El sentimiento de inseguridad: sociología del temor al delito
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EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD sociología del temor al delito

gabriel kessler

� siglo veintiuno �editores

siglo veintiuno editores s.a.

Guatemala 4824 (c1425BUP), Buenos Aires, Argentina

siglo veintiuno editores, a.a. de c.v.

Cerro del agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México

siglo veintiuno de españa editores, a.a.

c/Menéndez Pidal, 3 BIS (28006) Madrid, España

Kessler, Gabriel El senti m iemo de inseguridad: sociología del temor al delito. - 1a cd. - Buenos Aires : Siglo Veintiuno E ditores :wo9. // 288 p.; 21x14 cm - (Sociología y política) ,

.

1. Sociología. 2. Seguridad. l. Título CDD301

© 2009, Sigl o Veintiuno Editores Diseño de colección: tholón Diseño de

kunst

cubierta: Peter Tjebbes

Impreso en Artes Gráficas Delsur // Alte. Solier 2450, Avellaneda, en el mes de octubre de 2009 la ley 1 1.723 Argentina// Made in Arge n tina

Hecho el depósito que marca

Impreso en

Para G. C.

Índice

Introducción 1.

9

Temor, razón y emoción

21

El miedo al crimen como campo de investigación

30

Entre la razón

35

y la emoción

Un sistema de indicios

45

Ansiedades urbanas

51

Lecturas desde la filosofía política

53

Riesgo e inseguridad

58

Pánico moral

64

11. El sentimiento de inseguridad en la Argentina

¿Un temor irracional?

El sentimiento de inseguridad

en las últimas décadas

67 68 72

Dimensiones del sentimiento de inseguridad

89

Problema público

96

y consenso

3. Los relatos de la inseguridad M ayor preocupación por la seguridad

4.

2i

El miedo en la historia

1o5 108

Los discursos de preocupación intermedia

115

(.os relatos de menor intensidad

127

Las paradojas de la inseguridad revisitadas

141

y proximidad y formas del temor

Distanciamiento Género

El impacto de la victimización

¿Hacia un cambio generacional?

142 i 60

173 17 9

5. La gestión de la inseguridad

187

Mapas, circuitos y trayectos

190

Dispositivos y objetos en la vida cotidiana

196

Sentimientos y gestión de vínculos

2 13

6. Tramas urbanas y consensos locales

22 1

"Acá esas cosas no pasan"

22 3

Posadas: frontera

228

y temor al poder

Córdoba, transformaciones urbanas

y huellas de la dictadura

235

de la inseguridad

240

Un "gueto" urbano

246

Urbanizaciones privadas y retroalimentación

Conclusiones

25 9

Bibliografía general

273

Introducción

Este libro intenta comprender y explicar el sentimiento de inseguridad en relación con el delito en la Argentina actual. Nos proponemos elucidar su sentido, su historia, las variables que lo explican, los relatos que en torno a él se construyen, las accio­ lies asociadas. Si bien el análisis estará centrado sobre todo en el área metropolitana, observaremos también qué sucede en otros centros urbanos e intentaremos prever las implicancias sociales políticas del fenómeno.

y

Las preguntas centrales que pretendemos responder a lo largo del trabajo son las siguientes: ¿cómo entender el senti­ miento de inseguridad y el miedo al crimen?, ¿cuál es la lógica que los rige y qué dimensiones y consecuencias cotidianas tie­ nen?, ¿qué continuidades y rupturas se verifican en la historia reciente?, ¿qué particularidades adquiere el sentimiento de inse­ guridad en los distintos estratos sociales y cómo cambian las pau­ tas de interacción entre ellos?, ¿cuánto influye la fuerte presen­ cia mediática del tema?, ¿qué sucede con las categorías clásicas

para explicar el temor: edad, sexo y victimización?, ¿qué accio­ ru·s

se realizan para la gestión de la inseguridad?, ¿qué diferen­

das hay entre las distintas escalas y configuraciones urbanas?, la

st•nsación de inseguridad, ¿incrementa consensos punitivos?,

�puede tener consecuencias antidemocráticas? En la Argentina, la inseguridad se ha convertido en el centro de las preocupaciones públicas, ámbito en el que compite sólo con la

y de clrhatc entre especialistas ha sido colocado en el tope de las de­

nrt•stión socioeconómica. Este tema de conversación habitual

mandas políticas y se revela omnipresente en los medios y aso-

1

hu lo

a

un mercado de seguridad cada vez más sofisticado. Si uno

lO

EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

se dejara guiar por la semblanza que trazan encuestas recientes, debería concluir que, luego de la estabilización de la economía en

2004,

el desasosiego generado por el delito superó por primera

vez al provocado por el desempleo, y a partir de entonces siguió un curso en general ascendente. El movimiento que se produjo tras el secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg hizo resurgir y congregar un primer núcleo de oposición y de movilización co­ lectiva en el momento de mayor popularidad del por entonces presidente de la nación, Néstor Kirchner. Por otra parte, antes de las elecciones legislativas de junio de

2009,

la preocupación por la

inseguridad estaba emplazada como principal demanda y emer­ gió también en los primeros sondeos realizados apenas fue electa presidenta Cristina Fernández de Kirchner.1 Su irrupción no ha sido inesperada ni repentina: sosegados los temores de amenaza a la democracia, desde mediados de los años ochenta la preocupación se ha ido expandiendo acompasada­ mente, penetrando en distintos sectores sociales y centros urbanos. Tampoco es inédita: hubo otros periodos de inquietud frente al cri­

(2007: 10) ha XIX y XX el de­

men en épocas pasadas. En este sentido, Lila Caimari señalado que en distintos momentos de los siglos

lito se ha imaginado en oposición a un pasado tranquilo en el que el temor era insignificante.

Y, sobre todo, no se trataría de una ex­

cepcionalidad local: la preocupación es muy intensa en América Latina, en

2008

ha aparecido como el principal problema de la re­

gión2 y, con sus oscilaciones, en las dos últimas décadas ha estado presente en la mayoria de las regiones del planeta. Aunque la cuestión está instalada en el espacio público, no es­

tán definidas su legitimidad, su lógica ni sus consecuencias.

Su

1 En una encuesta publicada poco después de las elecciones presiden­ ciales de 2007, para el 59% de los encuestados el delito era la principal demanda dirigida al gobierno electo. Fuente: Clarín, 19/11/07. 2 Según el Latinobarómetro, una encuesta realizada en 18 países de América Latina desde 1995, en 2008 fue la primera vez que la delin­

cuencia se colocó como principal preocupación para el total de encuestados. Cabe aclarar que si se considera cada país por separado, no siempre se ubica en primer lugar.

INTRODUCCIÓN propio estatus es objeto de disputa y malentendidos diversos.

11

Al

fin de cuentas, hace ya una década que la "inseguridad" a me­ nudo se usa, en tanto categoría para describir la realidad, sec­ ción mediática ftja y problema público, como sinónimo de delin­ cuencia sin que haya una identidad entre delito e inseguridad. De hecho, ambas nociones están sólo en parte superpuestas: la inseguridad no abarca el conjunto de los delitos, ni siquiera todo el crimen violento, y, a la vez, puede hacer referencia a acciones y sujetos considerados por ciertos grupos como amenazantes pero que sin embargo no infringen ley alguna. Hoy, en la Argentina, la inseguridad ligada al delito es sobre todo una prenoción sociológica, esto es, una forma de explicar la realidad del sentido común antes que un concepto desarrollado por las ciencias sociales. A mediados de

2008,

a raíz del asesinato

de tres "jóvenes empresarios" reclasificados a las pocas horas como "integrantes de una red internacional de narcotráfico", el Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires formuló una frase en apariencia contradictoria: "No se trata de inseguri­ dad, sino de crimen organizado". El funcionario expresó, quizás sin saberlo, una caracterización sintética del tema que coincide con el resultado de esta investigación. En efecto, de acuerdo con esa mirada, la inseguridad consistiría en una amenaza que puede recaer de forma aleatoria sobre cualquiera de nosotros; en cam­ bio, la violencia del "crimen organizado" afectaría exclusivamente a sus copartícipes. Esto remite a una segunda diferenciación de los últimos años, piedra de toque de un continuo diferendo: todo sucede como si existiera la inseguridad real, por un lado,

y el te­

mor, la sensación o el sentimiento de inseguridad, por el otro. Lo

primero expresaría los datos objetivos del delito; lo segundo, .las emociones y demandas que suscita, sospechosas a su vez de cierta irracionalidad o de carecer de lógica frente a la objetividad de la inseguridad concreta -juicio tributario de una tradición del pen­ samiento occidental que ha acusado a las emociones de encegue­ n:r, enturbiar y deformar la correcta percepción de los hechos-. La doble cara de la inseguridad tampoco es un artificio re­ ricnte. Jean Delumeau

( 1 978) ,

el gran historiador del miedo, ha

n·velado que, desde el Renacimiento, en la mayoría de las lenguas

12

EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

europeas, incluso en el español antiguo hoy en desuso, aparece una diferenciación entre dos términos: uno se refiere a la seguri­

dad objetiva y otro a la sensación subjetiva. Algunos autores distin­ guen también hoy entre la inseguridad objetiva y la subjetiva; a

nuestro entender, la discusión sobre si la inseguridad es una sen­ sación o si es real, si hay una realidad objetiva y otra subjetiva, no tiene resolución posible: en su definición misma ambas dimensio­ nes están presentes en forma indisociable. La inseguridad no puede ser, en última instancia, más que una percepción o un sen­ timiento, porque expresa una demanda, la sensación de una apo­

ría con respecto a la capacidad del Estado para garantizar un um­ bral aceptable de riesgos que se perciben ligados al delito.

A decir verdad, no es sorprendente que el sentimiento de inse­

guridad esté emplazado sólidamente. Hasta el presente se ha ido conjugando una serie de condiciones para que el tema emerja.

Las tasas de delito se incrementaron dos veces y media desde me­ diados de los años ochenta. El sentimiento de inseguridad se con­ forma en gran medida en comparación con el pasado y, así las co­ sas, si los homicidios siguen siendo comparativamente bajos respecto de otros países de la región, han superado sus umbrales históricos. Es cierto que las muertes ocasionadas por el uso inde­ bido de medicamentos son casi diez veces mayores que las produ­ cidas en ocasión de robo, 3 que también son mayores las ocurridas en accidentes viales, y que las

5000

o

6000

muertes anuales por

cardiopatías chagásicas serían evitables con la erradicación de la vinchuca,4 por citar tan sólo algunos casos presentes en los me­ dios en los últimos tiempos; sin embargo,

se

trata de temas de mu­

cho menor impacto público. Lo que sucede es que las reacciones sm:iales que generan las distintas causas de muerte nunca han sido un reflejo de su magnitud ni resultado de una evaluación de

3 Según un estudio realizado por la Universidad Maimónides y el Insti­ tuto Argentino de Atención Farmacéutica (IADAF), la publicidad de medicamentos incita a la automedicación o

al

mal uso de fármacos,

problemas que ocasionan en la Argentina alrededor de tes por año. Fuente:

La Nación, 03/05/09. 4 La Nación, 21/07/09.

21 800 muer­

INTRODUCCIÓ N 13

las probabilidades de sufrirla o de un cálculo de riesgos; juicios morales, atribución de responsabilidades y huellas de temores pa­ sados, entre otras cuestiones, hacen que algunas muertes resulten más insoportables que otras, y contribuyen a que algunos proble­ mas públicos cobren notoriedad, mientras que ciertas cuestiones, quizá más perjudiciales, ni siquiera se plantean. Tampoco han estado ausentes otros factores tradicionalmente correlacionados con el sentimiento de inseguridad, como la des­ confianza y el temor a la policía, la violencia institucional y la insa­ tisfacción con la justicia. A su vez, todo el régimen de representa­ ción del delito en los medios ha ido cambiando: la inseguridad es una sección cotidiana en los noticieros; la profusión de imágenes, la cámara en el lugar del hecho, la actualización constante del de­ lito en los diarios on line van enhebrando una trama sin fin de si­ tuaciones, datos y noticias. La preocupación ya no parece ser sólo

de las grandes urbes; pequeñas y medianas ciudades ya no estarían

al margen de lo que es calificado como un flagelo. La inseguridad ha pasado a ser un problema público nacional: cada lugar puede señalar sus "focos peligrosos'', amalgamando, de forma escandalo­ samente estigmatizadora en ciertos medios de comunicación, de­ terminados asentamientos precarios con delincuencia. En paralelo, el mercado de la seguridad, la vigilancia privada y el control electrónico, entre otros servicios, ha conocido un creci­ miento exponencial

y diversificado. Así, no es sólo que el temor

ha coadyuvado a que una parte de los estratos medios haya aban­ donado las ciudades para establecerse en urbanizaciones privadas, sino que el paisaje urbano mismo ha ido cambiando al dividirse

y lugares desprotegidos, y se ha plagado de dispositivos, guardias privados y entre zonas seguras e inseguras, lugares con resguardo

carteles de sitio vigilado que recuerdan a quien los observa que

en el entorno acecha una amenaza. Causas indirectas que en otras latitudes se han relacionado con el crecimiento del temor al de­ lito tampoco han estado ausentes en nuestro caso: el fin de ciertas certezas metanarrativas, la erosión del rol del Estado y, por su­

y el incremento de la desi­ �ualdad social, diversos cambios en la vida cotidiana y en las rela­ puesto, la crisis del mundo del trabajo

ciones de género.

14

EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

En definitiva, ante el panorama que arrojan las tasas de delitos, los medios, el mercado de la seguridad, cabe preguntarse: ¿el sen­ timiento de inseguridad es la causa de una creciente demanda de discursos y servicios o es en parte efecto de tal despliegue? No ,es fácil dar una única respuesta contundente, pero sin duda se pro­ duce una configuración especial en la que cada elemento interac­ túa con los otros en una suerte de retroalimentación del senti­ miento de inseguridad. La preocupación por este tema no es, en rigor, enteramente nueva y ha sido objeto de dos campos de trabajo con escaso diá­ logo entre sí. El primero, un área bien definida dentro del vasto

dominio de la criminología y la sociología del delito anglosajonas,

y en especial norteamericanas, que existe desde los años setenta bajo el nombre de "miedo al crimen". Esta línea de estudio ha perseguido la objetivación del temor al crimen mediante un abor­ daje en general cuantitativo y deductivo en estrecha relación con las encuestas de victimización nacionales, que sirven para mesurar los delitos denunciados y los no denunciados. Entre sus objetivos ha estado la construcción de indicadores precisos para captar el temor, sopesando su intensidad en grupos diversos. Cuenta, por ejemplo, con regularidades insoslayables en las categorías de edad y de género que sienten más temor, así como con teorías explica­ tivas al respecto; sin embargo, se ha interesado menos en conce­ bir los hechos en su singularidad, en vincular el temor al delito con variables históricas y estructurales, y su esfuerzo ha girado en demasía en torno a la pregunta sobre la intensidad del senti­ miento en los distintos grupos. La segunda vertiente no conforma un campo definido como la primera. Se trata de distintos trabajos de la sociología, la antropo­ logía y la ciencia política que se han interesado por el tema, a me­ nudo en el marco de una preocupación general por ciertas carac­ terísticas de la modernidad tardía, de la "sociedad del riesgo", por los miedos sociales o por sus consecuencias negativas, en particu­ lar el autoritarismo y el punitivismo. Ellos han intentado desentrañar los hechos en su singularidad y reconstruir una trama de sentido para el sentimiento de inse­ guridad moderno, estableciendo una vinculación con los cam-

INTRODUCCI ÓN

15

bios estructurales y con l a s tradiciones filosóficas que han pen­ sado el tema. No obstante, en muchas ocasiones estos estudios se han carac­ terizado por cierta desconfianza hacia el temor al delito. Aun­ que por supuesto hay casos donde esto no sucede -como en la obra del inglés David Garland, uno de los más importantes cri­ minólogos actuales, o en la del francés Hugues Lagrange acerca de la historia del sentimiento de inseguridad en Europa-, en ge­ neral se ha tendido a interpretar que ese temor era otra cosa, es decir, que el delito funcionaba como una red en la que conver­ gían desasosiegos generales, ligados a la caída del Estado como garantía simbólica de protección, a una extrema sensibilidad frente a todo tipo de riesgos o a una multiplicación de alterida­ des percibidas como amenazantes. Por eso, quizás ante la ausen­ cia de un diálogo con el primer campo, varios de estos estudios no han prestado suficiente atención al lugar propio del delito y han privilegiado la idea de un desplazamiento del temor desde una causa inicial hacia otro objeto. En esta vertiente, la desconfianza intelectual se retroalimentó de la política. El temor al crimen ha condensado lo peor de las pa­ siones públicas (sobran testimonios históricos de ello). Cierta in­ terpretación, discutible, del pensamiento de Thomas Hobbes ha mostrado inquietud por la supuesta voluntad de renunciar a todo derecho a cambio de seguridad, y ha contribuido a la preocupa­ dón por el impacto del temor al delito en las instituciones demo­ náticas. Distintas investigaciones han subrayado su relación di­ recta con el autoritarismo, la fractura del sentido de comunidad,

la desconfianza entre las clases, la estigmatización de la pobreza, la deslegitimación de la justicia penal, el apoyo a las formas de cri­ men mal llamadas ''.justicia por mano propia" y al incremento del

i11·mamentismo.

l•'.ste libro comparte la preocupación política por el tema, pero

i111t·ntará mostrar que en cada momento histórico surgen tenden­ C"i;is nmtrapuestas. El sentimiento de inseguridad no es una emo­

rk111 que trastoca toda historia y experiencia previas, y, frente a 1111a misma inquietud, hay relatos y posiciones diversos. Asimismo,

nmnclo ese sentimiento se extiende, alcanza a grupos de distinta

16

EL SENTIMIENTO DE I N S E G U R I DA D

cultura política, y cuando las demandas punitivas llegan al espacio público, interactúan

Así,

y confrontan con otras fuerzas sociales.

este libro retoma elementos de ambas corrientes, dialoga

con ellas

y a la vez se sitúa a cierta distancia. Esta obra comparte

con la primera vertiente el intento de encontrar la relación entre

el delito y el temor, así como la diferenciación entre tres dimensio­

y emocional- que poseen comportamien­ y lógicas no coincidentes. No podrá soslayar las preguntas so­

nes -política, cognitiva tos

bre la intensidad del temor en los distintos grupos, pero intentará mostrar que las mismas variables, examinadas con un enfoque cua­ litativo, hacen emerger otras aristas del sentimiento de inseguri­ dad. Con la segunda tendencia comparte el interés por compren­ der la trama que da sentido a la inseguridad en un momento

histórico determinado y la preocupación por las consecuencias po­

líticas. Sin embargo, se diferencia al concentrarse en los relatos bre la inseguridad

so­

y en el lugar que ocupa el delito en ellos, sin

partir de una hipótesis de desplazamiento de las preocupaciones e intentando no desplegar, como sugiere Bruno Latour

(2007) ,

un

metalenguaje más potente que el de los propios actores. Los resultados de ambos campos

y también sus metodologías

entrarán en diálogo en este trabajo. En el primero ha primado el desarrollo de indicadores cuantitativos; en el segundo, un enfo­ que más cualitativo. Se discutirán los indicadores aceptados

y se

desarrollarán algunos nuevos. En líneas más generales, las mismas problemáticas serán objeto de ambos abordajes. No se trata tanto de establecer una triangulación en un sentido tradicional rificar la fiabilidad de los datos

para ve­

y ajustar los resultados, sino de en­

contrar una variedad de dimensiones de un mismo problema.

Hasta ahora hemos utilizado en forma indistinta las expresiones "miedo al crimen" o "sentimiento de inseguridad". Preferimos esta última porque no estudiaremos sólo la respuesta emocional a la percepción de los símbolos vinculados al delito, tal como lo define habitualmente la criminología, sino que el foco de análisis estará puesto en un entramado de representaciones, emociones

y accio­

nes que denominaremos "sentimiento de inseguridad". En este trabajo, las referencias al temor no dejarán de ocupar un lugar central, pero se incluirán otras emociones suscitadas por el delito,

INTRODUCCIÓN

17

como la ira, la indignación, la impotencia, que se vincularán tanto con las acciones individuales y colectivas como con las preocupa­ ciones políticas y con los relatos generales que les dan sentido. Esta investigación fue realizada en varias etapas desde 2004 hasta 2007, y se han agregado datos adicionales durante 2008 y princi­ pios de 2009. Fue necesario combinar distintas metodologías para la construcción del objeto, ya que se trata de un concepto com­ plejo y multidimensional que exige una variedad de mediaciones y métodos. Trabajamos a partir de entrevistas cualitativas, encues­ tas cuantitativas, archivos de medios, análisis de foros de discusión y observación no participante. En una primera instancia realiza­ mos un trabajo cualitativo con distintos sectores sociales, de dife­ rentes sexos y edades, en cuatro barrios populares del conurbano bonaerense, en los partidos de San Miguel, Tigre, Moreno y Quil­ mes; luego, con sectores medios del norte y noreste del conur­ bano y con sectores medios y medios-altos de diferentes barrios de la ciudad de Buenos Aires. Esta fase se desarrolló entre 2004 y 2006 y comprendió alrededor de 60 entrevistas. Utilizamos tam­ bién material de grupos focales con jóvenes, que tuvieron lugar en diciembre de 2008. Para contrapesar la mirada del área metropolitana, trabajamos en 2005 y 2006 en un pueblo y una pequeña ciudad colindantes de la provincia de Buenos Aires, en 2007 en la ciudad de Córdoba y en Posadas, capital de Misiones, sumando un total de 25 entre­ vistas. Para las reflexiones del capítulo 6 consideramos también parte de un trabajo de campo que comprende casi un centenar de entrevistas, codirigido por quien escribe y llevado a cabo du­ rante 2006 y 2007 junto a un equipo en un complejo habitacional del primer cordón del conurbano bonaerense, una zona que los medios de comunicación representan como paradigma del peli­ gro. Para el acápite sobre la inseguridad en los barrios privados, analizamos entrevistas realizadas por Maristella Svampa para su li­ hro Los q ue ganaron. La vida en los countries y barrios privados. Para ahordar la temática del capítulo 5 incorporamos también un grupo de 10 entrevistas hechas en 2004 a usuarios de alarmas y 11C'rvicios de seguridad privada.

18 EL

SENTIMIENTO DE I N S E G U RIDAD

Los datos cuantitativos presentes en este libro provienen de fuentes primarias y secundarias. Hemos consultado estadísticas oficiales y series de la Encuesta Nacional de Victimización llevadas a cabo por la Dirección de Política Criminal del Ministerio de Jus­ ticia y Derechos Humanos de la Nación , que provee datos de Bue­ nos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza. A fines de 2006 y hasta mediados de 2007 participamos en el diseño de una encuesta de victimización del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires junto a la Universidad de San Andrés, que abarcó 25 000 casos y permitió realizar preguntas específicas, incorporar indicadores, validar hipó­ tesis de la criminología para el caso de Buenos Aires y efectuar una importante cantidad de cruces e indagaciones específicas. A esto se sumó un trabajo de recopilación de encuestas de empresas de estudios de mercado para intentar reconstruir la preocupación por el tema desde la reinstauración democrática hasta el presente. El archivo de medios, en general gráficos, ha permitido examinar la forma en que el delito ha sido representado, extractar encues­ tas sobre temas específicos y estudiar las discusiones relacionadas en un foro de lectores on line durante 2006. Este libro presenta los principales resultados de la investigación en seis capítulos. En el primero se desarrollan los elementos con­ ceptuales que serán luego utilizados para estudiar el tema, se exa­ mina la aproximación al miedo en distintas disciplinas y se discu­ ten los elementos centrales de nuestra definición de sentimiento de inseguridad. El segundo capítulo aborda el análisis del senti­ miento de inseguridad en la Argentina a fin de desentrañar la lógica del temor y su relación con las tasas de delito. Con este ob­ jetivo, esboza una historia de la evolución del sentimiento de inse­ guridad desde la reinstauración democrática hasta el presente, presenta las dimensiones del problema y plantea las implicancias generales de su emplazamiento como problema público nacional. El capítulo 3 examina los relatos de la inseguridad de las personas entrevistadas, una suerte de tipología de las formas de percibir el problema, orientarse cotidianamente y proponer sol uciones. El capítulo 4 dialoga con los hallazgos del campo de estudios del miedo al crimen, retomando las variables rectoras de sus pre­ guntas: clase, sexo, edad y victimización; coteja sus hipótesis para

INTRODUCCI Ó N

l

9

las urbes de las que se tienen datos y suma luego los resultados de nuestro abordaje cualitativo. El capítulo 5, sobre la gestión de la inseguridad, está focalizado en las acciones. Tradicionalmente se ha considerado que las estrategias adaptativas, defensivas y los dis­ positivos técnicos son una consec uencia del temor. Nuestra pers­ pectiva es un tanto distinta y el interrogante gira en torno a las im­ plicancias diferenciales en la vida cotidiana de las acciones y los dispositivos, así como en su participación en circuitos de retroali­ mentación del miedo al crimen. En el sexto y último capítulo, a partir de la comparación de cuatro centros urbanos entre sí y con Buenos Aires veremos la importancia de la escala urbana en la configuración de este sentimiento y exploraremos la interrelación del plano local y el nacional. El libro concluye con una revisión de los principales hallazgos y una discusión sobre las eventuales im­ plicancias sociales y políticas de los aspectos analizados.

Realicé este trabajo como investigador del CONICET (Consejo Na­ c ional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) . Gran parte del trabajo de campo fue financiada por el Proyec to de Investi­ gación Científica y Tecnológica ( P ICT ) 04-09968 de la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología (ANPCYf). A todas estas instituciones públicas argentinas, mi agradecimiento por permitirme desarrollar mi estudio con autonomía y libertad intelectual . El marco fecundo de esta investigación fue nuestro equipo del Ár ea de Sociología del Instituto de Ciencias de mi uni­ versidad. Vaya entonces un reconocimiento a todas y todos mis colegas y amigos del área, en especial a Damián Corral , quien tuvo una participación central en la realización del trabajo de rampo, y a Maristella Svampa, quien generosamente me c edió trabajo de campo realizado por ella en urbanizaciones privadas. Ag radezco también a Mariana Luzzi, quien resultó, como siem­ pre, una gran lectora del manuscrito, y a Ramiro Segura, de la Universidad Nac ional de La Plata; de ambos he recibido excelen­ ll's sugerencias.

20

EL SENTIMIENTO DE I N SEGU R I DA D

Quiero agradecer a distintas personas que en diversas etapas par­ ticiparon del trabajo de campo, me brindaron material o me per­ mitieron consultar dudas. Mi reconocimiento aJuan Cruz Contre­ ras, Pedro Núñez, Héctor Jaquet, Pablo Semán y al equipo que trabajó en el barrio; a Renata Oliveira Rufino, María Eugenia Marbec, Federico Lorenc Valcarce, Manuel Mora y Araujo, Her­ nán Olaeta, Carmen Zayuelas, Alberto Fohrig, Marcelo Bergman, Hernán Flom, Claudia Hilb, Agustín Voleo, Juan Ignacio Piovani, Mariana Heredia, Cecilia Varela, Natalia Bermúdez, Martín Plot y Sebastián Pereyra. A todas/os mi mayor reconocimiento. Nada podría haber hecho sin contar con el apoyo amistoso e intelectual constante de mis amigas Eleonor Faur y Rosalía Cortés. Final­ mente, creo que todos los que nos interesamos en el tema en dis­ tintos lugares de América Latina le debemos muchísimo a la que­ rida Rossana Reguillo, quien, en todas las ocasiones en que conversamos, compartió conmigo sus ideas y su entusiasmo con su proverbial generosidad y brillo intelectual.

1.

Temor, razón y emoción

EL MIEDO EN LA HISTORIA

El miedo es una emoción recurrente en nuestro paso por el mundo. El temor a la propia muerte o a la de los seres que­ ridos, a la miseria, a la enfermedad o al dolor, por nombrar sólo algunos de los más relevantes, recorre la historia y las sociedades. Ha dejado sus marcas en el arte, la política, la filosofia y la reli­ gión, y en parte de lo que los hombres y las mujeres de todos los tiempos han pensado o hecho en su vida cotidiana. Jean Delu­ meau ( 1978) observó con agudeza que, a pesar de su omnipresen­ cia, en el pensamiento clásico el miedo fue condenado por aque­ llas sociedades que valoraban las hazañas militares y lo asociaban a.la cobardía en oposición al coraje y la valentía. Esto es, era "evi­ dencia de un nacimiento bajo", según la fórmula de Virgilio que fue retomada luego por pensadores que atribuían a los pobres una propensión a la cobardía y contribuían de este modo a legiti­ mar su dominación. Fue necesario esperar hasta la Revolución Francesa para que los sectores populares adquirieran el derecho a la valentía, por el cual también se transformaron en un objeto pri­ vilegiado de temor para la burguesía. Muchos miedos han mutado a lo largo de la historia mientras que otros perduran, pero en el trasfondo de la mayoría subyace el temor a la muerte. En su admirable estudio sobre el sentimiento de inseguridad en la historia, Rugues Lagrange (1995) sostiene que la noche, el mar, las pestes, el hambre, el fuego, las bestias sal­ vajes, el interior de un cuerpo humano indescifrable, la brujería y las herejías fueron los miedos previos a la modernidad en los ima­ ginarios culturales que fusionaron la dimensión material y espiri-

22

EL SENTIMIENTO DE I N S E G U R I D A D

tual, la furia divina y las catástrofes naturales. Los poderes terrena­ les, por su parte, también atizaron algunos miedos, en especial al señalar una alteridad amenazante. La hipótesis de Delumeau, a partir de la historia de la Iglesia, es que, cuando se sienten amenazados, los poderes son más pro­ pensos a escoger enemigos -externos pero sobre todo internos­ para que, en consecuencia, resulte imperioso controlarlos, some­ terlos o, lisa y llanamente, eliminarlos. En contraposición, en pe­ ríodos de mayor sosiego, se morigera la construcción de un otro peligroso. Luden Febvre ( 1 942: 380) sintetizó la omnipresencia del desa­ sosiego en el siglo XVI en una célebre frase con la que coinciden otros historiadores de la Edad Media y de la primera moderni­ .dad: "Miedo siempre, miedo en todos lados".5 Sin embargo, el te­ mor al crimen no se destaca entre todos estos miedos. La muerte violenta a manos de un conocido era frecuente, sobre todo hasta el final del Medioevo y la modernidad temprana: el hecho de que una disputa, una fiesta popular o un simple encuentro entre vecinos terminara en una muerte no causaba casi sorpresa ni condena. A partir del siglo XVI una confluencia de procesos ex­ plica el "retroceso de la inseguridad"6 tradicional y la renovada sensibilidad frente al delito violento. En efecto, si el curso civili­ zador se caracteriza por la pacificación de las costumbres mediante el autocontrol, como demuestra Norbert Elias ( 1 989) , una de sus contrapartidas necesarias es la menor aceptabilidad de las vio­ lencias interpersonales. Con altibaj os y diferencias según las regiones, comienza en Eu­ ropa occidental un tiempo de consolidación de la burguesía ur-

5 Bronislaw Geremek ( 1976) analiza los temores sociales en su libro Les Marginaux parisiens aux XIV et XV sücles, y también lo hace Robert Muchembled ( 199 1) en su libro sobre los siglos XIV y XV, Culture

populaire et culture des élites. Por su parte, en trabajos recientes, historia­ dores anglosajones han tratado el miedo en el pasado: véanse William Naphy y Penny Roberts (1997) y Anne Scott y Cynthia Kosso (2002). 6 Jean Delumeau (1989) analiza este retroceso en el último capítulo de Rassurer et protiger. Le sentiment de sécurité dans l 'Occident d 'autrefois.

TEMOR, RAZÓN Y EMOCIÓN

23

bana y de incremento de la esperanza de vida que permitió pensar el paso por la tierra como un lapso que podía ser, en lo posible, extendido. Asimismo, diversos teólogos pugnaron por la reinter­ pretación de un Dios católico y protestante un poco más piadoso con la vida terrenal, mientras que se revalorizaba la seguridad de los cuerpos y se tomaban nuevas medidas para proteger los bienes (se asistía entonces al nacimiento de la industria moderna de los seguros). No fue sólo una transformación de las mentalidades; también surgieron nuevos dispositivos técnicos que permitieron controlar los constantes incendios, al tiempo que la incipiente iluminación pública atenuó la profunda oscuridad nocturna de las ciudades. De este modo, se moderaron dos temores centrales de la época: el fuego y la noche. Por su parte, el escenario principal del delito su­ frió también un cambio radical, ya que pasó de las zonas rurales a las ciudades y mutó en sus formas. En el creciente anonimato ur­ bano, el delito, que antes era el resultado de una pasión hen­ chida, de una ofensa al honor o de una amenaza de infamia sin intención de dolo -en cualquier caso un acto cometido entre co­ nocidos en pequeñas comunidades-, fue transformándose en un acto entre desconocidos, donde el cuerpo del otro era sobre todo un obstáculo para obtener un bien deseado. La Revolución Francesa marcó un punto de inflexión puesto que la preocupación comenzó a dirigirse a la potencial insurrec­ ción de los pobres y se convirtió así en una de las formas de opo­ sición entre proletariado y burguesía. En este movimiento el cri- . men se transformó en un argumento de la lucha moral y política que denunciaba un vicio detrás de la pobreza y la miseria. Y, en efecto, la severidad frente a los crímenes ligados al pauperismo fue muy alta, como lo testimonia la extrema dureza con que los juzgados de Francia, Inglaterra y otros países europeos castigaron todo tipo de violencias y robos contra la propiedad, incluso los más fútiles, durante parte del siglo XIX (véase Lagrange, 1 995: cap. 3) . De a poco, la percepción de una supuesta peligrosidad de las clases trabajadoras fue menguando, o más bien cambiando, a medida que su situación mejoraba mediante la organización en sindicatos y partidos populares.

24

EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

Un nuevo viraje se produjo entonces: el temor a los desmanes ligados a la pobreza transmutó en la amenaza de una clase revolu­ cionaria organizada. Por su parte, el pensamiento sociológico na­ ciente otorgó también un nuevo estatus al delito: se convirtió en una "enfermedad del cuerpo social", pasando de una patología individual a una colectiva. La vida urbana, el desarraigo migrato­ rio y la pérdida de puntos de referencia tradicionales fueron con­ siderados causas del delito tanto en Europa como, un poco más tarde, en los trabajos de la Escuela de Chicago, en los Estados Unidos. Pero este interés por el tema, imbuido de una confianza en su resolución por medio de la integración social o del castigo, no incluía entre sus preocupaciones ni el sentimiento de inseguri­ dad ni el temor. Luego de la Segunda Guerra Mundial se produjo un período de disminución de los delitos en los países centrales, que volvieron a aumentar a fines de los años cincuenta con la difusión del automó­ vil, que, al ser un bien de carácter privado y de alto valor que se de­ jaba solo en la vía pública, supuso un incremento de los robos. Esto, sin embargo, no implicó un aumento del resquemor. Recién en la década siguiente, durante el fin de las políticas de segrega­ ción de los afroamericanos en los Estados Unidos, se producirían picos de inquietud y se realizarían los primeros estudios del tema. Con tendencias distintas, en los años ochenta se registra en di­ versos países centrales un aumento del delito urbano y el senti­ miento de inseguridad se transforma en un problema público. 7

7 Las tendencias difieren según los países. A partir de 1965 Estados

Unidos registra un aumento de las tasas de homicidio, que pasan de un promedio histórico de 5 hasta casi 8 por cada 1 00 000 habitantes, y luego se produce otro incremento entre 1985 y 1991, cuando dichos valores tienden a duplicarse (véase Blumstein y Wallman, 2000). El fenómeno más impactante es el encarcelamiento masivo que se realiza en los Estados Unidos en las últimas décadas, una política descono­ cida hasta ese momento en países democráticos que incluye dos millones de personas en prisión y alrededor de cinco millones bajo control judicial. Las dimensiones de este proceso, en particular la gran presencia de población afroamericana en esa "hiperinflación carcelaria" y su justificación ideológica en un período en que el delito se estancaba y luego disminuía, es analizada en la conocida obra de

TEMOR, RAZÓN

Y

EMOCIÓN 25

En Francia esto ocurrió a mediados de los setenta, con la creación de un Comité sobre la Violencia; en Inglaterra, durante el go­ bierno de Margaret Thatcher; en Italia, luego de que se aplacara el temor al terrorismo, y en España, durante la transición demo­ crática (Robert, 2002) . Además de una mayor criminalidad, la expansión de la preocu­ pación por la inseguridad en los países centrales, en particular en Inglaterra y los Estados Unidos en las últimas dos décadas, ha es­ tado asociado con dos rasgos socioculturales que señala David Garland ( 2005) : la nueva experiencia cultural del delito y la cen­ tralidad de las víctimas. En cuanto a lo primero, lo que está en juego es el significado que adquiere el delito en una cultura en par­ ticular en un momento dado. Es hablar de un tejido compacto que entrelaza mentalidades y sensibilidades colectivas y una serie de términos que las representan públicamente, es decir, una red cultural que está incor­ porada a formas específicas de vida y que, por esta ra­ zón, se resiste a la alteración deliberada y tarda en cam­ biar (Garland, 2005: 247) . No se trató entonces sólo de un incremento del delito, sino que éste se produjo en un momento en el que se experimentaba un cambio en las formas de vida, en el mundo del trabajo, en los ro­ les tradicionales de cada sexo, en la inmigración, en los modelos de urbanización, en el tipo de tecnología de control, entre otros factores. Aunque sólo algunas de estas cuestiones guardaban cierta relación con el delito, en conjunto contribuían a darle una signi-

Loic Wacquant (2000), Las cárceles IÚ la miseria. En las décadas pasadas se asistió en Europa occidental a períodos de un incremento significa­ tivo de hurtos y robos, pero al mismo tiempo a una disminución de l os hechos aco mpañados de violencia. Pese a esto, la inflación penal también l legó a Europa. Por ejemplo, Inglaterra incrementó su pobla­ ción penal en un 40% de 1993 a 1999, y España y Portugal, en más de un 50% entre 1988 y 1997 (véa'ie Lagrange, 2003).

26

EL SENTI M IENTO DE INS EGUR I DA D

ficación particular al tema y, presumiblemente, a acentuar la preo­ cupación. En cuanto a la segunda cuestión, Garland sostiene que las vícti­ mas fueron alguna vez el resultado olvidado y oculto del delito, pero que comienzan a ocupar un lugar central tanto en el dis­ curso de muchos políticos como en los medios de comunicación: de este modo, "el nuevo imperativo político era que las víctimas debían ser protegidas; sus voces, escuchadas; su memoria, respe­ tada; su ira, expresada, y sus miedos, atendidos" ( 2005: 24 1 ) . Las consecuencias de este protagonismo han sido diversas; algunas sin duda resultaron positivas, pero otras no -entre ellas, la actual vis­ ceralidad del debate, por lo cual cualquier demostración de com­ pasión hacia quien cometió un delito, la mención de sus derechos o el esfuerzo por humanizar el castigo pueden ser tildados como insultos a las víctimas y a sus familias-. Asimismo, se genera una identificación profunda con la figura de la víctima y se extiende un sentimiento de victimización potencial al resto de la sociedad, lo que alimenta la preocupación por el tema. El conjunto de estos factores ha contribuido al interés creciente por el sentimiento de inseguridad como un problema con cierta autonomía relativa res­ pecto del delito, como un tema que puede generar movilización colectiva y erosionar la legitimidad política de un gobierno. En América Latina el miedo tiene una historia propia y, pre­ viamente a su asociación con el delito común, se lo ha tratado en relación con el terrorismo de Estado. El libro Fear at the E.age. State Terror and Resistance in Latin America (Corradi, Weiss Fagen y Garretón, 1992) , nunca traducido, es uno de los pocos que se han ocupado del tema. Los autores investigan las consecuencias de las dictaduras del Cono Sur en la vida cotidiana y hablan del temor de quienes sufrieron la represión y el exilio así como de las sociedades que vivieron bajo el terror de Estado. El miedo, en ese caso, se relacionaría con proyectos de futuro incautados, con la privatización, el individualismo, el silencio y la inhibición de los vínculos sociales. Otros autores abordan esta cuestión: Elizabeth Jelín ( 2006) , quince años después de haberse publicado Fear at the Edge, se pre­ gunta qué ha perdurado de los temores analizados en ese libro;

TEMOR, RAZ Ó N

Y

EMOCIÓ N 27

Mariana Caviglia (2006) estudia retrospectivamente el miedo de los sectores medios en la vida cotidiana durante la dictadura; otros trabajos, como Societes ofFear (Koonings y Kruijt, 1999 ) , en­ cuentran trazas de la persistencia de esos miedos en la banaliza­ ción del horror en determinados países latinoamericanos y en la falta de consistencia de sus sociedades civiles. Pero lo cierto es que, como afirma Jelín, poco se ha ahondado aún en el signifi­ cado de esos miedos y en su relación con otros más actuales, en particular los vinculados a la inseguridad urbana. Una mención especial merecen los trabajos de Norbert Lech­ ner ( 1990), quien durante los años noventa estudió la relación conflictiva entre subjetividad y modernización en América Latina. En su intento de comprender en forma conjunta los distintos mie­ dos sociales, distingue tres dimensiones de la inseguridad: el miedo al otro como potencial agresor, a la exclusión económica y social y, por último, al sinsentido de una situación que se consi­ dera fuera de control. En una línea similar, se destacan los traba­ jos pioneros de Rossana Reguillo sobre los miedos urbanos, sobre sus narrativas y sus figuras amenazantes, que constituyen algunas de las consecuencias en la vida cotidiana de las transformaciones de las sociedades latinoamericanas en los años noventa (entre otros, véase Reguillo, 2000 y 2006) . Una obra que ha tenido un fuerte impacto en el ámbito acadé­ mico regional ha sido Ciudadanías del miedo, editada por Susana Rotker (2000) , donde se tratan desde distintas miradas disciplina­ rias las dimensiones del miedo, el delito, el tráfico, el desarraigo, la angustia cultural y la crisis de las narrativas morales en los diver­ sos países de la región. Otra serie de trabajos, más recientes, se ha centrado en casos nacionales o de ciudades, como las investigaciones sobre el miedo rn Medellín y su relación con las imágenes de la guerrilla y los narcotraficantes (Villa Martínez y cols., 2003) ; los temores de la dudad vivida y la imaginada (Niño Murcia y cols., 1 998) en Bo­ Kotá; la relación entre el miedo y las migraciones en Colombia (laramillo Arbeláez y cols., 2004). Los estudios sobre urbanizacio­ nc·s privadas, en particular el afamado libro de Teresa Caldeira (WOl) sobre San Pablo y el de Maristella Svampa ( 2001) sobre

28 EL SENTIMIENTO DE INSEGU RIDAD

Buenos Aires, analizan el temor en las clases medias que viven en urbanizaciones privadas. Al icia Ente l

( 2007 ) ,

que ha i nvestigado

distintos miedos sociales en Buen9s Aires y Paraná ( En tre Ríos ) , concluye que éstos llevan a los individuos a buscar refugio en grupos de una cohesión asfixian te , sin margen para la disidencia, como sectas religiosas, redes clientelares, organizacion es de ín­ dole mafiosa, lo cual sustraería, en una suerte de distracción en m iedos coyunturales, toda potencia para proyectos sociales alter­ nativos. También se han analizado los miedos a lo largo de distin­ tos momentos de la historia de Perú ( Rosas Lauro ,

2005 ) ,

aunque

sin referencias al delito. En relación con el m iedo al delito o el sentimiento de inseguridad, hay una serie de investigaciones inci­ pientes en diferen tes países8 aunque no se ha constituido todavía un campo de estudios en la región. Además de los procesos sociales, algunas transformaciones se­ mán ticas coadyuvaron a la configuración actual de la subj etividad frente al crimen . Una, de larga data, fue rastreada por Delumeau. Desde el Renacimiento , la mayor parte de las lenguas europeas acuñaron un término específico para diferenciar la seguridad li­ gada a hechos obje tivos de la sensación subjetiva: en francés;

safety y surety,

y luego

security,

sureté y securité,

ligado exclusivamente a

la sensación subjetiva, en inglés. En español existía la noción de "seguranza", que ha caído en desuso ,

y en el prese n te se utiliza

"seguridad" en ambos casos. El segundo movimiento fue el pasaj e

d e l sentido habitual d e seguridad a la difusión de su opuesto, l a inseguridad, c o n u n a acepción particul ar. S u expansión e n el mundo francófono se produce en los años ochenta y un poco más tarde en el mundo de habla hispana.

A pesar de que

las investiga­

ciones sobre el tema nacen en los Estados Unidos, no se trata de una traducción del inglés, ya que e n los países angloparlantes se usa fear of crime, que significa "miedo al crimen ". Lagrange

( 1 995:

1 75) marca en el caso francés el pasaje d e l a preocupación p o r l a

8 Sobre la Argentina, véanse Kessler ( 2007 ) y Bergman y Kessler (2009) . Sobre Brasil, Malaguti Batista (2003) . Para el caso chileno, Dammert y Arias (2007) ; sobre México, Bergman y Flom (2008) .

TEMOR, RAZÓN

Y

EMOCI ÓN

29

violencia política en los años sesenta y setenta a la de la inseguri­ dad a partir de los ochenta, señalando que esta última no sólo da cuenta de un grado negativo de la seguridad, sino que es la expre­ sión de una amenaza y de una demanda insatisfecha. Antes de ser utilizado en relación con el delito, el uso más fre­ cuente del término "inseguridad" en las ciencias sociales se refería al ámbito laboral, por la eventual pérdida de puestos de trabajos de­

bido a la innovación tecnológica, primero, y a la precarización labo­ ral, más tarde. Luc Boltanski y Eve Chiapello cómo el capitalismo en su fase

( 1 999: 1 39) muestran organizacional ( 1930-1990) tiene

que responder a la cuestión de la seguridad mediante la planifica­ ción , las protecciones y los beneficios de masas. En los noventa, los publicistas del

management dejan

esto de lado,

y la valoración de la

seguridad laboral es sustituida por la apología del cambio y del riesgo, el elogio de la flexibilidad y de la polivalencia. Así las cosas,

en las últimas décadas, a medida que crece la demanda de seguri­ dad civil, disminuye el imperativo de seguridad laboral. A pesar de su difusión actual, el sentimiento de inseguridad, l en Miedos y memorias en las sociedades contempcn-áneas, docu me ntos de trabajo, Vaquerías, Córdoba , •

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