim optimi sunt ob loci eius proprietatem». «Cuando a Mileto fueres, del río Gasso,/ toma del cestreo céphalo y el robalo,/ de los dioses hijo, que aquí son buenos,/ que es de aqueste lugar condición propria».Y así los encerraban en estanques y los cebaban allí, testifícalo Columella, libro 8, cap. 16. El

El pasaje de la traducción latina de Opiano también queda recogido en el volumen de Aldrovandi (De piscibus libri V et De cetis liber unus, p. 495). 71  Parece que Serrano sigue aquí con algunas libertades la frase que abre el apartado que Aldrovandi dedicara a esta especie (De lupo): «qui Graecis vocatur quasi violentus et a suis viribus praesidium petens, ut Calcagninus exponit, aut ab ipsa vehementia, ut Iovius, nimirum […] ut Athenaeus author est, vel ut Eustathio placet» (De piscibus libri V et De cetis liber unus, p. 490). 72  Comentarios a las Soledades, fol. 65v-67r. El comentario incorpora al final una interpretación de la «alegoría» del robalo, que aquí no reproducimos. 70 

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cuidado de los pesces celebraron nuestros mayores, en tanto que encerraron los marinos en aguas dulces con el mismo cuidado alimentaban el monje y el scaro, que agora crían la morena y el robalo. De allí el lago Velino, el Sabatino, el Vulsinense y Cimino criaron doradas y robalos y las que hay especies de pesces que viven en el agua dulce y él en el capítulo 17 escribe: «Frecuentemente vemos dentro de estanques rebaños marinos del flojo monje y del rapaz robalo, por lo que contemplamos la cualidad de nuestra ribera, si huiremos las rochas o las aprobaremos. Los muchos géneros de tordos, las mielgas y las golosas multelas y también los robalos sin mancha (que hay otros varios) encerraremos». Esto Columella. Los romanos no igualmente estimaron a todos, en mucho sí los del río libre mostrolo el otro romano […]73.

Frente al relativo apresuramiento que caracteriza las glosas de Pellicer, Salcedo Coronel y Díaz de Rivas, puede apreciarse cómo Manuel Serrano de Paz actúa de forma bastante minuciosa al enfrentarse a la anotación de los versos gongorinos. Es el único que introduce la cita de «un poeta filósofo y médico moderno» para apuntalar la primacía del salmón entre los dones de las aguas: «Et inter pisces salmo ­venerabilis omnes/ 73  Comentarios a las Soledades, fols. 68r-68v. La amplia disertación sobre el Robalo continúa hasta el folio 70v. Figuran allí varias citas de Ateneo de Náucratis y de Macrobio. Pueden leerse, asimismo, varios fragmentos poéticos. Siguiendo la cronología de los mismos, copiamos ahora unos versos de Lucilio: «Fingere praeterea a ferri quod quisque uolebat/ illum sumina ducebant atque altilium lanx/ hunc pontes Tyberinus duo inter captus catillo» «Fingir tráense además lo que cada uno / quería, traían a aquel ubres de puerca,/ al otro de las aves la balanza,/ el tiberino lamedor de platos/ pescado entre las dos puentes traen a este» (fol. 69v). También se recoge una cita de Horacio (Sermones, II, 2 «Unde datum sentis, lupus hic Tiberinus analto/ captus hiet, pontesue inter iactatus an ammis/ hostia sub Tusci?» «¿De qué lugar nació, que este Robalo/ tiberino o pescado en el mar alto/ esté hiando o arrojado entre las puentes/ o las bocas del río en la Toscana?» (fol. 69r). Por último, figura otro pasaje del ignoto «Poeta Philósopho Lusitano» que no ha podido identificarse (libro 6 Poësis Philos.): «In pretio lupus est, nam gratos arte sapores/ et facilem et multam contulit ore dapem./ Ex licet ille mari, pelagoque exurgat ab alto,/ dulcibus accipitur post moribundus aquis./ Sic flumen Tybris alit Romae, sic Hispala Baetis,/ claraque de Luso quae fluit unda Tago» «El robalo tiene estima/ porque de él la arte ha sacado/ fáciles manjares muchos/ y al gusto sabores gratos/ y aunque él del mar se levante/ y de los piélagos altos,/ después en las aguas dulces/ a morir viene pescado./ El Tibre en Roma le cría,/ así el Betis sevillano/ y claras ondas que corren/ en el Tejo lusitano» (fol. 70v). Permítase recalcar que todas las traducciones de los versos latinos reproducidas en esta nota son del propio Manuel Serrano de Paz, único de los comentaristas áureos que suele tomarse la molestia de dar una versión castellana de muchos de los fragmentos poéticos antiguos que cita.

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plurima dona tibi, non mala piscis habet». Según la costumbre que suele seguir habitualmente en sus comentarios, el escoliasta ofrece además una traducción en verso del pasaje citado: «Es entre los peces todos/ el salmón más respetado,/ mayor don es para ti,/ péscalos bien y no malos». En segundo lugar, la perífrasis mitológica referida a los mares («campos de Neptuno») no había llamado la atención de ningún comentarista anterior y, por consiguiente, nadie se había tomado la molestia de anotar su posible origen. Frente a la incuria de los tres eruditos que le precedieron en la labor, sabemos que esa acuñación tiene un innegable aire clásico y —gracias al atento examen de Serrano— que plausiblemente Góngora remite allí de manera alusiva a una iunctura virgiliana del libro VIII de la Eneida, referida al escenario marino propio de una batalla naval: «arva Neptunia» o «campos de Neptuno». Los comentarios que Serrano de Paz dedica al róbalo presentan interés por diversos motivos. A zaga del tratado De piscibus de Aldrovandi, anota, traduce y compara varios fragmentos de la Halieutica de Ovidio, confrontándolos con pasajes de la Halieutica de Opiano, la obra de Plutarco y san Isidoro, con el propósito de iluminar varios rasgos relevantes de esta especie74. Lejos de ser mera erudición de acarreo, un lector no familiarizado con las costumbres de este animal acuático puede comprender gracias a los desvelos de Serrano por qué el róbalo puede ser calificado con un adjetivo tan curioso como «travieso». Según apunta Covarrubias en el Tesoro, dicho calificativo designa al «inquieto y desasosegado, que hace algunas cosas dignas de reprehensión, quasi transversus»75. De hecho, entre los términos que se relacionan en sentido figurado con la voz castellana se hallan formas del tenor de «inquietus», «irrequietus» o «turbulentus». La actitud curiosa y vigilante de Serrano puede aclarar la referencia, ya que el robalo «procura mucho huir de la red» y para tal fin «usa de una astucia notable», recogida en los tratados antiguos y modernos sobre el universo piscatorio. Lejos de dar un perfil negativo del trabajo «filológico» del humanista de la Universidad de Oviedo, el cotejo de las Lecciones solemnes de Pellicer, las Soledades comentadas de Salcedo Coronel, las Anotaciones a las Soledades de Pedro Díaz de Rivas y los Comentarios a las Soledades de 74  Sobre ambos textos, pueden verse algunos estudios relevantes de Antonio La Penna, Miguel Rodríguez Pantoja y Emily Kneebone (Lapenna, 2004; Rodríguez Pantoja, 2007; Kneebone, 2008). 75  Covarrubias, 1998, p. 976.

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Manuel Serrano de Paz arroja continuamente un balance muy positivo a favor de este último. El ejemplo del salmón y el róbalo que acabamos de analizar no constituye, de hecho, un episodio aislado, ya que idéntica atención a los pequeños detalles y perspicaces comentarios en torno a las fuentes grecolatinas afloran por doquier en los dos tomos de Serrano. Permítaseme evocar aquí brevemente el pasaje final de la Soledad segunda, allí donde Góngora describe el ímpetu de una gallina que defiende a sus polluelos del ataque de dos milanos. De entre todos los comentaristas áureo-seculares, el único que fue capaz de identificar el hipotexto helenístico de tan magistral ejemplo de hipotiposis fue Serrano, que en unas páginas rebosantes de admirable erudición acotaría el modelo del tercer libro de la Cinegética de Opiano76. Otro caso similar puede apreciarse en las glosas que Serrano de Paz consagrara al Tritón lascivo, que aparece como figura temible en el discurso del anciano isleño (Soledades, vv. 453-464). El médico humanista no solo insiste en la importancia del plausible dechado claudianeo, sino que incorpora a sus anotaciones un imponente caudal de noticias sobre avistamientos de tritones u ‘hombres del mar’ por varios rincones del globo, remitiendo a Plinio, Alejandro de Alejandro, Luigi Guicciardino, Gonzalo Fernández de Oviedo y otras autorizadas voces77. Lo mismo cabe decir de las interesantes notas que consagró al símil de la rosa, aplicado a la novia aldeana en la Soledad primera78. En suma, el listado de los indudables aciertos que ofrecen los Comentarios a las Soledades de Manuel Serrano de Paz podría alargarse con muchos otros ejemplos; baste lo dicho hasta aquí para intuir que lejos de ser un ‘anotador’ de tercera fila, este ingenio olvidado merecería figurar entre los más ilustres eruditos de la filología barroca gracias a sus escolios79. Ponce Cárdenas, 2014, vol. I, pp. 303-322. Ponce Cárdenas, 2013, pp. 106-110. 78  Un estudio demorado de este parangón floral a la luz de los comentaristas se localiza en Ponce Cárdenas, 2021. Sobre Serrano de Paz, véanse especialmente las pp. 17, 22-23, 33-35 y 44. 79  A la hora de identificar el uso que hizo Góngora de los Epitheta de Ravisio Téxtor para elegir algunos calificativos de las Soledades, Pedro Conde Parrado ponderaba la perspicacia de Serrano, equiparándola a la de Salcedo Coronel: «Quienes no parecieron tener mucha duda al respecto fueron algunos de los más conspicuos y exhaustivos de sus comentaristas, como García de Salcedo Coronel y, sobre todo, Manuel Serrano de Paz. Según ha podido comprobarse en numerosos ejemplos de los arriba analizados, estos exégetas entusiastas tenían permanentemente abiertos en 76  77 

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5. Un comentarista en el fiel de la balanza: el alegorismo reconsiderado No puede concluirse este balance de la figura y la obra de Manuel Serrano de Paz sin abordar, al menos someramente, el punto crítico referido a sus Comentarios a las Soledades. Como algunos recordarán, el origen del escarnio al que sometió Dámaso Alonso la obra crítica de Serrano surgía de la siguiente noticia, apuntada en la Razón de los comentos: Junté a esto las alegorías a imitación de las que a Homero hizo Heráclides Póntico, porque nunca entendí que el intento del Poema se acortase en lo literal solo, antes siempre juzgué que el Poeta escondió otro sentido mayor del que muestra la letra y así fui discurriendo las alegorías que en el propósito se podían dar.Y no quiero que crea alguno que doy éstas por las intencionadas del Poeta, que acaso escondió otras muy diversas, pero en cosa tan oculta valga a cada uno su juicio. Quien las juzgare superfluas tiene en su voluntad el no leerlas.Y esto, de los comentarios.

La historia resulta bien conocida. En el famoso estudio redactado en enero de 1954, Dámaso Alonso seleccionó el pasaje de la pesca y reprodujo la gavilla de interpretaciones alegóricas que allí incorporaba Serrano. Después de un breve examen de las mismas, el gran gongorista aseveraba: «basten estas muestras para que se vea el poco juicio con que el grave catedrático de la Universidad de Oviedo se entregó al juego de la alegoría»80. Probablemente, sin una revisión profunda y sosegada, se antoja bastante injusto mantener los prejuicios del maestro complutense81. De hecho, el extraño caso de Manuel Serrano de Paz, a quien su bufete de trabajo los Epitheta de Joannes Ravisius Textor para escudriñarlos en busca de posibles modelos de la adjetivación empleada por su ídolo» (Conde, 2023, p. 200). También es obligado consultar sobre Téxtor y Góngora, otra importante contribución del latinista vallisoletano (Conde Parrado, 2019). En otro orden de asuntos, Mercedes Blanco, desde los renglones de una nota incluida en un reciente trabajo conjunto, también recalcaba lo siguiente: la labor de Serrano de Paz «añade muchísima erudición y precisión, a menudo más relevante de lo que se ha dicho» (Blanco y Ponce Cárdenas, 2023, p. 103, n. 187). 80  Alonso, 1982, p. 508. 81  Pese a que hoy día la interpretación alegórica pueda resultar completamente ajena a nuestros horizontes de lectura, en el Siglo de Oro no ocurría tal cosa. Por ejemplo, en el campo de la mitografía, Natale Conti incorporaba al final de sus Mythologiae sive explicationum fabularum libri decem un extenso apartado destinado

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se daba a conocer y se condenaba sumariamente en un mismo artículo, no constituye un fenómeno aislado dentro de la admirable producción crítica de don Dámaso. Algo similar podría afirmarse acerca de la mala prensa que ha tenido José Pellicer de Salas y Tovar a causa de la inveterada antipatía que manifestó hacia el autor de las Lecciones Solemnes el poeta y catedrático complutense. Este detalle lo apuntaba sin ambages Luis Iglesias Feijoo en un artículo capital: Ha sido probablemente Dámaso Alonso quien más contribuyó a crear esa impresión negativa que hasta hoy tenemos de él, al infligirle el tremendo varapalo que supuso su artículo «Todos contra Pellicer», publicado en 1937 y acogido en sus Estudios y ensayos gongorinos [1955]. Ahí podemos leer alusiones a sus «venenosas palabras», a su «ponzoña», a su «erudición de acarreo», «allegadiza» o de «trapisonda», a sus expolios («Robar lo que le caía a mano era costumbre de Pellicer»), a «tanta pedantería, tanta verborrea y aquel alarde pueril de erudición» como se encierran en sus Lecciones Solemnes, caracterizadas también así «la incontinencia del autor, aquella charla insustancial, aquella manera de acumular autoridades, vengan o no a cuento». Pellicer era un «gerifalte de la erudición», un «monstruo», un «fa presto», que comete «gruesos errores», «de ánima vulgar», para concluir: «en los círculos gongorinos su desprestigio fue total». Dámaso Alonso, a zaga de a aclarar «que todos los principios filosóficos están contenidos bajo las fábulas». Puede verse la moderna traducción española de Iglesias y Álvarez: Conti, Mitología, 1988, pp. 711 y 714. El humanista lombardo distinguía allí cinco tipos de lectura o interpretación: el relato histórico, físico, ético, natural y moral. Por predios hispánicos también Juan Pérez de Moya atiende a la pluralidad de sentidos de las fábulas antiguas, distinguiendo cómo «de cinco modos se puede declarar una fábula, conviene a saber: literal, alegórico, anagógico, tropológico y físico o natural». De los dos primeros modos predica lo siguiente: «sentido literal, que por otro nombre dicen histórico o parabólico, es lo mismo que suena la letra de la tal fábula o escriptura. Sentido alegórico es un entendimiento diverso de lo que la fábula o escriptura literalmente dice». Tomo la cita de la edición moderna de la Philosofía secreta (Pérez de Moya, 1995, p. 69). La lectura de las obras de Homero u Ovidio bajo esta codificación alegórica estaba a la orden del día en la Europa del Renacimiento, por ello no puede extrañarnos que se emplearan pautas similares para la obra de los poetas del tiempo. De hecho, en el caso concreto de Góngora, Serrano de Paz ni siquiera fue el único ingenio áureo que trató de indagar en el alcance profundo de las Soledades a través de dicha aproximación hermenéutica. Debemos a José Manuel Rico García la exhumación de un interesante ejemplo del mismo tenor, ofrecido por el predicador dominico fray Antonio Ruiz de Cabrera, autor de un curioso comentario alegórico del Discurso de las navegaciones que Góngora pusiera en boca del «político serrano» en la Soledad primera (Rico García, 1996).

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las embestidas que en sus días dedicaron al aragonés Salcedo, Salazar Mardones, Vázquez Siruela y Andrés Cuesta, acabó así de consagrarle como la personificación del erudito a la violeta, dudosa gloria que las palabras finales del maestro de gongoristas no podían paliar82.

Una vez acotado el juicio negativo del fundador de los modernos estudios gongorinos, creo que merece la pena no dejarse llevar de la vis satírica. Con sosegada mesura reflexionemos, pues, brevemente sobre el asunto de la interpretación alegórica que Serrano de Paz borda en varios pasajes de los comentarios. En primer lugar, considero que este tipo de aproximación hermenéutica da puntual aviso del conocimiento directo que Serrano tenía de los autores griegos y del profundo interés que el inquieto médico y humanista sentía por la antigua poesía helena, un interés que se manifiesta asimismo en el conjunto de traducciones en verso que hizo de no pocos fragmentos griegos. Con una sinceridad que desarma, Serrano de Paz explicita en su programa inicial que no acababa de convencerle «que el intento del Poema se acortase en lo literal solo» y sospechaba que en una obra tan compleja «el Poeta escondió otro sentido mayor del que muestra la letra». Dicha intuición le impelía a ir «discurriendo las alegorías que en el propósito se podían dar». Ahora bien, no sin modestia el médico ovetense admite que sus propuestas acaso no coincidan con «las intencionadas del Poeta», puesto que Góngora «acaso escondió otras muy diversas». Todo ello queda bien acotado en un sintagma tan revelador como el siguiente: «cosa tan oculta». A algunos estudiosos de hoy esta actitud ‘esotérica’ podría resultarles, sin duda, caprichosa o chocante. Ahora bien, podría pensarse, asimismo, que en ese tipo de exégesis alegórica Manuel Serrano de Paz tampoco llegó a alejarse mucho de algunas sugerencias esbozadas por el propio creador de las Soledades. Obligado es recordar en este punto el texto de la Respuesta de don Luis de Góngora, datado en Córdoba el 30 de septiembre de 1613. En medio de un primer vendaval de críticas, el poeta afirmaba allí a propósito de la obscuritas: «la primera utilidad [en las poesías] es la educación de cualesquiera estudiantes de estos tiempos y si la obscuridad y estilo intricado […] da causa a que, vacilando el entendimiento en fuerza de discurso, trabajándole […] alcance lo que así en la letra superficial de sus versos no pudo entender luego, hase de confesar que tiene utilidad avivar el ingenio y eso nació 82 

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Iglesias Feijoo, 1983, p. 144.

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de la obscuridad del poeta»83. En la citada frase parece traslucirse ya una concepción dual que distingue entre «letra superficial» y «sentido profundo», acaso reforzada por la siguiente afirmación: «Eso mismo hallará vuestra merced en mis Soledades, si tiene capacidad para quitar la corteza y descubrir lo misterioso que encubren»84. Los términos que emplea Serrano de Paz («escondió», «cosa tan oculta») se antojan bastante cercanos a los giros empleados por el poeta («quitar la corteza», «descubrir lo misterioso», «encubren»). Como ha puesto de relieve un reciente estudio, en este fragmento epistolar «Góngora atribuye la oscuridad que le imputan no a lo insólito de la sintaxis, del vocabulario o de las figuras, sino a una doctrina encubierta y misteriosa»85. Si volvemos a la estricta quaestio homérica, según ha demostrado Mercedes Blanco, Góngora imitó «libremente ciertos dispositivos estructurales de la narración y ciertas estrategias descriptivas, que se perciben en el texto de Homero mediante un proceso de abstracción analítica». En ese sentido, podría sostenerse con algún fundamento que «la imitación homérica en Góngora» resulta «más bien alejandrina y filosófica»86. Por diversos motivos, la afinidad de las obras mayores de Góngora con la remota y venerable tradición helénica, así como la identificación del racionero cordobés como inspirado «padre de la poesía española» de algún modo justificaban que se aplicara al texto más obscuro del genio barroco un método interpretativo ya empleado por la filología helenística para adentrarse en el alcance profundo de los poemas de Homero. Creo que aún puede ser relevante abordar la cuestión de la exégesis alegórica de las Soledades a la luz de la tradición griega. La crítica ha puesto de relieve cómo la interpretación de la poesía de Homero en forma alegórica, tal como la acometió Heráclides Póntico, realmente se puede identificar con una muestra de apología o defensa. Frente al conjunto de aquellas voces críticas que veían en el ciego de Quíos y sus dos epopeyas modélicas ciertos atisbos de inmoralidad o impiedad, para el filósofo de Ponto:

Góngora, Epistolario completo, p. 2. Para contextualizar esta misiva es de obligada consulta el estudio de Carreira, 1998, pp. 239-266. 84  Epistolario completo, 2000, p. 2. 85  Blanco, 2010, p. 52. 86  Blanco, 2012, p. 262-263.Véase también Bonilla, 2011. 83 

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L’essentiel des leçons homériques se trouve caché sous une enveloppe allégorique qui fait d’Homère à la foi le premier des moralistes et le premier des philosophes. Et ses leçons sont des plus variées, puisque, selon l’usage du stoïcisme, l’interprétation que donne Héraclite des textes homériques couvre un large éventail qui va de l’exégèse physique […], à l’exégèse morale ou psychologique […] en passant par l’exégèse historique […]. Il n’est pas question ici de chercher à sauvegarder les mythes pour eux-mêmes, ni même de plaider en faveur de la dignité ou de l’existence des dieux, que leur représentation anthropomorphique rendait peu respectables ou peu crédibles, mais de prendre la défense d’Homère, le «pédagogue» de la Grèce. Il s’agit en fait de répondre au procès dressé contre Homère par un vigoureux plaidoyer en sa faveur87.

Ante la acusación de inmoralidad que Platón o Epicuro esgrimieran contra la poesía homérica, Heráclides asevera que solo puede verse tal rasgo si se toman los versos de Homero al pie de la letra, dejándose llevar por la malevolencia, la necedad, la ignorancia o, incluso, por cierto punto de locura. El verdadero lector del gran maestro antiguo no solo «se livre sans mesure au plaisir de la poésie homérique» sino que debe ser capaz «de comprendre ce que contiennent de noble et d’utile ces récits»88. En definitiva, la consagración de Homero como poeta por excelencia se sustenta en su capacidad de revelar «les secrets de la nature» y erigirse en «digne pédagogue de la Grèce et maître de toutes les vertus»89. Creo que el intento de exégesis alegórica que Serrano de Paz tentó, lejos de responder a un mero capricho, se sustenta en un razonamiento plausible: si para las letras españolas la obra de Góngora está a la altura de los grandes poemas homéricos, es necesario que nos acerquemos a ella siguiendo los mismos procedimientos hermenéuticos que los griegos emplearon en su estudio de la Ilíada y la Odisea. Apurando todavía más los paralelos, de la misma forma que Heráclides pudo defender el contenido moral y filosófico de la poesía homérica recurriendo al alegorismo, también Serrano de Paz obró con sutileza utilizando ese mismo tipo de exégesis y aplicándolo a algunos realces de las Soledades. De alguna manera, el empleo de la interpretación alegórica permitía esquivar una de las principales tachas que los detractores del poeta atribuían a su obra maestra: el carácter humilde, vacuo y evanescente de Pouderon, 2012, pp. 140-141. Pouderon, 2012, p. 141. 89  Pouderon, 2012, pp. 142-143. 87  88 

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su asunto. Como se ha señalado en fechas recientes, hay entre algunos «apologetas o defensores un intento de ir un poco más allá y para ello se pretende “llenar” de contenido una poesía que había sido acusada de “vacía”»90. En este punto, no estará de más recordar cómo a Jáuregui, por ejemplo, se le hacía insoportable que un poema de estilo tan obscuro y difícil se limitara a tratar de cosas vulgares y manifiestas, «hablando de gallos y gallinas, y de pan y manzanas, con otras semejantes raterías»91. El intento de comprender las Soledades a la luz de la exégesis alegórica antaño aplicada a Homero permitiría sortear ese singular escollo. Por consiguiente, si se acepta que bajo la corteza obscura del radiante poema, Góngora «escondió otro sentido mayor» —tal como sostiene este médico humanista—, un lector atento no debería conformarse con el deleite que generan tan hermosos versos, sino que habría de aspirar a descifrar y entender cuanto posee de útil y noble dicho enunciado. Gracias a esa necesaria conjunción de la delectatio y la utilitas, bajo la luz sublime de Homero, podría concederse a la figura de Góngora la majestuosa categoría de «digno pedagogo de las Españas» y sabio «maestro de todas las virtudes». La propuesta de interpretación alegórica de Manuel Serrano de Paz sigue, en verdad, sin convencer a nadie, aunque a la luz de la tradición de signo homérico parece hallar una justificación suficiente, lo que veda que sea tildada exclusivamente como el antojo de un erudito incompetente.

Pérez Lasheras, 2009, p. 98. Remito a la magnífica edición cuidada por José Manuel Rico García: Jáuregui, Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, p. 18. 90  91 

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UN OPÚSCULO MANUSCRITO: LOS FRAGMENTOS DEL COMPENDIO POÉTICO

El encabezamiento del manuscrito 2529 de la Biblioteca Nacional de España se limita a indicar de forma bastante escueta: Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por Don Francisco del Villar, Vicario y Juez eclesiástico de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced. Como evidencia dicha rúbrica, el códice es una copia incompleta de una obra manuscrita compuesta por el erudito iliturgitano Francisco del Villar entre 1630 y 1639, aproximadamente. Es probable que la primera alusión al opúsculo de Villar, parcialmente perdido hoy, sea la recogida por una frase de Martín de Angulo y Pulgar entre las páginas de su Égloga fúnebre a don Luis de Góngora, de versos entresacados de sus obras (Sevilla, Simón Fajardo, 1638). El escritor de Loja proponía allí un listado bastante selecto de los defensores del estilo de Góngora: Calumniaron de obscuro al Polifemo, aunque abrió camino a la cultura y se la dio a nuestro lenguaje. Los doctos le siguen, loan y defienden. Entre los que escribieron en su favor fue el conde de Villamediana, don Juan de Tassis, como se colige de la décima «Royendo sí, mas no tanto». Don Francisco Fernández de Córdoba, abad que fue de Rute; el doctor Francisco de Amaya (siendo colegial en Osuna) que hoy es oidor de Valladolid y el licenciado Pedro Díaz de Rivas, natural de Córdoba.Y sin los comentadores que han tenido sus obras (de quien diremos después) escriben por don Luis el maestro don Francisco del Villar, Juez de la Cruzada en Andújar, un Compendio retórico y poético; y don José Antonio González de Salas en su D ­ isertación

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paradójica. Y yo entre tanto sujeto, no entre su número, le defendí en mis Epístolas satisfactorias, que escribí al Licenciado Francisco de Cascales1.

Como puede verse, Angulo y Pulgar contempla bajo la especie de una apología del autor de las Soledades («escriben por don Luis») una obra que identifica con el título de Compendio retórico y poético. Toda vez que el opúsculo de Villar debió de redactarse en torno a 1635-1636, cabe sospechar que el autor enviara desde Andújar varias copias manuscritas a otros defensores de la nueva poesía, entre los que acaso pudo contarse don Martín de Angulo y Pulgar. La segunda referencia a esta obra se encuentra en el famoso elenco de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora, datado en torno a 1642 y atribuido generalmente a Martín Vázquez Siruela. Se recogía allí en octavo lugar al admirador gongorino oriundo del reino de Jaén: «8. Maestro Don Francisco del Villar, escribió en apoyo contra el Licenciado Cascales y dejó escrito un Compendio poético»2. Frente a la cita de Angulo y Pulgar, puede comprobarse cómo el título ha experimentado una pequeña mengua: el Compendio retórico y poético se denomina ahora, más escuetamente, Compendio poético. Tal como aparece redactada la entradilla, la frase final («dejó escrito un Compendio poético») invita a sospechar que el autor de la lista estaba al tanto del reciente óbito de Francisco del Villar —asesinado en Andújar en 1639— y apunta plausiblemente que la obra no llegó a ver las prensas, relegada así a una circulación muy limitada a través de algunas copias manuscritas. Como se desprende de lo apuntado, no sabemos si el título de Compendio poético (o en su versión más amplia Compendio retórico y poético) se corresponde exactamente con el título original atribuido por Villar a su obra manuscrita. El marbete de origen latino (compendĭum) apunta sin más a una «breve y sumaria exposición, oral o escrita, de lo más sustancial de una materia ya expuesta latamente» (DRAE). A tenor de las

1  Angulo y Pulgar, 1638, fols. 18v-19r. Véase, asimismo, la edición digital cuidada por Juan Manuel Daza: Angulo y Pulgar, 2018, https://obvil.sorbonneuniversite.fr/corpus/gongora/html/1635_epistolas.html. Sobre el ingenio de Loja y los listados de partidarios de Góngora puede consultarse Osuna Cabezas, 2014. En torno a la poesía ocasional de Angulo y Pulgar, véase Osuna Rodríguez, 2011 y la tesis de Daza Somoano, 2015. 2  Ryan, 1953, p. 429.

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afirmaciones de Angulo y Pulgar o de las atribuidas a Vázquez Siruela, el «compendio» de Villar tendría una presumible finalidad apologética. El primer estudioso moderno en llamar la atención sobre el códice incompleto custodiado en la Biblioteca Nacional fue Jean Canavaggio, desde las páginas de un artículo publicado en 1965. El conocido cervantista no dudó en identificar esta copia fragmentaria con el título ya conocido: «la découverte d’un texte inédit qui, à notre avis, devrait nous aider à mieux cerner le problème: nous voulons parler du Compendio poético de Francisco del Villar»3. Casi treinta años después de la publicación del artículo de Canavaggio, Robert Jammes recogía en el segundo Apéndice de su magistral edición de las Soledades («La polémica de las Soledades 1613-1666») un amplio catálogo de textos impresos y manuscritos referidos a la querella gongorina. La entrada LVII del mismo reza así: 1636-1638. Compendio poético de Francisco del Villar, ms. mencionado en la lista de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora: «Mº D. Fco. del Villar escribió en apoyo contra Fº Cascales y dejó escrito un Compendio poético». No se ha encontrado este tratado, pero se conoce un códice del siglo xviii intitulado Copia de unos capítulos de un libro manuscrito por don Francisco del Villar,Vicario Juez eclesiástico de Andújar por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced (Ms. 2529 de la B.N.M., 73 p.). El Compendio poético sería seguramente ese «libro manuscrito» del que nos queda un traslado incompleto4.

Siguiendo el criterio de dos maestros de la talla de Jean Canavaggio y Robert Jammes, resulta plausible aceptar la identificación del texto del ms. 2529 como una pequeña parte de la obra manuscrita de Francisco del Villar titulada Compendio poético. En efecto, el estado de conservación es muy fragmentario, puesto que la copia comprende tan solo las proposiciones VI y VII, sin referir noticia alguna sobre el contenido de las proposiciones I-V y sobre la posible existencia de un apartado VIII u otros sucesivos. Por tal motivo parece lícito atribuir a la copia incompleta el siguiente título: Fragmentos del Compendio poético.

3  Canavaggio, 1965, p. 247. El investigador galo realizó la transcripción y anotación del apartado titulado «Don Luis de Góngora trató con propiedad lo cómico». 4  Introducción de Robert Jammes, en Soledades, 1994, p. 704.

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1. Contextos para el Compendio: ¿un círculo gongorino disperso en el reino de Jaén? Ningún estudio ha intentado apuntar, hasta donde se me alcanza, un posible contacto entre los partidarios de Góngora arraigados en diversos enclaves del reino de Jaén. Gracias a la documentación exhumada en fechas recientes, pueden acreditarse hoy las estancias del clérigo Francisco del Villar en Andújar, Santisteban del Puerto y en Villanueva de la Reina, siguiendo un itinerario vital que pudo propiciar el trato personal con otros autores aficionados al nuevo estilo5. Tampoco ha de olvidarse cómo diversos ingenios provenientes de varias localidades de la región participaron en las justas iliturgitanas organizadas por Villar entre 1627 y 1635. El conocimiento de los partidarios de la corriente gongorina en el reino de Jaén resulta todavía muy incompleto. Este apenas se limita a alguna sucinta alusión, como la que hallamos en el famoso listado de partidarios que figura en los folios 18-19 del manuscrito 3893 de la BNE. Allí puede leerse en el quincuagésimo cuarto lugar la alusión a un misterioso personaje, del que nada más se sabe: «N de Cuenca, varón erudito, catedrático de buenas letras en Jaén, en particular tratado que escribió ilustrando algunas obras de Góngora y explicando su estilo. Téngolo original»6. Hace varias décadas todavía no se había identificado a este «catedrático» y se carecía de información sobre el «original» manuscrito que compuso «ilustrando algunas obras» gongorinas. Puede avanzarse aquí que existen visos de que se trate realmente del maestro Francisco de Cuenca (Torredonjimeno, 1584-Jaén, 1637), que ostentó la Cátedra de Gramática de la iglesia catedral entre 1606 y 1636. Ejerció sus funciones docentes como maestro de clérigos en la propia sede catedralicia y también dio clases a niños de familias humildes en su propio domicilio, en la casa de Pupilos, sita en la calle Pedro Serrano Alférez. El maestro Francisco de Cuenca tenía contactos con varios autores vinculados a la Academia Granadina. Ello puede explicar su amplia participación en las solemnes Honras funerales a doña Margarita de Austria,

5  Permítase remitir a lo expuesto en el capítulo cuarto de la presente monografía. 6  Ryan, 1953, p. 431. Es probable que la N. sea un error, en lugar de M., inicial de ‘maestro’.

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convocadas por la ciudad de Granada7. Otro dato de cierto relieve es que mantuvo correspondencia con Francisco Cascales: el erudito murciano le dirigió la segunda epístola de la Tercera década de sus Cartas filológicas (Murcia, Luis Verós, 1634)8. Se conocen además otras varias composiciones de su estro poético, ya que participó en las Justas a la Inmaculada convocadas por la Universidad de Baeza y en las Justas a la Virgen de Alba organizadas por la Compañía de Jesús. Dio a las prensas un interesante Ramillete de flores, que es un Panegírico trilingüe dicho a la Virgen Santísima (Osuna, Juan Serrano de Vargas, 1622)9. El estilo de los versos Las cuatro composiciones (un soneto preliminar, una canción funeral y dos sonetos luctuosos) del licenciado Francisco de Cuenca pueden leerse en la moderna edición cuidada por Morata, 2013, pp. 13 y 49-54. 8  De hecho, Ryan, 1953, p. 464 intuyó tal posibilidad: «De estos comentarios no sabemos nada más. ¿Sería su autor el licenciado Fernando de Cuenca, maestro de Humanidades en la ciudad de Jaén, a quien va dirigida la epístola III de Cascales?». Aunque parezca increíble, en una sola frase llegan a acumularse dos errores de calado. El verdadero destinatario al que mandó desde Murcia una misiva Cascales era el «Licenciado Francisco de Cuenca, maestro de Humanidades en la ciudad de Jaén» (como puede leerse en la edición de 1634 de las Cartas filológicas, en el folio 101r). Así pues, el nombre de pila de este personaje hoy bien conocido era Francisco, no Fernando. En segundo lugar, también la ubicación del texto se identifica de forma incorrecta, ya que no se trata de la «Epístola III», sino de la «Epístola II» de la Década tercera de las Cartas filológicas (en la edición de 1634 el texto de la misiva se ubica entre los fols. 101r-104r). Desafortunadamente, el extraño error cometido por Ryan se ha reiterado posteriormente, ya que aparece en el «Anexo» sobre la polémica recogido por Robert Jammes en la edición de las Soledades: «N. de Cuenca, que pudiera ser Fernando de Cuenca, quien hizo otras ilustraciones» (Soledades, p. 716). 9  Juan Moreno Uclés (2015) ha descrito el contenido de este curioso opúsculo en los términos siguientes: «Las composiciones marianas, en lengua latina de Francisco de Cuenca, destacan por el original ejercicio de erudición, pleno dominio de las lenguas clásicas, amplitud de conocimientos literarios y culturales de ambas lenguas, que utiliza mayoritariamente en Epigramas de encomio a la Virgen María, contraponiendo nociones de la literatura pagana. [El Ramillete de flores es] una obra trilingüe (latín, toscano y castellano) […] cuyo único ejemplar conocido se conserva en la Hispanic Society de Nueva York. Representa una muestra de la devoción que profesaba la ciudad de Jaén a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Alba, estrechamente vinculada a la presencia de la Compañía de Jesús en Jaén y su docencia, [una] imagen venerada en la iglesia de los jesuitas, actual Paraninfo del Conservatorio de Música. Ramillete de flores es [también el título del] sermón que predicó Francisco de Cuenca con motivo de la consagración del altar a la Virgen de Alba, el 27 de abril de 1617. En forma de preámbulo inserta la bella “Canción a la Concepción de nuestra Señora”, de 60 versos, y seis chanzonetas a los santos jesuitas, Ignacio y Francisco Javier; todas ellas manuscritas. El contenido del sermón está 7 

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del maestro Francisco de Cuenca rinde homenaje a la tersura del modelo de Garcilaso y a las innovaciones estilísticas acuñadas por Góngora10.

compuesto en un latín barroco, pero elegante. Comienza explicando el versículo de Isaías “Virga Jese floruit”, [‘Floreció la vara de Jesé’]; lo explica, no según la tradición, aceptada como la genealogía de Jesús a partir de Jesé [Jesé en el griego de la versión de Los Setenta, Isaí en hebreo], el padre del rey David. Más bien, lo explica como la genealogía de María según san Jerónimo, como lo hace el Libro de Horas de Gante de principios del siglo xvi. En su desarrollo, intercala versos originales de Juvenal, Ovidio, Tibulo, Catulo, párrafos de la Invectiva contra Salustio de Cicerón, Sentencias de las Epístolas Morales de Séneca, de Platón, de la Ética de Aristóteles; ejemplifica con textos de san Martín de Braga, de san Ambrosio, san Agustín y poetas [italianos], como Ludovico Ariosto o Giovanni Botero. Las flores que va ofreciendo a María en el Ramillete son la fe, esperanza y caridad, con abundante casuística comparativa, donde muestra a la Virgen llena de tales virtudes teologales. Continúa con las cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Añade una flor nueva, representativa de los países de América, la granadina de Méjico y aporta una bella poesía en castellano. Para terminar comenta la cita del Apocalipsis “una mujer revestida del sol, la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. Concluye con un soneto y una pequeña canción al estilo castellano de 30 versos».Tomo la cita de la entrada dedicada al Ramillete de flores en el portal de Humanismo Giennense, elaborado por el Grupo de Investigación HUM 669 (Moreno Uclés, 2014), disponible en red (http://www.humanismogiennense.es/obras/ramillete-de-flores). 10  Moreno Uclés, 2010. Entre las composiciones religiosas de Francisco de Cuenca, de largo contenido, son dignas de mención las dos que están incluidas en BNE, ms. 17.717, titulado Poesía mística de algunas cosas espirituales de Lope de Vega con otras de diferentes autores. Se trata de una Canción a Cristo Crucificado y Canción a Sta. Ana, al estilo de los Triunfos divinos del propio Lope.

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Pasando del ámbito nebuloso de los textos perdidos al terreno firme de los textos conservados, aunque sea de forma parcial, conviene tener presente que el Compendio poético de Villar no fue la única apología gongorina redactada en aquel mismo entorno meridional, ya que también debieron de escribirse allí, presumiblemente entre 1623 y 1626, los Diálogos en que se contienen varias materias y se explican algunas obras de don Luis de Góngora. Aunque el autor de esta curiosa miscelánea permanezca todavía anónimo, el arranque del Diálogo primero sitúa precisamente el marco del encuentro en unos parajes muy concretos de la región: «En la fresca ribera del caudaloso arroyo, pequeño pero no pobre río Candelebraje, casi a la misma boca de aquel milagroso estrecho que llaman Cerradura, miraban atentamente una mañana de julio Firmio y Valeriano sus cristalinas aguas […]». El significativo hidrónimo no fue identificado por Francesca dalle Pezze en la edición moderna de esta obra, aunque puede señalarse ahora que remite a un contexto muy preciso. Un estudio geográfico del siglo xix proporciona los siguientes datos del mismo: Las dehesas de las Yeguas de Jaén son de tierra muy quebrada y montuosa, compuesta de peñascos y riscos elevados, vestidos de encinas, chaparros, lentiscos, espinos, cornicabras, madroños, quejigos, pinares y otros muchos árboles silvestres: bajan de sus vertientes muchas aguas que forman el río Candelebraje, el cual corre de Sur a Norte a pasar por la abertura o tajo de la peña de la Brincola, más elevado y más estrecho su fondo que el de la puerta de Arenas, y se junta con el de Riofrío, que sale por otro tajo muy semejante antes del puente de la sierra y toma el nombre de río de Jaén, llamado vulgarmente Guadalbullón11.

Junto al hidrónimo («Candelebraje») se cita asimismo en la cornice inicial de estos Diálogos de asunto gongorino un topónimo de singular relevancia: el «estrecho que llaman Cerradura». No parece arriesgado inferir que el topónimo puede vincularse a una pequeñísima localidad de población dispersa en la misma región, ubicada en las proximidades del Parque Natural de Sierra Mágina, la aldehuela llamada La Cerradura, que se encuentra entre la sierra de la Pandera y la de Mágina, ya en las proximidades del curso del Guadalbullón. Por cuanto ahora nos interesa, Francesca dalle Pezze, la moderna editora de los Diálogos en que se contienen varias materias y se explican algunas 11 

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Tomo la cita del tomo V de Miñano, 1826, p. 84.

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obras de don Luis de Góngora, ha planteado la hipótesis de que este curioso texto misceláneo, protagonizado por cuatro interlocutores (Firmio, Valeriano, Antonio y Lucindo), esté relacionado con el contexto jiennense de una «academia» o de «unas justas literarias»12. Sería interesante que en el curso de investigaciones ulteriores aflorasen datos sobre el desconocido autor de dicha miscelánea que incorpora varios apartados en elogio y defensa de Góngora, ya que probablemente la identificación de tal ingenio permitiría avanzar no poco en el conocimiento del círculo gongorino disperso por las principales ciudades del reino de Jaén. Habida cuenta de los contactos fomentados a menudo por la proximidad geográfica, tampoco debería descartarse una conexión probable entre Francisco del Villar y García de Salcedo Coronel. De hecho, poseemos cumplida noticia de la continua relación que el famoso comentarista gongorino mantuvo entre 1616 y 1639 con varias villas y ciudades del reino de Jaén, tal como prueba la cuantiosa documentación conservada en el archivo de los condes de Luque. Durante las diversas estancias que el autor de los Cristales de Helicona realizó por tierras jiennenses parece bastante posible que en alguna ocasión mantuviera cierto trato (ya directo, ya epistolar) con el apologista gongorino de Andújar. Con fecha de 23 de octubre de 1619, un documento explicita que Salcedo Coronel estaba por aquel entonces avecindado en el reino de Jaén: «Escritura otorgada por García de Salcedo Coronel, vecino de Linares, a favor de Martín de Labrid, de veinticuatro ducados y tres reales y medio, por el arrendamiento de una casa en la ciudad de Baeza». Otro tipo de documentación remacha una relación bastante estrecha y continua en el tiempo del caballero hispalense con el entorno jiennense. Baste, por ahora, evocar la escritura de compraventa de un oficio de regidor de la villa de Linares, otorgada por Salcedo Coronel a favor de Rodrigo de Benavides y Francisco Barragán (datada en 1620-1621); la escritura de obligación de pago de trescientos ducados por él otorgada a favor de Lope Sánchez de Valenzuela, veinticuatro de Baena, por la compra de un caballo (1616-1617) o la real cédula de Felipe IV otorgada para que García de Salcedo Coronel pueda tomar el hábito de Santiago en la ciudad de Baeza, sin desplazarse al convento por estar enfermo (1639). En otro orden de asuntos, tampoco debe olvidarse que entre las obras de erudición que Salcedo Coronel tenía en el telar cuando le asaltó la

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Dalle Pezze, 2007, p. 10.

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muerte figura un tratado de significativo título: Aparatos de la Historia de Baeza13. En suma, entre los muchos puntos nebulosos que aún plantea la polémica gongorina sería deseable que en futuros estudios se aborde con detenimiento el análisis de las posibles redes locales ubicadas en el reino de Jaén, donde destacan los perfiles de Francisco del Villar, Francisco de Cuenca, García de Salcedo Coronel y el todavía ignoto autor de los citados Diálogos. 2. Elementos para una datación aproximativa Varias referencias explícitas, así como algunas alusiones dispersas, permiten situar la redacción del Compendio poético en torno a 1635-1636. El propio encabezamiento del códice le atribuye una datación imprecisa, en la década de 1630: «Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por Don Francisco del Villar […] por los años de 1630». Dicho detalle se ve confirmado por una afirmación recogida en la página 71 del manuscrito: «Con atención hoy en el año de 635». En el estudio pionero sobre este manuscrito, Jean Canavaggio trató de concretar aún más la datación al identificar varias referencias interesantes: En ce qui concerne la date exacte de ce texte, une allusion (p. 71) à la Fama póstuma de Lope de Vega nous donne à penser qu’il est postérieur à 1636. Une autre allusion (page 72) à Pérez de Montalbán, permet de croire qu’il a été rédigé avant 1638, année de la mort de l’auteur du Para todos. Francisco del Villar a donc vraisemblablement achevé son Compendio entre 1636 et 163714.

Sobre la figura del comentarista gongorino, puede consultarse ahora la tesis doctoral de García Jiménez, 2014, pp. 7-28. El apartado primero de esta investigación se dedica a la «Vida» del comentarista. Conviene tener en cuenta que, en este interesante esbozo biográfico, de indudable calidad, no se han considerado los abundantes datos procedentes de la documentación del Archivo de los Condes de Luque. Una somera descripción de la misma puede leerse en PARES. Véanse, asimismo, los estudios sobre Salcedo Coronel de Blanco, 2017; Plagnard, 2017 y Ponce Cárdenas, 2017. 14  Canavaggio, 1965, p. 248. 13 

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Por su parte, Robert Jammes propuso una cronología bastante similar a la de su colega cervantista en la entrada LVII de su catálogo: «1636-1638»15. Conviene recordar aquí el pasaje exacto donde se hallan las referencias de valor temporal más significativas. Dicho fragmento se localiza entre las páginas finales de la obra (71-73): Con atención hoy en el año de 635 las voces que a fuerza de bien ponderados conceptos y no vistos aplausos dieron el principado de la poesía española y laurel de Apolo (sin guardar a nadie la casa) al genio más abundante de nuestro siglo, a la dulzura más fácil y conceptuosa que vieron los pasados. Lope de Vega Carpio abonó no solamente de su fama, sino de cuantas cosas le prohijaron el nombre. Pero nadie ignora que los créditos de los poetas tienen menos jurisdicción en la verdad que en el deleite. Luciósele en tan celebradas honras la protección del más glorioso mecenas, el excelentísimo duque de Sessa, y la piedad del más cortés y agradecido discípulo, el doctor Juan Pérez de Montalbán, que cuando más lastimosamente nos da a sentir aquella muerte, nos consuela con mostrarse substituto de su espíritu. La barra tiraron los hipérboles hasta donde no creyeron llegar las agudezas, pero ya que en aquel libro viven imperiosamente embargadas todas las alabanzas y ocupados los encarecimientos [en nota marginal: Fama póstuma de Lope] y ya que la diligencia ejecutó créditos tan cortesanos, valgámonos aquí de las demostraciones, pues nos las dejan libres.

En este elocuente párrafo se habla del óbito reciente de Félix Lope de Vega y Carpio, fallecido en Madrid el 27 de agosto de 1635.También se alude en estas líneas a las «tan celebradas honras» funerales patrocinadas por su mecenas y albacea, el duque de Sessa, que fueron seguidas por miles de personas en la villa y corte. Por último, se menciona «aquel libro» cuidado por «el más cortés y agradecido discípulo de Lope», el doctor Juan Pérez de Montalbán, un volumen donde «viven imperiosamente embargadas todas las alabanzas y ocupados los encarecimientos». Ese texto aludido se identifica en una nota escrita al margen: «Fama póstuma de Lope» (p. 72). Como es sabido, tras las solemnes exequias del dramaturgo, Montalbán reunió, en poco más de tres meses, textos laudatorios de 153 autores para eternizar la memoria y virtudes de Lope. Estos vieron la luz bajo el solemne título de Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope Félix 15 

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Estudio introductorio de Robert Jammes, en Góngora, 1994, p. 703.

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de Vega Carpio y elogios panegíricos a la inmortalidad de su nombre. Escritos por los más esclarecidos ingenios, solicitados por el doctor Juan Pérez de Montalbán, que al excelentísimo señor duque de Sessa, heroico, magnífico y soberano mecenas del que yace, ofrece, presenta, sacrifica y consagra (Madrid, en la Imprenta del Reino, año 1636. A costa de Alonso Pérez de Montalbán, Librero de su Majestad)16. Los paratextos de la obra arrojan alguna información adicional sobre el proceso de formación del luctuoso volumen. El maestro José de Valdivielso firmó la «Censura panegírica» en Madrid el 2 de diciembre de 1635; la suma del privilegio fue otorgada por Francisco Gómez de Lasprilla el 22 de diciembre de 1635; el licenciado Murcia de la Llana firmó la fe de erratas el 14 de febrero de 1636; la oficina de Diego González de Villarroel refrendó la suma de la tasa el 20 de febrero de 1636 y, por último, fray Ignacio de Vitoria concedió la aprobación final el 20 de febrero de 1636. Sin duda, a través de cartas o relaciones de sucesos la noticia de la muerte de Lope y la concurrida celebración de sus exequias solemnes debió de llegar a Andújar a finales del verano o inicios del otoño de 1635. Por esas mismas fechas Villar pudo acaso tener una primera noticia sobre la preparación del volumen laudatorio concebido por Pérez de Montalbán, ya que este debió de movilizar a los amigos y admiradores de Lope a lo largo y a lo ancho de la geografía peninsular. Dicho dato coincide exactamente con la referencia del códice: «Hoy en el año de 635». Ahora bien, en el caso de que Villar consultara ya impreso el tomo de la Fama póstuma, debe considerarse que, como pronto, lo pudo hacer en torno a marzo-abril de 1636, o quizá algunos meses más tarde. Tal como había señalado Canavaggio, se habla en estas líneas de Pérez de Montalbán como el más brillante discípulo vivo de Lope, por tanto, la referencia parece indicar que el Compendio sería anterior al 25 de junio de 1638, fecha del óbito del compilador de la Fama póstuma. Ahora bien, quizá pueda inferirse otro dato a partir de esta frase elogiosa: «el doctor Juan Pérez de Montalbán, que cuando más lastimosamente nos da a sentir aquella muerte, nos consuela con mostrarse substituto de su espíritu»17. Dado que la «salud mental» del poeta y dramaturgo Véase la excelente edición crítica cuidada por Di Pastena, 2001. De obligada consulta es asimismo la aportación crítica de Blanco, 2014. 17  El sintagma «substituto de su ingenio» presenta una coincidencia parcial con un detalle del inicio de la Censura panegírica del maestro Josef de Valdivielso, que abre la Fama póstuma: «Este libro de elogios y fama póstuma a honras de frey Lope Félix de 16 

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de la escuela lopesca «degenera a partir de 1636 y fallece tras dos años de demencia»18, cabría pensar que Villar escribió tales líneas sin tener noticia alguna de la enfermedad mental de Pérez de Montalbán, lo que parece inclinar la balanza hacia una cronología temprana, en torno a 1635-1636. Para apuntalar la cronología del Compendio poético de Francisco del Villar podría asimismo tomarse en consideración la cita de varios volúmenes aparecidos en fechas relativamente recientes. En efecto, el erudito de Andújar debió de haber consultado una obra anticuaria de Francisco de Barreda, El mejor príncipe Trajano Augusto, volumen impreso en Madrid en 1622 (p. 61). De similar relevancia para la datación me parece la cita referida a las Academias del jardín, el ambicioso prosímetro que el murciano Salvador Jacinto Polo de Medina había dado a las prensas en el año 1630. Otro pequeño detalle nos permitirá reflexionar sobre la fecha aproximada de redacción del Compendio poético, me refiero a la cita más temprana recogida en un impreso: la Égloga fúnebre (Sevilla, Simón Fajardo, 1638) de Angulo y Pulgar. El erudito de Loja constataba en sus páginas lo siguiente: «escriben por don Luis el Maestro Don Francisco del Villar, Juez de la Cruzada en Andújar, un Compendio retórico y poético». Si es lícito sospechar que el autor de las Epístolas satisfactorias llegó a tener entre sus manos una copia manuscrita íntegra del texto de Villar, en torno a 1637-1638 la redacción del Compendio debía de estar ya concluida y habían circulado durante ese bienio algunas copias del mismo entre los partidarios del estilo de Góngora. 3. El Compendio poético en la cronología general de la polémica gongorina Una aportación crítica reciente ha propuesto el «esbozo de una periodización» de la polémica gongorina, cuyas fechas extremas se corresponden aproximadamente con los años 1613-166619. Conforme a Vega Carpio […] que ha solicitado y recogido a diligencias de sus agradecimientos el doctor Juan Pérez de Montalbán, primogénito del ingenio de Lope de Vega y primero en licencias en sus escuelas, respiración de su aliento y substituto de su pluma» (Fama póstuma, p. 4). 18  Rubiera, 2010. 19  Blanco, 2013, pp. 10-17.

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dicho planteamiento, podrían identificarse tres fases en la acerba querella sobre el estilo culto. La primera de ellas se iniciaría en 1613 con la difusión manuscrita del Polifemo y las Soledades y se prolongaría hasta 1620. En esta fase más temprana de la pugna literaria «se dibuja la tónica dominante» de la misma, ya que «surge con motivo de la aparición conjunta» del epilio y las Soledades al tiempo que «da fe de la estrecha vinculación de ambos poemas en la mente de los lectores»20. La segunda fase se abriría en 1621, con la publicación de La Filomena de Lope, y se extendería hasta 1633. Este momento se caracterizaría por la diatriba y la sátira contra los ‘cultos’ en general y contra las licencias y oscuridad de la nueva poesía. Por último, la fase final o tardía de la polémica se abriría en 1634 con la publicación de las Cartas filológicas de Cascales y se cerraría con la intervención del Lunarejo en 1666. Como apunta Mercedes Blanco, «en una futura construcción de la polémica como objeto histórico, estas fases, manifiestas a poco que uno mire los documentos, tendrían que ser mejor perfiladas y analizadas a fondo. En cada fase, cambia el objeto de debate y, por consiguiente, también, aunque de modo menos obvio, el verdadero motivo y la fuente de energía que moviliza a los bandos enfrentados»21. Dado que la redacción del Compendio poético puede situarse plausiblemente en el bienio 1635-1636, no parece arriesgado apuntar que el texto de Villar —hoy conservado de forma muy incompleta— pertenece al arranque mismo de la fase más tardía de la polémica. Desde el punto de vista cronológico, cabe también preguntarse cuál fue la razón por la que el erudito iliturgitano saltó de nuevo a la palestra pública, qué pudo servir como detonante para que compusiera su apología. Probablemente la divulgación impresa de las Cartas filológicas en 1634 (la suma de la tasa lleva fecha de 6 de febrero de aquel año) debió de resultar un elemento decisivo para hacer que Villar volviera a tomar la pluma, esbozando su argumentación. Por otro lado, quizá no resulte inapropiado destacar la importancia de la Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope Félix de Vega Carpio, que comenzaría a circular impresa por la península en la primavera de 1636. En efecto, allí definía Pérez de Montalbán a su maestro en los siguientes términos:

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Blanco, 2013, p. 14. Blanco, 2013, p. 17.Véase también Plagnard y Elvira, 2021.

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[Fue] Lope Félix de Vega Carpio portento del orbe, gloria de la nación, lustre de la patria, oráculo de la lengua, centro de la fama, asumpto de la invidia, cuidado de la fortuna, Fénix de los siglos, príncipe de los versos, Orfeo de las ciencias, Apolo de las Musas, Horacio de los Poetas,Virgilio de los épicos, Homero de los heroicos, Píndaro de los líricos, Sófocles de los trágicos y Terencio de los cómicos, único entre los mayores, mayor entre los grandes y grande a todas luces y en todas materias […]. Escribió él solo más en número y en calidad que todos los poetas antiguos y modernos y si no, pónganse sus obras (que no es dificultoso, pues todos las tenemos en las librerías) y las de Lope en una balanza y se verá la ventaja con la experiencia […]. No hubo escritor entre griegos, latinos, italianos y españoles que le igualase en tener todas las circunstancias del perfecto poeta, porque miradas con atención todas sus obras es fuerza confesar que su blandura en los versos enamorados, su agudeza en los pensamientos admira, su propiedad en los atributos satisface, su noticia en las imitaciones suspende, su verdad en los avisos aprovecha, su variedad en las materias deleita y la facilidad con que todo lo hacía asombra, pues aun la pluma no alcanzaba a su entendimiento, por ser más lo que él pensaba que lo que la mano escribía22.

Ejemplos similares de encomio hiperbólico pueden espigarse en otros pasajes de la Fama póstuma, aunque lo que nos interesa ahora señalar es que el foco central del elogio funeral consagrado al dramaturgo es muy significativo: Lope fue el mejor escritor de España y, por ende, ningún autor entre los antiguos o modernos pudo alcanzar la excelencia y belleza de sus innumerables escritos. Sobre las partes del Compendio poético que no han llegado a nuestras manos resulta vacuo avanzar hipótesis alguna. Ahora bien, a la luz del contenido de las dos únicas secciones conservadas, quizá no sea baladí la confrontación con el núcleo argumental de la Fama póstuma. En efecto, Villar consagraba la proposición sexta («En todo género de Poesía fue eminente don Luis de Góngora») y la séptima («Don Luis de Góngora fue el mayor poeta de España») a reivindicar la primacía del autor de las Soledades en todos los campos de la poesía española. De alguna forma podría ello considerarse una elegante impugnación de todo cuanto sostuvo Pérez de Montalbán en el libro de elogio funeral consagrado a su maestro. Al hacer balance de la literatura de su época, Francisco del Villar no tuvo empacho alguno en admitir abiertamente la preminencia de Lope y sus discípulos en el campo teatral («concediendo a Lope 22 

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Pérez de Montalbán, 2001, pp. 17, 31, 32.

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de Vega y sus imitadores la primacía en lo cómico», p. 73), recalcando a renglón seguido que el ambicionado trono de la poesía solo cabe atribuirlo con justicia a Góngora («entre cuantos poetas galantearon a las Musas […] y le rondaron la puerta a la retórica solo don Luis fue el admitido por dueño y quien a fuerza de estudio rompió la cárcel a la erudición castellana», p. 73). 4. Pequeña aproximación temporal a una copia incompleta En el capítulo cuarto de este libro se ha señalado cómo la familia Villar y Bago pertenecía a la elite administrativa de la ciudad de Andújar, ya que sus miembros ostentaban una de las regidurías del municipio. En las pugnas por el poder urbano, también resulta bien conocido el detalle de que los Villar se habían alineado claramente junto a uno de los dos bandos de la localidad jiennense, el de los Quero23. Ese pequeño dato quizá podría explicar parcialmente cómo, con el correr de los años, el epígrafe del manuscrito BNE 2529 remite a uno de los descendientes principales de dicho linaje: «el original [de esta obra] para en poder del marqués de la Merced». No parece arriesgado sospechar que el escueto epígrafe recoge en ese punto preciso una alusión bastante obvia al noble iliturgitano don Luis Cristóbal de Quero Piédrola Benavides y Escavias (Andújar, 1659-Andújar, h. 1753)24. Un antiguo censo de Caballeros hijosdalgo y Balancy, 1999, pp. 223-224. Este personaje aristocrático realizó en 1690 las pruebas para la concesión del título de caballero de la Orden de Calatrava, una vez rebasada la treintena. No mucho después, el 8 de septiembre de 1694, en la iglesia de San Isidoro de Úbeda, desposó a doña Ana de la Cueva y de la Cueva. La dama provenía asimismo de dos poderosos linajes jiennenses, vinculados a las ciudades de Úbeda y Andújar. Su abuelo fue don Cristóbal de la Cueva Guzmán y Chirino (Úbeda, ¿?-Úbeda, 6 de septiembre de 1680), que casó en Andújar con doña Baltasara de Cárdenas, con quien tuvo dos hijas: Ana e Inés. La primogénita, doña Ana de la Cueva y Cárdenas contrajo matrimonio con su tío carnal, don Lope de la Cueva y Guzmán, primer conde de Guadiana. De dicha unión nacería Ana de la Cueva y de la Cueva. Tras el óbito de su primera esposa, don Luis Cristóbal de Quero casó en segundas nupcias con doña María Beatriz de Piédrola y Acuña, su prima hermana, hija de don Cristóbal de Piédrola, alcaide perpetuo del castillo y fortaleza de Andújar. Sin indicar cuál podía ser el vínculo entre los Villar y los Quero, y sin recoger dato alguno sobre la cronología de este personaje, Jean Canavaggio, en una nota de su artículo apuntaba 23  24 

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miembros de la nobleza titulada residentes en Andújar aporta varios datos de interés sobre la longevidad del primer marqués de la Merced y alguno de sus cargos: Don Luis de Quero Piédrola y Benavides. Feligrés de la parroquia de Santa Marina y Santiago de Andújar, caballero del Hábito de Calatrava, marqués de la Merced, coronel de la infantería española, intendente que había sido de lo Político, Militar y Hacienda de esta ciudad y su partido, Patrón del convento de la Victoria de ella, del estado de caballeros hijosdalgo de sangre, de ejecutoria en posesión y propiedad, oriundo del solar y casa de Quero, en el valle de Carriedo, cabeza y pariente mayor de este apellido en esta ciudad’. En el año de esta declaración contaba este señor noventa y tres años de edad, por lo que era su tutor y curador don Pedro Estanislao de Quero y Valenzuela25.

Desde el punto de vista temporal, la información más relevante que atañe a este personaje tiene que ver con la consecución de su título nobiliario. En efecto, el 31 de diciembre de 1711, Felipe V firmó el real despacho mediante el cual se concedía a don Luis Cristóbal de Quero Piédrola y Benavides el nombramiento de primer marqués de la Merced. A tenor de este pequeño detalle, toda vez que el epígrafe de la copia incompleta revela que el original íntegro del manuscrito «para en poder del marqués de la Merced», solo cabe pensar que esas líneas se pudieron escribieron a partir de comienzos de 1712, justo después de la fecha de concesión del marquesado, es decir, en una fecha imprecisa de inicios del siglo xviii. 5. Hacia una articulación de los fragmentos: la estructura del Compendio Como se ha apuntado en varias ocasiones, el Compendio poético de Francisco del Villar se conserva en estado fragmentario. El único testimonio conocido hasta la fecha recoge tan solo aquello que denomina correctamente la posible identidad del poseedor del manuscrito: «Il pourrait s’agir de don Luis Cristóbal de Quero Piédrola y Benavides […], marqués de la Merced par décret royal du 31 décembre 1711» (Canavaggio, 1965, pp. 247-248, n. 6). 25  Sáez Gámez, 1979, pp. 25-26.Véase asimismo el volumen décimo de Fernández de Bethencourt, 1920, p. 156.

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«Proposición sexta» (pp. 1-64) y la sucesiva «Proposición séptima» (pp. 64-73), reservando la página final para una pequeña «Fe de erratas» (p. 74). En la designación de los dos apartados que se conservan puede apreciarse una pequeña diferencia dentro del manuscrito mismo, ya que el epígrafe del códice 2529 de la BNE explicita desde la primera página: «Copia de unos capítulos de un libro manuscrito». Atendiendo a la articulación argumentativa del discurso laudatorio, cabe apuntar cómo la designación de ambos ‘capítulos’ como «proposiciones» tiene un sentido retórico obvio, ya que el término proposición designa en el ars bene dicendi aquella «parte del discurso en que se anuncia o expone aquello de que se quiere convencer y persuadir a los oyentes» (DRAE). Puede recordarse a este propósito cómo el segundo texto de las Epístolas satisfactorias de Martín de Angulo y Pulgar rebate las siete «proposiciones» que le hizo llegar a aquel partidario del estilo gongorino «un señor grave y docto» en una misiva precedente26. El motor conceptual del curioso panegírico que Villar consagra a la obra gongorina en estos Fragmentos del compendio poético se explicita en el título de la «Proposición sexta»: «En todo género de poesía fue eminente don Luis de Góngora». Tras haber constatado en una reflexión inicial que «La desigualdad en los asuntos causa diferencia en el estilo» (pp. 3-14), el escritor iliturgitano intentó hacer «demonstración matemática» de cómo en todos y cada uno de los terrenos de la poesía Góngora brilló con luz inigualada. Movido por tan ambicioso propósito,Villar irá desgranando a través de siete sub-apartados los distintos aspectos creativos de su admirado maestro. Estos son los respectivos epígrafes: 6.1. Don Luis de Góngora fue singular poeta epigramatario (pp. 14-25) 6.2. Don Luis de Góngora fue en todo rigor poeta heroico (pp. 25-40)

26  Dichas proposiciones figuraban en «el párrafo cuatro» de una carta con fecha de siete de mayo. Copio aquí las siete proposiciones impugnadas por Angulo y Pulgar: 1. «Si don Luis no hubiera dejado el zueco, el primer hombre fuera de nuestra nación en lo burlesco y satírico. Por haberse calzado el coturno, ha perdido con muchos lo ganado». 2. «Lo material de estas obras es muy trivial». 3. «Lo formal (si lo es el lenguaje) es muy extraordinario». 4. «Son muchas las licencias de don Luis». 5. «Si leo el arte de Horacio y Aristóteles para lo teórico y un poema de los celebrados, para lo práctico descubriré en don Luis muchas faltas». 6. «Ofende a tantos doctos, que por muy sublime no lo entienden». 7. Le siguen un conjunto de poetas y humanistas que puede tildarse de «sectario o cismático».Tomo la cita de Martínez Arancón, 1978, pp. 209-221.

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6.3. Don Luis de Góngora fue eminente en lo lírico (pp. 40-48) 6.4. Don Luis de Góngora fue maestro de lo satírico y jocoso (pp. 48-54) 6.5. Don Luis de Góngora fue el primero en burlesco (pp. 54-55) 6.6. No le faltó a don Luis de Góngora espíritu para lo sacro (pp. 55-57) 6.7. Don Luis de Góngora trató con propiedad lo cómico (pp. 57-64).

Por supuesto, tras haber fundamentado la excelencia alcanzada por el racionero cordobés en el cultivo del epigrama, la poesía heroica y la lírica, en la sátira, en la escritura burlesca, en la poesía de tema religioso y en la escritura teatral, Francisco del Villar solo podía llegar a una conclusión lógica. Tal es el argumento de la «Proposición séptima»: «Don Luis de Góngora fue el mayor poeta de España» (pp. 64-73). Ninguna información sobre el contenido de las proposiciones I a V ha llegado hasta nuestros días. Tampoco sabemos si el Compendio se cerraba con el capítulo séptimo o si se prolongaba con otras proposiciones sucesivas. Dado que autores como Vázquez Siruela o Martín de Angulo y Pulgar parecen aludir en sus textos a copias manuscritas íntegras del Compendio poético quizá en un futuro próximo pueda identificarse algún nuevo testimonio más completo de la interesante obrita apologética. 6.Vías de la erudición: las fuentes empleadas por Villar A la hora de plantear una clasificación de las diversas fuentes consultadas o citadas por Villar en los dos apartados del Compendio poético que hoy se conservan resulta bastante clarificador proponer una distribución tripartita, que nos permite agrupar, por un lado, las antiguas obras grecolatinas; por otro, el conjunto de textos españoles áureo-seculares y, por último, los libros del Humanismo neolatino de la época. Seguidamente se reproducirá el listado por orden alfabético de los tres conjuntos propuestos. Los principales textos clásicos aducidos por Villar en su argumentación son: Aristóteles, Poética (p. 59) Aristóteles, Retórica (pp. 6-7, 59) Cicerón, De optimo genere oratorum (pp. 10-11) Cicerón, Orator (p. 4) Aulo Gelio, Noctes Atticae (p. 58) Horacio, Ars poetica (p. 63) Marcial, Epigrammata (pp. 9, 29-30)

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Persio, Saturae (pp. 8-9) Quintiliano, Institutio oratoria (pp. 4, 6, 8, 30, 42) Séneca, Epistulae ad Lucilium (p. 6) Virgilio, Aeneis (p. 9).

Además de dichos títulos, se infiere con bastante claridad de las varias referencias que el apologista gongorino inserta a lo largo de las proposiciones sexta y séptima que este manejaba los comentarios a la Eneida de Diego López (pp. 9-10 y 27), los comentarios del padre Juan Luis de la Cerda a la obra de Virgilio (pp. 27 y 31), los comentarios a los epigramas de Marcial del padre Mathäus Rader (p. 29) y las glosas de Francisco de Barreda al Panegírico a Trajano de Plinio (p. 61). A partir de las citas expresas, anotaciones marginales y alusiones que se distribuyen en el Compendio poético, el apartado de lecturas modernas tampoco resulta demasiado extenso. Entre los autores hispanos destaca la presencia de Francisco Cascales, Tablas poéticas (pp. 4 y 49) Francisco Cascales, Cartas filológicas (p. 49) Francisco de Castro, De arte rhetorica dialogi quatuor (p. 5) Luis de Góngora, Obras en verso del Homero español que recogió Juan López de Vicuña (p. 32) José Pellicer de Salas, Lecciones solemnes a la obra de don Luis de Góngora (p. 41) Juan Pérez de Montalbán, Fama póstuma de Lope de Vega (p. 72) Salvador Jacinto Polo de Medina, Academias del jardín (p. 63) Cipriano Suárez, De arte rhetorica libri tres (p. 6) Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias (p. 59).

Al lado de esas nueve obras, aún más escasas resultan las referencias a los textos de otros humanistas europeos, cuyos escritos se reimprimieron varias veces y gozaron de resonante fama por todo el continente: Justo Lipsio, Epistolarum selectarum chilias (p. 51) Justo Lipsio, Epistolica institutio (p. 6) Celio Rodiginio, Lectionum antiquarum libri XXX (pp. 28 y 41-42) Theodor Zwinger, Magnum theatrum humanae Vitae (p. 28).

A la luz de los datos del pequeño repertorio que acaba de esbozarse, cabe afirmar que Francisco del Villar sustentaba la argumentación sobre

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las diferencias de los géneros poéticos y acerca de la excelencia alcanzada por Góngora en todos ellos en la opinión de las autoridades principales entre los clásicos: las dos obras capitales del Estagirita (Poética y Retórica), la influyente Epistula ad Pisones de Horacio, la doctrina retórica compilada por Quintiliano en la Institutio oratoria y dos de los textos más famosos de Cicerón (el Orator y el De optimo genere oratorum). Entre las fuentes de información derivadas destacan los repertorios eruditos de Ludovico Ricchièri, más conocido como Celio Rodiginio (Lectionum antiquarum libri XXX) y el diccionario enciclopédico de Theodor Zwinger titulado Magnum theatrum humanae vitae. Bajo la óptica del paralelo que se plantea entre creación poética y virtuosismo oratorio, no sorprende que Villar aluda a dos de los tratados más leídos en la España áurea: los tres libros del Arte retórica de Cipriano Suárez y los cuatro diálogos del Arte retórica del padre Castro. 7. El principado de la poesía castellana: algunos conceptos sometidos a debate Los conceptos en torno a los que discurren los dos únicos fragmentos del Compendio poético conservados no enlazan directamente con los asuntos más debatidos en el campo de la querella gongorina, dado que no se refieren de forma explícita a la mayor parte de las objeciones contra el nuevo estilo recogidas en los Discursos apologéticos por el estilo del Polifemo y Soledades, compuesto por Pedro Díaz de Rivas27. Al hablar de la articulación de estos Fragmentos ya se ha contemplado el núcleo argumental de cada uno de los subapartados. De forma sucinta y esquemática, proponemos ahora un listado con los nueve puntos principales desarrollados en la Proposición sexta y la Proposición séptima del erudito iliturgitano: 1. Góngora alcanzó la eminencia en todo género de escritos. 2. Materias diferentes requieren diferentes estilos. 27  Los diez puntos son los siguientes: «1. Las muchas voces peregrinas que introduce. 2. Los tropos frecuentísimos. 3. Las muchas transposiciones. 4. La obscuridad de estilo que resulta de todo esto. 5. La dureza de algunas metáforas. 6. La desigualdad del estilo en algunas partes. 7. El uso de palabras humildes entretejidas con las sublimes. 8. La repetición frecuente de unas mismas voces y frasis. 9. Algunas hipérboles y exageraciones grandes. 10. La longitud de algunos períodos. 11. La redundancia o copia demasiada en el decir» (Martínez Arancón, 1978, pp. 127-128).

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3. Góngora guardó el respeto debido a los preceptos de cada género de escritura28. 4. Góngora cultivó el género del epigrama en sus décimas y sonetos, emulando a Marcial con su concepto y ornato, con sus agudezas y donaires. 5. Afinidad entre lo épico y lo heroico. Dentro de la producción gongorina pertenecen al ámbito de la poesía heroica el Polifemo, las Soledades, el Panegírico al duque de Lerma y un conjunto de canciones y sonetos en alabanza de diferentes próceres. 6. Góngora llevó a la cima la escritura satírica de su tiempo, aunque alguna de sus composiciones más hirientes haya quedado por fuerza relegada a la circulación manuscrita. Existen dos estilos de sátira: el estilo claro y fácil (que se remonta hasta Horacio) y el estilo obscuro y difícil (cuyo modelo es Persio). Ambos tipos fueron cultivados por Góngora. 7. Góngora fue el primer gran maestro de la poesía burlesca en España. Cuantos la han cultivado posteriormente han ido a zaga de su magisterio. Las galas de este tipo de escritura lucen en academias y justas29. 8. En la escritura teatral, Góngora se vio ante una situación en la que era arduo alcanzar un difícil equilibrio: romper con los preceptos de la Antigüedad, plegándose a las innovaciones de la fórmula lopesca, o bien respetar las antiguas normas, yendo así en contra del gusto generalizado entre los espectadores de su tiempo. Esa disyuntiva ponía en una difícil tesitura al escritor, que no desarrolló una carrera brillante como dramaturgo. Por ello se ve obligado Villar a reconocer que la primacía en la comedia de su tiempo corresponde a Lope y sus discípulos. 9. Conclusión general: Luis de Góngora fue el mayor poeta de España. Cada centuria solo puede tener un gran autor: en el siglo xv obtuvo el primado de las letras hispanas Juan de Mena, en el siglo xvi Garcilaso de la Vega, en el siglo xvii Góngora. La tríada que conforman Mena, Garcilaso y Góngora es la de los «luminares mayores» de la historia literaria de nuestro país, en tanto que los demás escritores (Ercilla, Cairasco, Figueroa, Herrera,

28  Esta idea se repite en varios lugares del manuscrito, impugnando así la visión de un poeta deseoso de introducir novedades y grandes cambios. Se formula a través de afirmaciones como las siguientes: «Acomodose don Luis de Góngora a las condiciones individuales de cada poema, con singularísimo primor» (p. 11), «[Góngora] mostró la comprehensión especulativa que tuvo de los preceptos de esta profesión y la facilidad con que se acomodó a la práctica de ellos» (p. 14), «todas estas leyes guardó nuestro poeta don Luis en las Soledades, Polifemo, Panegírico y otras obras donde cumplió exactamente con las obligaciones de lo heroico» (pp. 31-32). 29  «En su escuela se han aprendido cuantos donaires ilustran la poesía española, sin que Marcial ni Plauto hayan sido superiores a nuestro poeta. Hoy se halla esta parte tan válida en certámenes poéticos» (p. 54).

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el conde de Salinas, Calderón, los Argensola…) se limitan a representar el modesto papel de pequeñas «estrellas». Aunque muchos coetáneos han intentado alcanzar el trono de la poesía española, solo el autor cordobés lo ha alcanzado por sobrados méritos.

Desde el punto de vista del debate tácito que alguno de estos conceptos entabla con las opiniones vertidas por los detractores del nuevo estilo, pueden inferirse tres aspectos relevantes. En primer lugar, se podría apuntar cómo la identificación de las obras mayores y de algunos poemas breves con la categoría de lo heroico rebate el parecer del Antídoto de Jáuregui, que negaba taxativamente al vate cordobés los laureles de poeta heroico. El segundo aspecto digno de nota se refiere a la cercanía y afinidad conceptual con un texto muy próximo en el tiempo. Al igual que hiciera Martín de Angulo y Pulgar en la defensa de Góngora, esbozada desde el texto segundo de sus Epístolas satisfactorias (Granada, Blas Martínez, 1635), alguno de los conceptos principales desarrollados por Villar podrían esgrimirse contra las opiniones vertidas por «un señor grave y docto» en la proposición primera y quinta de su misiva: 1. «Si don Luis no hubiera dejado el zueco, el primer hombre fuera de nuestra nación en lo burlesco y satírico. Por haberse calzado el coturno, ha perdido con muchos lo ganado»30; 5. «Si leo el arte de Horacio y Aristóteles para lo teórico y un poema de los celebrados, para lo práctico descubriré en don Luis muchas faltas»31. Según la estimativa de Villar, Góngora alcanzó la excelencia tanto en lo grave como en lo ligero, destacando en todos los géneros conocidos. El autor del Compendio poético niega, Una opinión muy similar ofrecía ya Juan de Jáuregui en un conocido pasaje del Antídoto: «Nos parecía imposible, al cabo de cincuenta años que vuestra merced ha gastado entre las musas líricas y joviales, que se le hubiese pegado tan poquito de las heroicas. Y ya que esto fue, nos maravilla no menos que vuestra merced se conozcan tan mal y que no tiente sus fuerzas para nivelar con ellas la materia creyendo al poeta: “Sumite materiam vestris, qui scribitis aequam / viribus, et versate diu, quid ferre recusent,/ qui valeant humeri”. Digno es vuestra merced de gran culpa, pues habiendo experimentado en tantos años cuán bien se le daban las burlas, quiso pasarse a otra facultad tanto más difícil y tan contraria a su naturaleza, donde ha perdido gran parte de la opinión que los juguetes le adquirieron.Yo confieso con mucho gusto que ha escrito vuestra merced en este mundo donaires de incomparable agudeza y por el mismo caso me lastimo de que no haya habido quien predique a vuestra merced aquellos dísticos con que la musa disuadió a Marcial, cuando él quiso dejar las burlas» (Jáuregui, 2002, pp. 79-80). 31  Martínez Arancón, 1978, pp. 209-210 y 220-221. 30 

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pues, ­rotundamente la opinión que varios detractores se han ocupado en difundir: «Algunos se han persuadido que solo en lo satírico hizo con mejores esfuerzos» (p. 3). En su apología Villar defiende asimismo que los poemas gongorinos respetan escrupulosamente los preceptos de todos los tipos genéricos, de manera que su obra resulta intachable tanto desde el plano teórico como desde el práctico. Por último, el encendido elogio de Góngora como primer poeta de España en todas sus facetas creativas se opone diametralmente a la entronización de Lope de Vega como el máximo autor hispánico de la Edad Barroca, según las valoraciones acuñadas por Pérez de Montalbán en la Fama póstuma, impresa en 1636. 8. Un diálogo silente con las cartas: otras cuestiones menores El contenido de las proposiciones quinta y sexta del Compendio poético podría, en parte, enlazar conceptualmente con una frase que el propio Villar recogiera en la carta al padre trinitario fray Juan Ortiz. Hacia 1617-1620 el maestro iliturgitano había propuesto desde los renglones de aquella misiva: «Cotejemos a don Luis con los poetas latinos, a cuya superioridad todo el mundo reconoce vasallaje y se rinde, y veremos si les imita y aun si les excede y sobrepuja». Pasados los años, en los dos fragmentos del texto datado en torno a 1635-1636, la alabanza de don Luis como autor excelente en todos los géneros de poesía conocidos se sustentará, precisamente, en dicho ‘cotejo’ o ‘careo’ con los grandes maestros de la Antigüedad, de manera que el poeta cordobés se mediría con Homero y Virgilio en el terreno de lo heroico, competiría con Horacio y Píndaro en el campo de la lírica, emularía a Juvenal y Persio en la sátira, rebasaría la altura de Catulo y Marcial en el epigrama y, finalmente, excedería a Plauto y Terencio en la comedia. El paralelo argumental de los dos apartados del Compendio con algunos elementos recogidos en la controversia epistolar entre Villar y Cascales también salta a la vista a través de las citas expresas. Así, el defensor gongorino oriundo de Andújar nombra al autor de las Tablas poéticas como persona investida de auctoritas al hablar de la licitud de la oscuridad entre los satirógrafos: Cuestión ha sido controvertida, y su resolución no poco dudosa, qué estilo ha de guardar la sátira. Algunos dicen que ha de ser obscuro, y dificultoso,

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lo uno porque la fealdad del vicio, que reprehende, no lleve descubierta la cara, y ofenda el recato, de quien la leyere, y lo otro, porque sea como la píldora, que se receta cubierta de oro, para que al enfermo le brinde su hermosa apariencia, y lleve rebozado su amargor, y desabrimiento, de este parecer he visto personas bien entendidas, y con ellas el Licenciado Francisco de Cascales, en una de sus epístolas (p. 48).

En efecto, tal como recalca esta cita indirecta, Cascales había hecho en la octava misiva de la primera década de sus Cartas filológicas, un pequeño listado de casos en los que el uso de la oscuridad no solo puede considerarse justo, sino también necesario: No siempre la oscuridad es viciosa, que cuando proviene de alguna doctrina exquisita que el poeta señaló (no siendo muy a menudo) es muy loable y buena […]. Ni es viciosa cuando queremos con ella disimular algún concepto deshonesto y torpe, porque no ofenda las orejas castas, que esto todos los escritores lo guardan. Y así Virgilio dijo: «geniale arvum». En esto no reparan los epigramatarios, que la materia de suciedad es suya y eso es lo que advierte Marcial en el proemio del primer libro […]. Ni es viciosa la oscuridad en los poetas satíricos, porque como ellos tiran flechas atosigadas a unos y a otros, y les hacen a los viciosos tragar la reprehensión como píldora, la doran primero con la perífrasis intricada, y fingiendo nuevos nombres, para que quede disimulada la persona de quien hablan satíricamente; y esta es la causa que tiene por disculpa la tal obscuridad32.

La cita de la carta VIII de Cascales por parte del Villar no deja traslucir inquina alguna contra el licenciado murciano, cuyo «parecer» en este punto preciso lo sitúa en el grupo selecto de las «personas entendidas». 9. Desde el umbral: a modo de conclusión Las consideraciones que ha merecido el texto de Francisco del Villar han sido bastante desiguales. El primer artículo sobre el manuscrito BNE 2529, publicado por Jean Canavaggio en 1965, quiso atribuir un valor considerable al contenido de este códice incompleto, ya que se 32  Véase la excelente edición digital cuidada por Mercedes Blanco y Margherita Mulas: Cascales, 2018, https://obvil.sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/1634_ cartas-cascales. Se localiza también la cita en Martínez Arancón, 1978, p. 196.

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estima allí como un «document bibliographique précieux»33. Tres décadas más tarde, Robert Jammes parecía contemplar el mismo asunto con mayor distancia. El editor de las Soledades juzgaba los apartados del Compendio poético que discurren sobre poesía «epigramataria», «heroica», «lírica», «satírica», «burlesca» y «sacra» como reflexiones «de un interés más bien mediano», que a pesar de todo bien «merecerían un análisis crítico»34. Justo es admitir que la ponderada valoración de Jammes probablemente resulta la más cercana a la realidad. A la luz de otros testimonios del ámbito de la polémica, hay que reconocer que los Fragmentos del Compendio poético no revelan ni la solidez doctrinal de los escritos de Pedro de Valencia, ni la hondura de un Pedro Díaz de Rivas, ni los conocimientos humanísticos del abad de Rute. Sus páginas tampoco están animadas por la infatigable erudición de los comentarios de Díaz de Rivas, Pellicer, Salcedo Coronel,Vázquez Siruela o Serrano de Paz. Ahora bien, tampoco puede atribuirse a Villar la culpa de caer en la cháchara inconsecuente de Andrés de Almansa y Mendoza. Por ello no parece arriesgado sostener que los escasos capítulos conservados del Compendio poético se mantienen en un discreto tono medio, pues ni llegan a deslumbrar por su perspicacia intelectual, ni ofenden al lector interesado por su vuelo rasero y alicorto. En honor a la justicia, una de las principales bazas del fragmentario texto de Villar es el énfasis que pone en la identificación de Góngora como autor de epigramas, ya que bajo esa especie anticuaria identifica un importante conjunto de sonetos y décimas. Por otro lado, también puede considerarse digna de nota la reivindicación de una sección capital de la poesía gongorina como eximia representante del género heroico. De alguna manera el apologista de Andújar podría verse como un adelantado a su tiempo, ya que ambos aspectos genéricos tan solo se han puesto de relieve en la bibliografía gongorina de los últimos años35. 10. Preámbulo a la edición: establecimiento del texto El texto se establece a partir del único testimonio fragmentario conocido hasta la fecha: el BNE ms. 2529 (Copia de unos capítulos de un libro Canavaggio, 1965, p. 252. Estudio introductorio de Robert Jammes, en Góngora 1994, p. 704. 35  Blanco, 2013. 33  34 

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manuscrito escrito por don Francisco del Villar, Vicario Juez ecc. de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced). La presente edición pretende enmendar algunos errores de copia bastante burdos, atribuibles al copista, como el evidente caso de la cita latina reproducida al comienzo de la página 11, donde claramente se lee «vitio sumest» en lugar de «vitiosum est». Quizá no esté de más señalar, para comprender ese tipo de estragos textuales, que, si la redacción de la obra se remonta presumiblemente hasta 1636, es bastante probable que la copia incompleta del manuscrito sea tardía, ya que la datación aproximada del códice es seguramente posterior a 1712. Tras la minuciosa revisión del manuscrito llevada a cabo por el profesor Antonio Valiente Romero, puede concluirse que la copia fragmentaria del Compendio poético refleja la participación de, al menos, tres manos distintas36. La primera mano se corresponde con la del «copista» general del texto y debe incluirse en su labor la propia «Fe de erratas». La segunda mano apreciable es la de una figura innominada que podríamos denominar «corrector», a su precisión debemos las numerosas enmiendas a pasajes estragados que figuran en el códice. Finalmente, puede individuarse también la participación de una tercera mano, que tan solo habría intervenido en el último renglón de la «Fe de erratas». Una y otra vez las cuantiosas enmiendas del «corrector» ponen de manifiesto que la competencia cultural del «copista» responsable de la transcripción de parte del Compendio poético era más bien mediana. Parece evidente que no tenía un nivel aceptable de latín y, a juzgar por varias imprecisiones, puede sospecharse que tampoco tenía mucha familiaridad con la poesía. En efecto, el «copista» incurre en errores tan llamativos como nombrar al poeta épico renacentista Alonso de Ercilla como «Ercida» o transcribir la forma verbal «cogerlo» en posición final de verso, alterando el rimema característico de esa composición (-ello). Por otra parte, pese al loable esfuerzo de revisión del «corrector», también este a veces cae en algún despiste llamativo, pues no consigue identificar fallos de cierto calibre, como el del incipit transcrito como «Burlas de tortolilla» en lugar del correcto «Vuelas, oh tortolilla».

36  Quisiera dejar constancia de mi gratitud a los profesores Antonio Valiente Romero y Jaime Galbarro, por el conjunto de matizaciones y sugerencias que me han brindado con total generosidad a propósito de las grafías del manuscrito y para iluminar algunas referencias.

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Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por Francisco del Villar,Vicario, Juez eclesiástico de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced

don

Proposición sexta «En todo género de Poesía fue eminente don Luis de Góngora». Tal es la cortedad de nuestro discurso y su capacidad tan limitada que apenas hay ingenio en quien dos facultades se hallen con eminencia, aunque no falta en nuestros tiempos presunción (raro despejo37) que se haya atrevido a tener públicas conclusiones38 de todas. Aun [p. 2] dentro de una misma ciencia se dan pocas veces las manos lo práctico y lo teórico, verdad que ordinariamente están mirando las experiencias39. Sea ejemplar la poética, cuyas partes, como si fueran incompatibles o contrarias, raras veces las vemos hermanadas en un sujeto. En lo Heroico se ciñeron el laurel Homero y Virgilio, en lo lírico Horacio y Píndaro, en lo satírico Persio y Juvenal, en lo epigramatario Marcial y Catulo, en lo cómico Plauto y Terencio, en lo trágico Lucano y Séneca40. Don

El mismo vocablo puede indicar tanto el «desembarazo» o la «soltura en el trato o en las acciones» como el «claro entendimiento» o el «talento» (DRAE). Presumiblemente Villar lo emplea aquí con la acepción aproximada de ‘desenvoltura’, enfatizando el sentido negativo de ‘falta de cautela’ o ‘falta de consideración’. 38  Tener públicas conclusiones: referencia propia del ámbito universitario. Las conclusiones son los «puntos o proposiciones teológicas, juristas, canonistas, filosóficas o médicas que se defienden públicamente en las escuelas» (Aut.). Como me indica Pedro Conde Parrado, cabría sospechar que en la voz facultades Villar está haciendo uso de una dilogía ingeniosa, ya que por una parte apuntaría hacia la «aptitud, potencia física o moral», el «poder o derecho para hacer algo» y también hacia la «ciencia o arte», a «cada una de las grandes divisiones de una universidad» (DRAE). 39  Quizá no resulte baladí que Villar aduzca en este punto, al referirse a la teoría y la praxis contrapuestas, precisamente el conocimiento derivado directamente de la experiencia personal. Puede ello conectarse con el curioso giro que emplea unas cuantas líneas más abajo, aplicándolo a una suerte de prueba irrefutable: «Sus obras mismas harán demonstración matemática». 40  En un texto tan difundido como los Poetices libri septem de Giulio Cesare Scaligero se aborda el tema de los géneros tanto en el libro I o Historicus (capítulos 3-12 y 44-46) como en el libro tercero o Idea (capítulos 95-101 y 123-125). El humanista proponía, para cada uno de los tipos, cuáles son los principales modelos que debe considerar un escritor neófito para ejercitar la imitación/emulación. 37 

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Luis de Góngora parece que supo poner [p. 3] excepción a esta regla, jugando las armas de Apolo a muchas manos y recibiendo cariño de todas las Musas. Algunos se han persuadido que solo en lo satírico hizo con mejores esfuerzos41, pero cualesquiera que eche la sonda hallará su profundidad, en lo epigramatario, heroico y lírico. Sus obras mismas harán demonstración matemática, que no ha menester ajena defensa quien siempre viste tan aceradas armas. La desigualdad en los asuntos causa diferencia en el estilo §2 [p. 4] Se divide la poesía en tres especies principales —épica, lírica y escénica—, las cuales se diferencian entre sí en los instrumentos, en las materias, en las frases y aun en los fines. La épica comprehende lo grave y heroico; la lírica lo dulce y florido; y la escénica lo humilde y gracioso42. Estas se subdividen en otras muchas, que será prolijo referirlas, pero debemos creer que cada una se gobierna por diferentes leyes y que la comedia no llega a la gravedad de la tragedia, ni la tragedia entra con el afeite que la comedia. Como dijo Quintiliano43: «sua cuique posita est lex, suus decor, neque comedia [p. 5] in cothurnos asurgit neque e contra tragedia succo ingreditur»44. La grandeza, medianía o humildad del sujeto levanta, detiene o humilla el estilo y así dijo Tulio que el orador perfecto ha de tratar las cosas humildes con agudeza, las grandes con gravedad y las medianas con templanza: «humilia subtiliter, magna gravitate et mediocria temperitate»45. El padre Francisco de Castro advierte que el orador ha de usar

Sobre esa idea, bastante extendida en el siglo xvii, permítase remitir al estudio conjunto de Blanco y Ponce Cárdenas, 2021. 42  Nota del autor: «Véase Cascales en sus Tablas poéticas». 43  Nota del autor: «Quintl. L 2. C. 2». 44  El pasaje de Quintiliano procede del apartado De imitatione, incluido en el libro décimo de la Institutio oratoria, II, 22. Reproduzco aquí el fragmento completo para facilitar la comprensión: «Id quoque vitandum, in quo magna pars errat, ne in oratione poetas nobis et historicos, in illis operibus oratores aut declamatores imitandos putemus. Sua cuique proposito lex, suus decor est: nec comoedia in cothurnos adsurgit, nec contra tragoedia socco ingreditur. Habet tamen omnis eloquentia aliquid commune: id imitemur quod commune est». 45  Aduce aquí la famosa definición del orador perfecto, según la fórmula acuñada por Cicerón en Orator, XXIX, 101: «Is est enim eloquens qui et humilia subtiliter et alta graviter et mediocria temperate potest dicere» (‘El perfecto orador es aquel que sabe 41 

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de diferentes estilos46: del humilde para enseñar, del grave para mover y para deleitar del [p. 6] mediano47. «Tenui docet, gravi movet, medio delectat»48. Séneca, Fabio y Cipriano49 autorizan este intento con todo el espacio y doctrina que pide50, pero entre todos se halla lugar la compadecir las cosas humildes con sencillez, las grandes con solemnidad, las medianas con moderación’). 46  La anotación marginal que identifica el pasaje resulta exacta, ya que el capítulo cuadragésimo sexto del diálogo tercero del padre Castro está dedicado a «De tribus dicendi generibus». Al comienzo del mismo puede leerse la cita que recupera Villar: «M.- Quot sunt dicendi genera? D.- Tria, unum tenue, subtile tamen et acutum, quod verbis infimis exprimitur, qualia sunt levia, humilia, exilia et parva; alterum vehemens et grave, quod verbis summis explicatur, cuiusmodi sunt gravia, sublimia, sonantia et illustria; tertium est medium et caeteris interiectum, quod mixtis temperatisque rebus effertur. Et hoc iuxta totidem Oratoris officia, qui tenui docet, gravi movet, medio delectat» (Castro, 1625, pp. 200-201). 47  Nota del autor: «Castro d. al 3 C 46». 48  El jesuita granadino Francisco de Castro (1567-1632) es conocido hoy, fundamentalmente, por la autoría de dos tratados, uno de asunto oratorio y otro de tema espiritual: De arte rhetorica dialogi quatuor (Córdoba, Francisco de Cea, 1611) y la Reformación cristiana, así del pecador como del virtuoso (Granada, Marcos León, 1729). En un apartado del Mercurius trimegistus de Bartolomé Jiménez Patón, se recoge la polémica que mantuvo con el padre Castro a propósito de algunas materias oratorias. Las críticas u objeciones del jesuita se publicaron junto a las Satisfacciones del docto tratadista en el Mercurius trimegistus (Jiménez Patón, 1621, fols. 178-205). Por cuanto ahora nos interesa, Jiménez Patón debió fundamentar en ese escrito sus consideraciones acerca de la existencia de tres estilos, que él denominaba «tenue, grave y medio». Sobre este asunto polémico, remito a Madroñal (2006, pp. 140-141). Francisco de Castro debía de mantener alguna relación amistosa con Luis de Góngora y con el Inca Garcilaso de la Vega, destinatario de los diálogos oratorios. Recuérdese el bello soneto laudatorio que Góngora compuso en 1611 precisamente para el De arte rhetorica dialogi quatuor de este docto jesuita: «Si ya el griego orador la edad presente,/ o el de Arpinas dulcísimo abogado,/ merecieran gozar, más enseñado/ éste quedara, aquél más elocuente,/ del bien decir bebiendo en la alta fuente/ que en tantos ríos hoy se ha desatado/ cuantos en culto estilo nos ha dado/ libros vuestra Retórica excelente./ Vos reducís, oh Castro, a breve suma/ el difuso canal de esta agua viva;/ trabajo tal el tiempo no consuma,/ pues de laurel ceñido y sacra oliva,/ hacéis a cada lengua, a cada pluma,/ que hable néctar y que ambrosïa escriba» (Sonetos, 2019, p. 1036). 49  El padre Cipriano Suárez (1524-1593) es el autor del compendio retórico más empleado en los colegios de Humanidades de la Compañía de Jesús. La primera edición de su De arte rhetorica libri tres ex Aristoteles, Cicerone et Quintiliano praecipue deprompti vio la luz en Coimbra en 1560. 50  Nota del autor: «Sene. ep. 74 Quin. L 12. C. 20. Cipria. L 3 C 52». La apostilla marginal se refiere, claro está, a Lucio Anneo Séneca, Fabio Quintiliano y Cipriano Suárez.

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ración de Lipsio, cuya advertencia dijo que igualemos el lenguaje con el asunto, de la misma suerte que medimos las velas con la grandeza de la nave: «Ut vela pro magnitudine navium, sic verba debent esse pro rerum»51. Aristóteles enseña que la oración será conveniente con las cosas, si no tratamos humildemente de las magníficas, [p. 7] ni con gravedad de las humildes52: «Erit oratio rebus conveniens, si neque de rebus amplissimis tenuiter, et summisse, neque de tenuibus graviter et ample quis dixerit»53. No se nos vaya de las manos cuando se nos viene tanto a ellas este reparo de Quintiliano, cuya atención siguiendo los ecos de un filósofo dice: «lo que para unos asuntos es magnífico, para otros es sobrado, y el estilo que es humilde para las cosas grandes, es acomodado para las menores. Como en una oración vistosa se nota una palabra humilde y la juzgamos como mancha, así en el lenguaje humilde disuena una palabra [p. 8] heroica»54 («Quod alibi magnificum, tumidum alibi, et quae humilia circa res magnificas, apta circa minores videntur, et sicut in oratione nitida notabile est humilius verbum, et velut macula, ita a sermone tenui sublime, nitidumque discordat quia in plano tremet»)55. El asunto heroico engrandece también56 las palabras 51  «Como el velamen debe guardar la proporción con el tamaño del navío, así deben adecuarse las palabras al asunto tratado».Villar recoge aquí un conocido fragmento de la Epistolica institutio de Justo Lipsio: «Scilicet ut vela pro magnitude navium: sic verba debent esse pro rerum» (Lipsio, 1996, p. 26). Puede recordarse nuevamente la expresión lapidaria que sobre el tema de la adecuación del lenguaje al asunto incorporaba Quevedo en el prólogo a su edición de las poesías de fray Luis: «el arte es acomodar la locución al sujeto» (Rivers, 1998, p. 47). 52  Nota del autor: «Aris. reth. L. 3. C. 9». 53  Aristóteles, Retórica, III, capítulo VII, 1-2, «De elocutionis decoro»: «Decorum autem servabit illa oratio quae motus animi et mores exprimet, subiectisque rebus conveniet. Erit autem rebus conveniens, si neque de rebus grandibus tenuiter et ample qui dixerit». Tomo la cita de Aristotelis Opera Omnia Graece, Biponti, Ex Typographia Societatis, 1793, vol. IV, p. 332. «La expresión será adecuada siempre que exprese las pasiones y los caracteres y guarde analogía con los hechos establecidos. Ahora bien, hay analogía si no se habla desmañadamente de asuntos que requieren solemnidad, ni gravemente de hechos que son banales» (Aristóteles, 1990, pp. 512-513). 54  Nota del autor: «Quint. L8 C 3». 55  El pasaje citado proviene de Quintiliano, Institutio Oratoria,VIII, 3, 18: «Clara illa atque sublimia plerumque materiae modo discernenda sunt: quod alibi magnificum tumidum alibi et quae humilia circa res magnas apta circa minores videntur. Ut autem in oratione nitida notabile humilius verbum et velut macula, ita a sermone tenui sublime nitidumque discordat fitque corruptum quia in plano tumet» (2001, II, p. 149). Una traducción aproximada del pasaje sería: ‘una palabra que resulta magnífica en un contexto puede ser enfática en otro, y las palabras que dan la impresión de ser banales en relación con

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y estilo y al mismo paso que pretende levantar el ánimo, se empeña en términos más significativos. Y así burla la agudeza de Persio57 de quien habiendo de tratar intento grave, usa de palabras de sumisión o pacíficas: [p. 9] «Nescio quid tecum grave cornicaris inepte […],/ verba togae sequeris»58. Marcial, considerando en su alentada musa algunos humos heroicos, se hace sentar el paso, juzgando imposible realzar su cómica humildad al coturno trágico59: «An jubat ad tragicos poetam transferre cothurnos»60. Practicando esta doctrina el Príncipe de los Poetas, dice en el principio de su Eneida: «Yo soy aquel que en otro tiempo escribí mis versos en humilde estilo, mas ahora que canto las armas de Marte y las hazañas de Eneas, 56

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materias importantes cuadran bien a argumentos de menor relieve. De la misma manera que en un discurso brillante se hace notar un término en exceso humilde y viene a ser como una mancha, así un vocablo sublime o espléndido desentona en un estilo humilde, porque produce algo así como una hinchazón en una superficie plana’. 56  Añadido entre líneas por el corrector. 57  Nota del autor: «Pers. sat 5». 58  En los versos 10-14 de la sátira V, Cornuto se refiere a los «indigestos» temas de la poesía sublime y recurre a ciertas metáforas peyorativas (vientos, graznidos) para vituperar el estilo ampuloso (Persio, 1988, pp. 160-161): «Tu neque anhelanti, coquitur dum massa camino,/ folle premis ventos nec clauso murmure raucus/ nescio quid tecum grave cornicaris inepte,/ nec scloppo tumidas intendis rumpere buccas./ Verba togae sequeris iunctura callidus acri» (‘Tú ni comprimes el viento en un fuelle resollante mientras la mena se funde en el horno, ni ronco, con cerrado murmullo, graznas neciamente para ti un no sé qué solemne, ni te empeñas en romper las mejillas hinchadas con un plopf. Te atienes a las palabras llanas, diestro en enlazarlas con agudeza’). Por su parte, Manuel Balasch da la siguiente versión del fragmento (Persio, 1991, p. 544): «Pero tú no oprimes los vientos con el fuelle jadeante mientras la masa de metal se funde en la hornaza, no graznas estúpidamente en tus adentros mascullando en voz baja algunas frases solemnes y no piensas hacer estallar neciamente con un reventón tus carrillos hinchados de aire. Usas el lenguaje de la toga, experto en duras combinaciones». Como apunta el profesor Balasch en nota a su traducción, la frase «“Verba togae sequeris” se refiere al “lenguaje coloquial”, ya que allí “Persio ve con profundidad el problema de la justeza de la lengua» (1991, p. 544, n. 8). 59  Nota del autor: «Marti. l 8. C. 3». 60  La pregunta completa se halla en el libro VIII de los Epigramas de Marcial (3, 13-16 ): «An iuvat ad tragicos soccum transferre cothurnos/ aspera vel paribus bella tonare modis,/ praelegat ut tumidus rauca te voce magister/ oderit et grandis virgo bonusque puer?» (Marcial, 2007). En la traducción de Antonio Ramírez de Verger y Juan Fernández Valverde reza así el pasaje: «¿O es que te divierte convertir tu vena cómica en obras trágicas o vocear crueles guerras en ritmos cadenciosos para que te explique con voz engolada un engreído maestro y te odie la adolescente ya crecidita y el niño de buena familia?» (Marcial, 2001, t. II, p. 56).

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tengo necesidad de que me inspiren las Musas»61. Sobre el cual paso, Diego López62, comentador suyo, [p. 10] dice: «guardó nuestro Poeta los tres estilos: humilde, mediano y altílocuo. Del primero usó en las Églogas, del segundo en las Geórgicas, del tercero en la Eneida, como cosa grave y heroica; y con la grandeza de su ingenio acomodó los estilos en la materia que escribía»63. Las sales de Marcial pidieron diferente espíritu que las armas de Lucano, como los donaires de Plauto y las severidades de Séneca64.Y así es imposible dar una regla general que gobierne todos los poemas. Afiancen las palabras de Cicerón65 el [p. 11] crédito de este discurso, que dicen: «itaque et in tragedia comicum vitiosum est, in comedia turpe tragicum, omnibus poematibus est certus sonus et quaedam intellegentibus certa vox»66. Adapta con muchas libertades los cuatro primeros hexámetros atribuidos a Virgilio, donde se plantea el avance desde el terreno humilde de las Bucólicas hacia el campo medio de las Geórgicas, hasta llegar al espacio sublime de la epopeya. Evoca los cuatro versos junto al arranque del hexámetro octavo («Musa, mihi causas memora» «Recuérdame las causas, Musa»). En la Vita Vergilii, Elio Donato fue el primero en recoger aquellos versos, haciéndose eco de una noticia aducida previamente por el gramático Niso y por Servio: «Ille ego, qui quondam gracili modulatus avena/ carmen, et egressus silvis vicina coëgi/ ut quamvis avido parerent arva colono,/ gratum opus agricolis, at nunc horrentia Martis/ arma virumque cano […]». Sobre el asunto existe abundante bibliografía; entre las recientes aportaciones puede verse el artículo de Mondin (2007). La traducción de Echave-Sustaeta reza así: «Yo soy aquel que modulé otro tiempo canciones pastoriles/ al son de mi delgado caramillo. Después dejé los bosques/ y forcé a las campiñas colindantes a plegarse/ al codicioso afán de los labriegos. Mi obra fue de su agrado./ Y ahora canto las armas horrendas del dios Marte […]» (Virgilio, 1992, 139). 62  Izquierdo Izquierdo, 1989. 63  Reelabora aquí Francisco del Villar con sus propias palabras el comento de Diego López a la Eneida (1614, fol. 258r). 64  Contrapone aquí el tono o las materias propios de cuatro géneros muy diversos: epigrama («sal»), epopeya («armas»), comedia («donaires») y tragedia («severidades»). Los cuatro modelos latinos respectivos serían Marcial, Lucano, Plauto y Séneca. Causa alguna sorpresa que se conceda la primacía de la épica al autor de la Farsalia, dejando un tanto de lado la atribución general a Virgilio. 65  Nota del autor: «Cic. d opt gre oratn. 242». 66  Aparece alterada la cita de Cicerón, De optimo genere oratorum, I, 1: «Oratorum genera esse dicuntur tamquam poetarum; id secus est, nam alterum est multiplex. Poematis enim tragici comici epici melici etiam ac dithyrambici, quo magis est tractatum [a Latinis], suum quoiusque est, diversum a reliquis. Itaque et in tragoedia comicum vitiosum est et in comoedia turpe tragicum; et in ceteris suus est cuique certus sonus et quaedam intellegentibus nota vox» (‘Se dice que la oratoria se divide en géneros, como la poesía, mas resulta 61 

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Acomodose don Luis de Góngora a las condiciones individuales de cada poema con singularísimo primor, costeando los más escondidos puertos del Parnaso67 y diferenciando con advertida retórica las burlas de las veras, lo heroico de lo lírico (como ahora veremos), con tan atildada advertencia68 que pudiera [p. 12] parecer otro el ingenio en cada parte, a no tocar en todas el más alto punto69.Vio sus versos celebrados de los ociosos, leídos aun de las mujeres y cantados hasta de los niños de la escuela. Esto pretendió en sus burlas70, pues en la Fábula de Píramo y Tisbe dijo: algo diverso, ya que solo la poesía tiene esa multiplicidad. En verdad los poemas trágicos, los cómicos, los épicos, los líricos e incluso el género del ditirambo, que fue tratado ampliamente por los latinos, tienen cada uno de ellos características propias, diferentes a las de los restantes. Así pues, insertar un elemento cómico en la tragedia es algo errado y en la comedia un elemento trágico resulta desagradable.Y también por cuanto atañe a los demás géneros, cada uno de ellos se rige por una armonía bien definida y un lenguaje bien conocido para aquel capaz de percibirlo’). 67  Costeando los más escondidos puertos del Parnaso: las imágenes de la navegación aplicadas al campo literario aparecen en varios puntos del Compendio de Villar. Aquí, el verbo ‘costear’ puede entenderse en la acepción de «ir navegando sin perder de vista la costa» (DRAE) y enlaza con el periplo del poeta-nauta que recala en diferentes ‘puertos’ o ‘géneros’ de la poesía. De forma mucho más extensa aparece una imaginería náutica afín en un pasaje posterior: «Engolfose don Luis en el Océano abundante y provechoso de la lección antigua y tomando alturas de seguros polos, halló nuevos y no conocidos rumbos, Colón de no menos preciosas Indias con la carta de marear de su estudiosa porfía» (p. 15). 68  Diferenciando con advertida retórica… con tan atildada advertencia: bimembración ponderativa en la que se recurre a la derivatio («advertida / advertencia»). Atildada: «pulcra, elegante» (DRAE). 69  Como amablemente me indica Pedro Conde Parrado, la valoración de Villar podría ver la excelsitud alcanzada por Góngora como un portento que raya con lo paradójico. Según el latinista de la Universidad de Valladolid, Francisco del Villar parece reconocer aquí «que el Góngora que escribe en cada género poético es tan diferente a sí mismo que parece un “ingenio” distinto. Esta curiosa idea podría abrir la puerta a aceptar las críticas de sus rivales: si es tan diferente a sí mismo según escriba en uno u otro género, lo lógico es pensar que en algunos haya podido alcanzar cotas más altas que en otros (en lo satírico, por ejemplo, respecto a lo heroico, que es lo que sostienen varios de sus antagonistas). Pero lo que salva esa posible objeción es el hecho de que el escritor cordobés ha llegado en todos a la cima. Habría, pues, logrado dar una especie de “sello Góngora” a todo poema de cualquier género y así habría conseguido ser el número uno en todos; logrando ser el mismo en todos, él mismo en todos y, al tiempo, diferente a los demás y a sí mismo, en todos». 70  Villar implícitamente declara aquí cuál es el escalafón más bajo entre los lectores de la época, según establece en el grupo heterogéneo que forman los

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Citarista dulce, hija del Archipoeta rubio, si al brazo de mi instrumento le solicitas el pulso, digno sujeto será de las orejas del vulgo: popular aplauso quiero, perdónenme sus tribunos71.

Fuéronle molestas voces tan poco ajustadas y acordadas y cansáronle aplausos [p. 13] tan poco calificados. Y queriendo huir el cuerpo a las alabanzas del vulgo, como de poco aprecio en orejas cuerdas, advertido de todos ejemplos y segura doctrina latina y griega, penetró lo más escondido del Parnaso y se hizo dueño de los secretos no comunicados de las Musas, pretendiendo guardarse en lo heroico, con que se halló obligado a realzar el estilo, dificultar las frases y aun oscurecerlas72.Y así comenzó las Soledades diciendo: Pasos de un Peregrino son errantes [p. 14] cuantos me dictó versos dulce Musa en soledad confusa73.

Con que mostró la comprensión especulativa que tuvo de los preceptos de esta profesión y la facilidad con que se acomodó a la práctica de ellos. Don Luis de Góngora fue singular poeta epigramatario §2 Aunque en todo género de poesía le tejieron las Musas coronas a nuestro poeta, en el genio de las epigramas (que son inscripciones breves y agudas) no le ha igualado [p. 15] alguno en Italia ni en Grecia: en superior esfera le miran todos, en cada hoja de sus guirnaldas parece que quiso la erudición escribir con letras de oro triunfos que le ­eternizan; i­ndeterminados «ociosos», las «mujeres» y los «niños de la escuela» que se entretienen, fundamentalmente, con «burlas». 71  Góngora, Obras completas, I, p. 500. 72  Entre líneas el corrector introduce la rectificación, ya que el copista originariamente transcribió «escribirlas». 73  Góngora, Soledades, p. 183.

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mas, ¿qué mucho si su desvelo fue llave maestra74 para manifestar cuantos conceptos y adornos han tenido escondidos y reclusos todas las edades?75 Engolfose don Luis en el océano abundante y provechoso de la lección antigua y tomando alturas de seguros polos, halló nuevos y no conocidos rumbos, Colón de no menos preciosas Indias con la carta de marear de sus estudios a [p. 16] porfía76. No se atreviera por sí sola mi atención a tan arrogante censura: así lo publicaron siempre 74  Llave maestra: «la que está hecha en tal disposición que abre y cierra todas las cerraduras de una casa» (DRAE). Mediante una imagen relacionada con la idea de ocultamiento (el caudal de «conceptos» y «adornos» de los grandes modelos grecolatinos ha permanecido encerrado bajo llave en cámaras o arcones durante siglos), Francisco del Villar elogia el talento gongorino, pues consiguió abrir aquellos cofres cerrados y apropiarse de los antiguos tesoros, para traerlos al presente con sus versos. 75  Como parte de la genialidad que respalda la escritura gongorina pondera la «erudición», el «desvelo», el continuo aprendizaje de los grandes modelos grecolatinos (la «lección antigua») y una tenaz búsqueda de la perfección formal, inasequible al desaliento (la «estudiosa porfía»). 76  Con sus obras mayores Góngora había abierto nuevos caminos para la poesía de su tiempo, obrando así como Colón en su descubrimiento de la ruta hacia las Indias Occidentales y sus tesoros. El haz de referentes marítimos («engolfose», «Océano», «tomando alturas» [con el astrolabio], «seguros polos», «nuevos rumbos», «Colón», «preciosas Indias», «carta de marear») permitiría hablar en este pasaje de la configuración de una suerte de alegoría náutica en miniatura. Cabe apuntar cómo en la Europa del siglo xvii pueden espigarse varias citas que permiten poner en paralelo la figura del navegante genovés y las innovaciones del campo literario. Como ejemplo especialmente significativo, me centraré aquí en los varios casos afines que presenta la obra del genovés Gabriello Chiabrera (1552-1638). En la Vita di Gabriello Chiabrera scritta da lui medesimo puede leerse: «Scherzava sul poetar suo in questa forma: diceva ch’egli seguia Cristoforo Colombo suo cittadino, ch’egli volveva trovar nuovo mondo o affogare» (Chiabrera, 1974, p. 521). Como es bien sabido, Chiabrera siguió en su poesía una línea de clasicismo barroco signada por el experimentalismo métrico, introduciendo novedades llamativas en el panorama lírico de su tiempo. Entre las páginas de los Dialoghi dell’Arte Poetica, de nuevo Chiabrera evoca la figura del almirante. Así se cierra el diálogo primero, titulado I Vecchietti. Dialogo intorno al verso eroico volgare: «Nol fanno a torto; tanto sono elle sublimi. Che vogliamo esser tutti Colombi, e porre il piede in mondi novelli?» (p. 548). El nombre de Colón afloraba nuevamente en el tercer diálogo (Il Geri. Dialogo della tessitura delle canzoni) en relación con la idea de las innovaciones poéticas: «Né altra cosa fa danno a questa usanza moderna di verseggiare, più che la riverenza dovuta all’antichità non scema pregio; quei modi degli antichi siedono sulla cima, questi altri sono per dilettare chi meno sa, e se bene fosse in ogni studio attenersi alle cose fatte ed altro non procacciare, certamente le tante province dal Colombo scoperte sarebbero tuttavia sconosciute» (pp. 579-580).

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con ­constante entereza el maestro Baltasar de Céspedes77, que lo fue de Retórica en la Universidad de Salamanca; el padre Martín de Roa78, Al margen de la mención que aparece en la segunda de las Epístolas satisfactorias de Angulo y Pulgar y esta cita del Compendio poético, no se ha exhumado hasta la fecha ninguna declaración del humanista Baltasar de Céspedes (Granada, h. 1560-Salamanca, 1615) a favor de la nueva poesía. Quizá podría sospecharse que el autor de los hoy perdidos Hypomnemata a los epigramas de Marcial sintiera alguna inclinación por el estilo agudo y conceptuoso de Góngora. Con todo, hay que recordar que en el entorno de la Alma Mater Helmantica la poesía del genio cordobés contaba con importantes apoyos, como el del helenista Andrés Cuesta y algo más adelante el de Manuel Serrano de Paz, licenciado en Medicina por dicha universidad. Un ajustado perfil del humanista salmantino y su obra se encuentra en De Andrés, 1965. Sobre el texto más conocido de Céspedes, véanse Comellas, 1995 y Comellas, 2018. De la misma estudiosa sevillana puede consultarse la entrada dedicada a Baltasar de Céspedes (2009, pp. 228-231). Por último, remito a los trabajos de Marín (1966) y Mañas Núñez (2002). Como me hace notar Pedro Conde Parrado, «no puede pasarse por alto, cuando se habla de [los Hypomnemata], una grave acusación que pesó y sigue pesando sobre ellos: la de que su verdadero autor fue el citado catedrático de la universidad salmantina Baltasar de Céspedes, maestro allí de Ramírez de Prado; a ello se suma la sospecha de que otra obra de este, el Pentecontarchos, pertenecía en realidad al suegro de Céspedes, Francisco Sánchez de las Brozas […]. A propósito de la supuesta usurpación de esas obras ajenas (tal vez mediante pago) por parte de Ramírez de Prado, cabe señalar un testimonio que no ha venido alegándose por parte de quienes la han investigado: Baltasar Elisio de Medinilla, en su diálogo inacabado El Vega de la poética española, hace intervenir, entre otros, a Francisco de Céspedes, hijo de Baltasar, y al propio Lope de Vega, en boca de quien pone la afirmación de que él, en persona, tuvo la oportunidad de ver en las manos del propio Francisco los “originales” de esas dos obras que se había arrogado “un ingenio de los tiempos”, que no es otro que Ramírez de Prado, aunque no se lo nombre». 78  Martín de Roa (Córdoba, 1561-Montilla, 1637) ingresó en la Compañía de Jesús en 1576. Por sus aptitudes e inclinación a las letras, desempeñó las funciones de docente de Retórica y Teología en el colegio de Córdoba. También ocupó el cargo de rector en los colegios de Jerez, Écija, Sevilla, Córdoba y Málaga. Residió un tiempo en Roma como procurador. En el conocido listado de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora, el vigésimo sexto escritor citado es el propio Roa (Ryan, 1953, pp. 430 y 451). Entre las obras del jesuita cordobés puede recordarse el volumen sobre el Antiguo Principado de Córdoba en la España Ulterior o Andaluz. Traducido del latino y acrecentado en otras calidades eclesiásticas y seglares por su autor el Padre Martín de Roa de la Compañía de Jesús. En esta obra, el padre Roa ensalzaba a Góngora como fértil ingenio cómico: «En nuestro siglo ilustres poetas se han visto, el Virgilio español Juan de Mena, que en grandeza de estilo, erudición y conocimiento de varias letras no cede a ninguno de los antiguos. El jurado Juan Rufo en su Austríada y Seiscientas, digno de muy 77 

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varón eminente en todas letras, de cuya destreza en las lenguas castellana, latina y griega se puede muy bien fiar la seguridad de este juicio79, pues supieron registrarles aun los ápices más pequeños de la propiedad y gramática de todas. [p. 17] Los ejemplares nos pudieran80 sacar de este empeño, si el celo cristiano y la piedad cortés (que trabajan por tenerlas reclusas) permitieran salir a luz las agudezas y donaires que escribió en amoroso y satírico. La curiosidad y el despejo las guardan en los archivos de no pocos acreditados gustos, pero no las desperdician, ni estragan, aunque las traen siempre entre las manos: a la imprenta se niegan81, no a las memorias, que para recreación del ánimo las conservan, cosa que o desdora el honor o desdice del recato82. Razón es (perdone el desahogo

buen lugar. El Plauto y Marcial de nuestra edad, don Luis de Góngora, superior sin agravio de los mejores latinos y griegos en cultura, agudeza y mucho más en sal y donaire sin comparación» (Roa, 1636, fol. 26 v.). Sobre la identificación de Góngora con Marcial, véase el estudio conjunto de Blanco y Ponce Cárdenas, 2021. 79  Al final del manuscrito figura una «Fe de erratas» donde se indica: «página 16, línea 6 “de juicio”, debe corregirse como “de este juicio”». 80  Corrijo el «pudieron» que figura en el manuscrito como «pudieran». 81  Villar parece referirse aquí a la conocida circulación manuscrita de muchas poesías gongorinas, marcadas por el uso de «agudezas» y «donaires», de tema principalmente «amoroso» y «satírico». Según refiere el erudito iliturgitano, muchos letrados de «acreditados gustos» conservan en sus «archivos» personales copia de tales versos, para leerlos continuamente y traerlos «siempre entre las manos». 82  Como me apunta generosamente Pedro Conde Parrado, aquí parece que Villar afirma «que había muchos poemas de tema amoroso y satírico (seguramente ad personam) que no salían a la luz por tratarse de dos géneros que podían ir en desdoro de su autor, un sacerdote que no debía, en principio, dedicarse a escribir poemas ni amorosos ni satíricos. Es decir, que, además de lo que se ha apuntado anteriormente, Villar puede referirse también (y quizá sobre todo) a la salvaguarda de la propia estimación pública de Góngora, no solo a la de las personas a las que este hubiera podido satirizar en sus poemas. Las ideas que se exponen en esa nota valen para los poemas satíricos, pero ¿qué pasa con los amorosos? Hay que tener en cuenta además la posibilidad de que este confuso texto esté estragado: por ejemplo, en la frase desde “Se niegan” hasta “del recato”, que a mí me parece incompleta. Lo de “Se niegan no a la memorias” podría querer decir que esos poemas, aunque no se difunden ni se dan a imprimir, no se niegan (ni pueden en realidad hacerlo) a que la gente los aprenda de memoria (y, por tanto, sigan haciendo nuevos ‘traslados’ que multiplican su difusión)». Sobre la cuestión de la tacha en la reputación de Góngora por la autoría de versos amorosos y sátiras ad hominem, puede verse lo expuesto en el capítulo primero de esta monografía y las fintas empleadas por Paravicino en su Vida del poeta cordobés.

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más atrevido) [p. 18] que ande de barrio83 y parezca con rebozo84, pero según el aprecio que veo de estas obras, las diligencias con que algunos las buscan y la avaricia con que las poseen, me persuado a que este siglo las ha de vincular a los venideros85.

83  Andar de barrio: el Diccionario de la RAE registra los usos andar alguien de barrio o andar vestido de barrio, atribuyéndole la acepción de «andar de trapillo». Como locución adverbial coloquial, el sentido del giro de trapillo que recoge la RAE es «con vestido llano y casero». La expresión de uso común en otros textos de la época se halla, por ejemplo, en la producción teatral de Lope de Vega, que la utiliza en la comedia Servir a señor discreto (v. 733). 84  Parezca con rebozo: ‘se difunda de manera encubierta, oculta’. Por rebozo se entiende, figuradamente, el «modo de llevar la capa o manto cuando con él se cubre casi todo el rostro» (DRAE). Entre los preliminares del Códice Chacón puede leerse un aviso bajo el epígrafe «Adviértese». El apartado IV de dicha advertencia se refiere a las «Obras satíricas» e incorpora la expresión con rebozo: «Que se han dejado de poner entre estas obras todas las satíricas, que en materia grave o ligera, con rebozo o sin él, han ofendido a personas determinadas, o sean de poca o mucha calidad, por no renovar a la memoria de don Luis el justo sentimiento que él tenía de la publicidad con que han andado hasta ahora» (BNE, ms. RES/45, f.VIIIr). 85  A juicio de Robert Jammes y de Marc Vitse, la idea que se sostiene en el pasaje sería la siguiente: la circulación manuscrita permite respetar el decoro, sin que ello suponga un desdoro para el honor de nadie. Bajo esa luz, los dos catedráticos de Toulouse-Le Mirail consideran necesaria una reinterpretación de todo el final de la cita, y nueva redacción del comentario: «…se custodia copia de tales obras, pero los que para recreación del ánimo las conservan no las entregan a la imprenta, de modo que no se ofende al honor de nadie ni a la decencia. Algunos las buscan, pero cuando las tienen no las comunican, como si se hubieran de reservar para que las hereden los siglos venideros» (reproduzco aquí lo indicado por ambos en carta del 2 de junio de 2014). En el pasaje, posiblemente, sea lícito apreciar otros matices, pues creo que Francisco del Villar da noticia indirecta sobre una considerable circulación manuscrita de los epigramas gongorinos, en especial los de asunto satírico y amoroso. El clérigo iliturgitano afirma que «en los archivos de no pocos acreditados gustos» se custodia copia de tales poemas, mas tales versos no se han sometido ni a los estragos de la «imprenta», ni a los de la opinión pública, ya que podrían resultar de alguna manera lesivos para la honra de los personajes aludidos. Si en algún caso singular tal escritura «desdora el honor o desdice del recato», ello no impide que se tengan en la mayor estima, puesto que los entendidos «las buscan» con diligencia y «las poseen» con avaricia. Una última visión sobre este fragmento es la que me comunica Mercedes Blanco, que considera que «el énfasis recae en el gran valor literario de estos versos. Eso explica que los que tienen copia de ellos las guarden con avaricia y los demás las busquen con diligencia, razón por la cual se “vinculan”, como se hace con un mayorazgo, con un legado de gran valor e inalienable, para la posteridad».

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Epigramas heroicos Al Escorial convento de San Jerónimo, sepulcro de los reyes de España, llamado por su grandeza octava maravilla, erigiolo la majestad de Filipo Segundo, llamado el Prudente, al invicto mártir san Laurencio86: [p. 19] Sacros, altos, dorados capiteles, folio 7, página 287. A una montería que hizo el rey Filipo Cuarto nuestro señor, orilla del Manzanares, en que mató un jabalí muy grande: Teatro espacïoso su ribera, folio 3688. Epigrama al serenísimo infante cardenal don Fernando, arzobispo de Toledo, hermano de nuestro Filipo Cuarto, rey de las Españas: Purpúreo crecido ya rayo luciente, folio 36, página 289. Epigrama cuarto a la muerte de la Serenísima Reina de España doña Margarita [p. 20]: Ociosa toda virtud, folio 6490. Epigrama quinto a una empanada que le envió el marqués del Carpio al autor, de un jabalí que había muerto: En vez de acero bruñido, folio 6391. A la toma de Larache, puerto y plaza fuerte de África, que se encargó al marqués de San Germán. Epigrama heroico 692: Larache aquel Africano. Epigrama séptimo a don Pedro de Cárdenas y Angulo, a quien un toro mató un caballo llamado Frontalete93: [p. 21] Murió Frontalete y hallo. A la pasada de los condes de Lemos por Guadarrama: La foliación que Villar refleja sistemáticamente acompañando a sus citas de los incipit gongorinos remite sin ambages a la edición de Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba. Dirigidas a don Francisco Antonio Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, Madrid, Imprenta del Reino, 1633. Resulta, con todo, llamativo que las rúbricas no coincidan exactamente con las de dicha edición. Podría, pues, sospecharse que o bien Villar las alteraba voluntariamente en lugar de copiarlas con exactitud, o bien que el clérigo iliturgitano alternaba la consulta de la edición de Hoces con la de un cartapacio gongorino de su propiedad. 87  Góngora, Sonetos, p. 545. 88  Góngora, Sonetos, p. 1435. 89  Góngora, Sonetos, p. 1363. El incipit correcto reza así: «Purpúreo creced, rayo luciente». 90  Góngora, Décimas, p. 128. Nótese cómo Francisco del Villar agrupa bajo el marbete de epigrama tanto sonetos como décimas, al igual que propone una parte de la crítica moderna. 91  Góngora, Décimas, pp. 147-148. 92  Góngora, Décimas, pp. 115-116. En la «Fe de erratas» que figura al final del manuscrito se recoge: donde pone «heroica» debe escribirse «heroico». Puede apreciarse claramente en el códice que sobre la —a final del adjetivo se ha escrito de nuevo, corrigiéndose como —o. 93  Góngora, Décimas, pp. 136-137. 86 

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Epigramas líricos Montaña inaccesible, opuesta en vano, folio 6, página 294. Epigrama lírico segundo, a una rosa: Ayer naciste y morirás mañana, folio 37, página 295. A un afecto amoroso, mal correspondido: Ni en este monte, este aire, ni este río, folio 2296, página 297. A una dulce tiranía del amor, epigrama cuarto: Siempre le pedí al amor, folio 6698. A un tropezón que dio una dama: epigrama 9: Tropezó un día Dantea99. [p. 22] Epigramas burlescos A la Junta que Pisuerga100 y Esgueva hacen en la puente de Simancas junto a los muros de Valladolid, epigrama segundo: Jura Pisuerga, a fe de caballero, folio 29101. Habiéndole dado una pensión a don Luis cuando era pretendiente de una plaza, trata dejar la corte y recogerse a su patria, huyendo las inclemencias de los inviernos de Castilla: Camina mi pensión con pies de plomo, folio 30102. A una dama sevillana devota de don Luis que amenazaba con él a quien le daba disgusto: Con la estafeta pa­ órdoba, sada, folio 63103. [p. 23] A don Juan de Guzmán, corregidor de C Góngora, Sonetos, p. 761. Góngora, Sonetos, p. 1641. El texto, de dudosa autoría, no aparece recogido por Antonio Carreira en su edición de las Obras completas. Puede leerse entre los «sonetos atribuidos» de Luis de Góngora (Sonetos completos, pp. 597-598). Biruté Ciplijauskaité recogía allí la siguiente afirmación de don García de Salcedo Coronel: «Algunos quieren que este soneto no sea de don Luis, ni lo afirmo, ni lo niego» (p. 598). 96  El manuscrito explicita claramente «22», aunque el poema citado no se localice en la página vigésimo segunda de Todas las obras, sino en la página 11. Como tendremos ocasión de constatar, el copista una y otra vez ha incurrido en el mismo problema de lectura respecto al original, ya que la confusión 1 transcrito como 2 es muy frecuente. 97  Góngora, Sonetos, p. 370. 98  Góngora, Décimas, p. 179. 99  Góngora, Décimas, pp. 188-189. 100  En esta página, las dos veces que se ha escrito el hidrónimo se ha copiado erróneamente como «Pisierga». Posteriormente se ha revisado la copia y se ha cambiado la —i— como —u—. Ello explica que en la «Fe de erratas» al final del manuscrito se lea «página 22, línea 2, Pisuerga, lee Pisierga». 101  Góngora, Sonetos, p. 714. 102  Góngora, Sonetos, p. 1572. 103  Góngora, Décimas, pp. 83-85. 94  95 

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corriendo en las ferias de una yegua que don Luis le daba al duque de Béjar: Ya que al de Béjar le agrada, folio 63104. Al sepulcro de Simón Bonamí enano, epigrama: Yace el gran Bonamí, a quien, folio 64105. A una creciente de Manzanares: Duélete de esa puente, Manzanares, folio 26, página 2106. Epigramas satíricos Al sepulcro de una vieja que tuvo 22 años festejo con un caballero Cerda, que murió tercera de voluntades, epigrama107: Yace debajo de esta piedra fría, folio 236. [p. 24] A don Francisco de Quevedo habiendo traducido unas elegías de Anacreonte, poeta griego, epigrama108: Anacreonte español, no hay quien os tope. A un mal médico: Doctor bárbaro y cruel, folio 65109. A un mal abogado: Oh Jurisprudencia, cual, folio 66110. A un casado que enriqueció a título de corto de vista y bien acondicionado: Casado el otro se halla, folio 65111. Epigramas sacros Al monte santo de Granada: Este monte de cruces coronado, folio 112 25 . [p. 25] A la capilla de Nuestra Señora del Sagrario de la Santa Iglesia de Toledo, que reedificó para entierro suyo el cardenal arzobispo don Bernardo de Rojas: Esta que admiras fábrica, esta prima, folio 22, página 2113. A la presentación de Cristo nuestro señor en el templo: La vidriera mejor, folio 74114.

Góngora, Décimas, p. 159. Góngora, Décimas, p. 154. 106  Góngora, Sonetos, p. 536. 107  Góngora, Sonetos, p. 744. 108  Góngora, Sonetos, p. 954. 109  Góngora, Décimas, pp. 192-193. El incipit correcto reza así: «Doctor barbado, cruel». 110  Góngora, Décimas, p. 198. 111  Góngora, Décimas, pp. 194-195. 112  Góngora, Sonetos, p. 606. 113  Góngora, Sonetos, p. 1252. 114  Góngora, Canciones y otros poemas en arte mayor, pp. 186-187. 104  105 

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Don Luis de Góngora fue en todo rigor poeta heroico115 § 2 De mano armada116 se ha querido poner la Envidia117 de parte de algunos que, con avaricia culpable, niegan a don Luis el blasón de [p.

115  Mercedes Blanco (2011, pp. 15-16) indica que «el empleo de la expresión poema heroico se circunscribe en España al área de influencia de dos tratados de Torquato Tasso, los Discorsi dell’arte poetica et in particolare del poema eroico, publicados en Venecia sin permiso del autor en 1587, y los Discorsi del poema eroico, que el mismo Tasso publicó en Nápoles en 1594. No se ha investigado metódicamente la recepción de estos discursos en España, pero basta con unas calas en los textos de la llamada polémica gongorina o con la lectura de las Tablas poéticas de Francisco Cascales, libro impreso precisamente en 1617, para hallar testimonios de su difusión […]. Del poema heroico Tasso ofrece la definición siguiente: “Yo digo que el poema heroico es una imitación de una acción ilustre, grande y perfecta, hecha narrando con altísimo verso con el fin de aprovechar deleitando, es decir con el fin de que el deleite sea la razón de que el lector leyendo con mayor gusto no rehúse lo provechoso”. La frase insiste en la finalidad específica que se propone el poema heroico: sus lectores, vencida con el arma del deleite la resistencia que opondrían a aburridas exhortaciones, acometerán a su vez acciones ilustres, similares a las narradas por el poeta». 116  Correas recoge la siguiente acepción para los giros afines Ir de mano armada/ Venir de mano armada: «ir de pensado a hacer algún hecho» (Correas, 2000, pp. 979 y 1102). Esta frase resulta de uso habitual en la prosa áurea. Tirso de Molina la emplea en El bandolero, al inicio de un cartel: «Sea notorio y manifiesto que por cuanto Pedro Armengol, hijo legítimo y heredero de Alberto Armengol, cabeza de este apellido y señor de la guardia de Montblanch, indiciado de algunos falsos testigos que afirman haber dado de puñaladas vil y alevosamente, yendo de mano armada y en compañía de muchos parciales suyos […]» (Tirso de Molina, El bandolero, p. 328). Por espigar otro ejemplo, Ana Francisca Abarca de Bolea también la utiliza en su texto más conocido: «Favorecido fue del rey Quilderico el glorioso san Lamberto, obispo de Trayecto; pero al punto que murió el rey, le persiguieron sus enemigos y de mano armada le quitaron el obispado, poniendo en su lugar a un mal hombre llamado Sarabundo» (Abarca de Bolea, Vigilia y octavario de San Juan Bautista, p. 298). A la luz de los ejemplos de Tirso y de Abarca de Bolea, además del sentido que acota Correa podría intuirse un significado afín al sintagma moderno «a mano armada», cristalizado en expresiones como «atraco a mano armada» o «robo a mano armada». De forma que Villar podría estar refiriéndose no solo a alguien que actúa con premeditación, sino que además llega con propósitos belicosos e impulsado por pésimas intenciones. 117  La figura alegórica de la Envidia —representada como una mujer macilenta y vil que se alimenta de sierpes en los Emblemas de Alciato— aparece habitualmente en retratos grabados y en algunos paratextos, subrayando la feroz competencia que existía ya entre los artistas, ya entre los poetas. En un preciso estudio Javier Portús ha señalado que «la envidia es un concepto fundamental en la retórica sobre la creación

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26] poeta heroico118. Pero cuando las evidencias descubren la cara, ¿qué ingenio dócil no las respeta? Escribió las Soledades, Polifemo, Panegírico y muchas canciones y sonetos que, por lo ilustre de los asuntos, por la pompa del verso y por la alteza del estilo, pertenecen a la épica. Estos fueron los poemas donde procuró lucir la agudeza, el ingenio, la sazón de la edad y los estudios de la erudición. De estos hizo honrosa gala y aprecio, que de las burlas y juguetes (con calificarlo tanto) siempre se dio por desentendido. Para lo escénico y lírico se valió de su natural solo, para lo épico o heroico del natural y [p. 27] el arte119. Y no hemos de creer que consiguió más el ocio que el desvelo, o que pudo más el descuido que los conatos. Para hacerse conocido el poema heroico o épico ha de

literaria y artística en el Siglo de Oro», pues afecta a «una creación personal que se hace siempre en competencia con alguien o con algo (los colegas o la misma naturaleza) y que da lugar a un proceso de afirmación profesional y social» (Portús, 2008, p. 149). 118  Podría sostenerse que Villar impugna aquí el juicio negativo recogido por Juan de Jáuregui al comienzo y al final de su Antídoto: «Aunque muchos hombres cuerdos y doctos desean con buena intención desengañar a vuestra merced y aconsejarle no escriba versos heroicos, no lo llegan a intentar: lo uno porque desconfían de la enmienda; lo otro, por no trabar guerra con vuestra merced, si recibe mal su consejo […]. Debiera vuestra merced, según esto, ponderar las muchas dificultades de lo heroico, la constancia que se requiere en continuar un estilo igual y magnífico, templando la gravedad y alteza con la dulzura y suavidad inteligible, y apoyando la elocución al firme tronco de la buena fábula o cuento, que es el alma de la poesía. Para los juguetes no es necesario tanto aparato ni esta sosegada prudencia, sino un natural burlesco y estar de gorja. Por tanto, vuestra merced se ha destruido después que emprende hazañas mayores que sus fuerzas, y aun de lo burlesco da muy mala cuenta de algunos años a esta parte» (Jáuregui, 2002, pp. 3 y 80-81). Una demorada reflexión sobre la importancia que asumen los elementos épicos/heroicos en las Soledades se encuentra en Blanco (2012a, pp. 85-97). Como indica la estudiosa parisina, en defensa de Góngora «Díaz de Rivas y el abad de Rute respondían al Antídoto de Jáuregui. [Tanto el autor del Orfeo como] Francisco Cascales [habían criticado a Góngora por haberse] atrevido a pisar los umbrales de lo heroico, aspirando a una cumbre del Parnaso que excedía la capacidad de su creador. Góngora hubiera tenido que quedarse con lo suyo, las nugae, las burlas, en lugar de usurpar torpemente una facultad entre todas ardua y contraria a su naturaleza» (la cita en p. 85). 119  Desde el punto de vista de la dicotomía ars/natura, se establece aquí una contraposición llamativa entre la dramaturgia y las composiciones líricas gongorinas, que según estima Villar responderían tan solo a la capacidad creativa de «su natural», frente a las denominadas obras mayores, que entran en el campo de la épica y que para componerlas tuvo Góngora que apelar al doble esfuerzo del «natural y el arte».

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guardar tres cosas en el principio, como dice Diego López120: la primera es proponer, la segunda invocar, la tercera contar lo que pretende, ejecutando lo uno y lo otro con estilo sublime, letras eruditas y palabras ilustres121.Y así el padre Juan Luis de la Cerda122, sobre el mismo lugar123, habiendo puesto división de los tres estilos, dice del heroico: «altiora haec sunt, grandiora, consonantiora»124. Nota del autor: «Lopez se. et lib. enei». La cita procede probablemente del inicio del comento del libro primero de la Eneida realizado por Diego López, pero ha sido considerablemente reelaborada (1614, fol. 257v). 122  Nota del autor: «Cerd [in] lib 2 in not. 2». 123  El copista se equivoca en muchos pasajes en la transcripción de números del original, leyendo casi continuamente el número 1 como 2. En verdad se trata de un fragmento de la primera nota que Juan Luis de la Cerda redactara en los comentarios al libro I de la Eneida: «Altiora haec sunt, grandiora, consonantiora: ut quae a primis longe dissideant, ut quae habeant cognationem cum mediis» (Cerda, 1612, fol. 2). 124  Como ha subrayado Mercedes Blanco, el padre jesuita Juan Luis de la Cerda, famoso docente del Colegio Imperial de Madrid, «había publicado las Bucólicas y Geórgicas comentadas en Madrid en 1608, y la Eneida en dos partes en Lyon en 1612 y 1617. Aunque en el aspecto de la colación de manuscritos y de la crítica textual estos comentarios no constituyeron al parecer progreso alguno apreciable, esta obra, según la Enciclopedia virgiliana, funda la tradición moderna de la exégesis, y ha constituido un punto de referencia constante para la crítica. El abad de Rute nombra a La Cerda como amigo suyo y Díaz de Rivas cita a Virgilio por mediación de su comentario y de las observaciones de Escalígero, pero una lectura integral de la polémica permitiría ver que el nombre del humanista asoma con bastante frecuencia. Trabajos de Jeremy Lawrance y de Andrew Laird han puesto de relieve la calidad sorprendente de este comentario de Virgilio. Además de docto y agudo, manifiesta una carencia de prejuicios que sorprende a los dos estudiosos anglosajones en un católico y, para colmo, jesuita. Laird incluso se confiesa defraudado por no haber conseguido pescarlo (leyendo el comentario del libro VI, el más religioso y político de todos) en flagrante delito de “mostrar sus colores ideológicos y su beatería religiosa” […]. La Cerda divide el texto en segmentos de unos diez versos, que resume, explica y luego anota. Su principal y casi único propósito es hacer entender la letra de Virgilio y exhibir la raíz de sus valores expresivos y estéticos (escasa redundancia y nula trivialidad, enargeia, patetismo, renovación de la visión de los hombres y las cosas, concisión y elegancia, riqueza de colorido en el ritmo y los sonidos, profundidad de visión, ingenio). Aunque tal vez sería más prudente atenernos a la lista de virtudes de la poesía virgiliana que él mismo da en su elogio liminar del poeta, publicado en el primer tomo de su comentario (Madrid, 1608): Imitatio-Proprietas-Sublimitas-Pictura. Observemos que son virtudes técnicas (imitatio), de expresión verbal (proprietas) y de efecto estético (sublimitas-pictura), todas propias de la poesía y que no tocan para nada a la filosofía, la ciencia, la moral o incluso la retórica. Para 120  121 

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[p. 28] El autor del Gran Teatro 125 126 da por seña del poema heroico que ha de ser continuado el verso hexámetro (que es lo mismo que heroico) y que los sucesos refieran persona ilustre: «Continuata poemata dicuntur quae continuata oratione a poeta enarratur, cuiquidem orationis continuo cursu carmen hexametrum, quo heroum gesta decantantur, sit aptissimum»127. Aún no significó tanto este nombre en el oído de Ennio, de quien dice Rodiginio128 que lo mismo entendió por verso heroico que largo: «heroicus versus vocabit Ennius longos heroicus etiam hexameter dicitur»129. Si

demostrar la superioridad de Virgilio, maximus poetarum, La Cerda se sirve de su profundo conocimiento de autores griegos y latinos que le permiten analizar cada expresión notable a la luz de los matices del idioma considerado históricamente; comparar el texto con los de autores griegos que el poeta imita para mostrar cómo y por qué los mejora; citar a numerosos poetas latinos posteriores que imitan a su vez a Virgilio, comparando sus logros con el suyo. Como escribe Laird, pese a que el proemio alabe la elocuencia de Virgilio y lo declare superior a Cicerón, el comentario efectivo apenas pone énfasis en elementos recuperables para un adiestramiento retórico, siendo la poesía su verdadera preocupación. Es muy notable el desdén que manifiesta el jesuita por los poetastros, que a diferencia de Virgilio dejan demasiado claras las cosas y resultan insulsos y triviales. También profesa un arrogante despego de los lugares comunes morales y del saber ya accesible en diccionarios, polianteas, enciclopedias mitográficas» (Blanco, 2013, pp. 33-35). 125  Nota del autor: «Teatrum 2º Poeta». 126  Se refiere a Theodor Zwinger y a los ocho volúmenes de su compendio erudito Magnum Theatrum Humanae Vitae (1631-1707). 127  «Se denomina poemas continuos a aquellos en los que el poeta articula el relato de forma continuada, de manera que el verso hexámetro —en el que se cantan las gestas de los héroes— resulta del todo apropiado a cada uno de sus discursos, en un curso ininterrumpido». 128  Nota del autor: «Rodig. L 7 C. 6». La abreviatura se refiere a Celio Rodigino: el verdadero nombre de este conocido humanista italiano era Ludovico Ricchièri (Rovigo, 1469-Padua, 6 de marzo de 1525). Se dedicó a la docencia en su ciudad natal (1491-1499; 1503-1504) y en otros grandes centros urbanos de Italia, como Milán (1511-1516). Después de un peregrinaje por varios focos académicos de prestigio, regresó a su lugar de origen en 1523. La primera edición de su obra magna, las Antiquae Lectiones, vio la luz en 1516, distribuida en dieciséis libros. La publicación de la segunda edición ampliada de esta obra erudita salió de las prensas en 1542, varios años después del óbito del autor. Sobre el erudito de Rovigo y su obra más conocida, véanse Ruiz Miguel (2009) y Piovan (2013). 129  La cita exacta reza así en el apartado De sepulchris pluscula et sepeliendi ritu: «Sepulchrum porro exstrui vetat altius, quam viri quinque diebus totidem excitare possint. Lapides non maiores quam ut possint defuncti laudes quatuor solum heroicis versibus aeditas comprehendere. Quos, ut Cicero inquit, longos vocavit Ennius. Nam et Diomedes: —Heroicus

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la resolución de este autor [p. 29] últimamente fue la nuestra130: «heroicum carmen laudes heroum», el padre Radero131 lo define mejor diciendo que el argumento del verso heroico ha de ser severo, grande e ilustre: «Heroici enim carminis argumentum seuerum, grande et illustre»132. La mucha erudición y recóndita doctrina (a quien están vinculadas las atenciones y desvelos) hacen también conocido el poema heroico; y así ponderando estas obligaciones y precisos empeños deja Marcial133 este género de poesía134, como lastimándose de sus profesores, para los que se desvelan y pasan las noches de claro en claro sin dormir y él se acoge a sus burlas. [p. 30] Scribant ista graves nimium nimiumque severi quos media miseros nocte lucerna videt135.

Tan graves han de ser las palabras, tan ilustre el estilo que levanten el ánimo y lo alienten a empresas altas. Y así aconseja y solicita lección Quintiliano: «ut sublimitate heroici carminis animus asurgat et ex magnitudine rerum spiritum ducat»136. Hasta que llega la madurez de la edad y la sazón del discurso no tiene el ingenio los quilates y fondos que pide el poema heroico: circunstancia advertida de los expositores de Virgilio sobre aquella palabra «quondam»137. [p. 31] Y el padre Juan Luis de la Cerda (inquit) etiam hexameter dicitur, et pythius vel epicus et pyrrhichius ac bucolius, super quas appellationes etiam Latine longus pes vocatur» (Ricchièri, 1566, 651). 130  Nota del autor: «idem L 27 c 26»,. 131  Nota del autor: «Rodero Sup[...]r C 32 lib. 5 man». Corrijo el error evidente del copista, que transcribe literalmente «Rodero» tanto en el texto como en la anotación marginal. 132  La cita procede de las anotaciones del padre Matthäus Rader al sintagma «seuerus herois», perteneciente al epigrama vigésimo del libro tercero de los Epigrammata de Marcial (Rader, 1611, pp. 258-259). 133  Nota del autor: «Martial lib. 6 C. 3 admian». 134  El copista había escrito «poema», el corrector rectificaría el término superponiendo la sílaba «si» sobre la «m». 135  Cita los versos 17-18 del epigrama tercero del libro VIII de los Epigrammata de Marcial. Una traducción aproximada sería: ‘Que escriban esas cosas los autores graves en exceso, los excesivamente severos,/ los desdichados a los que contempla el candil en mitad de la noche’. 136  Quintiliano, Institutio Oratoria, I, 8, 5: «Interim et sublimitate heroi carminis animus adsurgat et ex magnitudine rerum spiritum ducat et optimis imbuatur». 137  Nuevamente apunta al arranque del proemio de la Eneida —atribuido a Virgilio— donde la colección de Bucólicas se plantea como obra juvenil («Ille ego, qui quondam gracili modulatus avena/ carmen»). El comentario completo de Juan Luis de

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como reprehendiendo los atrevimientos de algunos mozos y aun burlando de ellos dice138: «Siendo de pocos años Virgilio (palabras medidas a nuestro caso) escribió cosas ligeras, pero de los poemas heroicos trató en edad sazonada. Oye tú esto, mancebo, y no te atrevas a más que la primera regla de los ingenios. «Maro adhuc iuvenis dum aptus heroicae majestati, gravitati, splendori, audi hoc adolescens neque aude id aetatis quod non ausus ingeniorum apex Maro»139. Todas estas leyes guardó nuestro poeta don Luis en las Soledades, Polifemo, Panegírico [p. 32] y otras obras donde cumplió exactamente las obligaciones de lo heroico, con que parece que no nos deja ocasión de dudar140 y así Pedro Díaz de Rivas en la edición de Madrid le intitula el Homero español141. Del Polifemo el mismo don Luis confiesa que es heroico, a quien pertenece lo trágico. También lo es el asunto, por ser este gigante hijo del dios Neptuno y Europa142.Y el la Cerda al término «quondam» reza: «Adhuc iuuenis, nec dum aptus heroicae maiestati, grauitati, splendori. Audi, hoc, adolescens, neque aude id aetatis quod non ausus ingeniorum apex Maro» (Cerda, 1612, p. 3). Como recalca Pedro Conde Parrado, el final de la afirmación del padre de la Cerda no significa lo que dice Villar, sino «Oye tú, mancebo, y a esta edad tuya no te atrevas a lo que no se atrevió Marón, el más alto de los ingenios». 138  Nota del autor: «Cerd. Sup l 2 eneid. not 2». 139  Al igual que hemos apreciado en otros pasajes, de nuevo se produce el mismo error en la copia de los números, ya que la cita se corresponde a la nota 1 al libro I de la Eneida, que Juan Luis de la Cerda había dispuesto como glosa a la voz Quondam. Transcribo aquí la anotación completa del docto jesuita toledano (Cerda, 1612, p. 3): «Adhuc iuuenis, nec dum aptus heroicae maiestati, grauitati, splendori. Audi hoc, adolescens, neque aude id aetatis, quod non ausus ingeniorum apex Maro. Ludendum tibi epigrammatis, odis, eclogis, elegiacis; heroica dignitas non attigenda nisi maturo iam et vegeto ingenio». 140  En la «Fe de erratas» al final del manuscrito se lee: «Pag. 32 línea 3 dudar, lee duda». 141  Se refiere al famoso título de las Obras en verso del Homero español, que recogió Juan López de Vicuña, (Madrid, Por la viuda de Luis Sánchez, 1627). Existe una edición facsímil, con prólogo e índices de Dámaso Alonso (1963). Puede sospecharse que Villar tenía noticia de la colaboración de Pedro Díaz de Rivas con Vicuña, ya que el volumen —recogido por la Inquisición— entre los preliminares incorporaba una advertencia Al lector, donde se prometía una segunda entrega que jamás llegó a ver la luz: «Y aun se aumentará el volumen con los comentos del Polifemo y Soledades que hizo el Licenciado Pedro Díaz de Rivas, lucido ingenio cordobés» (1627: ¶6v). 142  Sobre el linaje divino del monstruoso Polifemo no parecen existir demasiadas variantes mitográficas: hijo de Poseidón y de la ninfa Toosa, hija de Forcis, en la tradición griega; de Neptuno y de Toosa en la tradición latina (Grimal, 1998, p. 440

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estilo del metro, el orden y la erudición claramente lo dicen y la misma obra lo testifica, de que harán argumento estas estancias143. [p. 33] Al excelentísimo señor conde de Niebla Estas que me dictó rimas sonoras culta sí, aunque bucólica Talía, oh excelso conde, en las purpúreas horas que es rosa el alba y rosicler el día en tanto que de luz tu niebla doras, escucha al son de la zampoña mía, si ya los muros no te ven de Huelva peinar el viento y fatigar la selva. Y templado pula en la maestra mano el generoso pájaro su pluma o tan mudo en la alcándara que en vano aun desmentir el cascabel presuma, tascando haga el freno de oro cano del caballo andaluz la ociosa espuma [p. 34] gima el lebrel en el cordón de seda y al cuerno al fin la cítara suceda. Treguas al ejercicio sean robusto ocio atento, silencio dulce, en cuanto debajo escuchas de dosel augusto del músico jayán el fiero canto. Alterna con las musas hoy el gusto, y Ruiz de Elvira, 1995, p. 438). Sin embargo, Apolonio de Rodas en las Argonáuticas (libro I, vv. 179-184) establecía una línea de filiación diversa. Apolonio «dice que ese Polifemo, de admirable tamaño, fue hijo de Neptuno y de Europa, hija de Titio en estos versos: “Además, después de éstos, abandonando Ténedos llega Eufemo, al que, el más veloz corredor de todos, dio a luz para Posidón Europa, la hija del fuerte Titio. Este hombre corría incluso sobre las olas del verde mar y no sumergía los rápidos pies, sino que, rozándolo, se deslizaba por el húmedo camino con la punta de sus pies”». El mitógrafo renacentista Natale Conti se hizo eco de este otro linaje, reproduciendo el citado pasaje de la epopeya helenística. Lo más probable es que Villar conociera el dato no por una lectura directa de las Argonáuticas, sino a través del admirable tratado mitográfico, uno de los más leídos en toda Europa. Véase Conti, 1988, pp. 682-683. 143  Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, pp. 155-156.

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que si la mía puede ofrecer tanto clarín y de la Fama no segundo tu nombre oirán los términos del mundo.

A la Fábula144 de Polifemo y Galatea Donde espumoso el mar sicilïano el pie argenta de plata145 al Lilibeo, bóveda o de las fraguas de Vulcano [p. 35] o tumba de los huesos de Tifeo, pálidas señas cenizoso un llano cuando no del sacrílego deseo del duro oficio da, allí una alta roca mordaza es una gruta de su boca.

Las Soledades no quedaron acabadas, pero de los principios se puede hacer fácil conjetura para los fines146, con alusión a Virgilio, que hasta el séptimo libro no introdujo las guerras de Turno y Eneas, que eran su acción principal, gastando lo precedente en episodios y digresiones, si

Recuérdese cómo el inicio del epilio había suscitado ya los más altos elogios de Villar en la carta que dirigió a fray Juan Ortiz, misiva recogida por Cascales en sus Cartas filológicas (I, 9): «Si nuestro poeta tratara de alguna historia, culpáramosle en hora buena, porque como los heroicos hechos y grandiosas hazañas se proponen para que todo el mundo las imite y entienda, es bien se imiten con estilo claro; mas conceptos sutiles levantados de punto, singulares alusiones, pinturas fabulosas, galanas fábulas a propósito, “qui potest capire, capiat”.Y si sabe hacer todo esto, díganlo sus obras todas y comencemos por el principio del Polifemo, que es pasmoso: “El mar sicilïano/ el pie argenta de plata al Lilibeo,/ bóveda o de las fraguas de Vulcano/ o tumba de los huesos de Tifeo”. ¿Qué mayor gala, que más linda pintura de aquellos volcanes?, ¿qué más bien tocada la fábula de los gigantes?, ¿y qué más bien dispuesta la descripción del sitio? Y particularizando más mi intento, cotejemos a don Luis con los poetas latinos, a cuya superioridad todo el mundo reconoce vasallaje y se rinde, y veremos si les imita y aun si les excede y sobrepuja» (Martínez Arancón, 1978, p. 200). Véase la edición digital del texto, cuidada por Mercedes Blanco y Margherita Mulas. 145  El copista originalmente transcribió «planta», el corrector suprimió la «n». 146  El carácter inconcluso del opus magnum gongorino ha sido objeto de una reciente aportación de Sánchez Robayna, 2011, pp. 289-312. El poeta, crítico y traductor canario ha recogido posteriormente dicho estudio en una deslumbrante colección de sus trabajos gongorinos: Sánchez Robayna, 2018, pp. 29-57. 144 

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bien importantes. Lo ilustre y heroico del forastero bien lo explica aquel apóstrofe que el poeta hace al Amor147: Al peregrino por tu causa vemos alcázares dejar donde excedida de la sublimidad la vista apela [p. 36] para su hermosura en que la Arquitectura a la Geometría se rebela, jaspes calzada y pórfidos vestida.

Lo rico de su traje y vestido también dio indicios de su nobleza, pues dijo el anciano148: Cabo me han hecho, hijo, de este hermoso tercio de serranas, si tu neutralidad sufre consejo y no te fuera obligación precisa, la piedad que en mi alma ya [te] hospeda hoy te convida al que nos guarda sueño política alameda, verde muro de aquel lugar pequeño que a pesar de esos fresnos se divisa. Sigue la femenil tropa conmigo: verás curioso y honrarás testigo [p. 37] el tálamo de nuestros labradores, que de tu calidad señas mayores me dan que del Océano tus paños, o razón falta donde sobran años.

En esta obra (a juicio mío) parece que se halla el ingenio más admirado y el primor más subido de punto y la atención más desahogada, y por la novedad del verso, por la libertad de las cadencias y por la valentía y viveza con que logra en floreadas pinturas149 las mayores alusiones que Soledades, p. 515 (Soledad segunda, vv. 665-671). Soledades, pp. 301-303 (Soledad primera, vv. 516-530). 149  La valentía y viveza con que logra en floreadas pinturas: Francisco del Villar parece ponderar con esta frase la enárgeia o capacidad de sugestión visual de la inconclusa obra magna gongorina, inspirado en el paralelo con la pintura valiente. Véase a este propósito Blanco, 2004, pp. 197-208 y Blanco, 2012b, pp. 261-298. 147  148 

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presumió formar la idea. Sea ejemplo esta imitación de Virgilio donde nuestro poeta encarece con briosísimos hipérboles la ligereza de unos pastores tan adelantada que apenas le permite competencia a quien desprecia la de los mejores poetas [38] del mundo150. Advocaron allí151 toda la gente cierzos del mar y Austros de la sierra mancebos tan veloces que cuando corren más dora la tierra y argenta el mar desde sus grutas hondas Neptuno sin fatiga su vago pie de pluma surcar pudiera mieses, pisar ondas, sin inclinar espiga, sin vïolar espuma. Dos veces eran diez y dirigidos a dos olmos que quieren, abrazados, ser palios verdes, ser frondosas metas salen cual de torcidos arcos, o nerviosos o acerados, [p. 39] con silbo igual, dos veces diez saetas. No el polvo desparece el campo, que no pisan a la hierba; es el más torpe una herida cierva, el más tardo la vista desvanece y siguiendo al más lento cojea el Pensamiento. El tercio casi de una milla era la prolija carrera152 que los hercúleos troncos hace breves, pero las planta leves de tres sueltos bajeles la distancia sincopan tan iguales que la atención confunden judiciosa. De la Peneida virgen desdeñosa los dulces fugitivos miembros bellos

Soledades, 1994, pp. 409-415 (Soledad primera, vv. 1025-1064). El copista escribió inicialmente «allí». Posteriormente el corrector rectificó introduciendo una forma adverbial «assí». 152  Conjunto de palabras tachadas tras «carrera». 150  151 

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[p. 40] en la corteza no abrazó reciente más firme Apolo, más estrechamente que de una y otra meta glorïosa las duras basas abrazaron ellos con triplicado nudo. Árbitro Alcides en sus ramas, dudo que el caso decidiera bien que su menor hoja un ojo fuera del lince153 más agudo.

Don Luis de Góngora fue eminente en lo lírico § 3 Pocos pertrechos de razones y menos aparatos de argumentos serán necesarios [p. 41] para conseguir este intento, pues aunque Pedro Díaz de Rivas y la edición primera de las Obras de don Luis le intitula el Homero español154, un docto comentador155 suyo le da el lauro de príncipe de los poetas líricos y este parecer sigue el mayor resto de los aficionados a sus obras156. Y yo, que en el ingenio de tan grande poeta ni he conocido término ni he hallado suelo, sin desistir de mi primer intento, con facilidad me acomodo también a este157. El poema lírico En el manuscrito se ve perfectamente la corrección: se ha escrito sobre la palabra incorrecta «línea», corrigiéndola como «lince». Figura al final del manuscrito en la «Fe de erratas». 154  Alude al título Obras en verso del Homero español, que recogió Juan López de Vicuña… Sobre los posibles paralelos de la poesía gongorina con los textos de Homero pueden consultarse tres estudios: Ponce Cárdenas, 2009, pp. 9-109 (en especial el apartado «Quiebros de la majestad épica: los poemas homéricos», pp. 13-19), Bonilla Cerezo (2011, pp. 207-248) y Blanco (2012, pp. 261-298). 155  Nota del autor: «Pelicer en lut sol[…]». 156  Apunta de manera explícita al título de las Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, Príncipe de los Poetas líricos de España. Escribíalas don Joseph Pellicer de Salas y Tovar, Madrid, Imprenta del Reino, 1630. 157  Según los parámetros de la imitatio y la aemulatio, en la estimativa de un poeta barroco se consideraban también las afinidades de su perfil con el de los más exquisitos poetas antiguos. Junto al paralelo con Homero (que a algunos no pareció convencer demasiado) y con Píndaro (que acabamos de ver en la nota precedente), la poesía gongorina se parangonó con la del más complejo poeta de la Antigüedad tardía, el alejandrino Claudio Claudiano. Baste recordar aquí una frase rotunda de don García de Salcedo Coronel: «a ningún poeta imitó más don Luis que a nuestro Claudiano» (Salcedo Coronel, 1644, p. 32). Esa primera aseveración cuantitativa habría aún de intensificarla el comentarista hispalense más adelante: «Claudiano, a 153 

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pide estilo suave, palabras vivas y amorosas y dulzura y profundidad en el concepto, para que las consonancias y sentencias entretengan en la música o lira, de donde [p. 42] tomó el nombre este poema158, como dice Rodiginio159. Don Luis cumplió tan fielmente estas obligaciones que el ingenio más presumido desespera el poder imitarlo, hallándolo adornado de una claridad artificiosa y una sutileza suave.Y así me atrevo a decir de él, como Quintiliano160 de Horacio, que sus versos están llenos de gracia y donaires, que sus figuras son161 hermosas, sus atrevimientos agradables y que últimamente él es casi solo digno de ser leído: «ipse fere solus legi dignus est in iucunditatis et graciae et variis figuris et verbis felicissime audax»162.

quien siempre imita nuestro don Luis» (Salcedo Coronel, 1644, p. 74). En tono similar se expresaría José Pellicer al mesurar el aprecio que el creador de las Soledades sintiera por la obra del alejandrino: «Claudiano, a quien fue grandemente aficionado el príncipe de los poetas líricos de España, don Luis de Góngora» (Pellicer, 1630, fol. 166 v.). Todo ese renacer de la poesía tardo-antigua durante el siglo xvii movería también a otro culto humanista barroco, el cronista aragonés Juan Francisco Andrés de Uztarroz (1638, p. 244), a defender la identificación entre los dos poetas, definiendo a Góngora con un sintagma tan elocuente como «Claudiano cordobés». Sobre el paralelo Góngora-Claudiano son de obligada consulta las brillantes aportaciones de Castaldo (2013, 2014, 2015). 158  Nota del autor: «Rodig l 7 cap 3». 159  Sobre Celio Rodigino, véase la información recogida anteriormente. En el capítulo tercero del libro séptimo de los Antiquarum Lectionum Libri XXX se abordan los temas siguientes: «Poetas quo pacto citra noxam legas. Interim quae dicantur amethysta et quid pedagogia. Pedagogiani pueri, paedisca, paediscium, paederos. Item de polypo denique mandragora scitu digna. Porro cuiusmodi sit poetica imitatione non de crepidis Demonidae claudi» (Ricchièri, 1566, 224). La referencia que da Villar no es del todo exacta, ya que el nombre del género lírico no se halla en el capítulo tercero, sino en el cuarto, donde se consagra un apartado a los Poetarum genera: «Sunt qui excellentiae quadam proprietate, nullo utique peculiari insigniantur nomine, verum communi appellantur Poetae. Et Lyricorum quidem indicium, quo ab reliquis secernuntur et dicitur a Graecis γνώρισμα, id est praecipuum, quod ad lyram eorum concinuntur carmina, ut Pindari novem Lyricorum principis» (Ricchièri, 1566, 227). 160  Nota del autor: «Quint. L 20 Cap 2». Se refiere en realidad a Institutio Oratoria, X, 1, 96. 161  Se aprecia claramente la corrección con tinta más oscura. Donde aparecía el término incorrecto «soi» puede leerse ahora «son». Figura al final del manuscrito en la «Fe de erratas». 162  Institutio Oratoria, X, 1, 96: «At Lyricorum idem Horatius fere solus legi dignus est. Nam et insurgit aliquando et plenus est iucunditatis et gratiae et variis figuris et verbis felicissime audax».

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Den ejemplo estas letras, siendo suerte y no elección [p. 43] trasladarlas, que ocurrieren antes163: Burlas de tortolilla [sic] y al tierno esposo dejas en soledad y quejas, vuelve después gimiendo, recíbete arrullando, lasciva tú, si él blando, dichosa tú mil veces, que con el pico haces dulces guerras de amor y dulces paces. Testigo fue a tu amante aquel vestido tronco de algún arrullo ronco, testigo también tuyo [p. 44] fue aquel tronco vestido de algún dulce gemido, campo fue de batalla y tálamo fue luego árbol164 que tanto fue perdone el fuego. Mi piedad una a una contó aves dichosas vuestras quejas sabrosas, mi invidia ciento a ciento contó dichosas aves vuestros versos suaves. Quien versos contó y quejas

El giro explicativo («que ocurrieren antes» ‘porque ya han aparecido anteriormente’) podría apuntar a la presencia del mismo poema en algún punto anterior de las proposiciones primera a quinta, hoy lamentablemente perdidas. Pedro Conde Parrado lo interpreta diversamente y considera que «los versos que va a citar son los primeros que se ha encontrado al abrir las poesías de Góngora (o los primeros que le han venido a la memoria), y que si son tan buenos y tan adecuados para ilustrar lo que viene exponiendo, ello ha sido por azar y no porque él los haya elegido tras rebuscar en la obra del cordobés». 164  El copista había transcrito «arbor». Posteriormente, el corrector rectifica superponiendo una —l final a la —r. 163 

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las flores cuente al mayo y al cielo las estrellas rayo a rayo165.

[p. 45] Y para que se conozca la misma dulzura en metro más grave, dentro de la esfera de lo lírico, léase este soneto a doña Brianda de la Cerda166, pasando a México con sus padres: Al sol peinaba Clori sus cabellos con peine de marfil, con mano bella, mas no se parecía el peine en ella, como se obscurecía el sol en ellos. Cogió con lazos de oro y al cogellos167 segunda mayor luz descubrió aquella delante quien el sol es una estrella y esfera España de sus rayos bellos. Divinos ojos, que en su dulce oriente dan luz al mundo, quitan luz al cielo y espera idolatrarlos Occidente, [p. 46] esto Amor solicita con su vuelo, que en tanto mar será un arpón luciente de la Cerda inmortal, mortal anzuelo.

Canciones y otros poemas en arte mayor, pp. 95-96.Villar copia las tres primeras estancias de la canción lírica, compuesta en 1602 (vv. 1-27). 166  Góngora, Sonetos, p. 848. Doña Brianda Sarmiento de la Cerda Guzmán y Zúñiga (¿Ayamonte, h. 1599?-Granada, 1627), primogénita de don Francisco de Guzmán y Zúñiga y doña Ana Félix de Zúñiga y Sotomayor, IV marqueses de Ayamonte, señores de Lepe y Redondela. Casó en primeras nupcias con el hijo favorito del duque de Medina Sidonia, don Rodrigo de Silva y Guzmán (Sanlúcar de Barrameda, 25 de mayo de 1585-Sanlúcar de Barrameda, 15 de octubre de 1614), I conde de Saltés. Tras el óbito de su primer esposo, volvió a contraer matrimonio en Madrid el 17 de junio de 1616 con don Íñigo López de Mendoza (1580-1647), VIII conde de Tendilla, primogénito del marqués de Mondéjar. 167  El copista había transcrito erróneamente «cogerlos». El corrector rectifica e introduce la forma verbal correcta: «cogellos». 165 

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Al buen gusto que suelen los celos dejar a los amantes: Las flores del romero = folio 62168. A una dama celosa, romance, en el cual no tuvo fiel copia quien estampó sus obras: «Las Auroras de Jacinta» (folio 228, página 2)169. Aquella deidad del Tajo llorosas tiene una ausencia, celosas tiene un temor, que han hecho soles y sombras campañas de dos a dos. Sus memorias enemigas Jacinta al campo sacó [p. 47] por ver si en el campo vence batallas del corazón. A las lisonjas del prado el calzado jazmín dio, soberbia contra el abril, contra el agosto favor. Verdes galanes del soto, olmos, la reciben hoy que la temieron por nieve y la juraron por flor. Músico arroyo la duerme. Serranos de Manzanares milagros hace el amor, yo he visto llorar el cielo, yo he visto celoso al sol.

Góngora, Epistolario completo, I, p. 268. El poema fue compuesto realmente por Antonio Hurtado de Mendoza. El texto impreso reza así: «Las Auroras de Jacinta,/ nuevas esferas de Amor,/ de cuyos rayos apenas/ es un rayo todo el Sol,/ aquella deidad del Tajo/con quien sus corrientes son/mucho cristal para río/ aunque para espejo no,/ verdes galanes del soto/ olmos la reciben hoy,/ que la tuvieron por nieve/ y la juzgaron por flor./ Músico arroyo la duerme,/ cristalino ruiseñor:/ Jacinta le paga en perlas/ lo que en plata le cantó./ El calzado jazmín dio/ veneno para el abril/ y para el mayo favor./ Serranos de Manzanares,/ milagros hace el Amor:/ yo he visto llorar al Alba,/ yo he visto celoso al Sol». Puede leerse en la moderna edición del poeta cortesano Antonio Hurtado de Mendoza, ingenio menor del siglo xvii (Hurtado de Mendoza, Obras poéticas, p. 375). 168  169 

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[p. 48] Al rendimiento de un amante y porfía del amor: Ya no más, ceguezuelo hermano170, folio 68. Don Luis de Góngora fue maestro de lo satírico y jocoso § 4 Cuestión ha sido controvertida, y su resolución no poco dudosa, qué estilo ha de guardar la sátira. Algunos dicen que ha de ser oscuro y dificultoso, lo uno porque la fealdad del vicio que reprehende no lleve descubierta la cara y ofenda el recato de quien la leyere y lo otro porque sea como la píldora que se receta cubierta de oro para que al enfermo le brinde su hermosa apariencia y lleve rebozado [p. 49] su amargor y desabrimiento171. De este parecer he visto personas bien entendidas, y con ellas el licenciado Francisco Cascales en una de sus epístolas172. Otros sienten que el estilo de la sátira ha de ser fácil y claro, vulgar y humilde, usando de versos puros y frases propias, así lo siente Horacio y el mismo licenciado Cascales en sus Tablas173. La razón es porque siendo su fin reprehender los vicios es conveniente retórica el ajustarse a términos que todos entiendan. Don Luis usó en ella de ambos estilos y para conmigo su autoridad sola puede hacer opinión bastantemente segura174. La regla general para este poema parece peligrosa porque no todo lo que es sujeto [p. 50] de la sátira conviene que se muestre con claridad, ni sea para la vista de todos: antes tal vez importa ponerle velos para que parezca decente a los ojos más modestos. Adelantose don Luis en este género de decir conocidamente a todos los ingenios de España, sin que haya quien niegue esta ventaja, ni aun la dificulte. Picó con todo donaire y reprehendió con singular agudeza, pero no sin ofensa de muchos que

Góngora, Epistolario completo, I, pp. 141-142. Como introducción general a esta materia puede consultarse el magnífico panorama elaborado por Lía Schwartz (2012, pp. 21-48). De obligada consulta resulta asimismo otro trabajo de la añorada catedrática de la City University of New York: Schwartz, 1986. 172  Véase la edición digital de la controversia Cascales-Villar, cuidada por Mercedes Blanco y Margherita Mulas: Cascales, 2018. 173  Francisco Cascales insertaba en el apartado de «Las cinco Tablas de la Poesía in specie» como tercer epígrafe de la Tabla Segunda el capitulillo «De la sátira» (Cascales, Tablas poéticas, pp. 180-184). 174  Entre las aportaciones modernas, resultan de obligada consulta los trabajos de Pérez Lasheras, 1994, 1995 y 2009. 170  171 

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fueron (y aún hoy lo son) fiscales perpetuos de su fama175. De ejemplo le podrán servir, ya que no de disculpa, los más celebrados ingenios del mundo, tocados de tan peligroso contagio. Si bien al celo católico no hay cosa que satisfaga tanto como el conocido arrepentimiento que tuvo en la madurez de su edad176, diciendo ordinariamente [p. 51] con

Si se deshace la lítote («no sin ofensa»),Villar apunta aquí que muchos «fiscales» de la fama de Góngora se han sentido ofendidos por el conjunto de sus escritos satíricos, donde pica «con todo donaire» y reprehende «con singular agudeza». El juego de los verbos indica que la diatriba en torno al Góngora satírico viene de antiguo: «fueron (y aun hoy lo son) fiscales de su fama». Dado que el texto del Compendio puede datarse entre 1635-1636, los dos ingenios antigongorinos aún vivos y de mayor fama eran Juan de Jáuregui (fallecido en Madrid el 11 de enero de 1641) y Francisco de Quevedo (que murió en Villanueva de los Infantes el 8 de septiembre de 1645). 176  Parece aludir aquí al contenido de un famoso pasaje de la Vida y escritos de don Luis de Góngora, que encabeza tanto el códice Chacón como la edición de Hoces de 1633: «[Durante los años pasados en la Universidad de Salamanca] entre todos se hizo conocer por singular don Luis; mirado y admirado por Saúl de los ingenios, de los hombros arriba mayor que todos. No grandemente se adelantó en el estudio de los Derechos, porque desinclinado a ellos el genio y arrebatado de la violencia natural y amor de las Letras Humanas se entregó todo a las Musas. Festivas ellas en aquellos años dulces y peligrosos, le dieron a beber (desatadas las gracias en los números) tanta sal que pasó el sabor sazonado a ardor picante. La edad floreciente, el genio gallardo y gustoso, el ingenio singular, la libertad de la nobleza (mal obediente a siempre justa rienda de la razón) padecieron la tempestad sabrosa y luciente de su pluma. Ni los demás escaparon de ella: y a vueltas de las costumbres comunes que en doctrinales sátiras y españolas vivezas (cual ninguno otro, aunque vuelva Marcial a cortar su pluma) acusó la de don Luis, salpicó tal vez la tinta las personas. De este no corregido ímpetu se dolió una vez y otra. Sea quietud a los ofendidos […]. Y séale disculpa a don Luis este mismo sentimiento; pues en prosa, conversación y trato no ha visto España más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros, antes con suma estimación de los que parecía haber lastimado» (BNE, ms. RES/45, f. IIIr-v).Véase la magnífica edición digital, cuidada por Adrián Izquierdo, precedida de un amplio estudio introductorio: https://obvil.sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/1633_vida-hoces. Puede consultarse asimismo el capítulo primero de esta monografía, que aporta nuevos datos al respecto. Por otro lado, recuérdese cómo después de la página de presentación de contenidos en el códice Chacón («Este primer tomo contiene»), figura un aviso bajo el encabezamiento «Adviértese». El cuarto epígrafe de tal advertencia se refiere a las «Obras satíricas» y nuevamente recalca el arrepentimiento de don Luis: «Que se han dejado de poner entre estas obras todas las satíricas, que en materia grave o ligera, con rebozo o sin él, han ofendido a personas determinadas, o sean de poca o mucha calidad, por no 175 

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Lipsio177: «utinam reuocare fas sit atque etiam delere»178. No sea permitido a la imprenta lo que ofendió al decoro de personas particulares. Y es justo perdonar tan sazonadas vivezas.Y piérdanse tesoros tan peligrosos y nadie aumente su crédito con pérdida de reputación ajena. Entre los escritos que con menos escrúpulo pueden divertir el ingenio se valió mi elección de las siguientes, puesto que la imprenta les ha vadeado el peligro179. Ejemplares para el estilo dificultoso Al túmulo que la ciudad de Córdoba hizo en las honras de la reina nuestra señora doña [p. 52] Margarita de Austria, en ocasión que llovió mucho: Ícaro de bayeta, si de pino, folio 235180, página 2181. A una dama que se dejaba llevar del interés: Mientras Corinto en lágrimas deshecho, folio 17182. Al engaño con que los ojos juzgan las cosas: Cuán venerables que son, folio 6, página 2183. Burla de un lugar de Plinio el cual dice que poniendo una rana viva sobre el menstruo de la mujer, hasta que

renovar a la memoria de don Luis el justo sentimiento que él tenía de la publicidad con que han andado hasta ahora» (BNE, ms. RES/45, f.VIIIr). 177  Nota del autor: «Lips. C. 20». 178  La frase pertenece a una carta que Justo Lipsio envió desde Lovaina a Livino de Succa en septiembre de 1592. Al final de esta misiva puede leerse: «Ergo etiam alienorum verborum sententia, aut veritas, praestanda mihi est? Scilicet nescimus et insolens est, praesertim in Germania, immodicas illas laudatiunculas libris praefigi; quibus quam delecter, ego et amici scimus. Nec umquam tale aliquid in nostris, nisi verecundia recusandi. Et quod tamen superbum illud dictum? “Me astrum esse, illos stellas”. Est sane Gygantea uox et petit caelum. Sed ipse atque alii audiant: non ego astrum sum, nec quidem inter stellas; terram me esse scio et si quid caelitus infusum nobis, minus opinione vestra est, qui favetis. Sed talia sunt reliqua illic crimina: nisi quod unum non excuso, dictum alibi lasciuis aliquid, aut petulantius, in eius gentem. Utinam revocare fas sit, atque etiam delere! Faciam, si uiuo» (Lipsio, 1611, p. 327). 179  A continuación Villar ofrece el elenco de composiciones satíricas que ha ido seleccionando de la difundida edición de Hoces, impresa en 1633, reimpresa por segunda vez ese mismo año y por vez tercera en 1634.Véase Moll, 1984, pp. 951-952. 180  En el manuscrito puede leerse con toda claridad «235», aunque en el volumen impreso Todas las obras la composición se localiza en el fol. 135. Nuevamente hallamos un caso de confusión numérica. 181  Góngora, Sonetos, p. 1065. 182  Góngora, Sonetos, p. 860. 183  Góngora, Décimas, pp. 139-142.

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allí muera, le hace aborrecer el adulterio: En la manchada holanda del tributo, folio 29184. Ejemplares para el estilo claro de don Luis de Góngora Al túmulo que hicieron las ciudades [p. 53] de Jaén, Écija y Baeza en las honras de la reina doña Margarita: Oh bien allá Jaén, que en lienzo prieto, folio 137185. Contra algunos inconvenientes que suceden a hombres poco cautelosos: Allá darás rayo, folio 268, página 2186. Contra los que no quieren notar sus faltas: Que pretenda el mercader, folio 76187. Contra algunas apariencias hipócritas: Tejió de piernas de araña, folio 76, página 2188. Lo mal ganado poco luce: Los dineros del sacristán, folio

Como se ha indicado con anterioridad, Villar estaba leyendo del tomo de Todas las obras de don Luis de Góngora (Madrid, Imprenta del Reino, 1633), donde figura en el fol. 29r. como «Soneto burlesco» este llamativo poema: «En la manchada holanda del tributo/ que todas las Kalendas paga Lice/ cosió una rana Clito, el infelice/ esposo suyo, felizmente astuto./ Púsole en odio el adulterio, fruto/ del ranicidio (según Plinio dice)./ De hoy más ni Ptolomeo a Berenice/ de casta alabe, ni a su Porcia Bruto./ ¡Oh César, oh República, oh Reyes!/ Si Lice excede a egipcias y romanas,/ edificadle a Clito estatuas y arcos./ Perezca la Ley Julia, vengan ranas,/ pesquen los magistrados por los charcos,/ pues más pueden las ranas que los reyes». El burlón soneto, que circuló exitosamente en diversas copias manuscritas atribuido a Góngora, era obra en realidad del rector de Villahermosa, Bartolomé Leonardo de Argensola. Entre las páginas de la edición secentista de las obras del poeta aragonés (Rimas, 1634), cuidada por Gabriel Leonardo de Albión, se dice de estos versos: «Este soneto ha salido viciado, como andaba manuscrito, entre las Rimas de un gran poeta.Y aunque fue honralle mucho el juzgalle por obra digna de tal autor, es bien que no esté en duda cuál es el verdadero, como no estará, pues quien lo imprime agora no puede recibir engaño en esta parte». La alusión a la edición de las Obras de Góngora recogidas por Hoces e impresa en 1633 parece bastante clara.Véase ahora la edición moderna del autor aragonés, cuidada por Blecua (1974, p. 165). El contexto malicioso y picante de la composición propició que fuera imitada por un brillante discípulo de Góngora, Francisco de Trillo y Figueroa, en el soneto que comienza: «Por el rojo ordinario de su Lice,/ Clito remite a su atención liviana/ un aviso, que dicen no era rana,/ bien que lo pareció, según se dice» (Trillo y Figueroa, 1951, pp. 276-277). Estudió dicho ejercicio imitativo Robert Jammes en un importante artículo (1956, pp. 479-480). 185  Góngora, Sonetos, p. 1071. 186  Góngora, Obras completas, I, pp. 191-192. 187  Góngora, Obras completas, I, pp. 636-637. 188  Góngora, Obras completas, I, pp. 597-598. 184 

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68189. A un caballero de malas costumbres, que [p. 54] blasonaba de su linaje y armas, no siendo así: ¿Quién es aquel caballero, [folio] 202190. Don Luis de Góngora fue el primero en burlesco § 5 A lo burlesco, jocoso y entretenido dio don Luis las primeras (pero sin segundas) pinceladas, mostrando y haciendo camino a los principios, al mismo punto que ponía él el «Non plus ultra» a los fines191. En su escuela se han aprendido cuantos donaires ilustran la poesía española, sin que Marcial ni Plauto hayan sido superiores a nuestro poeta192. Hoy se halla esta parte tan válida en certámenes poéticos, [p. 55] comedias y libros que se juzga una de las más importantes y que más solicita todos los buenos gustos193. Góngora, Obras completas, I, pp. 189-191. Góngora, Obras completas, I, pp. 174-176. 191  Pondera cómo alcanzó la excelencia de manera tan inigualable que ningún otro poeta podría rebasar el punto al que Góngora había llegado. El confín occidental de la tierra conocida en el mundo antiguo eran las costas de Finisterre, pues más allá solo existía el mar Océano («Non Terrae plus ultra»/«Non plus ultra»). Como ha apuntado Pedro Conde Parrado en su introducción a los textos polémicos de Lope, en marcada coincidencia con lo que se señala ahora, «uno de los pilares de la argumentación de Lope en su censura sobre la nueva poesía es la imposibilidad de ir más allá en el muy discutible estilo poético de Góngora y, por tanto, de que su poesía pudiera crear escuela, pues aquel había llevado a la lengua poética española a un punto de proximidad a la lengua latina más allá del cual era imposible avanzar sin incurrir en la pura agramaticalidad por solecismo y barbarismo: es decir, que Góngora había apurado al máximo las posibilidades de —digámoslo así- escribir en latín pero empleando el castellano». Conde Parrado (ed.), 2019. 192  La Carta de Lope menciona un detalle similar: «pues fueron sus sales no menos celebradas que las de Marcial, y mucho más honestas» (véase el texto en la edición digital cuidada por Pedro Conde Parrado, 2019). Como bien apunta el latinista de la Universidad de Valladolid en la introducción a dicho texto, «aquí resalta Lope de manera muy calculada e interesada una de las varias facetas de la poesía gongorina —la sátira, que se consideraba género menor— y un modelo clásico, Marcial, entonces tenido por ilustre, sobre todo en España, mas no como sublime, si bien es cierto que dicha faceta era realmente muy apreciada por sus coetáneos». En general, sobre la identificación de Góngora como heredero de los donaires y agudezas de Marcial puede verse el estudio conjunto de Blanco y Ponce Cárdenas, 2021. 193  Con esta frase Francisco del Villar coronaba a Góngora como maestro de la corriente burlesca en la poesía áureo-secular. Este elogio cobra sentido en el contexto de la moda —irradiada desde la corte hacia las grandes ciudades del reino— de la poesía humorística del siglo xvii, relacionada con el entorno de las 189  190 

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Ejemplares jocosos A Esgueva, río que limpia a Valladolid194: ¿Qué lleva el señor Esgueva, folio 138, p. 2. Fábula de Hero y Leandro: Aunque entiendo poco griego, folio 102195, Arrojose el mancebito, folio 206196. No le faltó a don Luis de Góngora espíritu para lo sacro § 6 El genio de nuestro poeta fue universal para todas las musas, sin dejar puerto alguno que no le costeara al Parnaso197. Y así por cualesquiera parte de sus obras siempre [p. 56] camina la atención, hallando fértiles espigas y abundantes cosechas. Parece que con plena jurisdicción se subdelegaron198 Marcial donaires, Plauto elocuencia, Ennio comprehensión, invención Furio, suavidad Propercio, dulzura y grandeza Virgilio, Persio energía, destreza Horacio, Catulo agudeza, Ovidio facilidad y Sannazaro su espíritu199. Estos ejemplares y otros muchos que están en sus obras me sacarán del empeño. Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor:

Academias. En dicha veta jocosa triunfarían autores como Anastasio Pantaleón de Ribera, Alonso de Castillo Solórzano o Jacinto Alonso Maluenda, por citar tres casos bien conocidos. 194  Góngora, Obras completas, I, pp. 221-222. Sobre el contexto polémico de estos versos, remito a Conde Parrado y García Rodríguez, 2011, pp. 57-94. 195  Góngora, Obras completas, I, pp. 310-316. 196  Góngora, Obras completas, I, pp. 110-113. 197  Sin dejar puerto alguno… costear: reaparecen algunas imágenes de la navegación, ya aclaradas en las anotaciones precedentes. 198  Con plena jurisdicción se subdelegaron: aflora un tecnicismo jurídico en la prosa erudita del vicario-juez de Andújar. Por subdelegar se entiende la acción de «trasladar o dar su jurisdicción o potestad a otra persona» (DRAE). 199  En el curioso elenco planteado por Villar resulta llamativa la presencia de un autor moderno entre los restantes clásicos: Jacopo Sannazaro. También sorprende que figure junto a los máximos representantes de la épica (Ennio, Virgilio), el epigrama (Catulo, Marcial), la elegía (Propercio, Ovidio), la comedia (Plauto) y la sátira (Persio), el no muy conocido Furio. Probablemente se trate del vate neotérico Marco Furio Bibáculo, de cuya obra solo se conocen hoy dos epigramas y el título de un epilio perdido (Los argonautas). Por otra parte, me indica Pedro Conde Parrado, quizá podría plantearse como hipótesis «una mala lectura del original, donde en vez de “Furio” diría “Junio”, que podría referirse a Décimo Junio Juvenal. Aunque lo cierto es que [también sonaría] raro referirse a él por el nomen y no por el cognomen».

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Pende de un leño, traspasado el pecho, folio 25200. A la translación de una reliquia de San Hermenegildo al colegio de su nombre [p. 57] En la compañía de Jesús de Sevilla: Hoy es el sacro y venturoso día, folio 42, página 2201. Al amor que Cristo nuestro señor muestra al hombre en el Santísimo Sacramento: Oveja perdida, ven, folio 76202. A la dureza incrédula del judaísmo Cuál podréis, Judea, decir, folio 73203.Al parto virginal de la Purísima Virgen Caído se le ha un clavel, folio 78, página 2204. Al nacimiento de Cristo nuestro señor Nace el niño y velo a velo, folio 122205. Don Luis de Góngora trató con propiedad lo cómico § 6 [p. 58] En la poesía escénica se ejercitó menos nuestro poeta, mostrando con advertido descuido la comprensión que tuvo de las leyes que los antiguos pusieron a este poema; porque viendo el punto en que están hoy en España las comedias, se consideró obligado y sujeto, o a faltar206 a ellas en el arte, o a los oyentes en el agrado, efectos en su estimación incompatibles207. La comedia, si hubiéramos de creer a los autores clásicos, es una acción humilde que usa de lenguaje casero y vulgar (perdone208 el Amphitruo de Plauto)209, [p. 59] induciendo los ánimos a risa y pasatiempo.Y

200  Góngora, Sonetos, p. 635. El incipit correcto reza así: «Pender de un leño, traspasado el pecho». 201  Góngora, Canciones y otros poemas en arte mayor, pp. 73-79. 202  Góngora, Obras completas, I, pp. 288-289. 203  Góngora, Obras completas, I, pp. 461-462. 204  Góngora, Obras completas, I, pp. 565-566. 205  Góngora, Obras completas, I, pp. 600-601. 206  Corrígese: «saltar» 207  Durante décadas el único punto del Compendio de Francisco del Villar que mereció la atención de la crítica fue, precisamente, el referido al teatro. Se ocupó de analizar tal detalle Jean Canavaggio en el artículo varias veces citado (Canavaggio, 1965, pp. 245-254). Para una reflexión general sobre Góngora y las comedias de su tiempo, puede remitirse a Dolfi, 2011. 208  Nota del autor: «Aul. gel lb. 6. C. 17». 209  La referencia a la famosa pieza de enredo plautina se debe seguramente a que el comediógrafo latino introdujo en la trama dos divinidades (Mercurio y el mismísimo Júpiter, soberano del Olimpo), cuando los númenes solo podían aparecer en el escenario sublime de la tragedia. El propio Lope de Vega adujo el mismo caso en los versos 165-167 del Arte nuevo: «Esto es volver a la Comedia Antigua,/ donde vemos que Plauto puso dioses,/ como en su Anfitrión muestra Júpiter» (1609, fol. 204v).

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ha de estar tan ajustada a esta sencillez y llaneza que le niega Aristóteles las metáforas: «nam comici poetae translationibus non utuntur»210. Y en otra parte dice que no pide estudio ni cuidado: «comedia vero quia in ea nullum studium positum est fefellit»211. No han ignorado estas leyes nuestros poetas, pero o se ha[n] dejado guiar de más acertado dictamen suyo o de más sazonado gusto del vulgo y no de los preceptos del arte, de lo cual haciéndose entendido el príncipe de las nuestras212 dijo: «Verdad es que yo he escrito algunas veces siguiendo [p. 60] el arte que conocen pocos, mas luego que salir por otra parte veo los monstruos de apariencias llenos, a donde acude el vulgo y las mujeres que este triste ejercicio canonizan, a aquel hábito bárbaro me vuelvo y cuando he de escribir una comedia, saco a Terencio y Plauto de mi estudio, para que no me den voces, que suele dar gritos la verdad en versos mudos»213. Yo me persuado, sin desestimar lo dicho, a que la bizarría las tiene hoy en más alto punto que supieron darles Atenas y Roma, porque en las nuestras halla majestad y grandeza el épico, flores y dulzuras el lírico, severidades el trágico, burlas el cómico [p. 61] y libertades el satírico; la variedad las compone, la grandeza de las personas las autoriza y el decoro las hermosea. La calificada aprobación de los buenos dictámenes (dichoso atrevimiento de los ingenios de nuestro siglo) ha mostrado otro arte diferente del que publicó Aristóteles, que Homero, Virgilio y Plauto quebrantaron tantas veces214. Díjolo eruditamente don Francisco

Retórica, III, 1406, b 5 y ss. Nota del autor: «Aris in art. C 5». Poética, 1449, a 36. 212  Nota del autor: «Lope de vega en su arte de com». Debe evidenciarse el elogio sin tasa que entraña referirse a Lope como «el príncipe» de «nuestras» comedias, ya que concede al Fénix —justamente— el primer lugar entre los dramaturgos españoles. 213  Cita el pasaje correspondiente a los versos 33-44 del Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo de Lope (p. 167), omitiendo el verso 41 (aquí en cursiva): «Verdad es que yo he escrito algunas veces/ siguiendo el arte que conocen pocos;/ mas luego que salir por otra parte/ veo los monstruos de apariencias llenos,/ adonde acude el vulgo y las mujeres,/ que este triste ejercicio canonizan,/ a aquel hábito bárbaro me vuelvo;/ y cuando he de escribir una comedia,/ encierro los preceptos con seis llaves;/ saco a Terencio y Plauto de mi estudio/ para que no me den voces, que suele/ dar gritos la verdad en libros mudos». 214  Según la idea de que nuevos tiempos piden nuevas fórmulas, Francisco del Villar defiende aquí la licitud de las novedades dramáticas introducidas por Lope y consolidadas por sus seguidores: «dichoso atrevimiento de los ingenios de nuestro 210  211 

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de Barreda215, pero gánole a mi sentir por la mano, si bien con tan buen padrino salgo más confiado a la tela216. La imitación prudente de las acciones humanas es el norte de la poesía y esta siguen nuestras comedias con más atención y certeza que cuantas gozamos antiguas. Pregunto yo, ¿por qué no se han de mezclar pasos alegres [p. 62] con tristes, graves con humildes, si los mezcla y eslabona la misma Naturaleza? La comedia es retrato de las obras; pues si es retrato, claro está que ha de referir y parecerse a su imagen. Aquella comedia será perfecta (bien sea el sujeto grande, bien humilde) que con puntual propiedad y prudente conveniencia imitare la acción que retrata. No es bien introducir indecencia alguna, si no se le ha de seguir ejemplar castigo. Hoy las aplaude España y las honesta217, por ser escuela general para el ajustado proceder de todos, porque en ellas la virtud se ha de ver premiada y aborrecido el vicio. El príncipe siempre ha de ser severo, la dama [p. 63] honesta, el viejo recatado, el galán cortés y el criado entretenido, sin que en las mujeres nobles tengan disculpa los desaciertos (no sé con qué razón puedan sentir otra cosa las Academias del jardín)218, ni en los hombres principales siglo». El Fénix se convirtió en España y en algunas regiones italianas de influencia hispánica en el máximo adalid de un ‘arte anti-aristotélico’. 215  Nota del autor: «Bared. 5º el panegirico […] dis». 216  En la línea habitual que venimos observando en otros pasajes, nuevamente el copista comete un error al transcribir el número, ya que el 5 que refleja debía ser originariamente un 9. En efecto, se apunta aquí al parecer expresado por Francisco de Barreda en la «Invectiva a las Comedias que prohibió Trajano y Apología por las nuestras», discurso IX de su comentario en El mejor príncipe Trajano Augusto. Su filosofía política, moral y económica deducida y traducida del Panegírico de Plinio (1622). Copio un pasaje significativo a este propósito en el aludido marco del noveno discurso: «El arte que dicen desampara nuestras comedias, o consta de los preceptos de Aristóteles, o de la imitación de los cómicos antiguos. Aquel, ni estos no acertaron (soberbia parece), luego mal nos acusan […]. Aristóteles, pues, no pudo darnos el arte que no tenía. No le tenía porque en su tiempo, confiesa él mismo, que no habían llegado a colmo estos poemas. Pues si no habían llegado a colmo, ¿quién le hizo el arte de ellas a Aristóteles?, ¿de qué ejemplos observó cuál era decente, cuál impropio?» (Barreda, 1622, fol. 124r-v). 217  Honestar: «dar visos de buena a una acción, justificarla» (DRAE). 218  Alude a la conocida obra del poeta murciano Salvador Jacinto Polo de Medina, Academias del jardín, (Madrid, Imprenta del Reino, a costa de Alonso Pérez, 1630). En el marco fictivo, después de la representación de una obra de Pérez de Montalbán (No hay vida como la honra), los personajes discuten sobre el personaje femenino en la pieza teatral (Academia Tercera): «Muy buena es la comedia —dijo un bachiller, que sobran en todas ocasiones— pero no me acomodo que nos pinte

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las bajezas. Si ya no es que la verdad del asunto obliga a ello, que en este caso no hablan las leyes de la poética, porque refiere narración cierta y no fingida y así pertenece a la jurisdicción de la Historia, con que tiene lugar la doctrina de Horacio, cuya observancia dice que si la comedia trata de narración cierta, sigamos la fama, y si de ficción, la conveniencia: «aut famam sequere, aut convenientiam finge»219. Fue don Luis de Góngora tan eficazmente aficionado a los antiguos que parece que pasó [p. 64] a superstición su respeto, pues solo por la fe de los aciertos de Grecia o Italia se negó a las evidencias de España. Escribió Las firmezas de Isabela, el Doctor Carlino y la Venatoria, si bien ninguna quedó acabada220, si no es la que intituló El mundo al revés (aunque esta no la hallo en sus obras)221. a la dama, siendo noble, tan poco honesta que se arroje a entregar su honor con el riesgo de perderlo. Holgara —dijo Jacinto— no ser tan bisoño en el arte poética para no disimular tan vano y licencioso parecer como el de vuestra merced, pero me ayudaré de las razones fuertes que sobre sus preceptos da en sus Tablas poéticas el licenciado Francisco de Cascales. Que el poeta fingiese esta dama (como vuestra merced dice más atrevida de lo que es justo que sea una mujer noble) no es yerro, que no es deshonestidad dar licencias a su amante una dama si se encaminan al fin honesto del matrimonio.Y cuando demos que sea desenvoltura, ¿acaso las nobles se libraron de los desaciertos, si bien en ellos es menos contingente? Pues si esto es así, muy bien pudo el poeta fingirla como quiso, pues como dice Horacio “Aut famam sequere, aut convenientia finge”. Dice, pues, Horacio que la persona que introduce el poeta es histórica o es fingida. Si es fingida puede el poeta pintarla y fingirla como gustare, honesta o deshonesta. Y si es histórica y verdadera le es forzoso al poeta seguir la fama y nombre que la Historia le da.Y así el poeta tiene libertad, si la finge, a fingirla como quisiere; como tendrá obligación a seguir la fama que la Historia le ofrece» (Polo de Medina, 1931, pp. 192-193). Sobre el autor murciano, puede consultarse Díez de Revenga, 2000, pp. 63-112. 219  Horacio, Ars poetica, vv. 119-120 (1996, pp. 544-545): «Aut famam sequere, aut sibi convenientia finge,/ scriptor» (‘Escritor, sigue la tradición o crea algo que tenga coherencia’). En la edición bilingüe del Arte poética cuidada por Juan Antonio González Iglesias la traducción del pasaje en endecasílabos blancos reza así: «O sigues lo que otros ya dijeron,/ escritor, o creas algo con su propia/ coherencia» (Horacio, 2012, p. 67). 220  Llama bastante la atención el despiste de Villar, puesto que Góngora sí llegó a concluir la redacción de Las firmezas de Isabela, que se imprimió en Córdoba por vez primera en 1613 en el volumen Cuatro comedias de diversos autores (Córdoba, Francisco de Cea, 1613). La comedia completa volvió a ver las prensas en 1617, en 1633, en 1634… 221  La frase «Esta no la hallo en sus obras» parece apuntar claramente a que el texto aludido no se encuentra en el volumen Todas las obras de don Luis de Góngora, recogidas por Hoces e impresa en 1633. En un estudio pionero sobre el Compendio

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De estas puede sacar preceptos Terencio y Plauto y, aunque imperfectas, basta para que por todos caminos se haga conocido el singular talento de nuestro poeta. Proposición séptima Don Luis de Góngora fue el mayor poeta de España [p. 65] Aunque cualesquiera comparación engendra aborrecimiento y parezca empresa culpable querer censurar ingenios tan superiores, no puede la inclinación (por más que el recato los modifica) enfrenar los afectos, pero aunque el empeño parezca grande, ni a la Justicia le saldrán colores al rostro por la resolución, ni tendrá mi dictamen temor de los riesgos de este juicio, supuesto que se presenta acompañado de valedores tan seguros. Hoy se han de poner a un lado y dar lugar a esta competencia, el orador222 de don Alonso de Ercilla223, el espíritu de Cairasco, las divinidades de Figueroa, la suavidad de Luis de Camoens, [p. 66] los laureles de Hernando de Herrera, la viveza del conde de Salinas, la profundidad del doctor Mira de Mescua, los pinceles de Josef de Valdivielso, los conceptos de Ledesma, la agudeza del conde de Villamediana, los aciertos de don Pedro Calderón, los pensamientos de Alonso de Bonilla, la facilidad y erudición de los Lupercios, las flores de Anastasio Pantaleón, los afectos de Villaizán, la valiente erudición de Pellicer, los donaires del doctor Salinas, la gala de don Antonio de Mendoza, que aunque los crio el cielo tan aventajados, ellos se han querido hacer menos conocidos224. poético, Jean Canavaggio, 1965, pp. 252-253, apuntaba sobre esta obra hoy desconocida: «[Villar] fait état d’une quatrième pièce —El mundo al revés— dont nous avons perdu la trace». En nota a su artículo el cervantista menciona la existencia de un entremés homónimo de Quiñones de Benavente y una mojiganga anónima del mismo título. 222  Nos hallamos ante un probable error de copia, ya que el sintagma no parece tener sentido lógico. En el contexto de la serie literaria que aquí se plantea, a cada autor se atribuye un don que viene a ser algo así como su atributo característico: «espíritu, divinidades, suavidad, laureles, viveza, profundidad, pinceles, conceptos, agudeza»… Quizá sería conveniente plantear una emendatio ope ingenii, donde el término «orador» podría sustituirse por el sustantivo «ardor». 223  El copista había transcrito erróneamente «Ercida». Posteriormente el corrector rectifica y superpone «ll» sobre «d». 224  El curioso elenco de «estrellas que felizmente han influido la poesía española» comprende nada menos que diecinueve autores de los siglos xvi y xvii, algunos de ellos hoy no muy conocidos como Anastasio Pantaleón de Ribera o Jerónimo

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Y aunque [p. 67] los unos y los otros son estrellas que felizmente han influido la poesía española, su noble naturaleza gusta ceder su derecho y abatir su estandarte cuando pudiera cada cual hacer campo y desafío de luces a los luminares mayores225. Ilustres esfuerzos dio a la poesía y lengua española el famoso cordobés Juan de Mena, cifrando en sus versos grave imitación de poetas latinos, agradable ficción de objetos, briosa facilidad de genio, con erudición continua y noticia de buenas letras. Más cortés debió de ser la presunción de aquel siglo, pues afectando este poeta la obscuridad por tantos caminos, tomándose ordinariamente [p. 68] peligrosas licencias y tropezando a cada paso en cuantos vicios de la oración notan los retóricos, no le huyeron los laureles de Apolo, ni le faltó el valimiento del príncipe, ni dejaron de lisonjearle los aplausos de la fama. Obtuvo el principado de la poesía castellana sin que le despojara de tan justa posesión la calumnia, ni aun la emulación le perturbara. Pero llegó el excelente poeta Garcilaso de la Vega con mejor cultura de estilo, más suave mensura de versos y más pulido adorno de frases, con que siendo ambos luceros hermosos, los anocheció el uno cuando amaneció el otro. Diose a conocer tan superior ingenio, hízose lugar, aun tomó el preeminente, entre cuantos [p. 69] españoles pretendieron asiento en el Parnaso y sus merecidas honras, cuando no hubieran tenido otro triunfo que la protección y finezas de nuestro invencible emperador Carlos Quinto, ejecutadas en vida y en muerte, varón benemérito226. Ellas mismas227, aun viviendo muy oprimidas y reclusas, certificaron su prelación de Villaizán. A renglón seguido Francisco del Villar apunta cómo al lado de esos «astros menores» se sitúan las «luminarias mayores»: los tres vates máximos. El terno de maestros que alcanzaron la primacía en sus respectivas centurias fueron: Juan de Mena en el siglo xv, Garcilaso en el siglo xvi, Góngora en el siglo xvii. En la lista de los diecinueve elegidos se percibe también alguna que otra ausencia clamorosa. Parece, de hecho, bastante significativo que en el listado no se encuentren Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Juan de Jáuregui, identificados acaso por Villar como los grandes antagonistas de Góngora y —precisamente por esa razón— excluidos del elenco. 225  Recuérdese el pasaje de las epístolas de Justo Lipsio donde aparecía la significativa imagen del astro de mayor tamaño que brilla entre las estrellas: «non ego astrum sum, nec quidem inter stellas». 226  Hipérbaton: «la protección y finezas, ejecutadas en vida y en muerte, de nuestro invencible emperador Carlos Quinto, varón benemérito». 227  Podría considerarse que el sintagma «merecidas honras» es el antecedente de «ellas mismas».

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por general aclamación en el teatro de aquellos tiempos. Encargose la eternidad de sus escritos, celebrándolos todos los bien entendidos y aun la misma Envidia parece que no ha tenido cara para perderles el respeto. Ilústranlos con célebres notas el Maestro Francisco Sánchez el Brocense, Hernando de Herrera y últimamente [p. 70] don Tomás Tamayo de Vargas, cuya bizarra erudición dando leyes a los comentadores le ha tejido el laurel más victorioso228. Pero ni la Naturaleza apuró allí el caudal, ni le faltan prodigios que obrar hasta el fin del mundo. Tenga cada uno firme su balanza o porfíen cuanto quisieren o la Cortesía o la Justicia, pues cuando nos conformemos en que estos tres ingenios en lo natural corrieron iguales parejas y felicidades, comparada la lección de don Luis de Góngora con los dos, o bien por el agrado y fuerza del uso, o bien por las mejoras de nuestro siglo, hallaremos que es de más gusto, porque se hermosea [p. 71] más con lo jovial y festivo; más varia, porque se acomoda a todo género de poesía, y de más provecho, porque nos sirve de llave maestra para abrir cuantos secretos nos había recatado la retórica229. Con atención hoy en el año de 635230 las voces que a fuerza de bien ponderados conceptos y no vistos aplausos dieron el principado de la poesía española y laurel de Apolo (sin guardar a nadie la casa231) al genio más abundante de nuestro siglo, a la dulzura más fácil y conceptuosa que vieron los pasados: Lope de Vega Carpio, abono no solamente de

228  Alude aquí a los volúmenes de las Obras del excelente poeta Garcilaso de la Vega con anotaciones y enmiendas del licenciado Francisco Sánchez de las Brozas (Salamanca, Pedro Lasso, 1574), Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1580) y Garcilaso de la Vega, natural de Toledo, príncipe de los poetas castellanos, de don Tomás Tamayo de Vargas (Madrid, Luis Sánchez, 1622). 229  Esta manera de entender la poesía gongorina como «llave maestra para abrir cuantos secretos nos había recatado la retórica» puede ponerse en paralelo con la importancia que llegó a asumir Góngora en el texto de la Agudeza y arte de ingenio. Como es bien sabido, Baltasar Gracián recurrió a los poemas del cordobés asiduamente para ejemplificar muchas especies diversas de lo agudo. Sobre el giro «llave maestra», véase la nota 74. 230  Esta marca temporal precisa sirve para datar el curioso texto apologético del erudito iliturgitano. 231  El giro lexicalizado guardar la casa aparece recogido en 1611 en el Tesoro de Covarrubias, con el sentido de «no salir de ella».

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su fama232, sino de cuantas cosas le prohijaron el nombre233. [p. 72] Pero nadie ignora que los créditos de los poetas tienen menos jurisdicción en la verdad que en el deleite. Luciósele en tan celebradas honras la protección del más glorioso mecenas, el excelentísimo duque de Sessa, y la piedad del más cortés y agradecido discípulo, el doctor Juan Pérez de Montalbán, que cuando más lastimosamente nos da a sentir aquella muerte, nos consuela con mostrarse substituto de su espíritu. La barra tiraron234 los hipérboles hasta donde no creyeron llegar las agudezas, pero ya que en aquel libro235 viven imperiosamente embargadas todas las alabanzas y ocupados los encarecimientos y ya que la diligencia [p. 73] ejecutó créditos tan cortesanos, valgámonos aquí de las demostraciones, pues nos las dejan libres. Y vuelvan por mi empeño las experiencias, pues quien a luz desengañada mirare las cosas, hallará que entre cuantos poetas galantearon las Musas (concediendo a Lope de Vega y sus imitadores la primacía en lo cómico236) y les237 rondaron la puerta a la retórica, solo don Luis fue el admitido por dueño y quien a fuerza de estudio rompió la cárcel a la erudición castellana; verdad que conocerá cualesquiera mediana advertencia, tan sin fatigarse en los sudores que a cada paso tropezará en los desengaños.

232  Abonar: «acreditar o calificar de bueno», «hacer bueno o útil algo, mejorarlo de estado» (DRAE). 233  Como generosamente me hace notar Pedro Conde Parrado, la parte final de esta frase «da la impresión de que alude a la célebre expresión ser de Lope, que, según bastantes testimonios de la época (incluido el del propio dramaturgo), solía emplearse para significar que algo (desde una obra literaria hasta una hortaliza del mercado) era excelente en su género». 234  Tirar alguien la barra: «vender las cosas al mayor precio posible» (DRAE). Parece cuadrar también aquí el sentido que en 1611 atribuyera a este giro el lexicógrafo Sebastián de Covarrubias: «tirar la barra: haber hecho un hombre todo cuanto ha podido» (Covarrubias, 1998, p. 963). 235  Nota del autor: «fama postuma de Lope». Contamos hoy con una excelente edición crítica, al cuidado de Enrico di Pastena (2001). Puede verse asimismo el importante estudio de Blanco (2014). 236  En su afán por exaltar la primacía de Góngora como el mayor vate de su tiempo, Francisco del Villar se aviene a conceder a Lope de Vega y sus discípulos el primado en el campo teatral sin muchas objeciones, pero en las demás especies de la poesía se lo otorga al escritor cordobés. 237  Quizá debiera corregirse como «le».

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[p. 74] Fe de erratas pág. 16 línea 10 de juicio; lee de este juicio pág. 20 línea 8 heroica, lee heroico pág. 22 línea 1 Pisierga, lee Pisuerga pág. 32 línea 3 dudar, lee duda pág. 40 línea 9 liner, lee lince pág. 22 línea 8 soy, lee so238

La grafía de la última línea parece deberse a una tercera mano, que trató de completar la «Fe de erratas» intentando acercar su grafía a la del copista. 238 

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