Epistolario

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BARUCH SPINOZA

ov EPISTOLARIO

C O L IH U E ({C L Á S IC A

Sp in o z a, Baruch

Epistolario.- Ia ed. - Buenos Aires : Colihue, 2007. 3Í¡8 p . ; 18x12 cm.- (ColihueClásica) Traducción de: Oscar Cohan ISBN 978-950-.563-041-7 1. Etica. Filosofía Moral I. Tatián, Diego, prolog. II. Cohan, Oscar, trad. III. Titulo C D D 170 T ítu lo original: Epistolae C o o rd in ad or de colección: L ic. M a ria n o S v e r d lo ff Equipo de producción editorial: Cristina Amado, Cecilia Espósito, J u a n Pablo L avagnin o y Leandro Avalos Blacha.

1.5.B.N.-10: 950-5(53-041-7 1.5.B.N.-13: 978-!)50-5(i3-041-7 © Ediciones C olihue S.R .L . Av. D íaz V élez 5125 (C 1 4 0 5 D C G ) Buen os A ires - A rgentina w ww .colihue.com .ar ecolih ue@ colihue.com .ar

Hecho el depósito que m arca la ley 11.723 IM P R E SO EN LA A R G EN T IN A - PR IN T ED IN A R G EN TIN A

INTRO DU CCIÓ N

un im portante ensayo sob re la escritura cifrada y las técnicas de ocultam iento en el Tratado teológico político', escribía L eo Strauss que «el intérprete debe siem pre prestar atención a la diferencia de p eso específico entre los libros del Spin o za m ad u ro y sus cartas. L as cartas no están dirigidas principalm ente a hom bres venideros sino a individuos co n ­ tem porán eos. M ientras que las ob ras de su m ad urez están destin adas sob re todo a los m ejores lectores, la gran m ayoría de sus cartas están destinadas a hom bres m ás bien m ediocres». Sin em bargo, tal vez por eso m ism o, el lector de este epistolario encuentra en él una dim ensión hum ana que no es accidental en la filosofía de Spinoza, y m uestra un pensam iento p ara la vida, radical, antiescolar por naturaleza. ¿C ó m o entender si no la disposición del filósofo en com unicar sus ideas a quien quisiera com pren derlas, sea el secretario de la Royal Society de L ondres, un com erciante de gran os, un funcionario político caído en d esgracia que le pregunta sobre la existencia de es­ pectros. un m édico que será alcalde de A m sterdam , un clérigo, un m atem ático, el m ism o Leibniz (por quien Spin o za abrigó siem pre una instintiva desconfianza)...? ¿C ó m o interpretar la p acien cia y la insistencia en exp licar una y otra vez las m ism as cosas al ilustrísim o O ldenburg, quien en todas sus cartas incita al filósofo a publicar de m anera abierta sus ideas, para retroce­ der cuando este lo hace efectivam ente con la edición del T TP-,

E

n

1. «H ow to Study Sp in o za’s Theologico-political Treatise», en Persecution and the Art o f Writing, T h e Free Press, New York. 19.52. 2. En lo sucesivo se utilizarán las siguientes siglas' T T P p ara el Tratado

jo m en d arle no escribir en la Etica n ad a p eligroso ?3 la «escritura reticente», la expresión cifrada y la cautela ¡ e al prejuicio aco m p añ an la m anera de vivir y de hacer ifía de Sp in o za - y de los filósofos en el siglo X V II en ral-, ello no o b sta p ara advertir en tod a su intensidad la pasión spinozista p or la lucidez com ún y la com pren sión :tiva; una honestidad com unicativa y un anhelo de claridad, propósito no es otro que el de incluir a todos los hom bres fuera posible en esa discusión sobre todas las cosas llam ada >fia. Pues en lo esencial, la s id e as de Spinoza pueden ser prendidas por cualquiera. Su am enaza no estriba en su dificulsino en la superstición, el prejuicio y el odio, que redundan lersecución». En efecto, la d em ocracia política de Spinoza hace constelación con una ontología radicalm ente no jerárquica, con una antropología que se vale del concepto de Natura com o m áquina de guerra contra los privilegios y sus justificaciones, con una teoría del entendim iento según la cual todos los seres tom an parte en él y pueden llevar su deseo al extrem o de sí (para, allí, investirlo de sabiduría, de libertad y de felicidad) a través de la experiencia ética, la pasión de pensar y la práctica política. Si de hecho no todos los hom bres son libres -y aunque, en efecto, la libertad sea rara y sea difícil-, nadie deja de serlo por naturaleza, im posibilidad o destino. O tra vez: cualquiera puede serlo. Y el epistolario consta de u n a escritura paradójica, anim ad a p or la cautela y la libertad de p alab ra al m ism o tiem po. U n a escritura donde se registran con una singular claridad los conflictos pro­ pios de la libertad y la condición dram ática de la filosofía en un m u n do d om in ado p or la servidum bre y el prejuicio.

teológico-politico; T B p ara el Tratado breve, T R E para el Tratado de la reforma del entendimiento; P P C p a ra los Principios defilosofía de Descartes, T P p ara el Tratado político. 3. «C o m o p o r su respu esta del .í de ju lio, com pren dí que tiene usted la intención de pub licar su Tratado d e cinco partes [se refiere a la Ética\ , perm ítam e, le ruego p or la sinceridad de su afecto h acia m í, que le aconseje que no m ezcle en él nada que parezca debilitar de algún m odo la práctica de la virtud religiosa...» (carta L X II , 22 de ju lio de 1675).

Por u n a parte, puesta en acto de un program a filosófico que lleva implícito un deseo de com unidad, según se halla expresado en un pasaje célebre del Tratado de la reforma del entendimiento-. E ste e s el fin q u e b u sc o , e s d ecir, a d q u ir ir e s a c o n d ic ió n y tra ta r d e q u e m u c h o s o tro s la a d q u ie r a n c o n m ig o , p u e s ta m b ié n a t a ñ e a m i fe lic id a d q u e m u c h o s o tro s c o m p r e n d a n lo m ism o q u e yo, a fin d e q u e su e n te n d im ie n to y su s d e s e o s c o in c id a n e n te r a m e n te c o n m i e n te n d im ie n to y m is d e s e o s .4

L a d isposición inicial de S p in o za frente a tod a solicitud de d iálogo filosófico es siem p re la com unicación franca. Por otra parte, cu an d o esa solicitud revela intenciones antifilosóficas, o bien u n a voluntad de d isp u ta infértil, S p in o za desiste de continuar e interrum pe la conversación, a veces de m anera exp lícita y ab ru p ta co m o con B ly e n b e rg h \ En ese caso el p rop ósito com un icativo, que no es accidental a la m an era spinozista de entender y hacer la filosofía, asu m e su propio límite, sin incurrir en la burla y sin d eplorar la naturaleza de las cosas. Y en ese límite encuentra pertinencia lo que, ante el espectáculo de la guerra, le escribía a O ld en b u rg en una de las frases m ás am argas y tam bién m ás anti-spinozistas d e cuantas h ay a escrito Spin oza: «... dejo a c ad a cual vivir conform e a su p arecer y que los q u e así lo q u iere n m u e r a n p or su bien, con tal de que yo p u e d a vivir p o r la verd ad » (carta X X X ). C o n t e n i d o d e i . E p is t o l a r io

Pero si bien el conjunto de cartas que form an un epistolario van dirigidas a person as concretas, en este caso no se trata en lo esencial de una corresp on den cia p riv ad a sino de una

4. Spin oza, Tratado de la reforma del entendimiento, versión de O scar C oh an , B ajel, B uen os A ires, 1944, § 14, p. 22. 5. «... la necesidad m e ha o b ligad o a escribirle estas p o ca s líneas para darle a con ocer, co m o lo he hecho, mi prop ósito y d ecisión » [de no resp o n d er a las pregun tas plan teadas] (carta X X V II).

corresp on den cia científica'1, p en sad a com o parte de la o b ra y d estin ad a a la ed ició n 7. Esto es, d irigid a tam bién a h om bres ven ideros y no solo a «m ed io cres con tem p orán eos». D e m a­ nera que, p ara el establecim iento del texto, se cuenta con d os fuentes: la prim era y principal, las cartas p u blicad as en la ed i­ ción de las Opera posthuma (OP) / Nagelate Schrifien (NSj (1677); la segunda, algunas cartas autógrafas, b o rrad ores autógrafos, co p ias e im p resion es antiguas, cuyo conten ido -c u a n d o se trata de una d e las cartas recogid as en O P / N S - no siem pre coincide con el texto editado. S e g ú n su d e sc rip c ió n estricta, el ep isto lario sp in o zista consta hasta el m om en to de 8 8 cartas, 75 de las cu ales (42

6. M ás aún, en la m ayoría de las cartas editadas han sido suprim idos -se a por los editores, se a p or el propio S p in o z a- p asajes y referencias estric­ tam ente privados que no tuviesen un interés filosófico inm ediato (ver F. M ignini, Introduzione a Spinoza, Laterza, R om a, 1983, pp. 164-165). 7. En el siglo X V II, el in tercam b io epistolar cu m plía una función an á lo g a a la de las p u b licacion es científicas en los siglos X I X y X X ; era un m edio de difusión científica y de transm isión de investigaciones entre sab ios de lugares distan tes (cfr. G eb h ardt, C ., «T extgestaltun g», en Spin oza, Opera, H eidelb erg, 1925, Vol. IV , p. 368). En un artículo reciente, Pierre-Fran^ois M oreau sostiene q ue la investigación sob re el epistolario de Sp in oza in volucra un conjunto de pregun tas in dispen ­ sab le s p a ra su com pren sión : «¿cu ál es el estatus de aquellos a quien es las cartas van dirigidas?, ¿qu é es una carta en el siglo X V II? , ¿cuáles son los caracteres particulares de la escritura epistolar de Spin oza?..., ¿qu é nos dice él m ism o, en otras ob ras, acerca d e lo que diferen cia una carta de otros tipos de escritura?», y reseñ a tres caracteres com un es a todo intercam bio epistolar en la é p o c a clásica: «a. 1.a carta no siem pre e s un m ensaje entre solo d o s corresp on sales. C o n frecuencia, está destin ad a a un público m ás am plio. U n a carta e s leída (está destinada a ser leída) no solo por su destinatario oficial sino tam bién por otros... b. Se puede decir en las cartas - e n ciertas cartas, m ás e x actam e n te- lo que no se dice en un a o b ra im presa... c. L as cartas están h ech as para ser pu b licad as algún día... L as cartas de los eruditos form an parte de sus obras com pletas..., no se trata p a ra ellos de un intercam bio efím ero sino que la corresp on d en cia constituye un entero gén ero filosófico y literario» (P.-F. M oreau, «Sp in o za: lire la co rrespon dance», en Revuede Melaphysique et de Morale, n ° 1, en ero de 200 4 , pp. 4-8).

d e Sp in o za, 33 a Spinoza) fueron p u b licad as en la edición d e 1677 p re p arad a p or sus am igo s -e l cu id ad o d e la edición latina fue confiado a L. M eyer, m ientras que el de la versión h olan desa a H . G lazem ak er-, en tanto que el resto proviene d e otras fuentes8. L a últim a edición de las Opera realizada p or C ari G ebhardt (G) en 1925, incluye 86 cartas, a las que se añ adieron una carta a M eyer (X II A) descu bierta en 1975, y un texto d e je lle s catalogado com o carta X L V III A. A sim ism o se com pletaron la carta X L V III B -q u e con sta ah o ra de tres fuentes distintas9 que la aluden o tran scriben - y la carta X X X , que según el texto actualm ente establecido se com pon e de d o s fragm entos, solo uno de los cuales había sido editado por G ebhardt, en tanto que el otro proviene de una transcripción realizad a p or O lden bu rg en una carta a R obert M oray (6/10/1665)l0.

8. En 1802 C . G . Von M urr descubrió en la B ib lioteca de H an n over el original d e la carta X L V I a L eib n iz; en 1843 Tydem ann publicó la carta L X I X a L. V elthuysen; en 1847 V ictor C ousin reveló en sus Fragmenls philosophiques el texto de la carta X V a L. M eyer. En 1862 J . van V loten realizó un trabajo crítico sob re el cu erp o del epistolario que h ab ía servido de b ase p a ra la edición de 1677, descubierto en 1850 por el librero F. M uller en el orfanato m enonita de Am sterdam . U n a edición de 1876 realizada por G in sberg, Der Briefwechsel des Spino&¡ im Urtext, ya incluía 8 0 .cartas, en tanto que la edición de V loten / Land (1882-3) reunía un total de 84. En 1921, W. M eijer d escub rió la carta L U I y la pu b licó en el vol. 1 del Chronicon Spinozanum. O tras fueron h alladas en la Royal Society d e L on dres, en las o b ras de B oyle y de Leibniz, y en diversos archivos y b ibliotecas. Cfr. la «In trodu zion e» de Antonio D roetto a la edición italiana de la correspon den cia (Spinoza, Epistolario, E inaudi, Torm o, 1951, pp. 32-33). 9. U n libro postum o d e ja n Rieu wertsz -librero am igo y editor de Spino­ z a -; un pasaje de la segunda edición (1702) del Dictionnaire de Pierre Bayle; y un libro de viaje cuyo autor lleva el nom bre de H allm an (1704). 10¡ L a prim era edición com pleta -h asta h o y - de las 88 cartas que com ­ ponen el epistolario de Spin oza fue realizada en 1977 p o r F. Akkerm an y H. G. H ubbeling, Spinoza. Bricfwisseling, W ereldbibliotheek, A m sterdani. L os criterios p ara el establecim iento del texto se hallan en el trabajo de F. A kkerm an, «Vers une m eilleure édition de la correspon dan ce de Spino-

D el total, 5 0 cartas pertenecen a S p in o za y 38 a 12 corres­ p o n sa le s11; conform e al cotejo de O P y N S , 62 habrían sido red actad as originalm ente en latín y 26 en holandés (lengua en la que se escribía c o n je lle s, B lyenbergh, Van der M eer, Balling, H udd e, B oxel y Bouw m eester). N o siem pre h a p o d i­ do establecerse el id iom a original de las cartas publicadas en O P / N S, en los casos en los que no se cuenta tam bién con el texto autógrafo. Por consiguiente, de las 88 cartas que com ponen el epistolario de Spinoza, 75 (que incluyen la que vale com o in ü o d u c c ió n al Tratado Político) provienen exclusivam ente de la editioprinceps de 1677, en tanto que las 13 restantes fueron descubiertas entre 1802 y 1975; un total de 2 0 existen ad em ás com o autógrafas, 13 de las cuales (once en latín y dos en holandés) escritas por Spinoza. L a correspondencia se abre con una carta de O ldenburg de agosto de 1661 (cinco años después de la excom unión), en tanto que la última, escrita en el segundo sem estre de 1676, es de Spino­ za a «un am igo» (probablem entejarigjelles) y en ella se describe el contenido del Tratado político, que quedaría inconcluso por la muerte del filósofo el 21 de febrero de 1677. De m anera que el conjunto ab arca un arco de tiem po no m uy extenso, un total de quince años de la vida de Spinoza (o bien doce, si consideram os que no se conservan cartas de 1668, 1670 y 1672)u.

za?», en Revue international dephilosophie, n ° 119-120, 1!)77, pp. 4-25. 77. H. O ld en b u rg, (17) S. de V ries (1), W. van Blyenbergh (4), L. van Velthuysen (1), W. Leibniz (1),J . L. Fabritius ( l ) , J . J e l l e s (1), H. B oxel (3), É. W. von T sch im haus (5), G . H . Schuller ( 2 \ A. Burgh (1), N. Stensen (1), en tanto que no se con serva correspon den cia de L. M eyer, P. Balling, J . Bouw m eester, J . O stens, J . G . G raevius, J . van dcr M e e r ,J. H udde. 72. Para un análisis de las variantes textuales entre las distintas fuentes, cfr. ad em ás del artículo citado de Fokke Akkerm an, la excelente «Intro­ ducción » d e A tilano D om ín guez a su edición del epistolario spinozista (Spinoza, Correspondencia, A lianza, M adrid, 19Ü0, pp. 11-13).

La

f il o s o f ía b a jo i j \ r o s a

S p in o za había sido ex co m u lgad o de la com u n id ad ju d ía de A m sterdam el 27 de ju lio d e 1656; según los térm inos del herem, cuya acta se con serv a en el Libro dos Acordos da Nafam, d eb id o a las «horrendas herejías que p racticaba y en señ ab a» y a «lo s actos m onstruosos que com etió». N a d a del viejo m undo de pertenencia se registra en el epistolario. N i una referencia a U riel d a C osta (cuyo suicidio, cuan do el p equeñ o Baruch tenía nueve años, afectó vivam ente a la existencia ju d ía de A m ster­ dam ), ni a M enasseh ben Israel (rabino, escritor e im presor d e fundam ental im portancia en la v id a cultural sefardita de A m sterdam , y cuyo libro Esperanza de Israel conservaba Spinoza en su biblioteca), ni a su viejo m aestro Saúl L evi M orteira (a quien el relato biográfico de L u cas ad ju d ica un protagon ism o principal en la excom unión de su discípulo). T am p oco encon­ trarem os en las cartas d e S p in o za m ención a Ju a n de Prado, presuntam ente decisivo en la gestación del desvío herético que plasm ará en el sp in o zism o1*, él m ism o excom u lgad o y que - a diferencia de S p in o za- se retractó poco tiem po después. Se sabe p or docum entos de la Inquisición que Prado y S pin o za seguían

13. E sta tesis c lásica d e J u a n de P rad o (que, veinte a ñ o s m ay or, h ab ía lle g a d o a Á m ste rd a m h a c ia fin es de 1655) co m o c o rru p to r d e S p in o z a , fue so ste n id a, entre o tro s, p o r C a ri G e b h a rd t y p o r 1. S. R é v ah en d ifere n te s trab a jo s. Sin e m b a rg o , h a sid o rela tiv iza d a p o r Y irm iah u Yovel (cfr. Spinoza an d olher heretics, Prin ceton U n iversity Press, 1989) y recientem ente in vertida p o r un estud io de Wim K lever («S p in o z a “ c o rru p to r” de P rad o o la teo ría de G e b h a rd t y R évah in v e rtid a», en A. D o m ín g u e z, c o m p ., Spinoza y E sp añ a, E d icio n e s de la U n iv e rsid a d de C a stilla -L a M an ch a, 1994, p p . 217-227), quien so stie n e un a in fluen cia in telectual d e S p in o z a so b re P rad o a partir de u n a an álisis textual de la Epístola invectiva de O r o b io d e C a stro (diferen te, n atu ralm en te, del que h a b ía re a liz ad o R évah p a r a afir­ m a r lo con trario ), y a d ju d ic a a Fran gís v a n d en E nd en el orig en de la h ere jía sp in o zista - s o b r e esto últim o h ab ía in sistid o a sim ism o T h eu n d e V ries en un p e q u e ñ o lib ro d e 1970 (Baruch Spinoza. M it Selbstzeugnissen und Bilddokumenten, R ow oh lt, H am b u rg ).

frecuentándose y conversando de filosofía después de la ruptura con la Sinagoga, por lo que es posible incluso im aginar que una relación epistolar entre am bos hubiera sido natural. N i una p alab ra dice la corresp on den cia sobre Van den Enden, viejo latinista libertario que m urió colgad o en la Bastilla p or con sp irar contra Luis X IV en 1674, cuya escuela de libre p en sam ien to - a la que concurrieron Spin oza, G lazem aker, M eyer y o tros- fue un laboratorio intelectual, artístico y político d e enorm e im portancia p ara los jó v e n e s ilustrados de Amsterd a m . N a d a s o b r e su a m i g o j a n d e Witt, ni sobre l o s h e r m a n o s Jo h a n n e s y A driaen K o erb ag h 14 - a los que presum iblem ente habría con ocido tam bién en casa de Van den E n d en -, ni sobre Isaac L a Peyrére15 -c u y o libro sob re los pread am itas tenía en

74. En 1668 A driaen pub lica un panfleto anticlerical llam ad o Jard ín de todas las dulzuras sin ninguna pena, en el que den un cia los sinsentidos teológicos sob re la Trinidad y la hostia, den un cia com o idolátrico el culto protestante de la Biblia y em p ren d e una deconstrucción de la E scritura en térm inos m uy sem ejan tes a los de S p in o za en el TT P. Es puesto en prisión -al igual que su h erm an o jo h an n e s-, d on de m uere de agotam ien to en 1669. (Sobre los av atares d e los h erm an os K oerbagh , ver A m i Bougan im , «L ib ertaires et libertins», en Le testament de Spinoza, É ditions du N adir, París, 2000, pp. 291-294). 75. Segú n R ichard Popkin, «el m ay o r h erético antes de Sp in o z a». D e origen calvin ista, Isaa c L a Peyrére fue am ig o d e M en asseh ben Israel y llegó a Á m sterdam poco s m eses antes d e la excom un ión de Spinoza. M uy posib lem en te se con ocieron p o r en ton ces. L a Peyrére fue un p e rso n aje clav e del am bien te m ilenarista, y sostu vo que el centro del plan divino de la h istoria no re cae so b re los ju d ío s ni sob re los cristianos sino sob re los m arranos. En su libro Prae-Adamitae establece un m étodo h erético d e interpretación b íb lica, de sen tido m ilenarista, y sostien e que A d án no es el prim er h om b re sino el prim er ju d ío , afir­ m an d o la e xiste n cia d e h om b res p re ad á m ic o s. (Cfr. R ichard Popkin, «T h e M arran o theology o f Isaac L a P eyrére», en Sludi Inlernazionali di Filosofía, n ° 5, 1973; tam bién su Isaac L a Peyrere (7596-7676), Brill, Leid en , 1987, y su en say o «E l m ilen arism o del siglo X V I I » , en Malcom Bull, co m p ., L a teoría del apocalipsis y los fines del mundo, Fondo de C u ltu ra E co n óm ica, M éxico , 1998, pp . 133-157. P ara la relación entre Sp in o z a y L a Peyrére, v e r Y irm iah u Yovel, Spinoza, el marrano de la razón, A n ay a & M uchnik, M adrid, 1995, pp. 97-100).

su biblioteca-, ni sobre Saint-É vrem ond, con quien se h abría encon trado m ás de u n a vez en Voorburg. N ad a sobre la gran conm oción sabbataísta. N ada, en fin - a excepción de alguna elíptica alusión a la gu erra entre Inglaterra y H olan d a en la corresp on den cia con O ld en b u rg (carta X X X I I ) - dice Sp in o za en sus cartas con serv ad as sob re los gran des acontecim ientos políticos de su tiem po. ¿H ay un epistolario p erd id o - o d estru id o - de S p in o za? C u e sta p o co im ag in ar la ex isten cia de un in tercam bio no científico, ni público, ni destin ad o a la edición, y que no reúne los requisitos de la com u n icación erudita en el siglo X V I I antes señalados. N in gu n a p receptiva de prudencia, a no ser la destrucción d e la prueba, p o d ría resultar eficaz respecto a una im aginaria corresp on den cia con A driaen K oerbagh o Frangís van den Enden. En cuanto al intercam bio de id eas filosóficas y científicas que form an su epistolario transm itido, S p in o za sellab a sus cartas con un lacre en el que con staba el em b lem a d e u n a ro sa y el ad verb io caute. De las trece cartas autógrafas, cuatro tienen aún, en distinto estado de conservación, el sello de Sp in o zalh. En un trabajo clási­ co sobre el significado del em blem a, C ari G ebhardt17identificaba en la rosa un «sím bolo parlante»: la rosa con su espina «no puede tener otro significado que spinosa». Este s ig n ific a d o e n re la c ió n con la consigna caute inscripta en la b ase del sello, redundaría en lo siguiente: «C aute, quia spinosa - C áv ete Spinosam ». Esta adm onición («con cautela, porque tiene espinas -p u esto que es espinosa») estaría dirigida a los destinatarios de las cartas com o advertencia de que lo que allí se confía puede causar daño a quienes se acercan sin prudencia y sin d eseo de verdad, atraídos solo por curiosidad o voluntad de polém ica. L a rosa querría

16. 1.a carta X X X I I a O ld en b u rg; la carta X L I X a G raeviu s; la carta X L V I a L eibniz y la carta L X X I I a Schuller. 77. G ebhardt, C ., «D as Siegel C A U T E », en Chronicum Spinozanum, IV , 1924-26.

significar el elem ento de peligro inherente a la filosofía cuando esta solo es b u scad a p or su novedad, com o a la rosa que atrae por su fragancia son inherentes sus espinas. Por lo que la p alabra caute expresaría según G ebhardt la necesaria m ediación entre los lectores, sus am igos y destinatarios en general, y el carácter revolucionario de la filosofía propuesta. C on tra esta interpretación, Filippo M ignini"1h a sosten ido que «la cautela en com unicarlas [las ideas] no nace del tem or de p eiju d ic ar con ellas a otros, sino del peligro que in cum be a quienes las transm iten: s u c u m b ir al odio de los que no pueden o no quieren c o m p re n d e r»19. El peligro del que se trata no es inherente a la filosofía -e n la óptica spinozista la verd ad era filosofía no p o d ría n u n ca ser p eligrosa en sí m ism a ni p o d ría requerir prud en cia-, sino a las condiciones de su com unicación; se p recisa m antener, p o r tanto, las id eas sub rosa o sub silentio p ara evitar u n a inútil exp osición al odio, las controversias y la persecución. Según perm ite constatar la am pliación fotográfica del sello, la ro sa consta de d o s y p robablem en te tres pim pollos -co n ju n to que alud iría a la generación y el m architam iento de los se re s-, m ucho m ás evidentes que las d o s esp in as que, con algu n a d u da, p ueden advertirse en la base. M ignini vincula el em b lem a a la brev ed ad de la vid a h um ana y la fugacidad d e las co sas terrenas (que p o r lo d em ás era el significado corriente de la ro sa en la literatura em blem ática del siglo X V II), relegando la im portan cia d e las espinas y n egan do un a ad ju d icación de su sím bolo al carácter d e la filosofía com un icada. El sentido d e la p alab ra caute en el sello de Spin o za, por tanto, encon traría su ad ecu ad a interpretación en la conclusión del Tratado breve. T a n so lo m e re sta , p a r a te r m in a r t o d o e sto , d e c ir a los a m i­ g o s p a r a los q u e e sc rib o este tr a ta d o : n o o s a d m ir é is d e e sta s

18. M ignini, F., «II sigillo di Sp in o z a», en L a cultura, 19, 1981, pp. 352-381. 19. I b i d p. 366.

n o v e d a d e s, y a q u e b ien s a b é is q u e u n a c o s a n o d e ja d e se r v e r d a d p o r q u e n o e s a c e p t a d a p o r m u c h o s. Y, c o m o v o so tro s ta m p o c o ig n o r á is la c o n d ic ió n d el sig lo e n q u e v iv im o s, os q u ie r o r o g a r m u y e n c a r e c id a m e n te q u e p o n g á is c u id a d o en n o c o m u n ic a r e sta s c o s a s a o tro s. N o q u ie ro d e c ir q u e d e b á is re te n e rla s e x c lu siv a m e n te p a r a v o so tro s, sin o tan so lo q u e , si a lg u n a vez c o m e n z á is a c o m u n ic a r la s a a lg u ie n , q u e n o o s g u íe n in g ú n o tro o b je tiv o q u e la s o la sa lv a c ió n d e v u e stro p r ó jim o , c o n la p le n a s e g u r id a d d e q u e n o h a d e d e fr a u d a r o s la r e c o m p e n s a d e v u e stro tra b a jo .- " O ld e n b u r g y l a R

oyal

S o c ie t y

En la p ortad a corresp on dien te al Epistolario im preso en 1677, los editores escribieron: Epistolae / Doctorum Quorundam Virorum / A d / B. d. S. / E l Auctoris / Responsiones; / A d aliorum ejus Operum elucidationem non parum facientes1'. En efecto, las cartas de Spin o za - a excep ción d e un a a B ouw m eester (carta X X V I II ) y otra a je l le s (carta X L IV ), a quienes escribe p or p ro p ia in iciativ a- tienen carácter de respuesta a cuestiones que alguien le plantea. Prácticam ente no encon trarem os en ellas la introducción d e tem as o argum entos motu proprio, ni algo com o una pretensión de d ecir abiertam ente co sas que p o r p ru d en cia se evita decir en las ob ras, según era usual en la é p o c a clásica (entre otras c o sas p or el carácter postum o de la m ay or parte de sus libros, o la publicación an ó n im a en el caso del Tratado teológico-político). N ad a que indique una revisión de ideas, ninguna en m ien d a de lo y a p en sad o ; casi siem pre se trata de u n a «d ilucid ación » de las tesis y p roblem as expuestos sistem áticam ente en los libros m ayores, a no ser argum entos

20. Spin oza, Tratado breve, versión de A tilano D om ínguez, A lianza, M adrid, 1990, pp. KÍ7-168. 21. «C a rta s de algun os varon es doctos a B. de S. y las respu estas del autor, que contribuyen no p o c o a la dilucidación d e sus otras ob ras».

de carácter científico: la discusión sobre quím ica con Boyle, referencias a p rob lem as de óptica o a tem as m atem áticos, que no rem iten directam ente a su ob ra filosófica. L a corresp on den cia m ás exten sa de S p in o za fue la que m antuvo con H enry O ld en bu rg (1620-1677P, teólogo oriundo de Brem en, que llegó a Londres com o agente diplom ático co­ m isionado por el C on sejo de su ciudad natal p ara obtener de O livier Cronw ell garantías de que se respetaría la neutralidad de su país en caso de una guerra entre Inglaterra y los Países B a jo s . C o n c l u i d a su m is ió n , p e r m a n e c ió e n L o n d r e s , d o n d e

poco tiem po después entró en el círculo de R obert Boyle; de allí surgiría la British Royal Society, de la que fue secretario cuando se oficializó en 1662 y responsable de los Philosophical Transactions. Probablem ente O ld en burg h aya tenido las prim eras noticias de Spinoza en 1655 cuando conoció en L ondres a M enasseh ben Israel. El influyente rabino de A m sterdam había viajado a Inglaterra p ara convencer a Cronw ell de aceptar el retom o de ju d íos a la isla, en el m arco de un entusiasm o m ilenarista del que participaron m uchos m iem bros de la Sociedad R eal, entre ellos el propio O ldenburg^1. Tal vez h aya tenido tam bién noticias del ju d ío que pulía lentes a través de Christian H uygens, con quien en esos años O ldenburg m antenía una (luida relación. O a través de Peter Serrarius, que tendrá un decisivo protagonism o en el intercam bio de Spin oza con el círculo de Londres. L o cierto es que en 1661 O ld en burg viajó a A m sterdam , quiso conocer al filósofo y, probablem ente por m ediación de J a n C occejus (profesor de la U niversidad de Leiden y am igo de Spinoza), lo

22. 28 cartas en total (17 de O ld e n b u rg y 11 de Spin oza, que se suce­ dieron entre agosto de 1661 y febrero d e 1676, es decir exactam en te un año antes d e la m uerte del filósofo). 23. Para las relacion es entre O ld en b u rg, M enasseh ben Israel y Pe­ ter Serrarius, ver el trab ajo d e R ichard Popkin, «U n autre Sp in o za», Archives de philosophie, n °4 8 , lí)85, pp 37-57, don d e su autor sugiere la extrañ a h ipótesis d e un Sp in o za m ilenarista y segu id o r secreto de Sab b atai Zevi.

visitó en su casa de RijnsburgfJ. Poco tiem po después de ese encuentro, se inicia la correspondencia entre am bos. N o carece de im portancia que la prim era carta de Spinoza a O ldenburg -y por tanto su correspondencia en general- com ien­ ce con una invocación de am istad, com o si con ello se buscara establecer el m arco im prescindible dentro del cual pueden p rosperar la filosofía y la libertas philosophandi. Lo grata que es para mí su amistad -escribe Spinoza a quien había conocido apenas unos meses antes-, podría juzgado usted mismo [...] es no poco orgullo de mi parte atreverme a entablar amistad con usted, sobre todo cuando pienso que entre los amigos todas las cosas, especialmente las espirituales, deben ser comunes2:> [...] no puedo tener ningún inconveniente en entablar la íntima amistad que usted me ofrece decididamente (carta II). A sim ism o, la prim era carta a Blyenbergh -co n quien el inter­ cam bio se m alograría pocos m eses después por la im pertinencia y el prejuicio reactivo con que este com erciante de granos de D ordrecht, ortodoxo calvinista, quiere im pugnar las reflexiones

24. Sob re la relación de Spinoza y O lden burg ver D ujovne, L., Spinoza. Su vida, su época, su obra, su influencia, U n iversidad de Buen os Aires, 1941-45, vol. I, pp. 159-164. 25. L a frase « amicorum omnia... debere esse communia» (que S p in o za repite en la carta X L IV a ja r i g j e l l e s , atrib u y én d ola a Tales) recoge un a larga tradición proceden te del m undo g riego. Y a T im e o (cfr. Diog e n e s L ae rcio , Vitaphilosophorum, V III, 10) ad ju d ic a b a a P itágoras la m á x im a según la cual «lo s am ig o s tienen todo en com ú n » (koiná tá ton philon). A ristóteles alu de a ella dos veces en la Ethica Endemia (1237b 30-35 y 1238a 15-20), y e s re to m ad a en los Adelphoe de M en and ro (C .A .F. III, 9), y en los Adelphoe de Terencio (« nam vetu’ verbum hoc quidemst, communia esse amicorum ínter se omnia», 803N4), au tor que S p in o z a con ocía bien y alg u n as d e cu y as o b ra s h ab ía rep resen tad o en c a sa de Van den E nden. T ran sm itida tam bién al m un do latino p o r C iceró n [De Legibus, I y Laelius, X V I I , 61) y p or S é n e c a en las Epistulae a d Lucilium, d o n d e refiere al tópico pitagó rico en reiteradas o c asio n e s (carta V I, carta X L V III, etc.).

del filósofo en tom o al problem a del mal-’6- sienta la gran espe­ ranza spinozista de una filosofía en la am istad: ... en lo que a mí atañe, entre todas las cosas que 110 están en mi poder, nada estimo más que entablar am istad con hom ­ bres que am an sinceramente la verdad; pues creo que entre las cosas que no están en nuestro poder, nada absolutam ente podem os am ar en el m undo con mayor tranquilidad que a tales hom bres (carta X IX ). E ste m o tiv o , que recorre el s p in o z is m o en su filig ra n a , alcan­ za un estatuto teórico significativo en la parte IV -c o n sid e rad a com o la «parte política» - de la Etica, esto es la parte destin ada al estudio de la esclavitud hum an a o la fuerza de los afectos; en cuanto form a de relación p ro p ia de los h om bres libres, la am istad es el con cep to que p rep ara el tránsito h acia la parte V y últim a acerca d e la poten cia del entendim iento o de la libertad hum ana. A sí, «un hom bre libre p rocu ra unirse a los d em ás h om bres por am istad » (E, IV , 70); «S o lo los hom bres libres son m uy útiles unos a otros y solo ellos están unidos entre sí p or la m ás estrecha am istad » (E, IV , 71), etc.27 En 1661, añ o de la entrevista y del com ienzo del epistolario con O ldenburg, y a h ab ía sido escrito el Tratado de la reforma..i1*

26. «... usted - le escribirá S p in o z a- m e ha m ostrado que el fundam ento sob re el cual tenía la intención d e edificar n uestra am istad, no h abía sido ech ado co m o yo p e n sab a» (carta X X III). 27. So b re el tem a d e la am istad en Spin oza, rem ito a mi libro L a cau­ tela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza, A d rian a H id algo, Buen os A ires, 2001, pp. (i 1-84. 28. C on tra una tradición filológica unánim e, Filippo M ignini («Per la datazion e e l’interpretazione del Tractatus de intellectus emendazione di Sp in o za», en L a cultura, n ° 17, 1979, pp. 87- 160) sostuvo la an terioridad del T R E respecto al T B y, en otros trabajos (cfr. Introduzione a Spinoza, cit., pp. 41 y ss.), pro p u so que la m ención de Sp in oza al final d e la C arta V I a O ld en b u rg -q u e data probablem ente de diciem bre de 1661 («... sobre este asunto, y tam bién sobre la R efo rm a del Entendim iento, he com pu esto todo un op ú scu lo en cuya redacción y corrección me

y, probablem en te, tam bién el Tratado breve*''. En la prim era carta, quien ib a a ser el secretario de la Royal Society com ienza m en cion an d o el «reciente» encuentro entre am bos, en el que tuvo lugar «u n a conversación sob re D ios, sobre la E xtensión y el Pensam iento infinitos, sobre la diferen cia y la concordancia de sus atributos, sobre el m od o de la unión del alm a con el cuerpo y ad em ás sobre los Principios de la filosofía cartesiana y baco n ian a». Y a continuación solicita al filósofo aclaración acerca de esas m ism as cuestiones. Este repertorio tem ático d e m arca el prim er contenido filosófico de la correspon den cia -q u e, com o verem os, será accidentada, interrum pida y acabará p o r revelar la distancia real entre am b o s tras la publicación del Tratado teológico -político-, cuyo exam en se desarrolla en las cinco p rim eras cartas, y sobre la b ase de un a sep arata red actad a more geométrico que Spin o za adjunta a su prim era respuesta (carta II). O ld en burg, cuyas objeciones son con sid erad as y resp on d idas un a a u n a p or Spinoza, no se d a sin em b argo por satisfecho y plan tea la cuestión últim a: «m ien tras no m e sea evidente por m edio de qué cau sa y de qué m odo han em p ezad o a ser las co sas y p or m edio de qué lazo, si es que tal existe, dependen de la cau sa prim era, todo lo que o iga y lea m e p arecerá un fárrago confuso» (carta V). C o m o respuesta a esta cuestión, Sp in o za anuncia a su correspon sal haber com puesto el «inteo cu p o ah o ra...»)- refiere al T B y no al T R E . L a datación propuesta por M ignini ha sid o por lo general posteriorm en te aceptad a. En esa línea, según un convincente trabajo filológico («II Satyricon di Fetronio e la datazione della Grammalica Ebraica Sp in ozian a», en Studia Spinozana, n ° 5, 1989, pp. 253-272), O m e ro Proietti ha m ostrad o que, no obstante la p rofu sa utilización de Terencio en la o b ra d e Spin oza, este se halla ausente en el T R E . D ad o que Sp in o za h ab ía tom ado parte en las re­ presen tacion es de las co m ed ias de Terencio organ izadas p o r Van den Enden en l(j.57-58, esta au sen cia es cuanto m en os enigm ática, por lo que Proietti con jetura que el T R E d eb ió h aber sido redactado antes, entre 1(555 y 1(>57. 29. En efecto, según el pasaje de la carta V I citado, S p in o za se o cu p a h acia fines de I(i(i 1 de la «redacción y corrección » d e un opúsculo «y a com pu esto».

grum opusculum» -p ro b ab lem en te el Tratado breve-, que no se decid e a publicar p ara no ser atacad o con el «acostu m b rad o od io » d e los te ó lo g o s1'1. L a segu n d a tem ática del epistolario con O ld en b u rg está d o m in ad a p or la figura de R obert B o y le*1 (con quien Sp in o za no tuvo correp on den cia directa), cuyos trabajos de ciencia e x ­ perim ental son presentados com o el fruto m ás sobresaliente de

30. V a r io s m e s e s m á s t a r d e O l d e n b u r g s o li c it a a S p i n o z a q u e le e n v íe

un resum en de ese texto («si hay algo... que le im p id a la publicación de e sa o b ra, le ruego encarecidam en te que no le d esag rad e enviarm e un resum en d e ella p o r carta»), co sa que S p in o za reh úsa hacer con un enigm ático argum ento: a instancias de algunos «am igo s» publicará prim ero la exposición sob re los Principios de la filosofía de Descartes, con el p ropósito de suscitar en «algu n as perso n as entre las que ocupan las posicion es prin cipales d e mi patria» (probable alusión a los h erm anos de Witt) el d eseo de «v e r las c o sas que he escrito y que recon ozco m ías y, p o r tanto, procurarán que p u e d a p ub licarlas sin ningún peligro de inconvenientes con el orden legal». Solo entonces p o d rá acced er O l­ den b u rg al «tratado m ism o im preso o un com p en d io de él». En tanto, Sp in o za le ofrece so lo «u n o o dos ejem p lares» d e los Principios... que se hallaban en pren sa (carta X III). 31. R ob ert B oyle (1627-1691) nació en L ism o re, Irlan da, estudió en G in e b ra y finalm ente se estableció en L o n d res, d on d e fue uno de los m iem b ros fu n dad ores de la So cie d ad R eal. E s con siderad o un e x p o ­ nente de la investigación b a sa d a en los m éto d os científicos m odern os fu n d ad os en la o b servación y los exp erim en tos verificables en los laboratorios. Fue el prim er quím ico que aisló un gas. Perfeccionó la b o m b a de aire y su s estudios lo con dujeron a form ular, independien ­ tem ente de su co le ga francés E dm é M ariotte, la ley de física con ocida hoy com o «ley de Boyle-M ariotte». En el cam p o d e la quím ica, observó que el aire se con sum e en el proceso de com bustión y que los m etales ganan p e so cuan d o se oxidan . Form uló una teoría atóm ica de la m a­ teria b asán d o se en experim en tos de laboratorio. R echazó las form as sustan ciales aristotélicas asi com o la explicación escolástica m ediante «cu a lid ad e s ocu ltas», y las sustituyó p o r la e xplicación puram ente m ecán ica. P ropuso que partículas dim inutas de m ateria prim aria se com binan de diversas m aneras p ara form ar lo que él llam ó corpúsculos, y que todos los fenóm enos observables son el resultado del m ovim iento y estructura de los corpúsculos.

la investigación realizada por el círculo científico de Londres. E n 1661 ap arece la edición de Certain pkysiological essays, cuya publicación había sido anunciada por O ldenburg en la carta I. Puesto que la traducción latina “ d e este texto es varios años posterior y Spin o za no leía inglés, p robablem en te no recibió el libro, com o dice, sino un m anuscrito latino o las p ruebas de g ale ra d e la edición latina31. S p in o za escribe un a carta m inu­ cio sa y exten sa (la m ás larga de tod a la correspondencia) con o b servacion es sobre la naturaleza del nitro, los fluidos y los sólidos según el tratam iento de Boyle (carta VI), cuya respuesta v a g a y en el estilo indirecto de O ld en b u rg (carta X I) p rovo ca su com entario m ordaz: ... a g r a d e z c o m u c h o al e r u d itísim o s e ñ o r B oy le p o r h a b e rse d ig n a d o a c o n te s ta r m is o b s e r v a c io n e s , a u n q u e d e p a s o y a c a s o in c id e n ta lm e n te . E n v e r d a d , c o n fie so q u e n o so n tan im p o r ta n te s c o m o p a r a q u e el e ru d ito s e ñ o r B oy le p ie r d a en c o n te sta rla s el tie m p o q u e p u e d a d e d ic a r a m e d ita c io n e s m á s a lta s (c a r ta X I I I ).

U n tercer m om ento de la correspondencia con O ldenburg es el que se extiende entre abril y diciem bre de 1665 (siete cartas, cuatro de O ldenburg y tres de Spinoza), tras casi d ie­ ciocho m e s e s d e silencio m u tu o . Puesto q u e e n e n e r o de ese año h abía sido declarada la guerra entre Inglaterra y H olanda, el intercam bio epistolar y el envío de libros se vuelve difícil y peligroso34, y se realiza a través del enigm ático Serrarius33 (ver

32. Tentamina qu.aed.am physiologica cum historia Jluidilatis et firm italis ex Anglico sermone translata, A m sterdam , 1(j67. 33. Cfr. H ub b elin g, H . G ., Spinoza, H erder, B arcelon a, 1981, p. 67. 34. D e hecho, O ld en b u rg fue en carcelado durante varios m eses en 1667, acu sad o de traficar inform ación al extranjero. 35. Peter Serrarius (1600-1669) n ació en L on d res y, según Popkin, h acia 1660 e ra uno de los m ás g ran d es m ilenaristas europeos. Siem pre p róxim o a diversos gru p o s disidentes y sectas h eterod oxas, escribió opú scu lo s m ísticos y publicó la o b ra de Tauler. E stab a ligado a la

cartas X X V , X X V I y X X X I). En este conjunto epistolar hay alusiones a la gu erra y sus efectos sobre el trabajo científico1'1 (algunos m iem bros de la Royal Sodety se trasladan a O x fo rd ju n to al Rey), p asajes sob re ó p tica '7, y la prim era referencia de S p in o za al Tratado teológico-político'*. C om o al descuido, en el últim o párrafo de la últim a carta antes d e los diez años en los que no habrá correspondencia entre am bos, O ld en burg quiere confirm ar un «rum or»: P ero p a s o a la p o lítica. E n b o c a d e to d o s c o rre a q u í el ru m o r d e q u e los israe litas, q u e h an e s ta d o d isp e rso s d u ra n te m á s d e d o s m il irnos, re to rn a n a su p a tria . P o cos, en este lugar, lo cre e n , p e ro m u c h o s lo d e se an . I/> q u e u ste d o ig a y o p in e so b re e sta cu estión , c o m u n íq u e se lo a su a m ig o ... A n h e lo s a b e r lo q u e los ju d ío s d e A m ste rd a m h an o íd o d e este a su n to y c ó m o les h a a fe c ta d o tan im jx jrta n te a n u n c io q u e , si fu e ra v e rd a d e ro , p a r e c e r ía d e te r m i­ n a r c ie rta m e n te en el m u n d o un c a ta c lism o d e to d a s las c o sa s [rerum omaium ia Mundo Catastrophen) (c arta X X X I I i ) .

O ld en bu rg obtiene diez añ o s de silencio com o única res­ puesta. Ni una p alab ra de Spin o za, en ninguna parte, sob re la aventura sab bataísta y la fiebre m esián ica que se ap o d e ró de

com u n idad ju d ía d e A m sterdam y p u d o h ab er entrado en contacto con Sp in o za a través de M en asseh ben Israel, o bien en los círculos colegiad o s que frecuentaba, tras la excom un ión del filósofo. 36. C artas X X I X - X X X I I I . 37. C artas X X V I y X X X I I . 38. «C o m p o n g o ah ora un tratado so b re m i interpretación de la E scri­ tura. M e m ueven a h acer esto: l u L o s prejuicios d e los teólogos; pues sé que im piden so b rem an era que los h om b res p uedan d ed icar su espíritu a la filosofía; p or consiguiente, m e ocu po activam ente de descubrirlos y de extirparlos de las m en tes de los m ás inteligentes; 2 o la opinión que el vulgo tiene de m í, que no cesa de acu sarm e de ateísm o...; 3 o la libertad d e filosofar y de decir lo que p en sam o s, quiero defenderla en toda form a, porque aq u í está suprim id a d e todos los m o d o s por la excesiv a au toridad y petu lan cia de los p re d icad o res» (carta X X X , septiem bre u octubre d e 1(>(>5).

la com u n id ad ju d ía am stelod an a durante 1665, luego de que Natán de G a z a proclam ó que Sabattai Zeví era el m esías. Todo acab aría p o co s m eses m ás tarde -e n septiem bre de 1666- con la ap ostasía de Sabb atai ante el Sultán M eh em ed IV en Adrinópolis. Pero en tanto, ... h u b o e n la c iu d a d d e A m ste rd a m u n a g r a n a g ita c ió n y u n g r a n tem b lo r. T o d o s se e n tr e g a r o n a g r a n d e s fe ste jo s, g o lp e a n d o p a n d e r e ta s y b a ila n d o p o r la s calle s. L o s ro llo s d e la T o r a fu e ro n s a c a d o s del A r c a [p a r a u n a p ro c e sió n | co n su s m á s h e r m o s o s o r n a m e n to s , sin te m o r al p e lig r o d e d e s p e r ta r u n se n tim ie n to d e e n v id ia o d e o d io e n tre los ge n tile s. M u y al c o n tr a r io , a n u n c ia r o n p ú b lic a m e n te [las n o tic ias] e in fo r m a ­ ro n d e ellas a los g e n tile s.1'1

Seguram ente Spinoza con tem p laba el jo lg o rio sefardita sin reír, deplorar ni detestar; sin tam poco considerar que se trataba d e los ultimi barbarorum. Seguram ente tam bién todo lo que ese m ism o año h ab ía com en zado a escribir sobre el m esianism o antiguo en el T T P era un elíptico relato de actualidad, el cu ar­ to m otivo (no d eclarad o en la carta X X X ) que lo «m ueve» a redactar «un tratado sob re mi interpretación de la Escritura». Tal vez. L o cierto es que la correspon den cia con O ld en bu rg no se reinicia hasta ju n io de 1675, cu an d o del fulgor sab bataísta solo habían q u edado las cenizas. L as diez cartas conservadas de este intercam bio últim o (seis d e O ldenburg, cuatro de Spinoza) tienen por tem a excluyente la discusión del T T P. A p en as recibe la obra, el secretario de B rem en considera que contiene un «perjuicio p ara la Religión» p orqu e la confunde con las pautas de «el vulgo de los teólogos

39. Ja c o b Sasp ortas, citado p or G abriel A lbiac en L a Sinagoga vacía, H iperión, M adrid, 1987, p. 34. Sob re el sabbataísm o, ver de G erschom Sch olem el libro clásico sob re Sabbatai Sevi. The Myslical Messiah 1626­ 1676, L on dres, 1973, y L as grandes tendencias de la mística judía, Fondo de C ultura E con óm ica, Buen os A ires, 1993, pp. 235-2 3.

y las fórm ulas confesionales acep tad as». Sin em bargo, dice h ab er reexam in ad o el texto y h ab er encon trado que consolida «el genuino fin de la Religión Cristiana». U n a vez más, invita a Spinoza a confiarle sus ideas prom etiendo no revelarlas «a ningún m ortal» (carta L X I); el tono, no obstante, es otro, y la anterior insistencia en que S p in o za publique sus escritos p or el bien de la R epública de las Letras, se transform a en una recom endación d e no p ublicar n ad a «que p arezca debilitar de algún m o d o la práctica d e la virtud religiosa» (carta L X II). S p in o za resp on d e que decidió desistir d e la publicación de la Ética p or el rum or d esatad o , ante su inm inencia, por los teólogos, a los que se sum an esta vez «algu n o s cartesianos n ecio s»; en tanto que, escribe, «le agradezco sum am ente su am istosísim a advertencia, sobre la cual deseo, sin em bargo, una explicación m ás am plia, para saber cuáles cree usted que son esas doctrinas que parecen debilitar la práctica de la virtud religiosa» (carta L X V III)40. A partir de este punto todo se precipita en el m alentendido o el d esacuerdo. Presentando objeciones com o si estuviera transm itiendo cuestionam ientos de «los lectores», de la «m ay o ría», de «casi todos los cristianos», o sim plem ente de «m u ch os», O ld en b u rg m anifiesta sus p rop ias p erp lejidades: la confusión de D ios y la N aturaleza, la supresión de la autoridad, la negación de los m ilagros, la am enaza de la figura d ejesu cristo com o redentor y m ediador, y de su encarn ación (carta L X X I),

40. Esta sim ulación de ign oran cia es el m ism o recurso que h abía em p lead o d o s añ o s antes p ara rech azar la oferta de un a cátedra uni­ versitaria en H eid elb erg que el Profesor Fabritius le ofrecía en nom bre del E lector Palatino, advirtien do que tendría una «am p lísim a libertad de filosofar» y que el E lector «con fía en que no ab u sará de ella p ara p erturbar la religión públicam en te establecida». Allí tam bién, Spin oza ad u ce que «ign oro dentro de qué lím ites deb e encerrarse esta libertad de filosofar, p a ra que no parezca que quiero perturbar la religión» (cartas X L V II y X L V III). (Sobre el rechazo spinozista de la cátedra en H eidelb erg y un análisis del intercam bio con Fabritius, ver Cristofolini, P , « L a cattedra av velen ata», en L a scienza intuitiva di Spinoza, M orano, N apoli, 15)87, pp 107-117.)

así com o -reproducien d o el núcleo de la condena teológica del sp in o zism o- la presunta im posibilidad de la culpa, el castigo y, en el límite, de la m oral. En efecto, escribe, «p arecería que usted afirm ara la necesidad fatal de todas las cosas y acciones; pero adm itido y aseverad o eso, piensan [sus lectores], se cortan los nervios de todas las leyes, de toda virtud y religión y son inútiles todas las recom pen sas y castigos. Todo lo que com pele o im plica n ecesidad, piensan los m ism os, excusa, y, p o r con ­ siguiente, consideran que nadie sería inexcusable ante D ios. Si som os im pelidos por el destino, y todas las cosas, guiadas p or una m an o dura, siguen un curso indefinido e inevitable, tam poco alcanzan a com pren der ellos cuál es el lugar de la culpa y de los castigos» (carta L X X IV ). Sp in o za se detiene en c ad a una de las objeciones pero la distancia se ha revelado in salvable: «Si m is opiniones han de ag rad ar a los cristianos que usted conoce, eso p o d rá saberlo usted m ejor que yo». M ás aún, las últim as cartas parecieran afectar retroactivam ente la entera correspon den cia y m ostrar que, en b u en a parte, estuvo in m ersa en el m alentendido. «Veo finalm ente -escrib e S p in o za- qué era lo que m e p edía usted que no publicara; pero com o eso m ism o es el fundam ento principal de todo lo que contiene el T ratado [la Eticc\ que d estin aba a la publicación, quiero explicarle aquí, en p ocas p alabras, de qué m an era afirm o la fatal necesidad de tod as las cosas y accion es» (carta L X X V ). E

l c ír c u l o d e

A m ster d a m

El segundo correspon sal de Spin o za en orden cronológico es Sim ón de Vries (1633/4-1667), tal vez su am igo m ás cercano. D e él tenem os noticias por los antiguos relatos de C oleru s y L u cas41 sobre la vid a d e Spinoza. E ra un rico com erciante que

41. Ambos cuentan la misma historia: De Vries le ofreció una pensión de 2000 florines, que fue rechazada por Spinoza; a su muerte quiso hacerlo heredero de sus bienes, a lo que el filósofo respondió que dicha herencia

perten ecía a u n a aco m o d ad a fam ilia am stelod an a, interesado p or la filosofía y la teología, y m iem bro principal del círculo sp in ocian o de A m sterdam . Su única carta narra el m od o de funcionam iento de ese círculo de discusión de los m anuscritos d e Spin o za: c a d a uno de los m iem bros leía p o r turno uno de e so s escritos y lo ex p licab a; luego se an o taban las d u d as y se rem itían a su autor, «p a ra que nos lo aclare, si es posible, y p ara que así, b ajo su guía, p o d am o s d efen d er la v erd ad contra los supersticiosam ente religiosos y cristianos y resistir el ataque d e t o d o el m u n d o » (c a r ta V I I I ) . F o r m a b a n p a r t e del Collegium, ad e m ás D e V ries, A driaen K o erbagh , Ludow ijk M eyer, Pieter Balling, J a r ig J e lle s , Jo h a n n e s Bouw m eester, J a n Rieuw ertsz, entre otros. L a sed e de reunión p u d o h ab er sido la librería de Rieuw ertsz, editor liberal que publicó ob ras de D escartes, Balling, Je lle s, así com o los Principios de filosofía de Descartes, el Tratado teológico-polilico (anónim o y con falso pie de im prenta) y las Opera posthuma. L a m ayor parte de los escritos heterodoxos que circulaban p or los Países B ajo s en el siglo X V II salieron de su taller, uno de los m ás im portantes centros políticos de difusión del librepensam iento en E uropa. N o se ha conservado ninguna carta entre Spin o za y él.

no le correspon día a él sino a su h erm ano, Isaac de Vries, que vivía en Sch iedam . Sim ón d ejó finalmente la herencia a su herm ano a condición de que asign ara a Spin oza una pensión vitalicia de 500 florines, de los que este aceptó solo trescientos. C olerus refiere que tras la m uerte de Spin oza Isaac de V ries p agó al pintor Van der Spyck, último hospedero de Spinoza, la sum a que se deb ía (Joh an n es C olerus, «B reve, pero fide­ dign a biografía de Benedictus de Spin oza...», 1705, en Atilano D om ín­ guez, com p., Biografías de Spinoza, Alianza, M adrid, 1!)!)5, p. 114). Lucas agrega: «B ello ejem plo, que será poco secun dado, especialm ente por los eclesiásticos, áv id os del bien ajeno, y a que, ab usan d o de la debilidad d e los ancian os y de los devotos, a quienes em baucan, no solo aceptan sin escrúpulos sus herencias en perjuicio de sus legítim os herederos, sino que hasta acuden a la sugestión para conseguirlo. M as dejem os ya a esos tartufos y volvam os a nuestro filósofo» (Jean M axim ilien Lucas, «L a vida de Spin oza», 171S), en ibid., pp. 162-163).

L a correspon den cia con L. M e y e r12 consta de tres cartas de Spinoza, que responden a cuatro perdidas de aquel. L a prim era es la que se conoce com o «carta sobre el infinito» (carta X II), y reviste una extraordinaria relevan cia teórica43. L as otras d o s (cartas X I I A y X V ) atañen a la puesta a punto del texto para la edición de Principios de filosofía de Descartes / Pensamientos metafísicos. L a carta X II A fue pu blicad a por prim era vez en 1975 p or A. K. O ffenberg44. C ontiene d atos com plem entarios en particular sobre los Pensamientos metafísicos y m uestra la confianza que Spin o za sentía p or M eyer -c u y a intervención no se restringe a la corrección de estilo - p ara la edición de su texto: «usted puede ju zg ar m ejor las cosas p or sí m ism o puesto que tiene el m anuscrito a su disposición ; si usted cree

42. Lodow ijk M eyer (1629-1681) estudió filosofía - s e grad u ó con una tesis sob re D escartes—, y posteriorm en te m edicina en la U niversid ad de L eiden. L u ego se trasladó a A m sterdam , d on d e ad em ás d e ejer­ cer la m edicin a fue director del teatro de la ciudad. Ju n to a j e l l e s y Rieuw ertsz, se em peñ ó activam en te en difundir el spinozism o. B ajo la inspiración de las ideas de S p in o z a escribió L a filosofía, intérprete de la Sagrada Escritura (1666); su sentido, sin em b argo , es m uy diferente al del T T P , cuya im presión es cuatro añ os posterior. Según el De Tribus Imposloribus (1700) de Kortholt y la biografía de C oleru s, M eyer asistió a Sp in oza co m o m édico durante sus últim os m om entos. Pierre Bayle afirm a en su Dictionnaire que traduio al latín el prefacio a O P que J a r i g J e l l e s redactó en h olandés. Sp in oza le en com en dó el prefacio y la edición de Renati Des Caries Principiorum Philosophiae / Cogitata Metaphysica (1663). 43. Sobre esta carta, ver Martial Gueroult, « L a lettre de Spin oza sur l’infini», en Revue de Métaphysique et de Morale, n ° 4, 1966, pp. 285-411. 44. B rief van Spinoza aan LodewijkMeijer, 2 6 ju li 1663, uitgegeven door A. K. Offenberg, U niversiteitsbibliotheek de A m sterdam , plaqueta de 28 págs. que incluye el texto facsim ilar, traducida luego al inglés en H essing, S. (dir.), Speculum Spinozpnum 1677-1977, Routledge et K egan Paul, Londres, 1977, y al francés en «Lettre d e Spin oza á Lodew ijk M eijer, 26 juillet 1663», Revue philosophique, n ° 3, 1977, pp. 273-284. N aturalm ente, esta carta no fue traducida por O sc a r C oh an p ara la versión del Epistolario de 1950, ni tam poco se agregó en la reedición incluida en Spin oza, Obras completas, A cervo Cultural, Buen os A ires, 1977.

que d eben ser cam biadas, p roced a com o m ejor le parezca». El libro, p u blicad o por Rieuw ertsz en 1663, al año siguiente fue traducido al holan dés p or Pieter Balling. L a única carta con serv ad a de la correp on den cia con B a ­ lling4’ es u n a de las m ás extrañ as de cuantas h aya escrito el autor de la Ética. Se trata de la resp uesta a un a carta perdida, en la que su correspon sal le in form aba sob re la m uerte de su pequ eñ o hijo y le refería haber tenido un p resagio (ornen) de esa m uerte: cu an d o el niño aún estab a sano, oía en sueños los m i s m o s g em id o s que em itiría cuan d o le sobrevin o la e n fe r m e ­ dad. E n prim er térm ino, Spin o za ad ju d ica esos p resagios a la «m era im agin ación » y traza una an alo gía con un sueño propio en el que a p arecía un «brasileño negro y sarn oso» al que nunca antes había visto, p ara concluir que, en am b os casos, se trata de un fenóm eno «interno» (en un caso relativo al oído, en el otro a la vista). Pero, agrega, «com o la cau sa fue m uy diferente, en su caso fue un presagio, m as no en el m ío». C u an d o los efectos de la im aginación (p. e. el delirio) provienen de causas corpóreas, nunca p u eden ser p resagios de acon tecim ientos futuros. «Pero en cam bio -e sc rib e S p in o za-, los efectos d e la im aginación o las im ágen es que extraen su origen de la constitución del alm a, pueden ser presagios de algún suceso futuro». Puesto que, razona, el p ad re y el hijo son «casi una sola y la m ism a p erson a», «el alm a del p ad re d ebe participar n ecesariam ente de la esencia ideal del hijo y de sus afecciones y de lo que de ella se deriva», b ajo ciertas condiciones. E sta p equ eñ a teoría del presagio p areciera entrar en con­

45. Pieter Balling era m enonita y colegiad o c o m o je lle s. Por razones com erciales v iajab a a m enudo a la Península Ibérica; la len gua entre Sp in oza y él pud o h ab er sido el españ ol, m ás aún, se ha especulado con que la ún ica carta entre am b o s con servad a, escrita p o r Spin oza, pud o h aber sido red actad a en castellan o y traducida luego al latín p ara su im presión. En 1(>(>2 publicó L a luz sobre el candelabro, incluido ‘ D om ín guez com o A p én dice en su edición del Tratado breve ^cít., pp. 177-191).

tradicción con el tratam iento del carácter im aginario de la revelación profética según el cap. I y II del T T P , donde se antepone el «conocim iento natural» a la percepción im aginaria de la profecía, referida a co sas que «caen fuera de los lím ites del entendim iento»41’. En el texto de la carta, S p in o za no reduce el sueño anticipatorio del pad re -co n fo rm e en principio sería spinozista p ro c e d e r- a m eros signos, ni rem ite el hecho a la superstición, que concibe la naturaleza no según un orden de causas y efectos que conocer sino com o conjunto de signos que interpretar17. L a cap acid ad de «presentir confusam ente algún suceso futuro» que se ad ju d ica aquí a la im aginación, m ás bien la sustrae de una antinom ia d em asiad o radical con la razón e introduce una im portante tensión en este tópico clásico del sp in o zism o'8. Ja r ig Je lle s era otro de los am igo s de Spin o za que discutían sus textos en el cenáculo de A m sterdam . T am bién era colegia­ do, «ferviente cartesiano» y com erciante de especias. Según G ebh ardt49 ab an d on ó toda actividad lucrativa p ara dedicarse a la filosofía, e hizo traducir al holandés -p u esto que al parecer no sab ía latín - todas las obras cuyo estudio con sid eraba im ­ portante: las de D escartes y S p in o za en prim er lugar. Financió la edición de los P P C , y seguram ente fue a instancia suya que se hizo la traducción holan desa del T T P , de cuya im presión

46. Spin oza, Tratado leológico-político, versión de Atilano D om ínguez, A lianza, M adrid, 1986, p. 93. 47. Tosel, A ndré, Spinozfl ou le crépuscule de la servitude, A ubier, París, 1984, pp. 35 y ss. 48. Para un análisis de esta carta y su relación con el T T P , ver el trabajo de M yriam M orvan, «E tu de de certains aspects d e la rationalité et de l’irrationalité chez Spin oza», en Revue de Métaphysique et de Morale, n ° 1, enero de 2Ü04, pp. 17-19. 49. G ebhardt, C ., Spinoza, versión de O sc a r C oh an, L osad a, Buen os A ires, 1940, pp. 49-50 (luego incluido co m o introducción en Spin oza, Obras completas, cit.).

S p in o za le p id e que desista p ara evitar su prohibición-50. Fue uno de los editores de O P / N S y autor del p refacio anónim o01, donde p rocu ra conciliar spinozism o y cristianism o y hacer de Spin o za un filósofo cristiano. L a corresp on den cia -p resu m iblem en te escrita en holan­ d é s - consta de siete cartas, de las cuales seis de Spin oza. L as tres p rim eras (cartas X X X I X - X L I ) discuten p ro b le m as de óptica y m ecánica, que habían sido plan teados p or Je lle s en cartas hoy perdidas. L as cartas X L IV y L, en tanto, revisten la im portan cia de ser las únicas - a d e m á s de la últim a, en la que d escribe a «un am igo » el contenido del T P - en las que S p in o za se refiere a tem as de filosofía política. L a prim era, en efecto, alude a un libro al parecer célebre («h abía oído hablar m ucho [de él]»), llam ad o Homo poliíicus, m anual que, según la breve descripción de Spin oza, a b o rd a los tópicos principales de lo que se conoce com o m aquiavelism o. Presenta la riqueza y los h on ores com o el sum o bien; rechaza tod a religión a no ser que sea posible m edrar con ella; elogia la infidelidad, la sim ulación, el incum ­ plim iento de p rom esas, la m entira, el p eijurio, etc. Se trata, según Spin o za, del «libro m ás p ern icioso que los h om bres hayan p od id o concebir e im aginar» y contra el cual m anifiesta la voluntad de escribir u n a refutación en la que «dem ostraría con argu m entos evidentísim os y con n um erosos ejem p los» que la «insaciable am bición de honores y riquezas» precipita 50. «C u an d o m e visitó recientem ente el profesor N. N ., m e contó, entre otras cosas, que ha oído que mi Tratado leológico-poltíico había sid o traducido al h o lan d és y que alguien, cuyo n om b re ign orab a, trataba de im prim irlo. Por lo cual, le ruego seriam en te que averigüe con cuidad o este asunto y, si es posible, im pida la im presión. Este es un ped id o no solam ente m ío, sino tam bién de m uch os d e m is am igos y con ocidos que no verían con agrad o la prohibición de este libro, lo que indudablem en te ocurriría si se editara en idiom a h olan dés» (carta X L IV ). Probablem ente el traductor h aya sido G lazem aker. 57. Je lle s, J . , «P refacio de O P (1677)», en A. D om ín gu ez (com p.), Biografías de Spinoza, cit., pp. 4,>-79.

a los h om bres a una «condición inquieta y m iserable» y a los E stado s a su ruina. U n cotejo de esta carta con las referencias del Tratado político al «agudísim o M aquiavelo» (acutissimus Machiavellits), llam ado tam bién «prudentísim o varón» {pmdentissimo viro) y «agudísim o florentino» (acutissimus F loren tin us)m uestra que, para Spinoza, la última palabra de M aquiavelo es la libertad, y es ella la que traza la estricta diferencia con un m aquiavelism o vulgar com o el que se podría haber expuesto en el Homo politicus. En efecto -leem os en TP, V , 7 - «consta que [Maquiavelo] estuvo a favor de la libertad e incluso dio atinadísim os consejos para defenderla». N o d eja de ser significativo que el p rop io Spin oza, quien en la carta a je l le s con sid era com o «el m ás p ernicioso» a un libro que «m uestra el m étodo para... prom eter y no cum plir lo p rom etid o», incorpore luego en el T P un argum ento que m uestra su afinidad con M aquiavelo m ás que cualquiera de los explícitos elogios que le p ro d iga en los p asajes antes referidos. En efecto, en ob via sintonía con el capítulo X V III de IIprincipe, escribe S p in o za en TP, II, 12: I « i p r o m e s a h e d í a a a lg u ie n , p o r la q u e u n o se c o m p r o m e tió tan so lo d e p a la b r a a h a c e r e sto o a q u e llo ..., so lo m a n tie n e su v a lo r m ie n tr a s n o c a m b ie la v o lu n ta d d e q u ie n h izo la p r o m e s a . P u es q u ie n tim o la p o te s ta d de ro m p e r la p r o m e s a n o h a c e d id o re a lm e n te su d e re c h o , sin o q u e so lo lia d a d o su p a la b r a . A sí p u e s, si q u ie n , p o r d e re c h o n a tu ra l, e s su p r o p io ju e z , lle g a a c o n sid e ra r, c o r r e c ta o fa lsa m e n te (p u es e q u iv o ­ c a r s e es h u m a n o ;, q u e d e la p r o m e s a h e c h a se le sig u e n m á s p e r ju ic io s q u e v e n ta ja s, se c o n v e n c e cíe q u e d e b o ro m p e r la p r o m e s a y p o r d e re c h o n a tu ra l... la r o m p e r á 1'.

52. Spin oza, Tratado político, versión d e A. D om ínguez, M adrid, A lian­ za, 200 4 , cap. V , 7 (pp. 129-130) y cap. X , I (p. 233). E xtrañam ente, am b as referencias a M aquiavelo, que constan en la edición latina (OP), fueron suprim id as en la edición h olan desa (N S) de 1(>77. 53. Ibid., p. 97.

L a carta L, p or su parte, se ab re con una in dicación escu eta y fundam ental, que m arca el punto de ruptura con H o b b e s de la m an era m ás precisa. E n c u a n to a ta ñ e a la p o lític a , la d ife r e n c ia e n tre H o b b e s y yo, a c e r c a d e la c u a l u ste d m e c o n su lta , c o n siste e n e sto : q u e y o c o n se rv o in c ó lu m e el d e re c h o n a tu r a l y a f ir m o q u e en c u a lq u ie r c iu d a d , a la a u to r id a d s u p r e m a n o le c o m p e te so b r e lo s s ú b d ito s un d e re c h o m a y o r sin o en la m e d id a en q u e su p o d e r s u p e r a al d e lo s s ú b d ito s; lo q u e tie n e lu g a r s ie m p re en el e s ta d o n a tu ra l.

C o n serv ad o «in cólu m e» en el corazón del estad o civil, el derech o natural no solam ente no es exp ro p iad o en la instancia contractual sino que ad em ás se in crem enta en y p o r la vid a política. En efecto, al contrario d e lo que sostuviera H ob b es, el derecho natural es m ínim o en el estad o d e naturaleza (la relación entre am bos es inversam ente proporcional) y m áx im o en una d em o cracia política. E sta «d iferen cia» está c arg ad a de consecuencias, y es lo que perm ite a Spin o za con cebir la p olí­ tica com o perm anente «autoinstitución» de la C iu d a d ’4. L

e ib n iz ,

S ch u ller, T

E n fe b re ro d e

s c h ir n h a u s

1678, L e ib n iz r e c ib e e n H a n n o v e r u n

e je m p l a r d e la s O pera p osth u m a, d e la s q u e h iz o u n a le c tu r a in t e n s a c o n n u m e r o s a s a n o t a c i o n e s a l m a r g e n . E n u n a p á g i n a c o r r e s p o n d ie n t e a l a c a r t a L X X V a O l d e n b u r g , e s c r ib ió : « S i t o d a c o s a e s u n a e m a n a c ió n n e c e s a r i a d e la n a t u r a le z a d iv i­ n a ... el m a l t o c a r á a lo s b u e n o s y a lo s m a lo s » 5’ . D e t o d o s lo s in te r lo c u to r e s d e S p i n o z a , L e ib n iz fu e la ú n ic a fig u r a f ilo s ó fic a

54. Sob re esto h a escrito p ágin as fun dam en tales M arilen a C h aui en su libro Política en Spinoza, G orla, Buen os A ires, 2004. 55. C itad o p o r L eón Brunschvig, Spinoza et ses contemporaines, P U F , París, 1971, p. 238.

y científica d e relevancia a excepción de Boyle (y si bien es posible presum ir una correspondencia con Christian H uygens, no se ha conservado ninguna carta). Sin sab er aún quién lo h ab ía escrito, L eibniz leyó el Trata­ do teológico-político el m ism o año de su publicación, y en una carta a su m aestro J . T lio m a s ^ s ’1', de septiem bre de 1()70, se refiere a él com o un «escrito in soportablem ente insolente», un «libro terrible» y «altam ente pernicioso» ’7. L a identidad de su autor le sería revelada un año m ás tarde p or Jo h a n G eo rg G raeviu s’8, quien le escribe anunciándole la publicación de un «pestilentísim o libro» que «instituye el m ás injusto derecho de naturaleza, rem ueve la autoridad de las S ag rad as Escrituras y abre las puertas al ateísm o». A llí añade que su autor es «un h ebreo de nom bre Spinoza». N o obstante el interés de Leibniz por todo lo que escribiera Spinoza, y no obstante la ostensible adulación con la que se dirige a él en la única carta con serv ad a («entre los d em ás elo­ gios que la fam a ha hecho públicos sobre usted, entiendo que está tam bién su extraordinaria pericia en asuntos de óptica», etc.), al igual que m uchos cartesianos y que M alebranche, hizo siem pre p ública profesión de antispinozism o. Tanto era su cu idado por evitar que su nom bre fuera aso ciad o al del autor de la Etica, que Schuller se ve en la obligación de escribirle en m a r z o d e 1678: H e re p re n d id o d u r a m e n te al e d ito r [del e p isto la rio , en O P | p o r h a b e r in c lu id o , sin y o p e d írse lo , e x p líc ita m e n te tu n om -

56. A p en as p u b lic ad o ,Jak o b T h om asiu s escribió la prim era invectiva contra el T T P - a la que seguiría una larga serie a lo largo de d os siglos-, cuyo título era Programma adversus anonymum de libertóte philosophandi, L eipzig, 1670. 57. C itado por Em ilia G iancotti, Baruch Spino&L, Editori Riuniti, R om a, 1!)85, p. 25. 58. E xiste el autógrafo de una carta breve que le en viara Spin oza, originalm ente no incluida en las O P (carta X L lX ).

b re e n las o b r a s p o s tu m a s d e S p in o z a , a u n q u e c re o q u e no tien e p e lig r o a lg u n o d a d o q u e tu c a r ta 110 h a b la m á s q u e d e m a te m á tic a s .

En efecto, la carta del «D octor en Leyes y C on sejero de M a g u n cia» G ottfried Leibniz es m ed id a; an u n cia el envío ad ju n to d e un en sayo suyo so b re Notitia óptica promotae y com en ta brevem ente d os recientes libros de óptica. L a carta está fech ad a el 5 de octubre de 1671, de m anera que su autor tenía y a bien leído el Tratado teológico-polilico, al que no hace ninguna alusión. En su respuesta (carta X L V I), Sp in o za discute el folleto en v iad o p or Leibniz y en la post data agrega que «si el Tratado teológico-polilico aún no ha llegado a sus m anos, si no le m olesta, le m andaré un ejem plar». Iniciativa sin d u da extrañ a en Spin o za, pues transgrede una d eclarad a preceptiva d e prudencia, que sin em bargo recupera cuando, cuatro años m ás tarde, pide a Schuller y Tschirnhaus no m ostrar a Leibniz el m anuscrito de la Etica (carta L X X II). Por esa m ism a carta, sabem os que este intercam bio no fue el único que hubo entre am bos. A I x ib n iz , so b r e el c u al e sc rib e T sc h irn h a u s, c re o h a b e rlo c o n o c id o p o r c a r ta , p e r o p o r q u e m o tiv o fue a F ra n c ia , p u e sto q u e e r a conse jero en Fran cfo rt, lo ign oro. P o r lo q u e h e p o d id o c o n je t u r a r d e las c a r ta s q u e m e e sc rib ió , m e h a p a r e c id o un h o m b re d e esp íritu lib eral y v e rsa d o en to d a s las cien cias. Pero, sin e m b a r g o , ju z g o q u e s e ría u n a im p r u d e n c ia c o n fia rle tan p r o n to m is e scrito s. A n te s q u isie ra s a b e r q u e h ac e en F ra n c ia y o ír el ju ú io d e n u e stro T s c h ir n h a u s d e s p u é s q u e e ste lo h ay a t r a ta d o d u r a n te m á s tie m p o y lo c o n o z c a m á s ín tim am e n te .

Entre la oferta de enviar el T T P en lfi71 y el retaceo de la Ética en 1(575 Spinoza debió haber recibido «las cartas» de

59. Pasaje transcripto en Atilano Domínguez (comp.), Biografías de Spinoza, cit., p. 227.

las que hace mención aquí1'". A pesar de m ostrar el «espíritu liberal» de su autor, algo en ellas (que podría estar referido a la opinión leibniziana sobre el T T F ’1) pudo haber m odificado su disposición frente a Leibniz, y suscitar una reserva respecto de él, no obstante la presentación de su persona por T schim haus1’2 («un hom bre de extraordinaria erudición y versadísim o en varias ciencias, y libre de los prejuicios vulgares de la Teología, llam ado Leibniz, con el cual contrajo una íntima am istad», por todo lo cual «es m uy m erecedor de que le sean com unicados sus escritos, si usted concede previamente el perm iso», etc.), quien incluso está convencido de que «aprecia mucho el Tratado teológico-político». En noviem bre de 1676, de p aso p or H olanda, Leibniz visitó a S p in o za en su buhardilla de Faviljoensgracht, p rob ab lem en ­ te m ás de una vez. D e e sa conversaciones es p oco lo que se conoce, a no ser las referencias que constan en el epistolario del p rop io Leibniz. El interm ediario entre S p in o za y Leibniz en H o lan d a fue G e o rg H erm ann Schuller (1651-1679), m édico nacido en la ciudad alem an a de Wesel que estudió en L eiden y luego se radicó en A m sterdam . Según G ebhardt, ad em ás de ejercer la m edicina era aficionado a la alquim ia. Ju n to a M eyer, Je lle s y Rieuw ertsz, intervino activam ente en la edición de las O P , precisam ente ordenando el epistolario. Se conservan dos cartas

60. L eibniz adm ite haber escrito solo una: «E l fam oso ju d ío Sp in oza tenía una tez cetrina y un algo de españ ol en su rostro; y e s que era oriu n d o de aquel país. E ra filósofo de profesión y llevab a una vida tranquila y privada, pues p a sab a su tiem po puliendo vidrios, h aciendo lentes de aum ento y m icroscopios. Yo le escribí una vez una carta sobre la óptica, que ha sido incluida entre sus o b ra s» (referencia posterior a 1700, recogida por Freudenthal y transcripta por A. D om ín guez en Biografías de Spinoza, cit., p. 230). 61. «E ste m ism o Leibniz -d ic e Sch u ller- tam bién ap recia m ucho el Tratado teológico-político sobre cuyo asunto, si usted recuerda, le escribió una vez una carta» (carta I.X X ). 62. En realidad la carta es de Schuller, quien transm ite a Sp in o za la carta de Tschirnhaus, que a su vez transm ite el pedido de Leibniz.

su yas a Spin o za (cartas L X III y L X X ), y tres del filósofo a él (cartas L V III, L X IV y L X X II), todas escritas entre 1675 y 1676. Inm ediatam ente desp ués de la m uerte de Spin oza, le escribe a Leibniz inform ándole que está en venta el m anuscrito de la Etica y lo insta a convencer al príncipe p ara que lo com pre con sus fondos. U n m es m ás tarde, vuelve a escribirle diciéndole que no es necesario com prar el m anuscrito porque se hará la edición de las Operd’K En ningún c aso Sch uller p la n tea cu estio n es filosóficas propias, y m ás bien aparece com o m ediad or p ara transmitir a Spin o za un conjunto de p roblem as planteados por el conde Ehrenfried W alther Tschirnhaus (1651-1708)64, figura que será dom inante en el epistolario spinozista de los últim os años, autor d e un libro llam ado Medicina mentís (seguido de Medicina corporis, p ublicado anónim o p or Rieuw ertsz en 1686), claram ente inspi­ rado en el Tractatus de Intelkctus Emendatione no obstante haberlo n egad o frente al ataque de Christian T h om asius6’. Tschirnhaus

63. «M e alegro mucho de que no hayas dicho nada todavía a tu príncipe acerca del proyecto de com pra de la Ética, puesto que he cam biado to­ talmente de opinión, de suerte que, aunque su dueño actual aum entara el precio, no querría yo proponerte tal venta. El motivo es que he logrado tal acuerdo entre sus am igos, antes totalmente divididos, que he decidido, en beneficio público, editar no solo la Etica, sino también todos los fragm en­ tos manuscritos...» (carta de Schuller a Leibniz del 29 de marzo de 1677, transcripta en A. Domínguez, Biografías de Spinozfl-, cit., p. 221). 64. Sobre la relación entre Spinoza y Tschirnhaus,J. P. Wurtz, «Tschimhaus et Spinoza», en Studia Leibnitiana Supplementa, X X , 1981, pp. 93-103; del m ism o autor «Tschirnhaus et l'accusation de spinozisme: la polemique avec Christian Thom asius», en Revue philosophique de Louvain, t. 48, 1980, pp. 489-506, y de Paolo Cristofolini, «Tschirnhaus, Spinoza e l'Italia», en L a sáenzp. intuitiva di Spino&i, cit., pp. 54-74. 65. En 1688, Ch. T h om asiu s -h ijo de Jakob, autor del prim er libro contra el T T P -, reacciona duram ente contra el escrito de Tschirnhaus acusándolo de escepticism o, epicureism o y, sobre todo, de introducir el «ven en o» de Spinoza en A lem ania. Tschirnhaus se defiende de la im putación de spinozism o en cad a uno de los puntos planteados por Th om asiu s (concernientes al m étodo, la ética y la idea de Dios). Je a n

estab a influenciado p or las id eas de Spin o za antes d e trabar contacto epistolar con él, y tal vez haya sido su intervención la c au sa de que O ld en b u rg -c o n quien se encontró en L on d res a principios de 1675- h aya rean udado su correspon den cia con S p in o za diez añ os d esp ués de h aberse interrum pido, y sin m otivo alguno aparente. En efecto, Schuller term ina su carta del 25 de ju lio de 1675 (O ldenburg había retom ado el 8 de ju n io del m ism o año) escribiendo que [T sc h irn h a u s| d ic c q u e el s e ñ o r B o y le y O ld e n b u r g se h a b ía n fo r m a d o un e x tr a ñ o c o n c e p to d e su p e r so n a [d e S p in o z a ] y q u e él n o solo so lo re c h a z ó , sin o q u e h a a g r e g a d o ra z o n e s, p o r in flu jo d e las c u a le s, n o so lo p ie n sa n e llo s n u e v a m e n te d e un m o d o m u y d ig n o y fa v o ra b le d e su p e r so n a , sin o q u e tam b ié n e stim a n m u c h ísim o el Tratado teológico-politico, (c a rta L X I I I ) .

L o s tem as plan teados por Tschirnhaus -q u e en su visita a Spinoza hacia fines de 1674 había obtenido un m anuscrito de la Etica- conciernen a cuestiones de m étodo, al problem a del libre albedrío (que m otiva la célebre carta L X V II de S pin oza acerca de la libertad y la necesidad), al estatuto de la id ea ad ecu ad a y su diferencia con la id ea verd ad era (carta L X ), etc. A sim ism o, a través de Schuller, propone la siguiente «d u d a»: |si] las m a t u r a s c o n stitu id as p o r o tro s a trib u io s n o p u r d e u , p o r el c o n tr a r io , c o n c e b ir e x te n sió n a lg u n a , y si así n o p a re c e ría n c o n stitu ir tan to s m u n d o s, ( llan to s so n los a trib u to s d e D io s. P o r e je m p lo , c o n c u a n t a a m p litu d e x iste n u e stro m u n d o d e

Paul Wurtz analiza esta polém ica en todos sus términos, considerando que Tschirnhaus abjuraba abiertamente de su spinozismo com o estrategia para m ejor difundir las ideas de su m aestro: «R en egar en público de la influencia de Spinoza era, en el fondo, la única m anera de hacer circular algunas de sus ideas, la única m anera de p od er propagar el pensam iento de Spinoza, que él ap rob ab a. En una palabra: tal vez Tschirnhaus re­ negó de Spinoza para servirlo m ejor» («Tschirnhaus et l’accusation de spinozism e...», cit., pp. ,504-505).

la extensión, por así decirlo, con tanta amplitud existirían los m undos constituidos por otros atributos; y así corno nosotros, fuera del pensamiento, no concebimos sino la extensión, así las criaturas de esos mundos no deberían concebir nada m ás que el atributo de su m undo y el pensamiento, (carta I*X.III), que es am p liad a en la carta L X V : ¿Por qué el alm a hum ana, que representa cierta modificación, modificación que se expresa no solo por la extensión sino de infinitos otros m u d o s, p o r que d ig o , percibí- so lo la m o d ific a ­ ción expresada por la extensión, es decir el cuerpo humano, y ninguna otra expresada por otros atributos? L a resp uesta a este apasionante p rob lem a filosófico será m ás bien escasa: ap en as se rem ite a Etica, I, 10 y a Etica, II, 7. S p in o za añ ad e: «S i usted presta un poco de atención a esto, verá que no q u ed a ninguna dificultad». En la últim a carta del 15 de ju lio de 1676, p o co s m eses antes de m orir, S p in o za resp on d e al p rob lem a que el jo v e n conde le h abía plan teado sob re la posibilidad de dem ostrar a priori la variedad de las co sas a partir del solo concepto de extensión: «... de esto h ablaré quizás con usted m ás claram ente alguna vez, si m e q u ed a vid a; pues al respecto hasta ahora, no m e ha sido posible p on er n ad a en ord en » (carta L X X X III). En e sa últim a carta, cuan do ya casi no le «q u ed a vida», S p in o za d eja ap arecer algo que había estado ausente a lo largo de tod a su correspon den cia: la vacilación. F lI .Ó S O I 'O S Y V IK JE Z U E L A S : U N R E L A T O D E FA N T A SM A S

U n a rareza dentro del epistolario spinozista es la discusión sobre la existencia de espectros que, en un conjunto de seis cartas (LI-LVI), entre septiem bre y octubre de 1674, Spin o za m antiene con H ugo Boxel. H om b re del b an d o republicano y próxim o a j a n de Witt, B o xel hizo carrera en la ciudad de G orkum - d e d onde era o riu n d o - y fue pensionario d esd e 1660

hasta la tom a del p od er p or G uillerm o de O ran ge en 1672. El tem a p ara el cual es c o n v o cad a la opinión de Spin oza es si existen apariciones, espectros, lém ures, espíritus o fan­ tasm as, y si son m ortales o inm ortales. In vocan d o el principio de autoridad, su correspon sal aduce que tanto los antiguos c om o teólogos y filósofos actuales, aunque disputaron sobre su esencia, creen en la existencia d e espíritus (son m en cion ados Plutarco, Suetonio, W ierus, Lavater, C ard an o, M elanchton, Plinio el jo v en , Valerio M áx im o , E m p éd o cles, M áxim o de T iro, A puleyo, estoicos, p itagóricos, platónicos, peripatéticos, C é sar, C iceró n y C atón). ¿Q u é p rop ósito p ersegu ía B o x el -p a r a quien ni Spin o za ni su p ensam ien to eran d escon oci­ d o s - al consultarlo respecto de un tem a cu ya respuesta era o b v ia de an tem an o? N o m en os extrañ o es el hecho de que S p in o za acepte la discusión y la afronte argu m entan do que «n o solo las cosas verd ad eras sino tam bién las n eced ad es y las fantasías pueden serm e útiles». ¿E n qué sentido p o d ía resultar «útil» una discusión sobre fan tasm as a quien p ocos añ o s antes h ab ía arriesgad o tantas co sas con una denuncia tan radical de la superstición com o la que ab re el T T P ? Por el tono de las respuestas, parece evidente que B o xel no es alguien d e quien d eb ía tenerse cuidado o una excesiv a cautela; m ás bien Spinoza p arece no tom ar el argum ento d em asiad o en serio sino com o un juego'"' y no p ocas veces recurre al sarcasm o y la burla, co sa que su destinatario no d eja d e advertir («sus respuestas no persuaden, son, sin duda, ab su rd as y en ningún m om ento tocan el punto principal de nuestra controversia»), Sp in o za dice que n ad a tiene que objetar si por la p alab ra «esp ectros» se entiende sim plem ente las co sas que se ignoran; de no ser así invita a su interlocutor a definirlos con m ayor 66. N o ob stan te, G un th er C o p p e n s h a se ñ alad o q u e la discusió n sob re fantasm as no era extem p orán ea en H o lan d a durante el siglo X V II, y fue uno de los tópicos que B alth asar B ekker debió som eter a con sideración en su libro E l mundo encantado (1691) (cfr. C o p p e n s, G . «S p in o za et Boxel. U n e histoire de fantóm es», en Revue de métaphysique et de morale, n ° I, 2004, pp. 59-72).

precisión («¿son, acaso, niños, necios, locos?»), no sin esgrim ir una p equ eñ a explicación p sicológica según la cual esas «cosas pueriles» o «diversiones de los necios» ob edecen a la inclina­ ción de la m ayor parte de los hom bres a n arrar las cosas según su d eseo y no com o son. Así, puesto que incontrastables («no tienen otros testigos que sus propios narradores»), los relatos de fantasm as perm iten una ilim itada posibilidad de invención. En su seg u n d a carta B o xel ad u ce cu atro razon es p ara afirm ar la existencia de fantasm as, que serán una a una d es­ m ontadas por Spinoza: 1) los espectros existen porque ello contribuye a la belleza y perfección del universo; 2) puesto que son m ás sem ejantes al C read or que los seres corporales, es verosím il que los haya cread o; 3) puesto que existen cuerpos sin alm a deben existir alm as sin cuerpo; y 4) es de presum ir que el esp acio superior no está vacío sino lleno de habitantes espectrales, que son de todas clases con un a única restricción: no h abría espíritus de sexo fem enino, observación frente a la que Spinoza no podrá evitar la ironía: «m e asom bra, le dirá, que los que han visto a los espectros desnudos, no hayan dirigido sus ojos a los órganos genitales» (carta LIV ). Spin o za propone «d ejar de lado a los autores» y «atacar a la cuestión m ism a». En prim er lugar, con siderado en sí m ism o el m undo no es ni bello ni feo, ni perfecto ni im perfecto; en segu n do térm ino, n ad a hace pensar que los espectros sem ejan m ás a D ios (o lo exp resan m ejor) que las criaturas corporales; tercero, si la existencia de cuerpos sin alm as autoriza a afir­ m ar la de alm as sin cuerpos, igualm ente un cuerpo sin nariz perm itiría pensar en una nariz sin cuerpo y un círculo carente de esfera en una esfera sin círculo. Por últim o, en cuanto al universo p ob lad o de espectros «su p eriores» (los m ás remotos) e «inferiores» (los m ás próxim os), Sp in o za responde ignorar «q u é son esos grad os superiores e inferiores que usted concibe en la m ateria infinita, a no ser que usted piense que la tierra es el centro del universo». L os argum en tos de Boxel quedan red u cid os a pura su ­ perstición, «la cual es tan en em iga de la recta razón que, para

m en oscab ar el prestigio de los filósofos, tiene m ás bien fe en las viejezuelas». Paralelam ente a la controversia sobre fantasm as, las cartas con Boxel desarrollan una discusión sobre la libertad, la nece­ sidad, el azar y la naturaleza de D ios, que llevan a Spinoza a su propio terreno y le perm iten, en la últim a carta y abandonando toda prudencia, confesar la inscripción de su pensam iento en el linaje de Epicuro, Dem ócrito y Lucrecio, a la vez que restarles toda autoridad a Aristóteles, Sócrates y Platón («pues no ha de sorprendem os que aquellos que inventaron las cualidades ocul­ tas, las especies intencionales las form as sustanciales y otras mil necedades, hayan fraguado los espectros y fantasm as y hayan creído a las viejezuelas p ara m en oscabar la autoridad de D e­ m ócrito», etc.). Esta reivindicación spinozista de una tradición m aldita tanto para ju d ío s com o para cristianos no concierne a los átom os y el vacío -q u e la física de Spinoza n iega- sino pre­ cisam ente al espíritu libertario de una filosofía em ancipatoria de todo lo que atemoriza a los hom bres y al desbaratam iento del uso teológico-político de im aginarios aterradores. Spinoza sintoniza en el epicureism o un pensam iento profundam ente terrenal, que nad a concede a la tristeza y que denuncia la sacrificialidad im plícita en esperanzas vanéis y verdades trascendentes. M a l d it o y a t e o

H ay en todo el epistolario un único m om ento en el que Sp in o za incurre en una polém ica abierta, sin ningún propósito explicativo o dilucidatorio. E sa instancia es la respuesta a una carta de A lbert Burgh, d onde establece con nitidez su consi­ deración de la Iglesia rom an a com o un puro orden «político», «lucrativo para m uchos», «conveniente p ara engañar al pueblo y constreñir el ánim o de los h om bres» -so lo , afirm a, superado en esto «p or la Iglesia m ah o m etan a»- y cuya persistencia en el tiem po (la m ism a «cantinela de los fariseos»), que era uno de los argum entos de su correspon sal presentados com o p ru eba de su perioridad, no p ru eba otra co sa que la «eficacia de la superstición» (carta L X X V ).

A lbert Burgh, hijo de un prom inente político am stelodano, durante algún tiem po estuvo ligado a S p in o za y su círculo. Estudió filosofía en L eiden y m ás tarde, tras un viaje a Italia, se convirtió al catolicism o. Su texto (carta L X V II) tiene un p ropósito sim ilar al de N iels Stensen o Steno (carta L X V II bis), tam bién él converso al catolicism o con m otivo de un viaje a Italia, luego sacerd ote y obispo. Tanto Burgh com o Stensen escriben sus respectivas cartas desde Florencia en 1675 (aunque la de Stensen h ab ía sido redactada algunos años antes) y am bos -si bien en un tono diferen te- con el p ropósito de inducir la conversión al catolicism o de Spinoza. N o se ha c o n serv ad o la resp uesta a Sten sen , quien, en efecto, d ice escrib ir «p o r c o m p a sió n », «al ver que an d a a tientas en las tinieblas un h om bre que alguna vez m e había sido m uy fam iliar», y finaliza recom en d an d o al autor del T T P abom in ar de todos sus errores, que «han alejad o a mil alm as del v e rd ad ero con o cim ien to de D io s». L a c arta de Burgh -u n o s veinte añ os m ás jo v e n que S p in o z a - es m ás agresiva e insolente, em plea un largo elenco de exp resio n es insultantes 1’7 y vaticina a su destinatario la horrorosa m uerte que les esp era a todos los ateos',K. Entre los adversarios de Spinoza, los dos corresponsales m ás exigentes fueron Blyenbergh y Velthuysen. A diferencia de la condena dem onizadora de Stensen y -so b re to d o - de Burgh, en cierto m odo puede decirse que van directam ente al fondo 67. «Reconozca su pésima herejía, redímase de la perversión de su na­ turaleza y reconcilíese con la Iglesia»; «¿Acaso usted, miserable pigmeo, vil gusanillo de la tierra, peor aún, ceniza y alimento de gusanos, desea anteponerse con indecible blasfemia a la Encarnada Sabiduría Infinita del l’adre Eterno?»; «¿Sobre qué fundamento se apoya esa temeraria, loca, deplorable y execrable arrogancia suya?»; «hombre miserable, henchido de diabólica soberbia», etc. (carta LXVII). 68. «Reflexione, por último, en la misérrima e inquieta vida de los ateos, aunque a veces ostenten una gran alegría de espíritu...; pero principalmente considere su infelicísima y horrenda muerte... y del ejemplo de estos aprenda a ser sabio a tiempo» (ibid.).

del spinozism o y extraen de él sus consecuencias m ás radicales. El prim ero, respecto del p roblem a ético y de las que serán las grandes tesis de la Etica, aunque no haya conocido este libro -que S pin o za estaba escribiendo en el m om ento del intercam bio y al que alude en una ocasió n - y la discusión se plantee a partir d e algunas argum entaciones del escrito sobre Descartes. El se­ gundo, respecto de la religión y de las consecuencias relativas a ella según los m otivos principales del Tratado teológico-político. En am b os casos Spinoza es confrontado con lecturas de su propia filosofía que no pueden ser reducidas a m eros m alentendidos -au n qu e a veces las considera de este m o d o -, y es llevado -al m enos con Blyenbergh- a extrem ar su argum entación. W illen van Blyenbergh era com erciante de gran os en la ciudad de Dordrecht, centro de la ortod oxia calvinista a la que él m ism o pertenecía. Su correspondencia con Spinoza consta de ocho cartas (cuatro de cad a uno) escritas en holandés - lo que p ara Sp in o za supone un obstáculo, p ues al final de la prim era carta adm ite: «M e gustaría m ucho escribir en la lengua en que he sido ed u cad o [¿españ ol?, ¿p ortugués?], entonces podría e x p resar quizás m ejor mi p en sam ien to»-, que desarrollan una discusión sob re el mal y la libertad hum ana, tem a este de a p a ­ sion ad as disputas en H olanda d esd e que en 1603 tuvo lugar la célebre confrontación entre G o m ar y A rm inio en L eiden1’’'. 69. El calvinismo holandés tenía por un lado un sentido religioso de fuerte oposición a la idolatría romana y, por otro, un sentido político de cuño antiespañol y antifrancés. Efectivamente, había en Holanda una ortodoxia calvinista, observada por los sacerdotes «gomaristas» (seguidores del teólogo Gomar, quien propugnaba una obediencia absoluta, tanto al poder terrenal del Príncipe como al espiritual de la Iglesia -por más que la fuente de las dos obediencias fuera la misma, Dios-), rodeada de una infinidad de «sectas», «cristianos sin iglesia» que iban no solo contra la Iglesia Romana sino también contra la propia iglesia l'ioteslante, y postulaban las ideas de Arminio. Así, los arminianos se oponían al clero y a todo tipo de autoridad religiosa, afirmaban la tradición erasmiana de tolerancia y tenían como ideal una especie de comunismo del trabajo y la sencillez de costumbres. Asimismo, una concepción no especulativa ni teológica ni filosófica de la Biblia, a la que consideraban como un conjunto de verdades

En su autopresentación, Blyenbergh m anifiesta que escribe an im ad o por un anh elo de verd ad y un puro am o r p or la cien­ cia, y dice de sí ser un hom bre libre que se g an a la vid a con el com ercio honesto. L a prim era redacción, que dice d eberse a la lectura de «su recién editado T ratado ju n to con su A pén dice» [esto es los Principios de filosofía de Descartes y los Pensamientos metafisicos\, explícita ya el p roblem a en el que insistirá una y otra vez en c a d a un a d e sus cuatro cartas: si D ios es cau sa de nuestra voluntad, o bien n ad a m alo p uede seguirse de ella, o «es D ios m ism o quien realiza inm ediatam ente ese m al». E n la resp uesta, S p in o za se ex p resa con un a fran queza filosófica ab soluta p a ra contestar que, en efecto, n ad a existe contra la voluntad de D ios p ero el p ecad o y el m al no son algo positivo que p u ed a ser prod ucid o p or él, y p or tanto solo im propiam ente, es decir nunca de m an era filosófica, es posi­ ble decir que los h om bres ofenden a D ios, «en ojan » a D ios, «ag rad an » a D ios, etc. En sí m ism as con sideradas, argum enta Spinoza, las cosas no contienen im perfección sino solo perfec­ ción, tanta com o contenido positivo hay en ellas. U n ciego, por consiguiente, no es un no-vidente y solo por com paración con quienes ven p u ede decirse de él que está «p riv ad o de la vista». D e la m ism a m anera -im p ro p iam en te- p u ede afirm arse de una acción (p. e. la ingestión ad ám ica del fruto prohibido) que está p rivad a de perfección, p u es «esa privación p uede llam arse tal con respecto a nuestro entendim iento, pero no con respecto al de D ios». D e m an era que, « a su m o d o », todo -tam b ién los im p ío s- exp resan la voluntad d e D ios. A unque Spinoza agrega que esto no significa equiparar a píos e im píos porque al tener estos últim os «m en os perfección» -e sto es, m enos esencia y m enos realid ad -, exp resan a D ios m ás pobrem ente,

sencillas para regular la conducta en la vida. En muchos casos buscaron conciliar la interpretación de la Escritura con la filosofía de Descartes y el libre examen. No obstante haber sido condenados en el Sínodo de Dordrecht en 1619, eran tolerados y tenían su centro en Rijnsburg, ciudad a la que se trasladó Spinoza luego de la excomunión.

será suficiente p ara que, quien se revelará d esd e la segu nda carta com o alguien que p ien sa a la m anera de los teólogos m ás q u e com o un filósofo, no sin un a cierta fascinación por la am o ralid ad de un pensam iento llevad o a tal extrem o, insista en que tales ideas dejan «la puerta ab ierta a todos los im píos y a la im p ied ad ». El equívoco suscitado por los términos de la autopresentación inicial de su interlocutor se revela d em asiad o tarde, aunque Sp in o za m ism o escriba: «p ara volver a su carta digo que, de todo corazón, le agradezco m uchísim o porque m e ha revelado a tiem po su m anera de filosofar». D esde la segunda carta Spinoza sab e ya que no está, com o había creído, frente a alguien que sim plem ente solicita aclaraciones, sino frente a alguien m otiva­ d o p o r una evidente voluntad de disputa y que se define com o un «filósofo cristiano», entendiendo p or ello una posición que subordina el entendim iento a la p alabra revelada (carta X X ). En efecto, dem asiado tarde. Sin em bargo, aunque apenas lo advierte Spin o za sugiere la inutilidad de persistir en la correspondencia («apenas creo que podam os instruim os mutuamente con nuestras cartas»), no solo no la interrum pe (el intercam bio se extiende durante un año y medio), sino que adem ás acepta recibir a Blyenbergh en V oorburg en m arzo de 1665. Sostiene Deleuze -quien h a escrito páginas m uy herm osas sobre estas cartas71’- que no obstante la dim ensión del desacuerdo, Spinoza escribe «com o si estuviera él m ism o fascinado por el asunto», pues prim ero cae y luego persiste -n o obstante su declarado «horror por las d isp u tas»- en el «litigio» que su interlocutor le propone. E n la exten sa carta X X , Blyenbergh d esem b oza su «m éto­ d o » d e filosofar -desestim ar el entendim iento siem pre que no se corresp on d a con el Verbo revelad o de D io s-, y plantea nuevas o b jecio n es, en realidad m an eras d e e x p resar una cuestión 70. Deleuze, Gilíes, «Las cartas del mal», en Spinoza: filosofía práctica, Tusquets, Barcelona, 2001, pp. 41-56; En medio de Spinoza, Cactus, Buenos Aires, 2003, clase V, pp. 65-74; también Spinoza y el problema de la expresión, Muchnik, Barcelona, pp. 226-246.

única. Según la prim era, si las accion es derivan de la esencia recibida, ningún estad o m ás perfecto que el actual es posible concebir; en segundo lugar, hacer d ep en d er la acción hum ana y sus efectos de la esencia recibida, eq uip ara a los hom bres con las plantas y las p ied ras; tercero, no está en nuestro p od er m antener la voluntad dentro d e los lím ites del entendim iento, por lo que el uso de la libertad q u ed a destruido. D e m anera que, según lo anterior. D ios interviene y co o p era tanto en «el acto procread or con mi esp o sa» com o en «el m ism o acto con la m ujer de otro», red ucid os a indiferentes exp resio n es de la potencia divina, am b as -e n sentido estricto- «virtudes». En cuanto es una acción positiva, arguye Blyenbergh, D ios coopera tam bién con el asesinato. Y si así fuera, «caería el m undo en una eterna y perpetua confusión y nos volveríam os sem ejantes a las bestias». El corolario resulta obvio: la im posibilidad del castigo y, consiguientem ente, la ruina de la religión. S e trata p ues de u n a inquisición teológica estricta, que som ete la filosofía a u n a im pugnación derivad a de postular, antifilosóficam ente, la existen cia de un D io s que ju zga. En efecto, «n uestro disentim iento -d irá S p in o z a - solo reside en esto; a saber, si D ios, com o D ios, es decir, absolutam en te, sin adscribirle ningún atributo hum ano, com unica a los píos las perfecciones que reciben (según yo entiendo), o bien com o ju e z; esto últim o lo afirm a usted» (carta X X I). No obstante afectar sorp resa porque la respuesta de Spinoza «n o refleja d em asiad a am istad», en la carta X X I I Blyenbergh parece m ás estim ulado aún y, com o poseído, d a vueltas en tor­ no ai m ism o asunto de todos los m odos posibles. D e la filosofía presentada por Spin oza, dice, «se sigue infaliblem ente» que es tan perfecto com eter toda clase de delitos com o ser ju sto ; que los «im p íos y los libidinosos» sirven a D ios; que quien com ete delitos debe com eterlos necesariam ente; que «a D ios le place igualm ente el asesinar y el d ar lim osnas», etc., y p or tanto no hay vicios en sí sino solo acciones n ocivas para una constitución dad a, com o nocivo p u ede ser un alim ento o una bebida.

U sted las evita [a las acciones que yo llamo vicios] del mismo m odo que se rechaza un alim ento que repugna nuestra na­ turaleza... Y aquí se puede plantear nuevamente la cuestión: ¿acaso si se encuentra un ánim o con cuya naturaleza parti­ cular no chocaran sino que se concillaran placeres y delitos; acaso, pregunto, el motivo de la virtud bastaría para moverlo a practicar la virtud y evitar el mal.-’ El recorrido d esd e un anh elo de com u nidad fundado en el d eseo de verd ad -q u e Spin o za m anifiesta en su prim era carta- hasta lo que él m ism o llam a «nuestro gran desacu erd o», m uestra todos sus estadios hasta llegar aquí a su punto límite. Ese d esacuerdo va m ás allá de los interlocutores m ism os y es el que corresponde al que se produce entre la filosofía y la teología siem pre que no se hallan convenientem ente separadas. A este punto y com o form a de zanjar una discusión que p areciera alim entarse de su propio fracaso y estar con d en ada a repetir sus térm inos ad infinitum, la respuesta de Spinoza recurre al potencial: ... si alguien ve que puede vivir m ás cóm odam ente en la horca que sentado a su mesa, obraría muy neciamente si no se ahorcase. Y aquel que viese claram ente que podría gozar realmente de una vida o de una esencia mejor y más perfecta perpetrando crímenes que siguiendo la virtud, también este sería necio si no lo hiciese. En 1674 Blyenbergh p u blicará un libro de 470 p ágin as contra el T T P b ajo el título Sobre la verdad de la religión cristiana y la autoridad de la Sagrada Escritura, y en 1682 una Refutación de la É tica o moral de Benedictus de Spinoza. L a prim era crítica que el Tratado teológico-politico recibe en H olan d a (recordem os que en A lem ania J . T hom asius había publicado ya una refutación m uy tem prana) es la que escribe L am bert van Velthuysen, m édico, jurista, hom bre político y

profesor universitario de la ciudad de Utrecht71. El texto, rem i­ tido en form a de carta a ja c o b O stens, llega por tanto a Spin o za indirectam ente a com ienzos de 167172. Por su parte, Spin o za le escribió dos cartas, de tono m uy diferente una de otra: la prim era, a través de O stens, es la reacción inm ediata a la crítica recibida (febrero de 1671); la segunda, al propio Velthuysen cuatro años m ás tarde. Podría decirse que estas cartas describen una evolu­ ción inversa a la seguida por el epistolario con Blyenbergh; si en la carta X L III se considera que Velthuysen escribió su crítica «con m alicia o p or ignorancia» y que «este hom bre es del género de aquellos de los cuales, al final de m i “ Prefacio” [al TTP] he dicho que preferiría que desatendieran absolutam ente mi libro, antes que, interpretándolo todo torcidam ente», etc., en la breve m isiva del otoño de 1675 dice Spinoza: «sé que usted está poseído solo por el am or de la verdad y conozco la singular pureza de su alm a» (carta LXLX). El escrito de Velthuysen consta de d o s m om entos m uy m ar­ cados. En prim er lugar, recorre con cierto detalle los principales m otivos del T T P y, no sin agu d eza, extrae las consecuencias que se siguen de ellos; luego, en ap en as un as p o cas líneas al final del texto, revela su propósito de desen m ascaram ien to. 71. Según el inventario de su biblioteca, Spinoza poseía dos obras suyas: Traclatus dúo medico-physici, unus de tiene, alter de generatione (Utrecht, 1657); y Dissertatio de usu rationis in rebus theologicis et praesertim in Interpretatione Scriplurae (Utrecht, 1668). 72. Aunque escrito también en 1670-71, en 1674 fue publicado postumo el libro llamado Adversus Anonymum Theologico-Poliiicum Liber singularis... [en su Bibliographie spinoostejean Préposiet consigna asimismo el siguiente título: Lucubrationes in detestabilem BenediciiSpino&e librum qui inscribitur: Discursus Theologico-Poliiicum| de Reinert van Mansvelt (163!)-1671), profesor de Teología en Utrecht. Spinoza poseía un volumen en su biblioteca, no obstante el curioso pasaje de la carta L ajelles: «El libro que el profesor de Utrecht ha escrito contra el mío... lo he visto expuesto en el escaparate de un librero y, por lo poco que entonces leí de él, lo juzgué indigno de ser leído y mucho más indigno de una respuesta. Por lo tanto, dejé estar al libro y a su autor. Y sonriéndome pensaba que los más ignorantes son en todas partes muy audaces y muy dispuestos a escribir», etc.

ju zg a a su autor en térm inos condenatorios y lo denuncia com o un ateo encubierto73. El núcleo de la argu m en tación que Velthuysen estab lece en su crítica es que el T T P d e sp o ja a la religión de sentido, al vaciarla de todo con ten id o d e verd ad y asign arle una fun­ ción estrictam ente pragm ática. En efecto, «p a ra evitar que lo acu sen de sup ersticioso [el autor] ha arro jad o, m e parece, tod a religión» - o a lo sum o d e b e ser ad scrip to al deísm o. S e p a ra la p ráctica de la virtud de la esp eran za de obtener p rem ios y la ab sten ción del vicio del tem or al castigo; n iega la eficacia d e las p legarias y la p o sib ilid ad de los m ilagros; ad ju d ica un a función política a los profetas, cuyos «d iscu rso s no v erd ad ero s» tienen el solo p rop ósito de estim ular la virtud en los hom bres, y estab lece que el culto -q u e co rresp on d e a los gob ern an tes e sta b le c e r- es en sí m ism o indiferente a D io s y solo p o see un carácter político. A firm a ad e m ás que D ios no elige a un p u eb lo en m en o scab o de otros sino que ha in fundido en tod os p or igual lo n ecesario p ara alcan zar la virtud y la v erd ad era beatitud, y co n sid era «su p erflu o el conocim iento de los m isterios». Toda esta paráfrasis -fundam entalm ente correcta- lleva a Velthuysen a concluir, en el último párrafo de su carta, que el autor del T T P , « a mi juicio suprim e y destruye de raíz todo culto y toda religión», «introduce secretam ente el ateísm o», im agina a D ios de tal m odo que «su divinidad no provoca veneración en los hom bres» y «destruye la autoridad de la S agrad a Escritura» m encionándola «solo por fórm ula». Y, lo que es peor, al reducir la religión a la práctica de la virtud, negándole toda dim ensión especulativa y todo valor de verdad, equipara al C orán con el Verbo de D ios, y ya no q u eda «un solo argum ento p ara d e­ m ostrar que M ahom a no fue un verdadero profeta, puesto que tam bién los turcos cultivan las cuestiones m orales».

73. Ver el trabajo de Leiser Madanes, «Lambert van Velthuysen, mal­ tratado por Spinoza», en El árbitro arbitrario. Hobbes, Spinoza y la libertad de expresión, F.udeba, Buenos A ires, 2001, pp. 221-236.

En sum a, escribe Velthuysen en la últim a línea, «no m e aparto m ucho de la verd ad y no ofendo a su autor si d enun­ cio que, con argum entos encubiertos y d isim ulad os, enseña ateísm o puro». N ada pod ría haber provocado en Spinoza una reacción m ás inm ediata que la acusación de ateísm o, y no solo p or m otivos d e prudencia -au n qu e sin d uda tam bién por esto, pues la cir­ culación en H olanda de una crítica no impertinente, realizada con argum entación m uy preparada y firm ada por alguien de una im portante posición académ ica (en efecto, Velthuysen no era un teólogo vulgar sino un cartesiano que había escrito, entre otros, un libro favorable a las tesis de H obbes)-, revestía sin d u da un peligro político extrem o. L a parad oja cobra toda su fuerza si se considera que en 1665 Spin oza le había m anifestado a O ld en ­ burg que había com enzado a escribir el T T P para, entre otros m otivos, defenderse de la acusación de ateísm o (carta X X X ). ¿Q u é es un ateo en el siglo X V II? Ante todo, alguien que lleva una form a de vida. Por ello Spinoza, acusan do sin d u da el golpe, com ienza su respuesta por allí: [V elth u y sen | d ic e , p r im e n ), que le interesa poco saber de qué nación soy yo, ni qué método de vida sigo. P o r cie rto , si lo h u b ie r a s a b id o n o se h a b r ía p e r s u a d id o tan fác ilm e n te d e q u e y o e n se ñ o el a te ísm o . P u es los a te o s su elen b u s c a r in m o d e r a d a m e n te h o ­ n o re s y riq u e z a s, e o s a s q u e yo sie m p re lie d e s p r e c ia d o , c o m o s a b e n to d o s los q u e m e c o n o c e n (c a rta X L I I I ) .

Por ello resultaba autocontradictoria y hasta cierto punto insólita la im agen de ateo virtuoso que echaría a rod ar Pierre Bayle en el artículo sobre Spin o za del Dictionnairé*. 74. «Quienes han tenido cierto trato con Spinoza, así como los paisanos de los pueblos donde vivió retirado algunas temporadas, coinciden en afirmar que era un hombre de trato fácil, afable, honrado, cumplidor y muy ordenado en sus costumbres. Esto resulta extraño; pero, en el fondo, no hay que sorprenderse más de ello que de ver gente que vive muy mal a pesar de que tiene plena fe en el evangelio» (Pierre Bayle, «Spinoza», en Atilano Domínguez, Biografías de Spinoza, cit., p. 83).

L a contestación de S p in o za arguye en prim er lugar ad hominem: ... creo ver en que pantano se meto este hombre. N ada encuen­ tra, por cierto, en la virtud misma y en el entendimiento que lo deleite, y preferiría vivir según el impulso de sus pasiones sí no se lo impidiera una sola eosa. y es que teme el castigo...; y a esto se debe que crea que todos los que no están cohibidos por el temor, viven con desenfreno y dejan de lado toda religión. C u atro años m ás tarde, en 1675, Spin oza le escribe a Vel­ thuysen la segunda y últim a carta que se conserva, esta vez sin interm ediarios y con un lenguaje que denota una cierta fam i­ liaridad. En ella le solicita autorización p ara publicar el texto de la carta X L II junto a la respuesta de la carta X L III, no con el objeto de refutarlo sino para integrarlo a un a edición cuyo propósito es «aclarar con notas algunos de los p asajes m ás os­ curos del m en cion ad o T ratado». Para lo cual Spin o za propone «corregir o suprim ir» las exp resion es rudas de su respuesta, y m anifiesta que esa publicación «p od ría hacerse sin ningún p e­ ligro p ara su fam a, con tal de que no se inscriba su nom bre [en el texto]». A dem ás, invita a com pletarlo con otros argum entos contra el T I T , p ues «no hay nadie cuyos argum entos quisiera exam in ar con m ás gusto» (carta X L IX ). El proyecto exp licitado en esta carta no fue n un ca llevado a cab o; añ os más tarde Velthuysen escribiría una refutación de la Eli-

ca con el título de Sobre el culto natural y el origen de la moral (1680). Mucho más tranquilizador y de sentido común resultaba el relato de Kortholt: «se entregaba al estudio incluso en plena noche y la mayor parte de sus tenebrosos libros los elucubró de las diez de la noche a ¡as tres de la madrugada... Pues sin razón alguna fue un ateo malva­ do... un hombre tan ávido de gloria y tan ambicioso que se expuso orgulloso a ser cruelmente despedazado con sus amigos De Witt con tal que a una vida breve siguiera una carrera eterna de gloria... El 21 de febrero de 1677... exhaló plácidamente su alma impura y su último aliento. Si tal género de muerte puede corresponder a un ateo, se ha discutido no hace mucho entre los eruditos», etc. (Kortholt, «De tribus impostoribus», en ibirl., pp. !)2-!U).

S o b r e f.s t a e d i c i ó n

L a presente edición del Epistolario correspon de a la traduc­ ción realizad a p or O scar C ohan y pu blicad a por la Sociedad H ebraica A rgentina en 1950, luego recogida en el volum en IV d e las Obras completas de Spinoza, editadas p or A cervo Cultural, d e B u en os A ires, en 1977. C on L eón D ujovne, A lberto G erchunoff, Sam uel G lusberg, J a c o b o K ogan , M anuel Sadovsky, G regorio Weinberg, etc., O s­ car C oh an perteneció a una generación de intelectuales ju d ío s q u e en lo s a ñ o s 4 0 y 5 0 p ro m o v ió las id e a s d e S p in o z a m á s

que nadie antes o desp ués en la A rgentina, a través de libros, artículos y traducciones de sus obras, p u blicad os en revistas com o Ju d aica o D avar y por las editoriales Babel, Bajel o las ediciones de la Socied ad H ebraica. A dem ás de las cartas de Spinoza, Cohan tradujo el Spinoza de C ari G ebhardt” , el Tratado de la reforma del entendimiento;,! y la EticáP. El texto base em pleado por C ohan p ara esta versión del Epistolario - la prim era en lengua esp añ o la- no es el esta­ blecido por la edición de G ebhardt71* sino el correspondiente a la edición realizada en 1914 por Van V loten y L an d 79, según él m ism o indica en el prólogo. L a reedición presente, adem ás de corregir erratas tipográficas y unas pocas evidentes distracciones del traductor, incluye las cartas aparecidas con posterioridad a las ediciones de Van V loten /L an d y G ebhardt, y por tanto no recogidas por Cóhan en la suya. En total, los textos que se tra­

75. Gebhardt, C., Spinoza, op. cit. (luego en Obras completas de Spinoza, vol I, op. cit). 76. Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, op. cit. 77. Spinoza, Etica , Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 11)54 (reeditada en UNAM, México, 1977). 78. Spinoza, Opera, op. cit. 79. Benedicti de Spinoza, Opera quotquot reperta sunt, editio tertia, Hagae Comitum, MCMXIV.

ducen y añaden ahora son cinco y com pletan el Epistolario según h a sido establecido hasta el m om ento. E sos textos son: 1) L a carta X II A, a L. M eyer, editada por prim era vez en 1975 com o B rief van Spinoza aan Lodewijk Meijer, 2 6 ju li 1663, uitgegeven doorA. K. Offenberg, traducida luego al inglés en Hessing, S. (dir), Speculum Spinozflnum 1677-1977, y al francés en «Lettre de Spinoza á Lodewijk Meijer, 26 juillet 1663»“ ’. Naturalmente, esta carta no fue traducida por O scar C ohan, ni tam poco se agregó en la reedición incluida en las Obras completas de Spinoza (1977). 2) El Fragm ento I de la carta X X X . Se trata de un pasaje que consta en una carta de O ld en burg a R obert M oray del 6 de octubre d e 1665. Fue publicado por A. W olf en «A n A ddition to the C orrespon d en ce o f Spin o za», en Philosophy. TheJourn al ofthe British Inst. ofPhil., 10, 1935, 200-4. 3) L a carta X L V III A, no p u b licad a ni incluida en ninguna edición hasta la holan desa de A kkerm an, H ubbeling y Westerbrink (1977)“'. 4) L a carta X L V III B, que consta de tres fragmentos, incluidos parcialm ente en la edición de G ebhardt com o Ep. X L V III bis, y en form a com pleta solo en la edición holandesa de 1977. 5) L a carta L X V II bis de N iels Stensen. A unque se en ­ cuentra ya en la edición de G eb h ard t, C oh an no la incluye en la suya. Son m ías las traducciones de la carta X II A, del Fragmento I de la carta X X X , de la carta L X V II bis y del Fragmento II d e la carta X L V I II B, en tanto q ue la carta X L V III A y el F rag ­ m en to I de la c arta X L V III B fueron trad u cid as del original h o lan d és p o r ja v ie r B lanco. Se m antienen el prólogo de O scar C ohan y la introducción 80. Cfr. nota 44 de la presente Introducción. 81. Spinozp. Briefcuisseling, op. cit.

de G ebhardt incluidos en la edición de 1950; se añade al final del texto una carta del filósofo G eorge Santayana a C ohan fechada en ju n io de 195110, a propósito de su versión del Epistolario. D if.g o T atián

82. «U na carta de Santayana», en Davar, n ° 51, marzo-abril de 1954, pp. 27-30.

C

r o n o l o g ía

El 24 de NOVIF.Mhrk nace en la ciudad de Ámsterdam B en to /B aru ch /B en ed ictu s Spin o za, en el seno de la com unidad ju d ía que había llegado a H olan d a hacia fines del siglo X V I. Su fam ilia h ab ía sido ex p u lsad a prim ero de E sp añ a y luego de Portugal. En este m ism o año nace V erm eer y R em bran d t pinta L a lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp. 1637

D escartes publica el Discours de la Méthode.

1639

S p in o za asiste a la escuela de la com unidad juedeo-portugnesa de A m sterdam , d on d e aprende la lengua hebrea, estudia la Tora y el Talm ud.

1641

Descartes publica las Méditations Métaphysiques.

1642

Publicación del De civeáe H obbes.

1649

Publicación de Les passions de l ’ám ede Descartes.

1650

M uerte de D escartes. Se p ublica en español, en A m sterdam , la o b ra Esperanza de/sraelde Menasseh ben Israel.

1651

A parición del Leviathan de H obbes.

1652

Francis van den Enden abre en A m sterdam una escu ela d e laLin, que seria frecuentada por el joven Baruch.

1654

M uerte de Michael d ’ Espinoza, padre del filósofo. Se hace cargo, ju n to a su herm ano G abriel, del negocio familiar.

1655

L lega a A m sterdam , proveniente de A lcalá de H en ares,Ju an de Prado, con quien Spinoza entra en contacto.

1656

El 27 Di: ju m o es excom u lgad o sosp ech ad o de herejía. A la salid a de un teatro, un fanático ju d ío lo agred e con un puñal.

1658

Probablem ente redacta el Tratado de la reforma del entendimiento, que será publicado tras su m uerte, inconcluso.

1660-1

Se instala en Rijnsburg, centro de los colegiantes. C om p on e el Breve tratado.

1662

P ro b ab lem en te c o m ie n z a la red ac c ió n de la Etica.

1663

Publica Principios de filosofía de Descartes y los Pensamientos metafísicas. Se instala en V oorburg. Probable encuentro con J a n de Witt.

1664

A parece la traducción holan desa de los Principios defilosofía de Descartes y de los Pensamientos metafísicos.

1665

Sp in o za in terrum pe la red acció n de la Etica y co m ien za a escrib ir el Tratado teológico-político.

1669

M uerte de R em brandt.

1670

Se instala en L a H aya, en la buhardilla de la casa del pintor Van d er Spick. Publicación del Tratado teológico-político, sin nom bre de autor y con falso pie de im prenta.

1672

G u e rra co n tra F ran cia e In glaterra. L o s fran ­ c e se s in v a d e n H o la n d a . L o s h e rm a n o s D e W itt son a se sin a d o s en p len a v ía p ú b lic a p or u n a tu rba en a rd ec id a . Fin d e la e x p e rie n cia rep u b lican a.

1673

Sp in o za recibe una invitación p ara ocu p ar una cátedra en la U niversidad de H eidelberg. Declina la invitación por considerar que se vería lim itada la libertad de pensar.

1674

L a C orte de H olan d a con d en a conjuntam ente el Tratado teológico-político y el Levíathan.

1675

D esiste de publicar la Etica, que se encontraba y a en prensa, a cau sa de los rum ores y am enazas

que la sola inm inencia de su im presión había provocado. 1677

M uere en L a H ay a el 21 de ff.brf.ro. Poco tiempo d esp ués sus am igo s publican sim ultáneam ente un a edición latina ( Opera posthuma) y una edición h olan desa (Nagelate Schrifien) de sus escritos.

1687

El editor am stelod an o L. van D ijk publica dos escritos spinozistas inconclusos: Cálculo algebraico del arco iris y Cálculo de probabilidades.

1862

P rim era ed ició n del Tratado breve p o r J . van V loten.

Se consigna a continuación un repertorio no exhaustivo de ediciones de Spinoza y estudios críticos en lengua española, con el propósito de proporcionar una guía bibliográfica al lector. E d i c i o n e s df . S p in o z a f. n c a st f .i .ijv n o

Obras escogidas, versiones de E. Reus y Bahamonde, M. H. Alberti y M an uel M ach ad o , p refacio d e O lto B aensch, El A teneo, Buenos Aires, 1953. Obras completas, traducción, introducción y notas de J . Bergua, C lásicos Bergua, M adrid, 19(>(>. Obras completas, 5 volúm enes, versiones de O scar Cohan y Mario C alés, introducción de C ari G ebhardt, A cervo Cultural, Buenos Aires, 1977. Tratado de la reforma del entendimiento, versión de O scar Cohan, introducción de Cari Gebhardt, Bajel, Buenos Aires, 1944. L a reforma del entendimiento, versión de Alfonso Castaño Piñán, Aguilar, M adrid, 1954. Tratado de la reforma del entendimiento / Principios defilosofía de Des­ cartes / Pensamientos metafísicos, versión, introducción y notas de Atilano Dom ínguez, Alianza, M adrid, 1988. Tratado de la reforma del entendimiento, versión de O scar Cohan, prólogo de D iego Tatián, Cactus, Buenos Aires, ‘2 006. Tratado breve, versión, prólogo y notas de Atilano Domínguez, Alianza, M adrid, 1990. Tratado teológico-politico compuesto por Benito Spinoza, versión de J . V argas y A. Z ozaya, Biblioteca Económ ico-Filosófica, M adrid, 1882. Tratado teológico-politico, versión de A. Vargas y A. Zozaya, prólogo de León Dujovne, Lautaro, Buenos Aires, 1946. Tratado teológico-politico (selección) / Tratado político, traducción y estudio prelim inar de Enrique T ierno G alván, Tecnos, M adrid, 1985.

Tratado teológico-político, traducción, introducción, notas e índices de Atilano Dom ínguez, Alianza, M adrid, 1986. Etica, versión de M anuel M achado, Garnier, Paris, 1913. Etica, versión de G. C. Bardé, Barbado, Buenos Aires, 1940. Ética, versión de O scar Cohan, Fondo de Cultura Económ ica, M éxico, 19.54. Etica, versión de A. R od rígu ez Bachiller, A guilar, Buen os Aires, 1975. Ética, versión de O scar Cohan, U N A M , M éxico, 1977, 1980. Etica, versión e introducción de Vidal Peña, Editora Nacional, M adrid, 1984. Etica, versión e introducción de Atilano Dom ínguez, Trotta, M adrid, 2000. Ética, versión y notas de M anuel M achado. Q uadrata, Buenos Aires, 2005. Tratado político, versión, introducción, índice analítico y notas de Atilano Dom ínguez, Alianza, M adrid, 1986. Tratado político, versión, introducción, notas, índex latinus translatíonís y bibliografía de H um berto Giannini y M aría Isabel Flisfisch, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1990. Tratado político, versión de Eric Fontanals, estudio prelim inar y notas de Ernesto Funes, Q uadrata, Buenos Aires, 2003. Epistolario, versión y prólogo de O scar Cohan, introducción de C ari Gebhardt, Sociedad Hebraica, Buenos Aires, 1950. Correspondencia, versión, notas e índices de Atilano Domínguez, Alianza, M adrid, 1986. Correspondencia completa, versión d e j. D. Sánchez Estop, Hiperión, M adrid, 1988. Las cartas del mal. Correspondencia Spinoza / Blijenbergh, versión de Natascha Dolkens, presentación de Florencio Noceti, com en­ tario de Gilíes Deleuze, C aja Negra, Buenos Aires, 2006. Compendio degramática de la lengua hebrea, traducción, introducción y notas de Guadalupe González Diéguez, Trotta, Madrid, 2005.

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E p is t o l a r io

Con una introducción de CA RLG EBH A RD T Traducción del latín y prólogo de O SC A R CO H A N

PRÓLOGO que fue m uy ad m irad o p o r casi tod os los gran des p en sad ores, filósofos y p oetas alem an es (Lessing, G oethe, Lichtenberg, Schleierm acher, H egel, Fichte, N ovalis, H eine, Sch openhauer, N ietzsche y Scheler), no h a tenido casi ecev en los escritores de len gua castellana, a p esar d e que era d escen ­ diente de ju d ío s esp añ o les (oriundos de la ciu d ad castellana de E sp in o sa de los M onteros) y castellanos m uchos de los autores que leía. S ó lo encontró tal eco en otro filósofo d e origen e sp a­ ñol, pero d e len gua inglesa: m e refiero a Santayana, que, com o N ietzsche, ha reconocido su afinidad con Spinoza. Y aunque es p en oso decirlo, lo cierto es que a punto casi de cum plirse el tercer centenario d e su m uerte y de la aparición de sus Obras postumas, no tenem os tod avía un a edición com pleta de estas en castellano. A llenar en parte este vacío contribuye la presente edición argen tina de su Epistolario. El Epistolario de Spinoza, del cual G oethe h a dicho que es el libro m ás interesante del m undo por su sin ceridad y am o r a los h om bres, ap arece así p or p rim era vez en castellano. C on sid ero que una b u en a traducción no d eb e ser fiel lite­ ralm ente, sino literariam ente. Pero cuan d o se trata de obras filosóficas, pien so que es necesario evitar que, por excesivo afán de clarid ad y elegancia, se m utile y disfrace la form a, y, a veces, el p ensam ien to del original. Por tanto, he tratado con s­ tantem ente d e ser fiel y exacto, tanto en lo que concierne a la form a com o al pensam iento de las cartas d e este Epistolario. H e trabajado en esta traducción durante m uchísim o tiem po y con gran am or, esm ero y cuidado. N o p retendo h ab er hecho una traducción perfecta, sino la m ejor que he p od id o, de m odo que si no es del todo m ala, tendrá algo bueno.

S

PIN O ZA ,

El texto latino que he usado es el de la tercera edición de las Obras completas de Spin o za por Van V loten y L and, publicada en 1914 en L a H aya (Benedicti de Spinoza, Opera quotquot reperta sunt; editio tertia; H agae C om itum ; MCMX1V). Todas las veces que se m e ha presentado algún punto difí­ cil, oscuro o d udoso he consultado la traducción alem an a de G ebhardt, o la inglesa de Wolf o la francesa de Appuhn. C o m o dice Wolf: «L a im portancia del Epistolario de Spinoza para la adecuada com prensión de su filosofía es m uy grande. No só lo n o s d a u n a e x p o sic ió n m á s se n c illa y m enos im p o n e n te de varios conceptos filosóficos (tales com o libertad, duración, tiempo, infinito, unidad de la naturaleza, etc.) que la que se encuentra en sus otras obras, sino tam bién una explicación m ás ad ecu ad a de alguna de sus ideas fundam entales. N o es ex agerad o decir que algunas de las m ás m aliciosas tergiversaciones de la filosofía de Spin o za se deben sobre todo a un estudio insuficiente o, por lo m enos, insuficientem ente im parcial de sus cartas». Y p ara confirm ar esto citarem os, finalm ente, las palabras del em inente espinocista inglés Pollock: «U n a de las cartas m ás im portantes de Spin o za (epístola X II) fue escrita en 1663... El tem a de la carta se refiere al significado o, m ás bien, significa­ dos de los térm inos infinito e infinitud, y al peligro de errores y confusiones al usarlos. L a tesis de Spin o za es de fundam ental im portancia p ara la exacta com pren sión de su concepción del U niverso, y, sin em bargo, ha sido asom brosam en te ignorada o su bestim ada p or la m ayoría de los com entadores de la Etica, sin exceptuarm e a mí m ism o». Para facilitar al lector la com prensión del significado esen­ cial de este Epistolario le he agregado, traducido del alem án, un interesante y profundo estudio del ilustre espinocista Cari Gebhardt, cuyo Spinoza traduje hace diez años. S ea ésta, pues, una nueva contribución a un m ayor y m ejor conocim iento del gran filósofo y su ob ra entre los pueblos de habla castellana. O s c a r C o h a n , agosto de 1950.

INTRODUCCIÓN

o e t h e ha dicho que el Epistolario de Sp in o za es el libro m ás interesante que se p o d ía leer en el m undo p or su sinceridad y am or a los hom bres. E s a la vez p ara nosotros el com plem ento necesario d e la Etica de Spinoza, pues nos ofre­ ce la p rofu n d a y pura hum an idad que se oculta detrás de las rígidas fórm ulas m atem áticas de aqu ella obra. C u an d o se lee p or prim era vez el Epistolario y se lo com para con otros episto­ larios eruditos del siglo X V II, el de Boyle, por ejem plo, o el de H uygens o el de Leibniz, se aso m b ra uno al descubrir que aquí no estam os en p resen cia de un intelecto que les hab la a otros intelectos. Fuera de algunos p o c o s eruditos, los correspon sales de Sp in o za son h om bres sim ples, de m entalidad m uy sencilla y a quienes asegu ra su respeto. Y esto m uestra que p ara él lo principal en la vid a no ha sido el intelecto, sino una voluntad sincera. «N o hay nadie cuyos argum entos exam in e yo con m ás g u sto , p ues c o n o z c o la e n te ra p u re z a de su c o n c ie n c ia », le escribe a un ad versario desp ués de haberlo con o cid o; el m ism o a quien anteriorm ente le había escrito una carta llena de indignación. Y las preguntas de Schuller las contesta, a p esar de que está enferm o y recargad o de trabajo: «p u es por su singular afabilidad o, lo que yo con sid ero esencial, por el am or por la verdad que le anim a, m e veo ob ligad o a satisfacer su d eseo con mis débiles fuerzas» C uan d o le ha salido al encuentro una clara voluntad, un noble esfuerzo por la verdad, jam ás los ha defraudado. A sí ha contestado con tanta paciencia las casi inso­ portables trivialidades de Blyenbergh, sim plem ente porque éste le había escrito que esp eraba alcanzar con la ciencia la verdad pura, y la tranquilidad com o efecto de la verdad; pues Spinoza se

G

sentía o b ligad o, ante toda voluntad d e conocim iento. Ya en el Tratado sobre la reforma del entendimiento1 se ex p resa así: «A tañe a m i p ro p ia felicidad esforzarm e p ara que m uchos otros tengan el m ism o conocim iento que yo y p ara que su conocim iento y voluntad coincidan com pletam ente con mi conocim iento y voluntad», y la Etica sac a de aquí este ax iom a: «E l bien que todo aqu el que sigue el cam ino de la virtud trata de lograr p ara sí, tam bién se lo d eseará a los d em ás h om bres». En esto residía p ara él el sentido de lo que su ép o c a h ab ía m anifestado tan a m e n u d o : el h o m b re e s un D io s p a r a el h o m b re .

Se tiende todavía siem pre con unilateralidad a considerar en la doctrina de Spin oza com o lo principal lo que en ella es m edieval y escolástico. Por cierto que Spinoza estaba todavía com pletam ente encerrado en su tiem po; y cosas com o Sustancia y D ios, sobre las que nosotros hem os aprendido a callam os, ocupan en su consideración un am plio espacio. Pero no se debe olvidar que a la ob ra que en un principio quiso llam ar Filosofía, le dio m ás tarde el nom bre de Ética. Y precisam ente el Epis­ tolario p u ede en señ am o s al respecto que en su pensam iento y acción ha reconocido siem pre el prim ado de la conciencia ética, siendo en esto enteram ente un hijo de aquel Renacim iento, que en la esencia de la personalidad encontró su n o rm a valorativa. L a corresp on den cia con Blyenbergh y la parte últim a de la correspon den cia con O ld en burg nos d an sobre este aspecto de la Ética de Spinoza, verdaderam ente autónom a y desligada de tod a prem isa religiosa, una id ea m ás clara quizá que la m ism a o b ra principal. «E n lo que a m í atañe rechazo lo m alo, porque es contrario a m i naturaleza y porque m e apartaría del am or y conocim iento de D ios». Spinoza, doscientos años antes que N ietzsche, h a establecido que la ética no consiste en el cum pli­ m iento de una n orm a m oral, sino que es un estilo d e vida. A quel convencim iento de la obligación de com unicar la ver­ d ad , convencim iento que d eb em o s fundam entalm ente a este

1. Versión castellana, Buenos Aires, 1944.

Epistolario, nace del concepto que S p in o za m ism o tenía d e la verdad, y tam bién aquí nos d a el Epistolario una profundización del conocim iento. J a m á s en tod a la historia del pensam ien to h u m ano se ha con cebid o en form a m ás ab soluta el concepto de la verdad. «N o tengo la pretensión de haber encon trado la m ejor filosofía, -le escribe al convertido A lberto B u rg h -, sino que sé que conozco la v erd ad era». Este principio está lejos de tod a conciencia egotista, en él no se halla ex p resad a sino la firme creencia de que hay u n a verd ad que es in dependiente de todo el pensam ien to hum ano. Para Spinoza, los con cep tos son realidades absolutas, que existen indiferentem ente del hecho de que las introduzca en su pensam ien to un espíritu hum ano. L a verd ad del ser es p ara él de la m ism a naturaleza que la verd ad de la m atem ática: el principio pitagórico tiene validez, se a o n o p en sad o por un espíritu hum an o; tenía validez, antes de h ab er sido concebido. Por eso p ara Sp in o za la filosofía era una m atem ática del ser. Prohibió que su Ética fuera p u b licad a con su nom bre, porque la verd ad y la m atem ática son im personales y es indiferente quién h aya form ulado prim ero sus principios. Pero la m atem ática es la ciencia m ás desinteresada, p ues carece de u n a finalidad. S ólo en ella p u ede curarse el pensam ien to hum ano del finalismo. N o se puede preguntar p ara qué la sum a de los ángulos en el triángulo es igual a d os rectos. El Epistolario aclara la necesidad de la form a m atem ática, d e la tendencia antiteleológica de la Ética. En otro sentido se m uestra en el Epistolario el carácter y el destino del sistema. Espinocism o es racionalismo absoluto. «Ante qué altar puede inclinarse el que ofende la m ajestad de la razón». Én principio n ad a es inaccesible a la razón. Pero Spinoza, para no hacer peligrar la unicidad de D ios, había dem ostrado que la naturaleza de D ios no estaba constituida sólo por los d os atri­ butos que nosotros conocem os, extensión y pensam iento, sino de otros infinitos. Sobre estos otros atributos infinitos interroga Tschirnhaus al filósofo, dónde están y por qué el espíritu, que conoce algunos, no conoce todos. Spin o za se parap eta detrás de los principios de su Etica. Y adem ás, ¿cóm o de la U nidad de D ios

es posible inferir la m ultiplicidad de los cuerpos? Tam bién esta cuestión se la plantea al filósofo la perspicacia de Tschirnhaus. Spinoza habla de Descartes, pero com o ha sido interrogado sobre su propia opinión y com o la pregunta es repetida, contesta con fatigada frase: «A l respecto, si sigo viviendo, hablaré con Ud. m ás claram ente en otra ocasión; pues hasta ahora, al respecto, no he podido com poner n ad a en debido orden». Aquí reside, para mí, la tragedia, la profunda tragedia de la vida de Spinoza. L a fuente del sistem a no es racionalista, sino intuitiva, si se quiere, mística. L a causa úllim a no es co n ce b ib le , sin o c o m p re n d id a por la «scientia intuitiva» y luego el entendim iento ha de inferir todos los conceptos del concepto prim igenio. ¿Pero cóm o de la unidad nace la pluralidad? Sobre este abism o no hay ningún puente: sólo en alegorías han encontrado los sistem as panteístas la posibilidad del principium individuationis, p ara esto el pensa­ miento de Spinoza era dem asiado grande y sencillo. Esta es la tragedia de esta vida heroica -n ad a sabríam os de esta tragedia si no tuviéram os las cartas-: no sab ía resignarse en los límites del conocim iento hum ano. L a filosofía de Spinoza no conoce ningún concepto de límite. M ás claram ente que en cualquier otro lugar advertim os en el Epistolario la singularidad de la posición de Spinoza. E ra un hom bre que había perdido a la com unidad. L a excom unión de la Sin ago ga lo había aislado, así que se encon traba entre los ju d ío s y los holandeses. Y en las cartas repercute este anhelo: qu ería p rotección, quería ser holan dés, p a ra p o d er actuar. Al respecto nos d a fundam ento un p árrafo y este párrafo, es aso m bro so, no ha sido com pren dido tod avía en toda su im portancia biográfica. S p in o za había escrito su Tratado de la filosofía cartesiana en form a m atem ática. Y com o m otivo de su publicación aduce: «E n ocasión de esto quizá aparezcan algunos hom bres, entre los que en mi patria ocupan los pri­ m eros puestos, que tengan d eseo de conocer lo que he escrito y recon ozco com o expresión de mi propio p ensam ien to y que, por tanto, traten de que yo p u eda publicarlo, sin tener que tem er ningún d esag rad o ». Este párrafo es clarísim o: los

h om bres que en H olan d a o cu p ab an los prim eros puestos eran (después que los O range perdieron su p od er en 1650) Ju a n de Witt y los hom bres de su círculo. Por las viejas biografías se con ocía la relación de S p in o za con el C on sejero-pensionado y yo he d em o strad o que el Tratado teológico-político y el Tratado político eran el fruto de esa relación, pero hasta ah o ra se la h ab ía con sid erad o siem pre com o algo casual (la m ás reciente biografía de Spin o za la describe tod avía com o un encuentro casual). Pero del Epistolario se infiere que esta relación fue b u scad a p or Spinoza. Él tenía n ecesariam ente que luchar por esta protección, p u e sju a n de Witt, uno de los p o co s hom bres realistas entre los dirigentes d e los E stado s, no quería sino un E stado libre, que garantizara la libertad del individuo. De m od o que Spin o za se inclinó conscientem ente al partido de los regentes. Y no p o d ía recom en d arse al estadista de m ejor m an era que con su libro, pues la m atem ática y la filosofía de D escartes gozaban del especial interés d e ju a n de Witt. Spinoza pertenece al linaje de esos p o co s hom bres a quienes se aplica con razón el refrán que dice: «E ra sincero com o las p alom as e inteligente com o las serpientes». Esto determ ina la posición d e su filosofía y la difusión de ésta en las cartas. Él conocía la au d acia de sus pensam ien tos y con o cía sus consecuencias. Pero sob re el sello con que cerraba sus cartas, estaba grab ad a la p alabra «caute». Spinoza no quería llegar a ser el m ártir de su doctrina. Él, cu ya valentía personal estab a fuera de tod a discusión, que sin vacilar estaba dispuesto a sacrificarse ante el pueblo, p ara com partir la suerte de Witt, dijo de sí m ism o: «D ejo que cad a cual viva según su criterio, y que si así lo desea, p u ed a siem pre m orir p or su felicidad, con tal de que yo p u eda vivir p ara la verd ad ». H a evitado siem pre la actitud de revolucionario, y h a ob rad o siem pre de acuerdo con la siguiente consigna ya tem pranam ente adm itida: «E s necesario hablar según la cap acid ad de conocim iento de la m asa, y hacer todo aquello que no dificulte el logro de nuestro propósito; p ues p o d em o s lograr no p oco favor de la m asa, si tenem os en cuenta, en todo lo posible, su cap acid ad de co m ­

prensión; adem ás, de esta m an era se predispone a los hom bres a prestar oíd o favorable a la verd ad ». Es necesario con ocer esto, p ara p o d er leer sus cartas entre líneas. Su argum entación preferida era la «argum en tado ad hom ines», la transform ación de los conceptos lim itados en otros libres, gran des. S ólo así se logra com pren der la violencia con que se defiende d e la acu ­ sación d e ateísm o. N in gun a carta está tan llena d e p rofu n d a indignación com o la que re ch a z a esa denom inación. El hom bre actual difícilm ente p u ede com pren der este sentim iento; p ara éste el a te o e s un d o g m á tic o c o m o c u a lq u ie r otro . E n aq u e l

tiem po, el que no recon o cía a D ios, rech azaba absolutam en te todo orden ético del m undo, p ues la m oral sólo se fu n d aba en la fe en el m ás allá, y el sentido am bivalente que hoy tiene la p alab ra libertino estab a entonces com pletam ente ju stificado en la m ayoría d e los casos. «L o s ateos se afanan com únm ente sin m edida por los honores y las riquezas; pero yo, com o saben todos los que m e conocen, he despreciado siem pre esas cosas». A Spinoza le repu gnaba íntim am ente esta clase de ateísm o agre­ sivo (com o tam bién lo sab em os por las conclusiones del Tratado teológico-político?, pues com o lo dem uestran las cartas, él m ism o, en una ocasión, quiso escribir un libro contra un panfleto en que se defendía un ateísm o de esa índole llevado a la práctica). «A m o r fati» fue la nota fundam ental de su vida, y de este sentim iento religioso de depen den cia, d e la total resignación de lo finito ante lo infinito, conquistó él la alegría consciente y serena, que es absolutam ente ajen a al perm anente sentim iento de culpa de una religión fundada en el p ecad o original. Se quita todo significado a los conceptos cuan do se ve en él un «philosoph u s christianissim us». «G o zo y p aso mi vid a no en m edio d e la tristeza d e los suspiros, sino en m edio de la tranquilidad, del p lacer y d e la alegría y m e elevo así gradualm en te. R eco ­ n ozco de tal m anera -y esto m e c au sa la m ayor satisfacción y tranquilidad de á n im o - que todo ocurre por el p o d er del ser m ás perfecto y p or sus in m utables decretos». Sp in o za sab ía que él tenía un concepto de D ios m ás puro y m ás gran de que las iglesias de su tiem po, pero en ciertas sectas religiosas de

religiosidad intim a y en el cristianism o sin dogm as de los regen­ tes neutralistas vio una tendencia espiritual em paren tada con la suya. L a fe en D ios del cristianism o dogm ático d eb ía tener p ara él algo turbiam ente b árbaro ; d esp reciab a el antropom or­ fism o: «S i un triángulo p udiera hablar hablaría precisam ente de esa m ism a m an era diciendo que D ios es em inentem ente triangular; y un círculo diría que la naturaleza divina tiene un sentido em inentem ente circular». Y de la d ivinidad de C risto, olvidan do su reserva, dice: «Q u e D ios haya tom ado naturaleza hum ana, m e parece tan absurdo com o si alguien pretendiera decirm e que el círculo ha tom ado naturaleza de cu ad rad o». E sta conciencia de la m ás alta espiritualidad de su prop io concepto de D ios y su actitud an turevolucionaria no obstante esta conciencia, d eja reconocer la total falsedad de la interpretación de Nietzsche, según la cual «el odio ju d ío se cebó en el dios ju d ío ». El odio es tan ajen o al estilo de esta vid a com o la m oral de la com pasión. C a r i . G ebh a r d t

C a r ta s DE A L G U N O S V A R O N ES D O C TO S A

B.

D.

S.

Y 1A S

R e spu e st a s D E L AUTOR Q U E C O N T R IB U Y E N N O P O CO A LA D ILU C ID A C IÓ N D E S U S OTRAS O B R A S

CARTA I Al iluslrisimo señor B. o. S. E n r iq u e Ol d e n b u r g

Ilustrísim o señor, honorable am igo: C u an d o lo visité recientem ente en su retiro de Rijnsburg, m e fue tan penoso apartarm e de su Jado, que no bien estuve de regreso en Inglaterra, he tratado de ligarm e nuevam ente con usted cuanto fuera posible, al m enos p o r el com ercio epistolar. U n conocim iento de las co sas esenciales, unido a la afabilidad y a la belleza de las costum bres (con todo lo cual la N aturaleza y su propio esfuerzo lo han provisto a usted m uy abun dante­ mente) poseen tal atractivo en sí m ism os que conquistan el am or de todos los hom bres sinceros y de am p lia cultura. Por lo tanto, excelentísim o señor, estrechem os nuestras diestras com o p ru eba de am istad sincera y cultivém osla asiduam ente co n to d o g é n e ro d e a te n c io n e s y fa v o re s. C o n s id e r e u sted

verdaderam ente com o suyo lo que p u eda aprovechar de m is escasos dones. Pero de las d otes intelectuales que usted posee, perm ítam e reclam ar p ara mí la parte que no p u ed a redundar en detrim ento suyo. T uvim os en R ijnsburg u n a conversación sobre D ios, sobre la Extensión y el Pensam iento infinitos, sobre la diferencia y la concordancia de sus atributos, sobre el m od o de unión del alm a con el cuerpo, y ad em ás sobre los Principios d e la filoso­ fía cartesiana y baconiana. Pero d ad o que entonces h ablam os sob re tan im portantísim os tem as de p aso y de prisa, y com o entretanto todos ellos han torturado mi espíritu, haciendo uso de los derechos de nuestra am istad, le ruego am ablem ente

m e exp on ga, en form a algo m ás detallada, su concepto sobre los asuntos precitados, y, ante todo, no se niegue a ilustrarm e sobre estas d os cuestiones, a saber: prim ero, en qué consiste, p ara usted, la verd ad era diferencia entre extensión y p en sa­ m iento; segundo, qué defectos encuentra usted en la filosofía de D escartes y de B acon, y de qué m anera piensa elim inarlos y sustituirlos con algo m ás sólido. C uanto m ás librem ente m e escriba usted acerca de estos tem as y otros sem ejantes, m e sen­ tiré tanto m ás fuertem ente ligado a usted y obligado, siem pre q u e m e se a p o sib le , a id é n tico s fav o res.

A h ora se están im prim iendo aquí unos «E n say os fisiológi­ cos» escritos p or un ilustre inglés y hom bre de extraordinaria erudición. Tratan de la naturaleza del aire y de su propiedad elástica, p ro b ad a con cuarenta y tres experim entos; adem ás, de los fluidos y sólidos y de otras coséis sim ilares. N o bien salgan de la prensa procuraré enviárselos por interm edio de un am igo, que tal vez atraviese el mar. M ientras tanto, consérvese usted bueno y recuerde m ucho a su am igo que es con todo afecto y devoción suyo, E n r iq u e O ld e n b u r g

Londres, 16/26 de agosto de 1661.

CARTA II Al nobilísimo y doctísimo señor E n riq ue O l d e n b u r g

B. o. S. (Respuesta a la precedente) Ilustrísim o señor: Lo grata que es para mí su am istad, podría juzgarlo usted mis­ m o, si su m odestia le perm itiera reflexionar sobre las cualidades que posee tan abundantem ente. Y cuanto m ás las exam ino, me

parece que es no poco orgullo de mi parte atreverm e a entablar am istad con usted, sobre todo cuando pienso que entre am igos todas las cosas, especialm ente las espirituales, deben ser com u­ nes; pero se ha de atribuir esto, no tanto a mí com o a su m odestia y benevolencia. Usted ha querido descender de la altura de la prim era y enriquecerm e de tal m od o con la abundancia de la segunda, que no puedo tener ningún inconveniente en entablar la íntim a am istad que usted m e ofrece decididam ente, y es justo que usted p id a reciprocidad de mi parte. M e dedicaré con todas m is fuerzas a cultivarla celosam ente. E n cuanto atañe a m is dotes intelectuales, si es que p oseo algu ­ nas, le perm itiría gustoso que m e las reclam ara aunque supiera que ello habría de ser con gran detrim ento p ara mí. Pero, p ara que no p arezca que yo quiero negarle lo que usted m e pide p or derech o de am istad, trataré de explicarle mi opinión acerca d e lo tratado en nuestras conversaciones, aunque no pod ría creer que este m edio contribuiría a ligarm e m ás íntim am ente con usted, si no contara con su benevolencia. Com enzaré, pues, hablando brevem ente de Dios, a quien defino com o un Ser que consta de infinitos atributos, cad a uno de los cuales es infinito o sum am ente perfecto en su género. Aquí es de notar que entiendo por atributo todo aquello que se concibe por sí o en sí, de m odo que su concepto no im plique el concepto d e otra co sa. A sí, p o r ejem p lo, la exten sión se co n cib e p o r sí y en

sí; en cam bio no el movimiento, pues este se concibe en otro y su concepto implica la Extensión. Pero que esta sea la verdadera definición de Dios resulta evidente del hecho de que entendem os por D ios un ser sum amente perfecto y absolutamente infinito; y que tal Ser existe es fácil dem ostrarlo con esa definición; m as com o no corresponde hacerlo en este lugar, pasaré por alto la demostración. Pero lo que debo demostrar aquí, ilustrísimo señor, pitra responder a su prim era cuestión, son los puntos siguientes: prim ero, que en la Naturaleza no pueden existir dos sustancias sin que difieran absolutamente en su esencia; segundo, que una sustancia no puede ser producida, sino que pertenece a su esencia el existir; tercero, que toda sustancia debe ser infinita o sumamente

perfecta en su género. D em ostrados los cuales, pod rá usted, ilustrísimo señor, ver fácilmente adonde tiendo, con tal que tenga en cuenta mi definición d e D ios; de m odo que no será necesario que hable m ás am pliam ente de ellos. Pero para dem ostrarlos clara y brevemente, nad a m ejor he podido hallar que som eterlos al exam en de su ingenio, probados a la m anera geom étrica. Se los envío aquí por separado, y esperaré su juicio sobre ellos. M e pregunta usted, en segundo lugar, qué errores ob ser­ vo en la filosofía de D escartes y de Bacon. A unque no es mi costu m bre señ alar los errores de los otros, tam bién quiero com placerlo en esto. El p rim ero y m áxim o consiste en que se descarriaran tanto del conocim iento de la cau sa prim era y del origen de todas las cosas. El segundo, en que n o conocieran la verd ad era naturaleza del alm a hum ana. El tercero, en que no hayan alcanzado ja m á s la verd ad era cau sa del error. Pero cuán sum am ente necesario es el verd ad ero conocim iento de esos tres puntos, solo pueden ignorarlo quienes carecen ab solu ­ tam ente d e todo estudio y disciplina. C uán d escarriados están estos autores acerca del conocim iento de la cau sa prim era y del alm a hum ana, se colige fácilm ente de la verd ad de las tres proposiciones arriba m encionadas; por lo cual, solo m e dedicaré a dem ostrar el tercer error. D e Bacon diré p o c a cosa: hab la de este asunto m uy confusam ente, porque solo describe y casi nada dem uestra. Pues, en prim er lugar, supone que el entendim iento hum ano, fuera del engañ o d e los sentidos, yerra p or su p rop ia naturaleza y concibe todo por an alogía con su naturaleza y no por an alogía con el U niverso, de m odo que frente a los rayos de las cosas se com po rta a m anera de un espejo defectuoso que m ezcla su naturaleza con la naturaleza de las cosas, etc. En segundo lugar, que el entendim iento hum ano tiende por su p rop ia naturaleza a lo abstracto e im agina las cosas que son cam biantes com o fijas, etc. En tercer lugar, que el entendimiento hum ano es inquieto y no p uede detenerse ni descansar. Y las otras causas que aún señ ala pueden reducirse fácilm ente a la única de D escartes, a saber, que la voluntad hum ana es libre y m ás am p lia que el entendim iento, o com o lo exp resa el m ism o

ÍNDICE I n t r o d u c c i ó n / wi

Contenido del Epistolario / ix La filosofía bajo la rosa / xm Oldenburg y la Roy a l Society / xvu El círculo de Amsterdam / xxvn Leibniz, Schuller, Tschirnhaus / xxxiv Filósofos y viejezuelas: un relato de fantasmas / Maldito y ateo / xlm Sobre esta edición / uv Cronología / lvii Bibliografía / ur B

aruch

S



p in o z a

Epistolario por Oscar Cohan (1950) / j I n t r o d u c c i ó n , por Cari Gebhardt / 5 Pró lo go ,

C a r t a 1 - De Oldenburg a Spinoza ( 16-vill-Hifil) / 15 C a r t a ll - De spinoza a Oldenburg (ix- l(iiil) / 16 CARTA lll - De Oldenburg a Spinoza (2 7 -ix -lM l) / 19 C a r t a IV - De spinoza a Oldenburg (x - 1661) / 22 C a r t a V - De Oldenburg a Spinoza (1 l-x-1661) / 25 C a r t a VI - De spinoza a Oldenburg ( p r i m

av era

1662) / 26

C a r t a Vil - De Oldenburg a Spinoza (vii-1662) / 39

{

C a r t a V I 11 - De De Vries a spinoza 24-11-1663) / 41