El sentimiento de sí: historia de la percepción del cuerpo (s.XVI-s.XX)
 9789587759747, 9587759745

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Georges VigareUo

El sentimiento de sí Historia de la percepción del cuerpo (s. XVI s. xx) -

UNIVERSIDAD

NACIONAL DE COLOMBIA Rectoría

Bogotá,

D. c .. 2017

© ©

Universidad Nacional de Colombia

Georges Vigarello, El sentimiento de sí. Hitoria de la percepción del cuerpo (s. xv1 s. xx) -

Publicado por primera vez en Francia por Éditions du Seuil, 2014. RECTOR

Ignacio Mantilla Prada EDITOR DE LA COLECCIÓN

Gustavo Silva Carrero DISEÑO DE LA COLECCIÓN

Marco Aurelio Cárdenas TRADUCCIÓN A CARGO DE

Luis Alfonso Palau Castaño Con la colaboración de la E ditorial U niversidad Nacional de Colombia

Primera edición, 2017 I S B N: 97 8- 95 8- 775 - 974- 7 Bogotá, D. C., Colombia Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Prohibida su venta en otros países diferentes a Colombia Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'aide a la publication et de l'Année France-Colombie 2017, a bénéficié du soutien de l 'Institut Fram;ais de Colombie E sta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación y del Año Colombia-Francia 2017, contó con el apoyo del Instituto Francés de Colombia Impreso y hecho en Bogotá, D . C., Colombia Panamericana Formas e Impresos S.A.

�Ñli �MBllto FRANCFA 2017

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Vigarello, Georges, 1941El sencimiento de si : historia de la percepción del cuerpo

/ Georges Vigarello ; traducción a cargo

de Luis Alfonso Paláu C. -- Primera edición. -- Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Rectoria, 2017.

x, 238 páginas. -- (Apuntes maestros)

Incluye referencias bibliográficas e índice onomástico Titulo original: Le sentiment de soi : histoire de la perception du corps, XVIe-XXe siecle ISBN 978-958-775-974-7 (tapa dura). 1. Imagen corporal 2. Percepción de si mismo 3. Cuerpo humano -- Aspectos sociales 4. Conciencia de

sí mismo (Conocimiento) 5. Intimidad (Psicologia) Alfonso, 1948-, traductor 11. Título 111. Serie CDD-23

306.4613

I

2017

6. Sentidos y sensación l. Paláu Castaño, Luis

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 1

PRIM E RA PARTE:

U N D E S C U BRIMIE NTO D E "SER" CAPITULO 1 UNA TRADICIÓN ATROPELLADA 11 CAPÍTULO 11 LA EXISTENCIA "CLÁSICA" DE LOS CINCO SENTIDOS 25 CAPÍTULO

III

EL SIGLO XVIII Y EL TRASTORNO DE LO SENSIBLE 45 CAPITULO

IV

DEL "sf" AL "SENTIMIENTO DE EXISTENCIA" 67

S E G U N DA PARTE:

UN D E S C U BRIMIENTO DE SAB E R (SIGLO XIX) CAPITULO V LA INVENCIÓN DE LOS "SENTIDOS INTERNOS" 91 CAPITULO

VI

LA INVENCIÓN DE LA CENESTESIA 109 CAPITULO VII LA EXPLORACIÓN DE LOS ESTADOS EXTREMOS 117 CAPÍTULO VIII DE LA REGULACIÓN NERVIOSA A LO PSIQUICO 141

TERC E RA PARTE:

U N D E S C U B RIMIENTO D E ACCIÓ N CAPITULO

IX

LA EXTENSIÓN ILIMITADA DE LO SENSIBLE 161 CAPITULO

X

EL TRIUNFO DE LO PSICOLÓGICO 179 CAPITULO

XI

EL TRIUNFO DEL HACER 201

CONCLUSIÓ N

221

Í N DICE ONOM Á STICO

227

INTRODUCCIÓN

Nunca los testimonios personales sobre el cuerpo han sido tan rea­ listas y precisos como hoy. Nunca han sido tan diversos, tan nume­ rosos. Incluso jamás han sido tan ambiciosos, pretendiendo develar lo oculto, esbozar interpretaciones subyacentes, comunicar emocio­ nes, afectos. No sorprende que en su Diario de un cuerpo (2012) , Daniel Pennac se entregue a revelar las confidencias más íntimas. Tampoco sorprende que sus tensiones internas alcancen las carnes, hasta pro­ vocar una implacable comprobación: "una de las manifestaciones más extrañas de mis estados de angustia es esta manía de devorarme la parte de adentro del labio inferior'". Se ha vuelto trivial la enun­ ciación de que el cuerpo encarna lo psicológico. Tampoco hay sor­ presa cuando Fritz Zorn, al final de los años 1970, asegura descubrir en su cáncer la salida de una larga historia personal, un conjunto de desgracias, vagabundeos, crispación, todos alojándose en su cuerpo para destruirlo. Su relato orquesta una lenta marcha degenerativa: "me gustaría tratar de rememorar el mayor número de cosas posibles relativas a esta enfermedad, que me parecen típicas e importantes desde mi infancia'". Una fuente psicológica o social lejana explicaría así la inexorable afección física de la que ha sido "víctima" Fritz Zorn. Esta búsqueda de sensaciones perdidas pero reveladoras se ha bana­ lizado. Una arqueología de los efectos corporales se impone hoy en los textos como en las revistas de salud: la piel revela nuestros estados de alma3, los dolores o tensiones del cuerpo revelan nuestros secretos4, el sobrepeso revela nuestro estrés5, las hinchazones6 revelan nuestra 1 D. Pennac. Journal d'un corps. París: Gallimard, 2012, p. 155. 2 F. Zorn (1977). Bajo ti signo de Marte. Barcelona: Anagrama, 2007. 3 D. Pomey-Rey. La peau et ses états d 'ílme. París: Hachette, 1999. 4 R. Evelyn. A corps parfait. Tensions, douleurs, raidturs . . . Notre corps révele nos secrtts. París: Lalfont, 2003. 5 Votre beauté, junio de 2003. 6 Santé Magazine, marzo de 2014.

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

vida agitada y apresurada, mientras que nuestros conflictos íntimos "se inscriben de manera duradera en nuestros tejidos, envenenando nuestra vida"7• El universo de los mensajes internos, el de la inscrip­ ción carnal del sí mismo, pasa por ser evidencia. La convicción de una unidad "orgánica que define nuestra globalidad"ª se ha impuesto. Se presta más atención a la evocación de las percepciones que provienen del cuerpo, de sus detalles y de sus posibles desvíos, lo que establece como recuento obligado una lista de la más ínfima sensibilidad: Notad vibraciones, una crispación involuntaria de la intensidad de los movimientos a nivel de vuestra actitud corporal, a nivel de los ojos, a nivel de vuestra nuca, a nivel de vuestra visión y de vuestro oído, a nivel de vuestros músculos, a nivel de vuestro abdomen, a nivel de vuestras piernas9,

La exigencia es incluso tan grande que moviliza una voluntad de transformación de sí. La toma de conciencia centrada en el cuerpo ayudaría a "desatar" toda tensión secreta, lo cual pretende concre­ tar una multiplicación de métodos; el proyecto de descubrirse a uno mismo por medio de la conciencia profunda del cuerpo'º, o aquel de "borrar las contracciones [físicas] contaminantes" para encontrar mejor su verdad". O igualmente las prácticas que prometen la anti­ fatiga, fundadas en la relajación, el masaje, el yoga12 y que legitiman un "enfoque corporal, basado en la escucha y el sentir"13• Meditar al mismo tiempo que se relaja el cuerpo "hace disminuir la tensión"14 -añade la revista Psychologies, dirigiéndose a los hipertensos-. Tan­ tos enfoques presentados en total ruptura con el pasado. El cuerpo sería nuestro descubrimiento: "el cuerpo es una invención de nues­ tra generación"'5, concluye Daniel Pennac.

7 Top santé, marzo de 2003. 8 P. A. Levine (1997). Despertar al tigre, curar el trauma. Barcelona: Urano, 1999, p. 33. 9 !bid. , pp. 141-142. 10 M.-J. H ouareau. " Les techniques du corps", L'Encyclopédie pou r mieux vivre. París: Retz, 1978, p. 405. 11 T. Bertherat (con la colab. De C . Bernstein). Le corps a ses raisons: auto-guérison et anti-gym­ nastique. París: Seuil, 1976, p. 71. 12 G. Doucet y M .-F. Pédioleau. L'Anti-fatigue. París: P. Lebaud, 1991, pp. 107 ss. 13 Ver http://www.cevem.fr/. Ver también N . Mido!. É cologie des transes. París: Téraedre , 2010. 14 C . Baudry. " Méditer fait baisser la tension", Psychologies Magazine, n• 338, marzo de 2014. 15 D. Pennac. Journal d 'un corps., p. 12.

Introducción

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Sin ninguna duda, ha existido una larga tradición que permaneció ignorante de tales indicadores, las referencias de la lengua clásica, las del siglo xvn, lo confirman. Las sensaciones internas, malestares o desór­ denes íntimos no son ni indicados, ni expresados; demasiado confusos probablemente, demasiado ridículos también. Solo los "sentidos exter­ nos" han reinado mucho tiempo sobre los índices sensibles: el oído, el gusto, la vista, el olfato, el tacto, que comunican con las cosas más que con el cuerpo16• Su objetivo: explorar el mundo, acecharlo también. Su situación: satélites de la envoltura física de la que son "informadores". Una imagen siempre recuperada los instala corno centinelas que prote­ gen y advierten al cuerpo. Los sentidos están desde entonces hechos para recibir las impresiones de los objetos exteriores, puede decir Antoine Furetiere en su Diccionario Universal de 169017• Poco juego se le da en este caso a los mensajes de lo orgánico y poco sitio reconocido para una representación interior del cuerpo, sobre todo porque, en estricta correspondencia la interioridad es tradicionalmente concebida con independencia de lo orgánico. El "pienso luego existo" persiste por fuera de los sentidos; el sentimiento de la existencia y de la identidad individual podría prescindir de todo mensaje físico. Tal es la visión tra­ dicional de la conciencia corno de la sensibilidad. La invención, para no decir la "obligación" de escuchar el cuerpo, no apareció en nuestra época, y afirmar su entera novedad sería una arbitrariedad; las certezas que la fundan no emergieron bruscamente , tienen un pasado. Es necesario dedicarse a esa anterioridad, única condición para comprender mejor la visión actual del sentimiento de sí, esa "conciencia más o menos clara"18 de sí mismo, única condi­ ción también para comprender algunas características que marcan al individuo contemporáneo. Este es uno de los objetivos de este libro. La Ilustración, en el siglo xvm, su relativo alejamiento de lo divino, su inagotable interés por lo sensible y su promesa de una posible libera­ ción personal, parecen constituir un remezón inicial. El hombre que solo depende de sí mismo, el futuro ciudadano, circunscrito más que nunca

16 Ver en particular D. M. Levin. Modernity and the hegemony of vision. Berkeley: University of California Press, 1993. Ver, para una perspectiva antropológica de una tal cuestión, D. Le Breton. El Sabor del mundo. Una antropología de los sentidos. Buenos Aires: Nueva Visión, 2007. 17 A. Furetiere. Art. "Sens". Dictionnaire universel, contenant généralement tous les mots fran{ois tant vieux que modernes et les termes de toutes les sciences et des arts . . La Haya , 1690. 18 Ver P. Roben. Art. " Sentiment". Dictionnaire alphabétique et analogique de la langue fran{aise. s vol. París , 1964. .

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

a su espacio individual y físico, experimenta de otro modo su cuerp o. Diderot ha dado una clara demostración de ello en El Sueño de d'Alembert en 1769, le da una gran importancia a lo "imaginario" de la interiori­ dad y muestra cómo la pérdida de indicadores corporales actúa direc­ tamente sobre la pérdida de señales de "sí mismo"; abre un nuevo campo de conciencia y concreta el paso de un "pienso luego existo" a un "siento luego soy". Da a este último una consistencia, un "volumen" y un espacio particular. Son determinantes sus ejemplos de individuos que experimentan una insoportable angustia mientras "sueñan" que su cuerpo se ha transformado bruscamente, indefinidamente agran­ dado o peligrosamente reducido. Estos sugieren, por primera vez, que la manera cómo experimenta el cuerpo tiene efectos sobre la manera de sentirse a sí mismo. Todas estas indicaciones habían estado ausen­ tes hasta entonces y lo revelan mejor que nada los casos patológicos evocados: los vagabundeos de enfermos que sienten su cuerpo dife­ rente, por ejemplo, el del hombre que consideraba ser de mantequilla y que no podía acercarse al fuego, o el del hombre que se sentía de vidrio y que no podía soportar un choque. Todos se vuelven súbita­ mente evocadores y significativos, mientras que antes eran objeto de simple curiosidad o, más aún, de irrisión. El hecho de vivir un cuerpo que se ha vuelto "otro" arrastra consecuencias nuevas; las de sentirse que uno mismo se ha vuelto "otro". La pregunta sobre las impresiones físicas y los sentimientos que ellas engendran puede entonces cambiar de estatus y emerge un universo hasta entonces descuidado. Malesta­ res que durante mucho tiempo fueron secundarios ganan importancia; trastornos oscuros, calambres o espasmos, debilidades o palpitaciones, impresiones anodinas pronto son preocupantes. También los descu­ brimientos del ser, ligados a las maneras de sentir el mundo o de per­ catarse de sí mismos. Se inventan igualmente expresiones alejadas de la sola noción de "alma" para valorizar el "sentimiento de existencia" , el "sentimiento de sí", el "sentimiento de identidad" que establece la fuente de algún reconocimiento íntimo en el cruce de lo físico y de lo moral y ya no en la simple conciencia "ideal" de sí. Mejor aún, tales percepciones " físicas" no tienen solo un pasado , tienen una historia; sufren transformaciones, suponen "conquistas", "descubrimientos", profundizaciones. Cuando Cabanis, a comienzos del siglo x1x, pretende aclarar los funcionamientos de la personalidad al explorar las "sensaciones viscerales" y al dar un estatus definitivo a los sentidos internos; cuando considera importantes -porque son

Introducción

s

reveladoras- las impresiones que vienen del diafragma, del estómago o del abdomen, prolonga el proyecto de la Ilustración al enriquecer sus objetos y sus ambiciones. Más aún cuando a comienzos del siglo xx, Freud o Proust dan a unas u otras sensaciones una significación de entrada psicológica, transforman de nuevo el proyecto , al mismo tiempo que introducen más directamente nuestra modernidad, allí se hace complejo el zócalo corporal, no se mantiene como simple sensación; se desplaza, se hace imagen, representación, una parte integrante de un sí mismo que no puede pensarse sin cuerpo, pero para el cual ese cuerpo se da en vertiente reflexiva como fuente de manifestaciones y efusiones, lugar de ideas y afectos. Puede revelar una historia íntima, un conflicto pasado, una emoción de carne , sim­ plemente se convirtió en "psicología". Tales cambios son el objeto de este libro , en tanto crecen con nuestra modernidad. Por el contrario, nada en esta pesquisa histórica busca alguna profun­ didad inalcanzable de la conciencia, ni se detiene en alguna indiscernible relación entre el alma y el cuerpo, ni proyecta alguna definición abstracta o teórica de la subjetividad. El proyecto no es ni de una metafísica, ni de alguna psicología "abismal", ni siquiera una tentativa de captar al "sujeto", sus ilusiones posibles, sus enmascaramientos o sus afectos reprimidos. La apuesta es más modesta, más empírica también, por no decir más concreta: medir la consideración de las percepciones "internas", seguir históricamente su profundización y su diversificación y mostrar cómo estas pueden alcanzar un "sí mismo" cuya primera característica es "ser un objeto para él mismo"19• Por eso su posible impacto sobre la manera como este se representa y se percibe. Tal investigación muestra entonces hasta qué punto el hecho de "sentirse" y "experimentarse", lejos de la simple conciencia pura, se ha enriquecido y profundizado progresivamente, se ha hecho más compleja. Muestra también hasta qué punto es debido a la negligencia de ese enfoque deliberadamente factual, rigurosamente empírico y específicamente circunscrito a lo sensible, que esas percepciones internas han podido escapar parcialmente a los historiadores de la cultura, mientras que sus efectos tienen una profundidad tan sorprendente como insospechada.

19 G. H. Mead. Espíritu, persona y sociedad. Buenos Aires: Paidós, 1968.

PRIMERA PARTE UN DESCUBRIMIENTO DE "SER"

Una tradición inmemorial designa los sentidos corporales según una expresión claramente definida, la de "sentidos externos": oído, gusto, olfato, tacto, vista. Su papel es preciso y circunscrito: infor­ mar los acontecimientos del mundo al alma, también prevenirla de los peligros que amenazan al cuerpo. La palabra "externo" es evoca­ dora; sugíere un dispositivo concreto, favorece una imagen y dibuja los sentidos como satélites de la envoltura anatómica, centinelas girados hacia el afuera. ¿Qué lugar queda para las informaciones del interior, para las impresiones físicas oscuras, los malestares que orientan lo cotidiano, los desplazamientos íntimos, inesperados, curiosos, aquellos cuya fuente física sugiere estados más que dolo­ res? Por supuesto, tal universo íntimo y físico está presente en nues­ tra tradición cultural, incluso es evocado regularmente ; ensueños, ilusiones, alucinaciones, percepciones perturbadoras con sus índices orgánicos, son otros tantos ej emplos. Sin embargo, siguen siendo poco investigadas, poco profundizadas como experiencias banales inexploradas y sensaciones internas descuidadas, excepto el dolor. La presencia de tal contexto sensorial que tiene que ver con lo intraorgánico, como hecho notable o particular, es "tardía" en nuestra propia historia y decisiva, sin embargo, porque creaba un sentimiento de sí, una manera de sentirse hasta entonces desconocida. Supone un desplazamiento importante; una manera radicalmente nueva de pre­ guntarse sobre sí mismo, de apreciar de otra manera su propia existen­ cia y circunscribirla desde su presencia física y sus límites inmediatos, encarnados. Allí, se re quiere una autonomía nueva', sin duda, expre­ sada también ante todo por una apropiación del cuerpo y una reflexión 1 Ver aquí el texto fundamental de Charles Taylor. Las Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna (1989). Barcelona: Paidós, 1996, en panicular la definición del filósofo como "pensador autónomo ", tema que jugó "un papel capital en la radicalización de la Ilustración" (p. 411).

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inédita de su lugar, lo cual da una importancia muy distinta al viejo universo subterráneo, aquel de las percepciones hundidas, esas expe­ riencias durante tanto tiempo acalladas, sin embargo innumerables y que vienen del interior. Las sensaciones sentidas ganan en curiosidad de forma repentina; designan un "descubrimiento de ser" . Imaginar su cuerpo de otra manera se vuelve también "ser" otro, con el sen­ timiento que lo acompaña: hacer emerger un "estado", una manera nueva de existir y de abrir otras vertientes de sí mismo. Una época de nuestra cultura ilustra este cambio: la Ilustración, esta designa toda la profundidad y el envite al punto que, desde esta realidad, parece más original aún: distanciamiento de todo misticismo, ascendencia de lo sensible y de su impregnación, duda sobre la noción de "alma" y afir­ mación de una inabarcable libertad. Se impone un antes y un después que hay que comparar.

CAPÍTULO 1 UNA TRADICIÓN ATROPELLADA

Cuando Diderot explora en el Sueño de d'Alembert en 17691 las ilusio­ nes corporales del sueño, parece atenerse a priori a lo "conocido": la sensación de que el cuerpo puede deformarse por la imaginación, agrandarse, disminuir, perder sus límites, encubrir extrañezas, ocupar dimensiones inesperadas, impresiones curiosas e insólitas que trastor­ nan a sus víctimas y que, según él, merecerían ser expuestas más inten­ samente. El imaginario del soñador trastorna las fronteras y los límites del cuerpo. Diderot nombra este imaginario con un énfasis totalmente inédito y se dedica a sus ejemplos para sacar de ellos una demostración pionera: re velar de qué manera los modos de percepción del cuerpo son el centro de los modos de percepción de sí mismo. El d'Alembert del sueño evocaría entonces "la verdadera esfera de su sensibilidad"2 y haría de su espacio interno un objeto central, un volumen cuasi funda­ dor, una manera completamente diferente de ser y de existir. Invierte en él mismo, lo describe en la imaginación, se demora en él y lo hace una red "que se forma, crece, se extiende , lanza una multitud de hilos imperceptibles"3• Se inclina con insistencia sobre esos mismos "hilos" que han de informarle de su interior, al mismo tiempo que sugieren sus posibles transformaciones. Se pierde en sus cruces, en sus cone­ xiones. Diderot rompe sobre todo con una tradición que solo retienen de los sentidos físicos su relación con el "afuera", "sentidos exter­ nos" que desde siempre han sido la vista, el oído, el gusto, el olfato,

1 D. Diderot. El Sueño de d 'Alembert (1769). Madrid: Debate , 1992. El libro solo será publicado en 1830, pero -además de que corresponde a numerosos otros temas publicados, en pani­ cular, en la Encyclopedie- sigue siendo, con el Sobrino de Rameau, el texto "más comentado" del autor. Ver R. Lewinter. " I ntroduction" a la edición de cruvres completes que el mismo Lewinter publicó en Le Club fram;ais du livre, 1969, t. 8, p. 40. 2 D. Diderot. El Sueño de d 'Alembert . . p. 33. 3 Ibid . , p. 22. .

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el tacto. En cuanto a él, específica percepciones "internas", indica su densidad, evoca su vertiente íntima, mejor aún, les certifica una ori­ ginalidad decisiva que hace de su reflexión un momento significativo de la historia cultural: el del cuerpo, el de un "sí mismo" que pretende experimentarse.

El sueño de d'Alembert Por supuesto que el tema había atravesado el tiempo: místicos, melancólicos, soñadores y brujos desde siempre han sugerido tales evasiones, siempre han evocado las ilusiones de apariencia. Los hombres que se han sentido lobos, gatos u otros animales, los que confiesan sus pérdidas o sus recomposiciones interiores ocupan los archivos médicos, tanto como los archivos civiles, religiosos y judiciales4, hasta los cuerpos imaginariamente sentidos como des­ hechos, desmembrados , recompuestos, los entregados a infinitas metamorfosis sugeridas por las tentaciones de los santos. Muchas de esas ilusiones son retomadas por el d'Alembert adormecid o: el sen­ timiento experimentado por algunos durmientes de volverse inmen­ sos, por ejemplo con "brazos y piernas alargándose al infinito "5, o el de volverse minúsculos, un cuerpo " que entra" en sí mismo; o el de disponer de una elasticidad extraña, el individuo "que siente como balones bajo sus pies"6• En cambio, es muy clara la originalidad de Diderot que le da más importancia, más verdad a esas "impresiones " ; d e hecho, son u n lugar d e sorpresa y d e interrogación. Las asocia de forma más fundamental con un cambio posible de identidad, con una manera distinta de sentirse: una visión inédita, incluso si el análisis permanece más sugerido que efectuado, emprendido más que rea­ lizado. Además, no se queda solamente con el sueño, tiene que ver también con las sorpresas que vienen de lo cotidiano; los pacientes de Bordeu, por ej emplo, que evocan en el mismo diálogo sus ilu­ siones sobre sus propias dimensiones físicas, al punto de cruzar allí inquietud y terror. Nace una manera nueva de "sentirse " a sí mismo y también de decirlo, incluso si su explicitación en ese texto de 1769 está todavía muy lejos de ser completa. 4 Ver especialmente J. de Voragine. la Leyenda dorada (siglo xm). Madrid: Alianza, 2008; J. Wier. De Praestigiis Daemonum et lncantationibus ac Venificiis (primera edición latina 1568). París, 1570; R. Bunon. Anatomía de la melancolía (1621). Madrid: Alianza, 2006. s D. Diderot. El sueño de d 'Alembert . . . p. 34. 6 Ibid. , p. 36.

Una tradición atropellada

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Sin ninguna duda, Diderot explora territorios conocidos y no inventa sus ejemplos; es decisivo que les conceda, por el contrario, una serie­ dad y una profundidad que no tenían. La sensación apreciada por "su" soñador no está ya entregada a algún desecho de pensamiento, ruina superficial o irrisoria, ya no es un simple accidente de imaginación, se vuelve experiencia que marca; revolución interna. Dicho de otro modo, una ruptura en la larga historia de esas ilusiones; sentir de otra manera el cuerpo sería entonces experimentarse a sí mismo de otra forma, vol­ verse "diferente". Lo imaginario del cambio físico sugeriría un imagi­ nario del cambio íntimo, por eso, esta manera de seguir rigurosamente la deriva, sobre todo cuando esta desborda el sueño; detenerse en su contenido, darle un sentido más allá de su aparente superficialidad. Por eso también la sugestión de la angustia, identificada por primera vez en tales experiencias; ese "terror mortal de perderse"7, por ejem­ plo, en el caso de una mujer cuyo cuerpo le parecía que "se encogía gradualmente"8, que se volvía ínfima, recogida en un lugar invisible; ese sentimiento de drama claramente tangible cuando el individuo "se siente [volverse] tan menudo como una aguja"9; o ese mismo sen­ timiento de drama cuando, al contrario, el individuo siente que sus propias envolturas alcanzan lo ilimitado. La ilusión de un cuerpo "per­ cibido" como transformado "afecta" simplemente al que dice "yo"; lo atraviesa por completo, lo trastorna. También es la primera vez que el arraigo físico está llamado a constituir el sí mismo; su perturbación adquiere una vertiente inédita, una gravedad desacostumbrada. Diderot, por la vía del soñador, o de Bordeu que lo observa, evita retomar punto a punto el viejo debate de las relaciones entre el alma y el cuerpo, no se expresa como metafísico. En él no hay ninguna evocación de los temas perseguidos por algunos de sus contemporáneos que rei­ vindican un "materialismo" magnificado, como La Mettrie que asimila el hombre a una máquina "que ensambla ella misma sus resortes"'º; nin­ gún combate para hacer triunfar alguna materia que pudiera explicarlo todo. Es solo que, en el nuevo estudio del hombre hecho por los enciclo­ pedistas, "el alma como substancia metafísica, lugar clásico de nuestras

7 !bid . p. 35. 8 !bid., p. 34. 9 Ibidem. 10 Julien Offray de La Mettrie. El hombre máquina (1747). Buenos Aires: Eudeba, 1961. .

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facultades intelectuales, perdió su función'"'. Sin duda que Diderot se atiene a las redes nerviosas, pero más aún a las sensaciones, a las que se sienten y se narran, a las imágenes experimentadas y vividas12; toma en serio lo que siente y trata, sobre todo, de hablar del cuerpo como nunca se había hecho hasta entonces, aventurándose (según sus propios términos) a su "extensión real o imaginaria del cuerpo'"3, subrayando la convergencia entre las sensaciones físicas "internas" y el sentimiento de identidad de una persona, que sugiere una relación nueva entre la apreciación de lo orgánico y la del "yo". Ya no el cuerpo como simple envoltura, por ejemplo, como habitáculo o herramienta, o como uten­ silio independiente de un alma o de un sí mismo, sino el cuerpo como lugar de inmanencia, instancia primera, aquel en el que las impresiones desplazadas trasladarían a su autor mismo. Esto conduce a una evoca­ ción decisiva que da todo su sentido a la mención de la inquietud pro­ vocada por tales "cambios": el desconcierto íntimo, proveniente de un cuerpo que se considera modificado, turbación central.

La Ilustración y el fundamento de lo sensible Así, la experiencia evocada es original y recurre a lo interno del cuerpo al situarse en el centro de las percepciones físicas; conduce a su tér­ mino una de las certidumbres del Siglo de las Luces: la de concederle a los sentidos y a lo sensible un papel primordial en la construcción del individuo, ya no toda la prioridad, por ejemplo, al pensamiento y a sus "ideas innatas"14 tal como lo sugería Descartes, sino a los sentidos y su "experiencia que provee la materia del saber"15, como lo sugieren John Locke o É tienne de Condillac. La instauración de una tradición empí­ rica lo cambió todo: de John Locke a David Hume o a Claude Adrien Helvétius en el siglo xvm, el conocimiento procede de los sentidos

11 G. M. Tripp. " L'idée de l'homme entre progres scientifique et pensée philosophique"', Le

Matérialisme des Lumieres, Dix-huitieme siecte, n• 24, 1992, p. 230. 12 Ver G. Mensching. " La nature et le premier principe de la métaphysique chez d'Holbach et Diderot"' , Le Matérialisme des Lumieres, Dix-huitieme siecte, n• 24. 1992, p. 134: "el materia­ lismo de Diderot. lejos de forjar un sistema de pensamiento, desemboca en una epistemo­ logía práctica"'. 13 D. Diderot. El sueño de d 'Alembert ... p. 35. 14 Ver R. Descartes. "Tercera meditación", en Meditaciones metafísicas (1641). Librodot.com, p. 13: " Pues bien, de esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo " . 1 5 R. Polín. " Locke" , en M . Merlau-Ponty (dir.), Les Philosophes. De l'antiquité au xxe siecle. Histoire et portraits (1956). París: le Livre de poche, 2006, p. 568.

Una tradición atropellada

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antes de proceder del pensamiento. Solo una frase de Locke bastaría para mostrarlo: Al comienzo de su existencia, el alma es como una tabla rasa, sin ideas, sin caracteres, y es por medio de la experiencia solamente que adquiere un gran número de ideas y de conocimientos que tendrá luego16•

La sensibilidad se convierte en el primer elemento, "carácter esen­ cial del animal"17, una instancia decisiva del hombre; el tema fue tan bien asimilado por la filosofía de las Luces que se convirtió en el bagaje común18• Los engendramientos de ser y las señales del saber y del sentimiento ya no son los mismos, se han renovado demostraciones importantes. Desde los años 1740 las tentativas que pretenden repetir, a partir de la sensibilidad, las mil etapas posibles de una aparición del individuo a sí mismo, son innumerables. Las más elocuentes recurren a la ficción de una estatua para imaginar y representar el paso de lo inerte a lo viviente, de la sensación a la vida interior y concretar, casi materialmente, la irrupción insospechada de la percepción y del senti­ miento. Invención improbable de un ser híbrido, carne y piedra a la vez, que posee (oculto bajo el mármol) órganos sensibles y que, entonces, se vuelve progresivamente "humano" por la abertura sucesiva de sus sentidos y solo de "estos"; con cada abertura de "ventana" se franquea­ ría una etapa, el saber se enriquecería y se construiría el individuo. Por ejemplo, la hipótesis de una estatua transformada en amante en el texto de Boureau Deslandes en 174119, o la de una estatua explorada "hasta su corazón" por los mensajes del exterior, y que experimenta, entonces, afectos y placeres en el texto de Meusnier de Querlon en 17482º; o tam­ bién aquella del texto de Condillac en 1754 la "estatua organizada en su interior como nosotros'"\ nutrida de ideas por sus sensaciones antes de nacer a la vida humana. Se desarrollarían umbrales que se sucederían y la existencia se animaría, los conocimientos se acumularían, y las emo­ ciones y las pasiones terminarían por añadirse.

16 Ver S . Goyard- Fabre. La Phi!osophie des Lumieres en France . París: Klincksieck, 1972, p. 187. 17 D. Diderot y J. Le Rond d'Alernbert. Art. " Sensibilicé". L'Encydopédie, ou Dictionnaire rai­ sonné des sciences, des arts et des métiers. París, 1751-1780. 18 R. Polio . . . El propio Kant no puede dejar de sugerir una •Apología por la sensibilidad" en su Anthropo!ogie du point de vue pragmatique (1798). París: Vrin, tr. Foucault, 1970, p. 29. 19 A.-F. Boureau Deslandes. Pygma!ión ou !a statue animée. París, 1741. 20 A.-G. Meusnier de Querlon. Les hommes de Prométhée. París, 1748. 21 Condillac, E. Bonnot de. Traité des sensations. París, 1754.

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Este enfoque en lo sensible es tan significativo en el siglo xvm que también orienta la primera pregunta planteada a los habitan­ tes de los planetas lejanos visitados por el Micromegas de Voltaire: "¿Cuántos sentidos tienen los hombres de su globo ?"22 le pregunta el habitante de Sirio al habitante de Saturno. La respuesta deflagra, rápida e implacable, y sugiere un universo mental inconmensura­ blemente alejado de aquel del lector potencial que sigue siendo, como cada "terrícola" , un ser reducido a los cinco sentidos descri­ tos desde siempre: "tenemos setenta y dos"23 afirma con beatitud el "saturniano". Este "excedente" de sentidos cambiaría la mirada sobre las cosas, sobre la vida, sobre los otros, sobre sí mismo; final­ mente, es una preocupación tan marcada que orienta la manera de definir la existencia misma. Tal como la afirmación de la Enciclopedia en el amplio artículo consagrado a la sensibilidad: "Vivir es sentir'"4. o la primera afirmación de d' Alembert que balbucea en su sueño: "puesto que soy una madeja de puntos sensibles"25; o finalmente la polémica afirmación de Bernardin de Saint Pierre: "siento, luego existo "26, lejos del cartesiano: "pienso luego existo". Una "inversión" claramente confirmada por Rousseau: "sentí antes de pensar"27, deci­ siva en cuanto transforma la explicación del saber, como la de la exis­ tencia de cada uno.

La sensación inédita de un "interior" Sin embargo, hay una originalidad radical en el texto de Diderot; el propósito sobrepasa claramente el de los conocimientos y las infor­ maciones externas, no tanto la comunicación con las cosas sino la comunicación consigo mismo, ya no lo exterior sino lo interior, el objeto personalizado, interiorizado, "intimizado" , como si del fondo del cuerpo naciera una abundancia de impresiones sobre las cuales se detienen el soñador y su intérprete. D'Alembert habla de las sensacio­ nes experimentadas dentro de uno y no de las sensaciones venidas de

22 F.-M. Arouet, llamado Voltaire. Micromegas (1752). Biblioteca virtual universal, cap. p. 3.

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23 Ibídem. 24 D. Diderot y J . Le Rond d'Alembert. Art. "Sensibilité ". Encyclopedie . . . 25 D. Diderot. El sueño de d'Alembert... p. 22. 26 H. Bernardin de Saint- Pierre. É tudes de la nature (1786). Citado por S. Goyard- Fabre. La Philosophie des Lumieres en France. París: Klincksieck, 1972, p. 217. 27 J . - J . Rousseau. Les confessions (1771), p. 8.

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fuera. En el siglo xvm, otros se han acercado a tal objeto sin alcanzarlo, sin duda. Por ejemplo, la ficción que sugiere Buffon -con su relato completamente imaginario del "primer hombre" - afronta también el descubrimiento de sí; este ser inicial parece evocar claramente un des­ cubrimiento sensible independiente de las cosas. Buffon inventa un individuo que surge en la naturaleza con su cuerpo completo pero, por el contrario, virgen de toda sensación, que se va despenando "como nuevo para él mismo y para todo lo que lo rodea"28• El punto de vista de Buffon es claro: en apariencia, no son los objetos los que se impo­ nen y la descripción de lo que es "originariamente" palpado se vuelve de repente original: "Llevaba la mano a mi cabeza, tocaba mi frente y mis ojos, recorría mi cuerpo; mi mano me pareció entonces que era el principal órgano de mi existencia"29• El hombre le da profundidad a un "adentro", especificando su existencia e identificándola, ningún objeto exterior ocupa el cuadro y la mano sería la única intermediaria de uno consigo mismo. El mismo relato repercute en los gestos de la estatua de Condillac: "tan pronto como ella lleva la mano a una [de sus panes] , el mismo ser que siente se propaga de alguna manera de una a la otra"3º. Al tocar su cuerpo la estatua se conoce y se reconoce, pero esta mano sigue siendo "instrumento", no es más que una verifica­ ción "exterior". No es una sensación con origen en la noche orgánica, sino que viene del mundo y de su contacto, por la vía de un afuera que identifica un adentro. Supone la alerta de la piel para revelar una conciencia; sin ella -y lo que ella hace nacer- el individuo sería como si solo existiera "en un punto"3', sin anclaje ni espesor. Así, la identidad se constituye por el tacto, sea lo que sea, el exterior es lo primero32• La evocación de Diderot parece diferente y sobre todo más pro­ funda: la dinámica nace del interior del cuerpo. La experiencia estu­ diada no tiene como origen el "afuera" o la envoltura, sino el "adentro"

28 G.-L. Leclerc de Buffon. CEuvres completes avec les suppléments. París, 1835-1836, t. IV, p. 164. 29 Ibid., p. 165. 30 E. Bonnot de Condillac. Traité des sensations . . p . 256. Sobre el "tacto" en Condillac, ver D. Le Breton. El sabor del mundo ... pp. 177-178. 31 E. Bonnot de Condillac. Traité des sensations . p. 252. 32 Condillac hace clara referencia a un "tacto" inicial que, en ausencia de los otros senti­ dos, daría a la estatua "el sentimiento que ella tiene de la acción de las partes de su cuerpo las unas sobre las otras". Él le da incluso un nombre a ese "tacto", el de "sentimiento fundamental". Pero ese mismo sentimiento permanecería limitado, por no decir amputado. Requiere la intervención de la mano y de sus excursiones sobre el cuerpo para que la estatua descubra sus partes y su "extensión". Ver Traité des sensations . pp. 251-252. .

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o lo orgánico; no la mano, sino la interioridad. El d'Alembert soñador habla de una transformación de referentes físicos internos, así, el individuo existe a partir de lo que siente orgánicamente. Supone un mundo turbado, sensorial, una oscuridad, un espacio interno velado , lo cual sugiere un efecto muy particular de las ilusiones evocadas, una consecuencia sobre la percepción de sí. Sentirse "otro" surgiría de un falso resplandor producido en la noche del cuerpo; una inter­ ferencia de fibrillas y de nervios, un eretismo violento de hebras33 (en la lengua de Diderot); todas las sensaciones que provienen de zonas ocultas y susceptibles de asegurar o de engañar: "si en el animal solo hay una conciencia, hay una infinidad de voluntades; cada órgano tiene la suya"34• Por otro lado, Diderot apela a tales referentes desa­ fiando verdaderamente la sensibilidad clásica para explicar la per­ cepción de los objetos; no la simple mirada, no el simple tacto, sino el desplazamiento, el cambio de situación, los movimientos efec­ tuados y sentidos. El ciego que recobra la vista no puede identificar un cubo hasta que lo recorre, variando las posiciones de su cuerpo y teniéndolas presentes, conservando "la memoria de sensaciones experimentadas en diferentes puntos"35• Es una forma inédita de evocar que se es "dueño de sí"36 a través de esas sensaciones internas, un término decisivo en Diderot que no emplea la palabra "alma" y su designación de "pensamiento" ; una manera inédita también de evocarlo al nombrar la existencia de un sexto sentido, más allá de los "sentidos externos" tradicionalmente descritos por los filósofos y los médicos. Es ese sexto sentido dise­ minado por todo el cuerpo, esa sensación general y confusa que des­ borda los sentidos habituales, el que evoca ya Boureau-Deslandes en 174837; algunos años más tarde, la Enciclopedia en el artículo "Existen­ cia" lo comenta en este mismo sentido de una forma más precisa y distinta: No podemos omitir otro tipo de sensaciones más intensas, por así decirlo, relacionadas con el interior de nuestro cuerpo y que ocupan incluso a veces todos los hábitos, parecen llenar las tres 33 D . Diderot. El sueño de d 'A[embert.. . p. 35. 34 !bid . p. 40. .

35 Diderot. Carta sobre los ciegos para unos de [os que ven (1749). Valencia: Pretextos y Funda­ ción la ONCE, 2002, p. 21. 36 D. Diderot. El sueño de d 'Alembert . . . p. 42. 37 A.-F. Boureau Deslandes. Recueil de différents traités de Physique et d 'Histoire naturelle. París, 1748, t. I, p. 151.

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dimensiones del espacio y traer consigo inmediatamente la idea de la sólida extensión. Haré de esas sensaciones una clase par­ ticular, bajo el nombre de tacto interior o sexto sentido, y allí colocaré Jos dolores que uno siente a veces dentro de sus car­ nes; las náuseas, el malestar que precede el desvanecimiento, el hambre, Ja sed, la emoción que acompaña todas las pasiones; los escalofríos sean de dolor o de voluptuosidad. En fin, una multi­ tud de sensaciones confusas que nunca nos abandonan, que nos circunscriben de alguna manera a nuestro cuerpo y que nos lo hacen siempre presente"'.

Aquí, la presencia del cuerpo cambia de estatus, ya no será acom­ pañante o contingente , tampoco paralelo u opuesto a un "yo'' , sino fecundante, montaraz y sorprendente en un mismo movimiento, el todo de una persona. El objeto es singular y totalmente nuevo; des­ borda el tema del dolor sin ninguna duda, incluso, el de los amo­ res pasionales y sus conmociones físicas descritas desde hace tanto tiempo, considerados hasta entonces como los únicos que pueden demostrar la existencia de un cuerpo interno; esos desórdenes, siem­ pre y tradicionalmente independientes del individuo, tal como él se percibe, por ejemplo, y cuya larga historia lo identifica ante todo por su "alma" o su "espíritu". Esta sensibilidad recientemente designada determina, por el contrario, la existencia cotidiana, hasta investirla39 y revela una manera silenciosa de vivir el cuerpo, de sentir sus lími­ tes y su tonalidad; está hecha de presencia oscura y de impresiones continuas. Finalmente, es esencial puesto que es fundadora de lo que se constituye como la manera más inmediatamente sensible, si no inevitable, de existir y que se nos impone, a pesar nuestro. La Enci­ clopedia, una vez más, trata de formularlo: Este objeto particular [el cuerpo], no solamente se vuelve para nosotros el centro de todo el universo, y el punto desde el cual medimos todas las distancias, sino que nos acostumbramos ade­ más a mirarlo como nuestro ser propio•º.

Esta descripción intuitiva -evocación cuasi empírica e indiferente a la metafísica- busca lo real de un comportamiento como prioridad y permite entonces comprender mejor la insistencia sobre las ilusiones 38 D. Diderot y J . Le Rond d'Alemben. Art. " Existence''. Enciclopedia ... 39 La propia palabra "sensibilidad" adquiere, en esta segunda mitad del siglo XVIII, un sen­ tido que comprende una "componente más física, incluso biológica". Ver G. Sauder. Art. " Sensibilité ", en M. Delon (dir.), Dictionnaire européen des Lumieres. París: rur, 1997. 40 D. Diderot y J. Le Rond d'Alembert. Art. " Exístence". Enciclopedia . . .

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del espacio corporal sugeridas por Diderot. Permite sobre todo com­ prender mejor cómo, con la Ilustración, el individuo por primera vez se siente inscrito en el espacio de su cuerpo y trata de recordar directa­ mente su efecto: existir sería ante todo vivir un "estado" orgánico, con sus impresiones, confusiones y efectos imaginarios, donde se inscribi­ ría y se viviría la identidad. Esta es una manera totalmente inédita de designar al individuo, su existencia y su profundidad, así sea todavía bajo un modo sugerido más que deliberadamente profundizado, un modo "sordo", opaco, más que totalmente transparente4', perspectiva que numerosos análisis de la filosofía del Siglo de las Luces han indi­ cado ya abiertamente: El dualismo de la substancia extensa y de la substancia pensante que se expresaba en términos de ontología, le deja lugar a una psicología empírica que descubre la subjetividad y rehabilita la sensibilidad42•

Es igual que decir que esta misma sensibilidad es ante todo la de un "interior" ; equivale a decir que transforma la existencia percibida. Esta se mide mejor en contraste con la tradición, corno una ruptura patente. Para comprender mejor su novedad, es necesario retornar la antigua descripción de los sentidos externos así corno la de la "inte­ rioridad" que esta implica.

La tradición y la negligencia del "interior" Un solo principio tiene este antiquísimo dispositivo: el de la con­ ciencia. Un "interior" hecho de presencia inmediata de sí mismo que excluye los sentidos y que deja de lado el cuerpo. Malebranche lo Ila­ rnará "sentimiento interior"43; Pierre Richelet lo Ilarnará "interior acla­ rado por las luces de la recta razón"44: manifestación de ideación y de pensamiento doride lo sensible no es principal para nada. Jean Delu­ rneau identificó una de sus figuras más importantes: la exigencia de 41 Michel De Ion ha evocado notablemente el estilo "sugestivo" , más que "acabado", de Diderot. Ver su prefacio a las CEuvres philosophiques de Diderot, París: Gallimard, 2010, p. xv1 11: "La obra acabada, la obra maestra definitiva sigue siendo acá una ficción, un ideal con miras al cual Diderot trabajó, pero del que solo necesitó sugerir una idea" . 4 2 S. Goyard-Fabre. " Philosophie d e s Lumieres'', en S. Auroux (dir.), Encyclopedie philoso­ phique universel!e. Les Notions philosophiques. París: PUF, 1990, t. 1 , p. 1515. 43 N . de Malebranche. De la recherche de la verité (1712) . París: Gallimard, p. 351. 44 P. Richelet. Art. "Conscience ". Dictionnaire franfais contenant les mots et les choses. París, 1680.

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la confesión en el siglo xn, la del "examen de conciencia"45• Este exa­ men fundador, comparable con algún trabajo de investigación interior, se opone a un régimen más antiguo de penitencias, una visión más primitiva y también más sumaria, la del mundo barbarizado, donde "las gentes no pueden ser juzgadas más que por sus actos, no por sus sentimientos"46• En esta visión anterior no existe ninguna conciencia, solo el hacer y sus efectos, con resultados completamente exteriores. Al obligar a repensar el pecado, la confesión inventa una nueva inte­ rioridad, ya no el hecho sino la intención, ya no el gesto sino la deci­ sión; impone un trabajo de investigación sobre el querer, explora las condiciones del acto y sugiere un espacio espiritualizado. Suscita una actitud mental: la "contrición de corazón"47 lo cual legitima lo medita­ tivo y cava en lo ideal. Engendra una interioridad colmada de análisis y de reflexión, la misma que fundó la conciencia occidental y cuyo nacimiento finalmente fue favorecido por otro fenómeno, el refuerzo de la institución mercantil en el siglo xn, la construcción de una red de intercambio y de dinero y el inevitable recurso a la especulación y a la previsión. El mercader de la nueva sociedad urbana medieval debe ser capaz de anticipar, evalúa responsabilidades, se interroga sobre los avatares, lo inesperado de las fabricaciones, los azares de los viajes y de los transportes, y cruza espacios y duraciones. Por esto el inédito lugar dado a la intención, actitud que Jacques Le Goff supo describir con toda claridad: Justo en el momento en que Occidente, hasta entonces reple­ gado sobre sí mismo, colonizado incluso por las civilizaciones más avanzadas de Bizancio y del Islam, se lanza hacia las con­ quistas exteriores, desde Escandinavia a Tierra Santa, es cuando se abre al mismo tiempo, en el interior del hombre occidental, otro frente pionero, el de la conciencia••.

Desde entonces, convergen allí un universo social y uno religioso. La conciencia se ha forjado bajo el efecto de exámenes que surgen de la confesión y de especulaciones que salen del mercado. El resul­ tado es claramente el de una mentalización particular, un universo

45 J . Delumeau. Le Péché et la peur, la culpabilisation en Occident (xme-xvme siecle). París: Fayard, 1983, p. 211: en panicular "la puesta en funcionamiento del examen de conciencia". 46 J . Le Golf. Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval (1977). Madrid: Taurus, 1983, p. 162. 47 J. Delumeau. Le Péché et la peur, p. 220. 48 J . Le Gotf. Tiempo, trabajo y cultura p. 163. ...

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que cruza sentimientos y pensamientos; la creación de un refugio también, un lugar de meditación al que la propia civilización cris­ tiana concurre a espacializar, no el cuerpo y sus impresiones sino el universo de las intenciones y de las ideas. Como lugar más retirado, todavía más interior, los místicos lo presentan como una arquitec­ tura edificante cuya travesía progresiva, con sus murallas y sus gra­ dos, conduce a la parte más indecible donde "se engendran goces que no tienen nada que ver con las alegrías del mundo"49• Los prescripto­ res de la vida devota la presentan igualmente como una morada de donde deben ser expulsados los malos pensamientos como las san­ graduras que evacuan los malos humores: "después de haber repa­ sado y amontonado, de esta manera, los pecados de tu conciencia, detéstalos y échalos lejos de ti, por una contrición y un pesar tan grande como pueda soportarlo tu corazón"50• Incluso el pensamiento, en su referencia más depurada. Desde entonces, como disposición central, esta morada con su repliegue interiorizado opone un interior hecho de espiritualidad a un exterior constituido por actos y objetos. Se ve cómo el principio de tal lógica mental no podría ser exclusi­ vamente religioso. Acentúa solo la apropiación de un interior "medi­ tativo" y también lo agranda, lo conduce inevitablemente a una emancipación, a una individualización que llega más tarde con el siglo XV; una nueva etapa todavía, completamente espiritual en una larga conquista íntima que concreta la invención del Renacimiento, la afir­ mación completamente simbólica de Pico della Mirandola, por ejem­ plo: "el hombre modelador y escultor de sí mismo"51• Esta conquista de un sí mismo -en este caso de un alma que excluye el cuerpo- es, sobre todo, una victoria. La conciencia individual, por primera vez, se muestra suficientemente independiente para expresar una autonomía, hacer explicita una autoridad y manifestar resistencias y oposiciones, etapa inédita de la liberación íntima: "si lo desea, el hombre está menos sometido a la fortuna y a la Providencia de lo que se creía"52• La apuesta es la de un pensamiento y de una certidumbre ideal más seguros de sí mismos. Maquiavelo lo dice en su lengua brutal: "la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa, golpearla y zaherirla"5J; 49 Teresa de Ávila. Castillo interior o las Moradas. Barcelona: Sopena, 1966. so San Francisco de Sales. lntroduction d la vie dévote (1609). Primera pane, cap. v1, p. 8. 51 Citado por E. Panofsky. El significado en las artes visuales. Buenos Aires: Infinito , 1970. 52 J. Rohou. Le xvue siécle, une révolution de la condition humaine. París: Seuil, 2002, p. 112. 53 N . Maquiavelo. El Príncipe (1513). Librodot.com, cap. xxv, p. 45.

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o dicho de otro modo: someterla con decisión y resolución. O tam­ bién Luigi Cornaro en 1558, que quería "triunfar" con su sola inicia­ tiva de un estado físico juzgado inquietante: "el hombre podrá con su sola destreza personal vencer la oposición de los cielos"54• Numerosos cambios han favorecido tal profundización: las lecturas multiplicadas gracias a la imprenta, renovación de las técnicas y las mecánicas, la navegación oceánica, los viajes a tierras lejanas, y otras tantas causas múltiples que cambiaron la visión del mundo como la de sí mismos, con consecuencias también precisas: la interioridad personal intensi­ ficada, suficientemente distinguida como para volverse un objeto de estudio específico. Tal es el proyecto de Montaigne, innovador de un lado a otro: "así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro"55• Esto refuerza, más que nunca, la imagen de una conciencia entre­ gada al análisis, instancia "interior" en contacto inmediato con ella misma, independiente de la experiencia de los sentidos. Incluso esto le hace decir a Montaigne: "pinto principalmente mis cogniciones"56• El pensamiento se asegura y se dice, lo cual valoriza también un dis­ positivo espacial decisivo: el studium, la torre , la celda, lugar donde se efectúa esta meditación sobre los otros y sobre sí mismo. De repente, la orquestación del espacio instalaría un despliegue inédito del individuo, sus preguntas y curiosidades. El studiolo italiano, en particular, el de Urbino, el de Mantua: emplazamiento nuevo y espe­ cífico de las moradas afortunadas del Renacimiento, donde el letrado se "reserva un lugar de meditación en compañía de los pensadores del pasado "57• Una vez más, la torre de Montaigne, o la Celda de san Agustín, pintada por Carpaccio en 1502, ilustran incluso el símbolo: el santo de Carpaccio, rodeado de una multiplicidad de libros y de instrumentos de escritura, un reloj de arena que mide el tiempo, un globo que representa el cosmos y un altar que representa la oración, se entrega a meditaciones tanto íntimas como sabias, como lo haría un letrado de su tiempo. Esto transforma al studiolo en equivalente espacial de la conciencia, lugar retirado donde puede observarse a sí misma, al mismo tiempo que medita sobre el universo.

S 4 L. Cornaro. Discorso sulla vita sobria. Padua, 1ss8. SS M. de Montaigne. "Al lector". Ensayos (1s80), p. 43. S6 J. Starobinski. "Montaigne " , en M . Merleau- Ponty (dir.), Les Philosophes. De l'antiquité au xxe siecle . . . p . 626. S7 P. Bourgain. "la Mutación intelectual del Renacimiento", en Révolutions dans les arts en Europe, 1400-1s30, catálogo de exposición del Museo del Louvre -Lens, París, 2012, p. so.

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Un modelo y una práctica se imponen: identificar el adentro como un foco de pensamiento, situarlo en el principio de todo saber. No que el espacio del studiolo se vuelva insuperable, sino al contrario, des­ pués se girarán las conciencias del universo clásico hacia la ciencia, recorriendo las cosas para medirlas, observando el espacio y el medio, manipulando aparatos e instrumentos. Se concreta el "método para la interpretación de la naturaleza"58 de Francis Bacon, o la voluntad de ser "dueños y poseedores de la naturaleza"59 de René Descanes. En el siglo XVII se crean nuevos objetos de curiosidad que generan obser­ vaciones, verificaciones y saberes. Se impone un dispositivo central: el de una efervescencia de pensamiento experimentado sistemática­ mente como anterior a lo sensible. Descanes, estudiado luego hasta la vulgata, observador de mecánicas, objetos físicos y "torbellinos" cósmicos, sugiere un análisis de un rigor hasta entonces no alcanzado sobre un objeto preciso: el alma. Establece un pensamiento en total independencia del cuerpo. El "corazón" del individuo, el ser mismo de la persona, se fabrica entonces en esta independencia absoluta, siguiendo un proceder filosófico que se quiere evidente: Sabemos manifiestamente que para ser, no tenemos necesidad de extensión, de figura, de estar en ningún lugar, ni de ninguna otra cosa que se pueda atribuir al cuerpo, y que por todo esto somos los únicos que pensamosGo.

El primer momento de una instancia reflexiva reside en un solo hecho: no existir por los sentidos sino "existir como conciencia y como espíritu"61• Un sobrevuelo histórico, sin ninguna duda; esta breve y rápida investigación sobre una conciencia vuelta hacia sí misma impone un hallazgo: la de una separación persistente entre esta misma concien­ cia y lo sensible. Para comprender mejor la renovación que implicó la Ilustración, requerimos dedicar más tiempo a la imagen concretísima de ese sensible. ¿Cuál es la función de los sentidos? Si solo el alma es el "adentro", los sentidos desde entonces no pueden ser sino el "afuera", por ello el descuido por su veniente interna.

F. Bacon. De la dignité et de l 'accroissement des sciences (1625), p. 15. R. Descartes. Discurso del método (1637). librodoc.com, 6" parte, p. 29. R. Descartes. Les Principes de la philosophie (1644). F. Alquié. " Descartes", en M. Merleau-Ponty (dir.), Les Philosophes. De l'antiquité au xxe siecle ... p. 495.

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CAPÍTULO 1 1 LA EXISTENCIA "CLÁSICA" DE LOS CINCO SENTIDOS

L a referencia espacial debe s e r retomada, esta confirma una imagen recurrente, la de sentidos dirigidos hacia el afuera y no hacia el aden­ tro y absolutiza una topografía. Con esta se impone una metáfora tra­ dicional: la de la torre, con sus defensas y sus troneras, un conjunto espacialmente orientado para alertar mejor y prever; en este caso, nada más que la conciencia y su medio, o para prolongar la alusión, el studiolo y sus ventanas. El cuerpo es primero, por no decir exclu­ sivamente, una relación con el mundo. Es el lugar donde se experi­ mentan las cosas, que comunica con ellas, las mide, las evalúa. Los acercamientos se repiten: "envoltura'' , "muralla", "fortaleza" sitiada por el espacio, y los sentidos no pueden estar sino "exteriorizados". Informan. Y esto tiene consecuencias importantes que es necesario precisar para comprender mejor la originalidad de las alusiones ulte­ riores de Diderot, en un siglo xvm que se volvió más atento a lo sensible y a su profundidad.

Los cinco sentidos: centinelas y servidores · La descripción tradicional de estos sentidos lo dice todo. Su papel es el de estar al servicio de un espíritu preexistente: acechadores, satélites del cuerpo, "guardianes de torre" , dice Galeno'. La imagen atraviesa el tiempo, de la antigüedad al mundo moderno, juega con las alusiones arquitectónicas, las referencias topológicas, la metáfora de las troneras o de las murallas. Las figuraciones espaciales se mul­ tiplican con nuestra modernidad: la torre alertada por sus aberturas, sin duda, para Pierre Boaystuau en 15582; el castillo abrigado por sus

1 C. Galeno. Del uso de las partes del cuerpo (1 1°-mr. siglo). Madrid: Gredos, 2010. 2 P. Boaystuau. Breve discurso sobre la excelencia del hombre (1558).

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almenas, para Jean Fernel en 15543; el monumento civil iluminado por sus ventanas, para Pierre de La Primaudaye en 15914; o incluso la prisión, con sus minúsculas hendeduras, para André de Laurens en 15935• Los sentidos alertan, instruyen, comunican; son informadores de las cosas externas6, "ministros y mensajeros"7• Los anatomistas del occidente cristiano lo transforman en sistema para loar mejor al creador y su edificio tan admirableª, tan precioso en una estrategia de protección. La sola disposición material del cuerpo y su dinámica espacial lo prueba: conjunto vertical, mirada lejana, oído en lo alto , piel delicada y superficie tierna9, los sentidos contienen la envoltura y de ella sobresalen; son centinelas'º y servidores". Son plurales tam­ bién y acentúan con sus cruces y su asecho continuo12 su cualidad de dar alerta e información. El hombre no dominaría solo los anima­ les por medio de la razón, también por la sabia y única distribución de sus sentidos, la pertinencia de su diversidad, la adecuación de sus ubicaciones en los puntos centrales de su anatomía. Permiten meterse en el conjunto de las cualidades de las cosas, primero por la vista, pero también al cruzar sabor y olor, consistencia y sonido; se completan y se totalizan, al punto que "si la naturaleza hubiera constituido un sexto sentido , le habría sido inútil"13, según la certeza de Jerónimo Cardán, en 1550. Una modesta fisiología del siglo XVII I muestra todavía la fuerza duradera de estas imágenes en el universo moderno; se aventura a un interminable inventario, precisando el papel de los sentidos a partir de su propia ubicación. La descripción es evidente: lo sensible parece hecho para la vida exterior. Priman la alerta y el contacto:

3 J. Fernel. La Physiologie (1554). París, 1655, p. 3724 P. de la Primauday. Acadtmie fran�aise. París, 1580, t. u , p. 26. 5 A. de Laurens. Opera anatomica in quinque libros divisa. Lyon, 1593. Ver la traducción en las Obras (1621), París, 1639, p. 554, donde dice que los sentidos abren a "la prisión oscura del cuerpo".

6 J. Fakon. Notabilia supra Guidonem scripta. Lyon, 1560, p. 120. 7 P. de la Primauday . . . 8 J. Rielan. Obras anatómicas. París, 1629, t . 1 , p. 5. 9 P. Boaystuau . . . p . 9. 10 A.

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de Laurens ... pane

C. Galeno.

1,

p.

3.

Del uso de las partes del cuerpo. T. 1 ,

p.

165.

1 2 A. de Laurens . . . parce 1, p. 3. 13 J. Cardan. Sutilezas y sutiles invenciones conjuntan las causas ocultas y razones de estas (en latín, 1550) . Pari s , 1556, p. 329.

La existencia "clósica" de los cinco sentidos

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Los ojos están puestos en lo alto de la cabeza como centinelas en su garita, para vigilar desde allí durante el día; los oídos a la derecha y a la izquierda como otros dos centinelas, para suplir a los dos primeros durante la noche; el órgano del olfato entre los dos, prominente o un poco afuera, como una especie de guar­ dia avanzado, para vigilar a su manera, la seguridad del lugar; el gusto en la puerta para examinar todo lo que allí se presente, antes de admitirlo; finalmente, en todo su amurallado exterior, el órgano, o más bien, los órganos del tacto, puestos alrededor como una especie de cuerpo de guardia universal para adver­ tirnos por todas partes de los socorros que nos llegan y de los peligros que nos amenazan''·

Este anclaje espacial se mantiene por mucho tiempo: el cuerpo, concebido como recinto cerrado, está orientado, guiado por sus vigías sensibles, orquestación tanto más convincente en cuanto, de entrada, parece visible en la superficie de las pieles. La topografía constituye un cuadro; tanto más convincente también en cuanto que el alma sería su último destinatario. Los sentidos, "mensajeros y reporteros del alma"15, informan del mundo y de sus alrededores. Orientados en haces hacia un centro, comunican el estado de las cosas y de los objetos. Finalmente , el dispositivo es tan convincente que ha podido, a cambio, inspirar diversas figuras urbanas o arquitectónicas16• Fran­ cesco di Marchi multiplica en el siglo XVI los proyectos de fortificacio­ nes casi antropomorfas: cabezas y cuerpos claramente distinguidos, caminos de ronda bosquejados como una piel, promontorios del Cas­ tello esbozados como oj os, corazón de la fortaleza dibujado como un vientre'7• El conjunto promueve satélites vigías, concebidos en equivalencias corporales: órganos de los sentidos instalados en la periferia de una ciudadela que se ha vuelto ella misma "cuerpo". Una imagen irrisoria, sin duda, si no estuviera confirmando la fuerza de la convicción: la de un cuerpo amurallado, caparazón protegido por fronteras sensibles. De allí, esta intención siempre idéntica, cuerpo fortaleza o fortaleza cuerpo, prevenido o informado por los sentidos.

14 J.·A. Sigaud de Lafond. Lecciones sobre la economía animal. París, 1767, t. 1 1 , pp. 276-277. 15 A. de Laurens ... p . 3. 16 Ver F. Choay. "la Ciudad y el dominio construido como cuerpo en los textos de los arquitectos·teóricos del primer Renacimiento italiano", Nouvelle revue de psychanalyse, n• 9, primavera de 1974, p. 239. 17 F. di Marchi. Trattato dell'Architettura militare. Brescia, 1599.

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Estas metáforas suscitan las definiciones; la tradición occidental recurre a un término preciso, el de "sentidos externos"18• Los senti­ dos están abiertos como herramientas para conocer y aprehender mejor el mundo, captar las cosas percibidas fuera'9• Estos sentidos "que llamamos exteriores son solamente cinco: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, de los que depende por entero nuestro conocimiento'"º. No quiere decir esto que la referencia a lo interno esté ausente . La expresión misma "sentidos internos" sugiere la existencia real de ellos, pero la tradición hace muy particulares a estos últimos dis­ positivos: la imaginación, la memoria o el entendimiento. Dicho de otro modo: son sentidos que, aunque acojan informaciones del exte­ rior, deben disponerlas como pensamiento para que existan mejor. Ellos utilizan lo externo, son su resonancia y provocan su ordena­ miento. No son entonces corporales, sino "espirituales"; pertenecen al alma o al entendimiento, como lo había mostrado Aristóteles en su De anima21• Sin ninguna duda, lo interno sigue siendo acá la sede del pensamiento, y lo interior es el espíritu, lo que las enciclope­ dias medievales manifiestan en su lengua de imágenes: "y esos cinco sentidos particulares reciben la semblanza de las cosas sensibles y las presentan al sentido común, y por medio de él juzgan sobre las propiedades y las diferencias de las cosas sensibles, cada una en su lugar"22• Y las enciclopedias del Renacimiento llaman más explícita­ mente: "es tiempo de entrar a nuestro edificio para contemplar en él los sentidos interiores y espirituales, de los que se sirve el alma en sus obras y operaciones"23• Al contrario, un cuasisilencio reina sobre la interioridad corporal; tema oscuro -si no descuidado-, tema irrisorio sea como sea, frente a la riqueza informacional que se dice manar del exterior. La instancia primera sigue siendo la de la voluntad y del cerebro, imaginación, memoria, entendimiento. Nada 18 P. de la Primauday ... "los sentidos corporales son cinco". 19 A. de la Framboisiere. un humor o sangre melancolía y quemada , contenida en un cerebro demasiado caliente, o dispersa en todas las venas y hábitos < habi­ tudes> del cuerpo; o que abunda en los hipocondrios, en el bazo y mesenterio; allí se suscitan ahumadas y negras exhalaciones que vuelven al cerebro oscuro, tenebroso, ofuscado, y ennegrecen y cubren ni más ni menos que las tinieblas lo hacen con la cara del cielo; de donde se sigue inmediatamente que esos negros vapores no pueden aportar a los hombres a los que cubren más que temor y pavor6'.

La opacidad del cerebro produce también la de las creencias y de los pensamientos. El temor -aquí evocado alusivamente- no es sino un accidente. No tiene apuesta "desencarnada" , prueba risible o irri­ soria. Todo viene de un centro, el cerebro; el cuerpo no es más que su efecto anecdótico, por no decir el reflejo.

La acción del diablo, la imaginación no el cuerpo Se puede señalar esta relativa indiferencia a las sensaciones del cuerpo interno sobre muchos otros puntos todavía, como lo muestra el sín­ toma tradicionalmente estudiado por los médicos y los magistrados instructores en los casos de brujería: las ilusiones clásicas de los bru­ jos, la certeza para algunos de ellos de transformarse en diversos ani­ males, organismos salvajes y destructores. Una forma particular de deriva predomina en el conjunto: la licantropía, esa creencia que tiene la persona de transformarse en lobo. El licántropo, espectro de las antiguas hechicerías, recorre los campos, obsesionado por la matanza y el canibalismo. Se encarniza, traga con ansia, se pone en cuclillas, ladra, se vuelve por completo un ser que toma los comportamientos animales. Sin embargo, ninguna sensación del cuerpo interno es evo­ cada aquí por los actores ni los comentaristas, ninguna percepción íntima trastorna o perturba, mientras que el conjunto de las cadenas sensibles debería estar transformado. En 1495, Jacob Sprenger, en un

61 J. du Chesne. Le pourtraict de la santé, ou est représentée la regle universelle et particuliere de bien sainement et longuement vivre (1606). París, 1618, p. 115. 62 Ibid., p. 114.

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texto que se citó durante mucho tiempo63, atribuye el síntoma a la presencia de un diablo que ocupa el cuerpo, no a las sensaciones sino al control de los movimientos, al dominio sobre el hacer, a los actos, al hecho de ser devorados de forma errática e impuesta desde el exterior. El diablo provoca gestos y percepciones sin duda necesarias para su realización, pero no impresiones íntimas. En los decenios siguientes fueron pocos los cambios, a pesar de las dudas sobre la acción del diablo. La simple creencia en las fuer­ zas satánicas retrocede, rechazada por las certezas del racionalismo. La potencia "penetrante" y transformadora del diablo, desde fines del siglo XVI , ya no es tan evidente, no podría transformarlo todo. Pero al menos puede "agitar los humores y trastornar los sentidos"64 (externos en este caso) , provocar una acción comparable a la de los "vapores vulgares que suben al cerebro "65• El diablo actúa entonces sobre la "imaginación" y no sobre alguna transfiguración física, sigue haciéndolo sobre el "pensamiento" y no sobre lo "experimentado". Por el momento , todavía no hay ninguna evocación de la sensibili­ dad interna, sino una afección de los sentidos externos. Por ejemplo, la vista, captada en primer lugar, el diablo le hace ver al licántropo "cosas extrañas, que en verdad no es que lo sean"66• Sugiere el vagabundeo, la violencia, el odio "contra el ganado y las personas, con el deseo de desmembrarlas y devorarlas"67• En este caso se le prestan muchas tácticas al diablo: que "enrede los conductos de la inteligencia"68, que "impida la fuerza de la agudeza de la vista"69, o que "forme un nubarrón con el fin de que nos parezca ser la cosa que tiene ganas de representarnos"7º. De repente, el espectáculo -la información que viene del exterior- es lo único que importa, lo cual limita la escena al espacio visual, como lo sugiere Ambroise Paré, hablando de los "demonios" bien al final del siglo XVI : Ellos oscurecen l o s ojos d e l o s hombres, c o n espesas nubes que confunden nuestro espíritu fantásticamente , y nos engañan por 63 H . Kramer < o l nstitoris > y J . Sprenger. El Martillo de las brujas, Malleus Malejicarum (1486). Valladolid: Maxtor, 2004, p. 214. 64 J. de Nynauld. De la lycanthropie, transformation et extase des sorciers. París, 1615, p. 17. 65 lbid . , p. 18. 66 !bid. , p. 17. 67 68 69 70

M. Delrio. Les controverses et Recherches magiques. París, 1611, p. 209. L. Vair. Trois livres des charmes, sorcelages ou enchantements. París, 1583, p. 324. !bid. , p. 326. !bid., p . 327.

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impostura satánica, que corrompe nuestra imaginación con sus bufonerías e impiedades7'.

Igualmente , Jean de Nynauld lo sugiere en su libro sobre la lican­ tropía a comienzos del siglo xv11 , que cita solo la cohorte abigarrada de las cosas percibidas: el decorado de una imaginación desorde­ nada, los objetos que les parece ver y que son teatros, jardines, bos­ ques, ornamentos, vestidos, reyes, magistrados, música y danzas72, son todas referencias que establecen el marco exterior de las trans­ formaciones del cuerpo y que retienen bajo esta forma la exclusiva atención del comentarista. Convertirse en "lobo" es imaginar gestos, proyectar un espectáculo e introducirse en una decoración, lo cual se reduce a una equivalencia muy precisa: mutar físicamente e imagi­ narse con un cuerpo diferente es ver de otra manera o actuar de otro modo, pero no sentir de otra forma. Cuando, al mismo tiempo Pierre Lancre pone en duda las creencias en la brujería e introduce "cau­ sas" menos sobrenaturales y más directamente físicas (dicho de otro modo: añadiendo más racionalidad) , apunta también solo a los sen­ tidos externos; la sobrecarga de líquidos en el cerebro que provocan percepciones trastornadas, que confunden el sentido de los objetos. Los humores extraviados actuarían sobre la vista, el oído, el tacto: "el disfraz en el exterior sin cambio de sustancia o naturaleza"73• El "ser lobo" sigue siendo un cuerpo visto y exhibido, un cuerpo dis­ frazado74, más que un cuerpo sentido. Una carne de amenaza y de muerte sin duda, pero una carne en la que los sentidos externos se imponen; una potencia embalada más que interiormente sensibili­ zada y atravesada. Las obras de ficción prolongan estas referencias; el joven Francion, de Charles Sorel en 1623, sometido a los dudosos brebajes de una vieja matrona, se sueña transformado en un monstruo repugnante y horri­ ble, sin embargo, no hay ningún índice de mutación "interior" o de sensibilidad. Es el espejo de agua el que le muestra sus propias transfi­ guraciones físicas: "mirándome en el agua vi que tenía la forma más fea que uno puede presentar"75. Es el sonido de su voz el que le indica su 71 A. Paré. Monstruos y prodigios (1585) . Madrid: Siruela, 1987, pp. 152-153. 72 J . de Nynauld . . p. 26. 73 Ibid., p. 221. Ver además P. de Lancre. Tableaux de l'inconstancc des mauvais anges et démons (1607) . París: Aubier, 1982, p. 219. 74 Ibídem. 75 C . Sorel... p. 145. .

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revolución orgánica: "de mi boca solo salía un aullido"76• La constata­ ción del grito, no su crispación o su ahogo. Solamente los signos exte­ riores parecen imponerse; por ejemplo, la delgada película del espejo y no tanto los trastornos ocultos de las carnes. Queda la experiencia de la posesión, esa creencia completamente particular en la presencia de diablos que poseen y agitan los cuerpos, cuyos relatos se multiplican en el siglo XVI y a comienzos del siglo XVII ; ya no la acción del brujo entregado al desorden y al crimen, sino el estado de la poseída; la mujer, en general, es víctima más fácil, sufre pasivamente las insolencias del diablo que se introduce en su envol­ tura física. Las descripciones de tal estado siguen siendo innumera­ bles, así como los estudios a su respecto; son claramente maneras diferentes de experimentar y sentir el cuerpo las que parecen estar en juego aquí, provocando desbordamientos y transgresiones; las "actitu­ des impúdicas"77, por ejemplo, tomadas por las religiosas del convento de Louviers en 1643; las contorsiones "extrañas y extraordinarias"78 efectuadas por las víctimas de Louis Gaufridy, el sacerdote de Aix, en 1611; las agitaciones de las religiosas de Loudun, en 1632, "que subían a los techos del convento por donde corrían en camisa, y por los árbo­ les ... "79. La posesa se confronta con un cuerpo que se ha vuelto inte­ riormente diferente, atravesado de desorden y de tentaciones, movido por un diablo que busca actuar desde adentro, una experiencia per­ turbadora, evidentemente, que a veces arrastra a toda la persona en conjunto. La Hermana Juana de los Ángeles, la religiosa de Loudun, lo muestra en su texto autobiográfico que fue ejemplar en medio del siglo XVII : "los tres demonios que quedaban en mi cuerpo me hacían lo peor que podían, tanto al cuerpo como al espíritu"80• Y es lo que muestran incluso las religiosas de Aussone en 1662, sujetas a pavorosas crisis físicas que echaban su cuerpo al suelo, torciendo sus miembros, multi­ plicando las convulsiones, sujetas a infinitas derivas mentales que pro-

76 Jbidem. 77 Ver S. Ferber, " Le Sabbath et son double", en N . Jacques·Chaquin y M. Préaud (dir.). Le Sabbath des sorciers, xve.-xvme siecte. Grenoble: Millon, 1993, p. 107. 78 "H istoire de Louis Gaufridy, Pretre , bríilé comme Sorcier", en F. Gayot de Pitaval. Causes célebres et intéressantes avec les jugements que les ont decidées. Amsterdam, 1764, t. VI, p. 171. 79 Ver M. de Certeau. La possession de Loudun (1990). París: Gallimard, 2005, p . 67. So Soeur Jeanne des Anges. Autobiographie. París, 1644; Grenoble: Millon, 1990, p. 161. La obra es sacada del texto publicado en 1644 en París , la Possession de la Soeur Jeanne des anges

de la maison de Coze.

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vocan "extrañas aversiones por las cosas santas"ª'; de suma gravedad para los espectadores de la época por su carácter blasfematorio, dicho de otro modo: el diablo puede crear una "horrible metamorfosis"82, al ocupar al mismo tiempo el cuerpo y el espíritu. Tenemos pues que tal afección sigue siendo particular; ajena en gran medida, por ejemplo, a quien la sufre, distante de su conciencia, o de su "alma", de su identidad. A fines del siglo XVI , el teólogo Jean Benedicti asegura que Dios le dio al diablo "poder sobre los cuerpos no sobre las almas"83• La víctima puede "ausentarse" de su cuerpo atormentado y permanecer, incluso, indiferente e insensible. El largo testimonio de Juana de los Ángeles, la superiora del convento de Loudun, "poseída" en 1632, es muy elocuente al respecto; la religiosa ursulina busca distinguir claramente un "exterior" -el cuerpo y sus acciones- y un "interior" -el espíritu y sus pensamientos-. Las dos instancias no se corresponden entre ellas, no porque Juana trate de precisar lo que siente en profundidad en su cuerpo entregado a sus atormentadores: "sin importar lo que hiciera en el exterior en medio de una gran perturbación, yo sentía en mi interior una calma y una luz"84• La indicación sobre este punto sigue siendo confusa, opaca, eco de algún incoercible ardor; el testimonio sensible también sigue siendo raro y difícil en el universo clásico. Juana se atiene a la eferves­ cencia y a la agitación, también puede invocar, según ciertas circuns­ tancias, un estado de insensibilidad, y así le concede toda libertad a su pensamiento: "perdí inmediatamente todo sentimiento corporal y el uso de todos los sentidos exteriores; conservé los interiores"85• El cuerpo (o dicho de otro modo: el sentimiento directo de sus trans­ formaciones) no desplaza radicalmente la identidad experimentada por la víctima. 81 Jugement de nosseigneurs les commissaires nommés por le roy au fait des personnes religieuses et

autres personnes possédées du malin esprit d Aussone. París, 1662. 82 J.·A. de Thou. Histoire de Marthe Brossier, prétendue possédée. París, 1652, p. 29. 83 J. Benedicti. La Triomphante Victoire de la vierge Marie sur sept esprits malins chassés du corps d 'une femme dans l'église des Cordeliers de Lyon. Lyon, 1583, p. 27. 84 Soeur Jeanne des Anges. Autobiographie, pp. 112-113. El tema hay que acercarlo a lo que dice en el mismo momento el padre Surin, exorcista de la hermana Juana de los Ángeles, que predica un abandono a las fuerzas divinas para preservar mejor alguna serenidad interior. Ver S. Houdard. Les invasions mystiques. Spiritualités hétérodoxes et censures au début de l'époque moderne. París: Belles Lenres, 2008, p. 218: "el yo del experimentador se ausenta de una poesía que cuenta el abandono consentido". 85 !bid., p. 183. Los "sentidos internos" conservan aquí su significación antigua y tradicio­ nal: memoria, imaginación, entendimiento, supra, p. 28.

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Es necesario medir toda la especificidad de este universo en el que la interioridad física, su volumen y sus singulares mensajes no son interrogados, incluso si el dolor puede ser evocado o estudiado. Repartición primera en la que el individuo existe ante todo para las cosas o para el pensamiento, mientras que los estados íntimos del cuerpo, las percepciones y el interior tienen poco lugar y , todavía menos, la interrogación sobre lo que se está sintiendo físicamente; es, sobre todo, una repartición primaria donde la identidad implíci­ tamente anclada en el alma no podría estar mezclada con el cuerpo. La percepción de ese cuerpo y la manera de experimentar su presen­ cia no podría "alcanzar" el estado íntimo de la persona.

El vuelo de las brujas y el silencio de los sentidos Otra "experiencia" que se mantiene en silencio, mientras que podría movilizar una clara conciencia sensible, es el viaje completamente imaginario de los brujos o brujas, alzados por el diablo y llevados volando al sabbat. Aquí, es claro que es el cuerpo teóricamente el llevado, liviano. Se dice incluso que hiende el aire , atraviesa el espa­ cio en un instante , prueba los efectos íntimos de la velocidad y del viento. Sin embargo, no existe ninguna anotación sobre esa posible invasión sensible en el testimonio de los actores, ni tampoco en los interrogatorios de los magistrados. Las brujas -orientadas sin duda por los inquisidores del siglo xv1hablan de las circunstancias del vuelo, los gestos que lo inducen y los objetos que lo facilitan, pero permanecen en silencio con respecto a las sensaciones que puede provocar. Por su parte , los magistrados indagan solo "hechos" y aprenden las fórmulas que parecen levantar el vuelo: la pronunciada por la bruja de San Julián de Lampón, "pie sobre hoja vuela a lo alto de la chimenea"86, o la pronunciada por las brujas de Fago , "hoja sobre hoja henos ya en los aires de Toulouse "87• La hoja es sin duda signo verbal de liviandad, que ni siquiera se evoca físicamente. Ellos aprenden la composición de los ungüentos que se aplican en la piel para facilitar la ascensión: la sangre del cuello

86 C. Gagnebet. "Discours de la sorciere de Saint-Julien-de- Lampon '' , en N . Jacques.Cha­ quin y M. Préaud (dir.) ... p . 283. 87 A. Gari Lacruz, " Les sabbat en Aragon d'apres les documents et la tradition orale", en Ibid, p. 283.

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del pollo, la ceniza, el tártago de pescado88• Aprenden cuales son los objetos cabalgados por brujos y brujas: palos de escoba o ramas de fresno o de retama; marranos o reses, o caballos. También aprenden los rituales del diablo; antes del vuelo golpean la espalda o el suelo. Las descripciones se pierden en la anécdota, multiplican los hechos, sin que sean cuestionadas las respectivas sensaciones. A lo sumo, la velocidad del recorrido puede ser sugerida en algunas palabras. Por otro lado, la misma fórmula regresa, idéntica, repetida, formalizada sin duda por los propios inquisidores. Cathe­ rine Villaume, interrogada en 1596 en Paire , dice haber "ido como un viento" en el "cuello de Maese Parsin"89 (nombre que ella le da al diablo) . Chrétienne Parmentier, interrogada en 1624 en Estraye, dice que fue al sabbat sobre "caballos negros que la llevaban como el viento"90• Solo parece romper con esta uniformidad la observación del Abate Gaufridy, en su proceso en el parlamento de Provenza, en abril de 1611: "nunca ningún vehículo fue tan suave ni tan rápido"9'. Una alusión, sin embargo, casi sibilina. Por lo contrario, no hay nin­ gún índice de esto en el proceso de las brujas de Fago en 1657, en el que solo se cita la "impresión de volar"92• Ni hay ningún indicio tampoco en el relato de Joachin Girault, durante el largo proceso del carroi de Marlou en Berry, en 1582-1583: "estando montado en el mencionado caballo, se encontró en la encrucijada de Marlou"93• La palabra cliché de las brujas -como las preguntas premeditadas de los inquisidores- confirman la relativa inexistencia de un interior físico como objeto de atención; las descripciones apuntan a un cuerpo del que toda experiencia íntima parece borrada. Sin duda, el dolor sí, pero nada sobre la sorpresa o la indiferencia posible frente a lo que se ha experimentado. Todavía hay muy pocas indicaciones en 1656 (en un registro completamente distinto) cuando el héroe de Cyrano es bruscamente "levantado" hacia la luna o hacia el sol; su cuerpo es llevado y sus movimientos son acelerados, él también cree volar. El aire llegaría incluso 88 Ver F. Fajardo Spinola. " Des vols et des assamblées des sorciéres dans les documents de l'Inquisition", en !bid., p. 305. 89 Ver R. Brigs. " Le sabbat des sorciers en Loraine ", en !bid, p. 169. 90 Ver !bid. , p. 165. 91 " Histoire de Louis Gaufridy . . . ", en F. Gayot de Pitaval. Op. cit. , t. VI, p. 165. 92 Ver A. Gari Lacruz, op. cit. loe. cit. 93 Les sorciers du carroi de Marlou, un proces en sorcfllerie en Berry, 1582 - 1583. Texto establecido por N. Jacques-Chaquin y M. Préaud, Grenoble: Millon, 1996, p. 126.

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a aspirarlo y, sin embargo, nada de lo que se sintió fue evocado. El que asciende atraviesa el cielo como un espectáculo, no como una experiencia de cuerpo: "me amarré en tomo a mí cantidad de frasquitos llenos de rocío sobre los que el sol enviaba sus rayos tan violentamente que el calor que los atraía, como lo hace con las más gruesas nubes, me elevó bien alto"94• La ascensión se vuelve un recorrido y no una prueba. La aventura sugiere lugares, no sensaciones.

94 S. Cyrano de Bergerac. Historia cómica de los estados e imperios de la luna (1656). Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1999, p. 288.

CAPÍTULO 1 1 1 EL SIGLO XVIII Y EL TRASTORNO DE LO SENSIBLE

Hemos visto cómo el universo clásico no ignoró un sentido "interno", sin embargo, ni lo especificó ni lo profundizó. Sobre todo, mantuvo los dolores y las pasiones, sentidas a veces por "todo el cuerpo"', también "depuró" lo sensible e inventó delicadeces, así como malesta­ res sostenidos. Todos sabemos que la cultura occidental ha operado un lento "refinamiento", ampliando sus umbrales de atención; el cuerpo así descrito sigue siendo una "exterioridad"; en ese universo clásico solo el alma es aquello por lo cual "soy lo que soy"2• El cuerpo es siempre un "otra parte" , mantenido a una insuperable distancia y la interioridad física apenas es cuestionada, excepto los sufrimientos que se padecen, lo cual entrega un vasto campo sensorial al silen­ cio. Es sobre este punto que el siglo xvm va a innovar; se pone a disposición una atención específica añadida en pro de los sentidos internos. El individuo encuentra allí cómo volverse a desplegar, a gozar de otra manera de sí, a renovar sus imaginarios, a expresarse y experimentarse mejor; su propio ser es transformado, más autónomo y más afirmado, menos dependiente de una sobrenaturaleza que lo domina y menos atravesado por lo divino que lo "somete " , más inmerso en un cuerpo que lo identifica. El futuro ciudadano perfila ya lo que manifiesta una emancipación tan ineluctable como inédita.

Vibraciones y palpitaciones de la carne En el siglo xvm el primer cambio que se presenta es una profunda renovación de curiosidad; sin duda las sensaciones banales, pero también las sensaciones discretas, delicadas, inesperadas, las que

1 G. Lamy. Explication méchanique et physique des fonctions de l'dme sensitive oü l'on traite des organes des sens. París, 1667, p. 161. Supra, p. 30. 2 R. Descartes. Discurso del método.

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incluso pueden llegar a revelar lo interno. La Ilustración, con el papel concedido a los sentidos en primer lugar3, utiliza lo percibido más plenamente de lo que parece, lo valoriza, lo especifica. Puede emer­ ger un mundo subterráneo, un universo hecho de ínfimas señales, escondidas, perseverantes y prontos febrilmente presentes. Es una investigación tan repetida que conduce a evocar de otra manera lo cotidiano y aquí, es necesario detenerse. El interés puesto en la sensación es ante todo conquistador, legitima mil análisis y prospecciones hasta entonces desconocidas. Albrecht von Haller, por ejemplo, a mitad del siglo xvm , promueve una observación reveladora al averiguar sobre las intensidades de lo sensible; lo convirtió en su "objeto", exploró las partes del cuerpo animal, inventarió las zonas más "vivas" . Manipuló plácidamente el escalpelo en perros, ratones, gatos y estableció los umbrales y las intensidades que especifican (para distinguirlas mejor) las partes únicamente "irritables", limitadas a encogimientos casi mecánicos de las carnes4, y las partes directamente "sensibles", las que movili­ zan percepciones, dolores, acciones. La "captación" de lo interno se vuelve objeto de investigación, tema de experiencias, de verificación. También, y todavía más importante , el contenido dado a lo interno se renovó; las "imágenes" del funcionamiento corporal cam­ biaron. Ya no el juego de los humores, sino el de los nervios, de la irritación, de la sensibilidad; una manera nueva de ver las manifes­ taciones iniciales de la vida, que revela un universo de febrilidad, palpitaciones o vibraciones "que aguijonean nuestra existencia"5, excitaciones que se extienden al "infinito"6• Esto hace que exista una "máquina animal'' que se ha vuelto específicamente sensible y que difiere "esencialmente de los otros cuerpos"7, un objeto sin igual, elástico y reactivo a la vez, vibrátil y flexible, excitable y contrác­ til, lejos de las materias inertes y de las físicas del pasado. Por esto el interés completamente novedoso por las carnes aún palpitantes luego de la muerte del animal, esos "movimientos de ondulación"8 3 Supra, pp. 14·15. 4 A. von Haller. Mémoires sur la nature sensible et irritable, des porties du corps animal. Lausanne, 1756, 4 vol. 5 D. Diderot y J . Le Rond d'Alembert. Art. "Sensibilité " . Encyclopedie . . . 6 J . - B . Pressavin. Nouveau traité des vapeurs ou traité des maladies des nerfs. Lyon, 1770, pre­ facio. p. XXXIX. 7 Ibid., p. XV. 8 !bid., pp. X I I - X I I I .

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perceptibles bajo el escalpelo, a pesar de la supresión del corazón y el signo presunto de la vida; por esto también esa nueva manera de experimentar lo orgánico, de traducirlo en términos de oscilaciones, de fibrilaciones, de pulsaciones, de ligarlo a la existencia inmediata como si fuera su primerísima condición. La carne impone una sus­ tancia particular, enteramente específica, vibrante por sus fibras y susceptible por sus nervios. Nada más que una captación instantá­ nea, casi de fusión de la vida, y que una continuidad intuitiva consigo mismo más que un distanciamiento. La electricidad, una novedad descubierta a mediados del siglo xvm , añade su universo metafórico. La imagen renueva la defini­ ción del nervio: "el fluido nervioso es un vapor eléctrico muy sutil y muy elástico "9• Esta imagen transforma mucho más la visión del organismo mismo. Lo que el abate Sans -que se aventura a " electri­ zar" a los paralíticos- dice con toda claridad: "obligado por lo que hago a considerar desde hace más de veinte años los fenómenos eléc­ tricos, no he podido desentenderme de que ese fluido sutil debía necesariamente jugar un papel en la economía animal"'º. Así, Pierre Bertholon en Lyon11, el abate Nollet en París12, Heinrich Winckler en Leipzig'3, Jean Jallabert en Ginebra14, Joseph Veratti en Bolonia'5, al provocar el choque de un individuo con otro por simple contacto a partir de una fuente eléctrica, concretan y visualizan la imagen de la corriente en el organismo. Se transforman los referentes y se impone el universo de la red; los fluidos y las comunicaciones atraviesan las carnes, los circuitos y corrientes materializan la alerta. Todo cambia cuando el nervio -y ya no el humor- se vuelve "la base y la esencia de todos nuestros órganos"16; todo se transforma cuando ese nervio, y ya no el humor, es descrito como el "principal agente de toda la

9 F. Boissier de Sauvages (1• ed. 1763). Nosographie méthodique dans laquelle les maladies son

rangées par classes, suivant le systeme de Sydenham et l'ordre des botanistes. París, 1772, t. 11, p. 271. 10 J. Sans. Guérison de la paralysie por l'électricité. París, 1772, pp. 1-2. 11 P. Bertholon. De l'électricité du corps humain dans l'état de santé et de maladie. Lyon , 1780. 12 J.-A. Nollet. Essai sur l'électicité des corps. París, 1746. 13 J. H. Winckler. Essai sur la nature, les effets et les causes de l'électricité (1744). París, 1748. 14 J. Jallabert. Expériences sur l'électricité, avec quelques conjectures sur la cause de ses effets. París, 1749. 15 J. Veracti. Osservazioni Jísico-mediche intorno o lla elettricitd. Bologne, 1748. 16 D. Diderot y J. Le Rond d'Alembert. Art. "Sensibilidad". Encyclopedie . . .

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economía animal"17• Las " fuerzas tónicas"18 aparecen en la conciencia y las tensiones y contracciones se hacen evidencias primitivas, como "captaciones" instantáneas del cuerpo. La carne da un vuelco; su fun­ cionamiento y su presencia sobre todo se han transformado en lugar de alerta y de señal. El cuerpo deja de ser espectáculo, se vuelve un "estado" , una "manera de ser" , lugar de sensación inmediata y no tanto lugar de imágenes que ilustran desbordamientos o flujos, como podía haberlo sido antes'9• Es evocado como lo es la existencia, como un testigo continuo de lo que cada uno percibe de sí mismo, una instancia de entrada presente en momentos que irrumpe el menor problema o disgusto. A fin de cuentas, se impone entonces otra referencia: ya no la conciencia agazapada en un cuerpo que permanecía amurallado o como una casa, torre o prisión, sino una conciencia que percibe el cuerpo como una prolongación de ella misma, un lugar de coinciden­ cia inmediata con sus decisiones, sensaciones o acciones. Théophile Bordeu lo afirma rotundamente con su lenguaje intuitivo cuando -al rehusar decir nada comprometedor sobre el alma- compara el cuerpo y, por tanto al individuo, con "un solo nervio que anima todas sus partes'"º. Es necesario volverlo a decir: el tema de lo sensible es el centro de la renovación y, sobre todo, ha acompañado un cambio de preo­ cupación y ha desplazado la mirada al proyectar el universo de las impresiones en cada ínfimo momento de la vida, y al vincular siem­ pre de forma más inmediata lo "sentido" del cuerpo y la banalidad de lo cotidiano. Ahora la experiencia de un simple gesto se cuestiona de otra manera; William Cullen, a fines del siglo XVI I I , cree tener que detenerse en "sensaciones" presentes en todo acto voluntario, las producidas por los frotamientos, los desplazamientos, o "por el sentimiento íntimo de las acciones excitadas o por el movimiento 17 1.-A. Sigaud de Lafond. Lefons sur l'économie anímale. París, 1767, p. 214. 18 A. Le Camus. Médecine de l'esprit, oü l'on cherche: 1• le méchanisme du corps qui influe sur les fonctions de l'dme; 2• les causes physiques que rendent ce méchanisme ou défectueux au plus parfait; 3• les moyens que peuvent l'entretenir dans son état libre. París, 1769, t. ! , p. 26. Ver también F. Duchesneau, La Fisiología de las Luces: empirismo, modelos y teoría. Boston-la Haya, 1982; sobre T. Bordeu, p. 375: "La 'fuerza nerviosa' tiene una especificidad de estructura propiamente inasignable, y por tanto el resultado se caracteriza por la conservación y la integración del movimiento orgánico" . 1 9 Supra, p. 29. 20 T. Bordeu. Recherches sur les ma[adies chroniques (1775), París, 1818, t. 1 1 , p. 924.

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de las diferentes partes del cuerpo'"'. Su estudio traduce cada ins­ tante en un episodio corporal, un posible surgimiento de sensacio­ nes enterradas. La autoafectación del cuerpo se impone como testigo de los actos más triviales, no porque ese tipo de percepción sea aún el objeto de grandes desarrollos y mucho menos porque conduzca a definiciones o tentativas profundas de explicación. Por Jo contrario, su presencia revela una renovación de Ja mirada interior, Ja de una atención que moviliza -más allá de la sola orden física- un interés por el efecto interno de las dinámicas y Ja impresión provocada por el gesto, el fundamento posible de la acción22• Incluso el jinete que pretende llevar las riendas privilegiando lo sensible: "es necesario buscar y sentir poco a poco el apoyo del freno en la mano'"3, dicen Jos nuevos tratados de equitación, mientras que la tradición se ate­ nía a una mano que impusiera obediencia al caballo24• También el esgrimista que, por primera vez, evoca una manera "sensible" de manejar Ja espada, de dirigirla "siguiendo las sensaciones sentidas en el contacto de la espada adversa"25, mientras que Ja tradición se ceñía a la sola declinación de las paradas y de Jos golpes26• El cambio en el arranque y Ja curiosidad es total. El análisis preciso y detallado vendrá más tarde . Lo cotidiano también se transforma; Jos malestares continuos, las perturbaciones de ser y Jos trastornos vagos, hasta entonces poco atendidos, son repentinamente notados. Las percepciones íntimas tienen más presencia, están más implicadas. Jean-Jacques Rousseau

21 W. Cullen. Physiologie (1780). París, 1785, p. 30. 22 Al evocar los modelos del cuerpo y al recordar las metáforas del universo clásico en tomo a las mecánicas y a los humores, Jean Starobinski subrayó hasta qué punto estos últimos han favorecido una "jerarquía cualitativa: el movimiento es más noble que la sen­ sación", lo cual será mucho menos un ejemplo luego de 1750, con las metáforas de las alenas y de las corrientes. Ver J . Starobinski, "Sobre la historia de los fl uidos imaginarios", en La Relación crítica. Madrid: Tauros, 1974, p. 231. 23 La Guériniere, F. Robichon de. É cole de cavalerie, contenant la connaissance, l'instruction et la conservation du cheval (1751); les Maitres de l'équitation classique. Verviers: André Gérard, 1974, p. 51. 24 Ver A. de Pluvinel. L'Jnstruction du roi en l'exercice de monter d cheval. París, 1666, p. 20. 25 A. Vigeant. La bibliographie de l'escrime ancienne et moderne, París, 1882. Ver también N. Demeuse. Nouveau traité de l'art des armes dans lequel on établit les principes certains de cet art. Lieja, 1786, p. 29: " Inmediatamente uno sienta el tacto de la espada de su adversario, es el signo de que él quiere forzar". 26 Ver C. Besnard. Le Maistre d 'armes libéral traittant de la théorie de l'art et exercice de l'espée seule ou fleuret. París, 1653.

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evoca una sensación aparentemente "ordinaria" y discreta, pero que no lo ha abandona nunca: "un palpitar de arteria y zumbidos que [ ] no me han dejado ni un solo minuto en los últimos treinta años"27• Un recuerdo incesante de la presencia del cuerpo al punto de avivar la con­ ciencia; se ve cómo la experiencia anodina cambia de estatus y cómo lo interno del cuerpo se desplaza, satura los instantes, da una intensidad a las excitaciones ocultas, acompaña la vida del individuo hasta el punto de no poder distinguirse de él. Es también el "entorno" que se hace más "penetrante " , el que sugiere nuevas maneras de "sentir" y que transforma la evocación del aire , el agua, el frío, lo caliente, los esfuerzos, las fatigas y los trayectos. Los obj etos del universo alcanzan más íntimamente al observador y cada sensación suscita más curiosidad; las impresiones se extienden y se multiplican mientras que el medio es declinado mucho más a partir de un "yo" que dice sentirlo y evocarlo. El frío ya no es un simple efecto mecánico que cierra los poros, "engendra­ miento de catarros o de obstrucciones"28, como lo decían los textos del siglo XVII ; es subversión orgánica y aventura de conciencia, lo cual repite el Médico de las damas en 1771, cuando de entrada remite a una experiencia interna: una "comezón acompañada de calor y una especie de inflamación en las partes que allí están expuestas"29; un efecto que infiltra la piel y gana las entrañas y los "pulmones"30• William Cullen añade un sentimiento interior de opresión: "la respi­ ración experimenta también algún cambio durante el golpe de frío; es pequeña y frecuente y se ej ecuta con ansiedad"31• Armand Pierre Jacquin se cuestiona aún por el escalofrío en caso de enfriamiento, su surgimiento y la inquietud que provoca: ese "temblorcito continuo que parece anunciar en cada instante una próxima destrucción"32• También se da una evocación inédita del calor; el cuerpo hundido en las bañeras se vuelve experiencia de los nervios. La acción del "agua tibia" ya no es simplemente "mecánica" de fluidos, atracción de los "humores hacia fuera"33 o los recorridos de los humores en . . .

27 J.-J. Rousseau. Las Confesiones, p. 228. 28 N . -A. de La Framboisiere. a:uvres (1613). París, 1659, p. 67. 29 A. Jourdain. Le Médecin des dames ou l'art de conserver la santé (1771). París, 1785, pp. 18-19. 30 !bid., p. 19. 31 W. Cullen. É léments de médecine pratique (1778). París, 1785, c. ! , p. 9. 32 A.-P. Jacquin. De la santé ou ouvrage utile d tout le monde (1762), París, 1771, p. 53. 33 F. Bacon. Histoire de la vie et de la mort (1637). París, 1647, p. 391.

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el interior34, como lo repetían desde siempre los tratados de salud; esta se extiende a los fenómenos secretos, se hace "aventura" sen­ sible, confrontación entre una materia y una persona. Es un efecto del nervio sobre todo: "dilataba las expansiones nerviosas" , causa "una sensación de voluptuosidad indecible"35, y, además, un efecto de sorpresa: una experiencia "desconocida para el que nunca ha usado tales baños"36• Esta dispone de etapas, modifica la respiración, vuelve más tersa las envolturas, intensifica el efecto de infiltración: "la fuerza con la que el agua se insinúa en los poros es inmensa. No se conoce sus límites"37• Esta crea un "estado " , no porque el placer del agua sea por sí solo un descubrimiento, sino porque se vuelve obj eto de análisis y de atención, de curiosidad y de interrogación, incluso si el baño (y esto es algo que hay que decir) sigue estando lejos aún de ser una práctica corriente . Finalmente, los estimulantes en otro lado comentados; entre otros el tabaco, que Kant conside­ raba que "mantenía o despertaba nuevas sensaciones y también nue­ vos pensamientos "38• Las evocaciones del medio se aventuran aún a las experiencias "ínfimas", a los efectos extraños o mal conocidos. La respiración en la cima de las montañas por ejemplo, descrita por John Arbuthnot en su Tratado del aire, percibida como más corta39 y más jadeante a medida que se gana altura; o el aire no renovado, saturado por la respiración (descrito por Benjamín Franklin en su Arte de tener sueños agradables) que se vuelve portador de una incomodidad imposible de precisar: Uno se da cuenta de ese estado por un malestar primero muy pequeño, por una inquietud bastante difícil de describir, y de la que pocas personas -así lo experimenten- conocen la causa. Uno tiene dificultad de volver a dormirse; da uno vueltas y vueltas con frecuencia sin poder encontrar el reposo por ningún lado"40•

También los diferentes momentos de la respiración distinguidos en sus consecuencias sensibles: "si uno se observa atentamente, percibirá

34 Ver las descripciones de Michel de Montaigne, supra. p. 31. 35 P. J . Marie de Saint-Ursin. L'ami des femmes ou lettres d'un médecin. París, 1804, p. 150. 36 Ibid., p. 256. 37 F. Raymond. Dissertation sur le bain aqueux simple. Aviñón, 1756, p. 19. 38 E. Kant. Antropología . . , p. 95. 39 J. Arbuthnot. Essai des effets de l'air sur le corps humain (1733) . París, 1742, p . 51. 40 B. Franklin (alr. de 1780). "Arte de tener sueños agradables". Miscelánea de moral, de economía y de política. .

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que todos nuestros sentidos se vuelven más delicados, es decir más propios para recibir las impresiones para las que están destinados, en el momento de la inspiración como en el momento de expiración"41• Una tonicidad y una seguridad completamente particulares derivarían de la penetración del aire en los pulmones, lo cual confirma una con­ ciencia corporal al acecho que, al observarse de otra manera, trata de comprender mejor los movimientos orgánicos y sus efectos. La atención se extiende también a los comienzos de malestares y las fatigas corrientes. Tal como el "agotamiento" (fenómeno des­ conocido de la medicina clásica42) que se vuelve el objeto inevitable para William Buchan y su Medicina doméstica de 1770: "dolores sordos en todos los miembros, en la espalda, en los riñones, en el vientre" , c o n añadido d e "cabeza caliente , agobio, insomnio"43• Malestares tri­ viales pero traducidos por primera vez como índices notables: "nadie había hablado de ellos"44, insiste William Buchan, "los ha rodeado un silencio"45, añade Joseph Lieutaud en el mismo momento; uno y otro se detienen en Jos contornos del "mal", en las impresiones vagas y en sus efectos ocultos; todos ellos anunciantes posibles de otras enfermedades (la fiebre por ej emplo) , todos revelan un espa­ cio interno hasta entonces descuidado. Un razonamiento idéntico se hace también con las "lasitudes", a las que Fram;ois Boissier de Sauvage les atribuye ocho formas posibles -que van del trabajo a las enfermedades crónicas-, o los entumecimientos, a los que el mismo Fran�ois Boissier de Sauvage también divide en ocho formas posi­ bles, desde Ja simple fiebre hasta las "compresiones" generales. Ni más ni menos que una investigación creciente sobre el universo sen­ sible, sus diversidades, sus efectos de intensidad. Las "languideces" son también nuevamente percibidas como coro­ larios físicos de estados mentales constantes, tanto como mal preci­ sados: "Jos vientos que encierran el estómago y los intestinos hacen surgir una sensación desagradable, pero que no se puede llamar dolo­ rosa, y que acompañan el desfallecimiento, Ja apatía, el abatimiento y

41 J.-B. Pressavin. Nouveau traité des vapeurs, ou Traité des maladies des nerfs, p. xxv. 42 El tema lo desconoce B. Ramazzini. Ver De morbis arti.ficum diatriba. Capponi, 1700. 43 W. Buchan. Médecine domestique (1772). París: 1792, t. IV, p. 489. 44 !bid. , p. 488. 45 J . Lieutaud. Précis de la médecine pratique. París, 1761, p. 67.

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el desánimo"46. Dicho de otro modo: el cuerpo como fondo sensible de la existencia, mantiene una presencia inmediata, insistente. La manera de ser uno mismo se transforma en profundidad.

El universo de las simpatías Esta atención puesta a lo sensible conduce a destacar más la presen­ cia cotidiana del cuerpo en el inmenso campo de las "impresiones" físicas que salen de las "simpatías", esas reacciones corporales al sufrimiento de los otros, esos testimonios tan particulares de efec­ tos íntimos. Acá lo interno se manifiesta todavía más. Adam Smith, en medio del siglo xvm , es el primero en notarlos; los detalla, los diversifica y hace un inventario de ellos sin duda también, con la voluntad completamente teórica de valorar los sentimientos altruis­ tas47, una ambición más vasta -contemporánea de la Ilustración­ y que Hume y Rousseau, entre otros, también impulsaron48. Pero Smith se dedica claramente a su presencia casi carnal, su impacto concreto y su emergencia en los intercambios y el medio. Incluso las impresiones directamente sugeridas por los gestos del otro: "la gente que mira fijamente a un bailarín en equilibrio en una cuerda que se mueve, giran y balancean su cuerpo naturalmente como ellos lo veían hacer y como ellos sienten que tendrían que hacerlo si estu­ vieran en su situación"49. "Sentir" entonces es una experiencia per­ turbadora donde, de entrada, la sensibilidad interna está movilizada, presente en lo cotidiano, alertada en el espacio social. No es que tal fenómeno no haya existido desde siempre, sino que se vuelve objeto de curiosidad, de explicitación y de ejemplo, aunque hasta entonces haya permanecido ignorado o descuidado. Mejor aún, al evocar las fibras y los nervios, Adam Smith conecta esta "revelación" con la visión nueva de la sensibilidad, ya no los humores sino los filamen­ tos, tampoco los flujos sino la inmediatez de las comunicaciones: Las personas de fibras delicadas y de constitución física débil se quejan de que al ver llagas y úlceras que los mendigos exponen

46 R. Whytt. Traité des maladies des nerveuses, hypocondriaques et hystériques (1764). París, 1777, t. 1 1 , pp. 108-109. 47 F. Dutrait, " La Moral, simpatía, utilidad, finalidad, en la moral de Adam Smith". París, www.philopsis.fr 2013. 48 Ver también el desarrollo de J.-J. Rousseau. Discours sur !'origine et les fondements de l'inégalité parmi les hommes. París, 1755; sobre el tema de la piedad. 49 A. Smith. Teoría de los sentimientos morales (i759). Madrid: Alianza, 2004, p. 25.

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El sentimiento de si. Historia de la percepción del cuerpo en las calles, son susceptibles de sentir una molestia desagrada­ ble en las regiones correspondientes de su propio cuerpo5º.

Un territorio inédito de lo sensible se prospecta así, más signifi­ cativo en cuanto puede , él también, movilizar el cuerpo en continuo. Adam Smith multiplica los ejemplos: la vista del menor golpe, entre otros, que nos hace "retirar naturalmente la pierna o el brazo"5', como si esa violencia nos estuviera destinada; el relato de la más insignificante enfermedad, también nos la hace "probar"52, como si ese mal nos concerniera. Adam Smith insiste: nuestro cuerpo "reso­ naría" con lo que el otro puede sentir. Por supuesto que se trata de un mecanismo imaginario, por la "fantasía del que sufre "53 o "tomando su lugar"54, como somos afectados. Pero el resultado es bien físico: la sensación permanece experimentada concretamente. Y esto no es otra cosa, a fin de cuentas, que una experiencia de interioridad: "Entramos por así decirlo en el interior de su cuerpo y nos volvemos en cierta medida la misma persona"55• La novedad es evidente; las observaciones sobre el teatro, por ejemplo, desde siempre han subrayado la participación afectiva del espectador: asistir a una escena de pasión ¿no es en parte ya expe­ rimentarla? Aristóteles había teorizado el hecho: "la tragedia [. . ] moviendo a compasión y terror, dispone a la moderación de estas pasiones"56• El espectador las siente como si fueran suyas. La novedad del siglo xvm es otra: es el cuerpo y sus sensaciones propias las que se anteponen, ya no solo lo moral, la inquietud, el terror, incluso la alegría. El territorio de las sensaciones se extiende, continua la explo­ ración de una interioridad corporal regularmente alertada. Con tal atención, el conjunto de los testimonios sensibles pueden entonces cambiar radicalmente: sus formas primero, espasmos, tensio­ nes, crispaciones; después su intensidad, inquietud, temores, pavores y, finalmente, su extrañeza, sorpresas, desconocimientos e ilusiones. .

so !bid., p. 26. Sl !bid., p. S9. S2 !bid., p. 262. S3 !bid. , p. 2s. S4 lbidem. SS Ibidem. S 6 Ari stóteles.

Arte poética. Cap. 1 1 1 , § 1 , librodot.com, p. s.

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Ardores, espasmos y ahogos Lo percibido desde entonces se nombra de otra manera. "El hombre sensible"57 -expresión por sí misma inédita- sugiere un discurso nuevo. Las notaciones corporales son rediseñadas; índices inde­ finidamente recorridos por los epistolistas, los memorialistas, los novelistas del siglo xvm . Privilegiar la sensación no puede ser algo sin consecuencias, como no puede dejar de tener consecuencias la importancia concedida a la apuesta de los nervios y de la electrici­ dad. El vocabulario de la "tensión" es preferido desde entonces al de los desbordamientos y de los flujos58• Menos "descongestiones" y más "estímulos", menos vapores brumosos y más febrilidades, más efectos constantes también. Por esto esas rigideces o contracciones, ese universo físico regularmente "irritado" , esas vibraciones repe­ tidas o, al contrario, esas expectativas de calma o de relajamiento. Ha emergido un mundo de excitaciones discretas y renovadas, un mundo donde el antiguo teatro interior59 desaparece en beneficio de las impresiones sordamente experimentadas. Los ejemplos son tan numerosos que se han vuelto incontables: Casanova y sus cris­ paciones episódicas: "las fatigas y las penas sufridas me han produ­ cido contracciones en los nervios"Go; el joven Werther y sus crisis interiores: " ¡ cuántas veces he tenido que calmar mi sangre, lista a enardecerse e inflamarse ! "61; la señorita de Lespinasse y sus ataques de nervios62; Condorcet y la seguridad de mejoría que le manifiesta a Madame Suard: "mis males de nervios solo me aquejan ahora a intervalos más largos"63• O las opresiones, las compresiones diafrag­ máticas, otras versiones de la invasión sensible, las experiencias que modulan distensión o contracción, con sus interminables conse­ cuencias: espasmos, sacudidas, arrebatos, jadeos; madame d' É pinay y sus desarreglos respiratorios: "me agarra una especie de sofocación 57 Ver F.-T.-M. de Bacular d'Arnaud. Les Délassements de l 'homme sensible, ou anecdotes diverses. París: 1783.1787, 12 vol. 58 Supra, p. 31. 59 Supra, p. 32. 60 J . Casanova de Seingalt. Historia de mi vida (1798). Madrid: Atalanta, 2009, t. 1 1 , p. 9 . 6 1 J . W. Goethe. Los Sufrimientos del joven Werther (1774). Librodot.com, p . 3. 62 J . de Lespinasse. Lettres de Melle de Lespinasse, écrites depuis l 'année 1 773 jusqu 'd !'année 1776 suivies de deux chapitres dans le genre du Voyage sentimenal de Sterne par le meme auteur. París, 1809, t. l l , p. 123. 63 Condorcet, J.-A.-N. Caritat de. Correspondance inédite de Condorcet et Mme. Suard, M. Suard et Garat, 1771 -1791 . París: Fayard, 1988, carta de 1778, p. 94.

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que me hace casi insoportable el dolor de estómago"64, o "tuve una palpitación tan violenta que apenas si podía respirar"65; Condorcet y sus contenciones: "En Allais tuve ahogos y convulsiones que son efectos de un dolor continuo que experimento en el diafragma"66; los héroes de Richardson o del abate Prévost y sus trastornos íntimos (los sufrimientos de Clarisse Harlowe, que apenas esconden la inva­ sión física cuando se entera de su matrimonio "obligado" , "estaba a tal punto plena de corazón . . . suspiré, lloré, guardé silencio"67; o la desolación del caballero de Grieux, convencido de que las "perso­ nas más nobles . . . tienen más de cinco sentidos" y son atravesadas "por ideas y sensaciones que pasan los límites de la naturaleza"68• La señorita de Lespinasse, finalmente , que traduce en "esperanza de calma" la sucesión de las crisis provocadas por su tisis: "ya no espero curarme, sino calmarme"69• Es un cambio de "imagen", hace falta repetirlo; ya no una "escena" de objetos que circulan en el cuerpo, sino una aprehensión inmediata cuya extrema sujeción se impone sobre el instante. Sin duda, un contexto acompaña tales efectos al mismo tiempo que los banaliza: la percepción de un medio juzgado como más opresivo, lo urbano en particular, desde el corazón del siglo xvm , c o n sus cúmulos, sus promiscuidades, sus saturaciones, sus sobre­ cargas o, de forma más simple aún, las perturbaciones atribuidas al sedentarismo. El horizonte , el marco y el hábitat se inclinarían a la "nerviosidad". Una sensibilidad se agudiza aquí: la invasión cita­ dina representada como invasión nerviosa, el sentimiento de asfixia vivido por un Rétif de la Bretonne cuando llega a París: "a la salida de Villejuif descubrimos un inmenso montón de casas coronadas por una nube de vapor. Le pregunté a mi padre qué era aquello; es París, una gran ciudad"70; o la perturbación de los estruendos, de

64 L. d' É pinay. Les contre-confessions. Histoire de Madame Montbri!lant (ms. del siglo XVI II), prefacio de E. Badinter. París: Mercure de France, 1989, p. 311. 65 !bid., p. 478. 66 Condorcet, J . -A. - N . Caritat de. Correspondance inédite .. , carta de 1777, p. 57. 67 S. Richardson. Lettres anglaises ou histoire de Miss Clarice Harlowe (1748). París, 1784, t. !, pp. 180-185. 68 A. F. Prévost. Histoire du Chevalier des Grieux et de Manon Lescaut (1745). Novelistas del siglo xvm. Paris: Gallimard, 1966, t. ! , p. 1276. 69 J. de Lespinasse. Lettres . t. 1 1 , p. 211. 70 N. Rétif de la Bretonne. Monsieur Nicolas ou le coeur humain dévoilé (1794-1797). París: Gallimard, 1989, t. 1, pp. 148-149. .

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los choques, en las palabras de Jean-Jacques Rousseau: "adiós, pues, París, ciudad famosa, pueblo ruidoso, de humo y de cieno"7'. Los nervios terminan allí siendo "atacados": el solo aire de las calles, de los confinamientos, de las industrias, causaría "rigideces, tensiones, crispaciones"72; los consumos urbanos también, entre ellos el café, "irritan las fibras de los que tienen el género nervioso y delicado"73, o el tabaco que provoca "movimientos convulsivos"74 en las membra­ nas de la cabeza, perturbando el cerebro. La molicie también, la falta de acción, el "aumento de las artes sedentarias"75, el luj o presumido que multiplica las debilidades "crispadas". Sarnuel-Auguste Tissot deplora la historia de un "pequeño cantón" de las montañas suizas cuyas actividades habrían pasado del trabajo en el bosque al trabajo confinado, del corte de árboles a la talla de piedras preciosas. Todos oficios que se han vuelto citadinos con inevitables consecuencias, a pesar del nuevo enriquecimiento: "después de más de veinte años es el barrio donde hay más males de languidez"76• Dicho de otra manera, el sentimiento de una ruptura urbana crea, por primera vez, el de una ruptura de sensibilidadn. Debilidad de nervios, desórdenes, inco­ modidad y, desde entonces, una nueva e insistente percepción del cuerpo. Lo que en 1777 conduce sin duda al Colegio de medicina de _ Copenhague a abrir concurso sobre un terna considerado completa­ mente "nuevo" : saber "si las enfermedades espasmódicas, o las con­ vulsiones, han sido más frecuentes en los diez o veinte últimos años que preceden, y cuáles son los remedios más propios para curarlas"78• Estas indicaciones originales en esta segunda mitad del siglo xvm , hacen inevitablemente más presente la sensación física, sugie­ ren otra interioridad: "el héroe sensible no puede olvidar que tiene un cuerpo; este se le manifiesta sin cesar"79, así sea corno malestar e

71 J.·J. Rousseau. Emilio o sobre la educación (1762). Libro IV, p. 247. Ver también T. Belleguic y L. Turcot (dir.) les Histoires de París (xv1e-xvme siMes). París: Hermann, 2013, t. 11, p. 415. 72 J. Raulin. Traité des affections vaporeuses du sexe. París, 1758, p. Go. 73 !bid. , p. 79. 74 !bid., p. 85. 75 S.-A. Tissot. Traité des nerfs et de leurs maladies (1770-1783). Obras. París, 1861, p. 16o. 76 Ibi dem. 77 Ver J. Brewer. The Pleasures of the imagination, English culture in the eighteenth Century. Chi­ cago: the University Chicago Press, 1997, p. 56. 78 " Prix", Joumal de médecine, chirurgie, pharmacie, julio de 1777, p. 92. 79 C. Burel. "Le corps sensible dans le roman du xv1 1e siecle" , en M. De Ion (dir.) Le corps des Lumieres, de la médecine au roman. Nanterre: Universidad París X, 1997, p. 105.

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incomodidad. Un sordo " zumbido" se instala allí y se difunde al punto de conectar por primera vez el testimonio físico con las más míni­ mas modulaciones de la interioridad, un índice tanto más insistente, e incluso paradójico, en cuanto la insensibilidad sería considerada como una falta, una carencia, un déficit de existencia, una pérdida de sí mismo. Charlotte Burel habla incluso de una "melodía obsesiva"so para calificar esa presencia "nueva" en el siglo xvm . Por esta razón, entre los más entendidos, está la exploración de las sensaciones más significativas; las que se considera que acompañan directamente la inquietud y la febrilidad. Un lugar preciso del cuerpo se impondría en este caso, que simboliza el ataque de una dolencia que estrecha lo profundo del estómago, que atraviesa el organismo hasta su "cora­ zón" y que se siente en la menor emoción, en "la más moderada y la más violenta de las enfermedades"81• La experiencia común lo con­ firma: "todo el mundo puede experimentar en sí mismo [. . . ] que el diafragma y el canal intestinal juegan uno de los roles más importan­ tes en la máquina animal"82• Objeto de una "emoción repentina muy sensible "83, ese lugar hace más consciente al "adentro", también más sordo, pero sobre todo más presente: "el placer, el pesar, todas las pasiones parecen pintarse en el centro notable, formado en la región epigástrica por cantidad de plexos nerviosos "84• Como una presen­ cia oscura, vagamente localizada en lo profundo de sí, ese universo sensible acompaña lo cotidiano directamente movilizado en caso de esfuerzo y directamente afectado en caso de fracaso; mil prácticas, mil circunstancias estarían concernidas. Montesquieu legitima esta preocupación al interpretar los efectos positivos atribuidos a la equi­ tación: "cada paso de un caballo le da una pulsación al diafragma y, en una legua, hay alrededor de cuatro mil pulsaciones de más que se habrán recibido"85• Alrededor de 1770, Samuel-Auguste Tissot legi­ tima todavía más esta preocupación y multiplica para esto los casos en que se movilizaría la creencia misma. Los nervios y su tensión provocan inmediatas reacciones orgánicas, difusas, extendidas: So !bid., p. 110. 81 Minvielle (médico bemés). Traité de médecine théorique et pratique, extroit des ouvrages de M. de Bordeu, avec des remarques critiques por M. Minvielle. París, 1774, p . 165. 82 J . - B . Pressavin. Nouveau traité des vapeurs ou traité des maladies des nerfs. prefacio, p. xxv1. 83 lbid., p. XXXIII. 84 D. Diderot y J. Le Rond d' Alemben. An. "Sensibilité". Encyclopedie . . . 8 5 C. L. d e Secondat d e Montesquieu. Mes pensées (ms. del siglo xv1 1 1). Obras completas. París: Gallimard, 1956, p. 1195.

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Recibí una consulta de una dama que después de haber hecho un uso demasiado prolongado de refrescamientos en un res­ friado, tuvo el nervio tan afectado que experimentaba continua­ mente en el estómago el sentimiento de una araña cuyas patas se hacían sentir dolorosamente hasta la punta de sus dedos86•

En lo más profundo del cuerpo se aloj a así una implacable presen­ cia sensible susceptible de invadir al sí mismo continuamente.

El dolor, la inmediatez, el "choque" Imposible ignorar la evocación de las intensidades. El mal y su dolor también están sugeridos de otra manera; menos teatro y más reso­ nancia directa, menos brumas representadas y más convulsiones sentidas. Lo punzante se impone, se traduce inmediatamente en ten­ sión y el cuerpo aparece una vez más como una presencia tan cons­ tante como instantánea. El tema nervioso se ha extendido ampliamente a los desórdenes patológicos en esta segunda mitad del siglo xvm: "todas las enferme­ dades no son propiamente hablando más que enfermedades de los nervios"87, cree poder asegurar Daniel de Laroche en 1778. O Robert Whytt, el profesor de Edimburgo que esboza un simple matiz: "hay muy pocos males que no se puedan llamar nerviosos"88• Es clara­ mente la referencia que evocan los pacientes de Samuel-Auguste Tissot para contar los efectos de su onanismo: "tengo los nervios extremadamente débiles, mis manos no tienen fuerza, siempre tem­ blorosas y sudando continuamente "89• Es también la que evoca el abogado t lie de Beaumont para contar los efectos de su obesidad: soy "como una calabaza guisada en la nieve. Nada me mueve, nada me excita"90• Dolor cercano que sumerge al individuo entero. Numerosas enfermedades "tradicionales" reciben nuevas explica­ ciones; los reumatismos, la gota, la apoplej ía o, incluso, la tisis, que desde hacía tanto tiempo se atribuían a sordos y confusos humores

86 S . A. Tissot. Traité des nerfs . . p. 178. 87 D. de Laroche. Analyse de toutes les fonctions du systeme nerveux. Ginebra, 1778, t. !, p. 13. 88 R. Whytt. Traité des maladies nerveuses, hypocondriaques et hystérique (1765). París, 1777, t. 1 , pane 11, p. 2. 89 A. S . Tissot. El Onanismo (176o). Madrid: Asociación española de neuropsiquiatría, 2003. pp. 49-50. 90 Obese et impuissant, le dossier médica! d ' É lie de Beaumont, 1765- 1 776, texto establecido y presentado por Daniel Teyseire. Grenoble: J. Millon, 1995, p. 61. .

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con origen en el cerebro, ahora, serán unos y otros atribuidos a otras perturbaciones, no menos sordas, pero que provienen del sistema nervioso; espasmos que constriñen los vasos pulmonares por la tisis y crean alguna incoercible inflamación9'; desfallecimiento de ner­ vios para la gota que afecta "las primeras potencias motrices de todo el sistema"92• Igualmente , el centro epigástrico y su inextricable red sensible son citados más que nunca como "causa general de diver­ sas enfermedades"93• De ellos provendrían diversos impedimentos, fatigas, "pesadez excesiva en las piernas" , como las que caracterizan una misteriosa enfermedad que se descubrió en Langon, durante el invierno de 1772, por parte de los observadores de la Sociedad real de Medicina, un mal que conducía hasta los "vértigos, desvaneci­ mientos y punzadas en la cabeza"94• Un universo de dolores nacidos directamente de los nervios invade los tratados de patología, un conjunto de males multifor­ mes, disparatados, también extraños, descubiertos como otras tan­ tas novedades. Como la "enfermedad sueca" evocada por Fran\ois Boissier de Sauvages, una "corriente en las piernas, en los brazos, en las nalgas sin dejar tras ella ningún signo de su emigración"95• Como aquellos males que afectaron a los soldados de la guarnición de Perpiñán en 1774, con su "ardiente sed, sus manos y sus brazos temblorosos, sus sobresaltos en los tendones y sus movimientos convulsivos en todas las partes del cuerpo"96• Como también aquellos males que ganaron el conjunto del cuerpo avivando dolores total­ mente dispersos. Sus casos se multiplican bajo la pluma de Charles Andry y de Michel Thouret, en su reporte a la Sociedad real de Medi­ cina de 1779. Su terapéutica se sistematiza; a punzadas vívidas como

91 W. Cullen. É léments de médecine ... t. 1 , p. 169: "el espasmo de la extremidad de las arterias [ . . . ] es la causa próxima de la in fl amación". 92 lbid . pp. 333-334. 93 M. J. C. Robert. Traité des principaux objets de médecine, avec un sommaire de la plupart des theses soutenues aux écoles de Paris, depuis 2752 jusque'en 2764. París, 1766, t. 1 1 , p. 75. 94 " Extracto de la correspondencia de M. Graullau, doctor en medicina en Langon", His­ toire et Mémoires de la Société Royale de Médecine. Année 1776, t. 1 , p. 192. 95 F. Boissier de Sauvage. Nosographie méthodique .. , t. 1 1 , p. 406. 96 " Description d'une épidemie qui a régné en 1774 chez les soldats de Perpignan". Histoire de la Société de Médecine, Années 2777 et 1778, t. 1 1 , París, 1780, p. 140. .

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corrientes, responde la ubicación de imanes considerados como los más adecuados97• Al asociarse más que antes a un descubrimiento de "ser" , también el dolor llega a concernir más a la persona. Una atención completa­ mente especial que cruza la sensibilidad moral y la sensibilidad física es solicitada para sugerir mejor el papel de los nervios; una intrinca­ ción constante que conduce a cada uno a observarse para conocer mejor las fuentes posibles de desorden y de males físicos: Lo esencial para cada hombre es pues conocer su pane débil, y el que no es médico puede lograrlo fácilmente. En efecto, lo

único que tiene que hacer es observar cuál es el órgano que se resiente sobre todo con las emociones y las vivas pasiones; esa es cienamente su pane débil"".

Esto confirma, si fuera necesario, hasta qué punto el cuerpo es claramente pensado en esta segunda mitad del siglo xvm , en la pro­ longación de la conciencia y del afecto; lo es, incluso de manera deci­ siva, puesto que cada individuo es invitado a prestar atención a lo que siente físicamente con la primera emoción para captar mejor sus propias "fragilidades": percibir las resonancias dentro de sí, asociar sistemáticamente dolor moral y febrilidad física, constituir un uni­ verso íntimo donde se mezclen lo carnal y el afecto.

Un síntoma, el "exceso" de sensibilidad Otras patologias -sugeridas por este exceso de atención- nacen y evocan también un individuo invadido por el cuerpo. Se impone sobre todo una figura inédita, fijada sobre los desórdenes "anodi­ nos " , la del hombre o la mujer continuamente perturbados por lo sensible, entregados sin defensa al menor sobresalto de los sentidos. La inquietud toma aquí un aspecto de febrilidad incontrolada, los síntomas se desmigajan y las descripciones se alargan. La sensibili­ dad se detalla al infinito. Joseph Roulin es uno de los que muestran con interminables detalles, en 1758, la cohorte de malestares que se considera que afectan a esas víctimas de alguna debilidad de los ner­ vios. Alertas ínfimas que anuncian improbables "ataques", donde se

97 C. Andry y M. Thouret. "Observations et recherches sur l'usage de l'aimant en méde· ci ne ". Histoire de la Société de Médecine, Année 1779, t. II. París, 1782, p. 623. 98 C . F. Hufeland. La Macrobiotique ou l'art de prolonger la vie de l'homme (1795). París, 1838, p. 407.

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mezclan punzadas y temblores, entumecimientos y hormigueos, vér­ tigos y aturdimientos: Son impresiones sordas y un poco dolorosas en el bajo vientre, debilidades de las piernas; sobrevienen estornudos, bostezos fre­ cuentes; se hacen regüeldos; se sienten entumecimientos de la lengua, pesantez, temblores en los miembros, ligeras impresiones de frío en el exterior, sobre todo en las extremidades, hormigueos en las carnes, tensiones fatigantes y dolorosas, contracciones en la boca; el espíritu se oscurece, los sentidos se apesadumbran, parece que se tuviera en la boca y en la nariz sabores y olores desagradables; se presentan signos de alegría, o se tienen ligeras impresiones de miedo, de timidez [ . ], se sienten tintineos de oído, afectado por vénigos y aturdimientos. Parece ante los ojos nubecitas de diferentes colores que imitan el arco iris, o destellos rojos y brillantes [ . . ] Se resiente en diferentes lugares del cuerpo, o en una sola parte de las extremidades, del tronco o de las vís­ ceras pequeños movimientos reptiles como la marcha de las hor­ migas, etc. . 99• . .

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La "constitución viciada" se vuelve un ejemplo típico de esos des­ órdenes entrecruzados y la sensibilidad figura como primer acusado. Paul-Joseph Barthez los describe más ampliamente en sus Consultas de medicina, a comienzos del siglo XIX. Como aquel paciente de 44 años al que la multiplicación de los placeres en su juventud lo habría hecho tan débil como delgado, tan inquieto como nervioso, y a quien el recurso a las aguas de Spa o al elixir balsámico de Hoffman no le ha devuelto las fuerzas. También él sufre de una sensibilidad del estómago, com­ pletamente particular. También le ocurren "palpitaciones de corazón seguidas de movimientos espasmódicos violentos, acompañados de temblores de todo el cuerpo", o de una "respiración frecuente y esfor­ zada", o de irreprimibles dolores de estómago que alternan con calo­ res ardientes y fríos glaciares100• Una vivacidad nerviosa, dicho de otro modo, discreta o poderosa, distribuida por todo el cuerpo. Frarn;ois Boissier de Sauvages fue uno de los primeros en darle el nombre de hipocondría a tales síntomas, transformando el sentido del antiguo término; ya no los trastornos fijos que vienen de las partes bajas y "calientes" (los hipocondrios'º'), sino las perturbaciones imaginarias

99 J. Raulin. Traité des affections . . pp. 6-7. 100 P. J . Barthez. Consultations de médecine. París, 1807, t. 11, pp. 28-31. 101 Sobre la hipocondría "antigua", ver J . Riolanum, Artis bene medendi methodus generalis. París, 1688, " Hypochondriacae curatio " , p . so. .

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que sugieren una salud constantemente alterada, la inquietud continua, reiterada, tan apremiante como desordenada: Se reconoce a los hipocondríacos porque nos cuentan los males de diferentes tipos que dicen padecer. Estas dolencias no están fundadas en ningún principio evidente y no tienen ninguna conexión entre ellas [ ] Lo que otros enfermos mirarían como cosas de poca consecuencia, los hipocondríacos las exageran y las combaten con mil remedios diversos; fatigan incluso con sus demandas a cantidad de médicos; están inquietos por su estado aunque tengan buen apetito , que sean fuertes, que hagan bien su función y tengan buen aspecto1º2• . . .

La patología se enriquece así con figuras nuevas una vez se acen­ túa la atención prestada a la sensibilidad interna. Se multiplican las turbaciones anodinas. La invasión del cuerpo se banalizó.

La "verdad" sensorial del melancólico Finalmente, quedan las experiencias físicas que durante mucho tiempo permanecen en silencio; sin duda que se han sentido, pero acalladas, el universo clásico parece ignorarlas. El viejo episodio de las metamorfosis imaginarias, por ej emplo, las que viven los melan­ cólicos en particular, o las que viven ciertos soñadores que conside­ ran que su cuerpo se les ha transformado. Las novelas y los cuentos de fines del siglo xvm dan fuerza, por primera vez, a las sensaciones íntimas sentidas durante tales supuestas mutaciones, que cruzan como nunca efectos de conciencia y efectos de transformación del cuerpo. Se multiplican los ejemplos como otros tantos objetos cuasi inéditos. Sébastien Mercier se aventura y describe un sueño en el que el "hombre normal" se transforma en "hombre de hierro" : un héroe que repentinamente se ha vuelto metálico al sumergirse en un torrente de montaña. De entrada, hay una manera de evocar la interioridad al insinuar sus etapas y progresiones: Apenas me hundí en él, sentí que todo mi cuerpo se endurecía por grados y que me había vuelto de hierro de los pies a la cabeza [ . . ] Mis músculos de acero habían conservado su flexibilidad, mi brazo de bronce estaba dotado de una fuerza extraordinaria'º3. .

102 F. Boissier de Sauvages. Nosologie méthodologique . . . , t. 1 1 , p. 653. 103 S . Mercier. L'an deux mille quatre cent quarante, réve s'il en füt jamais, suivi de l'homme de fer, so nge (1770). París, 1787, t. m , p. 142. .

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La descripción se enfrenta al " sentir" físico. La sensibilidad -que se ha vuelto súbitamente curiosa, interesante, objeto de observa­ ción paciente, continua- gana en profundidad. Por primera vez, el momento de la mutación imaginaria se cuestiona exactamente como lo son las ilusiones corporales en d'Alembert104• Se vive la misma aventura en otro caso, la misma lenta penetración física de la esta­ tua atravesada de sensibilidad, nacida a la vida por la mano de un Prometeo que roza su marfil, en el cuento de Meusnier de Querlon: "ella comunica un suave calor que me penetra, entra en mis venas y me inflama"105• O Monime y el narrador, transformados los dos en moscas en la novela de Marie-Anne Robert: "es verdad que en el momento de nuestra metamorfosis, yo me sentí afectado por un pavor mortal; pero ahora que soy mosca, siento toda la audacia y la levedad"1o6. Esta vez, es claramente desde "adentro " que se evoca el cambio y el "yo" es su sujeto. Es del "adentro" que aún son sugeridos cambios de estados más comunes, como el sueño. Por esto la renovación de interés por la más trivial cotidianidad: "no ponemos suficiente atención a esa especie de cambio interior de los órganos que, en el sueño, se transmite al cerebro y allí hace que surjan sensaciones imaginarias de placer y de dolor análogas a los deseos y a los dolores que se experimentan"107; esto podría explicar las pesadillas, esas posibles impresiones de ani­ males que saltan sobre el pecho del durmiente , molesto por alguna plétora gástrica'ºª. Una sugestión decisiva: los polos explicativos han cambiado con respecto al siglo precedente , como han cambiado las referencias a la sensibilidad. La deriva ya no viene de algún percance del cerebro provocado por un desorden de humor, sino más bien de un defecto de los nervios o, todavía más: de una sensación provocada por un "cambio interior de los órganos". Ya no el defecto de pensa­ miento, sino el defecto de sensibilidad, ya no más lo imaginario sino los sentidos; la influencia inmediata, la afección de las partes locales, su tonalidad. El interés mostrado por tales sensaciones "internas" 104 Supra, p p . 12-14. 105 A.-G. Meusnier de Querlon. Les Hommes de Prométhée (1748). Cuentos del siglo XVIII. Pa rí s : Gallimard, 2002, p. 450. 106 M . A. Roben. Viajes de Milord Ceton a los siete planetas (1765-1766). Voyages imaginaires, romanesques, merveilleux ... París, 1787, t. 17, p. 31. 107 V. de Seze. Recherches physiologiques et philosophiques sur la sensibilité ou la vie animale. París, 1786, p. 266. 108 Ver F. Boissier de Sauvages. Nosologie méthodologique . . . . "Le couchemar", t. 11, p. 46. -

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se refuerza; ya no son irrisorias sino serias: "son tan reales como las que experimentamos con algún objeto exterior"109• Se ha impuesto una "realidad" nueva. El melancólico no es ya un soñador con ilu­ siones corporales desprovistas de interés, sino un "enfermo " con ilusiones que aniquilan su identidad. Con la afirmativa se cierra la pregunta planteada por Joseph Raulin en 1758: "¿Un hombre melan­ cólico es rey, conejo, gallo, grano de trigo, vaso de plata, porque cree serlo?""º. "Sí", por supuesto. Por eso es preciso brindarle atención. La experiencia en este caso es tan "real" como la verdadera. Nace de una manera panicular de vivir el cuerpo y de experimentarlo. Los síntomas de la melancolía pueden entonces cambiar de sentido: una experiencia profunda y central, y ya no simple deriva sujeta a burla. Samuel Tissot por ejemplo, confrontado a un enfermo cuya ceneza es tener un cuerpo que se ha vuelto de "mantequilla" , transpone esta ceneza en tragedia. La ridiculización antigua ya no tiene sentido. La inquietud del médico es veraz, el paciente vive un riesgo a todo ins­ tante , todo cambio de temperatura lo turba, todo calor lo angustia; su existencia pierde su sentido. Es una amenaza tan grave que el suicidio aparece, en este caso, como una salida previsible y temida111• No hay ninguna duda, claramente un sentimiento de cuerpo está en juego, una manera muy concreta de percibirlo, lo cual además, la terapia confirma al pretender atacar directamente el efecto de los ner­ vios. Pierre Pomme, por ej emplo, trata en los años 1760 -por medio de largas estancias en el baño frío- sus vaporosas afecciones del mal de San Vito, víctima de delirio histérico, convulsiones y abrumado por los gritos. Un objetivo se impone: apaciguar casi materialmente su tensión interna, atenuar sus "vibraciones" , actuar sobre sus ner­ vios "entorpeciéndolos", una práctica seguramente brutal para una atención más fina y sutil, sin embargo. Se usó la misma terapia para ese capitán de barco holandés delirante, mantenido a la fuerza en el agua fría durante una hora y media antes de que el sueño apareciera, y que se borraran "el delirio y sus convulsiones'"". La misma terapia finalmente orientada hacia lavados con agua fría para transformar sensaciones directamente físicas, como las del sacerdote , tratado por Joseph Raulin, "que caía en convulsiones cuando se acercaba al 109 A. Le Camus. Les Maladies de !'esprit, t. 1 , p . 54. 110 J . Raulin. Traité des affections . . . p . xx. 111 Ver S . Tissot, citado por E. Aubert. Hygiene des femmes nerveuses. París, 1841, pp. 256-257. 112 P. Pomme. Traité des a.ffe ctions vaporeuses des deux sexes (1763). Lyon, 1765, p. 137.

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altar"113• O el hombre de 40 años tratado por Jean-Baptiste Pressavin que presentaba (luego de un revés de fortuna) todos los síntomas del abatimiento íntimo: un sentido interior afectado, "sentimiento de la existencia embotado"114•

113 J. Raulin. Traité des affections . . . p. 114. 114 J.-8. Pressavin. Nouveau traité des . p. 306. .

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CAPÍTULO IV DEL " s í " AL " SENTIMIENTO DE EXISTENCIA"

Una atención particularmente concedida a lo sensible, con ese cuerpo que se ha vuelto fundamento primero de la existencia, una identidad enunciada primero por Jos sentidos del adentro, tal es Ja originalidad cultural de Ja segunda mitad del siglo xvm. Y se añade Ja evidencia de una alerta, presente continuamente y recordada como nunca por la Enciclopedia como Jo hemos visto: "multitud de sensa­ ciones confusas que nunca nos abandonan, que nos circunscriben de alguna manera a nuestro cuerpo, que nos lo hacen todo el tiempo presente"'; esto permite evocar por primera vez un "sexto sentido" , testimonio d e una interioridad repasada. Esta manera d e asociar e l cuerpo a l a persona conduce a u n cambio más fundamental d e enfo­ que. Se cambian las palabras; ya no solo el espíritu, tampoco el alma, sino el "sí mismo ". Lo que dicen las frases de Diderot que evita la palabra "alma" para alejarse de una vulgata antigua. Tal referencia compromete otras profundizaciones, orienta hacia nuevos obj etos de atención, para comenzar, con la tentativa de ir a la fuente para escrutar una disposición que se cree fundadora y que da alguna convergencia a las sensaciones dispersas; numerosos autores la llaman por primera vez el "sentimiento de existencia" . Tal será la noción inicial, momento en el que el individuo se ausculta, se define, siente el mundo tanto como a sí mismo, se abandona a alguna "homogeneidad" física, al punto de hacer de ella un objeto de conciencia, buscado a veces hasta la euforia. Finalmente, esta presencia sería más autónoma porque circuns­ cribe a la envoltura de cada uno; más individual porque compromete fuerzas directamente encarnadas. El interés por lo sensible y sus efectos es decuplicado.

1 D. Diderot y J. Le Rond d'Alembert. Are. " Existence" . Encyclopedie ...

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Del "alma" al "sí mismo" Los síntomas interiores, malestares y diversos disgustos ya no son referidas a la noción de "alma " , esa "substancia" claramente definida en el siglo XVI I , considerada entonces fundadora, "que piensa y que se conoce antes de cualquier otra cosa'". Samuel-Auguste Tissot en 1760 lo recuerda cuando evoca las interpretaciones completamente tradicionales dadas a los efectos del onanismo: "el alma se resiente de todos los males del cuerpo, pero sobre todo de los que nacen de esa causa"3• En cambio, son completamente diferentes las referen­ cias que moviliza el propio Tissot, jugando con el sentido múltiple de la palabra "nervio " : "a la afección y sensibilidad extraordinaria del género nervioso, y a los accidentes que [el hábito pernicioso del onanismo] ocasiona, se añade una debilidad, un malestar, un fasti­ dio, una fatiga"4• El "género nervioso" resume la diversidad inte­ rior, cruza lo moral y lo físico, invalida toda expresión demasiado "espiritualizada" . La palabra alma, sea lo que sea, parece insensible­ mente desbaratada con la importancia creciente dada a lo sensible. Es criticada en esta segunda mitad del siglo XVI I I , y es considerada más difícil de aprehender, más ambigua, más alejada de la experien­ cia cotidiana y de sus particularidades. Voltaire lo dice en 1770, al comentar los artículos de la Enciclopedia: "¿no se pronuncian con fre­ cuencia palabras de las que solo tenemos una idea muy confusa, o incluso de las que no tenemos ninguna?, ¿no es este el caso de la palabra alma?"5• La referencia al alma está ausente en los comentarios de Diderot a los efectos del sueño de d' Alembert, y a las movilizaciones nervio­ sas que los producen. Diderot la reemplaza por una expresión hasta entonces ignorada de los diccionarios como de los textos clásicos: "el sí mismo" ; fabrica un término, transforma en sustantivo un vocablo que hasta entonces era simple pronombre y que la Academia limitaba a algunas expresiones como "tener dinero consigo " , "amo en su casa" < "maitre chez soi " > o "hablar mal de sí"6• Diderot aventura una defi­ nición, evoca "el origen de la red sensible, esa parte que constituye 2 P. Richelet. Art. " Ame". Dictionnaire fran{ais contenant les mots et les choses. 3 S.-A. Tissot. L'onanisme, p. 35. 4 lbidem. 5 F.-M. Arouet llamado Voltaire. Art. " Ame". Questions sur l'Encyclopedie par des amateurs. París, 1770. 6 Ver P. Richelet. Art. "Soi". Dictionnaire fran{ais contenant ...

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el sí < mismo > "7• Este término, que se ha vuelto hoy tan trivial que su nacimiento parece olvidado, es más importante en cuanto recoge y sintetiza, reúne lo diverso, la individualidad y su composición, la persona y su dispersión. Conduce a un punto de resultado el privile­ gio dado a lo sensible, el centro "reflexivo" del haz sensorial y dibuja su punto focal. Es claramente "la memoria de todas esas impresiones sucesivas que constituye para cada animal la historia de su vida y de sí mismo"8• Este "sí mismo" se vuelve lo que define un individuo, su interioridad, su principio de reconocimiento íntimo también, su universo personal hecho de instancia sensible tanto como de instan­ cia reflexiva. La palabra es tan original en aquellos años 1760 que no figura aún ni en el Diccionario filosófico de Voltaire9, ni siquiera en la Enciclopedia de d'Alembert y Diderot. Abre, sin embargo, una manera completamente nueva de hablar del individuo, definirlo ya no por la moral o por el "espíritu " , sino por un enraizamiento corporal al cual estaría indisolublemente ligada la expresión personal, el modo de pensar, el reconocimiento de sí mismo. Este "sí mismo" se instalaría en un "centro común de todas las sensaciones", al punto de "fijarse todo entero y existir allí"'º.

"Nada más que uno mismo y su propia existencia" En la atención prestada a lo que se experimenta, otra noción se vuelve igual de importante: la del "sentimiento de existencia""; igualmente nueva e igualmente decisiva, en cuanto a que esta corresponde a la designación de un hecho primario, una impresión inicial, un "senti­ miento" fundador. Pierre Louis de Maupertuis -alejándose apenas un poco de la tradición- lo reporta en 1758 a un cierto tacto interior que favorece "la idea de nuestra existencia"12 independientemente de toda sensación exterior'3; en 1786 lo designa mucho más profundamente 7 D. Diderot. El Sueño de d 'Alembert, p. 41. 8 !bid. , p. 32. 9 F.-M. Arouet llamado Voltaire. Dictionnaire philosophique portatif. París, 1764. 10 D. Diderot. El Sueño de d 'Alembert, p. 45. 11 Ver el anículo de J. S. Spink, " Les avatars du sentiment de l'existence. De Locke a Rous­ seau". Qu 'est-ce que les Lumieres? Dix Huitieme Siecle, n• 10, 1978. 12 Maupenuis, P. L. Moreau de. " Examen philosophique de la preuve de l'existence de Dieu employée dans l'essay de cosmologie", Mémoires de l'Académie Roya le des Sciences et Belles-Lettres. Berlín, 1758, p. 397. 13 Ver también F. Azouvi, "Quelques jalons dans la préhistoire des sensations internes", Revue de Synthese, enero-junio de 1984, p. 114.

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Víctor de Seze -médico formado en la escuela de Montpellier y futuro convencionista (en un libro consagrado exclusivamente a lo sensible)­ , como siendo una sensación situada "en la base de todas las otras"14, el equivalente a alguna experiencia originaria de sí. Ella ordena la pertenencia individual que instala lo que "consideramos como nues­ tro ser propio"15• Nada distinto a una presencia "reportada al interior del cuerpo"16• Una presencia completamente "continua" también; "sin ella todo desaparecería"'7• Lo trivial se ha transformado en objeto pro­ fundo, revisado, la interioridad en objeto pionero. El "fuero interno" por primera vez arranca por el cuerpo, no por el espíritu, reorientando la conciencia y la atención, al punto que la Enciclopedia juzga ridículo y absurdo toda evocación de un "sentimiento íntimo"18 que no tuviera en cuenta lo sensible, insiste en la palabra "experimentar", mezcla el cuerpo con la primera "evidencia" de sí. El "sentimiento" expresado de forma nueva, que de paso produce todo el temor de Julie de Lespinasse, que consume opio para atenuar sus dolores, pero que se pierde por ahí mismo mientras a él recurre: "he tomado opio que me ha arrancado la mitad de mi existencia'"9• Este constituye también todo el temor de los onanistas de Samuel Auguste Tissot, insensiblemente abandonados de su ser: "el sentimiento está considerablemente embotado en mí [ . . . ] El sentimiento de existencia infinitamente disminuido"2º. Este fenómeno sensible, vivido desde adentro, marca en el siglo xvm la ruptura más fuerte en el sentimiento de sí. La enunciación de la identidad queda por esto desplazada, ya no el pensamiento sino el cuerpo que instala al individuo; ya no la idea sino la impresión orgánica, tan difusa como sordamente sentida, se renuevan en profundidad las prácticas de centrado sobre sí. Las Ensoñaciones de Rousseau ya se habían extendido a este "sen­ timiento de existencia" , con su referencia implícita a la presencia corporal. Una escena es evocada aquí ampliamente: la escucha del flujo y del reflujo del agua por parte del "soñador" estirado cuan largo es en una barca, la escucha también de algún "movimiento interior",

14 V. de Seze. Recherches physiologiques et philosophiques ... , p. 156. 15 D. Diderot y J . Le Rond d'Alembert. Art. " Existence". Encyclopedie . . . 16 Ibid. 17 Ibid. Kant puede aventurar la expresión "sentir su vida" . Antropología . . . , p. 95. 18 D. Diderot y J . Le Rond d'Alembert. Art. "Sentiment intime". Encyclopedie . 1 9 J . de Lespinasse. Lettres . . (año 1772), p. 6o. 2 0 S . -A. Tissot. L'onanisme, p . 52. ..

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el abandono deliberado a una negligencia sensible. Extendido en "el fondo de una barca"21, Rousseau olvida el ruido del mundo, se limita a "nada externo a uno, de nada sino de uno mismo y de su propia existencia"22• Esta palabra misma existencia remite primero a un senti­ miento físico, un estado descrito sobre el modo del afecto, un "senti­ miento precioso de alegría y paz"23• Rousseau descubriría allí también "su naturaleza solitaria"24• Pero al mismo tiempo que insiste en la situación corporal -sus posiciones físicas están "ausentes de toda agitación" - Rousseau rechaza muy rápidamente "las impresiones sen­ suales y terrenas"25, se rehúsa a toda distracción, y está más atento a la ensoñación que a los efectos del cuerpo; lo arrebata una conciencia en la que lo físico tiende a anularse. Muy paradójicamente aquí, la tra­ dición es tan mantenida como olvidada. Por el contrario, Víctor de Seze pretende sugerir más directamente el fundamento de tal noción: "el sentimiento de existencia es, en último análisis, aquel al que se reducen todos los diversos sentimientos de placer y de dolor'"6• La interioridad del cuerpo se vuelve el objeto de una apropiación personal, algo que la Enciclopedia, que retoma la noción, conecta claramente y sin sorpresa con un primer sentimiento de pertenencia, afecto recogido sobre una delgada interioridad espa­ cialmente situada: "Limitamos el sentimiento del yo a ese pequeño espacio que circunscribe el placer y el dolor"27• John Richardson rela­ ciona esto con un efecto deliberadamente sensible: "me es imposible decir que proceda de algo distinto a ese sentimiento, a esa sensación, a esa percepción universal que tenemos de nosotros mismos y de ese bajo mundo, de sus partes constituyentes [o del objeto glorioso que ella exhibe] a nuestro alrededor'"8• Tal evocación permite entonces multi­ plicar los testimonios, variar las exploraciones: sensaciones de pleni­ tud, por ej emplo, placeres ínfimos o circunstanciados, indicadores

21 J.-J. Rousseau. Sueños de un paseante solitario (1782), "Quinta caminada'' , librodot.com, p. 28. 22 Jbid., p. 30.

23 lbidem. 24 D. Gauthier (en inglés, 2006). El sentimiento de la existencia. La búsqueda inacabada de Jean­ Jacques Rousseau. París: M. Haller, 2012, p. 254. 25 J.-J. Rousseau. Sueños de un ... ibídem. 26 V. Séze. Recherches physiologiques et philosophiques . . ., p. 156. 27 D. Diderot y J. Le Rond d'Alemben. Art "Sensibilité". Encyclopédie ... 28 J. Richardson. Thoughts upon thinking, or a New theory of the Human mind. Londres, 1755, p.

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intuitivos, tan presentes como difíciles de describir, pero siempre descuidados. Antoine Le Camus, en su Medicina del espíritu, puede incluso aventurarse a indicar alguna sensación física de la felicidad: "ser feliz es tener el sentimiento más completo y más favorable de su existencia. Este sentimiento no puede resultar sino del acuerdo más perfecto del juego de los órganos y, por consiguiente, de un equilibrio exacto entre la jurisdicción de la cabeza y lo que es de la incumbencia del estómago"29. Se diversifican las situaciones evo­ cadas que hasta entonces habían sido ignoradas. Las descripciones se multiplican donde el individuo experimenta una forma global de existencia que integra el "adentro ". Por ejemplo, la manera cómo el Príncipe de Ligne menciona los baños que tomó en Bekeil en los años 1770, o las indicaciones que da sobre su dormitorio, su sueño, la escritura que efectuaba en su cama, el placer que todo esto le pro­ porciona3º; o también la manera cómo James Boswell -inglés melan­ cólico, visitante apasionado del Continente- se demora en lo que considera que son "puras" satisfacciones: "qué bien estar, luego de las fatigas del viaje, acurrucarse en un teatro, el cuerpo calientito, el espíritu amablemente divertido"3'. Acurrucarse, apaciguarse, sentir calor, son indicaciones aparentemente triviales que se han vuelto por primera vez "notables" , todas resaltan como nunca una "ocupa­ ción" nueva del espacio y del tiempo donde el individuo dice expe­ rimentarse centrándose en sí mismo. Finalmente, idéntica anotación para la evocación entusiasta de simples "comodidades" queridas, "euforias", gestos que oscilan de la banalidad a lo ostensible, de la negligencia a la vigilancia: "pasé en casa una noche apacible. Tenía fuego en mis dos piezas. Tomé mi té con calma. Me hice preparar un baño tibio para los pies, calentar mi cama y me quedé dormido en la beatitud"32. Lo sensible , su contenido más inmediato, y ya no los simples "pensamientos" a los que se entrega Caraccioli en un libro con título, sin embargo, evocador: el Goce de sí mismo33. 29 A. Le Camus. Médecine de !'esprit. París, 1769, t. 1 , p . 73. Sobre este tema de la felicidad, ver la tesis central de R. Mauzi. L'idée du bonheur dans la littérature et la pensée fran�aises au xvme. siecle. París: A. Colin. 1960. 30 C. de Ligne. Mémoires, lettres et pensées (ms. siglo XVI II). París: Bourin, 1989, p . 62. 31 J. Boswell. Diario íntimo de un melancólico (1762-1769). París: Hachette, 1986, p . 41. 32 !bid., p. 66. 33 Es claramente toda la distancia que se ha tomado con el "goce de sí mismo" de Carac­ cioli: "entretenerse con sus pensamientos, complacerse en sus reflexiones". Ver L.-A. Caraccioli ... París, 1759, p. IX.

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Tales anotaciones, por simples e inéditas, explican el inmenso éxito del texto de James Beresford sobre los Misterios de la vida humana, muy a comienzos del siglo XIX. El "satírico" inglés -cuyo libro fue muy rápidamente traducido al francés- multiplica los ejemplos de moles­ tias aparentemente benignas, pero características, escrupulosamente constatadas. Una manera de sugerir los múltiples cimientos de la noción contemporánea de comodidad34 que designa, por primera vez, los signos materiales de un "progreso"; una manera de rebuscar las percepciones más variadas también, aquellas cuya importancia quiere el héroe del texto testimoniar hasta en su nombre propio, "señor Sen­ sitivo". El universo perceptivo está abigarrado y recordado en cada ínfimo incidente de la vida; las impresiones sordas y difícilmente expresables, por ejemplo: "levantarse por la mañana después de haber dormido mucho más tiempo que de costumbre"35; las incomodida­ des durante el sueño: "la sensación que experimenta cuando su pie se duerme y que se va a tener que aguantar, antes de que llegue la picazón"36; o, más compleja, pero más importante, la pérdida de una posición temporal del cuerpo que borra de golpe la sorda satisfacción física que esa misma posición provocaba, al mismo tiempo que hace difícil el esfuerzo efectuado para reencontrarla: Cuando ha permanecido mucho tiempo en una postura que encuentra deliciosa, abandonarla un instante por una circuns­ tancia cualquiera, luego tratar en vano de restablecerla en esa actitud de la que ha olvidado las sensaciones aunque recuerde los goces [ ] todos los esfuerzos que realiza para reencontrarle se vuelven inútiles37• ...

A través del "sentimiento de la existencia", la Ilustración ha reno­ vado el "sentimiento de la identidad" ; se inventó un modo particular de investidura de sí, una manera de circunscribir al individuo a tra­ vés de lo que siente físicamente y no idealmente.

34 Ver el articulo "Commodité" en el Nouveau dictionnaire fran{ais. París, 1793: "es un pequeño apartamento donde se tiene todas sus comodidades". 35 J. Beresford (1806). Les miseres de la vie humaine, ou les gémissements et soupirs. París, 1809, t. 1 1 , p. 163. 36 Ibid., t. 1 1 , 235. 37 Ibid. , p. 253.

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"Experimentarse" y "poseerse" Un debate sobre "el arte del actor" , en el corazón del siglo XVI I I , lleva más lejos aún esta referencia a la existencia y a la posesión de sí. Una afirmación lo señala: para interpretar bien, sin ninguna duda, el actor debe experimentarse, pero más aún, para "expresar" mejor debe orientar, dirigir lo que está sintiendo. De acá esa noción nueva de un sentido interno trabajado, controlado. ¿Cuáles son los términos del debate? Desde los años 1750, algunos insistían sobre la necesidad de resaltar la sensibilidad física para per­ feccionar la interpretación, el impulso, la emoción, objetos amplia­ mente reveladores del espíritu de la época. Otros se oponían. Pierre Rémond de Sainte-Albine, por ej emplo, partidario de la primera vertiente , subraya la obligación que tiene el actor de mani­ festar "fuego": esa "llama indispensable para darle vida a la acción teatral"38• Garrick, célebre actor de la escena inglesa, lo confirma; habla de "naturaleza", una fiebre completamente física que acentúa "las cualidades exteriores, la figura, la voz, la sensibilidad, el juicio, la finura"39• El actor jugaría con su diafragma y su corazón, certeza que Diderot compartiría durante mucho tiempo: "los poetas, los actores, los músicos, los pintores, los cantantes de primer orden, los gran­ des bailarines, los tiernos amantes, los verdaderos devotos, toda esa tropa entusiasta y apasionada, siente vivamente y reflexiona bien poco "40• La sensibilidad recientemente promovida por la cultura del siglo XVI I I está más que nunca en el corazón de la escena y de la interpretación. Sin embargo, es un razonamiento diferente y sin duda más pro­ fundo el que sostiene Diderot en la Correspondencia literaria, en octu­ bre de 1770, partidario entonces de la tesis opuesta con un argumento construido, elaborado , considerado tan importante que lo desarro­ llará en forma de libro algunos años más tarde. Aparentemente todo está invertido; el actor debe vivir de frío, no de calor, asegura Diderot: "le exijo mucha penetración y ninguna sensibilidad"41• Es necesario 38 R. de Sainte-Albine. Le Comédien. París. 1747. 39 " Garrick o los actores ingleses'', folleto citado por la Correspondance littéraire, philoso­ phique et critique por le baron A. F. M. Grimm et D. Diderot, depuis 1770 jusqu 'en 1782. París, 1812, t. xm, oct. de 1770, p. 282. 40 D. Diderot. "Segundad entrevista", Conversaciones sobre el Hijo natural. Madrid: Asocia­ ción de los directores de escena, 2008. 41 D. Diderot. La paradoja sobre el comediante. elaleph.com 1999, p . 38.

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no privilegiar el ardor, sino la "reflexión"42, la "sensibilidad repre­ sentada" no es la "verdadera sensibilidad"43 y lo que se siente debe ser olvidado ; el descubrimiento de la Ilustración fue desde entonces distanciado y relativizado. Una certeza inédita, desarrollada mucho tiempo: el "hombre sensible" no podría ser el mejor actor, no podría ajustar su emoción, "está demasiado a merced de su diafragma [ . . . ] para ser un imitador sublime de la naturaleza"44• La febrilidad y la "fragilidad de los nervios"45, otros tantos obstáculos para la repre­ sentación bien llevada. Es imposible expresar con "precisión" lo que debe ser dicho y hecho en el teatro si predomina la "llama" . S i s e mira bien d e cerca, tal razonamiento n o difiere e n nada, del primero, sin embargo. La demostración se ha hecho más compleja, pero no se ha invertido, más bien se profundizó, revelando otra exi­ gencia: la de superar la sensibilidad al mismo tiempo que se la tiene en cuenta. Otra meta también: unificar la interioridad, darle fuerza y sentido, al mismo tiempo que se respeta, lo cual legitima más que nunca el interés por lo interno. La interpretación llevará hasta a lo simbólico el proceder que ambiciona dominar los comportamientos y, por tanto , lo sensible. ¿Acaso no debe el actor saber de memoria reencontrar el gesto preciso, experimentar su cuerpo sin duda, pero más aún: controlarlo? Ningún abandono, ninguna huida sensible; la interpretación supone una búsqueda, un desplome, el descubri­ miento del "acorde y el tono conveniente a su parte "46• Supone la "memoria de los papeles"47, dice Diderot, una memoria inscrita en el cuerpo, por supuesto, un fenómeno cuyo detalle no sabría dar aún la fisiología de su tiempo, pero que lo lograría evocar. No es nada distinto a un dispositivo físico lentamente adquirido, trabajado por largo tiempo, con sus sensaciones oscuras y sin embargo señaladas; su existencia es previa y su control es segundo, sentir por ejemplo "en qué momento preciso el actor sacará el pañuelo y dejará correr sus lágrimas"48• Todo se sostiene sobre los índices que vienen de adentro. Diderot evoca a mademoiselle Clairon, la gran actriz de su

42 !bid., p . 39. 43 !bid., p. 103. 44 !bid., p. 109. 45 !bid., p. 12. 46 !bid., p . 91. 47 !bid., p . 61. 48 !bid p. 46. ..

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

época que, al preparar sus papeles y al buscar la sensación precisa, hacía jugar su imaginación para alertar mejor sus sentidos: Tendida con negligencia en un canapé, inmóvil, con los brazos cruzados y con los ojos cerrados, puede seguir de memoria su ensueño, su ideal, oírse, verse , juzgarse y juzgar la impresión que provocará49•

Una práctica tradicional, sin duda, pero explicitada por primera vez: la sensibilidad interna es evocada aquí como objeto de movi­ lización mental. Por primera vez también, se insiste sobre la rela­ ción entre el dominio y lo "sentido" , ya no la simple voluntad, la firmeza tradicional, por ejemplo, sino la experiencia "orgánica" pre­ via, la determinación moral luego. La "sensibilidad es esencial" en la fase de elaboración de la interpretación -asegura Roben Abira­ ched al comentar a Diderot- antes de que "sea controlada"50• Enton­ ces pueden emerger palabras nuevas. El actor debe "dominarse por completo"5', ser "comediante reflexivo"52, "observador perseverante de nuestras sensaciones"53• La alerta es interna, el control es mental. Al contrario de la melancolía, ya no la sensación corporal que lo lleva a imponer alguna "falsa" verdad a la conciencia, sino el control que lo conduce a dirigir mejor lo que se experimenta. Lo "sentido" por el cuerpo, en los dos casos, está bien en el corazón del proceder. Diderot abre así una dimensión nueva del "sexto sentido" donde el conjunto de ese universo puede ser "concientizado" y reunido, en el que el envite es reflexivo, decisivo. La interioridad orgánica es seña­ lada antes de ser proyectada en una dinámica unificada; esto no quiere decir que todos los detalles estén dados o que cada etapa esté lista. No hay ninguna duda, tal visión íntima está más aproximada que desarro­ llada, sugerida más que profundizada. No ha llegado el momento toda­ vía en que este conjunto sea claramente objetivado bajo la forma de imagen y de representación. No ha llegado aún el momento en que sus mecanismos sean designados y distinguidos. Esta interioridad participa, sin embargo, por primera vez en una construcción mental que se ha vuelto explícita. Por primera vez se evoca como una parte importante 49 /bid., p. 42. so R. Abirached, " Prefacio" al D. Diderot. Paradoxe sur le comédien. París: Gallimard, 1994, p . 24. 51 D. Diderot. Paradoxe sur . . p. 42. 52 /bid., p . 40. 53 /bid., p. 39. .

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del comportamiento, integrada a una captación del sí mismo, de la cual toma conciencia para dirigirla mejor.

El sonambulismo artificial "aclara" los órganos A este "ser nuevo" del cuerpo, nacido en la segunda mitad del siglo XVI I I , es necesario sin duda añadirle otro " ser nuevo" , el de un sí mismo considerado más complejo y más inesperado, una instancia hasta entonces ignorada cuyas "profundidades", como los lazos con su cuerpo, parecen sin embargo, imponerse . Sus descubridores con­ fiesan su sorpresa y piensan que han revelado otra interioridad y otra conciencia ligadas al cuerpo. A fines del siglo XVI I I lo sugieren las reflexiones totalmente inéditas sobre el sonambulismo, por ej em­ plo, o el sueño provocado; procederes más libres y más orientados hacia experiencias íntimas, finalmente , testigos inevitables del retro­ ceso de la referencia religiosa que permite explorar de manera dife­ rente lo que constituye el individuo, como también la personalidad. Sin embargo, todo comienza con un charlatanismo comprobado, una "taumaturgia" hoy en día ampliamente conocida y estudiada, alejada a priori de toda cuestión sobre el sí mismo o el yo < le moi > , el "magnetismo animal". Este primer descubrimiento, más vale decirlo, no es sino una premisa, un previo vago, un "aliciente " antes de que se abran otras perspectivas sobre sí mismo y el cuerpo. Frantz Anton Mesmer, autor de este proceder inicial, médico badense nacido en 1734 a orillas del lago de Constanza, pretende curar a sus pacientes con la ayuda de un "fluido universal" que existe por todas partes, y que recuerda vagamente la electricidad. Este mismo agente -captado por los más entendidos, los poseedores de sólidas "fuerzas magnéti­ cas" - engendraría una acción precisa, la de influir directamente "los nervios"54• Las marcas de la época parecen ser respetadas, se mez­ clan -no sin simplificaciones- los nuevos principios " cósmicos" de la atracción, del éter y de las corrientes con aquellos más carnales de las fibras y de los nervios. Predominan dos principios: la presencia de un "fluido " , asimilado a alguna electricidad mundialmente difun­ dida, por una parte, y, por la otra, una importancia concedida a las mallas nerviosas, que se han vuelto agentes responsables de las más

54 F. A. Mesmer. Mémoire sur la découverte du magnétisme animal. París, 1779, p.

l.

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diversas enfermedades55• Este método un tanto "fantástico" es, sin embargo, pensado; el fluido, movilizado con precisión, permitiría al liberar sus flujos, borrar el mal físico que se considera prioritaria­ mente constituido por obstáculos y atascamientos. La acción sería clara, por un lado, Ja corriente y sus nuevas fuerzas; la saciedad, y sus antiguos peligros, por el otro. El desafío está planteado al mezclar arcaísmo y modernidad. Mesmer comienza sus terapias recurriendo a Jos imanes; en 1774 por ejemplo, pone tres de ellos sobre el cuerpo de Oesterline, una enferma de convulsiones. La acción del fluido apa­ rece afortunada, sensible, claramente percibida. El médico se dice convencido: "ella experimentaba interiormente corrientes doloro­ sas de una materia sutil, que se determinaron hacia la parte infe­ rior e hicieron que cesara durante seis horas todos Jos síntomas del acceso"56• Mesmer investiga las sensaciones sentidas, todo el tiempo según la cultura de la época. Obtiene las mismas señales cuando, al abandonar los imanes, el médico recurre a una cubeta que ase­ gura haber "magnetizado" previamente , y la dota así de un "impulso eléctrico animal" . El nuevo dispositivo es "simple ": del receptáculo emergen varitas de hierro que los enfermos pasean sobre sus cuer­ pos para procurarse mejor los efectos, a lo cual se añaden "pases " en los que el magnetizador dirige su propia mano a las partes afectadas. El resultado fue "convincente " de nuevo: a los primeros sentimien­ tos de "calor o de frío" que atraviesan los cuerpos responden dolo­ res pasaj eros y un apaciguamiento "como lo certifican los que han consultado"57• El éxito se confirma. Mesmer, instalado en París en 1778, conquista un público y su prestigio se propaga: "el magnetismo ocupa todas las cabezas"58• La "teoría" también se comenta, es decir, se profundiza. El interés por la sensibilidad hace que algunos imagi­ nen la existencia de un nuevo "sexto sentido " ligado a esa recepti­ vidad del cuerpo, considerada tan especial: "el magnetismo animal debe ser considerado como un sexto sentido artificial"59• No importa de Jo que se trate , se multiplican las sanaciones, de los cánceres a 55 Sobre el arcaísmo y la modernidad de Mesmer, ver R. Darnton (1968). La fin des Lumieres, le mesmérisme et la révolution. París: Perrin, 1984, p. 21. Tal teoría "corresponde a los intereses de los franceses letrados de la época". 56 !bid. , p. X. 57 L. Petit de Bacheaumont. Mémoires secrets pour servir d l'histoire de la République des lettres en France depuis i762 jusqu 'd nos jours (1780). París, 1807, t. xv, pp. 220-221. 58 Correspondance littéraire . . , t. X I I I , p. 456. 59 P. A. O. Mahon. Examen sérieux et imparcial du magnétisme animal. París, 1784, p . 14. .

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las tisis, de los cálculos a las asfixias; las críticas también, al punto que el rey nombra en 1784 una comisión compuesta de científicos encargados de considerar el método. Los comisarios se entregan a las varitas; reportan sus impresiones; de nuevo la experticia tiene que ver con lo sensible. Sin discusión: "ninguno de ellos ha sentido nada, o al menos no ha experimentado nada que fuese de naturaleza atribuible al magnetismo"Go, simplemente el fenómeno "pareció ser nulo"61• Solo la "imaginación"62 sería el origen de tales sensaciones, incluso si estas pueden llegar hasta convulsiones provocadas entre los más sensibles. El magnetismo se ve condenado a los avatares de los falsos des­ cubrimientos, completamente prometido a "la credulidad de los iniciados"63, como lo habían afirmado desde hacía tiempo las Memo­ rias secretas. Por lo contrario, se requirió un hecho "sorprendente" en 1784 por un alumno de Mesmer, para que el método fuera reorien­ tado. El marqués de Puységur, fiel ferviente del maestro, "magnetiza" en su castillo de Busancy cerca de Soissons, a un campesino que vino a consultar por una "fluxión de pecho". Lo inesperado se produjo al cabo de algunos minutos, causando estupor en el marqués: "el hombre se durmió en mis brazos tranquilamente sin convulsión ni dolor"64• Sueño paradójico en el que el enfermo con los oj os cerrados puede hablar, evocar su vida, evocar su enfermedad. La situación es próxima y diferente a la vez del sonambulismo conocido desde siem­ pre. El sujeto no está ni mudo ni ausente. Manifiesta una lucidez, una facultad de análisis y observación y una total dependencia del magne­ tizador. El marqués inventa un nombre: el " sonambulismo artificial" y hace alusión a sus características: el enfermo olvida radicalmente durante la vigilia los episodios ocurridos durante el sueño, pero los liga entre ellos durante las sesiones de adormecimiento provocado; permanece sensible a las sugestiones: "detengo sus ideas con una

6o M.-J. Majault et al. Rapport des commissaires chargés par !e roi d 'examiner le magnétisme anima!. París, 1784, p. 21. 61 Jbid. , p. 31. 62 Ibid. , p. 53. 63 L. Petit de Bacheaumont. Mémoires secrets pour . 13 de julio de 1780. t. xv, p. 221. 64 A. M. J. de Chastenet, marquis de Puységur. Mémoires pour servir d !'histoire et d !'étab!isse­ ment du magnétisme anima!. París, 1820, carta a Mesmer, 8 de mayo de 1784, p. 21. Ver tam­ bién J.-P. Peter. a:uvres du Marquis de Puységur, Vn somnambu!e désordonné. París: les Empe­ cheurs de penser en rond, 1999. ..

So

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palabra"65, asegura Puységur, no sin algún sentimiento de poder. Así, dos "tipos" de sí mismo van a ser sugeridos, convertidos "como dos existencias diferentes"66, mientras que el fenómeno parece reprodu­ cible para quien sabe magnetizar con "fuerza". Una situación inédita sobre la que Puységur confiesa su sorpresa y su ignorancia: "cuando está en el estado magnético [ . . ] es un ser que no sé cómo llamar"67• El descubrimiento es, sin embargo, innegable, prefigura lo que se lla­ mará más tarde hipnosis, por esto su vertiente " seria". Sugiere otro "sí mismo" que algunos contemporáneos de Puységur, fieles a su época, conectarán de manera más o menos confusa con una interioridad "sensible"; la existencia de un "sentido interno que pone al hombre en relación consigo mismo" , aislándolo de los objetos que lo rodean68• Sobre todo se constituirá en "acontecimiento"69, "revelación" inédita que abre hacia lo que permanecía hasta entonces impensado. Por eso esa certeza siempre afirmada: sugerir un sí mismo múltiple, evocar por primera vez los abismos posibles del hombre occidental, hacer de él -independientemente de toda referencia religiosa- un nuevo "enigma para él mismo"70• No hay nada sobrenatural en esta extra­ ñeza consigo mismo, ninguna potencia exterior7'; habrá que decir que se trata de un hecho prometido a un interminable porvenir. Sin embargo, no existe nada claramente psicológico en el método de Puységur. El marqués cree en el efecto de las corrientes, en la fuerza de los fluidos, se atiene a lo sensible, al hecho "material", a la inextricable red de nervios y a lo interno de un cuerpo susceptible de ser explorado. Adquiere la certeza de que con este nuevo sí mismo -instancia dotada de una extraña lucidez- el adentro podrá volverse visible. De allí la multiplicación de pretendidas observaciones de los propios enfer­ mos, esa convicción repetida de paciente en paciente: el sueño artifi.

65 A. M. J. de Chastenet. marquis de Puységur. Mémoires pour servir . . . p. 29. 66 Ibid., p. So. 67 Ibid., p. 28. 68 J . H . D. Petetin. Mémoires sur la découverte des phénomenes que présentent la catalepsie et le somnambulisme, symtómes de l'a.lfection hystérique essentielle. París, 1787, p. 12. 69 B. Méheust. Somnambulisme et médiumnité, 1784-1930. París: les Empecheurs de penser en rond, 1999, ver t. ! , p. 13, " L'événement Puységur". 70 !bid., t. ! , p. 20. 71 Ver D. Michaux. " L'émergence de la phénoménologie hypnotique au xvme siecle", en D. Bougnoux (dir.), La Suggestion, hypnose, in.fluence, transe. París: les Empecheurs de penser en rond, 1991. Ver la interpretación según la cual el modelo médico se impuso sobre el modelo religioso (p. 50).

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cial aclara los órganos. Un adentro se ofrece a los ojos exaltados de los sonámbulos, un juego de vagas derivas o de simples sugestiones como si, desde el interés que la Ilustración mostró hacia lo sensible, fuera primero una evidente interioridad orgánica la que tenía que ser reve­ lada. Los pacientes son llamados a mostrarlo y uno de ellos confiesa que tiene "un depósito en la cabeza y que tendrá que sufrir mucho para poderlo entregar"72; otro "ve" en un "depósito de humores en el píloro" la causa de su "opresión en el estómago"73; finalmente, otro certifica que "presiente el mal que debe ocurrirle"74• Puységur forja la palabra presensación75• Esta misma lucidez llegaría hasta procurar a los sonámbu­ los el poder de ser "médicos" de otros pacientes y así, cruza de nuevo la cultura de la época: "es una sensación verdadera la que experimento en el lugar que corresponde a la parte que sufre aquel que toco"76• Se ve cómo el descubrimiento no está exento de creencias, ni siquiera de afabulaciones. El magnetizador no está eximido de exceso de podern. " Existo demasiado "78, puede incluso llegar a confesar Puységur. Incluso el paciente no está exento de ilusiones. Numerosos espejismos acompañan el nuevo método, sin embargo, con él nacen nuevas preguntas. De este modo, la existencia de un sí mismo ajeno a él mismo perfila, por primera vez, una toma de con­ ciencia; una instancia que se percibe, se observa, al mismo tiempo que sigue disociada de las evidencias de lo cotidiano. Finalmente, con él se lleva a cabo una confirmación para esa cultura del siglo xvm: la importancia creciente del cuerpo, la voluntad de hacer de él un lugar interminable de sensación, hasta la pretensión de explorar exhaustivamente sus mensajes y sus indicaciones.

Una oscura parálisis del sentimiento Estas sensaciones que vienen de adentro, nuevamente subrayadas e interpretadas, conservan -sea lo que sea- un estatus muy particular en el siglo xvm . Sin ninguna duda afectan al individuo, fundan su

72 A. M. J . de Chastenet, marquis de Puységur. Mémoires pour servir p. 60. 73 Ibid., p. 92. 74 Ibid., pp. 57-58. 75 Ibid., p. 81. 76 Ibid. , p. 79. 77 Ver el extenso y preciso análisis propuesto por J. Carroy. Hypnose, suggestion et psycholo­ gie, ['invention de sujets. París: PUF, 1991, p. 38. 78 Ver A. Gauthier. Histoire de somnambulisme. París, 1845, t. 11, p. 253. ...

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existencia y modifican su identidad. Pueden también, como en el caso del actor, servir de "memoria" a actitudes o comportamientos; pueden incluso informar sobre patologías. Sin embargo , todavía poco se indaga sobre su aspecto funcional, su mecanismo o su papel como señal posible para los comportamientos. ¿Cuál es el contenido de esas indicaciones físicas?, ¿su papel preciso en los actos?, ¿cómo se objetivan?, ¿cómo se disponen?, ¿cómo podrían afinar gestos y movimientos sirviéndose, por ejemplo, de índices que vienen de adentro para asegurarlos, guiarlos, orientarlos? Son algunas de las tantas preguntas nunca o muy pocas veces planteadas. El examen de algunas parálisis lo evidencia. Es necesario el ejem­ plo patológíco para evaluar mej or lo que se toma en cuenta por parte de los observadores y lo que no. Por ejemplo, el caso de aquel soldado que padecía un mal "curioso", estudiado en las Memorias de la Acade­ mia real de las Ciencias en 1743, y retomado dos decenios más tarde por la Enciclopedia79• El hombre de 32 años, militar del regimiento suizo de Séédof, entra al hospital Douai en 1730, víctima de una "pérdida de sentimiento de todo el brazo derecho"80; el enfermo no experimenta ninguna "indicación" que venga de ese brazo aunque pueda moverlo. No siente ni su superficie ni su interior, aunque todavía sea capaz, sin embargo, de dirigirlo. Por esto el nombre del síntoma "parálisis del sentimiento"81, y no "parálisis del movimiento" . Se trata de una situación sorprendente que podría, de hecho, trastornar los gestos, limitar la precisión del individuo, al no saber ya dónde se sitúan sus miembros, sus articulaciones, sus dedos. Sin embargo, esta no fue la interpretación de Michel Brisseau y de Jean-Claude Helvetius, los médicos del ejército encargados de analizar el caso; ambos creen poder constatar la gran habilidad del soldado en los juegos con bolas o su soltura en todas las prácticas cotidianas. Es, sobre todo, porque tanto uno como otro siguen concentrados en el tacto más que en la sensibilidad interna. Su conclusión lo confirma: solo las envolturas están comprometidas por esta ausencia de sentimiento, la "exterio­ ridad" más que la "interioridad", lo cual confirma la insistencia en el accidente del que fue víctima el soldado suizo en 1739, una grave quemadura, seguida de gangrena, luego de que su mano agarrara una 79 D. Diderot y J. Le Rond d'Alemberc. Are. " Paralysie ". Encyclopedie . . . S o " Parálisis s i n sentimiento, aunque el movimiento de l a parce insensible no se haya destruido" . Mémoires de l'Académie roya[e des sciences. París, 1743. 81 D. Diderot y J. Le Rond d'Alemberc. Are. " Paralysie". Encyclopedie ...

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tapa al rojo vivo, sin que se haya dado cuenta del "horrible" calor. Para los médicos del soldado, los mensajes notables que deben tener en cuenta vienen clara y solamente del exterior. Brisseau y Helve­ tius no le conceden existencia al posible papel de una sensibilidad del músculo, por ejemplo, a su intervención eventual en el control y la regulación del movimiento o a su presencia en los fenómenos de ajuste motor. Ignoran el hecho de que una "sensibilidad muscular" podría modular las contracciones, adaptarlas y coordinarlas. La misma interpretación se presenta con Fram;ois Boissier de Sauvages, quien, en 1763, reporta el caso de un muchacho que perdió bruscamente toda la sensibilidad en la parte alta del cuerpo y que, sin embargo, seguía siendo capaz de cumplir muy bien con todas sus otras funciones82• La insensibilidad en sus brazos o sus hombros, confirmada por la ausencia de reacción a agujas "hundidas profun­ damente en las carnes"83, no entrañaría ninguna molestia gestual. La "anaistesia" -según la palabra de ese momento- solo sería inquie­ tante por la abolición del tacto, que confirma indirectamente la única atención dada a las envolturas. William Cullen lo recuerda hasta caricaturizarlo al rechazar hacerle un lugar a la "parálisis del senti­ miento", juzgada como un síntoma "no esencial"84 en sus Elementos de medicina práctica en 1778. Finalmente, al mismo momento se da una idéntica interpretación cuando la Sociedad Real de Medicina se cuestiona sobre los obreros parisinos Hulot y Philippon, víctimas de algunas molestias de sensibilidad en los brazos. Todavía solo se tiene en cuenta el tacto, en caso de curación, solo el tacto es evocado: "ya no le parecía al enfermo que hubiera estopa entre la extremidad de los dedos y los objetos que tocaba"85• Permanecen casi ignorados la influencia e, incluso, el impacto que un adentro sensible pueden ej ercer sobre un afuera activo, guiándolo, ajustándolo por medio de sus informaciones. Una sensación interna ha sido objetivada clara­ mente, avivada; a cambio, su papel en los indicadores de espacio y de movilidad no ha sido encontrado todavía.

82 F. Boissier de Sauvages. Nosographie méthodique, t. 11, p . 233. 83 Ibidem. 84 W. Cullen. É léments de médecine pratique. t. 11, p. 229. 85 Mauduyt. "Memoria sobre el tratamiento eléctrico administrado a ochenta y dos enfermos". Mémoires de médecine et de physique médicale tirés des registres de la Société royale de Médecine. París, 1778, p . 319.

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De forma más abrupta, no es la pérdida posible de sensibilidad la que es cuestionada en caso de accidente ocurrido a los centros nerviosos. La numerosa serie de golpes o de choques que el cráneo podría sufrir y las consecuencias analizadas por Jean Méhée de La Touche en 1773, lo confirman: solo se registran la parálisis y su pre­ sencia en el lado opuesto al que sufrió el accidente. La mujer víctima de una fractura de parietal derecho se vuelve únicamente, por ejem­ plo, paralítica del lado izquierdo86; el soldado víctima de un espadazo dado en el párpado inferior del ojo derecho, por ej emplo, ya solo puede servirse del brazo izquierdo y de sus dedos87• No existe nin­ guna indicación sobre la sensibilidad, sus accidentes posibles, sus perturbaciones circunstanciadas. Se impone un principio: el privi­ legio dado al movimiento, al dispositivo activo y solo a ellos. Las mismas anotaciones hace Jean Méhée de La Touche cuando se lanza, de manera casi pionera, en la experimentación sobre los centros ner­ viosos: los perros debidamente trepanados, debidamente lesionados en el cerebro con un estilete, solo existen en cuanto a su pérdida de movimiento a los ojos del experimentador. Esta, como ninguna, es una prueba de la dificultad de transformar la sensibilidad en objeto de estudio y de observación, prueba también la dificultad para inte­ rrogar el papel funcional de una sensibilidad interna, sus efectos sobre los actos y los movimientos, la manera por ejemplo cómo esta sensibilidad permitiría ajustar con precisión gestos y posiciones. En momentos en los que, como lo hemos visto, el espadachín aconseja "sentir" la espada del adversario, o que el jinete aconseja "sentir" la mordida del caballo88• Sin embargo, vemos cómo un ser nuevo del cuerpo nació en esta segunda mitad del siglo xvm . Renueva la interrogación sobre la exis­ tencia; instala por primera vez la presencia corporal en el fundamento de sí. Una ruptura decisiva, incluso si la fisiología y la psicología de tal interioridad están lejos aún de ser sistemáticamente exploradas. El descubrimiento se trataba de una manera de ser, un sentimiento de existir, no se aventura aún sobre lo que esa sensibilidad interna puede prometer como renovación del conocimiento y del saber.

86 J . Méhée de La Touche. Traité des lésions de la tete por contre coup, avec des expériences propres d en édairer la doctrine. Meaux, 1773, pp. 37-38. 87 !bid., p. 40. 88 Supra, pp. 48-49

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La Ilustración renovó profundamente lo "sentido" del cuerpo, lo ligó a la identidad; promovió nuevas nociones: el "sentimiento de existencia" , el "hombre sensible" , el "sí mismo" , subraya su vertiente física, su presencia persistente. De repente, se alej ó de una referen­ cia al alma para favorecer la referencia a una interioridad más "per­ turbada" : una presencia que cruza más lo físico y lo moral. Descubrió maneras nuevas de vivir y de sentir.

SEGUNDA PARTE UN DESCUBRIMIENTO DE SABER (SIGLO XIX)

La Ilustración renovó profundamente lo "sentido " del cuerpo, lo ligó a la identidad; promovió nuevas nociones: el "sentimiento de exis­ tencia" , el "hombre sensible " , el "sí mismo" , subraya su vertiente física, su presencia persistente . De repente, se alejó de una referen­ cia al alma para favorecer la referencia a una interioridad más "per­ turbada": una presencia que cruza más lo físico y lo moral. Descubrió maneras nuevas de vivir y de sentir. Desde entonces, otras formas de pensar pudieron nacer; a comienzos del siglo XIX, por ejemplo, se prosiguió con tal preocu­ pación al mismo tiempo que se reorientaba. Se profundizó en ella y se convirtió, de hecho, en zócalo inédito de reflexión, un lugar de estudios y de saberes. Una literatura intimista primero explora los testimonios sensibles en interminables objetos de aventuras y de relatos; luego una psicología adelantada a su época pretende descu­ brir en los mensajes internos "secretos" que se considera aclaran la persona, sus inclinaciones y sus impensados. Una fisiología nerviosa finalmente especifica en definitiva el rol de los "nervios sensibles" para renovar el enfoque de los gestos y de los comportamientos, sus ajustes, y renovar también por completo el espacio interior y sus efectos. El primer " descubrimiento de ser" triunfante en el siglo xvm pretende ser desde allí un "descubrimiento de mecanismos íntimos" , un develamiento d e índices explicativos hasta entonces ignorados.

CAPÍTULO V LA INVENCIÓN DE LOS " SENTIDOS INTERNOS"

Se instauró una certeza que hace falta ante todo recordar y tam­ bién seguir en cuanto a su desarrollo. El "sexto sentido " sugerido por la Enciclopedia se banalizó en esos comienzos del siglo XIX. Desde entonces, fue recorrido por más tiempo, explorado, lo cual provoca una multiplicidad de investigaciones, de atenciones, de cuestiones médicas, de diarios íntimos o, incluso , de diarios de enfermedad. Su evocación se vuelve objeto de una profundización sin precedente. Sobre todo , fue estudiado de otra manera, con una mirada orientada hacia nuevos efectos; ya no descubrir el sentimiento de la existencia y abandonarse a él, como en el siglo xvm , sino hacer de ello un lugar de elucidación, buscar en la mezcla de las impresiones orgánicas una temblorosa luz que permita comprenderse mejor. Por supuesto que era un proyecto frágil, también muy teórico para una curiosidad reorganizada, sin embargo. La sensibilidad interna se vuelve -como durante mucho tiempo lo fue la sensibilidad externa- un principio de conocimiento y de saber. Otras tantas nuevas preguntas sobre el individuo, sobre las influencias orgánicas que padece, sobre la auto­ nomía personal que presiente. Un cambio importante. Una "ciencia del hombre'" se hace llamar con una determinación desigual. El objeto es el comportamiento. Las palabras se enriquecen más, confrontan lo "físico" y lo "moral" , alejados más sistemática­ mente de toda referencia al alma para designar mejor conductas y "facultades"2.

1 P.-J.-G. Cabanis. Rapports du physique et du moral de l'homme (1802). París: PUF, 1956, t. X, p. 126. Paul-Joseph Barthez había sido el primero en formular el proyecto en sus Nu!'Vos elementos de la ciencia del hombre, Montpellier, 1778. Ver, entre otros, "los Debates de las ciencias del hombre" , Communications, 1992, n' 54. 2 P.-J.-G. Cabanis. Rapports du physique et t. X. p. 141. .. .

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De la anatomía patológica a lo sensible La investigación sobre lo sensible prosigue y habría que mostrar su interminable "progresión" : etapas y grados, franqueo de umbrales, conquista siempre afinada. Los sentidos no hacen sino ganar en pre­ sencia y en importancia, un recorrido continuo que revela conse­ cuencias y efectos. Esta profundización es, por otro lado, paradójica, como lo revela la nueva medicina; a veces al descuidar la sensibilidad del enfermo, ignorándola incluso, el médico es llamado a cuestio­ narla mejor siempre. De esto resulta una exigencia transfigurada. Los descubrimientos médicos de comienzos del siglo XIX parecen ante todo alejados de tal finalidad, disocian sin cesar el saber del médico y el del paciente. Uno "sabe" , otro "no sabe". Uno percibe, el otro no. Un principio que , sin embargo, se considera invertido: el primero inventa un conocimiento indiscutible pero complejo que, al ignorar lo sensible, estará obligado a volver sobre este más que nunca. Por esto la necesidad de seguir pacientemente el camino sinuoso de tal recorrido. En principio es un cambio de mirada. Cuando René Laennec, en 1819, logra detectar la tisis a partir del ruido escuchado en su estetosco­ pio, cuando deduce un deterioro preciso de los tejidos -ese estado que el médico ha observado muchas veces en el cadáver de enfermos afectados por la misma enfermedad- su visión tiene que ver con él y solo con él. Logra incluso identificar el mal en aquellos que ni siquiera tienen conciencia de él, o que no ofrecen ningún signo aparente. Desde entonces, anticipa los síntomas que serán pronto sensibles. Describe también ese mal con una precisión desconocida hasta ahora, multipli­ cando las particularidades interiormente visibles, y evocan una extra­ ñeza sorprendente , un espacio inédito, siempre más explorado, mejor descifrado, ajeno, sin embargo, a la sensación del paciente. Un con­ junto de anclajes físicos leídos solo con la apertura meticulosa de los cuerpos; los tubérculos del tísico observados en los pacientes fallecidos se desarrollan en la forma de granitos semitransparentes, grises, a veces incluso diáfanos y casi incoloros; su grosor varía desde el de un grano de mijo hasta el de un grano de cañamón; en este estado se los puede llamar tubérculos miliares. Esos granos se engruesan, se vuelven amarillos y opacos, primero en el centro y sucesivamente en toda su extensión'. 3 R. T. H . Laennec. De l'auscultation médiate, ou Traité du diagnostic des maladies des poumons et du caur. París, 1819, t. 1, p . 21.

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El cuerpo interior explorado por el médico multiplica entonces las particularidades, las materias y colores ignorados por el paciente. Este proceder tiene por supuesto una historia, cien veces descrita, cien veces comentada4• El descubrimiento de Laennec tiene sus ante­ cedentes; supone un desplazamiento de atención y no es suficiente con confrontar el estado del órgano sano y el del órgano enfermo, uno y otro constatados en el cadáver. Es menester aún superar la sola visión del órgano, mostrar cómo la patología se define más allá de él, cómo ella concierne tejidos que atraviesan y unifican la diver­ sidad orgánica, y especifican males según las singularidades de su propia textura íntima5• Esos conocimientos eruditos cambian todo, designan de forma más clara los lugares y las formas de la afección, lo cual invalida los antiguos índices patológicos. El antiguo método establecido "sin soporte perceptivo"6 que multiplicaba trayectos de humores o crispaciones nerviosas ya no es sino "fantasma"7, o una perspectiva "frívola"8 que ha dejado su lugar a otra manera de "mirar", apoyada ella misma sobre carnes mejor categorizadas, mejor disecadas. Es preciso volverlo a decir, tal visión se aleja totalmente de lo que puede experimentar el paciente. Algunos pacientes de Laennec solo presentan tos ligera cuando se cavan sus pulmones, incluso, algunos no sienten nada mientras los tubérculos se multiplican. La medicina de comienzos del siglo XIX aclara como nunca un cuerpo que fun­ ciona en el desconocimiento que el individuo tiene de él, que sugiere un adentro cuyas decaídas, estados sucesivos y desorganizaciones son ignorados por el enfermo y percibidos solo por el médico. Nada muy sorprendente a decir verdad, la vieja "exterioridad" corporal nunca ha abandonado su extrañeza. Una "mecánica" orgánica existe , independiente de la voluntad o del afecto y solo la "nueva" medi-

4 Ver P. J . Albert. Infiuence de l'anatomie pathologique sur les progres de la médecine. París, 1826; y J .-J. Boutaric. Laennec, Balzac, Chopin et le stéthoscope ou la diffusion de l'auscultation médicale durant la premiere moitié du XIX' . siecle. París: Glyphe, 2004.

5 Bichat fue el primero en mostrarlo, a comienzos del siglo XIX, cuando diferenció prio­ ritariamente las "membranas ", reveló sus superposiciones, sus envolturas, sus "capas de semejanzas anatómicas" siguiendo localizaciones sin embargo alejadas. Ver X. Bichat. Ana­ tomía general aplicada a la fisiología y a la medicina (1801). París, 1812, t. 1 , p. xc1 1 . 6 1 .-1. Boutaric. Laennec, Balzac, Chopin . p. V I . .

.

7 lbidem. 8 P. Pinel. Medicina clínica que se ha vuelto más preciosa y más exacta por la aplicación del análisis. París, 1804, p . 2.

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cina impone esta constatación con un rigor nunca igualado. El "aden­ tro" visto por el médico no es el experimentado por el paciente; lo "físico" permanece simplemente y más que nunca ignorado de "uno mismo" . De paso, tal es la afirmación de Balzac "cuando descubre" su pulmón como objeto inerte , luego de la auscultación atenta a la que lo sometió su médico Nacquart: "Tengo todo el pulmón izquierdo atacado"9• Balzac designa "su" mal como un hecho ajeno; es el suyo y no lo es, una evocación sin tiempo de la oscuridad orgánica. La situación es aún más tajante en el caso de una visita médica evocada por Alexandre Dumas en los años 1820; Félix Deviolaine, un amigo víctima de fatiga recurrente al que Dumas le propone acompañarlo al médico Thibaut, un clínico renombrado y estimado por el novelista. El hombre del arte recurre al estetoscopio, examina a Félix, lo tran­ quiliza con buenas palabras, pero se gira aparte hacia Dumas: "este muchacho está perdido"'º. El aviso es tan definitivo como indepen­ diente del que lo vive. Los "avances" de la interrogación sobre lo interno no son aquí ningún recurso. Sin embargo, esta nueva medicina se revela más ambivalente; tiene un momento decisivo: cuando se impone alguna "objetividad" máxima de la mirada médica es cuando la subjetividad del enfermo puede ser estudiada como nunca antes lo había sido.

El diario de enfermedad, una profundización De este modo, la primera perspectiva se invierte; la interrogación del paciente retoma sus derechos, mientras que triunfaba el análisis de la "exterioridad". El proceder es importante puesto que engendra una era inédita de observación personal. En primer lugar, nuevas distinciones; el síntoma, por ejemplo, ya no es un signo como lo era en la medicina tradicional. Las dos palabras son disociadas definitivamente. Un dolor de cabeza o una tos pueden no tener ninguna significación y para volverse signos requieren aparecer como "particulares", poseer un valor "diagnós­ tico o pronóstico"", revelar sobre el ser vivo lo que la apertura del cadáver podría indicar al objetivar su peligro. Entonces, la percep­ ción médica se ha transformado radicalmente; los síntomas estriden-

9 J . -J . Boutaric. Laennec. Balzac, Chopin . . p . 291. 10 A. Dumas. Mis memorias, 1802 -1830. París: Latfont. 1989, t. I . p . 839. 11 Are. "Signe". Dictionaire abrégé des sciences médicales. París, 1826. .

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tes pueden ser irrisorios y los síntomas anodinos gravísimos: "los fenómenos más atrayentes a veces solo proveen signos accesorios y los fenómenos más oscuros pueden volverse los signos característi­ cos de la enfermedad"12• Por esta razón, se reorienta la investigación y la exigencia de observación se decuplica, su meta es descubrir el sentido, cuestionar de forma más precisa al enfermo, trazar antece­ dentes, escrutar dolores olvidados, todas exigencias que valorizan el perfeccionamiento perceptivo del paciente; todos requerimien­ tos que, a comienzos del siglo XIX, conducen a una multiplicación de los tratados nuevos sobre "el arte de observar"13, que proponen cuestionarios dirigidos al enfermo sobre el comienzo de la enferme­ dad, la comparación entre los dolores, su localización14• Finalmente, todas ellas interpelaciones que conducen a lograr observaciones más completas por parte del propio paciente, hasta la sistematización de los interrogatorios; el médico " debe hacer de forma que el enfermo exponga él mismo, en lo posible, todo lo que es necesario conocer de él"15• Un proceder que el Diccionario de medicina comenta amplia­ mente, pero con la mayor claridad, en 1827: En tal caso que el enfermo solo acusare un calor ardiente, una cefalalgia intensa, un malestar general (signos muy poco impor­ tantes para el diagnóstico) , un dolor apenas percibido en uno de los costados, dos o tres esputos sanguinolentos, le descubrirán al médico la sede y la naturaleza del mal. Por esto la necesidad para él de llegar a conocer (por sus preguntas y, sobre todo, por la exploración profunda de todos los órganos y de todas las funciones) todas las circunstancias, todos los fenómenos de la enfermedad, para sacar del examen atento de cada fenómeno en particular, del acercamiento y de la comparación de todos esos fenómenos, los signos sobre los que establecerá su juicio16•

Se añaden las inevitables preguntas sobre los síntomas que nin­ guna localización parece delatar, los males opacos, las dolencias de la imaginación; esto conduce todavía más a averiguar las zonas de som­ bras, las que dejan al clínico sin indicios y al paciente como único informante: "diversos dolores, aberraciones puramente nerviosas,

12 A. F. Chomel. Art. "Signe", Dictionnaire de médecine. París, 1827. 13 Ver especialmente A. Courbon. Essai sur la maniere d 'observer les maladies. París, año X I I . 14 P. A. Piorry. Tableau indiquant la maniere d 'examiner et d'interroger le malade. París, s.f. (env. 1830) , p. 2. 15 A. F. Chomel. É léments de pathologie générale (1817). París, 1856, p . 454. 16 A. F. Chomel. An. "Signe", Dictionnaire de médecine ...

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algunos trastornos de las funciones intelectuales, etc. [ . . . ] que no caen bajo los sentidos y de los cuales solo podemos tener conoci­ miento por el testimonio de los enfermos"17• Por esto la necesidad creciente de interrogar al paciente, de conducirlo a que sienta mejor, a que testifique mejor. Se añaden, sobre todo, la invención de la medicina clínica y la reforma del hospital a partir de la Revolución Francesa, también estudiadas ya desde hace mucho tiempo18• Como lugar de aprendi­ zaje para el futuro médico y lugar donde los males son investigados directamente en la cabecera del enfermo, el nuevo hospital del siglo XIX trastoca tanto el arte de leer los síntomas como de interrogar a los pacientes. En este caso, ningún sistema previo está por delante; incluso, en primera instancia, la teoría debe " saber callarse"19 y dejar lugar a la más neutra observación. Para el futuro médico, aprender es aceptar desenvolverse en lo confuso, distinguir lentamente lo irri­ sorio de lo importante; aceptar que la enfermedad no se presente de entrada por un esquema de síntomas predefinidos -siguiendo la visión tradicional por señales reconocidas desde siempre- sino descubiertos pacientemente , índice por índice, insensiblemente des­ prendidos de una indistinta diversidad. Es a esta dispersión a la que se dedican los primeros clínicos: "en efecto, qué imagen de confusión y de desorden dan los ciento cincuenta o doscientos enfermos reuni­ dos en una enfermería, cuando se quiere uno dar cuenta exacta de su respectiva situación"'º. A partir de esta confusión se van a perfeccio­ nar las preguntas que se le hacen a los pacientes y el establecimiento exhaustivo de los síntomas, esa marcha que ha de hacerse "con paso lento, pero seguro'"'. En resumen, desde esta diseminación se van a reconocer insensiblemente las enfermedades complejas, entrecruza­ das, mal determinadas, aquellas en las que debe ejercerse la vigilancia de la observación sin límite, y donde se revela decisiva la interrogación sobre lo que siente el paciente: Esos vicios orgánicos del estómago, frecuentemente muy difí­ ciles de conocer y de distinguir de cualquier otra afección por

17 J. Bouillaud. Dissertation sur les généralités de la clinique médicale. París, 1831, p . 36. 18 El libro de Michel Foucault. El Nacimiento de la clínica. Una Arqueología de la mirada médica (1963). México: Siglo XXI, 1966, sigue siendo la referencia central al respecto. 19 Jbid. , p. 154. 20 Pinel. Médecine clinique . . p. 1. 21 !bid., p. 338. .

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su complicación con otras enfermedades nerviosas, o bien, cuando existen al mismo tiempo otras lesiones orgánicas de las vísceras abdominales que ofrecen otros síntomas, por así decir, heterogéneos".

Una atención siempre aguzada, siempre redefinida y siempre insuficiente. El tema de la reorientación de la vigilancia es impor­ tantísimo, tan significativo que pareció instalar toda una moda a comienzos del siglo XIX: el recurso a verdaderos diarios que iban llevando algunos pacientes sobre su propia enfermedad, un inven­ tario atento de todas las sensaciones para orientar mejor al médico general. Sin duda, la difusión de lo escrito pudo ayudar a la novedad, favoreció la iniciativa de redacción de un diario; sin embargo, sigue siendo el índice de un cambio de sensibilidad23• Es el propio médico el que tiende a sugerir su práctica e instala un principio de análisis personalizado. Por ejemplo, Philippe Pinel le concede confianza a sus delirantes y pretende descubrir en su texto lo que no puede observar: Un día comprometí a uno de ellos, un espíritu muy culto, a que me escribiera una cana en el momento mismo en que tenía los propósitos más absurdos y, sin embargo, esa cana, que aún con­ servo, está llena de sentido y de razón'•.

Los propios tratados médicos, desde los años 1820, multiplican las referencias a esos diarios tan inéditos como originales. Por ejem­ plo, Paul Gaubert toma "al azar muchas memorias escritas por los mismo enfermos"25• O Fram;ois Lallemand, que escoge los escritos más sugestivos: "la siguiente observación es quizás la más intere­ sante que me haya sido remitida por un enfermo"26• O los Annales médico-psychologiques, que creían útil publicar en 1846 el "Testimonio personal de un alucinado"27• Estos textos confirman la atención por lo "ínfimo" ; confirman sobre todo la restitución casi de facto de las impresiones, su cam22 !bid. , p. 344. 23 Ver A. Corbin. " É criture de soi sur ordonnance. É tude d'un cas du professeur Lalle­ mand", Des expériences intérieures pour quelles modernités? París: Cecil Defaut, 2012. 24 P. Pinel. Traité d'aliénation mentale. París: an. IX, p. 24. 25 P. Gaubert. Hygiene de la digestion, suivie d'un nouveau dictionnaire des aliments. París, 1845, p. 156. 26 F. Lallemand. Des pertes séminales involontaires. París, 1836-1842, p. 290. 27 "Témoignage personnel d'un halluciné". Annales médico-psychologiques, 1846, t. V I I , p. 37.

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bio de estatus. Ya no los trayectos internos imaginarios sugeridos por los antiguos médicos28, sino la sensación inmediata dada casi al "desnudo": lo sensible exclusivo, lo "experimentado" como tal. Con una intención explícita, por supuesto: lo "sentido" es del enfermo, la "interpretación" del médico29; esto refuerza el método exploratorio que se espera del médico y, en sintonía, el proyecto de escucha sobre sí mismo por parte del paciente, como la larga confesión hecha a Paul Gauben, en 1845, por un hombre que padecía "de los intestinos con todas las influencias simpáticas que a ellos corresponden": Querido Doctor, cada noche, hacia las dos, tres o cuatro de la mañana, me despierto con borborigmos que me fatigan el vien­ tre y me lo hacen doler. Cuando los gases se encuentran en el estómago, mi respiración se impide. Bostezo hasta romperme la mandíbula; no puedo acostarme sobre uno o el otro lado; a veces para respirar me veo obligado a sentarme en la cama. Es un calor, una combustión que se produce en las entrañas, me remonta al cerebro y adiós mi voluntad de dormir; los pensa­ mientos vienen en manadas, ¡pensamientos sombríos Pº

Todo lo que se siente es evocado en orden de aparición, sin inter­ pretación previa, sin barreras ni retenciones, sin hesitaciones sobre la sorpresa o lo singular. Solo el médico "conoce", por esto hay que decír­ selo "todo". Lo mismo ocurre con el paciente de Fram;:ois Lallemand, víctima de "pérdidas seminales" en 1836, que evoca los mil desórdenes que cree que acompañan su mal: Adelgacé tanto que da miedo; sentía en la columna vertebral dolores atroces; todos mis movimientos eran penosos; me parecía que tenía tiza en mis articulaciones, en lugar de la sino­ via; cuando caminaba sentía que mi cerebro se bamboleaba en la cabeza. Durante todo el invierno estuve cerca del fuego; mis extremidades estaban siempre débiles y yo no lograba calentarmeJ1•

El mismo Balzac, dispuesto a evocar su cuerpo auscultado como si fuera un cuerpo ajeno, se extendió ampliamente en sus canas sobre las impresiones más subjetivas provocadas por sus males, sugerir su

28 Supra, p. 31. 29 Relativo al hecho de que paciente y médico "no están en el mismo plano" , ver J.-P. Thomas. La Plume et le Scalpel. La médecine au prisme de la littérature. París: PUF, 2008, p. 108. 30 P. Gauben. Hygiene ... op. cit. , p. 157. 31 F. Lallemand. Des Pertes ... op. cit., pp. 293-294.

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intensidad, detallar su sucesión que hay que exponer luego al médico, hasta desarrollar, a partir de ellas, una verdadera inventiva interior: Me acuestan, y entonces las sensaciones extraordinarias que el hachís desarrolla en placer se manifiestan en dolor. Mi cabeza pesaba millones de kilos y permanecí nueve horas sin poderla mover; luego, cuando quise hacer un movimiento, sentí dolo­ res tan vertiginosos que, para explicarlos, habría que comparar mi cabeza con la cúpula de San Pedro, imaginar dolores pareci­ dos a sonidos que se repercutieran bajo los estandartes de esa cúpula. Tenía la sensibilidad desmesuradamente agrandada para sufrir".

Es así como se desarrolla una literatura que tiene que ver con la hipocondría. Jean-Baptiste Louyer Villermay, en una tesis de 1802, fija claramente una descripción más argumentada que antes33, multiplica los casos, establece por primera vez diversos grados de gravedad. La nueva dinámica valoriza los testimonios del enfermo, se detiene en el aumento de las quejas, en el recurso angustiado al médico, a la diversidad de mil síntomas y dolores supuestos. Los grados sobre todo, cuidadosamente designados y jerarquizados, se despliegan desde las sensaciones más anodinas hasta los dolores más atroces, como si el cuerpo, de parte a parte, pudiera estar atravesado por infinitos ataques de las enfermedades tan reales como imagina­ das, y de las impresiones más abigarradas.

Los "sentidos internos", objetos de exploración de sí A este registro sensitivo ampliamente extenso recurren los Ideólo­ gos de comienzos del siglo XIX para proponer un nuevo proyecto. Ya no el solo inventario de lo sensible, sino su conversión, su utilización con miras a una profundización psicológica totalmente nueva; no la simple percepción interior sino la búsqueda de sus efectos íntimos. Pierre-Jean-Georges Cabanis fue quien llevó más lejos esta propo­ sición totalmente original desde los primeros años del siglo: basar un mejor conocimiento de sí sobre las impresiones del "adentro", emprender un proceder que prefigura las cuestiones psicológicas de nuestra modernidad.

32 H . de Balzac. Carta a su hermana, 21 de junio de 1849; citada por J.-J. Boutaric. Laennec, Balzac, Chopin y el estetoscopio, p. 304. 33 J . - B. Louyer Villermag. Traité des vapeurs aux maladies nerveuses (1802), 2 vol. Paris, 1832.

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Esto supone, ante todo, la identificación definitiva de la noción de "sentido interno", la materialización de su existencia, la designación de un "sentido particular" , diferente de los cinco sentidos tradiciona­ les: "la distinción de los órganos sensibles en internos y externos [ . ] ya no presenta ninguna dificultad"34• Los fisiólogos de comienzos del siglo sugieren, además, una extrema diversificación del campo; de las sensaciones provocadas por las necesidades a las provocadas por la realización de las actividades orgánicas, hasta finalmente las que provoca la fatiga susceptible de prolongarlas35• Pierre-Nicolas Gerdy, médico filósofo y futuro diputado inventó la expresión percepción sen­ sorial36 , y califica incluso esta nueva perspectiva de "revolución en la historia de las sensaciones"; insiste en que una fisiología basada únicamente en los cinco sentidos permanece "llena de oscuridades y de errores"37• Se impone una nueva certeza; esa interioridad juega un papel activo, es una fuente posible de orientación moral, de inclinación secreta, de estado íntimo en la que se liga sensibilidad visceral y sensibilidad personal. Cabanis se cuestiona entonces sobre los órga­ nos, sus supuestos efectos, las singularidades de actitudes y de com­ plexiones que estos podrían revelar. Su búsqueda de origen y de fundamento lo conduce, incluso, a extenderse a las primeras "impreg­ naciones" vitales, vividas por el feto, referencias casi fundadoras: . .

En las impresiones interiores, en su concurso simultáneo, en sus combinaciones simpáticas, en su continua repetición durante el tiempo de la gestación, se puede pues afirmar que es necesario buscar a la vez la fuente de las tendencias que se manifiestan en el momento mismo del nacimiento, y la de ese lenguaje de la fisionomía por la que el niño sabe ya expresarlas, y aquella en fin de las determinaciones que ellas producen38•

Se acumulan los ejemplos sobre el impacto posible de tal campo invisible: las pesadillas, las ensoñaciones, los delirios, los vagos malestares, las impresiones cotidianas, las fluctuaciones morales, los efectos de temperamentos. Todos vienen de un mundo interior que trae a la conciencia sus derivas sensibles; todos suponen una ver34 P . J . G . Cabanis. Rapports du physique et du moral de l 'homme, t. 1, pp. 163-164. 35 Ver F. Magendie. É léments de physiologie. París, 1817, t. 1, pp. 137-139. 36 P.-N. Gerdy. De la perception sensoriale et du jugement méthodiques et raisonnés. París, 1844. 37 Gerdy. Physiologie philosophique des sensations et de l'intelligence. París, 1846, "prefacio", -

p.

-

XIV.

38 lbid. , p. 183.

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tiente oculta que impone claramente ese nuevo universo. La nueva explicación puede sugerirse para entender hasta los "convulsionarios de san Medardo" y su insensibilidad aparente. Su excepcional resis­ tencia física había golpeado las imaginaciones del siglo XVI I I . ¿Cómo esos "iluminados" estáticos y mudos han podido soportar sin chistar los mil golpes asestados a su cuerpo, con miras a expiar sus pecados en el París de los años 173039? ¿Cómo han podido, ante la tumba de su " Santo", manifestar tal resistencia silenciosa a los bastones y a las espadas? Solo una inversión de perspectiva permite comprenderlo; la referencia a un fenómeno ya relacionado con el sonarnbulisrno4º, el privilegio dado al adentro sobre el afuera; sin duda que el "fana­ tismo" funciona, pero lo hace más aún el "aniquilamiento del efecto de las sensaciones externas"41, por medio de una atención exclusiva prestada a las sensaciones internas. La concentración sobre el "aden­ tro" ha permitido su aparente insensibilidad, con toda seguridad, una interioridad muy particular. Lo que los "magnetizadores", alum­ nos de Puységur, sistematizan hasta la certeza -inclusive la obstina­ ción- en esos años 1810-1820. Una conciencia interior muy particular sería aquí posible: En el sonambulismo magnético, el individuo ya no recibe impre­ siones distintas, que no sea por los nervios del sistema visceral; los órganos que dependen de tal sistema le transmiten sensaciones enteramente nuevas, de las que los sentidos externos no pueden dar ninguna idea. Es así como por ejemplo estos ofrecen el cono­ cimiento de lo que puede estar pasando en el interior del cuerpo. Los movimientos y las funciones de las vísceras se vuelven sensi­ bles al sonámbulo".

Sea lo que sea, Cabanis no tiene ninguna duda de que hay "en el hombre otro hombre interior"43, un hombre hecho de sensaciones oscuras, mensajes orgánicos e impresiones carnales, de las que dan testimonio tanto el sueño corno el delirio, la locura, la resistencia eventual a los dolores, corno una infinita variedad de maneras y de estados, todas figuras sensibles, "disposiciones vagas", esas irnpre39 Ver C.-L. Maire. Les convulsionnaires de Saint-Médard. Miracles, convulsions et prophéties d Paris au xvm'. siMe. París: Gallimard, 1985. 40 Supra, p . 79. 41 P.-J.-G. Cabanis. Rapports du physique . . t. X, p . 193. Ver también Y. Pouliquen. Cabanis, un idéologue de Mirabeau d Bonaparte. París: O. Jacob, 2013. 42 A. Sarrazin de Montferrier. É léments du magnétisme animal. París, 1818, p. 20. 43 P.-J.-G. Cabanis. Rapports du physique ... t. X, p. 182. .

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siones de bienestar o de malestar que ritman la sucesión de los días. Son estas las que multiplican las disposiciones morales cotidianas, las que escapan a la conciencia y las que vienen de las zonas más oscuras del cuerpo. Son estas, en fin, las que, en su vertiente concreta, casi material, se hacen susceptibles de ser captadas e interpretadas por el individuo mismo. Esto transforma el análisis de sí mismo. Esta es la primera versión de una psicología que parece disponer de objetos "alcanzables", índices cada vez más preciosos en cuanto se escapan a la atención común. De allí esta ambición completamente nueva de explorarlos y estudiarlos como otras tantas huellas que se pueden descubrir, esa voluntad de inventariarlos y también de enumerarlos para evaluar mejor lo que determina los diferentes "estados interio­ res". Por primera vez, nace un proyecto psicológico, una mirada de saber sobre sí mismo en cuyo centro están las sensaciones internas. La propuesta de Cabanis se revela entonces radical, más sistemá­ tica que todas las que existían hasta entonces; a partir de un método parecido al de Condillac, con su estatua abierta hacia el afuera, orienta esta vez la atención hacia adentro. La ambición es clara: sensación tras sensación, constatación tras constatación, la interioridad corporal manifestaría sus efectos, su sorda influencia sobre las actitudes, la con­ ciencia, la moral, la manera de experimentarse. Se trata de un proyecto ambicioso con toda evidencia, "extremo" también, sin duda, que busca orquestar lo sensible como un lenguaje, distinguir en él cada influencia como se distinguiría cada palabra en un idioma: Quedaría ahora por determinar cuáles son las afecciones morales y las ideas que dependen particularmente de esas impresiones internas, y de las que los órganos de los sentidos a lo sumo son los instrumen­ tos subsidiarios; luego quedaría por clasificarlas y descomponerlas, como lo hace Condillac con todas las que sostienen las operaciones de los sentidos, con el fin de asignar a cada órgano las que le son pro­ pias, o la parte que hay en ellas que solamente él llega a producir".

Finalmente , un proyecto completamente intelectual, por no decir que formal, sin ninguna duda, que lleva lo más lejos posible la evo­ cación de percepciones subterráneas y ocultas formuladas desde la Ilustración. La esperanza e , incluso, lo imaginario de una transparen­ cia se imponen aquí, y Cabanis cita algunos ej emplos: "en los suje­ tos eminentemente sensibles, las impresiones internas, inclusive en algunos casos, las operaciones de las vísceras a las que se refieren 44 !bid . , p. 178.

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se vuelven perceptibles por medio de la extrema atención que esos sujetos les prestan"45• El objetivo es nuevo: el tema ya no es solo el del sentimiento de existencia, como en el siglo xvm , sino el del cono­ cimiento, el de una aclaración del "sí mismo" a partir de percepcio­ nes orgánicas posiblemente descubiertas. Esta conversión es central: no simplemente "experimentar" sino "buscar", esperar de una aten­ ción puesta en la sensibilidad visceral, una mejor comprensión de sí. Las fronteras del cuerpo se imponen como un desafío importante; lo interno se abre a mil prospecciones. Es preciso volver a mencionar que se trata de un proyecto por completo intelectual, estrictamente programático incluso, confrontado a un universo totalmente despro­ visto de palabras; a cambio su proceder se orienta definitivamente hacia la modernidad; entrega un espacio tan "concreto" como inte­ riorizado a la investigación. ¿Habrá que volver a decir que se trata de una psicología "prima­ ria", casi "primitiva", que alojaba los mecanismos del sí mismo en la realidad móvil de las vísceras, esperando que un trabajo sobre los mensajes más materiales de lo sensible permitiera la elucidación de las dinámicas más secretas de la intimidad? Como si lo psíquico tuviera que transponer su propia existencia en un soporte que tuviera la densidad de las "cosas" . Como si las ganas de comprenderse mejor supusiera la necesidad de darse un objeto sensible , sin duda, pero al mismo tiempo tan concreto como "materializado".

El diario íntimo; "siento luego existo" La invención del diario íntimo, a comienzos del siglo XIX, confirma la misma visión. Las páginas escritas con el objetivo de experimentarse mejor -o mejor aún: de conocerse mejor- por Benjamin Constant, Maine de Biran, Stendhal, É tienne de Senancour o Maurice de Gué­ rin, a comienzos del siglo XIX, ilustran lo más claramente posible tal proyecto. Ya no simplemente "sentir" o gozar de sí, como la vía que pudo trazar el siglo xvm, sino evaluarse, medirse, "aprehenderse", a partir de esa supuesta profundidad sensible, así es como nuestra propia modernidad desarrollará su perspectiva. El diario está hecho por el autor y para el autor solamente46, privilegia toda ocurrencia

45 !bid. , p . 145. 46 Ver P. Pachet. Les baromrtres de l d me . París: Hachette , 2001; G. Gusdorf. El Descubrimiento de sí. París: PUF, 1948; A. Girard. Le Journal intime . . . París: PUF, 1963. '

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sensible, toda sorpresa, sin censura ni partido, solo una exigencia: entregarse sin máscara, dejar surgir el adentro con toda espontanei­ dad. Stendhal lo sugiere mientras acumula sus indicaciones fugitivas: "tomo por principio de no estorbarme ni de borrarme nunca"47• La resolución está en las primeras impresiones, en lo inesperado , por no decir en la sorpresa. Por esto la presencia de "secretos", dudas, manifestaciones orgánicas, malestares o placeres diversos que se han vuelto otras tantas indicaciones posibles de un estado interior. Tal iniciativa es nueva y difiere de la de Montaigne, por ejemplo, que sin embargo fue pionera. A través de lo que experimentaba el autor, los Ensayos intentaban trazar un principio más general: la "condición humana'' , el hombre, más que el individuo. Pero igualmente difiere de la de Rousseau que, sin embargo, fue muy innovadora. Las Con­ fesiones trataban, a través de lo que experimentaba el autor, de jus­ tificar una historia, legitimar un pasado , incluso tomar un partido; lo sensible al servicio de una defensa pública y de una apología. El objetivo de esos Diarios del siglo XIX es diferente. Está circunscrito solo a la esfera íntima y privilegia la singularidad más aguda: explorar lo que el individuo siente en el instante , atenerse al testimonio inme­ diato, rehusar cualquier otro previo. El principio es desde entonces deliberado: "la conciencia de sí ya no es conciencia de lo universal sino conciencia de lo individual"48• Por esto se presenta también ese abandono de sí sin espectáculo, esa atención puesta "a las mínimas variaciones del paisaje interior"49, esa aceptación de la confusión posible y la duda. Un esbozo sin duda, unas indicaciones precarias incluso, pero es precisamente en este azar donde domina la ambi­ ción de aclarar lo que es allí de la más extrema singularidad, método que Benjamín Constant evoca con sus riesgos y su originalidad: Me impuse como ley escribir todo lo que experimentaba [ . . ] Escribí allí suficiente como para reencontrar mis impresiones y para volverlas a sentir cuando no tenga nada más que hacer. ¿Son los otros como yo soy? Lo ignoro. Seguro que si me mos­ trase a ellos tal como soy, me creerían loco50• .

Un vasto universo sensorial emerge entonces, en el que el autor dice descubrirse y entregarse, impresiones borrosas, dispersas, pero 47 48 49 so

Stendhal. Journal (18 de abril de 1801). París: Gallimard, 1961, A. Girard. Le Journal intime, p. 55. !bid., p. 34. B. Constant. Diario íntimo (1804). Málaga: Alfama.

p.

401.

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que renuevan la "interioridad". Ellas extienden el espacio íntimo, recomponen el "sentimiento de estar en casa"5', reinventan el tema de la adecuación de sí consigo mismo. Están sujetas también a mil derivas de impresiones, como aquellas "sensaciones que provocan en Senancour una ensoñación inmensa"52, o esa atención profunda a los gestos más triviales que sugiere una sensibilidad interiorizada: "entended claramente el placer que siento cuando mi pie se hunde en una arena móvil y ardiente"53• Están sujetas a auténticos y nuevos cuestionamientos, "exámenes" sobre su fuerza y su impacto. Maine de Biran da de ello un ejemplo importante, que transforma su diario en terreno casi experimental. Las impresiones físicas, "interiores" que allí suceden, declinadas, cuestionadas y que vienen del fondo del orga­ nismo, están confrontadas con sus localizaciones posibles, cotejadas otro tanto con las fluctuaciones igualmente posibles de su ser: Mis nervios móviles y enfermos se hacen sentir penosamente en la región del estómago; aquella es la fuente de mi malestar y de mi concentración habitual; un poco de gastricidad contribuye a hacerme más sombrío, más temeroso, más descontento de mí mismo; mi instinto me arrastrará ahora hacia la soledad54•

El conjunto del diario se dedica al "sentido íntimo"55, una impre­ sión hundida en el corazón de la conciencia donde lo físico y lo moral vienen a cruzarse. Todo matiz es perseguido: vacilaciones, disposición nerviosa56, tormenta nerviosa57, sofocamientos58, fati­ gas sordas, movilidades no dominadas. Al punto que Maine de Biran subraya su atracción claramente consciente por esta interioridad particular: "por naturaleza estoy dotado para la percepción interna, y tengo, con lo que ocurre dentro de mí, ese tacto rápido que tienen los otros hombres para con los objetos exteriores"59• Exploración repetida y determinada que conduce con toda lógica a la certeza de s1 H. F. Amiel. Fragmentos de un diario íntimo (1847-1881) (8 de abril de 1868). México: Porrúa, 1986. s2 B . Didier. L'imaginaire chez Senancour. París: Coni, 1966, p. 13. S3 E. de Senancoun. Obermann. Paris, 1804, p. 77. S4 P. Maine de Biran. Journal. Neuchatel: La Braconniere, 19s4, t. 1, p. 108 (29 de febrero de 1816). SS !bid . , t. 1, p. 110 (29 de abril de 1816). S6 !bid. , t. 1, p. 73 (4-s-6 mayo de 181s). S7 !bid., t. 1 1 1 , p. 131 (30 de octubre de 181s). S8 !bid., t. 1 , p . 202 (13 de agosto de 1816). S9 !bid. , t. 1 1 , p. 172 (3-4 de noviembre de 1818).

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una traducción de esas modulaciones de sentidos internos en otras tantas modulaciones de conciencia: Estoy conducido en las nueve décimas partes de mi vida por esas impresiones insensibles y casuales, o también por impre­ siones internas confusas, variables, de las que tengo conciencia y que me constituyen en tal estado físico y moral determinado sobre el que mi voluntad no puede absolutamente nadaGo.

Zonas determinadas del cuerpo que se consideran determinan­ tes para cada uno, se imponen. Un lugar domina, por ejemplo, en el testimonio de Maine de Biran, evocado ya por los autores de la Ilus­ tración, y perseguido aquí con espíritu de sistema: "colocar el estó­ mago en el centro de todas nuestras afecciones y la causa activa de nuestras disposiciones intelectuales, de nuestras propias ideas"61• Otra zona domina con Maurice de Guérin, interminablemente inte­ rrogada, como interminablemente comentada: Mi cabeza está seca. Sufro de un dolor mitad moral mitad físico. Algunos días siento como un pelotón de nervios que en ella se forma por medio de contracciones sordas y tiránicas. El exceso de frío o de calor, la aburrición, algunos movimientos de cabeza, irritaciones internas que contribuyen a eso. Entonces ya no me imagino nada. Un extraño estupor me agarra; permanezco inmó­ vil y sólo siento la pesada fij eza agobiadora de la vida que parece detenerse en un estado de malestar incomprensible y el palpitar de una arteria que se agita en ese lugar de la cabeza62•

La observación de sí se volvió central, meticulosa, prolongada con constancia, apasionada por la "interioridad", y esta observación, con toda prioridad, se dirige hacia una "fuente" mucho tiempo des­ cuidada: lo sensible del cuerpo; con ella se amplió sin ninguna duda el sentimiento de sí, el de la existencia íntima. La apuesta ya no es entonces descubrir simples trayectos de dolor, sino más bien a partir de ellos, numerosas tonalidades y variaciones de la persona. El tema del "origen" domina acá, la búsqueda del punto de arranque , hasta el misterio, además, como lo recuerda el Diario de Henri Frédéric Amiel cuya redacción atraviesa muchas décadas del siglo XIX. Excepcional

60 Ibid. , t. I , p. 144 (8 de junio de 1816). 61 Ibid., t. 11, p. 242 (27-28 de octubre de 1819). 62 M. de Guérin. Le Cahier vert (1832-1835), texto establecido por C. Gely, París: Klinck­ síeck, 1983, pp. 221-223.

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atención al cuerpo para una interrogación inquieta sobre el comienzo de los malestares, de las indisposiciones: Cierzo y frialdad; sin embargo, la cabeza sigue estando suave, y experimento como tirones cerebrales. No soy un fondo de vigor; ¿cuál es la causa? No la adivino, a menos que sea una pérdida inesperada de una fuga nerviosa que no me hizo signo alguno al pasar. Es algo singular y desagradable63•

La exploración se detiene en la diversidad sensible para trans­ formarla mejor en diversidad moral. Se ha impuesto la idea de una causa "accesible" y, sin embargo, huidiza. Su búsqueda también se ha legitimado. Es claramente la lección de Cabanis; el sentido interno se impone como una lejana prolongación de lo que venía desde la Ilustración, acompañado de una visión nueva que el individuo se da de sí mismo: "cuando el cogito cartesiano y la primacía del pen­ samiento fueron sustituidos por la primacía de lo sensible, 'siento luego existo ' , se abrió el campo al intimismo porque la persona ya no se la concebía de la misma manera"64• Se constituye así una averigua­ ción radicalmente nueva. Será menester seguir el diario de Henri Frédéric Amiel. La cuestión de la identidad y la de su relación con el cuerpo atraviesan el conjunto del texto, son más insistentes en cuanto ese ginebrino melancólico, nada desilusionado, experimenta una frecuente extrañeza consigo mismo. Describe esta distancia, la cuestiona, a veces se abandona a ella, intenta aquí y allá dominarla: "me despersonalizo con tal facili­ dad que momentáneamente me confundo con los otros"65• Regresa el tema: mezcla el sentimiento de "pérdida" con el de "falta de unidad"66, y fabrica un neologismo, el de "extrañereza" < "étrangereté" > 67, dis­ puesto a una confesión: "mi individualidad es no tener ninguna"68• La relación con el cuerpo se revela acá fundamental, instalada en el centro de la dispersión: "asisto inmóvil a mi desmembramiento"69• La ausencia de pertenencia física sugiere entonces otras ausencias, la no­ coincidencia con el cuerpo sugiere otras no-coincidencias: "ya en 1846,

63 H. F. Amiel. Fragmentos de un . . p. 63. 64 A. Girard. Le journa[ intime . . p . 54. 65 H . F. Amiel. Fragmentos de un . . . p . 243. 66 !bid p . 114. 67 !bid. , p . 70. 68 !bid . , p . 117. 6g !bid. , p . 120. .

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hace treinta años, durante dos semanas sentí mi cuerpo fuera de mi verdadero yo, lo miraba con curiosidad, como una cosa ajena"70• Las partes escapan, parece que ya no se ajustaran entre ellas: "perdería mis piernas y mi cabeza si ellas no estuvieran empernadas a mí"71• Por esto ese "sí < mismo > " más complejo de lo que parece, interminable­ mente conducido a la búsqueda de unidad, la importancia dada a una voluntad cuyo mismo principio parece escapar al autor: "lo que me falta [ . . ] es la voluntad, la dura voluntad [ ] sin amor ni debilidad"72• Amiel encuentra primero esta ambición de unificar lo interno, encon­ trada de nuevo con el debate sobre el actor a fines del siglo xvm, la necesidad de "poseerse"73, la de vivir lo sensible y dominarlo. Fallaba lo que él transpone aquí en proyecto más explícito, deliberado, siem­ pre recuperado; Amiel reencuentra también la vieja extrañeza de los melancólicos, la de un cuerpo que se ha vuelto otro. Además, lo evoca con más evidencia de lo que lo hacían los autores de la Ilustración, y lo conduce a una certeza patente: esa extrañeza, esa distancia instalada en el corazón de lo físico está llamada a participar en esta dispersión personal. Mejor aún, se vuelve por primera vez el objeto de un inter­ minable diario. .

70 !bid., p. 117. 71 !bid. , p . 213. 72 !bid., p . 89. 73 Supra, pp. 73

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SS.

CAPÍTULO VI LA INVENCIÓN DE LA CENESTESIA

La atención totalmente nueva que se le presta a lo sensible al comienzo del siglo XIX y la transformación de sus retos, hasta hacer de ellos la fuente posible de los estados "morales", provocan cues­ tionamientos más centrales; por ej emplo, la unidad posible de esta sensibilidad interna estudiada desde entonces con mayor exigencia, que tiene que ver con el estatus de un cuerpo pensado más que antes en estricta continuidad con la persona que lo experimenta. Nacen de repente reflexiones más teóricas y más abstractas, confrontadas unas y otras a esta visión de un cuerpo que se ha vuelto indisociable de aquel que dice "yo". Nacen también nociones nuevas, las de "cenes­ tesia", la más fértil en esos comienzos del siglo XIX: una manera de experimentar espontáneamente el cuerpo como una unidad interna, una potencia latente y recogida; ya no solo la diversidad de "sensa­ ciones que nunca nos abandonan"' como podía constatarlo ya la Enciclopedia; como tampoco solo la presencia de un " sentimiento de la existencia", como lo podía constatar "el hombre sensible" , sino una focalización más sorda, casi muscular, donde el cuerpo se da de entrada en convergencia tan disponible como espontánea. La inves­ tigación de un sentimiento "unificado", tan primordial como clara­ mente experimentado.

El esfuerzo, el "hecho primitivo" El obj etivo es ante todo buscar "más acá" de las experiencias dispersas, preguntarse si, antes incluso de la dispersión de las sensaciones inter­ nas y del sentimiento de un estado como el de la existencia, no habría alguna impresión principal más profunda, la presencia de una dinámica inicial, de un "impulso" que designe una pertenencia, una unidad; dicho 1 Supra, p. 19.

no

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de otra manera, rebasar la sola constatación de un fundamento físico que ya había efectuado la Ilustración. También una manera de dar más densidad, sino más coherencia, a esa interioridad durante tanto tiempo vivida más que estudiada. Una manera, finalmente, de hacer de ella un objeto de observación casi teorizado. Los sentidos internos tocarían así algún "territorio" hasta entonces ignorado. Maine de Biran es uno de los que intentaron tal investigación con la mayor exigencia a comien­ zos del siglo XIX. Sus afirmaciones tienen por origen el hecho comprobado por un médico, Régis Rey, en uno de sus pacientes; el enfermo, víctima de una "parálisis de la mitad del cuerpo, luego de un ataque reciente de apoplejía"', es incapaz de sentir la existencia de las partes paraliza­ das. Tiene la impresión de que "están muertas para él"3• No puede sentirlas ni moverlas, aunque puede sentir los dolores. Una extraña situación; esas sensaciones existen pero no están ubicadas de nin­ guna manera; están hundidas en una bruma oscura. Ninguna unidad física se reconoce aquí. El paciente puede por ejemplo gritar cuando el médico presiona fuertemente su brazo o sus dedos disimulados bajo la sábana, sin embargo, no puede indicar el lugar que duele . De allí viene la doble certeza del médico: la sensibilidad no se ha abo­ lido, pero su localización se ha borrado, lo cual crea una situación diferente y más sutil que la del soldado víctima de una total paráli­ sis del sentimiento, que se conoció en el siglo xvm4• Se distinguen grados de abolición, sensaciones que existen pero que no son locali­ zadas; también grados de gravedad y parálisis del sentimiento, pero limitada, a tal punto que un solo cambio permitiría hacer que todo se desplome. Y tiene que ver con el regreso del movimiento voluntario en el curso de la enfermedad, con la posibilidad encontrada de movi­ lizar los miembros, de comandarlos. Una vez restituida esta segu­ ridad con la integridad motriz, el conjunto del pasado se restaura, se recupera la sensibilidad. Esto reviste un sentido preciso para Maine de Biran: " Una sensación cualquiera no se localiza en una sede determinada sino en tanto que ella puede asociarse al esfuerzo"5,

2 P. Maine de Biran. Essai sur les fondements de la psychologie (1812). editado por F. C. T. Moore, en F. Azouvi (dir.). Obras, t. VII, 1. París: Vrin, 2001, p. 144 . 3 !bidem. 4 Supra, pp. 81-82. 5 P. Maine de Biran. Essai sur les. p. 146. Ejemplo diferente del reportado por J . -C. -A. Hel­ vetius en 1749 (supra, p. 14) . En el caso presente la sensibilidad nunca quedó abolida, a tal ..

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supone la existencia de la acción, la realización de un querer; supone la movilización de los músculos, su dirección; una iniciativa trivial y, sin embargo, central. El compromiso de la voluntad se ha vuelto principal. Una unidad inicial e insospechada se ha develado, lejos de los índices pasados , por esto finalmente esta tendencia a cuestionar más el modo del "yo" ("je") y a privilegiar la palabra "yo" ("moi")6• Existe un "previo", un anclaje decisivo en el que el individuo -como lo ha confirmado Régis Rey- no podría percibirse en la pasividad. Necesita un compromiso, un "enganche". Tiene que confrontarse con una resistencia. Dicho de otro modo: requiere captar un cuerpo que hay que mover, y ya no solo (como en el siglo xvm) un cuerpo para sentir; esto crea una sensación fundadora: "el yo no puede existir por sí mismo, sin tener el sentimiento o la percepción inmediata interna de la coexistencia del cuerpo; he aquí claramente el hecho primitivo"7• Así, este "hecho primitivo" es "inseparable del esfuerzo voluntario"ª. Maine de Biran retoma además la expresión "sentimiento de la exis­ tencia", la noción del siglo xvm, pero la fundamenta en el "sentido del esfuerzo" que se ha vuelto él mismo "el del yo"9• Constatación importante que conduce más que nunca a incluir el cuerpo en el pensa­ miento de la persona, o según una fórmula equivalente, una constata­ ción que conduce, de entrada, a pensar la persona como "fisicalizada", que implica un esfuerzo cuyo cuerpo es el "término inmediato"'º. En resumen, es una experiencia tan fundadora que ese sentimiento del esfuerzo es primario, genérico; es el de la "individualidad personal"", dada como potencial inmediato, por no decir absoluto. En fin, una experiencia más importante en cuanto aleja definitivamente de todo punto que se reencontró su precisión con la reaparición del movimiento voluntario. En el caso precedente la penurbación tenía que ver con la pérdida de la sensibilidad de forma definitiva y que no podía ser restaurada.

6 Es necesario evidentemente recordar que, en un tal marco de percepción íntima, todo acercamiento al futuro análisis freudiano del "yo" no puede tener sentido. 7 P. Maine de Biran. Essai sur les . . p. 144. Aún necesitamos subrayar, como lo hace Fran­ �ois Azouvi, que esta "percepción" que parece convenir al cuerpo "en inseparable de mi" mantiene de hecho una dualidad: "el ego, el cuerpo subjetivo, el movimiento, no son 'una sola y misma cosa' , sino dos, irreductibles la una a la otra como la causa lo es al efecto . .". Maine de Biran et la science de l'homme. París: Vrin, 1995, p p . 238-239. 8 P. Maine de Biran. U:uvres. París: F. Alean, 1932, "introduction ", t. V I I I , p. XXX I I I . 9 Maine de Biran. Note sur l'idée d 'existence (1824), U:uvres, t. X I V , p. 85. 10 L. Even. Maine de Biran critique de Locke. Louvain-la-Neuve: lnstitut Supérieur de Philo­ sophie. París, 1983, p. 86. 11 Maine de Biran. Note sur l'idée . p. 85. .

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pensamiento incorporal, "el que entendía Descanes"12, por ejemplo, para orientar hacia un pensamiento que no puede existir sin cuerpo. Por otro lado, tal sería "la unidad percibida en el sentimiento de exis­ tencia, es decir en el hecho primitivo"'3• El análisis de Maine de Biran se ha desplazado de esta manera de una observación de los sentidos internos o de un análisis de sus efectos supuestos, a lo que sería su fundamento. La investigación franqueó un umbral: ya no las percepciones experimentadas pasi­ vamente, los latidos del corazón, las contracciones del estómago, los movimientos convulsivos"'; tampoco los malestares físicos o las oscuras impresiones susceptibles de orientar lo moral, sino la per­ cepción comprobada en el acto mismo, la de una voluntad comple­ tamente primitiva que aferra al cuerpo, la que constituye la persona, el yo'5• Esto indica claramente un hecho primario: por supuesto que es un fenómeno del cuerpo, puesto que al movilizar lo orgánico esta voluntad se define; también un fenómeno de un cuerpo muy personal, puesto que es a través de una experiencia rigurosamente íntima que se califica esta voluntad. Un sentido del esfuerzo, a fin de cuentas, que no sería nada distinto a "aquel de la individualidad personal"16•

El "cuerpo propio" Se puede ver cómo Maine de Biran le da un nombre a esta sensa­ ción fundadora, el "hecho primitivo de sentido íntimo". También le da un objeto, el "cuerpo propio", ese cuerpo inmediatamente pre­ sente , inmediatamente sentido , pero sobre todo percibido en "tér­ mino inmediato del esfuerzo y, por tal motivo, constitutivo de la subjetividad"17• Una noción tan importante como la de "cuerpo propio" es un término nuevo y renueva la designación del espacio "interno", más

12 Ibid . , p. 56. El importante libro de Antonio R. Damasio, El error de Descartes (1994). Barce­ lona: Dracontos, 1996, no es ajeno a un tal razonamiento. 13 B. Baertschi. Les rapports de l'dme et du corps. Descartes, Diderot S¡ Maine de Biran. París, Vrin, 1992, p. 146. 14 Maine de Biran. Essai sur les fondements . . Ver Maine de Biran, la vie intérieure, presentado por Bruce Bégout. París: Payot, 1995, p. 76. 15 Ibid., p. 78. 16 Maine de Biran. Note sur l'idée d 'existence, t. x1v, p. 85. 17 Ver L. Even. Maine de Biran critique de Locke, p. 86. .

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inmediato, más incomunicable, una percepción en la que la reflexión sobre sí se aprehende en un previo carnal. Designa incluso, por pri­ mera vez, un "sentido muscular"18, constitutivo del yo. Es "el con­ junto de los órganos en poder del yo"19• Más aún, es anterioridad absoluta, principio radical de potencialidad y permite al movimiento "ser conocido antes de ser operado" , y a las partes "ser dadas antes de ser movidas"2º, lo cual lo aleja definitivamente del conocimiento del cuerpo evocado por Condillac, obtenido por aplicaciones sucesi­ vas de la mano sobre las partes21; y lo cual Maine de Biran, a cam­ bio, resume en una larga frase laboriosa, suficientemente meticulosa como para circunscribir el meollo de la nueva percepción: Si Condillac por medio del análisis se hubiera remontado hasta el sentido del esfuerzo -constitutivo de la individualidad perso­ nal- en lugar de suponer dicha personalidad como preestable­ cida por el hecho de la sensación, hubiera tenido que reconocer que hay un conocimiento inmediato del cuerpo propio, fundado únicamente sobre la réplica de un esfuerzo querido, y de una resistencia orgánica que cede u obedece a la voluntad22•

Las sensaciones "externas", pacientemente analizadas por Con­ dillac en el siglo xvm, tendrían un antecedente, una interioridad de entrada probada, núcleo íntimo que precede cualquier otra impresión. Esto permite comprender también mejor la diferencia entre un cuerpo que existe para el médico, por ej emplo23, y un cuerpo que existe para la persona. Ninguna exterioridad en el caso del segundo, tampoco ninguna objetividad directa. El cuerpo propio es el cuerpo inmediatamente sentido, como inmediatamente "movilizado" . Con él, la vieja conclusión de la Ilustración sobre la importancia de lo interno es conducida insensiblemente a designar un núcleo de sensi­ bilidad, y sobre todo de voluntad, donde se constituye el sentimiento íntimo. Finalmente , nada distinto a una "fuerza-yo"24; se dibuja así, 18 Maine de Biran. Essai sur les fondements... p. 142. 19 B. Baertschi. Les rapports de .. . p. 144. 20 Maine de Biran. Essai sur les fondements ... p. 149. F. Azouvi. "Génesis del cuerpo propio en Malebranche, Condillac, Lelarge de Lignac, Maine de Biran", Archives de philosophie, t. 45. 1982, p. 102. 21 Supra, p. 17. 22 Maine de Biran. Essai sur les fondements ... p. 149. 23 Supra, p. 93. 24 B. Bégout. "El análisis del cuerpo". Maine de Biran, la vie intérieure . . p. 175. .

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a comienzos del siglo XIX, una afirmación todavía más específica de la individualidad.

Una presencia inmediata a sí mismo Necesitamos precisar aún más esta sensación, aislarla de un conjunto confuso y primario. Solo las palabras de esfuerzo, o de cuerpo pro­ pio, no podrían ser suficientes, la investigación continúa. Es incluso esta prospección testaruda y constante de un fundamento primario la que hay que retener. Esta caracteriza la originalidad de la cultura de comienzos del siglo XIX. Johann Christian Reil pretende, antes que cualquier otro, evocar esa totalidad previa y ve allí un "senti­ miento de conjunto, un modo compuesto de todas las impresiones vitales inherentes a cada parte de la organización"25• Dicho de otro modo: el hecho de experimentar original y físicamente una presen­ cia interior, su "murmullo", su totalidad de conjunto. Le da el nom­ bre de coenestesia26 , neologismo construido con raíces griegas que evocan alguna "reunión sensible" que Maine de Biran traduce por "coenestesis"27• Un sentimiento nuevo y decisivo que permitiría la apropiación más primitiva del cuerpo, y con el cual existe un nuevo objeto; ya no las sensaciones que siempre nos acompañan, tampoco solo el esfuerzo primario, sino esa impresión de una sorda dispo­ nibilidad física, tan potencial como accesible, global también, que coincide con la conciencia misma. Sin duda, se trata de una oscura certeza que, por lo contrario, existe antes de toda percepción y que permite todas las otras: "sin ella, sin ese sentido vital interior, com­ pletamente íntimo, no tendríamos ninguna idea de la aplicación ni de la intensidad variable de nuestras fuerzas físicas, en la respira­ ción, la excreción, la contracción muscular, etc."28• La noción sugiere un hecho fisiológico tanto como psicológico, lo cual confirmaría una simple comparación: un hombre privado de tacto, por ejemplo, ¿no tiene evidentemente "el mismo sentimiento que nosotros tenemos

25 J. C. Reil citado por P. Maine de Biran. Nouve!les considérations sur les rapports du physique et du moral (ms. 1821), editado por B. Baenschi, en F. Azouvi (dir.) , a:uvres . . t. 1x, p. 125. 26 Ver J. Starobinski. "El concepto de cenestesia y las ideas neuropsicológicas de Moritz Scilf', Gesnerus, número especial, Histoire de la nature et des sciences naturelles, vol. 34. 1977, .

fase. l'. , p. 3.

27 Palabra que acá traduciremos como "cenestesia" que se volvió muy pronto más habitual. 28 J. C. Reil citado por P. Maine de Biran. Nouvelles considérations sur ... p. 126.

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de la presencia de nuestro cuerpo"29? De este modo, un campo sen­ sible original se cierra y se especifica. Todos los actos físicos pueden de repente ser retomados para subrayar mejor la sensibilidad inte­ rior que los precede; un sentido más explícito que nunca, definido con más agudeza, y que se considera directamente identificable. Su objeto: "la presencia inmediata del cuerpo"30• Su apuesta: la exis­ tencia de una potencialidad reunida. Reil presenta sus aplicaciones: la "cenestesia" fundaría el sentimiento inmediato de nuestras fuer­ zas corporales, ese indicativo a todo instante presente, que permite sentir el surgimiento de las fatigas, de evaluar sordamente el peso relativo de nuestro cuerpo, de captar toda ocurrencia de "voluptuo­ sidad y de goce animal"31 que acompaña la salud. Así, pretende hacer de ese interior particular la condición primera de la conciencia del cuerpo, por esta razón la inversión definitiva de polos; de forma con­ traria al dispositivo de Condillac cuya estatua se anima luego de un lento crecimiento de los sentidos externos, este cuerpo que surge de lo interno seria, de hecho, una condición previa. Como consecuencia inesperada se tiene que ese cuerpo hundido permitiría con toda prio­ ridad construir la existencia de lo externo. É l es su condición. Maine de Biran retoma tal razonamiento, lo desarrolla y sugiere hasta qué punto esta anterioridad es uno de las condiciones previas a toda percepción: "ese sentido vital es el verdadero primitivo simple; incluso es la condición primera y necesaria de todas nuestras sensa­ ciones exteriores"32• Es necesario que el cuerpo encarne este con­ junto interiormente unificado, y también continuamente presente , para que el afuera pueda entonces existir. Una última conclusión: es la profundización de la interrogación sobre el adentro la que ha desplazado insensiblemente la del afuera, trastoca la vieja teoría de los sentidos externos en su totalidad33•

29 Ibid. , p. 127. 30 Ibid., p . 125. 31 Ibidem. 32 !bid. , p. 124. 33 A decir verdad, Destutt de Tracy se había acercado a este tema al interrogarse en 1802 sobre el tacto: "tenemos el sentimiento de que un cuerpo solo existe porque obstaculiza nuestros movimientos ". Súbitamente , el objeto no sería experimentado sino porque una interioridad corporal le es opuesta o, más aún, la conciencia de ella. Ver A. Destutt de Tracy. " Disenación sobre algunas cuestiones de ideología que contienen nuevas pruebas de que es a la sensación de resistencia a la que le debemos el conocimiento de los cuer­ pos", Memoires de l 'lnstitut national des sciences et des arts, año m , t. m, p. 498.

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La invención de la "cenestesia" ha dado lugar a un nuevo espacio interno como una nueva condición de la percepción. Más aún, Maine de Biran añade, como se ha visto, la presencia de un querer prima­ rio. En esta perspectiva existe entonces un "sentido interno " , nueva­ mente expresado y explicitado, amplia y muy precisamente definido por Maine de Biran: Para que la coenestesis, como la entiende Reil, pueda encerrar en ella el sentimiento inmediato de la presencia del cuerpo, es necesario entonces tener cuidado con las impresiones propias, especialmente las de los órganos musculares, no solamente porque viven y que sus impresiones concurren a la coeneste­ sis general, sino además porque están implicados por la fuerza activa del querer cuya fuerza y energía se proporcionan natural­ mente en las disposiciones propias de las panes animales a las que se aplican34•

La triple invención del "sentido del esfuerzo" , del "cuerpo pro­ pio" y de la "cenestesia" ha transformado por entero el estatus de la interioridad.

34 P. Maine de Biran. Nouvelles considérations sur lfs rapports du physique et du moral... p. 131.

CAPÍTULO VI I LA EXPLORACIÓN DE LOS ESTADOS EXTREMOS

La banalización del sentido interno, la invención de un espacio íntimo llamado "cenestesia" y la investigación sobre su originalidad, confir­ man la existencia de un campo de interés totalmente nuevo a comien­ zos del siglo XIX. La existencia confirmada de esos nuevos objetos resalta inevitablemente la curiosidad. Una multiplicidad de atenciones e, inclusive, prácticas reinventadas se proyectan aquí, no solo se expe­ rimenta lo cotidiano con más profundidad, como en el siglo xvm, tam­ poco se interpreta simplemente sus índices como al comienzo del siglo XIX, sino que se busca lo inesperado, se descubre nuevos terrenos de prospección donde el objetivo de "sentir" el cuerpo para recabar mejor en el sentimiento de sí se impone como nunca. De formas más amplia, esas situaciones en las que el individuo está llamado a vivirse "de otra manera", "diferentemente" si se quiere, incluso si puede volverse ajeno a sí mismo, son nuevamente estudiadas: vértigo, sueño, locura, ebriedad, efectos de las drogas, de forma repentina interrogados de un modo ampliamente inédito. Sus derivas fascinan. Sus escapadas inquietan. Sus fuentes potencial­ mente sensibles focalizan la voluntad de comprenderse. Así, se abre un inmenso campo de investigación en las fronteras indecisas; el espacio interior revela allí territorios insospechados. Más que nunca el contexto de una libertad prometida toma aquí todo su sentido y sugiere deshacerse de las tradiciones para proyectar mejor una libe­ ralización de las fronteras internas.

Buscar lo inédito La literatura de comienzos del siglo XIX multiplica tales testimonios. Numerosos objetos son explorados; Thomas de Quincey evoca por pri­ mera vez el sentimiento puramente material de la velocidad, por ejem­ p lo la sensación, sin embargo, mil veces repetida de la aceleración y del

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viento sentido al galope de los caballos, pero que se ha vuelto explícita de repente, penetrante hasta el arrebato. Su sola descripción se vuelve ruptura. Sus índices se multiplican; el corazón "arde durante la carrera"', el "trueno de las ruedas, las pisadas de los cascos"2 se transmiten al ser entero. Quincey hace que exista ese placer hasta entonces mudo, lo for­ mula, lo transforma en objeto al mismo tiempo que designa su cohorte de efectos: La experiencia vital del placer sentido por las sensibilidades ani­ males no deja sufrir ninguna duda sobre nuestra velocidad. La escuchamos, la vemos, Ja sentimos como un escalofrío [ . ) Era el corazón del hombre con sus estremecimientos eléctricos, el corazón del hombre que se abarcaba en el éxtasis ardiente de Ja lucha3• ..

Una experiencia idéntica para Théophile Gautier, que evocaba a la señorita de Maupin "que picaba" su caballo, agarrada por el brusco "desfile de los árboles" , el levantamiento de sus cabellos, el extremo endurecimiento de su abrigo, "a tal punto era rápida mi carrera"4• O el Libro de los cientuno, que explora el nuevo París de los años 1830, dedicado a impresiones entonces fulgurantes, tan fuertes como agu­ das, las provocadas por el ómnibus que rueda por las pendientes de los bulevares. Se trata de efectos del cuerpo también, atravesado por completo por la aceleración; efectos antiguos, por supuesto, pero totalmente reinventados, deliberadamente explícitos, objetos de tal renovación que se dan como iluminación: ¡Oh! ¡ qué bueno es ir tan rápido ! Me encanta sentirme llevado, recibir el aire puro que viene a golpearme en el rostro silbando [ . . ) el rodamiento apresurado de las ruedas, esos traqueteos precipitados, ese vibración del piso bajo sus pies, el rumor sordo del vehículo, la vista de los caballos bien lanzados, todo eso eleva, agita la sangre, fecunda el pensamiento, uno imagina, uno crea5• .

Las indicaciones se mezclan, se viven como un descubrimiento, cruzan la envoltura y los órganos, lo físico y lo moral y transforman

1 T. de Quincey. La diligencia inglesa. Madrid: Atalanta. 2 Jbid. 3 Jbid. 4 T. Gautier. Mademoiselle de Maupin (1835) . París: Gallimard, 2002, p. 388. 5 E. Fouinet. "Un voyage en omnibus". Le livre des cent-et-un_ París, 1831-1832, t. 11, p. 64.

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el aumento de la velocidad en hecho global. Otras tantas experien­ cias que revelan el aumento de un "sí mismo" sensible. Una experiencia totalmente desconocida, esta vez, con el arran­ que del aeróstato, los efectos sensoriales de la ascensión puestos en el centro de las curiosidades. Tales impresiones constituyen de nuevo "la incomparable aventura de un tal Hans Pfaal"6 contada por Edgar Allan Poe en 1835; las sensaciones internas sobre todo, y no tanto el espectáculo o el paisaje; no tanto el espacio como el cuerpo, menos la información cósmica que la orgánica. Pfaal parece menos interesado en lo que ve que en lo que siente. Por eso los accidentes evocados al detalle, como el "estremecimiento semejante a un acceso de fie­ bre que sacudió todos los nervios"7, cuando el narrador queda sus­ pendido de la barquilla; o esos efectos que vienen directamente de la elevación rápida, la respiración efectuada "a grandes intervalos, de una manera convulsiva"ª, cuando el globo escapa de control; o esos efectos desconocidos de la altitud misma, "cierta sensación de hinchazón en las muñecas, en los tobillos y en la garganta"9, cuando la altura se hace vértigo. Hans Pfaal cuestiona "todos los músculos de su ser"'º, anuncia "convulsiones " , recorre estados que van de los abatimientos carnales a las " sensaciones de plenitud reencontrada". La ascensión de la barquilla se ha vuelto claramente aventura de cuerpo, un enriquecimiento del bagaje sensorial de la modernidad. La vieja descripción de Cyrano de Bergerac en 1665 de un viaje que atraviesa los " Estados e imperios de la luna y del sol", su alusión a algún ascenso en el espacio, limitada al solo espectáculo celeste, son por completo subvertidos". Otro contexto sensible, explorado como nunca, es el baño de mar. Nuevos tratados, nuevos testimonios, nuevos discursos, todos se preguntan por los efectos sobre el cuerpo12• La caída brutal en la ola, por ejemplo, pensada como confrontación del organismo y sus reacciones ante el "rompimiento de las olas"'3; pero más aún, el total 6 E. A. Poe. La incomparable aventura de u n tal Hans Pfaal. Biblioteca vinual universal. http://www. biblioteca .org .ar/libros/ 133488. pdf. 7 Ibíd., pp. 7-8. 8 Ibid., p. 13. 9 Ibid., p. 16. 10 Ibid., librodot.com p. 8. 11 Supra, pp. 43-44. 12 Ver especialmente A. Assegond. Manuel hygieníque et pratique des bains de mer. París, 1825. 13 !bid. , p . 90.

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abandono al movimiento del agua que transforma cada percepción del cuerpo en manifestación interna: Es verdad que al comienzo es muy grande el placer y una gran fiesta: sentir la ola que se rompe a vuestros pies en espumas; avanzar paso a paso y de repente lanzarse en una ola amena­ zadora que agarra vuestro cuerpo con fuerza, y que , pronto domada, os balancea suavemente como a un niño. Vais, venís; ahora estáis en el cielo, ora en el abismo, el agua está tibia, el aire fresco, olvidáis la hora que pasa'•.

De un texto al otro se impone un estilo que mezcla el tema del balanceo con el del estado físico, el del abandono con el del placer. El baño de mar, más allá de sus posibles efectos higiénicos, existe aquí aún como una experiencia de cuerpo, un efecto de "vértigo" que cruza el avivamiento orgánico y el miedo superado: "trepar sin pena la cima de una montaña que se hunde inmediatamente para preci­ pitaros en un abismo más peligroso; no conozco ni más encantador ni más salubre placer"15• La mar, ya no solamente vista sino vivida, o el juego del balanceo de las olas trasmitido por la barca, descrito en una carta de Gustave Flaubert, redescubierto, indefinidamente comentado, sentido casi orgánicamente cuando hasta entonces era casi mudo: "corto la ola que me moja rebotando sobre los flancos de la embarcación. Dejo que el viento infle mi vela [ . . ] Estoy solo, sin hablar, sin pensar, abandonado a las fuerzas de la naturaleza, gozando de sentirme dominado por ella"16• Al fin, la sensualidad es un contexto sensorial más presente que antes en los textos de comienzos del siglo XIX. Evidentemente no por­ que los libertinos del siglo xvm hayan ignorado la agudeza del placer. Incluso ellos lo han valorizado. El héroe del Portero de los Cartujos regre­ saba con regularidad sobre "ese flujo delicioso que lo hacía quedar sin movimiento"17, o "ese licor que escapa por todas partes de su cuerpo con lances tan deliciosos'"8• La heroína de Fougeret de Monbron evocaba "las preciosas convulsiones, los encantadores síncopes, ¡los suaves éxtasis .

14 J. Janin. "Mi viaje a Brindes". Catacombes, París, 1839, t. 1 1 , pp. 121-122. 15 F. Mornand. La Vie des eaux. París, 1856, p. 18. 16 G. Flaubert. Correspondencia. París: Gallimard, 1973, t. 1 , carta a Louise Colet, 30 de sep­ tiembre de 1846, p. 369. 17 J.-C. Latouche, Gervaise. Historia de don B. Portero de los Cartujos (1740), Romanciers liber­ tins du x vm'. siecle. París: Galimard, 2010, p. 390. 18 Ibid. ..

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entonces experimentados! "19• Finalmente, el Dolmancé del marqués de Sade, mezclaba juramentos con sus exaltaciones: " ¡Ah! ¡Joder, joder! !... ¡ Rediós, me muero, desfallezco ! . . . ¡Ay, en mi vida me correré con más voluptuosidad! .. .'"º. Hasta el Sobrino de Rameau decía "no menospreciar el placer de los sentidos'"'· El "enganche" de lo físico, sin duda allí era global, el espasmo claramente explícito. Sin embargo, los testimonios de comienzos del siglo XIX se aferran a otra profundidad, sobre todo en otra exploración, más curiosa y más totalizadora; la invasión diversificada del cuerpo, los índices inesperados, los instantes lentamente declinados. El énfasis en los rasgos más discretos primero. El contacto que se ha vuelto profundidad, por ejemplo, en Stendhal: "la señora de Renal se lanzó hacia él. Sintió su cabeza sobre su hombro y que lo estrechaba entre sus bra­ zos, pegando su mejilla a la suya"22• Luego la envoltura global. Théophile Gautier erotiza los gestos cotidianos en caso de excitación sensual, para sugerir mejor la irreprimible difusión de esta: "no puedo rozarlo al pasar sin temblar de la cabeza a los pies [ . . ] El sonido de su voz tan argentina y tan clara cae sobre mis nervios y me agita de manera extraña"23• Gau­ tier insiste sobre un efecto de impregnación, multiplica las imágenes de atravesada física, carnes insensiblemente ganadas: "el suave calor de su cuerpo me penetraba a través de sus vestidos y los míos, mil arroyos magnéticos irradiaban en torno de ella"24• En resumen, se centra en los fenómenos internos, los yuxtapone y los diversifica: "mi respiración se precipitaba; sentía rubores subir a mis mejillas ... Mis miradas se vela­ ban; mis labios temblaban"25• Georges Sand hace una evocación idéntica cuando se regodea en sus cartas con el placer íntimo. La impresión aquí es más fuerte en cuanto Sand aborda el tema por su ausencia, más fuerte sobre todo porque habla como mujer en un mundo que ha permanecido claramente masculino: .

He sufrido mucho con mi castidad, no voy a ocultárselo. He tenido sueños muy excitantes. La sangre se me ha subido cien veces a la cabeza, y a pleno día, en el seno de bellas montañas,

19 J.-L. Fougeret de Monbron. Margot la ravaudeuse (1750) , Romanciers libertins du xvm'. siecle. París: Galimard, 2000, p. 826. 20 D. A. F. de Sade. La filosofía en el tocador, o los institutores inmorales (1795). Librodot.com, p. 49. 21 D. Diderot. El sobrino de Rameau (1774). Obras, p. 424. 22 Stendhal (1830). Rojo y negro. Librodot.com, p. 160. 23 T. Gautier. Mademoiselle de Maupin, p. 365. 24 !bid., p. 460. 25 !bid. , p. 461.

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo escuchando cantar a los pájaros y respirando los más suaves per­ fumes del bosque y de los valles, a menudo me he sentado sola a distancia, con un alma llena de amor y de rodillas temblando de voluptuosidad26•

También la danza en sus gestos y sus acercamientos sugiere un registro de alusiones sensuales hasta entonces muy discretas. El vals, en particular, que por primera vez a comienzos del siglo X I X , entre­ laza los cuerpos. Alfred de Musset insiste sobre la nueva dinámica, dice jugar con el movimiento de su pareja, hacer de ella una ocasión cómplice de experimentarse a sí mismo: "no se la sentía, ella corría como un encanto [ . . . ] Al menor movimiento de mi brazo, la sentía ple­ garse como una liana de la India, llena de una molicie tan suave, tan simpática que me abrigaba como un velo de seda embalsamada"27• Dumas, por su parte , se detiene en el perfume como en las respues­ tas recíprocas de los cuerpos: "era la primera vez que bailaba con una mujer. Era la primera vez que respiraba un hálito perfumado [ ] que mi brazo enlazaba un talle abultado, combado , móvil. Exhalé una especie de suspiro tembloroso y alegre"28• Sentimiento "global" además, cuya novedad es claramente acá la de asociarse al cuerpo del otro. A mediados del siglo XIX, en particular, se presentará la evoca­ ción de situaciones más globales, aquellas en las que el conjunto de la sensibilidad interna parece ser llevado por un impulso nuevo de imaginación, una experiencia que apenas si se había explicitado hasta entonces; Flaubert confiesa su intenso esfuerzo para sentir casi físicamente a sus personajes, sus experiencias, sus azares, el gesto de Emma Bovary en particular, en la novela publicada en 1856: "cuando escribía el envenenamiento de Emma Bovary, yo tenía el gusto del arsénico en la boca. Mis personajes imaginarios me afectan, me per­ siguen, o más bien: soy yo quien está en ellos"29• Hay que decirlo, es una experiencia global en la que el contexto "interno" es evocado pacientemente. Flaubert insiste en estas situaciones al punto de hacer de ellas una regla: "sentir" hasta identificarse: . . .

26 G. Sand. Lettre a Michel de Bourges, Nohant, 1836. Lettres d'une vie, selección y presen­ tación de Thierry Bodin. París: Gallimard, 2004, p. 269. 27 A. de Musset. La Confession d'un enfant du siecle. París, 1836, t. 1 , pp. 226-227. 28 A. Dumas. Mes mémoires, 1802-1830, t. 1 , p . 348. 29 G. Flauben. Correspondance. París, Gallimard. 1991 , t. m , lettre a Hyppolite Taine, 20 de noviembre de 1866, p. 562.

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H oy por ejemplo, hombre y mujer juntos, amante y amada a la vez, me he paseado a caballo ... y yo era los caballos, las hojas, el viento, las palabras que ellos se decían y el sol rojo que hacía que se cerraran sus párpados anegados de amor3º.

No queremos decir que tal "fusión" no tenga antecedentes, por lo contrario, toda la originalidad está en la manera de decir y de expre­ sar, la de hacer de ello un objeto de conciencia y de explicitación. Desde entonces es una experiencia nueva en la manera de vivirla y de comentarla. Jean-Louis Cabanes ha sabido claramente recordar en una tesis reciente : "la importancia concedida por Flaubert a la cenes­ tesia sería suficiente para diferenciar desde ese solo punto de vista su universo del de Balzac"31•

Las sensaciones del soñador En esta búsqueda de nuevas sensaciones, el sueño, como lugar de experiencias completamente particulares, es de repente el objeto de un interés marcado32• Son los sueños "más agradables" por ejem­ plo, y su contexto sensorial, el que quiere estudiar Anthelme Brillat Savarin, en su Fisiología del gusto en 1826, en búsqueda de los alimen­ tos que los favorecen, de los espárragos a los apios, de las trufas a los confites aromatizados, de las carnes a los excitantes, y describe sobre todo sus efectos con un lujo de detalles inédito. Los sentidos internos todavía explorados y avivados: Solo han transcurrido pocos meses desde que experimenté, dur­ miendo, una sensación de placer completamente extraordinaria. Consistía en una especie de estremecimiento delicioso de todas las partículas que constituyen mi ser. Era cierta clase de titila­ ción llena de embeleso, que partiendo de la epidermis, desde los pies a la cabeza, me agitaba hasta el tuétano de los huesos [ . ] Calculo que semejante estado que yo experimentaba físi­ camente, duró lo menos treinta segundos y desperté lleno de admiración, con alguna mezcla de susto". ..

30 G. Flaubert. Correspondance. París, Gallimard, 1980, t. II, lettre a Louise Colet, 23 de diciembre de 1853, p. 484. 31 J . - L. Cabanes. Le corps et la maladie dans les récits realistes (1856-1893). París: Klincksieck, 1991, t. 1 , p. 335. 32 Ver sobre este tema el importantísimo libro de Jacqueline Carroy. Les nuits savantes. París: EHESS, 2012. 33 A. Brillat-Savarin. Fisiología del gusto. Barcelona: Iberia, 1979, p. 227.

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Brillat-Savarin concluye en la necesidad de continuar el estudio, hasta entonces demasiado ignorado según su manera de ver: "no conozco a ningún psicólogo que se haya ocupado de esto"34• Por esto su insistencia en que se prepare "sagazmente y con método el descan­ sar, el dormir y el soñar"35• Además se crea toda una literatura sobre este tema, a comienzos del siglo XIX, con ejemplos múltiples, como el Viaje a donde os plazca36 , de Alfred de Musset, que Tony Johannot ilustra en 1843 con grabados deliberadamente extraños, que desa­ rrolla un largo sueño donde se multiplican metamorfosis del cuerpo, travesías de espacios, amores inesperados. O los textos de Charles Nodier, su País de los sueños, en panicular, dispuestos a acumular las experiencias curiosas, sorprendentes, excitantes: No hace mucho tiempo que uno d e los filósofos más ingeniosos y de los más profundos de nuestra época, me contaba a este respecto que, habiendo soñado muchas noches seguidas, en su juventud, que habla adquirido la maravillosa propiedad de sos­ tenerse y de moverse en el aire, nunca pudo desilusionarse de esta impresión sin tener que ensayarla cuando atravesaba un riachuelo o saltaba una fosa37.

De esta manera, las impresiones podrían prolongarse luego del sueño. Nodier sugiere un proyecto: probarse con curiosidad, imagi­ nar "otra existencia, otras facultades "38• Enriquecer así la experien­ cia personal y su profundidad. A comienzos del siglo XIX, por primera vez el sueño se hace también objeto de estudio, ocasión de investigación, terreno de descubrimiento. Ya no solo experimentar, sino explicar; ya no solo sentir sino interro­ garse. La apuesta es explícita: aclarar las funciones mentales, mejor aún, atrapar sus posibles fuentes corporales. La curiosidad sensible, una vez más, abre a una curiosidad teórica. Jacques Moreau de la Sanhe, en los años 1820, le da a este estudio un nombre tan científico como panicular, la "oneirocrítica"39• También se tenía una ambición: deter­ minar las causas y funcionamiento del sueño. Además una hipótesis: 34 !bid., p. 221. 35 !bid. , p. 234. 36 A. de Musset y P. J . Stahl. Voyage ou il vous plaira. Ilustraciones de Tony Johannot, París, 1843. 37 C. Nodier. u Pays des reves. París, 1895, pp. 320-321. 38 !bid., p. 323. 39 L.-J. Moreau de la Sarthe. Art. " Reves". Dictionnaire des sciences médicales par une société de médecins et de chirurgiens. Pa rí s , 1812-1822.

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producir un "accidente del sueño"4º, un trastorno, una manera de man­ tener el adormecimiento a pesar de su "desorden". El interés por las fuentes se concentra; las de la obstrucción precisamente, de la molestia física y el sitio tan particular concedido a las sensaciones internas, consi­ deradas aquí mucho más numerosas que "las causas externas del mismo fenómeno"4'. Carl Friedrich Burdach habla en 1835 de una "impresión orgánica interior"42. Alfred Maury habla en 1848 de una "materialización de la idea"43 que proviene de los órganos. Los ejemplos se acumulan en los textos de los fisiólogos, como en los de los nuevos "psicólogos". Moreau de la Sarthe evoca al señor T. . . sujeto a una "neurosis gástrica" y que sueña haber comido "un alimento indigesto del que creía sentir el peso y que le hacía experimentar las angustias de la indigestión"44• En un largo artículo de los Annales médico-psicológicos, Mauricio Macario cuenta haber soñado que recibía una cuchillada por parte de un ban­ dido, antes de despertarse para constatar "un dolor agudo en la región precordial"45• El mismo explica también el sueño de un sacerdote "que lo estrangulaba"46, a causa de una mala posición mientras dormía. Algo que los hermanos Goncourt traducirán en un comentario poético: "el cólico se vuelve así una cosa novelesca; bandidos os hurgan las entrañas"47• Hasta la exploración de los sueños llamados patológicos, los que se dice que anuncian un mal del que el soñador mismo no es consciente. No es que la vieja medicina haya ignorado el tema. Desde hacía mucho tiempo esta indicaba la variación de los sueños según el estado de los humores48, los "coléricos solo sueñan con fuego [ ... ], los flemáticos piensan que siem­ pre están en las aguas"49; subraya el efecto de las drogas y las sustancias que mantienen un sueño ligero y las "que excitan los sueños"50• Por el 40 lbidem. 41 Jbidem. 42 C. F. Burdach. Traité complet de physiologie (1835). París, 1837-1840, t. V, p. 208. 43 A. Maury. Des hallucinations hypnagogiques, ou Des erreurs des sens dans l'état intermédiaire

entre la veille et le sommeil. París, 1848, p. 15. 44 L.-J. Moreau de Ja Sarthe. Dictionnaire des sciences ... 45 M. Macario. " Los sueños en Ja perspectiva fisiológica•, Annales medico-psychologiques, t. V I I I , 1846, p. 180. 46 M. Macario. Des reves considérés sous le rapport physiologique et psychologique. París, 1847, p. 13. 47 E. y J. de Goncourt. Journal, mémoires de la vie littéraire (1852). París: Laffont, 1989, t. 1 , p. 38. 48 R. Burton. Anatomía de la melancolía. París: José Corti, 2000, t. 1 , p. 257. 49 A. du Laurens. Obras, 2• parte, p. 300. so J. Cardano. Sutilezas . . p. 435. .

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contrario, sobre una voluntad más precisa comportan las prospecciones de comienzos del siglo XIX; la de ahondar la especificidad de la fuente en particular, como si tal objeto hubiera permanecido casi virgen5'. Por esto la atención meticulosa que se le presta a las sensaciones internas y a su supuesta originalidad: La sensibilidad se desarrolla a veces de una manera extraordi­ naria durante el sueño. La más ligera impresión, la que resulta de una picadura de pulga, de un ruido imperceptible, de los pliegues de la sábana en la que estamos acostados, adquieren durante el sueño una intensidad tal que puede volverse la causa ocasional de una muchedumbre de sueño bizarros, más extraños los unos que los otros, y de los que un médico hábil y atento puede obtener instrucciones del más grande alcance5'.

El Diccionario de la conversación pretende recordarlo en 1833: "el médico debe pues dedicarle la más grande atención a esos índices de nuestra naturaleza interior"53• Pero más allá de esta investigación nueva sobre los signos y los efectos del sueño, sus causas físicas y sus derivas íntimas, los análisis sugerirán, en medio del siglo, nue­ vas prórrogas. Los ej emplos largamente detallados por Alfred Maury, en particular, son sus mej ores testigos: es una investigación de una lógica que escapa al soñador, un acercamiento de los recuerdos de la vigilia y los objetos del sueño, una asociación entre las impresiones provocadas y las sentidas. El análisis recuerda aquel que tenía que ver con el sonambulismo en el siglo xvm , con esa evocación de una extrañeza de sí mismo54• Sin embargo, quiere ser más explicativo y orientarse deliberadamente hacia mecanismos y causas, averiguar las fuentes del sueño y sus efectos. Un universo se abre sobre un espacio psicológico completamente particular al que se añade un imaginario del cuerpo más y mej or sugerido. A Maury le encanta citar sueños que revelan conocimientos totalmente olvidados durante la vigilia y, sin embargo, presentes durante el sueño, nombres de lugares, saberes sobre las lenguas, imágenes de personajes borradas. Emerge así un mundo latente, complejo, abierto, que enriquece de forma abrupta la experiencia de la conciencia. El individuo de comienzos del siglo x1x, aquel que pretendía una mayor libertad, ve cómo crece

51 M. Macario. Des reves . p . 49. 52 Jbid., pp. 51-52. 53 J.-J. Virey. Art. " Reves". Dictionnaire de la conversation et de la lecture. París, 1833. 54 Supra, pp. 81-82. ..

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su mundo interior: mecanismos más numerosos, lógicas develadas, potencialidades renovadas. El universo de las sensaciones es todavía central en lo que se afirma; sin duda hay que investigar las causas, pero también las lógicas sensibles y los mecanismos inexplorados. Las impresiones del soñador primero, y su origen eventual: "una espina que nos chuza se vuelve un espadazo; una manta que presiona se vuelve un peso de 500 libras; el entumecimiento de un miembro se vuelve la pérdida de ese miembro o su completa parálisis"55• Las sensaciones realmente experimentadas contribuyen a las ilusiones y comprometen numerosas asociaciones que la ausencia de toda vigilancia durante el sueño hace también inte­ ligibles para el observador, e incontrolables para el soñador. Alfred Maury trata incluso de hacer verdaderos experimentos para resaltar­ las mejor: una pluma pasada por los labios del durmiente por ejem­ plo, puede hacerle imaginar una máscara hecha de pez que desgarra su rostro56; ruidos sordos y repetidos del exterior asociados a una inundación de su frente por el sudor, pueden hacerle imaginar que su cabeza se "funde en agua (en lugar de romperse)"57 bajo el efecto de martillazos; bolas de agua caliente colocadas bajo los pies pueden hacerle imaginar una marcha a la cima del Etna58• Lo externo aquí rebota en interioridad; una auténtica "sobreexcitación de los sentidos internos"59• Una infinita variedad de imágenes multiplica las posibi­ lidades. Alfred Maury no habla aún de un imaginario del cuerpo, y menos aún de algún "forro" interiorizado del cuerpo real, como lo harán los psicólogos de comienzos del siglo XX; solo habla de sensa­ ciones y de sus efectos, se atiene a las ilusiones puntuales, a sus lógicas posibles, pero, como sus contemporáneos, hace de esta interioridad un lugar de exploración y de saber ampliamente nuevo.

El opio: "apocalipsis interior" Una curiosidad completamente parecida por la experiencia de las drogas a comienzos del siglo XIX. Los efectos del opio, por ejemplo 55 A. Maury. Le Sommeil et les reves: études psychologiques sur ces phénomenes

et les divers états que s'y rattachent, suivies de recherches sur le développement de l'instinct et de l'intelligence da ns leurs rapports avec le phénomene du sommeil. París, 1851, p. 131. 56 !bid. , p. 126. 57 Jbid., p. 125. 58 !bid., p. 128. 59 !bid. , p. 129.

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-descritos hasta entonces como otras tantas impresiones equivalentes a la ebriedad, "parecidas a las del vino o de los licores espirituosos"Go_ son de pronto reconsiderados por Thomas de Quincey, ávido de expe­ rimentos sensibles. Sus primeras palabras de "comedor de opio", en 1821, dicen una interioridad repensada, un consumo con objetivo esté­ tico también, y ya no solo medicamentoso. Quincey habla de una sub­ versión de consciencia, de un trastrocamiento radical: " ¡ qué cambio tan repentino ! , ¡ cómo se elevó, desde las más hondas simas, el espíritu interior!, ¡qué apocalipsis del mundo dentro de mí! "61• Ningún pare­ cido con los testimonios precedentes, por ejemplo con aquel de Pierre Belon, el viajero del Renacimiento que evocaba sus reacciones con el opio en sus travesías de Oriente: "sin otro accidente que calentar el pecho y perturbamos un tanto el cerebelo, y hacer soñar durmiendo"62• También aquel, igualmente célebre, de Moi"se Charas, el boticario del Rey Sol que consumía para "ensayarlos" muchos granos de opio en su tenducho, a fines del siglo xvn, y se mantenía en algún "agrada­ ble reposo", mezclado de "bochorno de vapores"63• Incluso, Nicolas de Ville, el botánico del saber "universal" que certificaba en 1719 que "el opio hace dormir y sirve para los que están sujetos al vértigo"64• Thomas de Quincey insiste sobre una experiencia tan diferente que califica como "mentiras" o de "burradas", "todo lo que ha sido escrito hasta aquí sobre el tema"65; señala una revolución total de lo sensible: modificación radical de las imágenes, de los sonidos, de los lugares, de los trayectos, modificación radical de lo que se experimenta de la forma más trivial, desde la envoltura corporal hasta su interioridad. De paso el opio "sale de la farmacia"66 donde había estado ampliamente

6o R. James. An. "Opium ". Dictionnaire universel de médecine, de chirurgie, de chymie, de bota­ nique . . . París, 1846-1848. 61 T. de Quincey. Confesiones de un comedor de opio inglés (1821). Madrid: Alianza . 6 2 P . Belon. Les observations d e p!usieurs singu!aritez e t choses mémorablts trouvées en Grece, Asie, Judée, tgypte, Arabie et autres pays estranges, rédigées en trois !ivres, París, G. Corrozet, 1553, p. 183. Ver también, para el uso estrictamente medico, A. Sala. Opio!ogia, ou Traicté concer­ nant !e naturel, proprietés, vraye preparation et setlr usage de !'opium pour !e sou!agement de maints ma!ades que son travaillés d 'extremes douleurs internes . . París, 1614. 63 M. Charas. Pharmacopée royale, galénique et chymique (1676). Lyon, 1717, pp. 555-556. 64 N . de Ville. Histoire des plantes de l'Europe et des plus usitées qui viennent d 'Asie, d'Afrique et d 'Amérique (1689). Lyon, 1719, p. 285. 65 T. de Quincey. Confessions ... p. 184. 66 J.-J. Yvorel. I.es poisons de !'esprit. Drogues et drogués au XIX'. siecle. París: Quai Voltaire, .

1992, p. 39,

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atrincherado, para volverse una experiencia estética, una aventura imaginaria, un desafío interior. La mutación es todavía más importante en cuanto confirma un cambio de cultura decisivo, de un brusco énfasis en la investidura de lo sensible a comienzos del siglo XIX, un desplazamiento importante que manifiesta sin discusión, en el lindero de las sociedades con­ temporáneas, la existencia de una nueva pertenencia a sí mismo. Su principio es un proceder claro de emancipación: una nueva afirma­ ción personal, un afrontamiento de "modificaciones perceptivas "67 llamadas a trastornar las balizas mentales existentes68• Théophile Gautier aumenta sus ej emplos; evoca en La Presse en 1838 una larga deriva vivida bajo el efecto de la "pipa de opio" : Redes d e fuego y torrentes d e efluvios magnéticos parpadeaban y se arremolinaban a mi alrededor, enlazándose cada vez más inextricablemente y apretándose sin parar; hilos refulgentes me llegaban a cada uno de los poros, y se introducían en mi piel más o menos como los cabellos en la cabeza. Me encontraba en un estado de sonambulismo completo69•

Samuel Taylor Coleridge , inspirador directo de Quincey en la bisa­ gra del siglo XIX, había buscado tales "modificaciones del universo perceptivo"70, y confesó averiguar en "el humo de la cazoleta de la pipa [de opio]" lo que él llamaba "los fantasmas de sublimidad"71• El fenómeno se afirma algunos años más tarde, y se vuelve claramente obj eto de experiencia para artistas, escritores, o curiosos. Daumier graba, en 1844, ¡Oh placer del opio ! ; Alphonse Karr, Eugene Dela­ croix, Alexandre Dumas dicen consumir el producto72• Hasta los peligrosos efectos del hábito, tal como esos "paraísos artificiales" que se han vuelto "infiernos", descritos por Baudelaire que comenta los sueños y las pesadillas de Quincey: "le parecía que descendía a los abismos sin luz, más allá de toda profundidad conocida"73• Char­ les Nodier imagina en 1837, un piranesi que sube interminablemente 67 M. Milner. L'imaginaire des drogues. París: Gallimard, 2000, p. 37. 68 Ver A. Cleij . A genealogy of the modern self. Thomas de Quincey and the intoxication of writing. Stanford: University Press, 1995, que evoca en este caso preciso un "empowerment over the self' , p. 15. 69 Th. Gauthier. La pipa de opio. Abraxas, 2001. 70 M. Milner. L'imaginaire des drogues, p. 31. 71 S. T. Coleridge. The notebooks, 1794-1804. Londres: Routledge y K. Paul , 1957, t. 1 , p . 791. 72 Ver J.-J. Yvorel . Les poisons de !'esprit, p. 37. 73 Ch. Baudelaire. Los Paraísos artificiales, opio y hachís (1860). París: Gallimard, 1956, p . 516.

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dolorosas escaleras entrelazadas, como en un sueño de opio74• No dudamos que se trata de experiencias corporales. Así, es necesario detallar la deriva producida. Pero pronto un pro­ ducto se impone sobre el opio en esta exploración sensible: el hachís. Moreau de Tours le consagra un libro pionero, en 1845, luego de con­ sumir la sustancia en sus viajes de Oriente y aumenta las experien­ cias sobre sus efectos. Alienista, observador escrupuloso, Moreau pretende un testimonio casi científico; evoca de paso la existencia de prácticas colectivas; sus amigos participan en el Club de los ami­ gos del hachís, regularmente reunido en un hotel parisino durante los años 1840, para alimentar sus observaciones. Todos muestran una extrema profusión sensorial, una efervescencia totalmente nueva, aunque el objeto consumido sigue siendo el mismo. Se impone sobre todo un principio: no limitarse a un solo contexto visual o auditivo, por ejemplo, el de los sentidos externos, sino ir más allá, atender a lo que atraviesa el cuerpo y puede entonces imponerse. La certi­ dumbre de Moreau: "nos abandonamos sin reserva a nuestras sen­ saciones internas"75• La meta se despliega: jugar con su interioridad, vivirse de otra manera, descubrir dimensiones corporales que el mundo "real" ignora. Las viejas " metamorfosis" de los melancólicos encuentran aquí un impacto claramente nuevo, experiencias fasci­ nantes que asocian las derivas del cuerpo y las de la percepción de sí. Moreau las persigue con método; las acoge con la calma que el narcótico parecería garantizar al comienzo: "me pareció que todo mi cuerpo se inflaba como un balón, que yo me desplegaba en el aire "76, o "me pareció que mi cuerpo se disolvía y se volvía trasparente"77, además, "me volví permeable hasta el mínimo vaso capilar"78• Las experiencias son idénticas en medio de los participantes en el Club des hachichins; uno de ellos asegura que "todo su ser se inyectaba del color del medio fantástico donde él estaba hundido"79; otro asegura "ver cómo un fluido nervioso circula en su pecho a través de las rami­ ficaciones del plexo solar"ªº. También en Baudelaire hay experiencias

74 C. Nodier. " Piranese", CEuvres. París, 1832-1837, t. XI, p. 192. 75 J. Moreau de Tours. Du hachisch et de l'aliénation mentale. París, 1845, p. 64. 76 !bid., p. 161. 77 Ibid., p. 21. 78 !bid., p. 24. 79 lbidem. So !bid., p. 161.

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idénticas: "usted teme quebrarse como un objeto frágil"ª'; o tam­ bién, "usted está sentado y fuma; cree estar sentado en su pipa y es a usted al que su pipa se lo fuma; es a usted al que exhala bajo la forma de una fumaza azulosa"82• El individuo se evapora entonces como lo hace su cuerpo. Se trata de experiencias físicas que se han vuelto otras tantas experiencias de sí; Baudelaire lo confirma al titular su análisis: "Medios de multiplicación de la individualidad"83• La expe­ riencia sería fuente de exclaustramiento interior e intensificación de la existencia, que diversifica, incluso enriquece , el sentimiento de la propia persona. Lo que Baudelaire dirá aún de otra manera: "Habéis lanzado vuestra personalidad a los cuatro vientos"84• No pueden dejar de emerger algunas angustias, también citadas claramente, todas ligadas a las extrañezas del cuerpo: "experimenté una aterradora tristeza, pues llevando la mano a mi cráneo lo encon­ tré abierto, y perdí el conocimiento"85; o también: "un joven médico, presa del terror comprimía su cabeza entre las dos manos como para impedir que estallara mientras gritaba: estoy perdido, mi cabeza se va, ¡ me vuelvo loco! "86• Adicciones peligrosas e inquietudes doloro­ sas se vuelven inevitablemente presentes; sus límites se impondrán insensiblemente, mientras que el primer sentido de la iniciativa, no olvidemos, era hacer que el individuo existiera "de otra manera'' .

La locura: "espasmos de los centros de sensibilidad" Tantas aventuras sensibles que conducen a un tema diferente , más central de lo que parece: la locura. Experimentar sobre sí mismo abre sobre esa "otra parte "; un sí mismo cuya multiplicidad posible se ha vuelto más evidente en ese comienzo del siglo XIX, y cuyas even­ tuales derivas sensoriales han tomado un nuevo sentido , un nuevo peso. Todavía más en cuanto se añade una circunstancia política; el periodo revolucionario que conduce a impugnar las viejas lettres de cachet, sus efectos de "encarcelamiento baj o pretexto de locura" y,

81 Ch. Baudelaire. Du vin et du haschisch comparés comme moyens de multiplication de l'individualité (1851), a:uvres. París: Gallimard, 1956, p. 428. 82 !bid., p. 426. 83 !bid . , p. 409. 84 Ibid., pp. 428-429. 85 T. Gautier. El Club de los hachichins (1846). París: Gallimard, 2002, t. I , p. 1021. 86 J. Moreau de Tours. Du hachisch et de l'aliénation mentale, p. 165.

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desde entonces "esa mezcla de locos reales y pretendidos"87• En otras palabras, la necesidad de especificar mejor el vagabundeo mental. ¿Qué es lo que realmente pone por "fuera de sí"? y, sobre todo, ¿cuál es el papel de los sentidos a este respecto? El estudio es nuevo, y, particularmente, se hace también primero para comprender mejor la coherencia personal. El individuo que se con­ sidera más libre que nunca, se cuestiona esta vez (sin ningún supuesto religioso) sobre lo que puede alienarlo interiormente. La expresión inédita "alienación mental", presente en los Diccionarios de medicina de los años 1820, puede así entenderse como "sinónimo de locura"88• Una manera igualmente de acrecentar la importancia de las ilusiones que vienen del interior, las alucinaciones, las creencias y el sentimiento de distancia consigo mismo. La pregunta sobre la sorpresa sensorial, el hecho de resaltar casos excitantes y curiosos, no podía dejar de desper­ tar la curiosidad. Los estados provocados por la droga o el sueño ya lo sugerían. Moreau de Tours identifica en el consumo de cáñamo indio un "hecho primordial", parecido al de la provocación de la locura: "el debilitamiento gradual cada vez más sensible del poder que tenemos de dirigir nuestros pensamientos"119, al que se añade el abandono "sin resis­ tencia a nuestras sensaciones intemas"90• Alfred Maury reconoce en el sueño otros tantos modos de incoherencias sensoriales, parecidas a las de la locura: "todos los médicos saben que la locura está determinada frecuentemente por la misma causa [que el sueño]"9'. Los trastornos de sensibilidad, debidamente estudiados desde fines del siglo xvm, intro­ ducen de esta manera las "generalidades sobre la alienación mental"92. El individuo se cuestiona sobre lo que podría traicionarlo y baldarlo. Cabanis fue el primero que , al sugerir el rol de las sensaciones oscuras, su presencia en el nacimiento de los estados de alma ado­ lorida, de los malestares, de los trastornos de conciencia, orientaba hacia tales cuestionamientos: Puesto que el estado de las vísceras d e l bajo vientre puede invertir enteramente el orden de los sentimientos y de las ideas, 87 J . Goldstein (1987). Consolar y clasificar. El empuje de la psiquiatría francesa. Cambridge-New York, University Press. 88 Art. "Aliénarion mentale". Dictionnaire de médecine. París, 1821. 89 !bid., p. 34. 90 !bid., p. 64. 91 Maury. Le sommeil et le reves... p. 32. 92 Bibliotheque du médecin praticien, F. A. H. Fabre (dir.). París, 1842-1851, t. IX, "Généralités de l'aliénation mentale ", p. 377.

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puede pues ocasionar la locura que no es otra cosa que el des­ orden o la falta de acuerdo de las impresiones ordinarias; es en efecto lo que se ve ocurrir frecuentemente93•

La sensibilidad y sus "aberraciones" están claramente en el cen­ tro de esos primeros análisis: "en los locos, las sensaciones están lesionadas y esos enfermos parecen ser el juguete de los errores de sus sentidos"94• O mejor aún, algunos de ellos "sienten y no piensan"95• Philippe Pinel, atento a los primeros índices de deriva mental, retiene igualmente sus posibles "preludios" sensoriales: estreñimiento de la región estomacal, disgusto por los alimentos, ardor de las entrañas, vagas inquietudes, insomnios96• Una aberra­ ción de sensaciones, las internas sobre todo, terminan en aberración de pensamiento. Su hijo, Scipion Pinel, retoma el tema algunos años más tarde y recuerda las "profundidades del cuerpo y sus oscuras y silenciosas funciones"97, pone a la "consciencia orgánica"98 en el fundamento de la moral y de las sensibilidades. Dicho de otro modo, la perturbación de la interioridad sensible alimentaría las imágenes y las ilusiones en la debacle de los insensatos. Fram¡:ois Joseph Brous­ sais -como heredero de las viejas teorías sobre la irritación de las fibras- lo dice aún a su manera, recuerda los efectos destructores de toda "inflamación gástrica"99, su influencia tan importante en el plexus corporal; el desorden prolongado de tal centro, donde se mul­ tiplican los nervios, actuaría inexorablemente sobre el cerebro; por esta razón, innumerables casos ilustrarían el impacto de una intrin­ cación orgánica. Ese enfermo de la Salpetriere, por ejemplo, que dice tener un animal en su estómago, antes que la autopsia revele la pre­ sencia de un cáncer del mismo órgano100• O también otra persona que creía tener "todos los personajes del Nuevo Testamento" en su 93 P.-J.-G. Cabanis. Ropports du physique et du moral de l'homme, t. 1, p. 175. 94 E. Esquirol. Des molodies mentoles considérées sous les ropports médico!, hygiénique et médi­

co-legal. París, 1838, t. 1 , p. 3. 95 !bid. , p. 10. 96 P. Pinel. Troité médico-philophique sur l'oliénotion mentole ou lo monie. París, año IX, p. 17. 97 S . Pinel. Physiologie de l'homme oliéné oppliquée d l'onolyse de l'homme social. París, 1833, pp. 144 - 145. 98 /bid. , p. 199. 99 F.-J.-V. Broussais. De l'irritotion et de lo folie, ouvroge dans lequel lfs ropports du physique et du moral sont établis sur les bases de la médecine physiologique. París, 1839, t. 11, p. 339. 100 E. Esquirol. Des maladies mentales considérées sous les rapports médica[, hygiénique et médi­ co-legal, p. 105. .

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vientre, afirmando que "los papas [allí] realizan un concilio" , o que allí "se efectuó la crucifixión de Jesucristo'"º', antes que la autopsia revele todo un larguísimo encadenamiento de males: Los ventrículos del corazón estaban llenos de sangre coagulada. Las vísceras abdominales se adherían entre ellas y con las pare­ des abdominales por la membrana peritoneal que estaba muy engrosada. Fue imposible separar los intestinos los unos de los otros, a tal punto eran fuertes las adherencias. Formaban una masa sólida, inextricable. El hígado estaba muy voluminoso, exrendiéndose al hipocondrio izquierdo donde se adhería con el bazo'º'.

Finalmente , otra persona que mezclaba los trastornos físicos con un cortejo de ilusiones posibles: ¡Oh! tan verdadero; siento claramente que pierdo la cabeza [ ) siento en mi cerebro como vapores que lo hacen inflarse; creo incluso que es por eso que me imagino que mi cara está desnatu­ ralizada y monstruosa; alguna cosa semejante ocurre también en los miembros, mientras me viene a la mente una muchedumbre de ideas de las que no puedo deshacerme y en las que es necesa­ rio que me detenga a pesar mío'03• . . .

El fenómeno es, sin embargo , más complejo y sin duda más profundo. La anatomía patológica puede permanecer silenciosa, el escalpelo no descubrir nada, la desorganización local revelarse ni verificable ni acentuada. É tienne Georget lo dice claramente en el Diccionario de medicina de 1824: "el error no tiene su fuente en los órganos de los sentidos" puesto que frecuentemente "esos órganos están sanos y ej ercen muy bien su función propia"1º4• É tienne Esqui­ rol lo dice también en el Diccionario de las ciencias médicas en 1816, al evocar numerosas disecciones que no aportan "nada positivo"105• La Biblioteca del médico practicante lo dice de forma más general algu­ nos años más tarde: "la causa próxima de la locura sigue estando pues para nosotros amortajada en la más profunda oscuridad"1º6• La locura puede desarrollarse sin que sea evidente ninguna lesión fisio­ lógica. Imposible, sin embargo, pensar "el desorden intelectual sin 101 Ibidem. 102 !bid., p . 106. 103 J. Moreau de Tours. Du hachisch et de l'aliénation mentale, pp. 329-330. 104 E.·J. Georget. Art. " Folie" (1824). Dictionnaire de médecine. París, 1821-1828. 105 E. Esquirol. Art. " Folie" (1816). Dictionnaire des sciences médicales. París, 1812-1822. 106 Bibliotheque du médecin praticien, t. IX, p. 357.

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desorden corporal'"07• Los alienistas de comienzos del siglo XIX no pueden distanciarse del organicismo y corren el riesgo de reanudar con una tradición anticuada: la creencia en algún desorden exclu­ sivo del alma, por ejemplo, o en alguna maldad intrínseca del loco. El anclaje corporal se impone como un inevitable horizonte. Es una certidumbre central, decisiva incluso, al punto que contribuye a la renovación de una "ciencia del hombre " de comienzos del siglo XIX. Cada enfermedad supondría alguna raíz física. En cambio, la manera cómo Philippe Pinel o É tienne Esquirol encaran esa raíz es original, al introducir una nueva interrogación sobre lo psíquico, como una nueva interrogación sobre el cuerpo. Y el debate se profundiza. ¿Existiría una deriva mental que tras­ torna las percepciones internas y que no tendría un zócalo orgánico? Las sensaciones que vienen de adentro ¿serían aquí marginales? La respuesta científica es tan nueva como prudente: se reconoce un desorden del cerebro, pero de carácter reversible, medible, suficien­ temente circunscrito, como para ser, en muchos casos, " superado" . El razonamiento es totalmente nuevo y promete un rico porvenir. Gladys Swain y Marcel Gauchet, lúcidos lectores de Esquirol, recuer­ dan: "reportar la locura a algo del cuerpo, proveerla de un indiscutible anclaje orgánico, pero sin hacerla depender, por otra parte, de algo así como una lesión de órgano apreciable"'ºª. Claramente, esto hace posible el recurso a un tratamiento moral. Pinel o Esquirol hablan, no sin alguna imprecisión, de un "estado puramente nervioso "109, o de un "espasmo de los centros de la sensibilidad""º. Es una pro­ puesta de ruptura terapéutica donde el loco deja de ser ese personaje que cayó en la extrañeza, y ahora es aquel cuya disposición psíquica puede ser reorientada. Sin embargo, otra ruptura debe ser anotada; tal visión hace que exista un espesor psicológico bien particular. El cuerpo puede volverse también un espacio imaginario independiente de los sentidos, una vía estrecha, poco explorada aún, pero susceptible de indeterminables

107 M. Gauchet y G. Swaim. La pratique de !'esprit humain, l'installation asilaire et la révolution democratique. París: Gallimard, 1980, p. 335. 108 !bid . , p. 318. 109 P. Pinel. Discours devant l'académie des sciences, 26 ventoso del año Vlll. Ver Actas de las sesio­ nes de la Academia de ciencias sostenidas desde la fundación del instituto. Reporte de los comisarios de ciencias. Hendaya, 1911, vol 1 1 , p . 125. 110 E . Esquirol citado por M. Gauchet y G. Swaim. La pratique de . p. 335. ..

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desarrollos. Esquirol, por ejemplo, tiende a ligar los trastornos con un pasado de esperas íntimas. El propio Thomas de Quincey da de ello una ilustración concreta al tratar de la misma manera de retomar su pasado, sus emociones, sus choques, para explicar mejor su "estado de excitación nerviosa" y su "exigencia de estimulantes": En estos incidentes de los primeros años de mi vida se encuen­ tra en efecto toda la capa profunda así como el motivo secreto y subterráneo de esos sueños fastuosos y de esos decorados oníri­ cos que , en realidad, fueron en un todo y por todo, los verdade­ ros objetos considerados por estas confesiones111•

Por primera vez el cuerpo no es estudiado como lugar de sensa­ ciones vivas, tampoco es solamente ese fondo nocturno, proveedor de sensibilidad. No es ya solo una alerta inmediata o una moviliza­ ción siempre activa. Se vuelve también instancia imaginaria, lugar de recomposición sin fin, obj eto de creencias, metamorfosis y supo­ siciones. No estamos diciendo que los alienistas de comienzos del siglo XIX disponen de nuestra visión completamente contemporánea de la "imagen del cuerpo", con su dinámica, su autonomía concep­ tual, sus suertes. No si se pensaba anteriormente , en la "penum­ bra de la conciencia" , la existencia de un "yo corporal"112 -según la expresión de Jean Lhermitte- característica de nuestra contempo­ raneidad. Estos alienistas evocan solo imágenes, distancias y trans­ posiciones ficticias. Se detienen en representaciones. Hacen que exista por lo contrario un nuevo objeto: una presencia imaginaria del cuerpo; fenómeno entrevisto más que desarrollado, sugerido más que estudiado, pero que evoca un espesor psicológico hasta enton­ ces ignorado.

Las promesas de la anestesia La curiosidad por los sentidos internos yuxtapone así, a comienzos del siglo XIX, experiencias singulares, sorpresas, profundizaciones; sensaciones "extremas" o uso de drogas, por ejemplo, también pros­ pecciones sobre cuerpos en deriva, sueño o locura. Otro extremo será experimentado como nunca hasta entonces, lo contrario de la eferves­ cencia sensible: la supresión del dolor; el resultado de una sensibilidad todavía más aguda, servida por un dominio más concreto de la química. 111 T. de Quincey. Confessions . . p. 27. 112 J. Lhermicte. L'image de notre corps. París: Nouvelle Revue Critique , 1939, .

p.

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En 1866, Louis Figuier ve en esto "uno de los más sorprendentes descu­ brimientos de los tiempos modernos"113, y su contemporáneo, el Diccio­ nario de la conversación, lo considera un "esplendente servicio ofrecido a la ciencia y a la humanidad'""'· Primero que todo, es la relación con el dolor mismo la que parece desplazarse. La ruptura se percibe en una expresión aparentemente banal y, sin embargo, notable, pronunciada por Talleyrand en 1838. Jean-Pierre Peter evoca la escena: el antiguo ministro, operado por Jean Cruveilhier de un ántrax en la espalda, a nivel de las vértebras lumbares, soporta con entereza el escalpelo en las carnes, antes de dirigirse "con altura" al cirujano: "¿sabe señor que me está doliendo mucho?"115 La interpelación es directa, aparentemente benigna y decisiva, sin embargo. El hombre de Estado, llamado a soportar el escalpelo sin chistar y a estar orgulloso de ello, actúa acá de otra manera, rompe con la tradición. Se indigna; de paciente se vuelve suj eto. Por esto la interjección, la manifestación desdeñosa; incluso la certeza de que una "cuasi-incorrección" se está cometiendo, que un cuasi-derecho individual está siendo ultrajado. Signo de los tiem­ pos, Talleyrand considera que se atravesó un frágil límite y cree que es su deber expresarlo. Las promesas de la anestesia son entonces buscadas con más ahínco. Los ensayos se multiplican. Humphrey Davy, químico britá­ nico que acumula los intentos con el gas y busca un efecto notable con una sustancia que acaba de descubrir, el protóxido de nitrógeno. Sus descripciones, desde los años 1800, anotan escrupulosamente los efectos internos. Davy se aplica el producto él mismo, acosa lo sensible, cuenta lo que siente: Respiraba el gas [ ) . La sensación de placer fue al comienzo local; la sentí en los labios y en torno a la boca. Poco a poco se difundió por todo el cuerpo y en medio de la experiencia alcancé en un momento tal grado de exaltación que absorbió mi existen­ cia. Perdí entonces todo sentimiento116• ...

113 L. Figuier. "L'anesthésie locale". L'Année scientijique, 1866, p. 362. 114 W. Duckett (dir.). Art. "anesthésie ". Dictionnaire de la conversation et de la lecture. París, 1853. 115 Ver J . · P. Peter. De la douleur. Observations sur les attitudes de la médecine pré-moderne envers la douleur. París: Quai Voltaire, 1993, p. 9. 116 H. Davy. Elements of Chemical philosophy (1812), citado por L. Figuier, "I 'anesthésie locale ". L'Annér scientijíque, 1866, p. 357.

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Sin embargo, nada simple; el producto provoca evidentes efectos anestésicos, pero permanece mal controlado en su aplicación. Davy logra volver indoloras algunas cefalalgias violentas o aberturas de dientes, pero no puede evitar los efectos indeseables: sofocamien­ tos, malestares, "sentimientos de compresión cefálica"117• El uso se revela bastante arriesgado. La práctica es entonces abandonada a las escenas de circo, al folclor, a los espectáculos de feria. William Crawford Long, por el contrario, fue el primero que, en 1842, experi­ menta con éxito un producto mejor dominado, el éter. Su paciente, operado de un tumor de cuello, permanece insensible. Otra expe­ riencia fue la de William Green Morton, un dentista de Boston que efectuó el 30 de septiembre de 1846 con éxito y sin dolor, una extracción dental con éter. El éxito se afianza, la fórmula atraviesa el Atlántico. Bajo la influencia del éter, Liston realiza una amputa­ ción de pierna, imitado por Giraldes un año más tarde en París118• La práctica se hace "técnica". Los aparatos se multiplican, favorecen la absorción del producto, con máscara, con "tubo aspirador", "anes­ tesímetro" que controla la dosis119• El proyecto se vuelve obj eto de debate; también de conflicto. Una "especie de entusiasmo se apodera de los medios médicos"12º mientras que se consolidan las resisten­ cias. Las de Frarn;ois Magendie son las más conocidas: "embriagan a sus pacientes al punto de reducirlos al estado de cadáver, al que cor­ tan, le extraen impunemente y sin ningún sufrimiento '"21• Alain Cor­ bin y Jean-Pierre Peter se han cuestionado ampliamente sobre estas resistencias: será orgullo del cirujano que valora su virtuosismo y su rapidez de ejecución; temor a ya no poder ser "guiado" por el dolor del enfermo; inquietud frente a su pérdida de conciencia conside­ rada degradante; sentimiento oscuro de una ventaja concedida a ese mismo enfermo más que a la profundización de la ciencia122• Numero­ sos son los motivos para algunos que justifican el mantenimiento del dolor. El éxito de la anestesia, sea lo que sea, no tarda en imponerse: 1 1 7 R. Blanchard. " Protoxyde d'azote ". Nouveau dictionnaire de médecine et de chirurgie pra­ tiques, S. Jaccoud (dir.). París, 1880, p. 770. 118 Ver J. Giraldes. "Anesthesiques". Nouveau dictionnaire de médecine ... p . 221. 119 !bid., PP- 256-257. 120 R. Rey. Histoire de la douleur. París: Découverte, 1993, p. 186. 121 Comptes rendus de l'Académie des sciences, t. XXIV, 1847, p. 134. 122 Ver J.-P. Peter. De la douleur ... y A. Corbin, "el Dolor y el Sufrimiento ", en A. Corbin et allio. Historia del cuerpo, t. 11: de la Revolución francesa a la Gran guerra, 2• parte, cap. 2. Madrid: Taurus, 2oos.

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"se impone pues un nuevo régimen de sensibilidad"123• Por primera vez, en la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, los gritos de los heridos ya no se escuchan en las ambulancias de los cirujanos'24•

123 A. Corbin. " La douleur ec la souffrance" . p. 257. 124 Ver J . Giraldes. "Aneschésiques". Nouveau dictionnaire de médecine . p. 251. ..

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CAPÍTULO VII I D E LA REGULACIÓN NERVIOSA A L O PSÍQUICO

Numerosos descubrimientos notables y pulcros de los fisiólogos, tienen por origen revisar los mecanismos nerviosos, desde comien­ zos del siglo XIX. Su consecuencia es la de diseñar mejor la carne sentida. Es imposible ignorar su importancia y sus efectos; primero hubo problemas de hechos y de palabras. Por ej emplo, el descubri­ miento de los nervios exclusivamente sensibles, desde el comienzo del siglo XIX, permitió modificar la visión del comportamiento , los gestos y los movimientos; de acá en adelante, cada acto regulado por el control sensorial de su amplitud, su sentido y su intensidad, además, cada ajuste que sugiera una diversidad de fuentes posibles, dará cabida a expresiones nuevas de "sentido muscular" , "sentido articular" o "sentido de la actividad" . Luego viene el problema del mecanismo; un universo sensible subterráneo, de repente desple­ gado, revelaría sus lógicas. De este modo, un sentido del cuerpo se inventa global, sintético y susceptible de una inteligencia oscura, un fundamento posible, y ahora más complejo, de lo que pretende ser el individuo; esto conduce, a fin de cuentas, al imaginario de un diálogo hasta entonces impensable entre un cuerpo "inteligente" y aquel que lo experimenta. De forma todavía más profunda, la fisiología puede entonces prolongarse sobre una vertiente psicológica: una lógica física trans­ puesta en representación, sistemática corporal transpuesta a ima­ gen. Así, se descubre un campo a fines del siglo XIX que revela hasta qué punto la captación directa del cuerpo y la sensación inmediata puede existir aún en otro nivel, el mental. El cuerpo como totalidad interiorizada, globalidad "psicologizada" , con sus propias correspon­ dencias, sus lógicas privilegiadas, se vuelven así los cimientos princi­ pales del espacio íntimo.

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Una sensibilidad interna a la búsqueda de "lugar" Al comienzo, la fisiología efectuó una prospección tan clara como decisiva. Cuando Fram;ois Achille Longet afirma en 1842 la existencia de una "nueva era para el estudio del sistema nervioso"', designa un descubrimiento importante hecho en 1811 por Charles Bell: la distin­ ción, hasta entonces no especificada, entre los nervios sensibles y los nervios motores. Lo interno corporal gana en lógica, su reactividad en precisión. El fisiólogo inglés efectuó una constatación determinante, sabia sin duda, incluso sutil pero que, a plazos, transforma la visión de los gestos y los actos: la demostración de una diferencia radical de efecto entre la excitación de las raíces medulares anteriores de los ner­ vios raquídeos y la de las raíces posteriores. Las primeras ponen en juego movimientos, las otras no lo hacen; las primeras serían motri­ ces, las otras sensibles. Los experimentos aumentan durante los años siguientes y señalan la importancia de tal descubrimiento; la excita­ ción de las raíces anteriores provoca un trastorno en los movimientos, mientras que la excitación de las raíces posteriores desencadena un exceso de sufrimientos. Hasta la afirmación de Frarn;ois Magendie, en 1841 -además acusado de crueldad' por poner al desnudo y perfo­ rar el raquis de animales con vida-: "Afirmamos pues que las raíces anteriores pertenecen al movimiento y las posteriores pertenecen a la sensibilidad"3• Existen dos vías nerviosas que especifican más que nunca la sensibilidad, dos vías igualmente susceptibles de entrar en relación entre sí para disponer mejor los ajustes entre lo que se siente y lo que es actuado. Por otro lado, otra constatación de Charles Bell confirma lo que se pone en juego en tal distinción: en 1837, la observación de una mujer aparentemente activa, móvil, válida, pero incapaz de sostener a su hijo en los brazos sin mantener sus ojos fijos en él4• El tras­ torno es específico: los objetos caen regularmente de las manos de

1 F. A. Longet. Anatomie et physiologie du systeme nerveux de l'homme et des animaux vertébrés

[ouvrage contenant des observations pathologiques relatives au systeme nerveux et des expériences sur les animaux des dasses supérieures]. París, 1842, p. 8. 2 La acusación además llega hasta nuestros días, ver G. R. Taylor. Histoire ilustrée de la biologie (1963). París: Hachette, 1965, p. 206: "Magendie [ . . . ] hizo una serie de disecciones inhumanas sobre animales vívos, sín preocuparse para nada por su sufrimiento, así como trataba a sus enfermos con una crueldad casi igual". 3 F. Magendie. Lefons sur les fonctions et les maladies du systeme nerveux. París, 1841, t. 1 1 , p. 65. 4 Ver C. Bell. The hand, its mechanism and vital endowments as evincing design. Londres, 1837.

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esta mujer si ella no los mira. Una vez interrogada, ella reconoce no poder apreciar la contracción de sus músculos, sus formas, sus gra­ dos. Por eso su síntoma claramente determinado: desfallecimiento de la sensibilidad interna, la de los brazos, desconocimiento de la acción íntima de los gestos, de su tensión, de su firmeza e impotencia para dirigir la acción si los ojos no la sostienen. El caso recuerda el del soldado que perdió la sensibilidad de su brazo, aunque conservó la posibilidad de sus movimientos, y que fue estudiado por Jean­ Claude Helvetius un siglo antes5• Por el contrario, la interpretación osciló; todo se explica de manera diferente , ya no la insensibilidad de la piel para nombrar la insensibilidad del brazo -como lo ase­ guraba Helvetius- sino claramente la "interna" y sus efectos. Esta madre ya no estaría en capacidad de experimentar la acción de sus músculos, que es la consecuencia más importante de la torpeza y de la ineficacia de sus gestos. Otros casos van a hacer énfasis en estas particularidades que diferencian más que nunca superficie y profun­ didad; por ejemplo, aquel hombre cuidado por Charles Bell, acciden­ tado luego de una caída sobre la espalda, decía "no sentir nada de su piel" a nivel de su vientre , mientras que se quejaba de cólicos inter­ nos6; o los enfermos de Bicetre cuidados por Fram;ois Achille Lon­ get, cuyos "tegumentos eran absolutamente insensibles", mientras que "experimentaban dolores profundos e intolerables"7• Adentro y afuera quedan claramente distinguidos. Disponen de sus "mensajes" propios, separados. Así, emerge una sensibilidad interna, particular, objetivada, con sus trayectos y su especificidad, lo cual Claude Ber­ nard pretende demostrar experimentalmente en 1858: "el desgarre de la piel de las patas de la rana" no impide que los movimientos se hagan "con la misma regularidad que antes", incluso "para nada se pierde " la agilidad8• El mensaje que orienta los desplazamientos viene claramente del "interior" y no de la piel. Seguro esta será una interpretación decisiva, tan central que orientará de otra manera la visión de toda acción física. La sensibili­ dad interna está llamada a "servir de guía" a los gestos, "asegurar su

5 Supra, p. 82. 6 C. Bell. Exposition du systeme naturel des nerfs du corps humain (1810). París, 1825, p. 137. 7 f.-A. Longet. Anatomía y fisiología del. .. p. 66. 8 C. Bernard. Le(ons sur la physiologie et la pathologie du systeme nerveux. París, 1858, t. I , p. 251. Ver también H . Beaunis. Les sensations internes. París, 1889, p . 78.

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precisión"9• Estaría incluso "a la cabeza de las funciones"'º. Evidente­ mente, el comportamiento mismo en su conjunto es entonces inter­ pretado de otra manera. El espacio interior mismo es "valorado" de otra forma. Se multiplican los ejemplos. Los movimientos que recu­ rren a la información sensible se muestran abundantes. Comienzan por los más "curiosos" : el equilibrio corporal, por ej emplo, imposi­ ble de realizarse si un "sentido interior" no adviene permanente­ mente que la estabilidad está amenazada, la pérdida constante de verticalidad y su mantenimiento"; o las modulaciones de la voz por ejemplo, imposibles de realizar si el sujeto no hace un acuerdo entre ellos, "sintiendo" los sonidos emitidos y los músculos que actúan, el timbre escuchado y la emisión querida. Tal evidencia se extiende, se diversifica, orienta hacia una visión completamente nueva de la totalidad de los actos; cada desplazamiento supone la información interior llamada a dirigirlo, limitarlo, regularlo, y estamos hablando de "agarrar, apretar, atraer, rechazar, levantar, descender, subir . . . "12• También se inventan expresiones, como por ejemplo la "coordina­ ción de los gestos"13, prometida a un uso sistemático, significante, por primera vez: el ajuste entre el hacer y el sentir. O la de " consensual action"14 para los anglosajones, que remarca la necesaria convergen­ cia entre la sensación externa, la sensación interna y la actividad. El movimiento es repensado, se crea una nueva interioridad. Se añaden otros lugares también a esos nervios sensibles. El con­ junto de la red se complica. Pierre Flourens es el primero en efectuar en 1841 "eones sucesivos" en el cerebelo de un gorrión y constata disfuncionamientos progresivos: "el animal pierde poco a poco la facultad de volar y de caminar mientras conserva perfectamente el uso de su vista, de su oído, de todos sus sentidos, de todas sus facultades intelectuales"15• El cerebelo, mucho antes de las órdenes conscientes, aseguraría así una función de control y de armonización más allá de las solas informaciones sensoriales. La imagen del eje 9 J.-B. Sarlandiere. Traité du systeme nerveux dans l'état actuel de la science. París, 1840, p. 268. 10 P. N. Gerdy. Physiologie médicale, didactique et critique. París, 1830, p. 401. 11 Ver W. B. Carpenter. Principies of human physiology with their chief applications to pathology, hygiene and forensic medicine. Filadelfia, 1850, y en particular "Consensual actions", p. 327. 12 J.-B. Sarlandiere. Traité du systeme . p . 275. 13 Ibídem. 14 W. B. Carpenter. Principies of human . . pp. 325-328. 15 P. Flourence. Recherches expérímentales sur les príncipes et les fonctíons du systeme nerveux dans les animaux vertébrés. París, 1842, p . 134. ..

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vertebral se enriquece, se desarrolla, incluso se escalona; los niveles todavía más elevados en la cadena nerviosa contribuirán a la preci­ sión y a la seguridad gestuales. Tenemos, entonces, que el descubri­ miento de una sensibilidad profunda y su papel es algo central en esos comienzos del siglo XIX.

Los "titubeos" de la histérica Estudios igualmente inéditos realizados sobre la histeria a mediados del siglo XIX, confirman el envite significativo de esta sensibilidad profunda. Por supuesto, tal enfermedad ya no es, como lo quería Pla­ tón, la de un "útero" que actúa como un animal que atormenta el inte­ rior del cuerpo16• Ya no es, como lo quería Ambroise Paré en el siglo XVI , la de humores que hierven y que suben del bajo vientre hacia el cerebro17• Es una enfermedad nerviosa que afecta a las mujeres en particular, las más emotivas, frágiles, "un poco impresionables"18• Tiene que ver con el estado de los nervios, y sobreviene sobre todo luego de un "choc". Sin duda, sus síntomas son inmediatos y cono­ cidos: "movimientos espasmódicos y convulsivos del cuerpo", una impresión de que "un globo recorre el bajo vientre" , "gemidos sordos o gritos ahogados se escapan del pecho"19• Se añaden otros síntomas producidos por la nueva curiosidad, orientada más hacia la interio­ ridad de lo sensible. Pierre Briquet en 1859 y Jean Martin Charcot algunos años más tarde, insisten en una posible pérdida de sensi­ bilidad profunda en las histéricas, más o menos acentuada, más o menos localizada. Briquet da cifras incluso de las pacientes víctimas de tal síntoma: de 600 histéricas estudiadas, 240 habrían "presentado signos evidentes y constantes de anestesia'"º. Por supuesto, poco importa la cifra, lo importante es la focalización sobre el síntoma así como la voluntad de señalar su presencia particular; la "letargia" por ej emplo, "la insensibilidad completa a toda excitación"21 para algu­ nas; la "pérdida de sentimiento " localizado para otras, como aquella paciente de Pierre Briquet, víctima de una "anestesia de casi toda la 16 Ver Platón. Timeo, en Obras Completas. Madrid: Aguilar, 1979, p. 1178. 17 Ver A. Paré. CI:uvres completes, t. 11, París, 1840, p. 751: "el útero infla o se hincha, por lo que está encantado y llevado hacia arriba por un movimiento forzado ". 18 P. Briquet. Traité clinique et thérapeutique de l'hystérie. París, 1859, p. 4. 19 J.-L. Brachet. Traité de l'hysterie. París, 1847, p. 262. 20 P. Briquet. Traité clinique et .. . p. 273. 21 J . - L. Brachet. Traité de l'hysterie, p. 285.

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mitad izquierda del cuerpo, en momentos en que acababa de ente­ rarse de la muerte de su madre "22• El movimiento físico en este caso sigue siendo posible; la sensación interna por el contrario ya no se presenta. Pero es claramente el movimiento desorganizado el que se impone desde entonces, la dificultad de regularlo y ordenarlo por ausencia de información sensible. Por eso esas descripciones de mar­ chas o de posturas faltas de armonía, por primera vez evocadas con esta precisión: Dado que les falta el sentimiento, resulta que ya no saben gober­ nar sus movimientos. No pueden ya apreciar ni el grado de las resistencias, ni la fatiga [ . . . ]. Caminan mal, las piernas están mal gobernadas y el paso no es para nada regular; hay una especie de titubeo que sorprende cuando se ve a los enfermos mover tam­ bién sus miembros inferiores cuando están en la cama''.

Finalmente, el caso más "extremo" que permite diferenciar grados escalonados de sensibilidad, es el de la enferma de Pierre Briquet, móvil y activa, sin embargo, pero no consciente de los gestos que sufre, si ella misma no los ve: "la insensibilidad de sus miembros era tan profunda, que si se le vendaban los ojos, se la podía levantar de su cama, ponerla casi desnuda en el piso embaldosado, luego volverla a la cama, sin que ella tenga la menor idea de lo que le ha ocurrido"24• El interés no se centra esta vez en la acción querida -tal como lo revelaba la paciente de Charles Bell- sino sobre el movimiento pro­ vocado desde el exterior, el que debería ser inmediatamente sentido. El trastorno es entonces más profundo, situado ya no en los músculos sino, como lo afirma Pierre Briquet, en el corazón de las articulacio­ nes, tan escondido que hace "diferente" lo cotidiano. La enferma logra además describir el extraño sentimiento que su cuerpo le procura en todo momento, presente y ausente a la vez, siempre insólito, siem­ pre flotante. Ella confiesa "experimentar ordinariamente lo que debía sentir una persona suspendida en el aire por un globo"25• Dicho de otra forma, se trata de un trastorno centrado en la manera de sentir el estado del cuerpo, cuestionada bajo una forma inédita, tan precisa que introduce a un universo de sensaciones hasta entonces no evocadas.

22 P. Briquet. Traité clinique et 23 !bid., p. 300. 24 !bid., p. 277. 25 Ibidem.

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Una sensibilidad a la búsqueda de palabras En lo sucesivo, se impone la necesidad de definir mejor esta inte­ rioridad física, de detenerse más en las sensaciones que la compo­ nen, y esto es lo que intentará la fisiología de mediados del siglo XIX. Nicolas Gerdy fue el primero que en 1846 amplía los interrogantes y prospecta los casos y las situaciones. Corrige también y discute las expresiones ya propuestas, la de "sentido muscular" por ejem­ plo, utilizada por Charles Bell para calificar el síntoma de la madre incapaz de abrazar su hijo si no logra ver su propio movimiento y sus propios brazos26• El obstáculo no estaría tanto en la percepción del músculo mismo sino en la de su contracción. El objeto es el de la "tensión". Por esto la preferencia de Gerdy por la expresión "sensa­ ción de actividad muscular"21 que sugiere más alguna movilización efectiva que la oscura conciencia de una dinámica gradual. Existía hasta entonces una sensación que o no se constataba o se hacía mal. Gerdy va pues a multiplicar los ejemplos, explora la noción de velocidad sentida por el cuerpo, la conecta explícitamente a las impresiones del adentro, adelanta, por primera vez, el hecho de que evaluar la rapidez obliga también a considerar presiones que amena­ zan el equilibrio y contradicciones hechas para resistir allí: [El movimiento activo] produce en el tacto una sensación de presión o una sensación de choque si hay una gran velocidad; en los músculos, si hay una intensidad suficiente, causa la sensación orgánica de la acción muscular, porque los obliga a contraerse para oponerse allí. Esas sensaciones son muy pro­ nunciadas cuando luchamos contra una corriente de agua muy fuene, o contra un viento impetuoso que detiene y lentifica nuestra marcha28•

Vemos cómo estas pruebas sucesivas hacen acordar los términos entre ellos y precisar los mensajes internos, su diversidad, nombrar claramente "un nuevo orden de fenómenos hasta entonces desco­ nocidos de la ciencia"29• Los detalles se añaden, aumentan; pero el

26 Supra, p. 82. 27 P. N . Gerdy. Physiologie philosophique des sensations et de l'inte[[igence fondée sur des recherches et des observations nouvelles et applications d la morale, d la éducation, d la politique. París, 1846, pp. 151-152. 28 Ibid., p. 50. 29 G.-B. Duchenne de Boulogne. De ['é!éctrisation localisée et son application d la physiologie, d la pathologie et d la thérapeutique. París, 1861, p. 427.

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interés aquí es, sobre todo, revelar la investidura deliberada que se hace sobre los mensajes internos. Duchenne de Boulogne, en los años 1860, da sus ejemplos más sugestivos. Primero se pone de acuerdo con Gerdy para recordar la existencia de una "sensación de actividad", la que desaparece en los enfermos incapaces de soste­ ner un objeto si la vista les escapa. Añade otra noción más profunda, la "conciencia muscular"30 (y ya no "sentido muscular"), la impre­ sión "sorda", casi velada, que corresponde a una sensación "anterior" a todo acto. Es lo que muestran los casos más curiosos: las personas incapaces de moverse en la oscuridad, y que disponen de sus movi­ mientos una vez regresa la luz. Como aquella paciente que no podía "levantarse de su silla si era sorprendida por la noche"3', o aquella otra que al caerse de su cama en la oscuridad, estaba obligada a con­ servar la posición más incómoda antes de que el día le restituyera de nuevo la posibilidad de volverse a mover32• El objeto de la "falta" se precisa en este caso panicular; está situado antes incluso del movi­ miento que implica la existencia de una conciencia muscular pre­ via a todo gesto, instancia primera, "necesaria para la contracción muscular voluntaria y para la cesación de esa contracción"33• Algo muy cercano, incluso muy parecido a lo que Maine de Biran había llamado intuitivamente algunos años antes "hecho primitivo de sen­ tido íntimo"34, este fenómeno enraíza más que nunca lo sensible en el corazón de la actividad, al punto de situarlo en el origen mismo del movimiento. Es necesario "sentir" antes de "moverse". Además, el análisis se diversifica. Duchenne de Boulogne lo conti­ núa; añade nuevos términos, confronta conciencia y acto, sugiere la expresión "sensibilidad anicular"35 por ejemplo, y retoma para ello los casos de Pierre Briquet: los pacientes impedidos para percibir los movimientos provocados en su cuerpo, cuando esos mismos movi­ mientos escapan a su vista, ausencia de indicación "articular" puesta en el corazón de lo que se mueve. Lo que Armand Trousseau, autor de una preciosa Clínica médica del Hotel Dieu36 , llama en el mismo 30 !bid., p. 411. Ver también F. Delapone y P. Pinell. Histoire des myopatnies. París: Payot, 1996. 31 Jbid., p. 416. 32 !bid., p . 427. 33 !bid. , p. 437. 34 Supra, p. 64. 35 G.-B. Duchenne de Boulogne. De l'éléctrisation localisée . . . p. 768. 36 A. Trousseau. Clinique médicale de !'Hotel Dieu de Paris, 1861-1862, París, vol. 3.

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momento "conciencia del movimiento"37• Una distinción minuciosa, puntillosa, que confirma la tentativa de filtrar siempre de forma más precisa lo que es "íntimamente " percibido. O también la "ataxia loco­ motriz progresiva" , objeto de una "nosología nueva"38, cuya suce­ sión de síntomas es detallada interminablemente por Duchenne de Boulogne: dolores bruscos y erráticos en los miembros, seguidos de una pérdida de sensibilidad en las piernas, que desorganiza la mar­ cha, seguida de una pérdida de sensibilidad en los miembros supe­ riores, que desorganiza la coordinación de las manos y los brazos. La transformación de la sensibilidad en las piernas es sorprendente, relacionada con la actitud física, los desplazamientos que recuerdan impresiones vividas en los sueños citadas desde hace mucho tiempo: La sensibilidad táctil de la planta de los pies no tarda en ser embotada [ . . ] Unas veces, en efecto, cuando los enfermos cami­ nan sobre un suelo duro (la piedra o el parqué) , les parece que sus pies reposan en un cuerpo suave, o sobre paja, o sobre un tapiz. Otras veces, en el momento en que ponen sus pies en el suelo, creen que están apoyándose en un cuerpo elástico, o sobre resortes que los hacen rebotar mientras caminan39• .

En este caso el mal se debería a una lenta atrofia de los cordones posteriores de la médula espinal, los que gobiernan la sensibilidad. Frente a este repentino descubrimiento de una diversidad de sín­ tomas "nerviosos" en los años 1870 -que se suma completa a los solos descubrimientos científicos- se desarrolla una doble convic­ ción: la creencia en una acentuación de los casos y en una renovación de las causas. Por esto, esa insistencia estigmatizadora del agota­ miento nervioso atribuido a las condiciones de vida: crecimiento de las ciudades, "lucha por la existencia" , profesiones que amenazan la salud, fatiga difusa, herencias malsanas, o ese deplorable abandono de los campos, que extiende "excesivamente las canteras de las gran­ des ciudades"40• Y se añaden las inquietudes sobre las perversiones posibles, las debilidades morales, las angustias de degeneración que responden a las aceleraciones mal dominadas del "progreso " . Las causas se invierten de repente cuando ya no es primero el simple 37 Trousseau. "Ataxie locomotrice progressive" (1865), en S . Jaccoud (dir.) , Nouveau dic­ tionnaire de médecine et de chirurgie pratiques. París, 1864-1886, p. 777. 38 G.-B. Duchenne de Boulogne. De ['éléctrisation [ocalisée . . p. 549. 39 !bid., p. 555. 40 " Decroissance de la population fram;aise ", L. Figuier. L'année scientijique et industrielle. París, 1869, p . 413. .

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atestamiento o el lujo, o el sedentarismo, sino por el contrario la miseria, la vida cotidiana, sus obstáculos, sus tropiezos. Todas estas explicaciones favorecidas por una interpretación sumaria del darwi­ nismo y de la struggle for life, tanto como por una interpretación más alerta a los efectos de la industrialización, ayudadas también por una atención creciente de las condiciones sociales y sus efectos. Esto explica las estadísticas escrupulosamente obtenidas sobre el presunto crecimiento de la locura4', sus formas, sus signos preocu­ pantes, y, desde entonces, sobre los trastornos nerviosos. El trabajo obrero (de hecho transformado) sería otra de sus causas: "esos hom­ bres tan a menudo y tan gravemente expuestos, por sus trabajos al sol y al agua, a las inclemencias del frío y a los vientos que son tan temibles entre nosotros"42• La interpretación de lo social cambió, la de la "debilidad de los nervios" también, así como la alerta sobre lo sensible y el sentimiento de sentirse.

"Ya no soy yo mismo"; del "sí mismo" al "yo" Esta patentización tan abundante de un universo sensorial siempre más diversificado a mediados del siglo x1x, y mejor explicitado, no podía dejar de tener efectos en los análisis del sentimiento de sí, de su zócalo, de sus derivas posibles. Maurice Krishaber lo muestra en 1873, al analizar una serie de casos con el nombre de "neuropatía cerebro­ cardíaca"43, una expresión compleja, incluso curiosa, que retoma sín­ tomas ya conocidos: la crispación física en caso de emoción, la bola interior o estrangulamiento frente a ese brusco sobrecogimiento, la sensación de intensa "apretadura" evocada por Armand Trousseau en 1865, el pecho adolorido, casi "aprisionado por una coraza de caucho"44• Se suma regularmente la pérdida de referentes sensibles. Entonces se imponen dos hechos: la impresión de experimentarse uno mismo de otra manera; la inquietud estremecedora de vivir ese estado de la manera más difícil o dolorosa. Son síntomas conocidos, ampliamente comentados ya, pero analizados esta vez de manera más tajante, y sobre todo de forma más explícita que nunca. La apuesta de la identidad, durante tanto tiempo alusiva, es principal. Un paciente

41 "L'aliénation mentale en France", L. Figuier. L'année scientijique . . p. 346. 42 G.-B. Duchenne de Boulogne. De l'éléctrisation localisée . pp. 374-375. 43 M . Krishaber. De la névropathie cérébro-cardiaque, pp. 14-15. 44 A. Trousseau. "Ataxie locomotrice progressive ". Op. cit., p. 753. .

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por ejemplo se queja, después de un choque emotivo, de sentir que su propia voz "se vuelve ajena", o de tener el sentimiento de que su ser se va "a volver añicos"45• Otro fulano confiesa que "sus piernas no parecen ya pertenecerle"46• Zutano insiste en una extraña manera de experimentarse: "le parece que su cuerpo está envuelto en medios ais­ lantes que se interponen entre él y el mundo exterior"47• El individuo, en su corazón, no se "siente" ya el mismo; la interpretación se pre­ cisa y se especifica, expresada con una claridad meridiana. Krishaber da más ejemplos hasta la supresión de los indicios cotidianos más sim­ ples, e insiste regularmente en una consecuencia idéntica, el cambio de la percepción de su propio cuerpo provoca el cambio de la per­ cepción de su propia persona; uno de sus pacientes lo formula mejor que otros, con la impresión de que su cabeza o que sus piernas ya no se adhieren a su anatomía, antes de expresar los efectos sobre su ser más íntimo: "a veces perdía el sentimiento de mi propia existencia, me sentía tan completamente cambiado que me parecía haberme vuelto otro"48• Una expresión regresa sistemáticamente: "he perdido el sen­ timiento de mi ser", o "ya no soy yo mismo"49• Tales formulaciones enuncian más claramente lo que el interés puesto en lo sensible suge­ ría ya desde fines del siglo XVI II: el señalamiento de la interioridad sensorial como zócalo de la construcción de lo íntimo; la palabra senti­ miento como referencia que cruza lo físico y lo moral. Las sugestiones, aún aleatorias y apenas formuladas, de Diderot sobre la angustia de un d'Alembert soñador encuentran acá una forma más lograda, que instala de la forma más claramente posible la percepción del cuerpo como principio fundamental. Una ficción concisa regresa además para hacer comprender mejor esos albures de sensibilidad nuevamente estudiados: la idea com­ pletamente imaginaria de una oruga transformada en mariposa pero que conserva sus sensaciones de oruga. Siguen entonces impresiones supuestas muy contradictorias: ese sentimiento de una identidad escarnecida o simplemente anulada50• Los pacientes de Maurice

45 M. Krishaber. De la névropathie cérébro-cardiaque . . pp. 14-15. 46 Ibid. , p . 30. 47 Ibid. , p. 168. 48 Ibid., p. 151. 49 Ibid., p. 171. so Ver H . Taine. De l'intelligence (1870). Madrid: Daniel Jorro, 1904, "la Formación de la idea del yo" , p. 462. .

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Krishaber ilustrarían de esta manera un trastorno atribuido, por pri­ mera vez, de forma explícita a las "sensaciones que constituyen el yo"51• Sin ninguna duda, se trata de una expresión completamente empírica que , a cambio, privilegia la palabra "yo" como referencia específicamente individualizada. Esta palabra ya muy presente en los textos de Maine de Biran o en los diarios íntimos de comien­ zos del siglo XIX, está acá casi absolutizada. La expresión de "sen­ timiento de identidad" está dada por lo demás como equivalente , o la de "sentimiento de su propia persona"52, una y otra considera­ das "faltantes"53 en tales enfermos. Théodule Ribot comenta esos términos al retomar los casos de impresiones "extrañas"; como los suj etos "rodeados de velas o de nubes, retirados del mundo exte­ rior", unos y otros se experimentan extrañamente como pesados o como livianos, y dicen haber perdido "sus dientes, su estómago, su cerebro . . . "54• Es necesario volverlo a decir, son síntomas conocidos desde hace mucho tiempo, pero aquí son llamados directamente a demostrar la "base física de la unidad del yo "55• Los dos estados, los que preceden al síntoma y los que lo suceden, el antiguo y el nuevo, todos orgánicamente sufridos, confirmarían el papel decisivo de lo que Ribot llama por primera vez un "sentido del cuerpo"56• Por otro lado , estos "accidentes" de sensibilidad son necesarios para resaltar mejor la apuesta psicológica de tal noción: "esa situación bizarra en la que la personalidad antigua aparece como habiendo sido, como ya no siendo, y donde el estado presente aparece como algo exterior, extraño"57• El empleo de la palabra personalidad es característico; un hecho importante de identidad. Un conjunto de figuras progresivamente precisadas se escalona así desde el siglo xvm. Théodule Ribot refuerza esta precisión: "la uni­ dad compleja del yo tiene sus condiciones de existencia y las encuen­ tra en esta conciencia general del organismo tan olvidada y que , sin embargo, sirve de soporte a todo el resto"58• Henry Maudsley, profesor en la University College de Londres, en el mismo momento Sl !bid., p. 470. s2 Ibidem . S3 T. Ribot. Les Maladies de la personna!ité. París, 188S, p. 38. S4 !bid. , p. 37. SS !bid., p. 93. S6 !bid., p. 20. S7 !bid., p. 38. S8 !bid., p . 94.

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con más fuerza y simplicidad aún, lo dice en un texto que pretende sugerir una "fisiología del espíritu": "el yo no es otra cosa que la uni­ dad del organismo que se revela a la persona"59• Dos instancias se imponen: el "consenso de los órganos"Go y su toma de consciencia. La sensibilidad interna se ha vuelto una noción sintética como una instancia psicologízada. La interpretación se querría definitiva. Hip­ polyte Taine pretende incluso leer, a partir de tales casos, un "relato más instructivo que un volumen metafísico sobre la sustancia del yo"6'. Será menester detenerse sobre esta preferencia progresivamente concedida a la palabra "yo"; esta privilegia la enunciación en primera persona, favorece la fórmula "activa" y sistematiza la vertiente de la singularidad que acentúa aún más la visión de un individuo que "se" percibe; es el triunfo de un principio de individualización que se acentúa con el siglo XIX. Es lo que retiene Ribot de las palabras de un enfermo que pretendía no tener ya cuerpo: "hablando de sí mismo, nunca decía yo sino eso"62• Se impone una consecuencia: la persona­ lidad física como principio de individuación63• Una máxima también: "porque un organismo determinado no puede ser otro organismo, un yo no puede ser otro yo "64.

La invención de lo psíquico Estas afirmaciones "radicales" conducen las primeras reflexiones sobre los sentidos internos a su término, a cambio, muy pronto son consideradas extremas o demasiado sistematizadas. La sola fisiolo­ gía no podría explicarlo todo; el "consenso de la conciencia" estaría reducido o simplificado, al estar simplemente "subordinado al con­ senso del organismo"65• Además, regresa con insistencia en los textos de la época la prueba de la ausencia de toda lesión física para un importante número de casos; más frecuentemente no se constata

59 H. Maudsley. La physiologie de !'esprit. París, 1879, p. 210. 60 Jbidem. Ver además Jules Séglas que, en sus Le�ons cliniques sur les maladies mentales et nerveuses, París, 1895, ve en los trastornos cenestésicos el origen de los estados de despersonalización. 61 H . Taine. (1870). De l'intelligence .. p. 470. 62 T. Ribot. Les Maladies de la personnalité . . . p. 37. 63 !bid. , pp. 41 y 49. 64 Ibid., p. 42. 65 Ibid . , p. 91. .

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ningún disfuncionamiento preciso de los sentidos, ninguna degrada­ ción orgánica, ninguna "insuficiencia" localizada. Paul Janet ha insis­ tido en esto desde fines del siglo XIX. Dice él que nunca "ha podido evidenciar la menor penurbación sensorial periférica [ . . . ] en ninguno de los casos de despersonalización"66• Janet se orienta entonces hacia "la debilidad de la atención y de la voluntad"67 para curar sus enfermos afectados de insensibilidad o de ilusiones corporales; la psicología alemana se orienta más precisamente hacia una "inhibi­ ción generalizada de la vida afectiva"68, para explicar tales desperso­ nalizaciones. El propio Ribot reconoce, luego de sus primeros textos, haber apreciado mal el componente psicológico de tales derivas inte­ riores: "en aquella época la imponancia primordial de la sensibilidad afectiva en las transformaciones de la individualidad no me aparecía suficientemente "69• Como víctima -en muchas ocasiones y de forma temporal- de tales afecciones, va a hacer más complejo su origen posible: un "mal estado físico o una depresión mental"70• El nece­ sario recurso a lo psicológico marca una impronta, que desplaza de nuevo los objetos de atención. En el fondo, no hay nada distinto, en estos últimos decenios del siglo x1x, que el establecimiento autonómico de un espacio interior expresado de otra manera -el de lo psicológico-, esa construcción cultural que hará que existan por fuera de toda consideración moral, unos mecanismos íntimos tales como la afectividad, las disposicio­ nes individuales, las imágenes mentales; la conciencia que se ha vuelto instancia psíquica y que integra, por ello mismo, al cuerpo como representación. La Psicología aplicada a la educación de Gabriel Compayré, en 189011, transforma, por ejemplo, en objetos de estudio temas como los de la atención, la voluntad, la expresión, el lenguaje, sin ninguna duda, pero también y de forma precisa "la sensibilidad"

66 P. Janet. De la angustia al éxtasis. Estudio sobre las creencias y los sentimientos (1926-1928) , 2 tomos. México: Fondo de Cultura Económica, citado por J. Starobinski, "Breve histoire de la conscience du corps", Revue fran{aise de psychana!yse, 1981, nº 2, p. 267. 67 Janet. "L'attention volontaire dans l'éducation physique", en P. Tissié (dir.), L' Éducation physique. París: Larousse, 1901, p. 16. 68 K. Oesterreich. Die Entfremdung der Warhnehmungswelt und die Depersonnalisation in der Psychasthenie. Leipzig, 1907, citado por T. Ribot. Problemes de psychologie affective. París: Alean, 1910, p. 25. 69 T. Ribot. Problemes de psychologie affective . . . p. 26. 70 !bid., p. 25. 71 G . Compayré . Psychologie appliquée d l'éducation. Pa rí s , 2 vol. 1890.

De la regulación nerviosa a lo psíquico

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que permitiría transponer "las más humildes acciones de la vida anirnal"72 en un universo de representaciones, con sus emociones "embellecidas" o "entristecidas" ; un lugar de impresiones íntimas nuevamente perfilado. Con él, el alienista entre otros no está obli­ gado a solo atenerse al zócalo orgánico. El viejo universo de Esquirol ha sido subvertido; el anclaje corporal ya no impone ese indispensa­ ble horizonte73, al mismo tiempo que se muda a un espacio psíquico. Se ha especificado un campo y creado una ciencia nueva "de un maravilloso alcance"74 y por esto, se han transformado los saberes: Una de las más grandes revoluciones de la percepción del hom­ bre por si mismo en la época moderna, por medio de la que esas pasiones completamente corporales se depuraron, refinaron, sublimaron, para llegar a colocarse al lado del pensamiento y maridarse con él en el seno de la esfera única que llamamos "psiquismo"75•

En este marco, "el sentido del cuerpo"76 encuentra su lugar; en este marco también se estudia la "sensibilidad física"n, tanto externa corno interna. El largo trabajo sobre lo sensible efectuado desde fines del siglo xvm impone la percepción experimentada, reflexionada, mentalizada en el corazón del individuo. Una afirmación importante enunciada por partida doble: la conciencia ya no puede encararse sin la presencia del cuerpo, así corno con este último "entrarnos decidida­ mente en el mundo de la conciencia"78• En otras palabras, la presencia "física" es indispensable porque instala y sitúa, focaliza un lugar, pero puede permanecer psíquica o imaginaria; solo ella participa de parte a parte en el tejido mental que constituye una persona. Concurre funda­ mentalmente a su "espacio interior"; con esta, el cuerpo puede perma­ necer corno simple instancia afectiva o moral, pero es claro que, corno imprescindible representación, contribuye a lo que constituye el "yo", según el término más comúnmente utilizado en ese fin de siglo XIX.

72 !bid. , t. 1 , p. 57. 73 Supra, p . 135. 74 G. Compayré. Psychologie appliquée ... t. 1 , p. 55. 75 M. Gauchet & G. Swain. La pratique de !'esprit humain ... p. 330. 76 No olvidemos que la expresión es de T. Ribot. 77 Ver G . Compayré. Psychologie appliquée t. 1 , p. 55. 78 Ibidem. ...

TERCERA PARTE UN DESCUBRIMIENTO DE ACCIÓN

A fines del siglo XIX, se piensa el cuerpo en modo psíquico: es una instancia decisiva compuesta con la conciencia que existe en ella como índice constante que le da consistencia y sentido. El propio anclaje corporal, su zócalo orgánico, ya no es inevitable para explicar los síntomas de derivas perceptivas; el universo psíquico se autonomizó. Los sentidos también participan en lo imaginario, ligados únicamente al sentimiento de estar situado, encarnado. El mundo de la representación puede imponerse con sus temas propios y sus diversidades; son objetos psicológicos nuevos, múltiples, que abundan y resuenan con el cuerpo, y pueden entonces ser determinados como "imagen motriz" , "esquema espacial" , "esquema corporal" , "imagen inconsciente del cuerpo". Una vez se ha constituido este espacio interior, lo que "se siente" del cuerpo ya no es simplemente modo de ser o de saber; se vuelve también "proyecto" , objetivo transformador, campo inmenso de enganche y de trabajo psicológico, un nuevo territorio de empresa y de acción sobre sí mismo, con una apuesta clara: sentirse mej or, mesurarse, modificarse. De la relajación a los ejercicios de toma de conciencia, del juego con distracción al juego con aturdimiento, de las prácticas de ritmo a las de expresión, la cultura de comien­ zos del siglo xx promete todas esas metamorfosis psíquicas. Esto introduce, más de lo que se cree, la sensibilidad de hoy; aquella en la que la conciencia corporal se ha impuesto sencillamente en un lugar preponderante de la profundización y de la conquista de sí mismo.

CAPÍTULO IX LA EXTENSIÓN ILIMITADA DE LO SENSIBLE

Se requería todavía, a fines del siglo XIX, muchos enriquecimientos atribuidos al universo de la sensibilidad interna para que esta llegara a participar totalmente en la esfera de lo psíquico; su banalización deliberada, sin duda, su extensión por todos los frentes, pero, ante todo, su penetración en los actos más simples de percepción. La lite­ ratura es el mejor ejemplo de esto. Cualquier percepción externa se prolonga en los cuentos, las memorias, las novelas, vibra, invade el cuerpo, lo atraviesa como nunca; por ejemplo, se insiste en los soni­ dos que ganan al ser por completo; la música infiltra las carnes hasta el más simple temblor o la vista y sus efectos de agrandamiento, aligeramiento o encogimiento, según las escenas o los espectáculos observados. La expresión "percepción externa" pierde su sentido una vez es estudiada con espíritu de sistema; de manera cada vez más profunda, la expresión "percepción interna" pierde también el suyo: cuerpo entero previamente orientado, movilizado, dirigido, para percibir mejor las cosas y los objetos. La invención de la cenes­ tesia abría ya tal interpretación. Esta vez, el conjunto del cuerpo y su impregnación global está llamado punto por punto a acompañar lo sensible. Un intercambio mutuo, y siempre recomenzado, entre un organismo y su medio.

Inventarios, clasificaciones, medidas La percepción de una nueva "profundidad" se impuso con el siglo XIX, las constataciones se multiplicaron. Un nuevo término revela el cambio: una sensibilidad general' que distingue específicamente lo 1 Ver también la expresión "General Sensory Impressions" en el universo anglosajón, presente entre otros en T. G. Stewart, An introduction to the study of the deseases of the nervous system. Edimburgo, 1884, p. 9.

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interno. Es necesario evocarlo para medir mejor la extensión de tal campo. Esta expresión, más específicamente utilizada en la segunda mitad del siglo XIX, restituye un fenómeno genérico, heteróclito, múltiple hasta lo insospechado. Su territorio se extiende indefini­ damente y transforma cada sensación "interna" en objeto posible de recuento. También se trata de un terreno experimental, según el contexto sabio de fines de siglo, que traslada a marcas gráficas las más ínfimas reacciones que proyectan lo orgánico en curvas y cua­ dros', y hace del adentro un espacio casi visible3• Los estudios se multiplican y las verificaciones se diversifican; igualmente lo hacen las indicaciones formales que revelan mil investigaciones nuevas. La agudeza de lo "perceptible" , por ejemplo, es debidamente compa­ rada, la de la boca, entre otras, luego de la aplicación de corriente eléctrica: la punta de la lengua, el paladar, las encías, el envés de la lengua, el borde rojo de Jos labios, todos manifiestan una delicadeza diferente4, corno si el inventario debiera cubrir la totalidad de lo sensible. La percepción de la presión, su resonancia interna también, en diferentes partes del cuerpo, es debidamente comparada por Ja aplicación de la balanza de presión de mercurio: de la tercera falange de los dedos, "capaz de distinguir una diferencia de 0,499 gramos " , al empeine del pie, menos delicado, capaz de distinguir una diferencia de 9.S grarnos5• Igualmente, la sensibilidad de los músculos pulmo­ nares es respectivamente evaluada de forma adecuada por la com­ paración de resistencias opuestas a la respiración; la ubicación de un obstáculo de fuerza variable a la corriente de aire inspirado y a Ja corriente de aire expirado, la búsqueda del umbral a partir del cual la primera variación es percibida por una persona; la determinación de un coeficiente de sensibilidad6 que distingue grados de agudeza. Charles Richet comenta: "hemos buscado con qué precisión la concien­ cia puede apreciar ese esfuerzo de respiración"7• Hermann Vierordt 2 Ver J. Marey. La méthode graphique dans !es sciences expérimenta!es et principalement en phy­ sio!ogie et en médecine. París, 1878. 3 Ver f. Dagognet (1973). Escritura e iconografía. . 4 Ver H . Beaunis. Les sensations internes, p. 7. s P. Langlois. Nouveaux éléments de physio!ogie. Paris, 1893, p . 918. 6 C . Richet y P. Langlois. "De la sensibilicé musculaire de la respiration ". Travaux du !abo­ ratoire de Charles Richet. París, 1893, t. I, p. 135. 7 lbid., p. 136.

La extensión ilimitada de lo sensible

transpone la cuestión a un problema temporal: la duración a partir de la cual la detención voluntaria de la respiración se volvería intolerable -a los 100 segundos, afirma el profesor de Jena en 1888, luego de muchas tentativas8-. Lo interno se volvió claramente objeto de experiencias, lugar ilimitado de curiosidad. Léonard Langlois lo reconoce, a fines del siglo XIX, en su monumental tratado de fisiología: Bajo el nombre de sensaciones generales o de sensibilidad gene­ ral, comprendemos una gran cantidad de sensaciones que tienen por punto de partida las partes del cuerpo dotadas de sensibi­ lidad, y que es imposible definir o de comparar. De ese género son el dolor, el hambre, la sed, la repugnancia, la fatiga, la horri­ pilación, el vértigo, el cosquilleo, la voluptuosidad, el bienestar, el malestar, y la sensación de respiración libre o de opresión".

Además, a fines del siglo XIX, una primera psicología de la infancia le reserva un lugar decisivo a este conjunto llamado todavía sensaciones y emociones orgánicas: "toda la actitud del niño deriva de sus sentimientos de bienestar o de malestar"'º. Henri Beaunis prolonga todavía más esta lista variopinta de experiencias sensibles, en la primera obra específica­ mente consagrada a las "sensaciones internas'"', en 1889. Para ilustrar, el psicólogo parisino explora entonces ocho grupos de hechos diferentes, del sentido muscular a las sensaciones circulatorias, del sentido meteoroló­ gico al sentido de la orientación o, incluso, a las sensaciones glandulares. Esos hechos se extienden y se acumulan, son más numerosos en cuanto la mayor parte de ellos "desaparecen completamente para la consciencia"'', y tienen que ver de forma prioritaria con el funcionamiento orgánico coti­ diano. Lo interno se vuelve así terreno de clasificación, de medida y de descripción aleatoria. El número de dolores se extiende al infinito, reagru­ pados bajo cuatro grandes clases que comprenden dieciséis subgrupos y cerca de un centenar de formas diferentes: punzada, estallido, carcoma, pulsación, aversión, ardor, pellizco, distensión, tirón, estrechamiento, picor, sensación de desgarramiento, de vacío, de hierro caliente, de frío

8 H. Vierordt. Anatomische, physiologische und physikolische Daten und Tabellen zum Gebrauche für Mediciner. Jena, 1888. 9 P. Langlois. Nouveaux éléments . p. 922. 10 W. Preyer (1881). L'dme de l'enfant. Observations sur le développement psychique des premieres années. París, Alean, 1887, p. 116. 11 Ver Henry Beounis, de Nancy d París, 1872 -1874, introducción y notas de Bernard Andrieu, ..

Nancy, P. U. N., 2009. 12 H. Beaunis. Les sensations internes, p. 147.

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interior13 ••• Todo escrutado con una exigencia desigual, hasta la recupera­ ción de las impresiones más triviales también, sistemáticamente analiza­ das. Por ejemplo, el contexto sensorial del adormecimiento: Picazón de los párpados superiores, picores ligeros de la conjun­ tiva, entumecimiento de la sensibilidad general y de los senti­ dos especiales, sensaciones de los músculos infrahioideos que preceden el bostezo, pesadez de los miembros y de la cabeza, ligera obnubilación de la inteligencia y, poco a poco, llega el sueño sin que se pueda precisar exactamente el momento en que comienza14•

La exploración se sistematiza al punto de revelar nuevos objetos. La " necesidad de actividad" , por ejemplo, y sus sensaciones brusca­ mente escogidas: "cuando esa necesidad no está satisfecha, sobre­ viene un estado de inquietud general, de excitación nerviosa y de irritación que solo puede ser calmado por el ejercicio"15• O la "sensa­ ción de sofocación", por primera vez evocada con un lujo particular de detalles, al punto de implicar al lector, de provocárselo incluso para sugerirle mejor lo sensible: Un malestar singular os invade. La respiración se dificulta; parece que un peso os oprime, que una barra os atraviesa el pecho. Los movimientos respiratorios se vuelven bruscos, irre­ gulares. A cada paso el malestar aumenta y se generaliza. En el presente las sienes baten con violencia, un calor insoportable sube al cerebro, un aro de hierro os aprieta la frente. Un instante después los oídos zumban, la vista se turba y solo tenéis un sen­ timiento confuso de los objetos que están al frente y de la gente que se da vuelta para mirar su cara pálida y trastornada16•

Esas tentativas todavía más precisas de describir y de clasificar, conducen a un desmenuzamiento de medidas, a una dispersión de comprobaciones. Sin duda que se trata de una curiosidad científica en ese final del siglo XIX, pero también curiosidad literaria. Pierre Loti, en 1895, describe el movimiento corporal como una necesidad, impresión imperiosa, profundamente experimentada, cuando evoca la monotonía del desierto: "una necesidad irreflexiva, un deseo físico

13 Jbid . pp. 176-178. Ver también el texto de 920 páginas y so páginas de solo índices, sobre el dolor, de R. J. Be han. Pain, its origin, conduction, perception and diagnotic signijicance. Nueva York y Londres: Appleton, 1914. 14 H. Beaunis. Les sensations internes, p. 59. 15 Jbid p. 16. 16 F. Lagrange. Physiologíe des exercices du corps. París, 1888, p. 58. .

..

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de correr en el viento hasta una elevación próxima, para ver más lejos aún"17• Por supuesto que no se trata de nuevas experiencias; se habla más de ellas y de otro modo, sobre todo, parecen implicar, más que antes, al cuerpo entero.

La influencia del mundo El descubrimiento se revela incluso ilimitado. Las etapas y los umbra­ les se atraviesan sin fin y al respecto, la literatura de fines del siglo XIX no hace más que añadir a las experiencias anteriores y lo hace siste­ máticamente; lo físico se inmiscuye en lo más profundo de situaciones abundantes, la evocación de los entornos se hace incomparablemente más presente. Ya no la simple invasión de materias o de contactos18, sino el de los entornos, los medios, los horizontes y la insistencia en los efectos del ambiente y de humedad. El castillo y su frialdad "pene­ trante", por ejemplo, en En rada de Joris-Karl Huysmans en 1887: Una sensación de crepúsculo y de frío de sus bóvedas espesas que cernían un día despojado de oro, y filtraban solamente una luz violeta sobre las masas ensombrecidas del suelo [ . ] Esta impresión de humedad que lo había helado la víspera, desde sus primeros pasos en el castillo, lo volvía a atrapar [ ] Agobiado por nervios desollados, en revuelta contra su razón'•. ..

. . .

O las sensaciones inversas cuando el héroe se aleja, invadido por una tierra más abierta, más aérea: "se sintió aliviado; los taludes de hierba estaban secos, se sentó y de un vistazo ensartó las torres, los vergeles, los bosques, olvidó sus enojos, impregnado como fue súbi­ tamente por la entorpecedora tibieza de ese paisaje"20• La literatura de fines del siglo XIX describe así un cuerpo todavía más "penetrado", más "acorde ", que consuene mejor con sus espacios y sus entornos. En resumen, la estética es una experiencia más reveladora. Lo "bello" ya no sería solo una conmoción de sensibilidad (como lo había subra­ yado ya la cultura del siglo xvm21); también seria un aliciente muscular, un efecto de profundidad, una movilización de intercambio mimético entre el "espectáculo" y el sujeto. Lo cual anota de manera muy especí­ fica Henri Beaunis: 17 P. Loti (1895). Le désert. Vayages (1872-1913). París: Laffont, 1991, p. 347. 18 Supra, p. 50. 19 J.-K. Huysmans. En rada. Madrid: Siglo XXI , 2000, pp. 74-76. 20 Ibid. , p. 76. 21 Ver G. Vigarello. Historia de [a belleza. Buenos Aires: N ueva Visión, 2005. p. 96.

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo Esas sensaciones musculares que sentimos ante los paisajes de la naturaleza, los transponemos a los cuadros que representan esos paisajes, y les atribuimos el carácter de calma y de sereni­ dad a los paisajes de Claude le Lorrain en los que la línea hori­ zontal domina y donde la inmensidad de la planicie y del mar tienen un sitio tan grande, y el carácter de energía y de movi­ miento, a los paisajes montañosos de Calame y a las fantasías de Gustave Doré".

Henri Bergson lo dice a su manera, al evocar en 1888 las manifes­ taciones exteriores "imitadas maquinalmente por nuestro cuerpo" cuando ve una obra, para experimentar mejor "el indefinible estado psicológico que las provocó"23• De allí esa mirada particular que se le da a las estatuas, los personajes pintados y las efigies grabadas, esa tendencia de seguir casi físicamente "las curvas del cuerpo, las inflexiones de miembros"24, o la mirada a un monumento de gran altura, "el sentimiento de esfuerzo"25 sentido al seguir su elevación, así como el de movimiento e, incluso, el de brusca levedad, cuando se sigue la flecha de su esbeltez. Es imposible disociar compromiso muscular y espectáculo monumental, así sea el de la inmovilidad. La Angélica de Zola, en 1888, moralmente petrificada ante la catedral Santa Inés en Beaumont-sur-Oise, se aligera invistiendo su cuerpo de terrestre a aéreo: Abajo, ella estaba de rodillas, aplastada por el rezo [ ) . Luego, ella se sintió elevada, la cara y las manos al cielo, con las ventanas oji­ vales de la nave, construidas ochenta años más tarde [ ) . Luego abandonó el suelo, radiante, bien recta, con los contrafuertes y los arbotantes del coro . . . Tenla de ello la sensación física, estaba aliviada y feliz, como un cántico que hubiera cantado, muy puro, muy fino, que se pierde bien alto26• ...

...

Solo la lenta manifestación de un universo sensible, el descu­ brimiento de movilizaciones silenciosas , como las sensaciones que vienen del corazón de los miembros, podían sugerir tal evocación; ree­ valuar los espectáculos, hacer de la fachada de las catedrales -conce­ bidas exclusivamente para la elevación moral- un lugar de conciencia

22 H . Beaunis. Les sensations internes, p. 140. 23 H . Bergson (1888). Los Datos inmediatos de la conciencia, en Obras escogidas. México: Aguilar, 1963, p. 66. 24 Ibidem. 25 Ibid. , p . 139 . 26 É. Zola (1888). El Sueño. Les Rougon-Macquart. París: Gallimard, 1966, t IV, p. 862.

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particular, experimentado primero por el compromiso del cuerpo. Más ampliamente, Zola dinamiza la creación artística en un impulso de pensamiento y de cuerpo, que liga más que nunca la sensación física "profunda" y la voluntad de imaginar. Es el grito de Sandoz quien evoca su ambición de crónica literaria en la Obra, la cual instala en el fundamento de su proyecto la "buena tierra" con su "savia extendida hasta en las piedras", su "fuente de vida" que entra en los músculos: Sí, quiero perderme en ti, es a ti a quien siento allí, bajo mis miembros, estrechándome y enardeciéndome, serás tú sola la que estará en mi obra como la fuerza primera, el medio y el fin, el arca inmensa donde todas las cosas se animan con el soplo de todos los seres27•

Hace falta repetirlo, es un esfuerzo sensible. Todavía en La Obra, Bongrand es su símbolo, el viejo pintor confrontado a los logros de las nuevas generaciones: "sus manos temblaban, todo su cuerpo estaba en el doloroso estremecimiento de la creación"28•

Invasiones psíquicas El conjunto de la propia experiencia sensible se transforma a fines del siglo XIX y a comienzos del siguiente siglo, sobre todo, una manera nueva de captar y de alargar su resonancia. Cada uno de los cinco sentidos resuena sobre los sentidos internos para prolongarse mejor; tacto , vista, olfato , oído, gusto, lejos de repercutir solo en la profundidad del mundo (como lo quiere la tradición) , se deslizan a lo más profundo del espesor de las vidas, como lo quiere la nueva sen­ sibilidad. Los sentidos vibran en una dinámica que va del exterior al interior. A comienzos del siglo xx, Marce! Proust lo dice con la mayor fuerza y agudeza; los cinco sentidos infiltran como nunca el aden­ tro, atraviesan las envolturas. El deambular del narrador por el ado­ quín le sugiere algunos días que "en los nervios afluía tal corriente de vida"29: "cada uno de mis pasos, después de haber tocado una losa de la plaza, rebotaba, me parecía como si tuviera en los talo­ nes las alas de Mercurio"3º. El tacto difundiría entonces pesadez o

27 É . Zola (1886). La Obra. Les Rougon-Macquart. París: Gallimard, 1966, t IV, p. 162. 28 !bid., p. 181. 29 M . Proust (1921). El mundo de Guermantes. En busca del tiempo perdido, t. 1 1 1 . Librodot.com, p. 54. 30 Ibidem.

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levedad, comodidad o fastidio, agrega aún el recuerdo de "cuerpos" antiguos, despertados al ritmo de pasos. También la vista, el impacto de una mirada echada a los objetos "nuevos", por ej emplo, las inter­ minables negociaciones musculares hechas para integrarlas mejor, o aceptarlas, cuando su presencia sorprende al narrador: "como una boa que acabara de tragarse un buey, me sentía penosamente abo­ llado por un largo baúl que mi vista tenía que digerir"31• También la evocación de la mirada a los espinos albar, los gestos comenza­ dos, los balanceos físicos sentidos, el oscuro deseo de desposar su dinámica apenas esbozada: "entregándome al ritmo que lanzaba sus flores"32. Al perfume se añade acá la voluntad de retenerla hasta la fusión: "a pesar de mi deseo de abrazar su flexible cintura y acer­ car a mi rostro los estrellados bucles de su cabecita fragante "33• Un fenómeno importante, por otra parte, que el perfume sea símbolo de las sensaciones "penetrantes". Todo efluvio es vivido como una investidura, una total impregnación del cuerpo, una invasión evo­ cada y profunda, comentada hasta en los márgenes más íntimos de lo cotidiano: "a pegarme siempre con secreta codicia al olor mediocre, pegajoso, indigesto, soso y frutal de la colcha de flores"34• Música y sonidos provocan experiencias parecidas. La invasión física de Swann, por ej emplo, lograda por la "sonata de Vinteuil", tocada en la noche en casa de los Verdurin: "y al mirar el rostro que ponía Swann cuando oía la frase, se diría que estaba absorbiendo un anestésico que le ensanchaba la respiración"35• También la voz del narrador que repite las mismas notas y que se vuelve la insondable "profundidad" . No solo el sonido emitido sino el sonido escuchado, "ese mundo singular que iba construyendo en lo invisible con líneas plenas, ora de languidez, ora de vivacidad"36•

31 Ibid., p. 2. 32 M. Proust (1919). Por el camino de Swann. En busca del tiempo perdido, t. l . Librodot.com, p. 83. 33 Jbid., p. 82. 34 Ibid. , p. 30. Aún sobre la mirada, y el "aturdimiento" del narrador ante el cuadro de Vermeer, ver el incisivo análisis de Jean Clair, Court traité des sensations. París: Gallimard, 2002, p. 131. 35 lbid. , p. 142. 36 M. Proust (1918). A la sombra de las muchachas en flor. En busca del tiempo perdido, t. n. Librodot.com, p. 240.

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Por supuesto, el gusto, por el episodio de la magdalena se ha vuelto una trivialidad literaria. Lejos de toda "expresión abstracta"37, la sensa­ ción se impone corno experiencia global, un "expediente maravilloso de la naturaleza"38 que restituye un universo tanto físico corno mental. Asimismo la sonata de Vinteuil le da a Swann la sensación de asociar su cuerpo actual con un cuerpo perdido: "todas y cada una de las mallas de costumbres mentales, de impresiones periódicas y reacciones cutáneas que tejieron en el espacio de unas semanas esa red uniforme, en la que volvía a sentirse preso su cuerpo"39• Claramente, aquí es aprehendido el cuerpo en lo más profundo; palmariamente, es con la intimidad psí­ quica que está asociado. Cada sensación, lejos de ser solo experiencia del mundo, se vuelve también experiencia de sí. El afuera ha infiltrado definitivamente el adentro4º, por esta razón la extensión obligada de algunas definicio­ nes; la de cenestesia, en particular, cuya singularidad no puede ya limitarse a la presencia de un adentro que aflora a la conciencia: Es necesario ampliar el marco de la cenestesia y hacer entrar en ella, no solo las sensaciones orgánicas -como se admite comúnmente- sino también las sensaciones orgánicas de origen externo sin las que las percepciones sensoriales permanecerían incompletas41•

Gracias al afuera, el adentro puede profundizarse y vibrar mej or, Moritz Schiff, había sido uno de los primeros en percibirlo en un texto de 1874 que permaneció un poco difundido: "la cenestesia es el conjunto de todas las sensaciones que , en un momento dado, son percibidas por la conciencia y que constituyen su contenido en ese rnornento"42• El adjetivo todas debe ser señalado con fuerza: lo externo infiltra lo interno al punto de fusionarse con él.

37 M . Proust. Por el camino de Swann . . . p. 207. 38 M . Proust (1927). El tiempo reencontrado. En busca del tiempo perdido, t. VII. Librodot.com, p. 112. 39 M. Proust. Por el camino de Swann . . p. 207. 40 Didier Anzieu desarrollará en su momento la hipótesis de que la piel es ya interioridad, "origen epidérmico y proprioceptivo". Ver su primer texto sobre un tal objeto, "le Moi­ Peau", Nouvelle revue de psychanalyse, le Dehors S¡ le Dedans, n• 9, primavera de 1974, p. 207 < D . Anzieu. El Y o piel. Buenos Aires: Biblioteca nueva, 2002> 41 P. Camus y G. Deny. "Sur une forme d'hypocondrie aberrante due a la perte de la cons­ cience du corps", Revue neurologique, 15 de mayo de 1905, p. 461. 42 M. Schiff. Art. "Cenestesia". Dizionario delle scienze mediche, Milán, 1874. Ver J . Starob­ inski , "el Concepto de cenestesia .. . " , p. 7. .

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Todo es interno El adentro también puede ser primero, volver a estar "dispuesto" para orientar mejor, fijar y percibir las cosas. El enfoque interior de los órganos ayuda a la captación exterior; tal es la evidencia con­ tundente de los estudios consagrados a los nervios. A comienzos del siglo XIX, Reil ya evocaba el sentimiento de una disponibilidad "inmediata" del cuerpo, y señalaba la anterioridad de un "sentido vital interior", esa potencialidad interna reunida de golpe y que hace del adentro una de las condiciones del afuera43• El razonamiento se sistematiza aquí, se detalla sentido por sentido, registra las movili­ zaciones internas una tras otra, aquellas que condicionan la apro­ piación del mundo: se opera una inversión definitiva. Los fisiólogos y psicólogos repiten tal razonamiento sin ambigüedad para fines del siglo XIX. La vista lo revela, por ej emplo, la fijación de un objeto que se mueve , la apreciación de su desplazamiento, su velocidad, no podría limitarse al solo impacto retiniano. Una aprehensión "inte­ rior" particular concurre a la observación para precisarla mejor: Así, cuando seguimos con el ojo un objeto que vuela, los movi­ mientos del ojo mantienen la imagen del pájaro en el mismo punto de la retina, y las sensaciones que acompañan las contrac­ ciones de los músculos del oj o nos hacen conocer la velocidad y la dirección del movimiento44•

El resultado presume una conciencia oscura de las contracciones internas. De manera más amplia aún, escuchar, palpar, gustar, supo­ nen desde entonces tanto un acomodamiento de posiciones corpo­ rales, un ajuste particular de músculos, una manera previa y siempre diferente de orientar el cuerpo para enterarse mejor de lo exterior. Ya no simplemente la adecuación de las informaciones musculares para orientar la acción, corno lo habían mostrado los fisiólogos de los años 1820, sino la misma adecuación para orientar la sola obser­ vación, la estricta captación de las cosas. Percibir supone un acuerdo primario de las carnes; un ajuste anterior y preciso del "adentro" : "nuestro cuerpo por entero torna cierta actitud que n o es l a misma según el objeto con el que estarnos tratando "45• Un constante reor­ denarniento muscular afina la observación; el conjunto de la exte43 Supra, pp. 115-116. 44 H . Beaunis. Les sensations internes, p. 67. 45 J . Grasset. Les Maladies de l'orientation et de l'équilibre. París, 1901, p. 94.

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rioridad tiende entonces a voltearse, lo interno se vuelve "motor" , una inversión absoluta de la tradición. La Revue neurologique, en su lenguaje abstracto, lo atribuye a un dispositivo interno claramente designado en 1905: No será otro que un "elemento orgánico o miopsicológico cons­ tituido por la sensación de la actividad del movimiento muscu­ lar, del movimiento ejecutado por el organismo para adaptar el aparato sensorial a la excitación periférica, y realizar las mejores condiciones de percepción"••.

Herbert Spencer hace incluso un llamado a la experiencia perso­ nal para sugerir mejor tales solidaridades sensibles, que confirman de paso el interés creciente que se le presta a fines del siglo XIX a las investigaciones íntimas, con sus comprobaciones sobre el funciona­ miento de los sentidos: Una corta reflexión mostrará claramente que percibir la posición de una cosa tocada es en realidad percibir la posición de toda esa parte del cuerpo en la que está localizada la sensación de contacto47•

De repente, los enfermos que ya no sienten su cuerpo, los mismos cuya interioridad parece defir;tivamente entregada al silencio, son víctimas de una carencia más profunda. No solo están confrontados a un déficit de identidad, además están confrontados a un déficit de realidad. Los análisis patológicos reorientan acá las interpretaciones. El cuerpo de esos enfermos no se acomoda ya a las exigencias del espa­ cio, no se orienta ya entre las cosas y la gente. El adentro trastornó todo, transformó su medio, perturbó el conjunto de su "real". Ellos mismos lo constatan: "ya no puedo reconocer nada de las personas ni de los objetos"48• Algunos de esos pacientes llegan incluso a ser más precisos, confiesan "haber perdido el gusto, el olfato, ya no percibir los sabores ni los olores como antaño"49• Su realidad exterior se ha trans­ formado, ganó en fluidez, en extrañeza; su sentimiento de inexistencia se extendió. El "adentro" ha transformado así el "afuera".

4 6 P. Camus y G. Deny. " S u r u n e forme d'hypocondrie aberrante d u e a la perte de la cons­ cience du corps". p. 462. 47 H . Spencer. Principios de psicología (1870-1903). París, 1892, t. 11, p. 182. 48 P. Camus y G. Deny. "Sur une forme d'hypocondrie aberrante due a la perte de la cons­ cience du corps" . p. 466. 49 !bid. , p. 463.

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Una profundización considerable de la interrogación sobre la sen­ sación corporal a fines del siglo XIX y a comienzos del siguiente siglo; se revisa la concepción misma de los sentidos. No solo revela una total solidaridad de lo sensible, sino que atribuye a lo interno un efecto directo sobre la percepción del mundo y de sí mismo. La sensibilidad, más que nunca, se entrega como una totalidad.

Las excitaciones de la ciudad El conjunto del universo sensible es cuestionado entonces de otra manera. En particular, bruscamente se vuelve a juzgar la ciudad y la modernidad a fines del siglo XIX. La presencia de lo interno parece tan masiva que las tensiones cambian de objetos. La excitación aquí es central; no solo los artificios prestados a las ciudades, los confinamien­ tos, los sedentarismos (cuya lista había hecho la cultura de la Ilustra­ ción desde hacía ya mucho tiempo50); tampoco el efecto masivo de las industrias, el hacinamiento de los talleres, el "continuo incremento de hombres"5', las promiscuidades, el agotamiento de los obreros "que bombean la vida hasta la última gota"52 (que denuncia la cultura de mediados del siglo XIX)53 pero, la acumulación de flujos sensoriales considerada "desmesurada", el desbordamiento de los estímulos, su impacto insospechado en lo más profundo de los cuerpos. Su efecto es masivo, atraviesa el "yo''. La causa es claramente identificable: lo urbano habría "mutado", el espacio y el tiempo se ha modificado, las técnicas e industrias transformaron todo: ruidos, luces, movimientos diversos, comunicaciones intensas, provocarían a los sentidos hasta en su profundidad. Los vehículos con sus vaivenes54, los ferrocarriles con sus trepidaciones55, las fuentes eléctricas con sus impactos con­ tinuos, multiplicarían posibles conmociones, al mismo tiempo que prolongaban sus efectos. Un mal posible nació, siendo esta vez una afección directa y específica de los "nervios". La vitrina, la parada, el afiche, el prospecto, el anuncio publici­ tario en todas sus formas, llevado en pancartas por personas,

s o Supra, p. 56. 51 M . Poujalat. " Des classes dangereuses de la population dans les grandes villes, et des moyens de les rendre meilleures". Religion, histoire, poésie. París, 1843, p. 308. 52 Jbid., p. 317. 53 Supra, p. 149. 54 M . de Fleury. Introduction d la medecine de l'esprit. París, 1898, p. 211. 55 Jbidem.

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circula en vehículos, satura todo hasta la coronilla, enciende las luminarias de gas, transforma los kioscos en arlequines lumino­ sos, llama a los rayos de electricidad en su ayuda; este es el gran resorte moderno que hace mover este hormiguero de gente de prisa, que se cruzan, tropiezan, se codean, se saludan, se inju­ rian, comercian, compran, pagan y sobre todo: deben56•

De este modo la ciudad multiplica las provocaciones "vanas" pero profundas, y golpea el "sistema nervioso" con un flujo continuo de luces, de movimientos, de sonidos. Paul de Rousiers ve en la Nueva York de 1892 "gente de todo tipo marchando precipitadamente '' , "estaciones telegráficas atestadas"57, "inexpresables animaciones"58 de las cuales Wall Street sería uno de los símbolos. Maurice de Fleury ve en el París de 1898 "una cantidad prodigiosa de vibraciones" per­ cibidas cotidianamente "por cada uno de nuestros sentidos"59• Algu­ nos enfermos, fragilizados por su debilidad, sienten que su cuarto está rodeado -según las palabras de Proust- de un "aire turbulento" , d e una "tormenta eléctrica", d e "ruidos incesantes"so. L a crítica del higienista se desplaza: el aire viciado, sin duda, el agua malsana también, pero más aún el "transporte" , el movimiento incesante , la acumulación de las imágenes y las resonancias, todas se han vuelto "causas de excitación continua para los sistemas nerviosos "6'. Apa­ recen males desconocidos: He tenido la ocasión de observar accidentes nerviosos de un carácter bastante grave, en mujeres jóvenes educadas en la calma y el silencio de los pueblos, y que las circunstancias habían llevado a vivir en el centro de París62.

La aceleración, el ruido, las fulguraciones, se imponen en esta inquietud nueva; el bazar de É mile Zola, en 1883, con "su resplandor de horno [ . ] llameante como un faro, se semeja él solo a la luz y la vida de la ciudad"63• O el de É mile Verhaeren, en 1895, con "sus torres . .

56 M. du Seigneur. París voici París. París, 1889, pp. 1-2. 57 P. de Rousiers. La Vie américaine. París, 1892, p. 379. 58 !bid. , p. 387. 59 M. de Fleury. Introduction d la medecine de !'esprit. p. 210. 6o M. Proust. El mundo de Guermantes. En busca del tiempo perdido, t. m . Librodot.com, p. 42. 61 A. Balestre. Cours d'hygiene pratique, hygiene individuelle, hygiene scolaire, hygiene publique. París, 1891, p . 231. 62 J . Rochard. Traité de hygiene publique et privée. París, 1897, p. 257. 63 E. Zola. El paraíso de las damas. Barcelona: Alba, 1999, p . 65.

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de fuego y de luz", su apariencia de "bestia que estalla de ruido"64• Los impactos sobre los nervios se multiplican: la "celeridad"65 venida de la máquina, la febrilidad venida de la prensa, el agotamiento venido del "trabajo cerebral"66• También la iluminación y su diversidad, un fenómeno que se intensifica a fines del siglo XIX y sobre el que insis­ ten los teóricos de la ciudad67• La inquietud afecta específicamente lo "sensorial" y su globalidad. Muchos medios se revelan igualmente amenazadores: "el exceso de higrometría, la intensidad de la luz, las rupturas de temperatura, el régimen de los vientos . . . "68• Las causas se extienden: la privación de sueño y su suplicio69; el trabajo intelec­ tual y su calamidad; la competencia inevitable y sus exasperaciones, mientras que el número de candidatos crecía cada vez más frente al número de puestos7º, pero también los descansos, el mar, por ejem­ plo, menos acogedor de lo que parecía, "gran mecedora" que fatiga "los músculos del ojo y los de la acomodación"71• En cada caso con­ vergen fatiga y debilitamiento de los sentidos. Una palabra se inventa para llamar este nuevo mal: agotamiento < surmenage > "72• Seguramente hubo descubrimientos precisos que orientaron el tema: la evidencia del tono muscular, por ejemplo, a mediados del siglo XIX, esa tensión subterránea de los músculos, independiente de la voluntad. Las experiencias sobre los animales lo muestran. Por ejemplo, solo el músculo cortado de todo enlace permanecería "distendido", se revelaría "flácido y pendiente"73, mientras que los otros mantendrían permanentemente una ínfima contracción: "acción 'excito-motriz' débil y continua"74, asegura Henri Milne-Edwards en una de sus lecciones de

64 E. Verhaeren. Les villes tentarulaires. París, 1895, p. 60. 65 M. Pierrot. Travail et surmenage. París, 1911, p. 18. 66 Dr. Azygos. Le surmenage moderne et la neurasthénie. París, s.f. , circa 1900, p. 20. 67 Ver "La ciudad como una manera de ver", K. Defazio. The city of the senses. Urban Culture and Urban space. Nueva York: Polgrave Macmillan, 2011, p. 89. 68 P. Tissié. La fatigue et l'entraínement physique. París, 1897, p. 111. 69 J. Arnould (1881). Nouveaux éléments d'hygiene. París, 1893, p. 662. 70 "Le surmenage intellectuel " , Journal de médecine et de chirurgie pratiques, 1895, p. 207. 71 P. Tissié. La fatigue et l'entraínement physique, p. 112. 72 L. Fournol. Contribution d l'étude du surmenage. París, 1879. Ver también T. Pillan y G. Viga­ rello, " Fatiga excesiva, historia de una cultura, historia de una palabra" , en P. Goetsche, C . Granger, N . Richard y S . Venayre (dir.). L'ennui. Histoire d'un état d 'dme (x1xe-xxe siecle). París: Publicaciones de la Sorbona, 2012, pp. 75-87. 73 J . Beclard. Traité élémentaire de physiologie humaine (1855). París, 1870, p. 681. 74 H . Milne- Edwards. Lecciones sobre la fisiología y la anatomía comparadas del hombre y de los animales, pronunciadas en la facultad de ciencias de París. París, 1857-1881, t . X I I I , p. 93.

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188o. La conclusión será inevitable: el reposo de nuestros músculos nunca es totalmente uno, siempre existe una movilización silenciosa, "armada". ¿Qué es el tono? "Es un estado de alerta, la espera de una orden ejecu­ tiva. Músculos y nervios se parecen a una cuerda tensa siempre presta a vibrar"75• Una afección puede amenazar desde entonces la integridad del individuo sin que él sea siempre consciente de esto; una acción even­ tualmente nefasta de una sensación demasiado sostenida alojada en el centro del músculo mismo. La alusión al arco se convierte en ima­ gen; el mantenimiento de la contracción puede ser excesivo, la vibración demasiado grande. La cuerda puede ceder, el abatimiento instalarse: "la fuerza de la que depende este estado puede ser modificada en ciertos casos por acciones nerviosas"76• De allí la nueva insistencia en un sur­ menage posible, el imaginario de su mecanismo, el temor de sus efectos. Pero también aparece otra imagen con origen en el contexto mecani­ cista de la época: el organismo asimilado a un "acumulador eléctrico"n. El equilibrio íntimo se mantendría mientras que el gasto cotidiano de energía se compensara con el sueño y el reposo. Por esto el temor a las excitaciones desbordantes, a la disipación nerviosa incontrolada. Tal es la clara visión energética del organismo que triunfa en el siglo XIX, dominada por el terna de los ahorros y los gastos, las entradas y las salidas. Tal es también su inclinación a fines del siglo con la figura de las corrientes y flujos; la alusión posible a los circuitos, destellos, resplandores, excitaciones y gastos inesperados. El estudio de los nervios se diversifica así con el siglo XIX, se multiplican los objetos, las experiencias, los cálculos. Sobre todo, ha dibujado un universo de mensajes ilimitados y entrecruzados de los cuales no todos alcanzan la conciencia, aunque incluso ellos sosten­ gan el comportamiento y puedan radicalmente contrariarlo.

El agotamiento del neurasténico Una patología emerge de estas presuntas avalanchas sensoriales: la "neurastenia" , enfermedad que corresponde a algún "agotamiento nervioso". En 186978, George Miller Beard hace de ella el símbolo de

75 C. Sherrington. The integrative action of the nervous system. Nueva York, 1906, citado por Miller-Guerra. ú syndrome cérébeleux et le syndrome vestibulaire. París: Masson, 1954, p. 51. 76 H . Milne- Edwards. úcciones sobre la ... loe. cit. 77 L. Angelvin. La neurasthénie, mal social. París, 1905, p. 25. 78 G. M. Beard. Neurasthenia, or Nervous Exhaustion. Londres, 1869.

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una morbilidad precisa, la producida por la "civilización moderna"79, la cual está ligada a "la vida intensiva de nuestra época"ao: exceso de gasto por exceso de excitación, falta de energía por extenuación de reservas, fenómeno "esencialmente urbano "81• Este mal y su debili­ tamiento sostenido de la fuerza nerviosa82, sin duda puede ser acer­ cado a otros males más antiguos, el viejo síndrome de los vapores, por ejemplo, o el más moderno de la hipocondría, debilidades que suscitan mil desórdenes imagínarios. Son posibles los acercamientos que se reúnen en la larga historia del afinamiento sensible; el mal, sin embargo, tiene sus especificidades, también sus explicaciones. Los nervios se cuestionan, existe un posible trastorno. Esta mirada siem­ pre más aguda sobre los sentidos internos conduce a insistir sobre una particularidad precisa, la "astenia"83, la fatiga, duplicada por un exceso de sensibilidad, debilidad nerviosa que se considera que hace al paciente más vulnerable a toda "impresión": "el enfermo experi­ menta sensaciones que hasta entonces había ignorado, sensaciones siempre penosas le informan confusamente sobre una u otra parte adolorida de su ser"84• Las afecciones apuntan a la manera de sen­ tirse. De esto tenemos los testimonios de enfermos deliberadamente centrados en su propia sensibilidad, su agobio, su vulnerabilidad, como aquel neurasténico descrito por Octave Mirbeau en 1901: Entre más camino, más se encojen los muros, más se condensan las nubes y descienden hasta tocar mi cráneo, como un techo muy bajito [ ... ) Y mi respiración se acorta, mis piernas se doblan y se niegan a llevarme, mis oídos zumban85•

Los casos regularmente evocados confirman este contexto sen­ sorial. El malestar se impone al franco dolor, la "hiperexcitabilidad" por el sufrimiento localizado, el agotamiento domina con su fragíli­ dad. También se impone una dinámica: una lasitud progresiva que privilegía los símbolos nerviosos, la cabeza, el cerebro. Por ejemplo, 79 G. M. Beard. A practica! treatrise of nervous exhaustion (Neurasthenia). Symptoms, Sequences, Treatment. Londres, 1890, p. 25. So J. Bourguignon. La neurasthénie, ses causes, ses symptómes, son traitement. París, 1911, p. 2. 81 L. Angelvin. La neurasthénie, mal social. París, 1905, p. 20. 82 M. Brécy. " Neuratenia", en E. Brissaud (dir.). Pratique médico-chirurgical. París, 1907, t. IV, p. 509. 83 F. Levillain. Essais de neurologie clinique, neurasthénie de Beard et états neurasthéniformes. París, 1896, p. 4. 84 E. Brissaud. Le{ons sur les maladies nerveuses. París, 1895, p. 514. 85 O. Mirbeau. Los 2 1 días de un neurasténico. París, 1901, p . 49.

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un comerciante entregado a un trabajo excesivo comenzó a tener "sensaciones de vértigo" , "le daba vueltas la cabeza", una " fatiga mus­ cular muy severa", una "impresionabilidad sensorial exagerada"86• También aquella mujer obligada de súbito a administrar una gran for­ tuna, se siente constantemente fatigada, es objeto de "sensaciones de choque en el cerebro, con temblor general baj o forma de peque­ ñas crisis", de "hiperexcitabilidad sensorial que le hacían temer al menor ruido"87• O aquel contador, extenuado de trabajo, además de su extrema "fatiga muscular", se queja de sentir su cabeza "siempre más o menos confundida y toda la masa del cerebro adolorida"88• Se tiene todavía un contexto sensorial en su profundidad, en su manera de restituir el sentimiento de sí.

86 F. Levillain. Essais de neurologie . . . pp. 9-10. 87 !bid., pp. 19-20. 88 !bid., p . 10.

CAPÍTULO X EL TRIUNFO DE LO PSICOLÓGICO

Esta extensión sistemática de lo sensible, "conquista" de lo interno también, no puede dejar de conducir de lo fisiológico a lo psicológico. La "sensibilidad afectiva" estudiada por Ribot en 1883 ya Jo había mos­ trado. "El sentido del cuerpo"' desbordaba inevitablemente el domi­ nio físico. El contexto sensorial se ha enriquecido también claramente en la medida en que se hacía más complejo. Puesto que los trastornos de la percepción -como lo hemos visto- no siempre están ligados a fuentes orgánicas comprobadas que dejan abierta Ja interrogación sobre su posible origen psíquico. Tanto aún que Ja "representación" interior de esta misma percepción se impone una vez sistematizados los estudios sobre Ja sensorialidad; es imposible sentir una punzada de una aguja en el brazo si no existe una "imagen" previa y confusa de ese mismo brazo. Esto seguía siendo entonces evidencia no comen­ tada, intuición no fundada, se revela como un objeto en el que hay que ahondar. Representaciones e imágenes se vuelven más que nunca objetos centrales. Emerge un mundo hecho de saberes preexistentes sobre los volúmenes y Jos espacios del cuerpo. Una topografía interior se expresa a fines del siglo XIX. La presencia física se sugiere de otro modo; ya no Ja simple vibración sensible sino el espacio duplicado en la conciencia, un espacio interior organizado y previo, a partir del cual puede existir Ja totalidad de los sentidos. Tal será Ja invención de este nuevo campo a finales del siglo XIX, tal será Ja total renovación de pensamiento que representa Ja referencia a una "imagen motriz" o a un "esquema corporal". El tema es más profundo de lo que parece. Es un cuerpo completa­ mente interiorizado y psicologizado que puede ser así movilizado, con sus coherencias, su elaboración y su construcción. De allí la promesa

1 Supra. p. 152.

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de un trabajo completamente nuevo donde la conciencia se confronta con una prolongación corporal hecha (ya no de materia o de carne como lo quiere la tradición) sino con una prolongación ya psicológica hecha de profundidad afectiva, de sutileza y, a veces también, de lógi­ cas, incluso de tácticas, algunas veces consonantes, otras veces ajenas u opuestas al "yo".

"El sistema nervioso funciona como un todo" Como se ha visto , la existencia de una "sistemática" global de lo sen­ sible se ha impuesto con el descubrimiento a fines del siglo XIX, de los cruces constantes que se efectúan entre lo interno y lo externo. Es otra visión de esta totalidad sensible, más específica, más regu­ lada que, al mismo tiempo, conduce a consecuencias importantes; ya no solo la relación entre el adentro y el afuera, sino la armonía de las reacciones entre ellas. Lo "interno" implica un sistema y ajustes orga­ nizados. Charles Sherrington lo muestra cuando afirma: " The nervous system functions as a Whole" < "el Sistema nervioso funciona como un Todo" ». Generaliza una convergencia precisa; solo la coordinación entre muchos reflejos permite la existencia del movimiento corpo­ ral. La movilización de un músculo, por ejemplo, dispara la relaja­ ción refleja del músculo antagonista para regular mejor la acción3; así, la intervención de muchos músculos desata muchas reacciones correlacionadas y espontáneas, una sucesión de contracciones y de relajamientos adaptados, que orquesta precisamente una larga serie de "mensajes" interiores. Por esto la insistencia sobre una "sincro­ nización" necesaria y compleja; la de un vasto universo subterráneo que armoniza "las movilidades" por fuera de toda intervención cons­ ciente , un ajuste presicológico de una dinámica concordante , el solo ejemplo de equilibrio postural lo confirma. Las experiencias de fines de siglo recuerdan hasta qué punto ese equilibrio se obtiene por el concurso de muchas indicaciones sensoriales: "la vista, el tacto , el oído y el oído interno, el sentido muscular"4, todos diferentes, todos agregados. Sin duda, la supresión de uno de ellos es compen­ sada por la presencia de otros, como lo muestran los experimentos

2 C. Sherrington (1906). The lntegrative Action of the Nervous System. Nueva York: C . Scribner's sons, 1947, p. 116. 3 !bid . , ver "Antagonistics retlexes" , p. 116. 4 E. Brissaud. Le{ons sur les maladies nerveuses, p. 286.

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sobre las palomas que recuperan lentamente su equilibrio a pesar de la privación del oído interno o de la vista5• Por lo contrario, se impone una confluencia armonizada, la de la totalidad de esas indi­ caciones sensibles, convergentes, en primer lugar: Estas impresiones que el análisis disocia, pero que en la realidad están estrechamente unidas [ ) ponen en j uego las contraccio­ nes musculares necesarias para el mantenimiento y el restable­ cimiento del equilibrio en todas las posiciones y en todos los movimientos, caminar, correr, saltar, nadar, etc.6• ...

Una escalera en la "integración" de tal sistema, una "gran familia de fenómenos nerviosos"7, totalmente original, instala (siguiendo "transiciones insensibles"8) una cadena de informaciones del aden­ tro, una cadena de reflejos también, desde los más modestos hasta los más elaborados, de los que mantienen la cabeza a los que mantie­ nen "el equilibrio del bailarín de cuerda"9• Los ejemplos se extien­ den, son presentados como otros tantos signos de una inteligencia nerviosa "oculta": "en los mamíferos adultos se puede constatar que los actos reflejos, cuando la médula es separada del encéfalo , con frecuencia siguen siendo bien coordinados como los movimientos voluntarios"'º. El caballo descerebrado, "agarrado por la cuarti­ lla", es capaz de dar coces, exactamente como el "caballo normal"; el perro descerebrado, "agarrado por la región sacra" , es capaz de escarbar, exactamente como el "perro normal"11• El sistema nervioso poseería una "inteligencia aparte ", un dispositivo sabio, integrativo. Por esta razón esa presencia de reflejos complejos: la defecación, la micción, la erección, por ej emplo, en el animal descerebrado, todos movilizan sensaciones internas no conscientes, todos disponen de movimientos coordinados12• Es una inmensa noche orgánica la que puede entonces emerger, donde se despliegan las concordancias: indicadores casi psíquicos, sutilezas multiplicadas.

s E. de Cyon. Recherces expérimentales sur les fontions des canaux semi-circulaires et sur leur róle da ns la formation de l'espace. París. 1878, p. 50. 6 M. Duval, E,. Küss y E. Gley. Traité élémentaire de physiologíe, t. 1 1 1 , p. 904. 7 J. Grasset. Les Maladies de l'orientation et de l'équilibre. París, 1901, p. 89. 8 Jbidem. 9 Jbidem. 10 M. Duval, E,. Küss y E . Gley. Traité élémentaire ... p. 950. 11 Jbidem. 12 Jbidem.

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Kurt Goldstein, confrontado a los heridos de la Gran Guerra, veri­ fica las movilizaciones corporales con un "galvanómetro" y sistematiza tal razonamiento: "un movimiento ocurrido en un lugar del cuerpo va a la par con una modificación eléctrica que compromete los múscu­ los que corresponden a otros lugares del cuerpo"'3• Cada localización física, cada movilización no puede ser pensada sin un relacionamiento con el conjunto. El organismo no existiría sino como "totalidad". El más simple movimiento de una parte "implica una modificación de la postura del resto del cuerpo"14• Incluso, esa palabra "totalidad" toma un sentido más extenso que integra las intenciones y significaciones que da a la noción de organismo un sentido todavía más globalizado. Algunos movimientos de orientación del brazo, como tenderlo o diri­ girlo (que siguen siendo imposibles de realizar cuando el médico se lo pide formalmente a algunos heridos del cerebro) se revelan completa­ mente posibles cuando son impuestos por una situación concreta de designación o de orientación, como mostrar una persona, tomar un objeto, indicar un lugar; Goldstein subraya que la innervación mejora "por efecto de la intención"15• El organismo es mucho más un "todo" cuando se trata de respuestas semiconscientes dadas a situaciones que lo rodean.

El cuerpo "sabe" La existencia de un sistema "psicofisiológico" que funciona como conjunto cuasi "automáticamente " desplaza tanto las observaciones íntimas como los testimonios filosóficos o literarios. Desde los años 1880 y las primeras demostraciones sobre los encadenamientos refle­ jos, Nietzsche conduce el tema hasta el exceso para resaltar mejor su originalidad: "esta pequeña razón, hermano mío, a la que llamas «espíritu», no es más que un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón. "16• Una multiplicidad de términos evoca esta sutileza que se considera completamente material: "una plura­ lidad dotada de un único sentido ", "un sabio desconocido ", "un sobe­ rano poderoso"'7• Se instaura un diálogo íntimo totalmente nuevo: 13 K. Goldstein. La estructura del organismo. Introducción a la biología a partir de la patología humana (1934). París: Gallimard. 1983 , p. 174. 14 Ibid p . 93. 15 Ibid., p . 179. 16 F. Nietzsche (1883) . Así hablaba Zarathustra. Librodot.com, p . 19. 17 Ibid . , pp. 18-19. .•

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el yo confrontado con la inteligencia física de la que él mismo estaría constituido. Marcel Proust ilustra más concretamente este tipo de diálogo, al instalar al narrador frente a un cuerpo tan tácito como olvidado, tan autónomo como malicioso, descrito, por primera vez, con una profu­ sión de palabras y de metáforas, un cuerpo que "sabe" y que "hace" y que, en parte, evoluciona independientemente de su "autor": Y al dormir, cieno que mis ojos no habían visto el reloj , pero mi cuerpo supo calcular la hora, midió el tiempo, y no en esfera figu­ rada superficialmente, sino por medio de la progresiva pesantez de todas mis fuerzas renovadas, que mi cerebro iba dejando caer punto por punto, amontonaban como potente reloj hasta más abajo de las rodillas la intacta abundancia de sus provisiones'".

Una opaca masa interna "calcula" para adaptarse mejor, evalúa, discierne, asimila tiempos y lugares para existir mejor. Su perspicacia completamente orgánica, pero previamente psicológica, puede servir al funcionamiento consciente formado de reflejos, memoria, saberes y hábitos incorporados. Facilita el conjunto de las acciones, las sostiene, incluso las conforta. Puede también recordar un pasado olvidado, dar existencia a otros "yo" antiguos19, restituir gestos, ambientes, lugares borrados, que sugerían hasta qué punto esos "yo" se han encarnado. El comienzo de En busca del tiempo perdido que evoca el despertar del narrador, vacila en posturas corporales que abren, cada una de ellas, a un mundo desaparecido: Mi cuerpo, aquel lado de mi cuerpo en que me apoyaba, fiel guar­ dián de un pasado que yo nunca debiera olvidar, me recordaba la llama de la lamparilla de cristal de Bohemia, en forma de urna, que pendía del techo por leves cadenillas; la chimenea de már­ mol de Siena, en la alcoba de casa de mis abuelos, en Combray; en aquellos días lejanos que yo me figuraba en aquel momento como actuales, pero sin representármelos con exactitud'º.

El comentario evoca una sedimentación precisa que arrastra las sensaciones y las representaciones antiguas, y compromete modos olvidados de hacer y de existir. El cuerpo movilizaría así una lógica 18 M. Proust. En busca del tiempo perdido, t. 11: "A la sombra de las muchachas en flor". Madrid: Valdemar, 2002, p . 722. 19 Ver el "antiguo yo" que "obraba maquinalmente", M. Proust, A la sombra . .. Librodot.com, p. Go. 20 M. Proust. En busca del... t. 1 : " Por el camino de Swann" Librodot.com, p . 4.

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de ser tan fuerte que puede hacer que renazcan inmensos trozos de vida desaparecidos. Pero además ese cuerpo "sistema", que incluye una organización compleja y oculta, puede también traicionar, como le ocurre al barón de Charlus cuya afeminada vida ha impregnado y orientado defini­ tivamente sus gestos, a pesar de su intenso deseo de disimularla: "aquel cuerpo, que había comprendido perfectamente todo lo que M. de Charlus había dejado de entender, desplegó, hasta el punto de que el barón había merecido el epíteto de lady-like, todas las seducciones de una gran dama'"'. Además puede traicionar cuando la habitación que se le ha prometido al narrador no conviene a sus hábitos pasa­ dos; él mismo puede confesar que su cuerpo presenta su "más pro­ funda protesta"22• Por esto la emergencia de algún alter ego con el que es necesario negociar. El ejemplo extremo de esas disociaciones entre lo automático y el querer, lo habitual y lo nuevo, es el que desarrolla Franz Kafka en la Metamorfosis, atento a la más mínima sensación interna. El narra­ dor, al experimentarse como coleóptero inmundo, conserva una voluntad que tropieza con los reflejos del insecto en el que parece haberse convertido. Uno hace lo que el otro no quiere . Uno se resiste a lo que el otro quiere impulsar; con su caparazón, sus patas que bullen, sus caídas, su pesadez, el narrador ya no está adecuado a sí mismo. El texto retoma y profundiza los viejos relatos de las trans­ formaciones físicas, las ilusiones intemporales de los melancólicos, las mutaciones imaginarias de los cuerpos desmembrados23• Los enriquece deliberadamente; detalla sobre todo su fondo sensible al renovarlo. Al comienzo el relato se desarrolla en el modo "yo", abundan las sensaciones, la angustia es su trama, la imposible sede de un "yo" finalmente es su foco; la instalación de dos "individuos", la confrontación de dos universos sensoriales y el trastorno de las experiencias "internas". El "coleóptero narrador" , que está sobre su espalda, siente que sus patas se agitan febrilmente para encontrar el suelo como lo hacen los insectos que quedan invertidos, "innumera­ bles patas en constante agitación y le era imposible controlarlas'"4, reacciones "lógicas" sin duda, pero en este caso no queridas y desa21 M. Proust. En busca de . . t. 11: "Sodoma y Gomarra". Madrid: Valdemar, 2002, p. 797. 22 M. Proust, A la sombra . . Librodot.com, p. 135. 23 Supra, p. 63. 24 F. Kafka (1915). La metamorfosis. Librodot.com, p. 3. .

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daptadas. Torpezas, resistencias, ilusiones, coherencias corporales desplazadas, todo conduce al "yo" a no ser ya él mismo; sus esfuer­ zos, incluso, son vanos e impotentes para "hacer que retorne el orden y la calma en aquella anarquía'"5• El cuerpo que se había vuelto otro, destilaba sin cesar una interioridad inasimilable. Lo trágico lo inva­ dió. Las antiguas anotaciones de Krishaber sobre las derivas de las "sensaciones que constituyen el yo" , con sus enfermos que pierden el "sentimiento de su ser" una vez su cuerpo se ha vuelto extraño26, parecen ser retomadas, aun cuando, por lo contrario, se han profun­ dizado y prolongado, sobre todo en cuanto son mencionadas en el modo del "yo", o si se evoca un cuerpo que manifiesta no solo sus extrañezas esta vez, sino sus lógicas propias, subterráneas, rigurosa­ mente develadas y subrayadas. Esto sugiere de forma más amplia la posibilidad de un nuevo tipo de diálogo en el "yo"; este debate en el que la persona ya no está sim­ plemente atravesada por una materia que resiste (según el viej o dua­ lismo clásico de un cuerpo que sigue siendo "tierra" o "carne"), sino por una inteligencia consonante u opositora que ayuda o contraría; un "pequeño cerebro"27 que dispone de una lógica con la cual hay que inventar una nueva relación. Se trata de un tema absolutamente importante -puesto que literariamente simbólico, central incluso­ que confirma hasta qué punto el "yo" no puede ser una unidad defi­ nitiva. Es inevitable, incluso indefectiblemente , un ser de carencia, un lugar de falla, una existencia que sufre alguna inexorable distancia consigo misma. La tradición privilegia esta ruptura y la sitúa entre el alma y el cuerpo, la materia y el espíritu. En cambio, nuestra contem­ poraneidad la sitúa en un espacio más psicológico y más sutil que sugiere una interioridad más oscura también, donde el cuerpo -en su vertiente siempre subjetiva (entiéndase: "ingeniosa")- se vuelve por ello una de los componentes. Esto traspone el diálogo interior, lo cual hace que los sentidos internos existan como otros tantos datos mentales con los cuales cada uno de forma inevitable está llevado a componer. Tal es, claramente, la invención de nuestra modernidad y tal es el contenido siempre renovado, insensiblemente profundo, dado al "sentimiento de sí". 25 Ibid. 26 Supra. p. 151. 27 C. Debierre. Le Cerveau et la moelle épiniere avec applications physiologiques et médico-chirur­ gicales. París. 1907, p. 290.

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La imagen motriz o la interioridad desplegada La "inteligencia" escondida del cuerpo renueva desde entonces el campo de lo sensible. Renueva también la manera de cuestionarse sobre él, de acorralarlo y distinguir, por ejemplo, lo percibido de lo no-percibido, lo maquínico de lo "vigilante". Aviva el tema de la expe­ riencia íntima, el hecho de designar umbrales, separar lo consciente de lo no-consciente, diferenciar lo que se puede indicar de lo que no. De forma más precisa, vigilar el paso de lo insensible a lo sensible, de lo automático a lo querido, de lo impensado a lo pensado. Armand Trousseau -un fisiólogo que abordó también lo psicológico- es uno de los primeros que se entrega a tales investigaciones desde los años 1860: "cuando, al cerrar los ojos ejecutamos sin esfuerzo un movi­ miento bastante amplio, nos es imposible sentir, con la más severa atención, la contracción de nuestros músculos; pero sentimos el movi­ miento impreso a las palancas que la contracción del músculo pone en juego"28• Una iniciativa difícil en la que claramente lo "consciente" y lo "no-consciente" quedan delimitados. Los índices físicos de presencia a sí mismo se estudian entonces como un desafío; un lugar específico de análisis que suscita, a fines del siglo, mil testimonios de matices y de constataciones subjetivas. Estas cuestiones aparentemente frágiles, totalmente íntimas, siem­ pre aproximadas, desembocan en la creación de un nuevo objeto psicológico, de allí, su importancia. Salomón Stricker, en 1885, busca restituir lo que él siente cuando, acostado y con los ojos cerrados, "se imagina que camina". Su respuesta parece trivial; confiesa sentir una "sensación de movimiento localizada en la parte alta de la pierna"29• Su interpretación es original: pretende subrayar la existencia de una instancia psicológica hasta entonces evocada muy poco o para nada, una "imagen motriz"30• La palabra es nueva y evoca la representación de una "impresión", tanto como la de un movimiento por realizar; la misma anotación habría que hacer al análisis que Stricker hace de sus propias reacciones labiales cuando imagina una consonante o una 28 A. Trousseau. Art. "L'Ataxie Iocomotrice progressive ". Nouveau dictionnaire de médecine et de chirurgie pratiques. París, 1864-1886. 29 S . Stricker, citado por H Beaunis, les Sensations internes, p. 132. 30 Ver S. Stricker (1882). Du langage et de la musique. París, 1885. La expresión "imagen motriz no es usual; la que se encuentra con frecuencia en las obras especiales es represen­ tación de los movimientos", p. 50. Lo que confirma la importancia de Salomon Sticker en tal denominación.

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palabra: "las ideas que tenemos de las palabras son 1magenes motrices"3'. Finalmente, habría que hacer la misma anotación cuando Stricker dice experimentar una movilización corporal particular solo con ver una "tropa que marcha"32• Una vez más una "imagen motriz". El tema es aquí más significativo en cuanto se aleja de la antigua refe­ rencia evocada por la cultura de la Ilustración, aquella de las sen­ saciones provocadas por simpatía33, o la presentada previamente por William Cullen, que indica sensaciones experimentadas durante el movimiento34• Todo cambió. El objeto indicado ya no está limitado a la simple sensación, como lo quería Adam Smith o William Cullen35, se ha extendido a la representación. Es, sobre todo, claramente psicológico: un efecto experimentado tanto como proyectado, un acto interiorizado, sentido tanto como imaginado. Reúne el hecho de "moverse", su ima­ gen, su músculo, sin realizar ese "moverse". Ha nacido una instancia singular, pero también diferente de la sola decisión, más diferente de la simple sensación: la de una "imagen" mental que acompaña o que pro­ yecta el movimiento. Se revisa la profundidad de la existencia corporal; el cuerpo no existiría únicamente en la conciencia bajo forma de sensa­ ción, existiría también bajo la forma de representación, un vasto campo de "imágenes" y de "reflejos" susceptibles de exploraciones nuevas. La existencia física se duplicaría en la conciencia como un dato "figurado". Sin duda se trata de un tema adquirido definitivamente, al que mil veces nos hemos acercado con los síntomas de pérdida de pertenencias corpo­ rales, pero ignorado o apenas esbozado, mientras que acá va a encontrar una expresión dispuesta a objetivarlo. No quiere decir que se trata de la "imaginación", un método que no le añadiría nada a las más antiguas observaciones sobre las derivas y las escapadas. Es una "imagen", por lo contrario, la que repercute en el movimiento, movilizada al mismo tiempo que él; una "imagen" hecha no de vagabundeo o de ficción como lo es la imaginación, sino de exactitud y de precisión, como lo es una operación. Este cuerpo, hasta entonces "sentido" más que "pensado", moviliza una representación interior, una proyección, un despliegue "figurado" de gestos y de tiempo. Una nueva profundidad, sensible y mental a la vez, sin ninguna duda difícil de designar porque está hecha 31 Jbidem. 32 S. Stricker, citado por H Beaunis, les Sensations internes, p. 133. 33 Supra, p. 53. 34 Supra, pp. 48-49. 35 Supra, p. 53.

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no de "palabras" o de expresiones explícitas, sino de impresiones y de actos "figurados". Se van entonces a multiplicar las tentativas para subrayar la existencia de este campo: el de una realidad psicológica que viene a duplicar la realidad sensible del cuerpo. La tesis de Cherechewski circunscribe en 1897 la presencia de una representación "global" de lo físico en los actos cotidianos: "en el estado normal, fisiológico, tenemos una noción completa y perfecta de la posición de nuestro cuerpo en totalidad y de sus diversos segmentos, en muchos casos patológicos, perdemos esa noción"36• La cenestesia accede así al espacio mental; implica una "representación", un efecto de conjunto también; un cuerpo "mentalizado" que duplica el cuerpo sensible, instalado en índices y en proyecto. La interioridad se ha vuelto a desplegar; ya no solo la conciencia de lo sensible, sino la de una topo­ grafía "interior", un volumen, un espacio personal designado recien­ temente. Lo que confirma la tesis de Pierre Bonnier en 1900, que diferencia los momentos de cada movimiento para resaltar mejor lo que comportan de "imagen" y de "intención": Cuando ej ecuto u n movimiento voluntario, requiero l a noción consciente de actitud actual, la que debo hacer variar, más la representación imaginaria a la que mi variación llegará y tam­ bién la serie de actitudes por las que pasaría de la actitud de partida a la actitud de llegada37•

Más allá de la simple imagen se distinguen entonces su fase pri­ mera, su desarrollo y su destinación. La originalidad de tal espacio psi­ cológico es que se acompaña de experiencia y de objetivación. Henri Beaunis, desde 1889, sabe buscar sus huellas precisas, mientras que esa interioridad "nueva" no comporta a priori -¿es necesario volver a decirlo?- ninguna palabra ni ninguna expresión de lenguaje. De paso, esto constituye su total originalidad; la experiencia que propone el psicólogo es simple, aparentemente irrisoria y, sin embargo, decisiva: Trazo con los ojos cerrados o en la oscuridad, una primera línea sobre un tablero negro o una hoja de papel, sea 1; luego, conservo siempre los ojos cerrados, y sin haber visto la primera línea 1, trazo al lado una segunda, 2, a la que busco darle la misma lon­ gitud exactamente que la primera. Esta misma línea 2 la repro­ duzco, ya sea inmediatamente después de la primera, ya sea

36 J . Cherechewski. Sens musculaire et sens des attitudes. París, 1897, p. 49. 37 P. Bonnier. L'orientation. París, 1900, p. 47.

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dejando pasar un tiempo variable, s . 10, 1 5 so segundos o más lejos aún. Constato así al cabo de cuánto tiempo desaparece el recuerdo del movimiento muscular que trazó la primera línea38• ...

El dibujo obtenido en el papel hace existir concretamente el tema de la "imagen" , puede incluso llegar a mostrar su riqueza y sus varia­ ciones. Otros experimentos diferencian la amplitud del movimiento, su intensidad, su dirección, y multiplican sus ángulos o sus inflexio­ nes. Los ejercicios revelan mil formas posibles de proyección; así, los trazos varían como los índices interiores de los cuales se vuelven tes­ tigos. Todos confirman la existencia de un cuerpo "adentro", hecho esta vez de representación, de memoria e, incluso, de riqueza mental. Tales preocupaciones permitirán al mismo tiempo, dar sentido a una pregunta casi antropológica: a la evolución del " dibujo del hom­ brecito" por parte del niño , la demostración de un enriquecimiento de la representación del cuerpo con la edad, el paso de una imagen confusa a una imagen distinguida. James Sully fue el primero que , en 1895, muestra la metamorfosis del "hombrecito infantil"39, desde sus rudimentos en los cuales faltan muchos lugares sensibles, del tronco al cuello, de las manos a los pies, hasta sus formas más evoluciona­ das en las que se afirman envolturas y partes. La figura restituida se asegura, etapa tras etapa, con el enriquecimiento de la toma de conciencia interior. Es, claramente, un conjunto silencioso de repre­ sentaciones, su ajuste y su desarrollo, el que está en juego. La imagen del yo, su dibujo, revela una historia que integra lentamente puntos de referencia y saberes. Se manifiesta una dinámica, se objetiva la construcción de una representación interna.

El esquema corporal o el poder de localización Pierre Bonnier da clara cuenta de la distancia que existe entre tales objetos mentales y las simples referencias sensibles evocadas hasta entonces: "cuando abordé el problema en 1893, lo único que encontré disponible fue la noción de cenestesia"4º. Esta palabra se volvió para él "insuficiente" ; el nuevo espacio psicológico y su revisión inédita

38 H Beaunis. Les Sensations internes, pp. 133-134. 39 J. Sully (1895). É tudes sur l'enfance. París. 1898. Ver E. Pernoud. L'lnvention du dessin d 'enfant en France, d l'aube des avant-gardes. París: Hazan, 2003, p. 61. 40 P. Bonnier. "L'aschématie", Revue neurologique, 1905, p. 605.

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de la interioridad, "no está expresado en el término cenestesia"4'. Se requiere una noción suplementaria: la que traduzca "la represen­ tación espacial de nuestro cuerpo o de algunas de sus partes"42, un dispositivo decisivo que enriquece definitivamente la presencia de sí mismo. Ya no el eco en la conciencia de una simple profundidad del cuerpo; o la de una disponibilidad inmediata y reunida, tal y como la cenestesia lo designaba43; inclusive tampoco esa dinámica de esfuerzo fusional tal y como Maine de Biran la evocaba44; sino el eco de una totalidad sistematizada que posee sus relaciones de espacios, sus correspondencias, sus lugares; identificar un punto del cuerpo supone la identificación en red de numerosos puntos diferen­ tes que son los únicos que permiten situarlo. Esto implica una diver­ sidad de percepciones combinadas, así como un amplio "acuerdo en la facultad de localizar"45• Es esta "representación" de conjunto, este "interior" hecho de correlaciones cruzadas, la que se arruina en los enfermos que pierden los puntos de referencia de su cuerpo. Esta imposible captación global constituye su "terrible miedo"46, por no decir, su desgracia. La referencia inicial del sueño de d'Alembert se vuelve a desplegar en su totalidad. Algunos enfermos pueden incluso experimentar lo sensible , darse cuenta de impresiones, evocar lo que "sienten", pero no pue­ den "localizarlo". La interdependencia de sus referencias corporales se borra. Todo desde entonces se hunde. La ausencia de tal repre­ sentación suspende su existencia. Un paciente lo muestra mejor que otros, apresado por esa misma ausencia, algunos instantes solo mientras vaga por las calles: "en esos cortos momentos de crisis, de cinco a seis pasos a lo sumo, continúo sintiéndolo todo, pero ya nada está en ninguna parte, y yo tampoco estoy en ninguna de ellas"47• Así, se anula el prínceps: "la sensación de nuestra personalidad"48, el hecho de sentirse existiendo, con toda prioridad, en una postura y en un lugar; dicho de otro modo: el hecho de estar "situado" punto por punto, globalmente distribuido, unificado y, sobre todo, de podér41 lbid. 42 lbid. 43 Supra, p. 114. 44 Supra, p. 111. 45 P. Bonnier. "L'aschématie", p. 607. 46 !bid., p. 609. 47 !bid., p. GoS. 48 !bid., p. Go7.

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selo representar. La cenestesia deja de ser la simple "presencia inme­ diata del cuerpo", tal y como Reil podía evocarla49, y se convierte en una topografía interior y distribuida, tal y como Bonnier puede precisarla. Por esto la tentativa de explicitar plenamente lo que permane­ cía como en un hueco en las innumerables presentaciones de casos idénticos propuestas desde el siglo xvm. La necesidad de encarnar lo físico como una indispensable localización, con su espesor topográ­ fico, su volumen, sus cruces: "para que alguna cosa exista, debe estar en alguna parte"50• La representación del cuerpo encuentra aquí su sentido; le da existencia al individuo en tanto lo "localiza" . También le da espacio interior, cohesión y "sistema" . No obstante, será preciso matizar más; es imposible decir que la oportunidad "de tener en todo momento consciencia de la posición de cualquier parte de nuestro cuerpo"51 corresponde a una imagen mental clara. Aunque el objeto permanezca perceptible, lo hace de forma vaga. A la vez se conoce y se desconoce, es evidente y sordo, está disponible y oculto; nunca, o muy rara vez, es tan preciso como un dibujo, aunque siga teniendo "figura" de conjunto. Ni verdadera sensación ni verdadera imagen, se trataría de un " aparecer del cuerpo a sí mismo"52, que mezcla certidumbres e intuiciones, inminencias y convicciones, siguiendo la sibilina expresión de Paul Schilder, de 1935. Supone una interminable cadena de reflejos, tanto como una interminable serie de concordancias fisio-psicológicas; totalidad espacial unificada, interiorizada. Tal es el objeto "psicológico" inven­ tado a comienzos del siglo xx. Con toda evidencia, es sobre esta representación que se fundamentaría una referencia global de nues­ tro cuerpo, es también sobre ella que se fundaría "el patrón de inte­ gración con respecto al cual todas las modificaciones subsecuentes de posturas son evaluadas antes de entrar en la conciencia"53• Pierre Bonnier utilizaba ya la palabra "esquema", en 1905, para evocarlo. Insistía sobre la existencia de una "figuración topográfica"54• Henri 49 Supra, p. 115. 50 P. Bonnier. Le Sens des attitudes. París, 1904, p. 5. 51 H . Head y G. Holmes. "Sensory disturbance form cerebral lesions". Brain , noviembre de 1911, p. 102. Ver también, Schéma corporal et image du corps, textos originales traducidos y presentados por J. Corraze. Toulouse: Privat, 1973, p. 44. 52 P. Schilder (1935). L'image du corps. París: Gallimard, 1968, p. 35. 53 H. Head y G. Holmes. "Sensory disturbance form cerebral lesions" , p. 106. 54 P. Bonnier. "L'aschématie", p. 605.

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Head y Gordon Holmes le dan en 1911 un nombre que le quedará con­ sagrado por mucho tiempo, el de "esquema corporal", una referencia interna a partir de la cual será percibido todo cambio físico, de posi­ ción o de desplazamiento. Nada distinto a un "conjunto" combinado y primero: "todo nuevo estado de movimiento está reportado a ese esquema plástico"55• Esquema, porque es más un portador de bocetos que de imagen; fenómeno mental, porque transforma la sensación en cálculo; finalmente, integrador, puesto que une la composición de las pertenencias corporales hasta las prolongaciones más próximas de la envoltura misma, vestidos, objetos, herramientas. Un "todo" del cuerpo es pensado desde entonces, psicologizado, esto anima una representación tan plástica como interiorizada: A la existencia de estos esquemas le debemos el poder de pro­ longar nuestro conocimiento de la postura, del movimiento y de la localización más allá de los límites de nuestro cuerpo, por ejemplo en la extremidad de un instrumento que tenemos en la mano [ . ) . El poder de localización puede extenderse en una mujer hasta la pluma de su sombreros6• . .

El "esquema corporal" se vuelve ese "doble interior" , esa realidad tan densa como opaca, representación tan inevitable como intui­ tiva, que anuda la conciencia y el cuerpo; una instancia ubicada en el núcleo del "sentimiento de sí".

La imagen inconsciente del cuerpo Esta apuesta hecha por la representación debía adquirir todavía más importancia en el campo de las terapias. Désiré Magloire Bournevi­ lle, al estudiar el caso de una histérica transferida a la Salpetriere en 1872, designa por primera vez "sacudidas" y "crisis de contracturas" precisas. Establece un cuadro . También las interpreta al pretender conectar esas "convulsiones" con recuerdos, representaciones anti­ guas y traumáticas, reactivadas en el momento de la crisis. La histé­ rica sería víctima de "pensamientos" olvidados y choques internos, todos afectan su cuerpo: En su delirio, las histéricas tiene reminiscencias de los aconte­ cimientos antiguos de su existencia, de los dolores físicos tanto como de las emociones morales que han experimentado, y más particularmente, quizás de los acontecimientos que han sido la SS S6

Ver J . Corraze (ed.). Schéma corporal et image du corps, p. 41. !bid., p. 42.

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causa ocasional de sus ataques [ ] nada es más indiscutible que el recuerdo de los hechos de orden moral57• ...

Es la primera vez que una "imagen" o una "huella" perdidas, son evocadas como fuentes posibles de trastorno físico. Pocos desarro­ llos se daban aún sobre el tema, también eran pocas las indicaciones precisas, pero abrió un campo, el de las "representaciones" antiguas que surgen de Jo sensible y que podían secretamente transformar el cuerpo. Ya no simples sensaciones, como las impresiones viscerales y sus supuestos efectos morales, evocados por Cabanis al comienzo del siglo x1x58, sino objetos de pensamiento, representaciones que vienen de esas mismas sensaciones, desde entonces más complejas, también más "mentalizadas". Su presencia revela una profundidad psicológica nueva; socava en la interioridad. Sugiere sobre todo otros efectos para esto; Ja explicación se hace más directa aún en los años 1880. Como consecuencia de los accidentes de ferrocarril se descri­ ben enfermedades nerviosas llamadas railway-spine o railway-brain59 y el "traumatismo" tendría profundas consecuencias, también corpo­ rales. El "período de incubación" puede ser largo; la representación que inquieta solo emerge lentamente y la perturbación provocada no será por esto menos patente. Jean-Martin Charcot presenta en 1882 el caso de un herrador cuya quemadura de brazo, luego de sanar, deja sitio a una incoercible contractura: "histeria traumática"6o, con­ cluye Charcot o, mejor aún: "parálisis psíquica"6'. Es un fenómeno más específico en cuanto puede ser reproducido o borrado con hip­ nosis. La vieja práctica de Puységur62 se reinventa: "Charcot produce parálisis por sugestión entre un gran número de espectadores con el fin de demostrar hasta qué punto las parálisis psíquicas pueden ser reconocidas clínicamente y reproducidas experimentalmente"63• Su convicción reposa sobre una posible autosugestión, o una posible autohipnosis de esos pacientes; también su modo de "tratamiento"

57 D. M. Bourneville y P. Régnard. lconographie photographique de la Salpetriere. París, 18761880, t. 1, p. 97. 58 Supra, p. 102. 59 Ver F. C . Müller. Railway-Spine. lnaugural-Dissertation . . . Würzburg, 1884. 6o J.-M. Charcot. CEuvres completes. París, 1885-1890, t. m , p. 117. 61 Ibid., p. 260. 62 Supra, p. So. 63 M. Bonduelle, C. G. Goetz y T. Guelfand (1995). Charcot, un grand médecin dans son siecle. París: Michalon, 1996, p. 181.

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que hace claramente "entrar una dimensión psicológica en lo que solo había sido en sus orígenes una visión somática de la enferrnedad"64• Sin embargo, en tal caso se sigue atentamente una concepción amarrada de forma indefectible a las fuentes orgánicas. Charcot con­ sidera decisivas algunas debilidades físicas subyacentes, alguna vul­ nerabilidad nerviosa en el paciente mismo, una y otra instala el mal, lo orienta. Lo afirma en 1890: Es importante que lo sepamos: la histeria tiene sus leyes, su determinismo absoluto como lo tiene una afección nerviosa con lesión material. Su lesión anatómica escapa aún a nuestros medios de investigación, pero ella se traduce de una manera innegable al observador atento, por trastornos análogos a los que se ven en los casos de lesiones orgánicas del sistema ner­ vioso central o de los nervios periféricos65•

Corno todos sabernos, la ruptura más importante viene de Freud, que dice proseguir la obra de Charcot en el último decenio del siglo XIX, al mismo tiempo que instauraba una novedad radical, "tantas veces descrita y expuesta"66• Antiguo alumno de Charcot, al que "con­ sidera corno un rnaestro"67, Freud primero se adhiere a esa corriente que hace de la histeria "una enfermedad por representación"68• Y a cambio la transforma, incluso la trastorna, doblemente , y mues­ tra primero que esa "imagen" está hecha de una temible precisión, y luego que ella es, con mucha frecuencia, ajena a la conciencia, "bloqueada" por una represión que la mantiene "fuera del campo", sin poderla anular totalmente. La representación estaría ligada a un trauma pasado -corno lo proponía ya Charcot- , por lo contrario, su contenido "tendría orígenes sexuales"69. Por esto la represión con respecto a tal presencia que se ha vuelto inquietante, "condenada'' , salida "de excitaciones internas de origen pulsional cuya persistencia

64 !bid., pp. 183-184. Ver también E. Jones (1953). Vida y obra de Sigmund Freud. Barcelona: Anagrama, 2003, p. 251. " Los síntomas podían no solamente ser tratados, sino también suprimidos con el solo empleo de medios psicológicos".

65 A. Athanassio. Les troubles atrophiques dans l'hystérie, prefacio del Sr. Prof. Charcot, París, 1890, p. 1. 66 S . Freud (1908). Cinco lecciones sobre el psicoanálisis. París: Payot, 1908. p. 7167 M. Pion y E . Roudinesco. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Paidós Ibérica, 1999, p. 471. 68 J. Laplanche y J.-B. Pontalis (2• ed. revisada 1968). Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Labor, 1981 (3• ed. revisada con el Dr. Laplanche), p. 172. 69 M. Pion y E . Roudinesco. Diccionario de psicoanálisis, p. 471.

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provocaría un displacer excesivo"70, o "un displacer con respecto a otras exigencias"11• Por esto mismo la inevitable tensión, tan viva como ignorada, entre la conciencia y la representación reprimida. El cuerpo de la histérica es entonces analizado como nunca antes lo había sido. Las experiencias pasadas, las emociones olvidadas, ese vasto universo interior que mezcla lo psíquico con lo sensible, lo "afec­ taría" según un sentido muy preciso, ligado directamente al trauma primario. Los síntomas físicos podrían así "leerse" casi como un texto o un "alfabeto"72: "la sintomatología histérica puede compararse a una escritura jeroglífica que hubiéramos llegado a comprender des­ pués del descubrimiento de algunos documentos bilingües que nos hubieran permitido descifrarla"73• Abundan los ejemplos en los que las palabras del trauma antiguo ganan un estricto equivalente corpo­ ral; las emociones perduran en sus impresiones y sus expresiones de origen: la "herida en el corazón", la "bofetada", "tener que tragarse algo"74• Los gestos traducirían sus representaciones subterráneas: Eli­ sabeth von R. y su persistente dolor de pierna, ligado al sentimiento de que no "lograba avanzar un solo paso"75 en la vida; Anna O. y su "espasmo de la glotis"76, ligado a la querella en la que no pudo expre­ sarse; Cecilia M. cuyo caso reúne "una verdadera colección de esos tipos de simbolizaciones"n. Todas sensaciones, sin duda, pero revi­ sadas, desplazadas; cuerpo experimentado también, pero afectado con una referencia oculta: "toda una serie de sensaciones corporales, consideradas generalmente como de origen orgánico, tenían en esta paciente, un origen psíquico"78• Una instancia psicofísica nueva es pen­ sada así, como si se reorganizara una anatomía interior y se orientara según referentes rigurosamente personales: "todo ocurre como si un segundo cuerpo viniese a tomar el sitio del que objetivamente ha sido dibujado por la medicina"79• Hasta el placer sentido con ciertos dolo-

70 !bid. , p. 384. 71 J. Laplanche y J.-B. Pontalis. Diccionario de psicoanólisis, p. 378. 72 J. Breuer y S. Freud (1895). Estudios sobre la histeria. Madrid: Biblioteca Nueva, 1934, p. 136. 73 Jbidem. 74 !bid. , pp. 206-207. 75 !bid., p. 168. 76 !bid. , p. 39. 77 !bid., p. 202. 78 !bid . , pp. 205-206. 79 E. Levine y P. Touboul. Le corps. París: Flammarion, 2002, p. 186.

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res, para enmascarar mejor la satisfacción reprimida. El caso de Elisa­ beth von R.: Cuando se oprimía o se pellizcaba la piel o la musculatura hipe­ ralgésicas [ ] mostraba la paciente una singular expresión, más bien de placer que de dolor, gritaba como quien experimenta un voluptuoso cosquilleo, se ruborizaba intensamente, cerraba los ojos y doblaba su torso hacia atrás"". ...

El alejamiento con respecto al cuerpo "objetivo" es tal que Pierre Fédida puede hablar simplemente aquí de un "poema del cuerpo"81• Es evidente que la obra freudiana no se atiene solo a la histeria. El otro trastorno que señala es la "neurosis obsesiva" : un "mal" que recuerda los "angustiados" de lo cotidiano, que se vuelve la segunda "vertiente principal del campo de las neurosis "82, y que afecta, por tanto, a todo el cuerpo. El núcleo del conflicto se relaciona con los "temores interiores", las compulsiones a ejecutar actos indeseables, el retorno de las ideas obsesivas, la lucha contra los pensamientos inconfesables. La explicación es compleja; muestra que el deseo per­ manece prendido a períodos arcaicos del desarrollo libidinal; esos "impulsos que vienen de adentro [ . . ] crean estados sexuales que [ . . . ] pueden fijarse y volverse por ello mismo patológicos"83• La lucha íntima puede entonces bascular hacia pseudosoluciones físicas. La enfermedad del "hombre de las ratas", por ejemplo, Ernst Lanzer, al que Freud consagra un largo artículo, "resuelve" las tensiones entre los viejos mandamientos punitivos de su padre y un nuevo amor, "cae enfermo" y desarrolla una "incapacidad para el trabajo"84. O es él mismo a quien en la estación veraniega "le surge de repente en su pensamiento la idea de que estaba demasiado grueso", que se lanzó a un régimen extremo, imponiéndose "como autocastigo la cura de adelgazamiento"8s. Poco importa, a decir verdad, el detalle de los efectos físicos. Por lo contrario, un principio se vuelve central y reposa en el sentido .

So S . Freud. La histeria, p. 147. 81 P. Fédida. " L ' anatomie dans la psychanalyse". Nouvelle revue de psychanalyses, n• 3, pri­ mavera de 1971. !.ieux du corps, p. 119. 82 J. Laplanche y J.-B. Pontalis. Diccionario de psicoanálisis, p. 172. 83 S. Freud (1905). Tres ensayos sobre teoría sexual. Madrid: Alianza, 1972, p. 106. 84 S. freud (1909). Cinco psicoanálisis. XLI. Análisis de un caso de neurosis obsesiva (caso "el hombre de las ratas"). Librodot.com, p. 10. 85 !bid, p. 16.

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psíquico no directamente consciente de numerosas manifestacio­ nes corporales. No olvidemos la anotación de Ernst Jones: "ningún proceso psíquico está enteramente exento de afectividad, ni por consiguiente desprovisto de acción delicada sobre el cuerpo"86• Afirmación que Jean Starobinski orienta deliberadamente hacia lo psicológico: " Freud, en 1900, opone a la cenestesia, a los 'estímulos orgánicos', una operación del lenguaje"87• La apuesta hace que nazca claramente un nuevo territorio de lo "sentido": el de los "impulsos" antiguos "que viene del interior"88, cuyo sentido se oculta en mani­ festaciones del cuerpo. La propia práctica del psicoanálisis se orienta desde entonces hacia lo sensible. Al paciente le toca revivir en el silencio del gabi­ nete, en la inmovilidad codificada del diván, recuerdos o "choques" antiguos restituidos en efectos de cuerpo, como en efectos de sen­ tido. La larga frase de Breuer y Freud en los Estudios sobre la histeria, de 1895, restituye lo que , desde entonces, se ha vuelto una vulgata ampliamente difundida: El recuerdo desprovisto de afecto carece casi siempre de efi­ cacia. El proceso psíquico primitivo ha de ser repetido lo más vivamente posible, retrotraído al 'in statum nascendi' y luego "ver­ balizado". En esta reproducción del proceso primitivo, y tratán­ dose de fenómenos de excitación -convulsiones, neuralgias, alucinaciones, etc.- reaparecen nuevamente, con toda intensi­ dad, para luego desaparecer de un modo definitivo89•

Un método "revolucionario"90 fundamentado en "lo que se siente" y su sentido, el psicoanálisis no es la única práctica con origen en una profunda renovación de la sensibilidad a fines del siglo XIX. Otras van a nacer en la misma época. Tales cambios no solo desafían lo sensible, sino que hacen de él un "instrumento" para vivir de otra manera; abren maneras nuevas de hacer y de vivirse.

8 6 E. Jones. L a vida y l a obra d e Sigmund Freud, t . 1 1 , p. 224. 87 J. Starobinski. " Breve historia de la consciencia del cuerpo" , p. 224. 88 Supra, pp. 129-130. 89 J . Breuer y S. Freud (1895). Estudios sobre la histeria, p. 12. 90 Ver M . Robert (1964). La revolución psicoanalítica. La vida y la obra de Freud. México: Fondo de Cultura Económica, 1966.

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Un cuerpo imaginado El mundo interior cambia de la manera más profunda, una vez se tiene en cuenta la imagen motriz, el esquema corporal o la imagen inconsciente del cuerpo. El viejo método de Cabanis de comienzos del siglo XIX, que indaga por las impresiones viscerales y busca en las sensaciones directa y exclusivamente orgánicas las fuentes de los estados de consciencia como de los estados morales, es subvertido por completo. Los objetos de atención se han desplazado sin que el propio cuerpo se haya borrado. Le ha sucedido un vasto conjunto compuesto de representaciones y de datos psicológicos que esceni­ fican el cuerpo de forma precisa y su interioridad. Las sensaciones "directas" se han desajustado. Son las "imágenes" interiores, sus alcances, sus sentidos, sus efectos, las que se han vuelto centrales; es un universo psicológico el que se ha impuesto. La mirada se desdo­ bla diferenciando un cuerpo real y un cuerpo imaginado, el segundo es más importante que el primero puesto que ya no es depositario de fuerzas sino de sentido. A fines del siglo XIX, cuando Campfleury comenta las caricatu­ ras alemanas a las que John Grand Carteret les consagra un libro, diferencia cuidadosamente los cuerpos de superficie, su anatomía aparente o anecdótica, y el sentido que revelan sus deformaciones, incluso sus dislocaciones. Se burla de los que se atienen a "lo de encima de la obra" y que no tratan de "buscar lo de abajo"91• Eso que está "oculto" está hecho de profundidad mental, de referencias interiores y de emoción. Se ha vuelto un "objeto". Ilustra una repre­ sentación particular del cuerpo que sugiere análisis y atención; es ella precisamente a la que interroga John Grand Carteret cuando en 1888, compara las caricaturas francesas de 1848 con las de 1858. De las primeras a las segundas, dos maneras diferentes de evocar, pero también de sentir el cuerpo, dos maneras de "trabajar" lo real, dos maneras de representar el "sentimiento de sí": Se estaba al fósforo, a la estaca [en 1848]; insulsez absoluta antes de los inflamientos, las amplitudes del imperio, lo que le permi­ tirá a un escritor hostil al régimen decir que, bajo la República, todo fue magro, [bajo el imperio] todo fue cenceño•'.

91 J. Grand-Caneret. Les moeurs et la caricature en All.emagne, en Autriche et en Suisse. Prefacio de Champfleury. París, 1885, p. x11. 92 J. Grand-Carteret. Les moeurs et la caricature en France. París, 1888, p . 323.

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En estas envolturas afinadas o dilatadas, la ilustración "deforma" la apariencia para darle un sentido más profundo, al mismo momento que la remitía a la cultura del tiempo. Una presencia "real" e "imagi­ naria" además, cuando Freud interpreta Ja Santa Ana de Leonardo da Vinci: Ana y María, "superficialmente " distinguidas en su presencia física, pero de hecho poco delimitadas en sus pliegues, "confundi­ das como dos figuras de sueño "93• Efigies que surgen del "fantasma" desde entonces, "que mezclan" las dos madres que Leonardo habría tenido al redescubrir hacia los tres años que su padre se había vuelto a casar: sensaciones antiguas expresadas en imágenes de cuerpos que a su vez han sido "redefinidos". Evidentemente poco importa la "ver­ dad" de la interpretación; todos conocen las críticas que se le han hecho a un Recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci94• Lo que resulta interesante es el importante lugar que se le da definitivamente al campo de Jo psíquico, la manera como este duplica el cuerpo en Ja consciencia y Jo hace existir de manera mucho más intensa. Una señal todavía más elemental, o más trivial, cuando el fisió­ logo de comienzos del siglo xx pretende medir la "memoria" de las "posiciones de los miembros" al preguntarle al mismo suj eto que reencuentre, con Jos oj os vendados, la ubicación de su propio brazo previamente puesto a Jo largo de un muro cuadriculado95• La pre­ cisión en la respuesta revela la presencia de la representación, su estado, su agudeza. Aquí todavía está en juego el espacio mental, la existencia de un cuerpo interiorizado que duplica al cuerpo real. La determinación de estas lógicas interiores no es solo un asunto teórico, es también práctico. Al movilizar las representaciones del cuerpo se multiplican a comienzos del siglo xx los consejos que pre­ dican Ja acción sobre sí mismo. La fórmula encantadora, pretendi­ damente "tranquilizadora": "me represento Ja sensación que siento cuando estoy muy bien"96 -a pesar de su ridículo acento- confirma el acceso definitivo del cuerpo a la esfera de lo psíquico, un indicador indispensable para manifestar Ja existencia encamada; un signo que ganó tal evidencia que puede impregnar por completo el pensamiento.

93 M. Roben. La revolución psicoanalítica . . p. 400. 94 Ver M. Schapiro. " Leonardo y Freud", en Estilo, artista y sociedad. Madrid: Tecnos, 1999. 95 Ver M. Boigey. Manuel scientifique d'éducation physique. París, 1923, pp. 442-443. 96 P.-C. Jagot. Méthode pratique et détaillée d 'autosuggestion et de suggestion. París, 1933, p. 120. .

CAPÍTULO XI EL TRIUNFO DEL HACER

El interés que se le presta a los sentidos internos y su amplio despliegue en el espacio psíquico, no podían dejar de agudizar la atención puesta en las prácticas, de propiciar métodos, generar "procedimientos". Corno ya lo hemos visto, numerosos compromisos corporales se van a inte­ rrogar de otra manera, se van a describir de otro modo, se van a sugerir de otra forma, desde los comienzos del siglo XIX por ejemplo, cuando el terna se perfile ya más patente: voluptuosidad, uso de las drogas, velocidad de los vehículos, ascensión a las montañas, nado oceánico; un amplio repertorio de gestos y de maneras de hacer adquiere de repente una densidad sensible, debidamente señalada y proseguida, a la que se le encarga conducir al individuo a un mejor vivirse. Sus evocaciones se han multiplicado en esos años 1830-1840, cuando hasta entonces habían permanecido discretas o descuidadas'. Otro cambio importante tuvo lugar a fines del siglo XIX. Las curio­ sidades se "redirnensionaron". El desafío ya no era solo confrontarse con las prácticas cotidianas o simplemente conocidas, sino inven­ tar prácticas casi revolucionarias, resortes inéditos para intensificar mejor el juego de las sensaciones, agudizar la presencia del senti­ miento de sí corno nunca antes. Se crean técnicas, se difunden proce­ dimientos que confrontan el cuerpo con un desafío de sensibilidad. Un juego de máquinas nuevas que multiplican las relaciones con las fuerzas físicas vino ayudar aquí. Ferias, fiestas y exposiciones univer­ sales lo contextualizaron; vértigos, embriagueces y aturdimientos lo han valorizado. El envite es también considerar "negociaciones" nuevas con un cuerpo que numerosas investigaciones muestran que desborda por su lógica y su inteligencia subyacentes. La distensión, el relajamiento,

1 Supra, pp. 117

ss.

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las prácticas de ritmo o de danza, no son otra cosa que estrategias de un "diálogo" muy panicular con este. Más aún: un campo inmenso de referencias reflexivas se constituyó, dando lugar a la manera cómo se representa lo sensible y la interioridad; se cruzan el actuar sobre el cuerpo y el actuar sobre las representaciones. El territorio físico se ha traspuesto en territorio psicológico. Un "sentimiento de sí" trabajado y profundizado pasa así por un espacio interior donde la presencia del cuerpo está todavía mejor definida. Otros tantos cambios que renue­ van en profundidad la consciencia de sí y el trabajo sobre uno mismo.

Aturdimientos y vértigos El "aturdimiento" físico -tan presente en las diversiones de comien­ zos del siglo xx- es ante todo un gesto hecho para "sentirse" de otra manera, experimentarse y avivar el sentimiento de sí, así se roce la trivialidad, lo cual democratiza su práctica y su proyecto y también legitima el hecho de recurrir a él, mientras que tal apuesta, que hasta entonces se la acercaba a la "ebriedad" o a la "ociosidad'', podía ser vagamente dejado de lado, incluso menospreciado. Al proponer una nueva máquina lúdica para las ferias populares de fin del siglo, un inventor francés revela, por ejemplo (casi a pesar suyo), las orientaciones de una "revolución cultural silenciosa en la Belle Époque"2• El aparato es descrito como "un aparato recreativo de fuerza centrífuga"3• Su dispositivo comporta una primera pista inmó­ víl y una segunda pista muy inclinada que gira a gran velocidad en tomo a un eje. Las "personas que avanzan hacia el piso móvil"4 son llevadas a modificar su equilibrio, a vigilarlo y a mantener un cuerpo inclinado 45°. El efecto de sensación, de sobrecogimiento y de éxta­ sis al que se añade la percepción "extraña" para cada participante, de apercibir "su frente como si estuviera en la horizontal con respecto a sí mismo; hace que la ilusión sea extraordinaria"5• El juego intensi-

2 J.-Y. Mollier. " Le parfum de la Belle t poque" , en J.-P. Rioux y J.-F. Sirinelli (dir.) (2002), La culture de masse en France. París: Fayard, 2006, p. 112. 3 Ver Guyot-Daubes. Les hommes phénomenes. París, 1885, p . 193. 4 !bid., p. 196. 5 Ibidem. Sobre las prolongaciones contemporáneas para esas " máquinas de sensaciones", ver el análisis de Michel Serres (1985) sobre el trampolín. Los cinco sentidos. tr. María Cecilia Gómez B., México: Taurus, 2002, p. 426: " La civilización hace a veces algunos progresos: ¿existe sobre la tierra un objeto más maravilloso, la técnica humana ha realizado alguna vez un aparato más divino que el trampolín?"

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fica la experiencia sensorial, hasta atravesar el conjunto del cuerpo, de la postura a la visión. Por supuesto, es un tema importante que gana insensiblemente la cultura popular a fines del siglo XIX. La afición por tales máquinas se acrecienta en los alrededores de 1900, confirmada por las disposiciones de las ferias parisinas y provincianas, que se vol­ vieron otros tantos instrumentos circunstanciados de esparcimiento y de juego. Los "carruseles" , por ejemplo, "que llevan a caminatas gira­ torias sin temor a que se den molestos encuentros"6; las "góndolas rusas", "nuevo sistema de navegación que tiene el privilegio de dar la ilusión de mar, sin sus inconvenientes"7; las "escuadras aéreas" que permiten "afrontar los altos y los bajos de esta navegación aérea que tiene su encanto"8; los "caballos que suben y bajan" que procu­ ran el "íntimo placer" de una "cabalgata fogosa a través de campos y bosques"9• La nueva potencia eléctrica que multiplica mil formas de tracciones y de movilidades ha favorecido de forma muy clara la creación de tales artefactos. El motivo del aturdimiento, el del juego con el que se "siente " el cuerpo, permanece específico; se ha vuelto dominante, buscado, trabajado. Un método decisivo que revela hasta qué punto el estatus adquirido por la interioridad física se vuelve un lugar preciso de preocupaciones y de compromisos. Muy a menudo, también es bajo esta forma que se describe la sensación provocada por la bicicleta, el aparato revolucionario que desafía el equilibrio, inventado a fines de los años 1880, con su apa­ rente liviandad, sus rodamientos de bola, su cadena flexible, sus tubulares geométricos, sus cauchos amortiguadores: Me veo pedaleando voluptuosamente al alba por los caminos forestales [ ] Santo Dios que si es bueno esto, la plena natu­ raleza, la juventud plena ¡y esa frescura de alba primaveral! La impresión fue tan penetrante, el goce tan vivo, que a sesenta años de distancia mi viejo corazón vibra aún; juventud que no ha muerto'º. . . .

"Penetración", "vibración" . las referencias a la sensación se han vuelto otras tantas evidencias. La vertiente lúdica y sensorial se

6 Le champ de foire. Caen: periódico de la feria, 29 de abril de 1900. 7 !bid., 6 de mayo de 1900. 8 Ibidem. 9 !bid., 10 de mayo de 1900. 10 J. Isaac. Expérience de ma vie. París: Calmann- Lévy, 1959, p. 38. La situación que acá se evoca se sitúa en los alrededores de 1900.

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impone y orquesta muy específicamente sus artificios, sus lugares, sus aparatos. Vértigo y aturdimiento se han impuesto: En la rotación de los cuerpos aspirados hacia lo alto y precipita· dos en la inminencia de la caída, en el torbellino del mundo y la desorientación sensorial, la emoción inviste el cuerpo agarrado por el vértigo de la velocidad".

Las disposiciones y las máquinas de la Exposición universal de 1900 confirman tales orientaciones. La "acera rodante" por ejemplo, una de las "jocosidades de la exposición"12, que le da la vuelta a todo el perí­ metro, al mismo tiempo que propone muchas velocidades a usuarios cuya "osadía jubilosa'"3 proviene del desafío que se le plantea a su equilibrio; o la "gran rueda", construida "toda en hierro", con su diá­ metro de 106 m, sus decenas de "vagones", sus restaurantes, capaces de "levantar 1.600 viajeros con un movimiento lento y suave que dé toda la ilusión de un viaje en globo"14; o la "casa al revés" donde todos los sentidos son provocados, dando a los visitantes la ilusión de cami­ nar por el techo, mientras que "los muebles están pegados al piso, que las fundaciones se erigen en el cielo [ . ], que las ventanas se abren a una exposición que no tiene ni arriba ni abajo"15• El conjunto explota claramente los resortes de la industria para avivar el universo sensorial. Como el "palacio de la electricidad" que provoca "admiración y deslumbramiento"'6 con sus " fuentes lumi­ nosas" , sus "botes de estrellas'' , sus "lavas fulgurantes"'7; o el "este­ reorama" , sucesión de inmensos cuadros cuyos "planos se escalonan y se siluetean al infinito"18; o el " Palacio de la óptica" y su " siderós­ tato" llamado a mostrar la luna a la distancia de "un metro"'9• El trastrueque sensorial está claramente en el núcleo del juego. .

.

11 J. Czergo. " Extensión y mutación del descanso citadino, París, siglo XIX comienzos del xx", en A. Corbin (dir.). L'Avenement du loísír, 1850-1960. París: Aubier, 1995, p. 156. Ver igualmente V. Nahoum-Grappe. La Culture de l'ívresse: essaí de phénoménologie hístoríque. París: Quai Voltaire, 1991. 12 L'Encyclopédíe du síecte. L'exposítíon de París 1900. París, 1900, t. 1 , p. 212. 13 J .- P . Rioux. Chroníque d'une fin de sífcle. París: Seuil, 1991, p. 279. 14 París exposítíon 1900, catálogo, París: Hachette, 1900, p. 371. 15 J.-J. Bloch y M. Delon. Quand París allait d l'Expo, París: Fayard, 1980, p. 115. 16 G. de Wailly. A travers l'exposition de 1900. París, 1900, p. 34. 17 L'Encyclopédíe du síecl.e. L'expositíon de París 1900. París, 1900, t. 1, p. 95. 18 Ibid., t. 1 1 1 , p. 183. 19 Ibid., t. 1 1 , p . 3. -

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Lo inédito del "descanso" Más allá del aturdimiento , otras prácticas parecen sugerir lo con­ trario: la calma, el descanso, el relajamiento. Nada más simple sin embargo: un último parecido recorta los dos modos. Precisamente al alcanzar el corazón de la sensibilidad interna, esas segundas prácti­ cas pretenden una mayor eficacia. El hecho de estar "distendido'"º, por ej emplo -palabra aparecida solo en los últimos decenios del siglo XIX- se vuelve un acto, moviliza una percepción física, gana el corazón de los órganos insistiendo así en el sentimiento de sí. Un método que busca la "pacificación" de un cuerpo que desborda de lógicas propias. He acá una manera diferente de dejarse "pene­ trar". Es lo que sugieren los héroes de Joris Karl Huysmans en los años 1880-1890: "se sentaron, la estufa atizada zumbaba. Durtil sen­ tía la repentina distensión de un alma friolenta casi desvanecida en un baño de fluidos tibios"21• O el mismo, "distendido por (alguna) atmósfera lenitiva'"'. O también otros, "hundidos en poltronas"23 para abandonarse mejor. O Maese Le Ponsart, el notario provinciano , que se relaja en el Palais Royal, antes de enfrentar la partida adversa: "resoplaba, adormecido, la cabeza un poco inclinada, sintiendo una deliciosa lasitud correr por todos los miembros"24• El tema es nuevo: una primera estrategia física y psicológica opuesta a las ten­ siones; primera tentativa de "resistírseles" al mismo tiempo que se "experimentaba". Se inventan un "estado" físico particular, una nueva manera de trabajar la interioridad. Las propias ilustraciones lo sugieren; Madame Sténo, en Cosmópolis de Paul Bourget en 1893, desconcertada con la presencia de Lincoln Maidland sentado en una silla más baja, es representada por el grabador, lánguida, a medias estirada en un sillón de mimbre con el espaldar bien inclinado hacia atrás, prolongado en un taburete bajito donde reposan las piernas, recubierta de "cojines y de seda blanda"25• La condesa "fuma un ciga­ rrillo", mezcla sus "aspiradas" con un aire "sutil y tibio", pretende 20 Alain Rey sitúa la aparición de esta palabra en la segunda mitad del siglo x1x. Ver A. Rey, Dictionnaire historique de la langue fran,aise, París: Roben, 1994: " Détendu attesté dans la seconde moitié du x1xe. siécle". 21 J.-K. Huysmans (1891). Allá lejos. Madrid: Valdemar, 2002, p. 84. 22 lbid., p. 62. 23 J.-K. Huysmans (1876). Marthe. París: 10/18, 1975, p. 111. 24 J.-K. Huysmans (1884). "Un dilemme ", en Nouvelles. París: Flammarion, 2007, p. 156. 25 P. Bourget (1892). Cosmopolis. París, Lemerre , p. 127.

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saborear la atmósfera "mullida"26 de la terraza. En la misma posición, o casi, encontramos al señor de Monthelin en Historia de una parisina de Octave Feuillet en 1881: espalda y nuca hacia atrás en un sillón profundo , con las piernas cruzadas y alargadas hasta el morrillo de la chimenea; se dice que el hombre está confortablemente "estable­ cido en un rincón del fuego "27• La respiración remarcada, el cigarri­ llo ostensiblemente aspirado, los gestos, como la fumada, remata la evocación. Es muy claro el sentido de la publicidad norteamericana de 1914 para los cigarrillos Egyptian Deities, en los que un papá Noel, aparentemente satisfecho de su eterno periplo, fuma, echado en un sillón inmenso, con las piernas alargadas, la boca entreabierta, el ros­ tro irradiando plenitud28• Es necesario detenerse en las imágenes. Ellas revelan, al final del siglo XIX, una inventiva de abandonos. La actitud sedente, en particular: brazos rodeando espaldares de los asientos, acodados sobre las mesas, cruzados sobre el vientre, anudados detrás de la cabeza, que caen pere­ zosamente hacia el suelo ... rompen con las posiciones más estandariza­ das de los decenios precedentes. Al cuadro de Edouard Manet, en la Playa, de 1873, por ejemplo, con su pareja en la arena con las piernas estiradas, codos en el piso, busto inclinado, le responde algunos años más tarde el cuadro en Yacht de Pierre Bonnard, con sus personajes totalmente lángui­ dos, todavía más abandonados incluso, en sillas todavía más inclinadas. El abandono ha crecido. El cuerpo se amolda a asientos con perfiles esti­ rados, imagen que busca ser evidente: relajación y reposo. También tenemos que ponerle cuidado a los objetos. El sillón, por ej emplo, sus formas, sus materiales, sus perfiles, mutan durante la segunda mitad del siglo XIX. Las superficies se rellenan, los espal­ dares se amplían, los ángulos se inclinan, los brazos se recurvan, los límites se prolongan y facilitan el sostén de las piernas y el abandono del cuerpo29• Cambios tan importantes que el sillón, -ya denomi­ nado "confortable", con armazón rígida y de espaldar ligeramente inclinado- en el que murió el "cantante" Pierre-Jean Beranger, en

26 Ibidem. 27 O. Feuillet (1881) . Historia de una parisina. París, 1910, p. 40. Las ilusrraciones datan de 1910. 28 Publicidad, Egyptian Deities, the utmost in cigarettes, USA, 1914. Ver J . Heimann. Ali American Adds, 2900-1910. Nueva York: Taschen, 2001, p. 66. 29 Ver Richard Sennet (1994). "La silla confortable". Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid: Alianza, 2007, p. 342.

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18573º, aparece "pasado de moda" si se lo compara con el sillón presentado por el fabricante norteamericano Razan, de Filadelfia, en la Exposición Universal de Londres en 1851: los resortes aumen­ tan la flexibilidad, una cremallera permite variar la inclinación del espaldar, tubulares hacen al conjunto más "liviano y de una gran simplicidad"31• Un dispositivo que "mejora" aún el "gran sillón con­ fortable inglés", vendido por la manufactura de Saint- É tienne, a comienzos del siglo xx, con su espaldar "invertido" , su "moqueta fina", sus cojines acolchados, su "punta del pie salida"32• La variación en la inclinación propuesta por las firmas estadouni­ denses es característica. El resultado facilitaría "la siesta" o "la lec­ tura", según la posición que se adopte, o incluso el sueño, una vez que el dispositivo se lo baje hasta convertirse en "cama"33• El usuario está invitado "a probarse" físicamente para encontrar el mejor ángulo ideal, para calcular una posición según las molestia que encuentre o la comodidad buscada. La " máquina" entonces confirma la presencia de lo sensible tanto como se lo espera; el mobiliario llama a la sen­ sación. Con él, el universo interno se inscribe directamente y, por primera vez, en los aparatos, sus estructuras, sus perfiles. Mencionemos otra mecánica: la chaise longue, totalmente revi­ sada, con su tela liviana y que se amolda, un conjunto de delgados tubulares, presente en los catálogos de fines del siglo x1x, pensado para sostener por completo un cuerpo acurrucado y relajado. Por fin, otra mecánica: más flexible, más liviana, más emoliente también, la comfort swing chair, propuesta en 1900 por la marca Hoggard y Marcus­ son, de Chicago. La posición sentada se vuelve oscilante. El cuerpo suspendido, enteramente llevado por la envoltura del artefacto, parece abandonarse hasta el mecerse. La publicidad promete casi efectos mágícos. "En algunos minutos usted se encontrará tan recu­ perado [refreshed] como después de una noche entera de sueño"34• Por supuesto, poco importa la afirmación, lo importante tiene que ver con la certeza de un resultado preciso: la convicción según la cual 30 Ver H . Havard. An. " Fauteuil " . Dictionnaire de l'ameublement et de la décoration depuis le xme. sifcle jusqu 'd nos jours. París, 1887-1890, 4 vol. 31 " Revista de la exposición de los EE. u u . " , Le Palais de Cristal, Journal de l'exposition de 1851, 21 de mayo, p. 36. 32 Catalogue. Manufacture Frarn;aise d'Armes et Cycles de St. Etienne, 1910, p. 862. 33 Catalogue. Manufacture Fran�aise d'Armes et Cycles de St. Etienne, 1924, p. 465. 34 Publicidad. "Comfon Swing Chair", Chicago, 1900, J. Heimann. Ali American Adds, 19001910, p . 237.

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el dispositivo puede actuar sobre el "adentro" del cuerpo tanto como sobre la manera cómo este se vive. Un último ejemplo, él solo nota­ ble: la manera como I sadora Duncan, la bailarina norteamericana, describe el apartamento que ocupa en Bayreuth en 1904: "Phillips­ ruhe contenía sofás, cojines, lámparas rosadas por cantidades, pero no tenía ni una silla"35• Pero habrá que matizar. Esta vertiente nueva del "reposo" no podría ser entendida como un simple triunfo de la "relajación" a fines del siglo XIX. La condesa Sténo, cuyo languidecer circunstan­ cial es sensible en Cosmópolis de Paul Bourget, " fuetea" regularmente su sangre con vivas abluciones matinales36• Su compañero, Lincoln Maitland, nunca "dejó de practicar los deportes más atléticos "37, de lo cual da fe una vasta "amplitud de espaldas"38 que emerge de su frac. El señor Monthelin, finalmente, en Historia de una parisina, prac­ tica la equitación y la esgrima con tanta destreza como regularidad39• El deporte mismo, desde fines del siglo XIX, integra este proyecto nuevo del "descanso". Pierre de Coubertin lo promete, lo describe , lo sitúa antes o después de los ejercicios o, incluso, en su intervalo, que compara por primera vez y minuciosamente, las impresiones "inter­ nas" provocadas por la chaise longue que debería utilizar el atleta, y las provocadas por el sillón tradicional: El sillón descansa directamente la pane media del cuerpo, los riñones, e indirectamente, la espalda y las piernas; no suspende la vida muscular. Si usted. está dotado de alguna facultad de análisis, va a sentir claramente, experimentando usted mismo esta dife­ rencia, que por lo demás no tiene nada de sorprendente, puesto que los apoyos que ofrece el sillón no son absolutos; que son per­ pendiculares solo a una porción del cuerpo y que no lo son a las otras porciones relativas, oblicuas [sic.) . Por todos estos motivos, por su forma y su elasticidad media, la chaise longue encorvada, con hundido, le permite al hombre procurarse un máximo de reposo en un mínimo de tiempo•º. . .

Es claramente una cultura nueva del cuerpo la que se dispara a fines del siglo XIX; no estamos diciendo que se borren los temas del 35 l . Duncan (1927). Mi vida. Madrid: Losada, 2007, p. 197. 36 P. Bourget. Cosmopolis, p. 152. 37 !bid., p. 128. 38 Ibidem. 39 Ver O. Feuillet. Historia de una parisina, p. 87. 40 P. de Coubenin (1906). " La silla larga del atleta" . Essais de psychologie sportive (1913) . Grenoble: Jéróme Millon, 1992, p. 20.

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esfuerzo o de la energía, todo lo contrario, se renuevan totalmente los del reposo, la reparación, el abandono y, sobre todo, aquel de la sensación muscular que se considera que los acompaña. La tradicio­ nal vigilancia de las posturas se flexibiliza, su estricta codificación se transforma, orientada hacia una mayor libertad, lo cual los deportis­ tas pretenden aplicar: "para considerar lo más práctico y lo más rápido habrá que sacrificar los bellos principios, las búsquedas de corrección y de elegancia, la lentitud y el acabado; esto es toda una revolución . . . "4'. Desde fines del siglo XIX, se cava una distancia entre los ejercicios apa­ rentemente más libres de los juegos deportivos y los más codificados de la gímnasia tradicional. Por esto la insistencia tan particular de los deportistas: "lo que necesitan [los niños] es ejercicios libremente prac­ ticados y el abandono de esa funesta preocupación que se tiene hoy de preparar a los adolescentes para su servicio militar"42. Y también es un asunto de distancia social. La actitud más libre, más "probada" , sino la más "trabajada", es la de las franjas socia­ les que quieren mostrar su comodidad a fines del siglo XIX, aque­ llas cuyos logros más individuales tienen que ver con "exponerse" a romper con la tradición de presentarse, que se considera rígida, acartonada. Sus representaciones íntimas son diferentes. Una marca de "serenidad" para esta clase social afortunada de fines del siglo XIX que Thorstein Veblen llamó la "clase ociosa"43, la cual justifica turismo, viajes, recorridos en paquebotes, "ese único lugar donde uno puede 'no hacer nada' sin sentir el menor remordimiento"44• Una nueva seguridad en la manera de habitar un cuerpo más afir­ mado45, también más sistemáticamente sentido , llevado por élites que frecuentan la universidad, que abordan las profesiones liberales, los oficios del sector terciario, las responsabilidades administrativas en vía de su lenta renovación. El Louis Bertin de Dominique logres, director del Journal des débats, en 1832, representado como firmemente plantado, voluntariamente recto, sugiere una imagen completamente diferente a la del aficionado 41 P. de Coubertin. La Gymnastique utilitaire. París, 1905, p. 12. 42 G. Saint-Clair. Sports athlétiques, jeux et exercices de plein air. París, 1883, p. x1. 43 T. Veblen (1899). Teoría de la clase ociosa. Madrid: Alianza, 2008, p. 83. 44 A. Corbin. " Del ocio cultivado a la clase ociosa" , en A. Corbin (dir.). L'Avenement des loisirs, p. 75. 45 El ejemplo norteamericano, que sin duda precede al ejemplo europeo, es notablemente analizado por D. Yosifon y P. Stearns en "The rise an fall or american posture " , American Historical Review, octubre de 1998.

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al arte, el doctor Victor Chocquet, representado por Paul Cézanne, 1877, sentado de lado, haciendo carrizo en su sillón, con brazos sueltos puestos en el espaldar. Se ha instaurado una informalidad aparente, incluso una pertenencia más grande de sí mismo.

La relajación y la respiración Este tema del "descanso", y el de algún beneficio íntimo que se pueda sacar por estar "distendido", hacen nacer una práctica radicalmente nueva a fines del siglo XIX: la llamada "relajación" . El desafío tiene que ver con un total relajamiento físico. Su objetivo es: sentirse uno mismo "más calmo"46, poseerse más, obtener de ello una ganancia completamente personal. Se añade acá una exigencia: ya no simple­ mente relajarse evitando "actuar" , sino buscar conscientemente la "no-contracción", investigar lo "sentido", esforzarse por abolir la ten­ sión47, entablar un diálogo con un < cuerpo> orgánico supuestamente "cómplice". Por primera vez, el hecho de "sentir el cuerpo" se vuelve objeto de un trabajo, por no decir de un acto tan específico como pen­ sado; un cuasi-programa, una inversión repetida, sistematizada. Se multiplican los ejercicios que conducen a un universo totalmente dife­ rente al del ejercicio muscular habitual. Fram;ois Delsarte, profe sor de canto parisino a mediados del siglo XIX, fue su creador. Sus teorías (sin embargo, ampliamente esotéricas, vagamente religiosas también), que orquestan la anatomía siguiendo una temática trinitaria, "Vida, Alma, Espíritu"48, no impiden para nada la búsqueda de una práctica inédita: "poner [al relajarlo] al cuerpo disponible para la expresión de los sentimientos"49. Tanto más en cuanto se añade el credo, amplia­ mente intuitivo, según el cual el "cuerpo y el alma no son sino uno"50• El tema del tono, más aún: su reciente revolución fisiológica5', sigue estando en el horizonte del propósito. Por esta razón la formulación del proyecto: sentir concretamente toda contracción para anularla 46 E. Miles. Cassel's Physical Educator. Londres/Nueva York/París, 1904, p. 231. 47 Ver en esa misma obra de E. Miles, una precaución subrayada: "There is much confusion between relaxing and not moving" < "se confunde mucho relajarse con no moverse" > , p. x1v. 48 Ver A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945). Pantin: Centre national de la danse, 2012, p. 147; y en particular, "el Impacto de Fran�ois Delsarte en los EE. u u . " , pp. 143-155. 49 F. Waille. Corps, art et spiritualité chez franfois Delsarte (1811 -1871). Des interactions dyna­ miques. Tesis de doctorado. Lille: A N RT, p. 726. so Ver A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945), p. 158. 51 Supra, p. 174.

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mejor, volver el cuerpo más fluido, proponer a la conciencia un real abandono. La finalidad primera será la facilidad en la expresividad del canto. Por lo contrario, los efectos van más allá. Delsarte localiza el trabajo sensorial, lo intensifica; aislar la percepción de cada una de las vértebras, por ejemplo, las "veinticuatro teclas distintas" de este admirable "teclado"52 que constituye la columna vertebral, se ejerce en el hundimiento de cada miembro también, efectuar una relajación en cadena, de la cabeza hacia los pies, para anular mejor así toda cris­ pación. Una "preocupación" muy particular emerge entonces, riguro­ samente "interna"; lo inverso de la movilización motriz, aunque sigue siendo una movilización "carnal". Con ella la conciencia muscular ya no será solo objeto de atención, se hace objeto de entrenamiento, de repetición, de afinamiento. La representación se ha impuesto. Sin embargo, no fue en Francia donde un sistema se impuso de entrada. La "relajación" no podría aún ser un fenómeno cultural entre 1850 y 1870. Fue en los EE. u u . , a fines del siglo, que un alumno de Desalter, Steele MacKaye53, logra hacer del relaxing un método conocido y difundido. ¿Ocurrió en "respuesta" a una industrializa­ ción rápida, a una multiplicación de los oficios de oficina, a un sen­ timiento difuso de tensión, a mil situaciones en las que cada uno se sentiría " probably cramped" 54, " anxious­ minded and strained" < ansioso mentalmente y tenso > ?55 Siempre serán los ejercicios que se sistematicen todavía más con métodos promo­ vidos en Norteamérica alrededor de 1900. Por ejemplo, la atención al ritmo respiratorio, a la lentitud calculada de cada movimiento, la preocupación por una concentración precisa en el gesto, la indica­ ción de "relajarse más y más "56 se hace más trivial en los métodos norteamericanos. Genevieve Stebbins identifica, en 1902, diez tipos de respiración que hay que "sentir", y distingue en ellas los niveles del torso, como también del abdomen57• Eustace Miles multiplica, en 1904, los ejemplos de "relajación" que hay que aplicar en la vida 52 F. Delsane, citado por F. Waille. Corps, art et spiritualité chez Fran{ois Delsarte (1811 -1871) . . p. 739. 53 Ver P. MacKaye. Epoch: the life of Steele MacKaye, Genius of the theatre, in relation to his times and contemporaries. Nueva York: Boni and Liveright, 1927; ver también A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945), p. 151. 54 E. Miles. Cassel's Physical Educator, p. 159. 55 ibid., p. 651. 56 lbid., p. 410. 57 Ver A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945), p. 153. .

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cotidiana: no fruncir las cejas, relajar la boca, los ojos, los dedos, los pies, caminar, hablar, escribir, comer "tranquilamente" (leisurely), "no crispar el conjunto del cuerpo"58• Algo todavía más original: sobre el cuerpo mismo se inventan "imágenes" internas por realizar y por aplicar. Lo "orgánico" se renueva como objeto de conciencia, un testigo psicológico del sen­ timiento de sí. Cada parte física se ofrece como lugar de representa­ ción posible; relajarse consiste en imaginar su propio cuerpo una vez se ha estirado, "hundirse en el suelo"59 baj o el efecto de su peso; res­ pirar "calmadamente " consiste en imaginar su caja torácica que toma la forma de una "caja indefinidamente extensible"Go; abandonar su mano consiste en imaginar su "agarre" en contacto con un "objeto muerto"61; reencontrar la contracción una vez se ha efectuado la relajación sería experimentar una energía que atraviesa los múscu­ los como una "corriente de agua que invade un canal bruscamente liberado"62• Por supuesto que se trata de imágenes "construidas" , pero también queridas y decididas que hacen existir a l cuerpo como instancia psicológica, una prolongación directa de una "experiencia" interior. Sobre todo estas echan por tierra completamente el viejo universo clásico de las representaciones orgánicas; ya no más tea­ tro de los humores, figuras de los dolores o de las pasiones, las que animan un cuerpo que ha permanecido "externo "63, sino la creación de un flujo de imágenes coextendido a sí mismo, llamado a coincidir consigo mismo, que modula sus estados según la manera como es orientado conscientemente. Tenemos además que (contrariamente a las conclusiones un poco apresuradas de los fisiólogos del siglo XIX sobre la "base física de la unidad del yo"64) la conciencia será aquí claramente primera con relación a un cuerpo que se ha vuelto su lugar de existencia y de expresión. Originalidad fundamental como ninguna: esta misma conciencia no puede concebirse y "trabajarse" sin la inmediata movilización de su vertiente corporal.

58 E. Miles. Cassel's Physical Educator, pp. 652-653. 59 !bid., p. 13.

6o !bid., p. 5. 61 G. Stebbins (1901). Desartean System ofExpression. Nueva York: Dance Horizon, 2011, p. 88. 62 Ibidem. 63 Supra, p. 33. 64 Supra, p . 152.

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La danza y el "adentro" del cuerpo En torno a esos "ejercicios" previos de relajación se inventa una danza igualmente nueva a fines del siglo XIX; distender en primer lugar el cuerpo para sugerir mejor una dinámica "que rompa como una ola"65 hacia miembros "distendidos" y domeñados. El "delsartismo" habría promovido tal actuación, y llega incluso a "liberar nuestros cuerpos de las cadenas que entraban nuestros miembros", según el New York Herald del 20 de febrero de 189866• Isadora Duncan, la bailarina esta­ dounidense que importa su método a Europa desde 1899, es la que implanta la innovación con mayor fuerza y de la manera más precoz, la que le da su forma más construida. Además de la referencia a Del­ sarte, una primera apuesta apunta a la crítica radical de los instru­ mentos tradicionales de la danza académica: el corsé considerado como demasiado opresor, las zapatillas y su punta rígida juzgadas demasiado artificiales, el porte global también calificado como dema­ siado "deformador". Isadora baila sola, con los pies desnudos, vestida con velos transparentes y ligeros, y con la música de su elección. Una manera de rebelarse contra las convenciones, una manera de impul­ sar más la simple anatomía. Su cuerpo desde entonces se inflama con tal fuerza y con tal originalidad que el público queda cautivado. Los críticos juran que se trata de la absoluta creación: "ella deja en uste­ des una huella imborrable"67• Más allá de la voluntad de liberación y del talento tan singular de la bailarina, su segunda apuesta tiene que ver con el proyecto expresivo: vivir intensamente el cuerpo para hacerlo "vibrar" mejor en la escena. En sus gestos, Isadora Duncan pretende reencontrar fuerzas originales, volverse el "símbolo de la libertad nueva"68, expresar "los sentimientos y las emociones de la humanidad"69, cantar "las alegrías del cuerpo"70• Su imaginario se reúne con lo cósmico, "que ondula al ritmo del océano"71• Ella tras65 Ver L. Doat. "Sobrevivencias de Isadora", Reperes: cahier de danse, n• 15, marzo de 2005, p. 16. 66 Citado por A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945), p. 155. 67 J. Gazeau. "Les entretiens idéalistes", Cahiers mensuels d'art et de philosophie, 29 de dic. de 1909, p. 300. 68 A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945), p. 169. 69 l . Duncan. Mi vida, p. 43. 70 !bid., p. 96. 71 V. Pressard-Berthier. Expression de l'intériorité en danse moderne et contemporaine. Tesis de doctorado, EHESS, París, 2013, p. 142.

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torna el proyecto tradicional de la danza en tanto le opone a las for­ mas "fijas" del exterior las fuerzas que vienen del interior. Le añade con el tiempo una sensibilidad a los ternas dionisíacos, los de Nietzs­ che entre otros, la voluntad de dejar emerger el trance, o la sensibi­ lidad por los ternas evolucionistas que pretenden reanudar con "las fuerzas inmanentes de la evolución que operan en la naturaleza"72• A pesar de estas referencias ampliamente aproximadas, incluso frí­ volas, la tentativa que se juega es claramente expresar un cuerpo que promueve corno nunca la resonancia interior. Para eso este "método" deliberado que toca un público, le sugiere la sensibilidad "interior": "el deseo precede la acción", "la sensación se impone sobre el gesto" , l a bailarina " n o puede hacer otra cosa que experirnentar"73, dice con mucha exactitud Laetitia Doat en una tesis reciente. Una estructura casi física especifica por lo demás toda la origina­ lidad del proyecto; el propio movimiento parece empujado por una fuerza sensible que se ha vuelto visible , el ondeo, la oleada, lo vibrátil, el desequilibrio, el "serpenteo"74• Es lo que sugiere André Levinson corno espectador atento: "por ella la danza se volvía el empuje libre del ser que se deja llevar por sus impulsos; el balbuceo perdido del músculo. Una expresión inmediata del yo, este arte lo emancipaba de toda disciplina prerneditada"75• El personaj e se introduce a la moder­ nidad: sus pies desnudos y su cuerpo apenas velado simbolizan una vida más libre , más liberada de las limitaciones de la época, que con­ testa tanto a la familia tradicional corno a la dominación sufrida por la mujer, o la educación autoritaria y disciplinada. Algunos de los textos dejados por la bailarina revelan una atención excepcional a la sensibilidad corporal hasta la descripción deliberadamente sujetiva, casi pionera, de los dolores "que desgarran los huesos y los nervios, corno si algo se moliera en rní"76 vividos personalmente en el parto. La danza se inscribe en un mundo y una sensibilidad. Para muchos comentaristas, "en la historia del cuerpo habría un antes y un después de Duncan"n. Los espectadores de cornien72 A. Suquet. L'éveil des modernités, une histoire culturelle de la danse (1870-1945), p. 163. 73 L. Doat. Voir une danse, décrire et interpréter lsadora Duncan. Tesis de doctorado, Universi­ dad París 8, 2013, pp. 53 - 57. 74 E . Faure (1934), "D'Isadora et de la danse ". l. Duncan, la Danse de !'avenir. París: Complexe, 2003, p. 123. 75 A. Levinson (1929), "In Memoriam", en l. Duncan. La danse de ( 'avenir, p. 134. 76 l . Duncan. Mi vida, p. 242. 77 Y. Ripa. " Prefacio" a l . Duncan, Mi vida, p. 13.

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zos del siglo xx han sacado de ella el sentimiento de que su propia interioridad física podía ser conmovida: "esta figura aislada en una escena solitaria confronta a cada uno de nosotros con el secreto de un deseo primario invenciblemente inscrito en la fibra de nuestro ser"78• Más aún, la visión de cada paso danzado es transformada definitivamente; el ritmo penetró terminantemente el cuerpo: "el hombre siente naturalmente vibrar los ritmos en todos sus músculos conscientes"79.

La tentación de la "ortopedia moral" La insistencia en lo psicológico, la atención a la consciencia corporal y el triunfo de una imagen transformada en acción tienen también su vertiente "reductora" . Una "rigidez", incluso una dureza, pue­ den triunfar aquí: el imaginario de una transferencia mecánica, por ej emplo, entre la representación y el cuerpo, el sueño de imponer algún orden interior, la aplicación primera y exclusiva de la "volun­ tad". Cuando el siglo bascula, se multiplican los textos sobre este punto que proponen una simple adquisición de fuerza, una impla­ cable dominación de sí mismo. Hacen del querer una instancia cen­ tral, que pretende "elevarlo [ . . . ] de una manera desconocida hasta entonces"ªº. Sugieren imágenes de agrandamiento proyectadas en cada comportamiento: una manera de imponer la potencia, de movi­ lizar la convicción hasta la autosugestión. El descubrimiento de un cuerpo psicológico se resumiría de golpe en un solo efecto: la emer­ gencia de un estricto mandamiento íntimo, la referencia a algunas palabras de encantamiento, a algunas evocaciones insistentes y repe­ tidas. La imagen motriz se volvería simple orden expresa. Tales intenciones tienen sus correspondencias sociales. La espera es contextualizada, se pone en la mira: afirmarse en una competen­ cia que se considera cada vez más creciente , por ejemplo, inven­ tar una fuerza, vivirse como eficaz, acerar un "vigor nervioso que se ha vuelto tan esencial para alcanzar su meta en la vida"ª'. Por supuesto, el tema de la ambición no es nuevo -está muy presente en los personajes balzacianos- pero el extremo despliegue de los 78 S . O'Sheel. "Isadora Duncan, Priestess", Poet Lore, vol. 21, n• 6, nov.-dic. de 1910, p. 481. 79 E. Jacques- Dalcroze (1907). " La iniciación al ritmo", Le Rythme, la Musique et l' tducation. París: Rouan, 1920, p. 58. So W. Gebhardt (1895). L'attitude qui en impose et comment l'acquérir. París, 1900, p. 5. 81 B . Macfadden. Muscular Power and Beauty. Nueva York, 1906, p. 9.

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estratos sociales es totalmente inédito en los últimos decenios del siglo XIX. El proyecto pertenece aquí a los dominados más que a los dominantes, a las franjas sociales necesitadas más que a las acomo­ dadas. El desafío es entonces explícito: trepar los escalones de un medio económico donde el terciario y la industria recompondrían los puestos, las responsabilidades, los salarios. El universo de fines del siglo XIX es su ilustración; el número de funcionarios franceses, por ej emplo, se duplica entre 1871 y 190082, así como se diversifi­ can grados y escalones en las administraciones. Los logros lenta­ mente afirmados imponen la obstinación, el compromiso personal, el "entrenamiento" calculado. Una palabra triunfa acá: "el cultivo de sí mismo como objetivo de vida"83• Una constatación sugiere , sobre todo, el temor de competencias nuevas, que movilizan precauciones, cálculos, preparaciones: Desde hace muchos años todos los pequeño burgueses de Fran­ cia, cultivadores, industriales, o comerciantes, hacen que sus hijos terminen el bachillerato con Ja esperanza de verlos con­ vertirse, hacia los 25 años, en abogados, médicos o funcionarios del Estado84•

De allí esta "ortopedia moral"85, esos ej ercicios concebidos "para adquirir una situación preponderante en la sociedad y volverse alguien"86• La ambición se transforma en ejercicio regular, la espera en pruebas repetidas, "el éxito de algunos que funda la voluntad persistente de promoción de todos"87• Desde entonces los consejos se multiplican, y toman al cuerpo como lugar de cambio visible, la "imagen motriz" que se vuelve simple instrumento. Todas estas son finalidades que corrigen, sugieren, imponen para "controlar" sus propios males, por ejemplo: "¿tiene en las rodillas un dolor que le impide caminar? Por la noche, al acostarse, antes de dormirse, dígase mentalmente: mañana caminaré; no sufro más, no tengo dolor,

82 Y. Lequin. "las Desiguales oportunidades de una nueva sociedad", en Histoire des fran{ais . . . t. 1 1, p. 329. 83 H. Maudsley (1874). Le crime et la folie. París, 1891, p. 279. 84 M. de Fleury. La Médecine de !'esprit, p. l . 85 W. Gebhardt (1900). Comment on devient énergique. París, 1912. 86 G . Bonnet. Précis d'autosuggestion. París, 1910, p. 11. 87 J.-M. Mauyeur. Les Débuts de la me. République. París: Seuil, 1973, p. 32. Ver también C. Charles. Histoire sociale de la France au xrxe. siecle. París: Seuil, 1991, pp. 180 ss.

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puedo carninar"88• Para controlar sus propios gestos y movimien­ tos, "hoy quiero que mis músculos sean instrumentos dóciles"89. Para controlar sus propias apariencias y formas, "verse en la imagi­ nación, tal corno uno querría ser, ya sea moral, ya sea orgánica, ya sea plásticarnente"90• El llamado a la fuerza se vuelve "evidencia para cada uno"91, o también la struggle for life, según la fórmula sacada de manera muy superficial de Charles Darwin92. No hay ninguna duda: la representación se ha impuesto claramente , pero por medio de fórmulas tan reductoras corno crispadas. Tal es el universo de esta literatura nueva que promete la "confianza en sí"93, que detalla la manera de "volverse fuerte "94, la de "hacer su camino en la vida"95• Tal es también el contexto que hace correr el riesgo de empobrecer el descubrimiento decisivo de un cuerpo psicologizado.

El ejercicio y la transformación de sí Sin embargo, es imposible quedarse con esta sola constatación. Una novedad se impone con el comienzo del siglo xx, más allá de tales simplificaciones: recordar en cada ejercicio la necesaria presencia de la sensación o, mejor aún, buscar ejercicios que confronten sistemá­ ticamente la acción con la sensación misma y con su representación. Estas últimas ganan entonces en psicología, cultivan la apropiación interior y se dirigen a la conciencia corno su doble obligado. El sen­ timiento de sí, con su lenta conquista psicológica, explota desde comienzos del siglo xx el ejercicio y la acción sobre sí corno nunca lo había hecho. Bernard Macfadden, el creador del body-building, aconseja la mul­ tiplicación de respiraciones lentas, profundas, sistemáticamente "vividas", hasta el sentimiento de alcanzar algún "último " desplie88 G. Bonnet. Précis d'autosuggestion. París, 1910, p. 55. Ver también H . Guillemain. La méthode Coué. Histoire d 'une pratique de guérison au xxe. siecte. París: Seuil, 2010. 89 J. de Vignes Rouges. La gymnastique de la volonté. Méthode pratique d 'education du caractere. París: J. Oliven, 1935, p. 55. 90 P. C. Jagot. " L'autotraitement psychíque " , en A. Bíterlin y P. C. Jagot. L'art d 'embellir son corps. París, 1932, p. 193. 91 E. Sandow. Strength and how to obtain it. Londres, 1900, p. l. 92 Ver E. Desbonnet. Comment on devient athltte. París, 1909, p. 47. 93 El primero de estos textos es estadounidense, recientemente traducido al francés (Payot, 2000): R. W. Emerson (1844). La confianza en sí y otros ensayos. Madrid: Gadir, 2009. 94 J . de Leme. Comment devenir fort. París, 1902. 95 S. Roudes. Pour faire son chemin dans la vie. París, 1902.

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gue96; Jean-Pierre Müller, inventor de un método de ejercicios inter­ nacionalmente difundido en muchos millones de ejemplares, en los años 1900, aconseja ej ercitarse en la contracción de algunos músculos "al vacío" , en todos los sentidos, los de los pies por ejemplo, de los dedos de los pies, para "sentirlos" mejor, cultivar la consciencia de sus apoyos97; Louis Chauvois, difusor de un método antiobesi­ dad, aconseja acompañar todo entrenamiento con un esfuerzo muy lúcido "de calma y de reposo nervioso"98• Desde 1906, Macfadden en particular -lo cual muestra nuevamente la precocidad de la cultura estadounidense en este punto- crea ejercicios que apuntan especí­ ficamente a la toma de consciencia muscular: mantener fuertemente uno de sus propios brazos en la espalda, por ejemplo, al mismo tiempo que se busca llevarlo lo más arriba posible ( " as hight as you can"); mantener la espalda del mismo lado, apoyar la mano derecha sobre la mano izquierda al mismo tiempo que se busca elevarla lo más alto posible; resistir con la cabeza la fuerza más grande que la mano aplique en ella99• En este caso, el cuerpo es tanto activo como actuado, actor y sensible al mismo tiempo, tanto más sensible en cuanto que es el actor. Lo que desplaza el obj eto del "hacer" , al fusio­ nar acción y reacción; el cuerpo aplica la tensión a sí mismo para prolongarla mejor en experiencia sensible. Por esto ese cruzamiento entre fuerza y autoapreciación, esfuerzo visible y autopercepción. La sensación interna está en el corazón del proyecto. La exclusividad de la fuerza misma parece más discutida: "no hay una correlación necesaria entre la potencia bruta de los músculos y la de los órganos esenciales de la vida"10º. En cambio, se abre una vía inexorablemente que introduce lo sensible en el seno de los ejerci­ cios mismos; se extiende con los años 1920, adoptada, profundizada, comentada por los entrenadores, las practicantes, los deportistas. Toda descripción de movimientos, por variados que sean, se cuida desde entonces de no omitir las sensaciones y las representaciones que ellos deben, o que están llamados a provocar: el necesario "rela-

96 B. Macfadden. Muscular Power and Beauty, p. 31 ("ful!est capacity"). 97 J.-P. Muller. Le livre du plein air. París, 1909, p. 45. 98 L. Chauvois. Les désanglés du ventre. Maladies par reldchement des parois et organes abdomi­ naux. París: Maloine, 1928, p. 175. 99 B. Macfadden. Muscular Power and Beauty, p. 62. 100 Anónimo. La culture du corps au point de vue de la san té. París, 1901, editado por Williams, p. 34.

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jamiento de las piernas hasta las caderas'"º' en algunas formas de nadar; la necesaria y relativa "impresión de caída"1º2 para adelantarse mejor y favorecer el llamado en ciertos saltos; la necesaria " decon­ tracción del tronco"103 para facilitar mejor la respiración en la carrera; la necesaria "concentración muscular"104 para la mayor parte de las acciones. El "actuar" no puede existir sin "experimentar", y sin "con­ cientizarse". Convergen así impresiones e imágenes, lo cual recuerda André Obey, que comenta sus experiencias de carrera en 1924, y pone atención deliberadamente en lo que sentía: "me contraigo y me relajo. Funciono sin ruido. Me he subido sobre bolas que ruedan en aceite"105• H enri de Monterlant quien evoca sus sensaciones atlé­ ticas, en 1924, y "su suavidad que cierra los ojos"1º6• O Jean Prévost, en 1925, que transforma lo interno en un universo de mensajes y de signos trastocados por las prácticas deportivas, hasta lograr alguna posible "revisión" del yo: "esas advertencias y esa pesadez de múscu­ los seguían siendo un lenguaje aunque sutil, extraño . . . como noticias que le telefonean a uno de provincias. Más curiosa y más yo mismo, una nueva vida orgánica se elevaba con el vigor del ej ercicio, hasta el nivel de mis pensamientos"107• Sin ninguna duda que las experiencias son aquí modestas, incluso son triviales, pero confirman hasta qué punto están en el centro de las prácticas nuevas, que el individuo de comienzos del siglo xx busca vivirlas mejor, o para existir mejor o al menos para representarse mejor. De los juegos de aturdimiento a la relajación, de la danza moderna a los ejercicios deportivos, del imaginario al hacer, las investiduras físi­ cas de comienzos del siglo xx han vuelto a desplegar totalmente los modos de escucha de sí mismo, el lugar dado a lo sensible, las cone­ xiones entre lo "sentido" físico y la manera de pensarlo; ha prolongado lo que la literatura, la psicología, la fisiología de la misma época han podido descubrir, e implican en ello la totalidad de la esfera corporal en cada una de nuestras sensaciones; han introducido también la sen101 F. E. Dalton. Swimming Scientifically Taught. Londres, 1918, p. 72: "The legs must be relaxed".

102 P. Withington. The Book of athlectics. Boston, 1922, p. 236. 103 E. Mercier. L'éducation physique par l'athlétisme. Paris: Federación Francesa de Atletismo, 1925, p. 153. 104 E. Antoine. L'athlétisme. París: Nilsson, 1913, p. 113. 105 A. Obey. L'orgue du stade. París: Gallimard, 1924, p . 84. 106 H . de Monterlant (1924). Les olympiques. París: Gallimard, 1959, p. 337. 107 J . Prévost. Plaisir des Sports. París: Gallimard, 1925, p. 25.

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sibilidad contemporánea pronta a asegurar hasta qué punto "nuestro cuerpo es nosotros mismos. É l es nuestra única realidad palpable"'os según una certeza que no se desmiente. Sin ninguna duda, el cuerpo hoy ya no es el mismo que el de comienzos del siglo xx. Sus apariencias se han modificado, sus cua­ lidades se han hecho más sutiles, los recursos se han vuelto más masivos, las defensas se han presentado más seguras. Además, su total pertenencia al universo psicológico prolonga una dinámica nacida desde hace mucho tiempo, aparecida con la modernidad de la Ilustración, cuya historia constituye el núcleo de este libro. Pero hay algo más: el comienzo del siglo xx hace emerger de un largo recorrido una idea decisiva y durable según la cual la " sensación de nuestra personalidad"109, el "sentimiento de sí", encuentran funda­ mentalmente su origen en la "representación" del cuerpo.

1 0 8 C. Bernstein y T. Benherat. Le corps a ses raisons: auto-guérison et anti-gymnastique. Paris: Seuil, 1978, p. 12. 109 P. Bonnier. "L'aschématie" , p. Go7.

CONCLUSIÓN

Cuando un interés nuevo por la sensibilidad "interna" se crea en el siglo xvm, variados índices de malestar orgánico, males de los nervios, espas­

mos, crispaciones, vértigos, desórdenes marginales o discretos, todo parece indicar una nueva etapa en el afinamiento de lo sensible, aquel mismo que sugiere desde siempre la historia de la cultura occidental. Los índices internos se diversifican y se agudizan tanto como se diver­ sifican y se agudizan los externos, los del olfato o del tacto, del oído o del gusto, estos que se considera que precisan siempre más el mundo y sus entornos. La sensibilidad acrecentada por el cuerpo acompañaría la sensibilidad aumentada por el medio; el enriquecimiento de los mensa­ jes carnales sería del mismo orden del enriquecimiento de los mensajes espaciales. El hombre "interiormente" sensible, evocado por la Ilustra­ ción, no sería sino un simple testigo de la inexorable marcha del proceso cultural occidental. Sin embargo, nada es simple, nada es tampoco unívoco. Nacen revisiones profundas con el nuevo despliegue de esa sensibilidad "interna" , de las inflexiones mayores, decisivas. Lejos de limitarse a los dolores y a los trastornos de los órganos alguna noche , el princi­ pio inédito sobre este tipo de sensibilidad concierne completamente a los comportamientos cotidianos, las maneras de ser, las de vivir y de experimentarse. El "yo siento, por tanto yo soy", claramente afir­ mado por la cultura del Siglo de las Luces, totalmente diferente del clásico y cartesiano "pienso luego existo ", conduce a consecuencias más centrales de lo que parece. No solo se acompaña de una manera nueva de apreciar las "cosas", de hacer más curiosos los efectos pro­ vocados por el universo material, los del agua, el aire, el calor o el frío, lo bello, lo feo, lo cercano o lo lejano. No solo hace al medio más rico, más inesperado. Se acompaña también de una manera totalmente inédita de vivirse uno mismo, de buscar en el cuerpo una seguri­ dad, una certeza hasta entonces desconocidas. Con él, la identidad

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

se desplaza, ya no solo garantizada por el alma, o la antigua convic­ ción de alguna claridad interior, sino por un sentimiento, una impre­ sión más sorda, más opaca, fundada en el cruce de lo carnal y de lo mental, que mezcla lo inmediato de la conciencia y la inmediatez del cuerpo. Esto conduce más a cada quien a pensarse a partir de su propia presencia física. El nuevo análisis de algunos síntomas lo dice , comentados por primera vez en la segunda mitad del siglo xvm con miras a evocar esta misma identidad; lo imaginario de las defor­ maciones del espacio interior, por ejemplo, el sentimiento "ilusorio" de perder sus propios límites o el de experimentar su incontrolable retraimiento; vivir un desplazamiento incoercible de las envolturas "personales" ; un fenómeno de entrada sentido como un sufrimiento, un irremediable cambio de ser, una pérdida de pertenencia, mientras que tal fenómeno era hasta entonces juzgado irrisorio o sin alcance. En este caso cambió el testimonio "primario"; ya no alguna luz de conciencia, sino lo que experimenta el cuerpo, su volumen, sus cua­ lidades, su densidad. También las palabras lo dicen, la invención de Diderot, por ejemplo, que recurre por primera vez al sustantivo "sí mismo" con miras a evocar una interioridad personal, hasta entonces definida por la palabra alma, un "sí mismo" que sería precisamente compuesto , una unidad íntima constituida por una reunión sensible como por una confluencia reflexiva. Nada distinto al "centro común de todas las sensaciones " , según la afirmación de Diderot, o también la expresión completamente inédita, de la segunda mitad del siglo xvm , de "sentimiento de existencia", evocada en la Enciclopedia para designar la primera certeza de pertenencia a sí mismo, que mezcla el testimonio de conciencia y el testimonio de los sentidos. No hay ninguna duda de que tales cambios transformen la curio­ sidad sobre lo que se experimenta. Los ejemplos se diversifican, se profundizan, develando esperas nuevas, "comodidades", estados íntimos, efectos sensoriales, no simplemente para testimoniar mejor la riqueza del mundo, sino más bien para legitimar algún "goce de sí", para instalar y reforzar mejor también, el "sentimiento de sí". Conversión profunda puesto que , en tal búsqueda, es claramente el individuo el que se define de otra manera, dado que se ha vuelto más dependiente de sí mismo , menos sometido a alguna orden divina de la que el alma sería el reflejo, alojado más en sus propios límites, más condenado a medirlos y a apreciarlos. Entonces, no nos va a sorpren­ der constatar que, en numerosas descripciones inéditas del siglo xvm

Conclusión

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-las completamente triviales de la gastronomía, la sensualidad, el ejercicio o, incluso, la fatiga y el reposo- la búsqueda de un "descu­ brimiento de ser" está en el centro, un acento puesto en la existen­ cia, aquella misma de la cual lo " sentido" del cuerpo sería el primer testigo y la primera apuesta. La manera de experimentar cambió de contenido, como de sentido, los índice físicos se han vuelto maneras de expresar el sí mismo, al mismo tiempo que sus cenezas íntimas. A este descubrimiento de ser, de experimentar "estados" , no podía dejar de asociarse pronto una práctica más ambiciosa: hacer de tales objetos así "sentidos" lugares posibles de conocimiento y de saber, transformar los mensajes internos en índices, y revelar cau­ sas, explicaciones imprevistas sobre sí mismo. Tal es el proyecto que nace a comienzos del siglo XIX, que pretende confrontar "lo físico y lo moral" , anudar sensibilidad visceral y sensibilidad personal, encon­ trar en las "impresiones internas" las fuentes de trastornos íntimos, de fluctuaciones de carácter, incluso de actitudes mentales. Primera psicología, primera "ciencia del hombre " , centrada en las sensacio­ nes oscuras, los mensajes orgánicos, las impresiones carnales. La aparición de los "diarios íntimos", en el mismo momento, confirma tal ambición; la voluntad de escribir en ellos "todo lo que se vive" y expresar ese mismo todo "sin borrar nunca" , dejar emerger un sen­ sible abundante, con un solo y único objetivo: conocerse mejor. Un nuevo universo "interno", explorado como nunca, se transforma en objeto literario como en objeto de cultura y de saber. Una psicología igualmente transformada en el siglo XIX, igual­ mente dirigida hacia lo interno, curiosa de nervios, de mensajes, de trayectos sensibles, escrutadora de impresiones hundidas u olvida­ das, conduce a saberes también completamente nuevos. La "coor­ dinación de los gestos" y el conjunto del comportamiento propio pueden ser definitivamente repensados si se tienen en cuenta las sensaciones venidas del "adentro". Por ej emplo, el relajamiento de los músculos antagonistas para liberar mejor las contracciones; la apreciación de las presiones musculares para agarrar mejor los objetos; la reacción siempre corregida a la gravedad para ajustar las posturas. De manera más profunda, sobre un a priori sensible se funda esta fisiología del siglo XIX para explicar toda movilización del cuerpo; lo mostraría el sorprendente ej emplo de enfermos incapa­ ces de moverse en la oscuridad, pero que sí lo pueden hacer si hay luz. Duchenne de Boulogne da de ello una explicación desigual: la

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El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

ausencia de sensibilidad interna les impide iniciar todo movimiento, todo desplazamiento, mientras que el apoyo de la vista, la mirada sobre sus gestos, les restituye puntos de referencia y de sostén. De repente, nada distinto a una sensibilidad interna que se ha vuelto condición primera de la percepción de sí mismo y de la movilidad. Es pues un inmenso campo de lo sensible el que se devela progre­ sivamente desde la Ilustración: un enriquecimiento de referentes y de objetos, aumento de la profundidad, afirmación del sentimiento de "sí". Pero, además, tenernos que estas sensaciones internas -en las que se revelan la vertiente sistemática, la coherencia- no pue­ den dejar también de tener sus correspondencias mentales. Es lo que mostrará la psicología de fines del siglo XIX; bajo la forma de imagen y de representación se impondrá finalmente ese sensible particular; el universo que se ha vuelto figura global e íntima, cuadrícula inte­ riorizada, dibujo dinámico que duplica en la consciencia el conjunto de las potencialidades orgánicas. Palabras y referentes nuevos lo dirán en el paso al siglo xx: "imagen motriz", "esquema corporal", "esquema postural", "representación espacial del cuerpo", "imagen del cuerpo". Tantos nuevos objetos psicológicos. Tantas referencias interiores totalmente redesplegadas; ya no solo la conciencia de lo sensible, sino la de una topografía "interna" , un volumen, un espa­ cio personal nuevamente designado. Una prueba sin duda de la pro­ funda transposición de los datos corporales en el lindero de nuestra época actual; conductas que se globalizarán tanto corno se interiori­ zarán en una esfera única llamada lo "psíquico". Finalmente , es en esta esfera -último cambio a comienzos del siglo xx- donde pueden nacer proyectos de acción sobre sí mismo o transformaciones de sí. Lo sensible así transpuesto, mentalizado, se vuelve proyecto de iniciativa, "método" de intervención. Sobre las imágenes interiores de sí se multiplican entonces proposiciones nuevas: relajaciones, autosugestiones, danzas, ejercicios de ritmo, prácticas de concentración o de expresión. Sobre un cuerpo "psico­ logizado" viene a movilizarse un mundo sensible y subyacente. Tan­ tas iniciativas que conducen a las prácticas completamente actuales; esas certezas de descubrirse a sí mismo por medio de la "consciencia profunda del cuerpo", de "liberar el espíritu dedicándose directa­ mente al cuerpo", de "borrar las contracciones [físicas] contamina­ doras" para "encontrar mejor su verdad" . Ese "adentro " se exploraría

Conclusión

225

como antaño lo fue el alma; lugar central, o al menos imprescindible, de la identidad. Interminable historia en la que una primera toma de conciencia, la de los límites del individuo, la de la reducción a sus propias envol­ turas -en la que una hizo de la intimidad sensible un lugar tanto de misterio y de verdad, como de prácticas siempre renovadas.

ÍNDICE ONOMÁSTICO

A

Abirached, Roben; 76 Albert, Pierre-Joseph; 93 Alembert, Jean Le Rond d'; 4, 11, 16, 18, 46, 47, s8, 67-71, 82, 1s1, 190 Alquié, Ferdinand; 24 Amiel, Henri-Frédéric; 1os-108 Andrieu, Bernard; 163 Andry, Charles; 60, 61 Angelvin, Lucien; 17S, 176 Antoine, Emile; 219 Anzieu, Didier; 169 Arbuthnot, John; Sl Aries, Philippe; 31 Aristóteles; 28, S4 Arnould, Jules; 174 Assegond, Albert; 119 Athanassio, Alex; 194 Aubert, É douard; 6S Auerbach, É ric; 34 Auroux, Sylvain; 20 Ávila, Teresa de; 22 Azouvi, Fram;ois; 29, 69, 110, 111, 113, 114 Azygos; 174 B

Bacheaumont, Louis Petit de; 78, 79 Bacon, Francis; 24, s o Bacular d' Arna u, Fram;ois-Thomas-Marie de; SS Badinter, É lisabeth; S6 Baertschi, Bernard; 112-114 Balestre, Albert; 173 Balzac, Honoré de; 94, 98, 99, 123 Barthélemy, el Inglés; 28

Barthez, Paul-Joseph; 62, 91 Baudelaire, Charles; 129-131 Baudry, Christine; 2 Beard, George Miller; 17s, 176 Beaunis, Henri; 143, 162-166, 170, 186-189 Béclard, Jules-Auguste; 174 Bégout, Bruce; 112, 113 Behan, Richard Joseph; 164 Bell, Charles; 142, 143, 146, 147 Belleguic, Thierry; S7 Belon, Pierre; 128 Benedicti, Jean; 41 Béranger, Pierre-lean; 206 Beresford, James; 73 Bergson, Henri; 166 Bernard, Claude; 143 Bernardin de Saint Pierre, Henri; 16 Bernstein, Caro!; 2, 220 Bertherat, Thérese; 2, 220 Bertholon, Pierre; 47 Besnard, Charles; 49 Bichat, Xavier; 93 Biterlin, Alfred; 217 Blanchard, Raphael; 138 Bloch, Jean-Jacques; 204 Boaystuau, Pierre; 2s, 26 Bodin, Thierry; 122 Boigey, Maurice; 199 Bonduelle, Michel; 193 Bonnard, Pierre; 206 Bonnet, Géraud; 216, 217 Bonnier, Pierre; 188-191, 220 Bordeu, Théophile; 12, 13, 3S. 48 Boswell, James; 72 Bougnoux, Daniel; So Bouillaud, Jean-Baptiste; 96

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El sentimiento de sí. Historia de Ja percepción del cuerpo

Boureau Deslandes, André-fran\ois; 1S, 18 Bourgain, Pascale; 23 Bourges, Michel de; 122 Bourget, Paul; 2os, 208 Bourguignon, J.; 176 Bourneville, Désiré-MagJoire; 192, 193 Boutaric, Jean-Jacques; 93, 94. 99 Brachet, Jean-Louis; 14S Brécy, Maurice; 176 Breuer, Jose� 19s, 197 Brewer, John; S7 Briggs, Robin; 43 Brillat Savarin, Anthelme; 123, 124 Briquet, Pierre; 14S. 146, 148 Brissaud, É douard; 176, 180 Brisseau, MicheJ; 82, 83 Broussais, Fran\ois-Joseph-Victor; 133 Buchan, William; s2 Buffon, Georges-Louis Leclerc de; 17 Burdach, Carl Friedrich; 12s Burel, Charlotte; S7. S8 Bunon, Roben; 12, 12s e

Cabanes, Jean-Louis; 123 Cabanis, Pierre-Jean-Georges; 4, 91, 99-102, 107, 132, 133, 193, 198 Camus, Paul; 169, 171 Caraccioli, Louis-Antoine de; 72 Cardano , Jerome; 32, 12s Carpaccio, Vittore, 23 Carpenter, William Benjamin; 144 Carroy, Jacqueline; 81, 123 Casanova, G. de Seingalt; SS Ceneau, Michel de; 40 Cézanne, Paul; 210 Clair, Jean; 168 Clairon, Mlle; 7S Cleij , Afina; 129 CoJeridge, SamueJ Taylor; 129 CoJet, Louise; 120, 123 Compayré, Gabriel; 1s4, 1ss Condillac, É tienne Bonnot de; 14, 1s, 17, 102, 113, 11S Condorcet, Jean-Antoine-Nicolas Caritat de; SS. S 6 Constant, Benjamín; 103, 104

Corbin, Alain; 31, 97, 138, 139, 204, 209 Cornaro, Luigi; 23 Corraze . Jacques; 191, 192 Coubenin, Pierre de; 208, 209 Courbon, Antoine; 9S Cruveilhier, Jean; 137 Cullen, William; 48-so, 60, 83, 187 Cureau de Ja Chambre, Marin; 34 Cyrano de Bergerac, Savinien; 43, 44, 119 Czergo, Julia; 204 CH Champfleury; 198 Charas, Molse; 128 Charcot, Jean Manin; 14S. 193, 194 Charles, Christophe; 216 Chauvois, Louis; 218 Cherechewski, Jacques; 188 Choay, Fran\oise; 27 Chomel, Auguste Fran\ois; 9S Chopin, Frédéric; 93, 94, 99 D

Dagognet, Fran\ois; 62 Dalton, Frank Eugen; 219 Damasio, Antonio; 112 Darnton, Roben; 78 Darwin, Charles; 217 Daumier, Honoré; 129 Davy, Humphrey; 137, 138 Defazio, Kimberly; 174 Delacroix, Eugene; 129 Delapone, Fran\ois; 146 Delon, Marianne; 204 DeJrio, Manin Antonio; 38 DeJsane , Fran\ois; 210, 211 DeJumeau, Jean; 20, 21 Demeuse, NicoJas; 49 Deny, Gaston; 169, 171 Desbonnet, Edmond; 217 Descartes, René; 14, 24, 30, 34, 4S. 112 Destutt de Tracy, Antoine; 11s Diderot, Denis; 4, 11-20, 2s, 31, 3S. 46, 67-71, 74-76, 82, 121, 1s1, 222 Didier, Beatrice; 1os Doat, Laetitia; 213, 214 Doucet, Genevieve; 2 Duby, Georges; 31

indice onomóstico Duchenne de Boulogne, Guillaume147-150, 223 Benjamin; Du Chesne, Joseph; 37 Duchesneau, Fram;ois; 48 Duckett, William; 137 Du Laurens, André; 35, 36, 125 Dumas, Alexandre; 94, 122, 129 Du Moulin, Pierre; 29 Duncan, Isadora; 208, 213-215 Du Seigneur, Maurice; 173 Dutrait, Fran�ois; 53 Duval, Mathias; 181 E

É lie de Beaumont, Jean-BaptisteJacques; 59 Emerson, Ralph Waldo; 217 Épinay, Louise d'; 55, 56 Esquirol, Etienne; 133-136, 155 Ettmuller, Michael; 30 Evelyn, Rosalie; 1 Even, Luden; 111 F

Fabre, Fran�ois-Antoine-Hyppolyte; 132 Fajardo Spinola, Francisco; 43 Falcon, Jean; 26 Faure, É lie; 214 Fédida, Pierre; 196 Ferber, Sarah; 40 Feme!, Jean; 26 Feuillet, Octave; 206, 208 Figuier, Louis; 137, 149, 150 Flandrin, Jean-Louis; 31 Flaubert, Gustave; 120, 122, 123 Fleury, Mauride de; 172, 173, 216 Flourence, Pierre; 144 Foisil, Madeleine; 31 Foucault, Michel; 96 Fougeret de Monbron, Louis-Charles; 120, 121 Fouinet, Ernest; 118 Fournol, Léon; 174 Franklin, Benjamin; 51 Freud, Sigmund; 5, 194-197, 199 Furetiere, Antoine; 3, 29, 33

229

G

Gagnebet, Claude; 42 Galeno, Claudio; 25, 26, 30 Gari Lacruz, Ángel; 42, 43 Garrick, David; 74 Gaubert, Paul; 97, 98 Gauchet, Marce!; 135, 155 Gaufridy, Louis; 40, 43 Gauthier, Aubin; 81 Gouthier, David; 71 Gautier, Théophile; 129 Gayot de Pitaval, Fran�ois; 40, 43 Gazeau, Jeanne; 213 Gebhardt, Willibald; 215, 216 Gely, Claude; 106 Georget, É tienne-Jean; 134 Gerdy, Pierre-Nicolas; 100, 144 147, 148 Giraldes, Joachim; 138, 139 Girard, Alain; 103, 104, 107 Gley, Eugéne; 181 Goethe, Johann von; 55 Goetz, Christopher; 193 Goldstein, Jan; 132 Goldstein, Kurt; 182 Goncourt, Edmond y Jules de; 125 Goyard-Fabre, Simone; 15, 16, 20 Grand-Carteret, John; 198 Granger, Christophe; 174 Grasset, Joseph; 170, 181 Graullau; 6o Grimm, A. Friedrich Melchior; 74 Guérin, Maurice de; 103, 106 Guillemain, Hervé; 217 Gusdorf, Georges; 103 Guyot-Daubes; 202 ,

H

Head, Henri; 191, 192 Heimann, Jim; 206, 207 Helvetius, Jean-Claude-Adrien; 14, 82, 83, 110, 143 Holbach, Paul Henri Thiry d'; 14 Holmes, Gordon; 191, 192 Houareau, Fram;ois; 2 Houdard, Sophie; 41 Hufeland, Cristoph Wilhelm; 61

230

El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

Jaccoud, Sigismond; 149 Jacques-Chaquin, Nicole; 40, 42, 43 Jacques-Dalcroze, É mile; 21s Jacquin, Armand Pierre; so Jagot, Paul Clément; 199, 217 Jallabert, Jean; 47 James, Robert; 128 Janet, Pierre; 66 Janin, Jules; 120 Jeanne des Anges, Soeur; 40, 41 Johannot, Tony; 124 Jourdain, Anselme; so

Latouche, Jean-Charles Gervaise de; 120 Le Breton, David; 3. 17 Le Camus, Antoine; 48, 6S, 72 Le Goff, Jacques; 21 Lelarge de Lignac, Joseph-Adrien; 113 Lequin, Yves; 216 Leme, J. De; 217 Lespinasse, Jeanne de; SS, S6, 70 Levillain, Fernand; 176, 177 Levin, David, Michael; 3 Lévine, É va; 19s Levine, Peter A.; 2 Levinson, André; 214 Lewinter, Roger; 11 Lhermitte, Jean; 136 Lieutaud, Joseph; s2 Ligne, Charles-Joseph de; 72 Locke, John; 14 Long, William Crawford; 138 Longet, Franc;ois Achille; 142, 143 Loti, Pierre; 164 Louyer-Villermay, Jean Batiste; 99

K

M

Kafka, Franz; 184 Kant, Emmanuel; 1s, s1, 70 Karr, Alphonse; 129 Krishaber, Maurice; 1so-1s2, 18s Küss, É mile; 181

Macario, Maurice; 12s, 126 Macfadden, Bernard; 21s, 217, 218 Magendie, Franc;ois; 100, 138, 142 Mahon, Paul Augustin Olivier; 78 Maine de Biran, Pierre; 103, 1os, 106, 110-116, 148, 1s2, 190 Maire, Catherine-Laurence; 101 Majault, Michel-Joseph; 79 Malebranche, N icolas de; 20, 113 Manet, É douard; 230 Maquiavelo, Nicolás; 22 Marchi, Francesco di; 27 Marey, Jules; 162 Marie de Saint-Ursin, P. J . ; s1 Maudsley, Henry; 1s2, 1s3, 216 Mauduyt; 83 Maupertuis, Pierre-Louis de; 69 Maury, Alfred; 12s-127, 132 Mauzi, Roben; 72 Mazzio, Carla; 29 Mead, George H ebert; 5 Méhée de La Touche, Jean; 84 Méheust, Bertrand; 80

Hume, David; 14, S3 Huysmans, Joris-Karl; 16s, 2os

Ingres, Dominique; 209 Institoris, Henry; 38 Isaac, Jules; 203 J

L

Laennec, René Théophile-Hyacinthe; 92, 93 La Framboisiere, Abraham de; 28, so Lagrange, Fernand; 164 La Guériniere, Franc;ois Robichon de; 49 Lallemand, Franc;ois; 97, 98 La Mettrie, Julien Offray de; 13 Lamy, Guilleume; 30, 4S Lancre, Pierre de; 39 Langlois, Paul; 162, 163 Laplanche , Jean; 194-196 La Primaudaye, Pierre de; 26 Laroche, Daniel de; S9

Índice onomástico Mensching, Gunther; 14 Mercier, É lie; 219 Mercier, Sébatien; 63 Merleau-Ponty, Maurice ; 23, 24 Mesmer, Franz Anton; 77-79 Meusnier de Querlon, Anne-Gabriel; 15, 64 Michaux, Didier; So Midol, Nancy; 2 Miles, Eustace; 210-212 Milner, Max; 129 Mollier, Jean-Yves; 202 Montaigne, Michel de; 23, 31, 32, 51, 104 Montesquieu, Charles-Louis de Sécondt; 5S Moore, Franci Charles Timothy; 110 Moreau de la Sarthe, Louis-Jacque; 124, 125 Moreau de Tours, Jacques-Joseph; 130-132, 134 Morton, William Green; 13S Müller, Franz Carl; 193 Müller, Jean-Pierre; 21S Musset, Alfred de; 122, 124

N Nahoum-Grappe, Véronique; 204 Nietzsche, Friedrich; 1S2, 214 Nodier, Charles; 124, 129, 130 Nollet, Jean-Antoine; 47 Nynauld, Jean de; 3S, 39 o

Obey, André; 219 Oesterreich, Konstantin; 154 O'sheel, Shaemas; 215 p

Pachet, Pierre; 103 Panofsky, Erwin; 22 Paré, Ambroise; 29, 35, 39 Pasquier, É tienne; 33 Pédioleau, Marie-Fram;:oise; 2 Pennac, Daniel; 1, 2 Pernoud, Emmanuel; 1S9

231

Peter, Jean-Pierre; 79, 137, 13S Petetin, Jacques Henri Désiré; so Pico de la Mirandola, Giovanni; 22 Pierrot, Marc; 174 Pigray, Pierre; 35 Pillon, Thierry; 174 Pinel, Philippe; 93. 97. 133, 135 Pinel, Scipion, 133 Pinell, Patrice; 14S Piorry, Pierre-Adolphe; 95 Platón; 145 Pion, Michel; 194 Pluvinel, Antoine de; 49 Poe, Edgar Allan; 119 Polin, Raymond; 14, 15 Pomey-Rey, Daniele; 1 Pomme, Pierre; 65 Pontalis, Jean-Bertrand; 194-196 Poujalat, Jean-Joseph-Fran\ois, 172 Pouliquen, Yves, 101 Pressard-Berthier, Véronique; 213 Pressavin, Jean-Baptiste; 46, 52, 5S, 66 Prévost, Antoine Fran\ois; 56 Prévost, Jean; 219 Preyer, Wilhelm; 163 Proust, Marce); 5. 167-169, 173, 1S3, 1S4 Puységur, Armand Marc Jacques Chastenert de, marques de; 79-S1, 101, 193

Q Quincey, Thomas de; 117, us, 12S, 129, 136 R

Racine, Jean; 33. 34 Ramazzini, Bernardino; 52 Raulin, Joseph; 57, 62, 65, 66 Raymond, Fram;:ois; 51 Régnard, Paul; 193 Reil, Johan Christian; 114-116, 170, 191 Rétif de la Bretonne, Nicolas; 56 Rey, Alain; 205 Rey, Régis; 110, 111 Rey, Roselyne; 30, 138

232

El sentimiento de sí. Historia de la percepción del cuerpo

Ribot, Théodule; 152-155, 179 Richard, Nathalie; 174 Richardson, John; 71 Richardson, Samuel; 56 Richelet, Pierre; 20, 68 Richet, Charles; 162 Riolan, Jean; 26 Rioux, Jean-Pierre; 202, 204 Ripa, Jannick; 214 Robert, Marie-Anne; 64 Robert, Marin Jacques Clair; 60 Robert, Marthe; 197, 199 Robert, Paul; 3 Rochard, Jules Eugene; 173 Rohou, Jean; 22 Roudes, Sylvain; 217 Roudinesco, t lisabeth; 194 Rousiers, Paul de; 173 Rousseau, Jean-Jacques; 16, 49, so, 53. 69-71, 104

Sigaud de Lafond, Joseph-Aignan; 27, 48 Sirinelli, Jean-Fran�ois; 202 Smith, Adam; 53, 54, 187 Sorel, Charles; 33, 39, 40 Spencer, Herbert; 171 Spink, John; 69 Sprenger, Jacob; 38 Stahl, Paul Jean; 124 Starobinski, Jean; 23, 49, 114, 154, 169, 197 Stearns, Peter; 209 Stebbins, Genevieve; 211, 212 Stendhal, Henri Byle, llamado; 103, 104, 121 Stewart, Thomas Grainger; 161 Sticker, Salomon; 186 Sully, James; 189 Suquet, Annie; 210, 211, 213, 214 Surin; 41 Swain, Gladys; 135, 155

s

Sade, Donatien Alphonse Fram;ois de; 121 Saint-Clair, Georges; 209 Saint Réal, César de; 33 Sainte-Albine, Pierre Rémond de; 74 Sala, Angelo; 128 San Francisco de Sales; 22 Sand, George; 121, 122 Sandow, Eugen; 217 Sans, Joseph; 47 Sarlandiere, Jean-Baptiste; 144 Sarrazin de Montferrier, Alexandre; 101 Sauder, Gerhard; 19 Sauvages, Fran�ois Boissier de; 47, 60, 62, 64, 83 Scarron, Paul; 33 Schapiro, Meyer; 199 Schilder, Paul; 191 Sciff, Moritz, 114 Séglas, Jules, 153 Senancourt, Etienne de; 105 Sennet, Richard; 206 Serres, Michel; 202 Seze, Victor de; 64 , 70, 71 Sherrington, Charles; 175, 180

T

Taine, Hyppolite; 122, 151, 153 Talleyrand, Charles-Maurice; 137 Taylor, Charles; 9 Taylor, Gordon Rattray; 142 Teyseire, Daniel; 59 Thillet, Pierre; 28 Thomas, Jean-Paul; 98 Thou, Jacques-Auguste de; 41 Thouret, Michel; 60, 61 Tissié, Philippe; 154, 174 Tissot, Samuel-Auguste; 57-59, 65, 68, 70 Touboul, Patricia; 195 Tripp, G. Matthias; 14 Trousseau, Armand; 148-150, 186 Turcot, Laurent; 57 V

Vair, Leonar; 38 Van Helmont, Jean-Baptiste; 34 Veblen, Thorstein; 209 Veratti, Joseph; 47 Verhaeren, Émile; 173, 174 Vermeer, Johannes; 168

indice onomóstíco Vierordt, Hermann; 162, 163 Vigarello, Georges; 165, 174 Vigeant, Arsene; 49 Vignes Rouges, Jean des; 217 Ville, Nicolás de; 128 Vinci, Leonardo da; 199 Virey, Julien-Joseph; 126 Voltaire, Fran\ois-Marie Arouet, llamado; 16, 68, 69 Von Haller, Albrecht; 46 Voragine, Jacques de; 12 w

Waille, Franck; 210, 211 Wailly, Gérard de; 204 Whytt, Robert; 53, 59 Wier, Jean; 12 Winckler, Heinrich; 47 Withington, Paul; 219

y

Yosifon, David; 209 Yvorel, Jean-Jacques; 128, 129 z

Zola, É mile; 166, 167, 173 Zorn, Fritz; 1

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GEORGES VIGARELLO

Historiador y sociólogo francés. Es profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad de París V, director de estudios en la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales y miembro del Instituto Universitario de Francia. Es especialista en la historia de la higiene, la salud, las prácticas corporales y las representaciones del cuerpo. Todas sus obras tienen un interés particular por la sociología del cuerpo; entre estas se encuentran: Le corps redressé: histoire d'un pouvoir pédagogique (1978) , Le propre et le sale: L'hygiene du corps depuis le Moyen-Age (1985), Le saín et le malsain. Santé et mieux-etre depuis le Moyen Age (1993) , Histoire du vio!: xvl'-xx' siecle (1998); Histoire de la beauté (2004) y Les métamorphoses du gros: Histoire de l'obésité du Moyen Age au XX' siecle (2010) .