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Spanish Pages 193 [192] Year 1961
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ENSAYOS Y CRITICA JievolucioHes Bolivianas Q uenas Internacionales y Escritores
L IB R E R IA Y E D IT O R IA L “JU VENTU D ” L a P as — B o llv ia 1961
Es propiedad del Editor
Portada de. Juan Ortega Leytón Impreso en B olivia — Printed in B olivia
Este libro se imprimió gracias al es fuerzo de mis amigos Ernesto Burillo, hom bre de espíritu y lleno de generosidad, que hace años lucha y sufre en Bolivia junto a las máquinas de imprenta, y Rafael Urquizo, “editor de la Juventud”, que todavía considera jóvenes a los que como yo, se atre ven a escribir sobre asuntos bolivianos por encima de los prejuicios y de la historia misma. T.
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U nas Lineas Sobre Estos Ensayos
Hace muchos años que deseo escribir algo que se meje interpretación de la historia de Bolivia. Es trabajo difícil y costoso pero lo haré trabajando diariamente, aho ra que he llegado a la madurez y no tengo ambiciones de ninguna clase ni prejuicios. Aunque este trabajo que pre sento ál lector es fracmentario, tampoco es definitivo, siem pre es posible rectificarlo en la obra final. Bolivia padece un drama y m i ambición es interpretarlo. Aunque este drama sea de un país de trasfondo, perdido en las profun didades de los Andes, siempre es drama. Otros historiado res menos humoristas y más serios y solemnes lo han in* terpretado a su manera con su alma y su sangre sin salir! del marco altiplánico. Pretendo no ser de estos, ni padez co de resentimientos ni me abrasa el rencor, ni debo casi nada a Bolivia sino el honroso nombre de boliviano. He na cido en este país y si no he sido humillado he visto humi llarse a muchos de mis paisanos, y aunque la mayoría sa ben morir no saben defenderse; por eso mueren. Mueren con la candidez en los labios y el manifiesto preparado con la ilusión de que dejan un recuerdo histórico a la posteri dad. La posteridad no recoje papeles y está hecha de lá grimas y de acción, de grandes sacrificios y de decisiones prácticas que siguen el ritmo del mundo. Quedarse atrasa do y solicitar la dádiva espiritual o material de alguien, aunque éste sea generoso o interesado, quiere decir que se acepta el reconocimiento de su patente inferioridad. Este es el defecto nacional y el mal nacional: falta de madurez y de equilibrio; fondo emocional y como es emo cional injusto y pesimista. Los bolivianos de cualquier latitud, ya sea del Ande como del valle y del trópico, creen que sus desgracias son resultado de la fortuna y de la suer te, no dando ningún valor a la idea y ál cerebro. Por esd son elementos de desorden y no hay escalas sociales ni dis tingos: todos son emocionales y por consiguiente injustos.
Tai i'c z e l indio conserva su sangre fría para sobrevivir y htrhar, puesto que en la mayor parte de Jos casos ignorct tou genialidad, la irás trágica por sus sangrientas represalias y la raás heroica por sus sacrificios oscuros y deliberados”; (Mitre) "epopeya que duró quince años, allá en las breñas y valles de Bolivia, sin que un solo día se dejase de matar o morir. Ciento dos candi1los tomaron parte en ella: nueve tan sólo sobrevivieron, sucumbiendo los noventa y tres restantes en los patíbulos o en los campos de batalla”. (Blomberg). Tam bién es verdad que estos luchadores, entre los que habían gentes de todas las clases, (volvemos a repetir que el tér mino de clases es muy vago), blancos, mestizos y muchos españoles luchaban contra el dominio de la metrópoli por b i ; s abusos y la idea que tenían en su corazón de libertad, pero nunca precisaron un esbozo de programa político y social; querían simplemente ser libres y en la idea de liber—
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lad estaba todo el contenido. Aun hoy mismo ss lucha por libertad en todo el mundo y so ha luchado a través de loa siglos por obtener la de los faraones, de los reyes, de los señores medievales, de la Iglesia, del capitalismo, de la opre sión y tiranía en cualquier forma, porque el hombre, cria tura divina, no las puede soportar indefinidamente si no se convierte en el ser más despreciable de la escala animal. Si hubiera tenido el Alto Perú un solo caudillo que ela borase o idease un programa sencillo de república adminis trativa y liberal, y que ese caudillo fuese acatado en todo el territorio inmenso donde se libraban las guerrillas, Boli via habría surgido por su propia cuenta sin necesidad de los ejército" auxiliares argentinos ni de los libertadores co lombianos. No hubo ese caudillo sino caudillejos localistas y tremendamente encaprichados en sus propios fines: el do. minio de su localidad y región como amos, sin perspectiva histórica y sin visión continental. (Hasta ahora padece Boüvia ese complejo y esa, es su ruina). La sangre se derra ma innecesariamente y la tragedia es su marco. Tampoco se podía pedir más, pues en ese tiempo no habían comuni caciones; no habían escuelas; no había criterio formal y todo el mundo se desarrollaba dentro de una economía muy poore: casera, al estilo de los anacoretas; lo suficiente para no morirse de hambre. En ese cuadro, los pocos talentos que existían en el Alto Peni, muy superiores a los del resto del continente son desestimados. Ninguno puede hacer nido en la república íntegra: su voz no es escuchada; su verbo es combatido por la envidia; su talento se pierde en la in triga ds Ja f osa reqneña y la oscuridad de* bien que posi blemente elaboró para todos. El analfabetismo era total y las gentes obedecían a s’>s impulsos emocionales. Hasta aho ra. ;.A qué hablar de clases y de ubicuidad de los hombres y desconocer sus méritos, cuando las pocas luces de la inte ligencia no se las cotizaba? Bolivia en 1809 era una cosa informe; la única claridad que la salvaba, con todos srs de fectos, su latín y su incultura general brotnba de Chwciuisaca con el esesso número de gentes que leían y pensaban a su manera.. Por tanto QJafíeta y Urcullo, denostados a C'en años y más de la creación de la república, ñor el autor Monte negro, con fines de prcselítis’no a lo Belzu, eran necesarios en su tiempo. Fueron Jos únicos capaces en el piélago de medianías, al lado de los libertadores, los únicos que tuvie ron concepciones más amplias y que después quedaron frus tradas. No sucedía lo mismo en Argentina, país de costa y que, aunque no poseía unidad en esa época, sus dirigentes —
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obraron con sentido práctico, organizando expediciones de auxilio hacia las provincias del norte. Por otra parte Argen tina tenía mayores medios y estaba enterada de los acon tecimientos mundiales con regularidad. El Alto Perú era un desierto sin conexión tan dilatado e inhóspito que el solo recorrido por su territorio causaba pavor. Los caudillos no tenían idea de la geografía en toda si! extensión y sus exabruptos frecuentes estaban al nive> de su propia perso nalidad. Sólo les alentaba el odio a! opresor y la íntima con vicción de que procedían como hombres. Por eso cuando vienen las expediciones libertadoras argentinas a la tierra alta tropiezan con dificultades men tales que inmediatamente se produce el cisma. Los porteños como se les llama, no pueden comnrendsr a los altiplámcos, y éstos reacios a entender más allá do su estricta localidad geográfica y asimilarse, ven al argentino como extranjero, tanto o peor que los españoles, porque depreda su territo* rio en nombre de la guerra y pretende ejercer tutela sobre gentes que combaten sin plan, sin ejércitos organizados y, finalmente porque se cometen errores graves como el de Castel'i, comisario de guerra, que quiere llevarse la plata de Potosí para mantener sus tropas. Castelli procedía como hombre de guerra, sin miramientos, con energía y decisión, pe^o eso no lo entendieron los potosino3 que se sublevan irritados de ciue alguien metiera Ia3 manos en los bolsillos de su heredad, lo que prueba de que la idea de una patria más grande no era comprendida y que cada cual luchaba por su distrito, su territorio limitado, su querencia en re sumen. He aquí cómo establece Montenegro el esquema de los primeros días republicanos: la masa india sujeta a servi dumbre económica y personal como en la colonia: la dase popular mestiza en plano superior en las poblaciones ur banas: en la cúspide de la sociedad “una aristocracia de descendientes de los conquistadores, de nobles y de gran des hacendados”. A. renglón seguido como escribe Mario André, y luego Montenegro, “a la cual se sumaron, por causa de la revo lución, tanto la plutocracia minera y comercial cuanto la clase letrada rea.’ista y los exfuncionarios de la corona”. Asigna a esas clases Montenegro papel moderno cuan do habla de plutocracia, de clase letrada, minera v comer cial. Lo cierto es que no había bursruesía y si hubiera ha bido la revolución estaba salvada. Montenegro ve las cosas con lentes de aumento y su miopía es interesada; en cam bio abre los ojos cuando se trata de sus propias conve niencias. —
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Existia bí se le lee a Gabriel René Moreno una socie dad informe que apenas cristalizaba, pobre de estructura, ttin experiencia comercia1, con industria casera y reducida a la necesidad ambiente. No habían en realidad grandes ricos o potentados, de ahí su convivencia pacífica y hasta patriarcal. Refuta Montenegro a Mario André cuando expresa es te autor: “que dicha aristocracia es la iniciadora de la re volución “realista en sus comienzos y antiespañola; revo lución que habría pretendido sustituir con sus propios in dividuos a virreyes, capitanes generales y presidentes de Audiencia enviados de España”. Montenegro empleando su método reemplaza el término con la clase media, porque en el Alto Perú no había aristocracia. Sobre esto se extiende en varias páginas y es innecesario. La revolución brotó por un sentimiento de libertad que hacía mucho tiempo estaba incubado en todos los ciudadanos desde el más humilde has ta el pudiente, sin diferenciación de castas, porque se sen tían inferiores ante el español, y aún los mismos españoles liberales tomaron parte. Pero lo que desea Montenegro es dar papel prepondeiante a los mestizos o sea a la clase me dia de entonces que seguía a la cola de los más esclare cidos o inquietos. Este planteamiento es también interesado. En 1944, fecha en que se edita el libro, encuéntrase en el poder una ciase media desestimada, o más bien una subclase media de militares de baja graduación y de políticos sin antece dentes a los cuales el autor quiere insuflarles alma y el es queleto de tuna teoría, y es por eso que busca similitudes históricas. Pero en las páginas 54 y 55 encontramos estas acota ciones importantes que revelan la versatilidad de su pen samiento: “La adopción de ’a estructura social, económica y aún política del coloniaje después de haberse conquistado ¡a independencia, produjo algo como un ataque de paráli sis en el cuerpo de la República. Para la sensibilidad de las masas que habían respirado quince años la atmósfera ar diente de los combates, las asonadas urbanas, los comicios y los cabildos libertarios, el acceso a la zona constitucional en que aparecía congelado el opresivo régimen de otros dias, tuvo la misma repercusión paralizante. Las masas queda ron como varadas de frío por este descenso repentino de la temperatura revolucionaria”. Es decir que la revolución sólo se halla triunfante en el bullicio, en la algarada, en el desorden y en el caos, en los saqueos. Rehúsa el estatuto constitucional y jurídico. ¿Qué clase de revolución es en tonces aquella que vive en este estado? -
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Un poco u¿ás a ti-as el autor escribe estas fi'ases que confiesan 3U fragilidad histórica, a,pareciendo en su lugar el parafraseado? de ia historia nada serio: “La reseña usual de nuestra existencia republicana, por io mismo carece to davía de expresividad filosófica. Su versión corriente posee apenas un carácter de xelato de aventuras folletinescas y morbosas truculencias. No tiene el profundo y continuo si llo creador, dialécticamente determinado, de un proceso his tórico. Sus hechos así desprovistos de antecedentes y de consecuencias, parecen más bien, las creaciones dislocadas, bruscas, arbitrarias y truncas de uv;a extraña demencia. De una demencia que se reitera en todos los episodios, pose yendo a todos los personajes. A juzgar por los valores prag máticos y generales que trasunta esa historia, diríase que el acontecer boliviano responde a los caprichos de un sino absurdo”. El historiador Arguedas no se habría excusado' de po ner su firma al final del párrafo que comentamos. Todo lo que ha elucubrado Montenegro sobre la impor tancia de las masas y de la clase media en el papel que jue ga en la revolución queda en el vacío. No había clase me dia, no había masas, no existían dirigentes. Y los pocos hombres esclarecidos y los pocos talentos que brotan del caos y que pretenden darle sentido a la revolución tampo co merecen fe; son colonialistas y contrarrevolucionarios... El defecto de Montenegro como intérprete histórico es redundar sobre el mismo tema hasta el cansancio, abusan do de la frase retórica, de la minucia y del detalle inocuo, a veces incursionando en 3a poética y la fantasía, en la creen cia muy acentuada de que hace prosa artística para deleite de intelectuales atrasados y conterráneos de café. El objeto de Montenegro al publicar su libro “Nacio nalismo y Coloniaje” es el siguiente: comprobar que a tra vés de la historia republicana de Bolivia han estado en pug na dos tendencias: la colonialista y la nacionalista; es de cir, los que nunca han abandonado los prejuicios hispáni cos, y los que han insurgido como nacionalistas, amantes de su suelo, de sus costumbres, de su clima, de sus vicios y de sus ancestrales taras. En resumen llama el autor “na cionalistas” a los conservadores terrígenas que odian cual quier innovación, enemigos de los patrones extraños y enqrústados en su propia concha. . . Estos nacionalistas coma tales, deben conservar el po der toda la vida porque de otra manera no son bolivianos. Los innovadores, llámense socialistas o de otra tendencia, constituyen la “antipatria” . ..
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Superación y dominio del medio físico: eso es pedago gía en estos instantes. Aunque la acepción real quiere decir educación del ni ño, nosotros pretendemos darle un significado más amplio, enraizándolo con la política. Si la pedagogía tiene como función específica educar a los que crecen y se desarrollan, no cumple en Bolivia tarea humana desde el punto de vista social y práctico, re duciéndola a la superestructura, disfrazándose de ropajes modernos y especiosas teorías, dejando al niño —más bien al hombre— inerte y atado de brazos ante la vida, con la parálisis de su inutilidad frente a sus necesidades, tardo para comprender sus problemas, y lo que es peor en la misma posición de sus antecesores holgazanes que, siempre dieron oídos a la retórica, al mal canto y al discurso del ignorante demagógico, el cual le condenó a una vida de miseria y de espantosa ineptitud. Este estudio no tiene otro objeto que probar hasta qué punto —cien años y más de república— no bastaron para conocer el medio, entre el holgorio y la fiesta, el motín y el echar de dados de la politiquería criolla —que pone a unos abajo y a otros arriba— en posiciones ridiculas ambos. En realidad el drama acusa a unos y otros de falta de personalidad y la convicción firme de un destino. —
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La única pedagogía realista que gozó la altipampa y sus valles fue la del Inca, dueño y señor del Tahuantinsuyo, psicológo perspicaz y paciente para comprender a sus millones de súbditos que, aunque mal comidos y alimen tados sólo de tubérculos, rara vez de carne de llama, tra -
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bajaban despacio, subían y bajaban las alturas, cargados de piedras, aunque no tuviesen nada que llevar, construían caminos, sembraban ,!a tierra y se educaban desde niños como hombres, siendo para ellos la mentira y la pereza gravísimos delitos. Este trabajo a la manera egipcia, era recompensado con grandes fiestas, muy frecuentes en el Incanato, en las que se honraba a los más diestros y ágiles, poniéndolos como ejemplo ante la colectividad, ni más ni menos que lo que hacen hoy los soviets, con los “stajavonistas”, pero con la diferencia de que e:i el régimen incaico no había coerción ni fusilamientos.
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Descubierta América y conquistada por los españoles, Cieza de León y otros cronistas nos relatan que la moral decayó y que “caballeros que habían realizado tan tremen das hazañas no podían descender a desempeñar oficios ple beyos y viles”. La solución íue encontrada de inmediato: encargarles a los siervos los mismos oficios, bajo la vigi lancia del encomendero, para su provecho, contando con miles de indígenas gratuitos. Había otra razón para la he gemonía de los caballeros. El Rey castellano estando en guerra con los moros y necesitando los servicios de los pe queños hidalgos, los armó caballeros, convirtiéndose la es pada en instrumento de trabajo en lugar del martillo y la azada. En esos tiempos el español tenía tanta soberbia de su persona que aún el mendigo rechazaba la limosna si no se le ponía en las manos un ducado, insultando de paso a los que le daban. Cervantes al describirnos al Señor Don Quijote, pin tura acabada de la época, nos presenta un hidalgo teme rario y soñador, al cual sólo le están permitidas las accio nes de armas, dejando los negocios viles y el servicio do méstico a su escudero, hombre del pueblo, pilar necesario y con la excusa irremediable de que las manos de tan noble señor no pueden mancillarse con sucios menesteres. Mientras los emigrantes y pobladores del norte de América, apenas llegados al nuevo suelo trabajan con las manos, construyen casas, siembran los campos y se abas tecen a sí mismos luchando con la naturaleza y el desier to, los hidalgos españoles en el sur, tiemblan a la idea de ocuparse personalmente en tareas de cultivo 5’ sustento, y resultan ridículos y de tan poco sentido práctico que pa —
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sean sus galas y sedas) en jüena selva, dejante de !as ba rracas de loa colonos corno el gobernador Pedradas en Pa nana. Y todavía cornete acción villana mandando decapi tar a Balboa, envidiándole su don de mando y de organiza ción, no obstante que, por motivos políticos, está despo sado con su hija. Jamás le perdonará el haber descubierto antes que él el mar Pacifico con escasos medios y contan do con su audacia. — m
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Al crearse la república de Bolivia en 1825, con esca sísimos habitantes para un territorio enorme, la única he rencia de cultura que recibía era lo que quedaba de la Au diencia de Charcas y lo que ésta había acumulado en me dio de latinajos en la célebre Universidad de San Fran cisco Xavier. En ese centro se estudiaba filosofía escolás tica, se discutía y, tanto oidores como bachilleres y hasta el grueso público tenia atisbos de lo que pasaba en ia me trópoli española y en ei resto de Europa. Su vieja sociedad conservadora y puntillosa —en su pequenez provinciana— imitaba ios vestidos de la Corte, el habla y el yantar, dándose buena vida, buena mesa, aca llando una que otra vez la turbulencia de los mestizos. La subsistencia de esta sociedad quedaba a cargo de los indios, encomendándoles las tareas más duras. Organizada de e.sta manera la. sociedad, los caballeros repetían latinajos, hacían sentencias, hojeaban expedientes, consultaban archivos y se festejaban unos a otros, entre el incienso de las procesiones de santos, la inquietud de una politiquería menuda a ras del suelo, sin alas, motín tras motín y proclamas contra el tirano. Consumada la independencia nada cambió. Los gene rales triunfantes, el pecho adornado de medallas, tan re tóricos como los realistas españoles, al paladear el triunfo usaron las mismas bandejas de plata de los virreyes, im portándoles muy poco lo que tenían entre manos: la tierra y el pueblo, despreciados en sí, porque no había cabeza para pensar en problemas inmediatos y menos futuros, se desconocía el territorio heredado aún en su mínima exten sión. Los doctores universitarios, mantenidos en la política y a la sombra de los gobiernos militares, ideaban de vez en cuando reformas, pero ellas quedaban escritas, sin va lor práctico alguno. Padecían estos doctores de la manía intelectualista, de la verborrea crónica y la mayor parte da
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las veces disfiazaban su hipocresía cubriéndola de ropajes. \ jü verdad escueta: la República vivía en forma primitiva, itóvntaudo su» pies sobre ias espaldas de la elaso indígena embrutecida, ni más ni menos que durante la colonia. Otra de las preocupaciones de la República —en rea lidad ln constituía una minoría-— era de copiar a la istia e) pensamiento occidental e imponerlo. De ahi la infinidad de leyes decretadas sin discriminación psicológica, y, es pa ra nosotros un horror y una monstruosidad la implanta ción del Código Civil, calcado 3obre el modelo francés pa ra gentes que no se habían desprendido del “Aylia” y cu ya mentalidad bajísima estaba cerca dei brujo, del diablo y de los encantamientos... En este medio feudal, estático y conservador, donde el hombre nada vale, aunque posea dotes inteligentes, si no está de parte de la clase dominante, cualquier esfuerzo re sulta vano, y esto es lo que sucedió a un reformador que viene al Alto Perú en el séquito de Bolívar. Se le nombra por rara casualidad director general de educación y él va tan lejos que infunde terror a la sociedad de entonces. Los vecinos le odian; las viejas ie hacen cruces, comparándolo con el demonio. Los sabios locales le ridiculizan; los polí ticos le creen ineficaz, porque Rodríguez va derecho ai fon do del problema y no ae cuida de las inedias palabras. Sor prende al enunciar principios pedagógicos simples que es tán reñidos con la molicie y ios prejuicios castellanos. Bo livia —expresa él— tiene que educarse; pero educarse quie re decir trabajar, dominar el medio físico, vivir del medio, y en consecuencia nadie puede eludir el trabajo. Señala en tra los oficios algunos como el de la herrería, la carpinte ría, inclusive el de alarife —porque ias casas son incón.o ■ das, feas y de mal gusto—. Indica que las escuelas deben sostenerse por su propia cuenta y, tanto profesores como alumnos, cultivar la tierra. ¡Pretende transformar la socie dad en diez años por medio de la escuela! Las risas de los políticos y de los sabios corean al viejo profesor... No obstante el reformador se da a la tarea, en medio de las risas. Fracasa, y aún el general Sucre, tan parco y señorial como era, escandalizado de sus enseñanzas y escu chando las quejas de los caballeros y de las damas, escri be al Libertador Bolívar que su maestro Rodríguez ha sem brado el desconcierto y se hace necesario alejarlo para que no provoque mayores disturbios en un medio conservador y religioso. Pero de todas maneras Rodríguez, tipo de socialista utópico, romántico, muy adelantado para su época, deja sentado un programa realista y urgente. -~ 13 8 —
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¿Qué era lo que necesitaba Bolivia en ese tiempo? Desarrollar sus condiciones de pueblo agrícola y minero. Sustentar su propia economía, y salir de la miseria por sus propias manos, teniendo todos los recursos, aunque fuese en forma primitiva. Hasta 1856 no hay gobierno civil en ei país y su presupuesto es misérrimo. Las luchas son, sin embargo feroces y no hay ninguna fracción que plantee con claridad un programa económico. Más tarde, Rodríguez, escribe su famoso libro —raro en cualquier biblioteca— en el cual analiza su fracaso. Iró nico, desaprensivo, amargo, cree que el mal es más hondo y que estos pueblos americanos padecerán muchos decenios de años antes de encontrarse. Finalmente Rodríguez se ins tala en un villorrio del Perú y allí lo encuentra e.1 viajero francés Paul Mareoy, dueño de una pequeña fábrica de ve las. ¡Le dice que la única manera de alumbrar América es con velas! . .. — IV — En los primeros tiempos de la República el elemento intelectual era pobrísimo; casi no existía en el país. Hasta ei año 1857 escribe el historiador Enrique Finot no se ha bía producido un ensayo; todo estaba en balbuceos. El mismo general Sucre en cartas a Bolívar se queja de ¡a falta de elementos capaces para el desempeño de la administración. Un contador-tesorero en esos tiempos tie ne la curiosa costumbre de dedicar ocho días seguidos a la juerga y durante su ausencia se paraliza ia administración. ¿Se imagina uno cómo serian las poblaciones más renom bradas a mitad de! siglo pasado? Los habitantes viv?n po bremente, sin confort; sus casas son de adobe, los pisos de ladrillo, paredes pintadas a la cal, tumbadillos de lien zo por techo y una que otra pataca de cuero como guar darropa, sillones de canónigo de amplio espaldar y unos pe llejos de oveja para descansar los pies. Del techo colgaban candelabros de crista’, en las casas acomodadas, y en las pobres se alumbraba con vela de sebo o mecheros. Las ca lles eran angostas, empedradas con cantos; los artesanos vivían en tiendas redondas y defecaban en los suburbios a la vista del público. Construir una casa era un problema y empresa difícil sólo al alcance de los más pudientes. Las gentes en su gran mayoría llevaban vida humilde, primi tiva, sin exigencias, alimentadas de lo que sembraban los indios. La preocupación máxima constituía la política y el motín sin que variase el aspecto, pues subían unos y otros —
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y el resultado era el mismo. Los que tenían alguna prepa ración acompañaban a los caudillos sin otra finalidad que el consabido puesto público que, en verdad no era trabajo al servicio del país, sino regalada canongía, permitiendo al usufructuario ocultar decorosa pobreza e ineptitud. Loa mestizos bebían en toda ocasión festejando las farsas de mocráticas o los nombres de sus santo devotos. Los sier vos en el campo ignoraban lo que pasaba en las ciudades, entre las nieblas y la superstición más grosera. Si el amo era prácticamente un infeliz, ¿cómo sería el sieivo ? Y esta etapa rudimentaria no ha sido superada aún hoy en día, aunque propagandistas oficiales nos hagan creer lo contrario. Ya analizaremos más adelante. Algunos matices disimulan el cuadro general, pero el observador prudente puede distinguir 'a inmensa variedad de clases y subclases, desde el pobre de los países del Oriente asiático hasta el miserable y el subliombre que ignora por qué existe. En medio de esta colección de necesitados e indigentes, no podía brotar ninguna cultura y el cerebro lúcido es par te de un proceso feliz. Además si brota, su estrella es inme diatamente opacada por la mediocracia feroz y vengativa que no admitía que nadie brillase con luz propia. Linares, el dictador, es un romántico equivocado, fuera de lugar, que no conoce su destino. Quiere moralizar a gente nece sitada y con estómago vacío de golpe y porrazo; 110 pene tra en ,ia trama nacional y la psicología de sus partidarios y servidores. Por eso fracasa. Sus continuadores los “ro jos” como se llamaban Frías, Calvo y finalmente Mariano Baptista, son honrados idealistas, prineipistas que 110 des cubren el telón de fondo del drama nacional donde actúan, resultando históricamente ineficaces. No aparece por nin gún lado el realista, el hombre de las breñas, paciente y se mejante a los viejos conductores del pasado que acaricie el rebaño, le azote y le haga trabajar, imponiéndose sobre todos con claridad y pasión de demiurgo. Tal vez el presi dente Arce habría sido la fortuna da Bolivia si llega al po der joven, con menos prejuicios conservadores y más dúc til en el trato con los hombrea —
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Durante más de una centena de años se ha confundi do instrucción con educación y se ha pretendido que el “instruido” es inteligente. Este error nos ha hecho padecer y ea parto de muchas frustraciones. —
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La misma confusión existe respecto del hombre de nú meros. Se adjudica al “contador vulgar” papel de "econo mista” . Encuentro por casualidad unas frases de Luis Bonfields, autor de un libro “Out of the Earth” (Fuera de la Tierra) que nos sirve para esta ocasión, “Una de las fallas de nuestra filosofía —dice— es lo que nos lleva a confun dir la instrucción con la inteligencia, de igual modo que confundimos el confort con la cultura. Un adarme de inteli gencia pesa más que una libra de instrucción, y los resul tados pueden ser aterradores y rebalsar los límites de Ir estupidez analfabeta”. En los viejo3 tiempos los maestros bolivianos no eran normalistas, abrazaban la profesión con cariño, autodidac tos muchos de ellos, educaban en miseras condiciones y con estipendios irsny magros. Enseñaban a su leal saber y en tender, pero lo que sabían lo trasmitían sin regateos, y bien. No eran muchos los que podían rajarse un maestro; de ahí que una escasa minoría era alfabeto. Pero de lo que me quiero ocupar en este estudio y recalco, es que los maes tros no se concretaban a enseñar: formaban el carácter de sus discípulos y los querían de verdad. Sus métodos eran nidos; se imponían por el temor, pero todo era rudo en el país fosde sus montabas hasta ios hombres. Los viejos ¡maestros coincidían con las necesidades del ambiente. No se jactaban de grandes conocimientos y tal vez ignoraban métodos psicológicos, pero acertaban: sus consejos se oían v km roano dura caí?. sobre todos, por igual. Los maestros de ese entonces aunque ignorantes v bastos, se distinguían por su honrarte*, por la simplicidad de su vida y cuando lle gaban a la p.r.cñmelad derruís de haber educado varias generaciones, rarí?->ma vez poseían fortuna, pero sí, el res peto de todos. En esa época, y» remota no se conocía la ju bilación y el sacrificio de la enseñanza podía compararse al servicio de las armas: el maestro moría en su ley. Su cartilla pedagóp’icp —eí así nodemos llamarla— se reducía a muy poco: carácter., cariño por la tierra, honradez, vene ración a la familia y el aprendizaje de materias elementa’es, suficientes y necesarias para, desarbolarse en el medio. Sin embargo este programa restringido y escaso formó ciudadanos animosos. Si ha subsistido la nación se debe a esos hombres. Es verdad que jamás se rensó en conquistar Bolivia, en descubrirla en toda su extensión, dominarla v afianzar la, para que vivieran con los recursos de su pródiga tierra. La miseria aldeana no fue vencida jamás pero eato no es —
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culpa de los maestros sino de los directores de opinión y de los que guiaron la política. Es igualmente cierto que la patria ciudadana concluía al cerrarse el camino de herradura lindante con la selva. Para dominarla no se precisaba de un individuo ai de mu chos sino de todos, siguiendo un plan continuo y esforzado durante muchos gobiernos. La sociedad boliviana vivía en la pobreza, aún dispo niendo de los recursos más variados para subsistir y enri quecerse. Se cultivaba la tierra con arado de palo, del tiem po egipcio y la artesanía rudimentaria constituía la peque ña industria. Lo peor de todo es que se tenía un círiterio individual, restricto y suicida. Los Incas habían enseñado a trabajar en grandes equipos; solamente así rendía la tierra. Lo único interesante de este período es que aparece la industria minera y está lejos de considerarse como un bien colectivo, tampoco es aprovechada. Las grandes rique zas de! subsuelo, la fortuna en esta forma sólo premia a los muy audaces, que al final se convierten en amos. Si en la clase dirigente de! siglo pasado hubo un Arce, un Pacheco, un Vaca Diez, un Suárez y algucos otros, el resto vive en la molicie aldeana, sin vuelo y sin ambición. En esa época no se ha salida de ia aldea para explo rar la patria. Los gran des señores de sombrero de copí», de chaquet francés y de bastón imitan a Europa en su mo do externo. No hay superación intelectual, “dominio de ner más”, de sobrepasar el circulo, de formar una clase indus trial y mercantil, de arriesgarse en empresas, de transfor marse en “pionera”, de explorar 'as tierra?, ignotas que es tán dentro de! país, de crear capital con el propio esfuerzo. Falta todo, falta capitel, pero lo que más falta es “cabeza”. Pero el capital no es producto del azar: es creación y or ganización; se precisan ideas audaces y brazos robustos. Es así cómo se ha hecho e! capital y no de otra ma nera. Los grandes señores viven felices en raedso de sur. mi les de siervos indígenas que les dan sustento, redactan pro clamas políticas y trna que otra vez se inquietan por Ja lec tura, envidiando de paso a ¡os mineros con fortuna, y a Jos cuales terminan por servirlos en grado menor. Tan evidente es esto y tan luctuoso para el país que grandes territorios se pierden como la costa del Pacífico, el Acre y Mattogrosso, porque la clase dirigente no tenía noción cabal de las riquezas salitreras y gumíferas. Todavía hay algo más. Se alegan títulos y se pueblan los alejados territorios con burócratas en lugar de poblar —
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los con hombres. Estos míseros burócratas sin mando y sin prestigio, a los que de nada sirve el cargo ni el título de propiedad patriótica que ostentan, débiles para impo ne el más elemental derecho de respeto a la soberanía bo liviana, cuando se ven atacados por aventureros como Galvez y Castro —al servicio del Brasil— piden auxilio a la Cancillería brasileña, ejemplo triste y de lo más indecoroso, solicitado por el diplomático Salinas Vega, "porque no con taba con fuerza suficiente” ... ¡Es decir que este boliviano~aJtiplánico, pedía ayuda a los mismos que usurpaban su territorio!. . . ¡De esta clase de tipos estaba compuesta la clase di rigente ! — VI — ¿Qué clase de pedagogía se debe emplear en el país boliviano?El doctor Sánchez Bustamante. posiblemente tor turado por la falta de instrucción - -entiéndaseme bien— cavó en la seducción y contrató «na partida de pedagogos belgas, muy competentes y pedantes que Llegaron a Boli via y vivieron en ella dando sus luces y lo que sabían, co mí se se tratara del Congo Belga. Para nada valió la estir pe ancestral, el colowiaje y la epopeya de Ja independencia. No entendieron, y de. hecho implantaron métodos euro peos —mezcla de liberalismo. ele positivismo y de educa ción enciclopédica— rompiendo de golpe con fe. tradición, los jugos coíonia’cs, la buena raí? española y el pasado in dígena. Si nosotros hs!biérssnos sido americanos de! norte, la enseñanza habrí.r prendido... Perc éramos arte todo americanos y los más indios de América. Pus suficiente un período para rebelarnos. Nos disgustó la “manera prác tica” de actuar, de vivir y de proceder. El amos románticos y honrados. Líos belgas, aunque muy sapientes, querían convertimos en negadones de las costumbres y ateos. (Ateos a la moda de entonces). Inmediatamente brotó el normalismo que sobrevive hastr. hoy, y «0. decir esto interpreto el acomodo a la polí tica, el buen sueldo y la jactancia, el libro por encima de la práctica, el adocenamiento del preceptor, el culto a la letra muerta de lo pedagogía, Ja insensibilidad, el doctorismo del maestro, burócratas en lugar de maestros. Y esta es la obra de don Daniel Sánchez Br.stamante' Estamos esperando todavía la labor de la “Escuela Nacional”. No la vemos por ninguna parte. —
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Se ha hablado de reforma educacional y el escritor Femando Diez de Medina ha caído en el engaño, ofrecién donos reglamentos y copiosos manuales escritos. ¿Dónde está esa reforma? Para la mente boliviana la educación consistirá en que se le aclare de una sala vez cuál es su país y qué es su país. Primer punto. Segundo, que se eduque al ciudadano boliviano cómo es. Tercero, que se le diga que toda Bolivia es una sola entidad, familia, intereses, tierra, aire, montañas: que nadie puede ser mísero en una tierra de promisión, como no ia hay otra en América. Bolivia posee todo. ¿Qué falta pues? Talento y la pasión extraordinaria de hacer del país uní», de las naeiones más felices de la tierra. NOTA: No se pudo publicar este trabajo en su debida opor. tunidad, como muchos; porque no había prensa libre ni periódicos ni revistas que lo acogieran. To davía me parece oportuno. No sá...
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MONTES Y SAAVEDRA CAUDILLOS ALTIPL AÑICOS
Gobernar un país es entenderlo, sentirlo, dominarlo y poseer la sangre fría de los líderes que están empeñados en grandes empresas. La política para los griegos era el arte más difícil de contentar, y en la hora actual la política es un arte y una ciencia que no la captan sino muy pocos elegidos. Esto parecerá extraño en un pueblo mediterráneo don de todos son “políticos” y donde la ocupación corriente es discurrir sobre los temas más abstractos, poniendo como es de práctica de lado la ciencia y el arte y ostentando, en cambio, una ignorancia astronómica y una audacia increí bles. Pero lo cierto es que sólo dominan a los pueblos y a las gentes más dispares los que llevan en el pecho y el ce rebro la misión política; sólo animan a las muchedumbres los que ofrecen algo: teoría, esperanzas, honor, aunque en el fondo no les ofrezcan nada; sólo organizan a los pue blos los que les iluminan y les señalan un destino, si es in mediato, mejor. Sólo se imponen al común de los ciudada nos los hombres de vigorosa personalidad que hacen el “bien y el mal”, aplaudidos o aborrecidos, sin que esa mo ral corriente les impida coronar su obra. Ya muertos, la historia se encarga de disculpar sus errores, los ignora y aún la mano dura que castigó y oprimió es venerada. Mon tes y Saavedra, caudillos sin disputa, tuvieron esa pasta humana. Desaparecidos del escenario político de su país, en los instantes de crisis, cuando las almas flaquean y los ánimos se muestran indecisos y vacilantes, comidos por su mediocridad se les recuerda, y en el ambiente cívico se les enaltece, lamentando de que no exista el continuador. Estos dos hombres son la representación legítima del conductor boliviano. Al lado del gran presidente Aniceto —
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Arce que supo dominar, construir, mandar y hacerse res petar, encarnan una magnífica trilogía. Arce quiso crear la burguesía boliviana, (una clase que entendiera de nego cios y despertara de su sueño provinciano) y fracasó en su intento porque su gobierno tuvo que hacer frente a cin cuenta motines. Después de Arce viene la “debacle”, el desastre, el tanteo, la debilidad. El partido conservador se entierro. Resurge con Montes, que se titula liberal, pero que en el fondo es de esencia conservadora. Montes crea el montismo y arroja por la borda todas las teorías libera les sin escrúpulo. Es un realista y entiende que el gobier no tiene que hacer frente a un pueblo primitivo y a un pre supuesto misérrimo. No abriga ilusiones y maneja a los po líticos de su tierra con las dos manos: la dura y k blan da, hablándoles su propio idioma, juzgando los hechos con esa claridad que le da cu arrojo y su coraje. Conoco al altiplánico, le sabe capaz de tremendas audacias y tampoco ignora las pasiones pequeñas que le corroen: la pereza, la falta de iniciativa, 1a. vanidad provinciana, el desorden, el motín inoculado en sus venas, el odio a todo lo que vale y a todo lo nuevo. El país en la época de Montes es aperas una sombra; sin mar, sin caminos, sin escuelas, sin ejér cito y sin dinero. Montes es un animador de las fuerzas productivas a su manera, un creador de élites, un refor mador audaz y sin escrúpulos de cuanto le parece y Je con viene a su política personal y caudillismo. Y en todos sus actos pone pasión, coraje y una tenacidad admirable. Y aunque es censurado con extrema dureza por la oposición, jamás retrocede. Parece que los ataques que recibe h dan nuevos bríos y retempla su alma. Es que se trata de un verdadero conductor que sabe dar a sus palabras y a sus actos el sello de Ja autoridad y de la austeridad aunque tenga que recurrir a gestos teatrales con frecuencia. Derrocado el partido liberal por uso y abuso del poder, cuando Montes ya no gobernaba aparece otro caudillo que brota de la misma entraña que Montes. Es apasionado, te naz, ilustrado y de poderosa inteligencia: se llama Bautis ta Saavedra. Y todavía su nombre es símbolo de muche dumbre exaltada y combativa. Saavedra no ha muerto; perviva en el mitin, en el discurso y en las calles. Saavedra gobierna a Bolivia también con las dos ma nos: la blanda para sus amigos y partidarios; la dura para los que no creen en él porque les ha despojado de sus pri vilegios. Es realista desde el punto de que conoce a ios hom bres que tejen la politiquería criolla y a los adversarios in teresados. Es hombre íntegro porque no tiembla al ejecutar una orden e imponer su autoridad de gobernante. Es limpio —
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porque en sus actos de presidente no pone otra cosa que su intenso amor a su país y su enorme patriotismo. Es direc tor de la política porque se impone a su partido e impone sus ideas que las considera justas, exactas en un medio atrasado y pobre de economía y de gentes. Y es tenaz y entero como Arce, el petiso más grande de la historia de Bolivia en cuanto a carácter y sentido práctico, porque Saa. vedra quiere imprimir a su política un sello de energía, de acción y de progreso. Saavedra no es comprendido en su tiempo ni por los intelectuales ni por la clase dirigente: es odiado y combatido. Igual que Arce tiene que hacer fren te a una docena de motines y asonadas en nombre de la “libertad”. Y su gobierno que podía ser eminente, cons tructivo y favorable a los intereses del país, si se le entien de en sus reformas y en su trayectoria, se diluye y se gasta en defender el orden público. Saavedra insurge a la arena política llevando como bandera los ideales de la clase media. No obstante estos dos gobernantes tan parecidos, Montes y Saavedra, separan y dividen al pueblo boliviano. Saavedristas y liberales montistas se odian como se odian los caudillos entre sí. Es un signo de hombría ser opositor y desafiar a los £ olidas, y es un estigma ingenuo — que se perpetúa hasta hoy— , formar en las filas del gobierno. Con todo, Montes y Saavedra, imprimen a la política boliviana un ritmo peculiar por más de cuarenta años. Do minan el escenario patrio sin 'a ilusión de la de?nocracia formalista y la ficción de la legalidad. Entienden lo que deben hacer y aciertan, porque en el subconsciente de este pueblo altiplánico, por mucho que se cultive y progrese, siempre estará latente la tradición del monarca indio, pa ternal y enérgico, grande en la adversidad y grande tam bién en las horas decisivas de dar a cada cual lo que le co rresponde y es justo.
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LOS ULTIMOS DIAS DE ENRIQUE FINOT
El escritor y el diplomático que habían en Enrique Finot acaban de morir. No puede interesarme sino en la medida y significación que tiene el hombre de letras y cuya labor ha quedado en esta tierra de contrastes y paradojas, donde el que escribe es una especie de oasis frente a la lla nura gris, y lo que es peor rodeado de grajos que manejan la pluma, o piojillos literarios tolerados y admitidos en los diarios a condición de colaboración gratuita y escandalosa, aunque la estupidez y el cretinismo chorrean por sus escri tos como grasa derretida. ¡Qué vamos a hacer! Estamos en la infancia de la li teratura boliviana y los raros ejemplares ponderados se cuentan con los dedos. Esto mismo debía pensar don Ga briel René Moreno que en vida fue acusado de las peores infamias por sus conterráneos y que muerto todavía no se le ha puesto en bronce para que perpetúe su genio y su profundo saber. Enrique Finot fue discípulo de Moreno y lo exaltó co mo el que más; le recordó con cariño y le escribió bellas páginas. Como Moreno el escritor fallecido, nació en Santa Cruz, rodó mundos y sintió en las venas el amargo pesar de dedicar su vida íntegra a las letras. Escritor serio, agudo, puso su talento al servicio de Bolivia y le dio lus tre. Sabía su valor y por eso la envidiosa mediocridad le tildó de soberbio. Periodista, literato, político y diplomá tico, siempre se destacó en primera línea, y aún en sus úl timos días, cuando la enfermedad le tenía postrado y casi privado del habla demostró entereza y valor de hombre. Ha dejado en la escasa historia del país —que rara vez edita libros que puedan leerse y venderse— diversos tra bajos que revelan su condición y estirpe de escritor de raza —
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como “Nueva Interpretación de la Historia de Bolivia”, “Literatura Boliviana”, “Tierra Adentro” y otros estudios sociales en los cuales el observador y el psicólogo se lucen con maestría. Escritor dotado de condiciones sobresalien tes, muere relativamente joven, llegado al límite de !a ma durez en la edad que su talento concebía magníficos planes para continuar la obra literaria a la que estuvo consagra do desde su tierna juventud. No obstante ella será recor dada por los estudiosos desde cualquier ángulo que se la juzgue, entre los que ennoblecieron las letras nacionales. Los últimos días Apenas llegado a Santa Cruz, tierra admirable y rica que vive olvidada en el trópico, fui a visitar al escritor en su casa de la avenida Velarde que él mismo la había cons truido para concluir sus días en el dolor y la angustia de su cuerpo inválido. Le encontré poco menos que terminado. Sin embargo conservaba señoría en los modales y cordia lidad a pesar de su media palabra, y los ojos miraban con cierta melancolía la vida que se desprendía del alma pau sadamente como el hilo de la madeja de un poema que tejió con ternura y amor. Sentado en la silla, el rostro magní fico, aparecía el personaje que recorrió mundos, todavía con la cabeza erguida, luchando tenazmente entre el ser y el no ser. Al lado suyo estaban los seres que le amaban y a quienes amó: su esposa de ojos grandes y tristes, en la re signación, profundamente cariñosa, le tendía, e interpreta ba lo que el enfermo quería decir. Chilena de origen, le acompañó muchísimos años y fue nodriza, madre y amiga leal de este hombre atormentado que desde muy joven pu so la pluma al servicio de las letras, estudiando su medio, analizándolo y realizando estudios de verdadero interés so cial y político. Estaban también la hermana de Finot y sus sobrinas a las cuales el escritor trasmitió la sed de apren der y el amor por los libros. Le rodeaban en sus últimos días, haciéndole la vida grata, leyéndole noticias y obras que le entretenían. A pesar de las dificultades que tenía que vencer y de su invalidez me invitó a comer y ’as veces, que le visitaba departíamos cordialmente; no deseaba que cor tase la visita y me preguntaba cuándo sería la próxima. Hasta parecía mejorarse y al conocer novedades literarias de otros países. Recordábamos momentos gratos y oía los comentarios de la charla, sonriendo, una mezcla de ironía a veces, pero su sonrisa era triste. A instantes le brotaban de los ojos lágrimas que se desvanecían en el tremendo abismo, el dolor de no poder alternar, de responder al se —
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gando, luciendo los matices de que estaba dotado. No obs tante se alegraba en toda ocasión que los pocos amigos le visitaban y compartían con él, brindando por su salud y felicitándole por los trabajos literarios. Tenía goce íntimo entonces y parecía mejorarse, vencer a la enfermedad en un esfuerzo supremo; su mente recobraba cierta lucidez y el entusiasmo fulgía en los ojos. Luego volvía a caer en el silencio y la noche, concluyéndose, encerrado en el mutis mo y la pena como si la nota de violín que había en su alma le dijese adiós. Yo le conocí en Sucre de estudiante de la Escuela Nor mal. Le vi actuar en la arena de la política, gastando sus bríos, batirse, triunfar y llegar a la madurez. Le perdí de vista en los años de destierro cuando tuve que andar más de once años por tierras extrañas. En Lima leí su “Nueva Interpretación de la Historia de Bolivia” y me gustó. Era una manera de estudiar los acontecimientos del país y dar les una interpretación mental más inteligente y lógica. En un medio inhóspito para la3 letras, de incógnitas y de hielos monolíticos, los trabajos de Finot tenían el claror y la alegre frescura del trópico. No se parecían a Ies de Arguedas, minucioso historiador de recortes de periódicos, vacío de conceptos económicos, brutal con los hechos y con la historia misma hasta la diatriba y la confusión. Finot daba otro cauce a la interpretación, revisaba y ahondaba causas, sin ir muy lejos, pero de todas maneras situábase como intérprete de la ideología liberal reformista, ambicio so de encontrar la fórmula social y el descubrimiento de la ruta que perturbó la historia de Bolivia, nublándola a tra vés de sus luchas. Quiso ser el estudioso de la causa anu lando el efecto. Otros se servirán de sus observaciones y alumbrarán su camino con mejores luces para ingresar de lleno al drama mismo, pero de todas maneras tendrán en las manos los escritos de Finot. Concluye su vida en el solar natal después de penosa agonía, con la ilusión de la amistad y el recuerdo de la in fancia. Ya su sombra anticipó el vaticinio de todo hombre de letras condenado a la fatalidad de su suerte.
El legado En Boüvia todavía la inmadurez de las gentes ve pa sar a estos locos que escriben y tejen su historia con los mejores oros de su cerebro, con la indiferencia de la piedra y la vastedad de la arena, ambos sin calor y sin emoción, tremendos en su dureza, si no es para los politiquillos y los escarabajos que se arrastran por el suelo, regateando —
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méritos, condenando al silencio al que no adula o tañe su lira falsa. Finot fue un escritor de verdad; por eso se encerró en la soberbia. No abrazó a nadie que no valía. Puede ser cri ticado desde muchos puntos, pero tiene que admitirse tam bién que se expresó con sinceridad y le puso a la vida el ceño del que la conoce, sin darse a los hombres que medran vilmente a sus contornos. Sus trabajos históricos poseen el brillo y la significa ción novedosa del que les ha dado forma más comprensi va e inteligente. No han sido superados. Lo serán en el futuro, no cabe duda. Finot estudió y aclaró la ruta: he aquí su mérito. Sus novelas costumbristas, con el colorido de la realidad y llenas de matiz, tienen un sitio en la lite ratura americana.
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GUSTAVO ADOLFO OTERO
Físicamente Otero era débil, esmirriado y de contex tura frágil. Nunca creyó vivir más de cuarenta años. Más tarde engordó y pensó que alcanzaría los ochenta como Voltaire comiendo poco y digiriendo libros con mezcla de sátiras y amenas charlas. Otero fue escritor desde muy jo ven cuando comenzaba a borronear para ese diario llamado “Fígaro” de enorme recuerdo que salía en La Paz por loa años de 1918, donde escribían el novedoso y elocuente don Franz Tamayo, el amable e inteligente don Lucho Espinoza y Saravia, director de la publicación, don Felipe Guzmán, siempre risueño y de humor y tantos otros que el tiempo ha borrado el recuerdo de sus andanzas y gracias literarias. Otero tenía entonces veinte años, y en el arte de escribir aplicó toda su paciencia y conciencia de hombre Este raro afán le llevó a la altura en que el hombre de le tras ya no tiene otra novia que el pensamiento escrito y le exige cada día superación, explorando campos cada vez más extensos y extraños. Ese es el escritor, es decir el iticonforme que no se contenta con la parábola sino que la ahonda, la utiliza y siempre queda en la duda... A pesar del realismo de Otero y de los géneros que cul tivó, se nota en su temperamento un fondo idealista que le hizo subsistir y conservar su ansia de escritor. Ironista al comienzo de su carrera, con cierta ironía gruesa al gus to del público, por la que se hizo popular con el pseudóni mo de “Noloveaz” ; mucho tiempo después tomó a pecho la tarea de interpretar la historia, convirtiéndose en ensa yista siempre novedoso y con la curiosidad del sociólogo poniendo los ojos en las liagas de su país y tratando de curarlas... Sus libros, por eso tienen un estilo vario, algunas ve ces son de alegre frivolidad como “El Arte de Conocer a los Hombres”, traduciendo las teorías de Kreschmer, de Lazursky, de Pende y sus propias observaciones persona les; y otras veces se adentra en la “Vida Social del Colo —
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niaje”, obra que le cuesta muchos años de paciente labor y de estudio. Finalmente escribe un delicioso libro “Diplo máticos en el Vaticano” con humor, con parca gravedad y un gran conocimiento de la inutilidad de la “carrera” cuan do se la vive por dentro y a costa del Estado. Otero practicaba el arte sutil de saber decir y de sa ber herir con alegre sonrisa. Una vez me dijo empleando las frases de Huxley: “Las palabras como los rayos X atra viesan cualquier cosa, si uno las emplea bien”. Otero no se jactaba de valiente pero tenía valentía civil. Amaba la justicia a su manera, con escepticismo, pero creía que el hombre cultivado es mejor y que los pueblos no son buenos ni malos sino pasionales y emotivos. En largas discusio nes Otero solía entretenerse no con el objeto de conven cer a nadie sino ejercitar sus argumentos sutiles que tam poco le convencían a él porque cambiaba con frecuencia. Era en realidad un hombre inteligente, refinado y lle no de humor. Charlando se le apreciaba más, porque re velaba las mil facetas de que estaba compuesto y los dar dos que adornaban su bagaje intelectual, de los que dis ponía a su antojo y placer. Otero no era pesado ni desa gradable y su satisfacción consistía en picar como el tá bano y alejarse apresuradamente sin producir heridas si no escozor. Hombre de gran erudición y de excelente me moria sus anécdotas eran picantes y se las recordaba en los círculos intelectuales en los cuales tampoco pernocta ba sino unos instantes alejado por su mala salud. Le gus taba la soledad y el libro y su mayor placer, posiblemen te fue la lectura. Debido precisamente a su mala salud nos ha dejado tantos y tan agradables libros que los iba hi lando en el silencio de su cuarto y sonriendo a instantes, porque sentía dolor, tenía la valentía de callarlo, llenando numerosas páginas blancas con su letra menuda y casi ilegible. Otero logró subir peldaño a peldaño los escalones de las letras por mérito propio, debido a su talento y a sus condiciones excelentes de escritor. La suerte le ayudó tam bién porque le reconocieron sus cualidades y pudo así re presentar a su país como uno de los mejores exponentes de su cultura. Bolivia no perdió, ganó mucho, porque el escritor Otero la supo hacer brillar en tierras extrañas con un ta lento original y con un don que no es patrimonio sino de poquísimos hombres: un humor discreto y una inteligencia clara muy por encima de sus colegas diplomáticos.
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JAVIER PAZ CAMPERO
Desde muy corta edad Javier Paz Campero fue ora dor; se hizo orador. Hablaba en los actos públicos con sol tura, con acusada gracia y maravillaba a sus profesores y a las gentes que le oían. Tenía memoria y fogosa ima ginación. Algunos alumnos, los mejores del curso sólo lu cían memoria y por eso han sido pobre cosa en la vida. Sin la imaginación que es creadora, la memoria de nada sirve sino para recordar fechas y agravios... Yo le co nocí a Javier en la escuela y le estoy viendo como si fuera ayer con la “dulzura del recuerdo y el pesar de la ausen cia” porque ya no existe. Otros amigos míos han dejado el mísero planeta también, y entre ellos Federico Ostria Reyes, al cual Javier Paz Campero quería entrañablemen te y le oía siempre por su originalidad, la precisión de sus juicios no siempre agradables para muchos y lo acertado de su repertorio social. Javier era robusto y fornido, de cara amplia y los Djos vivaces y cabellos castaños. Vestía a la moda de en tonces: chaquetilla española con cuello ancho bien almi donado que le caía sobre los hombros, pantalón corto, es carpines de color y botincillos de charol. Le gustaba, el ejercicio físico y sabía pelear; era discutidor y alegre. Nin gún muchacho de ese tiempo excusaba el desafío, y aún con los más grandes el entrevero era formal hasta que el adversario se rendía, alzando la mano y pronunciando la palabra: basta. Pero no había odio; después de la pelea los muchachos se daban la mano, siguiendo la costumbre vasca y luego el abrazo como amigos entrañables. Nuestra niñez fue ruidosa y cándida en el hogar, en la calle y en el campo. En la casa paternal se oían charlas de los mayores sobre el honor y la moral. Nosotros las escuchábamos religiosamente y teníamos siempre ardida la sangre de pasión, soñando cuando fuésemos grandes re —
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presentar a la tierra nativa con brillo. Eso nos decían nuestros padres en la sencillez y santuario íntimo, dejan do que la emoción nos turbase y alguna que otra lágrima se filtrase quemante y salobre en las mejillas. Más tarde nos separamos. La vida indica a cada cual su camino, unos a la lucha áspera y sin fin; otros a pro curarse el sosiego, el empleo mediocre, la familia y la contemplación. Javier se recibió de abogado y fue hombre de carác ter decidido, jovial y agradable, todavía lo vi una vez más antes que el destino nos alejase completamente. El man tenía la tradición, las glorias del lar, y yo me atreví a ir más a llá ... por los límites del mundo. Pero en todo tiem po nos unió leal y sincera amistad. Nos queríamos a tra vés de todas las peripecias y de cualquier infortunio, por que nuestras almas buscaban el ideal de justicia por di ferentes caminos. No lo encontraríamos jamás, pero ha bía algo que nos hacía soñar y que nos daba fuerzas aun que las caídas eran frecuentes y la maldad nos acosaba con su lengua fría. Fue Javier quien se dirigió al gobier no de entonces pidiendo mi ingreso al país después de tantos años de exilio en lina carta conmovedora que la conservo en mis archivos. Eramos por sobre todas las cosas hombres y de ahí nuestra estimación. Pero Javier tenía otros dones muy escasos en la mayoría de los seres humanos. Era hidalgo, sin jactancia, con humildad y valentía, porque su corazón le impulsaba a la hidalguía. Y un hidalgo, por fuerza está obligado según el código a ser consecuente y defender sus creencias. En este aspecto Javier fue temerario, llegando al sacrificio y a exponer la tranquilidad de su vida. Buen ciudadano y excelente amigo se podía contar con él por su carácter entero y su franca sonrisa que la alumbraba con la luz de su inteligencia y su bondad casi siempre. Javier no ha dejado obra literaria pero ha dejado obra humana. Le tocó defender a sus amigos y no eludió jamás el peligro y hasta la impopularidad, sorteando los casos más difíciles. Hombre de estado, estudioso y serio, es uno de los que deben recordarse con respeto. Es posi ble que haya tenido errores y los tuvo pero su espíritu conturbado vio con infinita piedad a su país y se convir tió en su abanderado en cualquier ocasión. De ahí su ac titud frente a la iniquidad sin contemplaciones, cuando pudo y aun en sus últimos días, a pesar de que sabía de que el país estaba herido de muerte. —
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Javier se distinguió en todos los terrenos donde ac tuó. Si se introdujo en la política fue por servir a su pue blo y no para hacerse rico. Ganó y perdió; peleó dura mente contra las calamidades públicas y nunca obtuvo lo que quería. Inmaduro su pueblo, inmaduros los hombres, las instituciones, las leyes, sólo tenían que representar una ficción. No obstante en el páramo había que sembrar y padecer aun con la derrota a cuestas, teniendo a la fa talidad por compañera y amiga, para que sobre los huesos y la sangre de uno, alguna vez, tal vez nunca, pudiera brotar la probidad y la justicia en la tierra amarga que es la tierra donde nos ha tocado nacer.
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APUNTES SOBRE FRANZ TAMAYO
Escribir sobre Franz Tamayo parece un asunto fácil y es el más difícil. Se puede incurrir en el elogio desmesu rado y provocar su risa, desde su gloria, donde reposa; o no saberlo juzgar con acierto al examinar los mil matices de su fuerte personalidad. Muchos lo han convertido en tabú. En los pueblos americanos hay costumbre de consi derar genios a los guerreros y a los políticos triunfadores mientras les dura su estreila fugaz y sus estatuas ador nan las plazas provincianas. No sucede lo mismo con los poetas y los filósofos. En vida son rudamente combatidos; no se les reconoce méritos; se les maltrata cuando se pue de y hasta se les ridiculiza, especialmente si no poseen fortuna personal. Don E’ranz Tamayo no padeció jamás de pobreza y fue un señor. Un gran señor feudal, dueño de haciendas y de indios, un excelente orador, un polemista temible y un parlamentario de grandes vuelos a la par que un poeta exquisito. Cultivó la mayoría de los géneros li terarios y en casi todos se destaca alumbrando su origi nalidad y genio. Si no fue presidente de la República, es tando ya investido y con el traje de ceremonia y sus ac titudes teatrales, se debe a los militares que derrocaron al señor Daniel Salamanca en plena acción de la guerra del Chaco, cercándolo en Villa Montes. ¡El ilustre poeta Tamayo no pudo sentarse en la misma silla que otrora lo hicieron los generales victoriosos para domar a los pue blos! ¡Y es una lástima! ¿Qué habría hecho don Franz en la Presidencia? ¿Qué grandes proyectos nos tenía reser vados? ¿Habría sido su mano dura o blanda? Esta es la incógnita de la historia y es muy posible que este hombre de tanto relieve se hubiera cubierto de gloria o sus m a n o 3 teñido de sangre al imponemos sus ritos y su misma tra yectoria personal. ¡Tamayo en esa época era el Homero y el Epaminondas de Bolivia! —
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Pero desde cualquier ángulo que se le juzgue a don Franz Tamayo es siempre interesante. Tamayo no se pa rece a nadie. Se puede decir sin contradicción que es el boliviano más capaz y más original que ha producido el país en lo que va de un siglo, muy superior a los intelec tuales de su tiempo y a los de este tiempo, entre los cuales brilla como un astro. No obstante fue un sujeto lleno de contradicciones, de calidades humanas paradógicas, tan lo mismo luz y som bra, preocupado algunas veces de problemas minúsculos y otras volando a tanta altura que daba miedo y pavor. Car los Medinaceli ha concretado la frase: “Tamayo tiene el ímpetu de vuelo de un Icaro, pero lleva en las alas el peso de una biblioteca”. No sé si esta apreciación es feliz y justa, porque Ta mayo se perdía en las nubes y, aunque estaba en la tie rra, su pensamiento generalmente era sideral, caprichoso y lleno de hallazgos. La única justificación en la tierra de Tamayo eran sus propiedades agrícolas. Entonces apare cía el Catón boliviano, riguroso en sus procedimientos de explotación y conservador del Incario, porque se había elegido Inca por propia decisión y porque su talento le otorgaba ese título. Derrocado junto con Salamanca, se consideró solo y amó la soledad. Murió en la soledad, atisbando desde su balcón de la calle Loaiza el mundo vulgar que pasaba con sus ojos de águila, negrísimos y con un poder hipnótico, sin poder remediar la tragedia de su pueblo y su propia tragedia. Prisionero en su casa vetusta y colonial por espontá nea voluntad, nadie le visitaba y él huía de las visitas, del coloquio amable y de la charla cordial. Muy rara vez al gún diplomático o algún turista curioso quiso oír su voz y el viejo aimara, revestido de dignidad, ya anciano y con los cabellos de nieve le premió al visitante con el caudal de su sabiduría. Y otra vez volvió a encerrarse en su mu tismo, alejado de todos, sin otra alegría interior que las notas de su piano y el aletear de sus versos que brotaban de esa cabeza fría y de su corazón ardiente y se posaban en páginas magníficas. Fue el poeta más grande de esta tierra inhóspita y yerma y, sin embargo, el más enamo rado. Y cosa extraña, el poeta de la Grecia antigua y del Collado, de exquisitos giros, dotado de poderosa imagina ción, un poeta muy mayor y mayor para América, al ex tremo que Tamayo puede codearse con Goethe y es clá sico y es moderno de tantas novedades que, el uruguayo Herrera Reisig, aparece como su discípulo. “La lírica de —
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Tamayo exhala ásperos aromas montañeses: nostalgia in diana”, escribe Antonio Aborta Reyes, y añade: “El poe ta que logró a través de un aristado temperamento pro vocar esa aleación musical en dos categorías formales, la impecabilidad parnasiana acuñada en gongorismo autént co, como pocas veces se obtuvo y quizá no se obtenga ya en el español sorpresivo de indoamérica se habría apar tado, cegado por los espejeos de su cultura humanística, y la brillantez de su numen, de los motivos milenarios que le esperaban en su tierra morena: amplísimos “sunis” (o altiplanos, en aimara) y cordilleras ceñidas por vegas lu juriantes y espléndidos “Yungas”. Y Alborta Reyes con acertada intuición, dice: “La Prometheida pudo ser una grandiosa tragedia aimara”. Pero Tamayo era un hombre universal y se debía cul turalmente al mundo. Su educación es occidental y euro pea. Ha estado muchos años en el viejo continente y re gresa a su país pleno de euforia porque en su alma india ha insurgido la revelación de su personalidad y la fe de un destino. Pero él no es un resentido: es un batallador. Se ha considerado igual a las mentalidades europeas y Ies lleva ventaja tal vez por su imaginación y la novedad de su milenario ancestro. Pero esto es tremendo en su tierra nativa, acostumbrada a obedecer desde el Incario y des pués en la colonia. El caso de Franz Tamayo es apasio nante. Es un rebelde y sus mismas transgresiones litera rias y el invento de nuevos giros son de un sabor delicio so. Conoce el idioma y le da riqueza en imágenes, lo sua viza y lo hace dúctil, penetrante; le aligera y el vocablo posee alas y armonía. Nadie ha analizado al Tamayo íntimo, sensible y re belde en su juventud. Un Tamayo sin fortuna, es muy po sible que con la audacia que le daba su personalidad y su talento iluminado siempre, hubiera sido el revolucionario integro en esencia y con todo el vigor de su sangre ai mara. Tamayo fue un burgués liberal; un gran burgués en el sentido amplio de la palabra. Un señor de sombrero de copa, un conservador de los privilegios de su casta y de su país. Uno de los grandes poetas de América y el boli viano que demuestra cuánto puede dar una raza milenaria y sabia. Y aun perdida en las tinieblas resucita y da. Pero el genio tampoco brota de la roca si no está tra bajada y pulida. El genio atraviesa un proceso de precur sores y su nacimiento es alumbrado por terribles dolores y contradicciones. No hay genio en un país de enanos. Y Tamayo es el espíritu de siglos redivivo. Tamayo nace del —
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sufrimiento de su raza y de la grandiosidad y la tristeza de la pampa yerma y de la nieve. Su patria estaba desga rrada y agónica en el desorden y la catástrofe de la gue rra que nos arrebató el mar. Educado con toda la magni ficencia de la fortuna, se dio cuenta él que había una dua lidad en su persona: quería ser indio frente al europeo y se jactaba de su estirpe como el mariscal Santa Cruz. Sa bía más que el europeo del curso y le vencía, sin embargo era moreno, la cabeza grande, el pecho ancho y las pier nas cortas de aimara. Esa fue su rebeldía y se impuso. De regreso a su país quiso ser el redentor como todos los bolivianos despiertos, grandes de corazón y de talento. El fracaso, después de éxitos ruidosos, le sirvió sus manja res desabridos y tristes. Entonces el aeda que había en él y el esteta le encerraron en su torre de marfil y no se ocupó de nadie y vivió su vida y su tragedia. El pueblo jamás le comprendió ni tenía por qué comprenderle.
¿Por qué se vuelve solitario este hombre dotado de tantas cualidades y extravertido socialmente? ¿Es orgu llo, despecho, menosprecio de las gentes? ¿Es misticismo o actitud mística? Yo fui amigo de don Franz en mi juventud y gocé de la intimidad de sus charlas. En ese tiempo solía frecuen tar la redacción de “El Hombre Libre”, diario en el que escribían algunos intelectuales entre los cuales me conta ba. Su director era don Felipe Guzmán, adversario de Ta mayo en una polémica ruidosa sobre pedagogía nacional que el tiempo había amortiguado y los unió nuevamente como enemigos del régimen liberal al cual combatían am bos. Don Felipe Guzmán era hombre de ingenio y de mu chas cualidades, sobre todo no le faltaba humor y se di vertía con Tamayo, pero sin faltarle el respeto. Don Franz se distinguía en el pequeño círculo por sus juicios arbi trarios y la novedad que traía en esas discusiones que no terminaban nunca. Llegaba a eso de las diez de la noche y después de entregar su artículo nos invitaba a tomar café y la fiesta de su tertulia se prolongaba hasta la mañana. Don Franz anunciaba con gesto profético la próxima caída del gobierno liberal debido a sus excesos y nosotros le es cuchábamos con ironía graciosa y le festejábamos sus fra ses en las que intervenían personajes históricos, sin ex ceptuar a los filósofos griegos. Gustavo Carlos Otero, Ga briel Lévy, Claudio Suazo, Cleto Cabrera García, Luis Espinoza y Saravia, amigos entrañables y de enjundia que —
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compartían conmigo esas charlas admiraban a don Franz, sobre todo por el tono teatral que asumía, como un consu mado actor y lo pintoresco de sus frases, y él para pre miarnos nos complacía endi'gándonos: "aguiluchos, polluelos de águila”. Nosotros le comprendíamos y le aplaudía mos a rabiar y el poeta que había en él y el filósofo nos replicaba: “Bolivia ha sido siempre así, país de vastas so ledades y de soles”. Felipe Guzmán, más tarde presidente de la República en el período de Saavedra discutía furio samente con Don Franz y le refutaba sus ideas y cuando la discusión había llegado a un punto tal, nosotros que ha cíamos de público pedíamos unos pastelitos y unos buenos bistecs a costa de los más afortunados: don Franz y don Felipe. Yo era muy joven entonces y posiblemente don Franz Tamayo me apreciaba por mi devota amistad. También por algún coraje que demostré en cierta ocasión y que fue pre miada con dos copitas de excelente singani que me invitó el bardo en su casa de la calle Loayza, en cacharritos de vaso a la usanza de los griegos... Más tarde le perdí de vis ta y me fui a correr mundo. Muchos años después, irreve rente y jactancioso lo encontré de nuevo en forma casual en la plaza de San Pedro y tuvimos una agria discusión. El seguía haciendo de magister y de profeta. Yo me había rebelado contra la sociedad y contra don Franz, hacía tiempo. Don Franz no pudo tolerarme y rompimos. Desde entonces nunca oí su voz pero seguí leyendo sus libros, sus versos y su prosa jamás igualada en Bolivia por la fuerza y la intensidad de su cultura y de su estupenda dialéctica para batir al adversario cuando se proponía. No fuimos a migos más. Cierta ocasión Claudio Suazo, el petiso de hu mor y de talento que conozco, y que fue director de “El Hombre Libre” en sus horas de peligro, me contó que don Franz al cual yo acusaba de insensible con sus viejos ami gos, le encontró una vez que penetró en su casa con lágri mas en los ojos, tocando en su viejo piano unas notas de Chopin. , ¿Qué ha sido Tamayo en Bolivia? Desde el punto de vista de inteligencia es sin disputa el más grande boliviano que ha producido. Como político un fracaso. Quiere decir entonces que nuestros políticos tienen que ser bárbaros, iletrados y autoritarios como los que han dominado a tra vés de toda su historia? ¿No hay posibilidad del hombre culto, no hay clima ni tierra apropiada para que se cultiven y florezcan las más preciadas inteligencias? No hay ese clima, pero la tierra es pródiga. Los hombres que tienen que imponerse por mucho tiempo deberán ser rudos y —
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sin escrúpulos, por la fatalidad, p.uesto que el pueblo no ha dejado de ser gleba y necesita el amo arbitrario, torpe y brutal. Pero en la lucha diaria, cuando el pueblo boliviano logre una cultura elemental, gobernará el más capaz y el más inteligente, porque existe una tradición de vieja sabi duría en la familia más humilde y aun en el corrompido: elegir un jefe que sea el reflejo de lo que ha sido este país en sus pretéritos tiempos: ordenado, paciente y sensible pa ra el bien y enemigo de toda tiranía. Se podría escribir sobre Franz Tamayo un libro; ya lo han hecho muchos bolivianos. Estos apuntes desperdigados solo reflejan parte de su lado humano. Dos libros tienen que señalarse como importantes: los de Fernando Diez de Me dina y Fausto Reynaga: “El Hechicero del Ande” y “Franz Tamayo”. No hay porque indignarse, si los autores, hones tamente, vieron un Tamayo a ,1a altura de su sensibilidad. Tamayo no es mito ni tabú: es hombre de carne y huesos, con debilidades humanas y atisbos de cóndor de los Andes. Osbome, crítico inglés lo vió entre los que han creado un nuevo lenguaje poético en la lengua castellana, y nuestro Roberto Prudencio, el más sensitivo de los bolivianos de la hora actual, lo califica como el supremo artífice del verso casteUano. Tamayo al lado de poetas magníficos como Jaimes Freyre; Reynolds, Eduardo Guerra y entre los de hoy Li ra Girón y Vizcarra Fabre es la voz, el canto de Bolivia, y su más grande cumbre, como ese Illimani que hay que ve nir hasta esta hoyada para sentirse americano y lleno de luz.
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DON JAIME MENDOZA, ESCRITOR
Comienzo por recordar unas frases de Goethe que re velan ,1a condición del escritor y que no admiten contro versia. “Goethe considera el arte como el fin principal y único de la vida, como la expresión superior de la inte ligencia, en la cual se manifiesta mejor que por ningún otro medio, la inteligencia del talento, que debe desempe ñar su misión docente, dirigiendo a las clases inferiores con una autoridad indiscutible, que tiene por asiento la ver dad y la belleza”. Y agrega: “La soberanía del talento en esta vida y la inmortalidad indudable del genio para la sucesión; tales son los dogmas fundamentales que le sir ven de piedra angular para concebir la realidad”. En los países atrasados en la técnica y con pasado es pañol estas frases tienen algún valor; en los países en .los que domina la técnica y han hecho del hombre un “robot” y seguirán haciéndolo, el escritor o el artista, se convier ten en funcionarios del Estado, y sus servicios son útiles no en calidad de belleza o de arte, sino en cuanto rinden utilidad a la sociedad, al grueso de la sociedad. Por esta razón cada día es menor el número de hombres geniales y la sociedad humana va tomando el tinte gris y aburrido, cuyas únicas diversiones son el cine, la radio y los espec táculos de masa que satisfacen sus sentidos pero no su inteligencia. Pero todo esto es transitorio y convencional. La so ciedad quiere comer y sobrevivir; el arte lo reduce al mí nimo, su arte es primitivo. Ha habido una distorsión de valores humanos y lo que en un tiempo fue elevación y espiritualidad se halla rebajado en la .lucha social a cero. Vale más la fuerza y la astudia. Lo importante es hacer dinero, puesto que él da categoría y enseña un blasón. Con el tiempo volverá a renacer y ya está renaciendo el valor del hombre superior, el genio que está oculto en las ce —
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nizas de la sociedad contemporánea, el hombre o Jos hom bres que quieren establecer en el mundo de las vivencias su calidad y con ellas la continuación divina de la idea por encima de todo: ei pensamiento, la convicción de que hay algo detrás de uno que le alienta a vivir y batallar; de que el pan avaro no es todo, y que, vivir sólo para el pan, es no vivir; retroceder a la esclavitud, entregarse a la escoria por el simple hecho de haber vivido unas dece nas de años en la inútil abyección. La sociedad actual le da al hombre muchas ventajas para disimular esta ho rrible tragedia: inventa todas las comodidades para la car ne pero ninguna para el espíritu. Y el hombre común acepta todo con la alegría del huérfano que no posee na da, aliviando su padecimiento en el hartazgo, olvidándose de su condición divina, volviendo a la bestia saciada, cre yendo que es el triunfador para siempre . . . olvidándose que Epicuro hace más de dos mil años, expresó: “Ya sa bemos que el sabio no tiene necesidad sino de pan y agua para ser feliz; desprecia los placeres del lujo, no induda blemente por ellos mismos, sino por los dolores que los acompañan”. Y como si no fuera basta, el mismo Epicuro, agrega: “Es una gran fortuna la pobreza regulada por las leyes de la naturaleza. Con frecuencia, la adquisición de riquezas, es un cambio de miserias y no es un término”. ¿Pero vaya usted a convencer a la gruesa humanidad de que viva en la inteligencia y simplicidad? Lo condenan a muerte. . . El que hoy día no tiene un coche de lujo y no posee lavadoras eléctricas y “frigidaires”, es simple mente un atrasado y un tonto por añadidura. El refrán de los individuos espesos y truhanes tiene un valor tremen do en amor y en la vida corriente: “dime cuánto tienes y te diré cuánto vales” ... Lo que quiere decir que vale más el espeso que el inteligente...
En una sociedad sencilla y primitiva como es la boli viana el caso de don Jaime Mendoza, escritor de nacimien to, desprendido de las cosas banales, dedicado a las letras es una sorpresa y un acontecimiento. Pero no es un acon tecimiento. Antes que él los hombres inteligentes que ha producido Bolivia han muerto en la indigencia. Villamil de Rada, autor de la “Lengua de Adán”, científico, explo rador y hombre de ingenio muere a los setenta y más de años fuera de su país, ejerciendo el oficio de mozo de cor del para ganarse la vida y, finalmente se suicida, ahogán dose en el mar. Jaime de Zudañez, autor de la primera —
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constitución uruguaya, talento brillante en Chile y uno de los precursores de la libertad en América, muere abando nado en la miseria. Carlos Medinaceli, crítico literario que ahora lo recuerdan con orgullo, murió en la extremada po breza y hasta el último día escribió páginas que honran a su patria. Otros escritores para sobrevivir tuvieron que acep tar puestos públicos o relajarse en la política baja, o ser vir a mandatarios criollos o casarse con mujeres feas y ricas, que les sostengan en el difícil arte de escribir y per durar. Tal el caso de Alberto Gutiérrez, historiador de grandes quilates y brillante en su estilo como en su ho nestidad. Los poetas no tuvieron la misma suerte. Ri cardo Jaimes Freyre, uno de los grandes poetas bolivia nos, creador del modernismo en América tuvo que nacio nalizarse argentino y ejercer la dura cátedra en la pro vincia de Tucumán, y sólo Bautista Saavedra, presidente intelectual le recuperó su nacionalidad, convirtiéndolo en diputado y luego en Ministro de Relaciones del país. No se puede decir lo mismo de Alcides Arguedas y de Franz Tamayo que fueron ricos y recibieron herencia para vi vir, excluidos de necesidades. Pero tenemos en la actua lidad a muchos intelectuales que mendigan el pan en el extranjero y que en su patria se les negó o se les regateó: Guillermo Vizcarra Fabre que hace de locutor en una ra dio de Montevideo, poeta de enorme imaginación y de vue lo en las alturas de los Andes y Lira Cirón, el más lírico entre los poetas de Bolivia y de tantos matices y tan no vedoso y tan extraordinario a la par de los mejores de América, vagabundo en las capitales del continente, a mer ced de la dádiva y de los amigos. Le sucede igual cosa a Roberto Prudencio, crítico de calidad y de enjundia que tiene que vivir de un puesto en el extranjero en condicio nes mínimas, pagando alto precio por su independencia y su amor a la libertad. Juan Capriles tuvo que conver tirse en panadero y anular su lira poética, él que había si do el mejor sonetista de estas tierras y su máximo expo nente, igual que Eduardo Guerra. La lista es innumera ble y no hay porque extenderla, que este es el destino de todos los que nacen con luz en el cerebro y la fatalidad les ha dado ese cerebro.
Don Jaime Mendoza, de profesión médico, se dedicó a la tarea ingrata de escribir y fue un novelista de fama en sus tiempos, realista y observador de las costumbres —
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de sus coterráneos y de la vida en el yermo. Vivió en las minas que entonces eran el tesoro de Bolivia, de don de surgían fortunas como en los cuentos de hadas y Aladino se convirtió en don Simón Patiño. Pero Mendoza 110 hizo fortuna. Vivió pobre y la pobreza le acompañó has ta sus últimos días. Viajó por todos los rincones de este país asombroso y en páginas ceñidas nos relató su drama y su miseria, tanto de la altipampa como de la selva. No hay que buscar en Jaime Mendosa el escritor alti'dado y pulido que nunca pretendió ser sino el escritor veraz, el documento que sale de su pluma, el comentador sin me dias tintas, el hombre que calla lo que siente o piensa por acomodo o al trasluz de un bienestar. Jaime Men doza es más que todo un estudioso, un inconforme y en lugar de catear minas de estaño escribía porque era su pasión, y eso le producía un placer único y la fortuna de ser escritor. En los pueblos poco desarrollados el escritor es una especie de fakir que lo sabe todo, y por saber demasiado se muere de hambre. Mendoza no se moría de hambre porque tenía al lado su ayuda de cámara, la profesión de médico, que sirve en el mundo entero para aliviar a las gentes y además es esotérica, igual que la magia en los antiguos tiempos. Siempre el médico es socorrido, tan to por los pudientes como por los necesitados. Pero él no explotó la medicina como se hace en los pueblos atra sados y lograse fortuna, con las preeminencias de villorrio: buena casa, coche, buena mesa y alabanzas de curande ro, además de la fama de no fallar. Mendoza era un su jeto simple, un observador de su pueblo, un hombre que en su mente íntima llevaba la tranquilidad, alguna vez la medicina sin jactancia como la hacen los buenos mé dicos, sin ansias de curar sino de aliviar, porque todos se mueren a pesar de los avances de la ciencia. Pero el ob servador que había en él anotaba el fenómeno, sacaba con secuencias, y al despedirse estaba delante el amigo no el especulador. Recuerdo a Jaime Mendoza, en Sucre, cuando yo era considerado como un ser diabólico y nadie se podía aproxi mar a mí. Había llegado del destierro de once años y la policía estableció una rigurosa guardia delante de la puer ta de la casa de mi hermana Delina, donde rae alojaba, allí en Surapata. Sólo dos amigos vinieron a verme: Fe derico Ostria Reyes y Jaime Mendoza. Ambos pusieron en el registro de policía el objeto de su visita. Jaime Mendoza, agregó: “escritor socialista”. No lo era o lo era en realidad porque su vida íntegra fue consagrada al —
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pueblo donde nació y sus escritos lo consagran como uno de los precursores de la verdad social, un abanderado de la justicia, aunque no hubiese teoría alguna en lo que de cía, y no por eso dejaba de acertar. Luchaba él por ,1a justicia; sus observaciones revelaban su corazón genero so. Debemos reírnos muchas veces de los teóricos y debe mos detestar a esos hombres fríos que saben mucho de teoría y carecen de corazón. En su exterior físico don Jaime era un hombrecillo esmirriado, muy parecido al escritor y médico Saint Loup, un poco más vigoroso, muy ágil de andar y muy expresi vo. Usaba anteojos y aun a través de los lentes su mira da era firme y sin vacilación. Era hombre en el sentido cabal de la palabra y se le oía con agrado. Era un boli viano que quería a Bolivia y sus frases tenían sabor y hu morismo. No se creía un abstemio y bebía alguna vez, gustaba de la guitarra y de ,las mujeres. Chuquisaca le había dado el calor de su inteligencia y esa sutilidad que dan los siglos de cultura y de saber. Tampoco se le nota ba orgulloso ni se sentía un genio: muy agradable en su charla y muy preocupado de las cosas magníficas: el arte, la belleza, el futuro de ,1a nacionalidad, el sentido de ser y entender lo que venía, esta sociedad que no entendía na da y se moría en la angustia como todos sus habitantes, el cariño entrañable que sentía por Chuquisaca y sus va lores enterrados en la nostalgia y los que brotaban, por que Chuquisaca era tierra pródiga. Su gran amor por la nacionalidad y sus devaneos geográficos, tratando de en contrar rutas precisas para la vinculación y el intercam bio. Bolivia, a pesar de todo era una nación y él se creía su abanderado más firme, aunque la nación careciera de costa y sus gobernantes fueran los peores. Pero habita ba el altiplano una raza recia, insensible a las catástrofes, al viento y al mal; volvía a insurgir el altiplano y triunfa ba con todos sus errores y volvía la justicia a insuflar va lor a sus habitantes para continuar viviendo y ser los mis mos: eran de piedra y la piedra no moría, se transforma ba en paciencia y siglos; la sangre en diamante. Aun en la peor agonía, brotaba la sangre y brotaban los hombres. .. Don Jaime es un producto telúrico de esta tierra. Don Jaime, escritor, es su esencia. Modesto y temerario, es el habitante del yermo. Pero tiene en su haber algunas no tas artísticas que le ha dado Chuquisaca, solar español y quichua, tradicionalmente culto desde la colonia, y si damos crédito a los cronistas, muy antigua residencia de gentes sagaces y con extraordinaria imaginación, como que Calancha, primer escritor de esta tierra brota de su —
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entraña, y son también los primeros suramericanos en analizar el despotismo español por el brillo y el desdobla miento de su inteligencia. Jaime Mendoza, autor de “En las Tierras de Potosí”, novela social y sociológica, es producto de Chuquisaca, porque había en ese medio feudal un proceso. El nove lista no brota espontáneamente, es un analista de la so ciedad donde vive; es un intelectual de verdad, sin com promisos.
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CONFERENCIA SOBRE LA CONFEDERACION PERU -BOLIVIANA
El terna que he elegido esta noche para desarrollar la conferencia que me vais a escuchar es de lo más apasio nante. Es raro que algún boliviano después de leer los documentos históricos sobre el gran Mariscal don Andrés Santa Cruz no se apasione. Estudiando esta época que se llama “CRUCISMO” se logra sin dificultad comprender lo que fue Bolivia, lo que quiso ser y lo que es ahora. Nues tras desgracias nos vienen pues desde esa etapa. Por ha ber querido ser grandes y abatido ,las alas del Cóndor In dio; por no haber comprendido con cerebro la Confedera ción, como no la comprendieron los adversarios de Santa Cruz. No es temerario decir que nuestra expiación como bolivianos nace desde la batalla de Yungay. Es curioso por otra parte que la mayoría de los bolivianos no cono cen su propia historia y no se reconcilian espiritualmente, pensando que todas las cosas son transitorias y que los pueblos siguen a sus caudillos y se encarnan en ellos. Mi observación es fundamental. El caudillo encarna su tiem po, la nación entera, las costumbres y el ideal de vencer. Nuestra república cuando ha tenido grandes jefes se ha puesto a ritmo con ellos. Agradezco a la directiva del Instituto Cultural Boli viano-Alemán por la gentil invitación que me ha hecho y agradezco al público que me va a escuchar en el curso de esta conferencia. — ■ — 0O0-------
“Esa Nación, que en 119 años de existencia sólo ha sabido de infortunios, fue durante una época fugaz la más poderosa, organizada y temida del Continente Austral. Sus ejércitos pasearon victoriosos desde el Ecuador hasta —
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la Argentina, y suyas fueron las leyes más avanzadas de América. Debió tal esplendor a la acción de uno de sus hijos, vástago de Tina india: Andrés Santa Cruz”. De esa manera comienza su interesante libro Alfonso Crespo, escritor boliviano. En realidad el crucismo es la única época en que el nuevo país creado en el corazón de América tiene esplendor y brillo propio. Y es tanto más importante el fenómeno si se conside ra que todas las Repúblicas que han nacido a la vida li bre se encuentran desorganizadas, en plena anarquía y a merced de caudillos localistas. Desde México al sur, el panorama político y social es el mismo: no hay estabilidad y el fuego de las pasiones devora a los pueblos. Bolivia es un lunar en medio de este caos y la República está go bernada por uno de sus preclaros estadistas, el mariscal de Zepita, don Andrés Santa Cruz. Su gobierno dura cer ca de una década. Y es estable y rígido. No hay revolu ciones ni levantamientos armados. Exite una administra ción rigurosa dentro de lo posible; se pagan los sueldos de los empleados al día y se les exige el cumplimiento de sus deberes. No hay molicie y es gran pecado la fal ta de honradez y aun la incompetencia. Dentro de la sencillez de las costumbres de esa época y de la pequenez de los vecindarios los hombres que han constituido la nueva nación que se llama Bolivia, sienten el fuego interno de un ideal, de dar nacimiento a una pa tria que apenas comienza a moverse dentro de las institu ciones republicanas y con exiguo presupuesto. Pero esto no importa: la hacienda es pobre y los habitantes pobres; apenas sobresalen los pudientes, pero éstos tienen que con tribuir con sus peculios en mayor grado a las necesidades del país en formación. Mientras en México la guerra civil es desenfrenada y hay gobiernos fastuosos como el del general Santa Ana, que está embriagado con el Imperio y sus propios capri chos; en la Argentina impone su mano sanguinaria y dura el tirano Rosas, estacionando su país en el gauchaje pri mitivo y rutinario de la pampa, sin perspectivas de eleva ción cultural y a ras de las costumbres del campo con una tenacidad y astucia que dura más de veinte años, y en el Paraguay olvidado en ,1a selva, ha aparecido el Supremo Dictador don Gaspar Rodríguez de Francia que maneja su querencia como una hacienda, sin que nadie pueda mover un dedo ni casarse sin permiso suyo, ni realizar un nego cio ni elaborar una idea en la que no tenga participación el Supremo Dictador; y en el Perú las facciones se despe dazan en la guerra civil, dividiendo su país en varios es —
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tados con gobiernos sucesivos e inestables; y en la patria del Libertador Bolívar sucede idéntica cosa. En la nueva República creada en el corazón de América, en condicio nes curiosas y fortuitas, sin amplia costa de mar y cerca na que le garantice su progreso, vuelve a repetirse el mi lagro que realizaron los sabios Incas y que contradice el determinismo geográfico: una nación dá ejemplo de esta bilidad en el caos americano de revueltas y de liberalismo inmaduro. Este fenómeno que es preciso estudiarlo con atención e interpretación histórica lo realiza el Gran Mariscal don Andrés de Santa Cruz, al cual hay que rendirle los méritos que merece. En este ensayo somero, se verá cuál es el ideal que alienta al actor principal y su pueblo que le sigue; sus gran des triunfos como realizador de la unidad americana en es ta parte del Continente; sus debilidades en la empresa que Be propuso hacer; sus ingenuidades en las relaciones con los hombres que le tocó conocer, —si así podemos llamar a un personaje que tenía doble fondo y era maestro en la astucia y el cálculo— y que por abusar demasiado de esta habilidad cae en sus mismas redes, perdonando a los chi lenos en Paucarpata y aún creyendo bondadosamente y con “autoridad patriarcal” en las misivas que le dirige su ahi jado y compadre don José Ballivián. Falta también señalar las lagunas de este hombre admirable, su confianza excesi va que le da su astucia, su mala fortuna como dirigente de ejércitos y que él la suple confiando las operaciones técnicas a los mejores generales que habían en ese tiempo en América. De todas maneras la historia que juzga a los hombres y a los gobernantes con la alquimia de la justicia, nos hace topar con un varón recto y de los más interesantes que pro duce este suelo, pleno de ambición y de dominio y que co noce la perspectiva del Continente: es un americano del futuro y tenga pasiones o debilidades, no se encuentra en la historia boliviana nadie que le haga su par. El Gran Ma riscal de Zepita es el boliviano más capaz de su tiempo y de América por su saber y su enorme talento como esta dista. Pero este fenómeno no es casual, no se produce por fa talidad histórica ni por un azar de la suerte. Santa Cruz brota de una tierra madura en enseñanzas, vieja en siglos, durante la colonia una de las más preclaras, con inquietud espiritual más que ninguna, con un clima nervioso y una tradición milenaria de grandes espíritus y administradores sagaces, con la atmósfera de una patria nueva y también - r. 1 7 3 —
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la más antigua del Continente que sabe dar ejemplos y que tiene la filosofía en su propia vida de austeridad y de tra bajo paciente y rudo. Emerge de la entraña colla y tiene en ,!a sangre el don de mando, la sagacidad y el disimulo, la sapiencia y el orgullo, la conformidad en la desgracia y esa paciencia para tejer en el hilar de lo que ha hecho su raza y ha persistido siempre: la tenacidad. Nace Santa Cruz el 5 de diciembre de 1792 y es bau tizado en la Catedral de La Paz por un canónigo de La Merced con el nombre de José Andrés. Sus padres son don Josef Santa Cruz Villavicencio y doña Juana Bacilia Calaumana. Su origen es pues resultado de ,1a mezcla del español autoritario y realista, buen servidor del Rey, católico, pia doso, y del monarca Inca austero, realista y excelente ad ministrador desde remotas edades. Santa Cruz en su juventud ha servido también al Rey Español y es mucho más tarde que ingresa a las filas pa triotas, porque su sentido práctico lo lleva allí. No es una juventud atropellada al estilo de Ballivián ni posee sus ardores, ni cree en las aventuras románticas de los de su tiempo. Es realista hasta los huesos y esta facultad lo lle va a analizar los acontecimientos de la vida con cautela, sin arrebatos, dejándose convencer por los hechos. No obs tante es una juventud inteligente y de extremada seriedad, cualidades que posiblemente captaron al Libertador Bolívar en su hallazgo de capitanes para su empresa americana de libertad. Al lado del fogoso Córdova, del inmaculado Sucre, del indomable Paez, de Nariño y de tantos hombres de fue go y de titanes que le rodean, es indudable que la parsimo nia de este capitán moreno, serio en sus expresiones, de reciedumbre espiritual y de gran capacidad, le sedujo, y desde ese instante ya lo vio para darle puestos de confianza en ,las nuevas repúblicas. Pero, ¿ cómo se presenta el “crucismo” en la nueva Re pública creada por Sucre, contra los deseos del Libertador? El mariscal de Ayacucho no podía gobernar el nuevo Es tado con la mano dura del altiplánico, porque cruzado de la libertad y de la democracia naciente, creía como todos los hombres de la época que la constitución dictada bajo la espada y el genio de Bolívar era suficiente para trans formar a los ciudadanos y refrenar sus apetitos. Sabido es que la revolución de la independencia no fue una trans posición económica de clases sino una revolución política contra el dominio del español, o en otros términos la ascen sión al poder de los criollos nacidos en tierra americana, acompañados en su empeño de libertad por los mestizos e —
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indios, los cuales después de la revolución siguen en la mí sera condición de ciudadanos, teniendo los “principios libe rales” que les sirven de alimento. Ya son libres, pueden vi vir y morir libres; no obstante mueren en la necesidad por que falta organización de trabajo, un sentido de disciplina y un vasto planeamiento económico que garantice esa liber tad lírica que se repite diariamente en las proclamas de los generales. Eso, en parte, reclaman los pueblos, y eso no es adver tido por los que dirigen a los pueblos. Santa Cruz, surge en medio de la pólvora y el caos y tiene el cerebro frío del organizador. No es un gran militar a la altura de los románticos capitanes que queman su san gre en las batallas y mueren con la gloria de la espada, pe ro es un gran administrador que nace en el yermo y sabe, que sólo la organización de su pueblo puede darle la abun dancia y felicidad, como hace siglos hicieron los Incas, con tando los granos, las semillas y los rebaños bajo una seve ra y estricta contabilidad. ¿Qué es Bolivia, la nueva República, en ese tiempo? Ha emergido en el páramo, tierra inhóspita, donde los collas cultivan la papa, la quinua y otros vegetales; tierra pobre y de varones recios; tierra a la altura de las nubes y donde las ilusiones brotan en los músculos del que trabaja y del que sabe ahorrar porque necesita ahorrar, y la vida es du ra y sin embargo tiene su epopeya: el sol que sale todas las mañanas y la tierra que es avara, sólo se da al que la quie re. Los hombres del yermo agradecidos le han elegido pre sidente a su creador, el Libertador Bolívar, pero éste no tiene tiempo para gobernar un país, y entenderse con las tareas administrativas que resbalan de su espada gloriosa que ha dado libertad a cinco pueblos americanos. El Sol no Ba detiene en un país; es el astro de todo un continente y todavía rebalsa su personalidad epónima. Encarga el gobier no a uno de sus capitanes el inmaculado mariscal Sucre, que inmediatamente se siente rodeado de los doctores de la famosa Universidad de Chuquisaca, entre los que se desta ca Casimiro Olañeta el más inteligente de los bolivianos. Mentalidad única, estrella entre los Urcullo, los Zudáñez, los Torrico, los Serrano, los Padilla y tantos otros que a su vez son brillantes. Olañeta es sobrino del último defensor del Rey Español y el más empecinado: el general Olañeta que no se rinde jamás y sucumbe en su ley, defendiendo sus principios monárquicos y absolutistas hasta ser abatido en Tumusla después de la defección de uno de sus militares de vanguardia, el coronel Medinaceli. Casimiro Olañeta, pa dre de la nacionalidad boliviana ha creado la República con —
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la ilusión de que gobiernen los intelectuales, los doctores que conocen la Ley y los principios republicanos en los que ee asienta la nueva constitución enviada por Bolívar, y esa constitución inmediatamente ha sido puesta al filo de la es pada de los vencedores de batallas. Y así sucederá siempre. Y el gran romántico que fue Olañeta, el girondino Olañeta, a poco andar de la República, viendo frustrados sus planes Be convierte en conspirador permanente al lado de unos y otros en actitud siempre subversiva. Esto puede ser una interpertación en cuanto concierne a la actitud de Olañeta y habría que profundizarla mejor porque este personaje es clave en la misma interpretación que da comienzo a nues tra vida republicana. Desaparecido el Mariscal Sucre después del motín ver gonzoso del 18 de abril en que se descubre la mano del ge neral peruano Gamarra que abomina a los libertadores y censura acerbamente la permanencia de tropas colombianas en el Alto Perú, porque él tiene proyectos de unir el viejo virreynato de Lima y hacer la guerra a Colombia, ¿quién podría gobernar en la nueva República? Sucre era un aris tócrata, comía en la misma vajilla del virrey depuesto por la guerra americana, sensible y delicado le causaba horror verter sangre de patriotas y no podía ser el hombre duro que se necesitaba en semejante situación. Los doctores de Chuquisaca teóricos y principistas quedaron relegados. Des pués del motín vergonzoso en que un soldado chileno rom pió el brazo del Mariscal Sucre, el general peruano Gamarra insinuó al General Pedro Blanco, parcial suyo, para que rigiese la Nación. Esto no se estipulaba en el tratado ver gonzoso de Piquiza que impuso Gamarra a Bolivia, pero fue su consecuencia inmediata. El general Pedro Blanco es ase sinado a los dos días en el cuartel de la Recoleta de la ciu dad Sucre, que ya lleva ese nombre en homenaje a su crea dor. ¿ Quién podía gobernar un país que luego de proclamar se República hería a su creador y se sublevaba, asesinaba al Presidente impuesto por el Perú y parecía ingresar en el caos de la anarquía más tremenda? ¿País pobre que salía de una guerra de guerrillas, con la hacienda deshecha, sin principios de orden y sin embargo con una “constitución brillante” redactada personalmente por el Libertador? Los doctores de Chuquisaca no eran militares ni el pueblo tenía una conciencia civil. Había necesidad de una mano dura y un cerebro a la vez, un estadista en resumen, y aparece Santa Cruz, el viejo capitán que ha hecho la gue rra al servicio de la causa de los patriotas y goza de la estimación de los Libertadores por sus propios méritos. No es un improvisado, no pide que lo elijan los pueblos; es el —
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mismo Libertador Bolívar que le cede el mando en el Perú: es un hombre serio y probo que ha dado muestras de su celo de gobernante. Más que todo, en buen administrador que conoce los negocios de Estado. Ka nacido en Bolivia y el país se fija en él y es llamado por Sucre, de acuerdo a un precepto constitucional. ¿Tenía en los instantes que viene a Bolivia, ideales de unir su país al Perú y formar la gran Confederación PerúBoliviana que surge años después? Parece que sí. Antes de ingresar al territorio boliviano se detiene un tiempo en Are quipa y crea una logia que le servirá para sus planes fu turos. ¿Cómo eran en ese tiempo Bolivia y Perú, o si desea mos ser más claros, cuál era la geografía y cómo se enten dían económicamente en sus relaciones, siendo pueblos ve cinos? Bolivia y Perú habían existido y coexistido unidos durante siglos unidos por vinculaciones no solamente eco nómicas sino familiares. E! sur del Perú estaba soldado po lítica y económicamente al altiplano andino de donde reci bía su fuerza espiritual y su comercio. Desde el mar de Tacna y Arica hasta La Paz una caravana continua servi da por cinco mil muías, si damos crédito al escritor boli viano Gustavo Adolfo Otero, traía todos ,!os productos de la costa y llevaba los del Altiplano. En Tacna había un ba rrio boliviano poblado por gentes de La Paz. Durante los si glos del Incanato fueron un todo y la vanguardia colla siem pre peleó en los ejércitos del Inca como la mejor y más aguerrida. Durante la colonia no había diferencias de na cionalidad, ni de tinte de la piel, ni del idioma, ni siquiera de las costumbres que fueron comunes. El altiplano como unidad geográfica comprendía el sur del Perú, lo que es Bolivia actualmente y el norte argen tino hasta Santiago del Estero y Tucumán. (Tucumán es nombre aimara y creado por los Incas con su sistema de mitimaes). Bolivia al crearse nación tenía el prestigio de su virgi nidad Republicana; los “principios” valían al decir de los doctores más que los hechos. Las mentes estaban embria gadas de libertad y en los altares de la Patria se le rendía culto. Esa virginidad es rasgada, como hemos dicho, en el vergonzoso motín del 18 de abril por designios de Gamarra, militar que había estado bajo las órdenes de Santa Cruz y desde entonces abrigaba, si no rencor contra él, una oculta rivalidad. Gamarra quería reconquistar el Alto Perú y unir lo al poder de Lima. Pero era un trozo demasiado maduro para su ambición y fracasó momentáneamente; no obstan te siempre estuvo alerta buscando otra ocasión. Aún se po —
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ne al servicio de Santa Cruz y le obedece, mordiendo los dientes. Es, en estas circunstancias que aparece el Maris cal Santa Cruz, llamado por Sucre, el cual abandona el po der y se retira de Bolivia, dejando como única herencia su testamento sin rencor ni odio, con un gran arnor a ,1a nación que ha creado. Santa Cruz en esa época se encontraba vigoroso y pleno de fuerza espiritual. Mientras llega a Bolivia ejerce el man do el general Velasco y todos los ciudadanos más ilustres se afilian al lado del nuevo gobierno, porque consideran a Santa Cruz no sólo un militar de crédito sino un gobernan te que ha dado pruebas en el Perú de ser un gran orga nizador. Toda la nación cree en Santa Cruz y el crucismo co mienza a constituir la espina dorsal de la República. Santa Cruz es prudente y cauteloso. No cometerá exessos ni se le ocurrirá la imprudencia de perseguir a los culpables del mo tín de abril. Les abre los brazos y tanto Ballivián como Armaza le escriben cartas, poniéndose a sus órdenes. Balli vián le hace su padrino y compadre, ligándose al Presiden te con vínculos más estrechos que, en las costumbres del país, tiene enorme importancia. Y la obra del gobernante se deja sentir a través del tiempo, estableciendo severa disciplina y jerarquía en la na ción. Y este ritmo no decae: el gobernante es exigente y todos los ciudadanos deben cumplir sus obligaciones, pues to que los cargos 110 son canongías sino servicio público. Y el viejo colla no tolera disculpas y su mano cae por igual sobre los remisos. En un pueblo acostumbrado a la revuelta por quince años de guerrillas y da aventuras las exigencias del gober nante le parecen rigurosas, pero sabe que Santa Cruz es severo y cumple la Ley. Poco a poco el país ha ingresado a la normalidad y al trabajo. Por otra parte el gobernante es respetado por su prudencia y su indudable prestigio, pues tiene entre sus muchos méritos haber comandado el ala de recha en la batalla de Pichincha; ser elegido por los Liber tadores para gobernar pueblos y se le conoce su mano du ra. También el Presidente se ha rodeado de lo más repre sentativo que tiene el país en hombres capaces y sus cola boradores son los que han dado vida y creado Bolivia. Los Calvo, los Serrano, los Olañeta, los Urcullo, los Torrico, los Calvimontes, y tantos otros forman su plana mayor. Los mejores militares de América, veteranos desde la guerra de la independencia se han quedado en Bolivia al lado del Mariscal de Zepita. Se llaman Burdet O'Connor, ir landés; Braun, alemán de origen y que ascendió desde sar —
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gento en el campo de batalla al grado de Gran Mariscal; el general Blas Cerdeña, el general Herrera, Trinidad Moran, el general Anglada, Galindo, Velasco, Ballivián, Avilés, Agreda, Urdininea y tantos hombres de guerra, muchos de ellos extranjeros. Todos ellos luchan en las batallas de la Confederación y dan lustre al crucismo como en ninguna época de la his toria boliviana.
Muy difícil es poner orden en un país destruido por la guerra de los quince años en que los hombres de brío están acostumbrados al riesgo de la aventura y a vivir de la pre sa. Bolivia, la nueva República es pobre, y su presupuesto ridículo, apenas para los gastos urgentes de la administra ción. No hay industrias y la mayoría vive del agro y de la pequeña artesanía. Santa Cruz se pone a la tarea de esta blecer el orden y de apagar las ambiciones de los hombres de brío, metiéndoles en cintura. Cuida la hacienda con me ticulosa paciencia y coloca a cada personaje en su lugar. El ejército de donde brotaban las insurrecciones entra en cal ma porque obedece a jefes capaces y con enorme prestigio de batallas. Se impone la disciplina y el rigor hasta donde se puede, pero no es posih'e suprimir al “gremio” de las rabonas que frecuentan el cuartel y acompañan a la solda desca en las campañas. Se abren colegios de varones y de niñas; se llaman a los maestros más devotos en esta tarea y e! objeto no es sólo enseñar lo que saben sino formar el carácter, condición que debe estar ligada con la enseñanza. Ya sabemos que la inteligencia sin el carácter no vale nada. Pero el Mariscal quiere que la República se rija por un or denamiento jurídico y salga de las sombras como nación. Ordena pues, el estudio de las leyes de otros raíses y adap tándolas al medio ambiente, aunque calcadas, brotan los Có digos Civil y Criminal, que perduran hasta hoy. De todas maneras ya existe un cuerpo de leyes, cosa que no tienen los otros pueblos de América. En adelante ya no es el capricho o el privilegio que establecerán las rela ciones de los hombres: tendrán que ceñirse a procedimien tos legalistas, y eso significa un serio adelanto en un medio despojado de ellos que se regía por las leyes de la monar quía española. Se puede criticar a la administración crucista de ha ber tomado las leyes que se implantan en Bolivia del Código Napoleón, y sobre todo, de imponerlas a los millones de in dígenas que constituyen el grueso de la nacionalidad, los —
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cuales estaban acostumbrados a leyes sumarias y rígidas del Inca, pero de todas maneras los Códigos ordenados por San ta Cruz en ese tiempo traducen el empeño de vivir al ritmo de Ja civilización y del mundo. Además, esas leyes, son pa ra que las cumpla una minoría de blancos y mestizos sobre los que el gobierno cineísta tiene intereses inmediatos. Si consideramos lo que era la Argentina bajo el gobier no de Juan Manuel de Rosas, donde se fusilaba diariamente a los adversarios unitarios y la descomposicióti del Perú envuelto en la guerra civil, Bolivia era sin duda la Repú blica mejor organizada y con leyes a la altura de los mejo res países del mundo. Otro fenómeno que debemos anotar es que el gobierno del Mariscal Santa Cruz que dura diez años por su seriedad y la élite que le acompaña, no tiene oposición. Se le tacha rá después de caído de que su mano fue dura y que no an daba en contemplaciones con los gobernados, pero nadie le podrá acusar de que abusó de su poder y que en último ins tante siempre le acompañó la justicia y aun la bondad. En estos pueblos no había otra manera de gobernar y es la única la mano dura. La mano blanda y el respeto ín tegro a las leyes suponen cultura y un ejercicio de siglos. La mayoría de los pueblos de la tierra para lograr esa cul tura ha necesitado de una mano que le acostumbre al some timiento de la Ley y los suavice en sus relaciones humanas. Veamos someramente lo que eran los gobiernos veci nos. Volvemos a repetir: en Argentina domina Rosas con el gauchaje primitivo y los negros. Las ejecuciones son suma rias y él mismo es un primitivo. Tomamos del libro del his toriador Manuel Galvez, panegirista de Rosas, éstas líneas: “El número de graduados en medicina fue de 32 el último año del primer gobierno de Rosas, se reduce esta cifra a seis, y uno en los últimos tiempos”. Por su parte el mismo Galvez, aunque trata de achi car la figura del Mariscal Santa Cruz comparándolo con Rosas, escribe: “Andrés de Santa Cruz es uno de los hom bres más interesantes que ha producido América. Por su padre proviene de los marqueses de Santa Cruz. Su madre, cacica de Huarina, decíase descendiente de los emperadores incásicos. Ha combatido junto al Libertador Simón Bolívar, que lo estimaba y distinguía. Tiene extraordinarias condi ciones de gobernante. Y en genio político supera a todos los hombres de América de ese tiempo, salvo a Rosas. En el arte de la intriga pocos hombres en el mundo pueden com parársele. Y si a esto se agrega su talento organizador, el haber creado la Confederación Perú-Boliviana y el mandar un formidable ejército, se comprenderá la importancia que le da Rosas”. —
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Es Bolivia una nación respetada y el Mariscal Santa Cruz tiene un prestigio que rebalsa las fronteras. En Eu ropa la “Revista de Deux Mondes” escribe: “que el Maris cal es uno de los hombres más respetables y más inteligen tes". Aunque este elogio pudiera ser interesado porque Fran cia con su escuadra sitia el puerto de Buenos Aires y com bate al dictador Rosas en su intento de establecer su in fluencia, lo cierto es que en la corte de la Reina Victoria y en la del Rey de Francia se considera a Santa Cruz co mo un hombre capaz y un amigo. El Perú en ese tiempo se desangra en la guerra civil en manos de caudillos locales. Gamarra al sur y Salaberry al norte. Orbegoso domina Arequipa. El caudillo Gamarra que ha servido a Santa Cruz durante su primer gobierno en el Perú se pone a su disposición y le ayuda; más tarde será su enemigo irreconciliable. El Presidente Orbegoso es débil y no puede imponer su autoridad en territorio pe ruano. Solicita el apoyo del Mariscal, pero éste se hace el sordo no queriendo inmiscuirse en los asuntas del país ve cino. No obstante estudia cautelosamente la situación con esa paciencia que le es característica hasta que el Congre so autoriza al Presidente Orbegoso para solicitar la ayuda de Bolivia para la pacificación del Perú. Santa Cruz du rante todo ese tiempo ha sostenido correspondencia secre ta con sus agentes que están desparramados en las logias que ha creado con posterior fin. Está demostrando por los acontecimientos históricos que el Mariscal tenía ardiente en el corazón y en el cerebro la idea de unir a los pueblos her manos que se habían criado en la ubre incásica y que la colonia también los i-eunió en el Virreynato de Lima. Pero el proyecto de Santa Cruz era soldarlos en la fe democrá tica, con una sola ley y el impulso americano de Confedera ción, iniciando el progreso del Continente, abatido por cau dillos locales y arbitrarios. Son estos los que descomponen su obra como también abaten las alas del Albatros del Li bertador Bolívar que no peleó contra España para formar veinte repúblicas dispersas y débiles sino para constituir la gran América del sur, liberal, y a ritmo del mundo, como una entidad poderosa en el propio mundo de entonces. No pudo, y murió con la tristeza en los ojos, en Santa Marta, como mueren los precursores y los que se anticipan a los deseos de los hombres y de los pueblos. El Mariscal Santa Cruz ingresa al Perú con su ejército, llamado por el Congreso peruano, y no como invasor; y es mucho más tarde, después de vencer las resistencias de los caudillos locales, que proclama la “Confederación Perú-Bo —
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liviana, haciéndose declarar Protector y con mando sobre loa dos países que los divide en tres Estados. No podemos hablar aquí de las batallas que libró Santa Cruz en el Peni para imponer el orden en la nueva entidad que crea y que obedece a imperativos históricos, pero es preciso señalar que las armas de la Confederación donde se baten lo hacen con brillo y el empuje que aniquila a sus adversarios. Ya hemos dicho que Santa Cruz estaba rodea do de los mejores militares de América en esos tiempos. Puede señalarse como un error el fusilamiento de Fe lipe Santiago Salaberry y Femandini, estimados en el ejér cito del norte del Perú como brillantes militares, pero la mano del Protector es dura y la historia para el creador está exenta de sentimentalismo, pues su obra y la consoli dación de ella cuentan en el balance estricto de los hechos. Pudo perdonar a Felipe Santiago Salaberry y habría tenido que vencerlo en otras batallas con pérdida de vidas y ano tarse un punto en la debilidad de su gobierno. Después de Salaberry no había caudillos locales, excepto el general Ga marra que ya está unido a los insurgentes y que muere en bu ley, en la ley de la guerra muchos años después en su intento también de unir dos pueblos, pero por la fuerza de la conquista y de las armas.
La Confederación Perú-Boliviana se encuentra consoli dada y se desenvuelve con el mejor de los éxitos, no obs tante sus enemigos no sólo son internos, a los cuales es pre ciso vencer, si no también que provoca el recelo da sus ve cinos: Argentina y Chile, países que se encuentran muy por debajo del orden, la disciplina y las leyes que gobiernan la nueva entidad creada por Santa Cruz. Juan Manuel de Rosas, caudillo rupestre argentino, ha visto el peligro y escribe numerosas cartas a los goberna dores de las provincias para que combatan al gran Maris cal, que en esos instantes, significa la única civilidad en América. Rosas es un gaucho astuto que quiere volver a las costumbres de los tiempos de la colonia. Es dueño y se ñor del campo y ha adquirido un inmenso poder destruyen do físicamente a sus enemigos interiores. Para él el fusila miento es una costumbre diaria como c,l sacrificio de las reses y aunque su panegirista. Manuel Galvez le adorne de nacionalista y de defensor del suelo argentino, su gobierno es de lo más rural y sin vuelo, ni siquiera doméstico. San ta Cruz, el gobernante civilizado, tiene que ser su natural enemigo. Por otra parte, el gobernador de Buenos Aires —
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tiene proyectos amplios para extenderse a través de la pam pa y echar mano a las tierras altas que un tiempo formaron parte del Virreynato de Buenos Aires y que un Congreso liberal de los primeros albores de la Independencia las de claró libres. Habiendo sometido a todas las provincias ar gentinas a su mando también pretende introducrise a Bo livia con el pretexto de que Santa Cruz es “salvaje unita rio” y protege a los emigrados argentinos los cuales por miles huyen de este “gobierno benévolo y sanguinario” . Santa Cruz no le deja dormir a Rosas y ha ideado éste un plan de invasión a las tierras altas. Desde luego Santa Cruz para Rosas, es un Judas, y como es Judas, tiene que ser quemado en efigie en la plaza pública. Oigamos las órdenes que da el “benefactor de la Argentina” que recibe a sus amigos algunas veces en calzoncillos y se sienta en cabezas de vaca. ¡Este nacionalista que usa boleadoras y defiende a su país del espíritu extranjero! “Los Judas que han de quemarse en Semana Santa se rán ocho y cuatro de ellos representarán a Santa Cruz. In dica el lugar, el día y la hora para cada uno. Los trajes: chapona celeste, calzón largo y celeste, zapatones grandes y negros, gorra redonda y de cuero de mono, con cintillo ce leste. En la chapona divisa grande, del mismo color, con el letrero: “Vivan los salvajes unitarios. Mueran los defenso res de la libertad americana”. Corbata igualmente celeste. Sin bigotes, pero con una patilla angosta que bajará de las orejas por la barba, la que quedará cerrada. En la mano la bolsa de los dineros. El Judas que representa a Santa Cruz dirá, por medio de una tablilla: “Soy el cabecilla sal vaje unitario Santa Cruz, desertor inmundo de la Santa Cau sa de la libertad del Continente Americano, enemigo de Dios y de los hombres” . Y el autor Galvez, agrega: “¿Podemos imaginar a un jefe de Estado ocuparse de estas minucias? Pero para Ro sas nada es minucia. Sabe que todos estos pormenores sir ven a la propaganda de su causa. (Pág. 256. Librería Ate neo —Buenos Aires, Vida de Juan Manuel de Rosas). El 19 de mayo de 1837 el dictador Rosas declara la guerra a Bolivia, y los habitantes de Buenos Aires leen el siguiente documento: “¡Viva la Federación! El gobierno encargado de las Relaciones Exteriores de la República en nombre y con su fragio de la Confederación Argentina: “Considerando: Que el General don Andrés Santa Cruz, titulado Protector de la Confederación Perú-Boliviana ha promovido la anarquía en la Confederación Argentina, con —
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sintiendo y auxiliando las expediciones armadas en el te rritorio de Balivia que han invadido la República. “Que ha violado la inmunidad del territorio de la Con federación permitiendo penetrar en él partidas de tropas de Bolivia al mando de Jefes bolivianos, destinados a des pojar por la fuerza a ciudadanos argentinos de cantidades de dinero como lo han ejecutado. “Que a las reclamaciones por estos despojos no ha contestado. “Que, despreciando las interpelaciones del Gobierno en cargado de las Relaciones Exteriores de la C.A. ha mante nido en las fronteras de la República a los emigrados uni tarios dando lugar a que fraguasen repetidas conjuraciones que han costado a la Confederación sacrificios de todo gé nero. “Que fomentando disturbios continuos en la provincia de Tucumán y Salta ha impedido el restablecimiento de la confianza y buena inteligencia necesarias para obtener por medio de la seducción la desmembración de otras provin cias de la misma Confederación, excitándolas a erigirse en un nuevo Estado bajo su ominosa protección. “Considerando que la ocupación del Perú por el ejér cito boliviano no se funda en otro derecho que el que le da un tratado ilegal y nuio y atentatorio, estipulado y firmado por un general peruano sin misión y sin facultad para en tregar su patria al extranjero. “Que el general Santa Cruz con la fuerza de su man do ha despedazado el Perú alzándose con un poder absolu to sancionado por asambleas diminutas e impotentes. “Que la intervención del general Santa Cruz para cam biar el orden político del Perú es un abuso criminal contra la libertad e independencia de 'os Estados Americanos y una infracción clásica del derecho de gentes. “Que la concentración en su persona de una autoridad vitalicia, despótica e ilimitada sobre el Perú y Bolivia, con la facultad de nombrar sucesor conculca los derechos de ambos Estados e instituye un feudo personal que solemne mente prescriben las actas de Independencia de una y otra República. “Que el ensanche de tal poder por el abuso de la fuer za, invierte el equilibrio conservador de la paz en las Repú blicas limítrofes de Bolivia y el Perú. “Considerando: Que el acantonamiento de tropas del ejército del general Santa Cruz sobre la frontera norte de la Confederación, la expedición anárquica enviada a las cos tas de Chile desde los pue'rtos del Perú bajo la notoria pro tección a los agentes de aquel caudillo y sus simultáneos —
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y pérfidos amaños para insurreccionar a la República Ar gentina, confirman la existencia de un plan político para subordinar a los intereses del usurpador la independencia y el honor de los Estados limítrofes al Perú y Bolivia. “Que el estado permanente de inquietud y de incertidumbre en que se halla la República Argentina por las ase chanzas del gobierno del general Santa Cruz causa todos los males de la guerra y ninguna de sus ventajas. Y últimamente: “Que la doble y falaz política del genera! Santa Cruz ha inutilizado toda garantía que depende del fiel cumpli miento de sus promesas. “Declara: " l 9.— Que en atención a los multiplicados actos de hos tilidad designados y comprobados, la Confederación Argen tina está en guerra con el gobierno del general Santa Cruz y sus sostenedores. “2".— Que la Confederación Argentina rehusará la paz y toda transacción con el general Santa Cruz mientras no quede bien garantizada de la ambición que ha desplega do y no evacúe la REPUBLICA PERUANA dejándola com pletamente libre para disponer su destino. “Que la Confederación Argentina reconoce el derecho de los pueblos peínanos para conservar su primitiva orga nización política o para sancionar en uso de su soberanía su actual división de Estados cuando, libre de la fuerza ex tranjera, se ocupe sin coacción de su propia suerte. “Que la Confederación Argentina, en la lid a que ha sido provocada, no abriga pretensión alguna territorial fue ra de sus límites naturales y protesta en presencia del Uni verso y ante la posteridad que toma las armas para poner a salvo la integridad, ía independencia y el honor de la Con federación Argentina. (Fdo.) Juan Manuel de Kosas — Felipe Arana. Inmediatamente el dictador Rosas alista sus huestes y da instrucciones a sus generales Alejandro y Felipe Heredia, uno de ellos gobernador de Tucumán y considerado co mo uno de los más valientes militares para enfrentar las tropas del general Santa Cruz. En carta de 28 de diciembre de 1837 dirigida a Felipe Heredia el dictador Rosas hace conocer sus verdaderas in tenciones : “Entienda —le dice— que restituida Tarija, el río Suipacha deberá dividir el territorio de ambas repúblicas: pero —
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me parece que si podemos conseguir que la villa de Tupiza y el pueblo de Santiago de Cotagaita queden dentro de nues tro territorio, será lo mejor y lo más importante para de jar asegurada para siempre la paz y comercio libre entre ambos Estados, con todas las franquicias que llevo indica das. A trueque de conseguir este bien, creo que podríamos condonarle los gastos hechos en la guerra de la Indepen dencia y también los aprovechamientos que ha sacado de Tarija en todo el tiempo que ha tenido usurpada. Más, pa ra obtener todas estas cosas, será preciso penetrar hasta la capital de Bolivia y tener por nuestro el Cerro de Potosí. Tan importante adquisición debe ser obra nuestra con ex clusión de Salterios y Jujeños”. (Documento obtenido en la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, volu men VIL Rosas y su época, Segunda Sección, por Enrique M. Barba, pág. 221). Santa Cruz sereno como siempre no se preocupa ma yormente de los arrestos militares de Rosas y encarga la defensa de la frontera al Mariscal Braun, a Burdett O’Connor y al coronel Agreda. También forma parte del Estado Mayor el valiente tarijeño Timoteo Raña. No destina gran fuerza militar pero sabe que sus jefes son inmejorables y que sus saldados saben pelear. En los documentos rosistas no se califica con otro ape lativo al Gran Mariscal como el “colla Santa Cruz y el cho lo”. El gobernador de Tucumán Heredia, que es aficionado a las letrillas y a las proclamas, lanza una a sus tropas, con cebida en estos términos: “Desde que la República Argen tina midió fuerzas con el Imperio del Brasil y obtuvo me jor resultado no teme agarrarse con el Estado que la pro voque”. Ya en 1833 Facundo Quiroga dijo a sus soldados: “que no estaría satisfecho sino cuando tendiese su poncho en la plaza de Chuquisaca... El gobierno boliviano por intermedio de su ministro Mariano Enrique Calvo, responde a la declaratoria de gue rra de Rosas con someras palabras. Cree él “que las ver daderas causas no pueden encontrarse sino en las pasiones que dominan a los jefes de la Confederación Argentina y en los siniestros designios, al favor de la cooperación del Gobierno de Chile”. Y agrega: “El gobierno boliviano ja más se arrepentirá de haber dado benéfico asilo a unos ame ricanos desgraciados, que víctimas de la discordia civil, se acogieron a las leyes de la República, huyendo de la encar nizada persecución de sus hermanos”. Lo evidente es que las provincias argentinas de Salta y Jujuy deseaban integrarse a la Confederación por volun —
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tad propia, puesto que en su país durante veinte años ja más hubo ley ni protección a la ciudadanía ni alguna ga rantía posible para desarrollarse en paz y vivir. Rosas sigue escribiendo sus numerosas cartas a los go bernadores. En una de ellas al mismo Heredia, le dice: “Que no se descuiden ni un momento y que se mantengan en una continua preparación, porque si Santa Cruz no baja, acaso tendremos nosotros que ir a visitarlo”. El escritor Alfonso Crespo señala en su libro, que “Juan Manuel de Rosas o más propiamente, los goberna dores de las provincias argentinas norteñas, logran reunir un ejército considerable. El 1" de septiembre de ese año llegan a Jujuy las fuerzas del coronel Felipe Heredia, com puestas por lo» siguientes regimientos: “Cristianos de la Guardia”, “Coraceros de la Muerte’’, “Escuadrón Rifles”, “Cazadores da la Libertad” y “Coraceros Argentinos”. Se acoplan en Jujuy los regimientos “Restauradores a Caba llo”, “Defensores de las Leyes” y los batallones 1, 2 y 4. Comanda toda esta fuerza el hermano de Felipe, general Alejandro Heredia. El ejército del mariscal Braun no llega a 2.400 hom bres, chicheños y tarijeños en sil mayoría compuesto de las siguientes unidades: “Batallón 1" de la Guardia”, “5’ de Lí nea”, “6" Socabaya”, “8“ de Nacionales”, “Regimiento Guías de la Guardia” y “Regimiento 2o de Nacionales”. El 12 de septiembre de 1837, el Congreso de Bolivia dirige una proclama al Ejército, sobria en su contenido y emotiva en sus fines: “Soldados: No consideremos enemi gos a los ciudadanos de la Confederación Argentina; he mos formado con ellos una sola familia, hemos peleado jun tos por nuestra libertad e independencia; nuestra sangre, mezclada con la suya, ha sido derramada a torrentes por el enemigo común; los huesos de los bolivianos y argenti nos aún se conservan reunidos en los campos de Guaqui, Vilcapujio y Viloma”. Tres veces chocan los ejércitos de Rosas y los de Bo livia, y en las tres batallas son derrotados, dejando sus banderas, cientos de muertos y prisioneros y armas. Estas batallas se las recuerda con los nombres de Santa Bárbara, Iruya y Montenegro. Los dos hermanos Heredia, oficiales del rosismo, huyen a Tucumán abandonando el campo a los vencedores. Santa Cruz ha humillado al tirano Rosas que en ade lante no le nombrará sino con despectivos adjetivos... Mucho más tarde cuando la Argentina se ha librado de la anarquía y se lia. convertido en país poderoso merced a sus riquezas y a que triunfó el orden y la Ley, se ignora —
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o se pretende ignorar esta parte de la historia americana. Aun se ha escrito un libro militar que intitula: “Una gue rra poco conocida”. Dejemos a los militares argentinos la interpretación y las causas de sus derrotas. Santa Cruz podía perfectamente con el derecho y la fuerza de su ejército ocupar militarmente todo el norte ar gentino, pero no lo hizo.
Hacia el sur de la Confederación Perú-Boliviana apa rece el adversario tenaz y formidable que le hace frente. Se llama don Diego Portales. Es un hombre en la plenitud de su fuerza y que ha tenido una vida agitada hasta que logra el poder como primer ministro chileno en el gobierno del Presidente Prieto. Chile es una nación pobre y que para vivir tiene que trabajar rudamente. No posee las riquezas de los países vecinos pero las ansia. La Confederación Perú-Boliviana tenía que herirle en su entraña viva y relegarlo a un país austral. Si no hu biera seguido esa política de oposición jamás se levantaría en el panorama de América, y si no se abre el canal de Pa namá quedaría tras mano, alejada de los puntos vitales de comunicación sin otra ruta que el largo viaje por ,!os es trechos de Magallanes. Diego Portales no es un político romántico ni le sus tentan los principios teóricos. Es un hombre realista y rea lizador. Ha sido comerciante en el Perú y aunque ha hecho fortuna, se dice en esa república, no la estima. De regreso a su patria se mezcla en la política, pero tampoco es polí tico y le interesan mucho más sus negocios particu’ares. De todas maneras llega a participar en ella y se encuentra con esta verdad: Chile jamás puede insurgir como dueño del Pacífico si tiene al frente un poderoso Estado que for man dos países potenciaimente ricos y con enorme terri torio. Entonces el hombre realista se pone a socavar el pi so de la Confederación con una paciencia de hormiga y una tenacidad admirables. Chile como nación está derrota da. Realista y sin escrúpulos busca la alianza con el dicta dor argentino Rosas que odia a Santa Cruz por los mismos intereses que Chile. Pero el Protector de la Confederación no se duerme. Tiende también sus tentáculos a Chile por medio de sus logias y su papel es dramático y adquiere con tornos shakesperianos la lucha entre estos dos hombres que deciden el futuro del Continente. Diego Portales más débil —
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que Santa Cruz, muy diligente y amigo de la intriga inter nacional; el otro, maestro en toda clase de cálculos, posee una red extendida por todos los países y entre las clases in telectuales que piensan en una gran patria: el Continente íntegro. El drama termina con el fusilamiento de Diego Por tales por el coronel Vidaurre, que según el historiador chi leno Francisco Encina, tiene algo que ver con los hilos de Santa Cruz, pero no está probado. Muere el enemigo N1 ' 1 de Santa Cruz; el que alienta a la guerra contra la Confe deración, pero vive su espíritu, y es ese espíritu el que in duce al gobierno chileno a declarar la guerra al Mariscal y derrotarlo más tarde en Yungay, batalla en la que inter vienen soldados peruanos, chilenos y todos los enemigos del gran Mariscal de Zepita y la Confederación Perú-Boliviana, primer intento de patria amp'ia y poderosa que abarca to da América, queda aventado por el viento... Para comprender el espíritu de Diego Portales es pre ciso conocer una de las cartas más famosas que pone en manos de Manuel Blanco Encalada, jefe de la primera ex pedición chilena que tiene por objetivo combatir al Protec tor Santa Cruz. Esta expedición, como se sabe, tuvo que capitular en Paucarpata, ocasión que pudo aprovecharla Santa Cruz y se mostró magnánimo y le tendió los brazos a Blanco Encalada, le embarcó de regreso a Chile y hasta le compró ,los caballos a un precio por encima de su valor real. (La carta) “Santiago, 10 de septiembre de 1836.— Señor don MA NUEL BLANCO ENCALADA. Apreciado amigo:— Es necesario que imponga a usted con la mayor franqueza de la situación internacional de la República, para que usted pueda pesar el carácter decisivo de la empresa que el Gobierno va a confiar a usted dentro de poco designándolo comandante en jefe de las fuerzas navales y militares del Estado en la campaña contra la Con federación Perú-Bolivia. Va usted, en realidad, a conseguir con el triunfo de sus armas, la segunda independencia de Chile. Afortunadamente, el camino que debe recorrer no le es desconocido: lo ha seguido en otra época en cumpli miento de su deber y de patriota, y de esas virtudes supo extraer glorias y dignidades para la Patria. La posición de Chile frente a la Confederación PerúBolivia es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pue blo ni por el Gobierno, porque ello equivaldría a un suici dio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, —
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la existencia de dos pueblos confederados, y que, a la lar ga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un solo nú cleo. Unidos estos dos Estados, aun cuando no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias. En el supuesto que prevaleciera la Confederación a su actual organizador, y ella fuera dirigida por un hombre menos capaz que Santa Cruz, la existencia de Chile ne vería comprometida. Si por acaso, a la falta de una autoridad fuerte en la Confedera ción, se siguiera en ella un período de guerras intestinas que fuese obra del caudillaje y no tuviese por fin la diso lución de la Confederación, todavía ésta, en plena anarquía, sería más poderosa que la República. Santa Cruz está per suadido de esta verdad; conoce perfectamente que por aho ra, cuando no ha cimentado su poder, ofrece flancos suma mente débiles, y esos flancos con los puntos de Chile y el Ecuador. Ve otro punto,- pero otro punto más lejano e inaccesible que lo amenaza y es la Confederación de las Pro vincias Unidas del Río de La Plata. Por las regiones que fueron el Alto Perú es difícil amagar a Lima y a la capital boliviana en un sentido militar, pero el cierre de las fron teras platenses dejará de dañarle por una parte, y no le permitirá concentrar su ejército en un punto, sino repar tirlo en dos o tres frentes: el que prepare Chile, en el que oponga el Ecuador o en el que le presente Rosas. El éxito de Santa Cruz, consiste en no dar ocasión a una guerra antes que su poder se haya afirmado; entrará en las más humillantes transacciones para evitar los efectos de una campaña, porque sabe que ella despertará los sen timientos nacionalistas que ha dominado, haciéndolos per der en la opinión. Por todos los medios que están a su al cance ha prolongado una polémica diplomática que el Go bierno ha aceptado únicamente para ganar tiempo y para armarnos, pero que no debemos prolongar ya por más tiem po, por que sirve igualmente a Santa Cruz para prepararse a una guerra exterior. Está, pues, en nuestro interés, ter minar con esta ventaja que damos al enemigo. La Confederación debe desaparecer para siempre ja más del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia. apenas explotadas ahora; por el domi nio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pa cífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de la raza blanca, muy vinculada a las fa milias de influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien —
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de menos carácter que los chilenos; por todas estas razo nes, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco. Cree el Gobierno, y éste es un juicio también personal mío, que Chile sería o una dependencia de la Confederación co mo lo es hoy el Perú, o bien la repulsa a la otra ideada con tanta inteligencia por Santa Cruz, debe ser absoluta. La con quista de Chile por Santa Cruz no se hará por las armas en caso de ser Chile vencido en la campaña que usted man dará. Todavía le conservará su independencia política. Pe ro intrigará en los partidos, avivando los odios de los par ciales de los O’Higgins y Freire, echándolos unos contra otros; indisponiéndonos a nosotros con nuestro partido, ha ciéndonos víctimas de miles de odiosas intrigas. Cuando la descomposición social haya llegado a su grado más cul minante, Santa Cruz se hará sentir. Seremos entonces su yos. Las cosas caminan a ese estado. Los chilenos que re siden en Lima están siendo víctimas de los influjos de San ta Cruz. Pocos caudillos en América pueden comparársele a este en la virtud suprema de la intriga, en el arte de desa venir los ánimos, en la manera de insinuarse sin hacerse sentir para ir al propósito que persigue. He debido armar me de una entereza y de una tranquilidad muy superior, para no caer agotado en la lucha que he debido sostener con este hombre verdaderamente superior, a fin de conse guir una victoria diplomática a medias, que las armas que la República confía a su inteligencia, discreción y patrio tismo, deberá completar. Las fuerzas navales deben operar antes que las mili tares dando golpes decisivos. Debemos dominar para siem pre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y oja lá fuera la de Chile para siempre. Las fuerzas militares chi lenas vencerán por su espíritu nacional, y si no vencen con tribuirán a formar la impresión que es difícil dominar a los pueblos de carácter. Por de contado que ni siquiera ad mito la posibilidad de una operación que no tenga el carác ter determinante, porque es esto lo que...................... (1).
PORTALES
(1) Falta el resto de la carta. Está escrita de puño y letra de Portales. (Epistolario de don Diego de Portales. Tomo III, 1834-1837. Recopilación y notas de Ernesto de la Cruz. Santiago de Chile 1937. Pág. 152 a 154 inclusive). —
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¿Estuvo equivocado Santa Cruz el maestro del cálcu lo? ¿Le falló su magnanimidad? La Historia, juez impar cial y severo, le condena por este rasgo de bondad hacia el enemigo que venía a combatirlo y a destruirlo para siem pre. ¿Quería el mariscal de Zepita demostrar a la América que era digno de su alto cargo el Protector, de esta Amé rica mestiza y turbulenta? La historia, lo admira en lo que tiene sentido metafísico y con la amplitud de pensamiento. Su patria, Bolivia, de ,1a cual él tampoco se creía, muy bo liviano, lo censura. En la guerra hay que destruir al ene migo y la bondad está descartada de los sentimientos no bles. Como también le censura el no haber aceptado dos ve ces la incorporación de Moquegua, de Arica y de Arequipa que se sentían ligados a la patria altiplánica por vínculos familiares, por comercio y por geografía. El sur del Perú no tenía nada que ver con Ja política de Lima ni con su al tivo menosprecio a los serranos. . . La batalla de Yungay tuvo repercusión americana. Ha bía sido vencido el Mariscal Santa Cruz en una batalla mal planeada por él y en la que no estaban sus generales fa mosos. ¿ Cómo podía suceder esto en la Confederación ? Podía ganar la batalla de Yungay el Mariscal Santa Cruz y así lo prueban .los documentos históricos que están a la vista. Cuando las tropas mandadas por el general chi leno Manuel Bulnes se embarcaban en el Callao y todavía había tiempo de interrumpirlas para buscar otro sitio fa vorable, una voz despertó ai Mariscal de Zepita y era la voz de su general Trinidad Moran, venezolano, que le de cía: Mariscal ataquemos. Y la respuesta en la tiniebla y la desesperanza le respondió con esa voz que estaba trabajada ya por la adversidad: —Moran, mañana: ........ En esta palabra está encerrado el drama. Y el drama se concluye en la batalla de Yungay. (Moran, mañana...) . América vuelve a la patria chica y agoísta, los caudi llos locales gozan y se regocijan. Rosas festeja el triunfo de Yungay con dos días de fiestas populares. Chile ha sa lido de la anonimidad y se impone en el Pacífico, ayudado por las facciones de Gamarra y del general Ramón Castilla y La Fuente que han ayudado a Bulnes a derrotar a San ta Cruz. De los breñas de Bolivia salen voces de felicita ción a Bulnes, general chileno, por su victoria. Una de ellas es la del general Velasco que tiene tanta bajeza como in dignidad, y en el Congreso boliviano se le declara al Gene ral Santa Cruz “monstruo y tirano” por haber dado las pri —
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meras leyes de la República y establecer un sentido jurídi co del que carecía la Nación. Esto es frecuente en la historia de las naciones en for
mación. El precursor siempre es aborrecido y combatido. Lo más curioso es qus José Ballivián, jefe de Estado Mayor de la Confederación, es el principal enemigo del Protector Santa Cruz, al cual le ligan vínculos de ahijado y compa dre. Ballivián, general invicto y gran estratega, será el que dirija los destinos de Bolivia después de Yungay, pero ya en la patria chica que es Bolivia, y que quiso ser grande oon la Confederación, extendiendo la mirada hacia Améri ca, coma en tiempo de los sabios Incas.
Agosto 1961.
INDICE
Página UNAS L IN E A S S O B R E ESTOS E N SA Y O S
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ENSAYO SOBRE LAS R E V O LU C IO N ES B O L I V IA N A S ...................
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EN SA Y O S O B R E LA S G U E R R A S IN T E R N A C IO N A I. e
s
A L C ID E S A R G U E D A S V SU T IE M P O .................................................................................
49
M E L G A R E JO Y E l, M E L G A R E J IS M O .....................................................................
73
K.NSAYO SOBRE C A B IÍIE L REN E M O R E N O ...............................................................
81
(¡LO SA N D O EL L IB R O “N A C IO N A L IS M O Y C O L O N IA JE ". DE C A R L O S M O N T E N E G R O .............................. 12S
PEDA G OG IA, ENSAYO SOBRE LA R E FO RM A EDUCA CION AL EN B O L I V I A ................................. 135 MONTES Y SAAVEDRA, CA U DILLOS ALT IPLANICOS . . ■ .............................................1 « LOS ULTIM OS D IA S DE EN RIQ UE F I N O T .............................................................................. 149 GUSTAVO AD O LFO O T E R O .........................................................153 JA V IE R PA Z C A M P E R O .................................................................155 APUNTES SOBRE
FRANZ TAMAYO..............................................................
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D O N JA IM E MENDOZA, E S C R IT O R ......................................... 165 CONFERENCIA SOBRE L A CONFEDERACION PERU—B O L IV IA N A ......................................................................... 171
LA PRESENTE EDICION SE TERMINO DE IM P R IM IR EL D IA SIETE DE DICIEM BRE DE M IL NOVECIENTOS SESENTA Y UNO EN L A CIU D A D D E LA PAZ, EN LOS TA LLERES DE EMPRESA INDU ST RIAL G R A FICA E. B U RILLO — CALLE CISNEROS No. 1*5& — BO LIV IA