En búsqueda de las especias : las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522) [1 ed.] 8400106814, 9788400106812

En la conmemoración de su quinto centenario, este libro pretende rendir tributo a la primera vuelta al mundo (1519-1522)

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Spanish Pages 238 [244] Year 2020

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En búsquedade las especias
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Créditos
Índice
Prefacio
1. Tras el aroma de las especias de Oriente. Una aproximación a la primera vuelta al mundo (1519-1522)
2. ¿Por qué eran importantes las especias?
3. Especias y especies
4. Especias y cocina en Europa antes de la circunnavegación de Magallanes-Elcano
5. Mapas que cambiaron la imagen del mundo a partir de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)
6. Especias y descubrimientos portugueses
7. El clavo de olor a lo largo de la historia
8. Por tierras del palo de brasil
9. Primer viaje en la Patagonia: más allá del estrecho
10. Las plantas del estrecho de Magallanes
11. Plantas filipinas en los últimos quinientos años: etnobotánica y significado sociocultural*
12. Análisis de la historia natural del diario de Pigafetta
13. Impresión botánica. La expansión de los herbarios ilustrados en el siglo XVI
14. Colecciones vivas de plantas de ultramar: jardines botánicos y de aclimatación
15. La primera vuelta al mundo sin tuits, ¿o no?
Bibliografía
Sobre las autoras y autores
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En búsqueda de las especias : las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522) [1 ed.]
 8400106814, 9788400106812

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COLECCIÓNDIVULGACIÓN

En búsqueda de las especias COLECCIÓN DIVULGACIÓN

En búsqueda de las especias

Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)

PABLO VARGAS GÓMEZ

EDITOR



En la conmemoración de su quinto centenario, este libro pretende rendir tributo a la primera vuelta al mundo (1519-1522), centrando su interés en los descubrimientos botánicos de sus expedicionarios. Una empresa internacional con la participación de más de trescientas personas, que demostró la esfericidad de la Tierra, permitió conocer la configuración de océanos y continentes y fue el inicio de la globalización entendida como conexión entre diferentes regiones del globo terráqueo. Fue una expedición financiada por la Corona de Castilla, planificada y capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes, finalizada gracias al liderazgo del capitán vasco Juan Sebastián Elcano y narrada con maestría por el cronista lombardo Antonio Pigafetta. Los objetivos de este primer viaje alrededor del mundo fueron fundamentalmente comerciales y botánicos: promover el descubrimiento de nuevas tierras y rutas impulsado por la búsqueda de especias tales como la nuez moscada, la canela, el jengibre, la pimienta y, sobre todo, el clavo de olor. A partir de la contribución de botánicos e historiadores procedentes de los países de donde comenzó la singladura y por donde fue haciendo escalas (España, Portugal, Argentina, Brasil, Chile y Filipinas), este libro propone un recorrido que, tomando las plantas como hilo conductor, describe los principales hitos de esta primera circunnavegación. Además, se explican aspectos de la alimentación, la antropología, la historia, la cartografía, la economía y la comunicación de la época, divulgando los resultados más notables de una expedición cuyas consecuencias han tenido incluso más relevancia que la mismísima llegada del ser humano a la Luna.

ISBN: 978-84-00-10681-2

En búsqueda de las especias

Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522) PABLO VARGAS GÓMEZ editor

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En búsqueda de las especias Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)

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COLECCIÓNDIVULGACIÓN

En búsqueda de las especias Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)

Editor: Pablo Vargas Gómez

Madrid, 2020

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Con la COLECCIÓN DIVULGACIÓN, el CSIC cumple uno de sus principales objetivos: proveer de materiales rigurosos y divulgativos a un amplio sector de la sociedad. Los temas que forman la colección responden a la demanda de información de los ciudadanos sobre los temas que más les afectan: salud, medio ambiente, transformaciones tecnológicas y sociales… La colección está elaborada en un lenguaje asequible, y cada volumen está coordinado por destacados especialistas de las materias abordadas. COMITÉ EDITORIAL

Pilar Tigeras Sánchez, Directora Carmen Guerrero Martínez, Secretaria Pura Fernández Rodríguez Enrique Barba Gómez Arantza Chivite Vázquez Javier Senén García Carmen Viamonte Tortajada Manuel de León Rodríguez Isabel Varela Nieto Alberto Casas González

CONSEJO ASESOR

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Rosina López-Alonso Fandiño María Victoria Moreno Arribas David Martín de Diego Susana Marcos Celestino Carlos Pedrós Alió Matilde Barón Ayala Pilar Herrero Fernández Miguel Ángel Puig-Samper Mulero Jaime Pérez del Val

Catálogo de publicaciones de la Administración General del Estado: Editorial CSIC: http://editorial.csic.es https://cpage.mpr.gob.es (correo: [email protected])

Primera edición: septiembre de 2020 © CSIC, 2020 http://editorial.csic.es [email protected] © De los textos, sus autores/as, 2020 © Los Libros de la Catarata, 2020 © Diseño de cubierta: Carlos Del Giudice © Ilustración de cubierta: fragmento del mapa de Terra Brasilis y Atlántico Sur, Atlas Miller, 1519, Biblioteca Nacional de Francia, reproducido por Moleiro Editor (moleiro.com) Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. ISBN (CSIC): 978-84-00-10681-2 e-ISBN (CSIC): 978-84-00-10682-9 ISBN (Catarata): 978-84-1352-024-7 NIPO: 833-20-151-8 e-NIPO: 833-20-150-2 THEMA: PDZ Depósito legal: M-23.788-2020 En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

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Índice















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Prefacio, por Pablo Vargas Gómez............................................... 7 1. Tras el aroma de las especias de Oriente. Una aproximación a la primera vuelta al mundo (1519-1522)...............................................................

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María Belén Bañas Llanos

2. ¿Por qué eran importantes las especias?................................. 33 Pablo Vargas Gómez

3. Especias y especies.................................................................... 43 Pablo Vargas Gómez

4. Especias y cocina en Europa antes de la circunnavegación de Magallanes-Elcano............................................................... 51 Almudena Villegas Becerril

5. Mapas que cambiaron la imagen del mundo a partir de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)................... 63 Carmen Manso Porto

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6. Especias y descubrimientos portugueses................................. 75 Jorge A. Rodrigues Paiva y Pablo Vargas Gómez

7. El clavo de olor a lo largo de la historia.................................. 87 Esteban Manrique Reol

8. Por tierras del palo de brasil.................................................... 97 Marcos Gonzalez, Haroldo Cavalcante de Lima, Alexandre Abreu Machado y Claudia Franca Barros

9. Primer viaje en la Patagonia: más allá del estrecho............... 111 Graciela Barreiro

10. Las plantas del estrecho de Magallanes.................................. 129

Claudia Mansilla y Alfredo Prieto

11. Plantas filipinas en los últimos quinientos años: etnobotánica y significado sociocultural................................. 143

Jay P. Picardal, Jake Joshua C. Garces, Esperanza Maribel G. Agoo y Domingo A. Madulid

12. Análisis de la historia natural del diario de Pigafetta............ 161

Pablo Vargas Gómez

13. Impresión botánica. La expansión de los herbarios ilustrados en el siglo XVI.......................................................... 181

Félix Alonso Sánchez

14. Colecciones vivas de plantas de ultramar: jardines botánicos y de aclimatación...................................................................... 195

Silvia Villegas Navarro

15. La primera vuelta al mundo sin tuits, ¿o no?.......................... 211

Jesús García Rodrigo



Bibliografía.................................................................................. 221 Sobre las autoras y autores.......................................................... 231



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Pablo Vargas Gómez

Prefacio

E

libro pretende rendir un pequeño tributo a las gentes de muchos países después de quinientos años, justo cuando conmemoramos el esfuerzo internacional que supuso la primera vuelta al mundo. Sin duda fue un esfuerzo conjunto en el que estuvieron implicadas personas que ahora se asignarían a países no solo europeos (alemanes, españoles, franceses, griegos, holandeses, ingleses, irlandeses, italianos y portugueses), sino también americanos (argentinos, brasileños, chilenos y norteamericanos), asiáticos (filipinos, indonesios y malayos) y africanos (caboverdianos), protagonistas todas ellas de la primera circunnavegación de la historia. Cada uno contribuyó de distinta forma a una empresa común organizada y financiada principalmente por la Corona de Castilla (costó algo más de ocho millones de maravedís, lo que hoy día equivaldría a unos tres millones de euros), planificada y capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes, finalizada gracias al liderazgo del capitán vasco Juan Sebastián Elcano, narrada con maestría por el lombardo Antonio Pigafetta, y así sucesivamente hasta alcanzar más de trescientas personas que apostaron por tan arriesgada empresa. Cinco naos con unos doscientos cincuenta navegantes zarparon finalmente, y casi tres años más tarde solo regresó una nao (Victoria) con dieciocho extenuados tripulantes. Algunos de los hitos más sobresalientes de la primera vuelta al mundo fueron: ste

• Descubrimiento de nuevas tierras y rutas impulsado por la búsqueda de plantas (especias). • Comprobación definitiva de que la Tierra era esférica. 7

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• Reconocimiento de la configuración de los océanos y continentes del planeta Tierra, que se plasmó en numerosos mapas publicados en solo tres décadas. • Inicio del proceso de globalización entendida como conexión entre cualquier parte del globo terráqueo. Teniendo en cuenta todos estos antecedentes, hemos intentado conseguir un libro equilibrado tanto en contenidos botánicos e históricos como en la contribución de autores expertos procedentes de los países de donde partió la singladura y por donde fue haciendo escalas. Es decir, en este libro se ha intentado representar la diversidad del mundo vegetal mediante la contribución de botánicos e historiadores de Argentina, Brasil, Chile, España, Filipinas y Portugal. Además de presentar las características botánicas de cada lugar, se muestran aspectos básicos de la alimentación, la antropología, la historia, la cartografía, la economía y la comunicación de la época. También damos las claves del azaroso éxito de la expedición, pero siempre con las plantas como hilo conductor. Tras una introducción histórica de los hitos fundamentales del viaje, siguen varios capítulos que describen la importancia de las especias tanto en el plano económico como en la alimentación, centrándose en la especia protagonista de la expedición, el clavo; para continuar con unos capítulos más geográficos sobre plantas de Brasil, Patagonia argentina, el estrecho de Magallanes en tierras chilenas y las islas Filipinas. La segunda parte hace hincapié en aspectos relacionados con el viaje y su época, como un primer análisis del diario de Pigafetta, el desarrollo de la ciencia botánica en la temprana Edad Moderna, el cultivo de plantas de todos los continentes en los primeros jardines botánicos del siglo XVI (los llamados huertos de simples) y, por último, un viaje a la imaginación sobre cómo se comunicaría la vuelta al mundo con redes sociales actuales (Twitter). Con todo ello, esperamos haber conseguido transmitir la importancia del primer viaje alrededor del mundo que, sin duda, ha tenido mayores consecuencias en nuestro día a día que la mismísima llegada del ser humano a la Luna.

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María Belén Bañas Llanos

1. Tras el aroma de las especias de Oriente. Una aproximación a la primera vuelta al mundo (1519-1522) Las islas Maluco (Molucas) o islas de las Especias Desde tiempos pretéritos, las especias han evocado lugares lejanos rodeados de misterio en una geografía imprecisa. La canela, el clavo y la nuez moscada conectaron Asia con el mundo mediterráneo, el norte de África y Europa a través de su arteria principal, la llamada Ruta de la Seda y las rutas marítimas. A lomos de camellos viajaron en caravanas con su propio bagaje invisible: un costal lleno de mitos, fantasías y leyendas. El simbolismo que evocaron fue más allá de su valor como preciado condimento, ya que también albergan propiedades conservantes, aromatizantes y farmacológicas. Las especias sirvieron para invocar a los dioses y expulsar a los demonios,

para alejar a la enfermedad y protegernos de las pestes. Sin olvidar sus efectos afrodisíacos, risueñamente narrados en el vetusto Cantar de los Cantares: “[…] un huerto […] lleno de frutos exquisitos […] nardo y azafrán, cálamo aromático y canela […]”; a las que se unieron otras especias exóticas que viajaron por el planeta en una sinfonía de colores, olores y sabores que todavía nos transportan a tiempos remotos de difícil cronología. Su impacto fue monetario, culinario y cultural; e incluso metafórico, pues los malayos llamaron a las islas de las Especias las tierras por debajo del viento (figura 1.1). El clavo nacía entonces en las entrañas de cinco pequeñas islas volcánicas y de coral del archipiélago Maluco: Tarenate, Tadore, Mare, Mutir y Machián (Pigafetta); y la nuez moscada 9

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El viaje de las especias

Figura 1.1. Las islas Maluco, dibujadas por Antonio Pigafetta en su Crónica del viaje (1519-1522). Fuente: Biblioteca Nacional de España (Madrid).

en el pequeño archipiélago de Bandán, pero también en Tarenate y Tadore. Este archipiélago, llamado de Maluku, del árabe Jazirat al-Muluk, ‫( كولملا ةريزج‬islas de los Reyes), Moluchos o Molucas, entre otras denominaciones, consiste en numerosas islas, sobre una línea norte-sur, partidas por el ecuador y delimitadas al oeste por las islas Célebes e islas menores de la Sonda y al este por Nueva Guinea. Su población es una mezcla de austranesios, indonesios, malayos y papúas. En cuanto a la religión profesan nominalmente el islamismo, y el cristianismo en menor escala. En la actualidad forman parte de la República de Indonesia.

Desde el Imperio acadio (c. 2.300 a. C.), en la antigua Mesopotamia, se conoce la utilización de especias importadas desde el valle del Indo, como el kamunu, comino blanco (Cuminum cyminum) y el kisibirru, cilandro o coriandro (Coriandrum sativum), entre otras (J. G. Lenberg). Las especias también llegaron a Egipto: “[…] donde sus reyes […] tuvieron la contratación de las cosas aromáticas mucho tiempo comprándolas a los árabes, persianos e indianos y otras naciones de Asia, y las vendían a los de Europa […]” (Herrera y Tordesillas); estableciendo una ruta de la canela que conectaba Asia sudoriental con la costa oriental africana. Efectivamente, en el papiro egipcio de Ebers, escrito en hierático, y uno de los más antiguos tratados médicos y de farmacopea conocidos, ya constan las especias (figura 1.2). Fue redactado en el antiguo Egipto (c. 1.500 a. C.) durante el reinado de Amenhotep I. En él se registran más de setecientas fórmulas magistrales y remedios extraídos, en su mayor parte, del reino vegetal: azafrán, mirra, aloes, etc. Asimismo, la canela y el comino fueron utilizados para embalsamar a sus muertos. La pimienta negra fue encontrada en las fosas nasales de la momia del faraón Ramsés II (c. 1.279-1.213 a. C.). Los fenicios (c. 1.200-539 a. C.) también comerciaron con especias y convirtieron a Tiro (c. 814 a. C.), su capital, en el centro de distribución,

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Figura 1.2. Papiro de Ebers (Luxor, c. 1.500 a. C.). Fuente: Biblioteca de la Universidad de Leipzig (Alemania).

siendo griegos y romanos sus principales clientes. Efectivamente, el griego Hipócrates (c. 460-370 a. C.) estableció un sistema que valoraba el uso de hierbas y especias para aliviar el dolor y curar enfermedades; y Dioscórides (c. 40-90 d. C.) describió en De materia medica multitud de especias, con las que los romanos elaboraban sus vinos (conditum paradoxum), cosméticos, perfumes y medicinas. La pimienta es la más citada en De re coquinaria, de Apicius, un recetario de cocina, probablemente del siglo IV. La nuez moscada la utilizaron como incienso y la “rallada” en bolsitas, para llevarla colgada al cuello.

En China llamaban a las islas de las Especias islas Oceánicas. Y el sabio Shen Nung (c. 2.800 a. C.) escribió, probablemente, el Pen Ts’ao Ching, una guía de plantas agrícolas y medicinales que incluye a la pimienta negra (Piper nigrum) con el nombre de hujiao (“pimienta extranjera”). El jengibre y la canela (Cinnamomum cassia), que ellos mismos producían, eran de uso común. Los mandarines se enjuagaban la boca con clavo (Syzygium aromaticum) y nuez moscada (Myristica fragrans) para conseguir un aliento agradable. Al otro lado del mundo, en Europa, el veneciano Marco Polo en su popular libro sobre Las maravillas del mundo (c. 1350) (figura 1.3) mencionaba la

Figura 1.3. Detalle del manuscrito El libro de las maravillas, también llamado El Millón (c. 1350), de Marco Polo (c. 1254-1324), donde están representados los cinocéfalos (hombres con cabeza de perro) intercambiando especias. Fuente: Biblioteca Nacional de Francia (París).

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pimienta y el jengibre de la India. En esta época, el universo europeo se extendía desde Marruecos hasta el mar Negro y desde el Báltico al Mediterráneo, y sus escasos conocimientos geográficos no lograban atravesar las estepas asiáticas, el Atlántico Norte o las áridas costas de África. In illo tempore, la Cristiandad occidental vivía en su mundo, entre bestiarios y lapidarios: creían que si la Tierra fuera redonda, pasar al hemisferio sur significaba encontrarse con hombres que andaban boca abajo, tenían cabeza de perro, un solo pie y dos orejas tan grandes que sobre una se acostaban y con la otra se arropaban. En la Europa medieval el comercio de especias estaba controlado por las repúblicas de Venecia y Génova, que las compraban en Egipto a cambio de sal, madera, hierro y trigo; después, los comerciantes llevaban el cargamento a Constantinopla. Hasta que los turcos otomanos cortaron este comercio al destruir el Imperio bizantino (1453) y los intermediarios encarecieron sumamente los costos.

Bulas y tratados para llegar a las fabulosas islas de las Especias Para solucionar esta dependencia había dos opciones: circunvalar África para llegar a las islas de las Especias por el océano Índico o navegar hacia Poniente

cruzando el océano Atlántico. Pero el Tratado de Alcaçovas-Toledo (1479-80) impedía a Castilla navegar por el Atlántico más allá de las islas Canarias, ya que reconocía a Portugal la posesión de Guinea, Madeira, Azores, Cabo Verde: “[…] e cualesquiera otras islas […] de las Canarias para abajo contra Guinea”. La bula papal de Sixto IV Aeterni regis (1481) sancionó y elevó a definitivo este acuerdo. No obstante, y a pesar de la prohibición, 1492, Castilla intentó llegar a la India por Occidente con Cristóbal Colón, pero se encontró con un obstáculo: América. Este descubrimiento planteó un conflicto entre los Reyes Católicos de España y Juan II de Portugal, por lo que el papa Alejandro VI suscribió las bulas Inter caetera I y II (1493), en las que adjudicaba a España “[…] todas las islas y tierras firmes halladas y por hallar, descubiertas e por descubrir […] fabricando y componiendo una línea de polo ártico al polo antártico […] que estén hacia la India […] cuya línea diste de cualquiera de las islas que vulgarmente se llaman Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y mediodía.”

Pero en línea tan imprecisa era difícil establecer la jurisdicción ya que entonces no se podía determinar la longitud geográfica, ni se conocía con exactitud la medida del grado del círculo máximo terrestre.

Para concretar más sus términos, Alejandro VI dictó otras dos bulas, Eximiae devotionis (1493) y Dudum siquidem (1493), donde aclaraba que los castellanos podían extenderse hacia Occidente, no solo sobre las islas y tierras que descubriesen sino también sobre la propia India, igual que los portugueses, pudiendo ocupar cada nación las tierras no poseídas por la otra, siempre y cuando los barcos portugueses navegasen hacia levante (este) y los castellanos hacia poniente (oeste). En suma, todo dependía de quién llegase primero. El conflicto podría surgir en el punto de encuentro. El 7 de junio y el 5 de septiembre de 1494, los reyes de España y Portugal firmaron los Tratados de Tordesillas (figura 1.4), uno referido al Atlántico y otro a la expansión africana. Respecto al Atlántico, y para establecer el meridiano de demarcación, era necesario que “[…] se hiciese una línea o raya del polo ártico al polo antártico a trescientas y setenta leguas de las islas de Cabo Verde, y que todas las tierras e islas de la dicha línea que estuviesen hacia el levante fuesen del Rey de Portugal y todo lo otro hacia el poniente fuese del Rey de Castilla e de sus sucesores […].”

Pero no se especificó desde qué isla de Cabo Verde se aplicaba el tratado —pues ese archipiélago se extiende 300 kilómetros de este a oeste— ni qué tipo de leguas se empleaban. Tal vez se refiere

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Figura 1.4. Página original del Tratado de Tordesillas (1494). Fuente: Archivo General de Indias (Sevilla).

al meridiano 46º 35’. Aun así, fue confirmado por el papa Julio II en la bula Ea quae pro bono pacis (1506). Mientras estas imprecisiones se dirimían, en 1497, el portugués Vasco de Gama articuló la ruta de África hacia la India, que con anterioridad había descubierto Bartolomeu Dias (14871488) al doblar el cabo de las Tormentas —posteriormente llamado de Buena Esperanza—, estableciendo la buscada conexión entre el Atlántico y el Índico. En 1498, los portugueses llegaron a la costa hindú de Malabar. Y, por fin, en 1502, crearon una ruta marítima acompañada de puertos de apoyo. Tres años después, Almeida fue nombrado el primer virrey de la India portuguesa, donde luchó para expulsar a los musulmanes y venecianos del comercio de Oriente y donde construyó las fortalezas de Anjadip, Cananor y Cochín. A partir de ese momento, las especias se distribuyen desde la India y desde las regiones selváticas de la costa malabar, y serán transportadas a Europa por el golfo Pérsico o por el mar Rojo. No por casualidad, en 1500, el rey Manuel de

Portugal se intituló: “Señor de la conquista, la navegación y el comercio de la India, Etiopía, Arabia y Persia”. Efectivamente, a mediados del siglo XV, Malaca era el gran centro recolector de especias que los javaneses enviaban desde

las islas de Bandán y Maluco; pero en 1511 los portugueses, ya establecidos en el continente indio, las conquistaron y, a partir de este momento, penetraron directamente en las islas de las Especias. Por lo que, en 1513, acabaron con el 13

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Figura 1.5. Retrato anónimo de Fernando de Magallanes [¿Sabrosa? (Portugal), c. 1480 - Mactán (Filipinas), 27 de abril de 1521] con la insignia de la Orden de Santiago. Fuente: Museo Naval de Madrid.

dominio de Java sobre el mercado y monopolizaron el abastecimiento.

Crónica de la primera vuelta al mundo Antes de la partida (1518-1519) Como el monopolio portugués impedía a los europeos el libre acceso a la costa malabar de la India, la Corona española preparó una expedición a las islas de las Especias por la ruta del Atlántico y bordeando América, como establecía el Tratado de Tordesillas. El encargado de dirigirla fue un portugués, naturalizado español, Fernando de Magallanes (figura 1.5), que había participado en la conquista de la India con Almeida (1509) y de Malaca con

Alburquerque (1511), y sabía del Maluco por las noticias que le había enviado desde Tarenate otro portugués, Francisco Serrão, con quien también había compartido expediciones en Asia. Sintiéndose agraviado por no habérsele reconocido los servicios prestados a la Corona portuguesa, y acompañado por el cosmógrafo Ruy Falero, decidió presentarse al joven Carlos I de España con la “teoría” de que las islas de Maluco se encontraban en la demarcación de la Corona de Castilla, según el Tratado de Tordesillas. En 1518 presentaron al rey un memorial donde señalaban: “[…] las condiciones en que se comprometen a emprender el viaje a la especiería”. Tras varias entrevistas, el rey accedió a sus peticiones y el 22 de marzo de 1518 establecieron, por real cédula, unas capitulaciones con la Corona. Magallanes fue nombrado adelantado de la Monarquía hispana, capitán general de la Armada y comendador de la Orden de Santiago. Antes de partir, hizo entrega de un

manuscrito escrito en castellano titulado: Memorial que dejó al Rey Fernando de Magallanes cuando partió a su expedición, declarando las alturas y situación de las Islas de la Especiería, y de las costas y cabos principales que entraban en la demarcación de la Corona de Castilla. Los mapas utilizados durante el viaje serían, entre otros, los realizados por el cartógrafo portugués Diego Ribero, que desde 1518, estaba al servicio de la Casa de la Contratación de Sevilla. Además, es más que probable que Magallanes conociera el globo terráqueo que hizo Johannes Schöner, en 1515, donde está dibujado el estrecho que, posteriormente, llevaría su nombre; y que ya aparecía en el globo de Martin Behaim, construido en Núremberg, en 1492. Puerto de las Mulas (Sevilla), 10 de agosto de 1519 Cinco naves, Trinidad, San Antonio, Concepción, Santiago y Victoria, componían la expedición. La Casa de la Contratación las había comprado, de segunda, tercera o cuarta mano, por

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1.316.250 maravedíes, a los que habría que sumar los 8.334.335 maravedíes que costaron los abastecimientos, incluidos armas y gastos de defensa (figura 1.6). Presta la partida, el asistente del rey en Sevilla, Sancho Martínez de Leiva, hizo solemne entrega a Magallanes del estandarte real en la iglesia de Santa María de la Victoria, en Triana, recibiendo el “juramento y pleito homenaje”, según fuero y costumbre de Castilla, de que haría el viaje con toda fidelidad como buen vasallo de su majestad. El mismo juramento hicieron a Magallanes los capitanes y oficiales de la Armada: “[…] de que seguirían por su derrota y le obedecerían […]”. Todo listo, un 20 de septiembre de 1519 salieron de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) 239 hombres, aproximadamente, de capitanes a pajes, que habían hecho el juramento de lealtad, requisito indispensable antes de enrolarse. En la tripulación iban, además, desterrados, lo que constituía una solución para vaciar las cárceles: si el capitán general consideraba de interés para la Corona dejar en remotas islas a algún expedicionario para que aprendiese “la lengua y costumbres de la tierra”, ellos serían los primeros candidatos. En las Instrucciones del viaje (8 de mayo de 1519) estaba previsto hasta el mínimo detalle, incluido el ocio, por lo que en cada nao habría un tambor y

cuatro panderetas. Tampoco se olvidaban los sistemas de señales, las normas de seguridad y de comportamiento, y el derecho de cada hombre a escribir lo que le placiera, etc. Además: “[…] se prohíbe expresamente cualquier violencia contra las mujeres de las tierras en las que arribasen […]”. Antes de embarcar, era obligatorio confesarse. Algunos entregaron en la Casa de la Contratación sus testamentos. La Armada, bajo la advocación de Santiago y Nuestra Señora de la Victoria, tendría que ir bordeando el recién descubierto Nuevo Mundo y trataría de encontrar el estrecho que, supuestamente, unía el mar Atlántico con el mar del Sur (futuro Pacífico), descubierto desde Panamá, en 1513, por Vasco Núñez de Balboa. Seis días después de la partida, avistaron la isla de Tenerife donde se abastecieron de carne, agua y leña; también de pez, para calafatear. El 2 de octubre se hicieron de nuevo a la mar y navegaron rumbo al suroeste; con cierto riesgo, se acercaron a la costa africana de Sierra Leona para aprovechar los alisios del sureste. Pasaron por el archipiélago de Cabo Verde y, probablemente, cortaron por primera vez la línea ecuatorial entre los 15 y 20º de longitud oeste, hasta recalar en la costa brasileña donde fondearon en una bahía —que el piloto Albo situó en 23º— el día 13 de diciembre de 1519, Día de Santa Lucía.

Figura 1.6. Armas y vestimentas (cascos, capacetes, coseletes, etc.) de la época del viaje de la Armada de la Especiería (Die spanichsen kriegs leyt) en el Códice de trajes de la Biblioteca Nacional de España. Fuente: Biblioteca Digital Hispánica.

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Figura 1.7. Lámina con Geniculata (A) y Genipa (B) en Phytanthoza iconographia (J. W. Weinmann, 1735-1745). Fuente: Wikipedia.

Costa de Brasil (bahía de Río de Janeiro), 13 de diciembre de 1519 Aquí había vivido algunos años el portugués Juan Carvalho, piloto de la nao Concepción, quien dirigió a la Armada por la estrecha embocadura. Esta costa se llamó Tierra de Santa Cruz porque fue descubierta el día de la Cruz de Mayo del año 1500 por el portugués Álvarez Cabral. Después pasó a llamarse Brasil por el pau bermejo (Paubrasilia echinata), muy utilizado para la fabricación de tinte rojo para la ropa (rojo como la brasa, de ahí su nombre) que abundaba en los montes a lo largo de la costa. En este punto, se siguieron a rajatabla las instrucciones reales: Magallanes permanecería en la nao y Carvalho, como lengua, con algunos desterrados se dirigiría a la orilla en un batel. En tierra firme entabló conversación con algunos nativos para decirles que allí tenía un hijo, de unos siete años. Esto facilitó el intercambio de alimentos por mercaderías: por un cuchillo, o una carta de una baraja, cinco gallinas; por un peine, dos gansos; por unas tijeras, pescado para diez hombres. También adquirieron piñas, cerdos, papagayos, etc. Las mujeres llevaban la comida a la cabeza en unas cestas de mimbre. 16

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Sus pobladores vivían con el cuerpo desnudo, sobre el que lucían tatuajes efímeros que realizaban con el fruto del genipapo (figura 1.7); tenían el pelo largo, y los hombres, en el labio inferior, incrustaciones de piedras de un dedo de largo. Excepto en la cabeza, no presentaban pelo en ninguna otra parte del cuerpo. Eran muy celosos de sus mujeres; crueles y vengativos en las guerras, en las que utilizaban arcos y flechas. Practicaban la antropofagia con la carne de sus enemigos; y: “[…] no adoran a cosa alguna” (Pigafetta). Las aldeas tenían siete u ocho grandes casas, construidas con madera y cubiertas con hojas de palma (bohíos), donde colocaban las hamacas de algodón para dormir, y con las que se enterraban cuando morían, porque consideraban que vivirían en el más allá de la misma forma que en la tierra. Hacían canoas con troncos de árboles que vaciaban con piedras, ya que desconocían los metales, donde bogaban treinta o cuarenta hombres con palas como las de los hornos de pan; y a la edad de catorce o quince años se casaban con las hijas de sus hermanos o hermanas: “[…] y nadie más puede casarse con ellas… algunos tienen tres o cuatro mujeres más, pero la sobrina es siempre la principal […]” (Díaz Alonso). El 18 de diciembre de 1519, la Armada celebró una misa y, dos días

después, el juicio por sodomía contra el maestre Antón Salomón: fue condenado y ejecutado; al grumete Antonio Genovés se le perdonó. Aquí estuvieron trece días y, antes de partir, enrolaron al hijo guaraní de Carvalho, con su inseparable hamaca. El 27 de diciembre soltaron amarras en dirección al sur. Avistaron el cabo de Santa María el 10 de enero de 1520, donde: “[…] hallaron agua tan blanca […] y, probada, hallaron ser agua dulce, que causó gran admiración y algún temor sin ver tierra, de ver agua dulce […]” (Ginés de Mafra). Era el Río de la Plata que descubrió Juan Díaz de Solís, en 1516. El 7 de febrero levaron anclas para continuar costeando en dirección al polo antártico donde en sus cartas de navegación no existía tierra alguna. Comenzaban a navegar por lo verdaderamente ignoto. El 2 de marzo penetraron en un estero que bautizaron como Bahía de los Trabajos —hoy, Puerto Deseado— donde vieron lobos marinos, orcas, ballenas y tiburones. Puerto de San Julián (Patagonia), 31 de marzo - 24 de agosto de 1520 El duro otoño austral se acercaba. El 31 de marzo llegaron al Puerto de San Julián, en honor a san Julián el Hospitalario, bendición de los peregrinos, donde permanecieron casi cinco meses, esperando que pasase el frío invernal. Contactaron con la población

aborigen, los tehuelches: “[…] un día que menos lo esperamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca […] era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura” (Pigafetta). Quedaron tan impresionados por el tamaño de sus pies que se creyó, durante siglos, que a ello se debía el llamarlos patagones. Sin embargo, y pese a lo extendido de la teoría, es probable que el origen de la palabra estuviera vinculado a un libro de caballería español, muy popular en la época, titulado Primaleón (1512), volumen II de una serie de III, llamados los Palmerines (figura 1.8). El volumen I fue publicado por Francisco Vázquez (Salamanca, 1511) bajo el título: El libro del famoso y muy esforzado caballero Palmerín de Oliv(i)a. Posteriormente, fueron publicados en Italia y en Portugal. Magallanes era muy aficionado a las novelas de caballería y, precisamente, en el volumen II el personaje principal es un gigante llamado Patagón. Tal vez de ahí proceda el nombre. Sea como fuere, este encuentro bautizó como Patagonia a aquella región donde los expedicionarios vieron, por primera vez, a un animal de la familia de los camélidos, el guanaco, endémico de Sudamérica y parecido a la llama. Con su piel las mujeres fabricaban capas y calzado para abrigarse. Para mantener los pies calientes los cubrían: “[…] cuatro dedos por encima del tobillo y los 17

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Figura 1.8. Portada del Libro Segundo de Palmerín, editado por Juan Cromberger en Sevilla (1540). Fuente: Biblioteca Nacional de España (Madrid).

rellenaban de paja […]” (Díaz Alonso). Utilizaban el pedernal para realizar leznas, para coser, y hachas. Vivían en cabañas que realizaban con palos y cubrían de pieles con dos compartimentos, uno para mujeres y niños y otro para hombres, que trasladaban allí donde obtuvieran caza. Las mujeres las portaban a cuestas. Los hombres, muy celosos de sus mujeres, medían: “[…] nueve o diez palmos de altura” (aproximadamente dos metros); las mujeres eran más pequeñas. Se pintaban la cara de ocre y amarillo, y respecto a su lengua sonaba: “[…] a un cierto cantar, ni suave ni bien sonante […]” (Fernández de Oviedo). Se metían por la boca, y hasta el estómago, unas saetas de codo y medio de largo sin sufrir daño alguno. Estos recolectores-cazadores mariscaban en las playas y comían la carne medio cruda, procedente de la caza que realizaban con arcos y flechas con puntas de pedernal. Los tripulantes vieron, en unas islas cercanas, unos “extraños gansos” (pingüinos); de cuya carne y huevos hicieron tal acopio que, en una hora, abarrotaron las cinco naves. También comieron mejillones, vizcachas, avestruz y zorros. Magallanes decidió tomar posesión de estos territorios en nombre del Rey de España levantando una gran cruz en la cumbre de un monte al que llamaron Monte de Cristo; y Pigafetta recogió ochenta y tres voces para su glosario patagón.

Motín de San Julián, 1 de abril de 1520 Estas mejoras en la alimentación no evitaron que se produjeran tensiones, acumuladas de antemano, provocadas por la visión de heladas e inhóspitas costas, de escasa visibilidad, rodeadas de nieve y frío glacial que intranquilizaban a la tripulación. El clima para un motín era más que propicio. Los oficiales de la Armada no entendían la larga permanencia en semejantes latitudes sin apenas víveres ni ropa adecuada y —sobre todo— sin conocer las intenciones del capitán general, que no daba explicaciones y que “estaba determinado a morir antes que volver a España con ignominia”. Todo se reducía a conocer el derrotero a seguir. Los capitanes de la Victoria, la Concepción y la San Antonio exacerbaron los ánimos, lideraron la revuelta y prepararon la artillería en orden de combate. Juan Sebastián Elcano secundó la propuesta. Solicitaban que se cumplieran las órdenes del rey y que se celebrase un consejo de oficiales. Incomprensiblemente, y tal vez porque no tenía claro el derrotero, Magallanes no respondió al requerimiento. Por el contrario, envió al alguacil Gonzalo Gómez de Espinosa con una carta para el capitán de la Victoria, al que apuñaló mientras leía, retomando el gobierno de la nao. Los leales al capitán general se dirigieron a la entrada de la bahía para

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Figura 1.9. Primer mapa del estrecho de Magallanes, dibujado por Pigafetta en su Crónica del viaje (1519-1522). Fuente: Biblioteca Nacional de España (Madrid).

controlar la bocana: el complot había fracasado. El 7 de abril, Magallanes convocó en tierra firme a toda la tripulación y condenó a muerte a Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción, y mandó descuartizar su cadáver junto al de Luis de Mendoza, capitán de la Victoria. También decretó prisión para Juan de Cartagena y para el capellán, Pero Sánchez de la Reina, a quienes dejó abandonados en aquel lugar cuando partió la expedición. Nunca más se supo de ellos. Y perdonó la vida a más de cuarenta rebeldes. Sofocada la insurrección, continuaron las exploraciones para encontrar el hipotético estrecho. Magallanes envió la nao Santiago, que llegó hasta el río de Santa Cruz, donde un temporal la destruyó, aunque la tripulación pudo salvarse y regresar por tierra a San Julián. Por fin, el 24 de agosto de 1520, se hicieron a la vela en demanda del paso, pero los vientos contrarios les obligaron a refugiarse en la desembocadura del río Santa Cruz, donde permanecieron dos meses y de donde salieron el 18 de octubre. Tres

días después llegaron frente a un cabo al que bautizaron de las Once Mil Vírgenes por ser el Día de santa Úrsula y sus compañeras. Estrecho de Todos los Santos (Magallanes), 21 de octubre 27 de noviembre de 1520 Estaban sin saberlo en la boca de un estrecho que, previsiblemente, comunicaría el Atlántico y el mar del Sur, pero había que averiguarlo. Las naos Concepción y San Antonio se adelantaron a reconocer la entrada. Los capitanes discrepan sobre si se trata de un paso marítimo o no. Magallanes decidió que la San Antonio explorase un brazo de mar que apuntaba al sudoeste y se adentraba hasta los 52º de latitud sur, momento en el que el piloto Esteban Gómez y el tesorero Jerónimo Guerra se amotinan y prenden al capitán, Álvaro de Mezquita, para desandar el camino por la noche y volver a España. La nao Concepción al mando de Juan Serrano atraviesa el canal y espera en vano a la San Antonio. La flota

continuó adelante, y el 1 de noviembre Magallanes bautizó al estrecho con el nombre de Todos los Santos, festividad religiosa del día (Pigafetta escribe que lo llamó de los patagones). Al navegarlo, contempló en la ribera izquierda grandes fogatas humeantes. Eran los fuegos nocturnos de algunos pueblos indígenas locales —onas, yaganes y alacalufes— que darán ocasión a otro topónimo que todavía perdura: Tierra de Fuego. 19

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Figura 1.10. Archipiélago de las islas de los Ladrones (islas Marianas) dibujado por Pigafetta en su Crónica del viaje (1519-1522). Los chamorros llevan puesto el sombrerillo de paja que los caracterizaba. Fuente: Biblioteca Nacional de España (Madrid).

Las naos Concepción, Trinidad y Victoria continuaron por el estrecho. Y antes de llegar a una segunda angostura, el capitán general, para no arriesgar por la escasa visibilidad de la zona, envió a unos comisionados a que se adentrasen con una chalupa y atisbaran el horizonte. Al anochecer del tercer día volvieron con la buena nueva, ¡mar a la vista!: “[…] el Capitán General lloró de alegría […] designando a aquel cabo Deseado, porque lo deseamos todos tanto tiempo […]” (Pigafetta). Recogieron “apio dulce y amargo” en los márgenes de los manantiales, lo que les ayudó a combatir el escorbuto sin saberlo. Por fin, el 27 de noviembre, después de 36 días recorriendo el estrecho: “[…] de unas ciento diez leguas de largo y media de ancho […]” (Pigafetta), desembocaron las tres naos en el Océano, al que rebautizaron como Pacífico, por la tranquilidad de sus aguas (figura 1.9). Magallanes estaba a punto de conseguir el sueño de Colón: llegar a Oriente por Occidente. Gobernaron rumbo noroeste huyendo del frío. Descubrieron unas islas a las que

llamaron “infortunadas”, deshabitadas y donde comieron pescados. Las naves buscaron la línea equinoccial. Durante tres meses y veinte días navegaron con viento próspero, pero no encontraron tierra donde avituallarse. El hambre era mucha, el pan se había convertido en polvo infectado de gusanos y empapado en orines de rata; el agua era escasa, estaba caliente y olía a podredumbre. Las ratas llegaron a ser exquisito manjar, ya que la mayoría de los tripulantes se contentaba con comer serrín de madera y algunos pedazos de cuero puestos a remojo. El escorbuto hizo su aparición; sufrían intensos dolores y se hinchaban las piernas y las encías, que aliviaban al: “[…] lavarse la boca con orines y agua de mar […]” (Ginés de Mafra). Isla de Guahan (Guam). Islas de los Ladrones (Marianas), 6 de marzo de 1521 El 13 de febrero las naos Trinidad, Concepción y Victoria rebasaron la línea ecuatorial y, tres semanas después, el 6 de

marzo: “[…] surgieron en dos islas no muy grandes […] ¡por fin tierra!” (Ginés de Mafra). Aquí repusieron fuerzas y los aborígenes, los chamorros, subieron a las naos y robaron el hierro que encontraron, por lo que las bautizaron como islas de los Ladrones, topónimo que se usó hasta el último tercio del siglo XVII, cuando las rebautizaron como islas Marianas en honor a Mariana de Austria, viuda de Felipe IV (figura 1.10). Sus casas eran de madera, techadas con hojas de palmeras y bananeras; con cámaras donde dormían sobre esteras de palmas y lechos de paja. Según Pigafetta: “[…] estos pueblos no conocen ninguna ley y no siguen otra norma que su propia voluntad. No tienen rey ni jefe. No adoran a nada […]”. También afirma que los chamorros creían ser los únicos habitantes del mundo y que la suya era la única lengua —extremo confirmado por los misioneros que convivieron posteriormente con ellos—.

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El transporte lo realizaban en canoas, con un balancín a un costado y con velas de hojas de palmera cosidas, de vivos colores (Ginés de Mafra), que tenían la forma de una vela latina, de ahí el nombre que también recibieron: islas de las Velas Latinas. Los hombres eran altos y fuertes, tenían barba larga y la cabeza rapada, con un solo mechón de pelo de un dedo de largo, sobre la que llevaban sombrerillos de palma. De piel aceitunada, vivían desnudos y tenían la boca muy grande y los dientes: “[…] aguzados” (Ginés de Mafra), y los coloreaban: “[…] de rojo y negro” (Pigafetta). Llevaban unas hondas que: “[…] con unas badanas del tamaño de una mano, lanzaban piedras bien trabajadas, como huevos de vidrio, que guardaban en unas talegas en la cintura […]” (Ginés de Mafra). Según Pigafetta no conocían el arco y las flechas, pero sí las lanzas de caña: “[…] guarnecidas en la punta con una espina de pescado puntiaguda […]”, ni la elaboración de metales; por lo que dieron tanto valor a un mísero clavo de hierro, que trocaron por cocos y pescados (figura 1.11). Las mujeres, de buena talla y menos morenas que los hombres, tenían los cabellos negros y lacios y muy largos. Sus partes sexuales las tapaban con una corteza blanda que se extrae del tallo de la misma palmera con cuyas hojas tejían esteras y cestas. Se untaban los cabellos y el cuerpo con aceite de coco y de séseli (Raphanus olifer sinensis). Se alimentaban de aves, peces voladores, batatas y plátanos.

Los nativos arrebataron un esquife al cortar el cabo que lo amarraba al barco, lo que motivó que Magallanes saltara a tierra, con más de cincuenta hombres, quemaran sus chozas y canoas, y mataran a varios chamorros. Los cristianos, la mayoría enfermos y convalecientes en las naos: “[…] nos rogaron […] que les llevásemos sus intestinos, pues estaban persuadidos de que les servirían para curarse en poco tiempo […]” (Pigafetta).

Figura 1.11. Nativos de las islas de los Ladrones (Marianas) tal como aparecen en el Códice Boxer (c. 1590). Fuente: Biblioteca Lilly, Universidad de Indiana (Estados Unidos).

Archipiélago de San Lázaro (Filipinas), 16 de marzo - 7 de julio de 1521 Desde aquí, pusieron rumbo al sur en dirección a otro archipiélago que bautizaron de San Lázaro, por ser el 21

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Figura 1.13. Danza de espadas (detalle) durante la entrada triunfal en Goa de João de Castro como virrey de la India (1547) en un tapiz realizado en Bruselas entre 1555 y 1560 (Museo de Historia del Arte de Viena). Fuente: Ramón Pelinski (2011: 193).

Isla de Humunu (Homonhon), 17 de marzo de 1521 Figura 1.12. Naturales (¿tagalos?) con pendientes, puñal y collar de oro (Códice Boxer, c. 1590). Fuente: Biblioteca Lilly, Universidad de Indiana (Estados Unidos).

quinto domingo de Cuaresma, y que posteriormente se rebautizaría como Filipinas en honor al príncipe de Asturias, futuro Felipe II. El 16 de marzo de 1521 avistaron una tierra elevada, la isla de Suluan (Sámar Oriental), a unas trescientas leguas de las islas de los Ladrones, según cálculos del piloto Francisco Albo.

Detrás de ella, había una isla deshabitada llamada Humunu (Homonhon) donde atracaron para aprovisionarse de agua y disfrutar de “algún reposo”. Debido a sus dos fuentes de agua, la llamaron Aguada de las Buenas Señales. Al día siguiente, se acercaron unos nativos en barcas, con adornos de oro, en orejas y cuello; Magallanes los invitó a comer e intercambiaron espejos, cascabeles y otros abalorios por pescado, vino de coco y plátanos.

También los visitó el régulo, probablemente, de la isla de Suluan. Cubría sus partes pudendas con tela de algodón, bordada en seda en los extremos, y el cabello negro y largo. Pigafetta subraya que era viejo, tenía la cara pintada y llevaba pendientes de oro. Lo acompañaba un séquito de dignatarios tatuados. Usaban machetes, escudos, mazas y lanzas. Agasajaron a la Armada con naranjas, cocos, vino de palma y un gallo. Estos “moros islamizados” habían sometido a los primitivos habitantes de las islas, los “gentiles”, que se tapaban con cortezas de árbol y solían huir a lo alto de las montañas cuando llegaban nuevas migraciones.

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Figura 1.14. Casas sobre pilotes y parada de barangayes (Filipinas). Fotografía: Belén Bañas.

La tarde del 25 de marzo, Día de la Anunciación, abandonaron la isla de Humunu y: “[…] enfilamos entre poniente y garbino cuatro islas: Cenalo, Hiunangan, Ibusson y Abarien […]” (Pigafetta). También Butuán y Calagán (Caragua). Continuaron navegando hacia el oeste y, para evitar una tempestad, se situaron cerca de la isla de Mazawa. Antes de desembarcar y como era preceptivo, Magallanes envió al escribano y al intérprete para establecer paces y comerciar. Allí intercambiaron mercaderías por pescado, plátanos y cocos. Isla de Mazawa o Massana (Limasawa), 28 de marzo de 1521 El Viernes de la Cruz se presentó el rajá Colambú, rey de la isla de Butuán que, según Pigafetta, tenía los cabellos negros, perfumados y sueltos sobre la espalda desnuda, y todo el cuerpo tatuado con líneas zigzagueantes de color negro azulado. En la blancura de los dientes destacaban motas de oro. Desde la cintura y hasta las rodillas vestía una tela de algodón bordada en seda; y llevaba aros

de oro en las orejas. Era hermano del rajá de Calagán (Caragua), llamado rajá Siagu. Colambú llevaba en el costado una daga con mango de oro insertada en una vaina de madera finamente labrada (figura 1.12). El capitán general y el rey se juraron paz y amistad al modo de la tierra: se punzaron en el brazo derecho, vertieron la sangre en un recipiente con vino de palma y lo bebieron. Intercambiaron regalos. Magallanes rechazó intencionadamente un lingote de oro; y para impresionarlos hizo vestir a “uno de los nuestros” con una armadura completa. El 31 de marzo, todavía en Mazawa, el capellán bajó a tierra para celebrar misa. Algunos tripulantes y Magallanes, vestidos y armados con sus mejores

galas, saltaron a tierra en formación militar acompañados de salvas; y en el momento de la eucaristía realizaron una descarga de artillería desde las naos. Al terminar la ceremonia, ejecutaron una “danza de espadas” haciendo alarde de agilidad y destreza (figura 1.13). Los navegantes aprovecharon el momento para “plantar una cruz” en el sitio más alto de la isla. Los nativos pintaban sus cuerpos desnudos, excepto sus partes naturales, que cubrían con un trozo de tela. Las mujeres vestían una falda de corteza de árbol. Ambos llevaban cabellos largos de color negro y lucían pendientes de oro. Eran consumidores de “buyo”, un masticatorio estimulante que tiñe la saliva de rojo muy astringente y 23

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Zarparon el 4 de abril y pasaron por el norte de Bohol. Isla de Zubu (Cebú), 7 de abril de 1521

Figura 1.15. Cuentas de vidrio para su intercambio con los nativos. Fotografías: Belén Bañas.

aromático: “[…] que refresca el corazón […]” (Pigafetta), compuesto por la nuez de la palma areca (Areca catechu) y las hojas frescas de betel (Piper betle), mezcladas con cal de conchas. Cultivaban grano, naranjas, limones y plátanos; y criaban puercos, cabras, gallinas, gatos y perros (que también comían). El arroz, el vino de palma, el cerdo, el pescado y el jengibre (Zingiber officinale) constituían su dieta ordinaria. Pigafetta destacó la existencia de porcelana, lo que corrobora los contactos con China. Como medio de transporte reseña el barangay, barca de origen indonesio con dos balancines de bambú a cada lado; y sus casas sobre pilotes de madera (figura 1.14). Se alumbraban con resinas y con cera, y dormían sobre esteras de palma. Respecto a sus creencias, Colambú manifestó al cronista que creía en Abba, un ser supremo. Aquí permanecieron una semana.

Llegaron a Zubu el 7 de abril de 1521, cuya capital homónima tenía casas construidas sobre árboles o sobre estacas. Esta isla estaba controlada por “jefecillos locales”, jefaturas, sobre las que pretendía imponerse el rajá Humabón, al que Pigafetta califica de rey tatuado, que pasó de exigirles impuestos a ofrecerse como tributario del rey de Castilla. El ritual de amistad y los recursos materiales eran los mismos que en Mazawa, a los que se añadían soja, ajos, miel, caña de azúcar, calabazas y: “[…] un árbol de doce racimos, o más, en cada racimo gajos como de uva, vestidos en mil cubiertas, desnudado es semejante a un meloncillo muy redondo, pero con su corteza de tortuga, casi tan dura como la concha […]” (Martín de Iudicibus); probablemente es el lanzón (Lansium domesticum). De la palmera extraían pan, vino, aceite, vinagre y cordelería. Y Pigafetta registró algunas voces en cebuano (sugbuanon). Para los rituales mortuorios utilizaban mirra, estoraque, benjuí y alcanfor. La esposa principal del difunto, enterrado cinco o seis días después de muerto, yacía sobre él y juntaba su boca, sus manos y sus pies a los del cadáver. Respecto a su sexualidad: “[…] grandes y pequeños se han hecho traspasar el

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Figura 1.16. Cruz de tíndalo en el lugar donde la erigió Magallanes en 1521 (isla de Cebú, Filipinas). Fotografía: Pablo Vargas.

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Figura 1.17. Babaylana de Bóntoc con anito (Filipinas). Fotografía: Belén Bañas.

pene cerca de la cabeza y de lado a lado, con una barrita de oro o bien de estaño, del espesor de las plumas de oca y en cada remate de esa barra tienen uno como estrella, con pinchos en la parte de arriba; otros como una cabeza de clavo de carro […]” (Pigafetta). Sus instrumentos musicales eran el tambor, los timbales, los cimbales, los gongs, el suling o subin (dulzaina), el birimbao y una especie de viola con cuerdas de cobre. Amaban la justicia y poseían medidas de longitud y capacidad. Por todo ello, a Magallanes le pareció el lugar adecuado para establecer una factoría comercial. Advirtió a la tripulación que no demostrasen demasiada codicia por el oro que intercambiaban por bronce, hierro, telas, cuentas de vidrio (figura 1.15), etc. Aquí comenzó la conversión al cristianismo. Erigieron una gran cruz (figura 1.16) en medio de la plaza y pregonaron que debían destruir sus ídolos. Bautizaron a los “reyezuelos islámicos” y a sus súbditos, más de mil, comenzando por el rajá Humabón, al que pusieron el nombre de Carlos, por el emperador, y a su esposa el de Juana, por la madre del emperador, y les regalaron: “[…] una imagen pequeña de la Virgen con el niño Jesús […]” (Pigafetta). Pero los ídolos locales continuaron vigentes. El cronista italiano nos aporta la primera descripción de las babaylanas, o catalonans (figura 1.17), curanderas o brujas yerbateras, “dos

mujeres viejísimas”, de las que describe incompleto uno de sus rituales de curación, en el que sacrificaban un cerdo y hacían pronósticos escudriñando sus vísceras. La utilización de cañas de bambú y las danzas alrededor del animal se han seguido realizando hasta hoy, en algunos lugares de Filipinas. De nuevo, la puesta en escena de Magallanes con descargas de pólvora y armaduras impresionó a los nativos. Con esta estrategia pretendía que todos los régulos de Zubu y de las islas comarcanas (a los que presionó con la quimera de ventajas materiales y espirituales) se sometieran a Humabón, con quien había capitulado el privilegio del comercio exclusivo con la zona. Pero en la cercana isla de Matán controlada por dos régulos, Zula y Cilapulapu, no acataron la propuesta. El primero aceptó el vasallaje a Castilla y envió dos cabras al capitán; sin embargo, Cilapulapu se negó a someterse. Zula propuso combatirlo con la ayuda de Magallanes (Pigafetta), quien acató la propuesta en contra de la opinión de sus oficiales. Isla de Matán (Mactán), 27 de abril de 1521 Efectivamente, el 27 de abril, Magallanes volvió a Matán, donde los nativos habían cavado en las orillas de la playa agujeros a modo de trincheras, con estacas puntiagudas, que los europeos no vieron

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Figura 1.18. Bisayos (Códice Boxer, c. 1590). Fuente: Biblioteca Lilly, Universidad de Indiana (Estados Unidos).

cuando los bateles se acercaron a la costa. Saltaron a tierra 49 hombres, con casco y coraza; 11 quedaron en las chalupas, donde instalaron bombardas. Desde la vanguardia, el capitán general animó a combatir al grito de “¡Santiago!”. Miles de nativos aparecieron en la playa enloquecidos al ver ardiendo las casas de la aldea de Bulaia. Los de Matán combatieron con lanzas y estacas, piedras y tierra, arcos y flechas, alfanjes y cerbatanas “por donde tiran saetillas envenenadas”; los cristianos con lanzas, espadas y rodelas, ballestas y arcabuces. Pero cuando se agotó la munición, se replegaron ante la superioridad numérica del enemigo. Una flecha envenenada atravesó a Rebelho, hijo bastardo de Magallanes, que al verlo muerto se adelantó al escuadrón de cristianos metiéndose enloquecido entre los indígenas que lo acorralaban. Gritó exhausto a sus compañeros que se retirasen a los barcos. Otras versiones dicen que huyeron al verse sitiados. Sea como fuere, allí quedaron los cuerpos de siete cristianos y del capitán general, atravesado por una

lanza sobre la que exhibieron su cabeza. Posteriormente, y como era costumbre de la tierra, se harían tatuar en sus cuerpos la victoria sobre el enemigo. Esta práctica los clasificó como tierra de pintados (figura 1.18); que años después describió magistralmente el jesuita Francisco Ignacio Alcina (1610-1674). El 1 de mayo de 1521, el rajá Humabón invitó a comer a los cristianos con el cebo de entregar oro y piedras preciosas para el rey de Castilla, pero con la intención de aniquilarlos; al parecer, instigado por el esclavo malayo del difunto Magallanes. Aceptaron 27 tripulantes; los demás, desde las naos, escucharon gritos de auxilio y, conscientes del peligro, levaron anclas y abandonaron Zubu. Años después se supo que al menos ocho sobrevivieron y fueron

vendidos como esclavos a unos chinos que comerciaban allí con sus juncos (Díaz Alonso). Bohol, Butuán, Cagayán y Palaoan, 2 de mayo - 7 julio de 1521 La Armada, muy mermada y al mando de Juan Carvalho como capitán general y Espinosa como capitán de la Victoria, recaló en varias islas. En Bohol, a dieciocho leguas de Zubu, resolvieron quemar la nao Concepción por falta de hombres que la tripulasen. Con solo dos naves, la Trinidad y la Victoria, pusieron rumbo al suroeste costeando la isla de Panilongón (Panglao), cuyos habitantes eran negros “como los etíopes”. Anclaron en Butuán donde el rey invitó a Pigafetta a su casa, a la que se 27

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Figura 1.19. El gallo de pelea aún tiene gran importancia en la vida del filipino. Fotografía: Belén Bañas.

accedía a través de un caudaloso río, en canoa de remos, donde “bogaban cantando”. Llegaron de noche y los recibieron con antorchas impregnadas de resina (anime). De vuelta, vio: “[…] en un montículo, tres hombres colgados de un árbol, y respondieron que eran malhechores […]”. Desde Bohol pasaron a Cagayán (Cagayán de Joló), que en junio de 1521 era un lugar casi desierto, habitado por moros desterrados de la gran isla de Burné que tenían puñales de oro, pero escasos víveres. Según Pigafetta, siguieron rumbo oeste-suroeste. La trayectoria que siguió la Armada durante las siguientes semanas confirma que estaban perdidos y hambrientos, por lo que se plantearon: “[…] abandonar los navíos y establecernos en cualquier tierra, para terminar en ella nuestros días […]”. Finalmente, atracaron en Palaoan (Palawan), una isla de promisión donde cocinaban el arroz en troncos de bambú, había raíces parecidas a los nabos y peleas de gallos (figura 1.19), tan populares hoy en todo el sureste asiático. Pasaron luego por Balábac, donde uno de los barcos chocó contra un arrecife. Isla de Burné (Borneo), 8 de julio de 1521 El 8 de julio fondearon en la ciudad de Burné (Brunei), donde había canela y alcanfor: “[…] y dicen que cuando mueren se embalsaman con ella [resina] […]” (Albo). Calafatearon las naves con

una mezcla de aceite de coco y cera. Al día siguiente, Siripada, el rajá de Burné, recibió en su palacio a una delegación encabezada por Elcano y Espinosa, a los que acompañaba el hijo de Carvalho, montados sobre dos elefantes. El rajá, protegido en su palacio, estaba sentado ante una mesa con un niño, mascando betel, acompañado de mujeres, y al que había que hablar a través de una especie de cerbatana. Según Pigafetta hablaba malayo; y estaba rodeado de diez amanuenses: “chiritoles” o “xiritoles” —jurutulis, en malayo—, que escribían sobre: “[…] cortezas de árbol muy delgadas […]”. Probablemente sea la “morera del papel” (Broussonetia papyrifera), muy utilizada en todo el sureste asiático. Utilizaban vino de arroz y la moneda “pici”, de bronce, perforada en el centro para ensartarla, con cuatro caracteres chinos, en una de sus caras. El rajá estaba en continuas luchas con los gentiles de la isla, más numerosos, y a los que cortaban las cabezas, que luego exhibían. Fernández de Oviedo relata que: “[…] los de esta isla son gentiles, dicen que el sol es señor del día y la luna de la noche, y que él es macho y ella hembra”; y Transilvano añade: “[…] estas gentes adoran al sol y a la luna, a quienes tienen por sus verdaderos dioses, y a ellos hacen sus oraciones demandándoles que les den hijos y abundancia de ganados y frutos de la tierra […]”. Tres semanas después de haber entrado en Burné, Carvalho ordenó

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apresuradamente que las naos se hicieran a la vela dejando a varios compañeros en la isla, entre ellos su propio hijo. Fue destituido y “puesto en prisiones”. Posteriormente y “por votos de la gente”, el 16 de septiembre de 1521, Espinosa pasó a capitanear la nao Trinidad y Elcano la nao Victoria, que junto a Juan Bautista de Ponceroni, maestre de la Trinidad, dirigieron los destinos de la Armada, a modo de triunvirato. Desde Burné pusieron rumbo al Maluco a través de un intrincado laberinto de islas del archipiélago de las Zoló (Joló) y Taghima (Basilan). El 30 de septiembre de 1521 abordaron un junco donde iba el rajá de Palaoan (Palawan), que mantuvieron como rehén en las naos a cambio de viandas (“patente de corso”). El lunes 7 de octubre se consumó el intercambio, que ambos cumplieron escrupulosamente; y el 28 tocaron de nuevo en Cagayán, donde tomaron un piloto que los llevó a Sarangani: “[…] y a viva fuerza cogimos dos pilotos para que nos condujesen a las islas Maluco […]”, como efectivamente hicieron: “[…] no debe extrañar nuestra gran alegría al ver estas islas, si se tiene en cuenta que hacía veintisiete meses menos dos días que corríamos los mares […]” (Pigafetta). Isla de Tadore (Tidore). Islas Maluco (Molucas), 8 de noviembre de 1521 Cuando llegaron a las ansiadas islas de las Especias, los navegantes eran

espectros de sí mismos. Poco a poco se fueron recuperando gracias al trato con sus reyes, de “secta mahomética”, que habían llegado a las islas cincuenta años antes, según Pigafetta; y con los que establecieron, en nombre de Carlos I, Capitulaciones de paz y amistad para el intercambio de la especiería. El 16 de noviembre recibieron la visita del rajá de Giailolo (Halmahera), Jussu o Luzuf; y el 29 el de Machián (Makian); el 7 de diciembre los visitaron tres hijos del rajá de Tarenate (Ternate), con sus mujeres; y el 15 el rajá de Bachián (Bacán). Estos líderes islamizados conformaban pequeños sultanatos hereditarios que controlaban el mercado del clavo de olor, disfrutaban de varias esposas (figura 1.20), de numerosos hijos y de una buena calidad de vida. Por el contrario, los pobladores originarios de las islas, los gentiles, eran: “[…] humildes y de gran bajeza, gente puerca e sucia, sin crianza ni policía […]”, que vivían en: “[…] unas chozuelas muy bajas y pobres y creen que no hay más que nascer e morir […]” (Pigafetta). Se alimentaban de sagú (Metroxylon sagu), pescados y carne de papagayos; habían huido a las montañas tras la llegada de nuevas oleadas de pobladores procedentes de los territorios actuales de Malasia, Indonesia o Borneo. El cronista italiano recopiló más de cuatrocientas voces de Maluco.

Figura 1.20. Maluco (Códice Boxer, c. 1590). Fuente: Biblioteca Lilly, Universidad de Indiana (Estados Unidos).

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Figura 1.22. Juan Sebastián Elcano (Guetaria, c. 1587 - Océano Pacífico, 6 de agosto de 1526). Fuente: Museo Naval de Madrid.

Figura 1.21. Mujer mascando buyo, Bóntoc (Filipinas). Fotografía: Belén Bañas.

La Armada entregó al rajá de Tadore un estandarte real y un sello, con la firma de Carlos I, y realizaron una ceremonia de amistad sobre un “lujoso” Corán y un crucifijo. El rajá-sultán Manzor propuso llamar Castilla a la isla; y les solicitó que mataran los cerdos que llevaban en las bodegas, a cambio de cabras. El trueque con los juncos que se acercaron a las naos fue rico y variado: cabras, gallinas, plátanos, cocos, jengibre, almendras, naranjas, limones, miel y, sobre todo, arroz. Las naos cargaron agua: “[…] de unas cañas que nacen entre las rocas [bambú] […]” (Pigafetta). También aquí mascaban el buyo, como signo de hospitalidad y como parte fundamental de sus rituales de nacimiento, matrimonio y muerte (figura 1.21).

De vuelta a España, 21 de diciembre de 1521 Cargadas las naves de clavo (unos 521 quintales), en la vela mayor dibujaron una gran cruz de Santiago y en el faldón el lema: “Esta es la figura de nuestra buenaventura”. Todo listo, el 18 de diciembre prepararon el regreso. Pero la nao Trinidad, con la quilla quebrada y una vía de agua, no puede navegar. Será la Victoria, capitaneada por Elcano (figura 1.22), con 47 cristianos y 13 orientales, la que partirá hacia España aprovechando el monzón de invierno. Efectivamente, ponen “rumbo al sur” y, antes de llegar a Timor, donde compraron sándalo para regalar al emperador y desertaron dos castellanos y dos orientales, hicieron escala en una isla

del archipiélago de las Barat Daya (islas de la Sonda) para reparar la Victoria. Con cartas de navegar portuguesas, que les inducen a confusión, fueron circunvalando las aguas del océano Índico en dirección a África, que pertenecían a la demarcación portuguesa del Tratado de Tordesillas, que incumplieron. La dura travesía se hizo interminable, sin escalas, ya que la nao no quiso pasar por las cercanías de las colonias lusas por temor a que los apresaran. El calor sofocante se alternó con el frío, las enfermedades y la muerte. Sin apenas fuerzas, cada doce horas achicaban agua de la destartalada nao. Por fin, el 16 de mayo de 1522, doblaron el cabo de las Tormentas (Buena Esperanza), donde: “[…] se partió el mástil y verga del trinquete […]” (Albo); y el 22 de mayo pusieron rumbo noroeste, en el Atlántico, cortando la línea equinoccial el 8 de junio. Fallecieron 15 europeos y 7 orientales. Esta situación agónica les obligó a buscar el consenso, según los llamados Roles de Olerón: “[…] llamaron a la

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gente para que dieran sus pareceres […] por tomar mantenimientos, y así deliberamos […]” (Albo). Acordaron hacer escala en la colonia lusa de Cabo Verde. Fondearon el 9 de julio, que en realidad era el 10, en Cidade Velha, del Concelho da Ribeira Grande de la isla de Santiago, 34 nautas. Adquirieron viandas; pero al intentar comprar esclavos para el achique con clavo de olor fueron apresados 12 europeos y un oriental. Abandonaron la isla el 15 de julio. El 6 de septiembre de 1522, enfermos y agotados, con las camisas rotas y descalzos, 18 europeos y 3 orientales arribaron a Sanlúcar de Barrameda, después de rodear el mundo y recorrer 14.460 leguas en casi tres años. En la nao Victoria, el capitán Juan Sebastián Elcano escribió al monarca para informar de lo acontecido en el viaje: “[…] queriéndonos partir de las Islas de Maluco a la vuelta de España […] determinamos de morir […] con una sola nao […] estando tal de bromas [moluscos minadores] como Dios quería […]”. Y añade que han “descubierto” las islas donde nace el clavo, la nuez moscada, el “camphora e canela e perlas”. Una nueva ruta al mercado asiático se había establecido. El día 8 de septiembre llegaron a Sevilla (figura 1.23) donde, con un cirio en la mano, fueron a dar gracias a

Nuestra Señora de la Victoria, en el barrio de Triana, a quien se habían encomendado durante el viaje. El emperador escribió a Elcano desde Valladolid el 13 de septiembre: “[…] para que vaya a darle cuenta de su viaje […] acompañado de dos personas […] las más cuerdas y de mejor razón”. Eligió a Albo y a Bustamante. Ignoró a Pigafetta, quien no lo citó en su Crónica del viaje. El capitán, el piloto y el barbero obsequiaron a Carlos I con cañas de canela, nuez moscada, clavo y sándalo; armas indígenas (espadas, lanzas, arcos

Figura 1.23. Regreso de los supervivientes de la primera vuelta al mundo (Sevilla, 8 de septiembre de 1522) según el lienzo de Elías Salaverría (1919). Fuente: Museo Naval de Madrid.

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Figura 1.24. Escudo de Juan Sebastián Elcano otorgado por Carlos V después de circunnavegar el globo por primera vez en la historia. Fuente: Wikipedia.

Figura 1.25. Firma de Juan Sebastián Elcano. Fuente: Wikipedia.

y flechas); pan de sagú y un ave disecada, casi mítica, de extraordinario plumaje, la “manucodiata” o ave del paraíso (Avis paradisiaca), porque suponían que de allí venía. El 5 de octubre, Maximiliano Transilvano, secretario de la Cesárea Majestad, los recibió para que le narraran el viaje: “[…] con tanta fe y sincera fidelidad […]”. Posteriormente inmortalizó el relato en su crónica, en latín, De Moluccis Insulis (1523).

Sebastián Elcano, en 1523, un escudo de armas (figura 1.24) que tiene por cimera un “globo de oro” con una leyenda que dice “Primus circumdedisti me” (“El primero que me rodeaste”) y, bajo el yelmo, en el escudo: “[…] un castillo de oro en campo de gules, y en su mitad inferior campo dorado con dos palos de canela formando aspa, tres nueces moscadas y doce clavos de especia”, como símbolos imperecederos de los exóticos aromas de Oriente.

A modo de epílogo

Posdata

Estos intrépidos y sufridos hombres de su tiempo abrieron la puerta a lo que hoy denominamos globalización; y fueron la bisagra, el cordón umbilical de los últimos coletazos de la Edad Media con los albores de la Edad Moderna. Sus barcos dejaron a popa un mundo impregnado del temor a la Inquisición y a las hambrunas provocadas por las continuas guerras en Europa. Asimismo, dejaron atrás las secuelas de la costosa consolidación del territorio peninsular, amén de las discordias con Portugal. Y, a proa, añoraron el “otro lado de la luna”, un mundo más grande no solo en leguas sino en conocimientos. En sus roídos fardos trajeron algo mucho más valioso que las especias: la constatación de la unidad del género humano, de la diversidad de culturas y de la esfericidad de la tierra; por ello, el rey Carlos I de España entregó a Juan

Una vez comprobada la esfericidad de la Tierra, era necesario establecer el antimeridiano de demarcación del Tratado de Tordesillas, que hoy sabemos corresponde a los 180º, pero en el siglo XVI era imposible determinarlo. Efectivamente, la latitud la obtenían con astrolabios, cuadrantes y ballestillas, pero la longitud geográfica no podían calcularla, ya que el reloj marino no aparece hasta el siglo XVIII. No obstante, para intentar solucionarlo, en 1524 se celebró la Junta de BadajozElvas, sin éxito. En 1526, el emperador Carlos se casó con Isabel de Portugal. Y el 22 de abril de 1529 se firmó el Tratado de Zaragoza, en el que Carlos I y Juan III delimitaron las zonas de influencia portuguesa y española en Asia. Portugal compró los derechos de las islas de Maluco a España por 350.000 ducados de oro.

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Pablo Vargas Gómez

2. ¿Por qué eran importantes las especias? “También hay mucho axí, que es su pimienta, d’ella que vale más que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana; pudiéranse cargar cincuenta carabelas cada año…” Cristóbal Colón, Diario, 15 de enero de 1493

L

especias tropicales desencadenaron la globalización. Las conexiones entre Europa, Asia y África habían ido creándose lentamente durante milenios debido al comercio de distintos productos, entre los que se encontraban las plantas. Sin embargo, faltaba un gran continente por incluir. La búsqueda de las especias tropicales propició el descubrimiento de América y, con ello, el cierre del círculo en la conexión entre todos los territorios del globo terráqueo. Hay que tener en cuenta que el uso actual de las especias tropicales es muy diferente al de entonces. Las especias eran muy escasas y tenían un valor semejante al de las piedras preciosas, por lo que se pagaban verdaderas

as

fortunas por cargamentos de pimienta, canela, clavo o nuez moscada. El ímpetu en buscar nuevas rutas comerciales de las especias durante la Edad Moderna tenía dos motivaciones complementarias: los reyes europeos querían encontrar nuevas rutas y los navegantes hacer fortuna en ultramar. Tanto era su afán por explorar, que en las primeras expediciones solía morir gran parte de la tripulación debido a accidentes, desnutrición y combates con las poblaciones nativas. Nos encontramos pues ante un periodo convulso en el que la ambición por las especias produjo travesías mucho más largas, y con ellas descubrimientos de nuevas tierras y gentes. Por todo esto, es difícil entender el éxito de la primera 33

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vuelta al mundo sin antes considerar unos antecedentes básicos sobre las especias.

Especias no solo para dar sabor a los alimentos

Figura 2.1. Bacalao en salazón tal y como se vende en la actualidad en España (Tres Cantos), similar a como se conservaba el pescado en el Mediterráneo desde hace milenios. Fotografía: Pablo Vargas.

Muchos libros y documentales nos explican que en la Edad Media las especias tenían un uso como el actual, es decir, para dar sabor a los alimentos. Esto es cierto, pero solo en parte. Antiguamente la comida podía resultar monótona, por lo que la gente con recursos económicos suficientes podía llegar a mejorar algunos platos que, de lo contrario, resultaban muy insípidos: al especiarlos se conseguía mejorar el sabor y disfrutar más de la comida. Pero hay que tener en cuenta que en Europa ya había muchas hierbas que servían para especiar, particularmente las plantas aromáticas que procedían de los países mediterráneos. Entonces, ¿qué tenían de particular las especias asiáticas? Y, más específicamente, ¿para qué se empleaban las especias en la Edad Media? Incluso se asegura que en ocasiones valían tanto como el oro. Detectamos seis factores principales que en conjunto explicarían el valor comercial que alcanzaron las especias: • Proporcionar nuevos sabores a una comida monótona e insípida. Los sabores de la variada comida fresca que tanto caracterizan hoy en día a

las cocinas portuguesa y española apenas se apreciaban entonces, al ser común que los alimentos perdieran su aroma y sabor. Esto no les ocurría tanto a los reyes y nobles, pues la comida era fresca en sus mesas, pero sí a otros estamentos sociales medios y bajos que debían contentarse con las especias locales para dar sabor a una comida estropeada. • La conservación de los alimentos siempre supuso un problema en la historia de la humanidad; y estas nuevas especias tropicales ayudarían a alcanzar una más óptima. Sin embargo, en la Edad Media las culturas europeas ya tenían formas muy eficaces de conservar la comida (recuadro 2.1) (figura 2.1). • En la Edad Media las medicinas eran escasas y su eficacia se confundía entre mitos y creencias varias (recuadro 2.2). Ni que decir tiene que los medicamentos procedían de las plantas, y con ellas se intentaba combatir enfermedades que, sin embargo, diezmaron la población europea durante siglos. De ahí la gran esperanza depositada en las plantas de los trópicos lejanos, pues tenían nuevos compuestos que ayudarían a curar, o al menos aliviar, dichas enfermedades. • Hay que considerar también motivos históricos. Los árabes, tras haber monopolizado el comercio con Asia durante siglos, popularizaron una

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imagen de misticismo alrededor de todos los productos que venían de Oriente y, en particular, de las especias. Mucha gente quería disponer de ellas (figura 2.2). • Los europeos que ya gozaban de las virtudes de las especias asiáticas formaban parte de los estamentos sociales más altos: reyes, nobles y clero. Sin duda adquirir especias era mostrar a los demás enriquecimiento y poder. • No hay que olvidar los motivos socioeconómicos y laborales en este tipo de análisis. Debido al descubrimiento de América, la mano de obra empezó a escasear en Europa, pues muchos emprendían la aventura de enriquecerse en ultramar. Además, empezaron a llegar a Europa riquezas del Nuevo Mundo. Un mayor poder adquisitivo de ciertos estamentos de la sociedad explicaría una mayor demanda, y con ello, un encarecimiento de las especias. Sea como fuere, hay que considerar que las especias tenían utilidades más allá de condimentar alimentos.

¿Por qué eran caras las especias? Dado que hoy día usamos las especias en la alimentación humana de manera sencilla y barata, por una parte pensamos

que este tipo de plantas solo se ha empleado para dar sabor a los insípidos alimentos, pero por otra no entendemos bien los altísimos precios que alcanzaron en el siglo XVI. Los pequeños lugares de procedencia de las especias hacían que hubiera una producción reducida y situada en territorios remotos, dificultades que producían necesariamente un encarecimiento en su transporte y comercialización. Había un lugar que sobresalía sobre cualquier otro en Asia por la concentración de especias, al que se llamaba entonces la Especiería. Se trataba de un área situada entre la India y las islas Molucas llena de peligros y dificultades, pero también de riquezas y misterios. No solo la Especiería se encontraba a miles de kilómetros, sino que también tenía un clima tropical muy diferente al de Europa. Esta situación se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando se comprobó que estas plantas asiáticas se podían cultivar en territorios tropicales diferentes a los de las regiones de procedencia. Bien es conocido el monopolio que tenía España con la vainilla del Yucatán, que después se sustrajo y cultivó en la isla de la Reunión (Francia) (Vargas, 2004). Igualmente el monopolio de Portugal con el árbol del caucho de Brasil, que luego los holandeses plantaron en Java y Sumatra; o los indios, que vieron cómo los malayos cultivaron la pimienta de la costa de Malabar en sus propios

Figura 2.2. Portada del famoso libro medieval titulado Las mil y una noches en una edición al español de 1962. Esta obra se tradujo a casi todos los idiomas europeos desde su primera compilación (c. 850) y tuvo un gran impacto en la fantasía de las culturas medievales. Fotografía: Pablo Vargas.

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Europa rM edi terr án

Ma

eo

Egipto

China

Persia Arabia

India

Somalia Océano Índico Java

Figura 2.3. Rutas comerciales existentes entre Asia y Europa desde la Antigüedad, bloqueadas por el Imperio otomano en 1453. En rojo se ilustra la red de rutas de la seda (terrestres), mientras que en azul se señala la red de rutas de las especias (marinas). Fuente: Wikimedia Commons.

territorios. De la misma manera, en la actualidad se produce mucha especia tropical en lugares diferentes a los de origen, como el clavo y la nuez moscada de las islas Molucas (Indonesia) en grandes plantaciones de Java, Bali, Sumatra y Sulawesi; la vainilla de México en Madagascar e Indonesia; y la pimienta de la costa de Malabar (India) en Vietnam, Indonesia y Brasil. Todos estos cultivos permitieron ir disponiendo de estas plantas en abundancia siglo tras siglo y así abaratar mucho los precios. La carestía como consecuencia de la distancia, junto con la fuerte demanda de la época en Europa, hizo que las especias asiáticas alcanzaran unos

precios desorbitados. Diversos cálculos de economía alimentaria estiman un aumento del 3.200% entre la compra de pimienta en Calcuta y su venta final en Venecia. Para hacernos una idea, la venta de cocaína desde Colombia a Estados Unidos no se aproxima hoy día a esos porcentajes. En el siglo XV, cuanto más alejado estaba el país europeo de los puertos de embarque del este del Mediterráneo (Alejandría, Estambul), más se encarecía el comercio de las especias. Incluso dentro de Europa se ha estimado que los precios de las especias que llegaban al puerto de Marsella se incrementaban en más de un 60% al llegar a Inglaterra (Vela, 1950). Por lo tanto, los costes de las especias orientales en los países de Europa occidental (Inglaterra, Portugal y España) siempre fueron prohibitivos para la mayor parte de la población debido a la compleja cadena de mercaderes y puertos intermediarios.

La ruta de las especias La ruta histórica que conectaba Asia con Europa y el Norte de África permitió el intercambio de mercancías desde tiempos inmemoriales. Ya desde el Paleolítico hubo un intenso comercio entre Europa y Asia a través de rutas terrestres, que más tarde recibieron distintos nombres según las mercancías:

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ruta del jade, ruta de la seda y ruta del incienso. Sin embargo, la ruta de las especias fue predominantemente marítima al conectar las costas de la India con Oriente Próximo (figura 2.3). Tras una breve ruta terrestre, las especias se embarcaban en los puertos del este del Mediterráneo (Alejandría, Constantinopla), desde donde se distribuían por los países del área. Desde el surgimiento del islam (siglo VII) hasta bien entrado el siglo XV, los comerciantes árabes se hicieron con el control de una compleja red de transporte que permitía el flujo de mercancías entre Asia y Europa. Tantos siglos de comercio fueron truncados por la caída del Imperio bizantino (1453) y el control de la ruta por el Imperio otomano, que estranguló la distribución de las especias a Europa. Precisamente, causas socioeconómicas de este tipo fueron las que forzaron a los europeos a explorar nuevos territorios navegando a través de grandes océanos en búsqueda de nuevas rutas.

Las rutas comerciales promueven la navegación Durante la Edad Media los países europeos mantuvieron un intenso comercio a través del mar. Por ello, no es de extrañar que tanta navegación facilitara el descubrimiento de islas atlánticas periféricas que se han venido a llamar Macaronesia. El éxito en el

descubrimiento de Canarias (1312), Azores (1420) y Cabo Verde (1460) sin duda debió animar a los navegantes portugueses primero, y a los españoles después, a considerar que existían tierras incluso más allá de estos archipiélagos. Todo ello, junto al convencimiento, durante el siglo XV, de que la Tierra era redonda, impulsó exploraciones aún más lejanas y audaces en todas direcciones. Ya en la Grecia antigua muchos sabios no solo consideraron la esfericidad de la Tierra, sino que algunos incluso llegaron a obtener medidas concretas que les permitieron calcular su circunferencia. Entre ellos destacan, por su gran influencia en los navegantes del siglo XV, dos autores: Eratóstenes (c. 276 - c. 194 a. C.) y, sobre todo, Ptolomeo (c. 100 - c. 170 d. C.). En el siglo XV imperaba la tesis de Ptolomeo, quien ya plasmara distancias concretas en su Cosmographia. Mientras que las latitudes resultaron ser bastante exactas, el geógrafo alejandrino calculó unas longitudes del globo terrestre inferiores a las reales. Como consecuencia de ello, unas menores distancias animaban a los navegantes del siglo XV a explorar cada vez más allá, si bien estos cálculos erróneos llegaron a ser demasiado optimistas y a su vez catastróficos. Entre las fatídicas consecuencias de aquellos errores de cálculo se encuentra, por ejemplo, el gran coste de vidas humanas durante la primera vuelta al mundo,

pues hasta 80 personas murieron por enfermedad, principalmente de escorbuto. Así, se ha estimado que solo en el trayecto desde el estrecho de Magallanes hasta Filipinas (Cebú) murieron 19 personas aquejadas de este mal (Almazán, 2018). Ya habiendo comprobado que la Tierra era redonda, quedaron convencidos de que las mediciones de Eratóstenes eran más aproximadas. Sea como fuere, la exitosa expansión ibérica por el océano Atlántico y unos cálculos optimistas de las longitudes proporcionaron los antecedentes fundamentales de la primera vuelta al mundo y, como consecuencia, el inicio de una gran globalización comercial.

Las especias propician el descubrimiento de América El descubrimiento de América tuvo una motivación fundamentalmente botánica: Cristóbal Colón se tropezó con todo un nuevo continente en su afán por hallar una ruta alternativa al comercio de las especias. El objetivo del proyecto fue, pues, dar con una ruta directa a Asia por occidente. En 1492, el territorio que primero encontró Colón fueron las islas del Caribe (Bahamas), por lo que pensó que había llegado a las Indias, es decir, a la India y territorios circundantes. De hecho, demostró un gran empeño en encontrar las especias 37

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Figura 2.4. La guindilla, chile o ají es un tipo de pimiento rojo picante que procede de América, si bien se ha integrado tanto en las cocinas asiáticas que se puede comprar con facilidad en los mercados centrales y callejeros junto con otros frutos, como en el de Cebú (Filipinas). Fotografía: Pablo Vargas.

embargo, Colón habla de su encuentro con la supuesta Especiería de forma insistente, e incluso sus hombres más cultos (Hernando Colón, Michele de Cuneo, Álvarez Chanca y Guillermo Coma) hicieron esfuerzos por relacionar la flora del Caribe con la flora de las Indias, a pesar de sus limitados conocimientos botánicos. De hecho, Colón murió convencido de que había llegado a las Indias por una ruta alternativa que repitió durante sus cuatro viajes. Aunque Colón fracasó en este aspecto y no pudo satisfacer la necesidad de Isabel la Católica de encontrar las codiciadas especias asiáticas, el interés por una ruta alternativa propició el descubrimiento de un nuevo continente que proporcionó muchas más riquezas a la postre, incluyendo nuevos alimentos y nuevas especias. asiáticas más apreciadas en Europa como testimonio de su llegada a las supuestas Indias. Pero la distribución de las especias muy pocas veces comprende Asia y América a la vez, y ninguna de las que buscaba era común. Para poder convencer a los Reyes Católicos, Colón

llevó a Castilla frutos y cortezas de plantas con cierto parecido a las especias asiáticas (jengibre, canela y nuez moscada) como prueba de su éxito, aunque muchos desconfiaron desde el principio de su autenticidad (Pardo Tomás y López Terrada, 1993). Sin

Las especias de América Gracias al afán por encontrar especias tropicales, durante los cuatro viajes de Colón se transportaron a Europa hasta

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media docena de plantas útiles, incluyendo muchas comestibles (maíz), textiles (algodón), colorantes (bija) y medicinales (tabaco) (Pardo Tomás y López Terrada, 1993). La mitad de las plantas llevadas a Europa eran de tipo alimentario, entre las que destacan la piña tropical (que luego verían los navegantes de la primera vuelta al mundo en Brasil), el maíz y la yuca; plantas sin duda muy importantes, pero que a Colón no lo sacaron de su decepción. Tres especias les animaron a seguir buscando: una “canela”, una “nuez moscada” y el ají. En realidad lo que encontraron fueron cortezas de una especie caribeña (seguramente Canella winterana) que tiene compuestos que les recordaban al compuesto activo de la verdadera canela (cinamaldehído) (Gutiérrez Colomer, 1951). El árbol (y su corteza) de otra especie caribeña del género Myristica (ahora denominado Virola) se parecía ciertamente al árbol

asiático de la nuez moscada (Myristica fragrans). Pero sin duda la especia más importante que encontraron en América fue el axí o ají (chile), que Colón señaló como planta picante de consumo generalizado por los indígenas. También indicó que esta planta “era su pimienta” por las características picantes y valor alimentario, de manera que esta similitud llevó a conocer al ají primero como “pimienta de los indios” (Fernández de Oviedo, 1525) y después pasó a llamarse “pimiento” a cualquier variedad de la especie americana. Tanto era el atractivo histórico de la pimienta (recuadro 2.3) que en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua se pueden encontrar hoy día diferentes nombres que aluden a falsas pimientas: pimienta de Tabasco (Pimenta dioica, mirtáceas), pimienta rosada (Schinus terebinthifolius, anacardiáceas) o pimienta loca (Vitex agnus-castus, verbenáceas).

El ají, chile o guindilla eran variedades del pimiento (Capsicum anuum), ya domesticado 3.000 años antes por los indígenas centroamericanos y sudamericanos (Larson et al., 2014). Fue, como hemos visto, la primera especia que llegó a Europa desde América, y tuvo gran acogida desde el principio, pues se pudo cultivar en muchos países del Viejo Mundo al tratarse de una planta anual (no es necesario que sobreviva al invierno europeo). Seguro que Colón se quedaría sorprendido si viera la enorme comercialización del chile desde el principio, y que no ha cesado hasta nuestros días. Irónicamente, el ají es un componente omnipresente en las cocinas no solo americanas sino también asiáticas, pues lo encontramos en combinación con otras especias locales en la cocina india, tailandesa, indonesia y filipina (figura 2.4).

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Para saber más Recuadro 2.1. Especias y conservación de alimentos Los alimentos siempre se han conservado mal, especialmente la carne y el pescado. Las bacterias, ávidas de proteínas y azúcares, descomponen rápidamente los alimentos, de manera que hay que conservarlos de alguna manera y, sobre todo, durante la navegación. Esta era una preocupación mayor, aunque ahora nos cuesta entenderlo bien porque disponemos de potentes frigoríficos, conservantes artificiales y métodos de envase al vacío. En la historia antigua europea había cinco formas básicas de preservar los alimentos, eficaces métodos que también se utilizan hoy día: (1) el secado, característico de los embutidos (cecina, jamón); (2) con sal, especialmente el pescado (bacalao, sardinas); (3) con vinagre, como los escabeches y encurtidos (boquerones, atún, pepinillos); (4) ahumados de quesos y carnes (chorizo, panceta) y pescados (atún, salmón); y (5) inmersión en líquidos como el aceite (quesos) y vinos (fruta). Precisamente, el alcohol del vino se añadía al agua para conseguir un brebaje medianamente potable durante las travesías de los siglos XV y XVI. Sin embargo, un problema culinario de la época era que los procesados de conservación obligaban a intensificar cualquiera de estos cinco tratamientos, por lo que el sabor original de los alimentos se modificaba considerablemente. En Europa encontramos algunas especias que modifican el sabor de la comida pero que no tienen una buena función de conservación. Entre ellas destacan las de la familia de las labiadas (tomillo, orégano y albahaca) (figura 2.1.1A) y umbelíferas (hinojo, perejil y cilantro) (figura 2.1.1B). También había ciertas especias asiáticas que podían aplicarse en pequeñas dosis de manera que añadían nuevos aromas, potenciaban el sabor y conservaban algo más los alimentos. Pero esta última característica no parece haber proporcionado una función destacada a las especias, pues no fueron ni mucho menos tan eficaces como los cinco métodos de conservación mencionados. Además, nadie podría pagar grandes cantidades por las carísimas especias necesarias para poder conservar las enormes cantidades de carne y pescado que se producían. En definitiva, las especias asiáticas siempre fueron caras y muy codiciadas, de tal manera que productos de Asia en general, y de la India en particular, se han considerado hasta hace poco un “lujo asiático”.

A

B

Figura 2.1.1. Las especias europeas abundan en países mediterráneos y proceden de plantas principalmente pertenecientes a dos familias botánicas: labiadas, como el tomillo aceitunero (Thymus zygis) (A); y umbelíferas, como el hinojo (Foeniculum vulgare) (B). Fotografías: Modesto Luceño.

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Recuadro 2.2. Plantas supersticiosas o curativas: la teoría del signo Como hemos visto, uno de los usos más buscados en las especias tropicales fue sanar a los enfermos. Desde la prehistoria se conoce que las plantas poseen compuestos activos que sirven para curar enfermedades. Sin embargo, la utilidad de las plantas para curar siempre estuvo mezclada con misticismo y magia, de manera que había muchas creencias no comprobadas pero que imperaban en la Edad Media. El objetivo era encontrar un remedio que sirviera para muchas enfermedades (panacea). Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, las gentes creían en la teoría del signo (o teoría de las signaturas), por la que la naturaleza mostraba sobre las plantas una señal relacionada con el mal a curar (Font Quer, 1961). De esta manera, una forma acorazonada de la hoja servía para curar el corazón, una mancha oscura y redonda para curar los ojos, y así sucesivamente. Esta creencia aún tenía más predicamento si los signos que aparecían en la naturaleza representaban señales divinas. Egipcios, griegos, romanos, árabes y muchas más culturas del Viejo Mundo siguieron la teoría del signo hasta sus últimas consecuencias. Desde el inicio de nuestra era, la obra más influyente fue De materia medica, del griego Pedanio Dioscórides (siglo I), pues tuvo una enorme repercusión hasta bien entrada la Edad Media y en siglos posteriores. En esta obra se recogen 600 plantas útiles con indicaciones de usos eficaces junto a creencias de la época, incluidas las del signo. Tanta influencia tuvo la teoría del signo que incluso el propio Linneo otorgó nombres científicos de género a dichas plantas: Pulmonaria (con referencia al pulmón), Hepatica (hígado), Orchis (del griego “testículo”) (figuras 2.2.1A, 2.2.1B y 2.2.1C). Pero no hay que remontarse a milenios atrás para encontrar este tipo de creencias. Aún hoy día muchas culturas africanas, asiáticas y americanas creen que los animales, las piedras y sobre todo las plantas muestran indicios (signos) que desvelan sus virtudes: ni que decir tiene la peligrosidad de estas prácticas.

A

B

C

Figura 2.2.1. La teoría del signo, creencia por la cual se pensaba que la naturaleza muestra formas de las plantas similares a las del órgano del enfermo o mal a curar, aún estaba muy extendida por la Europa del siglo XVI: (A) Flores y hojas con moteado de la pulmonaria (Pulmonaria longifolia); (B) Flores y hojas características de la hepática (Hepatica nobilis); y (C) Dos tuberculitos de una orquídea (Orchis coriophora). Fotografías: Modesto Luceño y Fernando Estévez.

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Recuadro 2.3. Pimienta, la especia más codiciada en la historia Sin duda, la pimienta fue la especia más codiciada desde la Antigüedad. De manera más o menos discontinua se ha encontrado pimienta (Pipper nigrum) en restos arqueológicos del antiguo Egipto —por ejemplo, se han extraído granos en el mismo cuerpo embalsamado de Ramsés II (1.213 a. C.)— hasta la Era Moderna (figura 2.3.1). El desarrollo de la ruta comercial abierta por Alejandro Magno (356-323 a. C.) entre la India y Grecia estableció su comercialización definitiva por toda Europa. Solo los más adinerados podían comprarla; y así, en algunos momentos de la historia, por ejemplo en el siglo XVI, se dice que valía casi tanto como el oro. En cualquier caso se pagaban cantidades desorbitadas por sus frutitos, que eran también considerados el curalotodo de la Edad Media. Siempre hubo un gran secretismo no solo sobre las rutas que recorría la pimienta, sino también sobre las características de la propia planta (pimentero), de manera que reputados botánicos, como el médico segoviano Andrés Laguna (1510-1559), murieron sin poder conocer y describir el pimentero. Ahora sabemos que es una planta trepadora de hasta casi diez metros de longitud que se eleva sobre árboles tropicales. Sus ramas portan hojas de forma acorazonada con nervios convergentes. Las flores son pequeñas, verdosas y sin pétalos ni sépalos, aunque desarrollan numerosas flores (a veces más de 100) agrupadas en largos racimos. Los frutitos son drupas poco carnosas de donde se saca la pimienta. La pimienta negra procede de frutitos negros cuando se secan al aire. La pimienta blanca se extrae de la semilla, que tiene este color cuando los frutitos están maduros. Su distribución nativa es únicamente la costa de Malabar (India), si bien ahora se cultiva con gran éxito en China, Brasil e Indonesia. El compuesto activo de la pimienta (piperina) tiene funciones antisépticas y estabilizadoras (conservante natural). Cada frutito solo contiene entre el 5 y 10% de piperina y un efecto potente en relación con su peso, de manera que sirve para modificar el sabor de los alimentos Figura 2.3.1. El pimentero es una planta trepadora originaria

(picante) y tiene ciertas propiedades de conservación. En cualquier caso, la pimienta no tiene

de la India que hoy se puede ver en los invernaderos de

todos los efectos medicinales que la hicieron famosa en Europa durante tantos siglos, si

distintos jardines botánicos.

bien es calorífera, digestiva, diurética, absorbente y sudorífica. En la Edad Media muchos

Fuente: Real Jardín Botánico de Madrid.

consideraban la pimienta como la panacea, incluso para prevenir y curar la peste negra en la Corona de Aragón (Agramont, 1998).

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Pablo Vargas Gómez

3. Especias y especies “Nunca fue mi pensamiento formar un Tratado de plantas, digno de la luz pública…” Manuel Blanco, Flora de Filipinas, Manila, 1837 (figura 3.1)

L

primera vuelta al mundo tuvo un fin principalmente botánico y comercial, debido al interés económico de las especias procedentes del sudeste asiático. Se trató de un viaje estratégico que permitiría conseguir las especias a través de una ruta alternativa (oeste) a la diseñada por los portugueses sorteando el continente africano. Dado que todas las especias son de origen vegetal, se puede decir que la expedición fue eminentemente botánica y, por tanto, precursora de las expediciones botánicas que se realizaron durante el siglo XVIII a Nueva España (México), al Nuevo Reino de Granada (Colombia) y al Virreinato del Perú. Otras a

expediciones del periodo ilustrado (siglos XVIII-XIX) no solo tuvieron fines más científicos sino también intereses más diversos (geografía, antropología, geología, zoología). Por ello no deja de impresionar que uno de los miembros de la tripulación de la Armada, el italiano Antonio Pigafetta, que fuera a la postre un cronista excepcional al escribir en su diario de naturalista una relación detallada de las plantas y animales encontrados durante la circunnavegación, sobreviviera con sus escritos a pesar de todas las vicisitudes y penurias que afrontaron durante el viaje. 43

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A

Figura 3.1. La primera Flora de Filipinas empezó a publicarse en 1837 por Manuel Blanco, quien hizo un trabajo ímprobo a pesar de su humilde formación y escasos medios. La primera página muestra su impresión en Manila (A). La Flora incluía en su primera edición cientos de descripciones de especies, muchas de ellas de plantas útiles. De 1877 a 1880 se publicaría una tercera parte que incluía hasta 477 láminas a color, realizadas por tres artistas filipinos, como la que se muestra de la bananera (B). Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

B

Origen de los términos especias y especies La palabra “especia” procede del latín tardío species, y significaba originariamente “aspecto, apariencia”, si bien en la Edad Media pasó a significar “un tipo particular de cosas” e incluso “mercancía”. Más tarde divergió en castellano en dos palabras con escritura similar: especia y especie. Parece ser que “especia” derivaría de “especie” dada la importancia que cobraron las plantas aromáticas procedentes del sudeste asiático durante el siglo XVI. Un siglo después, Sebastián

de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana, o española, 1611) distingue las dos palabras en su sentido actual, donde recoge la siguiente definición para “especia”: “Drogas que vienen de las Indias, con que damos gusto y sabor a los guisados, como clavos, canela, xengibre, pimienta, y no solo estas pero cualquier otra cosa medicinal que se vende en boticas…”. En este sentido se mantuvo más tarde en el Diccionario de Autoridades (1726). No obstante, con el tiempo se fue precisando el significado hasta llegar al que encontramos hoy en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (2019): “Sustancia vegetal aromática que sirve de condimento”. Por ello, la FAO reconoce un elevado número de especies que son consideradas especias (tabla 3.1). Para “especie” encontramos muchos más significados, siendo uno de ellos: “Cada uno de los grupos en que se dividen los géneros y que se componen de individuos que, además de los caracteres genéricos, tienen en común otros caracteres por los cuales se asemejan entre sí y se distinguen de las demás especies”. En definitiva, especie y especia son palabras parónimas; es decir, que son similares pero no significan lo mismo, tal y como ocurre con otras palabras en botánica: herbario y herbolario, fruto y fruta, o flor y flora. Asimismo hay que advertir que el significado de especia puede ser diferente en cada lengua, de

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manera que en otros idiomas, caso del inglés, se incluyen condimentos de origen mineral como la sal.

Las especias antes de la primera vuelta al mundo Desde los inicios de la historia de la humanidad la conservación de los alimentos ha supuesto un gran problema debido a que la acción de las bacterias siempre estropeaba la comida. Por ello, todas las culturas humanas llegaron a distintas soluciones de conservación muy anteriores al invento de los frigoríficos. Las culturas mediterráneas usaban la sal para deshidratar y conservar tanto la carne como el pescado. Las culturas del resto de Europa apostaban más por los ahumados. También se disimulaba el sabor estropeado de la comida con hierbas silvestres, que servían como especias para sazonar todo tipo de alimentos. Hay pruebas antropológicas del uso de especias ya desde tiempos del ser humano prehistórico. Estas no solo disimulaban el posible olor y sabor a podrido, sino que también mejoraban su conservación. Los egipcios, griegos y romanos dispusieron de muchas hierbas culinarias para mejorar la alimentación durante siglos, y así se ha descubierto en numerosos yacimientos arqueológicos. Incluso hoy día las especias más usadas en la cocina mediterránea siguen siendo

Nombre común

Nombre científico

Distribución natural

Azafrán

Crocus sativus

Mediterráneo

Valor económico relativo (1998-2002) Secundario

Canela

Especies de Cinnamomum

Tropical, Asia

Primario

Cardamomo

Especies de Elettaria

Tropical, Asia

Secundario

Clavo de olor

Syzygium aromaticum

Tropical, Asia

Primario

Comino

Cuminum cyminum

Mediterráneo

Secundario

Coriandro

Coriandrum sativum

Mediterráneo

Secundario

Cúrcuma

Curcuma longa

Tropical, Asia, Polinesia

Secundario

Jengibre

Zingiber officinale

Tropical, Asia

Primario

Laurel

Laurus nobilis

Europa

Secundario

Menta (poleo, hierbabuena)

Especies de Mentha

Cosmopolita

Secundario

Mostaza

Sinapis alba / Brassica juncea

Europa / Asia

Secundario

Nuez moscada

Myristica fragrans

Tropical, Asia

Primario

Orégano

Origanum vulgare

Europa, Asia

Secundario

Pimienta

Piper nigrum

Tropical, Asia

Primario

Pimienta de Jamaica

Pimenta dioica

Tropical, América

Secundario

Pimientos chiles

Especies de Capsicum

Tropical, América

Primario

Salvia

Salvia officinalis

Mediterráneo

Secundario

Sésamo

Sesamum indicum

Asia (India)

Secundario

Tomillo

Especies de Thymus

Viejo Mundo

Secundario

Vainilla

Especies de Vanilla

Tropical, América, Polinesia

Primario

en su mayoría plantas silvestres que podemos encontrar en nuestros campos (tabla 3.1). Así, a pesar de los grandes avances tecnológicos, seguimos aderezando las aceitunas con sal, tomillo (varias especies de Thymus) y romero (Rosmarinus officinalis); la paella necesita azafrán (Crocus sativus), con el que consigue color, sabor y aroma; mientras que el laurel (Laurus nobilis) se utiliza en numerosos guisos (figura 3.2). En culturas americanas y asiáticas encontramos el picante como forma habitual de conservar y dar sabor a la comida. De los trópicos americanos proviene el chile (Capsicum annuun),

Tabla 3.1. Principales especias con valor comercial en el mercado mundial. Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la FAO (www.fao.org).

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Figura 3.2. En toda la zona del Norte de África las especias de plantas mediterráneas, americanas y asiáticas siguen siendo elementos básicos en la alimentación y el comercio, como se refleja en este mercado en Fez, Marruecos (2001). Fotografía: Pablo Vargas.

mientras que la pimienta (Piper nigrum) era la especia picante más empleada en las culturas asiáticas. De hecho, la ruta de las especias da una idea de la importancia económica de estos condimentos procedentes de Asia durante la Edad Media, que proporcionaron pingües beneficios a comerciantes venecianos como Marco Polo (1254-1324). Por tanto, las especias siempre han tenido gran importancia culinaria, que se incrementó durante la Edad Media, justo antes de la primera vuelta al

mundo. Tanto era el interés por traer especias de ultramar que las islas del sudeste asiático recibieron un particular nombre propio (la Especiería) y fueron sometidas a medidas estrictas de explotación por los portugueses.

Plantas cultivadas y domesticadas La mayoría de las especias que sirven para cocinar se siguen recolectando en nuestros campos, si bien algunas se

cultivan en ciertos huertos para su comercialización. Pero no hay que confundir plantas silvestres que se cultivan en huertos para un uso culinario, como son las plantas aromáticas, con plantas domesticadas, es decir, aquellas que son el producto de cientos de años de selección artificial y que no sobreviven sin ayuda del ser humano. Los seres humanos prehistóricos tuvieron la impresionante visión de prever que podrían modificar algunas plantas silvestres, de manera que algunos de sus órganos se transformarían en

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Figura 3.3. Principales centros de domesticación de plantas y animales. Fuente: Elaboración propia a partir de Vargas (2004).

raíces, tallos, hojas, flores o frutos cada vez más grandes en un lento proceso de selección. Claro que esta idea de selección y posterior siembra de nuevas semillas había que transmitírsela a los descendientes durante muchas generaciones para que cada proceso de domesticación fuera teniendo éxito. Esta visión cambió el curso de la humanidad; tanto es así que los antropólogos han llamado a este periodo Revolución agrícola, que junto a la previa Revolución cognitiva sentaron las bases para el desarrollo de las sociedades humanas (Harari, 2015). Así, aquellos pueblos repartidos por todos los continentes que tuvieron una visión de futuro llegaron a seleccionar artificialmente los principales animales y plantas que sirven hoy día para nuestra alimentación. Tan impresionante es el estudio de la selección artificial que el propio Charles Darwin lo utilizó para explicar su teoría de la selección natural en el primer capítulo de El origen de las especies (1859). Esta tendencia de visión futurista es realmente notable en el ser humano,

porque distintas culturas de distintos continentes llegaron a la misma solución de cultivar plantas (figura 3.3), actividad que les hizo sedentarios. Y no solo eso: al disponer de alimentos en abundancia, las poblaciones humanas se incrementaron imparablemente hasta el desarrollo de las grandes civilizaciones de la Antigüedad. El descubrimiento de América en 1492 y la posterior vuelta al mundo en 1519-1522 supusieron el paso definitivo para una completa globalización, y con ello, poder compartir alimentos entre culturas de distintos continentes tras milenios de selección artificial.

Biodiversidad: riqueza en número de especies (y especias) Una gran diversidad vegetal en especies se traduce en una gran diversidad en

especias. Es decir, cuanta más diversidad de un territorio, el ser humano ha tenido más material de dónde seleccionar en su afán por explotar plantas silvestres. Por ello, no es coincidencia que los países con mayor número de especies silvestres en su flora también tengan un mayor número de plantas que se emplean para cocinar. ¿Y cuáles son estos países? Aquellos que conjugan los siguientes factores: altas temperaturas, abundantes precipitaciones y numerosos hábitats que proporcionan las montañas y mares circundantes (tabla 3.1). Las cerca de 300.000 especies de plantas con flores (angiospermas) no se distribuyen de forma homogénea por el mundo, de manera que hay regiones con una concentración muy elevada de especies y especias. Obsérvese en el mapa de la figura 3.4 que las regiones tropicales y con clima mediterráneo son las más ricas en especies del mundo; 47

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Figura 3.4. Regiones más ricas del mundo en número de especies. Nótese que la primera vuelta al mundo (línea roja) hizo escala en algunas de ellas. Fuente: Adaptado de Myers, N. et al. (2000).

fue precisamente durante la primera circunnavegación cuando se exploraron muchos de estos territorios. Precisamente la expedición partió de España, que es uno de los países más ricos en diversidad vegetal de Europa, con más de 5.000 especies. Después pasaron por Canarias, que son las islas volcánicas del mundo que albergan un mayor número de especies (más de 1.200). Otro país particularmente rico es Brasil, y en concreto la flora de las montañas (mata atlántica) de Río de Janeiro, donde la Armada hizo escala durante trece días. También la actual Argentina, con más de 9.000 especies vegetales, es un país fecundo en biodiversidad. No obstante, la escala más larga, de casi dos años, se hizo en Asia, y en concreto tres meses en uno de los países más biodiversos del mundo: Filipinas (figura 3.5). Se ha calculado que la flora de Filipinas comprende unas

9.000 especies distribuidas en unas 120 familias botánicas (Davis y Heywood, 1994). Además, no solo el número de especies es importante. Los países con un mayor número de géneros y familias botánicas han dispuesto de mayor variedad de compuestos químicos (diversidad molecular) para su explotación. Es decir, cuantas más familias botánicas, más diferentes serán las plantas, no solo en aspecto sino también en la lista de compuestos orgánicos que sintetizan (metabolitos secundarios). No hay que olvidar que tanto las plantas empleadas como especias y las plantas silvestres finalmente domesticadas constituyen un pequeño porcentaje de la flora total de una región. Por ejemplo, la flora de España y Portugal nos da una buena idea sobre el uso de las plantas en alimentación. Se calcula una flora de unas 6.000 especies

(189 familias) en la península ibérica, de las cuales unas 400 especies (67 familias) son comestibles, lo que supone menos del 7% de toda la flora (Tardío et al., 2006). Ello indica que fue importante contar con una gran variedad de especies, pues luego solo unas pocas de ellas se podrían emplear como plantas comestibles. Si nos centramos en las especies domesticadas, los porcentajes son mucho menores. Se ha estimado que solo 100 de las 300.000 especies de plantas con flores del mundo han sido completamente domesticadas; es decir, no sobreviven sin ayuda del ser humano (Diamond, 2006). Un número algo mayor se emplea como condimento, por lo que se puede estimar que menos de un 0,2% de las especies vegetales del mundo proporcionan el 99% de la alimentación humana. Y los avances genéticos no han incrementado mucho estos porcentajes, ni siquiera con el uso de transgénicos. En otras palabras, la mayoría de las plantas comestibles que más empleamos en nuestra alimentación son el resultado

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Figura 3.6. Cuatro clavos donde se observa en cada uno el pedúnculo floral y cuatro sépalos (además, dos de ellos tienen el capullo con los pétalos cerrados en forma de bolita). Así se comercializa el clavo hoy día y así debieron de llegar, aunque algo más machacados, los cerca de 25.000 kg de clavo que trajo la nao Victoria tras la primera circunnavegación. Figura 3.5. Países como Filipinas poseen elevados niveles de biodiversidad terrestre y marina, además de numerosas especies en peligro de extinción, tal y como se reconoce en los billetes que están actualmente en circulación.

Fotografía: Pablo Vargas.

Fotografía: Pablo Vargas.

de los miles de años de selección artificial que las distintas culturas realizaron mucho antes de la primera vuelta al mundo. Todo esto lo sabemos gracias a los estudios en etnobotánica, que es la disciplina de la botánica que estudia la interacción de los grupos humanos con las plantas. De hecho, el diario de Antonio Pigafetta está considerado como uno de los primeros

estudios en etnobotánica de América y Asia.

Agradecimientos Agradezco a Belén Bañas y Daniel Muñiz la discusión sobre historia y plantas de Filipinas.

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Para saber más Recuadro 3.1. Especias que podrían haber curado el escorbuto La llamada Armada de la Especiería llegó a contar con unos 250 navegantes de más de cinco nacionalidades diferentes. Tantos hombres obligaron a cargar un gran volumen de alimentos en las cinco naves que componían la expedición y, aun así, dispusieron de víveres solo para unas cuantas semanas, por lo que tuvieron que abastecerse de agua y comida por el camino. Los problemas más graves aparecieron cuando la comida fresca escaseó durante los tres meses de travesía que hicieron falta para cruzar el océano Pacífico, y entonces las enfermedades resultaron ser fatales. Se calculan unas 103 muertes por enfermedades, de las cuales unas 66 se debieron a una enfermedad mal conocida a la que en la época se referían como “la peste de las naos” o “mal de Loanda” (Almazán, 2015). Durante los más de tres siglos de expediciones europeas por todo el mundo, esta fue sin duda la enfermedad más letal. No fue hasta 1747 cuando el médico escocés James Lind describió la necesidad de tomar alimentos frescos, como los cítricos, para evitar el escorbuto. Dado que la vitamina C no puede ser sintetizada por el ser humano a causa de una carencia genética ni la acumula en el organismo (a diferencia de las vitaminas A, B y D), no hay más remedio que incorporarla a la dieta con frecuencia. Claro que esto no lo sabían los navegantes de entonces, y muchos morían cuando las travesías eran superiores a dos meses. Es especialmente irónico, e incluso macabro, pensar que los expedicionarios transportaban en sus barcos la solución a su propia muerte por escorbuto, pero aún no la conocían. El clavo de olor (Sizygium aromaticum) que los llevó a tan arriesgada expedición, y que tenían en abundancia en las bodegas de la nao Victoria, posee mayores cantidades de vitamina C que los propios cítricos…

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Almudena Villegas Becerril

4. Especias y cocina en Europa antes de la circunnavegación de Magallanes-Elcano

L

especias fueron los primeros productos alimentarios en la historia capaces de impulsar las grandes expediciones, las largas rutas comerciales y las travesías hacia lo desconocido. Indujeron así el desarrollo de unos itinerarios que tuvieron un alto coste económico y de vidas humanas, a la vez que aportaron exotismo a las cocinas y un mutuo enriquecimiento de las culturas, lejanas geográficamente, con las que se relacionaban. En la actualidad, la facilidad de acceso a las especias y lo cotidiano y familiar de su consumo nos alejan la visión sobre lo que representaron en las cocinas anteriores al descubrimiento de la ruta de Magallanes-Elcano. Pero, sin duda, conocer las circunstancias de la cocina romana y de la medieval nos as

proporcionará las claves para entender su interés por las especias, lo que finalmente llevará a estos navegantes europeos a recorrer el Pacífico.

Importancia histórica de las especias La abundancia de especias que trajo la apertura de las diferentes rutas comerciales alteró tanto la alimentación como la percepción de su antiguo uso como fórmula para sazonar. Incluso se modificaría su alcance como rito gastronómico de carácter social, al ser signo de prestigio y vincularse con las mesas de las élites. Estos cambios parecen naturales, ya que la alimentación es una forma más de expresión de una 51

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elevada, pero acabó extendiéndose significativamente debido al aumento del consumo, cultivándose entonces en otros territorios tropicales. Resulta clave entender lo que representaron las especias en la alimentación anterior a la época de los descubrimientos. Sabemos que el viaje de Magallanes-Elcano estuvo espoleado por las especias, y ello solamente se comprende si ahondamos en las características de la cocina europea de los siglos anteriores.

Diferenciemos especias y condimentos

Figura 4.1. Imagen del Atlas Catalán (1375) que muestra una visión de la ruta de las especias. El colapso de estas rutas provocaría, finalmente, la apertura de la ruta atlántica y la primera circunnavegación de Magallanes-Elcano. Fuente: Biblioteca Nacional de París.

cultura, y por tanto, se manifiesta en ella (Villegas, 2019). Es justamente por este motivo que en una cultura se reflejan los cambios sociales y económicos, así como los avances técnicos, descubrimientos y viajes. En el caso de las especias, su vinculación con diversas culturas se interpreta como evidencia de esta estrecha relación a lo largo de la historia. Las áreas geográficas de producción de las especias están muy alejadas de los espacios iniciales de demanda, que eran el Mediterráneo y Europa, lo que encarecía el precio del producto en su destino. La producción natural de las especias en su área de origen no era muy

En el mundo mediterráneo, la variedad de plantas autóctonas para el consumo humano es extraordinaria. A ellas se incorporaron desde época temprana otras de origen africano y de Oriente Medio, y a partir de la época clásica algunas que llegaban desde China y la India, las cuales en un breve plazo de tiempo se hicieron comunes tanto para usos culinarios como médicos e incluso cosméticos. Así que aunque ambas acciones, especiar y condimentar, tenían un objeto idéntico, que era aportar sabor a una elaboración culinaria, hay un matiz, que es el tipo de producto con que se sazonaba. Es decir, en el Mediterráneo existía una inclinación y tradición de uso de sazonadores y condimentos que

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Figura 4.2. Charta o sobre de papiro que contiene un pigmento rojo (Oxirrinco, Egipto, II-IV d. C.). Este tipo de envoltorio era muy adecuado para guardar comestibles delicados y de pequeño tamaño, como era el caso de las hierbas aromáticas y las especias. Fotografía: Almudena Villegas.

cumplían diferentes papeles, debido a los diversos usos de muchas de estas plantas, y que eran los siguientes: • • • •

Dar sazón a las comidas. Usos medicinales y farmacológicos. Utilización en cosmética. Como sustancias aromáticas.

La tradición de uso de plantas autóctonas, tanto para sazonar como para otros usos no culinarios, era por tanto muy antigua, anterior incluso a la Grecia y Roma clásicas. Sus propiedades llegarían a ser bien conocidas por lo familiar de su uso. A estas plantas familiares al mundo mediterráneo las llamaremos “condimentos”. Llamaremos “especiar” a sazonar de igual forma y con idéntico propósito, pero mediante especias, productos de procedencia no mediterránea, precisamente aquellos que impulsaron las largas rutas comerciales, como son la pimienta, el jengibre, la nuez moscada y su macis, el cardamomo, la canela o el clavo. Como señala el diccionario de Covarrubias, las especias son “las drogas

que vienen de las Indias, con que damos gusto y sabor a los guisados, como son clavos, canela, jengibre y pimienta, y no solo […] son todas de su naturaleza calientes”. Esta explicación es clave para poder delimitar qué es un condimento y qué una especia, aunque con ambos productos se aporte sabor. Ya en el mundo clásico, donde eran conocidas las especias orientales, la pimienta se convirtió en la más popular. Comenzaría a comercializarse desde la India (costa de Malabar), llegando a Grecia sobre el 400 a. C. Son los autores de comedia Antífanes, Eúbulo y Alexis quienes la mencionan por primera vez. También el médico Dífilo de Sifnos (342-291 a. C.) y los textos hipocráticos hacen referencia a la pimienta en la misma época. Este último es quien recoge la primera receta griega que hace uso de esta especia como condimento: la preparación de vieiras con pimienta (Ateneo, Deipnos, f. 90). Así, nos encontramos con una población habituada al consumo de una gran variedad de plantas aromáticas. Tras sus largos viajes a Oriente, griegos y

romanos se acostumbraron a su consumo y apreciaron los nuevos sabores aportados por las especias: productos dotados de una gran potencia de aroma y gusto que transformaban los platos en los que se utilizaban, aportando una sazón exótica, compleja y muy diferente a la que estaban acostumbrados en el entorno mediterráneo.

La clave del consumo de especias en el mundo romano Diferentes plantas poseen unos compuestos químicos que van desde sustancias sencillas a estructuras complejas, las cuales son responsables de sus propiedades tóxicas o nutritivas, y también de sus aromas y sabor. Son estos compuestos los que hacen posible su uso farmacológico y médico, además del culinario. Son precisamente los 53

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Figura 4.3. Fragmento del mosaico de pavimento de un comedor (triclinium), procedente de una villa romana del siglo III d. C. (Antioquía, Turquía). En él se representan diversas aves, que solían llevarse a la mesa muy especiadas. Fuente: Museo del Louvre (París).

compuestos que proporcionan aroma y sabor los que nos van a interesar desde el punto de vista gastronómico por aportar unas características organolépticas singulares en las recetas; es decir, características químicas que pueden ser percibidas por el gusto. El uso de nuevos productos orientales favorecería la creación de una nueva cocina que nació a partir del siglo I a. C. y que se reforzaría hasta convertirse en la cocina clásica romana. Su comercio y consumo llegó a ser tal que estos productos se gravaron específicamente mediante el tributo vectigal (impuesto a pagar por las mercancías importadas), como señala Digesto en 533 d. C. (Digesto, Marc., 39, 4, 16 (7). Así, las especias llegaron a formar parte de la cocina romana y a caracterizarla, integrándose en la tradicional dieta del Mediterráneo, si bien su uso quedaba reservado a la alta cocina. Algunos de los platos romanos que utilizaban especias podían ser tan sencillos como un revuelto de espárragos, muy condimentados con pimienta, vino, garum (salsa

preelaborada de pescado), aceite y cilantro, ajedrea y cebolla. Y dentro del grupo de las carnes, las aves eran bocados considerados exquisitos, con multitud de recetas para elaborarlas: desde guisos a albóndigas hasta revueltos y patinas, incluso aves rellenas, cocidas o asadas. Y sobre todo, platos de aves acompañados de diferentes salsas, que eran la clave de la buena cocina en aquella época, para los que la pimienta se consideraba un acompañante de lujo, como el francolín asiático, el pollo (una auténtica exquisitez entonces), el tordo, el paraglifo (oropéndola), la tórtola, el ganso, el pavo real, la paloma y el pichón, el faisán, la grulla y el pato, que fueron algunas de las aves más

consumidas (figura 4.3). Por el contrario, uno de los platos cotidianos en el mundo romano era el puls: una elaboración vinculada con los orígenes de la cocina romana, fácil de preparar, con ingredientes sencillos —principalmente cereal— y al alcance de cualquiera. Desde luego, en las versiones populares no llevaba pimienta, ¡era demasiado valiosa y cara para un plato ordinario! Solamente se añadía cuando se preparaba un puls de lujo para los banquetes. Esas lujosas comidas y banquetes eran expresión del poder político de las familias de la aristocracia. La gran cocina hablaba también de la red de relaciones

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sociales, fundamentales en una sociedad que se caracterizaba por una gran estratificación (Villegas, 2003: 11-17). Si observamos la alimentación de las élites a través de la celebración de las comidas cotidianas, y no solamente en los banquetes festivos, podemos concluir que era variada y en ella se usaban productos de gran calidad, elaborándose platos exquisitos. Podemos observar este estilo de cocina en el recetario De re coquinaria, una colección de recetas cuyo autor es Marco Gavio Apicio, datada entre los siglos I y III d. C., y entre cuyos ingredientes destaca significativamente el uso de especias. Por su prestigio, todo el mundo quería acceder al consumo de especias, aunque fuera en una cantidad minúscula, de ahí que se adulteraran desde los tiempos romanos hasta la época medieval. Presentamos en este capítulo dos tablas. En la tabla 1 observamos el número de veces total que se usaban condimentos en De re coquinaria, el recetario de Apicio. A la pimienta y el jengibre se han añadido otros productos: la miel, que se utilizaba como condimento tanto en platos salados como dulces, y el saborizante por antonomasia del mundo romano, el garum. Esto nos servirá para comparar la importancia de la presencia de pimienta en la cocina romana. Por su parte, el jengibre ocupa un lugar más modesto,

pero presente en cualquier caso, entre el resto de sazonadores. Número de veces documentadas

Tipo de especia

481

Pimienta

418

Garum

220

Miel

12

Jengibre

5

Salsa de pimienta

Tabla 1. Uso de especias y sazonadores en De re coquinaria (siglos I-III d. C.) según el número de veces que aparece en el recetario de Apicio.

Figura 4.4. Pintura procedente de Herculano en la que podemos ver dos aves, probablemente puls o queso, y pan: una visión de la comida cotidiana para los romanos.

Fuente: Elaboración propia.

En la tabla 2 se puede observar cómo la pimienta se convirtió en el sazonador más utilizado en numerosas recetas. Esta disposición del principal saborizante de los platos del recetario de Apicio nos muestra lo cotidiano de su uso, y especialmente en las elaboraciones de la alta cocina.

Fuente: Museo Arqueológico de Nápoles (Italia).

Por la frecuencia de su uso

En recetas de carne

En recetas de pescado

En recetas de verduras



Pimienta

Pimienta

Garum



Garum

Garum

Aceite de oliva



Aceite de oliva

Aceite de oliva

Pimienta



Miel



Miel



Miel

… 18º 28º

Jengibre Jengibre

Así, tanto en recetas de carne como de pescado, la pimienta es la primera especia en uso, y la segunda en el caso de platos de verdura. Y llama la atención observar que incluso en un recetario de

Tabla 2. Frecuencia del uso de especias y sazonadores en De re coquinaria (siglos I-III d. C.) y su vinculación con diferentes grupos de recetas. Fuente: Elaboración propia.

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Figura 4.5. Imagen del mercado de Pompeya (macellum pompeyano) donde se pueden distinguir los restos de las tiendecillas (tabernae) en las que se vendían todo tipo de productos, entre ellos posiblemente las especias. Fotografía: Almudena Villegas.

élite es más frecuente que las plantas mediterráneas, más económicas y habituales. La pimienta es, en términos absolutos, la más utilizada entre todas las posibles hierbas y especias para condimentar, sin tener en cuenta el aceite de oliva o el garum, que prácticamente aparecen en todas las recetas. La pimienta se había hecho necesaria hasta tal punto en las elaboraciones de alta cocina que se usa prácticamente en tantas recetas como en las que interviene el aceite de oliva, que sí es un ingrediente característico del Mediterráneo. Esto nos indica que era un ingrediente común en las cocinas de la élite. Otro de los documentos más interesantes para comprobar cómo la pimienta no formaba parte de la comida habitual de las clases populares es el Edicto de precios máximos del emperador Diocleciano. Este edicto se promulgó en

el 301 d. C., y regulaba los precios de los productos y actividades más habituales. Entre los numerosos productos de alimentación no se encuentran las especias, lo que significa que no eran de consumo cotidiano o popular, ni siquiera eran necesarias para adobar o conservar nada. Si hubieran sido productos decisivos para el sistema alimentario romano, sin duda se encontrarían en este edicto. Desde luego, hay que descartar la idea de que estas especias se usaban para adobar productos en mal estado. Más bien se trata de una incongruencia, ya que como sabemos, el sistema de abastecimientos y de mercados en Roma y las vías de distribución eran de una extraordinaria calidad, como han puesto de manifiesto tanto las investigaciones arqueológicas como los autores que se han dedicado a analizar los mercados en Roma, por ejemplo, De Ligt (1983) y De Ruyt (2008) (figura 4.5). Desde luego, hay excepciones y casos peculiares, que incluso son tratados por los satíricos. Pero al ser las especias tan costosas y de uso exclusivo para las élites, carece de sentido pensar que se utilizaban para mitigar el sabor de productos podridos, de nulo valor en el mercado. Cuando además, y en cualquier caso, existía una gran variedad de productos baratos y efectivos para evitar o mitigar la putrefacción de los alimentos, propios del entorno mediterráneo como el vinagre, las

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salmueras y las plantas aromáticas, bien conocidos por la población. Por otro lado, los romanos contaban con unas extraordinarias y complejas técnicas de conservación, llegando incluso a construir edificios y espacios acondicionados específicos para la conservación de alimentos. En época de Domiciano (siglo I) se construyeron los horrea piperatoria, que eran unas construcciones específicas para conservar estas especias durante el tiempo necesario hasta su comercialización (Dalby, 2003: 255; André, 1981: 209). Por otra parte, el consumo de carne en el mundo antiguo estaba reservado a las fiestas y era, por tanto, esporádico, por lo que aún se hace más difícil entender la necesidad de pimienta para camuflar sabores de posibles carnes en mal estado. Es decir, la dieta romana era típicamente mediterránea, con un consumo ocasional de carnes. Podemos resumir como sigue el uso de las especias en la cocina romana: • Son la representación de la estratificación social, y eran propias de la comida de las élites y no de las clases populares. Eran productos muy caros y exóticos. • En cuanto a los alimentos en Roma, había un extraordinario sistema de abastecimiento que garantizaba la presencia de productos frescos y de calidad.

A

• Los romanos eran conocedores de excelentes técnicas de conservación, como atestiguan los agrónomos Catón, Columela, Varrón o Casiano Baso, entre otros. • El consumo de carne era ocasional, de carácter festivo, no un producto de consumo cotidiano. En las celebraciones se solían consumir enteras las piezas frescas que se habían sacrificado poco antes. • Las especias eran tan costosas que carece de sentido pensar que se usaran para camuflar sabores de productos baratos o en mal estado.

B

Figura 4.6. Mortero (A) y maza de mortero (B) romanos del siglo I d. C. (Museo Británico), instrumentos básicos en la cocina. Fotografías: Almudena Villegas.

Prácticas culinarias medievales El mundo medieval en Europa conocería un estilo de cocina muy diferente al de la antigua Roma. La alta cocina era menos elaborada y sofisticada, y muchas de las antiguas y complejas técnicas habían 57

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Figura 4.7. Texto original del Régimen de salud de Arnaldo de Vilanova (c. 1307). Fuente: Biblioteca Nacional de España (Madrid).

quedado en desuso. Sin embargo, en muchos aspectos, el Medievo seguía considerando prestigiosa en cierta forma la refinada cocina del antiguo mundo romano; aunque no olvidemos que algunos autores romanos y con posterioridad los medievales también la juzgaron excesiva, corrupta o perversa desde el punto de vista moral. Por ejemplo, Séneca consideraba que el exceso gastronómico equivalía a la corrupción moral, como destaca en las epístolas a Lucilio (Sen., Ad Luc., 90). Sin embargo, y a pesar de todo, las especias, en ambas épocas, mantuvieron su valor como producto exótico, singular y aristocrático. Se seguían utilizando en

las mesas imperiales y nobiliarias, lo que significaba que su consumo aún era un signo de esplendor. Tras la fragmentación del Imperio romano en el siglo V, el periodo medieval conocería un tipo de cocina estrechamente vinculada a los territorios y a los productos y hábitos locales. Una cocina que, como el imperio, se había fragmentado y que se transformaría, dando paso a las cocinas de los grandes bloques políticos medievales. Por ejemplo, en territorio hispano el médico Arnaldo de Vilanova (c. 1307) (figura 4.7) escribió Régimen de salud para el rey Jaime II de Aragón, obra en la que aparecen numerosas recetas de

cocina, y en la que, por ejemplo, se contemplan diversas especias para elaborar una salsa. Aquí encontramos los sabores medievales característicos, que mezclan lo dulce, lo agrio y lo salado, en preparaciones con multitud de ingredientes, entre los cuales se encuentran el jengibre, el cardamomo, el clavo y la canela. En realidad, las especias habían sido durante siglos uno de los signos del prestigioso estilo de vida urbano frente al mundo rural, menos acreditado. Y por otra parte, los ricos comerciantes y mercaderes de especias apoyaban económicamente a las monarquías medievales, lo que fortalecía la visión de las especias como producto de prestigio. La gente corriente seguía sin acceder a su consumo; precisamente por eso a veces las adulteraban, imitándolas con diversos productos, debido a su precio elevado. En cualquier caso, y sin lugar a dudas, el sabor de las especias prevaleció en la Edad Media en las grandes mesas (figura 4.8); aparecen en multitud de recetas y, aunque la pimienta siempre fue la especia más

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Figura 4.8. Ilustración de un típico banquete medieval en Las muy ricas horas del duque de Berry (1410). En primer plano se observa un plato de caza, que solía adobarse con especias. Fuente: Museo Condé (Chantilly, Francia).

importante en uso, paulatina y parcialmente se vio suplantada por el jengibre. La época de las cruzadas marcó el inicio de una crisis en el comercio de las especias, la cual afectaría especialmente a Europa central, ya que rompería el tradicional equilibrio entre los comerciantes árabes y venecianos. Constantinopla ocupaba el centro del comercio de especias entre Europa y Oriente y, tras su toma por los turcos otomanos en 1453, quedó a merced de estos. Fue entonces cuando el Mediterráneo se dividió entre Oriente y Occidente, en dos zonas sin apenas contacto entre ellas. Estas circunstancias incitaron un cierto tipo de investigación sobre el origen y características de las especias, en una época en la que la farmacología y la medicina comenzaban a preguntarse por los benéficos compuestos activos en hierbas y especias, aumentando así su demanda. Y con ello, incentivando la aparición de los viajes en busca de especias, que concluyeron felizmente con la circunnavegación de Magallanes y Elcano. 59

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Figura 4.9. Composición de cocina medieval en el castillo de Verrucole (Toscana, Italia), obra de Simone Letari. Fuente: Wikimedia Commons.

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Las especias pierden pujanza en siglos posteriores Tras el éxito de los viajes de expedición, y en concreto del itinerario de Magallanes-Elcano, la abundancia de las especias propiciada por la apertura de una ruta comercial en pujanza modificó el sentido que tenían estas tanto en el mundo antiguo como en el medieval. Al aumentar la demanda extraordinariamente, se acrecentó de forma paralela el cultivo de estos productos en otras áreas tropicales, lo que finalmente provocó la tan deseada abundancia y facilidad de adquisición de especias en su destino. Pero de igual manera, al ser de fácil acceso, perdieron el atractivo que tenían por parte de las clases altas para convertirse en un ingrediente de uso cotidiano y ya no singular. Y este hecho, a la vez que las popularizó, disminuyó su consumo en la alta cocina de la Edad Moderna, dejando de ser representativas de la cocina de élite. El antiguo equilibrio de la cocina medieval y del mundo clásico se había quebrado, y los cambios de carácter alimentario mostraban que se abría un mundo diferente al anterior. Así, en ambas épocas, y de distintas formas, las especias cumplieron y cumplirían un papel fundamental pero divergente, muestra, en todo caso, de los cambios culturales que sobrevenían con los nuevos tiempos históricos. 61

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Carmen Manso Porto

5. Mapas que cambiaron la imagen del mundo a partir de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)

E

este capítulo se analiza la cartografía de la que hizo uso la expedición MagallanesElcano y la que se produjo en la Casa de la Contratación a la vuelta de las naos San Antonio, capitaneada por Esteban Gómez (1521), y Victoria, al mando de Juan Sebastián Elcano (1522). Los mapas y derroteros que iban en las cinco naos se perdieron. Se conservan el planisferio diseñado para el rey Carlos I en 1519 y otros muy ornamentados, que se fabricaron en la Casa de la Contratación como obsequios del monarca a los dignatarios europeos para mostrarles la extensión de su imperio. El mundo se había globalizado y se podía contemplar en un globo terráqueo, en un planisferio o en un mapamundi dibujado en dos hemisferios. La cartografía y la náutica fueron fundamentales en el n

primer viaje de circunnavegación al globo, la mayor gesta del Quinientos.

La cartografía antes de la primera vuelta al mundo La Geografía de Ptolomeo rescatada en el siglo XV describe por primera vez meridianos de longitud y paralelos de latitud de unos 8.000 lugares del mundo; por eso se denominó “geografía matemática”, aunque tenía errores en la longitud porque utilizó la dimensión del globo terrestre de Posidonio de Apamea (37.800 km), cuando la que había calculado su predecesor Eratóstenes de Cirene, de unos 39.690 km, era más próxima a la real (40.000 km). Por eso, los navegantes 63

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Figura 5.1. Detalle de los hemisferios de la parte superior central del planisferio de Martin Waldseemüller (Universalis Cosmographia, 1507): a la izquierda el Viejo Mundo con el retrato de Ptolomeo y a la derecha el Nuevo Mundo con el retrato de Américo Vespucio. Fuente: Reproducción publicada por Carlos Sanz (1959).

como Cristóbal Colón pensaron que la distancia entre Europa y Asia por el oeste era inferior a la que existía realmente. El mapamundi de Ptolomeo abarca 180º del globo terráqueo, del Ártico al ecuador, desde las islas Afortunadas hasta el Extremo Oriente. El océano Índico está cerrado. El resto del mundo era desconocido (figura 5.1). Los portugueses empezaron a navegar por el litoral atlántico africano desde la conquista de Ceuta (1415) y siguieron hacia el sur. En 1434, Gil Eanes llegó al cabo Bojador. En 1455, la bula de Nicolás V les concedía las tierras y mares “desde los cabos de Bojador y de Não a través de toda Guinea y más allá hasta la orilla meridional”. En 1488, Bartolomeu Dias dobló el cabo de las Tormentas (Buena Esperanza) y comenzó la expansión hacia las Indias Orientales. Por el Tratado de Alcaçovas-Toledo

(1479-80) Portugal adquiría el derecho de navegación y descubrimiento por la costa de África y la posesión de las islas concedidas en el Atlántico, excepto las Canarias, cedidas a Castilla. Se abre la ruta oriental hacia la India. La Corona española inició la suya por el Atlántico hacia las Indias Occidentales: los cuatro viajes de Colón (1492, 1493-1496, 1498-1500 y 1502-1504) y los cinco viajes de descubrimiento y rescate organizados por el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (1499-1500). Cuando Castilla y Portugal negociaban la disputa en el Atlántico, tras el regreso del primer viaje de Colón, se otorgaron tres bulas alejandrinas (1493). La primera concedía a los monarcas castellanos las tierras e islas descubiertas en su navegación hacia occidente. La segunda equipara los mismos títulos jurídicos en sus respectivas tierras a los reyes de Portugal y Castilla. La tercera establece una línea divisoria de polo a polo, a 100 leguas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde, prolongándose en un círculo sobre el globo terráqueo (figura 5.2). Occidente pertenecía a los reyes Isabel y Fernando; Oriente al rey Juan II de Portugal. La línea no tuvo efecto porque Juan II pedía una ampliación. El 7 de junio de 1494, las capitulaciones del Tratado de Tordesillas fueron firmadas por ambas Coronas: se prolongaba la línea de polo a polo a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Se denomina Capitulación

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de la partición del mar Océano porque el mundo se dividía en dos hemisferios: oriental y occidental. Tordesillas se convierte en meridiano. Portugal se internaba desde Cabo Verde hacia el sur por la ruta del mar de la India (figura 5.3). España lo hacía por el oeste: América, excepto el este del Brasil, que era de Portugal. La Casa de la Contratación de Sevilla se creó en 1503 para centralizar el comercio con América, organizar las flotas y formar un centro de estudios náuticos. El piloto mayor examinaba a los pilotos, daba el visto bueno y sellaba las cartas del “maestro de hacer cartas de marear”, de acuerdo con el Padrón Real o modelo de carta usada para la navegación. El Padrón Real representaba el mundo conocido y se ampliaba con los viajes de descubrimiento. Sobre él se marcaban las tierras e islas de la Corona de Castilla con las líneas de costa identificadas a través de sus alturas (latitudes) y derrotas respecto a otros lugares (rumbos). La Carta de Juan de la Cosa inspiró el modelo de Padrón Real (figura 5.4). Muestra por primera vez el continente americano en el epicentro. Se construyó bajo la dirección de Juan Rodríguez de Fonseca para mostrar a los Reyes Católicos las tierras descubiertas y está firmada por el piloto Juan de la Cosa (1500). Elaborada a partir de rumbos magnéticos y distancias estimadas, sigue el modelo de las cartas portulanas del Mediterráneo. Se distingue la línea equinoccial del Tratado de

Islas Canarias Islas de Cabo Verde

Líneas coloniales de demarcación entre Castilla/España y Portugal en los siglos XV y XVI. Línea del Papa Alejandro VI (Bula Inter Caetera, 1493)

Tratado de Tordesillas (1494) Tratado de Zaragoza (1529)

Tordesillas con banderas castellanas y portuguesas. Por real cédula de 1508, Américo Vespucio fue nombrado piloto mayor para actualizar el Padrón Real e impartir clases de náutica. En el diario de navegación anotaban novedades: altura del sol o del polo, situación de los accidentes costeros, variaciones de la aguja con respecto al polo, fenómenos atmosféricos, corrientes marinas, naturaleza de los parajes visitados, producciones, condición de sus habitantes, etc. Las cartas náuticas se hacían con latitudes observadas con instrumentos astronómicos adaptados a la navegación oceánica. La latitud se calculaba observando el sol con el astrolabio, el cuadrante o la ballestina, para conocer la posición del navío en alta mar. Es el tipo de navegación

Figura 5.2. Líneas de demarcación entre España y Portugal en los siglos XV y XVI (Lencer). Fuente: Wikimedia Commons.

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Figura 5.3. Terra Brasilis y el Atlántico Sur (Atlas Miller, 1519). Fuente: Edición facsímil (Moleiro, 2006).

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empleada en la expedición MagallanesElcano. La primera carta de latitudes observadas es la de Cantino, construida en Lisboa según el modelo del Padrão Real. Por primera vez se traza la línea del Tratado de Tordesillas de norte a sur atravesando Brasil, sin estar aún definido el continente. La Casa de la Contratación de Sevilla siguió este modelo. En 1518, Hernando Colón puso al día el Padrón Real para preparar el viaje de Magallanes. Se construyó la carta de las Antillas y Sudamérica, la primera con latitudes observadas, que muestra el descubrimiento del mar del Sur por Balboa el 20 de enero de 1513, atravesando por tierra el istmo de Darién: un mar que conducía por el oeste a las islas de las Especias.

La expedición a las islas Molucas Fernando de Magallanes llegó a Sevilla el 20 de octubre de 1517 con una propuesta para navegar por el sur de América y llegar a las Molucas. El joven monarca la estudió con Juan Rodríguez de Fonseca y la aprobó. El 22 de marzo de 1518 se firmó la capitulación en Valladolid entre los reyes Carlos I y su madre Juana, y Magallanes y Ruy Falero. A Carlos I le gustaron los mapas que le presentaron. Bartolomé de las Casas cita un globo bien pintado con toda la tierra, marcando el camino a seguir,

salvo el estrecho, que había dejado en blanco para que nadie “se lo saltease”. El globo de Schöner, impreso en 1515, mostraba un paso por el sur de América y, en algunos mapas, la costa del Brasil se prolonga hacia el sur (figura 5.5). En 1519, por encargo de Magallanes, Jorge Reinel diseñó para el rey el mundo conocido sobre un pergamino bidimensional, convirtiéndose en modelo para las cartas de navegar que se prepararon en la Casa de la Contratación bajo la dirección de Nuño García de Toreno, lo mismo que las agujas, cuadrantes y esferas (figura 5.6). El embajador portugués Sebastián Álvarez lo vio en Sevilla y lo menciona en una carta al rey Manuel. Conocido como Kunstmann IV, el original se conservaba en la Bayerische Armeebibliothek de Múnich y se extravió al terminar la Segunda Guerra Mundial. Por fortuna, Otto Progel hizo una copia en pergamino en 1836, que se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia. Las leyendas informan de las tierras descubiertas por españoles y portugueses al sur del cabo de San Agustín, a poniente del Atlántico y separadas de Asia. Al sur de Brasil, una extensión de mar baña la costa de un cabo a la misma latitud que el de Buena Esperanza. En el Pacífico hay una leyenda sobre el mar visto por Balboa. Las coordenadas de latitud son precisas y las de algunas localidades coinciden con las del informe de Magallanes al rey. Se marca la línea de

Figura 5.4. Carta de Juan de la Cosa (Museo Naval de Madrid). La primera que representa América con los descubrimientos de Colón, Ojeda, Vespucio y Caboto. Fuente: Biblioteca Digital de la Real Academia de la Historia.

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Figura 5.5. Globo terrestre de Johannes Schöner (1515) en el Museo de Historia de Fráncfort. Fotografía: Uwe Dettmar.

Tordesillas. Por primera vez, el ecuador se gradúa hasta los 360º de longitud y las Molucas están en el extremo izquierdo del hemisferio español, a unos 170º al oeste del supuesto meridiano de Tordesillas (figura 5.6).

La cartografía de la Casa de la Contratación después del viaje de circunnavegación Los mapas conservados son copias del Padrón Real, decorados e iluminados como obsequios del emperador Carlos V. Los originales se perdieron porque se actualizaban continuamente con los descubrimientos. La nao San Antonio desertó en la boca del estrecho y llegó a España el 6

de mayo de 1521. Con su información se fabricó un mapamundi en proyección polar en dos hemisferios; se conserva el hemisferio sur, que es copia del original para Solimán el Magnífico (Palacio de Topkapi, Estambul), con el ecuador graduado y el perfil completo de Sudamérica. Muestra la primera imagen conocida de la entrada al estrecho con el texto: “Hesta terra descobrio Fernando de Magalhaes”. La llegada de la nao Victoria a Sanlúcar el 6 de septiembre de 1522, y con ella la confirmación de la esfericidad de la Tierra, fue todo un acontecimiento en la Casa de la Contratación y en las imprentas europeas, que tuvieron que renovar los mapamundis de sus atlas. La Casa de la Contratación rediseñó el Padrón Real con las fuentes reunidas. Juan Sebastián Elcano decidió regresar por el sur del Índico, en una ruta desconocida, alejándose de los portugueses y buscando vientos favorables, y lo consiguió. Carlos V requirió la presencia en Valladolid de Nuño García de Toreno, quien fabricó la llamada Carta de las Molucas, que contiene el sur y sudeste de Asia, el océano Índico, la península de Malaca y las islas Molucas al este del antimeridiano, dentro de la demarcación

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Figura 5.6. Planisferio atribuido a Jorge Reinel (1519). Fuente: Edición facsímil (Taberna Libraria, 2019).

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Figura 5.7. Carta uniuersal en que se contiene todo lo que del mundo se ha descubierto fasta agora: hizola Diego Ribero cosmographo de Su Magestad, año de 1529, e[n] Seuilla. La qual se diuide en dos partes conforme a la capitulacion que hizieron los catholicos Reyes de España et el Rey Don Juan de Portugal en Tordesillas. Año de 1494 (Biblioteca Apostólica Vaticana, 1529). Fuente: Biblioteca Digital de la Real Academia de la Historia.

española. Por primera vez se dibujan el antimeridiano de las Molucas y las naves de la expedición con banderas castellanas. A partir de la primera circunnavegación, Carlos V reclamó la propiedad de las Molucas y obsequió con globos y cartas universales a familiares y dignatarios europeos. Portugal, por su parte, fue más cauteloso con la cartografía para proteger su comercio de las especias por la ruta de Oriente y evitar intrusiones de comerciantes europeos. Las cartas universales del Padrón Real representan las Molucas en la línea de

demarcación española para reafirmar su posesión, pese a las dificultades que había para conocer su posición exacta. La Carta de Turín es una copia del Padrón Real, actualizado con la información traída por los tripulantes de la Victoria. Atribuida a Nuño García de Toreno, abarca los 360º de longitud de la línea equinoccial del orbe. Al este termina Asia con la costa de Malaca; continúa en el extremo izquierdo, con las Molucas, al este del antimeridiano de Asia para reivindicar la jurisdicción castellana. En Tidore se lee: “Aquí cargaron” [Elcano y su tripulación]; y en Jolo: “Aquí hay muchas perlas”.

Para resolver las reclamaciones de los portugueses sobre las Molucas, en 1524 se convocó la Junta de Badajoz-Elvas, formada por nueve jueces de cada país. Los españoles defendían la línea del antimeridiano en los 22º desde nueve millas al occidente del centro de la isla de San Antonio, la más occidental de todas las de Cabo Verde. Juan Vespucio representó la redondez de la Tierra en un plano con dos hemisferios en proyección acimutal equidistante polar con el meridiano de Tordesillas y el antimeridiano de Asia. La línea de Tordesillas se hallaría en el meridiano

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315, que al pasar por el polo norte se convierte en el meridiano asiático 135, cortando el estrecho de Malaca entre Sumatra y la península de Indonesia. Las Molucas quedarían en el lado español, dejando al Imperio portugués de las Indias Orientales dentro del océano Índico. En realidad, las Molucas estaban 7º en la parte portuguesa, pero en ese momento no se podía demostrar. Los portugueses marcaron en su mapa la línea a los 21º 30’ al occidente de San Antonio para acortar la distancia desde Guinea a Calicut, lo mismo que hicieron los españoles desde América al Pacífico, para que las islas quedaran en sus respectivas demarcaciones. Por tanto, la Junta se disolvió sin llegar a ningún acuerdo. En 1525, Nuño García de Toreno y Diego Ribero diseñaron dos cartas universales para obsequiar a los cardenales Juan Salviati y Baltasar de Castiglione, legado y embajador del papa Clemente VII respectivamente, que asistieron a la boda de Carlos V con la princesa Isabel de Portugal celebrada en el Real Alcázar de Sevilla el 11 de marzo de 1526. La ceremonia fue oficiada por el propio cardenal Salviati. Los planisferios son copia del Padrón Real dibujados e iluminados como obras de arte para mostrar la dimensión del poder imperial y la labor evangelizadora de la Monarquía hispana. En la carta de Salviati, de abundante ornamentación (escudo de armas, cuatro

soplones, rosas de vientos, ciudades, jaimas árabes, cartelas doradas, etc.), se marca la “línea de repartimiento entre Castilla y Portugal”. Las islas Molucas y Filipinas figuran al este y oeste del planisferio, a fin de reafirmar el territorio. La nao Victoria navega con las banderas de Castilla y el escudo del emperador con la leyenda: “Hic ratis equinque est totum qui circui orbem”. En la carta de Castiglione se diseñan por primera vez los instrumentos de navegación: el astrolabio náutico, el cuadrante para medir la altura del sol respecto al horizonte durante el día y la de las estrellas en la noche, y la tabla circular de declinación magnética. Las Molucas se duplican para destacar la soberanía castellana. En una cartela situada en el meridiano cero se lee: “línea de partición”. En el polo antártico hay dos banderas de Castilla y Portugal. Otras dos banderas con las armas de Castilla se representan en los extremos inferiores indicando que las Molucas pertenecían a su Corona.

El mundo en 1529 y el Tratado de Zaragoza La carta universal del Museo Vaticano de Diego Ribero incorpora leyendas sobre descubrimientos y topónimos para poner al día el Padrón Real hasta 1529, fecha que ofrece el anillo del astrolabio (figura 5.7). Su largo título hace

referencia a la capitulación de Tordesillas y muestra el mundo dividido en dos partes: Oriente y Occidente, indicando las zonas de expansión portuguesa y castellana. Destacan los instrumentos náuticos, soplones, rosas de vientos y mucha información sobre la expedición Magallanes-Elcano. Además, los navíos indican su ida o vuelta al Maluco. Sobre los hombres que habitaban el estrecho dice: “De grandes cuerpos, casi gigantes. Traen vestiduras de pieles de animales. La tierra es muy estéril y de ningún provecho. Aquí estuvo Fernando de Magallanes seis meses surto en el puerto de San Julián, donde venían los indios a las naos. Pedían pan y vino por su pasatiempo…”. Junto a la nao Trinidad, que vuelve de las Molucas, se lee: “Esta es la nao Trinidad que, queriendo venir a la Mar del Sur, subió hasta 42º por hallar vientos contrarios. Y de allí se volvió al Maluco otra vez porque hacía ya seis meses que andaba en la mar y hacía agua y le faltaban mantenimientos”. Allí fue capturada por los portugueses. Sobre el cuadrante, en una cartela rectangular se lee: “Estas islas et provincia de Maluco et Gilolo de colorado están en esta longitud según opinión et parecer de Juan Sebastián del Cano, capitán de la primera nao que vino de Maluco et la primera que rodeó el mundo, según et por la navegaçión que hizo el año de 20, 21 y 22 en que vino”. Por el Tratado de Zaragoza (1529), España cedía las Molucas a Portugal a 71

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cambio de 350.000 ducados y una cláusula de retrovendo sobre su empeño, que permitiría anular la renuncia, devolviendo a Portugal los mismos ducados. A España no le interesaba recuperarlas porque la ruta de ida y vuelta por el Pacífico era larga y costosa, y no se

conocía el tornaviaje por Nueva España. En 1565 lo descubrió el cosmógrafo Urdaneta en la expedición de Miguel López de Legazpi: la ruta ManilaAcapulco, futuro galeón de Manila. Con la compra, Portugal reconocía la propiedad española pero aseguraba su

comercio de las especias, que tantos beneficios le reportaba. Desde entonces, los mapas de la Casa de la Contratación y los de los atlas fueron redibujando la imagen del mundo con los viajes de exploración y descubrimientos.

Para saber más Recuadro 5.1. Atlas Miller El Atlas Miller (figura 5.1.1) es una obra maestra de la cartografía del Renacimiento, iluminado en intensos colores y ricos materiales de oro y plata. Al comienzo se indica que fue dibujado por el cosmógrafo Lopo Homem en Lisboa por orden del rey Manuel I (1519). Según Pinheiro Marques (2006) también participaron el miniaturista flamenco Antonio de Holanda y los cartógrafos Pedro Reinel y su hijo Jorge. Su destinataria fue la joven reina Leonor de Austria, hermana de Carlos I, recién casada con el rey portugués. El mapamundi representa una visión sintética del mundo, con los océanos Atlántico e Índico envueltos en una masa continental, según la concepción ptolemaica, para rebatir el viaje de Magallanes y hacer que el monarca español abandonase el proyecto. Muestra el hemisferio de Portugal según el Tratado de Tordesillas y la ruta de Oriente como única para ir a las Molucas. El mismo año, Jorge Reinel diseñó en Sevilla el planisferio que Magallanes presentó a Carlos I, terminado con ayuda de su padre, Pedro, quien viajó hasta allí para convencerle de que regresara a Portugal. Así, los Reinel prestaron sus servicios a las dos Coronas; por eso participaron en el atlas y en el planisferio.

A

B

Figura 5.1.1. Mapamundi (A) y mapa de las islas Orientales (Molucas) (B) en el Atlas Miller (Biblioteca Nacional de Francia). Fuente: Edición facsímil (Moleiro, 2006).

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Ambos tenían información para situar la posición de las Molucas en los mapas. En el de las Indias Orientales hay una cartela muy expresiva en latín sobre la extracción de oro y plata, así como de la abundancia de pimienta, canela, clavo, sándalo, nuez moscada y toda suerte de especias. Llama la atención el relieve marino —bajos arenales y escollos—, dibujado alrededor de las islas para impedir su acceso a los castellanos desde Oriente, lo mismo que la masa de tierra firme cercana. Para la Armada se prepararon 23 cartas de marear, 6 pares de compases, 21 cuadrantes de madera, 7 astrolabios, 35 agujas de marear, 4 cajas para cuatro agujas y 18 relojes de arena por un importe de 68.182 maravedís. Con el astrolabio y el cuadrante de plomada se obtenía la latitud y con las tablas de declinación se hacían correcciones. Con el cuadrante se medía la altura del sol y la de las estrellas. En el siglo XVI solo se hallaban el rumbo y la latitud. La longitud se estimaba con el rumbo y la distancia que recorría el barco. El cronómetro, fabricado en el siglo XVIII, permitió obtener la longitud con precisión. La tabla circular ofrecía la declinación del sur a lo largo del año. Con la corredera y el reloj de arena se medía la velocidad del barco. Los pilotos eran expertos en aplicar los conocimientos de la astronomía a la navegación. Las cartas fueron fabricadas por Nuño García de Toreno. Participaron también Juan Vespucio y Diego Ribero. Este último también fabricó cuadrantes y esferas. Ruy Falero hizo seis cuadrantes y un astrolabio. Francisco Falero redactó un regimiento de navegación con un método para observar la longitud. Nuño García de Toreno recibió el cargo de “maestro de hacer cartas de marear y fabricar instrumentos”. Lamentablemente, el material cartográfico de la expedición se perdió. La nao Trinidad, capitana, que llevaba registros náuticos y cartas de navegación, fue capturada por los portugueses en las Molucas.

Recuadro 5.2. Atlas Vallard El Atlas Vallard debe su nombre a una inscripción en su inicio: “Nicolas Vallard de Dieppe, 1547”. Fue diseñado por la escuela de navegación francesa de Dieppe para su rey Francisco I. Sus cartas náuticas se basan en las portuguesas. Salvo dos del Mediterráneo, las otras trece están orientadas al sur, algo inusual en la época. Su riqueza decorativa e iconográfica, con escenas de la vida cotidiana, animales, monstruos, bosques, ríos, navíos, etc., es comparable a la del Atlas Miller. Leonor de Austria casó en segundas nupcias con Francisco I (1526) y presumiblemente se llevó consigo el atlas portugués.

A

B

Figura 5.2.1. Argentina y el estrecho de Magallanes (A) y sur de África (B) en el Atlas Vallard (Biblioteca Huntington, Estados Unidos). Fuente: Edición facsímil (Moleiro, 2010).

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En el mapa del sur de África y cabo de Buena Esperanza se representa a Francisco I sobre un animal marino portando un cetro y una bandera con las armas de Francia, en la ruta este-oeste que usó Juan Sebastián Elcano para regresar a España en 1522 y culminar el primer viaje de circunnavegación. La imagen de Francisco I emula la de Manuel I de la carta marina de Waldseemüller (1516), rey del mar y señor de la conquista, navegación y comercio de Etiopía, Arabia, Persia e India. No en vano, Francisco I se había quejado al papa Alejandro VI sobre las bulas: “Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo y le deja todo a castellanos y portugueses”. En el mapa de Argentina y estrecho de Magallanes (figura 5.2.1) destaca la buena traza de la costa con su toponimia, incluida la del referido estrecho. En el continente encontramos escenas de caza, trabajo en la mina, comercio de europeos, bosques, etc.

Recuadro 5.3. Atlas de Diogo Homem (1565) y de Vaz Dourado (1571) El Atlas Universal de Diogo Homem (1565) es otra obra maestra de la cartografía portuguesa y de los descubrimientos geográficos, con 19 cartas náuticas decoradas con cartelas, escudos, navíos, personajes, animales y bosques. La carta náutica de la costa atlántica de Sudamérica abarca hasta el estrecho de Magallanes, con dos gigantes patagónicos. El Atlas Universal de Fernão Vaz Dourado fue confeccionado en Goa (India) por este cartógrafo portugués en 1571. Es otra obra maestra. El estrecho de Magallanes está ricamente decorado y los litorales del continente se extienden por el lado este hasta el Río de la Plata y la Patagonia, y por el oeste hasta la costa chilena. Campean dos escudos de armas de Castilla y Aragón sobre el continente y otro sobre la Tierra del Fuego.

Figura 5.3.1. Costa atlántica de Sudamérica en el Atlas Universal de Diogo Homem (Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo).

Figura 5.3.2. El estrecho de Magallanes en el Atlas Universal de Fernão Vaz Dourado (Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Lisboa). Fuente: Edición facsímil (Moleiro, 2002).

Fuente: Edición facsímil (Moleiro, 2002).

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Jorge A. Rodrigues Paiva y Pablo Vargas Gómez

6. Especias y descubrimientos portugueses “Digo que ahora se sabe más para los portugueses en un día que lo que se sabía en cien años para los romanos.” Garcia de Orta, Coloquios dos simples e drogas da India (1563)

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ser humano depende de la naturaleza no solo para alimentarse, sino también para las numerosas facetas de su existencia. Tanto es así que el mayor desarrollo de las civilizaciones actuales se debe a la comunicación y comercialización entre territorios alejados del planeta, de manera que hoy día somos producto de una globalización iniciada hace quinientos años. l

Nuestros orígenes y el medio natural Los homínidos aparecieron en el momento de mayor biodiversidad (Era

Terciaria o Cenozoico) en la historia de la Tierra, en una región africana con amplias superficies de lagos (valle del Rift) y cerca de bosques tropicales, ecosistemas de muy alta variedad medioambiental. En esta región se daban condiciones de temperatura y precipitación idóneas para el desarrollo de la vida. Por todos es sabido que sin agua no hay vida; así, el cuerpo de los seres vivos está compuesto principalmente de esta (alrededor del 60% en el cuerpo humano de un adulto no obeso). En concreto, los demás seres vivos han sido hasta nuestros días fuentes de alimento, abrigo (prácticamente toda la 75

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Figura 6.1. Los pueblos nativos son buenos conocedores de las plantas de su entorno, incluyendo aquellas potencialmente venenosas. Este conocimiento ha pasado de generación en generación y a otras culturas. En la imagen se observa a un grupo de botánicos (Rui Carballal, Santiago Ortiz y Jorge Paiva) comiendo frutos de Strychnos spinosa después de ver a los monos de Angola hacer lo mismo (2007). Fotografía: Miguel Serrano.

ropa que usamos es de origen animal o vegetal), energía (leña, aceite, ceras, resinas, etc.), materiales de construcción (madera) y sustancias medicinales (más del 80% de los medicamentos se extraen de las plantas), entre otros. Incluso una gran parte de la energía eléctrica que consumimos no sería posible sin la contribución de otros seres vivos. Por ejemplo, las energías renovables transformadas en energía eléctrica no pueden ser producidas solo por el agua de un embalse o por turbinas eólicas, ya

que los motores necesitan aceites lubricantes; y estos aceites se extraen del crudo (petróleo), que es de origen biológico. Por lo tanto, sin agua potable y otros seres vivos no sobreviviríamos. Nuestra especie (Homo sapiens) era parte íntima de la naturaleza, adquirió conocimiento y copió a otros animales en lo que comían, incluyendo el uso de plantas medicinales, como todavía sucede en muchas regiones rurales o países en vías de desarrollo. Es decir, el ser humano tiene que aprender de su entorno. Pongamos un ejemplo de plantas africanas. Las especies del género Strychnos, unas 200 distribuidas por todos los trópicos, generalmente tienen frutos muy atractivos y grandes con un alcaloide letal (estricnina), como en la especie nuez vómica (Strychnos nuxvomica). Sin embargo, los frutos de algunas otras especies no tienen el mortal alcaloide y, por lo tanto, son comestibles, como por ejemplo en el caso de Strychnos spinosa, especie nativa del África tropical (figura 6.1). Cuando observamos en el suelo numerosos frutos vacíos y restos de semillas de esta especie es porque los simios u otros animales los comieron antes; entonces los humanos les copiamos y también nos los comemos. Y así es como los seres humanos han ido aprendiendo a consumir unas plantas y descartar las más tóxicas. En la isla de Santo Tomé

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tuvimos la oportunidad de observar otro ejemplo interesante. Allí se introdujo una especie de gramínea (Eleusine indica) que llaman aliba cassô, que significa “hierba de perro”. Esto se debe a que los perros la buscan y la mastican cuando tienen trastornos intestinales. Así, la población rural de Santo Tomé, cuando sufre de disentería, toma infusiones de esta hierba.

Las plantas medicinales Las plantas curativas siempre han sido nuestras aliadas, de manera que hay testimonios del uso de plantas medicinales desde hace unos 5.000 años. De hecho, los testimonios de fitoterapia escritos hace más de 2.000 años por chinos, indios, árabes, egipcios, romanos y, particularmente, griegos fueron la base de la práctica de la medicina en Europa durante unos veinte siglos. El tratado De materia medica (c. 65 d. C.) del médico grecorromano Pedanio Dioscórides, donde se describen los atributos de unas 600 especies, fue la guía de prácticas medicinales por antonomasia durante aproximadamente dieciséis siglos, lo que implica poco progreso en la farmacopea europea. Las traducciones —algunas con errores graves, incluso las actuales— a varios idiomas y muchas publicaciones derivadas sobre plantas medicinales se

limitaron a parafrasear y ampliar el trabajo de Dioscórides. Algunas otras incluyeron nuevas plantas que fueron enriqueciendo la obra original, como las de Pier A. Mattioli y Andrés Laguna (1455) e incluso la más reciente de Piu Font i Quer (1961). La mayoría de los nombres utilizados por Dioscórides ya habían sido mencionados por Hipócrates (c. 460-370 a. C.) en su catálogo, con cerca de 230 plantas, que fueron más tarde descritos por Cratevas (120-60 a. C.) en su Rhizotomicon. Antes de los descubrimientos europeos de ultramar, los atributos medicinales provenían de una serie de plantas africanas (especialmente del noreste) y asiáticas (particularmente del sudoeste asiático). Otro autor fundamental de la Antigüedad clásica fue Teofrasto, en concreto por su obra Historia plantarum (c. 314 a. C.) sobre plantas medicinales y simbólicas: el cálamo aromático (Acorus calamus) procedente de Asia; el incienso (Boswellia sacra) que dio origen a la llamada “ruta del incienso”, que recorre la península arábiga desde el noreste de África; el verdadero canelo (Cinnamomum verum) procedente de Sri Lanka; la famosa mirra (Commiphora myrrha) en el mundo católico, que también se importaba desde el noreste de África; y el loto (Nelumbo nucifera) que simbolizaba el Alto Egipto, si bien se distribuye también por Asia y el noreste de Australia (figura 6.2).

Características básicas de las plantas medicinales Algunas especias europeas, debido a que son aromáticas por sus aceites esenciales y además contienen principios activos fenólicos, ya se utilizan desde antiguo como fármacos. De hecho, todos los medicamentos contienen moléculas tóxicas dependiendo de la cantidad ingerida. Muchos son tóxicos, por lo que se requiere una receta médica para adquirirlos, y otros son tan tóxicos que solo pueden ser administrados por un profesional de la salud en un tratamiento que se denomina quimioterapia. Sin embargo, el uso de cualquier medicamento es una técnica de quimioterapia. Todas las plantas aromáticas producen productos químicos volátiles y, muchas veces, tóxicos, por lo que se usan con fines medicinales. Otras contienen compuestos químicos tóxicos, pero no volátiles, como por ejemplo los alcaloides. La clave está en la dosis aplicada, de manera que plantas incluso mortales para el ser humano pasan a ser beneficiosas cuando se aplican en cantidades pequeñas. Ejemplo de todo esto son algunas plantas tan tóxicas como casi todas las especies de la familia botánica de las solanáceas (todas contienen atropinas) o de las taxáceas (que contienen taxanos). Por lo tanto, hasta principios del siglo XIX las enfermedades se trataban 77

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Figura 6.2. (A) Flor del loto cerrada; (B) fruto y semillas. Aunque el loto posee un compuesto fenólico (miquelianina) de uso medicinal, su uso en África y Asia desde la Antigüedad estuvo motivado por creencias culturales más que por sus verdaderas propiedades terapéuticas. Fotografías: Pablo Vargas.

con infusiones, emulsiones y maceraciones, particularmente de plantas, pues raramente usaban productos animales o minerales. La primera sustancia química aislada (morfina) fue extraída del opio de la adormidera (Papaver somniferum) en 1804 por el farmacéutico alemán Friedrich Sertürner (1783-1841) (figura 6.3). Del árbol de la quina

(Cinchona officinalis) se extrajo en 1820 la quinina, que ha servido eficazmente para el tratamiento de la malaria. El químico francés Charles F. Gerhardt sintetizó la aspirina en 1853, pero mucho antes los pueblos indígenas ya extraían su principio activo (ácido acetil salicílico) de las cortezas de los sauces (especies de Salix), árboles distribuidos por todos los continentes. Y ya en el

mundo de los hongos, recordar el descubrimiento accidental de la penicilina (Penicillium notatum) por parte del médico británico Alexander Fleming (1881-1955) en 1928, aunque se comercializó a partir de 1941. La producción industrial de medicamentos es, por lo tanto, muy reciente, si bien las comunidades humanas de todos los continentes debieron de emplear

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muchos de estos medicamentos naturales (no sintéticos) en mayor o menor medida.

Búsqueda portuguesa de una ruta comercial alternativa La ruta de las especias existía desde tiempos anteriores a la antigua Grecia. Esta ruta comercial de distintos productos tenía como mercancía

preferente las especias, que llegaban a Europa desde Asia a través de la península arábiga y el estrecho de Suez. No obstante, las expediciones de Alejandro Magno a la India (326 a. C.) y, mucho más tarde, las de Marco Polo a China (1271-1295) incrementaron el conocimiento de muchas de las especias asiáticas, cuyas rutas comerciales estaban dominadas por los árabes. Antes de los nuevos descubrimientos europeos, Venecia era el centro comercial del Mediterráneo una vez las especias habían podido pasar por este intrincado sistema de transporte donde las caravanas tardaban meses en llegar a Europa. La existencia de tantos intermediarios hacía que las especias fueran extremadamente caras, por lo que por aquellos tiempos eran consideradas “el oro de las Indias Orientales”. Ya los europeos con mayores recursos económicos se habían acostumbrado a disponer de algunas de ellas como el jengibre (Zingiber officinale), el azafrán (Crocus sativus), la pimienta (Piper nigrum) y la canela (Cinnamomum verum). Pero una de ellas alcanzaba los precios más altos por su particular escasez y remota procedencia: el clavo (Syzygium aromaticum) de las islas Molucas (hoy día pertenecientes a Indonesia). Sin embargo, las especias empezaron a escasear tras la caída de Constantinopla (1453) y el bloqueo del mundo árabe al comercio con Asia.

Esto impulsó la búsqueda de nuevas rutas comerciales rodeando África, alternativa a la ruta de las especias que atravesaba los países musulmanes. Aunque ello no surgió sin una base histórica previa. Portugal había comprobado el éxito de la navegación al haber podido conquistar territorios africanos (Ceuta en 1415 y Tánger en 1437) y descubrir archipiélagos muy alejados de Europa (Madeira en 1419 y Azores en 1431). Invertir en dicha navegación fue sin ninguna duda rentable para la Corona portuguesa. Tantos éxitos en tan poco tiempo impulsaron a Portugal a producir detallados mapas, desarrollar tecnología náutica y preocuparse por la adecuada formación académica de nuevos navegantes. Así, muchos historiadores aceptan que a principios del siglo XV se creó una sólida iniciativa por parte del infante Enrique el Navegante, quien puso en marcha una agrupación de científicos y eruditos que fueron gestando lo que sería la gran navegación oceánica portuguesa de aquel siglo: por entonces, sus marinos eran los únicos que conseguían llegar a los territorios más alejados y volver al puerto de partida, que era generalmente Lisboa. Tampoco parece casual que Cristóbal Colón hubiera vivido algunos años en Madeira (principios de la década de los ochenta del siglo XV) durante esa etapa de gran desarrollo naval, y que 79

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Figura 6.3. La adormidera (A) sigue cultivándose para la producción de opio de uso medicinal. La flor (B) produce un fruto en forma de cápsula. Cuando la cápsula se rasga (C) brota un líquido blanquecino (látex) que se convierte en la resina del opio, de donde se extrae la morfina.

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Fotografías: Raúl Santos, Pablo Vargas y Modesto Luceño.

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desde tal entorno marino ideara un viaje hacia Oriente en busca de una ruta alternativa hacia los países de los que provenían las especias asiáticas. Sea como fuere, la división de las exploraciones bordeando África (Corona de Portugal) o navegando hacia el oeste (Corona de Castilla) se acordó gracias al Tratado de Tordesillas (1494). El objetivo era claro: obtener una ruta marítima para controlar el comercio de las especias. No obstante, el proyecto portugués para llegar a las Indias Orientales tomó poco más de medio siglo. Primero, la Corona de Portugal lo investigó a través de diversas expediciones marítimas y terrestres. Así, en 1434, Gil Eanes superó el cabo Bojador (cabo do Medo), en la costa del Sáhara Occidental, hasta entonces intransitable por los barcos europeos. El paso del Bojador fue un hito importante para el descubrimiento de la ruta marítima a la India. Continuando con su investigación sobre el paso de la costa oeste de África a la costa este, Diogo Cão realizó dos viajes a la costa sudoeste de África (1482-1486), llegando a la desembocadura del río Zaire y luego a cabo da Cruz en Namibia (1485), donde hoy existe la reserva de focas de Cape Cross, hábitat de una de las colonias más grandes de lobos marinos de la zona (Arctocephalus pusillus). Para

obtener conocimiento de las costas africanas y asiáticas, y animados por las antiguas leyendas del mítico reino cristiano de Preste João, supuestamente situado en las costas del océano Índico, muchos aventureros portugueses, disfrazados de comerciantes, viajaron por tierra hacia Oriente. En concreto, Afonso de Paiva salió de Lisboa, pasó por tierra y mar a través de los países europeos mediterráneos, Egipto y la península arábiga, y cruzó el mar Rojo hasta Etiopía con la esperanza de verse con Pêro da Covilhã, que regresaba por mar desde la India. Pero cuando este llegó a Etiopía (1490) se enteró de que Afonso de Paiva había fallecido. No regresó a Portugal, ya que murió al año siguiente en África, aunque consiguió enviar a Lisboa información relevante y muy útil sobre la ruta marítima a través del Índico, desde la costa de África Oriental hasta la India. Todo ello alimentó las esperanzas de nuevos exploradores portugueses. El mismo año de la partida de Afonso de Paiva (1487), Bartolomeu Dias zarpa de Lisboa y, cruzando la costa occidental de África, dobla el arriesgado cabo de Buena Esperanza (1488), logrando descubrir el vínculo deseado entre el Atlántico y el Índico. Dias también exploró parte de la costa este de África y regresó a Lisboa (1488) con datos imprescindibles para establecer una ruta viable hacia Asia.

Se necesitaron casi diez años más para preparar el viaje de Vasco da Gama (1497-1499), quien logró una ruta marítima factible desde Europa a la India. Ya establecidos en la India, los portugueses pronto buscaron monopolizar el comercio de las especias. Sin duda, el árbol del clavo o clavero (Syzygium aromaticum) era la especia más cara y rentable; en un primer momento llegaba al puerto de Goa desde las islas Molucas a través de comerciantes asiáticos. Más tarde los portugueses se establecieron directamente en Molucas, a donde llegó Fernando de Magallanes en 1512 como miembro de la expedición de António de Abreu a las entonces llamadas islas de las Especias. El barco capitaneado por Francisco Serrão se extravió, pero logró alcanzar las Molucas, donde crece de forma natural el deseado clavo; mientras que los otros barcos llegaron solo a las islas de Banda, donde crecía la también codiciada nuez moscada (Myristica fragrans) (figura 6.4). Así fue como Magallanes conoció dónde se encontraba el árbol del clavo. Pero al regresar a Portugal, Magallanes cayó en desgracia ante su rey, Manuel I, y entonces decidió presentarle al monarca español Carlos I el proyecto de llegar a las islas de las Especias. Sin lugar a dudas, al joven Carlos le interesó la idea de competir 81

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Figura 6.4. El clavo y la nuez moscada eran las dos especias más codiciadas a principios del siglo XVI, por lo que fueron clave para el desarrollo de la primera vuelta al mundo. (A) Mirísticas o arbolitos de la nuez moscada portando ramas con frutos colgantes; (B) Detalle de los frutos de la nuez moscada donde se aprecia en uno de ellos la carnosidad roja llamada macis. Fotografías: Jens Olesen.

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con Portugal por el comercio de las especias. Para cumplir el Tratado de Tordesillas, la ruta tendría que pasar por América y Filipinas, donde Magallanes murió durante una confrontación con los nativos. En Filipinas, no lejos de las especias, el viaje continuó con solo dos de los cinco barcos supervivientes, que llegaron a las Molucas en 1521. Una vez allí cargaron la nao Victoria de clavo hasta los topes (unos 600 quintales, equivalente a unos 27.000 kg) que, capitaneada por Juan Sebastián Elcano, consiguió llegar a España en 1522.

A pesar de haber encontrado una nueva ruta comercial, el futuro de la misma sería incierto debido a la complejidad de atravesar el estrecho de Magallanes y a la distancia, que era mucho mayor que la de la ruta portuguesa que bordeaba África. No obstante, el viaje fue un éxito económico, pues se recuperó la inversión (unos ocho millones de maravedís), aunque no en vidas y penalidades, ya que solo llegaron 18 navegantes de los casi 250 que salieron de Sevilla. Más adelante se establecería una ruta marítima estable a Filipinas desde México (Nueva España).

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No obstante, en aquel momento la actitud renegada de Magallanes de trabajar al servicio de Castilla conmocionó a los portugueses. Ejemplo de ello lo encontramos en la famosa obra de Garcia de Orta (1501-1568) llamada Coloquios dos simples e drogas da India (Goa, 1563), donde el autor conversa con un tal Ruano en 59 coloquios. En el primero de ellos se puede leer: “Aveis de saber que Maluquo está dentro na conquista de elrey de Portugal, e mais dozentas léguas avante, como se tem achado pelos eclipses; senam entrou o demonio em um Portuguez, e porque elrey não lhe fez huma mercê injusta que lhe pedia, se foy lançar em Castella e fez armar navios e ele descobrio per hum estreito nam sabido como pudesem vir ao Maluco; e indo lá, morreo elle e a mór parte da gente que com elle hia; e não poderam tornar pollo caminho por onde vieram.”

Cuando Garcia de Orta dice “entró el demonio en un portugués” se está refiriendo a Fernando de Magallanes. Aunque Garcia de Orta no conoció personalmente a Magallanes, pues llegó a la India poco después del éxito de su expedición (1534), se dio cuenta de que aquel viaje no solo suponía la primera circunnavegación, sino también la divulgación del secreto mejor guardado de Portugal: la localización de las islas Molucas.

Contribución portuguesa al conocimiento de las especias Precisamente fue Garcia de Orta quien contribuyó significativamente a la botánica, no desde la distancia sino estableciéndose directamente en Goa (India). Este botánico de Castelo de Vide (Portugal) fue el fitoterapeuta del siglo XVI que más contribuyó al conocimiento de las especias y plantas medicinales de Asia. Algunas eran desconocidas en Europa, como por ejemplo el membrillero de Bengala (Aegle marmelos), el mangostán de la India (Garcinia indica) y el mangostino (Garcinia mangostana), y otras muchas plantas que nunca antes se habían observado y estudiado en vivo, como por ejemplo algunas canelas (especies de Cinnamomum como Cinnamomum verum) o el betel (Piper betle) (figura 6.5). Incluso tenía un huerto al lado de su residencia para estudiarlas y tenerlas siempre disponibles. Además, Orta fue un científico de gran mérito y un excelente observador; así, él es quien, por primera vez, distingue entre las dos especies de galanga (coloquio 24) utilizadas con fines medicinales: la galanga mayor (Alpinia galanga) y la galanga menor (Alpinia officinarum). Otra contribución relevante de Garcia de Orta fue tratar siempre de demostrar las propiedades medicinales de las plantas y desmitificar así leyendas de aquellas tenidas como milagrosas, tal

como todavía ocurre en la actualidad. Un ejemplo interesante es el coco de las Maldivas (Lodoicea maldivica), nativo únicamente de las islas Seychelles, aunque en ese momento no se sabía. Este cocotero produce la semilla más grande que existe entre todas las plantas, con un peso del coco de incluso más de 15 kg (figura 6.6). Además, este coco es muy conocido porque posee una forma muy característica en dos partes que se asemejan a las caderas y el área púbica de la mujer. Por esta razón se consideraba un afrodisíaco, aunque en realidad no tiene este atributo (teoría del signo). Por supuesto, Garcia de Orta sabía que esto era solo un mito, pero como era de origen judío, temía profundamente a la Inquisición y no se atrevía a hablar explícitamente de este atributo. Sin embargo, con cuidado, desmitificó estas propiedades en el coloquio 16. Así, Ruano dice: “Dixeramme que a rainha, nossa senhora, mandava todos los anos por este coquo, e lho levam de cá; e por tanto não me negueis ser pera a peçonha bom; prque póde ser que o esprementem lá alguns bons físicos”; y Orta lo niega, pero sin muchos detalles. Incluso hoy día este coco se comercializa en las islas Seychelles como afrodisíaco y sigue siendo caro. Como la palmera es endémica de este archipiélago y está en peligro de extinción (solo existe de forma natural en dos islas, Praslin y Curieuse), la comercialización del coco está estrictamente controlada por el Gobierno del país. 83

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Figura 6.5. El buyo es un estimulante que ya se consumía en las islas del sudeste asiático cuando llegaron los portugueses en el siglo XVI. Consiste en una mezcla hecha con hojas de betel (Piper betle) (A), el fruto de la palmera areca (Areca catechu) (B) y cal de conchas. Fotografías: Pablo Vargas.

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Figura 6.6. Llevó mucho tiempo conocer de dónde procedía exactamente el coco de las Seychelles, por lo que su origen estuvo sujeto a especulaciones y fantasías durante varios siglos. Este coco (A) se conserva en muchos museos porque tiene la semilla más grande que existe entre todas las plantas. Obsérvese su tamaño proporcional (B). Fotografías: Jorge Paiva y Pablo Vargas.

Aunque lo que más interesaba a los portugueses era el lucrativo negocio de las especias, también conocieron algunas plantas alimentarias de interés, en particular frutas comestibles que no se conocían en el Viejo Continente. Entre ellas destaca la yaca o nanjea (Artocarpus heterophyllus), cuya existencia se dio a conocer en Europa a través de los dibujos de Cristóvão da Costa en su Tratado de drogas (1578), aunque Garcia de Orta ya describe esta enorme fruta múltiple (coloquio 28). Garcia también trata otras frutas tropicales, como por ejemplo el cocotero (Cocos nucifera) (coloquio 16), el platanero (especies e híbridos de Musa) (coloquio 22), la carambola (Averrhoa carambola) (coloquio 12), el mangostán (Garcinia mangostana) (coloquio 38) y, por supuesto, el mango (Mangifera indica) (coloquio 34).

Garcia de Orta también nos ilustra sobre un árbol de gran importancia comercial entonces y que llega hasta nuestros días (coloquio 49). Se trata del sándalo blanco (Santalum album), nombre que hace referencia al color claro de su aromática madera. Resulta que este sándalo era muy frecuente en la isla de Timor, tal y como indica Pigafetta citándolo hasta en seis ocasiones. De hecho, Timor se mantuvo en posesión de Portugal hasta 1859, cuando se dividió en dos partes, quedando solo Timor Oriental bajo dominio luso. Durante un breve periodo de ocupación por parte de Indonesia (1975-2002), el sándalo se sobreexplotó hasta casi llevarlo a su desaparición. Hoy día es una nación independiente y mantiene un programa de recuperación de bosques de sándalo blanco, con replantaciones como las que se efectúan, por ejemplo, en los municipios de Ainaro, Cova Lima y Bobonaro mediante un convenio entre el Gobierno indonesio y el Instituto de Agronomía de la Universidad de Lisboa. La ruta marítima a la India fue, por lo tanto, una “puerta abierta” no solo a las especias y plantas alimentarias, sino también a otros productos (porcelana) y a costumbres y culturas hasta entonces mal conocidas en Europa. Portugal dio un salto de gigante en el comercio entre Europa y Asia, que no ha hecho más que incrementarse hasta nuestros días.

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Esteban Manrique Reol

7. El clavo de olor a lo largo de la historia “No se cultivan clavos en el mundo, excepto en las cinco montañas de esas cinco islas, y además algunos se encuentran en Giailolo y en una pequeña isla entre Tadore y Mutir…” Antonio Pigafetta, Primo viaggio intorno al globo terracqueo (1519-1522)

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duda, la planta protagonista de la primera vuelta al mundo fue el clavo de olor. Y, en efecto, tenía todos los componentes para ser protagonista de una película de aventuras: intriga, ambición, riqueza, misterio. Por ello le dedicamos aquí todo un capítulo, a fin de conocer sus antecedentes históricos y sus características botánicas. in

¿Qué es el clavo? El clavo es una especia que, por las peculiares características de sus flores (sabor, olor, capacidad de conservación de alimentos, propiedades medicinales),

terminó movilizando el comercio entre Asia, Oriente Medio y numerosos países europeos a partir del siglo XVI (figura 7.1). Antiguamente el producto se llamaba “clavo de olor” y el árbol de donde brota “clavero”. Este árbol puede alcanzar los seis metros de altura y su distribución natural se restringía a las montañas de cinco islas de las Especias o islas Molucas (Tidore, Ternate, Makián, Moti y Bacán), pertenecientes a la actual Indonesia. Posteriormente se introdujo su cultivo en otros lugares del suroeste de la India (costa de Malabar), Sri Lanka, Zanzíbar y Madagascar. El hecho de que el clavo de olor fuese una especia muy conocida desde antiguo en Oriente 87

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Figura 7.1. Rama con flores de Syzygium aromaticum en Köhler’s Medizinal-Pflanzen (1897). Fuente: Wikimedia Commons.

Medio (hay restos arqueológicos del III milenio a. C. en Terqa, Siria) nos hace pensar en un activo comercio con la India e islas del sudeste asiático (Buccellati y Buccellati, 1983). Pero no fue hasta 1762 cuando Carlos Linneo le puso un nombre científico a la planta productora de esta especia: Caryophyllus aromaticus. Más tarde (1877) se llamó Eugenia aromatica y, posteriormente, Syzygium aromaticum, que es el nombre empleado en la actualidad (figura 7.2). El clavo de olor o aromático (Sizygium aromaticum) es, de todas aquellas especias asiáticas que llegaban a Europa, por la que se llegaba a pagar los precios más altos. Fluctuaba mucho, pero se dice que el precio del kilo de clavo se tasaba en oro. Aunque muy conocido a finales del siglo XV y comienzos del XVI, en textos más antiguos, sin embargo, se hace poca o casi nula referencia a esta preciada especia (Nobre de Carvalho, 2017). Plinio el Viejo menciona el clavo únicamente de pasada en su Historia natural, justo después de la mención que se hace a la pimienta india: “Es de la India similar a una semilla de pimienta; garyophyllon (clavo en latín) se le llama, es más grande y más frágil. Dicen que viene de un bosque sagrado de la India y es el olor que hace que sea importante para nosotros” (Plinio, Libro XII, cap. XV, Tratado de los árboles).

Sin embargo, el botánico más importante de la época, Pedanio Dioscórides (40-90 d. C.), no lo incluyó en su tratado De materia medica, lo que nos hace sospechar que la de Plinio el Viejo (23-79 d. C.) es la primera y única referencia escrita en la Antigüedad referente a esta especia. Más tarde, Pablo de Egina, médico bizantino del siglo VII, recomendaba el uso de clavo en diferentes preparaciones farmacéuticas. El médico y erudito árabe Avicena (980-1037) lo consideraba bueno para la digestión y un remedio eficaz para mejorar la visión. También lo utilizó para tratar la diabetes y otros trastornos metabólicos. Otros médicos árabes, como Rasis, Serapion y Mesue, presentaron información breve sobre los usos terapéuticos del clavo. Serapion se refiere a diferentes formulaciones terapéuticas hechas con el carunfel, como antídotos; y Mesue también recomendó su uso en su Antidotarium (Nobre de Carvalho, 2017).

Un misterio crucial por resolver: descubrir su procedencia A pesar de las referencias dadas por Plinio el Viejo que apuntaban hacia la India, el origen del clavo fue un misterio durante más de veinte siglos. Por su

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Figura 7.2. Tres pliegos de Caryophyllus aromaticum (especie actualmente llamada Syzygium aromaticum) conservados en los herbarios históricos del Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC). Fuente: Herbario MA, Real Jardín Botánico de Madrid.

parte, Cosmas Indicopleustes, navegante griego del siglo VI, situó el origen del clavo en algún lugar entre Ceilán y Cathay (Nobre de Carvalho, 2017). Algunos geógrafos árabes como alMasudi y al-Idrisi, y también otros viajeros como Ibn Battuta, creían que se originaba en las islas del Lejano Oriente como Sumatra o Ceilán. Pero los viajeros europeos como Marco Polo, y sobre todo Odorico de Pordenone —misionero franciscano que viajó como embajador del papa Inocencio IV (1318) al Imperio mogol y que llegó a visitar

Sumatra, Java, Borneo y Champa (sur de Vietnam)—, situaron erróneamente su origen en la isla de Java. Esta sería la razón por la que se supuso originaria de Java por un tiempo largo. Hay que tener en cuenta la cantidad de relatos fantasiosos que se transmitían en esta época. Y para mayor confusión también se sabe que algunos mapas se falseaban a propósito, como uno de manufactura portuguesa (Atlas Miller) que mostraba datos falsos para impedir que otros navegantes, particularmente españoles, pudieran llegar al lugar de las especias.

No es hasta mediados del siglo XV cuando Niccolò Da Conti se convertirá en el primer europeo en informar con mayor precisión sobre la procedencia de la especia. Esta información fue presentada por el monje y cosmógrafo Fra Mauro en su obra maestra, el Mapamundi (1459). De alguna manera, Da Conti estaba poniendo en manos de los portugueses el comercio mundial de las especias, propiciando la caída del monopolio veneciano y otomano en la comercialización de los productos provenientes del Oriente (Nicolás, 2015). 89

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A partir de 1511, los portugueses se establecieron definitivamente en Asia y así tuvieron acceso directo a los mercados y productos del Lejano Oriente. Pronto, Alfonso de Albuquerque intentó establecer relaciones amistosas con los gobernantes locales y alianzas comerciales con proveedores de drogas y especias, clavo en particular. La primera expedición portuguesa enviada desde Malaca a las Molucas fue comandada por António de Abreu. Este llegó a las islas de Ambon y Banda pero, desafortunadamente, no logró alcanzar las Molucas. No fue sino hasta 1513 cuando los viajes entre los puertos portugueses en Malaca y Ternate llegaron a ser regulares. Jorge de Albuquerque fue nombrado capitán general de Malaca en 1514. En enero de 1515 envió una misiva del rey de Ternate a Manuel I prometiendo lealtad al soberano portugués. Albuquerque también envió un regalo peculiar: un tronco de árbol de clavo y una pequeña rama con algunas hojas y capullos de flores. A partir de este momento los portugueses conocieron en detalle el aspecto del árbol y con ello el control de la producción y del comercio de clavo de olor para al rey de Portugal. Eran pues las islas Molucas el misterioso lugar donde crecía de forma exclusiva (endémica) el árbol del clavo de olor (Syzygium aromaticum), pero solo crecía en las montañas de cinco islas del

archipiélago. En concreto, los mejores clavos eran los provenientes de la isla de Ternate. Posteriormente, debido a la relevancia económica de esta especia, franceses y holandeses consiguieron sacar semillas de clavero de las islas originarias e introdujeron la planta en otras áreas tropicales. Los primeros en plantar el árbol del clavo fuera de su lugar de origen fueron los franceses, quienes lo introdujeron en las islas Mauricio durante el siglo XVIII.

La lucha por el comercio del clavo Fernando de Magallanes, tras la negativa del rey Manuel I a financiar un nuevo viaje a su cargo, pues Portugal ya tenía establecida una ruta por oriente para llegar a las islas de las Especias, presentó en 1519 a Carlos I su audaz plan de una ruta alternativa viajando hacia el oeste. Resulta que las islas Molucas están muy próximas al llamado contrameridiano, cuya posición se discutió una y otra vez durante la redacción del Tratado de Tordesillas. Después de un largo viaje transoceánico de tres años de duración (1519-1522), la nave Victoria retornó a Sanlúcar de Barrameda realizando la primera circunnavegación de la historia. Aunque Magallanes había muerto en Filipinas, regresaron Juan Sebastián Elcano y Antonio Pigafetta, que fueron recibidos de manera efusiva. En el

informe presentado al emperador, el cronista italiano incluía una muy clara descripción del árbol de clavo: “Ese mismo día bajamos a tierra para examinar el árbol del clavo y ver cómo produce su fruto. He aquí lo que observé: tiene una gran altura y su tronco es tan grueso como el cuerpo de un hombre, más o menos, según su edad. Sus ramas se extienden un mucho hacia el medio del tronco, pero en la copa forman una pirámide; sus hojas se asemejan a las del laurel, y la corteza es de un color aceitunado; los clavos nacen en la punta de las ramitas, en grupos de diez a veinte; da más frutos en un lado que en otro, según las estaciones; los clavos son al principio blancos, al madurar rojizos y al secarse negros; se cosechan dos veces al año […]. El árbol crece solamente en las montañas, y perece cuando se le trasplanta al llano, no viven; las hojas, la corteza y la madera del mismo árbol tienen un olor y un sabor tan fuerte como el fruto, el cual, si no se recoge en plena madurez, engorda tanto y se pone tan duro, que no sirve de él más que la corteza […].”

Curiosidad por descubrir A principios del siglo XVI, se presenció en Europa una verdadera vorágine por el descubrimiento de nuevas tierras y tesoros. Durante las décadas siguientes, una inmensa cantidad de información cartográfica, semillas de plantas tropicales, especias,

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Figura 7.3. Lámina de la expedición de José Celestino Mutis (Myristica sp.) al Virreinato de Nueva Granada (1783-1808), ejemplo de los más de 6.000 dibujos que se conservan en el Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid. Fuente: Real Jardín Botánico (CSIC).

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Figura 7.4. Ramita de clavero donde se observan las hojas, flores abiertas y capullos florales que, una vez secos, se convertirán en el clavo de especia. Fotografía: Ariadne van Zandbergen.

plantas medicinales y, sobre todo, especímenes vegetales inundaron los gabinetes de historia natural y los jardines botánicos europeos. Se puso a prueba una nueva metodología para la construcción de un nuevo conocimiento del mundo natural, y, por fin, surgiría un discurso innovador sobre los recursos naturales que fue quedando plasmado en tratados y libros de medicina y farmacia. Como ya se ha mencionado aquí y en otros capítulos de este libro, las especias no solo fueron muy importantes económicamente hablando, sino que también sirvieron para impulsar el crecimiento y desarrollo de la ciencia botánica en particular. En los siglos venideros y, sobre todo, durante el siglo XVIII, las expediciones a los nuevos territorios ya siempre incluirían a geógrafos, geólogos, botánicos y zoólogos entre otros naturalistas, pertenecientes a los más prestigiosos gabinetes de historia natural y jardines botánicos. La descripción exacta de la planta o el animal para su posterior reconocimiento, así como de los lugares de crecimiento, pasó a ser un elemento importante de las expediciones. España envió ya desde el descubrimiento de América a expertos en farmacia, medicina y botánica para encontrar plantas útiles. En el Real Jardín Botánico de Madrid (RJB-CSIC) se conservan tanto muestras (pliegos de herbario) como dibujos de aquellas expediciones (figura 7.3). Tras los viajes de Colón 93

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Figura 7.5. Estructura química del eugenol (2 metoxi-4-(2 propenil) fenol). Fuente: Wikimedia Commons.

(1492-1502) y el de Magallanes-Elcano (1519-1522) vinieron otras expediciones como la de Francisco Hernández (1570) y Martín Sessé y José María Mociño (1787-1803) a Nueva España, al Virreinato del Perú por Hipólito Ruiz y José Pavón (1777-1788), al Virreinato de Nueva Granada por José C. Mutis y José de Caldas (1783-1808), la expedición Malaspina alrededor del mundo (1789-1794) con Luis Née y la de Filipinas a cargo de Juan de Cuéllar (1785-1795). Por supuesto, estas expediciones, aunque eminentemente científicas, tenían su parte política y comercial, y siempre incluían la botánica como ciencia imprescindible.

Propiedades químicas del clavo Además de los capullos de flores aromáticos, hay otras dos partes del clavero que se utilizan como especias: los pedúnculos florales y los frutos (figura 7.4). El aroma proviene de varios compuestos volátiles que constituyen el aceite esencial del clavo y que se obtiene por destilación en etanol. La composición en principios activos y aromas es compleja e interesante por cuanto que es la especia que más cantidad de eugenol contiene.

De acuerdo con Wichtl (1994), el clavo contiene entre el 15 y el 20% de aceite esencial en relación a su peso seco, en el que el eugenol es el principal componente (entre el 85 y el 95% del aceite esencial). El eugenol recibió su denominación a partir de uno de los nombres genéricos del clavero, Eugenia aromatica. En química orgánica numerosos nombres de compuestos provienen de los nombres científicos de las plantas origen, como por ejemplo “eugenol” del género Eugenia, “geraniol” del género Geranium, la “oleuropeína” de Olea europea (olivo), “miristicina” del género Myristica (la nuez moscada es Myristica fragrans), etc. De todas formas hay que tener en cuenta que ni todos los compuestos de plantas se denominan a partir de sus nombres científicos, ni los nombres de los compuestos de plantas están exclusivamente en los géneros que los denominan. Además de eugenol, el aceite esencial del clavo también contiene otros compuestos, si bien en bajas concentraciones: el acetil eugenol, el ß-cariofileno y la vainillina; terpenos como el ácido cratególico (maslínico), oleanólico, estigmasterol y campesterol; taninos como bicornin, típico de la familia botánica de las mirtáceas, y ácido galotánico; salicilato de metilo (o aceite de gaulteria, analgésico); las cromonas eugenina y eugenitina; los flavonoides quercetina, kaempferol y ramnetina; y pequeñas cantidades de esteroles y esterol glicósidos. Todas estas sustancias son

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típicas de plantas con flores y juegan diferentes papeles en su fisiología y defensa. El eugenol, compuesto de la clase alilbencenos (figura 7.5), es un derivado del guayacol, que es muy común en las familias mirtáceas y rutáceas. También se encuentra en otras especias como la nuez moscada (miristicáceas) y la canela (lauráceas). El químico italiano Ascanio Sobrero (1812-1888), descubridor de la nitroglicerina, aisló el eugenol a mediados del siglo XIX y, a partir de entonces, se empleó en medicina. Una de sus mayores propiedades es la de ser un eficaz antioxidante, esto es, alta capacidad de donar hidrógeno, inhibición de la peroxidación lipídica y el alto poder reductor de hierro (Viuda-Martos et al., 2010), absorbiendo radicales libres de oxígeno e hidroxilo (OH-), aniones superóxido (O2-) y peróxido de hidrógeno (H2O2). De ahí su

utilización en la conservación de alimentos.

Usos del clavo en el mercado actual El clavo como especia se sigue usando ampliamente en todas las cocinas del mundo. Su mercado no ha disminuido desde el siglo XV, sino muy al contrario. Son muchos los trabajos científicos que han publicado estudios de las propiedades terapéuticas del clavo o de los componentes de su aceite esencial, principalmente del eugenol. El tipo y número de productos en los que se añade el clavo de olor o su esencia ha ido creciendo exponencialmente en todos los sectores, tanto en medicina como en cosmética y, por supuesto, en la alimentación. Especial mención merece el uso del clavo de olor picado o su esencia como aditivo en los cigarrillos, mezclado con el tabaco (entre 60-80% de tabaco y

40-20% de clavo). Estos cigarrillos fueron muy populares en Oriente y posteriormente en Estados Unidos, principalmente en California, que llegó a importar hasta 150 millones de cigarrillos con clavo de olor al año entre 1980 y 1984. Este cigarrillo conocido como kretek resultaba más agradable al fumador principiante por su sabor dulce y por el efecto anestesiante del eugenol en las gargantas, haciéndolas más insensibles al paso del humo. El consumo de kretek decayó fuertemente a partir de 1985 dados los resultados de los estudios en relación a su efecto perjudicial, pues potenciaba muchos de los efectos negativos del tabaco. Sin embargo, se siguen comercializando en Asia, principalmente Indonesia, gran productor de clavo y uno de los que más lo consumen junto con India. En Indonesia los kretek son tan populares que el 85% de los fumadores los prefieren frente a cigarrillos que contienen únicamente tabaco.

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Para saber más Recuadro 7.1. ¿Por qué se llama “clavo de especia” o “clavo de olor”? La mayoría de las especias se extraen de raíces, hojas, tallos, frutos y semillas con interés culinario. Sin embargo, en este caso el compuesto (eugenol) está principalmente concentrado en las flores abiertas o cerradas (capullos). El “clavo” es concretamente el largo cáliz con sus cuatro sépalos y el botón floral poco antes de su apertura. Cuando esta estructura está seca tiene aspecto de un pequeño clavo de hierro oxidado (figura 7.1.1), de ahí su nombre. Y, finalmente, por su agradable aroma se llama “clavo de olor”. Un significado parecido se observa en los nombres del clavo en otros idiomas: cravo da Índia (portugués), clou de girofle (francés), clove (inglés), gewürznelke (alemán), cengkeh (indonesio), spijker (neerlandés). Figura 7.1.1. Aspecto del clavo de olor cuando se compra en las tiendas para fines culinarios. Fotografía: Esteban Manrique.

Recuadro 7.2. La ruptura del monopolio portugués del clavo La información que Juan Sebastián Elcano y Antonio de Pigafetta trajeron a su regreso a España fue trascendental para revolucionar el comercio de las especias en Europa. No solo se pagó la expedición con los cerca de 27.000 kilos de clavo que trajeron en las bodegas de la nao Victoria. A partir de este momento, los navegantes españoles entraban de forma directa con una ruta nueva hacia las islas de las Especias, ya que la ruta portuguesa les estaba vedada tras la firma del Tratado de Tordesillas. Las especias dejaban de ser de exclusividad del comercio portugués, y con ello se rompía un monopolio que los portugueses habían explotado en solitario durante décadas. Este monopolio se restableció brevemente con la compra de los derechos de las islas por parte de Portugal a España en el Tratado de Zaragoza (1529). La verdadera ruptura del monopolio portugués sucedió después, cuando por una parte los holandeses expulsaron a los portugueses de las Molucas tras varias batallas, y por otro, cuando los franceses consiguieron sacar el clavo de su lugar de origen y cultivarlo en nuevas áreas tropicales. Debido a ello, el precio del clavo fue bajando siglo tras siglo. Hoy día las importaciones de clavo vienen principalmente de Mauricio, Madagascar, Indonesia, Malasia, islas de la costa oriental africana (Zanzíbar y Pemba), India, Sri Lanka y Sudamérica.

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Marcos Gonzalez, Haroldo Cavalcante de Lima, Alexandre Abreu Machado y Claudia Franca Barros

8. Por tierras del palo de brasil*

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los primeros compases de la expedición Magallanes-Elcano, su tripulación se detuvo en el actual Brasil, que por aquel entonces ya era territorio portugués. Las cinco naos llegaron al puerto de Río de Janeiro, donde se aprovisionaron de víveres. Pero también conocieron plantas y animales de un ecosistema único en Brasil: la mata atlántica. n

La mata atlántica y su gente En comparación con los registros de algunos de sus compañeros de viaje, la Relazione de Antonio Pigafetta nos brinda la perspectiva más sustancial. A bordo de la nao Victoria, que pasa por la Terra do Verzino (verzino es una de las denominaciones del palo de brasil)

(figura 8.1), el caballero vicentino no oculta su admiración por el Nuevo Mundo, tan extenso como “Francia, España e Italia juntas”, y por la abundancia “en todo tipo de productos” del bioma que hoy llamamos mata atlántica, es decir, bosque con influencia oceánica. Durante el paso de la expedición de Magallanes por tierras brasileñas, los miembros de su tripulación pudieron contemplar este bosque en casi toda su extensión costera. Los navegantes debieron de observar un paisaje de densa mata atlántica, pues originalmente ocupaba un área de unos 1.300.000 km², es decir, la franja costera de montaña entre las latitudes 5º y 35º S (desde Río Grande del Norte hasta Río Grande del Sur). Además se extendía hacia el interior del continente, al este de

* Traducción portugués-español realizada por Pablo Vargas Gómez.

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Figura 8.1. Porte, flores y madera del palo de brasil (Paubrasilia echinata). Obsérvese la madera con aspecto de brasa incandescente. Fotografías: Alexandre Abreu Machado.

Paraguay y al norte de Argentina, formando un mosaico paisajístico de gran biodiversidad y variedad de suelos que se distribuían en altitudes que van

desde el nivel del mar hasta más de 2.000 m. A lo largo de su formación desde el Eoceno se distinguen diferentes fitofisionomías según el clima y la

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dinámica geológica. No obstante, el cambio drástico se produjo con la explotación del bosque por los europeos desde su llegada hace quinientos años. La gran variación ambiental es uno de los factores que permitió que el bioma fuera tan diverso en número de especies. Hasta la fecha se han descrito 15.441 especies de angiospermas (plantas con flores) de la mata atlántica de Brasil, de las cuales 8.432 son endémicas (solo se encuentran en este bioma), y se reparten en 219 familias y 2.065 géneros. El bioma es muy rico en epífitas, como las bromelias y las orquídeas, incluyendo 2.031 especies de árboles (Flora do Brasil, 2020), algunas de las cuales Pigafetta tuvo oportunidad de observar en estado natural. El 13 de diciembre de 1519 (recuadro 8.1) los barcos de la expedición de Magallanes finalmente se acercaron a una bahía que llamaron Santa Lucía, pero que hoy sabemos que se trata de la bahía de Guanabara (Río de Janeiro); la tripulación permaneció allí durante aproximadamente dos semanas. Francisco Albo, capataz de la Trinidad, describió el lugar como “una bahía muy grande […] con muchos puertos”, dentro de la cual había “una isla muy baja […] y queriendo entrar, la isla dejaréis a mano izquierda, y es angosto” (Albo, 1837). Probablemente una referencia a Ilha do Gato, más tarde (y hasta hoy) conocida como Ilha do Governador, con un área de aproximadamente 30 km². Los barcos

vieron en los alrededores “buena gente y mucha, y van desnudos… y hay mucho de brasil” (Paubrasilia echinata) (figura 8.1). Según varias fuentes (Albo, 1837; Brito, 1892), la expedición continuó escaneando la costa después de haber hecho una segunda parada en la bahía de los Reyes (hoy Angra dos Reis), unos 150 kilómetros al sur. Desde allí hasta Puerto de San Julián (49º 17’ S), en el Río de la Plata, la expedición pasó quince semanas, un viaje tres veces más largo de lo necesario para cubrir esa distancia en aquel momento, lo que indica un interés especial en la región (Davies, 1961). El “brasil” (Paubrasilia echinata) es la especie que dio nombre al país, y así fue conocido el árbol por los europeos desde el siglo XVI, dado que fue especialmente útil para la industria textil por sus propiedades de teñido (recuadro 8.2). A finales del siglo XVIII también se empleó para la fabricación de arcos de violín por la calidad de su madera (Bueno y Lima, 2002). Los informes sobre su explotación, quizás exagerados, sugieren que se talaron más de dos millones de árboles durante el primer siglo del comercio europeo, algo así como 1.200 toneladas (Dean, 1996). El palo de brasil es un árbol de hasta 20 metros de altura que se produce en los bosques secos de la mata atlántica, desde Río Grande del Norte hasta Río de Janeiro, una región donde la Corona portuguesa organizó exploraciones por primera vez con la instalación de una

factoría en 1503. A pesar de que la ubicación exacta es aún controvertida, una de las hipótesis es que se encontraba en la bahía de Guanabara, donde la Armada echó el ancla (Fernandes, 2002, 2008).

Comida para el viaje Magallanes, al menos en ese momento, parecía menos interesado en el tráfico de madera para teñir que en suministrar a los barcos leña y alimentos para continuar su viaje, que se logró a través de “intercambios ventajosos” con los nativos que se acercaban en sus canoas. Como nos dice Pigafetta: “por un espejo o unas tijeras, [la expedición recibió] pescado suficiente para que coman diez personas, por un anzuelo o un cuchillo nos dieron de cinco a seis pollos y, para conseguir un cuchillo de cocina u otro instrumento de corte, nos ofrecieron una o dos de sus hijas como esclavas”. La bahía era un territorio ocupado por dos grupos étnicos enemigos entre sí, aunque representantes de los tupíguaraníes. Estos formaban un linaje homogéneo en términos culturales y lingüísticos que, cuando los europeos llegaron a tierras brasileñas, se distribuían a lo largo de toda la costa y en la cuenca Paraná-Paraguay (Fausto, 1992). En Río de Janeiro el grupo más prominente era el tupinambá —o tamoio, tal y como los llamaban los 99

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portugueses—, que era hegemónico en un radio de 300 kilómetros alrededor de Guanabara. Otros eran los temiminó o maracajá, quienes en el momento de la llegada de la expedición de Magallanes estaban relativamente confinados en la zona de Ilha do Gato (Gobernador), de donde proviene el atractivo felino maracajá (Leopardus wiedii) que significa “gato salvaje” (Ipanema, 2013). Los temiminó trataron con europeos desde que los portugueses establecieron la factoría en Brasil, y se beneficiaron de la afinidad establecida con ellos, mientras que los

tupinambá eran aliados de los corsarios franceses, que pronto comenzaron a frecuentar la costa brasileña. Entre las plantas comestibles que los exploradores intercambiaron con los nativos destacan los tubérculos, las frutas (figura 8.2), la caña de azúcar (recuadro 8.3) y la harina, especies con las que los europeos ya estaban familiarizados. Los tupinambás y temiminós conservaron culturas ancestrales, como el cultivo del maíz (Zea mays), el “rey de los cereales” americanos, cuya domesticación se remonta a más de 9.000 años en

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Figura 8.2. Plantas alimentarias utilizadas por los indígenas de Río de Janeiro y descritas por Pigafetta (feria popular en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil). De izquierda a derecha: batata, mandioca, maíz y piña. Fotografías: Marcos Gonzalez.

Centroamérica (Larson et al., 2014). A juzgar por los registros encontrados en tumbas de Sudamérica (Colombia, Ecuador y norte de Perú) y datos genéticos, el boniato o patata dulce (Ipomoea batatas) se domesticó hace unos 5.000 años y es posiblemente el tubérculo “parecido a una nuez” mencionado por Pigafetta (Ferrão, 1993; Roulliera et al., 2013). Otro caso interesante de la agricultura precolonial es la “fruta similar a la piña, muy dulce y con un sabor extraño” de la que habla Pigafetta en una clara referencia al abacaxi o piña tropical (Ananas comosus). La dificultad para reconocer el lugar exacto donde se

originó la especie en Sudamérica está relacionada con la antigüedad de su domesticación (más de 6.000 años) por parte de los amerindios, quienes posiblemente practicaron la selección de cultivos con el objetivo de aumentar el tamaño de la fruta, su jugosidad y dulzura, para después producirse su expansión en todo el continente (Chen et al., 2019). Fernando Colón, que acompañó a su padre Cristóbal Colón en el cuarto y último viaje a América (1502-1504), quedó impresionado por los extensos campos de piña en la isla de Guadalupe (Caribe), comparándolos con las plantaciones de repollo de su tierra natal. A partir de la fruta madura, los

nativos prepararon un jugo fermentado que consumieron recreativamente, pero especialmente por sus propiedades supuestamente medicinales como vermífugo, diurético y antiveneno (Peckolt, 1871; Purseglove, 1972). Es posible que la piña tropical sea una de las primeras especies americanas en ser transportada a Europa, África y Asia, donde se extendió rápidamente (Corrêa, 1926). Para el botánico francés Jean-Baptiste Du Tertre (1667) fue “la fruta más hermosa y la mejor de todas las que existen en la tierra”, calificándola como “la reina de las frutas”, ya que estaba adornada con una “corona”, refiriéndose al mechón de hojas típico de las bromeliáceas que resulta del tejido meristemático apical que la planta ha tenido desde su origen.

Las plantas útiles en la cultura tupí Los pueblos tupíes estaban organizados en aldeas, no sujetos a autoridad central o fronteras rígidas, interconectados por 101

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Figura 8.3. Aspecto general y detalle de las ramas del guapuruvú (Schizolobium parahyba). Fotografías: Alexandre Abreu Machado.

lazos de consanguinidad o alianzas establecidas en un proceso socialmente efímero, y compartían rituales comunes. La descripción de Pigafetta nos proporciona información sobre la amplia función de las plantas en este modelo: “Sus viviendas consisten en chozas espaciosas que llaman boii y duermen en hilos de algodón llamados amache, que estaban unidos en los extremos a vigas gruesas”. Este arreglo les permitió movilidad, ya que siempre que era necesario transferían rápidamente sus pocas posesiones a áreas más ricas de caza o pesca, por lo que cumplían un ciclo anual que a menudo incluía migraciones para recolectar frutas, nueces y huevos en el lugar y momento apropiados (Hemming, 1998). Los tupíes eran ingeniosos y, sobre todo, autosuficientes. Los hombres eran 102

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Figura 8.4. Árbol y detalle de ramas con hojas y frutos de la genipa (Genipa americana). Fotografías: Alexandre Abreu Machado.

los responsables de cazar, pescar, luchar y limpiar el bosque para plantar, mientras que las mujeres mantenían los huertos y cuidaban a los niños. Confeccionaban sus propias pertenencias, como adornos, cestas, redes, arcos, flechas, herramientas simples, utensilios, trampas, chozas y una gran variedad de embarcaciones. Al ser hábiles artesanos, asumieron que los europeos también lo eran y de ahí el gran interés por sus cuchillos y anzuelos. Por ello, algunas de las especies de plantas no son mencionadas por Pigafetta como alimento, sino por el uso que los nativos les dieron en sus prácticas sociales, en la vivienda o en la fabricación de utensilios, ornamentación y tejido, medios de transporte e instrumentos de guerra. 103

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Figura 8.5. Porte del jacarandá de Brasil o caviuna (Dalbergia nigra). Fotografía: Alexandre Abreu Machado.

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Tomemos las observaciones del cronista italiano sobre lo que parece ser una incursión de los pueblos indígenas en territorio enemigo. Podrían desarrollar docenas de ubás, canoas monóxilas, es decir, hechas con el tronco de un solo árbol, tan grandes que en una sola de ellas cabían “de treinta a cuarenta hombres”, además de algunas mujeres, provisiones y armas. Para esto, la madera tenía que ser de baja densidad, ya que era tallada “por medio de una piedra de corte”, como comenta Pigafetta. Esta herramienta de piedra se reemplazó poco después por las hachas adquiridas de los europeos. Además, era necesario que los troncos fueran rectos y resistentes al sol, requisitos contemplados en docenas de especies arbóreas de las áreas del denso bosque húmedo de la mata atlántica litoral, especialmente el guapuruvú (Schizolobium parahyba) (Câmara, 1937; Roque y Hanazaki, 2019) (figura 8.3). No hubo europeos que no quedaran impresionados por las batallas entre tupinambás y maracajás. Los guerreros a pie movían los ubás con remos, según Pigafetta “similares a las paletas de nuestros panaderos”, preferiblemente fabricados a partir de genipa (Genipa americana) (figura 8.4), porque su madera era duradera y muy ligera después del secado, y que también fue útil en la fabricación de mangos para herramientas de todo tipo (Sousa, 1879).

Sus armas de combate consistían en palos, arcos y flechas tallados en madera dura y pesada, que Hoehne (1937) asocia con la palmera brejaúva o airi (Astrocaryum aculeatissimum). Quizás esta sea la “palma negra” mencionada por Pigafetta (Pickel, 1962). El cronista italiano también menciona el empleo del palo de brasil (Paubrasilia echinata) (figura 8.1) en la fabricación de arcos, así como otras muchas especies que los tupíes usaban para confeccionar las diversas variedades de estos, como son el jacarandá de Brasil o caviuna (Dalbergia nigra) (figura 8.5) y el lapacho rosado o pau d’arco (Handroanthus impetiginosus) (figura 8.6). Los amerindios de la región de Río de Janeiro contaban con una especie sudamericana de algodón (Gossypium hirsutum) que, al parecer, se naturalizó en las tierras bajas y cálidas de la costa brasileña a partir de plantas del norte. Este algodón se utilizaba para hacer las cuerdas de arcos, amarres, antorchas, sacos, telas, hamacas y capachos, con los que las mujeres mantenían a sus hijos pequeños cerca de sus cuerpos. Sin embargo, Costa (2014) considera que el uso del algodón mencionado en los informes de los cronistas debe considerarse con precaución, ya que la evidencia etnográfica indica que varios de los objetos asociados con el algodón, como por ejemplo algunas redes, pueden haber sido fabricados con otras fibras vegetales trenzadas de especies de

marantáceas o arecáceas (palmeras). De hecho, para esos usos se ha observado que empleaban fibras de algunas especies de palmeras del género Bactris (Hoehne, 1937). Para fabricar flechas, Pigafetta menciona “mazzo di frezze de canna” [haz de flechas de caña]. Sabemos que se usaron diferentes materiales de acuerdo con el propósito para el que fueron destinados: de origen animal, como pescado o huesos humanos y, preferiblemente, dientes de tiburón como cabezas de flecha (Hoehne, 1937); o de origen vegetal, como diferentes astillas de bambú (especies de los géneros Merostachys y Guadua). A su vez, el eje de la inflorescencia (sinflorescencia) de otra gramínea como la caña brava (Gynerium sagittatum), que es capaz de producir tallos erectos de hasta diez metros de altura (Pickel, 1962; Filgueiras y Peixoto, 2002). En cuanto a los cestos (canastas, capachos, etc.), decir que los pueblos indígenas los empleaban para las más diversas funciones, como son el almacenamiento de cereal y grano, procesamiento de mandioca, trampas de pesca, transporte de varios objetos e incluso funciones ceremoniales, tanto entierros primarios como secundarios. Además se podían impermeabilizar, y entonces se empleaban para algunas funciones similares a las de la cerámica, pero con la ventaja de ser más ligeros (Costa, 2014). Los cestos podían estar 105

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Figura 8.6. Detalle de una rama y porte del lapacho rosado o pau d’arco (Handroanthus impetiginosus). Fotografías: Alexandre Abreu Machado.

hechos de diversas fibras, incluidas las hojas y amarras fabricadas con diferentes tipos de lianas. Citemos a modo ilustrativo el tucum, nombre dado a varias palmeras espinosas cuyas fibras largas y resistentes se usaron en la fabricación de hilos y cordeles que los tupíes usaban para hilar las líneas de pesca que llevaban espinas de pescado como anzuelos. 106

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Otra planta importante era la mandioca (Manihot esculenta) (figura 8.2), mencionada en Relazione por la “harina” (hui) que se extraía de sus raíces. Según informes del siglo XVI, como el Tratado de la Tierra de Brasil de Pedro de Magalhães Gandavo (1576), se consumía de dos maneras: como “harina de guerra” o “fresca”; la primera tostada para que durara meses, mientras que la segunda era “más mimosa y de mejor sabor” en la preparación de panes y pasteles. Se estima que la planta fue domesticada al menos hace 8.500 años

en la cuenca amazónica (Larson et al., 2014), convirtiéndose en un elemento central de subsistencia y alimentación, para luego extenderse por un área que cubría América Central, las Antillas y casi toda la costa de América del Sur. La técnica agrícola tradicional era la coivara, caracterizada por áreas de corte y la quema de la materia vegetal que servía para aprovechar los nutrientes disponibles en forma de cenizas (Silva y Murrieta, 2014). La mandioca fue tan importante para las culturas amerindias que su trayectoria estuvo acompañada de muchas leyendas, reproducidas oralmente entre las personas que la introdujeron en sus culturas, “tupinizadas” y luego influenciadas por la mitología cristiana. Una versión de esta “leyenda de Mani” cuenta la historia de la hija de un jefe que quedó misteriosamente embarazada, aunque era virgen, por lo que sufrió un castigo severo. Después de nueve meses nació Mani, de una etnia irreconocible, que murió después de un año de vida sin haberse enfermado ni mostrar signos de dolor. Enterrado dentro de la casa, los miembros de la familia lo regaron constantemente y, en poco tiempo, nacieron de su tumba los brotes de una planta desconocida que llamaron mani’oka (“casa de Mani” en tupí). A partir de entonces, los indios la comieron y comenzaron

a cultivarla (Costa e Silva, 2002). Si hasta entonces, según la leyenda, los indios eran salvajes como animales, es decir, recolectores de hierbas y raíces silvestres, así se convertirían en agricultores por el milagro de Mani, conocimiento que se transmitiría en adelante haciendo que la mandioca se distribuyera por todo el continente. Esta es simplemente la interpretación del apasionante proceso de domesticación por parte de los indígenas americanos. La relación de los tupíes con la naturaleza no se limitó, sin embargo, al utilitarismo. Establecieron una relación profunda con el medio ambiente, hasta el punto de no poder desligarlo de la cultura humana como lo hacen los occidentales. Relacionaban lo natural y lo sobrenatural por igual, de manera mística. En esta perspectiva, los humanos, las plantas y los animales pertenecían a un cosmos que abarcaba a todos, una teoría sobre el mundo donde el conocimiento no solo estaba destinado al uso o las representaciones objetivas, sino también al ordenamiento de la diversidad de aspectos de la vida en sociedad a través de un proceso continuo de reciprocidad, que era capaz de absorber símbolos, mitos y ceremonias e incluso los comportamientos más cotidianos como salvaguardas y prohibiciones (Giannini, 1994; Silva, 1994). 107

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Para saber más Recuadro 8.1. Paso de la expedición de Fernando de Magallanes por territorio brasileño • 29 de noviembre de 1519: la expedición avista el cabo de Santo Agostinho, en Pernambuco (8º 20’ 39” S, 34º 56’ 39” W). • 13 de diciembre de 1519: llegada a Río de Janeiro (22º 54’ 10” S, 43º 12’ 27” W). • 27 de diciembre de 1519: salida de Río de Janeiro hacia el Río de la Plata bordeando la costa brasileña. • 31 de diciembre de 1519: llegada a la región de Angra dos Reis (23º 05’ 00” S, 44º 04’ 12” W). • 1 de enero de 1520: salida hacia el Río de la Plata.

Recuadro 8.2. Variedades de palo de brasil (Paubrasilia echinata) La especie (hasta hace poco llamada Caesalpinia echinata) se encuadra hoy día en el género monoespecífico Paubrasilia (Gagnon et al., 2016). Su crecimiento es lento, en promedio 2,4 mm por año (Macedo et al., 2019), y se cree que los especímenes observados hoy en la naturaleza son en su mayoría supervivientes de una explotación intensa durante casi quinientos años (Lima et al., 2002). Su explotación implicaba cortar el árbol dentro del bosque y transportar los troncos hasta la costa por medio de los nativos. Esta actividad fue muy penosa debido al gran tamaño de los árboles, la dureza de la madera y el peso de los troncos desmembrados (alrededor de 20-30 kg). Las referencias bibliográficas mencionan desde el siglo XVI la existencia de diferentes tipos de madera de brasil inicialmente relacionada con la producción de pintura: brasil-mirim o ibirapitanga-brasil, que produce pintura de mejor calidad; brasil-açu o rosado, de pintura menos consistente y más rosado; y brasileto, que produce poca tinta. Más recientemente se han identificado tres tipos: el más ampliamente distribuido, encontrado entre los estados de Río Grande del Norte y Río de Janeiro, tiene hojas con 5-10 pinnas y 12-21 folíolos de aproximadamente 4 cm, corteza roja y madera marrón-naranja (arruda); el segundo, que se encuentra en los estados de Espírito Santo y Bahía, tiene menos pinnas y folíolos (3-5 divisiones foliares y 3-5 folíolos de aproximadamente 7 cm), y madera de color naranja rojizo (color café); y el tercero se encuentra en el sur del estado de Bahía y tiene un morfotipo con folíolos anchos de hasta 12 cm y madera muy oscura con un color rojo negruzco. Hasta ahora no ha sido posible relacionar las variaciones descritas por los antiguos cronistas y las poblaciones conocidas actualmente (Lima et al., 2002; Macedo et al., 2019).

Recuadro 8.3. ¿Había realmente caña de azúcar en América? Es sorprendente descubrir que la caña de azúcar (híbridos de especies del género Saccharum) ya existiera en tierras tan al sur del continente, tal y como indica Pigafetta, en una región todavía poco conocida y explorada por los europeos. Si hoy no hay dudas sobre su origen biogeográfico en las islas del Pacífico o en el sudeste asiático, testimonios como el de Pigafetta o Jean de Léry, según los cuales “la caña de azúcar crece muy bien y en grandes cantidades en este país [Brasil]”, llevó a historiadores y naturalistas a especular hasta el siglo XIX que se trataba de una especie americana (Costa Filho, 1953; Galloway, 2005; Vilela et al., 2017 ). Por tanto nos queda la duda de si realmente se referían a Saccharum o a otra gramínea dulce. Una amplia literatura sobre esta gramínea, su difusión e industrialización (Schwartz, 1985; Crosby, 2011; Strum, 2014) nos permite comprender

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cómo la caña de azúcar se convirtió en uno de los primeros cultivos tropicales que se introdujeron con éxito en Europa (siglo IX). En los siglos XIII y XIV, los musulmanes de los reinos de Granada y el Algarve exportaban azúcar a genoveses y florentinos, que lo distribuían por el resto de Europa. Después de la “reconquista” de la península ibérica por los cristianos, las pioneras experiencias portuguesas de cultivo en la isla de Madeira fueron particularmente significativas por la construcción del primer molino accionado por agua (1452). Con este abastecimiento de agua la producción se multiplicaría exponencialmente, además de por la ayuda de inversión alemana y la distribución de la producción por parte de genoveses, flamencos, franceses e ingleses. El éxito promovió una rápida expansión del producto, lo que llevó a los portugueses a reproducir el sistema en Santo Tomé y a los castellanos en Canarias. Pero también puede que la presencia de caña de azúcar en el sur de Brasil a la llegada de la expedición de Magallanes no tuviese por qué estar relacionada con una política expansionista de Portugal. Teniendo en cuenta que la caña de azúcar era una de las plantas comúnmente transportadas por los colonizadores europeos en sus largos viajes de exploración o tráfico comercial, cualquier semilla de esta planta podría dispersarse naturalmente en terreno adecuado (Cisneiro, 1856; Costa Filho, 1953). Una tercera hipótesis, conjeturada por Macfadyen (1830), tampoco debe descartarse: que la especie que Pigafetta llama “caña” pudiera ser algún tipo nativo similar, como “caña brava” (Gynerium saggittatum), gramínea ruderal pionera encontrada en toda América del Sur, generalmente cerca de ríos y lagos. De hecho, entre los guaraníes de la cuenca del Plata se registra el uso edulcorante de esta especie para fines farmacológicos (Noelli, 1998).

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Graciela Barreiro

9. Primer viaje en la Patagonia: más allá del estrecho “Representantes de uno de los momentos más sublimes de la autoconciencia europea, pensaban haber alcanzado, a causa de su emancipación intelectual, el apogeo de la humanidad, y, viajando en sus barcos sin darse cuenta en el tiempo a la vez que en el espacio, retrocediendo a medida que creían avanzar se toparon, en un lugar vacío y sin nombre, con una mirada exterior que redujo literalmente a nada sus pretensiones.” Juan José Saer, El río sin orillas (1991)

Diálogos trasatlánticos Para los europeos, que surcaban el Renacimiento, la palabra escrita era la verdad: no podría haber crónicas orales de viajes tan largos y complicados como una travesía alrededor del mundo. Y, de ser posible, había que obtener pruebas concretas de lo que se había visto y lo que se había descubierto, sin importar la naturaleza del ejemplar que se llevara a bordo de vuelta al Viejo Mundo: piedra, planta, animal o humano.

La descripción del continente americano y sus gentes, en boca de los cronistas, suele derivar en descripciones fantásticas y magnificadas: el tamaño de sus planicies, las tormentas de sus cielos, la ferocidad de los “indios”, la altura de las olas en sus mares, lo infinito de su horizonte. Y aunque muchas de estas cosas son ciertas, otras se han exagerado, como la altura de los habitantes de las costas patagónicas a quienes don Antonio Pigafetta llamó y describió como gigantes. 111

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Figura 9.1. Playa costera en la Patagonia, paisaje que recibió a los expedicionarios. Fotografía: Graciela Barreiro.

Varios escritores americanos y muchos académicos de la historia pusieron bajo una nueva luz aquellas crónicas. Por ejemplo, en Maluco, la novela de los descubridores (1990), el escritor uruguayo Baccino Ponce de León intenta describir en clave de ficción el concepto que muchos analistas han tenido sobre las Crónicas de Indias: su carácter oscilante entre la verdad y lo imaginado, la fábula y la historia, poniendo en boca de un amanuense la presunta intención del cronista de viajes. Y lo mismo sucede en El lugar que no está ahí (2006), donde el escritor argentino Héctor Libertella da un paso más e imagina que don Antonio Pigafetta incluso soñó algunas de las cosas narradas en sus crónicas. Pero el paisaje y sus plantas ahí estaban. Y en sus descripciones intentaremos ver lo que entonces fue visto. La expedición hizo diferentes escalas en las costas de los actuales Brasil y Uruguay hasta llegar al Río de la Plata, al este de Buenos Aires, durante el mes de diciembre de 1519. Orillas costeras llenas de especies vegetales ricas en follajes y colores, que dan alimento fácilmente y que impactan al viajero, aún hoy. Climas cálidos a templados, y la benignidad del mar, permiten la existencia de una flora profusa y generosa. Al llegar a la desembocadura del Río de la Plata, Pigafetta describe la zona que hoy se denomina “Delta” diciendo que

“el río contiene siete islitas”, y a continuación evoca la muerte de don Juan de Solís a manos de los pobladores originarios (querandíes o pampas, su denominación europea), a los que llama caníbales. Sin embargo, nada dice de la vegetación, que sería abundante en esa época estival. Pero es más al sur donde comienza nuestra tarea de encontrar con los ojos de hoy las especies que aquellos ojos vieron. Allí donde comienza el viento y la estepa moja sus bordes en el mar azul y profundo: la Patagonia, árida e infértil, marcaría el humor y el destino.

Costas del Atlántico en San Julián Los gigantes y los cardos Junio de 1520 “La medicina de los gigantes – Aun siendo salvajes, tienen estos indios una especie de medicina. Cuando están enfermos del estómago, por ejemplo, en vez de purgarse, como nosotros, se introducen una flecha en la boca todo lo que pueden, para excitar el vómito, y arrojan una materia verde mezclada con sangre. El color verde proviene de una clase de cardos de que se alimentan.”

Con la denominación de “gigantes” es como Pigafetta se refiere a los habitantes de las costas patagónicas, los aónikenk o 113

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Figura 9.2. Playa costera en la Patagonia, paisaje que recibió a los expedicionarios. Fotografía: Graciela Barreiro.

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Figura 9.4. Antigua tarjeta postal que muestra el aspecto real de los habitantes aónikenk (patagones para los europeos). Fuente: Wikimedia Commons.

Figura 9.3. Los “gigantes” de la Patagonia según la visión de la época. Fuente: Wikimedia Commons.

patagones, uno de los pueblos originarios asentados sobre su vertiente atlántica. Tan impresionados quedaron los marinos de Magallanes, que intentaron llevarse un ejemplar humano de regreso a España para poder dar fe de lo que habían visto, práctica que continuó por un par de siglos o más a manos de otros expedicionarios de otras nacionalidades (por ejemplo en la expedición del Beagle de Darwin). Pero aquel pobre diablo no sobrevivió al maltrato, y eso hizo crecer la leyenda hasta el punto de convertirse en tema de discusión para la academia. Hubo, incluso, expediciones especiales de antropólogos para comprobar su veracidad. Españoles, franceses e ingleses visitaron las costas patagónicas en los

Figura 9.5. Antigua tarjeta postal donde aparece un indio selk’nam (ona, según la denominación posterior). Fuente: Wikimedia Commons.

siglos XVI y XVII y todos describieron la altura de sus habitantes sin mayores precisiones que algunos dibujos y una medida en pies de la longitud. Por entonces aún no había consenso sobre a cuánto equivalía un pie (los 30,48 cm actuales solo fueron fijados desde 1959), así que los datos no han de ser muy fehacientes. Por otra parte, las crónicas de viajes han sido siempre contradictorias y hasta se convirtieron en ardid político en una época de conflicto, guerras y colonizaciones; como las descripciones de Lord Byron, por ejemplo.

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Figura 9.6. Réplica de la nao Victoria, la única de las cinco que regresó a España al fin de la expedición (Museo Nao Victoria, Punta Arenas, Chile). Fuente: Wikimedia Commons.

Pasada ya la mitad del siglo XVIII, arribó a la zona una expedición inglesa destinada a la ocupación de las islas Malvinas (Falkland), previamente en poder de los franceses. Y fue el comandante Samuel Wallis quien, haciendo gala del empirismo ilustrado, utilizó un metro para medir a varios de los habitantes patagónicos, concluyendo que su altura promedio sobrepasaba apenas el metro ochenta. Así se probó que no eran individuos fuera de lo normal, ni en altura ni en el tamaño de sus pies (lo que les dio el nombre europeo de patagones, según el mismo Pigafetta). Pero su metro ochenta era buen promedio para la época: eran más altos que la mayoría de los pueblos amerindios y también que la mayoría de los españoles, ingleses y franceses que los visitaron. Robustos, con rasgos físicos fuertes, corpulentos, parecían más grandes todavía bajo enormes capas de piel de guanaco. Sin embargo, cuando Pigafetta sostiene que “nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura” quizá estaba exagerando un poco. Y en cuanto a esa especie de cardos que comían y que devolvían en una sustancia color verde al vomitar, cabe 117

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Figura 9.7. Vegetación típica actual en la meseta patagónica. Fuente: Wikimedia Commons.

Encontramos también en las cercanías avestruces, zorros, conejos, mucho más pequeños que los nuestros, y gorriones. Asimismo, hay árboles de los que se extrae incienso.”

aclarar que todas las plantas de la costa patagónica pueden responder a la descripción de “una clase de cardos”. La flora esteparia costera es dura, soporta fuertes vientos y bajas temperaturas, y muchas veces sus raíces crecen entre arena y canto rodado. Las hojas son coriáceas, los tallos espinosos. Poco de esto puede comerse, pero en épocas en que no había caza de guanacos (probablemente durante la época de celo, de noviembre a febrero), algunas especies vegetales conformaban parte de la dieta de los pueblos del sur árido. En la Patagonia no había entonces cardos propiamente dichos, especies que conocemos como europeas y, por cierto, hoy adventicias en la pampa sudamericana.

Plantas como cojines Julio de 1520 “[…] Se mantienen ordinariamente de carne cruda y de una raíz dulce que llaman capac. […] Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones. Pasamos en este puerto, al que llamamos San Julián, cinco meses, durante los cuales no sucedió ningún accidente, salvo los que acabo de mencionar. […] aunque la distancia era de cien millas y el camino incomodísimo y fatigoso, entre espinas y malezas, entre las que había que pasar la noche, no teniendo más bebida que el hielo, al que había que machacar, cosa que costaba gran trabajo.

Unos 13.000 años lleva poblada la Patagonia, con pueblos cazadores y recolectores que habitaron la región del centro norte y la costa del océano Atlántico; aunque solo el 6% de las 908 especies de plantas reconocidas para la región de Magallanes y la costa atlántica patagónica habrían sido utilizadas por los selk’nam (onas), kawésqar (alacalufes), yagan (yamanas) y aónikenk (tehuelches o patagones). Los selk’nam, habitantes del estrecho de Magallanes, en la Tierra del Fuego, fueron poseedores del mayor conocimiento de las plantas con fin alimentario y medicinal, usadas también para la fabricación de herramientas de caza (arpones, flechas, mazos), como combustible y para su empleo en ceremonias o rituales. Dos especies son, y eran entonces, conocidas como capac: Bolax gummifera

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Figura 9.8. Los guanacos eran la fuente principal de proteínas en la alimentación de los nativos. Fuente: Wikimedia Commons.

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Figura 9.9. Los habitantes de la Patagonia hacían una harina del capac que comían, según indica brevemente Pigafetta. Una de las plantas podría ser una umbelífera (Bolax gummifera) de aspecto pulviniforme. Fotografía: Gabriela Benito.

Figura 9.10. Otra umbelífera (Bolax caespitosa) a la que pudiera referirse Pigafetta como capac. Fotografía: Gabriela Benito.

Figura 9.11. Distribución de las poblaciones indígenas en la época de la expedición Magallanes-Elcano. Fuente: Graciela Barreiro.

(Lam.) Spreng. y Bolax caespitosa Hombr. et Jacquinot, a las que se diferencia por la forma de las hojas: B. gummifera, con hojas trilobadas; y B. cespitosa, con hojas simples. Por la época en que Pigafetta menciona esta planta, las naves se encontraban fondeadas en Puerto de San Julián, en la costa patagónica del Atlántico. De manera que la especie que vio comer a los aónikenk bajo la forma de raíces crudas sería la Bolax gummifera, que llega más al norte y más al este en su distribución que su hermana botánica, B. caespitosa. Según los últimos relatos de los onas, en 1965 aún se consumían las raíces crudas o entibiadas sobre ceniza de ambas especies de Bolax (Martínez Crovetto, 1968).

Figura 9.12. Bolax gummifera según los dibujos de la expedición de Cook (1769). Fuente: Museo de Historia Natural (Londres).

Ambas especies son arbustos perennes de la familia de las apiáceas, en forma de cojines, que pueden llegar a los dos metros de diámetro, muy característicos de la

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Figura 9.13. La costa en el área norte del estrecho, bordeada por piquillines en fruto (Condalia microphylla).

Figura 9.14. Detalle de las hojas y fruto de los piquillines (Condalia microphylla).

Fuente: Wikimedia Commons.

Fotografía: Gabriela Benito.

flora patagónica. Florecen a fines de primavera y verano, y se encuentran en praderas pedregosas desde el nivel del mar hasta los 3.500 m de altura. Otros arbustos pueden tener maderas aromáticas, servir para la fabricación de arpones o para leña con mejor o peor performance. Lo que parece seguro es que “los árboles de los que se extrae incienso” que describe Pigafetta, rememorando su estadía en San Julián, los debe haber soñado en una noche de fiebres o angustia. La flora de la zona no contiene especies con porte de árbol.

Pero sí hay unos arbustos llamados piquillines (Condalia microphylla) con madera de perfume aromático y que quema lentamente, lo que la hace valiosa también como leña. No son muy frecuentes en la costa, aunque pueden hallarse ejemplares aislados que podrían haber llamado la atención de los navegantes. Pertenece a la familia de las ramnáceas y su distribución en Argentina es muy amplia, del norte al sur del país. Sus frutos dulces le han ganado el mote de “golosina del monte”.

En las costas del estrecho Noviembre de 1520 “Descripción del estrecho – La tierra de este estrecho, que a la izquierda se vuelve hacia el Sureste, es baja. Cada media legua se encuentra un puerto seguro, con agua excelente, madera no de cedro, sardinas y abundantísimos mariscos. Había también yerbas, algunas de las cuales eran amargas, pero otras eran comestibles, sobre todo una especie de apio dulce 121

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Figura 9.15. Bosques de coihues (Nothofagus) en la selva valdiviana. Fotografía: Graciela Barreiro.

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Figura 9.16. Coihue de Magallanes (Nothofagus betuloides) según los dibujos botánicos de la expedición de Cook (1769). Fuente: Museo de Historia Natural (Londres).

que crece junto a las fuentes, del que comíamos a falta de mejores alimentos.”

La buena madera Los pueblos originarios que habitaban la zona usaban el bosque para recolectar frutos y hongos, su alimento más común junto al guanaco. Los árboles les proporcionaban madera para el fuego o las herramientas de uso diario, y eran, según sus creencias, el hogar de los espíritus benignos. Hicieron uso de este bosque entre el 10.000 a. C. y el momento de la colonización definitiva, a mediados del siglo XIX. Sin embargo, entre estos dos periodos también los

colonizadores se sirvieron de él, como lo cuenta don Antonio Pigafetta. El género Nothofagus es parte de las formaciones boscosas del sur de Argentina y Chile, áreas con alto interés botánico por representar muy bien la separación de los continentes desde la era Gondwánica y los linajes asociados entre las floras del sur de América y de Oceanía. De las 36 especies de Nothofagus (originalmente llamadas Fagus y ubicadas en la familia de las fagáceas) 26 tienen su hábitat en Australasia, mientras que las diez restantes pertenecen a la flora sudamericana. Así, cuando Pigafetta menciona que en las costas del estrecho que acababan de descubrir encontraron madera —además de buena comida y agua—, se refería seguramente a los árboles del bosque subantártico que crecen en las costas de los actuales Chile y Argentina, y en particular se harían notar los fantásticos ejemplares de Nothofagus betuloides, cuya madera, con grano fino y homogéneo, habrá servido para todo tipo de enseres domésticos, elementos de navegación, instrumentos y hasta leña.

Nothofagus betuloides es una especie arbórea perenne, endémica de estos bosques desde Valdivia hasta el cabo de Hornos en Chile, y en el extremo sur de la Tierra del Fuego en Argentina. Es la especie de Nothofagus con ejemplares vivos más antiguos en América del Sur, algunos de los cuales tienen más de 500 o 600 años. Llegan a medir 20 m de altura, con troncos de hasta dos de diámetro, con corteza gris. Son conocidos como “coihues” en Chile y como “guindos” en Argentina. El bosque subantártico tiene como especies de primera magnitud a los Nothofagus, pero otras conviven en una composición característica: Drymis winteri (canelo) comparte la canopia más elevada, y una proporción menor de Maytenus magellanica (maitén) y Embotrium coccineum (notro) forman un segundo estrato del dosel, con numerosos helechos y especies arbustivas que cubren el suelo sobre troncos en descomposición llenos de hongos y musgos. Cerca de la costa, donde las precipitaciones pueden alcanzar los

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2.000 mm anuales y los suelos son profundos y anegadizos, los Drymis se hacen más frecuentes y el bosque se reparte en mitades entre las dos especies. Y aunque ambas se hallaban a disposición, seguramente no fue la corteza perfumada del canelo sino el fantástico Nothofagus el actor de las crónicas de la expedición.

El apio dulce de Pigafetta Al llegar a las costas de lo que con el tiempo se llamaría el estrecho de Magallanes, Pigafetta relata que encontraron yerbas comestibles, entre ellas “una especie de apio dulce que crece junto a las fuentes”. Y en la nota al pie de la página 67 de la edición castellana de Ruiz Morcuende del Primer viaje alrededor del globo (1922) se lo llama Apium dulce y se aclara que es la misma especie encontrada en 1769 por Cook (en realidad, por sus botánicos a bordo, Banks y Solander). Así pues, el apio dulce está considerado como la primera especie descrita en la historia de lo que hoy es la flora chilena por esta referencia tan directa en el diario de don Antonio Pigafetta. Pero ¿de qué apio en concreto hablaba nuestro cronista? Nunca creímos que una especie de aspecto tan sencillo pudiese traernos tantas horas de búsqueda y discusiones de nivel

Figura 9.18. Apio (Apium prostratum var. filiforme) de Nueva Gales del Sur (Australia). Fuente: Wikimedia Commons.

Figura 9.17. Pigafetta citó un apio dulce referible a Apium australe (o Apium antarcticum) según los dibujos botánicos de la expedición de Cook (1769). Fuente: Museo de Historia Natural (Londres).

internacional para poder llegar —¿o no?— a alguna certeza. El género Apium consta de 25 especies, pero en Cabo Deseado y la provincia (Santa Cruz) solamente se menciona una como nativa en las descripciones de flora con que actualmente cuenta la botánica del país. Partiendo de la actual denominación de 125

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Figura 9.19. Ejemplar de herbario de un apio (Apium antarcticum) recolectado en Tierra del Fuego durante la expedición de Banks y Solander (1769). Fuente: Museo Smithsonian (Nueva York).

la especie de Apium propia de las costas de Tierra del Fuego, Apium prostratum Labill. (GBIF y Catálogo de las Plantas Vasculares del Cono Sur), descubrimos que la especie es considerada natural de las costas de Australia y Nueva Zelanda, y está incluida en las diferentes ediciones de sus Floras (por ejemplo en la de Victoria, Australia) como nativa. Incluso, a algunas de sus variedades se las considera endémicas. En consulta personal, los editores de la Flora de Victoria sostuvieron esta caracterización del Apium prostratum considerando que el primer registro de la especie era el de Ventenat, en Jardins de la Malmaison, de 1804. Sin embargo, podría ser que la historia comenzase mucho antes. Pigafetta la menciona en su crónica, sin dar ninguna precisión botánica, en 1520. Pero Joseph Banks, que era el naturalista del viaje de James Cook alrededor del mundo, la encuentra también en la isla de los Estados (Tierra del Fuego) en 1769 y la describe como Apium antiscorbuticum por haber comprobado su acción contra 126

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el escorbuto, un mal que asolaba a las tripulaciones de aquella época. Esas propiedades pronto despiertan su interés botánico, de por sí bastante desarrollado (recolectó más de 300 especies en las costas patagónicas), de modo que tomó ejemplares y semillas del Apium (en enero, época del año en que sucedió la visita, habría plantas ya fructificadas). Prueba de esto es el espécimen de herbario que se encuentra en el Museo Smithsonian, en Nueva York, que tiene como recolectores a Banks y Solander. En este caso, el nombre utilizado es Apium australe Thou. ex Apium antarticum. En 1800 La Billardière obtiene un “prototipo”, pero solo lo valida en 1805 como Apium prostratum en Novae Hollandiae Plantarum Specimen (1: 76, tab. 103), lo que causa algunas discusiones de autoría botánica entre él y Ventenat. Efectivamente, en 1804 Ventenat la describe como una planta anual, herbácea, originaria de Nueva Holanda (antigua denominación de Australia), en sus jardines cultivados de la Malmaison (Francia), sin aclarar cómo obtuvo los ejemplares. Y acompaña esta descripción con una lámina botánica. Pero en 1832 Charles Darwin encuentra la especie otra vez en Tierra del Fuego y la menciona como “apio silvestre” sin más precisiones botánicas,

destacando su propiedad antiescorbútica (¿habría leído las crónicas del viaje de Banks y Solander?). Una publicación de la Biblioteca Augustana (Rock Island, Estados Unidos) la menciona —en su nº 1-7 (94) de 1898-1910— como Apium prostratum, y asevera su presencia en las costas marinas de Australia, Tasmania, Nueva Zelanda, Sudamérica, Sudáfrica y varias islas del Pacífico. En 1927, H. Wolff la identifica como Apium australe var. lactisectum para el sistema de clasificación de Engler, asegurando su presencia en Sudamérica y Australia. En 1965, la investigación de uno de los más reconocidos etnobotánicos argentinos, Raúl Martínez Crovetto, la incorpora a los saberes originales de los indios onas, habitantes primigenios de la Tierra del Fuego (selk’nam en su propia lengua), como Apium australe, al que ellos denominan kiel. En un trabajo de revisión de la Flora de Victoria realizado entre 1978 y 1980, Mary A. Todd incorpora en el listado de “nuevos registros” de especies indígenas a Apium prostratum Labill. y todas sus variedades. Por su parte, Short revisa el género Apium en 1979 y opina que Apium prostratum y Apium australe deberían considerarse dos especies diferentes (había estado revisando el herbario de Kew Gardens y comprobado que todos los ejemplares conservados,

con ambos nombres específicos, provenían de América del Sur). Todo lo cual no ha hecho más que aumentar nuestra confusión sobre el tema. Actualmente, las bases de datos nacionales e internacionales que nos ayudan a mantener en forma las colecciones científicas conforman en sus registros a Apium prostratum y Apium australe como sinónimos (GBIF, Trópicos) o como dos especies diferentes (POWO y IPNI), con lo cual tampoco nos ayudan mucho. El resultado es que los datos nacionales de Australia y Nueva Zelanda consideran a Apium prostratum Labill. una especie nativa, y los datos nacionales de Argentina y Chile (incluyendo los de la Flora of the Falklands) también. Hoy, quinientos años más tarde, sabemos que las plantas han ido de un lado al otro del mundo a través de los siglos, asentándose en sitios similares, a veces volviéndose adventicias; otras, volviéndose invasivas. Incluso existen casos de especies que, se cree, sobrevivieron a la separación de Pangea hace 200 millones de años. No tenemos certeza alguna de lo que ha pasado con el famoso apio dulce de Pigafetta. Si estaba acá y se fue para allá bajo la forma de semillas. Si viajó en los barcos en un camino sur-sur para afincarse en Oceanía o al revés. 127

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Si siempre se trató de otra especie, que es lo más probable. Entonces, ¿cuál perdió su identidad a manos de la taxonomía? Sí sabemos que las culturas indígenas de la Tierra del Fuego usaron el Apium aún en el siglo XX para curar enfermedades: “Medicinalmente las hojas y raíces son utilizadas en infusión, como refrescantes,

carminativas (contra los gases intestinales) o depurativas de la sangre. También se las emplea contra la gota o artritis, el reumatismo y el escorbuto. El género Apium contiene, entre sus metabolitos secundarios, apiol, limoneno, ácido malónico y ácido palmítico que le atribuyen propiedades antipiréticas y diuréticas. Es utilizada como té y en infecciones, afecciones respiratorias y dolor de garganta […].”

En fin, que en algo tenemos que creer los botánicos…

Agradecimientos A Neville Walsh y Tim Entwistle (Victoria, Australia) y a Gabriela Benito, curadora del Jardín Botánico de la Ciudad de Buenos Aires “Carlos Thays”.

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Claudia Mansilla y Alfredo Prieto

10. Las plantas del estrecho de Magallanes “Había también hierbas, y aunque algunas eran amargas, otras eran buenas para comer, sobre todo una especie de apio dulce que crece en la vecindad de las fuentes y del cual nos alimentamos a falta de otra cosa mejor: en fin, creo que no hay en el mundo un estrecho mejor que este.” Antonio Pigafetta, Primo viaggio intorno al globo terracqueo (1519-1522)

A

debió de ser descubierta desde Asia en una época incierta hace al menos 15.000 años, según estudios recientes obtenidos de Monte Verde (Puerto Montt, Chile) (Dillehay et al., 2015). Sus descubridores no pudieron ser un conjunto de hombres solitarios, sino más bien grupos familiares que conquistaron lenta y constantemente de extremo a extremo el vasto continente americano hasta llegar al sur, la Tierra del Fuego, unos 11.000 años atrás. La geografía y el clima eran distintos al ambiente actual, y los humanos que lo habitaron diferentes a quienes lo mérica

pueblan hoy. Por lo menos, en su modo de vida. La larga historia humana de este nuevo continente la cuenta, casi en su totalidad, el registro arqueológico. Se trata de la historia de cientos de generaciones anónimas y casi ágrafas. Cuando la expedición del navegante portugués Fernando de Magallanes pasó en 1520 por el estrecho que hoy lleva su nombre, sus costas estaban habitadas por al menos tres grupos humanos distintos: aonikenk, selk’nam y kawésqar. Los navegantes tomaron contacto directo solo con los primeros en San Julián (Argentina); sin embargo, vieron los 129

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Figura 10.2. Paso Famine según el derrotero de Cloué de 1868. Fuente: Billard (1874).

Figura 10.1. Primer mapa del estrecho de Magallanes (1520). Fuente: Biblioteca del Congreso (Estados Unidos).

fuegos de los demás a su paso por el estrecho. Sería el inicio de una larga y —la más de las veces— dramática relación entre navegantes europeos y los pueblos originarios, que culminaría con la instalación de nuevos modos de vida en los antiguos ambientes de FuegoPatagonia. El mar denominado Pacífico por Magallanes ya era conocido en Europa gracias a su avistamiento por Vasco Núñez de Balboa el 25 de septiembre de 1513 desde una cumbre en el istmo de Panamá, al cual denominaría, dada la orientación del istmo, el “Mar del Sur”. Tan solo veintiún años más tarde, en 1534, el emperador Carlos V ordenó un estudio o propuesta sobre una ruta atravesando este istmo. Sin saberlo, haría uso del mismo razonamiento empleado por los fueguinos para aprovechar una cercanía terrestre para unir dos cuerpos de agua, “los pasos de indios”. El proyecto demoraría cuatrocientos años

en concretarse: en 1914 se inaugura el primer viaje por el canal de Panamá. El estrecho de Magallanes, obra de una falla geológica y de la acción glaciar, sería superado por el ingenio humano a miles de kilómetros más al norte. La cartografía americana generada tras el periplo de la expedición de Magallanes daría cuenta de su descubrimiento a partir de 1520 con una sucesión de mapas que seguían la información derivada de quienes lo navegaron y entregaron noticias de sus características. El primer mapa es escueto, como cabría esperar (figura 10.1). Como bien enunció su principio el filósofo italiano Giambattista Vico: verum ipsum factum (conocemos en la medida que hacemos). He aquí que los navegantes comienzan entonces a crear o dibujar un nuevo canal. Los mapas se irían ajustando poco a poco a la realidad. El almirante francés Cloué, en su

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derrotero de 1868, dibuja los perfiles de las costas de todo el estrecho (Billard, 1874) (figura 10.2), y en ambos sentidos, según se vaya o se vuelva, que no son lo mismo. Para el servicio de los navegantes que lo surcaban a vela era bueno saber lo que veían y lo que se les podía venir encima. El conocimiento del estrecho de Magallanes sería más completo en la medida en que se navegaba y aún más si se lo explotaba. Su conocimiento geológico es más bien tardío, y será más y más completo como producto de las prospecciones mineras en particular. Hoy, el interés en el cambio climático ha dado lugar a un mayor conocimiento de su formación, de los avances y retrocesos glaciares pasados. Por otro lado, ha sido redescubierto también en sus más mínimos y coloridos detalles por las imágenes satelitales (Google Earth), que en un santiamén nos informan de su fisonomía, distancias, servicios, etc., en un mundo en que ya nada parece esconderse. Ni que decir de su flora. Los seres humanos comunes y corrientes no necesitan conocer mucho de la flora que los rodea si viven en ciudades. Su conocimiento, objeto de la botánica, tiene raíces económicas o farmacéuticas. Pero la más de las veces conocemos una ínfima parte de la misma, y antes, como ahora, por especialistas, chamanes, curanderos, químicos o botánicos. A continuación trataremos la larga historia

ambiental del estrecho de Magallanes, de su composición botánica y de algunos de los usos de sus plantas por parte de los humanos que habitaban sus costas en tiempos recientes.

Figura 10.3. Estrecho de Magallanes, sección occidental. Fotografía: Thierry Dupradou.

El estrecho de Magallanes El estrecho de Magallanes (~53º S) es un corredor marino de más de 600 km de longitud, que marca el límite más austral del continente americano. El estrecho en su margen occidental se origina en los islotes Evangelistas siguiendo una dirección sureste a través de los archipiélagos y fiordos hasta el cabo Froward, curvándose en este punto en dirección noreste, hasta las planicies orientales, generándose así la conexión del océano Pacífico con el Atlántico y del continente americano con Tierra del Fuego y los archipiélagos occidentales de la Patagonia austral (figura 10.3). La cordillera de los Andes se dispone a lo largo de la zona occidental de la Patagonia, formando una barrera 131

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Figura 10.4. Detalle de las comunidades vegetales de Fuego-Patagonia descritas por Pisano en 1975 (documento inédito). Fuente: Laboratorio de Botánica, Instituto de la Patagonia (Chile).

orográfica para los vientos del oeste que están asociados a altas precipitaciones, provocando un fuerte gradiente de estas. En la zona de los archipiélagos occidentales las precipitaciones superan los 6.000 mm anuales, mientras que en su vertiente oriental disminuyen a menos de 300 mm anuales. Esta diferencia en las precipitaciones se da en aproximadamente 300 km de distancia, lo que lo convierte en uno de los gradientes más drásticos del mundo. Las precipitaciones, la topografía y el tipo de sustratos de los suelos a lo largo del estrecho de Magallanes determinan una gran diversidad de ecosistemas vegetales,

en directa interacción con ecosistemas costeros y marinos, creando una interfaz tierra-mar únicos (figura 10.4). La evolución del paisaje asociado al origen del estrecho de Magallanes involucró múltiples procesos geomorfológicos y ambientales, tanto a nivel regional como global y a lo largo de miles de años. Durante el último máximo glacial (20.000 años atrás) un gran volumen de hielo se extendía a lo largo de los Andes (~36º-56º S). Esto causó una gran presión descendente en el occidente y una elevación del continente en el oriente, formando un corredor terrestre entre el continente

americano y la actual Tierra del Fuego. La vegetación estaba dominada por pastizales y arbustos en un paisaje abierto, mientras los bosques estaban restringidos a refugios glaciales (McCulloch y Morello, 2009) (figura 10.5). Durante el Pleistoceno tardío, 18.000 años atrás, se registró un aumento de temperaturas, lo cual condujo a la retirada de gran parte de los glaciares que cubrían el estrecho de Magallanes. La vegetación fue cambiando, los pastizales fueron reemplazados por una mayor abundancia de arbustos. El periodo de aumento de temperaturas fue interrumpido por un retorno a condiciones más frías llamado Reversión Fría Antártica (entre 14.500 y 13.000 años atrás), impidiendo que el hielo siguiera derritiéndose. La vegetación respondió a este evento climático, los arbustos fueron reemplazados nuevamente por los pastos, que son especies más resistentes a condiciones climáticas frías. Después de los 13.000 años atrás, cuando nuevamente las temperaturas

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Sectorización de los ecosistemas vegetales y especies de plantas dominantes El paisaje que observaron los navegantes de la ruta Magallanes-Elcano a través del estrecho debió ser parecido al actual. Los ecosistemas vegetales que alberga el

a) Último Máximo Glacial, 20 mil años atrás (–120 m) Océano Pacífico

Océano Atlántico Campo de hielo

Corredor terrestre

-120 -620 Nivel del mar (metros)

aumentaron, los bosques dominados por las hayas del sur (especies de Nothofagus) empezaron a expandirse colonizando gradualmente nuevos territorios. A comienzos del Holoceno (12.000 años atrás), las especies de Nothofagus ya se encontraban distribuidas por gran parte del territorio. A partir de este periodo se produjeron drásticos cambios a nivel de paisaje; es decir, alzas del nivel del mar a escala global y rápida retirada de los campos de hielo patagónicos. La vegetación se caracterizó por una gran reorganización de los ecosistemas a escala de paisaje bajo condiciones climáticas más cálidas y secas (Mansilla et al., 2016). Las evidencias de transgresión marina durante el Holoceno medio en la zona central del estrecho de Magallanes datan de entre 9.000 y 8.000 años atrás y, en consecuencia, la desaparición del corredor terrestre entre el continente americano y Tierra del Fuego, y la formación del estrecho de Magallanes (McCulloch y Morello, 2009) (figura 10.5).

-1120 A

250 km

B

500 km

b) Holoceno medio, 9-8 mil años atrás (–20 m) Estrecho de Magallanes -20 -120 -620 -1120 A

250 km

B

500 km

estrecho de Magallanes desde los archipiélagos occidentales a las planicies orientales se pueden considerar como un “macro-ecosistema”. Es decir, los ecosistemas vegetales no poseen límites estrictos, sino ecotonos, zonas transicionales en las que confluyen características de diferentes ecosistemas y, por lo tanto, se transforman en zonas claves para la biodiversidad de plantas vasculares y recursos disponibles. Los bosques templados del extremo sur de Sudamérica están dominados por especies de Nothofagus, que se encuentran en regímenes de precipitaciones entre los 600-2.000 mm

Figura 10.5. Evolución del paisaje asociado al origen del estrecho de Magallanes: a) masa glaciar ubicada en la zona occidental del continente durante el Pleistoceno tardío; y b) origen del estrecho durante el Holoceno medio. Fuente: Imagen modificada de McCulloch y Morello (2009).

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Archipiélago patagónico

53º S

Cordillera andinopatagónica

Precordillera oriental

Estepa

6000 5000 4000 3000 2000

Vientos del oeste

4

Océano Pacífico

Océano Atlántico

1000 0

II

III

VI

IV

VII

0

V Estrecho Magallanes

Figura 10.6. Esquema de la sectorización de los ecosistemas de plantas en sentido oeste-este, desde el océano Pacífico al Atlántico. La flecha verde representa la dirección de la influencia de los vientos del oeste; la línea discontinua verde indica la precipitación media anual y la amarilla la evapotranspiración media anual. Fuente: Imagen modificada de Kilian y Lamy (2012).

2 1

VIII I

3

100 km

Evapotranspiración (mm anuales)

Precipitación (mm anuales)

Islas

anuales, uniformemente distribuidas a lo largo del año (figura 10.6). Los ecosistemas en la zona extremaoccidental, en los islotes Evangelistas, se caracterizan por tener elevadas precipitaciones, mayores a 3.000 mm anuales. La gran influencia del viento aumenta los efectos del frío, lo cual impide el desarrollo de especies arbóreas y arbustivas, generando ecosistemas muy agrestes y escasos recursos. A continuación, basándonos principalmente en el trabajo realizado por Pisano (1977), se describen ocho ecosistemas vegetales terrestres, y a ello se agrega un ecosistema de algas submarinas: • Turberas pulvinadas: son ecosistemas de plantas que crecen en la zona de los fiordos y archipiélagos en condiciones climáticas adversas y hostiles, con gran influencia oceánica y fuertes vientos, pero con

Figura 10.7. Plantas dominantes de los ecosistemas de turberas pulvinadas, como Donatia fascicularis, Astelia pumila y la planta carnívora Drosera uniflora. Fotografía: Claudia A. Mansilla.

temperaturas (media de 7 ºC) y precipitaciones anuales mayores (> 6000 mm) en la región (figura 10.6). Tanta precipitación favorece el desarrollo de numerosos musgos y plantas herbáceas (figura 10.7). Estos ecosistemas están dominados por plantas vasculares como Donatia fascicularis, Astelia pumila, la planta carnívora Drosera uniflora y diversos juncos (figura 10.7). Debido al escaso desarrollo de árboles, estos ecosistemas tan hostiles debieron ser utilizados por los humanos solo temporal o estacionalmente para la adquisición de recursos naturales. • Bosquetes de ciprés de las Guaitecas (Pilgerodendron uviferum): se encuentran en todo el archipiélago y

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Figura 10.8. Bosquetes de ciprés de las Guaitecas (Pilgerodendron uviferum) en las inmediaciones del monte Tarn, península de Brunswick.

Figura 10.9. Arbusto rastrero de murtilla (Empetrum rubrum), cuyas bayas son comestibles.

Fotografía: Claudia A. Mansilla.

Fotografía: Claudia A. Mansilla.

fiordos, alrededor de las turberas (figura 10.8). La matriz que alberga estos bosquetes está mayoritariamente dominada por el musgo Sphagnum magellanicum, acompañado por varias especies de juncos o junquillos (Marsippospermum grandiflorum) y arbustos rastreros como la murtilla (Empetrum rubrum) (figura 10.9). Los árboles pueden superar los 10 m de altura y tener grandes diámetros. Estos bosques, a medida que la precipitación disminuye, dan paso a árboles siempreverdes como el coigüe de Magallanes (Nothofagus betuloides), el canelo (Drimys winteri) (figura 10.10) y árboles caducos como el ñirre (N. antarctica). • Bosque magallánico siempreverde: se encuentra en todo el archipiélago y fiordos, principalmente en zonas

costeras o de relativa baja altitud, y posee alta diversidad de musgos, líquenes, hongos, helechos y epífitas en troncos y madera caída. Estos bosques están dominados por el coigüe de Magallanes, pueden alcanzar gran altura (18-20 m). Otras especies arbóreas representativas son el canelo y la leña dura o maitén (Maytenus magellanica). En sitios más luminosos, los arbustos como la chaura o murta (Gaultheria mucronata) pueden alcanzar un gran desarrollo y alta densidad, y en sitios más húmedos se presenta el chilco o fucsia (Fuchsia magellanica) (figura 10.11). En terrenos costeros, en quebradas con mayor precipitación, drenaje, iluminación y vientos, se encuentra el coicopihue (Philesia magellanica).

A

A

B Figura 10.10. Inflorescencia (A) y frutos (B) de canelo (Drimys winteri). La corteza de este árbol posee virtudes medicinales y los frutos eran consumidos con el fin de producir un efecto de embriaguez. Fotografías: Claudia A. Mansilla.

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Figura 10.11. El chilco o fucsia (Fuchsia magellanica) es característica de los bosques de Nothofagus. Además del atractivo de su flor, esta planta era usada con fines medicinales y sus frutos son comestibles. Fotografía: Modesto Luceño.

• Bosque magallánico mixto: se encuentra en la zona de archipiélagos y fiordos, e ingresa hacia la vertiente oriental por valles y zonas planas protegidas del viento que generan refugios. Este bosque posee especies arbóreas siempreverdes, especies arbóreas de hoja caduca y especies de ambos tipos (bosques mixtos). El coigüe de Magallanes es la especie dominante y junto con este árbol también pueden presentarse otras especies arbóreas como el canelo, el maitén, el sauco (Raukaua leaetevirens), el ñirre y la lenga. Son bosques muy densos, cerrados y de difícil acceso. En los claros del bosque se desarrollan arbustos como el taique (Desfontainia spinosa) y grandes helechos como la costilla de vaca (Blechnum magellanicum). En los límites del bosque se pueden encontrar árboles de menor dimensión, como el notro o ciruelillo (Embothrium coccineum) y arbustos espinosos como el michay (Berberis ilicifolia) (figura 10.12). En zonas litorales y desembocaduras de ríos sobre suelos limosos es frecuente encontrar en gran abundancia hierbas como el apio silvestre 136

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Figura 10.12. Inflorescencia (A) y fruto (B) del arbusto espinoso michay (Berberis ilicifolia), característico de los bosques magallánicos. Sus pequeñas bayas son comestibles. Fotografías: Claudia A. Mansilla.

(Apium australe) y juncos como Rostkovia magellanica (figura 10.13). • Turberas esfagnosas: comparten todo el rango bioclimático de los bosques templados de Nothofagus, si bien son muy pobres en diversidad de especies de plantas. Estos ecosistemas con apariencia de cojines blandos, planos y húmedos están dominados por el musgo Sphagnum y representan grandes extensiones desde el nivel del mar hasta los 100-200 m de altitud (figura 10.14). En áreas de mayor humedad de las turberas se encuentran los juncos o junquillos y otras plantas pulvinadas; en áreas más secas dominan los arbustos rastreros como la murtilla y el ñaudapo (Myrteola nummularia). A escala de paisaje, hacia ecosistemas transicionales más lluviosos comienzan a aparecer especies arbóreas como el coigüe de

Magallanes, el canelo y el ciprés enano (Lepidothamnus fonckii). • Bosque magallánico caduco: se encuentra en la zona subandina oriental, donde la especie arbórea dominante es la lenga (Nothofagus pumilio), que puede alcanzar alturas mayores a 20 m (figura 10.15). Estos bosques poseen poca diversidad de plantas vasculares y no albergan lianas ni helechos epífitos en sus troncos. Sin embargo, es común encontrar la planta hemiparásita farolito chino (Misodendrum punctulatum) en árboles maduros o en condiciones extremas. La especie dominante en el estrato herbáceo en sitios iluminados y húmedos es la frutilla del diablo (Gunnera magellanica) y en sitios oscuros y húmedos es el perejil silvestre (Osmorhyza chilensis), la frutilla silvestre (Rubus geoides) y el helecho

Figura 10.13. Junquillo (Rostkovia magellanica). En general todos los juncos eran un recurso fundamental para la cestería. Fotografía: Modesto Luceño.

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Figura 10.14. Turberas dominadas por el musgo Sphagnum, donde se encuentran gran cantidad de juncos o junquillos. Esta comunidad también es frecuente en Tierra del Fuego, como en Valle Mayor (Ushuaia). Fotografía: Modesto Luceño.



pluma de mar (Blechnum pennamarina). En zonas abiertas y húmedas del bosque, y en los cursos de ríos, se encuentra el michay y la zarzaparrilla (Ribes magellanicum). Cabe mencionar la importancia de hongos como el pan de indio (Cyttaria spp.), que parasitan principalmente las ramas de Nothofagus caducos (figura 10.16), y del liquen barba de viejo (Usnea spp.). En la zona transicional (ecotonal) esteparia es frecuente encontrar árboles como el ñirre y el notro (con poco desarrollo y retorcidos, que no sobrepasan los 5 m), donde hay generalmente abundancia del liquen barba de viejo. En sitios abiertos el

Figura 10.15. Bosque caduco de lenga (Nothofagus pumilio) en la Reserva Nacional Magallanes (Punta Arenas, Chile). Fotografía: Modesto Luceño.

hongo Calvatia spp. y arbustos como el romerillo (Chiliotrichum diffusum) y el calafate (Berberis microphylla) son frecuentes. El calafate siempre ha sido consumido por sus jugosos frutos, incluso hoy día es frecuente encontrarlos en repostería local. La cubierta vegetal gradualmente empieza a ser dominada por gramíneas. • Estepa fría: se localiza en el área más oriental del estrecho de Magallanes. Este ecosistema vegetal se

caracteriza por formar paisajes planos, de baja altitud y extensos, constituidos casi exclusivamente por pastos y arbustos poco desarrollados (figura 10.17). En estos ecosistemas se encuentran charcos temporales o estacionales, como ambientes de vegas. La estepa recibe precipitaciones durante todo el año, bien distribuidas e inferiores a 400 mm anuales. En el área más oriental, la vegetación típica y dominante está constituida principalmente por coirones

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Figura 10.17. Estepa fría patagónica en la sección oriental del estrecho de Magallanes. Fotografía: Thierry Dupradou.

Figura 10.16. Pan de indio (Cyttaria spp.). Estos hongos habitan principalmente sobre árboles de lenga (Nothofagus pumilio) y ñirre (N. antarctica). Fotografía: Claudia A. Mansilla.



(Festuca spp.). En zonas mésicas de la estepa las especies características son herbáceas, como siempreviva (Armenia maritima), cadillos (Acaena spp.), Arjona patagonica y la llareta (Azorella caespitosa). En condiciones de mayor humedad se desarrollan arbustos como el romerillo y la paramela (Adesmia boronioides). Un caso particular ocurre en la zona esteparia al norte de Bahía Inútil en la isla de Tierra del Fuego; aquí encontramos un remanente de bosque relicto siempreverde sin

presencia de Nothofagus. La especie dominante era el maitén (alcanza alturas de 8-12 m) junto a canelos y notros formando un bosquete denso, que se encontraba confinado a faldeos sombríos protegidos del viento y fondos de valles. La explotación como combustible por los antiguos ganaderos de la zona ha provocado su fuerte disminución y pérdida de su estructura natural. • Alto andino: se encuentran en territorios altos de cordones montañosos y montañas más o 139

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Figura 10.18. Bosque marino de huiro (Macrocystis pyrifera). Fotografía: M. Palacios.

menos aisladas, a alturas superiores a los 700-800 m s. n. m. donde las bajas temperaturas impiden el buen desarrollo de vegetación. Los árboles que marcan el límite arbóreo son la lenga y el ñirre, que se presentan achaparrados y densos. En zonas de mayor altitud son frecuentes la hierba o arbusto Bolax spp. y la llareta, que crecen en forma de cojines compactos. • Bosque de huiros gigantes: se encuentra en las zonas marinas de gran parte de la Patagonia y a lo largo del estrecho de Magallanes. Estos ecosistemas están dominados por las llamadas antiguamente “algas pardas” gigantes, comúnmente denominadas huiros, sargazos, laminarias o kelps (Macrocystis pyrifera), que pueden alcanzar los 70 m de largo. Estos densos y extensos bosques submarinos se distribuyen principalmente en aguas templadas-frías, albergan una gran biodiversidad de especies marinas y son claves para la mantención de procesos biológicos y químicos en el océano (figura 10.18). Debió ser de gran apoyo para la navegación de las naos de Magallanes, pues su presencia indica profundidades, así como el sentido e intensidad de las corrientes.

Conclusiones Los primeros registros del uso de plantas provienen del sitio arqueológico Monte Verde, en el norte de la Patagonia (datado 14.000 años atrás). Se ha demostrado que sus habitantes eran nómadas y se movían a lo largo de un amplio espectro geográfico (Dillehay et al., 2015). Por ello, los patagones utilizaban y conocían variadas materias primas, entre ellas plantas medicinales y algas marinas. Monte Verde es excepcional por sus condiciones de conservación, pues es muy difícil que restos de plantas, incluso algas, permanezcan en el registro arqueológico. Sin embargo, en este sitio se han encontrado más de una decena de restos de diferentes algas marinas, entre ellas: Porphyra sp., Durvillaea sp., Gigartina sp., Macrocystis pyrifera, entre otras (Dillehay et al., 2008). La gran importancia de las algas en la vida cotidiana sería reconocida también por Charles Darwin (1839), quien dijo que los bosques submarinos de grandes huiros prestaban un gran servicio a los marineros, ya que se convierten en verdaderas boyas sobre los roquedos y evitaban así los naufragios. La primera mención del registro histórico y etnográfico de la zona proviene del mismo Pigafetta, quien extrajo la información de un “patagón” secuestrado en San Julián por Magallanes, quien menciona el uso de

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una raíz denominada capac. También menciona el uso de maderas para hacer fuego, aunque sin especificar de qué arbustos se servían para ello en la pampa (Caetano, 2012). Martín Gusinde (1886-1969), el gran estudioso de las etnias fueguinas, era un buen botánico y dejó una lista extensa de usos de la flora austral en sus obras (Gusinde, 1982, 1986, 1991). Sin embargo, el estudio etnobotánico más acabado fue realizado posteriormente por Martínez Crovetto (1977) y Moore (1983). Para un buen resumen de la literatura al respecto se puede consultar a Domínguez (2010) y Domínguez et al. (2012). En definitiva, de los ambientes mencionados anteriormente, tan diversos, podemos inferir que los pueblos nativos utilizaban el bosque como recurso, sea por madera como combustible, para la construcción de canoas con coigües y remos de ciprés, postes de viviendas o para utensilios

(arcos de ñirre y flechas de calafate o michay, arpones de madera de ciprés y canelo, etc.). Los bosques eran también esenciales para fines alimentarios y medicinales. De las menciones sobre la flora Fuego-Patagónica de Pigafetta podemos destacar el apio silvestre, mencionado más arriba, y la raíz o tubérculo (capac), también mencionado, que usaban como pan (que bien pudo ser la Arjona patagonica que hallamos por toda la estepa). En todos los ambientes descritos, por extremos que pudieran ser, se obtenían recursos. Un caso emblemático son los junquillos, tan comunes en turberas y ampliamente utilizados por los pueblos canoeros del archipiélago para fabricar sus cestas de recolección. En este mismo ambiente se recolectaba un fruto exquisito por su gusto y perfume, el ñaudapo. El taique antes mencionado ha sido considerado como medicinal e incluso alucinógeno

entre los mapuches de la zona sur de Chile. Evidentemente, los bosques magallánicos mixtos y las zonas de transición o ecotonales bosque/estepa de cara al estrecho debieron ser las zonas más ricas por su diversidad para los cazadores marítimos y terrestres, respectivamente. Sin embargo, lo que claramente marca el límite de sus economías y de los usos de esos ambientes era la cordillera de los Andes y los climas que determinaban las plantas típicas que sustentaban la vida de todos los seres animados que pululaban por el estrecho de Magallanes.

Agradecimientos Agradecemos la financiación otorgada por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile (Proyecto PAI/SIA 77180002) para la realización de este capítulo.

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Jay P. Picardal, Jake Joshua C. Garces Esperanza Maribel G. Agoo y Domingo A. Madulid

11. Plantas filipinas en los últimos quinientos años: etnobotánica y significado sociocultural* “Para predecir el destino de una nación, es necesario abrir un libro que cuente su pasado.” José P. Rizal, héroe nacional de Filipinas (1861-1896)

A

lgunos de los eventos más notables que describen el pasado precolonial de Filipinas apuntan a la llegada de Fernando de Magallanes en 1521, la batalla de Mactán y el comienzo del cristianismo en el país. Estos hitos importantes de nuestra historia fueron consecuencia de la primera circunnavegación a la Tierra, una vez aclamado como “logro extraordinario de la humanidad”. La búsqueda exitosa de España de una ruta occidental a las Indias Orientales con el propósito del comercio de especias ha brindado a los filipinos la oportunidad de bautizarse y abrazar el cristianismo como religión. A través de las

generaciones, los filipinos conmemoran algunos de los eventos más significativos que describen su pasado precolonial. No solo porque nuestros antepasados ganaron ​​ su libertad contra los colonizadores europeos, sino porque, más importante aún, estos eventos han dejado marcas indelebles que definieron nuestra estirpe, identidad y soberanía nacional. Tal documentación de nuestro pasado lejano fue posible gracias al relato de la primera circunnavegación que Antonio Pigafetta escribió, lo que nos permite vislumbrar la rica historia cultural de las Filipinas precoloniales. Como etnógrafo de esta expedición europea, el cronista italiano

*Traducción inglés-español realizada por Pablo Vargas Gómez.

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Figura 11.1. (A) Cocoteros en una playa de Palawan (Filipinas); (B) buko o coco inmaduro frecuentemente consumido por su carne tierna; y (C) plántula de cocotero. Fotografías: Pablo Vargas.

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proporcionó los primeros datos sobre las culturas locales: registró los nombres de los lugares; confeccionó un glosario de los filipinos nativos y su vestimenta, costumbres y tradiciones; describió animales y plantas, incluyendo su importancia sociocultural… Sin embargo, después de quinientos años, nuestra clara comprensión de la relación de las plantas y los nativos filipinos precoloniales solo se limita a la narración de Pigafetta, lo que hace que esta información sea muy relevante, pero anticuada, si no insignificante para la generación actual.

La botánica como hilo conductor: objetivos La celebración del quinto centenario de la circunnavegación al globo de Magallanes-Elcano (1519-1522) ofrece una gran oportunidad para volver a valorar los diversos papeles que desempeñan las plantas en el establecimiento de la cultura y las tradiciones filipinas, no solo como fuente principal de alimentos y medicinas, sino también su uso en el comercio y las relaciones humanas. Por lo tanto, reescribir nuestra propia historia con el argumento de los eventos botánicos es imprescindible para subrayar las importantes relaciones entre las plantas y los filipinos precoloniales, y cómo esta interfaz sociocultural plantahumano es relevante en los cambiantes

paisajes socioeconómicos, culturales y políticos de la actualidad. En este capítulo nos aventuramos a responder las siguientes preguntas: (1) ¿Qué registró realmente Pigafetta sobre las plantas en Filipinas y la relación de estas plantas con los filipinos en el periodo precolonial? y (2) Después de quinientos años desde la expedición Magallanes-Elcano, ¿cuáles son algunas de las especies de plantas que pueden haber jugado un papel importante en el entorno sociocultural de Filipinas? Para responder a estas preguntas, la primera parte del capítulo evalúa el uso, el valor y el significado simbólico de las diferentes plantas para los filipinos nativos, según lo registrado por Pigafetta y, más tarde, por historiadores y estudiosos de la historia de Filipinas. La segunda parte describe especies de plantas que han supuesto uso y valor de gran relevancia a los filipinos. La parte final proporciona una recomendación para la dirección de la botánica histórica filipina, y rastrea la contribución potencial de esta disciplina a la construcción de la nación.

Uso y valor de las plantas filipinas en 1521 Pigafetta a menudo describió la cortesía y la creación de relaciones comerciales amistosas de los filipinos con los españoles a través de la comida que traían y ofrecían. El hambre fue uno de los

problemas más acuciantes para la expedición. Aquí enumeramos las plantas más importantes que aparecen en la crónica de Pigafetta y resumimos sus usos y valores de la siguiente manera: el cocotero como el “árbol de la vida”, cultivos alimentarios básicos (arroz, mijo, sagú, plátano y cultivos de raíces), nuez de betel, hierbas perennes útiles, algodón, pili, condimentos locales incluyendo especias y algunas otras plantas. Cocotero (palmácea) El cocotero (Cocos nucifera) es nativo de la región malaya y Pacífico occidental, pero sigue siendo una planta distintiva del archipiélago filipino desde la prehistoria. A medida que los nativos continuaron habitando las costas para el comercio y el fácil acceso a los recursos alimentarios traídos por el mar, también lo hicieron los cocoteros adaptados a las condiciones marinas (figura 11.1). El coco y sus subproductos son el resultado comercial más frecuentemente mencionado en las islas Filipinas precoloniales. De hecho, los frutos de coco y el vino de coco fueron los primeros artículos presentados por los nativos a Magallanes a su llegada a la isla de Homonhon (Filipinas Oriental) en 1521. Según Pigafetta, el vino de coco se bebía en las ceremonias cada vez que se forjaba una nueva amistad entre los nativos filipinos y el rey de España (representado por Magallanes). 145

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de refugios hechos de hojas de palmeras o plataneras en registros arqueológicos que datan de hace 25.000-30.000 años (Beyer y De Veyra, 1947). Arroz (gramínea)

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Figura 11.2. El pusu, arroz cocido en canastillas hechas con hojas de cocotero (A), se vende hoy día en las calles de Cebú (Filipinas). Este trenzado artístico representa la identidad de la población de Cebú durante el periodo precolonial (B). Fotografías: Pablo Vargas y Jay P. Picardal.

B

El coco es una drupa que tiene una pulpa llamada “carne de coco”, que se puede comer cruda, seca, en polvo o convertida en pan. Además, otros productos extraídos hasta nuestros días son el aceite de coco, para ungüentos, y el vinagre de coco, para alimentación. Pigafetta cita específicamente la copra, que no es sino la pulpa seca del coco que se ralla para extraer el aceite. La cáscara dura se pulveriza como remedio para ciertas enfermedades, y la cáscara blanda se convierte en cuerdas. La corteza del árbol de coco sirve comúnmente como tela para envolver los alimentos durante las fiestas. Las hojas de coco se tejían para confeccionar cajas, cestas, colchonetas, sombreros, techos y antorchas. Antes de la llegada de Magallanes ya había restos

Pigafetta remarca que el arroz (Oryza sativa) fue uno de los productos presentados a Magallanes y demás compañeros de expedición a su llegada a la isla de Homonhon. El cultivo de arroz ya estaba bien asentado cuando llegaron los españoles, ya que se introdujo entre el 800 y el 500 a. C. por inmigrantes de Indochina (Beyer y De Veyra, 1947). En Palawan el arroz se presentaba envuelto en hojas como panes de azúcar o tartas con azúcar y miel, cocinados al fuego en bambú o madera (figura 11.2). También se transformaba en vino, del que se decía que era más fuerte que el vino de palma. Los pasteles preparados durante las fiestas y celebraciones religiosas estaban hechos de arroz o mijo. En el periodo previo a la conquista, el arroz era muy valorado debido a su textura y sabor (Scott, 1994), y quizás considerado el cereal más estimado (Aguilar, 2008), pero no era un alimento básico diario debido a las siguientes razones: era relativamente más abundante en las tierras altas que en las zonas pantanosas de las tierras bajas, la alta intensidad de trabajo durante su crecimiento y el carácter anual del cultivo (crece en una época específica del año).

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Figura 11.3. Del abacá (Musa textilis) se emplea la hoja y no se comercializan los pequeños plátanos. Fotografía: Domingo A. Madulid.

Palmeras (palmáceas) El primer sagú (Metroxylon sagu) es mencionado por Pigafetta como un pan hecho de almidón de palmera y convertido en leche o vino. El sagú era un alimento básico y un artículo comercial (a menudo junto con arroz). Pero cuando Pigafetta escribe “sagú” se refiere al menos a cuatro especies más de palmeras que se encuentran en entornos ecológicos de tierras bajas y altas, incluyendo lumbia (Metroxylon sagu), buri (especies de Corypha), ogyok (especies de Arenga) y bahi o pugahan (especies de Caryota). El uso de sagú se asocia a tiempos de escasez de alimentos, por infestaciones de langostas y sequías; entonces se consumía como fuente de almidón de palma o harina (natok) (Alcina, 1668; Ragragio y Paluga, 2016). Plataneras y abacá (musáceas) Al igual que el arroz, los nativos de Homonhon también llevaron ante los españoles plataneras (Musa acuminata, M. balbisiana, M. x paradisiaca) como

productos de trueque. Los plátanos maduros se comían crudos. Las hojas del platanero se usaban para hacer almohadas y camas para las familias reales, y junto con las hojas de palma,

las del platanero también se usaron para techar el tejado y las paredes de los palacios de los reyes nativos. La abacá (Musa textilis) es una hierba grande de hoja perenne endémica de 147

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Filipinas, si bien ahora se cultiva ampliamente en muchos países tropicales (figura 11.3). Fue descubierta por primera vez para la ciencia por Luis Née, botánico de la expedición Malaspina (1789-1794), a partir de plantas recolectadas en el monte Mayon, Albay, en 1793. La abacá se utiliza ampliamente por su fibra, considerada la más fuerte entre las fibras naturales. Según la Autoridad de Desarrollo de la Industria de la Fibra de Filipinas, la República de Filipinas es el mayor productor de fibras de abacá, y satisface la mayoría de los requisitos del mundo para la producción de cordeles, papeles especiales, textiles, muebles, trabajos artesanales, artículos nuevos y aplicaciones industriales. Raíces comestibles Cuando el arroz era escaso y el plátano o el sagú no estaban disponibles, los nativos filipinos recurrían a los cultivos de raíces como alimento básico (Matthews et al., 2012). Pigafetta indicó que los nativos utilizaban camote o batata (Ipomea batatas), ube (Dioscorea alata), palawan o taro gigante de pantano (Cyrtosperma merkusii) y un cultivo de raíz en forma de nabo, posiblemente jícamas o singkamas (Pachyrhizus erosus), introducida desde México por los españoles y que se comían como pan (Alcina, 1668). La agricultura seca (producción de cultivos de raíces) fue introducida por

antepasados indonesios hace 5.0006.000 años (Beyer y De Veyra, 1947). En las Visayas (islas centrales de Filipinas), solo en unos pocos lugares podía producirse el suministro de arroz para un año; por lo tanto, los cultivos de raíces (taro, ñame) eran comunes durante parte o todo el año. Los cultivos de raíces se plantaron en campos desbrozados y en los márgenes de parcelas dedicadas al arroz seco característico de las tierras altas. Nuez de la palmera de betel La bunga proviene de la semilla de la palmera de betel (Areca catechu, palmácea) (figura 11.4), con la que, junto con otros ingredientes como el betel (Piper betle) y la lima (especies de Citrus), se puede elaborar el buyo, comúnmente llamado mam-un por los nativos. Así, Pigafetta escribió: “Los nativos mastican constantemente una fruta llamada areca, que se asemeja a una pera. Cortan el fruto en cuatro partes y la envuelven en las hojas de su árbol llamado betre. La mezclan con un poco de lima y la mastican bien y escupen. Hace que la boca se ponga extremadamente roja. Es muy refrescante para el corazón y si paran de comerlo morirían.”

Compartir el buyo con los visitantes simboliza la buena voluntad, el afecto y la hospitalidad del hogar, y no debe

rechazarse para evitar el insulto. Alcina (1668) observó que los filipinos visayanos afirmaban que masticar buyo aliviaba el estómago, fortalecía los dientes y eliminaba el mal aliento. Hervida en agua, la nuez de betel aliviaba la diarrea, y su corteza fibrosa se usaba como limpiador de dientes. Gramíneas y junquillos Pigafetta también observó el uso de gramíneas como el bambú (Bambusa philippinensis), caña de azúcar (Saccharum officinarum) y junquillos (especies de Cyperus) en las comunidades que visitaron. En la batalla de Mactán, los miembros de la tribu de Lapulapu usaron lanzas de bambú como arma. Las hojas secas de la caña de azúcar se usaban como antorchas en las Visayas; sus largos tallos, comúnmente como refresco (jugo), se servían a los visitantes que llegaban a la casa del rey en Mindanao. Los junquillos, por otro lado, se tejían en esteras para el uso del rey (datu). En las áreas de agricultura itinerante se usaban tallos de junquillos para estimar la fertilidad de la tierra. Es decir, el cultivador elegía un largo tallo de caña que cortaba en muchos pedazos pequeños y colocaba tres o cuatro pedazos a un lado, tratando de formar un cuadrado. Si lograba formar dos cuadrados, se llegaría a la conclusión de que la tierra era fértil (Scott, 1990). Hace unos 5.000-6.000 años, los antepasados ​​ de los indonesios modernos introdujeron

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Figura 11.4. Palmera de betel (Areca catechu): (A) porte; (B) fruto entero y cortado; y (C) preparación del buyo con medio fruto, previamente a ser envuelto en hojas de betel (Piper betle). Fotografías: Domingo A. Madulid.

el uso de bambúes como postes y techumbre para las casas construidas sobre el suelo (Beyer y De Veyra, 1947). Hoy día, el bambú sigue siendo un material imprescindible para la construcción. Condimentos y especias Pigafetta enumeró una serie de condimentos y especias que mejoran el sabor de los alimentos, como el jengibre (Zingiber officinale), el ajo (Allium sativum) y la canela de Mindanao o mana (Cinnamomum mindanaense). Hay testimonios de que los nativos de las Visayas dieron jengibre directamente a Magallanes. Algunos historiadores creen que el jengibre se originó en Asia tropical y se introdujo deliberadamente en Filipinas para su uso como condimento, ya fuera durante la prehistoria o posteriormente (Merrill, 1912). El ajo era común en las Visayas, mientras que Pigafetta encontró el caui mana (canela de madera dulce) en Mindanao, aunque en pequeña cantidad. Allí la canela se preparaba como refrigerio. Más tarde, cuando

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Figura 11.5. El algodonero (Gossypium arboreum) tiene un porte de arbolito (A), una llamativa flor amarilla (B) y una distribución por todo el sur de Asia. Fotografías: Pablo Vargas.

Miguel López de Legazpi dividió las encomiendas en 1571, se sabe que asignó al rey de España todas las ciudades donde crecía una de las quince especies conocidas de canela (Cinnamomum mindanaense), es decir,

a lo largo de las costas de Mindanao y en La Caldera (ahora conocida como la ciudad de Zamboanga) (Alcina, 1668). La abundante canela de Mindanao, conocida localmente como mana, que luego Santos (1930) identificó como Cinnamomum mindanaense, estaba considerada en aquella época una especie endémica de la isla sureña (Mallari, 1974). De su corteza los europeos extrajeron aceite aromático, alcanfor y condimentos para mejorar diferentes platos, como el chocolate (en forma líquida); a partir de su fruto se producía cera de canela; mientras que los materiales para muebles se extraían de su madera (Aguilar, 2008). Alcina (1668) también mencionó el caningag, otra variedad de canela que crecía bien en las islas Visayas. Aunque el caningag poseía las propiedades

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organolépticas de la canela, no eran tan intensas como en la canela de Sri Lanka. La madera rojiza y fragante de caningag se usa comúnmente en la fabricación de hermosos tableros de mesa, así como en la construcción de armarios (pues aportaba un ligero olor a la ropa). Por otro lado, la decocción de la corteza de caningag alivia los problemas gastrointestinales, particularmente la flatulencia (Alcina, 1668). Sin embargo, el nombre científico de caningag es difícil de descifrar debido a la falta de descripción fenotípica de los caracteres de diagnóstico en sus frutos y flores.

cuando Pigafetta los menciona, entre los que indica las naranjas dulces (Citrus sinensis), los limones (Citrus microcarpa) y otra docena de especies e híbridos de este género. Parece ser que los cítricos domesticados (principalmente híbridos) se introdujeron desde China siglos antes de la llegada de los españoles. El zumo se empleaba para algún tipo de sacrificio, tal como relata Pigafetta. Se encontraban entre las frutas ofrecidas como regalos a la tripulación de los barcos de Magallanes, y de hecho Pigafetta los cita en quince ocasiones. Pili (burseráceas)

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Algodón (malváceas) Pigafetta observó que la tela de algodón (Gossypium arboreum) (figura 11.5) se usaba para el entierro de los jefes, pues las mujeres que asistían a la comitiva debían cubrirse con tela blanca de este material. El algodón también fue utilizado como cortina en la casa de un cacique que falleció. El algodón crudo, por otro lado, se consideraba un producto seco para el trueque, especialmente en la ocasión en que las familias no producían suficiente arroz ni recolectaban suficientes raíces comestibles (Valdepeñas y Bautista, 1974). Cítricos (rutáceas) Los cítricos (especies e híbridos de Citrus) eran ya frecuentes en Filipinas

La resina del pili (Canarium ovatum) se envolvía en hojas de platanero y en tiempos precoloniales se usaba para iluminación. Se trata de un árbol que también produce unos frutos comestibles llamados “almendras de pili” (figura 11.6). En Filipinas hay nueve especies más de Canarium. En el pasado, los españoles usaban elemi (es decir, oleorresina de pili) para la reparación de barcos. Posteriormente, se exportaba para el comercio farmacéutico europeo como ungüento para curar heridas y en escayolas. Actualmente es un producto forestal no maderable con un gran valor económico como materia prima en la producción de plásticos, tintas de impresión y perfumes (Orwa et al., 2009).

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Figura 11.6. Frutos de pili maduros (color púrpura oscuro) e inmaduros (verde) (A), en cuyo interior encontramos la semilla que se tuesta para confitería (B). Es un ingrediente para repostería en la región de Bícol (Filipinas). Fotografías: A. L. Maiso y Domingo.

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Figura 11.7. Flores de la sampaguita o jazmín diamela (Jasminum sambac), arbustito que aún se cultiva en muchos jardines filipinos. Fotografía: Domingo A. Madulid.

Sampaguita (oleáceas) La sampaguita o jazmín diamela (Jasminum sambac) parece ser originaria de India y Bután, si bien ahora está también naturalizada en Filipinas. De hecho, se trata de la flor nacional de Filipinas en virtud de la Proclamación No. 652, s. 1934. Es un arbusto de tamaño mediano, comúnmente cultivado cerca de las casas y jardines filipinos con fines ornamentales (figura 11.7). En concreto, Pigafetta la mencionó durante su paso por la isla de Palawan. Las fragantes flores se convierten en collares o guirnaldas que se utilizan en festividades religiosas como ofrendas

florales o adornos de altares. En el folclore filipino, las flores de olor dulce de sampaguita se mencionan con frecuencia para simbolizar la pureza, simplicidad y humildad filipina. La infusión de flores de sampaguita se usa para lavar el cuerpo por sus propiedades relajantes, mientras que el aceite esencial se utiliza con frecuencia como aroma base en perfumes y colonias o como potenciadores de aroma en aceites de linimento. Otras plantas de interés A continuación se muestran algunas plantas que no citó Pigafetta en su diario, pero que ya entonces gozaban de importancia económica y que hoy día tienen un gran significado histórico para la cultura filipina. La narra (Pterocarpus indicus, leguminosas) es la especie elegida como árbol nacional de Filipinas (Proclamación No. 652, s. 1934) (figura 11.8). En la naturaleza está muy extendida en Asia tropical y subtropical hasta el Pacífico occidental. En Filipinas

se cultiva y crece naturalmente en tierras bajas con árboles de hoja perenne y bosques semicaducifolios. Su madera (roja o rosa) es excelente para hacer muebles debido a su dureza, patrón de grano y alto pulido. Sin embargo, la narra figura hoy día en la Lista Roja de la UICN como especie en peligro, por lo que el Gobierno regula y controla estrictamente la tala de árboles para madera y otros fines. La anahaw (Saribus rotundifolia, palmáceas), conocida antiguamente como Livistona rotundifolia) es una palmera con hojas en forma de abanico que se distribuye desde Indonesia a Nueva Guinea. Es ampliamente utilizada como planta ornamental y en paisajismo, y muy conocida en países tropicales y subtropicales. En Filipinas crece naturalmente y en cultivos en zonas bajas. El uso de las hojas de anahaw se remonta a los tiempos prehispánicos, donde las hojas se usaban comúnmente para cubrir las paredes de las casas nativas. La anahaw es ampliamente reconocida como un símbolo nacional; es decir, se considera

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Figura 11.8. La narra (Pterocarpus indicus) es el árbol nacional de Filipinas desde 1934. (A) Árbol fotografiado en la entrada de la Universidad Normal de Cebú. (B) Árbol en plena floración en abril. (C) Frutos discoidales con margen alado. Fotografías: Jay P. Picardal, Domingo A. Madulid y Wikimedia Commons.

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Figura 11.9. La anahaw (Saribus rotundifolia) es una de las palmeras más empleadas en artesanía indígena. Fotografía: Domingo A. Madulid.

la hoja nacional de Filipinas por su amplio uso y atractivo estético en la artesanía indígena (figura 11.9). La waling-waling (Vanda sanderiana) es conocida popularmente como la “reina filipina de las orquídeas” debido a su belleza y alto valor ornamental. Es endémica de la isla de Mindanao y crece sobre árboles (epífita) en los bosques dipterocarpos de Davao, Cotabato y Zamboanga. Fue descrita nueva para la ciencia por Heinrich Gustav Reichenbach en 1882, pero solo alcanzó popularidad internacional cuando Henry Frederick Conrad Sander presentó la flor en Londres durante la reunión mundial de aficionados a las orquídeas poco después. Hoy en día, los híbridos de waling-waling se cultivan en muchos países tropicales y son muy considerados en la multimillonaria industria mundial de flores de corte (figura 11.10). Debido a la recolección excesiva de las flores y la destrucción del bosque, la especie ahora está casi extinta en la naturaleza. Actualmente se está deliberando una ley en el Congreso de la República para declarar el waling-waling como flor nacional de Filipinas, promoviendo así su protección y conservación. La teca filipina (Tectona philippinensis, verbenáceas) es una 154

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especie de árbol endémico de Filipinas (figura 11.11) y se conoce solo en las islas Iling, Mindoro (occidental), Lobo, Batangas y Luzón. Conocida por los lugareños como malabayabas o bunglas, este árbol está en peligro crítico de extinción en la Lista Roja de la UICN debido a la sobreexplotación de su valiosa madera por destrucción del bosque. Debido a su madera de alta densidad y alta resistencia a la corrosión, la especie es muy valorada para construir barcos, puentes y muelles, madera de mina, postes y vigas, vagones de ferrocarril, trabajos de carpintería y tallado en madera. La decocción de las hojas secas se usa como medicina para trastornos menstruales y hemorragias. El aceite de los frutos (nueces) se utiliza para el crecimiento del cabello o se aplica para tratar las irritaciones de la piel. El ilang-ilang (Cananga odorata, anonáceas) es un árbol de tamaño mediano, bastante común y ampliamente distribuido en Filipinas, que crece de 10 a 30 metros de altura, con ramas colgantes, caídas y frondosas (figura 11.12). Toma su nombre de la reduplicación de la palabra ilang, que significa “selva”, y se refiere al hábitat natural del árbol. Conocido por sus flores fragantes, su principal producto comercial es el aceite utilizado en la industria de los perfumes, particularmente como componente de jabones, champús y lociones florales. El aceite esencial también se utiliza en

aromaterapia, con beneficios para las personas que sufren ansiedad, depresión e hipertensión. Como flor ornamental se emplea con frecuencia en bodas y decoraciones escénicas, y durante eventos religiosos se usa comúnmente junto a la sampaguita para adornar imágenes.

Figura 11.10. La distribución natural de la orquídea waling-waling (Vanda sanderiana) es Mindanao, si bien se cultiva hoy día por su belleza en todo el mundo. Fotografía: Domingo A. Madulid.

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Figura 11.11. La teca filipina (Tectona philippinensis) tiene cualidades muy similares a las de su congénere la teca común (Tectona grandis), que se distribuye por el sur de Asia. Fotografía: Domingo A. Madulid.

El tabon-tabon (Atuna racemosa) es un árbol que puede alcanzar hasta los 45 m de altura y se distribuye ampliamente en el sudeste asiático, incluidas las islas del Pacífico (figura 11.13). En Filipinas, su fruta elipsoide se usa como condimento en la preparación de kinilaw (es decir, ceviche filipino, un plato local donde se mezcla carne de pescado crudo con vinagre) para eliminar el olor del plato y prevenir el malestar estomacal. En 1987 se identificaron restos de frutas de tabon-tabon junto con huesos de

pescado en la excavación arqueológica de Balangay (Butuán, Agusan del Norte), lo que indica que esta práctica culinaria tiene casi mil años (entre los siglos X y XIII d. C.). La palabra mango (mangga en filipino y malayo) se deriva del término tamil mangay. El árbol del mango (Mangifera indica, anacardiáceas) produce una fruta que se originó en los campos subhimalayos de la India, se introdujo en regiones malayas y después en Asia oriental entre los siglos V y IV a. C. Ya en el X d. C. se estaba

cultivando en África. Filipinas produce hoy día la variedad de mango más dulce del mundo (mango carabao). El mango carabao (figura 11.14) es la variedad de exportación más importante del país, con al menos diez cultivariedades registradas bajo el Consejo Nacional de la Industria de Semillas (NSIC) de Filipinas. Entre estas variedades encontramos la Sweet Elena, que es conocida por ser la “más dulce entre las más dulces”, según la Oficina de Industria Vegetal de Filipinas.

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Figura 11.12. El ilang-ilang (Cananga odorata) produce un penetrante perfume cuando está en flor. Fotografía: Domingo A. Madulid.

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Figura 11.13. El tabon-tabon (Atuna racemosa) tiene un uso medicinal, particularmente su corteza interna se usa para tratar la presión sanguínea alta. Fotografía: Domingo A. Madulid.

Poniendo en valor la historia de la botánica para el futuro La era colonial europea fue testigo de la inigualable búsqueda de especias, plantas medicinales y otras plantas

económicamente importantes, lo que llevó a los primeros exploradores a navegar por territorios desconocidos para obtener conocimiento sobre la ubicación de las especias más codiciadas de Oriente. La primera circunnavegación de Magallanes-Elcano triunfó de dos maneras. Por una parte, para España la nao Victoria regresó con un valioso cargamento de especias. Por otra, Filipinas dispuso de las crónicas de Pigafetta y otros autores posteriores que nos muestran la rica historia de nuestros antepasados, particularmente el papel que jugaban las plantas en la configuración de la cultura en ese momento. En su relato, Pigafetta estableció claramente una dicotomía primitiva en el uso de plantas autóctonas en cada lugar que visitaron, ya fuera la planta comestible o no, y con qué propósito y uso. Como una forma de mirar hacia el futuro, ¿qué ideas podemos extraer de la síntesis de Pigafetta sobre las plantas filipinas? En primer lugar, es necesario documentar completamente el estado de diversidad de los cultivos alimentarios locales y sus parientes silvestres, especialmente aquellos cultivos que han existido durante mucho tiempo, incluso durante el periodo precolonial. Teniendo en cuenta su papel indispensable para el sustento de las comunidades agrícolas de pequeños productores (como alimentos y cultivos comerciales), debemos continuar salvaguardando estos valiosos

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recursos garantizando la conservación de los germoplasmas locales al proteger sus hábitats, que permiten que estas plantas evolucionen y se adapten en medio de las cambiantes prácticas agrícolas y condiciones ambientales. Del mismo modo, reconsiderar la práctica de la agricultura sostenible tradicional de nuestros antepasados, que ​​ ha resistido la prueba del tiempo y las estaciones, podría ayudarnos a cultivar plantas alimentarias en nuestro propio patio con un gasto mínimo y un alto rendimiento. Asimismo, revisar las técnicas indígenas de propagación de plantas y manejo de plagas puede ayudarnos a maximizar la cosecha y evitar pérdidas en la producción de alimentos. En segundo lugar, nuestra generación tiene por delante desafíos de gran envergadura en forma de organismos nocivos, resistencia a los antibióticos, falta de vacunas y acceso desigual a los

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sistemas básicos de atención médica. Estos problemas podrían mitigarse si nuestro sector de atención médica reconsiderara la búsqueda de nuevos fitoquímicos procedentes de nuestros propios recursos botánicos y farmacopeas locales. Una bioprospección continua y amplia en nuestras selvas tropicales puede ayudarnos a encontrar nuevas combinaciones de extractos de plantas que puedan tratar sinérgicamente las enfermedades emergentes hoy en día,

Figura 11.14. El mango carabao (Mangifera indica) (A) se sirve en Filipinas troceando su pulpa en forma de cubitos (B), de una manera tan característica que se está utilizando mucho como icono del mango en etiquetas de postres y yogures. Fotografías: Domingo A. Madulid y Pablo Vargas.

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así como a desarrollar posibles subproductos que podrían generar ingresos a través de artesanía indígena y trabajos artesanales en madera. Por último, debe entenderse que tanto la cultura como las plantas deben conservarse conjuntamente, es decir, entendiendo sus usos y valor para la sociedad. Como científicos que se centran en la cultura indígena, debemos investigar en profundidad

los recursos vegetales y la transferencia de su conocimiento tradicional, para poder así aumentar el cultivo de plantas de interés etnobotánico y apreciar su contribución a la ciencia y la sociedad. Sugerimos además que la etnobotánica filipina se vea en adelante como una ciencia interdisciplinar, con un enfoque en el que se genere una comprensión de los temas, e ideas que abarquen la sociología, la antropología,

la botánica básica, la farmacia, la lingüística, la economía y otras disciplinas relacionadas. Por lo tanto, esta perspectiva nos permitirá a los etnobotánicos ser más inclusivos en nuestros métodos de investigación, con la incorporación de animales, microbios y el entorno físico, así como su interacción con plantas útiles que proporcionen más beneficios.

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Pablo Vargas Gómez

12. Análisis de la historia natural del diario de Pigafetta “A lo largo de esas islas del Maluco se encuentran clavos, jengibre, sagú (que es su pan de madera), arroz, cabras, gansos, gallinas, cochinos, plátanos, almendras más grandes que las nuestras, granadas dulces y sabrosas, naranjas, limones, batatas, miel de abejas…” Antonio Pigafetta, Primo viaggio intorno al globo terracqueo (1519-1522)

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diario de Antonio Pigafetta (1536), escrito durante la primera vuelta al mundo, es único por los siguientes motivos. Supone el primer relato de la Edad Moderna sobre un viaje de exploración que atraviesa varios continentes. Además, es la primera fuente documental donde se describen nuevos animales y plantas de Sudamérica y Asia. Y no solo eso. Se trata de un “cuaderno de campo” mucho más completo que los escritos en la época, pues no solo describió aspectos geográficos y naturales de la circunnavegación, sino que también es un documento etnohistórico insustituible (figura 12.1). En este l

capítulo analizamos todas las plantas y animales que aparecen en el diario, desde la madera de las naos (roble, Quercus robur) (figura 12.2) hasta la planta que les salvó la vida en el último tramo de su retorno: el arroz (Oryza sativa) (figura 12.3).

Se concatenaron las casualidades Cualquiera pensaría que el documento más informativo de la primera vuelta al mundo estuvo bien planeado desde el principio. Todo lo contrario. El noble vicentino Antonio de Pigafetta 161

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Figura 12.1. Autor junto a la estatua de Antonio Pigafetta (obsérvese que porta su diario y pluma), erigida en 1980 junto al fuerte San Pedro (Cebú, Filipinas). Fotografía: Pablo Vargas.

(c. 1480/91-1534) se embarcó casi por casualidad, pues desde luego no estaba previsto que formara parte de la tripulación inicial. Pero gracias a la recomendación de su compatriota Francesco Chieregati, nuncio papal ante Carlos I, Pigafetta pudo embarcarse en Sevilla en la nao capitana (Trinidad) junto a su admirado Magallanes. Sin duda se aceptó su embarque porque no solo sabía leer y escribir, lo que era poco frecuente en la época, sino que también tenía una buena formación académica y gran motivación por contar los sucesos y descubrimientos que iban ocurriendo. Y nosotros hemos tenido la suerte de que Pigafetta fuera además uno de los 18 navegantes que regresaron a España con vida, y que lo hiciera junto con su extraordinario diario. En definitiva, el de Pigafetta es mucho más que un diario de a bordo. Se trata del primer documento de historia natural de gran parte de Sudamérica y del sudeste asiático, además de ser referente en geografía de lo que es hoy día parte de Brasil, Argentina, Chile y Filipinas. Por ejemplo, es el primero que escribe sobre las diferencias entre el “polo antártico” y el “polo ártico”. Además, es el primer autor que escribe sobre aspectos etnográficos de todas las culturas que conocieron durante el periplo, y en lingüística proporciona el primer documento escrito (incluye cuatro glosarios) sobre algunas lenguas de pueblos de la Patagonia y el sudeste

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asiático que no conocían la escritura (Canals, 1992).

¿Cómo analizamos el diario de Pigafetta? A pesar del reconocimiento internacional de la crónica de la primera vuelta al mundo, pocos estudios han analizado en detalle la diversidad vegetal y animal del diario de Pigafetta (1536). En el presente trabajo hemos analizado el texto más completo, es decir, el manuscrito en italiano “L. 103 Sup.”, depositado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán y encontrado por Carlo Amoretti, escritor de viajes que lo publicó en italiano en 1800 (figura 12.4). El objetivo principal ha sido identificar todos los animales y plantas que aparecen en el diario, de manera que se ha hecho un esfuerzo por dar un nombre científico (género y especie) en cada caso. Además de la descripción original de Pigafetta se ha tenido en cuenta la distribución geográfica de las especies y los usos locales en la época. Una vez identificadas las especies con estos criterios, cotejamos nuestros nombres comunes y científicos con los propuestos por otros autores para así llegar a identificaciones lo más exactas posibles. Entre las publicaciones consultadas destacamos las siguientes: Beinecke Library (c. 1525), manuscrito en francés con signatura “Beinecke MS 351” y

Figura 12.2. El roble común o carballo (Quercus robur) proporcionó durante muchos siglos la madera necesaria para construir barcos en el norte de España y Portugal, como en el caso de la nao Victoria. Fotografía: Modesto Luceño.

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Figura 12.3. El arroz (Oryza sativa) es una gramínea domesticada hace unos 5.000 años que es la comida básica en toda Asia, como el maíz en América y el trigo en Europa-Asia-África. En los mercados de Filipinas encontramos numerosas cultivariedades. Fotografía: Pablo Vargas.

depositado en la Universidad de Yale (Estados Unidos); Medina (1888), traducción al español que se basa en el documento francés publicado por Amoretti (1801); Mosto (1894), quien transcribió al italiano moderno el manuscrito original y corrigió errores de Amoretti; Ruiz Morcuende (1922), autor que realizó un loable esfuerzo por denominar científicamente a las especies utilizando los nombres de Linneo (Species Plantarum, 1753); Blair (2013), que supone una traducción al inglés a partir del manuscrito italiano y una actualización continua por medio del Proyecto Gutenberg (www.gutenberg. org); Riquer (2019), que ofrece la traducción más reciente al español realizada a partir de la edición en italiano publicada por Amoretti (1800); y Cazcarra (2019), zoólogo que proporciona discusión sobre animales inciertos del diario de Pigafetta. De esta forma, cubrimos distintos periodos en los cuales el diario de Pigafetta despertó interés, de manera que se estudian las distintas opciones en la denominación de las plantas y animales en diferentes idiomas. En muchos casos estas publicaciones no especifican las obras usadas para las identificaciones de especies ni dan una explicación explícita sobre el criterio empleado. En definitiva, proponemos un análisis del diario de Pigafetta sobre la base de los nombres comunes publicados, las descripciones someras 165

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Figura 12.4. Primera página de la publicación en italiano del diario de Antonio Pigafetta, que realizó Marco Amoretti (1800) a partir de un manuscrito depositado en la Biblioteca Ambrosiana (Milán). Fuente: Biblioteca Digital Hispánica.

que se recogen en el diario, los usos presentes y pasados de las plantas y animales, la interpretación de la distribución geográfica actual de las especies y las identificaciones de los autores en publicaciones anteriores. Asimismo, hemos tenido en cuenta que Pigafetta debió escribir los nombres comunes principalmente en italiano (con anotaciones en véneto, castellano y portugués) durante la travesía, para que después su diario se tradujera al francés y transcribiera al italiano moderno, y más tarde a los demás idiomas (Beroš, 2019). Por último, decir que se han realizado análisis estadísticos básicos con porcentajes para cuantificar cuáles fueron las especies más importantes durante la circunnavegación, al menos ante los ojos de Pigafetta. Es decir, se han contado una a una todas las veces que se nombra (cita) un animal o una planta y que se corresponde a la misma especie. Luego se agruparon las citas en clases (planta vs. animal, comestible vs. no comestible, útil vs. no útil, etc.). Los resultados obtenidos sirven de base para apoyar o no las conclusiones que históricamente se han hecho y desarrollar la discusión que se ofrece al final del capítulo.

¿Qué hemos encontrado? Como resultado del análisis del diario de Pigafetta hemos contabilizado 629 citas

de animales, plantas y sus derivados (tabla 1). En esta cifra se incluyen tanto descripciones detalladas como meras menciones en el texto y glosarios. Uno de los propósitos de este capítulo ha sido dar un nombre científico lo más preciso posible (género y especie) y actualizado a esas 629 citas, aunque en algunos casos haya sido incierto por haber más de una posibilidad taxonómica. En otros casos no ha sido posible una identificación ni tan siquiera a nivel de género, debido a que Pigafetta proporciona una sola denominación que corresponde a varias plantas incluidas hoy día en diferentes especies y géneros. En estos casos hemos tenido que emplear nombres de taxones superiores (normalmente familia taxonómica). Un ejemplo es la interpretación de algunos productos fabricados (sombreros, canastas, esteras) con hojas de palmeras (palma), que incluye varios géneros y especies de la familia Arecaceae (sinónimo de familia Palmae). Incluso el material empleado por los indígenas en ciertas costas asiáticas nos lleva a pensar que las palmas no son tal (no serían de la familia Palmae), sino más bien especies de la familia Pandanaceae (probablemente Pandanus tectorius), que son arbolitos con fibras y cierto aspecto de palmera muy comunes en todas las playas del sudeste asiático (figura 12.5). Pero hay más fuentes de incertidumbre. Dado que el diario original no se ha conservado (Blair,

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Figura 12.5. Una de las especies de pandán (Pandanus tectorius) es un arbolito costero (A), ramificado (B) y que da un fruto grande dividido en numerosas partes (C). Se trata de plantas muy frecuentes en las playas del sudeste asiático, de las cuales se obtiene una fibra muy rígida para la confección de trenzados. Fotografías: Pablo Vargas.

2013), somos conscientes de que las denominaciones vagas pueden deberse a las veces que diversos autores anónimos han cometido errores en la transcripción

del manuscrito que llegó a la Biblioteca Ambrosiana. Por otra parte, se producen incorrecciones como consecuencia del proceso mismo de traducción. En

muchas traducciones observamos un número importante de errores de identificación. Aun no exenta de denominaciones erróneas, en líneas 167

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Figura 12.6. La Flora de Filipinas de Manuel Blanco (iniciada por él en 1837 y acabada por otros autores en 1883) incluye numerosas láminas a color, entre las que se encuentra una platanera o bananera, donde se observa un fruto pequeño y con semillas que recordó a los europeos al higo, de ahí su antiguo nombre de “higo del paraíso”. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

generales observamos que la traducción de Ruiz Morcuende (1922) al español incluye muchas identificaciones convincentes de géneros y especies, donde además se discuten casos complejos. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de traducciones más recientes. Por todo ello queremos llamar la atención de que hacen falta traducciones más rigurosas desde el punto de vista de la historia natural del viaje. Nos ocuparía mucho espacio desgranar las incongruencias biológicas encontradas en las distintas traducciones. Por ello vamos a mostrar solo algunos patrones bastante generalizados. Por una parte, algunos nombres han creado cierta confusión, como “higos” para referirse a los plátanos (y bananas). Inicialmente los plátanos se llamaron higos del paraíso, higos tropicales, higos de la India o higos de Adán en idiomas como el francés (figues de paraiso) e italiano (fico d’Adano, fico d’India). Por ello Pigafetta debió usar el término simplificado “fichi” para todos los tipos de plátanos (Musa acuminata, Musa balbisiana, Musa x paradisiaca) (figura 12.6). Entonces el nombre “higos” crea gran confusión con los verdaderos higos de las higueras mediterráneas (Ficus carica), lo que ha dado como resultado que algunos autores no se hayan dado cuenta (Riquer, 2019) o incluyan tanto plátanos como higos en sus

traducciones (Caetano, 2012). Por otra parte, hemos encontrado que Pigafetta utilizó nombres con un significado más amplio que ahora es mucho más restringido. Es decir, había nombres comunes que después de quinientos años han sido acotados y que ahora se consideran para una especie o pequeño grupo de especies. Un ejemplo es el antiguo uso de “grano”, que incluía cualquier especie de gramínea que produjera grano de cereal. Así interpretamos el nombre italiano panizo, que debió ser utilizado en un significado amplio para varias gramíneas comestibles de grano similar y que ahora se restringe a especies del género Panicum. En otros casos, el término italiano millio debió entenderse como otro tipo de grano pequeño que caracteriza a varios géneros de aspecto similar (Pennisetum, Setaria, Panicum, Echinochloa) para un profano. Incluso otra gramínea más fácilmente identificable como el maíz (Zea mays) parece haber sido confundida no por su aspecto sino por la evolución del término en distintos idiomas (milho en portugués, millo en gallego, formenton en véneto). Ello puede ser la causa de incongruencias botánicas en bastantes traducciones, como citar en Filipinas el maíz cuando es de origen americano y no asiático (Ruiz Morcuende, 1922; Caetano, 2012; Riquer, 2019). Otros errores puntuales, como citar la planta americana guayaba o guava (Psidium

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guajava) de las islas de la Especiería (Maluco), pudiera deberse a la similitud gráfica de guava con guaue, que aparece tanto en el manuscrito italiano como en el francés (Ruiz Morcuende, 1922). Un ejemplo extremo de mala identificación se observa en el caso del “insecto hoja”, donde se dice: “Evidentemente no se trata de hojas sino insectos ortópteros del género Phyllium; una especie de gusano de seda” (Riquer, 2019). En realidad los insectos hoja son del orden Phasmatodea, y no son ni del orden de los ortópteros ni del orden de los gusanos de seda (lepidópteros). La distribución geográfica de las citas está relacionada con el tiempo de escala (según países actuales y excluyendo los cuatro glosarios): Brasil (24 citas), Argentina (22), Chile-Patagonia (14), Islas Cook (4), Guam-Estados Unidos (30), Filipinas (191), Brunéi (53), Malasia (16), Indonesia (122), Timor (35) y Cabo Verde (1). Casos extremos son Patagonia, con solo 24 citas después de 242 días de exploración, y Filipinas, 191 citas después de tan solo 120 días. A pesar del cuidado prestado, admitimos que nosotros mismos podremos haber caído en ciertos errores de interpretación. No obstante, gracias al elevado número de citas consideramos que el impacto de esos errores en nuestros resultados es bajo, pues basamos nuestras conclusiones generales en cálculos de porcentajes de un buen número de citas.

A)

B) Especies no útiles, 18%

Animales, 42%

Plantas, 58% Especies útiles, 82%

C)

D)

Especies no comestibles, 40%

Especias (no clavo), 48%

Clavo, 52% Especies comestibles, 60%

¿Cuáles fueron las especies más importantes? Esta pregunta la abordamos cuantificando el número de citas (y porcentajes) de plantas y animales del diario de Pigafetta y su correspondencia con la identificación de las especies de animales y vegetales descritas a partir de Linneo (1753). Claramente las plantas (362 menciones, 58%) son las más mencionadas; en cambio los animales se citan 267 veces (42%) (figura 12.7a). Las especies útiles de cualquier tipo (animales y plantas) que cita Pigafetta supusieron el 82% del total, lo que indica que tanto los indígenas como los navegantes tenían una constante

Figura 12.7. Hemos cuantificado 629 citas de animales y plantas a partir del diario de Pigafetta, que hemos identificado a nivel de especies en la mayoría de los casos. El análisis comparativo arroja los siguientes resultados: A) las plantas son más citadas que los animales; B) un elevado número de citas se dedican a especies no útiles, lo que indica una clara vocación del diario de Pigafetta por conocer la historia natural durante la expedición; C) se cita un número muy importante de plantas y animales silvestres (no comestibles); y D) el clavo es claramente la especia más citada. Fuente: Elaboración propia.

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Figura 12.8. El cocotero (Cocos nucifera) es una planta fundamental en las islas del Pacífico, del que se utilizan todas sus partes. Ya solamente la médula del fruto se usa y come de muchas formas, por lo que recibe distintos nombres, tal y como recogió Pigafetta (nuez de coco, copra, aceite de coco). Aún se puede observar cómo se dispersa por el mar. Fotografía: Pablo Vargas.

necesidad por buscar utilidad en la naturaleza. Por otra parte, las restantes citas (18%) indican claramente la vocación del diario de Pigafetta por conocer la historia natural de los territorios que visitaron, es decir, el número de citas de especies no útiles (113) supone un valor muy significativo para la época (figura 12.7b). A pesar de la necesidad por alimentarse y a las grandes hambrunas, se observa un destacado porcentaje de especies no comestibles (40%) que incluye especies mayoritariamente silvestres (no necesariamente útiles) (figura 12.7c). Ya centrándonos únicamente en plantas (362 citas), observamos que las especies que servían de alimento (70%) son mayoritarias sobre cualquier otro tipo de planta (30% entre especies silvestres útiles no comestibles y silvestres ni útiles ni comestibles). Dentro del grupo de todas las plantas (362) hay un considerable número de veces (103, es decir, el 28,4%) que se citan especias. Uno de los objetivos del viaje era conseguir especias, tal y como se planteó desde el inicio de la expedición y así se 170

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refleja en los datos del diario de Pigafetta. Sin embargo, no todas las especias se mencionan con la misma frecuencia: la mayor parte de las veces (52%) se cita el clavo (54 citas) (figura 12.7d), mientras que el resto de especias están mucho menos citadas: jengibre (15 citas), nuez moscada (13), canela (11) y pimienta (10) (tabla 1).

Conclusiones El análisis del diario de Pigafetta nos ha permitido cuantificar por primera vez las veces (629) que se citan las distintas plantas y animales (figuras 12.8-12.13), asignar nombres científicos actualizados, y así poder argumentar con datos analizados las conclusiones que se listan a continuación: 1. El primer diario de historia natural Aunque las citas de animales y plantas útiles son muy mayoritarias (82%), el interés por la historia natural queda patente por el restante número de citas (109) que corresponden a un considerable número de especies (cerca de 85) no útiles. Además Pigafetta dedica largos textos a especies silvestres de animales (lobos marinos, guanacos, pingüinos, peces voladores, insectos hoja, aves del paraíso) y plantas (cocotero, clavero, nuez moscada) que considera de especial interés. Desde el

descubrimiento de América había gran interés por contar nuevos hallazgos naturales, de manera que dentro de un género literario (Crónicas de Indias) se incluían nuevos animales y plantas, como los que describieron Álvarez Chanca (c. 1450/80-1515), Bartolomé de las Casas (c. 1474/84-1566), Fernández de Oviedo (1478-1557), Francisco López de Gómara (15111566) y Francisco Hernández (c. 1514/17-1587). El diario de Pigafetta es un cuaderno de campo que se puede

Figura 12.9. El plátano (Musa x paradisiaca) aparece citado por Pigafetta hasta 18 veces, pues era (y sigue siendo) uno de los alimentos que más se consumían. Uno de las ocho cultivariedades nativas de Filipinas es el lakatan, que puede encontrarse en el llamado Mercado de Carbón de Cebú. Fotografía: Pablo Vargas.

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Figura 12.10. Pigafetta citó el jengibre (Zingiber officinale) en 15 ocasiones, lo que indica el interés culinario de esta raíz en Filipinas ya desde antiguo. Fotografía: Pablo Vargas.

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Figura 12.11. Los animales de la especie Gallus gallus (gallo, gallina y capones) son de los más citados por Pigafetta. Se trata de una especie de gallinácea domesticada en el sudeste asiático hace más de 8.000 años y que había sido introducida mucho antes de la llegada de la expedición Magallanes-Elcano. Fotografía: Pablo Vargas.

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Figura 12.12. La abeja de la miel asiática (Apis mellifera) también produce miel como la abeja de la miel mediterránea. En la imagen se muestra un panal criado en Filipinas (isla de Bohol) con la reina en un círculo rojo. Fotografía: Pablo Vargas.

incluir en este género, y también considerarse el primer relato de la Edad Moderna sobre un viaje de exploración que recorre varios continentes. 2. Las hambrunas marcan la diferencia La necesidad de los navegantes por alimentarse durante todo el periplo se refleja en el alto porcentaje (60%) de especies comestibles citadas. Ello fue particularmente crítico, dado que se ha estimado que unos 80 navegantes murieron por enfermedad, principalmente hambre y desnutrición (Almazán, 2018), por lo que una de las amenazas más importantes fueron las hambrunas y enfermedades derivadas que la tripulación sufrió durante toda la circunnavegación. De hecho, Pigafetta describe con preocupación las muertes y efectos del escorbuto. No en vano dos de las tres especies más citadas son el arroz (38 veces) y el cerdo (32), que fueron la base de su sustento (figura 12.14). Incluso el arroz fue alimento crítico para sobrevivir cuando tuvieron que pedirlo a los portugueses de Cabo Verde, 174

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Figura 12.13. Pigafetta cita el búfalo carabao (Bubalus bubalis carabanesis) al final de su periplo asiático, que ya había sido domesticado en el sudeste asiático e introducido en la isla de Timor. Pero no lo cita en Filipinas, donde hoy día sirve para tareas de labranza en terrenos encharcados (isla de Bohol). Fotografía: Pablo Vargas.

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Figura 12.14. El arroz había sido domesticado hace más de 7.000 años en el continente asiático e introducido en Filipinas mucho antes de la llegada de la expedición Magallanes-Elcano. En la imagen, campos anegados de la isla de Bohol (Filipinas). Fotografía: Pablo Vargas.

recuperar energías y poder así regresar a Sanlúcar de Barrameda con vida. 3. Una primera vuelta al mundo principalmente botánica La mayoría de las citas corresponden a plantas (58%), lo que indica que se trataba de una expedición de carácter botánico. Esto coincide con la declaración de intenciones de la propia expedición, que tenía un objetivo comercial específico en las especias, concretamente en el grupo de plantas con flores y frutos (angiospermas) de varias familias botánicas ricas en compuestos de interés en la alimentación. Por ello no es de extrañar que Pigafetta les dedique más interés y espacio a las plantas, aunque los animales en la alimentación e historia natural tuvieron también un papel muy relevante. 4. Las especias superan a todas las demás especies vegetales Dentro de las 362 citas de plantas comestibles hemos cuantificado un considerable número (79) de citas de

especias, lo que supone más de una quinta parte (21,8%). En concreto cinco de las ocho plantas más citadas son precisamente especias: clavo, jengibre, pimienta, canela y nuez moscada (tabla 1). Lógicamente, ello indica que las especias constituyen uno de los grupos de plantas más importantes para la expedición, tanto o más que las plantas comestibles. De hecho, en el diario observamos detalladas descripciones de dichas especias (canelo, clavero, nuez moscada, jengibre, pimienta) y no de otras plantas comestibles. Encontrar el camino que condujera a la Especiería es precisamente lo que quería Magallanes, y de ahí el interés de Pigafetta en dejar las especias bien plasmadas por escrito.

5. Muchas penalidades por el clavo Sobre todas las especies destaca el clavo (54 citas), resultado que indica que Pigafetta tuvo gran interés por esta especia. Incluso el clavo se menciona un número de veces por encima del arroz (38 citas), a pesar de ser este la planta más importante para la supervivencia de los navegantes. Carlos I estaba interesado en crear una ruta comercial por occidente que permitiera llegar a la Especiería. Sin embargo, los navegantes no estaban interesados en las especias en su conjunto, sino más bien en una sola 177

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Plantas (total = 362)

Nombre científico1

Clavero y clavo = 54

Syzigium aromaticum

Arroz = 38

Oryza sativa

Coco = 31

Cocos nucifera

Plátano = 18

Musa x paradisiaca, M. acuminata, M. balbisiana

Jengibre = 15

Zingiber officinale

Nuez moscada (y macis) = 13

Myristica fragans

Canela = 11

Cinnamomum spp.3

Pimienta = 10

Piper nigrun

Naranja = 9

Citrus sinensis

Algodón = 7

Gosyppium arboreum

Batata= 7

Ipomea batatas

Sándalo = 6

Santalum album

Alcanfor = 3

Cinnamomum camphora

Animales (total = 267)

Nombre científico2

Cerdo (y marrano) = 32

Sus scrofa, S. philippensis, S. barbatus

Pescados (y peces) = 30

Clase Actynopterygii

Cabra = 25

Capra aegagrus hircus

Gusano de seda = 30

Bombyx mori

Gallina (pollo, gallo) = 25

Gallus gallus bankiva

Abeja (cera, miel) = 13

Apis cerana

Elefante = 12

Elephas maximus

Búfalo (carabao) = 7

Bubalus bubalis carabanesis

Figura 12.15. La nao Victoria traía consigo un enorme cargamento de clavo, que estaba almacenado en diversos recipientes. En el Archivo General de Indias (AGI) existe una relación muy detallada del clavo que llegó en el interior de saquitos, cajas, costales, badillas, tinajuelas y cestillas.

Perro = 6

Canis lupus familiaris

Fotografía: Pablo Vargas.

Gato = 5

Felis silvestris catus

Rata = 3

Rattus rattus4

Tabla 1. Nombres comunes de los animales y plantas que más se citan en el diario del cronista Antonio Pigafetta. Se incluye también el nombre científico asignado en el presente estudio. 1. Se han reconocido los táxones aceptados en IPNI (www.ipni.org) y TROPICOS (www.tropicos.org). 2. Se han reconocido los táxones y autorías aceptados en EOL (https://eol.org/). 3. Cinco especies de Cinnamomum (Lauráceas) procedentes de sudeste asiático se han venido considerando canela. 4. Esta es la especie llamada “rata común” o “rata de barco” (Rattus rattus). Fuente: Elaboración propia.

especia: el clavo. De hecho, los documentos depositados en el Archivo General de Indias (AGI) han servido para calcular el peso de la nao Victoria, que debió ser de unos 600 quintales, y de ellos más de la mitad (entre 23.000 y 27.000 kilos) correspondían a los saquitos, costales y taleguitas donde el barco transportó el clavo hasta Sanlúcar de Barrameda (Medina, 1920) (figura 12.15). Por tanto, si hubiera que elegir una especie protagonista de la expedición, sin duda elegiríamos el clavo.

6. Recoge algunos animales y plantas fantásticos Todavía a finales de la Edad Media numerosas culturas creían en plantas y animales fantásticos, incluidas las europeas. Esto también se refleja en el diario de Pigafetta, aunque en menor medida que en relatos anteriores como los que recoge Giovanni Battista Ramusio (1485-1557) en sus tres volúmenes de Navigationi et viaggi. Desde luego, Pigafetta también quiso

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Figura 12.16. El sudeste asiático es uno de los lugares del mundo con mayor diversidad marina. Pigafetta apenas distingue variedades de peces, y alguna de ellas fabulada. En la imagen, tomada en un mercado de Moalboal (isla de Cebú), se observan diversos pescados, incluyendo en primer plano el papakol (tagalo) o unicorn leatherjacket (en inglés). Fotografía: Pablo Vargas.

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incluir cierta fantasía en su relato, probablemente para atraer a los lectores ávidos de aventuras. No obstante, Pigafetta se limita a recoger mitos y leyendas tal y como se las cuentan los nativos de cada región. Una de las plantas que describe de Tenerife (islas Canarias) con admiración es “…un gran árbol cuyas hojas destilan continuamente gotas de un agua excelente…”, que parece ser una de las primeras alusiones al drago canario (Dracaena draco). Sin embargo, donde se concentra un mayor número de seres fantásticos es al final del diario, donde plasma por escrito animales y plantas míticos de la India y Java, tales como un ave gigante llamada garuda que habita en el árbol cam panganghi. También menciona otros

animales en la imprecisa isla de Cimbondón, donde dice que cogieron un “pez cabeza de cerdo con dos cuernos” que podría ser una especie de tiburón llamado cerdo marino, un pez que actualmente se conoce en inglés como unicorn leatherjacket, o una combinación de varios (figura 12.16). Para la identificación de animales dudosos y mitológicos véase Cazcarra (2019). La fascinación por el relato de Pigafetta ha sido compartida por investigadores, historiadores y escritores. Gabriel García Márquez inició su discurso de la ceremonia al Premio Nobel de Literatura de 1982 con una dedicatoria a Pigafetta y su diario, donde alabó la combinación entre la rigurosidad

del mismo y conseguir que fuera “una aventura de la imaginación”. Animamos a todos a leerlo con la admiración de saber que, hace justo quinientos años, Pigafetta estaba escribiéndolo durante la primera circunnavegación alrededor del globo de la historia.

Agradecimientos Este capítulo ha sido leído y comentado por Manuel Pardo (Universidad Autónoma de Madrid), por lo que el autor le agradece su tiempo y experiencia. Jay Picardal (Universidad Normal de Cebú) también me resolvió muchas consultas relativas a Filipinas.

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Félix Alonso Sánchez

13. Impresión botánica. La expansión de los herbarios ilustrados en el siglo XVI “Y ¿de qué sirve un libro —se preguntaba Alicia— que no tiene diálogos ni dibujos?” Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas (1865)

E

alto nivel alcanzado en el siglo XVI por las técnicas de reproducción mecánica de textos y de imágenes van a contribuir muy positivamente al desarrollo de la ciencia moderna en sus diferentes disciplinas, especialmente en aquellas que se dedican a la observación y descripción directa de la naturaleza, como son la astronomía, la medicina y la botánica. Las ilustraciones, que en muchos casos habían adquirido un papel secundario y de subordinación en relación al texto, pasan a convertirse en protagonistas de primer orden, en elementos fundamentales para la transmisión y comunicación de pensamiento e ideas (Ivins, 1969).

l

Del manuscrito al libro ilustrado Los primeros libros con ilustraciones que se imprimieron tomaron como punto de partida y modelo antiguos manuscritos y códices medievales conservados hasta entonces en las bibliotecas de monasterios y abadías. Las obras de los grandes sabios de la Antigüedad clásica grecolatina, como Teofrasto (c. 372-288 a. C.), Dioscórides (c. 40-90 d. C.) o Galeno (c. 129-216 d. C.), se copiaron en multitud de ocasiones, introduciéndose al mismo tiempo comentarios, anotaciones, interpolaciones y traducciones a lo largo de toda la Edad Media. Algo parecido 181

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Figura 13.1. Xilografía de la portada del libro Macer floridus (1495), atribuido a Odo de Meung, abad cisterciense (s. XI). Se trata de uno de los herbarios más conocidos durante la Edad Media y que tiene la particularidad añadida de que está escrito en verso, concretamente en hexámetros (como en el caso de la Ilíada o la Odisea de Homero). Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

ocurrió con el manuscrito del diario de Pigafetta que dio la primera vuelta al mundo con él, pues se copió en tantas ocasiones que no se conoce cuál es el texto más próximo al original. A los libros que trataban de las virtudes o propiedades medicinales o curativas de las plantas (aunque también en algunos casos de animales y minerales en menor medida) se los denominó “herbarios” (del latín herbarium) (figura 13.1). La acepción de “herbario” como colección organizada de plantas secas utilizada para la investigación botánica fue introducida posteriormente por el botánico francés J. P. de Tournefort (1658-1708). Por su parte, el médico y botánico italiano Luca Ghini (14901556) está considerado como el creador del primero de este tipo de herbarios, denominado entonces como hortus siccus (jardín seco). En castellano también se los conoció como “libros de simples medicinales”, en el sentido de que trataban la manera de preparar medicamentos compuestos por un único elemento, que podía ser mineral, animal o vegetal. La calidad de las ilustraciones de estos manuscritos y códices era, en términos generales, bastante deficiente, debido fundamentalmente a que los dibujos se copiaban a mano de unos a otros. En este proceso de copia manual muchos de los dibujos se veían sometidos a tal grado de deformación que terminaban por convertirse en

Figura 13.2. Una de las imprentas de tipos móviles más antiguas conservadas en el mundo, fabricada aproximadamente a comienzos de 1600, se encuentra depositada en el Museo Plantin-Moretus de Amberes (Bélgica). Fuente: Wikimedia Commons.

meros elementos decorativos muy imprecisos y sin apenas valor descriptivo. Ya durante el primer siglo de nuestra era, el filósofo de la naturaleza y escritor romano Plinio el Viejo (23-79 d. C.) manifestaba su queja acerca de la

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deformación a la que se veían sometidas las imágenes cuando pasaban por un proceso de copia: “…la diversidad de copistas de las pinturas originales y sus distintos grados de habilidad aumentan considerablemente las probabilidades de perder el necesario grado de similitud con los originales…” (Historia natural, Libro XXV, capítulo IV). Pero esta situación cambiaría radicalmente en Europa con la invención de la imprenta de tipos móviles en la primera mitad del siglo XV (figura 13.2). En 1449 Johannes Gutenberg publicó en Alemania el llamado Misal de Constanza, primer libro realizado con esta técnica. Posteriormente también conocería un gran desarrollo la técnica del grabado en madera o xilografía, es decir, el conjunto de técnicas de grabado que emplean como soporte un taco de madera rebajado. En la xilografía se rebaja la madera en las zonas de los blancos, quedando en relieve el motivo o dibujo. Las maderas más adecuadas para este tipo de grabado son las más duras: peral, boj, cerezo y acebo. La xilografía se inventó en China en el siglo VI a. C. y ahí se imprimió también el primer libro empleando este proceso en el siglo IX d. C. La técnica se documenta en Europa desde finales del siglo XIV (Kroustallis, 2015). El impacto que tendrá el hecho de reproducir textos e imágenes con exactitud será enorme, con unas consecuencias que afectarán a todos

los niveles, desde el científico y cultural hasta el político y religioso (figura 13.3).

Los primeros herbarios ilustrados impresos

Figura 13.3. Bloque de madera diseñado por Giorgio Liberale y tallado por Wolfgang Meyerpeck para el herbario de Pietro Andrea Mattioli (1562), y su correspondiente página impresa coloreada a mano. Hasta la invención de la cromolitografía en el siglo XIX, las ilustraciones de los libros se coloreaban a mano. Fuente: Wellcome Collection.

El primer libro de botánica con ilustraciones impreso del que se tiene constancia es el conocido como Herbarius o De herbarum virtutibus (Las virtudes de las hierbas), de cuyo autor se sabe poco más que su sobrenombre: Pseudo-Apuleius. El prefijo lo diferencia del conocido poeta romano y autor de 183

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Figura 13.5. Una de las especies citadas por Pigafetta es la cebolla, que además aparece en el Herbarius oder Gart der Gesundheit (Herbario o jardín de la salud) publicado en Maguncia (1485). Fuente: Biblioteca de la Universidad Técnica de Brunswick (Alemania).

Figura 13.4. La Herba Plantago es una planta europea descrita por Pseudo-Apuleius (1481). También aparecen representados un escorpión y una serpiente, animales para cuya picadura esta planta serviría como antídoto. Fuente: Wikimedia Commons.

El asno de oro, Apuleyo (123/5 d. C. c. 180 d. C.). La obra, publicada en 1481, incluye alrededor de 130 ilustraciones de plantas medicinales, y pretendía convertirse en una guía de plantas que sirviera para identificar especies a través de sus dibujos (figura 13.4). Para realizar esta versión impresa probablemente se utilizó como referencia un códice manuscrito del siglo IX encontrado en la abadía de

Montecasino (Italia), aunque realmente la obra se escribiera originalmente durante el siglo IV (Blunt, 1950). El resultado de estos primeros grabados pudiera resultar a primera vista un tanto decepcionante, dado que las ilustraciones, realizadas con un trazo grueso y algo tosco, se presentan de una manera simple y esquemática. Esto puede ser debido no tanto a la falta de habilidad o pericia de los dibujantes y grabadores, sino más bien a que estos se limitaron a copiar los dibujos directamente del manuscrito que tomaron como modelo.

Unos años más tarde, en 1484, el impresor alemán y antiguo colaborador de Johannes Gutenberg (1400-1568), Peter Schöefer, imprimió en Maguncia (Alemania) el herbario Latin Herbarius. Se trata de una compilación de remedios medicinales elaborados con plantas nativas germanas y dirigido a lectores sin demasiada formación. Desde el punto de vista de la ilustración botánica, este herbario no tiene gran interés, pues de nuevo los dibujos vuelven a ser demasiado generales y esquemáticos. De mayor importancia es el libro que imprimió al año siguiente el mismo Schöefer bajo el título German Herbarius, una obra a tamaño folio que incluye ilustraciones de gran belleza y finura, en especial aquellas cuyos dibujos se realizaron directamente del natural (65 de un total de 379) (Koning et al., 2008). Aunque si bien es verdad que estos grabados no llegaron a alcanzar la elegancia y delicadeza de los estudios realizados por el artista del Renacimiento alemán Alberto Durero (1471-1528), supusieron un notable avance en la

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Figura 13.6. Una nuez moscada similar a la de las islas Molucas ya se ilustró en el libro escrito por Johannes de Cuba titulado Hortus sanitatis (1491). Según Serapión el Joven: “esta planta astringe el vientre y aromatiza el estómago, proporcionándole buen olor; elimina las superfluidades del estómago y favorece la digestión del alimento”, lo que indica el interés medicinal por las especias. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

manera de representar con precisión y detalle la forma general y estructura de plantas y flores (figura 13.5). Y basado en el German Herbarius, aunque con un mayor alcance, ya que trata no solo de las propiedades curativas de las plantas sino también de los animales y minerales, el editor alemán Jacob Meydenbach publicó en 1491 el herbario Hortus sanitatis (El huerto de la salud). Esta obra, profusamente ilustrada, incluye un total de 1.073 grabados, aunque bien es cierto que casi la mitad de ellos son una copia exacta a tamaño reducido de los incluidos en el German Herbarium (figura 13.6) (Anderson, 1977). De entre los dibujos realizados específicamente para esta obra resultan muy llamativos aquellos que incorporan elementos de carácter mitológico o religioso, como en el caso del narciso o el del árbol de la vida del paraíso, y que son un reflejo del conocimiento que se tenía sobre las plantas durante la Edad Media (figura 13.7).

Retratos de plantas. La edad de oro del herbario ilustrado impreso y la xilografía Una nueva era para la ilustración botánica se inaugura con la publicación en 1530 de la obra Herbarum vivae eicones (Imágenes vivas de plantas). Publicada en Estrasburgo por el impresor y editor Johann Schott, el propio título del herbario da una idea de cuál va a ser su principal aportación: el artista, en su búsqueda por imitar la naturaleza, dibuja las plantas directamente del natural (ad vivum), tal y como se presentan ante sus ojos. Hoy

Figura 13.7. Ilustración del narciso, también llamado “bulbo vomitivo” o “cebolla”. Además de mostrar la planta, el dibujo hace referencia al mito de Narciso, el cual, enamorado de su propia imagen reflejada en una fuente, se lanzó al agua y se ahogó. En el sitio donde cayó creció una hermosa flor nombrada en su honor. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

día esta manera de dibujar las plantas puede resultar bastante obvia, pero en realidad no se convertiría en una práctica habitual hasta la publicación de este pionero herbario. El autor de las aproximadamente 300 ilustraciones que incluye el libro fue Hans Weiditz (1495 - c. 1537), un brillante y original 185

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Figura 13.9. En la publicación de Fuchs (1542) aparece una lámina compuesta de variedades de maíz, especie que menciona Pigafetta en Brasil. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

Figura 13.8. En este grabado del Herbarum vivae eicones (Otto Brunfels, 1532) se pueden apreciar algunas hojas marchitas, rotas e incluso otras comidas por los insectos del eléboro negro. Fuente: Biblioteca sobre el Patrimonio de la Biodiversidad.

alumno de Durero que supo dotar de un gran naturalismo a las plantas, mostrándolas incluso con sus deformaciones e imperfecciones y sin tener demasiado en cuenta las convenciones mantenidas en los herbarios anteriores (figura 13.8) (Arber, 1986). Por su parte, el médico y botánico alemán Otto Brunfels (1488-1534) se

encargó de la redacción de los textos. Las descripciones de las plantas que hizo no están a la altura de la calidad de los dibujos, pues el botánico alemán básicamente se limitó a recopilar las descripciones hechas por Dioscórides en su obra De materia medica (65 d. C.) sin apenas añadir ningún comentario original.

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Y el otro gran hito de los herbarios impresos ilustrados del siglo XVI, que supondrá no solo un cambio fundamental en la manera de dibujar las plantas, sino también una valiosa contribución al desarrollo de la botánica como disciplina científica, fue el escrito por Leonhart Fuchs (1501-1566) en 1542 bajo el título De historia stirpium commentarii insignes (Comentarios notables acerca de la historia de las plantas). Fuchs, médico personal de Jorge Guillermo de BrandeburgoBayreuth y profesor en la Universidad de Tubinga, está considerado junto con Hieronymus Bock y Otto Brunfels como uno de los padres de la botánica alemana. En esta obra, publicada en Basilea por el impresor Michael Isingrin, se describen un total de 497 plantas que en su mayoría son nativas de Alemania, aunque también se incluyen otras que llegaron a Europa procedentes de América como el maíz o el chile (figura 13.9). Para cada una de las plantas se ofrece información acerca de los nombres que han recibido, de la forma y lugar donde crecen, del tiempo de recolección y de la calidad como medicamento, además de incluir referencias bibliográficas a las grandes obras de los clásicos de la Antigüedad. A la hora de escribir este herbario, su autor tenía muy claro el enorme valor que se debía otorgar a sus ilustraciones, pues estas debían ayudar significativamente a la identificación

de especies, algo que realmente no sucedía en muchos de los libros ilustrados de su época. Fue todo un hito. Y tomando como referencia el trabajo realizado en el herbario de Brunfels, Herbarum vivae eicones, Fuchs optó por seguir un camino diferente: en lugar de dibujar y atender a los detalles particulares de una planta, consideró que era más valioso realizar una generalización o idealización de la misma, eso sí, evitando invenciones y licencias artísticas. De esta manera, la

Figura 13.10. Otra de las importantes novedades que introdujo Fuchs fue la de representar en un mismo dibujo las diferentes etapas del ciclo de vida de una planta. En este grabado se pueden apreciar flores y frutos simultáneamente de la calabaza, planta citada por Pigafetta. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

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Figura 13.11. Retrato del autor, Leonhart Fuchs (sujetando una verónica), y de los artistas que participaron en la elaboración de las ilustraciones del libro De historia stirpium commentarii insignes (1542). Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

proceso seguido a la hora de ilustrar esta indiscutible obra maestra: primero se dibuja la planta del natural, a continuación se transfiere ese dibujo a una plancha de madera y, finalmente, el grabador (sculptor) talla minuciosamente la imagen transferida.

Otros herbarios europeos: la Officina Plantiniana ilustración serviría para representar y caracterizar todas las plantas de la misma especie. Sin duda, la decisión adoptada por Fuchs en su momento fue muy acertada, como lo demuestra el hecho de que hoy día se siga utilizando esta estrategia a la hora de ilustrar los libros de floras de cualquier región del mundo. Asimismo, Fuchs concibió desde el principio que su herbario De historia stirpium commentarii insignes debía colorearse a mano y además, en sus propias palabras, “no solo pensado para que gente con dinero pudiera adquirir copias coloreadas” (Kusukawa,

2012). Así, el color era considerado un aspecto fundamental para identificar correctamente una planta, pues los grabados sin colorear transmitían una apariencia plana y a veces demasiado esquemática (figura 13.10). Al final del libro, como reconocimiento y agradecimiento a la labor realizada por las personas que contribuyeron a la creación de sus ilustraciones, aparecen retratados los dibujantes Heinrich Füllmaurer, Albrecht Meyer y el grabador Veit Rudolf Speckle (figura 13.11). A través de este grabado podemos deducir el

La influencia que tuvieron las ilustraciones de los herbarios de Fuchs y Brunfels sobre los libros de botánica que se imprimieron con posterioridad fue enorme. En algunos casos los dibujos sirvieron como fuente de inspiración o se modificaron levemente, pero en otros se copiaron directamente sin solicitar permiso a editores o impresores. Esto es lo que calificaríamos hoy día como copia “pirata”. Uno de los grandes impresores del siglo XVI fue Cristóbal Plantino (1520-1589), quien llegó a publicar más de 25 obras dedicadas exclusivamente a la botánica. Bajo su Officina Plantiniana,

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Figura 13.12. Portada del libro de Lobelius (1591) titulado Icones stirpium (Imágenes de plantas) que incluye la famosa marca de imprenta conocida como “el compás de oro” con el lema Labore et constantia (“Con trabajo y constancia”). Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

localizada en Amberes, salieron a la luz, entre otros, los trabajos de los botánicos más importantes del sur de Holanda en la época, tales como Clusius, Dodoens y Lobelius (figura 13.12). En 1570, Plantino fue nombrado impresor real de Felipe II. Bajo el encargo y supervisión del humanista y escritor polígrafo español Benito Arias Montano, el flamenco imprimió la famosa Biblia regia o Políglota de Amberes (1568-1572). Además, llegó a reunir una muy valiosa colección de dibujos de plantas y sus correspondientes grabados en madera. En la actualidad, el Museo Plantin-Moretus todavía conserva alrededor de 4.000 tacos de madera originales. En su imprenta trabajaron grabadores de gran talento como G. Janssen, A. Nicolaï y A. Van Leest, y también el dibujante Pieter van der Borcht (1548-1608) que, bajo la supervisión del influyente botánico Carolus Clusius, llegó a realizar entre 1566 y 1573 más de 1.800 dibujos de plantas a color (De Backer, 1993). Por último, conviene también señalar que para ilustrar un libro no era suficiente con contar con personas del

suficiente talento y experiencia para hacerlo (como era el caso de la Officina Plantiniana), sino que además se trataba de un proceso económicamente muy costoso (figuras 13.13 y 13.14). Los editores o impresores, y en algunos casos los mismos autores, debían valorar muy bien si merecía la pena embarcarse en la edición de un libro ilustrado, bajo el peligro de arruinarse con su publicación. En botánica son conocidos los casos de Alexander von Humboldt y Jean-Baptiste Lamarck, que se arruinaron por publicar sus libros incluso siglos más tarde, cuando la imprenta estaba más desarrollada. Algunos autores tuvieron la suerte de conseguir algún tipo de patrocinio para su publicación a través de mecenas, como reyes o emperadores, o también de las propias universidades, como en el caso del herbario de Fuchs.

Figura 13.13. La especia apreciada durante más tiempo fue la pimienta. Pigafetta da buena cuenta de ella en su diario, denominándola “pimienta redonda” y “pimienta larga”. En esta imagen de Clusius (1605) se ilustran las dos variedades. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

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Figura 13.14. De entre las otras muchas plantas que menciona Pigafetta, destaca el cocotero por la gran cantidad de usos que de él hacían las gentes de Asia a partir del coco y las hojas de la planta (ilustración recogida en Clusius, 1605). Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

Figura 13.15. Esta imagen, incluida en la obra de Lonitzer titulada Naturalis historiae opus novum (1551), es probablemente la primera representación gráfica impresa en un libro del clavo. La ilustración más bien es el resultado de la imaginación del dibujante, pues no representa fielmente cómo es en realidad la planta. Para destacar su importancia comercial se muestra un saco cargado con la preciada especia, planta que aparece en el libro de Pigafetta numerosas veces. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

Y como se puede ver por el número de ilustraciones que se muestran a continuación, el clavo era la especia más importante en

Figura 13.16. Ilustración del clavo incluida en Aromatum, et simplicium (Garcia da Orta, 1574). Poco a poco se va consiguiendo una representación más fidedigna de la planta, donde se muestran flor, hoja y fruto. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

el siglo XVI, pero había muy poca información sobre sus características botánicas, por lo que los dibujos son botánicamente poco precisos y habría que esperar al siglo siguiente para conseguir una mayor calidad (Nobre de Carvalho, 2017) (figuras 13.15-13.18).

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Figura 13.17. Ilustración recargada y poco realista de una rama de clavo incluida en Eicones plantarum (Tabernaemontanus, 1590) que muestra abundancia e interés por la especia más preciada en la expedición Magallanes-Elcano. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

Las plantas de las Indias en los herbarios impresos españoles Una de las principales aportaciones españolas al conocimiento botánico del siglo XVI consistió en el registro y la descripción de las plantas procedentes

de las Indias, especialmente de las Indias Occidentales (América). De entre los primeros cronistas de las Indias que recogieron información sobre las plantas encontradas en América destacó el militar e historiador Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557). En 1535 salió de la imprenta de Juan Cromberger en Sevilla la primera parte de su obra Historia general y natural de las Indias, considerada a su vez como la primera historia natural impresa en España. En ella se mencionan aproximadamente un centenar de plantas como el cacao, la

Figura 13.18. En su último libro publicado en vida (Exoticorum libri decem, 1605), Clusius añadiría una imagen del clavo con nuevos elementos que supone una representación más realista con respecto a las anteriores. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

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A

B

Figura 13.19. Primeras ilustraciones impresas de la piña (A) y la guanábana (B), que aparecieron en el libro de Gonzalo Fernández de Oviedo (1535). Fuente: Biblioteca Digital Hispánica.

pitaya, el tabaco o el aguacate, entre otras, y además se incluyen dibujos realizados por el propio autor (González Bueno, 2004). Las ilustraciones, alejadas del naturalismo y de la calidad alcanzada en los herbarios europeos de su época, no dejan de ser en algún caso la primera representación gráfica que tenemos de plantas como la piña o la del fruto de la guanábana (figura 13.19). Por su parte, el médico y botánico sevillano Nicolás Monardes (c. 15081588) escribió una obra dedicada fundamentalmente a las virtudes medicinales de las plantas traídas de América. Aunque se publicó en varias partes bajo diferentes títulos, la edición completa de su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales vio la luz en Sevilla en 1574

Figura 13.20. También la famosa pimienta de la que nos habla Pigafetta tuvo eco en los libros españoles, como en este de Monardes (1580) donde dice: “A si mismo, traen de Cartagena […], un genero de pimienta que ellos llaman pimienta luenga”. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

y tuvo una muy buena acogida por parte del resto de botánicos europeos de la época debido principalmente a la temprana traducción al latín que hizo el influyente botánico flamenco Carolus Clusius (1525-1609) y que finalmente sería publicada por Cristóbal Plantino. En esta obra, Monardes, tomando como punto de partida al filósofo griego Aristóteles, señala que no en todas las regiones del mundo crecen las mismas plantas (“no todas las tierras dan yguales plantas”), lo que significa que el

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Figura 13.21. Primera representación gráfica impresa donde se idealizaba el árbol del clavo en la obra de Cristóbal Acosta (1578), donde dice: “Y sepa que todo el clavo que viene de la Europa, es de las islas Maluco, las cuales son cercadas al mar”. Además del clavo se incluyen numerosas ilustraciones de plantas asiáticas orientales mencionadas por Pigafetta. En la figura se muestran la pimienta negra (B) y la nuez moscada (C). Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

descubrimiento de nuevos territorios traerá consigo el hallazgo de nuevas plantas con las que poder preparar medicinas y remedios para curar enfermedades (figura 13.20). También se toma como un concepto en los inicios de la biogeografía de plantas. En lo que se refiere a las plantas de las Indias Orientales, la obra del médico portugués Garcia de Orta, Colóquios dos simples e drogas he cousas medicinais da Índia, publicada en 1563, resultó ser fundamental para el conocimiento en

Europa de las plantas y las especias del sur de Asia, como por ejemplo del clavo, la pimienta, la nuez moscada, el jengibre, la canela, etc. (Nobre de Carvalho, 2017). Muchas de estas especias ya aparecían citadas con anterioridad en el célebre diario de Antonio Pigafetta. Algunos años más tarde, en 1578 se publicaría en Burgos la obra Tractado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales del también médico y apasionado viajero Cristóbal Acosta (1515-1594). Se trata de una

versión ampliada e ilustrada de la obra de Garcia de Orta (figura 13.21). Una vez más, gracias a la traducción al latín realizada por Clusius, estas obras consiguieron alcanzar una mayor repercusión y difusión entre los botánicos de su época. Y dentro de los herbarios ilustrados españoles, aunque no recoja demasiadas especies procedentes de Asia o América, merece la pena destacar el realizado por el médico humanista segoviano Andrés Laguna (1510-1559): Pedacio Dioscorides 193

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Figura 13.22. El naranjero, como recuerda el médico segoviano Andrés Laguna (1563): “[…] se dice en latín aurantia, porque cuando es perfectamente madura, tiene color de oro”. Las naranjas aparecen citadas con frecuencia en el diario de Pigafetta. Fuente: Biblioteca Digital del RJB.

Anazarbeo. Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos. Publicado en Salamanca en 1561, se trata de una traducción de la obra clásica de Dioscórides, De materia medica, a la que incorpora un buen número de valiosos comentarios botánicos originales que prácticamente consiguen doblar en extensión la obra original. De entre las especies americanas describe en detalle por ejemplo el guayaco, la chumbera y el maíz. Además, las cuidadas ilustraciones realizadas por el propio Laguna hacen de este herbario una obra fundamental (figura 13.22). Por último, decir que la ilustración botánica no solo fue fundamental para conseguir dar información botánica de calidad y documentar las plantas que había en las Indias. En aquella época, además, la terminología botánica y la descripción de las plantas no eran tan precisas como en la actualidad. Con el paso de los siglos la ilustración botánica fue evolucionando a una mejor calidad, hasta la llegada de la fotografía y los vídeos, que hoy día son imprescindibles para el

reconocimiento de las especies. No obstante, el dibujo botánico en forma de láminas compuestas de detalles de todos los caracteres de la planta sigue teniendo gran utilidad y reconocimiento. Un ejemplo de ello son las floras actuales de muchos países, que van siempre acompañadas por láminas botánicas que sintetizan todos los caracteres de las especies tratadas.

Agradecimientos El autor de este capítulo agradece al proyecto europeo Linking Biodiversity and Culture Information (LinBi) de la Unión Europea por su ayuda para la localización e identificación de las imágenes procedentes de la Colección de Ilustración Botánica de la Biblioteca del Real Jardín Botánico, que se encuentran disponibles también desde el portal de patrimonio digital europeo Europeana. También agradece a Pablo Vargas sus valiosos comentarios, sugerencias y correcciones.

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Silvia Villegas Navarro

14. Colecciones vivas de plantas de ultramar: jardines botánicos y de aclimatación “La introducción deliberada de plantas de un continente, región o país a otro ha sido un elemento crítico fundamental para nuestro desarrollo social, económico y agrícola.” Vernon H. Heywood, Proceedings of the Third Global Botanical Gardens Congress (2008)

G

a la globalización del planeta, que se inició tras la primera vuelta al mundo, se pudieron desarrollar jardines que permitieron cultivar plantas de las más alejadas regiones del mundo. Entre ellas destacaban las plantas útiles, y especialmente las especias, que fueron muy demandadas en la época y en siglos posteriores. racias

Principales plantas de la primera vuelta al mundo En 1519, Carlos I aceptó la propuesta de Fernando de Magallanes de llegar a las islas de las Especias (Molucas) por occidente; una expedición, capitaneada

primero por el propio Magallanes y después por Juan Sebastián Elcano, que finalizó en 1522 con la gran hazaña de dar la primera vuelta al mundo. La comercialización de especias como el clavo, la canela, la nuez moscada, la pimienta negra y el jengibre, cuyos nombres científicos y distribución aparecen en la tabla 14.1, fue la fuerza impulsora de una expedición que duró tres años y recorrió varios continentes en busca de las especias. Pero las especias no fueron las únicas plantas protagonistas de esta expedición (tabla 14.2). Durante toda la travesía, Antonio Pigafetta describió en su diario el consumo y utilidad de numerosas 195

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Especias

Familia

Cinnamomum verum J. Presl

Lauraceae

Syzygium aromaticum (L.) Merr. & L. M. Perry

Myrtaceae

Distribución natural

Tabla 14.1. Listado de las especias que se comercializaban a principios del siglo XVI, según el diario del cronista Antonio Pigafetta.

Canela

Sri Lanka

Fuente: Elaboración propia.

Clavo

Islas Molucas

Nombre vernáculo

Myristica fragans Houtt.

Myristicaceae

Nuez moscada

Islas Molucas, Islas de Banda

Piper nigrum L.

Piperaceae

Pimienta negra

Suroeste de Asia

Zingiber officinale Roscoe

Zingiberaceae

Jengibre

India

Familia

Especies

Nombre común

Distribución natural

Umbelíferas

Apium australe Thouars

Apio

Sudamérica

Palmáceas

Cocos nucifera L.

Cocotero

Indo-Pacífico

Palmáceas

Areca catechu L.

Areca

Islas Filipinas, Malasia, Indonesia y Nueva Guinea

Bromeliáceas

Ananas comosus (L.) Merr.

Piña

Centroamérica y Sudamérica

Convolvuláceas

Ipomoea batatas (L.) Lam.

Batata

Centroamérica y Sudamérica Amazonia

Euforbiáceas

Manihot esculenta Crantz

Mandioca, yuca

Musáceas

Musa x paradisiaca L.

Platanero

Sureste de Asia

Musáceas

Musa acuminata Colla

Platanero

Sureste de Asia Sureste de Asia

Musáceas

Musa balbisiana Colla

Platanero

Pedaliáceas

Sesamum indicum L.

Ajonjolí, sésamo

India

Gramíneas

Oryza sativa L.

Arroz

Sur de Asia

Gramíneas

Saccharum officinarum L.

Caña de azúcar

Sureste de Asia

Gramíneas

Zea mays L.

Maíz

Centroamérica

Tabla 14.2. Listado de plantas consumidas como alimento que aparecen en el diario de Antonio Pigafetta.

plantas, y describió cómo las usaban las poblaciones locales:

Fuente: Elaboración propia.

“Las nueces de coco son los frutos de una especie de palmera de la que obtienen su pan, su vino, su aceite y su vinagre. Para conseguir el vino hacen en la palmera una incisión que penetra hasta la médula, que llaman palmito, de donde brota gota a gota un licor blanco y dulce…”

Numerosas plantas de las que menciona Antonio Pigafetta en su diario ya se consumían en la península ibérica tras la llegada a América en 1492. No obstante, fue sobre todo a partir de la vuelta al mundo y años posteriores

cuando se introdujeron nuevas variedades y plantas desconocidas que se transportaban por medio de sus frutos, semillas, bulbos y tubérculos. Los centros receptores eran los jardines botánicos.

Jardines botánicos El origen de los primeros jardines botánicos, por entonces llamados “huertos de simples”, se sitúa en el siglo XV, relacionados con las sociedades médicas, boticarios y casas privadas, donde se cultivaban casi exclusivamente plantas medicinales (recuadro 14.1).

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En el siglo XVI surgieron huertos en numerosas universidades europeas, creados exclusivamente para el estudio de las plantas medicinales y las ciencias naturales. En Italia surgen en cuatro universidades los llamados giardino dei semplici: Pisa (1543), creado por el médico Luca Ghini, fue trasladado a su ubicación actual en 1591 (figura 14.1); Padua (1545), en cuyo diseño participó el arquitecto Andrea Moroni (figura 14.2); Florencia (1545), diseñado por Niccolò y dirigido por Luca Guini; y Bolonia (1547), fundado por Ulisse Aldrovandi. La creación de jardines en Europa continuó en la Universidad de Leipzig (1542-1589), trasladado en 1877 a su ubicación actual. En España, la Universidad de Valencia también crea en 1567 un huerto de plantas medicinales. En los Países Bajos se establece el Hortus Botanicus Leiden (1590), dirigido por el famoso médico y botánico Carolus Clusius. Le siguió la Universidad de Montpellier (1593) con el Jardin des Plantes, diseñado por Pierre Richer de Belleval para impartir las clases de botánica de la Facultad de Medicina. Más tarde surgieron numerosos jardines botánicos en España, Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y otros países europeos. Por ejemplo, en Inglaterra se construyeron el Jardín Botánico de la Universidad de Oxford (1621), establecido por Henry Danvers; el Real Jardín Botánico de Edimburgo (1670),

fundado por Andrew Balfour y Robert Sibbald; y el Chelsea Physic Garden (1673), fundado en Londres por la Sociedad de Boticarios; todos ellos, de nuevo, con el objetivo de cultivar plantas medicinales (figura 14.3). La constante introducción de nuevas plantas desde América y Asia provocó cambios en las funciones y en los objetivos de estos jardines, hasta entonces, como se ha dicho, solamente dedicados al cultivo de “simples

Figura 14.1. El Orto Botanico di Pisa se reconoce como el primer jardín botánico (universitario) según el concepto actual. Fuente: Wikimedia Commons.

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Figura 14.2. Entrada al Orto Botanico di Pádova, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Fuente: 198 Wikimedia Commons.

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vegetales”; es decir, plantas medicinales (la palabra “simples” se empleaba para cualquier material que sirve por sí solo a la medicina). A partir del siglo XVII, el concepto de huerto de enseñanza comienza a desaparecer y el estudio de las plantas medicinales locales disminuye, pues los nuevos jardines botánicos se centran en la descripción, clasificación, cultivo, aclimatación y domesticación de nuevas plantas de interés económico, convirtiéndose así en instituciones claves para el desarrollo de la economía de los países que los albergan. En ellos se multiplicaría y estudiaría el cultivo de numerosas especies de plantas altamente consumidas, favoreciendo su aclimatación y el abaratamiento de su comercialización, al no tener que transportarlas por las vías tradicionales. En el siglo XIX se disocia el estudio de plantas de interés exclusivamente económico, que pasaría a disciplinas agrícolas, y el estudio de la diversidad vegetal, que se quedaría como función básica en la investigación de los jardines botánicos (recuadro 14.2).

Jardines botánicos en España Tras la llegada a América y la primera vuelta al mundo, se sucedieron numerosas expediciones científicas y se estableció un transporte continuo entre los territorios de ultramar y España que

favoreció un envío constante de plantas y semillas, y su posterior distribución por Europa. En esta época se publicaron importantes tratados, como los de Gonzalo Fernández de Oviedo, Sumario de la natural historia de las Indias, publicado en 1526, y la primera parte de su Historia general y natural de las Indias en 1535 (López Piñero y López Terrada, 1997: 15). Las observaciones y trabajos del médico sevillano Nicolás Monardes, en cuya casa cultivaba las plantas traídas de América, fueron obras de referencia, como Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales entre 1565-1574 (López Piñero y López Terrada, 1997: 47), traducidas a otros idiomas y estudiadas por botánicos como Clusius y Linneo. Otros trabajos destacables fueron los manuscritos y recolecciones de Francisco Hernández en la expedición a Nueva España. Las plantas vivas y semillas de sus viajes transcurridos entre 1570-1577 las enviaba a los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla (González Bueno, 1990: 40). Los conocimientos en las ciencias naturales, especialmente en la botánica y la agricultura, se ampliaron, y también surgieron “huertos de simples” en las universidades españolas, en conventos o en casas privadas. Destacan los jardines del Hospital General en el convento del Carmen Calzado en Barcelona; el de los Padres de San Agustín, dirigido por Juan 199

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de Minuart; el de los Padres Capuchinos; el de San Juan Despí, dirigido por el doctor Salvador cerca de Barcelona; el de la Real Cartuja de Scala Dei (llamado “el Manitral”), cultivado por fray Joseph Llobet; o el del Real Monasterio de Poblet (Pascual, 1970: 44). Posteriormente en Cádiz, en 1750, se fundó el jardín botánico del Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz, donde se formaron célebres cirujanos y botánicos como José Celestino Mutis y Casimiro Gómez Ortega (Farfán, 2015: 55). Precisamente en el siglo XVI se han documentado los primeros jardines para la investigación de plantas medicinales en cuatro ciudades diferentes: Sevilla, establecido por Simón Tovar; Aranjuez, en concreto el Jardín del Rey; Madrid, con la Huerta de la Priora; y Valencia, que supondría el primer jardín botánico en sentido estricto (Vargas, 2004). Como se ha dicho, en 1567 la Universidad de Valencia fue la primera en crear un huerto de plantas medicinales para la enseñanza, un hort dels simples, dirigido por el catedrático de Herbes Joan Plaça (Costa et al., 2001: 11). Desde su fundación hasta 1802, cuando se establece su ubicación actual en los terrenos del Huerto de Tramoyeres, el cultivo de las plantas se realizó en distintos enclaves (figura 14.4). En 1631, siendo Melchor de Villena catedrático de Herbes, se estableció junto al convento de San

Julián. En 1684, Gaudenci Senach, también catedrático de Herbes, lo ubicó en un huerto junto a la casa-parroquia de San Lorenzo. Con la llegada de plantas de otras regiones del mundo, en 1757 se intentó crear un jardín botánico en los terrenos de la Alameda, entre la universidad y la Real Sociedad Económica Valenciana de Amigos del País. Finalmente, en 1802, Francisco Gil, catedrático regente de Botánica, realizó el diseño del Hort Tramoieres y se nombró al catedrático de Botánica Vicente Alfonso Lorente, director (Costa et al., 2001: 11-16). En la actualidad se puede visitar en este lugar.

El Real Jardín Botánico de Madrid En España, es en el siglo XVIII, siglo de la Ilustración, cuando las ciencias naturales cobran una notable importancia. Durante la segunda mitad se establecen dos grandes instituciones, el Real Jardín Botánico de Madrid y el Gabinete de Historia Natural. En 1755 se fundó el Real Jardín Botánico de Madrid, por Real Orden de Fernando VI de 17 de octubre de 1755 en la huerta de Migas Calientes. En concreto, se eligió un antiguo jardín de plantas medicinales que perteneció a Luis de Riqueur, boticario mayor del rey Felipe V. Se nombró a José Suñol como intendente, al cirujano José Quer primer

Figura 14.3. Vista de las escuelas botánicas en Chelsea Physic Garden. Fotografía: Silvia Villegas.

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Figura 14.4. Vista aérea (tomada con un dron) de la plaza de Carlos Pau del Jardín Botánico de la Universitat de València en su estado actual (abril de 2020). Fotografía: Aereal.

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Figura 14.5. Puerta del Rey, que supuso la entrada principal cuando se inauguró el Real Jardín Botánico de Madrid en 1781. Fotografía: Antonello Dellanotte.

profesor de Botánica y a Juan Minuart como segundo (Añón, 1987: 11). Sin duda alguna, José Quer, que ya cultivaba plantas en un jardín cercano a Madrid, desempeñó una importante tarea en el establecimiento del nuevo jardín botánico, aportando plantas recolectadas en sus viajes dentro y fuera de España, y por el intercambio de plantas y semillas que mantuvo con otros botánicos europeos. El jardín se trasladó a su ubicación actual

en el paseo del Prado, por Real Resolución de 25 de julio de 1774, y se inauguró en 1781 (figura 14.5). En la actualidad pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y se puede visitar durante todo el año. Así, el Real Jardín Botánico de Madrid se convirtió en un centro de recepción, estudio y distribución de plantas vivas, semillas y especímenes procedentes de todo el mundo,

particularmente de América y Filipinas. Además, otra función fue la de coordinar la introducción y diversificación de numerosas especies que hoy se cultivan en nuestro país (figura 14.6).

Jardines de aclimatación en España Junto al Real Jardín Botánico de Madrid se desarrolló una red de jardines de

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Figura 14.6. Vista aérea del Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC) en noviembre de 2001. Fuente: Cruz Hernando.

aclimatación distribuidos principalmente en las ciudades portuarias (o cercanas a ellas) del sur de España, dado que las plantas procedían de climas tropicales. En concreto, se establecieron ante la necesidad de mantener y conservar plantas provenientes de América, Asia y África que, inicialmente, no soportaban los duros inviernos en los Jardines de Aranjuez y en el Real Jardín Botánico de Madrid. A continuación destacamos algunos de ellos. Jardín de la Paz El Jardín de Aclimatación de Sanlúcar de Barrameda, llamado Jardín de la Paz, se fundó el 20 de noviembre de 1805 (Cabral Chamorro, 1995: 170). Fue diseñado por Esteban Boutelou, y como profesor de Agricultura se nombró a Simón de Rojas Clemente (figura 14.7), quien más tarde se convertiría en director del Real Jardín Botánico de Madrid. El jardín tuvo una importante colección de plantas vivas forrajeras, medicinales, ornamentales, comestibles

e industriales, así como colecciones de vides y variedades de trigo procedentes de Europa, América y Asia. Pero con el paso de los años el jardín fue desatendido y abandonado hasta que fue cedido a los duques de Montpensier, que lo restauraron junto al palacio ducal de Orleans y Borbón entre 1860 y 1870. En la actualidad, el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda ocupa el palacio y los jardines también pasan a ser conocidos como el Jardín de Magallanes. En él se pueden encontrar numerosas especies y variedades de plantas comestibles y ornamentales cuya

distribución natural se encuentra en los lugares que visitó la expedición Magallanes-Elcano. Jardín de La Orotava Uno de los jardines más importantes del siglo XVIII en España fue el Jardín de Aclimatación de La Orotava, en Puerto de la Cruz (Tenerife), que todavía hoy se puede visitar. Su impulsor fue Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo, VI marqués de Villanueva del Prado, quien en septiembre de 1788 recibió la Real Orden de 17 de agosto de 1788 según la 205

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Figura 14.7. Platabanda en el Real Jardín Botánico de Madrid durante el mes de mayo. Obsérvese la estatua de Simón de Rojas Clemente, botánico de principios del siglo XIX. Fotografía: Marisa Esteban.

cual la Corona tenía como objetivo hacer prosperar en sus dominios de Europa las plantas de otros lugares del mundo (Rodríguez García, 1979: 327). Hay que tener en cuenta que la mayor parte de las expediciones repostaban en las islas Canarias. Durante sus años de esplendor recibieron numerosas semillas de especies de Filipinas enviadas por el botánico Cuéllar: semillas de pimienta negra, nuez moscada, canela de Ceylán, clavo y raíz de jengibre; y de Perú: semillas de café, chirimoya, cucúrbita y mate de chicha. En la actualidad se conservan especies centenarias de pino canario (Pinus canariensis), drago (Dracaena draco), mamey de Santo Domingo (Mammea americana), alcanfor (Cinnamomum camphora), ginkgo (Ginkgo biloba), palmera de aceite (Elaeis guineensis), árbol del caucho (Hevea brasiliensis) e higuera de Bahía Moreton (Ficus macrophylla), entre otras (figura 14.8). Jardín de Aclimatación de Córdoba En la ciudad de Córdoba, el naturalista Andrés Palacios (1783) intentó crear un jardín de aclimatación con plantas 206

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procedentes de América (Montero, 2014: 3). El proyecto comenzó con el cultivo de plantas en un huerto cercano a su vivienda donde podía realizar un seguimiento, con la intención de instalar el jardín definitivo en la ribera del río Guadalquivir. Desde el Real Jardín

Botánico de Madrid se enviaron semillas recolectadas en Lima y se mantuvo un intercambio activo de correspondencia y plantas. Es a partir de 1788 cuando se pierde la información y no se conoce la continuidad de este proyecto.

Figura 14.8. La higuera de Bahía Moreton (Ficus macrophylla) procede de Australia y se caracteriza por sus raíces tabulares. Fotografía: Alfredo Reyes Betancort.

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Figura 14.9. Ejemplos de perfiles en redes sociales que ha creado el Real Jardín Botánico de Madrid en Facebook (A), Twitter (B) e Instagram (C). Capturas: Marisa Esteban.

Vivero de Aclimatación y Multiplicación en Puerto de Santa María Otro proyecto fue la construcción de un vivero de aclimatación y multiplicación en el Puerto de Santa María (1788), con plantas procedentes de los barcos que llegaban a los puertos de Cádiz, para poder desde ahí

distribuirlas por el resto de España (García-Abásolo y Rodríguez García, 1976: 237). El principal objetivo siempre fue recuperar las plantas cuando llegaban a los puertos de Cádiz y enviarlas al Real Jardín Botánico de Madrid, donde se supervisaban los trabajos y se distribuían al resto de jardines en España.

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Jardín de Aclimatación en la costa de Granada Otra iniciativa que no prosperó fue la de Francisco de Aguilera Narváez, capellán del Regimiento de Caballería de la Costa de Granada (García-Abásolo y Rodríguez García, 1976: 235), quien en 1790 presentó una propuesta a la Corona para construir un jardín de aclimatación en la costa granadina o malagueña. La batata, la jalapa, la yuca, el cazabe, la caña de azúcar y los chirimoyos eran cultivos que todavía hoy se pueden ver junto a la costa.

Los jardines botánicos en el siglo XXI A lo largo de este capítulo hemos visto cómo los objetivos y funciones de los jardines botánicos han ido cambiando con el paso de los siglos. Las

investigaciones en plantas medicinales y mejora vegetal dejaron de ser prioritarias, y desde mediados del siglo pasado los jardines botánicos se han ido centrando en el conocimiento, educación y conservación de la diversidad vegetal en la Tierra. En la actualidad son instituciones científicas de vital importancia para la sociedad, pues albergan colecciones vivas, colecciones de herbario, colecciones de semillas, bibliotecas y archivos. Su personal científico y técnico, altamente cualificado, hace posible el desarrollo diario de proyectos de investigación en taxonomía, evolución de plantas, restauración ecológica, técnicas de propagación y cultivo de plantas. Todas ellas son disciplinas fundamentales que ayudarán a reducir y mitigar el cambio climático, la desertificación, las necesidades nutricionales de una población creciente o la pérdida de biodiversidad. Además, la

mayor parte de los jardines botánicos se han modernizado rápidamente, y hoy día transfieren a la sociedad sus conocimientos mediante perfiles en redes sociales tales como Facebook, Twitter e Instagram (figura 14.9). Según datos de la asociación Botanic Gardens Conservation International (BGCI), se estima que hay 3.663 colecciones de plantas vivas distribuidas en 180 países a lo largo de todo el mundo. En ellos se cultivan 105.634 especies y variedades diferentes, un 30% de las plantas que crecen en el planeta (Mounce et al., 2017: 800), si se consideran 350.699 especies vegetales (The Plant List, 2020). De las cultivadas, un 41% de las especies están amenazadas en sus hábitats naturales (Mounce et al., 2017: 801); por ello, resulta importantísima la labor en conservación ex situ que están desempeñando los jardines botánicos en todo el mundo.

Para saber más Recuadro 14.1. Jardines botánicos históricos que se pueden visitar en la actualidad • Botanischer Garten Universität Leipzig (Alemania)

• Orto Botanico ed Erbario Università di Bologna (Italia)

• Chelsea Physic Garden (Inglaterra, Reino Unido)

• Orto e Museo Botanico Università di Pisa (Italia)

• Hortus Botanicus Leiden (Países Bajos)

• Orto Botanico Università di Padova (Italia)

• Jardín de Aclimatación de La Orotava (Puerto de la Cruz, Tenerife)

• Oxford Botanic Garden and Arboretum (Inglaterra, Reino Unido)

• Jardín de Magallanes (Sanlúcar de Barrameda)

• Real Jardín Botánico de Madrid (Madrid)

• Jardín Botánico de Valencia (Valencia)

• Royal Botanic Garden Edinburgh (Escocia, Reino Unido)

• Jardin des Plantes Université de Montpellier (Francia)

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Recuadro 14.2. ¿Qué es un jardín botánico? Un jardín botánico es una institución científica que alberga colecciones de plantas vivas identificadas y etiquetadas, preferentemente de origen silvestre, colecciones de semillas y especímenes de herbario correctamente documentados. Debiera estar abierto al público, y se diferencia de los parques públicos, de los jardines monumentales, ornamentales o de recreo por las actividades que desarrolla en materia de investigación, conservación, educación y divulgación de las plantas. Desde el siglo pasado, los jardines botánicos han aportado una plataforma envidiable en el contexto de la educación ambiental, con la promoción de la conservación de la naturaleza: una herramienta más para crear conexión entre la naturaleza y una población cada vez más urbana y desconectada del mundo natural. Recientemente se está explorando cada vez más el concepto de jardín botánico como telón de fondo de actividades artísticas y culturales, desarrollando en sus instalaciones conciertos, recitales de poesía, presentaciones de libros o exhibiciones. Es precisamente esta evolución sobre el uso de los jardines botánicos durante distintos periodos históricos lo que siempre ha dejado huella en sus paisajes, en sus colecciones botánicas y en los fondos de estas instituciones. Con el paso de los siglos, los jardines botánicos han acumulado un patrimonio histórico realmente incalculable que comprende maravillas arquitectónicas con multitud de estilos y técnicas. Por ello, son una parte indiscutible del patrimonio cultural de los países que los albergan.

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Jesús García Rodrigo

15. La primera vuelta al mundo sin tuits, ¿o no? “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado.” George Orwell, El león y el unicornio (1941)

L

primera circunnavegación del mundo iniciada bajo el mando del navegante portugués Fernando de Magallanes el 10 de agosto de 1519 desde Sevilla y concluida tres años después, el 6 de septiembre de 1522, gracias al empuje y la fortuna del marino español Juan Sebastián Elcano (figura 15.1), puede ser considerada como la aventura más apasionante e intrépida de la historia y, sin embargo, no ha alcanzado nunca el rango que sí han tenido otras efemérides de menor importancia. Quizás porque en los manuales escolares de historia esta efeméride se estudia, si es que se llega a hacer, de puntillas. La ciudadanía en general desconoce la historia de la primera vuelta al mundo y de sus dos protagonistas, Magallanes y a

Elcano, que no han logrado colocarse a la misma altura de su antecesor, Cristóbal Colón. Quizás haya influido el hecho de que el objetivo del viaje de Magallanes no tuviese un fin geográfico, político o científico, sino que su propósito fuera puramente económico: Carlos I quería convertir el creciente Imperio español en la primera potencia mundial suministradora de especias. Casi cinco siglos más tarde de que los 18 marineros supervivientes de este colosal viaje regresaran famélicos, harapientos y cubiertos de llagas, a miles de kilómetros de su punto de llegada en Sevilla, el 15 de julio de 2006, varios extrabajadores de Google (Evan Williams y Biz Stone, con la colaboración de Jack Dorsey, 211

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Figura 15.1. Recreación del Arenal de Sevilla en tiempos de la circunnavegación. Fuente: Olmedo y Redondo (2017).

Evan Henshaw-Plath y Noah Glass) lanzaban desde San Francisco, en California (Estados Unidos), el primer tuit de la historia. Nacía así un servicio

de microblogging, Twitter, convertida en la actualidad en una poderosa red social con más de 300 millones de usuarios que en 2020 generaban unos

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Un cronista de apellido Pigafetta

65 millones de tuits al día y maneja búsquedas diarias por encima de las 800.000 peticiones. Todo un fenómeno mundial (figura 15.2).

Entre uno y otro descubrimiento situamos un tercer personaje al que dirigir la mirada en esta crónica: Antonio Pigafetta. Este noble italiano, hijo del Renacimiento al servicio de la República de Venecia como explorador y geógrafo, desempeñó un importante papel en la primera circunnavegación al mundo en calidad de cronista. Pigafetta fue uno de esos 18 hombres que regresó con vida a Sevilla en 1522 a bordo de la nao Victoria. Su relato, publicado en italiano en 1524/25 bajo el título Relazioni in torno al primo viaggio di circumnavigazione. Notizia del Mondo Novo con le figure del paesi scoperti, está considerado como una de las mejores y más curiosas crónicas, no ya tanto por su valía literaria, más que discutible, sino por su valor histórico. Sin el texto de Pigafetta, un visionario de los grandes reportajes periodísticos, nada de esta hazaña se habría conocido. Sin televisión, sin internet y, por supuesto, sin Twitter, las noticias del Nuevo Mundo escritas por Antonio Pigafetta y publicadas dos años después de su llegada a Sevilla a bordo de la nao Victoria son el testimonio escrito de lo sucedido durante los tres años que duró el viaje. Magallanes no regresó en esa nave, pero aun muerto cumplió con uno de los encargos de la Casa de la Contratación: el regreso de la expedición a España con

Figura 15.2. Retuits del perfil Primera Vuelta al Mundo (@Ruta_Elcano), una cuenta basada en las aventuras del marino español Juan Sebastián Elcano, donde se recoge la llegada, el 6 de septiembre de 1522, de la nao Victoria a Sanlúcar de Barrameda. Capturas: Jesús G. Rodrigo.

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evidencias de numerosos descubrimientos (figuras 15.3 y 15.4). No solo ejemplares de plantas, animales o seres humanos. También volvieron con relatos y dibujos de todo lo acontecido. Es más que previsible que si la obra de Pigafetta, en vez de haberse publicado casi tres años después del regreso de la expedición, se hubiera contado día a día en una red social como Twitter, la sorpresa que supuso para los sanluqueños ver llegar la nao Victoria el 6 de septiembre de 1522, después de un viaje único, no habría sido tan mayúscula.

La primera vuelta al mundo a través de un imaginario perfil de Twitter de Pigafetta

Figura 15.3. Cuenta imaginaria de @FerDeMagallanes, centrada en la participación del navegante portugués en la primera vuelta al mundo. Captura: Jesús G. Rodrigo.

“Como hay personas cuya curiosidad no se vería satisfecha solamente oyendo contar las cosas maravillosas que he visto y las penalidades sufridas en la larga y peligrosa expedición que voy a describir, sino que querrían saber también cómo llegué a superarlas, no prestando fe al éxito de una empresa semejante si ignorasen los menores detalles, he creído que debía exponer en pocas palabras el origen de mi viaje y los medios por los que he sido bastante dichoso para realizarlo.”

Estas frases con las que Pigafetta inaugura y justifica la crónica del viaje nos abren una ventana a la imaginación al pensar cómo habría sido este mismo relato contado de una manera más o

menos periódica durante todo el periplo a través de una red social como Twitter, pero cinco siglos después. El imaginario bien podría ser el siguiente si Pigafetta tuiteara con los 280 caracteres máximos por tuit (figura 15.5). • 10 de agosto de 1519, lunes por la mañana. La Armada parte de Sevilla con 237 hombres y ninguna mujer. ¡Ponemos rumbo a las especias! • 20 de septiembre. La expedición parte de Sanlúcar de Barrameda. Calculan que dentro de seis días llegaremos a Tenerife. Dicen que allí crece un gran árbol cuyas hojas destilan continuamente gotas de agua. Me dicen que se llama drago. • 3 de octubre, también lunes como al partir de Sevilla, y salimos de las islas Canarias en dirección Cabo Verde y Sierra Leona. ¡Ahora sí empieza la aventura! • Llevamos varios días de navegación. La tranquilidad solo se rompe cuando divisamos unos peces enormes que resultan ser tiburones. Vemos con frecuencia los llamados Fuegos de San Telmo y también pájaros de muchas especies. Algunos no tenían cola. • Es 13 de diciembre, festividad de Santa Lucía, y llegamos a un puerto (Río de Janeiro). La tierra del Verzín [donde crece el verzino, en italiano, o madera del brasil] es más extensa que España, Francia e Italia juntas;

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Figura 15.4. Dos tuits de @Ruta_Elcano sobre la carta escrita por Elcano al rey Carlos I a su llegada a Sanlúcar y una interacción sobre la nao Victoria. Capturas: Jesús G. Rodrigo.









pertenece al rey de Portugal. [Abrimos hilo] Aquí nos aprovisionamos con unos tubérculos parecidos a nuestros nabos que los indígenas llaman batatas, y un fruto parecido a la piña de pino, pero dulce y de exquisito gusto. Es la piña de América. En Río de Janeiro hemos probado sabores nuevos como ciertas cañas de azúcar, la batata o la piña. Me han sorprendido unas aves llamadas loros. 27 de diciembre de 1519. Llegamos a un gran río de agua dulce [actual Río de la Plata]. Aquí habitan caníbales, como bien comprobó Juan de Solís que, por fiarse de ellos y querer descubrir nuevas tierras, fue comido por unos cuantos. Aquí estaremos 13 días. 19 de mayo de 1520. Habían transcurrido dos meses sin ver un solo habitante en la región de la Patagonia cuando hoy se ha presentado ante nosotros una figura gigantesca. Nuestras cabezas apenas llegan a su cintura.

Sus pies son tan grandes que Magallanes los ha apodado “patagones”. • Junio de 1520. ¿Sabéis cuál es la medicina de los gigantes? Cuando están enfermos del estómago, en vez de purgarse, se introducen una flecha en la boca dos palmos para provocarse el vómito. Arrojan un líquido verde mezclado con sangre, fruto de una clase de cardos que comen.

• Julio de 1520. Acabamos de conocer un complot de los capitanes de cuatro navíos para asesinar a Magallanes. Los traidores, Juan de Cartagena, Luis de Mendoza, Antonio Coca y Gaspar de Quesada, han sido descubiertos. El primero fue descuartizado y Coca apuñalado. • 21 de octubre de 1520. Continuando nuestra ruta hacia el sur, hemos descubierto un estrecho que llamamos de las Once Mil 215

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Vírgenes [hoy día estrecho de Magallanes] en honor del día en el que la Iglesia consagró el martirio de santa Úrsula y sus seguidoras. 24 de octubre de 1520. Hoy el piloto del navío Concepción ha abandonado la expedición. Se trata de Esteban Gómez, que odiaba a Magallanes solo porque el emperador le había dado el mando de la Armada. Noviembre de 1520. No es difícil imaginar la emoción. Tronar de disparos y gritos de alegría. El sueño se ha hecho realidad. Hemos encontrado un paso estrecho. Un paso entre los dos mares que también llamamos “estrecho de los Patagones” [hoy día estrecho de Magallanes]. Este estrecho es un lugar de ensueño. Agua excelente, madera excelente (pero no de cedro), abundante marisco. Yerbas, unas amargas y otras comestibles, y un apio dulce muy bueno. En fin, yo creo que no hay en el mundo mejor estrecho que este. 28 de noviembre de 1520. Nuestra mayor desdicha no es el hambre, sino la enfermedad de las naos [llamada más de dos siglos después escorbuto]. A muchos hombres se les hinchan las encías hasta sobrepasar sus dientes y no pueden mascar. Ya han muerto 19. [Abrimos hilo] La tripulación culpa a Magallanes de esta desgracia porque el 8 de diciembre tuvimos a la vista tierra [se trataba de









Chile, explorada unos 30 años más tarde] y el capitán no quiso parar a tomar provisiones, adentrándonos en la mayor extensión de agua que hasta ahora hemos conocido. 6 de marzo de 1521, miércoles. Después de tres meses de infernal navegación oímos el grito de ¡tierra!, pero la mala suerte no nos abandona. La llamamos isla de los Ladrones porque los isleños vienen a nuestros barcos y no paran de robarnos. Estos pueblos no conocen ley alguna. 17 de marzo de 1521. Nos encontramos otra vez en nuevas tierras. Como estamos en el quinto día de Cuaresma, que se llama Lázaro, a estas cuantas islas les hemos dado el nombre de archipiélago de San Lázaro [22 años más tarde recibirá el nombre de Filipinas, dedicadas al futuro rey Felipe II]. 18 de marzo. Dos días después de llegar a una isla a la que llaman Samar recibimos la visita de sus nativos. Son gente pacífica. En señal de amistad nos han traído especias como clavo, canela, pimienta, nuez moscada, y también oro y otras cosas. 25 de marzo, Lunes Santo. “El autor de estos tuits, en peligro”. A punto de zarpar, me escurrí al mar sin que nadie me viera. Con fortuna me agarré a la cuerda de una vela, grité, me oyeron y volví a cubierta gracias a la misericordiosa protección de la Santísima Virgen.

• Primeros días de abril y hemos partido hacia Zubu [Cebú]. Todos los isleños mascan un fruto parecido a una pera que llaman “areca” y lo envuelven en una hoja de una planta llamada “betrel”. Dicen que les refresca el corazón, y si no lo hiciesen se morirían. • Los animales de esta isla son perros, gatos, cerdos, cabras y pollos. Los vegetales comestibles son el arroz, el mijo, el panizo, las nueces de coco, la naranja, el limón, la banana y el jengibre. • 26 de abril de 1521. Estamos en la isla de Mactán, donde uno de sus jefes, Lapulapu, es enemigo del rey de Cebú. La isla tiene otro jefe, Zula, que también quiere ayudar a Magallanes en su propósito de derrotarle. • 27 de abril. Hoy ha muerto Magallanes. Hemos caído en la emboscada que nos han preparado los seguidores de Lapulapu. Unos 1.500 isleños organizados en tres grupos. Una flecha envenenada, primero, una lanza, después, y por último un sablazo, han acabado con nuestro capitán general. • 1 de mayo de 1521. La desgracia no nos abandona. El rey de la isla de Cebú, que parecía convertido en cristiano, ha matado a muchos de nuestros marineros. El esclavo de Magallanes Enrique de Malaca nos ha traicionado. Carvalho ha decidido

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abandonar allí a Juan Serrano, tomado como rehén. [Abrimos hilo] Atrás dejamos Filipinas. El final ha sido agrio como el naranjo amargo que aquí hemos conocido. Las dos naos restantes están ahora al mando de Espinosa (Trinidad) y Elcano (Victoria). Hay cierta desolación en la tripulación por los últimos sucesos, pero seguimos firmes en conseguir el objetivo que nos había marcado Magallanes: poner rumbo a las islas Maluco. En estas islas, Tadore, Tarenate, Machian, Mutir y Bachian [hoy día llamadas Tidore, Ternate, Makián, Moti y Bacán], estamos convencidos de que encontraremos el clavo. Llegamos a Borneo. El rey, que es moro, se llama rajá Siripada. Es muy gordo y tendrá unos 40 años. Le sirven solamente mujeres y nadie puede hablarle más que por medio de una cerbatana. La isla es tan grande que para darle la vuelta en un junco necesitaríamos tres meses. [Abrimos hilo] Esta isla produce alcanfor, especie de bálsamo que destila gota a gota de entre la corteza y la madera del árbol. El mejor alcanfor se obtiene en Borneo. Lo más extraño que he encontrado en la isla son unos árboles cuyas hojas, al caer, se animan [son insectos hoja]. Cerca del pecíolo, a ambos lados, tienen dos pies. Si















alguien tropieza, se escapan, y al partirlas no sale sangre. He guardado una en una caja. Octubre de 1521. Puedo describir la planta de la canela por haberla visto. Tiene cinco o seis pies de altura y el grosor de un dedo. Nunca tiene más de tres o cuatro ramas. Su hoja se asemeja a la del laurel. Se cosecha dos veces al año. Hoy, viernes 8 de noviembre, tres horas antes de la puesta del sol, hemos entrado en el puerto de una isla de la Especiería llamada Tidore. Anclamos cerca de tierra, con veinte brazas de agua, y hemos disparado toda la artillería. 17 de noviembre, domingo. Hoy es un gran día. Hemos bajado a tierra a observar el árbol del clavo. He aquí lo que observé. [Abrimos hilo] Tiene una gran altura y su tronco es grueso como el cuerpo de un hombre, más o menos. Sus ramas se extienden hacia la mitad del tronco, pero en la copa forman una pirámide. Su hoja se asemeja a la del laurel y la corteza es de color aceitunado. Los clavos nacen en la punta de las ramitas, en grupos de diez a veinte. Los clavos al principio son blancos, al madurar rojizos y al secarse negros. Se cosechan dos veces al año, la primera en Navidad y la segunda por San Juan. Cuando el año es cálido y hay poca lluvia, la cosecha de clavos es en cada















isla de tres a cuatrocientos “bahar” [medida de peso]. El árbol solo crece en las montañas y perece cuando se lo trasplanta al llano. No hay árboles de clavo más que en las montañas de las cinco islas Maluco, y algunos en la isla de Giaibolo y el islote de Mare, pero sus frutos no son tan buenos. En Tidore también se encuentra la nuez moscada. Cuando se cosecha, semeja al membrillo por su forma, color y pelusilla, pero es más pequeña. [Abrimos hilo] También produce jengibre, que comíamos verde como si fuera pan. No nace en un árbol, sino en un arbusto con tallos parecidos a los retoños de las cañas de azúcar. Los tallos no sirven para nada. Solo se aprovecha la raíz. El jengibre verde no es tan fuerte como el seco. Para secarlo se espolvorea cal, ya que de otra manera no podría conservarse. 18 de diciembre de 1521. Hoy es el día fijado para partir, pero retrasamos la partida por tener una vía de agua en la Trinidad. [Abrimos hilo] Después de intentar sin fortuna reparar la Trinidad, el sábado 21 de diciembre la nao Victoria, al mando de Juan Sebastián Elcano, emprende con desgana su viaje a España. Juan Carvalho se queda con tristeza en Tidore con 50 europeos. La nao Victoria se compone de 47 europeos y 13 indígenas. Navegamos 217

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Figura 15.5. El cronista italiano Antonio Pigafetta también tiene su particular e imaginaria cuenta en Twitter, @DiarioPigafetta, donde cuenta en versión 2.0 la historia de la primera circunnavegación de un original modo, desde la llegada de la expedición a Sanlúcar hacia atrás en el tiempo. Capturas: Jesús G. Rodrigo.





• por distintas islas. Conocemos los usos y costumbres de sus habitantes. Encontramos nueces de coco y pimienta. Hay dos clases de pimienta, larga y redonda. • Es sábado 25 de enero de 1522. Hemos partido de la isla de Mallua y después de navegar cinco leguas entre el mediodía y el garbino, ese viento que sopla del sudoeste, llegamos a la gran isla de Timor. [Abrimos hilo]

• Es curioso pero el sándalo blanco solo se encuentra en esta isla. Hay búfalos, cerdos, cabras, gallinas, papagayos de distintos colores, arroz, bananas, jengibre, cañas de azúcar, naranjas, limones, judías… • 11 de febrero. Esta noche salimos de la isla de Timor y entramos en el gran mar llamado Laut-Chidol [océano Índico]. Con rumbo entre el poniente y el garbino dejamos al



norte, a la derecha, la isla de Sumatra por miedo a los portugueses. Abril de 1522. Empezamos a doblar el cabo de Buena Esperanza y nos elevamos hasta los 42º de latitud sur. 6 de mayo. No olvidaré este día. Finalmente, con la ayuda de Dios, doblamos el terrible cabo. Para ello hemos tenido que aproximarnos a él a una distancia de cinco leguas, sin lo cual nunca lo hubiéramos pasado. Junio de 1522. Han pasado dos meses desde que llegamos al cabo y en este tiempo hemos perdido 21 hombres, cristianos e indios. Hemos observado que al arrojarlos al mar, los cadáveres de los cristianos se hunden siempre cara al cielo y los indios bocabajo, cara al mar. 9 de julio. Es miércoles y descubrimos las islas de Cabo Verde. Anclamos en la que llaman Santiago. Carecemos completamente de víveres y si el

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tiempo no hubiera sido favorable, hubiéramos muerto todos de hambre. [Abrimos hilo] En Cabo Verde nos hemos dado cuenta de haber ganado un día. Al llegar pensamos que era miércoles cuando en realidad era jueves. Supimos después que no era un error nuestro. Habiendo navegado siempre al occidente, siguiendo el curso del sol, al volver al mismo sitio teníamos que ganar 24 horas sobre los que estuvieron quietos en un lugar. La tercera vez que una chalupa ha vuelto a tierra a cargar víveres, con 13 hombres a bordo, ha sido detenida. Nos hemos hecho a la mar para evitar ser apresados. Han descubierto que traemos especias que proceden de lugares bajo el mando de la Corona de Portugal. 6 de septiembre. Gracias a la providencia hemos entrado, hoy sábado, en la bahía de Sanlúcar. De 60 hombres que componían la tripulación cuando salimos de las islas Maluco, no quedamos más que 18 y la mayor parte enfermos. [Abrimos hilo] Desde nuestra salida de la bahía de Sanlúcar, hasta el regreso, calculamos que recorrimos más de 14.460 leguas, dando la vuelta completa al mundo, navegando siempre de levante a poniente.

• Lunes 8 de septiembre de 1522. Otra fecha para la historia. Echamos ancla junto al muelle de Sevilla y disparamos toda la artillería. • Es martes 9 de septiembre. Saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, con un cirio en la mano. Nos hemos dirigido a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia. De este modo concluye este imaginario tuiteo, que además de dar la vuelta al mismo título de este capítulo, resume en flashes toda una epopeya histórica (figura 15.6). Unos tuits que nos divulgan la aventura de una expedición donde se mezclan odios con alegrías, pasiones con mesuras; una expedición que nos descubre ritos, costumbres y curiosidades; que nos revela sus objetivos y cómo para alcanzarlos sus personajes sufren miserias, calamidades, enfermedades e incluso la muerte, como le sucede a su protagonista principal, Fernando de Magallanes. Una expedición, en definitiva, que deja al descubierto en muchas de sus fases esa enemistad de una convulsa época de luchas de hegemonía entre España y Portugal por el Nuevo Mundo y nuevos descubrimientos.

Figura 15.6. La cuenta @pablovargas1111, de Pablo Vargas, profesor de investigación del @CSIC en el @RJBOTANICO, es una de las más activas en cuanto a información sobre las plantas de la primera vuelta al mundo. Captura: Jesús G. Rodrigo.

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Para saber más Recuadro 15.1. El jardín virtual de Magallanes Como buen aventurero, Fernando de Magallanes se metió

durante sus 41 años de vida (1480-1521) en numerosos “jardines” más o menos espinosos. Y con más o menos apuros de todos fue saliendo adelante, pero del último no. El 27 de abril de 1521, durante la batalla de Mactán, en la isla filipina del mismo nombre, luchando contra una tribu encabezada por el jefe Lapulapu, Magallanes murió. En el marco de las actividades organizadas de cara al V centenario de la primera circunnavegación, el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) promovió en 2016 “El Jardín de Magallanes”, un proyecto fundamentalmente digital, aunque en parte también físico, que persigue poner en valor una expedición que fue esencialmente botánica. Figura 15.1.1. El Jardín de Magallanes, un proyecto digital y físico del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico iniciado en Sanlúcar de Barrameda y Sevilla. Fuente: Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (Sevilla).

Atendiendo a ello, el IAPH propone este proyecto carto­­ gráfico en colaboración con Nomad Garden para identificar y difundir los lugares históricos y las especies botánicas

vinculadas al viaje. Una propuesta que, según el IAPH, pretende articular rutas urbanas que nos conecten con los lugares locales por los cuales transitó la expedición, pero también con los lugares lejanos a través de su vegetación ya descontextualizada. El proyecto funciona en la actualidad en Sevilla y Sanlúcar, pero su objetivo es extenderlo a otros 15 lugares más: Lisboa, Tenerife, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Puerto de San Julián, Cabo Vírgenes, Punta Arenas, Guam, Filipinas, Cebú y Mactán (estos tres en un mismo espacio), Borneo, islas Molucas, Timor, cabo de Buena Esperanza y Cabo Verde. Entre Sevilla y Sanlúcar se encuentran 30 espacios ajardinados: los Jardines del Alcázar, las Huertas de Hernando Colón, las Atarazanas, Puerta Jerez, Jabonerías, la Lonja de Mercaderes o la Torre del Oro, en Sevilla, o el antiguo palacio ducal de Orleans y Borbón, en Sanlúcar de Barrameda. Entre todos se muestran 139 especies y 3.219 especímenes vinculados al viaje, tal y como queda recogido en la web del proyecto: www.eljardindemagallanes.es ¿El efecto hasta la fecha? La organización de visitas guiadas cuyo objetivo final, según el IAPH, es: “Lograr un atlas de rutas, lugares y especies que nos permitan vislumbrar ese jardí­n de Magallanes que, como un fractal, reproduce a escala urbana la escala planetaria”.

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Bibliografía AA. VV. (2006): Atlas Miller (ed. facsímil), Barcelona, M. Moleiro Editor S. A. AA. VV. (2019): La primera vuelta al mundo (edición conmemorativa del V Centenario, 1519-2022), Madrid, Taberna Libraria. AA. VV. (2019): “La primera vuelta al mundo. La expedición Magallanes-Elcano”, Andalucía en la Historia, 63. Agramont, J. (1998): Regiment de preservació de pestilència (Lleida, 1348), Barcelona, Enciclopèdia Catalana S. A. Aguilar, F. V. (2008): “Rice in the Filipino diet and culture”, Research Paper Series 2008-03, Philippine Institute for Developmental Studies. Albo, F. (1837): “Derrotero del viaje al Maluco, formado por Francisco Albo, piloto de la nao Trinidad y, posteriormente, de la nao Victoria, con indicación pormenorizada de las coordenadas cartográficas en que se encontraba en cada momento de su derrota, con la denominación, características, climatología, habitabilidad, tipo de especiería y otros datos de cada una de las tierras, islas y parajes hallados o descubiertos”, en C. Bernal, Sevilla 2019-2022: Documentos para el V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo, Sevilla. — (1955): “Diario o derrotero del viaje de Magallanes desde el cabo de San Agustín, en Brasil, hasta el regreso a España de la nao Victoria”, en M. Fernández de Navarrete, Colección de viajes y descubrimientos, tomo II, documento XXII, Madrid, Editorial Atlas, pp. 532-556. Alcina, I. F. (1668): History of the Bisayan people in the Philippine Islands (traducción, edición y notas de C. J. Kobak y L. Gutiérrez), Manila, UST Publishing House. 221

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Sobre las autoras y autores

Pablo Vargas Gómez (ed.) Profesor de investigación del CSIC en el Jardín Botánico de Madrid. Durante su carrera científica ha analizado numerosos grupos de plantas e incluye un largo periodo de 35 años investigando en florística, taxonomía, sistemática, genética, ecología y evolución de angiospermas (plantas con flores). Pronto inició su investigación mientras realizaba sus estudios universitarios, concretamente en el Jardín Botánico (1985), donde posteriormente realizó su tesis doctoral (1994) y en donde ganó plaza como científico titular después de un periodo postdoctoral de más de tres años (California, Inglaterra, Alemania). Es autor de más de 300 artículos de investigación y siete libros de divulgación científica.

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María Belén Bañas Llanos Profesora titular de Antropología en la Universidad de Extremadura, en comisión de servicios en la Universidad de Salamanca. Su investigación se centra en la Historia Natural del Pacífico Hispano, particularmente en las islas Molucas y Filipinas, y sus intercambios botánicos con América. En 1988 identificó en el Real Jardín Botánico de Madrid las láminas botánicas de la Comisión de Juan de Cuéllar en Filipinas (1786-1797). Algunos de sus libros son: Las islas de las Especias (fuentes etnohistóricas sobre las Islas Molucas) S. XIV-XX, Ang Pagbubuklad ng kalikasang. Una historia natural de Filipinas (1739? -1801) y Calinga. La canela de Filipinas en la segunda mitad del siglo XVIII.

Almudena Villegas Becerril Escritora y doctora en Historia Antigua. Especialista en historia de la alimentación, obtuvo el Premio Nacional de Investigación en Gastronomía en 2001. Autora de 38 libros, ha obtenido premios nacionales e internacionales, y ha escrito numerosos artículos en revistas científicas, especializadas y en prensa.

Carmen Manso Porto Doctora en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Desde 1986 trabaja en la Sección de Cartografía y Artes Gráficas de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia desempeñando tareas de conservación, catalogación e informatización del material cartográfico y gráfico para su consulta en la Biblioteca Digital. Es autora de algunos trabajos sobre la cartografía de la primera vuelta al mundo. Ha sido presidenta del Grupo de Trabajo de Cartotecas Públicas Hispano-Lusas (IBERCARTO) (2012-2016). Asimismo es académica correspondiente de la Real Academia de la Historia, de la Real Academia Gallega de Bellas Artes de Nuestra Señora del Rosario y de la Academia Portuguesa da História. Académica numeraria de la Academia Auriense-Mindoniense de San Rosendo y miembro numerario del Instituto de Estudios Madrileños, del Instituto de Estudios Tudenses y de la Cofradía Internacional de Investigadores.

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Jorge A. Rodrigues Paiva Biólogo jubilado. Fue profesor en la Universidad de Coimbra y profesor visitante en las universidades de Aveiro, Madeira, Vigo (España) y Vasco da Gama de Coimbra. Ha publicado alrededor de 50 trabajos científicos y de difusión, y presentado alrededor de 2.500 comunicaciones y conferencias en congresos y acciones pedagógicas. Actualmente es miembro del Grupo de Investigación del Centre for Functional Ecology - Science for People & the Planet de la Universidad de Coimbra.

Esteban Manrique Reol Director del Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC), doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid y licenciado en Biología por la Universidad Complutense. Profesor de investigación del CSIC desde 2002. Director del Museo Nacional de Ciencias Naturales (2009-2013). Subdirector general de Promoción del Conocimiento (1990-1994) y subdirector general de Organizaciones y Programas Internacionales (2003-2006). Representante español para el Área Europea de Investigación (ERA) en el programa BiodivERsA (2013-2018).

Marcos Gonzalez Doctor en Ciencias de la Información (2013), máster en Botánica (2007) y bachiller en Matemáticas (1988). Actualmente es investigador en el Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ), donde coordinó el desarrollo del proyecto Jabot, base de datos de colecciones botánicas, y del Museu do Meio Ambiente. Además es profesor en el Curso de Popularización de la Ciencia (Fiocruz). Ha publicado artículos en diferentes campos del conocimiento, como botánica, historia de las ciencias, museología y lingüística.

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Haroldo Cavalcante de Lima Doctor en Ecología (2000), magíster en Botánica (1987) y graduado en Ciencias Biológicas (1977). Actualmente es investigador en el Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ) y profesor en el Curso de Posgrado en Botánica. Tiene experiencia en el campo de la botánica, con énfasis en sistemática y biogeografía, actuando principalmente en los siguientes temas: Leguminosae, taxonomía de plantas del bosque atlántico y conservación.

Alexandre Abreu Machado Técnico de conservación del arboreto del Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ) y graduado en Gestión Ambiental. Desde 2013 ejerce además como fotógrafo de naturaleza.

Claudia Franca Barros Doctora en Biofísica (1998), máster en Botánica (1990) y graduada en Ciencias Biológicas (1984). Actualmente es investigadora en el Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ), donde dirige el Laboratorio de Botánica Estructural. Es profesora en los cursos de posgrado del JBRJ y especialista en anatomía de la madera y crecimiento radial del árbol del bosque atlántico.

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Graciela Barreiro Ingeniera agrónoma, con Maestría en Gestión del Ambiente y Diploma en Diseño y Evaluación de Políticas Públicas. Dirige el Jardín Botánico de la Ciudad de Buenos Aires desde hace más de diez años. Certificada internacionalmente como Profesional en Parques por Eppley’s en la Universidad de Atlanta, actualmente forma parte del Consejo Asesor Internacional de Botanic Gardens Conservation International (BGCI) y es miembro de número en los Comités de Conservación de Especies y de Conservación de Semillas de la International Union for Conservation of Nature (IUCN). Cuenta con una extensa experiencia en la divulgación del mundo de las plantas y el ambiente en medios gráficos y radiales.

Claudia Mansilla Licenciada en Biología por la Universidad de Concepción (2002), magíster en Ciencias de la Universidad de Magallanes (2009), doctora en Ciencias Ambientales de la Universidad de Stirling (2015) y con un postdoctorado Fondecyt en la Universidad de Magallanes (2018). Actualmente ejecuta un Proyecto PAI/ SIA ANID denominado “Cambios paleo-ambientales y climáticos en contextos humanos”. Sus líneas de investigación están orientadas al estudio (multi-proxy) de grandes eventos y cambios paleoambientales como: incursiones marinas, vulcanismo y reorganización de los ecosistemas vegetales, entre otros, y su relación con las ocupaciones humanas basadas en evidencias arqueológicas durante el Pleistoceno Tardío y Holoceno.

Alfredo Prieto Arqueólogo de la Universidad de Magallanes (Chile), magíster en Arqueología por la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y doctor en Arqueología Prehistórica por la Universidad Autónoma de Barcelona (Cataluña, España). Participó en la fundación del Centro de Estudios del Hombre Austral de la Universidad de Magallanes y ha sido editor e integrante de comités editoriales de varias revistas de su área. En 2013 fue profesor visitante en la Universidad de Harvard, donde estudió los archivos y colecciones relativos a la región Fuego-Patagónica.

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Jay P. Picardal Profesor asociado de Biología y actual director del Research Institute of Tropical Biology and Pharmacological Biotechnology (RITBPB) de la Universidad Normal de Cebú (Filipinas). Su investigación actual se centra en la sistemática de las especias endémicas en Filipinas, la etnobotánica de las plantas silvestres comestibles y la evaluación del conocimiento farmacológico indígena de las plantas medicinales en la región de Visayas. Su pasión por la historia de la botánica está inspirada en el libro Historia de las islas e indios visayas, escrito por el padre Francisco Alcina en 1668.

Jake Joshua C. Garces Instructor universitario en el Departamento de Biología, Facultad de Artes y Ciencias, y presidente de división del Research Institute of Tropical Biology and Pharmacological Biotechnology (RITBPB) en la Universidad Normal de Cebú (Filipinas). Sus principales campos de investigación son la invasión biológica, la ecología de la invasión, la dinámica de la invasión, y la biodiversidad y ecología urbana. En concreto, explora los impactos ecológicos y económicos de las especies exóticas invasoras, así como la ecología de la invasión biológica y las estrategias de manejo para las especies introducidas.

Esperanza Maribel G. Agoo Profesora titular en el Departamento de Biología de la Universidad de La Salle, Manila (Filipinas). En concreto, conserva el Herbario DLSU y su banco de semillas. Sus principales intereses de investigación son la sistemática, la ecología, la conservación y la etnobotánica de las plantas de semillas de Filipinas. También está interesada en la historia de la botánica, particularmente en las obras del padre Manuel Blanco y el padre Georg Joseph Kamel en Filipinas.

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Domingo A. Madulid Profesor titular en el Departamento de Biología de la Universidad de La Salle y conservador segundo jubilado en la División de Botánica del Museo Nacional de Filipinas (Manila). Su investigación incluye flora de Filipinas, etnobotánica, historia de la botánica y conservación de plantas. Entre sus libros se encuentran Cyclopedia of Philippine Ornamental Plants, A Dictionary of Philippine Plant Names y Flora de Filipinas de M. Blanco. También ha investigado sobre las plantas recolectadas por Georg Joseph Kamel en Filipinas.

Félix Alonso Sánchez Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Autónoma de Madrid, dirige la Biblioteca del Real Jardín Botánico (RJB) de Madrid desde 2016, donde se encarga de coordinar y planificar los servicios bibliotecarios (presenciales y digitales, como la Biblioteca Digital RJB), estableciendo las líneas principales de trabajo, fijando sus objetivos prioritarios y supervisando los recursos utilizados. Miembro activo de la red European Botanical and Horticultural Libraries Group (EBHL) y del proyecto internacional Linneaus Link. Actualmente es investigador principal del proyecto europeo Linking Biodiversity and Culture Information (LinBi), en el que la Biblioteca del RJB participa como socio.

Silvia Villegas Navarro Bióloga, responsable del banco de germoplasma y colecciones vivas en el Real Jardín Botánico de Madrid. Coordina el módulo en Jardines Botánicos del Máster en Jardines Históricos y Servicios Ecosistémicos de la infraestructura verde de la UPM y representa a la Asociación Ibero-Macaronésica de Jardines Botánicos en el Consorcio Europeo de Jardines Botánicos. Su trabajo se centra en la conservación ex situ y el cultivo de especies silvestres raras, amenazadas y de interés ornamental.

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Jesús García Rodrigo Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid (1988) y en la actualidad, desde 2013, es el responsable de Comunicación y Divulgación Científica del Real Jardín Botánico (CSIC). Con anterioridad ha trabajado en Antena 3 Radio, Cadena COPE y la Agencia EFE. También ha desarrollado su labor en los gabinetes de prensa de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y de la Secretaría de Estado de Comunicación del Ministerio de la Presidencia. Aficionado a los viajes y las crónicas, se ha encargado de dar la vuelta al mundo en Twitter.

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COLECCIÓNDIVULGACIÓN

En búsqueda de las especias COLECCIÓN DIVULGACIÓN

En búsqueda de las especias

Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)

PABLO VARGAS GÓMEZ

EDITOR



En la conmemoración de su quinto centenario, este libro pretende rendir tributo a la primera vuelta al mundo (1519-1522), centrando su interés en los descubrimientos botánicos de sus expedicionarios. Una empresa internacional con la participación de más de trescientas personas, que demostró la esfericidad de la Tierra, permitió conocer la configuración de océanos y continentes y fue el inicio de la globalización entendida como conexión entre diferentes regiones del globo terráqueo. Fue una expedición financiada por la Corona de Castilla, planificada y capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes, finalizada gracias al liderazgo del capitán vasco Juan Sebastián Elcano y narrada con maestría por el cronista lombardo Antonio Pigafetta. Los objetivos de este primer viaje alrededor del mundo fueron fundamentalmente comerciales y botánicos: promover el descubrimiento de nuevas tierras y rutas impulsado por la búsqueda de especias tales como la nuez moscada, la canela, el jengibre, la pimienta y, sobre todo, el clavo de olor. A partir de la contribución de botánicos e historiadores procedentes de los países de donde comenzó la singladura y por donde fue haciendo escalas (España, Portugal, Argentina, Brasil, Chile y Filipinas), este libro propone un recorrido que, tomando las plantas como hilo conductor, describe los principales hitos de esta primera circunnavegación. Además, se explican aspectos de la alimentación, la antropología, la historia, la cartografía, la economía y la comunicación de la época, divulgando los resultados más notables de una expedición cuyas consecuencias han tenido incluso más relevancia que la mismísima llegada del ser humano a la Luna.

ISBN: 978-84-00-10681-2

En búsqueda de las especias

Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522) PABLO VARGAS GÓMEZ editor